JAN 1 S 2012
THE0L001CAL SEWMNAf^Y
PQ6639 .N3 1958 v.7
Unamuno, Miguel de,
1864-1936.
Obras completas.
Pro41ogos. Conferencias.
Discuros .
Digitized by the Internet Archive
in 2014
https://archive.org/details/obrascompletas07unam
UNAMUNO
OBRAS COMPLETAS
MIGUEL DE UNAMUNO
OBRAS
COMPLETAS
Tomo Vil
PROLOGOS - CONFERENCIAS - DISCURSOS
COLECCIOiN DE ESCRITOS NO RECOGIDOS EN SUS LIBROS
LJBRARY OF PRINCETON
JAN 1 8 2012
THEOLOQICAL SE?/!NARY
AFRODISIO AGUADO, S. A.
EDITORES -LIBREROS
Todos los textos incluídos en este volumen, ti-
tulado "Prólogos, Conferencias, Discursos", se
PUBLICAN en primera EDICIÓN Y FORMAN EL TOMO VII
DE LA NUEVA COLECCION DE "ObRAS COMPLETAS DE
DON Miguel de Unamuno", dirigida por don Ma-
nuel García Blanco, catedrático de la Universi-
dad de Salamanca. Tanto éste, como el editor y
LOS herederos de Unamuno garantizan la integri-
dad DE LOS que aquí SE REPRODUCEN.
Edición, introducción y notas de
Manuel García Blanco
reservados todos los derechos
Depósito legal: M. 298 — 1958.
Impreso en España Printed in Spain
edita
VERGARA, S. A., DE BARCELONA
por concesión especial de Afrodisio Aguado, S. A.
© by Afrodisio Aguado, S. A. Madrid. España
INTRODUCCION
"Si echo a menudo al público mi yo,
es para libertarme de él."
(Unamuno. Notas inéditas para un
prólogo a sus discursos.)
Dos importantes muestras del ingenio unamuniano,
hasta ahora al parecer olvidadas, constituyen las pá-
ginas de este nuevo volumen de sus Obras Completas.
Los prólogos a libros ajenos y las conferencias y dis-
cursos. Una cincuentena de cada especie lo nutren, y
confiamos en que los lectores de don Miguel encuen-
tren, en lo que ahora se les brinda coordenado, nuevos
aspectos y facetas de su producción. Y como los ma-
teriales son amplios y numerosos, quisiéramos detener-
nos en analizarlos. Respetando la agrupación natural
(¡ue la materia imponía.
I. Los PRÓLOGO.S.
'■'Este de los prólogos es un genero especial —escri-
bía el propio Unamuno en uno de sus escritos volan-
deros titulado "Prólogo ejemplar" , que vió la luz en
el diario madrileño Los Lunes de . El Imparcial,
en 1909 — , y así corno hay dramaturgos, poetas épi-
cos, líricos, novelistas, cuentistas, epistológrafos y
otras cien especies diversas del género literario, hay
también prologuistas. Y es un género, a la vez que
8
INTRODUCCION
de los más difíciles, de los peor retribuidos." Y más
adelante: "...yo, por mi parte, no me dejé nunca
prologar por nadie. Declaro, con la modestia que me
caracteriza, que me he bastado para prologarme. En
general, mis libros son los prólogos de sí mismos.
Uno sólo de ellos, la novela Amor y Pedagogía, üeva
prólogo, pero éste egregio y como hay pocos. Es, tal
ves, modelo en su género.'"
Dejando a un lado el tono humorístico de estos pá-
rrafos, que proceden de un escrito público impregnado
de él, ya desde su título, y recordando que con pos-
terioridad a su fecha — 1909 — el propio Unamuno
prologó sus propias novelas y aun alguno de sus li-
bros de versos, como el titulado Teresa, queda en pie
su afirmación de que él mismo se bastó para este me-
nester. Lo que no está en esa página suya, y eso
puede comprobarlo por sí mismo el l-ector, es el acier-
to, la sinceridad y el empaque original con que supo
cumplir la tarea de prologar libros ajenos. E igual-
mente su natural generoso, pues rara vez se hurtó,
que sepamos, a los requerimientos de quienes a íl
acudieron con ese menester.
Y como sin duda resultaría fatigoso ir analizando
sus prólogos uno por uno, he preferido situarlos en
torno a la coyuntura o circtinstancia, generalmente
humana, a veces literaria, que los suscitó. Circuns-
tancia que se reiteró a lo largo de cuarenta años,
los comprendidos entre 1894, a que remonta el más
remoto de los reunidos en este volumen, y 1936, me-
ses antes de su muerte.
Prólogos para amigos salmantinos.
Uno de los primeros que don Miguel tuvo al llegar
a Salamanca en 1891 fué un compañero de Univer-
sidad, escritor también, con el que mantuvo una gran
INTRODUCCION
9
amistad: don Luis Maldonado, catedrático de Dere-
cho Civil, salmantino de nacimiento, político activo,
y Rector también de aquella, de 1918 a 1923. El libro
prologado es el titulado Querellas del ciego de Ro-
bliza, Salamanca, 1S94, seudónimo circunstancial de
su autor en esta empresa poética. En otro lugar me
he referido al origen de esta obra y de su prólogo,
que está en intima relación con el temprano entusias-
mo unamuniano por el poema argentino Martín Fie-
rro; pero oigámosle a él mismo:
"Andaba fuera de mí con el Martín Fierro,
poema poptdar gauchesco, enamorado perdida-
mente de su fuerza y su pujanza, del alma Cán-
dida y briosa que en él se refleja. Ejercía en su
pro una especie de apostolado, empeñándome en
que lo leyeran mis amigos y hasta en obligarles
a que les gustara... Cuando atravesaba lo más
ardiente de este período de apostolado entre los
amigos a raíz de haberles leído mi estudio so-
bre Martín Fierro, me vino un día mi buen ami-
go y compañero don Luis Maldonado Ocampo,
con la buena nueva de haber topado a un Martín
Fierro charrimo, de haber descubierto en este
hermoso campo de Salamanca, en plena charre-
ría, en Robliza en fin, nn ciego autor de unos
cantares que había él, Maldonado, recogido en
boca de su criado. Acto seguido me leyó el ro-
mance del ciego sacándome de mis casillas; bien
es cierto que llovía sobre mojado... Sin ponerlo
al igual del Martín Fierro, eso no, me deshice
en elogios al ciego y sus querellas, empren-
diendo al punto la tarea de persuadir a Maldo-
nado de la importancia de su descubrimiento
y de la excelencia del romance... ¡Aquello era
fresco y vivo y lleno de alma aquello! Tosco, es
verdad, como la encina que crece al aire y a los
10
INTRODUCCION
hielos y a los achicharramicutos del sol en el
camino de Robliza; tosco como la encina, pero
como ella vivo, de hoja perenne, de cuerpo ro-
busto. Menuda disertación le endilgué a propó-
sito de las querellas del ciego de Robliza. ¡ Y qué
de cosas barajé, Santo Dios...! Cuando Maído-
nado me vió más exaltado, sonrió con aire de
triunfador, me puso una mano en el hombro, me
miró y vie dijo: — "Pues mire usted, no hay tal
ciego de Robliza; es mía broma que he querido
darle ;^ el ciego soy yo." Me obstiné en un princi-
pio en negárselo, pero pronto me lo probó. La cosa
había sido sencilla. Viendo mi entusia-mw por
el Martín Fierro, él, que no lo participaba, por
lo menos en el grado que yo, anunció a uno de
nuestros amigos que iba a componer un Martín
Fierro charruno para pegármela con él; se fué
a casa, y de un tirón le salió del alma la pri"
mera de las presentes querellas. He aquí cómo
una cosa buena, más que buena, Martín Fierro,
engendró otra buena también. Porque lo de la
broma lo cree él, Maldonado ; pero sólo es ver-
dad en parte, o, más bien, sólo es parte de la
verdad; pues si él me jugó un bromazo — es
cierto — mayor es el que le jugó a él el Ciego
de Robliza, el ligrimo, el de la tierra, el que
lleva dentro. Porque ese ciego que dormía en su
alma, como en la de Sócrates el demonio fami-
liar, al oír parte del Martín Fierro se despertó,
empezó a gargajear y templar la pandereta, a
soltar hipos sin letra, a buscar forma para sus
quejas, V. cnbromando a Maldonado, al Maldo-
nado que le Uei'a. con lo de la broma, dió al
viento sus querellas."
Queda a la consideración del lector el tono enorme-
mente humano de esta anécdota histórica, para sub-
I X T R o D U C C I o X
11
rayar tan sólo cómo este primer prólogo de Unamu-
no brotó de una coyuntura también literaria. Es más,
el lógico final de aquel suceso era ése; que al reunir
el escritor salmantino sus "querellas'' en volumen fue-
se prologado por aquel a quien se pretendió embromar.
Dos tcstintonios más completarán las circunstan-
cias en que este prólogo nació. Uno se lo debemos al
amigo salmantino a que don Miguel alude, que no
es otro que el también poeta don Cándido Rodríguez
Pinilla, al que así mismo prologó años más tarde un
libro de versos, cuyo relato dice así:
"Andaba a la sacón Unainuno mity embebido
y entusiasmado con la lectura del poema gau-
chesco ?\Iartín Fierro, que nos leía diariamente a
los amigos, como si quisiera hacérnoslo aprender
de memoria. Sin dejar de alabar la obra ameri-
cana, no asentía Maldonado a todos los elogios
admirativos del maestro, al que hubo que decirle
un día que cualquier gañán charro de los muchos
que poseen vena de copleros, sabría hacer una
cosa semejante. Burlóse de la aseveración Unn-
muno, afirmando a su vea que, careciendo el
charro de sentida expresii'o, era imposible hallar
entre ellos ¡uulie capaz de hacer nada que se pa-
reciese de cerca ni de lejos a esta semicpopeya
del héroe de ¡a pampa. Calló Maldonado, pero al
día siguiente apareció con unas cuartillas en la
mano y leyó ante don Miguel la primera parle
del romatice, que tenía por titulo Querellas del
ciego de Robliza. Y lo gracioso del caso fué
que, pese a su agudeza y perspicacia extremadas,
Unamuno, engañado, sin duda, por la fonna
popular del romance, por su casticidad e indige-
nismo charruno y por su aparente tosquedad, cre-
yó inocentemente que se trataba de la obra de
un genuino coplero rural, hasta que, al fin. Mal-
12
INTRODUCCION
donado acabó por confesar que aUí no había más
coplero que el. Todo este curioso lance lo refi-
rió poco tiempo después el propio Unamuno en
el hermoso prólogo que puso a las Querellas,
que fueron publicadas añadiendo a la primera
parte del romance otras tres de la misma índole
y contextura." (Antología de las obras de Luis
Maldonado. (Salamanca, 1928, págs. 129-149.)
El otro testimonio, creo que inédito, nos lo brin-
da el propio Unamuno, que, poco antes, si/i duda,
de redactar su prólogo —en marzo de 1894 — ensa-
yó una réplica a Luis Maldonado en un romance in-
concluso que se conserva entre sus papeles, al que per-
tenecen estos versos, cuya semejanza con ciertos pa-
sajes de aquél, antes transcritos, es evidente. D:-
ccn así:
I Oh, tú, que quedaste ciego
de puro largo de vista,
charro de genuina cepa
a pesar de la levita !
¡Buena la charrada ha sido!
[Buena de verdad, muy fin.i!
Me las has pegado de veras
con el ciego de Eobliza,
]oh, ciego de larga vista!
Tú, que sabes no correrle
por no malgastar la vida
y que conviertes en sangre
hasta la col más insípida,
si no tuvieras un cuarto,
¡qué soberbio socialista!
Tú los dolores del charro
conviertes en grito de ira,
si no tuvieses un cuarto
iqué fecundo socialista!
Ten, pues, ojo y no te corras
con el ciego de Robliza,
porque te digo y repito
y no lo pierdas de mira,
que nadie, nadie en el raundo
de la cabeza me quita
que esas trovas no son tuyas
|oh, buen ciego de Robliza!,
que te brotaron del alma
como de una fuente viva
del otro que llevas dentro,
del otro ciego con vista.
A este grupo de amistades literarias salmantinas
de los primeros años de Unamuno catedrático univer-
sitario, pertenece el ya citado Cándido Rodríguez Pi-
nilla, cuyo libro. Poemas de la tierra, le prologó aquel
en 1914. Nacido en Lcdesma, miembro de una pres-
tigiosa familia de gran tradición política liberal, era,
como Luis Maldonado, unos años mayor que don
Miguel. La misma circunstancia de su ceguera /;'-
INTRODUCCION
13
sica, muy tempratiamente contraída, no restó áni-
mos a su tarea de poeta y periodista, y puso um nota
de humanidad en sus relaciones con Ummuno, que,
como él mismo proclamó, y muchos a diario pudimos
comprobar, era casi su lazarillo. Pero dejemos qt'.e
él mismo nos lo diga:
"No quiero, lector, que mi firma al pie de
este prólogo — así se inicia el que redactó para
este libro — pueda llamarte a engaño alguno.
No es esta obra de crítica, sino más bien de
afecto, de intenso cariño. Los versos que vas a
leer son, en efecto, de uno de mis mejores ami-
gos — mejor no le tengo; tan bueno, acaso — ,.
de quien tal vez sabe más de mis secretos, de
quien más confidencias de las torturas de mi es-
píritu ha recibido.
"Cándido R. Pinilla es ciego desde muy tem-
prana edad, y cuando, hace algunos años, le co-
nocí en esta su ciudad natal de Salamanca, in-
timamos al punto y muy luego me convertí en
su casi diario lazarillo y en su lector. ¡ Cuántos y
cuántos paseos no hemos dado juntos por esta
solemne tierra castellana que con tanto fervor
canta en estos versos!
"Es, sin duda, uno de los hombres a quienes
más debo, pues aparte de lo que haya podido
enseñarme por sí mismo, es tino de aquellos
que más me han hecho petisar y leer en voz alta.
Si algum virtuosidad poseo como lector — y de
ello me jacto — o él más que a otro cualquiera
se lo debo... Y hemos juntado él y yo nuestros
amores al campo y a la lectura... El campo y la
lectura han sido nuestros comunes maestros...
Nunca olvidaré unos días de vacaciones que pa-
samos juntos en Castillejo, sobre el Alhándiga.
El tiempo se puso crudo, nevaba, y no pudicndo
14
INTRODUCCION
salir al campo, teníamos que abrigarnos en la
vieja cocina, al amor de la lumbre del hogar,
donde ardían, bajo la ancha campana ahumada,
troncos de encina. Y allí, sentados en el escaño
los dos, me ponía yo a leerle viejas consejas,
cuentos y poesías que han consolado a tantos de
haber nacido. Los gañanes y los pastores iban
recogiéndose y viniendo a casa, y, silenciosos,
sin chistar, casi de puntillas, se ponían en rolde
a la hoguera y a escuchar con recogido deleite
mi lectura... Leí a Cándido y a los pastores y
gañanes, entre otras cosas, las narraciones que
constituyen las Vidas sombrías de Pío Ba-
raja, y no podrá suponer este escritor, mi paisa-
no, lo hondo de la impresión que en aqucJlos
pastores produjo el relato de La Sima... Esta ha
sido, pues, nuestra escuela. Y en ella aprendió
Cándido Pinilla, como aprendí yo, su amor a este
rudo campo austero, el amor que en estos versos
canta. Y lo canta desde dentro..."
Y puesto que se trata de un libro de versos y Una-
muno era, ante todo, un poeta, no renunciamos a
reproducir este párrafo de su prólogo :
^'Son a la vec estas poesías, lector amigo, flo-
res de otoño. No es Cándido Pinilla ningún
mozo. Ha vivido bastante para atesorar poesía,
que es siempre crema del pasado. Y del pasado
que se vive ; es decir, que se sufre. Y Pinilla ha
vivido más que a su edad otros, porque ¡ta teni-
do que vivir más íntimamente, ya que Dios le
ha hecho buscar la luz hacia dentro. Quiero de-
clararlo una vez más: desconfío de los poetas
demasiado jóvenes. Sus osadías son de reflejo;
su canto rara vez pasa de ser un eco, en que
INTRODUCCION
15
nada propio han puesto. Sus audacias no tras-
cienden de la técnica."
Lo que trae a nuestro recuerdo el prdpio queha-
cer de Unamuno como poeta, iniciado pública y
tímidamente a sus treinta y cinco años. Recordemos
los dos versos iniciales del poema con que se abre
su libro Poesías, aparecido en 1907:
"Aquí os entrego, a contratiempo acaso,
flores de otoño, cantos de secreto."
Fecha, circunstancias y quehacer que le han per-
mitido ocupar esa postura de poeta "retrasado" en
las letras españolas de este siglo, actitud recientemen-
te subrayada por Luis Felipe Vivanco, que hace co-
partícipe de eUa a Antonio Machado, otro de los gran-
des espíritus afines al de don Miguel.
De otra generación más joven que la de Unamuno
es el poeta salmantino, ya muerto, Luis Romano
Cuesta, que a sus veinte años, en 1902, presentó a
aquel su libro de poesías, Horas grises, para que
lo avalase con un prólogo. Perteneciente también a
una familia de abolengo político liberal, sabe-
mos que mantuvo relación epistolar con Rubén
Darío, con "Aaorín" y con otros ingenios de las
Letras españolas; pero tras este su primero, y creo que
tínico escarceo con la poesía, no tenemos noticia de
empresa suya, poética o literaria- posterior, al menos
pública, aunque siempre conservó un ínfimo culto
por estos menesteres, de los que si le alejó h vida,
que puso al servicio de otras actividades, principal-
mente jurídicas, fueron siempre para él un recuerdo
perenne de años juveniles. El tono de este prólogo
unamuniano parece adivinar todo esto.
"La z'crdad es que se necesita tener 7'eintiiín
años — comienza diciendo — o una gran fe en .fí
18
INTRODJjCCIOX
Pero con su cuenta y razón y ordenadamente,
como hombre grave y cuerdo.
"Hace siglos que esta Salamanca, que, según
Cervantes, enhechiza la voluntad de volver a eÜa a
cuantos de la apacibilidad de su vivienda han
gustado, le volvió loco al pobre Tomás Rodaja,
luego Licenciado Vidriera. El pobre Rodaja no
se suicidó, como Adolfo Mencndcs, pero tuvo que
emigrar de la patria luego de curado de su locu-
ra. ¿No os recuerda alguna ves este Adolfo Me-
ncndec, con su amor desenfrenado a la verdad y
su odio a la gravedad hipócrita, a aquel pobre Li-
cenciado Vidriera? El ambiente de una y otra no-
vela es sustancialmente el mismo. Aquí tienen,
pues, los peleles, cuyo número es, como el de los
tontos, infinito, un espejo en que mirarse. Y
que Dios les lleve al suicidio; ¡amén! Así se
despelelicarán."
De por estos años es el epílogo que Unamuno re-
dactó para el libro Alpinismo Castellano, Bilbao, 191 f,
obra de un contemporáneo suyo, salmantino de adop-
ción, emparentado con fa)itilia bilbaína, la de su mu-
jer, y samorano de nacimiento. Hombre entusiasta de
los parajes montañeros de la región, y en especial de
Credos, que tan hondo labró en el sentimiento una-
muniano del paisaje español, parecía natural que cuan-
do su autor compuso esta especie de guía excursio-
nista de las serranías meridionales de la provincia,
desde su Peña de Francia hasta el macizo de Credos,
acudiese a Unamuno, con quien le unía buena amistad,
para que escribiese algo sobre este escenario, que su
poesía convirtió en alta cumbre lírica. Y esta comuni-
dad de sentir es lo primero que aquél proclama en
su epílogo.
^^Tambicn yo, como Andrés Pérez-Cardenal,
mi amigo, he ido a curar mis murrias ciudadanas,
INTRODUCCION
19
y acaso mis aprensiones, en las cumbres soleadas
de Gredas y en el alto de la Peña de Francia.
Conozco el silencio salutífero de las cimas ceñi-
das de cielo, en esas aras del templo que es Espa-
ña. Y de ellas he hablado muchas veces con
Pérez-Cardenal, apóstol del alpinismo castellano."
y esta consideración personal, amistosa y rememo-
radora, tenía que llevarle a lo que el paisaje castella-
no fué para los hombres de su generación. Así al me-
nos nos parece verlo en este otro párrafo de su epí-
logo:
"Se descubrió la grandiosidad épica de la lla-
nura, hasta de la estepa y el páramo, y gracias al
prestigio literario se llegó a hacer de ella hasta
un lugar conn'in, ya en oratoria — hablada o es-
crita— , ya en verso. Por reacción se opuso la
llanada a la montaña, y pareció olvidarse que
Castilla es tierra montañesa también, o, más bien
que montañesa . serrana. Hay una Castilla serra-
na, tan Castilla como la llanera. Y el verdadero
corazón de Castilla, un corazón desnudo, todo
roca, que se levanta al cielo, buscando por encima
de las nubes al sol, desnudo también, es Credos,
Es su cima, a donde hay que ir a recibir el sa-
cramento de la confirmación de la patria."
Y don Miguel fué uno de los que allí lo recibió.
Tan hondo se le metió este escenario en el hondón
de su alma. Y años más tarde ei'ocaria su encres-
pado perfil en la amahilidad urbana de París, o so-
ñaría con sus crestas difíciles en las noches del des-
tierro de Hendaya, a la puerta de su país vasco.
Entre los amigos salmantinos de don Miguel figu-
ró Fernando Felipe, fallecido en 1947, a sus setenta
y tres años. Hombre reservado, aunque cordial, con-
20
INTRODUCCION
jugó una vocación literaria muy retraída e íntima
con su actividad docente de profesor de Lengua Fran-
cesa en la Escuela Normal de Maestros salmantina.
Y fué este segundo menester, la publicación de una
Gramática de esa lengua, lo que llevó a Unamuno,
en 1912, a prologársele. Circunstancia que aprove-
chó, a la vez que complacía al amigo, para exponer
su punto de vista, muy del día, por cierto, sobre la
enseñanza y aprendizaje de las lenguas vivas en los
centros docentes españoles.
"Porque ha sido frecuente enseñarla — se re-
fiere a la lengua francesa — entre nosotros como
una lengua muerta, fijada de una vez para siem-
pre. Cierto es que los españoles que han enseña^
do y enseñan el francés como lengua muerta,
sienten su propia lengua, el español, como muer-
ta también. O sea, que no lo sienten, aunque lo
hablen y lo escriban. Lo hablan como lengua es-
crita."
Los restantes prólogos unamunianos a libros de .<;us
amigos salmantinos, corresponden a autores de ge-
neraciones posteriores, las de sus propios alumnos o
de los que pudieron serlo. El primero de ellos, Fran-
cisco Maldonado, actual catedrático de la Universi-
dad de Madrid, es hijo de Maldonado, a quien don
Miguel prologó en 1894. Pero por ser su libro la ver-
sión de un poema portugués, nos referiremos a él en
otro lugar.
Discípulo de sus enseñanzas salmanticenses es An-
gel Rcvilla Marcos, hoy también catedrático en Se-
govia, cuyo libro, José María Gabriel y Galán. Su
vida y sus obras, aparecido en 1923, no sólo lleva un
prólogo unamuniano, sino que, como en el propio
libro se indica, fueron utilizadas para su redacción las
cartas que don Miguel conservaba del poeta sahnati-
INTRODUCCION
21
tino, con el que tuvo relación y trato en Salamanca.
Por ello es natural que el prologuista aproveche la
oportunidad para descubrirnos el tono de dicha amis-
tad, al tiempo que pone en pie sus recuerdos perso-
nales del poeta tan tempranamente fallecido.
"Porque va a ser preciso —nos dice allí — des-
hacer ciertas leyendas que respecto a Galán y su
poesía han fraguado los que, haciendo de su nom-
bre algo peor que bandera, banderín de engan-
che de cofradía literaria, pretenden monopolizar
el culto a su memoria.
"Como lo que podríamos llamar el "galanismo'^
— dice más adelante — , se está haciendo una doc-
trina, que poco o nada tiene que ver con el arte
ni con la estética, debo dejar para mejor ocasión
el hablar de la poesía y la personalidad de José
María Gabriel y Galán. Aunque ello siempre sea
expuesto a malas inteligencias."
Diez meses después de haber hecho público tal pro-
yecto, Unamuno salió de Salatnanca para ser confi-
nado en la isla atlántica de Fuerteventura, y no ha-
bría de regresar a ella sino al cabo de seis años. No
llegó a cumplirse aquél, pero quien aspire a informar-
se de su relación con Galán, lea no sólo este prólogo
y el libro para el que se escribió, sino, entre sus dis-
cursos y conferencias de la segunda parte de este vo-
lumen, lo que a la muerte de aquél dijo y publicó.
No fué discípulo de Unamuno en Salamanca, aun-
que por su edad pudo haberlo sido, sino compañero
suyo de claustro en esta Universidad, José Camón
Aznar. Y de la amistad entre ellos, surgida al ampa-
ro de las viejas aulas, nació, sin duda, este prólogo,
puesto al frente de la tragedia El héroe, muy espe-
cialmente recomendada por el Jurado, que concedió el
premio "Lope de Vega" de 1933.
22
INTRODUCCION
"Conocía yo El héroe — nos dice — ^ que me lo
había dado a leer mi amigo y compañero — pues
es profesor de Historia del Arte en esta Univer-
sidad de Salamanca — , y esperaba esta merecida
distinción. Lo que le animará a mi amigo Ca-
món a darse con más intensidad al cultivo de las
bellas letras."
No sólo la amistad, sino un común quehacer o gus-
to por la tragedia clásica son circunstancias y entraña
de las páginas de Unamuno, tal como nos lo descubre
en este pasaje:
"El Jurado le cree a Camón un humanista "muy
en el nervio de la antigüedad greco-latina" , y no
anda errado en esa cf-eencia. Habla del "empaque
oratorio del mejor tono" que hay en su obra, y
esto del "empaque" me place. Sí, hay en ella un
empaque barroco, más aún que helénico romá-
nico y acaso alejandrino, como corresponde al hé-
roe de El héroe, que es Alejandro Magno. Y
aún más que románico lo llamaría yo romano-
ibérico, y, en cierto sentido, senequiano. Leyen-
do El héroe se me vinieron a las veces a las
mientes pasos de Séneca, cuya Medea tradnie
hace poco más de un año. Y en cuanto a lo de
ibérico, he de hacer notar que José Camón es
estrictamente ibérico : un aragonés nacido y cria-
do en la cuenca del Ebro. Y, ¿no nos ha de re-
cordar en más de un respecto El héroe de Ca-
món a aquel otro aragonés que fué Gracián, con-
ceptista y senequiano también?"
Muy poco conocido es, ya que el libro que lo osten-
ta alcanzó una reducida tirada, el prólogo que Una-
muno escribió para el titulado Cincuenta fotos de Sa-
INTRODUCCION
23
lamanca, publicado en dicha ciudad en 1934. Su autor,
José Siiárcz, gallego de nacimiento, estudiante de la
Facultad de Dereclio, en la que se licenció, y salman-
tino por matrivwnio, es un excelente fotógrafo. A
él se debe la magnífica y ya famosa fotografía de
don Miguel en las cumbres de "La Flecha", teniendo
a sus pies el perfil del río Formes, que viene cru-
zando una llanura entonces afanada en las tareas de
la recolección. Editadas y distribuidas ésta y otras
fotografías suyas con ocasión de ser jubilado Unamn-
no, en setiembre de 1934, por la comisión encarga-
da de preparar los actos de entonces, lograron una
extraordinaria acogida. Y un día, José Suárez, con
mimo artesano y sensibilidad de artista, compuso este
libro, que más que un álbum al uso es todo un itine-
rario gráfico salmanticense. Para él escribió don Mi-
guel unas cuartillas emocionadas, a las que pertene-
cen estos párrafos :
"Hay aquí, además, algunos aspectos recojidos
de la ciudad de Salanuinca, en cuanto paisaje,
en cuanto país, que no ha solido ser costumbre
recojcrlos. Al que, como yo. ha estado día tras
día, durante años, saludando con la mirada a aquel
David con su arpa de una de las claves de la
bóveda de entrada de la Uniz'crsidad, ¡lo que le
tiene que decir z'crlo en el concreto de una repro-
ducción fotográfica, más precisos a la vista sus
contornos! ¡Y aquel pino del llamado Jardín
Botánico! ¡Y aquella parra de la casa rectoral,
a la que hace años dediqué un soneto! Aquí
quedan no sólo trozos, sino monumentos del
paisaje urbano, monumental, de nuestra Sala-
manca. Quedan para los que los hemos vivido.
Y quedan para que traten de vivirlos los que
no los vivieron"
24
INTRODUCCION
Finalmente, incluyamos en este grupo de los prólo-
gos salmantiyws aquel pensamiento autógrafo que se
llevó de la ciudad uno de los primeros alumnos de
don Miguel, estudiante en ella en 1894. Tal hizo José
Balcázar y Saharicgos, quien, siendo ya catedrático
en el Instituto de Ciudad Real, colmó su nostalgia
de los años vividos en ella dando a las prensas unas
Memorias de un estudiante de Salamanca, a cuyo
frente puso aquellas líneas de sti maestro de cuarenta
años atrás.
Los PRÓLOGOS BILBAÍNOS.
No tan remotos ni numerosos como los salmantinos
son los prólogos nacidos de la circunstancia bilbaína
de su autor. Pero, en general, de una decisiva im-
portancia: o por la honda amistad que pregonan y
los motivan, o por la información autobiográfica
que nos brindan.
El primero de ellos, fechado en 1S97, figura al
frente del libro Poesía, de Juan Arzadun. Fué Ar-
sadun, fallecido no hace muchos años, retirado ya
de su profesión de jefe del Ejército, coetáneo rigu-
roso de Unamuno, cuya íntima amistad nos descu-
bren las cartas de éste que aquél publicó en 1914
en la revista Sur, de Buenos Aires. Fué también
Arsadun en sus años mocos escritor de fuste, como
lo revelan las poesías y cuentos reunidos en este
volumen y su drama Fin de condena, estrenado por
Enrique Borrás. En algunas revistas y publicacio-
nes del tramonto del siglo pasado al presente, su firma
apareció no pocas veces junto a la de su amigo y pai-
sano, que, como esas cartas indican, fué también en
ocasiones su introductor en los medios literarios na-
cionales,
INTRODUCCION
25
"Trátase para mí — dice el propio Unamuno,
refiriéndose a Arcadiin — de un amigo en quien
me será siempre imposible no ver más que al es-
critor, ente de razón o ficticio fantasma, al que
sacrificamos no pocas veces la propia persona-
lidad íntima."
Y poco más adelante añade :
"Es para mí este poeta un hombre de carne y
hueso, algo más que una cifra; es un amigo ante
quien he dejado correr los anhelos de mi pecho.
Nunca podré tomarlo de conejillo de Indias, ni
de mero argumento de estudio psicológico. No
en vano leyendo algunas de sus cosas las lágri-
mas han asomado a mis ojos."
Esta doble veta, humana y literaria, de tan hon-
da amistad, lleva a Unamuno en este prólogo a des-
nudar su alma, embozada en íntimos recuerdos, re-
firiéndose a uno de sus primeros relatos novelescos,
el que, con el título de "Las tribulaciones de Susín",
dió a conocer en El Nervión, de Bilbao, en 1892, y
que hoy figura en su libro El espejo de la muerte.
Está, como es sabido, dedicado a Juan Arzadun, pero
creo que la razón de tal dedicatoria es en este prólogo
donde se nos ofrece. En estos términos :
"He derramado por publicaciones varias mu-
chos escritos sueltos, y han pasado desapercibi-
bidos los más íntimos y sinceros, mientras no ha
faltado quien tomase nota de los menos propios.
En uno de los primeros, de los que brotaron de
dentro, se fijó Arzadun; de él me ha hablada
muchas veces; con motivo de él me dedicó unos
versos. Era el relato de las aventuras de un niño
26
INTRODUCCION
que se escapa de junto a su niñera. En este es-
crito adivinó acaso lo mejor mío; el espíritu
que en él palpita es el que nos ha unido más, y
tnás tarde hemos podido hablarnos de nuestros
hijos, sintiéndonos más íntimamente amigos al
vernos padres. Sé que se acuerda de aquel Susín
de mi cuento, de su escapatoria a través del cam-
po, de sus terrores ante la pacífica vaca y el in-
diferente perro, de su angustia al sorprenderse
solo y de cómo, empapado en llanto, apoyó, al
llegar a su hogar, la mejilla en la de su padre y
se durmió en los brazos de éste. Lo escribí hace
años, y hoy es cuando comprendo lo que enton-
ces escribí."
En este apartado daremos cuenta de uno de los pró-
logos, sin duda el 'menos conocido, el que figura al
frente del libro de Anialdo Larraburc, Significación
del seguro sobre la vida humana, Salamanca, 190Í.
El propio teína no dejará de parecer e.rtraño a no
pocos de los lectores de don Miguel, y los que le
lean tal vez encuentren, aun a través de la proyección
histórica en esas páginas perfilada, no poco de tec-
nicismo en esta materia.
Las únicas noticias complementarias que puedo
brindar proceden de una carta del propio Unamuno a
su amigo Pedro Corominas, pocos meses posterior a
la redacción de dicho prólogo. He aquí lo que de ella
nos interesa:
"Le envié un ejemplar del libro de mi amigo
Larrabure, al que he puesto un prólogo. No pue-
do encarecerle lo bastante cuánto me intereso por
la difusión y propaganda de tal libro. A este
efecto quiero enviarle otro ejemplar al amigo Ríii,
y le ruego a ustedes que le dediquen algún es-
pacio, cuanto más, mejor, en la revista. Sería lar-
IXTRODUCCIOX
27
go de contar por que vic intereso tanto en el li-
bro, más que si fuese mío. Bástele saber que
soy el responsable de que lo Jiaya piiblicadd
Larrabure, que es un paisano mío, vasco-francés.
He de hacer por esa obra lo que ni he hecho ni
liaré nunca por las mías."
Aunque Unamuno jijó su residencia en Salaman-
ca en 1S91, mantuvo una constante relación con su
Bilbao nativo, por el que periódicamente asoniaha
todos los años, en especial hasta el de 190S. en que
murió su viadre, que residía allí. Otro lazo fué el de
sus colaboraciones en la Prensa bilbaína, reiteradas
desde el mismo año en que llegó a Salamanca. Y
otro, menos conocido acaso, el de su casi diaria lec-
tura de la Prensa local de Viccaya.
"He querido siempre — nos dice en este prólo-
go— • vivir en. mi Bilbao, y he querido que mi Bil-
bao, y vuestro Bilbao, y el Bilbao que es de todos
y el que no es de nadie, ni de sí mismo, viva en
nú, y para ello he recibido a diario algún perió-
dico de mi pueblo.
"En estos idtimos años. El Liberal."
Y en este diario hacía una sección fija Mendive, la
misma que dió título a este libro suyo. La linterna má-
gica, que Unamuno le prologó en 1919, cuando, como
él mismo dice en sus primeras líneas, llevaba veinti-
siete años de vecindad fuera de su Bilbao.
"Por la Linterna mág-ica, de Mendive — aña-
de— , veía desfilar nuestras anécdotas categóricas
envueltas en esa dulce luz del dulce otoño de nues-
tros valles. Me parecía verlos al través de un
vasito de aquellos clásicos, como de campanilla
— la flor — • de ligero c inofensivo chacolí. Y mi
28
INTRODUCCION
conclusión era : "■Este mundo es una chirenada y
nada más."
Y como el autor de esta sección periódica respiró
de niño el ambiente de una paragüería de la villa, titu-
la a su prólogo don Miguel: "Mcndive, la anécdota
categórica, el sirimiri y la filosofía del paraguas", y
hasta invita a éste que parodiando a Carlyle, cuyo
Sartor resartus es una filosofía del traje, componga
otra del paraguas, para la que el prologador le brinda
ciertas notas.
Humor chimbo que don Miguel evoca en la cumbre
de sus cincuenta y tantos años, y nostalgia de aquel bo-
chito bilbaíno que él mismo describiera en escritos su-
yos muy anteriores. Esto y más que el lector hallará
por sí mismo se alberga en este prólogo, tan entra-
ñable.
Al mismo clima evocador y nostálgico responde el
último prólogo bilbaíno, el que figura al frente del
libro de Emiliano de Arriaga, Revoladas de un "chim-
bo", aparecido en 1920. Tal compendio de recuerdos
autobiográficos lo presiden unos versos del propio
Unamuno, elegidos entre los que componen su poe-
ma "Las estradas de Albia", y el primero de ellos
va encaminado a explicar el título a los foráneos y
presentar al autor a sus lectores.
"Revoladas, o sea vuelos cortos de chimbo,
llamó, lector — nos dice — , a las hojas que vas a
leer o releer, Emiliano de Arriaga, un chimbo
que nació, creo, en Bilbao, en el bochito, y que
después de una vida de honrado trabajo y senti-
mentales añoranzas pasada en Bilbao, murió no
lejos de él y en breve ausencia.
"Arriaga — dice más adelante — , cuya vida
trascurrió en Bilbao, a orillas del Nervión, río
enfermo entre pretiles, y al pie de Archanda-, po-
INTRODUCCIOX
29
día revolar por él como los chimbos; pero, ¿y
aquellos a quienes el viento de la suerte nos arran'
có de la villa y nos arrojó a echar raices juera y
lejos de ella? A echar otras raíces, ¡claro!, sin
perder éstas. A mí no me queda revolar como el
chimbo, sino chilotear como el cochorro, en torno
a mis recuerdos y añoranzas de niñez y de moce-
dad bilbaínas, y ahora y aquí en torno a estas re-
voladas."
Mas todo lo que sigue, entrevisto y recordado en la
propia entraña de su pasado, al que sus lectores pudie-
ron también asomarse un día, cuando les entregó en
letras de molde sus propios Recuerdos de niñez y de
mocedad, de los que este prólogo es perfecto comple-
mento, y no es el menos hondo de sus recuerdos el que
al final de estas páginas prológales se alberga y de las
que se ycrgue para salir al encuentro de los biógrafos
unamunianos. Está contenido, parece que alienta aiín,
en este patético pasaje, con el que damos fin a este
apartado :
"Los libros de Emiliano de Arriaga, que guardo
en mi librería doméstica, están cotisagrados. En
las márgenes de sus hojas queda la leve señal de
los dedos temblorosos de mi santa madre, que, con
las de los libros de devoción y pocos más, repasaba
cuando se iba despidiendo de esta vida, de la que
salió al fin el día de Nuestra Señora de Begoña y
estando en el mirador de la casa en que me crió,
mirando el arranque de aquellas calzadas por don-
de se sube a Mallona y a Begoña. Ella protegió
muchos años mi inocencia. Y para recoger la que
aún me quede, vuelvo de vez en cuando a estos
recuerdos inocentes de nuestra honrada poesía
bilbaína."
30
INTRODUCCION
Prólogos a poetas españoles.
De los cinco congregados en estas páginas prológa-
les, realmente las dedicadas a Salvador Rueda no res-
ponden a este carácter. Son itn fragmento de una carta
de don Miguel a Bernardo G. de Candamo, a la que
luego nos referimos; pero por contenerse en sus párra-
fos una aguda semblanza del poeta malagueño, hetnos
considerado oportuno incorporarlas. Aparecieron como
umbral del libro titulado Fuente de salud, publicado
en 1906.
Cronológicamente, es anterior, y éste ya es prólogo,
el que en 1900 dedicó al libro Estrofas, de Bernardo G.
de Candamo, que nos ilustra, no sólo sobre las relacio-
nes de éste con don Miguel, sino que contiene tam-
bién apuntaciones y sugerencias muy de tener en cuen-
ta acerca de la poesía española de aquellos tiempos.
Allí está ya su fórmula poética, como "eternización de
la momentaneidad" y su reiterada insensibilidad para
la cuerda erótica "cuya más íntima esencia — por .^er-
lo — acaso se me escapa".
Quizá el mejor complemento de este prólogo pueda
encontrarlo hoy el lector, y por sí mismo, en las cartas
que Unamuno dirigió a Candamo por estas fechas, y
que él mismo está dando a conocer ahora en las pági-
nas de la revista madrileña Indice de Artes y Letras.
De ellas nos había dado unos sugestivos anticipos en el
preámbulo que hace unos años redactó Candamo para
el tomo II de la edición de Ensayos, de la editorial
Aguilar, Madrid, 1942. Entonces era un florilegio de
pasajes, agrupados por temas; hoy son los textos com-
pletos de aquella comunicación epistolar, piezas capi-
tales para el conocimiento del Unamuno poeta y escri-
tor de la primera decada de este siglo.
A una de c.ms cartas, felizmente rescatadas del ol-
vido, pertenece, como dijimos, el pasaje en que don
INTRODUCCION
31
Miguel presenta a Rueda a sus lectores, y en ella se
habla también de este prólogo, que en abril de 1900
se está redactando, y se alude, incidentahncute , al que
apareció con el libro de Larrabure. Lo referente al
de Candaino, incluso con el título primitivo, que
como vemos no prosperó, reza así:
'^Del prólogo de sus Impresiones y poemas
tengo una cuartilla llena de notas e indicaciones
—con letra núcroseópica, como para mis apuntes
uso — y dos tan sólo escritas ya del trabajo de-
finitivo. Todo es que me ponga a ello. Y a la ves
que el prólogo recibirá usted otras notas, para su
uso particular, en que le diga confidencialmen-
te lo que al público no le importe y a usted sí."
Otro de los prólogos para poetas españoles, aca-
so el más citado y conocido de Unamuno, por la di-
fusión que alcanzó el libro en que figura, es el que
puede leerse al frente del de Manuel Machado, Alma.
Museo. Los Cantares, aparecido en 1907. Tal cir-
cunstancia creo que me releva de más amplia refe-
rencia a su contenido, tantas veces sacado a colación
cuando del modernismo y de la poesía unaniuniana se
ha tratado. Lo único que quisiera es puntualizar que
este prólogo, titulado "La poesía de Manuel Machado",
es distinto y muy posterior a un ensayo que dedicó a
uno de los volúmenes de poesías en este tomo conteni-
do. Me refiero al que con el titulo de El Alma, de Ma-
nuel Machado, rió la luz en las columnas del Heraldo
de Madrid, de 19 de marzo de 1901, y que hoy figura
incorporado a estas Obras Completas, tomo V, páginas
194-202. Madrid, 1951.
El cuarto de los poetas españoles prologados por
Unamuno es el que en 1915 publicó el libro El lino de
los sueños, con el seudónimo poético de "Alonso Que-
sada", o sea el canario Rafael Romero. La amistad
32
INTRODUCCION
con él debió iniciarse con ocasión de la visita que don
Miguel hizo a las islas Canarias en 1909, del que da-
tan aquellos escritos suyos titulados '^La Gran Cana-
ria", y "La Laguna de Tenerife", incorporados más
tarde a su libro Por tierras de Portugal y de España.
De todo ello hay amplia referencia en este prólogo,
algunas veces citado por aquellos que han considerado
el propio crear poético unamuniano.
"Estos cantos te vienen, lector — se lee en él — ,
de una isla y de un corazón que es también, a su
modo, una isla. Estos cantos han sido ceñidos por
el Océano y te traen el eco de stis olas rompiendo
en los pedregales de la orilla. Estos cautos te vie-
nen, lector, de un mar interior, de un mar de co-
razón, que se ha dormido hace más de cien años,
mucho antes de que el poeta naciese, que lo reci-
bió ya dormido. Estos cantos te vienen de una de
las islas a que se llamó, no sé por qué. Afortu-
nadas; pero donde muchos, muchos, viven en
las bendita pobreza de su casa, de comida humil-
de, bajo la sonrisa triste de la madre y ganándo-
se el pan trabajando para el extranjero. Estos can-
tos te vienen de una tierra donde apenas Uueve,
seca y ardiente; pero donde se sueña, esperando
a la esperanza. ¡Que es esperar!"
En ella viviría el propio Unavmno menos de
diez años después, en la que llamó fuerteventurosa
isla de Fucrteventura, esperando también a la es-
peranza que una vez más, y como siempre en él, es-
tarta tejida con sus recuerdos. El más doloroso,
juzgando por lo demoradamente que lo considera en
este prólogo, es el dedicado a aquel joven isleño,
Manuel Macías Casanova, a quien tan profunda im-
presión le produjo don Miguel, muerto victima de
un accidente cuando éste trataba de traerlo a se-
INTRODUCCION
33
guir estudios en la Universidad salmantina. Porque
la impresión fué mutua y Unamuno lo puntualiza.
Otra de las consecuencias de aquel viaje unamu-
niano a Canarias, llevado en menester de mantenedor
de unos Juegos Florales, es, con seguridad, este li-
bro de Alonso Quesada. No lo indica el, pero por
las cartas que el poeta canario iba cnviándole a
Salamanca, alguna de ellas acompañada de sus ver-
sos, es fácil y seguro rastrearlo, si no lo proclamara
también alguno de los poemas del libro a él dedi-
cado.
Añadamos un testim^onio ajeno sobre este prólogo.
Lo encuentro en ei libro de Ramón Feria, Signos
de Arte y Literatura, Madrid, 1936, en cuya página
cuarenta y siete se lee esto:
"El prólogo de Unamuno al libro El lino de
los sueños, de Quesada, seudónimo de Rafael
Romero, nos ha revelado tres cosas, con una
lógica en sí y una interpretación crítica. Son:
el mito isleño, el poeta dramático que es Que-
sada, más que poeta lírico. Y también, añadi-
mos, la facundia creaciomsta, suscitadora, de
Unamuno."
Y el quinto y último poeta de este apartado es
Salvador de Madariaga, cuyos Romances de ciego,
Madrid, 1922, van precedidos de un prólogo una-
muniano al que tituló "Poesía de verdad tenebrosa" ,
firmado en Salamanca en las primeras semanas del
año 1919. La fecha es importante por lo que en los
párrafos iniciales declara don Miguel, al referirse
a "la inexpresable tragedia actual de España" que
"consiste en que ésta se disuelve civilmente, se de-
rrite en la historia. Y es la némesis trágica de su
historia."
34
INTRODUCCION
Cuando este acendrado dolor de su España,
le nublaba el ánimo "cayeron bajo mis ojos en
la efímera revista España — escribe — unos ro-
mances de ciego jironados por Julio Arceval,
que desde luego presentí era un seudónimo. Y
reconocí y sentí en ellos 7ni alma española, o
ibérica, radical, las raíces de mi España trá-
gica... Y al leer estos romances me dije: "No,
mi España, aunque muera, no morirá; mi Es-
paña muere para no morirse." Porque en estos
trágicos romances de ciego, nuestra España
central, ibérica, radical, la del yermo y el pá-
ramo, muere porque no muere. Y luego de
muerta según el mundo, vivirá, ¡ trágica sombra
de los espíritus errantes!, mucho más que los
pueblos que se confían a sonetos quintaesencia-
dos de renacentismo pagano."
De tal modo caló en el ánimo unamunesco la vos
de este Eclesiastés ibérico que un día le llegó por el
cauce tradicional del verso romance.
Tres poetas hispanoamericanos.
Como en la obra conjunta de Unamnino la par-
cela de sus prólogos tiene también su atención para
las letras de América. Aislando ahora los dedicados
a sus poetas, el primero que el orden cronológico
trae a nuestra consideración es el peruano Santos
Chocano, cuyo libro Alma América. Poemas indo-
españoles, Madrid, 1906, aparece cuando el autor
reside como diplomático en la capital de España.
Dada la significación e importancia que este poeta
tiene en el modernismo, menos universal, desde lue-
go, y acaso menos lírico también que Rubén Darío,
INTRODUCCION 35
las páginas unanmnianas adquieren, al menos así lo
creo, un subido interés. Falto de espacio para dete-
nerse en. ellas, saltando por un par de recuerdos au-
tobiográficos del prologuista, tal vez fuese un buen
índice de esta actitud suya la que nos permite des-
cubrir este pasaje:
"Yo no sé si este prólogo parecerá una sarta
de cuentas de cristal que he querido poner al
cuello de Alma América ; pero para evitarlo he
procurado dar en él, al mostrar el reflejo del
espíritu de Chocano en el mío, algo de mi pro-
pio espíritu."
Lo que se remata con este otro:
"F doy las gracias a Cliocano que con el via-
je en alas de su ''Pegaso" o "Clavileño" me lia
hecho desear más mi rincoyicillo casero, mi patria
mínima. En este viaje he aprendido, por la
nostalgia, tanto mayor cuanto Tnás espléndidos
eran los panoramas que el poeta me ponía ante
los ojos, cuán hondas raíces tiene en mi espí-
ritu esa patria mínima que, como la del cara-
col, va conmigo donde voy... Leed, amigos, es-
tos sonoros y brillantes poemas, y volved luego
a vuestros viejos lares, que, lavados vuestros
ojos con la visión espléndida, veréis aqueUos
lares más dulces, más íntimos, más vuestros."
Más conocido, y de ello aduciremos pruebas más
adelante, es el prólogo de Unamuno a las Poesías,
de José Asmición Silva, primera edición de sus
obras aparecida en Barcelona en 1908, a los trece
años de su temprana muerte. Reeditada esta colec-
ción en Parts, por Michaud, en 1913, con el mismo
prólogo unamuniano, de ella deriva, creo, su difu-
36
INTRODUCCION
sión. La Revista de Libros, que por entonces se pu-
blicaba en Madrid, reprodujo parte de aquél en su
número V, correspondiente al mes de octubre de di-
cho año.
En sus primeras lineas explica don Miguel cómo
recayó sobre él esta tarea: una invitación de Her-
nando Martínc::, colector de los escritos en prosa
y verso del infortunado poeta colombiano. Y el rec-
tor salmantino no vaciló en aceptar la tarea.
"... le contesté — nos dice — no sólo aceptán-
dolo, sino dándole las gracias por el encargo.
Me parecía poder decir muchas cosas sobre el
dulce poeta bogotano. Y me parecía poder de-
cirlas porque en las lontanarjzas de mi memo-
ria, entre rumor de hojas secas, susurraban re-
tazos de sus cantos. Su letra se me había vo-
lado, pero me quedaba su música íntima, su
música silenciosa, música de alas."
Lo cual es de interés para la filiación poética del
propio don Miguel, que aquí nos revela una de sus
tempranas lecturas. Tal vez la sincera nota becque-
riana que late en Silva alentase en esa música sin
alas de que el prologador nos habla. Sin rehuir, él
mismo lo proclama, aquel anticipado temblor moder-
nista que late en sus versos. Por cierto que esto
motiva este revelador párrafo ttnamiiniano digno de
ser sumado a sus ademanes opuestos al modernismo.
Tan terminante nos parece.
"No sé bien — comienza diciendo — qué es
eso de los modernistas y el modernismo, pues
llaman así a cosas tan diversas y hasta opues-
tas entre sí, que no hay modo de reducirlas a una
común categoría. No sé lo que es modernis-
mo literario, pero en muchos de los llamados
INTRODUCCION
37
modernistas, en los más de ellos, encuentro co-
sas que encontré antes en Silva. Sólo que en
Silva me deleitan y en ellos me hastian y en-
fadan. Y es que uno dice una cosa — remata —
y con eüa ilumina o calienta a sus hermanos,
la repite otro y les deja a oscuras y fríos. La
idea es la misma; se le apagaron fuego y luz al
pasar de uno a otro, y de brasa ardiente y lu-
ciente que era se quedó en carbón frío y os-
curo."
Silva es en este prólogo para Unamuno un poeta,
como el valenciano Vicente Wenceslao Qnerol, al
que tanto admiró, con una infancia a flor de alma,
que le acompañó hasta traspasar los límites de la
edad madura y que, como Leopardi, es víctima de la
tortura metafísica, al describir "que estamos despo-
jando del verde a toda cosa". Por eso y por otros
valores que en él descubre, considera Unamuno. aun-
que se ve que al escribir lo que .<;igue pensaba nc^
en 1895 — cuando Silva muere — sino en 1908, cuan-
do él redacta su prólogo, que esta poesía es dura-
dera y permanente hasta fatigar el futuro sin ajarse.
"Todas las disputas de escuelas, de conven-
tículos y de cotarros pasarán, pasarán los que
creyeron conquistar un puesto en el Parnaso
por haberse dejado llevar de la rutina de ma-
ñana, despreciando la de ayer, pasará el voce-
río de los iói'cnes profesionales.... pasarán las
caramiUadas hueras, pasará el seudo-Paganis-
mo afrancesado, pasará... y quedará Silva que
clavó sus ojos en los ojos de la eterna Esfinge
y bañó su corazón en el lago ■ — lago de la te-
rrible quietud y calma de sobrehaz — de las per-
durables e imperecederas inquietudes."
38.
INTRODUCCION
¿Verdad que parece defender Unamuno no poco
de su propio credo poético?
La más reciente edición de las Poesías Completas
de Silva, que conocemos, es la publicada por Agui-
lar en Madrid, en 1951. Una vez más se reproduce
en ella el prólogo unamuniano, pieza capital ya en
la bibliografía del colombiano, incorporándose tam-
bién a este volumen las notas que en 1913 redactó
Baldomcro Sanín Cano, recientemente fallecido, para
la edición francesa de Loiiis Michaud, antes aludida.
El tercero' y último de los poetas americanos que
Unamuno prologó es el chileno Ernesto A. Guzmán,
cuyos Poemas de la serenidad, Santiago, 1914, sue-
len llevar esas páginas. Y digo suelen, pues, como
los editores indican, el prólogo llegó estando ya im-
preso el libro y distribuida parte de la edición, ar-
bitrándose el recurso de imprimirlo en pliego aparte
que fué encañonado delante del primero en los
ejemplares no distribuidos.
Publicadas en 1950, en el Boletín del Instituto
Nacional, de Santiago de Chile, las cartas de Una-
muno a Guzmán, creo que ellas nos brindan, no sólo
el origen de esta amistad, sino la trayectoria de este
prólogo. Iniciada aquélla en 1906, se intensifica a
partir de la publicación del libro poético En pos,
de Guzmán, al año siguiente. El juicio de Unamu-
no, sin duda objetivo, no es muy entusiasta aunque
sí muy humano. Pero la lectura de otro de sus li-
bros. Vida interna, en 1909, motiva una extensa
carta de don Miguel de la que entresacamos lo que
sigue :
"Y bien, ¿qué voy a decirle, yo, de sus poe-
sías? ¿Qué voy a decirle de su poesía, que sus-
tancialmente es la misma mía? Sólo se me ocu-
rre exclamar: "¡Gracias a Dios que no estoy
tan solo como querrían! ¡Gracias que hay quien
INTRODUCCION
39
me sigue a la explotación de una cantera T Mi
posición ante su libro es delicadísima, y lo es
mucho más para usted. Hay muchas, muchas
cosas que diré al público, cu un artículo, en un
ensayo, en un manifiesto poético, cu el prólogo
de mi segundo y próximo tomo de poesías; aca-
so en un prólogo a un libro de usted; no sé
bien dónde, pero diré al público en alguna
parte, y que a usted, aun yo, que no suelo de-
tenerme en ciertos pudores, no me resuelvo a
decírselas. Van tan mezcladas las cosas que de us-
ted y de su poesía diría con las que de mí mis-
mo y de mi poesía habría de decir, que es la cosa
delicada en extremo."
No menos expresivo es lo que sigue:
"Y tiene para mí especialísima significación
el hecho de que la primera voz de toda her-
mandad poética que haya respondido a la mía,
la primera voz hermana que haya roto el silen-
cio de la selva sin caminos, por debajo del gor-
jeo de los pajarillas canoros, haya sido la de un
hispanoamericano , cuando mi grito — grito más
que canto— podría parecer una protesta con-
tra los gorgoritos que por esas tierras prisca-
ban y de ellas se nos habían venido acá."
Esta hermandad poética, este reconocerse Unamu-
no en una voz amiga motivará el prólogo que en
este volumen incluimos. Para sus lectores añadamos
tan sólo esta afirmación de una de Jas últimas cartas
— creo — que entre ambos se cruzaron. Es del mes de
julio de 1914, y dice así:
"Hace pocos días le envíe, mi querido ami-
go, el prólogo para sus Poemas de la serenidad.
40
INTRODUCCION
Es un prólogo de batalla: lo que necesitamos.
Todo lo que allí digo es exacto. Pensé hacerlo
en verso, incluyendo otros de usted, mas des-
pués vi que eso me exigiría demasiado esfuer-
20. He renunciado también a incluir versos de
usted en mi prólogo y a hablar en él de cada
uno de sus poemas. ¿Para qué si el lector ha
de leerlos? El prólogo debió ser una especie de
manifiesto, hasta cierto punto común. ¿Acerté?
Varia prosística americana.
Cuatro escritores, y una gran figura histórica, la
de Bolívar, merecieron otros tantos prólogos. Son
aquéllos el argentino Manuel Ugarte, el chileno
Luis Ross Mujica, el cubano Fernando Ortiz, el
colombiano Enrique Pérez y el ecuatoriano Juan
Montalvo. Y los respectivos libros prologados los
que a continuación se detallan:
Paisajes parisienses, París, 1903, de Ugarte, lo
leyó Unamuno en el manuscrito de que se valió
para redactar su prólogo. La actitud que en él man-
tiene no es desconocida para sus lectores, siempre
que de temas literarios americanos se ocupó, y vie-
ne a coincidir con las opiniones vertidas en aquella
memorable sección crítica de libros hispanoamerica-
nos que por estos años hacía en la revista madri-
leña La Lectura. En este caso concreto se podría re-
sumir así: Desdén por la capital francesa que a tanto
literato de aquel continente deslumbró, agudizado
aquí por el escenario de una vida bohemia — "un
mundo, dice, al que no han logrado llevarme la aten-
ción, ni que logra convencerme" — - lo que le llevó
a leer con calma este libro sin lograr por ello recti-
ficar su anterior punto de vista; y un gran interés
por el lenguaje en que está escrito.
INTRODUCCION
41
"il/ízí lo que sobre todo me llama la atención
en este nuevo peregrino de la literatura — es-
cribe— en este mozo que viene por su "jornal
de gloria" es la inventiva para la frase; es su
característica... Un lenguaje desarticulado, cor-
tante y frío como un cuchillo, desmigajado,
algo que rompe con la tradicional y castiza ur-
dimbre del viejo castellano; un lenguaje de ce-
ñido traje moderno, con hombreras de algodón
en rama, con angulosidades de sastrería ingle-
sa, con muy poco de los amplios pliegues de
capa castellana, de capa en que embozarse de-
jándola flotar al viento, sin rotundos períodos
que mueren como ola en playa. No lo censuro;
todo lo contrario. Esta tarea revolucionaria en
nuestra lengua, con sus excesos y todo — ¿q¡ií-
revolución no los trae consigo? — hará su
obra."
Otro es el caso del libro de Ross Mujica ^Nlás
allá del Atlántico, Valencia, 1909, homenaje a la
memoria de uno de los jóvenes espíritus america-
nos que más impresionaron a Unamuno, víctima de
la fatídica moira de los griegos, cuya vida se tron-
chó en Madrid adonde había venido, recién fundado
su hogar para viajar por España y mejor conocerla.
Y reuniendo las crónicas que desde aquí enviaba a
la prensa de su país, Unamuno y sus amigos espa-
ñoles urdieron este volumen que es un tributo y un
homenaje postumos. Las emocionadas páginas de este
extenso prólogo vienen a completar una no menos
extensa correspondencia que don Miguel dedicó a
su infortunado amigo en La Nación, de Buenos
A ires.
De toda la circunstancia, personal y humana, que
42
INTRODUCCION
dió origen a este texto, elijo esta breve y encendida
semblanza :
"Es que en Ross el patriotismo fué virtud,
fué idealidad, fué desinterés; fué, sobre todo,
humanidad. Por humanidad amó a Chile, su
patria; por humanidad amó a España, la pa-
tria de sus antepasados. Y la humanidad pide
am^r al hombre concreto, al prójimo de trna
tierra, y amarle con sus deficiencias y por ellas
tal vez, y no a una vaga y abstracta Especie
mayusculizada. Y como amó a su patria, la
conoció, y como amó a España, conoció a Es-
paña."
El libro Cirugía política, París, 1913, de Enrique
Pérez, "hijo de una nobilísima patria, Colombia",
"uno de esos hispanoamericanos que lejos de verlo
todo en rosa y oro en la llamada joven América,
lo ve acaso, me parece, en excesivo negro", le lleva
a Unamuno, por su título y por el ademán de su au-
tor, a evocar la figura de Joaquín Costa, "nuestro
gran Jeremías español, profeta de grandes desven-
turas". Porque el pesimismo del colombiano se am-
para preferentemente en la figura y la obra del lia-
mado león de Graus.
"Pero Costa — arguye certeramente Unamu-
no— no fué tan profundo pesimista cuando cre-
yó en la eficacia de una operación quirúrgica,
como por lo que hace a la América Hispánica
cree Enrique Pérez. Claro está que tanto Cos-
ta como el autor de este libro quieren que se
una a la operación quirúrgica el tratamiento
médico, pero me parece observar que dan a la
primera, a la cirugía, una importancia desme-
INTRODUCCIO K 43
dida y desde luego mucho mayor que la que a
la medicina conceden."
Y, por idtimo, el largo y apasionado prólogo a
Las catilinarias, de Juan Montalvo, París, 1925. Y
es en ese París donde murió desterrado el gran
apóstol civil ecuatoriano, donde el libro aparece, y
donde ahora, también extrañado de su tierra, z'iz'c el
prologuista. El escenario, lo común de la coyuntu-
ra, la identidad del impulso, llevan a Unamuno a co-
tejar la actitud de Montalvo. ayer, con la suya pro-
pia, hoy. Hasta el tirano ]'cintcmilla, marcado por
aquél a fuego, le recuerda a su Primo de Rivera de
entonces.
"Si hubiera creído que con- borrar de su pa-
tria a Veintemilla habrían acabado para siempre
todos los futuros tiranos de ella, ¿qué mérito
habría tenido su hazañosa empresa? Supo pe-
lear la santa pelea a las orillas del lago del De-
sierto. Y a^y^ es como, al ir a morir, pudo decir:
"Me siento capaz de componer una elegía como
nunca lo hiciera en los años de mi juventud.''
Pero es porque iba a nacer. Nació, se libertó al
morirse. Al morirse en el destierro."
Y no falta, como siempre que Unamuno leía libros
americanos, su consideración del lenguaje en que están
escritos. También le atrae el que Montalvo emplea, y.
apartándose de Rodó, que lo juzgó dechado de arti-
ficiosidad y preciosismo, oponiéndolo a Montaigne,
todo naturalidad y soltura, cree Unamuno que el fran-
cés era un sensual y un esccptico, mientras que el
ecuatoriano fué un apasionado y un dogmático. De ahí
el énfasis, la pasión con que se e.rpresa.
Y de nuevo Bolívar. En otro formato y con otro
motivo. En parangón otra vez con don Quijote. Por-
44
INTRODUCCION
que "Don Quijote y Bolívar" se había titulado el en-
sayo que publicó Unamuno en 1907, y que él misvw
incluyó cinco años después en sus Soliloquios y con-
versaciones. Pero ahora la editorial Renacimiento,
de Madrid, ha urdido un libro grande, Simón Bolí-
var, libertador de América del Sur, Madrid, 1914, y
ha convocado a los más grandes escritores america-
nos para la empresa: Montalvo, Martí, Rodó, Blanco-
Fombona, García Calderón, Alberdi. Como prologa-
dor de estos textos diversos, de autores aún vivos y
otros ya muertos, nuestro rector, hispanoamericano
honorario y activo, redacta un nuevo ensayo, al que
titula "Don Quijote Bolívar".
"Mi intención ha sido — dice a su final — mos-
trar, en rápida fulguración, con frases del mis-
mo Bolívar, al hombre español, al Quijote de la
América hispana libertada, a uno de los más
grandes héroes en que ha encarnado el alma in-
mortal de la Hispania máxima, miembro espiri-
tual sin el que la humanidad quedaría incom-
pleta."
Los PORTUGUESES.
A 1913 remontan los únicos dos prólogos unamu-
nianos a escritores de Portugal, contemporáneos am-
bos. En circunstancias que parece conveniente pun-
tualizar. El primero de ellos es el poeta y médico
— mantengamos el orden jerárquico que el propio
Unamuno trazara — Manuel Laranjeira, uno más en
la nutrida y dramática galería de los escritores lu-
sitanos suicidas. Le había conocido don Miguel en
Espinho. donde vivía, en uno de los veranos que, con
su familia, pasó en aquellas playas, y habían ami-
gado radicalmente. Al año siguiente de su muerte se
INTRODUCCION
45
proyectó la publicación de su epistolario, y los ami-
gos portugueses del autor de Comigo. (Versos d'um
solitario) cncomnedaron a Unamuno la tarea de po-
nerle un prólogo, jirinado en Salamanca el 16 de
abril de 1913. Pero no vió la luz hasta treinta años
después, cuando el propósito de antaño se Iiiao reali-
dad. Y al frente de esas Cartas de Manuel Laran-
jeira, Lisboa, 1943, figuran hoy aquellas olvidadas
páginas unamunianas en las que descubrimos cómo
algunos de los sonetos de su Rosario, acaso los más
trágicos, le habían sido inspirados por el amigo por-
tugués, el que le "enseñó a ver el alma trágica de
Portugal, no diré de todo Portugal, pero sí del más
hondo, del más grande. Y me enseñó a ver no po-
cos de los rincones de los abismos tenebrosos del
alma humana. Era un espíritu sediento de luz, de
verdad y de justicia. Le mató la vida. Y al matarse
dió vida a la muerte."
El otro amigo lusitano de Unamuno, figura muy
familiar en sus escritos, es el poeta Eugenio de
Castro. Y la coyuntura va relacionada con el núcleo
de amigos y discípulos salmantinos de aquél. Me
refiero a Francisco Maldonado, hijo de don Luis
Maldonado, al que don Miguel prologara en 189 f,
catedrático también y autor de la versión castella-
na del poema Constanza, apareció en Madrid en
1913.
De Eugenio de Castro, e incidentalmente de este
poema suyo, había escrito Unamuno en 1907, y en
su libro Por tierras de Portugal y de España, figit,-
ran aquellas páginas, alguno de cuyos párrafos re-
aparece en este prólogo, y del autor y del traductor
se trata en él.
El primero es para Unamuno un espíritu poco o
nada belicoso, que "en la contemplación de lo remoto,
en tiempo o en espacio, o en ambos respectos a la
vez", busca "consuelo para las tristezas presente.';".
46
INTRODUCCION
"Lo que no quiere decir, claro está — añade — ,
que no sea Castro un poeta portugués y profun-
damente tal. Lo es hasta en su predilección hacia
los ternas orientales...
"Y es portugués, además, por el acento mis-
mo de sus poesías, por la dulzura de ellas y por
el aroma de religiosidad y de resignación que
de ellas se desprende. El problema pavoroso del
destino, el hado incoercible, palpita en casi
todas."
Y lo más portugués de su obra es, según Unamu-
no, este poema, cuya heroína ha solido ser olvidada
por los que concentraron su atención en los amores
trágicos de su esposo don Pedro y la infortunada Inés
de Castro. Y alienta en ella un enorme dolor y una
tragedia en la que el prologador ve todo un símbo-
lo de Portugal mismo.
En cuanto al traductor, pese a que Unamuno no
era partidario de traducciones mutuas hispano-portu-
guesa, transige y aplaude ésta, porque al "ejercitar
su virtuosidad de versificador y de hablista sobre el
poema de Castro, ha dejado intactas las bellezas de
éste, y si en algiín pasaje se oscurece algo la hermo-
sura del original, en otros resulta realzada."
Los CAT.M.ANKS.
De acuerdo con la atención dispensada por Una-
muno en sus escritos a esta otra literatura peninsular,
las letras de Cataluña están representadas en estos
prólogos suyos. Aunque muy diversamente. El primero
de ellos, por ejemplo, poco conocido que yo sepa, re-
cuerda, por el tono del libro prologado, al hecho para
INTRODUCCION
47
La linterna mágica, de Mendive. Porque Daniel Or-
tis, "Doys'\ tuvo a su cargo, en el diario La Publi-
cidad, de Barcelona, una sección en verso, de la que
brotó el titulado Chirigotas y epigramas, Madrid, 1902.
Fué éste uno de los dos diarios barceloneses que nos
dice Unamuno que leía, además de otro, en catalán,
que le prestaba un amigo suyo en Salamanca; y por
la sección burlesca de ^^Doys" desfilaban figurillas,
figuras y figurones de la vida local, cuyos perfiles
integraban una Barcelona cómica que a don Miguel
le divertía. Y "en pago de esos buenos ratos...
— nos dice — lo menos que puedo hacer es mandarle
este prólogo, por si de algo le sirve, que creo le ser-
virá."
Y en cuanto al móvil íntimo de redactarlo, esto
que sigue :
"Antes de terminar este prólogo tengo que
declarar sincera y lealmente que uno de los mo-
tivos que me lo han dictado, después de mi agra-
decimiento a "Doys", el principal acaso, es el
mismo motivo que de algún tiempo a esta par-
te me dicta no pocos trabajos, y es deshacer la
leyenda infame y calumniosa que han tejido en
torno mío mis enemigos y adversarios solapados
y encubiertos. Preséntanme, en efecto, ante el
público como a un hombre serióte y gravísimo,
abismado siempre en muy hondas preocupacio-
nes y escribiendo en estila abstruso y abracada-
brante de los más intrincados problemas. Y esto
lo hacen con mala intención, no me cabe duda.
Están empeñados en presentarme como a un sabio
con el maligno propósito de que el público huya
de mí."
Muy otro es el caso del libro Orígenes del conoci-
miento. El hambre, Madrid, 1921, debido al biólogo
48
INTRODUCCION
catalán Ramón Turró, y que Unamuno leyó en su ver-
sión francesa, aparecida, como la alemana, antes que
el original español en que fué redactado. De aquella
lectura dedujo su más tarde prologador "la coinci-
dencia de ciertas ideas psicológicas en él predomi-
nantes, con las que de antiguo profeso y que en parte
he expuesto en alguno de mis libros. La principal es
la que con frase sintética se expresa diciendo que el
mundo externo de la sensibilidad nos es revelado por
el hambre, o es obra del hambre en cuanto conoci-
miento." Y a analizar el denso contenido de este li-
bro dedica el resto de su prólogo, complaciéndose
en seguir la trayectoria de su autor, que, partiendo
de la especialización biológica, desemboca en la ge-
neralización psicológica.
"El doctor Turró — concluye — , por una con-
cepción profundamente pragmatista, — pero de
pragmatismo filosófico — , nos lleva a una inter-
pretación realista del conocimiento. Es el doctor
Turró catalán, de la tierra misma que nos dió
a Balmes y a Llorens, heraldos en su tiempo de
una filosofía de sentido común, algo a la escoce-
sa, pero de vuelo cobarde y rastrero. Aquella fi-
losofía catalana era muy terre a terre, que se
diría en francés, muy pegada al suelo. Mas Tu-
rró ha tenido el acierto de meterse bajo el suelo,
de enterrarse, digámoslo así, en el suelo de la
realidad..., y así, en fuerza de terrenalidad...,
ha llegado a una interpretación del origen psi-
cológico del conocimiento que abre perspectivas
filosóficas que aquéllos no alcanzaron."
La primera visita de Unaviuno a Cataluña remon-
ta a 1889, y sólo se detuvo tres días en Barcelona,
camino de Francia c Italia, a la que entonces se di-
rigía en viaje de estudio. Su interés por lo catalán es
INTRODUCCIOX
49
muy poco posterior, y desde su cátedra salmanthia,
ya en 1891, fué acreciéndose, en especial al terminar
el siglo, en que ya mantenía una nutrida comunica-
ción epistolar con varios escritores catalanes. Uno
de ellos, Juan Maragall, al que tuvo ocasión de co-
nocer personalmente, como a otros, en 1906, fecha
de su segunda y auténtica, z'isita a aquellas tierras,
a las que luego volvió en varias ocasiones. Y todos
los lectores de don Miguel saben de su entusiasmo
por Maragall, y más hoy, ojie disponemos del vasto
epistolario que ambos amigos cruzaron.
Por todas estas razones, sin duda, al ser reunidas
y publicadas las Obras Completas de Joan Maragall,
sus editores reservaron uno de sus voliUncnes para
que lo prologase su gran amigo don Miguel. Y fué
el elegido el volumen XVII de la serie, el titulado
Problemas del día, Barcelona, 1934. Lo integran los
artículos periodísticos del poeta, "pequeños ensayos'^
dice Unamuno, en los que "está su nobilísima alma''.
Escritos al día — añade — , en un diario público...,
son "para siempre", como con arrogante expresión
dijo Tucídides de su Historia de la guerra del Pc-
loponeso.
Es fácil de imaginarse la santa emoción con que
Unamuno redactó estas páginas de su extenso y
pormenorizado prólogo.
"Cómo sentí en la hondura de mi espíritu
— j' le creemos — el resón del espíritu puro, del
glorioso y no famoso Maragall, de mi Maragall.
Del poeta. Poeta en todo; poeta en verso cata-
lán, poeta en prosa castellana. No escribió
— que yo sepa, al menos — novelas, ni libros de
historia pasada..., ni de erudición literaria, ni
de sistema filosófico. Y, sin embargo, sus artícu-
50
INTRODUCCION
los son permanente sustancia de historia — vale
decir a la vez que novela — y de filosofía de la
vida."
Los ITALIANOS.
Tres prólogos unamtinianos se enlazan con este
mundo literario y cultural itálico, para el que siem-
pre mantuvo una notoria preferencia. El primero,
inédito en español, fué el que, traducido al italiano,
figura al frente de la versión a dicha lengua de su
Vida de Don Quijote y Sancho. Está firmado en
1910, y debo copia del manuscrito original al tra-
ductor de dicha obra y de otras más de don Miguel,
Gilberto Beccari, que acabamos de perder hace ape-
nas unas semanas. Si nuestro escritor tuvo tanto in-
terés porque su obra fuese conocida en Italia, a Bec-
cari principahnente se debe haberlo logrado.
"y quiera Dios que estos mis comentarios,
vestidos a la italiana — termina el prólogo-
sean para los italianos que los lean de tanto
provecho como a mí me han sido las obras in-
mortales de la literatura italiana, con las que
he apacentado mi espíritu. Al dulce idioma de
Toscana debo no poco consuelo en el camino
de mi vida."
Otro de los amigos italianos de Unamuno fué el
filósofo y crítico Benedetto Croce. Ignoro si llega-
ron a conocerse personalmente, pero sí sé que man-
tuvieron alguna comunicación, y parte de ella se basó
en esta obra de aquél: la Estética, cuya primera edi-
ción española, debida al salmantino José Sánchez
Rojas, data de 1912, muy poco posterior a la redac-
ción de este prólogo, muy demorado y bien conocido,
INTRODUCCION
51
por lo que no creo oportuno extenderse más en él.
Sólo quisiera llamar la atención del lector hacia
su final, en el que se inserta una bellísima carta del
propio Croce, a quien don Miguel envió su prólogo,
que es todo un estudio, llamándole la atención sobre
una de sus afirmaciones referentes a España, cuya
injusticia reconoció más tarde el filósofo napolitano,
y que ahora estima como una boutade.
"Cuando escribí — le dice a Unamuno — ,
bromeando a propósito del krausismo español,
la "siempre desventurada España" — frase que
tanto hirió al vasco — , pensaba en las corrientes
del peor positivismo europeo que entonces la in-
vadían, tanto como en la inoculación del peor
sistematismo tudesco que había sufrido unos de-
cenios antes... En ¡a nueva edición que se pre-
para de la Estética quitaré esa frase, pero no es
posible quitarla de la traducción española, porque
suprimiría algunas páginas de su bella introduc-
ción. Prefiero, pues, que quede a los ojos de to-
dos mi pecado, para que no falten esas páginas
de castigo."
Y Unamuno respetó la frase, y disculpa y compren-
de los motivos en que Croce se basó para emplearla.
De estos años es también otro prólogo, creo que
mucho menos conocido, de Unamuno y que se publi-
có al frente de la traducción española debida a Juan
L. Taltavull del libro de Richard Bagot. Los italia-
nos de hoy, Barcelona, 1913. Y eso que la Revista
de Libros lo dió a conocer aislado en su número de
febrero-marzo del año siguiente. {Año II, núm. VIII,
páginas 71-76).
La doble eficacia de esta obra la cifra su prolo-
guista en que dará a conocer a los españoles cómo
son los italianos de hoy, y en que orientará a. aquc-
52
INTRODUCCION
líos "respecto a la posición que toman esos pueblos
a los que aquí, por antonomasia, se les llama europeos,
frente a aquellos otros a los que estiman como ha-
biendo terminado ya su misión histórica y mero ob-
jeto de la curiosidad por lo exótico y lo pintoresco".
Es el caso de España, víctima también, como su
hermana Italia, de esa oleada de incomprensión que
es, por lo general, desconocimiento. Y huelga decir
que es este parangón el que más destaca Unamuno,
aplicando en cierto modo a su país lo que Bagot des-
cubre a sus lectores sobre Italia, protcstanto del ol-
vido en que ha sido tenida ésta.
"También sobre nosotros se ceba la petulancia
de turistas y de pescadores de impresiones de via-
je o de tesis doctorales. Y por eso quiero, antes
de concluir, dirigir un ruego a aquellos italia-
nos a quienes por acaso cayesen bajo los ojos
estas líneas, y es que no hagan a ningún otro
pueblo víctima, que no nos hagan a nosotros
víctimas de las mismas injusticias de que con
tanta razón se lamenta y contra las que protesta
en este libro Richard Bagot."
Prólogos a otros libros españoles.
Un caso semejante al de las obras completas de
Maragall nos brinda el de la edición conmemorativa
de las de Gabriel Miró, cuyo volumen II, Las cere-
zas del cementerio, Barcelona, 1922, lleva un prólo-
go unamuniano. En él recuerda su amistad con el no-
velista levantino y aquella visita que juntos hicieron
al monasterio de Poblé t en 1915 ó 1916, donde don
Miguel le leyó algunos trozos de su poema El Cristo
de Velázquez, y donde ilustró a su amigo sobre la eti-
mología del lugar que visitaban. Mas aquel diálogo
INTRODUCCION
53
de miradas entre Miró y un mochuelo que él encon-
tró en un agujero de los muros del claustro.
"¡Cómo lo recuerdo y lo comprendo ahora!
Porque la mirada glauca y serena de Miró ilu-
mina cuanto mira y en una luz difusa, como
en una neblina de lumbre premilunar, en que todo
se interioriza."
Y, refiriéndose a su arte de novelar, desliza Una-
muno agudas observaciones sobre el del levantino,
cuya obra "todo es paisaje", incluso sus personajes
mismos, a los que gustó de llamar "figuras".
"Figuras de patriarcas y jueces, figuras de re-
yes y profetas, figuras de Bethlem, figuras de la
Pasión del Señor, figuras de discípulos, figuras
de santos, figuras..., figuras... Figuras, esto es, algo
que se finge, que se hiñe, que se amasa. Se amasa
con masa de luz y de dulce luz lunar, de esa "luna
enorme, ancha y encendida como el Harneante
ruedo de un horno"; de esa roja luna... alta,
dorada, sola en el azid, con "fragancia de mu-
jer en la ininensidad" , con que abre esta novela
Las cerezas del cementerio. ¡Luna y fragan-
cia! No sé si alguna vez Miró, que olía tantas
cosas — a padre, a noche, a tarde, a mujer... — ,
no olió a luna. No paisajes castellanos, de para-
mera, de violentos contrastes, de recortado cla-
roscuro, sino paisajes levantinos, a ras de la
mar de la Odisea."
Pero hay más prólogos, no tan literarios como
éste acaso, tal vez alguno ocasional, pero en los
que siempre se descubre la huella unamuniana. Si
restablecemos la secuencia cronológica, mencionare-
mos todos éstos.
54
INTRODUCCION
El que aparece al frente de La juerga de la estu-
diantina, Madrid, 1916, de Cayetano Alcázar, es-
tudiante entonces en la Universidad de Madrid, en
el que, basándose en las propias notas del autor'
para redactarlo, aborda los problemas pedagógicos
nacionales en ella contenidos, y en los que no deja
de deslizar el suyo personal, aquella amargura que
le produjo a Unamuno su arbitraria destitución del
Rectorado dos años antes de redactar estas páginas.
Por aquellos días de octubre de 1916 escribe tam-
bién otro prólogo para un libro cervantino. El de
Juan Cueto, profesor del Colegio de Carabineros
de El Escorial, perteneciente él mismo a dicho
Cuerpo, quien se lo solicitó sin conocerle y con el
que luego mantuvo larga amistad. Lleva por título
La vida y la raza a través del Quijote, y en él se
refiere Unamuno a la que su autor Uama donosa-
mente su "profesión cervantesca" . "Alcabalero, como
el evangelista San Mateo", remata aquél, era el hé-
roe de Cervantes, añadiendo que si en la soberana
inspiración del Quijote entra por mucho la experien-
cia que Cervantes adquirió como servidor del fisco,
esta misma experiencia entra por mucho en el comen-
tario de Cueto". Y no deje de leerse el largo pasaje
autobiográfico del final de estas páginas, en que el
prologuista se defiende de los que le consideran
como un puerco-espín. "¿Puerco-espín yo? — ex-
clama — ¡Dios santo! Me llaman puerco-espín, los
que así me llaman, porque soy un carabinero de
la cultura patria. En cuanto veo artículo de con-
trabando, hago fuego".
Prólogo unamuniano también y en dos tiempos,
el que figura en la segunda edición del libro del fino
ensayista gallego Victoriano García Martí, Del \i-
vir heroico y Del mundo interior. Porque cuando en
1915 publicó su autor los ensayos que forman el
primero de dichos títulos, que dedicó a Unamuno,
I X r R o D U C C I o N 55
éste los comentó en algunos de sus escritos públicos
de entonces. Y el prólogo era como una promesa
obligada y cumplida cuando fueron reeditados. Por
eso nos dice: "...no quiero ver este mi ensayo de
entonces; prefiero releer el libro de García Martí,
que para mí será otro que entonces, ya que yo soy
algo otro, y dejar correr con la pluma la fantasía
— con ésta, aquélla — en otro ensayo que pueda ser-
virle de prólogo." Y mezclando ahora lo suyo a lo
del autor prologado — "Aunque — nos dice — , ¿qué es
lo mío?, ¿qué lo suyo?, ¿qué lo de los demás?
Cambiemos, cambiemos" . Busque el lector alguna
afirmación unamuniana, hecha al paso, sobre su poe-
sía y, sobre todo, sus novelas Abel Sánchez y La tía
Tula.
Los restantes prólogos de este apartado son muy
posteriores, posteriores incluso al primeramente ci-
tado a Miró, y muy diversos. Uno de ellos, más que
prólogo, y así se consigna en el libro de que forma
parte, es un juicio político sobre el liberalismo es-
pañol. Lo encontrará el lector en el de "Eugenia As-
tur", titulado Riego, Madrid, 1933, biografía comen-
tada del general liberal de este apellido, situándole
en el cuadro que él mismo animó con su vida y con
su muerte : la revolución de 1820. Léase este jui-
cio, no sólo político por el tema, relacionándolo con
las circunstancias en que fué redactado, a los dos
años de régimen republicano. Porque, como su autor
escribe :
"Hay que añadir que Riego fué monárquico
y fué católico, y que son muchos los que por
falta de visión y de sentimiento históricos, no se
dan cuenta de cómo el republicanismo laico de
hoy nació de la entraña del constitucionalismo
realista y liberal de hace un siglo"
56
INTRODUCCION
Otro es el del libro Retablo infantil, de Manuel
Llano, aparecido en Santander en 1935 j marco, por
cierto, de uno de los poemitas del Cancionero unamii-
niano, que desde 1953 conocemos en su integridad.
Conoció a aquel Unamuno en la Universidad de vera-
no de la Magdalena, por mediación de José María de
Cossío, quien puso en sus manos dos libros anterio-
res suyos — Brañaflor 3' La Braña — , y como el
mismo dice, jugando el vocablo, "quedé, no pren-
dado, sino prendido de esa obra. Y luego del autor,
al conocerle y al mejer mi mirada con la mirada de
Llano. Hacía tiempo que no había recibido yo una
tan honda y entrañada impresión de un joven. ¿Jo-
ven? No; mejor será decir de un niño, fuere cual
fuere su edad. Un niño más que maduró por experien-
cia de vida. Y yo, un viejo aniñado, ya."
Y lo que más le prendó de Llano "fué su más
íntimo fondo — el fondo de su fondo — , o sea su
lengua", de la que tiene más y mejor que el co-
nocimiento, el sentimiento de ella. "Leyéndole — aña-
de— dejé de señalar vocablos, giros, frases, ritmos
sobre todo, para abandonarme al encanto de su dic-
ción."
El último de los prólogos de Unamuno, creo que
también el último que escribió, el mismo año de su
muerte, es el que hoy puede leerse como portada del
libro de José Días Morales, titulado ¡ Zas ! Gulliver
en el país de la calderilla, Madrid, 1936, que es un
conjunto de crónicas antes aparecidas en un diario,
Heraldo de Madrid. Y como en algunas de ellas se
aludía al propio Unamuno, son quizá lo más intere-
sante de estas páginas suyas de ahora los toques au-
tobiográficos. Sobre el Augusto Pérez de su novela
Niebla, sobre su poesía, y éste, que tiene todo el em-
paque de un patético mensaje :
"Y pensando en la hoja recordatoria que aquí
INTRODUCCION
57
se le dedica al entierro de Cajal, no sé ni cuán-
tos ni cuáles acudirán a mi entierro. Lo que de-
seo es que me entierren, que me adentren en sí
aquellos que me hayan leído, que son los que me
Imn hecho. Uno de ellos, el autor de estas hojas.
Y no me importa cómo me lia ya visto. ¿Es que
yo me veo mejor a mí mismo F"
La guerra europea de 1914.
Sabido es que en la primera gran contienda de
este siglo adoptó muy pronto Unamuno una actitud
beligerante, con la pluma y el discurso, a favor de
la causa de los aliados y frente a los llamados en-
tonces Imperios Centrales, o más bien contra la ger-
manofilia española. Parte de esa tarea la cumplió
en varios prólogos, hoy prácticamente olvidados. Y
pese a la coyuntura apasionada que los dictó, hay
en estas páginas no pocas aseveraciones que habrá
que tener en cuenta. No voy a detenerme en puntua-
lizarlas, y limitaré mi empeño, puesto que el otro
puede realizarlo el lector por sí mismo, a enumerar
cuáles fueron y en qué circunstancias, si es posible
detallarlas, nacieron.
Todos corresponden a los años 1915 y 1916, los
básicos de aquella contienda. Los del primero son
estos dos: el que encabeza la versión española de la
Historia ilustrada de la guerra, Barcelona, 1915. Se
debe aquélla a Luis Ruiz Conireras, y es el autor del
texto original Gabriel Hanotaux, académico y ex
ministro de Estado de Francia. El segundo, que no
me ha sido posible incluir en este volumen por nc
haber localizado un ejemplar del libro en que figura,
precede a la versión española hecha por Héctor Oriol
de un ensayo de G. K. Chesterton, en inglés, con el
título de Sobre el concepto de barbarie. Barcelona
58
INTRODUCCION
1915. Este libro fué costeado por un entusiasta de la
causa de Bélgica, y el producto de su venta se desti-
nó al Everyman Belgian Relief and Reconstruction
Fund, establecido en Edimburgo. Sé también que sus
primeras páginas contienen curiosas afirmaciones so-
bre el humorismo y las paradojas, a propósito de la
figura y la obra del humorista británico.
De 1916 son los dos restantes. El que aparece en
la segunda edición española del libro Yo acuso, por
un alemán, impreso en Valencia en ese año. Lo en-
cabeza una advertencia de Antón Suter, doctor en
Derecho, asumiendo la responsabilidad de la publica-
ción de este libro, escrito por un patriota alemán,
quien dice habérsele confiado. En el prólogo dice don
Miguel que el autor parece un buen alemán republi-
cano y acaso socialista a la antigua tudesca, con tra-
diciones de la revolución de 1848, de la romántica
Confederación, y acaso del Sturm und Drang. Este y
el siguiente los encontrará el lector en su correspon-
diente lugar.
Es el que encabeza otra traducción española, la
del libro La ciudad doliente. (Diario de un soldado
raso), de Gastón Riou, París. 1916. En él se con-
tienen noticias sobre el autor de esta obra, un escri-
tor francés de la Provenza, que antes de la guerra
ya se había dado a conocer con otra en la que ata-
caba a la Acción Francesa. La de ahora no es un
relato de combatiente, que lo fué y cayó preso de
los alemanes; sino unas memorias de cautividad,
henchidas — dice su prologuista español — "de muy
fina psicología, pero de psicología artística, instrui-
da y sentida, y no de esa otra hórrida quisicosa a
que llaman psicología científica" .
IXTRODUCCIOX
59
Los PRÓLOGOS A TRADUCCIONES
PROPIAS Y AJENAS.
Y terminaremos refiriéndonos a un prólogo, el
primero que redactó Unamiino para una traducción
propia, la que hizo en 1SS9 de los Bocetos de via-
je a través del país vasco, de Guillermo de Hum-
boldt, y que hemos incluido por su tema en el to-
mo VI de estas Obras Completas, junto con sus es-
tudios sobre el vascuence. En cambio, hemos traído
a éste un olvidado prefacio que él mismo puso en
su traducción española del Sumario de Derecho Ro-
mano que escribió en inglés G. A. Hunter, redacta-
do hacia 1900, y que no hemos visto citado en las
bibliografías unamunianas, como algunos de los en-
este vohonen incluidos.
También nos referiremos aquí al que compuso para
la versión castellana de El Zohar en la España mu-
sulmana y cristiana, del doctor Ariel Bension, pu-
blicado en 1931. "El Zohar" o Libro del Esplendor
— leemos allí — , de que Ariel Bension, enterrado
hace poco en Jerusalén, nos da aquí, en este otro
libro, cumplida cuenta, es algo así como el Evan-
gelio místico de los hebreos sefarditas, los renaci-
dos antaño en España — Híspanla, Iberia — , los de
origen español. Parece que lo sacó a luz, en arameo,
el rabino español Moisés de León, a fines del si-
glo XIII."
Noticia de otros prólogos que en
SU mayor parte no lo son.
Creo que el tínico escrito suyo de este tipo que
Unamuno incorporó a sus obras es el que firmaba
en febrero de 1902, para el libro del argentino doc-
60
INTRODUCCION
tor Bunge, titulado La educación. Con el mismo tí-
tulo de éste lo incorporó a sus Ensayos. {Véase el
tomo III de la edición de estas Obras Completas.)
Los restantes hicieron su camino con los libros para
que fueron destinados, y hasta hoy no se habían pu-
blicado reunidos. Pero como en las biografías una-
munianas suele darse noticia de alguno de ellos que
el lector puede echar de menos en esta colectánea.
parece conveniente que, en lo que se nos alcance,
completemos la información sobre esta tarea de don
Miguel, varia y numerosa, como puede apreciarse.
Y acomodándose en lo posible el orden cronológi-
co, he aquí ordenadas las noticias que he podido
allegar.
1. El genio de la raza, del escritor argentino
Francisco Soto y Calvo, Chartres. imprenta de Du-
rand, 1900, XVl + 36 páginas. Se refiere a ello el
propio don Miguel en la reseña del poema Nostalgia,
del mismo autor, aparecida en la revista La Lectu-
ra, Madrid, abril, 1902. Y más tarde, en su escrito
"Arte y cosmopolitismo" , incluido en su libro Contra
esto y aquello, precisa más, en estos términos:
"En una mi carta dirigida a Soto y Calvo,
que este buen amigo ha puesto al frente de
su "evocación de un poeiria argentino" , El ge-
nio de la raza, expuse, lo más condensado que
me fué posible, mi concepto acerca del cosmopo-
litismo en poesía..."
Efectivamente, en el ejemplar de esta obra, que
se conserva en la Biblioteca de Menéndcz Pelayo, he
tenido ocasión de confirmar que la introducción de
ella la integran dos cartas: una de Soto y Calvo a
Unamuno, fec liada en París en enero de 1900, y otra
de éste a aquél, fecho-da en Salamanca en los mismos
mes y año.
INTRODUCCION
61
2. En La ciudad indiana, del historiador, tam-
bién argentino, Juan Agustín Garda, Buenos Aires,
se anuncia, no un prólogo, sino un juicib de Unainii-
no. Así es. Se trata de la reseña que de esta obra
redactó para la Sección de crítica hispanoamericana
de La Lectura, aparecida en el número de agosto de
1901.
3. Nuevos ensayos de crítica literaria y filosófica,
del escritor uruguayo Alberto Nin y Frías, Montevi-
deo, Dornalcche y Reyes, S. A. XXXIII + 257 pági-
nas. Lleva este volumen una carta de José Enrique
Rodó y un estudio de Unamuno, que no es otro que
la reseña que éste publicó en La Lectura, de Madrid,
número de noviembre de 1902.
4. Cuentos malévolos, del peruano Clemente Pal-
ma, Barcelona, Salvat, 1904, XVI + 169 páginas. Al
frente de ellos va una carta de Unamuno al autor, je-
cliada en Salamanca el 17 de abril de 1904. De los
doce cuentos que integran el volumen, el décimo, ti-
tulado "El hijo pródigo", está dedicado a don Miguel.
5. Vida y escritos del Dr. D. José Rizal, por
IV. E. Retana, Madrid, V. Suárez, 1907, 512 pági-
nas. Tiene un prólogo de Javier Gómez de la Serna
y un epílogo de Unamuno.
6. Odas singulares, de Amoldo Fregones, Buenos
Aires, Athenas, 1911, 103 páginas. Con un prólogo
de M. de Unxtmano. En algunas bibliografías se cita
como de don Miguel, pero es un seudónimo cervanti-
no, "Manco de Unamano" , parodiando el estilo del
autor del Quijote. En la biblioteca de Unamuno
cris fe un ejemplar dedicado por el autor.
7. En la postdata de una carta de don Miguel a
don José María de Onís, fechada el 26 de abril de
1911, se lee: "Si viera ahí al Sr. Aguiló, biblioteca-
rio, pregúntele qué se hizo de aquel mi prólogo a la
Antología de rústicos.''' No tengo otra noticia de él.
62
INTRODUCCION
8. Sobre el concepto de barbarie, ensayo de G. K.
Chesterton,. traducido del inglés por Héctor Oriol,
Barcelona, IVIS, lleva un prólogo de Unmnuno. Pa-
rece ser que el libro fué costeado por un entusiasta
de la causa de Bélgica y el producto de su venta se
destitmba a engrosar el Everyman Belgian Relief and
Reconstruction Fund, establecido en Edimburgo.
9. El árbol ilusionado, del chileno Ernesto A.
Gusmán, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria,
1916. Suele indicarse que tiene un prólogo de Una-
mimo. Lo que hay es un juicio de Isaac J. Barre-
ra sobre otro libro de este poeta, el titulado Poemas
de la serenidad, que, efectivamente, fué prologado
por don Miguel, y aüí se alude a este prólogo.
10. Viejo cantar, por Vicente Medina, Rosario de
Santa Fe, 1919, 103 páginas. Con un juicio crítico
de Miguel de Unamuno. Forma parte de la colección
de Obras Completas editadas por el propio autor, vo-
lumen I, y el juicio no es otro que una de las corres-
pondencias de don Miguel sobre el poeta español, que,
con el título de "El poeta emigra", vió la luz en La
Nación, de Buenos Aires, el 2 de marzo de 1908, que
incluí en el tomo I de mi De esto y de aquello, Bue-
nos Aires, 1950, y que hoy figura en el volumen V de
estas Obras Completas.
11. Obras Completas, de José Martí, volumen XV,
La Habana, 1919, 572 páginas. Lleva una introduc-
ción de Unamuno, titulada "Sobre los versos libres
de Martí", que es un artícido aparecido en Heraldo
de Cuba, el 18 de febrero de 1914, cuando recibió los
citados versos del poeta cubano, enviados por Gon-
zalo de Qucsada, que en parte preparó esta edición
posterior.
12. Los jardines españoles. En voz baja, de Ama-
do Ñervo, volumen VII de sus Obras Completas, Ma-
drid. Biblioteca Nueva, 1920. Se indica que lleva
INTRODUCCION
63
un prólogo de Unamuno, pero son, en realidad, dos
correspondencias suya^ en La Nación, de Buenos Ai-
res, l-a primera publicada en 1909, con el título de
Amado Ñervo en voz baja", y la segunda, en ju-
lio de 1919, se titidó "A la memoria de Amado Ñer-
vo". Fué el propio don Miguel quien, ante un requeri-
miento de Alfonso Reyes, que cuidó el texto de esta
edición de su paisano, preparó esta colaboración suya.
El texto primitivo experimentó esta adición: "Las
precedentes líneas las escribí en 1909, y diez años
después, hace uno, en 1919, al saber la muerte de
Amadft, escribí, conmovido, las que van a seguir.
Acaso demasiado conmovido. Y el vis me flere añade
dolendum est primum tibi, añade el primum, esto es :
antes, no en el momento mismo de querer hacerme llo-
rar. Pero quise aquí hacer que el lector no llorase,
sino se tragara sus lágrimas, si la muerte de Ñervo se
las provocara."
13. En el país de los bubis, novela por José Mas,
segunda edición. Cuando apareció la primera Unamu-
no escribió una de sus correspondencias para La Na-
ción, de Buenos Aires, con el mismo título del libre
que la motivó, y fué publicada el 1 de enero de 1921.
La nueva edición se anunció con prólogo de don Mi-
guel. Incluí esa correspondencia en el tomo I de mi
De esto y de aquello, Buenos Aires, 1950, y hoy fiqu-
ra en el V de estas Obras Completas.
14. Rimas Completas, de Gustavo Adolfo Bécquer.
Con un comentario lírico de M. de Unamuno. París.
Editorial Excelsior, 1925, 192 páginas. Así reza la fi-
cha bibliográfica de este libro, que no lie logrado ver.
En 1938 creo que fué reeditado en Santiago de Chile,
pero ignoro si se mantuvo ese comentario lírico, que
creo debe ser una corespondencia de don Miguel, ti-
tulada "Releyendo las Rimas de Bécquer", que vió la
luz en La Nación, de Buenos Aires, el 22 de ju-
64
INTRODUCCION
lio de 1923. Por cierto que en él anticipa algunas
de las rimas de su libro Teresa, aparecido al año
siguiente.
15. La tierra purpúrea, de N. H. Hudson, ver-
sión Castellana de E. Hihnan, Madrid, Sociedad Ge-
neral Española de Librería, 1928, 415 páginas. Lleva
un prólogo del escritor Mr. Robert B. Cunningham
Graliam, y un epílogo de Unamuno. Aunque este li-
bro fué reeditado, según mis noticias, en Buenos Ai-
res, en 1941, no me ha sido posible conseguir el tex-
to del citado epílogo, que por eso no figura en este
volumen.
16. Intuiciones de la escuela, de Valentín Aran-
da, 1934. El prólogo allí anunciado es un fragmento
de una carta, que dice así:
"En tanto, puesto que usted también, amigo
mío, se ha dado a esta tarea de escribir para los
demás, para comulgar con ellos, lo que no le
pidan, eso les dé; lo que no le demanden, eso
les ofrezca; a lo que no le pregunten, a eso les
responda; lo que no les importe aprender, eso
les enseñe. Cuando hayan pasado las estrepito-
sas ventoleras y enmudecido su griterío, habrán
de flotar y sobrepujar las voces recogidas
— ahora ahogadas — que guían la permanente re-
volución silenciosa e íntima del pensamiento. Y
como éste, el pensamiento, es lenguaje íntimo, lo
más íntima, entrañada, de las revoluciones es
la de hacerse uno a hablarse, a ponerse en claro
a st mismo, con la lengua común, de los secula-
res rezos caseros y familiares. Y poptdares,
laicos."
17. San Pablo, de Teixeira de Pascoaes, versión
española. Barcelona, Editorial Apolo, 1953, XI + 327
páginas. Con un prólogo de Unamuno. Realmente
INTRODUCCION
65
es el articulo titulado "San Pablo y ¡abre España!",
aparecido en el diario madrileño Ahora, 24 de mayo
de 1934, y que incluí en mi De esto y de aquello,
tomo IIIj Buenos Aires, Editorial Sudamericana,
1953.
18. Babel y el castellano, del escritor argentino
Arturo Capdevila, segunda edición, Buenos Aires,
Losada, Colección Contemporánea, nxmiero 68, 1940,
18S páginas. Lleva un prólogo con versos de Una-
muño. Se trata de una carta fcciiada en Hendaya el
31 de agosto de 192S. Los versos son los poemas
números 364 y 365, inspirados precisamente en la lec-
tura del libro de Capdevila en su primera edición.
19. El son entero, del poeta cubano Nicolás Gui-
llen, Buenos Aires, Editorial Pleamar, 1947. Es
igualmente una carta fechada en Madrid, el 8 de
junio de 1932, en la que le anticipa el poema núme-
ro 1570 de su Cancionero, compuesto la víspera del
día de los Reyes Magos del año anterior.
Por último, debo indicar que tengo noticia de al-
gunos prólogos más que no debieron llegar a publi-
carse, o si lo fueron no he podido ver el libro co-
rrespondiente.
De uno de ellos nos informa el propio don Mi-
guel en un escrito suyo, titidado "A propósito de
Camilo Bargiela", que apareció en El Liberal, de
Madrid, el 26 de octubre de 1920. Dice así:
"Escribí también, a su pedido, un prólogo
para una colección de cuentos y relatos suyos,
entre los que recuerdo el de una entrevista en-
tre Don Quijote y Don Juan Tenorio, colección
que no llegó a publicar.^'
Del otro he llegado a ver impresa la portada del
libro, pero parece ser que no se imprimió más. La
tirada estaba proyectada para cincucliia ejempla-
66
INTRODUCCION
res. Se trata del titulado Quelques sites d'Espagne et
de Portugal, de Ser ge Rovinsky, Parts, S. A., que
contenta veinticuatro grabados originales en madera,
impresos a mano por el artista, cuyo texto seria de
Unamuno.
Completan esta relación las noticias que ahora ofre-
cemos sobre escritos unamunianos incorporados a li-
bros ajenos que realmente no corresponden al tema
que forma la primera parte de este volumen.
En el libro de Carlos Guido y Spano, Poesías, Co-
lección "Ariel", San José de Costa Rica, 1914, se in-
cluye como epílogo aparte, como suplemento de dicho
volumen de la colección un escrito titulado "/ Venga
la guerra!", que es el aparecido poco antes en el se-
manario madrileño Nuevo Mundo, como así se hace
constar.
En la Antología filosófica de Eugenio D'Ors, or-
denada por R. Rucabado y J. Farrán, con el título
de La filosofía del hombre que trabaja y juega, Bar-
celona, Antonio Lópc::, 1914, 213 páginas, precedida
de una introducción de Manuel G. M órente, hay va-
rios estudios de autores diversos, uno de ellos de don
Miguel (págs. 206-213), que son, en realidad, frag-
mentos de los tres artículos que dedicó a La Bien
Plantada, hoy incluidos en el tomo V de estas Obras
Completas.
No he conseguido ver el libro La ofrenda de Espa-
ña a Rubén Darío, Madrid, 1916, en el que hay una
colaboración unamuniana.
Y en el número 3 de la revista Verso y Prosa,
Murcia, marzo, 1927, se reproducen tres dedicatorias
de don Miguel en el ejemplar de otros tantos libros
suyos de los que forman la biblioteca de José María
de Cossío, en Tudanca, donde pasó unos días aquél
en agosto de 1923.
Indicaremos, por último, que los prólogos unamu-
nianos incluidos en este tomo de sus Obras Com-
INTRODUCCION
67
plctas, van ordenados cronológicamente, respetando
la fecha en que fueron redactados, precisada en la ma-
yoría de ellos.
II. Las conferencias y discursos.
Con un ntímero parigual al de los prólogos he
formado la segunda parte de este tomo de Obra)s
Completas, de Unamuno; como es de rigor, resulta
más extensa. Y aunque este aspecto de su actividad,
la de conferenciante y orador, sea más familiar para
los españoles de su tiempo, ni él incluyó muestras
de él en sus libros, ni abundan los textos impresos
durante su vida, y eso que en no pocas ocasiones
hizo uso de los que para ellas redactó. Porque, como
él escribiera en 1936:
"...aunque yo sé explicarme bastante bien de
palabra y no tartamudeo, sin embargo, cuando
a mis compatriotas me dirijo en la creencia y ta
confianza de que tengo algo que decirles que
otro no les dirá como yo, aunque se lo diga
mejor, se lo digo por escrito."
La mayor parte de los textos que el lector va a en-
contrar en la segunda parte de este libro proceden
de manuscritos de su autor o de impresiones basa-
das en ellos que él tuvo ocasión y cuidado de co-
rregir o revisar. Para otros nos hemos valido de
reproducciones taquigráficas, de cuya fidelidad no te-
nemos por qué dudar, aunque en ellas puedan des-
cubrir sus lectores alguna vacilación de que ha de
eximirse al autor. Sólo en contadas ocasiones he-
mos acudido a extractos, eligiendo de ellos los que
más fidedignos se nos antojaron, recordando lo que
6»' INTRODVCCION
el mismo Unamuno contaba al final casi de sus
días.
"Extractar. Perdóneseme la petulancia, pero
pedir el extracto de ciertos discursos es tan des-
atinado como pedir — y este desatino se repite
en clases de Literatura — el argumento de la
Ilíada. Y, a las veces, como pedir el extracto de
una sinfonía. A propósito de esto de los extrac-
tos, quiero contar lo que me ocurrió con una con-
ferencia, en cuyo contenido puse gran cuidado.
Y es que, no queriendo escribirla para leerla
— como habia hecho otras veces — y, desde lue-
go, no recitarla de memoria, hice un extracto
previo, un esqueleto o armazón de ella, dejando
los adornos, y las ejemplificaciones, y las alusio-
nes para el momento de exponerla. Fui luego, al
decirla, salpicándola de toda clase de anécdotas,
chascarrillos, alusiones, croniquillas y demás del
género. Cada reportero hico un extracto, excepto
uno, a quien le di yo el mío. La traza de la fá-
brica de la conferencia . su armazón conceptual
sin todos aquellos añadidos, de peso los más. Y
al dia siguiente me decía uno: — "Pero, ¿quién
ha sido el desdichado que ha hecho esc extracto,
dejándose...?", y aquí fué enumerando los aña-
didos. Y al contestarle que yo había sido el ex-
tractor, se qttedó estupefacto. Claro está que los
que leyeron los otros extractos no se dieron
cuenta de lo ane yo bahía dicho.'" (" /Conferen-
cias? ¡No!" En el diario Ahora, Madrid, 24 de
enero de 1936.")
Por eso, al final de cada uno de los textos aquí
reproducidos, se indica su procedencia. Todos ellos
contribuirán, sin duda, a reverdecer los recuerdos pe-^-
INTRODUCCION
69
sánales de quienes tuvieron ocasión de escuchar al-
guna ve:: a Unamuno, aquellos sus ademanes nada
retóricos y sí muy expresivos; aquella prestancia con
que se dirigía a sus auditorios, y hasta, tal ve::, aque-
lla voz algo chillona, por su timbre metálico, que
tan bien se acomodaba a su gesto. El colector se dará
por satisfecho si esa conjunción de textos y recuer-
dos logra evocar a sus lectores de hoy al don Miguel
de entonces, no menos vivo y duradero en esta parce-
la de su obra que en las restantes.
Y en ella creemos que encontrará quien en su lec-
tura se adentre, una muestra de casi todos los tipos
de oración pública que Unamuno cidtivó, incluso la
política, y de ella la- porción más permanente, la que
menos se ha ajado con el trascurso del tiempo.
Hechas estas convenientes y aún necesarias adver-
tencias, procedamos a una exposición de lo que aquí
queda compilado. Sin ánimo de resumir lo que no
siempre es fácil y hacedero; estableciendo simple-
mente un cierto orden, una agrupación, que quisiera
ser — acaso no lo consiga — orientadora. El misino
orden cronológico de los textos reunidos puede ser
quizá muy revelador.
Conferencias y discursos académicos.
Agrupamos aquí los dichos o leídos por Unamu-
no en cuanto catedrático y rector universitario,
aquellos que tuvieron por marco esta Universidad
de Salamanca. Corresponden, aproximadamente , a las
dos etapas de su vida académica en que fué Rector
de ella: de 1900 a 1914, la primera, y de 193Í a
1936, la última. Entre ambas será preciso incluir,
puesto que de aquella es complemento, su conferen-
cia en el Ateneo de Madrid, al dejar de serlo, cuyo
70
INTRODUCCION
título es ya de por sí tan expresivo: "Lo que ha
de ser un Rector en España."
Es el primero de estos discursos académicos
aquella famosa oración inaugural que, por turno
regíame mano y como catedrático de la Universi-
dad, hubo de leer en la solemne inauguración del
curso académico 1900-1901. En aquella ocasión, des-
conocemos las causas, la prensa nacional aireó mu-
cho los discursos académicos leídos el día primero
de octubre en las universidades españolas. Tengo a
la vista el ejemplar del Heraldo de Madrid de aque-
lla fecha, en el que con titulares a toda plana y con
los máximos honores tipográficos, ilustrados incluso
con retratos de los catedráticos disertantes, se ofrece
a los lectores el extracto de todos los discursos. El
de la de Salamanca era presentado con estos pá-
rrafos entusiastas:
"Don Miguel de Unamuno, el sabio catedrá-
tico de Literatura griega, ha sido el encargado
de leer el discurso de apertura de curso en la
histórica y gloriosa Universidad salmantina. In-
genio privilegiado el del insigne profesor; es-
píritu ávido de penetrar no sólo en el sentido
de las lecciones que el pasado y su cultura nos
ofrecen, sino en el porvenir en que han de afir-
marse los destinos de la patria española, su di-
sertación se aparta por completo de lo que sue-
le constituir, no sólo en el fondo, sino hasta en
la forma, esta clase de trabajo. "Amad la vida,
inquirid en la realidad; no lo fiéis todo de los
libros; no busquéis en la letra muerta de les
textos lo que sólo puede daros su espíritu, rec-^
tómente interpretado mediante la acción simul-
tanea del estudio y la meditación." Esto, mucho
mejor expresado que el Heraldo lo hace en es-
tas líneas (obligado extracto de toda una teo-
INTRODUCCION
71
ria pedagógica originalísima y sencilla), es lo
que les ha dicho a sus discípulos, desde la tri-
buna de la Universidad de Salamanca, el cate-
drático don Miguel de Unamuno."
Este discurso encontró, sin duda, un amplio eco
en la prensa periódica española. El comentario del
diario madrileño El Iniparcial, muy halagüeño, lo
reprodujo El Porvenir, de Sevilla, y El Defensor de
Granada, que antaño cobijara las correspondencias
cruzadas por Ganivet y Unamuno, luego reunidas
en volumen con el título de El porvenir de España,
dedicó una reseña al discurso impreso. Y así otros tes-
timonios. No se había, prácticamente, extinguido este
clamor, cuando un Real Decreto de la entonces Re-
gente de España, firmado el 26 de octubre de 1900,
le nombraba Rector de la Universidad salmantina,
recién cumplidos los treinta y seis años de edad, y
a los nueve de formar parte de ella como catedrá-
tico. Casi con los ejemplares del discurso distribuidos
en América llegó la noticia de este nombramiento,
y es entonces la prensa de aquel continente, donde
ya era conocido por sus colaboraciones en ella, la
que prolonga y dilata el eco de ambos actos. El dta-
rio El Tiempo, de Buenos Aires, que dirigía enton-
ces Carlos Vega Belgrano, nieto del general de este
nombre y prócer de la independencia argentina, re-
produjo íntegro el discurso unamuniano, y en las
columnas de su homónimo El Tiempo, de Caracas, el
fino escritor venezolano Pedro Emilio CoU le dedica
un encendido comentario.
¿Guardan relación estos dos hechos? ¿Surgió el
nombramiento del discurso f Cualquier conjetura se-
ría aventurada. Por eso vamos en busca del testi-
monio del propio Unamuno, albergado en una carta
privada a su amigo Jiménez Ilundain, publicada ya
junto con las restantes de este importante epistolario
72
INTRODUCCION
por el P. Hernán Benitez, en su libro El drama re-
ligioso de Unamuno, Buenos Aires, 1949. Dice así:
"Envié a Barco tres ejemplares de mi dis-
curso de apertura, uno de ellos dedicado a us-
ted. Si no lo ha recibido, avísemelo en una tar-
jeta y le enviaré otro. El tal discurso ha alcan-
zado cierta resonancia, no por su valor intrín-
seco — es de lo más flojo que he hecho — sino
por la ocasión y el sitio. Les sorprende a mu-
chos que me decidiera a predicar tales cosas en
una solemne apertura de un curso oficial, ante
un claustro y revestido de toga, muceta y borla.
"¡Y ahora viene lo gordo! Hoy se firmará en
Madrid la jubilación de todos Los catedráticos
■ que pasan de setenta años. Entre ellos está el
Rector de esta Universidad, quedando el recto-
rado vacante. Escribiéronme de Madrid si lo
aceptaría. Contesté, después de pensada la cosa,
que sí, y el Ministro ha ofrecido nombrarme.
Aun así y todo, no cuento todavía con ello.
La cosa se ha sabido aquí, habiendo caído como
una bomba. Figúrese usted eso de nombrar un
Gobierno conservador a un socialista, heterodo-
xo, propagador de ideas disolventes, que no pasa
de treinta y seis años, que no es de la ciudad,
que sólo lleva nueve años en el profesorado, y
nombrarlo después de haber leído un discurso
como el que leí." (Carta fechada el 19-X-1900.)
Y ahora, que el lector lea por sí mismo este dis-
curso. Pero antes de hacerlo no quisiera pasar a ocu-
parme de otro sin aducir un curioso testimonio de
un contemporáneo, el escritor "Asorín", que en un
artículo publicado en 1948 se ha referido a este dis-
curso, con estas palabras:
I N T R o D U C C I o X
73
"El libro que vamos a describir no es libro;
es, legalmente, folleto, puesto que tiene menos
de cien páginas. Pero estas páginas son tan
suculentas que constituyen la doctrina de todo
un libro. Empecemos : el libro es chico; quince
centímetros de largo por diez de ancho. El pa-
pel es amarillento, ligeramente satinado; la im-
presión clara, limpia, espaciada, fácil a la lec-
tura. Tiene el libro diecinueve páginas. La cu-
bierta es de un color verde gris, glauco... Va-
mos con la portada: arriba dice: "Universidad
de Salamanca". Y a continuación: "Discurso
leído en la solemne apertura del curso acadé-
mico de 1900 a 1901", por el doctor don Mi-
guel de Unamuno, catedrático de Literatura grie-
ga. Viene después el escudo de Salamanca: par-
tido; primero las cuatro barras de Aragón, y
ocho cruces de San Juan de Jerusalén; al lado,
un puente, un toro y un árbol. Debajo, lugar y
fecha: Salamanca, establecimiento tipográfico
de El Noticiero Salmantino, 1900...
"Nunca libro de tan exiguas proporciones
pudo ser tan sensible: se nos antojan estas dieci-
nueve páginas como una de esas bataneas ultra-
sensibles que, en los laboratorios, vemos entre
viriles. El autor, Unamuno, nos va a decir algo
decisivo en su vida y decisivo para España.
Unamuno se dirige a la juventud; todavía su
estilo no está formado; todavía encontramos
aquí algún hipérbaton impertinente ; todavía
— desde 1900 — ha de luchar, a la manera de un
púgil, con el idioma, hasta vencerlo, dominarlo.
Pero en estas pocas páginas está expuesta la
doctrina que ha de empapar toda la vida de
Unamuno: vida y libros; vida antes que libros;
realidad y .m trasunto; realidad en primer tér-
mino, trasunto subalternamente, sea ese trasun-
74
INTRODUCCION
to poema, novela, cuadro, estatua. Son muchos
los que han profesado esta doctrina de Unamu-
no. ¿Quién la ha practicado? ¿Cómo renunciar
— cuando no es menester — o la ciencia, a la
erudición f ¿Quién se resigna a ser llano, senci-
llo, y no culto, sabidor?
"Unamuno comienza diciendo que "los últi-
mos reveses de la Patria nos han ocasionado, a
vueltas de su maleficio, un saludable efecto";
convirtamos nuestras miradas a nosotros mis-
mos; deseemos ahincadamente conocernos; que-
ramos conocer a España. Y en España, princi-
palmente, lo soterraño y lo espontáneo; que los
jóvenes estudien lo que hay de vivo y fecundo
en la tradición. Todo a lo largo del librito se
insiste en lo que compendia, en este caso, el ad-
verbio "antes"; prioridad de lo concreto res-
pecto de lo inconcreto, de lo directo respecto de
lo indirecto. ¿Quiénes eran los jóvenes en 1900?
¿Atendieron o no a Unamuno? ¿Hasta qué pun-
to se atiende él mismo?". ("Bibliografía" , en
el diario ABC, Madrid, 22-1X^1948).
Ya es Unamuno Rector de la Universidad de Sa-
lamanca, y cumpliendo los deberes de su cargo ha
de hablar, representando aquélla, en dos ocasiones,
ante el nuevo Rey Don Alfonso XIII. La primera
de ellas, el 24 de mayo de 1902, en el Palacio de la
Biblioteca y Museos Nacionales, de Madrid; la se-
gunda en el Paraninfo de la propia Universidad que
regenta, el 1 de octubre de 1904, al presidir el mo-
narca la solemne inauguración del curso académico.
En ambos casos acudirá a las páginas más gloriosas
de la vieja Escuela que, ahora, rectoralmente, ex-
huma. En el segundo, recordará también otra visita
que en 1877 hizo a la Universidad el rey anterior,
don Alfonso XII ,
INTRODUCCION
75
Pero como Rector también tiene otros meneste-
res. Uno de ellos le lleva a presidir la inauguración
del curso en la Escuela Superior de Industrias, de
la ciudad de Be jar, enclavada en su provincia y dis-
trito universitario, el 2 de octubre de 1903. Y está
satisfecho de su tarea. Así se lo comunica a Jimé-
nez Ihmdain, su amigo, informándole de sus activi-
dades oratorias. En estos términos:
"... y hace poco a inaugurar el curso a la Es-
cuela de Industrias, de Béjar, con discurso de
inauguración, y en el mismo día otro a obreros
y patronos. Y con tanta suerte estos dos últi-
mos que provocaron la primera entrevista cara
a cara de unos y otros, después de mes y medio
de aun ni querer tratar, deponiendo piques de
amor propio y empezando a tratar el asunto
como lo que es. como un negocio de regateo."
{Carta del 18-IV-1904).
El primer Rectorado de Unamuno terminó con
el R. D. de 20 de agosto de 1914, y antes de termi-
nar ese mismo mes hacía entrega del cargo a su sus-
tituto, don Salvador Cuesta Martín. Aquella medida
arbitraria laceró profundamente el corazón de don
Miguel, y hoy vemos cuán decisiva fué para ím vida
y actuar futuros. Y reciente aún la herida que el
poder público le causara, pronunció en el Ateneo
de Madrid su famosa conferencia "Lo que ha de ser
un Rector en España", el día 25 de noviembre
de 1914. Al texto manuscrito que hemos podido ver,
cotejándolo con el impreso de un pliego suelto y con
la versión aparecida en la prensa madrileña, hay
que añadir dos escritos ptiblicos suyos levemente
anteriores: El titulado "De la confianza ministeriaV' ,
que vió la luz en el semanario Nuevo Mundo, el 12
de septiembre de 1914, y "Pequeña confesión cínica",
76
INTRODUCCION
en el número de aquél correspondiente al 7-XI-1914.
Bien es verdad que es otra de sus actuaciones públi-
cas más remotas, y a ella nos referiremos, lo que mo-
tivó el segundo, pero en él alienta un estado de áni-
mo muy semejante.
Y como complemento, como umbral si se quiere,
de aquella conferencia, el contenido de esta cuartilla
autógrafa a la que dió lectura antes de comenzar el
acto. Dice así:
"Cuatro palabras antes de empezar, señores,
por vía de proemio. He leído que iba a venir
a este acto un taquígrafo del Ministerio de Ins-
trucción Pública. Le invito a que se retire para
no perder su tiempo. Traigo escrita la conferen-
cia y la voy a leer. Sé bien que no gozo de in-
munidad parlaíiicntaría y que en este país sólo ni
diputado le es lícito decir cuanto se le viene a Ja
boca, pasándole antes o sin habérsele pasado por
las mientes. Taquígrafo haría más falta que aquí,
y a modo de notario, en aquellas conversaciones
privadas con hombres listos cuya principal arma
es el embuste y sus procedimientos desdecirse siete
veces al día para inventar siete nuevos dichos que
volverán a desdecir.
"Además, esto va a ser dicho en este Ateneo
ante vosotros que sabéis oír con oídos limpios y
sostener, sin desfigurarlo, lo que oigáis, y yo que
sé pensar lo que digo y decirlo con los labios lim.-
pios. ¿Que mejores notarios de justicia que vos-
otros? ¡Sólo faltaba que se nos enviase también
un delegado de la Policía y los de la secreta a la
puerta! Este mismo proemio lo traigo escrito
para que pueda llevarlo, señor notario taquígrafo,
a modo de dedicatoria al Ministerio."
En febrero de 1930 regresa Unamuno a España,
INTRODUCCION
77
al cabo de seis años de ausencia. Poco más de un año
después es proclamada la República, y mediante un
Decreto de su Gobierno, refrendado el 22 de mayo
de 1931 es de nuevo designado Rector de la Univer-
sidad de Salamanca. A esta nueva etapa de su man-
dato corresponden los restantes discursos de este apar-
tado académico.
El primero de ellos fué muy sonado. Como Rector le
correspondía presidir el acto solemne de inaugurar el
curso académico, en el que un compañero de claustro,
en este caso el doctor Población, de la Facidtad de
Medicina, da lectura a la oración inaugural, limitán-
dose la primera autoridad académica a declarar
abierto el nuevo curso en todos los centros docentes
del distrito universitario. Y he aquí que don Miguel,
mientras el acto va deslizándose, requiere un papel,
una cuartilla, de un circunstante próximo, y en ella
va trazando un guión de lo que se dispone a decir,
cuyo autógrafo se conserva hoy en la Casa Rectoral
saUnanticensc. Aquel día se cumplían los cuarenta
años de la llegada de don Miguel a esta Universidad,
y es éste el recuerdo inicial de aquella intervención
suya. Los restantes se van eslabonando en sus labios
como antes los fijara por escrito en el papel: en 1901
abrió por vez primera como Rector el curso acadé-
mico, "3' lo abrí — agrega — como se hacía, en nom-
bre de Su Majestad el Rcy^\ "Vine — añade — como
Rector nombrado por Real Decreto de Doña María
Cristina de Habsburgo Lorena, Reina Regente de Es-
paña. Y aquí debo hacer una declaración expresa:
la de que ni para ser nombrado, ni luego, ni nunca,
se me exigió hacer una declaración de fe monárquica.
Y estuve abriendo cursos trece años consecutivos, ex-
cepto el de 1904, hace veintisiete, en que vino a abrir-
lo el entonces Rey, don Alfonso de Borbón Habs-
burgo Lorena, don Alfonso XII I"...
Y así se van encadenando los recuerdos, y con ellos
78 INTRODUCCION
los hechos, que en la Universidad han tenido lugar en
semejante coyuntura. '^Corre el tiempo — puntuali-
za— y ¡lega este acto de 1931-32, y vuelvo nombrado
Rector por mis compañeros y bajo un nuevo régimen,
a cuyo establecimiento he contribuido más que cual-
quier español". La ansiedad del auditorio va en au-
mento. Don Miguel, sereno y arrogante, mira de
reojo a la cuartilla que empuña, y al llegar a la nue-
va fórmula para abrir el curso pronuncia estas pala-
bras, con una voz emocionada, que retiembla en sus
labios:
"En nombre de Su Majestad España, una, so-
berana y universal, declaro abierto el curso de
1931 a 1932 en esta Universidad universal y es-
pañola de Salamanca, y que Dios Nuestro Señor
nos ilumine a todos para que, con su gracia, po-
damos en la República servirle sirviendo a nues-
tra común madre Patria."
El revuelo en la prensa nacional al difundirse es-
tas palabras, que todos — cada uno con su finalidad —
se complacen en destacar, es enorme. Alguien las con-
sidera como el primer síntoma — desviacionista, se di-
ría hoy — de su descontento para con el nuevo régi-
men, que luego compartirían otros intelectuales emi-
nentes de España. Pero Unamuno es él, inasequible a
ser clasificado, frente a unos y frente a otros. De
cuantos comentarios motivaron estas palabras suyas,
tal vez los más afortunados y precisos fueron los de
Melchor Fernández Almagro, desde las columnas del
diario madrileño La Voz. He aquí alguno de sus pa-
sajes :
"Frases hay en el discurso de Salamanca — ¿a
qué adjetivarlo f — llamadas a suscitar acaso vi-
vas polémicas. Al cabo, lo que Unamuno deseó
siempre: pugna de ideas y lucha de conciencia.
INTRODUCCION
79
Pero justamente en el auditorio joven habrán en-
contrado tales conceptos la repercusión natural,
lanzados como vienen por una visión españolísi-
ma de nuestra Historia, y buscando como van la
rehabilitación en el futuro de "nuestra unidad"
y "nuestra itnperialidad" . ¿Cuántos torcerán el
gesto? ¿Cuántos tratarán de revisar el discurso,
ajenos al profundo sentido liberal que lo infor-
ma? Quien como don Miguel de Unamuno alza
hoy su voz sobre los bandos y sus intereses, sobre
toda contingencia de partido o superstición doc-
trinal, no tendría tanta autoridad si no fuese de
siempre — antes y a la vez — el luchador en el
plano encendido de la actualidad. Suele hablarse
con desden de los ideólogos, gentes, para muchos,
que viven en las nubes. Pues bien: en las nubes,
con pensamiento puro, vive, efectivamente, Una-
muno. Pero nadie sabe bajar con la arrogancia
que el a ¡a acción y a la pelea."
De otras actividades académicas, menos resonantes,
tíos informan otros varios discursos, más o menos
ocasionales, de don Miguel durante este segundo Rec-
torado suyo. Léanse, por ejemplo, las palabras que el
29 de noviembre de 1931 dedicaba a la Asociación de
Estudiantes de Derecho, o las de conmemoración del
primer aniversario de la República, el 14 de abril
de 1932; o las dichas en la clausura de la Semana
de Historia del Derecho Español, pocas semanas más
tarde. A una de estas intervenciones — la del aniver-
sario de la República — pertenecen estas palabras su-
yas que hacen relación a las antes trascritas de in-
auguración del curso académico de 1931-32. Dicen
así:
"Y ahora quiero recordar también unas pala-
bras que pronuncié aquí el primer día de este
curso y que tuvieron una cierta repercusión en
80
INTRODUCCION
toda España, y aun fuera de ella, sobre todo en
los oídos de cierto señor, al que me consta que le
hicieron impresión. Aquí, cuando se abrió este
curso, hablé en nombre de "¿"m Majestad España^',
y como las gentes se apegan a ciertas palabras
nada más que por el valor tradicional que tienen,
no entendieron bien lo que yo quería decir con
"Majestad" . Saben los que tienen algún conoci-
miento de Humanidades, que majestad es maies-
tas, es imyoridad ; es decir, lo que está por enci-
ma de todo y corresponde a la soberanía. Y al
decir "Su Majestad España", quería decir que
no hay más soberanía que la de España, que la
del pueblo español. Es lo que se llama la sobe-
ranía popidar, por la cual todos, en cuanto ten-
gamos conciencia de ciudadanía y de españolidad,
todos seremos soberanos."
Y así llegamos al último discurso inaugural de Una-
muno. Fué el día 29 de setiembre de 1924. El cunv-
plía en aquella fecha sus setenta años, y era jubilado
como catedrático de la Universidad, al cabo de cua-
renta y tres de entrega a ella, y ésta iniciaba un nue-
vo curso, uno más en su vida secular. Seguiría siendo
su Rector — lo fué hasta octubre de 1936 — , pero te-
nia que decir adiós a los estudiantes. En aquella oca-
sión, presentes el Jefe del Estado, el del Gobierno y
varios ministros de la República, subió a la tribuna
del Paraninfo un don Miguel blancas ya su cabeza
y su barba que contrastaban con el negro del tercio-
pelo de su inuccta rectoral. Y con trémolos en la vo^,
despojado de sus gafas de miope, abrió ante un audi-
torio denso e impar el álbum de sus recuerdos uni-
versitarios. Entre ellos, el primero quizá de todos, el
del primer discurso suyo de VOO, del que releyó algu-
nos pasajes, para terminar con un patético adiós:
INTRODUCCION
81
"y mis últimas palabras de despedida, com-
pañeros de Escuela, maestros y estudiantes, es-
tudiosos todos: Tened fe en la palabra, que es la
cosa vivida; sed hombres de palabra, hombres de
Dios, Suprema Cosa y Palabra Suma, y que El
nos reconozca a todos como suyos en España.
¡ Y a seguir estudiando, trabajando, hablando,
haciéndonos y haciendo a España, su historia, su
tradición, su porvenir, su ventura! Y ¡a Dios!''
Hasta aquí el texto impreso, que, como es de rigor,
se distribuyó en aquel acto. Pero aquel verano
de 1934, cuando ya el discurso había sido entregado
para su impresión, las circunstancias políticas nacio-
nales presagiaban densos nubarrones. Pocos días des-
pués de los actos jubilares de Unamuno estalló la re-
volución en Asturias y en Cataluña. Don Miguel lo
intuía, lo presentía, y lo que más aconjogaba a su
alma era la intervención que en este estado de cosas
iban tomando los estudiantes. Días antes de leer su
discurso, redactó unas cuartillas complementarias del
mismo. Quería aprovechar esto til tima gran coyuntu-
ra de su z'ida académica para leerlas. Y terminado el
texto impreso procedió a hacer la mismo con ellas.
Su último pasaje era una despedida y era también
una súplica.
"Salvadnos, jóvenes, verdaderos jóvenes, los
que no mancháis las páginas de vuestros libros
de estudio ni con sangre ni con bilis. Salvadnos
por España, por la España de Dios, por Dios,
por el Dios de España, por la Suprema Palabra
creadora y conservadora. Y en esa Palabra, que
es lú Historia, quedaremos en paz y en uno y
en nuestra España universal y eterna. Adiós, de
mtevo,"
82
INTRODUCCION
Homenajes académicos y literarios.
En estrecha relación con su actividad universitaria,
y con el ejercicio de ella en Salamanca, debemos con-
siderar algunas intervenciones Públicas de Unamuno
en actos conmemorativos o de homenaje a algún co-
lega académico o a algiín escritor de renombre. En-
tre los primeros, y cuando Imbía dejado de ser Rec-
tor o iba a serlo de nuevo, deben ser incluidos el ren-
dido a la memoria de don Luis Rodríguez Miguel,
catedrático de Lengua y Literatura que fué de Sala-
manca, y el ofrecido al doctor Cañizo, catedrático de
su Facultad de Medicina al cumplir las bodas de pla-
ta como tal.
El primero se celebró en el Paraninfo de la Uni-
versidad, en marzo de 1916, y es una lección de com-
pañerismo y generosidad, que se abre con los re-
cuerdos personales de su llegada al claustro salman-
tino, en 1891, de sus quehaceres de colaborador en la
prensa local de entonces, y termina con una semblan-
za del compañero en estos emocionados términos:
"... yo he pecado mucho en desdeñar a los
hombres buenos de paz, y de concordia, y de to-
lerancia, rindiéndome , más de lo debido, al ad-
versario, si era, como yo, belicoso y duro: yo he
pecado mucho en ejercitar mi mordacidad satí-
rica, aun a costa de mis mejores amigos, para
poder esgrimir un arma temida, a la vez que por
cierta flaca vanidad; pero yo os digo hoy aquí
— V de ello tengo testigos — que nada me cuesta
confesar esas mis culpas, y que sé, como quien
más y mejor, rendir mi tributo de homenaje al
hombre bueno, laborioso, pacífico, transigente,
conciliador, cumplidor de su deber, y que, libre
de envidia y de ruindad, pone la capacidad toda
INTRODUCCION
83
que Dios le ha dado al servicio de su ministerio
público patriótico. Y tal fué don Luis Rodríguez
Miguel."
El otro homenaje, el del doctor Cañizo, tuvo lugar
el 17 de mayo de 1931, pocos días antes de hacerse
cargo de nuevo Unamuno del Rectorado de la Univer-
sidad. El escenario fue el mismo, y aparecía poblado
por un numeroso público de muy diversas proceden-
cias. Se trataba de congregarse en torno a un maes-
tro y a un hombre con el que don Miguel mantuvo
una gran amistad desde que Cañizo llegó a Salaman-
ca, y que le acompañó en no pocas de sus excursiones
por los campos y tierras españoles.
"Con él hemos recorrido campos de Castilla,
percutiendo y auscultando tierras españolas. Yo
le he visto trepar al picacho del Almanzor, vér-
tebra cervical del espinazo de España, que es Cre-
dos, y contemplar desde allí la cuenca del Duero
en que se asienta nuestra Salamanca y también
su Segovia, la Scgovia de su niñez, y de otro lado
la cuenca del Tajo en que se asienta el Madrid
de nuestras sendas mocedades; juntos hemos con-
templado el lago de San Martín de Castañeda,
en Sanabria, limpio espejo del claro cielo de Es-
paña, limpio como una conciencia limpia; juntos
hemos contemplado en su Segovia el acueducto,
enorme arpa de graníticas cuerdas de las entra-
ñas ibéricas en que tañen recuerdos las brisas
del Guadarrama; juntos hemos subido a Peñala-
ra; yo le he visto orar, bañándose en recuerdos
de niñez, en la Fuencisla... Yo he conocido al
hombre, al español, en toque con nuestra tierra
madre."
Y como el amigo lo había sido a toda prueba, tras
84
INTRODUCCION
esta andadura lírica por los paisajes que juntos reco-
rrieron, Unamuno centra su homenaje, trayendo a la
memoria de los oyentes el recuerdo de don Juan del
Cañizo, '■'■quien más impulsó a su hijo al magisterio,
quien mejor le guió en su espíritu, quien acaso le re-
tuvo aquí, en Salamanca; quien le dió lo mejor que
éste tiene". Parecía como si Unamuno, celebrando al
padre de su amigo, recordase al que él perdiera te-
niendo apenas seis años.
Como Rector de la Universidad y como tal vecino
morador de Salamanca, a lo que felizmente se unía ¡a,
circunstancia de haber mantenido amistad con él, in-
tervino don Miguel, y creo que decisivamente, en el
homenaje que los salmantinos rindieron a la memoria
de su poeta, José María Gabriel y Galán, la noclie
del 26 de marzo de 1905, muy pocas semanas después
de su muerte, en el teatro Bretón, de Salamanca. En
el lugar correspondiente encontrará el lector las pa-
labras que entonces pronunció, en el curso de un acto
en el que intervinieron varios oradores. Y allí está
también como complemento de ellas, las que en el nú-
mero conmemorativo de un diario local le dedicara
bajo el títido de '^Espontaneidad poética".
Y a este apartado deben ser incorporadas otras dos
memorables intervenciones unamunianas. La del ho-
menaje a Danvin, en el primer centenario de su naci-
miento, al que le invitó la Academia Médico-Esco-
lar de Valencia, uno de los pocos, si no el único, acto
con este motivo celebrado en España, y que tuvo por
escenario el Paraninfo de aquella Universidad, el
22 de febrero de 1909, en el que alguien dió lectura
a l-a importante contribución enviada por don Miguel.
Importante por el contenido y por lo que esta figura
representó un tiempo de su propia obra, aludida en
estos términos:
"Aquí nos ha hablado el señor Bartual de la
I X T R o D U C C I o N
85
época en que él, bajo la sugestión de las doctri-
nas darzvinianas, sintió los primeros asaltos de
la duda a las heredadas creencias. ¡Si yo os ¡la-
blara de esto! Esa época es en mí una época que
durará, espero, toda mi vida, que no acabará nun-
ca. De esos asaltos, de darlos y de rechazarlos,
de deshacer y rehacer mis creencias, vivo. La
vida del hombre sobre la tierra es combate, y
combate, primero, y ante todo, consigo mismo."
La muerte de Pérez Galdós le llevó a tomar parte
en un acto a su memoria que organizó el Ateneo de
Salamanca, en noviembre de 1920. Es uno de los tex-
tos que a pesar de lo fragmentario de la reseña de
que hemos dispuesto, nos parecía conveniente incor-
porar a este tomo de conferencias y discursos, porque
también tuvo su resonancia. Su pasaje inicial es ya
bastante expresivo:
"Para juzgar a Galdós, acaso no sea yo el más
adecuado; lo eran, sí, aquellos que puedan ña-
marse nietos suyos, de una generación no tan
inmediata, porque siempre hay en los hijos ten-
dencia a la crítica, a la rebelión contra sus pa-
dres. Nosotros, a quienes se nos ha calificado de
hombres del 98. nos hemos rebelado contra los
hombres del 68. por llevar lleno el espíritu de
ilusiones que no tenían contenido ni realidad.^'
Como este tema fué varias veces abordado por Una-
muno en sus escritos públicos, a ellos remitimos al
lector. Los encontrará en el tomo V de estas Obras
completas. Son tres, por lo menos, allí incluidos, res-
pectivamente titulados "La sociedad galdosiana" ,
"Galdós en 1901" y "Nuestra impresión de Galdós",
fechados todos ellos en enero de 1920.
Otro homenaje, creo que no fué el único —tengo
noticia de otro en 1917 — es el que en el Ateneo de
86
INTRODUCCION
Madrid tributó a Joaquín Costa, el 8 de febrero
de 1932. A él pertenece este párrafo:
"Conocí a Costa, y como es natural, yo no
puedo traer aquí al Costa que fué, sino a "mi
Costa", al mío. Y acaso en él, sin duda, me he de
meter yo mismo: es inevitable. Aquí le veríais los
que tenéis ya cierta edad, cuando iba arriba a
trabajar solitariamente. ¡ Y hay que ver lo que
es, y más en España, tino de esos trabajos soli-
tarios, un trabajo de investigación y rebusca,
donde no hay un ambiente de rebuscadores ni de
investigadores, donde tiene uno que hacérselo
todo!... Y venia a trabajar indudablemente en
trabajos que ya estaban hechos muchas veces.
Algunas veces se lo dije: "¡Pero don Joaquín,
si eso ya está averiguado!" Pero él quería ir
a las fuentes mismas. Esto tiene — dicen — un in-
conveniente. Cuando andaba estudiando la deca-
dencia romana en los escritos romanos, haciendo
caso omiso de todo lo que se había hecJio en tor-
no de aquello, yo me acordaba de lo que dicen:
"Sí, así sucede con estos españoles, que descubren
el Mediterráneo." Pero yo digo: "¡Ah! ¡No es
cualquier cosa descubrir el Mediterráneo!... .So-
bre todo para los que viven en él, que son los que
no lo conocen."
Orador de Juegos Florales.
El discurso inaugural de octubre de 1900 y el in-
mediato nombramiento de Rector de la Universidad de
Salamanca, despertaron en torno a don Miguel, que
ya iba siendo conocido como escritor, la atención de
los españoles. Y como entonces era muy frecuente la
celebración de Juegos Florales, en los que un manie-
INTRODUCCION
87
nedor, especialmente invitado, hacía en estos certá-
menes poéticos uso de la palabra, fueron muchas las
ciudades españolas que le llamaron para cumplir este
cometido. La primera de ellas fué su nativo Bilbao,
donde el 26 de agosto de 1901 tomó parte decisiva en
los allí celebrados. No figura en este volumen dicho
discurso, pues por su tema lo incluímos en el tomo
anterior de estas Obras completas, junto a otros es-
critos y estudios ^mamunianos sobre la raza y la len-
gua vascas. En la introducción al mismo nos referi-
mos ampliamente a este discurso suyo tan discutido,
haciéndolo seguir del comentario de uno de los que
asistieron al acto: Ramiro de Maeztu.
El segundo discurso de Juegos Florales, titulado
"España y los españoles", lo pronunció en Cartagena,
el 8 de agosto de 1902, en los organizados por el Ali-
neo de aquella ciudad. No se incluye tampoco en las
páginas que siguen, por haberlo sido anteriormente
como apéndice del tomo III de mi edición De esto
y de aquello, Buenos Aires, 1953, y con posteriori-
dad en el volumen titulado España y los españoles,
que con otros escritos unamunianos publicó la Edito-
rial Afrodisio Aguado, Madrid, 1955. "Colección de
Clásicos y Maestros". En los prólogos a ambos volú-
menes me ocupé con detalle de este discurso.
Los que se reproducen más adelante en este tomo
son los siguientes: El de los Juegos Florales celebra-
dos en Almería el 27 de agosto de 1903; el de los
organizados en Salamanca por la revista Gente Joven,
el 30 de setiembre de 1905; el de los de Pontevedra,
el 21 de agosto de 1912, y el de los de Murcia, el 27 de
marzo de 1932. Y no son todos los que Unamuno
pronunció. Los no incluidos, como, por ejemplo, el de
Las Palmas de Gran Canaria, de 1909, ha sido sim-
plemente por no haber encontrado un texto idóneo.
Algún día, reunidos todos los datos y acaso logrados
los textos correspondientes, podrá trazarse el itine-
88
INTRODUCCION
rario de los núcleos de esta geografía lírica unamu-
niana por las tierras de España.
Hoy preferimos unas cuantas consideraciones de
conjunto sobre su original y sorprendente interpre-
tación de este menester de andante mantenedor de la
poesía de consistorio. Sea la primera de ellas afirmar
que la tarea de don Miguel no era la tradicional y
usadera en este género de empresas. Cumplía, procuró
cumplir siempre, el rito formal de la indumentaria,
dentro de la que se sentía incómodo, y respetaba la
invocación final celebrando a la reina de la fiesta,
y en ella a la mujer española de cada región o ciudad
visitada. Pero siempre aprovechó la coyuntura para
hacer una labor de enseñanza, abriendo ante sus audi-
torios ocasionales la gran baraja de los problemas na-
cionales, la íntima preocupación que los destinos de
España le merecían.
Unos cuantos testimonios del propio don Miguel,
ptíblicos unos y privados otros, lo precisarán. Limi-
tándonos a los primeros, y para utilizar textos re-
unidos en este volumen, vayan los siguientes :
"Mal puedo negarme a acudir allá, adonde,
como a esta ciudad de Almería, se me llama,
cuando creo de mi deber meterme hasta allí,
adonde no soy llamado. Aquí me tenéis, pues, sin
cuidarme en demasía de la oportunidad de lo que
voy a deciros ni de si ello encaja o no en el
rito de actos como este que aquí se celebra aho-
ra, sino atento sobre todo a que hablo ante espa-
ñoles cultos y que se cuidan del destino de mies-
tro pueblo. Me traéis a unos Juegos Florales; es
como si me trajeseis a otra manifestación espiri-
tual y pública cualesquiera: no son flores lo que hr
de ofreceros.
"Líbreme Dios de censurar estas fiestas, antes
bien las aplaudo, porque de aplaudir es todo
XTRODUCCIO X
89
cnanto tienda a promover el cultivo de los lujos
del espíritu y de aquellos regalos que se nos
otorgaron para consuelo de haber nacido; U-
breme Dios de censurarlas, digo; pero he de
decir también que no han respondido sino en
muy pequeña parte a lo que de ellas se esperaba,
que con facilidad vienen a caer en un festejo más
de las obligadas ferias anuales de los pueblos, y
que llevan en sí tal vez algo que en lugar de
corregir acrecienta y encona acaso uno de tos
tres vicios radicales de nuestra patria : la envi-
dia. Estos juegos son, en efecto, justas o torneos
de emulación, y la anulación que puede alguna
ves fingir sazonados frutos es casi siempre un
detestable acicate educativo."
En los de Salamanca, en 1905 :
"No he de decir nada de lo que los Juegos Fh-
■ rales fueron y son, así como de su próxima muer-
te, que felizmente no tardará en ocurrir. Nada
he de hablar tampoco de poetas premiados, ni de
reinas, sino de una retórica especial que no me
atrevo a calificar. He acudido a muchos de es-
tos actos, pero tomándolos siempre como pretex-
to para decir en ellos lo que me parezca, oportu-
na e inoportunamente.'''
Todavía en 1912. hablando en los de Pontevedra,
expresa así:
"Por mi parte, se me presentaba un conflicto:
de un lado, mi deseo, ya antiguo y acrecentado
en un viaje a otra porción de Galicia, de conocer
esta región, famosa por su belleza; y de otro lado
una cierta repugnancia que siento hacia estas fies-
tas y el temor de venir a ellas a protestar de la
forma en que suele llevarse a cabo de ordinario.
90
INTRODUCCION
Mas aunque fuera para protestar y ver si se mo-
difica, debía venir. Empezó el furor de estas fies-
tas a raíz de aquello que se llamó nuestro desas-
tre y que ocasionó, entre otros viales, el de la
desastrosa literatura regeneracionista, y el mayor,
acaso, de todos ellos. Y estos juegos, que vinieron
de Cataluña, convirtiéronse pronto en festejo, en
deporte... Hubo ingenuo — infeliz — que llegó
a creer que los Juegos Florales podrían acabar
suplantando a los toros; pero yo, enemigo de
esta fiesta llamada nacional, os declaro que en
ella, en que se mucre de veras — aunque no, cier-
tamente, el espectador — , hay una cierta seriedad
trágica que falta en estos otros festejos en que
nada se compromete. En cuantos Juegos Florales
he presenciado y no han sido, fuera de unos en
que fui a oír llorar a Costa, sino aquellos en que
he tomado parte, con el nombre nada simpático
de mantenedor, no vi que se comprometiera nada,
y si alguna vez se convirtió un recinto como éste
en algo así como una plaza por el apasionamien-
to, era que toreaba yo."
Y, sin embargo... Pasados los años y con ellos el
auge de estas justas literarias, en 1932 es invitado
Unamuno a tomar parte en los que se celebraron en
Murcia. Sus primeras palabras las dedicó a sus pro-
pias y anteriores actuaciones en empresas de esta
clase. Y puesto que una de las primeras de ellas fué
en Cartagena, ciudad próxima, se expresa así :
"¡Qué de recuerdos despiertan en los recove-
cos de mi memoria! ¡Qué de recuerdos se
agolpan en mi espíritu al volverme a ver en
una tierra como ésta. Yo me acuerdo de que no
empecé tomándolas del todo en serio, que procuré
dar a estas fiestas un carácter distinto al que te-
nían. Me parecía que estos Juegos Florales, que
INTRODUCCION
91
habían venido de Cataluña y de Valencia, no eran
lo que más falta hacía. Me parecía que lo que ha-
cía falta eran cosas vitales y de trabajo. Quizá en
eso me equivocaba un poco, porque es muy difícil
dcliviilar lo que es juego y lo que es trabajo, lo
que es flor y lo que es fruto; fruto del trabajo,
flor del juego. No sé cuál debe ser el preferido...
En aquella época yo estaba cerca de esta ciudad,
en Cartagena, hace ya de esto treinta años. Fué
la segunda vez que yo actuaba en una fiesta como
ésta de hoy, en que vuelvo en esta primavera y
a esta ciudad de primor que es Murcia, y voy de
nuevo a ver las flores y los frutos, el juego y el
trabajo. Es muy cómodo hablar, como hablando
de frutos, de acciones. Unas veces es de Acción
Republicana, y otras veces, de Acción Nacional."
Lo que nos revela que la palinodia envuelta en el
recuerdo no ha alterado su primeriza actitud de anta-
ño, y los problemas nacionales y vivos siguen estando
al orden del día. Actualidad permanente la suya en
estos consistorios, que se refrenda con este pasaje,
casi al final de su última intervención en ellos:
"Por eso yo, que me burlaba de los Juegos
Florales, a los que llamaba frutales o fructíferos,
he venido aquí a decir que quizá no estaba en lo
cierto. He vuelto a mi oficio de antaño, que
tiene de poético, de divagatorio y de político, ha-
ciendo a mi manera política, que la política
requiere algo de profético."
Certámenes, festivales y exposiciones.
Pero no todo fueron Juegos Florales. Otras ciuda-
des españolas invitaron también a Unamuno para
que hiciese uso de su palabra, autorizada y ya famo-
92
INTRODUCCION
sa, en otros actos, de tipo cultural también, pero sin
la tramoya lírica y suntuaria de los consistorios poé-
ticos. Tal es el caso de algunos discursos reunidos
en este volumen.
La Academia Jurídico-Escolar de Valencia, por
ejemplo, organizó un Certamen Nacional, y con esie
motivo tuvo lugar un acto literario en el Ateneo de
la ciudad. Fué el 24 de abril de 1902, y aunque a
él no pudo asistir don Miguel, allí se dió lectura a
su discurso, luego reproducido en la Prensa local y
nacional.
Al año siguiente y con motivo de las fiestas del Cor
pus, la ciudad de Orense organizó un concurso peda-
gógico, cuya clausura y distribución de premios se
hizo coincidir con aquéllas. Y el 13 de junio de 1903
leyó Unamuno en aquel acto otro de sus discursos.
En 1905 se celebra en Bilbao una exposición es-
colar, y el día 11 de agosto de ese año, casi cuatro
después de su memorable discurso de los Juegos Flo-
rales de 1901, vuelve don Miguel a dirigirse a sus
paisanos. Su tema no es de generalidades pedagógi-
cas en torno a la cultura, como en Orense, sino algo
muy concreto: '^La enseñanza de la Gramática", en
cuyas páginas alienta su ya añeja y permanente pre-
ocupación por el lenguaje. Al año siguiente lo repro-
dujo integramente el Boletín de la Institución Libre
de Enseñanza, y de él dió a conocer un amplio extrac-
to la revista madrileña La Lectura.
Sus palabras finales fueron éstas :
"Espero que un día como sello de cultura se im-
ponga aquí y en toda España y reine en la Amé-
rica española, la lengua de Cervantes, y en ella
demos a los demás la poesía de nuestro espíritu.
Y si entonces llegara a cumplirse mi más grayi-
de anhelo, si logro entonces, tras una vida de
lucha, qtie no rehuyo, venir a este mi pueblo a
INTRODUCCION
93
descansar de mis combates y a que mi cuerpo
halle cama perdurable en esta tierra en que se
meció mi cuna; si entonces, al pasar mis paisa-
nos junto a mi tumba les oigo desde ella ento-
nar cantos nuevos, cantos frescos, en una lengua
propia, formada de la común a los hispanos to-
dos, y en que todos ellos se entiendan, entonces
se estremecerán de alegría mis huesos y mi es-
píritu dirá: ^^Yo sembré la semilla de alguna
de estas flores de cauto que pasan junto a mis
restos. ¡Bendita la tierra que me engendró !"
Y al año siguiente, en 1906, se celebró durante el
verano en Málaga un gran Festival de la Enseñanza,
del que fué figura principalísima Unamuno, que du-
rante tres días seguidos, en el teatro Cervantes, en el
Circulo Mercantil y en la Sociedad de Ciencias, ha-
bló a los allí reunidos. Para hacer, sin duda, más
permanentes sus lecciones, fueron reunidas y publi-
cadas en un folleto esas tres conferencias. Alguna
de ellas había suscitado comentarios, artículos y aun
polémicas en la Prensa, en la de Málaga y en la de
Madrid, y haciéndose eco de todo ello se insertaron
en esta publicación dos cartas del propio don Miguel.
En cambio, y así se advierte en la nota editorial
que abre esas páginas, no pudo ser incluido en ellas
otra intervención suya en el Centro Socialista, por
no haber sido tomada taquigráficamente.
Conferencias en Ateneos y
círculos literarios.
Que Unamuno fué hombre de ateneo es cosa cono-
cida. Cuando estudiaba en Madrid frecuentó el en-
tonces establecido en la calle de la Montera, como
asiduo de su biblioteca y mudo espectador de sus ac-
94
INTRODUCCION
tos públicos. Más tarde, trasladado aquél a su sede
actual, ocupó numerosas veces su tribuna. Y son mu-
chos los españoles que han evocado su silueta en las
tertulias de la llamada la docta casa, en cuya galería
de retratos figura el suyo, entre los del Olimpo de
la vida nacional de hace más de un siglo. Y si el
Ateneo de Salamanca tuvo vida ¡/róspera un tiempo,
a don Miguel se debió.
Aunque también pudiera trazarse un itinerario
de sus peroraciones ateneísticas en los centros espa-
ñoles de este tipo que animó con su palabra, lo que
no sé si es muy conocido es que en uno de ellos se
inicia su fama como orador público. El más remoto
de los textos compilados en este volumen es un cu-
rioso estudio leído en la Sección de Ciencias His-
tóricas del Ateneo de Sevilla, en 1896, titidado
"Sobre el cultivo de la dcmótica". No conocía más
que la noticia que en su día recogió un diario se-
villano. El Porvenir, pero he aquí que entre los
papeles del archivo unamuniano se conserva el tex-
to autógrafo de tal estudio. Es el que juás adelante
se reproduce. Y adviertan sus lectores cómo no po-
cos pasajes y conceptos de aquél fueron reiterada-
mente utilizados por el autor en otras intervencio-
nes públicas suyas posteriores. Quede encomenda-
do a su curiosidad y a su celo el cotejo correspon-
diente.
Un prestigioso centro literario gallego, al que no
era ajena la figura de Emilia Pardo Bazán, la "Re-
unión de Artesanos" , de La Coruña, en el que aquélla
hizo su presentación, supo aprovechar la visita de
Unamuno a Orense en junio de 1903, y pocos días
más tarde, el 19 de junio, hablaba en el teatro Prin-
cipal de la capital gallega. El tema de esta inter-
vención fué la poesía gallega y como cima de ella, de
la dulce Rosalía de Castro, por la que don Miguel
INTRODUCCION
95
tuvo siempre una sincera admiración. Pero el pla-
no literario se interfiere con el humano, y puesto
que en Galicia hablaba, no faltó el análisis, muy su-
til y certero, de la idiosincrasia, del modo de ser
y obrar de los propios gallegos. Quienes deseen más
extensa información sobre ello pueden ojear un tra-
bajo que, con el títido de "Galicia y Unamuno", he
dado a conocer recientemente en la ¡revista que
otro gallego de hoy, Camilo José Cela, dirige en
tierras mediterráneas, cercadas por el mar latino.
Me refiero a Papeles de Son Armadens {núm. XX,
noviembre 1957).
Y en el verano de ese mismo año, el 30 de agosto
de 1903, Unamuno, que había sido invitado a tnan-
tener los Juegos Florales de Almería, habló de nue-
vo en el Círculo Literario de la capital andaluza a
quienes le oyeron, de sus recuerdos personales, de
sus lecturas próximas y remotas, de sus preocupacio-
nes por el destino nacional, para terminar propugnan-
do la lucha, que no cesará nunca; pero que debe ser
afrontada con el mayor margen de tolerancia mu-
tua. "Y quiera Dios — les decía — que no cese la
lucha, porque el día que el hombre cese de luchar,
muere. Hay que luchar con ciencia, que es como lu-
char con amor."
En esta ruta de las invitaciones ateneísticas va un
día Unamuno, al mediar octubre de 1906, a Barcelo-
na, llamado por el Ateneo Enciclopédico Popular,
para hablar a los catalanes de solidaridad nacional,
en el teatro Novedades de aquella ciudad, colmado
de oyentes que le escuchan atentos y entusiastas. Y
ante ellos va desgranando su posición de siempre, la
que venía manteniendo con la pluma en sus escritos
públicos, la que sostuvo hasta el final, con un sen-
tido amplio, vital y generoso de la común patria
española.
96
INTRODUCCION
En CSC camino oratorio les dice :
"Os invito a todos vosotros a que subáis con-
migo desde este suelo donde niebla de pasión,
de pasiones muy disculpables y muy respetables
muchas de ellas, os velan las caras y os impiden
veros y reconoceros. Subid desde esta tierra en-
vuelta en nieblas a alturas de aire sereno y puro,
aire soleado por la luz del sol de la verdad. Sin
embargo, algo habrá que acaso pueda herir a al-
guien, no lo niego; no vengo a herir sentimientos,
pero sí a analizarlos.
"Anoche asistí — les dijo luego — o la sesión
inaugural del Congreso Internacional de la Len-
gua Catalana y vi que se aplaudía grandemente a
un compañero mío de profesorado; a un distingui-
do profesor de la Universidad de Madrid, cuan-
do hablaba del desconocimiento suicida que hay
en el resto de España respecto a lo que aquí
pasa y a lo que esto es. Pues bien, este desco-
nocimiento, hay que decirlo claro y limpiamente,
es mutuo en casi toda España; las gentes aquí no
se conocen unos a otros, y no basta no cono-
cerlas aisladamente de paso en una tierra que
no es la suya; cada uno goza toda su plenitud
si no se lo manifiesta tal cual es sino en su
propia tierra, y digo más: ¿os conocéis acaso
vosotros mismos?"
Y enmendando la conocida frase francesa Tor.t
comprende c'est tout pardonner, les propone adop-
tarla en sentido inverso : "Perdonarlo todo es com-
prenderlo todo." Luego acude a testimonios literarios
y de su boca van saliendo versos catalanes de Verda-
guer y de Maragall alguno de Carducci, el gran
poeta civil de Italia, y otros castellanos, de Hernán-
INTRODUCCION 9/
do de Acuña y de GuiUén de Castro, al filo siempre
de su tesis, o del poeta anglo-escocés Biirns, tan leído
por él.
"Y ahora, para concluir, quiero hablaros de
dos cosas, de dos símbolos. De un símbolo natu-
ral, que es la lengua, y de otro símbolo artificial,
que es la bandera."
En torno al primero hablará del vascuence agoni-
zante de su Vasconia nativa, del hecho vivo y enor-
me del español de América y del propio catalán ver-
náculo; y al referirse a la bandera, considerará la
catalana de las cuatro barras, rojas y amarillas,
"como un bandera española dublicada : son dos ban-
deras españolas hermanadas, juntas. Cortadlas por la
mitad y tendréis dos banderas de España. Unid es-
tas dos mitades y tendréis vuestra bandera catalana".
Para terminar con estas palabras:
"Y como parece que aquí, en este país, es de
ritual concluir actos de propaganda con vivas,
con un viva quiero acabar este mi acto. Alguien
podrá creer que sea un viva España en lengua ca-
talana, ífM visca ; no, no es en mis labios donde esa
lengua florece y no es de ellos de donde debe
salir. Es un viva más universal y más verda-
dero; es un viva a lo que en España está muer-
to, y su muerte nos mata a todos. ¡¡Viva la
verdad! !"
Si en un teatro de Barcelona habla Unamuno a
los catalanes de Castilla en 1906, en 1915 hablará
a los castellanos, en el teatro Lope de Vega, de Valla-
dolid, a invitación de su Ateneo, de los poetas de
Cataluña. Conferencia esta suya de un subido valor
literario, cuyo sólo título es ya una promesa: Lo
98
INTRODUCCION
que puede aprender Castilla de los poetas catalanes.
Aunque difundida en un folleto primoroso, no sue-
le ser citada en las bibliografías iinamunianas. A ella
pertenecen estos pasajes:
"Es en el siglo XIX cuando renace el cata-
lán como lengua literaria. Sus hitos los marcan
Aribau, Rubio y Ors (el gaitero de Llobregat),
Verdaguer y AlaragaR. Y este movimiento poé-
tico, literario, arrancaba de una aspiración po-
pular de Cataluña: la de recobrar la personali-
dad colectiva de la región. Y en esta lucha
por la reconquista de la personalidad intervinie-
ron hasta los Juegos Florales."
Y aquí de su conocida y mantenida actitud fren-
te a ellos:
"Soy un decidido enemigo de eso del floralis-
mo, y lo he probado con hechos. Cuantas veces
he aceptado el oficio de mantenedor de tales
fiestas lo he hecho con la piadosa intención de
combatirlas, de desacreditarlas, de reventar, si
queréis, toda esa ridicula liturgia antipoét^ca
que profana con tramoyas y pantomimas de es-
cenario la santidad y seriedad de la Poesía."
Aunque ahora, tras este pasaje, que podríamos in-
corporar a la antología unamuniana de textos pare-
jos antes aducidos, lia de ser completado con el que
sigue :
"Pero si en alguna parte tiene su relativa jus-
tificación el floralismo, es en Cataluña, porque
allí la fiesta responde a una necesidad de afir-
marse el alma colectiva, de buscar su persona-
lidad. Los catalanes no iban a esa fiesta como
INTRODUCCION
99
a un puro festejo — festejo de importación e
imitación entre nosotros — , sino como a un
acto."
A pesar de la teoría de poetas catalanes que antes
he citado, después de ponderar la flexibilidad del ca-
talán para el menester de la poesía — "^í que, como
decía Maragall, la verdadera lírica sólo puede ha-
cerse en dialecto" — y lo que en el influye la pobre-
za filosófica de Cataluña, con un espíritu afín al de
"la escuela escocesa", "una filosofía discreta, de sen-
tido común, pero de bajo vuelo", los testimonios poé-
ticos aducidos van a ser preferentemente de "su"
Maragall, del que lee varias tiradas de versos en ca-
talán.
Y viniendo al fondo del tema, que es el que su
enunciación anticipa.
"... cabe decir que nuestra literatura castella-
Uana es más dramática que lírica, es de choque
de pasiones elementales y primitivas, a base de
amor propio... Y en España hay un estilo que
podríamos llamar castellano, que tiende a cierta
inmovilidad, a cierta anquilosis... Y contra ello
hay que obrar, y contra su causa, que no es otra
que la pereza intelectual... Porque ni a nombre
de tradición cabe defender ese no estilo, ese ar-
caísmo de combinaciones mecánicas de palabras...
Si la poesía castellana ha de levantarse, tiene que
hacerse día a día su lengua, su estilo, y no servir-
se de una como litúrgica y consagrada e intangi-
ble. Y si hemos de hacer la integración espiritual
española, menester nos es penetrarnos no ya de
las distintas lenguas, mas de los distintos estilos.
De las lenguas, desde luego. Es una torpeza, con-
siderando despectivamente el catalán como una
lengua inferior y dando a la palabra dialecto un
100 INTRODUCCION
sentido torcido, rehusarnos a su estudio. Es un
deber de hoy de todo español cidto llegar a leer
el catalán y portugués, sin que se los traduz-
can... El problema de la variedad de lenguas
ha de resolverse por integración, acaso por re-
ducción o variedad de estilos dentro de una mis-
ma lengua común. En conclusión..., creo que
podemos aprovechar la lección que nos da la
poesía de un pueblo hermano y sentirnos, nos-
otros mismos, pero no en oposición a ellas, sino
en integración. Debemos buscar el sentido de lo
concreto, de la vida que pasa, el gusto de la tie-
rra, que es más que símbolo y el goce de la for-
ma; desprendernos algo de la quejumbrosidad
y con ella de la sonoridad oratoria, externa; sa-
cudirnos de lo esquemático y de lo dogmático.
Y en el fondo amar más la vida. Quizá sea
ésa la condición central catalana : un fuerte amor
a la vida, que huye todo ascetismo... Esta te-
rrible indiferencia que en Castilla nos rodea,
este no importar nada, ¿qué es sino despego de
la vida, que se soporta, pero no se quiere f"
Años después, cuando más intensa era la campaña
política de Unamuno, otros Ateneos españoles fueron
también tribunas de sus encendidas diatribas. Re-
cordemos, por ejemplo, la que sobre el tema "La
educación nacional en la autonomía catalana" pro-
nunció en el Mercantil, de Valencia, en 1919; o
aquella otra, en la misma ciudad, a invitación del
Ateneo Científico de la misma, y que por insuficien-
cia del local hubo de ser pronunciada en la Casa de
la Democracia, en 1922. No se olvide que fueron
algunas de sus colaboraciones en la Prensa valen-
ciana las que motivaron su procesamiento por sus
ataques al monarca.
INTRODUCCION 101
Los PROBLEMAS DOCENTES UNIVER-
SITARIOS.
Como Rector primero, y como catedrático de una
universidad española, sintió en lo vivo don Miguel
los problemas de aquélla. Y si de la mayor parte de
ellos pudo ocuparse, y se ocupó en varias intervencio-
nes suyas, dentro y fuera del recinto universitario,
hay dos textos esenciales que, además, fueron difun-
didos en sendos folletos impresos. Habrán perdido
actualidad, sin duda, en el trascurso del tiempo,
pero parece natural que sean salvados del olvido in-
corporándolos a un volumen de estas su Obras Com-
pletas.
A comienzo de 1905 se reunió en Barcelona la
II Asamblea Universitaria, y a ella envió Unamiino
sobre el segundo de los temas generales, el titulado
"La enseñanza universitaria" , una ponencia leída en
aquella ocasión.
Su otra intervención, en el mes de enero de 1917 .
más de dos años después de haber cesado en el Recto-
rado salmantino, fué más sonada. Se trata de la con-
ferencia que sobre el tema "Autonomía docente" pro-
nunció en la Real Academia de Jurisprudencia y Le-
gislación, de Madrid, e impresa por la misma.
Pensando en un auditorio de legistas, esmaltó sus
páginas de citas legales alternadas con el relato de
experiencias y anécdotas propias y ajenas, que tanto
abundan en nuestros medios docentes, pero no pudo
reprimir los que él llamó desahogos líricos como los
que siguen, y que nos ofrecen la dimensión limnayia
del conferenciante :
"Al finalizar el ídtimo curso se cumplieron los
veinticinco años de mi entrada en el profesorado
oficial; en esos veinticinco años he estado como
mejor Dios me ha dado a saber y entender, dan-
102
INTRODUCCION
do la vida día a día por la Patria; porque la vida
no se da sólo de una vez: se da también gota a
gota y día por día. Hay quien da la muerte por
la Patria, y hay quien da la vida. Son dos cosas
distintas."
Y, además, el recuerdo de sus alumnos, hijos del
espíritu :
"Ocho hijos, ocho hijos de la carne me ha dado
Dios, y muchas docenas, muchos racimos de hi-
jos del espíritu, que han ido pasando por allí y
recibiendo de mí lo que yo había recibido del es-
píritu de nuestros padres, y he tratado de acre-
centar, por lo menos de calentar cuanto podía al
calor de un corazón que todavía, a pesar de los
años, no se ha convertido en pavesa, este legado
de los siglos y de la Historia, que es el pensa-
miento de Dios, y he tratado de inculcarles la
dignidad del hombre... Nunca, de todos esos que
han pasado por allí, que ya están desparra-
mados por toda España y algunos fuera de ella,
de todos esos que han sido mis discípidos, nunca
he recibido sino pruebas de la mayor considera-
ción y hasta de cariño; que este erizo que, si se
obstina, por ejemplo, en no querer venir aquí, es
por miedo a que, gastándole las púas, le con-
viertan en conejo: este erizo ha sabido atraerse
siquiera el cariño de aquellos con quienes ha con-
vivido."
Los ESCENARIOS LOCALES. BiLBAO Y
Salamanca.
No quiero referirme, amparado en este anunciado,
a la localización topográfica de las que fueron en vida
de don Miguel sus dos ciudades, que tantas veces oye-
INTRODUCCION
103
ron su voz en actos públicos, en su mayoría antes
aludidos. Más bien pretendo atribuirle a aquél una
serie de circunstancias, compromisos en ocasiones, a
las que debieron algunas de sus intervenciones pú-
blicas.
En su Bilbao nativo, una de sus tribunas fué la de
la venerable y prestigiosa sociedad '■'■El Sitio^', y en
ella hablaba ante sus paisanos, 7nuchas veces lo ase-
guró, como en su casa — "no digo entre los míos,
sino más bien entre aquellos de quienes soy" — . Allí
pronunció, el 3 de enero de 1S87, a los tres año<! de
haberse doctorado en la Universidad de Madrid, su
conferencia sobre "El espíritu de la raza vasca",
tema que nos llevó a incluirla en el volumen anterior
de estas Obras Completas, dotide la encontrará el
lector.
En aquel local bilbaíno dió a conocer en 1891 las
primicias de su novela Paz en la guerra, que ya te-
nía en el bastidor.
"Ya la Prensa local se ha ocupado — decía El
Nervión de 23 de marzo de aquel año — , elogián-
dole mucho, de este hermoso trabajo literario del
señor Unamuno, y ya que nosotros no podamos
hacerlo, por considerar al conferenciante como de
la casa, reproducimos dos fragmentos del traba-
jo leído por el señor Unamuno, en la seguridad
que el público lo estimará más que cuantos elo-
gios podamos hacer nosotros. Hecha la adverten-
cia de que forman parte de una novela en la que
su autor refleja nuestra raza vasca, mostrada en
sus luchas político-religiosas de la última gue-
rra civil."
Y en el salón de la Sociedad Filarmónica, de Bil-
bao, pronunció el discurso inaugural de la exposición
postuma de las obras del escultor Nemesio Mogrobe-
104
INTRODUCCION
jo, el 11 de setiembre de 1910, discurso que luego
pasó de ser la portada de una monografía sobre aquel
artista, por entonces editada, a uno de los libros una-
munianos, el que lleva por título Sensaciones de Bil-
bao, incorporado hoy al tomo I de esta Obras Com-
pletas.
Fero no siempre fué Bilbao una tribuna para te-
mas locales, aunque los en ella abordados no carecie-
sen de impregnaciones de tal carácter. Es, 'por ejem-
plo, el caso de una también memorable — luego pre-
cisaremos por qué — conferencia de don Miguel en
el local de '^EL Sitio", pronunciada el 5 de setiem-
bre de 1908, con este titulo revelador: ^^La concien-
cia liberal española de Bilbao". Porque el exordio y
la conclusión los constituyen un haz de recuerdos per-
sonales empañados por la nostalgia. Así éste:
"Al cabo de años vuelvo a ocupar esta tribuna,
desde la que empecé mi vida pública de conferen-
ciante. Aquí, es decir, en el anterior local de esta
sociedad, donde hoy están los otros, me estrené
en mi labor pública. En un rincón de esta sala,
precisamente en este mismo en que se levanta la
tribuna desde la que hablo ahora, pasé de los me-
jores ratos de mi vida discutiendo con amigos que,
en buena parte, han desaparecido ya de entre nos-
otros. Este salón está para mí lleno de recuerdos
de mi juventud, de recuerdos de vivos y de muer-
tos.."
Pero el tema general, como se indicó, era el del
liberalismo, y el tema apasionaba entonces en Espa-
ña, y hasta Madrid llegaron los ecos de esta confe-
rencia. Y un joven amigo de Unamuno, que acababa
de regresar de Alemania, desde donde le escribía
carias en que se firmaba Pepe Ortega, captó muy
bien este eco que desde Bilbao le llegaba. Y en las co-
ÍXTRODUCCION
105
liimnas del diario familiar El Imparcial {11 de no-,
viembrc de 1908), le dedica unas ^'Glosas a un dis-
curso", que deben ser recordadas.
^'De cuando en cuando — comien::a}i — , don Mi-
guel de Unammio abandona las piedras siibliiucs
de Salamanca, rojas de místico jcri'or. y va a
buscar por la muerta campiña acl alma española
una liza donde romper algunas lanzas en pro de
la libertad y de la cultura. Y acaso haya de can-
sarle grave enojo diciendo que sus poesías y sus
comentarios al Quijote, con ser bellos y muy día-
nos de lectura, serán, probablemente , olvidados
por los españoles en 1950, en cuya memoria ha-
brá, en cambio, de perdurar este otro Vnamuvo
Campidoctor.
"En su discurso de Bilbao predica Unamuno
una fórmula de liberalismo que me parece de-
cisiva: "El que las voces liberalismo y liber-
tad — ha dicho — tengan una estirpe común,
lleva a juegos de palabras y al errado concep-
to de la libertad. La libertad es la conciencia
de la Ley, y la Ley es social. El liberalismo está
donde quiera en crisis, porque lo está aquel con-
cepto manchestcriano de la Ley que produjo la
escuela clásica de economía política, verdadera
esencia del liberalismo, que ha sido hasta aho-
ra anarquista en el fondo."
"Es preciso — comenta Ortega y Gasset — que
los jefes oficiales del partido liberal se dignen
alguna vez e.vpresar su juicio acerca de esta
interpretación de la palabra libertad, en torno a
la cual van agrupándose los nuevos liberales es-
pañoles. ¿Creen, por ventura, que el liberalismo
puede dar un solo paso sin teorías firmes? ¿No
es ridículo intentar rebatir las afirmaciones del
separatismo catalán oponiéndoles — como se ha
106 INTRODUCCION
hecho en el Congreso — un concepto Urico y vul-
gar de la patria? En España los hombres de
más de cuarenta años se considerarían deshon-
rados si creyeran que aún tenían algo que
aprender, y como los jefes liberales han pasado
de esa edad, va a costar muchos esfuerzos en-
viarlos a la escuela de hombres más jóvenes y
avisados, como Unamuno; mejor dicho, esto es
imposible."
Pero no todo es entusiasmo en el joven Ortega
hacia lo que Unamuno dijo en Bilbao.
"Quisiéramos que viniera a Madrid — escri-
be más adelante — y aquí predicara también su
nueva aliansa liberal. Nuestra ciudad no tiene
grandes virtudes; pero, a despecho de cuanto
quiera echársele en cara, sigue siendo el aparato
de e.vpansión intelectual más poderoso con que
contamos en España. Caracterizar a Madrid
como el más rico yacimiento de frivolidad es una
tontería de esas que Unamuno, temeroso no ba-
rezca harto perfecta su labor, intercala por hu-
mildad en sus escritos y conferencias. ¿Por ven-
tura no hay en esta villa otra cosa que poetas
absurdos? /Por ventura hay sabios en Salam.an-
ca o en Bilbao?... Esta necesidad de ser un
"Contra-al guien" o un "Contra-algo" , es acaso el
rasgo más miserable de las tendencias contempo-
ráneas. No creo que Unamuno necesite de tales
métodos para acusar su personalidad."
Huelga advertir que don Miguel no quiso admitir
nunca, y de ello se envanecía, ninguna disciplina de
partido. Su misión fué otra, y creo que quien la ex-
presó de un modo más terminante fué el profesor
E. R. Curtius, cuando, años más tarde, lo considera-
ría como Excitador Hispaniae.
INTRODUCCION 107
Y vengamos ahora a la otra ciudad de su vida,
a "su" Salamanca. En ella cumplió su dilatada ta-
rea docente. Como Rector de su Universidad, ocupa-
ba uno de los lugares más destacados en la vida lo-
cal; como intelectual, en el más noble sentido, dio
vida o animó con su presencia no pocas empresas
culturales, y en ella tomó parte activa en las luchas
académicas del claustro y en la vida política muni-
cipal. A las muestras oratorias ya aducidas, a la.v
manifestaciones que el lector encontrará por sí mis-
mo en algunas de ellas, deben ser añadidas éstas
que ahora se enumeran.
No se nos ha conservado un texto idóneo de aque-
lla intervención suya en el acto organizado por la
Academia de la Poesía Española, de la que fué se-
cretario Manuel Machado, y que el 19 de abril de
1911 conmemoró, en el convento dominico de San Es-
teban, el III Centenario de La Cristiada, actividad a
la que se refirió aquí en Salamanca mi buen amigo
Dionisio Gamallo Fierros, con motivo del II Congreso
de Poesía celebrado en 1953. Sabemos quiénes inter-
vinieron en aquella velada literaria, cuyas palabras fi-
nales pronunció don Miguel. En la tribuna le habían
precedido el padre Secundino Martínez, prior de
San Esteban; Mariano Miguel de Val, fray Luis
Urbano, Alberto Valero Martín, don José Ortega
Morejón, el padre Matías García y doña Blanca de
los Ríos, que habló de "Nuestra poesía y América''.
Tampoco hemos podido incorporar textos fidedignos
de otras intervenciones suyas en la Federación Obre-
ra, en el Ateneo y en varios escenarios de la ciudad,
pero creo que con los que se han podido allegar pue-
de formar opinión por sí mismo el lector.
Es el caso, por ejemplo, de aquella conmemoración
del Centenario de las Cortes de Cádiz, que tuvo lu-
gar el 24 de setiembre de 1910 en el Ayuntamiento de
Salamanca, de cuya Universidad era Rector a la sazón
108 INTRODUCCION
Muñoz Torrero, luego presidente de aquella asamblea
legisladora. A ella pertenece este pasaje :
"No olvídennos que sí nuestros abuelos de Cá-
diz ganaron las libertades políticas frente a un
pobre e indigno rey entregado al invasor, nos-
otros acaso tengamos que pelear por la libertad
del alma nacional frente a una secta o a un par-
tido de hombres entregados a la furiosa vanidad
del internacionalismo sin patria."
Recordemos también aquel discurso de don Miguel
en una velada literaria organizada en el Círculo Mer-
cantil salmantino, la noche del 11 de noviembre de
1912, en que se dirigió a los dependientes de comer-
cio invitándoles a que se uniesen para defender sus
derechos y sus intereses.
"F doy a este mi acto de dirigiros ahora la pa-
labra la solemnidad de un discurso escrito, por-
que la amargura del mar que me rodea no me
cabe ya dentro, se me rebosa del corazón y tengo
que echarla fuera. Es, en efecto, el mar, o más
bien, pantano de aguas estancadas y mefíticas
que nos rodea, tan amargo, que no hace sino azu-
zar más y más mi sed de verdad y de justicia.
Aprovecho, pues, esta coyuntura en que se feste-
ja la formación de una sociedad de dependientes
del comercio, de los que los imbéciles y presun-
tuosos llaman neciamente horteras, para pediros
que contribuyáis a la restauración moral de
nuestra querida ciudad."
Y en noviembre de 1915, habiendo sido presentado
candidato a concejal del Ayuntamiento salmantino por
los ferroviarios, fué a tomar parte, en su domicilio
social, en un mitin de propaganda electoral.
INTRODUCCION 109
"Me han dicho también que el ser concejal es
para mí muy poca cosa; mas yo tengo la seguri-
dad de que no hay función que rebaje. Además,
yo tengo por costumbre poner la misma intensi-
dad y el mismo espíritu en todas las cosas que
hago. No soy como esos que guardan para ellos
solos su tesoro de ideas y sentimientos. La alari-
da espiritual es la más baja y mezquina de todas
las avaricias. Otros, con adulación, han dicho:
"Las águilas no casan moscas." Claro es que el
tal me dijo hablaba no como amigo del águila,
sino como representante de las moscas. Me han
dicho también que el prodigarme tanto ha de gas-
tarme forzosamente. Pero el vivir es gastarse.
Quien no se gasta, no vive, y viceversa. Y yo
quiero vivir. ¿Que me han de criticar? ¿Y qué
me importa F Estoy acostumbrado a ello. Y si na-
die me criticara, lo liaría yo mismo. Y, en verdad,
habríais de oír entonces cosas tremendas, que no
se le han de ocurrir a nadie. Dtcemne también
que esto de ser concejal es ridículo. Y bien, que
lo sea. Don Quijote fué un ridículo y es el más
grande, el más heroico y el más noble y el más
bueno de todos los caballeros. Yo, que no he
rehuido nunca nada, no quise rehuir tampoco el
ofrecimiento que se me hacía. No me pregunta-
ron por mi política, y la tengo, aunque no sea
política de partido. Soy bastante indisciplinado y
me alegro de ello. No me he afiliado a ningún
partido ni lie formado parte de ningún comité,
porque no quiero considerar la política como
oficio."
Muchos años más tarde, otoño de 1934, en el mo-
mento de su jubilación, Unamuno, que llegó a ser con-
cejal del Ayuntamiento de la ciudad, acudió a él a re-
cibir el homenaje que ésta le tributaba como vecino
110 INTRODUCCION
eminente de ella y regidor un tiempo de sus destinos.
Y será entonces cuando recuerde sus andanzas conceji-
les, al tievipo que las emociones se condensan y los re-
cuerdos se agolpan, avivando el latir de un corazón
de setenta años.
"Vine aquí — a Salamanca — 31, como digo, tomé
inmediatamente puesto. Entré en relación con
personas, algunas de las cuales ya han muerto v
otras viven en sus hijos, sus herederos. Tomé
inmediatamente posición; aquí fué donde sentí el
desastre de 1898, que nunca se ha olvidado, cow.o
no lo fueron tampoco, y menos en esta casa,
aquellas campañas mías, no las de la Universi-
dad, que pudiciaiiios llamar académicas, sino las
campañas en la Federación Obrera, que hoy lla-
man Casa del Pueblo, a las que debo el haber
venido por primera vez a ser concejal. Los obre-
ros de Salamanca me trajeron por primera vez
aquí, a esta casa. Aquí me trajeron después, cuan-
do vino la República, y no debo olvidar cuando
toda aquella muchedumbre me recibió al regreso
del destierro, que ha sido una de las veces que
he sentido más apretado el corazón. Y nunca ol-
vidaré tampoco el día de la proclamación de la
República, cuando, desde este mismo balcón, me
dirigí a la muchedumbre que llenaba esa gran
plaza, que es un extraordinario escenario, un
ágora civil, un verdadero escenario cerrado. Ha
pasado el tiempo, no quiero recordar más cosas;
las paso por alto porque no sé si sabré contener-
me, y ahora debo contestar a estas frases de
atención.
"Como he visto en esa placa, se ha puesto el fi-
nal de una obra que en mis tiempos de un cierto
academicismo neoclásico dediqué a Salamanca,
INTRODUCCION 111
y ya que de ella hablo me vais a permitir que dé
lectura a ella."
No creo que nunca, ni por el medio en que su vos
era escuchada, ni por la calidad del lector, hayan
resonado con más emoción los cincelados versos nna-
munianos, que cotniensan:
"Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
sol de Castilla;
que culminan en aquel patético mensaje a su ciudad:
Del corazón en las honduras guardo,
tu alma robusta, cuando yo me muera,
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.
Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama,
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,
di tú que he sido. "
Y de esta manera tan lírica acabó la última lección,
lección de civismo, de inquietud ciudadana, correspon-
diendo al homenaje que la ciudad le tributaba el día
de su jubilación como viacstro de su Universidad.
Unos meses después, el 6 de enero del935, en uno
de los grupos escolares de la ciudad, leyó Unamuno,
en nombre del Presidente de la República, aquella alo-
cución dirigida a los niños de España en el día de los
Reyes Magos, y que constituye otro de sus patéticos
mensajes.
Los DISCURSOS POLÍTICOS.
Al adentrarnos en este último apartado de las inter-
venciones orales públicas de Unamuno, con el que ya
va llegando a su fin esta introducción, conviene que
110 INTRODUCCION
eminente de ella y regidor un tiempo de sus destinos.
Y será entonces cuando recuerde sus andanzas conceji-
les, al tiempo que las emociones se condensan y los re-
cuerdos se agolpan, ainvando el latir de un corazón
de setenta años.
"Vine aquí — a Salamanca — y, como digo, tomé
inmediatamente puesto. Entré en relación con
personas, algunas de las cuales ya han muerto v
otras viven en sus hijos, sus herederos. Tomé
inmediatamente posición; aquí fué donde sentí el
desastre de 1898, que nunca se ha olvidado, como
no lo fueron tampoco, y menos en esta casa,
aquellas campañas mías, no las de la Universi-
dad, que pudiéramos llamar académicas, sino las
campañas en la Federación Obrera, que hoy lla-
man Casa del Pueblo, a las que debo el haber
venido por primera vez a ser concejal. Los obre-
ros de Salamanca me trajeron por primera vez
aquí, a esta casa. Aquí me trajeron después, cuan-
do vino la República, y no debo olvidar cuando
toda aquella muchedumbre me recibió al regreso
del destierro, que ha sido una de las veces que
he sentido más apretado el corazón. Y nunca ol-
vidaré tampoco el día de la proclamación de la
República, cuando, desde este mismo balcón, me
dirigí a la muchedumbre que llenaba esa gran
plaza, que es un extraordinario escenario, un
ágora civil, un verdadero escenario cerrado. Ha
pasado el tiempo, no quiero recordar más cosas;
las paso por alto porque no sé si sabré contener-
me, y ahora debo contestar a estas frases de
atención.
"Como he visto en esa placa, se ha puesto el fi-
nal de una obra que en mis tiempos de un cierto
academicismo neoclásico dediqué a Salamanca,
I N T R o D U C C I o X 111
y ya que de ella hablo me vais a permitir que dé
lectura a ella."
No creo que nunca, ni por el medio en que su voz
era escuchada, ni por la calidad del lector, hayan
resonado con más emoción los cincelados versos nna-
munianos, que comienzan:
"Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
sol de Castilla;
que culminan en aquel patético mensaje a su ciudad:
Del corazón en las honduras guardo,
tu alma robusta, cuando yo rae muera,
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.
Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama,
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,
di tú que he sido."
Y de esta manera tan lírica acabó la última lección,
lección de civismo, de inquietud ciudadana, correspon-
diendo al homenaje que la ciudad le tributaba el día
de su jubilación como maestro de su Universidad.
Unos meses después, el 6 de enero del935, en uno
de los grupos escolares de la ciudad, leyó Unamimo,
en nombre del Presidente de la República, aquella alo-
cución dirigida a los niños de España en el día de los
Reyes Magos, y que constituye otro de sus patéticos
mensajes.
Los DISCURSOS POLÍTICOS.
Al adentrarnos en este último apartado de las inter-
venciones orales públicas de Unamuno, con el que ya
va llegando a su fin esta introducción, conviene que
112 INTRODUCCION
hagamos ciertas precisiones. Se refiere una de elhis
a sil contenido. Porque políticas fueron realmente to-
das las suyas, en el más noble e imperecedero sentido
del vocablo.
Si aislamos algunas y las ponemos al amparo de esti>
enunciado, es para acoger en él aquellos discursos
transidos de un más acusado sentido político, y he-
chos de cara al panorama de la política nacional al
uso durante su vida.
No hemos podido dar cabida a todos ellos. Unos
por carecer de textos gcnuinos. Otros, por la propia
circunstancialidad de su ademán. Recordemos, una vez
más, aquella sutil y certera distinción que el propio
don Miguel hizo muchas veces, entre lo que pasa y lo
que queda, entre la historia que permanece y la que
se olvida. Por eso no figuran en estas páginas las
que tuvieron cabida en un libro titulado Dos discur-
sos y dos artículos, Madrid, Historia Nueva, 1930, en
cuya portada se reproduce el espléndido retrato que le
hizo su gran amigo el pintor vasco Juan Echevarría.
En ese volumen están la conferencia pronunciada en
el Ateneo de Madrid el 2 de vtayo de 1930 y el dis-
curso en el cine Europa, de Madrid, de dos días des-
pués, a las pocas semanas de Síi regreso a España,
de la que estuvo ausente seis años.
En cambio, dilatando las fechas, encontrará el lec-
tor en este volumen de sus Obras Completas, otras
conferencias y discursos unamunianos, prácticamen-
te olvidados, que constituyen otros tantos mojones de
su pensamiento y su actitud políticos desde 1906 a
1935. Los más remotos responden a un ademán mili-
tante anterior a ser in7'estido diputado a Cortes por
Salamanca en las Cortes de la Reptiblica, y los más
recientes son sus resonantes intervenciones en aquel
Parlamento, cuando en él se discutían problemas esen-
ciales para el destino y la entidad de España.
El primero de estos textos lo constituye el de ¡a
I N r R o D U C C I o X 113
Conferencia en el teatro de la Zarzuela, de Madrid,
el 25 de febrero de 1906, a ruegos de un grttpo de li-
teratos, políticos y periodistas, que querían que su
autor expusiese en un ambiente adecuado lo que su
pluma anticipó en dos ensayos que rieron la luz en
la revista Nuestro Tiempo, uno dedicado a la crisis
del patriotismo en España y otro sobre el militaris-
mo. Un documento gráfico coetáneo nos ha conserva-
do ¡a imagen de un grupo de asistentes a aquel acto,
en el que acompañan a don Miguel, Junoy, a un lado,
y "Asorín", al otro; éste, por cierto, con monóculo,
y en cuanto a los ensayos de que nació esta conferen-
cia, repasen los lectores los titulados "La crisis actual
del patriotismo español", "Más sobre la crisis del pa-
triotismo", y "La Patria y el Ejercito", que datan
de diciembre de 1905 y febrero y marzo de 1906. Su
autor los incluyó en la edición de sus Ensayos. Ma-
drid, Residencia de Estudiantes, 1918 y hoy figuran
en el tomo III de estas Obras Completas.
Y como el texto íntegro de esta conferencia lo en-
contrará el lector más adelante, tal como lo dio a
conocer al día siguiente de pronunciada el diario
El Imparcial. prefiero referirme a un testimonio coni-
plemantario y posterior de ella. Se trata de un escrito
público suyo que el año 1^14 vio la luz en el sema-
nario Nuevo Mundo, precedido de este epígrafe: "De
la ambición política. Pequeña confesión cínica." Los
pasajes que a nuestro objeto interesan son éstos:
"Varias veces se me ha querido hacer cargos
por mi conducta cuando aquello de mi discurso
de la Zarzuela. De ello pienso tratar algún día
y demostrar — así, como suena, demostrar, pues
tengo testigos — que cuando salí de esta ciudad
de Salamanca para ir a esa Villa y Corte a pro-
nunciar aquel mi discurso, llevaba pensado todo,
absoluta?nente todo lo que había de decir y dije.
114 INTRODUCCION
un programa bastante circunstanciado de eüo, y
que no omití "absolutamente nada" de lo que me
propuse de antemano declarar. Todo eso de que
se ejerciera presión sobre mi, de que se me ame-
nazara, de que obré bajo la acción de temores,
es una pura leyenda. Y si no di gusto a los que
me llevaron, pensando que yo habría de decir
otras cosas — cosas que ya había escrito y no era
menester, por lo tanto, repetirlas allí, y enton-
ces— hay que atribuirlos a muy otros motivos.
Y, entre eUos y sobre todo, y ante todo, a que
quise defender mi independencia y la santa liber-
tad de mi obra, de la que entiendo que es mi
obra, y no dejarme esclavizar como caudillo.
"¡Qué ocasión dejó usted escapar entonces!" — se
me ha dicho más de una vez y por más de un
amigo — . "Si se atreve usted entonces, se le-
vanta usted de la noche a la mañana jefe de un
poderoso movimiento político." "¿Y quién le ha
dicho a usted — he respondido — que ni enton-
ces, ni después, ni nunca, haya tenido yo esa po-
bre y mezquina ambicioncilla de hacerme jefe de
movimiento o de partido político alguno Si mis
intenciones hubiesen ido por ese camino, hace
tiempo que me habría puesto en otra senda. No;
nunca he pensado en semejante cosa, y no, cier-
tamente, lo repito, por falta de ambición."
Pero Unamuno, que como entonces dijo, no tuvo
alma de diputado provincial y disculpó a los que no
querían comprender que pueda renunciarse a una
pretendida ambición por otra que se considera más
alta, siguió escribiendo esto:
"Ciertamente, si cuando aquello de mi discurso
de la Zarzuela, o antes, o después de ello, hubiese
yo hecho lo que esos amigos creen que debía o
INTRODUCCION
115
que aún debo hacer, es muy fácil que a estas*
horas me encontrase de jefe de algún partido, o,
por lo menos, primate de él, y a un palmo, si es
que no a un jeme, de alcanzar el Poder tan ape-
tecido por muchos. Eso que llaman el Poder, y
que no pocas veces no pasa de ser la impoten-
cia... Pero es que yo creo que lo que más puedo
y debo hacer en bien de mis prójimos, que son
sobre todo mis lectores, y de mi patria misyna,
está en otro campo. Si hubiese hecho entonces,
cuando lo de la Zarzuela, lo que me dicen que
debí liaber hecho, no habría podido hacer luego
lo que he hecho.
"¿Y qué ha hecho usted f" — se me dirá. Y aquí
está lo del cinismo, que decía ha de parecer a
muchos hipocresía, en esto, en lo que creo ha-
ber hecho. Si entonces me hubiese cuadriculado
en la política pragmática, ingresando en un par-
tido ya constituido o constituyendo yo uno nuevo,
me hubiese ganado el torbellino de ella y habría
tenido que renunciar a todo lo que en otro campo
he llevado a cabo. Y, francamente , todo lo que
habría podido hacer o desde la oposición o desde
el Poder no creo que hubiese valido nada, en efi-
cacia íntima y duradera, junto a mi libro Del
sentimiento trágico de la vida o junto a mi poe-
ma El Cristo de Velázquez, en el que estoy toda-
vía trabajando."
Tres años después, el 2 de enero de 1909, da otra
conferencia en Valladolid sobre "La esencia del libe-
ralismo", en la que repite aquella concepción de la li-
bertad que expuso en Bilbao y que comentó aguda-
mente Ortega y Gasset. Y del tema volverá a tratar
en su ciudad natal en el mes de enero de 1924, ha-
blando en el curso de pocos días en la sociedad "El
Sitio", en el Círculo Socialista y en el Casino Re-
116 INTRODUCCION
puhlicano. (Sus textos fueron reunidos en un folleto
titulado Tres conferencias sobre el liberalismo espa-
ñol, que vió la luz el mismo año en Montevideo.)
Otro jalón o, si se prefiere, otra piedra de toque en
la trayectoria pública de Unainuno como orador polí-
tico, nos la ofrece su actitud al estallar la guerra
europea de 1914. Nos referimos más atrás a ella al
comentar los libros que en aquellos años prologó. Sus
intervenciones oratorias no fueron menos numerosas,
y de ellas hay una muestra en el discurso que pro-
nunció en el Hotel Palace, de Madrid, el 28 de enero
de 1917, a los postres de la comida anual de la revista
España, en la que Unamuno venía colaborando por
invitación expresa de uno de sus fundadores, José
Ortega y Gasset. El te.vto íntegro de esta oración lo
encontrará el lector en su lugar correspondiente y a
el me remito.
Nos queda tratar de los discursos pronunciados
por don Miguel en el Parlamento republicano, de
cuyas Cortes Constituyentes de 1931 y 1932 fué una
de las figuras más atenlamentcs escuchadas. Cuatro
se contienen en este volumen, ya que el primero de los
allí dichos, el de 18 de septiembre de 1931, lo incor-
poré al tomo I de mi De esto y de aquello, Buenos
Aires, 1950, y hoy lo tiene también el lector a su
disposición en el tomo V de estas Obras Completas.
Era éste un discurso nacido en el debate en torno a
la Constitución de la Reptiblica, y más concretamente
sobre el articulo que trataba de la lengua oficial de
aquélla. Y una brillante apología, orlada de textos
poéticos de las restantes de la Península es aquella
oración defendiendo la primacía de la española. A la
extensa nota que puse ante aquel texto me remito
ahora.
Los discursos que aquí encontrarán los lectores son
los de 25 de setiembre y 22 de octubre de 1931, en
que volvió a hacer frente al tema del anterior reía-
INTRODUCCION
117
donándolo con el los Estatutos regionales, y los de
22 de junio y 2 de agosto de 1932, en que también
intervino al ser discutido uno de ellos, el de Cata-
luña. No parece necesario espigar cu cslos textos
nuevos pasajes que vendrían a confirmar cómo la ac-
titud de Unamuno en este problema de envergadura
nacional, era la consecuencia obligada de su actitud
de siempre. "Sobre la consecuencia — podríamos de-
cir parafraseando el título de uno de sus escritos pú-
blicos— la sinceridad." Diciendo a todos su verdad,
que era al mismo tiempo la verdad de España.
Como remate y conclusión . no sólo de este aparta-
do sino de los te.rtos oratorios en este volumen in-
cluidos, están aquellas palabras de agradecimiento de
don Miguel cuando recibió el nombramiento de ciu-
dadano de honor de la República, distiucióit que sólo
le había sido otorgada anteriormente a don Manuel
Bartolomé Cossío. Sus últimas palabras fueron otro
mensaje, este político, a la z'e^: que un brioso perfil
autobiográfico. Son éstas:
"Gracias, pues, por esta lección que se me da.
Y que al enmudecer en mí al cabo, por ley natu-
ralmente fatal, para siempre, mi verbo español,
quepa a mis hermanos, y a sus hijos, y a los
tníos, decir sobre el terruño patrio que me abri-
gue: "Aquí duerme para siempre en Dios un
español que quiso a su patria con todas las po-
tencias de su alma toda y contribuyó con ésta
entera a dar a conocer el espíritu del genio de
España, y en especial a conservar y a recrear,
y a re-crear, el habla inmortal con que ella so-
ñaba su historia y su destino."
118
INTRODUCCION
Noticia de una proyectada edición
de algunos discursos unamunianos
Aquí debía terminar, creyendo haber cumplido la
tarea que me impuse, esta introducción. Si aún se di-
lata, confío en que se me disculpe. Porque no qui-
siera despedirme del lector sin darle cuenta de un
cierto proyecto que hacia 1904 tuvo el propio Una-
muno de reunir en volumen algunos discursos suyos.
Y no creo que lo frustrado del propósito reste interés
¡a su planteamiento.
Encuentro la noticia en una carta suya a su gran
amigo el navarro Jiménez Ilundain, en la que hablán-
dole de los discursos que en el verano del año anterior
ha tenido que pronunciar en Orense, La Cor uña, dos
en Almería y tres en Granada, le dice:
"F así me voy prodigando y derramando. Y así
pienso recogerme, porque me siembro. Sólo el
que se da se posee. Y vivo alegre. Este otoño
publicaré en un tomo mis discursos escritos bajo
el título de Sermones laicos, o simplemente Ser-
mones. Aunque el título se preste a tontos co-
mentarios." (Carta de 18-IV-1904.)
¿Cuáles iban a ser esos discursos? Otra carta, ésta
dirigida al escritor uruguayo Alberto Nin y Frías,
nos lo revela y al mismo tiempo descubre que el pro-
yecto era bastante anterior. El pasaje de ella que vie-
ne a cuento dice así:
"Para otoño publicaré en un tomo Cinco dis-
cursos, que son el de apertura de curso de esta
Universidad, de 1900; el de los Juegos Florales
de Bilbao; el que leí ante el Rey; uno que envié
a Valencia, y el que leeré el 8 del mes que viene
INTRODUCCION 119
en Cartagena, en que le cito a usted, y del que
recibirá un ejemplar." {Carta 19-VII-1902, y no
de 1907 como figura en el texto publicado por
Pedro Badanclli en el libro Trece cartas inédi-
tas del muy vascongado don Miguel de Üna-
muno, Santa Fe, 1944, y que contiene las diri-
gidas a Nin y Frías. La corrección es obvia, ya
que el discurso de Cartagena al que Unamuno se
refiere, fué leído el 8 de agosto de 1902.)
Ordenando y puntualizando estos datos los discur-
sos que irían en el vohímen proyectado serían éstos:
1. El de inauguración del curso académico en la
Universidad de Salamanca, leído el 1 de octubre
de 1900.
2. El de los Juegos Florales de Bilbao, leído el
26 de agosto de 1901.
3. El que leyó ante el rey Don Alfonso XIII, re-
presentando a la Universidad de Salamanca, en el Pa-
lacio de la Biblioteca y Museos Nacionales, de Ma-
drid, el 24 de mayo de 1902.
4. El destinado al Certamen de la Academia Ju-
rídica-Escolar del Ateneo de Valencia, leído en aquc-
Ua Universidad el 24 de abril de 1902.
5. Y el que el propio autor leyó en los Juegos
Florales celebrados en Cartagena el 8 de agosto del
mismo año.
El primero, tercero y cuarto de esta relación figu-
ran en este volumen de Obras Completas ; el segundo,
en el anterior, y el iiltimo, titulado "España y los
españoles", en el volumen así titulado, Madrid, 1955.
Precisado el material que integraría el volumen,
podemos dar cuenta también de que al frente de sus
textos Unamuno pondría un prólogo. Las notas para
el mismo, muy sintéticas, como él acostumbraba a
tomarlas, en ese estilo que una vez llamó taquilógico,
120 INTRODUCCION
se conservan entre sus papeles, y pese a ese carácter
presumo que sus lectores desearán conocerlas. El tí-
tulo iba a ser modificado en el sentido que más abajo
se consigna.
CINCO DISCURSOS Y UN PROLOGO
Prólogo
(Notas sueltas)
"Loí cinco discursos de ocasión. No salir del
paso. Sil historia. Refutarlos. Mis contradiccio-
nes. Quiero ser absolutamente sincero, despo-
jándome para ello hasta de la modestia impues-
ta. No yo, mis ideas; yo sobre ellas. Libertad.
Cuando una idea me agrada, no me cuido de ave-
riguar si concuerda o no con otras que tengo, la
doy calor, la incubo y la suelto; ella hará su ca-
mino. Al hombre no ha de jungársele por sus
ideas. Aparentes contradicciones. Mi maestro He-
gel... El cosmopolitismo y su defensa; en Buenos
Aires fusión de pueblos; lo que no llevo conmigo
no es digno de mí. Mi patria en mí. Religión y
Ciencia; las acepto ambas en lucha. Contradic-
ción íntima entre el discurso de apertura y el
ante Su Majestad. Influencia del Rectorado. Co-
quetería lingüística en el de Cartagena, su razón
y su sinrazón {omnipotencia) : remejer-mejer
(miscere) mejido. Yo un skeptikós, no un dog-
matikós. No es afán de singidarizarme , es que
odio toda intolerancia y esta proviene de sim-
plicidad. El castellano, porque es grave, la morne.
Yo quererlo todo. No les caben en la cabeza dos
INTRODUCCION 121
ideas contradictorias porque son las ideas en ella
cuerpos extraños. Maniqiicos, Luzbel y Jesús.
"Discurso de Bilbao. El envenenamiento de la
ciencia por el regionalismo. Los moros. La cien-
cia. Religión de la ciencia. La verdad. Lo que
más duele. Bien está el sentimiento, pero en su
lugar; cuando es arraigado no necesita inventar
ni falsificar ciencia. Sentimiento y razón en lu-
cha; aceptar ambos.
"Mi historia, mis cambios. Mi razón y mi sen-
timiento; tradición y progreso. Vivo mi pen-
samiento, en la plaza pública, a la luz del día, ni
quiero esperar a tenerlo definitivo, que seria es-
perar la muerte, ni quiero hacerme esclavo de las
ideas ya vividas por mí. Esclavo de la opinión.
Consecuencia de Gil; ansias que de hacerse li-
beral le han pasado. No he cambiado por fuerza,
por medrar.
"El yo que permanece y el que voy dejando a
vii paso, el cinematográfico en las mentes ajenas.
No quiero esclavo de mi pasado externo, del con-
cepto que los demás tengan de mí. Respetos hu-
manos. Mi amor a Vizcaya, mi bizkaitarrismo.
Arrogancias. Trabajo por hacerla conocida. Gran
poquedad de alma arguye... La miseria catala-
nista. Los ratés. Si supieran escribir castellano
y tuviesen público.
"Discípulos que aún me escriben, que se acuer-
dan de mí y no del griego que yo les enseñara.
Les avivé el espíritu.
"Mi erostratismo. He querido llamar la aten-
ción. Claro está. En propia defensa. Mis nove-
las. La leyenda perniciosa. Forcé la nota en
Amor y pedagogía.
"El inmenso Hegel, una idea no se perfecciona
y completa sino por la contradictoria; donde no
hay luz no hay sombra, sólo es verdad el socia-
INTRODUCCION
lismo si el individualismo lo es. Yo soy regio-
nalisía y miitarista.
"Mira a un hormiguero, cada hormiga tiene su
filosofía, ¿qué importa"^ El católico y el librepen-
sador, el liberal y el carlista todos concurren a
la obra común y junto a aquello en que concuer-
dan lo demás nada vale. El zapatero es católico
y el que se hace hacer el zapato no; le viene bien
el zapato y al zapatero le vienen bien los tres du-
ros. Y en lo mental lo tnismo. Mejor que piense
cada uno a su manera, que así nos entenderemos
mejor. Hay quienes deprimen a su patria para
elevarse ellos. La patria ingrata. Mi patriotismo
raíces personales, erostráticas. Por ser español se
me hace caso, y yo conciencia de tener más valor
que muchos de esos parisienses. Darío y su culto
por Remy de Gourmont. El párrafo de América
en lo de Cartagena. Valera y France. ¡Qué atro-
cidad! Y no porque quien así protestaba tenga
conciencia del valor de uno y de otro, sino porque
¿cómo cabe poner en parangón a un escritor céle-
bre en París, como France, con otro desconocido
o poco menos en París? Lo de Ganivet. La frase
de Prada, página 203. Y yo tengo conciencia de
valer yo, no otro, más que muchos ídolos fran-
ceses de la juventud americana. Ese estúpido
desdén a España, a la que no conocen. Los es-
pañoles no hemos conquistado el derecho a la
atención. Ibsen sacó a Bjórnson y a otros. Si re-
pitiéramos en vos alta que valemos mucho em-
pezaríamos a creerlo y acabaríamos por hacerlo
creer a los demás, y creer que se vale y ser creí-
do ya es valer.
"[Notas de lenguaje.]
"Pensé en poner aviviguadores, ligrimo por ge-
nuino, berroqueños en vez de abismáticos, dicho
INTRODUCCION 123
decidero en ves de refrán (francés) y adagio
(italiano) ; "interesado y albedrioso adorador",
en vez de arbitrario ; en el manuscrito de que leí
los dos y tachado luego albedrioso. Latines popu-
lares: plusmenosbe, parcimique, abintestato. De-
fensa del latín indigesto para integrar los roman-
ces: castellano, francés, italiano y sus ventajas.
La afirmación de los contrarios como método.
ProudJwn: la semblante viva. Yo un cordial.
Hasta negar evidencia científica. Crear a Dios.
Necesito lucha interior, combate. ¿Alma de in-
quisidor f ¡Bueno! ¡Muera, la lógica! San Agus-
tín el africano. Entre el primero y el segundo dis-
curso subo al rectorado. Su efecto. Mi oscuridad.
Barrés. Repensar los lugares comunes. Relación
de estos discursos con el resto de mi obra. Paz
en la guerra y el discurso de Bilbao; el de aper-
tura y Amor y Pedagog-ía y los Tres Ensayos.
"He estado peleando por conquistarme conquis-
tando al público. Los tiros de la envidia. Fuera de
Madrid y de .ms cotarros, revistas, redacciones,
retratos, camerinos..., etc. A Valencia, a Carta-
gena, América.
"Cinco ataques a mi personalidad ; que les diga
lo que quieren, que me acomode a un acto. La
defensa de h personalidad en España, cuya repú-
blica de las letras es el imperio de la envidia.
"Discurso de Cartagena. Atenciones, lo recono-
cido que les estoy. La clase media, justo medio,
liberales templados, nada que desentone. Juegos
Florales, el Poeta premiado, la reina de la fiesta.
Me hacen añadir un párrafo y accedo. De frac,
yo de levita. Acostumbrados a jerarquías, galones
y cruces. Tómeseme como soy.
"¡La bicha! ¡ Oué prudencia la de S Pinosa al
escribir en latín! ¡Laaarto, lagarto! El anar-
quismo. El protestantismo. Los que no entienden
124
INTRODUCCION
las cosas si no se les pone brutalmente claras,
no merecen entenderlas. ¿Cree usted en Diosf Si.
Y no digo por qué... En defensa propia. No pido
perdón ni disculpa porque voy a hablar de mí
mismo, me tomo sub specie aeternitatis. Lo de
Trucha. El egotismo. Mis dolores los han sufrido
otros. Declaro que no puedo ya sufrir en silen-
cio la persecución solapada y artera de que soy
objeto por parte de muchos que se dicen mis
amigos para apartar al público de mí.
"Publiqué mi Paz en la guerra: batallas, bom-
bardeos, Bilbao, guerra civil y se me vinieron con
las psicologías y otras lilailas que allí puse. Amor
y Pedagogía. Todo obligado. Lo de apertura,
lo de Bilbao, lo del Rey, lo de Cartagena.
"Un semanario satírico en que se rinde culto
idolátrico a dos de nuestros timos la tiene tra-
mada conmigo porque soy liberal y no por o-ra
cosa. Es indecible lo que sufro al ver negada o
desconocida mi verdadera personalidad. Hasta ha
habido quien ha pensado en meterse en el santua-
rio de mi vida privada — 3' si no lo ha hecho no
ha sido por falta de ganas — y denunciar la re-
gularidad casi mecánica de mi vida cotidiana, lo
enroderado de mi existencia y la formalidad de
mi conducta.
"Hace algún tiempo hice en mí v\ismo una ex-
periencia psicológica de orden religioso y tuvie-
ron que entrometerse los refitorelos y chismorrear
sobre ello. Protesto en nombre de la libertad.
"Que soy Pachico, que soy don Tulgcncio. Mi
erostrafismo. Si echo a memido al piíblico mi yo
es para libertarme de él. Líbreme Dios de los que
lo guardan. Me repugnan los egoístas que hacen
la apología del egoísmo. Gusto de los que viven
luchando consigo mismos, sintiéndose intoleran-
tes y predicando la tolerancia."
INTRODUCCION 125
Y al final de estas notas el siguiente párrafo de
Sous l'oeil des Barbares. Examen des trois volumes
ideologiques. Le cuite du moi, de Maurice Barres,
que, sin duda, utilizaría junto con ellas:
"Cette obscurité qu'on me reproche durant quel-
ques annccs n'cst nullement embarras de style,
insuffisance de l'idce, c'est manque d'explica-
tions psycJwlogiqucs. Mais quad j'écrivais, tout
menc par ¡non éniotion, je ne savais que déter-
miner et décrire les conditions des phénoménes
qui se passaient en moi. Comment les eusse-je
expliques f
'^Et d'aillcurs s'il faut des commentaires, ne
peuvcnt-ils étre fournis par les articles de jour-
naux, par la conversation? II m'est bien permis
de noter qu'on n'est plus arréte aujourd'hui par
ce qu'on dcclarait incomprehensible a l'appari-
tion de ees volumes. Enfin ce livre — et voici le
fond de ma pensée — je n'y mélai aucune part
didactique parce que, dans mon esprit, je le
recomniande uniquement a ceux qui goütent la
sincerité sans plus et qui se passionnent pour les
crises de l'áme, fussent-elles d'ailleurs singulié-
rcs."
Largo ha sido el extracto. Denso y apretado como
el armazón de que iba a sustentar un prólogo que era
una confesión. Pero ya no podremos ponerle, como
él mismo nos recordaba en un pasaje suyo antes re-
producido, los adornos, las ejemplificacioncs, las alu-
siones que su mano hubiera puesto al darle la redac-
ción definitiva. Quede, pues, en la severa y escueta
traza originaria. Y pongan aquí sus lectores de hov
lo que su propia curiosidad, su celo, su comprensión
les dicte.
126
INTRODUCCION
Teniendo en cuenta, tan sólo, aquel mensaje que
nos dejó en una de sus poesías, patéticamente titu-
lada "Para después de mi muerte" :
"Si, lector solitario que asi atiendes
la voz de un muerto,
tuyas serán estas palabras mías..."
Manuel García Blanco.
Salamanca, marzo-abril, 1958.
PRIMERA PARTE
PROLOGOS
A DIVERSOS LIBROS AJENOS
(1894-1936)
QUERELLAS DEL CIEGO DE ROBLIZA. Sala-
manca, Imprenta Católica Salmanticense, 1894, 56 pá-
ginas.
Andaba fuera de mí con el Martín Fierro, poema
popular gauchesco, enamorado perdidamente de su
frescura y su pujanza, del alma cándida y briosa que
en él se refleja. Ejercía en su pro una especie de
apostolado, empeñándome en que lo leyeren mis ami-
gos y hasta en obligarles a que les gustara, e hice
de él un estudio o cosa por el estilo, que se publicó
en el primer número de la Revista Española. Veía,
entre otras cosas, en el poema gauchesco, un drama
de combate, algo que ayudara a volvernos a la poesía
del pueblo; pues así como el gigante Anteo dicen
que cobraba fuerzas frescas del contacto con la tierra,
su madre, así también de su bautismo en el espíritu po-
pular había de recobrarlas nuestra poesía, aquejada
de dolencias tan pestíferas, atestada de neo-gongoris-
mo, neo-culteranismo, decadentismo, parnasianismo,
pseudo-realismo, y plagada, en fin, de todas las lace-
rías que brotan del yo satánico e insoportable.
En esta pesada y enervante fetidez de aromas de
drogas y plantas exóticas y de estufa, en este ani-
jiente cuya espesura refleja brillo de luz eléctrica
irisada en diamantes y pedrería, era menester abrir
las ventanas que dan al campo libre para que una
fresca ráfaga de viento aireado, soleado y filtrado
por encinares, oliendo a tomillo y mejorana, barrie-
ra la fetidez aquella y disipara a la par aquellos es-
plendores de luz del sol de Dios. Condolíame de que
UNAMUNO. 1
-VII.
5
M 1^7 U t.L Ut. U J\ AM U JN U
se tomara al pueblo a lo sumo como documento, como
rana o como conejillo de Indias de fisiólogo, como
curiosidad, como materia cientificable, y que ningún
poeta bajara a sumergirse en sus profundidades pal-
pitantes de vida. Por esto saludaba en el movimien-
to socialista, sobre todo, el soplo nuevo que regene-
rara las almas, una fuente de nue^a poesía y nuevos
ideales.
Cuando atravesaba lo más ardiente de este período
de apostolado entre los amigos, a raíz de haberles
leído mi estudio sobre Martín Fierro, me vino un
día mi buen amigo y compañero don Luis Maldonado
Ocampo con la buena nueva de haber topado a un
Martín Fierro charruno, de haber descubierto en
este hermoso campo de Salamanca, en plena charre-
ría, en Robliza, en fin, un ciego autor de unos can-
tares que había él, Maldonado, recogido de boca de
su criado. Acto seguido me leyó el romance del cie-
go, sacándome de mis casillas, bien es cierto que
llovía sobre mojado. Sentí e! fresco del aire de la tie-
rra en el alma, la ráfaga que primero la refresca
para calentarla luego con el calor nativo : el sol del
campo de Salamanca me entraba en el corazón.
Sin ponerlo al igual del Martín Fierro, eso no, me
deshice en elogios al ciego y sus querellas, empren-
diendo al punto la tarea de persuadir a Maldonado
de la importancia de su descubrimiento y de la ex-
celencia del romance. Emprendí el ataque en la creen-
cia de que la costra de la cultura había conquistado
la enjundia jugosa de lo íntimo de su espíritu. ¡Aque-
llo era fresco y vivo y lleno de alma, aquello! Tosco,
es verdad, como la encina que crece al aire y a los
hielos y a los achicharramientos del sol en el camino
de Robliza, tosco como la encina, pero como ella
vivo, de hoja perenne, de cuerpo robusto.
Menuda disertación la que le endilgué a propósito
de las querellas del Ciego de Robliza. ¡ Y qué de
OBRAS COMPLETAS
131
cosas barajé, santo Dios! Allí los sentimientos pri-
mitivos y al desnudo, sin afeite, en musculatura
brava y recia, allí la forma que brota como la saviu
de árbol. Aquel charro que se lamenta, no de que los
señoritos abusen de sus hijas, sino de que les peguen
malas enfermedades, de que las corrompan la san-
gre y preparen así el encanijamiento de un pueblo
que necesita de todo su vigor para andar todo el día
al sol, agarrado a la mancera, me pareció de oro fino,
Recordaba que el pueblo siente y pone sobre todo
la salud, lu salud lo primero, para poderlo ganar,
y, con tal propósito, recitaba a Maldonado pasajes
análogos del Martín Fierro en que se trasluce al des-
nudo el sentimiento ingénito, sin la capa de la cul-
tura. Seguí discurriendo por las querellas, ponderé
aquel brioso apóstrofe de
Y ya es hora de que llagamos
alguna barbaridá,
y, sobre todo, aquella pintura al fresco, hecha en co-
lores sobrios y las recortadas líneas de un mediodía
sereno y de cielo limpio, aquella pintura de la labor
del arado.
Yendo al fondo de las querellas, me extendí en mil
variadas reflexiones acerca del odio del campo a la
ciudad, odio en que había meditado no poco al estu-
diar la última guerra civil de nuestra España ; acer-
ca de aquellas quejas y plañidos del labriego, que
suda tras su yunta, y hasta veía un hondo simbolismo,
inconciente en el ciego, por supuesto, en el pasaje
aquel en que nos canta cómo revezan al ganado y no
al gañán :
esto es mucha caridá,
que se revece el ganao
y siga la humanidá
agarrada a la mancera
- por toda una eternidá.
132
MIGUEL DE UNAMUNO
Así, así es el progreso : trae nuevos inventos, a la
fuerza del brazo sustituyen la del vapor y la eléc-
trica, pero la humanidad sigue eternamente agarra-
da a la mancera y sudando a chorretás. Así sigue la
humanidad y sobre todo el labriego, que es a quien
menos toca de los frutos del progreso. El pobre gañán
suda para que los señores de la ciudad coman; pero
le traen su condumio, retoza con la moza que se lo ha
traído, come aquél con hambre y le sabe a gloria, y,,
buscando una sombra, se tiende a dormir el santo
sueño, en el que todos nos igualamos, más profundo,
más santo, más consolador para el pobre que ha
sudado sobre la madre tierra, y sobre ella duerme,
mientras la brisa hace cantar a los árboles, que le
dan sombra, para que le arrullen. ¿Y cuando em-
pina el codo y contempla el azul del cielo remojando
el gargüero seco de cantar ? ¡ Qué verdad aquello de
que
quien no trabaja tó el día,
y no sufre la inverna ,
y no suda en el verano,
no sabe lo que es trincar!
Arrancando de estas quejas, ¡ qué pronto se llega a
aquel tremendo dilema que, bajo forma humanística,
encierra un mundo de amargura ! : ¿ qué es peor, te-
ner dientes y no comer, o qué comer y no dientes '
¿ Hambre sin pan, o pan con invencible y mortal in-
apetencia ?
Pasando del fondo a la forma más externa, me in-
teresaban, dadas mis aficiones lingüísticas en las Que-
rellas las formas dialectales y, es más aún, hasta
hablé de los romances primitivos en que rimaban aso-
nantes agudos con graves..., en fin, ¡qué se yo hasta
dónde me corrí !
Cuando Maldonado me vió más exaltado, sonrió
con aire de triunfador, me puso una mano en el hom-
bro, me miró y me dijo: "Pues, mire usted, no hay
OBRAS COMPLETAS
133
tal Ciego de Robliza, es una broma que he querido
darle, el ciego soy yo".
Me obstiné en un principio en negárselo, pero pron-
to me lo probó. La cosa había sido sencilla. Viendo
mi entusiasmo por el Martín Fierro, él, que no lo
participaba, por lo menos en el grado que yo, anun-
ció a unos de nuestros amigos que iba a componer
un Martín Fierro charruno para pegármela con él;
se fué a casa, y de tirón le salió del alma la primera
parte de las presentes Querellas.
He aqui cómo una cosa buena, más que buena,
Martín Fierro, engendró a otra buena también. Por-
que lo de la broma lo cree él, Maldonado; pero sólo
es verdad en parte, o más bien, sólo es parte de la
verdad; pues si él me jugó un bromazo —es cierto — ,
mayor es el que le jugó a él el Ciego de Robliza, el
ligrimo, el de la tierra, el que lleva dentro. Porque
ese Ciego que dormia en su alma, como en la de Só-
crates el demonio familiar, al oir parte del Martín
Fierro se despertó, empezó a gargajear y templar
la pandereta, a soltar hipos sin letra, a buscar forma
para sus quejas, y, embromando a Maldonado, al
Maldonado que le lleva, con lo de la broma, dió al
viento sus Querellas.
Por esto, una vez aclarado el caso, persistí en mi
creencia de que habíamos descubierto al Ciego de
Robliza, y así intenté demostrárselo a su propio y
genuino órgano en este mundo mortal. No sé si aca-
bará por creerlo, pues por algo decía el buen Plutar-
co que, si el "conócete a ti mismo" fuera cosa a la
mano y alcance de cada quisque, no lo hubieran teni-
do los hombres por sentencia divina.
No fui el solo en enamorarme de las Querellas del
Ciego de Robliza; todos aquellos a quienes se las leí-
mos, entre ellos personas de exquisito gusto, las ce-
lebraron en una u otra forma. Sólo ponían algún
reparo al saber que el charro de que salieran era el
134
MIGUEL DE UNAMUNO
propio Maldonado. ¡ Claro está, sabían la jugarreta
que éste me jugó, pero no la del Ciego a él !
Debo aquí hacer alto y recoger un juicio que se
nos ha puesto delante. Para muchos menguaba el mé-
rito del romance al saber que lo había hecho un se-
ñor de la ciudad, doctor a mayor abundamiento, y,
por contera, catedrático en nuestra vieja Universi-
dad salmantina, y persona de gusto e ilustración pro-
bados. "Es un charro de similor — decían — , una
falsificación hábil". Para mí, en cambio, si amengua-
ron ciertos méritos, los de menor prez, otros, se
acrecieron, porque tan admirable, o más, que el que
un charro se eleve a ciertos puntos de vista que pre-
suponen cultura libresca y trato de cierto mundo,
tan admirable, o más, me parece que todo un señor
culto de abolengo baje al charro y se lo asimile, y
mucho más en estos tiempos en que nos rige y gobier-
na lo que en su jerga metafórica llaman los nuevos
y más flagrantes sociólogos ley de capilaridad so-
cial. Pero no es que Maldonado haya bajado al pue-
blo, es el ciego que lleva dentro.
Esta es ocasión de repetir una vez más que es un
error arraigadísimo el de creer que la poesía popular
brota del pueblo en cuanto masa, del conjunto. Hay
muchos que no se paran a reflexionar que los cantos
populares tienen un autor, y muchos más son los que
creen que la poesía popular sale de un hijo del pue-
blo, sin llegar con estudio a la conclusión de que de
ordinario el poeta popular está elevado sobre el pue-
blo, es superior a él. Muchos, muchísimos cantos po-
pulares, hondamente tales, los más populares acaso,
proceden de hombres doctos y cultos que se han sor-
bido y asimilado el alma de la muchedumbre, que
templaron los latidos de su corazón al compás de los
latidos del gran corazón del pueblo, del espíritu co-
lectivo.
Hubo un tiempo en que los hombres cayeron pos-
OBRAS COMPLETAS
135
irados ante otros hombre, y una vez muertos éstos,
los divinizaron y rindieron culto porque habían acer-
tado a expresar lo que sentían todos; hubo otro
tiempo en que poeta, vate, era adivino, y aun hoy,
en este hermosísimo campo de Salamanca, es minis-
terio del poeta pronosticar el tiempo y leer en los cie-
los estrellados. Cuando pasaron tales tiempos de ado-
ración al poeta se siguió aún creyendo que le asistía
un espíritu celeste, una musa que al cantar era presa
de un rapto sobrehumano, que un tábano, estro, di-
vino, le espoleaba con su aguijón. Y hoy, ¡ qué frío
todo eso del estro, qué mortecina y lánguida, qué ri-
dicula resulta toda invocación a la musa ! ¡ Cómo se
ha convertido en mote lo de bardo y vate! A todo
ello ha sustituido, el nocturna vérsate manu discerna
poctae del buen Horacio y el polissczle et repolissczle
de su discípulo Boileau, poetas en bata ambos. Hoy
apenas se cantan las querellas del pueblo, sino que el
poeta, ahito de su yo, busca exquisiteces más o menos
estrafalarias y se nos exhibe a sí mismo. No, no le
Hamo vate al Ciego de Robliza, no sea que me lo
tome a risa.
En los tiempos que corremos no creo que sea te-
meridad presentar al Ciego como uno de esos mode-
los que imitar. Sentir como el pueblo, pero con más
intensidad que él, he aquí lo que constituye el ver-
dadero poeta. Junto a esto, ¿qué son todos los aro-
mas quintaesenciados y destilados en el alambique del
arte decadentista, parnasiano, pseudo-realista, neo-
místico o satánico? ¿Qué importan las nuevas rimas?
No faltará culto a quien se le atraganten estos ro-
mances. Le compadezco; es de los que no pueden
gozar de la divina hermosura de un alba campestre,
cuando el sol dora las cimas azules de la sierra le-
jana, despereza a la lenta niebla que se levanta de-
jando en los árboles vellones de su cuerpo, disipados
136
MIGUEL DE UNAMUNO
al punto por la brisa matinal, se irisa en las perlas
de la escarcha, y se eleva
dcspayc'iciido luz y fuego
por tulla la inmensidad
del ciclo del firmamento.
Estos cultos, insensibles romances como el del Cie-
go de Robliza, no pueden gozar de tales amaneceres,
porque traen reccncio que les puede constipar.
Mas... basta ya de filosofías, y al grano.
En vista del éxito de las' Querellas del Ciego de
Robliza, como era una verdadera lástima que queda-
ran reducidas al estrecho círculo de cuatro o cinco
amigos, decidimos publicarlas. Antes quiso completar-
las el señor Maldonado, y escribió las partes segun-
da, tercera y cuarta. No niego que se las dictó el
mismo Ciego que la primera, el mismísimo; pero, a
mi juicio, ya no estaba tan de vena. Así son esa gen-
te, cantan que es una bendición de Dios cuando les
sale del alma, pero si se les fuerza a ello, o en ello
se les interesa, salen del paso como mejor Dios les
da a entender. Repito que sigue siendo el mismo
Ciego el tábano divino de Maldonado, pero como éste
no buscaba ya una broma, tampoco el tábano pudo
embromar a Maldonado como la vez primera, tanto
más cuanto que le halló ya sobre sí, conforme a su
costumbre. En ciertos respectos podrán parecer in-
feriores la segunda, tercera y cuarta parte; la des-
cripción del dolor del padre, ante su hijo carrilano
muerto, está, como factura, aunque recargada de trá-
gico, bien hecha, pero... en fin, que hay pero aun
en lo bueno. Y volvamos a lo de la publicación.
Hubo quien propuso se jugara al público la mis-
ma pasada que a mi ; pero, pensándolo bien, se halla-
ron inconvenientes hasta a la publicación de las Que-
rellas en edición de venta al alcance de todo compra-
dor. Se temía por algunos que llegaran hasta el pue-
OBRAS COMPLETAS
137
blo del Campo despertando en éste sentimientos amo-
dorrados; se creía casó de conciencia no aguijar el
alma del que descansa de sus sufrimientos en la re-
signación que da el trato intimo y cotidiano con la
tierra fortificante ; alguien llegó a temer que, si tales
cantares se entonaran en una velada, junto a la her-
mosa llama que arde en el hogar, bajo la ancha cam-
pana de la cocina, al son de la pandereta y al com-
pás del baile de los gañanes, fueran parte a contri-
buir a la barbaridad si algún día el charro reventaba
por la cincha. Entonces se tomó la diagonal, deci-
diciéndose publicar las Querellas en edición nume-
rada, no vendible, y para perpetuar así el fausto
suceso de haberse descubierto un ciego de larga vista,
un vate ligrimo de la tierra, charruno hasta las ca-
chas, en el fondo del alma del mismísimo don Luis
Maldonado Ocampo, doctor y catedrático de la Uni-
versidad salmantina.
He aquí explicada la publicación de este librillo.
¡ Quiera Dios que dé a otros tan buen rato como a
mí me dió la consabida broma, y ojalá despierte este
ciego a otros como Martín Fierro le despertó a él !
Por otra parte, hago votos por que estos roman-
ces de la tierra sirvan para aquellos que, poco sen-
sibles a la pura poesía, buscan en ésta el grano, vuel-
van los ojos a la suerte del gañán para quien
Amaneceres que vienen,
amaneceres que van;
siempre amanece lo mismo
para el infeliz gañán;
vuelvan a él sus ojos y contemplen y estudien y
sientan al que, montado en el pescuño, da al aire libre
sus cantos melancólicos, largos como los surcos que
abre su yunta. Vuelvan su atención a esa vida del
campo, todos los días la misma y todos los días nue-
va, como el sol que la vivifica, busquen en ella la
clave de toda la vida social y vean en la tierra el
138
MIGUEL DE UNAMUNO
sustento de la humanidad entera, en la santa tierra,
que engendra y devora hombres y civilizaciones, que
algún día devorará la nuestra.
Y cuando sean ruinas nuestras ciudades, sobre sus
escombros pasará acaso la reja del arado, y cantará
el labriego cantares hondos, melancólicos y largos.
Porque los labriegos son el eslabón que engendra las
generaciones, la materia conjuntiva, el plasma ger-
minativo social, y perdóneseme la pedantería.
Ellos viven cara a cara de la naturaleza, reciben
de ella la lluvia, el calor, el carbunclo, la epizootia,
las cosechas colmadas y la mies que se sale de los
trojes, y no culpan al hombre. Se resignan, viven
con la santa tierra, esperan subir un día a aquel cielo
sereno de donde viene el calor de vida; y, por fin,
en la tierra que araron y segaron con su sudor, en
la tierra formada en parte de despojos de generacio-
nes y de polvo de humanidad, descansan de los dolo-
res y fatigas en la santa igualdad de la muerte.
Y basta, que esto tira ya a sermón. Para tal es
poco, y para introducción a las Querellas del Ciego
de Robliza mucho, pues el lector debe estar ardiendo
por conocerlas, si es que, con buen acierto, no las
leyó antes que estas cuatro líneas deslavazadas ; en el
cual caso, satisfecho con aquéllas, lo mejor que hu-
biera podido hacer era dejar éstas.
Salamanca, viarso de 1894,
PENSAMIENTO INEDITO, A MODO DE PRO-
LOGO, EN EL LIBRO MEMORIAS DE UN ES-
TUDIANTE DE SALAMANCA, DE. J. BALCA-
ZAR Y SABARIEGOS. Madrid, E. Prieto, 1935.
"Conócete a ti mismo", decía Sócrates con (sic) el
templo de Delfos. Y Tomás Carlyle, el puritano, le
responde : "¿ Conócete a ti mismo ? Harto te ha ator-
mentado ese pobre ti mismo, ¡ jamás le conocerás,
créelo ! No creas que tu cuestión es conocerte : eres
un individuo inconocible : ¡ Conoce lo que puedes obrar
y obra como un Hércules ! ¡ Este será tu mejor plan !"
Tiene razón el puritano; la obra, no el hombre,
porque tan chico como es éste es aquélla grande.
Cuando la obra vale más que el hombre que la lleva
a cabo, es cuando éste es digno de aquélla.
Estudiarnos es encerrarnos en la pereza de nos-
otros mismos, y obrar, vivir en comunión con nues-
tros hermanos ; la ciencia es el principio del egoísmo
y la acción, el de la caridad.
El de la sabiduría es saber ignorar, y su fin de-
tenerse ante el misterio. Pero allí donde el hombre se
detiene, ante el abismo, su fe viva, madre de la obra,
colma el abismo. Esto hace la fe; la verdadera fe, la
fe viva, no el espíritu seco de la fórmula legada ni
la confianza en la palabra ajena, ¡no!, sino el es-
fuerzo vigoroso y propio por creer lo que no cono-
cemos ni acaso conoceremos nunca.
A todo joven a quien se le abre el camino de la
vida hay que repetirle: ¡Déjate de tí mismo, que no
vales nada, mira tu obra, ten fe en ella, y adelante !
Salamanca, 28 de vtayo de 1894.
I^KULULjU al LIBKU FUtSIA, DE JUAN AR-
ZADUM (Bilbao, 1897). Biblioteca Bascongada de
Fermín Herrán, tomo 11.
Al excitar a Arzadun a que, escogiendo de entre
sus producciones literarias las que más le satisficie-
sen, las publicara, le prometí hacer un prólogo para
ellas. Y cuando nuestro buen amigo el animoso Fer-
mín Herrán decidió darlas a luz pública en su "Bi-
blioteca Bascongada", le pedí tiempo para amañar
mi prólogo, alegando que quería trazarlo con cuidado
y esmero, cuando lo que en realidad buscaba era lu-
cirme a expensas y cuenta de Arzadun, tomando
pretexto de sus trabajos para disertar a roso y ve-
lloso de todo cuanto me viniese a cuento. Y ahora,
que ha vencido el plazo de mi débito, se me aparece
tarea vana la de presentar yo a Juan Arzadun. Mas
como el tiempo me apremia, y con él el vencimiento
de mi promesa, y como no se me da, a Dios gracias,
espacio para lanzarme a todo género de digresiones
conceptistas, aun cuando sucumbiera, como otras ve-
ces, a la tentación de hacerlo, voy a satisfacer la
deuda escribiendo cuatro cosas acerca de Juan Ar-
zadun y de sus trabajos literarios, lo más sencilla-
mente que pueda, y ojalá fuese mucho más de lo que
podré hacerlo.
Trátase para mí de un amigo en quien me será
siempre imposible no ver más que al escritor, ente
de razón o ficticio fantasma, al que sacrificamos no
pocas veces la propia personalidad íntima. Se trata
de un hombre cuyo deseo ha sido siempre no des-
OBRAS COMPLETAS
141
entonar, de un hombre a quien he oído decir más de
una vez que aspiraba a pasar su vida inadvertido
entre la muchedumbre, al nivel de la línea media. Se
trata de un poeta verdadero, y como tal, limpio de
ruidosidades.
La amistad íntima, de una parte, y de otra, la co-
munidad de casta, harán, sin duda, que vea yo en
los escritos de Juan algo suyo y nuestro, que apenas
vislumbrará por vagos atisbos quien no le conozca o
no sea vasco como nosotros. Así es que estas líneas ni
son ni afortunadamente pueden ser de crítica. Es
para mí este poeta un hombre de carne y hueso, algo
más que una cifra: es un amigo ante quien he dejado
correr los anhelos de mi pecho. Nunca podré tomarlo
de conejillo de Indias, ni de mero argumento de es-
tudio psicológico. No en vano, leyendo algunas de
sus cosas, las lágrimas han asomado a mis ojos.
Hay escritores para la crítica, el estudio y la his-
toria literaria ; los hay para el pueblo y la emoción
inmediata. De los unos dura más el nombre que el
efecto ; de los otros, más éste que aquél. A aquéllos
se les estudia y discute; a éstos, se les quiere y sien-
te. Acaba de bajar a la tumba un hombre bueno que
hizo llorar con sus escritos a nuestros padres, y aun
a muchos de nosotros, y los críticos han desahucia-
do con todo respeto su memoria. Tal vez alguno no
le perdone las lágrimas que le hizo derramar de niño,
debilidad infantil de que hoy se avergüenza el hom-
bre curtido a no dejarse emocionar de sorpresa. Los
nombres literarios durarán siglos tal vez ; la labor
de las lágrimas será eterna.
Vuelvo a Arzadun, cuyo nombre suena poco, por-
que, con efectiva modestia, no ha buscado para darse
a conocer, fuera de la prensa periódica de provincias,
otro camino que el más sencillo y más independiente,
a la vez que el desdeñado por literatos: los certáme-
nes públicos. Sí, Arzadun ha sido un poeta de certá-
142
MIGUEL DE UNAMUNO
menes. El haber ido en Zaragoza a recibir la flor
natural atravesando por entre una multitud sencilla,
y si se quiere cursi, es un acto de modestia y de sen-
cillez que le pone en muy otra región que aquella en
que vagan solos y solitarios los poetas incomprendi-
dos, que odian al vulgo profano y trabajan para la
posteridad. Es ése acto un hermoso arranque de ver-
dadera independencia, de la que no conocen, por des-
gracia suya, los independientes. Es mil veces más
loable que hacer la rosca a los críticos de cartel.
Lo mejor suyo es, sin embargo, a mi juicio, lo que
no ha llevado a los certámenes, sus artículos en pro-
sa. Los prefiero a sus versos.
En la fisonomía espiritual de Arzadun, lo primero
que se me aparece son las caras del alma de nuestra
raza vasca. Es sano, bien equilibrado, vigoroso y sen-
sible, fuerte y sencillo. Habla en uno de sus relatos
del aldeano vasco, "lleno de insuperable timidez y
sonriendo con vaguedad, fuerte y bonachón como un
Hércules adolescente". De la raza de este aldeano,
de nuestra raza, es Juan. Hay en él, como en casi
todo vasco, la sobriedad de expresión que parece a
primeras sequedad de afecto; los sentimientos, como
robustos que son, se le visten de forma serena y clara,
y libre del engañador sentimentalismo que brota de
sentimientos pulposos y fláccidos, sin osamenta de
conceptos que los sustenten y den cuerpo y sin cutis
que los preserve y defina.
En su poesía Un veterano, al hablar del viejo ca-
ñón que recibe a las golondrinas, nos dice que
parece que, bondadoso,
porgue siempre lo es el fuerte,
él, instrumento de muerte,
acoge al bando anheloso
con el plácido cariño
peculiar del héroe anciano
del glorioso veterano
a quien la edad hace niño.
OBRAS COMPLETAS
143
Rasgo es éste de la bondad del fuerte, que se repite
en sus escritos. Admira la fuerza y adora la niñez.
La niñez le atrae, siente como a nada al niño, y
lo más hermoso que ha hecho son aquellos relatos
de héroes infantiles como Cabezota, Monin, y sobre
todo, La noche buena del expósito, lo que más me
gusta de todo lo suyo. He sentido nudo en la gargan-
ta al leer cómo se le derrite el afecto al pobre expó-
sito al oír el mugido suave y prolongado de la vaca
casera, aquella voz llena de singular dulzura, "la fiera
amenaza del toro salvaje hecha suplicante por do-
mesticidad secular!" De Cabezota no puedo decir
nada ; Juan sabe bien por qué.
He derramado por publicaciones varias muchos
escritos sueltos, y han pasado desapercibidos los más
Íntimos y sinceros, mientras no ha faltado quien to-
mase nota de los menos propios. En uno de los pri-
meros, de los que me brotaron de dentro, se fijó
Arzadun; de él me ha hablado muchas veces, con mo-
tivo de él me dedicó unos versos. Era el relato de las
aventuras de un niño que se escapa de junto a su
niñera. En este escrito adivinó acaso lo mejor mío;
el espíritu que en él palpita es el que nos ha unido
más, y más tarde hemos podido hablarnos de nuestros
hijos, sintiéndonos más íntimamente amigos al ver-
nos padres. Sé que se acuerda de aquel Susin de mi
cuento, de su escapatoria a través del campo, de sus
terrores ante la pacífica vaca y el indiferente perro,
de su angustia al sorprenderse solo, y de cómo, empa-
pado en llanto, apoyó, al llegar a su hogar, la mejilla
en la de su padre y se durmió en los brazos de éste.
Lo escribí hace años, y hoy es cuando comprendo lo
que entonces escribí.
De su profesión — en el Cuerpo de Artillería — , de
lo que más me ha hablado, es de las academias, de
su labor de maestro de escuela de los soldados de su
144
MIGUEL DE UNAMUNO
batería, niños también, niños glandes, sencillos y
nobles. Está penetrado de ternura por la niñez.
¡ La niñez ! El recuerdo, más o menos claro, de
nuestra niñez es el ungüento espiritual que impide
la total corrupción de nuestra alma. En las horas de
sequedad y de abandono; cuando se toca el terrible
vanidad de vanidades ; cuando, fatigado el espíritu de
la peregrinación a través del desierto, penetra en el
terrible misterio del tiempo y ve abrírsele el abismo
sin fondo de la nada; cuando, ante el polvo a que
con el análisis lo hemos reducido todo, se ha conver-
tido en terror loco "el estupor sin asombro de los
niños, acostumbrados a ver cosas inexplicables", en-
tonces se oye en el silencio los ecos dulces de la ni-
ñez lejana como rumor de aguas vivas y frescas de
humilde arroyo que seguía fluyendo bajo las secas
y ardientes arenas. Y entonces, secas las fauces y
resquebrajadas las entrañas espirituales, sedienta el
alma hasta la agonía, se escarba con afán el suelo
hasta descarnarse las manos, para descubrir aquellas
aguas rumorosas y caer postrado de bruces y be-
berías y recobrar vida con el manantial que, corrien-
do en oscuro subterráneo, preservó su pureza y su
frescura.
De la misma fuente que su predilección por la ni-
ñez saca Juan el amor con que evoca los recuerdos
infantiles de su pueblo natal, Bermeo, y el cariño
a nuestra Vizcaya. Recuerdos de su Bermeo, del que
los guardo yo también tan dulces, son El islote, que
es el de Izaro, El cementerio del pescador y Las cam-
panas de la cofradía.
Y si a su Bermeo lo siente y ve y quiere en sus
recuerdos de niño, y aun de adulto, en los más dulces
de su vida, y en directas impresiones nuestra Vizcaya
tiene para él, como para todos nosotros, algo más de
sentimiento reflejo y adquirido. A Vizcaya no pode-
mos abarcarla de una mirada como él a Bermeo, des-
OBRAS COMPLETAS
145
de la altura de Sollube, y yo a Bilbao, desde Archan-
da o desde Arnótegui. La historia, memoria de las ge-
neraciones, tiene que venir aquí en ayuda de nuestra
individual memoria. Su comprensión de Vizcaya re-
salta en el hermoso cuadro El Nervión y el Cailagna,
arrancado a la historia de lugares, de cuyo íntimo
espíritu se ha dejado penetrar en recogidos paseos por
ellos. Correo de Buenos Aires me recuerda a nuestro
Trueba, que con el salmantino Ruiz Aguilera y el
dulcísimo Querol, son los poetas españoles contem-
poráneos que más adentro me llegan.
No creo tan real y sincera su poesía A la patria
enskara. Entra ya en ella el regionalismo literario
y de cultivo artificioso, claro está que sobre fondo
natural. Hago mal en decir que no es sincera ; since-
ra sí lo es, pero con sinceridad refleja, conseguida.
No canta en ella el poeta espontáneo, el del núcleo
primitivo, sino el formado por el ambiente literario
regional.
Porque es de saber que hay en nosotros dos hom-
bres; el uno que se produce centrífugamente, de den-
tro a fuera, brotando del fondo hereditario y de nues-
tro nativo temperamento, y es el hombre que trata
de acomodar el ambiente así ; y el otro, el que se
forma centrípetamente, de fuera a dentro, por los
diversos sedimentos que en nosotros deja el ámbito, el
hombre que trata de acomodarse al ambiente. De este
segundo hombre, de este nuestro yo secundario o
adventicio, moldeado siempre, es claro, sobre el pri-
mario e ingénito, de este yo de aluvión brotan las
poesías de Arzadun en que se descubre su profesión
social y su cultura científica y literaria. Artillero de
oficio y lector de afición, se descubre su cultura en
poesías tales como el canto A la guerra. Armas y
letras. El frío de Fausto, etc. El canto A la guerra
es valiente, está lleno de idea, pero peca de intelec-
tualismo y huele a las veces a ciencia no reducida a
146
MIGUEL DE UNAMUNO
poesía, sino vestida de forma poética. Hay que saber
ver, sin embargo, cierta ironía en el fondo de este
canto; el hombre interior no está de acuerdo con el
exterior; el amador de la niñez, el que ha de ser pa-
dre, no se aviene del todo bien con el capitán de
artillería.
En El frío de Fausto hay una frase atrozmente
científica, y es ésta :
La especie está hambrienta
Esto supone teorías meramente ideales, y es además
poco poético... iba a añadir: aunque fuese verdadero,
pero ¿cómo ha de ser verdadero si no es poético?
Será a lo sumo racional. Lo poético, y por tanto lo
verdadero, si es que no lo racional, habría sido decir
que el amor, no la especie, sufre y espera y les pide
un hijo, no un ser nuevo, y aún más poético, y por
tanto más verdadero, que Dios quería más hombres a
quienes redimir y salvar, y que para esto les daba
el amor.
Una última observación. La versificación de Arza-
dun no es flúida, ni fácil ; resiéntese, más bien, de
cierta dureza; su lengua no es rica, aunque sí precisa
y sobria. Revélase en ella un vascongado, puesto que
en nosotros, aun en los que hemos balbuceado en la
cuna en castellano y en castellano pensamos, es en
un castellano pobre, tal como nos le da nuestro am-
biente natal. Esto tiene una ventaja, y es que por
lo general no tenemos mayor caudal de palabras que
de ideas, con lo que logramos cierta precisión al ex-
presarnos, así como en otras regiones españolas pue-
de darse el caso de escritores que posean un lenguaje
más rico que el sistema de sus ideas, y que por tanto
se embaracen en su lenguaje, así como les estorba
una imaginación más viva que lo que exige el peculio
OBRAS COMPLETAS
147
de sus impresiones. De aquí el gongorismo y el des-
enfreno colorista, de aqui la acumulación de sinóni-
mos y la insustancial facundia de ciertos oradores
meridionales, de aquí los ripios todos y la logorrea.
Nada hay en literatura peor que empobrecerse un
pueblo en espíritu, en ideas y en visiones, conser-
vando la lengua de su edad de empuje y de ascensión.
Alguna vez ha sentido Arzadun pasajero prurito
de abandonar su natural instinto para acomodarse a
las corrientes de la moda, pero no creo que le venza
esa tentación de ser moderno. Espero confiadamente
se deje ser como es, se abandone a su natural nativo,
se sacuda de la influencia letal de un ambiente pasa-
jero y artificioso, y bañándose en el ambiente eterno,
el que llevamos en el fondo del alma, y vigorizándose
en su natural modestia, produzca, sin espolearse, cuan-
do le broten como de manantial que rebosa, obras
sanas que refresquen el ánimo a los fatigados, delei-
ten a los sencillos, den ganas de llorar a los bienaven-
turados pobres de espíritu y dejen a quien las lea
algún grano más de bondad sobre la que ya por ven-
tura tuviese.
He cumplido mi promesa, y quiera Dios sean estas
líneas pago adecuado a la emoción que he sentido al
leer aquellas composiciones en que Juan evoca el vivi-
ficante espíritu de la niñez, a la vez que presente
digno a su amistad preciosa.
En Salamanca, mayo de 1897.
PREFACIO DEL TRyVDUCTOR i
Nos hemos permitido alterar el título originario de
esta obrita, que es el de Introducción al Derecho ro-
mano (Introduction fo Román Lazv), y lo hemos he-
cho llamándole Sumario de Derecho romano, porque
en realidad no es otra cosa que un vadc-mccum, un
prontuario o recordatorio, una de esas condensaciones
en cuya confección tanto se distinguen los ingleses.
En Inglaterra llaman a esta obrita "el pequeño
Hunter" (The little Huntcr), para distinguirla de la
obra extensa y detallada que acerca de la misma mate-
ria tiene escrita su autor con el título de Exposición
sistemática e histórica del Derecho romano, ordenado
en forma de código (A systematic and historical ex-
position of román lazv in the order of a code).
Esta obra, en que van incluidas las Institutos de Gayo
y las de Justiniano, goza de un gran crédito en In-
glaterra. Acerca de ella, el profesor Bain, tan cono-
cido por su Lógica y sus trabajos de psicología y
pedagogía, decía en el Hind lo siguiente :
"Esta obra es — por lo que toca al Derecho roma-
no— en su forma tal vez una de las mejores ejempli-
ficaciones de método lógico que haya aparecido. Es
libro que se deja leer con facilidad, muy inteligible
y del más alto valor para la comprensión de la histo-
ria romana. Preséntanos al pueblo romano en alguno
de sus más distintivos caracteres, mostrándonos sus
1 A la obra Sumario de Derecho romano, escrito en inglés
por G. A. Hunter, traducción por Miguel de Unamuno, profesor
en la Universidad de Salamanca. Madrid, La España Moderna,
s. a., 224 págs.
OBRAS COMPLETAS
149
fáciles invenciones para hacer frente a toda nueva
situación, su robusto sentido común, su superioridad
a todo juicio, la creciente humanidad de sus maneras,
juntamente con la peculiar parte que Ies tocó de nues-
tra común flaqueza."
Aunque las palabras precedentes se refieren a la
obra extensa del autor del presente Sumario, las re-
producimos porque en éste se revelan las cualidades
mismas que Bain señala. Distingüese esta obrita so-
bre todo por lo preciso de su exposición, una precisión
en que, sin sobrar nada, tampoco falta nada esencial,
y por lo sugestivo de su lectura. La creemos útilísi-
ma para servir a los estudiantes de Derecho romano,
y sobre todo para todos aquellos que, ansiosos de cul-
tura g-eneral, tan descuidada entre nosotros por des-
gracia, desean entrar en el circulo de sus conocimien-
tos una proporción adecuada de Derecho romano. Tal
fué, por lo menos, el principal motivo que nos impul-
só a estudiar el sugestivo y rico compendio que pre-
sentamos al público español, y en parte por agradeci-
miento a las enseñanzas que a su lectura debimos,
emprendimos la tarea de verterlo a castellano con la
esperanza de que prestara a otros el útilísimo servi-
cio que a nosotros ha prestado "el pequeño Hunter".
Es inútil encarecer la importancia que en la cultura
general tiene el estudio del Derecho, y dentro de éste
el del romano. En nuestra segunda enseñanza acaba
de introducirse el estudio del Derecho usual, y puede
decirse que este Derecho usual está todo él virtual y
potencialmente, y de hecho casi siempre, contenido
en el romano. Es su base y fundamento. Así es que
creemos que habrá pocos libros más útiles que el
presente para guiar al profesor en su comprensión
del Derecho usual.
El Derecho romano sigue siendo la base de nuestro
Derecho tradicional, cuyo fondo de tradición, tomado
150
MIGUEL DE UNAMUNO
del estado militar de la humanidad, lo tomamos de
Roma, con su concepción central de la familia y la
propiedad de un amo de esclavos, así como a la eco-
nomía política sobre todo se han de deber los pro-
gresos de nuestras legislaciones hacia el Derecho
futuro de un estado industrial de los pueblos.
Hunter ha sucedido a Sumner Maine en su cáte-
dra libre del Colegio de Abogados del middle temple,
de Londres, y en gran parte continúa las tradicio-
nes del gran maestro. Así es que este sumario lleva
de ventaja a otros más antiguos excelentes, conocidos
muchos entre nosotros, la ventaja de haber recogido el
fruto de las enseñanzas de aquel gran pensador.
En este librito se recorre vivamente y en poco
tiempo lo más sustancial del tan instructivo proceso
histórico del Derecho romano, se penetra en el sentido
de las fórmulas y consagradas exterioridades, en el
modo como los romanos se desligaban de las trabas
de sus tradiciones embarazosas, aplicándose el De-
recho que daba el pretor a los extranjeros, haciendo
así entrar el ius gentium en el ius civilc, y que la po-
lítica del pretor (algo parecida a las medidas de or-
den público que toman nuestros gobernadores) se
sobrepusiera, sin derogarla, a la ley inmóvil del de-
recho tradicional; se ve cómo el derecho individual
va sopreponiéndose al familiar; hasta hay indicación
de la influencia de la Iglesia Cristiana en el Derecho
romano de tiempos ya adelantados. Es muy interesan-
te la sencilla a la vez que sugestiva y fecunda expli-
cación que el autor da a la famosa distinción entre
la posesión y la propiedad, así como merece pensarse
la precisa y rica exposición que hace del derecho de
sucesión.
El autor hace referencias de vez en cuando al De-
recho inglés, referencias aplicables al nuestro, y siem-
pre muy sugestivas.
Podemos asegurar que quien logre asimilarse el
OBRAS COMPLETAS
151
contenido de este sumario, penetrando el alma de
su enseñanza, sabe del Derecho romano cuanto de
él puede y debe saber quien desee conocerlo por sí,
subordinado a una cultura general, y que a la vez
será de grandísima utilidad para los estudiantes de
Derecho y los que quieran penetrar en la unidad
interna del Derecho usual.
PROLOGO A FUENTE DE SALUD, DE SAL-
VADOR RUEDA (Madrid, J. Rueda, 1906, III, +
236 págs.)
(Fragmento de una carta)
Rueda me es una de las personas más simpáticas.
Nada habla más en favor de él que el verle tan sen-
cillo, tan abierto, tan verdaderamente modesto, tan
infantil en el mejor sentido, en el sentido divino de
esta palabra ; cuando de poder justificarse la sober-
bia, se justificaría en él más que en todos los sober-
bios que conozco.
Su arte es espontáneo; en él nace, como flor de
trigales, lo que es en otros flor de tiesto. Es de la
raza más pura andaluza, y cuando se contiene en la
natural inclinación a cierto bravo gongorismo, re-
liimbia — como dicen los charros — como río vivo a
la luz del sol del mediodía. Dejan sus cosas una im-
presión que da apetito de vivir, y esto vale tanto
como las mejores y más profundas ideas. Se le ha
hecho guerra muy sistemática; pero si su natural
condescendiente y afable le deja cerrar oídos a adu-
ladores y detractores, lega a nuestras letras algo que
sea como en nuestra pintura de primeros de siglo,
Goya.
Son sus libros ventanas abiertas al campo libre,
donde se vive sencillamente, sin segunda intención,
bajo la luminosa gracia de Dios, al aire libre.
Paréceme que Rueda me comprendería mejor que
nadie, lo que suelo decir de que el "nada hay nuevo
OBRAS COMPLETAS
153
bajo el sol" del aburrido Salomón estropeado por
los libros, se convierte para el labriego sano y robus-
to en un "todo es nuevo bajo el sol". Para Rueda,
como para quien vive en contacto con la naturaleza,
cada sol es un sol nuevo, y cada momento un nuevo
nacimiento : vive naciendo siempre. ¡ Feliz de él !
Salamanca, 16. IV. 1900.
PROLOGO A ESTROFAS DE BERNARDO
G. DE CANDAMO (Madrid, 1900, 89 págs.)
Un día que entré en casa de Ruiz Contreras ha-
llábase allí, escribiendo, un jovencito lampiño. "Es
Candamo — me dijo, sobre poco más o menos. Con-
treras, presentándomelo — ; habrá usted leído lo que
publica en la Revista (1) ; es un joven que promete, si
no nos lo echan a perder." El joven me saludó, con-
testó a dos o tres preguntas que por decirle algo le di-
rigí, y no volvió a abrir la boca; oía, sonreía y calla-
ba; sonreía con una sonrisa muy seria. Después he
mantenido con él conversaciones y correspondencia
epistolar, y le he cobrado cariño (2). Me ha ganado
con su ingenuidad y sencillez, con sus ansias al sentir
que se ahoga en este ambiente de ramplonería.
Pocas cosas me interesan tanto como un joven que
se busca y se busca en los demás, admirando ya a
éste, ya a aquél, e imitando — conscientemente o no —
hoy al uno y mañana al otro. Flota en la inconcre-
ción y la vaguedad, nadando hacia la costa, hacia la
roca viva de su propio espíritu. "Es un joven que
promete" — suele decirse — . Pero ¿es que la promesa
no es acaso un don preciado, más preciado tal vez que
lo prometido? La ñor ¿es algo más que promesa de
1 La Revista Nueva, de Madrid, que dirigía Luis Ruiz Con-
treras, en cuyas páginas publicó Unamuno la mayor parte de sus
primeros versos.
2 En la revista madrileña Indice de Artes y Letras, está pu-
blicando el propio Candamo las cartas de Unamuno que conserva.
Véanse los núms. 109 allí, enero a marzo 1958.
OBRAS COMPLETAS
155
fruto, de fruto en que el aroma de aquélla se con-
vertirá en sabor?
Candamo sólo necesita caudal de impresiones, con-
cretas y sedimentadas, conocimientos definidos, ideas
formulables, conceptos lógicos, y sobre todo visiones
de realidad exterior para amasar en figuras de alto
relieve el barro flexible y fresco de sus sentimientos.
Son hoy los suyos unos sentimientos invertebrados,
sin huesos, o a lo sumo con huesos infantiles, casi
todo gelatina. Pero debe cultivarlo, no sea que, como
aquí tan de ordinario ocurre, se solidifique no más
que por fuera, quedando preso en la rígida coraza
de un caparazón dermato-esquelético.
"No puedo exteriorizar mis impresiones hasta des-
pués de algún tiempo, cuando, pasada la primera sa-
cudida, reflexiono desde lejos, libre ya y tranquilo.
Esto que me sucede con las obras de arte (música,
poema y escultura) me sucede también en más alto
grado en mis contemplaciones de la Naturaleza. Miro
en derredor, observo los detalles, busco puntos de
vista para admirar la oscura copa de un árbol des-
tacándose sobre el azul del cielo; sigo con la mirada
el vuelo de los pájaros mientras presto atento oído a
sus trinos; y entonces siento que todo mi cuerpo se
estremece, presa de múltiples impresiones, y balbuceo
en voz baja palabras que son síntesis, como ¡ delicio-
so!, ¡soberbio! Pero en aquel momento no podría
explicar más, no podría precisar mis sensaciones
enérgicas, llenas de vida." Esto me escribía en una
carta Candamo, y en ello se encierra el sentido de
este libro. Es en gran parte glosa de una letanía de
"¡delicioso!", "¡soberbio!"
Tengo a la vista, mientras esto escribo, la sierra
de Gredos. Viéndola de continuo, antes del alba, al
romper el sol, al medio día, a la caída de la tarde,
en días claros y en días velados, con nieve y sin
ella, he pensado muchas veces en dibujar la silueta
156 MIGUEL DE UNAMUNO
de su más alta montaña en las diferentes hojas de
un álbum e iluminarla luego, reproduciendo sus di-
ferentes revestimientos de coloración y tonalidad. Si
obtuviésemos fotografías instantáneas y en color de
un soto o de un monte o un árbol, veríamos cuánto
diferían entre sí esas diversas imágenes, esos tra-
suntos de diversos momentos del árbol, del monte o
del soto. Y si, proyectando sobre un mismo lugar las
distintas imágenes, se fundieran éstas, tendríamos
la imagen compuesta, una especie de abstracto. Por-
que la imagen de un objeto que nos es familiar, que
al cerrar los ojos se nos pinte en la memoria, es ya
una abstracción — abstracción concreta — , es la fu-
sión de las diversas impresiones que en distintos
momentos nos ha dado el objeto. Al reproducirnos
interiormente la figura de un amigo, rara vez lo vemos
en tal momento determinado; casi siempre es una
imagen vaga, sin momentaneidad alguna, nada ar-
tística. Nada artística, digo, porque es a esto a lo
que venía a parar. El artista ve momentos de las
cosas y a las cosas mismas en su proceso ; para
el artista no es nada un árbol sino a tal hora, con
ta luz, en tal sitio. Quien no tenga la intuición de la
momentaneidad de todo lo vivo, no es verdadero ar-
tista.
Hay en pintura una cosa horrible, que es el cromo,
porque el cromo es la imagen compuesta, el abstrac-
to de lo concreto. Un paisaje de cromo es un paisaje
abstracto, en que no hay hora, ni día, ni estación de
año, ni momentaneidad alguna. Satisface el recuerdo
inartístico del común de las gentes, y hasta tal punto
que declararían falsa una imagen que se eternizara en
un espejo. El cromo^ tiene de compañero al retrato
fotográfico ordinario, al de aquel a quien el fotógrafo
le colocó la cara.
El arte debe ser la eternización de lo momentáneo.
De nada hay que huir tanto como del cromo, y hay
OBRAS COMPLETAS
157
mucho cromo en literatura. Los más de los persona-
jes de teatro y novela me resultan de cromo, son imá-
genes compuestas.
La impresión pasajera sedimentada, es lo que debe
buscar este joven; la eternización de lo momentá-
neo — me decía leyendo las páginas de este libro.
Y es lo que busca, lo momentáneo y fugitivo, el
matiz, la transición, lo que sirve de engarce a las
impresiones que se suceden.
Car nolis voulons la ntiancc cncor
Pas la coulcur, ricn que la nuancc
El color fácilmente nos lleva al cromo. Aunque,
bien mirado, ¿dónde acaba el matiz y empieza el
color? ¿Es el color acaso algo más que un término
genérico en que se incluyen diversas especies de ma-
tices ?
Y es éste un libro, sin embargo, cuya más íntima
esencia acaso se me escapa, por ser erótica. Lo eró-
tico puedo llegar a comprenderlo, pero no lo siento.
Mas un joven que a la edad de Candamo no cultive
de preferencia lo erótico, ¿ qué hará después ?
Son sus admiraciones Banville y Nerval, a quienes
sólo de referencia conozco, teniendo tales referencias,
sobre todo las encomiásticas, la culpa — si es que la
hay — de que no los haya leído. Y respecto al primero,
ese titulo de Odas funambulescas me hace daño ; me
parece como si el autor quisiera divertirse a costa ilel
lector. Pero no son Banville y Nerval sus únicos
maestros; lo son todos los grandes.
Algo hay de artificioso en estas páginas, sin duda.
"Fué perversa mi alma", dice en Remordimientos, y
su alma no ha sido perversa nunca. Pero ¿ cabe liber-
tarse de artificio?
En' Paisaje juegan unas niñas de quienes nos dice
Candamo que "todas son bellas". ¡ Todas son bellas !
Todas las niñas son para él bellas, todas las niñas
158
MIGUEL DE UNAMUNO
que juegan. ¿.Cómo ha de haber sido nunca perversa
su alma?
Medieval es lo que de la colección más me gusta;
¡ lástima que no esté en verso ! Y lástima también que
aquella indecisión no sea siempre indecisión de lo
concreto, que haya aquella Belleza que muestra las
líneas arrogantes de su figura escultural, porque
¿ quién es esa dama Belleza ? ¿ Es algo más que un
concepto ?
Por dentro de todo vese en el autor a uno que
quiere ser, y querer ser es más profundo que ser sin
quererlo. Es un joven que persigue lo momentáneo.
¡ Dios le libre de caer en el cromo !
Aquí están sus páginas, ingenuas y frescas, leedlas.
SEGURO SOBRE LA VIDA HUMANA, DE
ARNALDO LARRABURE, Salamanca, F. Núñez,
1901, XIII 4- 123 págs. y XXVI apéndices.
Decía Washington Irving que el plantar un árbol
es un acto heroico, porque no ha de gozarlo, por lo
común, el mismo que lo planta. Y heroico sería, en
efecto, todo acto humano cuyo objetivo trascendiese
del interés directo y personal de quien lo lleva a cabo,
si no fuese en el hombre el instinto de conservación
de la especie tan fuerte como el de la propia conser-
vación. No subsistiría especie alguna animal si no
fuesen sus miembros capaces de sacrificarse por sus
crías.
Es más aún. Del primitivo instinto de conservación
de la especie es de donde se han desarrollado los sen-
timientos todos que sirven a la sociedad humana de
sostén. La patria es extensión de la familia, cimen-
tada, a su vez, sobre el amor paterno más que sobre
el filial. Constituye el alma de la patria un pueblo
unido por su lenguaje, historia, tradiciones e ideales
comunes, y su cuerpo, el territorio en que tal pueblo
se asienta. Y así como la patria es extensión de la
familia, eslo el territorio patrio del antiguo solar de
la familia, cuerpo o base material de ésta en un
tiempo.
Las investigaciones históricas y sociológicas nos
muestran que fué la propiedad de la tierra colectiva
en los primeros albores de nuestra civilización, en
las remotas épocas en que aún no habían las fami-
MILrUhL Vh UJNAMUNU
lias adquirido distinta individualidad dentro de la
tribu. Con la división del suelo común entre las fami-
lias de la tribu, adquieren valor propio aquéllas en
ésta. La propiedad familiar surgió de la distribución
de los derechos al común entre las diversas familias,
y tal propiedad precedió a la individual.
Mas en la época en que se abre a la historia el de-
recho de propiedad, en la primitiva Roma, aparece
como hijo de la conquista; es el solar de la familia,
la parte que al guerrero, cabeza de ella, le corres-
pondió en el reparto del botín. Los vencidos pasan
a esclavos, y es la lanza el más alto símbolo de la
propiedad, de la propiedad quiritaria.
Más tarde, al invadir los bárbaros el Imperio ro-
mano, constituyó de nuevo la propiedad familiar la
parte del común que se dió a una familia de conquis-
tadores, de futuros nobles, quedando los antiguos po-
sesores de siervos adscritos a la gleba, pecheros al
terruño. Sobre el solar se asentó la familia, regida
por leyes de mayorazgo ; el solar era la base firme que
la ponía al abrigo de cualquier contingencia de la
suerte ; podían vivir tranquilas las familias patricias
o nobles mientras los siervos trabajasen sus tierras,
haciéndolas producir.
Tal estado de cosas persistió y aún en parte per-
siste, a pesar del rudo golpe que recibió de la Re-
volución francesa; aún persisten los efectos del anti-
guo régimen, pero cada vez se va viendo más claro
que el progreso tiende a emancipar al hombre de la
tierra, a quebrar las cadenas que aún le unen a ella
haciéndolo su dueño y no su esclavo. Poco a poco va
industrializándose la agricultura, hay ya campos ex-
plotados por compañías de accionistas y va borrán-
dose la vieja distinción entre propiedad mueble e
inmueble. El derecho mismo de propiedad no es mue-
ble ni inmueble, aunque su objeto sea o no movible;
hay hoy ya países en que se cotizan en el mercado o
OBRAS COMPLETAS
161
la Bolsa fondos agrarios como acciones de una fá-
brica o de una línea férrea, no más mueble que la
tierra. La ley Torrens ha marcado en este respecto
un paso de gigante.
En esta trasformación, en que la antigua propiedad
familiar, al movilizarse, parece tender a convertirse
de nuevo en colectiva, mediante las sociedades por
acciones, ¿qué es lo que ha venido a sustituir al tra-
dicional solar sobre que la familia descansaba? Más
que otra cosa alguna, el seguro sobre la vida, que
es la parte de capital social que corresponde a una
familia de productores, así como el antiguo patrimo-
nio empezó siendo la parte del suelo común conquis-
tado que correspondía en el botín a una familia de
conquistadores. Las diferencias son profundas : el
solar nació de la guerra, de la paz nace el seguro;
logróse aquél por violencia, por voluntario contrato
éste; ligaba aquél a un terruño, deja éste libre al
hombre. Y aún hay muchas más diferencias, que no
son en el fondo más que las existentes entre la anti-
gua sociedad y la moderna, diferencias que marcan
el tránsito de la vieja sociedad militante a la futura
sociedad industrial, tránsito que tan vivamente han
expuesto Comte y Spencer.
En el orden moral, es incalculable el beneficio del
seguro sobre la vida, maestro de previsión. Ya no es
la tierra quien garantiza el porvenir, garantízalo la
asociación, pero mediante personales esfuerzos, ya
que si la tierra se mantiene en virtud de leyes físicas,
por obra de nuestra voluntad se mantiene la asocia-
ción.
Lo más propiamente humano es la visión de lo fu-
turo; vencer al tiempo es el ideal, no por inaccesible,
menos vivo, del género humano, hambriento de eter-
nidad. El animal vive ligado al presente; su memoria
no es más que instintiva. Sin previsión no hay socie-
dad duradera y robusta, pero previsión íntima, pro-
UNAMUNO.—
—VII.
162
MIGUEL DE UNAMUNO
funda, que arranque de las entrañas mismas de h
comunidad, de los individuos todos que la componen,
no de los pocos que la dirigen, no tan sólo de los go-
bernantes. Pueblo que delegue en éstos, en el Estado,
la función previsora, es pueblo en irremediable deca-
dencia. Los derechos pasivos son, a vuelta de ciertos
beneficios, fuente de imprevisión y de pobreza ; un
remedio que alimenta a la enfermedad en vez de cu-
rarla ; un síntoma fatal de los pueblos perdidos en la
empleomanía, faltos de energía, exhaustos de lo que
los ingleses llaman sclfhclp. Al encargarse el Estado
de ahorrar por los individuos, impide que se desarrolle
el espíritu de ahorro privado.
Y de todas las formas del ahorro, la más perfecta
es, sin duda alguna, la del seguro sobre la vida, aho-
rro colectivo cimentado sobre la solidaridad, y libre,
a la vez, de todos los defectos del oficial. Como que
de hecho los más de los derechos pasivos — jubila-
ciones, viudedades, orfandades, etc. — en nuestra Es-
paña no son más que una indemnización por el absur-
do despojo de que fueron víctimas por parte del
insaciable Estado los Montepíos.
Principios estadísticos y matemáticos de incontro-
vertible exactitud son los que han hecho nacer de las
viejas asociaciones de socorros mutuos, y en especial
de la tontina, el seguro sobre la vida. Todo en él
depende del cálculo de la mortalidad, tal cual en el
presente libro ha de verse expuesto. Porque si bien
es incierta la muerte de cada hombre en concreto,
conócese la proporción en que, uno con otro, mueren
en las diversas edades, y los años que a un hombre
tomado en abstracto le quedan por vivir en tal o
cual edad ; conócese las probabilidades de vida. El
uno se adelanta, atrásase el otro, pero tomados en
conjunto y dividiendo el resultado por el número de
individuos, la ley se cumple.
Nada interesa al público más que el conocimiento
OBRAS COMPLETAS
163
de estas leyes del seguro, pues su difusión ha de ser
la mejor garantía de las asociaciones que lo cultivan,
garantía muy superior a la tutelar del Estado, pues
no la ejerce con perfecto conocimiento de causa, ni
mucho menos sobre las Compañías de seguros. Hay
que prevenirse de los peligros que puede acarrear la
pretensión de ciertas compañías de hacer de la doc-
trina del seguro algo así como misterios eleusinos
cerrados a los no iniciados, estableciendo una doctrina
esotérica, para ellas mismas, junto a la exotérica ex-
puesta por los agentes al scrvmn pecus, al vulgo de
los mortales, y vertidas en folletos de propaganda,
llenos de hueras declamaciones y de insustancial pa-
labrería.
En este libro se verán señalados con sobriedad,
pero con firmeza, los grandes perjuicios que a los
asegurados irroga la insaciabilidad de los accionistas
de ciertas Compañías que han confundido la industria
del seguro con otras industrias. El lector algo versa-
do en cuestiones económico-sociales no dejará de ver
aquí un caso más de la funesta, aunque hasta hoy
inevitable, interposición del intermediario. Los fondos
de garantía, el capital con que se inicia el asunto del
seguro y que en su formación la protege, llega a serle
más tarde pesada carga, y el interés de los asegurados
llegará a pedir su amortización un día. ¿Qué más
garantía para una asociación adulta, potente y en
libre marcha ya que la extensión y multiplicidad de
sus operaciones, y la pericia de los profesionales que
la dirigen ? Un economista norteamericano, Francis
A. Walker { Política! Ecouoiiiy), fué quien primero
acentuó de un modo notable la importancia cada día
mayor que el profesional, el entrcprcneiir, adquiría
frente al mero capitalista, que presta su capital para
iniciar una empresa ; hízolo, sin duda, influido por la
vida económica que en torno de él veía desarrollarse.
Y de su país, de Norteamérica, han brotado, en efec-
164
MIGUEL DE UNAMUNO
to, las más potentes asociaciones del seguro sobre la
vida, las que con menor capital inicial, con menos
fondos de g-arantía, más robustez han adquirido mer-
ced a la ciencia, pericia y espíritu emprendedor y
valeroso de los que las dirigen.
Es interesante a tal respecto el examen que el au-
tor hace de las doctrinas del señor De Courcy, defen-
sor de los procedimientos de las Compañías cargadas
de accionistas y que se arrastran bajo el peso de los
fondos de garantía. El lector verá cómo tales Com-
pañías, sin clara noción del límite entre lo propio y
lo ajeno, hacen de las reservas matemáticas, propie-
dad de la asociación mutualista, verdaderos fondos de
garantía, reservando los que son tales... no sabemos
para qué.
Cuando en la Exposición Universal de París de
1889 presentaron las Compañías francesas nuevas ta-
blas vitalicias basadas en la ley de mortalidad obser-
vada en la masa de sus asegurados — masa seleccio-
nada— arreglaron sus tarifas sobre esas nuevas ta-
blas, abandonando las antiguas de Despercieux y
Duvillard, inventores del seguro. Ocúrresele a cual-
quiera que al rectificar las tablas vitalicias, y recti-
ficarlas con datos sacados de una masa seleccionada,
habría de lograrse alguna mejora en las tarifas, aba-
ratándose las primas por resultar la mortalidad me-
nor que la antes calculada. Pero no fué así.
Disponen las Compañías de peritos técnicos en-
cargados de la parte matemática del asunto, peritos
a que se llama actuarios. Estos actuarios, después de
tres años de cálculos, con las nuevas tablas, forma-
ron unas nuevas tarifas recargando el precio del se-
guro en un 12 por 100 por término medio, calculan-
do para ello la prima pura, o sea libre de gastos,
luego la prima de inventario, cargada con los gastos
generales, y la prima comercial por último, o sea la
OBRAS COMPLETAS
165
acrecentada con los beneficios. Para este viaje no se
necesitaban alforjas, como reza el proverbio español :
no valía la pena de haberse enfrascado en tanto cálcu-
lo para venir al fin y al cabo a encarecer el seguro,
so pretexto de proteger mejor a los capitales asegu-
rados, cuando las antiguas tarifas, basadas en las ta-
blas tradicionales, cuentan con la más sólida garan-
tía : la de la experiencia. Porque sí la antigüedad no
da mayor valor a una institución es, por lo menos,
vivo indicio de su robustez.
Lo que sucedía en algunas Compañías francesas es
que se hal)ia roto el necesario equilibrio entre los se-
guros sobre la vida y las rentas vitalicias ; éstas des-
truían más capitales que aquéllos creaban, torciéndo-
se la verdadera misión de las asociaciones de seguro
sobre la vida, que es cultivar el patrimonio de los
productores, establecer el moderno solar. Las rentas
que había que servir a consumidores absorbían a
los capitales de los productores futuros, los que des-
cansaban de la vida sobrepujaban a los que venían
a emprenderla y conquistarla. Porque, como el autor
nos muestra, el seguro sobre la vida y la renta vita-
licia son dos instituciones que se completan, por en-
cerrar opuesto sentido. El capital que el rentista vita-
licio entrega para que le sirvan, a modo de jubilación,
una renta, sirve de resguardo a los capitales que hay
que pagar a los beneficiarios del asegurado que en-
trega primas anuales.
Tampoco tuvieron acierto las mencionadas Compa-
ñías al afirmar que si aumentaban sus primas era
porque el interés de sus capitales había bajado, por-
que hay en Francia y en Inglaterra otras Compañías
que sacan menor producto de las imposiciones, sin
abandonar por ello las antiguas tarifas.
¿Y qué sucedió con todo esto? Que las Compañías
americanas arremetieron contra las nuevas tarifas
166
MIGUEL DE UNAMUNO
francesas, entablándose la contienda. Fué una batalla
de acusaciones mutuas y de pérfidas alusiones. Llega-
ron hasta los tribunales por palabras de más o de
menos, y allí volvieron a reñir batalla los actuarios,
pertrechados de sutilezas técnico-matemáticas, y de
sutilezas jurídicas los abogados, mientras el público
de los asegurados de una y otra parte no sabían a
qué carta quedarse ni entendía jota de todo aquel
galimatías. Y los tribunales fallaron que ciertas ex-
presiones empleadas por una Compañía americana
justificaban la acusación de desleal concurrencia, ob-
jeto de la demanda de una Compañía francesa. Pero
al público no le importaba nada de esto, y lo único
que hizo fué extremar su cautela, restringiendo las
mutualidades. Y con todo ello no se logró más que
empeñar la responsabilidad de los actuarios, que no
supieron explicar a los profanos por qué habían aban-
donado las tablas de Desparcieux y Duvillard, sus
antiguos maestros, para tener que aumentar las tari-
fas. Fué un nuevo triunfo conseguido por esos maes-
tros.
El hecho es que en éste, como en otros muchos
órdenes, no es lo menos temible la suficiencia de los
técnicos, de los iniciados en los misterios eleusinos de
la ciencia, que, encaramados en ésta, dejan a los de-
más mortales el molestísimo papel de humildes cre-
yentes que practican el culto, sin intentar penetrar
en las reconditeces del dogma. Para ellos la ciencia
del seguro ; para el pobre pueblo fiel su práctica. Ellos
son los doctores de la ley, los conservadores del dog-
ma, que ni siquiera se dedican a asegurar por sí. En
nombre de la ciencia, pretenden excluir hasta el buen
sentido. Parécense a los que llegan poco menos que
a negar que pueda un rústico trazar una elipse por
el sencillo procedimiento llamado del jardinero, por-
que ignora geometría analítica, cuando el hecho es
OBRAS COMPLETAS
167
que hay no pocos tiradores que, sin saber nada de
balística ni entender de parábolas geométricas, ponen
la bala donde pongan el ojo.
El autor del presente tratado es un hombre experto
que ha practicado durante años la tarea de asegura-
dor y que sobre esta experiencia directa y continua
ha cimentado los conocimientos teóricos que luego ha
adquirido; ha sido la práctica la que le ha llevado a
la teoría. Es, en fin, un diestro y habilísimo tirador,
que se ha impuesto en la balística. Su fin en este
libro ha sido el de mostrar al público sin reconditeces
algebraicas el mecanismo del seguro, vulgarizar, en
cuanto sea posible, la ciencia de éste. Difícil es el
empeño, pero creo que lo ha logrado merced a una
transparente exposición de principios sólidamente es-
tablecidos, y presentados en un estilo sobrio y conciso,
ni hojarascoso ni árido.
En la Conclusión podrá ver el lector un conciso
resumen de los resultados de la indagación que el
autor emprende. Léala antes que nada si desea abrir
el apetito de conocer por entero la obra.
Hay en el presente tratado páginas de grande in-
terés, como son, verbigracia, aquellas en que estable-
ce qué es propiamente el seguro, deslindándolo de
otras combinaciones. Para el autor no es seguro toda
combinación que dé algún lugar a riesgo para el ase-
gurado.
De un extremo a otro de la obra anímala cierto
soplo de sano humanitarismo. Ve el señor Larra-
bure en el seguro el medio mejor para sostener al
productor, el más firme cimiento del espíritu de em-
presa. Libertado el hombre de la obsesión del incierto
mañana, avanza más seguro en su camino.
Hay a este respecto, en esta obra, un dato que no
sé cómo es que se le escapó a Desmoulins, el autor de
la famosa obra A quoi ticnt la snpcrioritc des anglo-
168
MIGUEL DE UNAMUNO
saxonsf No creo, así en absoluto, en la superioridad
de los anglo-sajones sobre los latinos, y los franceses
en especial, que es con quienes Desnioulins los com-
para, pero no cabe negar que resultan, por lo menos,
más adaptados al presente estado de la marcha eco-
nómica del mundo. Desmoulins insiste en el espíritu
de individualismo del anglosajón frente al espíritu de
rebaño del latino. El héroe inglés es Robinson, que
solo, sin más que sus brazos y su ingenio, se crea
morada en una isla desierta ; el inglés lleva consigo
su patria, no está sujeto al terruño en que nació,
recorre el mundo y dondequiera lo explota, es el co-
lonizador por excelencia. Pues bien, estas diferencias
cobran especial relieve en un hecho que el señor La-
rrabure cita, y es que según las estadísticas de 1895,
el valor de los capitales del seguro sobre la vida
ascendía en Inglaterra a 13.094 millones de francos,
y a 3.602 millones en Francia, mientras que los capi-
tales asegurados de incendios subían en Francia a
115.020 millones y no más que a 68.430 millones en
Inglaterra, o expresado en cuota por habitante, co-
rresponderían 327,37 y 98,40, respectivamente, a
Inglaterra y Francia para el seguro sobre la vida y
3.133 y 1.950 para el seguro de incendios. Lo cual
quiere decir que mientras en Francia se asegura la
propiedad, asegúrase el hombre en Inglaterra, que es
la finca lo que en aquélla más valor tiene y el pro-
ductor en ésta. Lo cual nos recuerda la notable frase
de Ruskin en su ensayo Ad valorem, aquella frase de:
There is no Wealth but Lije, "No hay más riqueza
que la vida". Sí, no hay más riqueza que la vida, y
el seguro sobre ella es el verdadero seguro de la ri-
queza.
La lectura de esta obra contribuirá, sin duda, a que
nuestro pueblo español, tan necesitado de previsión,
este pueblo del eterno mañana, pueblo que hace tiem-
OBRAS COMPLETAS
169
po para matarlo, aprenda a conocer la incalculable
importancia del seguro sobre la vida, forma la más
pura e intensa del espíritu de solidaridad entre los
productores e institución que ha sustituido con ven-
taja al antiguo solar patrimonial, inconmovible asien-
to de la familia.
En Salamanca, a 10 de cuero de 1901.
PROLOGO A PAISAJES PARISIENSES, DE
MANUEL UGARTE (París. Garnier Hermanos,
1903, XVI + 248 págs.)
Cuando acabé de leer el manuscrito de esta obra
fuíme a contemplar a campo abierto el cielo y por la
luz de éste bañado, paisaje libre, la llanura castellana,
austera y grave, amarilla en este tiempo por el ras-
trojo del recién segado trigo. Era que me sentía ma-
reado y oprimido; habíanme dejado los Paisajes pa-
risienses de Manuel Ugarte cierto dejo de tristeza,
de confinamiento, de aire espeso de cerrado recinto.
Quería respirar a plenos pulmones.
El título de esa obra es ya de suyo paradójico:
Paisajes parisienses. \Jn recinto cerrado, en que las
edificaciones humanas nos velan el horizonte de tie-
rra viva, una ciudad parece excluir todo paisaje.
Mas, en resolución, ¿es que hay barrera o linde entre
la naturaleza y el arte, entre lo que hace el hombre y
lo que al hombre le hace? A los que me dicen que
van en busca de la naturaleza huyendo de la socie-
dad suelo decirles que también la naturaleza es so-
ciedad, tanto como es la sociedad naturaleza. Ciudad,
portentosa ciudad, no de siete como Tebas, sino de
infinitas puertas, de henchidas viviendas, de enhies-
tas torres berroqueñas, de vastas catedrales en que
sostienen bóveda de follaje columnas vivas, ciudad
es lo que llamamos naturaleza, y a su vez selvática
selva, selva de savia rebosante es cada ciudad. Pue-
de, pues, halilarse de paisajes parisienses.
El único reparo que a la congruencia entre el títu-
OBRAS COMPLETAS
171
lo y el contenido de esta obra pondría es que se ha-
bla en ella mucho más del paisanaje que del paisaje pa-
risiense, no la descripción de lugares, como del título
podría esperarse, sino el relato de hechos y dichos
de los que los habitan es lo que la constituye. Mas
aun así y todo, ¿no se refleja acaso en el paisanaje
el paisaje? Como en su retina, vive en el alma del
hombre el paisaje que le rodea. Y aún es mejor pre-
sentárnoslo así.
Porque hay dos maneras de traducir artísticamen-
te el paisaje en literatura. Es la una describirlo obje-
tiva y minuciosamente, a la manera de Zola o de
Pereda, con sus pelos y señales todos, y es la otra,
manera más virgiliana, dar cuenta de la emoción que
ante él sentimos. Estoy más por la segunda. "Era
un prado que daba ganas de revolcarse en él", o
como dice Guerra Junqueiro :
Pastos tao mimosos que qui::era á gente
Transformarse em ave para os tiáo calcar.
El paisaje sólo en el hombre, por el hombre y
para el hombre existe en arte. No censuro, pues, el
que titulándose Paisajes la obra de Ligarte apenas
figuren éstos más que como decoración o fondo de
las animadas figuras.
Los paisajes de este libro son grises, otoñales, des-
fallecientes, de amarillas hojas arrastradas por el
viento implacable al pudridero, paisajes de un solo
rincón de bosque ciudadano, vistos a una sola hora,
a una sola luz, de una sola manera. Porque estos
Paisajes, lo he de declarar, y sin reproche, son mo-
nótonos, monocromos ; la misma nota en ellos siem-
pre, cascada nota que suena a hueco. Una nota triste,
de arrastrada melancolía, una nota que parece surgir
del cementerio del viejo romanticismo melenudo y
tísico. Sus alegrías parecen fingidas y forzadas, sus
risas suenan a falso.
172 MIGUEL DE UNAMUNO
Una vez más la bohemia, las grisetas, los estu-
diantes, los pintores, las aventuras amorosas fáciles;
Mürger de nuevo. Confieso que es un mundo al que
no han logrado llevarme la atención, ni que logra
convencerme. Por esto mismo he leído con calma el
libro de Ugarte, con empeño por dejarme penetrar
de su espíritu, a ver si consigo de una vez gustar el
encanto que para otros tiene tal mundo, el espectácu-
lo de esos pobres mozos "estragados por la bebida
y la lectura, que cultivan la úlcera de la vida bohe-
mia, con la esperanza de arrancarle el extraño pus
de una nueva modalidad". Tampoco esta vez me ha
conmovido la bohemia. No sé si adrede o a su des-
pecho, pero lo cierto es que me resulta haber escrito
Ugarte un libro de edificación moral, un sermón con-
tra la vida bohemia.
Mas después de todo, tratándose como se trata de
un joven muy joven, ¿qué importa lo que Ugarte nos
diga, la letra de su libro, el resultado de su esfuerzo?
Lo interesante es el alma que en él ha vertido, es la
música de su obra, es el intento de su esfuerzo. Es
para mí la suya una voz más, una voz más de esta
juventud inorientada mejor aún que desorientada,
occidentada más bien. Uno más que viene por su
"jornal de gloria", gloria que es "eco de un paso"
— son suyas ambas expresiones — , para desvanecerse
luego, primero en muerte, en olvido al cabo, al correr
de días, meses, años o siglos. Uno más a la pelea
por la sombra de la inmortalidad, ya que perdimos la
fe en su bulto, por la perdurabilidad del nombre, del
flatiis vocis, ya que no creemos en la sustancialidad
del alma; uno más inficionado del erostratismo que
a todos nos corroe, del mal del siglo; uno más que
aspira a que se cierna su nombre sobre el despojo de
su vida; uno más que nos ofrece su "provisión de
ensueños para combatir la vida" a cambio del jornal
de gloria para combatir el espectro de la muerte.
OBRAS COMPLETAS
173
¿Quién rehusa ser padrino de la criatura de un com-
pañero así de ilusiones y vanidades?
Lo que estas páginas te ofrecen, lector, son cua-
dros de miseria en que el trato sexual forma el acor-
de de fondo. No el amor, no tampoco la sensualidad,
ni menos la pasión, porque todo aparece aquí fría-
mente pragmático, como en un cronicón medieval,
con tenue colorido en las frases. Son unas relaciones
sexuales que parecen regidas por un código, no por
consuetudinario menos rígido ni menos frío que otro
código cualquiera. Hay cosas atroces como las razones
por las que María, que "amaba de verdad a Berla-
dún", se entregó con repugnancia al primer descono-
cido "para poder ir al día siguiente con la frente alta,
en la seguridad de que ya era mujer". Pocos códigos
más atrozmente rígidos, más de esclavos. Me complaz-
co en creer que tal artículo no existe, que lo hecho por
María obedeció a otros móviles más humanos, al
hambre acaso, o que no amaba de verdad a Berladún,
aun cuando ella misma creyese otra cosa. Su ocu-
rrencia me sabe algo a literatura pour épatcr ¡c hoiir-
geois.
Las figuras que por aquí desfilan, gesticulando al re-
citar su recitado, parecen sombras chinescas, sin carne
ni sangre, ni nervios, ni músculos, sin apetitos ape-
nas, sombras en el tablado repiten las contorsio-
nes y muecas que les enseñaron, atentas a una litur-
gia estrictamente formulada. Una opacidad y langui-
dez enormes las envuelven. Si es así ese París debe
de ser bien triste, a pesar de sus carcajadas, sus ri-
sas y sus besos, carcajadas, risas y besos que parecen
responder a acotaciones del papel de la comedia,
carcajadas, risas y besos de teatro. El tal París debe
de amodorrar el alma con sus dibujos de Steinlen y
sus estrofas de Rictus ; parece una ciudad de almas
cansadas, de donde huyera la espontaneidad para
siempre.
174
MIGUEL DE UNAMUNO
Todo esto, la opacidad, la languidez, la monoto-
nía, la sombra-chinesquería, todo esto deja una im-
presión honda, la impresión que me llevó luego de
leído este libro a respirar aire libre a plenos pulmo-
nes, a restregar mis retinas con la visión reconfor-
tante de la austera y grave llanura castellana.
En medio de esta pesadilla acompasada y opaca, in-
cidentes de una amarguísima realidad viva, no teatral,
como el de la niña de los anteojos en Una aventura,
y sobre todo en Gravdochc, aquel pobre hombre que
"corría perseguido por otros, como una bestia, cru-
zando entre los carruajes y atrepellando a los tran-
seúntes, mientras los que venían detrás de él gri-
taban: "¡A él!, ¡a él!..., ¡es el ladrón!" El fugitivo
se abría paso entre la multitud, con los ojos fuera
de las órbitas, latigueado por el miedo. Y el grupo
de perseguidores acrecía, se multiplicaba, se conver-
tía en ejército, clamoreando su insulto, sin saber si-
quiera si había robado. Bastó que alguien lanzara la
acusación terrible para que todos hicieran coro, feli-
ces de hincar la garra en la víctima. Nadie se pre-
guntaba las circunstancias del robo. Nadie trataba de
asegurarse de que el robo existía"... Aquí se pone
de manifiesto uno de los más bajos instintos huma-
nos, el instinto policíaco, tan bajo como el instinto
judicial. Y ¡ aquel pueblecito de tísicos de Los Caí-
dos! Hay, por otra parte, un Sevilla en París que
será, en efecto, Sevilla en París, puesto que no es
Sevilla en Sevilla ; una Sevilla de teatro traducida al
francés, una Sevilla tan genuina y castiza como
aquella sevillana que en 1889 encontré en la Exposi-
ción, una sevillana de ancha carota rubia, con su
mantilla de madroños, y que hablaba el castellano
con un horrible graseo de las erres y un acentua-
dísimo acento francés.
Mas lo que sobre todo me llama la atención en
este nuevo peregrino de la literatura, en este mozo
OBRAS C O M FLETAS
175
que viene por su "jornal de gloria", es la inventiva
para la frase : es su característica. Aquí leeréis : mas-
ticar besos; espolear carcajadas; cascabelear una ale-
gría delirante, o bien risas ; barbotear risas ; caraco-
lear frases dudosas ; trompear canciones ; mariposear
la tentación de un beso ; la lengua alegre de un es-
tudiante que campanea : ¡ presente ! ; bailar alegrías
con los labios ; bufonear amores ; relampaguear el
placer chisporroteando besos ; hilar palabras en una
conversación incesante y sorda ; deshojar margaritas
de porvenir; hincharse los labios para el beso... ¡y
qué sé yo cuantas más ! Lo de "una carcajada hueca
galopó bajo la noche" es pura y exclusivamente fran-
cés. Algo de forzado a las veces en tales frases, hay
que reconocerlo, como en la de aquel reló que "afec-
taba cierto sadismo" y "desangraba lentamente los
minutos". Y expresiones vivamente gráficas como
cuando Mauricio "daba manotadas sobre sus convic-
ciones para no perder pie" mientras la embriaguez
"era un anteojo que ponía los objetos a su alcance
y le permitía masticarlos hasta arrancarles la savia".
En la metáfora propende, y es propensión revela-
dora de mucho, a apoyar lo concreto y real en lo abs-
tracto e ideal, lo definido en lo indeterminado, como
si el mundo de la abstracción nos fuese más inme-
diato que el mundo de la realidad concreta objetiva.
Así nos habla de "una franja de cielo oscuro, in-
variable, como una pincelada de dolor sobre una vida",
de "un tragaluz que se abre sobre un patio como
una ambición sobre un imposible", de que "el poeta
levantó los ojos como dos reproches" o de que "las
panteras se paseaban como instintos en una cárcel de
voluntad". Porque si decís que los instintos se revuel-
ven en la cárcel de la voluntad como panteras en sus
jaulas, el proceso psíquico de la metáfora es el direc-
to y corriente. Esta manera inversa es reveladora
de mucho, lo repito ; puede servir de señal típica con
176
MIGUEL DE UNAMUNO
que conocer a un escritor. Es el síntoma más carac-
terístico de la peculiar manera que de ver los paisa-
jes parisienses tiene Ugarte; él nos explica aquel
tono de triste teatralidad de que hablaba.
El lenguaje..., esto exigiría todo un tratado en que
me explayase sobre las faltas y sobras de este lengua-
je que hasta cuando es correcto parece traducido del
francés. Un lenguaje desarticulado, cortante y frío
como un cuchillo, desmigajado, algo que rompe con
la tradicional y castiza urdimbre del viejo castellano;
un lenguaje de ceñido traje moderno, con hombreras
de algodón en rama, con angulosidades de sastrería
inglesa, con muy poco de los anchos pliegues de capa
castellana, de capa en que embozarse dejándola flotar
al viento, sin rotundos períodos que mueren como
ola en playa. No lo censuro ; todo lo contrario.
Esta tarea revolucionaria en nuestra lengua, con
sus excesos y todo — ¿ qué revolución no los trae con-
sigo?— , hará su obra. La prefiero a la labor de
marquetería, cepilleo y barnizado de los que aspi-
rando a castizos por castigar el estilo castigan al
lector, como decía Clarín. Lo he dicho muchas veces,
hay que hacer el español, la lengua hispanoamericana,
sobre el castellano, su núcleo germinal, aunque sea
menester para' conseguirlo retorcer y desarticular al
castellano; hay que ensancharlo si ha de llenar los
vastos dominios del pueblo que habla español. Me
parece ridículo el monopolio que los castellanos de
Castilla y países asimilados quieren ejercer sobre la
lengua literaria, como si fuese un feudo de heredad.
Ni aun la anarquía lingüística debe asustarnos ; cada
cual procurará que le entiendan, por la cuenta que
le tiene. Roto el respeto a la autoridad de una gra-
mática autoritaria y casuística a la vez, cada cual
verterá sus ideas a la buena de Dios, según la gra-
mática natural, en el lenguaje que más a boca le ven-
ga, y todas las divergencias que de aquí surjan en-
OBRAS COMPLETAS
177
trarán en lucha, serán eliminadas o seleccionadas és-
tas o las otras, se adaptarán al organismo total del
idioma, a la vez que lo modifiquen aquéllas, e irá así
haciéndose la lengua por dinámica vital y no por
mecánica literaria, por evolución orgánica, con sus
obligadas revoluciones y crisis, y no por fabricación
mecánica. Cuando empiece en España a conocerse
científicamente la lingüística y no en abstracto y
muerto, sino en concreto y vivo, es decir aplicada a
nuestro propio idioma, cuando se generalicen los co-
nocimientos respecto a la vida y desarrollo de éste
y de cómo lo hablan los que no lo escriben y cómo
lo escriben los que apenas lo hablan, entonces se sa-
brá para qué puede servir el artefacto ese de la gra-
mática y para qué no sirve, y que es tan útil para
hablar y escribir el castellano con corrección como la
clasificación de las plantas de Linneo lo es para
aprender a cultivar la remolacha, el cáñamo o el
olivo.
Cuenta que no defiendo los galicismos que algún
purista podrá contar en este libro; ni los defiendo, ni
por ahora los censuro. Me limito a hacer observar
que formas hoy corrientes fueron galicismo o italia-
nismo o latinismo en algún tiempo, y que prefiero
una lengua espontánea y viva, aun a despecho de
tales defectos, a una parla de gabinete, con térmi-
nos pescados a caña en algún viejo escritor y giros
que huelen a aceite. El criterio en cuestiones éstas
de estilo, corrección del lenguaje y buen gusto ( ! !)
ha sido siempre para mí el más claro signo de es-
píritu progresista o retrógrado. Tendrá siempre a
un Hermosilla por un reaccionario redomado aunque
se nos aparezca más liberal que Riego y renegando
de todo Dios y todo roque. Vuelvo a repetirlo: una
de las más fecundas tareas que a los escritores en
lengua castellana se nos abren es la de forjar un
idioma digno de los varios y dilatados países en
178
MIGUEL DE UNAMUNO
que se ha de hablar y capaz de traducir las diversas
impresiones e ideas de tan diversas naciones. Y el
viejo castellano, acompasado y enfático, lengua de
oradores más que de escritores — pues en España
los más de estos últimos son oradores por escrito — ,
el viejo castellano que por su índole misma oscila-
ba entre el gongorismo y el conceptismo, dos fases
de la misma dolencia, por opuestas que a primera
vista parezcan, el viejo castellano necesita refundi-
ción. Necesita para europeizarse a la moderna más
ligereza y más precisión a la vez, algo de desarti-
culación, puesto que hoy tiende a la anquilosis, ha-
cerlo más desgranado, de una sintaxis menos invo-
lutiva, de una notación más rápida. La influencia de
la lectura de autores franceses va contribuyendo a
ello, aun en los que menos lo creen.
He aquí por qué me parece la presente obra una
obra de alguna eficacia en el respecto lingüístico.
Revolucionar la lengua es la más honda revolución
que puede hacerse; sin ella la revolución en las ideas
no es más que aparente. No caben, en punto a len-
guaje, vinos nuevos en viejos odres.
Salamanca, julio de 1901.
PROLOGO AL LIBRO DE DANIEL ORTIZ
(DOYS), CHIRIGOTAS Y EPIGRAMAS (Ma-
drid y Barcelona, F. Fe, 1902, 208 págs. "Biblioteca
Festiva").
En 1889 estuve tres días en Barcelona, de paso
para Italia. Es todo lo que de vista conozco de la
ciudad condal. De su vida íntima, de las pasiones
intereses que en ella se agitan, de las grandezas y
pequeñeces que la constituyen, no sé más que por
referencias y por la lectura de los diarios, revistas y
libros que allí se publican.
Recibo a diario dos diarios de Barcelona, uno de
ellos. La Publicidad, y leo con mucha frecuencia otro
— éste en catalán — que lo recibe un amigo y con-
vecino mío.
En periódicos de un pueblo que no conocemos di-,
rectamente y donde no tenemos ni intereses ni fami-
lia es poco lo que nos interesa; algo de política ge-
neral, la colaboración literaria y muy poca cosa más.
En La Publicidad hay una sección de Cliirigotas que
firma Doys.
En cierta ocasión se me ocurrió leer las Chirigotas
y me agradó desde luego el desgaire y facilidad con
que el chirigotero hacía los versos, salvando de la
más donosa manera las dificultades de rima. Me di-
virtió a la vez el garbo, no exento a las veces de
procacidad, con que trataba de hombres y sucesos.
Y quedé aficionado a leerlo.
Desde entonces, en cuanto recibía La Publicidad, y
luego de haber tomado el chocolate, me decía: "a
180
MIGUEL DE UNAMUNO
ver qué me cuenta hoy este endiablado Doys", y
me regocijaba en seguida con los zarándeos que daba
a los que en Barcelona bullen, y sobre todo a los
catalanistas, a los que tiene declarada guerra sin
cuartel. Y poco a poco fueron adquiriendo relieve
a mis ojos todos aquellos vapuleados o puestos en
solfa por el chirigotero, y me encontré en un mundo
que conocia y paseándome entre personas de mi círcu-
lo propio.
Ya sé yo que muchos de los que lean esto y las
víctimas de Doys — si es que lo leen — exclamarán
al llegar aquí : "pues ¡ aviado está Unamuno si cree
conocer algo de Barcelona por lo que el chirigotero
le dice!" Y es muy fácil que no les faltara algo de
razón si creyese yo conocer mediante las Chirigotas
de Doys a la Barcelona tal cual es. No, yo no digo
que los modelos que a Doys le sirven para sus cari-
caturas se parezcan más o menos a éstas, pero conozco
una Barcelona cómica de Doys que me divierte y
me regocija. Y es muy fácil que alguna de estas
caricaturas tenga más gracia que el original mismo.
No se me oculta que es pasión lo que a Doys le
hace deformar los originales que proyecta, y que la
mano con que traza los perfiles caricaturescos suele
ir guiada demasiadas veces por la malsana fiebre pa-
lúdica que engendran las remociones de los charcos
de la política local. No digo que sea siempre justo,
pero sí sostengo que si la historia como arte pide
de parte del historiador pasión y no imparcialidad
fría, la chirigota, para tener gracia, tiene que estar
animada por animadversiones y reconcomios. Aparte
de que los caracteres que pasan por comedidos y fríos
suelen morder con menos arte y con más veneno.
No conozco mayor deformador de la realidad que
Dickens; todas sus figuras son caricaturescas, pero
cuando se leen sus novelas todas, sobre todo leyén-
dolas de seguido, acaba por encontrarse uno en un
OBRAS COMPLETAS
181
mundo coherente y org-ánico, en un mundo que res-
pira honda realidad. Y es que aunque Dickens lo de-
forma todo, defórmalo conforme a una ley, siempre
la misma, de su temperamento artístico. Es como un
espejo cóncavo en que toda imagen se deforma, pero
siempre siguiendo la misma proyección dada por la
concavidad del espejo, de tal manera que al poco
tiempo de ver el mundo en éste lo hallamos perfec-
tamente natural. Así es la pasión de Doys.
Ya sé que el que ponga en un mismo párrafo los
nombres de Dickens y de Doys parecerá una enor-
midad a muchos — aunque empiecen ambos por D —
y la estimarán tal, sobre todo los chirigotizados por
Daniel Ortiz; pero también sé que es pedir una cosa
sobrehumana el que uno de quien se burla y a quien
pone en la picota otro, reconozca en éste gracia y
salero. Hace falta una excelsa virtud para gustar el
gracejo con que se nos solfea y acaso insulta, una
perfección sobrehumana para admirar el garbo con
que se nos abofetea.
Y, sin embargo, no cabe duda de que puede haber
arte en las tomaduras de pelo. El chismorreo mismo
puede llegar a formar parte de las bellas artes, y no
faltan en la literatura obras maestras chismográficas.
Dejo de lado todo eso de si el chirigotero se mete
o no en la vida privada de sus enchirigotados y si
son más o menos finas las cuchufletas con que les
sacude ; me hacen reír y basta. Habíamos quedado
ya, me parece, en lo del arte por el arte y en que
no se debe enturbiar la serena consideración estética
con tiquismiquis éticos. Además podría sostener, sin
abusar de la paradoja, que algunos de los que sirven
a Doys de monigotes con que jugar al pimpampum,
ganan con quedar enchirigotados y que el desenchi-
rigotador que los desenchirigote, buen desenchirigo-
tador será.
No lo puedo remediar, me divierte mucho leer po-
M I G U hL U h U IS A M U J\ U
lémicas en la prensa de localidades que no conozco
(Teruel, Lugo, Huelva, Gerona, etc.) y ver cómo se
ponen y se tiran los trastos a la cabeza Martín Fer-
nández y Fernando Martínez. Hace unos años seguí
con gran fruición la campaña contra un alcalde, a
quien no conocía, de un pueblo que me era comple-
tamente desconocido y por supuestas irregularidades
de las que no tenía la menor noticia. De haber tenido
noticia de éstas, serme conocido el pueblo y conocer
también al alcalde, habría desaparecido mi fruición ;
estoy seguro de ello.
He aquí por qué me regodeo tanto en las chirigotas
locales y personales de Doys, en su Barcelona cómi-
ca, aunque debo declarar que conozco a alguno de
los por él enchirigotados y le tengo en muy buen
concepto. Pero uno es el sujeto que conozco y otro el
que con tanta sal y saborete me sirve Doys.
En esta colección de Cliirigotas y epigramas no va
ninguna de las primeras que fuese de carácter lo-
cal o personal, y aunque comprendo y hasta aplaudo
el motivo de semejante acuerdo, a la vez lo lamen-
to. En punto a comedia, estoy por la llamada en lite-
ratura helénica comedia antigua, a la aristofanesca,
la que sacaba a tablado a personajes reales, vivitos y
coleando. La otra, la comedia media y la moderna, me
empalagan. Aun a través de los siglos resulta mucho
más regocijador el ridículo que se hacía caer sobre
individuos concretos, determinados y de carne y hue-
so. Lo de fustigar vicios en tipos generales es una
de las mayores sonsainas que se conoce.
Aun así y todo conserva Doys su gracejo en estas
burlas y bromas impersonales ; son como romance
sans paroles, música sin letra. Acostumbrado a ejer-
citarse a costa de este y el otro sujeto, cuando le
falta cabeza de turco, no por eso deja de soltar la
risa y de provocárnosla.
Una gran ventaja nos ofrecen libros como éste, y
OBRAS COMPLETAS
183
es que pueden ser leídos a pequeños sorbos y empe-
zando por cualquier sitio. ¡ Y no es pequeña ventaja
ésta ! Eso de no tener que empezar por el principio
ni verse obligado a estar leyendo siquiera un cuarto
de hora, si se ha de sacar gusto a la lectura, es de
un valor inapreciable. Si por algo no me embarqué
en las aventuras de Rocambole, fué ante el temor de
que ganándome el interés me viese obligado a tragar
todo aquel montón de inacabables páginas. Y lo de
poder leer por cualquier sitio, tampoco tiene precio.
Como que es la principal cualidad que pone la Imi-
tación de Cristo sobre la mesilla de tantos devotos y
de otros tantos que no lo son.
Antes de terminar este prólogo tengo que declarar
sincera y lealmente que uno de los motivos que me
lo han dictado, después de mi agradecimiento a Doys,
el principal acaso, es el mismo motivo de que de
algún tiempo a esta parte me dicta no pocos trabajos
y es deshacer la leyenda infame y calumniosa que
han tejido en torno mío mis enemigos y adversarios
solapados y encubiertos. Preséntanme, en efecto, ante
el público como a un hombre serióte y gravísimo, abis-
mado siempre en muy hondas preocupaciones y es-
cribiendo en estilo abstruso y abracadabrante de los
más intrincados problemas. Y esto lo hacen con mala
intención, no me cabe duda. Están empeñados en pre-
sentarme como a un sabio con el maligno propósito
de que el público huya de mi, y otros me llaman, tam-
bién con perversa intención, pensador profundo y
otras cosas igualmente ambiguas y de doble sentido,
movidos de no muy buenas pasiones. No acierto a
comprender qué es lo que habré hecho a esos buenos
señores que tan arteramente me combaten y persi-
guen con tan mal velada saña.
Hablaba de mi agradecimiento a Doys, y se lo
debo, en efecto, por los buenos ratos que me ha he-
cho pasar ayudándome a digerir el chocolate del des-
184
MIGUEL DE UNAMUNO
ayuno con sus donosas chirigotas. En mi vida olvi-
daré cuando me presentó al ilustre desenmascarador
de Agathos yendo a batirse en la plaza de toros ca-
ballero de todas armas, con coraza y yelmo y em-
puñando espada flamígera. En pago de esos buenos
ratos y de esas buenas digestiones lo menos que puedo
hacer es mandarle este prólogo, por si de algo le
sirve, que creo le servirá.
Don Tomás Carlyle, ya difunto, estuvo siempre
recomendándonos sinceridad, y yo, que he traducido
a ese señor, debo seguir por lo mismo sus consejos
y ser absolutamente sincero. O por lo menos pare-
cerlo, que para la ejemplaridad moral vale lo mismo.
Salamanca, julio de 1902.
PROLOGO AL LIBRO DE POESIAS HORAS
GRISES. DE LUIS ROMANO (Salamanca, 1902,
Colección "Calón", vol. II. 76 págs.)
La verdad es que se necesita tener veintiún años
o una gran fe en sí mismo — fe que a los veintiún
años equivale — para lanzar un tomito más de versos
al mercado de las reputaciones literarias, que es como
si dijéramos a la feria de las vanidades. El autor de
esta colección de poesías, Luis Romano, no tiene aún
más que los veintiún años necesarios, y quiera Dios
que se halle en camino de cobrar fe en sí mismo, que
es una de las fes que más falta nos hacen en España.
Y ahora, recordando aquello de que la poesía está
llamada a desaparecer, podremos bien decir que mien-
tras haya jóvenes de veintiún años habrá poesía y
verso, su más natural expresión.
Otro que no yo hubiera recomendado a Luis Ro-
mano que guardara sus versos, los limara y los vol-
viese a limar, atento a lo de nocturna vérsate manu,
vérsate diurna, para romperlos luego y hacer otros
nuevos y repetir una y cien veces la misma operación.
Estos, los que tal aconsejan, son los que creen que
los estudios, bocetos, ensayos y tanteos debe guar-
dárselos uno para sí, no dando al público más que
la obra acabada. Mas ¿cuándo conocerá uno que a la
obra acabada ha llegado ya? Córrese así el riesgo, y
no es chico, de pasarse en ensayos la vida toda, ator-
mentado por el prurito de la perfección, y buen caso
nos ofrece de ello el meticuloso Amiel. No ; los en-
sayos hay que hacerlos a la vista del público, los
186
MIGUEL DE UNAMUNO
tanteos al verdadero aire libre. Difícilmente se co-
rregirá un escritor novicio si no recibe de rechazo
la impresión que sus obras produzcan en el público ;
el público es el verdadero campo de experimenta-
ción. Por lo cual apruebo lo que Luis Romero hace,
y al efecto he de contar lo que con el P. Mortara
ocurría.
Los que pasen de cierta edad recordarán a aquel
famoso niño Mortara, (jue tanto dió que hablar cuan-
do el Papa Pío IX era todavía rey de los Estados Pon-
tificios. El niño Mortara se metió luego en la orden
de canónigos regulares de San Agustín — me pare-
ce— ■ y fué a dar con su cuerpo en Oñate, provincia
de Guipúzcoa, donde fundaron un convento seminario.
Como de casta judía que era, tenía el Padre Mor-
tara don de lenguas, una facilidad para aprender
las más diversas y difíciles, y una vez en Guipúzcoa
se propuso aprender el vascuence o éusquera, con la
que dicen que ni el diablo pudo. Y apenas supo al-
guna cosilla, no mucho, se lanzó a predicar en ella.
Yo le oí un sermón predicado en vascuence, en Guer-
nica, y daba apuro ver los esfuerzos que hacía aquel
hombre animoso por coger las palabras apropiadas y
encajar a justo las tan dificultosas inflexiones verba-
les del vascuence. Y como alguien le llamara la aten-
ción sobre ello indicándole la conveniencia de que
no se echara a predicar hasta haber dominado la len-
gua en que lo hacía, parece que respondió en sus-
tancia que tal era el mejor método de llegar a domi-
narla y que sólo equivocándose se aprende a no equi-
vocarse. Es lo que con el Padre Mortara puede con-
testar Luis Romano a los que le digan que reserve el
dar al público tomos de versos hasta que domine su
arte.
i Es, además, tan grato el encontrarse al correr
de los años con obras de la juventud! Y por otra
parte, si Romano llega, que bien pudiera llegar, a ser
OBRAS COMPLETAS
187
un poeta entero y verdadero, hecho y derecho, de los
que se ganan corazones de un pueblo, tendrán sus
primeros ensayos un gran valor para determinar la
formación de su ingenio poético.
En estos ensayos de Horas grises se ve, claro
está, ya la huella de este conocido poeta, ya el re-
flejo de aquél, ya el recuerdo del otro. Es por donde
todos empezamos. Nadie se encuentra, cuando a en-
contrarse llega, sino habiéndose buscado a través de
éste y del otro; imitando más o menos, con mayor
o menor conciencia de imitar, es como se llega a lo
inimitado y hasta a lo inimitable.
Tienen otra ventaja los jóvenes y es que no ha-
biendo perdido frescura, rara vez son capaces de
alambicamientos y cantan lo que a todos interesa, los
sentimientos más generales y más duraderos, y entre
ellos, es inevitable, al amor.
nos canta Luis Romano, y glosa de este tema son la
mayoria de sus Horas grises. Si dentro de unos años
le condenaran al beso constante habria de protestar
de seguro, doliéndose de lo anti-higiénico de tal con-
dena, sobre todo si el beso fuera de boca a boca.
También tenemos el eterno estribillo, el ritornello
inagotable, de la que vende el cuerpo, pero no el
alma.
Y si algún malicioso creyera que digo esto con su
retintín, he de recordarle que la verdadera poesía, la
grande, la duradera, la que llamamos universal y eter-
na — encerrando el Universo en parte de nuestra es-
pecie y la eternidad en la duración de ella, y gracias —
se nutre y se sostiene de unos pocos temas, siempre
los mismos y del mismo lado vistos ; el tema del
amor es el primero de ellos. El que consigue sentir
y expresar como propios los grandes lugares comu-
de
íí/í'.t las ansias
beso constante.
188
MIGUEL DE UNAMUNO
nes de la Humanidad ése será el verdadero poeta,
el verdadero creador, ya que entre los hombres crear
se reduce a conservar o renovar. Cuando parecen lan-
guidecer y ajarse esos grandes y sencillísimos sen-
timientos comunes, viene el poeta y les infunde nuevo
soplo al infundirles frescura de expresión.
Y ahora, ¿a qué conduciría que fuese yo aquí exa-
minando cada una de las composiciones que consti-
tuyen este tomito, ya que ha de examinarlas el lector?
De una sola cosa que me escarabajea por salir he
de descargarme antes de cerrar estas líneas, y es de
ese viacabro que en estos versos se nos presenta dos
veces. No puedo con lo macabro y con las macabre-
rías — por no llamarlas con otro derivado de macabro
que a la malicia del lector dejo — que nos vienen
de París de Francia.
Dicho lo cual dejo al lector que haya pasado de
su juventud que se refresque al contacto espiritual
con la de un joven que a sus veintiún años nos
ofrece versos. Rejuvenece el oír a los jóvenes, cuan-
do lo son de veras, como a Luis Romano le sucede.
PROLOGO AL LIBRO ALMA AMERICA. POE-
MAS INDOESPAÑOLES, de JOSE SANTOS
CHOCANO (Madrid, V. Suárez, 1906.)
O me encuentro camino o me lo abro.
J. S. Ch.
Se acaba de leer, a dos o tres tirones a lo sumo, el
largo rosario de versos de todas las medidas y ritmos
que forma el Alma América, de José Santos Cho-
cano; y os quedan cerniéndose en la memoria ca-
dencias, resonancias, visiones y tal o cual verso res-
tallante y nítido. Y se os ha disipado por un mo-
mento la melancolia ; habéis engañado a vuestros
cuidados y pesares como se engaña con un viaje.
Nada como un viaje, dicen, para distraer las penas ;
y así debe ser.
La poesía americano-española de Chocano, muy
americana sin duda, pero no menos española, si es
que no más, presenta casi todas las cualidades carac-
terística de nuestra poesía. Es, ante todo, elocuente.
Sí, elocuente, y en rigor más elocuente aún que
íntima : tiene pompa, magnificencia, arranque.
Hay entre las poesías que componen esta colec-
ción, una, Evangcleida, en que Chocano desarrolla
una idea verdaderamente feliz, y la desarrolla con fe-
licidad: la idea de que Jesucristo vió la América, no
precisamente desde el Calvario, sino cuando al ten-
tarle Satanás en el desierto le mostró los reinos
todos del mundo, ofreciéndoselos si lo adoraba.
190
MIGUEL DE UNAMUNO
Esta poesía es realmente bella y se lee con gran
gusto. No es, sin embargo, una poesía religiosa. En
ella todo va por fuera, Jesús aparece por de fuera,
por de fuera de América. Allí hay visión, colorido,
ímpetu.
No puede decirse que Chocano es un lírico ; no
puede decirse que lo sean los más de los que entre
nosotros, en nuestra literatura española, pasan por
tales. Y es, precisamente, su falta de lirismo lo que
hace que su poesía sea lo que es.
Chocano es de la América española, y de la más
española acaso de las tierras americanas: del Perú,
de aquel dulce y tibio Perú, donde aún perdura la
tradición del virreinato, donde a las magnificencias
incaicas se siguieron las elegancias virreinales.
No tienen mis estrofas sino calor y vida, dice el
poeta ; y calor vida es lo único que deben tener las es-
trofas del poeta, sean el calor y la vida que irradian
hacia fuera, aun como en la zarza ardiente que vió
Moisés que alumbraba y calentaba sin ella consu-
mirse, sean el calor y vida que se repliegan en sí y en
sí se consumen.
Calor suele tener Chocano, sí ; pero calor que a los
que como yo son de países húmedos, de países de nie-
blas y de orvallo, nos resulta un tanto seco, calor
tórrido, calor que da sed y enciende. Y vida, sí; pero
vida demasiado arrogante, demasiado heroica.
Os dejáis llevar en la corriente armónica de las
estrofas de Chocano, brizados por su música, derri-
tiendo en ella lo acerbo de vuestras inquietudes ; y
de vez en vez, como cuando yendo en un carro salta
éste en un bache del camino o al pisar un pedrusco,
os hace estremecer un verso más rutilante, una sen-
tencia arrogante, una metáfora que se destaca.
¿ Qué nos prepara para el porvenir en poesía Amé-
rica? Yo espero y temo. Espero de aquellas tierras
jóvenes, aún en gran parte vírgenes, espléndidas de
OBRAS COMPLETAS
191
naturaleza, en que el hombre se rejuvenece o se hace
decrépito, se embastece o se refina, y de donde parece
a ratos que va a volver a soplar un nuevo soplo de
paganismo sobre la tierra. Y por eso temo. Espero
una poesía que hable al oído, a la vista, a la imagi-
nación, a la voluptuosidad de vivir, a la embriaguez
de triunfar, acaso a la tristeza voluptuosa que sigue
a la satisfacción del deseo ; pero me temo que se aho-
gue allí esa otra poesía íntima, recogida, más que
casera, en que el amor es siempre desesperación re-
signada y renuncia de la dicha en la tierra : la poesía
religiosa.
Leconte de Lisie era, como Chocano, americano; y
no pocas veces nos recuerda éste a aquél. Uno y otro
han sacado gran partido del cóndor, el águila ame-
ricana, del arrogante cóndor que se cierne sobre las
nubes. El cóndor es uno de los elementos americanos
que más visiones procura a este nuestro poeta, a pro-
pósito del cual ahora hablo. En la composición FA
amor de los Andes el poeta se presenta como espa-
ñol y peruano,
con majestad de inca y orgullo de español;
y allí dice a su amada cómo mirará sorprendida
que le aparecen alas de cóndor al león.
Hermosa y elocuente idea. Pero ¡ ay del león si le bro-
tasen alas ! Dejaría de serlo.
Entre las composiciones de Chocano, en que el cón-
dor juega un papel protagonístico e importante. El
cóndor ciego trata uno de los asuntos más profun-
damente poéticos, más sugestivos, más abismáticos
que pueden darse; y es el del cóndor al que sacan
los ojos, lo sueltan, se eleva derecho, como creyén-
dose en el fondo de un tajo andino y tratando de
evitar rocas salientes, en busca de la luz, buscándola
arriba y cada vez más arriba, llega a alturas irres-
192
MIGUEL DE UNAMUNO
pirables, y plegando la cabeza sobre el pecho, se
desploma muerto de asfixia.
Hermoso, sin duda, hermoso el asunto y adecuado
el desarrollo. Pero, ved, la grandeza es también de
fuera.
Y todo así: todo solemne, todo sonoro, todo vis-
toso, a ratos enérgico, conceptuoso a ratos, todo épi-
co. Muy americano, sin duda, pero muy español. El
poeta mismo nos dice que
o hs más finas cuerdas prefiere los metales;
mas es el caso que hasta a las cuerdas más finas
les arranca sonidos metálicos. Y no lo digo como
reproche, ni mucho menos. No, nada de eso. Al con-
trario. Es que ante este hombre de otro temple, de
otra visión, de otro mundo, de otra vida tal vez, sien-
to la necesidad de afirmarme en mi temple, de reco-
germe en la visión de mi mundo, de vivir mi vida.
Y tal es el mayor triunfo que sobre mí puede haber
logrado.
Yo no sé si sabéis lo que los ingleses llaman mu-
sings, especie de meditaciones dilatadas y diluidas, a
las veces un poco soñolientas, algo vagorosas, sin
fuerte liga, que pasan como en ensueño mientras pa-
rece oírse a lo lejos un órgano; meditaciones com-
puestas algo negligentemente, en conversación case-
ra, departiendo después del té sobre los eternos pro-
blemas del destino humano, con recuerdos del último
sermón y alusiones bíblicas. Yo gusto mucho de es-
tos musings poéticos, gusto de leerlos y hasta de ha-
cerlos — llamándolos "conversaciones" — ; y cuando
leí a Chocano estaba curando mi espíritu con ellos.
Y Chocano me trajo a otro mundo. Me llevó a Amé-
rica, a la América que se ve, se oye, se huele, se
gusta, se palpa y se recuerda; y al llevarme a Amé-
rica me trajo a España, a la España de nuestras
OBRAS COMPLETAS
193
leyendas y también a la España en que vivo. Me
arrancó de mi patria. Y no se lo tomo a cuenta.
Hay en los versos de Chocano algunos que me dan
una sensación de americanismo mayor aún que otros.
Ved el titulado La magnolia. Es una linda composi-
ción, lindisima — este epíteto tan usado en América,
linda, es el que aquí encaja mejor — ; pero esas mag-
nolias americanas, es decir, indígenas, primitivas, son
muy otra cosa que aquellas otras melancólicas mag-
nolias que hace años embalsamaban por primavera,
bajo el terco orvallo, la Plaza Nueva, aquella purita-
nesca y casi lúgubre Plaza Nueva de mi Bilbao. ¡ Po-
bres magnolias desterradas, soñando acaso en la selva
virgen, entre el geométrico cuadrado de las uniformes
casas de aquella Plaza Nueva de mis ensueños ju-
veniles !
El lector observará — no es preciso ser muy ob-
servador para ello — que voy marcando, a la sordina,
las divergencias de mi espíritu con el del poeta. Y
así es. Y tal el mejor elogio que de él puedo hacer,
como el mejor elogio que se me ocurre de la literatura
helénica es decir que, en quince años que hace que
vengo explicando lengua y literatura griegas, la lec-
tura y comentario de sus clásicos no han hecho sino
corroborar el profundo anti-helenismo de mi espíritu,
aunque templándolo algo. Me lo han metido para más
adentro, hundiéndomelo de la sobrehaz de mí espíri-
tu; me lo han adentrado.
Y el decir esto es gran elogio. Un poeta, cuando
nos da lo suyo acrecienta lo nuestro ; y no es el efec-
to de oposición el menos poderoso efecto.
¡ Qué grato es contemplar cómo cae solemnemente
la lluvia hallándose bajo techado!, ¡qué hermosura la
de la nieve que va envolviendo a los campos, mientras
la vemos a través de unos cristales, sentados junto a
un buen fuego !, ¡ qué dulce ver cómo el sol tuesta los
campos y nosotros, que lo vemos, recibimos a la som-
M 1 ü U hL un U AM U N U
bra hálitos refrescantes ! Pues así me es grato pa-
searme en estos sonoros versos de Chocano, por esa
América de cataratas, grandes ríos, caimanes, cóndo-
res, jaguares, pumas, pampas, punas, selvas, momias,
boas, sinsontes..., sintiéndome en mi viejo y reducido
hogar, al calorcillo del pobre brasero de mi camilla,
adurmiendo las tormentas de mi espíritu en este lago
entre montañas que tan fácilmente se encrespa en
silencio.
Mucho de eso que Chocano nos cuenta nos es exó-
tico; no todo, sin embargo.. Pues si las magnolias
me traen recuerdos de mi infancia lenta, recuerdos de
mi dulce tierra vasca me traen los maizales. El maíz,
al que
aclamaron los hispanos
por rey de las indígenas simientes,
es, desde que lo trajeron nuestros abuelos de Améri-
ca, el más genuino ornato de los vallecitos de mi
tierra. A Chocano se le aparece su tallo como brazo
de un ladrón que guarda un tesoro, como
brazo fugitivo
que se escapa del fondo de la tierra
con un estuche que revienta en oro.
¿A qué seguir? ¿A qué seguir diciéndonos cómo
las brillantes visiones del poeta americano, cantadas
en tan sonora elocuencia rítmica, han ido empujando
hacia más adentro de mi alma, a su cogollo, a mis
neblinosos fantasmas? Y me ha sido provechoso pa-
sear mi espíritu por ese otro mundo, por ese nuevo
mundo, más nuevo para mi cuanto más con él me
familiarizo.
Otro mundo, otro mundo para mí y, sin embargo,
otro mundo muy español, otra España. (; Acaso esta
España en que vivo y de que vivo no es también para
mí otro mundo?") Un italiano, aunque al servicio de
OBRAS COMPLETAS
195
España, Colón, la descubrió, y otro italiano, Américo
Vespucci, la dió nombre; pero ella es la España Ma-
yor, ella es parte de nuestra gran Patria espiritual,
constituida por la lengua. Bien dice Chocano a nues-
tro rey:
os puede hacer más dueño de nuestro Edén fecundo
la lengua de Cervantes que el barco de Colón.
Sí, la lengua, que es la sangre del espíritu, es el
fundamento de la Patria espiritual ; y más dueños de
América nos hace Cervantes que hizo a nuestros
abuelos Colón.
En una cosa no estoy conforme con Chocano, y es
en aquello de:
¡Oh, Rey de las Españas: entrad en mi boscaje!
La musa que me inspira sólo es una salvaje
que se echará de hinojos ante el poder real.
Os tomará ¡a diestra y os besará en el sello;
y bastará que, en cambio, le deis para su cuello
apenas una sarta de cuentas de cristal...
La musa americana no debe contentarse con sartas
de cuentas de cristal. Hartas de ellas le hemos dado;
demasiadas chucherías de quincalla literaria hemos
mandado para allá. Y así nos va, y así estamos pa-
gando al desdén con el desdén.
Yo no sé si este prólogo parecerá una sarta de
cuentas de cristal que he querido poner al cuello de
Ahtm América; pero, para evitarlo, he procurado
dar en él, al mostrar el reflejo del espíritu de Choca-
no en el mío, algo de mi propio espíritu. Es, me pa-
rece, el mejor homenaje al poeta, pues, por lo que a
mí hace, estimo que los elogios, si no son restrictos,
no son sinceros, y si son sinceros, son restrictos; y
aspiro siempre, más que a ganar a otro a mi campo,
a adentrarle en el suyo propio.
Y ahora, con el rumor de las pisadas de los caballos
de los conquistadores y con la visión de los tres gran-
des guerreros indios, Caupolicán, Cuauctemoc y
196
MIGUEL DE UNAMUNO
Ollanta — véase el Tríptico heroico, tan firmemente
cincelado — , y de las tres enamoradas parejas, Rene
y Atala, Pablo y Virg-inia, Efraín y María — véase
la linda Egloga tropical — , con los ecos resonantes
de la guerra y del amor en América, me vuelvo a mi
rinconcillo casero, a mis paisajes interiores y espiri-
tuales, a esta otra poesía inelocuente, conversacional,
diluida y soterrada. Y doy las gracias a Chocano que
con el viaje en alas de su Pegaso o Clavileño me
ha hecho desear más mi rinconcillo casero, mi patria
mínima. En este viaje he aprendido, por la nostalgia,
tanto mayor cuanto más espléndidos eran los pano-
ramas que el poeta me ponía ante los ojos, cuán hon-
das raíces tiene en mi espíritu esa mi patria mínima,
que, como la del caracol, va conmigo adonde voy.
Chocano ha querido poner la octava cuerda a la
lira — leed El alma primitiva — ; y hacer cantar en
ella a los grandes ríos y a las altas cumbres de Amé-
rica, a las pampas y a las punas, al alma primitiva de
los Andes y las selvas. Simplemente el propósito es
ya de por sí grande ; y la grandeza de un ingenio se
mide, ante todo y sobre todo, por la grandeza de sus
propósitos. Y si Chocano muere en estos sus pro-
pósitos poéticos, morirá como el cóndor cegado y
no como ave de corral que picotea el grano en el
suelo. Es un ambicioso, y la ambición es camino de
gloria.
Leed, amigos, estos sonoros y brillantes poemas ;
y volved luego a vuestros viejos lares, que lavados
vuestros ojos con la visión espléndida, veréis aquellos
lares más dulces, más íntimos, más vuestros.
Salamanca, primavera de 1906.
PROLOGO AL LIBRO ALMA. MUSEO. LOS
CANTARES (Madrid, Librería de Pueyo, 1907,
XXVIII + 159 págs.)
LA POESIA DE MANUEL MACHADO
Cuando leí por primera vez las poesías de la colec-
ción Alma, de Manuel Machado, acababa de leer el
Brand, de Ibsen, y del choque en mi espíritu de estas
dos lecturas brotó el breve ensayo que dediqué a la
obrita de Machado, ensayo que es, en opinión de no
pocos de mis amigos, una de las cosas más feHces,
más jugosas y más verdes que haya trazado mi plu-
ma. Jugosidad y verdura que se debió a aquel alado
' orvallo primaveral sobre el ardor ;calcinante del
\ Brand ibseniano (1).
I Y ahora me llega la nueva colección de las poesías
de Machado — las que componen este volumen —
cuando acabo de arrojar a la indiferencia del públi-
i co un tomo de poesías propias y cuando termino de
1 leer, traducir y comentar en mi cátedra de literatura
j griega, con mis alumnos, el gracioso diálogo plató-
1 nico en que Sócrates discurre, con el rapsoda Ion,
sobre lo que la poesía sea, sosteniendo que es ins-
piración divina y no ciencia ni arte.
■ Es el poeta, hace decir Platón a Sócrates, una cosa
1 El Alma, de Manuel Machado, en Heraldo de Madrid,
19-III-1901. Lo incluí en mi edición de escritos unamunianos, De
esto y de aquello, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1950,
'tomo I, págs. 183-192; incorporado luego a estas OBRAS COM-
^FLETAS, tomo V. Págs. 194-202.
198
MIGUEL DE UNAMUNO
ligera, alada y sagrada : es un intérpete de la divi-
nidad,
Le llama cosa, "/.pi^uta, y no persona. De algu-
nos escritores poderosos y robustos se ha dicho que
son, más que hombres, fuerzas de la Naturaleza, ele-
mentos cósmicos, y este concepto guió a Rodin en su
escultura de Balzac. Pero esto que se aplica a los
escritores y poetas apocalípticos o proféticos, a los
que son como símbolos y voceros de muchedumbres,
esto mismo puede decirse, en otro respecto, de los
poetas más individuales y más ligeros. Son también
un elemento, pero un elemento aéreo, vaporoso, cam-
biante, que ondea a las brisas todas y se dora con
todos los soles.
Manuel Machado consigue no pocas veces dejar
de ser el hombre que es en la vida ordinaria — esta
pobre vida que no debe ser sino pretexto para la
otra— para convertirse en una cosa ligera, alada y
sagrada, en un intérprete de la divinidad. Ocasiones
hay en que le cuadra el viejo y ya tan gastado símil
de abeja ática ; ocasiones hay en que es clásico en el
más estricto sentido.
Clásico, sí, clásico, os lo digo yo, que llevo ya
dieciséis años traduciendo y explicando profesional-
mente a los clásicos griegos. Y por muy retuso que
al clasicismo fuera mi espíritu, me parece que no
siendo, como no soy, un porro, en dieciséis años de
*rato diario...
Ya sé que esto de clásico hará fruncir el entrecejo
a no pocos de esos que han tomado en serio, ya sea
en pro, ya sea en contra, el mote ese de modernista.
Luchaban hace tres cuartos de siglo clásicos con-
tra románticos, y, sin embargo, el verdadero espíritu
clásico, el alma eterna de la poesía universal, palpi-
taba en éstos mucho más que en aquéllos, que sólo
copiaban las formas externas y muertas de la anti-
güedad clásica. Víctor Hugo estaba mucho más cerca
OBRAS COMPLETAS
199
de Esquilo, con quien, a través de Shakespeare y el
Dante, se daba la mano, que los serviles mantenedo-
res de las famosas tres unidades. Y hoy se repite la
historia.
Esta cosa ligera, alada y sagrada que es a las ve-
ces Manuel Machado resulta ser un verdadero clási-
co. Clásico en su sentido más extenso y universal, y
clásico en su sentido más restricto y nacional, es de-
cir, castizo.
Que algún impulso para ese clasicismo se le haya
venido de la literatura francesa, es indudable; pero
ese impulso cambió al entrar en alma profundamente
española. Ciertos de sus cantos leves, vagos, todo
matiz y suspiro, nos recuerdan a Verlaine y otros,
los descriptivos — Abel, Alvar Fáñcc, Felipe IV — ,
a Leconte de Lisie, con cuya precisión pictórica com-
piten.
Pero decidme, ¿habéis leído una revelación del
alma de Castilla, de esta alma todo "polvo, sudor y
hierro" — en la primera redacción me parecía mejor,
en vez de hierro, sangre — , más estupenda y más
poética que la Castilla de Manuel Machado? Por esa
composición, que merece pasar a las antologías, debe
vivir Machado para siempre en la poesía española,
me decía una vez Guerra Junqueiro, el poeta de Por-
tugal.
Todos recordáis el pasaje del viejo Romayiz de myo
Cid, cuando éste entró en Burgos, y dirigióse a busca
de posada:
Asi como legó a la puerta fallóla bien (perrada,
por miedo del rey Alfonsso, que assi lo auie parado
que si non la quebrantas por fuer(;a, que non gela abriese nadi.
Los de myo ^id a altas uozes llaman,
los de dentro no les querien tornar palabra,
aguijó myo Qid, a la puerta se llegaua,
sacó el pie del estribera, una feridal daña;
non se abre la puerta, ca bien era Qcrrada.
Una niña de nuef años a oio se paraua:
"¡Ya Campeador, en buen ora ^inxiestes espada!
El rey lo ha uedado, anoch del entró su carta,
200
MIGUEL DE UNAMUNO
con gran recabdo e fuertemieittre sellada.
Non uos osaricmos aurir nin coger por nada,
si non perdericmos los atieres e las casas,
ef demás los oios de las caras.
Cid, en el nuestro mal uos non ganades nada,
mas el Criador uos uala con todas sus vertudes santas".
Esto la nina dixo e tornos pora su casa.
Ya lo vee el Qid que del rey non auie gragia.
Partios de la puerta, por Burgos aguijaua.
(Versos 32 a 51.)
Después de este rudo pasaje del venerable vagido
de nuestra naciente poesía nacional, leed su renova-
ción por Machado, el estupendo cuadro que sobre
este antiguo motivo ha trazado, y decidme si alguna
vez la poesía cumplió más noble resurrección. Y la
versión es algo nuevo, completamente nuevo, ente-
ramente original.
Y es que la originalidad, como es sabido, pero im-
porta repetirlo con frecuencia, ya que con tanta fre-
cuencia se olvida, no consiste en la novedad de los
temas, sino en la manera de sentirlos. En arte y en
literatura se descubre cada día el Mediterráneo, lo
mismo que para un alma poética el sol de cada día
es un nuevo sol. Para el filósofo desengañado, nada
hay nuevo debajo del sol; para el poeta de ilusiones,
todo es debajo del sol nuevo a cada instante.
Las resurrecciones de la vieja España — Alvar Fá-
ñez, del "Poema del Cid" ; Retablo, de Berceo ; Don
Carnal, del Arcipreste de Hita; Un hidalgo, Feli-
pe IV — son de lo más nuevo que Machado nos pre-
senta. Viejo y nuevo en uno; de ayer, de hoy y de
mañana; fuera de tiempo, es decir, eterno. ¿No es la
poesía, en cierto respecto, la eternización de la mo-
mentaneidad ?
Y ese estupendo Castilla, sobre todo, es un cuadro
para una antología clásica.
Y de hecho Machado es un poeta de antología, de
florilegio, de guirnalda.
Por esas estrofas levísimas y aladas, en que pare-
OBRAS COMPLETAS
201
ce que si se les toca las alas van éstas a caérseles, por
esas rimas en que las palabras parecen no ser sino un
pretexto, pasan de vez en cuando los pensamientos
originales y finales, los de todos y cada uno, esos pen-
samientos elementales que son luz imperecedera así
que encuentran su expresión hermana, alma de idea
a la busca de un cuerpo de palabra en que encarnar.
Un pensamiento que ha hallado cien veces expre-
sión y desarrollo filosófico o científico puede perma-
necer estéril en la vida espiritual por falta de haber
encarnado en ritmo íntimo poético. Un lugar común,
así que entra de veras y por entero en el campo de la
poesía, deja de ser tal lugar común en el sentido des-
preciativo que se da a esta palabra para convertirse
en un lugar propio de todos los que lo reciben.
Y las palabras mismas se depuran y abrillantan
cuando han pasado por el ritmo, como se depura el
grano, dejando ir el tamo, cuando el bieldo lo ha
aventado a la brisa soleada.
Y de estos lugares comunes, lógicos, hechos luga-
res propios, poéticos, hallaréis no pocos en los can-
tos de Machado.
Coged lo más alado acaso, lo más leve, lo más im-
palpable de este tesoro, los "Cantares", y leed:
No importa la vida, que ya está perdida,
y después de todo, ¿qué es eso, la vida?
Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.
Y luego discurrir diciendo : "sí, la vida está perdida
desde que se nace; se nace para morir; vivir es ya
morir; ¿y qué es la vida?..." Y seguid por aquí;
todo un discurso filosófico y toda una serie de luga-
res comunes.
Leed "Los días sin sol" y recordad luego las gra-
ves meditaciones de Leopardi en La Retama, cuando
nos (juiere a los hombres todos confederados contra
202
MIGUEL DE UNAMUNO
la naturaleza, madre en el parto, en el querer madras-
tra. Y comparad. Son dos modos de poesía. La una
pesa gravemente; la otra se alza como una alondra.
Y las dos son una cosa sagrada.
Leed "Adelfos", esta maravillosa composición que
en otro país andaría ya en labios de todos los jóve-
nes, leedla:
Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron;
soy de la raza mora, vieja amiga del Sol...
que todo lo ganaron y todo lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
y seguid.
¡ Sagrado poder el de la poesía ! Los sentimientos
que Machado canta en esta composición admirable
son de los sentimientos que más repugnan a mi espí-
ritu. También yo suelo sentirme africano, pero en el
otro respecto, en el de la acción y la violencia, en
el de la conquista. Aborrezco y temo el momento
de la siesta. Yo quiero mi voluntad viva, cada vez
más viva. Y, sin embargo, ¡ cómo me resbalan hasta
el cogollo del corazón esas estrofas ! ¡ Cómo las sien-
to ! Las siento como siente el reposo el combatiente,
como siente la lujuria el casto, como siente la dulzura
de obedecer el tirano.
Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir.
\ Cuántas, cuántas veces me he repetido eso en los
momentos en que cabalgando sobre las olas indómitas
trataba de cogerlas por su espumosa cresta, como por
una crin, y gobernarlas a mi albedrío ! ¿No es acaso
cuando más creemos dirigir nuestro destino, cuando
más a nuestro pesar el destino nos dirige ? La ilusión
del propio dominio, ¿no es acaso la ilusión suprema?
Los espíritus más enérgicos y más personales han
OBRAS COMPLETAS
203
sentido repugnancia a la doctrina del libre albedrío.
Es porque sentían a Dios obrando dentro de ellos.
Que la vida se tome la pena de matarme
ya que yo no me tomo la pena de vivir!...
Si esto me lo dijeran en prosa filosófica, lógica y
discursivamente y tratando de probarme con argu-
mentos la bondad de la doctrina, saltaría yo al punto
y no serían pocas ni pequeñas mis protestas en con-
tra de ella. Pero vertido así, en ritmo, como sonoro
raudal que brota de la fuente de la sinceridad — aun-
que sea de una sinceridad pasajera—, ¿quién no se
rinde? El ritmo lo purifica todo y en el campo encan-
tado de la poesía todos estamos de acuerdo.
Todos no ; disienten los bárbaros.
Y a los bárbaros arroja Machado sus cantos como
quien echa margaritas a puercos.
¡ En qué tristes tiempos y bajo qué vientos más
agostadores se le ocurre a Machado lanzar flores al
cielo de la patria ! Si al fin estas flores pudieran
servir de forraje a nuestros bárbaros... Pero ellos
buscan alimento más fuerte, que pese en la andorga.
Además, no lo encuentran sano y no vale la pena
; de cocerlo para sanificarlo. Y así, en crudo...
I Mejor haría Machado en realizar La Buena Can-
ción y buscar "la bendita paz de un paisaje matinal
en la chocita de la copla, entre los cañaverales, frente
al sol generoso, junto al río sonoro, en plena gloria de
la vega...", y buscar allí "aquel primer amor... en la
tranquila seda de la tarde !"
Carducci, el grande, el noble, el fuerte, en su Jdi-
I lio viaremmano , manifestaba que le hubiera sido me-
jor haberse casado con la rubia María y quedarse
I a charlar, junto al hogar, en las frías noches, narrar
a los hijos la caza del jabalí o contemplar la arada
llanura que linda con el mar que no perseguir con
rimas a los bellacos de Italia y a Trissottin.
^ut m j¡ (j u n. 1^ un, u i\ /± m u i\ u
¿Y quién que haya vertido sus sentires y sus pe-
sares en cantos de consuelo y de recuerdo no siente
lo mismo?
Me da pena de estos cantos del alma de Machado
arrojados así a la estúpida indiferencia de los bár-
baros. "¡ Bah, modernisterías !", y encojiéndose de
hombros, los dejarán pasar. Si fuesen siquiera aque-
llas tan sonoras como hueras — cuanto más hueras,
más sonoras — arengas que tanto gusto daban a nues-
tros padres los del morrión, o aquellas ridiculas du-
das teatrales de Núñez de Arce, o las artificiosas e
hipócritas sentimentalidades de Balart, o... No quiero
censurar a otros al elogiar a Machado. No quiero
que se diga de mí lo que de casi todo español puede
decirse cuando a otro alaba, y es: "¿contra qué ter-
cero va ese elogio?" Prefiero que se diga que, al de-
fender y ensalzar a Machado, me defiendo y me en-
salzo a mí mismo, mayormente ahora en que acabo
de lanzar también a los bárbaros mi tomo de Poesías.
¿ Y por qué no ? ¿ Por qué los que sentimos sobre
nuestras diferencias — mi manera de poetizar es muy
otra que la de Machado, y si yo intentara lo de él
lo haría tan mal como si él intentase lo mío — , por
qué los que sentimos sobre nuestras diferencias unos
inmensos brazos impalpables que nos ciñen en uno,
por qué no hemos de apretarnos en haz de hermandad
contra la tropa de bárbaros, a los que une su bar-
barie ?
Hay aquí una composición de Machado que los
bárbaros tomarán por donde quema, por donde sólo
puede tomarla su barbarie, y es la Antífona. Dejemos
las malignidades del bárbaro; la suciedad de una pa-
labra está en el oído que la oye más que en la boca
que la dice, como la malicia de un acto suele estar
más en el juez que lo juzga que en el procesado que
lo cometió. No sin razón diablo quiere decir acusador,
fiscal, y no sin razón hubo gnósticos, allá en los pri-
OBRAS COMPLETAS
205
meros siglos cristianos, que hicieron dos emanacio-
nes del Dios impasible: de su misericordia, Cristo;
de su justicia, el Demonio. Dejemos, pues, las malig-
nidades del bárbaro.
Le dice el poeta a la cortesana, en su Antífona:
¡Bah! Yo sé que los mismos que nos adoran
en el fondo nos guardan igual desprecio.
Y justas son las voces que nos desdoran...
Lo que vendemos ambos no tiene precio.
Acuñamos en ritmo alado nuestros sentimientos,
y los bárbaros desprecian al que se abre el pecho a
las brisas y al sol y dice a sus hermanos : ¡ ved !
Así los dos, tú amores yo poesía
damos por oro a un mundo que despreciamos...
Tú, tu cuerpo de diosa; yo, ¡el alma mía!...
Ven y reiremos juntos mientras lloramos.
Pero el mundo despreciable de los bárbaros sabe
que compra por oro el cuerpo de la diosa, mas no su
amor; que compra por oro la letra del poeta, pero
no su alma. Y por eso, en el fondo de su desprecio
.fingido hay rabia y hay envidia.
Igual camino en suerte nos ha cabido;
una ansia igual nos lleva, que no se agota,
hasta que se confundan en el olvido
tu hermosura podrida, mi lira rota.
No, no; esto es una exigencia del metro. Aquí si
que protesto. La hermosura no se pudre, lo que se
pudre es el cuerpo hermoso. El cuerpo hermoso se
pudre, la lira se rompe, pero la hermosura queda y
queda la canción. Y quedan, aunque no haya ojos
que contemplen aquélla ni oidos que oigan ésta. Hay
un mundo de hermosuras y de cantos, hay un cielo de
las ideas. Aquel divino Platón, que tan sutilmente se
burló de los poetas, era un poeta soberano. Por eso
206
MIGUEL DE UNAMUNO
pudo burlarse de ellos, y los poetas todos «le agra-
decen sus burlas.
Allá van, pues, los cantos lijeros, mero suspiro
a las veces, palabra pura, de Machado, y allá van
entre los bárbaros que buscan cosa que se masque.
El mundo es grande, aunque debía ser mayor, y, ade-
más, da muchas vueltas al cabo de los siglos.
¡ Y a cantar ! A cantar, que el canto amansa a las
fieras y acaso también a los bárbaros. En fuerza de
oír...
* * *
Y ahora quiero acabar con una... catedraticada.
Soy catedrático; explico, además de lengua y lite-
ratura griegas, gramática comparada del latín y cas-
tellano — la tengo por acumulación — , y ni puedo ni
quiero ni debo desprenderme de esto. ¿Que el oficio
me ha dado algo de dómine? ¡Y qué le he de hacer!
No voy a renegar de él. Actuaré, pues, de dómine.
Machado ha caído unas pocas veces — tres o cua-
tro— en una innovación de técnica que se han traído
unos cuantos versificadores y que hacen los versos
a dedo y no a oído. Vamos a cuentas. La Real Aca-
demia Española, entre los muchos desatinos que
suelta en su gramática, es uno el de decir que en
castellano todas las palabras tienen acento y que
todos los monosílabos son agudos. Merecían los aca-
démicos que dejaron pasar eso que les pinchasen el
tímpano. Para lo que les sirve...
Pues no, en castellano hay palabras átonas, sin
acento, unas porque se unen al pronunciarlas con la
precedente, y las llamamos enclíticas, como ven-te,
da-mc, siénta-te, etc., en que los pronombres sufija-
dos son enclíticos, y otras que se apoyan al pronun-
ciarlas en la palabra siguiente, y las llamamos pro-
clíticas. Estas son el artículo — el vino se pronuncia
OBRAS COMPLETAS
207
como una sola palabra trisílaba llana, y él vino como
dos, con dos acentos — , las preposiciones y algunas
conjunciones.
De donde resulta que no puede rimarse
Pierrot y Arlequín
mirándose sin
no violentando la prosodia castellana porque deci-
mos sinrencores todo junto y bajo un solo acento
tónico. Ni puede decirse
y las amables sutileaas de
una creencia antigua en cosas inmortales
que nos permita un inocente: "yo sé"
porque de y sé no pueden rimar desde el momento en
que de no tiene acento. Tanto valdría decir:
Brotóle al punto ¡a con-
versión a ta Magdalena
del fondo del corazón.
Y perdónenme lo detestable, en otro respecto, del
verso (?). Aunque, para ejemplo puesto por dómine,
no está peor que otros.
Yo espero que Machado se convenza de esto.
Es una novedad técnica que se me figura ha sido
copiada del francés, que tiene muy otra prosodia que
el castellano, y es una novedad técnica desgraciada.
Como lo son todas las que vienen de la vista y no del
oído.
Pues conviene advertir que no pocas innovaciones
del llamado modernismo son, como no pocas de las
innovaciones de los románticos fueron, artificios vi-
suales cuando no tipográficos. Tal era el mezclar en
una composición estrofas de distinto metro, artificio
que empleaban aquellos revolucionarios románticos
que temían al verso libre y que por nada hubiesen
208
MIGUEL DE UNAMUNO
mezclado en una silva libre pentasílabos, heptasíla-
bos y endecasílabos, siendo así que éste, el endecasí-
labo, no es más que un pentasílabo más un heptasí-
labo unidos por un hiato, y brotó del enlace de aque-
llos dos al acabar uno en vocal y empezar con vocal
el otro.
Y basta de tecniquerías.
En las que me he permitido entrar, en gracia a que
Machado no es ningún virtuoso de la versificación,
sino un poeta. El ritmo literal de sus cantos, el ritmo
de su palabra, brota del ritmo del espíritu de ellos,
del ritmo de la idea. Es el contenido poético el que
florece en forma armoniosa y melódica.
No es Machado uno de esos literatos — contrapon-
go aquí lo de literato a lo de poeta — que ponen su
ahinco y cifran su engreimiento en haber introducido
nuevas y más artificiosas formas, en haber inventado
alguna nueva combinación de metros o una inaudita
dislocación de acentos a modo de discordancia más o
menos armónica. No, es un poeta.
Crear dificultades para vencerlas y encubrir con
su vencimiento la oquedad o sequedad del fondo, lo
prosaico de éste, ha sido y es uno de los azotes de
la literatura poética. El ir a la caza de las llamadas
rimas ricas equivale a presentarse ante el público un
pianista a ejecutar trabajos de prestidigitación sobre
el teclado. Todo esto debe hacerlo en casa, para adies-
trarse. A los no técnicos nada les importa cómo se
llega a hacer algo con tal de que esto se haga.
Y este azote proviene de que nuestros rimadores,
de los que principalmente se compone nuestro pú-
blico; nuestros pianistas literarios, no tocan sino
ante otros pianistas. Y así, eso no es música.
Y la de Machado es música; música interior, de
que brota la exterior.
Y si hago hincapié en esto, es por creer que en
pocas materias literarias reinan conceptos más coa-
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fusos y más falsos que en esto del ritmo y la música
del verso. De un lado está el oído rudimentario, he-
cho a las isocronías tamborilescas y a las tonadas
bailables de nuestro pueblo, un oído estropeado por
un sistema de recitación y declamación deplorable,
y de otro lado, los artificios visuales y convencionales
de unos cuantos innovadores ignaros. Y contra esto
no hay sino abandonarse el poeta, desdeñando unas
y otras trabas, y no ateniéndose sino a su sentido del
ritmo, formado, claro está, en la tradición de su pue-
blo, pero en la tradición íntima y no en la preceptiva
retórica.
Machado no es un virtuoso del ritmo, sino un poe-
ta. Canta para todos o canta para nadie.
¡ Lástima que no sean más los que se aprestan a
oírle !
Salamanca, abril 1907.
PROLOGO AL LIBRO POESIAS, DE JOSE
ASUNCION SILVA. Barcelona, Imprenta de Pedro
Ortega, 1908, XIV + 159 págs. (1).
Cuando don Hernando Martínez, colector de los
escritos en verso y prosa de José Asunción Silva,
me escribió pidiéndome para ellos un prólogo, le con-
testé, no sólo aceptándolo, sino dándole las gracias
por el encargo. Me parecía poder decir muchas cosas
sobre el dulce poeta bogotano. Y me parecía poder
decirlas porque en las lontananzas de mi memoria,
entre rumor de hojas secas, susurraban retazos de
sus cantos. Su letra me había volado, pero me que-
daba su música íntima, su música silenciosa, música
de alas.
Mas ahora, con la blancura del papel delante, en-
cuentro tan en blanco como él mi espíritu y apenas
sé por dónde empezar.
¿ Cómo reducir a ideas una poesía pura, en que
las palabras se adelgazan y ahilan y esfuman hasta
convertirse en nube que la brisa del sentimiento arre-
1 Este prólogo fué de nuevo reproducido en la edición de
Poesías Completas, de Silva, Madrid, Aguilar, 1951, 209 páginas,
precedido de una noticia biográfica debida a Camilo Brigard Silva.
Al final del volumen figuran unas "Notas" del escritor colombiano
Baldoraero Sanin Cano, recientemente fallecido. En la primera de
ellas rectifica la fecha de nacimiento del poeta, que es la de 27 de
octubre de 1865, y no de 1867. En la segunda puntualiza algo
sobre su niñez, y en ambas se refiere a este prólogo unamuniano.
Las tres notas restantes aluden a la educación de Silva, corrige
algunos errores del texto de los poemas, y en especial del titulado
Gotas amargas. A estas notas siguen unas "Innovaciones" sobre
el empleo por aquél del verso eneasílabo, y vuelve a referirse al
prólogo que ahora reproducimos.
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molina y hace rodar bajo el sol, que en su colmo
la blanquea y en su puesta la dora? Porque aquí hay
versos blancos de mediodía y rojos de atardecer; más
rojos que blancos.
Comentar a Silva es algo asi como ir diciendo a
un auditorio de las sinfonías de Beethoven lo que va
pasando según las notas resbalan en sus oídos. Cada
cual advierte en ellas sus propios pensares, quereres
y sentires.
Lo primero, ¿qué dice Silva? Silva no puede de-
cirse que diga cosa alguna; Silva canta. Y ¿qué can-
ta? He aquí una pregunta a la que no es fácil con-
testar desde luego. Silva canta como canta un pájaro,
pero un pájaro triste, que siente el advenimiento de
la muerte a la hora en que se acuesta el sol.
El verso es vaso santo; poner en él tan sólo
un pensamiento puro.
Y puros, purísimos son por lo común los pensa-
mientos que Silva puso en sus versos. Tan puros, que
como tales pensamientos no pocas veces se diluyen
en la música interior, en el ritmo. Son un mero so-
porte de sentimientos.
Y cuando estos pensamientos se acusan, cuando
resalta de relieve el elemento conceptual de Silva, es
cuando Silva me gusta menos. Su melancolía, su des-
esperación no son melancolía y desesperación refle-
xivas como eran las de Antero de Quental, que, como
Silva, se abrió por su mano la puerta de las tinieblas
soterrañas. El portugués pensó su huida; el colom-
biano la sintió.
Y gusto de Silva además porque fué el primero
en llevar a la poesía hispano-americana, y con ella a
la española, ciertos tonos y ciertos aires, que después
se han puesto en moda, degradándose.
"Todos los hegelianos han sido tontos menos He-
gel", suele decir un amigo mío, y aun cuando no
M 1 L, U tLL un U Jy AM U iV U
esté del todo conforme con el aforismo, reconozco su
gran fondo de verdad.
No sé bien qué es eso de los modernistas y el mo-
dernismo, pues llaman así a cosas tan diversas y
hasta opuestas entre sí, que no hay modo de reducir-
las a una común categoría. No sé lo que es moder-
nismo literario, pero en muchos de los llamados mo-
dernistas, en los más de ellos, encuentro cosas que
encontré antes en Silva. Sólo que en Silva me delei-
tan y en ellos de hastían y enfadan.
Y es que uno dice una cosa, y con ella ilumina o
calienta a sus hermanos; la repite otro, y les deja
a oscuras y fríos. La idea es la misma ; se le apagaron
fuego y luz al pasar de uno a otro, y de brasa ardien-
te y luciente que era, se quedó en carbón frío y
oscuro.
Y no es que la originalidad de Silva esté ni en
sus pensamientos ni en el modo de expresarlos; no
está en su fondo ni en su forma. ¿ Dónde entonces ?,
se me preguntará. En algo más sutil y a la vez más
íntimo que una y otro, en algo que los une y acorda,
en una cierta armonía que informa el fondo y ahon-
da la forma, en el tono, o si queréis, en el ritmo
interior.
En el ritmo interior, digo, y no en el ritmo mera-
mente acústico de sus versos; no en el sonsonete
más o menos brizador en que cifran su afán tantos
versificadores que aspiran a poetas. La música de
Silva es música de alas, casi silenciosa, o sin casi.
Y ello cuando Silva dejó que su mano corriera
sobre el papel al empuje del sentimiento, no cuando
la refrenó y, puesta la vista en la técnica — y en una
técnica extraña y pegadiza — , urdió versos como
aquellos alejandrinos pareados de Un poema.
¿Y este hombre, será olvidado? Me lo hace temer
su delicadeza misma, su delicadeza interior. Porque
también está olvidado el poeta español que más me
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le recuerda, el dulcísimo y delicadísimo Vicente Wen-
ceslao Querol y decidme luego si las Vejeces de Silva
no es un poema queroliano. Y a Querol le han aho-
gado trompeterías de clarines y guitarreos de sere-
nata morisca, amén de virtuosismos de bandolina de
café-concierto.
Y este Silva, como aquel Querol, como todo poeta
de raíz, tenía su infancia a flor de alma. Porque un
poeta ¿qué es sino un hombre que ve el mundo con
corazón de niño y cuya mirada infantil, a fuerza de
pureza, penetra a las entrañas de las cosas pasade-
ras y de las permanentes? Leed la poesía de Silva
Infancia, leed la carta de Querol a sus hermanas, o
aquella maravilla de sentimiento que llama Ausente.
Y era acaso esta santa permanencia de la infancia
de su alma lo que le hacía añorar a Silva el reposo
eterno de allende la tumba. Cuanto más largos son
hacia atrás nuestros recuerdos y más dulces, más
largas y más dulces son hacia adelante nuestras es-
peranzas. Es la brisa que nos viene de más atrás
de nuestro primer vagido, de más allá, hacia el ayer,
de nuestro nacimiento, la que nos trae recuerdos
que, convertidos en esperanzas, al pasar sobre nues-
tro corazón van, con la brisa misma, brisa de eter-
nidad y de misterio, más adelante de nuestro último
suspiro, más allá, hacia el mañana de nuestra muer-
te. El amor a la infancia y el amor a la muerte se
abrazaron en Silva, y ¿quién lo sabe? — sólo Dios — ,
tal vez se cortó la vida por no poder seguir siendo
niño en ella. Y
al dejar la prisión que las encierra,
¿qué encontrarán las almas?
Preguntemos más bien, ¿que dejarán las almas?
La de Silva nos dejó estos cantos.
¿ Y qué encontró allá ?
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MIGUEL DE UNAMUNO
¡ Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras
[de las almas!
i Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de ¡á-
[grimas !
Este hombre cantó lo que ya no era o lo que aún
no era, el pasado o el porvenir, y en las cosas vie-
jas, tristes, desteñidas, sin voz y sin color, que saben
secretos de las épocas muertas, de las vidas que ya
nadie conserva en la memoria, buscó acaso el secre-
to del mañana, que fué a buscar con anhelo al dejar,
con voluntaria resolución, esta morada de paso y de
aflicciones. Y se hundió en la naturaleza.
Cuna y sepulcro eterno de las cosas.
¿ Lo veis ? ¿ Veis cómo une una vez más la cuna
con el sepulcro ? ¿ Veis cómo lleva su infancia como
ofrenda a la muerte ?
¿Encontró la llave del misterio? ¿Leyó el sino
en el fondo de las pupilas inmóviles de la eterna
Esfinge ?
¡Estrellas, luces pensativas!,
¡estrellas, pupilas inciertas!
¿por qué os calláis si estáis vivas,
y por qué alumbráis si estáis muertas?
Murió José Asunción Silva en Bogotá, su pueblo
natal, despojándose por libre albedrío de la vida, el
24 de mayo de 1896, a los treinta y cinco años, cinco
meses y veintisiete días de edad (1).
Días antes, pretextando consultarse sobre una en-
fermedad, hizo que el médico le dibujara en la ropa
interior el corazón, por el que vivía y por el que
iba a morir. Metió en él una bala. La noche antes
leyó, como de costumbre, en la cama. Dejó el libro
abierto, como para continuar la lectura. Era una
1 Para los años que vivió Silva véase la nota precedente. Los
que en el texto se indican no coinciden con la fecha de su naci-
miento: en 1867, como entonces se creia, o en 1865, como pun-
tualizó Sanin Cano.
OBRAS COMPLETAS
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mañana de domingo ; su familia, en tanto, asistía a
los oficios religiosos del culto católico, a rogar por
los vivos y los muertos.
Dos o tres años antes había muerto su hermana
Elvira, llevando a la tumba aromas de la común in-
fancia y dejándole soledades. No pudo José Asunción
conformarse con el hado. El Nocturno — ¿qué his-
toria habrá dentro de él ? — fué su adiós a la vida.
Iba allá donde acaso las sombras de las almas se jun-
tan en uno y hacen una sola sombra .larga, muy lar-
ga, infinita, eterna, divina, una sombra tal vez ra-
diante de luz.
¿Qué hizo en su vida? Sufrir, soñar, cantar. ¿Os
parece poco? Sufrir, soñar, cantar y meditar el mis-
terio.
Porque el misterio da vida a los mejores de sus
cantos, y persiguiendo el misterio se cansó del camino
de la tierra. Persiguiendo el misterio y tratando de
encerrar en sus estrofas las pálidas cosas que sonríen,
de aprisionar en el verso los fantasmas grises según
iban pasando, como nos lo dice él mismo.
Fué una vida de soñador y de poeta, y de Silva
cabe decir que es el poeta puro, sin mezcla ni alea-
ción de otra cosa alguna. Y el mundo le rompió con
el sueño la vida.
Murió de muerte ; murió de tristeza, de ansiedad,
de anhelo, de desencanto ; murió tal vez para conocer
antes el secreto de la muerte y de la vida.
Se lo preguntó muchas veces, "arrodillado y tré-
mulo", a la Tierra, aguardando en las soledades de
ella la respuesta y
la tierra, casi siempre displicente y callada
al gran poeta lírico no le contestó nada.
Y como nada le contestase la Tierra, bajó, en busca
de contestación, a su seno, cuna y sepulcro de cuan-
to vive, adonde duerme "lo que fué y ya no exis-
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MIGUEL DE UNAMUNO
te", a dormir a sus anchas — ¿ sabedor acaso ya del
enigma ? — .
en una angosta sepultura fría,
lejos del mundo y de la vida loca,
en un negro ataúd de cuatro planchas
con un montón de tierra entre la boca.
Y murió también de hambre. De hambre, sí ; de
hambre de saber sabiduría sustancial y eterna. Mu-
rió del mal del siglo, de un desaliento de la vida que
en lo íntimo de él arraigó, del "mismo mal de Wer-
ther, de Rolla, de Manfredo y de Leopardi",
un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano..., un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer,
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis.
Y para este terrible mal le recetaron los doctores
madrugar, dormir largo, beber bien, comer bien, cui-
darse, diciéndole que lo que tenía era hambre (v. El
mal del siglo). Y hambre era, en verdad; hambre de
eternidad.
* * *
Tal es la nota profunda de los cantos de Silva,
el que se despojó por propia mano de la carga de
vivir. Todas las demás son a modo de acordes o
armónicas de ella. Y entre éstas, la nota erótica, o
más bien amorosa, en cuanto se trata de amor a
mujer.
Silva no es un poeta erótico, como no lo es, en
rigor, ninguno de los más grandes poetas. Y estos
grandes poetas, que no han hecho del amor a mujer
ni el único ni siquiera el central sentimiento de la
vida, son los que con más fuerza y originalidad y
más intensidad de sentimiento han cantado el amor
ése.
OBRAS COMPLETAS
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Se ha dicho que para aquellos que aman poco — a
mujer se entiende — , ese amor les llena casi toda
la vida, mientras que en aquellos que aman mucho
el amor es una cosa subordinada y secundaria. Y no
es paradoja, sino cuestión de capacidad espiritual.
Este puede amar triple que aquél, y, sin embargo, no
ocupar el amor sino un tercio y en el otro los dos
tercios.
El amor en Silva, como en Werther, como en Man-
fredo, como en Leopardi, era un modo de dar pábulo
a otros sentimientos : en el amor buscó — estoy se-
guro de ello — la respuesta de la Esfinge. Silva, en
sus versos al menos, no se nos aparece un sensual,
mucho menos un carnal. Es en ellos casto, castísimo.
No hay rastro en él de esa peste de la carnalidad
que no sólo mancha, sino arramplona y vulgariza las
poesías de tantos de los que le han seguido.
Junto al eterno misterio, ; qué es una noche de
placer? A lo sumo, un modo de acallar el susurro
de él, y Silva no trató de acallarlo sino al despojarse
de la vida.
Los jóvenes, cuando salen de la infancia y antes de
entrar en la virilidad, en esa edad indecisa y ambi-
gua en que se dejó ya de ser niño y aun no se es
hombre, se imaginan que los ojos de la novia son las
estrellas mellizas en torno de las cuales gira sumiso
el universo todo. Y llega a creerse que todo arte y
toda poesía se encienden no más que en la luz de esos
ojos. Y, sin embargo, no es la hermosura de Elena,
sino la ira de Aquiles, el centro de la lUada, ni es,
en rigor, Beatriz más que un pretexto para la Di-
vina Comedia, ni es el amor el quicio cardinal de las
tragedias de Shakespeare, ni Dulcinea es más que un
fantasma en el Quijote, ni Margarita otra cosa que
un episodio en el Fausto.
Cuando en la literatura de un pueblo se da en can-
tar ante todo y sobre todo a la mujer por sí misma,
218
MIGUEL DE UNAMUNO
es que ese pueblo está enervándose y rebajándose,
hasta en el amor.
Y Silva parece como si no pasara por esa edad
indecisa y ambigua en que, sin ser ya niño, no se es
tampoco aún hombre, sino que su infancia, de la que
tan dulces recuerdos canta en sus cantos, se prolongó
en la edad madura. ¿ Madura ? Cortó la madurez al
sentir acaso que le ahogaba el verdor, al sentir, como
Leopardi, que estamos despojando del verde a toda
cosa.
Fué, en rigor, la tortura metafísica la que mató
a Silva.
Silva, de una manera balbuciente y primitiva, con
un cierto candor y sencillez infantiles, es un poeta
metafísico, aunque haya estetas impenitentes que se
horroricen de verme ayuntar esos dos términos. Sil-
va me parece un niño grande que se asoma al brocal
del eterno misterio, da en él una voz y se sobrecoge
de sagrado terror religioso al recibir el eco de ella,
prolongado al infinito y perdiéndose en lontananzas
ultracósmicas, en el silencio de las últimas estrellas.
* * *
Y este hombre, ¿dónde se hizo? En Bogotá, en el
fondo de Colombia, lejos del tumulto de las grandes
avenidas de los pueblos, en un remanso, que aunque
no sin sus tempestades interiores, se mantiene aparte
de nuestras tormentas de más estrépito que sustancia.
Esa remota Colombia, a la que conocemos sobre
todo por la María de Jorge Isaacs, es para muchos
de los que volvemos ojos inquisitivos a la América
española, un país de encanto. No ha mucho volvía yo
a visitarlo en una novela de Tomás Carrasquilla y
me parecía volver a la España campesina de hace
unos siglos.
Bogotá — me lo han dicho los que la conocen — da
OBRAS COMPLETAS
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la impresión de una ciudad antigua española, con su
reposo cantado por el campaneo de los conventos.
Para llegar a ella desde cualquier punto de la costa,
se necesitan varios días, parte de navegación fluvial,
parte de jornadas en diligencia o caballería. Y par;!
ir de unas a otras capitales, largos viajes también,
por escasear los medios rápidos de traslado.
Una población escasa, diseminada en un vasto te-
rritorio, adonde no llegan las oleadas de emigrantes
que inundan otras tierras americanas, una población
que ha conservado tal vez más que ninguna otra de
la América española las tradiciones y sentimientos
de la apacible colonia. Su lengua, el castellano que se
habla y escribe en Colombia, es el que más dejos de
casticismo tiene para nosotros ; conserva ciertas vo-
ces y giros arcaicos que aquí van desapareciendo. Al
leer novelas y relatos, sobre todo de la región antio-
queña, en el corazón de los Andes, de Carrasquilla,
de Latorre, de Rendón, me ha parecido verme tras-
portado a rincones de una España que se fué o está
yéndose.
En estas tierras tan favorables para el arte y la
poesía, las novedades europeas llegan, pero llegan
despacio, y llegan, acaso, tamizadas. De nosotros co-
nocen las obras, no los hombres ; es decir, lo mejor.
Cuando va a dar a sus manos el último número de
la última revista o el libro reciente, ya no huele a
tinta fresca de imprimir.
Su vida social y política interior trascurre con
una cierta relativa independencia de los movimientos
que a la vez que agitan encadenan las historias de
nuestros respectivos pueblos, y es una vida que tie-
ne, por tanto, su sello propio. Un sello que a los espa-
ñoles nos resulta conocido. Cuando leí los recuer-
dos de la última guerra civil de allá, de Max Grillo,
resurgían a mi mente los recuerdos de nuestra última
guerra civil carlista. No puede darse dos cosas más
220
MIGUEL DE UNAMUNO
parecidas. Y allí parece presentarse el que llamamos
problema religioso con los mismos caracteres con que
aquí se presenta, y lo mismo que aquí creo que allí
se presenta el fenómeno del paso de aquella sociedad
recogida y patriarcal, pero timorata y tal vez gaz-
moña e hipócrita, a otra sociedad más batida y airea-
da a soplos de las hojas todas de la rosa de los vientos
del espíritu.
Me imagino, creo que bien, lo que fuera una fami-
lia y la vida familiar en el seno de aquella sociedad
en los tiempos en que Silva abría su alma al mundo,
que son casi los mismos, con diferencia sólo de cua-
tro años, en que yo abrí la mía en un ambiente que
estimo no muy distinto del suyo. Y me imagino los
vagabundeos del espíritu del poeta en la quietud tran-
quila de la vida bogotana, en los días iguales.
Digo a los días iguales porque a los que hemos
nacido y vivido en estas latitudes, de largos días de
verano y largas noches de invierno, de este acortarse
y alargarse las jornadas del sol, cambio que pone
una cierta novedad, siempre vieja, en el curso de
nuestra vida, cambio que distribuye nuestro régimen,
a nosotros nos es difícil representarnos lo que esa
isócrona repartición del día y de la noche, lo que
ese ritmo acompasado y siempre igual de la luz y las
tinieblas — como balance de un péndulo — ha de in-
fluir en el ánimo. Un poeta colombiano no puede
decir como un poeta escocés que el crepúsculo de la
puesta se abrazaba con el del alba en la breve ausen-
cia del sol. La noche de San Juan ni la de Navidad
pueden tener allí el sentido que aquí tienen, porque
la naturaleza no sirve a la tradición que llevaron los
colonos, aunque la tradición perdure.
Pero esta monotonía, este ritmo pendular de los
días y las noches, trae consigo una eterna primavera,
una apacibilidad constante. ¿No se brizan y aduer-
men en ella las eternas inquietudes? ¿Y cuando se
OBRAS COMPLETAS
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despiertan, no lo hacen acaso con cierto sobresalto,
en la apacible y monótona procesión de los días y los
meses ?
Nos es difícil, repito, a los que hemos nacido, nos
hemos criado y vivimos en zonas de invierno de lar-
gas noches y nieves, de verano de largos días y bo-
chornos, que esperamos en cada estación la veni-
dera y según sus vicisitudes arreglamos nuestras ocu-
paciones, nos es difícil imaginarnos la impresión que
esa constancia de la naturaleza ha de imprimir en
el espíritu.
Algo de esa impresión puede rastrearse, creo, en
el ritmo pendular de los versos de Silva, en la mar-
cha de sus estrofas, por dentro de las cuales circula
la tristeza monótona del eterno sucederse de los días
iguales de una inalterable primavera. ¿Hay acaso, a
la larga, nada más triste que la eterna e imperturba-
ble sonrisa de la tierra? ¿Hay nada más enigmático,
nada más esfíngico?
* * *
Después de todas estas reflexiones que he ido de-
jando caer de mi espíritu lleno de las dulces resonan-
cias de los cantos de Silva y ungido con la unción de
su poesía, pensé en un principio hablar de cosas téc-
nicas, de la factura del verso, de su música para el
oído carnal, de otras cosillas análogas. Pero ahora
me doy cuenta de que no es de este lugar.
Eso sólo importa a los profesionales y no es a és-
tos a quienes ahora me dirijo. No quiero degradar
la memoria de Silva tratándole como a un virtuoso de
la literatura en verso. Todas las disputas de escuelas,
de conventículos y de cotarros pasarán, pasarán los
que creyeron conquistar un puesto en el Parnaso por
haberse dejado llevar de la rutina de mañana, des-
preciando la de ayer; pasará el vocerío de los jóve-
222
MIGUEL DE UNAMUNO
nes profesionales — de esos que hacen de la juven-
tud profesión llamándose a sí mismo con ridicula
petulancia, "nosotros, los jóvenes" — ; pasarán las
caramilladas hueras, pasará el pseudo-paganismo
afrancesado, pasará... y quedará Silva que clavó sus
ojos en los ojos de la eterna Esfinge y bañó su co-
razón en el lago — lago de terrible quietud y calma
de sobrehaz — de las perdurables e imperecederas in-
quietudes. Y quedará, además, porque esas inquietu-
des eternas las cantó como un niño, con su simpli-
cidad, porque el tuétano de sus sentimientos no va
ligado a formas de escuela filosófica alguna. Silva
volvió a descubrir lo que hace siglos estaba descu-
bierto, hizo propias y nuevas las ideas comunes y vie-
jas. Para Silva fué nuevo bajo el sol el misterio de
la vida; gustó, creó el estupor de Adán al encon-
trarse arrojado del paraíso; gustó el dolor paradi-
síaco.
Y Silva será un día orgullo de esta nuestra casta
hispánica, que le produjo allá, en el sosiego prima-
veral de la jugosa Colombia, en el remanso de Bogo-
tá. ¿ Quién sabe si cuando aclaman al cielo las len-
guas broncíneas de sus campanarios no se unen a su
canto los cantos de José Asunción Silva como un
entrañable miserere?
Miserere, Dómine; compadécete. Señor, de tu sier-
vo y concédele la dulce paz de la infancia, por la que
tanto suspiró en los cantos que Tú le inspiraste.
Salamanca, marco de 1908.
PROLOGO A MAS ALLA DEL ATLANTICO,
DE LUIS ROSS MUGICA, Valencia.— Madrid, F.
Sempere y Cia., 1909.
Desde hace algunos años en que empecé a intere-
sarme por las cosas — singularmente la literatura —
de la América española y a escribir sobre ellas, recibo
con frecuencia de allá cartas de corresponsales espon-
táneos, haciéndome observaciones, ya a guisa de rec-
tificación, ya de ratificación de lo que escribo. De
estas cartas una mitad suelen ser de la Argentina y
la mitad de la otra mitad de Chile.
De las que recibía de esta segunda República em-
pezaron a llamarme la atención — de esto hará más
de unos tres años — las de un joven chileno: Luis
Ross Mugica. Este, como otros, espontáneo corres-
ponsal, habría de llegar a ser con el tiempo uno de
mis mejores amigos y consejeros.
Con una gran seguridad de trazo material y espi-
ritual, con una letra que era reflejo del espíritu, sin
brillanteces falsas ni retorcimientos, en un estilo sen-
cillo y sincero, más sobre todo honrado, íntimamente
honrado, en un estilo sano, me comunicaba noticias
sobre el estado de su patria, a la que amaba con
amor tan entrañable como clarividente, esforzándose
por transmitirme algo de ese su amor.
Era el patriotismo de Luis Ross un patriotismo
elevado y noble, sin mancha alguna de patriotería
plebeya; era un patriotismo como el que acabaría de
levantarnos aquí, en España, si fuésemos muchos los
que lo abrigáramos.
224
MIGUEL DE UNAMUNO
El cogollo de su patriotismo era anhelar que Chi-
le, su patria idolatrada, y a la que había servido como
marino de guerra, retirándose de este servicio por
motivos de alta humanidad, que Chile llegase a ser
la dictadora de la cultura en Suramérica, la maestra
espiritual de todas las naciones que allí brotaron de
la colonia. No le placía para su patria otro género
alguno de hegemonía.
Púseme al punto en asidua correspondencia con
él, y así, a tan larga distancia y por escrito, llegamos
a intimar, cosa que no es fácil. Llegábanme sus car-
tas encendidas en calor de juventud y de honradez;
de sus hojas me subía al pecho un aliento de sereni-
dad y de nobleza. Le hice el principal consultor y
consejero para mí de cuanto a Chile se refería; su
opinión era la que sobre todas las demás buscaba. Y
él comprendió cuán profundamente había llegado a
interesarme su patria ; vió el interés por ella que se
encerraba en ciertos de mis ataques, acaso algo des-
abridos y displicentes, contra intemperancias y vani-
dades de algunos de sus hijos irreflexivos, que acaso
sin quererlo la ponían en ridículo.
En el copioso epistolario americano que guardo,
conservo con muy especial cuidado las cartas que
desde Chile me escribió Luis Ross, y espero publi-
carlas, comentándolas, cuando al fin logre escribir
una obra sobre la América española.
Algo más había que me llevó a intimar con Ross, y
fué el haberle encontrado exento y libre de casi todos
los gratuitos prejuicios que acerca de España y de las
cosas y los hombres españoles abrigan aún tantos ame-
ricanos que no habiéndonos visitado nunca nos juzgan
al través de informaciones muy turbias y nada des-
interesadas, y si nos han visitado ha sido no pocas
veces de paso — de paso para París casi siempre —
y sin querer mirar o mirando lo que cualquier cro-
nista ultrapirenaico les indicara. No habían logrado
OBRAS COMPLETAS
225
contaminarle las ridiculas leyendas que sobre nosotros
corren, leyendas nacidas en su mayoría de la incom-
prensión, cuando no de la envidia — así como suena,
de la envidia — de ciertos extranjeros que ni han
logrado penetrar en nuestro espíritu ni llegan a con-
formarse con eso de que nuestra lengua, la lengua
castellana, sea la lengua de más naciones y de las
naciones de más porvenir acaso en el mundo.
Un día me anunció Luis Ross su venida a España.
Iba a venir recién casado, en jornada de estudio y
en jornada de aprendizaje de felicidad también. Iba
a venir a ensanchar y enriquecer su espíritu, bajo
la égida del casto amor de por vida ; venia a Europa
a fundar una carrera y una familia, a estudiar a la
luz de los ojos de una compañera de vida y de estu-
dio. Esperaba tener aquí, en España, patria de tan-
tos de sus antepasados, su primer hijo.
Empezó por sorprenderme, con sorpresa de satis-
facción y agradecimiento — agradecimiento, sí, como
español — el que se detuviese una temporada en Ga-
licia. No era de los que se lanzan disparados a Ma-
drid, suponiendo acaso que para conocer un país
basta visitar su capital — procedimiento en todas par-
tes inadecuado, y muy especial en España — o se van
a recorrer las obligadas estaciones de la Espagne
pittoresque, a presenciar una corrida, una juerga gi-
tana, una procesión o cualquier mojiganga, a falta,
claro está, de un auto de fe. No; Ross se detenía en
Galicia, pórtico de España viniendo del Atlántico, a
ver despacio ese hermosísimo rincón, y a conocer en
su propia tierra, en su ámbito propio y nativo, a esos
honradísimos, nobilísimos y laboriosísimos gallegos,
cuyo nombre ha llegado a tomar una estúpida signi-
ficación despectiva en boca de mentecatos y petulan-
tes. Estudiaba allí, de paso, nuestra emigración, ya
que es allí donde llega a su maj'or auge.
Desde Galicia se vino acá, a Salamanca, y aquí
UXAMU-NO. 1
-VII.
226
MIGUEL DE UNAMUNO
permaneció como cosa de mes y medio, mes y medio
de fiesta espiritual para mí. Desde el primer día en
que nos miramos a los ojos y nos apretamos las tibias
manos, pareció unirnos una amistad de la infancia.
No me había engañado el hombre de las cartas, como
tantas veces sucede. Aunque no, no sucede tal en-
gaño cuando es un hombre el que se siente palpitar
tras de la letra. Era, en efecto, como si nos hubiése-
mos conocido desde antes de entrar en razón, como si
nos hubiésemos criado juntos — y esto a pesar de la
diferencia de edad, pues yo le llevaba cerca de veinte
años — ; tan a compás latían nuestros pensamientos.
Me ganó desde el primer momento aquel joven
todo curiosidad simpática, para quien no había pro-
blema que no fuese interesante ni aspecto de la vida
individual o social que no le solicitase la atención,
aquel joven activo, inteligente, incansable en apren-
der. Su nunca saciado anhelo de enterarse machi-
hembraba estrechamente con mi insaciable anhelo de
enterar a los demás de todo aquello de que creo saber
un poquito siquiera. Su comprensividad insaciable
correspondía a mi insaciable proselitismo.
Empecé a informarle de España y empezó a infor-
marme él de Chile. A mi "lea esto, esto y esto y esto",
respondía él de recíproca manera. Figurábasele que
yo guardo ciertos recelos a su patria, que por con-
ductos interesados contra ella he recibido nociones a
su respecto que la perjudican. Le dolía, sobre todo, y
así me lo dijo muchas veces, cierta frase mía en que
hablando de Chile lo había hecho como de un país
de cartagineses organizados para el botín de guerra, y
al cual el salitre ha corrompido. "Tiene usted que rec-
tificar", me decía. Y empezó a mostrarme el Chile de
sus ensueños y sus esperanzas, un país ordenado, so-
brio, grave, preocupado de cultura y de justicia.
Sobrio, digo, y es que acaso nada preocupaba tanto a
Ross respecto a su patria como la extensión que en
OBRAS COMPLETAS
227
ella ha tomado el terrible azote del alcoholismo. Su
más noble campaña en ella fué una campaña antial-
cohólica.
Sus amigos, los amigos que apenas llegó acá supo
captarse, le hicimos dar una conferencia sobre su
patria en esta ciudad de Salamanca. Y allí se nos
reveló una vez más el hombre. Se le oyó con curio-
sidad benévola y con gran simpatia, y supo a muy
poco lo que dijo. No estaba adiestrado a dar confe-
rencias ; por temor a abusar de la paciencia del pú-
blico se precipitó. Era todo lo contrario de lo que
vulgarmente se llama entre nosotros un fresco. Aque-
lla nerviosidad, aquella falta de dominio de sí mismo
nos le hacía más simpático.
Nuestras conversaciones se referían de preferencia
al estado de España y al de Chile. Hablamos mucho
de la guerra del Pacífico, del detentamiento por parte
de Chile de Tacna y Arica y de su situación con el
Perú, y como de las cosas más interesantes de Ross
conservo las notas marginales, escritas con lápiz, que
puso al ejemplor del libro Le Perón contcmporain,
que su autor. García Calderón, me había dedicado,
libro interesantísimo y de muy sólida composición y
criterio. Pero Ross, que no escatimaba censuras a su
propia patria, no podía sufrir que otros la censurasen
lo más mínimo. Sus censuras brotaban de hondísimo
amor filial; las de otros se le antojaban hijas de
recelos, de reconcomios o de mala fe, cuando no de
ignorancia. Hablábamos también de la oligarquía con-
servadora chilena, de Balmaceda y su obra incumpli-
da, del lujo en su Chile, de mil cosas más. Y nunca
olvidaré sus relatos y sus juicios sobre el terremoto
de Valparaíso, y cuántas veces le oí decir que en
cierto respecto fué una provechosa lección para Chile
y una advertencia contra los desenfrenos del lujo de
los ensalitrados. Su sentido moral era lo que en todos
sus juicios más resplandecía.
228
MIGUEL DE UNAMUNO
Era tin patriota, todo un patriota, un patriota tan
encendirlo como sereno, tan entrañado como clarivi-
dente. Recordábame a annellos austeros y nobles ro-
manos que bajo los esplendores envenenados del Im-
perio recordaban las sobrias virtudes de la vieja
República, la de los campesinos belicosos. ; Cuántas
veces comentamos la obra y la vida de Portales !
A propósito de una novela chilena, Vida Nueva, de
Rodríg^uez Mendoza, habíanlos mucho del estado mo-
ral de la Sociedad de Santiago, y Ross tronaba, lleno
de espíritu apostólico, contra la juventud dorada, sin
fe en nada noble, a la caza de una heredera rica y de
placeres cómodos, con el ensueño de ir a pasar una
temporada en París, la ciudad de las ciudades, y sin
ideal alguno moral y de hondas raíces. No podía
transigir con esa ridicula seudoaristocracia que ex-
plota un apellido expectable, y menos aún con esos
mocitos que van a París no más que a aprender a
acicalarse y sonrosarse las uñas — el caso es autén-
tico y se refiere a un compatriota suyo — o a cual-
quier otra memez por el estilo. Me celebró mucho
aquella frase de "poeta de pelo corto y de ingenio
largo".
Su espíritu apostólico ante todo. No era tolerante
en el más amplio sentido de esta palabra ; no podía
tolerar que delante de él se pronunciasen juicios fal-
tos de sentido ético o dictados por ligereza y super-
ficialidad de espíritu. Ni se resignaba a dejar en error
a aquel de sus interlocutores a quien él creyese equi-
vocado. Y era así un gran discutidor.
Con este espíritu apostólico, con este nobilísimo
patriotismo — que era su religión — , figuraos cómo
estudiaría a esta nuestra España.
Su inteligencia era la forma de su austera y nobilí-
sima rectitud moral; era inteligente, inteligentísimo, y
lo era en puro honrado, en puro bueno y noble. Era
la limpieza de sus propósitos y de sus intenciones lo
OBRAS COMPLETAS
229
que le hacia ver claro y hondo. No podía aceptar
eso de que haya un ,q;enio canalla ; el amoralismo
— cuando no la inmoralidad de ciertos literatos — le
sacaban de quicio de paciencia. "Lo primero es ser
persona honrada y sana", repetía. Y en esto confor-
mábamos. Creía, como yo creo, que si se exami-
na despacio la obra de un hombre de vida innoble,
por brillante que la tal obra se nos aparezca a pri-
mera vista, fijándose y ahondando se acaba por des-
cubrir su insinceridad y su endeblez. SfMo perdura lo
que es moralmente noble, lo que dignifica al que lo
contempla o estudia.
Y con todo esto era un niño, como lo son todos
los hombres verdadera y hondamente buenos. Con
mis dos hijos mayores tenia largas conversaciones.
Y nunca olvidaré la situación, hasta cierto punto có-
mica, en que se vió una vez que tuvo que protestar
de abusos de la patrona en cuya casa estaban él y
su mujer de huéspedes. Cuando la mía les convenció
de que abusaban de ellos, de su bondad y su pacien-
cia, Ross se dispuso a protestar y poner remedio.
Pero no se atrevía a hacerlo y pasó un rato de apuro.
Tomó una copa de un licor para animarse, llamó a
la patrona, y sin sentarse, paseándose por el cuarto,
sin levantar los ojos del suelo, más avergonzado que
otra cosa, balbuceaba: "Señora..., señora...", sin
atreverse a exponer sus quejas.
Mientras estuvo aquí en Salamanca, lo escudriña-
ba todo. Me acompañó también a Peñaranda, una
villa cercana, adonde yo iba a tomar parte en el no-
bilísimo homenaje que ella rendía a un viejo y me-
ritísimo maestro de escuela con motivo de su jubi-
lación. Fué un viaje que me ha quedado inolvidable.
Y si en aquella ocasión estuve al hablar en el home-
naje más feliz y más intimo que otras veces, se de-
bió a lo noble y sencillo del acto, sin duda ; pero se
debió también en algo a la presencia de Ross. Pues
230
MIGUEL DE UNAMUNO
era un hombre ante cuya presencia había que ser
sincero e íntimo.
Enviaba desde aqui, desde España, correspondencias
al Diario Ilustrado, de Santiago de Chile, correspon-
dencias que son las que se publican en este volumen
por cuidado y piedad de sus amigos españoles y reso-
lución de un generoso editor, español también. El
lector podrá juzgar por ellas del espíritu de Luis
Ross.
El espíritu, henchido de simpatía hacia esta nues-
tra tan mal conocida cuanto calumniada patria espa-
ñola, llegó a llamar la atención de algunos de los
compatriotas de Ross, sin que faltara quien le escri-
biese sobre ello. Decíale que chocaba allí, en Chile,
su decidido y tan grande amor a España y que no se
lo explicaban sino suponiéndole bajo la sugestión de
algún hombre de inteligencia que no le dejaba ver
sino lo que a esta tierra enaltece y honra. El, Ross,
podía haberles contestado que vinieran y se enterasen
por sí mismos los que suponían tal cosa, los cuales
se hallan también, por lo que hace a su sentimiento a
este respecto, bajo la sugestión de otros, y de no in-
teligentes por cierto. Podía..., ¡no!, no podía haber-
les contestado nada ; la muerte le cerraba la mano
que tan noblemente esgrimió la pluma.
Muchas, muchas veces se me lamentó Ross de esta
fatal manía que los españoles tenemos de calumniar-
nos los unos a los otros y de calumniar a España.
De esto es de lo que me escribía mucho desde Madrid.
Pues desde aquí se fué a Madrid a seguir estu-
diando y estudiándonos. Esperaba un hijo, el primer
hijo, que había de nacerle en España, y el hijo le
llegó muerto. El destino trágico, la fatídica moira
de los griegos, el hado empezaba a cernerse sobre
su noble cabeza, sobre su nobilísimo corazón. Era
acaso demasiado puro para la tierra.
En Madrid le pasó lo que aquí, lo que en todas
OBRAS COMPLETAS
231
partes adonde iba; recorrió su camino ganándose co-
razones. Y apostolizando.
Llevó un buen fajo de cartas mías de presentación
para amigos míos, pero hizo uso de muy pocas de
ellas. Trabó íntima amistad, una amistad agorera,
con otro noble espíritu, con otro hombre de corazón
y de inteligencia, con Julio Nombela Campos, cate-
drático que fué de esta Universidad de Salamanca,
donde le conoció Ross, y como Ross arrebatado por
muerte temprana y en días muy próximos. Ross y
Nombela habían nacido para entenderse y para que-
rerse. Y por Nombela conoció a Ricardo Rojas,
el argentino, otro como ellos, quien ya había habla-
do conmigo de Ross y de uno de sus escritos que
aquél estimaba poco justo con la Argentina. Y creo
que fué Rojas quien le presentó a Rubén Darío, cuya
manera de poetizar repugnaba mucho a Ross. Pero
sólo saludarse y conocerse se apreciaron y se enten-
dieron, como no podía menos de ser. La íntima bon-
dad de Darío, su espíritu expansivo, comprensivo y
tolerante, su limpieza de toda petulancia, no consen-
tían otra cosa.
Los juicios de Ross sobre cosas y hombres de Ma-
drid son de lo más sensato que conozco. Buscó bajo
el Madrid que bulle y chispea, el Madrid que estudia
y trabaja. Algunos de sus juicios sobre personas son
de una precisión y un acierto admirables. Recuerdo
entre ellos lo que me escribió después de una visita
que hizo a Pablo Iglesias, uno de nuestros caracteres
más admirables por su entereza y ecuanimidad.
Y en Madrid, como aquí, como en todas partes, se-
guía apostolizando. Discutía con aquellos de sus com-
patriotas, los chilenos a quienes encontraba de paso,
con objeto de inducirlos a que se detuvieran en Es-
paña y aprendiesen a conocerla, predicaba españo-
lismo a los chilenos, y predicaba a los españoles chi-
lenismo.
232
MIGUEL DE UNAMUNO
A las veces no podía contenerse. Al ver, por ejem-
plo, un grupo de badulaques que contemplaban con la
boca abierta a un torero célebre que estaba tomando
café, estrumpía en un "¡ Pero qué miran así, imbé-
ciles !". Y se murió sin haber querido ver una co-
rrida de toros.
Se murió ; he aquí la sentencia fatal : se murió. Un
día, aquel joven robusto de alma y de cuerpo, de una
y de otro sano — por lo menos al parecer, en cuanto
hace al cuerpo — , aquel joven cuya inteligencia era
salud, se sintió mal, fué a un sanatorio, le operaron
una apendicitis, y a los dos días se dormía para
siempre en la frialdad y el silencio de la muerte.
Se consumó la tragedia. Murió lejos de su patria,
la patria de sus amores más íntimos, y dejando aquí,
sola y sucumbida, a su pobre compañera, a la que
vino a confortarle en sus estudios y a enseñarle la
felicidad de ser un honrado varón de hogar. Cuando
recibí el telegrama que me anunciaba su muerte, no
quería creerlo. Me parecía imposible que hubiese
muerto en la flor de su edad, a los veinticinco años,
un hombre sano, noble, inteligentísimo, cuando tantos
mentecatos y tantos degenerados arrastran una larga
e inútil vida. Hasta esta desgracia ha de tener nues-
tra pobre España pensaba yo con el luctuoso telegra-
ma en la mano — , hasta esta desgracia de que cuan-
do viene a ella un alma noble, comprensiva, limpia de
recelos, ansiosa de verdad y de amor, nos la lleva
Dios al punto.
La muerte de Ross ha sido una desgracia para
Chile y una desgracia para España; de esto estoy
completamente cierto. Para él mismo tal vez no lo ha
sido. El golpe, el terrible golpe, descargó sobre todos
los que le quisimos, sobre todos los que le conocía-
mos, sobre sus amigos, sobre su familia, sobre su
desolada compañera — digna de él por inteligencia
y bondad — , sobre todo, pero acaso para él, para el
OBRAS COMPLETAS
233
noble espíritu que se nos fué, haya sido un bien. Ya
los antiguos decían que aquel a quien los dioses
aman, se muere joven: pero aparte esto, ¿qué desen-
gaños, qué desilusiones, qué tristezas acaso le aguar-
daban a su religioso patriotismo?
Habrá acaso alguien que diga al leer esto que bus-
co consuelos sofísticos, que me constituyo en el abo-
gado de la Providencia. No lo sé, pero no me resigno
a ver algo ciego, brutal, implacablemente trágico en
esta muerte del pobre I.uis Ross, y me obstino en
buscarle una significación oculta, en rigor de la pa-
labra, mística. La muerte de un hombre tan inteli-
gente y tan honrado tiene que obedecer a un decreto
inteligente y honrado también. O es un castigo a los
que le quisimos bien. ¿Y castigo, por qué? O es una
liberación para él; ¿y liberación, de qué?
No hay mejor maestra de la vida que la muerte:
sólo a la luz de ésta se ve claro el camino de aquélla.
No cabe tener esperanzas sino teniendo recuerdos,
pues con sillares de éstos se construyen aquéllas, ni
cabe tener porvenir sino teniendo pasado. ¿Y qué
recuerdos son más íntimos y arraigados que los re-
cuerdos de aquellos que murieron, que los recuerdos
santificados por la muerte ? Recordando a Ross y su
obra les acompañamos. Parece como si al morir nos
moviera a proseguirla diciéndonos con un gesto de
silenciosa nobleza: "¡Ahí os dejo eso; ¡continuadlo!"
Ha muerto con él una esperanza : pero no, no ha
muerto, porque en nosotros se queda en recuerdo, y
nosotros, en santa memoria de él, haremos algo de lo
que él, de haber seguido viviendo con nosotros, ha-
bría hecho. Sobre el cadáver de un combatiente el
deber de los demás compañeros de combate es cerrar
filas, cubrir el hueco que dejó la muerte y seguir de-
fendiendo, palmo a palmo, la tierra una vez más san-
tificada por el corazón que a reposar en ella, de donde
brotó, vuelve.
234
MIGUEL DE UNAMUNO
Por de pronto, nosotros, los amigos españoles de
Luis Ross Mugica, hemos recogido con piedad fra-
ternal los escritos que en este volumen aspiramos a
que se difundan y perpetúen. Algo de su espíritu ha
de quedar entre nosotros.
Yo, por mi parte, debí mucho a Ross en vida y
sigo debiéndole no poco en su muerte. Las muertes
de todos aquellos a quienes he querido — y es ya mi
corazón un cenotafio bastante rico en muertos — , se
me han convertido siempre en fuente de íntimas me-
ditaciones ; de ellas he sacado mis más puros pensa-
mientos y tal vez los más hondos y los más altos. La
muerte de Luis Ross me ha revelado nuevas recon-
diteces de la Providencia, y me ha hecho meditar en
la más noble y más pura forma de la inteligencia, en
aquella en que ésta es ante todo el resplandor de la
virtud. Irritado ante las despectivas ironías de los
estetas, he protestado alguna vez de que se llamara
honrada a la poesía vascongada. Pues sí, honrada ;
sí, honrada ; la honradez es profundidad. La rectitud
moral es la suprema inteligencia y la suprema belleza.
Y no en vano se me ha venido aquí a los puntos
de la pluma esto de la honradez de la poesía de mi
pueblo vasco, porque este nobilísimo Luis Ross lle-
vaba también sangre vasca, mezclada a la sangre es-
cocesa,, en sus calientes venas. Su segundo apellido,
el de su madre, Mugica, era un apellido vasco, el
que tienen aquellos de mis paisanos que han logrado
desprenderse de ciertas disculpables, pero nocivas
estrecheces de visión. La supremacía en él del crite-
rio ético, su resistencia a admitir al esteticismo amo-
ral, todo le denunciaba vasco de origen. Y tal vez
también a esto se debiera el que yo le enseñase y
él aprendiera a ser justo con España, y él me ense-
ñase a ser justo con Chile; el que yo le corroborara
en su interés y cariño a mi patria y él a mí en mi
interés y cariño por la suya. Después de todo, el
OBRAS COMPLETAS
235
elemento español que acaso más influencia tuvo en
la formación del pueblo chileno fué el elemento vas-
co, y alguna vez he tenido ocasión de hacer indica-
ciones sobre el parentesco espiritual entre mi pais
natal, el país vasco, y Chile.
Muchos americanos he conocido aquí, en España,
algunos más brillantes que Ross, pero ninguno más
sólido, más entero, más sencillo.
Y he de añadir aquí algo que tal vez resulte mo-
lesto o enojoso para algunos de mis lectores ame-
ricanos, pero debo decirlo. j\Iás de uno de aquellos
de mis amigos, a quienes recomendé a Ross me ha
dicho de él: "Pero si no parecía americano..." Y es
que aquí estábamos acostumbrados a recibir la visita
de jóvenes literatos, más o menos melenudos y mo-
dernistas, más o menos bohemios, muy estetas, muy
elegantes, muy pagados de sí mismos, de sonoros y
huecos sinsontes —y esta era la palabra con que se
les designaba — , que venían a la conquista de la glo-
ria, de paso para París, o a la visita de políticos am-
biguos. El otro tipo del americano, el grave, el no-
ble, el sólido, apenas lo conocíamos. De ello puede
informar Ricardo Rojas, que conoció y trató a Ross,
y de quien también decíamos: "¡Si no parece ame-
ricano!..." Y uno y otro, Ross y Rojas, protestaban,
viva y ardientemente, del supuesto y ambiguo elo-
gio. Protestaban de él como yo he protestado siempre
que de mí se ha dicho — ahora ya no tanto — que no
parezco español o que no parezco vasco.
Ernesto A. Guzmán, esta sólida esperanza de Chi-
le, este joven que tiene el deber de esforzarse por
cubrir el hueco que Ross ha dejado en su patria, me
escribía a este respecto y sobre esta frase :
"¡Pero si no parece americano ! dice usted que
de Ross le decían los amigos a quienes usted se lo
recomendó. "Pero si no parece americano...", y no,
no parecía americano, ni chileno, ni español, ni nada
2M
MIGUEL DE UNAMUNO
de esto; parecía hombre, homo. Porque esa fué su
labor, la labor fecunda y santa de sacar a flor del
alma, rompiendo las estrecheces de círculo, de nación,
de raza, al hombre universal y eterno, en universal
y eterna evolución también, que hay en el légamo
de cada etiqueta nacional. "No parece americano",
no; no quiso parecer ni americano, ni europeo, ni
asiático, ni africano; no quiso parecer, quiso ser lo
que iba siendo y habría sido lo que él quería ser,
porque él era de los que sabían y podían decir: "¡Yo
sé lo que quiero ser!". ¿Cómo iba a parecer ame-
ricano o chileno si el medio lo había perdido para
siempre ? ¿ Cómo ? Esta falsa alma nacional, esta fal-
sa alma americana, que se nutre de todos los prejui-
cios en el alargamiento de su raigambre hacia el
pasado, esta alma inmóvil, encostrada con gruesa
capa de convencionalidades al uso, no pudo ser el
alma de Ross. El ridículo "¿Qué dirán?" jamás le
detuvo; el jactancioso "Haz lo que vieres" nunca lo
engrilló, porque dentro de su alma se movía el alma
del hombre, el alma que no tiene más hogar que la
Especie ni más patria que la Tierra."
Dispense mi querido amigo Guzmán, primero que
saque a luz pública esta caliente plana de una de sus
cartas, esas palabras en que palpita un amor tan en-
trañable a nuestro Ross, y dispénseme después las
rectifique. El, Guzmán, que conoce mi Vida de Don
Quijote y Sancho, libro que es hasta hoy mi evan-
gelio, y del cual creo hallar huellas en esas palabras
de su carta, él sabe muy bien, como allí ya dejé es-
tablecido, cómo mi profunda fe • — lo es de muchos
otros — , lo que de cuanto más de su país y de su
tiempo es uno, es más de los países y de los tiempos
todos, y que no hay nada más opuesto a lo universal
y eterno que lo cosmopolita e inactual. Y sé que de
vivir Ross no se habría conformado con el juicio de
OBRAS COMPLETAS
237
su fraternal amigo. Por lo menos aquí, en España,
fuera de su Chile, era un ardentísimo chileno.
"¡No, por Dios!, no parecía americano — sigue
escribiendo Guzmán — ; tampoco parecía chileno ni
español." No sé si lo parecía, sé que lo era, que
era una y otra cosa y que lo era profundamente. Y
no me cabe duda de que son profundamente chilenos
los que Guzmán me cita como que no lo parecen :
Brandan — cuñado de Ross — , Enrique Alolina, Pedro
Prado, Baldomcro Lillo, Carlos ]\Iondaca, Luis Gal-
dames, Rafael Maluenda, Pedro Godoy, Federico
Zúñiga, Ernesto Montenegro... y el mismo Ernesto
A. Guzmán, que tales cosas me escribe.
Es que en Ross el patriotismo fué virtud, fué idea-
lidad fué desinterés, fué, sobre todo, humanidad. Por
humanidad amó a Chile, su patria : por humanidad
a España, la patria de sus antepasados. Y la huma-
nidad pide amar al hombre concreto, al prójimo de
una tierra, y amarle con sus deficiencias y por ellas
tal vez, y no a una vaga y abstracta Especie enma-
yusculizada. Y como amó a su patria, la conoció, y
como amó a España, conoció a España.
Y antes de concluir estas líneas debo hacer una de-
claración. En las páginas de este libro leerá el
que las leyere juicios de Ross acerca de mí y de
mi labor. Si el lector es, como supongo, ingenuo y
noble, no se le ocurrirá suponer que yo estoy aquí
pagando benevolencias de amistad. Se trata de es-
critos de un muerto. Y si el lector no fuese ingenuo
o no anduviese sobrado de nobleza de pensar, enton-
ces aquí es el caso de repetir lo de Iionni soit qtii
mal y pense.
PROLOGO A LA TRADUCCION ITALIANA
DE LA VIDA DE DON QUIJOTE Y SANCHO,
POR GILBERTO BECCARI.)
Merced a los desvelos y recia voluntad de Gilberto
Beccari, apasionado a las letras españolas, aparece
traducida al italiano mi Vida de Don Quijote y San-
cho, que tan buena acogida ha tenido entre aquellos
italianos que se interesan por nuestras cosas y nues-
tro espíritu. Aquellos, sobre todo, que en ItaJia han
enarbolado bandera de idealismo latino, más o menos
pragmaticista, saludaron mis comentarios al Quijote
como la obra de un hermano y compañero de armas
en idealidad. Con ello patentizaron cuán profunda-
mente latino, y no ya sólo español, es el quijotismo.
Don Quijote, sea cual fuese su raza — pues en esto
de la raza, entendida al modo fisiológico, apenas hay
quien sepa cosa cierta — , hablaba y, por tanto, pen-
saba en romance castellano, en una lengua heredera
directa del latin y hermana estrechísima del italiano.
Y sabido es que la lengua es la sangre del espíritu,
y que cada idioma lleva en sí una manera de con-
cebir y aun de sentir el universo y la vida. En Roma
inmortal y eternamente joven hay que buscar, pues,
una de las más profundas raíces del heroísmo qui-
jotesco.
Y que Don Quijote sabía el italiano nos lo dice él
mismo. Pues en la visita que hizo a una imprenta de
OBRAS COMPLETAS
239
libros en la ciudad de Barcelona lo declaró diciendo:
"Yo sé algún tanto el toscano, y me precio de can-
tar algunas estancias del Ariosto" (cap. LXII de la
Segunda Parte). Y fué en esta misma visita cuando
habló de las traducciones, ponderando la que el doctor
Cristóbal de Figueroa hizo del Pastor Fido, y don
Juan de Jáuregui de la Aminta, "donde felizmente
ponen en duda cuál es la traducción o cuál el origi-
nal". Sentencia que deseo pronunciara el Caballero si
llegase a leer esta traducción de mis comentarios a
su vida y hazañas.
Quisiera disponer de tiempo y de ocio para exor-
nar con citas y referencias italianas la doctrina de
este libro, así como con citas y referencias española.s
y portuguesas la he exornado, porque ¿ quién duda
de que el ingenio de Italia nos ha dado inmortales
sentencias sobre el amor a la gloria y, por tanto, so-
bre el desprecio a ella?
Del Dante, el autor de la más robusta invectiva
que contra el amor a la gloria mundana se haya es-
crito, que son aquellos once tercetos que en el Can-
to XI de su Purgatorio pone en boca de Oderisi
d'Agobbio, ¿no nos dice acaso Boccaccio, su bió-
grafo, que vaghíssimo fue d'onore e di pompa per
avventura pin che non si apparticnc a savio nomo?
¿Y cuál era la preocupación de sus condenados si
no la de lo que de ellos habría de decirse acá en la
tierra ?
Tarea grata me sería la de ir siguiendo en la fe-
cunda y gloriosísima historia de esa Italia, la delle
moltc vite
madre di bialc c viti e tcggi ctcrne
ed incliti arti a raddolcir la vita
la obra de sus Quijotes. Pero éste debe de quedar
240
MIGUEL DE UNAMUNO
para alsfíin quijotista italiano, que los hay, y muy
entrañados.
Carducci, que nos nuería muv bien a los esmñoles,
y que als^una vez hahló ÍDel Rinnovamento letterario
in Italia) de los conforcimcnti dcU'affannosa gran-
diositá spagnola, frase felicísima y muy exacta, dice
en sus Mosche cocchicre que la Spagna, che non ebbe
egevwnia mai di pensicro, ha il suo Cervantes, que-
riendo decir, sin duda, que tiene su Don Quijote, en
quien dió singular fruto nuestra afanosa pfrandiosi-
dad. No discutiré si hemos tenido o no hegemonía
de pensamiento, si no fué España, por su Iñigo de
Loyola, nada grato a los Carducéis, la que dictó a
Europa en el siglo xvi la Contra-Reforma en Tren-
to; pero tener a Don Quijote, ¿no es tener un mun-
do? Y si hemos de adquirir alguna hegemonía de
pensamiento los españoles ha de ser dejándonos lle-
var de la mano de Don Quijote, peleando bajo su
bandera. A él, a Don Quijote, es a quien debo la
amigable acogida que mis trabajos han tenido en
Italia.
Y ahora, al publicarse una traducción de mi obra
quijotesca, sólo me queda dar las gracias a mis ami-
gos todos de Italia, a G. Papini, a G. Amendola, a
Federico Giolli, a Ugo de la Seta, a Enrico Ca-
vacchioli, a cuantos desde una u otra revista — Leo-
nardo, Prose, Nuova Antología, Nuova Parola, etc. —
han llamado la atención del público italiano sobre mi
labor y a cuantos por carta o de otro modo me han
animado en ella desde esa tierra bendita cuya visión
llevo pegada al fondo del alma desde que la visité
en mis años de frescura juvenil.
Y quiera Dios que estos mis Comentarios vestidos
a la italiana sean para los italianos que los lean de
OBRAS COMPLETAS
241
tanto provecho como para mí me han sido las obras
inmortales de la literatura italiana, con las que he
apacentado mi espíritu. Al dulce idioma de Toscana
debo no poco consuelo en el camino de mi vida.
Salamanca, agosto de 1910.
(La versión italiana de este prólogo figura al frente de Com-
mentó al Don Chisciotte. Traducción de G. Beccari, Lanciano,
R. Carabba, 1913, Prima e seconda parte, 139 y 158 págs. La
copia del original me ha sido facilitada por el propio Beccari,)
ñola de esta obra.
PROLOGO A LA VERSION CASTELLANA
(Primera edición) DE LA ESTETICA, DE B. CRO-
CE, Madrid, F. Beltrán (1), 1912.
Confieso contarme en el número de aquellos a
quienes les atraen muy poco o nada los tratados de
Estética, y más si son de filósofos. Prefiero con mu-
cho las observaciones que sobre el arte hacen los
grandes artistas, aunque se equivoquen en ellas, y re-
cuerdo siempre, a propósito de la estética más o me-
nos preceptiva, el cuento aquel, un poco más de lo
debido brutal, de Diderot, en que nos cuenta del
marsellés y el eunuco comprador de esclavas para el
harén de su amo. Me es también sospechosa y muy
poco grata casi toda la crítica cuando no llegue a
ser aquella que reclamaba Flaubert en carta a Jor-
ge Sand, que Croce cita al final del capitulo XV de
su Historia, dedicado a De Sanctis, en quien nos pre-
senta un crítico así, artista y modelo. Mas sé, por
otra parte, que no todos los estéticos se proponen
preceptuar reglas a que los artistas hayan de suje-
tarse, y que no entra Croce entre ésos.
Muy exacto, por otra parte, como dice Croce, que
toda obra de ciencia es a la vez obra de arte, propo-
sición que mucho más que a otras obras de ciencia o
de filosofía, se aplica a ésta su Estética, obra de arte
sin duda y excelentísima como tal.
Ríñese hoy en Italia batalla de ideas, sobre todo
1 Reproducido también en la segunda edición española, corre-
gida y aumentada conforme a la quinta edición italiana, por
Angel Vegue y Goldoni, Madrid, F. Beltrán, 1926, 534 págs.
OBRAS COMPLETAS
243
entre críticos y artistas, en torno al nombre de
B. Croce como en torno a una enseña. Y con frecuen-
cia suena del lado de los artistas el nombre veneran-
do y glorioso de Josué Carducci. Y este Carducci,
que, como dice Croce en una carta suya a Alberto
Lumbroso, director de la Rivista di Roma, y publi-
cada en el número del pasado Abril de dicha revista,
había profesado durante largos años aborrecimiento
a la Estética, "aborrecimiento que hay que atribuir en
parte a su ánimo de poeta, retuso a toda disciplina
filosófica, y en parte al ambiente en que se educó y vi-
vió", y que, "en el fondo, había odiado tanto más fe-
rozmente a la Estética cuanto menos la había conocido,
haciéndose de ella una imagen fantástica, que se com-
padece mal con las cosas sencillas" que Croce expone
en este libro; este mismo fiero Carducci, en una tar-
jeta que puso en julio de 1902 al autor de este libro,
cuando le hubo publicado, decíale : "El libro de Es-
tética me es una revelación y una guía... Tiene us-
ted mucho y vivaz ingenio y una profunda y viva
erudición". Y este juicio del gran poeta tendrán que
hacer otros poetas, retusos como él a la Estética,
cuando lean ésta.
Porque la Estética de Croce, no a pesar de ser
una obra de robusta y segura filosofía, sino precisa-
mente por serlo, es una obra fuertemente liberadora
y sugestiva para un artista, una obra revolucionaria,
y son los artistas y poetas los que ante todo deben
leerla y meditarla.
La enemiga entre artistas y críticos creo que sea
tan antigua como el arte y la crítica mismos, y el
arte y la crítica son hermanos gemelos, si es que
no son una misma y sola cosa vista desde dos pun-
tos. Ciertísimo que todo verdadero crítico, si ha de
merecer tal nombre a título pleno, es artista, y que re-
producir una obra de arte exige a las veces tanto
o más genio que producirla, y no menos cierto que
244
MIGUEL DE UNAMUNÜ
muchos harían mejor que intentar darnos nuevas
odas, pongo por caso, revivir ante nosotros las an-
tiguas, las de siempre más bien, enseñándonos a gozar
más y mejor de ellas. Pues criticar es renovar. Una
obra de arte sigue viviendo después de producida y
acrece su valor según con los años van gozándola nue-
vas generaciones de contempladores, ya que cada uno
de éstos va poniendo algo de su espíritu en ella. Lo
más de la hermosura que sentimos al leer el Evange-
lio débese a la ingente labor de sus comentaristas, a las
veces que hemos visto aplicada cada una de sus sen-
tencias. ¿Y quién duda que el Quijote, A'erbigracia, es
hoy, merced a sus críticos y comentadores, más bello,
más expresivo que recién producido y virgen aún de
lectores lo fuera? "Sin la tradición y la crítica histó-
rica — escribe Croce — , el goce de todas o casi todas
las obras de arte producidas una vez por la humani-
dad, se habría perdido irremisiblemente; seríamos
poco más que animales sumergidos no más que en el
presente o en un próximo pasado".
Ni hay línea divisoria entre crítica y producción
artística directa. ¿ Hay mucho más poético que los
ensayos críticos de un Coleridge o de un Sainte-
Beuve? Con razón dice Croce que el "simple erudito
no logra jamás ponerse en comunicación directa con
los grandes espíritus, revolviéndose de continuo por
los patios, escaleras y antecámaras de sus palacios ;
pero el ignorante bien dotado, o pasa indiferente
junto a obras maestras para él inaccesibles, o en vez
de comprender las obras de arte cuales son ellas en
efecto, inventa otra con la imaginación". Y añade que
"la laboriosidad del primero puede al menos alum-
brar a los otros, mientras la genialidad del segundo
queda estéril del todo". Y aquí siento tener que dis-
crepar de crítico y de artista tan perspicuo. ¿ Esté-
ril ? ¿ Estéril quien inventa con la imaginación otra
obra de arte? Si realmente ne inventa cgli altre con
OBRAS COMPLETAS
245
l'imaginazione, su labor no es estéril, siempre que
esta invención sea bella. ¡ Cuántas obras de arte no
han salido de otras ! En rigor, casi todas. Los pa-
limpsestos de que al final del capítulo XVI de su
Teoría nos habla Croce, esas "nuevas expresiones so-
bre las antiguas fantasías artísticas, en vez de re-
producciones históricas" son en arte perfectamente
legítimas. El terror del año mil, el milenario, podrá
no ser una verdad histórica, pero no por eso será
menos bella la poesía catalana de Guimerá al año
mil. Aún hay más, y es que hasta evidentes erratas
o malas traducciones han servido de pie para nuevas
creaciones, no ya artísticas sólo, sino filosóficas. En
la relación de Averroes a Aristóteles se ve esto. Una
errata, una equivocación, es a las veces tan genera-
triz como la rima.
Ocurre también, con sobrada frecuencia, que se
meten a críticos artistas fracasados, y a los motivos
de error que llevan a un crítico a proclamar bello
lo feo o feo lo bello, y que Croce indica en el capí-
tulo XVI de la Teoría, se añade que creen mejorar
las obras criticándolas o extractándolas. Recuérdame
a aquel médico que, no pudiendo llevar a un paciente
a la orilla del mar a que respirase libre brisa marina,
le enviaba cada día una gran caja cerrada y lacrada
y sellada a la orilla del mar para que del aire que
contenía respirase.
No es raro encontrarse con quienes, profesando la
crítica, parece se imaginan que la obra de arte es
para la crítica, que el artista nació para el crítico.
Esto dicen los artistas. Pero tampoco es raro en-
contrarse con artistas que se imaginan que nacieron
para sí mismos, que son ellos el fin del universo,
creado todo, y que los críticos han nacido para ellos.
Sentimientos no ya teológicos, sino egoístas, tan ex-
traños al arte como a la crítica. Estos artistas son los
que han fraguado la teoría mística del genio, que tan
246
MIGUEL DE UNAMUNO
agudamente descarta Croce. Y si hay algo que pue-
da llamarse genio, cabe un genio crítico, una genia-
lidad crítica también. Y si de paras, de finalidad nos
es lícito hablar aquí, ni el crítico es para el artista
ni éste para aquél, sino ambos para la humanidad y
la vida.
Los artistas también han forjado la doctrina del
genio inculto y aquello de que el estudio mata la ins-
piración, que la ciencia deseca al arte ; doctrina muy
en boga en esta que Croce llama la siempre desven-
turada España.
Y sin embargo, en obras de verdadera crítica, de
crítica artística, reproductiva, que no sea ni la Meta-
física aplicada al arte de los alemanes, ni la historia
que a él aplican los franceses, según la justa obser-
vación de Francisco De Sanctis expuesta en este li-
bro ; en obras así es donde los artistas pueden disci-
plinar su ingenio, fecundándolo. Y no ya en obras
de crítica, sino en obras de estética artística, cual
es esta que hoy nos da Sánchez Rojas traducida al
castellano. Hora era (1).
Es, en efecto, la fusión del arte y de la ciencia lo
que da valor y eficacia a la Estética de B. Croce, que
es una estética filosófica hecha por un verdadero ar-
tista, una obra de filosofía artística tal como lo fueron
los diálogos de Platón. Mejor dicho, es una Estética
estética, donde sobran tantas estéticas místicas, meta-
físicas, lógicas, éticas y hasta económicas y políticas.
Por primera vez he visto aquí la doctrina del arte
liberada de la doctrina de la lógica, de la ética y de
la psicología, aunque con ellas conexionada. Es ésta
una estética independiente y sustantiva en lo que
cabe, y no una mezcolanza de distintas disciplinas,
que de cerca o de lejos se rozan con el conocimiento
1 José Sánchez Rojas fué el autor de la primera versión espa-
ñola de esta bora.
OBRAS COMPLETAS
247
de lo bello. Y en tal sentido, digo que es una obra
altamente liberadora y revolucionaria. Leyéndola, ad-
quirirán los artistas mayor y mejor conciencia de su
independencia artística.
Destruye, por una parte, la superstición de los gé-
neros y de las reglas, pero es para llevarnos a con-
ciencia de la ley de la expresión, de la ley de la vida
artística, y así nos liberta, ya que la libertad no es
sino la conciencia de la ley frente a la sumisión a la
regla impuesta. Y, por otra parte, es la obra de Cro-
ce una brillante y sólida defensa de los fueros de la
fantasía, desconocidos o negados por tantos filósofos
de lo bello. Es muy exacto lo que Croce dice de que
Kant conoció la imaginación reproductiva y otra
combinatoria, pero no la imaginación propiamente
productiva, o sea la fantasía, y en este defecto de
Kant — defecto no sólo de inteligencia — habrá que
buscar algunas esterilidades de sus secuaces. Fueron
y son los definidores los que infestan de pedanterías
la estética y la preceptiva artística; son los que no
logran acabar de comprender, o más bien de intuir,
que sólo se definen los conceptos, y que la expresión
artística, lo absolutamente individual y concreto, lo
vivo, es indefinible. El arte reproduce o más bien
intuye individuos, y es muy exacta la observación
que hace Croce de que Don Quijote no es sino el
tipo de los Quijotes. El tipo medio científico es defi-
nible, pero no objeto de arte, a pesar de los esfuer-
zos de artistas que, como Zola, se empeñan en hacer
arte científico. La ciencia define, pero el arte narra
o nombra.
Obra de ciencia es la presente Estática, y por eso
define, pero define conceptos aplicables al arte, no
define obras de arte ni expresiones artísticas concre-
tas. Pero a la vez que obra de ciencia es, lo repito,
obra de arte. Y lo es por su ejecución, por la sobrie-
dad robustamente expresiva de su prosa limpia y
248
MIGUEL DE UNAMUNO
animada de un íntimo calor de convicción que se
pega al que la lee. Pues si acaso peca de algo, es
de dogmatismo, el cual no es un pecado artístico.
Apenas se encuentra en ella proposición dubitativa
o concesiva, y sólo una vez he encontrado una frase
como se non c'inganniamo, si no nos engañamos. El
autor casi nunca vacila en sus afirmaciones, con lo
que logra infundirnos su confianza en ellas. Y nos
convence tanto o más que con sus razones y la lim-
pidez con que nos la presenta, con su imperturbable
seguridad al presentárnoslas.
Débese ello a la simplicidad y coherencia casi ma-
temática de su sistema; pero estas mismas simpli-
cidad y coherencia chocan con muchedumbre de ideas
nuestras que queremos meter en él, ideas tal vez con-
tradictorias entre sí, pero que se han hecho carne
de nuestro pensamiento, que es y tiene que ser un
tejido de contradicciones, al menos aparentes, y a las
que nos cuesta renunciar. Rompernos un hábito de
pensar, una vieja asociación de ideas, es como des-
garrarnos la carne del espíritu. Y si acaso es venta-
joso el destruir contradicciones, reduciendo a unidad
real su aparente oposición, trae por otra parte el
daño de despotencializar nuestras ideas.
La doctrina general filosófica de B. Croce, su filo-
sofía y su doctrina especial estética, choca con tantas
tradicionales enseñanzas, con tantas ideas que son
ya hábitos de nuestro pensamiento, que nos desgarra
éste. Y así es que no nos entregamos a ella desde
luego, una vez repuestos de la sorpresa de posesión
debida a la seguridad de sus afirmaciones. Una vez
repuestos del efecto de su audacia afirmativa, objeta-
mos. Yo mismo he objetado mucho, aunque al cabo,
en no poco de ello, haya venido a concluir con el
autor.
Y empezando por el principio mismo de su pri-
mera afirmación, su definición misma del hecho esté-
OBRAS COMPLETAS
249
tico, del arte y de la belleza, definición preñada de
consecuencias, habrá de ser por no pocos lectores
resistida. Intuición es expresión ; se intuye lo que se
expresa, y el arte se compone de intuiciones. Al leer-
lo, recordé un inolvidable espectáculo de que fui tes-
tigo hace unos años, y fué tres niños que, puestos
frente a un caballo, no hacían sino repetir cantando:
¡el caballo!, ¡el caballo!, ¡el caballo! Pero entién-
dase que para Croce, la expresión es, ante todo, ex-
presión interior antes de ser comunicada. A lo que
conviene acaso añadir que nunca habría habido ex-
presión interior a no haber la exterior, la que se
comunica; que el lenguaje es, como el hombre mismo
en cuanto hombre, de origen social. El pensamiento
mismo es un modo de relacionarnos los unos con los
otros.
Establece Croce desde un principio su clasifica-
ción de la filosofía del espíritu, en parte teórica y
parte práctica, dividiéndose la teoría en estética, que
estudia la intuición de lo concreto, la expresión, el
arte ; y en lógica, que trata de la definición de lo
universal, del concepto, de la ciencia, la una del fe-
nómeno y la otra del númeno, y dividiéndose la parte
práctica en economía, según se quiere lo útil, refe-
rente al fenómeno, y en moral cuando se quiere lo
bueno, referente al númeno. Esta división, acaso so-
brado esquemática, recordará a no pocos lectores es-
pañoles aquella otra, aquí en un tiempo en boga, del
krausismo, que asignaba a la Historia el conocimiento
por los sentidos del fenómeno; a la Filosofía, el del
númeno por medio de la razón, y combinaba ambos
en aquella fantástica filosofía de la historia, que era
el conocimiento por medio de la inteligencia, o sea la
razón apjicada a los sentidos, de las leyes, que son los
númenos, obrando sobre los fenómenos. Sólo que
entre una y otra clasificación media un abismo. Para
Croce no tiene valor científico aquella fantástica y
250
MIGUEL DE UNAMUNO
arbitraria filosofía de la historia, de la que con tanta
gracia dijo don Juan Valera que era el arte de pro-
fetizar lo pasado. Y la historia, la simple historia,
que es arte y no ciencia, halla una exacta determi-
nación en el sistema crociano. En el cual parece ser
la moral la que lo domina todo.
i Y la religión ? Confieso que donde más me rebelo
de las doctrinas de Croce es en este punto. La re-
ligión no tiene en sus sistema una posición adecuada.
Para Croce, la religión "no es conocimiento, y no se
distingue de las otras formas y subformas de éste",
afirmando a seguida que "la Filosofía quita toda ra-
zón de ser a la religión, porque se le sustituye". Nc
lo espero. Y nótese que digo que no lo espero, y no
que no lo creo. Porque, en mi sentir, la fe, lo propio
de la religión, así como la intuición o expresión es
lo propio del arte y el concepto lo propio de la cien-
cia, la fe es, más que otra cosa, esperanza, y la espe-
ranza, de fondo teleológico, no es precisamente fenó-
meno conocitivo. La mejor definición de la fe religiosa
sigue siendo la de San Pablo : sustancia de las cosas
que se esperan. No puedo resolverme a pensar que la
religión se sume en la Estética, ni en la Lógica, ni
en la Economía, ni en la Etica, aunque las contenga.
Es más bien como la envolvente de todas ellas, y si
a unos se aparece como una metetética, a otros lo hace
como una metalógica como una metética a muchas, y a
mi, principalmente, como una meteconómica, como la
esperanza de la inmortalidad personal y concreta.
A los más de los lectores españoles de B. Croce, si
lo meditan con el alma de su raza, se les aparecerá
la religión como cosa de sentimiento, perteneciente,
por tanto, según nuestro autor, a la actividad eco-
nómica. Se trata en ella del gran negocio de nuestra
salvación, como dicen los jesuítas. Pero es una eco-
nomía trascendente y fundada en fe, es decir, en es-
peranza. Nuestro último fin es poseer a Dios, y no
OBRAS COMPLETAS
251
sólo por el conocimiento gozar de Dios, hacernos
Dios, y Dios, que es más yo que yo mismo, es el
que me garantiza la inmortalidad. "Si nos morimos
del todo, como los perros, ¿para qué Dios?", me pre-
guntaba un campesino español, por cuyas venas co-
rría la sangre de nuestros místicos. Como Kant, po-
nemos a Dios para garantir nuestra inmortalidad;
es una garantía teleológica. Dudo mucho de que un
genuino lector español, de que un hijo de esta "siem-
pre desventurada España", se satisfaga con aquella
absoluta libertad del espíritu que se quiere a sí mis-
mo, de que Croce nos habla al final del capítulo VII
de su Teoría. Eso no nos resuelve el problema.
Podrá Croce redargüimos que no tiene solución el
problema religioso tal como lo planteamos, o que no
existe tal problema ;pero la desesperación de nuestra
esperanza volverá una y otra vez a planteárnoslo. No
nos avendremos a sustituir la religión con la Filo-
sofía, que no nos consolará jamás de haber nacido.
Y a él, al italiano, le quedará el decir que éstos son
ensueños místicos de la siempre desventurada Es-
paña. B. Croce es profundamente italiano, y en ita-
liano piensa y siente, y el alma italiana, a pesar de
las apariencias en contrario, nunca fué en su fondo
mística, por lo menos tal como aquí lo sentimos. Del
llamado misticismo franciscano al misticismo tere-
siano media un abismo.
La italianidad de B. Croce estalla a cada momento
en esta su obra, obra italianísima. Y es lo que le da
valor. Es el pensamiento de un pueblo de cultura. Y
estalla hasta en los detalles. Cinco nombres nos pre-
senta Croce como jalones de la ciencia estética: Aris-
tóteles, Vico, Schleiermacher, Humboldt y De Sanc-
tis, y de los cinco, dos son italianos ; aún más, na-
politanos. Y cuando quiere ejemplificar las graciosas
degeneraciones de la llamada física estética, acude a
un italiano, a un napolitano, a Tari.
252
MIGUEL DE UNAMUNO
Mas, volviendo de esta digresión a la doctrina ge-
neral estética de B. Crece y a su teoría de la ex-
presión como característica del arte y de la belleza,
hay otra doctrina, íntimamente conexionada con ella,
y a la que se resistirá, de seguro, en rendirse el lec-
tor. Es la doctrina de lo bello natural, de lo bello
objetivo o de la naturaleza, tuétano del sistema de
idealismo de la Estétics. de Croce. El cual niega el
llamado bello natural, en cuanto algo independiente
de la intuición humana. Para Croce, lo bello es la
expresión lograda, l'esprcssione riuscita. Y el lector
objetará.
Está muy bien — se dirá — ; no existe lo bello na-
tural ; lo bello es la expresión lograda o conseguida,
es la expresión ; pero, ¿ por qué se logra ?, ¿ por qué
la consigue uno ante tal impresión y ante tal otra no ?
¿ No depende este consentimiento o logro de la cosa
misma intuida, de la materia de la intuición ? Lo bello,
me dice el autor, es el valor de la expresión o la ex-
presión misma; pero el valor de la expresión es algo
más que la expresión misma; le añade algo. Hay
cosas más o menos bellas, expresiones más lo-
gradas o más felices que otras, expresiones más ex-
presivas, en fin. ¿Y éste, más o menos, no depende
del objeto mismo? ¿Por qué unas expresiones se
dejan expresar mejor que otras y algunas resisten a
expresión? El proceso de la producción estética in-
cluye según el autor: a), impresiones; b), expresión
o síntesis espiritual estética; c), acompañamiento
hedonístico o placer de lo bello; d), traducción del
hecho estético en fenómenos físicos. Entra, pues, en
ese proceso la impresión, y es que la impresión mis-
ma — que pertenece a la naturaleza — , ¿no contribuye
por sí a lo bello, no es bella? Se me dirá que una
cosa no es bella hasta que no la he hecho tal, pues ya
el autor me dice que una cosa es útil o buena porque
la quiero, y no la quiero porque es útil o buena. Mas
OBRAS COMPLETAS
253
me temo que en estas oposiciones absolutas, como
entre naturalismo e idealismo, están jug-ando con los
vocablos, y que las afirmaciones de un sistema son tra-
ductibles en las del otro, sin más que cambiar la
clave. El arte, se me dice, es el que produce lo bello
natural. Ya .Schiller dijo que también el arte es natu-
raleza, y bien podemos añadir que la naturaleza es
arte. Y asi todo es uno y lo mismo.
Ya en teología se plantearon el problema de si lo
malo es malo porque Dios así lo ha establecido, o
lo ha establecido así porque es malo, y esta distinción
sigue dominando todo el proceso del pensamiento
humano.
Y el lector, no rendido aún a la doctrina idealista
de Croce, quiere atacarle por otro flanco. Distingue
Croce entre lo bello y lo agradable, ya que parece
hay cosas agradables que no son bellas ; pero, ¿ de ve-
ras las hay ? ¿ No será lo agradable, y no lo expre-
sivo, el germen de lo bello? Una expresión se logra
y nos da sentimientos estéticos : ¿ no decimos que es
bella por el placer que nos causa el logro de la ex-
presión ?
Acaso es muy acertado el concepto que de la be-
lleza tenía el holandés Hemsterhuis, y que Croce re-
produce: acaso se trata de un problema de economía
espiritual, de máximos y mínimos, de obtener la más
plena y rica intuición con el menor esfuerzo, lo que
se consigue ante un tipo medio, ante un fenómeno que
nos dé, individualizado, lo más del contenido de su
especie. "El individuo A — me dice Croce — busca
la expresión de una impresión que siente o presiente,
pero que no ha expresado aún". ¿Y por qué no la ha
expresado ? ¿ No habrá en la expresión misma algo
que a ser expresada se resista, una fealdad natural?
Ante un hermoso caballo me digo: "¡He aquí todo
un caballo!" ¿No hay en el caballo mismo una tota-
lidad que responde a esta frase popular y corriente?
254
MIGUEL DE UNAMUNO
Todas éstas son, como se ve, preguntas y nada
más, preguntas que supongo se hace el lector antes
de rendirse al idealismo de B. Croce. Los problemas
que esas preguntas ponen son problemas psicológicos
y no estéticos, podrá el autor respondernos. Y esta-
mos en el núcleo de la cuestión, y es una filosofía
del espíritu fuera de la psicología, que es una cien-
cia natural o, mejor, un espíritu fuera de la natura-
leza. Idealismo que habrá de resistirse a no pocos
lectores de Croce, sobre todo a los españoles, ya que
nosotros no somos, en el rigor filosófico técnico de
la palabra, idealistas ni racionalistas. El nuestro, el
que culmina en nuestra mística, es un naturalismo
que frisa en materialista, y es, en el fondo, irracio-
nalismo. Tal vez sea ésta la desventura nuestra a
que B. Croce alude. Y yo no sé si es o no nuestra
flaqueza ; pero, séalo o no, es nuestra fortaleza tam-
bién.
Este nuestro naturalismo de inconsciente filosofía
explica nuestro realismo estético, que otros pueblos
tienen por brutal; nuestros Cristos sanguinolentos y
con pelo natural, todo eso en que buscamos la emo-
ción patética más que la expresión ideal. Y los que
estimen que la tauromaquia es arte, recordarán aque-
lla frase de aquel gran torero al gran actor Máiquez,
que le reprochaba una suerte: "Señor Miquis, aquí
se muere de veras". Morirse de veras tiene poco de
ideal.
Algunos lectores, aunque menos, resistirán la iden-
tificación de la Estética con la Lingüistica. Por mi
parte, y en concepto de profesor de Lingüística, la
acepto, desde luego. La verdadera materia del arte
literario, de la poesía, es el lenguaje que contiene en
sí el tesoro todo de nuestras intuiciones. Expresar
es nombrar. Se perciben los elementos materiales de
una cosa, pero no se la conoce hasta que no se
la nombra uno en sí. De que en una lengua falte el
OBRAS COMPLETAS
255
nombre de un objeto natural no se deduce que no
existiera el objeto entre los que la hablaban, sino que
no lo distinguían de otros, que no hablaban de él, que
no lo conocía como tal.
Exactísimo que la primera obra de arte es la len-
gua, que nos da el mundo intuido. Y una lengua se
compone de metáforas y de símbolos. La palabra es
siempre metáfora y siempre símbolo. Más la verdade-
ra obra de arte es el lenguaje hablado y vivo. Una poe-
sía bella, es decir, una poesía, es la que habla como
un hombre; sólo los pedantes hablan como un libro,
es decir, como un libro que no halóla como un hom-
bre. El lenguaje es siempre poesía, afirma muy bien
Croce.
Y es esta sana concepción del lenguaje como obra
de arte lo que le hace revolverse contra los excesos
del gramaticismo. Punto es éste que recomiendo a
nuestros pedagogos, esclavos, por lo común, no ya de
la gramática, sino de una gramática empírica, pura-
mente clasificativa y disparatada, que se imaginan
ha de hablar uno mejor su lengua materna apren-
diendo a conjugar o la definición del adverbio. Y
así, en vez de enseñar la lengua, enseñan gramática
y la enseñan además mal.
Mostráronme una vez un escrito tan gramatical-
mente escrito, que no había en él una falta, y por
instinto adiviné que era de un extranjero, como en
realidad lo era. Y es que si mañana me presentan un
caballo que responda hasta en sus más menudas par-
tes al tipo trazado por un tratadista hípico, me acer-
caré a tocarlo a ver sí es de verdad, si es de carne,
como dicen los niños de lo que es verdadero y vivo. Y
un escrito así, gramaticalmente construido, no es de
carne, no vive.
La labor de la Lingüística, rama de la Estética, es
por hoy destruir el gramaticismo preceptivo.
Pensamos con intuiciones ; el concepto se apoya
256
MIGUEL DE UNAMUNG
en la intuición ; la ciencia, en el arte. Y es locura
querer hacer ciencia prescindiendo en absoluto del
lenguaje. Tendrá la ciencia que crearse un lenguaje.
HgO es tan expresión como "agua". En la filosofía
del empiriocriticismo de Avenarius se ejemplifica
adonde lleva el querer filosofar desgarrándose del len-
guaje que ha hecho nuestro pensamiento, que es nues-
tro pensamiento. No se logra sino decir las mismas
cosas peor dichas. Hasta un tan agudo y perspicaz
lingüista como Hermann Paul dice, en la Introduc-
ción de sus Prinzipien der Sprachgeschichte , párrafo
sexto, que "quien no emplee el necesario esfuerzo
mental para libertarse del dominio de la palabra, no
llegará jamás a una intuición (Anschauung) de las
cosas libre de prejuicios". ¿Es que es posible librarse
del dominio de la palabra? A las viejas categorías
realísticas, a las tradicionales abstracciones escolás-
ticas, suceden otras que serán tenidas de aquí a un
siglo por no menos escolásticas que aquéllas. Y es
ello inevitable, ya que pensamos con palabras, que
son abstracciones siempre. La intuición misma de lo
individual concreto es una abstracción de impresio-
nes. Expresar es abstraer.
Y ni siquiera el trazado del pulso que nos da un
esfigmógrafo escapa de ser expresión artística, pues
que el hombre ideó y produjo el aparato y el hom-
bre intuye e interpreta la linea del trazado.
Pero si algún lector se resiste a la identificación
entre Lingüística y Estética, todo lector artista aplau-
dirá sin reservas la crítica severa que B. Croce hace
de las reglas de la retórica, de la teoría de los géne-
ros y de todas esas categorías de lo sublime, lo có-
mico, etc. Y, sin embargo, desde nuestro punto de
vista naturalístico o sentimental, tendríamos también
que hacer a ello reservas. Pero más vale dejarlas.
Las teorías estéticas de Croce están luego refren-
dadas y corroboradas en su historia de la estética,
OBRAS COMPLETAS
257
historia que sirve de confirmación y complemento a
la teoría.
En esta parte histórica me creo en el deber de
llamar la atención de los lectores españoles sobre su
juicio respecto al infilosofismo de la segunda mitad
del siglo XIX, ya que aquí ha hecho estragos ese cien-
tificismo pseudofilosófico. ¡ Las veces que he tenido que
burlarme de esa sociología que, como dice Croce, no
se sabe lo que como ciencia es ! Y yo, que considero
como una de las mayores victorias de mi espíritu so-
bre sí mismo el haberme libertado de la fascinación
que sobre mí ejercía a mis veinticinco años el ne-
fasto Spencer, experimenté un vivo placer estético al
leer el juicio que a Croce le merece. Y respecto a
lo que de la doctrina del progreso aplicada al arte, y
lo de la evolución nos dice, sólo he de recordar que
uno de los más funestos escritores contemporáneos
nuestros, el que, so color de arte, más ha explotado
los bajos instintos de la lujuria, sostenía que, por
haber llegado él al mundo siglos después de Home-
ro, es superior como artista a éste.
¿Y tendré que recordar aquella estupenda necedad
que se discutió, al parecer en serio, nada menos que
en el Ateneo de Madrid, hace unos años, de si la
forma poética está o no llamada a desaparecer? Todo,
en cierto sentido, está llamado a desaparecer ; pues
todo, como decía el profesor conimbricense, empezó
por no existir; pero mientras la humanidad subsis-
ta, todo lo humano subsistirá con ella. En la vida
del espíritu nada se pierde.
También debo llamar la atención de los lectores
españoles acerca de lo que Croce, naturaleza de fino
artista italiano, nos dice de la pedantería profesional
o académica alemana, ya que nos la empiezan a mal
traducir de nuevo, amenazándonos una nueva época
como la del krausismo. El capítulo sobre el gran crí-
2S8
MIGUEL DE UNAMUNO
tico De Sanctis es a este respecto sumamente instruc-
tivo.
Interesantísima también la rehabilitación del gran
teólogo Schleiermacher como genial precursor de la
estética. ¿Y no será porque era un teólogo ante todo
y sobre todo, un teólogo más que un filósofo, por lo
que así la presintió? Interesante sería investigar
cómo la Estética de Schleiermacher surge de su teo-
logía.
Muy de notar son también los juicios de Croce so-
bre Ruskin y sobre Nietzsche, dos artistas, dos poe-
tas, que alguna vez se metieron a estéticos. Del pri-
mero, "temperamento de artista, impresionable, exci-
table, voluble, rico de sentimiento, que daba tono
dogmático, forma aparente de teoría, en páginas vi-
vas y entusiastas, a sus sueños y caprichos", nos dice
que podrá juzgarse irreverente cualquier exposición
reasuntiva y prosaica de su pensamiento estético, que
ha de ser por fuerza pobre e incoherente. Y de
Nietzsche, que si sus doctrinas son poco rigurosas y,
por tanto, poco resistentes, están, en cambio, llenas
de "alta inspiración y trasponen la mente a una re-
gión espiritual cuya alteza no había sido jamás al-
canzada en la segunda mitad del siglo xix". Por
donde se ve el altísimo aprecio que B. Croce hace
de los verdaderos artistas, por equivocada que su
filosofía fuese. ¡ Lástima grande que junto a sus
nombres figure el de un Max Nordau, verbigracia,
indigno de aparecer en una historia de la Estética ! Y
donde él sobra, faltan acaso otros, como el gran da-
nés Kierkegaard.
Cierto es que Croce nos advierte que, "con Lom-
broso y su escuela, y con los sociólogos a lo Nordau,
hemos llegado al límite extremo que separa el error
decoroso del grosero que se llama despropósito". Es-
tos sociólogos, metidos a críticos de arte, nos hacen
OBRAS COMPLETAS
259
el efecto de cieg-os de nacimiento, que hacen crítica
pictórica juzgando los cuadros a tacto.
¿Y de España? El pensamiento estético español
ocupa un puesto en la Historia de Croce, y le ocupa
merced a la Historia de las ideas estéticas en España.
de nuestro gran crítico artista Menéndez y Pelayo, de
cuya obra se ha aprovechado B. Croce, citándola con
encomio y estimándola en algunas partes y aun fuera
de lo que a España exclusivamente se refiere, como
por lo que hace a las ideas estéticas de San Agustín
y de los primeros escritores cristianos a la historia
de la estética francesa en el siglo xix, la mejor guía.
Gracias, en gran parte, a nuestro don Marcelino
figuran honrosamente en esta historia nuestros Artea-
ga, Azara, Barreda, Feijóo, Gracián, Huarte, León
Hebreo, López Pinciano, Luzán, Sánchez el Brócense,
el Marqués de Santillana, Juan de Valdés, Lope de
Vega y Luis Vives. "España — dice en el capítulo XIX
de su Historia — fué acaso el país de Europa que re-
sistió más tiempo a las pedanterías de los tratadistas ;
el país de la libertad crítica, desde Vives a Feijóo,
o sea del siglo xvi a mediados del xviii, cuando, de-
caído el antiguo espíritu español, se implantó allí,
por obra de Luzán y de otros, la poética neoclásica
de origen italiano y francés." Pero en otro pa.saje,
al hablar, en el capítulo XHI, entre los estéticos ale-
manes menores, nos dice que casi ninguno salió de
su país nativo ; y en un paréntesis : "sólo Krause fué
importado a la siempre desventurada España". Esta
última frase la he citado ya.
Me dolió al leerla, aun cuando no esté mal en la
aplicación inmediata a que se refiere. Nos duele siem-
pre la compasión de los extraños, y más de los que,
como Croce, parecen, en parte al menos, conocernos.
Siempre desventurada España... ¿Por qué? ¿Cuál
es su desventura? N^o podemos juzgar de la exactitud
y el valor del epíteto hasta no saber toda la exten-
260
MIGUEL DE UNAMUNO
sión del sentido que su autor le da y en qué le funda.
No sé si en Italia, y aun por críticos de la perspicacia
y de la independencia de criterio artístico de un B.
Croce, se nos conoce bastante para juzgar de nues-
tra ventura o desventura, que es, por otra parte, cate-
goría eudemonística. Aun Carducci, que presumía de
conocer nuestra literatura, y en parte la conocía ;
Carducci, el que habló de las contorsiones de la "afa-
nosa grandiosidad española" (Del rinnovamento let-
terario in Italia), escribió en sus Mosche cocchierc
que "en el concilio olímpico donde se asientan Dante
y Shakespeare, hasta España, que jamás ejerció he-
gemonía de pensamiento, tiene a su Cervantes", mien-
tras Italia siguió mandando a más de uno. ¿Que ja-
más tuvo hegemonía de pensamiento? La historia
de la Compañía que fundó el español Iñigo de Loyola,
y su acción en Trento, tal vez probara que no puede
afirmarse eso tan en absoluto. Esa hegemonía podría
ser buena o mala, según de donde se mire.
Y la misma desventura concreta a que B. Croce
alude, la de que fuese aquí importado Krause, y no
Hegel, o Fichte, o Schelling, o Herbart, ¿a qué se
debió sino a traer Krause, filósofo de segundo orden,
raíces religiosas ; más aún, raíces místicas ? No es lo
interesante que fuese acá importado, sino que fuese
aquí y en Bélgica, los dos países acaso más honda-
mente católicos, la patria de Santa Teresa y la de
Ruisbroquio, donde echara raíces. Y tal vez la posi-
ción espiritual que Croce ocupa frente a la religión, y
la que frente a ella ocupamos los genuinos españoles,
hasta los que pasamos y nos tenemos por heterodo-
xos, y algunos aun ateos, estas respectivas posiciones
hacen que el filósofo idealista y racionalista napolita-
no juzgue desventura lo que nosotros, cuando medi-
tamos a solas en ello, sin la pegadiza sugestión de lo
europeo, nos vemos forzados a estimar nuestra ven-
tura, por ser tal vez nuestra razón de vida como
OBRAS COMPLETAS
261
pueblo, como pueblo naturalista, irracionalista en un
cierto altísimo concepto que no excluye el uso de
razón, y tal vez como pueblo afilósofo. El sentido
económico, potencializado y hecho trascendente ; la
preocupación de nuestro último fin personal y concre-
to ; el culto de la inmortalidad sustancial, nos domi-
nan. La pura contemplación desinteresada no es cosa
nuestra.
En estas páginas que preceden a la traducción
española de la Estética de Benedetto Croce he queri-
do mostrar, más que mi asentimiento personal a sus
doctrinas, que es grande, pero cosa que al lector debe
de importarle poco, las dudas que en el ánimo de éste
puede levantar su lectura y el sentimiento que en él
provocara lo que el gran pensador italiano parece pen-
sar de nuestro pueblo. Es, creo, la mejor introducción
española a esta también española traducción, y el
más leal y viril modo de honrar la obra de Croce,
uno de cuyos mayores méritos, y no el menor, es el
de suscitarnos esas dudas y problemas, y el de hacer-
nos volver, con una sola frase, a nosotros los españo-
les, a nuevo examen de conciencia colectiva. Por mi
parte, debo a B. Croce no pocas enseñanzas, corrobo-
ración de puntos de vista, esclarecimiento de ideas
que bullían en mí confusas, expresión neta de oscu-
ras impresiones que en mí germinaban, solución de
dudas, soldamiento de cabos sueltos y de incoherentes
fragmentos de pensar ; pero le debo también el que me
haya suscitado nuevas dudas, el que me haya hecho
formularme nuevas preguntas, y, como español, le
debo el haberme despertado aún más, con una simple
frase, que vale mucho por venir de (juien viene, la
conciencia de la dignidad de mi patria y el pesar de la
piedad, no sé hasta qué punto merecida, con que se
la mira fuera de nosotros y, hasta tristeza y vergüen-
za da decirlo, dentro. "¡Pobre España!"
Aquí debía acabarse estre prólogo, que harto es ya,
262 MIGUEL DE UNAMUNO
y aquí de liecho se acaba. Creí casi un deber en-
viárselo al mismo Croce antes de darlo a la estam-
pa; se lo envié, y me felicito de ello, por haberme
valido una carta del ya ilustre filósofo, de que quiero
y debo dar aquí cuenta en lo que atañe a la frase que
suscitó mi acaso algo morbosa susceptibilidad pa-
triótica.
Traduzco la parte de la carta que no es puramente
personal. Dice:
"Me agrada lo que dice usted en su prólogo, y no
sólo en aquello en que está conforme — y lo está con
íntima inteligencia de las cuestiones — , sino hasta en
la parte en que de mí disiente, y donde su disenti-
miento me resulta casi siempre instructivo. Sólo en
pocos puntos creo que no tendría usted razón para
objetarme si leyese los ulteriores desarrollos de mis
pensamientos en la Lógica y en la Filosofía de la
práctica. La Estética es, relativamente, un libro ju-
venil. Es mi primer libro de Filosofía, porque duran-
te muchos años no me he ocupado sino en Historia,
y, entre otras cosas, en las relaciones históricas de Ita-
lia con España, sobre lo cual he escrito una veintena
de pequeñas Memorias. (En este tiempo estuve en
correspondencia con Menéndez y Pelayo, con Rodrí-
guez Marín, con Rodríguez Villa, con Cotarelo, con
Menéndez Pidal, etc.). En mis porteriores libros ha
madurado mi pensamiento. Y hasta, en punto a Es-
tética, en el volumen Problemas de Estética, y más
propiamente en la conferencia leída en Heidelberg,
hallará un progreso en el concepto de intuición.
"Pero lo que me duele es que una hoiiíadc que se
me escapó en el impulso de la primera trama de mi
libro, y que he olvidado después quitarla, le haya
disgustado, pareciéndole de más importancia que la
que tiene. Cuando escribí, bromeando fsc¡icrca¡:d¡i)
a propósito del krausismo español, la "siempre des-
venturada España", pensaba en las corrientes del
OBRAS COMPLETAS
263
peor positivismo europeo que entonces la invadían,
tanto como en la inoculación del peor sistematismo
tudesco que había sufrido unos decenios antes. Y aque-
lla frase apuntaba más bien a la pendantería filosófica
y a la hinchazón ( goffaggiiicj positivista que a
España misma, cuya literatura y arte, cuyo pueblo
y cuya historia han ejercido solDre mí siempre una
gran fascinación. En la nueva edición que se pre-
para de la Estática quitaré esa frase; pero no es po-
sible quitarla de la traducción española, porque su-
primiría algunas páginas de su bella introducción.
Prefiero, pues, que quede a los ojos de todos mi pe-
cado, para que no falten esas páginas de castigo.
(Esta palabra, en castellano.) Le rogaría, sin embar-
go, que añadiese una nota advirtiendo, por cuenta del
autor, que se trata de una frase en broma (schcrzo-
sa), dicha por incidente y sin darla demasiado valor,
y que Croce, antes de llegar a hacerse escritor de Fi-
losofía y de Estética, era conocido ya como hispanó-
filo, y había publicado muchos estudios de erudición
española. Tal es la verdad."
Queda, pues, el noble autor servido.
Y ahora soy yo quien digo que no debe desaparecer
de la traducción la frase ésa, y no por los desahogos
de suspicacia que en este mi prólogo ha provocado,
sino por haber dado lugar a esa nobilísima carta, en
que resplandece todo el sereno espíritu del ilustre
filósofo napolitano. Y después de sus explicaciones,
soy yo quien hago mía su frase. Porque pasó, al pa-
cecer al menos, el peso de aquella peor sistematiza-
ción de filosofía tudesca, parece que va pasando la
ramplonería positivista, refugiada aún en las biblio-
tecas baratas de avulgaramiento más que de vulgari-
zación pseudocientifica ; pero lo que no parece que
quiere pasar de nuestra desventurada patria es la pe-
dantería filosófica, que ahora toma una nueva y más
sutil forma de vacuo intelectualismo. Y amenaza in-
264
MIGUEL DE UNAMUNO
ficcionar nuestro arte, que en los buenos tiempos supo
defenderse de las infecciones. Y como creo que esta
Estética, escrita por un italiano hispanófilo, que bajo
el clarísimo cielo de Nápoles, todo luz libre, rodeado
de las memorias de Vico, de Bruno, de Campanella,
de De Sanctis, de otros grandes, claros y luminosos
espíritus, ha logrado disipar hórridas nieblas septen-
trionales, sacando de ellas, al disiparlas, el rocío vi-
vífico que era su tuétano; como creo, digo, que esta
Estética puede contribuir en algo a defendernos de
esta nueva pedantería que nos amenaza, por eso creo
obra altamente patriótica darla traducida a nuestra
hoy todavía, en no poco, desventurada España (1).
Salamanca, jimio 1911.
I Este prólogo fué publicado en la revista La Lectura. Ma-
drid, año XTI, tomo I, abril, 1912, págs. 321-336, al tiempo que
anunciaba la aparición de la versión castellana de la obra de
Croce, debida a José Sánchez Rojas.
PROLOGO A LA VERSION ESPAÑOLA DE
LOS ITALIANOS DE HOY, DE R. BAGOT
(Barcelona, Librería de Feliú v Susanna, 1913,
222 págs.)
Una doble eficacia creo que tenga en España la
lectura de este libro de Richard Bagot sobre los ita-
lianos de hoy; nos enseñará, de una parte, a conocer
mejor a éstos, con lo que saldremos ganando no poco,
y de otra parte contribuirá a ilustrarnos respecto a
la posición que toman esos pueblos a los que aquí
por antonomasia se les llama europeos, frente a
aquellos otros a los que estiman como habiendo ter-
minado ya su misión histórica y mero objeto de la
curiosidad por lo exótico y pintoresco.
El ridículo desdén al extranjero es uno de los ma-
yores azotes morales de los pueblos que se tienen por
civilizados, y no es raro encontrarse con ingleses,
franceses o alemanes que por ser Inglaterra, Francia
o Alemania tomadas en conjunto naciones más prós-
peras y cultas que una nacioncilla oscura, se imaginan
que cada uno de ellos, aun siendo de lo más bajo de
la escala en su propia patria, está por encima del
más culto e inteligente de esa pequeña y oscura na-
ción. El último de los alemanes cree llevar el Imperio
todo alemán sobre su cabeza.
No es ciertamente España un país en que se des-
deñe y desprecie al extranjero, sino, antes al contra-
rio, se propende más bien a sobrestimarlo y admirarlo
en demasía; y por lo que hace a Italia y a los ita-
266
MIGUEL DE UNAMUNO
lianos se ha establecido en estos últimos años una
reacción contra antiguos prejuicios. La idea del ita-
liano cantante de ópera, cómico, tocador de arpa o,
por otra parte, furibundo anarquista va desaparecien-
do de entre nosotros.
No es cosa de que me extienda aquí sobre las an-
tiguas e íntimas relaciones culturales ■ — políticas, reli-
giosas, científicas, literarias — entre Italia y España,
ni sobre lo mucho, lo muchísimo que a los italianos
debemos. Baste decir que de los nombres más grandes
acaso de nuestra historia, Colón y Cervantes, el uno
se dijo siempre italiano, y el otro, en Italia maduró su
espíritu.
Ultimamente se han traducido a nuestra lengua no
pocas obras italianas; mas hay que confesar que no
siempre, ni mucho menos, fueron bien escogidas. Ca-
yeron sobre nosotros en ese período del furor tra-
duccionista, en lamentables bibliotecas de avulgara-
miento, sociólogos de última fila, como Ferri y como
Sergi, verbigracia; toda laya de positivistas, sobre
todo criminólogos, que no podian_darnos idea del más
serio movimiento filosófico italiano, de la honda y
seria filosofía italiana, continuadora de la labor de
los grandes pensadores clásicos de Italia. Pero eso
parece que está pasando.
Aquí, como dice Bagot que en Inglaterra pasa, la
literatura italiana parecía reducirse a D'Annunzio,
y como en Inglaterra, no al D'Annunzio poeta de la
rica lengua esplendorosa, sino al novelista y en no-
velas mal traducidas del francés. De los escritores
que Bagot cita, fuera de Amicis, que, merced a su
libro sobre España, llegó a ser aquí apreciado, ni
Carducci, ni Fogazzaro, ni Verger, ni Grazia Deled-
da, ni Ada Negri, ni Pascoli, ni Giacosa, ni Arturo
Grat — y sólo cito los que Bagot cita — han tenido en-
tre nosotros el público que se merecen y el que tienen
escritores franceses de mucha menor valía. Lo cual se
OBRAS COMPLETAS
267
debe, entre otras cosas, a la equivocada idea de que no
vale la pena de aprender italiano, y de que el apren-
derlo, cuando llegue el caso de tenerlo que hacer, es
cosa de poco momento y de coser y cantar. Y así
resultaba que un curioso cualquiera que se sabía cua-
tro frases de ópera se ponía a leer a Leopardi, a Car-
ducci o a Pascoli, y al ver que se le escapaba casi
todo el íntimo sentido, el sabor poético, dejaba la
lectura, y como si se le hubiese hecho victima de
engaño. No se cree aún, en general, que el esfuerzo
por dominar la lengua italiana, aun no siendo exce-
sivo para un español, merezca la pena de llevarlo a
cabo. Y es un grave error.
Tengo la idea, que no sabría explicar debidamente,
de que las dos influencias literarias más benéficas
para nuestra literatura española han sido la italiana
y la inglesa, y el libro que aquí tienes, lector, es
el de un inglés sobre los italianos de hoy.
En este libro tenemos que fijarnos también sobre
lo que dice de esos curiosos y esos turistas ingleses
admiradores de la Italia que fué y de lo que de ella
queda, de las cosas muertas que con su pasión artís-
tica hacen revivir, mejor o peor, mas desconocedores
de la vida italiana y la vida, es lo presente siempre,
no lo que fué, sino lo que está eternamente siendo, el
esfuerzo del pasado por hacerse porvenir. Exacta-
mente hace notar Bagot que los ingleses han solido
asociar a un amor tradicional por Italia una casi to-
tal indiferencia hacia los italianos o un errado con-
cepto de ellos; que en su entusiasmo por la Italia del
pasado, la de las bellas artes y las ciencias, las famo-
sas tradiciones históricas, los palacios suntuosos, las
iglesias y monumentos, las costumbres populares cu-
riosas y pintorescas, han olvidado del todo estudiar
la Italia y los italianos del día de hoy ; que desdeñan,
desconociéndolos, a estos italianos y se permiten dar-
les lecciones y mostrarles sus defectos, reales o su-
268
MIGUEL DE UNAMUNO
puestos, y esto sin darse cuenta de que, dada la di-
vergencia entre el espíritu anglosajón y el latino, no
ven ni aprecian las cosas desde un mismo punto de
vista, y no pueden pretender los ingleses el que el
suyo sea el punto de vista universal humano, dado
que le haya para estos juicios.
De esa petulante y pedantesca posición en que
Bagot presenta a muchos de sus compatriotas respec-
to a los italianos, se duelen éstos o responden, según
nuestro viejo dicho español, al desdén con el desdén,
y nosotros los españoles podemos y debemos com-
prender lo que, atañedero a esto, los italianos sienten,
porque nos ocurre lo mismo. A mí, por mi parte, una
de las cosas que se me hacen más insoportables es
la altanería de todos esos señores europeos por anto-
nomasia — no especifico más — que se dicen hispa-
nistas, hispanófilos o hispanólogos — esta última deno-
minación es la más cómica — , para los cuales España
se acabó en los siglos xvi y xvii, y a lo sumo en
el XVIII, vienen a buscar lo que en nuestra cultura
influyó la de sus respectivos países, o a la caza de
algún problema (!!!) de erudición o de bibliografía
para tramar una tesis cualquiera doctoral o una mo-
nografía en que ejercitar el virtuosismo tecnicista
de la llamada investigación, sin interés alguno por el
fondo humano del asunto. ¡ Peste de investigador-
zuelos ! Para estos señores, pescadores de variantes
de códices, husmea-erratas, carpinteros de ediciones
críticas (!!!), no pasamos de ser conejillos de indias
o ranas de fisiólogo. Y los hay que lamentan el que
nos hayamos civilizado.
En unos recuerdos de Josué Carducci, contaba Annic
Vivanti (Nuova Antología del 1.° de agosto de 1906,
fascículo 831) cómo una vez entraron en Italia, desde
Suiza, dos turistas alemanes en el coche del gran
poeta y como a grandísimo honor. Pasado el Montes-
pluga y atravesada la frontera, saliéronles al camino
OBRAS COMPLETAS
269
media docena de chicuelos miserables pidiendo una
perrilla, un soldó, por caridad, y a los chicuelos unié-
ronse dos mocetones y un hombre, corriendo tras el
coche y pordioseando todos. Los alemanes se rieron,
les echó uno de ellos un puñado de perrillas, y al
verles pelearse en el polvo por las monedas, exclamó
el más joven: allcrliebst, ¡qué primitivo y qué pinto-
resco ! "Pero Carducci — dice la Vivanti — se había
puesto en pie, colorado hasta las raíces de los pelos.
— ¡ Para ! — g-ritó al cochero — , ¡ para ! — y a los dos,
que le miraban atónitos: — ¡Abajo! — les dijo con
voz temblorosa. Tras un instante de estupor, el pro-
fesor alemán se levantó, saludó y bajó del coche.
Pero el joven de los ojos claros, henchidos de súbi-
tas lágrimas, cogió la mano a Carducci y se la llevó
impetuosamente a los labios. Después púsose de un
salto en la carretera y dijo al cochero: — ¡Adelante!
Los caballos reanudaron al trote la bajada. Carducci
no habló en todo el camino. ¡ Italia ! ¡ Italia ! ¡ Italia !
Este leve incidente personal le hirió más que lo hu-
biese hecho un insulto que se le hubiese dirigido.
¿ Y no es cosa, acaso, de que los españoles, lo mismo
que italianos, imitemos la noble indignación del gran
poeta civil de la nueva Italia, una y libre, cuando se
nos vengan los turistas, sean o no profesores, en bus-
ca de lo primitivo y lo pintoresco, y echándonos pe-
rrillas al polvo de las carreteras?
Otro error, y no de los menos frecuentes, y contra
el cual advierte Bagot, es el de juzgar en el extran-
jero a los de otro país por los emigrantes que de él
llegan. El emigrante, rarísima vez es bien juzgado;
y aun juzgándolo bien, no representa, ni con mucho,
el tipo medio de un país cualquiera. Es, por lo me-
nos, un desarraigado de grado o por fuerza. A este
juicio, somero y nada imparcial, se exponen en Amé-
rica, tanto los italianos como los españoles. El emi-
grante es casi siempre, por no decir siempre, un po-
270
MIGUEL DE UNAMUNO
bre, y el pobre es siempre y en todas partes, si injus-
tamente tratado, más injustamente aún juzgado. Y
más en países nuevos envanecidos con su riqueza.
Todos los pueblos padecen la dolencia de la xeno-
fobia, o sea el aborrecimiento o el desprecio hacia el
extranjero; mas en unos se presenta con más fuerza
que en otros, de una manera más descarada y ofen-
siva. Lo que se complica con que entre los pueblos,
lo mismo que entre los individuos, molesta grande-
mente el ver entrar a otro en concurrencia. Es lo
que le ha ocurrido a Italia.
Italia, en efecto, ha sido durante siglos, desunida,
el ludibrio de los pueblos. Resurgió a nueva y más
robusta vida en el resurgimiento — risorgiuiento — ;
llevó a cabo la obra divina de su unidad nacional, es
decir: de su liberación, y constituyóse así en una
nueva y grande potencia europea, con la que había
que contar. Y esto es lo que las otras grandes poten-
cias, lo que los otros pueblos que dirigen la historia
universal humana de la cultura, no le perdonan en
el fondo de sus corazones. Encuéntranse con un con-
currente más a un cierto reparto del mundo.
Cuando el pequeño reino del Piamonte envió, en
1854, un puñado de soldados a la guerra de Crimea,
a pelear contra los rusos junto a los ingleses y fran-
ceses, pareció a muchos piamonteses y a casi todos
los extranjeros que aquello no fué sino un acceso
de monomanía megalomaníaca del conde de Cavour.
Necesitó entonces este gran estadista y egregio ita-
liano de todos sus recursos para defender su acuerdo,
mas bien se vió al cabo que aquel sacrificio fué uno
de los que prepararon las entradas en Roma del
ejército italiano y la fundación de la independencia
de Italia sobre la sólida base de la unidad. Que ya
cantó Manzoni :
Liberi non sarem, se non siamo uní.
OBRAS COMPLETAS
271
Ejemplo aquél de Cavour para que lo mediten los
pueblos todos, y más ahora nosotros los españoles.
La voluntad de ser gran potencia, esto es, uno de
los pueblos que guíen la historia de la cultura humana,
un pueblo con una misión universal y eterna, y no un
mero agregado de animales humanos, más o menos
racionales y que viven una vida más o menos feliz,
esta voluntad de vivir vida nacional, de perdurar, de
fraguar progreso, ha ido penetrando por las capas
todas de la sociedad italiana. Siéntenla unos más que
otros, muchos, oscura y vagamente, de un modo
subconsciente, si cabe emplear este tan equívoco vo-
cablo, pero la sienten casi todos los italianos de hoy.
Y es lo que les lleva al sacrificio. La unidad les ha
dado conciencia y la conciencia libertad. Como que,
en rigor, la conciencia no es sino unidad ni hay otra
conciencia que la que de la unidad nace.
Y al surgir, con la unidad, a más plena conciencia
nacional, que es conciencia internacional a la vez
— pues un pueblo no se conoce y siente como tal sino
frente a los otros pueblos y junto a ellos — , hánse
afirmado en los órdenes todos del saber y del obrar
humanos. A su unidad debe Italia el estar recogiendo
los frutos de la espléndida serie de sus pensadores,
sus artistas, sus hombres de ciencia, sus filósofos. Y
a ella debe el que pueda hoy hablarse de una filosofía
italiana — testigo de mayor excepción, Benedetto
Croce — y de una visión italiana de la vida universal.
Sus grandes poetas y filósofos, sus grandes pensado-
res y hombres de acción, han sido los profetas de la
unidad de Italia, de la tercera Roma, La serva Italia,
di dolare ostcUo, se alza de nuevo como un poder
universal y eterno.
En esta obra de la afirmación de la italianidad ha
sido un acto la conquista de la Libia, después de
haber agotado Italia todos los medios pacíficos para
libertarla de la barbarie turca, que ni hace ni deja
272
MIGUEL DE UNAMUNO
hacer. Fué en defensa de la libertad de sus hijos,
para poder vivir vida libre y culta dondequiera que
lleven su trabajo, como Italia se vió obligada a pelear
contra la barbarie turca. Y al empeñarse en esta
lucha, se vió torcer el gesto a los que pretendían
para sus propias patrias, o mejor para los capitalis-
tas de sus patrias, el monopolio de las tierras arran-
cadas a la barbarie.
Italia, la Italia de las muchas vidas, como la llamó
Carducci, es un país prolifico y fecundo; su raza
tenaz y vivaz tiene que verterse, rebasando de su
solar. Y una buena parte de ese su excedente de
población íbase, desde muy remotos tiempos, a las
vecinas costas de Africa. E Italia no podía dejar
allí desamparados a sus hijos. Mas es sabido, por
otra parte, que la doctrina del Derecho internacional
capitalista establece, tácita si no expresamente, que
las colonias han de ser para el exceso de capital, y
no para el exceso de población ; que una tierra ha
de ser, no de los que con su sudor la fecundan, sino
de los que con su dinero compran el sudor de éstos.
Gran parte de Argel, colonia francesa, está fecundado
por el sudor de trabajadores españoles e itaHanos.
Italia se fué a conquistar la Libia para sus hijos,
a cuyo libre trabajo ponía trabas Turquía, y como
acaso esto alteraba el tan cacareado equilibrio del
Mediterráneo, donde hasta las potencias que en rigor
nada tienen de mediterráneas se meten, de aquí toda
la campaña de insidias y de calumnias antiitalianas.
A lo que hay que agregar la característica petulancia
de los corresponsales de los grandes diarios de las
grandes naciones. A este último respecto, hay muy
exactas observaciones en este libro.
Siendo en él muy de notar toda la parte destinada
a rebatir estas calumnias.
Aquí mismo, en España, uno de los jóvenes más
cultos y más generosos con que nuestra Patria cuenta,
OBRAS COMPLETAS
273
se hizo eco de esas campañas antiitalianas. Con todo
el respeto y admiración que la obra de este mi amigo
se merece, creo que se precipitó prestando asenso, sin
mayor crítica, a noticias de origen inglés y alemán.
Y hay que convenir en que esos pueblos del cant y
de Kant no se distinguen, a pesar de su filosofía, por
su sinceridad ni por su veracidad cuando hay celos y
recelos internacionales de por medio. Con todas sus
tres RRR — Renacimiento, Reforma, Revolución — ;
con su imperativo categórico y con su doble cultu-
ra, sea con c minúscula, como el cant inglés, sea con
K mayúscula, como el Kant alemán, no tienen em-
pacho alguno en fantasear, o aun mentir, cuando se
trata de pueblos a que estiman inferiores, sin conocer-
los y porque no los conocen, y mucho más si esos
pueblos cometen la osadía de querer hombrear. La
campaña de embustes, patrañas y calumnias que esa,
aquí en España, llamada por antonomasia Europa
desencadenó contra esta nuestra patria no hace aún
dos años, debió ponernos en guardia contra esa otra
campaña antiitaliana.
Pero al cabo, la verdad triunfa siempre.
Fuerza me es remontar estas páginas en que trato
de llamar la atención de mis compatriotas de lengua,
de todos los que hablan lengua española, sobre este
libro de instrucción y de justicia acerca de los ita-
lianos de hoy. Las más de las injusticias que en su
buen nombre padecen los italianos las padecemos
nosotros también, los pueblos de lengua española.
También sobre nosotros se ceba la petulancia de tu-
ristas y de pescadores de impresiones de viaje o de
tesis doctorales. Y por esto quiero, antes de concluir,
dirigir un ruego a aquellos italianos a quienes por
acaso cayesen bajo los ojos estas líneas, y es que
no hagan a ningún otro pueblo víctima, que no nos
hagan a nosotros víctimas, de las mismas injusticias
274 MIGUEL DE UNAMUNO
de que con tanta razón se lamenta y contra las que
protesta en este libro Richard Bagot.
Y así lo espero. Porque si empieza ya a haber por
esos pueblos de cultura, gracias a Dios, hispanistas
o hispanófilos que empiezan a hacer justicia, no ya a
la España muerta, a la que fué, sino a nosotros, a los
españoles de hoy, que estamos vivos y bien vivos,
no es, ciertamente, en Italia donde menos florece hoy
ese hispanismo justiciero. Dígalo, entre otros, el ilus-
tre Farinelli ; digalo el mismo ya citado Croce.
Por muy bien pagados de la traducción al castella-
no de este libro pudiéramos darnos si llega un día
a aparecer en italiano, y así lo espero, una obra tan
sincera, tan veraz, tan justiciera sobre los españoles
de hoy (1).
Salamanca, diciembre de 1912.
1 Este prólogo fué reproducido en la Revista de Libaos.
año II, n.o VIII, febrero-marzo, 1914, Madrid, págs. 71-76. La
versión castellana del libro es de Juan L. TaltavuU.
PROLOGO A CIRUGIA POLITICA, DE ENRI-
QUE PEREZ (París, Garnier Hermanos, 1913,
XII + 226 págs.)
Enrique Pérez, hijo de una nobilísima patria, Co-
lombia, que ha tenido que sufrir últimamente los
zarpazos de la desatentada codicia de los poderosos
de la tierra, es imo de esos hispanoamericanos que,
lejos de verlo todo en rosa y oro en la llamada joven
América, lo ve acaso, me parece, en excesivo negro.
Casi todos los hispanoamericanos que conozco y tra-
to, lo mismo que los españoles, pecan por uno u otro
extremo: o se pasan de optimistas o de pesimistas.
O lo ven todo con los rosados colores del alba de un
día muy largo y muy espléndido, o con las tintas som-
brías del ocaso que anuncia una noche triste y tal vez
inacabable. En los unos parece obrar la singular petu-
lancia que en sus hijos infunden esos países de rápido
enriquecimiento, y en los otros, esa tristeza que se
apodera de los que ven a su patria acechada por
aquellos pueblos que buscan empleo a su capital so-
brante y saben que una tierra no es de los que la
trabajan, sino de los que aportan el capital para que
trabajen éstos.
Y Enrique Pérez, que propende más que a otra
cosa al pesimismo, por lo menos en cuanto al estado
presente de la América hispánica se refiere, se am-
para de preferencia, al desarrollar sus puntos de
vista, en nuestro gran Jeremías español, profeta de
grandes desventuras : en Joaquín Costa.
Conocí y traté a Costa, y hasta colaboré en dos de
276
MIGUEL DE UNAMUNO
sus empresas : en la información que hizo abriera el
Ateneo de Madrid sobre la oligarquia y el caciquismo,
y en sus investigaciones sobre el Derecho consuetudi-
nario de España (1). Y poco después de su muerte con-
signé en un estudio que en la revista Nuestro Tiempo,
de Madrid, le dediqué, lo que acerca de él y de su
obra, tan ligeramente juzgada por lo común, según
creo, pensaba y sigo pensando (2).
Mas ahora he de limitarme a indicar que Costa,
por temperamento, y en sus últimos días más que
por temperamento, por enfermedad — que fué muy
larga y muy penosa la que le llevó al sepulcro — , era
un pesimista. Y de las pinturas que hacía del estado
actual de España hay que quitar mucha, pero mucha,
muchísima tinta negra. No sé si en otras partes,
pero en España al menos, la manía de quejarse, y
hasta de calumniar a la propia patria, es muy anti-
gua y muy arraigada. Los más de los juicios dis-
paratados que con tanta frecuencia emiten sobre Es-
paña los extranjeros que la han visitado, se fundan
más que en lo que han visto, en lo que han oído; no
en lo que presenciaron pasar por sí mismos, sino en
lo que les dijeron aquí que pasa, cuando en realidad
no pasa como dijeron.
Respecto, verbigracia, a la miseria fisiológica en
España y a eso del número de gentes que se acues-
tan cada día sin haber comido, no se puede hacer
demasiado caso de lo que decía Costa. La estadística
apenas si existe en España y aun dentro de la esta-
dística hay observaciones tan falaces como aquella
de comparar lo que consume, en término medio, de
azúcar un español y lo que consume un inglés, no en-
trando en cuenta, claro está, el azúcar que el español
consume en forma de frutas: uvas, naranjas, higos,,
1 Véase "Vizcaya", en el tomo VI de estas Obras Completas,,
donde se reproduce.
2 "Sobre la turaba de Costa", ibid., tomo III.
OBRAS COMPLETAS
277
higfos chumbos, etc., y no de terrones industrialmente
obtenidos, y sin considerar tampoco que el tomar el
sol ahorra de tomar azúcar. Y nada digo de esa leyen-
da que respecto al número de analfabetos que hay en
España corre en ella y fuera de ella.
Pero Costa no fué tan profundo pesimista cuando
creyó en la eficacia de una operación quirúrgica,
como por lo que hace a la América hispánica cree
Enrique Pérez. Claro está que tanto Costa como el
autor de este libro quieren que se una a la operación
quirúrgica el tratamiento médico, pero me parece
observar que dan a la primera, a la cirugía, una im-
portancia desmedida y desde luego mucho mayor que
a la que a la medicina conceden.
Y uno de los más útiles y más eficaces procedi-
mientos médicos es el de inspirar al enfermo con-
fianza en sus propias fuerzas y no alarmarle dema-
siado no sea que se acobarde.
Para dirigir a un pueblo — y le dirigen los que le
hablan y para él escriben — , hay que saber, como
para dirigir a un niño y educarle, combinar el freno
con la espuela, y ni desanimarle ni animarle con
exceso. En esto del tira y afloja educativo está todo
el arte del conductor de pueblos.
Plantéase en este libro, entre otros problemas, uno
de los más sugestivos que la historia humana nos
presenta y es el del tirano bueno o malo. Este pro-
blema se nos pone a cada paso ante la mente estu-
diando la historia de la América hispánica que tan
fecunda ha sido en déspotas. Y es un caso curioso
el que no pocos de éstos hayan sido verdaderamente
populares y adorados por su pueblo. Si Dios me da
salud y llego a escribir un trabajo que proyecto
sobre Rozas, Rodríguez Francia y otros tiranos, es-
pero entrar algo en ese problema y rebuscar todo lo
que de base económico-social haya en ello. Estigma-
tizándolos con el dictado de tiranos sobre toda aque-
278
MIGUEL DE UNAMUNO
lia minoría que formaba una cierta clase social bur-
guesa, atenta a enriquecerse sobre todo, europeizan-
te, y para la cual un cierto número de libertades de
lujo — como lo es la libertad de volar para el que
carece de alas, o la de conciencia, en el sentido en
que en este caso se toma, para quien no la tiene en
tal sentido — estaban por encima hasta de la honra-
dez administrativa. Y el pueblo analfabeto que veí.i
no le faltaba trabajo se cuidaba muy poco, y es na-
tural que así sea, de que hubiese o no libertad de
imprenta. Hay que desconfiar de los juicios histó-
ricos fraguados por los hombres de pluma.
Lo malo de la llamada tiranía buena, del porfiris-
mo como alguien la ha llamado, es que acostum-
brado el pueblo a delegar, a descansar en quien man-
da, distiende y afloja los caracteres y acaba embo-
tando la conciencia patria. Su mal es el de una paz
muy prolongada. Todo pueblo para vivir vida de
progreso necesita lucha, interior o exterior. Y hay
veces en que la rareza de revoluciones en un país
lejos de ser síntoma de vitalidad pública es todo lo
contrario.
Mas dejando todo esto y viniendo a otras cosas,
parece, por todo lo que uno lee que en la América
hispánica se escribe y por este libro, que va desper-
tando en ella la conciencia de su unidad, de su ame-
ricanidad hispánica, y que despierta ante el senti-
miento de peligros que le amenazan, el yanqui desde
luego, acaso el alemán y, ¿quién sabe?, algún día
tal vez el japonés.
He dicho alguna otra vez, mas quiero ahora repe-
tirlo, que los países, y más aún los llamados nuevos,
o sea las colonias ■ — y en cierto respecto, las naciones
hispanoamericanas, a pesar de su independencia, no
han dejado en su mayoría de ser colonias — , no son
tanto de los que fecundan su suelo con su sudor y
su trabajo como de los capitales que explotan la
OBRAS COMPLETAS
279
colocución de sus productos, la importación de gé-
neros a ellas o la exportación desde ellas y sus gran-
des empresas industriales. Y esos capitales son, por
lo regular, extranjeros. La dependencia económica
de la mayoría de las naciones hispanoamericanas es
evidente, y con esa dependencia no puede ser muy
sólida la independencia política. Y si tuvieron que sa-
cudir el dominio de España, es no tanto porque ésta
fuese un amo tiránico — que la tiranía de España en
América es una leyenda que pasó de moda — -, como
porque era un amo pobre. España no estaba, por su
pobreza y su escasez de capitales, para explotar de
un modo equitativo sus colonias americanas, llevan-
do la prosperidad material a ellas. Y ya dijo Aquiles
que lo peor que se puede ser en la tierra es criado
de amo pobre. España era un amo pobre, una nación
arruinada, y los Estados Unidos son un amo rico.
Aquí está todo.
Es, pues, la independencia económica lo que tienen
que cobrar las nficiones hispanoamericanas y forjar
sus conciencias nacionales y robustecer su ba&e de
justicia económica. Tienen la ventaja de que en la
mayoría de ellas no existe el fantasma del clerica-
lismo — que no es, aquí, en España al menos, sino un
fantasma — que les pueda distraer y desviar de ése
su principal propósito. Y es la justicia económica la
que puede librarles también del caudillismo, puesto
que el caudillaje se organiza y se mantiene para la
explotación económica.
Claro está que esto no excluye ni mucho menos,
antes bien la incluye, toda labor de solidaridad espi-
ritual, a base principalmente del idioma, entre los pue-
blos hispanoamericanos, y no digo latino-americanos
porque eso de latino es poco claro y menos preciso;
más una categoría lingüística que étnica, y si se quie-
re incluir al Brasil, en que se habla portugués, y no
se admite la denominación tradicional de Híspanla
280
MIGUEL DE UNAMUNO
para la Península toda ibérica, era mejor llamarlos
iberoamericanos, pero nunca latinos.
Creo, además, que la justicia económica sería la
mejor base para esa confederación espiritual his-
panoamericana de que Enrique Pérez habla con de-
voción y que tantos otros han tratado, y últimamente,
con verdadero fervor, un compatriota del autor de
este libro, el colombiano Diego de Mendoza.
Cierto es que para todo esto se tropieza, como muy
acertadamente indica Enrique Pérez, con la inercia
de las masas, que en una de esas naciones lleva el
lastre del elemento indígena, por naturaleza y por
educación inerte, y en todas la acción del emigrante
que no se preocupa gran cosa de la justicia con tal
de hacer dinero. Y el patriciado, las familias con al-
gún arraigo tradicional en la tierra, conviértese fácil-
mente en oligarquía.
Es de creer, sin embargo, que el progreso, por así
decirlo, automático de esos países, el que resulta
de su creciente densificación de población y afinca-
miento de capitales, traerá, sin cirugía alguna, el
remedio a los más de los males que — ¡ ojalá fuese
con toda la exageración que yo supongo ! — denun-
cia Enrique Pérez. Y en el fondo acaso lo más de
ello depende de vías de comunicación y nada más.
Hace ya muchos años que Sarmiento dijo: "El mal
de la República Argentina es su extensión. La Amé-
rica española es hoy demasiado grande para la po-
blación que encierra".
Este libro de Enrique Pérez hará que muchos pa-
ren mientes en ciertos problemas, y que los que han
pensado ya en ellos los vuelvan a pensar. Y no es
poco.
Salamanca, febrero de 1913.
PROLOGO A CARTAS, DE MANUEL LARAN-
JEIRA (Lisboa, Portugalia Editora, 1943,
183 páginas (Ij.
Conocí a Manuel Laranjeira en el verano de 1908,
en que veraneé en Espinho. Al principio, antes de
tratarle, cuando sólo le conocia de vista y por lo
que de él me decían, me fué poco simpático, y hasta
me hice una leyenda muy lejana de la verdad. Pero
así que nos pusimos al habla, brotó en nosotros, des-
de el primer momento, una amistad íntima, firme,
fraternal, que duró hasta su desgraciada muerte.
¡ No, que sigue durando ! La muerte de mi madre,
acaecida en aquel verano, estando yo en Espinho,
hizo que saliera sin despedirle; mas nuestra rela-
ción continuó, y más íntima aún, por corresponden-
cia. Cada carta que recibía yo de Laranjeira era una
fiesta, una terrible fiesta para mi espíritu. Hice des-
pués, otro año, un viaje a Espinho, no más que a
ver a mi amigo y a conversar con él. Hablaba ad-
mirablemente bien el español y conocía a maravilla
nuestra literatura española contemporánea. Y con-
servo, por último, el ejemplar de mi Rosario de so-
netos líricos que llegó a su morada el 22 de febrero
de 1912, cuando aún no estaba del todo frío su ca-
1 A raíz de la muerte del médico y escritor portugués Manuel
Laranjeira, ocurrida en 1912, sus amigos proyectaron la publica-
ción de algunos escritos suyos, entre ellos las cartas. A tal fin
solicitaron de Unarauno un prefacio, que se apresuró a enviarles.
Hasta 1943 en que dicha publicación se ha llevado a cabo, perma-
neció inédito dicho prólogo, que ahora reproducimos en el lugar
que cronológicamente le corresponde.
282
MIGUEL DE UNAMUNO
dáver. Lo conservo con su cubierta, su matasellos, y
esta frase escrita en ella, al devolverme el paquete :
"Faleceu." ¡ Y tantos sonetos cuya inspiración le de-
bía a él, a mi amigo, en gran parte !
Fué Laranjeira quien me enseñó a ver el alma
trágica de Portugal, no diré de todo Portugal, pero
sí del más hondo, del más grande. Y me enseñó a
ver no pocos rincones de los abismos tenebrosos del
alma humana. Era un espíritu sediento de luz, de
verdad y de justicia. Le mató la vida. Y al matarse,
dió vida a la muerte.
Su libro Comigo (Versos dum solitário) no nos
da toda su alma. Está allí demasiado concentrado su
pensamiento. Había que oírle hablar. Y como en sus
cartas habla, creo que sea su epistolario lo que mejor
nos revele toda la grandeza de su alma.
Iluminó su cabeza, que era poderosísima en el pen-
sar, con la llama de su propio corazón, que le lle-
vaba encendido. He conocido pocos hombres que ha-
yan juntado a una inteligencia más clara y más
penetrante un sentimiento más hondo. Y por eso su-
cumbió. En él, como en Antero, la cabeza y el cora-
zón riñeron recia batalla.
Fué un grande, un muy grande pensador, pero
fué acaso un sentidor más grande aún. Y no ha
muerto. Vive en nosotros, los que le quisimos, y vi-
virá en todos los que le comprendan.
Salamanca, 16-VI-13.
PROLOGO A CONSTANZA, DE EUGENIO DE
CASTRO. (Versión castellana de Francisco Alaldo-
nado.) Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos,
1913, 100 págs.
Eugenio de Castro, el exquisito poeta conimbricen-
se, es ya conocido y apreciado de aquella parte, por
desgracia no muy copiosa, de público de lengua es-
pañola que por la poesía se interesa.
Hace ya catorce años, en 1899, apareció en Bue-
nos Aires una traducción castellana de su Bclkiss,
reina de Sabá, de Asiim y de Hymiar, hecha por Luis
Berisso, y con un discurso preliminar de Leopoldo
Lugones. Fué leído y apreciado antes en la América
española que no en España. Tal ha sido el injustifi-
cado desdén que hacia la producción portuguesa he-
mos guardado.
Un cierto aristocratismo de poeta, en gran parte
erudito, y algo también — ¿por qué no decirlo? — de
turrieburnismo le ha hecho a Castro preferir asuntos
y temas de tierras y de tiempos remotos, alejados del
fragor y el polvo de las batallas del día.
No se le puede, ciertamente, llamar poeta civil en
el sentido que a Carducci. Ni Belkiss, ni Tiresias, ni
Sagramor, ni Salomé, ni A Ncreide de Harlem, ni
O Rey Galaor, ni O Anel de PoUcrates, ni A Ponte
do Sátiro se inspiran, sino muy en parte, en la rea-
lidntl presente y viva.
I\Ias hay que tener en cuenta las condiciones y vi-
cisitudes por que ha pasado en los últimos años, y
284
MIGUEL DE UNAMUNO
sigue aún pasando, la pobre Patria de Camoens, aque-
lla de que su gran cantor dijo que estaba metida
no gosto da cobigatc no rudeza
d'hiima austera apagada e vil tristeza.
Y para espíritus poco o nada belicosos, como el de
Castro, es en la contemplación de lo remoto, en tiem-
po o en espacio, o en ambos respectos a la vez, donde
se halla consuelo para las tristezas presentes.
Lo que no quiere decir, claro está, que no sea Cas-
tro un poeta portugués y profundamente tal. Lo es
hasta por esa su predilección hacia los temas orien-
tales, por esa curiosidad de las cosas remotas, raras
y longincuas. Este gusto por lo exótico, sacáronlo
los portugueses de sus grandes navegaciones a tra-
vés de los mares tenebrosos. Su arte mismo decora-
tivo es un arte de fuertes influencias exóticas. Y así.
Castro resulta ser un poeta portugués mucho más
castizo, o, como ellos dicen, vernacular, que algunos
de los que le motejaban antaño de nefelibata, es de-
cir, que anda por las nubes. Y es para un poeta mu-
cho más honroso pasearse por las nubes que no por
barrizales o por pedregales estériles, como le ha pa-
sado en su Patria a algún erudito empeñado en hacer
poesía.
Y es portugués además, Castro, por el acento mis-
mo de sus poesías, por la dulzura de ellas y por el
aroma de religiosidad naturalista y de resignación
que de ellas se desprende. El problema pavoroso del
destino, del hado incoercible, palpita en casi todas.
Pero lo más portugués, y, por tanto, lo más hu-
mano, lo más universal — que es tal vez lo contrario
de lo cosmopolita — de toda la poesía de Castro es
su hermosísimo poema Constanza, que aquí te da,
lector, Francisco Maldonado. traducido al castellano.
OBRAS COMPLETAS
285
Ya de este poema hablé en el breve ensayo que a
Eugenio de Castro dedicara en 1907, y figura al fren-
te de mi obra Por tierras de Portugal y de España.
Entonces escribí :
"Constanza fué la mujer del Infante D. Pedro, el de
la infortunada Inés de Castro, cuyos trágicos amores
inmortalizó Canioens. Hasta hoy la atención y el in-
terés todos habíanse concentrado, como en casos aná-
logos sucede casi siempre, sobre la amada del Prín-
cipe, disipándose casi por completo la dulce pero
crepuscular figura de la esposa legítima, de Cons-
tanza.
"La pasión que alguien llamaría ilegal, la pasión no
protegida ni por la ley civil ni por el Sacramento
religioso, aparece siempre, y es natural que así sea,
como mucho más interesante y más poética que la
otra. Su poesía es más trágica, más de espectáculo,
más visible y más aparatosa. La tragedia del alma de
la pobre Constanza, enamorada también de Pedro, y
no con menos pasión acaso que lo estuviera Inés, no
es tragedia a cuya comprensión lleguen todas las al-
mas. Y es esta tragedia íntima y silenciosa la de la
pobre esposa, que ve cómo su más fraternal amiga
le roba el corazón de su Pedro; es este martirio el
que nos cuenta Eugenio de Castro en versos de una
dulzura y una saudade exquisitas y profundas.
"Esta figura de Constanza, que llena el más sentido
y el más portugués de los poemas de Castro, parece
a ratos un símbolo de Portugal, que desde el día lú-
gubre de Alcázarquivir parece vivir vagamente su-
mergido en ensueños de pasadas grandezas."
Nada tengo que suprimir, pero nada tampoco quie-
ro añadir a esto que escribí hace media docena de
años, cuando aún no había pasado Portugal por sus
últimas pruebas.
286
MIGUEL DE UNAMUNO
Y ahora algo debo decir de esta traducción • de
Constanqa, hecha por mi discípulo Paco Maldonado,
y hecha precisamente cuando, bajo mi dirección, cur-
saba "Filología comparada del latín y el castellano",
tal era el nombre oficial de la asignatura. Y no viene
a humo de pajas el recuerdo, pues una de las cosas
de que acaso esta traducción se resiente es de que su
autor estaba, cuando la hizo, en el ardor del neofi-
tismo de filólogo románico.
Empiezo por declarar, y me consta, que Paco Mal-
donado opina como yo: que, en general, no deben
traducirse las obras portuguesas. Los españoles de-
bemos leer a los portugueses en su propia lengua, y
no traducidos. El esfuerzo para ello necesario es pe-
queñísimo y se lo debemos a nuestra común madre
Iberia o Hispania. Pero ya que Maldonado se sintió
impelido, para ejercitarse en filología práctica, a
traducir Constanqa, acaso debió hacerlo conservando
el metro y ritmo mismos del original, que está todo
él en endecasílabos libres, sueltos o blancos. Y ver-
daderamente libres, a la italiana, no a la española.
Quiero decir que no rehuye los asonantes cuando
buenamente se le ocurren, y aun en versos seguidos.
Porque eso de que en los versos libres se haya de
rehuir las asonancias es una regla puramente con-
vencional, y no fundada en razón alguna estética, de
esa estúpida y ridicula preceptiva castellana que se
ha entretenido en crear dificultades para, venciéndo-
las, ocultar la pobreza de sentido poético, hasta for-
mal.
Paco Maldonado, en vez de respetar la uniforme
versificación de endecasílabos libres del original, lo
que da a éste una austera y solemne unidad, la ha
cambiado en cada canto. Así, en el primero, respeta
la versificación original ; el segundo lo rima en con-
sonancia; el tercero y cuarto los asonanta a la ma-
nera española de los romances endecasílabos, aunque
OBRAS COMPLETAS
287
en distintas asonancias ; el quinto lo traduce en ver-
sos de nueve sílabas aconsonantados ; en el sexto vuel-
ve al endecasílabo aconsonantado ; en el séptimo, por
fin, el más hermoso de los siete hermosos cantos,
vuelve el traductor a respetar el ritmo de los ende-
casílabos verdaderamente libres del autor.
Todo esto le permite a Maldonado hacer gala de
sus facultades de habilísimo versificador, de su vir-
tuosidad de tal, y, a la vez, de su dominio del habla
castellana, dominio de instinto, corroborado y per-
feccionado con el estudio ; pero ¿ no es esto algo a
costa de la fidelidad al texto? ¿No padece con ello
la unidad de la obra traducida?
Los románticos gustaron mucho de cambiar de
metro y de ritmo en sus poemas. Una cosa así como
el Orlando furioso, con sus 4.802 octavas reales, lo
que hace 38.416 endecasílabos seguidos y uniforme-
mente rimados, es algo que no sé por qué rehusan.
Y, sin embargo, ¡ qué profunda unidad da ello ! Y
así están escritos los más grandes poemas, desde La
Ilíada. Y el Paraíso perdido, de Milton, todo él en
versos blancos.
El endecasílabo libre o suelto es lo que más se
acerca a la prosa ritmoide, y ello obliga a cuidar de
la expresión poética, sin fiarse de efectos técnicos de
versificación, casi siempre convencionales. Es la for-
ma más libre y, a la vez, la más rica, porque el
endecasílabo es el verso que más variedad consiente.
No tiene esa amartilladora monotonía del alejandrino,
que es un verso falso, pues se reduce a ser una yunta
de dos heptasílabos.
Pero hechas estas protestas, de mí parte debo con-
fesar que Maldonado, al ejercitar su virtuosidad de
versificador y de hablista sobre el poema de Castro,
ha dejado intactas las bellezas de éste, y si en algún
pasaje se oscurece algo la hermosura del original, en
otros resulta realzada.
288
MIGUEL DE UNAMUNO
Y ahora espero que mi buen amigo y discípulo el
autor de esta traducción del bellísimo poema portu-
gués renunciará en adelante a traducir de tal lengua,
gemela de la nuestra, pues queda demostrado que
sabe hacerlo a maravillas, y ejercitará su virtuosidad
de versificador y de estilista en poesías de su propio
numen. Hago votos por ello y porque el público es-
pañol las conozca y guste pronto.
Salamanca, agosto 1913.
PROLOGO AL LIBRO EL POEMA DE LA TIE-
RRA. DE CANDIDO R. PINILLA. Salamanca, Al-
niaraz Hermanos, 1914, XIX + 132 págs.
AL LECTOR
No quiero, lector, que mi firma al pie de este pró-
logo pueda llamarte a engaño alguno. No es esta
obra de crítica, sino más bien de afecto, de intenso
cariño. Los versos que vas a leer son, en efecto, de
uno de mis mejores amigos — mejor no le tengo;
tan bueno acaso — , de quien tal vez sabe más de mis
secretos, de quien más confidencias de las torturas
de mi espíritu ha recibido.
Cándido R. Pinilla es ciego desde muy temprana
edad, y cuando hace ya algunos años le conocí en
esta su ciudad natal de Salamanca, intimamos al pun-
to y muy luego me convertí en su casi diario laza-
rillo y en su lector. ¡ Cuántos y cuántos paseos no
hemos dado juntos por esta solemne tierra caste-
llana que con tanto fervor canta en estos versos !
Es, sin duda, Cándido Pinilla uno de los hombres
a quienes más debo, pues, aparte de lo que haya po-
dido enseñarme por sí mismo, es uno de aquellos que
más me han hecho pensar y leer en voz alta. Sí
alguna virtuosidad poseo como lector — y de ello me
jacto — a él más que a otro cualquiera se lo debo.
Porque hay que considerar lo que significa estar un
día y otro leyendo, en voz alta a un amigo, ya pro-
sa, ya verso, y no pocas veces traduciéndole a libro
abierto y de corrido. El, pues, me ha hecho perfec-
10
290
OBRAS COMPLETAS
cionarme siquiera en el difícil arte de la lectura a
viva voz y en el más difícil aún de la traducción
repentizada y de varios idiomas, no todos afines al
castellano.
Y hemos juntado él y yo nuestros amores al cam-
po y a la lectura. ¡ Cuántas veces no hemos seguido
juntos el vuelo de alguno de los espíritus excelsos,
tendidos ambos sobre la mullida alfombra de un pra-
do, a la vera de un regato humilde y resignado, como
aquella fuentecica del Juncal que en las páginas de
este libro veréis cantada ! Mi voz cubría el canto del
agua llevando a los cielos la palabra de alguno de
esos hombres que fueron también fuentes, fuentes de
resignación y de consuelo.
El campo y los libros han sido nuestros comunes
maestros. Y juntos charlábamos con el viejo pastor,
que cómo cetro de humildad lleva el cayado que de
sus padres heredara.
Nunca olvidaré unos días de vacaciones que pa-
samos juntos en Castillejo sobre el Alhándiga. El
tiempo se puso crudo, nevaba, y no pudiendo salir
al campo, teníamos que abrigarnos en la vieja coci-
na, al amor de la lumbre del hogar, donde ardían,
bajo la ancha campana ahumada, troncos de encina.
Y allí sentados en el escaño los dos, me ponía yo a
leerle viejas consejas, cuentos y poesías que han con-
solado a tantos de haber nacido. Los gañanes y los
pastores iban recojiéndose y viniendo a casa, y silen-
ciosos, sin chistar, casi en puntillas, se ponían en rolde
a la hoguera y a escuchar con recogido deleite mi lec-
tura. Nunca he obtenido un éxito tan grande, ni que
tanto me halagara. No es fácil suponer lo que a la gen-
te de campo, analfabetos aun cuando sepan deletrear,
le encanta oír leer con sentido, sea lo que fuere, lo que
se lee. Pero allí, además. Ies interesaba lo leído. Leí
a Cándido, y a los pastores y gañanes, entre otras co-
sas, las narraciones que constituyen las Vidas som-
I o B R A S C o M P L E T A S 291
I
brias, de Pío Baroja, y no podrá suponer este escri-
tor, mi paisano, lo hondo de la impresión que en
aquellos pastores produjo el relato de "La Sima".
Cuando tuvimos que volvernos a la ciudad se me
acercó uno de aquellos campesinos a rogarme que
les dejara el libro. Un año lo tuvieron en su poder,
devolviéronmelo entero y bien cuidado — lo que no
habría hecho un señorito ciudadano—, y supe que
se lo habían aprendido casi de memoria.
Esta ha sido, pues, nuestra escuela. Y en ella
aprendió Cándido Pinilla, como aprendí yo, su amor a
este rudo campo austero, el amor que en estos versos
canta. Y lo canta desde dentro.
Aunque me lo tomen a paradoja, creo deber decir
que el ser ciego es lo que le permite ver más honda
y más interesante este campo, y verlo espiritualizado.
Guarda en el relicario de su alma la visión de la
niñez, toda pureza, y esa visión se le ha hecho,
espíritu, j Ojalá pudiésemos los demás ver con ojos
de niños tantas cosas que delante de ellos se nos po-
nen ! No en vano hicieron los antiguos a Homero
ciego.
Y por faltarle la vista material o fisiológica le
habla el silencio del campo y le hablan sus rumores
como no nos hablan a los demás. Y las visiones mis-
mas le llegan tamizadas y cernidas, a través del oído;
le llegan humanizadas.
Leed cuando nos habla de aquellos árboles que ta-
laron, de aquellos árboles que formaban una lira, a
cuyo pie se sentaba
oyendo el murmullo del viento en las hojas
y el rumor del agua bullendo en la arena
y oyó luego
los golpes del hacha cortante
que hería el silencio con su seco ruido
y ota la especie de sordo gemido
que al caer lanzaba el árbol gigante.
292
MIGUEL DE UNAMUNO
Huyen los pájaros del campo descuajado, la tierra
queda muda, el alma suspensa, y
triste y silencioso recorro el paraje
por donde ya el viento mudamente gira;
el poeta ciego no oirá más la lira
cuyo son le hacía sentir el paisaje.
i Triste, sí ; silencioso, no ! Ya que calla el campo
y huyeron tras la tala los pájaros, rompe él a cantar
y a henchir y consolar con sus cantos el silencio.
Porque el silencio sólo es verdadero silencio, si-
lencio poético, creador, para un ciego. Es siempre
para él silencio nocturno, lleno de rumores que bajan
del cielo.
En el campo ha encontrado consuelo, música como
aquella de que hablaba Fray Luis en su oda al ciego
músico Salinas, y salud. Y en el campo abrigo con-
tra rudezas de la ciudad. ¿ No es nada acaso poder
pasearse solo, sin ayuda, por una vasta pradera? ¿El
poder recorrerla sin lazarillo ?
¡ Pero no busquéis tampoco en estos versos poe-
mas de un anacoreta, no ! El sentido social es el
oído, no la vista. Los que se aislan y suelen hacerse
insondables y huraños son los sordos, no los ciegos.
Y el poeta de estos poemas que vas a leer, lector,
es sociable, muy sociable y hasta... ¡político! Que
es ya el colmo de la sociabilidad. ¡ Y aun electorero !
Y si va al campo y busca en él reposo y consuelo, es,
como Fray Luis, por ser sociable y para volver con
más brío a la brega ciudadana.
Al mundo torno, pues, donde debo
la más humana misión cumplir
nos dice él mismo. Y ello me recuerda aquellos den-
sos versos de Jorge Meredith en su breve poema
"Naturaleza y vida" {N ature and Life), en que dice
a uno que se retira al bosque: "Mas oye cómo por
dentro la concha que eres resuena música, sin que
OBRAS COMPLETAS
293
haya cerca otro que se conmueva a su eco. Nuestra
vida es parte de las olas ; ellas llevan nuestras ro-
dantes cosechas ; vuelve, pues, a ellas a por aire va-
ronil, henchido del corazón del bosque."
Y tan cierto es esto de Pinilla, que no tenéis sino
leer sus cantos "¡Desterrados!" y "Al marchar", tan
sociales como campestres, para conocer que el amor
al campo y el amor a la sociedad humana son un
solo y mismo amor en él. Y es la ciudad la que le
ha enseñado a sentir así la tragedia de la tierra. Y
es la ciudad, es la sociedad humana civil, la que le
ha enseñado la calentura de lo divino
que sólo Dios engendra y sólo El cura.
El campo, el espíritu de la tierra, ha sido fuente
de resignación y de calma y de mesura para él, muy
al contrario que le pasaba a Leopardi, que vió en la
naturaleza una madrastra. Bien es cierto que la natu-
raleza fué con el pobre recanatense mucho más cruel
que con Pinilia haya sido. El no poder ver lanza a
un hombre al campo ; el no querer ser visto le confina
en tristes cementerios de pensamientos humanos.
Cándido Pinilla ha buscado en el campo restaura-
ción a las luchas de la ciudad, y en ésta lleva el re-
poso sedante de la campiña. Y en el campo le han
enseñado a quererlo y a sentirlo los libros.
Conviene que nos vayamos deshaciendo de esa es-
pecie fabulosa de que pueda haber poetas espontá-
neos, populares en un cierto sentido completamente
arbitrario y falso. Yo llego a dudar de que sea cier-
to hasta lo del "cantar sabroso no aprendido" de los
pájaros, y sospecho que ni éstos cantarían si no hu-
bieran oído nunca cantar a sus padres. Y poesía po-
pular, en el sentido de algo colectivo, que brota del
pueblo, de la masa, no ha existido jamás. Las mu-
chedumbres son infecundas para el arte. Lo que hacen
294
MIGUEL DE UNAMUNO
es obrar en el espíritu del poeta, del individuo crea-
dor, y recojer luego sus cantos, aceptándolos, o re-
chazarlos.
Y de la misma manera el sentimiento estético del
campo, del paisaje, es obra de cultura, es un pro-
ducto civil y no rústico; nació en la ciudad y de la
literatura procede. No es, pues, un reproche, ni mu-
cho menos, el decir de un poeta que siente y ve el
campo a través de la literatura, esto es, al través de
la tradición cultural humana. Así ha sido siempre y
así será.
Y esto me trae a las mientes la absurda leyenda
que respecto a Gabriel y Galán pretendieron esparcir
algunos de sus poco reflexivos admiradores y admi-
nistradores de su gloria. Quisieron hacer creer a los
ingenuos y a los incautos que Galán era una especie
de flor bravia, silvestre, casi sin cultivo, y que sin-
tió y vió el campo en sentimiento y visión inmedia-
tos y como si él lo hubiese estéticamente descubierto.
Nada más lejos de la verdad. Galán, que fué maes-
tro de escuela y estudiante de magisterio, leyó mu-
cho, mucho más de lo que quieren hacernos creer
esos sus inconsiderados incensadores, y su sentimien-
to del campo tiene, afortunadamente para él y su
obra, mucho de culto, de cultural, de literario. La
literatura, nuestra clásica literatura, Fray Luis sobre
todo, y no pocos poetas contemporáneos, ya españo-
les, ya extranjeros, le enseñaron a ver y a sentir el
campo. Quiere esto decir que le enseñaron a verlo y
a sentirlo los que le enseñaron a hablar y a escribir.
A. nadie se le ocurrirá, y menos a mí que a otro
cualquiera, aplicar tan absurda leyenda a Pinilla.
¡ Como que en no pocos de estos versos descubro la
semilla de donde han brotado, semilla que yo mismo
sembré con mis lecturas en su espíritu ! Ahora que
él, poeta culto, esto es, poeta de verdad, ha dado de
esas semillas una flor propia, oyendo al campo.
OBRAS COMPLETAS
295
Y no es el sentimiento de él, que aquí verás, lector,
florecer en versos, un sentimiento blandengue y todo
él de reposo y de resignación, ¡ no ! Pinilla es de los
que pueden repetir el "qué descansada vida...", por
ser de los que se han cansado y de los que merecen
I el descanso.
De los versos que aquí leerás, lector, hay algunos
que prefiero y son los que suenan como éstos:
La reja ¡abra el cerro,
la hoz convierte en páramo el trigal :
¡a tierra no se rinde sino al hierro;
hoz o arado, es igual.
Sí, la Tierra es a la vez madre del Hombre, su
esposa y su hija. De ella salió y ella le nutre, pero a
ella fecunda con su trabajo, abriéndole con el hierro
el seno y sembrando allí la semilla, y en cierto modo
la hace. Es también obra del Hombre, su hija. Y si
I el hombre salió llorando del seno de una madre dolo-
rida, debe de serle dulce, muy dulce, cuando se rinda
al peso de los años de trabajo, reclinar su cabeza en
I el regazo de una hija apesarada a la vista de la
' muerte, y mirando al cielo, dar allí, en aquel seno
I que de él brotó, su postrer aliento.
I Y lo que debió sentir la tierra al recibir en su seno
todoparidor y que a todos recoje, la semilla inmortal
de aquel pobre rapaciño gallego a quien llevaron a
enterrar en ella llevando
a un lado un ramo de flores;
al otro una cruz de espigas.
¡La cruz de espigas! ¡Lo que esto dice! Dice tan-
to como una corona de espinas. Y bien vale esa cruz
un poema que estoy seguro habrá de escribirse un
1 día.
f Son, a la vez, estas poesías, lector amigo, flores de
í otoño. No es Cándido Pinilla ningún mozo. Ha vivi-
do bastante para atesorar poesía, que es siempre ere-
296
MIGUEL DE UNAMUNO
ma del pasado. Y del pasado que se vive, es decir,
que se sufre. Y Pinilla ha vivido más que a su edad
otros, porque ha tenido que vivir más íntimamente,
ya que Dios le ha hecho buscar la luz hacia dentro.
Quiero declararlo una vez más: desconfío de los
poetas demasiado jóvenes. Sus osadías son de refle-
jo; su canto rara vez pasa de ser un eco en que nada
propio han puesto. Sus audacias no trascienden de
la técnica.
Podrá decirse de estos poemas que son a las veces
algo lentos, que discurren pausadamente como un
riego fecundante y no en chaparrón que arrastra
mantillo, que falta en ellos concentración. Es, sin
duda, el placer que encuentra en charlar quien no se
distrae de la charla con lo que ve ; es aquella mesu-
rada prolijidad homérica de la charla del viejo poeta
ciego que sentado al amor de la lumbre cuenta des-
paciosamente antiguas consejas. Es la expresión de
quien vive mucho hacia dentro, esto es, despacio. Y
es lo propio del que canta de palabra y no por es-
crito.
Y esto, el que Pinilla tenga que componer sus ver-
sos estrictamente a su oído, de memoria, sin ir fiján-
dolos por escrito apenas brotan informes, buUentes,
improvisados, esto es también lo que explica su téc-
nica correcta en el sentido de nuestra tradicional pre-
ceptiva, que es un legado de la experiencia. Y cuenta
que yo me revuelvo a menudo contra esa preceptiva
y soy de los que quieren -revolucionarla, revolucio-
nando a la vez nuestro oído. Pero quien apenas cuen-
ta si no con él no puede ser revolucionario.
Hay mucho de verdad en aquello que Roberto Luis
Stevenson dijo de los versos de Walt Whitman, y es
que éste no quería tomarse ni la molestia de escribir
en prosa. Los versos whitmanianos son, en efecto,
expresión de algo anterior a la diferenciación de ver-
so y prosa, son el lenguaje protoplasmático, casi
OBRAS COMPLETAS
297
amorfo, que brota en los momentos de éxtasis o cuan-
do uno habla para sí mismo. Parécense a las notas
que un escritor toma rápidamente, a vuela pluma,
cuando los pensamientos se le amontonan. Los versos
de Walt Whitman me hacen el efecto de estar escri-
tos taquigráficamente. Son frases de complexión tan
fugitiva, tan líquida, o mejor tan nebulosa — lo que
no quiere decir que sean oscuras — , que si no se re-
cojen apenas nacidas cuajarían muy pronto. Y cuaja-
rían o en prosa, en prosa orgánica y articulada, o en
verso de formas rígidas y tradicionales. Una cosa pare-
cida ocurre con los versos libres del gran poeta
cubano, José Martí, y eso que éstos son endecasílabos
regulares.
Y yo, que estoy muy hecho a improvisar versos
así, de primer brote, espontáneos, de sobresalto, fu-
gitivos, me explico que no los escriba quien tiene
que ir grabándolos en su memoria antes de darlos al
papel, con lo que naturalmente toman esas formas
de persistencia que se trasmiten en nuestra precep-
tiva. Cuando una persona, generalmente una mujer,
dice de unos versos que no le suenan, que no le pare-
cen versos, entended que siente que no lograría fácil-
mente aprendérselos de memoria, porque faltan la
consonancia y el artificio estrófico. No pegarse al oído
es no pegarse a la memoria. Es como la música, que
se dice que se pega bien al oído aquella de que al
salir de oírla van tarareando fragmentos los oyentes.
Lo que no quiere decir que sea mejor que la otra.
Y a fuerza de oírlo se aprende hasta el credo de la
misa que está más bien que en verso libre en prosa
ritmoide.
He aquí la explicación que me doy de que estos
versos del poeta ciego sean tan preceptivamente co-
rrectos, lo que no excluye, ¡ claro está !, la sospecha
de que Pinilla, tan libera! y progresista como es,
guarde un grandísimo respeto a la tradición litera-
298
MIGUEL DE UNAMUNO
ría. Nuestros viejos proo^resistas políticos, de cuyo
espíritu tanto heredó Pinilla, eran unos formidables
clasicistas en literatura. El romanticismo se alia me-
jor con la reacción. Pinilla conoce tan bien como yo
ejemplares curiosísimos que aunan el culto a una
cierta incredulidad volteriana, tipo siglo xviii, con
el culto a la gramática y al atildamiento en el len-
guaje. Un solecismo o una innovación en el modo de
versificar les hiere tanto como una afirmación dog-
mática ortodoxa. Y es que quien huye de una orto-
doxia cae en otra.
Mas todo esto en último caso importa muy poco.
Con una u otra técnica, en unas u otras formas, anti-
guas o anticuadas, nuevas o renovadas, lo que hemos
de pedir es que se nos dé poesía. Y cuando, como nos
sucede con Cándido Pinilla, nos la dan, todo lo otro
no son sino tecniquerías que a lo sumo podrán inte-
resar a las gentes del oficio. Y el oficio de poeta,
como tal oficio, o para hablar con más propiedad, la
profesión de literato que construye versos, no debe
merecernos demasiado respeto.
Sin que esto quiera decir que no pueda alguna vez
darse un profesional de éstos que sea a la vez un
gran poeta Píndaro, el cantor de los vencedores en los
juegos olímpicos y píticos, era un poeta de ocasión,
una especie de proveedor de letras para himnos que
se cantaban en fiestas públicas y ceremonias oficiales
y nadie puede negarle altísima inspiración. Y lo digo
porque más de una vez ha compuesto Pinilla sen-
cillas letras, de esas para música que se pega a los
oídos y ha tenido la dicha de oírsela cantar a voces
frescas de muchachas que no han conocido las picar-
días del llamado amor por antonomasia.
Y no prosigo chachareando y divagando a propó-
sito de estos poemas de mi amigo. Es la amistad que
con él me une lo que hace que no extreme el elogio,
y aun más que ella el que he asistido a la génesis
\J ÍJ 1\. ^ ^ ^ ^ IVl L 1^ L ^
y al desarrollo de algunos de ellos. Aquí tienes el
libro, lector; lee y juzga, o mejor, lee y gózalo por
ti mismo. Y si yo con estas líneas logro que se difunda
algo más y sea más conocido no habré hecho poco.
Porque estoy convencido de que el retraimiento pro-
vinciano a que las circunstancias de su vida, por una
parte, más por otra y ante todo su propio gusto le
han llevado a Cándido Pinilla, ha sido la mayor cau-
sa de que no se le conozca, como poeta, en España
tal y tanto como debería conocérsele. No ha podido
codear y chillar y declamar sus versos empinándose
sobre las puntas de los pies. Y la compostura que
le dan los años de recojimiento le han impedido
romper en estridencias.
Salamanca, febrero de 1914.
SERENIDAD, DE ERNESTO A. GUZMAN. San-
tiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1914 (1)
Fué mi primera idea escribir este prólogo en verso
libre, en endecasílabos sueltos o blancos, que es como
están las poesías de Ernesto A. Guzmán, y darlos
luego a la imprenta en forma tipográfica de prosa,
sin separación de cada verso. Es cosa que más de
una vez tengo hecha. Quería fiarme al oído, al verda-
dero oído del lector, al que no nocesíta que le guíen
con indicaciones visuales.
Y hasta tenía escritas algunas líneas de ese mi
prólogo ritmoide. Había de empezar así : "Y qué he
de decir yo como proemio (reminiscencia es esta voz
del cargo)"... Y luego, hablando del lenguaje que
Guzmán usa, diría yo: "Lengua confidencial, de cu-
chicheo en un rincón sombroso, en lento diálogo de
dos a solas"... Y entrelazados con mis propios ende-
casílabos irían otros de estos poemas de la serenidad
de Guzmán.
¿ Por qué renuncié a este propósito ? No lo sé. Aca-
so porque me exigía un esfuerzo mucho mayor de lo
que podía creerse. Mi prosa algo desgarrada y rota,
conversacional, vivida, tiene mucho de improvisación,
y en teniendo yo algo que decir me surge como el
agua de un manadero rebosante. Y los versos acon-
sonantados y estróficos los dejo para cuando estoy
1 "Debirlo a perturbaciones muy explicables en las actuales
circunstancias, este prólogo llegó atrasarlo y cuando ya el libro
estaba en circulación." (N. del E. de este libro en el pliego que
le añadió en el prólogo.)
OBRAS COMPLETAS
301
de vena de jugueteo, para cuando no sintiendo nada
que decir^ pero cosquilleándome la comezón de escri-
bir algo, voy a divertirme con la técnica. Una décima,
una octava real, una quintilla, una cuarteta pueden
muy bien pasarse de tener contenido... poético. En el
manual de retórica y poética — retórica... ¡ pase !, pero
lo que es poética... — que me hicieron estudiar cuan-
do no tenía trece años, había algunas estrofas de Zo-
rrilla que entonces me sonaban a cosa exquisita y que
eran de una vaciedad no sólo de idea, sino de imagi-
nación y de sentimiento, que hoy me asombra cómo
aquello pudo nunca pasar por poesía. Eran resoba-
dísimos lugares comunes, de expresión vulgarísima,
y versificados de modo que se los podía canturrear
acompañándose de acordeón.
Pero escribir meditaciones poéticas, lo que los in-
gleses llaman jnusings, en endecasílabos sueltos, sin
la muleta de la rima, en rítmica lengua recogida, en
íntima conversación, en soliloquio recatado, eso no es
para todos los momentos.
Hace cosa de seis meses hice en el Ateneo de Ma-
drid una prueba — una verdadera hazaña— de que salí
muy satisfecho. Y es que a un público que llenaba
por completo el salón más grande de aquel centro le
leí casi todo mi poema El Cristo de Vclázqucc, todavía
inédito. Lo menos mil quinientos endecasílabos libres
— ¡ ahí es nada ! — Y ni uno se movió y obtuve un
éxito como no esperaba. Cierto es que yo — he de con-
fesarlo con la modestia que me caracteriza — leo bas-
tante bien, soljre todo lo mío, y tengo, dicen, una voz
muy agradable. Pero estoy completamente seguro que
si en vez de mil quinientos versos sueltos, especie de
prosa ritmoide y densa, hubiera leído ciento cincuenta
décimas o ciento ochenta y ocho octavas, o trescien-
tas quintillas, aquella buena gente no me lo resiste.
No hay modo de estar oyendo durante hora y cuarto
— no menos duró mi lectura — el machaqueo estrófico
302
MIGUEL DE UNAMUNO
de los consonantes, y mucho menos si el lector, como
los más de ellos suelen hacerlo, en vez de leer de-
clama.
¿ Que por qué traigo aquí todo esto a cuento ? Pues
porque al explicarme a este respecto explico también
a Ernesto A. Guzmán. Tampoco sus versos son de-
clamables, esto es, declamatorios. Ni menos cantahili.
No espero que llegue a escribir letra para una zar-
zuela o para una de esas cosas que llaman himnos pa-
trióticos y que vocean los niños en derredor de una
bandera. Todo esto, cuya utilidad yo no niego, cae
fuera de la poesía.
¿Y qué es poesía entonces?, me preguntaréis. Y
dejando a un lado su definición — Dios me libre de
caer en definidor — os diré que la verdadera íntima
poesía escrita no es algo para gustar de lo cual se
esté desde luego y sin debida educación preparado,
y que entre nosotros es frecuente estar, por el con-
trario, des-preparado para ella por una pésima edu-
cación estética como la que aquel manual de retórica
y poética de que os decía, pudiera habernos infun-
dido.
En todas partes algo, pero entre nosotros mucho,
la poesía ha perdido su solemnidad, si es que aquí la
tuvo. De algo que empezó siendo religioso ha aca-
bado en un mero adorno y aun en algo peor. Sirven
los versos para amenizar veladas mientras la damita,
tapándose la cara con el abanico, cuchichea con el no-
vio en un rincón. Un pobre diablo, acaso de fraque,
recita un madrigal o un soneto y luego lleva de bra-
cete a una señoritinga a que ejecute al piano una
herceuse o un nocturno. Y encima los juegos florales,
esta horrenda fiesta de profanación, en la que ante
una grotesca banda de señoritas disfrazadas, a que
se llama corte de amor, el desdichado versificador que
obtuvo la flor natural declama unas líneas que nadie
escucha.
U ±¡ K A :í L U M 1^ L h 1 a ^
Y todos estos desgraciados que hacen versos como
podían hacer carambolas y les dan cien mil vueltas a
los archiseculares tópicos, se han conchabado para
trazar las reglas del oficio, del menester de juglaría.
Han inventado una técnica y al cabo del tiempo la
han impuesto. Y han conseguido que a las señoritas
de las veladas literarias y de los juegos florales no
les suene otro sonsonete que el juglaresco.
"Hombre, estos no son versos libres !", me dijo una
vez un juglar, añadiendo: "No ve usted que están
sembrados de asonancias y aun alguna consonancia... 1"
"Tanto más libres" — le contesté — . "No — me repli-
có— , cuando uno se pone a hacer versos libres debe
cuidar de que no se le escapen asonantados" "¿Y por
qué ?" "i Es la regla del arte !" "Pero el arte debe fun-
darse en la naturaleza estética." "Es que eso disuena."
"¡A usted, según parece, sí; a mí, no!" "Falta de
educación del oído." "No ; mala educación en usted ;
educación convencional, artificiosa, juglaresca." "¡ Va
usted a discutirme el oído... !" "Sí, es lo que les dis-
cuto a ustedes. Ese es un oído convencional, ceremo-
nial, de etiqueta y liturgia. Crean ustedes dificulta-
des artificiosas para arrogarse el mérito de vencerlas.
Eso no es arte; es un juego de sociedad!"
Y ahora aquí lo repito. Ni la preceptiva clásica ni
la preceptiva modernista son otra cosa que liturgias
juglarescas. Tan ficticio es proscribir en un soneto
consonantes que asonanten entre sí, como empeñarse
en hacer tónicos, acentuados, en fin de verso los vo-
cablos átonos, tal como el indefinido uno, una (éste
para rimarlo, contra toda ley natural, con luna) y las
preposiciones. Juglaría y nada más que juglaría.
¿Y por qué tienen los oídos embotados con ce-
rumen juglaresco? Porque la poesía la verdadera poe-
sía, no les dice nada, no les habla al alma. Han hecho
de la lengua una voluptuosidad muelle, una porquería
acústica para degenerados y no generados aún, le han
304
MIGUEL DE UNAMUNO
quitado su másenla hermosura de desnudez, porque
carecen de palabra interior. Sólo les suena, bien lo
que les adormece. Un estilo despierto, punzante, vivo,
hablado, gritado,... es decir, un estilo, les hiere.
¡Pero... basta! Quería deciros algo de estos poe-
mas de la serenidad y de lo que Ernesto A. Guzmán
nos dice al hablar a sus ojos y a sus manos. Mas,
¿para qué? Lo dicho, dicho queda. No hay mucha se-
renidad en este prólogo, lo comprendo. He querido
hacerlo de lucha. Pero es que las poesías que siguen
son de lucha también. Y así hay que estar, luchando
siempre.
Y entre tanto a ver si logramos devolverle su re-
ligiosidad a la poesía y que se quede lo otro para ve-
ladas de five o'clock tea literarios, fiestas de pensio-
nados de señoritas o de Seminario conciliar y juegos
florales. ¡ Ah, y para esas revistillas de mozos en que
se incuban los genios incomprendidos !
Salamanca, l-VII-14.
EPILOGO A ALPINISMO CASTELLANO.
GUIA y CRONICAS DE EXCURSIONES POR
LAS SIERRAS DE CREDOS, BEJAR Y FRAN-
CIA, DE ANDRES PEREZ-CARDENAL. Bil-
bao, 1914.
También yo, como Andrés Pérez-Cardenal, mi ami-
go, he ido a curar mis murrias ciudadanas, y acaso
mis aprensiones, en las cumbres soleadas de Credos
y en el alto de la Peña de Francia. Conozco el si-
lencio salutífero de las cimas ceñidas del cielo, en
esas aras del templo que es España. Y de ellas he
hablado muchas veces con Pérez-Cardenal, apóstol
del alpinismo castellano.
La idea general corriente se figura a Castilla como
un vasto páramo donde amarillea el rastrojo, monó-
tono, tendido, árido; apenas se tiene en cuenta que
Castilla está llena de sierras bravas y que su espi-
nazo central, entre las cuencas del Duero y el Tajo,
esa cordillera que ensarta las sierras de Guadarrama,
Credos, Béjar, Francia y Gata, es de lo más her-
moso que puede verse. Y de lo menos adulterado.
Podría decirse que los castillos que le valen hoy a
Castilla su nombre, son más que los viejos torreo-
nes, que están por donde quiera de ella desmoronán-
dose, los castillos de tormos y peñascos que forman las
entrañas de su suelo al levantarse a buscar cielo y
tomar la luz de su sol. Pues Castilla muestra, al sol,
su azote y su caricia, no ya sus entrañas, sino sus
huesos, unos huesos caldeados, que a las veces abra-
san al toque.
306
MIGUEL DE UNAMUNO
El castellano, no sé bien por qué, hasta hace muy
poco, no ha empezado a gustar el singular cariño
— un cariño rudo y hondo, sin gestos ni arrumacos —
de su tierra, ni a sentir la hermosura de ésta. ¡ La
veía tan vieja ! ¡ Estaba tan cansada de parir ! Y es
claro, cuando el hijo de una tierra se despega de ella
y no le descubre su hermosura, parece difícil que se
la descubra al extraño. Y, sin embargo, así ha sido.
Forasteros principalmente empezaron a percatarse de
los tesoros de brava y solemne belleza que la tierra
castellana guarda.
Se descubrió la grandiosidad épica de la llanura,
hasta de la estepa y el páramo, y gracias al prestigio
literario se llegó a hacer de ella hasta un lugar co-
mún, ya en oratoria — hablada o escrita — , ya en
verso. Por reacción se opuso la llanada a la monta-
ña, y pareció olvidarse que Castilla es tierra mon-
tañesa también, o más bien que montaseña, serrana.
Hay una Castilla serrana, tan Castilla como la llanera.
Y el verdadero corazón de Castilla, un corazón des-
nudo, todo roca, que se levanta al cielo buscando por
encima de las nubes al sol, desnudo también, es Cre-
dos. Es su cima adonde hay que ir a recibir el sa-
cramento de la confirmación de la patria.
Desde allí, desde la cumbre de Credos, se ciñe con
la mirada los campos extremeños de donde salieron
los conquistadores, aquellos navegantes de tierras, de
mirada de águila, que fueron los que por primera
vez, desde el Darien, vieron a un lado y otro los dos
más grandes mares.
Y el que quiera buscar paz suba a esas cimas. Por
dos veces he gustado unos días de absoluto sosiego en
la Peña de Francia, reparando mi espíritu y preparán-
dolo para nuevos combates. Y he envidiado a los
buitres y a las águilas que se cernían allá arriba, en
el seno del azul, casi inmóviles y silenciosos.
Por otra parte, quien no conoce la vida de esos
OBRAS COMPLETAS
307
pueblos de las serranías castellanas, algunos de los
cuales parecen trasportarnos más bien que a siglos
hace, a la verdadera eternidad, a esa vida que tras-
curre fuera de tiempo, igual ayer que mañana, en la
santa repetición que es la sustancia de la dicha, no
conoce la España inacabadera.
Para esto, para gustar de lo que no cambia, de lo
permanente, de lo eternamente joven, para beber de
la juventud eterna, sobre todo los que hemos perdido
ya la pasajera, para eso hay que recojerse en el seno
de esos valles y esas serranías.
Y he aquí por qué el predicar, como Pérez-Car-
denal hace, el culto activo y práctico de nuestra
naturaleza, es predicar patria y es predicar también
evangelio.
INTRODUCCION AL LIBRO SIMON BOLI-
VAR, LIBERTADOR DE LA AMERICA DEL
SUR, POR LOS MAS GRANDES ESCRITORES
AMERICANOS. Madrid, Renacimiento, 1914, XVI
+ 542 págs.
Dox\ Quijote - Bolívar
Cuando me pongo a escribir estas lineas sobre
Bolívar, uno de los más grandes y más representa-
tivos genios hispánicos, arde la guerra, una guerra
tan metódica como cruel, en lo mejor de Europa. Y
a través del fragoroso polvo de esta guerra, tan lar-
gos años meditada y preparada, se me aparece más
grande, mucho más grande, la figura de nuestro Bo-
lívar, como guerrero, como estadista, como creador
de patrias y sobre todo como hombre.
Bolívar fué un maestro en el arte de la guerra y no
un catedrático en la ciencia — si es que es tal — de
la milicia; fué un guerrero más que un militar, como
decía Ganivet que suele ser el español ; fué teatral
y enfático, tal como es naturalmente y sin afectación
su raza, nuestra raza ; pero no fué un pedante.
Bolívar fué un hombre, todo un hombre ; un hom-
bre entero y verdadero, y ser todo un hombre es más,
mucho más que ser Ucbcnuenscli — lo dejaré, para
mayor oscuridad, en alemán — , una mera abstrac-
ción nietzscheniana, de los que quieren y presumen,
pero no logran. Bolívar era de la estirpe de Don
Quijote, el de los bigotes grandes, negros y... caí-
dos.
OBRAS COMPLETAS
309
El capitán general inglés C. G. Gordon, el héroe
de Jartún, estando sitiado por las huestes de Mahdi
en esa ciudad sobre el Nilo en que muriera, llevaba
un Diario que ha llegado hasta nosotros. Y el día
13 de setiembre de 1884 escribía en él :
"j\Ie parece que en vez de la táctica o los libros
sobre el arte de la guerra deberíamos hacer que
nuestros jóvenes oficiales estudiasen las Vidas, de
Plutarco; sería mejor. Vemos allí a hombres no
sostenidos por nuestra verdadera fe, a paganos, ha-
ciendo, como cosa corriente, el sacrificio de sus vi-
das, cuando en nuestros días el mayor mérito es no
escapar".
Sin duda alguna que Bolívar leía, como acostum-
braban a leer Miranda y San Martín, las Vidas, de
Plutarco, pues su educación había sido enteramente
plutarquiana y los dejos de su estilo, tan de transi-
ción del siglo XVIII al xix, lo son. No puede caber
duda de que su maestro, don Simón Rodríguez, le
plutarquizó rousseaunizándole. En sus conversacio-
nes mencionaba a Licurgo y a Catón (v. Diario de
Bucaramanga, pág. 71).
En su correspondencia también menciona, a me-
nudo, a los héroes de Plutarco. Así, el año de 1820,
en carta al general Carlos Soublette, dándole cuenta
de las ocurrencias políticas de España — insurrec-
ción de Quiroga y Riego y jura por Fernando VII
de la Constitución — termina quejándose de lo mal
que le secundaban a él sus colaboradores, "del im-
perio de la apatía", y agrega: "¡Y después querrán
gobernar, y después intrigarán, y después manda-
rán, y después harán morir como a Milcíades a los
libertadores de la Patria!" (Carias de Bolívar, 1799-
1822, pág. 289.)
Y aquel maestro en el arte de la guerra y en el de
hacer patrias, que no catedrático de la problemática
ciencia militar, conocía a los hombres, que vale más
310
MIGUEL DE UNAMUNO
que conocer soldados. Como que eran hombres de
verdad y no máquinas, no números de regimienlo,
los que guiaba a la victoria o a la derrota.
Querer aplicar al estudio de un hombre así, a un
hombre, a un héroe, los procedimientos lombrosianos,
como lo ha intentado el doctor P. M. Arcaya, me
parece una pedantería y nada más. Bolívar no era
otro doctor — doctor en milicia — ; Bolívar era un
hombre que hacía la guerra para fundar la única paz
duradera y valedera, la paz de la libertad.
E hizo la guerra puede decirse que solo, sin Es-
tado Mayor, a lo Don Quijote. La humanidad que le
seguía — humanidad y no mero ejército — era su San-
cho.
No, Bolívar no fué nunca pedante, nunca doctor,
nunca catedrático. Fué teatral y enfático, cierto es,
como Don Quijote, como su casta española, con tea-
tralidad y énfasis perfectamente naturales y espon-
táneos. A un francés que me hablaba una vez del
énfasis español, hube de atajarle diciéndole: "En
los espíritus de naturaleza enfática, el énfasis es na-
tural... Ahora, siga usted".
Con Don Quijote comparé a Bolívar hace unos
años y quiero volver a esa comparación y repa-
sarla (1).
"L..., dijo entonces S. E. — es decir, Bolívar — , es
malo, es hombre sin delicadeza y sin honor; es un
fanfarrón lleno de viento y de vanidad; es un ver-
dadero Don Quijote." Así nos asegura Perú de
Lacroix en su Diario de Bucaramanga que dijo una
vez el Libertador. Donde aparece nuestro Don Qui-
jote completamente desfigurado. Pero es que al decir
esto hablaba Bolívar sin duda acomodándose al vul-
1 Véase su ensayo "Don Quijote y Bolívar", aparecido en
La Nación, de Buenos Aires, de 30-1-1907; luego en El Cojo Ilus-
trado, de Caracas, de 15-V-1907; y, finalmente incorporado al libro
Soliloquios y conversaciones, Madrid, 1911, págs. 273-284. Hoy
también en estas Obras Completas, tomo III, págs. 1.116-1.122.
OBRAS COMPLETAS
311
gar y corriente, aunque falso, concepto de nuestro
Caballero, y no al que tenía él mismo, Bolívar, que
leyó como último libro, dícese, la historia de nuestro
Don Quijote, en un ejemplar que un español — el
marqués de INIier — le regalara y en cuya casa murió.
Su físico mismo, tal como nos le describen el fran-
cés Perú de Lacroix y el inglés O'Leary, ambos ofi-
ciales, y luego biógrafos de Bolívar, tiene no poco
de quijotesco. "Bolívar tenía la frente alta — escribe
O'Leary — , pero no muy ancha, y surcada de arrugas
desde temprana edad; pobladas y bien formadas las
cejas; los ojos negros, vivos y penetrantes; la na-
riz larga y perfecta ; los pómulos salientes ; las me-
jillas hundidas, desde que le conocí en 1818; la boca
fea..." La estatura de Bolívar era algo cesánea, y la
de Don Quijote, muy prócera ; pero oíd a O'Leary :
"Tenía el pecho angosto, el cuerpo delgado, las pier-
nas sobre todo..." {Memorias del general O'Leary,
volumen II, pág. 486). La semejanza acrece cuando
se le ponía al don Quijote americano el rostro ce-
ñudo, manifestando pesadumbre, pensamientos tris-
tes e ideas sombrías. Solo que el Libertador, que te-
nía las patillas y el mostacho tirando a rubio, no
usaba en sus últimos años bigote, mientras que los
de Don Quijote eran grandes, negros y... caídos.
Y quién no recuerda aquella frase de Bolívar ya
casi moribundo: "¡Los tres más grandes majaderos
de la Historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote...
y yo!" A unos podrá parecerles esta frase en extremo
irreverente y hasta blasfema, por lo de Jesucristo;
otros dirán que mezcla a un ente de ficción entre
dos de realidad ; mas esto serían mezquindades de
pobres hombres incomprensivos. Y en llegando al
campo espiritual en que vivía, obraba y creaba Bo-
lívar, el fundador de patrias, y donde acaba la rea-
lidad y empieza la ficción, o más bien donde termina
312
MIGUEL DE UNAMUNO
la ficción y empieza la realidad. La historia era en
Bolívar leyenda.
* * *
He sostenido en mi Vida de Don Quijote y San-
cho que la raíz de la locura quijotesca hay que bus-
carla en aquel amor silencioso, avergonzado, tímido,
que durante doce mortales años profesó Alonso Qui-
jano a Aldonza Lorenzo, su convecina, sin osar en
todo ese tiempo dirigirle la palabra. ¿No sería la
raíz de lo noble locura bolivaresca aquel terrible pe-
sar que le causó la pérdida de su mujer, del grande
y hondo amor de su vida?
Sólo un año vivió como marido amante y enamo-
rado, con su Teresa. En Bilbao, en mi Bilbao, no le-
jos, pues, del solar de los Bolívar, la cortejaba: en
Madrid, a fines de 1801, se casó con ella. Un año
después enviudaba. Y años más tarde, en plena
acción militar y política, dijo a Perú de Lacroix:
"Usted, pues, se casó a los cuarenta y cinco años...
Yo no tenía dieciocho años cuando lo hice en Ma-
drid, y enviudé en 1803 (el 22 de enero), no te-
niendo todavía dicinueve. Quise mucho a mi mujer,
y su muerte me hizo jurar no casarme. He cum-
plido mi palabra. Miren ustedes lo que son las co-
sas : si no hubiera enviudado quizá mi vida hubiera
sido otra; no sería el general Bolívar, ni el Liber-
tador, aunque convenga en que mi genio no era para
ser alcalde de San Mateo."
Amores, amoríos más bien, tuvo varios Bolívar;
no le faltaba algo de Don Juan. Basta recordar a
Josefina, a Anita Lenoir, a Manuelita Sáenz, a la
niña del Potosí, y a aquella vieja de Bolívar de que
nos habló Cunningham Graham (v. Cartas de Bo-
lívar (1799-1822), pág. 335, nota). Pero acaso el re-
cuerdo de aquel amor de sus dieciocho años fué lo
OBRAS COMPLETAS
313
que se le trasformó en amor a Dulcinea del Tobo-
so, a la Gloria.
Libros de caballerías, sus libros de caballerías, leyó
muchos ; los que se leían en su tiempo, reciente la
Gran Revolución y en plena epopeya napoleónica.
La misma Gran Revolución se alimentó de historias
de Grecia y de Roma, de memorias de los héroes de
Plutarco. "Yo no soy como Syla, que cubrió de luto y
de sangre a su patria ; pero quiero imitar al dictador
de Roma en el desprendimiento con que abdicando
el sumo poder, volvió a la vida privada y se sometió
en todo al reino de las leyes. No soy un Pisistrato...,
etcétera." Así decía el Libertador en su discurso del
2 de enero de 1814, en Caracas, ante la Asamblea
reunida ese día en el templo de San Francisco. Y de
esas reminiscencias aparecen a cada paso en sus es-
critos.
Y luego su Amadís, Napoleón. Porque es innegable
la fascinación que Napoleón ejerciera sobre Bolívar,
como sobre todos sus contemporáneos. Y la ejerció
más cuando más quiso apartarse de sus malos ejem-
plos. Cabe decir, sin exceso de paradoja, que nunca
trasuntó más Bolívar a Napoleón que cuando se es-
forzó por no imitarle. Era lo de Chateaubriand con
Rousseau.
En el Diario de Bucaramanga se nos cuenta los re-
cuerdos personales que de Napoleón conservaba Bo-
lívar cuando asistió en Italia, en la llanura de Mon-
teschiaro, cerca de Castiglione, a una gran revista
pasada por el Capitán sentado en un trono, y cuando,
en París, en diciembre de 1804, le vió coronarse. Ha-
blando del primer recuerdo, decía: "Yo ponía toda
mi atención en Napoleón, y sólo a él veía entre toda
aquella multitud de hombres que había allí reunidos;
mi curiosidad no podía saciarse y aseguro que enton-
ces estaba muy lejos de prever que un día sería yo
también el objeto de la atención, o si se quiere, de la
314
MIGUEL DE UNAMUNO
curiosidad de casi todo un continente y puede decirse
también del mundo entero." ¿Lo oís? ¡El hecho de
todos los heroísmos y hasta de las santidades! "¡Un
día seré adorado por el mundo!", exclamó el Pobre-
cito de Asís. Y sin ese resorte humano, muy humano,
y por tanto divino, no hay heroísmo.
"Usted habrá notado, no hay duda, que en mis con-
versaciones con los de mi casa y otras personas nun-
ca hago el elogio de Napoleón ; que, al contrario,
cuando llego a hablar de él o de sus hechos, es más
bien para criticarlos que para aprobarlos, y que más
de una vez me ha sucedido llamarlo tirano, déspota,
como también el haber censurado varias de sus gran-
des medidas políticas y algunas de sus operaciones
militares. Todo esto ha sido y es aún necesario para
mí, aunque mi opinión sea diferente; pero tengo que
ocultarla y disfrazarla para evitar que se establezca
la opinión de que mi política es imitada de la de
Napoleón, que mis miras y proyectos son iguales a
los suyos, que como él quiero hacerme emperador
o rey, dominar la América del Sur como ha domi-
nado él la Europa ; todo esto lo habrían dicho si hu-
biera hecho conocer mi admiración y mi entusiasmo
por aquel gran hombre."
En estas palabras de Bolívar a Perú de Lacroix,
¿no os parece oír a Don Quijote hablando de Ama-
dís de Gaula?
El napoleonismo de Bolívar es evidente, y en nada
amengua su grandeza ; más bien la engrandece más.
Sólo los grandes, los genios, los héroes, alcanzan a
los grandes, los genios y los héroes.
Cierto que fué menos egotista, más humano que Na-
poleón. Huyó de la tiranía. Y pudo escribir frases tan
nobles sobre su renuncia al absolutismo :
"Legisladores: Al restituir al Congreso el poder
supremo que depositó en mis manos, séame permitido
felicitar al pueblo porque se ha librado de cuanto hay
OBRAS COMPLETAS
315
de más terrible en el mundo, de la guerra, con la
victoria de Ayacuclio, y del despotismo con mi re-
signación. Proscribid para siempre, os ruego, tan
tremenda autoridad : ¡ esta autoridad que fué el sepul-
cro de Roma!" Asi dijo en el discurso que pronunció
ante el Congreso de Lima, el 10 de febrero de 1825,
aniversario del día en que se encargara de la dicta-
dura. Palabras que deben meditar aquellos pueblos de
charca, que. como las ranas a Júpiter, piden rey, piden
dictador, piden cacique, es decir, piden un supremo
esclavo. El Libertador sabía que el supremo esclavo
es el tirano, y no quiso esclavizarse a sus pueblos
para mejor poder libertarlos.
El quijotesco amor a la gloria, la ambición, la ver-
dadera ambición, no la codicia, no la vanidad del
pedante, no el deseo de obtener pasajeros aplausos
como un histrión, sino la alta ambición quijotesca de
dejar fama perdurable y honrada, le movía. Lo reco-
nocía él mismo. "Yo vivo de la estimación de los
hombres", escribía en 1829 a sir Robert Wilson, ape-
sadumbrado ante las calumnias y los ataques de que
estaba siendo víctima, y según los cuales aspiraba a
la tiranía. "Feliz el hombre de quien no pueden ser
calumniadas sino las intenciones", escribió a tal res-
pecto César Cantú (Ed. esp., vol. VI). Bolívar se
preocupaba de lo que de él dijera la Historia, como
los héroes homéricos y como también los condenados
dantescos.
Y su amor propio era excesivo, de lo que nos dan
numerosos ejemplos el Diario de Bucaramanga y las
Memorias de O'Lcary, ya cuando perdía en el juego,
ya cuando siendo joven presumía de saltar bien, ya
cuando no era lo bastante tolerante con los que le
contradecían, ya cuando en los paseos a pie trataba
de cansar a los que le acompañaban. "Su corazón es
mejor que su cabeza" — decía de él su principal San-
cho, el bueno de Perú de Lacroix — . Y ¿ por qué no
316
MIGUEL DE UNAMUNO
es buena su cabeza, aquella cabeza que han llamado
"la cabeza de las maravillas" ?
* * *
Yo sé quién soy — exclamó una vez Don Quijote,
lleno de fe en sí mismo. Y este grito aparece a me-
nudo en los escritos de Bolívar, si bien en otra forma.
Y conoció, como nuestro caballero, las horas de
desaliento y desilusión, cuando contemplando aquel
las imágenes de relieve y entalladura confesaba no
saber adónde le llevaban sus trabajos. "¡Estoy can-
sado de mandar!" — exclamaba Bolívar — . "Comien-
zo ya a sentir las flaquezas de una vejez prematu-
ra"..., ¡a los treinta y ocho años! "Mi conciencia
sufre bajo el peso de las atroces calumnias que me
prodigan, ya los liberales de América, ya los servi-
les de Europa. Noche y día me atormenta la idea, en
que están mis enemigos, de que mis servicios a la
libertad son dirigidos por la ambición" (O'Leary, II,
325). Y al final de aquel Mensaje al Congreso consti-
tuyente de Colombia, el 20 de enero de 1830, aquella
frase terrible: "Me ruborizo al decirlo: la indepen-
dencia es el único bien que hemos adquirido a costa
de los demás." (Véase Discursos y proclanias, pági-
na 135.)
Aunque añadió: "Pero ella nos abre la puerta para
reconquistarlos bajo vuestros soberanos auspicios, con
todo el esplendor de la gloria y de la libertad."
¡ Cuántas veces no meditaría en lo que es eso de la
independencia de un pueblo y en lo que significa !
¡ Cuántas veces no pensaría que de nada sirve com-
prar una independencia política puramente ficticia a
costa de un alma colectiva, de un espíritu nacional, de
la dignidad acaso ! Porque él, el Libertador, no pensó
en crear naciones más o menos independientes: pensó
en crear patrias.
OBRAS COMPLETAS
317
A pesar de las terribles confrontaciones con la rea-
lidad, pronto volvía, como Don Quijote, a su locura
vivificadora y libertadora de los demás.
Y todo ello, ; para qué ? ¿ Cuál fué su obra ?, ¿ cuál
su finalidad ? Su formalidad, ya la hemos visto : for-
malidad de genuino héroe quijotesco, teatral y enfá-
tico, pero no pedantesco, sino sincero y espontáneo;
de maestro en el arte de la guerra y en el crear pa-
trias; no de catedrático de ciencia militar ni de cien-
cia política ; ¿ mas su finalidad ?
En la proclama que el día 29 de julio de 1824,
año décimocuarto de la Independencia, dirigió a sus
soldados desde el Cuartel general libertador en Pas-
co, en el corazón de los Andes australes, lo decía:
"El Perú y la América toda aguardan de vosotros
la paz, hija de la victoria; y aun la Europa liberal
os contempla con encanto, porque la libertad del Nue-
vo jMundo es la esperanza del Universo!" ¡La es-
peranza de libertad para el mundo todo !
Ahora, en estos días de terrible guerra, cuando se
han desencadenado sobre Europa las más feroces pa-
siones atávicas, ¿no pensarán en la América que
forjó Bolívar que la libertad del Nuevo Mundo es la
esperanza de la Tierra ?
Con verdad escribe Emilio Ollivier, el ministro de
Napoleón III, que en tiempo de Bolívar el nombre
de éste circulaba entre los pueblos de Europa — sin
excluir a España — como sinónimo de libertad. Con
el nombre de Bolívar en los labios, en canciones pa-
trióticas, tomaron a París los revolucionarios de 1830.
¿ Y acaso Bolívar, libertando a la América del Sur
del dominio español, no ha contribuido a la futura,
completa liberación de España?
Se ha hablado mucho del antiespañolismo de Bolí-
var juzgando por esas frases de inflamada retórica
que inspiran las güeras civiles y más que civiles
— bella... plus quam civilia, que dijo otro español,
318
MIGUEL DE UNAMUNO
Lucano — como lo fueron las de la Independencia
americana. Pero ¿quién va a dar más que valor con-
vencional y del momento a todo aquello del feroz des-
potismo, de los crueles españoles, bandas de tártaros
y otras explosiones retóricas, propias de proclamas?
Cuando yo era muchacho, en plena guerra civil, y
mientras nos bombardeaban los carlistas, se cantaban
en mi pueblo, Bilbao, unos cantares en que se les lla-
maba nada menos que... ¡¡caribes y fariseos!! Y
¿ quién ha de hacer caso cuando en una carta dice Bo-
lívar: "Más grande es el odio que nos ha inspirado la
Península que el mar que nos separa de ella ; menos
difícil es unir los dos continentes que reconciliar los
espíritus de ambos países" ? ¡ Retórica, retórica, retó-
rica ! ¡ Y más retórica cuando él, Bolívar, el puro
descendiente de españoles, de origen vasco, nos habla
de haber roto las cadenas que había remachado Pi-
zarro a los hijos de Manco-Capac !
Una vez oí a un español culpar a los cubanos de
ingratos por haberse separado políticamente de Es-
paña, añadiendo: "¡Después que descubrimos, con-
quistamos y poblamos aquello...!" "¿Nosotros? ■ — le
contesté — ; ¡ será usted, que yo, por lo menos, no !
No recuerdo haberlo descubierto, conquistado ni po-
blado." "Nosotros precisamente, no — me replicó — ;
pero nuestros padres." "Los de ellos más bien" — le
retruqué.
Mejor que nadie acaso conocía a Bolívar su más
noble contendedor, que no fué el virrey Sámano,
ni el virrey Montalvo, ni el virrey La Serna, ni el
francés Canterac, sino el general español don Pablo
Morillo, y decía de él : "Tiene de su noble estirpe
española rasgos y cualidades que le hacen muy supe-
rior a cuanto le rodea." Y, sin duda, muy superior
a los que llevaran sangre de Manco-Capac, a cuyos
hijos remachó las cadenas Pizarro, aquel Pizarro
mucho más hermano de Bolívar que el inca.
OBRAS C O M P LE TAS
319
Ya se quejaba Bolívar de que en la guerra de Amé-
rica hubiesen muerto tantos españoles: "Porque ellos
son — agregaba — los que debían poblar y civilizar
nuestros desiertos." (Memorias del Libertador Si-
món Bolívar, por el general T. C. de Mosquera.)
Otra vez puso en un documento las siguientes o
parecidas palabras :
"No confundamos al Gobierno de España con los
españoles. Hagamos la guerra al uno, no a los otros."
Y ¿no fué Bolívar, en cuyas venas corría sangre
quijotesca, quien escribió : "Es nuestra ambición ofre-
cer a los españoles una segunda patria, pero erguida,
no abrumada de cadenas." Esto se lo decía al rey
Fernando VII, desde Bogotá, en 1821. Cincuenta y
dos años más tarde, en 1873, otro grande héroe ame-
ricano — el más grande acaso de sus héroes por el
pensamiento — , Domingo Faustino Sarmiento, el ar-
gentino, en su célebre discurso de la Bandera, decía,
o más bien declamaba, quijotescamente también: "Ha-
brá patria y tierra, libertad y trabajo para los espa-
ñoles, cuando en masa venga a pedírnosla como una
deuda !"
Y tengo que decir de Bolívar lo que de Sarmiento
he dicho y repetido, y es que nunca se me aparece
más español que cuando habla o parece hablar mal
de España... ¡en español! No. Don Quijote nunca
puede hablar mal de España, aunque maldiga de los
españoles.
Su estilo mismo, el de Bolívar, era un estilo quijo-
tesco, algo enfático, muy español, entre gongorino
y conceptuoso, aunque con evidente influencia de los
escritores franceses de fines del siglo xviii. ¿ Quién
no se ha detenido ante las frases de sus discursos y
proclamas? Urgiendo, al principio de la revolución,
por que se declarase la independencia, pregunta:
"¡ Que los grandes proyectos deben prepararse en
calma ! Trescientos años de calma, ¿ no bastan ? ¿ Se
MIGUEL DE UNAMUNO
quieren otros trescientos todavía ?" Y en otras partes
dice : "Creado el Nuevo Mundo bajo el fatal imperio
de la servidumbre, ¡ no ha podido arrancarse las cade-
nas sin despedazar sus miembros!..." "... éramos cie-
gos; los golpes nos han abierto los ojos..." "¡Solda-
dos : centenares de victorias alargan vuestra vida has-
ta el término del mundo!" Y otras cien frases así.
Era un hombre, todo un hombre, un hombre ente-
ro y verdadero, que vale más que ser sobrehombre.
que ser semidiós — todo lo semi o a medias es malo,
y ser semidiós equivale a ser semihombre — ; era un
hombre este maestro en el arte de la guerra, en el
de crear patrias y en el hablar al corazón de sus her-
manos, que no catedrático en la ciencia de la milicia,
ni de la ciencia política, ni de literatura. Era un
hombre ; era el Hombre encarnado. Tenía un alma
y su alma era de todos y su alma creó patrias y en-
riqueció el Alma española, el alma eterna de la Es-
paña inmortal, y de la Humanidad con ella.
* * *
En materia de interés o de intereses allá se las
iban Don Quijote y Bolívar. Don Quijote no llevaba
consigo blanca, ni se preocupaba de ello, porque "él
nunca había leído en las historias de los caballeros
andantes que ninguno las hubiese traído" (cap. HI).
Bolívar dice: "yo no quiero saber lo que se gasta en
mi casa" ; y como era millonario y manirroto, y como
sus verdaderos intereses no eran acuñables, gasta en
poco tiempo, en Lima, ocho mil duros en agua de
Colonia ; sostiene en Madrid "tren de príncipe", de-
rrocha en Londres "ciento cincuenta mil francos en
tres meses" ; regala sus alhajas a don Fernando Pe-
ñalver para que se remedie la miseria ; declara libres
de un golpe, en su hacienda de San Mateo, a mil es-
clavos negros, que le representaban un valor de más
OBRAS COMPLETAS
321
de doscientos cincuenta mil duros, y renuncia los
millones en metálico que decreta para él la gratitud
de los pueblos.
No. Los servicios de un Don Quijote no pueden ser
pagados con dinero. Pero para renunciar a millones,
en pleno siglo -xix, se necesita ser un Don Quijote de
buena ley, genuino. Washington, que no lo era, acep-
taba por eso las modestas dádivas de su país.
La ¡dea de la justicia, o la justicia misma, era muy
semejante en uno y otro caballero.
En mi Vida de Don Quijote y Sancho, cap. XXII,
he escrito:
"Don Quijote castigaba, es cierto; pero castigaba
como castigan Dios y la Naturaleza, inmediatamente,
cual en naturalísima consecuencia del pecado."
Así Bolívar. Fusiló a propios y a extraños, pero
jamás con ensañamiento. Su justicia, como la de Don
Quijote, era rápida y ejecutiva. Boves lo derrota en
La Puerta, y hace una carnicería de las suyas ; Bolí-
var fusila inmediatamente ochocientos prisioneros ;
Piar, su teniente, se insubordina, huye del ejército y
trastorna el orden, en momentos angustiosos : Bolívar
lo hace aprehender, juzgar y fusilar. Lo propio hizo
con Berindoaga, ministro de guerra y traidor, en
Perú. Lo mismo con Vanoni, el único de los realistas
vencidos, a quien fusiló en el campo de Bocayá, en
1819 porque siendo oficial suyo lo había traicionado
en 1812, haciéndole perder el castillo de Puerto Ca-
bello. "La justicia sola es la que conserva la Repú-
blica", decía. (Cartas del Libertador, O'Leary, vo-
lumen XXX).
Conviene leer, en la edición comentada que de las
Cartas de Bolívar (1799-1822) ha hecho Rufino Blan-
co-Fombona lo que dice éste de la guerra a mueite
decretada por Bolívar en 1813. No es la crueldad fría
de los corazones felinamente tiernos, débiles ; es el
UNAMUNO.
. VII.
11
322
MIGUEL DE UNAMUNO
rugido de desesperación y dolor de los corazones ge-
nerosos, pero recios.
El mismo Blanco-Fombona ha escrito que los re-
veses hacían temible a Bolívar, y que con el éxito
se hacía magnánimo. Así es la verdad.
Recuérdese aquella noble respuesta de Bolívar al
general Salom que sitiaba El Callao, donde se defen-
día heroicamente el heroico general español Rodil,
aquel mismo Rodil que fué luego, en España, presi-
dente del Consejo de ministros y uno de los pacifica-
dores de las Vascongadas. Salom, desesperado con la
resistencia, amenazaba, en carta Bolívar, a los defen-
sores del Callao. El Libertador le responde: "El he-
roísmo no es digno de castigo. ¡ Cuánto aplaudiríamos
a Rodil si fuera patriota ! La generosidad sienta muy
bien al vencedor, general" (O'Leary, vol. XXX).
Apedreado y robado por Ginés de Pasamente y
demás galeotes a quienes libertara en Sierra Morena,
Don Quijote, algo pesaroso, dijo: "el hacer bien a
villanos es echar agua en el mar".
Algo semejante ocurrió a Bolívar y consideración
semejante hizo. Insultado, calumniado, atropellado,
proscrito por aquellos mismos pueblos que libertara,
exclamó : "he arado en el mar". Sólo que uno y
otro idealista, el manchego y el caraqueño, reinci-
den en su fe quijotesca a pesar de las tristes reali-
dades.
* * *
Un hombre así suele culminar en su religión. ¿ Cuál
fué la de Bolívar? He aquí el problema más oscuro
de su vida. Su religión fué su obra, fué su quijotismo.
Hijo del siglo XVIII, pensó en religión como enton-
ces se pensaba en ella ; pero ¿ cómo la sintió ? En el
Diario de Bucaramanga se nos dice que Voltaire era
el autor favorito del Libertador y se nos exponen Ips
ideas filosóficas, o pseudofilosóficas, de él respecto a
OBRAS COMPLETAS
323
religión, unas ideas, a base condillaciana, de una des-
esperante superficialidad. Y como buen volteriano,
distinguía entre el hombre y el ciudadano. El, en
cuanto ciudadano, y para dar ejemplo, iba a misa,
pero llevando para leer en ella un tomo de la Biblio-
teca Americana, sin persignarse, y sólo por ciudada-
nía al modo pagano. "Soy filósofo para mí solo, o
para unos pocos amigos y sacerdote para el vulgo"
— decía con la única pedantería que he encontrado
en él, y es cuando de religión hablaba — . Porque su
volterianismo era pedantería. Mas no se le iría, sin
él saberlo, el alma toda religiosa en aquella frase con
que termina su proclama dada desde el Cuartel general
de Bogotá, a 8 de marzo de 1820, décimo de la In-
depencia, y donde dice: "¡ \'íva el Dios de Colombia !"
Por ahí, por el Dios de la patria, habría hallado su
religión. Porque Dios no es Dios de individuos, lo es
de pueblos ; el Dios de las batallas es Dios de patrias.
El cristianismo que se gastaba a fines del siglo xviii
y principios del xix, cristianismo muy imbuido en
racionalismo enciclopédico y no menos frío y seco
que éste, no podía satisfacer a un alma como la de
Bolívar. Y, además, para el Libertador, la acción fué
pensamiento.
Ni Bolívar, como los incrédulos faltos de imagina-
ción y sobrados de petulancia pedantesca, cayó en
cientificismo. Se burlaba no sólo del doctor Moor, sino
de la ciencia médica. Don Simón Rodríguez, que "sólo
amaba las ciencias", no logró contagiarle : no lo logró
aquel su pedagogo, que en un gabinete de física y
química de un alemán se ocupaba en estudios y que
hablaba, en alemán, con su amigo tudesco, mientras
Bolívar, el pupilo, yacía enfermo en cama. Don Si-
món Rodríguez quiere convencer a Bolívar de que
en la vida hay otra cosa que el amor — el héroe había
enviudado ya — , que podía ser muy feliz entregándo-
se a las ciencias o a la ambición. "Ah, Rodríguez,
324
MIGUEL DE UNAMUNO
i prefiero morir!" — exclama Bolívar (Cartas, pági-
na 42). ¡Tenía veintiún años!
Luego se entregó a la ambición, a la más noble,
al amor a Dulcinea, no a la ciencia, y por no haberse
dedicado exclusivamente al estudio profesó sobre re-
ligión las doctrinas entonces corrientes entre los de
su clase y su educación. Mas no nos importa cómo
pensó la religión, sino cómo la sintió, cómo sintió la
religión quijotesca del Dios de Colombia.
Bolívar, hombre de ideas y de ideales, tuvo con-
ciencia clara de su alta misión quijotesca, de su fun-
ción de libertador. A menudo lo demostró. En solem-
ne ocasión — creo que intentaba expedicionar en son
de liberación, contra las Filipinas — , dijo más o me-
nos: "Mi deber es sacar siempre la espada por la
justicia y luchar donde haya pueblos esclavos que
defender." Otra vez, en ocasión más solemne aún
— porque fué en el trance de la muerte — , una de sus
últimas y desconsoladas frases fué la siguiente, ya
citada: "Los tres más grandes majaderos de la His-
toria hemos sido Jesucristo, Don Quijote... y yo."
Se ponía entre los redentores.
Tal fué el Hombre de la América española.
De sus visiones proféticas, de lo que hizo por la
apertura del canal de Panamá, por el Arbitraje in-
ternacional, por el Derecho público americano; de lo
que dijo sobre el porvenir de los pueblos del Nuevo
Mundo y sobre su democracia, nada comentaré aquí.
Esto pertenece a otro campo que el que aquí me he
acotado.
Baste sólo decir que algunos de aquellos pueblos
que empezó a forjar Bolívar, alguna de aquellas pa-
trias que surgieron al golpe de su espada y al con-
juro de su voz inflamada aún andan buscando alma,
aún buscan aquellos bienes que ni al precio de la in-
dependencia deben ser vendidos. Y para esos pueblos
aprendices indóciles de libertad, aun las palabras del
OBRAS COMPLETAS
325
Libertador son una enseñanza, son palabras libertado-
ras. Y pueden serlo para nosotros, los españoles.
Nuestros más generosos héroes de la libertad, los que
lucharon por ella desde Cádiz y luego bajo el ho-
rrendo reinado del abyecto Fernando VII, aquellos
héroes no superados por los liberales españoles de
tiempos más próximos al nuestro, por liberales de
engañifa, aquellos nobilisimos doceañistas y sus in-
mediatos sucesores, convivieron con Bolívar y con él
se hicieron. ¿No os parece el mismo Bolívar un hé-
roe doceañista, el verdadero héroe del doceañismo?
A él, al Libertador de la América española del Sur,
debe mucho, muchísimo, el liberalismo español. Y no
me cabe duda de que nuestros buenos liberales, los de
los tiempos en que nacía la España nueva, que tanto
tarda en levantarse de la cuna y dejar las mantillas,
no me cabe duda de que aquellos españoles rendían
culto, bien que secreto, al Libertador. Los diplomá-
ticos extranjeros en Madrid trasmitían a sus Go-
biernos conversaciones con personajes de la época
que patentizaban la admiración que inspiraba Bolí-
var, como Napoleón, hasta a sus enemigos.
Entre las cartas más lisonjeras que se dirigieron
a Bolívar, lisonjeras por venir sobre todo de sus ad-
versarios los más altivos, cuéntanse las del general
La Torre, las del general Morillo, y de otros mili-
tares españoles que pelearon contra él aquella formi-
dable guerra de América, tan mal estudiada en Es-
paña. El general Canterac, a quien un motín militar
asesinó cerca de la Puerta del Sol, el 18 de enero
de 1835, siendo capitán general de Madrid; el ge-
neral Canterac, derrotado por Bolívar en la batalla
de Junín, y luego, junto con La Serna, en Ayacucho,
escribió al Libertador, en nombre de los generales
españoles, la siguiente carta :
"Huamanga, 12 de diciembre de 1824. — Excelen-
tísimo señor Libertador, general don Simón Bolívar.
326 MIGUEL DE UNAMUNO
"Como amante de la gloria, aunque vencido, no pue-
do menos que felicitar a vuestra excelencia por haber
terminado su empresa en el Perú con la jornada de
Ayacucho. Con este motivo, tiene el honor de ofre-
cerse a sus órdenes y saludarle en nombre de los ge-
nerales españoles, este su afectísimo servidor y obse-
cuente servidor, q. b. s. m., José de Canterac."
Y gracias a Dios en que hemos llegado a tiempos
en que un español, sin renegar de su españolidad, sino
más bien afirmándola más aún, puede rendir culto,
y culto patriótico, de la gran patria, lo mismo que a
ese colosal Bolívar, a un Martí, a un Rizal.
Mi intención ha sido mostrar, en rápida fulgura-
ción, con frases del mismo Bolívar, al Hombre es-
pañol, al Quijote de la América hispana libertada,
a uno de los más grandes héroes en que ha encarnado
el alma inmortal de la Hispania máxima, miembro
espiritual sin el que la humanidad quedaría incom-
pleta.
Salamanca, XII-14.
PROLOGO AL LIBRO EL UNO DE LOS SUE-
ÑOS, DE ALONSO QUESADA (Madrid, Imprenta
Clásica Española, 1915, XVII + 145 págs.)
No olvidaré tan aína mi viaje a las Islas Afortu-
nadas, ni aquella estancia en Gran Canaria, ni mi
correría, caballero, por sus barrancas centrales en
compañía del taciturno Manuel Macías Casanova...
El pretexto para aquel viaje inolvidable, grabado
ya en la roca de mi espíritu, fueron unos Juegos
Florales a que me llamaron de... mantenedor. Y yo,
que no creo en eficacia alguna de semejante fiesta,
sino que es, más bien, una profanación de la pura y
libre poesía, y que he acudido a ella casi siempre con
el deliberado propósito de alterar su índole y aprove-
charla para otros fines, fui a los Juegos Florales de
Las Palmas a decir lo que bien me pareciera, y, sobre
todo, a conocer aquello y los espírtius que allí, en
aquel a-isla-miento alientan y ansian. Y no parece
que me desempeñé tan mal de mí cometido. Mas, sobre
todo, traje afectos y dejé afectos allí, lo que bien
vale un viaje.
Celebráronse los Juegos Florales, y entre los que
en ellos tomaron parte, mientras yo rumiaba mi dis-
curso una vez más, adelantóse a recitar una poesía
premiada un jovencito endeble y muy movedizo. Em-
pezó, no a recitar, sino más bien a canturrear algo
quejumbrosamente, moviéndose de un lado a otro,
un romance octosílabo en que los versos pares, no ya
asonantaban, sino consonantaban en -ía. Aquello
me resultó algo artificioso, debo confesarlo, y algo
328
MIGUEL DE UNAMUNO
entre exótico y anacrónico; pero muy poco joco-
floralesco. La poesía era El zagal de gallardía, que
figura en este libro entre los romances orales, y el
joven autor que la canturreaba, Rafael Romero, o
sea Alonso Quesada.
Después conocí más y traté a éste el tiempo que
permanecí en Las Palmas, en especial en el delicioso
rincón — y si no, que lo diga Federico García San-
cliiz — de aquella casa de Luis Millares, hogar ile
espíritus. Y aprendí a estimar más, mucho más, a
Romero, y a apreciar mejor, mucho mejor, su poesía.
Allí, en la Gran Canaria, en aquella isla, conocí
toda la fuerza de la voz a-isla-miento, y no fué
Alonso Quesada quien menos me ayudó a que llegase
a conocerla. Había que observar el encendido avis-
pero de anhelos y de ensueños que se agitaban y
zumbaban en el pecho de aquellos jóvenes: Romero,
Néstor el pintor, el pobre Manolo Macías Casanova...
Al recordar a éste, al del hermoso Coloquio en las
sombras de este libro, el cielo del alma se me ensom-
brece. Aquel muchacho taciturno, tenazmente taci-
turno, hermético, cerrado en sí, que parecía callar
tanto para oír mejor alguna voz íntima de dentro
de sí, y que cuando oía a otro parecía oírle con los
ojos, con una mirada taladrante, aquel hijo tormen-
toso de la Gomera me cobró su afecto, diré más bien
un apego, que, teniendo algo de ultra-humano, tenía
también algo de canino. Aún no me lo explico y
aún me pregunto qué hice yo para merecer aquella
adhesión ardorosa y taciturna. Y aun cuando no tu-
viera en la vida otro cariño que aquél, creería que
Dios no me ha olvidado. No sé, digo, explicarme
bien aquello.
Y ¡ qué nido de tempestades morales era el cora-
zón del joven Casanova! ¡Qué relámpagos interrum-
pían de pronto sus silencios ! Mas por lo común,
oía, oía, oia. Llegué a temblar de hablar ante él.
OBRAS COMPLETAS
329
porque me bebía las palabras, no sólo con los oídos,
sino con los ojos. Nunca he comprendido mejor la
santidad de la palabra y todo lo que la profanamos
los rutineros sacerdotes de ella. Aquel hijo del silen-
cio no me dejaba ni a sol ni a sombra. Emprendí una
excursión de unos días por el interior de la isla, por
una de las abruptas calderas del gran rocal que ella
debió ser, por barrancas y quebradas, y él, Casa-
nova, mozo enclenque, quiso acompañarme, y me
acompañó. Debió de rendirle la cabalgata, pero cuan-
do le preguntaba si se sentía fatigado, sonreíase, ne-
gándolo. Y allí, en aquellas áridas soledades, en las
hondas barrancas negras, me hablaba de su isla, de
su Gomera, a la que quería llevarme. Era el mozo
trágico del islote soñando en el reino del infinito.
Nunca olvidaré la despedida. (Parecía salírsfele
el alma por los ojos. Me hablaba de libertad, de des-
aislarse. Porque el taciturno, aunque poco, hablaba.
Y me prometió venir acá, a estudiar a Salamanca,
a estar junto a mí y a apacentar sus ojos de presa
en este páramo en que ni se presiente el mar, él, el
isleteño. Me lo traje en el alma. Era para mí un
misterio y una tremenda responsabilidad aquella alma
joven y palpitante que quería confiarse a mí, entre-
garse a mis manos rudas y tal vez algo desdeñosas.
Soñé en él. Y me escribió cartas de fuego escondido,
de desdenes tremendos hacia la vulgaridad ambiente,
de locas ansias de libertad, cartas en que decía todo
lo que su silencio callaba. El estilo roto, tumultuoso,
a las veces violento, luego conceptuoso.
Y he aquí que un día recibo una sacudida cruel,
reflejo de la que él recibió. Manuel Macías Casanova
murió de repente y violentamente, cuando menos se
esperaba, y de un modo trágico. Tenía por costum-
bre ir tocando a las cosas, dando golpecitos con la
mano a los árboles, a los muros, como quien, aisla-
do entre los hombres, buscaba el contacto de las co-
330
MIGUEL DE UNAMUNO
sas, de la madre Tierra. Al tocar a un poste susten-
tador de alambres eléctricos, la corriente le envolvió :
abrazóse al poste, y allí murió sin poder decir nada,
ni una palabra de despedida a sus amigos ; él, el
silencioso. Y cuando recibí la noticia fué como si
otra corriente me envolviese, y me abracé, mentalmen-
te, a su recuerdo, y me quedó grabada en el alma,
a fuego, aquella su mirada silenciosa y escrutadora
que bebía mis palabras. No era yo, a lo que parece,
digno de que viviera y se gozase y llegase a pleni-
tud y diera su obra quien tan por entero se había
entregado. ¿Qué misterio habrá en esto?
Y si aquella muerte me dejó tal traza, pensad la
que dejaría en su amigo fraternal, en Rafael Romero.
Yo, que he leído el Coloquio de las sombras con la
emoción de tales recuerdos, no sé lo que deciros de
ese poema ; pero a mí me pone delante al misterioso
y tormentoso taciturno, hambriento de saber sustan-
cial, que me pedia lo que yo no sé si puedo dar.
¡Oh roto corasón. que eras más fuerte
que el corazón del Universo todo!...
Sí, todo corazón de hombre de verdad, lo es.
Era el alma una piedra que caía
al fondo del misterio en la laguna...
Cuando le hablé de eso, de la sima del misterio a
que caemos sin cesar...
¿No sabéis que el silencio de mi vida
me hizo merecedor al de la muerte?
Y, sobre todo,
¡Mo tuve amor de juventud!
¡ Lo que dice esto !
OBRAS COMPLETAS óó\
Leed las últimas palabras que el poeta, su herma-
no, pone en boca del muerto.
Mas dejemos ya en paz el silencio de Casanova.
Alonso Quesada ha tenido la fineza de dedicarme
sus Poemas áridos. ¿Qué os diré de ellos? Que al
leerlos recuerdo aquel apejjo de Casanova.
Aridos, sí, como las cumbres de Gran Canaria, como
aquellas negras tierras calcinadas. ¡ Tierra de fuego !
¡Los montes
eternamente secos, y el silencio
áspero y rudo de estas soledades!
Mas lo árido, lo seco, no es por ello frío en poesía.
Antes al contrario. Y Dios me dé más bien poesía
seca y ardiente que no húmeda y fría, como la ho-
jarasca. Poesía seca, árida, enjuta, pelada, pero ar-
diente. Poesía de salmo. Y nada de ese rumor de
follaje mojado y frío. De "ruido, de las hojas mecidas
por las auras del oloroso abril", poco, muy poco.
Mejor el bramar del simún entre montones de arena.
Pero hay aquí también frescura, y frescura de bri-
sa doméstica. Todo lo que en estas poesías sabe a
hogar, a un hogar en que al poeta acompañan seis
mujeres, es como brisa que, cargada con los besos de
las olas del mar, acaricia los raros árboles de las
cumbres. Este profeso caballero de la Noche, que
bendice a la orfandad, que canta a la noche azul de
su tierra, a la virtuosa noche de rosas blancas que se
deshojan en el mar y dejan un luminoso aroma sobre
el alma, ha tenido niñez. Y Alonso Quesada la ha
tenido.
Alonso Quesada ha tenido niñez. Acaso no ha te-
nido mucho más. Acaso sigue teniéndola. ¿No hay,
acaso, mucho de infantil en estos versos ? ¿ No es,
acaso, una cierta infantilidad que en ellos se advierte
lo que les da su frescura y su encanto ? La melancolía
misma, la seriedad, la madurez, son de niño. Como
332
MIGUEL DF UNAMUNO
fué y murió niño el muerto, el taciturno, el que se
hundía en el viejo sillón de su abuelo como en un
abuelo también. Cuando, al encontrarse con Néstor
recuerdan ambos un recuerdo infantil, una escapada al
cementerio, Néstor les habla
con agüeita
primera voz que el tiempo le ha guardado.
Y el poeta nos habla también con su primera voz.,
con la voz de su infancia isleña. Leed A la hora del
Angelus y decidme si, eso no está dicho a media voz
y con la voz primera. Y con su voz primera canta
a jesús de Nazareth.
Y su ironía, su malicia, ¿no tienen, acaso, también
un dejo de deliciosa frescura infantil? Sus finas ob-
servaciones sobre los ingleses de la colonia, recogi-
das mientras garrapatea números del numerario aje-
no, son de una tan tenue ligereza, de una tan cándida
malicia, que acaso se escapen a nuestros habituales
lectores, que apenas gustan sino el dejo de fuertes
especias y condimentos.
Oídle a este profese Caballero de la Noche, que
confiesa su pobreza y la amargura de ver en los do-
mingos los libros ingleses. Pero no los libros de poe-
sía. Y yo no sé por qué misteriosa magia esos poemas
de Los ingleses de la colonia tienen algo de inglés
también, a la manera de la sutil y casi impalpable
poesía inglesa.
Y ¿ qué más ?
¡Qué sé yo!... Después de releer de un tirón un
collar de poesías unidas por el hilo de un común sen-
timiento íntimo, dan ganas de dejarse brezar por el
eco del ritmo, y fantasear, fantasear, fantasear; po-
blar el cielo del alma de nubes vagorosas y huideras
OBRAS COMPLETAS
333
como las que bogan sobre Las Palmas, sin llover en
ella.
Estos cantos te vienen, lector, de una isla y de un
corazón que es también, a su modo, una isla. Estos
cantos han sido ceñidos por el océano y te traen el
eco de sus olas rompiendo en los pedregales de la
orilla. Estos cantos te vienen, lector, de un mar inte-
rior, de un mar de corazón, que se ha dormido hace
más de cien años, mucho antes que el poeta naciese,
que lo recibió ya dormido. Estos cantos te vienen de
una de las islas a que se llamó, no sé por qué. Afor-
tunadas ; pero donde muchos, muchos, viven en la
bendita pobreza de su casa, de comida humilde, bajo
la sonrisa triste de la madre, y ganándose el pan tra-
bajando para el extranjero. Estos cantos te vienen de
una tierra donde apenas llueve, seca y ardiente ; pero
donde se sueña, esperando a la esperanza. ¡ Que es
esperar !
Aún resuena dentro de mí el eco de aquellos cara-
coles marinos por los que oi gemir el alma de un
pueblo, en Teror, entre las montañas de la Gran
Canaria, al cerrarse la noche de San Juan, según
llegaba yo con el pobre Casanova, estando todo flo-
recido de hogueras de fiesta. Y estos cantos son como
uno de aquellos grandes caracoles.
Salamanca, enero de 1915.
PROLOGO A LA EDICION ESPAÑOLA DE
LA HISTORIA ILUSTRADA DE LA GUERRA,
DE G. HANOTAUX. Traducción de Luis Contre-
ras (1915).
La actual guerra europea, aparte de las consecuen-
cias inmediatas y mediatas que haya de tener en la
vida económica, política y ética de los pueblos, ejer-
ce ya una poderosa acción en el pensamiento de los
hombres cultos, es decir, tiene un reflejo en lo más
íntimo de la cultura. Una guerra así equivale a un
nuevo sistema filosófico. Cabe decir que Napoleón
influyó tanto como Kant en la marcha del pensa-
miento especulativo humano. De donde el interés
grandísimo que adquiere su mejor conocimiento, su
conocimiento más íntimo, o si se quiere científico: el
de conocerla por sus causas y en ellas.
A dárnosla a conocer en sus causas, a guiarnos a
la comprensión de su necesidad histórica, se ende-
reza esta Historia ilustrada de la guerra, escrita por
uno de los hombres que mejor pueden escribirla, por
Hanotaux, que sobre ser un eminente historiador,
ha podido, como ministro de Relaciones Exteriores
que fué de Francia, conocer interioridades de su pre-
paración y gestación. Pocos, si es que alguien, tan
capacitados, pues, como Hanotaux para guiarnos a
la comprensión de la necesidad histórica de esta
guerra.
Digo necesidad histórica, porque hay en la guerra
una necesidad — lo mismo da que se llame hado que
providencia — , que no es la necesidad ética, la del
OBRAS COMPLETAS
335
I imperativo categórico, ni la mecánica, ni la mate-
I mática, ni la lógica o metafísica, pero que es nece-
■ sidad, y sueñe lo que soñare el sentimentalismo paci-
fista, la guerra es necesaria con necesidad histórica.
Sin ella no se hace la historia y sin historia no hay
cultura, ni siquiera civilización posibles.
Ponernos a maldecir de ella por las víctimas y los
daños materiales que ocasiona es como ponernos a
maldecir de los terremotos y las tempestades. Sin
éstas no hay vida climatérica y geológica, y sin
guerras no hay historia posible. Es decir, sin ellas
no se fragua el alma de un pueblo, y el alma vale
más que la vida.
No sin honda' razón dijo Treitschke, el apóstol del
imperialismo prusiano, que la guerra es la política
por excelencia, y habló de su santidad y de que es
ella una ordenación de Dios. "La justicia de la gue-
rra reposa, sencillamente, sobre la conciencia de una
necesidad moral" (Die Gercciitigkcit des Krieges
beruht einfach auf dem Bezvusstsein chier sittlichen
Notwendigkeit) , dice al final de su PoUtik, y el ar-
gumento de la necesidad — die Notwendigkeit — de
esta guerra lo han estado invocando desde el prin-
cipio de ella los abogados todos del Imperio germá-
nico, empezando por su canciller, y si en vez de
hablar de necesidad moral o ética hablasen de nece-
sidad histórica, no les faltaría razón para ello.
Hay que saber ponerse en el punto de vista ger-
mánico para apreciar esta necesidad, aunque desee-
mos luego, en bien de la cultura humana —incluyen-
do en ella la germánica — , la derrota del Imperio pru-
siano.
* * *
Lo primero que se hace preciso es desechar la
idea vulgar y grosera de que esta guerra, como todas
las demás, no obedece sino a apetitos de origen mate-
336
MIGUEL DE UNAMUNO
rial o económico, a concurrencia industrial y mer-
cantil. La tan conocida doctrina llamada de la con-
cepción materialista de la historia, la de Carlos Marx,
un judío alemán, la que pone en el fondo de los he-
chos todos sociales, como su última base, el fenómeno
económico, es una de las explicaciones más cómodas
a la vez que más maliciosas de la historia ; pero es
más que superficial y falsa. El hombre es tanto o más
un cerebro que un estómago, y es, sobre todo, una
conciencia ; y un pueblo, lo mismo que cada uno de
los individuos que le componen, llega a dar su vida
por su alma, es decir, por su personalidad. Prefiero
seguir siendo yo con mi carácter, con mis hábitos,
con mi modo de ser, esto es : libre, a no vivir en la
abundancia y seguridad materiales, bien mantenido,
pero no siendo yo, siendo siervo de otro.
No, no pelean siempre los pueblos, y no pelean aho-
ra, en esta guerra, los que en ella toman parte, por
intereses materiales ni por ciegas pasiones salvajes,
por antipatías nacionales. Tenía mucha razón el mis-
mo Treitschke al afirmar que las guerras modernas
no se siguen por saqueo de bienes materiales — sur
Ausplünderung von Hab nnd Gut.
En esta guerra, cada pueblo, aunque persiga de-
fender su posición material, su economía, defiende
ante todo su personalidad, que, en gran parte, se
apoya en aquélla. Y hay pueblo que cree, acaso nn
tan equivocadamente como a primera vista suele su-
ponerse, que su personalidad no se mantiene y con-
serva sino invadiendo y sojuzgando las de otros pue-
blos, que no se puede defender sino atacando. El
toro conserva su tipo, su especificidad, pastando yer-
ba; pero el tigre no puede mantenerse sino devoran-
do terneros, o toros si puede.
Ha sido un alemán, Rolph, el que en sus Biolo-
gischen Probleme ha sostenido que no es la lucha por
la existencia, thc struggle jor lije, del inglés Darwin,
OBRAS COMPLETAS
337
el motor de la evolución, sino la superfluidad, el
exceso de vida, dcr Ucbcrjluss. Cada especie crece
mientras el animal toma más alimento que el que
necesita para conservarse, y por ello evoluciona. Se-
gún Darwin, el aumento en crecimiento exige au-
mento de alimentación ; según Rolph, sucede la in-
versa. Para Rolph, la lucha por la vida no es la lucha
por lo necesario, sino por el aumento; no una lucha
defensiva, sino ofensiva. Y esta doctrina halló su
culminación poética en Nietzsche.
Sin duda hay un gran fondo de verdad en esto.
Una personalidad no se desarrolla y así se conserva
— pues en ella no expansionarse y ampliarse es reco-
gerse y menguar — sino invadiendo a otras y a ex-
pensas de ellas. Ahora, cabe que las formas de in-
vasión sean muy diversas.
Un pueblo puede pelear por su cultura, por defen-
der su carácter, su lengua, sus hábitos, su ideal, su
religión, su patria, su personalidad, en fin. Prefiere
perecer, como pueblo, en una guerra a pasar a for-
mar parte de otro, adoptando la cultura de este otro.
Material o fisiológicamente no perecerá, es decir,
cada una de sus familias seguirá viviendo y propa-
gándose, y acaso en mejores condiciones materiales,
pero como pueblo histórico, como alma colectiva,
habrá perecido. Y he aquí dónde reside el heroísmo
del pueblo belga, que no ha tolerado pacificamente
el que se quebrantara su neutralidad, tratándole como
a un sirviente, como a un pueblo adjetivo, sin per-
sonalidad propia. Ha defendido su derecho, el sa-
grado de su hogar. Ningún hombre digno y libre
permite que un vecino pase por su casa, sin su licen-
cia, para ir a atacar a otro.
Los pueblos pelean por una cultura. Pocas cosas
más profundas que aquella concepción poética de que
la guerra que llena el alma de las leyendas de nues-
tra cultura, la guerra de Troya, se hizo por Helena,
338
MIGUEL DE UNAMUNO
símbolo estético de la cultura helénica. Y bien decían
los ancianos troyanos cuando, sentados en las mura-
llas de su ciudad, vieron llegar a ellas a Helena, que
iba a presenciar el singular combate entre Paris, su
raptor, y Menelao, su marido : "No hay que indignar-
se de que los troyanos y los bien apolainados aqueos
sufran penas tanto tiempo por semejante mujer; se
parece terriblemente en su cara a las diosas inmorta-
les" (Il'mda, III, 156-158). Y esto, aunque el sofista
Eurípides al aprovechar aquella otra leyenda de que
la verdadera Helena, la mujer de carne y hueso de
Menelao, no estuvo en Troya ni subió a las murallas
a presenciar el duelo entre su raptor y su marido,
sino que fué sólo un fantasma, un simulacro o es-
pectro de ella que se quedó allí mientras la verda-
dera estaba en Egipto, haga que el viejo mensajero
que estuvo en la guerra, al enterarse del fatídico es-
camoteo, exclame : Qué dices ? Entonces hemos pa-
sado esos trabajos en vano por una nube? {Helena,
706-707).
¡ Por una nube, por un fantasma, pelearon aqueos
y troyanos, según el sofista Eurípides ! Puede ser.
Puede ser que Helena no fuese sino una nube, que la
cultura helénica no fuese otra cosa, y así será, si la
vida sólo es sueño y el hombre no más que sueño de
una sombra, que decía Píndaro. Pero esa nube llueve
sobre nosotros, pobres sueños de sombras, desde hace
siglos y con su rocío nos refresca el espíritu.
Los empedernidos partidarios de la concepción ma-
terialista de la historia, los que no quieren ver en esta
guerra sino una concurrencia mercantil entre Ingla-
terra y Alemania y poco más, podrán reírse de los que
buscamos la nube que la da sombra y la justifica, pero
seguimos creyendo que la historia es más que un pro-
ceso económico.
En virtud de una guerra, la franco-prusiana, de
1870, se formó el actual Imperio germánico; la uní-
OBRAS COMPLETAS
339
dad alemana se selló en "Versalles, y, desde entonces,
por una fatal lógica histórica imperial, empezó a fra-
guarse esta guerra. Dígase lo que se quiera, Francia
no podía renunciar a su Alsacia y a su Lorena, por-
que equivaldría a menguar, no su territorio, sino su
personalidad, lo más íntimo de su ser. El desquite, la
revancha, era algo más que un sentimiento infantil,
como se ha dicho. Era una fatal necesidad histórica,
y de parte de Alemania otra no menos fatal necesidad
histórica, la de engrandecerse para no menguar, la
de invadir, la de sojuzgar, la de imponerse. Le iba
en ello su existencia histórica o típica, su personali-
dad de pueblo de presa, carnívoro, de pueblo que
tiene que vivir, como personalidad histórica o cultu-
ral, a expensas de otro pueblo. Esto aparte de que,
como algunos de sus economistas han confesado, la
guerra es su principal industria.
Cientos de veces se ha hablado de las desigualda-
des o desniveles de presión demográfica que, como los
desniveles de presión atmosférica las tormentas aé-
reas, producen aquéllos las guerras. La prolífica fa-
milia alemana en un suelo pobre, se ha dicho, tenía
al fin que estallar contra la tenue familia francesa en
suelo rico. A los alemanes no les bastaba su territo-
rio. Aumentaba y se adensaba la población alemana
mientras la francesa menguaba y se enrarecía, y como
el aire más denso se precipita al cabo, provocando a
las veces tormentas, sobre el más raro, así la pobla-
ción alemana acabaría por precipitarse sobre la fran-
cesa.
Pero esta explicación demográfica, materialista tam-
bién, no es suficiente. No se trata de poblaciones, sino
de pueblos. Una población excesiva puede filtrarse en
otra enrarecida sin provocar guerra alguna. Francia,
como cualquiera otra nación, estaba abierta a todos
los alemanes que quisieran ir a ella a establecerse y
trabajar y vivir, y de hecho iban en abundancia y
340 MIGUEL DE UNAMUNO
se establecían y vivían en ella. En estos últimos años
la inmigración alemana ha sido, en todas partes, enor-
me. Por dondequiera, la colonia alemana ha superado
a las demás. Ha llegado a llamarse a los alemanes
los chinos de Europa. En los Estados Unidos de la
América del Norte, en el Brasil, en el sur de Chile,
los alemanes forman espesísimas colonias, y esta ne-
cesidad de expansión de raza les ha hecho buscar
colonias, buscar mercados, tratar de hacerse potencia
marítima, de buscar salida al Mediterráneo, de do-
minar, en fin, el mundo.
¿ Para qué ?, se dirá. ¿ Es que no se les admitía a
dondequiera que fuesen ? ¿ Es que no tenían abiertos
los demás países ? ¿ Es que no han podido formar en
otras naciones ciudades enteras, como Chicago? Sí;
pero los descendientes de los alemanes que hicieron
Chicago hablan... inglés, es decir, son ya norteame-
ricanos y no alemanes, y los criollos brasileños y chi-
lenos de origen alemán, hijos de alemanes, además
de hablar y, por tanto, de pensar y sentir — la lengua
es la sangre del espíritu — en portugués y español,
respectivamente, se da el caso de que suelen ser los
más reciamente antigermanistas. Se ve, pues, cómo
se trata de cultura, de salvar la personalidad histó-
rica colectiva.
El alemán es, precisamente, de los más adaptables,
de los que más pronto se asimila al pueblo a que va
a vivir y que adopta, de los que pierden antes su pri-
mitivo sello étnico. Y aunque como población, como
algo material, no corría riesgo de perecer, como per-
sonalidad histórica, Alemania, si no se ensanchaba, se
estrechaba. Y es esto, su personalidad, es su Kultur,
la que quiere conservar a expensas de otros pueblos.
Y estos otros, ¡ claro está !, no están dispuestos a
ceder en su alma, y hacen bien.
Hay, ante todo, la cuestión de la lengua, supremo
símbolo y exponente de la cultura de un pueblo, y
OBRAS COMPLETAS
341
por eso Alemania, aunque sus hijos vendan sus pro-
ductos industriales a los de otras naciones en las res-
pectivas lenguas de éstas, trata de imponer su lengua
en Lorena y en Polonia, y por medios violentos. La
germanización es, ante todo, la imposición de su
lengua. Con ella irá lo demás del espíritu. Habla
como yo y acabarás pensando y sintiendo como yo.
Y Alemania no sólo ha tratado de imponer su len-
gua a sus subditos todos y, en lo posible, meterla en
otras naciones, sino que se ha dedicado celosamente
a depurarla, a homogeneizarla, a deslatinizarla. Has-
ta en la pequeñez ortográfica de sustituir las ees por
kaes o por setas. Antes escribían Cidtur, ahora Kid-
tur, porque Cttltur con ce, sabe a cosa latina. Y haj'
quien ha renunciado a decir Psychologie para decir
Seelenlehre. Había que limpiar el alemán, que defen-
derlo de la invasión latina. ¡Vano empeño!
Pero esa lengua, ni aun con el apoyo del ejército
y de la armada imperiales, podía ni puede luchar con
el francés o con el inglés. La lengua misma les es
inferior. Es un instrumento pesado, difícil, harto com-
plicado. La sintaxis alemana, enrevesada, embrollada,
pesadora, no puede resistir el empuje de otra lengua.
Es el alemán un idioma difícil, difícil para ellos mis-
mos. Un niño que se cría en terreno quebrado y pe-
dregoso tarda más en aprender a andar y con más
trabajo que el que se cría en terreno llano y despe-
jado. De dos pueblos en contacto vence la lengua
más cómoda, más sencilla, más fácil, no la del pueblo
más fuerte. Y el idioma alemán, excelente para cier-
tos menesteres, sobre todo de alta especulación filosó-
fica, no es ciertamente el más adecuado para correr
mundo mercando y negociando. La lengua griega, que
no deja de tener cierta analogía con la alemana, fué
insustituible para los diálogos de Platón o para las
especulaciones teológicas de Orígenes y Atanasio;
pero el Imperio romano, aunque Justiniano tuviese
342
MIGUEL DE UNAMUNO
su capital en Bizancio, dió leyes al mundo en latin.
Compárese esa lengua alemana, instrumento delica-
disinin a la vez que pesado, como un inmenso apara-
to de relojería, o más bien como un gran cañón de-
masiado complicado en su mecanismo y de difícil
transporte a la vez, con la lengua inglesa, tan suelta,
tan ágil, tan libre y a la vez tan católica, tan uni-
versal. Porque el idioma inglés, en que entra loUatino
tanto o más que lo anglo-sajón o germánico, toma
voces de donde las encuentra y se las asimila, es una
lengua de presa. Y así se esparce y expande, no ex-
cluyendo, como el alemán, sino incluyendo.
Y aquí se ve bien la distinta manera de expansio-
narse de uno y de otro pueblo. El inglés no hai pre-
tendido que sus colonias vivan ni hablen ni piensen
a la inglesa, no ha tratado de imponer una homoge-
neidad violenta. Ha dejado a la virtud y eficacia
propias de su civilización el que se imponga ésta por
sí, en lo que pueda imponerse. Pero lo típico de la
Kidtur germánica es que no puede imponerse sino a
la fuerza.
* * *
Después de la victoria del 70 y de la formación
del Imperio alemán, la petulancia y la vanidad ger-
mánicas, más bien que el orgullo, han crecido de una
manera desmesurada. En lo que no cabe toda la culpa
a los alemanes mismos. Se vieron admirados y sedu-
cidos. En Francia misma, después de su dehácle, se
formó el sentido de que les había vencido la ciencia
alemana, la organización alemana, la disciplina ale-
mana. Y las gentes dieron en ir a Alemania a apren-
der especialidades y las Universidades trataron de
copiar los métodos alemanes, y todo fué técnica ale-
mana y especialismo a la alemana y monografías a la
alemana. Hasta la literatura corría el riesgo de con-
OBRAS COMPLETAS
343
vertirse en lo que se llama Literatnr en Alemania, es
decir, en bibliografía.
Y a todo esto Alemania, pese al desarrollo de su
industria, de su técnica, de su riqueza, estaba en una
íntima decadencia. Sus pensadores no eran sino epí-
gonos y críticos, sus químicos propendían a drogue-
ros. Un terrible soplo de materialismo pesaba sobre
ella. Bajo el aparente sentimentalismo del debe y el
haber — así se llama la muy característica novela de
Gustavo Freytag, Solí und Habcn — lo que late es
una pobre y grosera concepción materialista de la
vida. Los idealismos de la época romántica del Stiirm
imd Draiig, de cuando era Alemania un conglomera-
do de pequeñas naciones más o menos patriarcales,
iban desapareciendo entre las burlas de los que se
creían más avisados y más prácticos. Y sobre todo
no había verdadera vida política.
El Imperio alemán de hoy, el que lucha por con-
servar su personalidad de fiera de presa, por impo-
ner su Kidtur dogmática y tecnicista, su ordenancis-
mo matador de la libre personalidad humana, ese Im-
perio de todo tiene menos de democrático. Política-
mente el Reichstag es una vergüenza. Los cancille-
res lo hacían y deshacían a su antojo. Una injusta
distribución de distritos electorales permitía que el
partido que representaba mayor número de votos no
fuese mayoría en el Reichstag. Se corrompía a los
partidos. Los cancilleres jugaban a dos manos. Ha-
lagaban, ya a los católicos, ya a los socialistas, según
les convenía para su plan. Y su plan era administrar
lo mejor posible al pueblo, darle orden y bienestar
material e irle azuzando para echarle un día sobre
otros pueblos.
El orden y la disciplina interior de Alemania han
sido algo terrible : el orden y la disciplina interior de
la banda de Roque Guinart de que en el Quijote se nos
habla. Evitar toda forma de guerra civil en vista de la
344
MIGUEL DE UNAMUNO
futura guerra de conquista. Más de cuarenta años ha
venido Alemania preparándose para la guerra. Ni
podía hacer otra cosa.
Ni podia hacer otra cosa, repiJ:o, a menos de re-
nunciar a su ensueño, a su necesidad histórica más
bien, de imponer su personalidad para no verla re-
ducida, y ella, Alemania, reducida a ser un criade-
ro de emigrantes para otras tierras, una productora
de hombres cuyos hijos hablarían otro idioma y ten-
drían otra alma. Su Kulttir sólo por la fuerza de las
armas, sólo por la conquista material podrá dominar.
No es como la cultura francesa, como la inglesa, como
la italiana, que flotan sobre las de los otros pueblos.
La Kultiir germánica es algo excluyente.
Y los demás pueblos, al verse ante las amenazas
de ese Estado sin pueblo, de esa Kultur asentada en
cañones, han tenido que defenderse, a su vez. Harto
tiempo han tolerado las bravatas y amenazas de ese
matón de Europa. Alemania se jactaba de mantener
la paz, pero era saliéndose siempre, tuviese o no ra-
zón, según el derecho internacional generalmente
admitido, con la suya. A imponerse por la amenaza
llamaba resolver pacíficamente los conflictos.
Y, entre tanto, trataba de difundir sus métodos, sus
procedimientos, su técnica. Y se inflaba cada vez más
de petulancia y de pedantería — la pedantería, ¡ éste
es su pecado! — al verse temida y admirada por el
terror. Y cantaba a coro, en coro orfeónico, bien dis-
ciplinado, miriofónico, el famoso estribillo: ¡ Deutsch-
land, Deutscliland iiber alies, über alies in dcr Welt!
(¡ Alemania, Alemania sobre todo, sobre todo en el
mundo !), suprema fórmula de la barbarie. ¿ Sobre
todo ? ¿ Por qué sobre todo ? No se contentan con vi-
vir libres junto a los demás, reclamando su puesto al
sol, ha de ser sobre los demás. Y, ¡es claro!, los
demás no han tolerado el tener que ponerse debajo
de ellos. Y hoy Alemania se encuentra, no sobre to-
OBRAS COMPLETAS
345
do, sino contra todos. Y esto no es heroísmo ni puede
entusiasmar sino a los jóvenes turcos españoles, beo-
cios hasta las cachas.
* * *
Se habla del fracaso de la diplomacia alemana. De
esto Hanotaux nos podría mejor que los más decir.
Pero yo, permítasele a un profano opinar en esto de
diplomacia que pasa por algo misterioso, no creo en
este fracaso. O mejor dicho, esa diplomacia tenía que
fracasar. La de Bismarck no fracasó, al menos apa-
rentemente, porque no fué la diplomacia, no fué la
habilidad, no fué la transacción lo que venció, sino
la amenaza apoyada en la fuerza. Y no hay diplo-
macia que pueda triunfar cuando se la pone al ser-
vicio de la imposición a todo trance, de la violencia,
de la intransigencia. No hay diplomacia que no fra-
case si se la pone al servicio del "¡sobre todo en el
mundo!". ¿Ha sido posible acaso retener a Italia en
la Tríplice no cediendo en lo del Trentino y Trieste ?
Porque lo otro, lo de ofrecerle al prójimo lo que no
es de uno, lo de decirle "te dejaré coger aquello, que
por hoy no lo necesito yo", esto es demasiado burdo
y es diplomacia de matonería. No, el ideal de expan-
sión germánica no podía servirse de la diplomacia, no
podía servirse sino de las armas. El lema de la Kíd-
tnr tiene que ser : o todo o nada ; o conmigo o contra
mí. Y conmigo no quiere decir junto a mí, sino de-
bajo de mí.
Y no se olvide, además, que en Alemania, un Es-
tado casi sin pueblo — o con no más que un casi pue-
blo— imperialista, la guerra la hace sobre todo el
ejército, o más bien su Estado Mayor, mientras que
en Francia, en Inglaterra y hasta en Rusia, democra-
cias — las tres, aun la aparente autocrática Rusia — ,
la guerra la hace sobre todo el pueblo. Como que^son
346
MIGUEL DE UNAMUNO
pueblos con poco Estado. Ni Francia ni Inglaterra
pudieron supeditar, como Alemania lo ha hecho, toda
su vida civil a la preparación para la guerra. El libre
Parlamento inglés, el Parlamento francés, algo anár-
quico, no lo hubiesen permitido. Inglaterra y, aunque
no tanto, también Francia, son países de opinión pú-
blica. Y sus disensiones interiores, que los críticos
alemanes, faltos de verdadero sentido político demo-
crático, se empeñaban en atribuir a decadencia y des-
orden, son señales de vida civil, de libertad, de res-
peto a la personalidad humana.
Al estallar la guerra, Francia, aunque hubiera te-
nido un ejército bien dispuesto, no podría tenerlo en
la frontera belga, por donde le atacó Alemania. No
habrían faltado libres ciudadanos franceses, muy pa-
triotas, sí, pero ciudadanos de la nación y no subdi-
tos del Estado, que hubieran protestado diciendo que
aquel ejército no podía ni debía estar allí, y que
como los alemanes no debían atacar por allí, esperar-
les allí era ya provocar la ruptura de la neutralidad
garantizada de Bélgica. ¡ Idealismos !, exclamarán al-
gunos de nuestros beocios francófobos. Pero no lo
son. Ni en Inglaterra ni en Francia, países de opinión,
se resigna el ciudadano a que la razón de Estado,
justa o injusta, sea ley. En los países democráticos
hay otra noción de la necesidad moral que la que do-
mina en los Estados imperiales. Precisamente Fran-
cia no evitó el año 1870 la guerra con Alemania por-
que era un Imperio, el tercer Imperio napoleónico, y
su Parlamento de entonces una ficción imperialista
como el Reichstag de hoy. El "¡a Berlín, a Berlín!"
de entonces era lo correspondiente al "¡sobre todo en
el mundo !".
¿ Pero se quiere más prueba de la diferencia que va
de un pueblo democrático, de libre opinión, a un Es-
tado sin pueblo, que el lamentable espectáculo que
han dado esos 93 sabios, escritores y artistas de Ale-
OBRAS COMPLETAS
347
mania, firmando un manifiesto que el supremo man-
do, acaso el Estado Mayor, les ha puesto a que firma-
sen ? Porque, es cosa tristísima el que investigadores
educados a no afirmas nada, cada uno en su especia-
lidad, sin pruebas, hayan dogmatizado con un ponti-
fical "¡no es cierto!..." en cosas que ni conocían ni
podían conocer por sí mismos, poniéndose alguna vez
en contradicción con lo que luego ha tenido que con-
fesar el mismo canciller del Imperio. Es cosa tristí-
sima que hijos de Alemania, la patria de Martín
Lutero, del que combatió a todo ahinco la fe implícita
de la Iglesia Romana, la fe del carbonero, la que dice :
"Creo lo que creo y enseña nuestra Santa Madre la
Iglesia Católica, Apostólica, Romana", aun sin saber
lo que esta Iglesia cree y enseña, hayan hecho confe-
sión de fe en el Estado, declarando: "Creo y afirmo
lo que cree y afirma el Sacro Imperio Germánico".
¡ Y éstos son los hijos del libre examen !
Como que la Kultiir alemana de hoy de todo tiene
menos de libre examen. La pedantería militarista y
ordenancista la ha apestado de dogmatismo. Puede de-
cirse que hay en Alemania una ciencia oficial, una filo-
sofía oficial, una verdadera ortodoxia de Estado. Y en
ella se ahoga bajo la técnica la libre personalidad hu-
mana. El famoso Kathcdersozialismns, el socialismo de
cátedra o Estado, aquella economía de fiera de presa
que se prepara a caer sobre otros pueblos y saquear-
los, aquella economía política — ¡ ¡ ¡ política ! ! ! — para
la cual la guerra era la principal industria nacional y
la que más había que proteger, por tanto, no era sino
otra cara del Kathedcrmilitarismus, del militarismo
de cátedra o de Estado, no popular, de esos catedrá-
ticos de la ciencia de la milicia — que no son maes-
tros en el arte de la guerra — , para los cuales la ética
desaparece en la guerra, que debe ser brutal, siste-
máticamente brutal, lógicamente brutal, con pedante-
ría de brutalidad más que con brutalidad espontánea,
348
MIGVEL DE UNAMUNO
y debe servirse de la intimidación a toda costa. Porque
el fin de la guerra es vencer, dicen, sea como fuere;
el fin de la guerra es imponer el vencedor su voluntad
al vencido. Pero, ¿ para qué ? ¿ Qué voluntad ? ¿ Con
qué fin superior? Para la Kultitr esa finalidad es ella
misma.
Claro está que sería tarea poco menos que imposi-
ble la de convencer al pueblo alemán, al pueblo que
bien que mal vive bajo el Estado, bajo el Imperio,
que hay algo más que su Ktdtur y acaso superior a
ella, que cada pueblo tiene derecho a vivir a su modo
y que ellos mismos acaso ganen desgermanizándose
algo. Sí, es cosa dura irle a un pueblo a decir : "No,
no eres el único, ni aun el primero; hay otros como
tú, tan cultos y buenos como tú; acaso más, y tienes
mucho que aprender de ellos ; tanto, por lo menos, si
no más, que ellos de ti".
Una necesidad histórica ha arrastrado al Imperio
germánico a poner su Kultur frente a las demás cul-
turas, frente a la cultura humana europea. Y el con-
flicto no puede resolverse sino por la guerra. La
Kultur germánica no puede fundirse en la universal
cultura humana, armonizarse con ella, cediendo en
cuanto debe ceder, tomando de las demás culturas
acaso más que ella les dé, sino después de una guerra,
de un choque de armas. Y acaso todos después de esta
guerra nos veamos aliviados del peso horrible del
tecnicismo mecanicista del último tercio del siglo xix,
de esa ciencia lamentable al servicio casi exclusivo
de la ingeniería, de esa triste exégesis de notas de
biblioteca, de esa investigación — Untersuchung —
de criticistas sin alma y, sobre todo, de ese horren-
do método por el método mismo, de la metodología y
de todas las atroces logias de los manuales y enciclo-
pedias y monografías más o menos pedagógicos, es-
pecies de cañones de distintos calibres para disparar
ciencia. Porque la Kultur es eso : cientificismo — Wis-
OBRAS COMPLETAS
349
senschaftlichkcit — más que ciencia y ciencias más
que sabiduría. Como que esta guerra más que con
cañones la hacen los alemanes con libros de texto.
* * *
El autor de esta Historia, Hanotaux, es un hom-
bre de ciencia, un historiador concienzudo, un sabio,
un savant, un verdadero savant, pero no es un pe-
dante, no es un erudito sin alma, no es un coleccio-
nador de datos, sino un sabio a la vieja tradición
francesa, doblado de un artista, de un delicadísimo
artista, de un poeta, y un hombre humano, un hu-
manista, un sage. Esta obra, pues, aparte de su con-
tenido doctrinal, por su forma, por su manera, por
su sentido, será un alegato en favor de la general
cultura humana europea y en contra de la bárbara
abogacía historicista de la Kultur.
Se dice que no hay manera de saber la verdad de
esta guerra, pues a la vez que la guerra misma, en
las líneas de fuego se sigue otra de noticias contra-
dictorias y que cada Estado o Ministerio de la Gue-
rra se dedica a desmentir a los de las otras naciones
beligerantes. Mas esto no es tan así. El que quiere
mirar sin prejuicios puede ver muy bien lo que pasa.
Cada cual, si es hombre algo avisado, sabe discernir
la verdad esencial, la de conjunto, y sabe darse; cuen-
ta de que la mentira es un arma como otra cual-
quiera en la guerra, y que se miente más para enga-
ñarse uno a sí mismo que para engañar a los demás.
Y nadie ignora que para mantener la fe implícita, la
fe del carbonero, que un pueblo pueda tener en el
Estado que le oprime para conservarle unido, hay que
nutrirle la ilusión y fomentarle los prejuicios. Pero,
ay de aquel pueblo cuya supuesta fe en sí mismo y
en su destino no pasa de ser desconocimiento de los
otros pueblos y, por lo tanto, de sí. pues sólo en el
MIGUEL DE UNAMUNO
espejo, que es el prójimo, se conoce uno a sí propio.
¡Ay del pueblo que amurallándose, encerrándose en
sí dentro de espirituales murallas chinescas, fragua
su cultura mirándose al ombligo y cree que su misión
es hacer que los otros pueblos piensen y sientan y vi-
van como él ! Muy a su costa aprenderá que en este
mundo lo sabemos y lo podemos todo entre todos,
obrando cada cual a su modo.
* * *
Y en cuanto a nosotros, los españoles, por mucho
que nos quejemos del desdén con que ingleses y fran-
ceses nos hayan tratado y juzgado — y habría que
hablar largo y tendido de ello — , tenemos que confe-
sar que los alemanes no nos han tratado ni juzgado,
en general y salvas excepciones de algunos doctos
investigadores, muy pedantes por lo común, ni con
desdén ni sin él. Sencillamente, nos ignoran. Para el
pueblo alemán el pueblo español no existe, sino a lo
sumo como unos salvajes domesticados y de sangre
caliente que viven tocando la guitarra y tomando el
sol entre naranjos y limoneros. Y aún es mejor esta
leyenda que la de los que nos toman a modo de ranas
o conejillos de Indias de filología e investigaciones
críticas. Y si fuesen vecinos nuestros, como lo son
los franceses, ¡habría que oír aquí!. Dios nos libre,
pues, de esa vecindad.
Actualmente, la germanofilia española, más exacer-
bada en aquellos que menos saben de Alemania — ni
del resto de Europa — apenas sirve sino de pretex-
to para que la expansión de las peores pasiones na-
cionales, de los más bajos instintos de nuestra ator-
mentada casta, del poso y légamo de los tristes re-
sabios históricos que hicieron nuestra decadencia, de
un culto inhumano a la violencia autoritaria, de un
odio a la libre y herética personalidad humana. En
OBRAS COMPLETAS
351
su más alto y menos impuro sentimiento parecen ésos,
nuestros improvisados germanófilos de la derecha, re-
cordar los versos de Hernando de Acuña, el poeta de
Carlos V, nuestro primer monarca de la casa de
Austria :
Es la obsesión de la unidad, sea lo que quiera lo que
una ; del orden, aunque ordene la muerte espiritual ;
de la disciplina, aunque discipline la más triste im-
personalidad ; del dogmatismo, sea el que fuere el dog-
ma ; de la ortodoxia, cualquiera que sea. Es, en fin,
la mecanización y metodización de la vida : lo formal
ahogando a lo fundamental. Es, en resolución, la muer-
te espiritual de la libre personalidad humana; la so-
ciedad civil, convertida en hormiguero o colmena. Y
más en el fondo veo una lucha de imaginación parn
no dejarse anular por la razón raciocinante, de k
poesía para no dejarse aniquilar por la ciencia. Es la
iaatalla contra la Aufklacrimg absorbente y exclu-
yente.
Estamos, creo, en un momento crítico de la vida
de la cultura. Y la Knltiir tiene que someterse a ella y
dentro de ella regenerarse.
Una grey y
I monarca, ui
pastor solo en el suelo,
nperio y una espada.
Salamanca, enero de 1915.
PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION ESPA-
ÑOLA DE YO ACUSO, POR UN ALEMAN. Va-
lencia, Hijos de F. Vives Mora, 1916, X + 308 págs.
He aquí un libro concreto que ha alcanzado un
gran éxito. En sus ediciones alemana, inglesa, fran-
cesa, holandesa, española, italiana, sueca y rusa, ha
llegado a los 190.000 ejemplares. Esta es la segunda
vez que aparece en español. ¿ Lo leerán nuestros des-
dichados francófobos y anglófobos ? Es muy de du-
dar. Porque ellos no quieren enterarse. Pero lo lee-
rán los otros, los verdaderos germanófilos, los que
quieren que Alemania viva una vida digna y noble y'
humana y culta después de la destrucción del imperia-
lismo militarista prusiano que simboliza ese pobre
Kaiser abúlico. Y con que ellos lo lean bien basta.
Dice el autor de este libro que es alemán, y hay
que creérselo; mas aunque no lo fuera. Ama a Ale-
mania y basta. La ama mucho más que los locos
megalomaníacos que la han perdido.
Los alemanes — no Alemania, que es otra cosa — ,
querían creer en la justicia de su causa en esta guerra.
¿ Creían realmente en ella ? Creían en su fuerza y en
que ésta da el derecho. Con el quebranto de su fuerza
empieza a venirles la desconfianza en ella, la falta de
fe en su propia invencibilidad — que se les impuso
como un dogma — , y con esto, la falta de fe en la
justicia de su causa. Cuando, sucumbiendo al peso
de sus victorias se vean derrotados, reconocerán
la injusticia y la brutalidad de su proceder. "No he
podido, luego no debí", se dirán entonces. Y llegará
OBRAS COMPLETAS
353
el arrepentimiento ; es muy de temer que, por tardío,
poco eficaz.
¿ Pero es que no hubo ni a primera hora quienes
protestasen en Alemania contra la guerra? Se acalló
sus voces. La locura colectiva, más que la acción gu-
bernamental, no les dejó hablar. Y una prensa, desde
los tiempos de Bismarck, el gran corruptor, reptilínea
y órgano de un morboso orgullo nacional. Orgullo
exasperado por no conseguir la loca sumisión que de
los demás pueblos buscaba, y orgullo que, sin honda
fe en su cimiento, se convertía en vanidad maridada
con la envidia.
Ha habido desde un principio las dos clases de
abogados en Alemania : los cínicos y los hipócritas.
Los cínicos, del tipo de Bernhardt, o del desdichado
von der Goltz, embrutecedor de los turcos y profeta
de bestialidad, confesaban las miras de la agresividad
militarista prusiana ; los otros, los hipócritas, decían
que la guerra era defensiva y que no la había querido
ni buscado Alemania. Preparábanse a ambos eventos.
Los cínicos por si vencían ; los hipócritas, por si eran
vencidos.
Y el caso es que, en contra de lo que sostiene el
autor de este libro — que quiere ser, al fin y al cabo,
un alemán — , yo creo que esta guerra ha sido, en efec-
to, de parte de Alemania, defensiva. Alemania está a
la defensiva del lobo. Porque el lobo al echarse sobre
la oveja para devorarla se defiende. La Alemania Im-
perial de Krupp no podía vivir sino devorando a
otros pueblos. La guerra era una industria nacional
como ha dicho uno de sus eminentes economistas ; un
economista del Kaiser, por supuesto. Porque la cien-
cia estaba al servicio del Kaiser, del Estado de presa.
El autor de este libro, que parece un buen alemán
republicano, y acaso socialista, a la antigua tudesca,
con tradiciones del 48, de la romántica Confederación,
del Sturm und Drang acaso, invoca los manes vene-
354 MIGUEL DE UNAMUNO
rabies del viejo Kant, el catedrático prusiano de san-
gre escocesa, el soñador en la paz perpetua. Pero
como ha escrito muy bien un norteamericano, míster
John Dewey (Germán Philosopky and Poliiics), sien-
do la ética de Kant "el evangelio de un Deber vacío
de contenido, se prestaba naturalmente a la consagra-
ción e idealización de aquellos tales deberes específi-
cos que el orden nacional existente puede prescribir.
El sentido del deber tiene que tomar su materia de
alguna parte... y concretamente lo que el Estado man-
da es lo que desde fuera llena el sentido del deber
puramente interno". Y añade míster Dewey: "Per-
sonas que no tienen consideración alguna a la felici-
dad como criterio de acción, tienen una desdichada
manera de vivificar su principio haciendo a los de-
más infelices". Y así es.
Y los pobres esclavos del Estado del Kaiser, que
desde un zepelín o un submarino asesinan ancianos,
mujeres, niños y hombres inermes, se excusan dicien-
do que se lo han mandado así, y que al hacerlo obe-'
decen al deber de obedecer a sus autoridades. Hablan-
do del hundimiento del Lusitauia por un submarino
alemán, sin previo aviso, dijo el generalísimo fran-
cés Joffre que ningún Gobierno francés habría dado
tal orden sabiendo que podría no ser obedecida,
pues la conciencia de un ciudadano de la República
está por encima de cualquier necesidad militar. Y
ésta es la doctrina cristiana y humana. Un asesinato
como el de miss Cavell no se justifica ni por supues-
tas necesidades militares — que, además, no lo son — ,
ni por razones de disciplina.
Le hemos llamado más arriba al Kaiser abúlico.
Le creemos tal. Abúlico, como casi todos los volun-
tariosos. Su aparente fortaleza de ánimo es debilidad,
como lo son los ataques de los epilépticos. El autor
de este libro en "Los antecedentes del crimen: — La
evolución en Berlín — El partido de la guerra", nos
OBRA S L O M F L E T A S
habla de la lenta trasforniación de los conceptos im-
periales durante los años de 1911 a 1914, y de cótiio
en 1910 todavía Guillermo II, hablando con el minis-
tro francés Mr. Pichón, aprobaba la formación de
una Lig-a de todos los estados civilizados. Pero el
pobre hombre no sabía a dónde le habría de llevar su
loco sentimiento histriónico de popularidad y los ce-
los de su propio hijo. Bien le conocía aquel profe-
sor alemán que hace unos años, en un escrito céle-
bre y que produjo gran revuelo al publicarse, le com-
paró con Calígula. Todas las salidas de este pobre
César HohenzoUern son salidas de abúlico volunta-
rioso. Y la voluntariosidad no es voluntad. Es más
bien siervo albedrío.
Concretamente la guerra se les hacía inevitable a
los dos Imperios centrales después del fracaso de los
Balkanes, primero de Turquía y después de Bulgaria,
que ya desde antes, desde la Liga Balkánica, estaban
sirviendo sus intereses. La actual servidumbre de
Turquía y Bulgaria viene de mucho antes. El Kaiser
era el protector del Sultán rojo — rojo de sangre —
islamita, y sin el amparo de Alemania no habrían los
turcos asesinado a todos los cristianos armenios que,
bajo su cimitarra, han perecido. Ante el principio de
la hegemonía germánica, que pretendía ganar tam-
bién el Asia, como el resto del mundo, todo debía
ceder. El Asia, por un lado; el Africa, por otro
— ¿ quién no recuerda el golpe teatral de Agadir y las
maniobras diplomáticas de Algeciras? — , y ¡hasta
América ! ¿ No han hablado acaso más de una vez con
perfecto cinismo periódicos alemanes de la necesidad
de fundar una colonia alemana en el Brasil ? ¡ Han
estado creándose enemigos en todas partes para jac-
tarse luego de que el mundo todo está — ¡ por envi-
dia ! — contra ello?.
Nadie les impedía trabajar y prosperar. Es más,
sometíanse todos los pueblos, por desidia, a sus pro-
356
MIGUEL DE UNAMUNO
cedimientos desleales y arteros de comerciar. Su quin-
calla, barata y mala, tanto material como espiritual,
invadía los mercados todos. Y ellos mismos, como
buenos espías, se colaban por donde quiera y hasta
adoptaban patrias ajenas sin desahijarse de la suya,
maniobrando, merced a una ambigua duplicidad de
ciudadanía, a favor de la Compañía de seguros mu-
tuos, que era Alemania. Y encima repetían que los
otros les acechaban. Tan vasta conspiración para en-
gañar al resto del mundo y dominarlo no se ha visto
jamás. Hasta el famoso internacionalismo de la demo-
cracia social, del partido socialista imperial-germáni-
co, no era sino una manera de someter las demás na-
ciones a la sobrenación, a Prusia.
En este libro verá el lector, expuestas por uno que
se profesa alemán, las más crudas verdades, verdades
de hecho, y cómo la responsabilidad moral de la gue-
rra incumbe a Alemania. Alemania la ha querido
después de haber enseñado, por boca de sus místicos
de la guerra, que es ésta un hecho divino y purifi-
cador. Lo enseñó ya Hegel, el apóstol de la estato-
cracia y la estatolatría. Porque el profeta de esta gue-
rra y del pangermanismo fué Hegel, más que Fichte,
y mucho más que Nietzsche. Moltke el viejo, el
hombre sin corazón, era un discípulo de Hegel, sa-
biéndolo o sin saberlo. Y el imperialismo de los socia-
listas viene a través de Marx, también de Hegel. ¿ No
enseñó Marx que gobiernan las cosas y no los hom-
bres? O los hombres en cuanto cosas.
Todo el horrible mecanicismo que ha estado bru-
talizando al pensamiento europeo, en el último tercio
del siglo XIX, después de 1870, toda esta lóbrega
doctrina de determinismo social y de lucha de razas,
todos estos embolismos de pueblos superiores e infe-
riores, todo eso era del más genuino carácter tu-
desco y ha venido a parar en la guerra que hoy des-
vela y arruina a lo mejor de Europa.
OBRAS COMPLETAS
357
Si Alemania continúa venciendo como hasta aquí
— dice el autor de este libro — , morirá de sus victo-
rias. Son muchos los que creen que esa Alemania
de esas victorias está moribunda y que. sea cual fue-
re el resultado de la guerra, no volverá a la vida.
¡ Asi sea !
Así sea y que sobre las ruinas de esa Alemania a
la antigua asiática, de esa potencia bárbara apoyada
en el cañón, se alce una Alemania europea. Siglos de
contacto con los pueblos genuina y hondamente eu-
ropeos, con los pueblos que llevan en el meollo los
jugos de la civilización greco-romana cristianizada,
con los pueblos que resurgieron en el Renacimiento,
iban europeizando y civilizando a los germanos. Los
nietos de aquellos bárbaros que nos describió Tácito
en su Gcnnania iban sustituyendo a Wotan y a Thor
con Cristo y con Platón, y he aquí que de pronto se
vuelven a su selva negra, pero a una selva erizada de
cañones. Han aprendido ciencia, pero olvidando la
moral, sin la cual la ciencia no es sino barbarie refi-
nada. Porque la moral, pese al imperativo categórico,
no es matemática. La moral es simpatía. Y lo más
hondo de la simpatía humana es no pretender domi-
nar a los demás. El tirano, sea hombre o pueblo,
se hace de la carne de esclavo. Así se explica que un
pueblo servil pretenda reducir a los otros pueblos a
servidumbre. Quiere igualarnos a todos en su abyec-
ción. ; Por qué han de ser los otros libres cuando
él no lo es?
Es como me explico que ese pobre pueblo servil
y sumiso, que se deja llevar al matadero por ima
casta de hidalgüelos de espadón con su Kaiser a la
cabeza; ese pobre pueblo que avanza, codo con codo,
a que lo ametrallen ametrallando él ; ese pobre pueblo
que dejándose engañar trata de engañarnos a los
otros, ese pobre pueblo se lance a la conquista del mun-
do. Ya que no tiene ni conciencia ni coraje para
358
MIGUEL DE UNAMUNO
libertarse, quiere someter a los otros a la servidum-
bre en que yace él. Esa servidumbre es su prosperi-
dad y su Kidtur; quiere hacernos prósperos y kiil-
tos a los demás. Acaso en las profundidades de su
subconciencia vague, como larva de idea, la oscura
noción de que la comunidad en la servidumbre bajo
el Estado imperial, traiga la común redención; acaso
quiere asociarnos a su servidumbre a los demás pue-
blos para que luego le ayudemos a sacudirse de ella.
Y si es así...
Salamanca, 2 mayo 1916.
PROLOGO A LA NOVELA LOS PELELES, DE
FERNANDO ISCAR PEYRA. Salamanca, Esta-
blecimiento Tipográfico de Calatrava, 1916, VIII +
162 págs.
¿ La tragedia que constituye el argumento, el esque-
leto podría decirse, de esta novela, surgió en el ánimo
de su autor de la conciencia artística del ambiente
en que se desarrolla, o este ambiente ha sido una ex-
pansión del argumento o bien uno y otro, argumento
y ambiente, han venido a conjugarse viniendo de dis-
tintas procedencias ? Son problemas.
En los seres orgánicos vivos ni el esqueleto es con-
densación del resto del cuerpo ni éste expansión de
aquél, sino que ambos van diferenciándose, pero está
más cerca de lo real el considerar al esqueleto como
condensasión del resto del cuerpo.
No sé de dónde ha sacado Fernando Iscar el ar-
gumento, el esqueleto, de esta novela, pero me con-
suelo pensando que él tampoco lo sabrá. Un autor
conoce tan poco el origen de un argumento como co-
nocemos el de los sueños. Estos, los sueños, esta-
llan en nosotros sin que sepamos cómo, de dónde ni
por qué, son verdaderas explosiones psíquicas y re-
presentan la mayor libertad posible. La libertad, cuya
ley es el azar, halla su mejor campo en el sueño.
Nunca es un espíritu más libre que cuando sueña,
porque es cuando más se emancipa de nuestros tres
más fieros tiranos : el espacio, el tiempo y la lógica.
Es en el sueño cuando más nos acercamos a la infini-
tud, a la eternidad y al todopoderío. El soñador no
360
MIGUEL DE UNAMUNO
está atado ni por el aquí, ni por el ahora, ni por la
consecuencia. Y, sin embargo, es cuando el hombre
menos libre. El sueño se le impone.
Pero hay el soñar despierto, la obra creadora artís-
tica, el verdadero reino de la libertad.
Y bien, después de estas metafisiquerías, ¿de dón-
de ha salido Adolfo Menéndez ? ¿ Fernando Iscar, su
padre artístico — su padre?, ¿no acaso en algún res-
pecto su hijo? — , ¿lo sabe por ventura? No más que
yo, no más que el mismo Adolfo Menéndez. Lo que
sí sé es dónde ha nacido Adolfo Menéndez; o mejor
dicho, dónde ha vivido.
Naciera de donde naciere Adolfo Menéndez, y con
él su tío y su novia y sus dos primas, ha vivido en
esta Salamanca en que escribo, en esta Salamanca de
la Plaza Mayor, incubadora de ensueños, de leyen-
das, de chismes y murmuraciones y también de tra-
gedias, en esta Salamanca en que han vivido Ven-
tiirita y la Cubera de que aquí se hace mención.
Conocí, aunque no más que de vista, a la Cubera
en los que se diría sus buenos tiempos, hace ya vein-
ticuatro años, cuando era "hermosa yegua de lujo"
y un como esplendor de la ordinariez. Y hubo su tragi-
comedia. Cosa triste. No era "altiva" —como dice
Iscar — , era tiesa, echada para atrás, lo cual es muy
otra cosa. No era "diablesa" tampoco El diablo es
un mal espíritu, pero es espíritu, y aquel montón de
carne viviente no tenía diablura alguna porque care-
cía de espíritu. Algo muy trágico y muy simbólico este
terrible ambiente salmantino. Que es el mismo que el
de las novelas picarescas, un ambiente inespiritual.
La Cubera comía, bebía, dormía y pecaba, y el pecado
era en ella consecuencia del comer, beber y dormir.
Pecaba porque comía y para comer, porque bebía y
para beber, porque dormía y para dormir. Ni otra
inquietud alguna.
¿Y el pobre Vcnturita? En este pobre se juntaba,
OBRAS COMPLETAS
361
al comer, beber y dormir, lo casi único que el ambiente
éste les añade : la vanidad. La vanidad, pero una va-
nidad pueril y casi vegetativa, una vanidad que ahoga
todo orgullo, es el apagado germen de espiritualidad
que se observa en este terrible ambiente. La gente
come, bebe, duerme, peca y se envanece.
¿ De qué se envanece ? De poder comer, beber, dor-
mir y pecar. Se envanece de existir y no de hacer
algo. Hay quien se envanece de no hacer nada. Y
esa vanidad pueril, vegetativa, fundada no más que
en existir, esa vanidad estéril, que ahoga todo orgu-
llo fecundo, hinche la Plaza Mayor. Y la Plaza Ma-
yor, churrigueresca, es ya, de por sí, vanidosa. Hay
que verla pavonearse al sol.
¡Y es claro!, esa vanidad acaba en mendiguez. La
ciudad, como Vcnturita, su hijo simbólico, envuelta
en la manta, no ya blanca, sino parda, de su leyenda
— una leyenda tejida de embustes — , mendiga pro-
tección y atención y se duerme en la cuneta de la
historia y en los pajares de la política. Rodéanla de-
hesas, que la ciñen y oprimen y le matan su inespí-
ritu. Ella, en cambio, no ha irradiado ciudadanía al
campo que la sustenta.
Y en este ambiente se desarrolla la tragedia del
pobre Adolfo Menéndez, del pelele que va a suicidar-
se a una alquería de una dehesa. Y pasa la figura de
don José Luis, "insigne varón, honra del foro y de
las letras patrias, que, gracias a su gran talento y a
su firme voluntad, ha escalado un puesto preeminente
entre las figuras de la España contemporánea, etc.,
etcétera, etc." Todos lo conocemos bien, incluso el
"subvencionado artista", su biógrafo, y él también,
don José Luis, se conoce. Y como se conoce, no
pasa de vanidoso y carece de orgullo. Y, natural-
mente, llega, cuando le es preciso, a la mendiguez.
Porque el vanidoso es mendigo. Venturita mendiga
perras chicas ; don José Luis mendiga consideración
362
MIGUEL DE UNAMUNO
social, honores, representaciones, títulos, acaso cru-
ces.
Y en este ambiente se produce sor Remedios, la
monjita teresiana, que no es sino hija de una suges-
tión... literaria. No es la fe, no es la esperanza, no
es la caridad lo que le lleva a la hija de don José
Luis y prima de Adolfo al claustro ; es el ambiente de
piedras doradas por el sol y es la leyenda. Es un
capricho duradero y nada más. Y en todo caso, si
luego se arrepiente, ¿qué dirán si vuelve al mundo?
¡No, no! "i Procure siempre acertarla — el honrado
y principal, — pero si la acierta mal, — defenderla
y no enmendarla!", que dice la cuarteta de nuestro
Guillen de Castro. Defenderá, pues, sin enmendarlo,
el mal acierto de su vocación. Y luego es cosa de
eso que ahora llaman feminismo, y que debería lla-
marse masculinismo femenino. Porque el feminismo es
cosa de hombres. Feminismo femenino es cosa tan
absurda como españolismo de españoles.
Sor Remedios leyó a Santa Teresa, y quijotiza, es
decir, tcrcsiza. Toda la página 121 de esta novela,
página primorosa, es algo así como un discurso de
Don Quijote cuando le soplaba la inspiración de los
libros de caballerías. Todo eso que dice sor Remedios
lo ha leído, aunque luego se lo haya asimilado. ¿Y no
hay en el fondo de ello su chispita de vanidad? ¿No
está envaneciéndose de sí misma, de su espiritualidad
leída, ante su primo?
Este, el primo, Adolfo Menéndez, es el más él, el
más hombre, el más real, el menos vanidoso. Adolfo
Menéndez es el único que aquí tiene orgullo, el único
que hace. Y por eso se suicida. No se deja matar ni
morir, se da muerte.
Tengo, pues, que protestar contra las últimas lí-
neas de este relato. Adolfo Menéndez "quedó con los
brazos colgando y con la cabeza caída", como un
hombre, como un hombre muerto, sin duda, pero como
OBRAS COMPLETAS
363
un hombre, y no "como un muñeco de trapo, como
un pelele". Los peleles son los otros, los que siguen
viviendo.
¿Y la ciudad acabará por suicidarse en su Plaza
Mayor, como una humanidad, como algo vivo y or-
gulloso, o seguirá comiendo, bebiendo, durmiendo y
pecando como la Cubera, y, además, envaneciéndose
primero como Venturita, para acabar mendigando
siempre? Dicen que en tiempos, la última vez hace
ya cerca de medio siglo, henchían esa Plaza voces de
rebelión y de protesta ; dicen que la ciudad vivió du-
rante la Gloriosa y que llegó a conocer el orgullo;
cuentan historias, ya conmovedoras, ya regocijantes,
de aquellos benditos tiempos, tiempos de tragedia, de
comedia y de saínete. ¡Pero hoy...! Hoy la ciudad
sestea a la sombra de su augusta Universidad, Uni-
versidad cargada de canas y de arrugas, pero no de
experiencia, vieja y pueril. Universidad que come,
bebe, duerme y enseña. ¿Qué enseña? Omnium scien-
tiarnm princeps Salmantica docet! ¿Y qué? "¡El que
quiera aprender, que vaya a Salamanca!" ¿Aprender
qué?
Si es un Adolfo Menéndez, a aprender a suicidar-
se. Si es un don José Luis en ciernes, a aprender a
envanecerse de comer, beber, dormir y pecar. Pero
pecar con su cuenta y razón y ordenadamente, como
hombre grave y cuerdo.
Hace siglos que esta Salamanca, que según Cer-
vantes enhechizaba la voluntad de volver a ella a
cuantos de la apacibilidad de su vivienda hubieren
gustado, le volvió loco al pobre Tomás Rodaja, luego
Licenciado Vidriera. El pobre Rodaja no se suicidó
como Adolfo Menéndez, pero tuvo que emigrar de la
patria luego de curado de su locura. ¿No os recuerda
alguna vez este Adolfo Menéndez, con su amor des-
364
MIGUEL DE UNAMUNO
enfrenado a la verdad y su odio a la gravedad hipó-
crita, a aquel pobre Licenciado Vidriera?
El ambiente de una y otra novela es sustancialmente
el mismo.
Aquí tienen, pues, los peleles, cuyo número es, como
el de los tontos, infinito, un espejo en que mirarse.
Y que Dios les lleve al suicidio ; ¡ amén ! Así se des-
pelelizarán.
Salamanca^ 1° de jimio de 1916.
PROLOGO AL LIBRO DE CAYETANO ALCA-
ZAR LA JUERGA DE LA ESTUDIANTINA
(Madrid, "La Itálica" 1916, 95 págs.)
Estas son notas de un estudiante que, desde las
aulas, o al salir de ellas, mira cara a cara al mundo.
; Es que el aula no es mundo ? En cierto sentido,
no, no lo es ; en otro, lo es demasiado. El aula es un
claustro cerrado al mundo la mayor parte de las ve-
ces. Al mundo en que vale la pena de vivir. Porq^ue en
el aula se dura y no se vive.
El autor de estas notas, Cayetano Alcázar, ha pa-
sado, como hemos pasado todos, por las vergüenzas
y tristezas de nuestra pedagogía oficial. Ha sentido
cómo en nuestras aulas se prepara a las futuras "Fuer-
zas vivas de la población que sólo trabajan en levan-
tar muertos". De esas fuerzas vivas, que son de lo
más muerto que hay, surgirán los profesionales de la
arbitrariedad, alias políticos. La mamá del chico del
Instituto "quiere que éste sea político y ministro".
¡ Claro ! Se es político para llegar, si se puede, a mi-
nistro. Y si no, para llegar a otra cualquier cosa — ser
ministro es ser cualquier cosa — , pero para llegar,
para eso que se llama llegar y es quedarse. Y a las
veces quedarse con lo que no se debe.
El autor de estas notas arremete contra los libros
de texto. Otros hemos arremetido contra ellos antes
y otros seguirán arremetiendo. Pero eso no basta. No
basta, mientras el profesor no sea más que un libro
de texto parlante. No son mejores los que no han
hecho libro de texto malo. Y el profesor, incapaz o
366
MIGUEL DE UNAMUNO
incapacitado, tonto o entontecido, seguirá impune-
mente imponiendo, si quiere, so pena de suspensión,
sus necedades. Nadie le irá a la mano o a la boca.
Su Majestad el Catedrático es intangible. Y si algu-
na vez se le llega a tocar, será, no lo dudéis, porque
no votó al candidato ministerial o por algo así. Su
Majestad el Catedrático tiene derecho a desbarrar.
Hay inspección técnica, aunque sea mala y pro formu-
la, para el pobre maestro de escuela primaria ; pero
Su Majestad el Catedrático secundario o terciario
— casi en el sentido geológico — es inviolable. Sobre
él no hay autoridad verdadera. Porque sus superio-
res jerárquicos — ¡qué bien cae esto de jerarquía! —
no lo son más que administrativamente.
Aquí se administra, pero no se gobierna la ense-
ñanza pública. Lo íntimo de ella, su sustancia, su
esencia, su eficacia pedagógica, es cosa que nada im-
porta a los que sólo se cuidan de hacer reglamentos o
de inventar cátedras para los amigos. Y es que en el
fondo nadie cree menos en la eficacia y el valor de
la enseñanza pública que los que la administran, como
no sea los que hacen como que enseñan oficialmente.
Muy buena parte de los catedráticos son como curas
ateos. Lo importante es el escalafón.
Y luego para administrar la enseñanza pública
oficial sirve cualquiera. Es una rama de la política;
la cuestión es pasar el rato, y el ser amigo de los
amigos. Suele ser, además, un puente.
Estas quejas de Alcázar, ingenuas y sencillas, ¿ ser-
virán de algo? Todo sirve de algo. Que sirvan, por
lo menos, para desacreditar aún más lo que está ya tan
desacreditado.
Aunque acaso haya en esto un peligro. Nada se
sostiene más y mejor entre nosotros que lo desacre-
ditado. El descrédito es una garantía de persistencia;
el menosprecio es prenda de impunidad.
OKJ/
El que se ampara o lo que se ampara al : "¿ qué
le vamos a hacer? ¡Esto no tiene remedio!", está
abroquelado. El que no tiene ya nada moral que per-
der es el que en otros respectos gana.
¿ Vamos por eso a callarnos ? ¡ No !
Ahora le toca chillar al autor de estas notas de un
estudiante.
Salamanca, 24-X-16.
PROLOGO AL LIBRO DE JUAN CUETO LA
VIDA Y LA RAZA A TRAVES DEL QUIJOTE
(Luarca, Manuel Méndez, 1916, XXV + 231 págs.)
Conocí a don Juan Cueto, el autor de este libro,
La vida y la raza a través del Quijote, en un viaje
que hice a El Escorial, tumba siempre abierta de Fe-
lipe II y de los reyes de Castilla y León y el resto
de España, sus sucesores. Era Cueto allí profesor de
Gramática castellana por lo menos, y no sé si de
otras cosas, en el Colegio de Carabineros. Recuerdo
que hablé con él de gramática, a la que, tal como se
enseña, profeso un santo horror. Vi en mi nuevo
amigo — pues al punto me amisté con él — un hombre
despierto y jugoso, en cuyo ánimo no había hecho
mella la terrible friega de arenillas como lo de "pre-
térito pluscuamperfecto de subjuntivo: hubiera, ha-
bría y hubiese amado", y con sincera vocación peda-
gógica, gracias, sin duda, a no haber cursado peda-
gogía. Porque creo que para enseñar es mejor saber-
se las ordenanzas del Cuerpo de Carabineros que no
un manual cualquiera de pedagogía y didáctica.
El autor de este libro educaba en El Escorial a
jóvenes futuros carabineros, y, a juzgar por lo que
aquí dice, los educaba para que al ir mañana a las
reboticas de las aldeas y a los casinos de las villas y
ciudades llevaran a sus tertulias una pasión grande,
que hiciera fructuosas las hoy estériles discusiones.
Trataba allí de hacer hombres, ciudadanos, españo-
les y no sólo buenos carabineros. Aunque no cabe
ser ni buen carabinero ni bueno en otra profesión
OBRAS COMPLETAS
369
cualquiera sin ser buen hombre, buen ciudadano, y en
España buen español. Y ser buen español, él mismo
nos lo dice, "es sentirse ligado al núcleo de los hom-
bres que tienen esa denominación ; tener conciencia
de la vida de ese núcleo, de su pasado y de sus aspi-
raciones para el porvenir" ; ser español es sentirse
español. Yo diría, con otra fórmula que expresa lo
mismo, que ser español es tener conciencia de la pro-
pia españolidad. Y para cobrarla más clara que la
suya, y par dar más clara conciencia de españolidad
a sus lectores, escribió el señor Cueto este libro.
Y lo escribió, además, y esto realza su valor, te-
niendo conciencia de su oficio, como ciudadano espa-
ñol, penetrado del valor del ministerio público que
ejerce. Y esto es tanto más de alabar aquí, donde son
tantos los que como que parecen avergonzados de su
oficio y como si pidieran tácitamente perdón por tener
que ejercerlo a modo de ganapanería. Cueto no. Cue-
to, militar carabinero, al servicio armado de la Ha-
cienda, como al servicio armado de la Hacien-
da, o si queréis del fisco, estuvo, después de
haber perdido el brazo en la milicia, Cervantes el
alcabalero, tiene conciencia de la dignidad de su ofi-
cio, tan desestimado por muchos.
"Profesión cervantesca" le llama una vez a la suya,
y otra dice, dirigiéndose a sus queridos discípulos, los
educandos del Colegio de Carabineros de El Escorial,
que quiere que la relación de los infortunios de Cer-
vantes "sirva de consuelo y de edificación a los ac-
tuales servidores de la Hacienda". Y nos habla luego
de cómo "aquel probo funcionario de la Hacienda
pública" que fué el alcabalero Cervantes — alcabalero
como el evangelista San Mateo — , "como única re-
compensa de su probidad, mereció autos de prisión y
calumnias deshonrosas". Y aquí pudo Cueto recordar
aquellas tristísimas palabras que el alcabalero Cer-
vantes puso en boca de Don Quijote en el capítu-
370
MIGUEL DE UNAMUNO
lo XLIV de la Segunda Parte, cuando, al retirarse el
caballero a su cuarto, en casa de los Duques, y sol-
társele hasta dos docenas de puntos de una media
que quedó hecha celosía, afligióse y exclamó: "oh,
pobreza, pobreza", con todo lo que sigue, y ac^uello
de "¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y
bien nacidos más que con la otra gente ?" ; y luego
lo de: "miserable de aquél, digo, que tiene la honra
espantadiza y piensa que desde una legua se le des-
cubre el remiendo del zapato, el trasudor del som-
brero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su
estómago". Cuántos probos funcionarios, servidores
de la Hacienda pública, podrán decir todo eso que
el alcabalero Cervantes dijo por Don Quijote.
Que si en la soberana inspiración del Quijote entra
por mucho la experiencia que Cervantes adquirió
como servidor del fisco, esta misma experiencia en-
tra por mucho en el comentario de Cueto.
¿ Por qué, me he preguntado varias veces, rodea
a la Guardia civil un prestigio de que carece • — justo
es decirlo, pues es verdad — • el Instituto de los Carabi-
neros ? Es que éstos defienden a la Hacienda pública,
al tesoro del común, y corre por ahí, refiriéndose al
Estado, un aforismo anarquista que dice que "quien
roba a un ladrón, cien años de perdón". Y el con-
trabandista es hasta un héroe popular. Y los anar-
quistas que propalan ese aforismo no son los pobres
diablos que, por no tener sobre qué caerse muertos,
ponen alguna vez alguna bomba, sino que son los
ricachos, que sostienen y explotan a los contrabandis-
tas, los que adulan a la Guardia civil para que les
defienda sus dehesas de los santos robos de leña que
en ellas hacen los pobres para calentarse en el duro
invierno. El carabinero defiende la Hacienda pública ;
el guardia civil, las haciendas privadas sobre todo.
Y es claro que el rico mercader, que compró una de-
OBRAS COMPLETAS
371
hesa con el dinero que sacó del contrabando, sienta
el prestigio de un Instituto más que el del otro.
La amarga experiencia de su oficio le ha inspirado,
sin duda, a Cueto no pocas de sus reflexiones. Y so-
bre todo, la desproporción entre las aspiraciones y
ambiciones ideales de su espíritu y el prosaísmo, aun-
que sea muy honrado, de su ministerio. Porque no pa-
rece el oficio de carabinero, como no parece el de
alcabalero, el más adecuado para inspirar altos anhe-
los. ¡ Pero esto del oficio significa tan poco ! Proba-
blemente, nadie tiene menos espíritu guerrero que un
catedrático de estrategia o de táctica... también dog-
máticas.
Espíritu guerrero, pero a la española, a la íntima es-
pañola sí que parece tener el autor de este libro. Y de
la más fecunda guerra, de la guerra civil. Más de una
vez trata, en efecto, de éste uno de mis temas favoritos.
Leed lo que en la página 113 dice de nuestro espíritu
de bandería, "que suele ser considerado como vicio na-
cional, cuando en realidad es nuestra virtud predomi-
nante", y de cómo "la virtud no está en el justo me-
dio sino en los extremos que se tocan". Esa es tam-
bién la mía. Y suscribo lo de que "el toque no está en
que sepamos mirar las cosas sin pasión sino que la
pasión con que miremos las cosas no sea pequeña y
deleznable", y lo de que "el toque de la tolerancia
está en ser tolerante por la fuerza misma de la fe".
¡ Muy bien, sí ! Sólo es grande la tolerancia del faná-
tico banderizo, que la hay, no la del neutral. La
tolerancia del hediondo neutral no es más que capo-
nería. Pueden acabar por abrazarse, siguiendo disin-
tiendo, un ateo y un católico; el que no abrazará
nunca a nada, como no sea a su propia sombra, es
aquel a quien, al preguntarle: "¿y usted cree en
Dios?", responde: "¿yo?, i yo soy neutral!" Que hay
de éstos.
Vuelve Cueto, a partir de la página 140, a ha-
372
MIGUEL DE UNAMUNO
blarnos de nuestra guerra civil, de nuestra santa
guerra civil, de la que "se inició en el momento en
que alguien, notando síntomas de asfixia, para puri-
ficar el ambiente, pidió a voz en grito aire de fuera",
y todo lo que sigue. Sí, la guerra civil así. ¡ Y ay
de nosotros, los españoles, el día en que uno de esos
dos bandos desapareciese y el otro, falto de contra-
dicción, se despeñase en su concepción del progreso
o en la de la tradición ! Por lo que a mí hace sé
decir que mientras yo viva no faltará guerra civil,
por lo menos en un rinconcito, todo lo pequeñito que
se quiera, de la España espiritual, y ese rinconcito es
mi conciencia. En ella reñirán unos y otros, aquellos
a quienes vi reñir siendo yo niño, cuando fui testigo,
en la última guerra civil, del bombardeo de mi natal
Bilbao. ¡ Sí, guerra civil así ! Todo lo grande, y nada
más grande para un español que la españolidad vive y
se acrece de contradicciones. Y sólo la contradicción
alimenta el amor a la gloria de que aquí se habla,
lector. i
Amor a la gloria que engendró en Cervantes, se-
gún Cueto, una emulación para con Lope que le llevó
a escribir el Quijote. Esta explicación del origen de
la gran obra se presta a no poca meditación. Quién
sabe. ¡ Quién sabe si no fué Lope quien hizo que
Cervantes descubriese en sí mismo al Quijote ! ¡ Hay
envidias — llamémoslas por su nombre — tan inspira-
doras y que luego de purificadas y ennoblecidas nos
llevan tan alto ! Y es cosa grande cuando el vencido
y postergado descubre que es victoria su vencimiento
y que es preeminencia su postergación. Lo más
sustancioso acaso de este libro es, lector, lo que en
él se dice desde las tres últimas líneas de la página
108 hasta el fin de la 109. El que lo ha escrito siente
dentro de sí la tragedia del quijotismo que sintió el
OBRAS COMPLETAS
373
pobre manco alcabalero que nos dejó el Quijote,
aquel Cervantes fracasado ante Lope.
Paso por alto lo que de Don Juan Tenorio se nos
dice aquí. Me llevaría muy lejos hablaros del Bur-
lador, del que afrontaba la muerte. Yendo de viaje yo
con un amigo inglés lo encontramos en un pueblo
de Extremadura. Era carlista. Nos dijo cómo iba a
las procesiones cuando había temor de ataque de ra-
dicales, con un gran escapulario y un revólver en el
bolsillo, y cómo una vez le desafió a uno por burlar-
de su fe. "¿Pero usted sabe — le dijo mi amigo el
inglés — que el que muere en duelo se condena?" "Sí
— contestó — pero entraría en el infierno como un
caballero, y es mejor que ir al cielo por cobarde."'
Terrible doctrina.
En las Notas de este libro y después de contarnos
su autor cómo acudió al director general del Cuerpo
de Carabineros pidiendo que le permitieran impri-
mirlo en la imprenta del Colegio del mismo, y de
estampar las alentadoras palabras que de su jefe re-
cibió, dice que tuvo a última hora "una inspiración
feliz", y fué acudir a mí para que se lo prologase.
"Y ya ves, lector paciente — añade — , cómo he sido re-
cibido por este ilustre escritor, que pasa por ser un
puerco-espín."
¿ Puerco-espín yo? ¡Dios santo! Me llaman puerco-
espin, los que así me llaman, porque soy un carabine-
ro de la cultura patria. En cuanto veo artículo de
contrabando hago fuego. Y hago fuego porque sé
que muchos de esos artículos que se nos quiere hacer
pasar como producidos por ahí fuera, de eso que
llaman la Europa europea, han sido fabricados, no ya
en Reus, sino en Villavieja o Aldeanienuda o en el
Carrascal, pero mal imitando lo de fuera. Y aires de
fuera, sí, todos los que se quieran, pero no que se
nos traiga una vejiga con aire de la rebotica de
Torremocha de Abajo y se nos quiera dar por aire
374
MIGUEL DE UNAMUNO
del Montblanc. "Mientras Cervantes ha andado en
sus comisiones por tierras andaluzas — nos dice aquí
Cueto — ha adquirido Lope tal costumbre de triun-
far, que el público le aplaude por ley de inercia."
Aplaudir por ley de inercia. ¡ Qué gráfico y qué
exacto es esto ! ¿ Hay nada peor que el éxito ruti-
nario? ¿Hay nada peor que el valor entendido? Por
eso todo escritor que se estime ha de aspirar a ser
continuamente discutido, a no ser nunca del todo y
por todos aceptado, a que no le consagren, es decir: a
que no le jubilen, a vivir más que a durar tan sólo.
Y para esto no hay como hacer de carabinero de la
cultura y de las letras.
Y no dejarse sobornar en tan noble ministerio. Y
por esto, porque soy un honrado carabinero de la
cultura patria española, un probo funcionario de
nuestra Hacienda espiritual, que no me dejo sobor-
nar por halagos, por eso me tienen por puerco-espin.
¡ Que me llamen carabinero !
Salamanca, 25-X-1916.
PROLOGO A LA TRADUCCION CASTELLANA
DEL LIBRO DE GASTON RIOU LA CIUDAD
DOLIENTE. DIARIO DE UN SOLDADO RASO.
(París, Ediciones literarias, 1916.)
Estamos convencidos de que lo más de la literatura
que provoca la actual guerra, literatura de ocasión,
se hundirá, luego de hecha la paz, en el olvido. No
puede ser de otro modo. Pero mientras deje algo,
siquiera materiales para que otros sobre ellos fra-
güen obras definitivas, o mientras sostenga el ánimo
y la fe de los combatientes, bastante ha servido, y es
injusto pensar que esa literatura sea ociosa y haya de
pasar sin dejar rastro.
Claro está que la historia de una guerra, la verda-
dera historia, la creadora de valores históricos dura-
deros, la artística, es casi imposi'ole escribirla mien-
tras la guerra dura. Hay que ver los hechos a distan-
cia y alumbrados por la luz de sus resultados finales.
Los soldados que toman parte en una gran batalla son
los que menos suelen darnos idea del conjunto de la
batalla.
El que estas líneas escribe ha escrito el relato de
un asedio y bombardeo : el de su puel^lo natal, de que
fué testigo teniendo diez años ; pero lo escribió veinte
años después. Sus recuerdos de infancia eran como
una leyenda de albor que había que revestir.
Si vis me flere, dolcndinn cst tibi primnm; "si quie-
res hacerme llorar, ha de haberte dolido antes", es-
cribió Horacio, y un autor de Estética, creo que Vis-
cher, llamaba la atención sobre el primnm, "antes", y
376
MIGUEL DE UNAMUNO
no que te duela en el momento de quererme hacer
llorar, añadiendo que no es la mano del calenturien-
to la más a propósito para describir la fiebre. Y es
que los gritos que el dolor arranca suelen tener poco
de artísticos y no hacen llorar. Y así en esta guerra,
los empeñados en ella, los que por ella sufren y an-
helan, no están en ánimo de describírnosla. Hundidos
además en la selva, ven a lo sumo los árboles que les
rodean, pero no la selva misma, como se la verá des-
de la cima del monte del porvenir.
De aquí que las revistas, y los diarios y las publi-
caciones de los países beligerantes se nos caigan de
las manos a los que fuera de esos países los leemos.
Cabe decir que lo más de lo que sobre la guerra se
escribe en las naciones en lucha es de muy inferior
valía y de una monotonía desesperante. Y bien pu-
diera ser que el supremo historiador de esta guerra
venga a ser alguno de los niños que hoy asisten, lle-
nos del inconciente estupor de la incomprensión, en
los países beligerantes, a esta feroz contienda de sus
padres, que creyendo comprenderla tampoco la com-
prenden.
La literatura de la guerra es, digo, bastante me-
diana en su calidad artística, y lo mejor acaso de
ella, lo que no quiere ser literatura, algunas cartas
de soldados escritas desde el frente de batalla, no
puede tomarse sino como rapsodias y materiales para
una obra futura. Y lo peor acaso suelen ser los relatos
de escritores profesionales, de aquellos escritores de
oficio que habiendo tenido que ir a servir en la gue-
rra, se creen obligados por juro de profesión a con-
tarnos en seguida, sin dejarlas madurar en el re-
cuerdo, sus impresiones de ella. Son preferibles los
relatos y crónicas de los escritores espectadores, de
los que van a la guerra como corresponsales de Pren-
sa, a narrárnosla. Mas ¿quién duda de que entre esos
OBRAS COMPLETAS
377
materiales los hay más artísticos que otros, más su-
gestivos, más maduros, mejor concebidos?
En sus Memorias y relatos de la guerra, la Casa
Hachette y C", de París, publicó el diario de un sol-
dado raso francés que formando parte de una ambu-
lancia fué hecho preso por los alemanes y permane-
ció un año en cautividad. Es este libro, que, traducido
al castellano, tienes ahora, lector, en la mano.
Gastón Riou, su autor, había escrito antes otro;
Aux écoufes de ki F ranee qui vient; libro de un fran-
cés provenzal y protestante, muy protestante, pero
más francés; un libro lleno de sugestiones, y en que
se defendía a Francia con ardor de demócrata y de
hugonote, combatiendo el aristocracismo y el impe-
rialismo. Pero era un libro de amplia comprensión,
en que se reconocía, entre otras cosas, al conde de
Mon por encima de cotarros católicos y protestantes.
En aquel libro de 1913, Gastón Riou combatía a
los católicos de la extrema derecha, a los de la Action
Franqaise , que en el fondo no eran sino paganos :
pero también al anticlericalismo anticristiano. Y se
revolvía contra el sofisma que se encierra en esa
palabra : decadencia. Cuando todavía duraban los
pobres diablos que nos venían repitiendo el cómodo
estribillo de la decadencia de los pueblos latinos y
las teorías más o menos etnológicas de las razas su-
periores e inferiores — y la más positiva inferioridad
de un pueblo es que se crea superior, porque eso le
impide superiorizarse de veras — , Gastón Riou se
revolvía contra la doctrina sofística de que la vida de
una nación sea de todo punto idéntica a la de un
animal y tenga, como la de éste, su infancia, su viri-
lidad, su decrepitud y su muerte, y que al llegar un
pueblo a su vejez está condenado a muerte.
Contaba entonces Riou que hallándose en un sa-
lón oyó afirmar que Alemania tiene treinta años,
Inglaterra cincuenta, Francia sesenta y España cien-
378
MIGUEL DE UNAMÜNO
to. Y luego se ponía Riou a defender a nuestra
España contra esas sofisterías de que por haber sido
poderosa y rica y gloriosa en el siglo xvi y haber
hecho entonces su agosto, vaya a tener que resignarse
a la oscuridad. "Hoy — escribía entonces Riou, refi-
riéndose a ese pesimismo de los decadentistas — el
sistema que ha tenido el honor de encarnar su des-
contento es de importación alemana : es la teoría de la
decadencia de las naciones latinas. Se explica que lo
hayan inventado los santones. Lo que se explica uno
menos es que en su juventud hombre como Demo-
lins en Francia y Ferrero en Italia le hayan pres-
tado acogida. Aparte de que después se hayan arre-
pentido de ello públicamente. Pero aunque se hubie-
sen mantenido en su creencia, el despertar súbito de
Italia y de la España del Norte habrían mostrado todo
lo que tiene de ridiculamente caprichosa esa lucubra-
ción del orgullo germánico."
Mucho más y mucho profético había en aquel li-
bro que en 1913 publicó Gastón Riou. Y he aquí
que estalla la guerra y va a ella, sirviendo en una
ambulancia, y es hecho prisionero y pasa un año de
cautividad en una fortaleza bávara y logra escapar
de ella y nos cuenta ahora esa cautividad. Porque este
su libro no es propiamente un relato de campaña,
sino unas memorias de cautividad. Tiene, pues, algo
del libro inmortal de Silvio Pellico, aunque con la
diferencia que va de un prisionero de guerra que
vive con muchos otros, en vasta comunidad, a un
preso político, condenado a soledad. Silvio Pellico
tuvo que hacer de cartujo, de ermitaño; Riou ha he-
cho de trapense. ¡ Y cómo echaba a las veces de
menos la soledad ! De lo mejor de este libro es aquel
capítulo en que nos dice lo que es amontonar hombres
sin nada más de común que la bandera y sin que
gocen de soledad. Echaba de menos la soledad del
claustro familiar, con la mujer, que es otra soledad.
OBRAS C O M P L E T A S
379
Es este libro de Riou un relato de cautividad hen-
chido de muy buena psicología, pero de psicología
artística, instruida y sentida, y no de esa otra hórri-
da quisicosa a que llaman psicología científica, y que
fraguan, a fuerza de estadísticas experimentales, unos
hombres sin alma en unos llamados laboratorios, de
donde salen luego las vaciedades de los braquimore-
nos y los dólicorrubios y las razas superiores e in-
feriores y demás paparruchas socio-antropológicas de
la pedantería de manadero tudesco.
Este libro se abre por unas interesantísimas re-
membranzas de otro viaje que Riou hizo, antes de
estallar la guerra, por Alemania, y en que pudo apre-
ciar la idea que entonces se tenía en ella, o se decía
tener, de Francia. Esa idea de la Francia que el mis-
mo Riou había combatido en su otro libro, el de 1913,
la Francia del desencanto y del decadentismo, y la
del imperialismo también. Y es que fuera de Francia
se conocía, no a la Francia de los franceses que ca-
llaban y sentían y trabajaban y esperaban, sino a la
de los escritores. La falsa idea de Francia nos la ha-
bían dado los franceses.
Aquí veréis cómo se le presentaban entonces a
Riou los alemanes, sus amigos, como gente pacífica
y pacifista. Y sin embargo, esperando haberse hecho
dueños del mundo pacíficamente, sin disparar un
tiro, por su tenacidad, y su laboriosidad, y su pacien-
cia, y sus virtudes de hormiguero, de pueblo econó-
mico y apolítico, han desencadenado la guerra. Por-
que son ellos los que la han desencadenado y nada
más, en rigor, que por petulancia, por orgullo, por
megalomanía, por pedantería y por servilismo a una
casta feudal dominante.
Fijaos en lo que Riou dice que le contó Moritz von
Bethmann, primo del canciller, y cómo creían en una
Francia reaccionaria y medieval. Toda aquella juveti-
tud liberal alemana creía, al decir de Riou, en la mi-
380
MIGUEL DE UNAMUNO
sión de Alemania ; pero en una misión pacífica. Lo
que hay es que al ver que pacíficamente no lograban
que los demás reconocieran la pretendida superiori-
dad germánica — cosa que hoy apenas reconocen más
que nuestros aturcados trogloditas españoles, perfec-
tamente ignorantes de lo que Alemania es y signifi-
ca— y se les rindieran, se dejaron llevar a la violen-
cia por una infantil megalomanía.
Riou se pregunta si le eran sinceros cuando le ha-
blaban de paz mientras la casta gobernante preparaba
la guerra. Yo creo que Riou, en el fondo muy afecto
al pueblo alemán, creyó demasiado entonces en su
sinceridad, sin ver la duplicidad del niño colectivo.
"No se alcanza tal fin sin guerra", escribe muy
justamente Riou. Y así es. No cabe sin guerra que
un pueblo obligue a los demás a que se le rindan, a
que acepten su hegemonía, a que le reconozcan, in-
trínsecamente, su pretendida superioridad. Uno más
fuerte que yo, podrá abatirme, podrá derribarme a
tierra ; pero ni aun poniéndome los pies calzados de
botas de montar y con espuelas sobre el pecho podrá
obligarme a confesar, si no lo siento, que es supe-
rior a mí. Pero se trata de conseguirlo con la guerra,
sobre todo cuando se tiene la idea de que el vencido
queda abyecto. "La Historia la escribe el v^encedor",
dijo von der Golz, maestro de barbarie.
Por lo demás, ya se sabe la consigna germánica,
la que todos los alemanes — por lo menos, a los que
he oído — repiten maquinalmente y como una lección
oficial aprendida de memoria, y que ni se indignan,
¡ no !, de que no la admitamos los demás. ¡ Somos tan
torpes!, ¡tan poco inteligentes!, ¡estamos tan mal in-
formados y tan obcecados!, ¡nos tiene tan seducidos
la pérfida Inglaterra!, ¡nos empeñamos con tal ahinco
en no ver la verdad, o acaso en mentir !. Porque ya se
sabe que los que no nos rendimos a su explicación del
origen de la guerra — una guerra defensiva de su par-
OBRAS COMPLETAS
381
te, ¡ claro está !, sobre todo ahora que no ven ya tan
bien la cosa — es que somos ignorantes o tontos. No
es posible que un alemán se equivoque, sobre todo
cuando sus infalibles autoridades oficiales le ilustran,
y menos posible que falte a la verdad. Somos nosotros
los que somos tan torpes y cie.sfos que no nos dejamos
civilizar por ellos; somos nosotros los que estamos
llenando al mundo de mentiras, los que por envidias
y malas pasiones nos empeñamos en calumniarlos. Y
la verdad oficial germánica, es decir, la verdad meta-
física y divina —porque no hay más vicario infalible
de Dios sobre la tierra que el Káiser — , la verdad di-
vina, es decir, germánica, es que esta guerra la han
provocado Rusia, Francia y sobre todo Inglaterra,
que Alemania fué la agredida y no la agresora, y
que la agredieron después de una larga preparación
para ello, como se ha visto muy claro después, por
envidia y nada más que por envidia. Todos los pue-
blos envidiaban al pueblo alemán, al pueblo modelo,
escogido por Dios para domeñar y civilizar y orga-
nizar al mundo, al pueblo de héroes natos, ya que
todo alemán es, según Treitschke, un héroe nato, ein
geborener Held. Los que ya antes de la guerra de-
nunciamos el peligro de la Kultiir y su insoportable
pedantería, estábamos movidos por la envidia. Yo,
por ejemplo, estaría rabioso al tener que ser español
y no poder ser alemán. Aunque no faltaban quienes,
como Riou, simpatizaban con ese pueblo.
Los jóvenes liberales tudescos que le dieron a
Riou las seguridades que nos cuenta de sus senti-
mientos pacíficos eran de la madera de algunos de
aquellos profesores firmantes del vergonzoso mani-
fiesto de los 93. También estos siervos del Estado
creerían antes de estallar la guerra que se les iban
a cumplir en paz sus ensueños de dominación. ¡ Qué
razón tenía Riou en lo que nos cuenta que le dijo
al socialista de Munich ! El que quiere la hegemonía.
M 1 Lr U n un U i\ A M U ly U
quiere la guerra, por muchas protestas de amor a la
paz que haga ; el que pretende, cegado por el orgullo,
ser reconocido superior a los demás, acaba siempre
apelando a la violencia cuando se siente más fuerte,
y es que llega un momento en que se irrita de que los
demás no le reconozcan su superioridad, que estima
axiomática. Y el orgullo colectivo es peor que el
individual, pues hace que el más torpe del pueblo su-
perior, o supuesto tal, se crea él superior al más inte-
ligente y más culto del pueblo tenido por inferior.
¡ Qué bien está todo lo que Riou le decia al socia-
lista muniqués ! Es un grave peligro que tenga que
sufrir una derrota un pueblo no preparado para ella,
porque da luego en rebajarse y menospreciarse. Esto
lo sabemos bien los españoles. Luego que Alemania
haya sucumbido al peso de sus victorias, ¿ no darán
los alemanes en confesarse inferiores, como hemos
dado nosotros, los españoles, luego de hundida nues-
tra hegemonía política y militar del siglo xvi ?
"¡ Votamos la guerra a los tiranos y la paz a los
pueblos!", dijo Riou al socialista muniqués. E In-
glaterra, el país de la civilidad por excelencia, se ha
visto en la necesidad de votar el servicio militar
obligatorio para salvar la libertad civil del mundo, la
civilidad, la civilización.
Riou ha sido un desengañado por la guerra. Leed
lo que dice del bajo pueblo alemán, de le pctit pen-
ple, del sencillo pueblo de los campos, tal como pudo
observarlo durante su cautividad, y de su actitud fren-
te a la guerra. Pocas veces habrá hecho un hombre,
y aquí un hombre cautivo, un esfuerzo mayor para
juzgar sin ira, serenamente, al enemigo.
Este relato de cautividad es un relato de una ins-
piración profundamente pacifista. Es una obra hecha
para preparar una buena paz, a la vez que estimula
a proseguir hasta la victoria una buena guerra. Na-
die podrá decir que Riou calumnia al pueblo alemán,
OBRAS COMPLETAS
383
al que hemos dado en figurarnos como el inocentón y
apacible y sumiso Mig-uel, harto de salchichas y de
cerveza, y que llora lágrimas de ésta al cantar algún
romántico licd junto a su Margaritilla.
Este buen pueblo, como es sumiso, hace el papel
que le ordenan, y ahora hace de ejército. Y si le
mandan ejecutar atropellos con los indefensos bel-
gas, los ejecutan. Hay que obedecer la consigna. El, el
buen pueblo, obedece a los que mandan, sin discutir
sus órdenes, y los que le mandan obedecen, dicen
ellos, a la dura ley de la necesidad. ¡ Dicen que han
de defenderse los pobres ! Y así es como se da el
tipo del militar profesional y ordenancista, para quien
la dureza es un deber del cargo, de que hay tipos tan
bien trazados en este relato de un soldado raso. Son
ejemplares del hombre alemán, del homo germani-
ciis, deformados por el oficio militar. Y ya dijo un
economista alemán, creo que Adolfo Wagner, que la
guerra era la principal industria nacional de Prusia.
Frente a esos hombres se ve en el autor de este
relato, en Riou, a un hombre civil, hondamente civil,
de arraigado espíritu religioso, que sacrifica a la
unión sagrada francesa sus nobles pasiones de otro
tiempo, y que trata de ver en el pueblo en que estuvo
preso, un pueblo donde antaño aprendió y vivió ho-
ras de intensa vida y con el cual un día tendrán que
volver sus enemigos de hoy a entenderse de un modo
o de otro. Riou espera aún en el sencillo pueblo bajo
alemán, y ¡ Dios quiera que no se equivoque ! Pero es
de temer que este francés, sencillo y confiado, de co-
razón abierto y libre de odios, que este francés anhe-
loso de ver lo mejor de su enemigo, que este fran-
cés sin ira y sin doblez que es Riou, sufra un nuevo
desengaño.
Salamanca, noviembre 1916.
PROLOGO A LA OBRA DE R. TURRO, ORI-
GENES DEL CONOCIMIENTO {EL HAMBRE).
Madrid, Publicaciones Atenea, 1921, 415 págs.
Cuando leí este libro en su edición francesa (pues
fué publicado en alemán y en francés antes que en
lengua castellana, en que fué escrito), llamóme la
atención la coincidencia de ciertas ideas psicológicas
en él predominantes, con las que de antiguo profeso
y que en parte he expuesto en alguno de mis libros.
La principal es la que con frase sintética — y por tal
expuesta a ser mal entendida — se expresa diciendo
que el mundo externo de la sensibilidad nos es reve-
lado por el hambre, o es obra del hambre, en cuanto
conocimiento. Del hambre, que es individual, y del
amor, que es hambre de la especie, aunque éste no
aparece sino luego con la pubertad ; en sus orígenes
individuales, el conocimiento es hijo del hambre. Bien
que acaso el conocimiento es producto social e im-
plica trato y comercio entre unos y otros hombres.
Al niño le descubren la realidad los padres, y hay
por otra parte, una pubertad de inteligencia.
El doctor Turró ante todo y sobre todo es un
biólogo, y ha ido de la biología a la psicología. Todo
este ensayo sobre los orígenes del conocimiento ha
partido de un trabajo muy especializado; de una mo-
nografía sobre el origen fisiológico del hambre y la
naturaleza de su sensación. Una doctrina de origen
experimental, acerca del carácter de las sensaciones
tróficas, de cómo hay hambre de unas y otras sustan-
cias químicas, de cómo el organismo apetece aquellas
OBRAS COMPLETAS
385
que necesita o sus sustitutivos y no otras, le ha llevado
a estudiar cómo ese organismo, guiado por su ne-
cesidad especificada, llega a distinguir unas de otras
sustancias; es decir, a conocerlas.
El sujeto que conoce o percibe es el que come;
Edo, ergo siini; "como, luego soy" podría decirse. La
sensibilidad trófica comienza por considerar las im-
presiones como signo de la cosa que nutre. Diferen-
ciar las imágenes es buscar a qué diferencias tróficas
corresponden. Yo recuerdo haber dicho en alguna
parte que agua, HgO, es la que quita la sed.
Pero téngase en cuenta que la tesis de este libro
es una tesis de psicología más que de lo llamado
teoría del conocimiento. Sea cual fuere en sí la rea-
lidad externa, si es que tiene sentido claro eso de la
realidad en sí, ya que la realidad no puede ser sino
en nosotros los que la pensamos, se trata de saber
cómo llegamos al conocimiento de ello. Sea lo que
fuere el algo externo que produce nuestras sensacio-
nes, el doctor Turró se propone averiguar cómo sa-
bemos que hay algo, reconociendo que el problema
metafísico subsistirá mientras haya hombres superio-
res, y a él mismo, que es un hombre superior, le ha
preocupado y aun torturado, de seguro, ese proble-
ma. Sin que falten en esta obra sugestiones sobre él.
No es cosa de que yo aquí, en un prólogo, vaya a
dar un resumen y como programa del libro éste que
va a leer el lector de mi prólogo, siendo, sobre todo,
como es el libro mismo, tan resumido y programático.
Voy sólo a permitirme, a modo de comentario a él,
algunas de las sugestiones que le debo, por si ellas
ayudan a otras sugestiones del lector.
Al leer este libro lo que más recordé fué aquellas
discusiones entre nativistas y empiristas respecto al
origen de la percepción del espacio, y luego de las
nociones de causa, sustancia, fuerza, etc. En las doc-
trinas del nativismo, y aun en gran parte en las del
13
386
MIGUEL DE UNAMUNO
empirismo, la explicación era en el fondo lo que po-
dríamos llamar mecánica, mejor aún geométrica,
cuantitativa, a lo sumo posicional. Reducíase todo a
discriminar diferencias de posición, de figura, de can-
tidad. Lo íntimo de la realidad, lo cualitativo, que-
daba fuera. Así es que el tacto y la vista, sentidos
más propiamente geométricos, pasaban por los más
instructivos. Pero al hacer el hambre, a la sensación
trófica, la reveladora primera de las diferencias sus-
tanciales de los objetos, y de la sustancia misma, se
pone de relieve el valor todo conocitivo del qui-
mismo, de la íntima constitución de los cuerpos. La
discriminación que podríamos llamar química — la
que distingue al gusto, v. gr., el azúcar, de la sal —
es algo que penetra en las entrañas de la realidad,
en su sustancialidad, más que la discriminación de
la forma. A la vista, un terrón de sal puede llegar
a confundirse con uno de azúcar, e inducirnos a
error.
La noción de sustancia cabía decir que es psico-
lógicamente de origen químico. El quimismo de un
objeto es el que nos revela lo más íntimo de él, su
sustancia, y ese quimismo nos revela, por el sentido
trófico, primero, lo que de la realidad nos falta. La
primera sensación oscura, de que brota luego la per-
cepción sensitiva, es sensación de falta, de que care-
cemos de algo, de una parte de nuestra normal sus-
tancia química. La sensibilidad trófica, dice el señor
Turró, nos acusa como ausente lo que la imagen
acusa como presente. El niño conoce, al empezar a
conocer, lo que necesita para vivir. El conocimiento
es esencialmente teleológico o finalista, aunque acabe
en conocimiento puro y en conocer por conocer, por
la satisfacción del conocimiento mismo.
Lo que se conoce es algo más que una forma aun-
que no más que un fenómeno — pues es frecuente
confundir lo fenoménico con lo puramente formal —
OBRAS COMPLETAS
387
lo que se conoce, lo que se ve y se toca y se puede
comer o nos ayuda a comer, lo que de un modo o de
otro nos hace vivir, es más que una visión o un
espectáculo; es una sustancia química, como es sus-
tancia química el cuerpo en que vivimos y cuya ce-
nestesía — la íntima sensación de él — es la base or-
gánica de la conciencia de nuestro yo.
Acaso la especial sensación íntima del yo, la sen-
sación de si mismo, base del conocimiento de si, va
ligada al quimismo de nuestro ambiente interior fisio-
lógico, que es la sangre. Hay motivos para creer que
las enfermedades de la personalidad, las alternancias,
v. gr., de dos conocimientos como de dos personas di-
ferentes, van unidas a cambio del quimismo de la
sangre, y es sabido cómo una infección, un proceso
febril, altera el sentimiento y hasta el conocimiento
de la propia personalidad llevándonos a olvidarnos,
de quienes somos o a creernos otros, y es que las al-
ternancias químicas son sin duda más profundas y
por decirlo así, más sustanciales que las morfológicas,
aun de la menuda morfología histológica.
Las explicaciones genéticas del conocimiento de la
forma externa eran de inspiración, como dije, geomé-
trica, o a lo más mecánica — esta inspiración que ha
producido la explicación atomística y cuantitativa a
la vez que figurativa del mundo — , mientras que esta
nueva explicación por la sensibilidad trófica se nos
aparece como de inspiración química y más genui-
namente biológica. Geométricamente cabe construir
la noción del espacio, que no es_ sino forma ; la de
fuerza se construye por la sensación de esfuerzo, la
noción del esfuerzo, pero la de sustancia es de difi-
cil construcción psicológica, no siendo por lo que po-
dríamos llamar la sensación química que nos da el
hambre, y así podríamos decir qué sustancia es primi-
tivamente, en los orígenes de nuestro conocimiento, lo
que nos falta, el cuerpo químico • — -lo que excluye
388
MIGUEL DE UNAMUNO
forma y fig'ura — que nos falta ; la sed nos revela la
constitución química del a^ua, su sustancialidad fe-
noménica.
"Cuando nos preg-untamos lo que queremos mani-
festar concretamente por la palabra causa ■ — escribe
el doctor Turró — ■ no tardamos en descubrir que de
la experiencia motriz nace el conocimiento de que lo
real que nos falta es conocido por medio de signos
sensoriales ; lo real exterior es conocido también por
esos signos, cuando, por medio del conocimiento, ob-
servamos que la misma cosa que calma el hambre
determina esos signos." Serta interesante a partir de
esta doctrina, determinar las relaciones entre las dos
sensaciones, una química y otra mecánica, si puedo
expresarme así, de que nacen las nociones de sustan-
cia y de causa. Las explicaciones genéticas que se han
dado del origen psicológico de la noción de causa
— sea lo que fuere ésta y aparte de su valoración en la
teoría del conocimiento, o sea en metafísica — son ex-
plicaciones mecánicas, aun la misma de Hume, aun-
que no lo parezca, y de la noción de causa se ha
derivado la de sustancia, pues sustancias son las cau-
sas externas de nuestras sensaciones. Pero la expe-
riencia trófica, al revelarnos lo real que nos falta, nos
revela una realidad química, no mecánica, una sus-
tancia no limitada en espacio ni determinada en figura,
sino en íntima constitución cualitativa; es decir, nos
revela la sustancia, y esta sustancia es causa de que
se satisfaga nuestra falta, o más concretamente, de
que se calme nuestra hambre específica, y al calmár-
nosla se presenta esa sustancia determinada en for-
ma especial y en figura y en cantidad ; es decir, como
causa.
Quiere decirse que nuestra íntima sustancia espe-
cífica, nuestras entrañas, lo que es la base de nues-
tra conciencia de personalidad y de personalidad de
conciencia, nos revela la sustancia específica de los
OBRAS COMPLETAS
389
objetos externos, que entraña lo que podríamos lla-
mar con una atrevida metáfora, su personalidad. ¿ Y
por qué no? Después de todo, lo que llamamos la
sustancialidad de lo real externo, no es sino la pro-
yección a los objetos externos del sentimiento de nues-
tra propia existencia personal. Sentirme yo ser algo
sustancial es lo que me lleva a creer que los objetos
exteriores que alimenta la sustancia de mi cuerpo
son también sustancias, y he aquí cómo el hambre
nos enseña la sustancialidad ; es decir, la realidad de
la representación del mundo exterior.
Mas entiéndase bien que la sustancia así explicada
no sale de lo fenoménico. La inteligencia, dice el
doctor Turró, es un fenómeno. ¿ Y qué no lo es ? El
mismo número kantiano no pasa de ser un fenóme-
no... intelectivo, un concepto. No hay más realidad
íntima, trascendental, que la fenoménica. Nuestra
más íntima realidad es que nos sentimos y nos co-
nocemos — hay un sentimiento del conocer — siendo.
Lo más trascendental es lo inmanente.
Pero no es sólo el hambre lo que nos revela el
mundo; es también el amor, como dije, y es toda
actividad. Vivir no es sólo nutrirse y reproducirse;
vivir es obra, es ejercitarse, es producirse un sujeto.
El juego mismo nos es tan esencial como el alimen-
tarnos, y si el pequeño animal siente hambre y sed,
siente también necesidad de desplegar sus energías,
de darles libre curso, y el mundo exterior resulta, en
cierto modo, extensión de nuestro cuerpo para nues-
tra conciencia que encarna en él. Los instrumentos
de que el hombre se sirve son prolongación de su or-
ganismo, y todo el mundo sensible es cuerpo de nues-
tra conciencia. Si atribuimos a un lugar de la peri-
feria de nuestro cuerpo una sensación experimenta-
da en un punto de nuestro cerebro, también sentimos
en el extremo de un palo y no en la mano con que
lo empuñamos la sensación de duro o blando del ob-
390
MIGUEL DE UNAMUNO
jeto que con el palo tocamos. Que no es en rigor que
nuestra conciencia objetive las sensaciones internas
de nuestro cuerpo, sino que todo el mundo exterior
sensible es, en cierto modo, cuerpo de nuestra con-
ciencia, y de la existencia real objetiva de un árbol
al que tengo delante y al que veo y puedo tocar, no
cabe dudar más que de la existencia real objetiva de
la propia mano con que lo toco o de los ojos con
que lo veo, y por este proceso aquí bosquejado, la
sensación de mi propia composición íntima química,
mi cenestesia biológica, me da el valor de la íntima
composición química de los objetos exteriores, de su
sustancialidad, y la facultad de poder, mediante el
hambre específica, especificarlos ; es decir, distinguir-
los, y asociando sus diferencias químicas o sustan-
ciales, a diferencias formales, mediante signos y por
la sensación motriz, conocerlos como tal objeto y no
otro.
"Conocer — dice el doctor Turró — es preestablecer
una relación entre un efecto orgánico, sensorial o
trófico, y lo que determina; así es como sabemos que
lo real existe y que obra como causa. Y antes de
esto : sabemos que lo real existe como algo porque
nos alimenta." En rigor, resulta un círculo vicioso
toda la definición que se quiera dar del conocimiento,
siendo como es el conocimiento definición. Pretender
definir el conocimiento es pretender definir la defini-
ción, y algo así es como buscar la causa de la causa,
la sustancia de la sustancia o la realidad de la rea-
lidad. El hambre misma, en cuanto nos damos cuen-
ta de ella, es un conocimiento ; sabemos o conocemos
que tenemos hambre, y acaso la conciencia nace así,
por la conciencia del hambre, y es conciencia de una
carencia, y lo que nos falta es de la naturaleza misma
de lo que tenemos ; lo de fuera es como lo de dentro.
Y véase cómo de las ideas que me han sugerido las
doctrinas psicológicas del doctor Turró se llega a un
OBRAS COMPLETAS
391
profundo realismo, o a lo que yo llamaría un fenome-
nalismo sustancialista. "Cuando nos preguntamos qué
es lo real — escribe él — , independientemente de los
efectos que causa o puede causar sobre nosotros, no
planteamos una cuestión que no traspasa los límites
del conocimiento, sino una cuestión que está en con-
tradicción con la naturaleza misma del conocimien-
to." Y así es. Lo real es lo que nos hace vivir, y
tan real, por lo tanto, como sea nuestra vida íntima.
"La vida es sueño", dijo nuestro Calderón, y Sha-
kespeare, ahondando más, que estamos hechos de la
misma sustancia que nuestros sueños — such stuff as
dreams are made of — . pero el hombre no sólo sueña,
sino que come y bebe — aunque sea que sueñe comer
y beber — , y estamos hechos de la misma sustancia
de que están hechas Jas cosas de que nos alimenta-
mos o ellas están hechas de la misma que nosotros,
y es nuestro organismo la garantía de la existencia
del mundo exterior. O mejor, nuestro propio orga-
nismo es un mundo exterior a nuestra conciencia.
¿Exterior? Y si Stuart Mili enseñó que la materia, o
sea la sustancia de la realidad exterior sensible — y
ello es un concepto o sea un fenómeno puramente
intelectivo — no es más que la posibilidad permanen-
te de sensaciones, tampoco el espíritu, la sustancia de
nuestra conciencia, es otra cosa que posibilidad per-
manente de sensaciones y de percepciones y de con-
ceptos, y ambos, materia y espíritu, sustancia del ob-
jeto y sustancia del sujeto, una misma cosa, como
una misma cosa es la sustancia de nuestro organismo
y la de los organismos de que se nutre.
En las notas algo deshilvanadas que constituyen
este prólogo a obra tan ricamente sugestiva del doctor
Turró, que tanto me ha enseñado, no he querido otra
cosa que mostrar al lector las ulteriores derivaciones
filosóficas que de ella cabe sacar, sin que yo preten-
da, por otra parte, que sean las que el mismo señor
392
MIGUEL DE UNAMUNO
Turró saque de ellas. Cuando un autor entrega una
obra al público, esa obra es ya del público, y todos
y cada uno de sus lectores tienen perfecto derecho
a interpretarla a su modo. He sostenido, comentan-
do el Quijote, que lo importante no es lo que Cer-
vantes quiso decir con él, sino lo que en él ve y aun
crea cada uno, y si para mí tiene un valor este libro
del doctor Turró es por ser capaz, capacísimo, de
sugerir interpretaciones filosóficas como la que aquí
acabo de esbozar.
Ojalá este libro contribuya a cierto vago despertar
de la curiosidad filosófica, y con ella de la aptitud
para filosofar, que dicen que empieza a notarse en
nuestra España. La aptitud genuinamente fildsór
fica siempre fué escasa y pobre en nuestra patria,
aquejada de un espíritu muy estrechamente pragma-
ticista, y fué Menéndez y Pelayo quien queriendo
convencernos de que había habido filosofía españo-
la nos probó lo contrario. El tan mentado realismo
español, que apenas pasó del realismo vulgar o pre-
filosófico, si creó una literatura, no creó una verda-
dera filosofía, pero ahora dicen que vamos camino
de ello.
El doctor Turró, por una concepción profunda-
mente pragmatista — pero de pragmatismo filosófi-
co— , nos lleva a una interpretación realista del co-
nocimiento. Es el doctor Turró catalán, de la tierra
misma que nos dió a Balmes y a Llorens, heraldos
en su tiempo de una filosofía de sentido común, algo
a la escocesa, pero de vuelo cobarde y rastrero. Aque-
lla filosofía catalana era muy terre a terre, que se di-
ría en francés, muy pegada al suelo. Mas Turró ha
tenido el acierto de meterse bajo el suelo, de ente-
rrarse, digámoslo así, en el suelo de la realidad, de
zahondar en su sustancialidad, y así, en fuerza de
terrenalidad, de realismo, analizando el hambre crea-
dora del conocimiento, ha llegado a una interpreta-
OBRAS COMPLETAS
393
ción del origen psicológico de éste, del conocimiento,
que abre perspectivas filosóficas que aquéllos no al-
canzaron. Y es que. ahondando bajo el suelo se llega
al cielo mejor que volando a ras de él con vuelo de
gallina.
Salamanca, noviembre de 1916.
PROLOGO AL LIBRO ROMANCES DE CIEGO,
DE SALVADOR DE MADARIAGA (Madrid,
Atenea, 1922, 120 págs.)
Poesía de verdad tenebrosa.
Hacía tiempo, mucho tiempo, que no podía dete-
ner mi vista, y menos mi ánimo, sobre poesía alguna,
y menos en lengua española o castellana. Y en cuan-
to a escribirla, parecía como si el manadero de ella
se me hubiese agotado. La terrible poesía de la actua-
lidad civil, la trágica creación — que no otra cosa
quiere decir poesía — de la historia que vivimos, aho-
gaba en mi alma toda contemplación, ya pasiva o
critica — de goce de poema ajeno — , ya activa o pro-
ductiva. La tragedia de España es una cosa todavía
inexpresable.
La inexpresable tragedia actual de España consiste
en que ésta se disuelve civilmente, se derrite en la
historia. Y es la "némesis" trágica de su historia.
Hay en el seno de esta España que fué una dis-
cordia íntima, espiritual — cultural si queréis — , de
que la discordia de lenguas no es más que una ex-
presión. Si España no ha logrado, como Francia, uni-
ficar fundamentalmente sus lenguas de cultura es
porque no ha unificado su espíritu; porque vive en
lucha consigo misma, en guerra civil íntima; porque,
como el hombre del Apóstol, hay en sus miembros,
en su cuerpo, en su territorio, una ley que está en
contradicción con la ley de su espíritu, de su historia,
porque en ella riñen dos principios. El hado de Es-
OBRAS COMPLETAS
395
paña es maniqueo. El alma del adusto páramo no
puede concertarse con el alma de la riente costa le-
vantina que se apoya en regaladas montañas. Y no
es posible casar ambos espíritus.
Figuraos dos hermanos, uno que entra en una Car-
tuja para salvar su alma por la desesperación resig-
nada, y el otro que se casa y cría una numerosa y
bien abastada prole, y que algún tiempo después se
encuentran. Cada uno de ellos compadecerá, si es
que no desprecia, al otro. Yo de mí sé decir que la
alegría, un tanto petulante y atolondrada, de la orí-
lia del mar latino español acaba por entristecerme.
Me apena ver a los pueblos niños, que, embriagados
de sol y de bienestar, juegan al borde del abismo
sin fondo de la eternidad venidera, del vacío de ul-
tratumba.
Y no es, no, que nuestra discordia se divida así,
cortantemente, entre dos o más regiones, o en pára-
mo central y costas montañesas periféricas ; ¡ no !
En el pueblo del centro, del páramo, de Yuste, ha
prendido el deseo de los costeros y acaso en éstos
alguna chispa de la inquietud sombría de aquél. Don
Quijote se ha dejado seducir por Tirante el Blanco,
y éste siente algo de quijotismo en sí. Pero...
Y he aquí que, hallándome en tal estado de ánimo,
metido de hoz y coz en la lucha cotidiana • — "la lu-
cha nuestra de cada día, dánosla hoy..." — , pero sin-
tiendo la acuciosa morriña del desierto, el hambre
de la cumbre ermitaña — tal la de Gredos — , desde
donde sólo se ve el cielo y una tierra que parece re-
flejo de él, cayeron bajo mis ojos en la efímera re-
vista España unos romances de ciego firmados por
Julio Arceval, que desde luego presentí era un pseu-
dónimo. Y reconocí y sentí en ellos mi alma espa-
ñola, o ibérica, radical, las raíces de mi España trá-
gica, de esta que se disuelve a la vez que nosotros,
sus hijos, nos disolvemos también. Y al leer estos
396
MIGUEL DE UNAMUNG
romances — los que aquí, en este libro, tienes, lec-
tor— , me dije: "No, mi España, aunque muera, no
morirá ; mi España muere para no morirse". Porque
en estos trágicos romances de ciego, nuestra España
central, ibérica, radical, la del yermo y el páramo,
muere porque no muere. Y luego de muerta según el
mundo, vivirá, ¡ trágica sombra de los espíritus erran-
tes!, mucho más que los pueblos que se confían a
sonetos quintaesenciados de renacentismo pagano.
Aquí oigo la voz, la voz abismática y eterna, de mi
casta cartujana. Esta es la voz de la sabiduría de mi
pueblo. Estas son las palabras del Eclesiastés ibérico.
Y lo demás son voces alegres, soleadas, brillantes,
arrulladoras, que van a morir al mar de Levante, en-
tre espuma dorada, como si fuesen a un baño.
Y esta voz nuestra, nuestra, nuestra, esta voz que
es nosotros mismos, los del páramo rocoso que es todo
él entraña desnuda de la tierra abismática, infernal,
esta voz nos habla de la única forma en que podía
hablarnos, en romance, en viejo romance, en romance
de ciego que ve en las tinieblas todo lo que de verdad
hay, que son las tinieblas mismas.
Porque el romance, el romance asonantado, es, en
cuanto a su origen, privativo de esa lengua del pá-
ramo. En él se cantó al Cid. Y en él, Salvador de
Madariaga — un nombre vasco — canta nuestra ínti-
ma tragedia. No pudo cantarla más que así, en ro-
mance de ciego.
Ya sé que hay quien dirá que hay otra poesía en
castellano. Sí, pero no poesía castellana, ibérica. Ni
tan poesía.
Sí ; cabe también en nuestra España europea e hí-
brida una poesía de esa que llamamos civil, pero
¿ibérica? No; la civilización nos es una cosa sobre-
puesta, nos es un traje. Y por bien que la lleguemos
a llevar no podremos cantarla bien. Nadie canta
para siempre y para dentro de dentro, para lo hondo
OBRAS COMPLETAS 397
que no pasa, sino a corazón desnudo, con el alma en
pelota. Sólo canta para la eternidad y la infinitud el
corazón cuando palpita al sol y al aire helado, des-
garrado el pecho. Y la civilización es un manto para
abrigar al corazón, ocultándolo y aun sofocándolo.
Lo que aquí canta IMadariaga, el ciego vidente, es
la verdad, la única verdad, la verdad tenebrosa, la ver-
dad de las tinieblas. Y cuando hayan pasado todas las
libertades y todas las autonomias y todas las democra-
cias con que se embriagan esos ciudadanos chiquillos
que juegan a la civilización a orillas del espumoso y
cerúleo mar latino y los del páramo que se empeñan
en imitarlos, quedará la verdad que cantan estos ro-
mances de ciego ; quedará la verdad única y tenebrosa
que sólo la ceguera ve bien. Porque la ceguera mira
hacia dentro y ve en el fondo del abismo insondable
del sueño de la vida, ve la muerte.
En las tristezas temporales de esta disolución his-
tórica de España las almas españolas fuertes hallarán
remedio, remedio trágico, en la recia medicina de esta
desesperación que le endiosa a uno, permitiéndole lu-
char, como Jacob, con Dios. Y guárdense los satis-
fechos de la vida sus narcóticos.
Salamanca, 25 enero 1919.
PROLOGO AL LIBRO LINTERNA MAGICA,
DE T. MENDIVE. Bilbao, Imprenta Editorial Bil-
baína, 1919, XVI + 223 págs.
Mcndive, la anécdota categórica, el "sirimiri" y la
filosofía del paraguas.
En los veintisiete años —la mitad numérica de mi
vida — que llevo residiendo, como vecino, fuera de
ese mi Bilbao ■ — y pongo en este mi toda la fuerza de
un positivo — , jamás he dejado de vivir en él y los
recuerdos de mi niñez y mi mocedad y mis primeros
pasos en la vida pública en ese bochito de mi alma,
bochito que fué como el molde o la horma de ella, de
mi alma civil, son los recuerdos que iluminan la cues-
ta abajó de mi vida, hacia el valle del reposo y de la
victoria finales.
He querido siempre vivir en mi Bilbao y he que-
rido que mi Bilbao, y vuestro Bilbao y el Bilbao que
es de todos y el que no es de nadie, ni de sí mismo,
viva en mí, y para ello he recibido a diario algún
periódico de mi pueblo. En estos últimos años, El
Liberal.
Y no por las noticias. Nunca leo sus gacetillas.
Las gacetillas las sé por otros conductos. Me interesa
muy poco la anécdota cuando por su valor estético ó
ético no se eleva a sustancia de categoría, o carece de
ella. En cuanto a anécdotas, me basta con leer alguna
vez el relato de alguna sesión del Ayuntamiento de
ese mi pueblo, porque las anécdotas municipales o
OBRAS COMPLETAS
399
edilicias suelen convertirse en categóricas. Un conce-
jal, y más de Bilbao, llega a ser categórico, dejando
de ser anecdótico, alguna vez en su vida.
Hay también un concepto que es también lo anec-
dótico categórico y lo categórico anecdótico y este
concepto lo realizan ahí, en mi Bilbao, a maravilla
los nacionalistas o jclkidcs. El jelkidc, con su ka y
todo — "ahí le tenéis a San Roque con su perrito y
todo", decía un predicador guerniqués, o, perdón,
gernikatarra — , el jclkide o eiisko es una anécdota
categórica o si queréis una categoría anecdótica.
Y en estos singulares conceptos híbridos se ocupa la
Humorística.
He aquí por qué en El Liberal leía de prefe-
rencia la "Linterna mágica", de Mendive. (Y, entre
paréntesis, ¡ qué valor tan profundamente humorísti-
co no supone seguir firmando Mendive con v, con la
intrusa y maquetánica y tiránica v\). Por la linterna
mágica de Mendive veía desfilar nuestras anécdotas
categóricas envueltas en esa dulce luz del dulce otoño
de nuestros valles. Me parecía verlos al través de un
vasito de aquellos clásicos, como^de campanilla — la
flor — de ligero e inofensivo chacolí. Y mi conclu-
sión era : "Este mundo es una chircnada y nada más".
El filósofo inglés míster Bradley — -en obsequio a
Mendive me pongo serio — dice que el mundo es el
mejor de las mundos posibles y cada cosa en él es un
mal necesario. Pues bien, yo creo que ese nuestro
pequeño mundo, nuestro bochito, es el más trágico
y solemne de los bochitos, y cada cosa que en él su-
cede es una chirenada necesaria. Hasta ¡as cosas más
serias toman ahí un redentor tono de diversión. La
ortografía, por ejemplo, es la esencia de la redención
cultural de la hoy oprimida Euckadi. o sea "arbole-
da de euzkos".
Y nuestro Mendive, el gran pequeño filósofo — o
pequeño gran filósofo — es el que ha mantenido el
400
MIGUEL DE UNAMUNO
fuego sagrado del castizo humorismo chimbo. ¡ Cómo
se conoce que ha respirado el ambiente de una para-
güería ! A su conocimiento del negocio de los paraguas
— que no es propiamente un ncgosio, ni en Bilbao —
atribuyo el que se le despertara a Mendive su genia-
lidad para descubrir el anecdotismo categórico de
nuestro hochito. Bochito que de lo que más necesita
es de paraguas. Y yo espero que así como Carlyle
escribió su Sartor resartus, o filosofía del traje, así
nuestro Mendive escriba una obra titulada: "El siri-
miri del bochito o filosofía del paraguas".
¿Qué es, en efecto, el nacionalismo de los jelkides
más que un sirimiri cultural? Y para que no nos cale
y nos deje reumáticos y catarrosos de por vida, lo
que nos hace falta es paraguas. El impermeable es
excesivo. Y además no es tradicional. He visto, de
niño, a arratianos, de aquellos de melenas, abarcas y
montera de ala recogida por detrás, con paraguas,
con un gran paraguas, pero no con impermeable. El
impermeable es cosa de los cliapelchikis. El ancho
sombrero arratiano era ya de por sí una especie de
paraguas. De paraguas anteeclesiástico, o sea de an-
teiglesia, porque el paraguas eclesiástico es la basílica
que precedida de su tintinábulo y con los colores
nacionales... ¡de España! sacan ahí en la procesión
del Corpus. (¿ Cuándo le cambian esos colores cate-
góricos españolistas a esa basílica f).
Yo le brindo a mi paisano y co-chimbo Mendive
estas notas sobre la filosofía del paraguas en relación
con el sirimiri cultural de los euzkadianos. Yo creo
que Mendive nos debe, así como suena, nos debe una
filosofía del paraguas. Su humor, el humor mendi-
viano, es una especie de paraguas que nos libra de
que nos cale el sirimiri de la anécdota categórica, que
es el jelkidismo o euskadianismo. Mendive nos ha
hecho que en vez de acatarrarnos y pescar un roma-
dizo nos divirtamos con las amenas y litúrgicas sin-
OBRAS COMPLETAS
401
sargadas de ese que llaman movimiento (!!!) nacio-
nal. ¡ Movimiento ! Le desafio a cualquiera a que
haga mover una turbina con el sirimiri.
Sostengo, pues, que la Linterna mágica de Mendi-
ve es toda una filosofía, y la filosofía que ahí convie-
ne. Por lo que a mí hace, me ha endulzado no pocas
horas de ansiedades y de irritaciones. En sus pala-
bras suaves, lentas, mansas, insinuantes, sirimires-
cas, he respirado toda el alma de ese mi pueblo, al
que no le ahogan con categorías y que tan alegre-
mente se defiende de la barbarie aldeana, sea beocia,
sea troglodita, sea jeldikesca.
Sal-amanea, 1° marzo 1919.
PROLOGO A REVOLADAS DE UN CHIMBO,
DE EMILIANO DE ARRIAGA. Bilbao, Tipografía
Ambos Mundos, 1920, XV + 247 págs.
He traspuesto la cumbre,
y están rojos de otoño mis recuerdos,
y ya la pesadumbre
siento de un porvenir de cuesta abajo;
j Dios mío, qué trabajo,
el trabajo sin fin de resignarse!
Miguel de Unamuno.
(Las estradas de Albia.)
Revoladas, o sea vuelos cortos de chimbo, llamó,
lector, a las hojas que vas a leer o releer, Emiliano
de Arriaga, un chimbo que nació, creo, en Bilbao,
en el bocliito, y que después de una vida de honrado
trabajo y de sentimentales añoranzas, pasada en Bil-
bao, murió no lejos de él y en breve ausencia. Fué
para él la villa, nuestra Bilbao — y digo nuestra, en
femenino, y no nuestro, por aquello de Bilbao la
Vieja y no el Viejo — , fué para él la villa un apa-
cible siriiisiriii otoñal por el que se dejó resbalisar
al otro mundo, dejando en nuestros pechos un buen
recuerdo. Duerme en paz, y no en Bilbao. Porque
los bilbaínos de hoy arrojan de junto a sí, a Derio,
a sus muertos y los mandan a la eternidad... ¡ en tren !
Y Dios sabe lo que un día se alzará sobre lo que fué
Mallona y donde decía :
Aquí acaba el placer de los injustos
y comienza la gloria de los justos.
OBRAS COMPLETAS
403
Arraiga, cuya vida trascurrió en Bilbao, a ori-
llas del Nervión, río enfermo entre pretiles, y al pie
de Archanda, podía revolar por él como los chimbos;
pero, ¿y aquellos a quienes el viento de la suerte nos
arrancó de la villa y nos arrojó a echar raíces fuera
y lejos de ella? A echar otras raíces, ¡claro!, sin per-
der aquéllas. A mí no me queda revolar como el
chimbo, sino chit olear como el cocharro en torno a
mis recuerdos y añoranzas de niñez y de mocedad bil-
baínas, y ahora y aquí en torno a estas Revoladas.
Cogíamos el cochorro, le rompíamos por un artejo
media patita del tercer par de ellas, introducíamos
por la otra media un alfiler que sujetaba una cinta
de papel cerrada, y metiendo la cinta en un palito
le hacíamos volar, después de unas volteretas que le
dábamos, en torno de él al pobre coleóptero ■ — su
mote entomológico es mcloloutha vulgaris — mientras
le cantábamos :
Pa volea, chifolea,
vola, vola tú.
¿Qué es eso de chit olea? ; Un vocablo caprichoso
o bien fosilizado en ese conjuro? Y en cuanto a co-
chorro...
Cochorro, como bastantes otras palabras del que
podemos llamar dialecto bilbaíno — que Arriaga co-
nocía muy bien, y hasta publicó un vocabulario de él,
de ese dialecto que se va perdiendo — , no es de origen
eusquérico, sino un viejo vocablo dialectal castellano
que en Bilbao se ha conservado. Cochorro, como ven-
torro, pitorro, Pacorro, abejorro, etc., y análogo a
los en -arro, -urro, -urrio, lleva un sufijo de diminu-
tivo unas veces, y otras de lo contrario, y equivale
a cochinillo, pequeño cocho, nombre que por su for-
ma se le da a ese insecto, que en otras partes del
Cantábrico conocen por jorge y bacallarin. Y como
el cochorro, sujeto al palito de mis remembranzas
404
MIGUEL DE UNAMUNO
melancólicas que estas Revoladas me despiertan, voy
a pavolear y chitolear aquí. Y que luego digan de mí
como decíamos del cochorro si chitoleaba bien : "¡ Qué
trabajador es el mío!" Que no suele ser el trabajo
cliitolco de cochorro, y no hay trabajo como el tra-
bajo sin fin de resignarse. ¡ De resignarse a enve-
jecer sobre los recuerdos de mocedad !
Pero no nos pongamos tristes y con cara larri,
que esto no fué nunca propio de castizos bilbaínos.
En estas mismas Revoladas campea una cierta dis-
creta alegría, una alegría de otoño, de sol que ríe tras
el sirimiri, y una especie de humorismo — más bien
chirenismo — que un discípulo de don Marcelino Me-
néndez y Pelayo llamaría... honrado. Es un humoris-
mo sin hiél, aunque alguna vez con vinagre... de
chacolí.
Y a propósito de alegría bilbaína y de Menéndez
y Pelayo. En el prólogo que a sus veinte años, en
1876, escribió don Marcelino para las Poesías, de
Evaristo Silió, definía la escuela poética española que
llamó septentrional, de poetas "soñadores y medita-
bundos", distinguida "por lo vago y aéreo del fondo
de sus concepciones, por la melancolía intensa y pro-
funda que casi siempre les anima, por su afición
extremada a la parte sombría, nebulosa y triste de
la naturaleza, que produce en ellos graves pensamien-
tos y solemnes meditaciones". "Los poetas de esta
agrupación — dice antes — que geográficamente po-
demos considerar extendida por Cantabria, Asturias,
Galicia y tierras de León (del lado de allá del Due-
ro, como decía Lista j, ofrecen todos un sello de fa-
milia, una similitud literaria que de igual suerte los
aisla de la poesía castellana como de los escasos vates
que han florecido en las comarcas eúskaras". (Así,
con este disparate de "comarcas eúskaras", como si
a Asturias la llamásemos el Principado bable y con
OBRAS COMPLETAS
405
su ka y todo, aunque no menos disparate, v. gr., que
hablar de crónicas... ¡donostiarras!).
Resulta, pues, según el doctísimo polígrafo san-
tanderino, o cuco, que los escasos vates que hemos
florecido — ¡anch'io sonó poeta! — en las "comarcas
eúskaras" — con k y esdrújulo, ¿eh? — no propen-
demos a lo vago y aéreo del fondo de las concepcio-
nes de los otros vates septentrionales de España, ni a
la melancolía intensa y profunda, ni somos aficiona-
dos a la parte sombría, nebulosa y triste de la natu-
raleza que produce graves pensamientos y solemnes
meditaciones. Ni siquiera los que de niños, como nos
pasó a Arriaga y a mí, nos paseamos por aquel es-
cenario druídico de los Caños, contemplando las hue-
llas del pie del ángel y del diablo, por aquel "pano-
rama asombroso de una naturaleza tan imponente
como severa", por "aquella mansión" de "aire terri-
ble, capaz de inspirar un santo recogimiento que no
deja de tener atractivo para los que, apartándose del
movimiento de las ciudades, sólo buscan la paz inte-
rior", según declaraba la Guía de Bilbao y conductor
del viajero en Vizcaya, impresa en la villa misma
en la imprenta de Adolfo Depont, editor, en 1846, ; A
pesar de los Caños, los bilbaínos no hemos podido
ingresar en la escuela septentrional ! Ni Arriaga, vate
a su modo, tiene, en tal sentido, casi nada de septen-
trional.
Pero es que hay el bilbáino — léase bíl-bái-no, tri-
sílabo— y el bilbaíno — léase bil-ba-í-no, cuadrisíla-
bo— . Con lo que ocurre lo que con el bacalao, que
puede guisarse a la vizcaína o a la vizcaína. El ba-
calao a la viz-ca-í-na es como le ponen del Ebro para
acá — escribo en Salamanca — o en las comarcas de la
poesía septentrional, con salsa roja, y el bacalao a la
viz-cái-na es con salsa verde. El bilbáino — trisíla-
bo— , que es como decimos los del bochito, los genui-
nos, es con salsa verde y alegre o por lo menos agri-
406
MIGUEL DE UNAMUNO
dulce, mientras se está formando el bilbaíno — cua-
drisílabo— con salsa roja, que es el bilbáino según
le forjan y aun le fantasean fuera de Bilbao, el de
exportación.
Este bilbaíno, cuadrisílabo y con salsa roja, de
ordinario excesivamente rico, que fuma puros tenién-
doselos en la boca a dos manos, como un cornetín, es
el que más se conoce en literatura y el que más rego-
cija fuera de Bilbao. El otro, el bilbáino genuino,
trisílabo, en salsa verde, es el de Arriaga, como era
el de Argos (don Sabino Goicoechea) y el de aquél
para los más de los bilbaínos de hoy desconocido
Baldomero Goyoaga, cuyos sabrosos escritos, henchi-
dos de cliircnadas, publicaron en reducidísima edición
privada, de poquísimos ejemplares, en casa de don
Eduardo Delmas, uno de sus amigos, los de excursio-
nes de Goyoaga. (Estas excursiones eran antes de la
última carlistada.)
Para nosotros los bilbáinos trisílabos y en salsa
verde, estas Revoladas de Arriaga, que fuera de nues-
tro Bilbao podrán parecer sobrado... honradas y has-
ta inocentes, nos traen la nostalgia de cosas que se
van, que se han ido, y hasta de algunas que se ha-
bían ido cuando nosotros llegamos por primera vez,
en nuestra primera hora, al bqchito.
¡Ah! ¡La puente vieja, el puente colgante, la na-
rria, el tilo!... ¡Y aquel Arbol Gordo del que es-
cribiendo Adolfo Aguirre nos presentaba como no-
vedades lo que eran tradicionales ranciedades cuando
por primera vez lo vimos ! ¡ Cómo para los bil-ba-í-nos
de mañana en salsa roja será una tradicional anti-
gualla ese Palacio Municipal con su salón árabe y
todo ! Y ese otro de la Diputación descansando sobr^^
fuelles que ya no soplan.
¡ Qué de recuerdos han levantado en mi pecho ■ — en
mi pecho, no en mi cabeza — estas Revoladas! Le-
yendo lo que Arriaga nos cuenta de C¡iO}iiin Barullo
OBRAS COMPLETAS
407
recordaba aquella tarde en que resolvió en el Sitio
— en el viejo Sitio — una empeñadísima discusión
— en que entramos todos los de la sala — sobre si los
calzones de los torreros eran de bragueta abierta ver-
ticalmente o de trampa o alzapón. ¡ Y otra vez que
nos definió la diferencia que va de chalupa a chanela!
¡ Qué hombre I ¡ Qué definidor ! ¡ Qué maestro ! Tam-
bién un bil-bái-no neto, trisílabo, en salsa verde, y
no de escuela septentrional.
...Pero... ¡si me dejo llevar de esta charla!
No faltará, acaso, algún bil-ba-í-no, cuadrisílabo
y en salsa roja, que califique de inocentes estas Re-
voladas de Arriaga y este chitolco mío. ; Inocentes?
Ibamos un día por los montes que ciñen a Bilbao
unos cuantos amigos, de paseo, cuando al pasar oí que
un jebe erderizado ■ — es decir, ([ue hablaba castellano
o cosa así — le decía a otro : "Estos, de aguas o de
minas irán, ¿eh?", a lo que contestó el interpelado:
"No, a ver na'a más, iñitscntcs!" Y así son estos
nuestros escritos, de contar y de echar de menos nada
más ; ¡ inocentes !
Nada aquí de "graves pensamientos" ni de "solem-
nes meditaciones" como las que inspira la "parte
sombría, nebulosa y triste de la naturaleza" que hace
a los poetas septentrionales de España ; a lo sumo, la
melancolía agridulce y picante, como de chacolí, que
puede inspirarnos el panorama de los Caños.
¡ A ver na'a más ! ¡ Y para lo que se ve al cabo... !
Y pues que empiezo a sentirme septentrional al
modo de los vates de Menéndez y Pelayo, quiero,
lector bil-bái-no trisílabo y en salsa verde, confiarte
algo muy íntimo:
Los libros de Emiliano de Arriaga que guardo en
mi librería doméstica, están consagrados. En las
márgenes de sus hojas queda la leve señal de los
408
MIGUEL DE UNAMUNO
dedos temblorosos de mi santa madre que, con las
de los libros de devoción y pocos más, repasaba
cuando se iba despidiendo de esta vida, de la que
salió al fin, el día de Nuestra Señora de Begoña, y
estando en el mirador de la casa en que me crió, mi-
rando al arranque de aquellas calzadas por donde se
sube a Mallona y a Begoña. Ella protegió muchos
años mi inocencia. Y para recoger la que aún me
quede, vuelvo de vez en cuando a estos recuerdos
inocentes de nuestra honrada poesía bilbaína.
Salamanca, 26-IX-1919.
PROLOGO A LENGUA FRANCESA (Notas
para su estudio), DE FERNANDO FELIPE (Sa-
lamanca, F. González, 1922, XI + 148 págs.)
La historia nos enseña que a ningún pueblo se le
ha ocurrido trazar una gramática de su propia len-
gua y servirse de ella mientras no ha conocido sino
esta lengua. Y es que así como uno no se conoce a
sí mismo, sino en comparación con otro, así no se da
cuenta reflexiva de su idioma, sino por comparación
con otro idioma.
Los más antiguos estudios gramaticales que se co-
nocen son los de Panini, un indio, que trazó la gra-
mática del sánscrito cuando éste era ya una lengua
muerta, litúrgica y sagrada, como hoy el latín de la
Iglesia. Entre nosotros escribió Antonio de Nebrija
una gramática castellana para preparar a los jóvenes
al estudio del latín, acostumbrándolos a la tradicional
terminología de la gramática latina, de donde resul-
taba que era una gramática trasladada al castellano.
De donde no pocos errores. Y la más antigua gramá-
tica francesa que se conoce fué la que Palsgrave
escribió en 1530, y en inglés para ingleses.
En rigor, así como aprendemos nuestra propia
lengua sin necesidad de gramática alguna — y no
peor que con ella — , puede, sin gramática, aprender-
se, y bien, una lengua extranjera. Así la aprenden, de
viva voz y trato de gentes, los que viven en el país
en que esa lengua se habla. Pero la gramática ofre-
ce un método abreviado para aprender — por cultivo
intensivo podríamos decir — una lengua extranjera,
410
MIGUEL DE UNAMUNO
cuando no le es a uno hacedero ir a vivir en el país
en que se hable.
Aparte esto, el estudio de un idioma extranjero,
sea el francés, tiene para nosotros, aparte de la uti-
lidad que todos le reconocen, otra más — y acaso ma-
yor— , y es la de hacernos ver aspectos y fondos de
nuestra propia lengua que de no conocer más que
ésta jamás apreciaríamos.
El estudio del francés en nuestros Institutos y Nor-
males no debe servir tan sólo para adquirir el cono-
cimiento de ese idioma, y con él el de la literatura
francesa, sino, además, como una introducción — la
mejor — al conocimiento reflexivo, es decir, cientí-
fico, de nuestra propia lengua.
Se dice de Rochefort que nunca quiso aprender
otra lengua que la suya, para mejor conservar la pu-
reza y casticidad del estilo francés y que habien<lo
vivido años en Inglaterra se envanecía de no saber
una palabra de inglés. Pues bien, entre nosotros han
solido ser los escritores que mejor conocían el fran-
cés los que menos galicismos cometían escribiendo en
castellano. Así como los buenos latinistas de nuestro
siglo XVI cuidaban mucho de escribir un castellano
bien romanceado.
En las notas para el estudio de la lengua francesa
a que estas líneas sirven como de prólogo se da de
gramática lo que es preciso para la mejor compren-
sión de los fenómenos de la lengua, tomándose el fran-
cés como una lengua viva. Porque ha sido frecuente
enseñarla entre nosotros como una lengua muerta,
fijada de una vez para siempre. Cierto que los espa-
ñoles que han enseñado y enseñan el francés como
lengua muerta sienten su propia lengua, el español,
como muerta también. O sea que no lo sienten, aun-
que lo hablen y lo escriban. Lo hablan como lengua
escrita.
Es curioso que la voz gramática derive de gramma,
OBRAS COMPLETAS
411
letra, y no de otra — plione o logos — que significa
palabra. Y es que la gramática suele serlo de la len-
gua escrita y no de la hablada. En ella, el estudio
de lo que podríamos llamar el esqueleto del idioma,
su sistema óseo, domina a tal punto, ([ue ahoga todo
lo demás. La carne del idioma, sus músculos, sus en-
trañas, sus vasos, su sangre, quedan descuidados.
Redúcese a anatomía de los huesos, a osteología.
Y a lo que casi nunca se llega es a la fisiología.
El estudio del francés puede muy bien ser, y hasta
debe ser entre nosotros, lo repito, un medio de dar-
nos cuenta de la vida, de la fisiología, de nuestro pro-
pio idioma. Y mucho más su estudio en Institutos de
Segunda Enseñanza y en Escuelas Normales, donde
ni debe limitarse su finalidad a lo que de ordinario se
limita cuando se la enseña para objetivos puramente
comerciales, como es llevar la correspondencia de una
casa de comercio o poder ir de viajante — commis
voyagcur — por Francia. Cierto es por otra parte,
que los que lo aprendan sólo para estos fines, jamás
llegarán a saberlo bien.
La experiencia nos ha enseñado, además, que los
que se ponen a aprender el francés — como otro idio-
ma cualquiera, hoy vivo y hablado — por esos méto-
dos abreviados — Ollendorff, Ahn, Berlitz, etc., — ,
llega un momento en que se estancan en su estudio.
La aridez y el bárbaro empirismo del método Ies
cansan. Y es sabido, por otra parte, que uno puede
viajar por Francia con sólo saberse unos cientos de
vocablos y poder combinarlos en unas cuantas frases,
es decir, sin saber francés.
En cuánto a la labor de traducir escritos hay un
peligro y es cuando se llega a coger, o creer que
se coge, el sentido general de ellos y entra la pere-
za de hojear el Diccionario, trabajo, sin duda,
pesado. Hemos conocido muchos que al llegar a cier-
to conocimiento limitado, imperfecto e inseguro de un
412
MIGUEL DE UNAMUNO
idioma, se detienen en él. De ellos suele decirse que
es que no tienen aptitud para las lenguas. En rigor,
es que no se ha sabido despertarles interés por la
lengua misma, como objeto inmediato de conocimien-
to, o sea el gusto filológico.
De aquí que si se enseña el francés con intencio-
nes filológicas, puesta la mira en hacer surgir del
cotejo de su fisiología con la del castellano un mejor
reconocimiento íntimo y directo de ambos idiomas y
de la vida en general del lenguaje, se conseguirá,
además, que el alumno pueda sobrepasar más fácil-
mente ese grado en que de ordinario se estanca en su
conocimiento.
Suele decirse que hay políglotas que poco o nada
tienen de filólogos ; pero esto no suele ser exacto.
En general, el hombre que aprende fácilmente varias
lenguas es porque tiene gusto en ello, y ese gusto le
viene de que le interesa la lengua en sí, e indepen-
dientemente de los fines prácticos que con hablarla
consigue. Podrá no ser la filología de un políglota
muy científica o, si se quiere, ortodoxa, pero los que
aprenden fácilmente varias lenguas, los que tienen
curiosidad por las hablas de los demás, es que tienen
vocación filológica. No se puede confundir a un co-
leccionista de monedas con un banquero.
Es cosa sabida que no es posible conocer bien el
íntimo proceso de nuestra lengua castellana, su his-
toria, esto es, su vida, sin conocer el latín, y en al-
guna parte he sostenido que a este fin debería ende-
rezarse el estudio de la lengua latina entre nosotros.
Creo, sin embargo, que es hasta cierto punto susti-
tuible por el francés. O sea, que el francés puede
servir entre nosotros de lengua clásica, y hacer de su
estudio objeto de lo que se suele llamar humanidades.
Es una presunción y nada más el que sepan francés
cuantos entre nosotros tienen el grado de bachiller.
En cuanto aprueban la asignatura abandonan el es-
OBRAS COMPLETAS
413
tudio de ese idioma, lo que se debe, sin duda, a la
manera como se lo han enseñado.
Y hay quienes luego se han ido con alguna pensión
a Francia y han venido sin saberlo mejor.
En cuanto pueden echar mano de una traducción,
por mediana que sea, de una obra francesa, se dispen-
san de leerla en el original. Y ello depende, indudable-
mente, del vicioso método con que se les enseñó la
asignatura. La asignatura y no la lengua.
Paréceme que a remediar, siquiera en parte, este
daño puede contribuir el que, en vez de enseñarse
escuetamente la gramática, la osteología de la lengua,
se trate de despertar en el alumno el interés por la
fisiología de ésta, por su vida. Y a este fin creo que
vienen estas Notas para el estudio de la lengua fran-
cesa.
Si a la vez en el que de ellas se deja guiar
para el estudio del francés, despertaran el interés
por la reflexión de su propio idioma, del castellano,
habría su autor conseguido lo que se debe procurar
conseguir en estos casos. Y más tratándose de un
libro destinado principalmente a los que han de ser
maestros de primeras letras. Que no es posible ser
regular pedagogo sin tener algo de filólogo.
Lo que suelen llamar lecciones de cosas, no son ni.
más ni menos que lecciones de palabras.
PROLOGO AL LIBRO JOSE MARIA GABRIEL
Y GALAN. SU VIDA Y SUS OBRAS, DE AN-
GEL REVILLA (Madrid, Rivadeneyra, 1923, 210
páginas.)
Aprovecho la ocasión de publicarse este estudio
de mi amigo y discípulo que fué, don Angel Revilla
sobre José María Gabriel y Galán, para decir algo,
muy poco, acerca de éste y de la relación amistosa
que a él me unió, dejando para ocasión de mayor
espacio y sosiego el escribir con alguna extensión so-
bre su obra y persona. Porque va a ser preciso des-
hacer ciertas leyendas que respecto a Galán y su
poesía han fraguado los que, haciendo de su nombre
algo peor que bandera, banderín de enganche de co-
fradía literaria, pretenden monopolizar el culto a su
memoria.
Ante tódo, la leyenda de cierto autodidactismo,
siquiera relativo. Recuerdo la sorpresa que le causó
a uno que me le presentaba como un poeta casticísi-
mo, libre de toda clase de influencias de eso que,
por darle algún nombre, llamaban los que no lo co-
nocían modeniismo — el literario se entiende, y no
el teológico — , el que le dijese yo que, dando vueltas
en la Plaza Mayor de Salamanca, le había oído a
Galán recitarme el famoso Nocturno del colombiano
José Asunción Silva. Como otras poesías de índole
análoga. Y me atrevo a suponer que en aquella bellí-
sima expresión de la Canción, que dedicó a la muerte
de su padre — y que me parece superior a El Ama — ,
donde dice que "¡ quiero vivir — • porque mis muertos
OBRAS COMPLETAS
415
no mueran!", se acordaba de un poético pasaje de
Guerra Junqueiro, a quien conocía muy bien. Yo mis-
mo se lo di a conocer. Nada quiero decir circuns-
tancialmente ahora y aqui respecto a las relaciones
de amistad y de compañerismo que con Gabriel y
Galán me unieron; pero sí recordar el efecto que su
Cristu benditu produjo en todos aquellos a quienes
se lo leí o recité — entre éstos, a don José María
Pereda — , cuando aún el reverendo padre Cámara,
obispo de Salamanca, no sabía quién era el poeta, ni
le conocía de nombre, aunque acaso tenía noticia de
uno de sus rasgos. Y voy a contarlo.
Era Galán maestro nacional de Primera enseñanza
en el Guijuelo, provincia y obispado de Salamanca,
y llevaba los domingos a misa a los niños puestos a
su cuidado, y los llevaba, no porque así esté recomen-
dado — no ordenado, que eso no puede ordenar la
autoridad civil — , sino porque sus sentimientos se lo
demandaban. Pero algún sábado se fué a pasar el
domingo con sus padres, en Frades, no lejos del
Guijuelo, y no pudo llevar a misa a sus niños. Repi-
tióse esto hasta que un día el cura del lugar aludió a
ello pública e imprudentemente, censurando que el
maestro se ausentara los domingos, antes de ir, en
comunidad escolar, a misa. Cuando Galán lo supo,
resolvió no volver a llevar los niños a misa, para que
el cura se enterase de que no podía exigirlo, y de que
él no toleraba imposiciones impertinentes. Y tengo
razones para creer que el imperativo sacerdote se fué
con el cuento al padre Cámara, y éste consultó con
un inspector de Primera enseñanza si se podía obligar
al maestro a que acompañara a los niños a misa.
De ciertas especies, que, si no fue.^en meramente
estúpidas, serían de mala índole moral, y que por ahí
han corrido respecto a mi gestión cuando, siendo yo
rector de la Universidad de Salamanca, se me vi-
nieron de Zaragoza con la embajada de que entregase
416
MIGUEL DE UNAMUNO
a Galán un premio ante el Claustro de doctores, con
toda solemnidad y vestidos de toga, muceta, borla y
demás achiperres del recado académico, sólo he de
decir lo que entonces dije y la aviesa y mezquina in-
tención ajena no lo quiso creer, y es que al recibir yo
aquel mensaje no reparé en él, y se lo entregué con el
premio al hermano del poeta, a don Baldomcro. ¿Ha-
bría de haberle entregado el mensaje en que se me
pedía aquella ridicula ceremonia, si deseaba evitarla?
Aunque, es claro, estoy seguro de que el poeta, más
bien que modesto — pues eso de la modestia, y más
tratándose de un poeta consciente de su facultad — ,
hombre de buen gusto y de fino sentido, habría re-
chazado la forma aparatosa que el Consistorio de los
Juegos Florales de Zaragoza quería que se hubiese
dado a la entrega de su premio. Y por otra parte,
¡ habría que haber visto la cara que hubiesen puesto
mis compañeros de Claustro académico, los señores
doctores y catedráticos de la Universidad de Sala-
manca, si llego a irles con la pretensión de que se
reúnan en sesión solemne, vestidos con traje talar de
todas luces, para dar un premio a un... maestro de
escuela ! Hay que conocer la gente. Sin perjuicio,
por supuesto, de que los que más se hubiesen molestado
por ello tomaran aquel incidente como punto de par-
tida para saciar una vez más sus mezquinas pasion-
cillas. En todo lo cual, lo único que me dolió es que
se dudara de mi palabra y de que las cosas sucedieron
como yo dije que habían sucedido. Y es que, sin duda,
entraba en el proceder de aquellas pobres gentes
mentir e inventar disculpas para justificarse de algo.
Algo podría también decir del estado de ánimo en
que encontré a Galán cuando acudió al banquete que
en Salamanca nos dieron a él y a mí, el 18 de octubre
de 1903 — y en que leyó el Brindis que figura en sus
Obras — , ocasión en que el poeta se vió abandonado
de los que se decían sus más amigos — alguno de és-
OBRAS COMPLETAS
417
tos torció su marcha en la calle por no encontrarse
con él y tener que saludarle — , y tuvo que ir a alber-
garse en una fonda, teniendo, como tenía, personas
muy allegadas en la ciudad. Le oí entonces muy amar-
gas quejas, y no sé lo que diría si, volviendo al mun-
do, viese lo que muchos quieren hacer de su memoria
y de su nombre.
Como lo que podríamos llamar el galanismo se está
haciendo una doctrina, que poco o nada tiene que ver
ni con el arte ni con la estética, debo dejar para me-
jor ocasión el hablar de la poesía y la personalidad
de José María Gabriel y Galán. Aunque ello siempre
sea expuesto a malas inteligencias. Que no olvido lo
que por muchos se dijo cuando la muerte de don Be-
nito Pérez Galdós dije, honrada y lealmente, lo que
I respecto a su obra y su acción sentía y siento, por
¡creer que es el de la sinceridad el homenaje más
preciado que se puede rendir a un ingenio a quien se
le debe tanto como al de Galdós yo debía y debo.
Y nada más, por ahora.
I En cuanto al estudio de don Angel Revilla, él se
'lefenderá y. se abrirá paso por sí mismo.
Salamanca, 22-IV-1923.
UNAMUNO.— VII.
14
PROLOGO AL LIBRO LAS CATILIN ARIAS , Di-
JUAN MONTALVO fParís. Garnier Hermanos, s. a
[1925], 2 tomos. XXIII + 204 y 362 páginas) (V
Don Juan Montalvo murió desterrado aquí, er
París, donde yo, también desterrado, escribo esta;
líneas, en 1889, y a sus cincuenta y siete años de
edad. Hacia 1882, cuando yo estudiaba mi carrere
en Madrid, estuvo Montalvo en la corte de las enton-
ces Españas. Acaso alguna vez nos cruzamos en 1?
calle, acaso al cruzarnos se mejieron nuestras mira-
das, la del hombre cincuentón que rumiaba el amar-
go paso de sus recuerdos de esperanzas gloriosas }
la del mozo de dieciocho que iba brezando sus espe-
ranzas de recuerdos gloriosos. Y ahora, cuando hace
ya treinta y seis años que Montalvo duerme, ¿sueña?
arropado en hospitalaria tierra francesa, vuelvo yo
traspuestos mis sesenta, cuando he doblado el puertc
serrano que separa a la solana de la umbría, a en-
contrarme con él. Y al encontrarme con él, me he
encontrado y enfrentado conmigo mismo, y al encon-
trarme con el Ecuador, la "nacionzuela" como alguné
vez la llamó, de Ignacio de Veintemilla, me he encon-
trado con la triste nacioncilla de Primo de Rivera. \'
aquí voy a hablar tanto de Montalvo como de mí.
Es que me he encontrado. Y voy a discutir conmigei
mismo, ya que mi vida ha sido combate íntimo.
Cogí las Catilinarias de Montalvo, pasé por lo ex-
cesivamente literario del título ciceroniano, ya que
1 Este prólogo fué reproducido en el Repertorio Americano,
San José, Costa Rica, de 1927-XV, págs. 193-195.
OBRAS COMPLETAS
419
el término se ha hecho vulgar, desprendiéndose de su
etimología, y empecé a devorarlas. Iba saltando líneas ;
iba desechando literatura erudita; iba esquivando ar-
tificio retórico. Iba buscando los insultos tajantes y
sangrantes. Los insultos, ¡sí!, los insultos: los que
llenan el alma ardorosa y generosa de Montalvo.
Se ha preguntado alguien qué es lo que habría po-
dido hacer Montalvo a haber podido vivir sosegado
en un Ecuador de libertad civil y de paz y de justi-
cia. Pues yo os digo que muy poca cosa; toda su
literatura clasicista y casticista se habría quedado de
pasto de unos pocos curiosos de experimentos litera-
rios. Os lo confieso, no he podido acabar los Capítulos
que se le olvidaron a Cervantes. Allí apenas hay
más que las líneas con que termina el capítulo XLVI,
dedicadas a Ignacio de Veintemílla, ahorcado por
"asesinato, robo, traición, atentado contra el pudor..."
Esto, ¡ el insulto !
Lo demás es imitación, todo lo bien hecha que se
quiera, de Cervantes, y me interesa la imitación de
Don Quijote. Cervantes mismo no es por su estilo
literario por lo que principalmente me atrae.
Fué la indignación lo que hizo de lo que no habría
sido más que un literato con la manía del cervantismo
literario, un apóstol, un profeta encendido en quijo-
tismo poético; es la indignación lo que salva la retó-
rica de Montalvo.
Escribió en el destierro, a que tan sentidas pala-
bras dedicó en su escrito "Los Proscritos", que figu-
ra en el Cosmopolita. "A las penas que el destierro
trae consigo, decía, añade la indignación que causa
la injusticia, la acerbítud del corazón al contemplar
el triunfo de la tiranía, y ve cómo es terrible la si-
tuación de los proscritos." Y luego: "¡Ay! — dice — .
¿Cuándo volveré?, ;he de morir en el destierro?,
¿una sepultura prestada ha de recibir mis huesos?,
¿y qué suerte fué la mía para verme ausente, lejos
420
MIGUEL DE UNAMUNO
de todo lo que hacía para mí grata la vida? Un hom-
bre, un solo hombre me causa tantos males sin jus-
ticia ni razón. ¡Tirano!, valiera más haberme muer-
to, porque en la tumba se duerme tranquila y suave-
mente, no es uno víctima de las horribles pesadillas
del extranjero que no puede volver a su querida
patria."
¿ Haberse muerto ? No, haberse muerto, no ; ¡ mo-
rirse, no ! Hay que vivir para combatir contra la tira-
nía y vencerla ; y ¡ hay que sobrevivir ! Montalvo
sobrevive porque venció, ¡sí, venció!, a la tiranía
y no porque imitó a Cervantes. Porque imitó a Don
Quijote. Y él tuvo conciencia de su misión y de su
obra. "A un tirano antiguo — decía — se le había
escapado una víctima, con haberse dado muerte con
su propia mano; yo, huyendo al destierro, me he es-
capado también ; y el destierro es la más triste de
las penas." La más triste, sí, pero en el caso de
Montalvo, que enristraba su pluma ; en mi caso, que
enristro la mía, la más fecunda y la más liberadora
de las penas. "Mi nombre está grabado en mis fle-
chas — decía él con noble arrogancia quijotesca — ,
y con ellas en el corazón mueren tiranos y tiranue-
los: díganlo García Moreno y el Cosmopolita... ¿Lo
dirán también Ignacio de Veintemilla y las Catilina-
rias?" Y se lo están diciendo. Y otra vez: "... los
echo en tierra, y allí los tengo a mis pies, quebran-
tada la cabeza, y que den sus alaridos como Satanás".
Veintemilla, el ladrón, el malhechor, no tirano, si
queda en la memoria de los hombres, es, marcado a
fuego, gracias a Montalvo. Y si un día se recuerda
a Primo de Rivera, otro Veintemilla, no tirano, ni
siquiera dictador, pues que nada dicta, será, marcado
a fuego, con sus cómplices todos, del rey abajo, gra-
cias a mí. ¡Tirano! ¿Tirano? No. Veintemilla no fué
un tirano. Tirano fué acaso García Moreno, el hombre
culto, el hombre civil, a quien Montalvo, en rigor.
OBRAS COMPLETAS
421
admiró. Veintemilla, el soldadote Veintemilla, fué un
malhechor — le dijo Montalvo — y no un tirano. Ti-
ranía es ciencia sujeta a principios difíciles y tiene
modos que requieren hábil tanteo. "Y no sería justo
— asrre.gfa Montalvo — dar el nombre de tirano a un
pobre es^uízaro a quien entroniza la fortuna por ha-
cer befa de un pueblo sin méritos." El mismo caso,
el mismísimo, que mi España.
"Excremento de García Moreno", le llamó a Vein-
temilla. Y le cubrió de insultos, de nobles insultos,
de generosos insultos patrióticos, como a Borrero y
como a Urbina. Le llamó ladrón a boca llena ; así,
ladrón. Como yo, en escrito público, le he llamado al
nuestro, y no lo niego. "La ineptitud hubiera quizá
tolerado en ese picaro; su prurito por las cosas ilí-
citas, ¡ no !"
Pero ¿es que Montalvo no estuvo alguna vez de
parte de Veintemilla?, ¿es que no esperó para su
patria de él? Sí, a Montalvo le dijeron que Veinte-
milla necesitaba la cooperación de los buenos libera-
les, y contestó que no, no a un traidor que, "hecho
apenas el pronimciamiento liberal, corre a ponerlo en
manos de los jesuítas" ; no a "un cobarde que va a
solicitar amparo y certificados favorables de los obis-
pos". Es que Veintemilla no era más que un solda-
do, un soldado de fortuna, y un soldado de la casta
mercenaria de las armas no es jamás liberal. Y si
va a ponerse en manos de los jesuítas, no es tampoco
porque crea en ellos, que, "cabizbajos, llevan meti-
dos los ojos en la barriga y allí ocultan sus virtudes,
que consisten en esconder la vista y el alma, a fin de
que nadie vea la gloria con que fulgura en ellos la
malicia".
Montalvo llamó a boca llena tirano a García Mo-
reno, al hombre civil y de convicciones políticas, no
a Veintemilla, el mercenario, el soldado de fortuna.
En García Moreno, "inteligencia, audacia, ímpetu,
422 MIGUEL DE UNAMUNO
sus acciones siempre fueron consumadas con admira-
ble franqueza; adoraba al verdugo, pero aborrecía
al asesino", García Moreno fué "hombre de rara in-
teligencia y vastos conocimientos mal aprovechados".
Veintemilla, el soldado de fortuna, un "payo", un
malhechor, un ladrón y un crapuloso. Como he dicho
yo, públicamente, del otro. "A García Moreno le
aborrecí por tirano ; a Veintemilla no le puedo abo-
rrecer ; la infamia no alcanza el honor del odio : des-
precio es lo que este confidente del patíbulo me ins-
pira, desprecio acre, amargo". Como el otro. Decía
muy bien Rodó que Montalvo no confundió a García
Moreno con "traidores de cuartel y advenedizos sin
más norte que el mando". El mando, y el saqueo del
erario público.
Montalvo tuvo que desterrarse del Ecuador de
Veintemilla; le faltaba allí aire para el alma, libertad
de decir la verdad. "¡Imprenta, imprenta! Arreba-
tadnos los bienes de fortuna, arrastradnos a guerras
injustas, arrojadnos en mazmorras, pero dejadnos
hablar !", clamaba El Cosmopolita.
Pero ¿y el pueblo ecuatoriano? El pueblo ecua-
toriano no necesitaba libertad, porque no pensaba :
no necesitaba aire, porque no respiraba ; duraba como
una piedra ; no vivía como un pueblo. Y Montalvo,
con voz encendida de profeta que esperaba despertar
a las piedras con su voz clamante en el desierto, le
decía al pueblo ecuatoriano, "esqueleto rechinante",
así : "Pueblo, pueblo, pueblo ecuatoriano, ve a la re-
conquista de tu honra y muere si es preciso", y
cuando aquellos pobres y degradados vasallos, como
los de mi España hoy, se quejaban de la falta de un
hombre, ¡un hombre!, Montalvo gritaba: "Deber
mío era írmele encima el primero, resulte lo que re-
sultare; no es culpa mia si el pueblo deja pasar la
ocasión y no sabe lo que hace." Y también : "El es-
critor, el agitador, el patriota, el hombre de la idea
OBRAS COMPLETAS
423
había hecho su deber; el pueblo no hizo el suyo."
Y luego: "Bien visto lo tengo, mientras esta pluma
no se me vuelva espada, cosa no he de poder con
los ecuatorianos; razón sin bayoneta, es sinrazón
para ellos."
¡ Cuán dentro, pero cuán dentro de mí han resonado
estas palabras ! También mis pobres españoles de
hoy, los de mi España, ese "esqueleto rechinante",
buscan un hombre y me dicen que por qué no hago
la revolución desde aquí, desde París, y la liberto de
los que la están saqueando a su hacienda y los liberto
de su ignominia. Esos, los miserables, los cuitados,
los abatidos, los que pedían mi indulto. ¡ Indulto !
¡ Indulto ! Cuando Ignacio Veintemilla sepultó "en
una mazmorra de cuartel al rector de la Universidad
de Quito..." sin auto de juez, ni siquiera motivo ve-
rosímil, "por un cierto escrito que se le atribuía",
¿ qué hicieron los estudiantes ? "Lo que han hecho
ha sido dar a luz un papelucho como una hoja de
peral, justificando y ensalzando al oscuro apagador
de la civilización y poniéndole las manos para que
por Dios, por la Virgen, ponga en libertad a su
rector". "Y no es esto todo —sigue Montalvo — : al
respaldo de ese impresito infame han puesto sus au-
tores, de letra de mano, unos renglones en que
apuntan lo contrario, pidiéndome "por la Virgen" que
castigue este nuevo delito del infame Veintemilla, di-
cen." Y al fin, Montalvo: "¡Desgraciado del pueblo
donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde
los estudiantes no hacen temblar al mundo!"
Este pasaje de la sexta Catilimria me hizo tem-
blar hasta en las últimas raicillas de mi alma, hizo
que me asomaran las lágrimas. Y no es que mis
estudiantes, mis hijos, los hijos de mis cuarenta años
le apostolado civil y patriótico, hubieran pedido mi
Indulto. No, i alabado sea Dios!, mis hijos, ni los
le carne y espíritu, ni los de espíritu solo, no, no
424
MIGUEL DE UNAMUNO
pidieron mi indulto al Veintemilla español de hoy, no,
no se lo pidieron. Los que se lo pidieron fueron unos
miserables capones y alcahuetes que se decían amigos
míos. Y yo quedo pensando y esperando con los es-
tudiantes que hagan temblar a España, temblar de
vergüenza e indignación. Y que le hagan sacudirse
de los salteadores que le están chupando el jugo
acuñado.
Pero ¿ cómo pudo, ni por un momento, ni en un
principio, haber engañado Veintemilla a Montalvo?
¿ Cómo pudo esperar nada de un soldado de fortuna ?
Montalvo sabía que en su Ecuador, "cada jefe es un
emperadorcillo tiranísimo; cada soldado, un cruel
enemigo de las otras clases de la asociación" (El
Cosmopolita). Montalvo dijo: "En resumidas cuen-
tas, venga el chagra-galán, el chagra-diplomático,
antes que el chagra-militar; porque éste, aun cuando
se halle él mismo en amena conversación con amigos
y señoritas, de repente se acuerda de que es soldado,
y ¡Fuego, muchachos !"
Montalvo haliía dicho que "Veintemilla, como ins-
trumento, como simple instrumento, no era malo;
dos mil veteranos con bala en boca tenia a sus órde-
nes este marmitón del difunto consabido". Pero ¿es
que un instrumento, un simple instrumento, puede ser
bueno para gobernar un pueblo ? "Toda esa estopa
antigua, esos cascos apolillados del tiempo de Maricas-
taña que se llaman generales, todos son aparceros y
corchetes de Ignacio Veintemilla." ¿ Y qué más podían
ser los generales? ¿Qué más se puede esperar de
ellos ?
¿Y la soldadesca? "Los cuerpos colectivos o potes-
tades que gozan de independencia absoluta sin suje-
ción a una regla general ni a un inspector superior
son un Estado en otro Estado, y esta incrustación
destruye, con la anarquía, la forma de Gobierno, al
paso que vuelve imposible el orden sin el cual no hay
OBRAS COMPLETAS
425
sociedad humana." He aquí nuestras Juntas de De-
fensa armadas ; de defensa del puchero de los merce-
narios del honor patrio. Y Montalvo, que sabía eso,
que sabía lo que es el instrumento de cortar y sajar
erigido en brújula, el puño que quiere hacer de ca-
beza, el verdugo que quiere hacer de juez, ;cómo
pudo engañarse respecto a lo que es el soldado?
Porque en otros pasajes exalta al soldado sin perca-
tarse de que el soldado es el que está a sueldo, es el
mercenario del honor de las armas, el de la casta pro-
fesional, es el del principio de autoridad sin mira-
miento a su fin, al fin de la autoridad, que es la justi-
cia, es el que confunde el orden con la ordenanza, es
el que, puesto el puño sobre la cruz de la espada,
miente con juramento, cuando se le impone por disci-
plina. ¡ Ah, lo que debió haber sufrido Montalvo, el
enamorado de la libertad, de la verdad, que es la jus-
ticia ! Hay al final de la duodécima y última Cati-
linaria un pasaje que me ha calado hasta el hondón
del alma dolorida, y es donde dice: "Cosa mala es
el mundo; pero él se compondrá cuando, apurada la
clemencia divina, naciones y ciudades, imperios y
repúblicas sean montones de difuntas piedras que
estén compitiendo con las que han vuelto estériles
para siempre las orillas del Desierto." Y acaban
las Catiliuarias con estas palabras proféticas: "Sí,
mueren [los malvados] ; mira allí, poeta [Sófocles],
ese hervidero de sangre podrida en donde están sal-
tando larvas y sabandijas, que crecen, y suben, y se
vuelven monstruos; ésa es la sangre de los malvados
que van muriendo. Pero de ella nacen otros ; de ese
hervidero salen los que prolongan su vida, y acaece
que parezca no tener fin la de estos enemigos de
Dios y de los hombres."
¿ Pesimismo ? Sí, noble pesimismo, generoso y fe-
cundo pesimismo de luchador que sabe que la victo-
ria es vencimiento ;, pesimismo de proscrito, de des-
426
MIGUEL DE UNAMUNO
terrado del cielo; pesimismo de apóstol cuya espe-
ranza está hecha de desesperaciones ; su fé, de des-
engaños ; su caridad, de santos odios. En este pasa-
je está lo mejor del alma quijotesca de Montalvo. Si
hubiera creído que con borrar de su patria a Veinte-
milla habría acabado para siempre con todos los
futuros tiranos de ella, ¿qué mérito habría tenido su
hazañosa empresa? Supo pelear la santa pelea a las
orillas del lago del Desierto. Y así es como, al ir a
morir, pudo decir: "Me siento capaz de componer
una elegía como nunca lo hiciera en los años de mi
juventud." Pero es porque iba a nacer. Nació, se
libertó al morirse. Al morirse en el destierro.
Y ahora, ¿ qué he de decir de su lengua y su> estilo,
yo, un lingüista y un investigador de estilística ?
¿ Voy a reprocharle sus preocupaciones lexicológicas,
yo que las padezco también? ¿Voy a discutir al
literato?
Sintió acaso en exceso la voluptuosidad de la len-
gua. Y de una lengua artificiosa y de énfasis caste-
llano. Rodó dijo que la "espontaneidad natural y
suelta de Montaigne es el término opuesto a la ar-
tificiosidad preciosa de Montalvo". Pero es que Mon-
taigne era un sensual y un escéptico, y Montalvo, un
apasionado y un dogmático, y el énfasis es el len-
guaje de la pasión.
Lo confieso, he tenido que saltar su nota filológica
sobre la presidencia, como no me interesa lo de si se
ha de decir gallardeó o se gallardeó, fugó o se fugó.
Y no es que no comprenda que se puede poner pasión
en debates gramaticales. Es otra cosa.
¡ Qué de vueltas le dió a aquello de que Veintemi-
11a se firmase Ignacio de Veintemilla ! Suponía, equi-
vocadamente, que ese de presupone en los españoles
que lo usamos ante los apellidos solariegos — no pa-
tronímicos— pretensiones de nobleza de linaje. Y no
hay tal. En España no significa tal cosa. Como es
OBRAS COMPLETAS
427
equivocado lo que dice respecto al tuteo entre padres
e hijos en España. Pero esto, ¿qué importa?
Su cervantismo, no poco pueril, sin duda, le lleva
a hacer hablar, en diálogos, a chagras y cholos en
el convencional dialecto dialogado — diálogo y dia-
lecto son palabras hermanas — de los personajes de
Cervantes, que tampoco hablan como hablaban los
hombres de carne y hueso de su tiempo; pero esto,
¿qué importa junto al soplo quijotesco que anima
alguno de esos diálogos? Además, el bueno de don
Juan Montalvo se debió creer que en España se ha-
blaba más así, en cervantino, que en el Ecuador o
Colombia. Y cuando visitó España debió de conven-
cerse de que era todo lo contrario, de que allá, en los
recónditos repliegues de los Andes colombianos, se
conservaba mejor esa rancia lengua ceremoniosa y
algo convencional. ¿ Quién sabe si un día iremos
allá a desenterrarla, a reconquistarla?
En aquel cuadrito dramático que titula "Méjico"
y publicó en El Cosmopolita, ponía en boca del Mar-
qués de Munster estas palabras: "La naturaleza no
ha criado esclavos ; el Nuevo Mundo será algún día
dueño y señor del Viejo; pero es un error y una
extravagancia en nosotros querer conquistar a Amé-
rica." El Nuevo Mundo será algún día dueño y
señor del Viejo. Tal vez... Cuando la América espa-
ñola, la que habla la lengua de Don Quijote, con-
quiste espiritualmente a la vieja España, a la España
de Primo de Rivera y consortes. Pero es que España
se habrá reconquistado a sí misma. Sí, España ten-
drá que reconquistarse desde América. España ten-
drá que sacudirse de sus tiranos desde América. Y
en ese día el nombre de don Juan Montalvo, el nom-
bre del desterrado que duerme — ¿sueña? — arropado
en tierra francesa, será una enseña, será una empresa
y habrá que trasladarle a España, a la España que
tanto quiso, y allí, en la España reconquistada, se-
428
MIGUEL DE UNAMUNO
pultar sus restos en huesa española y echar sobre
ellos sendos puñados de tierra de cada una de las
libres — si son entonces libres — repúblicas ameri-
cano-españolas.
Y ahora, reconfortado con las Catilinarias, vuelvo
a mi combate. No, sino que sigo en él, invocando a
nuestro señor Don Quijote, el invicto caballero del
Vencimiento.
París, 30 de mayo de 1925.
PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION DEL LI-
BRO DE VICTORIANO GARCIA MARTI, DEL
VIVIR HEROICO y DEL MUNDO INTERIOR,
Madrid, Editorial Mundo Latino, s. a. [1925], 247
páginas.
Cuando se publicó por primera vez esta colección
de ensayos Del vivir heroico, en 1915, me venía de-
dicada. Y al leerla entonces, un pasaje del ensayo
"Elogio del corazón", aquel que dice: "Casi todos los
tontos que andan por el mundo son unos santos;
pero, como no han hecho nada por ser tontos, su
santidad no tiene mérito", me sugirió otro ensayo,
que bajo el título de "Un tonto a sabiendas y a que-
riendas", se me publicó en el Nuevo Mundo de 3 de
julio de 1915 (1). Pero no quiero ver este mi ensayo
de entonces; prefiero releer el libro de García Martí,
que para mí será otro que entonces, ya que yo soy
algo otro, y dejar correr con la pluma la fantasía
— con ésta aquélla — en otro ensayo que pueda ser-
virle de prólogo.
El libro me venía dedicado, y en él, en efecto, en-
contré y vuelvo a encontrar no pocos tópicos míos
— ¿míos?, no, sino repensados y revestidos por mí — ,
aunque con otro vestido y hasta con otra encarnadura.
Y es la vida de la fantasía y del entendimiento re-
cibir lo que dimos — y que a nuestra vez lo habíamos
recibido — trasformado, hecho otro. El comercio de
las ideas se dice y no la industria. Y es que en las
1 Lo encontrará el lector en el tomo V de estas Obras Com-
pletas.
430
MIGUEL DE UNAMUNO
ideas cambiar es producir. Cambista o banquero de
ideas más que fabricante es el pensador. Traducir es
trasmitir, y trasmitir es crear un valor nuevo. Ni es
el verdadero dueño de una idea el que la fabrica o
forja, sino el que sabe venderla, y más el que sabe
consumirla. Lo espiritual es, más que la fábrica, el
mercado. ¿Hacer una idea? Hacer una idea es sa-
ber ponerla en su lugar.
Cuando aquí se dice de uno que "vino al mundo
para ser negociante y se quedó en ideólogo", no se
tiene en cuenta que el ideólogo es el supremo nego-
ciante, que la ideología es el sumo del comercio. La in-
dustria de las ideas, la ciencia, la investigación, es
algo más bajo. El comercio es el que da valor a
los artículos que la industria produce.
"No hay más que un modo de hacer las cosas : ha-
cerlas eternas." Así nos dice García Martí en este
libro. Pero no hay más que un modo de hacer eter-
nas las cosas, y es decirlas, o sea lanzarlas al comer-
cio de las ideas, idealizarlas. Las cosas se hacen eter-
nas cuando se hacen palabras. Y se hacen divinas.
Prisciliano, el que descansa en el sepulcro del Após-
tol en Santiago de Compostela, oponía a las obras del
siglo las palabras de Dios. Las cosas, perecederas,
son del siglo ; las palabras, eternas, son de Dios. Y
en el principio fué la Palabra, y por ella se hizo
todo, según nos dice el principio del Evangelio de
Juan.
"De las acciones humanas sólo me interesa el eco",
nos dice aquí García Martí; y el eco de las acciones
humanas es la palabra, lo externo de la acción, oU
sustancia. Palabra silenciosa, acaso. Y así, este li-
bro es también una acción, un acto. Que acción es
el sueño. "Vivir es una labor de esfuerzo", se dice
en otra parte de este libro. Pero es según se viva.
Cuando la vida es sueño y no más que sueño el vi-
vir, no es labor de esfuerzo, porque lo característico y
U £> i\ ^ o L- u Al r jz 1 /lo
diferencial del sueño es que en él la voluntad des-
aparece. El soñador no quiere, y así, en vez de vi-
vir, se deja vivir ; es vivido, es soñado.
Dios sueña al soñador. ¿Y quién vive?
Y todo es palabra, con voluntad o sin ella. En este
libro se nos habla de las grandes palabras. Son las
palabras que llevan voluntad; que quieren ellas, las
palabras. Por ellas viven y mueren los hombres : Li-
bertad, Igualdad, Fraternidad; Dios, Patria y Rey;
Tierra y Libertad; Pan y toros... "Los hombres ven
al yo misterioso y divino en ellos" ; en las palabras se
dice aquí. No, sino que las palabras mismas son lo
misterioso y divino de las cosas, son la sustancia eter-
na. Llegar a decir una cosa, nombrarla, es hacerla
nuestra, es humanizarla, o sea divinizarla. El Adán
de la leyenda bíblica tomó posesión del mundo po-
niendo nombres a las cosas. Conocer es poseer — y
amar — , y conocer es nombrar. Y el conocimiento
es amor.
"Hay hombres que discurren con el pecho", se
nos dice aquí. Los antiguos griegos creían que es
con el pecho con el que delibera el hombre. La
palagra griega fren, de donde viene frenología, y
frenopatía, y frenesí, no quiere decir cerebro ni ca-
beza, sino diafragma del pecho, pecho. Aquiles re-
volvía sus tumultuosos pensamientos • — mermeriza-
ba, según la voz griega — en el velludo pecho. Nos-
otros hemos aplicado la voz seso — esto es, sensu, o
sea, sentido — al cerebro; pero los antiguos sabían
que no discurren más los sesos que el corazón en
el pecho. Y es que su psicología, sobre todo la ho-
mérica, era de voluntad, de gana y no de ensueño.
Y así vamos por la vida, camino de la muerte.
O — seamos conceptistas o paradojistas — por la
muerte, camino de la vida. Aquí se dice : el ideal
"marcha delante de nosotros, como la sombra de-
lante del cuerpo". Pero la sombra marcha delante
432
MIGUEL DE UNAMUNC
del cuerpo cuando andamos dando la espalda al sol,
que cuando avanzamos de cara al sol, nuestra som-
bra va detrás nuestro y como a rastras de nosotros.
Y así con el ideal. Hay quien lleva el ideal delante,
y hay quien lo lleva detrás de sí.
i Y el que tiene la luz dentro, y no delante ni de-
trás ? Aquí se dice que "parece lógico que para nos-
otros lo más claro sea lo más oscuro, porque si vi-
viéramos en la claridad, no habría problemas". Le
oímos una vez a Guerra Junqueiro, el gran poeta
ibérico: "Los que todo lo ven claro son espíritus os-
curos." El fondo del espejo es oscurísimo. En nues-
tro poema El Cristo de Veláques hemos dicho que
"el mármol bien bruñido mejor espejo da mientras
más negro". La lechuza, que ve en lo oscuro, es el
alma simbólica de Minerva — la de los ojos glaucos,
o sea lechucinos — , de la Ciencia; pero la lechuza
no ve en lo claro ; la luz le ciega. Y el águila de San
Juan, de la intuición mística, mira al sol.
Hay, además, que ver por dentro. "En este mundo
traidor — ■ nada es verdad ni mentira ; — todo es se-
gún el color — del cristal con que se mira". Así
dijo Campoamor. Pero depende más de donde se mire.
En ese mismo poema, El Cristo de Velásquez, di-
jimos :
Roja tu sanare como lus cernida
por panes, pétalos del oro dulce.
Y es que el oro, visto desde fuera, es amarillo ; pero
visto desde dentro, mirando la luz a través de su
pan de oro, de una delgada lámina de ese metal, re-
sulta rojo de sangre. Y hay que aprender a ver las
cosas desde dentro, aunque se sorprenda al público al
contar lo que vimos así. Y yo sé por mis novelas, que,
como están vistas desde dentro, parecen concebidas
al margen de la vida a los que miran ésta desde
fuera. Ni mi Ahel Sánchez ni La tía Tula conven-
OBRAS COMPLETAS
433
cieron a los que no miran al hombre y a la mujer
sino desde fuera. Y desde fuera, no más que en espe-
jos, se ven a sí mismos.
Y basta, que mezclo ya lo mío a lo de García Martí.
Aunque, ¿qué es lo mío?; ¿qué lo suyo?; ¿qué lo de
los demás? Cambiemos, cambiemos.
¡Ah, sí!; ya os oigo: ingeniosidades, ¡juegos ma-
labares !, ¡ paradojas !. Son el lenguaje ese de la pa-
sión. Un conceptista fué San Pablo; otro, San Agus-
tin : otro, Pascal ; otro, Nietzsche. Y entre nosotros,
Quevedo, hombre de pasión. Y en cambio, los de los
inflamados períodos, a que no prestaba calor sino la
elocución, eran hombres sin pasión. Para nada hace
más falta fuego que para producir un diamante re-
cortado y seco.
PROLOGO A LA VERSION CASTELLANA DE
EL ZOHAR EN LA ESPAÑA MUSULMANA
Y CRLSTIANA, DEL DOCTOR ARIEL BEN-
SION (Madrid, C. I. A. P. [1931], 327 págs.)
El Zohar, o Libro del Esplendor, de que Ariel
Bension, enterrado hace poco en Jerusalén, nos da
aquí, en este otro libro, cumplida cuenta, es algo
así como el Evangelio místico de los hebreos sefar-
ditas, los renacidos antaño en España — Híspanla,
Iberia — , los de origen español. Parece que lo sacó
a luz, en arameo, el rabino español Moisés de León,
a fines del siglo xiii. Este León — otro fué Fray
Luis — , de cuna leonesa, vivió en tierras de Avila,
luego de Santa Teresa. Pretende ser el Zohar evan-
gelio de Simeón ben Yojai, especie de Cristo hebreo,
milagroso también, del siglo ii, de quien León ven-
dría a ser un San Pablo. Pero a los que lo vemos
con ojos limpios de leyendas y de agüeros se nos
aparece como el libro de la íntima religión — mística,
¡ claro está ! — , del triple monoteísmo hispano, ibérico,
de la sencilla y escueta confesión religiosa común a
judíos, cristianos y musulmanes de la península, por
encima — o mejor, acaso, por debajo — de las elucu-
braciones eclesiásticas y escolásticas, teológicas, ca-
nónicas y litúrgicas de los unos y los otros de ellos.
No es un libro saduzaíco, sino farisaico, como los de
Saulo, el fariseo helenizado que enseñaba que si sólo
en esta vida esperamos en Cristo, en el Mesías, so-
mos los más miserables de los hombres, y que pole-
OBRAS COMPLETAS
435
mizó contra la ley como cuando Simeón ben Yojai
dice aquí que los que estudien el Zohar no depende-
rán del Arbol de la "Ciencia del Bien y del Mal ni
estarán sujetos a las leyes del "debes hacer" o del
"no debes hacer". La confesión de fe del Zohar se
reduce a confesar a Dios, un Dios un tanto panteís-
tico — "todas las almas forman una unidad con el
Alma Divina" — , y la inmortalidad del alma humana
en una vida de ultratumba, con infierno y paraíso.
Y luego las fantásticas leyendas de ángeles de todos
los grados y oficios y menesteres. Se funden poesía,
filosofía y religión. Pero no filosofía sistemática, como
la de Averroes o la de Spinoza ; no filosofía congela-
da en teoremas, sino fluida y corriente, líquida y no
pocas veces vaporosa.
Repasando el Zohar, nos preguntamos si es que
no viene su inspiración de la tierra y del cielo mis-
mos españoles, del páramo leonés y castellano, de las
sierras y de los esteros andaluces y levantinos. Hay
en él luz de meseta hispánica y de riberas medite-
rráneas, también hispánicas. El contenido, la materia
de sus ideas — o ensueños — tiene muy poco o nada
de original, como no lo tiene el de Santa Teresa, San
Juan de la Cruz, Lulio 3' los místicos musulmanes. La
originalidad está donde siempre está ella, en la ex-
presión, en el tono, tenor y acento, en el estilo ínti-
mo, entrañado, no en ía razón — ratio, de reri, ha-
blar— con el logos, sino en el espíritu, en el riiahh,
en el soplo sonoro, que es sustancia de la palabra. Y
todo nos hace creer que aunque el rabino Moisés de
León lo escribiera en arameo lo sintió más bien en
romance español — lengua español (no española),
como aún la dicen — , y, desde luego, no en yidish
ni en neohebreo reformado. La mística es, en su
mayor parte, filología, lingüística. La lengua espa-
ñola pensó y sintió a Dios en Santa Teresa.
Es el Zohar al Antiguo Testamento lo que a éste
436
MIGUEL DE UNAMUNO
y al Nuevo son los libros de nuestros místicos cris-
tianos españoles. Y, en otro respecto, nos recuerda
— y lo entrevio Ariel Bension — a nuestro Quijote.
Simeón ben Yojai se nos representa como un Don
Quijote, caballero andante a lo divino, a la conquista
del otro mundo, el de la allendidad, entre visiones
angélicas, dantescas y cervantinas a la vez. Y con
algo de precolombinas.
Hay en el ZoJiar también un sentido católico, en
la estricta significación de catolicidad, de universali-
dad, admitiendo cualquier influencia que fuera buena,
fuese su fuente judía o no lo fuese. Y si se aparta
del catolicismo • — no de la catolicidad — , en el estre-
cho sentido histórico, es porque su individualismo no
es, como el católico romano, monacal o monástico.
No caben en él monjes ni monjas. "El misticismo
español — nos dice el autor — no idealizó ni el eterno
masculino ni el eterno femenino, sino siempre el eter-
no humano." Y aunque esto no pueda tomarse así, en
bloque, por exacto, como tampoco aquella su otra afir-
mación de que en los místicos hispánicos de las tres
grandes religiones no hay rastro de la influencia de
aquel helenismo que distinguió la obra de los místicos
en los otros países europeos, pues en los nuestros se
siente de continuo a Platón y a los neoplatónicos y ale-
jandrinos, lo cierto es que al Zohar sefardita le aparta
del catolicismo monacal su manera de sentir el amor
entre varón y mujer, con un sentimiento profunda-
mente semítico. Y resulta curioso, por otra parte, que
lo que el Zohar dice del amor de maridaje, entre va-
rón y mujer, para formar la verdadera individualidad
humana, la familiar, tiene un sabor, y un tenor, y un
olor profundamente platónicos y helénicos. No de
monaquismo oriental, que no fué de origen helénico,
sino acaso más bien egipcio.
Con todo ello, el Zohar es un libro de una religio-
OBRAS COMPLETAS
437
sidad hondamente hispánica, ibérica. En él alienta el
cogollo de la fe de nuestro pueblo —la que aún ten-
ga— , desollada de excrecencias escolásticas y dogmá-
ticas, aunque revestida de cendales y velos y mantos
de fantasía. De la fantasía de los que soñaron la vida
del alma en esta nuestra España eterna, la de los tres
pueblos.
PROLOGO A LAS CEREZAS DEL CEMENTE-
RIO, DE GABRIEL MIRO (Barcelona, Altes, 1932.
Edición Conmemorativa, volumen II, XVI + 283
páginas.)
Visité las rumas del moírasteno de Fobiet — aonoe
había estado enterrado Jaime el Conquistador — con
Gabriel Miró ; visita inolvidable. Por cierto que a
Miró lo que no le gustaba era el nombre. "Poblet...,
pueblecito..." ■ — me decía — . Mas al decirle yo que
aquel poblet no significaba pueblecito, sino que venia
de populetimi, pobeda o alameda, exclamó: "Ah, eso
ya es otra cosa; ahora empieza a gustarme el nom-
bre". Es que le sonaba de otro modo en cuanto le
descubrió su aboriginal sentido. El escribió que "la
palabra, esa palabra, como la música, resucita las
realidades, las valora, exalta y acendra, subiendo a
una pureza "precisamente inefable", lo que por no
sentirse ni decirse en su matiz, en su exactitud, dor-
mía dentro de las exactitudes polvorientas de las mis-
mas miradas y del mismo vocablo y concepto de
todos."
En las ruinas de aquel Poblet, de aquella pobeda
catalana, levantina, y en un rincón de uno de sus
claustros, escondido en un agujero del muro, encontró
Miró a un mochuelo, y ahí se puso, delante de mi, de
cuclillas, a contemplarlo. Y allí se estuvo bebiéndole
con sus ojos, también glaucos — esto es : de mochue-
lo— , la mirada glauca. Porque glauco quiere decir
mochuelesco — glaux es en griego la lechuza — , y más
que verde señala fosforescente. Miradas que en la
OBRAS COMPLETAS
439
penumbra, y aun en las tinieblas, iluminan lo que
miran. Y por esto es símbolo la lechuza de la sabidu-
ría, de j\Iinerva, que ve en lo oscuro aunque no ve
en lo claro del medio día, ni menos, como el águila
de Patmos, puede mirar cara a cara al sol. ¡ Aquel
diálogo de miradas entre Miró y el mochuelo, en un
rincón de un claustro de Poblet ! ¡ Cómo lo recuerdo
y lo comprendo ahora !
Porque la mirada glauca y serena de Miró ilumina
cuanto mira y en una luz difusa, como en una nebli-
na de lumbre plenilunar en que todo se exterioriza.
Algunas veces creeríase habérselas con uno de esos
fantásticos peces submarinos, de los abismos oceáni-
cos, que alumbran con sus ojos el ámbito tenebroso
en que se mueven.
Hase podido decir de Miró que en su obra todo
es paisaje, y que si, según Byron, el paisaje es un
estado de conciencia, aquí los estados de conciencia,
los personajes mismos, son paisajes. ¿Personajes?
Mejor los llamó Miró mismo: figuras. Figuras de
patriarcas y jueces, figuras de reyes y profetas, figu-
ras de Bethlem, figuras de la Pasión del Señor, figu-
ras de discípulos, figuras de santos, figuras..., figuras...
Figuras, esto es, algo que se finge, que se hiñe, que
se amasa. Se amasa con masa de luz y de dulce luz
lunar, de esa "luna enorme, ancha y encendida como
el llameante ruedo de un horno", de esa "roja luna...,
alta, dorada, sola con el azul", con fragancia de mu-
jer en la inmensidad, con que abre esta novela de
Las cerezas del cementerio. ¡ Luna y fragancia ! No
sé si alguna vez Miró, que olía tantas cosas — a pa-
dre, a noche, a tarde, a mujer... — , no olió a luna.
No paisajes castellanos, de paramera, de violentos
contrastes, de recortado claroscuro, sino paisajes le-
vantinos, a ras de la mar de la Odisea.
Paisajes de sosiego. "¡ Domingo campesino ! ¡ En
todo, calma sagrada, sol, cielo, paisaje de domingo!''
440
MIGUEL DE UNAMUNO
Y otra vez : "¡ Transcurrirán siglos, más siglos, y
ciencia nueva florecerá en las ruinas de la vieja, y
las magnas soledades del mar y de las sierras se do-
rarán de alegría de sol, recibirán la nevada pureza
de la luna, como en el primer instante de la vida,
como el primer momento de desnudez de la Eva bí-
blica!" Y aquí se nos vuelve Byron, el del paisaje
estado de conciencia, cantando a la mar sobre la que
han pasado los siglos sin dejar una arruga sobre su
frente azul.
Y en estos paisajes, aunque a todo sol plenilunares,
o de eterna alborada, todo género de vivientes, tor-
tugas, pobres tortugas de "aterrada cabecita, chata,
de sierpe" : babosas, "masilla blanda, reluciente, oleo-
sa..., humilde babosa engendrada en la humedad";
moscas..., "algunas pisan y aletean ruidosas encima
de las que han muerto en las orillas de los cristales
y muestran el palpo torcido, las patas dobladitas y
los vientres blancos, secos, rígidos". Y todos estos
vivientes que traman el paisaje, que son paisaje, son,
como el mochuelo de Poblet, fragmentos de la Con-
ciencia Universal, y figuras, figuras de la Pasión de
Dios.
Y hasta los vegetales, los árboles arraigados. ¿ Es
que en "la recogida vida de los árboles" no hay pa-
sión ? Y si no, ¿ cómo Félix, el Félix de esta novela,
podría mantener con la naturaleza un íntimo y claro
coloquio, semejante "al del alma mística con el Se-
ñor" ? La naturaleza para Félix, como para Miró, es
un interior, un paisaje interior, es más que un tem-
plo, es un tálamo, y es una alcoba. Una alcoba. Una
alcoba infinita. Son una misma cosa hierbas y alfom-
bras, parrales y doseles, frutas y joyeles. ¿ Sobre-
realismo? No; sino interiorismo.
Y a ello responde el estilo de Miró, su manera de
tejer y de bordar sus paisajes y sus figuras humanas.
OBRAS COMPLETAS
441
Y de realzar el bordado con los adjetivos más comu-
nes que lanzan tornasoles o mejor tornalunas a una
luz de ensueño. Ni esas figuras hablan como en la
vida exterior, que pasa y se borra, sino como en la
vida interior, que se queda en ensueño, en recuerdo.
En el recuerdo que, como lo comprendió Miró mis-
mo, "les aplica la plenitud de la conciencia".
Que Miró llegó a la contemplación de cómo se
funden el espacio y el tiempo, y por ese camino, al
hoy eterno. Llegó a contemplar "perdido, olvidado o
malquerido el pobrecito instante de lo actual" en "la
augusta soledad divina... del Hoy eterno"; "escuchó
— como el Félix de esta su novela — los pasos de
otra vida, llegada del misterio, caminando encima de
su alma" ; sintió las "aguas lentas, calladas y res-
plandecientes" del "amplio río" de nuestra pobre
vida temporal que se desvanece "entre nieblas azu-
les" ; sintió que "se le deslizaba la vida como una
corriente por llanura y una sensación ¡ tan clara, tan
intensa del olvido!" A las veces leyendo a Miró le
sobrecoge a uno el misterio de una religiosidad bú-
dica, de un eterno recuerdo, de una eternidad hacia
el pasado, de un no principio de la conciencia. Y ese
mismo Félix, ¿qué es sino un recuerdo de su tío Gui-
llermo ? ¿ Qué es esta novela sino un cuento pleni-
lunar de aparecidos, de fantasmas, de ánimas que se
ahogan en la vida que pasa, que se ahogan añusgán-
dose con cerezas del sementerio? Por algo más de
una vez Miró dice "ánimas" en vez de almas. O de
ánimos. Y así cuando doña Lutgarda le puso a Fé-
lix toda la pechuga de un palomo, él se la sirvió, pues
"cualquiera cosa comería éi para no contrariar a
esas ánimas". Sentimiento budista.
Y así se nos aparece de pronto en estas páginas
españolas — era inevitable — el fantasma enorme de
Obermann, la gran figura del silencio helado de las
442
MIGUEL DE UNAMUNO
cumbres de los Alpes, adonde sube volando el águila;
Obermann, aquel que renunció a contarnos el miste-
rio de esas cumbres en una lengua hecha por los
hombres de las llanuras. ¡ Cuánto se me puso en claro
al ver que Miró hace trepar la Cumbrera a su Félix
en imitación del enorme Obermann ! Tanto como al
verle escudriñar en la mirada glauca del mochuelo
de Poblet. "Y Félix subió y besó la yerma cima, en
cuya desolación tuvo la compañía, encontró la con-
fianza de su alma."
¡ Qué de figuras se ven desde esas cimas ! ¡ Figuras
de patriarcas, jueces, reyes, profetas, discípulos, san-
tos, figuras de pasión ! Y esto aunque la cima sea
una suave y blanda llanura costera, a orilla del mar
de Levante, aunque sea la llanura de este mismo mar,
en cuyas aguas tiemble, "gozosamente limpio, nuevo,
el oro de la lumbre de la luna!" ¡Qué figuras puede
fingir, puede heñir desde esas cimas un Obermann le-
vantino, oliendo a almendros y a olivos y a algarro-
bos, que sienta cómo el tiempo se remansa y se de-
tiene en el recuerdo, y que acaso repita con el Ober-
mann de los Alpes suizos, sentado sobre la yerba
corta de las altas praderas y mientras oía el ranz de
las vacas, aquello de "ah, si hubiéramos vivido...!''
Pero Miró, y en esto, por lo demás, lo mismo que
Obermann, su inspirador de un día, vivió,vivió sus
obras, vivió sus figuras de pasión y sus paisajes, los
vivió, o sea que los soñó para siempre. Y aquí están,
lector, entre tus manos. Sólo te queda ahora vivirlos,
soñarlos tú; sólo te queda hacerlos estados de tu con-
ciencia esponjada en la Conciencia Universal.
Aquel trágico Obermann del eterno silencio hela-
do de las cumbres sentenció lo de: "el hombre es pe-
recedero; puede ser, pero, a lo menos perezcamos re-
sistiendo, y si es la nada lo que nos está reservado,
no hagamos que sea una Justicia". Pero no, ni a
OBRAS COMPLETAS
443
Obermann, ni a Miró, ni a mí, ni a ti, lector, nos
está reservada la nada, que es el olvido, porque tú,
lector, revivirás en Miró leyéndole, oyéndole, a la
vez que Miró revivirá en ti. Y ¿quién sabe?, acaso
la eterna Lechuza, la eterna Sabiduría, Santa Sofía,
nos guarda para siempre en el lecho de sus grandes
ojazos glaucos donde el Universo es un paisaje in-
finito y plcnilunar.
SOBRE EL LIBERALISMO (1) EN EL LIBRO
RIEGO, DE EUGENIA ASTUR. Oviedo, 1933, 350
páginas.
Riego, el general don Rafael del Riego, no ha
tenido en la Historia lo que hoy se llamaría buena
Prensa. Convirtióse pronto en un mito, y aún en
menos que un mito: en un hombre, en una enseña,
y el personaje histórico casi se desvaneció. Su le-
yenda empezó ya durante su vida, y cuajó a raíz de
su lamentable suplicio. Así como en la historia lite-
raria de Francia se da el caso de que el autor de
aquel famoso soneto de Arvers, y este Arvers, su au-
tor, no es más que el autor del soneto, así para mu-
chos en España, Riego es el del himno de Riego.
Un hombre, que lo fué de carne y hueso, y sangre y
alma, que se ha convertido en un himno. En la mú-
sica de un himno, pues su letra apenas la conoce hoy
español alguno. No conoce esa letra en que se habla
del Cid, y luego se nombra a Riego: "¿Lució nunca
un día — más grande en valor — que aquel que in-
flamado — nos vimos del fuego — que excitara en
Riego — de patria el amor?" Aun se recordaba éste
cuando era corriente la frase de ser "más liberal que
Riego" ; pero desde que ha empezado el descrédito
del viejo, del genuino y castizo liberalismo español
del siglo XIX, hasta esa frase ha pasado de moda.
Ya no se siente todo lo que había de heroico en aquel
1 Anticipado en el diario El Sol, Madrid, 6 agosto 1933.
OBRAS COMPLETAS
445
constitucionalismo monárquico de tiempos de Fer-
nando VIL
¡ Lo que es en la conciencia de los pueblos el des-
arrollo de una leyenda, de un éxito ! En la del gene-
ral Prim, asesinado en plena calle cuando iba a en-
trar en España el Rey constitucional Amadeo de Sa-
boya, en esa leyenda se cantó: "En el puente de
Alcolea la batalla ganó Prim..." Y todos sabían que
Prim no había estado en Alcolea; pero también que
fué el principal autor de la revolución de 1868. En
el desarrollo de la leyenda de Riego se añadió a su
himno aquella estrofa de : "Aunque Riego murió en
el cadalso, — no murió por ningún deshonor ; — que
murió con la espada en la mano — defendiendo la
Constitución." Ni Prim estuvo en Alcolea, ni Riego
murió con la espada en la mano; con la espada con
que se alzó en Cabezas de San Juan. Pero ambas
expresiones reflejan la Historia íntima, mítica si
se quiere, pero entendiendo que el mito es el entraña-
do fruto de la Historia. Y además, la patibularia
teatralidad de la muerte de Riego, no hirió la ima-
ginación popular como la sonada teatralidad callejera
de la muerte de Prim y del proceso que se siguió. La
muerte de Riego contribuyó, más que a otra cosa, a
engrandecer la figura, ya tenebrosa, de Fernando VH.
El proceso político que del liberalismo español, tan
castizo y a la vez tan clásico, en el fondo tan tradi-
cional del año 12 (1812), ha venido a parar en el
radicalismo actual ; en lo que éste tenga de liberal
no ha contribuido, hay que confesarlo, a remozar y
realzar la figura de Riego. Los españoles de hoy, y
sobre todo los republicanos, los que deben tanto a la
obra de Riego y a los doceañistas, no han empezado
a digerir la historia de hace un siglo. El que traza
estas líneas, y que sintió nacer su conciencia civil y
liberal española el 2 de mayo de 1874, cuando, siendo
casi un niño, vió entrar en su villa natal, Bilbao, a
446
MIGUEL DE UNAMUNO
las tropas liberales, libertadoras contra los carlistas;
que vivió el fragor de aquella guerra civil y había
recibido la tradición oral viva de la de los siete años
—de 1833 a 1840 — , siente en el Himno de Riego lo
que no pueden sentir aquellos para quienes no ha re-
sucitado todavía lo que dormita en el hondón de su
alma.
Hay que añadir que Riego fué monárquico y fué
católico, y que son hoy muchos los que, por falta de
visión y de sentimiento históricos, no se dan cuenta
de cómo el republicanismo laico de hoy nació de la
entraña del constitucionalismo regalista y liberal de
hace un siglo.
* * *
"Eugenia Astur", la autora de este libro, se ha
propuesto presentarnos al hombre Rafael del Riego,
al hombre íntimo y a la vez público, del que se hizo el
legendario y el mítico. Sería excusado el que yo me
pusiese a analizar aquí, para guía del lector, puntos
de Historia política, ni que me detuviese en críticas.
Lo que yo pudiese decir se lo dirá a sí mismo el lec-
tor leyendo el libro. Y no he querido sino indicar el
estado de conciencia colectiva en que vive esta nues-
tra República democrática, que se organiza en "ré-
gimen de libertad y justicia", según reza la Consti-
tución del 9 de diciembre de 1931, y las vicisitudes
por que pasa la continuidad de esa conciencia públi-
ca, que es el alma de la nación. Y a cuyo respecto me
falta hacer una observación final.
Es indudable que el suplicio de Riego fué el golpe
mortal para el absolutismo monárquico borbónico,
pues aunque Fernando VH sobrevivió un decenio a
ese crimen de su régimen, de él surgió, en tiempo
de su hija la niña Isabel, y bajo la regencia de su
OBRAS COMPLETAS
H7
viuda, María Cristina, el movimiento liberal que
produjo la guerra de los siete años: la que acabó con
el Convenio de Vergara. Cristinos se llamó a los li-
berales constitucionalistas, herederos del espíritu de
Riego, que pelearon contra los absolutistas o carlis-
tas — por Carlos María Isidro, hermano de Fernan-
do VII — , y a los que bien se les pudo llamar fernan-
dinos. El cuerpo "injusticiado" de Riego presidía
esa contienda. El crimen real de su suplicio dió muerte
al absolutismo monárquico. Otro suplicio, el fusila-
miento de los sublevados en Jaca contra la dictadura
del bisnieto de Fernando VII, ha sido el golpe mortal
para la ^Monarquía borbónica en España. Sin el fusila-
miento de Galán y García Hernández, habría tardado
acaso más en cuajar el sentimiento de protesta anti-
monárquica en España. Hay, pues, entre ambos su-
plicios un profundo parecido. Y de ambos surgieron
dos leyendas y dos mitos. Pero a la vez, como sucede
siempre, dos contraleyendas, fomentadas más o me-
nos abierta o solapadamente por los mismos que de
sus efectos en el espíritu público vivían. Y así como
esta contraleyenda — legendaria también — culminó en
el caso de Riego en las páginas de los Episodios Na-
cionales de nuestro gran Pérez. Galdós, ¿quién nos
dice que en días venideros, en el régimen en que viva
nuestra España de aquí a un siglo, no surgirá un
genio de la novela histórica — o de la Historia nove-
lada— que dé forma literaria a la contraleyenda — le-
gendaria también — de los injusticiados en Jaca? ¿Y
quién nos dice además que los españoles de 2031, del
centenario de nuestra actual Constitución — que no
llegará seguramente a centenaria, ni muchísimo me-
nos— , no serán tan poco capaces de comprender lo
que bajo la leyenda de Galán y García Hernández se
ha hecho, como se sienten tantos republicanos de hoy
incapaces de comprender lo que se hizo al son del
Himno de Riego? Sobre todo, sí estos republicanos
MIGUEL DE UNAMUNO
no se sienten liberales, o acaso se sienten antilibera-
les, lo que es muy frecuente.
Para comprender mejor el espíritu liberal de la
España de hace un siglo, sirve esta historia de la
vida de don Rafael del Riego, monárquico constitu-
cional y católico liberal.
PROLOGO A LA TRAGEDLA EL HEROE, DE
JOSE CAjMON AZNAR (Madrid, Artes Gráficas
Municipales, 1934, 165 págs.) (1)
El Jurado que había de juzgar las 116 obras tea-
trales presentadas al concurso abierto por el Ayunta-
miento de Madrid para el premio "Lope de Vega",
Jurado compuesto por los señores don Joaquín Alva-
rez Quintero, don Luis Araujo Costa y don Eugenio
Arauz, después de premiar la comedia La sirena va-
rada, de don Alejandro Casona, recomendó otras
seis, y "muy especialmente" el drama El héroe, de
José Camón, pidiendo al Ayuntamiento que la haga
imprimir y editar a sus expensas, "para regalo de
los amantes de las letras".
Conocía yo El héroe, que me lo había dado a leer
mi amigo y compañero — pues es profesor de Historia
del Arte en esta Universidad de Salamanca — , y es-
peraba esta merecida distinción. Lo que le animará
a mi amigo Camón a darse, con más intensidad, al
cultivo de las bellas letras, que le distraerán de otras
andanzas políticas y electorales en que anduvo — y en
compañía mía — y ha reincidido.
El Jurado estima que esta obra dramática de Ca-
món "no se ajusta del todo a la naturaleza de las
obras dramáticas según los modos, gustos y tenden-
cias actuales", juicio que no he de juzgar, pues des-
conozco esos modos, gustos y tendencias, a los que
creo en todo caso pasajeros y variables, convencido
1 Reproducido en el diario El Sol, Madrid, 8 julio 1934.
UNAMUNO. VII.
15
450
MIGUEL DE UNAMUNO
de que son los autores los que los hacen variar. Sobre
todo si no se pliegan a ellos conforme a aquello que
Lope de Vega dijo del vulgo.
El Jurado le cree a Camón un humanista "muy en
el nervio de la antigüedad grecolatina", y no anda
errado en esa creencia. Habla del "empaque orato-
rio del mejor tono" que hay en su obra, y esto del
"empaque" me place. Sí, hay en ella un empaque
barroco más aún que helénico, románico y acaso ale-
jandrino, como corresponde al héroe de El héroe,
que es Alejandro Magno. Y aún más que románico
lo llamaría yo romano-ibérico, y en cierto sentido,
senequiano. Leyendo El héroe, se me vinieron a las
veces a las mientes pasos de Séneca, cuya Medea
traduje hace poco más de un año. Y en cuanto a lo
de ibérico, he de hacer notar de José Camón es es-
trictamente ibérico, un aragonés nacido y criado en
la cuenca del Ebro. ¿ Y no nos ha de recordar en más
de un respecto El héroe de Camón a aquel otro ara-
gonés que fué Gracián, conceptista y senequiano tam-
bién? Y que, como ahora Camón, supo impregnar la
lengua castellana — y aragonesa — "de los jugos y
las mieles, flor de cultura, buen gusto y sabor" de las
letras clásicas greco-latinas, que por sutil modo ha-
cen a este nuestro romance popular castellano, nues-
tro "romance paladino", más hondamente popular,
más castizo, menos ramplón, menos chabacano, sin
que por eso caiga en remilgamientos culteranos y
cultilatiniparlantes. El latín que haya de vivir en
nuestro romance ha de ser latín asimilado, digerido,
entrañado y no pegadizo. Y así es aquí.
De qué buena gana entraría ahora a examinar
— con peligro de divagación — el sentido íntimo, que
podría llamarse filosófico, de El Jicroe ; pero ese sen-
tido no es el verdadero fondo de una obra de arte.
El fondo de una obra de arte, de una obra dramá-
tica, es su forma, su desarrollo, su tono, su empaque,
o B K A C U M L h I A 451
y por eso no he de entrar en lo otro. ¡ Menguada
crítica la que anda buscando la llamada tesis y su-
pone que se ha de ir al teatro a predicar o a demos-
trar algo o — y esto es peor — a resolver algún pro-
blema ético, político, religioso o artístico !
Y, dicho esto, he de felicitar a mi ya dos veces
compañero, de docencia universitaria y de andanzas
políticas, porque se me venga de compañero de le-
tras, y de letras drarnáticas. Y que en esta llamada
República de las Letras contribuya a consolidar, re-
formándola, la constitución estética de nuestro pue-
blo romano-ibérico. Tarea para la que hace falta algo
de heroísmo.
Salamanca, 14 de diciembre de 1933.
PROLOGO AL LIBRO DE JOSE SUAREZ
CINCUENTA FOTOS DE SALAMANCA [Sala-
manca, 1934]
Hay los retratos de paisajes, campesinos o urba-
nos — porque también los de ciudad, los monumentos,
son paisaje — , que podríamos llamar de taller, retra-
tos que nos dan el estado permanente de esos paisa-
jes, y como de estado, suelen ser estadísticos. Vién-
dolos, se ve que esos paisajes han posado, como en
un taller, ante el operador profesional, que les estaba
diciendo: "Miren acá..., aguarde..., ahora..., así."'
Pero el que ha vivido en la familiaridad íntima de
esos paisajes, el que ha convivido con ellos, echa
de menos la captación de uno de esos momentos fugi-
tivos en que el paisaje muestra lo más hondo de su
alma, o un escorzo profundo, un instante de la vida
del monumento o del rincón del campo. Aquellos re-
tratos son buenos para el turista o para el que trata
de estudiar el monumento, para una guía de estudio-
sos de arquitectura. No son de ésos los que ofrece
esta colección.
Hay aquí, además, algunos aspectos recogidos de la
ciudad de Salamanca, en cuanto paisaje, en cuanto
país, que no ha solido ser costumbre recogerlos. Al
que, como yo, ha estado día tras día, durante años,
saludando con la mirada a aquel David con su arpa de
una de las claves de la bóveda de entrada de la
Universidad, ¡ lo que le tiene que decir verlo en el
concreto de una reproducción fotográfica, más preci-
sos a la vista sus contornos ! i Y aquel pino del lia-
OBRAS COMPLETAS
453
mado Jardín Botánico ! i Y aquella parra de la casa
rectoral, a la que hace años dediqué un soneto !
Aquí quedan no sólo trozos sino monumentos del
paisaje urbano, monumental, de nuestra Salamanca.
Quedan para los que los hemos vivido. Y quedan para
que traten de vivirlos los que no los vivieron. Aunque
es ésta una colección más que para guía de forasteros
para recuerdo de los de casa. Que necesita uno recor-
dar, con ayuda del arte, lo que tiene de continuo ante
los ojos. Pues nada más difícil que recordar lo que
se ve, que recordar, sobre todo, los monumentos an-
teriores de lo que se está viendo. Ciertas vistas foto-
gráficas tienen la virtud de una cinta cinematográ-
fica ; no nos dan una instantánea, un estado, sino todo
un movimiento. Y así en algunas vistas de esta colec-
ción he sentido no posar, sino pasar, pasar y quedarse
como hace la vena de un río, algún miembro, alguna
entraña de Salamanca.
PROLOGO A OBRES COMPLETES DE JOAN
MARAGALL. VOLUM XVII. PROBLEMAS DEL
DIA (Barcelona, Sala Parés, Llibrería, 1934, 352 pá-
ginas.)
Hay entre los artículos periodísticos de Maragall
uno — no incluido en este volumen de Problemas del
día — que cabe decir es un espléndido programa y
manifiesto. Es el titulado La gloria y la fama, que
apareció, en el diario barcelonés en que él regular-
mente colaboraba, en diciembre de 1908. "La fama
— decía en él — es el renombre, es el resonar de
nuestro nombre en el oído de las gentes ; pero la
gloria es el reinado, el resonar de nuestro espíritu en
los espíritus." Y así sigue, comparando egregiamen-
te una, la gloria, al amor, y la otra, la fama, al pla-
cer que al amor se acompaña. Y en ese articulo
capital — uno de los mejores poemas, en prosa cas-
tellana, de Maragall — nos habla de la altura que
Dios ha señalado a cada uno, con sólo esta condi-
ción: "Sed puros; sed vosotros mismos." Y luego:
"en las cosas espirituales, mejor trabajas para los
demás cuanto más trabajas para ti mismo". Y al
final del artículo, esta jaculatoria: "¡La pureza. Dios
mío, la pureza ! ¡ La pureza en todo ! ¡ La pureza de
intención al menos ! Porque yo sé bien, sin embargo,
la fuerte propensión siempre, la baja necesidad a ve-
ces, de dar nuestro nombre a nuestras cosas."
¡ Y cómo, al releer este artículo, para elevarme y
entonarme al ir a prologar estos Problemas del día,
cómo sentí en la hondura de mi espíritu el resón del
OBRAS COMPLETAS
455
espíritu del puro, del glorioso y no famoso Maragall.
de mi Maragall ! Del poeta. Poeta en todo ; poeta en
verso catalán, poeta en prosa castellana. No escribió
— que yo sepa, al menos — novelas, ni libros de histo-
ria pasada — que de ordinario no pasan de arqueolo-
gía, o sociología, que es peor — , ni de erudición lite-
raria, ni de sistema filosófico. Y, sin embargo, sus ar-
tículos son permanente sustancia de historia — vale
decir a la vez que novela — y de filosofía de la vida.
En estos pequeños ensayos está su nobilísima alma.
Escritos al día, en un diario público — no esos dia-
rios íntimos en que el autobiógrafo se esclaviza — , son
para siempre, como con arrogante expresión dijo el
glorioso Tucídides de su vivida y viviente Historia
de la guerra del Peloponeso, de la que él presenció y
sintió y en que actuó a su modo. Un historiador así,
un comentador al día y para siempre, de historia, de
la vida civil, que pasa y aun pasando queda, un histo-
riador así es un creador — un poeta — de historia.
Hace historia contándola. Porque la historia es más
que lo que materialmente — iba a decir objetivamente,
pero me doy cuenta de no saber qué es objetivo...
ni material — pasa, lo que los hombres sueñan que
pasa, sueñan que ha pasado. Y Maragall sí que soñaba
lo que pasaba en torno suyo • — y dentro de sí — , y se
lo hacía soñar a los que le oían. ¿Le oían? Sí; por-
que en el artículo sobre El Derecho nuevo leeréis
aquí que "la Prensa es un aspecto de la oratoria".
Y los artículos de Maragall son orales, son palabras
más que escrito. ¿Quién ha dicho que las palabras
vuelan? Según en qué sentido. Vuelan, pero se po-
san. ¿ Frases ?, ¿ frases decís ? Leed en el artículo
Crispí el dictador lo que acerca de las frases hace
decir al Crispí viejo nuestro puro y glorioso poeta.
Este sentimiento y esta contemplación de la ver-
dadera historia, de lo que pasa y queda, es esencial en
Maragall. Cabe decir que era no sólo su estética, sino
456
MIGUEL DE UNAMUNO
su ética, su filosofía y hasta su religión. Tratando de
detener la luz y el calor, o la tiniebla y el frío, del
momento histórico, le encontramos entero y verda-
dero. Y resuena en la entereza y la verdad de nuestro
espíritu. Releyendo estos artículos suyos — sobre todo
los de 1898, el año de nuestra gran revelación — , me
he acordado de aquello de su Cant espiritual, de que
guardo la primera copia que hizo antes de hacerlo
imprimir y que me envió no bien lo había compuesto.
Es donde dice, en su glorioso y puro catalán, que si
el mundo es tan hermoso, i qué más nos puede dar
el Señor en otra vida? Y donde canta su temor a la
muerte. Y donde nos dice que querría detener tantos
momentos de cada día y hacerlos eternos dentro de
su corazón. Y luego: "¡Tanto da! Este mundo, sea
como fuere, tan diverso, tan extenso, tan temporal;
esta tierra con todo lo que en ella se cría es mi pa-
tria. Señor, y ¿ no podría ser también una patria ce-
lestial?" ¿Que por qué acabo de poner en prosa
castellana lo que él, Maragall, cantó en verso cata-
lán? Para sugerir cómo cuanto él nos dejó en sus
artículos en prosa castellana no es sino la otra cara
de cuanto en sus poemas catalanes nos dejó. Y si no,
leed el final de su artículo La espaciosa y triste Es-
paña — que no figura en este volumen — , donde dice :
"Vivir quiero conmigo y nada más, como el gran
poeta castellano con que empecé este escrito, yo que
en castellano escribo. Ahora y en su lengua — ¡ tan
hermosa ! — , nada más sabría decir. Porque también
tiene cada lengua sus destinos."
Sí; cada lengua tiene sus destinos. Y entre los
destinos de la lengua castellana, era uno hacer decir
a pensadores y sentidores catalanes para todos los
que son capaces de pensar y de sentir en castellano,
aunque no sean castellanos — yo no lo soy — , dichos
que en su tono y resón no diría un castellano. Mara-
gall es de la casta espiritual a que pertenecen, entre
OBRAS COMPLETAS
457
otros, Balmes, Milá y Fontanals, Ixart, Duran y
Bas... De este sentido tomaron no poco, entre otros,
don Marcelino Menéndez y Pelayo, el santanderino,
y don Francisco Giner de los Ríos, el rondeño. Es
lo más característico de ese sentido su common sense,
a la escocesa, ya que la filosofía escocesa tan bien
prendió en Cataluña, y baste recordar, además del su-
sodicho Balmes, a Lloréns, que no es precisamente
nuestro sentido común - — opuesto al propio — , sino
lo que ellos, los catalanes, llaman seny y que no sé
si traducir sensatez, sesudez o cordura. Que no es el
ingenio castellano o el aragonés, el de Quevedo o el
de Gracián, sino algo menos áspero y menos trági-
co. Sesudez que a los que hemos vivido nuestra ma-
durez — aunque nuestra niñez y mocedad se hayan
hecho en otra parte, vera a la mar — en la alta meseta
castellana — tcrra endiiis, ampia es CastcUa — . lejos
de la mar resonante, se nos antoja a las veces una
potencia demasiado tierra a tierra, a ras del suelo y
no a empuje de vuelo, tímida, casera, hogareña. Y...
conservadora. En rigor, histórica. Aunque este an-
tojo nuestro sea, desde el otro punto de vista, muy
discutible. Porque cuando decimos a ras de tierra,
hay que pensar la tierra de que se trata y si no hay
un ras de cielo que corta vuelos.
Ese scny, esa cordura a ras de tierra, que quiere
detener cada momento que pasa, es el historicismo
que hace de Maragall un poeta, un creador, tanto en
sus poesías en catalán como en sus artículos en cas-
tellano. Nada en él de metafísica, ni de mística tam-
poco. Y menos de la mística que desde el maestro
Eckart, el dominico tudesco, hasta nuestro San Juan
de la Cruz, el carmelita castellano, se hunde en la
contemplación — adquirida o infusa — de un Dios fue-
ra del tiempo. He escrito alguna vez que la historia
es el pensamiento de Dios en la tierra de los hom-
bres, y ahora añado que la filosofía no es sino la
458 MIGUEL DE UNAMUNO
historia del pensamiento humano, pensando el pensa-
miento de Dios. La historia "no se equivoca nunca
ni hay camino perdido en ella, sino que los hechos
históricos llevan su razón de ser en sí mismos", nos
dice Maragall en su artículo La democracia, y ello
suena a una sentencia hegeliana. Pero es más bien...
escocesa, o mejor, catalana. Ahora, si los paisanos de
Maragall se resignaron siempre a la historia...
¡ Y cómo vivió, cómo sintió, y sufrió y gozó y soñó
Maragall nuestra historia española ! No he podido
volver a leer sin una profunda renovación de mi es-
píritu los artículos que escribió en 1898, el año de
nuestra gran revelación y nuestra gran tragedia. Y
más yo, a quien se coloca en la que han dado en lla-
mar la generación del 98, la nuestra, la mía y de
Maragall. Lo que he sentido y resentido releyendo
La escuadra que va a Filipinas y El discurso de Lord
Salisbury y La obsesión y... El final de La obsesión
— que el lector verá luego — , llora como llora aquello
de la Oda a Espanya :
E^pnnyn, /•.r/)nj?vfl — retorna en tu,
arrenca el plor de marel
Y todo esto es patriotismo, hondo patriotismo es-
pañol, ibérico si se quiere. Y a la vez patriotismo
universal, ecuménico, católico. Hay aquí, en este vo-
lumen, un artículo titulado El pensamiento español,
en que Maragall, basándose en Durán y Bas y en
don Víctor Arnáu y don Javier Lloréns — todos del
seny — , nos habla de la España intelectual del año 54
— ¡ del siglo XIX, claro ! — , y tengo por seguro que el
título del artículo le fué sugerido por el título del
periódico en que Balmes exponía su política tradi-
cionalista, monárquica y conservadora. No he de en-
trar aquí a comentar lo que nuestro Maragall dice
del "genio castellano", de "su simplicidad interna, su
altisonancia, su espíritu aventurero", porque me he
OBRAS COMPLETAS
459
propuesto no meterme en nada de aquellas disonan-
cias y discordancias que hicieron más rica y más viva
y más completa la consonancia y concordancia que en
tan íntima y pura y gloriosa amistad hermana nos
unió, y me limito a señalar cómo el pensamiento es-
pañol de jMaragall fué hondamente balmesiano. Véase
el artículo: La juventud conservadora. Y véase en el
articulo La democracia una anticipación de lo que
después ha dicho sobre la "minoría selecta" nuestro
José Ortega y Gasset, el de "la rebelión de las ma-
sas".
Otro de los artículos históricos — poético-históri-
cos — para mí más significativos, es el que dedicó a
la Necrología de don Francisco Silvela, que don
Eduardo Sanz y Escartín leyó en la Real Academia
de Ciencias Morales y Políticas. Releyéndolo hame
vuelto a aflorar a la conciencia española una visita
— para mí inolvidable — que hice a don Francisco Sil-
vela después que éste huyó de la política y se reco-
gió en sí mismo, y un artículo que sobre este reco-
gimiento — más que retirada — hube de publicar en un
diario bonaerense ^. ¡ Qué hombre aquel don Fran-
cisco ! "Trágica figura la de don Francisco de Silve-
la, y su memoria objeto de piedad, no de rencor", nos
deja dicho JMaragall. Y "su excelencia estaba en ser
un político normal en estado normal". Y, ¡es claro!,
en su España, país enorme — más que anormal — y
en estado enorme, Silvela tenía que resultar trágico.
Silvela, hijo de un afrancesado amigo de Moratín, y
él con sangre francesa ■ — o belga— y habiendo respi-
rado el aire fino y alto y claro de Madrid, no podía
emparejarse ni con el malagueño — y eso que él me
parece que tuvo concomitancias con Málaga — Cáno-
vas del Castillo, a quien sus idólatras le apellidaron
"Políticos y literatos" en La Prensa, Buenos Aires, 1 ene-
ro 1904. Lo inclui en el tomo IV de mi De esto y de aquello.
460
MIGUEL DE UNAMUNO
el Monstruo, dictado que delataba su enormidad en
la España enorme de Restauración, ni con Sagasta,
"el único politico francamente español de este fin de
siglo", que dice Maragall. Ni el historiador y literato
malagueño, ni el ingeniero riojano creo que sintieran
las extrañas inquietudes trascendentes de Silvela.
Las que le llevaron a su retirada y recogimiento fina-
les. "Fué un escéptico y un pesimista", dicen los que
recuerdan lo de que España, según él, no tenía pulso.
Y el que esto escribe ahora, que sabe muy bien lo
que es escepticismo y lo que es pesimismo y lo que los
demás creen que son, comprende toda la hondura de
la comprensión y de la compasión — o piedad — que
Maragall tuvo de Silvela. ; Trágica figura ! ¡ Y trá-
gico destino ! Más trágico que el de los finales de
Cánovas, de Canalejas y de Dato. Que no es la san-
gre lo que hace la tragedia. Y si hago destacar este
artículo de Maragall es para que se vea cómo el
cantor de Juan Garí, del conde Arnáu y de Serra-
llonga sabía penetrar en otros espíritus trágicos y
en otras tragedias espirituales.
He dicho que Maragall soñaba al día, pero para
siempre, hacia de la actualidad perennidad o perpe-
tuidad, en rigor; posibilidad. Y no digo eternidad
porque esta categoría ha tomado un cierto sentido
spinoziano que no cuadra muy bien con el seny ma-
ragalliano. Estos artículos, de actualidad permanente,
son ahora, en este 1934, actualísimos. Leed, por ejem-
plo, lo que nos dice del parlamentarismo. Y eso aunque
a las veces uno — uno u otro — no concuerde con él.
Porque esto, ¿qué importa? No conozco majadería
mayor que la de un sujeto que cuando oye a otro
le interrumpe diciéndole: "¡No estoy conforme!,
¡no estoy conforme!" Por mi parte huyo de aquellos
de quienes se me dice: "Le gustará a usted; piensa
como usted". ¡ Horror ! Para pensar como yo me bas-
to — y aun me sobro — yo mismo. Y es por esto por
OBRAS COMPLETAS
461
lo que le debo tanto, tanto, a IMaragall, al escritor
público, al corresponsal privado, al entrañable amigo,
porque, como dije antes, nuestra consonancia y con-
cordancia se basó, además, en disonancias y discor-
dancias. Y como presumo que el lector — mío y de
Maragall — no ha de ser de esos mentecatos que co-
locan a los pensadores, sentidores y soñadores de
derecha y de izquierda, sé todo el fruto que ha de
sacar de la lectura de estos Problemas del día. Del
día y de siempre.
Al final del segundo artículo que dedicó Maragall
a la obra De las formas de gobierno ante la ciencia
jurídica y de los hechos, de don Damián Isern — otro
hombre de seny e historicista — dice que libros así
son raros en España, que ése será tal vez cree poco
leído porque, "desgraciadamente, aquí no se leen li-
bros serios, y casi, casi, de ninguna clase: pero en
cualquiera otra nación habría metido mucho ruido y
sido objeto de grandes alabanzas". Y acaba felici-
tando al "distinguido publicista que, aun sabiendo todo
esto, no ha vacilado en consagrarse a trabajo de tal
aliento, entendiendo con ello servir desinteresadamen-
te a la ciencia y a la patria". No sé si todavía tiene
algún lector esa obra de don Damián Isern; yo por
mí parte no la he leído ni sé de ella más que lo que
Maragall nos dice, pero no creo que se lean en Es-
paña "libros serios". Es decir, según de qué seriedad
se trata, porque si es de seriedad pedagógica o socio-
lógica, francamente..., ¡pero basta! Ahora lo de
meter ruido, ¡ qué mas da ! ¡La fama, el renombre,
meten ruido, pero no la gloria, glorioso y no famoso
Maragall mío ! Tampoco él, mí Maragall, nuestro Ma-
ragall, se preocupó de meter ruido, y menos en aquella
Barcelona covarda i cruel i grollera, vanitosa, arrau-
xada i traguda, en aquella marmayiyera endiablada, co-
quina i traidora, pero riallera y que tan dentro de
sí la sintió, la vivió y la soñó su cantor glorioso.
462
MIGUEL DE UNAMUNO
aquella su Barcelona, la gran encisera ; no se preocu-
pó de meter en ella ruido, sino que dia a día, pero
para siempre, fué preparando para llevar al viejo
Brusi artículos, como los de este volumen, con que
servir desinteresadamente a la historia de la patria.
En otro artículo titulado Papel viejo y que no figura
en este volumen nos habla Maragall de un periódico
viejo que llegó a sus manos. Y después de muy sen-
tidas y bien soñadas observaciones, añade: "Dejo el
periódico viejo y me parece que acabo de leer el
diario de hoy. Aquella sensación de tiempo que me
sobrecogió al abrirlo se ha disipado; no sé si tengo
quince años menos o si el diario tiene quince años
más de su fecha; pero si me pongo a teorizar sobre
las noticias, sobre los hechos, sobre los hombres que
me han aparecido a través de estas páginas, estoy
cierto de escribir un artículo de actualidad; y me ad-
miro, con una especie de delicia, de lo poco que el
fondo de las cosas y el mío propio han camljiado.
¿Estaremos ya viviendo la eternidad y será lo tem-
poral apariencia?".
¿Lo oís, lectores? Oirlo, ¿eh?; oírlo y no sólo
leerlo ; ¿lo oís ? ¿ Oís esas palabras del glorioso y
puro autor del elogio a la palabra, a la palabra y
no a la letra? ¿Lo oís? Pues yo no sólo lo he oído,
sintiendo en mí el resón de su voz viva, del aliento
de su voz, que le oí en su propia casa, sino que estoy
cierto de estar escribiendo un prólogo de actualidad
permanente, y "me admiro, con una especie de deli-
cia, de lo poco que el fondo de las cosas y el mío
propio han cambiado". Así, puro y glorioso Mara-
gall, mi Maragall, nuestro Maragall, estamos vivien-
do la eternidad, y lo temporal no es más que apa-
riencia.
Y luego acababa: "¿Os hace viejos el que des-
apareciera Napoleón? No; pero esto hizo viejos a
vuestros abuelos que lo habían visto; y ¿qué ¡es
OBRAS COMPLETAS
463
importaba a ellos de César y de Alejandro? Lo mis-
mo que a generaciones futuras les importará de Bis-
marck. Porque, creedme, César, Alejandro, Napo-
león y Bismarck están en el fondo de todas las gace-
tillas y en la cifra de todos los telegramas". ¡ Verdad !,
¡verdad! — y ¡hermosura!, ¡hermosura! — , como en
el fondo de todas las actuales gacetillas españolas y
en las cifras de todos nuestros telegramas están Sil-
vela y Sagasta y el almirante Cervera y Durán y
Bas, y Balmes, y está sobre todo la revelación y la
tragedia de 1898 y está todo aquello a que Maragall,
nuestro ]\Iaragall, le dió el sello de la perennidad
del día, todo aquello que, sosegadamente, sin meter
ruido, olvidando el cuño por el oro de ley, fué dejan-
do en estos artículos volanderos de vuelo para siem-
pre. Que fué dejando aquel "gran intuitivo", como
acaba de llamarle Juan Estelrich en su libro Fénix,
dedicado al espíritu del renacimiento — o renaixcnra,
si queréis — , que fué dejando con — traduzco —
"aquella unción serena que prácticó en casa nues-
tro Juan Maragall".
Y basta ya, que he de dejarle para que tú, lector,
lo tomes. Y Dios quiera que en tu espíritu resuene el
suyo como ha vuelto a resonar, al volverle yo a
leer, en el mío.
Salamanca, abril de 1934.
PROLOGO A RETABLO INFANTIL, DE MA-
NUEL LLANO. Santander, 1935, 135 págs.
En el verano del año próximo pasado, el de 1934,
hallándome en la Universidad de Verano de la Mag-
dalena, de Santander, se me llegó mi buen amigo
José María de Cossío, el de la casona de Tudanca
— la Tablanca de Peñas Arriba, de Pereda — , donde
había yo vivido años antes algunos de mis días más
íntimos y más densos, y me habló de Manuel Llano
y de su obra literaria, y más que literaria, poética,
en prosa. Me hizo leer Brañaflor y La Braña, y que-
dé, no prendado, sino prendido, de esa obra. Y luego,
del autor, al conocerle y al mejer mi mirada con
la mirada de Llano. Hacía tiempo que no había re-
cibido yo una tan honda y entrañada impresión de
un joven. ¿Joven? No; mejor será decir de un niño,
fuere cual fuese su edad. Un niño más que maduro
por experiencia de vida. Y yo un viejo aniñado ya.
"La niñez es la antigüedad del alma", proclama-
ba yo por aquellos días en la Magdalena al leer y
comentar mi drama El Hermano Juan. Y en la obra
como en el espíritu de Llano respiré siglos quietos
de niñez antigua, de antigüedad niña. De una niñez
montañesa mítica y trágica, amasada con entrañas
de montaña.
Por ella pasan — y quedan — vidas quebradas, re-
signadas, doloridas, de inválidos, de desvalidos, de
inocentes, de maniáticos. Todo un mundo brizado
por el rumor del río Nansa, que, peñas abajo, va a
morirse en la mar. ¡Aquel pobre tío Victoriano, que
OBRAS COMPLETAS
465
va por el mundo a mendigar para su nieta y al vol-
ver trayéndola, amén de mendrugos, una cinta y una
muñeca, se encuentra con que la llevan a enterrar !
¡ Aquel hidalgo don Francisco, "con su bastón negro,
con su levita recosida, con su sombrero lleno de agu-
jeritos en las alas", que vive de una vaca rubia, y
oculta su miseria y de noche hace hurtos inocentes !
Y tantos más. Y en torno de todo esto, animándolo,
otro mundo — el otro mundo — , un mundo de mitos
y fábulas y leyendas — lo que se llama ahora folklo-
re— en que se barajan el ojáncano (especie de cí-
clope), las anjanas, él trasgu, la guajona, el arquetu...,
¡ qué sé yo ! Un otro mundo entre homérico • — paga-
no— y bíblico — precristiano — . Y para revelárnoslo,
una lengua también, a su modo, entre homérica y bí-
blica, una lengua de niñez secular, antigua y de ma-
ñana y de siempre.
Pues lo que más me ganó y prendió a la obra de
Llano fué su más íntimo fondo — el fondo de su
fondo — o sea su lengua. Llano tiene más y mejor
que el conocimiento de la lengua castellana monta-
ñesa; tiene el sentimiento de ella. Leyéndole, dejé de
señalar vocablos, giros, frases, ritmos sobre todo,
para abandonarme al encanto de su dicción. Y al final
de su Brañaflor escribí — con lápiz — esto:
Palabra que oi de niño
y no he vuelto más a oír;
palabra toda cariño
que ¡e hace al sueño dormir.
Cuento fresco como el alba
cuando el sol va a despuntar,
cuento sin fin que nos salva,
cuento de nunca acabar... (1).
Recordé mi estancia años atrás en Tudanca, y esto
me trajo a Pereda, uno de cuyos primeros libros
1 Incluida en su Cancionero, n.° 1.736, Buenos Aires, Losa-
4a, 1953.
466
MIGUEL DE UNAMUNO
— no sé si el primero — prologó mi paisano — aun
tanto más de él — el vizcaíno encartado-montañés
Trueba, el de Montellano, el campesino. ¿Y Pereda?
Pereda era más bien costero y callejero, de las calles
de Santander que dan al mar. Vió la montaña y la
braña con ojos de lince y retentiva de cámara oscura
más que la sintió con pecho infantil. Y la expresó
con cierta castiza retórica urbana. ¡ Qué diferencia
de sus evocaciones de la mar en Sotilesa a las de la
montaña en Peñas Arriba! Yo le arranqué, aquí, en
Salamanca, a orillas del Tormes, la confesión de que
no le gustaba el campo. Hombre' de la tradición li-
teraria de Amós de Escalante, de Evaristo Silió, de
don Marcelino, de los literatos profesionales de un
mundo santanderino más que montañés. En cambio,
el de Llano me recordaba el de aquella Tudanca en
que el maestro. Escolástico, hacía salir a los niños
de la escuela a ver pasar las vacas. Los tipos de
Pereda están burilados por un hombre de letras y...
de luchas políticas además. Los de Llano nos llegan,
peñas abajo, desde las nubes de las cumbres, donde
moran las anjanas y los zorros blancos y las mozas
del agua, envueltos en la melancólica neblina de una
antigüedad infantil, de una infancia antigua. Así los
vi con mis anteojos, que son como los anteojos del
tío Angel, el del rebato "El Sabio", que figura en este
libro que prologo. Y conste que nada me ha molestado
más que el que me llamaran sabio. Pues fuera del
campo, en las ciudades, y sobre todo en las universi-
tarias, suena, o mejor: ¡sabe eso tan mal!
Entonces me ofrecí espontáneamente a Llano a
presentarle a mi público, y aquí estoy a cumplir mi
ofrecimiento.
Y ahora, ¿ qué voy a deciros, lectores, sobre lo que
vais a leer en este Retablo iiifautilF ¿Qué del pobre
viejo niño loco "Don Anselmo", con su levita — ¡ es-
tos pobres hidalgos campesinos de levita raída ! —
OBRAS COMPLETAS
467
que entretiene a los niños ? ¿ Qué de la tía Esperan-
za ? i Qué de todo este mundo ? Y sobre todo, a ver
si encontráis alguna de esas palabras de cosas, de vi-
siones, que no habéis oído después de la niñez y que
os vuelven a ella, y a ver si vuelve a prenderos el
cuento de nunca acabar. A oír los sones de la flauta
de piedra. Que — nos dice Llano — "sólo la podían
oír los pastores viejos, los caminantes que tenían hi-
jos, los mozos que tenían hermanos pequeños". Y ii
cultivar la antigüedad del alma. Que esto es clasicismo.
Salamandra, setiembre de 1935.
PROLOGO AL LIBRO ¡ZAS! (GULLIVER EN
EL PAIS DE LA CALDERILLA), DE JOSE
DIAZ MORALES. (Madrid, Agencia General de Li-
brería y Artes Gráficas, 1936, 270 págs.)
Al autor de estas hojas volanderas, aparecidas pri-
mero en Heraldo de Madrid, tengo que decirle que-
no es su labor más fácil que aquella de hinchar un
perro de que habló el consabido loco cervantino. Que
hinchar un átomo — o una perra chica — es más tra-
bajoso que comprimir una estrella. ¿ Paradoja ? Sí ;
como aquella de que habla este autor mismo de que
se llame fiesta de paz a que se estruje él los sesos
sobre las cuartillas para que el censor, desde la có-
moda poltrona del Gobierno civil, se dedique a tachar
con lápiz rojo el producto de sus desvelos. Pero sería
peor que estas hojas resbalaran secas, amarillas y
ahornagadas, como hojarasca de otoño, sobre el pú-
blico de lectores.
Difícil tarea la de ir recogiendo el suceso cotidiano
y clavándole en crónica con un comentario. André
Gide se ha dedicado a coleccionar faits divers, lo que
llamamos gacetillas, y a conservarlas. Y no es lo más
importante que sean de aparente significación. Cual-
quier suceso se presta cuando se le calan las entrañas,
trágicas o cómicas. Pero ha de ser principalmente
suceso — o hecho — y no comentario de suceso. Me
explicaré.
La enfermedad íntima del teatro, de la literatura
dramática, consiste en que se hace teatro de teatro,
que cada saínete, comedia, drama o tragedia se saca
OBRAS COMPLETAS
469
de otras obras teatrales y no de la vida social inme-
diata. Y los actores a su vez se hacen en escena. Y
esto pasa con la literatura periodística. Se comentan
comentarios de otros periódicos. Y hay más, y es que
los escritores escriben para otros escritores. ¡ Qué
pocas veces se desentraña un oscuro suceso ocurrido
en una remota aldea serrana y que tenga más conte-
nido humano, eterno, que la gacetilla metropolitana
del día ! Y por esto me permito recordar al autor de
estas hojas heráldicas que se vaya a buscar asuntos
fuera del ámbito estrecho y sofocante del mundo li-
terario y político. A buscar jirones de niebla en
otras alturas y en otras honduras.
Y digo esto de los jirones de niebla para respon-
der a una invocación que el autor de estas hojas me
dirige en la titulada Burla- y desprecio de lo cohe-
rente. En la que recuerda a aquel Augusto Pérez, el
héroe — ¡ héroe, sí ! — de mi novela Niebla, que vino
a probarme que él me ha hecho más a mí que yo a
él, y que los que llamamos entes de ficción son más
reales, más objetivos, más históricos que nosotros los
de carne y hueso..., también ficticios. Y me invita
este autor a que me burle de lo coherente y lo des-
precie. ¡ Ah, si eso bastase de por sí para que las
gentes se sumergiesen en la niebla de la íntima vida,
que es poesía !...
En otra de sus hojas recuerda este autor cómo al
decirme uno que pretendía conocer mi obra — es de-
cir, conocerme — , que se había enterado que también
tengo hecha —no meramente escrita — poesía, le con-
testé : "¿ También ? No ; también he hecho lo demás."
Y así es, porque mi principal oficio — misión — ha
sido recoger jirones de niebla. Y una de esas reco-
gidas fué aquella mi última lección de clase al ju-
bilárseme, a que asistió este autor y la comenta aquí.
Y Dios se lo pague.
Y pensando en la hoja recordatoria que aquí se le
470
MIGUEL DE UNAMUNO
dedica al entierro de Cajal, no sé ni cuántos ni cuáles
acudirán a mi entierro. Lo que deseo es que me
entierren, que me adentren en sí aquellos que me
hayan leído. Que son los que me han hecho. Uno de
ellos el autor de estas hojas. Y no me importa cómo
me haya visto. ¿ Es que yo me veo mejor a mí mismo?
Y me encaro así, alma a alma, con el autor de
estas hojas volanderas, porque la historia y la litera-
tura la estamos haciendo así, los historiadores y los
literatos, mirándonos los unos a los otros. Pero en
nuestras obras, en nuestros hechos. Cuando la gace-
tilla no sirve para hacer psicología histórica, para
hacer historia para cuajar nieblas humanas, no sir-
ve para nada.
Es lo que a modo de programa tengo que decirle al
autor de estas hojas volanderas. Y que si ellas se
pudren en el campo de las letras, sirvan de mantillo
para otras producciones de venideras primaveras.
Salamanca, 16 de cuero de 1936.
SEGUNDA PARTE
CONFERENCIAS Y DISCURSOS
(1896-1935)
SOBRE EL CULTIVO DE LA DEMOTICA
(Estudio leído en la Sección de Cien-
cias Históricas del Ateneo de Sevilla
el 4 de diciembre de 1896.)
Señores :
Pocas cosas han dado más torcidos prejuicios al
espíritu que un cultivo vicioso de la Historia, cultivo,
sobre ser meramente libresco, radicalmente incien-
tífico. Conocidísima es en España aquella división
de la ciencia humana en Historia, Filosofía y Filo-
sofía de la Historia; como si la historia sin filosofía
fuera ciencia y no más que materiales para constituir-
la, y tuviera realidad la filosofía sin hisloria. Toda
ciencia es una filosofía de una historia, una organi-
zación mental de hechos observados.
Mal grandísimo es el de confundir con los hechos
meros relatos de ellos, y lo que es aún peor, no de
hechos propiamente tales, sino de simples sucesos.
Suele, en efecto, estudiarse los pasajeros fenómenos
que se suceden en el tiempo sin enderezar su estudio al
de los permanentes, que quedan cual fondo y modo de
constitución de los pueblos. Con completar la llamada
historia externa con la que suele llamarse interna,
sólo en parte se corrige el tradicional daño, ya que
nos las muestran de ordinario yuxtapuestas y no como
las caras de una misma y sola realidad, como revela-
ción la una de la otra. La historia, hasta no ha mu-
cho, y aun hoy en día en no pocos de sus pretendidos
cultivadores, no ha salido del periodo meramente des-
474 MIGUEL DE UNAMUNO
criptivo, entrando, cuando más, en el de clasificación.
Y la ciencia digna de este nombre sólo empieza allí
donde la comparación analitica empieza. Sobrábale,
pues, a Schopenhauer razón cuando negaba el título
de ciencia a la historia, y digo adrede que le sobraba
por ser tan malo el que sobre como el que falte la
razón. No vió bien el genial pensador que no es la
historia más que almacén de materiales para la socio-
logía, ciencia que nunca vislumbró Schopenhauer.
Entre los males que se deben a la historia tal y
como se ha venido cultivándola, no es uno de los me-
nores cierto historicismo ayuno de todo sentido his-
tórico ; pues es cosa frecuente, y digna de toda refle-
xión, la de que sean los que más se atiborran la mo-
llera de viejas historias y de empolvados cronicones
los que más suelen destacarse por su casi absoluta
carencia de lo que se llama sentido histórico.
Es fuerte cosa, a la verdad, el que se tenga por
hombre poco culto al que ignore quiénes fueron o qué
es lo que hicieron Alejandro Magno, Julio César o
Felipe II, y se encuentre naturalísimo el que este
mismo ignorante desconozca la ley de la renta, lla-
mada de Ricardo, o la de la selección natural, siendo
así que éstos son verdaderos hechos históricos, he-
chos — facti — resultados del eterno hacerse — fieri — ,
mientras las hazañas de Alejandro, César o Felipe
no pasaron de meros sucesos, pasajeras manifestacio-
nes del suceder de los hechos; sucesos, cuyo valor
científico se reduce a ser síntomas de hechos tales
como la ley de la renta, la de selección natural y otros
análogos.
Ha llegado a ser la historia conocimiento de mero
ornato y ostentación, material de citas para lucimien-
to de quien las aduce con mayor o menor pertinencia ;
ha llegado a cobrar en el comercio de las ideas el va-
lor que en el de los objetos materiales algunos de
éstos, tales como el diamante, cuya utilidad intrín-
OBRAS COMPLETAS
475
seca es bien escasa. Estímase por muchos en más un
conocimiento histórico cuanto más raro, y no faltan
espíritus que dediquen largas vigilias a averiguar si
Nabucodonosor, o como se diga hoy, comía con tene-
dor o con cuchara, o cosas análogas. Y así es como
el eruditismo histórico ahoga el vigoroso pensar, fo-
mentando la radical pereza mental, mientras nos su-
giere la ilusión de que trabajamos en algo serio. No
conozco vicio alguno mental que pueda compararse
al eruditismo historicista, ni que más dañe al verda-
dero progreso del espíritu humano y a la libertad de
éste, como no sea el oratorismo, que no raras veces
suele ir de la mano de aquél. El verdadero sentido
histórico se ahoga bajo el historicismo de los erudi-
tos ; el verdadero sentido político y social bajo la
manía amplificadora de los oradores.
Pasan por las crónicas los que han metido bulla en
la historia, los mil bullangueros, y no los miles de
millones de silenciosos, pues se oye más a uno que
grita que a mil que callan. Es la historia la memoria
de los pueblos, y en ella, como en la de los individuos,
yacen inmensidades en el fondo insondable del olvido,
mas no allí muertas, sino vivas, obrando desde allí,
y desde allí vivificando a los pueblos.
Es corriente doctrina en psicología la de que no
hay impresión alguna recibida que del todo se borre,
sino que se precipitan al lecho de nuestro espíritu,
yendo a engrosar en él el riquísimo sedimento que allí
yace sepultado, mas no muerto, por debajo de la con-
ciencia, en el insondable campo de lo subconciente.
¿ Quién no se sorprende al encontrarse de pronto con
una extraña lumbre, como con un destello de inspi-
ración, venido no se sabe de dónde ni cómo ? Y no
ha venido, no, de lo alto ; ha surgido de dentro, de las
profundidades del propio espíritu. El numen, el miste-
rioso numen, ¿es algo más que una revelación súbita
476
MIGUEL DE UNAMUNO
de lo que dormita en el fecundo fondo del olvido?
Muchas brillantes imágenes que, como por arte de
mágico encantamento, se nos presentan de súbito, no
pasan acaso de ser reminiscencias de olvidados sue-
ños, reflejos tal vez de frescas visiones de la niñez
remota, de aquella santa edad en que, siéndonos todo
verde, vivía nuestro espíritu apegado al mundo como
a la materna placenta el pobre feto que no ha sentido
aún la primera angustia del nudo del aire ambiente en
la garganta, la angustia de respirar que le hace llorar
por vez primera.
No es pertinente que divague yo ahora y aqui
acerca de esto de la conciencia, la subconciencia }'
la inconciencia, por ser nociones éstas que corren hoy
con toda facilidad por la ciencia, convenientemente
endosadas y garantidas. Son moneda científica co-
rriente, bastándome con recordar a los oyentes tal
doctrina.
Lo que a los individuos sucede también a los pue-
blos. Su espíritu colectivo, el V olksgcist de los ale-
manes, tiene su fondo subconciente, por debajo de la
conciencia pública, que es la única que en la historia
se nos muestra.
Háblase de comiin de conciencia pública y de es-
píritu público, sin discernir bien la diferencia me-
diante entre ambos. La conciencia pública, lo que
suele llamarse opinión, es lo que se manifiesta al ex-
terior, lo que constituye la vida histórica, lo que
pasa a los cronicones y memorias y periódicos ; y el
espíritu público es algo más y más hondo y más per-
manente; es la resultante de la totalidad toda de la
vida del pueblo, con su inmenso lecho de tendencias
subconcientes, con el riquísimo fondo en que palpita
el silencioso sedimento de los siglos hundidos en la
tradición.
¿Habéis parado alguna vez la atención en el la-
briego que sale al campo cada mañana con el sol, y
OBRAS COMPLETAS
477
cada tarde, con él, se vuelve a dormir el reconfor-
tante sueño en el duro escaño de la alquería ? ¿ Qué
es para él la historia, lo que dicen los papeles ? ¿ Qué
las hazañas de los grandes capitanes, cuando no van
reducidas a cantares que le lleven el compás del bai-
le? Él vive con todo rigor en la eternidad más que
en el tiempo; en el permanente fondo de los hechos
sociales, más que en la pasajera forma de los suce-
sos históricos. Él forma parte del protoplasma social,
del plasma germinativo, del eterno Pueblo, perdura-
ble materia prima de donde surgen los pueblos pasa-
jeros que aparecen y desaparecen con más o menos
ruido en la historia, como se levantan en el mero
pellejo del insondable océano las olas que van a rom-
perse belicosamente en crestería de espuma contra las
rocas, o lamiendo en paz, con mansedumbre, la playa.
Permitidme que repita aquí algo de lo que en algu-
na parte tengo dicho, y lo amplíe un poco.
Hay en el océano islas asentadas sobre una inmensa
vegetación de madréporas, que hunden sus raíces en
lo profundo de los abismos invisibles. Por encima
de las olas surge la isla, que no suele ser más que
la cresta de alguna inmensa pirámide submarina.
Una tormenta podría devastar a aquélla, y si es na-
ciente, hasta hacerla desaparecer algún cataclismo;
mas volvería al cabo a surgir gracias a su basa-
mento, a la silenciosa y oscura labor de las perdura-
bles madréporas, que sin cesar se sustituyen unas a
otras. Así en la vida social asiéntase la historia sobre
la labor silenciosa y lenta de las oscuras madréporas
sociales enterradas en los abismos sub-históricos, bajo
la historia, en la labor del labriego que con el sol
nace y con él vuelve a su oscuro hogar, y que ento-
nando cantares arrastrados y largos comr) el surco del
arado, esparce en la madre tierra el humilde grano,
sustentador de la vida.
Sí en lento descenso del nivel del océano fueran
478
MIGUEL DE UNAMUNO
desapareciendo poco a poco las aguas que nos celan
los abismos iríamos viendo cambiar paso a paso los
contornos de los continentes e islas, y por consiguien-
te de los mares y golfos, enlazarse islas antes sepa-
radas y modificarse la geografía toda del mundo tal
cual figura en las proyecciones de los ordinarios ma-
pas. Y si las aguas se evaporaran todas, quedándose
la tierra en seco y mostrándonos su continuidad real,
¿qué sería de nuestras gigantes montañas de hoy?
Sírvenos en la geografía de común medida el nivel
del océano, como nos sirve en la historia el nivel del
olvido. ■
¡Ah!, si descendieran las aguas del olvido, bajo
las cuales palpita la tradición eterna de los pueblos
y sobre las que se alzan los espectáculos de la histo-
ria; si descendieran esas aguas, ¿qué sería de la
grandeza de los grandes hombres y de los grandes
sucesos, al verlos mero vértice de poderosas pirámi-
des subyacentes? Porque tal genio que aparece soli-
tario en la historia, dominando a una época, es como
tal islote que se alza en la inmensa soledad del mar,
siendo, en realidad, mera cresta de imponente macizo
submarino. Son los zancos los que hacen que se nos
aparezcan muchos, grandes; los zancos, enterrados
bajo la historia, y con que vadean las vastas llanuras
del olvido. Son a lo sumo los grandes hombres el es-
píritu de su tiempo y de su pueblo hecho carne indi-
vidual; marchan a la cabeza empujados por la masa
e indicándonos el curso de ésta, mas no guiándola.
Creer que determinan los grandes procesos es como
creer que las oscilaciones del barómetro determinan
las de la presión atmosférica. En ellos se hace con-
ciencia más o menos clara el espíritu del pueblo ;
son el órgano de tal espíritu, el instrumento de que
se sirve éste para adquirir conciencia de sí mismo.
Por ellos adquiere un pueblo conciencia refleja propia,
mas no son ellos quienes se la dan.
OBRAS COMPLETAS
479
Entre el fondo subconciente de nuestro espíritu
y su conciencia hay corrientes de mutua relación, de
acciones y reacciones recíprocas, obrando el fondo
sobre la superficie y ésta sobre aquél, y sirviendo la
superficie en realidad de campo en que se efectúa el
comercio de nuestro espíritu con el mundo exterior.
Lleva el núcleo permanente de nuestro espíritu, lo
que podemos llamar propiamente nuestro "yo", lo que
de veras nos pertenece y constituye, una como atmós-
fera que lo envuelve, protegiéndolo, y a la vez ponién-
dolo en relación con el mundo exterior; y hay, de
otra parte, en el mundo que nos rodea honduras eter-
nas, permanente núcleo, sagrado fondo, que se halla
cual envuelto en otra atmósfera de pasajeros fenó-
menos que lo celan y protegen, a la vez que nos lo
revelan y comunican. De ordinario no se ponen en
contacto y acción mutua más que las dos atmósferas,
la nuestra y la de fuera, y por ellas se comunican
mediata y trabajosamente las eternas honduras de
nuestro espíritu y las eternas honduras del mundo en
que vivimos. Mas hay santos momentos en que com-
penetrándose las dos atmósferas llegan a no formar
más que una sola, y a llevar en su seno a nuestro
permanente "yo" y al permanente fondo del mundo
a tal contacto, que nos da la verdad vivificadora y
eterna, la verdad de salud.
Como hay corrientes entre nuestra profunda vida
y nuestra vida de conciencia las hay entre la vida pro-
funda de los pueblos y su vida histórica. El espíritu
público condiciona y determina a la conciencia pública,
siendo a la vez por él condicionada. Así como no cabe
señalar en el alma humana la línea divisoria entre su
honda vida subconciente y su vida de conciencia, así
tampoco cabe señalar precisa y clara línea de demar-
cación entre la profunda vida de los pueblos, la que
resulta de los cotidianos afanes y los diarios cuida-
dos y empeños de los humildes, y la vida pública que
480
MIGUEL DE UNAMUNO
se refleja en la prensa, en los comicios, en las asam-
bleas, en las instituciones históricas, en los ruidosos
sucesos que se archivan en todo género de cronicones.
A cada paso un estado de conciencia desaparece
como tal en el individuo, hundiéndosele en el rico
poso de la inconciencia ; a menudo un ejercicio se
nos hace hábito; y a menudo también surgen a la
conciencia, en hondas crisis espirituales, en verda-
deros cataclismos psíquicos, las profundidades de ella.
En los pueblos ocurre lo mismo. Caen instituciones
históricas en el fondo de la vida difusa de las muche-
dumbres, redúcense antiguas leyes a costumbres ju-
rídicas, a la vez que brotan de los senos abismáticos
de la vida popular arraigados sentimientos, viejos há-
bitos o seculares prejuicios.
¡ Solemnes son las crisis espirituales en el alma
humana; las augustas horas en que parece que arran-
cado el hombre al tiempo, se afronta con la eternidad ;
los misteriosos momentos en que, llegando con nues-
tro permanente fondo al fondo permanente de las
cosas, se decide la suerte y el porvenir de nuestra
vida ! Despierta en el alma entonces la voz de sus
antepasados, la de la naturaleza misma de que salió;
parece que revive en ella la humanidad toda que en
sí lleva condensada. A las veces se le rebela entonces
el salvaje que llevamos dentro, mal refrenado por la
costra de cultura, resquebrajándola cual un volcán
extinguido que de pronto se encendiera con violenta
erupción.
Hay también en los pueblos solemnes crisis del
espíritu público, augustas horas que deciden de su
porvenir. Despierta entonces en ellos la silenciosa
voz de los pasados siglos, la tradición viva, o ya se
encabritan las hordas salvajes que, mal enfrenadas
por la máquina política, se agitan en toda sociedad
humana, por culta que parezca. Son las revoluciones,
en que el permanente núcleo del espíritu público lie-
OBRAS COMPLETAS
481
ga a ponerse en inmediato contacto con el fondo per-
manente de sus instituciones históricas.
En la literatura misma obsérvase esas mutuas co-
rrientes de vivificación y a la vez la diferenciación
sin marcados límites entre poesia popular, semipopu-
lar, popularizada y erudita.
Conviene aquí hacer notar que si por poesía po-
pular ha de entenderse aquella realmente anónima e
impersonal, cuyas manifestaciones sean directas hijas
del pueblo todo, tal poesía no existe. No es posible
que el pueblo todo dé forma a un solo pensamiento
poético; necesita siempre de órgano individual, de
poeta. El pueblo da la materia, la forma la da un
poeta. Lo que suele a veces ocurrir es que la modi-
fica otro, y un tercero la retoca, y la remodifica un
cuarto, y corre así de uno en otro, poniendo en ella
algo todos. O ya surge de fusión de versiones dife-
rentes, cual se ve en no pocos de nuestros romances.
¿Qué es, después de todo, el genio poético en la
más profunda y más genial de sus manifestaciones?
Es el individuo más pueblo, el que mejor resume el
espíritu de las muchedumbres, el que hace en sí pen-
samiento individual y concreto los vagos anhelos so-
ciales, el que satisface a la materia poética popular,
que, como toda materia, apetece forma. Es el hombre
que por recoger en sí más del alma popular más
personal aparece, es el pueblo hecho hombre para
encarnar sus imaginaciones poéticas. Los grandes
genios de la literatura han informado materia poética
difusa en la tradición del pueblo.
¿Qué relaciones hay, por otra parte, entre la le-
yenda y la historia? Es la leyenda la historia hecha
carne del pensar del pueblo y trasformada en éste
hasta alcanzar la eterna verdad poética, mil veces más
verdadera que la más escrupulosamente documentada
ín cronicones y memorias, con exquisito esmero es-
482
MIGUEL DE UNAMUNO
cribaiiesco. La honda vida de los pueblos, su vida ín-
tima, antes hay que ir a buscarla en las leyendas
que a los cronicones. Al suprimirse necesariamente
en la historia mil incidentes, miles de términos de
ligazón, por ser imposible narrar absolutamente todo
lo pasado en su entera complejidad; al pasar lo su-
cedido a relato histórico, defórmanse necesariamente
las cosas. La historia es ya selección y condensación
de sucesos; es a la realidad pasada lo que un mapa
topográfico a la realidad de un terreno. Y aquí acude
el pueblo a hacer del mapa paisaje, a organizar lo
inorgánico de la historia en leyendas y mitos, a su-
plir con vivos símbolos las muertas representaciones
esquemáticas, a dar carne al esqueleto. Acude con la
fantasía, verdadera retina del alma, según decía
Carlyle al asentar que vemos con la fantasía por la
ventana del entendimiento. Sin sentido poético no
cabe verdadero sentido histórico, y ¿quién más que
el pueblo, ete-rno depositario del sentido poético, del
alma de la niñez de la humanidad, puede darnos con
él el verdadero sentido histórico?
¡ Pobres meticulosos hechólogos y entomólogos de
la historia, a la caza de gacetillescos sucesos que en-
casillar en sus ordenados cajoncitos ! ¡ Pobres com-
pulsadores de fechas y sabuesos de minucias ! Ya la
tienen cogida ; ya atraparon la verdad en aquel pre-
cioso palimpsesto ; ya dieron con el nombre exacto del
personaje en aquel pedrusco desenterrado por la reja
del arado ! ¡ Qué doctas disertaciones nos esperan !
Ya atraparon la verdad.
¡ La verdad ! ¿ La verdad ? ¿ Qué saben lo que es
la verdad fecunda y viva, la eterna coherencia, la
verdad poética, es decir, creadora, todos esos escara-
bajos peloteros de la erudición histórica?
En el puente de Alcolea
la batalla ganó Prim.
U D i\ ^ ^> \^ U i\i I 1^ n. 1
decía una canción popular, y aunque no hubiera ha-
bido gacetillero alguno que advirtiese la presencia
del popular caudillo en tal batalla, dice la copla una
profimda verdad, como lo ha hecho ya notar el señor
Machado.
¡ El mito ! El mito es mil veces más verdadero que
el personaje histórico, y no pocas, cuando se forma
ya aquél en vida de éste, le guía, le domina, le dirige.
¡ Cuántos y cuántos grandes hombres no llegan a ser
más que meros instrumentos de la idea que de ellos
se ha formado el pueblo a que sirven ! Y así, creyen-
do dirigirlo, son en realidad por él dirigidos, meros
órganos de su conciencia, indicadores de sus movi-
mientos como el manómetro de la presión de una
máquina.
Hanse escrito voluminosas vidas de la Virgen Ma-
ría, siendo así que cuanto de ella y de su vida nos
cuentan las fuentes evangélicas cabría muy holga-
damente en un papel de cigarrillo. Mas es que ha
vivido durante siglos en la conciencia de los pueblos
cristianos, cual dulce y sereno Ideal de la Madre,
vida más intensa y honda que la mezquina y pasajera
vida de muchos hombres de carne y hueso, pelotea-
dos por las olas de la historia en el mundo de los
sucesos transitorios.
Esa profunda tradición, oculta en los senos del es-
píritu público, encerrada en su subconciencía, esa
tradición que se revela en cuentos, leyendas, relatos
y narraciones, es la que pretende explotar y sacar
a luz, haciendo de ella material científico, el folklore,
o demótica.
^'eamos qué puede ser la demótica.
No hay hecho alguno insignificante, salvo para los
hechólogos, para los que nada ven (ietrás de él y
del conjunto de que forma parte. En el que nos pa-
rece más mezquino y despreciable se condensa, en
-tot m I Lr u rL ju u n u i\ ^ m u i\ yj
cierto modo, una eternidad de tiempo y una infinitud
de espacio. Es cada hecho el punto de confluencia de
todos los que en el tiempo le precedieron y de todos
los que acompañaron a éstos en coexistencia, y a la
vez, de todos los que con él coexisten y de todos
los precedentes a éstos; es resultante de todos los
hechos presentes y pasados. Todo es causa de cada
cosa. El movimiento de la más lejana estrella, de un
remotísimo sol, imperceptible aun para el más poten-
te telescopio, influye por reflejos de reflejos en casi
inacabable serie e infinita cadena de acciones y re-
acciones, en el más humilde suceso de mi vida; in-
fluye en éste en una proporción infinitamente infini-
tesimal, en proporción, la mera insinuación de cuyo
cálculo sumiría en terrible vértigo al más potente
genio, pero al fin y al cabo influye en él.
No hay hecho alguno insignificante para el que
sabe ver el universo todo en una gota de agua, la
inmensidad que se abre al telescopio en la inmensi-
dad que se abre al microscopio, lo infinitamente gran-
de en lo infinitamente pequeño, un sistema planeta-
rio en cada molécula química y a la vez una molécula
en cada sistema planetario. Un hecho es todo o nada,
según se le mire, y si se le mira bien, todo y nada a
la vez, el infinito en el cero, o más bien, el infinito
multiplicado por cero, un número cualquiera, un he-
cho cualquiera en buenas matemáticas filosóficas. Y
así, se le restablece en su verdadera posición. Lo
único de que debemos guardarnos es de examinar un
microbio con telescopio y una nebulosa estelar con
microscopio; pues es el mejor modo de no ver nada y
de perder la vista natural al cabo.
El comprender con viva comprensión que no hay
hecho alguno insignificante y que un hecho en sí no
es nada sino en cuanto refleja la vida toda universal,
es la comprensión que sobre todo constituye el rarí-
simo sentido científico, contrapuesto no pocas veces
OBRAS COMPLETAS
485
al llamado, con mayor o menor propiedad, sentido
común.
El sentido común es el que juzga de las cosas con
los comunes medios de conocer, tomándolas en bruto
y bloque, dentro de las ilusiones constitucionales de
nuestra mente. En un país en que un solo hombre
conociera el microscopio y se sirviese de él, acaba-
rían por declarle loco de remate y totalmente insen-
sato, si comunicara sus observaciones, celando su ori-
gen, a los que sólo ven a simple vista. Mas es también
cierto que quienes no se quiten nunca el microscopio
de los ojos fácilmente se romperán la crisma contra
una esquina. Sucédeles a los hechólogos de toda
laya lo que dice el proverbio alemán: que los árbo-
les les impiden ver el bosque.
No ya es frecuente que el sentido común ahogue al
científico en vez de concertarse con él, sino que nada
es más corriente que encontrar el sentido propia y
perfectamente incientífico, la radical ceguera en com-
prender la esencia, el valor y el alcance de la especu-
lación filosófica, confundiéndola con fines prácticos
inmediatos. ; A dónde vamos ?, se preguntan a cada
paso, preocupados con la solución de un problema,
y estimando tiempo perdido el que se emplee en su
estudio si al fin y al cabo no da con la apetecida
solución quien lo emprendiera, aunque al término de
su labor se haya adelantado algo en la vía explorativ;..
Olvidan que lo más vigoroso del esfuerzo mental se
emplea en plantear los problemas ; que para hacerlo
debidamente se exige a las veces siglos enteros, des-
pués de repetidas intentonas y continuo tejer y des-
tejer.
¡ Cuán arraigado se halla el modo de pensar que
si fuese llevado a su integridad toda nos haría supo-
ner que la fisiología enseña a digerir, la lógica a
discurrir y la gramática a hablar ! Y es, sin embar-
go, lo cierto que habrá mayor proporción de dispép-
486
MIGUEL DE UNAMUNO
ticos entre los dedicados a estudios fisiológicos que
entre los que no se dediquen a estudio alguno. Si
alguien dijera que echaron a andar los astros según
las leyes keplerianas así que el insigne astrónomo las
hubo descubierto y formulado, tomariamosle todos por
loco a quien tal dijese, no obstante lo cual, en en-
trando en el campo de las ciencias sociales, morales
y politicas, es frecuente suponer que la explicación
de un hecho lo produce, que la ley precede al hecho
y lo determina, y es algo sustantivo diferente de éste.
Son muchos los que discurren sobre la tácita suposi-
ción de que los hombres hubieran fundado los casti-
gos en la creencia del libre albedrío, y en virtud de
tal inconciente supuesto exclaman con la simplicidad
mayor del mundo: "Si se probara que no hay tal libre
albedrío, ¿qué sería de la sociedad?" Que es como si
dijéramos: "Si se probara la inutilidad de suponer el
éter medio que con sus vibraciones produce la luz,
¿qué sería de la del sol que nos alumbra?"
Aduzco estas breves consideraciones para denun-
ciar la profunda ausencia de sentido científico que
delata la obsesión constante de la finalidad inmediata
práctica de una doctrina, y la inquietud por saber -i
qué ha de conducir tal cual investigación. La fe cien-
tífica, la honda y verdadera fe, que más que en creer
lo que no vimos consiste en crear lo que no vemos,
confía en que toda indagación lealmente científica,
es decir, analítica y comparativa, lleva a algo ; sabe
que los grandes descubrimientos surgen de improvi-
so, resultan de una labor tal vez no enderezada a
conseguirlos. La naturaleza se abre toda entera y sin
reserva a quien a ella todo entero y sin reserva se
entrega. Busquemos la verdad, y todo lo demás se
nos /dará de añadidura.
Poco a poco y con pertinaz constancia se va exten-
diendo en vasto campo infinidad de sillares. Aquí y
allá se levanta uno sobre otros dos, hay pequeños
OBRAS COMPLETAS
487
macizos, montones de ellos, teorías sueltas. ;Qué di-
ríamos del que, soñando en la futura pirámide, no
se rebajase a aportar un sillar suelto y dejarlo
allí, junto a los otros, sin aparente enlace ni co-
nexión actual con ellos? Pues tal sucede con los que,
perdiéndose en fantásticas síntesis históricas, o me-
jor, pseudohistóricas, o en oratorias amplificaciones,
desdeñan la labor de recolectar elementos para la
demótica, de reco^jer humildes hechos enterrados en
la profunda vida de los pueblos, leyendas o dichos que
son tal vez el último resto de potentes mitologías ente-
rradas en el augusto silencio de los siglos dormidos.
Hay una frase hondamente profunda que he oído
contar de un campesino andaluz, y es ésta: "Desengá-
ñese usted, señor, en este mundo, todo lo sabemos
entre todos." Si, en el mundo, lo sabemos todo entre
todos, y en mutua ayuda y excitación recíproca des-
cubriremos en nuestras honduras mismas lo que, no
estando vivo en ellas, no sabemos que sabemos. A los
sencillos y a los humildes, a los que no buscan se-
gundas intenciones en las cosas, es a los que muchas
veces mejor se revela la verdad, la primera inten-
ción de las cosas, con lenguaje que de puro sencillo
no logramos entenderlo los demás.
¡ Qué de ideas no descubre una inquisición pacien-
te enterradas en el seno de los idiomas humanos 1 La
más sencilla palabra, aquella en que no paramos nues-
tra distraída atención, de puro usarla, cela en sí teso-
ros de enseñanza, es el último producto de largos
procesos de ideación colectiva en el espíritu de un
pueblo; es el resultado, a presión de atmósferas secu-
lares, de ingentes fermentaciones.
De buena gana me detendría aquí a mostraros la
verdad de lo dicho con ejemplos, a presentaros el
cómo de las ideas, las preocupaciones, los ideales, las
instituciones mismas por que ha pasado un pueblo,
han dejado su huella en tal cual olvidado vocablo,
488 MIGUEL DE UNAMUNO
que rodando de boca en oído y de oído en boca, no
deja en la conciencia de quienes lo pronuncian y
oyen la rica semilla que lleva en sí, semilla que en-
cierra todo un árbol de hondas raíces, de extensa
copa y de exuberante fronda. Y si tanta filosofía
guardan los simples vocablos y las meras frases, ¡ de
cuánta no irán preñados los dichos y dicharachos,
los refranes y proverbios, los cantos y cantares, los
cuentos y leyendas !
Para hacer que toda esa filosofía surja de ellos no
hay más que un camino: la comparación. Con ella
empieza la ciencia propiamente dicha, puesto que
ciencia no comparativa no es en rigor tal ciencia.
El que sólo su lengua sabe — decía el gran Goethe — ,
ni la suya propia la sabe propiamente. Quien cono-
ce un solo organismo animal sólo puede conocerlo
por el examen comparativo de sus partes, y en rea-
lidad ni aun así cabe decir que lo conozca, mientras
no lo compare con otros.
Es en la demótica la primera labor y la más oscu-
ra y abnegada, la de recopilar datos con fidelidad fo-
nográfica y fotográfica, tal y como ellos se nos dan,
sin deformarlos. De la comparación de todos ellos,
de los recogidos aquí y allí, en los países más diver-
sos, surgirá al cabo la luz. No hay que forzar la ex-
plicación de las cosas ; precísase dejar que, ordenán-
dolas y clasificándolas convenientemente, se expli-
quen ellas solas a nuestros ojos. Cojed extremidades
anteriores, y en esqueleto, de diversos mamíferos;
alineadlas meramente con espíritu comparativo y
clasificativo, según sus mutuas analogías y diferen-
cias, y mostrad la línea, o más bien el verdadero ár-
bol, a un niño, y la doctrina de la unidad de tipo que
va trasformándose de uno en otro caso acabará por
surgir en su mente.
Todos hemos sido niños y casi todos hemos olvi-
dado nuestra niñez, la que llevamos cual núcleo de
OBRAS COMPLETAS
489
nuestra alma en el lecho de ésta. Olvidados de que es
el niño el maestro del hombre, pasamos junto a ellos
sonriendo, cuando más, al espectáculo de sus ino-
centes juegos. Y sin embarc^o, así como el embrión
humano pasa en su desarrollo por fases correspon-
dientes a aquellas por que debió de haber pasado el
género humano en su proceso filogenético, así tam-
bién sucede en la vida del espíritu de los pueblos, re-
presentando la imperfecta sociedad infantil en el seno
mismo de nuestras sociedades un estado de espíritu
colectivo por el que éstas atravesaron en su infancia,
bien que alterado no por poco por el ambiente en que
los niños viven. De generación infantil en generación
infantil trasmítense tradiciones, hábitos e ideas que
acabamos por olvidar de adultos ya, estados de espí-
ritu que son cual sagrado depósito de otras edades
confiado a la inocencia de la niñez.
Vosotros sois la sal de la tierra — podríamos decir
a los niños — , y si la sal se desvaneciere, ¿ con qué
será salada? Dejad que los niños se acerquen a mí,
decía el Divino Maestro. Creed que los niños son los
inocentes justos ante quienes se detiene la corrup-
ción que en todos tiempos y lugares corroe a las so-
ciedades humanas, son la levadura de éstas. Nada
más sagrado que un niño, guardián de la eternidad
en el tiempo, ante quien es una tremenda realidad
el misterio del porvenir. Quien mata a un hombre
— y hay muchos modos de matarlo dejándole con
vida — , mata una carrera conocida ; quien mata a un
niño no sabe si mata los destinos de un pueblo.
Cuando vuelvo con amor la vista a aquellos años
frescos en que en santa simplicidad de espíritu y to-
mando las cosas de primera intención, me bañaba
en las aguas vivas de un mundo para mí entonces
virgen ; cuando evoco de las profundidades de mi alma
el alma de mi niñez y me esfuerzo por recobrar
aquella infantil mirada pura que purificaba cuanto
490
MIGUEL DE UNAMUNO
veía, ábreseme inmenso campo de ideas fecundas y
potentes.
Llevado por aficiones e ideales al estudio de los
problemas económico-sociales, he reflexionado mu-
chas veces sobre las formas sencillísimas, mas alta-
mente sugestivas, con que en los niños se muestran
el sentimiento y el concepto de propiedad; y sobre
las primitivas formas que en ellos adoptan las rela-
ciones que de la propiedad derivan. Los tratos y con-
tratos, trueques y retrueques, y cambalaches de toda
clase que establecen entre sí los niños ; el uso de
vistas, santos o figuras, cromos de las cajas de ceri-
llas, a guisa de moneda ; sus sociedades de coparti-
cipación y el reunir en común sus cosas para jugar
a partes; la ardua cuestión de decidir a quién corres-
ponde un objeto que uno vió y otro cojió el primero
del suelo ; mil relaciones más se prestan a atento es-
tudio, y con los datos que acerca de ellas mi memoria
y la observación de los actuales niños me va suminis-
trando, espero constituir material para un ensayo.
Recuerdo, entre otras cosas, perfectamente que a
la mera dación de un objeto no se le concedía valor
jurídico entre los niños de mi tiempo y allá en mi
pueblo — Bilbao — , y que sólo se estimaba fuerte la
donación mientras no exigiese el dador que se le de-
volviera el objeto donado. Mas si al recibir uno el
objeto recitaba el sacramental
Santa Rita, la bendita,
lo que se da, no se guita;
si me quitas, ya verás,
en el infierno pagarás,
adquiría valor solemne y duradero la dación, pasando
a ser trasmisión de propiedad y no de posesión tan
sólo. Y así mismo se cerraban los tratos graves y so-
lemnes dándose las manos derechas los contratantes y
partiendo un tercero con la palma de la suya el lazo
de aquéllas. Y si a esto añadimos la solemne forma
OBRAS COMPLETAS
491
del juramento consistente en besar los dos índices
en cruz, diciendo "por ésta", ; quién no descubre en
todo ello profundas analogías con las fórmulas sacra-
mentales del Derecho romano, y en lo hondo de las
infantiles la misma filosofía que en lo hondo de las
romanas ?
Por no hacerme inacabable, no prosigo en indica-
ciones de hechos concretos, que a haber llenado de
ellas esta conferencia habría ella dejado de ser lo
que me propuse hacerla. Terminaré con una última
reflexión.
Acentúase hoy en todo el mundo culto una vigo-
rosa corriente de democratización del arte, corriente
que, iniciada en Inglaterra, merced sobre todo a los
esfuerzos de Ruskin, va extendiéndose por todas
partes. Trátase de llevar la belleza a donde quiera, de
hermosear los objetos de cotidiano uso doméstico,
los más familiares utensilios, de poner al alcance de
todos lo bello, de hacer constante preocupación la
preocupación estética, de embellecer el hogar, de dar
con el arte, ornato y decoro a la vida, ya que la
belleza sólo le da la justicia.
Tal movimiento sólo puede ser fecundo en fructuo-
sos resultados a virtud de otro correspondiente a él
y con él concurrente; a virtud de que se vaya a bus-
car en el seno mismo del pueblo la materia prima del
arte con que se trata de dignificarlo. Hay que devol-
verle lo suyo propio, embellecido y purificado; todo
lo demás es inútil. Hay que mostrarle la belleza
misma de su alma, para que se vea, se conozca, se
sienta y cobre fe en sí mismo, fe robusta, trasporti-
dora de montañas y madre del ideal.
Ha de ser un proceso de conjunción análogo al
que en la labor secular siguen la naturaleza y el arte
humano, pues es la más honda función de éste reve-
larnos a aquélla, purificándola a la vez. El arte y la
492
MIGUEL DE UNAMUNO
naturaleza se hacen mutuamente. La más honda tras-
cendencia de la pintura de paisaje, por ejemplo, es
educarnos la visión a ver la natural belleza de todo
paisaje; el arte es el que embellece a la naturaleza
al enseñarnos a verla bella. Cuando lleno el hombre
de interior belleza embellezca con su mirada cuanto
vea, ¿para qué más arte? El hombre humanizó a la
naturaleza a la vez que se naturaliza sumergiéndose
con amor en ella, y así se sobrehumaniza, elevándose
por encima del hombre ligado al terruño, y sobrena-
turaliza a la naturaleza al hacerla obra suya. ¡ Her-
moso sueño el sueño del sobre-hombre, que obsesionaba
al pobre Nietzsche, en el seno de una sobre-natu-
raleza !
Un proceso análogo ha de cumplirse entre el mis-
mo arte y el pueblo, que es naturaleza, la verdadera
y propia naturaleza humana. A medida que el arte
se popularice se hará más artista y más culto el pue-
blo, y así se podrá llegar al ideal del arte humano, a
un arte popular de pueblo artista.
¿Qué mejor vía para preparar tan altos destinos
que sumirse en el pueblo a extraer de él los tesoros
vivos que encierra? Tal el fin de la demótica, hu-
milde siempre en su aparición primera.
* * *
En esta región sevillana, donde, como en cada re-
gión, especiales instintos artísticos del pueblo piden un
arte popular especial, es donde se inició en España
la abnegada labor de la investigación demotística.
Está, pues, obligada a resucitar y fomentar un estu-
dio casi muerto en la tremenda y general apatía
mental, que sume a España en una verdadera charca
de rutina y de ramplonería literarias, artísticas y cien-
tíficas.
Salamanca, noviembre d" 1^96. (Del manuscrito
autógrafo del autor.)
DISCURSO LEIDO EN LA SOLEMNE APER-
TURA DEL CURSO ACADEMICO DE 1900 A
1901 EN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
Excmo. e limo. Sr. :
Al abrirse a los jóvenes estudiantes un nuevo cur-
so, en esta solemnidad de su inauguración pública,
nada más propio, sin duda, que dirigirles en alocu-
ción exhortativa consejos sobre el ánimo con que
han de perseguir sus estudios, y advertencias respecto
a lo que de ellos debemos esperar.
Los últimos reveses de la patria nos han ocasio-
nado, a vueltas de su maleficio, un saludable efecto,
cual es el de hacer que convirtamos a nosotros mis-
mos nuestras miradas para esforzarnos con ahinco
en conocernos mejor. Y en este prurito de propia
inquisición es la enseñanza pública uno de los insti-
tutos sociales a que más nuestro examen de concien-
cia se endereza, ya que es en los jóvenes en quienes
ha de poner la patria sus esperanzas más corrobora-
doras. Mal pueden, en efecto, darle nueva vida los
que en la antigua fraguaron su espíritu. A vosotros
los jóvenes toca disipar la plúmbea nube de desaUen-
to y desesperanza que a tantos cela la ruta del por-
venir. Sois vosotros los que tenéis que descubrirnos
a España y marcarla luego un fin, que no lo es ella
en si misma.
Los que a otras actividades que no la vuestra vier-
tan su espíritu, podrán preocuparse más exclusiva-
mente en hacer a España vigorosa, grande, opulen-
ta, y llenarán, de cierto, su deber al hacerlo, pero
494
MIGUEL DE UNAMUNO
vosotros debéis considerar que no es la patria un fin
sustantivo, sino medio más bien para que mejor nues-
tro destino humano cumplamos, y habéis de buscar,
con esto en consonancia, a qué propósito hayan de
ordenarse el vigor, la grandeza y la opulencia que
para ella ambicionamos si es que han de descansar
sobre sólidas bases. Vosotros habéis de ser mañana
ministros de la reflexión común, y a reflejar con
plena conciencia el espíritu de la comunidad habéis
de tender desde luego. En el seno mismo de esta
comunidad patria, en los anhelos genuinos del pueblo
de que somos parte, es donde hemos de ir a desper-
tar el ideal dormido, pues toda realidad por algún
ideal vive, ni le hay, en rigor viable y fecundo más
que en las entrañas de la realidad misma. Para ello,
os lo repito, menester os es descubrirnos a España.
Descubrirnos a España digo, porque si es cierto,
como por muchos se nos asegura, que su mayor ri-
queza material en su subsuelo se esconde esquiva
mientras araña el labriego con el tradicional arado
la ligera capa que la recubre y vela, en su subsuelo
espiritual también, en los no escudriñados soterraños
de su cotidiana vida colectiva yace tal vez el venero
de su renovación futura mientras seguimos arañan-
do con nuestra crítica y apologética en las humosas
glorias de su capa histórica. Tenéis que descubrir a
nuestro pueblo tal como por debajo de la historia
vive, trabaja, espera, ora, sufre y goza.
Y debéis estudiar también a vuestro pueblo porque
siendo aquel de quien vivís, con quien vivís y por
quien vivís, es su estudio el único que puede llevaros
como por la mano a conocer con entrañable conoci-
miento a la humanidad toda. Hay en este examen
algo de introspección colectiva y social. Mucho de
hondo contiene el dicho de esta tierra, que reza así :
"Quien vió Frades, vió todos los lugares". Las re-
ferencias que acerca de extrañas gentes obtengáis
OBRAS COMPLETAS
495
serán siempre retratos y trasuntos de realidad; rea-
lidad misma sólo en torno vuestro habéis de encon-
trar.
Los jóvenes que acudís hoy a estas aulas a que os
traslademos lo que otros averiguaron o lo que de la
realidad hemos directamente averiguado nosotros, te-
néis que interrogar a la realidad misma que se abre
liberal a quien la invoca. Pero es preciso que la mi-
réis cara a cara sin interposición de librescos prejui-
cios, es menester que las lentes de las doctrinas reci-
bidas no estén ahumadas adrede o por descuido. Las
disciplinas que aqui se os trasmiten son legado de
los siglos, recordatorio de la humanidad, es cierto,
pero también lo es y con mayor plenitud aún la rea-
lidad exterior concreta, la actualidad palpitante. En
la vida común que os rodea, en las costumbres a que
todos por hábito ajustamos nuestra conducta, en lo
que sucede en la plaza, en el mercado o en la feria, en
el templo, en el hogar o en la campiña late el pasado
más vivo aún que en todos los libros, crónicas y do-
cumentos, donde de ordinario no quedó más que su
engañoso y deformado trasunto.
¿ Historia ? Historia es lo que en torno vuestro
ocurre, el motín de ayer, la cosecha de hoy, la fiesta
de mañana. Sólo con el hoy aquí entenderéis recta-
mente el ayer allí, y no a la inversa ; sólo el pre-
sente es clave del pasado y sólo lo inmediatamente
próximo lo es de lo remoto. Lo que no descanse de
una manera o de otra en el presente, ya a flor de él,
ya en su lecho de roca sedimentado, no fué más que
fugitiva apariencia. Es el presente el esfuerzo del
pasado por hacerse porvenir y lo que al mañana no
tienda en el olvido del ayer debe quedarse.
En la historia apenas se oye más que a los bullan-
gueros y vistosos; los silenciosos y oscuros, que son
los más, callan en ella y por ella se deslizan inad-
vertidos. Óyese en la nuestra el trotar de los caballos
496
MIGUEL DE UNAMUNO
de los moros que invadieron nuestro suelo, pero no
el lento y silencioso paso de los tardos bueyes que
trillaban en tanto las mieses de los que muy de grado
se dejaron conquistar. Y sin la comprensión de esto
es aquello iricomprensible.
¿Literatura? Sólo se refresca y corrobora acu-
diendo de continuo al siempre inexhausto manantial
de cantos, cuentos, consejas, dicharachos, relatos, re-
franes y leyendas que guarda y lega el pueblo, y em-
papándose en la vida de éste.
Otra cosa es caer en literatismo. Si leéis el antiguo
y siempre verde relato del mítico Homero no se lo
entrañará mejor el que con prolijo aparato de erudi-
ción y apuro, glosas y escolios intente desmenu-
zarlo, si no quien sea más capaz de ver, cerrando los
ojos, con los de la imaginativa, a los mozos de su
pueblo empeñarse en una pedrea con los del lugar
vecino por cuestión del noviazgo de uno de ellos...
¿Lenguas? Jamás comprenderéis con comprensión
activa y fecunda, no pasiva y estéril, cómo una len-
gua vive mientras no abráis los oídos a la que en
vuestro derredor suena, prestándolos atentos y fieles a
los modismos del vulgo, a sus dichos y decires, a todo
lo que como a barbarismo indigno de atención han
solido desechar los que hacen del lenguaje un pro-
ducto de pacto literario sujeto a académica prescrip-
ción.
¿ Derecho o economía ? ¿ Habéis observado los tra-
tos y contratos, trueques, retrueques y cambalaches de
una feria con sus alboroques de añadido ? ¿ Sabéis
cómo vive el labrador vecino o por qué cultiva trigo
y no otra cosa y cómo paga su renta y su parte al
fisco y cómo se gana la vida?
Bueno es el estudio de reflejo en libros y ajenas
lecciones, muy bueno sin duda, pero sólo en cuanto
a la realidad directamente intuida nos guíe. Mas su-
cede con harta frecuencia, por desgracia, que el libro
OBRAS COMPLETAS
497
os aparte de la realidad, del texto vivo el muerto, en
vez de descubrírosla; acontece que en estos penum-
brosos claustros se os enflaquezca la vista y el sol
os estorbe lueg-o para ver al aire abierto y a la luz
libre. Traed a la memoria la escuela en que se os
enseñó a leer, escribir y contar y la recordareis
como una jaula, en medio de la campifía aireada y
soleada no pocas veces. ¿ Os sacaron a ésta a apren-
der en medio del campo, por visión directa, lo que
el campo a nuestro estudio ofrece? Y si por acaso
os educasteis en vuestros primeros años en alguna
ciudad, ¿os llevaron a ver las obras de arte o de
industria que ella guardara?
Nos cuidamos muy poco de la niñez; cierto culto
a los antepasados quita sitio en nüestro corazón al
culto debido a la posteridad.
Y así un publicista hoy muy leído, Kropotkine, ba
podido escribir "que el niño reputado como perezoso
en la escuela es a menudo aquel que comprende mal
lo que le enseñan mal", añadiendo esta severísima
sentencia: "Vuestra escuela se convierte en una Uni-
versidad de la pereza como vuestra prisión en una
Universidad del crimen". Podéis tachar esta acer-
bísima sentencia de exagerada, en hora buena, pero es
lo cierto que en vez de satisfacer las preguntas que
espontáneamente brotan del niño, las ingenuas cues-
tiones que, como silvestres flores que se abren, la
vida misma a la mente le presenta, suscítansele otras
en que nunca hubo pensado, interrogaciones a que
suele desembocar una investigación mal planteada,
cuestiones ociosas, de puro ejercicio escolástico a me-
nudo. Ansia el inocente libre juego espiritual, gozar
de los movimientos de sus potencias y facultades, y
somátenle a gimnásticos volatines. Y este daño se
remata adiestrándolo más tarde para la polémica y la
discusión en esgrima de gladiador esclavo, no para
498
MIGUEL DE UNAMUNO
la investigación pacifica, en labor de combatiente li-
bre.
Librenie Dios de predicaros que cerréis los libros,
pero sí os repetiré que aprendáis a ver al través de
ellos la vida, y no al través de ésta los libros, como
hoy tanto ocurre. Poco se lee aquí, por desgracia,
pero es donde se lee menos donde más daño puede
hacer aquello poco que se lee.
Traduciendo una vez en mi clase cierto pasaje en
que cuenta Heródoto cómo para embalsamar los ca-
dáveres les ingerían en el vientre los egipcios resina
de cedro, hube de preguntar a mis alumnos si cono-
cían este árbol, y todos me contestaron que no, y és-
tos, los mismos que confesaban no conocerlo, podrían
verlo en uno de. los paseos de esta ciudad. Y habrá
acaso quien sin conocerlo mejor lo tome de tópico,
que suele serlo el cedro del Líbano. En tópicos de
retórica hemos convertido merced a tal educación
no pocas especies en un tiempo henchidas de vida y
realidad, en flores de trapo las antaño naturales. Es-
tudiante forastero habrá que de esta ciudad se vuel-
va a su pueblo, concluida su carrera, sin haber visi-
tado todos, absolutamente todos los monumentos y
reliquias del pasado que ella encierra, o si es de
nuestra Facultad de Letras, sin haber contemplado
en La Flecha el escenario que inspiró al maestro León
tantas páginas admirables de sus preñados diálogos
de los Nombres de Cristo, en que describe aquel pa-
raje, o los sotos que Meléndez Valdés cantara, o el
histórico campo de los Arapiles.
No sé que proyectéis excursiones a contemplar
obras de arte o la obra eterna de Dios, la natura-
leza, ni sé f|ue organicéis investigaciones sobre vivo
de tanto aspecto de la realidad ambiente como nos
solicita a estudio. Toda vuestra actividad académica
fuera de esta casa redúcese, a lo que sé, a reuniros
en otra para discursear y discutir sobre lo que otros
OBRAS COMPLETAS
499
formularon o pensaron. No os reunís para fines ge-
nuinamente científicos, de ciencia que se hace y no
la que se recibe hecha, pero os falta tiempo así que
se os ofrezca el más liviano pretexto, para echaros de
holgorio por esas calles, paseando las banderas de las
Facultades. ¡ Y a esto hay quien llama patriotismo !
Sed aplicados, sí, sodio, pero no olvidéis que no lo
es más quien se encierra en su cuarto a mascullar
ajenas ideas, o, lo que es ya malo, a aprenderse de
coro ajenas frases, sino quien va a todas partes con
los ojos y los oídos bien abiertos y en la mano el
corazón. Aspirad a que de vosotros se diga: "¡Ha
vivido mucho y bien !", más que : "¡ Cuánto ha leído !"
¡ Cosa terrible sería en verdad una educación con an-
tojeras, como a las bestias de tiro, en que sólo vierais
alargarse sin fin ante vuestros ojos la cinta árida y
polvorosa de la carrera, sin que os recrearan y con-
fortasen el ánimo los frescos sotos, lozanos prados o
frondosos montes que a un lado y otro de ella se
despliegan ! No ha- de enseñársenos aquí tanto a ga-
nar la vida cuanto a vivirla, a vivirla por la ciencia
y en ella.
No perdáis tampoco de vista que la experiencia
nos enseña cuán frecuente es el fracaso en la vida y
en la ciencia de no pocos sobresalientes cargados de
laureles académicos. La emulación, aguijada por
vanidad no pocas veces, esa deplorable emulación que
nuestro infausto sistema de notas y recompensas fo-
menta, rara vez puede dar opimos frutos. Es un sis-
tema condenado hoy por los más juiciosos pedago-
gos. No habéis de proponeros sobrepujar a los de-
más sino sobrepujaros a vosotros mismos, ser hoy
más que erais ayer. No os suceda que sudéis y ago-
téis vuestras juveniles energías en certamen de com-
potencia, como quien corre en pista o redondel, mifen-
tras podríais marchar a paso por el camino de la vida.
Suele ser no pocas veces en un joven señal de vigo-
500
MIGUEL DE UNAMUNO
roso espíritu el que atento a la suprema recompensa
de conquistar la verdad, único premio digno de nues-
tros afanes, no se doblegue a enseñanzas que en sí
o en el modo de ministrárselas le repugnen, el que no
se fuerce a aprender lo que en su conciencia reputa
dañoso o vano por un mezquino empeño de amor
propio y de vanagloria.
Y en justa correspondencia, deber es del maestro
en una disciplina cualquiera inspirar afición a ella en
sus discípulos, hacerles amar su estudio.
Si algo distingue a la verdadera juventud es la
redundancia de vida, redundancia que para la mente
se convierte en comezón de todo saberlo, de inqui-
rirlo todo, en curiosidad a todos los vientos orien-
tada. Y parece como que enseñándosenos tanta cosa
que por muerta no nos interesa, hase conseguido tan
sólo el que ya no nos interese lo vivo. El niño a los
ocho años es un surtidor de preguntas, no se le caen
de la boca los porqués, mientras que a los veinte pa-
rece poseer ya la clave de los misterios o que de ellos
se le dé una higa ; está en el secreto, porque le han
enseñado que las cosas consisten en la consistidura,
que no en otra explicación vienen a dar las solucio-
nes puramente verbales que nos regalan en vez de
enseñarnos a saber ignorar e inquirir. Porque es el
saber ignorar el principio de toda ciencia; el saber
ignorar aunado al querer averiguarlo todo. Saquemos
fuerzas de la conciencia de nuestra propia ignorancia.
No perdáis tampoco de vista que la ciencia es para
la acción y que todo cuanto no vivifique vuestra
obra de mañana nace ya muerto en vuestra mente,
pero al tomar en consideración esto no entendáis que
haya de sujetarse la ciencia a eso que llaman algu-
nos con estrecha comprensión, lo útil. Buscad la
verdad y su triunfo y todo lo demás se os dará de
añadidura.
Muchos de los descubrimientos que más han in-
OBRAS COMPLETAS
501
tensificado la vida del linaje humano cumpliéronse
mientras el inventor perseguía pura y desinteresada
satisfacción de saber, otros se debieron al acaso. Lo
que más hizo maestro de civilización al pueblo griego
fué su siempre despierta curiosidad, curiosidad de
niño, casi sin ulterior propósito, su espíritu plató-
nico, su amor por la caza intelectual más que por la
pieza que en ella pudiese cobrarse. Han trascurrido
siglos antes de que se hayan traducido en eso que
se llama aplicaciones útiles las desinteresadas elucu-
braciones de Pitágoras, Arquímedes, Euclides, Era-
tóstenes y tantos otros.
Si alguna vez la pereza mental os dijese: "No
quieras saber eso, teorías y nada más que teorías
que no han de servirte para la práctica", sabe que
de obedecerla no será tu práctica más que rutina,
pereza en acción.
El culto a la verdad por la verdad misma es cosa
que os predicarán muchos, pero muy luego contradi-
rán su propia predicación. Porque es ése un culto
que en su oficio no se deja arredrar ante la secuela
práctica que de una afirmación teórica pueden sacar,
cegados por sus pasiones, los hombres; ni jamás juzga
de la verdad de un principio porque sus consecuen-
cias arruinen nuestras más arraigadas instituciones o
ahoguen los fundamentos que, con razón o sin ella,
ponemos a los más caros sentimientos de nuestro co-
razón. La verdad es terrible para el que sólo busca
el consuelo a que esté habituado, sin crearse otro en
ella.
La inquisición de la verdad por la verdad misma,
sobre fe robusta de que nos lleva siempre a la acción
más fecunda y más sana, y no el buscarla como so-
porte de lo que tenemos ya establecido, ha de ser el
cimiento de vuestra ciencia. Habiéndole advertido a
un insigne pensador francés, a Taine, las consecuen-
cias que de una de sus enseñanzas podrían sacar los
502
MIGUEL DE UNAMUNO
franceses, dicen que respondió: "¡Cuando escribo no
pienso en que haya franceses en el mundo!". No os
acordéis de que hay hombres cuando investig-uéis la
verdad, que debe erigirse sobre todos los hombres y
sobre las aspiraciones e intereses humanos todos. Él
hombre para la verdad, no la verdad para el hombre.
Utilitario fué sin duda el origen de la ciencia; la
necesidad de saber para vivir y no una vana curio-
sidad movió al hombre a escudriñar los secretos de
la vida de la naturaleza y del espíritu ; de las exigen-
cias de la navegación surgió la astronomía ; de las
mediciones de tierras en Egipto, la geometría, pero
el hombre debe aspirar a elevarse sobre su propia
humanidad y a hacer que el conocimiento, hijo de la
acción, sea padre de ésta. Será, pues, vuestra más
honda labor, la de los que a la ciencia os consagréis.,
extraer reflexivo pensamiento del espontáneo y casi
inconciente obrar del pueblo de que formáis parte,
para que ese pensamiento revierta a la acción, vivifi-
cado en la conciencia antes ; preparar mediante la re-
flexión del hábito recibido por el pueblo el que se
habitúe éste a lo reflexivo que ha de recibir; llevar
a luz de inteligencia lo instintivo para que cuaje en
instinto lo intelectual. Pero esto habéis de buscarlo
con pureza de intención, sin propósitos bastardos,
cuales son los que sólo a corroborar los ya consa-
grados apotegmas tienden.
Hay quien a pretexto de su ninguna o escasa utili-
dad posterga ciertos estudios. La más noble tarea es
hacer que sea todo útil, y la más noble confianza
creer que todo llegará a serlo. "Necesitamos estudios
de aplicación" — dicen — . ¿De aplicación?, de aplica-
ción ¿a qué? A lo ya establecido, a lo presente, a lo
constituido. ¿Y los estudios propios para establecer el
porvenir?, ¿los que engendran generosas utopías,
los estudios de creación ? Frente a la ciencia consti-
tuida yérguese la constituyente; junto a los estudios
OBRAS COMPLETAS
503
de aplicación, los de creación. Ni cabe, en rigor, apli-
car cosa alg-una con eficacia sin crearla de nuevo.
Sumerg-ios, pues, en la vida a verla con visión es-
peculativa y desinteresada, a dejaros empapar en rea-
lidad inmediata y actual con pureza de intención, sin
pedirle más de lo que pueda daros ni exigirle argu-
mentos para soluciones de antemano trazadas a me-
dida de nuestros deseos. Si lo hacéis comprenderéis
muy luego que no cabe la realidad en fórmulas ni
conceptos silogizables, porque rebosando de ellos, se
desborda. La infinita complicación de su trama, su
inextricable tejido habrá de enseñaros a desconfiar
de todos los sistemas que pretenden encerrarla en fá-
brica lógica. Y esto os habrá de emancipar de una
de las más profundas y arraigadas llagas de nuestro
espíritu nacional : el dogmatismo, padre de sectas y de
intolerancia.
La rebusca de la verdad con estricta sujeción a
los hechos y sin tesis previa es la mejor escuela de
humildad, de modestia y de tolerancia; el aprenderse
estampadas afirmaciones redondas y escuetas, fórmu-
las y apotegmas definidos ex cathedra lo es de so-
berbia intolerante. No caigáis en el ipse dixit ni ol-
vidéis que todo lo que puede saberse entre todos lo
sabemos. Y aprended a la vez a cuestionarlo todo, a
poner en tela de juicio hasta lo que más asentado y
axiomático os parezca, a no aceptar postulado al-
guno si es que queréis gozar viva visión de lo real.
Y no excluyáis nada. Tened el espíritu abierto.
Lo necesitáis y lo necesitamos nosotros, los que el
Estado os pone de administradores de ciencia. Vos-
otros nos habéis de hacer catedráticos, maestros. De
arriba, de lo que llamamos, no sé bien porqué, arri-
ba, apenas puede esperarse regeneración alguna para
la enseñanza, que no se pliega ésta a decretos, y de
nosotros mismos, los profesores, sólo vendría bajo
excitación y acicate vuestro. ¡ Empujadnos ! "La ver-
504
MIGUEL DE UNAMUNO
dadera educación — decía Michelet — no abarca sólo
la cultura del espíritu de los hijos por la experiencia
de los padres, si no además, y con mayor frecuencia
aún, la del espíritu de los padres por la inspiración
innovadora de los hijos". ¡ Ojalá vinieseis todos hen-
chidos de frescura, sin la huella que os han dejado
quince o veinte exámenes, y trayendo a estos claus-
tros no ansia de notas sino sed de verdad y anhelo
de saber para la vida, y con ellos aire de la plaza,
del campo, del pueblo, de la gran escuela de la vida
espontánea y libre !
(Texto impreso publicado por la Universidad, Sa-
lamanca, F. Núñcz, 1900, 16 págs.)
DISCURSO EN EL ATENEO DE VALENCIA,
CON MOTIVO DEL CERTAMEN NACIONAL
CONVOCADO POR LA ACADEMIA JURIDICO-
ESCOLAR, EL DIA 24 DE ABRIL DE 1902.
Señoras y señores:
Ante todo mi gratitud a la Academia Jurídico-Es-
colar de esta ciudad de Valencia por haberme ofre-
cido generosamente pública y solemne ocasión de ver-
ter aquí mi verdad. Os prometo, en justa correspon-
dencia, una absoluta sinceridad, no perturbada por la
impertinente preocupación de si ha de ser o no opor-
tuno lo que os diga. Os debo mi verdad y os la
daré confiado en que vuestra benévola atención co-
laborará conmigo.
Debe a todos regocijarnos el ver que los escola-
res valencianos, sin reducirse como meros doctrinos
a estudiar pasivamente lo que se les imbuye, tomen
iniciativas como la de promover y llevar a efecto es-
tos certámenes. Desechad, escolares, lo que de vuestro
papel consista en oír, ver y callar, y mucho menos
os sometáis al fatídico "eso no me lo preguntéis a
mí, que soy ignorante". Inquiridlo y revisadlo todo.
Ni esperéis tampoco para produciros a cargaros de
esa experiencia puramente cuantitativa que los años
dan; es bueno acostumbrarse desde temprano a pen-
sar en voz alta y a tomar el público aire libre como
campo para el desarrollo de nuestro espíritu.
Menester es ante todo ser pródigo, verterse. En-
riquece más el dar que el recibir. La avaricia es, más
que la codicia, la raíz cardinal y mayor de los males
506
MIGUEL DE UNAMUNO
que todos en España deploramos. No se pone a acre-
centamiento lo heredado ante el solo temor de per-
derlo. Hacemos lo del siervo malo e inútil que en-
terró el único talento que su señor le diera, y aun
éste le fué luego quitado para dárselo al que ha-
biendo recibido cinco los negoció e hizo otros cin-
co con ellos. Se habla de sed de goces..., ¡menos
malo fuera ! Así como en siglos de zozobra y de
acedía, allá por el milenio, no era tanto el ansia
de la gloria cuanto el terror al infierno lo que a las
almas movía, así hoy y en nuestro pueblo, no el ape-
tito de riquezas, sino el horror a la pobreza futura es
lo que a los más mueve. Vase a lo seguro, a lo que
llamamos asegurar el garbanzo. Y así véis, de una
parte, brazos cruzados sobre estómagos desfallecidos,
y de otra parte, caudales muertos, enterrados en de-
pósito, a rédito tan módico como seguro, capitales en
espera de fincas que se venden hasta al 2 por 100
de renta y gañanes a tres reales de jornal.
Pues si pasáis de la avaricia y usura de dinero a
la avaricia y usura de dones espirituales, el daño
ostenta otro rostro, no por menos visible menos feo.
Hay quienes parece temen se les robe las ideas y
las entierran o las administran a módico pero seguro
rédito. Sed vosotros codiciosos de ellas y ponedlas
en circulación ; vertedlas. Dé cada cual lo que ten-
ga; dése a sí mismo. Un acto de generosidad es cada
certamen de éstos un acto de verdadera generosidad
el de haber establecido esta Academia.
Es en una Academia Jurídica el estudio de la ley,
su especial oficio. De ella deben salir para mañana
legisladores, jurisconsultos y legistas, no tan sólo
abogados, y no rábulas sobre todo. En vuestro pecu-
liar cometido habéis de llevar vuestra ofrenda a la
patria.
Sólo adquiriendo plena conciencia de la ley, a cuyo
estudio os consagráis, podremos llegar a la realiza-
OBRAS COMPLETAS
507
ción y conciliación de la libertad y la democracia.
Y aquí quiero recordaros obvias y corrientes consi-
deraciones, que de puro sabidas se olvidan de ordi-
nario.
No os pido venia por si me metiese acaso — bien
que por poco tiempo — en reflexiones algo abstractas.
Sabéis lo que una de estas fiestas debe significar en
España. En cuanto a las señoras que me escuchan,
es tal mi concepto de la mujer, que creo que se la
ofende al suponer que sólo se deba decir ante ella
frivolidades amenas. Voy, pues, a deciros cuatro pa-
labras acerca de la libertad, ya que en el estudio de
la ley, que es vuestro oficio, hemos de basarla.
No es la libertad un contenido real cuyos límites
haya que fijar, si no que es más bien un límite que
presupone contenido. Proclamar libertad es proclamar
relación de términos que conviene fijar antes.
Libre, se dice, es el que hace lo que quiere, aun-
que no pueda c[uerer otra cosa. Mas ¿es que hace lo
que quiere aquel sobre quien ninguna coacción se
ejerce? Recordad lo del poeta latino: "Veo y aprue-
bo lo mejor, pero hago lo peor", y lo del apóstol de
los gentiles : "No hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero hago".
Si uno quiere ir al Norte y por ignorancia se en-
camina al Sur, y si en general no adopta los me-
dios conducentes al fin mismo que busca, ¿no es
acaso quitarle más bien que darle la libertad el dejar
que en su error persista, sin obligarle a salir de él ?
Si la libertad es la facultad de poder cada uno cum-
plir su fin propio, ; hemos de dejársela al que no lo
conoce ?
Sabe el enfermo a las veces dónde le duele, pero
no sabe lo que le conviene, y sería torpe y malo el
méilico que le dejara tomar la medicina que se le
antojase. Libertades hay que no pueden ser servi-
dumbres ; obvio es que al dejarle a uno que se em-
508
MIGUEL DE UNAMUNO
briague libremente es permitir que pierda su liber-
tad, esclavizándose a un instinto pervertido. Hay que
obligar y forzar a las gentes a que aprendan a ser
libres y no dar a pueblos ni individuos libertad
de que hagan lo que a gozar de plena conciencia ellos
mismos no querrían hacer.
Tiene, además, cada libertad su limite en otras, sus
correlativas. No ya útil, sino dañina resultaría, por
ejemplo, la libertad de enseñanza si no la acompañara
la libertad de aprender; junto a la libertad del maes-
tro, la del discípulo. Mas, ¿cabe esta última libertad
en el sentido vulgar y ordinario que a la libertad se
da? El que no sabe, ¿puede saber lo que debe apren-
der? Propúgnase y se proclama la libertad del padre
a llevar a su hijo a la escuela que más le plazca;
pero ¿y la libertad del hijo? ¿Es acaso el padre quien
mejor sabe lo que al hijo le conviene aprender, y,
sobre todo, lo que a la hermandad social conviene
que su hijo aprenda? ¡No! En la práctica, bien lo
sabemos todos, el padre delega su supuesta libertad,
abandonándola. Pocas cosas hay que temer en Es-
paña más que la ignorancia del hogar, que suele ser
templo de rutina, de superstición y de servilismo. Ved
que en los pueblos tienen los maestros que doblegarse
a perniciosas costumbres antipedagógicas, y no se sa-
tisfacen los padres si en los exámenes no hay el obli-
gado discurso y las recitaciones inútiles a que están
habituados. Y me callo por ahora mayores males.
Observad quiénes son los que más piden esa llama-
da libertad de la enseñanza y veréis que son los ene-
migos de la actual cultura europea. Es la libertad de
la ignorancia y la incultura lo que demandan. Abo-
minan de la libertad de la cátedra, y piden la libre
concurrencia. ¿Libre? Si el Estado no impusiera los
médicos, subsistirían aún los tradicionales romancis-
tas y harían estragos los curanderos, que por malos
L/D/i^o w lu r c 1 ^
que aquéllos sean, éstos son cien veces peores. ¿ Con-
currencia ante quién ? ¡ Ante la incultura pública !
Se pondera los peligros del Estado docente; mas
ved que hoy, y en España sobre todo, sólo la acción
tutelar del Estado, por malo que supongamos a éste,
puede impedir que nuestra sociedad caiga bajo otros
poderes más extraños a ella que él y peores que él
cien veces.
La libertad es la conciencia de la ley; libre es el
que hace lo que debe, porque sólo lo que debe hacer
quiere: más libre quien mejor conoce la ley interna
de su propia evolución progresiva. La libertad es la
conciencia de la necesidad moral.
Sólo esta concepción de la libertad, basada en la
convicción de una ley interna, es la que puede librar-
nos de la ley exterior e impuesta desde fuera ; el li-
bre arbitrismo ha acompañado a la tiranía política.
Cuando haya hecho el hombre de las leyes del uni-
verso, leyes de su mente ; cuando con espíritu desna-
turalizado haya humanizado a la naturaleza; cuando
sea la tierra toda instrumento de su poder, y su poder
emanación de una mente convertida en mente de la
tierra ; cuando logre lo que quiera, porque sólo quie-
ra lo que pueda lograr, entonces será el hombre ver-
daderamente libre. A este estado ideal e inasequible
vamos acercándonos por el amor y por la ciencia ; la li-
bertad no es un estado, sino un proceso: el proceso
de aproximación a ese ideal.
Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más
sabe, y el que por saber más se ve más forzado a ele-
gir lo mejor; sólo la cultura da libertad. No simagos
abriendo los caminos de la cultura con los pies espi-
rituales a campo traviesa y a mero y torpe sentido
de orientación animal como los salvajes y las bestias
abren sus caminos, abrámoslos más bien con las ma-
nos del espíritu a reflexión y estudio, como los hom-
bres cultos. No de asegurar condiciones externas, sino
m j Lr u nL. un u /iivi u i\ L'
de crear impulsos internos hemos de cuidarnos. No
proclaméis la libertad de volar, sino dad alas ; no la
de pensar, sino dad pensamiento.
La libertad que hay que dar al pueblo es la cul-
tura; sólo la imposición de la cultura le hará dueño
de sí mismo, que es en lo que la democracia es-
triba.
¡ Democracia ! ¡ Soberanía popular ! Y ¿ qué es
esto ? ¡ Que el pueblo se dé la ley ! Nadie se da la ley
a sí mismo, sino que la lleva dentro, y con ciencia y
reflexión la descubre en sí. ¿ Conoce el pueblo su
ley? ¿Tiene conciencia de sí? ¿Sabe lo que le con-
viene?
Duro es lo que voy a deciros, pero cumplo un de-
ber al decíroslo. La adaptación natural no obra en
las especies animales bravias más que con el tras-
curso de siglos, si es que antes no perecen. Si dejáis
a la gallina que vuele, no volará jamás, ante todo por
no sentir necesidad alguna de hacerlo ; mas el hombre
puede llegar a obtener gallinas voladoras. Es que el
arte del criador y ganadero con especiales procedi-
mientos y por selección artificial logra en muy pocas
generaciones lo que la naturaleza no hace sino en si-
glos o no hace jamás. El hombre abrevia, precipita
y condensa los procesos naturales y los corrige. Y
así pasa con los pueblos. Si se les deja abandonados
a sí mismos, a su natural instinto, se trasformarán,
si es que antes no perecen como tales pueblos inde-
pendientes en la lucha por la cultura ; pero se tras-
formarán en larguísimo lapso de tiempo. Y nuestro
propio pueblo no puede esperar ; el tiempo urge.
¿ Es que consideras al pueblo como un animal do-
méstico?, se me dirá. ¿O es que hay fuera del pue-
blo quien ejerza el oficio de criador? Los que hayan
de adaptarle a la cultura, ¿no son parte del pueblo
mismo ?
Animal doméstico es, en efecto, todo pueblo cul-
OBRAS COMPLETAS
511
to. No en el sentido de que sirva a otros, a ajenos
fines, como el caballo para el tiro o la montura, o
para el ordeño la vaca ; pero si en el sentido que ha
de tender a un fin que él no conoce siempre.
Piensa el liomi)re todo entero, pero por ministerio
del cereljro piensa ; piensa el pueblo todo, pero por
ministerio de su cerebro íaniljién, de su parte dife-
renciada para la acción retiexiva ; cobra el pueblo con-
ciencia de sí mismo, pero la cobra en ciertos hom-
bres, cada día más.
No es que haya de imponerse a un pueblo una
marcha que a su naturaleza repugne, sino aquella mis-
ma que, a tener plena conciencia de sí mismo y de
su destino, tomaría por sí. De aquí el deber de es-
tudiarlo para hacer reflexión de sus instintos y poder
luego convertirle en instintivo lo reflexivo. Las natu-
rales tendencias colectivas de nuestro pueblo que re-
velan los estudios de Costa, ¿no ha de servirnos de
indicador a la acción directiva?
La minoría de europeos, nacidos y residentes en
España, tenemos el deber y el derecho fraternales de
imponernos a las kábilas. La civilización es algo
coactivo; a la mayor parte de nuestro pueblo le toca
resignarse al progreso hasta que lo necesite como el
pan ; a los que viven su vida como un sueño hay que
despertarles de él, aun arrostrando su enojo. Van
sonámbulos, felices y contentos, a un precipicio; hay
que sacudirles de su sueño, quebrantarles el contento,
meterlos inquietud en el alma.
¡ Dejad a cada cual que haga lo que quiera mien-
tras no moleste al prójimo, aunque se perjudique a
sí -mismo o no se beneficie lo que podría ! Precepto
de egoístas, y de egoístas no tanto porque quieran que
les dejen a ellos a su albedrío cuanto por no tomarse
la molestia de correjir al prójimo. Puede llegar a
ser una obra de misericordia despertar al que duerme.
Y esto, lejos de excluir la tolerancia, la exige; to-
512
MIGUEL DE UNAMUNO
lerancia con todo el que piense por sí, pero obligar
a las gentes a que piensen de algún modo propio.
Ha fracasado el liberalismo español con su libertad
y su democracia abstractas, vastas fórmulas vacías de
contenido ya. A ese liberalismo correspondió en lo
económico el individualismo manchesteriano.
Afirmado el sagrado derecho de propiedad priva-
da, el derecho quiritario a usar y abusar, ese en un
tiempo tan cacareado derecho anterior y superior al
Estado mismo, que de él brota ; acotada la tierra
toda prácticamente disponible, ¡ caigan las cadenas del
esclavo que adonde quiera que vaya se encontrará
con que la tierra es de otro y él de aquel de quien Ja
tierra sea ! Atados de pies los sin tierra, ¡ libres las
manos ! ¡ Concurrencia libre ! La misión del deshe-
redado al poseyente es libre contrato de trabajo, en
que para nada tiene que entrometerse el Estado; con-
téntese éste con garantir el orden; es decir, con pro-
teger con cañones y fusiles la sagrada propiedad. El
remedio a este horror de cosas no es romper revo-
lucionariamente los títulos de propiedad ni destruir
el Estado, sino que es, hoy por hoy, hacer que el Es-
tado proteja al trabajador como al capitalista protege,
legislar sobre el trabajo, y entretanto trabajar los
puros obreros por conquistar el poder público esta-
blecido. No hay que romper el instrumento que los
siglos han forjado, sino servirse de él.
Venid ahora a lo espiritual y ved también la sa-
grada propiedad intangible: el dogma, y ved acotada
la tierra del pensamiento y ganadas las rutinas pú-
blicas. Y como no cabe destruir de golpe esas arrai-
gadas rutinas y hábitos de pensar, proclamemos cier-
to socialismo espiritual, y los que pensamos con pen-
samiento moderno y libre, los que vivimos vida in-
terior, no del heredado capital, sino del trabajo mental
propio, de la ciencia que se hace y no de la petrifica-
da y hecha; unámonos para disponer del instrumento
OBRAS COMPLETAS
513
que han forjado los siglos y hagámoslo servir a la
cultura.
Libertad y democracia significan, pues, en cierto
respecto, cultura y aristocracia. Aristocracia, sí, no
rehuso el dictado por pervertido que esté.
Y si alguien nos preguntara quién define esa cul-
tura cuya imposición a nuestro pueblo juzgo el único
camino de verdadera libertad, nuestra rotunda y ca-
tegórica respuesta debe ser : ¡ nosotros !
¿Y quiénes sois vosotros? Los que tenemos fe en
nosotros mismos y fe en la cultura. Yo, por mi parte,
abrigo la conciencia inquebrantable y firme de que el
ideal que me mueve es el ideal de la cultura europea
moderna. ¿ Y si te equivocas ? ¡ No, no me equivoco !
Es esa sospecha una tentación que rechazo, porque,
si me equivocara, mi fe misma en la cultura habría
de rectificarme. Y llevando las cosas al extremo de
lo imposible, antes de creer en infalibilidades ajenas,
creería en la mía propia. A los que fuertes en su
fe me dicen que poseen la verdad absoluta en lo que
les importa saber, respondo que, fuerte yo en mi fe,
en lo que importa saber a mi pueblo, estoy en el único
camino derecho de acercarme a ella, conquistando
cada día verdades relativas.
Sólo esta imposición de la cultura — y la cultura es
la religión del Estado — , sólo la imposición de la cul-
tura puede borrar el caciquismo y la demagogia.
Vosotros, sin ruido, en vez de revolveros gritando
¡libertad!, la vais conquistando con el estudio. Re-
pugnando el santonismo y el motín diréis al pueblo
la verdad siempre, aun al pueblo tornadizo que, como
Platón decía, hoy mata sin razón a Sócrates y ma-
ñana sin más razón quisiera resucitarle.
Hay en los pueblos un santo y sano instinto a no
prendarse más que de hombres que encarnan en sen-
timientos. Saben que no es conciencia fecunda la con-
17
514
MIGUEL DE UNAMUNO
ciencia que no sea personal. Recojéos, pues, a es-
tudiar, pero sin dejar la acción.
Juan, el inflexible, el que no era como una caña,
huyó de los hombres y se retiró al desierto, alimen-
tándose allí de langostas y de miel silvestre, y en el
desierto exclamaba diciendo: "¡Han llegado los tiem-
pos!". Y Jesús dijo que era grande Juan; pero ma-
yor que Juan, el más pequeño del reino de Dios, de
los que comen y beben y andan entre los hombres y
participan de sus diarios cuidados y afanes. Juan era
el solitario que daba voces, el que administraba el sa-
cramento de la palabra. Su excitación fué el principio
de la obra del Mesias; Juan bautizó a Jesús y le in-
trodujo en su vida pública. Y el Maestro mismo,
una vez bautizado, se retiró al desierto, a luchar con
su humanidad y a ser tentado. ¡ Ved, pues, si sirven
los solitarios ! ¡ Ay de aquel que con su humanidad
no haya combatido, del que no conozca las batallas
que en nuestra conciencia riñen la cabeza y el co-
razón ! Quien nunca haya hecho de su fuero inter-
no campo de pelea, jamás tendrá paz verdadera, será
un fanático intolerante siempre. Tengamos vida inte-
rior como apoyo de la exterior ; quien no sepa vivir
en si, quien no lleve muchedumbre en su alma, mal
sabrá meterse en la muchedumbre y vivir en los de-
más. ¡ Violencia para con nosotros mismos, dolorosa
purificación para llegar a ver nuestra verdad serena !
Y así saldremos del desierto de las tentaciones de
nuestro espíritu a la vía pública, a la plaza, a obrar
sobre cada uno de los que nos rodean más bien que
sobre la masa. ¡Masas!, ¡qué apelativo tan feo! Te-
med a un pueblo que como masa, gregariamente, está
dispuesto a fermentar, pero cada uno de cuyos miem-
bros no tiene conciencia de su ley ni sabe hacer valer
su derecho.
Buscad esa vida interior, palanca de vuestra acción
OBRAS COMPLETAS
515
hacia fuera, y buscadla en el estudio, y en él cobrad
fe, fe en vosotros mismos, fe en la cultura europea.
Vosotros, en especial, los socios de la Academia
que estudiáis leyes, formaréis mañana entre los en-
cargados de administrarlas y aplicarlas, cuerpo que
es uno de los más vitales del Estado, de los más im-
portantes entre los de los llamados funcionarios pú-
blicos. Seréis como el sacerdocio del laicismo, que
en la ley nacional y común se basa.
Es un instinto suicida el que lleva a algunos pue-
blos a rebajar la dignidad de sus funcionarios. "Apar-
táos de los cargos públicos — se os dirá — , no viváis
del presupuesto, huid de ser empleados." Y se os
hablará de los pobres de levita. Yo veo en estos
pobres el principal fermento de la inquietud y el des-
contento libertadores. No la repentina y pasajera re-
belión, no, sino la continua y callada, la del que cum-
ple, pero no obedece; cede, pero no acata. Habéis de
tirar a servir al Estado, pero es para hacerlo servir
a la cultura.
Se acostumbra maldecir del Estado; se nos ha pre-
sentado, siguiendo a Spencer, al individuo contra el
Estado. Podrá esto suceder en Inglaterra — y aun lo
dudo — ; pero en España, no. En España, el Estado,
torpe y todo como es, es hoy el principal baluarte de
los derechos individuales ; debilitado el poder civil,
serían estos derechos más complicados que hoy pue-
dan serlo. Hay aquí una inquisición inmanente y po-
pular que estallaría poderosa si la acción central y
civil se debilitara aún más de lo que lo está.
Si quitáseis la ley del Código, surgiría la de Lynch,
la más odiosa de todas. Sentimos los males del Es-
tado, y nos cuesta imaginarnos los que estallarían al
debilitarlo o anularlo. El Estado no representa feliz-
mente en España las preocupaciones de la indocta
mayoría. En lo económico, el capitalismo fraguó el
Estado, que es el instrumento con que se le dará ba-
DIO M 1 Lr U tL L. U U I\ A M U 1\ U
talla. Y así en la vida de la cultura. No tiremos, pues,
a debilitarlo, sino a corroborarlo, para disponer de él.
El Estado, a pesar de su nombre, es también un pro-
ceso.
Es más aún: sólo protejiendo la ley podremos lle-
gar a adentrárnosla y sacudirnos así de su exterio-
ridad; sólo la legalidad lleva al ideal, como tal ideal
inaccesible en su pureza del imperio de la ley inte-
rior.
Tiene aquí el Estado una gran función que cum-
plir, y es proteger la moderna cultura europea, la
cultura liberal, género de importación en gran parte.
Y la proteje rompiendo aduanas espirituales. Del
Estado se sirvió nuestro gran rey Carlos III, el rey
del liberalismo. Necesitamos un Estado fuerte, que
ampare la formación de la nueva patria.
Hay que hacer patria, asentando en la tradición
el progreso ; pero en la tradición honda, en la de
debajo de la historia, no en la leyenda histórica que
el llamado tradicionalismo ha fraguado. Ved nuestro
suelo. Los fuegos subterráneos, al dislocar la corteza
terrestre, tallaron el bloque de nuestra morada nacio-
nal, elevaron las cordilleras y mesetas, dejando las
vegas ; luego vino el agua, el agua lenta y obstinada,
y segundo a segundo, y gota a gota, siglo tras siglo,
esculpió ese bloque granítico, ahondó los ríos, modeló
los montes, rellenó los valles con despojos de aluvión
y esa agua misma alzada al cielo y del cielo derra-
mada en lluvia revistió montes y valles de verdura
Debida a fuego y de granítica consistencia es la hon-
da tradición del pueblo, la callada, la no histórica, y
luego las ideas de éste y de otro, fluyentes ideas
mansas y obstinadas, la han modelado. Aprovechemos
estas aguas, pero para recojerlas y encauzarlas mejor,
y, sobre todo, atraigamos sobre nuestra patria las
nubes preñadas del pensamiento europeo, de la cul-
tura nacida del Renacimiento, de la Reforma y de la
u t) K A :j l u ¿u r l. h 1 a :í
Revolución, para que rieguen los montes y valles
espirituales de nuestro pueblo. No dejemos ir a estos
ríos por donde quieran, libremente, buscando su ni-
vel natural, que es el de cada punto de su carrera, y
no en el de menor resistencia de conjunto: canalicé-
moslos, y si es preciso para ello contenerlos en diques
o desviarlos, hajjámosles fuerza, resistiendo su pre-
si<Sn. Luego correrán más verdaderamente libres, por
mejor trazado cauce.
Tenemos que prepararnos todos a la lucha por la
cultura. Cultivando el estudio de la ley, contribuiréis
a ello.
He concluido.
(Texto aparecido en El Mercantil Valenciano de
25-IV-1902, y que. por amencia del autor, leyó en el
acto del día anterior don Rafael Pastor.)
DISCURSO LEIDO EN EL PALACIO DE LA
BIBLIOTECA Y MUSEOS NACIONALES, DE
MADRID, ANTE EL REY DON ALFONSO XIII
EN REPRESENTACION DE LA UNIVERSI-
DAD DE SALAMANCA, EL DIA
24 DE MAYO DE 1902
Acércase hoy. Señor, la Universidad de Salamanca,
sigfuiendo su antigua costumbre, a las gradas del
Trono, a saludar a V. M. en el comienzo de su rei-
nado, deseándoselo beneficioso para la cultura pa-
tria. En la elaboración de ésta ha tomado tan gran
parte nuestra Escuela, que su historia se confunde
con la historia de la cultura española.
Surgieron los Estudios de Salamanca al amparo de
la iglesia en su Sede Catedral, en los siglos xii
y xiii^ merced a D. Alfonso IX, de León, en emula-
ción, sin duda, de los que D. Alfonso VIII de Cas-
tilla estableciera en Falencia. Tal resulta del primer
pergamino que podemos presentar, la carta en que el
6 de abril de 1243 otorga y manda el Rey San Fer-
nando que haya Escuelas en Salamanca, donde las
estableció su padre, por entender que era en pro de
su reino y de su tierra.
Otórgala después nuevos privilegios, se los otorga
de nuevo su hijo D. Alfonso X el Sabio, cuyo Có-
digo de las Partidas y Tablas Astronómicas compu-
sieron maestros de nuestro Estudio, fijando en 1254,
dotaciones a los profesores a expensas de su real
tesoro y fundando la biblioteca.
OBRAS COMPLETAS
519
Este mismo Rey obtiene de Su Santidad Alejan-
dro 1\' la confirmación del Estudio y Universidad
de Salamanca, bula en que, al ponerla entre los cua-
tro Estudios generales del orbe,, con los de París, Ox-
ford y Bolonia, se dice haber escogido Salamanca
por "la feracidad de su suelo, la salubridad de su
aire y sus conveniencias de todas clases", y lo cierto
es que la misma austeridad de los campos que a nues-
tra ciudad ciñen como que serena y templa el ánimo
para el estudio grave.
La bula de Alejandro IV, expedida en 6 de abril
de 1255, y la carta de D. Fernando III son los
dos cimiencos de ia Escuela real y pontificia. En el
escudo de la Universidad figuran soore una cátedra
la tiara y las llaves del Pontífice Romano entre los
castillos y leones de la Monarquía española, rodeados
de esta leyenda: Üiiiniitiii sciciitiniiini princeps, Sal-
niantica docct.
A partir de aquí, todos son mercedes y privilegios
que los Pontífices y los Reyes otorgan a porfía, con-
cediéndole aquéllos parte de las rentas eclesiásticas.
Pasó penurias en sus comienzos, y al acabar su pri-
mer siglo, el XIII, vióse amenazada de muerte por
falta de recursos. En el xiv le privó Clemente V de
las tercias ; mas el Rey acudió en su auxilio por ser
el Estudio "cosa buena et tan honrada para todos et
tan comunal", y al cabo el Pontífice cediendo a sus
súplicas le concedió el noveno de los diezmos del
obispado. Enseñábanse entonces en nuestra Escuela
decretales, leyes, medicina, lógica, gramática y mú-
sica.
Nuevos privilegios le concede D. Juan I y va
en el siglo xv D. Enrique III y D. Juan II, que
se llamó patrón del Estudio, y el Papa Benedic-
to XIII. Cuestiones de dinero y de poner orden en
las turbulencias estudiantiles y en las discordias en-
tre los de la ciudad y los del Estudio son las que su
520
MIGUEL DE UNAMUNO
historia de este tiempo nos relata; la vida íntima de
la especulación sosegada y silenciosa, como todo lo
que es de veras profundo, discurría sin meter ruido
en los anales.
De 1422 son las Constituciones de Martín V, en
que se da a los estudiantes entrada en el Consejo Uni-
versitario e intervención en el nombramiento de sus
maestros.
Los Reyes Católicos renuevan por Real cédula de
4 de mayo de 1480 los privilegios de la Escuela. En
el centro de la primorosa fachada plateresca de la
Universidad se ostenta un medallón con los bustos
de Isabel y de Fernando, y en torno a él esta leyenda
en lengua griega: Los Reyes a la Universidad, ésta
a los Reyes. Son estos Reyes los fautores de la unidad
española en que por modo espiritual tanto ha cola-
borado nuestra Escuela. Porque en ésta, los estu-
diantes de las diversas regiones — o naciones, que es
como entonces allí las llamaban — , aunque alguna vez
la sangre de su mocedad les llevara a trabarse de
manos ofensivas, aprendían en trato y comercio mu-
tuos a conocerse y estimarse, y así fué nuestro Ins-
tituto lazo de gentes y principal fragua de la comu-
nión de los ingenios españoles todos, los más valiosos
de los cuales o allí se formaron o pasaron por allí.
Mas el siglo de oro de la Universidad de Sala-
manca es el siglo de oro de la cultura española:
el XVI. Consúltanla en asuntos tan graves como el del
matrimonio de D. Enrique VIII de Inglaterra con
D." Catalina de Aragón, en la reforma gregoriana
del calendario y en otros.
En este siglo de esplendor de la Universidad, men-
gua en ésta la influencia de los Papas a la par que
la de los Monarcas crece; en este mismo se fundan
los más de los Colegios, sostén y complemento de la
Universidad. "Este es el tesoro de donde proveo a
mis pueblos de justicia y de gobierno" — dijo en ella
OBRAS COMPLETAS
521
Carlos I — . El cual, celoso de su autoridad y patro-
nazgo reales como lo mostró en 1528 al oponerse a
que se diera posesión al maestrescuela nombrado en
Roma sin que él, el Rey, dejara pasar la bula, nom-
bra un visitador que con los comisarios de claustro
promulgue nuevos estatutos, en reforma de los de
Martín V. Con frecuencia se modificaban éstos, en
electo, siendo los más famosos los que en tiempo del
Rey D. Felipe II dictó al visitador Covarrubias.
Ni sólo a fomentar los estudios se aplicaba la Es-
cuela, sino que acudía con empréstitos sacados de
sus rentas a remediar apuros del Tesoro real, rever--
tiéndolas así a una de sus fuentes.
El siglo XVII es de decadencia ; los Colegios, naci-
dos a la sombra de la Universidad, la ahogan; rés-
tale escolares la nueva Universidad de Alcalá.
Al visitar D. Felipe III, en 1600, la Escuela, con
firma el privilegio de sus doctores de cubrirse y sen-
tarse ante los Monarcas de Castilla. Este mismo Rey
la consulta sobre el misterio de la Purísima Concep-
ción de María.
Mas la Escuela languidece, los estudiantes se li-
mitan a matricularse y los maestros tienen que su-
plir con otras profesiones la escasez de sus sueldos.
Luchando por su vida se une, en 1626, a otras Uni-
versidades, para oponerse al proyecto de la Compañía
de Jesús de fundar en la corte una Universidad, lo-
grando que no tuvieran efectos académicos los cursos
ganados en el Colegio Real de los Jesuítas en Madrid.
Nuevas consultas en este siglo, y nuevos empréstitos
al Tesoro real.
Pobre vida vivió en el siglo xviii, continuando en
él la decadencia. Clara muestra de cuán a menos había
venido nos ofrece la pusilanimidad con que obedeció
su Qaustro la carta que el Tribunal de la Inquisición
le dirigiera en 26 de noviembre de 1707, encargando
el expurgo de la librería. Fué menester que llegas?
522 MIGUEL DE UNAMUNO
nuestro gran Rey Carlos III para que diera licencia
el inquisidor general de que pudieran conservarse en
la biblioteca los libros prohibidos, si bien en sitio
separado, y que por Real cédula de 30 de junio
de 1768 restringiese el gran Monarca las facultades
que el Tribunal se arrogara respecto a prohibición
de libros.
Consultósela también en este siglo sobre la unifi-
cación de pesos y medidas y sobre el asunto de los
católicos de Holanda ; de esta época son el lamenta-
ble informe que dio sobre la creación en Zaragoza de
una Academia de buen gusto y el menguado plan de
estudios de 1770.
El reflejo del movimiento filosófico francés provocó
cierto esplendor de nuestra Escuela a finales del si-
glo XVIII. De nuestros claustros salieron, Señor, bue-
na parte de los nobles patricios que asentaron en las
Cortes de Cádiz los fundamentos de la España mo-
derna. A fines de este mismo siglo se fundó el Co-
legio de Medicina y Cirugía.
Este renacimiento de los Estudios fué interrumpido
a principios del pasado siglo xix por la guerra de la
Independencia. Los que habían invadido felizmente
con su pensamiento el nuestro, intentaron ganarnos la
libertad política, y los que más les debían tuvieron
que volverse al punto contra ellos. Dejando el tra-
bajo espiritual de fraguar el alma de la Patria, co-
rrieron a defender con sus cuerpos y las armas en la
mano el cuerpo de ella. Tornaron luego a su habitual
labor, dejando las armas. Mas justo es mencionar
aquí el plan de estudios del General Thiebault, que
tanto prometía a nuestra Escuela.
Vueltos a la vida del trabajo sus maestros, añadióse
a nuestra Escuela, en 1812, un informe para un nue-
vo plan general de estudios y dió el notabilísimo, im-
preso en 1820, decretado por las Cortes en 29 de ju-
nio de 1821 y sancionado por el Rey D. Fernán-
OBRAS COMPLETAS
523
do VII en 10 de julio del mismo año, plan que es,
sin duda, uno de los más gloriosos timbres de la
Universidad salmantina. Por estos años ocurrieron
persecuciones a los maestros, ya a los de un sentir,
ya a los del opuesto, por las lamentables pasiones po-
líticas de aquella época.
La ley de Instrucción Pública de 1857 acabó con
el antiguo carácter de nuestra Escuela, reduciéndola
a una de las diez Universidades oficiales con las tres
Facultades de Teología, Jurisprudencia y Filosofía,
la primera de las cuales se suprimió, por desgracia,
en 1868, al renunciar poco cuerdamente el Estado al
derecho de enseñar disciplina tan en relación con los
intereses de la sociedad civil.
En 1869 y 1874 el Ayuntamiento de la ciudad de
Salamanca y la Diputación de su provincia se hicie-
ron cargo de las Facultades de Medicina y Ciencias,
que han venido difundiendo sus enseñanzas merced
a la munificencia de esas Corporaciones, a la de-
manda de tales estudios y a la abnegación de su pro-
fesorado, Facultades que desde el 24 de enero de este
año han entrado en nueva vida llena de promesas.
En 1877, vuestro augusto padre, D. Alfonso XTI,
se dignó visitar nuestra Escuela, y al terminar la
alocución con que contestara a la que el digno Rec-
tor le dirigió, terminó diciendo :
Y reunidos todos bajo la bandera del amor a Id
grandeva y prosperidad de España, busquemos nues-
tro mejor auxilio en el desarrollo de la ciencia, ar-
bitro supremo, en pa:: y en guerra, de la prosperidad
de los pueblos.
De los frutos de nuestra Escuela hablan los escla-
recidos varones que de ella han salido, y cuya sola
enumeración alargaría en exceso esta Memoria.
Tal es. Señor, a grandes rasgos, la historia de nues-
tra gloriosa Escuela, historia que nos enseña cuán
necesaria es la protección de los poderes públicos para
524
MIGUEL DE UNAMUNO
que la enseñanza de la ciencia desinteresada, libre y
pura, árbitro supremo de la grandeza de los pueblos,
se pueda mantener. No cabe reversión al pasado ni
reclamar privilegios que caducaron; la historia de
nuestra Universidad nos impone más deberes que de-
rechos, mas nos enseña lambién que no estando, como
no está, nuestra sociedad en sazón todavía para sos-
tener espontáneamente el cultivo de la ciencia desin-
teresada y libre, cuya necesidad no le dejan sentir
otras más perentorias necesidades, hemos de acudir al
Estado, que V. M. representa, a que mantenga tan
supremo interés, y que el patronato regio sea amparo
de la, sin él, acaso amenazada libertad científica.
Tememos, Señor, no fuera que, relegando la ense-
ñanza a íunción social meramente privada, corriese
riesgo de caer en manos que hiciesen de ella lucro
o la subordinasen, lo que es aún peor, a fines que no
sean los de la cultura y el progreso humanos, porque,
desgraciadamente, no son siempre los padres los que
mejor saben lo que a sus hijos conviene aprender,
y menos aún lo que de ellos la Patria necesita y tiene
derecho a exigir. En beneficio de la cultura y de la
Patria, pues, convencidos de que las Artes y las Cien-
cias libres, sin las cuales caen los pueblos en mal ve-
lada barbarie, necesitan hoy aquí de tutela política,
y a la vez para llenar con sustantividad e indepen-
dencia nuestro ministerio magistral, nos ponemos en
manos de V. M. como jefe supremo del Estado, pi-
diendo que prepare por la obligatoria instrucción pú-
blica civil los espíritus, hasta que por completo, cons-
ciente de sí mismo el pueblo español, pueda sin peli-
gro darse la instrucción que su fin en la civilización
humana le exija, para hacer más noble, más fecunda
y más llevadera la vida y colaborar en ella al progreso
de la libertad.
Hacemos votos porque de V. M. diga la Historia
que fué un Rey educador de su pueblo, y deseamos
OBRAS COMPLETAS
525
que se acerque éste en vuestro reinado a una más se-
rena y más libre contemplación de la vida, buscando,
como vuestro padre dijo, nuestro mejor auxiliar en
el desarrollo de la ciencia, árbitro supremo, en paz y
en guerra, de la grandeza y prosperidad de los pueblos.
(Texto publicado en un folleto conmemorativo del
acto, págs. 37-44.)
DISCURSO PRONUNCIADO EN EL ACTO DE
LA ENTREGA DE PREMIOS DEL CONCURSO
PEDAGOGICO CEBRADO EN ORENSE EN
JUNIO DE 1903
Al anhelo, en mí ya antiguo, de conocer esta tie-
rra gallega hase juntado, para traerme acá ahora,
vuestra honrosísima invitación, a la que no debía re-
husarme. Y no debía rehusarme porque ella me per-
mite comunicar y ponerme en contacto con pueblo
que de tan gallardo modo manifiesta el sentido sana-
mente práctico que le anima y el cuidado que por la
cultura se toma. Tan hermosa mansión humana como
es esta tierra en cuyo regazo Orense vive, sólo me-
rece ser habitada por hombres cultos y animosos, hen-
chidos de fe en el progreso y del contento que la cul-
tura cría en el corazón. Y vosotros todos, bien se ve,
os esforzáis por poner vuestras almas de acuerdo
con el espléndido escenario que ante ellas Dios des-
pliega y con que las abraza, por templarlas al tono
manso y dulce de vuestra naturaleza, una naturale-
za humanizada, de esta jugosa campiña que seduce
como un nido, predica con su perenne verdura tole-
rancia, e invita a vivir en paz con el cielo, con la
tierra, consigo mismo y con los prójimos. Llama a
las artes de la paz que se cimentan en el esparcimien-
to del saber y de las luces. Toda comezón de violencia
tiene que derretirse aquí, ante el reposo de estas
sosegadoras frondas, hijas de tempero suave y de
blandas lluvias sobre terruño mollar.
El argumento de lo que he de deciros me lo dan,
OBRAS COMPLETAS
527
pues, el aliento espiritual que de esta tierra, vestida
de verdor de infancia, se exhala, y la fiesta misma
que aquí celebramos ahora, el reparto de premios a
los que han resultado merecedores de ellos en este
concurso reg-ional de enseñanza. Es un acto de cul-
tura y demanda de ella es lo que a diario se oye,
con más o menos sinceridad pedido, de boca de los
españoles que piensan en que lo son.
Sin ambiente favorable que le preste fomento, todo
esfuerzo se endeblece primero, se esmirría después
y acaba por derretirse; sin público que reciba y re-
percuta nuestras ideas, se apagan éstas pronto.
Presenta nuestra sociedad, tocante a instrucción y
saber, grandes desigualdades, pues junto a unos po-
cos y muy acaudalados ricos, hay turbas y más tur-
bas de menesterosos mendigos ellas ; hállase la cul-
tura muy mal repartida, y en ella, aún más que en
la tierra, el maleficio de los latifundios y dehesas.
Muchedumbre de gentes que ni aun leer saben,
otros que es como si no lo supieran, y luego unos
pocos que, aislados en sí, devorando ideas que no
pueden devolver, consumiendo en demasía y sin pro-
ducir apenas, atesoran conocimientos que les pondrían
en otros países a la par de los primeros, y se entre-
gan, de por fuerza, a la avaricia mental, pues sus
saberes no les rinden provecho bastante en renombre
e influjo, que es lo que procuran. Y es que ellos, los
más cultos, saben lo que necesita saber el pueblo,
mientras lo necesitado por éste lo ignoran ellos; tajo
tan hondo los aleja.
Mas este desnivel mismo pudiera y debiera ser uno
de los apoyos de nuestra salvación, asiento de la hu-
manidad y del culto patrios. Los desniveles de terre-
no que han hecho, en gran parte, nuestra desgracia,
serán acaso mañana una de las más principales cau-
sas de reposición entre los pueblos tenidos en la de-
bida cuenta. ,
528
MIGUEL DE UNAMUNO
La hechura del suelo patrio, tallado por sacudidas
del fuego soterraño y por la lenta friega de las
aguas, modelado en rápidas pendientes, ha hecho que
las lluvias seculares le desuellen a chaparrones, de-
jando a flor sus berroqueñas entrañas, y que sus
ríos, encañonados en hondas hoces, lleven raudamen-
te al mar unas aguas que ansian con ardor las tierras,
resquebrajadas de sed, a cuyo pie corren aquéllas es-
térilmente. Pero esto mismo hace estos grandes saltos
de agua, poderosas cascadas y recodos del desnivel,
esa abundancia de "hulla blanca" y algún día apri-
sionaremos en turbinas y ruedas la fuerza de esas mis-
mas tercas aguas, que se hurtan hoy a la sequía de
nuestros campos, Y así la raíz de pobreza de ayer
se convertirá en raíz de la riqueza de mañana.
Y de parejo modo, señores, los desniveles intelec-
tuales que hoy esterilizan nuestra cultura, esas men-
tes hondas y tercas que corren sin provecho para el
prójimo en el hondón de bajas hoces espirituales,
hurtándose a la sed de luz y de saber de las incultas
masas, todo esto podrá llegar a ser firme asiento de
la riqueza espiritual y de la hermandad patrias. Sólo
hace falta para ello un soplo de amor que encauce
esas energías hoy perdidas y la comprensión de que
no es obra de misericordia, sino deber de estrecha
justicia, lo de enseñar al que no sabe. Vuelve el pue-
blo sus ojos a los que saben en pedido de enseñan-
zas, y aquel agorero ¡ ay de los rebaños sin pastor !
complétase con un no menos agorero ¡ ay de los pas-
tores sin rebaño !
No hay cariño como el que florece y fructifica en-
tre maestro y discípulo. No llevo muchos años de
magisterio todavía, pero andan ya por el mundo cria-
turas de mi espíritu, y cada vez que oigo hablar de
ellos con elogio y los veo trabajar y ser valederos a
sus hermanos, se me hincha la esperanza de otra vida
y presiento que, cuando menos, no pasaré por ésta
OBRAS COMPLETAS
529
en balde. No hay para mí acatamiento como el que
rindo a los que me adoctrinaron en algo, a los for-
madores de mi espíritu. Padre, pater, no es el engen-
drador. el genitor, sino el que apacenta o alimenta,
pascit. y el alimentado con pan del espíritu llevaba
un nombre ipie hoy ha perdido, por desgracia, su
primitivo y hermoso significado; era aluiiiiiits, alum-
no, esto es : alimentado.
Hay, en efecto, en toda sociedad los padres y los
hijos espirituales, los que alimentan y son alimenta-
dos, y en nuestra familia española sólo puede reinar
el amor y consolidarse la patria sacrificándose los
que saben a la santa tarea de enseñar a los que ig-
noran.
He dicho sacrificándose, y no me arredro. Lo que
vais a oír es una confesión dolorosa, dolorosísima,
pero quiero desnudaros el alma de uno de esos a
quienes se llama intelectuales, quiero ser redonda-
mente franco y sin doblez. El fin, confesado o no, de
todo publicista que no trabaje para comer tan sólo,
es conquistar renombre y gloria, es salvar su nom-
bre del anegamiento del olvido, ya que no tenga
siempre confianza en salvar su espíritu del sueño
último e inacabable, del sueño sin ensueños ni des-
pertar, mar sin fondo, sin cielo y sin orillas. A me-
dida que se amengua o apaga la fe en la inmortali-
dad sustancial del alma, enciéndese un furioso anhelo
de salvar siquiera una sombra de ella. La sed de
sobrevivirse empuja, resuelve, acalora y consume
a los hombres de hoy, no bien logran sacudirse del
apremio de tener que ganar el pan de cada día. Cuan-
tos nos ocupamos en letras o en ciencias puras, vamos
empujados por ese ansión, y cuando nos oís maldecir
de la patria, encarecer nuestro atraso y fallar de irre-
dimible a nuestro pueblo, habéis de columbrar por
debajo de todo ello el despecho de pertenecer a un
pueblo que no es suficiente escabel para levantarnos
530
MIGUEL DE UNAMUNO
a la altura a que aspiramos y creemos merecer, y el
enojo de haber nacido en tierra de donde tan difícil
es entrar a la república universal de la fama, reba-
sando allende fronteras, i Qué culpa tengo de haber
nacido español ?, dicen que solía decir un hombre que
fué dueño de los destinos públicos de España durante
muchos años, y de ese mismo hombre, que mereció
ser apellidado "monstruo", dicen que decía también
que es sólo español el que no ha podido nacer otra
cosa. Queremos un puesto en el Olimpo de las nacio-
nes y que las historias consagren un renglón siquie-
ra a nuestro nombre, y para conseguirlo nos encas-
tillamos en la torre marfileña, despreciando al vulgo
profano y sin más que hablarle en necio cuando nos
cuadra darle gusto para recibirlo de él a trueque, y
luego se dice y se redice para excusarlo que el fin del
linaje humano no es otro que dar, como flor de regalo,
unos cuantos ingenios sumos, en cuyo abono han de
perecer oscuramente las muchedumbres. ¡ Singular
blasfemia !, y Dios castiga nuestra soberbia y nues-
tro egoísmo, y como no buscamos ni su reino ni la
justicia de éste, nos niega la añadidura de esa gloria
en que soñamos noche y día.
Figuraos un hombre en cuya cabeza bullesen gran-
des pensamientos, vivas imágenes, hipótesis fecundas
o siquiera sugestivas paradojas, pero que se encuen-
tra arraigado en lugar atrasadísimo, entre gentes an-
alfabetas y míseras, aunque con hambre y sed de sa-
ber. Pídele el pueblo luces y le ofrece a cambio man-
tenerle según sus alcances, si se las da, y él por su
parte, además de verse por el apremio de tener que
comer empujado a ese oficio de maestro de sus herma-
nos, siéntese también llevado a ello por atracción de
piedad y por el tiro de la sangre. Que si es inhuma-
no e inmoral, si es anticristiano regodearse en el
lujo y la comodidad redundantes cuando nuestros
hermanos desfallecen de hambre, no menos anticris-
OBRAS COMPLETAS
531
tiano es perderse en altas elucubraciones, en investi-
gaciones prolijas, en aclarar puntos oscuros de cien-
cia pura o en el escudriño de intrincadas cuestiones,
mientras haya hermanos que no sepan leer ni escri-
bir, ni quien se lo enseñe.
Yo sé que mi alma no será del todo libre mientras
en el mundo haya algo esclavo, pues es la libertad bien
comunal y que la sabiduría toda puede volverse po-
dredumbre y peste mientras la ignorancia agarrote las
almas en cuya comunión forzosamente he de vivir y
de grado vivo. La ciencia de monopolio y lujo lo es
de maldición ; deseca los corazones y apaga en ellos la
lumbre de la esperanza, de la caridad y de la fe.
Horas hay en que, sucumbiendo a tentación diabó-
lica, no hago cuenta alguna de mis compatriotas, y
sin cuidarme de lo que quieren y han menester saber
los más de los españoles y ni aun de si los haya en la
tierra, me pongo a pensar, imaginar, sentir y escribir
para el público universal de los siglos, es decir, para
mi mayor y más duradero renombre posible, aun a
riesgo de estrellarme, como Icaro por querer volar
con alas de cera. Pero, por una parte, ni podemos ni
sabemos escribir los españoles más que en español, ni
hay, además, otro camino seguro de unlversalizarse
de veras que rebosar de la patria por haberla per-
hinchido, y por otra parte queda en nuestro interior
una voz que nos dice que nuestros hermanos en len-
gua y patria necesitan, más que de las golosinas que
podamos confeccionar de propia mano, del pan de la
cultura europea; que más que nuestras paradojas, o
nuestras ocurrencias o concepciones, por hermosas
y sugestivas que ellas sean, han menester de las no-
ciones hoy comunes y corrientes por ahí fuera.
La labor de los intelectuales en España es hoy,
pues, labor de abnegación, de humildad, de sencillez,
de verdadero sacrificio. Tienen que ahogar en bue-
532
MIGUEL DE UNAMUNO
na parte su originalidad — los que por ventura la tu-
vieren— , o más bien que ahogarla, enderezarla, para
dedicarse a la tarea, de veras religiosa, de adaptar
a nuestra lengua y nuestra condición la cultura media
europea. No se nos pregunta qué pensamos sobre tal
o cual punto, sino qué hay asentado y puesto en claro
sobre él ; no se nos pide que disertemos con ingenio o
novedad o profundidad sobre la escritura o la teoría
de los números sino que enseñemos a escribir o a
contar a los que no lo saben, que seamos maestros de
escuela.
Una de las cosas que me han llamado la atención
siempre, es ver en los catálogos de las librerías ex-
tranjeras cartillas y manuales científicos, algunos
para servir de lectura en las escuelas primarias, redac-
tados por hombres que figuran en primera línea entre
los cultivadores de las respectivas ciencias, y mil
veces, en las horas de más puro recogimiento, en
horas en que logro acallar un poco el rumor per-
petuo de mis entrañas que me piden sobrevivencia
a toda costa, en esas horas santas de desinterés su-
premo y de abnegación, me he propuesto no morirme
sin dejar escrito un libro de lectura para las escue-
las primarias, cuentos o relatos para los niños, pero
tales que los entiendan y sientan de verdad ellos, y no
cual los que por ahí corren, de puro ñoños y acara-
melados tan falsos como ese falso balbuceo que adop-
tan algunos padres creyendo que así les entenderán
mejor sus hijos.
Pero ¡ qué flaco y miserable es el hombre ! Os ha-
blaba ahora mismo de este mí deseo como de algo
redentor y desinteresado, y ved que aún en él per-
sisten el empeño de dejar rastro, de salvar el nombre
y las obras, siquiera en labios dé los niños. No tan
aína se desarraiga del alma de un intelectual ese re-
sorte de vida. Aquí, en este acto, entre vosotros,
cuando se reparten premios a oscuros maestros por
OBRAS COMPLETAS
533
su labor, aquí me estoy confesando, y al confesarme
buscando fuerzas para lograr propósito de enmienda,
y en el acto mismo de confesión, incurro en el pecado
de que me acuso. Si lo es tal, de él sólo nos salva
la dura, santa y redentora necesidad.
Sí, ¡ bendita la necesidad de vivir, que nos hace
escribir para que nos entiendan los que nos pagan,
ya que no nos pagan si no nos entienden ! : ¡ bendita el
alma del cuerpo cuando ahoga la soberbia del espíri-
tu ! Sin esa hambre que arrastra a tantos a ganarse
un mendrugo enseñando a leer al hijo del prójimo,
¿ habría muchos que se lo enseñasen ? No os avergon-
céis, pues, maestros, de vuestra indigencia, que ella
es un acicate providencial para una obra que sin vos-
otros nadie ejercería, como es también un acicate
providencial ese deseo de fama que a los satisfechos
de pan les aguijonea. Para que el linaje humano
crezca y se multiplique, se nos dió a hombres y mu-
jeres la querencia mutua ; mas al entregarse uno a
otro dos amantes, en todo piensan menos en el fruto
que de su amor brote, y asi también para que el linaje
humano progrese y se perfeccione, se nos dió la vana-
gloria, y no es en los beneficios de su intento en lo
que suele pensar el inventor, ni el pensador en el
alcance social de sus pensamientos. Sólo que ni los
padres pueden engendrar nada sano sin poner algún
amor en ello, ni sin amor es fecunda la obra del
maestro.
Es, pues, preciso convertir a la patria en escuela,
enseñándonos mutuamente y comulgando en la ense-
ñanza, de donde nacerá el amor. No creáis en la valía
de un estadista que no sea ante todo y sobre todo
educador de su pueblo. Es uno de los mejores anun-
cios de nueva vida el ver que desde hace algún tiem-
po empiezan nuestros hombres públicos a entrar por
el camino de los viajes de propaganda, a hacerse
caballeros andantes, a recorrer pueljlos y lugares
534 MIGUEL DE UNAMUNO
sembrando doctrinas, convertidos en andariegos. ¿ Que
estas voces se pierden?
Hay quien dice que son nuestras voces voces en el
desierto. No importa, pues el desierto oye. Es el si-
lencio un vasto camposanto en el que descansan acos-
tadas las voces muertas, y algún día, al son de la
trompeta de una angélica idea, se le conmoverán las
entrañas al silencio, se le desgarrará el preñado seno
y subirán al cielo, a regalar a Dios los oídos, for-
mando inmenso coro las voces muertas, las humildes
voces que como las vuestras, maestros aquí presen-
tes, clamando en el desierto se perdieron ; sus ecos
resonarán en torno, más allá de las últimas estrellas.
Porque hay además de esta España terrestre una Es-
paña celestial, y lo que en ésta se pierde una vez
sembrado, en aquélla se cosecha y gana. Todo lo que
sale de los corazones, a ellos vuelve al cabo, pues
sólo en ellos descansa y vive; hablad y enseñad, aun-
que no os oigan ; haced de la necesidad virtud y del
oficio religioso culto ; que sea una oración vuestra en-
señanza.
Porque oración, según los más entendidos maestros
de ella, no es tanto recogerse a ciertas horas en lu-
gares apartados para pronunciar estas o aquellas pa-
labras o recorrer con el ánimo ciertos propósitos y
sentimientos, cuanto es hacerlo todo de una cierta
manera, poniendo un alma de confianza y unción de
amor en todo, hacerlo todo por Dios. Quien al em-
prender una obra, por oscura que sea, pasando por
sobre el salario que con ella se gana, pone el seso y
el ahinco en su valor eterno, en el beneficio duradero
de esa obra, en que es semilla echada al Infinito, ése
ora al obrarla, y sólo así se gana el descanso y se
cosecha la paz que no acaba.
Y para nada hace falta más amor que para llenar
vuestra misión, maestros de la niñez. Ved que se os
entrega y confía lo más precioso del linaje.
U 15 K A :^ L U M f L h l A S bób
Empeñada ha de ser vuestra labor, en efecto, ya
que para enseñar a niños hay que volverse uno "de
ellos, acudiendo a buscar en los hondones de nuestra
alma el poso puro de nuestra infancia. Y nada se
pierde, sino se ofana mucho con ello, pues el niño que
llevamos todos dentro, es el justo por quien se nos
justificará alg-ún día.
Yo sé deciros que el recuerdo, más o menos claro,
de nuestra niñez es la unción espiritual que impide el
total corromperse del alma. En horas de sequedad
y de desamparo, cuando se palpa el terrible vanidad
de Aanidades, cuando hastiado el ánimo de la pere-
grinación a través del desierto, se ahinca en el me-
dro-^o misterio del tiempo y ve abrírsele la sima sin
fondo del vacío; cuando ante el polvo a que con
el análisis lo hemos reducido todo se ha convertido
en reconcentrado y disimulado terror el infantil y
franco asombro, entonces se oye en el silencio del
corazón los ecos dulces de la niñez lejana como
rumor de aguas frescas y vivas de escondido arroyo
que sigue corriendo bajo las ardientes arenas. Y en-
tonces, seco el gañote y resquebrajadas de sed las
entrañas espirituales, sedienta el alma en agonía, se
escarba con afán el suelo hasta descarnarse las manos
para descubrir aquellas aguas y echarse de bruces a
beber de ellas y recobrar así la vida en el manantial
que influyendo en oscuro soterraño, logró guardar
su pureza y su frescura.
En esas horas es el niño el maestro del hombre,
y lo debe ser, porque lo más valedero y lo mejor y
lo más hermoso lo aprendimos en los balbuceos del
alma; en los primeros años se fija el carácter y en
ellos cuajan el genio y la figura que hasta la sepultura
hemos de llevar después.
Oíd lo que nos dice el dulcísimo poeta inglés Words-
worth: "Mi corazón brinca cuando columbro un arco
536
MIGUEL DE UNAMUNO
iris en el cielo; así era cuando empezó mi vida, así
es hoy en que soy un hombre ; ¡ sea así cuando me
haga viejo, o antes muera ! El niño es el padre del
hombre, y ojalá se aten mis días unos a otros por
natural piedad."
Es, en efecto, el niño, padre y soberano maestro
del adulto y crecido, y un investigador moderno, Ha-
velock Ellis, ha llegado a sostener que el progreso de
la especie va de niños a niños por mediación de las
mujeres; que el niño presenta en forma exagerada
los caracteres diferenciales de la humanidad, cabeza
grande, cara pequeña, lampiñez, delicadeza del siste-
ma óseo. Desde el punto de vista de la acomodación
al ámbito, es el adulto más apto que el niño; pero
considerado desde un punto de vista zoológico, todo
se observa menos progreso, dice. Y añade que en
el hombre, desde el tercer año, el adelanto, aunque
de adaptación al ámbito absolutamente necesario, es
en cierta medida adelanto en degeneración y senili-
dad. Los hombres de genio, hace observar, se apro-
ximan al tipo infantil, son niños grandes.
Desconfio siempre de aquellos a quienes los niños
molestan o la presencia de éstos no les impone come-
dimiento y moderación, ni se reportan de impurezas
ante sus ojos puros ; de los que despachan a los pe-
queñuelos con un "vete, que esto no te importa",
como si debiera decirse algo que no deba oír un niño,
y desconfío de todos los que no llevan los recuerdos
de su niñez a flor de alma. Tengo presente de continuo
las palabras del Divino Maestro al hacer que dejasen
a los niños acercarse a él : "De veras os digo que sí
no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en
el reino de los cielos, y quien recibiere a un niño en
Mi nombre, me recibe a Mí, y cualquiera que escan-
dalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en Mí,
mejor le fuera que. colgándose al cuello una piedra
de molino, se echase a lo hondo de la mar" (Mateo,
OBRAS COMPLETAS
537
XVIII, 8, 6). Y de su propia niñez, de la preñadisima
niñez del Maestro, sólo nos dice el Evangelio que el
niño crecía y fortalecíase y se henchía de sabiduría y
la gracia de Dios era sobre él (Luc, II, 40 ) ; sin más
detalles ni prolijas noticias acerca de su niñez; pro-
tégela y la emboza el misterio. Y es que es la niñez
el santuario del misterio. Ante un niño se abren los
caminos de la vida en el crucero de donde irradian
y se separan ellos ; al tomar uno cualquiera, renuncia a
los demás todos y nunca podrá desandar lo andado;
su reino es el porvenir, único reino de libertad. Así
es que el alma reflexiva se sume en más hondo pesar
ante el cadáver de un niño que junto al de un héroe
que cumplió sus hazañas y no hay más terrible mis-
terio moral que el implicado en la creencia del limbo,
si no es el de los pobres niños crucificados sin culpa
en la pena. Nada angustia más el pecho a todo bien
nacido, que el ver a esos pequeñuelos desmedrados y
enclenques, que nacieron con el veneno de la muerte
en el meollo, y en la pesadumbre de cuyos ojos amor-
tecidos se vislumbra el asco de una vida, a la que, no
bien encentada, se le afloran las heces y la morriña
de la eternidad.
Es menester despertar y avivar el culto a la in-
fancia y el respeto al niño, ese respeto a que se les
falta cuando se les toma de medio para satisfacer
vanidades paternas o de juguete para divertirse con
ellos.
Conservemos nuestra niñez y si, por desgracia, la
hubiéramos perdido, vayamos a buscarla al fondo de
nuestra alma, a reconquistar el paraíso perdido.
Y ¡ qué pronto se aja la flor ! ; ¡ qué pena ver mus-
tias más tarde las flores y ahornagadas las hojas de
la niñez, cuando los chubascos pusieron al descubierto
sus raicillas, arrastrando el mantillo que las ampara ! ;
¡ qué pena ver desecada la lozana imaginación del
538
MIGUEL DE UNAMUNO
niño, el soberano poder de jugar con el mundo, sin
levantar barreras entre la vela y el sueño ! ; ¡ qué do-
lor ver sustituido su sencillo y espontáneo mentir, el
mentir que desconoce el valor de la verdad, verlo sus-
tituido por la mentira reflexiva y estudiada, por la
mentira social, que se le inculca en el alma a la par
que otros venenos en el cuerpo ! ; ¡ qué lástima ver a
la voluntad, antes virgen, ahora no ya enderezada por
espiritu de ley, sino agarrotada por su letra !
Mientras no salen de su sábado, para entrar en su
soñado domingo de la juventud, unos a otros se pres-
tan niñez los niños y la fecundan, y es lo que debemos
fomentar en ellos los adultos. Y aqui quiero expo-
neros una idea que de largo tiempo ha venido bullén-
dome en la mente, y es que si la sociedad patria debe
convertirse en escuela, toda escuela ha de ser también
una verdadera sociedad, una pequeña patria. Voy a
explicároslo.
Cuando remonto con el recuerdo el curso de mi
vida y asi arribo a mi niñez, píntaseme la escuela
en que aprendi a leer y contar, con los rudimentos
de ciencias y humanidades, allí en un camaranchón
de bohardilla, como morada de una sociedad henchida
de jugo y de savia. Aun aparte de las influencias de
la sociedad envolvente, de la sociedad general en
que vivíamos, producíanse en el gremio infantil los
fenómenos todos que en una sociedad se producen,
aunque reducidos y en pequeño. Había su derecho
consuetudinario y no escrito, es claro, y recuerdo
muy bien sus mandatos y fórmulas, porque al modo
de lo que en el Derecho romano acontecía, era en
nuestro derecho infantil dominante el formularismo.
Así, por ejemplo, la simple cesión de un objeto, la
donación sencilla, sin otra ceremonia, daba derecho a
exigir su devolución apenas rota por cualquier ren-
OBRAS COMPLETAS
539
cilla la amistad entre donante y donado, mientras la
entrega formal y solemne, con aquello de
Santa Rita, la bendita,
que en el ciclo estás escrita,
con popel y arjiia bendita,
lo ¡¡in- se da, iu¡ se quita;
en el infierno pagarás,
no dejaba lugar a devolución alguna. Y luego, los ri-
tos con que se pactalia la asociación para "jugar a
partes", cuando se cogían de las diestras los contra-
tantes y un tercero partía con la suya el lazo ; y la so-
lemne fórmula del juramento y las reglas sobre quién
era el dueño de un objeto primero visto por uno y co-
gido primero por el otro, y otras acciones más. Y si del
derecho pasamos a la literatura, no carecíamos de
ésta, sin contar, es claro, los productos infantilizados,
y nada infantiles, que se nos metían, de adultos que
al producirlos habían olvidado su niñez. Y para el
comercio nos servíamos, a guisa de moneda, de los
santos, figuras o z'istas —que con estos nombres se
les conoce a los cromos de las cajas de fósforos — , y
ese comercio adoptaba curiosas formas en trueques, re-
trueques, cambalaches y préstamos. Recuerdo tam-
bién la impresión que la naturaleza viva hacía en nos-
otros, niños urbanos, y el anhelo con que íbamos ^ la
landa verde y el religioso prestigio con que se nos im-
ponía el mundo de los vivientes, y las mil fábulas a
cuenta de bicharracos, avechuchos y alimañas. Y lue-
go las peleas entre los de este barrio y los del otro,
y en ellas combinaciones estratégicas y hasta políti-
cas. Y el código del honor infantil, que también le
había, con las caballerescas reglas en que había de
cumplirse toda cachetina y la generosidad que del
vencedor se exigía, luego que el vencido, conminado
por el "¿te rindes?", se confesaba tal. Y es también
entre los niños donde hay que estudiar cómo brota
540
MIGUEL DE UNAMUNO
el caudillaje, pues el cacicazgo es el modo natural de
org-anizarse toda sociedad infantil, sea de niños o de
adultos. Hay que ver el benéfico influjo que ejerce
el gallito de la calle, el mandcni, en especial sobre
aquellos que, rindiéndole pleito homenaje, se ponen
bajo su amparo.
Claro está que estos acarreos civiles se forman en
gran parte por remedo de la sociedad general o en-
volvente, pues los niños recuerdan a los grandes,
pero así, por imitación, se forma y desarrolla toda so-
ciedad, y en la de los niños, aun imitando, obra una
espontaneidad que cuando no crea, modifica y tras-
muda lo imitado, produciendo un derecho, una reli-
gión, una literatura, una política, un comercio, una
industria, y así de las demás manifestaciones huma-
nas. Los niños, cuando se reúnen, forman un esbozo
de comunidad civil, con los caracteres todos de tal,
y así como se hacen en las prácticas de las Normales
biografías pedagógicas de los niños, podrían hacerse
verdaderos estudios de sociología infantil pedagógica.
Y mil veces me he preguntado a tal respecto si
aparte de las necesarias disciplinas que hay que tras-
mitirles al recentarlos para la vida social, no sería
acaso la mejor educación, sobre todo cívica, que
pudiera dárseles la de atisbar esos gérmenes sociales,
observarlos y ayudar su desarrollo, empujar el pro-
greso de esa incipiente sociedad sin quebrantarla con
instrucciones de soberano, obrando no ya sobre el
conjunto de ellos como sobre mero agregado, sino
sobre la comunidad orgánica que forman, ejerciendo
una verdadera pedagogía social y convirtiéndose el
maestro no en rey absoluto, sino en poder director
y moderador de la república de los niños, y no para
violentarla llevándola por caminos trazados a com-
pás y regla por los adultos, sino para apresurar y
enderezar el natural proceso de ella. Lo que en los
manuales de pedagogía se llama enseñanza mutua
OBRAS COMPLETAS
541
tiene un alcance medio mayor del que suele dársele,
y no me refiero a los instructores encargados por el
maestro de repasar las lecciones a sus compañeros,
en corrillos escolares, sino más bien a la que espon-
táneamente suro-e así que dos niños se ponen en trato
y al habla. Pues si en mitad del campo se les presenta
una cuesti<'>n. dirinienla, o a cachete limpio, o por
engaño del uno merced a la superior astucia del otro,
o por convenio : y para arreglarla, ellos se las compo-
nen mejor que nadie, y juzgo toda intervención, tras
de inoportuna, en el fondo injusta.
Me he preguntado también si no es una torpeza
tomar a los niños como lilanda arcilla (|ue modela el
alfarero, y sobre tal base ejercer en ellos violencias,
como la de ahogar el caudillaje de los que resultaren
cabecillas, en vez de favorecerlo y dignificarlo, a la
vez que se alienta y da valimiento a los hipócritas y
aduladores, a los engaitadores y pelotilleros, a esos
niños modositos y cazapremios. en quienes acaba por
anidar la envidia, más si se le azuza con el dañino
aguijón de emulaciones, competencias y rivalidades.
Mal correrá en la vida aquel a quien se le ha enseñado
a mirar si corre más o menos que él su vecino.
Natural que no se deje a los niños abandonados a
sí mismos, pero la educación de su comunidad depen-
de más aún que de maestros dedicados a ella, del in-
flujo de la sociedad envolvente, de la atmósfera mo-
ral en que respiren. La inmoralidad es contagiosa, y es
un error creer que las concusiones, los abusos de auto-
ridad, las corruptelas, la indisciplina y la hipocresía
sociales no llegan, como peste pegadiza, a afectar a
los niños. Por sutil respiración espiritual, absorbe
el niño la maleza ambiente y en ella se empapa. Cada
mirada de sentimiento impuro, de odio, de envidia,
de desprecio o de lujuria es como si dejara en su
carrera un invisible hilo de impureza, y al cruzarse
y entrecruzarse estos hilos, traman una red, en cuya
542
MIGUEL DE UNAMUNO
invisible espesura tropiezan las almas vírgenes, en-
suciándose y sofocándose en su vuelo. La escuela del
niño es la sociedad toda, y ¡ ay del país en que haya
que aislarle de ella para que no se corrompa y haya
que guardarle de la calle!, ; ay del huerto en que se
haga menester una estufa para criar allí los tiernos
brotes y trasplantarlos luego !
Pero i qué más, si en la conducta misma que para
con ellos se observa empieza lo más pestilente de la
pestilencia y se ve más al descubierto que en parte
alguna la gangrena que corroe a nuestro actual estado
social? Porque el mayor desconsuelo que este estado
encierra, lo más grave de la cuestión llamada social
y sobre lo que no sé haya nadie parado mientes lo
bastante, es que los más de los padres tengan que des-
atender a sus hijos para ganar con qué mantener a
éstos y mantenerse ellos, y los atiendan quienes lo
hacen de oficio para tener así con qué mantenerse. Y
no es esto lo peor, sino que los otros, los que no ne-
cesitan trabajar para mantenerlos, los desatienden
también para holgar a sus anchas en pasatiempos, de-
vaneos y distracciones, y los entreguen a manos mer-
cenarias o los manden a algún encopetado colegio
para que no estorben en casa y dejen en paz a sus
padres. Fijaos en esto bien, ¡ que dejen en paz a sus
padres! Y así los descartan, y al descartarlos, arrui-
nan el hogar, que no es hogar fuerte si a diario no
lo fortifica aliento de niños. Pocas cosas se parecen
más en el fondo que ciertas familias de magnates y
las familias de los gitanos. Una de las principales
causas, acaso la más íntima, de la decadencia roma-
na, fué que los ricos patricios entregaron a sus hijos
a pedagogos de alquiler, a esclavos; que el servilismo
educó a los tiranuelos holgazanes.
Tiempo hubo en que Rousseau puso en moda el que
las madres amamantaran a sus hijos; rechazando a
las nodrizas que, por no ajarse o por más bajos mo-
OBRAS COMPLETAS
543
tivos aún, alquilaban : pero aún no se ha puesto ni
siquiera en moda el que, rechazando maestros de al-
quiler también, les amamanten con los primeros sa-
beres sus madres mismas y para ese oficio se pr'.'-
paren. Y vele aquí por qué hay quien opina que sería
lo natural que el hombre aprendiese lo más práctico y
técnico, para trabajar en ganarse el sustento, y la
mujer, lo más elevado, puro y de superior cultura,
para educar a sus hijos. Y así dicen que en los países
más cultos, la flor de la cultura, lo que embellece y
alegra la vida y anima a vivir y soñar, va yendo a
manos de las mujeres, y que es nuestra mayor des-
gracia que la mujer sea entre nosotros más ignorante
aún que el hombre, con saber éste tan poco. La leche
del espíritu, y no rehuséis la metáfora, la leche del
espíritu, la flor de la cultura, la ciencia y el arte, en
cuanto a elevadores de la mente, opinan muchos que
tendrán que ir a parar a las mujeres, y que ellas las
trasmitirán de niños a niños, quedando a los hom-
bres, según éstos, el luchar con la naturaleza y ha-
cerla servir a la satisfacción de nuestras necesidades.
Mas sea lo que fuere de esto que como opinión ajena
doy, lo cierto es que es la mujer la principal hacedora
de las entrañas sociales, y la peor es la nuestra, que
dormita en un lecho de ignorancia, de superstición y
de prejuicios, educándose más para monja o para
novia que para madre. En cuanto a los padres, el ga-
narse la vida o el ganarse aplausos los embarga.
Hay ya, por fortuna, quienes, no contentos con
ser medianeros entre ellos y su Dios, quieren tratar-
le derechamente y de corazón a corazón, en culto in-
terno, siendo sacerdotes por sí mismos y recibiendo
por sí al Espíritu; pero aún apenas ha soplado la
reforma pedagógica, la que suprima el medianero en-
tre la humanidad y cada hombre, el sacerdote ungido
para trasmitir el legado de la cultura, sino que cada
padre haga de su hogar así como un templo, así
544
MIGUEL DE UNAMUNO
también una escuela, y él mismo dé a comulgar a Dios
y dé a comulgar a sus hijos el legado de la cultura
humana. Y mientras así no pueda ser, no cabe hablar
del derecho de los padres a proveer a su antojo a la
educación de sus hijos por medianero a quien le
entregan movidos de ignorancia y de prejuicios.
¡ Espectáculo preñado de enseñanza el que nos da
quien, por dirigir a un pueblo, abandona la dirección
de sus propios hijos, y da a éstos un beso de prisa
y de compromiso para ir a cosechar palmadas ! Fi-
guraos una sociedad acabada, en que estuviesen ven-
cidas el hambre y la vanagloria, que es hambre tam-
bién espiritual; en que no hubiese ni luchas por el
sustento, ni luchas de envidia, ni codicia, ni soberbia,
y ¿cuál otra sería su principal tarea sino la de edu-
car a sus hijos, ni de cuál otra sacarían más deleite
y contento espiritual, ya que de criarlos los saca
carnal toda especie de vivientes ? ¿ Qué acerca al hom-
bre más al Criador y le hace ser más perfecto, como
es éste perfecto, que el hacer hombres a imagen de
Dios, el ideal de la humanidad?
En resolución, pues, tendamos a hacer de la escuela
un bosquejo de sociedad civil, de patria, y de ésta, una
extensión de la escuela ; mas aprovechando, como en
aquélla, sus naturales tendencias y no forzándola a
entrar por caminos que no sean propios. Pues lo mis-
mo para uno que para otro magisterio, para dirigir
o gobernar una comunidad escolar de niños, como
para adoctrinar a la escuela que es la patria, necesí-
tase, ante todo y sobre todo, conocerlas. La enseñanza
es un continuo aprendizaje.
Y quiero, a este respecto, señalar aquí, antes de
callarme, que va a ser en seguida, un nuevo campo de
acción a los maestros de escuela, y es el estudio de
nuestro pueblo, pues por la posición que ocupan, na-
die mejor que ellos lo pueden aprender. Lenguaje po-
pular, creencias y supersticiones, costumbres y hábi-
OBRAS COMPLETAS
545
tos, fiestas, maneras de vivir y sentir la vida, cantares,
consejas y leyendas, derecho consuetudinario, medi-
cina casera, todo género, en fin, de vida íntima, de
persistencia de infancia social, son los maestros de
escuela los más llamados a dárnoslo a conocer. Que
sepamos cómo vive y piensa, y sueña, y trabaja, y
canta, y siente nuestro pueblo, y sus instintos radi-
cales y primarios ; que nos conozcamos antes de po-
nernos a corregirnos, pues no hay más corrección
arraigadera que la que sobre el propio conocerse des-
cansa. I !
No se levanta edificio alguno duradero sino sobre
inquebrantables cimientos, y para elevar el edificio de
nuestra cultura, tenemos que asentarlo sobre la roca
viva de las tradiciones populares, de nuestro íntimo
modo de ser, de nuestra niñez social y colectiva. Hay,
por lo tanto, que ponerla al descubierto, removiendo el
terreno que la cubre, la capa de escombros, cascotes
y escoriales, de tierras de aluvión, que la historia ha
ido dejando sobre ella; hemos de recibir la cultura
sobre nuestra infancia.
Mas no por buscar cimientos de niñez social he-
mos de dejar de trabajar en el acarreo de materiales,
ni en la talla de sillares, ni en la fragua del cemento,
y no falta alguna razón a los que opinan que lo ur-
gente es hacer cultura, sea la que fuere, y dejar que
ella, por natural acomodo, vaya asentándose. Pero la
una cosa no echa fuera a la otra, sino que todos tra-
bajan para bien de la patria, los que traen materiales
y los mampostean y los que cavan cimientos. El punto
está en trabajar por la cultura patria. ¿ Con qué
orientación? No importa.
Cuando el ave peregrina quiere emigrar, primero se
remonta, sube y más sube hasta dominar dilatadas
lontananzas, y entonces, tras brevísimo ojeo, parte
flechada ; bástale tender la vista para orientarse. Así,
hoy por hoy, lo que nos cumple es remontarnos y
U.NAMUNO.
18
546
MIGUEL DE UNAMUNO
ahondar, levantar la fuerte torre sobre fuertes ci-
mientos, escalar el cielo, y luego, encumbrados a la
pingorota, con sólo echar desde ella un vistazo al
campo, avistaremos nuestra tierra de promisión. Es-
tudiar, sea lo que fuere, que todo es bueno, y comu-
nicárnoslo todo los unos a los otros, que de esta
comunicación nace amor; comprender que nada hay
que no deba saberse, romper todo índice expurgato-
rio; perder el miedo a las ideas y darnos cuenta de
que cuanto menos se estudia, hace más daño lo poco
que se estudiare, y esperar. Hagamos como el niño,
que en realidad nada se propone ni ansia sino hacerse
mayor, adulto, medirse con los mayores y hombrear,
llegar a su padre.
Y en todo caso, hagamos, os lo repito, de la patria
una escuela, y de cada escuela, una patria. Son hoy
mis últimas palabras y con ellas y el encareceros mi
agradecimiento por la atención con que me habéis
oido, doy por terminado este acto.
(Texto publicado en el Magisterio Salmantino
año IX, núm. 22, agosto 3 de 1903.)
CONFERENCIA TRONUNCJADA EN EL TEA-
TRO PRINCIPAL DE LA CORUÑA, LA NOCFIE
DEL 18 DE JUNIO DE 1903, A INVITACION
DE LA REUNION DE ARTESANOS DE DICHA
CIUDAD
Señoras y señores :
En grave compromiso me han puesto mi buena ami-
ga la señora Pardo Bazán y la prensa de esta ciudad
con la presentación que de mí han hecho al público.
Sólo quisiera que estos elogios pudieran compen-
sarse no defraudando las esperanzas de los que me
escuchan; pero grave es el aprieto, repito, porque
como venía sin preparación y no he tenido tiempo
para hacerlo, yo, que no soy repentista, temo defrau-
daros, y sobre todo temo digresionar.
Pero debo advertiros que no trato de hacer un
discurso, sino una conversación. Cuando quiero decir
algo concreto, lo escribo. Así ocurrió con cuanto dije
en Orense, que lo traía pensado y vuelto a pensar,
escrito y vuelto a escribir. Pero algo os debo, y para
ello, en estas dos mañanas últimas he tomado algunas
notas acerca de lo que me propongo decir.
Pero quizá sea mejor esta conversación que un
discurso, ya que yo, lejos de creer que España es la
nación de los oradores, considero a éstos como es-
critores de palabra, y a los escritores, como oradores
por escrito.
Mas estoy acostumbrado a la cátedra y aquí me
encuentro fuera de mi centro, sometido a una impre-
sión que no puedo dominar; y para vencerla en parte,
548
MIGUEL DE UNAMUNO
os ruego que me permitáis seguir mi costumbre y
hablar sentado.
Así estaremos en familia.
íY qué os diré? Nada tengo de orador, y menos
de orador de cinta. Llamo oradores de cinta a los
que hablan en las ferias como si tirasen de una cinta
al modo de los prestidigitadores, cortándola cuando
les parece conveniente.
Además, carezco de tema concreto y de conoci-
miento de lugar, porque si yo hubiera tenido tiempo
de conoceros y trataros antes de hablaros, me pare-
cería que el mayor favor que pudiera haceros en pa-
go de vuestra buena hospitalidad sería deciros fran-
camente vuestros defectos.
Hablaremos de lo del momento, a salga lo que
saliere, siguiendo en ello el ejemplo de nuestro maes-
tro Don Quijote, que se dejaba conducir al capricho
de Rocinante, y cuando pensaba lanzarse a em-
presas guerreras se detenía a conversar con el criado
de Andrés el Rico. En lo cual, a su vez, Don Quijote
no hacía más que imitar a su maestro Cristo, quien
decía que no había atención más importante que la
del momento, y se paraba a hablar con la mujer
del flujo.
Digamos con un antiguo escritor ascético que hay
que hacer cada cosa como si fuera la única y la últi-
ma que hubiera de hacerse.
La eternidad es ahora y el infinito es aquí.
Temo que, por educación en gran parte, por mi
estructura intelectual, quizá mi discurso parezca un
sermón laico, careciendo de unción y de intimidad,
a pesar de lo cual debo deciros que no creo en la
acción beneficiosa de los tribunos.
La palabra entre nosotros ya se ha dicho muchas
veces que se emplea para encubrir el pensamiento o
la carencia de él. Los discursos de nuestros oradores
me hacen el efecto de discursos con miriñaque y pos-
OBRAS COMPLETAS
549
tizos que se emplean para ocultar la escualidez Hel
cuerpo.
La palabra y el traje esmirrían y deforman cuan-
do no se ajustan a aquello que visten. Por eso los
oradores naufragan en un mar de ñoñeces y carecen
de profundidad por falta de sinceridad.
El ser más humilde y leve, el que nos parezca más
insignificante, nos revela la profundidad toda del in-
finito si acierta a desplegar sin reservas a nuestros
ojos sus entrañas enteras ; vemos entonces el uni-
verso todo reflejado en él.
Cualquiera puede ser profundo con .sólo ser since-
ro, y así como el antiguo paganismo produjo con la
desnudez del cuerpo la estatuaria griega, represen-
tación de hombres fuertes, robustos y hermosos, el
cristianismo, con la desnudez del alma, se propuso
enaltecerla. Si nos viésemos todos las almas desnu-
das, esa sinceridad acabaría con las rencillas y re-
concomios que desgarran a la humanidad.
Pero ¡ cuán difícil es alcanzar esa sinceridad ! Yo
aquí, ahora mismo, no soy sincero : llevo un traje
falso que no acostumbro a vestir y que embaraza mis
movimientos, y hablo ante un público desconocido y
en un teatro, fuera de mi elemento.
Jamás he podido comprender, por más que com-
prendo la conveniencia de hacerlo, a las gentes ca-
paces de mover o arrastrar a una muchedumbre. Qui-
zá ellas, en cambio, no saben comunicarse de alma a
alma.
Comparo eso con lo que ocurre con las aguas. Hay
lagos, y hasta mares, como le pasa en parte al Cas-
pio, cuyas aguas estancadas se ven agitadas a veces
por verdaderos temporales, pero que a pesar de ellos
vuelven a su tranquilidad y quedan siempre estanca-
das : son aguas muertas. Y en cambio hay ríos cuyas
aguas limpias y cristalinas parecen tan inmóviles que
apenas si tiembla en ellas el reflejo de los árboles de
550
MIGUEL DE UNAMUNO
la ribera, y, sin embargo, corren incesantemente hacia
el mar: son aguas vivas.
Hoy hay regiones en España en que se llega hasta
a andar a tiros. No se crea, sin embargo, que la opi-
nión está en ellas verdaderamente agitada. Me re-
cuerda la frase de Platón que dice: "El pueblo mata
a Sócrates sin razón y querria después resucitarlo
sin saber a punto fijo por qué".
Es menester tener un ideal : Dios. Lo hecho por
Dios, esto sólo es uno ; y es preciso sembrar ideas,
pero sembrarlas a tiempo, porque de nada sirve arro-
jar la semilla sobre im terreno seco y de corteza en-
durecida si antes no se le ha abierto un surco con
la reja del arado.
Del mismo modo es inútil sembrar ideas sin abrir
antes surco en los que hayan de recibirlas.
Pero aun dentro de la misma sinceridad hay una
sinceridad pasajera y otra permanente. La perma-
nente ha de empezar por una completa buena fe. Para
no mentir a los demás, es menester comenzar por no
mentirse a sí propio.
Sinceridad y humildad. La humildad es también
cosa esencialísima. De hombre a hombre, sean los
que fueren, no hay nunca gran distancia.
La humildad puede compararse a los millones de
huevecillos de ciertos peces, que se reúnen en grupos
formando huevas. Los que se encuentran en la peri-
feria, o sea en el exterior, perecen por la acción de
los agentes extraños y se destruyen protegiendo a los
centrales, de los que nacen nuevos seres. Perecen,
pues, por el lugar en que se encuentran. ¿ Son des-
iguales ? No. ¡ Ay del que nace periférico !
Tengo yo un amigo que hablando de doctrinas ni-
veladoras protestaba contra ellas diciendo que son
como la segur que corta las cabezas más salientes
sobre la multitud. A lo cual respondí : "Amigo, cuan-
OBRAS COMPLETAS
551
do vea la segur apéese de los zancos y le pasará un
palmo por encima de la cabeza".
La sinceridad en la humildad y la humildad en la
sinceridad se reflejan en el Evangelio. Todos recor-
dáis la hermosa parábola del fariseo y el publicano.
El fariseo da gracias a Dios por ser tan diferente
del publicano, y éste, humilde y oscuro, se lamenta de
no ser digno de entrar en el templo. Pero Cristo
honra al publicano y rechazó al fariseo.
Todo el Evangelio respira esta doctrina, y hay en
él tanta humildad, que fustiga duramente a escribas
y fariseos hinchados de letras ; sólo una vez en todo
él promete Cristo explícitamente el Cielo, diciendo:
"Tú serás conmigo en el Paraíso". Y esto es a un
bandolero : al buen ladrón.
Esto trae a mi memoria un pasaje de una de las
más hermosas novelas del escritor ruso Dostoyewsky,
en el que un hombre degradado y envilecido refiere en
una taberna su miserable vida a costa del honor de
su hijo, que le mantiene, y se propone cambiar. Pero
vuelve a caer al día siguiente en la misma vida. Mas
aquel hombre tiene fe, y espera que Cristo le dirá
el día de su Juicio: "Pasad vosotros primero, los que
no os habéis considerado dignos de entrar".
Rompamos,, pues, con la mentira, y reconozcamos
que ahí está quizá la razón de la simpatía del pueblo
por ciertos héroes tristemente célebres.
Schiller la inmortalizó en su Carlos Moor : lo malo
es que cuando estos héroes se ven en presencia de
la admiración popular, se erostratizan. Pero, cuando
menos, reconozcamos en ellos la sinceridad. Desvali-
jan en nombre de sus necesidades : no en nombre de
los altos principios. Porque hay tal relación entre las
cosas que parecen más incongruentes, que Renán cuen-
ta que allá en la Edad Media, cuando las correrías de
los señores y sus mesnadas hacían imposible la vida,
los habitantes de los países convinieron en dirigirse a
552
MIGUEL DE UNAMUNO
alguno de aquéllos: "Reconocemos tu soberanía y
te pagaremos un canon, a cambio de que nos defien-
das de todos los demás". Y así — añade Renán —
de los primeros bandoleros a sueldo nació la gendar-
mería.
Lo que hay es que aquellos hombres eran fieras, y
hoy la fiera humana ha sido domesticada. Se la ra-
sura, se la viste, se le riza el bigote y se la presenta
en el escenario.
Es menester naturalizar la humanidad y humani-
zar la Naturaleza. Este es el verdadero progreso. Y
el sobrehombre será aquel en cuyo interior se refleje
más exactamente la vida toda de la Naturaleza. Por
eso yo, cuando me encuentro cansado, busco la so-
ledad en la Naturaleza, y me paseo por aquellos cam-
pos castellanos, austeros y graves, oyendo el mudo
lenguaje de los árboles, y sobre todo el de las enci-
nas, que son muy elocuentes quizá por lo que callan.
Esto me trae a la memoria un antiguo simbolismo
que quiero recordar ahora. Allá en el siglo xiii es-
taban marcadamente separados los tres reinos místi-
cos del Evangelio eterno: El del Padre, el del Hijo
y el del Espíritu Santo, o sean el del dominio de la
fuerza, el de la idea y el del espíritu.
Primero dominó la fuerza, después dominaron las
ideas. El ideal es que llegue a dominar el espíritu,
conquistando la Naturaleza. Y ese será el dominio,
el tiempo del Verbo. Es menester naturalizar el es-
píritu y espiritualizar la Naturaleza por la ciencia y
el arte, por las ideas.
Hay quien cree que las ideas gobiernan el mundo.
Yo creo que el mundo está gobernado por los hom-
bres. Estamos en el período de las ideas, pero de las
ideas de fuerza. Así vemos que se grita : ¡ Nada de
caridad! ¡Justicia! Siimn ciiique tribiicre. Dar a cada
uno lo suyo. Pero ese es el principio de aquel bár-
OBRAS COMPLETAS
553
baro Derecho Romano, obra de un pueblo de solda-
dotes metidos a leg-istas.
No, no basta la justicia, porque si damos a cada
uno lo suyo, todos nos quedaríamos sin nada.
Ni aun basta la verdad, porque ¿qué es la verdad?
Recuerdo a este propósito una frase de un pensador
danés, Kierkegaard. quien dice que, si de dos hom-
bres, uno adora a Dios falsamente y el otro a un fe-
tiche con toda su alma, el Dios en ese caso es el
fetiche, y el fetiche es Dios.
Aparte de eso, yo nunca he tenido gran respeto a
las ideas. Aborrezco este bárbaro dogmatismo nues-
tro. Las ideas deben tenerse mientras sirven y sus-
tituirse después con otras nuevas. Hago con ellas lo
que con los zapatos : las uso mientras están útiles ;
luego, las tiro; nunca falta quien las recoja.
Por eso, cuando alguien me ha acusado de cam-
biar de casaca, he contestado que lo tengo a gala,
porque más vale cambiar de casaca que no tener nin-
guna, aquí donde casi todo el mundo anda desnudo.
Siempre tuve cuidado de que no me deformen los
demás con la idea que de mí tengan. O. W. Holmes (1)
escribió una cosa sobre los tres Juanes. Juan tal como
es, tal como cree que es y tal como los demás se lo
figuran. Pues bien ; a mí me ocurre algo de eso.
Y por más que procuro evitarlo, estoy convencido
de que el Unamuno externo acabará por sofocar
al verdadero yo, lo cual ocurre en España a casi
todos los hombres notables y especialmente a los po-
líticos, quienes, a fuerza de ver su caricatura, aca-
ban por caricaturizarse.
Quizá esto que yo digo es algo de soberbia, pero
no importa ; tengo el deber de ser sincero y, por eso,
t El texto impreso dice Mark Twain, y los lectores de Una-
muno recordarán sus frecuentes alusiones a este pasaje del hu-
morista norteamericano Oliver Wendell Holmíjs, autor de El au-
tócrata de la mesa redonda.
554
MIGUEL DE UNAMUNO
cuando alguna vez me han preguntado qué es lo que
soy en politica, en filosofía, en tantas otras cosas, he
contestado: orejano. Orejanas son las reses que no
llevan marca ni señal alguna, porque no pertenecen
a ninguna ganadería. Y es que me molesta que me
traten como a un insecto y me claven a una caja
por el coselete, poniéndome debajo un rotulito. Eso
es faltar.
Es lamentable lo que ocurre en España: aquí no
se educa a la gente a ser sincera: y es que todo el
mundo teme caer de primo, pero yo prefiero que me
engañen a engañar a nadie.
Hablemos de España. No conozco más regiones
que la en que nací y la en que vivo hace doce años.
En todas partes hablan de su franqueza. Los ara-
goneses, de su ruda franqueza; los vascongados se
alaban también de serlo en alto grado. Nada digamos
de los castellanos, que se consideran el tipo clásico de
la franqueza. Todos son francos, pero la franqueza
no aparece por ninguna parte. Y es que no debió ser
nunca virtud española.
Todo es aquí hipócrita. La educación, la literatu-
ra, enfática y falsa ; hasta la Naturaleza ; por más que
la Naturaleza gallega es más sincera que la castellana.
Estos no son los campos castellanos, campos dogmáti-
cos, que mirando ceñudos al cielo limpio, y como en-
carándose con él, parecen guardar cicateros, sus en-
trañas de piedra, sino que son valles francos y libe-
rales que se dan en castañares y abren su verdura
al sol, árboles que despliegan sus pulmones, su fron-
da al aire libre... La hermosura misma de las hijas
de esta tierra, como que hace gala de franqueza y de
sinceridad corporal.
¿ Corresponde la sociedad a esta franqueza del te-
rreno? Me temo que como en España toda, ¡no!
Antes de venir a Galicia sólo conocía de ella su
literatura regional, una fuente sospechosa. Me pare-
OBRAS COMPLETAS 555
ce quejillona unas veces, y burlona otras. Esto me
hace pensar mal, porque el que se queja rara vez
es sincero : suele tener la astucia del mendigo.
Ayer mañana, mientras el agua del cielo lavaba la
verdura de los campos, leía yo en Meirás los can-
tares gallegos de Rosalía de Castro y me detuve en
aquella especie de canto de Els Scgadors gallego.
Castellanos de Castilla,
Tratade ben ós gallegos;
Cando van, van como rosas;
Cando ven, vén como negros.
Y lo de:
Morrea aquel q'eii quería,
E f-ara mi): n'liay consuelo:
Solo hay para min. Castilla,
A mala ley que che teño.
Prcmita Dios castellanos.
Castellanos que aborrego
Qn'antes os gallegos morran
Qu'ir a pedirvos sustento.
Y me dije : ¡ A pedirlo, no : a tomarlo !
Y más adelante :
En verdad non hay, Castilla,
Xada como ti tan feio.
Qu'ainda millar que Castilla
Valera decir inferno.
El infierno lo llevamos todos dentro y disuelto en
nuestra sangre. Es la hipocresía.
Observo que los españoles cuando queremos ha-
blar de cosas exageradas, falsas, les llamamos por-
tuguesadas, pero en Portugal he notado que allí se
les llama españoladas.
Y es que tantos siglos de inquisición y de fingi-
miento han deprimido la verdad en nuestra raza. Lo
sacrificamos todo al recelo del escándalo. Las ciuda-
des están agarrotadas por una hipocresía mansa que
se hace más pestilente de algunos años a esta parte.
En todas ellas me dicen lo mismo. El retroceso es
cada vez más triste. Nadie quiere lucha. Vivimos en
556
MIGUEL DE UNAMUNO
una tolerancia aparente, pero en plena inquisición
oculta.
Ya sé que a nadie se tuesta, ya no se hacen autos
de fe, pero se hace algo peor: combatir las ideas
con la burla.
Todo se sacrifica a no escandalizar. Aun en la
muerte se prefiere mentir por no dar un escándalo
público y solemne, sin comprender que es mucho
peor el escándalo permanente y difuso. Nos empeña-
mos en engañarnos y en engañar a Dios.
En la sociedad española mentimos todos siquiera
con el silencio. El que calla otorga ; y callamos.
Yo mismo estoy dando vueltas para abordar la
cuestión religiosa. Ya nombré la bicha. Hay regiones
en las cuales puede hablarse de todas las cosas me-
nos nombrar la bicha por su verdadero nombre, por-
que si se pronuncia la palabra culebra, las gentes em-
piezan a decir lagarto, lagarto, y a hacerse signos con
los dedos, y eso que en las escuelas les enseñaron a
no creer en hechicerias y cosas supersticiosas.
En otras, en cambio, se ríen de eso, pero caen en
otras debilidades equivalentes.
No hace mucho tiempo que hablando yo con un
amigo mío acerca de cuestiones sociales, hube de ma-
nifestarle opiniones a las que prestó su aquiescencia,
hasta que uno de los que nos escuchaban interrumpió
diciendo: "Pero eso es anarquismo", y allí se acabó
ía conformidad de mi amigo.
Con ese sistema nos empobrecen el espíritu. Las
gentes quieren que les den las cosas hechas, masca-
das; a ser posible, ensalivadas.
Tengo un amigo que sigue los consejos de su mé-
dico, a pesar de no tener gran fe en él, y pregun-
tándole yo por qué lo hace, me dijo que no quiere
quebraderos de cabeza. "Prefiero descansar a enfras-
carme en lecturas que me harían creer que tengo to-
das las enfermedades conocidas. Así como yo no he
OBRAS COMPLETAS
557
de matarme, si él me mata ello irá sobre su con-
ciencia."
Pues eso hacen los españoles con la medicina del
espíritu, a quien se podrá decir lo que yo dije a mi
amigo: "Está usted podrido de pies a cabeza, y como
usted la mayor parte de la humanidad".
Eso se parece a lo que pasa con los usureros.
Un pueblo sin condiciones de vida y que no ha
aprendido a ganarla, tiene que entregarse por fuerza
al usurero, que a veces realiza una función social,
hasta meritoria si se quiere, ya que en épocas de
abundancia almacena el dinero, que luego facilita
cuando viene la escasez, haciendo así una especie de
efecto de esclusa. Tanto es así que los pueblos no
sienten odio hacia el usurero que se contenta con
cobrarles su interés y no les estafa ni les hace firmas
falsas.
Eso es falta de vida económica.
Trasladad eso al campo político y encontraréis ai
cacique. Como nadie ejerce sus derechos se dan casos
de que los pueblos lleguen a exclamar: "Aquí lo que
hacía falta era un buen cacique".
Pues lo que va dicho de lo económico y de lo po-
lítico igualmente debe aplicarse a lo religioso en un
país donde durante siglos no se ha permitido pensar
sobre ello.
Así ha podido nacer esa terrible frase famosa : "No
me lo preguntéis a mí..."
Y aquí viene a pelo otro verso gallego, el de las
mozas de Lexe :
Pues por bailar bailarían
N'o cribo d'tinha paneira;
Alais en tocando que recen,
En rezar son as primeiras...
Dan o mundo ó gu'é d'o mundo.
Dan a ygrexa o qu'c d'a ytirexa.
Y así resulta que no se realiza la compenetración
ideal de hacer del mundo iglesia y de la iglesia mun-
558
MIGUEL DE UNAMUNO
do, y no se emplea el lenguaje, como un amigo mío,
muy amigo, aunque sus ideas sean opuestas a las
mías (es carlista), a quien reprendiendo yo un día
porque vendía su voto, me contestó : "Ese no es mi
lenguaje; para nada lo quiero: el mío es andar a
tiros en el monte".
Me aseguran que aquí no importa verdaderamen-
te otra cuestión que la económica. Sólo la honda mi-
sería dará lugar a la rebeldía, que otra cosa no ha
podido provocar.
La miseria es por sí sola una fuerza, pero, sin
embargo, cuando es tan honda no permite al hom-
bre quejarse, y según el hombre va mejorando en
condición social, va tratando de alcanzar más. Y
eso, que se puede llamar la incontentabilidad, debe
ser la suprema virtud de los humildes.
Pero este país tendrá que despertar por convulsio-
nes económicas, porque los hombres que están en la
penuria pasan por el mundo como sombras, sin dejar
rastro.
En España no hay verdadera intimidad espiritual.
Eso explica las pocas Memorias que hay en nues-
tra literatura. El hombre interior se hurta a los de-
más y se pierde a sí mismo. ¡ Vae solis! ¡ Ay de los
que van solos !, y la mayor parte van solos por el
camino de la vida.
El aislamiento nos corroe, nos falta fe en nosotros
mismos porque los demás no nos creen. Y quizá la
costumbre de confesarse en secreto impida las con-
fesiones en público.
Una famosa agitadora inglesa, Annie Besant, dice:
"La frase habitual hay que hacer esto, pero ¿por
qué he de ser yo quien lo haga ? debe sustituirse por
esta otra : ¿ Por qué no he de ser yo el encargado
de hacerlo ?"
Y es qiie todo lo que no sea marchar como los
borregos se considera afán de singularizarse.
OBRAS COMPLETAS
559
Todo esto explica el fracaso del liberalismo.
Ahora se estila abominar de ciertas ideas que se
califican de jacobinismo. Pues bien; llegó el momen-
to de levantar y proclamarse jacobino con la frente
muy alta, protestando de que en nombre, no de la
razón, sino del estetismo y de un pretendido buen
tono se declaren ideas y doctrinas determinadas, cur-
sis, de mal gusto, anacrónicas, propias de los tiem-
pos del morrión, mandados retirar.
El país se burla, y esa burla de buen tono, de las
gentes de mundo especialmente, nos ha llevado a un
escepticismo amable que considero funesto.
Libertad, ¿ qué libertad es ésta ? Esta es la liber-
tad de la escuela manchesteriana, que preconiza el
libre cambio y la libre concurrencia.
Dejad a los hombres que trabajen libremente y se
disputen en buena lid — ¡ah!, pero es que aquel hom-
bre a quien queréis hacer luchar tiene grillos en
los pies — . ¿ Qué libertad puede fundarse en un estado
económico en que el hombre que quiere trabajar se
encuentra la tierra acotada por todas partes y a lo
sumo le concederán en ella el espacio necesario para
enterrar su cuerpo?
Mientras la tierra no sea libre, la libertad será una
palabra sin sentido.
Mientras la tierra fué libre hubo esclavos que, en-
cadenados, la labraban en beneficio de un señor ; caye-
ron las cadenas y el hombre se hizo libre, pero en-
tonces el señor recibió en compensación la tierra.
Otro tanto puede decirse de las demás libertades :
libertad de la prensa. ¡ Si no la hay ! Libertad de con-
ciencia y de pensamiento... ¡Si aquí nadie piensa en
nada! Libertad de enseñanza... ¡Mentira! Es una li-
bertad imposible mientras el padre abdique de su fun-
ción más augusta: la de enseñar a sus hijos, y en-
cargue a ella a un mediador.
Al menos el estado docente tiene la ventaja de que
560
MIGUEL DE UNAMUNO
la cultura pueda estar encargada a una minoría que
puede ser escogida.
Nada de libertad: cultura, y es menester imponer-
la ; y para ello permitid que yo sueñe con el resta-
blecimiento, en cierto modo, y para bien, de aquella
Inquisición que fué la única institución capaz de do-
minarnos, y tanto más práctica cuanto que en nues-
tro país todos tenemos alma de inquisidores.
¿ Pero quién, me preguntaréis, es el que ha de de-
terminar cuál ha de ser esa cultura? Permitidme la
soberbia, pero yo contesto: Yo, y los que como yo
piensan.
^:Que esto es declararse infalible? Prefiero la in-
falibilidad propia a creer en la ajena.
La cultura ha de estar fundada en la ciencia, pero
hay que andar con cuidado con esa señora.
Oiréis decir continuamente : la ciencia dice esto,
la ciencia dice lo otro. Digamos francamente que la
ciencia no dice nada. Los que dicen esas cosas son
unos cuantos señores que toman su nombre.
Y es que la verdad es objetiva o subjetiva, y hay
una gran diferencia entre una y otra forma de verdad
misma.
Por eso debe huirse del fetichismo científico, equi-
valente a los que se extasían ante el vapor, sin saber
lo que el vapor sea.
Así, el pueblo cree unas veces al uno porque tiene
título, y otras al otro porque no lo tiene.
Me contaron el caso de un médico denunciado en
París por ejercicio ilegal de la Medicina. Trabajaba
en un distrito como curandero, y cuando el detenido
fué interrogado y se supo que era médico, dijo: "Tra-
bajé en otra parte como médico; no tenía clientela,
y todos acudían al curandero. En vista de ello he ve-
nido aquí a trabajar como curandero en perjuicio de
los médicos".
La ciencia debe popularizarse sin temor a que pier-
OBRAS COMPLETAS
561
da nada, como en aquel caso de un hombre sencillo,
que oyendo hablar de la distancia que media entre
Sirio y la Tierra, y asombrándose de que esto pu-
diera saberse, obtuvo una explicación que le demos-
tró que se trataba de una cosa relativamente sen-
cilla, tan fácil como la de averiguar la distancia de
aquí a Betanzos. Y desde entonces cesó de encontrar
mérito a esos cálculos. Se pregunta cuál debe ser la
orientación de España, y yo contesto: ninguna, por
ahora. El ave peregrina, al emprender el vuelo co-
mienza por remontarse, y sólo cuando está a gran
altura se orienta y parte flechada.
Nosotros debemos por ahora limitarnos a subir, y
ya nos orientaremos cuando estemos arriba.
Entre tanto el pueblo se impone. No se sabe lo que
quiere, pero empuja, movido del afán del pan del
cuerpo, primordial entre todos.
Resignación. Esa es una virtud que no puede pre-
dicarse. Al contrario, la incontentabilidad, de que an-
tes os hablaba, es una fuerza positiva del pueblo.
Más, más, más. Según se obtienen ventajas se va
pensando en buscar otras nuevas. Eso explica las
huelgas, y cuando las oigo combatir las comparo a
las guerras, que son un mal, pero un mal necesario.
No comprendo cómo los mismos que patrocinan
la guerra abominan de las huelgas. Además, cada
huelga suele producir un perfeccionamiento científi-
co, porque las clases directoras, estimuladas por el
peligro, aguzan cada vez más el entendimiento, lo que
no harían si el mal no llegase hasta ellas.
Así los romanos, que conocían los molinos de agua,
no comenzaron a emplearlos hasta que los esclavos
encarecieron. Hay que bendecir al que inventó el co-
che, porque si no media humanidad llevaría a cues-
tas a la otra mitad.
El pueblo, por instinto, trata de perfeccionarse, y
para ello lee, lee cada vez más. Esto es buen síntoma.
562
MIGUEL DE UNAMUNO
Yo, que suelo hablar con liljreros, oi^o de ellos el
dato consolador de que aumenta cada día la venta de
ediciones económicas, especialmente de libros de pro-
paganda o de obras de arte con tendencia determinada.
Esto es un bien y no un mal, como pudiera creer-
se, porque cuando el pueblo haya leído todos esos li-
bros depurará el gusto y leerá otros; el que llega
hambriento y fatigado, no pide flan ni merengues,
pide pan ; después del pan sienta muy bien una go-
losina.
Cuanto menos se lee hace más daño lo que se lee.
Lo peor es que hay pocas ideas, sean las que fueren.
Para ver claro, en esto como en todo, basta con
ser cada uno sincero y empezar siéndolo consigo
mismo, para poder serlo con los demás.
Por eso yo, no enseñando, sino diciendo lo que pien-
san muchos y pocos dicen, termino diciéndoos que
quisiera dejar satisfecha vuestra expectación y lo que
de mí ha dicho doña Emilia Pardo Bazán diciéndoos
algunas verdades.
Pagaría a esta ciudad de La Coruña la hospitali-
dad con que por ministerio de la Reunión de Arte-
sanos me regala, si uno de vosotros, uno solo, hubie-
se hallado en algo de lo que he dicho excitante que
le ayude a proseguir la obra de sincerización interior
en que esté empeñado, y si, cuando se haya desvaneci-
do de vuestros oídos espirituales el eco de mi palabra,
fuese en horas de recogimiento a visitar a vuestro es-
píritu y confortarlo algo de lo que del mío os he
dado esta noche. Fuerza nos es ahora separarnos:
no he de estar más tiempo hablando yo mientras
calláis vosotros. Me callo, pues.
{Texto publicado en El Noroeste, de La Coruña,
el 19-VI-1903.)
DISCURSO PRONUNCIADO EN EL BANQUE-
TE OFRECIDO POR LA "REUNION DE AR-
TESANOS" DE LA CORUÑA, EL 20 DE JUNIO
DE 1903
Señoras y señores:
El acto realizado anoche y el obsequio que hoy me
tributáis son una prueba de tolerancia, puesto que
la mayoría de mis oyentes de anoche no están con-
formes con ninguna de las opiniones por mí emitidas.
A bien que esto suele ocurrirme con harta fre-
cuencia, porque pocas veces encuentro gentes que
compartan mis opiniones, aparte de que por hábito
rehuyo el trato frecuente con personas que piensan
como yo. Para eso me basto solo, y tengo bastante
con la conversación que mantengan los dos o tres
sujetos que llevo dentro de mí y que rara vez están
conformes, ya que nadie está conforme en absoluto
con otro. Veinte hombres conformes son veinte im-
béciles o veinte pillos.
El mayor ejemplo de esta disconformidad lo damos
los aquí reunidos. Ya sabéis mi discrepancia con el
modo de pensar de mi ilustre amiga doña Emilia. Y
hoy mismo el doctor Rodríguez ha dado una prueba
de esto censurando mi conferencia acerca de Nico-
demo, el discípulo vergonzante de Cristo.
El doctor Rodríguez ha de permitirme que le diga
que no estoy conforme con sus opiniones. No creo,
como él, que se deba abominar del pasado. Del pasa-
do vive el presente, a la manera que el árbol salei del
suelo fecundado por las hojas caídas de los árboles
564
MIGUEL DE UNAMUNO-
anteriores, cuyas hojas, al caer y pudrirse sobre él,
dan el jugo que lo enriquece, convirtiéndose en man-
tillo y abono.
Y ese mantillo y abono de la Naturaleza son, en
cuanto a la ciencia, las verdades heredadas del pasa-
do. Esas verdades cumplieron su misión, y al caer
y pudrirse, fecundaron el suelo, como le fecundizarán,
a su vez, para otras nuevas, las que hoy vislumbramos
y nos parecen definitivas.
La fe no ha muerto, y se equivoca el doctor Ro-
dríguez.
Al contrario; podrá morir el dogma, pero no la fe,
que es la fuerza motriz, el espíritu que impulsa al
hombre.
Y es que no es cierto, como él cree, que la fe y el
dogma sean una cosa misma. El dogma es circunstan-
cial. Podrá cambiar y perecer, pero no la fe de que
arranca y que es eterna.
Fe en lo que queráis ; fe en una u otra idea, perd fe
al fin y al cabo, fuerte y robusta.
La fe crea los dogmas, los genera y después los
consume y los devora, y de sus restos vuelve a crear
otros nuevos. Tengamos fe en la fe misma, y espe-
remos que, rompiendo las sombras por entre las que
caminamos, llegaremos a vislumbrar la luz.
Por algo Leopardi, el más sincero de los poetas, ha
dicho que, conocido el mundo, no sólo no se le ve
crecer, sino que mengua. Sólo la nada crece.
Fe robusta en la vida; eso debemos tener.
Ayer os dije que el mayor servicio con que pudie-
ra pagar vuestra hospitalidad cariñosa sería el de
deciros vuestros defectos. Pues bien, yo que de vos-
otros sólo conozco de los tres Juanes de que habla el
poeta americano que ayer cité, el Juan como él cree
ser, o sea la opinión que tenéis de vosotros mismos,
por lo que todos me dicen desde que llegué, os repito
OBRAS COMPLETAS
565
que la raza ha confirmado la impresión que desde an-
tiguo me había producido la poesía.
Hay aquí demasiados vágoas, como hay en aquélla
demasiadas lágrimas y lamentaciones.
Yo quisiera que hubiese, por el contrario, una firme
y robusta voluntad. Recordemos a este propósito que,
si bien es cierto que una frase popular dice : "Salió
como Dios quiere" cuando las cosas salen mal, tam-
bién hay otra que dice : "A Dios rogando y con el
mazo dando", que es como debe interpretarse el "Há-
gase tu voluntad" de la oración más hermosa entre
todas las que conozco.
Resignación, mansedumbre : está bien. Pero esto
tiene un limite. Hay dos clases de acomodación : la
activa y la pasiva. La verdadera es la que consiste
en traer al mundo adentro, adaptándolo a nuestro
espíritu, en vez de adaptar nuestro espíritu a él.
Las especies siguen y siguen y siguen evolucionan-
do, y acaban por degenerar.
Los espíritus moluscosos, los que tienen en sus ten-
táculos mayor facultad de adaptación, no son los
más aptos para las luchas de la vida.
Y, llegado este momento, quiero hablaros del re-
gionalismo. Yo entiendo ei regionalismo, no en la
forma llorona y quejumbrosa en que lo cantan vues-
tros poetas: el regionalismo mío es el regionalismo
agresivo. No quiero que el regionalismo de las razas
consista en guardar lo suyo, sino en imponerse a los
demás. Así lo entiendo yo, incluso en materia litera-
ria y filológica.
Nada más lejos de mí que esas gentes que ponen
exquisito cuidado, al escribir, de prescindir de lo suyo.
Si yo fuese gallego y escribiese, plagaría el cas-
tellano de galleguismos. Y es que pienso que cada
cual debe aspirar a que su lengua llegue a ser con el
tiempo la lengua universal a que aspiran todos los
pueblos. Mala o buena, como sea, la mía, yo la im-
566
MIGUEL DE UNAMUNO
pondría si tuviese tiempo, con tono recio, duro, en-
trando en un idioma, no como vencido, sino como
vencedor.
Larra, el pobre Fígaro, hablaba del hombre gas, el
hombre agua y el hombre tierra. El hombre agua es
la clase media. El pueblo es térreo, y por eso tarda
en moverse ; pero cuando se mueve, lo hace con terri-
ble resquebrajamiento de terremoto.
No hay peor estallido que el de los pueblos mansos.
Alguien me recordó estos días la lucha de los Her-
nandinos. Yo recuerdo también la de los aldeanos
alemanes : lucha terrible, provocada por el hambre,
pero de cuyo sacudimiento poderoso surgió el movi-
miento redentor de la Alemania moderna : la Refor-
ma. También aquí tal vez de una guerra de aldeanos
salga el preludio de la Reforma española, el dogma
de nuestro pueblo.
Pero tengo miedo de divagar, porque es en mí mala
costumbre la de no fijarme en una sola cosa. Voy
hablando de las cosas que se me ocurren y que se en-
zarzan como las cerezas.
Por eso sé cómo empiezo, pero no cómo acabo, y
mis peroratas tienen algo del desorden lírico de que
hablaba Horacio, al modo de aquellas odas de Píndaro
que empezaban de un modo y terminaban de otro en-
teramente distinto.
Pero dejadme que os diga que cada región no debe
encerrarse en sí, sino tratar de reducir a las demás.
Para evitar que nos conquisten, es preciso conquistar.
Cuando se llene el espíritu de ansia de justicia, en-
traremos en el buen camino y llegaremos al princi-
pio de una cultura más amplia.
Y fuerza es acabar. Voy a marcharme de esta ciu-
dad, pero me importa deciros antes que los afectos
son en mí tranquilos, pero permanentes.
La persona (|ue estreche mi mano y a quien yo
llame amigo puede contar con que, recogiéndolo, lo
OBRAS COMPLETAS
567
sentaré en el corazón, y dándole un puesto alrededor
del hojjar, en él permanecerá y nie seguirá a todas
partes al lado del fuego, que sólo se apagará cuando
rinda mi cabeza a la muerte.
Contad conmigo como con un amigo, y os lo diré
con frase de la tierra en que vivo : Os pido servicios
que poderos rendir, y yo, salud para cumplirlos.
(Texto aparecido en El Noroeste, de La Coniña,
el 21-VT1903.)
DISCURSO EN LOS JUEGOS FLORALES DE
ALMERIA, 27 DE AGOSTO DE 1903
Mal puedo negarme a acudir allá adonde, como a
esta ciudad de Almería se me llama, cuando creo
de mi deber meterme hasta allí, adonde no soy llamado.
Aquí me tenéis, pues, pronto a continuar una obra
patriótica, sin cuidarme en demasía de la oportu-
nidad de lo que voy a deciros ni de si ello en-
caja o no en el rito de actos como este que aquí
se celebra ahora, sino atento sobre todo a que hablo
ante españoles cultos y que se cuidan del destino de
nuestro pueblo. Me traéis a unos Juegos Florales :
es como si me trajeseis a otra manifestación espiri-
tual y pública cualquiera ; no son flores lo que he de
ofreceros.
Líbreme Dios de censurar estas fiestas, antes bien
las aplaudo, porque de aplaudir es todo cuanto tienda
a promover el cultivo de los lujos del espíritu y de
aquellos regalos que se nos otorgaron para consuelo
de haber nacido; líbreme Dios de censurarlas, digo,
pero he de decir también que no han respondido sino
en muy pequeña parte a lo que de ellas se esperaba,
que con facilidad vienen a caer en un festejo más de
las obligadas ferias anuales de los pueblos, y que
llevan en sí tal vez algo que en lugar de corregir
acrecienta y encona acaso uno de los tres vicios ra-
dicales de nuestra patria : la envidia.
Estos juegos son, en efecto, justas o torneos de
emulación, y la emulación que puede alguna vez ñn-
gir sazonados frutos es casi siempre un detestable
OBRAS COMPLETAS
569
acicate educativo Repito lo que tengo dicho ; el que
corra atento a si corre más o menos que él su ladero,
correrá siempre mal, porque en vez de mirar el suelo
que pisa, mirará el piso ajeno. Cuídese cada uno de
nosotros, en nuestros oficios y misiones, de ser hoy
más de lo que ayer fuimos y no de sobrepujar a los
otros.
Es, sí, de temer que estas contiendas, nobles y pu-
ras como parecen y deben ser, no encandilen el res-
quemor que os decía, la calentura que envenena y
paraliza el alma nacional.
Ha tiempo que Bartrina escribió aquellos seis ver-
sos que terminan con el de que
y si habla ina! de España es español,
y comentándolo, ha dicho un su paisano que esto le
ocurre al español porque reconoce la inferioridad de
la civilización española. No es por eso, creo, sino
por la misma causa simbolizada en el famoso símil de
la cucaña : es porque la envidia nos corroe el cora-
zón. Y envidiase lo que se ve y se toca, lo de casa;
la envidia brota entre Caín y Abel, hijos de los mis-
mos padre y madre.
No es mal político ni aun económico lo que trae a
peor traer a España ; es daño moral, es que están em-
ponzoñados los manantiales de la vida común.
Arranca como de tallo esa condenada envidia de
otra pasión, que también nos agarrota el alma, de la
soberbia, y de la soberbia en su forma peor, en forma
de soberbia gratuita, de soberbia marroquí. Es lo que
un argentino, el doctor Bunge, llama con atinado
acierto el orgullo de la pereza. Porque la raíz de
todo es la pereza, espiritual tanto como corporal.
Disculpable es, en efecto, que quien canta, escri-
be, esculpe, pinta, negocia, salta, caza o labra preten-
da hacerse pasar por el mejor cantante, escritor, es-
cultor, pintor, negociante, saltarín, cazador o la-
570
MIGUEL DE UNAMUNO
brador ; pero lo que a duras penas se concibe es que
quien nada hace, sin más que acto de presencia, pasee
su altanera soberbia entre las gentes y se estime un
ser distinguido a los ojos de Dios y de los hombres. Y
de esta soberbia gratuita, fundada no en obra de mé-
ritos ni en propio conocimiento, sino en ignorancia
de sí mismo y en no sé qué gracia especialísima,
vese hartos tipos en España. Refiriéndome a nues-
tra edad llamada de glorias, a aquellos tiempos en que
el repulsivo tercer Duque de Alba cubría con sus vic-
torias de ignominia y de vergüenza nuestro nombre,
ha dicho un inglés que nos conoce a maravilla,
M. S. Hume, que "cada labriego iletrado y cada
soldado bravucón sentíase ser, de una manera vaga,
una criatura aparte, por razón de su fe ; que los es-
pañoles y su rey tenían una misión más alta que la
confiada a los otros hombres, y que de entre los ocho
millones de españoles vivos, el particular Juan o
Pedro estaba individualmente, a presencia de Dios
y de los hombres, como el más celoso y ortodoxo
de todos ellos".
Y esta soberbia no se ha ajado, na hoy en que
hemos dado en deprimirnos con la boca y no más
que con ella; verdece y reverdece aún. Háblase por
moda de regeneración, y al hablar así se miente,
pues casi nadie cree en su corazón que necesitemos
regenerarnos. Es más, la reacción avanza, y es re-
acción de la soberbia.
"Eso aquí no pinta", dicen nuestros labriegos
cuando se les habla de algún procedimiento de cul-
tivo que ni conocieron sus abuelos ni ellos conocen, y
con otras palabras dícese también, a nombre de la
tradición, "eso aquí no pinta" a toda novedad real-
mente nueva. Y aún hay más, y es quien, al ver que
la novedad pintaba y echar de ver la diferencia de
trigos o de pastos, han cortado estos a destiempo o
mezclaron aquéllos con los viejos, a despecho del
OBRA S C O M P L E T A S 571
amo innovador, para evitar la prueba definitiva, por
soberbia marroquí.
Es un amor propio enfermizo, como todo el que
no se acompaña de robusta fe en sí mismo, de fe
fecunda en obras. Porque tal es la condición de toda
soberbia que descansa en presunta gracia y no en
méritos sentidos, que le falta la fe en sí misma, le
falta ambición y cae en envidia.
Ved esa clase media de nuestros pueblos, atrahillada
en la mezquina masa neutra. Ellos nada hacen sino
vegetar a lo sumo en siesta, murmuración y tresillo,
y los jóvenes, cazar perdices, liebres o herederas ri-
cas : ellos nada hacen, pero de nada se admiran tam-
poco ni salen de la estirada solemnidad de sus archi-
equilibrados espíritus. Su único papel preferido es
el del perro del hortelano. La ambición, esa propul-
sora de las almas grandes, no les ciega, no, pero
chapotean en el lodazal de la envidia. Lo censuran
todo en la inútil chachara de sus ocios inútiles, y' se
quejan de males de que son ellos los primeros culpa-
bles y mantenedores. Trabajan en una olira de des-
trucción lenta, como la que hacen la polilla o el
gorgojo.
Trabajáis, en escribir pongo por caso, y lográis
que vuele vuestro nombre..,, dirán: "¡ Bah!, con tiem-
po y libros, haría yo otro tanto." Pónganse a ello,
pónganse, sin encastillarse en el eterno "si yo qui-
siera..." La mayor sabiduría es saber querer. Os bus-
carán el libro, pues fingen creer que nadie nacido en
el mismo ambiente que ellos, en la casa común, pue-
de decir sino lo que otro de por ahí, de fuera de
casa, haya dicho antes ; os buscarán los libros, que
es, decía Goethe, como si indagaran de qué vacas,
cerdos y carneros habéis comido carne. Sois un imi-
tador de éste o del otro, dirán, sin conocer al imi-
tado ; un español como ellos no puede sino imitar.
No conozco soberbia como la del haragán, y cada
572
MIGUEL DE UNAMUNO
día qtie pasa me convenzo más de que la mayor prue-
ba de talento es la aplicación al estudio, aunque no sea
en libros.
"¡Valiente mérito!, así cualquiera sabe...; ¡no hace
más que estudiar... !" Sí, lo portentoso es la ciencia
infusa, o el mérito del saludador.
Mas no es el saber de otro lo que más se envidia ;
envidiase, en especial, su ingenio, su imaginación,
su audacia, lo que parece serle más personal y pro-
pio. Con facilidad se reconoce el mérito del que ex-
pone fielmente los conocimientos recibidos de común
o del amplificador de lugares comunes ; lo que se
odia con odio de envidia no es la inteligencia preci-
samente, sino más bien lo que llamaremos espíritu,
la potencia mental activa y creadora, la fuerza que
sugestiona y agita. Nos molesta el que nos hace
pensar, no el que da forma a lo que pensamos.
Se respeta y aun se ensalza al camello, que ni nos
hiere ni nos inquieta, que como el ingeniero, el cura,
el químico o el médico, es un profesional, y así como
no está bien que hablen de mecánica, de teología, de
química o de medicina sino el ingeniero, el cura, el
químico o el médico, respectivamente, así no es tole-
rable que intente enseñar, o mejor dicho, repetirnos
la vieja lección sino el sabio profesional y ritual, esto
es : el camello. Dice lo que piensan los más o nos da
avisos útiles.
Hasta podéis dar ideas, siempre que tengan el
marchamo y el pase, eso que llaman ideas y que no
pasan de ser capullos lógicos Henos de ceniza de
abstracciones o recetas útiles, dignas de figurar en
el Museo de las familias: el concepto de soberanía
o la definición de la materia, o el modo de curarse
berrugas o de quitarse manchas de sebo, pero ¡ ojo
con dar espíritu!, ¡cuidado con daros a vosotros mis-
mos ! ¿ Quién es ese que se da y se reparte, cuando
yo apenas me basto a mí mismo ? ¿ Quién es ese que
OBRAS COMPLETAS
573
puede ser pródigo y no de lo que administra del
común acervo, sino de sí mismo, de lo que es, de sus
entrañas mismas, cuando yo, entre ahorros y esca-
seces, apenas logro tocar al caudal de mi propio es-
píritu ?
"Es afán de singularizarse", les oiréis, y es que
son incapaces de ello, ¡ los plurales !, aunque se lo
propusieran; "manía de originalidad..., desequili-
brio...", y ellos siguen en el equilibrio estable de su
ramplonería; "¡extravagancias!", y continúan en
su vagancia ellos. Hablan contra el paradojismo los
incapaces de parir una sola paradoja que no le re-
sulte una oquedad grotesca, los impotentes.
Y esta terrible plaga va de los individuos a las
masas y comunidades ; es la principal motora de los
movimientos regionalistas, y de opuesto, el movi-
miento centralizador, no en lo que tienen de afirma-
ciones de lo propio, sino de negaciones de lo ajeno.
Como última razón de ese ensimismamiento regio-
nal está también la pereza espiritual, la flojedad de
ánimo. Se cultiva el propio huertecillo, esquilmado
ya, por no invadir el ajeno.
Lo he proclamado y lo repito: quisiera que desapa-
reciesen de España las hablas todas regionales para
que no se hablase sino un solo idioma, pero que en
él cupiese el pensar y el sentir de todos los españoles,
sin mengua de sus mayores intimidades, y para
conseguirlo metámonos de rondón en el lenguaje
que nos da la personalidad como a pueblo ante las
demás naciones y hagámoslo todos a nuestro modo,
sin respeto a pragmáticas casticistas, y descoyuntán-
dolo si fuere preciso. Muchas veces he dicho a ami-
gos míos catalanes — porque mis paisanos, los vas-
cos, si quieren ser leídos, por fuerza han de escribir
en castellano — : "escribid castellano, y sí el orgullo
de la pereza castellana os tacha de escribirlo mal y
os atropellan con censuras de inquisitorismo casti-
574
MIGUEL DE UNAMUNO
cista, como el inflado Herrera a Boscán, o el enfá-
tico Quintana a Capmany, resistid y exclamad: ve-
nimos, sí, a plagar de catalanismos el castellano, a
ensancharlo así, a infundirle nueva vida, a desqui-
ciarlo tal vez, pero para que no se anquilose y osifi-
que ; venimos a luchar con vuestras propias armas
contra vuestro espíritu estancado". Y así debemos
hacer todos, si es que el castellano ha de llegar a
ser español, y más que español, lengua hispanoame-
ricana.
Nadie más regionalista que yo, pero de un regio-
nalismo generoso, quiero decir, pródigo y agresivo,
que invada y luche por dar el espíritu de cada región
a la patria común, pues sólo el que lo da lo conser-
va, sólo el que infunde en otros, se posee; de un
regionalismo que sepa luchar contra la soberbia y la
envidia centralizadoras, que pugne por afirmarse en
las demás y no en sí misma.
Porque hay que confesarlo también, la soberbia
y la envidia atizan el centralismo nivelador lo mismo
que atizan su contrario, cuando no es el tal centralis-
mo regionalismo de la región central. Ellas, la sober-
bia y la envidia nacidas de holgazanería espiritual,
laten también por debajo de los clamores con que
algunas almas de esclavos piden la dictadura de la
fuerza bruta, no la del espíritu vivo.
Pero hay algo más grave aún y que se debe a esa
trinca de pecados capitales, y es el conceptualismo.
Preciso es que, para entendernos, os diga que llamo
así, y estaría mejor llamarlo intelectualismo, si este
nombre no hubiera sido ya desquiciado; llamo así a
la doctrina de los que creen o fingen creer en la efi-
cacia de los conceptos, sean tradicionales o nuevos,
heredados o ganados, de meros conceptos, de ideas
recibidas y hechas, y que aseguran no debe rechazar
ningún entendimiento sano. Es la doctrina de los que
enseñan que la admisión o la repulsa de tal o cual
OBRAS COMPLETAS
575
concepto abstracto determina nuestra vida moral o
nuestra salud perdurable.
Acúsase a los socialistas y anarquistas, y no sin
alf^una razón, por desgracia, de que hay entre ellos
quienes sólo se mueven por envidia al rico y que se
resignarían a empobrecer más aún con tal de que
éste muriera de hambre, pero lo cierto es que es en-
vidia de la riqueza de espíritu lo que mueve a los
más de los que desean la segur niveladora de una u
otra autoridad que imponga estas o aquellas ahr-
maciones dogmáticas. No más libertad que en lo que
llaman dudoso, esto es, en minucias que no permi-
ten al prójimo volar sobre ellos.
No fe profunda y arraigada, ni convicción en las
propias creencias y saberes han fraguado nuestra
tradicional intransigencia, ¡no!; no es eso, sino pe-
reza, soberbia y envidia. El hondamente convencido
sabe que es a la larga de la verdad la victoria, y si
es cristiano, repitiendo con el apóstol : "mientan to-
dos, mientras Dios diga la verdad", no trata de con-
quistar el mundo a cristazos, esgrimiendo, a guisa de
maza, el crucifijo.
La Inquisición, sea negra, blanca, roja o incolora
— pues con las más contrarias doctrinas somos igual-
mente inquisitoriales — la Inquisición, latente siempre
en España, no es más que un rollo nivelador; hay que
ahogar toda originalidad y a todo aquel que trate
de singularizarse, para que no se destaque de nos-
otros, los plurales..., ¡todos iguales y hermanos en
ramplonería !
Y sobre el apelmazamiento logrado por rulo dog-
mático alzaríase para alirigo de las inteligencias una
construcción arquitectónica de conceptos, una vasta
catedral o un gran mercado cubierto, muy acabada,
pero sin vida, con sus columnas y capiteles y bóve-
das, y contrafuertes, y arbotantes, o con su férreo
tinglado y su manipostería, no un bosque con árbo-
576
MIGUEL DE UNAMUNO
les de savia y follaje que se renueve. Los conceptos
de esas gentes son como fichas de dominó que se me-
jen, remejen y combinan, o como naipes que se ba-
rajan, y con los que se hace complicados solitarios si
se tercia. No son esas ideas algo vivo, esqueleto cu-
bierto de carne imaginativa, algo que cambia, y se
funden y confunden, y refunden, y trasfunden unas
en otras; no sólo se mezclan, y nacen, y crecen, y
mueren, y reviven, y remueren, y no están encerra-
das en duros y secos cascabillos lógicos, con aris-
tas y árganas de definiciones dogmáticas, ni son
cual proteicas y cambiantes células, bañadas en jugo
renovador. No, eso no, ¡ nada de esto ! ; la vasta ba-
sílica, o el gran mercado cubierto, o el cuartel, no
es un bosque.
Hay que hacer de la mente un tablero de ajedrez
en que se combinen de mil modos unas cuantas figu-
rillas bien torneadas, pero intrasformables y muertas.
¡ Filosofía de holgazanes !, como es holgazanería el
juego de naipes, trabajo que no lo es, sino rutina de
soñolientos; filosofía de holgazanes, repito. Hay quie-
nes trajinan y se mueven, y correveidilean y no
paran, y son, sin embargo, unos grandísimos holga-
zanes. Nada de mirar, y observar, y escudriñar, y des-
tripar las cosas para verles las entrañas, y recojer
hechos, no conceptos, y ensayar y seguir a la vida
en sus ondulantes giros, y buscar nuevos senderos,
¡no!; ni menos aún forjarnos a nosotros mismos y
hacer de nuestra vida una continua fragua de nues-
tra personalidad; no esto, sino cerrar los ojos y
combinar figurillas. Porque hay quienes llegan a ju-
gar al ajedrez sin mirar al tablero, ¡oh maravilla!,
y lo juegan bien, y hasta ganan, es decir, dan mate
al rey contrario.
Formas hay de erudición que no pasan de pasa-
tiempos o matahoras de pereza mental; se acumulan
citas mientras se sestea. Lo que no es arar el suelo
OBRAS COMPLETAS
S77
de nuestras más caras y enraizadas convicciones y
removerlas, es haraganería; el consecuente suele ser
un harag-án muy a menudo.
Y así oiréis: "hay que definir los conceptos", "ne-
cesitamos ideas claras y fijas", "eso contradice a esto
otro", o la cantilena de las funestas consecuencias de
tal o cual concepto.
i Ideas fijas !, ¡ ideas fijas ! Los de las ideas fijas
han inventado esa lógica forma!, de casillero, que es
como cuartel de los conocimientos, o lo que es peor
aún, a modo de procedimientos judiciales para hallar
la verdad legal ; han inventado esa servil doctrina
de la consecuencia que trata de ahogar la sinceridad
esclavizándonos a nuestro pasado, han erigido la más
odiosa de las tiranías, la tiranía del concepto, la ideo-
cracia.
En nombre del arte, al que venís a rendir aquí culto,
en nombre de la sagrada poesía, en nombre, en fin,
de la vida, protestemos de toda esa mecánica lógica
y de sus repulsivas tesis, definiciones, pruebas, obje-
ciones y contraobjeciones, de todas las réplicas, du-
plicas y contrarréplicas y demás maraña escolástica
y procesal ; protestemos de toda esa abogacía del es-
píritu.
Y luego les veis adoptar otra postura y protestar
ellos de las supuestas novedades de importación, que
aquí no pintan, y tomar en boca el santo nombre de
patria y hablar de salud castiza y pedir a voz en
cuello que seamos prácticos.
¡ Prácticos ! Oigo clamar desde hace algún tiempo
que hay que dar a todo un giro práctico, de inme-
diata aplicación, y bajo ello vislumbro el temor de
que nos apliquemos a lo que más debe importarnos
y que no deleguemos nuestro capital negocio. Y esas
voces que gritan ¡a lo práctico!, ¡a lo práctico!, son
también voces de pereza y de envidia, son las voces
de los que quieren aherrojar y engrilletar a cada uno
UNAMUNO. 1
-VII.
19
578
MIGUEL DE UNAMUNO
en una especialidad y que de ella no se salga, quieren
acamellarnos a todos a su imagen y semejanza.
"Nos sobran oradores; nos sobra retórica; la ima-
ginación nos pierde", oiréis decir. Pues yo no lo veo
así, no veo que nos sobren oradores, ni nos sobre re-
tórica, ni nos pierda la imaginación. No creo que nos
sobren oradores, porque en cuanto cesa la declama-
ción de los comediantes así llamados, se me desvane-
cen de la memoria las frías oquedades de su discurso.
Eso no es oratoria, pues en ella no hay unción algu-
na ni se derrama espíritu en ella. No veo que nos so-
bre retórica, sino facundia, porque sólo de higos a
brevas me encuentro con un nuevo tropo, con una
metáfora fresca, recién nacida y bien metida en car-
ne; todas son las del común acervo, todas son las mil
veces oídas y olvidadas otras tantas mil veces. Y
sobre todo, no me persuado de que la imaginación
nos pierda, pues noto que estamos pobrísimos de ella.
Tengo por una gran mentira eso de que abundemos
en imaginación. Porque imaginación es la facultad de
crear imágenes, de crearlas, no de archivar las ya
creadas; es la que pare hipótesis, la gran propulsora
de la ciencia. Y aquí circulan las mismas imágenes,
los mismos chistes, las mismas agudezas siempre,
sin que se acreciente el caudal. Lo que hay es que
cambiamos el oro en calderilla, y así suena y abulta
más; tenemos memoria pronta y viveza para colo-
car oportunamente en su sitio la gracia aprendida y
embotellada. De aquí que luzcan en la conversación
con donaires de repertorio los que luego, pluma en
mano, son incapaces de acrecentarlo. En el más des-
bordante retablo churrigueresco puede no haber sino
un solo motivo ornamental nuevo, así como en las
más frondosas poesías de Zorrilla rara vez se en-
cuentra una metáfora nueva, o un sentimiento ex-
presado como nunca hasta entonces se expresara. No,
más bien que sobrarnos, creo que nos falta imagina-
OBRAS COMPLETAS
579
ción. Nuestra poesía suele ofrecer el espectáculo de
un erial calcinado por un sol de fuego y en que sólo
se alzan cardos y chumberas ; como en la arábiga,
aparecen en la nuestra siempre los mismos símiles y
los mismos tópicos siempre ; hay demasiado sol y de-
masiada poca agua, y ella muy escurridiza, para que
la imaginación sazone; nuestros frutos literarios sue-
len ser de secano. A la escasez de imaginación se
debe la sobra de sectarios, incapaces de imaginarse
otra cosa que aquello que a mazo dogmático les em-
butieron en la cabeza.
Lo que más nos falta es poetas, poetas y no versi-
ficadores; poetas, digo, esto es creadores; poetas de
arte, de ciencia, de industria, de vida. ¡ Ah, poesía,
madre de la ciencia y consoladora de la vida; poesía,
fuente inexhausta de la verdad corriente y pura, que
va luego a enturbiarse y estancarse en el charco del
raciocinio lógico formal !
Es falso en España aquel antiguo dicho decidero
de que de músico, poeta y loco todos tenemos un poco.
Na, no lo tenemos, hoy al menos ; no de músicos,
porque el bárbaro redoble del tambor dogmático nos
ha ahogado el ritmo libre; no de poetas, sino recita-
dores de las viejas coplas de Calaínos, y no locos si-
quiera, por endurecimiento de la materia enloqueci-
ble, por acabado equililjrio de la mente, que quien
apenas piensa tampoco delira.
Frente a todo eso, ¿qué predicas?, se me dirá. Y
respondo: "me predico a mí mismo; predico al hom-
bre, trato de desgarrarme el pecho y mostrároslo por
dentro, y deciros: ¡éste es el hombre!" Haced todos
lo mismo, y habrá muerto la esclavizadora dominación
del concepto. Si nos viésemos todos desnudas las al-
mas, secaríase la envidia por falta de riego. La capa
de mentira que nos cubre y sofoca es el mantillo que
la protege y abona y hace florecer en ñores ponzo-
580
MIGUEL DE UNAMUNO
ñosas. No tenemos costumbre ni de decir verdad ni
de oírla; a la insinceridad responde la quisquillosidad ;
ni valor para decir al prójimo lo que de él pensamos,
ni serenidad para recibir el juicio ajeno.
Vengo a deciros: No guardéis vuestro espíritu,
sino dadlo y tratad de sellar con él las almas todas
que os ponga a toque. No deis ideas solo, sino os dais
a vosotros mismos en ellas, que aunque éstas se des-
hagan, llevarán sustancia de vuestro espíritu. Sólo
se gana la verdadera vida derramándola ; lo más
grande que puede hacer todo hombre es predicarse a
sí mismo. ¿ Egoísmo ? No ; el egoísmo es codicia es-
piritual, y lo que yo quisiera se encendiese en los
corazones todos españoles es ambición de espíritu.
El egoísta es el que entierra la onza que recibió por
miedo al Señor que nos ha de juzgar y que siega
donde no sembró y donde no esparció recoge.
No faltará quien me redarguya diciendo : "a lo que
tú vienes es ¡a insultar!". Pues bien, sí, sea, ¡a in-
sultar !, a ver si les queda sangre a los insultados y
se precipita el estrumpido de la guerra santa. Por-
que España está muy necesitada de una nueva guerra
civil, pero civil de veras, no con armas de fuego ni
de filo, sino con armas de ardiente palabra, que es
la espada del espíritu. Nos haría falta un asunto que,
como el de Dreyfuss en Francia, sirviera de núcleo de
concentración y bandera de combate.
Estos son torneos de cañas y combates de mentiri-
jillas; menos mal si sirvieran de escuela para las
batallas de ahinco y de verdad.
Una lucha tan sorda como encarnizada sacude por
muy dentro las entrañas de la sociedad española y
se hace preciso sacarla a flor, que el mal brote a luz
en sarpullido y podamos rasparlo. Y no es la lucha
entre estas y aquellas ideas, no es lucha de doctrinas,
no; es, ante todo y sobre todo, la lucha entre dos
espíritus, uno de holgazanería, soberbia y envidia,
OBRAS COMPLETAS
581
que nos envenena la sangre social y que quiere ni-
velarlo todo a ras de su incurable ramplonería y
ahogar todo vuelo original y libre para no sufrir la
cargazón de que nadie se le sobreponga, y otro espí-
ritu ambicioso que quiere más luz, más calor, más
vida.
Se ha dicho del estado íntimo de nuestra sociedad
española en sus siglos de hinchazón que era una de-
mocracia frailuna. Sí, la democracia en la nivelación
mental, la igualdad en la ramplonería. Nadie ofendía
al vidrioso prójimo manifestándole ideas que a él
nunca se le hubiesen ocurrido; nuestros ingenios ves-
tían de ropaje más o menos lujoso las ideas corrien-
tes. Fué el reinado de la envidia, hija de la soberliia
y nieta de la pereza, en el interior, mientras tratá-
bamos de apagar todo espíritu de libre examen en
Europa. Quisimos oponernos a que otros pueblos exa-
minasen libremente sus creencias y las refundasen,
luego de haber tratado de sofocar aquí, en casa, por
envidia y sólo por ella, los incapaces de pensar por
su cuenta a los que querían hacerlo. Estamos aún
expiando aquel crimen de haber querido ahogar el
renacimiento del espíritu cristiano en Europa. Es
nuestra señora la Vulgaridad, la impotencia de crear
que se erige en dueña; es el grajo que coge al rui-
señor bajo sus garras y le dice : ¡ cállate o grazna !
Lo tengo dicho, lo repito y lo repetiré mil veces
más : no hizo la Inquisición el carácter español, sino
que éste hizo a aquélla ; no fué la Monarquía ni fué
la Iglesia romana, sino que fué el espíritu colectivo
que imperaba entonces quien dió su modo y manera
al Santo Oficio español. Hay que repetirlo mucho,
porque la ceguedad política o el apego a ciertas opi-
niones petrificadas lo desconoce: la Inquisición brotó
de la mal ajustada unidad española y del despertar de
la conciencia pública en los albores del Renacimiento ;
así que, acabada la Reconquista, se volvieron unos
582 MIGUEL DE UNAMUNO
hacia otros los pueblos españoles, surgió la Inquisi-
ción como fruto de las pasiones provocadas a este
contacto de los espíritus. Y es aquí el espíritu inqui-
sitorial independiente de los dogmas que se profese,
la pereza, la soberbia y la envidia se sirven de los
más contrapuestos entre sí.
Somos inquisidores por ser envidiosos, y envidio-
sos por soberbios, y soberbios sin razón alguna para
serlo, soberbios con soberbia gratuita, por ignoran-
cia y por holgazanería sobre todo. Porque tal es la
fatídica procesión de nuestros tres pecados capitales.
Sé de hombres cuyo oficio es enseñar que sostie-
nen que quien añade ciencia añade malicia y ento-
nan loores a la ignorancia, y a pretexto de que hay
que educar proscriben la ilustración; he oído hacer
la apología del burro santo y del bruto sano. Pues
bien, no, ni el bruto es sano ni puede el burro ser
santo ; ningún majadero es bueno. La envidia es el
pasto amargo del burro, y ved cuando se deshace en
parte la gloria de alguno de los hombres que han
servido de luminares al linaje humano cómo los ma-
jaderos, los ramplones, se frotan las manos de gusto
y diciéndose: "¡Bah!, uno más..., un farsante..., un
loco...", piensan: "uno como yo, ni más ni menos...
cuando digo que todos estamos hechos del mismo
barro y que eso de los genios y talentos no pasa de
una monserga..."
Fijáos en cómo y cuánto regocija a muchas gentes
cierto crítico a caza de ripios y disparates ; es que
les halaga las peores pasiones, porque ellos, los rego-
cijados con esas hueras tosquedades, siéntense inca-
paces de disparatar; el sentido común, pero de lo más
común, les ahoga, y su flojera no les deja buscar en
sí mismos el sentido propio que tuvieren.
Llamaban los griegos misólogos a los odiadores
de la cultura, de las artes y del saber. Resístese todo
espíritu culto a creer en la misología, como se resis-
OBRAS COMPLETAS
583
te un cristiano a creer en lo que llaman los teólogos
el pecado satánico, el odio formal a Dios, y, sin em-
bargo, hay odio formal a la cultura y al saber. Y no
es por los males que se teme acarree el saber las cosas
a medias o el saberlas mal, no; es por envidia de so-
berbios holgazanes. Envidia y a la vez irritación con-
tra el que va a inquietarles, a quererles sacar de su
paso de andadura. "No me venga usted con esos ga-
limatías, que me corta la digestión", parecen decir.
Los garbanzos sólo se digieren bien jugando al tre-
sillo, echando la siesta u oyendo sesudas vulgarida-
des de abolengo.
Oiréis el elogio de la salud gañanesca, que no es
tal salud; oiréis que vale más asno vivo que doctor
muerto; yo he oído a un joven que se jactaba de
vigoroso y sano decir a otro que era miope y culto:
"tú sabrás, pero yo veo una mosca a veinte pasos".
Y así revientan de brutos.
O felix culpa!, canta la Iglesia en su liturgia, refi-
riéndose al pecado original. Sí, por haber probado el
hombre del fruto del árbol de la ciencia del bien y
del mal, se ve sujeto al trabajo, mas con él, al pro-
greso y a tener que conquistarse día a día la liber-
tad y la dicha ; esa dichosa culpa le hace posible la
redención. Dejadlos, pues, en el paraíso de la igno-
rancia y de la holgazanería. No paraíso, sino limbo,
cuando no purgatorio.
La causa más honda de la expulsión de los moris-
cos fué el odio de los pueblos de abolengo pastoril,
andariegos y haraganes, contra aquellos laboriosos e
industriosos hortelanos; el odio del holgazán al tra-
bajador, que parece le afrenta con su trabajo. Y hoy,
no contentos con aborrecer el trabajo, siguen abo-
rreciendo al que trabaja, porque trabaja.
En el tema onceno de vuestro programa pedís el
'.nedio de evitar el sunnenagc en las escuelas. Pero,
por Dios vivo, sí en España no hay surmcnagc to-
584
MIGUEL DE UNAMUNO
davía, ni aun pelijíro de él. No se gastan aquí los
cerebros por abuso, sino que se enmohecen por des-
uso. No es exceso de trabajo, es falta de libertad
en él lo que nos perjudica, pues cansa más una hora
de gimnasia de sala que ocho horas de juego al aire
libre.
Hácese necesaria una liga contra la haraganería
que ha creado nuestra típica mendicidad doble, ya la
del cuerpo, ya la del espíritu ; la de los que pordiosean
mendrugos de pan y la de los que pordiosean mendru-
gos espirituales, despojos, chamariles y barreduras de
doctrina, acuñada calderilla del saber ; se hace nece-
saria una liga contra la sopa boba espiritual, una
liga, una hermandad más bien, frente a la que la
ramplonería y la impotencia envidiosas tienen tra-
mada.
Es el trabajo interno, el que modifica el espíritu y
le obliga de continuo a cambiar de derroteros, el que
nos hace otros, el trabajo de formarnos, reformarnos
y trasformarnos sin cesar, preparándonos para se-
milla de eternidad, ése es el trabajo que redime. "El
que no naciere de nuevo, no verá el reino de Dios",
decía el Cristo, y nacer de nuevo es nacer a diario, es
convertir la vida en un nacer continuo, en un continuo
cambiar. Y cabe así lograr reposo ; no el del estéril
lago helado, sino el del río corriente, en cuyo cristal
se espejan los álamos del margen sin que a sus raí-
ces les bañen dos veces las mismas aguas. Mejor du-
dar e inquirir, y recomendar cien veces el mismo
sendero, que no sestear haraganamente a la sombra
de una autoridad cualquiera, rumiando el viejo pasto.
Trabajar no es tampoco salir del paso, no es lo
que llamamos cumplir, y menos aún servir por la
pitanza. Quien hoy en España no haga sino rendir
lo que se le exige, sirve mal a la patria. Recordad la
parábola de los talentos. Y no vale decir que harto
OBRAS COMPLETAS
585
hace quien cumple su oficio, ¡ no !, pues muchas veces
sirve mejor quien lo toma de apoyo para vivir y el
vivir mismo se lo rinde a la patria en otra forma. Ni
sirve decir : "yo no puedo más, harto es que llene mi
cometido", pues nadie sabe para qué sirve ni hasta
dónde alcanzan sus fuerzas hasta que se le mete en
empeño, nadie conoce sus bríos hasta que se los
hacen probar en extremo. Por eso creo un deber el
de acicatear, azuzar y no dejar tranquilo al prójimo,
el de inquietar las almas de nuestros hermanos sin
dejarles que se amodorren en siesta de ocio.
Una hermandad para el trabajo interno y renova-
dor, para la investigación y el examen libres, y con-
ducente a ello, disciplina; pero disciplina interna. No
esa otra que los envidiosos y haraganes ponderan
tanto y de que era modelo la banda de Roque Guinart
el bandolero. Disciplina es deponer la soberbia y la
envidia que de la pereza nacen y reconocer las na-
turales graduaciones espirituales, aun dentro de la
más grande disparidad en el pensar ; disciplina es
honrar y ayudar a todo el que investigue o piense por
si, piense como pensare ; a todo forjador de ideas
vivas, sean éstas las que fueren; forjador que suele
a la vez ser machacador de ellas, pues se hace las
nuevas con el bronce de las antiguas ; a todo el que,
trabajándolas, nos muestre que se hicieron las ideas
para el hombre y no el hombre para las ideas. Esta
disciplina y no aquella otra de los haraganes y cobar-
des que obedecen por no tomarse el trabajo ni cargar
con la responsabilidad de decidirse a obrar por sí
mismos.
Una hermandad, sí, una hermandad que será la
patria al cabo, porc|ue lo más hondo de ésta tiene que
ser el ser ella una asociación para el trabajo, la ex-
plotación en común de un solar y la roturación tam-
bién de un solo suelo espiritual, de una tradición. Y
el mayor trabajo a que la hermandad patriótica haya
586
MIGUEL DE UNAMUND
de aplicarse es el de hacer patria y rehacerla y tras-
hacerla, no encadenándola a forma alguna de tradi-
ción, sino tomando a la tradición como sustancia del
progreso, rotas sus pasajeras formas. Que no sea la
tradición hacienda heredada de cuya mezquina ' renta
se viva, sin acrecentarla, como ociosos hidalgos de
gotera de la inteligencia, en sordidez espiritual, en-
terrando los menguados ahorros. No hay ni institu-
ción ni doctrina alguna consustancial con la patria.
Y ahora, señora, no quiero romper ciertas costum-
bres, y pues lo es la de dirigiros en estos actos
algunas palabras encaminadas a las mujeres, también
yo tengo algunas que deciros.
Hay un hondo simbolismo en este vuestro efímero
reinado en fiesta, porque en España reina también
la mujer, pero no como debía reinar, sino* con perni-
ciosísimas pragmáticas. Las más de las cobardías
de nosotros los hombres, la hipocresía y fingimiento
en que nos envolvemos, son ante todo y sobre todo
por huir de pasajera disensión en el hogar; la men-
tira se enseñorea de nuestra patria por no querer
nosotros luchar, hasta domarla, con la mujer que se
nos entrega mal educada, por educar mal a nuestras
hijas, abandonándolas por completo a sus madres.
Los hombres se esclavizan así a sus mujeres, y el
esclavo no sabe amar. Tristes brazos los brazos de
la mujer amada si se ahoga en ellos la libertad de la
conciencia, y triste labor la de la mujer si ha de un-
cir a su hombre al carro de otros hombres. Para la
mujer no debe haber otro guía espiritual que el que
la sostiene y lleva por los senderos de la vida, quien le
da el pan del cuerpo debe también darle el del alma
y ser gloria de ella la libertad de él.
Se ha dicho que en quienes aman poco, es el amor
— el amor sexual, se entiende— pasión primaria, y
secundaria en los que aman mucho; mas lo cierto es
OBRAS COMPLETAS
587
que no puede querer ni mucho ni l)ien a su hombre
la mujer que no ame a su verdad y a su libertad
sobre él.
El temor a la <^uerra en la familia nos hunde en
mayores males. Olvidamos que el Cristo, mensajero
de paz eterna, dijo que no venía a la tierra a traer
paz, paz temporal y aparente, sino disensión, y que
por él estarían en adelante cinco divididos en cada
casa, tres contra dos y dos contra tres. La verdad
no trae paz, sino después de dura lucha, y es la paz
conquistada, el descanso tras de la brega y sobre el
fruto de la victoria. Cuando Jantipa, al ver en la
cárcel a su marido, condenado a muerte, empezó a
dar voces, él, Sócrates, mirando a Critón, le dijo:
"Cntón, ¡que se lleven a ésta a casa!", y siguió
preparándose a su glorioso fin.
Hay una vieja historia que conviene recordar, y
es la de aquel fuerte varón, engañador por dos ve-
ces y por dos veces engañado de la mujer, y que a
la tercera cedió, y "aconteció que apretándole ella
cada día con sus palabras e importunándolo, su alma
se redujo a mortal angustia, y descubrióla todo su
corazón diciéndola : Nunca tocó navaja mi cabeza,
porque soy nazareno de Dios desde el vientre de mi
madre, pero si se me rapase, perdería mi fuerza de-
bilitándome como los demás hombres. Y viendo Da-
lila que le había abierto todo su corazón mandó llamar
a los príncipes de los filisteos, diciéndoles : Venid
ahora, porque me ha abierto su corazón. Y los prín-
cipes de los filisteos vinieron, y ella hizo que se dur-
miese él sobre sus rodillas, y llamado un hombre, le
rapó siete guedejas, y comenzó a afligirlo porque
perdió la fuerza y le dijo: ¡ Sansón, los filisteos sobre
ti! Y despertando del sueño, se dijo: Esta vez saldré
como las otras y me escaparé, no sabiendo que Dios
se le había apartado. Mas los filisteos le echaron
mano, le sacaron los ojos, le llevaron a Gaza y le
588 MIGUEL DE UNAMUNO
ataron con cadenas para que moliese en la cárcel"
(Jueces, XVI, 16-21). ¡Triste historia! Y triste pa-
pel el de aquellas que, aun sin quererlo ni saberlo
acaso, hacen de Dalilas para con sus hombres, hacen
que les rapen las guedejas de la ambición.
No espero yo así de la mujer española de mañana,
sino que sienta que su único modo de reinar bien es-
triba en la íntima convivencia espiritual con el hom-
bre, en comunión de libertad, de igualdad y de fra-
ternidad con él, en fe, esperanza y amor mutuos. Así
y sólo así llegarán a perfección ambos, pues suponer
como más perfecto en sí cualquier estado que no pue-
da, sin peligro para el linaje, universalizarse, un es-
tado que haya de reservarse por fuerza a unos pocos,
excluyendo de él a la mayoría, es asentar una de las
doctrinas más antievangélicas que cabe concebir.
Esa entrañable convivencia en el hogar debería ser,
además, la mejor cura de la pereza, y con ella de la
soberbia y de la envidia que trae aparejadas consigo,
y el mejor abono de las artes de la paz, únicas que
llevan a los pueblos a la dicha y a la gloria dura-
deras.
{Del manuscrito original. — Texto impreso en El
Radical, de Almería, 28-V III -1903.)
CONFERENCIA EN EL CIRCULO LITERARIO
DE ALMERIA EL 30 DE AGOSTO DE 1903
Preámbulo.
Señores: Quiero ahorrar el saludo, porque me
parece que el mejor saludo es la mera presencia.
Antes de empezar he de pediros una licencia, y
es que tengo por costumbre de hablar, sí, pero es en
clase, y como en clase tengo costumbre de hablar
sentado, pido licencia para sentarme. Y no es que
tome esto por cátedra, no; no me propongo enseñar
nada, pero es más cómodo, más sencillo, y me hago
la ilusión de usar aquella famiharidad que uso con
mis discípulos en clase, donde más que dar doctrina
o imbuir enseñanza, procuro verter espíritu.
He venido aquí como a clase suelo ir, como ando
en la calle, en la vida ordinaria, y con la libertad
que da el no hallarse agarrotado con indumentaria
que no sea la corriente.
Acaso hubiera preferido hablar en el local en que
a diario os reunís; pero hay que tomar las cosas
como se nos dan, y hay la ventaja del mayor espacio.
Más he querido hacer un acto de presencia que no
ningún otro de enseñanza porque en esto de la en-
señanza hay que andar con cuidado, y no son siem-
pre los oyentes los que aprenden, sino el que habla.
Tengo la costumbre de pensar en voz alta, y es que
he aprendido en la práctica que tratando de verter
a los demás nuestras ideas, es como llegamos a co-
nocerlas. ; É j
590
MIGUEL DE UNAMUNO
Hay cosas que creo que las sé y, al exponerlas, me
convenzo de que no las sabía.
Esto, hasta cierto punto, tiene que ser una impro-
visación; pero no del todo, pues tengo mis notas. El
que improvisa, si lo hace mal, no tiene excusa; y si
lo hace bien, se le puede decir que podía haberlo
hecho mejor.
La enseñanza.
Es una enseñanza mutua. Durante la mayor parte
de la vida, cuando se forma el corazón y el carácter,
no hemos estado en contacto con el pueblo; nos edu-
ca más que lo que nosotros le educamos. No he sabido
nunca ser con nadie ni adulador, ni calumniador, por-
que en este país en que en cuestión de crítica pasa-
mos del palo al bombo, se pasa de la calumnia a la
adulación.
Decía Taine, haciéndole la observación de que
aquellas doctrinas podrían perjudicar a la Francia:
"Cuando escribo, no pienso que haya franceses en el
mundo".
Esto de la enseñanza es una cosa de que se habla
con frecuencia, y es una de las cuestiones más difí-
ciles. Las clases directoras (las así llamadas, quiero
decir, porque no me quiero meter a investigar el va-
lor de esta locución), las clases directoras no están
preparadas para dar instrucción, ni el pueblo para
recibirla. ¿Quién tiene la culpa? Creo que la tene-
mos todos.
Hay un período durante el cual, más que dar ali-
mento, es necesario abrir el apetito; y acaso en Es-
paña, más que enseñar, hace falta abrir el apetito
de aprender. Se dice "sembrar ideas"; pero ¿quién
siembra ideas en una tierra apelmazada, no rota por
el arado ? Esa semilla la arrebatará el aire o los pá-
OBRAS COMPLETAS
591
jaros se la comerán. Hay que abrir la tierra, y des-
pués de esto la semilla fructificará.
Hay una desconfianza mutua entre esas clases a
que antes aludía; desconfianza que aunque nosotros
no nos demos entera cuenta de ello, procede de que es-
tamos atacados unos y otros de iguales vicios, pues es-
tamos constituidos de la misma masa. Son hasta cierto
punto dos mundos, y dos mundos que viven en uno,
separación lamentable y que no hay que decir que se
pasa de uno a otro, pues ambos están separados, no
se comprenden, no se sienten y, por consiguiente, no
se quieren ; y es que a cierta clase se nos ha enseñado,
pero entre las muchas cosas que se nos ha enseñado,
hay una gran cantidad de ciencia inútil, cuando no
dañina.
Recordando la época de mis estudios, hago exa-
men de conciencia y de aquellas ansias que de curso
en curso me animaban, creyendo que iba a descubrir
la verdad, veo que fui de esperanza en desengaño
hasta terminar mi carrera, y entonces me encontré
con que había perdido el tiempo y tenía que empezar
de nuevo, porque es más fácil edificar en un solar
que destruir un edificio ruinoso y edificar sobre sus
ruinas.
Hay una ciencia hecha a posteriori para justificar
ciertas doctrinas o procedimientos, y no de mala fe,
sino de la más completa buena fe.
Aparece Malthus, y dice que es una ley necesaria
la lucha por la existencia ; y los que tal supieron
cenaron tranquilamente, y aquella noche durmieron
con algo más de sosiego.
Hay otra ciencia, en la que sucede lo que con el
arte de la elegancia. En China se dejan crecer las
uñas de las manos extraordinariamente, llevándolas
cuidadas con sumo esmero, con lo cual dan a enten-
der que no han tenido que trabajar con las manos.
En la cabeza tenemos muchas uñas chinescas.
592
MIGUEL DE UNAMUNO
En realidad, aprendemos muchas cosas que no
nos sirven para nada; pero no todo aquello cuya
aplicación no se ve inmediatamente se ha de estimar
como inútil, ni mucho menos.
Hubo un tiempo en que solía burlarme yo de las
carreras de caballos, creyendo que sólo servían para
fomentar la cría de caballos de carrera ; pero luego
me hicieron notar que, cruzada esta raza con otra,
podían servir para fines útiles. Una cima nevada,
estéril, parece inútil; y de allí vienen luego las aguas
que riegan los campos.
La cuestión social.
Aquí, en España, no sé qué es más necesario, si
los investigadores o los agitadores. Y no sirve man-
tenerse alejado; le arrancan a uno de casa.
Yo tengo costumbres metódicas, un modo de ser
que me aparta del movimiento ruidoso, y suelo que-
darme en casa para estudiar problemas sociales ; pero
llega un movimiento, le llaman a uno, y no tiene más
remedio que acudir adonde le llaman; así es que, te-
niendo espíritu investigador, las circunstancias me
han hecho agitador, hasta cierto punto.
Echar semilla y procurar que germine.
Cuando se reúnen unos cuantos hombres empiezan
a cambiar sus ideas por pequeñas que sean sus opi-
niones; basta que se asocien para que surja una nueva
idea al estar asociados espontáneamente, cuando no
les han unido desde fuera, y hoy la separación es aún
más completa, y, aunque parezca una paradoja, la in-
troducción de la maquinaria, por una parte, la aboli-
ción de la esclavitud, por otra, han separado más las
clases. Mientras había tierra libre, mientras el traba-
jador podía ir al campo que no era de nadie, hubo
esclavitud ; pero cuando fué posible acotar toda la
tierra disponible, entonces cayeron las cadenas del
OBRAS COMPLETAS
593
esclavo ; verdad es que, donde quiera que fuese, pisa-
ba tierra que no era suya.
El esclavo había nacido en la casa del amo ; se le
tenía no diré que un cariño mayor, pero sí como a
la vaca, al potro, al perro que ha nacido en la casa ;
es un ser con el que se está en trato, pero cuando es
posible sustituirle por otro, cuando da lo inismo uno
([ue otro, que no se trata con el individuo, sino con
un número, no cabe cariño.
Resulta, pues, que hasta aquel lazo, por duro que
fuera, se ha perdido, y hoy se encuentran dos indi-
viduos que no se conocen. No digo en este país que
no conozco, pero en otros países así sucede. Así ha
ocurrido en todas partes en sus principios, y empie-
za a ocurrir en España, que la guerra social se ha
echado encima sin preparación de unos ni de otros.
Las comunicaciones y otras mejoras la han facilitado,
en cuanto se amengua aquel grado de malestar que
no deja fuerzas ni para quejarse. Se ha entrado de
repente, no se ve qué salida puede tener, y en esta
lucha, como en todas, hace falta una bandera, un ideal,
sea próximo, sea remoto, sea inmediato, o para un
mañana próximo, o para sabe Dios cuándo.
Evolución de las ideas.
Mas resulta que aquí las condiciones del ideal se
han dado en un pueblo preparado por doctrinas cerra-
das, por afirmaciones secas, y el espíritu inquisitorial
persiste. Han desaparecido unos dogmas para ser sus-
tituidos por otros, tan cerrados como los que han des-
aparecido, y es que muchos no pueden darse cuenta
de que la idea es una cosa movible, que está en evo-
lución, y que no puede ser una doctrina fija.
En un hombre que se pasa la vida trabajando pue-
de decirse que conforme es el jornal así es la idea
que de la sociedad perfecta se forme; gana una pese-
594 MIGUEL DE UNAMUNO
ta, tiene sus ideales; gana dos, pues ya estos ideales
varían, y así sucesivamente, y es que conforme cam-
bia, conforme va teniendo más jornal, ve las cosas de
diferente manera, y cosas que antes le parecían muy
necesarias, cuando las obtiene, le parece que no lo
eran tanto como otras, en que hasta entonces no ha-
bía pensado.
Se dice: "Este hombre tenía una doctrina, y ahora
tiene otra". Es natural.
Hay un ejemplo en esto : indudablemente hay algo
más humano que la patria, pero hoy, en las condi-
ciones históricas, la patria es un hecho mejor o peor,
pero un hecho real, y no tomarlo en cuenta como tal
es separarse de la realidad.
Hay una idea, hay una razón, hay un modo de
vivir y ver las cuestiones, distinto en cada país, y
lo mismo que en Almería, por ejemplo, están asocia-
dos los obreros de tal oficio y forman una asociación,
y los de la ciudad forman otra sociedad distinta de
los de otras ciudades, es natural que en España haya
una asociación distinta de las demás, pero siempre
una asociación española, y en cierto sentido una pa-
tria, una asociación para la realización de un ideal.
Fuera de una porción de cosas muy recomendable,
suele resultar con harta precuencia que la patria es
una hipoteca de los tenedores de la Deuda, y lo más
triste es que aquí se ha venido la cuestión tan de
repente, ha cogido tan desprevenidos a unos y a otros,
que presenta los caracteres de una especie de lucha
epiléptica en que se pasa de momentos de abandono,
de dejadez, a ataques de epilepsia, a un estallido del
momento en que se gasta toda la energía.
Diferenciaciones.
Es algo de lo que pasa, aunque sea dura la com-
paración, entre los salvajes. La principal diferencia,
ERAS COMPLETAS
595
es decir, una de las diferencias entre el hombre sal-
vaje y el hombre civilizado, está en que el salvaje
no tiene metodizada su vida. Cuando encuentra una
res. la coge y se la come toda entera. Tiene un sopor
<|uc dura el tiempo que tarda en hacer la digestión, y
luego ayuna ; no se le ha ocurrido matar aquella res
y comerla ordenadamente, distribuyéndola en varios
dias. El hombre civilizado come ordenada y periódi-
camente. Pues esto se ve en todo. Tenía yo un amigo
que se aburría horriblemente y se pasaba la vida bos-
tezando. Llegaba un día de toros y me decía : "¿ Va-
mos a los toros ? ! "No, no voy ; has cogido la res de
la diversión, y luego te pasas la vida aburrido. Yo
reparto este goce en todos los días de mi vida, y me
va mucho mejor."
Es de ver cómo la gente pasa de la desidia a un
estallido violento, y es que nadie se conforma con una
labor diaria, de la que no se ve el inmediato resul-
tado, y es que, como decía esta mañana, por no tra-
bajar, pasamos hartos trabajos.
Cuando venía hacia acá, en Baeza se nos acerca-
ron unos muchachitos que iban a torear a un pueblo.
"Señorito — me dijo — , usted que protege el arte (no
sé de donde sacaría que yo protejo el arte), nos po-
dra dar algo." Me apenó lo que antes había oído res-
pecto al modo en que habían hecho el viaje, no de las
penas que habían de pasar toreando, y les pregun-
té: "¿Por qué hacéis eso?" y me contestaron: "Así
empezó Fuentes". Entonces vi que no había tal amor
al arte, sino que querían ganar mucho con poco tra-
bajo aunque con exposición de perder la vida.
En este país se pasa de la indolencia a una acti-
vidad loca, como el toro que está tranquilo pas-
tando y de pronto acomete.
Estos son nuestros ideales, unos ideales duros, es-
quinados, y al que no los profesa se le excomulga,
596
MIGUEL DE UNAMUNO
porque se desconoce la gran virtud humana, que es
la terquedad.
Supersticiones.
Lo que sucede es que hemos cambiado de supers-
tición, y los que se creen más libres de antiguas pre-
ocupaciones han caído en otras nuevas.
No tuvimos religión, puede decirse, puesto que nos
la legaron hecha, sin dejarnos que nos la hiciéramos
tal como se amoldara a nuestro espiritu; dejamos que
nos dieran unos ideales, sin que los fabriquemos nos-
otros. Queremos sacudir el espíritu de autoridad, y
el espíritu de autoridad lo llevamos dentro.
Del primer tirano que tiene uno que librarse es
de sí mismo. Hay quien por no claudicar y abdicar
de sus ideas de toda la vida llega a ser un hombre
lleno de mentiras. Yo amo tanto la libertad, que he
querido sacudirme hasta del tirano de mi propio es-
píritu, sin preocuparme de ayer, sino que cada día
quiero ser un hombre nuevo.
Hay en ciertas regiones, no sé si en ésta, pero en
muchas partes existen, supersticiones que me hacen
mucha gracia, como la de la "bicha". Se puede ha-
blar de ella, describirla, contar sus costumbres, pero
no nombrarla, porque en el momento que se dice cu-
lebra, ¡lagarto!, ¡lagarto!
Tenía yo un amigo muy timorato y muy pío, que
censuraba de una manera muy amarga esta supers-
tición, y me decía: "Parece mentira que personas que
se tienen por católicas (él lo era muy ferviente) crean
esas cosas, sin reparar que eso es creer en agüeros,
hechicerías y cosas supersticiosas".
Salimos un día de paseo y le hablé de ciertos idea-
les, y de pronto se me para y me dice: "Pero esa es
teoría anarquista o socialista, ¡Jesús!, ¡Jesús!", y
yo dije: í¡ Lagarto ! ¡Lagarto!, ha oído la bicha".
OBRAS COMPLETAS
507
El miedo a lo sencillo.
No hay peor cosa que asustarse ele los nombres. A
mí nunca me han asustado los nombres y me he me-
tido en estas cosas, las he visto y debo decir con sin-
ceridad que en ciertos respectos me agradan. Es cues-
tión de fe; me parecen bien algunas cosas, pero no
tengo la bastante fe para poder creer en ellas.
Leí no hace mucho La conquista del pan, y decía :
Pero esto es una novela. Es muy sencillo, y yo le ten-
go mucho miedo a lo que es muy sencillo. Me acuer-
do de la frase de un famoso poeta portugués, Guerra
Junqueiro, a quien hablaba de un señor que todo lo
veía muy claro, y me dijo : "Los que todo lo ven cla-
ro, son espíritus oscuros". Yo tengo la desgracia de
ver claras muy pocas cosas, y en lo técnico, aquello que
exige poco esfuerzo, hay que mirarlo con mucho cui-
dado. Y es que aquellas cosas que se saben por fe
y no por experiencia, tienen un peligro, y es que al
primer fracaso la fe se quebranta, y viene la deses-
peración, y aquellos que más rudamente lucharon son
los primeros en inclinar la cerviz al yugo. Es una de
las cosas de que antes hablaba, del carácter de histe-
rismo que tiene la lucha. Vivimos en un mundo de
intransigencias y se debe tener por primer cuidado
combatir todo género de intransigencias. En cuanto
uno piensa de distinto modo, se le atribuye mala fe,
miras interesadas. Yo tengo por costumbre creer que
procede de buena fe el que piensa de distinto modo
que yo, mientras no me prueben lo contrario, piense
como pensare. No olvidaré jamás el consejo que me
daba un amigo de mucho espiritu ; me decía : "No
discuta usted nunca. Las discusiones son perfecta-
mente estériles, y en ellas sólo se trata de salvar el
amor propio, nunca la verdad; pero cuando no tenga
usted más remedio que discutir, no haga lo que ha-
cen ordinariamente las gentes de España, que cuando
598
MIGUEL DE UNAMUNO
oyen una cosa con la que no están conformes, dicen :
"¡Qué barbaridad!" Diga usted: "Yo pensé así al-
gún tiempo", y ya lo tiene usted ganado". Es que no
son las gentes más duras las más convencidas. Tengo
observado que los más intransigentes, los que menos
admiten contradicción, son los que menos creen en
aquello que dicen y es, que el hombre tiene el hueso
dentro y la carne fuera, y, por el contrario, otros los
tienen como los crustáceos : cuando se trata de con-
vencerlos, cierran la valva. Llevan los huesos fue-
ra y la carne dentro.
Hay distintos temperamentos, y cada uno, según su
temperamento, según su manera especial de ser, ve
las cosas de un modo particular, y todo cabe cuando
se tiene buena voluntad.
Teoría de las huelgas.
Un ejemplo de la diferencia que va de una acción
sistemática, lenta y al mismo tiempo transigente, y
una acción histérica, una acción epiléptica, es lo que
sucede en las huelgas.
La huelga es una forma de la guerra y tiene todos
los inconvenientes y todas las ventajas que pueda te-
ner la guerra. Hay ocasiones en que es, como la gue-
rra, un mal necesario ; asi es que yo no me he solido
explicar por qué hay gentes que cuando surgió nues-
tro conflicto con los Estados Unidos decian que ha-
bía que ir a toda costa a la guerra, aun temiendo la
derrota, y luego cuando se encuentran con el caso de
la huelga, se ponen a predicar los inconvenientes de
ella. ¿Usted no decía que había que ir a la guerra?
¿ Cómo ahora cambia usted de criterio ? ¿ Y por qué
le han de obligar a uno? ¡ Ay, amigo!, en aquel tiem-
po había algunos padres españoles que creían un mal
aquella guerra, y les arrebataron hijos y los lle-
varon a ella.
OBRAS COMPLETAS
599
Ahora bien, hay dos modos de hacer la guerra:
como los salvajes y como los hombres civilizados.
Los pueblos civilizados cuando luchan con un pueblo
salvaje, al cabo vencen. Economizan sangre, y ade-
más, y esto es lo principal, aceptan la batalla donde,
como y cuando quieren, no donde, cuando y como
quiera el adversario.
Hay una forma de huelga, que puede llamarse re-
volucionaria, y otra que puede llamarse de evolución
Donde están más adelantados han aprendido a ha-
cerlas de este último modo, y lo tienen organizado
con una finura, con un tacto y con una ciencia, que
es maravilloso, porque se habla del arte de la guerra,
pero el arte de dirigir un movimiento de esta natu-
raleza es tan difícil o más que el de la guerra.
No tiene lógica esa especie de axioma de nuestra
patria de: "No por el huevo, sino por el fuero". En
esos pueblos a que me he referido no se va a la huelga
por amor propio sino que, dicen, haciendo su cálculo :
"El tiempo que hemos estado holgando, hemos deja-
do de percibir, por ejemplo, 20.000 duros entre todos,
y hemos conseguido un aumento de jornal de 20.000
reales, o sea un capital puesto al cinco por ciento".
Cuando la huelga dura poco el resultado es mayor, y
publican a fin de año el resultado de las huelgas.
El dueño, por su parte, discurre de análoga for-
ma, porque es de su misma masa. No dice : "A mí na
die me pone la ley", ni : "No sufro imposiciones." Es
como un tendero con quien ajusta un comprador, y
éste le dice: "No me conviene, me voy". El dueño
dice: "Estos hombres podrán resistir tanto tiempo;
si cedo, suben mis gastos tanto; capitaliza y tran-
sige o no, según le conviene, y entre patronos y obre-
ros se establece una especie de chalaneo. Dicen, por-
ejemplo, los obreros: "Señor, usted va mejorando;
nosotros nos llamamos a la parte", y empieza enton-
ces ese regateo.
600
MIGUEL DE UNAMUNO
El jusfo salario.
Se habla mucho, y en un famoso documento se ha-
bló del justo salario; pero esto, ¿cómo se jus-
tiprecia? Tiene que ser por la ley de la oferta y la
demanda. Sólo se puede averiguar hasta dónde se
puede llegar, poniendo al patrono en el disparadero
de ver si se puede o no, como sucede en un comercio
donde se ofrece un precio que al comerciante no le
conviene, y el comprador se va, vuelve a los pocos
días y le dice el comerciante : "Llévese usted esto
por el precio que ofrecía", y dice el comprador : "Ya
no me hace falta, lo he comprado en otra parte".
En explotaciones cuyo gasto casi único es el sa-
lario, como en ciertas formas de extracción minera,
la huelga es difícil que obtenga resultado, porque un
10 por 100 de aumento en los jornales, v. gr., resulta
casi un 10 por 100 de aumento en los gastos totales,
mientras que en industrias adelantadas y en que lo
más del trabajo lo hace la máquina, como el jornal
no es sino una parte, a veces no la más importante,
de los gastos totales, la huelga es más fácil que ob-
tenga resultado, ya que con ella se irroga más perjui-
cio al patrón, y un aumento de 10 por 100 en los
jornales significa un tanto por ciento.
Tal es una huelga práctica o de evolución, regida
por la oferta y la demanda, que tiene, entre otros
resultados, el de haber sido el principal elemento de
progreso en algunos países, porque, aunque esto sea
una digresión, la cosa será triste, pero es así ; en
los comienzos de la historia, la civilización se debe a
que un hombre sujetó a otro hombre. Esto es duro,
pero hay que decirlo. Un salvaje no se mueve a tra-
bajar porque la satisfacción que busca no le compen-
sa el esfuerzo; tiene pocas necesidades, pero viene
otro más duro, más fuerte, o más bruto que él, y le
OBRAS C O M FLETAS
601
sujeta y le hace trabajar para los dos, y aquél puede
mantener a cuatro. Al sujetador, como no tiene que
hacer más que vigilar al esclavo, se le ocurren una
porción de cosas que no pueden ocurrirsele al que
tiene que trabajar. Hoy el impulso de la civilización
es del de abajo, que apremia al de arriba.
Muchas son las huelgas que han sido seguidas de
algún adelanto técnico que antes no se verificaba,
por no tenerlo en cuenta económicamente.
Los romanos conocían los molinos de agua, pero
no los aplicaban porque era más barato tener un es-
clavo que moviese la rueda. Cuando el esclavo enca-
reció implantaron el molino. A medida que el de aba-
jo dice: "Quiero más", el de arriba ha tenido que
defenderse, y ha inventado una mejora, y si ha ido
prosperando la industria, gracias a las exigencias de
los de abajo, y no haciendo como en España se viene
haciendo de meter la cabeza debajo del ala y esperar
que pase la tormenta, rezando el rosario.
Manera dr -z'cr las cosas.
No es ésta la manera de ver venir las cosas, sino
estudiándolas cara a cara.
La huelga exige, por su parte, un estudio de las
probabilidades del éxito y, además, por parte del obre-
ro, distribuirse, como todo ejército bien organizado,
en cuerpo de ejército, y primera, y segunda, y tercera
reserva y las que hagan falta.
Esta es la guerra, como la hacen los pueblos civi-
lizados, ahorrando sangre y esfuerzos, francamente,
sin odio ninguno al adversario, sin ánimo de moles-
tar sino en último extremo, para la ventaja propia.
Se dispara a los fuertes, pero no a las casas, ni a las
mujeres, ni a los niños, y así como hay dos modos
de hacer las guerras, hay dos modos de hacer las
huelgas.
602
MIGUEL DE UNAMUNO
Aquí tenemos mucho del espíritu de hidalgos de
gotera y aquello de que "a mí nadie me falta". Hay
que ver el tono con que el pordiosero al recibir nues-
tra limosna nos dice: "Dios se lo pague", como si
hiciera un favor que, por otra parte, suele hacerlo.
Hay muchas clases de dolores ; hay el dolor del
hambriento y el dolor del ahito. En cierta ocasión ha-
blaba yo de ciertas tristezas de un amigo, y me de-
cían: "Son sufrimientos de lujo". No por eso son
menores. Hay que compadecer no sólo a los de abajo,
sino a los de arriba. No es tan fácil asociarse a las
alegrías, como lo es asociarse a los dolores y a las
tristezas. Hay, como digo, unos dolores de ham-
bre y otros de hartazgo. Lo que redima al pobre de
su pobreza, redimirá al rico de su riqueza, porque es
indudable que es mejor hoy ser un hombre que vive de
su trabajo entre conciudadanos libres, que no un amo
de esclavos en sociedad atrasada ; vivir entre hombres
libres que ser un tirano entre esclavos, porque se en-
contraría uno siempre aislado y sin disfrutar de lo
que el hombre libre, aunque modesto, pueda disfru-
tar. Va uno a Madrid, por ejemplo, y ve jardines
como no los tienen las gentes adineradas y que, sin
embargo, son de todos. Es necio tener un cuadro
hermoso y tenerlo en casa sin que nadie disfrute de
él. Hay quien goza más así, y así nos explicamos
una sociedad en que crezcan al máximo las cosas de
común disfrute disminuyendo al mínimo las de apro-
piación individual exclusiva. Quien no lo vea así es
que carece de imaginación, pues sólo la falta de ésta
nos impide figurarnos una sociedad basada en otros
fundamentos que no la nuestra.
La herencia.
En cierta ocasión se hablaba en una tertulia de la
herencia, y dije que no creía en su bondad, con gran
OBRAS COMPLETAS
603
asombro de quien me hablaba, y añadí : Y he de de-
cir a usted que preferiría dejar a mis hijos sin un
cuarto, con una buena educación y con oficio o pro-
fesión en una sociedad más serena y adelantada que
la nuestra, siquiera como en los Estados Unidos, a
dejarlos con una porción de miles de duros en un
país semi-salvaje. Hay quien todo su esfuerzo lo pone
en amasar una fortuna para sus hijos, sin reservarlo
para mejorar la sociedad en que han de vivir.
Pero esta lucha, que se hace necesaria, que se viene
ella sola, el deber del hombre es de esperarla y entrar
en ella, como entra en campaña el ejército que tiene
conciencia de su deber, con cierta disciplina. No la
disciplina impuesta, sino una que sale de nosotros
mismos, sabiendo que la victoria no la da el ena'-de-
cimiento, ni tampoco el número, sino únicamente
la ciencia del que dirige la batalla, dándola donde,
cuando y como quiere y le conviene, teniendo reser-
vas, y esperando, que es más virtud que lanzarse sin
saber a dónde.
Cuando haya tolerancia mutua, cuando se haga la
guerra de tal manera que los adversarios no puedan
menos de reconocer esa tolerancia mutua, entonces,
¿cesará la lucha? No. La lucha no cesará nunca.
Cambiará. Y quiera Dios que no cese la lucha, por-
que el día que el hombre cese de- luchar, muere. Hay
que luchar con ciencia, que es como luchar con amor.
Dos personas se odian mientras no se conocen.
Cuando penetra el uno en el espíritu del otro, se ama
al prójimo; si es bueno, por serlo, y si es malo, por
lástima de él.
He dicho.
(Texto publicado en El Radical, y en La Crónica
Meridional, de Almería, L°-IX-1903.)
DISCURSO PRONUNCIADO EN EL ACTO DE
APERTURA DEL CURSO 1903 A 1904 E IN-
AUGURACION DEL NUEVO LOCAL DE LA
ESCUELA SUPERIOR DE INDUSTRIAS, DE
BEJAR
Al visitar hoy por cuarta vez esta ciudad de Be-
jar, para inaugurar el nuevo local de su Escuela Su-
perior de Industrias, me encuentro a ésta instalada
en edificio más amplio, más cómodo y más suntuoso
que el que ocupaba antes. Y esto no puede menos sino
influir en los que en ella enseñan. Pues así como el
cuerpo influye en el espíritu, por lo que se dijo lo
de mcns sana in corporc sano, el lugar en que una
corporación actúe, influye en su espíritu también.
Sucede con esto como con el traje, que quien lo lleva
desaliñado y sucio, al ver que es mal recibido y no
bien respetado, se pierde el respeto a sí mismo y se
hace tímido, así como quien se ve rodeado de las
atenciones con que se obsequia de ordinario al que
va bien puesto, cobra ánimos, aplomo y aprende a
respetarse y hacerse respetar. Yo espero, pues, que
esta mejora de vuestro cuerpo social influya en vues-
tro espíritu.
Y espero que esta Escuela, aparte de su labor espe-
cífica de las enseñanzas técnicas que dé a los obre-
ros, influya en el espíritu total de esta ciudad e irra-
die de ella una constante excitación al trabajo. Qui-
siera que contribuyese a acabar con el calderillo y la
bodega.
No sólo instruye esta Escuela, sino que educa, y
OBRAS COMPLETAS
605
educa por la labor del trabajo interno, del trabajo
del estudio, tan necesario en ciudad que, como ésta,
se ve con frecuencia envuelta en luchas económico-
sociales. A la vez brota de ella espíritu de solidaridad
y culto al porvenir.
He oído en la interesante Memoria del señor secre-
tario que hasta ahora apenas se matriculaban aquí
más que los hijos de los obreros, y ahora empiezan
a matricularse hijos de patronos, mezclándose así
unos 3' otros en las aulas, aprendiendo a conocerse
y a estimarse. Ojalá llegásemos así a las escuelas
primarias verdaderamente educadoras, a aquellas en
que concurren los hijos de los vecinos todos, desdo
el más alto al más bajo, y aún mejor si, como en
algunas partes ocurre, se pasasen allí el día todo,
haciendo una comida en común. En mi vida olvidaré
el tono, entre de recelo y de temor, con que, siendo
yo niño, hablábamos de los chicos de las escuelas
de balde.
Y a la vez que escuela de solidaridad social, debe
ser este centro escuela de culto al porvenir. Cinco
abejas forman el escudo de la ciudad de Béjar, y
esas abejas os deben recordar el maravilloso espíritu
de ese insecto, consagrado en absoluto al culto a la
posteridad. En un día hermoso, el del enjambraje,
cuando más surtida se halla la colmena, abandónanla
las más de sus moradoras, y la abandonan para dejar
aquellos tesoros a una generación no brotada aún a
la luz. Es el triunfo del amor maternal, el amor al
hijo aún no nacido. Y así, con un amor parecido,
hemos de hacer que en este país, en que tanto abun-
dan, por desgracia, las ruinas, escombreras y esco-
riales, no quiten sitio las tumbas a las cunas.
Aquí debéis mandar a vuestros hijos a que apren-
dan el trabajo constante e intsrno, el trabajo del es-
tudio. No mandarlos para echarlos de casa, para que
no den guerra en ella, para que no estorben a sus
606
MIGUEL DE UNAMUNO
padres, para que les dejen en paz, frase terrible sobre
la que vuelvo a llamar la atención de los padres. Bus-
car la paz echando a los hijos de casa es cosa de-
soladora y triste. No cabe paz sin la presencia de
los hijos, que imponen respeto y comedimiento.
Y así, si los padres no los mandan a la escuela
más que para deshacerse de ellos, ellos, a su vez,
aprenden a hacer novillos o huelgas y adquieren una
perniciosa costumbre. Más tarde podrán aficionarse a
otros novillos que traen miseria y llanto, no a razo-
nadas huelgas, sino a movimientos epilépticos. Y es
sabido que quien reacciona así, epilépticamente, con-
tra desafueros que reciba, es luego el primero que,
cansado, dobla la cerviz a la coyunda.
Estas Escuelas son las verdaderas Universidades
populares, con la ventaja de no darse títulos en ellas.
Sólo producen un riesgo, y es el de que se exagere su
necesario carácter práctico. Porque hace tiempo que
como natural reacción a intemperancias en opuesto
sentido, se viene abusando de eso, de lo práctico.
Necesario es hacer buenos técnicos, buenos especia-
listas, pero más necesario es aún hacer antes buenos
ciudadanos y buenos hombres. Y espero que aquí,
aparte de los conocimientos técnicos que se os tras-
miten, la labor misma del estudio os eleve el espí-
ritu, dándole serenidad y tranquilidad.
Habrá de ser, además, un centro de experimenta-
ción y de ensayos, un centro en que no sólo se en-
señe industria hecha, sino que se aprenda a hacerla.
Y tal vez del espíritu que en él reine surjan inicia-
tivas o sugestiones que puedan traer a esta ciudad
nuevas industrias, pues llega a ser precaria la vida
de un centro fabril especializado en exceso a un solo
ramo de ella.
Mucho se repite aquel aforismo de menos doctores
y más industriales, pero es de temer que queriendo
hacer industriales en escuelas montadas al modo de
OBRAS COMPLETAS
607
nuestras fábricas de doctores sólo se haga doctores en
industrias, tan doctores, en lo malo de este dictado,
como los otros.
De tanto clamar por la práctica, no caigamos tam-
poco en la chinería del maquinismo, porque es ahora,
en que las condiciones del trabajo moderno hacen
del obrero un esclavo de la máquina, sin iniciativa en
su labor, cuando más falta hace que cobre conciencia
de su trabajo y sepa cómo lo hace y para qué lo hace,
conozca el valor social de su trabajo. Estoy conven-
cido de que el abuso del alcohol en los centros fabri-
les depende en gran parte de la relativa inconciencia
de trabajo a que somete la máquina al obrero, por-
que ello ha de entristecer la vida.
Fortifica y anima el tener conciencia de lo que se
hace, de cómo se hace y del beneficio que lo hecho
reporta a nuestros semejantes. Comerás el pan con
el sudor de tu frente, se dijo, y Livingstone, el famoso
explorador del Africa, añadía que el sudor de la frente
es robustecedor de los nervios. Sí, cuando el trabajo
es conciente y libre. El más notable de los escri-
tores en vascuence, el único acaso en hondo valor,
Axular, en una obra ascética, comentando esa conde-
nación a comer con el sudor de la frente, decía que
no fué el hombre, al pecar, condenado al trabajo,
sino a la penosidad de él, a que le fuese gravoso, y
recordaba en apoyo aquello que dice el Génesis de que
Dios puso a Adán en el Paraíso, antes del pecado,
para que lo guardara y trabajase, tit custodiret et
operaretur. Y, en efecto, añadía, ¿qué paraíso podía
5er si no se trabajaba en él? Y al leerlo, me dije:
he aquí un paisano de casta.
Es muy general el contraponer el reposo al tra-
Dajo, sin advertir que no hay nás fructífero reposo
3ue el de reposar trabajando. Es claro que sería ago-
;ador y terrible para un hombre el trabajo de noria,
;n que una muía, con los ojos vendados, saca agua;
608
MIGUEL DE UNAMUNO
pero el saber que esa agua servía para algo social-
mente útil templaría el rigor de la tarea. En los pe-
nales ingleses hubo cierto castigo consistente en dar
vueltas a un manubrio que no movía mecanismo algu-
no, o en llevar y traer piedras de acá para allá y
de allá para acá sin resultado; y hombres rudos, en-
callecidos, de inteligencia obtusa, morían de pesar y
de hipocondría. Y es que cuando se ve el fin social
de lo que se trabaja, aparte de la recompensa que
por ello se recibe, se encuentra otra más íntima
recompensa en el trabajo mismo. El trabajo social-
mente útil es, como la virtud, premio de sí mismo.
Aquí, pues, habéis de aprender sobre todo a tra-
bajar con conciencia, y lo aprenderéis trabajándoos
a vosotros mismos.
No es ocasión ésta de inquirir si es o no adecuado
el cuadro de asignaturas, pero sí quiero llamaros
la atención sobre un peligro que entraña el que de
Escuela de Artes y Oficios que se llamaba antes haya
venido a llamarse Escuela de Industrias. No signifi-
que esto que se proscriba la parte artística, porque,
lo repito, no ha de limitarse todo a hacer buenos
oficiales tejedores o tintoreros. El arte educa al es-
píritu y nos enseña los gustos más exquisitos, que son
los más nobles y los más baratos a la vez. Y no
pocos males se evitarían si los obreros todos adqui-
rieran sentido estético y afición a las artes.
Echo también de menos dos enseñanzas, que aun-
que parezcan a primera vista extrañas al objeto
especial de estas Escuelas, creo útilísimas en centros
como éste, y son las enseñanzas de la Economía Po-
lítica y la de la Higiene. Una y otra evitarían males
que todos conocéis.
Paréceme, en resolución, que, sin dejar su fin
inmediato de hacer buenos oficiales técnicos, es el
fin más alto de esta Escuela elevar el nivel espiritual
de Béjar, y acaso llegar a ser su centro regulador.
OBRAS COMPLETAS
609
tal vez arbitro en ciertas diferencias, y órgano de la
conciencia colectiva. Es lo más alto a que puede y
debe aspirar un instituto de educación y enseñanza.
Ved que habita en un antiguo convento, y si los
conventos fueron centros espirituales, séanlo hoy las
escuelas.
Y ahora me queda el dirigiros un ruego. Languide-
ce al presente Béjar bajo una huelga, de cuyas cau-
sas, motivos y razones no he de juzgar; de una huelga
que trae miseria y desasosiego por culpa, creo, de
unos y otros. Van a inaugurar vuestros hijos, juntos
hijos de obreros y de patronos, sus estudios; el me-
jor modo que tendríais de solemnizar esta inaugura-
ción seria que vosotros, sus padres, inauguraseis vues-
tros trabajos a la vez que su trabajo ellos. Sería un
noI)le ejemplo que habría de fructificar. Removed los
obstáculos para ello y haced así una de las más no-
bles inauguraciones de curso que se hayan hecho ;
os lo suplico.
Expresado este ruego solemne en tan solemne oca-
sión, en nombre de S. el Rey D. Alfonso XIII,
declaro abierto el curso académico de 1903 a 1904
en la Escuela Superior de Industrias de Béjar.
(Texto publicado en un folleto, Béjar, J^iuda de
Aguilar, 1903, 9 págs.)
UNAMUNO. — VII.
20
DISCURSO PRONUNCIADO EN EL PARA-
NINFO DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMAN-
CA, ANTE EL REY DON ALFONSO XIII QUE
PRESIDIO LA INAUGURACION DEL CURSO
ACADEMICO, EL DIA 1 DE OCTUBRE DE 1904.
Señor : Es la segunda vez que la Universidad de Sa-
lamanca dirige a Su Majestad por mi conducto la pa-
labra. Fué primero acudiendo ella a las gradas del
Trono, al celebrarse las fiestas de la coronación de
S. M. y es ahora al verse honrada con la visita regia,
como con otras visitas regias se ha visto honrada en
los siglos de vida que lleva.
"Los Reyes en la Universidad, ésta a los Reyes"'.
Tal es la dedicatoria de la primorosa fachada plate-
resca de esta Escuela, según reza la leyenda, en idio-
ma griego, que rodea el elegante medallón, en que
aparecen en aquélla tallados en su dorada piedra, los
bustos de los Reyes Católicos don Fernando y doña
Isabel. Siempre existieron en efecto, recios lazos en-
tre esta Escuela y los Reyes de León y Castilla, que
luego de haberla fundado uno de ellos la protegieron
todos, a porfía y sin cesar. Larga sería esta historia
desde que estableció aquí los estudios don Alfonso IX
de León por lo que podría muy bien llamarse a esta
Universidad, Universidad Alfonsina, pasando por
don Alfonso X el Sabio, que dotó a los Profesores
a cuenta del Tesoro Público y fundó la Biblioteca
hasta que el padre de S. M. se dignó visitarla el 9
de setiembre de 1877. Y de que S. M. misma, si-
guiendo los nobles ejemplos de sus mayores, se cuida
OBRAS COMPLETAS
611
del mejor acomodo y de la decencia que a esta Es-
cuela corresponde, es buena prueba el regio donati-
vo para disponer y decorar el aula de la nueva Facul-
tad de Medicina, que en memoria de tan regia muni-
ficencia, lleva el nombre de "aula de don Alfon-
so XIH". Con ello nos hace saber S. M. cómo, fiel
al tan probado aforismo de mcns sana in corpore
sano, entiende que sólo puede darse con fruto la en-
señanza en recintos que ofrezcan luz, aire, salubre
comodidad y hasta agradable vista al cuerpo. Esplén-
didos los tuvo esta Ciudad en la época de su floreci-
miento académico; mas hoy, las más de aquellas
suntuosas moradas, o yacen abatidas al suelo por vici-
situdes de la guerra, dañosa casi siempre a la obra
de la civilización o vendidas muchas de ellas, a nue-
vos y extraños usos. Sólo unas pocas sirven de abrigo
a instituciones docentes, cumpliendo así el fin para
que fueron erigidas por sus fundadores. Aquí, pues,
Señor, lo que más podemos ofrecerle, es gloriosos re-
cuerdos entre piedras medio arruinadas por los si-
glos ; pero ello son manadas de esperanzas, si no nos
ha de faltar la mano protectora que ampare la deli-
cadeza de nuestro ministerio docente. Las glorias para
la Universidad, cobradas por los Maestros que en
esta misma Casa enseñaron en siglos que fueron nos
mueven a trabajar en servicio de su Reino, nuestra
Patria, para conseguir, por nosotros mismos, nuevas
glorias, y lo vamos en parte consiguiendo de tal
modo, que si se corrobora y acrecienta cierto resur-
gimiento intelectual que hoy en Salamanca se ad-
vierte, merecerá pronto volver a ser llamada, como
lo fué en pasados tiempos, la Atenas española. El re-
lumbre de aquellos antiguos esplendores es incentivo
para buscar y encender nosotros esplendores nuevos,
y nunca pretexto para pedir a cuenta de él ninguna
clase de privilegios, ya que éstos no se piden cuando
se llega a merecerlos.
612
MIGUEL DE UNAMUNO
Esta Escuela, en efecto, no pide privilegio gratuito
alguno, ni fundado en cosas pasadas, pues sabe que
pasó, afortunadamente, el tiempo de ello. Sólo pide
la protección, al presente indispensable, para que pue-
da prosperar en ella la obra de la alta cultura patria
que sin el apoyo del Estado, que S. M. representa,
sin ese apoyo como garantía de la libertad de cien-
cia, perecería hoy esta nuestra Escuela, dejada al li-
bre concurso de los elementos populares. Sólo pedi-
mos se nos ponga al igual de los demás Centros do-
centes, en condiciones de poder cumplir debidamente
nuestro cometido. Dar la vida por la Patria, no de
una vez, sino día a día, es incesante servicio a su
cultura y su progreso, es nuestro deber. A él nos da-
mos gustosos bajo el amparo de S. M. Y al saludarle
ahora aquí y darle la bienvenida en esta Casa, funda-
ción de sus mayores, he de terminar con las palabras
mismas con que terminó aquí mismo su generoso
padre, don Alfonso XII, la alocución que pronunciara
al visitar esta Escuela, y es que, unidos todos bajo la
bandera del amor a la grandeza y prosperidad de Es-
paña, busquemos nuestro mejor auxiliar en el des-
arrollo de la ciencia, árbitro supremo, en paz y en
guerra, de la grandeza y prosperidad de los puebloa.
LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA. PONEN-
CIA PRESENTADA A LA II ASAMBLEA UNI-
VERSITARIA (Barcelona, 2 a 7 de enero de 1905.)
Llamamos universitaria a una especie de enseñan-
za por diferencia, dentro de la enseñanza en general,
con las llamadas primaria y secundaria y con la que
se da en las escuelas que se dicen especiales ; la ense-
ñanza universitaria es la que se da en las Facultades
de las Universidades y se cifra hoy principalmente
en hacer licenciados y doctores en ellas. Es heredera
de la antigua Universidad, universalidad de estudios,
universitas stiidiorum, enciclopedia o conjunto de las
disciplinas todas del saber. Fiel a esta herencia, per-
siste en ella el antiguo espíritu universitario, aunque
en lucha constante con el nuevo espíritu docente,
siendo tal lucha lo que le da vida precisamente.
Grandísima es, sin duda, la diferencia que media
entre las antiguas Universidades autónomas, verda-
deros organismos, pues se renovaban a sí mismas,
cubriendo por sí propias las propias pérdidas, y las
actuales Universidades, oficinas del Estado para la
administración de la enseñanza pública superior. Mas
aun dentro del actual régimen legal, y sin alterarlo
(alteración de que, por mi parte, me siento poco par-
tidario), cabe que el profesorado modifique el espí-
ritu que le anima o que, cuando menos, le anime
algún espíritu. Es, en rigor, posible cualquier tras-
formación íntima sin necesidad de alterar la ley ex-
terna, y hasta creo el mejor medio para cambiar ésta
cambiar primero el espíritu que ha de encarnar en ella.
614 MIGUEL DE UNAMUNO
Tan sólo cuando el profesorado universitario haya con-
seguido verter nuevo vino de espíritu docente en el vie-
jo odre de nuestras Universidades actuales, sólo enton-
ces será posible una modificación de raíz en el ré-
gimen legal de la enseñanza. Hasta tanto, caerán y
deberán caer en el vacío todas las peticiones de re-
forma que haya de ser ejecutada por ley, real de-
creto o real orden. No es la autonomía universitaria,
verbigracia, lo que habrá de vivificar la docencia
(pudiera ser que la empeorase), sino que es vivifi-
cándola primero como se ha de merecer aquélla. La
salud está en nosotros, los profesores, y antes debe-
mos pensar en lo que nos cumple dar que no en lo que
hayamos de pedir. El que hoy no da a la Patria más'
de lo que la ley le pide, el que se limita a lo que
llamamos el estricto cumplimiento del deber, el que
no hace obra de supererogación, no tiene razón al-
guna valedera para pedir mejoramiento en la recom-
pensa que recibe.
El problema de la enseñanza universitaria cabe
decir que se reduce, en su esencia, a la manera como
han de conciliarse las dos tendencias que en ella se
disputan el campo, o a cuál de las dos se haya de
renunciar si no es hacedero el conciliarias. Las ten-
dencias son : la una, la que convierte a las Faculta-
des en Escuelas de técnicos profesionales : aboga-
dos, médicos, farmacéuticos o catedráticos; y la
otra, la que atiende ante todo a mantener y fomen-
tar la alta cultura, formando estudiantes e investiga-
dores de Derecho, Sociología, Fisiología, Química,
Ciencias de todas clases. Filosofía y Humanidades ;
hombres de ciencia, en fin, que la hagan y rehagan
tanto como la apliquen. Es decir, que o se las con-
sidera como centros en que se reparte ciencia ya
hecha y en disponibilidad de ser aplicada a casos
concretos de la vida, o como centros en que se fragua
ciencia, o se conciba ambos menesteres, ya que, en
OBRAS COMPLETAS
615
rigor, ni cabe dar ciencia hecha, si se da bien, sin
hacerla de un modo o de otro, ni cabe hacerla sin
que resulte hecha y aplicable. La separación entre
la teoría y la práctica, lo mismo que la separación
entre la investigación y la trasmisión de la verdad,
es cosa enteramente absurda, pero no cabe duda de
que según el profesor se acueste a preferir una u
otra tendencia, sacrifica uno u otro de los ramales
en que la enseñanza universitaria puede juzgarse se
divide.
Lo más corriente hoy es reducir las Facultades a
fábricas de abogados, médicos, farmacéuticos o cate-
dráticos, y debo declarar que por mi parte me in-
clino a lo otro. El motivo que principalmente
me lleva a esta mi inclinación, es el advertir que
cuanto más se quiere contraer las Facultades a que
se limiten a hacer abogados, médicos, farmacéuticos
y catedráticos prácticos, menos prácticos los hacen,
necesitando éstos siempre empezar su verdadero
aprendizaje luego que han obtenido el título. El
practicismo docente resulta ser en la práctica lo más
contrario a la práctica misma, sin que sirva apenas
sino para hacer perduradera la rutina.
Cierto es que no puede hacerse ciencia más que
partiendo de la ciencia hecha ya, del legado tradi-
;íonal, del caudal de saber conquistado y atesorado
Dará siempre; cierto que no es hacedero ni valedero
pretender rehacer la ciencia toda, como si se tratara
le filosofía cartesiana, pero esa labor de poner al
ilumno en posesión del legado inicial, verdadero pun-
o de partida de toda investigación ulterior, debe ser
ministerio de la segunda enseñanza. En este grado
e la enseñanza es en el que debe darse al joven la
nciclopedia de los conocimientos humanos, precisa
oy para formar un hombre que merezca ser llamado
ullo, así como en la primaria los conocimientos in-
dispensables para una vida racional y, a la vez, pre-
í
616
MIGUEL DE UNAMUNO
paración para la secundaria. Mas así como en la se-
gunda enseñanza hay que suplir deficiencias de la
primaria, hay que suplir en la universitaria deficien-
cias de aquélla. Las cátedras de Física de las Facul-
tades de Ciencias, por ejemplo, en vez de ser amplia-
ción de la física aprendida en los Institutos generales
y técnicos o laboratorios de investigación sobre la
base de ésta, suelen ser, y tienen que ser con frecuen^
cia, una repetición de la disciplina toda.
Convendría, creo, que la segunda enseñanza se di-
vidiese en dos grados: el uno de cultura general, en
que el alumno adquiriera aquella suma de conocimien-
tos de toda clase sin los cuales no puede ningún
hombre moderno considerarse culto, y otro grado en
que se bifurcara dicha enseñanza en dos secciones,
una de las llamadas por impropia antonomasia Cien-
cias, y que sirviera de preparatorio a la Medicina y
a las Ciencias matemáticas, físico-químicas y bioló-
gicas o naturales, ampliándolas y completando el co-
nocimiento que de ellas hubiese adquirido en el pri-
mer grado, y otra sección de las llamadas, también |
impropiamente, Letras, en que se impusiera a los
escolares en las ciencias psicológicas, sociológicas,
jurídicas e históricas. Hay disciplinas, como la de
la Economía política, que deberían figurar en la se-
gunda enseñanza, y aun en su grado primero o
sección común. j
Las diferencias de la segunda enseñanza, que acabo |
de señalar, y otras que todos conocéis, hacen que se
justifique en parte la tendencia a reducir las Facul- i
tades Universitarias a meros depósitos docentes de l
ciencia ya hecha, mas sólo en parte, y muy en parte, ^
la justifican. Lo cierto es que la difusión de la im- I
prenta ha matufio a la antigua Universidad y ha |
destruido las raíces de la tradición universitaria. Di- ^
fundido por la imprenta el libro, el antiguo lector i
o repetidor ha perdido su importancia. El maestro
OBRAS COMPLETAS
617
no debe hacer dolile empleo con el texto, y es hasta
indecoroso el que se vaya a cátedra a recitar, durante
lina hora, lo que puede fácilmente hallarse en libros
de fácil acceso, o tal vez en un solo libro, y no pocas
veces en el texto escrito por el recitador m'-mo. Esta
es una mala costumbre que persiste, y. hay que con-
fesarlo claramente, muy generalizada por desgracia y
para vergüenza del profesorado universitario. ^Mien-
tras ella subsista, no habrá razón justa para exigir
a los alumnos el que asistan a clase, ya que en su
casa pueden adquirir más cómodamente los conoci-
mientos que en aquélla se les da. Y si se dijera a
esto lo que a su respecto suele pensarse, y es que la
cátedra, con asistencia obligatoria, es un medio de
hacer estudiar a los alumnos ; que de viva voz entran
mejor las enseñanzas y ciue la función principal del
catedrático es tomar la lección al alumno, hay que
confesar que, abrigando concepto tal de la función
docente, no debemos esperar de nuestras Uiii\"ersi-
dades frutos de valor alguno en la cultura patria.
La difusión de la imprenta ha acabado por traer
una crisis en la enseñanza universitaria, y si las
Universidades han de dejar de languidecer en su
menguado papel de fábricas, mediante exámenes, de
títulos académicos, es absolutamente preciso que se
forme al profesorado una clara idea de lo que han de
ser aquéllas como órganos de la alta cultura filosó-
fica, científica y literaria.
La Universidad tiene que ser un centro de alta cul-
tura, y en tal respecto puede y debe sostenerse rjue
sin perjuicio de sus obligaciones docentes, ha de ser
el catedrático un ciudadano a quien el Estado sostie-
ne y protege para que investigue, escudriñe y fragüe
doctrinas, que sin esa protección y sostén, y aban-
donado a la libre concurrencia, no podría investigar,
escudriñar ni fraguar. La alta cultura, la filosofía,
la ciencia pura, las especulaciones desinteresadas,
618
MIGUEL DE UNAMUNO
todo lo supremo intelectual, es flor de estufa en casi
todas las sociedades, y más aún en la nuestra ; es
hijo del espíritu, y perecería si quedase sin el con-
curso de las demandas públicas. Tal investigador
de histología, verbigracia, puesto al amparo de tener
que buscarse la vida, aunque sea con el modestísimo
y pobre amparo de una cátedra, ha podido llevar a
cabo descubrimientos que acaso sean de aplicación
a la medicina algún día, descubrimientos que no ha-
bría hecho de haber tenido que vivir de su profesión
médica. Por esto debería el Estado sostener ciertas
cátedras y a ciertos catedráticos aunque no tuvieran
un solo alumno, y es uno de los puntos de vista más
bajos el que hace estimar la importancia de un centro
docente, por su matrícula. Hay en Italia Universi-
dades de entrada, en tranquilas y retiradas ciudades,
en cuyo sosiego los jóvenes profesores que empiezan
por ellas su carrera, cumplen los años más fecundos de
su labor, aquellos en que llevan a cabo trabajos de
investigación o de meditación personal.
Mas esto exige de parte del catedrático lo que dije
ya respecto a su deber patriótico, y bueno será re-
cordar la parábola evangélica de los talentos. Y po-
demos también decir que nuestro deber es buscar
el reino de la cultura, y lo demás se nos dará de
añadidura. Lo que más asegura a una Universidad y
le da mayor solidez y promete más beneficios a sus
maestros es el prestigio que en la opinión pública
adquiera y no el número de sus matrículas. Un re-
ducido número de maestros prestigiosos, reconoci-
dos obreros de la cultura patria, basta para afirmar
un centro docente.
Claro está que esa labor de especulación filosófica,
científica o literaria ha de conocerse en algo, y de
aquí los diferentes géneros de acción docente que
fuera de la cátedra se le presentan al profesorado. El
más conocido es el de la llamada Extensión Univer-
OBRAS COMPLETAS
619
sitaría, de que no vo}' a hablar aquí, pues la conocéis
todos y tenéis conciencia de cuál ha sido en España
el resultado de sus ensayos. Utilísimos son, sin duda,
los cursos y conferencias de Extensión Universitaria
cuando se llevan a efecto espontáneamente y no por
compromiso o imitación, o por no aparecer menos
que otros, cuando se pone en ellos espíritu y no
sólo inteligencia y cuando no degeneran en una
rutina más ; son útilísimos, pero hay otra actividad
que estimo como casi necesario complemento de la
función profesional del catedrático. Me refiero al
publicísmo.
Si queremos ver a nuestras Universidades rodeadas
del prestigio necesario para que lleguen a ser los
centros de la cultura patria, y si queremos que se
nos considere como los verdaderos maestros de la
juventud estudiosa, es preciso hoy en España que
el catedrático sea publicista.
Sé bien que hay quien habla desdeñosamente de
los que por haber escrito cuatro artículos en los
diarios o revistas han logrado alguna fama; mas lo
cierto es que la prensa es hoy el verdadero campo
de extensión universitaria ; la prensa es hoy la ver-
dadera Universidad popular. El profesorado univer-
sitario debería constituir algo así como el Estado
Mayor del ejército de los publicistas, y no sucede tal.
Unos por holgazanería, otros por no exponerse a ser
discutidos, otros por otras razones, y los menos por
no sentirse con fuerzas para ello, sentimiento enga-
ñoso casi siempre, es el caso que los más de los
profesores no publican sino libros de texto, insig-
nificantes por lo común, u obrillas que aprobadas
por el Consejo, o por esta o aquella Academia, Ies
sirvan de mérito legal, sea cual fuere su mérito in-
trínseco, en solicitudes de concurso.
Me da pena y vergüenza cuando, al enviar Univer-
sidades extranjeras a esta de Salamanca sus Anales,
620
MIGUEL DE UNAMUNO
revistas, Memorias o publicaciones de cualquier clase,
en demanda de cambio, hay que contestarles que
nuestras publicaciones se reducen a la Memoria es-
tadística anual, puramente burocrática, y al discurso
de apertura que tiene que leer cada año, por mandato
de ley, el profesor a quien por turno le corresponda
hacerlo.
La Asamblea debería estudiar la forma de propo-
ner al Gobierno de Su Majestad, el que si no dote
a cada Universidad con medios para que pueda publi-
car Anales, revistas o Memorias, patrocine y subven-
cione, por lo menos, una revista universitaria de toda
España, que, dirigida por una Comisión de profeso-
res, ofrezca a éstos facilidades e incentivo para la
publicación de sus trabajos y sea, a la vez que mues-
trario de la actividad espiritual del profesorado, ele-
mento de cultura patria. Esta publicación habría de
tener en cierto modo algo de carácter oficial y seríj»
a la vez un poderoso lazo de unión entre los Claustros
de nuestras diez Universidades.
Tales publicaciones llegarían a tener un carácter
análogo al que tienen las de las Reales Academias,
y en rigor, si los Claustros universitarios llegaran a
ser lo que deben ser (y de ellos mismos depende el
llegar a serlo), sobrarían las Academias. Pues ¿qué
mejores Academias de la Lengua, de Ciencias Morales
y Políticas, de Medicina, de la Historia o de Ciencias
que los Claustros de las Facultades de Filosofía, Le-
tras, Historia, Derecho, Medicina, Ciencias y Far- [
macia? Los informes que hoy se piden a las Acade- i
mías son los Claustros los que deberían darlos, y |
éstos deberían, en todo caso, cumplir las funciones '
que hoy cumplen aquéllas y evacuar las consultas
que ellas evacúan.
No se me ocultan los obstáculos con que habría
de tropezarse, y sobre todo el de si reinaría o no
en tal publicación absoluta libertad de criterio, por-
OBRAS COMPLETAS
621
que, aunque parezca mentira, aún hay quien hace
remilgos a que aparezca su nombre junto a los de
otros que profesen ideas contrarias a las suyas. Y
con esto he tocado a una cuestión que quieren mu-'
chos intangible, mas que se hace necesario arrostrar-
la. Es la cuestión de la perfecta libertad de la invesn
tigación científica. ^Mientras no sea resuelta del todo
y no aprendamos los profesores a unirnos en una la-
bor común, prescindiendo de ciertas diferencias doc-
trinales (lo que no impide el que mantenga cada cual
sus convicciones, cuando sea preciso mantenerlas),
y mientras no nos persuadamos de que no hay doc-
trina que deba excluirse, ni nada que deba oponerse
al libre examen en Filosofía, Ciencias y Letras ; míen-
tras así no sea, no habrá verdaderos Claustros uni-
versitarios. Se dirá a esto que hay temores que son
hoy puramente fantásticos y que el estado de la con-
ciencia pública impide ciertas restricciones a la libre
emisión del pensamiento científico, pero yo sé que
hace aún muy pocos años se intentó formar expe-
diente a un profesor de esta Universidad aduciendo
que en sus enseñanzas negaba el libre albedrío (que
no es, ni con mucho, ningún axioma científico, ni
nada que se le parezca), y se hace preciso cerrar el
camino a la repetición, posible siempre, de tan ver-
gonzoso proceder. Y para ello no hay otro medio
sino el de pedir que se derogue una disposición legal,
todavía hoy vigente, tan dañosa como todas las que,
sin haber sido formal y solemnemente derogadas, han
caído en desuso o no se aplican por razones de pru-
dencia humana. Las armas peligrosas no deben ser
arrinconadas, sino destruidas, pues de otro modo es-
tán siempre a la disposición de aquel a quien se le
antoje una vez esgrimirlas, y con tanto mayor male-
ficio cuanto menos se hallaba nadie apercibido a la
defensa. JMe refiero a los artículos 295 y 296 de la
ley de Instrucción pública de 1857, hoy vigente, en
622
MIGUEL DE UNAMIJNO
que se establece la inspección de los señores obispos
y demás prelados diocesanos sobre la enseñanza, para
impedir se den doctrinas opuestas a la fe católica
ortodoxa, y su derecho a delatar los libros de texto
en que tales doctrinas se vierten, y todas las demás
disposiciones a tenor de lo estipulado en el artículo 2.°
del Concordato de 1851, artículo cuya derogación
debe también pedirse. Es menester impedir el que
pueda volver a repetirse lo que sucedió en febrero
de 1875 ; es menester que el estado de derecho esté,
a este respecto, de acuerdo con el estado de hecho,
y el de la conciencia de la parte culta del país ; es me-
nester que la absoluta y perfecta libertad de la inves-
tigación y de la exposición científicas en los centros
de docencia oficial esté, no sólo protegida por la cos-
tumbre y la conciencia pública, sino, además, solem-
nemente garantida por la ley.
Una medida así sancionaría las conquistas de tole-
rancia que en las costumbres se han logrado, y sería
a la vez punto de partida para nuevas conquistas,
hasta conseguir que desaparezcan por completo del
campo de nuestra enseñanza divisiones fundadas en
creencias extracientíficas, que no deben nunca inter-
ponerse en el camino de la libre investigación filosó-
fica y científica.
Teniendo, pues, en cuenta las precedentes conside-
raciones, pido a la II Asamblea Universitaria que
acuerde :
1.° Declarar que las Facultades universitarias no
deben reducirse a ser simplemente Escuelas de abo-
gados, médicos, farmacéuticos y catedráticos, sino
que han de ser, además y sobre todo, centros de
elevada cultura, y de formación de Filosofía, Cien-
cias, Letras y Artes.
2° Pedir la reforma de la segunda enseñanza,
dividiéndola en dos grados : uno de cultura general,
y otro, con bifurcación en dos secciones, de cultura
OBRAS COMPLETAS
623
más especial y que sirvan cada una de esas secciones
de preparatorio para las Facultades universitarias.
3. ° Estudiar el modo de crear, con subvención del
Estado y bajo su amparo, publicaciones universitarias
con cierto carácter como las de las Academias, de
índole filosófica, científica y literaria, como comple-
mento, hoy obligado, a la función docente.
4. ° Pedir al Parlamento el que, para garantía de
la libertad de investigación y exposición de princi-
pios filosóficos y científicos, derogue formalmente el
artículo 2° del Concordato, los artículos 295 y 296
de la ley de Instrucción pública hoy vigente y cuan-
tas disposiciones tiendan a establecer la ingerencia
en cuestiones de enseñanza pública de cualquier auto-
ridad no académica.
Salamanca, setiembre de 1904.
(Texto publicado en un folleto, Barcelona, "La
Académica" , 1903, 8 págs.)
DISCURSO EN LA VELADA EN HONOR DE
GABRIEL Y GALAN, CELEBRADA EN EL
TEATRO BRETON, DE SALAMANCA, EL DIA
26 DE MARZO DE 1905
Siento que para honrar la memoria cíel insigne poe-
ta Galán hagamos un derroche de oratoria.
Sería mejor cantar su valer en otros versos, pero
ya que esto no es posible, procuraremos hacernos dig-
nos de él.
Nos hemos reunido para honrar al poeta, oirle y
hablar de él y con él. Para eso se han reunido una
dama ilustre, que trae alientos de frescura, que con-
contrasta con el tono abochornado que en general
afecta la literatura española ; un noble caballero, por
su cuna y más por su carácter y por su valer, y genui-
nas representaciones de las provincias comarcanas.
Nos reunimos en primavera, cuando empiezan a can-
tar los pájaros que él no oirá, y cuando comienza' a
verdear la mies que él arrojó.
El poeta une, y une porque es la sinceridad supre-
ma, porque no tiene secretos ni para Dios ni para
los hombres. El poeta es el que lleva en la mano el
corazón, y éste va cantando al sentirse envuelto en el
aire libre y bañado en la luz del sol, no preso en lo
oscuro del pecho. El canto del poeta es confesión, y
la confesión es valor. No sé decirlo, se dice que no es
que no lo sepas; es que no quieres saber decirlo. No
te atreves.
Se redime uno por el prójimo, y como no nos
atrevemos, al leernos nos atrevemos y nos confesa-
OBRAS COMPLETAS
625
mos con él, que nos muestra su interior, y al mos-
trárnoslo nos revela lo propio nuestro, al hombre y
al universo. Al hombre todo que se da en él y así
nos lo crea de nuevo, porque el conocimiento es una
nueva creación.
Poeta vale, en lengua griega, tanto como creador,
y lo es.
Encuentras lo mismo que tus padre y abuelos vie-
ron y, abrumado por la monotonía de las cosas, ex-
clamas con el Eclcsiastcs: "Que es lo que fué, lo
mismo que es y que será. Que es lo que ha sido hecho
lo mismo que se hará, y nada hav nuevo debajo del
sol."
O con el San Antonio de Flaubert. hablas de la
bctissc dii solcil. de la estupidez del sol.
Nada hay nuevo bajo el sol, pero viene el poeta
y te hace nuevo lo viejo y te recrea el mundo, y al
mostrarte un árbol, una encina encandelada, de tal
modo y con tales palabras te la muestra, que la ves
por vez primera, recién hecha, hecha para ti, fresca
y chorreando vida.
Y toda la creación para ti solo creada.
Y al conjuro de la palabra creadora del poeta, se
te hace todo nuevo bajo el sol y una no acabada
mañana de primavera el mundo, y una alba perdura-
dera de la vida, y cada sol un sol nuevo, hecho para
ti, creado no más que para calentarte y que tus ojos
beban de una luz vivificadora. Y a la vez que crea
como un verbo, inventa el lenguaje según va ha-
blando.
Las palabras salen recién acuñadas de sus labios.
El arma del poeta es la metáfora y la metáfora es
la madre espiritual del lenguaje.
Las más de las palabras, que usamos con un sen-
tido muerto, son metáforas adensadas a presión de at-
mósferas seculares.
626
MIGUEL DE UNAMUNO
El lenguaje, en boca del poeta, nos recuerda las dos
supremas revelaciones de él.
Aquel primer te quiero, que al nacer de los labios
de la amada nos reveló la eterna virginidad del len-
guaje, y aquel último ¡adiós, Iiijo mío!, en que pa-
rece maduró para siempre en tus oídos el habla hu-
mana, adquiriendo, desde entonces, toda la santa gra-
vedad que guarda cuanto une el reino de los muertos
con el de los vivos.
El poeta es el revelador de la virginidad perpetua-
mente revelada del mundo y de la palabra y de su
maternidad, también renovada perpetuamente.
Y el complemento de la poesía es el ritmo: la mú-
sica, balbucienie idioma que al hombre le nació en
el alma.
Con el ritmo se apura la lengua, como en la era
se apura la mies con el bieldo, aventándola, luego de
haber apañado con el cambizo la parva. El aire se
lleva la paja y el tamo y va depositándose a los pies
del aventador el dorado trigo.
Así el ritmo entrega al aire el tamo de la lengua
y sólo deja el oro de su trigo.
Así el poeta renueva la lengua, renueva el mundo
y te renueva a ti. Te da a conocer lo que menos co-
noces, que es lo que más usas a diario. Nadie apre-
cia el aire sino en los momentos de ahogo, ni la
salud sino en la convalecencia.
El poeta nos hace convalecer de la vida restregán-
donos el corazón en eterna infancia; nos hace niños,
y como los niños no vemos entonces las cosas sino
por fuera, y las vemos todas.
E! poeta eterniza lo fugitivo y unlversaliza lo lo-
cal. Canta como si no hubiera de morir nunca.
Y como posa sus ojos infantiles en lo de fuera, en
la entraña de las cosas, nos revela sus entrañas.
OBRAS COMPLETAS
627
¿ Y qué volcán tuviste tan ardiente
Como el humano corazón que ama?
jNi qué ciu-c:nlitla llama
Radiará liia tan f"'" v cspini, lente
Como esta ,/' ■■ '>'> ■■^'^:',l„ :!.■,,„<;,, '
¡Tú curcjcccs' I.a r.icvc de tu cumbre
Qiir VII ha al-iuiad.' tu prístina lumbre,
Mr dirr que drrh'iia^-.
Our xa hrlada caminas
be tu 'ci-eir Inicia el helado invierno...
¡Tú tienes que morir! ¡Yo soy eterno!
Mas, para qué conmigo compararte,
.Soberbio monstruo inerte.
Si del coqiícimo de mi vida, el Arte
Te está dando una parte
Porque no te confundan con la muerte?
Y en fin, mole dormida.
Aunque sintieras como yo la vida.
Me envidiaras, sin duda,
¡Porque yo sé cantar y tú eres muda! ^
Primero hay que ir a la región del agua, después
a la del fuego, pero llegará día en que apagada la
lumbre y caminando, tendrá que alumbrar el pobre
género humano no pozos de agua, sino volcanes de
fuego. Y lo mismo sucede en el corazón. Hay que
llegar primero a su región de las aguas puras y co-
rrientes, de los afectos que unen ; luego, a la del fue-
go abrasador, que es el centro de la tierra y de las
almas.
Por haberse asomado a esas honduras, es poeta
Galán, y no por quedarse en la roca castellana.
Galán es castellano, sí. Porque lo eterno se da en
lo pasajero y lo universal en lo local.
Pero Galán no es castellano en su sentido de ex-
clusión, de regionalismo. Nunca hubiera podido ser-
vir de bandera a las almas de secano y en barbecho
para quienes el centro del castellanismo es la cuestión
triguera y la imposición, más o menos solapada, del
monopolio casticista del idioma.
Me temo que si hubiera vivido Galán habrían aca-
bado por hacerle diputado a Cortes, lo cual...
1 Gabriel y Galán, "La montaña". [N. del E.]
628
MIGUEL DE UNAMUNO
Aunque la alondra haga su nido junto a uno u
otro terreno, su patria es el cielo y para cantar se
eleva.
Supeditar lo pasajero a lo eterno, lo local a lo uni-
versal, lo de ahora a lo de siempre, lo de aquí a lo
de todas partes, es el cogüelmo de la moral, y por
eso el poeta que eterniza lo fugitivo y universaliza
lo local, es, cuando es verdadero poeta, moral siempre.
Y como en nuestra civilización la moral no tiene
más que una forma, la cristiana. Galán era un poeta
cristiano, pero en el hondo sentido de la palabra ; tal,
que sus cantos pueden servir de alimento a los cora-
zones de todos los que ven en el Cristo el conductor
divino, sea cual fuere la confesión que el cristianismo
tome en sus cabezas.
En su vida, como hombre, profesaba el cristianismo
en la forma transitoria y local que en su tiempo y
en su país toma. Pero cuando se sentía poeta, lo can-
taba, obedeciendo a su esencia duradera y universal,
a lo que tiene de común, en las diversas escuelas,
confesiones e iglesias en que se distribuye por el mun-
do. Y es que el poeta no es un dogmático que adoc-
trina sino un poeta que canta y el corazón une lo
que la cólera separa.
El Cristu bcndiiu de Galán no es un Cristo que
incita a la lucha, sino un Cristo que da hijos, que da
vida.
¡Quiero vivir! Dios es vida.
¿No veis que en vida convierte
la ancianidad que en la muerte
cayó con dulce caída?
¿No soy yo vida nacida
de vidas que a mi se dieran?
Pues vidas que en mi se unieran,
si vivo, no han de morir.
¡Por eso quiero vivir,
porque mis muertos no mueran!
OBRAS COMPLETAS 629
¡Quiero vivir! A Dios voy,
y a Dios no se va muriendo;
se va al Oriente subiendo
por la breve noche de hoy.
De Inz y de sontbras soy.
y quiero da: irr a las dos.
¡Quiero ¡lejar de n,¡ en pos
robusta y santa setnilla
de esto qne teiuio de arcilla,
de esto que tenqo de Dios! ^
Amó la vida y el trabajo, pues el trabajo hace
amar la vida.
No creáis a los poetas desesperados que cantan al
dolor. El dolor cantado, es el más exquisito de los con-
suelos. Recordar al viudo que viva para deleitarse
en acariciar la esperanza de reunirse un día, gracias
a la muerte, con su esposa.
Y como Galán cantaba la vida, cantaba a la mu-
jer. A la mujer fecunda y sana.
A la mujer fuente de vida.
El amor que canta Galán es un amor al aire libre.
Un amor sobre las sementeras y bajo el cielo; en
brazos que son descanso de la lucha, en brazos que
son cuna y que son también tumba.
En los brazos de la mujer se nace y se muere de
continuo, porque la mujer es la eternidad del hombre.
Y ahora forzoso es acabar. Mañana, después de
esta breve tregua, volveremos a la lucha. Pero sintien-
do la solidaridad que a los luchadores une, llevando
el dejo de la misma canción en los labios y el alivio
del mismo consuelo en el corazón.
(Texto publicado cu El Adelanto, Salamanca, 27-
111-1905.)
1 Gabriel y Galán, "Canción", la última, al parecer, de sus
poesías. [N. del E.]
ESPONTANEIDAD POETICA (1)
(Apéndice al discurso anterior.)
En son de reproche ha dicho alguien de Galán que
veía la naturaleza y el campo a través de los libros.
Y esto es una solemne tontería. Todos vemos todo a
través de algo, y en rigor no conozco visión directa
alguna.
Si veía bien el campo, ¿ qué nos importa a través
de qué lo viera ? Es como si se nos hiciera un re-
proche a los miopes porque vemos las cosas a tra-
vés de nuestras gafas. De mí sé decir que con gafas
veo tan bien como el que mejor vea sin ellas.
El sentimiento de la naturaleza es una cosa que se
aprende y se afina con el estudio. La visión que de
una cosa cualquiera tiene cada uno de nosotros, es un
resultado de las visiones que antes de nosotros tu-
vieron de ellas nuestros padres y abuelos. Y así como
hay una herencia orgánica, hay también una herencia
social, una tradición.
Lo del poeta absolutamente espontáneo, brotado
poco menos que por generación espontánea, es una
leyenda ridicula y perniciosa. Es entender todo lo
más torcidamente que cabe entenderlo aquello de que
el poeta nace y no se hace.
Todo lo que fuera averiguar de qué lecturas se
nutrió Galán, a cuáles de nuestros antiguos y moder-
1 En el mismo número de 27 III-1905, en que se publicó la
reseña de la velada en honor de Galán con el discursa antes trans-
crito, aparece este articulo de nuestro autor.
OBRAS COMPLETAS
631
nos escritores estudió más y de qué libros apacentaba
principalmente su espíritu, será añadir a su gloria.
La verdadera originalidad se nutre de lo que han
pensado los demás.
Hay en una de las últimas poesías de Galán una
estrofa hermosísima, en que nos habla de que quiere
vivir porque sus muertos no mueran. Y el que hu-
biera expuesto ese mismo sentimiento — no quiero
llamarle idea — • antes que él un poeta portugués, al
que Galán conocía, pues que habló conmigo acerca
de él, ¿quita originalidad a su estrofa? No. Y no se
la quita, porque el modo de expresarlo es en Galán
enteramente propio y enteramente propio el ritmo en
que está vertido. Las notas musicales son las mis-
mas para todos. Lo propio de cada músico es el modo
de concertarlas y concordarlas. Y las ideas para el
poeta no son más que notas. Con las mismas ideas
uno os recrea y anima y otro os fastidia y desanima.
Y no dudemos de que Galán no cobrará el puesto
que haya de corresponderá en el panteón de nuestras
letras mientras no se conozcan su filiación y su her-
mandad poéticas. El poeta absolutamente aislado no
cabe en parte alguna porque no es tal poeta.
No sé si se ha hecho la prueba de coger un ruise-
ñor apenas rompe el cascarón, apartarle de toda ave,
criarle sin que oiga canto alguno y esperar a oír si
canta. Dudo de que en tal caso cantase y, si llegara
a cantar en tales condiciones, cantaría mal. Y tanto
peor cuanto mejor dotado estuviese para el canto. El
genio de los ruiseñores es el que oye cantar dentro
de sí a mayor número de los suyos.
Hay leyendas con las que se quiere ensalzar a un
poeta y no se logra sino perturbar la comprensión de
ellos.
LA ENSEÑANZA DE LA GRAMATICA
CONFERENCIA DADA EN BILBAO EL 11 DE
AGOSTO DE 1905, CON MOTIVO DE LA EX-
POSICION ESCOLAR
Heme aquí de nuevo en mi pueblo, en mi casa; no
digo entre los míos, sino más bien entre aquellos de
quienes soy.
Invitado por el Ayuntamiento de este mi pueblo a
dar una conferencia, habiendo de ser ella de carácter
pedagógico y estando encargado yo desde hace un
par de cursos de enseñar Historia de la lengua cas-
tellana, se me presentaba desde luego y naturalmente
el asunto.
¿Pe qué había de hablar mejor que de la enseñan-
za del lenguaje nacional? Y no he de hacer ningún
género de disertación para encareceros la importan-
cia del lenguaje; si yo no creyese que todos estabais
convencidos de ello, hablaría de otra cosa.
El lenguaje es, sin género de duda, el principal
órgano creador. El Génesis cuenta que Dios creó el
mundo con su palabra, y luego nos dice que la pri-
mera lección que dió al primer hombre fué traerle
todos los animales de la tierra y todas las aves del
cielo para que las diese nombre.
Lo más del tiempo, del esfuerzo intelectual y de la
energía vital que emplea el hombre en sus primeros
años es para aprender a hablar.
A mí y a muchos, al tratar de este punto, se les
ocurre que a la pregunta de "¿ cómo se aprende a
hablar?", no hay otra contestación que "Cada uno
OBRAS COMPLETAS
633
sabe cómo él lo ha aprendido; de esa misma ma-
nera".
Mientras un pueblo no conoce o no da importancia
más que a su propio leng-uaje, jamás se le ocurre
hacer una Gramática de él.
La primera Gramática de que la Historia nos da
cuenta fué liecha en la India, y cuando la leno;ua sáns-
crita era ya una lengua muerta, una lengua litúrgica.
La primera Gramática que se hizo fué para en-
señar una lengua muerta, una lengua que no se habla-
ba hacía siglos tal vez. Y si luego, corriendo los si-
glos, pasamos al pueblo romano, nos encontramos
con que las primeras Gramáticas las hicieron los pe-
dagogos griegos para preparar a los romanos al es-
tudio de la lengua griega, de una lengua extraña.
Y entre nosotros, en España, es sabido de todos
que la más antigua Gramática castellana es la de un
latinista, la de Nebrija, el cual la escribió para pre-
parar a los jóvenes al estudio del latín; y como la
escribió para prepararles al estudio del latín, acomodó
el tecnicismo castellano al de la lengua latina de tal
modo, que cuando se encontró, pongo por caso, con
tres íormas distintas castellanas que no eran tradu-
cibles más que con una sola forma latina, las metía
en una misma categoría.
De aquí el hecho de haber metido en una misma
categoría, traducida del latín — la del pretérito im-
perfecto de subjuntivo — a tres formas distintas, como
son : amara, amaría y amase, confusión que parece
justificar la que aquí popularmente se hace entre las
dos primeras formas, diciendo ; "si yo tendría", en
vez de "si yo tuviese".
Lo mi.smo sucede con el tiempo llamado pretérito
perfecto de indicativo, en el que se dice: "le he
visto" y "le vi", como si fuesen la misma cosa.
¿Qué resultaba con eso? Que no se hacía sino una
634
MIGUEL DE UNAMUNO
traducción de categorías muertas, una obra pura-
mente clasificativa, sin espíritu ninguno de explica-
ción, y esto es lo que más ha cundido a la enseñanza,
lo cual no debe sorprendernos ni poco ni mucho.
El último refugio del paganismo, cuando ya iba des-
apareciendo de toda la vida social, fué la escuela de
instrucción primaria ; en plena era cristiana conti-
nuaban todavía las tradiciones paganas, refugiadas en
la escuela de primeras letras.
Lo mismo sucede aquí. Cuando llevan camino de
desaparecer por completo aquellas hórridas obras pu-
ramente clasificativas ; cuando desaparezca por com-
pleto esa Gramática, continuarán los maestros ense-
ñándola en las escuelas de instrucción primaria y
será un verdadero tormento de las generaciones fu-
turas.
Y no os quepa duda : esa desgraciada Gramática
que se enseña en las escuelas es una construcción
meramente ideológica, que enseña tanto a hablar como
la fisiología a respirar.
Es una cosa que desde el principio atormenta con
definiciones ociosas ; y acaso sea la más exacta defi-
nición de la Gramática la de aquel muchacho que al
preguntársele: "¿Qué es Gramática?", contestó:
"Ese libro que está ahí".
En torno de ella se han reunido una porción de
cuestioncillas inútiles, de cosas que son verdaderos
quebraderos de cabeza, sin ulterior trascendencia;
cuestioncillas que son — aplicaré una palabra que to-
dos vosotros, los bilbaínos que me escucháis conocéis
bien — verdaderas sinsorgadas.
Y así se discute aquello del verbo único, lo de si hay
o no artículo en latín, y otros no menos graves pro-
blemas, que a las veces llevan a las gentes a enre-
darse en cuestiones y rencillas, como es la de saber
si tal o cual forma de hablar es una lengua o un
dialecto, distinción que no tiene valor alguno; todo
OBRAS COMPLETAS
635
por poner motes a las cosas. Y esto sucede así por
una concepción falsa de la ley. Se nos ha hecho
creer que la ley es algo distinto de los fenómenos, algo
que está fuera de ellos ; y es como si pretendiéramos
explicar el movimiento de un cuerpo celeste diciendo
que hay una cosa, que es la órbita, por la cual mar-
cha el cuerpo.
Dada la forma de concebir por algunos la ley, nada
de extraño tiene la pregunta que se me hizo y que
voy a contaros. En una ocasión me decía cierto su-
jeto: "Diga usted, ¿el vascuence tiene Gramática?"
"Hombre, antes de contestarle, le voy a hacer otra
pregunta —le repliqué — : el ornitorrinco, ¿tiene fisio-
logía ?"
Todo esto es una de las consecuencias que trae
consigo la concepción absurda de la ley; y el solo
hecho de imaginarse que haya una lengua sin Gramá-
tica nos da idea exacta de lo perjudicial y nocivo que
es el sistema de clasificación, cuándo no tiene el fin
ulterior de explicar las cosas clasificadas y su pro-
ceso, pues entonces no es sino una labor muerta, que
no sirve más que para estropear la enseñanza.
Esa mania de clasificarlo todo, los. hombres, las
cosas, etc., parece — y es — absurda ; es algo así como
si fuéramos insectos, para después atravesarnos con
un alfiler el coselete y colocarnos en una caja de
entomología con un mote a las espaldas.
Ese señor, qué es ?" He aquí una pregunta ho-
rrible.
A veces ocurre, en esta manía de clasificar, que
hay cosas que se quedan fuera de las clasificaciones ;
tal como sucede en los catálogos de las bibliotecas, en
que, después de clasificar los libros por distintos con-
ceptos, hay una sección llamada "Varia", "Miscelá-
nea" y, en algunos casos, "Extravagante", a la que
se llevan tratados del juego de ajedrez, libros de co-
cina y todo lo que no se sabe dónde ponerlo.
636
MIGUEL DE UNAMUNO
Y ahora recuerdo una vez, en que cierto sujeto,
después de hablarme larpfo, me preíjuntó: "-Y us-
ted, qué es?" Y yo le contesté: "Pónsíame usted en
eso, en "Miscelánea" o en "Extravan-ante".
Y es ello todo un clasificar por clasificar, para, lue-
go de clasificado, no hacer nada de la clasificación.
Es como si una persona tuviera en su despacho
las sillas numeradas o rotuladas con letras del alfa-
beto. Otro cualquiera, al verlo, se dirá : "Para algo
las tendrá así". Pero si luego este otro ve que el
dueño de las sillas usa indistintamente de una o de
otra, sin fijarse para nada en el número o en la letra,
se añadirá: "Este hombre no está cabal".
Exactamente lo mismo ocurre aquí, con este libri-
to que traigo, titulado Epítome de Analogía y Sinta-
xis de Gramática castellana para la primera ense-
ñanza elemental, por la Real Academia Española ; uno
de los libros más nocivos que se han escrito en Es-
paña.
En él se dice : "^; Qué es Gramática de una len-
gua? El arte de hablarla con propiedad y escribirla
correctamente".
Después se pasa adelante y se encuentra uno, ver-
bigracia, con lo siguiente : "^; Cuántos y cuáles son
los géneros ? Seis : masculino, femenino, neutro, epi-
ceno, común de dos y ambiguo".
Pues bien, ¿creen que el niño ha de usar con más
o menos propiedad los comunes de dos, o neutros,
epicenos o ambiguos, masculinos o femeninos, por
saber cómo los llaman ? No ; no habrá ninguno que
equivoque los géneros, si ha aprendido el castellano ;
y no dirá, por tanto, "esta mesa es bueno", sin que
para ello le sea menester saber que a la forma ésta
llaman masculina.
Pero hav una cosa más ñoña aún. Hay aquí una
clasificación de los apelativos o de los nombres, di-
vidiéndolos en primitivos y derivados, verbales, sim-
OBRAS COMPLETAS
637
pies y compuestos, colectivos y partitivos y, por últi-
mo, en aumentativos y diminutivos. Cuáles son los
nombres simples ? Los que constan de una sola pala-
bra, como hoca, hora. ; Cuáles son los compuestos ?
Los c(ue constan de dos o más palabras, como boca-
manga, cuJwrabucna" .
Y en hora buena ; cree nadie en serio que el apren-
der si a una palabra ha de clasificársela como sim-
ple o compuesta, primitiva o derivada, colectiva o
partitiva, enseña a nadie a usarla con mayor correc-
cicjn y propiedad ? ; Cree nadie que así se aprende a
hablar bien ? ¿ No se ve bien claro que todo ello no es
sino clasificar por clasificar, sin ulterior validez de la
clasificación ?
Todo esto me recuerda aquel famoso pasaje del
Fausto en que, dirigiéndose Mefistófeles a un estu-
diante, compara la fábrica de los pensamientos con
un telar en que se hace de mil hilos una trama, lan-
zando acá y allá la lanzadera, y le dice : el filósofo
os prueba que debería ser así ; que esto es lo primero
y esto otro lo segundo, y luego lo tercero, y después
lo cuarto ; y que sí no fuera lo primero y lo segundo,
no sería ni lo tercero ni lo cuarto ; esto lo aprenden
los discípulos, pero no se hacen tejedores. Así apren-
den los niños la Gramática ; pero no, por ello, a ha-
blar con corrección y propiedad.
Y aquí, en este librito, en este extraordinario li-
brito, hay cosas más peregrinas aún, verbigracia :
Por qué en el genitivo del singular del pronombre
él no decimos del, como en la declinación del artículo
el, ni en el acusativo decimos al, sino a- él?" Respues-
ta : "Porque el pronombre él se pronuncia siempre
con mayor fuerza que el artículo el, y no debe, por
tanto formar una sola palabra con la preposición".
La Gramática grande, la no epítome, es decir, la
peor — por ser la que tiene más cantidad de malo — ,
dice que en castellano todas las palabras tienen acen-
638
MIGUEL DE UNAMUNO
to: es decir, que la tal Gramática está escrita por
sordo-mudos, pues quien tenga oído advertirá al
punto cuán grosero es ese error. Y es que la lengua
viene enseñándose con la vista, y de aquí los inefi-
caces resultados de su enseñanza. Es el oído, y no
la vista, el que nos dice si una palabra tiene o no
acento, y quien le tenga sano advertirá que, al decir
el vino, juntamos el artículo el a la palabra vino, pro-
nunciándolo como si fuese una palabra trisílaba llana :
elvino; mientras que al decir él vino las separamos;
y esto, independientemente de que se pinte o no el
acento. La Real Academia Española parece ignorar la
existencia en castellano de palabras átonas, sin acen-
to, que son, ya proclíticas ■ — como el artículo, las pre-
posiciones, varias conjunciones, etc. — , si se apoyan
sobre la palabra que las sigue, ya enclíticas — como
los pronombres sufijados me, te, se, le, nos, os, etc. — ,
si se apoyan en la precedente. Es, pues, la suya, una
Gramática escrita por sordos.
Recuerdo, a este propósito de la sordera, que en
cierta ocasión recibía yo las pruebas de un trabajo
mío que se estaba editando, y en el cual, como en
todos los míos, quería mantener mi criterio anti-
académico en punto a ortografía, haciéndola lo más
acomodada a la lengua que se habla. A las segun-
das pruebas, el regente de la imprenta creyendo, sin
duda, que las letras que yo suprimía - — alguna p de
setiembre o cosa así — ■ era por equivocación, debió
decirse : "Este señor se distrae", y puso al mar-
gen: "¡Ojo!" Cogí el lápiz, le taché su ojo, y puse
encima de él, a mi vez: "¡oído!"
Con los ojos, y ello mal, y no con los oídos, se ha
trabajado este librito. Sigamos con él.
Habla en otra parte de la sintaxis, dividiéndola en
regular y figurada. La sintaxis regular dice que en-
seña la debida colocación de las palabras en las ora-
ciones, según principios generales ; y la figurada per-
OBRAS COMPLETAS
639
mite alterar este orden, a fin de dar más vigor y ele-
gancia al lenguaje.
— ¿Quiere usted poner un ejemplo?
— Sí, señor. Es sintaxis regular la que se observa
en el siguiente período: "Las discretas y solicitas
abejas formaban su república en las quiebras de las
peñas y en los huecos de los árboles".
Y se emplea la sintaxis figurada diciendo como
Cervantes : "En las quiebras de las peñas y en los
huecos de los árboles formaban su república las so-
lícitas y discretas abejas".
Es decir, que la primera está compuesta según
principios generales, y la otra debe de estar descom-
puesta y fuera de orden. Lo que me recuerda el mal
efecto que me producía, siendo yo estudiante de latín,
aquello del hipérbaton.
No veo de dónde pueda sacarse una idea general
de orden, al respecto ; cada cual tiene su manera de
ordenar el pensamiento, y según el caso, siguiendo
la asociación de ideas. El orden natural no es ese
que se llama orden lógico, y que en parte nos es
impuesto por deficiencias del lenguaje mismo; el or-
den natural es el que sigue el curso libre de la aso-
ciación de ideas.
Y dentro ya de la lógica, como monumento de ella,
2ste Epitome de la Real Academia es inapreciable.
Me decía un día un extranjero, hablándome de él,
del desdichado Epítome: "Pero, señor, ¿ha visto us-
j ed la confusión que arman estos señores al tratar de
|0S verbos irregulares?" Y hube de responderle: "La
j:osa es sencilla; se empeñan en clasificar los verbos
Irregulares, en vez de atenerse a clasificar las irre-
;;ularidades de los verbos". Son consecuencias de
I nos cuantos principios, ya de etimología, ya de ana-
pgia, es decir, ya de herencia, ya de adaptación; em-
I éñanse en clasificar las combinaciones binarías y
un terciarias de estos principios, en vez de dar cuen-
640
MIGUEL DE UNAMUNO
ta de ellos. Y así, el verbo venir, por ejemplo, dipton-
guiza su e temática en ié en los casos en que lo ha-
cen otros muchos {sentir, querer, etc.) ; hace su
futuro como tener, valer y otros, y recibe una g en el
subjuntivo (venga), como la reciben estos mismos
y caer, traer, etc. Y ha de figurar en una clase con
los que reúnan las mismas tres condiciones.
La consecuencia del tal método ha sido el horrible
empirismo en que no poca gente ha malgastado su
ingenio en discusiones absolutamente bizantinas, como
son la mayoría de las de los gramáticos a la antigua
usanza.
Todos los que sientan curiosidad por estas mate-
rias recordarán las veces que se ha promovido la fa-
famosa cuestión del le o la del dativo femenino. Y
siempre se trata el asunto fuera del terreno histórico.
Juegan en la lengua, como en todo el organismo,
dos fuerzas : una, de herencia, que es en este caso
la etimológica, y otra, de adaptación, que es la analó-
gica. La forma le deriva de la latina illi — que tiene
una sola forma para los tres géneros — , es la eti-
mológica, la hereditaria, y la forma la es la analógi-
ca, la adaptativa. Y asi resulta que se hallen las dos
en conflicto de uso.
Hase querido defender el estudio de esa Gramática
puramente empírica y formal como trabajo de gim-
nasia de la mente ; y, aun considerándola así, hay que
convenir en que tal Gramática, como la gimnasia
misma, podría servir para corregir ortopédicamente
deformidades en casos dados ; más para los niños, tan
fatal la una como la otra. Es juego, y no gimnasia,
lo que los niños necesitan.
Y resulta que lo primero que se enseña a los niños
es lo más difícil : la Gramática y el Catecismo. Am-
bas son las dos cosas más complicadas que se pueden
enseñar; y, en cambio, se difiere para cuando sean
OBRAS COMPLETAS
641
mayores — y hasta parece extraño que se les enseñe
en la escuela de primeras letras — la Física, la Quí-
mica, la Historia Natural, disciplinas mucho más
sencillas, como es siempre más sencillo lo que proce-
de de la naturaleza que no lo que se acerca a la
sociedad humana, que es el último resultado y como
la conclusión de la naturaleza.
Muchos son los métodos propuestos para facilitar
el estudio de la Gramática; pero todos ellos son ma-
los, y alguno de ellos detestable, como ese de los ár-
boles sinópticos, de que he visto algún desdichado
modelo en esta Exposición.
Y es que, en tratándose de métodos, como en gene-
ral de cuanto a pedagogía se refiere, se da una im-
portancia exagerada, y hasta absurda, al cómo debe
enseñarse, y no se tiene en la debida cuenta que lo
importante es qué es lo que se debe enseñar. Me
decía en cierta ocasión un profesor de lenguas cas-
tellana y latina: "Con el sistema que empleo, obten-
go resultados magníficos" ; y como lo pusiese en duda,
me aplazó el demostrármelo para cuando se exami-
nasen sus alumnos. Y fueron, en efecto, al examen y
respondieron los muchachos con gran precisión a
cuantas preguntas el profesor les dirigía ; y volvién-
dose a mí, me dijo éste: "Y ahora, ¿qué dice us-
ted?" "Digo, le contesté, que estos muchachos han
aprendido muy bien lo que usted quiso que aprendie-
ran; pero eso que usted les ha enseñado y ellos lo
saben tan bien, no les sirve para nada".
Y así, con tales procederes, sin descender al fondo
de lo que se enseña y a su valor, quedándose en lo
formal, no se consigue sino extender la rutina, ya
en su forma antigua, ya en la moderna, pues no sé si
no son los peores rutinarios y los más rutinarios los
que, combatiendo la rutina de ayer, están fraguando
la de mañana.
UNAMUNO. VII.
21
642
MIGUEL DE UNAMUNO
Y viniendo a la enseñanza de la lengua, hay que
convenir en que se nos presenta el problema con una
sencillez maravillosa. ¿ Cómo se aprende a hacer las
cosas? Haciéndolas. ¿Y cómo se ha hecho la len-
gua? Lo mismo que sigue haciéndose.
El gran paso que hizo dar Lyell a la Geología
consistió en hacer ver que la forma actual de la tierra
ha sido producida por la labor de las causas que si-
guen trasformándola, aunque lentamente. Y lo mis-
mo ocurre con la lengua. Ha llegado a la forma ac-
tual en virtud del proceso mismo que sigue modifi-
cándola en boca del pueblo. La ley de la lengua no
es ni puede ser una cosa estática, como es la Gra-
mática.
La lengua evoluciona obedeciendo a la ley general
de economía, a una ley de máximos y mínimos. Se
trata de obtener la mayor claridad y la mayor fuerza
posibles de expresión, con el menor esfuerzo.
Hay gentes que se fijan demasiado en la etimolo-
gia, ignorando que, junto a la tendencia etimológica
o hereditaria, hay la analógica o adaptativa, y que
hay muchedumbre de formas que no tienen justifica-
ción etimológica. Así, las formas haiga y vaiga, que
pasan por incorrectas gramaticalmente, tienen den-
tro del proceso lingüístico la misma razón de ser que
caiga y traiga, que tampoco son formas etimológicas.
La lengua literaria ha adoptado unas y no otras,
sin honda razón para ello. Hablando en broma, se
suele decir "comestibles y bebestibles", y esta forma
burlesca, formada por analogía con la otra, no es
menos legítima que la voz "meridional", formada por
analogía de "septentrional" ; pues si septentrio dió
scptcntrioualis, mcridics no pudo dar nunca etimo-
lógicamente mcridionalis.
Este proceso analógico es frecuentísimo. Personas
hay que llaman al seminario el dcsaininario, y si son
más redichas, el examinaría, suponiendo que se le
OBRAS C O M P LET A S
643
llama así por ser el lucrar en míe sf examina n dcsa-
mina. En el castellano mi-ino litcrnrid tiznemos la voz
"altozano", que etimolnuicaiiienle (lcl)ió ser "anto-
zano", y a la que se la cambió la primera n en /
por creerse que ese nombre tiene als^o que ver con
"alto".
Y así vemos que la lencfua admite con el tiempo
modificaciones, ya analóc^icas. ya fonéticas. La etimo-
lo.s^ía no tiene sino un valor miiv relativo; con tal
que un vocablo ten,a:a un sentido preciso, el mismo
en cada caso, y el mismo para todos, importa poco
que coincida o no con su sentido ctimolóíjico.
Canibiauflo y motlificándo^e es como la len,s:ua cas-
tellana va haciéndose española. Se llama a la lenp^ua
nacional "castellana" porque le sirvió de núcleo pri-
mitivo el dialecto romance de Castilla, al que se in-
corporaron pronto el leones y el arac^onés. prestándo-
les formas, sobre todo aquél.
No hay mayor absurdo que el de querer hacer de
una leno^ua als^o estático. La verdadera estabilidad
de una lensfua es el principio de continuidad y que
no haya solución de ella en su proceso.
Es preciso proscribir este estudio meramente for-
mal y meramente clasificativo de la len.jjua, y pro-
curar favorecer la evolución natural del idioma. No
es de formas, sino de materia informalile de lo que
se necesita, y en el niño es más necesario darle léxi-
co que no enseñarle estérilmente a declinar y conju-
o;ar. Nuestra pedag-ogía abusa de las formas ; provee
a los muchachos de moldes para quesos de todas for-
mas y tamaños, mas como no se les da leche para
hacerlos, los tales moldes de nada les sirven. Tuvie-
ran abundante primera materia con que hacerlos, y
los harían, a falta de moldes, a mano.
Y a la vez que el maestro enseña la lengua, no la
Gramática, debe irlas aprendiendo del pueblo en que
viva. Yo recomiendo a todos los que conozco que se
644
MIGUEL DE UNAMUNO
dediquen a estudiar el lenguaje popular, y no para des-
preciarlo ni para pretender correg-irlo sin ton ni son
y pedantescamente. En los catorce años que llevo de
residencia en la provincia de Salamanca, me he ocu-
pado en ir formando un inventario de las voces, fra-
ses, giros y dichos del habla de aquella región.
Y recuerdo a este propósito que, estando de ex-
cursión en un pueblecillo, hubieron de decirme que allí
decían ufíir por "uncir", y el maestro, que estaba pre-
sente, argüyó que aquello no era sino un disparate.
"¿ Sabe usted latín ?" — le pregfunté — , y al decir que un
poco, pues había sido seminarista, añadí : "Pues bien,
la voz junqere, al pasar al castellano, pierde la / ini-
cial, como la pierden jamtarium, que hace enero; ju-
nipcrum, que hace enebro, etc., y la ng se convierte
en ñ: cingcrc, plangere, tavgere, dan ceñir, plañer
y tañer, y así, jungcrc da uñir; ;ve usted cómo es
usted, y no ellos, quien disparata?"
Me preguntaba en cierta ocasión un sujeto: "Diga
usted: esta palabra, ,-está bien dicha?" "¿De dónde
es usted?" — le pregunté — , y él me contestó: "De
Sanabria". "¿Y en Sanabria — le dije — la emplean
todos?" "Sí, señor" — replicó — . Y yo: "Pues en-
tonces es buen sanabrés, y basta".
Hay que hacer, lo repito una vez más, con el cas-
tellano y sobre él, la lengua española sin que ningu-
na región de la Península pretenda el monopolio del
casticismo de la lengua común.
Y es que en eso del casticismo hay algo más hondo
que la lengua misma y que trasciende a ella. Os in-
vito a que os fijéis en qué clase de personas son las
que propugnan el casticismo del idioma y exaltan el
estudio de nuestros clásicos del siglo xvii, y obser-
varéis que son gente que sabe bien que no cabe ex-
presar con lengua del xvi o xvii conceptos del xx.
Y no es menor absurdo el de pretender que hable-
mos todos exactamente lo mismo, la misma lengua.
OBRAS COMPLETAS 645
He heredado de mis abuelos tin arco de flechas, o
a lo sumo una antig-ua esninearda : pero llegfado el
momento en oue me convenzo de aue con élln no pue-
do pelear contra los nue se me vienen armados de
máusers, de armas modernas y meiores, deio en casa,
cuidadosa y veneradamente srtiardada como una reli-
quia, el arma heredada y comnro un máuser tn-mhién
yo. Pero ahora viene la secunda parte, y es que una
vez dueño de mi máuser. de un arma isfual i! arma
con que se me vienen, la manejo a mi modo y la
disparo apoyándola en la rodilla o en el hombro iz-
quierdo, si es que soy zurdo. Y no se me venenan
queriendo imponerme un manejo especial, ni aun el
de quien inventó el arma, que no por haberla
inventado ha de ser quien mejor la maneje. Y aquí
tenéis una defensa, siquiera parcial, del chapurrado,
cuando es espontáneo y no forzado.
i Cómo se modificó la leng-ua latina para dar el ro-
mance castellano? Los soldados romanos que traie-
ron a España el latín se encontraron aquí con dis-
tintos pueblos que hablaban distintas lenguas : y al
relacionar a éstos entre sí, les dieron una lengua
común en que todos se entendiesen. Y al recibir el
latín gentes que hablaban otras lenguas, empezaron
seguramente por chapurrarlo, según la índole de su
propio idioma, y de este chapurrado acabó por surgir
el romance castellano. El latín se impuso por sí mis-
mo, por ser superior a los idiomas indígenas, y por
ser un habla que servía para todos. Cuando de aquí
fué, no ha mucho, una Comisión de regionalistas a
Barcelona, tuvieron que hablarles castellano, lengua
común a vascongados y catalanes, pues éstos no han
de entenderse unos con otros ni en vascuence ni en
catalán.
Esto del chapurrado como origen de honda modi-
ficación de una lengua, tiene aquí importancia capital.
En las pasadas generaciones de este nuestro pue-
646
MIGUEL DE UNAMUNO
blo, encontrábanse indivirhios nue hablaban el castella-
no de una manera torpe v poco correcta, o ñor lo
menos pobre. Siendo yo niño, el castellano de Bilbao
era un castellano, si no tan incorrecto como se creía,
por lo menos pobre. Y esta poca destreza en manejar
el idioma y el temor de que se burlaran de sus "con-
cordancias vizcaínas", ha sido acaso una de las causas
que más han contribuido a ens:endrar, o por lo me-
nos a corroborar, uno de los rasg-os más característi-
cos del modo de ser del vascongado : su extrema ver-
gonzosidad, su timidez social.
Personas de un valor probado cuando se trata de
afrontar peligros de la naturaleza o la ira de los
hombres, pónense de siete colores cuando han de pro-
ducirse en sociedad, o cuando hablan con persona a
la que suponen conocedora del idioma.
Es preciso perder esa vergonzosidad y hacernos
noblemente desvergonzados, aprendiendo a hablar con
toda libertad.
Esa vergonzosidad ha hecho que este pueblo hava
sido, en la vida de la cultura, un pueblo mudo ; mudo,
con todos los inconvenientes, sí ; pero también con
todas las ventajas de la mudez; un pueblo mudo,
corto en palabras, pero en obras largo,
como dijo de nosotros Tirso de Molina; un pueblo
que, no habiendo sabido hablar, ha obrado, y a falta
de Homeros ha tenido Aquiles. Y mientras nuestro
pueblo vecino contaba y celebraba las hazañas de
Don Quijote, el espíritu quijotesco se refugiaba aquí
entre nosotros.
Mas se hace preciso que rompamos a hablar con
tranquilidad, sí, pero sin género alguno de vergüen-
za, defendiendo nuestro espíritu con el arma que ellos
nos han dado, aunque manejada a nuestro modo.
"¡Qué castellano!", —exclamaba un sujeto que oía
chapurrar a un vizcaíno — ; y yo que se lo oí, le con-
OBRAS COMPLETAS
647
testé: "Excelente para manejado por un vizcaíno, y
de ese castellano puede salir algo".
Podrá decirse que el chapurrado nos llevaría a
crear un dialecto vizcaíno del castellano. No lo creo;
aunque algo análogo ha sucedido en Escocia, donde
el gran poeta nacional Burns cantó, no en la vieja
lengua céltica de los antiguos escoceses, sino en un
dialecto inglés. Y con éste ha expresado el alma de
su pueblo. Y en otro pueblo, hermano del escocés,
el bretón, cuando queráis oír a los voceros de su es-
píritu, no los buscaréis entre los artificiosos cultiva-
dores de su antiquísimo idioma céltico, sino en hom-
bre como en Chateaubriand y Lamennais, o como el
gran Ernesto Renán, que ni en creencias congeniaba
con sus paisanos : en escritores en lengua francesa.
El modo de hacer que aquí prenda y se desarrolle
la lengua castellana, nuestra lengua ya, es dejarla ha-
blar espontáneamente. Y en las escuelas hay que pro-
mover su empleo espontáneo y libre, dejando que
cada niño se forme su estilo y sin empeñarse en co-
hibirle la libre expresión para sujetarla a un idioma
coercitivamente uniforme.
Este es un mal de nuestras escuelas. No tenéis sino
coger los libros que en ellas se da para lectura de los
niños. Producen un efecto deprimente. Ayer mismo
tomé en la mano, en la Exposición Escolar, uno de
esos libros, y las primeras palabras que en él leí,
las palabras con que su prólogo empezaba, eran és-
tas: "Amados niños." Y lo dejé, diciéndome: "¡Ama-
dos niños!..., ¡amados niños!... ¿Pero ignora este
señor que amado es ya una palabra muerta en cas-
tellano? ¿Ignora que si un joven dice a su novia
'e amo, ésta le volvería la espalda por ridículo? Te
imo no se oye ya sino en el teatro, en italiano y
;on música."
I Son verdaderamente deplorables los tales libros para
la lectura de los niños.
648
MIGUEL DE UNAMUNO
Hay personas que se imaginan que para hablar
con los niños es menester infantilizarse, como hay
padres que creen es preciso imitar la lengua de tra-
po de los niños pequeñuelos para ser por ellos eri-
tendido. Y es un grave error ; el niño oye bien lo
que oye, aunque no acierte a reproducirlo con exac-
titud. Y a este respecto recuerdo un niño que llamaba
a la manteca maqncca, a pesar de lo cual, cuando sus
padres la llamaban como él, maqncca, protestaba ai-
rado, y hasta llorando, diciendo que no se llamaba
así, sino maqncca. Y no acertaba, por su parte, a
decirlo.
Ocurre con esto algo análogo a lo de chapurrar
castellano cuando se habla con un extranjero, creyen-
do ser así mejor entendido. No; para uno que empie-
za a estudiar un idioma extraño, son más inteligibles
los escritores más clásicos y más puros.
Y hay, aparte del lenguaje, en esos libros de lectura
para la niñez, unos cuentos verdaderamente ilegibles
por lo ñoños ; cuentos sin espíritu ni gracia.
Los niños deben leer lo mismo que leen los mayo-
res, sin más que el saber escogerlo.
En la aventura de los cabreros, dirigióse Don Qui-
jote a éstos hablando sin la preocupación de ser por
ellos entendido, ni de ponerse a eso que llamamos su
nivel, de la manera más elevada. Y le entendieron,
¡ vaya si le entendieron ! Y es que hay pocas cosas
peores que eso que llamamos ponerse al nivel de aque-
llos que nos escuchan, desconfiando de que ellos no
pueden ponerse al nuestro. Siempre, por mi parte, he
creído que hablando yo de la plenitud de mi corazón,
como la palabra me viene a la boca, seré siempre en-
tendido; y de hecho he visto que siempre se han
puesto a mi nivel los que me han oído, cuando yo no
me he cuidado de ponerme al suyo.
A los niños se les debe dar a leer, repito, las mis-
mas cosas que los mayores leen, sin más que bien
OBRAS COMPLETAS
649
escogidas. ; Qué inconveniente hay en que los niños
lean en España a Cervantes, a Calderón, a Santa
Teresa, a fray Luis de León, a Jorge Manrique, a
Quintana? Se dirá que exceden de su alcance. Y el
decir esto y darles lo que se les da es como si ante
la pobreza de las gentes nos dijéramos: "Esta pobre
gente necesita dinero ; pero el oro puro es demasiado
para ellos; démoselo mezclado con plomo." Y se les
daría una onza de oro mezclada con muchas de plo-
mo, y sería mejor darles una sola de oro puro antes
que ciento así depreciadas. Hay que dar oro puro,
aunque sea en proporciones modestas, y con ese oro
puro del arte excitar la imaginación infantil.
Porque la imaginación es la verdadera facultad
maestra del espíritu, la que ha producido, no sólo el
arte y la poesía, todo lo que consuela al hombre de
haber nacido, sino que ha producido la ciencia mis-
ma, que facilita la vida. Ni se puede ni se debe pros-
cribir la imaginación.
Me apesadumbra el oír que es la imaginación lo
que nos ha perdido ; pues lo cierto es que no son más
ricos en frutos de la tierra esos pardos campos de
barbecho y de secano que por ahí dentro vemos, que
lo son en frutos del espíritu las imaginaciones es-
pañolas. Llámase aquí, por lo común, imaginación
a la facundia, a la memoria de palabras, a la facul-
tad de repetir gracias oídas ; y abundan los que son
capaces de colocar a su tiempo cualquiera de las me-
táforas del común acervo y se mueren sin haber pari-
do una sola metáfora nueva.
Es preciso, pues, cultivar la imaginación ; es pre-
ciso en todas partes cultivarla; es necesario culti-
varla aquí, donde un cierto ambiente social tiende a
imbuir en las gentes el deseo de no desentonar, de no
salirse de la línea media, de no pasar por extrava-
gantes; lo cual podrá tener sus ventajas, pero es,
indudablemente, un mal muy grande.
650
MIGUEL DE UNAMUNO
A.ntes de venir a este mi pueblo, hace pocos días,
allá en Salamanca, leía uno de los prólogos de Me-
néndez y Pelayo a la Antología de poetas líricos cas-
tellanos, prólogo en que, hablando de El Rimado </■
Palacio, del canciller Pero López de Avala, dice que
éste es el único escritor de genio que hasta la fecha
— escribía esto el señor Menéndez y Pelayo en 1892 —
lian producido las regiones vascas. Y añade que la
tendencia didáctica de su poema le hace caer en cier-
to prosaísmo ético y pedagógico, que parece caracte-
rístico de la honrada poesía vascongada, tal como lo
-vemos en Samaniego y en Trueba. Me paré ante este
calificativo de honrada que asigna a la poesía vascon-
gada el ilustre santanderino, considerando que el lla-
marla así es algo como llamar simpática a una mucha-
cha o hablar de las elegantes virtudes que adornan
a tal o cual santo. Y entonces, del fondo de mi alma
surgió una voz de protesta que me hizo decirme a
mí mismo: "¿Honrada la poesía vascongada? Voy
a ver si logro deshonrarla algo."
Hay una palabra que expresa semejante honradez,
y es palabra que los bilbaínos que me escuchan com-
prenderán bien: la tal honradez no es sino chocho-
lería.
Y si a esto se agrega las consecuencias deplora-
bles que trae consigo el rápido crecimiento de la ri-
queza de este pueblo, y cierto practicismo que trae
consigo y que puede convertirse en materialismo — aun
en los que se creen espiritualistas y materializan el
«spíritu — , nada debe extrañar que cuantos queremos
a este nuestro pueblo pongamos nuestro conato en
que recobren el arte y la poesía la supremacía que
les corresponde.
Hace unos años pedí la colección de cierto sema-
nario que se publicaba en esta villa, defensor de unas
muy ruidosas doctrinas. Y recuerdo que, recorriendo
sus páginas, me encontré con cierta poesía de un na-
OBRAS COMPLETAS
651
varro que, por lo patriótica — en el sentido de la pa-
tria vascongada — , publicaba el semanario. Ensalzá-
bala por lo de patriótica, mas añadiendo, respecto al
arte mismo de la poesía, verdaderas enormidades, que
me apenaron el ánimo considerándolo como algo en
sí . insignificante, si es que no despreciable, y que
sólo tiene valor aplicado a servir al patriotismo.
Combatir así la poesía pura y quererla sujetar a
ser esclava de otra cosa, es cosa que sólo puede ocu-
rrírsele a un sectario. Sólo para el sectario es la
poesía, y el arte en general, algo que debe ponerse
al servicio de otra cosa sin valor sustantivo. Para el
sectario, a nada práctico conduce lo que no conduce
al triunfo de su estrecha causa. Y es que la causa
principal del sectarismo es la falta de imaginación.
Es sectario todo el que es incapaz de imaginarse las
cosas como se las imagina otro que no él.
Y en ninguna parte se puede en Bilbao predicar
contra la pobreza de imaginación y su consecuencia
el sectarismo, mejor que aquí, en este salón, en este
templo de refugio contra la barbarie, en esta casa
hecha para el culto a la música y a las artes. Aquí es
donde mejor cabe proclamar cómo lo que nos hace
falta es poesía, poesía y poesía.
Todo lo que en España se predique en este sentido
será, por mucho que se predique, siempre poco. No
creo que sepamos mucho menos que los demás pue-
blos, sino que creo que es por haber avivado su ima-
ginación por lo que nos superan.
Acudid a la Exposición escolar que se está cele-
brando; y, desde luego, echaréis de ver la falta de
gusto, de una parte, la ausencia de objetos de arte,
de poesía, por otra. Y veréis cómo abundan en ella
esos hórridos bordados en realce que tan reveladores
son del característico mal gusto de nuestras mujeres.
Estarán mejor o peor hechos, con ese primor de eje-
652
MIGUEL DE UNAMUNO
cución que no es sino destreza chinesca, pero carecen
de sentido estético.
Yo espero que esto cambie; y por lo que hace a
este mi pueblo, veo que va cambiando. Hay aquí
progreso al respecto. Aun cuando vivo hace años
fuera de este mi pueblo, es, por ser el mío, el que
más me interesa ; sigo con atención y ansiedad de
hijo su desarrollo, y observo que, debajo de estas
rudas, de estas a menudo innobles luchas que lo des-
garran, debajo de esta barbarie a que el sectarismo
lleva a unos y a otros, debajo de cierta ostentosidad,
no siempre de buen gusto, vive, se desarrolla y crece
cierto núcleo de honda espiritualidad; y observo que
bajo este rudo caparazón bélico se está formando un
espíritu que me hace concebir esperanzas de un por-
venir elevado y noble, de un porvenir de alta idea-
lidad.
Sí, aqui hay un porvenir para el arte, hay ya un pre-
sente para la música y la pintura, y habrá un sitio ma-
ñana para la poesía, expresada por la palabra. Así
lo espero.
Hace pocos días recorría con unos amigos la cima
de Archanda y hablábamos de todo esto, mientras
contemplaba este Ensanche, fruto del progreso mate-
rial de este mi pueblo, pero que para mí es como la
tumba ornamentada de las estradas de Albia, y lo
que entonces pensaba os lo diré ahora.
Señores: Espero que un día, como sello de cultura,
se imponga aquí y en toda España, y reine en la Amé-
rica española, la lengua de Cervantes, y en ella de-
mos a los demás la poesía de nuestro espíritu. Y si
entonces llegara a cumplirse mi más grande anhele,
si logro entonces, tras una vida de lucha, que no
rehuyo, venir a este mi pueblo a descansar de mis
combates y a que mi cuerpo halle cama perdurable
en esta tierra en que se meció mi cuna; si entonces,
al pasar mis paisanos junto a mi tumba les oigo desde
OBRAS COMPLETAS
653
ella entonar cantos nuevos, cantos frescos, en una
lengua propia, formada de la común a los hispanos
todos, y que todos ellos se entiendan, entonces se es-
tremecerán de alegría mis huesos y mi espíritu dirá :
"Yo sembré la semilla de alguna de estas flores de
canto que pasan junto a mis restos. ¡ Bendita la tierra
que me engendró !"
(Texto publicado en el Boletín de la Institución
Libre de Enseñanza, Madrid. Año XXX, núm. 561,
31 de diciembre de 1906, págs. 353-362; en gran par-
te reproducido en La Lectura, Madrid, febrero 1907,
págs. 188-195.)
DISCURSO EN LOS JUEGOS FLORALES OR-
GANIZADOS POR LA REVISTA GENTE JO-
VEN, CELEBRADOS EN EL TEATRO BRE-
TON, DE SALAMANCA, EL 30 DE SETIEM-
BRE DE 1905
He venido a este lugar por un concurso de cir-
cunstancias extraordinarias de última hora. Vengo a
actuar de sobresaliente.
Esperaba que Federico de Onís me hubiera dado
hecho todo el trabajo, y terminar yo, después de bre-
ves palabras, pues él era el que debía mantener aquí
el ideal que persiguen.
Dijo Onís algo muy sentido, en lo que me parece
ver algo de mi primera juventud.
Yo represento aquí algo inesperado, y no estoy,
como sería mi gusto, pues a mi alma plebeya, cada
vez más plebeya, le sienta mejor el traje plebeyo
que éste, que me está aprisionando.
Hubiera deseado que estos Juegos Florales, que
han resultado algo desiguales, hubieran sido más des-
iguales aún ; pues esto demostraría que los redactores
de Gente Joven están tan sobrados de sinceridad como
faltos de lógica.
La gente joven no debe llevar plan alguno en sus
empresas ; debe dedicarse únicamente a deshacer los
planes que han hecho los viejos.
Van luchando porque su revista viva; y yo la de-
seo muy poca vida, pero vida intensa. Por lo general,
todas las revistas duran muy poco; y estas que viven
poco suelen ser las que más fines prácticos consiguen.
OBRAS COMPLETAS
655
Recuerden los de Gente Joven que los dioses aman a
los que mueren jóvenes, y procuren dejar huella.
Se verifican los Juegos Florales en familia, cosa
que me agrada mucho, pues no soy partidario de que
se vaya a buscar fuera de casa lo que de sobra hay
aquí.
No he de decir nada de lo que los Juegos Florales
fueron y son, así como de su próxima muerte, que, fe-
lizmente, no tardará en ocurrir. Nada he de hablar
tampoco de poetas premiados, ni de reinas, sino de
una retórica especial, que no me atrevo a calificar.
He acudido a muchos de estos actos ; pero tomán-
dolos siempre por pretexto para decir en ellos lo que
me parezca, oportuna e inoportunamente.
Almas candidas creyeron que de aquí iba a resurgir
la poesía, no comprendiendo que ésta no necesita de
estímulos.
A este propósito recuerdo siempre a aquellos que
dicen que las carreras de caballos fomentan el me-
joramiento de la raza, y lo que hacen es fomentar la
cría de caballos de carrera. Con los Juegos Florales
se fomentan los poetas de concurso y de certamen.
He de dedicar un recuerdo a un poeta que en otros
Juegos Florales sacamos de la oscuridad y lanzamos
a la celebridad : José María Gabriel y Galán.
Pasa la poesía en España por una grave crisis. Esto
sucede también en las demás naciones.
Ahora tenemos necesidad de volver la vista atrás
para ver el camino que hemos recorrido, y no mira-
mos adelante para ver el que nos falta que recorrer.
Cierta excesiva y dañosa facilidad para hacer los
versos es lo que perjudica a la poesía en España.
Es muy difícil, además, que florezca la poesía en
un lugar donde la mayor parte de las almas están
agarrotadas y con una tendencia repulsiva.
Hay ciertas personas que pasan la vida atravesando
insectos con alfileres y poniéndoles etiquetas, y creen
656
MIGUEL DE UNAMUNO
cumplir con su deber. También a nosotros nos quie-
ren etiquetar.
Cuando el arte aparece, entonces venimos a esto
que llamamos festejo.
Se hacen estos festejos, principalmente, para
las señoras, que no vienen más que a ver y a ser
vistas unas de otras, y no por los hombres. Visten
bien para no ser menos que Fulanita y para que ésta
la vea.
Yo desafío a cualquiera de los muchachos que hay
aquí, y que tengan novia, a que la invite a vestir a su
gusto, desatendiendo la moda, y yo le garantizo que
se vería desatendido.
La moda es algo reñido con la estética y una cosa
simplemente corruptora del gusto.
Hasta en la higiene se lleva la moda.
Y lo peor es que se va extendiendo del orden ma-
terial a cosas mucho más íntimas. Se nos trata de
imponer un corte de traje especial para la vida por-
que así lo llevaron nuestros abuelos, y porque no hay
valor para ir como quiera uno, sino como van los de-
más, y esto quiere extenderse a la esfera espiritual.
Parece que es cosa forzosa dirigirse a las mujeres,
diciéndolas tonterías, y hablarlas mujerilmente, cosa
que yo no hago, por lo cual dicen de mí que soy muy
poco galante y de ello m,e jacto.
No hay nada más horrible que la ineducación que
a la mujer se le da en España. Hay algunos colegios
donde se las educa para madres o para novias, no
para esposas. Yo he tenido ocasión de ver un manual
de Historia de España cuajado de mentiras.
Algo inesperado hay en esta fiesta, y es la concu-
rrencia a ella del gran poeta portugués don Eugenio
de Castro.
La primera noticia que tuve de Castro fué por la
traducción de su poema Belkiss, publicado en la Ar-
gentina, es decir, que conocía a un poeta que canta
OBRAS COMPLETAS
657
aquí, en la vecina Coimbra, después de pasear por el
continente americano. Eso mismo tiene que suceder
con los autores españoles : serán conocidas y estima-
das sus obras cuando vengan impuestas por países
extraños.
Luego leí sus poesías en portugués, a orillas del
Mondego, junto a ese río cantado por Camoens, cuyas
aguas parecen arrastrar aún las lágrimas de Inés
de Castro. Entonces comprendí cómo había podido
aquel gran poeta llegar a un grado tal de sublimidad.
He hablado después muchas veces con Eugenio de
Castro de la leyenda ibérica, recordando las glorias
de las dos naciones y las empresas que juntas reali-
zaron.
Es inútil hablar de pueblos más o menos fuertes.
El mundo da muchas vueltas, y hoy no es verdad
que los mansos posean la tierra. Tal vez lo sea ma-
ñana.
Portugal y España son dos pueblos que no se co-
nocen. Nosotros les damos la espalda, y ellos nos pa-
gan con la misma moneda : el desdén con el desdén.
Cuando alguien me dice que quiere ser libre, le
pregunto para qué. Eso debe hacer una nación: en-
terarse para qué quiere ser libre.
Estos dos pueblos deben de comunicarse, se han
hecho para vivir juntos. Ellos tienen carne, y nos-
otros tenemos hueso y viejo.
Este acto y esta visita espero será el principio de
otros actos y de otras visitas, y que en Coimbra se
verificará muy pronto algo que no sean Juegos Flo-
rales, sino el abrazo fraternal de dos pueblos que
deben amarse, y para amarse, deben conocerse.
(Extracto publicado en la revista Gente Joven, Sa-
lamanca, 7-X-1905. Tal vez no resulte lo suficiente-
mente expresivo, pero he creído oportuno incluirlo.
Lo reprodujo el diario La Lei, Santiago de Chile,
21-111-1906.)
CONFERENCIA DADA EN EL TEATRO DE
LA ZARZUELA, DE MADRID, EL 25 DE FE-
BRERO DE 1906
Españoles : Invitado por una comisión de amigos,
y muchos de ellos desconocidos míos, vengo aqui a
hablaros, y encuentro desgraciadamente a este país en
una especie de estado hiperestésico agudo a que no
he llegado yo nunca, el desequilibrado. Llegan a él, por
lo visto, los que gozan del equilibrio de la roca.
No; no hace mucho, en el Congreso, decía uno de
los oradores a otro que terció en el asunto que hoy
solicita la atención de todos que, si se hubiera presen-
tado el proyecto que hoy se discute al día siguiente
de los sucesos del 25 de noviembre, lo hubiera apro-
bado desde luego. Me parece que desgraciadamente
hay algo de esto.
Se ha tardado en hacer reacción y, es menester
decirlo con toda claridad, ha sido merced a otra cosa,
a la labor de unos cuantos escritores independientes,
entre los cuales creo que puedo contarme.
He oído decir, no lo he leído, que parte de la pren-
sa llamada militar excitaba a que viniera a este acto
representación del Ejército, unos periódicos lo han
propuesto con más moderación, otros con no tanta, y
he oído decir luego que no se les permitía venir. Lo
siento. Mejor que aquí hablaría de ciertas cosas en
un Centro militar, porque yo no vengo premunido ni
de la inmunidad parlamentaria ni de la inmunidad
periodística, y han tenido el acuerdo cariñoso de ha-
o B R AS COMPLETAS
659
cérmelo notar algunos amigos que gozan de una y de
la otra.
Además, yo creo que en estos casos, aun cuando
llegara a considerarse como un combate, que en el
fondo no lo es, no hay cosa mejor que el enemigo
claro, saber siempre adonde se pueden dirigir los tiros.
Mas como sé, por otra parte, que hoy, en las luchas,
hay ciertas formas y ciertas leyes, que jamás pueden
traspasar los pueblos cultos, no tengo inconveniente de
entrar en ello, fiado en la hidalguía de aquellos a quie-
nes, de un modo o de otro, en uno u otro respecto, hu-
biera de combatir.
Además, es que hay personas autorizadas que me
oyen, y como el oficio de auditor es oír, yo, que he
cultivado siempre mis explicaderas, cuento con que
los que tengan el oficio de oír tendrán bien cultivadas
las entendederas.
Se ha dicho también que qué me va y qué me viene
en este asunto. Horrible herejía y antipatriotísmo ;
como si aquellos que han defendido la supresión de la
pena de muerte lo hubieran hecho porque tuviesen
miedo de caer mañana bajo esa pena. Esto me re-
cuerda las gentes que a aquellos que negamos el in-
fierno nos dicen que lo hacemos para poder mejor
desatarnos en nuestras pasiones. Hay argumentos que
ninguna persona culta puede emplear.
Además, esto conviene a todo el mundo, conviene
al ejército, conviene a la milicia, que es de la que me-
nos tengo aquí que hablar. Y antes de entrar en otra
cosa, tengo que explicaros algo de mi posición par-
ticular.
Yo no diré que le odio, porque no es verdad ; yo no
diré tampoco que amo al ejército; no quiero manchar
mis labios con la adulación; diré sencillamente que
odio la guerra y que nunca me parece justa.
Procedo de un país en que, por tradición, por edu-
cación, por el ambiente que allí se respira, hay cier-
Ó60 MIGUEL DE UNAMUNO
ta manera de pensar y de sentir que no nos liga muy
hondamente. Con estos principios de educación, cuan-
do empezaba a enterarme de lo que por ahí fuera
pasa, me interesé grandemente, como creo que se han
interesado casi todas las personas cultas, en el asunto
de Dreyfuss, en Francia. Vi allí, presenciamos allí
la lucha de la pluma y la espada, y vimos cómo se
desarrolló aquella tragedia, de que por un lado fué
protagonista Zola y por el otro Mercier. Estando en
esta situación, ocupando el cargo oficial que hoy ocu-
po, ocurrieron el 2 de abril de 1903 sucesos muy
tristes en Salamanca ; sucesos en que me vi mezclado,
en que hubo un momento en que corrió peligro mi
vida. Sin embargo, cuando yo veía a aquella gente
excitada, al contemplar muerto a un chico que asomó
la cabeza tras una ventana cerrada, no me llegaron
las excitaciones de los demás, permanecí tranquilo.
Me pareció una desgracia; la muerte lo es siempre
para las madres, no para los que han muerto. Pero
luego, cuando aquello se calmó, cuando entró en el
segundo período, entonces fué cuando en silencio su-
frí horriblemente. Y entonces, por algo de lo que
pude vislumbrar, por los relatos de aquel suceso a
que antes aludía y que leí en los periódicos, relatos
que eran un puro tejido de embustes, por todo aque-
llo, por informes recibidos de persona que tuvo al-
guna intervención técnica, y que hoy, si algún día
hubiera de juzgarse aquel asunto, afortunadamente
para su seguridad está ya bajo un pabellón extran-
jero, por todo aquello sufrí horriblemente.
Y llegó un momento en que se encarceló a unos
muchachos; se les trató muy bien, indudablemente;
fué el final; el pueblo deseó que aquello acabara de
cualquier modo, que no se volviera a hablar más de
ello, y así sucedió.
Desde entonces he venido pensando mucho en
aquello, yo, que por lo que a mí hace, creo que no
OBRAS COMPLETAS
661
se debe faltar a la verdad ni siquiera para salvar a
la madre ni a la Patria.
Luego vino este último suceso, vino el movimiento
en Barcelona, el día, creo, 25 de noviembre, y se
produjo una gran agitación. El suceso ha sido cali-
ficado en escritos, alguno mío. Sin embargo, mucha
gente se creía obligada a disculparlo. Yo no llegaré
hasta eso, ni inculpo ni disculpo ; para ello necesi-
taría leer los artículos que provocaron los hechos,
artículos que, lo aseguro, no han leído los más de los
que los han disculpado.
Luego se han dicho cosas verdaderamente tristes,
y una de las más graves, afortunadamente para el
país, ha sido desmentida públicamente : era una espe-
cie desprestigiosa para S. M. el rey; y digo que ha
sido desmentida en el Congreso por personas autori-
zadas, con gran ventaja para el país, porque en otro
cualquiera con libertades públicas en que pudiera lle-
gar a suceder lo que aquí falsamente, según parece, se
dijo que sucedió, no se entraría en el fondo de la
cuestión si no se quería dar una lección serena, la
de que no se puede dar palabras que no está en la
propia mano el cumplir.
Luego se han dicho cosas realmente curiosas; se
ha dicho que esto era una cosa meramente transitoria.
¡ Cosas transitorias en un país de interinidades, don-
de corremos riesgo hasta de que la nación misma
llegue a ser interina ! Y entonces sonó la palabra (la
palabra, que es lo que aquí generalmente agita a las
gentes, no el concepto), entonces sonó la palabra mi-
litarismo. Ayer, y este dato se lo debo a mi amigo
el señor Alas, ayer me decía que en el diccionario del
señor Almirante, que por lo visto es una de las obras
de más autoridad en España en estas materias, des-
pués de la palabra militarismo hay una serie de puntos
suspensivos entre un par de admiraciones. Y es la
verdad; en el país donde menos ha habido eso que
662
MIGUEL DE UNAMUNO
por ahí fuera llaman militarismo es en España; ni
hoy le hay ; tal vez llegue a haberlo algún día, y acaso,
constituya un bien.
He dicho antes que yo odio la guerra ; mas respecto
a esto del militarismo, sólo os diré lo que dice un
amigo mío, acaso con sobra de ingenio, y es que él
es clerical anticatólico, y añade: todo lo que queráis
contra el dogma, contra las doctrinas ; contra el cle-
ro, no: es la primer víctima de la Iglesia. La ex-
plicación es clara. España ha sido, dicen, y uno de
los que más por despacio lo ha desarrollado fué el
mismo Cánovas, un país más belicoso que militar.
Confieso que no entiendo del todo bien la distinción;
sin embargo, preveo lo que hay. Y, efectivamente,
aquí, en tiempos pasados, se desarrolló siempre más
el caudillismo que el militarismo. Esto viene ya de
antiguo, de los tiempos más antiguos en que aquí
hubo el peligro de lo que llamaban el agermana-
niiento.
Llevamos eso a América, y allí una porción de cua-
lidades nuestras, buenas y malas, se pueden ver con
más relieve que en España misma.
Cuando nuestras antiguas colonias en América se
separaron violentamente de España, es natural, no
tenían ejércitos propios, allí no había más ejércitos
que los de España, y se formaron lo que en algunas
de estas repúblicas llaman montoneras, al frente de
las cuales se ponía un caudillo, que él mismo se eri-
gía en jefe de ellas, y concluido aquello, esta especie
de ejércitos irregulares, estas masas difícil y dura-
mente organizadas, entraron en un período terrible
de luchas civiles, que provocó toda aquella larga épo-
ca de las diferencias argentinas, que acabaron con la
tiranía de Juan Manuel Rosas, y entonces, cuando en
casi toda la América del Sur se padecían estos males,
hubo en la República de Chile un hombre, un comer-
ciante de Valparaíso, uno de esos de la tan denigrada
OBRAS COMPLETAS
663
vara de medir, que tomó con mano fuerte las riendas
del gobierno y concluyó allí con aquellas consecuen-
cias, poniéndose al frente del Gobierno mismo un
general, que han sido los que han concluido con el
militarismo en una porción de sitios (lo prueba la Re-
pública de Méjico), y en aquella época fué la Repú-
blica de Chile el refugio de la libertad en la América
del Sur, y allí fueron a refugiarse Domingo Faustino
Sarmiento, Juan María Gutiérrez, Alberdi, Juan Car-
los Gómez, todos los hombres de la intelectualidad de
Suramérica. ¡ Dios quiera que no llegue un día tam-
bién en que la flor de la intelectualidad, si hay algu-
na, tenga que emigrar de nuestra patria y busque
bajo otra una libertad que aquí se le niega!
Y entraron en un período terrible, en el período de
guerras civiles, y las guerras civiles, lo dicen todos
los que de esto tienen algún conocimiento, no son la
mejor escuela para los ejércitos. Y en España, por
desgracia nuestra, en todo el siglo pasado hemos te-
nido tres guerras civiles en la Península, dos en Cuba
y una en Filipinas. Esta es una desgracia verdade-
ramente grande ; producen ciertos movimientos hi-
pertróficos, producen la accesión de elementos irre-
gulares, como, verbigracia, los que produjo el conve-
nio de Vergara, dentro de un marco regular, y se
crea un estado no muy favorable a la institución de
las armas. Y aquí voy a servirme del testimonio de
un escritor militar, de un talento positivamente sólido,
aún más que sólido, brillante ; me refiero a mi amigo
el comandante Burguete, el cual, en un libro que leí
yo con suma complacencia, hacía notar cómo éste es
uno de los países en que significa más el peso muerto
junto al peso vivo; quiero decir, las instituciones auxi-
liares comparadas con las que son propiamente de
combate. No tenéis más que verlo. Yo conozco algún
médico militar ; la mayor parte del tiempo, no siendo
la época de la Comisión de Quintas, no tiene nada
664
MIGUEL DE UNAMUNO
que hacer ; pasan una revista, los soldados van al
hospital. Este peso muerto, indudablemente, es un
inconveniente grande : pero, por otra parte, ha produ-
cido en nuestras instituciones una manera de ser que
las hace en España las menos a propósito para pro-
vocar eso que se llama militarismo.
El Ejército en España no vive aislado de los demás
ciudadanos, ni siquiera en el grado en que vive en
otras partes ; convive con nosotros, con nosotros se
mezcla, tiene su carrera y tiene su manera de ser mu-
cho más civil que la que tiene en otras partes. Yo co-
nozco un buen número de oficiales del Ejército, exce-
lentes personas la mayor parte de los que conozco,
mas de éstos, de los que yo conozco, a la mayoría
raras veces los he visto con uniforme. Acato sus vir-
tudes civiles y domésticas ; pero sus ocupaciones, en
cuanto yo he podido ver, han sido más de oficina que
de otro género. Claro está que éste es un mal que es
muy difícil de extirpar. Respecto a otras virtudes,
sólo he de decir una cosa: ojalá en España una ins-
titución cualquiera pudiera demostrarnos que puede
sacarse una suma de valor de un pueblo de cobardes.
Ellos, como digo, conviven con nosotros. En otras
naciones tienen sus círculos, tienen su manera de vi-
vir apartada, hasta hay ciudades casi exclusivamente
militares ; aquí, no ; se mezclan con nosotros en nues-
tros casinos, lo cual tiene indudablemente grandes
ventajas, pero tienen también grandes inconvenien-
tes, porque el casino en España para todo el mundo,
militares y paisanos, a todo el mundo ofrece el in-
centivo de azares malamente educativos.
Cierto es que ofrecen también el aliciente de cierto
grado de cultura, ofrecen bibliotecas medianamente
repletas y algunas veces es lo mismo que no lo estén,
porque yo, señores, pertenezco a un cuerpo al cual
está encomendado más especialmente el cuidado de la
OBRAS COMPLETAS
665
cultura, y hay entre mis compañeros alguno que co-
noce mejor el escalafón que el libro de texto.
Cuando eso pasa entre nosotros, no necesito decir
más. Se ha repetido mucho una frase de Napoleón,
una verdadera tontería, de lo cual nadie debe extra-
ñarse, porque los tontos de remate son los que en su
vida han hecho ni dicho tontería alguna. Pues bien,
hay una frase de Napoleón que dice: "El Ejército no
debe ser filósofo ; eso concluiría con él." Yo no lo sé ;
sólo sé que una especie de filósofo, un filósofo de la
guerra, era Moltke, aquel repulsivo Moltke que em-
pezó, siendo danés, su carrera al servicio de Alema-
nia contra su propia patria. Además, muchas de estas
cosas que os dejo nada más que entrever, se oyen
dolorosamente a los mismos interesados cuando ellos
son absolutamente sinceros y no les cohibe el traje;
y aquí sólo os he de recordar la frase de un cura
amigo mío, que cuando le hacen observaciones que
dicen poco en consonancia con su conducta, no sacer-
dotal, sino privada, añade : ¡ Ya ve usted ! ¡ Hay que
honrar el traje !
Después de este breve bosquejo, porque el cuadro
que detrás de él hay lo veréis todos, porque todos
los conocéis tan bien como yo, sólo os he de decir
que la cuestión que al presente se debate es una cues-
tión que tiene muy poca importancia.
Unos u otros tribunales se llevarían poco, por la
sencilla razón de que hoy a unos y a otros se impone
el espíritu de los tiempos. No es lo grave el juzgar;
lo he dicho, y aquí no he de desarrollarlo ; lo grave es
el enjuiciar, y yo nunca temería en la justicia al ri-
gor, siempre temería al peligro de que el espíritu de
cuerpo pudiera ahogar el espíritu de verdad. Y hay
gentes muy suspicaces, que dan en sospechar si más
que de otra cosa, se trata de dificultar la liquidación
moral de nuestros desastres.
No es, señores, militarismo propiamente lo que aquí
666
MIGUEL DE UNAMUNC
se avecina; hoy no temo este peligro; acaso haya
otros peligros diferentes. Al rey de Prusia se le de-
claró emperador en Versalles después de la Victoria
de Sedán. Yo no sé las ventajas o desventajas que
en Alemania tenga lo que llaman el régimen impe-
rialista; sólo sé que yo, que por afición y por oficio
me dedico a traducir, sé lo precipitadas que suelen
salir las traducciones de los estudiantes en sus prime-
ros trabajos, en que, si no conocen bien la lengua que
traducen, no suelen conocer mejor la propia que aque-
lla que tratan de traducir. (Una voz en el público:
i Que descanse ! )
Hoy no es época en España de descansar para
nadie.
Yo no sé si andando el tiempo se introducirá eso
que llaman militarismo ; pero en tanto, bueno será
echar una rápida ojeada y ver qué es ese fuera de
España, en los países donde existe, y no es pura y
sencillamente más que un aspecto de la cuestión so-
cial.
La paz armada tiene entre otras significaciones la
de absorber capitales en un empleo improductivo, que
impide el que, vertidos a la corriente de la produc-
ción, determinen un alza tal de salarios y una baja
de intereses que pongan en peligro el interés de los
beati possidendi; y las guerras mismas son hoy, ante
todo y sobre todo, guerras económicas.
Cuando Napoleón III rindió su espada a Guillermo
en Sedán, le llamaba mon clicr cousin, mi querido
primo. Los primos eran los otros.
Y acaso aquí se produzca un día una exacerbación
de la cuestión social que traiga el corolario que ha
tenido en otras partes. Se está verificando ya, se está
verificando en el campo silenciosamente, sin que la
mayor parte de las personas se den cuenta de la gra-
vedad del daño. No son, no, predicaciones socialistas
ni anarquistas.
OBRAS COMPLETAS
667
No: es que esnontáneamente. en casi todos aquellos
desdeñados puehlos por los que yo con cierta frecuen-
cia paso, se está formando el partido de los ricos y
el de los pobres, y se están tocando las consecuencias
de la desamortización civil.
El daño, daño evidente y grande de la eniigfración,
es, sin embaro-o, tm pnliativo a este mal. Hoy bay
pueblos, como el de Gálleseos de Argañán. en que
vecinos de él se fueron a la Aro^entina, fundaron alli
otro del mismo nombre, y liay en el Gallegos de .\r-
S-añán de la Argentina más naturales del pueblo de
España que en el de España misma. Esto viene a
más andar, y quién sabe si un día alguien pretenderá
bacer servir los institutos armados para defender la
Patria de las ocultaciones, de los latifundios, lo que
es bipoteca de los tenedores de la Deuda.
Y en este caso, si esto llegara a suceder. podría el
pueblo tener amparo en el Parlamento? No: el Par-
lamento es un Parlamento en su mayoría oligárquico,
de representantes también de los grandes latifundios.
Si llegara ese caso, tal vez llegue al correr de los
tiempos. Ejército y Parlamento se desdeñarían mu-
tuamente, pero se sentirían aliados forzosos. En mu-
chas cosas no habéis de ver tan sólo el miedo, con
ser el miedo grande y con poder tanto la imposición,
no: habéis de ver debajo el instinto de los propios
intereses, que hace que se quiera rodear de prestigio
a instituciones para acaso algún día hacerlas servir
a los propios intereses.
Creo que hay mucho por debajo de lo que está pa-
sando. Acaso hay gentes abnegadas que pretenden
evitar un alto suicidio; pero, por otra parte, ;qué
fuerza puede tener el Parlamento, si el Parlamento,
como digo, en su mayoría, es un Parlamento latifun-
dioso? Y hay un mal peor, mucho peor que el mili-
tarismo y del cual nadie habla aqui, y ese mal es el
mal del "abogadismo".
668
MIGUEL DE UNAMUNO
Pero, se me dice a esto, ;es que no hav más opi-
nión que la del Parlamento? Sí: hav además la pren-
sa. Yo no puedo abrigfar animosidad aleima contra la
prensa, sencillamente porque sov un hombre que lucha
con la pluma : pero estoy viendo desde hace tiempo
que, en vez de entonar el "yo pequé", están repitiendo
a diario el "más eres tú". Como todavía no ha hecho
la confesión de culpas, no puede dársele la absolución.
Hace muy pocos días decía Moret en el Parlamen-
to que la actitud que el pueblo tomó en el asunto que
hoy ag-ita a muchas gfentes en España, pocas, sin em-
bargo; que la actitud, repito, que el pueblo tomó
respecto de este asunto se debió a estar apoyado por
la posición de la prensa. Podrá haber en ello un
error de perspectiva, naturalísimo en quien vive y
escribe en Madrid : el error de creer al pueblo en
una actitud respecto al ejército que no existe. El
pueblo no tiene, creo yo, actitud ninguna respecto
de nada.
Y en cuanto a la supuesta independencia del perió-
dico de empresa, sólo cabe decir que esa acusación
del "perro chico" es una acusación de gentes que no
conocen bien el fondo del asunto. Los periódicos no
viven del perro chico. Les da más un anunciante que
unas cuantos compradores, y los anunciantes, los que,
de una o de otra manera le favorecen, ciertamente
pertenecen a la misma especie a que pertenecen, como
antes decía, la mayoría de los representantes en Cor-
tes de nuestro país.
Y es que aquí se trata de defender a los que tienen
que perder en contra de los que tienen que ganar. No
hablemos... — quiero pasar esto por alto — de una
parte de la prensa que se titula ella misma militar y
que no hace al caso.
Hoy, por mal de todos, del que acaso yo en algu-
nas ocasiones, si no por comisión por omisión, haya
sido también responsable, la mayor parte de nuestra
OBRAS COMPLETAS
669
prensa está siendo órg-ano de la mentira, hiia legí-
tima, de la cobardía, de la mentira política, de la men-
tira patriót'ca. de la mentira cultural, de la mentira
relig-iosa : de la mentira política ante todo.
Rara vez he asomado por el Parlamento, siempre
lo he hecho nada más que por sus aledaños. Me re-
pug-na mucho cuando hav que entrar en un santuario
en el que el dios que allí se adore no sea el mío ; me
repugna mucho ir a oír la misa de un cura ateo. La
mayoría de nuestros políticos no creen en la política,
y hav todo aquello de la disciplina, y de ahogfar las
pronias convicciones, v del pontífice que declara ex
cathcdra que uno de los fieles está fuera de la doc-
trina, como si la doctrina fuera él. Y no es cierta-
mente la parte que parece más avanzada la que en
esto da muestras ni de mavor amor a la verdad, ni
de mayor virilidad de espíritu.
Todos sabemos que si alguien ha adulado al Ejér-
cito en este país ha sido el partido republicano. Y
así, los políticos no pueden hacer opinión, no pueden
hacer patria, que es una de las cosas que más necesi-
tamos.
Y ahora quiero hablaros del patriotismo; no de
aquel patriotismo que rima espalda con g-ualda, y que
es medular, porque se siente por ella, no; sino del
que se siente o en la cabeza o en el corazón, y no
produce frío, sino calor. Es una desg-racia; hemos
venido de tumbo en tumbo de las Españas que antes
figuraban en nuestro escudo a la España de hov, que
Dios quiera que no se reduzca a media España: de
la Hispania máxima a la Hispania minor, acaso un
día a la Hispania mínima.; y ha sido siempre por la
idea tenaz de no proceder con cordura, de creer que
se hacen las cosas, no con inteligencia, no con cora-
zón, con otro miembro del cuerpo que no os necesito
nombrar.
670
MIGUEL DE UNAMUNO
He citado en varios artículos y libros míos una
cuarteta de Las mocedades del Cid, que pienso estarla
repitiendo hasta que se la aprendan de memoria todos
los españoles, si es posible :
Procure siempre acertarla
el honrado y principal;
pero si la acierta mas,
defenderla y no enmendarla.
Y así, por defenderlo y no enmendarlo, llegamos a
la última gota de sangre y a la última peseta, y pe
llega a cosas, como una de que ahora tengo bastante
saturado el espíritu, porque ha poco que me he estado
enterando gracias a un trabajo de mi amigo el señor
Retana, al martirio del pobre Rizal, y es que hayS una
cosa verdaderamente triste, y es cuando se cumple lo
que dice el dicho : Qtiod Deus vnlt perderé, dementat
prius: aquellos a quien Dios quiere perder, primero
los enloquece. Y hemos ido perdiendo, jirones a jiro-
nes, la patria, y no es esto lo peor : lo peor es que las
gentes que emigran, que habrían de formar fuera de
ella colonias, resulta que, en rigor, no forman colo-
nias españolas, se agrupan por Centros — Centro vas-
co, Centro gallego. Centro asturiano — , y es que allí
no encuentran el apoyo de la madre patria, y en este
estado de cosas ha nacido eso que se llama común-
mente el catalanismo y el bizkaitarrismo. A este úl-
timo lo conozco mejor: he convivido entre ellos, me
he formado en el ambiente en que él se ha formado;
fué en los primeros años de mi vida, y hasta que por
discrepancias de carácter rompí las amistades per-
sonales con amigos míos, como aquel noble espíritu
que se llamó Sabino Arana, a quien sin conocerle, die-
ron aquí en denigrarle ; y es que nunca se quiere oír, o
en cuanto se habla de estos movimientos, una men-
talidad rudimentaria sale siempre con la misma ocu-
OBRAS COMPLETAS
671
rrencia de rigor, siempre con las mismas vulgari-
dades.
Cierto es, y no he de ser yo quien lo niegue, que
en estos momentos existe el elemento idealista, el ele-
mento avanzado, pero que, desgraciadamente, aun sin
quererlo, muchas veces sin saberlo, va arrastrado por
el movimiento reaccionario y por los agiotistas.
No ha mucho, no recuerdo dónde, se me decía que
no se puede hablar de superioridades étnicas, que to-
dos somos iguales. La igualdad es una noción pura-
mente matemática y no cabe más que entre cosas
cuantitativas. Los hombres no somos iguales, ni po-
demos serlo, porque no somos cantidades, somos cua-
lidades. Hay superioridades e inferioridades étnicas
respectivas y parciales, y todo el mundo, a la vez
que siente su inferioridad respecto a otro, puede, en
otro respecto, sentir su superioridad sobre él. Esto
es grave, parece ser una cosa que no puede decirse,
pero hubo un dia en que se hablaba de la superioridad
de los españoles peninsulares sobre los españoles na-
cidos en las colonias, como si no fueran tan españoles
los unos como los otros.
No, esto no tiene más que un arreglo, y es que
todo el mundo se persuada de que la lucha por la
cultura es una lucha de imposición mutua, que yo
debo tratar de sellar en mi espíritu y en cada uno
de vosotros y cada uno de vosotros sellar vuestro
espíritu en mí. Por esto, y sólo por esto, fui a decir
a mis paisanos que había que resignarse a la muer-
te de su antiguo idioma porque a nosotros no nos
conviene. Cuando uno ha heredado de sus antepa-
sados una espingarda, la cuelga, la venera, la
rinde culto si es preciso, porque ha pasado de mano
en mano desde sus más remotos abuelos hasta
su padre; pero coge un máuser para pelear con él.
Lo que hace es manejar el máuser a su manera, y si
672
MIGUEL DE UNAMUNO
el que se le ha traído le dice que se apoya en el hom^
bro derecho, le contesta: — No, yo zoy zurdo, le
apoyo en el izquierdo.
Harto hago yo con tener como lengua de cultura
la lengua de la mayor parte del resto de España, para
que todavía tenga que ocuparme en manejarla como
la manejan aquellos de donde el artefacto proviene.
Claro está que este aspecto de la lengua es el más
ideal, el más levantado. La lengua no es artículo de
comercio ordinario; no se vende, no se compra; no
necesita de puertos francos. Cierto es que ese aspecto
de la lengua varía profundamente cuando se pasa de
mi país a Cataluña. Yo siento una veneración muy
grande hacia la lengua de mis padres y de mis abue-'
los, más que aquellos que han protestado alguna vez
de lo que yo de ella decía ; pero comprendo que coma
instrumento de cultura no puede compararse a la
lengua en que cantó el que para muchos es el poeta
más grande que ha tenido España en el siglo xix :
mosén Jacinto Verdaguer. Yo quisiera que llegase
día en que ese idioma pudiera integrarse con el idio-
ma castellano ; pero desde luego hay eso que llaman
locuras, esas cosas de separatismo, más radicadas de
lo que se cree, que son, desde el punto de vista de los
mismos que las mantienen, un acto de supremo sui-
cidio, una renuncia a sueños de gloria. No tenéis más
que ver lo que hoy pasa en otras naciones. Mientras
en Inglaterra los escoceses, que tienen una dignidad,
o si queréis un orgullo de raza mayor que los irlan-
deses, dominan en casi todas las esferas — escoceses
son los dos principales jefes de partido, los arzobispos;
escocés, el jefe de la Cámara de los lores, están en
todas partes — , los plañideros irlandeses apenas si in-
fluyen en las altas regiones de la vida política de In-
glaterra. Y en Escocia mismo, el poeta que representa
la flor de la casta, la más granada de su espíritu, no
OBRAS COMPLETAS
673
es ninguno que cantara en el antiguo idioma céltico
de la tribu de los highlanders, sino uno que cantaba
en un dialecto escocés de la lengua inglesa ; y ved que
luego, en América, y si por acaso hubiera alguien
de alli entre los que me escuchan que me perdone lo
que he de decir, porque a quien habla a sus propios
compatriotas con hbertad se le debe permitir que
hable a todos del mismo modo ; en América, digo,
siempre creí yo que los trastornos que agitan al Uru-
guay vienen del recelo de la Confederación Argen-
tina, que quiere mantener una independencia más que
otra cosa ilusoria.
La independencia de una nación es un medio, no es
un fin, ¡ y quién sabe si a Portugal, el reino vecino, le
ha costado la independencia el patriotismo ! Por rece-
lo a España, por un recelo que tendrá la justificación
que se quiera, en vez de aportuguesarnos a todos, si
era menester, con llevar la capitalidad a Lisboa, han
caído a los pies de un esclavo de Inglaterra. Y aquí,
¿cuándo hubo patriotismo y por qué lo hubo? Aquí
lo hubo en las clases altas, si decimos así, cuando
hubo un ideal colectivo común; pero aquél fué un
ideal que no podemos hoy abrigarlo nosotros. Aquí
hubo un patriotismo cuando España trató con el du-
que de Alba de imponer ciertas creencias y de ahogar
la libertad de conciencia en los Países Bajos; pero eso
sería, desde nuestro punto de vista moderno, un pa-
triotismo execrable. Más execrable era en este caso
concreto su instrumento; pero el hecho es que en-
tonces fué cuando hubo patriotismo.
Y es, señores, que hay dos patrias : una patria te-
rritorial y otra patria espiritual, y aquí casi todo el
mundo habla de la patria territorial, sobre todo los
que tienen territorios en ella; pero todavía apenas si
está esbozada la patria espiritual, apenas si nos he-
mos formado una idea de cuál ha de ser el espíritu
UNAMUNO. — VII.
22
674
MIGUEL DE UNAMUNO
de España en el mundo, y qué ideales, qué tonos de
cultura, le hemos de dar. Decía Carlyle que Shakes-
peare valía el imperio de las Indias, y que Inglaterra
podía dar todas las Indias por Shakespeare; yo os
diré que el Quijote vale por todo lo que hemos per-
dido de patria ; y, además, reteniendo aquello, de no
haber tenido Quijote, no lo tendríamos; teniendo éste,
tendremos siempre aquello que perdimos. Triste será,
sin duda, que llegue a mermarse el territorio de la
patria ; mucho más triste será que llegue a mermarse
su espíritu, mucho más triste que deje de iluminarla el
resplandor de la verdad. En un tiempo fueron nuestros
soldados de conquistadores á América ; hoy hay ade-
más otros soldados que pueden ir a conquistarla, con
la ventaja de que, a la vez, pueden ellos conquis-
tarnos.
Cuando los antiguos romanos se trasladaban de
domicilio, llevaban consigo un puñado de la tierra en
que descansaban las cenizas de sus padres, y allí
donde iban a establecer su nuevo hogar, depositaban
aquel puñado de tierra, para sellar con este acto reli-
gioso la continuidad espiritual de la familia.
También yo, como no tengo ni un solo palmo de
tierra que sea mío en el territorio de España, llevo
conmigo mi corazón, que es un pedazo de la carne
viva de mis padres, y sobre todo, permitidme que os
lo diga, en mi patria espiritual he acotado mi propio
pegujar, y aunque mi cuerpo no pueda reposar en
este suelo, mi espíritu descansará en ese pedazo de la
patria de mi espíritu.
He procurado, como habéis visto, bordear todas las
dificultades, decir todo lo que quería decir; decirlo
noblemente, sin decapitarlo, sin ningún género de
hostilidad, fiando, como he dicho, en las buenas en-
tendederas de todos los que me escuchan; pero aun-
que yo, que libre de esta hiperestesia me creo dueño
OBRAS COMPLETAS
675
de mis nervios, hubiera caído en la cobardía que hoy
está invadiendo a casi todos, con tal de hacer una obra
de lo que estimo noble patriotismo, hubiera arrostra-
do todas sus consecuencias.
La Patria tiene que ser un medio ; cuando se con-
vierte en fin, estamos perdidos. La Patria tiene que
ser un medio para la cultura, y en España tenemos,
entre las muchas mentiras, la tristísima mentira cul-
tural.
No quiero hablaros de eso tan vulgar del analfa-
betismo, no ; aparte de que es una leyenda, y de que
en España hay muchos menos analfabetos de lo que
se dice ; si bien lo triste es que una gran parte lo son
por desuso; cuando salieron de la escuela a los once
o doce años, leian y escribían mal ; después no han
vuelto a ejercitarlo y lo han olvidado, y a(|uí. hay
que decirlo, es el Ejército el que suple en gran parte
esta deficiencia.
Y si continuara por ese camino, por donde parece
que piensa continuar, y fuera una escuela, ganaría
tanto que podría demostrar ante el mundo que aún
quedan escuelas en esta patria.
No es lo peor el analfabetismo, no; lo peor es ese
algo de espíritu amoral, es el culto a la cuquería, es
esa especial corrupción de menores que se ejerce en
esta especie de centro pulposo, y que les va poco a
poco a los muchachos arrancando a tiras el corazón.
Se dice : ¡ hay que vivir ! Yo también vivo, yo estoy
al frente de un centro de cultura, estoy en continua
relación con los mucliachos y con los estudiantes, y
¡es triste cosa!, no sé que la juventud española se
haya asociado jamás a esos grandes movimientos que
agitan a Europa, ni haya mandado mensajes como las
juventudes de otros países, ya a Zola o contra Zola,
ya a los revolucionarios rusos o al zar ; no se unen
más que para ir dando gritos y pidiendo vacaciones.
676
MIGUEL DE UNAMUNO
Luego les coge, Ies ciñe y les agarrota esta ramplo-
nería ambiente, de la cual creo que no hay otra ma-
nera de salir que ser como soy yo: un desequilibrado
o un visionario.
Hay que ver, triste es decirlo, que el que lee, lee li-
bros que tiene que ocultar a los ojos de sus madres y
de sus hermanas; y luego, ved las clases que en una
nación deben ser, o parece que deben ser, las directo-
ras de la cultura ; ved aquí a esas clases altas que pa-
sean el cuerpo en automóvil y arrastran el espíritu
en carreta.
Y se trae como argumento eso que se llama el buen
gusto, última invención que recuerda aquello de Ana-
tole France : "El catolicismo es hov la forma más
elegante de la indiferencia religiosa", porque ahora,
y como culminación de nuestra mentira cultural, quie-
ro decir cuatro palabras acerca de la mentira reli-
giosa.
Acaso esté en desacuerdo con la mayoría de los
que me oyen. Yo no comulgo con la religión oficial;
pero yo, señores, soy cristiano, y lo que más me apena
es ver que aquí en España, en gran parte, el catoli-
cismo está siendo el elemento más activo de la des-
cristianización del pueblo. Conozco muchos sacerdotes
que no leen los Evangelios más que cuando los mas-
cullan en latín en la misa. Este es el punto grave
aquí, este es el punto que no se puede tocar. En pu-
blicaciones en que libremente se escriben artículos
francamente anticristianos, no podemos hablar de
Cristo los que hablamos desde otro punto de vista :
se ofenderían las esposas o las hijas de los suscri-
tores. Y es que hay que hablar de fanatismo. ¡ Ojalá
lo hubiera ! Yo todavía no he tropezado con un ver-
dadero fanático. Lo que veo es esa horrible fe im-
plícita, esa fe del carbonero, que consiste en delegar
y dejar que los otros piensen por uno.
OBRAS COMPLETAS
677
Y yo, como decía un ingenioso orador y escritor
español, que hoy ha vuelto a cierto campo, soy de
los que para entenderme con Dios no necesito de
revendedores de la gracia divina ; yo me entiendo
directamente con contaduría.
En los pueblos en que los espíritus se han habituado
al ejercicio del libre examen religioso, la libertad
civil tiene otras raíces que en estos otros pueblos en
que la última forma es querer hacer solidaria la re-
ligión con la patria y tacharnos de malos españoles
a los que no comulgamos con las ideas de nuestros
antepasados. En un célebre documento, en un docu-
mento de deportación, he leído esta frase tremenda:
"Considerando que descatolizar es desnacionalizar..."
¿ Cómo es que se escribe esto, señores ? V ed lo que
está pasando en Francia : se está haciendo el inven-
tario de las iglesias y no son fervorosos creyentes,
no, los que van a armar el escándalo: son gentes que
no creen en Dios ni en el diablo. Yo, señores, como
os he dicho, soy cristiano, y creo que a Dios hay
que adorarle en espíritu y en verdad, porque Dios
es, ante todo y sobre todo, la verdad.
¿Y qué es la verdad?, me diréis. Era la pregunta
que hacía Pilatos cuando se volvió a lavarse las ma-
nos. Verdad es lo que cada uno cree ser tal en el sen-
tido moral. ¿Es que hay una verdad objetiva? Yo
no sé si esto es algo abstruso y que mereciera des-
arrollo; yo se lo he de dar, pero por ahora sólo lo
indico.
El error en la mayor parte de los casos es una con-
secuencia de la mentira; habituados a mentir y a oír
mentir suponemos a la Naturaleza una segunda in-
tención, como tienen los hombres, y creemos que nos
quiere decir otra cosa que lo que nos dice. Esta es
la triste consecuencia del espíritu de mentira. Y no ;
los hombres llevamos las entrañas dentro, y con fre-
1
678 MIGUEL DE UNAMUNO i
cuencia negras ; las cosas del mundo que nos rodea i
llevan por fuera las entrañas ; sus entrañas es lo que i
se nos abre a la luz de los ojos. Y aquí hay, sobre I
todo, hambre y sed de verdad, y si se trata de aho-
garla en uno u otro respecto, vendrá la época de las
reticencias, de las insidias, de los apólogos, que tienen
el grave inconveniente de hacer creer lo que no se
dice.
¿ Remedios ?, me diréis ; hay gentes que hablan de
revolución ; yo no creo en la revolución ; ni en la
revolución desde arriba, ni en la revolución desde
abajo, ni en la revolución desde en medio; no creo
más que en la revolución interior, en la personal, en j
el culto a la verdad ; no creo que las cosas se hacen a
golpes, y eso sólo puede sucederle a un pueblo epilép- ji
tico, que procede por ataques, o a un pueblo en que \¡
todo se hace intermitentemente como por tercianas. c
Muchos de vosotros sabéis lo que en los campos de p
Castilla se llama el "quita-meriendas" ; es una flor de- a
leznable; crece la planta bajo la tierra, va subiendo I
su corola poco a poco, rompiendo los terrenos más d
apelmazados, y se abre a flor de tierra. ¿ Cómo te- e:
rrenos tan duros puede romperlos tan delicado tejido? ii(
Empujando siempre, no sesenta veces a la hora, ni di
sesenta veces al minuto, ni al segundo ; siempre ; es el
efecto de la acción continua. : H
Yo no procedo de alguna de las regiones en que a
unos días serenos y tranquilos suceden unos violentos
chaparrones ; yo soy, señores, de un país cuyo cielo
encapotado y nubloso, pero altamente educador, está
lloviendo noventa días seguidos; y yo, hijo de aque-
lla tierra, a la que amo con todas las fuerzas de mi
alma, si noventa años me diera Dios, noventa años
estaría lloviendo lentamente, gota a gota, mis pensa-
m lentos.
IIHj;
No, no es el recuerdo una revolución, y ahora os i
OBRAS COMPLETAS
679
voy a decir lo que antes os indicaba, es otro; acaso
si llegara a España eso que por ahí fuera se llama
militarismo, provocaría la formación de un ejército
frente a otro ejército, y a medida que el uno tuviera
disciplina, se vería obligado a tener disciplina el otro,
y sucedería como en Alemania, que hasta los "sin
patria", como los llamaba el emperador, los socialis-
tas, representan millón y medio de electores, que tie-
nen una organización tan férrea y tan robusta como
pudiera tener el ejército del Kaiser.
Aquí no hay este núcleo, no puede servir de con-
centración, porque se ha tratado de cerrarle el paso
por todos los caminos.
Lo peor son los neutros, esos desdichados neutros
que merecían el más soberano desdén del hombre más
grandiosamente desdeñoso que hayan visto los siglos,
de Dante Alighieri. No les concedió ni siquiera es-
peranzas de muerte, y allí colocó, en aquel infierno,
a Pedro Morone, el Papa Celestino V, a quien la
Iglesia ha colocado en los altares. ¿ Por qué lo con-
denó Dante al infierno? ¿Qué hizo aquel bendito
ermitaño, sacado allí de fragosas montañas, para po-
nerle en el solio pontificio, que luego renunció, vien-
do que era superior a sus fuerzas ?
Renunciarle. Che fece per viltatc il gran rifiido.
Hizo, por coimrdía // gran rifiulo. No; el que tiene
un puesto no debe renunciarle nunca.
* * *
Y voy a acabar, señores, porque de otro modo se-
"ía esto el cuento de nunca acabar. Yo, que no soy un
lombre de partido, no he venido a traeros un progra-
na, no he venido a traeros un específico, no me gus-
a eso que llaman soluciones concretas; no he querido
nás que animar, si es posible, los espíritus; activar
as entrañas y verter, donde quiera que me llamen
680
MIGUEL DE UNAMUNO
y hasta donde no me llamen, oportuna y sobre todo
inoportunamente, el sacramento de la palabra. Yo no
sé qué haría si volviera al mundo nuestro señor Don
Quijote: es fácil que, dejando la lanza y la adarga
apoyada en una encina, tomara la pluma para com-
batir. Yo no sé si aquí puede conseguirse una unión
social de todas las gentes de espíritu sereno, para
defender, ante todo y sobre todo, el amor a la verdad,
que es, repito, lo que más amenazado está; para de-
fender el amor a la verdad, porque (y con esto con-
cluyo, y no con palabras mías, sino con unas pala-
bras del apóstol San Pablo) la verdad nos hará li-
bres. He concluido.
(Según texto publicado en El Imparcial, Madrid,
26-11-1906.)
CONFERENCIA EN EL TEATRO CERVANTES,
DE MALAGA, EL DL\ 21 DE AGOSTO DE 1906
Señoras y señores:
He de empezar por la confesión de que aun cuando
actos como éste van haciéndose para mí profesiona-
les, no acabo nunca de acostumbrarme a ellos. Me
doy clara cuenta de que hablar en un teatro es muy
otra cosa que hablar en libre diálogo; oyéseme aquí
con un silencio benévolo, pero es mejor la conversa-
ción suelta, socrática, en que se toman y se dejan los
temas. Añádase lo de que es imposible en actos como
éste sustraerse a una presentación, presentación que
nos abruma siempre, y mucho más cuando e! que nos
presenta es amigo nuestro tan cariñoso como lo es mío
el doctor Bejarano. Tengo que hacer una ligera recti-
ficación a lo que de mí él os ha dicho, cual es la de
que no os llaméis a engaño por creer que yo vaya a
proponer aquí remedio a cosa alguna.
Creo muy poco en la terapéutica, cada vez menos,
y estoy convencido de que lo urgente, lo que más
falta hace, es agitar y remover los espíritus, en vez
de presentar remedios para los males, ahondar las
heridas y poner en ellas sal y vinagre, pues es ver-
daderamente lamentable esto de que cuando anda uno
por estos pueblos de Dios o de España, a quien quie-
ra que se le acerque y le pregunte : "¿ Cómo va esto ?",
reciba por respuesta lo de: "¡i\Ial, muy mal!"; pero
dicho de tal modo que revela cierta voluptuosidad en
el mal mismo y ningún anhelo de corregirse, ni el
menor propósito de la enmienda.
682
MIGUEL DE UNAMUNO
Tengo luego que dar las gracias a la Sociedad que
me ha dado ocasión de decir hoy algo aquí, y hasta
celebro que la ocasión coincida con el final de las
fiestas de Málaga, alguna de ellas altamente desedu-
cadora, y no necesito ahora aclarar esto, pues he de
hacerlo más adelante.
Lejos de mí el meterme a dilucidar ahora lo que de
bueno o de malo haya en esto de que lo convirtamos
todo en fiesta. Ello será loable, porque en el mundo
todo debe ser continua fiesta, y el trabajo sobre todo.
Pero yo espero que, a pesar de ser este acto un epí-
logo a las fiestas de Málaga, no vengáis aquí con el
ánimo con que a las fiestas suele irse, a ver cómo
me desempeño de mi función, a presenciar como lidio
mi conferencia.
Todo debe ser fiesta, sí, y más que cualquier otra
cosa, la enseñanza.
Y si bien os fijáis, no otra cosa significa escuela.
La palabra escuela, scliola significó en su principio,
en griego, ocio, y hay que confesar que en el orden
de la cultura la adquisición de los altos conocimien-
tos empezó en el mundo merced a los ociosos. El
hombre primitivo, sujeto a las necesidades de cada
día, teniendo que ganarse el pan duro y áspero, no
disponía de tiempo ni de ánimo para dedicarse a pro-
fundas especulaciones. Mas así que llegó uno que al
esclavizar a otro le obligó a trabajar para los dos,
pudo gozar de ocio para mirar a las estrellas y pre-
guntar por qué unas se movían y otras no. Por esto
se dice que son los que no trabajan los que pueden
emplear el tiempo en averiguar lo que a nadie impor-
ta ; mas hay que tener en cuenta que los que tal di-
cen no averiguan nada, ni que importe ni que no im-
porte.
No está mal, repito, que lo convirtamos todo en
fiesta, lo cual se ve más desde que en ferias y feste-
jos de pueblos se traman certámenes y concursos de
OBRAS COMPLETAS
683
enseñanza pública. De hace algún tiempo acá las
cuestiones de Instrucción Pública, lo mismo que las
de Higiene, se llevan mucho en España. Y es lo malo
que, como todo lo que se ¡leva, llévase sólo en ciertos
momentos, olvidándolo pronto, haciéndose muy poco
de obra. Sucede con esto algo de lo que les sucede a
los que tienen la manía de rezar, cuando lo del rezo
llega, como es frecuente, a manía, y es que rezan a
ciertas horas, y rezan en perfecta incomunión con sus
prójimos y con Dios, y sin sentir que lo hondo de la
oración no es recojerse a ciertas horas en ciertos
lugares para orar en ellos, sino hacerlo todo voti-
vamente, convertir en oración todo: el trabajo, el
descanso, el recreo y hasta el sueño.
Pero esto resulta dificilísimo en un país como el
nuestro en que la más grave de las enfermedades
que padece el espíritu es la falta de unidad en la vida.
Raro, rasísimo es aquí el hombre que viva bajo un
principio unitario, que tenga una concepción central
a que subordine las demás. Y esta falta de unidad
dentro de nosotros mismos, esto de que tengamos el
espíritu disperso y lo dejemos girar al soplo del úl-
timo viento, venga de donJe viniere, ésta es la causa
principal de la falta de solidaridad, cuyos perniciosos
efectos sociales echamos de ver. Un hombre que no
se propone fin alguno en su vida, no puede nunca ser
libre, y como no puede serlo, no puede nunca ser
solidario con los demás, ya que la libertad no con-
siste en hacer uno lo que le dé la gana, lo que le dé
la real gana..., y os hago gracia de no repetir una
frase mucho más enérgica, pero mucho más grosera,
que todos conocéis y que revela el concepto que de
la libertad tenemos los españoles.
Es cosa triste, a este respecto, el que las volicio-
nes enérgicas no nos salgan ni de la cabeza ni del
corazón, sino de donde no deben salir nunca. Esta
unidad, dentro de la vida, nos hace una absoluta falta
684
MIGUEL DE UNAMUNO
para tener libertad, porque ser libre, saber gozar de
la libertad, es tener conciencia de la ley, y tiene con-
ciencia de la ley quien sabe obrar bien. Y vemos, por
los resultados que tocamos, que el único elemento
que hoy hay de verdadera unidad es el Estado. Esto
es un mal y todo lo que se quiera, pero sólo contamos
con el elemento del Estado y a él hay que acogerse.
En orden a la enseñanza, puede decirse que lo único
que hay en España, lo único que merece el nombre
de enseñanza, aun siendo muy mala, es la que da el
Estado, es decir, la que damos sus servidores.
Pesa todavía sobre la mayor parte de nosotros un
peso enorme y secular, que es el origen histórico del
maestro. El maestro era en la edad antigua, en Gre-
cia y en Roma, un esclavo : los señores de las gran-
des casas, los guerreros, entregaban a educar a sus
hijos a los esclavos. Hoy todavía sucede en algunas
casas empingorotadas algo de eso: el que les educa
es un criado, y les educa en el espíritu del servilis-
mo, porque un esclavo no puede educar bien. En la
Edad Antigua lo verdadero, lo específico era hacer
buenos soldados : las demás cosas se reservaban para
enseñarlas más tarde. Estos conocimientos comunes
eran, repito, enseñados más tarde, y de ellos estaban
encargados los siervos. De aquí dependía también
que como el fin de la educación era hacer buenos
guerreros, el que a la educación de la mujer, que nO'
había de ser guerrera nunca, se la tuviera en el ma-
yor descuido, no educándola, hasta que llegó otro
tiempo, la época del Cristianismo, en que permaneció
también descuidada su educación. Y se habla, res-
pecto de esta época, de que la Iglesia acogió bajo su
amparo a los pueblos para educarlos, y hay que de-
cir que la Iglesia, en rigor, nunca hizo más que edu-
car para el sacerdocio; la Iglesia educada en las cien-
cias eclesiásticas, y si enseñaba conocimientos profa-
nos era cuando se podían relacionar o podían ser como
OBRAS COMPLETAS
685
un medio para la adquisición de los conocimientos
eclesiásticos.
Y aquí, en esta época, vuelve la mujer a encon-
trarse en una situación también de inferioridad y de
abandono ; porque si antes no podía ser guerrera, como
ahora no había de ser tampoco sacerdotisa, pues para
entenderse con la Divinidad necesitaba de un inter-
mediario y éste era el hombre, quedaba, por tanto,
la mujer abandonada. Y así siguieron las cosas hasta
que la verdadera instrucción primaria en el sentido
moderno se determinó como una cuestión organizada
por el Estado, y si el Estado la dió su impulso fué
merced al movimiento de la Reforma: pues no hay
duda, y ésta es una cuestión indudable, que el avan-
ce verdadero, el avance grande en la educación pri-
maria, en la instrucción de los niños, fué un avance
debido al movimiento de la Reforma. Entonces se en-
señaba a los educandos a mirar cara a cara a su Dios.
Eué este paso de progreso, esta evolución grandio-
sa, hasta en el orden religioso se puede decir, una
civilización de la religión en el sentido estricto de
la civilización: fué hacerla civil de eclesiástica que
era.
Cierto es, que una vez iniciado el movimiento de
la Reforma, porción de asociaciones e instituciones,
de órdenes religiosas católicas, se dedicaron a la Ins-
trucción primaria, pero fué después. Y tened en cuen-
ta que hoy mismo, si hay asociaciones religiosas ca-
tólicas dedicadas a la enseñanza, es frente al Esta-
do y merced a éste. Preparan a sus alumnos para que
se les pruebe en aquellos conocimientos que de ellos
exige el Estado, y si éste no los exigiera no se los
enseñarían. Estoy completamente convencido de que,
en el fondo, se tiende a mantener la ignorancia : he
oído hacer el panegírico de la santa ignorancia y ce-
lebrar al ignorante, suponiéndole feliz. Tendríamos
que entendernos respecto a lo que la felicidad sea, y
686
MIGUEL DE UNAMUNO
desde luego he de repetir una frase que con frecuen-
cia uso, y es que prefiero ser un ángel desgraciado
a ser un cerdo satisfecho.
Continuó a partir de la Reforma el movimiento en
pro de la instrucción pública, y en el período llama-
do de Ilustración — la Anfkl'ánmg de los alemanes — ,
en la época de la Enciclopedia, merced a la influen-
cia enciclopedista en España, el rey más útil que he-
mos tenido — y no digo el más grande porque carezco
de patrón para medir la grandeza de los reyes — ,
Carlos III, se interesó por ella. Fué en su tiempo
cuando se crearon en España las Sociedades Econó-
micas de Amigos del País, de las cuales fué, si no
estoy equivocado, la primera la que se estableció en
la provincia de mi origen, en Guipúzcoa. La Socie-
dad de Amigos del País de la provincia de Guipúz-
coa fundó el Real Seminario de Nobles de Vergara,
y fué, en cierto modo, un foco de enciclopedismo tem-
plado. Fué su alma el conde de Peñaflorida, en cuya
casa se dice estuvo alojado Juan Jacobo Rousseau
cuando visitó Guipúzcoa.
Y aquí, esta Sociedad de Amigos del País, de
Málaga, parece sostiene el amor a la enseñanza, al
que debe ir unido el culto al niño.
El culto al niño es uno de los cultos más descui-
dados entre nosotros y uno de los más necesarios. El
niño es el misterio; de cada uno de nosotros, los que
hemos llegado a cierta edad, se sabe lo que se puede
esperar ; tenemos una fisonomía marcada, una direc-
ción dada y por lo común impuesta por los demás.
Pero un niño lo mismo puede llegar a ser un santo
que un criminal, lo mismo un hombre inútil que un
bienhechor. El culto al niño es el culto al porvenir,
culto que tiene que cimentarse en un inteligente cul-
tivo del pasado. Pues siempre que de progreso se
hable, cabe preguntarse: "¿Qué es lo que progresa?
Desde que hay progreso hay algo que progresa, y
OBRAS COMPLETAS
687
este algo es la tradición, lo que viene de atrás. Cons-
truimos nuestras esperanzas con madera de recuer-
dos, y quien mal recuerda, espera mal. Mas esas tradi-
ciones, cuyo movimiento y vida constituyen el proQ-rc-
so, han de ser tradiciones vivas y no muertas, can-
teras y no escoriales. Hay un culto al pasado que es
un culto lamentable y pernicioso, un culto que impide
que se aproveche el pasado mismo. Recordaré una vez
más aquello de los indios, que al ver las maravillas
que producía el arado de vertedera, lo convirtieron en
ídolo, y, pintarrajeándolo, lo erigieron para rendirle
culto idolátrico, en vez de apear los ídolos y conver-
tirlos en arados.
Debajo de las tradiciones históricas, que nunca se
sabe dónde acaban, porque hay la del siglo xviii, y
la del XVI, y la del xiv, y la del xii, y hasta una tra-
dición pre-romana y otra pre-histórica, debajo de
ellas está la tradición eterna, lo que permanece cons-
tantemente, lo que hay debajo de las formas transi-
torias que ruedan por la historia.
La superficie de la tierra cambia de fisonomía al
cabo de los años o de los siglos, y el mar, en cambio,
el mar, que es lo más movible, no cambia nunca. De
él dijo Byron que los siglos han pasado sin dejar
una arruga sobre su frente azul y que despliega sus
olas con la misma serenidad que en la primera aurora.
Y este mar que se extiende aquí, en Málaga, ante
vuestros ojos, ostenta hoy la misma frente, la misma
superficie que cuando arribaron acá los primeros na-
vegantes fenicios ; él es la cuna de la tradición y de
todo progreso. Y el mar, que es lo que más une a los
pueblos todos de la tierra, es lo que mejor representa
la niñez, el porvenir.
Y volviendo al culto al niño se hace preciso que
cambiemos de método de educación y no eduquemos
a nuestros hijos como a nosotros nos educaron nues-
tros padres. No queramos que nuestros hijos sean he-
688
MIGUEL DE UNAMUNO
chos como se nos hizo. Hay que combatir toda ten-
dencia a que se repitan procedimientos que nos aho-
garon la personaHdad en hipocresía, y que cuando
nuestros hijos lleguen a ser hombres no se vean ata-
cados de la anemia espiritual que nos consume.
La obligación que tiene todo padre es, después de
haber visto qué dificultades o daños le ha traído la
vida por su modo de ser, evitar que aquellos mismos
daños o modo de ser análogo le lleven al hijo hacia
los mismos males o desengaños de que él sufriera,
por lo que es menester darles a los hijos personalidad
y quitarles hipocresía, esta hipocresía que a todos nos
mina el alma en estas ciudades corroídas por la anemia
espiritual, en donde los hombres tienen dispersas sus
facultades, y que son causa de que sean sólo hom-
bres de nombre u hombres de doble o de triple o de
cuádruple personalidad: es decir, de ninguna.
Y habéis de preveniros contra un concepto que hace
estragos cual es ése de que aquí la primera materia
— que así la llaman — es excelente. A diario oigo
decir, hablando del pueblo, que aquí es, en cuanto a
materia prima, excelente, y al punto se me ocurre que
no hay en rigor materias primas, porque todo en el
mundo es forma, formas enchufadas las unas en las
otras. Además, con buena uva solemos hacer vino
malo. Esa idea de la excelencia de la materia prima
nos lleva al error de creer que un hombre, sin más
que su personalidad bravia, un hombre en bruto, pue-
de servir para algo, que cabe improvisar hombres
útiles.
Se habla de excelentes aptitudes naturales, se habla
sobre todo de viveza de imaginación, imaginación que
rara vez se desarrolla, o yo no sé lo que es imagina-
ción, pues no la veo en España como se dice.
La imaginación, si es algo, es la facultad de crear
imágenes, no de repetir las aprendidas de memoria, y
es, ante todo, la facultad de ver lo real en lo vivo,
OBRAS COMPLETAS
689
de volver a crearlo dentro nuestro. Y no sabemos
imaginarnos lo mismo que vemos, volverlo a crear,
no sabemos dar espiritualidad al mundo sensible. Re-
petimos lo aprendido, con más o menos gracejo, pero
sin penetrar en su esencia.
Y así sucede que llamamos poeta a uno que nada
tiene de tal, a uno que a lo sumo hace versos, como
llamamos profesor al que nada profesa.
Hay quien tiene el talento de administrar el poco
talento que tiene, y no es ello poco : hay quien cam-
bia su dinero en perras chicas, que abultan más en
el bolsillo y hacen más ruido.
Más de una vez me han presentado a un muchacho,
diciéndome: "Fulano de Tal, poeta", como si dije-
ran : sastre, abogado o médico. Y cosas así se oyen
a diario.
"A este país le pierde el exceso de imaginación",
"aquí nos pierde la poesía". He aquí expresiones que
se repiten, y, sin embargo, busco la poesía por todas
partes y no encuentro una gota de ella, y menos aún
en los versos. A las veces se la encuentra uno en
prosa y producida por uno que vende telas detrás de
un mostrador. Hay de la poesía una idea tan errónea
como de la imaginación. Un sujeto toma la pluma a
ciertas horas del día y se pone a escribir renglones
desiguales, y cátale poeta.
La poesía es algo íntimo que puede y debe encon-
trarse hasta en los negocios.
Por falta de poesía estamos enfermos. Y llego a lo
más triste, a lo verdaderamente lamentable, al caso a
que aludía mi amigo el doctor Bejarano al hablar de
la falta de higiene y del analfabetismo.
Me fío poco de las estadísticas, pero sé que hay en
España muchos analfabetos. Sin embargo, no es
el mayor mal a este respecto el número de analfa-
betos que hay, sino el hecho de los que saben leer y
690
MIGUEL DE UNAMUNO
escribir es como si no lo supieran, pues ni leen ni
escriben cosa que lo valsea.
Hay un caso mucho más triste que el que acabo de
exponer, caso que quiero repetirlo aquí, porque es un
caso poco conocido y mucho más digno de tenerse en
cuenta, tratándose del analfabetismo. Me refiero a que
del tanto por ciento de analfabetos que hay en Es-
paña hay un gran número que lo son por desuso;
quiero decir, de gente que supo leer, aunque mal, y
supo escribir peor, en cierta edad de la vida, y que
ya no sabe leer ni escribir, porque salió de la escue-
la y no ha vuelto a ella en la edad que podia haber
cimentado estos conocimientos. Y aquí entra lo tris-
te, lo verdaderamente triste del caso. Hay unas va-
caciones escolares oficiales que empiezan en toda Es-
paña en la misma época del año, como si el clima y
demás condiciones de las distintas provincias fueran
iguales, empezando dichas vacaciones en un mismo
día en todas las escuelas y en todos los centros docen-
tes y concluyendo también el mismo día. Pero, de
hecho, en todas partes las vacaciones efectivas em-
piezan mucho antes: comienzan desde el momento en
que los padres necesitan a sus hijos para ir a la trilla
o a cualquier otro sitio en donde puedan ganar una pe-
rra ; y en la mayor parte de los pueblos rurales faltan a
las escuelas unas veces porque tienen que cuidar al
más pequeño de sus hermanos y otras porque los pa-
dres les mandan a pedir limosna, y generalmente cuan-
do se les manda a la escuela, ¿para qué? Para una
cosa también triste. La frase es verdaderamente la-
mentable : para que no den guerra en casa. Decidme,
señores, con esto, qué idea revelan esos padres de la
paz del hogar si esos hijos dan guerra.
Me ocurrió en cierta ocasión que se me denunció
la escuela de un pueblo porque reunía malas condi-
ciones higiénicas y pedagógicas ; hice una informa-
ción y averigüé la capacidad que tenía y demás con-
OBRAS COMPLETAS
691
dicioncs : por una parte era subtcrrtánea, llegaba la
tierra hasta la mitad de ella y estaban las criatu-
ras como las ovejas en el sudadero antes de que las
vayan a esquilar, y dije a la maestra que la cerrara y
la cerró. Y poco después vino el alcalde a quejarse,
y me decía : "¿ Pretenderá esa tía (era su manera de
hablar) querer a nuestros hijos más que nosotros mis-
mos ? ¿ Cómo van a estar sin escuela ? Esto es lamen-
table. Mire usted: que ensene o que no enseñe, eso
es lo de menos ; pero es que en este tiempo que ha
tenido cerrada la escuela la maestra, mi niña ha roto
dos pares de zapatos y unas chicas la apedrearon".
Para aquel pobre hombre la escuela es un sitio don-
de se recoje a los niños, para que no rompan el cal-
zado. Denuncia un estado de sórdida ignorancia, de
egoísmo, y denuncia, hay que decirlo, dureza de cora-
zón. Dureza de corazón, sí : los padres tienen a sus
hijos para aprovecharse de ellos y no para servirlos.
Por egoísmo los educan y los inclinan en uno u otro
sentido. Hubo un tiempo en que se dedicaba al sacer-
docio a los segundones de las familias acomodadas ;
por conveniencias de la familia se les metía en la
iglesia, y aún hoy en día hay cierta frase bastante
en boga y es aquélla de : "Lo del cura siempre dura",
puesta en boca de las madres. Frase no menos bru-
tal que aquella otra de: "¡Angelitos al cielo!", o la
igualmente impía de: "¡Teta y gloria!" Uno de los
fines del matrimonio es, según el catecismo, criar
hijos para el cielo, y no queremos comprender que
el cielo está en la tierra.
Y hay en esto de los hijos detalles tristísimos.
Yo he conocido un pobre hombre, paisano mío, que
se ha encontrado a cierta edad de la vida agitado
por una porción de vientos tempestuosos del espíritu,
dentro de una orden religiosa, porque le llevaron allí
sus padres para deshacerse de él, como pudieran ha-
berlo llevado en cierta edad más tierna al torno: y
692
MIGUEL DE UNAMUNO
esto es egoísmo, esto es dureza de corazón; hay que
decirlo más claramente : eso se llama malthusianismo.
Y a propósito de malthusianismo, he de deciros que
cada vez que oigo en España censurar eso que se su-
pone corriente en Francia, de limitar los nacimientos,
contesto: tan malthusianos somos como ellos; peores
aún; ellos limitan los nacimientos, nosotros no limi-
tamos las muertes. Son dos modos de resolver el
problema : ¿ cuál peor ?
Francamente, en un país donde ocurre esto, lo que
hace falta principalmente no es cultura, sino amor;
en un país así, la cultura, en el sentido ordinario de
ilustración, de ciencia y de saber, no es lo que más
se necesita, porque lo que hace falta es amor. Vemos
que éste es un pueblo brutal, de agitaciones salva-
jes, pero un pueblo absolutamente helado y frío, un
país que a más de la falta de amor, lo que hace sus
veces toma formas brutales y primitivas. Hablamos
de los derechos de los padres. ¿Y quién proteje a
los hijos contra los padres?
Lo que aquí falta es amor, amor. Y así los padres
no saben rendirse a una vida de sacrificio, de sacri-
ficio de las generaciones, que son las que han de
venir.
Siete hijos me ha dado Dios, y junto a ellos, a los
naturales o de la carne, tengo por ahí, esparcidos por
España, hijos del espíritu, que serán los que digan
lo mejor mío.
Decía el doctor Bejarano que unos siembran la
piña y otros recogen los piñones del árbol. Si tu-
viéramos alma de padres nos sentiríamos todos obli-
gados a sembrar piñas de pinos que no hemos de ver
crecidos, saldríamos todos de la torre de marfil del
egoísmo. Todo el que se sienta espiritual debe esfor-
zarse por escalar y conquistar puestos públicos y des-
de allí abrir cauce al Estado, pues a éste le compete
hoy la cura de almas.
OBRAS COMPLETAS
693
Y esto me lleva a deciros algo del patriotismo, del
patriotismo que sabe servirse del Estado, pero no su-
cumbiendo ante él. Hay que sentir el patriotismo
como una religión, de un modo religioso.
Y mientras no sintamos la virtud del patriotismo
de una manera religiosa, poco se hará aquí. Háblase
ahora mucho de la cuestión religiosa, llamando así a
la que no es más que cuestión político-eclesiástica,
y todos vuelven los ojos al ejemplo de lo que ha he-
cho Francia. Pero es menester no perder de vista que
en Francia ha habido una voluntad firme, persistente
y perseverante, representada sobre todo por una mi-
noría formada en su mayor y mejor parte de descen-
dientes de los antiguos hugonotes. Es más el espíritu
de Rousseau, del soñador Rousseau, del ginebrino, hijo
espiritual de la Reforma, que no el espíritu destructor
de Voltaire, el que ha hecho la obra última. Y aquí no
pasamos de volterianos.
Junto al volterianismo no hay apenas sino la reli-
giosidad del negro, que es tanto más religioso cuanto
más inmoral. Y con estos elementos no cabe resolver
el problema religioso en España.
Es preciso elevar el sentimiento de la patria hasta
la altura de un sentimiento religioso, anticipación de]
sentimiento de otra patria, que si no es más que un
sueño, el soñarla es ya un principio de vida.
La patria se fundó aquí más que en el amor, en el
odio; la unidad nacional se cimentó sobre la unidad
religiosa y así llegaron a ser cosas consustanciales,
trayendo el funesto maridaje del altar y del trono,
que si es dañoso al trono, no lo es menos al altar.
Cimentamos la patria en el odio al infiel, y aun hoy
mismo, al que manifiesta ciertas ideas religiosas cris-
tianas, pero no católicas, se le estima más que como
hereje como anti-español, como vendido al oro inglés.
Cimentamos la patria en el odio, y hoy, como no te-
nemos ya infiel contra quien luchar, hemos dado en
694
MIGUEL DE UNAMUNO
luchar los unos contra los otros, y lo más del regio-
nalismo no se cimenta sino en odio. Luchas éstas que
más que politicas son culturales.
Las luchas del regionalismo son, en efecto, luchas
originadas por discrepancias culturales. Regiones y
pueblos de España que no pueden convivir con otros,
mientras éstos vivan como viven. Unos luchan lle-
nos de pasión, otros languidecen en el frío de la in-
diferencia. Preguntándole a un regionalista qué pedía,
hubo de contestar al que se lo preguntaba: "Que no
puedo convivir con ustedes". Y al replicar éste: "Va-
mos, sí, que no soporta usted a los africanos", re-
trucó aquél: "¡No, ni a africanos llegan ustedes!"
La falta de amor, la falta de amor es el origen de
todo mal. Y como a los individuos, azota a los pue-
blos, a las regiones. Junto a comarcas enfebreci-
das hay otras en que las almas se hielan de frío, <lel
frío horrible de la indiferencia. Recuerdo el final de
la oda de Carducci "Sobre el monte Mario", cuando
nos pinta el fin de la humanidad, cuando recojida
ésta bajo el Ecuador, a las llamadas del calor que
huye, no le queda a la extenuada prole más que una
sola mujer, un solo hombre, que erguidos entre
muertos bosques, entre restos de montes, lívidos, con
los ojos vidriosos, vean ponerse al sol sobre el inmenso
hielo. Y aquí, en España, nos morimos de frío espi-
ritual. Nada nos da calor, nada nos entusiasma ; todo
se vuelve a conversación del momento. Si le dicen a
uno unas cuantas verdades, contesta : "Tiene usted
razón", y ahí queda. Y así es imposible fundar .«-o-
bre la patria territorial la patria del espíritu.
Hay que erigir sobre la patria del terruño la ¡.a-
tria espiritual, que sea el comienzo del reino de Dios,
ya que el Cristo nos enseñó a pedir día a día el ad-
venimiento de su reino. Venga a nos el tu reino, y
no "vayamos a tu reino", sino venga él a nosotros.
Y ese reino no vendrá si no lo traemos, pues en las
OBRAS COMPLETAS
695
Escrituras mismas se nos dice que el cielo pailece
fuerza.
Hemos de dirigir a la juventud, a la juventud so-
bre todo, para que se haga pródiga sacudiendo toda
avaricia espiritual. Adonde quiera que voy en estas
mis correrías por España pregunto siempre a los jó-
venes y a todos los encuentro amargados por un dejo
de tristeza, de desaliento, como si lo soportaran desde
nacimiento, como si llevaran la frente abrumada por
fatiga de siglos, por la tristeza de sus abuelos. Pa-
rece como si pesara sobre ellos la muerte de sus an-
tepasados. Pregunto a uno : Qué hace usted ?", y
me responde: "Me busco": insisto: ";En dónde?",
y él: "En casa". Y entonces yo: "Pues si no se
busca usted en medio de la calle, jamás se encon-
trará".
Cada cual no es más que su propia obra. Yo no
soy sino mi propia obra ; por donde voy, voy desha-
ciéndome, pero así me hago. ¿Qué importa que se
borre el cuño de mi moneda, si es oro de ley su oro?
Y, sin embargo, preferimos dar moneda falsa en que
persista nuestro cuño y nuestra leyenda.
Ved a los jóvenes maldiciendo del pasado, abomi-
nando de los viejos, con notoria injusticia muchas
veces, pero en tanto cortejan al futuro suegro, de
los faldones de cuya levita se agarran para elevarse.
* * *
Y ahora, para concluir, he de daros las gracias
por vuestra benevolencia al escuchar esta conversa-
ción desgranada, desgavillada, este ir diciendo las co-
sas según de la grosura del corazón me brotaban, y
haberme permitido así añadir un nuevo sillar a la
fábrica de mi espíritu. ¡ Quiera Dios que cada cual
de nosotros encuentre su unidad de espíritu, se en-
696
MIGUEL DE UNAMUNO
cuentre a sí mismo, y así quepa solidaridad entre
todos !
A todos las gracias, y quiera Dios que cuando,
pasado el tiempo, recordéis alguna vez acaso algunas
de mis palabras de esta noche, puedan ellas sugeriros
pensamientos que no pasen por vuestro espíritu como
viento estéril.
Gracias una vez más, y quiera Dios que podamos
un día estrecharnos en unión más estrecha, más
firme, con más corazón, con más calor, que tanta
falta nos está haciendo.
He dicho.
(El texto de esta conferencia, como el de las dos
que siguen procede del folleto Conferencias dadas en
Málaga por D. Miguel de Unamuno, Málaga, Tipo-
grafía "La Ibérica", 1906, 32 págs.)
CONFERENCIA EN EL CIRCULO MERCAN-
TIL, DE MALAGA, EL 22 DE AGOSTO DE 1906.
Después de dar las gracias, señores, al señor Pre-
sidente de esta Sociedad por la presentación que de
mí ha hecho, he de dirigiros un ruego, cual es el
que me permitáis hablaros esta noche sentado. Ello
me recuerda la manera como de ordinario hablo en
la labor continua de mi cátedra, y así es como podré
dar reposo a mis palabras. Gusto de gozar tranqui-
lidad y calma en estos trabajos.
Esta es, señores, la tercera vez que visito Anda-
lucia. Fué la primera hace ya más de veinte años,
siendo estudiante, en que aproveché unas vacaciones
de Semana Santa para ir a pasarlas en Sevilla; de
la impresión allí entonces recibida guardo muy pocos
y vagos recuerdos. Pasados bastantes años, no hace
aún tres, fué mi segunda visita ; pasé unos días en
Almería, y toda la primera quincena de setiembre
en Granada. Y ahora es la tercera vez en que vengo
a esta región. Y viniendo, como vengo a ella, de paso,
es muy difícil ver bien lo que uno desea bien ver,
pues apenas ve sino de un modo algo forzado lo que
le enseñan. Sin embargo este conocimiento imper-
fecto se completa y perfecciona por el trato con per-
sonas de esta región, aunque sus informes nos equi-
voquen muy a menudo.
Si la idea que un visitante sé forma del país que
visita suele ser casi siempre, por parcial, equivoca-
da, no lo es menos la que se forma el indígena. Su-
cede con los países lo que sucede con los individuos.
698
MIGUEL DE UNAMUNO
Decía el famoso humorista norteamericano Wendell
Holmes que cuando hablan Tomás y Juan hay seis
personas en trato y son : tres Tomases : Tomás según
él es, el Tomás, Tomás según él, es el Tomás tal cual
él se figura ser, o sea el Tomás de Tomás y el Tomás
de Juan, o sea según Juan le cree ; y tres Juanes, Juan
tal cual es, el Juan de Juan y el Juan de Tomás. Y así
son los pueblos. Hay el pueblo este o aquel según es,
según le creen los demás y según se cree él a sí mis-
mo. Observad a este respecto un caso curioso, y es que
cuanto en España llamamos portuguesadas, llaman los
portugueses Jicspanholadas, y es que cada uno de
nosotros ve en el vecino los defectos que nos son co-
munes. Y del mismo modo hay maneras de obrar y
de decir a que se llama andaluzadas y que en rigor
son españoladas.
Difícil es juzgar a un pueblo por tan rápida ins-
pección como la mía de éste, pero yo os debo una
franca hospitalidad y estimo que la mejor manera de
pagárosla es deciros lealmente cuanto respecto a este
país se me ocurre. A un huésped le es permitido
mucho, y mucho más a un huésped como yo, que
acostumbra tomarse permisos antes que se los den.
Es éste un país que peca de quejumbroso; su ex-
presión es una continua queja, y es la queja de la
no resistencia. A cualquier observación que hago
aquí se me responde casi indefectiblemente: "Tiene
usted razón; esto está muy mal"; pero dicho de un
modo que recuerda la manera del lipemaníaco, que se
complace en su dolencia. Es un modo de decir, como
si le importara poco lo mal que dice estar, o como
si en el fondo no creyera estar tan mal como dice.
Y esto de encontrarse uno con la no resistencia es
lo que más desbarata. A ntó jásele al que así se ve
que se las ha con seres de naturaleza gelatinosa, sin
huesos, y ante esta no resistencia, desfallece.
OBRAS COMPLETAS 699
Las gentes no resisten, sino que se recojen en sí,
se reconcentran, no luchan.
Y observad un mal que no es sólo de aquí, sino de
toda España, aunque acaso en esta región se acentúe,
y es la falta de personalidad. A cuyo respecto me
conviene aquí, corriendo una vez más el riesgo de
aparecer paradójico, explicaros metafóricamente la
antinomia que establezco entre personalidad e indivi-
dualidad y cómo puede haber un máximo de ésta con
un mínimo de aquélla. Y por lo que hace a este em-
pleo de la paradoja y la metáfora, sólo os diré que,
una y otra, son los elementos capitales de la oratoria
evangélica.
Hay gentes que con marcadísima individualidad
carecen casi en absoluto de personalidad propia. Lla-
mo individualidad a lo que podría decirse el conti-
nente, y personalidad al contenido espiritual. Hom-
bres hay que se separan de los demás muy fuer-
temente, viven como encerrados dentro de una ostra,
corteza o caparazón recio, pero estando vacíos por
dentro, y otros, por el contrario, que no separándose
de los demás sino por leve membrana, a través de la
cual se verifica activa osmosis y exósmosis, están
llenos de un riquísimo y variado contenido. Con fre-
cuencia me encuentro con gentes que me hacen el
efecto de ánforas de recio y espeso casco, pero va-
cías, sin carácter alguno, sin personalidad. Todas son
iguales.
La célula vegetal, encerrada en un rígido parén-
quima, con límites precisos, no puede decirse que sea
más rica que la célula animal, más vaga, más inde-
terminada en sus contornos. Y los individuos en
España tienen una constitución de espíritu que los
acerca más a la célula vegetal que no a la animal,
y de aquí que la sociedad que formamos tenga tanto de
puramente vegetativa.
Todos nos quejamos de la falta de solidaridad so-
700
MIGUEL DE UNAMUNO
cial que nos aqueja, y ella proviene de esa pobreza
de personalidad y de esa hipertrofia de la individua-
lidad de continente. La solidaridad brota de la nece-
sidad que los hombres sienten de derramarse; nos
buscamos más para darnos de lo que nos sobra, que
no para pedir de lo que nos hace falta. Y como aquí
nos sobra tan poco, nos buscamos poco los unos a los
otros.
Permitidme que os lo diga aquí, en un Casino:
la sociabilidad que se muestra por la abundancia de
gente en los casinos, en los cafés, en las reuniones
callejeras, no es verdadera e íntima sociabilidad, so-
ciabilidad fecunda ; no es sino necesidad de roce,
pero no de compenetración. Conoceréis sujetos que
han estado durante largo tiempo jugando juntos al
tresillo, día por día, y si falta uno, apenas si los
otros le echan de menos. Y es que nunca estuvieron
en comunión de espíritu. Y tenéis, en cambio, pue-
blos en que a pesar de reunirse poco los hombres a
la luz del día se hallan unidos en espíritu cuando de
alguna labor social se trata.
Aquí la gente apenas se asocia si no para holgar. Y
a este respecto recuerdo la observación aquella de
que cuando se ve aquí reunida gente en la calle, en
grupo, es para ver trabajar, no para trabajar. Se le
volcó a uno el carro, y al punto le rodean curiosos
a ver cómo le endereza, pero sin que nadie le eche
una mano. Los hombres se asocian aquí para holgar.
A esta flaqueza para la solidaridad activa y espon-
tánea se debe eso de que cuando aparece un individuo
de acción más enérgica, más violenta que los demás,
le rodeen otros al punto. Cualquier persona de fuer-
te actividad se hace al punto núcleo de otras muchas.
Y así se produce el caciquismo.
Es el caciquismo hoy, sin duda, una especial for-
ma de asociarse gente, agrupándose bajo el cacique,
que nos recuerda formas de las sociedades primitivas.
OBRAS COMPLETAS
701
Y observad que en esta forma tan rudimentaria de
sociabilidad, así que deja de existir el hombre-nú-
cleo, el sujeto vigoroso de que depende el grupo, éste
se deshace. Muerto el cacique, la asociación que for-
mó desaparece. Era una asociación desprovista de
personalidad y pendiente de la del cacique, que era
su individualidad colectiva.
No hay verdadera sociabilidad, y no la hay porque
no se asocian y compenetran personas, sino indivi-
duos. Y en vez de personalidad tienen los pueblos,
como los hombres, una máscara, una ficción de per-
sonalidad. Y esta máscara suele con harta frecuencia
ser máscara que nos imponen los demás, máscara que
no brota de nuestra cara.
Y vedme en el terreno de eso que se llama lo pin-
toresco de un pueblo, y que suele ser, a menudo, des-
graciadamente, no algo castizo y propio, sino pega-
dizo y de prestado. Voy muy poco al teatro, pero
estando, hace tres años, en Almería, fui una noche
a él a ver un baile que llamaban baile andaluz, y me
aseguraron que las bailadoras lo bailaban aparisien-
sado. Ellas eran granadinas, pero residentes desde
largo tiempo en París, y bastaba verlas en la calle
para comprenderlo, y su baile un baile andaluz apa-
risiensado. Y recordé que cuando el arte japonés em-
pezó a hacer furor en Europa vinieron jóvenes japo-
neces a estudiar en París dibujo para poder apari-
siensar su arte indígena y quitarse la crudeza cas-
tiza. Y vaya una anécdota a este respecto, y es la de
aquel viajero que pidiendo en Suiza el precio de una
de esas chucherías que allí se venden como objetos
del país, y encontrándolo caro, exclamó: "¡Pero si
en París lo venden más barato!", a lo que le repli-
caron: "Claro, ¡como que está allí la fábrica!"
Pues bien, la fábrica de mucho de lo pintoresco
andaluz está en París o en otra parte fuera de An-
dalucía. En esta vuestra tierra, lo sabéis mejor que
702
MIGUEL DE UNAMUNO
yo, hay una máscara tradicional andaluza, un pinto-
resco andaluz contra el cual veo, con sentimiento de
esperanza de días mejores para vosotros, que protes-
tan aquí muchos. De cuanto se os cuelga por ahí a
los andaluces, lo peor es lo pintoresco andaluz, y lo
que más daño os hace.
Extranjero hay que, viniendo bajo la impresión de
esa leyenda pintoresca, se lamenta de la desaparición
de ciertas cosas, y hasta no ha faltado quien se lla-
mara a engaño porque al atravesar Sierra Morena
no fué asaltado por un bandido generoso.
Y ahora voy a contaros un sucedido que leí no ha
mucho y referente al gran poeta y gran italiano Josué
Carducci. Cuenta Annie Vivanti que viajando el
poeta por Suiza se le acercaron dos alemanes, un
viejo y un joven, diciendo ser aquél un profesor y
éste un poeta. Saludáronle, y el joven le dijo que
como en Alemania todos son poetas y él era un gran
alemán, era, por tanto, un gran poeta, aunque en su
vida hubiese escrito un verso, sino que vivía de la
poesía, y que al entrar en Italia su primera estrofa
quería fuese entrar con la mano en la mano de Car-
ducci. Accedió éste y les dió lugar en su coche. Se-
gún iban en él, el joven alemán recitaba a Carducci
una traducción alemana de los sonetos del ira,
mientras el poeta llevaba con la mano el compás.
Atravesaron la frontera, dieron vista a Italia, y al
punto se presentaron al lado del coche en la carre-
tera unos mozalbetes andrajosos y descalzos pidiendo
limosna, y luego un hombre. Los alemanes les echa-
ron un puñado de perras, y al ver a los chiquillos y
al hombre echarse sobre ellas y luchar entre el polvo
por arrebatarlas, exclamaron aquéllos: "¡Qué pri-
mitivo y pintoresco es esto!" No bien lo oyó Car-
ducci, se puso de pie, rojo de indignación, y gritó
al cochero: "¡Para!" Paró el coche, y el gran poeta
exclamó, dirigiéndose a los extranjeros y señalán-
OBRAS COMPLETAS
703
doles la carretera: "¡Abajo!" Bajaron, no sin que
el joven, con los ojos mojados, besara la mano de
Carducci, para decir al cochero en seguida: "¡Ade-
lante!" Aquí tenéis uno de los más hermosos poe-
mas de Carducci, que tan hermosos los ha escrito.
Esa santa y noble indignación patriótica quisiera
yo que tuvieseis en casos parecidos, ante la exhibición
de vergonzosas escenas pintorescas. Y cuando algún
extranjero aburrido venga buscando una juerga más
o menos pintoresca y gitana, y se la preparen, haya
quienes tengan el valor de gritar: ¡ Fuera!, y le pon-
gan en la carretera.
Es realmente vergonzoso que se llegue hasta el
extremo de hacer ostentación de miserias materiales
y morales. Fíngese unas veces una alegría de que se
carece ; se finge otras una tristeza que tampoco existe
Tristeza y alegría parecen teatrales, de comedia, pin-
torescas. Y así, unas veces se nos habla de la alegría
andaluza y otras de la tristeza andaluza, y se hace la
leyenda de la una y la de la otra.
No sé si este pueblo es alegre o triste : sospecho,
más bien, que está por debajo de la diferencia entre
alegría y tristeza, amodorrado en un estado de indi-
ferencia emocional. Y por lo menos dudo mucho de
que llegue a aquellas regiones del espíritu de donde
brota la fuente de las hondas y duraderas emociones.
Allí la alegría se funde con la tristeza.
Los placeres más elevados, que son a la vez los
más baratos, sólo se conquistan al precio de inquie-
tudes constantes y profundas, inquietudes que no es
posible mantener abiertas y fecundas viviendo de-
masiado en la calle o en sitios como este, en que los
hombres se rozan sin compenetrarse y se rozan a
menudo en roce harto violento.
A falta de esas inquietudes supremas, de origen re-
ligioso sobre todo, es difícil que un país cualquiera
llegue a cobrar carácter propio.
704
MIGUEL DE UNAMUNO
Y no acabo de explicarme cómo han muerto aquí
inquietudes tan vigorosas, tan robustas, tan honda-
mente castizas, como eran las preocupaciones de Sé-
neca, pongo por caso, austero espíritu que nació y
se crió cerca de aquí, en esta región, o las de algunos
otros pasados ingenios andaluces inquietados por las
más altas y más profundas preocupaciones que pue-
den alcanzar al hombre. ¿ Qué ha pasado para haberse
secado aquella fuente de espiritualidad andaluza?
Sin duda es que la imaginación ha perdido aliento
y se ha disipado. A falta de trigo que moler se ha
molido a sí misma, disgregándose y gastándose.
Ha decaído la imaginación, y tan decaída está, que
se limita a producir lo más rudimentario, lo más tos-
co, lo más pobre del ingenio: el chiste. Y el chiste
en su forma más miserable, disgregado, fragmenta-
rio. Observad que se escribe un saínete para colocar
en él cuatro o cinco chistes trabajosamente recojidos,
y no que ellos broten naturalmente del contexto. No
es algo fluido, orgánico. Y así se llega a una apa-
riencia de imaginación, a que circulen unos cuantos
tópicos de ingenio, unas cuantas metáforas, que ma-
nejan los que son incapaces de parir uno nuevo acre-
centando el caudal común.
Y a esta pobreza imaginativa, hija de pobreza emo-
cional, hay que atribuir esa tendencia a evitarse lo
que llamamos quebraderos de cabeza, a delegar en las
cosas del espíritu.
Uno de los principios cardinales de la vida es-
piritual del español es el de delegar: no quiere to-
marse el trabajo de pensar por sí. Me contaba un
amigo que dió en un tiempo en estudiar medicina
persiguiendo el conocimiento de sus propias dolencias,
y como empezara a hacerse aprensivo imaginándose
padecer la enfermedad cuya descripción acababa de
leer, se dijo: "Dejémoslo: no me importa saber si
tengo hígado o pulmones y para qué sirven; ahí está
OBRAS COMPLETAS
705
el médico, cuyo oficio es curarme; si me siento malo,
le llamo, y él verá lo que tengo, y si me mata, por su
cuenta. Y esto que digo del médico — añadía — , lo
digo del cura ; no quiero quebrarme la cabeza estu-
diando cosas de religión; ahí está el cura, a quien
le pagamos para que las estudie, y si nos engaña, allá
por su cuenta".
Y este triste principio de la delegación lo llevamos
a las cosas más vitales, a las más hondas, a las que
afectan al fondo permanente de la vida. Desconsuela
el ver cómo las gentes se sacuden de averiguar o
conocer ciertas cuestiones, dejándoselas a otro. Y esto
lo hacen los que pasan por sensatos.
Pasan por sensatos y se pasan de sensatos. Y aquí
tenéis abundantes ejemplos de ello. Cuando oigo de-
cir que por acá abundan los hombres informales, re-
plico que no es así, sino que abundan los hombres
infundamentales, pero formales, muy formales. Cul-
tivan las formas, si bien lijeras y exteriores, pero
viven sin cuidarse de las cuestiones eternas, sin in-
quirirlas por propia cuenta, delegándolas. Desacos-
tumbrados a pensar por sí mismos, se sienten mo-
lestados cuando se les hurga el adormecido pensa-
miento y se escandalizan cuando se les rompe el
rutinario hilo de él. Estiman extravagancia cuanto
rompe sus inveterados hábitos de pensar y lo que más
les sorprende es oír negar algo, valga ello lo que
valiere, que nunca oyeron negar, oír por primera
vez negar lo que siempre tuvieron por inconcuso.
Hablando con personas de firmes y arraigadas con-
vicciones ortodoxas, y combatiendo, con respeto, por
supuesto, esas sus convicciones, les he notado recibir
serenamente mis negaciones y no escandalizarse de
ellas. Si se les niega la existencia de Dios, o se sos-
tiene cualquier otra tesis que según ellos ataca a los
I fundamentos de sociedad, la rechazan, sí, pero la
i oyen con relativa calma, porque la han oído ya otras
706
MIGUEL DE UNAMUNO
veces y no les suena a novedad. Pero decidles cual-
quier cosa que no tenga alcance alguno, pero que im-
plique la negación de algo, de algo secundario e in-
diferente para la vida moral y religiosa, que no han
oído negar nunca, y se os exaltan. Y así resulta que
el pluscuamperfecto o el pronombre relativo son más
sagrados que los que pasan por los más sagrados
dogmas.
Y esa ociosidad de la imaginación, luego que el
hombre ha delegado el inquirir las cosas más vita-
les, esa ociosidad se llena entregándose el sujeto a
ocupaciones realmente ociosas. Una de ellas es la
erudición, que no nmy lejos de aquí florece: cuando
consiste en coleccionar relatos de sucesos pasados,
bien etiquetados con sus fechas, para luego no sacar
del conocimiento de esos sucesos nada que se refiera
al espíritu. Es un modo de matar el tiempo.
Conozco en un círculo un grupo de personas que
se pasan seis meses del año hablando de la corrida
de ferias pasadas, y los otros seis de la corrida que
está por venir. No me parece lo peor el que haya
aficionados a los toros ; lo peor es que se pasen lo
mejor de la vida hablando de ellos. Y notad cómo
cuando con tanta frecuencia se predica desde el pul-
pito contra el teatro y la novela, no se predica casi
nunca contra los toros, si es que no los disculpan. Y
he observado que en mi país, por lo menos, todos esos
a quien llamamos de ordinario reaccionarios suelen
ser aficionados a los toros. Y preguntando yo en cier-
ta ocasión a cierto sujeto en qué consistía eso de que
los curas no predicasen contra los toros, me contes-
tó: "Mientras las gentes se entretengan en hablar de
toros, no hablarán de otras cosas peores : más vale
que vayan a la plaza que no a la taberna a discutir
de política o de religión." Y vi claro que se trata de
distraer su mentalidad de lo que más debiera ocu-
parla.
OBRAS COMPLETAS
707
Una horrenda superficialidad distingue a casi to-
das nuestras conversaciones diarias. Piérdese el tiem-
po en hablar de las cosas más fútiles, alargando te-
mas insustanciales. Diríase que los espíritus que así
se apacientan son espíritus de una lamentable simpli-
cidad, especie de organismos rudimentarios.
Y estos espíritus rudimentarios, simples, suelen
tener estallidos de violencia deplorable. A falta de
personalidad tienen una recia y espesa individuali-
dad, una costra dura y gruesa, y cuando ésta se les
rompe, son de temer. Su sentimiento del amor propio
es devastador.
Y ese sentimiento de amor propio en los espíritus
rudimentarios por dejación de labor íntima, por de-
legación de hondas inquietudes, ese sentimiento del
amor propio, en los espíritus que embotaron su ima-
ginación, suele exteriorizarse en el sentimiento de la
virilidad en su forma más brutal y más tosca, en su
forma sexual. Figúranse que un hombre es tanto
más hombre cuanto más sexualmente lo es, y esto les
lleva al matonismo, contra el cual nunca habrá pala-
bras bastantes de execración ni forma alguna de de-
fensa social que sea demasiado violenta.
Es realmente triste lo que al respecto pasa. Es el
índice de la cultura o incultura de un pueblo. No
puede llamarse país culto y libre a aquel en que los
ciudadanos andan de ordinario armados : en ningún
país libre llevan las personas decentes armas a cues-
tas.
Y hay otra cara tristísima en este aspecto de in-
cultura social, cual es el de que las gentes que viven
en el estado de rudeza primitiva que ella revela sue-
len ser gentes más serviles, de las que más llevan en
la boca el eterno "mi amo", de las .,ne más toleran
ataques a la dignidad humana, gentes con alma de
tirano y a la vez de esclavo, pues de la misma masa
se forjaron uno y otro.
708
MIGUEL DE UNAMUNO
Y con el concepto del valor que ese sentimiento de
la virilidad puramente sexual lleva consigo, se une y
compadece una de las más lamentables cobardías: el
miedo al ridículo. Donde más se cultiva el valor ani-
mal es donde más falta el otro, el espiritual. Y no lo
digo por esta región tan sólo: me refiero a España
toda. Pocas cosas nos paralizan más en España que
el temor de dar la cara ; pocas cosas se temen más que
afrontar el ridículo. Por temor a caer en ridiculez,
muchos nobles espíritus se sumen en la impotencia.
Es el temor al ridículo el que corrobora y acre-
cienta el hábito de delegar, y no falta quien lo hace
sin darse de ello cuenta. Mientras se oiga lo de: "Sí,
eso hay que hacerlo, pero ¿por qué lo he de hacer
yo?", no habremos adelantado un paso; es menester
que se diga: "Eso hay que hacerlo, ¿por qué no he
de ser yo quien lo haga?" El paso del sentimiento
que implica la primera preposición al paso que im-
plica la segunda, es el paso más decisivo en la vía
del progreso espiritual.
La moral, os lo decía la otra noche y quiero repe-
tirlo ahora, la moral en los pueblos decaídos tiene
que ser agresiva. El que sólo da lo que se le pide, o
el que se limita estrictamente a eso que llamamos cum-
plir con su deber, apenas puede decir que gana justa-
mente el pan que come.
Vedlo en nosotros mismos, los catedráticos. No
concuerdo con aquellos de mis compañeros que dicen
que estamos mal retribuidos. Para lo que hacemos
hay que confesar que se nos retribuye bastante bien.
Más derecho que nosotros de lo mal retribuidos, tie-
nen los demás ciudadanos a quejarse de nosotros, de
S. M. el catedrático, que despacha con una hora do
clase al día, y esto cuando no hay vacaciones, que es
casi la mitad de los días, que no tiene de hecho
a nadie sobre sí, que hace lo que se le antoja. Si yo
me limitase a lo que se llama cumplir con mi puesto
OBRAS COMPLETAS
709
y mi carolo, no creería ganar el pan que el Estado
me da. Sólo dando uno más de lo que se le pide
tiene derecho a pedir más de lo que se le da.
Pero sucede que los buenos, los que pasan por ta-
les, se meten en su casa y dejan libre el campo a los'
otros. Y es menester tomar en cuenta que, como de-
cía Platón, cuando en una sociedad los buenos se
mantienen retirados en sus casas, es con toda justi-
cia que gobiernan los peores. El hombre de posición
elevada que no vive más que en el sosiego domés-
tico, el verdadero neutro, no tiene derecho alguno
a quejarse. Sólo han podido hacerse fuertes aque-
llos países en que las clases que llamamos dirigentes
han sentido su responsabilidad social. Pero aquí no
sucede así : los que llamamos buenos y honrados son
cobardes, y el cobarde no es bueno, sino peor que el
malo. Si son malos los que nos dirigen lo son por la
lamentable y vergonzosa complacencia de los que se
llaman buenos, y las relaciones entre unos y otros son
de tal índole que convierten a nuestra sociedad en algo
así como una moza del partido. Se oye a todos decir
horrores de un sujeto cuyas dañinas fechorías se co-
mentan ; y todo el mundo, sin embargo, le da la mano.
Y este tristísimo estado de cosas persistirá mien-
tras sigan nuestras gentes distraídas en esa especie
de ociosidad espiritual en que se adormecen, en esa
mortal indiferencia bajo la que se forma im estado
social verdaderamente amenazador.
De cuando en cuando se habla del carácter de pa-
vorosidad que va tomando la cuestión llamada so-
1 cial en esta o la otra región española y de las terri-
1 bles consecuencias de instituciones como la de los
grandes latifundios y las grandes fortunas acumula-
Idas en manos de personas que no se interesan, ni
I'poco ni mucho, por el bien general del país, y acaso
esto que parece un mal llegue a ser un día la verda-
dera esperanza de salvación para nuestro pueblo.
710
MIGUEL DE UNAMUNO
Vivimos en una estepa que ha estado siglos
enteros abandonada, yerma, mirando al cielo, y no
hay que esperar sino de un terremoto, de una con-
moción violenta de sus entrañas, a cuyo favor se
agriete, se alumbren fuentes y pueda así culirirse oí;
follaje el páramo. Necesitamos un terremoto que sa-
cuda toda nuestra máquina social y derribe lo podrido
y débil, llevándose de paso lo más de lo pintoresco, y
ponga al descubierto las entrañas del pueblo.
Yo no sé si aquí, en esta tierra, podría arraigar
un movimiento de veras regionalista. Aquí son pocos,
muy pocos, los regionalistas : los andaluces tienen por
lo comiin a gala el no serlo, y ello es un mal. Acaso
le sea a esta región más difícil que a otras el lograr
plena conciencia de su personalidad, y es una desgra-
cia, pues no la logrará España toda mientras no lo
logren cada una de sus regiones componentes.
Acaso es Andalucía una de las regiones que más
necesita cobrar conciencia de su propia y castiza per-
sonalidad, sacudiendo la máscara, más o menos pin-
toresca, que la han impuesto. Sólo cuando un pueblo
se ha descubierto a sí mismo es cuando puede decir
que constituye una nacionalidad. Aquí habéis tenido
hombres políticos de gran fama y nombre en Es-
paña; acaso sean esta región, con Galicia, las dos
que en cierto período han dado más hombres a la
gobernación pública. Y ¿dónde se ve aquí el fruto
de ello?, ¿qué ha ganado vuestra personalidad colec-
tiva con la exaltación de esas personalidades indivi-
duales ?
No sé — y llego a un punto que me gusta tocar casi
siempre que hablo — , no sé si podrá esperarse algo
de la llamada juventud intelectual. Donde quiera que
voy se me presentan cuatro, cinco, seis, quince o vein-
te muchachos que se me dice pertenecen a la juven-
tud intelectual, e inmediatamente traduzco que se tra-
ta de jóvenes literatos, porque aquí parece que no
OBRAS COMPLETAS
711
hay más intelectualidad que la literaria. Es cosa real-
mente curiosa : y no sé si se deba a que los que dedi-
can su inteligencia a otros estudios que no sean
literarios, se exhiben menos, mas es el caso que en
España parece como si la intelectualidn^xl se redujera
a lo literario. Y os lo digo yo, quo soy ante todo un
literato, ¡lero ciue lamento como el que más el mal
del literatismo. Es difícil encontrar en España, en
algunas de sus regiones sobre todo, muchacho de
veinticuatro años que se tenga por intelectual y que
no tenga su librito de coplas publicado o por publi-
car. Y así la verdadera actividad se desgasta inútil-
mente.
Lleva, además, esta manera de ser de nuestra ju-
ventud un grave mal consigo, y es que los sujetos
literalizados acaban por vivir una vida de teatro, ex-
hibiéndose a si mismos, no escribiendo lo que piensan
y sienten, sino pensando y sintiendo para escribir,
perdiendo el pudor y el secreto de la vida privada.
Mala es la hipocresía, muy mala, pero no es mejor
el hacer de la propia vida exhibición artística. El
alma debe llevarse desnuda, pero no abierta en canal.
El que no guarda su secreto, secreto que le perfu-
mará el alma, difícilmente puede conservar incólume
el núcleo de la personalidad.
Con frecuencia, también, oigo a jóvenes que se
dedican a las letras quejarse o mofarse de los mer-
cachifles entre quienes tienen que vivir, lamentarse
de que en el pueblo en que viven no se piense más
que en el negocio, como si en el negocio no pudiera
ponerse tanta poesía como en una epopeya o en un
drama. Lo que conviene ver es la forma en que se
emplea la actividad espiritual y no el fin a que se
dirija. Lo malo en los que se dedican a eso que lla-
mamos negocios es la manera como se dedican a
ellos y su falta de idealidad.
Se cuenta de un famoso zapatero y místico alemán
712
MIGUEL DE UNAMUNO
una respuesta llena de espíritu. Y no os sorprenda
que se dedicara al misticismo, y por cierto con gran-
dísima profundidad de pensamiento, un zapatero,
pues acaso el vivir del trabajo de sus manos le favo-
recía para ello impidiéndole hacer profesión de sus
especulaciones, como Espinosa ganándose su pan pu-
liendo lentes, no tuvo que hacer de su filosofía oficio.
Preguntaba, pues, un sujeto a nuestro zapatero cómo
habría de rezar, y le preguntó éste : "¿ Tú que eres ?".
"Carpintero", respondió el otro, y entonces el zapa-
tero: "Pues bien, tu manera mejor de rezar debe
ser hacer bien las mesas, poniendo la mira no en la
ganancia que de hacerlas saques, sino en hacerlas de
tal modo que, evitando molestias a los que las hayan
de usar, les impidan ponerse en ocasiones de ofender a
Dios. Y tal es la manera de cómo yo debo hacer
los zapatos — proseguía — , de modo que, no hiriendo
los pies de los que los usen, no les distraigan, ni les
muevan a impaciencia". Y así os digo yo ahora : en
todo trabajo y todo negocio cabe hacerlo a la mayor
gloria de Dios, ¡puesta la mira en su alcance social!
Y cotejad con este ideal lo que de hecho ocurre
y lo que ocurre en cosas que parecen llevar en sí
cierta idealidad mayor que otras. Se le encarga a uno
enseñar latín o física, inquiere lo que van a darle
por ello, y, según esto, enseña un latín o una física de
tres, de cuatro o de cinco mil pesetas. Y rara vez se
pregunta cuál será el valor de la enseñanza para la
vida del alumno.
Cuando nos acusamos los españoles a nosotros mis-
mos de falta de eso que se llama sentido práctico digo
siempre que es idealidad, que es espíritu lo que nos
falta. Donde hay más idealidad, más desinterés, es
donde más se desarrolla la vida del negocio. Dedí-
canse las gentes a éste tomándolo, con más o menos
conciencia de ello, como medio para hacer vida más
intensa y más profunda. Y, en cambio, donde se lleva
OBRAS COMPLETAS
713
a la vida de los negocios mezquindad de espíritu y
egoísmo el negocio mismo languidece.
Donde se tiende a la vida intensa de inquietudes
hondas, de idealismo, se enriquece la personalidad,
tanto la de los individuos como la de los pueblos. Y
adquieren personalidad tomándola de todo lo que les
rodea, y se hacen, por trabajo, profundamente origi-
nales.
Y es que respecto a esto de la originalidad corren
las más equivocadas doctrinas. La originalidad se
conquista imitando. En el orden de la literatura, los
espíritus que pasan por más originales han sido los
mayores plagiarios. No es un pensamiento de quien
primero lo parió, sino de quien acertó a colocarlo en
el lugar para él más adecuado, en el que le daba más
realce y vida, como un hijo es hijo de quien lo
crió más que de quien lo engendrara. Y esto que| pasa
con la originalidad en los individuos pasa en los pue-
blos. No son más originales los pueblos que sostienen
obstinadamente un pintoresco, a menudo de máscara,
sino aquellos otros que por la imitación de lo bueno
que hacen otros pueblos buscan las raíces de su alma
colectiva. Son más originales los pueblos que más
se abren a las influencias extranjeras, sin llegar
por eso al servilismo de abdicar desde luego de lo
propio.
Cuando se habla de la europeización de España,
pienso siempre que es ella el mejor camino para es-
pañolizarnos, para descubrir lo nuestro propio per-
manente, quebrantando máscaras y postizos que
una imperfecta europeización de pasados siglos nos ha
impuesto. Y llego a creer que no debemos tampoco
molestarnos de que se diga que el Africa empieza en
los Pirineos, pues el espíritu africano, el que culmi-
nó en el ardiente Agustín de Hipona, es algo gran-
de y fecundo. Y quién sabe si nos están reservados
714
MIGUEL DE UNAMUNO
destinos en Africa, y entre ellos el de despertar las
entrañas del alma africana.
Para toda esta labor, que sólo a grandes rasgos,
un tanto desmadejadamente y sin mucha ilación os
expongo, nos serán precisos dolorosos cortes en el
cuerpo social.
Y ya que hablo de cortes, caigo en la cuenta de
que debo dar un corte ya a esta conversación suelta,
que no otra cosa es. Debería acaso acabar como
acaban ciertas piezas de música, con unos ruidosos
compases a son de bombo y platillos, o con cierto
tono que quiere decir "ahora acabo", como sucede
en los sermones, cuando las beatas que estaban sen-
tadas se nos ponen en el suelo de rodillas, si es que
no quiei-en decirle al predicador, al ponerse así:
"¡ Acabe usted ya !"
Siento que debo terminar y debo terminar cortan-
do esta conferencia como se corta una conversación
con amigo a quien veremos mañana ; de pronto. Así
termino, esperando que algún día, más tarde o más
temprano, vuelva a verme entre vosotros, que con
tan noble hospitalidad me habéis recibido.
(Texto publicado cu el folleto Conferencias dadas
en Málaga por Miguel de Unamuno, Málaga, "La
Ibcrica'\ 190S, p. 13-21.)
CONFERENCIA EN LA SOCIEDAD DE CIEN-
CIAS, DE MALAGA, EL 23 DE AGOSTO DE
1906
Señoras y señores :
Es ésta la segunda vez (1) que dirijo mi palabra a
un público de Málaga y aún me faltan otras dos veces.
Con estas mis conferencias corro, sin duda, un riesgo
cual es el de acabar por convertirme en un profesio-
nal de la palabra, con todos los peligros que toda
profesión entraña. Pues una profesión, en efecto, sue-
le matar la vocación, haciendo que se convierta en
carrera lo que debió ser sacerdocio. Y sacerdocio debe
ser toda profesión, absolutamente toda, en la vida.
Ved uno de los mayores males que afligen al ma-
gisterio público, y puedo decirlo yo, que pertenezco
a él, sea en el grado que fuere, ya que esto del grado
en nada cambia la esencia de la función.
Hay que confesar, en efecto, que con sobrada fre-
cuencia pensamos más en el aspecto de carrera que
nuestra función magistral tiene que no en su aspecto
de sacerdocio de la cultura, y puedo aseguraros que
conozco a no pocos compañeros que estudian el esca-
lafón del cuerpo con más ahinco y aplicación que no
los tratados de la disciplina científica o literaria que
profesan. Hay verdaderos filósofos del escalafón.
Dícese, y yo lo he oido cien veces, que si se nos
mejorase el sueldo, mejoraríamos en aplicación e in-
1 Aunque reproduzco estas tres conferencias de Málaga en el
orden en que se publicaron en el folleto antes citado, lo que el
autor dice al comenzar ésta permite suponer que fuese la segunda
que allí dió.
716
MIGUEL DE UNAMUNO
teres; yo lo dudo mucho, y creo más bien que segui-
ríamos lo mismo.
El mal anejo a toda profesión de que uno la abra-
ce, no por amor a ella o especial aptitud, sino como
un mejor o más cómodo medio de vida, no es mal
ajeno a la profesión del magisterio, sino que más
bien toma especiales caracteres en ella.
Durante mucho tiempo, lo sabéis bien, han ingre-
sado en las Normales gran parte de los inválidos de
cuerpo y de espíritu: los cojos, mancos, lisiados e
inútiles, en general, para las faenas del campo o para
un oficio manual, y los fugados de seminario o que
no pudieron concluir otra carrera o buscaban una
que se concluyese pronto.
Y una vez dentro de las Normales, ¿cómo se com-
batía ese funesto precedente? Lo corroboraban más
bien con una lamentable enseñanza que se simboliza
y resume en eso que han dado en llamar pedagogía,
tal cual aquí, en España, por lo menos, la enseñan.
La asignatura de pedagogía es lo específico de la
carrera del magisterio, lo que principalmente distin-
gue a las Normales de los Institutos de segunda en-
señanza, y a ella se agarran los que quieren mantener
la diferencia entre estos dos centros de ilustración y
cultura. Y he oído a este respecto razonamientos tan
especiosos y tan rebuscados como aquel de que no
es lo mismo aprender una cosa para saberla que
aprenderla para enseñarla, como si hubiese dos físi-
cas, una para saberla, por amor al saber o para apli-
carla en industria, y otra para trasmitirla en ense-
ñanza.
Siempre que oigo decir de alguien que sabe una
ciencia o disciplina humana cualquiera, pero que no
sabe enseñarla, lo pongo en cuarentena, pues tengo
observado que el que no sabe enseñar algo es que en
realidad no lo sabe bien.
Oiréis decir, por ejemplo, de una asignatura que es
OBRAS COMPLETAS
717
mu}'- vasta, muy extensa, muy compleja y que no
basta un curso para explicarla. Ponedlo en duda. Todo
sistema de conocimientos pueden enseñarse en un
curso, y en medio, y en veinte lecciones, y hasta en
una. Sucede con esto lo que sucede con el mapa de
un país, sea España, que puede hacerse a muy di-
versas escalas. Y así cabe trazar el mapa de España
en el lienzo de una vasta catedral, figurando hasta
alquerías y senderos, y puede reducirse al tamaño de
un papelillo de fumar. Todo consiste en saber qué es
lo que hay que suprimir cada vez. Y lo mismo ocurre
con una disciplina cualquiera. La historia universal
cabe en una lección de una hora, cabe en tres palabras :
nacieron, sufrieron, murieron.
Y es que lo importante en la enseñanza, se ha di-
cho muchas veces, es saber lo que no hay que ense-
ñar y ver cada ciencia en sus contornos generales.
Se pierde la pedagogía de ordinario donde se pier-
de toda disciplina formal, de puro método, y es en des-
cuidar el para qué de las cosas atenta tan sólo al
cómo. Lo importante en la enseñanza no es cómo se
ha de enseñar algo, sino para qué ha de enseñarse.
El cómo arranca y deriva del para qué.
Hace tres años visité en esta misma Andalucía unas
escuelas que han adquirido cierta fama, y contestando
luego a los que me preguntaban por el efecto que me
causaron, no pude menos de decirles : "La obra de
estas escuelas es una obra moral muy laudable : siem-
pre es de alabar el que un hombre salga del sosiego
de una vida tranquila y asegurada para entregarse a
una obra social ; pero como obra pedagógica me pare-
ce, no ya laudable, sino más bien equivocada y hasta
funesta". j
Allí, en efecto, se han buscado procedimientos para
que los niños aprendan con el menor esfuerzo, y lo
más agradablemente posible, conocimientos que des-
pués de adquiridos han de resultarles inútiles o poco
718
MIGUEL DE UNAMUNO
menos. Allí hay más preocupación de cómo se ha de
enseñar que no de lo que ha de enseñarse. Al aire
libre, jugando y respirando libremente, aprenden
aquellos muchachos los nombres de romanos y carta-
gineses, y un seco esquema de historia de España,
una tabla de sus dinastías, sin adquirir la menor re-
presentación vivamente imaginada de lo que aquellas
épocas pasadas fueron.
Ello es una rutina, tan rutinaria como la antigua,
y con el mal, además, de que, procurando que apren-
dan en juego, se acaba por convertir en juego la
enseñanza.
El mal radica más hondo, el mal está en esa ten-
dencia a hacer aprender a los niños índices, no más
que índices de libros y de cosas. Un resumen de his-
toria universal no es más que el índice de una obra
extensa. Todo se reduce a dar a los niños casilleros
y etiquetas. Una insana manía de clasificación por la
clasificación misma estropea toda nuestra enseñanza.
Si entrando en el despacho de un sujeto cualquie-
ra os encontrárais con que tiene las sillas numeradas
o marcadas con letras, supondríais al punto que las
ha clasificado así con algún propósito ; pero si al pre-
guntarle por éste os dijera que no le tiene, sino que
las ha clasificado por clasificarlas, y que lo mismo
puede usarse la número 1 que la número 12, conclui-
réis que el buen señor no anda muy sano de la ca-
beza o es un mentecato. Pues algo de eso ocurre en
nuestra enseñanza.
Acudid al Catecismo de la doctrina cristiana, y os
encontraréis con aquello de que las virtudes cardina-
les son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y tem-
planza, y después de esto no se sabe para qué se ha
hecho esa clasificación ni a qué fin conduce llamarlas
cardinales, ni por qué han de ser cuatro y no tres
o cinco. El fin de esa clasificación termina en la cla-
sificación misma. Y es que nuestro catecismo no es
OBRAS COMPLETAS
719
sino el índice de una suma teológ-ica. y no pasa nunca
de índice.
La forma aguda de este infecundo clasificacionismo
nos la ofrece la gramática. La gramática es una de las
supersticiones fetichistas del maestro, y la gramática
es una de las cosas más inútiles que se enseñan. Pue-
de muy bien enseñarse una lengua sin enseñar gra-
mática.
No me refiero, claro está, a la gramática científica,
a la gramática comparada, a aquel estudio — y es el
de mi profesión oficial — en que se trata de mostrar
el proceso de las formas del lenguaje y su evolución
por los siglos, no : me refiero a la gramática empíri-
ca o puramente clasificativa.
; Hay quien crea que porque le llamemos a tal
tiempo del verbo pluscuamperfecto han de usarlo me-
jor los que conozcan este nombre? Y téngase en
cuenta, además, que mucho, muchísimo de eso que se
enseña como gramática, es ideología, e ideología es-
colástica, ideología mala : es el detritus a que ha
venido a parar, rodando a las escuelas primarias, la
escolástica. En la escuela primaria es donde se refu-
gió el paganismo moribundo, y en la escuela primaria
se refugia, en forma de gramática, la ideología seca
de la Edad ]\Iedia.
No se estudia la palabra, sino lo que ésta significa.
La definición estrictamente gramatical del verbo sería
decir que es una palabra que se conjuga, y todas esas
otras definiciones que corren no pasan de ideológicas.
Son innumerables los errores a que conduce esa
gramática empírica y puramente clasificativa, y es
lamentable el tiempo que han perdido y pierden no
pocos maestros en inquisiciones odiosas por mal orien-
tadas. Un profesor de primera enseñanza ha perdido
un tiempo y un ingenio que debió reservarlos para
otra cosa, investigando la razón del uso del pronom-
bre se en frases como dijosclo, dáselo, etc., y todo
720
MIGUEL DE UNAMUNO
por ignorar que etimológicamente, en cuanto a su ori-
gen, ese se nada tiene que ver con el se reflexivo de
"se mató", "se lavó", etc., sino que es una forma
del le del dativo latino.
La gramática que se enseña, desgraciadamente, en
nuestras escuelas es una gramática estática, que sólo
trata de clasificar y dar nombres a las formas de
nuestro lenguaje tal como hoy se usan y sin indagar
su origen y formación en el tiempo. Y la gramática
clasificativa sólo tiene valor como preparación y mé-
todo para pasar a la gramática dinámica, a la expli-
cativa, a la que da razón del origen y proceso del
lenguaje. Y quedarse en la primera, en la meramente
clasificativa, como por fuerza han de hacer los niños
de primeras letras que ignoran el latín, es perder el
tiempo en estudiarla.
Y luego se emplea para la enseñanza de esa gra-
mática de puros nombres un texto oficial, el Epítome,
que es un verdadero baldón. Por dignidad nacional
debía haberse suprimido ya ese texto ridículo y dis-
paratado.
La crítica de ese miserable librillo nos llevaría le-
jos, pero sería divertidísima. Sólo os diré, como prue-
ba, que al decirme en cierta ocasión un extranjero
que le había levantado jaqueca la sección de los ver-
bos irregulares, hube de decirle: "Claro: como que el-
autor, por delegación de la Real Academia, de este
librillo, se empeñó en clasificar los verbos irregulares
en vez de clasificar las irregularidades de los verbos,
y así le resulta que tiene que encasillar combinaciones
binarias y hasta ternarias de unos cuantos casos de
fonética y de analogía."
En otro pasaje dice la gramática oficial que en
castellano todas las palabras monosílabas son agudas,
ignorando que hay en castellano muchos monosílabos
que no tienen acento alguno, ya por ser proclíticos,
es decir, por apoyarse en la palabra que les sigue y
OBRAS COMPLETAS 721
pronunciarse formando una con ella, como el artículo
las prepos.cones y algunas conjunciones, ya por se.'
endmcas, o sea por apoyarse en la aníeHor' como
a los pronombres sufijados les ocurre. Todo sabe-
soS Sl.b a'r-' como una
sola palabra trisílaba, y al decir él vino marcamos
dos acentos Todos lo sabemos, pero no pocos ve si
ficadores modernistas lo olvidan al querer que nn el
^^t^anr ''''^''-'^ o
No son más que casos o ejemplos, entre los murhos
Ja dcbdichada gramática oficial.
Ese trabajo meramente clasificatorio en nada en-
sena a usar mejor de las formas del lenguaje; la gra-
mática no ensena a hablar ni a escribir con propiedad
1 rae tras de sí, además, la superstición gramati-
cista otro grave mal, y es el torpe despreci a las
hablas populares. Mis estudios profesionales y mis
aficiones me han llevado a ir recojiendo allí en a
región en que vivo, giros y voces, y modismos y fo-
msmo populares, y para lograrlo me he valido de
oda clase de personas. Pues bien, los que menos me
sirven son los maestros antiguos, y es por la é.iT-
macion pedantesca que a su criterio ha infligido la
gramática. En aquellas formas del habla popular que
se apartan de idioma oficial, del clasificado en la
gramática y el diccionario académicos, no ven sino
las Íentes"' ' ^
podemos llamar patológico, morboso, que hay verda-
IarJenteÍ';r°'' '''' - entre
as gentes del campo y mas frecuente en el habla de
las clases bajas de las grandes ciudades. Lo patoló-
gico es lo absolutamente individual, lo que se des-
arrolla en un elemento de una manera anárquica sin
722
MIGUEL DE UNAMUNO
guardar relación de solidaridad y armonía con los
demás elementos. Y así es lo patológico en la lengua.
Patológico es todo modo de hablar que adopta por sí
un individuo y que le dificulta entenderse con loi
demás.
Pero cuando todo un pueblo adopta una forma de
hablar, esta forma deja de ser patológica y pasa a
ser fisiológicamente normal. La lengua misma oficial
ha adoptado formas que en su origen pudieron con-
siderarse patológicas.
Lo malo es cuando un pueblo o una clase social
recibe más vocablos que ideas tiene y acaba por em-
plearlos sin precisión alguna, efecto que se observa
donde se ponen en contacto con un pueblo o clase
social formas de cultura superiores a aquella cultura
que se han asimilado. Es lo que se ve en el chulo de
Madrid.
Y este mal es frecuente en España, donde abundan
los oradores y escritores que se trabucan y enredan
en una selva de palabras, el valor exacto de cada
una de las cuales ignoran de ordinario. De aquí el
abuso de la sinonimia y de aquí ese estilo al poco
más o menos que distingue a nuestra literatura como
distingue a nuestras artes.
Y de todos estos defectos no podrá curarnos esa
gramática clasíficativa, como no nos dará cultura el
sistema de encasillados que priva en nuestras ense-
ñanzas. Se le provee al alumno de una porción de
moldes para quesos, moldes de todos tamaños y de
todas formas, pero como no tiene leche, no puede
hacer quesos ; si la tuviera, los haría aunque fuese
sin moldes, a mano. Contenido y no continente es
lo que hay que dar; hacerle que se ejercite en hablar
y escribir y no gramática; significados de voces y no
análisis analógico gramatical.
Y como se trata de enseñarles la lengua, se trata
también de enseñarles otras cosas. ¿No habéis visto,
OBRAS COMPLETAS
723
pongo por caso, esos horribles cromos de la historia
llamada sagrada?
Y vengamos a enseñanzas propias de la mujer,
pues que hay maestras que me escuchan, y fijémonos
en esos bordados que son la negación de todo gusto
y de todo arte.
En el bordado, sobre todo en ese horrible bordado
en realce y color, suele revelarse la mayor perversión
estética. Porque el principio fundamental de todo
arte es el de que sus formas han de responder a la
materia de que se sirve y arrancar de ella, y de otra
parte, que la imitación no ha de llegar a confusión
con la naturaleza.
En cuanto a la relación entre la materia y la for-
ma, claro está que no puede esculpirse en granito
como en mármol, ni se puede dar a un edificio cons-
truido con ladrillo las mismas formas que a uno
construido con madera o con piedra. Y no puede
hacerse con aguja e hilo lo que se hace con colores
y pincel. Si un bordado, considerándolo como pin-
tura, fuera un mamarracho, sigue siéndolo como bor-
dado, sin que le sirva el primor de la ejecución. Y
no hay bordado realmente artístico como no sea
aquel que responde al material y al fin de la obra;
aquel bordado en punto de cruceta o algo análogo,
de formas estilizadas, reducidas a un trazado geomé-
trico, donde no hay más que contar los puntos, eje-
cutándolo en un cuadriculado y con masas de colores
homogéneos y yuxtapuestas unas a otras sin preten-
sión de desvanecidos y transiciones de matices. La
bordadora ejecuta un trazado previo, sin que le que-
de la libertad de llevar una linea un poco más acá
o más allá, saliéndose del rigor que el cuadriculado
impone.
Y por lo que hace a la imitación, es antiartística
toda la que llega a la confusión con lo natural. Es
antiestética la figura de cera, porque, confundiéndose
724
MIGUEL DE UNAMUNO
con lo real, nos da la sensación de muerte, y son
horribles esos perritos hechos con lana de perro na-
tural y con dos perlitas por ojos, y son antiestéticas
las flores de trapo que se confunden con las naturales.
La enseñanza del bordado, por otra parte, es un
símbolo de esclavitud de la mujer, esclavizada a eso
que con una frase degradante llamamos "labores de
su sexo". Se busca, distrayéndoles con esas futesas,
mantenerles en cierta perpetua minoridad intelectual.
Es ello una vergüenza y una forma de aquello de que
a la mujer le basta con saber guisar y remendar los
calzones del marido.
En el fondo, parece se trata de impedir el desarro-
llo de la dignidad humana, de todo lo más elevado y
más noble. Y esto no sólo en la educación de la mujer,
sino también en la del hombre, y muy en especial en
la del maestro.
Me decía en una ocasión un profesor de una Nor-
mal Superior que había dado mal resultado lo de que
fueran a los Institutos de segunda enseñanza los es-
tudiantes del magisterio, y lo fundaba en que en los
Institutos se les quebrantaba cierta disciplina que en
la Normal se les había imbuido. Porque hay Normal
de ésas en que no se ve un cigarro en el suelo,, en que
apenas se oye una voz más alta que otra, en que
reina un orden sepulcral. Van, en cambio, esos mu-
chachos normalistas a un Instituto, donde van el hijo
del gobernador, el del alcalde, el del magistrado, y
donde reina más libertad, y aquella disciplina de ser-
vilismo se quebranta. Y conviene que se quebrante.
Acuden a las Normales de ordinario hijos de fa-
milias muy modestas, proletarias, hijos de maestros
muchos, y van con toda la hipócrita humildad que
en esas familias hace arraigar la dureza de la lucha
por el pan. Y allí, lejos de quebrantarles ese mal de
origen, se lo corroboran de ordinario y se les predica
sumisión y humildad, y se les ejercita en el servilismo
OBRAS COMPLETAS
725
bajo máscara de buena educación. Y luego resulta
que como de la misma madera del esclavo se hace
el tirano, cuando el maestro se convierte en el caci-
que del pueblo, no hay quien le resista.
Esta educación contribuye luego no poco al descré-
dito de la escuela y a que ésta sea considerada como
una especie de asilo a que se envía al niño para que
no dé guerra en casa, cuando debía ser, ante todo
y sobre todo, una escuela de libertad y de dignidad
humanas.
Escuela de libertad y de dignidad humanas que sólo
se logran por el trabajo, y el trabajo significa cons-
tancia.
Constancia, constancia, espíritu de constancia es
lo que más falta hace imbuir entre nosotros. Decidle
a un español que hará una buena fortuna acudiendo
todos los días, excepto los festivos y algunas pruden-
ciales vacaciones, a tal punto a llevar a cabo tal tra-
bajo, no penoso, de tal hora a ta! otra, pero sin
faltar un día no siendo por justa causa, y perderá
esa fortuna. No le importa exponer la vida a un pe-
ligro, como el torero; de lo que no es capaz es del
trabajo constante y metódico. Pasa trabajos con tal
de no someterse al trabajo. La acción constante, es
la que tenemos que predicar y que enseñar.
La acción constante, el esfuerzo continuo, llega a
Iser irresistible. Pensad que una hora tiene sesenta
minutos; un minuto, sesenta segundos: un segundo,
sesenta terceros, y así sin término; pensad que el
tiempo puede crecer indefinidamente en intensidad;
recordad aquella flor llamada quitameriendas, cuya
ternísima corola rompe los más duros terrenos no más
que empujando constantemente, sin interrupción.
Enseñad constancia, sobre todo constancia en el
jjtrabajo, y enseñadlo con amor. Al amor, al amor a
|los niños, se reduce toda pedagogía. Mal enseñará
la niños aquel a quien los niños fastidian, y esto es
726
MIGUEL DE UNAMUNO
muy frecuente, Al niño sólo podemos acercarnos con
la niñez de nuestra alma. Da pena encontrarse con
tantos maestros que después de haberse pasado años
entre niños no pueden ilustrarnos con datos de su
experiencia en cualquier caso de psicología infantil.
Estuvieron con el cuerpo en la escuela, con el alma
fuera de ella.
Hay que acercarse a los niños con la niñez en el
alma. Desconfío mucho de aquellas personas en cuyo
espíritu se han borrado los recuerdos de la niñez, y
una de las cosas porque más bendigo a Dios es por-
que llevo a flor del alma la memoria de la mía. Está
escrito que el que no se haga como un niño no entra-
rá en el reino de los cielos, y el justo que nos justi-
ficará algún día será el niño que llevamos dentro.
El niño no es bueno, se dice. Cierto, pero tampoco
es malo: está más abajo del bien y del mal. El niño
miente, es cierto, pero el niño miente porque descono-
ce el valor de la verdad y no tiene una clara noción
de ella. El niño no discierne aún bien entre la reali-
dad y la ficción, la vigilia y el sueño. Con amor se le
lleva al amor a la verdad.
No hay tarea más noble que la de moldear almas
de niños, despertar sus gérmenes de bondad, ahogar
los de malicia. Y para ello hace falta constancia, hija
del amor. El amor es lo más constante que hay, lo
más fuerte. El amor es la única pedagogía fecunda.
Amad a los niños y sabréis enseñarlos.
He dicho.
(Texto aparecido en el folleto citado al final de
las dos conferencias anteriores, p. 2J-2S.)
SEMBLANZA PUBLICADA EN LA UNION
MERCANTIL, DE MALAGA, Y REPRODUCIDA
EN EL DIARIO MALAGUEÑO LA PUBLICI-
DAD, EL 26 DE AGOSTO DE 1906
U N A M U N O
El hombre.
Entregar su vida toda, su alma toda, a constante
actividad: sostener este continuo Jiaeer con una fe
eterna en su excelso valor, fe que es a la i't'rr manan-
tial y cauce del río espiritual inacabable en que se
baña; odiar el sistema, y la deducción . y la armonía,
y todo cnanto fija, y determina, y concreta la acción,
impidiéndole por tanto perpetuarse : estos son los
principales rasgos que introducen en la figura de don
Miguel de Unamuno una complejidad extraordinaria.
Por eso Unamuno es anti-pagano y anti-clásico. por-
que el paganismo y el clusicismo son escuelas de me-
sura, de armonía, de serenidad. Por eso Unamuno es
profundamente religioso y místico, porque sólo la fe
es capaz de "hacer", de lez'untar montailas: los que
no tienen fe. los espíritus ligeros y escépticos. no
pueden sino com f^render y construir, pero no crear.
Por eso Uiuniiuno es cristiano y no católico, porque
aborrece el "dognia", lo mandado, lo concluido, lo
enteramente prescrito. Por eso Una¡nuno juega con
las ideas como sus paisajios con. las pelotas, y cuando
se le rompe una. la tira y toma- otra; que lo esencial
es el juego y no el juguete. Por eso Unamuno es pre-
dicador y decidor de verdades, porque la fe que en
I
728
MIGUEL DE UNAMUNO
él lleva necesita propagarse y enseñorearse de otros '
corazones que el suyo. Por eso Unamuno es el Don I
Quijote espiritual. ■
Cierto día caminaba por los verdosos senderos de
Viscaya, montado en un mal rocín, un caballero ata-
viado a la antigua, con escudo y con lanza, mirando
al sol. Su figura no era de hidalgo, que más bien \
era de labriego, muy achicado y grueso él, y ridícu- \
lamente encaramado en su cabalgadura. Pero de sus
ojos saltan un juego y una decisión que amedrenta-
ban. Marchó largo tiempo y topó al fin con un viejo,
alto y delgadísimo caballero demacrado y entriste-
cido que vagaba por aquel lugar: "¡Alto!..., dijo el i
del rocín; confiese vuesa merced que no hay seño-
ra..." Miró el viejo al del rocín y gritó: "Sancho,
Sancho mío." "Mi señor Don Quijote", dijo San-
cho; y bajando de "Rocinante" , se abrasó a su amo
y se apretaron, se apretaron... ; tanto se apretaron,
que fueron poco a poco fundiéndose en uno solo, y
breve rato después marchaba hacia Castilla con la
frente alta y el fuego de la sublime locura en las pu-
pilas un hombre enérgico, de barba y pelo recortado,
de facciones angulosas y duras, vestido con una ropa
uniforme de color azul, y que llevaba en su alma un
ideal de actividad eterna y una fe inmensurable en .
ese ideal.
M. García Morente.
I
CONFERENCIA DADA EN EL TEATRO NO-
VEDADES, DE BARCELONA, EL 15 DE OC-
TUBRE DE 1906
SOLIDARIDAD ESPAÑOLA
Españolas y españoles :
Sea cual fuere el concepto que cada uno en par-
ticular tenga de todos y cada uno de los problemas
que entre movimientos de pasión se agitan en esta
ciudad, es indudable una cosa, que nadie puede negar,
y es que todos ellos son una manifestación de vida,
y de vida intensa; de una vida mucho mayor que la
que se encuentra en cualquier otro punto del resto de
la nación española.
En los pocos dias que llevo aqui, apenas ha habido
uno solo que no haya recibido alguna invitación para
la inauguración de algún Centro, de algún Ateneo
obrero, de alguna escuela; todo el mundo a porfía
parecía quererme dar noción respecto a lo que aquí
pasa, quererme orientar ; sin embargo, cada uno de
ellos añadía siempre esta observación: "No haga us-
ted caso de lo que digan".
Yo, por mi parte, no vengo a deciros nada nuevo,
ni nada recóndito; no vengo más que a recoger cosas
de las que he dicho otras veces, cosas que flotan en
el ambiente, cosas mías y cosas de los demás; y per-
mitidme que os diga con toda franqueza, muchas de
las cosas que hoy flotan en este ambiente hubo un
tiempo en que era yo casi solo el que las estaba
diciendo.
Vengo, pues, a repetir en gran parte. Me doy
730
MIGUEL DE UNAMUNO
cuenta de toda la importancia de este acto, me doy
cuenta del sitio donde hablo y de la ocasión en que
hablo, del momento que es éste en la vida de nuestra
patria española.
Alguien podrá ver en lo mucho que yo diga retó-
rica. No lo niego. Por desgracia, se ha desacreditado
mucho la retórica, y es una de las cosas más nobles
y más grandes.
En un principio fué el Verbo el que hizo todas las
cosas, y Dios, como dicen las Escrituras, creó el
mundo con la palabra.
Os invito a todos vosotros a que subáis conmigo
desde este suelo donde niebla de pasión, de pasiones
muy disculpables y muy respetables muchas de ellas,
os velan las caras y os impiden veros y reconoceros.
Subid desde esta tierra envuelta en nieblas a alturas
de aire sereno y puro, de aire soleado por la luz del
sol de la verdad.
Sin embargo, algo habrá que acaso pueda herir a
alguien, no lo niego : no vengo a herir sentimientos,
pero sí a analizarlos.
Y aquí puede aplicarse, cambiándole algo el giro,
una frase de un hombre a quien creo que conoceréis
todos los catalanes, porque creo y estimo un deber
conocerlo. De Meló, el autor de la Historia de los mo-
vimientos, separación y guerra de Cataluña en tiem-
pos de Felipe IV. Lo que se dice de los reyes puede
decirse de los pueblos, y es que son de la condición
de las llagas, que no se pueden manejar sin dolor
ni sangre.
Ahora debo yo de hacer a modo de exordio algo
que pueda parecer una presentación.
En la conciencia de muchos de vosotros estoy se-
guro de que en estos momentos se os presentan otros
actos míos, otras palabras.
Hace ya meses fui, en cierta ocasión solemne, lla-
mado a Madrid a hablar. Muchas gentes se llamaron
OBRAS COMPLETAS
731
a engaño: querían de mí un acto suelto, una cosa de
esas que se llaman acto político, y tengo por norma
no cambiar de trayectoria nunca y hacer que cada
uno de mis actos de esta especie sea una consecuencia
de los anteriores, un principio para los que han de
venir, y allí continué una labor que haliía empezado
en mi pueblo, que pienso continuar, si Dios me da
fuerzas y alientos, dondequiera que se me presente
ocasión (1).
Me llamaron entonces para ver si yo podía coadyu-
var a que no se votara una ley que al fin fué- votada :
al hecho concreto nunca le di importancia. Si : llegó
a arrancarse aquella ley con la cobardía vergonzosa de
un Parlamento de oligarcas que mañana u otro día
pueden necesitar de la fuerza, y aquélla se arrancó
cediendo y bajando la cabeza todos los que la votaron
contra los mandatos de su conciencia y los que con
ánimo desmayado la combatieron y votaron en contra.
No hay que culpar a aquella cobardía, porque era
una cobardía representativa, era una cobardía de todo
el pueblo español.
Hubo aquí un suceso triste en un tiempo, pero hay
un refrán castellano que dice: "No hay mal que por
bien no venga." Como consecuencia de aquello, hubo
aquí un vivo movimiento, se formó eso que se llama
comúnmente la Solidaridad Catalana. Es, sin duda,
éste un movimiento pasajero y circunstancial, un
movimiento que dentro de sí mismo lleva, como todo
lo que es vivo, el principio de su disolución.
¡ Dicen que es un método ! Método es todo lo que
piensa ; estamos caminando continuamente sin saber
a dónde hay que llegar.
Y esto se encuentra en una ciudad que, por lo que
puedo apreciar, está en una especie de fiebre continua ;
donde se dan fenómenos sociales curiosísimos ; donde
1 Se refiere a su discurso de 1906 en el teatro de la Zarzuela,
de Madrid, reproducido más atrás.
732
MIGUEL DE UNAMUNO
parece que ha resucitado y ha vuelto a la vida la
figura de Massaniello, y es, en gran parte, el adve-
nimiento de la ciudad a la vida pública, y el adveni-
miento de la ciudad lleva consigo una porción de
fuentes fecundas de bienes y de ventajas, y una por-
ción también de desventajas grandes.
El urbanismo tiene vastos inconvenientes; una vida
agitada, un movimiento continuo, hasta material, y
no se puede gozar de un sueño absolutamente tran-
quilo como se goza en medio de la paz de los cam-
pos ; crea muchas veces un estado de agitación, un
estado de cosas, que pareciendo muestra y manifes-
tación de fuerza, suele con no poca frecuencia ser
muestra y manifestación de debilidad.
Hay muchas veces en estos movimientos, por enci-
ma de algo vivo, fecundo y real, algo exterior, algo
de apariencia, como puede haber en una ciudad en
que las gentes se cuidan del esplendor de las fachadas,
pero dentro de cuyas casas no hay aquella vida de
arte recatado que no puede ostentarse al exterior ni
ante los demás.
Pero aun esto tiene siempre una ventaja, y tiene
una gran ventaja todo lo que es principio de una
acción hacia fuera, de un movimiento de expansión.
Nada más triste que los pueblos faquires que se
encierran en sí mismos, que viven en la contemplación
de sí mismos ; y hubo un tiempo en que casi todo lo
que es España se llamaba regionalista ; era un movi-
miento puramente defensivo, es decir, una de las co-
sas más tristes que puede haber. Se basaba en un
desconocimiento mutuo.
Anoche asistí a la sesión inaugural del Congreso
Internacional de la Lengua Catalana, y vi que se
aplaudía grandemente a un compañero mío de pro-
fesorado, a un distinguido profesor de la Universidad
de Madrid, cuando hablaba del desconocimiento sui-
cida que hay en el resto de España respecto a lo que
OBRAS COMPLETAS
733
aquí pasa y a lo que esto es. Pues bien, este descono-
cimiento, hay que decirlo clara y limpiamente, es mu-
tuo en casi toda España; las gentes aquí no se cono-
cen unos a otros, y no basta no conocerlos aislada-
mente de paso en una tierra que no es la suya ; cada
uno no goza toda su plenitud si no se le manifiesta
tal cual es, sino en su propia tierra ; y digo más : ¿ os
conocéis acaso vosotros mismos?
Y así se oyen muchas veces frases y epítetos que
quieren que suenen a menosprecio. Cuando alguna
vez he oído yo decir "africano", sí, africano fué Ter-
tuliano, africano fué Agustín de Hipona ; y es que
las gentes suelen ver las diferencias y no quieren
ver nunca las analogías que nos unen a los hombres
todos; y eso es lo vivo, eso es lo real, ésa es la base
sobre la cual los hombres pueden entenderse.
Lo que aquí en España llamamos "portuguesadas",
se llaman en Portugal "españoladas" ; y tienen ra-
zón ellos y nosotros, porque cada una ve en el vecino
los defectos que nos son comunes.
Hay una frase francesa muy conocida, y es aquella
que dice: Tout comprcndre c'est tout pardonner:
"Comprenderlo todo es perdonarlo todo" ; pero yo
he pensado muchas veces que ésta, como la mayor
parte de las frases célebres, es revertible y puede de-
cirse : Tout pardonner c'est tout comprcndre : "Per-
donarlo todo es comprenderlo todo".
El hombre empieza a comprender cuando empieza
desde luego a perdonar ; no hay inteligencia más ro-
busta que la inteligencia que brota de la bondad.
Se dice que hay que conocer para amar, pero aca-
so habría que decir que es preciso amar primero para
conocer después, y tened en cuenta que no hay nada
más triste para el que le abriga, que el odio, como lo
único que ennoblece es el amor; como no hay nada
más triste que el desprecio, que con harta frecuencia
suele ser un velado disfraz de la envidia.
734
MIGUEL DE UNAMUNO
Uno de nuestros hombres representativos, uno de
los hombres más grandes que han cantado en este
mundo, en dos versos, os dijo:
Al front la barretina
la caritat al cor.
Y la caridad no es cosa muerta, no es la tolerancia
con el débil ; la caridad es, ante todo y sobre todo,
imposición, imposición mutua. Nadie puede redimirse
sino redimiendo a los demás, dicen los ingleses ; para
vivir con nosotros, tendrán los demás que vivir como
nosotros, y ésta es la mejor fórmula del progreso.
¡ Macedla vuestra !
Nadie se perfecciona, nadie se ilustra a sí mismo,
sino cuando trata de sellar con su cuño a todos los
demás.
Alguna vez y en un tiempo se habló de cortar
amarras: ¡no!, ¡tirad de ellas y empujad consigo al
otro ! ¡ Cuando uno se siente dentro de casa, y la
casa va mal gobernada, el hermano mayor no se mar-
cha, impone su voluntad y dice... !
Sólo juntamente es como los hombres se recogen.
Fijaos en aquel estrecho patriotismo de los judíos
en un tiempo. Todos sus preceptos eran preceptos ne-
gativos: "no hurtarás", "no matarás", "no desearás la
mujer de tu prójimo"; ved la diferencia que va de
estos preceptos y convertidlos en preceptos positivos;
en vez de "no hurtarás", "acrecentarás la riqueza ma-
terial y espiritual pública"; en vez de "no matarás",
"darás vida a los demás", y en vez de "no desearás
la mujer de tu prójimo", "desearás tu propia mujer".
Hay todo un tránsito de concebir las cosas nega-
tivamente a concebirlas como preceptos positivos,
como lo concibió Jesús cuando vino a decir : "Amad
al prójimo como o vosotros mismos"; y Jesús fué
crucificado por mal patriota, por la estrechez y mez-
quindad del patriotismo judío, que quería, no a un
OBRAS COMPLETAS
735
Mesías espiritual, sino un Macabeo que sacudiera el
yugo de los romanos : y él no vino a negar a los
romanos, y cuando llegó Pal)]o de Tarso llevando
el espíritu de aquel pueblo a todas partes y siendo
el apóstol de los gentiles, era apedreado por sus pai-
sanos dondequiera que iba : y la misma Roma, que
era el puel)lo del adz'crsus ¡lostcs actcnia aiictoritas
esto, "contra el extranjero toda la fuerza sea",
aquel pueblo acogió a todos en su seno, convirtiéndo-
les en ciudadanos a todos.
Tenéis un caso de estos muy triste en la misma
península, y voy a tocar una cosa que me es comple-
tamente dolorosa. Voy a hablar brevemente de un
pueblo de los que más quiero, de un pueblo que yo
en mis viajes he aprendido a quererlo, realmente
un pueblo culto, me refiero a Portugal.
Ahí está Portugal llorando tristemente saudades
del pasado y recordando aquellos versos terribles de
Camoens ; acaso Portugal está pagando una sombra
de independencia, tal vez si por males suyos y más
que suyos por males ajenos no se hubiera separado
del resto de la península ; unida a ella y tratando de
aportuguesada hubiera encontrado una personalidad
más firme que la triste y apagada personalidad que
hoy la envilece.
La Solidaridad, base de toda vida robusta, es im-
posición mutua, y la imposición mutua es también
en otro respecto sumisión mutua.
Ya sé que esto no suena hoy aquí a nada extraño ;
cuando hace algunos años se lo decía a mis propios
paisanos, los que son carne de mi carne y hueso de
mis huesos, yo sé bien cómo lo recibieron ; y es que
las cosas han cambiado. El antiguo regionalismo ha
ido viviendo, de un infante se ha hecho una matrona,
y aquí cabe otro verso de vuestro poeta :
A'o li escaii a la matrona
la faixa del iitfant.
736
MIGUEL DE UNAMUNO
Se habla de que es un método, pero un método es
siempre sobre algo; un método exige un contenido,
exige una materia ; un método que desprecia la mate-
ria o el contenido acaba por desvirtuarse, es pura lógi-
ca formal, que es siempre infecunda. Ese método, pues-
to que oigo que así lo llaman, necesita un contenido, y
sólo tendrá eficacia hacia fuera cuando haya encon-
trado este contenido; y un contenido que se defina
sobre todo en dos respectos, los dos importantes, de
toda la vida, los dos goznes sobre que se levanta la
historia humana, el aspecto económico y el aspecto
religioso.
Voy a hablaros primero del aspecto económico,
que es el más inmediato.
El movimiento que comúnmente se llama catalanis-
mo surgió, creció y vive principalmente en Barcelo-
na, y hay muchas gentes que dicen que eso es, real-
mente, barcelonismo. Es natural ; la ciudad es siempre
la conciencia del país, lo mismo que el cerebro es
donde reside la conciencia del organismo, y sin em-
bargo, el hombre no piensa sólo con el cerebro, pien-
sa con todo el cuerpo, piensa con toda la sangre, pien-
sa con todo él.
Ya veis que hay un carácter especial, que lo da la
geografía, que lo da la posición entre un país como
éste, Cataluña, y un país como el mío, el país vasco;
un carácter del que carece Castilla. Estos son dos
países heterogéneos, tienen costas y tienen puertos
de donde irradia el comercio, tienen montañas, tienen
tierras agrícolas; en cambio, Castilla es un país com-
pletamente interior; allí realmente no hay costas, no
hay mar, es un país homogéneo, y esta homogeneidad
le ha dado un carácter, ha hecho su fuerza en ciertos
momentos, hace su debilidad en otros : donde hay una
heterogeneidad de configuración, hay siempre acción
y reacción entre unos y otros elementos : la vida no
está paralizada, la vida, por consiguiente, tiene una
OBRAS COMPLETAS
737
plenitud que no puede alcanzar dentro de la homoge-
neidad ésa. Y así veréis que aquí y en mi país se crea
un tipo industrial, un tipo mercantil, y en el centro de
España, aunque haya alguna industria y haya algún
comercio, eso es imposible que deje de haberlo, es un
tipo de país agrícola, mejor que agrícola, pastoril,
ganadero.
No ha mucho todavía veía yo todas las mañanas
desde el balcón de mí casa pasar en junio las merinas
con rumbo a los pastos del Norte, y en octubre con
rumbo a los pastos del Mediodía; iban los pastores
trashumando como pudieran ir en pasados tiempos.
Y esto ha creado un tipo. Si alguno de vosotros ha
estado en la provincia de Salamanca y ha visto a un
charro, habrá comprendido desde luego que el cinto
de media-vaca, que va desapareciendo, es lo menos
a propósito para incorporarse y tomar la mancera de
un arado: es un traje para ir con una pica guiando
una vacada.
No es que no haya movimiento agrario: es algo
más triste, una cuestión enormemente grave, una
cuestión agraria que por debajo se encona poco a
poco y que si no está más enconada es porque la
emigración sirve de válvula; y tal vez muchas de las
cosas en que soñáis vosotros, los catalanes, vendrán
por donde menos os figuréis : vendrán por ahí, ven-
drán como consecuencia de un malestar muy hondo
I que perciben todos los que allí viven. Se reúnen Con-
gresos Agrícolas, hablan, peroran, van en comisiones
a Madrid, hablan de aranceles, y la cuestión no es de
aranceles: la cuestión es de rentas.
Es imposible. En un curso de años muy breve, las
rentas han triplicado, han cuadruplicado : el valor de
la tierra ha subido mucho más todavía, y así veis
que cada día son más los campos que se encuentran
incultos.
Un gran propietario que no distingue el trigo de la
UNAMUNO. VII.
24
738
MIGUEL DE UNAMUNO
cebada, y que así como caza liebres con perros caza
los arrendatarios con administradores ; un gran pro-
pietario de éstos limita la población, impide que en el
pueblo suyo haya más de tantos vecinos ; a veces los
va echando y en más de una ocasión los expulsa todos
de una vez. Yo he visto desaparecer dos municipios,
convertidos en un solo rentero. Es claro : desde el
punto de vista social, ello es un daño muy grande;
pero al propietario le conviene más tener un rentero
con mil cabezas de ganado que tener diez con ciento
cada uno.
Y las gentes marchan, marchan que es una desola-
ción ; y marchan, no como emigraban hasta hace poco
en mi país y en todo el litoral cantábrico, el hombre
sólo, para volver luego a buscar compañera y crearse
un hogar ; marchan familias enteras, que no vuelven.
Y empieza algo más grave : marchan pequeños pro-
pietarios que, vendiendo lo que tienen, hacen un pe-
queño caudal, y se marchan a establecerse en Améri-
ca, y de donde ellos marchan poco a poco irán entran-
do los ganados, y después marchan hombres y gana-
dos, convirtiéndose aquellas tierras en cotos de caza ;
y así se da uno de los casos más tristes : ¡ los hombres
huyen delante de las ovejas y de las liebres !
Y corren un peligro los dueños de esas tierras aná-
logo al que corrieron los grandes propietarios ingle-
ses ante el triunfo de la Liga de Covves, en tiempo
de Pitt: vienen una porción de peligros y acaso su-
cederá lo que allí les sucediera, y es que después de
aprobada la ley se convencieron de haber estado
completamente equivocados. La tierra va quedando
inculta y la crisis va aumentando de una manera
enorme, y en tanto tenéis enormes masas de capital
acumulado en los Bancos, atestiguando uno de los
más hondos vicios que está corroyendo a este país :
un vicio degradante, hijo de la cobardía, el vicio de
la avaricia; y si hoy volviera a la vida aquel hombre
OBRAS COMPLETAS
739
ofrande. aqnel o^ran iracnndo qn^ «f^ llamaba el Dante,
estad seetii'ns de que su famosa frase, de todos co-
nocida, la aplicaría hablando de la ax'ara pobrcca cs-
pañola.
Y esto acaso no tiene otro camino que el camino
de industrializar la asjricultura. que buscar salida eñ
ella a capitales, que evitar estas tierras de los lati-
fundios y arrancárselas a los señores que las están
empobreciendo y se están degradando y degradando
hasta un punto verdaderamente triste.
Hace pocos años hice un viaje por el ^Mediodía
de España, y ima de las cosas que más me amilanó el
ánimo era ver que no había ningún chico que no
extendiera la mano diciendo : money. Todos saben esta
palabra inglesa.
La pordiosería, la mendigniez, es una institución
nacional, y aquí recuerdo y ahora os lo voy a repetir
una de las cosas más grandes del poeta más grande
acaso que aún está vivo, aunque realmente casi mori-
bundo : de Carducci. \''iaiaba Carduce! por Suiza,
con Vivanti, que es quien lo cuenta, y se encontró
con dos alemanes, un anciano y un joven, que venían
tras él y le saludaron. Deseaban conocerle. Se pre-
sentó el joven diciendo que era un poeta alemán. En
Alemania — decía — todos somos poetas, y como yo
soy un buen alemán, soy un buen poeta : sólo que no
hago versos : vivo la poesía, y quiero que mi primera
estrofa al entrar en Italia sea entrar en ella de la
mano de Carducci.
Carducci accedió y les dió un lugar en su carruaje,
y emprendieron la marcha rumbo a Italia, para cruzar
el monte Spium. Iba el joven alemán recitando la
traducción alemana del irá, de Carducci, llevando
éste, como era su costumbre cuando oía recitar versos,
el compás con la mano. Y llegaron a aquella frase
carducciana :
• • In faciia alio straniero, gridatc Italia, Italia. Italia. ^
740
MIGUEL DE UNAMUNO
Atravesaron la frontera, dieron vista a Lombardía
y apenas en tierra italiana, a uno y otro lado de la
carretera, unos mozalbetes pidiendo limosna: Un sol-
do per carita. Lueg-o unos mozos ya mayores, un
hombre... Uno de los alemanes echó mano al bolsillo,
sacó un puñado de perras y las echó a la carretera.
Los mozalbetes, los mozos ya mayores, el hombre, se
arremolinaron brutalmente entre el polvo a cogerlas,
y entonces, riendo los dos turistas, exclamaron: "¡Ale-
gría! ¡Qué primitivo y pintoresco es esto!"
Lo oyó Carducci, y rojo hasta la raíz de los pelos,
gritó al cochero : — Fcrm-a, para ; y luego dirigiéndo-
se a los alemanes, les dijo: ¡abajo!, y los puso en
la carretera.
Y cuenta Vivanti que el viejo quedó estupefacto;
al joven le salieron las lágrimas de los ojos y cogió
a Carducci la mano y se la besó. El coche siguió su
camino.
Cada vez que un aburrido venga aquí a preparar
juergas gitanas, si hubiese dignidad, se le diría:
¡fuera!, y a pedradas se le echaría.
No puede degradarse un pueblo recogiendo ochavos
que de limosna le echen los desocupados. Todo esto
revela un estado tristísimo. ¡ Y luego surgen movi-
mientos socialistas, movimientos anarquistas ! Y oigo
hablar de una palabra que me apena, porque lleva un
dejo de desdén que creo que no es merecido : se habla
de obrerismo. ¿Qué es eso? Se ha podido hablar de
la masa, pero ¿qué es la masa? Es indudable, sin
ningún género de duda, que hay que gobernar, que
hay que vivir para todos y que hay que hacer algo
orgánico.
En España hace falta una democracia orgánica: la
inorgánica la hemos tenido siempre y nos ha per-
dido. '
Hay que andar con cuenta en estas cosas, con juicio
de literato. Yo también lo soy y sé cuál es el pelo
OBRAS COMPLETAS 741
de la especie. Hav que confesarlo : con relativa fre-
cuencia no miramos a la patria más que como un
escahel. como un pedestal para nuestra figura, y la
maldecimos, si es pequeña, porque puestos sobre ella
no nos verían bien los demás.
Y tened en cuenta que si no se toma una direc-
ción firme v seo-ura en un sentido económico, siempre
cabrá la sosnecba de que un movimiento como el que
aquí se ha iniciado es un movimiento de bnr2;Tiesía.
Esta es una idea firme y comnletamente arraiq-ada
dentro de muchas gentes. Tenéis que desarraigarla,
haciendo así que no se crea que es un movimiento
de los grandes fabricantes, de los o^randes industria-
les. No hav nada más triste qre vender el alma por
tm arancel y llamar luejío a las tropas, a las que
luegro se las maldice, para que aho.s:uen la htielga.
Y ahora, esbozado, más a modo de método que
de contenido, lo que a lo económico se refiere, de-
jadme que hable de lo relig-ioso.
Es mi manía y se arraiga y afirma más cada vez
que oigo que es cosa pasada de moda, que es cosa
cursi, que es una cosa anacrónica, estúoida inven-
ción de las gentes que quieren ahogar la voz de k
verdad.
Se dice que las guerras de religión pasaron ya.
Se ha dicho más de una vez y hay qvie repetirlo : sí,
pasaron; pero es que donde se ha llegado a la paz
de Westphalia es porque se pasó antes por la Dieta
de Worms. En España es necesario encender la gue-
rra relisfiosa. Y hay relación con esto de las regiones.
i ■ Ca.stilla fué un país unitario. Tuvo que serlo. Se
encontró frente a los mahometanos que invadieron
I la Península ; empezó a luchar con ellos ; la unión
se hizo frente al infiel : unió a las gentes, más que
i el amor mutuo, un odio a los otros. La unidad se
hizo por un principio de odio, no por un principio
de amor, v así vino la unión del Altar v el Trono,
742
MIGUEL DE UNAMUNO
fatal al Trono, fatalísimo al Altar; y tenéis aquellos
dos célebres versos, aquellos lapidarios, de Hernan-
do de Acuña, el poeta de Carlos I: i
Uíta cruz, un pastor solo en el suelo,
un monarca, un imperio y una espada.
¡ Una espada, señores, una espada ! Y esto me '
trae a la memoria otros versos, éstos catalanes, de
la Nit de sanch, también de vuestro Verdaguer, quien
dice:
La rakó es la de l' estasa,
la Iley es el seu desig:
si axis ho fan, los qui moren
los ho ensenyaren axis 1.
Y asimismo, puesto que estoy en via de cosas ri-
madas, una vez más, y no será la última, tengo que
volver a repetir una cuarteta de Las mocedades
del Cid, que tengo empeño en que todos los espa-
ñoles se la aprendan de memoria:
Procure siempre acertarla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal.
defenderla y no enmendarla.
Y así nos hemos perdido.
Se hizo la unidad nacional sobre la base de la uni-
dad religiosa, v para hacer la unidad religiosa se
impuso la Inquisición, y la Inquisición nos ha traído
a la larga el régimen de mentira en que vivimos
Nosotros respiramos mentira. Se vive mentira,
mentira se come, estamos amasados todos con men-
tira. Encontráis por ahí a cualquiera ; habladle de. [j
cualquier cuestión. En lo íntimo, cara a cara de vos- üi
otros os dirá una cosa; en cuanto forme parte de la tr
muchedumbre, en cuanto es uno más del rebaño, ya
está obrando de otro modo. Tenemos una verdadera u
I j
1 Obras Completas, Barcelona, volumen VIII, página 119.
IN. del E.]
OBRAS COMPLETAS
743
duplicidad de personas, y la gente no tolera que se
dig-a claramente lo que a escondidas se dice.
Y lo veo en toda clase de cuestiones, en ésta que
ahora se ha suscitado en España, en ésta que se
llama la lucha del clericalismo.
Háblase de clericalismo. Esta es una cuestión de
política eclesiástica, pero en el fondo lleva una cues-
tión estrictamente religiosa.
Ved en lo último que se ha agitado: una cosa de
paso, una cosa circunstancial, lo del matrimonio ci-
vil. De un lado, hay gentes que estiman que el Esta-
do no debe dar validez sino al matrimonio civil ; de
otro lado, hay gentes que dicen que en un país ca-
tólico debe exigirse que el que quiera contraer ma-
trimonio civil haga una previa declaración de no ser
católico ; y arguyen aquéllos que querer casarse sólo
civilmente es una confesión tácita de no serlo. Pues
yo digo : no, que lo sea, que quiera sólo casarse ci-
vilmente, ¿qué implica esto?, ¿que peca? Allá ten-
drá su sanción espiritual. El Estado no tiene que ver
nada con esto, que es una falta religiosa, no de moral
universal. ¿ Que es un concubino ? ¿ Qué ley civil
condena el simple concubinato ? Y observad bien tiue
exigir de un católico, por medio de una penalidad
civil, de consecuencias civiles, el cumplimiento de un
' Sacramento, es una impiedad, y una impiedad manifics-
1 ta. Es lo mismo que exigir con penalidad civil que
í oiga misa; es lo mismo que prohibir en los restau-
I, rantes que en ciertos días se den ciertas comidas. Las
1- cosas espirituales no pueden ni deben tener más san-
ie. |CÍón que la espiritual y el poder espiritual que exige
otra es que no tiene fe en su fuerza, es que se en-
la trega...
n Es una impiedad, es una posición impía, como
ri ;así todas las imposiciones análogas que se toman
;n estas luchas.
Se habla mucho de la separación de la Iglesia y
744
MIGUEL DE UNAMUNO
del Estado. No ha mucho tiempo, no recuerdo con
qué motivo, hablaba la prensa de haber gentes que
se estimaban muy ortodoxas y decían que era lícito
el contrabando. Esto es corriente. Podéis verlo en
una porción de tratados de Teología moral, y cuando
yo he hablado alguna vez de ello, alguien me ha pre-
guntado : ¿ Contra qué mandamiento de la ley de
Dios peca el que contrabandea?
Como yo sé que tienen en la cabeza una serie de
cajoncitos con respuestas a las principales objeciones
de los impíos y que en su cajoncito tienen la res-
puesta a los que les digan que contra el séptimo man-
damiento, les digo que contra el cuarto. ¿ El cuarto ?
Sí, el cuarto: honrar padre y madre.
El catecismo que a mí me enseñaron cuando era
niño decía que en honrar padre y madre entra el
obedecer a toda autoridad legalmente constituida, en
todo lo que manda que no esté contra la ley de Dios.
Y San Pablo decía por su parte que hay que obedecer
la autoridad aunque sea díscola. Acatar la ley y lue-
go tratar por todos los medios de derogarla.
A esto me ha dicho alguien: "Esto es una tesis
luterana; esto de enseñar la sumisión como un de-
ber religioso a una autoridad civil". Y yo he contes-
tado: "Es que la Iglesia, que condena el libre exa-
men cuando se trata de sus propias enseñanzas y de
la interpretación de los Libros Santos, deja el libre
examen cuando se trata de la ley civil : respecto a
la Sociedad civil es, en el fondo, anarquista.
Y todo esto os lleva a ver cuál es el mal, el mal
grande, desde el momento que se han unido dos po-
testades, con una unión fatal para ambas ; y como
que se padece de ese mal si un país unitario im-
puso esta unidad, todo país que sienta espíritu de
descentralización debe primero descentralizar la re-
ligión y civilizarla, hacerla civil, y aquí, cerca de
vuestra casa, tuvisteis los albigenses.
OBRAS COMPLETAS 745
Pero es que hay otra cosa muy triste. ¿Qué te-
nemos frente a esto? Frente a todos estos movi-
mientos, ¿ qué tenemos ? No conozco nada más la-
mentable, nada más triste, nada más pobre, que el
libre pensamiento español, un libre pensamiento com-
pletamente atacado de cientificismo. Lo he dicho
muchas veces, ¡ oh, si en España los liberales supie-
ran teolosjía, otra cosa fuera !
¡ Se habla nuicho de lo que se ha hecho en Fran-
cia! Pero es que en Francia ni Combes ni Waldeck-
Rousseau, ni Clemenceau han dicho nunca que son
lo que son ; nunca han hecho declaraciones mentiro-
sas e hipócritas: se han presentado siempre noble y
lealmente, ofreciéndose tal como piensan, y es, ade-
más, que en Francia no ha hecho esta obra exclusi-
vamente y acaso ni principalmente lo que aquí lla-
mamos el libre pensamiento ; la han hecho unos cuan-
tos descendientes de antiguos hugonotes que sienten
el patriotismo civil con ima fuerza íntimamente re-
ligiosa.
Ya Carducci, el noble, el viejo Carducci, ya en un
tiempo comparaba, de un lado, a Petrarca, Erasmo
del siglo XVI y a Voltaire del siglo xviii, y frente a
Petrarca ponía el Dante; frente a Erasmo, Lutero, y
frente a Voltaire, Rousseau, y añadía : los primeros,
Petrarca, Erasmo y Voltaire fueron en el fondo con-
servadores; los verdaderos revolucionarios fueron
Dante, Lutero y Rousseau, los que llevaban un es-
píritu y un ansia religiosa, y es que no hay verdaderos
revolucionarios, sino los que en su vida íntima ten-
gan fraguada su voluntad en la lucha íntima y perti-
naz con el misterio, sin rendirse, acaso sin negarlo
tampoco, porque no lo comprenden.
Acaso el hondo principio de lucha, la verdadera
fuente de ella, son las grandes inquietudes del cora-
zón, y muchos habrá que han hecho una labor ante
los demás, y mientras se les creía movidos por razo-
746
MIGUEL DE UNAMUNO
nes exteriores llevaban como un resorte íntimo lágri-
mas ocultas y dolores continuamente tapados a las
miradas de los profanos.
Habría que saber qué pasión arraigada fué la que
a aquel hombre, a aquel Espinosa, le dictó aquella
fórmula fría, seca y lapidaria ; era como un diaman-
te, sí, pero es que para forjar un diamante hacen
falta calores que no pueden llenar fraguas ningunas
de la tierra.
Un amigo mío, un amigo del alma, contraponía
una vez a esta figura grande del Quijote castellano
la figura de El comtc Aman, y luego, en el Coni-
te" de vuestro Maragall, encontré estos versos y dije :
"Esta era la fuerza del hombre" :
Viure, viure, viure sempre:
no valdría morir mai,
ser com roure que s'arrela
i obre la copa en l'espai i.
Hacedlo así y elevando la religión individual a re-
ligión social, extendiéndola y no extendiéndola con
mentira es como puede hacerse una labor fecunda,
civilizando la religión; es decir, haciéndola civil,
creando la cultura. Nada más íntimo, nada más enla-
zado que la religión y la patria. La patria no es acaso
más que una preparación para la patria ideal, para
una patria espiritual, que yo no sé bien dónde existe.
Hay un hombre, un indio, que ha sido el padre de
la patria mejicana: el indio Juárez, hombre de una
mentalidad ordinaria, no torpe, no ningún genio, no
supo hasta los doce años leer ni escribir, ni caste-
llano; era un indio puro. Le crió un tío sacerdote,
le hizo abogado, estudió, perdió las fórmulas de las
creencias de su infancia; pero como era un hombre
que tenía el alma religiosa de su pueblo, sintió el
derecho, sintió la patria con un sentimiento honda-
1 Obras Completas, Poesías, I, Barcelona, Gili, 1912, pág. 98.
OBRAS COMPLETAS
747
mente religioso, y no como aquellos blancos más o
menos estetizados que le rodeaban: y cuando todo el
mundo fluctuaba, cuando todo el mundo se amilanaba
ante las tropas de Maximiliano, el indio Juárez, se-
reno e impasible, llevaba en su corazón el fuego de
la patria mejicana, y es que la había convertido en
religión. Y ahi tenéis también al Japón: lo mismo
pasa allí.
El sentimiento religioso depura la patria, la ensan-
cha y a la vez enseña a mirar al cielo. Otra cita tam-
bién de vuestro ]\Iaragall, que hablando de vuestra
bandera dice:
Tenéis que crear, tenemos que crear todos, la reli-
gión de la patria. Patria, en el fondo, es religión,
religión, unión, enlace, solidaridad en fin y solidari-
dad en espacio y solidaridad ante todo y sobre todo
en tiempo.
Harto se nos enseña el culto a nuestros antepasa-
dos: hora es de enseñar a todos el culto a nuestros
descendientes, aún no nacidos. Es menester que las
tumbas no quiten sitio a las cunas, y es preciso en-
señar, como decía Washington Irving, que "el cultivo
del árbol es un cultivo heroico, porque uno no se sen-
tará a la sombra de aquel que con su mano ha plan-
tado". Pero aquí tenéis una patria litúrgica : es
España una patria muerta, con sus tradiciones her-
méticas y cerradas, unos sacerdotes del patriotismo
que lo tienen por oficio o carrera, que celebran una
misa patriótica y el pueblo dice que la oye : ¡ no oye
nada !, y luego le enseñan en el orden de la patria lo
mismo que en el orden de la religión le han enseñado :
la fe implícita, la fe del carbonero: creer por otro.
Ahí tenéis un libro que debiera ser la Biblia de
los españoles: el Quijote, y tiene también una inter-
di/ )
alsai
irte sobiraua
los uUs al cel.
/4«
MlLrühL Vh U iV A Al U N O
pretación oficial, una interpretación ortodoxa, no se
puede hacer libre examen sobre sus páginas : y así
tenéis que España está por hacer. Parecia que iba
a surgir en 18u8, cuando tuvo una sacudida de la vida
esparcidos sus miembros todos, aqui entre ellos, y
luego pareció que alboreaba en 1868 en aquella revo-
lución de setiembre, que fué principal y especial-
mente una revolución catalana, y luego ha venido
ese horrendo período de la Restauración, el reino de
la mentira, el reinado de la hipocresía: un liberal
predicaba un amargo escepticismo y embistió con fu-
ria cuando el honorable Pi y Margall sacaba el cora-
zón de sus entrañas, y un político nefasto hablaba de
la última gota de sangre y de la última peseta.
Y luego se nos dice: "¿Qué traéis los hombres de
ahora? ¡Si no hacéis más que destruir!" En España
destruir la mentira es construir; no hace falta des-
trucción otra ninguna, basta con destruirla.
Yo espero que de ese patriotismo restringido ha-
gáis un patriotismo grande, y que así como del pue-
blo judío salió aquel Mesías, algún día puedan todos
decir las palabras de vuestro Verdaguer:
Aquel gegaixt que clama
es un gegant de Espanya,
d'Espanya catalana.
Y tenéis el último himno de vuestro noble, sereno
y grande Maragall : el Himno de los Hispanos.
Y ahora, para concluir, quiero hablaros de dos co-
sas, de dos símbolos : de un símbolo artificial. El
símbolo natural es la lengua ; el símbolo artificial es
la bandera.
Anoche asistí, y asistí complacido, como a una
lección, a la inauguración del primer Congreso In-
ternacional de la Lengua Catalana, y al terminar el
secretario de leer la Memoria dijo estas palabras, que
me quedaron grabadas: "La obra de este Congreso
OBRAS COMPLETAS
749
no puede ser patriótica si no es exclusivametne cien-
tífica".
Aquí os habla un profesional. Yo soy un profesio-
nal de la Filología. No digo que la sepa mejor o
peor. No doy una autoridad personal. El Estado me
paga por enseñarla, y como tengo que cumplir mi
deber, y como, además, es mi vocación, me dedico a
esos estudios y voy en la sombra de un escritor y
profesional procurando lavarme de todo sentimien-
to de otro género. Y la lengua, la Filología, es
lo mismo que las cosas de economía: tienen una tra-
yectoria y la cumplen con muy pequeñas desviacio-
nes, y hagan los hombres lo que hagan en contra o
en favor, no pueden nada. Las alteraciones de la
moneda introducen un trastorno momentáneo; al úl-
timo, ella se restablece por fuerza natural.
Exactamente lo mismo, lo mismo sucede con la len-
gua : es inútil querer alterarla en un sentido o en otro
sentido: tan baldíos son los esfuerzos del pueblo por
ahogar la lengua como los esfuerzos de éste por res-
taurarla, si es que en su desarrollo natural no había
de avanzar o retroceder. Esto debe mirarse con ab-
soluta serenidad. Lo que hay es que el proceso de la
economía política, de la ciencia, está íntimamente li-
gado al proceso del movimiento económico, y en cada
época se han formado leyes de economía para justi-
ficar los movimientos económicos, no para produ-
cirlos.
Malthus surge para aquietar a los grandes indus-
triales ingleses. Marx no produjo el socialismo, lo
formuló, y así veis que entre las gentes que se dedi-
can a estos estudios a veces hacen consistir la lengua
en el léxico; otras veces, en la sintaxis, otras, en la
analogía, si es flexiva o es aglutinante ; otras en la
fonética, y lo hacen según las necesidades de la pro-
pia lengua ; y así la Filología se convierte en aboga-
cía: es una Filología abogadesca: va ad probandum
750
MIGUEL DE UNAMUNO
a fijar una causa previa de origen sentimental; es
siempre muy respetable y muy útil para el progreso
de la ciencia; aunque vayan errados unos u otros es-
tos errores enriquecen el movimiento científico.
Y es que hay que tener una cosa en cuenta, y es
que la lengua es principal y primariamente para la
vida y no para la literatura.
Y aquí me viene a la memoria una agudeza de Va-
lera, cuando decía : "Dice un americano que la len-
gua castellana va a perderse en América, porque no
encuentra dos escritores españoles que digan de gus-
to y de provecho"; y añadía: "Si así fuese, hace
tiempo que hubiera desaparecido de España".
No ; la lengua es para la vida, y si el castellano
persiste en América, no es por nuestros poetas, no es
por nuestroü escritores : es porque tienen que hacer
sus pedidos los comerciantes en castellano.
Y tened siempre en cuenta que hay que tomar con
mucha reserva y hay que tomar con gran cautela
toda clase de argumentos de literatos, porque para los
literatos el pueblo rara vez es pueblo, es público. Y
ello hará su camino en uno u otro sentido, hagan unos
y otros lo que quieran.
Como yo, aunque creo conocerlo bastante, no co-
nozco lo suficientemente a fondo el problema de la
lengua aquí, no quiero que alguien pueda prevalerse
de ello para decir de cualquiera observación que
ahora yo hiciese que no estoy enterado del problema,
y de este modo lo traslado y os hablo brevemente
de cómo se presenta el problema en mi país, el cual
conozco. Vosotros haréis la aplicación en cuanto
ésta quepa hacerla y hasta aquel límite en que el ha-
cerla sea posible, porque las lenguas son distintas y
las condiciones en que se desarrollan son también
muy distintas. En mi país lo he dicho y allí lo sabe
todo el mundo, el vascuence se muere y eso no tiene
OBRAS' C O M P LET A S
751
remedio: se muere pnr razones internas, por causa
de fisiología linqfüística. Pero hay una cosa, y es una
frase que oí un día en un sermón a un sacerdote de
mi país, que decía: "No mandéis los hijos a la escue-
la, que allí les enseñan castellano y el castellano es
el vehículo del liberalismo".
El vascuence se muere, y acaso sea una ventaja
para nosotros los vascongados. Es triste, lo com-
prendo, es verdaderamente triste tener que separarse
de la madre: pero no hay más remedio cuando hay
que tomar esposa, y allí se deja la lengua madre
para tomar una lengua esposa con la que engendrar
hijos de vida: y está dicho: "Por ella dejarás a tu
padre y a tu madre y ella será carne de tu carne
y hueso de tus huesos". Si, muy noble, es una cosa
absolutamente respetable y culta el respeto a una
lengua en que han vivido todos los antepasados ; pero,
¡ ay !, es como una gloriosa espingarda conservada
en una familia: cuando los demás vienen con máu-
ser es una locura querer defenderse con la espin-
garda.
Y nosotros tenemos que tomar el arma que se nos
ofrece, porque no puede servirnos una especie de vo-
lapuk a base de vascuence construido por unos cuan-
tos eruditos en el laboratorio de su gabinete; aquello
no sirve.
Es también un principio de economía: le es mucho
más útil al aldeano tomar un instrumento ya hecho
que hacerse uno con sus propios materiales. Y eso
yo lo he dicho en mi país mil veces : no importa, con
esta lengua esposa podemos tener hijos e hijos nues-
tros.
El gran poeta de Escocia, el hombre que ha dado
el alma escocesa en sus cantos, Burns, no cantó en
la antigua lengua céltica de Escocia, sino que cantó
en un dialecto inglés, hablado en Escocia, en el in-
glés en boca escocesa. Tampoco el alma de la Bre-
752
MIGUEL DE UNAMUNO
taña anda en la antigua lengua armoricana; el alma
de la Bretaña está en otros escritores, está en Renán,
que escribió en pura lengua francesa. Y aquí en Es-
paña, Séneca, el hombre que acaso más hondamente
manifestó el alma de su pueblo, escribió en latín, no en
la lengua que tal vez se hablara en su tiempo en
Córdoba. Y yo mismo, que hablo y pienso en esta
lengua en que estoy ahora aquí hablando, y no en la
lengua de mis abuelos, creo elevar el alma de mi
pueblo tanto como la eleve cualquiera que desenvol-
viese su espíritu en esa lengua.
Y aquí mismo el poeta que ya os he citado más de
una vez, Maragall, es uno de los más nobles prosis-
tas en lengua castellana, y si eso no se le reconoce
fuera, es por estrecho espíritu del purismo que mata.
Sí ; el alma sobrevive al cuerpo y el alma se crea
otro cuerpo cuando ha perdido el primitivo. Lo que
hay es que si yo acepto el máuser y desecho la es-
pingarda, luego lo manejo a mi manera y no tolero
que aquel que me lo da me imponga su manera de
manejarlo, no tolero monopolios casticistas, no tolero
monopolios puristas. ¡ Que es mal castellano ! Es muy
bueno para boca de vizcaínos. Y no se puede tolerar
que se empeñen para purificar artificiosamente una
lengua en hacernos que vayamos a buscarla a fuentes
del siglo XIV y del siglo xvi, porque debajo de ésta,
miradlo bien y pensadlo, hoy ya se sabe que no se
pueden expresar ideas del siglo xx con una lengua del
siglo XIV o del siglo xvi.
Nosotros hemos adoptado, sí, el castellano; pero
es sabiendo que con él ha de hacerse el español, me-
jor dicho, el hispanoamericano, que todo el mundo tie-
ne el derecho, aún más, tiene el deber de llevar en su
espíritu y de modelarlo conforme a él. El mismo cas-
tellano literario es una integración de dialectos. Ahí
vinieron a sumarse el antiguo leonés, hay formas ara-
gonesas y hoy cualquiera percibe la modulación espe-
OBRAS COMPLETAS
753
cial que le dan los escritores gallegos, ¿qué queda
luego? Una cuestión de nombre.
Barcelona ha crecido y se ha anexionado a Gracia,
y Gracia vive dentro de la ciudad y forma parte de
ella y en ella influye. Los gracienses podrían decir
que es Gracia quien se ha anexionado a Barcelona.
Todo es cuestión de como llaméis al conjunto. Mas
como éstas son cosas, como empecé diciendo, de un
orden estrictamente científico, que no pueden desarro-
llarse brevemente y en un acto que no es una confe-
rencia científica, sino un acto de otra especie, no
conviene que continúe porque veríame forzado a en-
trar en consideraciones técnicas, siempre discutibles,
porque en este caso siempre es respetable la opinión
del adversario, y nadie puede nunca pretender cono-
cer en absoluto la verdad.
Y ahora quiero hablaros del otro símbolo, del sím-
bolo artificial ; de la bandera. Cuando he visto on-
dear vuestra bandera de las cuatro barras, siempre
he visto en ella una bandera española duplicada ; son
dos banderas españolas hermanadas, juntas. Cortad-
las por la mitad y tendréis dos banderas de España.
Unid estas dos mitades y tendréis vuestra bandera
catalana. Duplicad, pues, en verdad y no en símbolo
tan sólo nuestra común bandera ; añadid a sus dos
barras otras dos; a las dos barras de la cruz y de
la espada, las barras de la lira y del dinamo, y tened
en cuenta que así como a la espada se le puso una
cruz en la empuñadura y se hizo de la espada cruz
y es cruz-espada para bien y para mal — más para
mal que para bien — , así podéis poner al dínamo una
lira y que con su plectro eléctrico hagan resonar
las cuerdas de bronce, los torrentes vivos que bajan
de vuestras montañas regaladas, y es la lira a
su vez un dínamo, y tened en cuenta que la lira es
cruz — y de ello puede atestiguar vuestro mosén
Cinto, siendo crucificado en su lira — y que es el
754
MIGUEL DE VNAMUNO I
dínamo-espada, y así por arte combinatorio, que aquí
tiene tradición antio:ua y noble, podréis ir ■ — tal vez
parecería un juego — combinando dos a dos estos cua-
tro términos, porque todo está en todo, y espada y
dínamo nos llevan a la cruz y a la lira. La acción
se acaba, perfecciona y corona en la contemplación
que es la plenitud del reposo conquistado. Unamos
las barras de la tradición a las del prog-reso, v no ol-
videmos que éste, el progreso, brota de aquélla, de la
tradición, que es su eterno manadero.
Amo la tradición más que la pueda amar el que
a sí mismo se pueda llamar tradicionalista ; gusto de
perderme por aquellas viejas ciudades de la noble y
generosa Castilla bañando mis efímeras expansiones
en sus recuerdos seculares. Allí respiro poesía aquie-
tadora, porque poético es lo que ha sido, lo que ha
vivido, lo que ha sufrido 3' ha cristalizado el sufri-
miento, lo que ha personificado, eternizándolo, el do-
lor, y al recorrer aquellos piélagos de encinas, flores
perennes de las entrañas rocosas de una tierra toda
roca, todo entrañas, me recojo en la quietud de aquel
largo silencio que allí duerme sueños de siglos en es-
pera de una voz de conjuro que vaya a despertarlo.
Si hubieseis lavado allí las heridas de vuestro co-
razón, como yo allí las he lavado, y hubieseis allí apla-
cado vuestra inquietud, querríais a aquella noble, des-
graciada y sencilla tierra como la quiero yo, que des-
de mis montañas vascas fui a acabar de fraguar mi
espíritu en ella. Ella fué fuerte hacia fuera cuando
pudo imponerse e impuso sus ideales; ella fué fuer-
te, descubrió y conquistó para España toda, para
vuestra Cataluña, un nuevo mundo. Sed fuertes y sed-
lo para los demás. Si no lo sois para los demás, si
no tenéis una mano fuerte para guiarlos a ellos, no
seréis fuertes para vosotros mismos. Sed fuertes y
conquistad otro nuevo mundo, el mundo del espíritu
universal contemporáneo, y conquistadlo para España.
OBRAS COMPLETAS
755
Y entonces habréis duplicado la bandera y brotarán,
no en su tierra, en su cielo, cuatro barras, las de la
tradición y las del progreso. Y Dios quiera que a
esas cuatro barras las ilumine y encienda siempre el
sol de la verdad. La verdad, sólo la verdad. La ver-
dad siempre nos hará libres.
Y como parece que aqui, en este país, es de ritual
concluir actos de propaganda con vivas, con un viva
quiero acabar mi acto. Alguien podrá creer que sea
un viva España en lengua catalana, un visca; no, no
es en mis labios donde esa lengua florece y no es de
ellos de donde debe salir. Es un viva más universal
y más verdadero ; es un viva a lo que en España está
muerto, y su muerte nos mata a todos. ¡ ¡ Viva la Ver-
dad!!
(Texto aparecido en La Publicidad. Barcelona, 16
de octubre de 1906.)
CONFERENCIA DADA EN LA SOCIEDAD
"EL SITIO" EL DIA 5 DE SETIEMBRE DE 1908
La conciencia liberal y española de Bilbao
Señores :
Al cabo de años vuelvo a ocupar esta tribuna desde
la que empecé mi vida pública de conferenciante.
Aquí, es decir, en el anterior local de esta Sociedad,
donde hoy están los otros, me estrené en mi labor
pública. En un rincón de esta sala, precisamente en
este mismo en que se levanta la tribuna desde que
hablo ahora, pasé de los mejores ratos de mi vida
discutiendo con amigos que en buena parte han des-
aparecido ya de entre nosotros. Este salón está para
mí lleno de recuerdos de mi juventud, de recuerdos
de vivos y de muertos.
Paréceme, pues, como si me encontrase en mi pro-
pia casa, en mi hogar, de vuelta de largo viaje que
ha durado años enteros, y como cuando un hermano,
de vuelta de largas andanzas por lejanas tierras, ha-
bla con los suyos de lo que vió y de lo que en su
ausencia ocurriera en su hogar y su familia, así he
de hacer yo aquí. Hablemos, pues, de nuestras cosas.
Desde que abandoné este mi pueblo de Bilbao para
ir a vivir en otro, ha sufrido grandes y profundos
cambios, cambios de que he podido darme cuenta por
mis anuales visitas a esta mi nativa villa y por mi
constante comunicación con mis amigos y compañe-
ros de la infancia. Bilbao ha cambiado profunda-
mente en este tiempo y ha cambiado, como es natural
OBRAS COMPLETAS
757
que suceda, tanto en bien como en mal. Han sido los
años de la ma3'0r acuidad de sus crisis de crecimien-
to y de reacción a él. Y si esta noche recargo aqui
las tintas, tened en cuenta que es que voy haciéndome
viejo y que empiezo a guardar dentro de mi con ca-
riño de tal, un Bilbao de mis mocedades, mi Bilbao,
aquel en que se abrió mi mente a la luz y mi corazón
al aire de la vida.
Esa crisis del crecimiento de este nuestro pueblo
lleva consigo, como crisis análoga, una lucha. Perío-
do de lucha y de intensa lucha intima ha sido para
Bilbao este período de que hablamos. Y de lucha con
sus consecuencias todas.
Una de ellas, uno de los resultados de esta lucha
de espíritus que ha traído el crecimiento de la villa
y de la región toda ha sido el odio, o más bien que
odio, miedo que buena parte de nuestro pueblo siente
hacia la inteligencia y un culto a la fuerza«bruta, a
la brutalidad, consiguiente a ese miedo y a ese odio.
No sirve querer negarlo; hoy en Bilbao se advierte
de parte de no pocos de sus hijos y moradores un
verdadero odio a las formas más puras y más des-
interesadas de la inteligencia. Parece que hasta es-
torba o daña.
Recientemente, en estos mismos días, hemos podido
observar aquí un caso que, aun cuando en si es relati-
vamente de escasa importancia, adquiere verdadero
valor simbólico como síntoma de un estado general
de la conciencia pública. Con ocasión de cierto es-
pectáculo en que un profesional de la lucha corpórea
ha derribado y vencido a robustos mocetones, a san-
sones populares, ha podido notarse la irritación y la
ojeriza de una buena parte del puel)lo al ver que el
mono sabio dominara al elefante, muy fuerte, sí, pero
muy torpe. Esa indignación contra la destreza y la
astucia me recordaba los sentimientos de una buena
758
MIGUEL DE UNAMUNO
parte del público de los frontones de pelota al ver
que un jugador travieso y ágil derrotaba a otro más
vigoroso y robusto que él. Los beocios ven siempre
en esto algo de trampa, algo de desleal, y es por ser
una forma de inteligencia.
En las luchas mismas de la inteligencia, las dos
armas favoritas del beocio son la apuesta y el boleo.
No se sabe discutir sino proponiendo la apuesta o
enseñando el puño cerrado.
Y todo esto arranca en ellos de cierta simplicidad
y rudimentariedad mentales ; las cosas sutiles y com-
plicadas les molestan y excitan su impaciencia y nial
humor. Fáltales, además, y como consecuencia de ello,
sentido crítico. Son gentes que tienen la desgracia de
no saber dudar casi nunca; son gentes de dogmas
cerrados, que los recibieron hechos y hechos los acep-
tan, sin capacidad para analizarlos. Cojed, si queréis
ver un caso típico, un pequeño folleto que se llama
A mi vasco y decidme si es posible escribir nada más
simple y rudimentariamente dogmático, nada más
Cándido, nada más falto de sentido crítico. Su autoi-
parece estar convencido de una porción de cosas
en que vacilan y dudan los que más y mejor las es-
tudian. Él parece saber, por ejemplo, lo que es una
raza, cosa que apenas saben los etnólogos ni sé que
lo sepa a ciencia cietra nadie, no siendo algún mé-
dico de Mundaca.
Pero todo esto podría pasar si no fuera porque esta
simplicidad mental y esa falta de sentido crítico con
su consiguiente dogmatismo rudimentario procede
de un cierto ensoberbecimiento que les lleva a actos
de verdadera mala educación, de grosería, para llamar
a las cosas por su nombre.
Hubo un tiempo, allá en mi niñez, y en mis mo-
cedades, en que este nuestro pueblo y su región toda
estaban divididos en dos bandos políticos: liberales
y carlistas. En tiempo de guerra andaban a tiros unos
OBRAS COMPLETAS
759
con otro?, pero heclia la paz convivían y se trata-
ban, si nn siempre con cordialidad, por lo menos con
cortesía. Podían los liberales decir lo que quisieran
de los carlistas y éstos de aonéllos, pero siempre ha-
bría de reconocerse que eran, por lo común, gente
bien educada. Hoy, con las nuevas divisiones, parece
que las cosas han cambiado. Apenas pasa domingo
que después de unos y otros gritos no se vengan a
las manos muchachos de diferentes bandos. Y esto lo
ha traído el bizkaitarrismo. No me asusta idea polí-
tica alguna, paso hasta por las doctrinas de los que
en el fondo no anhelan sino poder llegar a separarse
de España. Si es que realmente lo quieren y si pue-
den lograrlo, sepárense, hasta esto llego, pero sepá-
rense a tiros, no a coces.
Y ese culto a la brutalidad de que os hablaba, ese
recelo contra toda forma de elevación intelectual, ha
venido a corroborarlo en parte la afición a los de-
portes físicos y al atletismo, que aquí se ha desarro-
llado tanto recientemente.
No es que la tal afición sea mala en sí ni mucho
menos : es buena, bonísima, pero puede alguna vez
llevar, y lleva en este caso, a consecuencias peligrosas.
No hace ahora al caso el que yo preconice todas las
ventajas de los deportes corporales para el mejor lo-
gro de la educación física; lo que me propongo es
llamar vuestra atención sobre los peligros del de-
portismo sin contrapeso y convertido de medio en fin.
Observad ante todo que entre esos deportes no flo-
rece uno de los más puros, de los más naturales y de
los más sencillos, cual es el alpinismo. Cuando vengo
a esta mi tierra a descansar de mis tareas profe-
sionales y de mis trabajos intelectuales, la principal
restauración a que me entrego es a recorrer con mis
amigos las crestas de nuestras hermosas montañas, a
empaparme en aire de cimas y en la visión del campo
libre. Y rara, rarísima vez cruzamos en nuestras ex-
760
MIGUEL DE UNAMUNO
cursiones montescas con otros excursionistas. A lo
más y nunca muy en alto, con algunos que van a
merendar a mi chacolí.
Y es sin duda, entre otras cosas, porque el alpinis-
mo no tiene público ni da, por hoy al menos, ocasión a
exhibiciones y campeonatos, que es en lo que vienen a
parar los más de esos deportes. Es decir, en vanidad.
Los deportistas o sportsman se constituyen en socie-
dades que les permiten, entre otras cosas, llevar un
distintivo y reunirse a comer de vez en cuando.
He oído contar que los negros de Haiti desde pe-
queñitos se ejercitan para coroneles o generales con
un palo a guisa de espada y que tienen verdadero
furor por formar parte de alguna asociación o círcu-
lo. El que no puede hacerse otra cosa se hace ma-
són. Y así sucede aquí : el que menos se hace espe-
rantista con opción a llevar la estrellita verde en el
ojal de la solapa.
Y en esta deportomanía hay quienes, a pretexto de
progreso náutico, se dedican al juego de las balandras
y sus regatas, abandonando o descuidando el cuidado
del escritorio, que es desde donde se dirigen los nego-
cios navieros y no desde una balandra, y así anda
luego ello con tanto juego y tan poco trabajo.
En el fondo de todo ello vemos, tanto o más que
la natural tendencia al juego, la vanidad, ima infantil
vanidad que ha estallado en este nuestro actual Bil-
bao, en este Bilbao de condes y de toreros, sus dos
principales productos más recientes. Vanidad e in-
fantilismo.
Infantilismo, puerilidad es lo que más caracteriza
al movimiento llamado aquí ahora nacionalista y al
que me g\ista más llamar con su antiguo nombre, el
de bizkaitarra. Este movimiento, en efecto, que en
rigor no es político, se vacía en puerilidades de litur-
gia, en batzokis, en aurrcscus, en misas cantadas, en
catecismos, en banderas y en jugar a la diputación
OBRAS COMPLETAS
761
del partido y a las excomuniones ; infantilismo puro.
Es infantilismo que delata o lleva consigo una de-
presión mental.
La depresi('in mental es, en efecto, uno de los re-
sultados hoy visibles aquí. O llamémosle con su
nombre propio : memez.
Me espanta cada vez que vengo a este pueblo de
mis amores al observar los avances de la memez, de
la chocJiolcria en él. Es una verdadera cobardía de
pensar.
Tomad, por ejemplo, algún número de una cierta
revista que los jesuítas publican en esta villa y Inis-
cad en ella una sección titulada Telefonemas. Allí
veréis que un padre de la Compañía contesta muy
gravemente, en serio y sin la menor sombra de iro-
nía, a las preguntas más sandiamente infantiles, como
la de si es permitido enjuagar.>e la boca y mondarse
los dientes con un palillo antes de ir a comulgar, y
otras por el estilo.
En otro centro jesuítico, en una de sus casas gran-
des, un hermano viste piadosamente con un velo de
pintura amarilla reproducciones de los desnudos del
V'aticano. Les pone interiores de franela, sin duda
para preservarlos del frío.
Y viendo todo esto y otras cosas análogas, llega
uno a sospechar si es que se trata de convertir a este
país en una nueva l^.Iisión del Paraguay y con San
Luis Gonzaga, por patrono, y aparejada a caer lue-
go bajo las garras de un Rodríguez Francia cual-
quiera.
Y poco o nada tiene que ver la religión propia-
mente dicha con esto.
Xada más respetable y noble que la rancia religio-
sidad de una de esas viejas sietecalleras. Los senti-
mientos que mantiene y enciende en los ejercicios de
su devoción son los que le consuelan de haber naci-
do, son los que le embalsaman el corazón en espe-
762
MIGUEL DE UNAMUNO
ranzas inmortales, son los que le enjugan los pesares,
son los que le elevan sobre las miserias del mundo,
son el más santo viático y el más puro consuelo de su
vida. No, no es de esto de lo que aquí se trata. No
es más que una fuerza al servicio de los potentados,
no es más que una g-endarmería moral en obsequio
de los ricos. Y si se persiguen ciertas lecturas es
más que por otra razón porque se cree que pueden
excitar contra los felices poseedores del capital a los
desheredados de la fortuna.
Esta persecución a la lectura, ese empeño en res-
tablecer el índice y la censura, no tiene otro origen.
Todos recordáis el vergonzoso golpe que se quiso
asestar a la biblioteca de la más antigua Sociedad
de recreo de Bilbao. Y no ha mucho que al formar-
se con el criterio del más amplio eclecticismo el ca-
tálogo de una biblioteca popular que el Municipio
subvenciona, no faltó concejal que quisiera excluir
una obra de Darwin —de Darwin, señores, de uno
de los genios más circunspectos, sensatos y respe-
tuosos con ajenas creencias — diciendo que si otros
se envanecen con venir del mono, él no. No ; los que
así proceden no vienen del mono, van a él : no fueron
monos sus antepasados, perú lo serán sus descen-
dientes espirituales.
Y aún hay algo peor que el beatismo y la memez, y
es la insidia, la insidia cobarde de la mayor parte de
la llamada buena prensa, sentina de malas pasiones,
coladera de envidias y de despechos fracasados. Esa
prensa es insidiosa y cultiva la forma más vil de la
mentira, la de callar en ciertas cosas y la de decir
la verdad a medias y desfigurada. La mentira es su
arma, y la grosería.
Pero como antes os decía, no busquéis en el fondo
de todo ello más que el predominio de la plutocra-
cia. Ella es la que atiza el odio a la inteligencia.
Irrítale ésta porque no siempre se humilla ante el
OBRAS C O M P LET A S
763
dinero v, hasta cuando parece hacerlo, conserva nna
libertar] interior. El homhre realmente intelig-ente.
aunque se lo propon.sra. nunca consisrne someterse de
veras y del todo al rico. De una de las flexuras más
conspicuas de la baraja del capitalismo bilbaíno se
ctienta que suele decir: ";A ése? ¡A ése le teng-o
coo^ido por el estómao'O !"
El eneniisro de todas esas íjentes. creédmelo, es la
inteli<2:encia, y por odio o más bien por miedo a ella
y a la vez por petulancia de ricos improvisados han
llegado a conductas que les han sido perjudiciales
para los intereses mismos que trataban de defender.
Por no rendirse ante el técnico, no sé si por miedo
o por desprecio a él, por no pagar los sueldos que
exigirían los verdaderos peritos, ni querer someterse
a la libertad de acción que ellos exigirían, y por creer
el rico que es él quien mejor entiende de aquello
que le ha enriquecido, por esto han fracasado aquí
no pocas empresas. No hay desgracia mayor que la
del hombre que llega a creerse inteligente porque
tuvo fortuna en sus negocios.
Acaso entienda más de éstos otro que no se enri-
queció con ellos, que acaso en ellos se arruinó. Ved,
por otra parte, que esos mismos ricos han pretendido
hacer política e ir ellos mismos a las representaciones
públicas que les permitan manejar sus negocios con
el Estado, en vez de buscar técnicos, políticos profe-
sionales, mozos vivos.
Y el odio o el miedo a la inteligencia se mani-
fiesta otras veces en burlas, cuchufletas o sarcasmos
torpes. .?e trata de ridiculizar a los llamados inte-
lectuales. ¡Mote que. en efecto, debemos rechazar.
Cuando a mí me lo cuelgan cara a cara lo repudio,
contestando con la modestia que me caracteriza:
"¿ Intelectuales ?. ; no ! : nosotros no somos los intelec-
tuales, sino m.' ; bien los inteligentes". Y si alguien
me ha replicn io: "¿Y nosotros?", añado: "¿Vos-
764 MIGUEL DE UNAMUNO
otros? Vosotros los otros, es decir, los heocios". Pero
no todos se atreven así y snrten aleún efecto esas
burlas v hav quienes se averofüenzan de sus aficiones
al estudio. Paréceme que hay aquí muchos que antes
se aventurarían a ir por la calle con una lansfosta
que con un lihro en la mano.
Todo esto fine os veneno denunciando, con un recar-
acaso en los colores neofros, es, sin embarsfo, en
el fondo, bueno y señal de buen agüero : todo esto
quiere decir nne la intelio^encia existe v molesta,
es decir, que tiene eficacia. La intelig-encia molesta,
en efecto, a los potentados v a sus criados v lacayos ;
la inteligencia vale y perturba la horrenda paz de
los espíritus — el mayor mal que puede caer sobre
un pueblo — ; se comprende y se ve cada vez más cla-
ro que la intelisfencia es lo más revolucionario que
hay.
Son buenas señales os di.sfo. Es de muy buen
ag-üero ese odio, no pocas veces concreto, a la cul-
tura, odio que lleofan a sentirlo no pocos hombres de
carrera mil veces más funestos que los analfabetos.
Meten ruido para no oír y su irritación es, en el
fondo, la del convencido.
La del convencido. Observad filándoos bien, y pron-
to echaréis de ver que las más de las intransigencias
que aquí se han desatado arrancan de posiciones fal-
sas. Abundan los que se ven forzados a sostener en
público una posición de doctrina que en su fuero in-
terno nunca profesaron o abandonaron ya. Relaciones
sociales o de familia, una falsa idea de la consecuen-
cia, amor propio..., lo que sea, en fin. Y esto explica
tales apostasías diarias, de quienes no estando con-
vencidos de nada abandonan fácilmente un credo en
que no creían para adoptar otro en que tampoco creen.
Sé que habrán de negar muchos lo que os voy a
decir, pero nadie me quita de la cabeza que la espi-
na mayor que en su esforzado y noble corazón llevó
OBRAS COMPLETAS
765
en sus últimos tiempos el apóstol y fundador del biz-
kaitarrismo fué el haber evolucionado por dentro
— pues no era, al fin, un pedrusco como tantos de los
que le siguieron — , el haber entrevisto otros horizon-
tes, el haber visto la inconsistencia de puntos esencia-
les a su primitivo credo y encontrarse atado a un pres-
tigio y a una autoridad que se habia creado, y verse,
por otra parte, rodeado de infelices, de niños grandes
y de beocios en quienes toda doctrina se enrigidece.
Son muchos aquellos a quienes una triste idea de
la consecuencia les ahoga la sinceridad. No supieron
colocarse en una posición crítica que nos deje siem-
pre despejado el porvenir, en una posición en que no
hipotequemos nuestro futuro.
Y volviendo a lo de antes, os diré que la cultura
sube indudablemente en Bilbao. Se ha formado ya un
grupo de artistas y algún que otro escritor se añade
a ellos. Y luchan aislados, en medio de la indife-
rencia, cuando no de la hostilidad de los más infeli-
ces o los más brutales, que se emborrachan ya con
vino maquetánico, ya con música.
Tengo fe en el porvenir espiritual de este mi pue-
blo, aunque esa fe sufre grandes fluctuaciones. Cuan-
do me veo aquí, entre vosotros, ella desfallece ante la
vista de tanto obstáculo; pero así que me encuentro
en Salamanca renace mi fe en mi pueblo. ¡ Claro
está !, como que allí el único de él con ([uien trato
soy yo mismo.
Se hace preciso también confesar, y como buena
señal, que hay una cierta e innegaiile hostilidad hacia
Bilbao de parte de muchos de sus vecinos forasteros
y de parte de gentes de fuera. ,Se nos ha hecho una
leyenda estúpida, la de un pueblo de ricachos impro-
visados que se desayunan con champaña y cogen
a dos manos enormes puros. En aquel Madrid, asien-
to de frivolidad, cuyos escritores están atacados del
más anémico y ridículo esteticismo, éste es un foco
766 MIGUEL DE UNAMUNO
de millonarios cursis y de gente desequilihrnda. Cual-
quier intruso incomprensivo e inculto pretende, des-
pués (le un paseo de seis u ocho días por nuestra villa,
penetrar en su espíritu, que le es inaccesible, y pre-
sentárnoslo.
He recarg-ado las tintas negras al hablaros esta
noche de nuestro pueblo, mas con todo y con ello, y
pese a los defectos que he hecho destacar, exagerán-
dolos acaso — defectos que son raíces de óptimas
cualidades — , éste es acaso en España el pueblo de
mayor porvenir espiritual. Esa misma beocia, ese
mismo infantilismo, todo eso acusa algo en el fondo,
sano. Por debajo del odio a la inteligencia hay un sa-
ludable odio al artificio y a la sutileza de los sofis-
mas : por debajo do la infantilidad hay frescura y
candor de sentimientos. La intransigencia misma, ma-
nifestacicm de seriedad espiritual, llega a ser una
fuerza noble y útil cuando el sentido crítico la templa
y encauza.
¿Y en política? En política hay hoy aquí restos
(le partidos y esbozos, o más bien fetos abortados de
ellos : partido socialista, republicano, carlista, nacio-
nalista... y de los ricos. Liberal no le hay, porque no
puede llamarse tal a cierta piña de negociantes. Y no
hay partido liberal porque falta conciencia liberal.
Y urge restaurarla.
Empecemos por hacer notar los equívocos a que
se presta la común estirpe verbal de las voces libe-
ralismo y libertad. Conduce a juegos de palabras
y errados conceptos de la libertad. La cual, si es algo,
es la conciencia de la ley; lilrrc es el ser conciente de
la ley por que obra y tanto más libre cuanto más
conciente de ella.
Y esa ley es para el hombre ima ley social.
Y si el liberalismo está dondequiera en crisis es
porque lo está aquel concepto manchesteriano de la
ley que produjo la escuela de economía pf^Htica lia-
OBRAS COMPLETAS
767
mada clásica, concepto que ha sido la verdadera esen-
cia del liberalismo, y éste, hasta ahora y por conse-
cuencia, anarquista en el fondo. Esa escuela y ese
liberalismo no llegaron nunca a concebir a la socie-
dad como un organismo; fué un mecanismo siempre
para ellos. Y así ha fracasado.
Sus principios, los que formuló Ricardo, suponían
un hombre abstracto, el homo oeconomicus, el bípe-
do implume de la leyenda, el contratante social de
Rousseau, el que no era de lugar ni tiempo alguno.
Y no es que, como alguien ha dicho, la libertad se
haya hecho conservadora, no. La libertad no ha podi-
do hacerse conservadora pues lo ha sido siempre, ya
que es progresiva, y la condición primordial del pro-
greso es conservar; lo que hay es que la conserva-
duría se ha hecho millonaria y ha dejado de ser
liberal y hasta conservadora, para ser plutocrática.
Y hablen los mentecatos de mis paradojas.
El régimen actual en España es, en su esencia, un
régimen plutocrático ; nos gobierna una plutocracia
anarquista. Porque los pobres, los que nada tienen
([ue perder, según falsamente se dice, pueden y suelen
ser de ordinario conservadores, mientras los ricos, los
que no se hartan de que otros les ganen, pueden y
^uelcn ser anarquistas, profundamente anarquistas. El
Estado no es para ellos una arquia, un poder, una ley;
mucho menos un órgano de cultura; el Estado no es
l)ara ellos más que un gendarme y una finca que
explotar.
Y el Estado — y éste debe ser el niicleo del libera-
lismo restaurado — debe ser un órgano de cultura,
sobre todo frente a la Iglesia. La lucha por la cultura,
el Kulturkampf, se impone.
La Iglesia misma, tan celosa de su propia autori-
dad, resulta anarquista cuando del Estado y sus pre-
rrogativas se trata. Pues aun cuando enseña teóri-
camente la sumisión a las autoridades establecidas,
/05
M 1 Lr U Uh U JN AM U J\ U
etiani dyscolis, permite y aun aconseja el libre examen
tratándose de las leyes civiles. El libre examen y hasta
el fraude. Ved, si no, que es doctrina de muchos teó-
logos moralistas la de la licitud del contrabando.
A un católico que sostenía la licitud moral del con-
trabando hube de argüirle diciéndole que me parecía
pecado, y me respondió con aire de triunfo : "¿ Contra
qué mandamiento de la ley de Dios peca el que con-
trabandea ?" Esperaba le dijere contra el séptimo, y a
tal respuesta tiene aparejadas sus sutilezas. Pero yo
le dije que contra el cuarto. "¿El cuarto?", exclamó
sorprendido, y reiteré: "El cuarto, sí, honrar padre
y madre. Porque cuando se me explicó el catecismo,
se nos dijo que en eso del deber de honrar padre y
madre entraba lo de obedecer a toda autoridad consti-
tuida en cuanto mande y que no esté contra la ley de
Dios ; y como la autoridad impone tributos, y el tri-
buto que el contrabandista rehuye no va contra ley
alguna divina, el contrabandista desobedece y falta
por ello al cuarto mandamiento." Sin obediencia a
las leyes, no hay sociedad posible. Y al oírme esta-
blecer como un deber religioso la obediencia a las
leyes civiles que no van contra las divinas y un pecado
el quebrantarlas, me dijo que esa doctrina era protes-
tante. Y le repliqué: "Si, ya sé que la Iglesia cató-
lica, en tratándose del Estado, es anarquista."
Y el Estado es, y tiene que seguir siendo, su con-
trapeso y el remedio a los daños que ella nos trae.
Hay que hacer laica la virtud, escribía hace poco un
joven publicista español, el señor Ortega y Gasset.
Hay que civilizar el cristianismo, añado yo, y por
civilizar entended hacerlo civil, para que deje de ser
eclesiástico; infundirlo en la vida civil, en la civili-
dad, desempeñándolo de la Iglesia. Y hay que pro-
clamar la santidad de la ciencia.
Porque es en el orden de la ciencia y de su ense-
ñanza donde la lucha entre el Estado y la Iglesia es
OBRAS COMPLETAS
769
más viva. La obra capital del Estado debe ser una
obra de cultura, de difusión de la ciencia, que todos
llejjuenios a ser como dioses conocedores del bien
y del mal, y dejad a la Iglesia la tarea de pretender
hacer la felicidad de los pueblos.
Y en el orden de la enseñanza, podemos decir que
aun hoy en dia, y entre nosotros, siendo deficiente, de-
ficientisima, la oficial, la que hace dar y paga el
Estado, es la única que merece el nombre de ense-
ñanza. La otra, la de las Ordenes llamadas religiosas,
es peor, mucho peor. Y hasta esta misma, si es algo,
es por hallarse sometida a la oficial y por ella inter-
venida, es por tener que enseñar con sujeción a los
planes oficiales del Estado y en competencia con éste.
Si tal intervención y tal competencia desaparecieran,
esas Ordenes no enseñarían nada, fieles a aquello
de: "eso no me lo preguntéis a mi, que soy ignoran-
te..." Buena prueba de ello es que la peor enseñanza
de las que en España se dan es la que da la Iglesia
sin la intervención ni inspección del Estado, su ense-
ñanza interna, la que se da en los seminarios, de
donde salen los curas sin saber latín ni teología. Los
métodos de enseñanza son en los seminarios detes-
tables.
Nada más pernicioso y funesto que esa ciega hos-
tilidad al Estado que ha venido desarrollándose, en
gran parte por instigaciones de la Iglesia. El Estado
es hoy, en España, tal vez lo mejor que tenemos, _ lo
más europeo. Porque el Estado es la conciencia in-
ternacional de España, es lo que ésta es ante los de-
más pueblos.
Poned de ministro de Instrucción Pública al hom-
bre que os parezca más reaccionario, al que en el seno
de una corporación — sea un claustro universitario —
se atreviera a proponer y votar absurdos como la
aplicación del Indice a una biblioteca pública, y este
mismo no se atrevería a hacerlo desde el Ministerio.
UNAMUNO. VH.
25
770
MIGUEL DE UNAMUNO
Y es porque en él se le despertaría al punto un cierto
sentido de responsabilidad ante Europa, tendría para
él valor aquello de qué dirán las naciones extranje-
ras. El Estado es, os lo repito, el órgano de la con-
ciencia internacional de una nación, y los que en su
dirección se ven, vénse obligados a considerar la si-
tuación general del mundo. Y esta conciencia interna-
cional del Estado es la salvaguardia de las libertades
culturales.
Urge reaccionar contra ese montón de lugares co-
munes anarquistas en contra del Estado y robustecer
éste.
El bizkaitarrismo mismo, ¿qué es en el fondo sino
un anarquismo cultural cabileño, que se revuelve con-
tra la justa presión internacional del Estado? Ese
tan decantado individualismo vasco es, en su actual
forma, un evidente daño.
Sin que yo sepa deciros, por otra parte, qué es eso
del individualismo, pues cuanto más oigo y leo de
pueblos individualistas y colectivistas, menos lo en-
tiendo. Y es que observo que los pueblos mismos a
que se preconiza como más individualistas, suelen ser
los más rebañegos, y aquellos que pasan por más
colectivistas son donde más ricamente se desenvuelve
la individualidad.
Ayer mismo hablaba yo con un vasco establecido
hace años en la República Argentina, el cual me de-
cía que si nuestros paisanos no prosperan más allá en
América, como los lombardos, v. gr., es porque en su
empeño de ser independientes desde que llegan no
acaban de independizarse del todo nunca. En vez de
tomar una tierra pagadera a plazo más o menos largo,
se atienen a una lechería, a una tambería, a una pe-
queña finca. No se olvidan del pequeño caserío con
su individualismo pobre.
Por un selvático y anárquico sentimiento de falsa
independencia, la independencia ilusoria del pastor de
OBRAS COMPLETAS
771
Gorbea, no lleg-an a hacerse nunca verdaderamente
independientes. Y aquí mismo el bizkaitarrismo, ¿qué
es sino un partido de dependientes en todos los sen-
tidos ? La dependencia económica les acarrea la de-
pendencia mental.
Tened a la vez en cuenta que la hostilidad contra
el Estado es de origen reaccionario, antiliberal, por-
que el Estado moderno es el más genuino producto
liliera!, es el producto cultural histórico de los si-
glos XVI al XIX, los siglos del Renacimiento, de la
Reforma y de la Revolución republicana y napoleó-
nica, es el órgano de derecho de gentes moderno y el
derecho de gentes moderno es, como ha dicho Mau-
ra, el liberalismo.
Y sólo al amparo del Estado puede restaurarse y
corroborarse la conciencia liberal española, al ampa-
ro del Estado, que es su tradición, tradición que cul-
minó en el glorioso reinado de Carlos III. Y hay que
cobrar a la vez el sentido de la responsabilidad ante
los principios, la conciencia plena del pensamiento
político cultural.
Y esa tradición liberal española es aquí, en Bil-
bao, uno de los sitios en que hay que avivarla. Por-
que el liberalismo tiene aquí tradición y la tiene el
españolismo.
Vizcaya es española, españolísima, y una de las
cosas más españolas que hay hoy en ella es el biz-
kaitarrismo. El bizkaitarrismo es un movimiento ge-
nuinamente español a la rancia usanza, a la antigua
española; es acaso, en el último fondo, sépalo o no,
una protesta contra cierta desespañolización — a lo
menos aparente — de España: hay en él algo de re-
conquista con sus bienes y sus males.
Un catalán, y un catalán que me está oyendo, ha
dicho que el vasco es el alcaloide del castellano, y yo,
aun estimando que esta frase como todas las frases
— a que son tan dados los catalanes — tiene mucho de
772
MIGUEL DE UNAMUNO
paradójico, la he repetido por creerla de un fondo
muy real. Fué un vasco, Iñigo de Loyola, el que en
el siglo XVI llevó a toda Europa el espíritu caste-
llano.
Recuerdo que hablando en Barcelona con otro cata-
lán de los que tienen la divertida pretensión de po-
nerse ellos a un lado, y al otro al resto de los espa-
ñoles, llamándonos iberos, hube de decirle que en el
respecto de la lengua al menos, si alguna región podía
pretender esa personalidad era el país vasco, pues no
cabe dudar de que el vascuence es una lengua que
se separa de todas las demás de la Península, que
forman un sólo grupo lingüístico. Y me contestó:
"Yo le diré a usted ; lo que distingue íntimamente a
las lenguas no es la flexión, ni el léxico, ni la sin-
taxis, es la fonética..." Y yo, que le vi venir, le
atajé, diciéndole: "Sí, y la fonética de las vocales".
"Exacto", me replicó, añadiendo : "¿ Qué vocales tie-
ne el vascuence ?" "Las mismas del castellano, a, e,
i, o, u", le dije. "¿ Sin diferencia de abiertas y cerra-
das ?" "Así es." Y para contentarle, agregué : "Y
esto se comprende, pues siendo como son los roman-
ces desarrollos de chapurrados del latín, pronuncia-
dos por pueblos que hablaban antes otros idiomas y
que modificaron aquél según los hábitos de pronun-
ciación de sus propios idiomas anteriores, acaso el
castellano no es sino el latín modificado por pueblos
que hablaban vascuence o lenguas análogas a éste y
según su fonética". Y mi catalán, encantado, excla-
mó: "¡Exacto, exacto, exacto!" Y yo os digo ahora
que esos castellanos, de quienes queréis diferenciaros,
no son acaso sino vascos que dejaron hace siglos el
vascuence por el latín, tesis que es la misma que ya
sostuvieron aquí muchos.
Propendemos a exagerar las diferencias que sepa-
ran a los distintos pueblos que integran la nación es-
pañola, a no tener en cuenta su carácter común, que
OBRAS COMPLETAS
773
es lo que un extranjero aprecia. Esa afirmación tan
repetida que entre un gallego, un vasco, un catalán
V un andaluz median mayores diferencias que entre
uno de ellos y un inglés, o un alemán, me parece
una afirmación fundamentalmente errónea. El pastor
de ovejas conoce y distingue a cada una de las de
su rebaño, y al que no lo es le parecen todas casi
iguales. Los extranjeros que nos visitan aprecian
un carácter común a todos los españoles.
La raza, por otra parte — dejando a un lado fan-
tasías etnográficas más o menos apasionadas — , la
raza no es sino un producto histórico en perpetua
era de formación, y así puede hablarse hasta de una
raza argentina o yanqui.
Y hay una que podemos llamar raza española, mu-
cho mejor definida de lo que se cree. Liberalismo
y españolismo, pues, son dos caracteres de tradición
aquí.
Y dentro de Bilbao, es esta Sociedad El Sitio, la
que debe de representarlos, esta Sociedad en deca-
dencia como la conciencia del liberalismo y del es-
pañolismo bilbaíno lo está.
La decadencia de esta Sociedad empezó acaso des-
de que se hizo propietaria, desde que dejó su mo-
desta vida anterior. Hoy su acción pública se limita
a poco más que cumplir todos los años la celebración
ritual, casi litúrgica, del aniversario del 2 de mayo
de 1874. A hacer que esa fiesta decaiga han contri-
buido no poco las insidiosas y ridiculas burlas de
que se le ha hecho objeto. La canalla antiliberal la
ha declarado cursi y de mal gusto.
¡ Cursi ! ¡ De mal gusto ! \'a a ser preciso decla-
rarse cursi y hacer noble ostentación de ello desde
que esa gentecilla pretende monopoliz.-¡r el buen gus-
to; va a ser preciso declararse cursi, calarse el mo-
rrión y entonar el himno de Riego, cuya música no
creo sea inferior a la del himno de San Ignacio.
774
MIGUEL DE UNAMUNO
Hay quienes pretenden que nos descubramos todos
al oír los primeros compases del Gnernicaco-arhola;
santo y bueno, pero descúbranse ellos al oír los del
himno de Riego o la Marsellesa. Si quieren no ya
tolerancia, sino respetuoso homenaje, ríndanlo tam-
bién. Y si no, ¡ no !
Esta Sociedad languidece y decae, me dicen: es
que acaso perdió su íntima razón de ser. ¿Quedan
por ventura en ella liberales? ¿Lo sois de veras? Y
no la salvarán, si en ella no queda conciencia liberal,
ni salas de diversiones de baraja ni cuarto del vino,
aunque su tradición — tradición nobilísima en este
caso — sea una taberna. Hay que aceptarla y aceptar-
la con orgullo, pero hay que saber honrar y utilizar
las tradiciones como supieron honrarla y utilizarla
los que convirtieron en incruento un sacrificio de san-
Y no se puede seguir con los auxiliares sin color
ni grito. Hace falta color, un color tan amplio que
admita toda clase de matices de él, pero color en fin,
y hace falta un grito aunque capaz de variedad de
glosas. Aquí deben caber todos los liberales, desde
los conservadores que tengan conciencia del radical
liberalismo del Estado moderno, hasta los socialis-
tas, por caracterizados que éstos sean.
Y aquí donde hay una tribuna y una biblioteca
libres, es menester conservarlas a todo trance y hacer
en ellas un baluarte contra la cobardía ambiente, con-
tra esa cobardía vil que ha producido el estigma ver-
gonzoso de aquel artículo de tantos reglamentos de
círculos y casinos : se prohiben las discusiones polí-
ticas y religiosas. No : aquí se ha de permitir discu-
tir todo, la política y la religión inclusive.
Y ahora, pues, que empecé dedicando un recuerdo
a los muertos, quiero volver a él, y este recuerdo me
trae al pensamiento los vivos de mañana, los jóve-
nes. Cada vez que vuelvo a este mi pueblo no pre-
OBRAS COMPLETAS
775
gunto quiénes han nacido — a la vida pública, se en-
tiende— •, sino quiénes han muerto. Mis muertos son
ya más que mis vivos, y si mis recuerdos no son más
que mis esperanzas es porque con aquéllos se hacen
éstas. Quien no tiene pasado no tiene propiamente
porvenir. Fio poco en esas nebulosas vaguedades que
se llaman las esperanzas de los jóvenes; sólo espera
el que vivió, el que recuerda.
Sucédense unas generaciones a las otras como se
suceden las hojas de los árboles, según el dicho ho-
mérico, y las hojas secas del otoño sirven de manti-
llo para las frescas y verdes hojas de la primavera.
Vosotros, los jóvenes de hoy, diréis un día mis me-
jores cosas, las que yo no hago sino balbucir.
Aquí importan ya poco los muertos. Cada vez que
cruzo el puente del Arenal, arteria cordial de la villa,
contemplo allá arriba, muy cerca, sobre San Nicolás,
los cipreses del cementerio de Mallona, donde mi
padre duerme el último sueño. Ese camposanto está
ya cerrado, amortizado, y pronto lo levantarán. Bil-
bao no quiere tener sus muertos cerca, a la vista;
los muertos estorban a los vivos, no los conocen los
más de los bilbaínos de hoy y los expulsan, los echan
lejos. ¡ Triste expulsión ésta de los muertos !
Pero yo vuelvo mi vista a ellos, la vuelvo a los
recuerdos de que hago esparanzas, y pienso que la
tradición es la sustancia del progreso, que para que
haya avance es menester que sea algo lo que avan-
za. Lo que progresa es la tradición.
Cuando vuelvo acá, a mi pueblo, cada año, me en-
cuentro como extranjero en mi patria, siento el des-
arraigo. Es que formé nido en lejanas tierras, es
también que me llama acaso la patria eterna cuyas
raíces prenden en Dios. Un tormento, una congoja
de eternidad me persigue en donde quiera. Y esa eter-
nidad, ¿no podemos en algún modo lograrla aquí
abajo, en la tierra? Hay un espíritu que se perpetúa.
776
MIGUEL DE UNAMUNO
Cuidad de mi Bilbao, cuidad de vuestro Bilbao, cui-
dad de Bilbao.
Permitidme estos desahogos a que me fuerza el es-
pectáculo de tantas prevaricaciones, de tantas cobar-
días, del postramiento ante el burro de oro.
Al encontrarme aquí en este círculo donde inicié
mi vida pública, en este viejo hogar de mi espíritu,
me vuelven a la mente recuerdos cargados de esperan-
zas, como vuelven a la colmena las abejas después
de haber cosechado en los campos la flor de las flo-
res. Aquí, donde me parece que me escuchan los flo-
tantes espíritus de muertos a quienes tanto quise y
me quisieron ; aquí desde este mismo rincón donde
con ellos y con otros escandalizamos tantas veces a
los muchos reaccionarios vergonzantes, liberales de
burla que en este círculo abundaban entonces, aquí me
permitiréis saque de las entrañas doloridas una
queja ante esas tristezas.
Cuando vuelva dentro de unos días a Salamanca
volveré a soñar aquel Bilbao de mis ensueños, de
mis amores, de mis recueixlos y de mis esperanzas.
Yo no sé qué se hará de él entre vosotros, los que
aquí quedáis, con lo que de él procede, pero sé que
mientras yo viva vivirá él conmigo, ese Bilbao
eterno. Y como yo espero y creo vivir gracias a él,
que me ha hecho lo que soy, mucho, mucho, pero
mucho ; como no pienso morirme nunca del todo por-
que él no puede del todo morir y en él espero vivir,
por eso espero en mi Bilbao, el de nosotros todos.
Cuidádmelo, no lo dejéis que se pierda.
De la grosura de mi corazón ha reventado esta
noche mi boca.
He dicho.
(Reproducido del folleto titulado La conciencia libe-
ral y española de Bilbao. Conferencia pronunciada
por don Miguel de Unamuno el día 5 de setiembre de
1908. Bilbao. Sociedad ''El Sitio" 1908, 22 págs.)
CONFERENCIA EN VALLADOLID EL DIA 3
DE ENERO DE 1909
La esencia del liberalismo
Voy a hablaros de la esencia del liberalismo, de su
permanente e intrínseca razón de ser, y no de nues-
tros partidos políticos liberales.
i Qué razones llevan a uno a declararse liberal?
El joven que ha concluido su carrera académica y
emprende la política, mira a ver en cuál de los dos
partidos turnantes hay más huecos, o bien un padre
precavido dedica un hijo a liberal y otro a conserva-
dor, o se va el joven tras un caudillo, por afecto
personal o por gratitud. Las ideas no entran casi por
nada y aun hay más, y es cierta incapacidad para
idear. A los dos partidos turnantes se Ies podría lla-
mar par e impar, siendo indiferente cuál ha de llevar
una u otra denominación. Lo que está en crisis no es
el partido liberal, sino el liberalismo, y lo está por
falta de contenido doctrinal. Podría pasar eso del
bloque si fuera para hacer de él estatua, desbastán-
dolo.
El contenido doctrinal de nuestro partido liberal o
progresista histórico se ha agotado porque era pozo
no manantial. Sagasta, con un criterio puramente
empírico y circunstancial, pidió una serie de institucio-
nes — sufragio universal, jurado, etc.— que, una vez
logradas, se agotó la virtualidad del principio. Le fal-
tó filosofía o, mejor, teología política. Querían, ade-
más, los liberales más el poder que la doctrina: su
hambre era hambre de presupuesto, no de ideal.
778
MIGUEL DE UNAMUNO
El liberalismo español se inspiraba en las doctri-
nas llamadas manchesterianas, era el individualismo
y el librecambismo llevado a las ideas. Su primera
confusión arrancaba de un concepto de la libertad: un
concepto negativo, entendiéndola como exención de
coacción y hasta limitación de la autoridad al mínimo.
Contraponían, con Spencer. el individuo al Esta-
do, y era éste, para nuestros liberales, un mero gen-
darme y órgano de derecho tan sólo. Su consecuen-
cia rigurosa ha sido el anarquismo estéril. En él ha
venido a parar el "dejad hacer, dejad pasar", y la doc-
trina aquella de que nadie mejor que uno mismo co-
noce sus propios intereses. Fué un liberalismo des-
tructivo y como tal útil ; pero hoy urge construir.
El liberalismo ha sido en España factor del descré-
dito del Estado, cuando el Estado moderno, hijo del
Renacimiento, de la Reforma y de la Revolución, es,
frente a la Iglesia, el verdadero órgano de la cultura.
Tiene el liberalismo, pues, que sustituir la estéril
definición negativa de la libertad por otra positiva.
La libertad es la conciencia de la ley, la ley internada,
y la ley es social. La verdadera libertad no es indivi-
dual. Y no es paradoja que los más grandes liberales
hayan negado el libre albedrío. Y la libertad es car-
ga más que beneficio, deber más que derecho, y en-
gendra responsabilidades. Hay que acabar con la "san-
ta gana". La verdad os hará libres, dice el Evan-
gelio.
La libertad es colectiva y social, no individual, y el
fin del Estado, fuente de libertad — pues el Estado
la da, no la garantiza tan sólo — ; el fin político, civil,
social, es la cultura, la elevación del espíritu humano,
su deificación.
El liberalismo es socialista. Pero al decir socialista
no entendáis ese socialismo puramente económico, el
del materialismo histórico, no. No se trata de cues-
tión de estómago, sino del hombre entero; no de re-
OBRAS COMPLETAS
779
parto de riqueza, sino de cultura. Podrá ser que en la
base de los fenómenos sociales esté el económico, el
estómago ; pero en la cúspide está el religioso, el del
espíritu. Lo religioso es la envolvente de la vida so-
cial toda, y por ello debe empezarse. El liberalismo
es, ante todo, una teología, y pues la libertad es
colectiva, social, y consiste en" la conciencia de la ley,
hay que empezar por adquirir conciencia de la ley de
la vida de un pueblo, cuál es su fin. Y su fin es hacer
cultura.
Un gobierno puede entender que el último fin hu-
mano es un fin individual, la consecución de la feli-
cidad individual eterna y proponerse protegerla ad-
ministrando para la paz de los espíritus y la riqueza.
Tal es el criterio conservador católico. Busca la paz
de los espíritus y el bienestar económico. En seme-
jante criterio el fin sustantivo es el de la Iglesia, y el
del Estado no es más que adjetivo, hacer que lo pase-
mos lo menos mal posible en este valle de lágrimas.
El criterio liberal, humanista, es que el Estado tie-
ne un fin sustantivo y religioso, cual es realizar el
reino de Dios en la tierra : la cultura.
Todos conocéis la leyenda bíblica de la caída de
nuestros primeros padres. Dios puso a Adán en el
Paraíso — dicen — para que lo cuidara y trabajara,
prohibiéndole comer del árbol de la ciencia del bien
y del mal. Era el régimen conservador. Pero llegó el
tentador, le hizo probar la fruta del árbol de la
ciencia, vióse sujeto al trabajo y al progreso y em-
pezó el régimen liberal, merced a la feliz culpa — que
asi la llama la Iglesia misma — que nos trajo la re-
dención. Y así el liberalismo es no sólo pecado, sino
pecado original.
La tentación fué tentación de ciencia. Y si la in-
terpretación vulgar, materialista, es otra, la de enten-
der por ella la concupiscencia de la carne, es porque
son legión los que no sienten aquélla.
780 MIGUEL DE ÜNAMUNO
La libertad es libertad de conocer más que de go-
zar. Hay que reaccionar contra esa marea reacciona-
ria de espectáculos libidinosos, carnes flacas, alegres
trompeterías, guedejas rubias, gorrinadas, en fin. El
primer dei)er del liberalismo es arrojar de España al
imbécil Don Juan Tenorio, el libertino antiliberal.
Contra los libertinos es contra los que más tuvo que
luchar el gran liberal Lutero.
Ved, por otra parte, el temor a la ciencia de los
odiadores de la cultura, de los que repiten el "Eso
no me lo preguntéis a mí que soy ignorante", de los
que ensalzan la feliz ignorancia, de los que con el
Eclesiastés, el gran conservador, proclaman que quien
añade ciencia añade dolor. Venga ese dolor.
Observad, además, que dice ciencia del bien y del
mal. Es decir, que no cabe aprender el bien sin apren-
der el mal, y de aquí que no puede prohibirse la di-
fusión de las llamadas malas ideas, pues sin cono-
cerlas no cabe conocer las buenas. Probadlo todo.
Y es ciencia del bien y del mal, no de lo útil y lo
inútil, no la rebusca del bienestar pasajero. Esa cien-
cia no es mera ingeniería.
Y la consecución de la ciencia del bien y del mal es
función social del Estado. A éste le compete la ins-
trucción pública y obligatoria, correlativa al servicio
militar obligatorio. No puede dejarse la enseñanza al
padre. La educación familiar trae la decadencia de
los pueblos : los padres entregan sus hijos a esclavos.
Si no enseña el Estado para la cultura, enseñará la
Iglesia para la egoísta felicidad individual.
En nombre de la felicidad no podéis exigir sacri-
ficios a los pueblos; en nombre de la cultura, sí. Y el
ser un pueblo culto y progresivo cuesta caro, cuesta
sacrificios dolorosos, cuya finalidad pocos compren-
den. Y de aquí que el llamado pueblo, la masa, no
sea liberal, sino conservador. Y es torpeza querer
identificar el liberalismo con la democracia, donde,
OBRA S C O M P LET A S 781
«como aquí sucede, no hay demos, no hay pueblo orga-
nizado. La masa popular está desengañada del libe-
ralismo porque Cándidos soñadores le hicieron creer
que la libertad abarataría y facilitaría la vida, y la
libertad la encarece y la dificulta. La libertad no es
paz y sosegado hartazgo, sino eterna inquietud y sa-
crificio, para que un pueblo haga ciencia, arte, filo-
sofía, religión, cultura en fin. Los derechos indivi-
duales, lejos de añadir gallina alguna al puchero,
acaso la restan. La libertad de pensamiento obliga a
pensar, y es más cómodo y más barato tomar pen-
sado: la libertad religiosa nos quita la cómoda almo-
hada del credo, sobre que se duerme bien el sueño
sin ensueños del alma.
Hay que hacer de la masa un pueblo, y un pueblo
que tienda a realizar la cultura, el reino de Di(js
aquí abajo, considerando esto no como cárcel o po-
sada en que se viene a pasarlo bien mientras llega el
día de la partida a la morada de la queda eterna.
Y éste es un fin civil y religioso a la vez, pues
precisa civilizar el cristianismo, es decir, hacerlo
civil, secularizarlo, desamortizarlo. De poco sirve des-
amortizar los bienes del clero si no desamortizamos
la doctrina evangélica.
La libertad de conciencia es hacer conciencia co-
lectiva humana ; la libertad de cultos es hacer cul-
tura ; secularizar el cementerio es aprender a morir
civil y serenamente sin hacer de la muerte hipócrita
y cobarde rito. Liberalismo es civilismo y progreso.
El progreso arranca de haber probado la fruta del
árbol de la ciencia y es el esfuerzo por arrancar a
Dios su secreto. No pueden sentir el progreso los
que se creen hijos caídos, degenerados, de un hom-
bre perfecto. La verdadera doctrina del progreso es
el evolucionismo trasformista. El hombre va a Dios.
El verdadero liberal cree en el progreso, y por
creer en él cree en la tradición, mucho más que los
782
MIGUEL DE UNAMUNO
llamados tradicionalistas, para quienes la tradición
es escorial y no mina. El progreso es progreso de
tradición, pues es ésta la que progresa. Y toda nue-
va conquista de aquél es una tradición nueva. Querer
separar la tradición de Carlos III de la de Felipe II
es querer, en la desembocadura de un río, separar las
aguas de sus diversos afluentes.
A nombre de tradición quiéresenos volver a cierto
régimen federal, no de regiones o tal vez de canto-
nes. El regionalismo sería la muerte de la cultura,
cuyo órgano es el Estado unitario y liberal frente a
la Iglesia. El regionalismo es tradición medieval.
Sobre las divisiones de cantones, la Iglesia como
única unidad fuerte. Es el clero el que propugna las
lenguas regionales, que separan contra la lengua uni-
taria, la del Estado forjado en el yunque de la Re-
forma. La región es lo conservador, lo tradicióna-
lista: España lo liberal. La unidad española es, como
la italiana, obra de cultura. Las regiones, faltas de un
fuerte poder central, acabarían en Estados Pontificios.
El liberalismo es centralizador. Las pequeñas nacio-
nes podrán ser más democráticas — y ni aun esto — ,
pero más liberales, no. Un sentimiento romántico, es
decir, anticultural, podrá llevarnos a simpatizar con
Irlanda, el Transvaal, Polonia; pero la causa de la
civilización, del legado humano universal, está con
Inglaterra en los dos primeros casos; con Alemania,
en el tercero. En la guerra de Sucesión, en Cataluña,
los soldados de Felipe V eran los soldados de la liber-
tad y la cultura, y Pau Claris, un reaccionario.
Y ahora cúmplenos llamar a las cosas por su nom-
bre. El un criterio es católico ; el otro, liberal. No
cabe ser liberal y católico. Es candidez o hipocresía
querer distinguir anticlericalismo de anticatolicismo.
Tiene que acabar lo de escudarse en ciertos obispos
norteamericanos cuyas doctrinas han sido, con entera
lógica, condenadas en Roma. Los liberales españoles,
OBRAS COMPLETAS
783
para poder turnar, han vivido entre embustes y con-
fusiones. Han hecho protestas de ortodoxia, de doc-
trina catóHca recta, sin conocer la doxia doctrina,
ni derecha, orta, ni torcida. Esto tiene que acabarse.
Católico hberal es, en España más que en otra parte,
un contrasentido. Si alguno de vosotros me dijere que
es catóhco hberal, le diré que desconoce el catolicis-
mo, o el liberalismo, o los dos, que es probable.
Da pena leer la prensa que se llama liberal sin
querer reconocer su heterodoxia ; da pena oír a los
oradores mitingueros del liberalismo en bloque, y no
en estatua, cuando se afirman ortodoxos. Y da más
pena ciertas interesadas visitas a ídolos para halagar
lamentables sentimientos. Y con eso a nadie se enga-
ña. No se engaña al clero secular cuando se le adula
para atacar al regular. Melquíades Alvarez dijo en
Granada que la religión católica es un factor en la
vida política del país, y que no se separaría de ella
si fuera gobernante, recordando la frase de Napoleón
de que si hubiera sido rey de los judíos, habría levan-
tado un templo a Salomón. Sí, el poder bien vale una
misa. Añadía que yo, que no soy sino escritor, un
publicista, puedo decir que hay que descatolizar a
España, pero no el que aspira a gobernarla. En efec-
to, yo no aspiro a gobernarla, la gobierno, y sin el
poder. El poder en esas condiciones queda para Pí-
late, respetuoso con los fariseos.
En el orden práctico, lo que nos urge hoy es que
los coniesadamente no católicos no queden, como de
hecho quedan, fuera de la ley común : que la hetero-
doxia no sea ilegal. El gran triunfo del liberalismo
español sería que un heterodoxo confeso entrara como
tal, sin abdicar, en un Gobierno dinástico. ¿Que los
católicos son mayoría ? Entre los españoles concien-
tes, entre los que tienen conciencia de su ciudadanía
y de sus convicciones, lo dudo.
Seamos sinceros. No se hable ambiguamente de
784 MIGUEL DE UNAMUNO
religión, en abstracto, cuando se trata de la católica,
ni se hable de cristianismo.
Un fin cristiano es servir al progreso, hijo de la
feliz culpa, hijo del pecado original que nos trae la
redención ; servir a la cultura, tender a realizar el
reino de Dios en la tierra, tender a ser dioses, y en
este suelo, en que se abrazaron la fe de Jesús y la
ciencia de Platón, pero no, tomando esto como mero
lugar de paso y de condena, buscar la egoísta salva-
ción individual.
La redención es colectiva; se redimen los pueblos y
se redimen por la cultura, que es el combate por
arrancar a Dios el secreto del bien y del mal.
A esta labor de cultura tienen que venir los jóve-
nes, dejando la soledad, madre de la duda. Es terrible
el desaliento de los que no han luchado. El deber de
cada hombre es de esforzarse por salvar a la huma-
nidad, y esto por medio de la patria.
"No conquistaréis la humanidad — decía Mazzini
a los jóvenes de Italia — sino cuando cada pueblo
haya conquistado la patria, que es el punto de apoyo
de la palanca entre el individuo y la humanidad." Y
la patria es, como el mismo Mazzini decía, ante todo,
conciencia de la patria y la fe en ella.
El fin del liberalismo español debe ser la España
ideal, universal y eterna, no territorial y temporal tan
sólo; la idea de España. La patria es algo más que
una razón social económica. Riqueza y salud, sí, pero
no para que cada cual sea feliz y goce, sino para sa-
crificarnos todos y que no muera el espiritu que dió
el Quijote, la Subida al monte Carmelo, los cua-
dros de Velázquez, la conquista de Méjico; no una
Beocia harta de parvas y de cebones. Si hemos de
eternizarnos, nos eternizaremos en una España triun-
fante y eterna, que surja de la militante y temporal.
Lo primero es la libertad espiritual de la patria, su
OBRAS COMPLETAS
785
religión. Fué grande España cuando su religión fué
suya y se sirvió del catolicismo para su fin humano y
de cultura ; decayó desde que el catolicismo se hizo
dueño de ella y se hizo rutina. Es una reforma reli-
giosa lo que nos hace falta., y el liberalismo es el que
nos la puede traer.
(Según el extracto publicado en El Mundo, de Ma-
drid, y en El Mercantil Valenciano, de 4 y 5-1-1909,
respectivamente.)
DISCURSO PRONUNCIADO EN EL PARA-
NINFO DE LA UNIVERSIDAD DE VALEN-
CIA, EL 22 DE FEBRERO DE 1909, CON
OCASION DEL I CENTENARIO DEL NACI-
MIENTO DE DARWIN, ORGANIZADO POR
LA ACADEMIA MEDICO-ESCOLAR DE DI-
CHA CIUDAD
Señoras y señores:
No tiene el señor Casanova, vuestro maestro, ni
tenéis vosotros, estudiantes médicos de Valencia, por
qué agradecerme las molestias que haya podido sufrir
en el largo y accidentado viaje de mi Salamanca acá,
pues no he hecho sino cumplir con lo que estimo un
deber. Acudo a dondequiera que se me llame, pero
cuando preveo batalla, acudo indefectiblemente.
Ahora me siento penetrado de este ambiente de
nobleza, de la singular nobleza de este homenaje, que,
en honor de un nobilísimo espíritu, estamos celebran-
do. Sois los estudiantes valencianos los únicos, en Es-
paña por lo menos, que habéis ideado algo así, de esta
augusta religiosidad, en honor de Darwin. Un acto
de religiosidad es, en efecto, más que otra cosa, el que
estamos celebrando, y me congratulo de que, por es-
peciales circunstancias, haya tenido que venir a ser en
estos días de Carnaval, en que estalla por otras partes
la superficialidad humana.
Venimos a rendir un tributo de homenaje a uno
de los hombres más grandes que el género humano ha
producido; grande por la nobleza de su corazón,
tanto como por la excelsitud de su mente; a uno de
OBRAS COMPLETAS
787
los hombres más grandes de todos los siglos, y sin-
gularmente el pasado, al que cabe llamar el siglo del
evolucionismo.
Siendo ya muy anciano Goethe, y en los días en
que se desarrollaban algunos de los más graves suce-
sos precursores de la Revolución Francesa, cuentan
que un día habló alborozado de algo que las noticias
de París traían, y cuando los presentes se figuraban
que habría de referirse a algún suceso del drama po-
pular, resultó que se refería a la discusión que en la
Academia de Ciencias habían sostenido Cuvier y Geof-
froy, y en la que se preludiaban ya las doctrinas del
transformismo. El viejo vidente preveía que estas
doctrinas habían de tener tanto o más alcance que la
Revolución Francesa, que implicaban una verdadera
revolución espiritual.
Y el mismo Darwin, en 1837, veinte años antes de
publicar su gran obra, escribía en su cuaderno de
notas: "Mi teoría llevará a toda una filosofía." Y así
ha sido. Tuvo la conciencia del valor de su propia
obra, y esto porque era él un hombre, un hombre en
toda la más amplía y noble extensión de la palabra.
Ser todo un hombre, ser un hombre entero, es más
que ser un semidiós, es más que ser un dios a me-
dias. Y Darwin fué todo un hombre, "una figura ori-
ginal, socrática, venerable por su energía, su amor
a la verdad y su humanidad", como ha dicho de él
Hoeffdíng, el docto historiador de filosofía moderna.
Desde que ese hombre singular, nacido en Shrews-
bury el 12 de febrero de 1809, entró en el uso de su
razón plena, puede decirse que su historia es la his-
toria de su pensamiento, como ha sido la de otros
tantos hombres que llevaron su pensamiento como un
depósito sagrado de que eran deudores a los demás.
Cierto es que la doctrina a que ha dado su nom-
bre flotaba en el ambiente intelectual antes de él for-
788 MIGUEL DE UNAMUNO
miliaria, pero él es quien le dió base científica. Hobbes,
Spinoza, Hegel y otros entre los filósofos ; Lamarck
entre los naturalistas, habían preludiado mucho de
ella. Cuando Darwin hizo su viaje en el Bcagle, con-
cibió ya la hipótesis provisoria al estudiar la reparti-
ción geográfica de fauna y flora; pero fué en 1838,
leyendo al economista Malthus, cuando recibió el sú-
bito rayo de luz que iluminó sus presunciones. En
Malthus aprendió lo de la lucha por la vida, debido
a que las subsistencias tienden a aumentar en progre-
sión aritmética, mientras los vivientes tienden a ha-
cerlo en geométrica, y las ideas que esto le sugirió,
buscó confirmarlas empíricamente estudiando los casos>
de selección artificial llevados a efecto por ganaderos,
y luego la repartición geográfica de animales y plan-
tas y el estudio de la paleontología.
En 1859, a los cincuenta años de su edad, publicó
Darwin su libro sobre el Origen de las especies. Lo
publicó a sus cincuenta años, a esa edad en que la
mayor parte de los escritores — y en particular los
literatos — han dado ya de sí cuanto tenían que dar.
Murió en 1882, a sus setenta y tres años de edad,
y tres años antes de morir había escrito : "Creo ha-
ber hecho bien consagrando mi vida a la ciencia ;
no tengo que arrepentirme de pecados cometidos, pero
me pesa no haber hecho más bien inmediato a mis
prójimos."
Fué la suya una vida serena y noble, una vida
ejemplar; vida, en cierto modo, de niño grande — y
pocas cosas hay más nobles que ser un niño grande — ,
y vida también de poeta, de un verdadero poeta, no
de un literato, de poeta en la acepción más estricta, la
etimológica, de la palabra, y vida de observador. El
ser poeta le hizo ser sagacísimo observador.
Su doctrina, ¿ quién de vosotros, pues que todos sois
en una o en otra forma estudiantes, no la conoce?
OBRA S C O M P LET A S
789
Hay, sin embargo, algunos puntos de ella en que nos
conviene hacer una parada, por muy rápida que sea,
para luego deducir ciertas consecuencias a otro or-
den de cosas. Y desde ahora os advierto que no pocas
de estas consecuencias habrán de parecer a algunos
de vosotros fantásticas, tal vez míticas.
El propósito capital de las doctrinas darwinianas
era el de explicar la diversidad de especies animales
y vegetales. ; Qué explicación se daba de ella antes de
Darwin? Ninguna. Decir que siempre hubo tal di-
versidad, que las especies empezaron por ser diferen-
tes, no es explicar la diferencia. Es una de tantas
pseudoexplicaciones escolásticas, un subterfugio ver-
bal, una consistiduria más. Remitir la razón de esas
diferencias a Dios, diciendo que éste creó diferentes
las especies, es no explicarlas.
La prueba de la teoría darwiniana, decía el mis-
mo Darwin, es "el hilo inteligible — the inteligible
thread — por medio del cual liga toda una clase de
hechos". Explicar es reducir a forma o ley una varie-
dad de fenómenos. Y si alguien nos dijera que no hay
prueba alguna directa del transformismo, que nadie
ha visto surgir una nueva especie de otra antigua,
digámosle que menos prueba directa hay del creacio-
nismo, pues nadie ha visto a Dios crear una especie.
La doctrina darwiniana nació en gran parte, y Dar-
win mismo nos lo dice, de las doctrinas de Malthus,
este vigoroso pensador tan mal conocido y tan ca-
lumniado desde que hay quienes se han amparado de
él para ciertas campañas que con su pensamiento no
tienen sino una relación bastante falsa. La doctrina
de Darwin arranca de la doctrina malthusiana de la
tendencia de los animales a propagarse en progresión
geométrica y la lucha por la vida que de ello resulta.
Y ya aquí tenemos que hacer un primer alto. Lu-
cha por la vida, stniggle for Ufe, se llama a esto, y
790
MIGUEL DE UNAMUNO
se supone arranca del combate de cada individuo y de
cada especie por conservarse. Hay ya en la Etica de
Spinoza una famosa proposición, la séptima de la
tercera parte, en que establece que la esencia de un
ser no es más que el esfuerzo con que se esfuerza por
persistir en su ser mismo. Pero en la Biblia está
escrito: "creced y multiplicaos!" ¡No: conservaos!
Y, como hace notar muy bien Rolph en sus estudios
biológicos, no es el crecimiento y la multiplicación lo
que les pide más alimento a los animales, y para lo-
grarlo les lleva a luchar, sino que es la tendencia a
más alimento, a excederse, lo que les hace crecer y
multiplicarse. La tendencia del viviente no es a con-
servarse, sino a excederse, a imponerse, a absorber a
los demás. ¡ Desgraciados de los conservadores, de los
que se quedan a la defensiva !
Es algo así como un lujo de existencia lo que nos
lleva a luchar unos con otros los individuos de cada
especie y a ésta con las demás.
Junto a esta lucha, más bien que por la existen-
cia, por la sobre-existencia, por la dominación, hay,
y para que aquélla ejerza su efecto, lo que Darwin
llamaba la tendencia a la variación espontánea, lo de
que cada nuevo individuo viviente sea de veras nuevo,
sea en poco o en mucho diferente de los que le prece-
dieron, nazca con alguna peculiaridad. No hay dos
hojas de árbol idénticas, se ha dicho.
¿ Cómo se produce esta diferencia radical y prima-
ria, esta peculiaridad que distingue a un individuo
de los demás? Darwin, con su profundo sentido cien-
tífico, con su genial parsimonia, confesó ignorarlo.
La tendencia a la variación espontánea la estimó
siempre un enigma, pues no era de esos aturdidos, o
más bien sectarios, que se imaginan haber la ciencia
disipado los enigmas del universo. "Ignoramos — es-
cribía— todo lo que se refiere a las causas de la va-
OBRAS COMPLETAS
791
riabilidad": y en su obra sobre la Variación de los
animales y las plantas: "La selección natural depende
de que los individuos mejor dotados subsisten en cir-
cunstancias complejas y difíciles, pero no tiene nada
que ver con la causa original de una manifestación
cualquiera de estructura." Es decir, que la selección
no crea diferencias : no hace sino conservar y propa-
gar por herencia luego aquellas diferencias individua-
les producidas no sabemos cómo en un ciclo embrio-
nario. El principio de individuación es un enigma.
Y esta diferencia inicial, individual, hija de lo que
Darwin, por llamarlo de algún modo, llamó tendencia
a la variación espontánea, esa diferencia inicial pue-
de muy bien ser un caso de los que llamamos tera-
tológicos. Se dice y se repite mucho aquello de que
mtura non facit saltus, pero la naturaleza da saltos,
por pequeños que éstos sean. La diferencia de un hijo
respecto a sus padres es ya un salto en el proceso de
la especie. Fenómeno que se observa con singular cla-
ridad en la vida del lenguaje, donde el niño desde la
primera vez que trata de reproducir la palabra oída, la
reproduce muchas veces mal, sin que haya un proceso
continuo de la palabra que oyó a la que reproduce.
Y si este vocablo así mal reproducido, espontánea-
mente variado, no crea una forma dialectal, una espe-
cie de nueva especie, es porque tales diferencias in-
dividuales desaparecen luego, compensándose unas
con otras, pues hay que hablar para hacerse entender,
y tal es la ley de adaptación del lenguaje.
Resultado de la lucha entre esas formas inicial-
mente diversas — en más o en menos— es lo que vie-
nen llamándose la sobrevivencia del más apto, the
survivancc of the fitlcr, frase ambigua y muy cómoda,
en que es preciso que nos detengamos. Es, desde lue-
go, una expresión expresiva de un hecho, pero hay
que precaverse contra el abuso de ella, que la con-
vierte en una pura tautología, en una explicación pu-
792
MIGUEL DE UNAMUNO
ramente verbal, escolástica, que nada explica, como
ha sucedido cuando Spencer, maestro en tautologías,
quiso darle un cierto alcance que no puede tener.
Porque, en resumidas cuentas, ¿ qué quiere decir eso
de que sobrevive o vence el más apto?, ¿quién es el
más apto?, y apto, ¿para qué? Si dijéramos que so-
brevive el más grande o el más leve, el de color más
oscuro o el de más claro, enunciaríamos una propo-
sición concreta. ¡ Pero el más apto ! El más apto
¿para qué? ¿Para sobrevivir? Tanto vale decir que
sobrevive el que sobrevive.
Y es que no hay una aptitud genérica y valedera
para todos los casos: es que la aptitud es algo cir-
cunstancial y especifico. El que es apto para una cosa
o en un momento dado, resulta inepto para otra o
para aquella misma en otro momento. Es precipita-
ción de juicio definir de antemano las aptitudes. Y
así, cuando os hablen de pueblos y razas superiores
e inferiores — permitidme esta breve digresión — , no
olvidéis que acaso lo mismo que hace a ciertos pue-
blos menos aptos que otros para el tipo de civilización
que hoy priva en el mundo, eso mismo les haga maña-
na más aptos que los otros para un diferente tipo de
civilización futura.
No hay que perder de vista, además, que no toda
adaptación implica necesariamente progreso, que hay
no pocas adaptaciones que significan un verdadero re-
troceso, que son casos de regresión. Todos conocéis
a este respecto el origen de ciertas formas parasitarias
producidas por una adaptación progresiva. Animales
parásitos que viven en los intestinos de otros, perdie-
ron vista y oído, porque no necesitan ver ni oír para
conservarse y propagarse. Y el número de formas
parasitarias regresivas es enorme, y no menos entre
los espíritus y entre las ideas. Pues ideas hay, en efec-
to, parasitarias que viven en la mente merced a cierta
fe implícita.
OBRAS COMPLETAS
793
La adaptación o selección de que venimos hablando
es una adaptación pasiva, el individuo se acomoda al
ámbito, a lo que le rodea, en virtud de la acción de
este segundo. Pero el individuo a su vez reacciona y
hay una cierta adaptación activa. El hombre, y no
sólo el hombre, no sólo se hace al medio, sino que se
hace el medio. Un hombre, un verdadero hombre, no
se resigna a hacerse al mundo, sino que se hace el
mundo, se hace un mundo por el conocimiento y por
la acción, y lo lleva en sí.
Y ésta es la función más elevada y más noble de la
inteligencia y de la voluntad humana, la de hacerse
un mundo. Y en esta línea descendiendo, nos encon-
traríamos con lo que un vigoroso pensador francés
contemporáneo, Bergson, ha llamado la evolución crea-
dora.
Y todo lo que a partir de las diferencias indivi-
duales — cuyo origen es un enigma — se conserva y
corrobora merced a la lucha por la persistencia y la
dominación, por selección y adaptación, todo esto se
propaga por herencia. Y aquí nos encontramos con
otro enigma. Porque enigma es que la vaca dé novillos
no potros, y la yegua potros y no novillos, sin que
deje de serlo porque sea un hecho de todos los día.s
y al que nuestro conocimiento se ha adaptado. Es un
hecho natural, naturalísimo, sin duda, pero no por
eso menos milagroso. Y si alguno de vosotros se es-
candalizara al oír hablar de milagros, he de decirle
que pocos creen más que yo en ellos, puesto que creo
que todo, absolutamente todo cuanto ocurre, es mila-
groso, y no admito que unas cosas lo sean y otras no.
Un enigma, un misterio, es la ley de la herencia.
Y por todo este proceso que hemos bosquejado ra-
pidísimamente se ha cumplido, y acaso se cumple aún
la trasfermación de las especies.
Y ahora, antes de pasar adelante, he de salir al
paso a una concepción muy vulgar, vulgarísima, pero
794
MIGUEL DE UNAMUNO
muy arraigada, cual es la de concebir esa trasforma-
ción en serie lineal. Recuerdo que cuando por pri-
mera vez, siendo yo muy mozo, me hablaron del dar-
winismo, me hicieron creer que Darwin enseñaba que
las especies actualmente existentes proceden unas de
otras y en serie lineal. Y es que el vulgo —y en el
vulgo entran muchas personas con carrera — sólo ha
cogido de las doctrinas de Darwin aquello de que el
hombre viene del mono. Es su especial manera de
simplificar las cuestiones, y quien sabe si de este mi
discurso no cogerán muchos tampoco más que una
frase así, torpe y equivocadamente sintética.
Arraigadísima es la tendencia vulgar a esa con-
cepción lineal de las cosas. No tenéis sino observar
— y sirva esto de nueva digresión — lo que sucede con
el modo de concebir las opiniones políticas, desde
las que llaman más avanzadas hasta las que llaman
más retrógradas, con el anarquista a un extremo y el
integrista al otro, aquí en España.
Y volviendo al darwinismo, hemos de tener en
cuenta que si todo lo vivo está sujeto a evolución y
trasformación, la doctrina misma darwiniana, que
es algo vivo y muy vivo, ha tenido que evolucionar
y trasformarse. Las cosas cambian según ley, sin
duda, pero la ley según la cual cambian cambia a su
vez. Yo, que profesionalmente me dedico a la lingüís-
tica, puedo deciros que si los vocablos evolucionan
conforme a una norma fonética, esta norma misma
evoluciona, y que el fonetismo castellano, verbigracia,
no es el mismo ahora que era en el siglo xiv.
No son los más genuinos discípulos de Darwin los
que le siguen ciegamente, y cabe decir, en cierto mo-
do, que hay darwinistas más darwinistas que Darwin,
como, en otro orden de cosas, cabe decir que hay lu-
teranos más luteranos que Lutero. No se trata de
dogmas, cosa muerta, impuestos por autoridad.
Cuando esta doctrina darwiniana empezó a exten-
OBRAS C O M P L lí T A S 795
I derse y a propalarse, no faltaron espíritus apocados
que sintieran herida una ridicula vanidad. Hombres
que son bastante hombres se sintieron ofendidos por-
que se les supusiera descender de una especie de
mono. En otros, justo es decirlo, nació la sospecha
de que esa doctrina habría de derrumbar el más hon-
do consuelo de la vida, la fe en la inmortalidad del
alma.
Un concejal de mi pueblo nativo, al oponerse a la
adquisición de un número de obras para una biblio-
teca escolar, entre las que estaban las de Darwin, ex-
clamó: "Si ellos se envanecen de descender del mono,
yo no." Y al oírlo, no pude por menos de decir: no
es lo malo venir de él: lo malo es ir a él, y pensando
de cierto modo, al mono se camina.
¡ Qué cosas se han escrito, señores, en pretensión
de refutar al darwinismo ! Yo sólo recuerdo ahora las
que me hicieron aprender a mí, en la cátedra de Me-
tafísica de la Universidad Central, de un cierto texto
de cierto dominico, que llegó a arzobispo y cardenal.
Es imposible imaginar razonamientos de una infan-
tilidad más grande. Si quisiera daros un rato de di-
vertida jocosidad, no tendría sino leéroslos.
Pero la doctrina fué extendiéndose, fué arraigando,
se empezó a querer marcar los limites de ella, y hoy
tenemos ya ortodoxos católicos que son trasformis-
tas. Y alguno conozco, hermano de orden de aquel
amenísimo arzobispo-cardenal refutador. Y ha ocu-
rrido una cosa muy significativa, cual es la de que
se ha ideado una especie de trasformismo ortodoxo,
así como se ha ideado también una especie de socia-
lismo católico.
Y uno y otro no son sino a modo de caldos de
cultivo, a manera de vacunas para evitar los estragos
del transformismo y del socialismo genuinos.
Se quiso presentar a Darwin como un enemigo,
no ya del dogma católico, sino del cristianismo y de
796
MIGUEL DE UN AM UN O
toda religiosidad. Y, sin embargo, este hombre tan
ridiculamente combatido, combatido sin ser estudiado,
fué un hombre, no sólo respetuosísimo con las creen-
cias de los demás, singularmente parsimonioso y pru-
dentísimo, sino que fué un alma profundamente reli-
giosa. Pocos hombres habrán sentido tan viva y tan
íntimamente como él la solidaridad, no ya con los
demás hombres, sino con el universo todo. Su culto
a la verdad fué un culto religioso.
Y este hombre, maestro del evolucionismo, evolu-
cionó en sus sentimientos religiosos a partir de la fe
recibida del ambiente social cristiano de su patria. El
problema del mal le llevó acaso a dudar alguna vez
de la Providencia divina, y acaso acabó dudando en el
fundamento mismo de su fe primera. Pero es que hay
dudas mucho más religiosas que ciertas rutinarias y
tercas adhesiones a un dogma petrificado y paleonto-
lógico. Respecto a estos inquietadores problemas reli-
giosos, escribía a un joven: "la conclusión más se-
gura me parece la de que toda esta cuestión cae fuera
del campo de la inteligencia humana, pero el hombre
puede cumplir con su deber". Recordemos aquí el
"obrar bien es lo que importa", de nuestro Calderón
de la Barca. Si la vida es sueño, así como es lucha,
lo que importa es soñarla bien, lucharla bien : y él la
luchó nobilísimamente. Darwin murió seguramente
agnóstico, pero hay que traer a la mente a este res-
pecto aquellas palabras de Bacon de que mejor es no
tener opinión de Dios que tener una que sea indigna
de El. E indignas de Dios son las concepciones que
de El se forjan los más de los que acusan de irreli-
giosa a la doctrina darwiniana.
Pocas actitudes más nobles que la actitud que guar-
dó siempre Darwin frente a los problemas religiosos,
que su posición frente al misterio. Comparadla con la
de cierto sectario, que pretende continuarle y com-
pletarle, y que ha creído disipar los enigmas del uní-
OBRAS COMPLETAS
797
verso. Pero no me parece tampoco noble aprovechar
el homenaje a un sabio para denigrar a otro. Dejé-
moslo.
Ni puede decirse en rigor, como por muchos se dice,
que Darwin destruyera las explicaciones teleológicas.
No, su doctrina, bien interpretada, no excluye la con-
cepción de finalidad. ¿ Quién sabe si no late la finali-
dad en el fondo de aquel enigma de la tendencia a la
variación espontánea, y si no late también en el fon-
do del enigma de la herencia ? No forman un ver-
dadero dilema el azar o acaso de un lado y el fin
previsto de otro; cabe término en ellos.
Y si grande, grandísimo, fué el influjo de Darwin
en el campo de las ciencias naturales, si ha dado .1
éstas nueva vida, no menos grande ha sido su influjo
en todas las demás ciencias, en la total enciclopedia
de ellas. Tenía razón al escribir que su doctrina lle-
varía a una nueva filosofía, o por lo menos ha vivi-
ficado una filosofía ya antigua. En todas las ciencias
ha dejado el darwinismo profunda huella; en las his-
tóricas y políticas y morales, en la misma teología.
Acaso la que se llama boy ciencia de la religión, y
no es en el fondo sino la teología misma, libre de la
presión autoritaria dogmática, es una de las que más
han recibido el influjo y efecto de las doctrinas tras-
formistas. Y a éste más que a otra cosa se debe el
nacimiento dentro de la Iglesia católica de la tenden-
cia más vigorosa, más renovadora y a la vez más
profunda que desde hace mucho haya nacido, cual es
la del llamado modernismo, que, excepto acaso en
nuestra pobre España — pobre espiritualmente — ha
repercutido en dondequiera. Y si aquí no repercute,
es porque la fe está muerta, osificada.
No es, en efecto, el llamado modernismo en el
fondo otra cosa que la aplicación de la doctrina evolu-
cionista a la explicación del dogma y de su valor.
Y observad cómo en la evolución teológica el ele-
798
MIGUEL DE UNAMUNO
mentó inicial del progreso es el mismo que el de la
evolución orgánica, o sea la tendencia a la variación
espontánea, que en este caso se llama herejía. Sin
herejías no hay progreso dogmático posible. Luego
viene el ambiente religioso, la Iglesia, a seleccionar
y a adaptarse las herejías —a adaptárselas hasta cuan-
do parece rechazarlas — . Y si no lo hace, retrocede y
regresa, como entre nosotros pasa, viniendo a dar
en una fe, implícita sustentadora de dogmas parasita-
rios, cuando no muertos.
Mas volviendo a Darwín, cúmpleme declarar que
no puedo convenir con los que sostienen que su doc-
trina ha destronado al hombre, derribándole de aquel
su puesto de rey de la creación en que se colocara.
No, la doctrina darv\^iniana ha restablecido más bien,
y sobre nuevas y más firmes bases, la suprema digni-
dad del hombre; la doctrina darwiniana ha vuelto a
hacer de él la flor de la creación. Felicísimo estuvo
el que llamó a Darwín el último de los profetas.
El último de los profetas, sí. Proyectad hacia el
porvenir su doctrina, que se contrae a estudiar el pa-
sado, y ved cuán hermosos horizontes se nos abren.
Es una doctrina que parece abrirnos un nuevo mun-
do de ideal después del cataclismo mecanicista del si-
glo XVIII, después de aquellas concepciones estáticas
y materialistas de la vida y del universo. Porque la
concepción materialista es la estática, y la concepción
dinámica es siempre espiritualista.
Vengamos ahora a reflejar la luz de esa doctrina
sobre el porvenir de la humanidad, que de este re-
flejo puede brotar toda una concepción religiosa, y
dejadme fantasear.
Dejadme fantasear, sí, pues no será el menor bene-
ficio que a Darwin debamos el de habernos dado punto
de apoyo para tan dulces fantasías.
Fijaos en la vida de los pueblos, de las muchedum-
bres, y en ella observaréis un fenómeno que corres-
OBRAS COMPLETAS
799
ponde punto por punto al de la tendencia a la varia-
ción espontánea. Tal es la acción de la personalidad
individual, el impulso de la libertad individual, pri-
mer factor del progreso de los pueblos. El motor ini-
cial de todo progreso humano se debe al hombre, al
individuo. Si la sociedad progresa es porque se suce-
den unos hombres a otros, es por la muerte - — si vi-
viésemos todos dos mil años, el progreso se deten-
dría— , es porque cada uno que nace es otro, es dis-
tinto de cuantos le han precedido. Y el más distinto,
el más nuevo, es el mayor factor de progreso. A la
sociedad la hacen progresar los hombres verdadera-
mente nuevos.
Yo no sé cuánto de cierto habrá en aquella frase
de Natorp de que el individuo es, como el átomo, una
abstracción, pero lo que en ella haya de cierto es lo
que hay en lo de que todo es abstracción. Abstracción
o no, la doctrina carlyliana del heroísmo es profunda ;
es el héroe el que impulsa a la sociedad. Y todo hom-
bre lleva dentro de sí, más o menos dormido, al
héroe.
Cierto es que la sociedad hace al individuo en
abstracto, pero en concreto, en cuanto al individuo,
en cuanto posesor de una diferencia personal de cuyo
origen nada sabemos, es el individuo, son los indivi-
duos los que hacen progresar a la sociedad.
El progreso del linaje humano y de los pueblos se
debe a las variaciones iniciales que los individuos
introducen en ellos, a esas variaciones que se cum-
plen como una especie de ciclo embrionario social.
La sociedad luego, el pueblo, acepta o rechaza esas
variaciones, las selecciona y se las adapta, adaptán-
dose a su vez a ellas. Es un individuo, es sobre todo
un individuo enérgico y genial y que trata de impo-
nerse y sellar a los demás con su sello, el factor ini-
cial de todo progreso. Los grandes descubrimientos,
los adelantos todos, brotaron de la cabeza o del cora-
800
MIGUEL DE UNAMUNO
zón de un hombre, de un héroe ; las muchedumbres no
crean, no hacen sino conservar y propagar.
Es hoy muy cómodo hablar despectivamente de ego-
tismo. Desgraciadamente tenemos muchos egoístas,
espíritus defensivos y conservadores, y pocos ego-
tistas, espíritus agresivos y creadores. Hay pocos,
muy pocos, que sientan su propia personalidad y que
la sientan como algo sagrado y de que son deudores
a los demás. Un hombre es tan grande, más grande
que una idea, porque es una idea viva. El que culti-
va celosamente su propia personalidad, y pelea por
ella, cultiva el elemento inicial del progreso, la va-
riación espontánea.
Y si es hombre de veras, trata de imponer a los
demás su personalidad, trata de dilatarla. Y nace así
la guerra, la guerra santa, no sólo entre las diversas
especies, sino entre los miembros de una misma es-
pecie.
Esta guerra, esta guerra civil, con unas o con otras
armas, es santísima, y hay que repetirlo ahora y en
nuestra patria, cuando hay tantos que creen un triunfo
de política el haber traído eso que llaman la paz de
los espíritus, y que es el retroceso.
Leopardi, en uno de sus más hermosos cantos, el
que dedicó a la retama, llamaba a la naturaleza
madre en el parto, en el querer madrastra.
Y añadía que el hombre realmente sabio la tiene por
enemiga :
A esta llama enemiga, y comprendiendo
que ha sido unida a ella
y ordenada con ella en un principio
la humana compañía,
los hombres todos cree confederados
entre si, los abraza
con amor verdadero, les ofrece
y espera de ellos valerosa ayuda
en las anqustias y el peligro alterno
de la guerra común. Y a las ofensas
del hombre armar la diestra, poner lazo
y tropiezo al vecino.
OBRAS COMPLETAS
801
tan torpe juzga cuál seria eit campo
que el enemigo asedia, en el más rudo
empuje del asalto,
olvidando al contrario, acerba lucha
emprender los amigos,
sembrar la fuga y fulminar la espada
entre si los guerreros (1).
Pues bien, no; el bien de la humanidad pide que
luchemos unos con otros los hombres; el bien de la
humanidad pide que cada uno luche por imponerse a
los demás.
Y primero, que cada cual luche consigo mismo,
que haga de su conciencia sagrado campo de batalla.
Aquí nos ha hablado el señor Bartual de la época
en que él, bajo la sugestión de las doctrinas darwi-
nianas, sintió los primeros asaltos de la duda a las
heredadas creencias. ¡ Si yo os hablara de esto ! Esa
época es en mí una época que durará, espero, toda
mi vida, que no acabará nunca. De esos asaltos, de
darlos y rechazarlos, de deshacer y rehacer mis creen-
cias, vivo. La vida del hombre sobre la tierra es com-
bate, y combate primero y ante todo consigo mismo.
Consigo mismo y con los demás. Guerra, sí, y gue-
rra civil si queréis ; guerra por imponer mi variación
personal, arranque de progreso.
Y esta guerra, lejos de estorbar a la solidaridad
humana, es la que la establece. No hay solidaridad
más honda ni más fecunda que la que entre los com-
batientes establece la guerra, y no ya entre los que
se unen para combatir a un tercero, sino entre los
mismos que se unen luchando. Nada ata más a los
hombres que la guerra. El más noble y el más fe-
cundo de los abrazos es el que se dan los combatientes
en el campo de batalla.
Así es como se progresa, por obra del esfuerzo a
1 Fragmento de la versión española del poema "La retama"
hecha por Unamuno en 1899, y que incluyó luego en su libro
Poesías, 1907, págs. 334-335.
UNAMUNO. VII.
26
802 MIGUEL DE UNAMUNO
la imposición mutua, sea entre hombres, sea entre
pueblos, no tratando cada cual de conservarse egoís-
tamente, sino tratando egotistamente por imponerse,
con ética invasora y agresiva.
Todo progreso se marca pasando de las fórmulas
negativas, conservadoras, a las afirmativas, invaso-
ras. Tomad el Decálogo y observad sus formas nega-
tivas : no matarás, no robarás, no mentirás, no forni-
carás. Y es un enorme progreso, un progreso de si-
glos, cuando, en vez de "no matarás", te dices :
"acrecentarás tu propia vida y las de los demás" ; en
vez de "no robarás", "tenderás a enriquecer tu pro-
piedad y la pública" ; en vez de "no mentirás", "dirás
siempre la verdad" — y no es lo mismo mentir que
decir la verdad siempre y en todas partes — , y en vez
de "no fornicarás", "amarás a tu mujer y perpetua-
rás la humanidad por ella".
Con una moral agresiva, tratando cada cual de im-
ponerse y no de conservarse, esforzándose por perpe-
tuarse y eternizarse, así es como se han realizado to-
dos los adelantos, así es como se ha cumplido el pro-
greso.
¿ El progreso ? ¿ Y qué es esto del progreso ? Aquí
conviene nos paremos un poco, pues apenas habrá
noción en que más ha influido la doctrina trasfor-
mista que en esta noción del progreso.
¿Progreso, adelanto, a dónde? Cuando uno camina
a un lugar que prevé y conoce de antemano, puede
decirse si va bien o si va mal; al que se dirige a una
ciudad determinada, cabe decirle si la senda que lleva
es o no la más corta y la más fácil. Pero ¿sabemos
nosotros acaso a dónde caminan el hombre y la so-
ciedad humana ? ¿ Sabemos cuál será su estado den-
tro de dos mil aiios ? Caminamos por una selva virgen
y vamos haciéndonos el camino según andamos, y sin
que haya una órbita previa.
Y, sin embargo, no es así, sino que el pasado se
OBRAS COMPLETAS
803
refleja al porvenir, y el camino ya recorrido nos mar-
ca la dirección, y. ; quién sabe?, acaso el fin del que
tenemos que recorrer. La dolorosa carrera que ha
traído al hombre a partir de sus formas inferiores,
esa dolorosa y a la vez gloriosísima carrera de la
que Darwin señaló el proceso, esa carrera ha hecho
brotar en nosotros el ideal, y el ideal es la antorcha
que nos guía en la marcha del progreso. Esto lo vió
aquel loco sublime, aquel desgraciado Nietzsche. que
en su ensueño del sobre-hombre, extrajo la flor de la
doctrina darwiniana. Y el pobre Nietzsche ha reco-
rrido la triste suerte de ser mal comprendido, y ha
hecho, por lo menos, entre nosotros, en España, ver-
daderos estragos por culpa de esa mala comprensión.
¿ Caminamos en realidad a un sobre-hombre ? ¿ Es
el hombre el germen de una especie superior a él,
de una especie que a él sea lo que él es a los simios?
Acaso el progreso individual, acaso el perfecciona-
miento del individuo humano, como tal, tenga un
límite. Discútese, en efecto, si el europeo culto de
hoy, si el hombre moderno de las razas que llama-
mos superiores nace con una superioridad mental
sobre el griego de tiempo de Feríeles, pero en lo que
no cabe duda es en el progreso social, en que el
hombre de hoy se encuentra al nacer en posesión de
medios de conocer y de obrar de que los contempo-
ráneos de Feríeles carecían. Entre otros medios, los
que ellos, con su esfuerzo, crearon.
Y así resulta que aun suponiendo un límite al
perfeccionamiento orgánico individual sigue perfec-
cionándose el organismo social, que acaso está en su
infancia.
Inútil creo recordaros aquí lo de que la sociedad
es, a su vez, un organismo unitario, así como el indi-
viduo orgánico es, en cierto modo, una sociedad. Una
sociedad es nuestro cuerpo, una sociedad unitaria, así
como lo es federativa en los organismos inferiores.
804
MIGUEL DE UNAMUNO
Y en este or.sfanismo social obra poderosamente la
herencia, que no es otra cosa que la tradición. La
tradición es la conservadora y propa^fadora del pro-
greso; sin tradición no es posible progreso alg^uno.
Sólo que esta tradición de progreso es la tradición
viva, la que es manantial y no pozo, la que es mina
y no escorial.
El impulso inicial viene, sin embargfo, lo repito
una vez más, del individuo. Este es la fuente de las
variaciones espontáneas que, adaptadas por lucha, se
trasmiten y acrecientan por herencia.
¿ Y cuál es el fin de esta lucha, de esta tradición,
de este prog-reso? Aquí es donde ha de serme per-
mitido soñar.
El fin del prog-reso es hacer conciencia, es acre-
centar la conciencia, es concientizarlo todo. El fin
del pro.?-reso social es crear la conciencia colectiva
social, dentro de la cual vivan las conciencias indi-
viduales ; es acaso hacer la conciencia universal, cós-
mica. Tenemos cada uno de nosotros una labor que
cumplir, y es la de avivar nuestra ciencia y avivar
las conciencias de los demás : es la de hacer que
se ha,a:a todo a conciencia y con ella. Nuestro fin está
en la plenitud del conocimiento.
Concibiendo las cosas con una concepción teleoló-
gica que acaso muchos de vosotros rechacéis, yo
me he ima,8:inado siempre que la materia no es más
que un medio para la vida y la vida un medio para
la conciencia, y que este proceso evolutivo que nos-
otros vemos fenoménicamente ir, por así decirlo, de
la piedra al ánjjel, tiene su razón de ser en una fuer-
za inmanente en que el ángel trata de desprenderse de
la piedra cobrando conciencia de sí mismo. La mate-
ria se me aparece como un medio para la vida, la
vida un medio para la conciencia y la conciencia a
su vez un medio para Dios, Conciencia universal.
Muchas veces se ha dicho que lo que se nos aparece
OBRAS COMPLETAS
805
muerto, inerte, inorgánico, son detritus de lo que
fué en un tiempo vivo y orgánico, o por lo menos
dotado de aquella especial vida de los orígenes de
nuestra tierra. Y yo he soñado si lo hoy inconcien-
te no será, en mucha parte al menos, detritus de
alguna especie de conciencia, de un espiritu, de un
alma, de una potencia de conciencia por lo menos.
Mcns agito f jnoJcm. "Y el espíritu de Dios incubaba
sobre las aguas." (Gén. I, 2.)
Todo hombre que sea de veras hombre, todo hom-
bre que lleve en sí una conciencia viva, un reflejo
de Dios, siente en sus íntimas luchas un tormento de
sed y de hambre, tormento que es nuestra mayor
bendición, siente un ansia de infinitud y de eterni-
dad, siente el ansia de la perpetuidad y totalización
de la conciencia, siente, para servirme de la expre-
sión característica de uno de nuestros escritores clá-
sicos, un apetito de divinidad.
Es una sed de conocimiento, es un hambre de ple-
nitud de conciencia. Hambre y sed que a las veces
nos lleva a muertes tan nobles como la de aquel cón-
dor de los Andes, muerte que en alguna otra ocasión
de mis discursos he recordado. Pero voy a repetirla
aquí :
Acostumbran los habitantes de ciertas regiones an-
dinas, cuando cogen a un cóndor, sacarle los ojos y
soltarle. La pobre ave ciega se cree en el fondo os-
curísimo de algún cañón o encañada y emprende su
vuelo verticalmente y hacia arriba, como tratando de
evitar los salientes de las rocas entre que se cree
presa. Y así sube y más sube, en busca de luz, y como
no la encuentra, sigue subiendo y sube y sube, en
busca de luz siempre, hasta llegar a alturas en que,
siéndole ya imposible respirar por lo tenue del aire,
pliega la cabeza sobre el pecho y cae desplomada,
muerta de asfixia. ¿No es una muerte nobilísima, la
más noble acaso que un hombre pueda apetecer? ¿Y
806
MIGUEL DE UNAMUNO
esta ascensión no es, en parte, un símbolo de la as-
censión del linaje humano?
El motor del progreso no es otro que ese apetito de
divinidad, que esa inextinguible sed de infinitud y
de eternidad que nos lleva a cada uno de nosotros,
cuando nos sentimos de veras hombres, a luchar por
imponer nuestra personalidad, por sellar a los demá=i
con el sello de nuestra variación personal, y poder
así no morir del todo.
Este, el ansia de inmortalidad y de totalidad, el
ansia de perpetuarnos y de totalizarnos: éste es el
móvil de la vida interior. Y tal es la esencia misma
de la conciencia. Es tender a Dios, que es la con-
ciencia universal infinita y eterna.
"Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre
que está en los cielos", nos dijo el Cristo, ponién-
donos por ideal y meta la perfección absoluta e in-
asequible, en esta vida por lo menos.
¿ Y no veis todo un programa del progreso huma-
no en aquellas otras palabras que la leyenda atribu-
ye a la serpiente y como dichas a nuestros primeros
padres, aquellas palabras de: seréis como dioses co-
nocedores del bien y del mal ? Por conocimiento, por
la conciencia, nos elevaremos a la divinidad. Y aquella
feliz culpa de la leyenda bíblica es un símbolo de lo
que al hombre le ha sacado de las especies inferiores a
él, elevándole sobre ellas, y es el conocimiento, el fru-
to de la ciencia del árbol del bien y del mal. Por ella,
y merced a la redención, caminamos a Dios.
¿Qué es Dios sino el supremo y absoluto sobre-
hombre, la proyección del hombre al infinito? La
visión de Dios brotó en la conciencia humana y es
forzoso que tenga forma antropomórfica. Así es y así
tiene que ser. El ideal tiene que ser para el hombre
antropomórfico. Y el hombre es ante todo el depo-
sitario de la conciencia. El hombre es hombre por-
OBRAS COMPLETAS
807
que se conoce tal. Y Dios, ¿no es acaso la conciencia
del Universo?
Así, por el conocimiento, por la expansión de la
conciencia, es como hemos de traer a la tierra ese
reino de Dios, por cuyo advenimiento le pedimos to-
dos los días y que no es otro que el reino de la per-
fecta conciencia.
Y entrando ya de lleno en el más íntimo campo
de estos ensueños adonde a partir de las doctrinas
de Darwin me he lanzado, y como el más preciado
homenaje que puedo rendirle, permitidme termine
con la visión final y más espléndida, con la visión
de que todo llegue un dia a cobrar conciencia de sí
y de las demás cosas, y por fin brote o se descubra.
Dios, fin de la evolución.
Pero es mejor que no el que me oigáis a mí el que
oigáis aquellos dos estupendos sonetos del gran poe-
ta portugués, el más intenso acaso de cuantos la
Península ha producido en el pasado siglo y tal vez
en otros, de Antero de Quental, aquellos dos sonetos,
que tituló Redención y que, traducidos a la letra y no
en verso, dice así:
Voces del mar, de ¡os árboles, del viento
cuando a veces en sueño doloroso
me cuna vuestro canto poderoso,
juzgo igual al iiiio vuestro tormento.
Verbo crepuscular e íntimo aliento
de las cosas mudas, salmo vtisterioso,
¿no serás tú, quejumbre vaporosa,
el suspiro del mundo y su lamento?
Un espíritu habita la inmensidad;
un ansia cruel de libertad
agita y muczc las form.as fugitivas;
y yo comprendo vuestra lengua extraña,
voces del mar, de la selva, de la montaña,
almas hermanas de la mía, almas cautivas.
¡No lloréis, vientos, árboles y mares,
coro antiguo de voces rumorosas,
de voces primitivas, dolorosos,
como un llanto de larvas tv.mulares!
808
MIGUEL DE UNAMUNO
Rompiendo un día surgiréis radiosas
de CSC ensueño y esas ansias afrentosas
que expresan vuestras quejas singulares.
Almas en el limbo aún de la existencia,
despertaréis un día en la conciencia,
y cerniéndoos, ya puro pensamiento,
veréis las formas, hijas de la ilusión,
caer deshechas como un sueño vano
y acabará por fin vuestro tormento!
Ved aquí una de las visiones más espléndidas que
le ha sido dado soñar a hombre, la visión del Uni-
verso todo, animado e inanimado, cobrando concien-
cia de sí, dándose conocimiento de sí y cayendo en-
tonces las formas transitorias.
¿Y qué es esta visión más que la visión beatífica?
¿Qué es más que la visión de Dios, aunque de un
modo confuso y simbólico? ¿No estamos acaso ha-
ciendo a Dios de continuo o no está Dios haciéndose
de continuo en nosotros por la conciencia ?
No rechacemos el antropomorfismo ; la doctrina
transformista vuelve a poner al hombre a la cabeza
de la creación.
En el principio era el verbo, la palabra, es decir,
la conciencia, y por ella fué hecho todo. Y a ella
tiende todo. A la conciencia tiende la evolución toda
de los seres vivos.
Hay en el capítulo XV de la Primera Epístola a
los Corintios un versículo que contiene, en otra for-
ma, la misma espléndida visión del poeta. Es el ver-
sículo 28, aquel en que dice que luego que todas las
cosas queden sujetas al Hijo, al Verbo, entonces este
mismo Hijo se sujetará al que le sujetó a él todo,
para que Dios sea todo en todos. ¿ No veis aquí la
espléndida visión de un universo, que por la concien-
cia vuelve a Dios, a la Conciencia Universal infinita y
eterna, en quien somos, nos movemos y vivimos?
Y ahora vosotros, a los que habéis preparado y
rendido este homenaje a un hombre de conciencia y
I> R A S COMPLETAS
809
de ciencia, que tanto contribuyó a enriquecer la con-
ciencia humana, a hacerla más compleja, más intensa,
más clara — es decir, más conciente de sí — , vos-
otros habéis contribuido con ello a promover aquí la
conciencia colectiva, a hacer que la muchedumbre
vaya haciéndose pueblo, pueblo que tenga conciencia
de sí, que se conozca y conozca el mundo que le ro-
dea; vosotros habéis contribuido con ello a la per-
fección del hombre, a su ascenso al sobre-hombre, a
su vuelo hacia Dios.
Dentro de muy pocos días la Iglesia nos dirá :
"Acuérdate, hombre, de que eres polvo y has de vol-
ver al polvo." Pues yo, para concluir, os digo : Acuér-
date, polvo, de que eres hombre y de que por la hu-
manidad has de volver a Dios, puesto que a Dios
llevas en el alma.
He concluido.
(Texto publicado cu Tribuna Médica. Organo de
la Academia Médico-Escolar del Instituto Medico
Valenciano. Año IH, número 13 (extraordinario).
Valencia, febrero 1909, págs. 7-25.)
DISCURSO CON MOTIVO DEL CENTENARIO
DE LAS CORTES DE CADIZ, PRONUNCIADO
EN EL AYUNTAMIENTO DE SALAMANCA,
EL 24 DE SETIEMBRE DE 1910
Me doy cuenta, señores, de la especial solemnidad
de este acto, de esta sesión extraordinaria del Conce-
jo de la ciudad siempre patriótica de Salamanca en
honor a los legisladores de Cádiz. He venido acá
cuando mi deber de ciudadano me lo reclamaba, y ven-
go ahora invitado a hablar por nuestro alcalde. Y si
me explico esta invitación es recordando que el ilus-
tre Muñoz Torrero, lumbrera de las Cortes de Cádiz,
pasó a ellas desde la silla rectoral de esta Universi-
dad, desde la silla que hoy, por gracia de su Majes-
tad ocupo. Y este recuerdo hace más grave mi co-
metido ahora.
Conviene no olvidemos que esta celebración del
primer centenario de la apertura de las Cortes de
Cádiz no es sino obligada secuela de la celebración
general del centenario de la guerra de la Indepen-
dencia española contra los soldados de la Francia
napoleónica. Las Cortes de Cádiz fueron un episodio
de esa guerra gloriosa.
Aquellas Cortes en que nació la primera Constitu-
ción liberal de España estaban, sin duda, imbuidas
en las doctrinas de la gloriosa revolución, pero se
celebraron frente a la dominación francesa y contra
ella, y se celebraron en la capital española más cerca-
na al Africa, a Marruecos: en Cádiz.
Y a la luz de estas circunstancias verdaderamente
OBRAS COMPLETAS
811
simbólicas, o si se quiere agoreras, debemos pensar
hoy en la verdadera, en la íntima independencia na-
cional, la del espíritu, y sobre todo la de nuestro papel
y representación en el mundo de la historia, la de
nuestra misión en Africa y aun en Europa, que pue-
de llegar a verse de nuevo en peligro.
No olvidemos que si nuestros abuelos de Cádiz ga-
naron las libertades políticas frente a un pobre e in-
digno rey entregado al invasor, nosotros acaso ten-
gamos que pelear por la libertad del alma nacional
frente a una secta o a un partido de hombres entre-
gados a la furiosa vanidad del internacionalismo sin
patria.
Ese peligro a que aludo puede llegarnos por la sin-
gular ceguera de no pocos españoles, los más de ellos
de buena fe, que acaso un día sufran el desengaño
que los afrancesados de hace un siglo sufrieron ; es-
pañoles que se empeñan en no ver en nuestra acción
en Africa nada más que ensueño loco o una empresa
de intereses privados. Españoles que amenazan con
huelgas y motines si se persiste en reconquistar en
Africa la independencia nacional española y que coad-
yuvan, no sé si todos y siempre por pasiones políti-
cas o por fanatismo de convicciones, a la campaña de
calumnias y embustes con que por ahí fuera trata el
internacionalismo antipatriota de todas las patrias, de
empañar el nombre de España, uno de los pueblos
más libres hoy y uno de aquellos en que menos se
persigue al pensamiento.
Pensad en todo esto, y quiera Dios que no tenga-
mos un día que fraguarnos otra nueva Constitución
española, genuina y castizamente española, en otro
Cádiz a que nos reduzca más que el ímpetu de los
enemigos de fuera la ceguedad de los de dentro.
(Texto publicado en El Adelanto. Salamanca, 26-
IX-1910.)
DISCURSO EN LOS JUEGOS FLORALES,
CELEBRADOS EN PONTEVEDRA EL 20 DE
AGOSTO DE 1912
Señoras y señores :
Al recibir la invitación para presidir estos Juegos
Florales no dejo de extrañarme que os acordarais
de mí, cuando hay tantos otros literatos españoles, y
algunos de entre los primeros de los primeros, que
son de esta región y podían haber realizado con más
gallardía su cometido.
Y al rebuscar vuestros motivos en mi mente, ocu-
rrióseme que sería por cierta fama que de claro he
adquirido. Debo, pues, pagároslo con claridad.
Por mi parte, se me presentaba un conflicto: de
un lado, mi deseo, ya antiguo y acrecentado en un
viaje a otra porción de Galicia, de conocer esta re-
gión famosa por su belleza, y de otro lado, una cier-
ta repugnancia que siento hacia estas fiestas y el te-
mor de venir a ella a protestar de la forma en que
suele llevarse a cabo de ordinario.
Mas aunque fuera para protestar, y ver si así se mo-
difica, debía venir.
Empezó el furor de estas fiestas a raíz de aquello
que se llamó nuestro desastre y que ocasionó, entre
otros males, el de la desastrosa literatura regenera-
cionista, el mayor, acaso, de todos ellos. Y estos
Juegos, que vinieron de Cataluña, convirtiéronse
pronto en festejo, en deporte.
Es el juego algo noble, serio y a las veces trági-
co. La vida es, tanto más que sueño, juego. Ya
OBRAS COMPLETAS
813
Schiller decía que del juego nació el arte. Y el jue-
go, es su mayor seriedad, tiende, no a fin inmediato,
práctico o económico, sino a hacerse el hombre, a
acrecerse, a superarse, sin otra finalidad que desarro-
llar su contenido todo, mientras el deporte se reduce
a matar el tiempo o a ahuyentarlo y el festejo a
atraer forasteros, para lo cual lo mismo sirve una
estocada, un vuelo o un discurso.
Hubo ingenuo — infeliz — que llegó a creer que
los Juegos Florales podían acabar suplantando a los
toros ; pero yo, enemigo de esta fiesta llamada na-
cional, os declaro que en ella, en que se muere de
veras — aunque no, ciertamente, el espectador — , hay
una cierta seriedad trágica, que falta en estos otros
festejos en que nada se compromete.
En cuantos Juegos Florales he presenciado, y no
han sido, fuera de unos en que fui a oír llorar a
Costa, sino aquellos en que he tomado, con el nombre
nada simpático de mantenedor, parte, no vi que se
comprometiera nada, y si alguna vez se convirtió un
recinto como éste en algo así como una plaza por el
apasionamiento, era que toreaba yo.
He venido diversas veces protestando contra las
corridas de toros, y no por la barbarie de la fiesta,
sino por la deteriorización mental que supone el pa-
sarse buena parte de la vida hablando de ellas y co-
mentando sus lances. Que vean el espectáculo; pero
que no hablen de él.
Mas paréceme, por otra parte, que he de acabar
cantando a este respecto la palinodia y abogando por
la continuación de los toros, seguro como estoy de
que si se llegase a su supresión resurgirían los autos
de fe, y los que hoy piden caballos pedirían herejes.
Pero aquí es ése de los toros un espectáculo exó-
tico, un mero pretexto de bullanga. No conozco nin-
gún primer espada gallego, en tauromaquia, al me-
nos.
814
MIGUEL DE UNAMUNO
Mas no es sólo contra los toros, a que se va no a
matarlos siquiera, sino a verlos matar, contra lo que
protesto, sino contra todo juego convertido en de-
porte, esto es, en exhibición. Los juegos físicos, at-
léticos, hanse convertido en exhibición también, con
sus records y sus campeonatos, y hay una parte de
la juventud que alterna entre el foot-ball y ciertas
disipaciones, y a la que no le hace más fuerte el
dar patadas a una pelota. Y luego se nos habla de
la decadencia física de la raza, apoyándola, como hace
poco, en el fracaso de un canon antropológico militar
traducido del alemán.
Que no es sólo la tauromaquia deporte, lo es entre
nosotros la literatura —sobre todo el teatro — , la po-
lítica, la religión misma. El teatro es un pasatiempo
en que no se puede perturbar la digestión de los har-
tos que van a él a ver y ser vistos. La beneficencia
es para muchos un deporte, para llenar la ociosidad
espiritual sin comprometer el corazón.
Proviene todo esto, en mucha parte, de la educa-
ción. Una cierta compañía que no vió nunca sustan-
tividad ni en el arte ni en la ciencia, haciendo de
aquélla un mero adorno, un cosmético, y de esta otra
de la ciencia, un modo de apoyar ciertos principios,
es decir: abogacía, o un modo de ganarse la vida, es
decir: ingeniería. Y así es que nos ha faltado una
fuerte y seria y sólida educación estética que nos ha-
bría traído no pocos beneficios, sobre todo en la po-
lítica. Porque si este país estuviera bien educado es-
téticamente, no habrían llegado a altos puestos en la
gobernación pública, a título de artistas de la palabra,
hombres cuya honorabilidad y cuyos méritos en otros
respectos no pongo en duda ; pero cuyo arte sólo pue-
de pasar donde esa educación es tan deficiente.
Menos mal, pues, si estas fiestas contribuyeran a la
educación estética de nuestro pueblo; pero presentan
un cierto aspecto de academias de seminario, en que se
OBRAS COMPLETAS
815
cultiva la retórica más estirilizadora. ¿Qué nos han
dado, en efecto, en poesía? ¿Qué fuerte poeta nuevo
nos han revelado que sin ellas habría permanecido
oculto? Apenas sí Gabriel y Galán. Maestros hay, en
cambio, en Gay-saber que han obtenido las siete o nue-
ve o trece — no estoy fuerte en este protocolo — flo-
res naturales, que para llegar a serlo se precisan y
que las guardan mustias en el armario, junto al títu-
lo de bachiller, sin haber logrado un público que se
recree con sus cantos.
Sirven las carreras de caballos para fomentar la
cría de caballos, pero de caballos de carrera, y sir-
ven los certámenes poéticos para fomentar la cría de
poetas, pero de poetas de certamen. En nada han
contribuido estas fiestas a aliviar la oquedad espiri-
tual de la poesía de la España de la Restauración.
Ha sido este período verdaderamente lamentable : imi-
taciones españolas de imitaciones sudamericanas, de
artificiosidades bulevarderas parisienses : poesías ané-
micas ; de un ritmo bailable, cuyo compás se lleva
con los pies : galvanizaciones pseudoclásicas y sonoros
ejercicios retóricos en que se ve el influjo de los
latiguillos de Rafael Calvo. Y era curioso observar
el éxito que en este erial obtenían unos ciertos do-
lores artificiosos, de una sentimentalidad ambigua y
de una filosofía de un ramplonismo lamentable. Sobre
todo esto soplaron como ráfagas de aire fresco res-
taurador unos cantos campesinos que trascendían, sí,
a flores y mieses criadas al sol desnudo y al aire li-
bre, pero cuyos vuelos no eran ni más sostenidos que
los de las perdices de los sembrados. Y el teatro se
llenó de sonoridades frías, de adormidera lírica o de
filosofía de ingenieros.
Poco antes de esto, mas cuando ya ello se prepa-
raba, en 1884, apareció un tomo de poesías llenas de
pasión: eran de una mujer gallega. No obtuvieron
éxito: se le achacaron, por decir algo, no sé qué
816
MIGUEL DE UNAMUNO
defectos técnicos, mas la verdad era que allí se mos-
traba un alma al desnudo, y nada hay más peligroso
que desnudar el alma en esta tierra en que parece
que los más, por lo que la envuelven y encubren, la
tienen encanijada y escuálida. Ni ella, aquella mujer.
Rosalía, esperaba gloria, como lo decía en aquella
composición suya:
Yo prefiero de ese brillo de un instante
la triste soledad donde batallo,
y adonde nunca a perturbar mi espíritu
lleíja el vano rumor de los aplausos (1).
En aquellas rimas había pasión, y prefiero yo estas
sus rimas castellanas a las gallegas; es decir, son
aquéllas tan gallegas como éstas. En sus poesías, el
lenguaje regional refleja más acaso, lo que le rodea,
los sentimientos del pueblo en que vive : pero lo íntimo
suyo, de su alma de mujer culta, en lucha, sin duda,
con el ambiente, aparece mejor en sus composiciones
castellanas. Son éstas más líricas, más personales,
más universales, en fin. Tenía sobre todo pasión hasta
cuando era injusta. Nada más sincero, más noble,
que la hermosa injusticia con que trató a Castilla.
Oíd lo que decía de ella en "Tristes recordos" :
Unka tarde alá en Castilla
Brillaba o sol cal decote
N' aqueles desertas brila;
Craro, ardoroso e insolente
Con perdón d'él, pois n'e modo
Aquel de queimá-l-a ^ xente, etc.
Llanura; siempre llanura, decía de Castilla, y era
natural que no sintiese la hermosura de ésta. ¡ Qué
habría dicho ante el paisaje de Fontiveros, cuna de
San Juan de la Cruz !
Era natural que ella, criada en esta tierra que atrae
1 En las orillas del Sar, nueva edición, Madrid. Páez, S. A.
página 188.
2 Follas Novas. Nueva edición. Madrid. Páez, S. A., p. 158.
OBRAS COMPLETAS
817
como un nido entre dulces colinas, oyendo la melodía
de las notas verdes de la f^aita, no sintiese bien la
recia poesía de aquella tierra llena de cielo y que al
cielo nos despide; de aquella tierra que es todo cima,
y como una sola nota, pero nota pastosa de órgano, de
aquella tierra que nos pone solos cara a cara frente
a Dios.
Pero había pasión. La característica quejumbro-
sidad gallega se viste en ella de frases de fuego, que
no son quejumbres de pinos, sino rechasquidos de
robles. Y luego tenía la zumba. Casi sólo a dos notas
se reduce la poesía gallega, que o es elegiaca o es
satírica. Se dan aquí la alegría, o más bien, el humor
festivo y zumbón y la tristeza, o mejor la queja,
polarizadas, no fundidas en serenidad. Pero hay un
peligro grave en esta vuestra zumba característica,
que es algo así como una emigración de las ideas
del espíritu. Produce algo que pudiera llamar el anti-
quijotismo. Don Quijote no se somete ni resigna;
resiste, protesta, lucha y se pone en ridículo dando
que reír de él; vosotros, en cambio, os burláis dul-
cemente del que os somete, le tuteáis zumbonamen-
te, habláis entre guiños de su mérito y su poderío,
acaso os vengáis con esa zumba ; pero vivís someti-
dos. Y, sin embargo, bien dijo aquel clásico que sólo
los desesperados hacen cosas imposibles.
Acaso lo vuestro sea lo más práctico. Recuerdo
aquella "pobriña qu'está xorda", de Rosalía. ¿No
es un símbolo?
Vuelvo a repetir que me parece que lo mejor, lo
más serio, lo más trágico, lo dijo Rosalía:
Con ese orgullo de la honrada y triste
miseria resignada (1).
en sus rimas castellanas. En las orillas del Sar. Allí
se siente su soledad interior:
1 En ¡as orillas del Sar. ed. cit. p. 159.
818
MIGUEL DE UNAMUNO
No va solo el que llora,
No os sequéis, ¡por piedad!, lágrimas mías;
Basta un pesar al alma:
Jamás, jamás, le bastará una dicha (1).
Es poesía de roble, no de pino. De roble callado y
fuerte, que se viste y se desnuda cada año exponiendo
ascético su desnudez a los frios del invierno cual si
para él la vestidura fuese, no un abrigo, sino un ador-
no. Oíd lo que ella misma dijo hablando de pinos y
robles :
Una mancha sombría y extensa
borda a trechos del monte la falda,
semejante a legión aguerrida
que acampase en ¡a abrupta montaña
lanzando alaridos
de sorda amcna-a, etc. (2).
Y esta poesía tan gallega estaba en castellano, por-
que lo regional no consiste en poner en un lenguaje,
más o menos convencional, lo que acaso en castellano
se concibe. Esos dialectos rurales no pueden prestarse
a ciertas exaltaciones líricas. La civilización, por
otra parte, hasta en su aspecto estético, es civil, de
ciudad, y se opone a la ruralización. El campo es
bueno para cantarlo, pero no en campesino, y para
civilizarlo. Hay, además, un sofisma en eso de la
literatura popular: el pueblo, la masa, que puede vo-
tar en unas elecciones, no es capaz de inventar una
sola copla. Y es que el votar es una de las cosas más
inarticuladas.
El espíritu del pueblo vasco no es menester ir a
buscarlo a la poesía en vascuence, de escaso valor
práctico en general, sino a los vascongados que es-
cribimos en castellano. En una variedad dialectal del
inglés y no en la antigua lengua céltica que agoniza
en las higlilands, reveló el alma de Escocia, Burns ; en
inglés, la de Irlanda, Moore; en francés, y no en la
1 Ibid., p. I9.S.
■¿ Id. "Los robles", p. 67.
OBRAS C O M P LE T A S
819
lengua céltica bretona, la de Bretaña, Brizeux, y con
él, en prosa, Renán, Chateaubriand, Lamennais.
Cuando Curros publicó sus Aires d'a miña térra
empezaba diciendo:
Escribir nada máis pr'unha provincia
ou, com'os pavos árcadcs fixeron,
escribir sob'ra casca d'os curtisos
cáxeque todo ven a ser o mcsnio (1).
Y sigue diciendo, como buen progresista, que todo
tiende a la unidad, que es ley universal, que condena
las divisiones dialécticas, y que cómo entonces, se pre-
gunta, escribe en gallego. Y sale con la ocurrencia
de que cuando con todos los idiomas un idioma uni-
versal formemos,
¿qu'oHtro sinón? será o gallego
lengua enxebre en qu'as ánimas d'os morios
n'as negras noites de silencio e medo,
encomendan os vivos as abrigas
ue, mal pocados, sin cumprir morreron
dioma en que garulan os paxaros, etc.
Y acababa:
Ti non podes morrer... ¡Eso quixeran
os desleigados que te escarnecerán!
mais ti non morrcrás. Cristo d'as lenguas
non, ti non morrcrás ¡onh! Nazareno! (2).
No está esto mal, como recurso retórico, y es des-
de luego más cómodo que estudiar la lengua moribun-
da con amor científico, con piedad de método, con
serenidad, sin fantasear orígenes célticos ni heléni-
cos, vacíos de todo valor, y sin deformarla. Es más
cómodo que este estudio llamarle aramio al telégrafo,
o aportuguesar el gallego para distanciarlo del cas-
tellano.
Y frente a esto tenéis que entre los primeros es-
critores castellanos figuran hoy algunos gallegos, tan
1 Introducción. Edición Emecé. Buenos Aires, 1940, pág. 1.
2 Edición citada, págs. 3-4.
820
MIGUEL DE UNAMUNO
gallegos, acaso más, que los cultivadores de ese len-
guaje poético artificioso y no sentido.
¿ Creéis que con estos Juegos puede contribuirse
poco o mucho y en algún modo al renacimiento de
la literatura regional ? Hacéis bien entonces en cele-
brarlos. Mas yo creo que vosotros, los gallegos, con-
seguís más saliendo fuera a triunfar, subiendo a la
meseta, a secaros los huesos.
Estos Juegos nacieron, ya lo sabéis, en Provenza,
y de Provenza partió también la chispa que prendió
luego aquí, en esta tierra de Santiago, en vuestra
literatura medieval de origen trovadoresco, y de ese
origen provenzal trovadoresco le vino su artificiosi-
dad ya de origen, como pecado original, de que
le salva un cierto aliento popular y sobre todo una
afectiva pasión amorosa, como la que estaba en los
cantos de Macías y de Rodríguez Padrón.
Pero en Provenza, en aquella tierra de trovadores
y de Juegos Florales, hubo los albigenses que supie-
ron luchar por su fe, como aquí hubo aquellos Jicr-
mandiños que supieron segar hombres. Mas hoy pa-
rece se os va el mayor vigor por la emigración, ya
de hombres, ya de esfuerzos espirituales que emigran
en la zumba y el festejo.
Añádese un cierto aislamiento relativo que la po-
sición geográfica os impone.
Al recorrer este país y recoger cuanto de él sé,
acuérdome de aquella descripción que del miñoto hizo
el más grande de los historiadores peninsulares : Oli-
veira Martins, al principio de su Historia de Portu-
gal:
A'quem Tamcga o escenario muda: a Jimnildade
cria em toda a parte vegetacdes abundantes : nao ha
um palmo de ierra d'ondc nao brote un eiixamc de
plantas; mas como o solo c breve, como a rocha afflo-
ra por toda a parte, e os campos nascem do terreno
vegetal formado iias anfractuosidades do granito pe-
OBRAS COMPLETAS
821
tas follias e ramos de compostos, e nos estuarios dos
ríos pelos sedimentos das chcias, a vegetaqao e ras-
teira c humilde, o pinito niaritimo de nina constituicao,
débil, o carvalho uní piguicu cuidado pelas varas das
vides suspensas. A deiisidade da populaqao completa
a obra da naturaleza n'uma regido onde o vinho nao
atnadurece : o acido picante dá-lhe una similhanqa das
bebidas fermentadas do norte, cidra ou cerveja, e com
ella, ao genio do poro, caracteres tambem similhantes
aos dos bretoes e flamengos.
A vegetando, de si mesquinlia, e amesquinliada
ainda pela mao dos honiens; as necessidadcs implaca-
veis da populacao, abundante produzcm uma cultura
que é víais hortícola do que agrícola; pequeninos
campos, circumdados por pequeninos valles, orlados
de carvalhos pigmcus, decotados, onde se pendtiram
os cachos das uvas verdes. No meio d'isto formiga a
familia; o páe, a máe, os flllios, immundos, atrae d'uns
boisinhos andes que hn'rau uma amostra de campo, ou
puxam a miniatura de um carro.
Sab bum céu ennuveado quasl semprc, pisando um
elido quasí scuipre alagado, encerrado n'um valle
abofado en milhos, domimdo em torno por florestas
de pinheiros sombríos, sem ar vivificante, ncm abi'u-
dantelus, tiem largos horizontes, o formigueiro dos
minhotos, nao podendo despegarse da térra, como que
se confunde com ella; e, com os scus bois, os seus
arados e en.vadas, forma um todo d'onde se nao erguc
uma voz de independencia moral, eiubora amíudc, se
levante o grito da resistencia utilitaria.
A paizagem é rural, nao é agrícola; a poesía dos
campos é naturalista, nao é idealmente pantheista.
Quem uma vez subiu a qiialquer das montanhas do
Minho e dominou d'ahi as lombadas espessas de ar-
voredo, sem contornos definidos, e os valles quadrícu-
lados de muros e renques de carvalhos recortados,
scntíu dccerto a ausencia de um largo folego de
822
MIGUEL DE UNAMUNO
ideal, e de urna viva iiispiragao de lu::. Apenas aqiti
e acolá, engastado na monotonia da cor dos milhos,
um canto do verde alegre do linho vem lemhrar que
tamben no coraqao do minhoto ha um logar para o
idyllio infantil do amor (1).
Y cuando un pueblo así cae, no por fatalidades
étnicas ni climatéricas, que cada vez creo en ellas
menos, sino por tradición histórica y dejadez de pro-
pias energías, bajo el dominio, no ya de la mujer,
sino de lo femenino — que es otra cosa — viene a pa-
rar a un estado de que hace falta una recia sacudida
para poderse libertar. Cae bajo el feminismo de una
cierta vanidad, vanidad voluble, quejillona a veces, a
veces zumbona. Desfógase en festividades : es fogite-
teiro.
Falta en casos tales el momento trágico, el reli-
gioso, y falta en todo, hasta en la religión.
Bien venidos estos juegos si ellos contribuyeran a
dar a la literatura regional ese tono de seriedad, de
profundidad, que cumpliera la obra de la tan nece-
saria, aquí como en toda España, educación estética.
Una descentralización de la cultura, literaria, ar-
tística, científica, es muy de desear entre nosotros,
ya que otra descentralización, la política — no la ad-
ministrativa o meramente burocrática — , no haría sino
debilitar al Estado. Y al Estado, única garantía eficaz
hoy en España de todas las más preciadas liberta-
des; al Estado, verdadero órgano de cultura; al Es-
tado, conciencia internacional de la nación, hay que
robustecerle y rodearlo de toda clase de prestigios en
este país de millonarios anarquistas.
Y ahora, aunque no soy hábil galanteador ni mu-
cho menos, algo he de decir para concluir, como es
de ritual, a las señoras. De una mujer, como la más
genuina representante de la literatura regional galle-
1 Historia de Portugal, Lisboa, 1901, tomo I, psgs. 36-37.
OBRAS COMPLETAS
823
g-a, es de lo que más os he hablado, pero de una
mujer que no se redujo a ser Laura inspiradora de
un Petrarca, sino que petrarquizó ella misma : de una
mujer que produjo, que cantó, que dió ejemplo de
%-irilidad e independencia de espíritu.
No consintáis ni que se os hable como a niños
grandes incapaces de comprender cosas serias, ni que
se os ate como a un ídolo al altar para sahumaros
con el incienso de fáciles requiebros. No es cosa de
que sirváis pasivamente tan sólo hoy para adornar
estas fiestas ; luego, para presidir una corrida de to-
ros; mañana, un ropero. Festejo literario, corrida y
ropero todo es uno.
Haciendo hace unos años un viaje de El Ferrol a
Betanzos observé que no se veía trabajando en el
campo sino mujeres. Dijéronme que los hombres es-
taban fuera, habían emigrado. Y creí entrever todas
las consecuencias para un país donde hay un tal ex-
ceso de mujeres. Los hombres emigran a la América
o al centro de España ; las ideas viriles emigran tam-
bién por la zumba y lo festivo. Os queda, pues, la
tarea de hacer hombres. De hacer hombres, no de
parirlos; de formarles viriles, varoniles.
Haced, pues, hombres que lo sean ; que para mu-
jeres os bastáis vosotras.
(Texto aparecido en El Progreso. Pontevedra. 21-
VlII-1912.)
DISCURSO PRONUNCIADO EN EL SALON
DE ACTOS DE REAL ATENEO DE VITORIA
EN SETIEMBRE DE 1912
Señoras y señores :
Galantemente invitado... Suponeos esta parte del
exordio.
Quisiera, siendo lo menos catedrático posible, enta-
blar con vosotros una conversación y no dar una con-
ferencia. Y por eso, cuando me preguntaron por el
tema que pensaba desarrollar, contesté que no tenía
tema. Aborrezco el programa, y estimo mucho mejor
que vayan saliendo las frases espontáneas, aunque
previstas y preparadas. Porque nada hay más prepa-
rado que las llamadas improvisaciones.
Todo conferenciante, por otra parte, y todo el que
cultiva la ciencia o la literatura va resultando que
tiene que ser o dileitante o pedante, y yo, puesto en
semejante dilema, opto por la primera parte.
Recuerdo de un muy ilustre y en su tiempo famo-
sísimo compañero mío de profesorado y conspicuo re-
público, hombre grave y solemne, en quien jamás
observé sentido alguno del humor, que al comenzar
sus cursos preguntaba invarial)leniente a sus alum-
nos : Qué venimos a hacer aquí ?'" Corría el riesgo,
naturalmente, de que un estudiante avispado le con-
testase: "La cosa está clara; usted, señor profesor, a
ganarse su sueldo y nosotros nuestro curso". Convie-
ne saber que allí a explicar física o latín o metafí-
sica le llamaban hacer física, hacer latín, hacer me-
tafísica, y si yo os preguntase qué venimos a hacer
OBRAS COMPLETAS
825
ahora aquí, mi respuesta sería : a pasar el rato sin
adquirir compromisos serios.
Yo bien sé que vosotros, por vuestra parte, os ha-
béis congregado aquí para oír a un hombre que viene
precedido de fama de extravagante y paradójico. Y
aquí os advierto que paradoja en boca de los tontos
y de los ignorantes no quiere decir sino todo aquello
que no han oído antes. Figuraos cuantas cosas lo se-
rán para ellos.
Lo más obvio y más sencillo será, me parece, que
os hable de Vitoria.
Fué la primera vez que visité esta ciudad hace
tres años, al volver de una excursión a la peña de
Aitzgorri primero, y a la de Aralar, después. Volví
a verla el año pasado, y en esta mi tercera visita se
me han corroborado no ya mis impresiones de las
otras dos, sino, en parte, la idea de rechazo que se me
había hecho concebir de este pueblo en mi niñez y
mocedad.
Porque allá, en mis mocedades, en mi nativo Bil-
bao, la idea que se tenía en general de esta tierra de
Alava era la de que es un pais de gentes corteses, de
señoritos que hablan bien el castellano, y hablar bien
el castellano llevaba implícito en aquel tiempo en mi
Bilbao un cierto dictado de aseñoritamiento. Pare-
cíanos cosa afectada y hasta poco viril. Lo natural
era hablarlo mal, como lo hablábamos nosotros ; y más
que mal : pobremente. Y cuando alguno de nosotros
dejaba escapar algún vocablo allí poco corriente y
que nos sonaba a palabra de libro y no de lengua
viva — no por lo menos de la nuestra que tan pobre
era — , el comentario era exclamar: ¡Aivá!, ¡Pa que
se le diga! Y aún íbamos más allá y era hasta afec-
tar hablar peor aún que naturalmente lo hacíamos.
Era el más cómodo medio de encubrir la falta. Y en
todo ello se anunciaba ese sentimiento hijo de timi-
MIGUEL DE UNAMUNO
dez y vergonzosidad que se ha llamado luego bizkai-
tarrismo.
Fui yo en mis mocedades acérrimo bizkaitarra, o lo
que entonces valía lo mismo. Escapábame en cuanto
podia de la villa y me iba a lo alto de la cordillera
de Archanda a maldecir de la serpiente negra, que
despide humo y horada los montes, es decir, del fe-
rrocarril, y a abominar de la civilización que ella nos
traía. Entre ensueños rousseaunianos se incubaba en-
tonces el bizkaitarrismo, y aún vive quien nos tras-
tornaba a algunos la cabeza con sus predicaciones de
la vuelta a la vida salvaje o poco menos.
Alava, tierra ganada casi por entero por la lengua
castellana, era para nosotros, que, aunque mal, no ha-
blábamos otra, una tierra que había que reconquis-
tar. Para mi imaginación lo mejor de Alava era su
escudo de armas, aquel brazo armado de una espada
y saliendo de un castillo amenazador.
Entre los libros que mi padre, muerto durante mi
niñez, había traído de Méjico, donde pasara su segun-
da juventud, figuraba una España pintoresca en que
se representaba a los campesinos de las regiones todas
de nuestra patria, y entre ellos, a dos pastores alave-
ses, hombre y mujer, que parecían dos pastorcitos de
égloga o de opereta. Esta visión concordaba no poco
con mis otras impresiones reflejas de Alava.
Decíase además entre nosotros que Vitoria era el
pueblo en que se hacían los curas. Y todo ello con-
tribuía a formar en mi ánimo una cierta idea de
esta ciudad.
Esta primera idea, que os dejo adivinar más que
la expongo, la fui rectificando desde que conocí di-
rectamente vuestra Vitoria.
Vine acá por primera vez hace tres años, y al reci-
bir la directa impresión de vuestra ciudad, añoré la
época feliz de mi juventud, rememorándola y hacien-
do que renaciese en mí el pasado. Y es que me pare-
OBRAS COMPLETAS
827
ció encontrarme, en algunos rincones de vuestra ciu-
dad, en mi Bilbao de antaiio, en el de antes de la
guerra.
¡Cuántas veces no he soñado en poder encontrar-
me de nuevo en él, como he soñado si pudiera verme
a mí mismo tal cual a mis quince años fui ! Nada nos
es más difícil que representarnos el pasado de algo
que crece y cambia de continuo a nuestros ojos. Cuan-
do a nuestro lado crece nuestro hijo, la imagen pre-
sente de éste, al tener veinte años, nos borra el re-
cuerdo de su imagen cuando tenía diez o cinco.
Hay pocos momentos más melancólicos que aquel
en que uno contempla un retrato de cuando tenía
diez, veinte, treinta años menos. Vivir es ir muriendo
e ir renaciendo. El que soy yo hoy, mi yo de hoy en-
tierra a mi yo de ayer, como mi yo de mañana ente-
rrará al de hoy. El alma es un cementerio en que
yacen todos nuestros yos que finaron, todos los que
fuimos. Mas nos queda el consuelo de soñar que cuan-
do llegue nuestro último yo, el de la muerte, todos esos
que fuimos, ángeles de nuestra infancia y nuestra ju-
ventud, acudan en torno a nuestro lecho a consolarnos
de la soledad postrera.
Y como en nosotros yacen, aunque enterrados, los
que fuimos, así sucede en la historia. Que es la his-
toria como la geología. Las épocas todas que han pa-
sado coexisten, y hoy hay ideas, instituciones, cos-
tumbres, sentimientos y almas de todas las edades.
Y he aquí por qué gusto de esos pueblos tranquilos,
que han ido creciendo más bien que cambiando; que
han arrollado, conservándolas, sus épocas todas, y por
cuyas calles se puede ir soñando sin temor a que le
rompan a uno el sueño, como de Salamanca dice Gue-
rra Junqueiro.
Ali Bilbao ha crecido, pero ha cambiado más que
ha crecido; se ha derribado lo viejo para construir lo
nuevo, y me cuesta trabajo en él, que le he visto
828
MIGUEL DE UNAMUNO
trasformarse, figfurármelo cual era cuando yo tenía
quince años. Y al venir acá. a Vitoria, me figuré a
ratos volver a mi mocedad. Delante de vuestro tea-
tro me pareció volver a ver el viejo teatro de mi
Bilbao, donde está hoy el de Arriaga, cuando el pró-
ximo puente era el otro puente, y en esta tranquilidad
laboriosa de vuestra ciudad volví a sentir la laborio-
sa tranquilidad de la villa de mis mocedades.
Al despertar hoy en el sosiego apacible de esta ciu-
dad, parecíame despertar en el apacible Bilbao de
mis mocedades. No me ha desvelado el ruido anti-
pático de cualquier tranvía u otro artefacto así, pero
sí he oído el cuerno del saramcro (del carro de la po-
licía urbana), que me traía remembranzas de niñez.
El ajetreo de las grandes urbes febriles, a la caza
del negocio o del placer, es una de las cosas más
dañinas para ciertos espíritus. En esas ciudades ator-
mentadas, tentaculares, las gentes viven y se mueven
en continuo desasosiego y con movimientos inarmó-
nicos. Hay el temor de ser atropellado. Todos, aun ios
más desocupados, y acaso más éstos que los otros,
marchan apresuradamente, como si quehaceres pe-
rentorios les hostigaran. Paseándonos una vez bajo
los arcos de la Plaza Mayor de Salamanca, me hacía
notar Guerra Junqueiro el movimiento rítmico de la
muchedumbre allí congregada, y cómo apenas hay
lugar en que se observe menos ritmo en los movimien-
tos colectivos que en la Puerta del Sol de Madrid,
y este ritmo del movimiento público cotidiano de las
pequeñas ciudades tranquilas se infiltra al espíritu de
sus moradores, haciéndolo más rítmico también, más
armonioso.
Observad, además, que esa fiebre de movimiento, lo
mismo que la manía de viajar más, se debe a topofo-
bia, que no a topofilia. Estas gentes que devoran le-
guas, ahora en automóvil, no es que buscan el lugar
OBRAS COMPLETAS
829
adonde van, es que huyen de aquel en que están:
huyen de todas partes.
Hace unos años leí, y comenté luego, un ensayo de
Guillermo Perrero sobre las grandes y las pequeñas
ciudades, los lugarejos y las aldeas, y cuáles eran más
propicias para una buena formación del espíritu (1).
Y contrariamente a aquel dicho de "o corte o cortijo",
pronunciábase, como buen italiano, por las pequeñas
capitales de 30 a 40.000 habitantes, pues en ciudades
así floreció el Renacimiento italiano.
Una nación que logre descentralizar su cultura en
un número de pequeños tales focos, la conseguirá más
variada y rica.
Yo, por mi parte, gusto de estas pequeñas ciudades,
con su aire un tanto conventual, de recogimiento.
Acaso en esta vuestra ciudad yo, que he nacido en-
tre montañas y cerca del mar. eche de menos a aqué-
llas y a éste. Pero no es así. Uno de mis amigos de
Bilbao gusta repetir que la civilización no llega sino
hasta donde llega la marea, pero la historia le des-
miente. El comercio de la civilización, su cambio, se
hace, sí, por mar; pero su fábrica suele estar no po-
cas veces muy lejos de él. Y en cuanto a las monta-
ñas, si forjan un recio espíritu, aislan también a los
hombres.
Esta vuestra llanada de Alava es como una transi-
ción entre la montaña vasca, que se mira en el mar,
y la meseta castellana, que se mira en el cielo. Y aquí
se comprende todo lo que de castellano, de íntima y
profundamente castellano, tenemos los vascos... Por
algo un catalán dijo que éramos el alcaloide del
castellano. Y en cuanto al castellano lengua, a la
lengua castellana, acaso no sea la peor definición de
1 "Ciudad y campo" (Do mis impresiones de Madrid.) Ensayo
publicado en la revista Xiicstro Tiein¡^o, Madrid, II. núm. 19. ju-
lio de 1902, págs. 100-109; incluido en Ensayos. Madrid, Residen-
cia de Estudiantes, 1916. tomo III. pásTs. 163-190; y en estas
Obras Completas, tomo III, págs. 317-332.
830
MIGUEL DE UNAMUNO
él decir que es el latín deformado por bocas que ha-
blaron éusquera o algo que se le parecía mucho.
El movimiento mismo que se llama en mi tierra
bizkaitarrismo es uno de los movimientos de más ge-
nuina inspiración castellana que conozco. Y no creo
que en esta industriosa más que industrial Vitoria
haya arraigado nada a que se pueda dar el nombre feo
de araharrismo. Lo que de eso haya, será bizkaita-
rrismo, es decir, algo importado, algo exótico.
Esta vuestra tierra es el anillo entre el resto de
Vasconia y su hermana Castilla, y aquí conserváis
las tradiciones vascas sobre las tradiciones castella-
nas a que siempre, por raíz común, estuvieron unidas'
Notad tan sólo que cuando Castilla llevó a Europa
todo su espíritu, que cuando el alma castellana domi-
nó por un momento, si bien fuese fugaz, en lo que se
ha llamado la Contrarreforma, fué merced a un vasco,
al fundador de la Compañía de Jesús, a Iñigo de
Loyola.
Yo sé muy bien, lo sé por propia experiencia, lo
que es un espíritu vasco madurado en el corazón de
Castilla. En tierra de Castilla, en esa tierra que es
toda roca, toda hueso, tierra enjuta y fuerte, descan-
sará un día y para siempre mi corazón fatigado de
luchar ; en ella volverá a hacerse tierra ; pero allí
mismo llevará su jugo primitivo, su jugo vasco, la
savia de mi niñez y de mi mocedad. Juntas las llevo
en mi corazón, que juntas han hecho a Vasconia y a
Castilla; de su cofijunción vivo.
(Extracto publicado en la revista Ateneo. Vitoria,
abril 1913, año I, número 2, págs. 5-9.)
DISCURSO EN LA VELADA LITERARIA DÉ
11 DE NOVIEMBRE DE 1912, EN EL CIRCULO
MERCANTIL, DE SALAMANCA
Señores : Estimo tan solemne para mí la ocasión
de esta fiesta que me deparáis, dependientes del co-
mercio de Salamanca, que traigo, para mayor solem-
nidad aún, por escrito lo que en ella he de deciros.
Así podrán tener mis palabras el valor de lo que se
ha pensado, hasta en su más externa expresión, an-
tes de decirlo, y escaparán a la vez a la desfiguración
que siempre sufren al ser extractadas, ya que los in-
formadores al público de estos actos apenas si cojen
más que las frases de cierto relumbrón y expresivi-
dad, y escasamente el esqueleto del discurso. Quiero
dejar bien sentado lo que esta noche os diga en el
círculo llamado Mercantil e Industrial, sin que yo
sepa que tenga con el comercio o con la industria,
cualquiera que sea ésta, una más estrecha relación
que otro cualquiera de los círculos o casinos de nues-
tra ciudad.
Y doy a este mi acto de dirigiros ahora la pala-
bra, dependientes de comercio de Salamanca, la so-
lemnidad de un discurso escrito porque la amargura
del mar que me rodea no me cabe ya dentro, se me
rebosa del corazón y tengo que echarla fuera. Es, en
efecto, el mar, o más bien pantano de aguas estan-
cadas y mefíticas que nos rodea, tan amargo, que no
hace sino azuzar más y más mi sed de verdad y de
justicia.
Aprovecho, pues, esta coyuntura en que se festeja
832
MIGUEL DE UNAMUNO
la formación de una sociedad de dependientes de co-
mercio, de los que los imbéciles y los presuntuosos
llaman neciamente horteras, para pediros que contri-
buyáis a la restauración moral de nuestra querida ciu-
dad.
Y os lo pido porque os conozco. Es decir, conozco
el honrado gremio a que pertenecéis.
Entre dependientes de escritorios mercantiles; en-
tre escribientes de comercio y tenedores de libros
trascurrieron mis mejores días; con ellos, y no con
compañeros de estudios, tenía mis solaces en las vaca-
ciones de mi carrera, pasadas en la dulce tierra natal.
Y puedo aseguraros que encontré siempre en ellos
una curiosidad más despierta, un más fresco y más
vivo deseo de aprender y de enterarse que no el que
debería haber en los que a Ciencias, Letras y Artes
se dedican. Acaso porque nuestro sistema de enseñan-
za mata la curiosidad, fatigándola en vano y agosta
las ilusiones del anhelo de conocer.
Y hay otro aspecto de la honrada profesión a que
os dedicáis sobre el que llamó por primera vez mi
atención la lectura de un libro en que se describía
las costumbres de la en un tiempo colonia española
del Río de la Plata y hoy República Argentina. Y
es que los ricos hacendados del campo de aquella tie-
rra mandaban a sus hijos a alguna tienda de comer-
cio de Buenos Aires para que en ella, tratando a dia-
rio con los clientes o parroquianos, a quienes hay que
atraer, complacer y dejarles con ganas de la vuelta,
aprendieran buena educación, modales de cortesía y
finura de trato. Pues de hecho influye en la prospe-
ridad de una casa de comercio sobre todo al detalle
y por menor, tanto las prendas de sociabilidad como
ía seriedad en las transacciones.
Y tan es esto así, que más de una vez sois vos-
otros, los dependientes del comercio, blanco de las
estúpidas y torpes burlas de los que en el fondo
OBRAS COMPLETAS
833
sienten predilección por la barbarie, a cuenta de esa
mayor suavidad de trato y mejor urbanidad que en
vuestro oficio se adquiere.
Y este es uno de los puntos en que quiero hacer hin-
capié esta noche para exhortaros a que procuréis que
esa buena crianza que la necesidad de atraerse clien-
tes fomenta en los que al comercio se dedican, se
extiendan por nuestra ciudad toda, a la que tanto im-
porta atraer también visitantes que amen el arte, y
que lejos de atraerlos los repele más de una vez con
el espectáculo, por desgracia frecuente, de una gran
grosería y torpeza de formas con los retozos, desaho-
gos y manifestaciones de un público mal educado.
Es, en efecto, una de las cosas que más contrista
el ánimo ver la forma de tumulto y de tumulto bu-
llanguero que al punto aquí toman las manifestacio-
nes públicas y ver, por ejemplo, que aquí se ve a
una pareja de orden público conduciendo a un dete-
nido cualquiera al Ayuntamiento, se forma un gru-
po de chiquillos mal criados, y aun de mayores, que
silban a los agentes de la Autoridad y piden se suelte
al detenido, sin saber siquiera ni quién es, ni por qué
se le detiene. Hecho lamentable, que tiene, sin em-
bargo, una cierta excusa, ya que no justificación, en
abandonos y en excesos de la llamada clase dirigen-
te, de los de arriba según suele decirse, clase que en
Salamanca se distingue por el más repugnante egoís-
mo, por una cobardía incalificable y por algo más de
que he de hablaros luego.
Tenéis, creo, el deber de influir por vuestra parte
para que este ambiente de ineducación social se mo-
difique y tenéis también el deber de contribuir a la
modificación de las formas en que la lucha entre el
capital y el trabajo, o si se quiere entre patronos y
obreros, viene presentándose.
Habéis fraguado una asociación de dependientes
de comercio, asociación naturalmente cooperativa y
27
834
MIGUEL DE UNAMUNO
a la vez de defensa, o si queréis de resistencia, con-
tra las posibles exigencias desmedidas de algunos de
vuestros principales.
No he de caer en la obvia tentación de repetiros
aquí y ahora los lugares comunes todos que en pres-
tigio de la asociación suele ensartarse en estos casos,
pero sí me habréis de permitir que os diga que la
unión no sólo hace la fuerza, sino que hace también
algo que vale tanto o más que la fuerza, y es la con-
ciencia, la idea. Una clase social, un gremio, un grupo
cualquiera de hombres unidos por intereses comunes
o por otro lazo cualquiera, un pueblo, no llegan a
cobrar conciencia colectiva sino cuando de veras se
unen y al unirse hacer sentimiento conciente del que
era interés común. Unid a obreros y el ideal surgirá
de la unión misma.
Os he dicho que acaso vuestra sociedad tenga que
llegar a ser una sociedad de defensa, o si se quiere
de resistencia, contra posibles exigencias desmedidas
de vuestros principales, acaso contra intrusiones en
vuestro derecho. No ha mucho que conseguisteis que
esos principales cierren sus comercios a las siete, y
estoy seguro que conseguiréis también, así que os lo
propongáis, que cese el abuso de que no guarden el
descanso dominical, fundándose en una real orden,
del más bajo origen político, es decir, el electoral,
que se basa, a su vez, en el embuste de que haya
aquí feria los domingos.
Pero estas luchas entre patronos y obreros, o prin-
cipales y dependientes, a mi entender inevitables
mientras subsista el actual régimen económico-social,
cabe mejorarlas y perfeccionarlas, como toda lucha
y guerra. Pues si es merced a la lucha como se cum-
ple el progreso, no sólo humano, sino de la evolución
vital orgánica toda, la lucha misma está sometida a
progreso y mejora.
Y es en vuestra profesión, dependientes de comer-
OBRAS COMPLETAS
835
cío, donde los inevitables conflictos económico-socia-
les pueden adoptar sus formas más blandas, más hu-
manas, más civilizadas. Porque vosotros, sobre todo
los que servís comercios al detall, detrá? del mostra-
dor, convivís con vuestros principales o empresarios,
trabajáis al lado de ellos y casos hay en que formáis
parte de su familia, si es que no acabáis por entrar
legal y virtualmente en ella por bajo el más dulce
yugo a que un hombre se somete. Tiene, en efecto,
la asociación de comerciantes y dependientes suyos
un cierto carácter de patriarcalidad de que otras rela-
ciones de trabajo carecen, especialmente en esas pe-
queñas casas de comercio provinciano, que no pocas
veces sirven, a la vez, de centros de tertulia o mira-
dor de ociosos amigos de la casa, tan lejos de esos
grandes almacenes anónimos en que puede ocurrir
que el desgraciado dependiente ni vea apenas al ver-
¡ dadero principal, sí le hay, y no es sólo un gerente
de una sociedad anónima sin entrañas.
Vosotros trabajáis en pequeños comercios de una
pequeña capital de provincia, con todas las ventajas
de familiaridad de que acabo de hablaros, pero con
todos los inconvenientes también de semejante régi-
men. Trabajáis en pequeños comercios donde hay
que vender al fiado a pequeños funcionarios de sueldo
mezquino o inseguro, tramposos por necesidad o por
hábito, lo que lleva consigo el funesto sistema del
regateo o chalaneo y la no sujeción al precio ñjo.
Y esto trae en el orden moral el que haya que esgri-
mir la mentira, sí queréis, para colocar el género y
haya que acudir a otros procedimientos de astucia
más o menos fraudulenta, que han valido la mala
fama de que gozan los que se buscan la vida al am-
paro del caduceo de iMercurio, dios del comercio, pero
no sólo de él.
Debe entrar, pues, en los propósitos de vuestra
asociación mejorar y purificar la ética mercantil e
836
MIGUEL DE UNAMUNO
imponer esta purificación a vuestros empresarios.
¿ Puede creer acaso nadie que el principal de un co-
mercio teng-a derecho a exigir que su dependiente le
sea veraz y sincero en sus relaciones con él cuando
sea éste, el mismo principal, el que le enseñe a enga-
ñar, mentir o sisar al parroquiano? Equivaldría a
tanto como creer que un empresario, que por desven-
tura haya caído en un vicio o lo explote, que es
peor, puede moralmente hacer pagar a un dependien-
te suyo que en ese mismo vicio venga a caer, las
consecuencias de tal caída.
Es el comercio, noble y sinceramente ejercido, como
dicen que lo ejercían los cuáqueros, una, no ya de
las más necesarias, sino de las más moralizadoras
profesiones, de las que más contribuyen a ensanchar
los horizontes de la vida y a dulcificar las costum-
bres ; pero es también una de las que más fácilmente
degenera en usura. Y vosotros, dependientes de co-
mercio de Salamanca, estáis obligados, no sólo a ele-
var aún más el nivel moral, que yo me complazco en
creer muy alto, de este comercio, sino a influir en
el tono general de la moralidad pública de nuestra
ciudad, que necesita de muy hondas sacudidas.
Porque es menester decir muy alto que si aquí flo-
recen algunas virtudes públicas son casi exclusiva-
mente las pasivas, dado caso de que sean virtudes,
las que consisten más bien que en hacer el bien en
abstenerse del mal, sobre todo cuando éste lleva apa-
rejada sanción efectiva por la ley.
No digo un soplo, porque esto es algo activo; pero
si se respira aquí un vaho amodorrador de egoísmo
y de cobardía cívica. En los circuios, centros y casinos
donde nuestra clase media se reúne, murmúrase de
continuo contra la indisciplina e ineducación de nues-
tra masa popular, y son, sin embargo, esas clases, las
que debían ser directoras, las que murmuran, y, en
caso de conflicto, piden a las autoridades un rigor de
OBRAS COMPLETAS
837
que son incapaces ni para sí ni para los otros ; son
esas clases las que con su egoísmo, con su cobardía,
con su mezquindad de comadres chismosas y envidio-
sas, son esas clases, digo, las que dan el peor ejemplo.
¿ Cuándo han acudido con sus ahorros, ésos, los
de alma de usureros avarientos, a las necesidades de
la ciudad o a sus añílelos de mejora? ¿Cuándo han
ido a ejercer en el jurado las funciones con que po-
drían atajar no pocos de los males de que se lamen-
tan y acalcar con la vergüenza aún mayor de aboga-
dos que los compren o los corrompen, después de
haber andado indecorosísimamente a la caza, con todo
género de trampas, de un cliente ?
\'ivimos, señores, en una ciudad henchida de re-
cuerdos de espiritualidad, de arte y de gloria ; pero
que ha venido a ser parte hospicio, parte mesón, par-
te timba, y acaso aquello, lo de hospicio, como com-
pensación a lo otro.
Vivimos en una ciudad llena de fundaciones que
se llaman caritativas, de hospicios de Juan de Ro-
bres, donde aún es una institución la sopa boba, don-
de hasta oficinas del servicio público acaban por con-
vertirse más o menos en asilos de inválidos, y donde
la clase adinerada, la burguesía del terruño, del co-
mercio o de la industria, cuando no tiene que defen-
derse del proletariado no es que se enmohezca, ¡ se
degrada ! Y bien venida será, dependientes del co-
mercio de Salamanca, vuestra asociación, aunque sólo
sirva, unida y asociada a su vez a las de otros asa-
lariados de la fortuna, para impedir que esos peque-
ños rentistas se vayan tranquilos a sus círculos a
matar el tedio y la ociosidad de espíritu en la bru-
talizadora tarea de pelarse los bolsillos los unos a
los otros con el juego — ocupación de los cortos de
inteligencia — o en murmurar, despellejándose mutua-
mente las honras, o en quejarse, como inválidas veje-
zuelas, de no sé qué pavorosas perspectivas.
838
MIGUEL DE UNAMUNO
Y no es lo peor esto, señores, no es lo peor. Lo
peor es que, o no queremos o no sabemos darnos
cuenta de ello, que parece como si esta noble e
infortunada ciudad careciese de conciencia pública,
como si hubiese miedo de romper una cierta consigna
de semisilencio.
Sí, ya sé, ya sé que se me dirá que esto que hago
no es práctico, para mí, se entiende, o más bien que
son cosas mías, ¡cosas de Unamuno!, paradojas aca-
so. Alguien podría decirme que carezco del sentido de
la realidad, y así es si por realidad no se entiende
más que medrar uno — ¡ miserable medro ! — y colo-
car a la familia. Ocho hijos tengo; mas prefiero ver-
los sin otro patrimonio que mi nombre a dejarlos re-
gularmente colocados, teniendo que pasar por el más
leve daño a los ideales éticos de mi conciencia y aun
cuando la infracción hubiese de quedar sepultada en
lo más hondo de mi memoria e ignorada para los
demás.
Y considero faltar a esos ideales, hacer traición a
mi conciencia, seguir callando porque los demás ca-
llan y no alzar mi voz, ya que por disposición supre-
ma y para mi cargo más que para mi beneficio, goza
de más autoridad que las más de esta ciudad, y alzar-
la cuando las otras lenguas siguen callando y los co-
razones que debían moverlas acomodándose al pú-
blico desaliento o a la cazurrería pública.
Y no quiero callar donde la cobardia llega a tal
punto que no se compra ni se vende la palabra, lo
cual tendría una cierta grandeza que nace del riesgo
que corre el que habla vendido ; no, ¡ no se compra
ni se vende la palabra, sino algo peor: más bajo, más
vil, más cobarde, más degradante, se compra y se
vende el silencio !
Y he de añadir aquellas palabras del Prometeo es-
quiliano: "Doloroso es decir estas cosas, pero es do-
lor callarlas".
OBRAS COMPLETAS
839
Una terrible paz modorrienta, una paz de osario
moral, pesa sobre nuestra ciudad, victima de un tris-
te compadrazgo de donde ni siquiera un eficaz y arro-
llador cacique surge. En todos los órdenes, acabando
por el político, la consigna es no alterar lo que hay ;
es el sigilo, es la quietud.
Pero, ¿a. qué os hablo de política si aquí no exis-
te, y los que por políticos se tienen y pasan, a penas
duras si llegan a más que electoreros más o menos
hábiles? Porque hase llegado a tal degradación de
ideas y sentimientos, que se estima que un partido o
una partida política no es más que un medio de or-
ganizar elecciones para conseguir el disfrute del poder
y ejercer éste luego a beneficio de los amigos y hasta
de los enemigos para atraerlos. Los ideales políticos
sucumben ante la caza del voto. Aunque, no; no su-
cumben porque no existen. Y por electoreria eran
ayer los taberneros, grandes muñidores, según se dice,
y apernadores, supongo que sobre todo de borrachos,
los que invalidaban una justísima y muy útil orde-
nación económica de nuestro Municipio, y pueden ser
acaso mañana algunos de nuestros principales los que
logren mantener el embuste de la feria dominicíal de
Salamanca.
¿Quién no es por lo menos elector? Pues sólo con
serlo tiene ya un título al apoyo, justo o injusto, de
cualquier galanteador de democracias. Y si a éste
unís esa funesta blandenguería de espíritu que se
enmohece no ya sólo ante toda inepcia, sino aun ante
la delincuencia, y nos lleva a casi todos a pedir que
/se alce la mano, veréis que apenas hay falta que lleve
su castigo. Fijaos en el concejal que desde el mismo
día en que se posesionó de su cargo sólo aspira a la
reelección, y decidme si no ha de posponer los inte-
reses públicos a los de cada uno de sus electores, ya
que para éstos el bien común no cuenta nada. Y hay
ciudadanos a quienes no se puede multar, y los mi-
840
MIGUEL DE UNAMUNO
nistros de la autoridad municipal carecen de ella, pues
invalidadas sus órdenes, hace cada uno su santísima
voluntad o lo que le viene en sus reales ganas. Y
he oído decir de un alcalde que cifraba su gloria en
no haber destituido a nadie durante su mando, que
es como si un juez lo cifrase en no haber condenado
a nadie y no porque no hubiese delito. Y he aquí por
qué a falta de mando y bajo el ejemplo de taparlo
todo, de arreglarlo todo, de cachipuchearlo todo esta
desmandada Salamanca, mansamente desmandada, y
no hay peores desmanes que los desmanes mansos.
¡ Sa-la-man-ca ! ¡ Qué bien suenan estas cuatro ple-
nas sílabas, las cuatro con a, con la más grave de
las vocales ! ¡ Salamanca ! ¡ En estas cuatro sílabas
parece encerrarse, como en mágico talismán, todo un
sistema económico, político, filosófico y hasta religio-
so! Y si decís ¡ todo por Salamanca y para Salaman-
ca !, ya tenéis en esta vaciedad sonora con qué rellenar
cualquier penuria de pensamiento, cualquier vacío de
sentimiento noble, cualquier farándula y hasta cual-
quier martingala.
Porque aquí, donde pese a nuestra Universidad, las
ideas madres andan avergonzadas y corridas de su
desnudez; donde no se siente como debía sentirse la
lucha económica, ni la política, ni la religiosa : don-
de no hay, en fin, una ciencia pública, y no habién-
dola, no puede haber órgano que la exprese y repre-
sente, ese cómodo estribillo de ; todo por Salamanca
y para Salamanca ! o ha servido para todo género de
campañas, las más de ellas, fuerza de justicia es de-
cirlo, más ridiculas qi:e otra cosa. ¡ Ridiculas y en-
cubridoras ! No ha servido, no, para pedir rigor con-
tra toda clase de vicios, y no hago distinción entre
ellos, porque seguir dando aguardiente al borracho
en una taberna, o el ser empresario de casa def juego,
no es superior nioralmente a ser chulo de mancebía
o corruptor de menores — puede darse varias de estas
OBRAS COMPLETAS
841
cosas juntas — , no ha servido para pedir claridad en
asuntos turbios, pero sí para inocentes y nada com-
prometedoras farándulas, centenarios tartarinescos,
festejos, fantásticos legados niarcjuesiles, absurdas
Universidades hispanoamericanas, olímpicos e impe-
riales juegos florales, dignos de Tarascón, y... qué
sé yo qué más.
¡ Y luego, miedo, miedo, miedo ! En esta ciudad
donde tanto abundan los vivos que se hacen el muer-
to, ¿quién da cara cuando el caso llega?
Y luego nos quejamos todos y se habla de la Ce-
nicienta... La Cenicienta, sí, la puerca Cenicienta, pero
es porque carece de coraje para limpiarse material
y moralmente de ambas porquerías.
Y así como no creo que haya que esperar a la tan
deseada obra de saneamiento para que no ensucie
nuestras calles todo aquel a quien le entre ganas, a
cualquier hora del día y casi en cualquier parte, no
creo que tengamos que esperar a una gran obra de
saneamiento moral, que seria una sacudida de orden
económico, social o político o religioso si queréis,
para impedir que ensucien y entristezcan nuestros
hogares aquellos a quienes les entre en ganas fomen-
tando y explotando vicios, provocando suicidios, ali-
mentando la zorrería cazurra, del encubrimiento co-
barde del egoísmo inhumano.
A las veces se habla entre nosotros de pueblos agi-
tados por apasionadas luchas sociales y políticas, de
pueblos en que anda la gente a disparos por las calles
y en cuyos Concejos llegan hasta negarse el saludo
unos a otros los concejales de contrapuestos bandos,
y se compara con esta dulcísima y modorrienta quie-
tud tan grata a los mangoneadores ; pero yo os digo
que en esos pueblos, por lo mismo que la acuidad de
las luchas ha llegado a tal punto, la fiscalización es
más severa, mientras que en estos otros, todos, blan-
cos y negros, se entienden para encubrir, ¡ pobreci-
842
MIGUEL DE UNAMUNO
to !, al débil de conciencia o al débil de entendimiento,
al defraudador o al inepto. Y no de graves faltas, no,
¡ Dios me libre de exagerar las cosas ! No, ni para el
mal nos queya aquí ya grandeza.
¡Pero esas pequeñas infracciones... o no..., no!
¡no vale la pena..., es ridículo hacer el Catón...,
hoy por mí y mañana por ti..., echar tierra, echar
tierra, que cualquiera tiene un leve desliz !
Y todos tan contentos en esta vieja Salamanca
- — ¡ Sa-la-man-ca ! — de noble abolengo liberal, aunque
alguna vez, comprándola, la haya representado un an-
tiliberal cualquiera. ¿ Pero quién pone en duda nues-
tro probado liberalismo ? Basta ver las elecciones, pues
sabida cosa es que en nuestras elecciones políticas se
votan ideales y no personas. Y aquí votamos todos,
como un solo hombre, el alto, el sublime, el univer-
salismo y purísimo ideal de ¡ todo por Salamanca y
para Salamanca! ¡Y aquí no ha pasado nada...; es
decir, aquí no pasa nunca nada !
¡ Y cuánto no nos queda por hacer en este ideal altí-
simo hasta conseguir que nuestra ciudad sea el me-
jor hospicio, la mejor posada, la mejor timba de Es-
paña ! Y no es que olvidemos, no, los intereses mora-
les e intelectuales. Allí está nuestra Universidad glo-
riosísima, donde si los que en ella trabajamos nos
portamos patrióticamente, sin extremar un rigor in-
discreto, conseguiremos atraer a los estudiantes y
que no se nos vayan a- institutos rivales y padezcan los
sacrosantos intereses materiales de las patronas, los
patronos y tal vez la ciudad.
Sí, ya sé, señores, ya sé que no se deben desaten-
der los intereses materiales y que si no sólo de pan
vive el hombre, no vive sin pan, pero sé también que
hay que saber entender esos intereses materiales y su
materialidad misma, y que en ningún caso deben pos-
ponerse a los morales.
A los morales, digo, a los morales. Mas para en-
OBRAS COMPLETAS
843
tender de moralidad, para sentirla, ni basta intelec-
tualidad ni en rigor hace falta que ésta sea excesiva.
No es por intelectual por lo que se siente el aspecto
moral de los problemas, no. Mas si alguien a quie-
nes les está vedado la comprensión y el sentimiento
morales de las cosas es aquellos que albergan en el
alma fría un escepticismo materialista, si es que a
mayor abundamiento no viven de explotar la vanidad
y el vicio ajeno.
Y por lo que hace a la recta inteligencia de los
intereses mismos materiales, de su misma materiali-
dad, ¿creéis que atienda el interés de su famalia el
padre que para aumentar en cuatro ochavos el inte-
rés de su jornal, arranca a sus hijos de la escuela,
condenando así su porvenir, para que vayan a men-
digar por los caminos ese miserable añadido ? ; Creéis
que atienda el interés de su familia la patrona de hués-
pedes que para obtener cuatro ochavos más diarios
de un nuevo parroquiano embanasta a sus seis hijos
en un hediondo y asfíxico zaquizamí? ¿Creéis que
los entiende —los intereses materiales, digo — un pue-
blo que descuida y abandona servicios de enseñanza,
de salubridad, de bienestar públicos, para retener cua-
tro consumidores más o cuarenta?
Pero a qué os hablo del mayor bienestar, de la
mejor salud, de la mejor cultura, de los hijos en
esta ciudad, en que una triste experiencia me ha ense-
ñado cuán frecuente es el caso de la gouofagia — lo
diré en griego por pudor — de los padres que se co-
men a sus hijos, y cómo instituciones que se fun-
daron para promover la cultura y hacer ciudadanos
más capaces y hábiles, degeneran con frecuencia en
tristísimos institutos hospicianos y en lamentable ex-
plotación de los indifensos menores.
Sí, sí ; ya sé, señores, ya sé que no se debe des-
atender los intereses materiales y que si no sólo de
pan vive el hombre, no vive sin pan; pero sé tam-
844 MIGUEL DE UNAMUNO
bien que sobre esos intereses están los morales, y sé
que si no hace falta ser intelectual — o inteligente,
que es más claro — para entender de moralidad y sen-
tirla, lo impide ser materialista de fe y de conducta,
y sé también que los intereses materiales mismos, en
cuanto materiales, en su materialidad, es preciso saber
entenderlos y que no es lícito desatender a los hijos
dejándoles sin escuela o encerrándole a estudiar o a
dormir en una pocilga, por retener al alojado, aunque
nos deje cuatro cuartos o cuarenta de ganancia al día.
Y por lo que hace a un pueblo, he creído y creo
que no le es lícito descuidar lo obligatorio por lo
potestativo, y habéis de permitirme también que yo,
patriota como el que más, pero rector de una Uni-
versidad, crea que sólo en tiempo de guerra se puede
y hasta debe convertirse un templo en una caballeriza,
si no hay otra, y que cada cual rece en su casa pi-
diendo a Dios la victoria, o a convertir en cuartel
una escuela y que los estudiantes estudien en sus
hogares o al aire libre o en cualquier tugurio impro-
visado.
E invoco aquí mi función pública, porque creo que
es un deber de la Universidad española no sólo pre-
parar técnicamente para una profesión a la juventud
estudiosa, sino difundir la idealidad y la espirituali-
dad, oponerse a filisteos y beocios, levantar la con-
ciencia pública en lo que ésta tenga de más humano y
puro, hacer intelectualidad, en una palabra; o mejor
dicho, inteligencia. Y ésta es la verdadera extensión
universitaria ; ésta y no otra. Tenemos que oponernos
al... iba a caer en la tentación de llamarlo sancho-
pancismo; pero no quiero insultar al grande, al bue-
no, al noble Sancho Panza, al heroico escudero de
Don Quijote.
Si la Universidad de una pequeña capital provin-
ciana como ésta no sirve para hacerla una ciudad
universitaria en el más noble sentido, es decir, pre-
fí R A S COMPLETAS
845
ocupada de los eternos problemas humanos, del arte,
de la ciencia, de la ética, de la religión, y llena de
un espíritu de elevación intelectual y moral ; si no
sirve más que para atraer unos cientos más de veci-
nos — consumidores y contribuyentes — como profe-
sores y alumnos, y para facilitar a los jóvenes de ella
y su región la adquisición de un título académico;
si no ha de servir de otra cosa, vale más que la su-
priman de una vez y conviertan su vieja casa en fá-
brica de cualquier cosa o en hotel de turistas. Y en
esta ciudad de Salamanca, cuyo nombre va unido
siempre al de su Universidad por el mundo — ¡ y el
nombre es algo ! — no deben ni pueden dar el tono
— ¡ deplorable tono ! — de su conciencia pública los
menos intelectuales, los menos idealistas, los menos
religiosos, los de menor y más bajo espíritu, los me-
nos morales, en fin ; sean beocios, filisteos, cazurros,
pusilánimes, usureros, jugadores o vividores.
Pero es tan triste, señores, la seducción sutil del
ambiente que hasta a nosotros mismos, a los universi-
tarios, a los que deberíamos ser los sacerdotes de la
espiritualidad, del culto a la belleza, a la verdad y
a la justicia, nos lleva, no a bajas acciones tal vez,
no a una vida degradante de miserias morales y de
expedientes poco dignos, pero sí a las veces a una
vida de disipación y de oquedad y de superficialidad,
haciéndonos pasar, no breves horas, de honesto es-
parcimiento sino tardes enteras y durante enteros
meses agarrados al libro de las cuarenta hojas, aun-
que sea en el semi-inocente tresillo y el inocentísimo
tuteo o las anti-estéticas fichas del dominó. Es acaso
la necesidad de descansar de la abrumadora fatiga
de nuestro trabajo agotador.
He recorrido no pocas capitales y no pocos pueblos
de nuestra España, y, os lo he de decir con la fran-
queza de que hago siempre alarde, cuando he ido en
ellos a buscar a los elementos más intelectuales, es
846
MIGUEL DE UNAMUNO
decir, a los más preocupados por las cosas del espí-
ritu y a los que encauzan los problemas todos por el
lado de su mayor espiritualidad, por el lado del inte-
rés más permanente, más puro, más humano y, si
cabe así decirlo, más desinteresado, no he solido en-
contrarlos, con rarísimas excepciones, en aquellos ins-
titutos que deben ser los templos del culto a la espi-
ritualidad y al desinterés.
Por eso es, modestos y honrados dependientes del
comercio de Salamanca, que me vuelvo hoy a vos-
otros, y perdonadme si no he querido contenerme y
dejo así verterse la indignación que me llena el pecho
y que he ido rejuntando estos días, en el silencio de
mi cuarto de estudio, agobiado bajo la amarga ola de
la farsa que nos rodea y me amarga. Y para no volver
atrás, he traído todo esto por escrito. Olvidadlo si
queréis y podéis, y que aparezcan como dichas estas
mis palabras para los que creen de su oficio dar cuenta
pública de estos actos.
No es acaso éste el lugar, ni es ésta la ocasión de
semejante desahogo, y debí esperar mejor coyuntura,
que ella se me ofrecerá, para dejar salir por la boca
lo que del corazón me rebosa, y dejarlo salir más cla-
ramente, más directamente, más concretamente, apun-
tando al bulto cuando sea preciso. Ocasión tendré de
hablar del pandillaje comanditario que explota la char-
ca de aguas quietas y mefíticas de donde se levanta
el germen de la modorra moral. Ocasión tendré de
hablar de esta política que no es política, y de todas
las miserias de esta gran casa de administración.
Entre tanto, podré ir por esos lugares y aldeas
predicando la buena nueva a los parias del terruño.
Es fácil que de ahí venga la salvación a esta ciudad.
Porque la ciudad, lo he dicho antes de ahora, la
ciudad, que debe ser fuente y asiento de civilización,
ya que la civilización es civil o ciudadana ; la ciudad
aquí, lejos de influir en el campo, en el pobre campo
OBRAS COMPLETAS
847
esclavo de latifundios y de usuras, se deja influir por
él. Todos los años, en la época de la recolección, cru-
zan nuestras calles carros cargados de mieses, camino
de las paneras en que depositan el amargo tributo de
la renta, dejando las urbanas vías oliendo a tamo. Y la
ciudad, la ciudad de terratenientes, y más que de ellos,
de sus administradores, se queda en su modorra.
Y es por esto por lo que hay que oír a nuestros
ociosos de círculo, entre jugada y jugada, comentar
esas peligrosas predicaciones con que se trata de des-
pertar la dormida conciencia del campesino y hacerle
ver que no es lícito endeudarse para pagar la renta,
cuando para ella no se saca. Hay que oír a los que
apenas ven en el campo sino materia administrable o
coto de caza y de expansiones.
La sacudida moral que puede dar tono de espiritua-
lidad a esta vieja ciudad sólo la espero ya de una
presión de fuera, de los campesinos que la rodean, y
de una presión que desde dentro hagan las clases,
como la vuestra, desheredadas y ansiosas de justicia
y de pan del espíritu tanto como el del cuerpo. Sólo
vuestra presión puede obligar a los favorecidos de la
fortuna a que no sigan teniendo en barbecho sus
inteligencias y sus corazones.
He aquí por qué me felicito, como de un fausto su-
ceso, de que os hayáis asociado, esperando que os in-
corporéis en solidaridad de intereses y de ideales a
la asociación general de los trabajadores todos, y no
sólo de la ciudad misma, sino del campo.
Reciente tenéis un caso del poder de asociación, y
es el magnífico resultado que obtuvo la última huelga
de obreros de la ciudad, los del ramo de construcción,
imponiendo la asociación forzosa, único recurso frente
a la gran mentira, a la mentira abominable, a la pa-
traña hipócrita y vergonzosa de la libertad de con-
tratación — indigna sofistería del execrable individua-
lismo burgués — y que no es sino un embuste mien-
848
MIGUEL DE UNAMUNO
tras el Estado proteja un régimen de excepción y de
privilegio. Pues ello equivale a pedir uno de los com-
batientes que se les deje a los dos libres las manos,
porque sabe que el otro tiene grillos en los pies, no
pisará jamás tierra que sea suya y se verá sitiado por
hambre adondequiera que dirija sus pasos. Y es que
las cosas han venido a tal estado de confusión inte-
lectual, y más aún que intelectual moral, que suele
asegurar que da de comer a tantos o cuantos obreros
a que emplea el empresario que de ellos, del fruto de
su trabajo, come, cuando no se los come a ellos
mismos.
Cierto es que esa brava y justisima batalla que los
obreros salmantinos ganaron el verano pasado, esa
última huelga, no se ganó sólo por la laudabilísima
imparcialidad y prudencia de la autoridad civil supre-
ma, que fué menester su cachito de motín femenino y
acaso de amenaza para ablandar los corazones, ya
que no las cabezas — éstas son inablandables — de
nuestros burgueses empresarios; cierto es, además,
que acaso se llegó en ella a alguna, muy pequeña vía
de heclio ; pero ¡qué se le ha de hacer...!, son inevi-
tables incidentes de la lucha, y si, como dijo un amar-
go ironista, no tienen derecho a pedir que se les pa-
gue mejor unos maestros que no han sabido educar
una generación que les pague, tampoco tienen dere-
cho a pedir a los obreros más cultos procedimientos
los que les han estado tratando inculta y despótica-
mente durante siglos, los que no saben invocar sino
el orden — el que ellos han hecho — apoyado en la
fuerza pública. Y, además, triste es confesarlo, acaso
se llegó a alguna pequeña vía de hecho, pero hay
argumentos contundentes que son los únicos eficaces
cuando hemos venido a tal punto que sólo nos duele
en el bolsillo o en las costillas.
Y no sirve la caridad, no os hagáis ilusiones. La
limosna es un medio de mantener un ejército de re-
OBRAS COMPLETAS
849
serva, y los más de los que fundan o protegen asilos
es porque antes contribuyeron a hacer los asilados.
Unios, sí, unios para defender vuestros intereses;
unios para despertar una conciencia, un ideal colectivo,
pero unios también para contribuir a levantar a este
pueblo (!e la postración moral en que se encuentra.
Sólo de la unión, de la verdadera unión de los asala-
riados podemos esperar una cierta tonalidad ética,
dig-o aún más, ascética, un aliento de religiosidad
civil. Ha sido el partido obrero en España, el de los
obreros con ideal colectivo, el que ha declarado gue-
rra a las tabernas y a lo tabernario ; ha sido ese par-
tido y casi él solo el que ha predicado contra la fiesta
estúpida y estupidizadora de las corridas de toros, y
es su vocero en el Parlamento el que en estos mismos
días eleva su voz denunciando la tolerancia de las
autoridades para con el juego, otro vicio estúpido y
estupidizador en (¡ue caen los corazones vacíos y las
cabezas hueras.
Vosotros, dependientes del comercio de Salamanca,
sois la m.ayoría jóvenes, jóvenes de alma al menos;
no os ha fatigado el espíritu una instrucción técnica
falta de calor y de idealidad : no padecéis, me com-
plazco en creerlo, el frío escepticismo de una prema-
tura vejez del alma ; no estáis inficionados de ese
egoísmo cobarde y cazurro de nuestra burguesía. Y
creo, además, dejádmelo creer, que arde en el fondo
de vuestro pecho el fuego santo de la religiosidad.
De la religiosidad, sí : porque, credmelo, en el
fondo de ese tristí^inu) y lamentable estado de nuestra
postración moral, que como en bosquejo os he esbo-
zado esta tarde — el cuadro queda para otra (icasión — ,
lo que hay es, o una religión de rutina, de puro hábito,
la gazmoñería del usurero que presta al 30 por 100
y oye misa diaria, o una librepensaduría que no es
más que el materialismo estúpido de los que se creen
libres de añejas supersticiones.
850
MIGUEL DE UNAMUNO
He oído más de una vez y a más de uno manifestar
su incredulidad en el más noble y alto destino- del
hombre, y manifestarla sin pesar y como algo que se
acepta de grado y no que se sufre a despecho y con
angustia, y pedir luego, no sé a nombre de qué, que
se contengan los desmanes del pueblo ansioso de
bienes que los otros monopolizan. ¡ Y a esto se suele
llamar entre nosotros ser avanzado en ideas !
Recuerdo ahora una celebérrima novela alemana
de Freitag, en que en los tiempos en que aún palpi-
taba el romanticismo en la vieja Alemania, la de los
trinos del ruiseñor al claror de la luna, se hacía en
ella el relato de los tesoros que se encerraban en un
corazón doblado lo más del día sobre los folios de un
libro de caja o que palpitaba sosegado entre los pa-
quetes de un almacén de pañería. Yo quiero creer
que aquello fué más que un sueño de poeta; yo quie-
ro creer que vosotros, los horteras — haced de esta
palabra un título de gloria — , haréis lo que no hacen
los señoritos, ni los señores, ni los señorones; esos
señoritos que son la peste inmunda de nuestras ciu-
dades, esos desgraciados a la caza de la dote o del
momio o de la fruta del cercado ajeno, y esos señores
y señorones que, o se arruinan estúpidamente, o se
enriquecen, más estúpidamente aún, por el más sórdido
ahorro y estrujando a los que le hacen a su capital
echar crías.
Nosotros todos, vuestros principales los primeros,
tenemos que felicitarnos de este vuestro acuerdo de
asociaros. En cierta ocasión dije a una sociedad de
estudiantes que sólo espero el despertar de nosotros
sus maestros; de que ellos, asociándose, nos exijan,
no que les aprobemos, sino que les enseñemos, y nos
obliguen a que, para enseñarles como se debe, apren-
damos nosotros; que sólo ellos, nuestros discípulos,
pueden suplir el abandono moral en que el Estado que
nos paga nos tiene al no inspeccionar nuestra labor
OBRAS COMPLETAS
851
técnica ni exigirnos sino a lo sumo la rutina externa
y casi sólo litúrgica de la asistencia a clase. Y si esto
dije yo, maestro oficial de estudiantes, a una sociedad
de ellos, digo ahora a vuestros principales y patronos,
dependientes del comercio de Salamanca, que esta
vuestra asociación puede y debe ser un acicate para
que no se duerman ellos en su rutina, para que des-
pierten al sentimiento de más hondos deberes que los
que hasta hoy han cumplido.
No importa que frente a las asociaciones de asala-
riados se formen asociaciones de asalariadores. Así
es y así tiene que ser y debe ser así. Porque de ello
nacen luchas fecundas y nobles, que se trasportan
pronto a la región de la idea, luchas de elevado carác-
ter social, conflictos de doctrinas. Y son estas luchas
las únicas que, llenando el alma de nobles aspiracio-
nes, la libran de caer en vicios, más que degradantes,
estupidizadores. Son esas luchas las luchas económico-
sociales, políticas, religiosas, de principios y de idea-
les, las que pueden hacer que al amparo del follaje de
doradas piedras henchido de recuerdos del Renaci-
miento, de esta un tiempo gloriosa ciudad de Sala-
manca — cuando no era aquí todo por ella y para ella,
sino que era ella misma para la cultura y la religio-
sidad patrias — , al amparo de ese prestigio de los si-
glos, surja un alma nueva, digna de los grandes hu-
manistas y moralistas, digna de los grandes místicos
y los grandes patriotas que aquí nutrieron su espíritu
quijotesco con el meollo de león de los principios
inmortales de una vida elevada y pura, y vuelva a ser
éste un templo, no sólo de la ciencia, sino de la sabi-
duría, de la fortaleza, de la prudencia y de la tem-
planza, de la justicia, de la generosidad, y queden
allá en la sombra, en el retrete de lo inexcusable, todas
las ineludibles flaquezas humanas, avergonzadas ante
la luz del nuevo día. Y entonces, cuando Salamanca
signifique la verdad, la justicia, la belleza, la cultura
852
MIGUEL DE UNAMUNO
y no mezquinos intereses pasajeros y no siempre ni
todos legítimos, entonces y sólo entonces podremos
decir a boca llena : ¡ Todo por Salamanca y para Sa-
lamanca !
Hasta que este día bendito llegue, podremos prepa-
rarlo, y es para ello para lo que reclamo vuestro con-
curso, como el de todos los que aquí vivan y sean de
pura y desinteresada voluntad. Podemos todos consti-
tuir tácitamente, sin reglamento, sin junta directiva,
sin formalidades semejantes, una asociación para el
fomento de Salamanca. Para su fomento integral, se
entiende; mas ante todo y sobre todo, para el cultu-
ral. No puede esta ciudad, ni su clima, ni su posición
se lo permiten, ser una casa de placeres para los des-
ocupados de fuera y los cazadores de goces ; no pue-
de, ¡ loado sea Dios por ello !, ser una de esas ciu-
dades que compran un esplendor material puramente
externo a costa, acaso, de su propia dignidad. Esta
ciudad no puede ser sino un templo, el primer templo
de la cultura patria.
Y si yo lograra contribuir a que así sea, podría ce-
rrar tranquilo para siempre mis ojos a la luz clara de
este desnudo sol de Castilla, que ha hecho madurar mi
espíritu y dejar que esta tierra parda, madre de espe-
ranzas eternizadoras, arropara a mi corazón al parar-
se éste y descansar seguro de que vuestros hijos re-
cordarán con piedad mi obra. Que quiero sea nuestra
obra, la de todos, penetrados de la gravísima respon-
sabilidad que sobre nosotros gravita : la de hacer que
sea digna de su nombre glorioso esta Salamanca, cifra
tradicional de la clásica cultura española.
Intervinieron en el acto, que terminó con este dis-
curso, los siguientes oradores: Víctor Muías, presi-
dente de la Sociedad de Dependientes : Angel Bolao,
tenedor de libros; Gregorio Fraile, Mariano Núñcz
y Tomás Elorriefa, catedrático de la Uniz'crsidad.
[Texto de El Salmantino, 11, XI, 1912.]
CONFERENCIA LEIDA EN EL ATENEO DE
.MADRID EL 25 DE NOVIEMBRE DE 1914
Lo QUE HA DE SER UN ReCTOR EN EsPaSa
Me habéis llamado, señores y amigos míos, pidién-
dome que os diga lo que a mi juicio debe ser un
Rector en la Uiversidad española, ya que se me ha
destituido de tal cargo, después de haberlo ejercido
cerca de catorce años en la vieja Universidad sal-
mantina, y diciendo que lo he llenado de una manera
detestable. Y no puedo deciros cómo creo que debe
ser un Rector, sin exponeros lo que como tal he que-
rido ser, y mis esfuerzos para acomodar a ese ideal de
la rectoría la realidad del oficio. Juzguen, pues, los
que no conocen mi labor en el rectorado y hablan de
ella sobre puras leyendas, a las veces fraguadas con
insidia, con lijereza otras, como quisieren; ni lo que
otros creen de mí ni lo que yo de mí mismo creo
tiene valor alguno junto al homljre efectivo para la
sociedad, que es el que se quiere ser.
Lo que he de deciros esta noche deseo que tenga
un valor impersonal y social, objetivo, pero me es
imposible exponéroslo sin referirme de continuo, como
a base concreta, histórica, hasta anecdótica, a mi pro-
pia acción. Y así tengo que empezar por exponeros
los antecedentes de la destitución, por su forma ente-
ramente desusada y nada cortés, de que fui objeto.
No precedió a ella, lo he dicho ya, ni aviso, ni amo-
nestación o reconvención, ni rozamiento, ni petición
854
MIGUEL DE UNAMUNO
de explicaciones o de dimisión. Y se esperó a que
hubiese acabado el curso, y se tomaron precauciones
para ahogar, aprovechándose del ambiente de cobar-
día y pordiosería, la más humilde y leve protesta que
pudiera haberse alzado.
A fines del año pasado, cuando se preparaban las
elecciones de diputados a Cortes y Senadores, algunos
de mis compañeros y amigos de claustro pensaron
en mí para llevarme, como representante de la Uni-
versidad misma que regía, al Senado. Acepté la ofer-
ta, pero haciendo constar que ni pediría el voto a na-
die ni iría al Senado uncido a ninguno de los parti-
dos políticos con jefe reconocido, y no digo con
programa, porque los más de ellos carecen de él.
Frente a mí se hallaba como candidato el que venía
siendo senador, un romanonista más. Más de una
vez por aquellos días uno de mis compañeros me
instó a que escribiese a su jefe político, sin duda re-
cabando su exequátur, pero me negué a ello. Y aqui
está el nudo del asunto. Vine a esta Corte a primeros
de año, fui a ver al Ministro, y lo primero que éste
me dijo es que iba a declarar incompatible el cargo
de rector de una Universidad cualquiera con el hecho
de presentarse candidato a la senaduría por la misma
Universidad. Le dije que yo no me presentaba, si no
me presentaban, pero que puesto a elegir optaba por
el rectorado y no por la senaduría, pues creía poder
hacer más en aquél que en este cargo. Ofrecióme com-
pensación • — no sé bien de qué — y hacer que se me
sacara senador por otra Universidad o por una pro-
vincia cualquiera —llegó a hablarme de Málaga — ,
añadiendo que no me pedía declaración alguna polí-
tica y hasta podía ser antiministerial. Bien compren-
dí entonces que era una manera sutil de pedirme la
ta] declaración, y no precisamente de ministerialismo.
Hubiera yo entonces declarado que me debía políti-
camente al jefe aquel a quien mi compañero me ins-
OBRAS COMPLETAS
855
taba a que escribiese pidiéndole la bendición política
y no apostólica, y a estas horas seguiría siendo rec-
tor y a la vez senador de la Universidad de Salaman-
ca mediante una combinación tan cínicamente inge-
niosa como la que se empleó con el de Zaragoza. Pero
supe conservar mi dignidad y no vender mi concien-
cia ingresando en una bandería cuyo único dogma es
la jefatura de un hombre, del verdadero dueño, de
la actual situación política. Por aquellos mismos días
tuve ocasión de cruzar unas palabras con ese hom-
bre en esta misma sala en que os hablo, y después
de decirme: "Ya sabrá usted que Fulano — aquí el
nombre de su mesnadero ex senador por nuestra Uni-
versidad y aspirante a volver a serlo — es de los míos
— ¡así! — , es romanonista" ; añadió: "¡Por supues-
to, frente a usted, nunca !". Y ya para entonces te-
nía tramado con el Ministro — que acaso es también
de los suyos, o ambos de una sola y misma carnada —
lo de la incompatibilidad. Es mucha la habilidad y
listeza de los listos, sobre todo cuando los otros son...
¡ lo que somos en España los no listos, los borregos !
No me presté a que la Universidad de Salamanca
siguiera apareciendo como un colegio electoral, al
albedrío de ese hombre, ni menos yo con la hierra de
su mesnada sobre mi conciencia ; no salí senador ni
por mi Universidad ni por otra corporación alguna ;
pero tampoco triunfó en nuestra vieja Escuela, libre
una vez siquiera de vergonzosos yugos, el que la ve-
nía, al parecer, representando, sino un miembro de
su claustro, un compañero, politico ciertamente y has-
ta ministerial. / Ministerial? Del Consejo de Minis-
tros tal vez, pero no del ministro de Instrucción Pú-
blica y Bellas Artes. No, el ministro se debía en ese
punto al hombre que os decía. Y se consumó el ho-
rrendo pecado político de que la vieja Universidad
de Salamanca no siguiera apareciendo como un florón
— así la habían llamado — de la electorería de esa
856
MIGUEL DE UNAMUNO
partida, cuyo contenido doctrinal parece no ser otro
que la jefatura de un hombre. Y yo seguí sin ren-
dirme, empeñado en hacer a mi modo política liberal,
muy liberal, verdaderamente liberal — y del liberalis-
mo que dicen ser pecado, del verdadero, no del otro — ;
pero sin tolerar la hierra de la mesnada. Y entonces
quedó decretada por ese hombre, a quien el actual
Gobierno aparece rendido, mi destitución. Y os digo
que ese acto lo fué de parte del ministro de debili-
dad y no de energía. Como casi todos los suyos.
Fui, pues, destituido por haber dado ocasión a que
saliera senador por la Universidad un ministerial del
actual Gobierno conservador — ¡ y tan conservador ! — ,
o por lo menos del actual Presidente del Congreso,
pero no del Ministerio de Instrucción Pública, es de-
cir, de Romanones. Y buena prueba es que para nada
se contó en ello, como en casos tales se acostumbra,
con el senador ministerial de la Universidad.
¿Que es todo esto muy bajo? ¡Ah; bien quisiera,
señores y amigos, haber sido víctima y mártir de
más altos conflictos de ideas y pasiones y poder ha-
blaros del poderío de la reacción o de la plutocracia,
pero las cosas son así ! No faltará quien salga de aquí
diciendo, estoy de ello seguro, que no elevo la cues-
tión, que me chapuzo en infectas pequeñeces prag-
máticas de politiquilla de intriga y encrucijada.
¿A dónde queréis que me eleve, perdiendo tierra y
contacto con la realidad ? i Creéis que cabe elevar
nada con la realidad política y social que nos envuel-
ve, estruja y aplasta ? Quien no quiera perder su tiem-
po y su esfuerzo cerniéndose sobre las nubes, tiene
que bajar a la ciénaga y revolverla y hacer que su
mefitis sacuda nuestra modorra aterradora. No, no
quiero, no puedo, no debo elevar lo que es tan bajo.
Al dragón no se le combate desde encima de las nu-
bes, desde donde ni siquiera se le ve. El dragón vive
en el fango y del fango. La hercúlea tarea hoy en
OBRAS COMPLETAS
857
España es la de limpiar el establo de Augias. El más
urgente trabajo es un trabajo de higiene social.
Presumo que algunos de vosotros, los que me ha-
béis llamado, os llamaréis a engaño, que no era esto
que os digo lo que esperabais os dijese. Ni será
la primera vez que esto me ocurra. ¡ Triste sino el
mío ! Mas debo atenerme a él. Y ahora aquí hacer
lo que creo más eficaz, no para la mía, sino para
nuestra causa común, para nuestra causa ideal. De-
fiendo nuestras ideas, pero como hay que defenderlas
en la presente realidad política española. ¡ Porque lo
que hago aquí hoy es política !
A la beocia politicista que nos desgobierna le im-
portan poco las ideas ; es más, las aborrece. Ve en
ellas su enemigo. Yo no representé nunca para esa
gente un valor ideal ; nunca se preocuparon de mi
obra en el mundo de las ideas. Las ideas y la inteli-
gencia no existen para ellos. En nuestro Parlamento
mismo asustan las ideas. El más despectivo insulto
entre esos hombres es el de idealista. Y poco se rei-
rían si yo me extraviase esta noche en idealismo.
Sigo, pues, mi penosa excursión.
Vino la destitución, en la forma menos cortés y
más grosera posible, a mansalva y con alevosía, como
quien teme que, puesto yo en guardia, hubiese podido
deshacer intrigas políticas y embustes. "Indudable-
mente — me escribía el 15 de setiembre mi amigo
el señor Sánchez Guerra — - ha habido en todo eso
alguna mala inteligencia o alguna mala voluntad de
las personas informadoras." A las que se oyó sin
darme tiempo a deshacer pretextos. Mas os aseguro,
puesta la mano sobre el corazón, que he sentido des-
pués en la conciencia una honda sensación de alivio.
No que yo estuviera dispuesto a dimitir, ¡ eso nunca !,
aunque el rectorado me cohiljiera algo, muy poco, y
me tralmra la libertad de ciertos movimientos espiri-
858
MIGUEL DE UNAMUNO
tuales. Necesitaba de él, necesitaba del prestigio que
ante ciertas gentes infelices da un cargo así; necesi-
taba de aquella posición entonces — ¡ hoy ya no ! — , y
la necesitaba para mi obra, de que os hablaré. Y no
estaba dispuesto a dejarlo. Es más, puesto a eleijir
entre él y la senaduría, opté por el rectorado, porque
creía que mi obra estaba más allí que en el Senado.
Y cien veces dije a todo el que lo quiso oír que lle-
garía a ser ex rector destituido, mas no dimisionario.
Y es que una destitución da prestigio y una dimisión
lo quita.
¡ Pero, os lo repito, fué sensación de alivio ! Por-
que para conservar el puesto, no llegué nunca a ven-
der mi conciencia ni a degradar mi dignidad, pero
tuve que transigir, siquiera temporalmente, con he-
diondas miserias políticas. En las situaciones conser-
vadoras todo iba bien, no se me exigía nada ; pero
cuando en una de esas ambiguas y picarescas situa-
ciones, mal llamadas liberales, llegaban las elecciones
senatoriales, llamada a Madrid por ese hombre y cí-
nicos cabildeos y recuentos y cata de votos, y hasta
amenazas veladas. Tenía que responder de que el
tristísimo colegio electoral a que para esos hombres
se reduce un claustro universitario, no se desmanda-
ría. A solas sufría verdaderas congojas, diciéndome:
"¿Y eres tú éste?". Por supuesto, que ese hombre
llegó, por tercera persona, a ofrecerme la senaduría
a mí, ¡ claro que si iba mi nombre, mi nombre, se-
ñores, mi nombre inmaculado, mi nombre, no man-
chado con abyecciones políticas, si iba mi nombre a
adornar la lista de sus mesnadas ! Y tenía que apare-
cer yo, yo, ¡ este yo que tan reciamente, tan loca-
mente he defendido !, tenía que aparecer yo como
un protegido suyo, como un protegido de ese hombre !
¡Ah!, señores: si aquel cándido y atropellado don
José Canalejas, que fué mi buen amigo y de quien
recibí quejumbrosas confidencias la última vez que le
OBRAS COMPLETAS
859
viera, si aquel Canalejas, a quien acabó de matar un
desgraciado, víctimas los dos del mismo hado nefas-
to de la patria, si Canalejas pudiese sacudir la tierra
que para siempre la cubre piadosa y pudiese hablar,
algo os diría de cosas que le escribí y le dije cuando
la vergüenza de sentirme amenazado, a la vez que
protegido y convertido en agente del tinglado elec-
toral, hacia que mi conciencia sufriese soportando hu-
millaciones que creía inevitables para el mejor logro
de mis propósitos más altos. Pero una vez que tras-
torné su casillero, encontró mano de tercero, de cria-
do, con que vengarse.
¿ Iba yo a correr el riesgo de que despreciándome
— ¡él!, ¡y a mí! — , llegase a hablar de mí como le
he oído hablar de algunos de sus más humildes secua-
ces ? ¿ Protegido de ese hombre ? No, protegido, y no lo
que en la innoble jerga político-picaresca se llama así,
protegido... sólo de mi patria, y como suprema repre-
sentación de ella hoy, ¡ de mi rey ! Y si no he de ser
rector así, por la gracia de Dios y la voluntad na-
cional, que el rey sanciona; si he de serlo bajo la
égida y con el beneplácito de un hombre así, ¡ ben-
dita libertad!, ¡santa libertad la de mi conciencia de
patriota redimido !
Uníase a lo dicho que aquel candidato, ese de les
suyos de que os decía, empezó su carrera pública, no
sé bien de qué, al lado del Ministro, en la hueste de
aquel Bosch y Fustigueras, cuyo nombre, tristemen-
te célebre en un tiempo, la Piedad Suprema va bo-
rrando de las memorias de los españoles, y que ese
de los suyos no se hartaba de decir que el ^linistro
le estaba obligadísimo porque él, el mesnadero con-
dal, había hecho catedrático por oposición a un hijo
del abogado del Ministerio.
Claro es que hubo en mi destitución algo más que
esto; pero de orden tan personal, que no he de de-
clararlo aquí. En una de las oficinas del Ministerio
860
MIGUEL DE UNAMUNO
funcionaba un negociado de recolección e invención
de chismes, embustes, frases supuestas y quejas con-
tra mí y parte de eso tengo soljrado derecho para su
poner que fué llevado hasta las más altas esferas por
si allí se me consideraba amistosamente. Y se lleva-
ron otros pretextos. El Ministro mismo, para explicar
a un ilustre repúblico que le interrogaba en privado
mi destitución, tuvo la frescura de atribuirme, refi-
riéndose a mi campaña agraria, conceptos y frases
que jamás he pronunciado.
El de los títulos de bachiller extranjeros a que se
dió validez en la Secretaría de la Universidad de Sa-
lamanca es, evidentemente, un mero achaque, y que
por cierto no honra mucho la supuesta, y no más
que supuesta, agudeza del rábula que lo inventó. Si
siempre fué atribución de los Ministros conceder esa
validez con estas o aquellas condiciones, ¿a qué con-
ducía que el señor Ruiz Giménez, ahora mudo, dic-
tase un Real Decreto declarando que en adelante se-
rían válidos, cumplidos tales o cuales requisitos que
allí se cumplieron ? Y buena prueba de que se cum-
plieron es que, con aquel mismo expediente, incoado
por los Padres Jesuítas de Deusto, verdaderos pro-
motores de aquel reconocimiento, acaba el mismo mi-
nistro de declarar válidos en España aquellos mismos
títulos. Cuestión de competencia, se dirá. ¿Fué ella
nunca, díganlo quienes conocen nuestras costumbres,
motivo de una destitución airada y grosera como la
mía ? Y la Real Orden invalidando aquello mismo a
que acaba de volver a dar validez el ministro pica-
pleitos, se dictó sin tener a la vista el expediente
original, sobre una carta mía, a la que aún no se me
ha contestado, y preguntaba algo en ella. No acabo
de darme cuenta de cómo ciertos hombres logran
fama de listos. Como no se llame listeza a la fres-
cura y desaprensivo desdén a la verdad.
Inventóse también el pretexto de no sé qué irre-
o B R A S C O M FLETAS 861
gularidades en el funcionamiento de la Facultad de
Medicina de Salamanca. Y debo decir, en defensa de
esa pobre Facultad vilipendiada, y sobre la cual, com(5
si fuese poco su precario y triste estado, corre una
calumniosa leyenda, que ni esas irregularidades son
distintas de las que en las demás Facultades de Me-
dicina y otras se cometen, ni nadie ha denunciado
más que yo al [Ministerio — y testigos de excepción
son mis l)ucn()s amigos don Santiago Alba y don
Amos Salvador — las deficiencias de ese centro, de-
bidas, en su mayor parte, a la sistemática indefen-
sión en que el Estado la tiene. Pues que se la esca-
timan medios y no se quiere afrontar la anómala si-
tuación en que el Flospital de Salamanca, que debia
ser clínico, está para con ella. Y encima se la ca-
lumnia, como ha hecho el Ministro en el Senado,
afirmando a su respecto algo que es falso. Se la tiene
bajo una continua amenaza, entre insultos y caricias,
para que sea buena chica y no se desmande, y rinda
pleitesía al que se supone su restaurador.
¡ Como que esa Facultad, que hoy vive vilipendio-
samente bajo un triste sambenito, del que no se atre-
ve a sacudirse por temor a ser suprimida, no se decla-
ró oficial sino para utilizarla como arma política, como
cindadela de un partido, de una bandería personal
más bien, dent^^o del colegio electoral universitario!
Era, además, ¡y es!, el principal comedero dentro de
de la Universirlad. ^' por él, por el comedero, por
triste pordiosería de profesionales de la cátedra, llegó
a la tristeza — ¡ y bien se lo han rei)rochado luego,
pobrecilla ! — de conceder un título de licenciado a
un procer, hermano del hombre que os decía, después
de haberle apuntado acaso — tengo motivos para creer-
lo— los trabajos escritos con que tuvo que probar su
insuficiencia. Fechoría f|ue se ha cometido en Facul-
tades de otras Universidades, y hasta con el mismo
862
MIGUEL DE UNAMUNO
sujeto, sin que el rumor de ignominia haya tomado
cuerpo.
En el Senado, después de llevar a él a los proce-
res — condes, marqueses, duques... — despobladores de
la región salmantina, a los que echan a los hombres
para poder cazar a los conejos u obtener más altas
rentas, inventó el Ministro el pretexto, hermosísimo
para mí, de la campaña agraria que con algunos com-
pañeros de claustro he llevado a cabo. Ni cuando vi
al Ministro me dijo nada de ello, ni antes ni después
de verle, ni he llevado a cabo acto alguno de esa
campaña durante el tiempo todo en que ha sido
Ministro el que hoy lo es. Y respecto a la campaña
misma demostró el Ministro no tener apenas noticia
segura de su sentido y tendencia. Bien es cierto que
hizo gala de sus profundos desconocimientos del pro-
blema, llegando a confundir a Lloyd George con Hen-
ry George. Y un abogado así, que no sabe callar lo
que ignora — lo elemental de la discreción — , pasa
por polemista entre otros que saben menos que él,
por supuesto, y si ello es posible, ¡ y llega a ministro
de... Instrucción!
Dice el Ministro que el cargo de rector es de su
confianza. Conviene entendernos. El cargo de rectoi,
que es y debe ser técnico y exige una cierta conti-
nuidad, no puede ni debe estar subordinado al Minis-
tro de Instrucción Pública, como el de un goberna-
dor está al del ministro de la Gobernación. A me-
nos que no se considere al Rector sino como el aper-
nador máximo del colegio electoral universitario.
¿ Que un catedrático puede expresar sus ideas polí-
ticas y sociales como quiera y un rector no ? ¿Es que
el Rector no puede pensar y expresar su pensamiento ?
i Es que ha de pensar como el Ministro? ¿Y cuando
el Ministro, como ahora sucede, no piensa nada? Por-
que, señores, la característica del Gobierno actual,
de este Gobierno de la neutralidad en todos sentidos
OBRAS COMPLETAS
863
y para todos los problemas, es precisamente ésta: no
pensar nada; carecer de ideas y hasta odiarlas. ¿Y
están obligados los que bajo de él ejercen cargos
técnicos a profesar la insignificancia, acaso el beo-
cismo.
i\lás atribuciones que un Rector tiene el Presidente
del Instituto de Reformas Sociales y el de la Junta
de Ampliación de Estudios. ; Es que a ningún minis-
tro se le ha ocurrido destituir a aquél por manifes-
tar ideas mucho más heterodoxas para cualquier Go-
bierno monárquico que las por mí manifestadas?
Pero no se trata de ideas. Y recuerdo haber oído
a un director de Instituto de Segunda .enseñanza, po-
lítico profesional y diputado provincial perpetuo y
de oficio, que, como tal director, se creía en la obli-
gación de votar siempre, en las elecciones senatoria-
les universitarias, con el Gobierno, fuere éste el que
fuere. ¡ Qué idea de la obligación, que parece debía
ser una categoría del orden moral !
¿ Iba yo a decir como mi pobre sucesor en el cargo
se complace en repetirlo de sí, que no era más que
un criado del Ministro? No, no ha llegado nunca mi
necesidad a tanto.
Se ha dicho que apenas hubo protesta por mí des-
titución. De mis compañeros jamás la esperé. Nadie
les consultó cuando se me nombró; nadie tampoco
cuando se me destituyó. Los conozco, además ; co-
nozco sus pasiones y conozco su cobardía. Cuidóse
también de amenazarlos con burda habilidad, amagan-
do a aquella pobre Facultad precaria y vilipendiosa
que os decía. De la prensa nada diré. Estábamos y
estamos en época de neutralidad; la guerra — y ello
es natural y justo — agota casi todo el interés pú-
blico, y, además, todos sabéis que esa administradora
del silencio y el semi-silencio forma con los políticos
profesionales una asociación a la que no deben ser
gratos los que rechazan las hierras de las mesnadas
864
MIGUEL DE UNAMUNO
que asaltan el presupuesto de empleos y de subven-
ciones directas e indirectas.
Y bien, me diréis, ¿cómo crees que debe ser hoy
un rector de una Universidad española?
Mas antes que a ello os conteste, permitidme un
momento, queridos amigos, que me sincere de haber
tenido que descubriros las vergonzosas desnudeces
que acabáis de ver. Cuando el Dante bajó a los círcu-
los del Infierno e hizo con ello una obra inmortal, de
valor universal y eterno, no fué disertando so1)re. la
culna y la pena, el pecado y la justicia divina, fino
mostrándonos una serie de trágicas anécdotas de do-
lor y de infamia que supo elevar a valor trascendente.
Era necesaria esa excursión mía por el tétrico campo
infernal de nuestro picarismo político que tanto di-
vierte — ¡ desgraciados ! — a no pocos españoles. Por-
que es terrible la admiración, el culto que se rinde al
que llaman hábilj listo o travieso. Sucede que hasta
al ver aparecer en un cine los trágicos contornos del
personaje fúnebre, el público, inconciente, lo celebra
riéndose. Horas antes se había extasiado beatífica-
mente viendo estoquear al Belmonte, otro fenómeno !
Y ahora paso a deciros algo de mi labor adminis-
trativa desde el rectorado de la Universidad de Sa-
lamanca, pues entiendo que es el mejor modo de res-
ponder a vuestra pregunta de lo que debe ser un
rector hoy en España.
""Si de algo se me puede culpar es de haber acaso exa-
gerado mi estatismo, mi respeto escrupuloso a la ley,
mi noción de lo que debe ser el estricto cumplimien-
to del deber profesional. Los que se crean que yo
he sido un rector durmiente, distraído en otras fun-
ciones o en quehaceres literarios personales, atento
sólo a firmar expedientes y a dejar correr las cosas,
se equivocan. Tal vez no fui en alguna ocasión lo
anarquista que se debe ser en un país en que el
OBRAS COMPLETAS
865
Estado se halla por hacer. El ministro mismo, explo-
tando esa leyenda, me ha dirigido elogios, sin dere-
cho a ello y sin conocer mi labor, y ha hablado de
mi extravagancia. ¡ Qué honor el de pasar por extra-
vagante entre los bergamines !
Llevé con un rigor que, puedo decirlo muy alto,
no se ha llevado en ninguna otra Universidad espa-
ñola, el hacer que cada cual cumpliera siquiera con
lo más externo de su deber. Negaba peticiones abu-
sivas de licencia, informaba en verdad y justicia las
que por mi conducto se dirigían al Ministro, diciendo
alguna vez no ser cierta, a pesar del certificado mé-
dico, la dolencia que se alegaba ; hice volver de su
pueblo, adonde sin la debida licencia habíase ido,
como de tapadillo, un catedrático, y teniendo que in-
vertir casi un día en el viaje — y como se trataba,
por cierto, de un perfecto caballero y de un pundo-
norosísimo profesor, comprendió mi conducta y que-
damos aún más amigos que habíamos sido — ; hice
que un mes se devolviese la paga de otro catedrático
que abusaba de las ausencias y no justificó una de
ellas a su tiempo. Y en cambio puedo decir que en
los catorce años que he sido Rector, sólo una vez,
una vez sólo, se me advirtió del Ministerio, po-
dréis figuraros quién era el ministro, que negase en-
tonces una licencia breve, de quince días, si me la
pedía uno de los catedráticos más cumplidores de
su deber — el actual senador por nuestra Universi-
dad— , y ello porque la iba a pedir para ir a traba-
jar su elección de diputado a Cortes por uno de los
distritos de la provincia. ¡ Esta parece ser la única
causa por la que no se puede pedir licencia ! Y ha2/
un catedrático que, dejando vacante su cátedra en la
Universidad a que está adscrito y por la que cobra, se
halla agregado en comisión a otra Universidad, la
de su pueblo natal, donde no ejerce función alguna
docente. Verdad es que, renunciando a la lucha, deje
UNAMUNO. VII.
866
MIGUEL DE UNAMUNO
libre un distrito en las últimas elecciones a Cortes.
Y el ministro electorero, que decreta esas y otras...
irregularidades ■ — en su estricto sentido — , ¡ me niega
dotes de administración y gobierno !
Yo inicié para los maestros de primera enseñanza
el suprimir un artificioso expediente en los evidentes
casos de abandono de destino, sistema que luego adop-
tó celoso el Ministerio.
No sé a cuántos catedráticos de Universidad se
habrá jubilado en España, y no d petición suya, por
el expediente de capacidad que han de incoar al cum-
plir los setenta años ; sólo sé que, de ésos, cuatro lo
han sido por la Universidad de Salamanca. Y lo fue-
ron porque me negué a decir lo que no fuese verdad,
e hice que apareciese su verdadero estado físico y
mental — -uno de ellos ciego — . Y entre tanto, se de-
clara aptos para continuar en sus cargos a pobres
ancianos totalmente incapaces, a alguno incapaz de
nacimiento y no por deterioro de edad, y se respeta
a locos, a verdaderos locos, haciendo completamen-
te inútil ese expediente. Y si alguna vez se llegase a
jubilar a alguno contra su deseo, sería, no lo du-
déis, por motivos políticos o porque se necesitaba
para algún paniaguado su vacante.
Esto de la asistencia, esto de la capacidad física,
es, bien lo sé, lo más externo; puede llegar a ser
algo farisaico. En no pocos casos es una evidente
ventaja para la enseñanza que un catedrático falte
a clase. Mas yo creo que esa externidad del deber
puede llegar a obrar en su mayor intimidad.
Alguna vez dije y ello se hizo público, con metáfora
algo ruda, lo confieso — pero ya fué publicada — ,
que en aquella Universidad que yo regía no había
ni mayor ni menor proporción de burros que en
otra cualquiera, pero que los de allí daban vuel-
tas a la noria. Y creo más: y es que es más fácil
y provechoso aprovechar al tonto — cuando no es
OBRAS COMPLETAS
867
de remate — que no al que llaman listo. Hay quien
no sólo se perfecciona en el trabajo sino que hasta
llega a fraguarse una inteligencia. Cien veces me-
jor el corto de alcances que se mata a estudiar y
trabajar que el que, creyéndose despejado, se pasa
la tarde toda en el casino mano a las cartas o a
las fichas del dominó.
Lo grave, lo verdaderamente grave de nuestra en-
señanza pública, es que no está inspeccionada ni ga-
rantida debidamente la competencia técnica del cate-
drático. Dentro de su cátedra cada uno de nosotros
hace lo que quiere, explica o no explica, cuenta
cuentos, dice tonterías, enseña verdaderas atrocida-
des... Y de esto he de contar algún día cosas que,
a los que tengan conciencia de patria, compunción
de patria y de cultura, han de horrorizar. Corren
por ahí libros de texto, reveladores algunos de ver-
dadera vesania — como el de un ya célebre profesor
de uno de los doctorados de Ciencias — , que eran lo
bastante para que a sus desgraciados autores ya que
no se les ponga en cura se les obligi:e a que se
jubilen. ¡ Porque el catedrático no tiene derecho a
ser tonto, loco o ignorante ! Y los hay que son el
hazmerreír de sus discípulos y hasta el bufonesco
juguete de la ciudad en que viven. Con rubor en
las mejillas, y tristeza, hondísima tristeza en el co-
razón patriota, he presenciado, mientras los demás
se reían, una burlesca ovación a uno de esos pobres
bufones de toga y birrete. Y sólo se llega a medi-
das, extremas en el caso de un Moliner. ¡ Pobre ami-
go Moliner, víctima de sus locos ensueños genero-
sos !
Y nadie inspecciona nada. .Se parte de la tremen-
da y vergonzosísima ficción de que todo catedrático
es competente. ;Y por qué si se inspecciona, aunque
mal, muy mal, la labor docente de un maestro de
escuela, no ha de inspeccionarse la de un catedrá-
868
MIGUEL DE UNAMUNO
tico? Me diréis que porque se haría, como aquella
otra inspección, mal muy mal. Mas ésa no es razón.
Nada se inspecciona técnicamente. Yo no sé si
en el Ministerio de la Guerra se sabe de las dotes
militares de los coroneles, o de la aptitud para el
gobierno de un buque de los marinos en el de Mari-
na, o en el de Gracia y Justicia de la competencia
y rectitud de los jueces y magistrados : pero os ase-
guro que en ese páramo espiritual del Ministerio de
Instrucción Pública, mazorca de covachuelas en que
se barajan reales órdenes, reales decretos, reglamen-
tos y escalafones, nada se sabe de la competencia o
incompetencia técnica de un catedrático, i Ni eso
importa allí ! Y se da el caso de un auxiliar que por
haber estado haciendo como que explica una cátedra,
y haciéndolo mal, rematadamente mal, tantos o
cuantos años, pasa, por méritos, a poderlo hacer
peor aún. Yo conocí a un catedrático de Derecho
civil que hace veinticuatro años no quiso enterarse
del Código, y decía, refiriéndose a él : "¡ Ese librito
que ha hecho Alonso Martínez... !" Y se murió car-
gado de años y de... ¡servicios!
Convencido de que sin la inspección técnica la
constitución de nuestras Universidades será impo-
sible en cuanto unos alumnos, provocando una huel-
ga, llegaron a poner formalmente en tela de juicio
la competencia de su profesor, sin prejuzgar nada
respecto a ésta, pedí visita técnica de inspección.
Y, en efecto, la tal visita fué algo ridículo, sobe-
ranamente ridículo. El inspector, un pobrecito Con-
sejero de Instrucción Pública, y practicón rutina-
rio que debería ser técnicamente inspeccionado, según
me dicen los verdaderos competentes, y es conocido
por las amenidades que en su clase suelta, me mani-
festó que era imposible sentar el precedente de que
se revisara la competencia de un profesor que acaba-
ba de obtener su cátedra por oposición, y por de-
OBRAS COMPLETAS
869
nuncia de... ¡los alumnos! Y yo creo, señores, que
si los alumnos, que si los estudiantes españoles, no
empiezan a ejercer a su modo esa inspección, con
todos los peligros a ella inherentes — bien los conoz-
co— , nuestra enseñanza pública no tiene remedio. Y
fundado en ello escribí a mi amigo don Santiago
Alba, Ministro a la sazón, que urgia declarar la asis-
tencia a clase voluntaria, restablecer los exámenes
por tribunal y tomar medidas para que el profesor
inepto no se vengase de aquellos que por no sopor-
tar su inepcia se negasen a oírle. A ello obedeció
una consulta que se hizo a los claustros y de que ha
sido fruto la reciente legislación sobre asistencia vo-
luntaria, bien que los catedráticos camastrones, los
temerosos de quedarse justamente sin alumnos, han
sabido en gran parte burlarla, volviendo a las peores
prácticas y a la velada amenaza y bien que en esa
disposición gubernativa se transige en gran parte con
viejos vicios. Añádase que al catedrático cuya carac-
terística es hartas veces la haraganería, le molesta
tener que examinar.
Y la disciplina escolar, no lo dudéis, depende del
espíritu universitario. A un cuerpo sin alma no hay
por qué obedecerle. Y si los obreros se aplican más
que los estudiantes es porque ellos eligen sus maes-
tros y creen que van a aprender algo de ellos.
Por todo lo cual he aconsejado cien veces a los
estudiantes españoles que no soporten el que se les
obligue a ir a escuchar evidentes necedades, tal vez
química anterior a Lavoisier, astronomía ptolemai-
ca, lógica del siglo viii, ética con infierno, historia
de España con Tubal y Tarsis — ¡ hay cátedra en que
se dice el día del mes y del año antes de Cristo en
(]ue fué creado el mundo ! — , excesos, en fin, que son
un baldón para nuestra cultura. Porque no hay idea
de los límites a que en esto se llega y si un día os-
leyese las notas que al objeto tengo recolectadas,
870
MIGUEL DE UNAMUNO
muchos, es decir, los menos concientes, se reinan a
mandíbula batiente, pero los otros bajarían la cara,
encendida de vergüenza al santo suelo que nutre
tanta ignominia.
Y todo eso lo hacía luchando por el prestigio de
nuestra Universidad ; por eso de que nada se cuidan
los ministros. Pensaba en una revolución, en una
verdadera revolución en la enseñanza; pero en una
revolución legal, desde arriba, y que detuviese el
merecido desprestigio en que, como clase, vamos ca-
yendo los jornaleros de las fábricas de licenciados y
doctores.
Y aún hice más. Quise borrar de la Universidad, h
cuyo frente me puso mi patria, aquel terrible ana-
tema de fortaleza de ¡a ignorancia, que le puso Car-
lyle, y Universidad fantasma, Remy de Gourmont.
Poco antes de que yo llegara a ella, hace veinticua-
tro años, se vió agitada porque al morir uno de sus
maestros fuera de la Iglesia Católica, no se le rin-
dieron los honores fúnebres no eclesiásticos que aque-
lla Universidad acostumbra rendirlos. Ni siquiera el
Rector, su íntimo amigo, asistió al entierro. Y sien-
do Rector yo presidí el sepelio civil de un doctor del
claustro, con medalla y bastón académico, y llevaron
las cintas del féretro doctores, un decano de Facul-
tad entre ellos, de toga y birrete. Y no ocurrió nada.
Se prefirió hacer que pasara como inadvertido.
Y he defendido desde mi puesto a una celosa e
intachable maestra de escuela, fiel cumplidora de su
deber, a la que se trataba de removerla con espe-
ciosos y mal amañados pretextos, no más que por
ser cristiana protestante, en cuya confesión fué edu-
cada desde niña. Y tuve que defender otra vez la
legalísima apertura de una escuela, también cristia-
na protestante, contando con el apayo del entonces
Ministro, señor Rodríguez Sampedro, otro de los
OBRAS COMPLETAS
871
ministros que me han soportado y honrado con su
amistad. Y por cierto, a los ocho días de caer éste en
pleno gobierno... liberal, se mandó cerrar la tal escue-
la, bien que para volver a abrirla luego.
Y aquí debo recordaros el escándalo que produjo
en una asamblea universitaria de Barcelona el que
yo enviase a ella una ponencia pidiendo que pidiéra-
mos los catedráticos que se derogue aquel artículo de
la Ley de Instrucción Pública, aún vigente, dígase
lo que se quiera y nunca formal y taxativamente
derogado, que establece, de acuerdo con el Concor-
dato, la inspección de la enseñanza por los obispos.
Procedimiento que no mucho antes de entrar yo en
el rectorado de la Universidad de Salamanca se tra-
tó de remozar en ella. Decíanme que eso está dero-
gado de hecho. Temo a tales derogaciones por des-
uso. Cuando se ve en un rincón un arma, hay que
cogerla y hacer fuego a ver si está cargada o no, y,
en todo caso, retirarla. Nada más peligroso que cier-
tas leyes en desuso, pero no formalmente derogadas.
Y tuve la satisfacción de que aquella mi ponencia pro-
vocase el que se dieran de baja en la Asamblea no
pocos profesores, entre ellos el actual senador por la
Universidad de Barcelona, expendedor de bacalao y
de metafísica, que obtuvo su cátedra en unas oposi-
ciones en que entramos catorce, y él fué el número
primero y el número décímocuarto. . . yo. ¡Lo digo
con orgullo ! (1).
Ya veis, señores, que si de algo he pecado en el
ejercicio de mí cargo de Rector ha sido estatismo,
de un culto fervoroso a la acción del Estado y a la
de la Ley. He querido renovar las leyes enmoheci-
das. Y digo que he pecado porque, os lo debo confe-
sar, acaso el estatismo es un grave error cuando,
1 La ponencia a que se refiere figura en este mismo volumen.
872
MIGUEL DE UNAMUNO
como entre nosotros pasa, y más en asuntos de en-
señanza, no hay verdadero Estado, Estado civil, Es-
tado de justicia. Usurpa sus funciones entre nosotros
lo que se llama Gobierno, y éste no suele pasar de
una miserable máquina electoral y de reparto de pre-
bendas.
De la Universidad española actual no cabe decir
que es una ruina porque no existe. Esas miserables
fábricas de licenciados y colegios electorales no me-
recen semejante nombre. Y no hablemos de su auto-
nomía, y menos de la administrativa. Con claustros
que no están hechos ni por Universidades autóno-
mas, ni para ellas la autonomía universitaria, sería
un desastre. Según la amplitud que a esa autonomía
se le diera, podríamos ver restablecido el índice in-
quisitorial para alguna biblioteca universitaria, o que
en adelante no fuesen catedráticos sino los yernos,
hijos y sobrinos de los que hoy lo somos. Baste re-
cordar el vergonzosísimo espectáculo que dieron los
claustros cuando se estableció lo de los premios a
los catedráticos, echándose éstos sobre aquéllos a la
relmtiña, inventando méritos fantásticos o estable-
ciendo un turno para el momio. Como que las tres
principales preocupaciones del catedrático suelen ser
el escalafón, el libro de texto y las vacaciones. Y
cuando no toma la cátedra de cómodo y nada traba-
joso trampolín para saltar a puestos de más lucro o
de mayor brillantez social, lo que ocurre con más
frecuencia que debiera, y sin vocación se resigna a
ella, ya por necesidad, por ganapanería o codicia, ya
por hábito o prurito de minúscula prestancia provin-
ciana, corre gravísimo riesgo de parar en melancólico
caballo de noria de la rutina de la enseñanza oficial.
Y aún suele pedir aumento de sueldo, como si toma-
da la clase en conjunto, en término medio, ¡ganá-
ramos hoy el que se nos da ! Nadie puede ni debe
pedir más de lo que se le da mientras por su parte
OBRAS COMPLETAS
873
no dé más de lo que se le pide, no haga obra de su-
pererogación. Y como pedir... ¡se nos pide tan poco!
A lo sumo, que votemos sumisamente un senador...
Y aquí me parece deber deciros que dada nuest'-a
triste situación moral y nuestra falta de independen-
cia, debíamos los catedráticos celosos de nuestra fun-
ción docente pedir que se les quite a nuestras nomi-
nales Universidades esa facultad funestísima y ri-
dicula de poder elegir un senador, y que busquen los
Gobiernos, para llenar los diez puestos que vacarían
así en el Senado, cualquier otro medio que, por más
cínico y menos hipócrita, fuese más decoroso. Y has-
ta hay una cosa que llaman doctores del claustro, cuya
única función doctoral es la de votar, la de ser elec-
tores, cuando a la vez no son aspirantes a cualquier
destinillo.
¡ Y cómo se nutren en general nuestras Universi-
dades! ¿Quién no conoce los caciquismos que se al-
bergan en el tenebroso Consejo de Instrucción Pú-
blica, principal cobertera de la irresponsabilidad mi-
nisterial ? Xo hace mucho que la mayoría de un Tri-
bunal, presidido por un señor obispo, a quien sin
duda el gobierno de su diócesis — ¡ y una diócesis
como la de Madrid ! — le deja tiempo para esos me-
nesteres tan poco episcopales y tan caciquiles, según
entre nosotros se los ejerce, consumaba uno de los
más deplorables atropellos contra la cultura española.
¡ Y hay que ver a esos a que se llama competentes !
Como tal figura en un tribunal de oposiciones a
una cátedra de IMedicina, próximo a actuar, un ca-
tedrático de Matemáticas de un Instituto, que no
cree en la inconmensurabilidad, y que, a existir la
debida inspccci<')n técnica, hace tiempo que no estaría
desbarrando ante sus alumnos.
Y con todo y sus males, la oposición es aún lo me-
nos malo, lo menos sujeto al caprichoso y anárquico
874
MIGUEL DE UNAMUNO
albedrío ministerial. Mi amigo don Amos Salvador
puede atestiguar cómo siendo él Ministro de Instruc-
ción Pública le denuncié que en una veraniega ausen-
cia mía del rectorado se dió por una Facultad una
certificación torpemente amañada, de donde resultó
que entró en el profesorado, protegido por un caci-
quillo del Consejo, un auxiliar a quien le faltaba el
primer requisito fué la ley — ¡ desgraciada ley aque-
lla ! — exigía.
A pesar de estas y de otras lamentabilísimas irre-
gularidades, tuve siempre, lo repito, una profunda
fe en el Estado y en su acción. He sido y soy deci-
dido partidario del Estado docente.
Sé que si el Estado abandonara la docencia cae-
ría ésta en manos de instituciones que la ejercerían
peor aún que él la ejerce. Porque he de decirlo de
una vez más y sobre todo ahora en que no ejerzo
ya autoridad administrativa en la enseñanza pública;
la enseñanza oficial pública siendo como es en Espa-
ña mala, muy mala, es no ya mejor, sino la única que
merece el nombre de enseñanza. La otra es cien veces
peor. Tiende a engañar, a hacer que enseña no en-
señando nada.
Pero lo triste, lo terrible, lo pavoroso para el por-
venir de nuestra patria, es que aquí, en España, no
hay ya o no hay todavía Estado. Y he aquí por que
se busca crear instituciones de enseñanza superior y
técnica, no dentro de la Universidad, sino fuera de
ella, y en rigor contra ella. Los planes de enseñanza
de nuestros Gobiernos, primeros y principales enemi-
gos del Estado, acaban por reducirse a crear unas
cuentas nuevas plazas para disponer de unas cuantas
credenciales de apernamiento.
^:Qué es hoy entre nosotros el Estado? Acaso na-
die le ha definido mejor que aquel alcalde de San-
tiago de la Puebla, que al oir en un rosario público
que el párroco pedía un Padrenuestro por las nece-
OBRAS COMPLETAS
875
sidades de la Iglesia y del Estado, exclamó: "¡Del
Estado, no, ¡que el Estado son ellos!" Y ellos, en
efecto, los caciquillos, los vividores, los grandes y los
pequeños terratenientes abusivos; ellos, los verdade-
ros anarquistas, son hoy aquí el Estado. Y tiene a
su servicio una magistratura, parte de él, de ese Es-
tado que son ellos, que pone la ley sobre la justicia,
y sobre la ley la voluntad del Gobierno. Ante las
razones del Gobierno, que suelen ser sinrazones, dó-
blase como la caña al viento.
Y para rectificar ese erróneo concepto del Estado;
para dar a los pueblos, abatidos por su ninguna fe
en la acción oficial, confianza en la justicia de la
ley que brote del pueblo, para esto emprendí, ayuda-
do por compañeros del claustro universitario, la cam-
paña agraria a que el Ministro, sin conocerla en lo
más mínimo, se ha referido en el Senado. Fué una
labor de humanidad y de respeto y culto al Estado;
no sé si gubernamental o no, ni me importa saberlo.
Porque suele llamarse actitud gubernamental, no pocas
veces, a la más anárquica, a la más destructiva de los
íntimos fundamentos del Estado.
He creído, y sigo creyendo, que una de las obliga-
ciones morales, religiosas más bien, del rector de una
Universidad es empujar a ésta a que tome el aire de
la calle y de los campos, y lleve al pueblo, sediento
de verdad y de justicia, la voz del saber desintere-
sado y noble. Si la conciencia de la patria no se fra-
gua en sus institutos de suprema investigación cientí-
fica, ¿dónde va a fraguarse? Sí el saber desintere-
sado, el que no se pliega vilmente a intereses de sec-
ta, de bandería o de clase social, no se encuentra en
las Universidades, ¿ dónde va a encontrarse ? ¿ Han
de ser ellas, repito, sórdidas fábricas de licenciados y
más sórdidos aún colegios electorales y no otra cosa?
¿ No ha de educarse y formarse en ellas el carácter
de las generaciones de las futuras clases dirigentes?
876
MIGUEL DE UNAMUNO
¿Han de pasar por ellas nuestros jóvenes, a la caza
del título, sin recibir de sus maestros lecciones de dig-
nidad y libertad de conciencia, de austera dedicación
al estudio de la vida en la vida misma, y viviendo los
goces y las penas del pueblo ? ¿ Quién más que la
Universidad está obligada, religiosamente obligada,
a estudiar los males de la patria, metiendo para ello
sus dedos en las llagas, y a emprender la educación
política del pueblo? ¿Vamos a prescindir de ello, rin-
diéndonos a los solapados sofismas de los que, al ha-
blar de la majestad y pureza de la ciencia, no hacen
sino defender la servidumbre del espíritu a una tra-
dición que nunca fué viva? Poneos en guardia cuan-
do oigáis hablar de neutralidad a ciertas gentes ; quie-
ren decir muy otra cosa.
Y me asocié, con queridos amigos y compañeros
míos de claustro, que sentían como yo la responsabi-
lidad moral de su oficio, a manifestaciones varias del
llamado movimiento obrero, y unas veces fuimos a
su casa, a la del pueblo, y otras vinieron ellos a la
Universidad, y más de una vez ocupó la tribuna de
su Paraninfo — ¡oh profanación! — algún hijo del
pueblo, obrero manual que ni bachiller en artes fuera.
Y no era ello, ¡no!, una teatral extensión universita-
ria de doctrinas neutras, con proyecciones o sin ellas.
Y por ello, últimamente las diversas sociedades obre-
ras de Salamanca me han nombrado presidente ho-
norario de ellas.
¿ Cómo podía yo olvidar que mi verdadera carrera
pública, social, la de apostolado, empezó de publicista
socialista, de asiduo colaborador de La Lucha de
Clases, de Bilbao, de que fui socio fundador ? ¿ Cómo
podía olvidar que aunque distanciado de esa brava
conciencia socialista del pueblo, por nuestras sendas
maneras de encarar el final destino humano y el pavo-
roso problema de ultratumba — que para ellos parece
no existir — , por lo que hace a la vida en esta santa
OBRAS COMPLETAS
877
madre Tierra, mis aspiraciones se funden con las
su3'as ? ¡ Pero es muy grave que un rector sea socia-
lista! i Si fuese beocio o filisteo... ! ¡ Y lo más grave
es que un rector sea intelectual ! ¡ iNli sucesor nos
llamó intelectuales con desdén ! ¡ En un claustro uni-
versitario, señores, empleando la noble palabra inte-
lectual en el sentido que toma en la boca de los bár-
baros ignorantes que se crían junto al peor arroyo!
¡ Hasta eso hemos llegado !
Creíame obligado por el cargo a un apostolado mo-
ral. Sentíame como un padre mayor de los estudian-
tes, celoso de que en la ciudad en que vivían no
respirasen una atmósfera espiritual viciada. Tenía,
además, con ellos un lazo de sangre. Anduve entre
balas cuando me mataron a dos pobrecitos estudian-
tes. Llevé en tm leve destrozo de mi traje huellas de
la pedrea. Y jamás olvidaré la noche, memorabilísi-
ma para mí, en que, respondiendo a una invitación
de la sociedad de dependientes de comercio, fui a in-
augurar su constitución, tronando, lleno el pecho de
amargura, contra las miserias mentales y morales que
infestaban aquélla, como las demás ciudades españo-
las. Me dolía muy dentro, me dolía ver a mis estu-
j diantes formándose en un ambiente de cobardía y por-
; diosería y penuria de ideales; dolíame verlos llegar
la tristes ignominias por obra de los garitos. Y ful-
j miné contra ese estúpido vicio del juego, amodorrador
(de las inteligencias. ¡Acción bien poco gubernamental,
l|lo sé ! ¡ Una autoridad, siquiera académica, denun-
( ciando indiscretamente en público, y con acento de
¡¡indignación, el juego ! ¡ Nada gubernamental, sin
';Juda! Porque de los subsidios de ese vicio se saca
jpara recompensar a los funcionarios gubernativos a
¡quienes no puede pagar lo debido el Estado, o para
ibtros menesteres, y además, las asociaciones de juego
Uon una fuerza electoral y las protegen los caciques.
Un acto muy poco gubernamental ése y otros como
878 MIGUEL DE UNAMUNO
é], un acto indiscreto. Y es que la indiscreción fué
siempre mi ílaco. Me ha faltado siempre la debida
prudencia, y eso que suelo a las veces — ¡ petulanto
presunción pura ! — envanecerme de mi zorrería. ¿ No
es indiscreto, decidme, no es imprudente lo que estoy
haciendo aquí esta tarde? Un político lo creerá así,
y me dirá que con ello me cierro yo no sé qué cami-
nos de no sé qué satisfacciones. Pero me abro el ca-
mino de mi libertad, que es el camino de la libertad
de todos.
Sí, creí siempre que nuestra Universidad tiene so-
bre sí el deber de un apostolado moral e intelectual,
y no entendí nunca, como mi sucesor entiende, que el
rector no es sino un criado del ministro. Y temblé de
tristeza y de vergüenza al ver la horrible modorra
en que sestean, rumiando su amargo y seco pasto
— ¡ pura paja fermentada ! — nuestras Universidades
tibetanas. ¿ No os deprime el ánimo el ver que cuando
todo el mundo culto se conmueve por algún hecho
que marca hito en la historia del espíritu ■ — un nuevo
descubrimiento, una discusión de hondos problemas,
un centenario, una conmemoración, una protesta del
mundo culto contra algún acto de barbarie — , perma-
nezcan ciegas, sordas y mudas nuestras Universidades
tibetanas? Como un ejemplo, os diré que en España
sólo los estudiantes de la de Valencia celebraron el
centenario de Darwin con una fiesta a que me llama-
ron a presidir. ¿ Existe acaso Europa, el mundo, para
nuestra Universidad ? ¡ No ! Y así tampoco existe
nuestra Universidad para Europa. Ni para España.
Ni para sí misma. No existe.
¿ Cuál es, en general, la acción de nuestros profe-
sores hacia fuera? ¿Es que creen que con dar su
cátedra cumplen? Es, en parte, por holgazanería, es
por ineptitud tal vez ,mas es, sobre todo, por una
grotesca vanidad. El catedrático no quiere ser discu-
tido. La excelsitud de la función docente padece. No
OBRAS COMPLETAS
879
puede exponerse a que su prestigio sea analizado en
la calle. Y yo aspiré siempre, he aspirado siempre, a
que se nos discuta. ¡ Ay si no se nos discute !
Y aspiré, dentro de los limitados, de los limitadísi-
mos medios que la tutela gubernamental me permitía,
luchando a las veces contra los solapados obstáculos
que ella pone, bordeando el escándalo de los fariseos
y escribas que constituyen, por lo general, la casta
gobernante, aspiré a preparar siquiera una Universi-
dad digna de un Estado docente, de un verdadero Es-
tado, porque si éste no enseña y enseña con desin-
terés y nobleza, no es Estado, tal como yo lo entien-
do, como la conciencia jurídica de la patria.
¡ Estado docente, sí ! Y acaso intentando enseñar,
y, claro está, para poder enseñar, aprender; inten-
tando aprender para enseñar es como se ha de hacer
entre nosotros, y para España, el Estado. La política
ha de ser, ante y sobre todo, pedagogía, demagogia
más bien, aunque esta voz haya sido injustamente
mancillada. Mas las desgraciadas banderías electore-
ras que nos desgobiernan carecen de política pedagó-
gica o de pedagogía política, es decir, carecen de
política por carecer de ideales a falta de ideas. Y el
que carece de ideas, de verdaderas ideas, generales,
centrales, normales, contrastadas por la razón, carece
de dignidad y de conciencia. Ningún hombre que sin
esas ideas se lance a querer dirigir y gobernar a sus
compatriotas puede ser moral. El beocio es un cri-
minal. La más profunda inmoralidad de un político
estriba en carecer de ideas, en no tener un concepto
normativo y claro de lo que ha de ser el Estado, y
de su finalidad y destino. Para un político llega a
ser mucho más inmoral que robar del tesoro públi-
co supeditarlo todo a allegar votos, a lograr el poder
o la jefatura - — ¡ y a las veces, por qué medios ! — ,
como lo que degrada moralmente, lo que envilece a
concejales, diputados provinciales y a Cortes, senado-
880
MIGUEL DE UNAMUNO
res y funcionarios públicos, lo que les hace abyectos
y miserables es no pensar en otra cosa que en la re-
elección o en sostenerse en sus puestos o en volver a
ellos, sea como fuere. Eso es vender el alma a un
poder más tenebroso que el mismísimo demonio. Me-
jor que eso..., ¡robar! ¡Antes robar que caer en esa
pordiosería !
Y el hombre que como político se sirva de ciertos
recursos, y estratag-emas, y nefandos contubernios,
y lo supedite todo al logro de personalísimas y egoís-
tas ambiciones, y comente lo que de la política no
tiene entrañas, o diga — y a algún amigo mío se lo
han dicho — que eso de las ideas es como el lastre,
y hay que irlas echando para subir, o aquello de "¡yo
no le pregunto a usted cómo piensa, lo que yo quiero
es amigos !" ; el que así obre y así se exprese — dejé-
monos de esa repugnante distinción entre el hombre
político y el privado — , no es persona honrada, no es
persona honrada, ¡ no es persona honrada ! El hom-
bre no es otra cosa que el ciudadano. La razón, que
es social, es política, es civil, y quien tenga viciada la
razón política, es decir, la razón práctica, la verda-
dera razón práctica — que es siempre, lo repito, polí-
tica o civil — , tiene corrompida hasta el cogollo el
alma.
Y esto, que he dicho cien veces, siquiera en tesis
general y sin concretarlo, desde encima de las nubes,
¿creéis que pueden perdonármelo los políticos profe-
sionales, viles y abyectos ciudadanos que venden, no
las ideas, que no las tienen, sino lo que en ellos hace
a las veces, las veces del alma, el logro del poder,
los que sólo sueñan en la reelección o la reposición y
desprecian al que estiman caído porque perdió el favor
del que distribuye las mercedes o acaso del que mo-
dera los poderes?
Siempre me preocupó la falta de Estado. Y no hay
Estado porque no hay democracia. Sin democracia,
OBRAS COMPLETAS
881
no cabe Estado digno de ese nombre. Y no bay de-
mocracia donde no hay conciencia pública, ni hay
conciencia púbHca donde no hay ideas. ; Cómo, si no,
a través de ideas, de ideas generales, racionales, no
de expedientes políticos, puede un pueblo conocer y
sentir sus males? Al que no piensa, ni le duele. Sólo
nos duele España, nos duele de veras, a los que pen-
samos. Y el pueblo no se revuelve contra sus males
porque no le duelen, y no le duelen porque no le
hemos enseñado a pensar en ellos.
Y yo, respetando las inevitables diferencias entre
las diversas opiniones humanas, y deseando que su
lucha y mutuo contraste vivificara a la vieja Univer-
sidad a que he regido durante catorce años, me esfor-
cé por sacarla en una u otra forma de su modorra
faquiresca. ¿Lo conseguí, siquiera en parte, y por
mínima que ésta fuese? Eso, otros, no yo, han de
decirlo.
Ved, pues, mis culpas ; ved, sobre todo, la culpa
mayor de este ex-rector estatista y acaso, a las veces,
rayano en ordenancista. ¡ Como que la primera hoja
de parra de que se ha servido el triquiñuelista pica-
pleitos, que inventa nuevas asignaturas para nuevas
credenciales, para encubrir las vergüenzas de haber-
me echado de mi cargo como se le echa de un punta-
pié a un perro importuno, fué el que yo, no abogado,
defendí al saberla y di por buena la aplicación es-
tricta y a la letra que por la Secretaría de la Univer-
sidad de mi cargo se hizo de un Real Decreto clarísi-
mo en su articulado! Pero la desdicha, la verdadera
desdicha de mi gestión, consistió en no considerar a
los catetlráticos como electores, sino como maestros ;
en preocuparme de que cumplieran con su deber — al
que rarísima vez. ¡y tan rara!, justo es decirlo, fal-
tan allí, en aquella mal conocida Universidad, la más
disciplinada y laboriosa de las de España — , y en
cuidarme de nuestra dignidad.
882
MIGUEL DE UNAMUNO
Al volver de un reciente viaje a la ciudad de Sala-
manca el actual Director General de Primera Ense-
ñanza, y de una oficina o negociado de chismes y
comadrerías, dícenme que dijo que volvía de visitar
mis ruinas. ¡ Mis ruinas ! Aquí las tenéis. Lo que os
he expuesto es la sombra de las ruinas de un impe-
nitente fiel del Estado... futuro, de ese Estado espa-
ñol, conciencia jurídica y pedagógica de la patria
que está aún, a falta de ideas, por nacer. Mas las
ruinas aiin pueden albergar a alguien, hacen nido en
ellas los pájaros y crecen, a su arrimo, 3'edra y ma-
dreselva, y florecen las ruinas. Lo que no florece es
el desierto pétreo, ni en un negociado de la Dirección
General. Y si lo que acabo de deciros os moviese
a trabajar conmigo porque ese Estado surja de un
demo construido con ideas, no habrá sido mi labor
de esta tarde perdida. Y os lo repito, al dragón que
se revuelve y revuelca en el fango no puede comba-
tírsele desde encima de las nubes.
Y nosotros, los motejados de idealistas, y de inte-
lectuales; nosotros, los despreciados por los practico-
nes y empíricos del profesionalismo político, por los
beocios y filisteos, por los aventureros que dicen que
tienen que vivir su vida, por los adoradores del dra-
gón del ciénago, nosotros tenemos que bajar de sobre
las nubes, de la región clara de la luz desnuda, y
venir a pelear entre grasas tinieblas acaso. Y para
esa obra de higiene moral, de instauración de la dig-
nidad, de poner a la santa Idea en el trono que se
le debe, para esa obra política, contad con esta ruina
de un rector que fué enamorado del futuro Estado,
y no Imperio español. Imperio..., ¡jamás! ¡Un devio
con alma de idea ! Y ahora que liberté del todo mi
conciencia, tomad para España una conciencia libre,
con hambre y sed de ideas eternas, ¡ que son la jus-
ticia !
OBRAS COMPLETAS
883
Y si queremos levantar la vista de las tristes mise-
rias que os he mostrado, ¿a dónde hemos de alzarla
sino a esa guerra noblemente trágica, solemnemente
trascendental que hoy arde ante el altar de la cultura
en lo más íntimo de Europa? Ella ha servido para
que se trame aqui una tregua política, so capa de la
cual ejercen sus hazañas picarescas los aprovechados,
y casi se suspenda la acción civil pública. Pero ella
traerá, estad seguros, una sacudida espiritual, no sólo
a los pueblos beligerantes, sino a los al parecer neu-
tros, a nuestra pobre España entre ellos. Ya ha em-
pezado por revolver aquí el poso de nuestras pasiones
políticas menos mezquinas e innobles, nuestros sendos
fanatismos, y por dividirnos, en lo que a su juicio
liace, en algo que no son los miserables partidos par-
lamentarios personales y electoreros. Y si, como es
de esperar y de desear, triunfa en ella la democracia
de la justicia sobre el imperio de la fuerza, o pere-
cemos como nación — como pueblo con misión en la
historia de la humanidad — , o habremos de construir
el Estado a base de pedagogía libre, libre de la mala
educación de nuestra pseudopolítica cabileña, y sobre
el demo, sobre el pueblo con alma de ideas y no sólo
con pan negro, y toros, y catecismo y diputados. Mas
para ello, otra vez más os lo repito, ¡ hay que bajar,
con égida de armiño, a la ciénaga del dragón !
(Del manuscrito original y del texto impreso en un
folleto de ocho grandes páginas por la "Editorial
Nuevo Mundo", de Madrid.)
CONFERENCIA PRONUNCIADA EN EL TEA-
TRO LOPE DE VEGA, DE VALLADOLID, EL
DIA 8 DE MAYO DE 1915
( Curso de conferencias extraordi-
narias organ¡::adas por el Ateneo de
dicJia ciudad.)
Lo QUE PUEDE APRENDER CASTILLA DE LOS POETAS
CATALANES
Señoras y señores:
Es la tercera vez que hablo aquí, en Valladolid, y
acaso alguno de vosotros no hayáis olvidado cuanto
en el Círculo Liberal les dije del liberalismo. Y aho-
ra, en esta nueva vez, resultábame difícil la elección
del tema. Creía deber hurtarme a todo tema político,
mas no por estimarlos fuera de un Ateneo, ya que éste,
el Ateneo, ni debe ni puede ser neutral, sino altcrutral,
es decir, incluyendo a unas y otras ideas, no exclu-
yendo éstas o aquéllas. Creía, digo, no deber tratar
de nada específicamente político, y, por otra parte, me
hallo hace tiempo dominado por la preocupación de
la actual guerra europea.
Preocúpame con preocupación casi exclusiva esta
guerra, en cuyo último sentido no sé si habréis tra-
tado de penetrar. Porque oigo hablar mucho de su
aspecto más externo, de la lucha de intereses, y muy
poco de su más íntima razón : la defensa de la per-
sonalidad.
Yo también pasé en mis mocedades — ¿y quién
no? — por la doctrina aquella del materialismo his-
OBRAS COMPLETAS
885
tórico, por aquella doctrina tan superficial que ve en
el fondo de los fenómenos sociales el económico y
proclama que toda lucha lo es de intereses. Doctrina
(jue está en revisión y en descrédito y de la que yo
mismo, ablandándoseme con los años el corazón, he
ido desprendiéndome.
Repítese a saciedad que esta guerra no lo es sino
de intereses. ¡ Grave equivocación, por fortuna ! No ;
ni se pelea ahora ni se ha peleado nunca por sólo
intereses materiales, ni aun por ellos principalmente.
Sería calumniar a la humanidad el suponerlo. Por
encima, o por dentro, si queréis más bien, de los in-
tereses hay otra cosa.
Quizá los combatientes mismos no lo sepan, pero
es lo cierto que combaten por la personalidad, por
conservarla y afirmarla. Xo son dos mercados los
que están en pugna, son dos sentimientos, en gran
parte opuestos, de la personalidad humana.
Y siempre fué así. Nuestros antepasados, los espa-
ñoles de los siglos XVI y xvii, cometieron graves pe-
cados, pero es soberana injusticia no achacarles sino
instinto de rapiña y dominio. Mucho sacjuearon nues-
tros aventureros con(|uistadores en América, pero
; quién puede negarles un alto ideal, aunque fuese
equivocado? Y aquel duciue de Alba, el primer gran
verdugo de ese Flandes ipie hoy, bajo otro, padece;
aquel duque de Alba cuya> cenizas para siempre,
¡ para siempre, descansan en Salamanca, aquel perro
dogo de su amo, a quien el casco le oprimió el cere-
bro, se ha dicho, y yo añado que le arrengó el cora-
zón, llevó a ejecución la obra de Felipe II, la de la
Contra-Reforma, cuya idealidad no cabe desconocer.
Y los que vemos en esta guerra una lucha más por
la personalidad, nos ])reocupamos de la repercusión
que en este orden ideal, no en el otro, no en el estric-
tamente político internacional, puede tener en Espa-
ña. También aquí puede llevarnos a plantear de una
886
MIGUEL DE UNAMUNO
manera más clara el problema de nuestra personali-
dad colectiva nacional, el problema de la personalidad
de España. O más bien el de sus varias personalida-
des regionales en lucha unas con otras, en lucha por
integrarse.
Que así como en el orden individual acaece que
cada uno de nosotros, los hombres, es un yo colectivo,
es una sociedad, en que constantemente luchan entre
sí diversos yos, y luchan por compenetrarse e inte-
grarse bajo uno u otro de ellos, así en los pueblos y
naciones. Cada uno de nosotros ha sido varios, y unas
veces tuvo la hegemonía uno de nuestros yos y otras
veces el otro. Y así en un pueblo, así en España.
Que es una personalidad colectiva compleja en in-
terna lucha. El alma común española, concebida y
elaborada en controversia, en contradicción, en gue-
rra civil, se está siempre haciendo. Cada uno de sus
yos aspira, sabiéndolo o sin saberlo, a la hegemonía,
y no hay que dolerse de ello. ¡ Desgraciado el país
que no vive de esa agitación intestina ! ; ¡ desgraciado
el país que se sume en una paz civil adormecedora !
Y esta nuestra lucha civil tampoco es sólo de inte-
reses, y ni aun principalmente es de ellos ; es de idea-
les, es lucha por la personalidad. En el problema re-
gional hay algo más que zonas francas, y admisiones
temporales, y aranceles aduaneros, y bonos de expor-
tación ; hay, de una parte y de otra, una lucha por el
afianzamiento primero, por el predominio luego de
una personalidad.
Y en nada se ve esto más claro que en literatura,
y dentro de ella, muy en especial en la poesía. El
alma, todo el alma, la de un hombre y la de un pue-
blo, refléjase en la poesía, en el arte. Y el catalanis-
mo, mejor que en el programa de Manresa, hemos
de verlo en el renacimiento poético catalán. La poe-
sía es el pensar y el sentir de un pueblo hechos lengua,
y ésta, la lengua, es la sangre del espíritu. En nada
OBRAS COMPLETAS
887
se percibe mejor el alma de un pueblo que en su
lengua. La lengua es el modo de expresarse, y ex-
presarse es conocerse, y conocerse es amarse. Los
que no se comprenden entre sí no se conocen, y por
tanto no se aman. Y si Castilla y Cataluña han de
conocerse y amarse, como deben, han de empezar por
tratar de entenderse y comprenderse, estudiándose
mutuamente.
El renacimiento poético tomó rumbo muy diferente
y ha alcanzado muy distinta suerte en Cataluña que
en Castilla. Y es que, como decía Maragall, la ver-
dadera lírica sólo puede hacerse en dialecto.
Mas, ante todo, ¿qué es esto de dialecto? Deje-
mos de lado el ramplonísimo sentido despectivo que
suele darse a esa palabra, como si dialecto fuese una
lengua inferior o dependiente de otra y a ella sub-
ordinada. Dialecto no es más que la lengua hablada,
la de conversación, la íntima, la viva, por oposi-
ción a la lengua oficial escrita, a la diplomática
y cancilleresca y académica. No hay, pues, por qué
tomar el dictado de dialecto como un agravio.
Escribiendo sobre Maragall, en La Nación, de
Buenos Aires, decía yo:
"Era Maragall un poeta, y un poeta, naturalmente,
catalán, en su lengua propia, en aquella en que sentía,
en la que su madre le enseñó a balbucir en la cuna,
en la del pueblo que le rodeaba. Y es que no cabe
ser poeta en otra lengua que en aquella en que se
siente, en el dialecto conversacional, y tomo aquí la
voz dialecto —dejándome de ridiculas discusiones, en
cuyo fondo no hay sino dos vanidades contrapuestas
e igualmente incomprensivas — , la tomo en su senti-
do más primitivo y directo, en el etimológico, de
lenguaje conversacional, por oposición al escrito y
oficial. Y así cabe decir que junto al castellano oficial,
académico, hay tantos dialectos castellanos, o si se
quiere españoles, como pueblos o localidades, y si
888
MIGUEL DE UNAMUNO
me apuran mucho, tantos como individuos, y el poeta
tiene que cantar en ese su dialecto.
"Hay más aún, y es que el poeta, más que otro cual-
quiera, crea su lengua. Y lo somos todos en cuanto,
en cierto modo, creamos nuestra lengua. En un ar-
tículo titulado Poesía viva que Maragall dedicó a las
Extremeñas de José María Gabriel y Galán, después
de decirnos que "somos poetas de verdad cuando, for-
zados por el ritmo de una delicia misteriosa que nos
produce súbita e inesperadamente una realidad, la
cantamos sin saber lo que nos decimos", contrapone
unos versos oratorios, más bien declamatorios y en-
fáticos, de Quintana a unos de Galán en dialecto ex-
tremeño. Y después de decirnos que antes se le olvi-
dará el nombre de Quintana que el de Galán — lo que
es algo fuerte — , añade que los versos de aquél están
"en hermosa lengua castellana, de la legítima, de la
académica; en una palabra, ¡de la oficial!" Lo que
ya no es cierto. Porque la lengua legítima castellana
no es la académica, no es la oficial, la única que en
rigor conocía Maragall y la única que pueden cono-
cer los catalanes que no han vivido fuera de Cata-
luña, y aun muchos que fuera de ella vivieron. La
lengua castellana de Piferrer, la de Pi y Margall, la
de Sardá y Salvany, la misma de Maragall con todas
sus excelencias, jamás sabe a dialecto. Y es que la
lengua castellana viva, en que se puede cantar poesía
viva, es una integración de dialectos. Y hay dialecto
santanderino, y burgalés, y palentino, y zamorano,
y salmantino, y avilés... y luego de cada pueblo y
aun más. Hay dialecto individual.
"Yo creo — añadía Maragall a propósito de Ga-
lán— que así que una lengua llega a ser oficial, ya
no sirve para la poesía." Y creía bien, En cuanto
oficial... ¡no!, no sirve. Ni para la prosa viva, para
la verdadera prosa poética, es decir, para aquella en
que uno piensa, esto es, crea según va expresándose
OBRAS COMPLETAS
889
y no para aquella otra en que repite lo ya pensado y
oficialmente admitido. "El castellano académico lo en-
tendemos todos demasiado, y así para nosotros ya no
puede ser un lenguaje emotivo", dice luego. ¡ Claro
está ! En una lengua hecha, acabada, sólo puede ex-
presarse bien el pensamiento hecho ya, acabado. Pero
el pensamiento que se está haciendo, en vías de for-
mación, acaso tumultuosa, el pensamiento en crea-
ción, o sea el pensamiento poético, ése sólo puede
adecuadamente expresarse — sea en verso o no — en
una lengua en vías de formación tumultuosa, en una
lengua en creación, en un dialecto, no pocas veces en
un dialecto individual.
"El alma del pueblo es esencialmente dialectal, y
sólo ella es manantial de poesía", dice luego Maragall,
y añade : "El inglés de Dickens es estrambótico ; el
del poeta Burns es un dialecto escocés; el modernísi-
mo de Rudyard Kipling es una mezcla de slang lon-
dinense y dialectos coloniales, y los tres autores son
de los que modernamente más al vivo han demostra-
do el espíritu inglés." Indudablemente, pero a con-
dición, ¡claro está!, de que ese dialecto sea algo
sincero, natural. Porque puede muy bien ser otro
artificio más. Y en cierto modo — hay que decirlo,
pues es verdad — el dialecto extremeño de Galán era
un artificio que, por imitación a Vicente Medina,
tomó el poeta, que era maestro de escuela, que había
enseñado gramática académica y que era salmantino
y no extremeño...
"Que también en esto del dialecto, y sobre todo
cuando se escribe en él por oposición conciente al
lenguaje oficial, hay insinceridad y hay hasta... aca-
demicismo, i Es que los escritores catalanes no tienden
a crear un catalán, si no oficial, por lo menos oficioso,
unitario y académico? ¿Es que la lengua en que está
escrita la Atláutida, de Verdaguer, es la que habla
890
MIGUEL DE UNAMUNO
el pueblo de la plana de Vich, donde nació y se crió
el poeta?" (1).
El poeta, el verdadero poeta, canta mejor en dia-
lecto porque la lengua oficial, la de la Academia, que
ni es hermosa ni es legítima, resulta abogadesca, he-
cha con prejuicio, para justificar y demostrar algo.
Pero también un dialecto puede convertirse en aboga-
cía; también puede haber prejuicio y convenciona-
lismo en él, y entonces deja de ser dialecto. En mi
nativo país, por ejemplo, se 'ha forjado sobre la base
del vascuence vivo, del hablado, del dialectal, una
especie de volapük, abogadesco, bizkaitarresco, de
separación, que apenas si lo entienden sus invento-
res. Y el catalán mismo corre peligro de convertirse
en lengua de abogacía, de separación, en una lengua
académica convencional, trabajada para que se dife-
rencie cada vez más de la castellana. ¿Qué sino abo-
gacía regionalista era el lenguaje gallego en que es-
cribía Curros Enríquez ? El cual no me cabe duda que
pensaba y hasta escribía a las veces sus versos de
primera intención en castellano, traduciéndolos luego
a un gallego, y a un gallego aportuguesado, con objeto
de diferenciarlo más del castellano.
Y es que, en la poesía que llamamos dialectal, hay
siempre, inevitablemente, algo también de artificio.
Más de una vez le dije a Galán que, forzándose a
escribir en un dialecto que no era el suyo, no era la
lengua en que pensaba — y por tanto en que sentía — ,
corría el riesgo de pecar, no por omisión de voces
populares, pero sí por comisión de otras que el pue-
blo no conoce ni usa.
Alcanzó la lengua catalana su máximo florecimien-
to literario hacia fines de la Edad Media; enmudeció
luego como lengua literaria, y muda permaneció du-
1 "Leyendo a Maragall", I y II, artículos publicados en La
Nación, de Buenos Aires, 1 y 22-III-1915, incluidos en el tomo V
de estas Obras Completas, págs. 520-537.
OBRAS COMPLETAS
891
rante los siglos xvi, xvii y xviii, reducida a mero
dialecto rural.
Y este silencio del catalán en tales si^^los, los siglos
del Renacimiento, de la Reforma y de la Revolución,
tiene grandísima trascendencia. En catalán apenas si
se han expresado esos tres grandes movimientos his-
tóricos. Inconveniente acaso, pero también ventaja. A
ello ha debido conservarse más cerca del pueblo y
de su tradición medieval y librarse de cierta pedante-
ría de eruditos y humanistas.
Es en el siglo xix cuando renace el catalán como
lengua literaria. Sus hitos los marcan Aribau, Rubio
y Ors (el gaitero del Llobregat\ Verdaguer y Mara-
gall. Y este movimiento poético, literario, arrancaba
de una aspiración popular de Cataluña: la de reco-
brar la personalidad colectiva de la región. Y en esta
lucha por la reconquista de la personalidad intervi-
nieron hasta los Juegos Florales.
Soy un decidido enemigo del floralisrno, y lo he
probado con hechos. Cuantas veces he aceptado el
oficio de mantenedor en tales fiestas lo he hecho con
la piadosa intención de combatirlas, de desacreditar-
las, de reventar, si queréis, toda esa ridicula liturgia
antipoética que profana con tramoyas y pantomimas
de escenario la santidad y la seriedad de la poesía.
Nada más inútil y hasta estéril que los Juegos Flo-
rales. Así como las carreras de caballos sirven, dicen,
para la cría y fomento de los caballos... de carrera,
así en esos Juegos se fomenta a los poetas de Juegos
Florales. ¡ Y menos mal que en lo de las carreras dicen
que el caballo de carrera da, cruzado con otros, un
excelente caballo de tiro !
La poesía de Juegos Florales es un mero adorno,
algo adjetivo, es el arte entendido al modo jesuítico,
sin sustantividad ; es algo peor aún, una diversión
para señoritas, y muy de dudar que se resistiera en
892
MIGUEL DE UNAMUNO
una de esas fiestas una poesía viril, alta, fuerte, libre,
santa.
Pero si en alguna parte tiene su relativa justifica-
ción el floralismo es en Cataluña, porque allí la fiesta
responde a una necesidad de afirmarse el alma colec-
tiva, de buscar su personalidad. Los catalanes no
iban a esa fiesta como a un puro festejo — festejo
de importación e imitación entre nosotros — , sino
como a un acto.
No cabe negar que el catalán ofrece cualidades
favorabilísimas para la poesía. En primer lugar, una
riqueza fonética mucho mayor que la del castellano,
que es en ella muy deficiente. Lo que por otra par-
te no debe pesarnos, pues esa mayor simplicidad fo-
nética del castellano lleva sus ventajas, aunque no
precisamente para la poesía. Nuestra lengua es seca,
monorrítmica, pobre en modulaciones. Ayúdale, ade-
más, al catalán para cierta máscula energía su abun-
dancia en monosílabos. No es una lengua hecha y
rígida. Y, sobre todo, ¡ no tienen Academia todavía !
Influye también no poco en la índole de la poesía
catalana la pobreza filosófica de Cataluña. El espíritu
filosófico catalán, en efecto, si podemos llamarle así,
guarda un gran parecido con lo que se llama escue-
la escocesa ; es una filosofía discreta, de sentido co-
mún, pero de bajo vuelo. Balmes nos da buen ejemplo.
No podía remontar el vuelo, faltándole envergadura
de alas. Es un espíritu el suyo industrioso y práctico,
pero nada metafísico. (Milá, Coll y Vehí, Llorens...)
Y este carácter trasciende, naturalmente, a la poesía.
Apenas se encuentra misticismo en ella, aun a pe-
sar de Verdaguer, en quien parece muy íntimo,
pero de origen extraño. El catalán tiene el sentidc
de la vida concreta, terrestre, la vida como una suce
sión de hechos y con su finalidad en sí misma.
Maragall, en su Cant espiritual, pedía a Dios est
OBRAS COMPLETAS
893
mundo, sea como sea : esta tierra, con todo cuanto en
ella se cría, y que fuese su patria celestial.
Y a ello se une un gusto de la forma, un reg-o-
dearse en la realidad concreta, externa. Que empie-
za por la forma misma de la lengua. Hay en ellos
lo que podríamos decir el arregosto de la lengua,
la sensualidad del verbo.
Recuerdo que, leyéndole versos castellanos — míos —
a jMaragall, no era en conceptos ni en plasticidad
de metáfora donde se detenía, sino en meras reso-
nancias de palabras, en música de voces a las veces
casi sin sentido. Y no en sonoridades al modo de las
de Zorrilla, algo externas y más de eco que de me-
lodía.
Y dentro de esto de la forma nótase cuánto se
diferencia la poesía catalana de la castellana en el
sentimiento del paisaje. .Sentimiento que ba sido en
Castilla tardío, que es en gran parte importado y de
esfuerzo, que no es siempre espontáneo. Hay entre
nosotros — me cuento como castellano — , justo es
decirlo, un hórrido f^asticlic castellanista, no caste-
llano, terroso y pardusco. Castilla no ha acabado de
sentir su campo, y es que en Castilla predomina el
elemento urbano. El núcleo social ha sido aquí la
ciudad, y la ciudad nuirada. Afortunadamente, la vida
castellana es urbana más que campesina, y digo afor-
tunadamente porque la civilización es civil, es ciu-
dadana, es urbana, y todo eso de la salud por el
ruralismo no es sino patraña. Es la ciudad la que
tiene que contiuistar al campo y no éste a aquélla, y
hasta el sentimiento mismo del paisaje, del campo,
ha de nacer en la ciudad.
Home só i és humana ma mesura
per tot qiiaiit pupa ereure i expcrai
si ma fe i ma esperaiiQa a(¡ui's'atn
me'n fareu una culpa mes etiUá?
Pero es lo cierto que en Cataluña, tierra más rural,
más campesina, se ha producido una poesía que huele
y sabe más a campo. Parecen sentir, no ya ver, el
campo, el paisaje, más intensamente que nosotros.
Y digo sentirlo y no sólo verlo porque no es la poe-
sía descriptiva, por fiel que sea, donde mejor se siente
lo descrito. Jamás olvidaré una tarde en que, a
orillas del Tormes, solos Pereda y yo, le arranqué,
como por asalto, la confesión de que no le gustaba
gran cosa el campo — el mar y la calle de su ciu-
dad, sí — ; y al preguntarme de dónde lo había dedu-
cido, le contesté que de sus libros. Porque en éstos,
en los libros de Pereda, se ve más que se siente el
campo y el paisaje. Lo sentido en ellos es el mar,
es la calle del barrio bajo santanderino. Pero ¿d
campo?... El campo seguía viéndole cerrando los
ojos, y lo describía con exactitud técnica, pero al
modo de una cámara oscura. Entre él y el campo
que describía mediaba un diafragma; jamás se per-
dió y confundió en él. Y es que quien siente el cam-
po, no quien lo ve tan sólo, por maravillosamente
que lo vea y reproduzca luego su visión, se anega en
un sentimiento panteístico, si cabe decirlo así, con-
vierte el paisaje en estado de su conciencia, y ésta
en paisaje; mete la verdura del campo en su corazón,
verdeciéndolo, y derrama la sangre de éste en aquél,
enrojeciéndolo de humanidad.
Sentimiento del paisaje, no mera descripción, por
hábil que ésta sea, hay en Virgilio. Virgilio apenas
si describe, pero en el solo ritmo de sus palabras pro-
cesionales late la campiña toda. En cambio, nuestros
escritores castellanos parece que toman el campo
como repuesto de ejemplos morales, como fuente de
metáforas espirituales, como un símbolo, en fin, y
no como algo de valor propio, formal pero sustantivo.
(¿ Pero es que la sustancia es más que forma ?) Así
Santa Teresa se sirve para intención espiritual de
OBRAS COMPLETAS
895
ejemplos tomados en la vida y ser del campo. Casti-
lla apenas si siente el paisaje en si y por sí, aparte
de toda intencionalidad espiritual, casi didáctica. ¿ Se
debe acaso, como alguien ha supuesto, a la falta del
mar, a la escasez de agua ? i Es que sin el mar, com-
plemento del campo, puede sentirse bien éste?
El sentir a Castilla sola en medio de los campos
y tierra adentro es lo que inspiró a Maragall aquella
estrofa de su Himnc ihcric, donde decía :
Sola, sola en mitj deis camps,
térra endins, ampia es Castclla.
Y está trista, que sois ella
no pot ven re els mars llunyans.
Parleu-li del mar, germans! l.
Y esa manera de sentir el paisaje, no de verlo,
y de sentirlo en sí y por sí, no como símbolo de
rosas del esníritn. concuerda con cierto sentido sen-
sual, de goce de la vida, nada ascético, que caracte-
riza a la poesía catalana frente a la nuestra. Es lo
que va condensado en aquel : "Cree en la resurreció
de la carn" con que termina su confesión el bandido
Serrallonga — en La fi d'en Serraüonga, de Mara-
gall— , después de haberse detenido, no sin cierta
fruición, en el relato de sus pecados de amor a la
tierra, a la carne, al lucro. Y en el espléndido poe-
ma del Comte Aman, hijo de la tierra, la misma
nota. Siéntese allí la vida que pasa como un fin en
si. En su Oda a Espanya, dícele a ésta que sus glo-
rias y recuerdos no son más que de muertos, que ha
vivido triste, que pensaba demasiado en su honor y
demasiado poco en su vida, que se satisfacía con
honras mortales y eran sus fiestas los funerales, oh
1 Obres completes. Poesies, I, ed. cit., pág. 205.
896 MIGUEL DE UNAMUNO
trista Espanya! cantaba junto al mar, como una loca
mientras le llevaban sus hijos, y concluye:
Espanya, Espanya, — retorna en tu,
arrenca'l plor de mure! (Ij.
Comparad todo esto con ese sermón quejumbroso
y pesimista, bajo manto heroico, en que tan a menudo
viene a dar nuestra poesía, esta poesía castellana
gnómica y didáctica, que rara vez se olvida de la
lección, que rarísima vez se entrega al goce inme-
diato y puro, sin ulterior finalidad, de las cosas que
pasan.
Pasemos al sentimiento del amor — del amor entre
hombre y mujer — , y encontraremos una en cierto
modo análoga diferencia. En nuestra literatura cas-
tellana, y muy en especial en la del Siglo de Oro, en
su teatro, más que amor de hombre a mujer hay
amor propio. Aquellos celosos maridos calderonianos
ponen su honra por encima del amor. No matan como
Otelo. Lo que les preocupa es que no se sepa lo que
estiman su deshonra. Y de Don Juan Tenorio no
hay que decir que era jactanciosa vanidad, no amor,
ni aun carnal, lo que le movía. Y en esos frecuentes
crímenes llamados pasionales con que fatigan nuestra
atención los diarios, ¿no veis, más que amor a mu-
jer, amor propio, afán de prepotencia e imposición?
Y en cambio qué raro es en nuestra literatura el
eco del amor apacible, doméstico, tal como aparece
en las Rimas del valenciano Querol, y más aún del
amor conyugal, a que dió de los primeros la intima
expresión en nuestra literatura castellana el catalán
Boscán. En general, cuando aquí se quiere expresar
ese sentimiento, se cae en los lugares comunes, des-
vaídos y pálidos, de la que Menéndez y Pelayo llamó
poesía honrada.
Si alguien en España ha llegado a expresar con
1 Ibidem, pág. 189.
OBRAS COMPLETAS
897
intimidad, y a la vez con fuerza, ese amor ha sido
Maragall. Oid como muestra aquel pasaje del Es-
colio de su poema el Comte Aman, donde nos cuenta
el poeta cómo conoció a su mujer en un valle del
Pirineo, cómo luego Dios bendijo las entrañas de
ella muchas veces, y alguna doblemente, y describe
escenas de familia rodeado de sus hijos:
En una valí del Pirineu molt alta
un estiu la vegi per primer cop;
no la vegi sino després molt veure-la,
perqué té la bellesa molt recóndita,
com la viola qu' embalsama' Is bascos.
Mes ara jo l'he feta rosa vera
del mcu ¡ardí, i a més ha eslat fruitosa,
perqué Den henchía ses entranyes
maltes voltcs, i alguna doblement.
I els fruits ja no ¡i caben a la falda,
i roden peí trespol, i són formosos.
Cóm són acostumats al bes mos llavis
i els ulls a mirar avall cap els petits,
més d'aprop, i aixecar-los en mos brOQOS
cap al cel. pró tenint-los ben fermats!
Cada bés en cad'un té'l sen gnst propi :
mai he besat a dos d'igual manera,
pero a tots dolcament, perqué són dócils
a l'esguard maternal que a sobre'ls vola
ab aquel sen imperi ferm i suau.
Ella me'ls agombola tot el dia
i me'ls vetlla de nit, fins adormida;
oh són de mare, que vigiles més
que tot altre vetllar!... Mes, de qué plores,
Adalaisa, que't sentó dins la fosca? (1).
Y oíd luego, cuando el poeta describe un parto.
Es un triunfo de poesía tratar esto, un triunfo tan
grande como el de aquel maravilloso capitulo de Os
trabalhos de Jesi'is, del místico portugués Fr. Thomé
de Jesús, en que éste trató con insuperable delica-
deza del trabajo segundo de Cristo, el que pasó por
lo apretado del lugar en que anduvo nueve meses an-
tes de nacer. J\Ias oíd a Maragall:
Bé la canee la vostra fortalesa
quan, regalant suor, la cara encesa,
solt el cabell, com astre radiant,
1 Obres completes. Pocsies I, ed. cit., págs. 120-121.
UKAMUNO. VII.
29
898
MIGUEL DE UNAMUNO
al sortir de la brega gloriosa,
nos donen ta abracada furiosa
i vostre bés ressona com un cant!
Llavorcs quc'l marit, més fred que'l marbre,
tremola encara com la fulla a l'arbre,
dret al costat del Hit tempestejat,
i ajegudes vosaltres, sens memoria,
embriagades per la gran victoria,
el rebreguéu al pit, -volent mes fort combat... (1)
Ved cómo se expresa, líricamente, ese sentimiento
del amor, y del amor conyugal, no del amor propio,
no del amor teatral o dramático, en lo mejor de la
moderna poesía catalana, más apegada a la vida de
cada día, y a lo terreno y pasajero y humano.
En resolución cabe decir que nuestra literatura
castellana es más dramática que lírica, es de choque
de pasiones elementales y primitivas, a base de amor
propio. Nuestro sentimiento de la vida es a nuestro
teatro adonde principalmente hemos de ir a buscar-
lo ; es en él, y muy especial en el de Lope^ de Vega,
donde se encuentra nuestra lírica. Y en ese teatro
campea lo que un escritor inglés llamó la individua-
lidad introspectiva del español. Cada hombre bien
delimitado en sí se opone a los demás, con una indi-
vidualidad — un continente — muy marcada, pero po-
bre en personalidad, en contenido. Y esto es lo cas-
tellano. Separarnos, aislarnos, marcar nuestros lími-
tes, pero hacia afuera, no hacia adentro ; hacer de
nuestro espíritu algo así como una dehesa, un coto
cerrado, con sus hitos, cercas y mojones. ¡ Que nadie
entre allí ! Sin advertir que quien cierra a otro la
entrada en su espíritu se cierra a sí mismo la sa-
lida. El castellano, hosco y hermético, no se mira
a sí mismo para decir: "¡esto soy yo de aquí aden-
tro!", sino que mira a los de afuei-a, diciendo: "¡eso
no soy yo!" Su afirmación es negativa. La negación
es la suprema fórmula castellana. ¿Es extraño, pues.
1 Ibid., pigs. 121-122.
OBRAS COMPLETAS
899
que Amiel, en su Diario íntimo, emplease la palabra
castellana nada por no encontrarla equivalente emo-
tivo ? Cierto que no pide nada para sí, pero pide
que no se le dé al otro. Lo que él no necesita, apenas
admite que lo necesite otro que no él.
Alguna vez se ha querido presentar a Castilla como
un pueblo de opresores, de tiranos. Desgraciadamen-
te, ¡ ni eso ! Castilla no tiranizó a América, hizo algo
peor que tiranizarla, y fué gobernarla como se go-
bernaba a sí misma, es decir: no gobernarla. Hizo
peor que hacer mal. que fué no hacer, Bolívar lo dijo.
Y es porque aquí, en realidad, apenas hay quien quie-
ra mandar: lo que abunda es quienes quieren ocupar
el puesto de mando, y luego, ¡que Ies dejen en paz,
suprema aspiración de nuestros neutrales gobernan-
tes. ¡Vivir en paz!, he aquí algo imposible para un
gobernante de verdad, que quiera gobernar.
Y volviendo a la poesía catalana, conviene fijar
cuáles han sido las influencias extrañas a que ha
obedecido. Primero y ante todo, y es natural la cas-
tellana. Verdaguer recuerda más que a otros, a poetas
castellanos, no pocas veces a Zorrilla, y en el teatro
de Guimerá, es innesjable la huella de los nuestros.
Las influencias italiana y francesa han sido muy
grandes. Prosista catalán hay hoy que hace prosa
italiana. En Maragall se advierte lectura alemana.
Y actualmente parece que se dedican, Carner solare
todo, al estudio de la lírica inglesa, lo que no podiá
menos de serles provechosísimo. Porque esa lírica
inglesa desde fines del siglo xviii es acaso la más
grande maravilla poética. Como brotada del pueblo
más lírico, del pueblo de más fuerte y a la vez rico
sentimiento propio, de la más rica personalidad, don-
de el hombre, el verdadero hombre, el hombre ínte-
gro no es aplastado por el profesional, por el técnico,
y halla el más amplio desenvolvimiento espiritual.
MIGUEL DE UNAMUNO
Que es en la poesía más que en la filosofía donde hay
que ir a buscarlo.
Han intentado también poetas catalanes hacer poe-
sía en castellano, mas en general con fracaso estéti-
co de sus intentos. De Boscán cabe decir, como Me-
néndez y Pelayo dice, que criado en la Corte de Cas-
tilla, en castellano y no en catalán sentía y pensaba, y
así su dureza, dureza que también hallamos en An-
sias March que en la lengua propia cantó, y no hay
que atribuirla a que se tradujese. De los que se tra-
ducían, ¿es que Cabanyes consigue ser gustado a pe-
sar de los esfuerzos de Menéndez y Pelayo por im-
ponérnoslo? ¿Es que soportamos las frías salidas de
tono de Bartrina, espíritu anti-poético ? No es posible
traducirse. Alguna vez le dije a mi amigo don Mi-
guel Mir, mallorquín, que el castellano arcaizante
que usaba era una lengua muerta, un centón de fra-
ses arrancadas o remendadas de los clásicos, algo así
como el latín que escribían los humanistas del Re-
nacimiento. La preocupación de escribir en castizo
castellano les pierde. ;No sería mejor que de re-
solverse a escribir en nuestra lengua lo hagan con
entera libertad y sin temor de deformarla?
Hay quien en Cataluña ha llamado dialecto al cas-
tellano que los catalanes hablan. ;Y por qué no des-
arrollar este dialecto para integrarlo en la lengua co-
mún española ? Es quizá falta de valor, el recelo a
que se les tache esa lengua. En tal respecto esta-
mos mejor los vascos y más dispuestos a no renun-
ciar a nuestro castellano, que no es el de Castilla. Y
es que ésta, pues otie su lengua se extiende a dilata-
dos países y se hace la lengua hispanoamericana,
¿puede pretender monopolio de su casticidad o hege-
monía en ella ? ¡ No !
Si ha de difundirse y ha de unirnos a todos será
dejando de ser el dialecto regional de Castilla.
La lengua española, no ya castellana es una inte-
OBRAS COMPLETAS
901
gración de dialectos — leonés, aragonés, andaluz, et-
cétera— y así ha de ser. Bnrns, el poeta nacional
escocés, no cantó en la vieja lengua céltica caledo-
niana, pero tampoco en el inglés oficial, sino en un
dialecto escocés de él.
¿ Mas bastarla esta integración lingüística, esta fu-
sión del catalán en la lengua común española para
que llegáramos a comprendernos del todo? Es muy
de temer que no. Siempre quedaría una diferencia de
estilo. Y esto, el estilo, separa y distingue tanto o
más que la lengua.
Es el estilo, en efecto, más bien que no la lengua,
lo que distingue entre sí a las literaturas y a sus
pueblos. Cada uno de éstos tiene su estilo propio, que
se conserva aún traduciéndose a sí mismo. Vese esto
muy claramente en el pueblo francés, tan fuertemen-
te unificado y estructurado, y cuyo estilo es de una
uniformidad sorprendente. No basta escribir el fran-
cés con la mayor corrección gramatical ; un extran-
jero tendrá siempre una manera de llevar el pensa-
miento, un giro al exponerlo, un estilo, en fin, que
jamás emplearía un nacional, un indígena. Y ese es-
tilo tiende a cierta uniformidad oficial y académica.
En la lengua inglesa la variedad de estilo, las dife-
rencias individuales en él, son mayores ; se acusa
más le personalidad individual. En Alemania puede
decirse que no hay estilo o bien que éste es informe,
caótico, lo que denuncia la pobreza de personalidad
individual y cómo dentro de un rigido caparazón en-
volvente, de una aparente unidad externa, se cela
una sociedad amorfa y más mecanizada que no or-
ganizada.
Hay lenguas en que apenas cabe estilo. El vas-
cuence no ha producido una literatura de algún va-
lor, y es que en él ha faltado estilo. Ha sido un
verdadero dialecto rural en que no se podía hablar
sino de menesteres de caserío de campo. Mas hoy
902
MIGUEL DE UNAMUNO
parece que asoma un estilo vasco en los escritores
vascongados en español y merced a sentir y pensar
en este idioma. El español nos está revelando nues-
tro estilo propio, nuestra íntima manera de pensar
que el vascuence no lograba darnos.
Y en España hay un estilo que podríamos llamar
castellano, que tiende a cierta inmovilidad, a cierta
anquilosis. Es un estilo parenquimatoso, de lugares
comunes, infestado de esa cosa horrenda que se llama
sentido común, órgano muy a menudo de la mayor
ramplonería de pensamiento. Los pensamientos están
como aprisionados en una rígida envoltura, al modo
de las células vegetales y no en la suelta membrana
de la célula animal. De aquí que bajo este régimen
del lugar común, del tópico ramplón y consagrado,
aparezca todo lo demás como paradoja o extravagan-
cia. Observad que se perdona menos la originalidad
de expresión, la libertad de estilo, que no la audacia
de pensamiento. ¡ No se rompe impunemente la uni-
formidad de la ramplonería !
Y contra ello hay que obrar, y contra su causa,
que no es otra que la pereza intelectual. ¡ Hay que .
despertar al dormido!, ¡hay que interrumpir la siesta!
La secular siesta del arriero encima de su carroma-
to, que es lo que le hace odiar al automóvil que le
obliga a ir despierto por los caminos. Y el estilo es
estilo de siesta. Conviértese en algo hecho, inmuta-
ble, valedero para todos, en una manera. Manera
que puede llevarle a quien la emplee con la destreza
con que se hace solitarios o se juega al tresillo, hasta
a la Academia, pero manera que ni aun a la verda-
dera tradición, a la viva y no a la muerta, responde.
Porque ni a nombre de tradición cabe defender
ese no estilo, ese arcaísmo de combinaciones mecá-
nicas de palabras, esa laiior de taracea. Eso no es
más que una lengua convencional y muerta, tradicio-
nalista acaso, pero no tradicional. Da pena, por
OBRAS COMPLETAS
903
ejemplo, leer cierto libro suramericano en que su
autor se propuso remedar el estilo castellano del si-
glo xvii; ¡esfuerzo casi atlético ! ¡Cuánto mejor
aquella lengua desgarrada, casi gauchesca, que Sar-
miento escribia como si sobre el arzón de la montu-
ra de su caballo ! Tenemos que reaccionar contra esa
lengua hecha, es decir, muerta, tradicionalista, de car-
boneros troglodíticos ; tenemos que hacernos nuestra
lengua de hoy y de mañana.
Si la poesía castellana ha de levantarse, tiene que
hacerse día a día su lengua, su estilo, y no servirse
de una como litúrgica y consagrada e intangible. Y
hasta tiene que hacerse su ritmo, ya que entre nues-
tros poetas de tamboril y gaita, ése, el ritmo, aparece
ahogado por el compás, que es lo mecánico y lo ex-
terno. Nada de versos de dulzaina, cantables y bai-
lables. Recuerdo que en derredor del quiosco de mú-
sica de mi pueblo reuníase la gente sencilla a bailar
los valses, chotis o habaneras que la banda tocaba,
mas cuando ésta, perfeccionada, sustituyó los baila-
bles por trozos de ópera y sinfonías, al notar las
buenas gentes populares que aquello no podía bai-
larse declararon que ni era musical ni cosa que lo
pareciese. Y así ocurre que muchos niegan el valor
de poesía a aquello cuyo compás no pueden llevar con
los pies.
Añadid que no se sabe leer. Dicen que la música
de Wagner no entró en nuestro público hasta que
se hubo acostumbrado a ella. No, sino que no entró
hasta que hubo quienes fuera de la educación de
cantar o tocar otra música, la de arias y cavatinas,
supieron tocarla y cantarla como ella lo pide. Lo
que nos falta es quien sepa leer sin prosodia pre-
ceptiva.
Y si hemos de realizar la integración espiritual
española, menester nos es penetrarnos no ya de las
distintas lenguas, más de los distintos estilos. De las
904
MIGUEL DE UNAMUNO
lenguas, desde luego. Es una torpeza considerando
despectivamente al catalán como una lengua inferior,
y dando a la palabra dialecto un sentido torcido, re-
husarnos a su estudio. Es un deber hoy de todo es-
pañol culto llegar a leer catalán y portugués sin que
se los traduzcan. Y esto os lo dice uno que anhela
y espera la integración de todas las hablas ibéricas
en una sola; esto os lo dice uno que protestó contra
la lesión a Su Majestad la Lengua Española cuando
a un alcalde de Barcelona se le permitió dirigirse,
en nombre de los naturales de la ciudad, a S. M. el
Rey en lengua catalana. Pero es que el alcalde no
podía hablar en nombre de los naturales, sino de los
vecinos, y éstos, los de la ciudad de Barcelona, saben
todos español y no todos saben catalán. Y no cabe
establecer la bárbara distinción entre el vecino na-
tural y el vecino no natural de la ciudad, tan es-
pañol el uno como el otro.
El problema de la variedad de lenguas ha de re-
solverse por integración, acaso por reducción o va-
riedad de estilos dentro de una misma lengua común.
Y no persiguiendo a dialecto alguno, sino dejando
que por ley de vida se funda en el más fuerte. Sería
absurdo pretender la unificación lingüistica como Ale-
mania lo ha pretendido en Polonia y en Lorena.
Y desde aquí, desde este Valladolid, puede hacerse
no poco para tal obra. Porque este centro de castella-
nismo es un centro mercantil más que estrictamente
agrícola, por fortuna. Y digo por fortuna porque creo
que el ruralismo, la política de calzón y alpargata, no
puede sino dañarnos. La cultura nos ha de venir de
la ciudad, no del campo. Civilización, ya os lo dije,
deriva de civil y éste de civis, ciudadano. Tenemos
que defender nuestras ciudades y que no las estruje
el campo que las ciñe, sino que ellas irradien a él.
¡ Que no huela a barro entre las calles !
En conclusión, y para fin de estas errabundas y
OBRAS COMPLETAS
905
desgranadas consideraciones, creo que podemos apro-
vechar la lección que nos da la poesía de un pueblo
hermano y sentirnos nosotros mismos, pero no en
oposición a ellos, sino en integración. Debemos bus-
car el sentido de lo concreto, de la vida que pasa, el
gusto de la tierra, que es más que símbolo, y el goce
de la forma: desprendernos algo de la quejumbrosi-
dad y con ella de la sonoridad oratoria, externa ; sa-
cudirnos de lo esquemático y de lo dogmático. Y
en el fondo amar más la vida. Quizá sea esa la con-
dición central catalana : un fuerte amor a la vida,
que huye de todo ascetismo. Y ese amor a la vida,
a la vida que pasa, a la que no se resignan sino a
la que se abrazan, hace que haya allí lo que aquí
tanto falta: opinión pública. Esta terrible indeferen-
cia que en Castilla nos rodea, este no interesarse por
nada, este no importar nada, ¿qué es sino despego
de la vida, que se soporta pero no se quiere? Hay,
pues, que sacudir y sacudir mucho, para despertar
el deseo de la vida.
Y con ello, contradicción, lucha, hasta guerra civil.
¡Todo menos este tibetanismo ! Sacudir de nosotros
este sueño perezoso entre murallas y hacernos una
fuerte personalidad y no por exclusión de las demás,
sino antes por absorción de ellas. Nada de nihilismo y
de ese nuestro tan castizo nihilismo, que consiste más
que en enseñar que todo no es sino nada, en no en-
señar nada del todo. Y sentir con nuestro corazón
preparándonos a sentir con el de otro, que haremos
nuestro.
Prescindamos respecto a Cataluña de recelos, si
los hubiese. Debajo de las estridencias superficiales
del catalanismo he encontrado allí espíritus, como el
de Maragall, que penetraron en el alma castellana
más adentro que los castellanos mismos. Penetrar los
906
MIGUEL DE UNAMUNO
unos en el alma de los otros, conocerse, es el modo
de quererse y de integ^rarse al cabo. Y es el modo
de perdonarse. "Padre, perdónalos, porque no saben
lo que se hacen", dijo el Cristo a su Padre, refirién-
dose a sus enemigos. Acaso yo no sé bien lo que he
dicho ; ¡ perdonádmelo, pues !
(Texto reproducido en un folleto cuyo título es el
que encabeza este discurso editado en la Imprenta Cas-
tellana, Valladolid. 1915, 20 págs.)
DISCURSO CON MOTIVO DE HABER SIDO
PRESENTADO CANDIDATO A CONCEJAL
DEL AYUNTAMIENTO DE SALA^IANCA,
EN N0\'1EAJ1'-KK DE 1915
Muchas gracias, compañeros y amigos, en primer
lugar, y después de esto, pocas palabras para expli-
car estas gracias que os doy sinceramente.
Esto me obliga a hablar de mí mismo. Pero no
importa.
Cuando los ferroviarios me ofrecieron que fuera
su candidato para las próximas elecciones municipa-
les, acepté gustoso. Yo tengo como norma de con-
ducta no buscar las cosas ni rehusarlas. Y en asun-
tos de la naturaleza de éste, es un deber de ciudada-
nía no negarse a los requerimientos que se nos pue-
den hacer.
Muchos amigos, tal vez demasiado oficiosos, me
han dicho que no me presente, porque las obligacio-
nes de mí cargo me harían quitar tiempo a otros
menesteres. Pero yo estoy convencido de que el tiem-
po no es igual para todos, y una hora tiene para
unos solamente sesenta minutos y para otros tiene
más. Y lo más curioso del caso es que los mismos
que me hablan de que perdería el tiempo, matan las
horas jugando al tresillo o al dominó.
Yo no me he presentado, me han presentado. El
que se presente es un petulante u otra cosa peor.
Me han dicho también que el ser concejal es para
mí muy poca cosa. Mas yo tengo la seguridad de
908
MIGUEL DE UNAMUNO
que no hay función que rebaje. Además, yo tengo
por costumbre poner la misma intensidad y el mis-
mo espíritu en todas las cosas que hago. No soy
como esos que guardan para ellos solos su tesoro
de ideas y sentimientos. La avaricia espiritual es la
más baja y mezquina de todas las avaricias.
Mi cansancio interior tal vez se deba a que he
desparramado gota a gota todo cuanto poseia, en vez
de guardar.
Por otra parte, para mí todo es igualmente im-
portante. En cada momento de mi vida, lo más im-
portante para mí es aquel momento.
Otros, con adulación, han dicho : "Las águilas no
cazan moscas". Claro es que el que tal me dijo ha-
blaba no como amigo del águila, sino como repre-
sentante de las moscas.
Me han dicho también que el prodigarme tanto ha
de gastarme forzosamente. Pero el vivir es gastarse.
Quien no se gasta, no vive, y viceversa. Y yo quie-
ro vivir.
¡ Que me han de criticar ! ¿ Y qué me importa ?
Estoy acostumbrado a ello. Y si nadie me criticara,
lo haría yo mismo. Y en verdad que habríais de oír
entonces cosas tremendas, que no se le han de ocu-
rrir a nadie.
Dícenme también que esto de ser concejal es ri-
dículo. Y bien, que lo sea. Don Quijote fué un ridícu-
lo y es el más grande, y el más heroico, y el más
noble y el más bueno de todos los caballeros.
Yo, que no he rehuido nunca nada, no quise rehuir
tampoco el ofrecimiento que se me hacía. No me
preguntaron por mi política y la tengo, aunque no
sea política de partido. Soy bastante indisciplinado
y me alegro de ello. No me he afiliado a ningún par-
tido ni he formado parte de ningún Comité, porque
no quiero considerar la política como oficio.
Un ministro, de cuyo nombre no quiero acordar-
OBRAS COMPLETAS
909
me, decía que yo me hubiera sentado en el banco azul
si no fuera por mi carácter. Y en verdad que, si
hubiera querido, hubiera ocupado el banco azul an-
tes que él.
No quiero ser como animal de ganadería, con el
hierro estampado en el lomo, al que reclama su due-
ño cuando se escapa de la manada.
Respecto a cuestiones de política local, todos co-
nocéis mis opiniones. He formado parte en dos oca-
siones como vocal de la Junta de Asociados y, con-
tra la costumbre general, asistí puntualmente y me
interesé por los debates.
No sé si haré mucho o poco. Lo que sí sé decir
es que todo lo que me cuenten en secreto lo diré en
público. No cuenten con mi discreción, porque ni
la tengo ni quiero tenerla.
Ordinariamente, los concejales tratan solamente de
servir a sus electores porque aspiran a la reelección.
Yo atenderé el interés público, sin fijarme en el pri-
vado, casi siempre mal entendido. En lo que pueda,
mientras sea compatible con el interés general, os
atenderé a todos vosotros, sin fijarme en si me han
votado o no, porque yo no aspiro a la reelección.
Unos elecciones son un caso donde se prueba la
educación de un pueblo. El compañero Pereznebro
hablaba del vil metal. Los viles son los que lo usan
para asegurar sus ambiciones y apetitos.
No sé si saldré o no concejal. Salga o no, contad
conmigo. Si resultara elegido, iría al Ayuntamiento
para aprovecharme a mi modo. Un Municipio es un
escenario, un pequeño drama. Y acaso la única pro-
babilidad que algunos de nuestros concejales tienen
de ser inmortales es que yo me fije en ellos.
Y esto no es sólo broma. Aparte de que la broma es
un arma formidable, y puesto a hacer reír, si yo
quiero, lo hago mejor que los demás.
910
MIGUEL DE UNAMUNO
Y ya hablando en serio, mi aceptación será un
ejemplo para los que lo critican todo, sin ofrecerse
a nada. Tal vez esto de que yo me presente ahora
para concejal haga que muchos alejados de estas lu-
chas se sacrifiquen por el bien común y se evite que
tales cargos estén al alcance de los primeros que los
soliciten.
(Texto publicado en el diario El Adelanto. .S"a/íJ-
vianca, año XXXI, número 9.649, noviembre, 1915.)
DISCURSO EN LA UNIVERSIDAD DE SALA-
MANCA, EN LA VELADA EN MEMORIA DE
DON LUIS RODRIGUEZ MIGUEL, CATEDRA-
TICO DE AQUELLA, EN MARZO DE 1916
Este año se cumplirán los veinticinco de que vine
a esta ciudad de Salamanca a servir a la cultura
patria, ganándome la vida, en su Universidad secu-
lar. En este tiempo, ¡ cuántos desengaños, pero cuán-
tas ilusiones florecidas y aun fructificadas después !
Llegué acá en tiempos de ardorosa lucha. Hacía un
año habíase muerto don Mariano Arés, a quien no
conocí y cuya muerte y entierro civil fué el arran-
que de agitadas controversias. De un lado, el grupo
de los llamados integristas, que iban más que a re-
cibir instrucciones, a confortarse a los claustros de
la Clerecía, y del otro, los liberales, en cuyas filas
formé, desde luego. Y cuenta que por entonces, en
plena boga de que aquello de que "el liberalismo es
pecado", el ser liberal era ser algo.
Colaboré asiduamente — ¡ y tanto ! — en La Liber-
tad y luego en La Democracia, fundadas por aquel
pobre amigo que fué Enrique Soms y Castelín, muer-
to también y aún en vigor de años. La lucha era
enconada. Yo me vi procesado por un artículo que
no escribí, pero del que respondía como director acci-
dental del diario cuando apareció el artículo. Defen-
dióme ante los tribunales, como después en otra cau-
sa y ante otro tribunal, Luis Maldonado, mi amigo
desde que llegué. Fui entonces absuelto. Y poco des-
pués procesábase a Soms por un artículo que yo es-
cribiera, y fué también absuelto.
912
MIGUEL DE UNAMUNO
Aquellas luchas angustiábanle al buen don Luis Ro-
dríguez Miguel, hombre de templanza, de paz, de con-
cordia y de vía media. Aunque conservador (más bien
lo que se llamaba moderado) y católico a macha y
martillo, simpatizaba más con nosotros, los libera-
les, que con los integristas. Pero lamentaba las dis-
cordias. Su sueño era la unión de todos, la comuni-
dad de esfuerzo para la labor universitaria. ¡ Un
sueño utópico !
¡ Cuántas veces no se lo dije ! ¡ Porque yo estimaba
esa unión imposible e inconveniente ! Sabía que no
podríamos fundarla sobre la tolerancia mutua porque
el integrismo no era sino la fórmula de la intoleran-
cia. ¡ Como que los integristas no podían soportarse
ni a sí mismos en su vida hosca y huraña, alejados de
todo trato del mundo ! Y yo, además, que tuve cuna-
da mi infancia por el fragor de la guerra civil y que
acabé mi primera enseñanza y entré en la segunda
oyendo el estampido de las bombas, creía, como sigo
creyendo, en la eficacia moral de esas luchas y en
la torpeza de los compromisos. Pero para Rodríguez
Miguel todo debía posponerse a la paz, a una paz
de industrioso trabajo. "Para las cosas de la Univer-
sidad todos debíamos ser uno", me dijo cien veces.
Y yo le respondía: "¡No, ni para las cosas de la
Universidad, ni para las de la calle!"
Y hoy quiero yo, un hombre de guerra, decir todo
lo que de bueno puedo, en sinceridad de conciencia,
de aquel hombre de paz. Sin mentir ante su re-
cuerdo aún fresco. La adulación al que fué es la
más baja de las adulaciones. Mas ya que acaso se
haya creído que desdeñé a aquel hombre bueno, la-
borioso y entusiasta, y ya que acaso alguna vez el
maligno prurito voluptuoso de la mordacidad me lle-
vara en lo íntimo a frases hirientes, que luego la
infecta malicia de este ambiente de mezquinas pasion-
cillas se encargaba de explayar, quiero ahora aquí
OBRAS COMPLETAS
913
rendir un tributo a la verdad de mis sentimientos.
No puedo negar que ensayé alguna vez mi ingenio
satírico en aquel buen amigo y compañero, ¿pero en
cuál de mis amigos no lo he ensayado? Y no lo digo
ni por justificarme ni por jactancia, sino por ser
verdad.
Rodríguez Miguel, que rendía culto a Cervantes,
debió de aprender en éste el respeto a todo empeño
bien intencionado, sea cual fuere su resultado.
Él, Rodríguez Miguel, ni tomó la cátedra como
pesado y enojoso débito al Estado que paga, ni se le
enfriaron sus entusiasmos con el peso frío de los
años. A cumplidor de su deber, pocos, si es que hay
alguno, le habrán ganado. Pero los dos rasgos que
más le caracterizaban eran su amor, a las veces su-
persticioso, a Salamanca, y el deseo de acrecentar
la pompa y la representación externas de su Univer-
sidad. Lo que no quiere decir, claro está, que se des-
interesara de la intensidad de su vida interior.
Su salmantinismo rayaba a las veces en fetichismo.
No siendo de Salamanca ni habiéndose criado en ella,
sino venido acá hombre ya maduro, era mucho más
salmantinista que los salmantinos de nación. Uno de
sus empeños fué coleccionar poetas y escritores de
esta tierra y cuando yo acudía a echar en esto ja-
rros de agua fría a su entusiasmo, afligíase muy de
veras, lo que prueba, por lo menos, lo acendrado de
su cariño a ésta su patria chica de adopción.
Su idea — si equivocada o no ahora no es de asen-
tarlo— era que había que recoger cuanto aquí se hu-
biera escrito en bellas letras y ordenarlo y catalo-
garlo y que luego vendría quien examinándolo cri-
ticamente lo juzgase. El sólo aspiraba a dar a otros
materiales y temas de estudio, y dolíale el que por
negligencia se le escapase escritor alguno salmanti-
no que poder ser luego sometido al juicio de compe-
914 MIGUEL DE UNAMUNO
tentes críticos. En lo que hay, como se ve, un fondo
de positiva modestia. No es que él creyera en el
valor sobresaliente, ni aun siquiera llano de muchos
de aquellos escritores a que pretendía salvar del ol-
vido, ¡ no ! Lo que él buscaba es que no fuesen con-
denados a esa terrible oscuridad de fama sin haber-
los oído.
Hanme dicho que don Julio Cejador, al empren-
der su poderosa Historia de la Literatura Española,
le pidió nota de los escritores salmantinos que había
catalo,s:ado, y que después de habérsela dado, decía:
"¡ Ahora que está la cosa en manos de Cejador, verá
Unamuno si ha habido o no poetas en Salamanca!"
No pasaba por que aquí en esta ciudad preñada de la
poesía de siglos de recuerdos no hubiera habido una
legión sagrada de poetas. Y era ello efecto de su sal-
mantinismo, que hasta le cegaba cuando de ésta, su
verdadera patria de afecto, se trataba.
En su culto a Cervantes unía su culto a esta ciu-
dad, que, según aquél, "enhechiza la voluntad de
volver a ella a todos los que de la apacibilidad de
su vivienda han gustado". Y bien sabéis cómo en
los últimos años, al celebrar como celebró siempre
desde que fué catedrático la muerte de Cervantes,
el 23 de abril, con una misa de Réquiem y luego
una velada literaria, asociaba en ésta a aquel máximo
príncipe de nuestros ingenios algún ingenio literario
salmantino, aunque no fuese príncipe. Y aquella in-
fecta malicia de este ambiente de mezquinas pasion-
cillas de que antes os hablaba, dió en creer —piensa
el ruin que todos son ruines — y en decir que yo
venía aquí a presidir aquellas veladas para cha-
farle el cuento. Y esto no es verdad ; no lo es. ¡ El ve-
nía a cumplir uno que estimaba piadoso deber de
amor a Salamanca y a la cultura patria, y yo a cum-
plir otro, aunque penoso, también piadoso deber de
amor a la verdad, que es a la cultura y a Salamanca.
OBRA S C O M FLETAS
915
El venía a evitar que un acaso injusto silencio ate-
rrara la memoria y la obra de ingenios salmantinos,
y yo venia a decir, en derredor de ellos, verdades
que otros se las callan. ¡ Y que me era doloroso a las
veces !
Podria haber y había diferencias de criterios en-
tre él y yo; pero mi labor no era menos honrada
que la suya, y ésta, la suya, era honradísima. El res-
piraba en una Salamanca tradicional y tradicionalista
que no era del todo la mía. ¿Quién duda de que in-
fluido por el ambiente en que aquí vivía creyó real-
mente en la eminencia literaria de Julián Sánchez
Ruano, pongo por caso ? Pero nadie dudará tampoco
de que aquel mi estrumpido contra la valoración que se
hacía del travieso político revolucionario y mi filípica
contra la triste superstición politicista que estima un
ministerio la más genuina consagración de un talento
nacional, fueron tan sinceros como su empeño. Lo que
yo no quería es que aquellos valores pasasen sin va-
loración, sin contraste, sin ser discutidos. El hacía
muy bien en presentárnoslos, y yo no hacía mal en
discutírselos.
Y recuerdo una frase suya que pinta toda su in-
genua e ingénita bondad. De vuelta de un viaje a
cierto pueblecito de esta provincia, a donde fué a in-
augurar una lápida a la memoria de un dulce y blan-
do y melancólico poeta, al que conocí y traté bastante,
me decía: "¡ Hay que animar a los jóvenes !" ¡ Y tenía
razón ! Aquel pobre poeta, más grande o más chico,
no merecía menos la modestísima lápida que mere-
cen calles, y hasta estatuas, tantos oscurísimos varo-
nes a quienes les rinden esos honores porque han
chapoteado en la charca de nuestra politiquería,
''i Hay que animar a los jóvenes !" Fué una de sus
divisas. Y había que ver con qué irradiante placer
acojía los triunfos de los que fueron sus discípulos.
Porque en aquel corazón sencillo y abierto, hay que
916
MIGUEL DE UNAMUNO
decirlo muy alto y muy claro, no entró jam.ás la en-
vidia. ¡ Y cuidado que a las veces entra en corazo-
nes de maestros para con sus discípulos ! En él, no.
Aspiraba a pegar entusiasmo. Y es que aquel hom-
bre de paz fué ante todo un hombre bueno.
Era otro de sus afanes el de conservar y res-
taurar y ensanchar la pompa y la solemnidad uni-
versitarias. No se avenía a una Universidad reco-
gida y casera y sin aparato de grandeza. Soñaba con
que volviese a ser lo que dicen que fué. Y creía, muy
de buena fe, en la eficacia de cierta liturgia univer-
sitaria. ¡ Quién sabe si no estaba en lo cierto ! Aun-
que no fuese tal mi creencia.
¡ Y ante todo y sobre todo la unión, la unión, la con-
cordia, la paz y una unanimidad imposible ! Y era tal
su salmantinismo universitario, que en unas elecciones
senatoriales de la Universidad sostuvo él, que no era
salmantino, que se debía preferir a cierto candidato
por ser hijo de la ciudad. A tal punto llegaba su
amor a esta patria chica de adopción y de afecto, que
vino a caer en ese peligrosísimo indigenismo aca-
démico. Pero todo ello sin frío cálculo de interés
alguno, sin segunda bastarda intención, todo ello por
entusiasmo, por un entusiasmo que los más, cuando
lo han tenido, pierden a lo más florido de la vida.
¡ Y él lo conservaba hasta la víspera de su muerte,
ya en edad provecta !
Era hombre de paz y de tolerancia. Respetaba has-
ta mí agresividad, aunque sin alabármela, ¡ eso no !
Todavía recuerdo cuanto me dijo una tarde, dolido
al verme en cierto estado de exaltación y cuando yo,
con palabras ásperas y punzantes, afeaba la bochor-
nosa resignación de una asamblea académica, de que
él formó parte, ante descompuestas impertinencias je-
rárquicas, nacidas, quiero creer, de medrosa ofusca-
ción. Y él, que acaso sentía el bochorno de aquella
resignación — pues aunque hombre de concordia y
OBRAS COMPLETAS
917
tolerancia era delicadísimo y pundonoroso — , trata-
ba de aquietarme aunque no de explicar la triste
conducta colectiva, pues sabia bien que las colecti-
vidades suelen carecer, como tales, de memoria, de
entendimiento y de voluntad, sobrándoles en cambio
mansedumbre. Aquella tarde me separé de él sin-
tiendo haberle dicho lo más de lo que le dije. Cosa,
por lo demás, que me pasa mucha veces y con
muchos.
Yo he dicho, pero en público, y he escrito cosas
muy duras, durísimas, del profesorado universitario
español, buscando así, iluso de mí, obrar sobre el
sentimiento del prestigio, pero debo declarar aquí, pú-
blica y solemnemente, que si todos los catedráticos
pusiésemos, como puso siempre Rodríguez Miguel,
todo nuestro entusiasmo y toda nuestra capacidad,
sea ésta la que fuere, en nuestra labor docente, la cul-
tura patria estaba en definitivo salvo. ¿ Qué se le pue-
de j)edir hoy más a uno sino que dé cuanto puede
dar? Acaso llegue un día en que esto no baste, pero
hoy por hoy es ello hasta un ideal ilusorio.
Yo he pecado mucho en posponer con exceso la
estima de la buena intención y de la laboriosidad y
del celo por el cumplimiento del deber a la de otras
cualidades de otro orden, más brillantes, pero no
siempre más sólidas; yo he pecado mucho en des-
deñar a los hombres buenos, de paz y de concordia y
de tolerancia, rindiéndome más de lo debido al ad-
versario, si era como yo, belicoso y duro ; yo he pe-
cado mucho en ejercitar mi mordacidad satírica, aun
a costa de mis mejores amigos, para poder esgrimir
un arma temida, a la vez que por cierta flaca vanidad;
pero yo os digo hoy aquí — y de ello tengo testigos —
que nada me cuesta confesar esas mis culpas, y que
sé, como quien más y mejor, rendir mi tributo de
homenaje al hombre bueno, laborioso, pacífico, tran-
sigente, conciliador, cumplidor de su deber, y que
918
MIGUEL DE UNAMUNO
libre de envidia y de ruindad pone la capacidad toda
que Dios le ha dado al servicio de su ministerio pú-
blico patrif'itico. Y tal fué don Luis Rodríguez Mi-
guel.
"^"a veis cómo he vertido la verdad, y nada más
que la verdad, sin hipócrita hipérbole alguna necro-
lógica, sobre la memoria de nuestro querido amigo
y compañero. Y que Dios haga que sobre la de cada
uno de nosotros se derrame también la verdad, nada
más que la verdad. ¡ Qué dulce ha de ser dormir en
brazos del Señor en la última y perenne cuna con un
aire de luz sobre la tierra que nos cubra y otro de
verdad sobre las memorias de los que nos conocie-
ron y amaron en la vida !
(Texto de El Adelanto. Salamanca, número 9.753,
marzo 1916, cotejado con el manuscrito original.
La velada fué organizada por el Ateneo de Sala-
manca y se celebró en el Paraninfo de la Universi-
dad. El discurso fué leído por Vnamnno.^
CONFERENCIA PRONUNCIADA EN LA SE-
SION PUBLICA DE 3 DE ENERO DE 1917, EN
LA REAL ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA
Y LEGISLACION, DE MADRID
AUTONOMÍA DOCENTE
Señores :
Vengo y muy agradecido a vuestro requerimiento,
pero con el natural, no temor, pero sí desorienta-
ción de quien habla ante un público especialmente de
legistas no habiendo cursado ni una sola asignatura
de Derecho. Sin embargo, para las divagaciones en
derredor de este tema, si lo es, de la autonomía uni-
versitaria creo que me capacitan y me autorizan vein-
ticinco años de profesorado oficial y de ellos catorce
de un cargo administrativo.
La Universidad, entre nosotros, desde hace mucho
tiempo está sufriendo una grave crisis, crisis que
acaso últimamente se ha agudizado, llegando a un
punto que parece difícil pueda sobrepujarse el desba-
rajuste y el descontento. Los profesores, ordinaria-
mente, huyen de la Universidad, y tras de ellos, na-
turalmente — acaso es una de las pocas cosas en que
les siguen — , huyen también los alumnos, y los que
pueden y debían remediar esto dejan que las cosas co-
rran, y acaso es peor si intervienen.
Este descontento ha llegado a crear junto a las
Universidades instituciones colaterales en que se re-
fugian los universitarios mismos que tienen ganas de
trabajar.
Naturalmente que a las veces estas instituciones
920
MIGUEL DE UNAMUNO
colaterales no son sólo del Estado. Hay alguna, más
claramente, en Barcelona, en la cual explica asidua-
mente un señor que está enfermo para explicar en
la Universidad oficial.
Dejando a un lado esto, y lo siento mucho, gusta-
ría hacer algo de historia, no ya de nuestras anti-
guas Universidades, sino de aquella cuya historia co-
nozco algo, que es la de Salamanca, demostrativo de
cómo, cuando tenía autonomía, aquello era también un
verdadero desbarajuste, y cómo las cátedras eran
trampolines, no para subir a una diputación, sino que
entonces eran más bien trampolines para llegar a un
obispado, pero también hay trampolines en la actual
Universidad.
Las actuales Universidades españolas fueron fun-
dadas en 1857 en virtud del artículo 128 de ley de
Instrucción Pública, que decía : Habrá tantas Uni-
versidades, ni más ni menos. "Las sostendrá el Es-
tado (decía el artículo 126) percibiendo las rentas de
los Establecimientos, así como los derechos de ma-
trícula, grados y títulos científicos. Los nombramien-
tos de los profesores de los Establecimientos públicos
corresponden al Gobierno, a su delegado..., etc." Y
esto era lo menos malo. Yo he conocido todavía una
de esas Universidades o una de esas Facultades, en
cierto modo autónomas, al menos administrativamen-
te como sostenidas por un Municipio, con una sub-
vención de la Diputación, con unos profesores con-
tinuamente intetinos, de 6.000 reales, de ahí no
pasaban, y aquello era una cosa verdaderamente la-
mentable.
Aquellas Universidades, fundadas por la Ley de
1857, eran una pura ficción oficial, no tenían de he-
cho ningún género de autonomía. Sus Claustros — lo
mismo el Claustro que llamaban ordinario que el
Claustro extraordinario — eran algo verdaderamente
lamentable. El ordinario no podía reunirse espontá-
OBRAS COMPLETAS
921
neaniente, cuando él quería reunirse; podía, sí, re-
unirlo al Gobierno o el rector para consultarle en co-
sas completamente platónicas. En cuanto al extraor-
dinario, aquel compuesto del ordinario de todos los
doctores y de todos los profesores de todos los grados
de enseñanza de la población, era más que lamentable :
es ese desgraciado Claustro extraordinario, puramente
ceremonial, el de las togas, el de aquellos que llevan
la cabeza inscrita en un octógono de seda negra,
y todas esas cosas meramente rituales. Y es que la
Universidad española no era más y no es más que una
oficina de togados, sin lazo alguno entre sí ; un me-
canismo y no un organismo. Porque un organismo
es algo que se renueva él mismo : cuando se destruye
o desaparece una célula de él, todas las demás, en
conjunto, forman la célula; esto no es una cosa que
nace, sino que crece por yuxtaposición de gentes que
vienen ya de acá, ya de allá ; cuando yo llegué a la
Universidad, en la que llevo veinticinco años, no ha-
bía estado nunca allí y a nadie conocía.
Para remediar esto, se intentó ya alguna vez un
proyecto de autonomía universitaria. El primer ]\Ii-
nistro de Instrucción Pública, don Antonio Gar-
cía Alix, se dirigió a los claustros pidiéndoles unos
informes, y con estos informes preparaba un proyec-
to de autonomía universitaria. Cayó el señor García
Alix — para mí de muy grata memoria — , y entonces
recogió aquellos informes y un estado de opinión que
parecía existir — no digo que existiera— el que le
sucedió en el cargo, que fué el señor conde de Ro-
manones, y se presentó el proyecto de ley de 21 de
octubre de 1901, que luego fué reproducido en 1905
por el señor Santamaría de Paredes, y en el preám-
bulo, al presentarlo a las Cortes, decía como aquél :
"Aprobado de esta suerte — son sus palabras — , pri-
mero en el Senado y después en el Congreso de los
Diputados, pasó a dictamen de la Comisión mixta
922 MIGUEL DE UNAMUNO
para resolver las diferencias surgidas entre ambas
Cámaras ; dictamen que éstas aprobaron, pero que
quedó pendiente de votación definitiva del Senado por
causas ajenas al proyecto mismo." De las causas...
parece ser que el señor duque de Tetuán, seguramen-
te de acuerdo con el mismo señor conde de Roma-
nones, tumbó el proyecto en el Senado, una de las
habilidades del señor Conde, porque en el fondo no
quería que prosperara. Luego lo aceptó, pero un poco
a regañadientes. En él se creaba una sombra siquiera
algo de autonomía de los Claustros; se coartaban las
facultades indiscrecionales de los Ministros que ma-
nejan los Colegios universitarios electorales, que es
lo que acaba de estropear todos los Claustros ; y en el
artículo 1." ese proyecto aprobado decía que las Uni-
versidades son, a la vez que escuelas profesionales,
centros pedagógicos y de alta cultura nacional. Una
frase vacua y propia de una sección de legislación ;
eso no es decir nada; pura palabrería.
El artículo 10, que las Universidades son personas
jurídicas a los efectos del capítulo 2.", título II, li-
bro 1.° del Código Civil.
Por este tiempo se habían recogido los fondos uni-
versitarios que aún quedaban en algunas Universi-
dades, entre otras las de Santiago y Salamanca ; pero
había gran diferencia en las atribuciones de los Claus-
tros. Según este proyecto, en su artículo 15, los
Claustros ordinarios deberán reunirse, necesariamen-
te, tres veces al año y, además, siempre que lo soli-
citen la cuarta parte del número de sus individuos;
y en el artículo 16 se da a los Claustros, entre otras
atribuciones, la de "dictar — son sus palabras — al
Consejo universitario las reglas generales que estime
necesarias para el cumplimiento de su cometido".
Pero lo más importante acaso (éste es un punto tal
vez lírico y muy personal), a nuestro juicio, era lo
OBRAS COMPLETAS
923
referente, por parte de los Claustros, a las atribucio-
nes que se les daba para nombrar Decanos y Rectores.
Según el artículo 32, los Decanos serían elegidos
por las Facultades, y su cargo duraría cinco años; y
en el 17 se decía: "El Rector será nombrado por
Real Decreto entre los catedráticos que compongan el
claustro ordinario de la Universidad, a propuesta del
mismo Claustro. Durarán en el cargo cinco años no
pudiendo ser reelegida la persona que lo desempeñe
sino después de transcurridos otros cinco, a no ser
que el electo reúna las cuatro quintas partes de los
votos emitidos. El Rector podrá ser suspendido en
sus funciones por el ministro; además, cuando proce-
da, podrá ser separado, previa la formación de expe-
diente, que ha de resolverse en Consejo de Ministros."
Naturalmente que artículos como éstos no podían
convenir a nuestros profesionales de la arbitrarie-
dad política, que necesitan hacer de estos cargos, que
se llaman de confianza política, algo que deprime
siempre la dignidad del que lo ejerce, porque se pue-
de separar, no ya sin esa formación de expediente,
mas sin advertencia previa, sin ninguna clase de ex-
pediente y sin darle a saber, ni pública ni privada-
mente, los motivos de tal acto, sino estableciendo más
bien la doctrina inmoral, atentatoria a la dignidad del
ciudadano, del secreto de la confianza ministerial, y
fijando el sistema de ex injormata conscicntia. Y no
insisto en esto, y paso de largo, por haber sufrido
este procedimiento ministerial, indigno de cualquier
pueblo civilizado y digno.
El proyecto, como digo, fracasó; pero ; hubiera
remediado algo este proyecto de 21 de diciembre de
1905? Escasamente. La autonomía aquella era limi-
tada y no podía ni debía más que serlo, ya que con
Claustros universitarios como los actuales, f|ue no
están hechos ni por Universidades autónomas ni para
ellas la autonomía universitaria, siquiera con muy
924
MIGUEL DE UNAMUNO
mediana amplitud, podría resultar un gran fracaso.
De todos modos, siempre sería una autonomía dele-
gada y precaria, no natural ; no sé que surja espon-
táneamente de un organismo que, en rigor, no debe
su vida inicial al Estado, como la que pueden tener
la ciudad o las regiones, sea buena o sea mala. Hoy
la Universidad no puede decirse que tiene persona-
lidad. ¿Y la personalidad colectiva? El haberle dado
esas atribuciones no hubiera contribuido a creársela.
Es el Estado el que enseña, bien o mal, no hablemos
de eso, no es la Universidad; y los catedráticos no
somos más que unos funcionarios públicos, de hecho
irresponsables y no sujetos a inspección técnica al-
guna.
La autonomía plena creo que traería daños incalcu-
lables. Si, por ejemplo, se llegara a encomendar a
los Claustros el nombramiento de los profesores, yo
no sé lo que acabaría de pasar.
El artículo 55 del proyecto de 1905, entre las atri-
buciones de las Juntas de Facultad, señala la de ele-
var al Ministro la propuesta unipersonal para el nom-
bramiento de auxiliares con sueldo. Esto ha existido
alguna vez, y más vale no comentarlo. De ese modo
serían auxiliares, y acaso numerarios luego, los hi-
jos, sobrinos y yernos de los que hoy lo somos.
Cinco hijos varones tengo, me hubiera apresurado
a dedicar los cinco al profesorado, y éste se habría
convertido en una casta familiar.
Además de otros males, existe en ciertas Universi-
dades el mal del indigenismo, que la xenofobia es de
todas partes.
La intervención del Claustro, desgraciadamente casi
siempre, es de resultados funestísimos. Cuando inter-
venía, hoy no interviene, en las jubilaciones, no ha-
bía nunca nadie jubilado. Después de ponerse todos
de acuerdo en que un pobre señor estaba incapaz,
todos informaban que podía continuar; y yo sé cómo
OBRAS COMPLETAS
925
en la Universidad de Salamanca se jubilaron cuatro
por no estar en condiciones, y no a petición suya, y
de qué medios tuve que valerme para ello. Claro
está que hoy. que no informa, viene a ser poco más
o menos lo mismo. Hay algún señor que debiera estar
ya legalmente jubilado, y hace años que duerme el
asunto. Hoy no se jubila absolutamente a nadie; no
se separa a ningún incapaz. Recuerdo otra interven-
ción, también del Claustro, que a mí me ocasionó
verdadera indignación, me produjo hondísima triste-
za, y fué cuando se establecieron unos malhadados
premios en que tenían que informar las Facultades.
El espectáculo fué lamentable ; se echaron sobre ellos
a la rebatiña. En unos sitios acordaron turnar, y en
otros, dar a los más necesitados : aquello era una cosa
que se le caía a uno el alma. No se puede consentir
que esto se convierta en unos cotos cerrados de hoy
por mí, mañana por ti. Hoy, desgraciadamente, no es-
tamos en condiciones de poder gobernarnos de esta
manera.
Claro está que aquí hay un mal, yo creo que un
mal necesario ; es eso de que tantas veces se suele
hablar, en contra, sobre todo por elementos de extre-
ma derecha, y es el Estado docente.
Se combate mucho al Estado docente ; creo que es
un mal que sea el Estado el que tenga que enseñar,
pero, como digo, es un mal necesario. La ciencia
oficial podrá ser menguada, pero hoy, mala y todo,
es la única que hay y la única que merece el nombre
de enseñanza. La que dan los particulares, la privada,
la de las Asociaciones, es infinitamente peor ; hacen que
enseñan, y no enseñan nada. Claro que la oficial tiene
el inconveniente de una cierta irresponsabilidad, de
una falta de inspección técnica, cuando lo capital, lo
importante en la enseñanza, no es el material, es el
personal.
Su Majestad el Catedrático tiene dos principales
926
MIGUEL DE UNAMUNO
preocupaciones, que son: el escalafón y las vacacio-
nes. Hay quien, al terminar su clase diaria, se frota
las manos y dice: "Vaya, ya es domingo para el resto
del din." Ln cátedra, hay demasiados todavía, no dijjo
todos, que la toman a modo de un beneficio de por
vida, como una cosa de derecho quiritario, de abuso:
toman la cátedra como jus ntcndi et ahntendi, más
ahufendi aue ntcndi.
Yo he dicho, y algunos de mis compañeros me han
asegurado que era exageración, que las huelgas las
hacemos los profesores. ¡ Podría yo contar tantas co-
sas ! Recientemente, en un centro de enseñanza, los
alumnos, alumnas mejor dicho, decidieron ir hasta
el último día a clase; pero el Claustro se reunió y
dijo que no admitía imposiciones, y que cuando en
todos los demás Centros se habían anticipado las va-
caciones, era hacerles de menos obligarles a dar cla-
se. Yo creo, ya digo, que es un mal el del Estado
docente, pero tenemos que aceptar este mal. v pnréce-
me que el modo de haceido menos malo es la forma
de entrar en el profesorado. También se quejan de
esto: no es que por haber yo entrado por oposición
defienda ésta, es que creo que hoy por hoy es el pro-
cedimiento menos malo.
Hace muchos años, cuando vivía un famoso hom-
iM-e público, que ya murió, solía decir un amigo mío:
"Mira, el procedimiento más natural era designar el
profesorado por nombramiento ministerial : pero si
así fuera, serían catedráticos de Cirugía todos los
barberos de Antequera." El arbitrio, la discreción
ministerial, cuando es discreción, acaso fuera el me-
jor procedimiento para nombrar el profesorado, y lo
es en cualquier país de opinión pública; pero hay
f|ue ver los ministros profesionales de la arbitrarie-
dad, mucho más cuando son atolondrados y a este
atolondramiento acompaña un brío de no saber, o no
querer aconsejarse, o acudir a la opinión, donde pasa
OBRAS COMPLETAS
927
por opinión el vocerio de los pregones del mercado de
la prensa enciclopédica cotidiana.
Ha \enidü lutgu e^e nial de abrir y cerrar lo que
llaman las puertas falsas. Estas se cierran hasta que
hay un número suficiente de gente que hace presión,
y entonces se abren, entran todos de golpe y se vuel-
ven a cerrar otra vez. Y hay que ver — podrá ser
una cosa fatal — , por regla general, no quiero ofender
a nadie, la calidad de los (jue han entrado por ese
procedimiento. Claro está que las oposiciones tienen
muchos inconvenientes, sobre todo el gravísimo de
eso que llaman el competente. ¡ Yo he conocido cada
competente !
Pero el mayor tal vez — y ésta es una cosa que en
mí constituye una verdadera obsesión — es la falta
de inspección técnica para la enseñanza superior,
como la hay en la primera enseñanza. Yo no digo
que cumpla; pero basta que la haya. Simplemente el
que existan Inspectores de primera enseñanza no deja
de dar algún resultado. A nosotros, los catedráticos,
no nos inspecciona nadie. Uno va a clase, explica si
quiere, y si no quiere, no explica.
Hace veinticinco años conocí yo un catedrático de
Derecho civil que explicaba éste — de que yo no en-
tiendo— con arreglo a lo dispuesto en leyes antiquí-
simas, y cuando reieria al Lodigo, decía a sus alum-
nos: "Anda por ahí un libro que dicen que ha escri-
to Alonso Martínez". He conocido un profesor de
Geografía muy tradicionalista que, al hablar de Italia,
daba cuenta de los ducados de Parma, Módena y Tos-
cana y los Estados Pontificios, diciendo que para él
la unidad italiana no existía. Otro de Francés decía
que hay sonidos en francés que no están hechos ni
para lengua ni boca españolas. Se llega a verdaderos
extremos y a no respetar aquel mínimo de princi-
pios evidentes reconocidos absolutamente por todos.
Esto que yo he llamado alguna vez camarrupadas, ya
928
MIGUEL DE UNAMUNO
sabéis hasta qué grado puede llegar ; en algunos sitios
es una verdadera vergüenza.
Y no hay nadie que ponga remedio a este estado
de cosas ; ni aun las autoridades universitarias pueden
hacerlo. Un Rector, un Decano mismo, no pueden,
porque les contestan: "¿Usted qué sabe de esto?"
Esa autoridad no puede inspeccionar técnicamente
hoy una cátedra de Cirugía, mañana otra de Matemá-
ticas o de Latín, aun cuando le conste que en ellas
se barbariza. Expondríase a ser rechazado por in-
competente.
Pero para esto se emplean remedios más extra-
ordinarios : uno de ellos es el traslado. Es triste, cier-
tamente. Yo mismo he hecho que un señor saliera de
aquella Universidad y se fuera a otro sitio porque
era absolutamente insoportable. Claro está que dicen
que la inspección es un círculo vicioso, porque ¿quién
inspecciona al inspector? Esto se lo he oído decir a
muchos compañeros míos. Sí este principio se apli-
cara, por ejemplo, a cosas de justicia, ¿quién iba a
juzgar al juez? No habría medio de hacer justicia.
El articulo 170 de la ley de 1857 dice que "ningún
profesor podrá ser separado sino a virtud de senten-
cia judicial que le inhabilite para ejercer su cargo, o
de expediente gubernativo formado con audiencia del
interesado y consulta del Real Consejo de Instrucción
pública, en el cual se declare que no cumple con los
deberes de su cargo, que infunde en sus discípulos
doctrinas perniciosas o que es indigno por su con-
ducta de pertenecer al profesorado".
Yo me he preguntado varias veces cuáles son estas
doctrinas perniciosas. Creo que los evidentes errores
científicos son doctrinas perniciosas. Mas aquí se ve
bien que esto se refiere al orden religioso, tiene rela-
ción con los artículos 295 y 296, que estatuyen h
inspección de la enseñanza desde el punto de vista
de las doctrinas religiosas, "estando obligadas las au-
OBRAS COMPLETAS
929
toridades civiles y académicas a velar por ellas y de-
nunciar a los obispos u otros prelados si saben que
se vierten doctrinas de este género". Y cuando un
prelado diocesano advierta que en los libros de texto,
o en las explicaciones del profesorado, se emiten doc-
trinas perjudiciales a la buena educación religiosa,
privadamente dará cuenta al Gobierno, quien ins-
truirá el oportuno expediente, oyendo al Real Con-
sejo de Instrucción pi'iblica y consultando, si lo cre-
yese necesario, a otros prelados."
En una Asamblea que se celebró en Barcelona en-
vié a informe una ponencia pidiendo la derogación
de este artículo. Y entonces, gentes para mí de mu-
cho respeto, se me echaren encima y me dijeron :
"No toque usted eso. Esas son leyes en desuso." Como
yo no soy jurista, tengo verdadero terror a las leyes
en desuso.
Cuando ejercía el Rectorado, andaba siempre bus-
cando cosas que no se aplicaban, para aplicarlas.
Cuando entro en una casa y veo una pistola encima
de una mesa, la cojo, hago fuego y digo: "No la ten-
ga usted cargada!" Ahora, en el otro sentido de doc-
trinas perniciosas científicamente, de eso nunca se
ha hablado. Sólo de un ministro de Instrucción Públi-
ca recuerdo que cursara una advertencia para que no
se permitiera verter en cátedra doctrinas subversivas
de las instituciones fundamentales del Estado, mas
nada se ha dicho nunca contra la enseñanza de evi-
dentes errores científicos. No hay que decir que na-
die hizo caso, y todo el mundo sigue haciendo lo que
le viene en gana, porque en una clase se puede hacer
cualquier clase de propagandas. Hay una verdadera
anarquía, una confusión, y hay, sobre todo en la di-
rección ministerial, un penelopismo, un tejer y des-
tejer lamentable, porque está todo entregado al ca-
pricho individual.
No sé por qué — pues yo de esta especie de secre-
UNAMUNO. VII.
30
930
MIGUEL DE UNAMUNO
tos técnicos de la política, gracias a Dios, no sé
nada — , el Ministerio de Instrucción Pública, según
me dicen, se considera como un Ministerio de entra-
da (no sé bien qué es eso de entrada), para hacer
méritos y pasar luego a otro de más categoría. Allí
no se legisla, en realidad se baraja la legislación, y
es peor cuando se legisla; en lo que constituye la
esencia no se legisla • — y lo comprendo muy bien, aun
cuando no comparta ese sentimiento — por miedo,
que es por lo que se hace aquí casi todo, por mied'o.
Está éste en el Poder, porque el otro tiene miedo de
estar en él ; y el otro viene porque éste ha cobrado
más miedo. Es lo que le decía yo a un amigo ingléísí
que me preguntaba : "Oiga usted, ¿ cómo están divi-
didos aquí los pueblos en política?" "Pues mire usted
— le contestaba — , en antiequístas y antizedistas ; los
antiequistas, que siguen a Z, y los antizedistas, que
siguen a X."
Hay dos tendencias doctrinales, no legislándose
ni en un sentido ni en otro por temor a una guerra
civil ; claro está que no con las armas en la mano, no
cruenta ; guerra civil que yo creo que hay que apre-
surarla ; de todas maneras ha de venir, está latente,
vale más que sea franca. No tenéis más que ver
cuándo ha surgido todo aquello de la enseñanza del
Catecismo ; algunas otras veces la cuestión de cáte-
dras de Religión, de las que soy partidario ; eso sí,
provistas por el Estado y de Religión; pues en las
cátedras de Religión no se enseña Religión, se amplía
un poco el Catecismo de la escuela y nada más ; con-
viene que todo español conozca bien la Religión de
su propio país, profésela o no la profese, y ganaría-
mos no poco con que todos nuestros ortodoxos supie-
sen un poco más de teología ; no se legisla por temor
a una guerra civil, y cuando se legisla es un caso de
penelopismo y por razones tan frivolas que no puede
darse más. Un Ministro estableció la enseñanza de la
OBRAS COMPLETAS
931
caligrafía porque él tenía mala letra — eso se lo oí
yo — ■, creyendo que la caligrafía enseña a tener buena
letra, que es lo mismo que creer que la Gramática
enseña a escribir con corrección y la Pedagogía en-
seña a enseñar. Una vez, por ejemplo (cosas de
éstas, que parecen pequeñas, podría citar muchas; es
menester proceder por anécdotas"), llegó a hacerse
un programa para el Bachillerato. Era el señor don
Alejandro Pidal Ministro de Instrucción Pública,
y apareció en la Caceta: me acuerdo que leí el pro-
grama de Psicología, que era el índice del libro de
texto del que hizo aquello. En este género hay cosas
verdaderamente terribles. Ha habido un señor, re-
gente de una Normal, que ha hecho un reglamento
para él.
Claro está, no hay una política pedagógica, podría-
mos decir una política atenta a robustecer, a dar una
orientación en la enseñanza, que no consiste sólo en
construir escuelas y otras cosas así, que, aunque pa-
rezcan muy sólidas, son bastante de bambolla. No;
pero en cambio de no haber una política pedagógica,
hay una intrusión de esto que llaman política, en la
enseñanza y en la pedagogía.
Hay cosas verdaderamente escandalosas. Aquí en
Madrid hay un exceso de cátedras : como eso respon-
de en gran parte a una constitución hospiciana, hay
que dejarlo. Hay una inmixtión política, y a veces
electorera, cosas pequeñas, insignificantes, verdade-
ros detalles que demuestran un estado grave, no por
ellas en sí, sino por la mansedumbre con que las gen-
tes las soportan y porque no son en absoluto comen-
tadas ; y de pequeños granitos de arena de éstos se
constituye una duna, que es un verdadero obstáculo
a todo progreso social. .Se da el caso, por ejemplo,
vergonzoso (de éstos hay ciento; serín cosa de con-
vertir esta conferencia en una colección de chasca-
rrillos, y no son chascarrillos), se da el caso de que
932 MIGUEL DE UNAMUNO
un Ministro, de cuyo nombre no quiero acordarme,
le da una Real orden privada al hijo del actual Presi-
dente del Conseio de Ministros para que vava a exa-
minarse en una Universidad, fuera de tiempo y creán-
dole un tribunal para él. La cosa parece enteramente
normal. Cuando no se le ocurre a un Ministro que los
premios ordinarios, que compete dar a una Facultad,
los dé el Ministro mismo. Y dice: "Pues si no puedo
eso, ¿para qué estoy aquí?" Efectivamente, ¿para qué
está allí, si no es para eso?
He conocido cosas terribles. Me acuerdo — y esto
es de un género cómico y por eso lo cuento — que
cuando se quiso evitar el trasiego de estudiantes tras-
humantes, se dijo que no se toleraba el traslado sino
demostrando que obedecía a que la familia del tras-
ladado cambiaba de residencia, o a que él mismo iba
en virtud de su cargo, oficio o de profesión a ganarse
la vida, y quedaba la justificación de esto a la discre-
ción del Rector. Y dije que todo el mundo estaba
autorizado ; que no necesitaba explicación de ninguna
clase ; en cuanto uno pedía el traslado, se lo concedía.
Un día se presentó un muchacho, estudiante de Me-
dicina, con un certificado d» que iba a lleva»- los libros
en un comercio de Valladolid. Lo leí y le dije: "¿Us-
ted insiste en presentarlo? Pues le niego a usted el
traslado, porque eso es mentira. Si usted lo retira,
concedido; no necesitó más explicación." Pocos días
después me encontré con que a un pobre desgraciado
artesano, ayudante de escultor anatómico en la Fa-
cultad de Medicina, le destituían v venía nombrado
otro. Decía, "¿ qué ha sido esto ?" ; no sabía nada.
A los pocos días se me presentó un muchachito risto-
lero, jacarandoso. "Vengo... soy el nuevo escultor
anatómico." "¡Ah! ¿Pero usted esculpe?" "No, se-
ñor." "¿Qué es esto?" "Yo soy estudiante en Valen-
cia, y el Rector en Valencia se obstina en no conce-
dernos el traslado; pero no ha servido de nada, sabe
OBRAS COMPLETAS
933
usted, porque como tengo buenas aldabas, me nom-
bran escultor aquí, tomo posesión, justifico mi resi-
dencia por cargo, tiene que darme el traslado y luego
me quitan y le vuelven a nombrar al otro."
De estas cosas, entre cómicas y a veces, en un
cierto sentido trágicas, tengo un rimero enorme en
un archivo privado, para el día que tenga humor de
escribir unas Memorias de catorce años de buro-
cracia.
Pero hay otra cosa muy triste. Como os he dicho,
y todos lo sabéis tan bien o mejor que yo, hay, según
la ley, dos Claustros universitarios ; un Claustro or-
dinario y imo extraordinario, de ritual o ceremonial ;
pero hay un tercero, que no está determinado ni fija-
do en la ley de Instrucción pública ni en los regla-
mentos ; es, más que Claustro, el colegio electoral
para nombrar Senadores. Todavía no he podido ex-
plicarme por qué razón íntima las Universidades han
de tener derecho a elegir senadores y no los pueden
elegir las Delegaciones de Hacienda, los empleados
de ellas, las oficinas de Obras públicas, las de Esta-
dística o las Audiencias territoriales, siendo así que
los profesores somos un conjunto de oficinistas; yo
tengo el negociado de Lengua y literatura griega,
otro tiene el de Analítica, otro el de Patología, y no
tenemos ninguna relación; no sé por qué hemos de
tener derecho a elegir un Senador y no lo han de te-
ner las otras oficinas públicas. Si fuéramos un gremio
verdaderamente independiente, un gremio que debié-
ramos nuestra existencia, no a delegación del Estado,
que no fuéramos una criatura del Estado, lo com-
prendo; pero del otro modo no acabo de explicarme
a qué obedece eso. Desgraciadamente, esto trae bas-
tante lamentables consecuencias.
Hay siempre un número de gentes por ahí que vi-
ven esperando colocación (cosa muy natural) y están
a la busca de los fabricantes de Tribunales de oposi-
934 MIGUEL DE UNAMUNO
ciones. Y hay otras muchas maneras de introducirse,
lo mismo en este orden que en todos los órdenes de
la vida pública, esa horrible electorería, que es una
de las plagas más dañinas que pueden existir. Yo he
conocido un Director de un Instituto — ya difunto,
politi co, militaba en un partido — que sostenía que él,
como Director de un Centro de enseñanza, estaba obli-
gado (no sé si decía moralmente) a votar siempre al
candidato del Gobierno. Siendo el señor Bugallal Mi-
nistro de Instrucción pública, se le separó de su cargo
al Director de la Escuela Normal de Salamanca, ya
difunto, y ¿ por qué diréis que se le separó ? Lo supe
porque me lo confesaron. Porque en unas elecciones
municipales había votado e inducido a unos amigos
suyos (no subordinados) a votar a un candidato que
no era el del Gobierno. No hubo más razón que ésa.
Yo creo que un Director de Normal o Instituto tie-
ne derecho, no ya a eso, a presidir incluso un mecting
electoral contra los candidatos del Gobierno, y no hay
por eso derecho alguno a separarle de su cargo, ni se
le puede considerar como un agente electoral. No se
le puede tratar como a uno de esos Alcaldes de Real
orden (una de las cosas también para la cual haco
falta mucha mansedumbre) y convertirle en un agente
de elecciones.
Yo he recibido un telegrama en el que se me decía :
"Si el catedrático de esa Universidad don Luis Mal-
donado pide licencia, niéguesela, porque es para ir
al distrito de Vitigudino a preparar su elección de
Diputado a Cortes." Excuso decir que el autor de este
telegrama era el señor Conde de Romanones. Poste-
riormente, y no hace un año todavía, ha estado todo
el curso, parte con licencias legales, parte sin ellas,
otro catedrático de aquella Universidad preparando
sus dos sucesivas elecciones a Diputado; era ministe-
rial. Cosas de éstas son verdaderamente lamentables.
Yo he visto, todavía recientemente, en un Instituto
OBRAS COMPLETAS
935
de provincia rayana a la donde resido, y en una Nor-
mal de otra provincia también rayana, dos separacio-
nes de ese género, simplemente por eso, para dispo-
ner de lo que se llaman compensaciones. Claro está
que con esto se deprime a la gente, se rebaja la dig-
nidad personal de un hombre que se ve juguete de
combinaciones de ese género; porque se juega con
ellos como muñecos, y no puede menos de redundar,
cuando no se tiene el ánimo bien templado, en un
decaimiento de espíritu que perjudica grandemente
a toda actuación serena.
No es acaso una autonomía, sobre todo demasiado
amplia, la que daría verdadera dignidad al profesora-
do ; deberíase propender más bien a crear una mayor
reglanientacinn, el que nos coartaran más ciertas fa-
cultades indiscrecionales que tenemos, al menos si
se coartaban también las de arriba.
Respecto a la disciplina, es nmy difícil que nosotros
tratemos de imponerla : de ese sistema de castigos yo
no soy partidario, y cual(|uier castigo que nosotros
podamos imponer puede ser levantado por la Supe-
rioridad. Yo me acuerdo de una Escuela especial en
que un año acordaron dejar a todos para setiembre;
el Ministro levantó el castigo, pero el Claustro lo en-
tendió mejor: llegaron los exámenes y suspendió a
todos. No estuvo bien; mas era la única manera de
defenderse.
El remedio. Yo no creo que el remedio pueda ser
la autonomía, tal como hoy están las cosas. El reme-
dio es una legislación más moderna, más adaptada a
las necesidades actuales, al mismo tiempo más am-
plia, no casuística, y que a la vez que limita una cier-
ta irresponsabilidad que tenemos todos, que tiene su
majestad el Catedrático, también cortapise las atribu-
ciones indiscrecionales y arbitrarias del poder minis-
terial, robusteciendo la autoridad del Catedrático y
de su inmediata autoridad académica, y dándoles una
936
MIGUEL DE UNAMUNO
verdadera responsabilidad, y sobre todo, vuelvo a
insistir porque esto es una cosa que nunca me cansa-
ré de repetir, la inspección.
Yo intenté una vez una especie de conato de ins-
pección. Llegué a decir que había motivos para creer
que un señor se había incapacitado o había llegado
allí incapacitado, aunque éste se escudara en los jui-
cios del Tribunal que le juzgó. Un pobre señor fué
allí a hacer que hacía el expediente; en cuanto llegó,
me dijo: "Bueno, usted comprenderá, compañero, que
no se puede discutir la competencia de un catedráti-
co, sobre todo que acaba de entrar por oposición."
Y le dije: "Mientras no se discuta la competencia de
ese señor, de usted y la mía, estamos perdidos." Es
decir, que un hombre, de pronto, pierde la razón, em-
pieza a hacer tonterías, y tranquilamente sigue ha-
ciéndolas. Hacerlas, que es peor que decirlas. Que
un señor nos diga las cosas que en algunos periódicos
semanarios y en la prensa habéis leído, es lamentable,
pero puede pasar ; lo más grave no es que las diga, es
que haga esas tonterías, y si esas tonterías las hace
en una cátedra de Cirugía, sea con grave peligro de la
vida de un semejante. Esto no lo invento yo. Pero a
eso no se puede tocar. No creo que la inmoralidad
sea muy grande en nuestro país; no creo que la in-
moralidad pública sea mayor que en otras partes. To-
davía es posible que si se diera desgraciadamente el
caso de un Ministro que llegara en la prevaricación
a puntos extremos, y se le probara, y se le juzgara,
iría a la barra; lo que no creo es que a los modestos
empleados públicos, sobre todo si tienen muchos hi-
jos, se les forme expediente por inepcia. Contra los
ineptos, estamos completamente indefendidos. Aquí
hay absoluta libertad para todos los incapaces.
Acaso hay que robustecer todavía más la ley, pues
la ley es la que hace libre a uno. Realmente la liber-
tad no es otra cosa que la conciencia de la ley, y si
OBRAS COMPLETAS
937
no, estamos, como os decía antes, a merced de hom-
bres atolondrados, no preparados, ignorantes, que
son, más que otra cosa, limosneros mayores del Rei-
no, o acaso, yo no entiendo de eso, "hábiles parla-
mentarios".
Hay una institución de becas, una institución que
contribuye con un cierto número de estudiantes a la
Universidad. En cierta ocasión, siendo Ministro, no
quiero volverle a nombrar, se dió una Real orden
para que un becario de Valencia continuara la ca-
rrera en Valencia con beca en Salamanca. Quisimos
oponernos, y yo dije: "Bueno, este señor tiene la
propiedad de la beca, pero la posesión, no ; no cobra
hasta que no venga" ; y me negué a pagar. Por fin
tuvo que transigir; y en un viaje que hice a Madrid,
el Ministro aquel me dijo: "¿Pero qué es eso?" Y
yo le dije que era una atrocidad la suya, de la que
nos defendíamos, y me salió, para justificar aquello,
con un personaje que tiene como una especie de
Crispín, y que en casos como éste, es a quien echa
la culpa.
En Guerra, parece ser — yo ando algo atrasado en
las noticias que no me interesan — que hay ya cier-
tos planes técnicos de milicia, que son obra, no de
los Ministros, sino del Estado Mayor del Ejército.
No sé qué tal lo hará el Estado Mayor del Ejérci-
to; creo, sin embargo, que lo hará mejor que cual-
quier Ministro de la Guerra. Por esto, yo he pensado
muchas veces, si acaso hubiese una reforma, que no
podríamos llamar autonomía, pero que consistiera en
ver si encontrábamos, o si se encontraba, una especie
de Estado Mayor de la enseñanza, nombrado o ele-
gido por sufragio del profesorado de todos los gra-
dos, al cual se le encomendara, independientemente
de este trasiego de Ministros que van y vienen, el
preparar o presentar — si es que no se le daba con-
938
MIGUEL DE UNAMUNO
fianza — una ley de Instrucción pública donde se tu-
vieran en cuenta todas las experiencias de la práctica
docente. Claro que esta especie de Estado Mayor no
podría ser — no hace falta decirlo — el actual Con-
sejo de Instrucción pública, que es en gran parte, no
sé si en todo, una hechura también ministerial. No;
tendría que ser otra cosa. Pero esto es muy difícil
con este trasieg-o — como digo — de profesionales de
la arbitrariedad, que a lo mejor emplean — lo he oído
cien veces decir de un centro de Instrucción pública —
como argumento el de que, en último caso, allí las
cosas se hacen por verija, cuando deben hacerse por
seso.
El mal es mucho peor. La principal causa del mal-
estar de la enseñanza es debida a que el pueblo no
interviene, a que en España no hay opinión pública
pedagógica, no existe. A las gentes, estas cuestiones
de enseñanza no les importan. Los padres son acaso
los más culpables y a quienes alcanza la mayor res-
ponsabilidad.
Decía antaño Sáenz Palacios, un profesor de Far-
macia, que todos los padres son tontos, menos el Pa-
dre Eterno. De la excepción no juzgo. Los padres no
intervienen ; para ellos las Universidades no son- más
que unas fábricas de títulos que luego capacitan a
los muchachos para la consecución del "destinillo",
que es el más terrible destino que pueden traer con-
sigo ; no evitan las huelgas, si es que algunas veces
no las promueven, o le dicen a alguno cuando está
preparándose para unos ejercicios: "¡Hombre, por
Dios, estudia, siquiera por lo poco que te falta !"
Como diciendo : "Después de eso, ya no vuelves a
estudiar."
La responsabilidad también alcanza a las ciudades.
Para éstas, las Universidades, los Institutos, las Es-
cuelas no son — como no son los cuarteles — más que
medios de dar vida a la población, de que viva un
OBRAS COMPLETAS
939
número mayor o menor de patronas; no lo ven des-
de otro punto de vista. Y cuando no es por estas
razones, es por vanidad. No cabe duda que la funda-
ción de la última y oncena Universidad ha sido debi-
da sencillamente a un acto de vanidad lugareña. Lo
consideran como un medio de ingresos, y si se trata
de remover, cambiar o trasladar una Universidad,
vienen en seguida esas comisiones, soberanamente
grotescas, que se llaman las fuerzas vivas y se cons-
tituyen en Comité de defensa, al estilo de aquel ver-
gonzosísimo espectáculo que dió la ciudad de la Coru-
ña cuando se le quería quitar la Capitanía general,
convirtiéndose en cantón, como si aquello fuera un
derecho propio, una cosa que se le debía de juro. Esto
es verdaderamente lamentable.
La autonomía docente no encuentra favor alguno
en la opinión pública, que debería estar interesada
en ella; y no lo encuentra, porque — como os decía —
no hay estado definido de opinión respecto a la en-
señanza pública.
Cuando se discutió primeramente el proyecto en
1901 y después el de 1905 — éste no sé si llegó a dis-
cutirse— , cayó completamente en el vacío. Esas dis-
cusiones son en el Parlamento perfectamente aca-
démicas, que es lo peor que una discusión puede ser
en un Parlamento; y yo creo que en todas partes,
hasta en una Universidad, la discusión académica es
lo peor de todo.
Algunas veces se ha tratado de formar en ciertos
sitios Ligas de padres para obligar a sus hijos a que
vayan a clase, denunciar deficiencias, ya de incompe-
tencia del profesor, ya de absentismo ; pero nunca se
ha llegado esto a efectuar. Los padres, en algún tiem-
po, sabían asociarse para redimir a los hijos de quin-
tas, para que en lugar de costarles seis mil reales, si
podía ser, les costara tres mil; pero pava asuntos re-
lativos a la enseñanza, ni se asocian, ni parece que les
940
MIGUEL DE UNAMUNO
importa. No hay sentido de los intereses intelectuales,
desgraciadamente, y el profesorado se ha convertido
en el sacerdocio escéptico de una religión oficial que
no tiene creyentes.
Al finalizar el último curso, se cumplieron los vein-
ticinco años de mi entrada en el profesorado oficial
— y permitidme ahora una especie de desahogo liri-
co — ; en esos veinticinco años he estado como mejor
Dios me ha dado a saber y entender, dando la vida
día a día por la Patria; porque la vida no se da sólo
de una vez : se da también gota a gota y día por día.
Hay quien da la muerte por la Patria, y hay quien
da la vida. Son dos cosas distintas.
Acaso una salud — algún amigo mío dice insolen-
te— que debo a la Divina Providencia me ha permi-
tido en esos veinticinco años, y lo digo con orgullo,
ser el profesor que menos número de días ha faltado
a su clase. He tratado en este tiempo de dar a esas
generaciones que han pasado por mí, no ya sólo el
amor a la verdad, a la belleza y al bien, sino un amor
a la perenne e inacabable conquista de esos bienes.
Vale más estar continuamente conquistándolos, que
no poseerlos. Es lo que decía Lessing, que si Dios
le ofreciera la verdad en una mano, pero teniendo
luego que asentarse en ella y reposar para siempre,
y en la otra el anhelo inacabable de conseguirla, le
diría: "La verdad es sólo para ti. Señor; dame esto
último." He tratado de darles un cierto sentido de
inquietud, que a mí nunca me ha faltado; un descon-
tento íntimo, acaso tanto mayor cuanto van mejor
las cosas, por creer que todavía están muy lejos de
lo que debieran ser, y hacer de ellos unos ciudadanos,
no ya sólo de esta España transitoria y terrestre,
sino de la otra España celestial y eterna con que he
soñado tantas veces, y que puede ser una ilusión
mística, e infundirles el que hagan una labor en el
sentido del pasaje de Tucídides que tantas veces, en
OBRAS COMPLETA y
941
años, he comentado en mi clase, cuando decía escri-
bir su historia eis aiei: para siempre.
He procurado no convertir la cátedra en un tram-
polín para otro empleo, otra función, otro cargo cual-
quiera, seguro de que allí, oscuramente, con muy poca
gente, recogido en derredor del tradicional y clásico
brasero, estaba también haciendo política, civilidad.
Ocho hijos, ocho hijos de la carne me ha dado
Dios, y muchas docenas, muchos racimos de hijos
del espíritu, que han ido pasando por allí y recibiendo
de mí lo que yo había recibido del espíritu de nuestros
padres, y he tratado de acrecentar, por lo menos de
calentar cuanto podía al caler de un corazón que to-
davía, a pesar de los años, no se ha convertido en
pavesa, este legado de los siglos y de la historia, que
es el pensamiento de Dios, y he tratado de inculcar-
les la dignidad del hombre, la dignidad, no ya del
hombre este transitorio, la dignidad del hombre eter-
no, que es siempre alumno de la vida, que es siempre
ciudadano del espíritu del universo. Todavía, gracias
a Dios, no ha decaído mi espíritu, al contrario : cuan-
tas más contrariedades (y no soy el que las ha encon-
trado mayores, ni me ha ido tan mal en la vida),
cuantas más contrariedades he podido encontrar, más
me he enardecido, y Dios quiera evitarme el dejar
un día de encontrarlas ; entonces estoy perdido — cuan-
do uno no puede luchar, ¿qué le queda por hacer? — .
Nunca, de todos esos que han pasado por allí, que ya
están desparramados por toda España y algunos fue-
ra de ella, de todos esos que han sido mis discípulos,
nunca he recibido sino pruebas de la mayor consi-
deración y hasta de cariño; que este erizo, que si se
obstina, por ejemplo, en no querer venir aquí es por
miedo a que, gastándole las púas, le conviertan en
conejo, este erizo ha sabido atraerse, siquiera, el
cariño de aquellos con quienes ha convivido.
En estos veinticinco años no he tenido más que
942
MIGUEL DE UNAMUNO
una experiencia, aunque muy útil, también muy do-
lorosa ; y es, que siempre que tropecé con alguno de
esos que llamo profesionales de la arbitrariedad, que
toman al hombre de instrumento y de juguete, he
pasado por grandes amarguras, por las amarguras
que pasa todo el que desea ejercer una función públi-
ca, seria, y en bien de la cultura y ve que en el fondo
no se le considera, he sabido lo que es la jerga in-
digna de esas gentes que todavía están en la aplica-
ción del secreto inquisitorial. Pero ello ha tenido la
gran ventaja de despertarme el orgullo; en este país,
sin ambiciones y con vanidad, lo que hay que tener
es orgullo ; que a mí se me ha exaltado, y Dios quie-
ra que se me exalte todavía más : es lo único que a
todos los profesores puede salvarnos ; un orgullo que
nos ponga enfrente de esas gentes que cubren la oque-
dad interior, unas veces con cinismos y otras veces
con falsos bríos.
(Texto reproducido del folleto publicado por la pro-
pia Academia. Madrid, Jaime Ratcs, 1917, 30 págs.)
DISCURSO EN LA COMIDA ANUAL DE LA
REVISTA .MADRILEÑA ESPAÑA. CELEBRA-
DA EN EL HOTEL PALACE EL 28 DE ENERO
DE 1917
La guerra europea y la neutralidad española
\'enimos, amig-os y compañeros, a festejar el se-
gundo aniversario de la fundación del semanario
España, el cual nació de una vaga orientación de unos
cuantos jóvenes, orientación que ha venido a tomar
forma concreta, a encontrar la vestidura, mejor di-
cho, la carne que le hacía falta, mercer a la actual
guerra europea, y que ha concretado, por último, en
una Liga Antigermanófila española, que puede acabar
por ser principio de otras cosas.
Esta guerra es algo así como una nueva revolución
francesa, mejor dicho, es como una revolución anglo-
latina-eslava, más bien europea ; que marca, después de
la Revolución francesa, fechas ciue quedarán como
hito en la historia de los pueblos, 'l815, 1848. 1870 y,
por último, 1914.
Hace poco hemos visto lanzarse ejércitos prepa-
rados contra pueblos sorprendidos, noblemente im-
previsores y que han tenido que improvisar la defen-
sa del Derecho.
Estos pueblos habían vivido, al parecer, desgarrados
íntimamente, pero habían vivido en unas luchas in-
teriores; Francia, en todo lo que significa el affaire
Dreyfuss ; Inglaterra, en las cuestiones de la autono-
mía de Irlanda y los presupuestos de Lloyd George;
944
MIGUEL DE UNAMUNO
Rusia, en la cuestión de la Duma ; Italia, acabando de
asentar su unidad nacional ; y contra esos pueblos
así distraídos en las más nobles luchas, que son las
luchas de los pueblos dentro de sí, se ha lanzado un
pueblo que tiene la unidad de los mieblos de presa
y ha creado una especie de nueva santa alianza.
Esta guerra ha tenido una gran repercusión en
nuestra patria: a su fulgor trágico se han aclarado
una porción de tinieblas de nuestro pueblo y tina
porción de gente se ha visto obligada a hacer exa-
men de conciencia. "No creí, chico, me decía un
amigo mío, no ha mucho en Bilbao, nunca creí que
era tan reaccionario." Descubrió su reaccionarismo
merced a la guerra.
Las dos Españas.
Y así nos encontramos otra vez, una vez más, con
las dos Españas frente a frente, si es que las dos
son Españas, y no hay, indudablemente, por qué
jactarse de una neutralidad forzosa y vergonzosa. Es
como si a un pobre inválido, que por su desgracia
no puede ir a la guerra, se enorgullece de su inva-
lidez; no hay derecho de envanecerse de la esterili-
dad y de la impotencia. Nuestra neutralidad no es
más que una vergüenza inevitable.
Ya habéis visto también que a favor de esa germa-
nofilia se ha hablado de hispanofilia, pero es la his-
panofilia de nuestra España del siglo xvi, de aquella
que admiraba tan fervorosamente Treitschke, y si por
ahí fuera quedan todavía hispanófilos que admiran
aquella España, yo, español, no soy hispanófilo de
esa clase, no soy de los que están dispuestos a sancio-
nar la canonización de San Pedro Arbués ni a pros-
ternarme en absoluto de admiración ante Felipe II, ni
a recrearme ante esta guerra, por creer que ha veni-
OBRAS COMPLETAS
945
do a hacer buenas las atrocidades de nuestro duque de
Alba, el primer verdugo de Flandes.
Yo, español y patriota de mi España, entiendo que
fué un día triste, pero ,s:rande para nuestro país, aquel
en que la Armada Invencible se hizo añicos en el
canal de la Mancha. No he de repetir aquellas pala-
bras de Hernando de Acuña, el poeta de Carlos V de
Alemania y primero de España:
Un pastor y una grey sólo en el suelo.
Un monarca, nn imperio y una espada.
Ha tenido esta guerra la triste virtud de resucitar,
mejor dicho, de galvanizar nuestro viejo tradiciona-
lismo, ese tradicionalismo español, al parecer vencido
en 1840, vuelto a vencer en 1875, y no os choque si
aquí me vibra dentro un recuerdo, porque yo empecé
mi vida siendo niño en un pueblo que fué bombardea-
do por esas hordas ; esto ha tenido la virtud de galva-
nizar a ese tradicionalismo feudal en un movimiento
de ruralismo, de mesnaderos de grandes señores, de
rebaño bien apacentado y esquilmado que da su lana
y su carne a cambio de que le den un abundante pas-
to, y ha sido triste que aquellos reqxtetés de los ac-
tuales turcos españoles, que aquellos requetés hayan
empezado a tener nueva vida al empezar la guerra;
todos lo recordáis, esas gentes no preguntaron por el
derecho, no preguntaron por la razón, admiraban
aquel legendario cañón del 42, los zcppelines, y su
frase era: "¡Pero qué tíos!", tomaron su posición y
después de tomadas esas posiciones, no parece natu-
ral que muchos de ellos se vuelvan.
Procure siempre acertarla
el honrado y principal;
^ pero si la acierta mal,
. • sostenerla y no enmendarla.
946
MIGUEL DE UNAMUNO
Especies troglodíticas.
Este verano último tuve ocasión de hablar en Bar-
celona con un joven amigo mío alemán (se puede ha-
blar todavía con algunos alemanes, con germanófilos
no), y me decía: "Qué gran trabajo nos va a quedar
cuando esta guerra acabe en restablecer la verdad
de las cosas ; cada vez que se dicen, se cuentan al-
gunas atrocidades de mis paisanos, yo y otros como
yo, compatriotas suyos decimos : hay que esperar,
vendrá una rectificación, esas son exageraciones del
enemigo : pero estos amigos que nos han salido aquí
dicen: "Si además es poco." Son muy brutos, señores,
Y ver entre qué gentes, sobre todo, se reclutan esas
mesnadas. Dejemos de lado aquellos que han tomado
esa posición por razones muy personales, acaso algo
fantásticas, por un cierto cientificismo; son los que ha-
cen no sé qué drogas, no sé qué calcetas ; razona-
miento parecido al de aquellos que dicen: "¿Cómo
ha de estar reñida la Iglesia Católica con la civiliza-
ción europea, si un fraile trinitario ha inventado un
nuevo freno automático ?"
Dejemos las razones puramente privadas de estos
espíritus fantásticos y dejemos también las de aque-
llos hombres comprados que hacen en el orden espi-
ritual un papel parecido al de aquellos parricidas de
la patria que venden la gasolina con que los subma-
rinos hunden los buques españoles.
Y tenéis que podemos dividirlos en tres clases: un
elemento conservador, llamémosle así ; uno clerical
y el militarista. En el primero entra ese elemento
conservador, entran nuestros Junkcrs españoles, esos
conservadores del orden, del orden suyo, para los
cuales la patria no es más que una hipoteca de los
tenedores de la Deuda, que explotan al Estado, y lo
más grave, que son gente sin vocación ni abnegación
para dirigir y gobernar, y huyen de las responsabili-
OBRAS COMPLETAS
947
dades del Poder; una burguesía y una grandeza de
holgazanes antipolíticos y anticiviles que repiten "hace
íalta un hombre", pero no quieren ellos ser el hom-
hre, sino que buscan el hombre que a ellos les sirva,
los que piden la dictadura sin sentirse con arrestos
para dictar, gentes que creen que Alemania es una
especie de "Don Feliz del Mamporro y de la Son-
risa", y ved cómo cuando de entre esa gente nace un
hombre que les representa, pero que siente la respon-
sabilidad del Poder, que ha pasado por él, que ha
adquirido gobernando, mejor o peor, una conciencia
internacional, como le ocurre a Maura, no puede estar
al lado de ellos. V de otro lado, hablemos del cleri-
calismo, palabra bastante ambigua, bastante elástica
y que no todos la entendemos bien. Hay también de
este lado una parte, mayor o menor, creo que no la
más ilustrada, de un clero paganizado, no un sacerdo-
cio y menos un apostolado cristiano y católico.
Han tomado como pretexto lo que llaman la im-
piedad de Francia, la impiedad de Italia, que ha he-
cho noblemente su unidad, y dicen que el káiser in-
voca a Dios, pero es como su representante en el
Cielo.
Así no se les cae de la boca el Gott mit mis, Dios
con nosotros. Todavía no les he oído decir U'ir mit
Gott, nosotros con Dios. Y en el fondo este movi-
miento de estos pseudo-gibelinos es, bien mirado, no
por cristianismo, no por religiosidad, es más bien por
ortodoxismo; todas las ortodoxias, todas se entien-
den ; no es gente que comulga en la palabra de Cris-
to, sino más bien en los cánones de la Iglesia, y es
natural que sientan devoción por los que han queri-
do hacer del Estado una Iglesia con sus dogmas y
su infalibilidad, los que quieren hacer de la Iglesia,
que es una comunión universal de los fieles, un Es-
tado frente a los demás Estados ; es natural que ad-
miren la docilidad de aquellos desdichados noventa
948 MIGUEL DE UNAMUNO
y tres profesores alemanes que pusieron su firma al
pie de un documento que les daba su Estado, dicien-
do: "Esto es verdad, esto no es verdad". Gentes que
no pudieron comprobarlo, gentes de gabinete, gentes
de investigación e hijos que debían ser espirituales
de Lutero, que confirmó el libre examen y condenó
la fe implicita, y es tan vergonzosa la fe implícita,
la fe del carbonero, trátese de una Iglesia o trátese
de un Estado y mucho más en gentes de aquel cali-
bre, de aquella envergadura intelectual: la mayor
parte de aquellos noventa y tres abyectos servidores
del Estado.
Milicia mercenaria y milicia ciudadana.
Y luego tenéis la otra parte, el militarismo, y si
antes os dije que se trataba más de un clero paga-
nizado que no de un sacerdocio y menos de un apos-
tolado cristiano, ahora también se trata de una mi-
licia mercenaria, más bien que de unos guerreros al
servicio de su patria.
Porque, después de todo, ¿qué es ese militarismo
de que todos los ciudadanos, incluso los ciudadanos
militares, debemos abominar? Es convertir la gue-
rra en un medio para ascender y dominar. Fijaos que
hay una frase triste, tradicional en nuestra Patria:
servimos a la Patria todos los que por ella trabaja-
mos, todos los que damos, no la muerte de una vez,
la vida día a día, la sangre del corazón en la obra co-
tidiana de nuestra vida; pero ved que si nosotros de-
cimos servir a la patria, hay una frase entre nosotros
que dice "va a servir al Rey" ; a servir al Rey sólo
se dice del que va al Ejército.
Y es natural, que es cosa triste cuando lo que no
puede ni debe ser más que un ejército de la justicia
de los pueblos quiera convertirse en juez. Es esa
OBRAS COMPLETAS
949
parte de opinión española, militares y no militares,
que no han tenido todavía suficiente fuerza para bo-
rrar ese borrón ignominioso de la ley de Jurisdic-
ciones.
Dicen con un gesto de desdén que Inglaterra es un
pueblo de mercachifles, de negociantes ; que Francia
es un país de charlatanes ; Italia otra tontería por el
estilo, dirán : pero fué un economista alemán, qui-
siera no equivocarme al decir que Adolfo Wagner,
el que afirmó que "la principal industria nacional de
Prusia era la guerra", y Treitschke dice que la gue-
rra es la política por excelencia... en griego, ade-
más, y yo digo que la guerra como industria es la
más vil y la más baja de las industrias.
Un soldado, un hombre, a soldada mayor o menor,
de una o de otra graduación, cuando no es más que
empleado de una empresa guerrera industrial, aunque
la industria sea nacional, es tan vil y tan abyecto
como un sacerdote que trafica con la Religión. Bien
sé yo que de las armas tienen que vivir los que con
ellas se ejercitan y las llevan, como del altar vive
el sacerdote ; San Pablo, sin embargo, vivía de fa-
bricar esteras, 3^ un pueblo en armas, un pueblo de
ciudadanos, de gente civil, que se ve obligado a de-
fenderse siempre, será algo más humano, algo más
grande que un ejército al servicio de un Estado de
presa.
Un pueblo de ciudadanos, como aquellos ciudada-
nos de los Estados del Norte de América que iban a
acabar con la esclavitud, aquellos que gobernó la no-
ble figura de Abraham Lincoln, y una vez concluida
la guerra volvió a cada uno pacíficamente a su propio
menester civil ; junto a esto no merece respeto nin-
guno un Estado matón que con el puño en las cachas
de la espada quisiera imponer con un principio mo-
ral el de su propia expansión a costa de los otros. Y
ver luego una cosa peor, y es lo que yo llamaría los
950
MIGUEL DE UNAMUNO
pedantes de la milicia, porque si dobláis a un militar
con un catedrático es ya una cosa insoportable.
Así resulta un hombre de esos que arman guerras
en el papel y después de quejarse de (|ue toda Europa
nos desprecia, se pone a insultar al noble pueblo por-
tugués sin conocerlo siquiera. Estos cntedrático'i de
la ciencia de la milicia, que no maestros en el arte de
la guerra, declararon que Alemania era invencible por
las armas, y, por tanto, tenían la razón. La razón es
tan difícil, es algo más quebradizo que la justicia.
Si un tigre se arroja sobre un rebaño de toros,
vacas y terneros, y devora a un ternero, le pueden
preguntar: "Qué haces?", y dirá: "A mí no me ali-
menta la hierba", y entonces los toros empiezan a
cornadas con el tigre porque no están dispuestos a
que les devore sus terneros. ¿Quién tiene razón? Los
dos: el tigre, que todavía no aprendió, como dice la
Biblia que alguna vez aprenderá, "cuando el león
coma paja y el gavilán anide con la paloma": el ti-
gre no ha aprendido a vivir como viven los toros, \
los toros, que no están dispuestos a que el tigre les
devore los hijos.
Estas gentes hacen del Ejército un instrumento del
Estado y del príncipe, no un órgano de la nación, un
órgano de la nación aunque sea para rebelarse. De-
masiado se ha estado en España execrando en estos
últimos tiempos los pronunciamientos.
En Alemania no proclamó la guerra un parlamen-
to, la proclamó un soberano; ved que esas gentes
tienen un modo de concebir y de sentir la vida muy
distinto de como nosotros la concebimos y sentimos.
Esas gentes, tocadas de ese falso socialismo, que
es el socialismo del Estado, el socialismo de cáte-
dra, que en el fondo no es más que un imperialismo,
los que están al lado del Estado Moloch, no un mo-
vimiento internacional de veras, porque lo internacio-
nal es nacional, por lo mismo que es internacional ;
OBRAS COMPLETAS 951
en ellos no hay respeto ninguno hondo, respeto pro-
fundo, respeto a la personalidad humana, sea indivi-
dual, sea colectiva, y están dispuestos siempre a atro-
pellar los derechos de las pequeñas nacionalidades.
Todos, yo el primero, hemos pecado un poco en ese
triste ocaso del siglo xix por hahernos dejado con-
tagiar de un cierto materialismo histórico, confun-
diéndolo con otro materialismo que hacia consistir
todo el movimiento de la historia en resortes del es-
tómago, sin reconocer que el hombre no es el hom-
bre puramente económico y hay otra cosa, que es
defender cada uno su yo, su personalidad, su modo
particular, su modo intimo de ser. Si dejo de ser yo
para que me llagan otro, aun muy bien apacentado,
no puedo aceptarlo. Este es un unitarismo bárbaro,
que está muy lejos de af|uella integración, de aquel
integrismo que se hace abarcando todas las distintas
variedades.
Org.aniz.\ción- e improvis.^ción.
Amigos míos proclamaron la unidad moral de Eu-
ropa, no la variedad moral de Europa, y dentro de
ella, la unión, no la unidad moral de Europa. Yo no
estoy dispuesto, por mi parte, como español, a que
ningún Ostwald, por buen químico que sea, dicte las
reglas para reorganizar a Europa : como decía Ches-
terton, que nos dejen nuestras discordias interiores,
que nos dejen despedazarnos, pero que no nos unifi-
quen desde fuera. No c|uiero nada de eso, y estas
gentes, que no han encontrado palabras para execrar
esos atrojjellos contra la personalidad individual, con-
tra la per.sonalidad colectiva de los pequeños pueblos,
han sacado ahora el coco de Gibraltar, donde, sin
duda, les urge resolver el asunto para establecer allí
una estación naval de submarinos alemanes.
Nosotros pedimos el respeto de la dignidad perso-
952
MIGUEL DE UNAMUNO
nal, el libre juego de la personalidad, la afirmación de
la personalidad frente de la realidad, de lo que es
persona frente a lo que son cosas; las cosas se han
hecho para que el hombre las maneje. Las cosas, la
realidad, en el sentido primitivo, etimológico, filosó-
fico, si queréis, de la palabra, las cosas, la realidad,
las máquinas, los instrumentos y los hombres mis-
mos, en cuanto instrumentos, sean soldados, feligre-
ses renteros o criados; todo esto se organiza, pero
las persona, los hombres, en cuanto hombres "fines
en sí", que decía Kant, éstos crean e improvisan.
La más alta función del hombre es improvisar; el fin
más grande de la educación no es organizar a los
educandos, es educarlos para que puedan mañana im-
provisar.
La Historia es creación y no organización; la or-
ganización es un puro medio; la Historia es crea-
ción; la organización es la del hormiguero, es la
de la colmena, es la del avispero, es la del convento,
es la del cuartel.
La Historia no es organización, aunque para cum-
plirla la organización hace falta ; la Historia es crea-
ción, creación de valores personales, espirituales, hu-
manos ; la Historia es la creación de la humanidad y
es la creación de Dios. La ciencia, la propia ciencia,
no tiene historia ; lo que tiene historia es la conquis-
ta que de ella hace el hombre; la llamada historia
natural no es historia, la naturaleza es antihistórica,
y la naturaleza es la que se organiza ; se organiza
el instrumento, no se organiza el hombre, y de esta
misma manera, como la organización responde a la
eficiencia y a la creación responde la moralidad, no
es lícito, no es digno, no es humano, poner la efi-
ciencia sobre la moralidad.
Se ha estado últimamente hablando a cada momen-
to, mal entendido, torcidamente entendido, del nom-
bre de Maquiavelo. La mayor parte de sus comen-
OBRAS COMPLETAS
953
tadores son alemanes, y casi nunca se han acordado,
hablando de Maquiavelo, de otro hombre grande, de
uno de los espíritus faros, de José Mazzini. Frente
al maquiavelismo podemos y debemos poner el mazzi-
nismo, aquel místico de la humanidad, que pasó toda
la vida predicando que la vida es misión, no es ex-
piación, no es tampoco la victoria, porque la victoria
no es un fin, no es más que un medio, y la victoria,
como dijo un gran estadista suramericano, no crea
derechos. Hay cosas que ni por la victoria pueden
ni deben hacerse, como hay cosas que el hombre no
puede ni debe hacer ni por la vida.
L.\ MORALIDAD SOBRE LA EFICACIA.
Decía Joffre — y son las más nobles palabras que
se han dicho en el curso de la guerra — , refiriéndose
a la orden de hacer hundir el Liisitania, sin adver-
tencia previa, "que ningún Gobierno francés hubiera
dado semejante orden seguro como estaba de ser des-
obedecido, porque nosotros — añadía — ponemos la
conciencia y la inteligencia de los ciudadanos por en-
cima de cualquier necesidad militar".
Yo os añado que ningún caballero francés, ningún
caballero inglés o italiano al servicio de su patria y
de la humanidad hubiera obedecido una orden seme-
jante a aquella de fusilar a miss Cavell, y podía trae-
ros en testimonio de ello palabras de un noble caba-
llero, de un noble general, de un místico también, del
general Gordon, que por dos veces desobedeció noble-
mente al Gobierno de su patria.
En cambio las gentes que llaman a los Tratados
pedazos de papel, que dicen que la necesidad hace la
ley — ¿qué necesidad?, no ciertamente la moral — , las
gentes que dicen que la necesidad hace la ley, han
vuelto a reproducir el principio jesuítico de que el
954
MIGUEL DE UNAMUNO
fin justifica los medios, y el fin — no sé si lo que voy
a deciros pecará algo de abstruso — , el fin, es me-
nester no olvidarlo, no es lo que está al cabo de la
acción, no es lo que está allende la acción ; el fin es
lo que está a cada momento sobre la acción, dentro
de la acción, es el modo de obrar. Si el fin fuera lo
que está al cabo de la acción, el fin de cada uno de
nosotros sería la muerte y nosotros estamos finali-
zando la vida a cada momento. La Historia es un
fin en sí y se cumple meramente a cada momento. El
modo, por ejemplo, de hacer las elecciones en políti-
ca, que suelen considerar los políticos de carrera
como un medio para gobernar luego, es ya toda la
política; yo me contentaría con que nuestro país
cambiara el procedimiento de hacer elecciones ; no
querría otro programa.
Proponerse ganar una elección y proponerse ganar
una victoria con una guerra, sea como fuera, en un
caso, con todas esas habilidades que vosotros cono-
céis, en otro caso con violaciones de la neutralidad,
con deportaciones de gentes indefensas, o con zcppeli-
nadas, es ya faltar al fin moral, y es, además, infame
una guerra cuyos fines concretos no sólo no se esta-
blecen de antemano sino que no hay valor de esta-
blecerlos cuando ella ya está empeñada.
Decía con una gran..., "frescura", aquel organi-
zador de los turcos, militarmente, que se llamó von
der Goltz, que la Historia la escribe el vencedor.
Yo no sé quién escribe la Historia, lo que sé es que
la Historia queda en la conciencia de todos y que es
la humanidad la que juzga.
Un brindis a Alemania.
Y ahora, en esta fiesta, todos nosotros — creo al
decir esto que puedo hacerme vocero de vuestros
sentimientos — , todos nosotros se la brindaremos, pri-
OBRA S C O M FLETAS
955
mero a España y a los españoles, a esta pobre Es-
paña más bien que desorientada, desoccidentada, en
que a medida que un cierto bienestar material y es-
plendor externo aumenta, parece que van debilitán-
dose los caracteres y el sentimiento de la dignidad
de los ciudadanos ; esta fiesta se la brindaremos a
España y a los españoles, se la brindaremos tam-
bién a estos nobles pueblos aliados en defensa del
derecho y de la justicia, pero creo — repito- — hacei
me vocero de todos vosotros, si digo que se la brin-
damos a Alemania y a los alemanes y que es un voto
colectivo de unos españoles libres, muchos de nos-
otros discipulos en muchas cosas de la doctísima
Gcrniania : que es un voto de unos españoles libre-
por la liberación de Alemania, por este país, que
lia hecho tan grandes servicios al progreso y a la
civilización cristiana-grecolatina, es decir, europea. Y
quedan los turcos, sus aliados y compañeros germanó-
filos españoles, como ejemplares troglodíticos prehis
tóricos de una fauna espiritual que la civilidad reduce
a ser escurrajas de la tradición del progreso y que sir-
ven de elemento pintoresco, de contraste y de acicate
para la lucha, porque nosotros sabemos, estamos ínti-
mamente convencidos de ello, que cuando la revolu-
ción europea se haga germánica, Alemania, la de
noble cepa, reconocerá la injusticia de los pensamien-
tos generadores de esta Liga, y que nosotros seremos
sus más leales, sus más sinceros aliados cuando tenga
que deshacer el ambiente que contra ella ha creado
esta bárbara germanofilia española. Sabemos que re-
conocerán nuestro sereno amor a la mejor alma de su
patria, cuando libre del peso de la fatalidad, del error
y de la soberbia, confiese la vergüenza que hoy sien-
te (le tener (|ue -^-alerse de tales abogados, del bo-
chorno que les produce — nos consta — verse obligados
a servirse de esos germanófilos españoles como ins-
956
MIGUEL DE UNAMUNO
trunientos para acallar su conciencia del castigo del
veredicto humano.
Entonces, cuando tenga que deshacer ese ambiente,
seremos nosotros sus más fieles aliados, y para den-
tro de España esperamos que, hecha la paz, esta Liga
pueda llegar a ser origen de un movimiento civil, li-
beral, democrático, reformista, ya que el liberalismo
y el democratismo que hoy profesan los que ocupan
el Poder no es en la mayor parte de los casos más
que un pretexto que ponga el manejo y el disfrute
del presupuesto en una compañía de políticos de ca-
rrera, profesionales de la arbitrariedad, de la preva-
ricación y del engaño.
Esta Liga, a poco que todos deis a ella más que el
nombre y más que la firma, puede llegar a ser, más
o menos modesto, el principio de una verdadera re-
forma política española, reforma hecha mirando a
toda España, no con horizonte estrecho provinciano ;
pero aun malos y todo, siquiera por algún tiempo,
Dios nos conserve a los que nos gobiernan mientras
dura la guerra, ya que acaso y sin acaso los que les
seguirían habrían de ser peores. Si, como algunos
creen y esperan, la paz se ha de firmar en España
— y para nuestra Patria sería una grande honra — ,
que sea al menos bajo un Gobierno que permanezca
fiel al espíritu que dictó la nota de contestación a
Wilson, esa nota que ha provocado la bilis venenosa
de todos nuestros trogloditas.
Y ahora, ¿qué más os puedo decir yo?; todo lo
que yo os dijera sería pálido al lado de lo que pen-
séis todos ; que nos llamen lo que quieran ; nosotros,
los que hemos venido aquí a celebrar el segundo ani-
versario de la fundación del semanario España, lle-
vamos a España también dentro del corazón, no como
madre, como hija; la Patria tiene que ser hija y no
nuestra madre; el que no se sienta con fuerzas para
OBRAS COMPLETAS
957
crear Patria y para crear la tradición de mañana no
es verdadero patriota.
Yo no puedo legar a mis hijos el legado espiritual
que de mis padres y abuelos españoles recibí como
se lega una herencia de dinero, acrecentada con la
usura, con malos negocios ; yo tengo que legárselo
acrecentado con pedazos de mi corazón.
(Texto publicado en España. Madrid, año IH, nú-
mero 106, 1 febrero 1917, páginas 4-6.)
DISCURSO EN EL ATENEO DE SALAMAN-
CA EN LA VELADA EN HONOR DE DON
BENITO PEREZ GALDOS CON OCASION DE
SU MUERTE, NOVIEMBRE DE 1920
Para juzgar a Galdós tal vez no sea yo el más
adecuado ; lo eran, sí, aquellos que pueden llamarse
nietos suyos, de una generación no tan inmediata,
porque siempre hay en los hijos tendencia a la críti-
ca, a la rebelión contra sus padres.
Nosotros, a quienes se nos ha calificado de hombres
del 98, nos hemos rebelado contra los hombres del 68,
por llevar lleno el espíritu de ilusiones que no tenían
contenido ni realidad.
Yo leía a Galdós cuando era niño y no le he vuel-
to a leer por no profanar aquellos sentimientos de mi
infancia, que este culto creo que es un modo de res-
peto a nosotros mismos ; yo le leía cuando aún latían
aquellas vibraciones que están en León Rock, en Glo-
ria, en Doña Perfecta; no le volveré a leer.
Eran aquellas ilusiones ingenuas con las que creó
un mundo ; y en eso está su encanto, en- que la masa
sustituye a la realidad; no se pueden comparar sus
novelas con cualquiera de sus contemporáneas de
Clarín, de Valera, de Ayala, de la Pardo Bazán; en
ellas domina la masa creada, sacándola de fuera, no
interviniendo el elemento lírico, interno, personal del
escritor.
Creó un mundo triste, el mundo de la clase media,
de la tragedia silenciosa que lucha lágrima a lágrima,
grito a grito, dolor a dolor; es la epopeya de la clase
OBRA S C O M P LET A S 959
media urbana, no aldeana ni obrera, que se deja ador-
mecer en la costumbre de nuestra España : la clase
que busca el destinillo, la subsistencia diaria.
Pero todo ello tiene una melodía, la lengua ; es la
misma sensación que un pueblo aldeano, junto a la
campana de una cocina del pueblo, cuenta un antiguo
relato que adormece por la manera de decir: es como
un río en que se reflejan los álamos de la orilla ; es
una lengua cervantina, no quevediana.
Galdós es optimista, como los hombres del 68, los
de la época que creía en el progreso, en las ideas de
justicia; es como el desfile de una película de cine-
matógrafo, que de poco serviría si después se quema.
Fué al teatro, y eso que no era la suya la forma
literaria más adecuada para triunfar ; su estilo es el
de coloquio familiar, a ratos un poco oratorio, pero
sin esos chispazos de pasión, tal vez falsos, de gri-
tos de soberbia, que ha de llevar el que escribe
para las tablas; más que por otra cosa su teatro se
aplaudía como un homenaje al novelista.
Porque yo creo que el teatro se alimenta y será
eternamente el de los trucos, el de las violencias, el
de las falsedades, como el teatro de Echegaray, que
ha de volver con todo su aparato de tragedia y de
inverosimilitud.
Es verdad que hizo propaganda política en el teatro ;
es que era el momento más adecuado de aprovechar
el encrespamiento de las pasiones políticas ; yo no
presencié el estreno de Electro : supe de él por la im-
presión personal del gran poeta ibérico Guerra Jun-
queiro.
Me decía al venir de Madrid que se horrorizaba de
que se comparara a Galdós con Tolstoy, con la dife-
rencia de que éste tenía a Jesús y Galdós a Sagasta,
aquel macaco fúnebre.
Y en verdad que fué el suceso político culminan-
te y golpe tan recio que desde entonces no lo han
960
MIGUEL DE UNAMUNO
olvidado, ni lo olvidarán, aquellos a quien iba diri-
gido.
Sin embargo, Casandra era golpe más recio, que
ahondaba en la llaga, en lo más triste del período
de la Regencia.
No, no han pasado aquellas cuestiones del cleri-
calismo; no hace muchos días que en el Parlamento
español se decía que el problema de Barcelona era
la lucha de dos civilizaciones : una, la civilización eco-
mica fundada en el cristianismo; otra, la civilización
fundada en el comunismo.
Ambas son civilizaciones; una comunista, otra ca-
pitalista; pero que dejan a un lado la cuestión cris-
tiana, que nada tiene que ver con ello; las cosas san-
tas santamente hay que tratarlas. ¿Es que acaso el
cristianismo es un freno o un salto de agua?
Ambos bandos sólo se preocupan de convertir las
piedras en pan y no en la palabra de Dios.
Volviendo a Galdós, pasó días tristes ; los de sobre-
vivirse a su obra, dejando un alto ejemplo de labo-
riosidad; trabajó a lo último como un jornalero y
llegó hasta a repetirse, porque sentía que se escapaba
a sí mismo ; ésa es su tragedia.
Lo ocurrido cuando el premio Nobel fué vergon-
zoso; me escribía el bibliotecario de la Nobel de
Stockolmo que no pasaba día sin que se recibieran
cartas y telegramas diciendo que a Galdós, no; a
cualquiera; fué lo más lamentable, lo que no se le
ocurrió ni a los mayores enemigos de Carducci, no a
una lucha de ideas, sino la envilecida envidia de
aquella misma clase que él había pintado; esto sólo
ocurre en España.
El se fué, ¡ y quién sabe dónde ! ; se marchó al mun-
do que creó donde encontrará a Torquemada, al ami-
go RIanso, a todas sus creaciones; él se queda para
sí mismo.
Yo creo que quien crea personajes muere en ellos.
OBRAS COMPLETAS
961
se entierra en ellos ; todo Galdós, al soñar con ellos,
al crearlos, se hallaba borrado, difundido entre ellos;
y éste es su sacrificio; el sacrificio del escritor que
se hunde con los personajes que crea.
Cervantes creó un Quijote, y cuando soñemos con
él acaso no veamos sino al loco manchego, no a quien
lo imaginó ; sólo quedará del escritor un nombre : su
obra le habrá matado.
Si la vida es sueño, es acaso lo más grave desper-
tar; ¿habrá despertado Galdós?
Los que vivimos en el mundo de las ideas, de los
libros, dicen que vivimos en un mundo de ficción ;
¿pero no es acaso el verdadero, el que nos prepara
para el otro en que hemos de despertar?
Era toda su preocupación, su sueño, y se perdió
en el mundo que había soñado.
A los jóvenes compete decir lo que de Galdós que-
da encarnado en el alma de la raza; yo leía días
pasados a Dostoyewski, y comprendía, por sus per-
sonajes, por qué lo de Rusia puede acabar en una
gran tragedia. ¡ Ojalá lo de España no acabe en el
saínete grotesco de la clase media que pinta Galdós !
Que no quede más que su obra; que de ese mundo
que tanto nos pesa, no sabemos aún sí tiene algo de
agradable, que guarda el porvenir, y ante él no sa-
bemos lo que nos espera.
(Reseña fragmentaria, en El Adelanto. Salamanca,
año XXXVI, número 10.956, 1920.
Intervinieron en el acto: Emilio Blanco, David
Rayo, Cándido R. Pinilla, que leyó una poesía, "Cum-
bres de España", y Unamuno (1)..
1 Véanse los tres escritos que don Miguel dedicó a Galdós,
con motivo de su muerte, en el tomo V de estas Obras Completas.
31
UNAMUNO. VII.
DISCURSO EN LA CASA DE LA DEMOCRA-
CIA, DE VALENCIA, EL 7 DE SEPTIEMBRE
DE 1922
Expectación por la conferencia. — Cambio de local.
La conferencia que don Miguel de Unor-
muño tenía que dar ayer en el local del Ate-
neo Científico, la dió en la Casa de la De-
mocracia, el hogar de los republicanos va-
lencianos. Había gran expectación por oír
al sabio catedrático de Salam-anca. El acto
había sido anunciado para las siete de la
tarde, pero como el local del Ateneo es bas-
tante reducido, el público comenzó a inva-
dirlo, desde mucho antes, hasta el extremo
de que a Las cinco y media de la tarde ya
estaban todas' las sillas ocupadas. A las
seis, el Heno era completo. La gente seguía
llegando, y minutos antes de las siete el pú-
blico llenaba todas las dependencias del Ate-
neo, se apretujaba en los pasillos, en la es-
calera, llegaba hasta la calle. A don Miguel
de Unamuno mismo le fué difícil la entrada.
La aglomeración de público pudo provocar
un conflicto, y ya se iba a desistir de cele-
brar el acto, cuando nuestro director, don
Félix Aszati, que conversaba con el señor
Unamuno y con el presidente del Ateneo,
señor Jiménez Valdiz'ielso, ofreció a éstos
la Casa de la Democracia para celebrar el
acto. Fué aceptado el ofrecimiento, y co-
OBRAS COMPLETAS
963
municado el cambio de local al público, éste
se trasladó al Círculo Republicano, cuya
capacidad es muchísimo mayor que la del
Ateneo. A pesar de ello, rápidamente se
llenó por completo la Casa de la Democra-
cia. No hubo tiempo para preparar la tri-
buna y se improvisó sobre una mesa de
billar. De pie, sobre ella, habló el señor
Unamuno.
El señor Jimence Valdiviclso pronunció
primeramente breves y elocuentes palabras
de salutación, y después se hizo un silencio
imponente y empezó a hablar don Miguel.
Reproducimos a coutiiutación el tc.vto in-
tegro de su discurso, tomado taquigráfica-
mente por nuestro redactor señor Blasco y
el taquígrafo señor Sougel.
El señor Unamuno habló durante hora y
media, y su discurso, como verán nuestros
lectores, fué una hermosa oración llena de
bellezas y de hermosas enseñanzas.
Dijo así el señor Unamuno:
La visita a Palacio.
Renuncio, amigos míos, a exponeros el íntimo es-
tado de mi ánimo en estos momentos y en esta oca-
sión, en que vuelvo a hablar en la ciudad de Valen-
cia, que tiene para mí ya tantos recuerdos y algu-
nos verdaderamente indelebles.
He salido: es decir, no he salido, he hecho como
que salgo un momento, de la soledad en que conti-
nuamente vivo para tener aquí, ante vosotros, una
especie de conversación conmigo mismo, algo como
un monólogo, pero un monólogo delante de una
porción de caras amigas y de rostros que son como
espejos del mío propio.
964
MIGUEL DE UNAMUNO
Desde luego, aun cuando en un momento pudo de-
cirse eso, yo no vengo aquí esta noche a hablar de
lo que podría llamar mi pleito individual. Esto es
una cosa que creo que interesa a mucha más gente
que a mí, pero que hay que dejarla. Unicamente como
manera de entrar en materia tengo, sí, que deciros
que a los pocos días de haber salido de Palacio a una
llamada que a él se me hizo, para explicar ciertas co-
sas a don Alfonso de Borbón y Habsburgo Lorena, a
los pocos días de mi salida de Palacio volví a ser
procesado por supuestas injurias a Su Majestad, por
un artículo publicado en El Liberal, de Madrid, bas-
tante antes de aquella visita.
Claro es : esto ya ha cambiado, merced, sin duda,
a la que nosotros armamos, sobre todo en América,
que es donde el golpe duele. Merced a aquello, hoy
ya esos supuestos delitos no se juzgan, como es de
ley, por el Tribunal de Derecho.
Araquistain estuvo procesado por eso, por un ar-
tículo publicado en la revista España, y se le juzgó
ante Jurado. Ha sido el modo como han soslayado el
compromiso o de volver a condenar y que volviéra-
mos a armar otra, o de tener que absolver, rectifican-
do aquella enormidad. Enormidad en todos sentidos.
No; os dije ya que quería pasar por alto la cuestión
de si hubo o no delito : lo que sí he de señalar es la
enormidad que nuestro Código diga que las injurias
al rey son ocho años de presidio; y como injuria es
toda expresión en menoscabo o menosprecio del mis-
mo : ¡ ocho años si se le llama mequetrefe, como si se
le llama ladrón, es igual !
La cosa era sencillamente que yo pidiera algo, por-
que todo el sistema de esta gente, hoy, se reduce a
corromper a los que predican. A corromper a las
gentes. ¡ Qué pidan algo !
OBRAS COMPLETAS
965
El MATERIALIS>rO HISTÓRICO.
Recordad lo que pasó con las Juntas de Defensa
militares, que en un principio presentaron un progra-
ma de acción, mejor o peor. Tenían, hay que reco-
nocerlo justamente, una cierta elevación y un cierto
desinterés. Pero, muy pronto, se insinuaron e hicie-
ron que ellas pidieran ventajas materiales para des-
conceptuarlas. Esto mismo lo han repetido con los
empleados de Correos, que reclamaban. Sus peticio-
nes eran sencillamente de reorganización de servicio,
de cosas de interés público, pero no dejó de insinuar-
se a modo de serpiente paradisíaca el Director de
Comunicaciones, que les dijo que pidieran también
unas pagas extraordinarias, y con esto cayeron en el
garlito, y ha venido todo lo de después.
Y esto de Correos se convierte en una cuestión de
ochavos, de ventajas materiales, y obedece a un cri-
terio de lo que se ha solido llamar materialismo
histórico. Con mucha más intensidad que los que lo
predican como doctrina ideal, que los socialistas, lo
practican los conservadores. Los verdaderos materia-
listas históricos, los que creen que el hombre no pue-
de moverse más que por los móviles puramente ma-
teriales y de estómago, son fundamentalmente los con-
servadores, aquellos de quienes dice Carducci que
son sverqonyatamentc trhñali. desvergonzadamente
ramplones. Son ellos los que han estado componien-
do lo que llaman huelgas políticas y provocando las
huelgas puramente económicas, sabiendo la poca o
ninguna eficacia que estas huelgas puramente econó-
micas tienen.
L.\ TENDENCIA APOLÍTICA.
Spengler, de quien ahora tanto se habla en Ale-
mania, Spengler, el autor del libro ese que está sien-
966
MIGUEL DE UNAMUNO
do hoy en los países germánicos, después del caso de
Nietzsche, el que más repercusión pública ha tenido,
el autor del libro sobre El ocaso del Occidente, sos-
tiene que todas estas huelgas son movimientos que, en
último caso, favorecen a la alta banca, que las mue-
ve por un lado y por otro y que juega con los huel-
guistas y con unos y otros hace su agosto. Y
es que lo que en un tiempo, y con un nombre que se
ha hecho ya clásico, se llamaba economía política, se
ha querido hoy convertir en economía apolítica, y ha
venido todo ese apoliticismo que es una forma de po-
lítica cuando no es engaño.
Pero aquí hay fundamentalmente una cuestión cuan-
do se habla de política. Y es: ¿qué es política? Per-
mitidle a un profesional de lingüística, a uno que vie-
ne desde hace muchos años explicando lenguas, su
desarrollo y su proceso, que acuda en éste, como en
otros casos suele acudir, a una previa definición eti-
mológica de la palabra. Y tal vez ella nos conduzca
al esclarecimiento de la realidad íntima que hay en
el concepto. Política es una palabra que deriva de
polis, y polis significa ciudad. Y dice Aristóteles que
el hombre es un animal político, pero no debe tra-
ducirse "un animal político" ; debe traducirse que el
hombre es un animal civil o, si se quiere, ciudada-
no. El hombre no es el bípedo implume de que se ha-
blaba en otro tiempo, no: el hombre es alguna cosa.
La ciudad y la Historia.
Política derívase de polis y polis es la ciudad. Las
ciudades son las que han hecho, las que hacen y las
que seguirán haciendo la Historia; y fuera de la ciu-
dad hay vida, hay vida económica, hay vida de todas
clases, pero no hay historia, no hay política tam-
poco. Fuera de la ciudad no vive más que "el hom-
OBRAS COMPLETAS
967
bre planta", el "hombre de tierra", que hubiera di-
cho Fígaro en su tiempo.
La Historia la han hecho Babilonia, Atenas, Roma,
Venecia. La Historia la hacen hoy París, Londres,
Nueva York. El campo no hace Historia. Los valores
culturales, las artes, las ciencias, las industrias, el De-
recho, la religión misma, son valores elaborados en
las ciudades por los ciudadanos; por gentes despren-
didas de la tierra, por gentes que pueden, puesto que
andan con dos pies, con las manos libres, mirar al
Cielo.
El espíritu nace en las ciudades y en las ciudades es
donde se ha forjado la conciencia de una finalidad ul-
tramundana, y al decir finalidad ultramundana no es
que yo suponga a todos los hijos de la ciudad seres
que creen en una inmortalidad del alma, en el sentido
de las creencias cristianas, no. Aun sin creer en eso,
que es un anhelo de todos, hay una finalidad ultra-
mundana ; los hombres de la ciudad piensan siempre,
aunque no crean, en sus remotos descendientes. Los
hombres del campo no piensan más que en la tierra,
aunque ésta se la dejen luego a sus hijos y éstos a
sus nietos.
El hombre-campo es hombre de cuerpo y de tierra,
que es un inmueble. El hombre de la ciudad es un
hombre de espíritu y de dinero. ¡ Ah, el dinero !
El dinero tendrá muchas cosas de malo, pero el
dinero redime también de la tierra, y acaso puede
llegar un momento — hoy está llegando a toda Euro-
pa— en que desaparezca el régimen del dinero y se
quede el puro régimen del crédito, y la forma del
cambio, pero ya espiritualizada y hecha fluida.
El espíritu aldeano.
La ciudad es la que ha hecho la Historia, la ciu-
dad es la que ha hecho la política, y en España esta-
068
MIGUEL DE UNAMUNO
mos hoy viviendo, acaso por debajo de la Historia,
viviendo fuera de la política, porque en nuestra Es-
paña actual, como luego os diré, no hay ya ciudades,
no hay más que campo.
Lo que llamáis ciudad, ésta misma, os digo, es una
aldea grande; unos son aldeanos rurales, otros al-
deanos urbanos, aldeanos todos.
Fígaro, Larra, en un artículo titulado "El hombre-
globo", el hombre-gaseoso, hablaba del hombre-tierra,
el labriego ; del hombre-agua, la clase media, que, des-
graciadamente, no hay en España — ni hay burgue-
sía— , y del hombre-gas o del hombre-globo.
El más movible, donde lo hay, es el hombre-agua,
el hombre-líquido. De cuando en cuando hay un te-
rremoto: el terremoto es una cosa terrible, pero pa-
sado el terremoto, la tierra vuelve a ser tierra y
queda quieta.
Vivimos, como digo, bajo la Historia, y la frase
corriente es aquella de "se vive", que suele querer
decir, muchas veces, "se vegeta".
Hace poco me llamaba la atención el número de
ejemplares que han alcanzado las novelas de un es-
critor argentino Hugo Wast, de verdadero nombre
Martínez Zubiría, y es verdaderamente extraño que
en un país como la República Argentina, que tiene
poco más de la tercera parte de la población de Es-
paña, y si unís como naciones aledañas, para el con-
sumo literario, el Uruguay, Paraguay y Chile, ten-
dréis poco más de la mitad, extraña que haya podido
llegar este hombre en poco tiempo hasta los 95.000
ejemplares.
La explicación es muy sencilla: no es sólo que
Buenos Aires, que tiene dos millones, signifique más
de ocho millones distribuidos por el campo. Es que
hay muchas ciudades grandes, y es que, además, aca-
so, la Argentina es todo ciudad.
La ciudad, como pasa en Inglaterra, termina en el
OBRAS COMPLETAS
969
arrabal y se extiende al campo. Se ha dicho que en
Inglaterra no hay aldeanos. El fannaii inglés es un
ciudadano establecido en el campo donde guía y diri-
ge una explotación agrícola o pecuaria y tiene sus
cuadros, tiene su piano, tiene su biblioteca.
El horror .al libro.
Aquí conozco bastantes alquerías y cortijos de ri-
cos hacendados de todas estas tierras. ;Ün libro? Y
a veces si lo hay es mejor que no lo hubiera. Y, en
capitales de distrito de cuatro, seis y ocho mil habi-
tantes, si reunís todos los libros que allí se encuen-
tran, fuera de los que necesariamente tiene que te-
ner la farmacopea, el boticario : el Alcubilla, el abo-
gado; el cura, el breviario: si reunís todos los libros
que tienen entre el cura, el médico, el boticario, el
juez, el registrador — al maestro no le cuento porque
el maestro no tiene libros — , si reunís todos los que
tienen, escasamente llegan a 300 ejemplares. Y es lo
que me han dicho más de una vez: "Compro un li-
bro, lo leo, y ¿ qué hago luego de él ?"
Y tienen la característica bíbliofobía : el horror al
libro, porque el aldeano lo mira, al mismo tiempo,
con respeto supersticioso y fetichista.
Aquí, os repito, no hay ciudad : así como en In-
glaterra la ciudad se extiende, llega al campo y se des-
parrama, aquí el campo de cuando en cuando se re-
concentra, se ensancha, forma núcleos, que siguen
siendo grandes aldeas.
L.\ INFLUENXI.A DE LOS H.ABSBURGO.
Y esto acaso no es, sospecho yo, una cosa de siem-
pre, española. Acaso esto es un producto histórico
de fecha reciente, dentro de lo que significan los si-
glos de la historia, no tan remota.
970
MIGUEL DE UNAMUNO
Tal vez fuera Carlos I, el primer Habsburgo que
vino a España, el hijo de la Loca de Castilla y el
Hermoso de Borgoña ; fué quizá Carlos I el que
mató la ciudadanía española.
Las guerras de las Comunidades fueron unas gue-
rras de la ciudad contra el espíritu del campo. Todos
aquellos nobles rurales estaban del lado del flamenco
y fueron aquellas Comunidades de Castilla, cuyos nú-
cleos eran gentes ciudadanas, peleteros de Salaman-
ca, tejedores de Segovia, gentes de gremio, los que
en aquella derrota de Villalar vieron ya derrotada
para mucho tiempo la ciudadanía española, y luego
los que tuvieron algún espíritu ciudadano, los que tu-
vieron algo de espíritu civil, las gentes que no se
sentían atraídas y amarradas a la tierra, los que que-
rían libertarse de la tiranía, se iban buscando aven-
turas, a pelear en Flandes o en Italia, o se iban a
América, a la tierra libre, a la tierra libre de hom-
bres, pero donde el hombre era libre de la tierra ; iban
a América a dejar allí no sólo su sangre, sino su es-
píritu de ciudadanía que allí existe.
Recuerdo que algunas veces se me ha dicho:
" — ¡ Ah, aquellos hijos ingratos; después que conquis-
tamos y civilizamos aquello!" — ¿Yo? Yo no con-
quisté ni civilicé aquello ! — "¡ Oh, nuestros abuelos !"
— "¡Los de ellos! Seguramente descienden más de los
que fueron a conquistar y civilizar, que no de los que
nos quedamos aquí. ¡ Los de ellos !"
Acaso en aquel momento — y digo acaso porque es
un asunto que no lo tengo bien estudiado, y es más
una especie de vislumbre que otra cosa — , acaso en
aquel momento fuera ahogada la ciudadanía española.
Allá, ellos peleaban por aquellas libertades que eran
unas libertades civiles, que eran unas libertades po-
líticas, las nacidas en la ciudad. Acaso no era todo
cuestión de cuartos y estómago. Acaso fué ahogada
la civilidad española, y entonces se convirtió toda
OBRAS COMPLETAS
971
España en campo, un campo que ni siquiera tiene ni
puede tener una capital, una urbe, es decir, una ciu-
dad que lo parezca.
La ruta jiarítima de la civilización.
Los Reyes Católicos andaban errantes, de ciudad en
ciudad, por Castilla; ya en Medina del Campo, ya en
Arévalo, ya en un sitio, ya en otro. Después de al-
gún tiempo, quiso ser corte Valladolid; luego, Ma-
drid. Y en ese lugar de la Mancha no ha podido
todavía hacerse un espíritu ciudadano. Y éste es un
momento verdaderamente grave. Por un lado, domi-
nando el Mediterráneo — que es la civilización matriz
o primera, el pasado de España, su raíz — , Barcelona.
De otro lado, dominando el Atlántico, Lisboa mirando
al porvenir y a todo un mundo de más allá. Y en la
tierra del centro, Madrid.
En un momento, en tiempo de Felipe IV, se en-
cuentra con guerra en Cataluña y con guerra en Por-
tugal, y tal vez hubiera podido conservar Portugal,
perdiendo Cataluña. Era un caso grave. El separa-
tismo hubiera podido ser dominado en Barcelona, tal
vez renunciando a Lisboa, o en Lisboa, renunciando
a Barcelona. La capital se lleva al centro, se lleva a
Madrid. Todas esas grandes ciudades de que os ha-
blaba, Babilonia, Roma, Atenas, o han sido ciudades
marítimas, o ciudades fluviales. Todas han tenido una
comunicación por agua: por mar o por río. En mi
pueblo, en Bilbao, dicen que la civilización no llega
más que adonde llega la marea. No digo que esto sea
así. Pero, indudablemente, era una cosa terrible tener
que regir desde J\'Iadrid, desde El Escorial, un impe-
rio que se extendía por ambos mares. Tenía que or-
ganizarse, desde El Escorial, una armada Invencible,
armada Invencible antes de empezar a luchar.
Y ahí tenéis ese centro, ese centro de la Mancha
972
MIGUEL DE UNAMUNO
— tierras de soledad, a veces de soledad fecunda, por-
que pocas soledades ha habido más fecundas que la
de Don Quijote — ; ahí tenéis esos pueblos de la
Mancha donde no se ha podido fraguar una civiliza-
ción europea. Más bien una civilización, a su modo,
tibetana.
Cuando yo leo relatos de la ciudad de Oruth, donde
vive el gran Lama, rodeado de miles de monjes que
en aquellos heladísimos inviernos, entre sebo y mu-
gre, se calientan con boñigas de camello, murmurando
una especie de rezos, de salmos búdicos, al mismo
tiempo que se preparan a obtener el título de suficien-
cia en todas las cosas, suelo recordar lo nuestro. Sólo
que ellos siguen una especie de malicia de alta meseta.
Se les ha enseñado cosas más sutiles; por ejemplo,
el gran Lama siempre es un niño; jamás llega a ma-
yor de edad. Cuando va a llegar a la mayor edad,
desaparece, y hay una regencia que gobierna en su
nombre : es una solución hasta elegante e ingeniosa :
la eterna minoría.
Abelit.\s y cainitas.
Pero voy a seguir, que no es esto tan divagatorio
como parece. Como os digo, esto es fundamentalmen-
te una constitución aldeana. Cuenta la leyenda bíblica
que Adán tuvo dos hijos: Abel, pastor de ganado, y
Caín, labrador del campo. Los frutos de Abel eran
aceptos a Jehová ; los frutos de Caín no lo eran. Abel,
el pastor, era el bueno; los judíos eran un pueblo de
pastores. Caín, el labrador, era el malo, y Caín, el
labrador, el malo, mató a Abel, el pastor, el bueno,
no por cuestión de ochavos, sino por envidia a su
virtud. ¡ Ah ! Yo vivo en un país de "abelitas" ; es de-
cir, de gentes de abolengo ganadero, descendientes de
aquellos que cruzaban las cañadas con las merinas,
bajando ahora, por estos tiempos, on otoño, a las
OBRAS COMPLETAS
973
tierras cálidas de Extremadura, y llevándolas luego,
al ir a empezar el verano, a los pastos de León y de
Asturias. Todavía yo he alcanzado a ver por las ca-
ñadas las merinas, que llevaban aquellos pastores.
Yo, que los conozco, os digo que si Caín no mata a
Abel, Abel hubiera matado a Caín.
Este Caín fundó la primera ciudad, la ciudad de
Ur. Las ciudades nacieron de aquellos labradores de
la tierra, no de los ganaderos. Aquí ha habido esa
lucha. Aquí ha habido esa lucha entre los ganaderos
y los labradores, entre los abelitas y los cainitas. Aca-
so no fuera otra cosa aquella expulsión de los moris-
cos, que privó a España de tantos brazos y de tantas
inteligencias útiles.
Fueron los abelitas, los de la Inquisición, los que
echaron a los otros. Estos pueblos trashumantes, estos
pueblos que van, con sus ganados, cuando ya. no tie-
nen más remedio, a establecerse, suelen dedicarse
muchas veces a buhoneros, a comerciantes ambulan-
tes. Y allí las cosas se complican: lo mismo de unos
que de otros, nacen las ciudades, y nacen general-
mente las ciudades en derredor del comercio y prin-
cipalmente las grandes, las verdaderas ciudades cerca
del mar, que es lo que aproxima a todos los pueblos,
lo que les une. Que lo mismo que el cerebro humano
tiene para igual cantidad de volumen mucha mayor
cantidad de superficie por medio de las circunvolucio-
nes y vueltas que hace, de la misma manera la mar-
cha de los pueblos y la civilización eterna y fuerte,
o tiene grandes ríos de comunicación, o tiene una
variedad y multitud de islas; no tenéis más que ver
Grecia. Es el mar que une a las gentes cuando las
montañas las separan, o los grandes ríos, que también
unen. No los ríos de España, que no son navegables.
974
MIGUEL DE UNAMUNO
El valor geográfico.
He corrido todo el Duero, y he visto que no se
puede bajar; hay grandes rompientes y sólo de cuan-
do en cuando se ve un antiguo puente, y a la cabeza
del puente, un castillo. ¡ Pasos para ir de una parte a
otra, y siempre guardados ! Pero el comerciante ha
marcado el camino, acaso en la forma más compli-
cada.
Hay otra cosa que no son los mercaderes, que son
los tenderos. Y el tendero es lo característico de la
aldea. El mercader de la aldea es un tendero. ¡ Ten-
dero ! Y, naturalmente, que puede estar en una gran
aldea de ciento, doscientas, quinientas mil almas, y
aun un millón. Eso no tiene nada que ver. Y hoy es
una cosa triste: no sé cómo, sobre todo después de
esta última sacudida, parece que estamos volviendo
otra vez a la gleba, a la tierra.
Restos de una civilización.
Se nota en la postguerra un sentimiento profundo
de cansancio en casi todo el mundo. Hay una fatiga
enorme: parece que hemos heredado, que se han
venido sobre nosotros en desplome los restos, los es-
combros morales de muchos siglos. Hay una civili-
zación, que acaso se está deshaciendo ; algo civil, algo
ciudadano, algo político que se fundó, que se desparra-
ma, que se disuelve y que se deshace, que está ya en
todas las ciudades, desde luego más en las de Espa-
ña : la vuestra misma ; una sensación de que el campo
— muy triste para mí — , en lo más material que tiene,
está devorando a la ciudad. Los ideales son sustituí-
dos por los apetitos, y ya no sé yo si es siquiera el
estómago o algo peor que el estómago lo que domina.
Aquí han nacido una porción de movimientos que,
aunque algunos de ellos parezcan nacidos en las gran-
OBRAS COMPLETAS
975
ties ciudades, son fundamentalmente movimientos cam-
pestres, movimientos del hombre-tierra, movimientos
tlel aldeano, y entre ellos, ese que se llama el sindi-
calismo apolítico, que es una forma de la política o
no es nada. Y tened en cuenta que lo que se llama
cuestiones de estómago son cuestiones de intereses
materiales, que quieren acallar lo único de que se
vive en la historia y lo único para lo cual vale la
pena de vivir, que son los problemas de justicia.
Los que hayáis estudiado en aulas, aun cuando no
sea Derecho, y los que, aun sin haber estudiado allí
nada, tengáis una regular cultura, siquiera sea super-
ficial, habréis oído muchas veces aquella definición de
la justicia: Siiitin cuique tribncrc. A cada uno lo
su3'0. Pues en esta definición del Smini cuique tribue-
re va implícito el cacique, es decir, el quisque, y no
puede haber justicia donde no hay el conocimiento
del cada uno, del individuo, de la personalidad. Per-
sonalidad que a las veces se quiere barrer en una
masa, en una muchedumbre, llámese como se quiera :
sindicato, partido, lo que queráis.
El espíritu liberal y el individu.alismo.
Y esto que yo os digo, que vengo peleando toda mi
vida por el respeto a la individualidad del hombre
aislado — seguro de que al defender eso defiendo la
individualidad de cada uno de vosotros — •, se dice
que es egoísmo. El que defiende el "yo", defiende to-
dos los "yos"; no es el "yo"; es el "nosotros". Y de
aquí la confusión cuando os encontráis con la forma
del sindicalismo anarquista, que es la cosa más verda-
deramente extraña, y en el fondo, toda una contra-
dicción íntima.
Siempre que se me ha invitado a formar parte de
una colectividad, de una agrupación, de un sindicato,
con un programa ya determinado, lo he rehusado. He
976
MIGUEL DE UNAMUNO
dicho: No; cuando se trate de un fin concreto e in-
mediato, díganmelo y cuenten conmigo, probablemen-
te con más eficacia que todos ustedes los que están
apuntados. No me cabe en la cabeza que 20 perso-
nas, dueñas de sí, firmen 20 artículos. No lo compren-
do. ¿Coincidimos? ¡Cuenten ustedes conmigo! Es
más, si en alguna ocasión hay algo que ustedes no se
atrevan a decirlo, ¡ cuéntenmelo y lo diré yo sólo !
De aquí la necesidad de lo que se llama más concre-
tamente el liberalismo, el espíritu liberal.
Yo os digo : he rehusado siempre formar parte, ade-
más, por una razón muy sencilla : si unos cuantos nos
entendemos y nos conexionamos para lograr un fin
cualquiera, está muy bien. Ahora, lo que es muy gra-
ve es que se quiera disminuir en una concurrencia
interior mi personalidad. ¡ Eso no ! Yo he dicho a
compañeros míos de pluma, escritores : si se trata de
luchar con editores, con empresarios, con libreros,
cuenten ustedes conmigo; ahora, eso de que ustedes
determinen la proporcionalidad de lo que cada uno de
nosotros ha de cobrar, eso no. Si hay quien da por lo
mío tres veces más que por lo de ese señor, a eso ya
no llego. Eso es ahogar y matar al individuo.
Luchas de intereses y luch.«iS de ideales.
Eso tiene muy grandes peligros, grandes peligros
para la colectividad, que reduce la competencia por
ello. Por eso hay que salir al paso a todos esos mo-
vimientos, que tratan de anular al individuo y que
tratan, por otra parte, de convertir todos los movi-
mientos en lo que se llama movimiento puramente
económico.
Y tenéis las huelgas ; yo os aseguro que las huelgas,
no ya las más nobles, sino las más fecundas, hasta en
resultado económico, han sido las huelgas que no eran
puramente económicas, las huelgas que eran políti-
OBRAS COMPLETAS 977
cas, que perseguían un fin de justicia, que perseguían
por lo menos imponer el respeto al individuo. ¡ Ah !
Se habla de esta última guerra como de uno de los
hechos de más importancia y de más alcance que en
la historia humana ha habido desde hace siglos. No
sé; estamos demasiado cerca de ella para poder juz-
gar; pero yo os digo que habiendo asistido a todo su
proceso, habiendo vivido en los momentos de intensa
emoción que todos vivimos como espectadores de ella,
jamás me llegó a interesar tanto como aquella guerra
civil que se desató en Francia por el proceso Drey-
fuss. Aquélla fué acaso, nmcho más grande, y fué la
que preparó la victoria de Francia en esta guerra,
aquello fué todo un pueblo que se levantó para que no
se atropellara a un solo ciudadano, y en el cual iba
representado el pueblo todo. Y aquí, una y otra vez
se ha atropellado a un individuo a la vista de todos,
y todos, absolutamente todos, le han llamado egoísta,
sin saber que estaba luchando por la libertad de todos
los ciudadanos.
La f.^lt.^ de preocupación pública.
No; eso no es achicar las cuestiones. Eso es engro-
sarlas. Y después de esto, del espectáculo que se da,
ved : recientemente ha habido una huelga de Correos,
de oficiales de Correos. Los que leéis lo que yo escri-
bo sabréis la posición que en ella he tomado yo, pero
eso, al pronto, no importa ; lo que realmente me dió
una pena enorme es que todo el mundo los juzgaba,
los juzgaba la mayor parte por los quebrantos que se
producían a sus intereses inmediatos y a veces, ni si-
quiera a sus intereses, a sus comodidades.
¡Ah!, es que tenían un pleito con el Gobierno, con
esa expresión de hidalgo gitano que lo preside. "Si
tienen un pleito con el Gobierno, que vayan y lo arre-
glen ; pero no tienen derecho a molestar al público"—.
978
MIGUEL DE UNAMUNO
Y sí, señores, ¿ no ha de haber derecho ? Es más, al
público español hay la obligación de molestarle, por-
que cuando se producen movimientos así, el público
español no se entera ni quiere enterarse de lo que
haya en el fondo de ella, si hay una pasión —no digo
que la haya o no la haya — ; no quiere enterarse de si
hay una razón de dignidad o de justicia.
No; todo eso no le importa nada. Allá que ellos
se defiendan como puedan. A nosotros, que nos dejen.
Y en este deshacimiento de todo espíritu de verdadera
solidaridad, ' de solidaridad ciudadana, de solidaridad
de sentimiento de justicia, que impide que se atrope-
lle a nadie, en el respeto más grande a su dignidad,
a su sentimiento y a su delicadeza, y no se le insulte
como se les ha insultado. Que no se envenene la opi-
nión pública, que no se falsifiquen las cosas, que no se
mienta en los centros oficiales, que son, entre otras
cosas, fábrica de mentiras : que no se mienta ; que el
arma de los Gobiernos no sea la mentira; que no es
lícito que mientan los Gobiernos.
El "derrumbe".
Pues así llegamos a eso que Maura llama el "decli-
ve" y yo llamo el "derrumbe". Es una necesidad: no
se empieza a subir hasta que no se acaba de bajar.
Estamos en la cuesta abajo. Hay que llegar a la
hondonada. No sé la subida cuándo será. No sé si
llegaré yo a ver el término de la subida. Aunque me
siento todavía fuerte, por razones puramente materia-
les — los años pesan algo — , no sé si llegaré a verlo.
Sin embargo, aún me sostienen ; pienso vivir bastante
para dar guerra. Es para lo único que vivo. Hay un
momento de disolución. Se ha dicho que en España
están disolviéndose, más bien, están casi disueltos los
partidos políticos, puede decirse que todos; no es que
estén disueltos los partidos políticos, es que está di-
> B R AS COMPLETAS
979
■-uelta la política; es que no hay política, y como no
liay política, no puede haber partido político.
No sé cómo terminará esa disolución, pero me
acuerdo que en los tiempos en que yo estudiaba Quí-
mica se me enseñaba un aforismo latino, que decía:
Corpora non agunt nisi soluta (los cuerpos no obran,
sino se disuelven). Porque así es como obran con mu-
cha más fuerza, y la acción individual de un hombre,
cuando se trata de un hombre, de todo un hombre, de
nada menos que todo un hombre, la acción individual
de un hombre no sabe hasta dónde puede llegar, posi-
blemente a algunas cosas que se creen remotas.
La acción AISLAD.ii.
Todavía hace poco hablaba con un pobre hombre
que decía : ¡ Cuándo llegará la gorda !, y miraba al
cielo. Había nubes. Yo me imaginé que él creía que
la gorda era una especie de gran vaca lechera celes-
tial y las nubes eran las ubres.
¡ Cuándo vendrá la gorda ! La gorda vendrá cuan-
do usted menos lo espere, y no por los procedimien-
tos que usted cree. Basta con que en el sitio donde
pueda hacer un poco de daño haya doce hombres
solos, doce hombres que no estén unidos, doce hom-
bres coincidentes en un momento dado, en un pro-
pósito concreto e inmediato. Desde luego, hacen mu-
cho más que doce mil, mucho más que ciento veinte
mil.
Está muy bien que las muchedumbres — esto no es
muchedumbre, es público, pero es igual — me dijeran
a mí : — ¡ Hombre, tú puedes desmantelar las murallas
de esa fortaleza ; tú tienes una batería ! ¡ A ver ! Sí,
¡ muy bien ! Bueno, aquí está el fuego. Y cuando
abran la brecha, entraréis al asalto. Y la muchedum-
bre se sitúe delante. Los cañonazos los tumbarán. A
980
MIGUEL DE UNAMUNO
mí, que me dejen solo, porque si están aquí, aunque
los tiros van por encima, pueden hacerles daño.
La solución acaso más fácil.
Esto sin llegar, claro es, a cosas concretas que van
en ello implícitas; en esto, por ejemplo, va implícito
algo que os diré muy claramente. Y creo que hay algo
hecho: lo que cuenta, y con una frase que todos en-
tendemos, se llama el régimen, que no desaparece ni
por los medios clásicos de aquellas revoluciones de
barricada, que hoy, que al pueblo lo tienen armado,
es una locura ; ni por una cuartelada, ni mucho menos
por una huelga general. Ya se ha ensayado y se ha
visto lo que es eso. Y, en cambio, creo posible que,
como las murallas de Jericó cayeron al sonido de una
trompeta, que un día eso se venga abajo, sencilla-
mente, ante el solo esfuerzo de una persona; que se
aburran y tengan que marcharse con buen aire.
Y esto que parece la solución más difícil es acaso
la solución más fácil. He leído una declaración de mi
antiguo y buen amigo el conde de Romanones en que
decía que él, en un tiempo por patriotismo, pensó
hasta si era preciso para el interés nacional ir de alto
comisario civil a Africa. Hoy dice: • — Ni atado y con-
ducido por la guardia civil.
Esta segunda parte tiene mucho valor, sabiendo que
hoy lo único sagrado, inviolable e intangible en Es-
paña es la guardia civil; eso no hay que tocarlo: es
una especie de ejército frente a otro ejército, para
vigilarlo. Que ni atado, es posible que llegue un día
que, no de alto comisario civil de Marruecos, sino ni
siquiera de consejero, de ministro, no quiera ir per-
sona de alguna solvencia política y moral, ni atada;
es decir, que no se pueda echar mano para esos me-
nesteres de ninguna persona decente. Y como las per-
OBRAS COMPLETAS
981
sonas indecentes en esos sitios hacen más daño que
bien, todo se venga abajo.
Porque, afortunadamente, somos más de los que
cree la gente los que no nos parece nada apetecible
ni una gran honra eso (|ue llaman hacerle a uno mi-
nistro. No, olvidemos eso, que acaso pueda ponerle a
un individuo en un momento en gran detrimento y
menoscalio de su dignidad personal.
.Vmarguras ex la soledad.
Y yo, como vosotros sabéis, estoy hablándoos si-
quiera sea por escrito, con frecuencia, y he venido a
tener una conversación, un desahogo o un monólogo
aquí; no quiero continuar porque, o me fijaría en un
punto como cosa concreta y de momento, que no creo
que es de esta ocasión, o seguiría divagando un poco,
sugiriéndoos algo, tratando por medio de la palabra,
más que por lo que digo, por la manera de decirlo, si
hay algo digno de oírse y que tenga el carácter de
comunión mutua. ]\Ie habéis obligado a pensar en
voz alta, a hacer una especie de examen de concien-
cia una vez más. Y ahora volveré de aquí adonde
he venido, no inútilmente, porque siquiera esto me
compensa de las demás molestias que esta vez haya
podido recibir, que no me importan tampoco gran
cosa. Esto me compensa al volver otra vez a mi sole-
dad fecunda.
\'olveré a embozarme en mis pensamientos, y vol-
veré allá a afilar la pluma, y acaso, acaso a rumiar,
a rumiar de un pasto amargo, de pensamiento, y a
cocer en acíbar una porción de hieles que a todas
las personas nos están envenenando; nos está enve-
nenando un sistema de gobierno de mentira y de co-
acción.
En esto se pasa indudablemente muchas amargu-
ras ; pero muchas. Eso sólo lo saben los que horas y
982
MIGUEL DE UNAMUNO
horas se encierran en su casa consigo mismo y saben
lo que pasa.
La tempestad de la duda.
Hay que machacar, dicen, en hierro frió. Pero es
que a veces el hierro frío, a fuerza de martillazos, se
caldea y se pone al rojo. No importa. Hay que pre-
dicar aunque sea en desierto, que cuando se predica
en desierto y se predica con fe, llega un momento
en que las piedras se convierten en hombres, y se las
ve mover. En los campos, la gente está puesta — y
permitidme que lo diga sin petulancia ninguna — en
un mismo terreno de lucha; en el campo todos están
en un mismo plano. Si no, no podrían marchar: un
ejército, a un lado; otro ejército, al otro. Y cuando
uno se levanta en un aeroplano y pasa por encima del
campo enemigo, para ver lo que en él ocurre, acaso
para poder desde allí bombardearlo, dicen que se ha
pasado al enemigo. ¡ Qué le vamos a hacer ! Los que
están en tierra no comprenden a veces la táctica de
los que pelean en el aire.
Yo recuerdo una página terrible y al mismo tiem-
po consoladora de aquel hombre extraordinario, de
íiquel gran apóstol de la Libertad, de la Justicia y
del Derecho de los individuos y de las naciones que
fué José Mazzini. Hay entre las páginas más cálidas,
entre las páginas más hondas, entre las más sinceras
de José Mazzini, una página, una página que se llama
La tempesta del uhhio, la página que escribió en
Londres, después de haber sido fusilados los herma-
nos Rufini, en una conspiración que él había dirigi-
do. (Siento no tenerla aquí. Es una cosa muy corta,
pero de las que más profunda impresión pueden pro-
ducir en un hombre.) Yo os digo que sé también de la
tempestad de la duda. Sé también lo que es en un
momento ponerse uno en examen de conciencia y ver
OBRAS COMPLETAS
983
si no ha traicionado, acaso sin quererlo, ideales que
le estaban encomendados, si acaso no se ha equivoca-
do en un momento. ¡ Pero ay de aquel que cuando
quiera arar un campo, en un momento de ésos, vuelve
la vista atrás ! Hay que dejar el pasado atrás, coger
el arado y seg;uir sembrando, y ya la cosecha hablará
por todo lo que uno hizo.
Las cumbres de la vida.
Hay momentos de una gran tristeza en la vida. So-
bre todo, cuando se llega a una cierta edad y por el
vigor fisico de los años se ve acercarse, mucho más
cerca de lo que quisiera, los años de la decadencia, los
años, sobre todo, en que el cuerpo, presintiendo la
tierra, pide, lo mismo que el alma, poder descansar.
Me acuerdo que no hace mucho tiempo leía yo — era
todavía antes de la primavera — al pie de la sierra
de Credos, que estaba cubierta toda de nieve, y con
sus cumbres blancas todas, un soneto de García Tas-
sara, que tiene, en medio de las partes que comprende,
algo que a mí me ha llegado siempre muy hondo, cada
vez que lo recuerdo, y son muchas.
Cumbres de Guadarrama y de Fuenfrla,
columnas de la tierra castellana,
que, por las nieves y los hielos, cana
¡a frente alzáis, con altivez sombría.
Campos desnudos como el alma mía,
que no la flor ni el árbol engalana:
ceñudos al nacer de ¡a mañana;
ceñudos, al morir de breve día.
Al fin os vuelvo a ver, tras larga era;
os vuelvo a ver con el latido interno
del patrio amor, que vivo persevera.
Para mi y para vos, llegó el invierno.
Para vos, tornará la primavera:
mas mi invierno. ¡ ay de mi!, será ya c'crno.
Subiendo aquellas cimas nevadas, pensaba que pron-
to el calor de la primavera derretiría aquellas nieves
y el agua bajaría en raudales cristalinos a mover
984
MIGUEL DE UNAMUNO
aceñas y a servir industrias, a regar prados y hacer
que broten las flores y reverdezca la tierra. Y otra
vez volverá el invierno. ¡ Pero hay nieves que, cuan-
do se derriten, ya no es para una primavera !
El reloj de sangre.
¡ Quién sabe, porque al fin uno vive demasiado para
sí mismo ! Pero ¡ cuándo ha sabido vivir para todos
los demás ! Claro que hay una cosa, la conciencia, la
conciencia física y también la conciencia moral, por-
que el corazón del hombre tiene un límite.
Vosotros conoceréis lo que es un reloj de arena,
esos relojes con que se medía el tiempo; cuando
acaba la arenilla de caer de la ampolla de arriba a la
de abajo y se forma el poso, se le da la vuelta y vuel-
ve otra vez a medir el tiempo. Una cosa así es el
corazón del hombre. Es una especie de reloj de san-
gre, que no de arena, que mide también los años y
que mide el tiempo. Cuando llega el momento que
siente uno que se para, se le da la vuelta y vuelve la
sangre a correr.
La tierra hija.
Llega un momento en que se para definitivamente,
y entonces el corazón que siente, que ama, que odia,
— que el odio es también una manera de amor — , lo re-
cibirá la tierra, ya que de ella salió. Lo recibirá la
tierra madre; es decir, no. La tierra hija. La tierra
hija. La tierra es madre para los aldeanos. Para los
ciudadanos, la tierra tiene que ser tierra hija. Sólo
viven vida histórica los pueblos que han hecho su
tierra ; no aquellos a quienes la tierra los ha hecho.
Aquellos que están libres de ella.
¡Ah! Y descansar en una hija es algo que no sa-
bemos bien lo que significa. La palabra hija en el grie-
OBRAS COMPLETAS
985
go antiguo significa "ordeñadora" : la que ordeñaba las
vacas en la casa del Patriarca, la que en sus últimos
años, cuando ya viejo volvía a la segunda infancia
y le daba esta segunda leche, le hacía creer que volvía
a tener madre, y que no moriría huérfano mientras
tuviera una hija.
Y si en el orden natural las cosas no nos pueden
ser dadas a la mayor parte de los hombres, el poder
prolongar la existencia, el poder reclinar la frente y
la cabeza en el regazo mismo de que salieron, del
regazo de una madre, acaso ha de ser una de las co-
sas más dulces, cuando llega el último momento, cla-
var los ojos en el cielo y reclinar la cabeza en el
regazo de una hija: de una hija de carne si puede ser,
o de una hija de tierra, en otro caso. Yo no sé
cómo podré acabar esta vida. Sí sé que he ido dejan-
do, pedazo a pedazo, gota a gota, la sangre en las
luchas de orden espiritual: que no he tenido nada
que fuera absolutamente mío. Que he repartido lo
que yo podía dar entre todos aquellos que he tenido
al lado. Luego allí, en esta tierra, en esta tierra es-
pañola, en el sentido espiritual, no de terruño ; en
esta patria española que he procurado hacerla yo,
amarla como una hija, tanto o más que a una madre.
Y cuando termine todas estas peregrinaciones y ten-
ga que despedirme, volveré otra vez, seguiré dejan-
do que sigan las cosas; bajaré con todos vosotros
el declive, más bien el derrumbe.
Y creed que mientras baje, yo estaré, no a los fre-
nos, sino forzando la máquina para que luego suba,
y haciendo que baje lo más de prisa posible, que es
la única manera de que luego vuelva rápidamente la
subida.
(Texto publicado en El Pueblo. Valencia, 8-IX-
1922.)
DISCURSO EN EL HOMENAJE AL DOCTOR
DON AGUSTIN DEL CAÑIZO, CELEBRADO
EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD
DE SALAMANCA EL DIA 17 DE MAYO
DE 1931
Como he convivido, amigos y compañeros, e ínti-
mamente, con el doctor Cañizo, y casi desde que llegó
a nuestra Salamanca, os he de hablar, no del profe-
sor, ni aun del maestro, sino del hombre.
Llegó a Salamanca cuando acababa de fundarse la
nueva Facultad de Medicina, la del Estado, sobre
aquella otra modestísima municipal. Conoció todavía
aquel viejo y lamentable Hospital, y ha visto levan-
tarse el otro, el de la Santísima Trinidad, y ahora
el nuevo, el provincial y clínico de la Facultad, digno
ya de ésta. Todos sabéis cuánto le debe, y todos re-
cordáis con qué fervor abogaba porque los ricos
filántropos salmantinos, tan dadivosos para crear es-
tablecimientos que críen la mendicidad, se acuerden
de los enfermos y dejen algo, como en otras ciudades,
para dotar camas del hospital. Y me consta que ha
de persistir en su campaña.
Pero lo que aquí quiero ahora es recordar al hom-
bre con quien he compartido días tan íntimos. Yo le
di las primeras lecciones de su alemán y de su inglés.
Y nunca olvidaré aquel libro de Mackenzie sobre las
enfermedades del corazón, que le traduje dos veces,
y que tanto me dió que pensar, y aun que sentir, con
6U enfermedad X y sus anginas. Y no era sino que
OBRAS COMPLETAS
987
sentía sobre mi corazón, en arritmia, el peso de mi
España. Y él, Cañizo, me confortó.
Con él hemos recorrido campos de Castilla, percu-
tiendo y auscultando tierras españolas. Yo le he visto
trepar al picacho del Almanzor. vértebra cervical del
espinazo de España, que es Credos, y contemplar
desde allí la cuenca del Duero en que se asienta nues-
tra Salamanca, y también su Segovia, la Segovia de
su niñez, y de otro lado la del Tajo, en que se asienta
el Madrid de nuestras mocedades: juntos hemos con-
templado el lago de San Martín de Castañeda, en
Sanabria, limpio espejo del claro cielo de España,
limpio como una conciencia limpia ; juntos hemos con-
templado en su Scgo\-ia el acueducto, enorme arpa de
graníticas cuerdas de las entrañas ibéricas en que
tañen recuerdos las brisas del Guadarrama; juntos
hemos subido a Peñalara : yo le he visto orar, bañán-
dose en recuerdos de niñez, en la Fuencisla... ; yo
he conocido al hombre, al español, en toque con nues-
tra tierra madre.
Y éste, el hombre, el ciudadano, el español, es de-
cir, el maestro que es el doctor Cañizo, se lo debemos
a un hombre, a un ciudadano, a un español, a un
maestro que es quien en todo sentido le hizo : a su pa-
dre, don Juan del Cañizo, que es a quien quiero ren-
dir hoy aquí todo mi homenaje. Tuve la suerte y la
honra de tratar y conocer a aquel varón ejemplar,
sencillo, modesto, todo corazón, inteligente. Fué lar-
gos años profesor de Geografía e Historia en Sego-
via, pero fué más que un profesor, fué un maestro, y
fué un hombre que vivía la historia. ¡ Con qué ansie-
dad seguía durante la gran guerra sus vicisitudes !
Quería vivir no sólo para gustar el goce del hogar
de su hijo, sino para no perder aquel trágico espec-
táculo, porque él, creyente sincero, sabía que la his-
toria es el pensamiento de Dios en la tierra de los
hombres, y comprenderla, un anticipo de la visión
988
MIGUEL DE UNAMUNO
beatífica. ¡ Y lo que ahora, en estos días, habría sentido
él, que vivió la revolución de 1868! Era un hombre
profundamente creyente, católico y profundamente li-
beral, y de un hondo sentido civil.
Don Juan del Cañizo fué quien más impulsó a su
hijo al magisterio, quien mejor le guió en su espí-
ritu, quien acaso le retuvo aquí, en Salamanca, quien
le dió lo mejor que éste tiene. Fué no sólo el padre
de su cuerpo, fué el padre de su alma. Y de cómo
éste, su hijo, siente el espíritu del abolengo, es prueba
lo que le he oído contar de cuando se fué al Valle de
Pas a buscar honrados montañeses del linaje de los
Cañizo y cómo con ellos departió de Juanito, de aquel
ejemplar varón de nuestra casta.
Y quiero rendir este homenaje al padre corporal y
espiritual del doctor Cañizo porque es hora de ren-
dírselo a aquellos que nos hicieron, a aquella genera-
ción de la que es, entre algunos, moda renegar. Aque-
lla España del siglo xix, la de don Juan del Cañizo,
la de las contiendas civiles, es la que nos ha traído
ésta, la nuestra, y si algo valemos es por llevar el
alma de nuestros padres y abuelos.
Dice un aforismo hipocrático que la vida es breve
y el arte largo ; os digo que el arte, y con él; la cien-
cia, son cortos, muy cortos, y la vida es larga, muy
larga, pues la vida verdadera, que va de padres a
hijos, es eterna y eternamente renovada. La ciencia
del doctor Cañizo es tan corta como lo fué la de su
padre ; pero su vida íntima, espiritual, que es la de
aquél, es una vida, como la historia, eterna en Dios.
Nos ha hablado aquí Cañizo de vejez. ¿Vejez? No,
no hablemos de vejez. La vida no envejece. Toda
tumba es cuna, como toda cuna es, en cierto modo,
tumba. Morir es desnacer, pero es renacer. Y sigue
la historia, que es la tradición, sin la cual no hay
progreso, pues ¿qué es lo que progresa sino la tra-
dición ?
OBRAS COMPLETAS
989
Es lo que quería deciros en este homenaje a la
labor del doctor Cañizo, labor de magisterio y de
ciudadanía, herencia de la de su padre. Y que nues-
tros hijos, nuestros hijos carnales y espirituales, nos
vivan, como nosotros recordamos y vivimos a nues-
tros padres.
{Texto publicado cii la Revista iNIédica Salmantina,
mayo, 1931, págs. 217-219.)
DISCURSO EN LAS CORTES DE LA REPU-
BLICA EL DIA 25 DE SETIEMBRE DE 193L
El Estatuto catalán.
Justifica, señores diputados, mi intervención en este
debate la responsabilidad que me cabe, en gran parte,
en la formación de la opinión pública española res-
pecto al asunto de que se trata. Por una labor de
prensa, también por algunas palabras que aquí dije,
estoy convencido de que soy responsable de la direc-
ción que en muchos espíritus ha tomado la manera
de enjuiciar lo que aquí se está discutiendo; y como
creo que me cabe esa responsabilidad, quiero hablar
con absoluta claridad, con una claridad cortante, por-
que de nada sirve la llamada cordialidad si no va
acompañada de claridad, de claridad que no consiste
en echar leña al fuego, sino en echar agua fría y
algunas veces témpanos de hielo. No quiero ni per-
derme en arrumacos, ni en lagoterías, ni en dirigir-
me a los diputados de éste o del otro lado echándoles
flores, sobre todo a los de la minoría catalana. Flores
se echan a las muchachas o a los cadáveres; yo no
los tengo ni por cadáveres ni por muchachas.
Por lo demás, como creo que algunas veces me sal-
drá, según es mi hábito, el pensamiento, no ya al
desnudo, sino descarnado, es fácil que sus huesos
puedan herir. Vale más esto que, por cobardía, por
no querer plantear las cosas como en realidad se pre-
sentan, envolver el pensamiento en floripondios.
Aquí se ha hablado de un hecho, el fet catalán,
del estado de conciencia del pueblo catalán; pero se
ha olvidado que hay otro hecho, y es el estado de
OBRAS COMPLETAS
991
conciencia del resto del pueblo español o del pueblo
español todo, y es inútil querer hurtar el conocimien-
to de esta realidad tal y como ella se nos presenta.
Estatuto y Constitución.
Se nos dice que, en rigor, aqui no se trata más
que de una cosa de trámite; que no se prejuzga
nada ; que sólo se trata de evitar que se taponen cier-
tos problemas ; pero yo, que no soy muy ducho en
estos procedimientos, veo que se trata de ver si sale
el Estatuto a remolque de la Constitución o sale
la Constitución a remolque del Estatuto. Y ahora,
como hay, hágase lo que se quiera, una opinión de la
calle, no sólo de la calle, sino del campo, que algunas
veces se manifiesta, y hasta ruidosamente (todos los
que me oyen saben que en ocasiones las tribunas han
respondido con su aplauso a lo que aqui se decía, sin
que yo diga que estuvieran bien o mal informados),
conviene, al plantear las cosas, hablar bien claro.
Y antes de pasar adelante, tengo que dar cierta
satisfacción a algo que hirió del último discurso que
en este mismo sitio pronuncié. Recordaba yo una
anécdota. Soy aficionado a citarlas. Por eso hay
quien me ha llamado portera. ¡ Qué le vamos a ha-
cer ! Las anécdotas tienen muchas veces bastante más
importancia que las llamadas categorías ; por anéc-
dotas han reñido los pueblos ; por anécdotas, que
suelen ser muy trágicas, se dividen éstos. Ello es
que yo recordé el caso aquel de un Consulado espa-
ñol en Francia, adonde la Generalidad dirigió un
escrito en catalán, que el cónsul, vasco, rechazó, y
de que había obreros catalanes que decían no saber la
lengua española, y me permití indicar que muchos
de estos mentían. Indudablemente creo que fui un
poco lejos. No me choca que en aquella región, obre-
ros que, además, han pasado una gran parte de su
992
MIGUEL DE UNAMUNO
vida en Francia, no supieran español o no lo supieran
bien, y no sabiéndolo bien, hay una cosa de pudor
que, naturalmente, les impide hablarlo. A mí me ha
ocurrido en Cataluña encontrarme con uno, cerca
de Poblet, que lo estaba enseñando; el hombre hacía
esfuerzos por hablar el español — lo hablaba regu-
larmente, no bien — ; llegó un momento en que bal-
bució, se puso un poco colorado, y fui el que le dije
entonces : "Hable en catalán." Era natural ; veía cuál
era su estado de angustia. Pues bien; una vez pasado
esto, en aquel discurso mantenía la obligatoriedad
para todo ciudadano español de saber la lengua es-
pañola ; llamadla si queréis castellana ; una vez ex-
plicado de qué modo diferencio estas denominaciones,
me tiene sin cuidado una u otra. Y aquí don Luis de
Zulueta hablaba de esto, que es el punto vivo, el verda-
dero cogollo, que es donde más el problema duele: de
la cuestión de la lengua y de la cuestión de su ense-
ñanza. Si no me tacharais de traer aquí anécdotas
— las dejo para cuando se discuta el artículo 46 ó 48;
no recuerdo cuál es — , citaría una porción de casos
que determinan un estado de conciencia, que en cier-
tas regiones va a hacer muy difícil la vida de los me-
tecos, la vida de los forasteros. Y esto no depende de
leyes ; es inútil lo que hagamos ; esto depende de algo
muy íntimo, de algo de convivencia que ni con Cons-
tituciones ni sin ellas se consigue ; es otra cosa cuan-
do dos pueblos se encuentran frente a frente y tratan
de conquistarse mutuamente, que es lo que se debe
hacer.
La enseñanz.^ del español.
Recuerdo que cuando el señor Zulueta, hablando de
esto, decía si la enseñanza del español o castellano
iba a ser una asignatura o algo más, si se iba a en-
señar el castellano como se puede enseñar el francés
OBRAS COMPLETAS
993
o el inglés, o acaso un idioma muerto, hubo de la'
minoría catalana quien le interrumpió y le dijo: "Con-
fiad en nosotros." En efecto, yo confiaría en el que
esto dijo; pero ¿es que él puede confiar a ese respecto
en su propio pueblo? Si todos fueran como él, indu-
dablemente. ¿ Es que no se puede temer que a aquella
barbarie del "hable cristiano" responda, por natural
reacción, otra en sentido contrario ? Yo, a este res-
pecto, en efecto, sé que ellos, más que nadie, están
convencidos, naturalmente, del interés, de la necesi-
dad, diré más bien, cultural que tienen de conocer y
de hablar lo mejor posible la lengua española. Pero
hay que recordar que en todas partes hay exaltados,
que en todas partes hay gentes que no se dan clara
cuenta de cómo las cosas se nos presentan, y entre
estos exaltados — perdonadme la anécdota — nació en
un tiempo aquello de la marca del esclavo. La marca
del esclavo era tener que hablar lengua castellana,
algo asi como se quiso en un tiempo hacer en mi
tierra respecto a aquella historia del anillo; pero yo
os digo que ahí puede llegar a haber la peor marca del
esclavo — y no asuste esta palabra, que luego habré
de explicar — , y una marca del esclavo puede llegar a
ser que haya españoles que no sepan más que su len-
gua materna regional ; una esclavitud cultural, pero
una esclavitud. Y digo que no debe asustaros esta pa-
labra, porque una larga tradición ha dado a la pala-
bra esclavo un significado que no es exacto en la
realidad. Todos recordaréis aquel famoso libro, La
cabana del tío Tom, en que se pintaba con tan negros
colores la vida de los esclavos de los Estados del Sur
de la Unión Norteamericana. Sin embargo, el hecho es
que cuando vino la guerra de Secesión, la mayoría
de aquellos esclavos estuvieron de parte de sus amos,
que los trataban muy paternalmente, y si entonces
se hubiera hecho un plebiscito, hubiera dado mayoría
a los que los mantenían y los criaban. Es más, esos
UNAMUNO. VII.
32
994
MIGUEL DE UNAMUNO
esclavos de los Estados del Sur vivían mejor que los
obreros libres de los Estados del Norte. Era la del
obrero libre una esclavitud de otro género, en el or-
den económico, acaso más dura que la del esclavo,
que tenía a cubierto ciertas garantías de existencia;
pero allí se produjo un choque de dos regímenes; un
régimen económico de esclavitud dulce, mansa, pater-
nal, y un régimen de obreros, dichos libres, si es que
un obrero, en una sociedad capitalista como aquélla,
puede ser realmente libre en Norteamérica. Llegó
un momento en aquel choque en que el encuentro en-
tre dos regímenes produjo verdaderas dificultades, y
no hubo más remedio que resolver el problema de la
esclavitud. Y el problema de la esclavitud se planteó,
hasta que llegó un momento en que los plantadores
del Sur dijeron: "Como hasta aquí, o nos separamos."
Y entonces Abraham Lincoln dijo: "A esto no hay
derecho", y firmó la emancipación de los esclavos, y
vino una triste guerra civil, y perdió la vida en ella
Abraham Lincoln, que creó de ese modo la verdadera
patria norteamericana, porque no rehuyó ni un mo-
mento el cortar el nudo como él lo cortó. Abraham
Lincoln estimaba que ni se puede permitir el suicidio,
ni se puede decir "hay que dar lo que piden" ; hay
que dar lo que les convenga, y no siempre el que pide
sabe lo que le conviene.
El plebiscito.
El plebiscito se ha hecho muchas veces. Un pueblo,
por una especie de plebiscito, condenó a muerte a
Sócrates sin razón, y quince días después aquel mis-
mo pueblo, sin más razón, habría querido resucitarle.
Hay una voluntad radical, de raíces, y hay una vo-
luntad que podríamos llamar folicular, de hojas, de
follaje, de hojarasca. La voluntad radical es perma-
nente; la voluntad de follaje es una cosa pasadera:
OBRAS COMPLETAS
995
vienen los vientos del otoño y arrastran las hojas se-
cas lo mismo que arrastran las papeletas de votos.
No. La voluntad de un pueblo no es tan fácil de co-
nocer, sobre todo cuando no se le puede ilustrar sufi-
cientemente respecto a aquello sobre lo que tiene que
decidir. No sé absolutamente nada más que una por-
ción de anécdotas y de noticias que llegan respecto a
cómo se ha hecho el plebiscito en Cataluña. Yo no sé
bien cómo se ha hecho; pero lo que sí digo es que,
háyase hecho como se hubiere hecho, es muy fácil
que, si dentro de unos meses hubiera de repetirse, el
resultado fuera distinto. También aquí, en tiempos de
la Dictadura, hizo Primo de Rivera un plebiscito. Y
; cómo lo tramaban algunos ? Pues diciéndoles que se
trataba de evitar la guerra de Marruecos. ¡ Qué es
eso ! No hay nada más fácil para un pueblo, sobre
todo si es un poco imaginativo, que llevarle a creer
cosas que no son las verdaderas.
Pero como esto me aparta de mi verdadero camino
en este caso, voy a abreviar. Os hablaba de la; volun-
tad radical. Se ha hecho un plebiscito, bien o mal
— no me meto en ello — , con unas o con otras garan-
tías, revelador de la verdadera voluntad radical o no
revelador del todo de ella. Esto llevará un efecto a
las leyes que aquí se promulguen : pero la lucha no
cesará, sino que será más dura, más fuerte. El día en
que se haya promulgado esta Constitución, salga lo
que saliere, vendrá la lucha por la verdadera Consti-
tución, la íntima, la que no está escrita en las leyes.
Y, además, esto es necesario. En toda historia de las
relaciones de los pueblos no se llega nunca a un
abrazo sino después de una lucha, y aun después
continúa. La discordia es tan necesaria para la civi-
lización como eso que, mentirosamente, suele llamarse
concordia. Es mejor luchar claramente y con verdad
que abrazarse con mentiras y con engaños.
996
MIGUEL DE UNAMUNO
El pacto famoso.
Ahora, como quiero decir otras cosas, que éstas
son muy dolorosas, veng-o, puesto que tanto se ha
hablado, al pacto — quiero decir de San Sebastián — ,
al dichoso, de dicho y nO de dicha, al dichoso y des-
dichado pacto. Yo no sé bien lo que en el pacto se
convino. Parece que los que tomaron en él parte lo
saben demasiado bien; pero de todos modos, en aquel
pacto no entró para nada el país, para nada. Entra-
ron unos hombres que dicen que han traído la Repú-
blica (de lo que hablaré yo luego), y con muy buen
sentido, con un excelente buen sentido, por ser cata-
lanes, he oído yo a individuos de la minoría catalana,
o de la izquierda de la Esquerra — prefiero llamarla
Esanerra porque está más cerca de la palabra vascon-
gada, de donde vienen la castellana y la catalana de
izquierda — . que ellos no tienen que ver nada con el
pacto ; y, efectivamente, no creo que traigan sus pre-
tensiones fundadas en semejante pacto. Eso queda
para los pactistas, que luego en castellano vienen a
ser pecheros.
En aquel pacto — aquí se ha denunciado por uno
de los que en esta negociación más tomaron parte —
se hablaba de regateos. Lo peor es que no sean re-
gateos, que sean cambalaches. Aquí mismo en este
sitio, yo me acuerdo que cuando se votó aquella fór-
mula de la República de trabajadores, poco después
se planteó lo de si la Repúlilica habría de llamarse
o no federal, y cuando el señor Cordero se pronun-
ció contra ella, el del regateo le interrumpió dicien-
do: "Es que nosotros votamos lo de la República de
trabajadores". Esto es un cambalache. Claro está
que los hombres de la Esquerra, de la minoría cata-
lana, protestaron inmediatamente, protestarán los que
examinen cuerdamente este asunto, y quiero recor-
dar que aquí lo que más duele a la gente, no a los
OBRAS COMPLETAS
997
que estamos aquí, sino a los que están fuera, no es' el
fondo del problema : es la manera de querer tratar-
lo. Estuvieron muy acertados el señor ministro de
Instrucción Pública, Domingo, y Alomar, cuando se
dirigieron a su patria catalana indicándole que no les
parecía oportuno plantear desde luego la cuestión del
Estatuto. Claro está que esto va tomando ya otro
camino. Lo de ayer fué, sin duda, un principio de
transacción, de cierto buen acuerdo. Cuando yo me
retiraba anoche, me encontré con mi antiguo y buen
amigo Pedro Corominas — ¡cuántos años han pasa-
do desde que le conocí cuando era un muchacho y
contribuí a arrancarle de Montjuich y acaso del ver-
dugo ! — y con el señor Quintana, que, si no es an-
tiguo amigo mío, es como si lo fuera, porque siendo
muy reciente esta amistad se me ha hecho ya antigua,
y. me dijeron: "Qué, ¿va usted a hablar contra Ca-
taluña?" No; yo lo que voy a hablar es en pro de
la verdad, de ' la verdad de la situación tal como yo
la veo. No vengo aquí a hablar en pro ni en contra ;
vengo no más que a hacer unas advertencias para
que tengan en cuenta cómo se desarrolla aquí el de-
bate y cómo se ve fuera. Ayer, uno de los oradores,
el señor Iglesias, recuerdo que dijo: "La República
la trajimos todos". Perdone el señor Iglesias; si yo
entro con todos, yo no traje la República; la Re-
pública no la trajimos todos; la República no la tra-
jeron los del pacto; sin pacto habría venido lo mis-
mo, acaso mejor. La República no la trajimos todos;
la República quien propiamente la trajo fué don Al-
fonso de Borbón y de Habsburgo. Claro está que a
ello fué impulsado por toda una presión que le obligó
a cometer toda clase de desaciertos y torpezas. Yo
me acuerdo que hace quince años inicié una campa-
ña contra el entonces rey, con un artículo en El Li-
beral, "El canto del gallo", donde ya le advertía todo
998
MIGUEL DE UNAMUNO
lo que después ha pasado. La República, no quiero
decir quiénes la trajeron más, quiénes la trajeron
menos. ¿ Para qué ? No creo que tengamos que ha-
blar aquí de los de antes del 14, los de después del 14,
los recientes y también los de toda la vida; es decir,
los de nacimiento, que, por regla general, suele ser
inconciente. Yo me acuerdo que cuando aquí se
conspiraba estaba yo en el extranjero, en la frontera,
lanzando voces, dedicándome a predicar en desierto
y tratando de despertar la opinión pública española,
sobre todo la de la juventud, cuando acaso alguno
me hacía advertencias, diciéndome : "¿ Pero usted
cree que esto puede dar fruto? ¿Usted cree que pue-
den caer con esas voces las murallas de Jericó?" In-
dudablemente. Tenía fe en mi voz, más bien la voz
que me dictaba; pero tenía más fe en que las mu-
rallas del Jericó monárquico no eran de piedra de si-
llería, ni eran siquiera de tierra, de santa tierra de
la Patria; eran de papel y del peor papel; del papel
sellado de oficio. Y, en efecto, las murallas cayeron.
Estuvimos haciendo opinión. No quiero decir ahora
quién hacía más opinión antimonárquica y republica-
na y liberal en España; estuvimos haciendo opinión,
y en virtud de una fuerza de opinión y en unas elec-
ciones municipales vino la República.
El federalismo.
¿Federal? Play quien ha dicho que ése era el lema
que se llevó en la campaña electoral. En la mayor
parte de los sitios de donde yo tengo noticia, no, y
aun allí donde se llevó como lema de la República el
de República federal, hoy, cuando ya el pueblo espa-
ñol se está enterando de lo que quiere decir aquí
federal, que no quiere decir... lo que en el resto' del
mundo, yo os digo que más de uno de esos que hi-
cieron la campaña con el lema de República federal,
OBRAS COMPLETAS
999
si consultan el criterio actual de los que votaron, ge
encontrarán con que le dirán que no.
Hay una cosa de que yo, personalmente, aquí al ser-
vicio de la República, me encuentro libre, y es algo
que se llama disciplina de los partidos, que algunas
veces no es precisamente disciplina, aunque no quie-
ro llamarla de otro modo. Oigo hablar de maniobras,
oigo hablar de cosas de politico de oficio, y es triste
que cuando se trata de cosas tan graves todo se re-
duzca muchas veces a si el Gobierno, va a durar más
o va a durar menos, a si va a entrar uno o si va a
entrar otro, y oigo yo a muchas gentes decir: "Sí, mi
convicción es ésa, pero en la reunión del partido se ha
acordado una cosa contraria". Como si la opinión del
partido pudiera estar sobre la convicción individual
cuando se trata de servir el interés de España.
Hay ocasiones en que por este entusiasmo, por
este fetichismo en favor de la federación, se llega por
algunos, aunque pocos, a afirmaciones no muy pru-
dentes ; porque aquí se ha llegado a hablar de fede-
ración ibérica, y yo, que conozco bastante Portugal;
yo, que he pasado en él algunos de los días más fe-
lices de mi vida, os digo que esto, allí, en general,
suena mal, suena muy mal. Aquí muchas veces no
es más que un tópico para dar a entender que habrán
de federarse las regiones españolas en las mismas
condiciones en que habrían de federarse con Portugal,
siendo así que en Portugal, naturalmente, no hay se-
paratistas porque están separados, y sentirse separa-
tistas me parece muy bien; lo triste es sentirse sepa-
rados. No se puede tocar eso, lo sé bien, sin herir las
más delicadas fibras del sentimiento portugués. Y
aunque sea de paso, he de recordar que cuando aquí
se hablaba de cierta hermandad entre portugueses y
gallegos respecto del idioma, yo me permito decir
que si va un gaditano, un leonés, un vallisoletano a
Portugal, le entienden muy bien, y si va un coim-
1000
MIGUEL DE UNAMUNO
brano a Galicia no le entienden. Naturalmente, esto
tiene una razón, entre otras. Me decía un portugués
que ellos tenían 19 vocales, y, francamente, 19 voca-
les para un castellano o para un gallego son dema-
siadas vocales. No se debe hablar de eso. ¿Qué ven-
drá? ¡Ah!, es fácil que venga esa federación ibérica,
pero será cuando ellos sientan necesidad de tal fede-
ración; será cuando ellos la ofrezcan o la pidan, no
antes, y no somos nosotros, por una serie de razones,
los que debemos iniciar eso.
Prisa inexplicable.
Pero con todo esto, y vuelvo a recordar lo de los
partidos, se lleva esta discusión con una prisa que
no me explico, como si hubiera algún emplazamiento.
Si la Comisión de Constitución se hubiera tomado
más tiempo, se hubiera abreviado. Hoy, ¿ qué sucede ?
Que los dictámenes los estamos haciendo aquí y no
los hace la Comisión, y se están rehaciendo. No se
puede someter a un Cuerpo como éste de las Cortes
constituyentes a una acción de fatiga, a las veces de
tormento, ni se puede querer sacar de él una Cons-
titución ni nada con fórceps. Los fórceps son muy
peligrosos, no para la vida de la criatura, sino para
la vida de la madre. Cuando aquí se habla de la Re-
pública recién nacida y de los cuidados que necesita,
yo digo que más cuidados necesita la madre, que es
España, que si al fin muere la República, España
puede parir otra nueva y si muere España no hay
República posible.
No sé por qué esa prisa cuando otras cosas po-
drían anticiparse. Yo os digo que para la opinión
pública española, hoy, por lo menos en la tierra don-
de yo vivo, la reforma agraria es de mucho más
interés que la Constitución, de muchísimo más inte-
rés. Esto les parece muchas veces un poco bizantino.
OBRAS COMPLETAS
1001
Y el llevar esto con cierto ritmo de más calma ten-
dría una ventaja, y es ir haciendo opinión pública,
porque aquí no venimos sólo a discutir para votar:
aquí se está haciendo la opinión pública. Merced a
estos debates, empieza a enterarse la gente de lo que
es la Constitución, de lo que es el Estatuto, de lo
que es la relación entre uno y otra, y hay que dejar
que madure esta opinión pública y no querer dar a
España una cosa por sorpresa. No se pueden forzar
las cosas ; hay que dar tiempo al tiempo. Aquí, el
otro día, constantemente, yo oí otra expresión que
siempre me ha chocado, que es : "Cataluña y Espa-
ña", o "Vasconia y España", o "Galicia y España".
No me explico este distingo: es como decir "la cabe-
za y todo el cuerpo", "los pies y todo el cuerpo", "el
corazón y todo el cuerpo", o "el estómago y todo el
cuerpo".
Había, ahora me acuerdo, para amenizar un poco
esto, un giro, corriente en mi tierra, el de decir:
"Domingo y yo y los dos". Y acaso esto tiene un
profundo sentido: "éste y aquél y los dos" no es
exactamente igual. Como se habla de "centro y pe-
riferia", confundiendo el "círculo" con la "circunfe-
rencia", y se habla de "descentralizar", que muchas
veces no es lo mismo que "descentrar". Todas estas
metáforas son verdaderamente peligrosas. Aquí se
decía: Cataluña, España, República, no. Cataluña,
España, República, República federal. República uni-
taria, Monarquía sí queréis, no ¡ España !
Ojalá en esta lucha quisieran los catalanes catala-
nízar toda España, como mis paisanos los vascos vas-
conízar a toda España. Pero vuelvo a deciros el
peligro que hay en querer llevar por caminos de prisa
y de violencia, acaso de sorpresa, alguien dirá que
de atraco, la resolución de problemas de que empie-
za a enterarse la opinión española. Que no sea tarde
1002
MIGUEL DE UNAMUNO
luego ; cuando se resuelva, que no sea tarde para pre-
venir la reacción.
Y como decía al principio, porque no quería ha-
blar mucho, bastan unas indicaciones. Me he levan-
tado porque creo que me cabe la responsabilidad de
ser uno de los rectores de la opinión pública es-
pañola.
"La República nos ha traído."
Y ahora, como ya os dije, nosotros no trajimos la
República : la República nos ha traído. Pero hay
más: a mí se me requirió para traerme a este esca-
ño, a mí se me requirió para venir aquí, cuando yo
en ninguna forma lo solicitaba, no por ningún par-
tido, porque nunca he figurado en ningún partido,
entre otras cosas, por el temor de que si entraba en
un partido lo partiría más de lo que estaba partido.
Yo no he estado nunca en ningún partido, no me ha
traído aquí ningún partido político; no me ha traído
aquí Castilla ni Salamanca. Yo no soy un diputado
de Castilla, ni siquiera en rigor creo que me ha traí-
do aquí la República, aunque sea hoy un diputado
republicano. Aquí me ha traído España; yo me con-
sidero como un diputado de España; no un diputado
de un partido, no un diputado castellano, no un di-
putado republicano, sino im diputado español. Y
vuelvo a decir lo que al principio os decía. Prestad
atento oído a los rumores de la calle y del campo,
ved que hay problemas que duelen, no por el proble-
ma mismo, sino por la manera de querer tratarlo.
Una cosa es la discusión y otra cosa son ciertos
atropellamientos. No; pensadlo bien, y, sobre todo,
no os dejéis ilusionar por una disciplina partidaria o
partidista, que no está bien en la mayor parte de
vosotros, en casi todos, que creo que no sois lo que
en un tiempo se llamaba políticos de oficio, de carre»
OBRAS COMPLETAS
1003
ra, que aspiraban luego a cargos en virtud de los
partidos a que pertenecían. La mayor parte de nos-
otros, yo por lo menos, lo que estamos deseando es
que termine este mandato para volvernos, el uno a
su oficina, el otro a su taller, yo a mi cátedra, y dejar
que otros, que tienen distinta vocación, entren en esas
maniobras, que me parecen muy racionales, entren en
esa vida de la política. A los que no nos hemos edu-
cado en la electorería, no nos interesan absolutamen-
te nada esas maniobras. Dejad, pues, eso, y tened en
cuenta que hay una opinión pública que está hoy, no
despierta, excitada, acaso venenosamente excitada,
no lo niego ; pero cuando hay un veneno lo que con-
viene es un antídoto. Los antídotos en este caso son
la calma, es no llevar las cosas de prisa, es no que-
rer sorprender a nadie y no querer ganar cosas por
atraco. No tengo más que decir.
(Texto taquigráfico publicado en El Sol. Madrid^
26-IX-1931.)
DISCURSO EN EL PARANINFO DE LA UNI-
VERSIDAD DE SALAMANCA EL DIA 1 DE
OCTUBRE DE 1931, AL INAUGURAR, COMO
RECTOR DE ELLA, EL CURSO ACADEMICO
DE 1931-32.
Señoras y señores, compañeros, estudiantes, estu-
diosos, ya profesores, ya alumnos : Hoy hace día por
día, cuarenta años, que en idéntica fecha de 1891 lle-
gaba por primera vez a Salamanca a establecer mi
hogar y a establecer mi hogar espiritual en esta casa.
Por cierto que aquel mismo día pronunció el dis-
curso de apertura el entonces catedrático don Enri-
que Gil Robles, y al día siguiente, en un periódico
republicano que se publicaba, comencé una campaña
comentando dicho discurso, e incorporándome a la
lucha política y cultural que entonces existía aquí,
porque hay que tener presente que nunca hay una cul-
tura si no se basa en una lucha generosa.
En 1901, hace treinta años, vine a abrir el curso,
ya como rector, y lo abrí, como se hacía, en nombre
de Su Majestad el Rey. Vestíamos otros trajes y yo
traía esta misma medalla. Vine nombrado rector por
Real decreto de doña María Cristina de Habsburgo
Lorena, Reina Regente de España. Y aquí debo de
hacer una declaración expresa: la de que ni para ser
nombrado, ni nunca, ni luego, se me exigió hacer una
declaración de fe monárquica, y estuve abriendo cur-
sos trece años consecutivos, excepto el de 1904, hace
veintisiete, en que vino a abrirlo el entonces Rey don
Alfonso de Borbón Habsburgo Lorena, don Alfon-
OBRAS COMPLETAS
1005
so XIII, y por cierto que aquí, cuando después de la
fórmula tradicional de "sentaos y cubrios", leyó unos
pequeños conientarios y pronunció un breve discurso,
lo hizo sobre unas notas, que al igual que el discurso
fueron redactadas por mi mano, y por mi texto leyó
el Rey.
Pasó tiempo y vino el año 1914, en el que fui
destituido de aquel cargo de rector por ardides elec-
torales y por no rendirme a hacer declaración de
fe monárquica.
Siguió el tiempo, y en 1924-25, hará siete años,
vino a presidir el curso el principe de Asturias, y en-
tonces — tengo motivos sobrados para suponerlo — ,
vino porque se esperaba que yo llegase aquí, desde
mi destierro, para intentar una reconciliación ya im-
posible.
Pasó el tiempo. En 1926-27, hace cinco años, vuel-
ve el Rey de entonces. En aquella sesión de apertura
pronunció mi nombre, recordó mi nombre, que es-
taba proscrito hasta de las listas oficiales, como si yo
no hubiera existido. Y vino acompañado por Primo
de Rivera a investirle de un traje, de la toga de doc-
tor honoris causa, distinción que antes se le había
dado a Santa Teresa y entonces a Primo de Rivera,
no por méritos de cultura ni por servicios a ésta, sino
por un acto simoníaco, por la concesión de unas pe-
setas, sin gran derecho, a esta Universidad.
Corre el tiempo y llega este acto de 1931-32, y
vuelvo nombrado rector por mis compañeros y bajo
un nuevo régimen, a cuyo establecimiento he con-
tribuido más que cualquier español.
Hemos hecho desaparecer aquellos trajes que al-
guien llamaría de máscaras y aquellas charangas que
podían divertir cuando veníamos vestidos con aque-
llos trajes que divertían a las muchachas. Pero hoy,
en que han invadido estas aulas y puede decirse que
están acostumbradas a vernos en paños menores acá-
1006 MIGUEL DE UNAMUNO
démicos, he rogado que desaparecieran. Ya que Es-
paña es una República de trabajadores de toda clase,
se debe venir aquí en traje de faena, en traje de
trabajo. En las épocas en que las togas eran usadas
para venir a clase, hay que recordar que se dispen-
saba de ello a los profesores de clases prácticas para
la mejor realización de sus labores.
Por lo demás, tan librea puede ser una blusa como
una toga. No hace la librea el traje, sino el espíri-
tu con que se lleva.
Hay, además, que tener en cuenta que por man-
dato legal tienen que asistir a este acto los maestros
de Primera Enseñanza que no visten toga, esos
maestros que ahora vamos a incorporar a la función
universitaria, y yo deseo que todos nosotros seamos
acreedores al título de maestro. Recordad que el
Divino Maestro fué perseguido por los Doctores de
la Ley escrita, y os daréis cuenta de mi intención.
Pero con traje o sin traje académico, todos debe-
mos ser trabajadores de todas clases, y lo que hace
falta es que haya trabajo.
Venimos a continuar la historia de España, la his-
toria de la cultura española, la historia de la Uni-
versidad española. No ha habido, no, solución de
continuidad, como pretenden algunos. Si después de
la superstición de los trajes, mantenemos otras, no
habremos hecho nada. Ni las Ciencias, ni las Letras,
ni las Artes son monárquicas o republicanas. La cul-
tura está por encima y por debajo de las pequeñas
diferencias contingentes, accidentales y temporales
de las formas de Gobierno.
La Cultura, las Humanidades, la Ciencia, están por
encima y por debajo de esas diferencias formales, y
las superan en alteza y en profundidad. A los que al
hablar dicen "esta nueva época", debemos replicarles
que no ha habido solución de continuidad en la his-
toria de España. En todas las anteriores aperturas
OBRAS COMPLETAS
1007
estaba aquí en efigie, en retrato aquel en cuyo nombre
se abría el curso, y que hace unos meses destrozó la
furia iconoclástica de la estudiantina, como protesta
por los males de la Dictadura. De aquí desapareció
aquel retrato, es cierto; pero recordad que en la fa-
chada de la Universidad, en el blasón plateresco de
su fachada, hay un medallón con los Reyes Católicos,
con Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, cuyas
imágenes también presiden las sesiones de las Cortes
Constituyentes de la República; la efigie de los Re-
yes Católicos que fundaron la unidad nacional espa-
ñola. Y ese medallón tiene una leyenda en griego que
dice : "Los Reyes a la Universidad, la Universidad
a los Reyes."
Recordad también que aquí, en Salamanca, murió
el desventurado príncipe don Juan, único retoño de
los Reyes Católicos, frustrando el que se fraguara
una dinastía genuinamente española. Y al morir, vino
de allá lejos Carlos V de Alemania y I de España,
contra el que se alzaron las Comunidades, y de aquí,
de Salamanca, luchó contra él Maldonado, cuyo pen-
dón rojo todavía puede verse en la capilla de Tala-
vera de nuestra Catedral.
Pero aquellos Reyes Católicos formaron la unidad
de España, fundaron la imperialidad española, y con-
viene hacer presente que las empresas que acome-
tieron, y que ahora es moda censurar, eran obra del
imperialismo español, que fué siempre democrático
y que hizo hacer a los reyes empresas que el pueblo
sentía. Fué el pueblo español, no sus reyes, el que
sentía aquellas grandes obras.
El Imperio abarca a la República y a la Monarquía ;
es a la vez monárquico y republicano. Recordad que
en Roma los emperadores se llamaban emperadores
de la República Romana. Aquí ocurrió lo mismo, y
se formó la unidad, la universalidad y la imperiali-
dad de España, en la cual colaboró como pocos la
1008
MIGUEL DE UNAMUNO
Universidad española, y dentro de las Universidades,
como pocas, la Universidad salmantina.
Universidad es igual a unidad y universalidad.
Una y universal es la cultura ; unidad es imperialidad
y universalidad equivale, etimológicamente, a catoli-
cidad.
No olvidéis que de aquí salió el padre maestro
Fray Francisco de Vitoria, que dió normas al dere-
cho de gentes, a los fines de la catolicidad, de la
universalidad. Ciertas supersticiones de los que se
preocupan de las formas de gobierno, hacen creerles
que se ha roto la Historia de España, que se está
forjando una nueva España, y no es así. Es la mis-
ma que unificaron los Reyes Católicos, es aquella
España la que continuamos.
Esta Universidad contribuyó, como ninguna, a esa
obra de unidad, de imperialidad, universalidad o ca-
tolicidad. En el escudo de esta casa figuran leones y
castillos, y es que esta región fué medio leonesa medio
castellana. A las puertas de esta ciudad se hablaba
leonés, y aquí se fundieron ambos dialectos. Pero esta
Universidad nunca fué castellana, sino universal y es-
pañola. La Universidad de Salamanca tuvo siempre
un sentido Hp univprtplirlad. fecundo e imperial, sin
mezquinas diferencialidades. Todavía hay en mi tierra
vasca un cantar popular en vascuence, en el aue se
asocia el nombre de Salamanca al de un estudiante
que debió andar por aquí.
El espíritu de universalidad supera todo resenti-
miento diferencial. En esta Universidad se fundie-
ron las naciones, que así se llamaba a las regiones de
hoy, y desapareció toda xenofobia, y todos se consi-
deraron como hermanos sin distinciones, y el espí-
ritu de universalidad evitó los menguados resenti-
mientos diferenciales.
Todavía después de la Revolución francesa, que fué
unificadora e imperial y que culminó en Napoleón,
OBRAS COMPLETAS
1009
venido a España para entregar a su hermano una
sola nación, dejó aquí honda huella, y algo de lo bue-
no que ha quedado de entonces se debe a la influen-
cia imperial revolucionaria, contra la que se fomentó
aquí a la vez el brío para la lucha contra el imperia-
lismo napoleónico; y de aquí salió, para las Cortes
de Cádiz, Muñoz Torrero. Más tarde, después de la
revolución de 1868, vino a licenciarse en Derecho a
esta casa el entonces profesor de la Central don Ni-
colás Salmerón : a esta casa, asiento y cuna de uni-
versalidad, donde hemos luchado sin perdernos el
nu:tuo respeto y sin perder un sentimiento tolerante,
pues nunca se preguntó a nadie de dónde venía. Yo
conocí a un rector aragonés, y después lo fui yo, (¡ue
soy vasco.
Ahora se amparan en ciertas leyendas disgregato-
rias para dividir a España. Se quiere concluir con
su Imperio por quienes fueron contra la Monarquía,
no por ser liberales, sino por ser unificadores. Yo es
digo que nuestra universalidad no puede empequeñe-
cerse por la cuestión de las formas de Gobierno, tan
contingentes, que están a merced de cualquier tur-
bión.
Y volviendo al significado del acto, hay que decir
aquí a los jóvenes que sí otros cursos resultaron tan
tristemente deseducadores, éste no puede ser así. Y
conviene que no confundan lo joven con lo moder-
no, ni lo viejo con lo antiguo. Hay antigüedades
eternamente jóvenes y modernidades que nacen de-
crépitas. Tenemos que ser trabajadores del espíritu,
de la cultura y de la ciencia. Vienen días de dura
prueba para todo nuestro pueblo, y los que se
figuren otra cosa están en un error. ?\o importa que
le llamen a uno derrotista o pesimista, pero la ver-
dad es ésa. La conciencia de la derrota nos hace ir
serenos a la lucha, porque sabemos que ella es fun-
damento de victoria. Vienen días de prueba, os digo,
1010
MIGUEL DE UNAMUNO
y épocas en que los que de día en día dieron su vida
por la Patria, trabajando por ella muy gustosos en el
trabajo, han de esforzar su empeño; y en esos días,
estudiantes, es necesario que pongáis en el crisol vues-
tra disciplina.
Disciplina, de discipulina, es lo propio del discípu-
lo, pero supone maestría, magisterio y autoridad en el
que enseña, y autoridad que no poder. El magisterio
es autoridad y no poder sin ella. Llegan días de re-
novación, de lucha, lucha por la libertad, por la igual-
dad, por la fraternidad, por la fe, por la esperanza y
por la caridad. Fe en la libertad y libertad en la fe
— que la fe es libre obsequio, como decía San Pablo — ;
esperanza de igualdad e igualdad de esperanza, y
fraternidad caritativa. Tendremos que luchar por la
libertad de la cultura, por la libertad de cultos, si
a nombre de ella se trata de proscribir alguno de-
terminado.
Lucharemos por la libertad de la cultura, porque
haya ideologías diversas, ya que en ello reside la ver-
dadera y democrática libertad. Lucharemos por la
unidad de cultura y por su universalidad, y tendre-
mos fe en la libertad; y por la fraternidad, por la
hermandad, nos entenderemos en un corazón y en
una lengua.
Estamos aquí los profesores de cuatro Facultades,
que son las que integran el funcionamiento interno de
la Universidad. Los que buscan Salud, Ciencia, Hu-
manidad y Justicia. Seguiremos cultivando la historia
de España sin hacer caso de motes y adminículos — y
yo ahora llevo un mote de ésos — , pues las diferencias
políticas son contingentes, temporales y accidentales.
La Cultura está por encima y por debajo de las for-
mas de gobierno, y éstas no pueden alterar los va-
lores permanentes de ella.
En nombre de Su Majestad España, una, sobera-
OBRAS COMPLETAS
1011
na y universal declaro abierto el curso de 1931-1932
en esta Universidad, universal y española, de Sala-
rnanca, y que Dios Nuestro Señor nos ilumine a to-
dos para que con su gracia podamos en la Repú-
blica servirle, sirviendo a nuestra común madre pa-
tria.
(Texto taquigráfico reproducido en la prensa de Sa-
latnanca y en el diario madrileño El Sol de 1 y 2 de
octubre de 1931.) (El guión autógrafo de este discur-
so, que levantó gran polvareda en los r.icdios políticos
madrileños, se conserva en la Casa-museo Rectoral
de la Universidad de Salamanca, por donación de su
poseedor el catedrático salmantino don Domingo
Sánchez Hernández.)
DISCURSO EN LAS CORTES CONSTITUYEN-
TES DE LA REPUBLICA EL DIA 22 DE OC-
TUBRE DE 1931
El estudio de la lengua castellana.
El señor Unamuno: Pido la palabra.
El señor Presidente: La tiene su señoría.
El señor Unamuno: La enmienda dice así: "A las
Cortes Constituyentes: Los diputados que suscriben
tienen el honor de proponer la siguiente enmienda al
dictamen de la Comisión de Constitución, en el ar-
tículo 48 :
"Articulo 48. Es obligatorio el estudio de la len-
gua castellana, que deberá emplearse como instru-
mento de enseñanza en todos los Centros de España.
Las regiones autónomas podrán, sin embargo, orga-
nizar enseñanzas en sus lenguas respectivas. Pero 'en
este caso el Estado mantendrá también en dichas re-
giones las Instituciones de enseñanza en todos los gra-
dos en el idioma oficial de la República. Palacio de
las Cortes, a 21 de octubre de 1931. Miguel de Unamu-
no. Miguel Maura. Roberto Novoa Santos. Fernando
Rey. Emilio González. Felipe Sánchez Román. Anto-
nio Sacristán."
Y ahora, señores diputados, debo confesar que me
levanto en muy especial estado de ánimo, no muy
placentero ciertamente. Apenas convalecido de un
cierto arrechucho, no sólo físico, sino también psíqui-
co, vengo con el ánimo profundamente entristecido
y contristado, y no sé si podré poner la debida sor-
dina a mis palabras y contenerme en los límites, tam-
bién debidos, porque no tengo costumbre ninguna de
OBRAS COMPLETAS
1013
ese forcejeo de partidos políticos ni de cambalaches
ni de transacciones. Afortunadamente para mí, y aca-
so más afortunadamente para vosotros, no pertenez-
co, o no formo parte de ninguno de esos partidos, me-
jor o peor cimentados, y en los que se resuelven las
cosas bajo normas de disciplina; pero hay por debajo
de esos partidos politices una especie de — no le lla-
maremos partido — agrupaciones, que podían renomi-
narse profesionales. En esta Cámara hay médicos, en
esta Cámara hay abogados, en esta Cámara hay in-
genieros, hay también hombres de oficios manuales,
y en esta Cámara, señores, hay demasiados catedrá-
ticos. Probablemente somos demasiados entre maes-
tros y catedráticos. Yo, que sé lo que he sufrido
bajo el pliegue profesional, quisiera hoy, cuando se
trata de la enseñanza, poder libertarme de él, poder
libertarme de ese triste pliegue que no nos deja ver
las cosas con bastante claridad. Donde quiera que
el Ejército ha abusado, se ha formado un partido an-
timilitarista ; donde el Clero ha abusado, se ha for-
mado un partido anticlerical. Nuestros hijos, nues-
tros nietos, conocerán en España un partido antipe-
dagogista ; porque temo mucho a la pedantería de
los que nos arrogamos el sacerdocio de la cultura.
Esto es algo muy peligroso, más ahora, que oigo hablar
continuamente de cultura — ya es una palabra que
me duele en los oídos del corazón — , y aquí, cuando
parece que se trata de apoderarse, por la enseñanza,
del niño, de formar su alma, hay veces que, triste-
mente, creo que de lo oue se trata es de dejar tran-
quilos a los maestros y a los profesores: es un fun-
cionarismo. No sé por qué en esta Constitución de
papel que estamos haciendo no se ha puesto un artícu-
lo que diga : "Todo español será funcionario públi-
co" ; y en muchos casos esto quiere decir que todo
español será pordiosero. Esta es la verdad verdadera.
Digo esto porque, precisamente en estos días, cuan-
1014 MIGUEL DE UNAMUNO
do estaba apasionando aquí y fuera de aquí — en Ca-
taluña, en Vasconia, en Galicia y en las demás par-
tes de España — este problema de la enseñanza del
idioma, he recibido cartas y telegramas de padres de
familia, de muchachos algunas, de una amargura ex-
trema, que me recordaban a aquellos pobres españo-
les que fueron a Cuba en un tiempo, casaron allí,
formaron allí su familia y se vieron luego desprecia-
dos por sus hijos. He recibido cartas de una enorme
amargura. Pero la mayor parte de los telegramas ha
sido de funcionarios, de maestros, que lo que querían
es que no se les quitara la colocación. Y es que en el
fondo, más que de otra cosa, se trata de eso : de si
ciertos funcionarios podrán seguir funcionando en
unos sitios con libertad o no podrán seguir funcio-
nando. No es más que eso; muchas veces es una
cuestión de competencia profesional.
Pero, viniendo al fondo de la cuestión, no es, aca-
so¡ lo de la lengua, con serlo tanto, lo más grave. La
lengua, en muchos casos — y lo decía muy bien el
señor De Francisco — , en mi tierra nativa se toma
como instrumento de nacionalismo regional y de algo
peor ; y es allí, además, una lengua que no existe, que
se está inventando ahora y que rechaza todo el mun-
do, porque al genuino aldeano, si se le pregunta a
solas, dice: "A mí no me importa eso; lo que yo
quiero es aquello que me pueda elevar el espíritu y
que me pueda hacer entender de la mayor parte de
las gentes". Pero lo que se trataba con la lengua es
de establecer lo que la Biblia llama un chibalete para
distinguir a unos de otros, y que pasara el que pro-
nunciara una cosa bien y no pasara el que pronunciara
otra mal. Yo he visto cosas como decir que para po-
der aspirar a ser secretario de un Ayuntamiento era
menester conocer el vascuence, en un pueblo donde el
vascuence no se habla.
Quiero abreviar, porque ya digo que no estoy en
OBRAS COMPLETAS
1015
ánimo muy propicio. Se ha venido aquí hablando con-
tinuamente de cultura — oímos esta palabra allá en
los principios de la guerra mundial — : cultura con c
de la pequeña, latina, o con K alemana, con cuatro
puntas como un caballo de Frisia. Pero hay otra cosa
que parece más modesta que la cultura y que, sin em-
bargo, a mí me preocupa mucho más, que es la civi-
lización : la cosa civil. Pablo de Tarso, el Apóstol de
los gentiles, cuando se dirigía a sus paisanos, los he-
breos, les hablaba en hebreo — lo cuenta el libro de
los Heclios de los Apóstoles — , pero dictaba su cris-
tianismo en lengua griega, que era la lengua ecumé-
nica del Imperio romano ; cuando se presentaba ante
el pretor, contestaba: "Soy ciudadano romano". La
civilización es de ciudadanía y es romana, y lo de
la civilización es siempre imperial.
Aquí se hablaba el otro día de minorías étnicas.
¿ Qué es eso de minorías étnicas ? ¿ Dónde están las
minorías étnicas? ¿ IMinorías en qué sentido? ¿Con-
tada toda España o contada una sola región? Yo me
acuerdo que, hace años, un alcalde de Barcelona se
dirigió al entonces Rey don Alfonso XIII, en nombre,
decía, de los naturales de Barcelona. Yo me creí obli-
gado a protestar. Un alcalde de Barcelona no puede
dirigirse en nombre de los naturales, sino de los ve-
cinos, sean naturales o no, ni se puede establecer una
diferencia entre vecinos y naturales. No hay, ni pue-
de haber, dos ciudadanías.
Ese es el punto de la civilización. Yo no sé cuán-
tos son los que constituyen esa llamada minoría étni-
ca; por ejemplo, en Barcelona, no sé si son el 10,
el 20, el 30 o el 40 por 100. Lo que me parece bo-
chornoso es que se les vaya a proteger como a una
minoría. ¡A proteger...! El Estado no debe pasar
por eso: a que le protejan otros y a que se les dé
como una asignatura el castellano; como un instru-
mento, no como una asignatura, no. Esto hace que
1016
MIGUEL DE UNAMUNO
se forme ese triste caso de lo que llaman el meteco,
el hombre que está continuamente sufriendo. ¿ Que por
qué no se asimila ? ¡ Ah ! Eso habría que verlo muy
despacio y con mucha calma.
Pero dejando estas consideraciones, porque si me
dejase llevar de ellas llegaría a cosas muy amargas,
vengo al texto concreto: "Es obligatorio el estudio
de la lengua castellana, que deberá emplearse como
instrumento de enseñanza en todos los centros do-
centes de España". Yo hubiera preferido que se di-
jera: "Es obligatorio enseñar en castellano. Las re-
giones autónomas podrán, sin embargo, organizar en-
señanzas en sus lenguas respectivas - — naturalmente,
los comunistas podrán organizarías en esperanto o en
ruso — ; pero, en este caso, el Estado mantendrá tam-
bién en dichas regiones las instituciones de enseñan-
za de todos los grados en el idioma oficial de la Na-
ción". En este caso, y en cualquier caso, "manten-
drá". La cosa está bien clara : no tiene más que se-
guir manteniendo.
Hay hoy en Barcelona una Universidad de Espa-
ña, y éste es el punto fuerte : Universidad de que no
puede ni debe desprenderse el Estado español en
absoluto; que no debe caer bajo el control de nin-
gún otro poder que el del Estado español, ni com-
partirlo. Porque aquí de lo que se trata en el fondo
es de apoderarse de esa Universidad. ¡Cuidado!, que
yo temo más que a la autonomía regional a la auto-
nomía universitaria. Llevo cuarenta años de profe-
sor ; sé lo que serían la mayor parte de nuestras Uni-
versidades si se dejara una plena autonomía, y cómo
se convertirían en cotos cerrados para cerrar el paso
a los forasteros. Alguien me decía : "¿ Es que se va
a sostener allí una Universidad con el dinero de Ca-
taluña?" No; con el dinero de toda España, natu-
ralmente, incluso Cataluña, como se mantienen las
OBRAS COMPLETAS
1017
Universidades del resto de España, y con el dinero
de Cataluña.
Además, yo que no entiendo mucho, ni quiero en-
tender, de ciertas distinciones jurídicas, veo que hay
una cosa que nunca comprendo bien cuando se ha-
bla de catalanes y no catalanes. Para mí todo ciu-
dadano español radicado en Cataluña, donde trabaja,
donde vive, donde cria su familia, es no sólo ciuda-
dano español, sino ciudadano catalán, tan catalán
como los otros. No hay dos ciudadanías, no puede
haber dos ciudadanías.
Por lo demás, y quiero abreviar, por encima de
esta Constitución de papel está la realidad tajante
y sangrante. Se quiere evitar con esto cierta guerra
civil — claro, no una guerra civil cruenta a tiros y
palos, no — ; me parece que va a ser muy difícil, y,
además, no lo deploro. ]\Ie he criado, desde muy
niño, en medio de la guerra civil, y nq estoy muy
lejano de aquello que decía el viejo Romero Alpuen-
te de que la guerra civil es un don del Cielo. Hay
ciertas guerras civiles que son las que hacen la ver-
dadera unidad de los pueblos. Antes de ella una uni-
dad ficticia ; después es cuando viene la unidad ver-
dadera. Y ¿qué más da que hagamos la guerra civil?
Cualquier cosa que hagamos estará siempre en re-
visión ; la revisión es una cosa continua : los perío-
dos constituyentes no acaban nunca; es una locura
creer que porque pongamos una cosa en el papel va
a quedar ya hecha. Además, ¡ hay tantas cosas que
no quieren decir nada, que no tienen eficacia ninguna !
Y como alguien más podría manifestar algo — pue-
de ser que yo tenga ocasión de añadir algo tam-
bién— , digo que no veo peligro, como se me ha di-
cho, en tomar ciertas actitudes. Me han dicho que hay
peligros para la República. No sé, no veo que los
1018
MIGUEL DE UNAMUNO
haya. Parece la República muy timorata; cree que
es hasta un acto de agresión hacer la apología del
régimen monárquico. A mí me parece esto una ino-
centada; pero, en fin, yo no veo esos peligros, y, en
último caso, si los viera, creo que hay que atajarlos.
Mas también, como he dicho muchas veces, creo que
aquí hay algo por encima de la República.
{Texto taquigráfico publicado en El Sol, Madrid,
23-X-1931.)
CONFERENCIA EN LA UNIVERSIDAD DE
SALAMANCA, EN UN CICLO ORGANIZADO
POR LA ASOCIACION DE ESTUDIANTES DE
DERECHO. 29 NOVIEMBRE 1931.
Sentiría mucho que por circunstancias fortuitas
— casi todas las circunstancias son fortuitas — llegara
a defraudar; no vengo en el estado de espíritu propi-
cio para dirigiros la palabra. Unicamente lo hago por
un sentimiento de deber y una obligación contraída,
porque yo no sé negarme a los requerimientos de la
juventud.
En esta temporada he venido hablando más de lo
debido, y puede que me llegue a ocurrir lo del dicho
vulgar de "disparar primero y apuntar después".
Aún llegan a mí los ecos que provocaron las últi-
mas palabras que desde este mismo sitio pronuncié al
inaugurar el curso 1931-1932.
Llegaron ha poco a mí estos jóvenes a decirme que
habían constituido la Asociación profesional de Estu-
diantes de Derecho; por entonces se celebraba en
Madrid el Congreso de la F. U. E. Yo creía que en
Salamanca subsistía aún esta Asociación; pero veo
que se ha deshecho, pues no tuvo representantes en
el citado Congreso, y es que con ésta sucedió lo
que sucede con todas las Asociaciones de estudian-
tes : que son follaje de la primavera, que al llegar el
otoño cae, y menos mal si al caer sirve de mantillo al
árbol para que pueda dar fruto en la próxima prima-
vera.
Corren en nuestra Patria todas el mismo riesgo:
1020
MIGUEL DE UNAMUNO
que duran muy poco; se reducen a dos o tres
muchachos de acción, de entusiasmos, que mueven a
los demás ; pero que cuando aquéllos desaparecen
porque terminaron sus estudios, desaparecen ellas.
Y también ocurre que la mayoría tiene un local
en el que de cuando en cuando se da alguna conferen-
cia : pero con harta frecuencia lo único que se hace
es jugar al "chámelo" y otras cosas peores.
Una de las mayores dificultades para la vida de las
Asociaciones es que son dirigidas por elementos de
fuera. Ahora que más lamentable son las Asociacio-
nes de padres de familia, que no tratan precisamente
de que sus hijos estudien, sino de que aprueben.
La cuestión de los progr.xm.^s
y el preparatorio.
Es la época clásica de la protesta. Y hay algunas
que no están desprovistas de razón. Ahora mismo se
está pidiendo la supresión del preparatorio, que no
sé si prepara o no prepara para algo. La cuestión de
los programas es cosa verdaderamente horrible, y si
yo no he ingresado en ningún partido político es por-
que siempre estuve a matar con los programas.
Cuando yo era estudiante, en el preparatorio de la
carrera de Derecho se exigía la Literatura latina,
que yo no sé por qué había de ser precisamente la-
tina. Luego la lógica fundamental, que yo creo que
lo más fundamental es lo elemental, y una serie de
introducciones, como si las introducciones a una cosa
fueran la cosa misma. Si la introducción a la Histo-
ria no es historia, no es nada. Sin embargo, ahí está
la cuestión de las lenguas. Es una vergüenza que en
un país se llegue a obtener un título sin saber tra-
ducir ni francés.
Eso debéis vosotros los estudiantes pedirlo; no que
os lo exijan, sino que os lo enseñen.
OBRAS COMPLETAS
1021
La mayor parte de la desventaja universitaria está
en la falta de la graduación en las enseñanzas pri-
maria y secundaria, p-ies se sale de los Institutos sin
saber siquiera escril)ir una carta, y es más, la ma-
yoría de los jóvenes españoles no ha aprendido a es-
cribir ni en castellano: por tanto, no es raro encon-
trar por ahí doctores de "escopeta y perro", analfabe-
tos por desuso.
La política y la Universidad.
Aquí es muy raro encontrar una persona que es-
criba con soltura y con precisión, porque todo aquel
que lo hace así se dice que escribe oscuramente, y,
por el contrario, al que habla por hablar y escribe en
una sucesión de palabras que no dicen nada, a ése se
le llama claro en su estilo, que yo, apropiándome de
un término médico, lo motejaré con el calificativo de
cirrótico.
Jiluchas veces se dice que se sabe, pero que no se
puede expresar, y yo os digo que el que no puede
expresar una cosa es que no la sabe'.
Y volviendo a lo dicho : todas las Asociaciones de
este género que he visto nacer llegaron a morir, y
muchas de ellas sin dejar rastro. La última, la
F. U. E., que duró un poco más porque fué un mo-i
vimiento civil, no académico, de orden político. Mu-
chos dijeron que a la Universidad no se viene a
hacer política ; se viene a estudiar. ¡ Como si el es-
tudiar no fuera hacer política, o como si el hacer
política no fuera el mayor de los estudios conocidos !
De la Universidad siempre existirá una labor de edu-
cación ciudadana. Yo desde fuera, a raíz de arran-
carme de mi casa y de mi cátedra, estuve alimentan-
do aquel movimiento de la estudiantina española.
Hace referencia a ciertas anécdotas de otros pro-
fesores de las naciones vecinas comparándolos con
1022
MIGUEL DE UNAMUNO
los nuestros, y saca de ellos graciosas consecuencias.
Dice que es peligrosísimo para la fe clasificar a las
asociaciones de estudiantes con ciertas palabras de
carácter confesional, que quieren indicar que los res-
tantes no son lo que ellos pregonan.
"Hace muchos años — dice — que circulaba un libri-
to que causó una repercusión enorme. Se titulada El
liberalismo es pecado, y en el que se sostenía que su
gravedad era mayor que la del adulterio, la blasfemia
y el robo. Y con ocasión de un banquete dado en
ésta al conde de Romanones, un individuo que le
acompañaba, al dirigir la palabra a los asistentes al
acto, dijo que él era liberal, pero no de ese liberalis-
mo corriente, sino del otro, del que es pecado."
Yo conocí aquí a un señor que estaba algo chalado,
y un día le dijo a la criada, que no había ido a misa,
que eso constituía un pecado muchísimo mayor que el
robar 5.000 duros ; y la criada sacó la consecuencia,
no de la gravedad de no ir a misa, sino de la insig-
nificancia de robar esos miles de duros.
La misión de todos
Hace alusión a la cuestión de la libertad de ense-
ñanza, y dice que esa libertad no podrá ser precisa-
mente libertad de no enseñar.
"Yo os ruego que os unáis todos : los que tenéis fe,
los que no la tienen, los que la buscan y no la encuen-
tran, los que la perdieron y no les duele haberla per-
dido. Os pido que os unáis en hermandad para la pe-
lea, pues no hay abrazo más grato que aquel que al
terminar un combate se dan los combatientes por en-
cima de los que en la lucha han caído.
No envenenéis vuestras luchas ; son cosas de pri-
mavera. Yo, a los años juveniles, casi prefiero la ma-
durez otoñal. Me placen más a la vera del río las
hojas caídas que el verde agrio de una primavera. Y
OBRAS COMPLETAS
1023
después, ¿qué sucederá? Algunos recuerdos para que
pueda haber alguna esperanza, que las esperanzas no
existen si no tienen base en un pasado."
Hace alusión a sus tiempos de niño en una escuela
cuyo maestro no enseñaba nada, pero que eran un
mundo en pequeño. Allí estaban el cacique, el indus-
trial, el financiero y él, que en aquellos tiempos se
sentía ultrajabalí.
"Se dice que estamos en una República de trabaja-
dores, y por los últimos acontecimientos más bien
creo que es una República de funcionarios, en que
todos quieren vivir a costa del Estado."
Después de detenerse brevemente a analizar, con
admirable ironía, el problema de los maestros de
escuela, don Miguel de Unamuno termina diciendo:
"Feliz aquel que conserva siempre en el fondo de
su espíritu la niñez, que no olvida el niño que lleva-
mos dentro, que es el que nos justifica y nos salva.
Creamos siempre en nuestra fe de niño para poder
combatir el veneno y ver en aquel que se nos acerca
un padre y no el caudillo que nos lleva a la matanza."
(Extracto publicado en El Sol, Madrid, l-XII-1931.)
DISCURSO EN EL HOMENAJE A JOAQUIN
COSTA, EN EL ATENEO DE MADRID, EL
8 DE FEBRERO DE 1932
Señoras y señores, o, mejor dicho, amigas y ami-
gos: No sé cómo me van a salir estas deshilvanadas
divagaciones respecto de aquel hombre, a quien co-
nocí y traté. Me va a ser muy difícil — creo que es
casi imposible— separar la obra, del hombre, porque
un hombre, después de todo, en la Historia y para
la Historia, no es más que su obra. Se puede decir
que nacemos sin alma. Algunos mueren con ella: los
que han dejado una obra; los demás, mueren sin ha-
ber cobrado su alma. Conocí, como digo, a Costa, y
veo que ahora, como es inevitable en hombres como
él, se va convirtiendo en un símbolo, casi en un mito,
y va borrándose su propia personaUdad. Debió de ser,
sin duda, una — me figuro yo — de sus preocupaciones
ver cómo en vida le iba envolviendo la leyenda, le
iba envolviendo el símbolo que de él hacían y en el
cual había de ser enterrado. Que es una de las tra-
gedias, en parte dolorosas y en parte consolatorias,
la de la vida de un hombre que ve cómo el que es
se va sintiendo borrado por el que de él hacen todos
los demás. Y es que ya no es suyo ; es de todos los
otros, que han hecho de él otro hombre, en el cual
queda enterrado, pero que es el que vive y en el que
ha de vivir siempre.
Conocí a Costa y, como es antural, yo no puedo
traer aquí al Costa que fué, sino a "mi Costa", al
mío. Y acaso en él, sin duda, me he de meter yo
OBRAS COMPLETAS
1025
mismo: es inevitable. Aqui le veríais los que tenéis
ya cierta edad cuando iba arriba a trabajar solitaria-
mente. ¡ Y hay que ver lo que es, y más en España,
uno de esos trabajos solitarios, un trabajo de investi-
gración y rebusca, donde no hay un ambiente de re-
buscadores ni de investigadores, donde tiene uno que
hacérselo todo ! Cualquier español que haya hecho
en arte, en ciencias, en letras, un descubrimiento
significa mucho más que los que hayan hecho eso mis-
mo en otros países; porque allí no lo hace él solo,
sino que lo hacen una porción de compañeros de tra-
bajo.
Y venía a trabajar indudablemente en trabajos que
ya estaban hechos muchas veces. Alguna vez se lo
dije yo : "Pero, don Joaquín. ¡ sí eso está ya averi-
guado!" Pero él quería ir a las fuentes mismas. Esto
tiene — dicen — un inconveniente. Cuando andaba es-
tudiando la decadencia romana en los escritores roma-
nos, haciendo caso omiso de todo lo que se había he-
cho en torno de aquello, yo me acordaba de los que
dicen: "Sí, así sucede con estos españoles, que des-
cubren el Mediterráneo." Pero yo digo : ¡ Ah ! ¡ No es
cualquier cosa descubrir el Mediterráneo!... Sobre
todo, para los que viven en él, que son los que no lo
conocen.
Indudablemente, si un hombre genial se encierra en
un viejo caserón de un antepasado suyo que fué al-
quimista, con retortas y matraces del siglo xvi o xvii,
y empieza a investigar, y al cabo descubre el oxígeno,
se dirá que ya estaba descubierto; pero ya se verá
si hay algo nuevo cuando haya encontrado el oxíge-
no. Ahí está toda la grandeza de los niños, que están
descubriendo todos los días lo que los demás saben.
¡ Y hay que ver cuando un niño descubre algo que los
demás hemos encontrado ya!... Esto era Costa: un
niño que se encerraba aquí a rehacer individualmente
una cultura técnica que en España no existía en su
U.NAMUNO.
. VII.
33
1026
MIGUEL DE UNAMVNO
tiempo. Aquí he visto trabajar a aquel hombre soli-
tario; cuando yo le veía sumido en el trabajo, pensa-
tivo, en aquel su amor loco, en aquel amor patético
que tenía a España y a la cultura española, pensaba
que en aquel encarnizamiento pasional sobre el traba-
jo había algo más: trataba de ahogar cierta desazón
íntima, lo que dijo una vez Carducci : "Mejor, tra-
bajando olvidar; sin indagarlo este eterno misterio
del Universo." Que los más grandes investigadores
lo han sido' acaso por una íntima desesperación. Aquel
hombre tenía un carácter del que habréis oído hablar
muchas veces. Dicen los que le trataron frecuente-
mente que era insoportable. Yo le traté poco. Con-
migo fué amabilísimo, atento. Es más : muchas veces
le contradecía, y no le vi irritarse nunca. Por lo cual
sospecho que cuando se irritaba con ciertos contra-
dictores no sería por la contradicción precisamente.
Costa vivió siempre en, dentro y para
LA Historia.
Aquel hombre vivió siempre en la Historia, den-
tro de la Historia y para la Historia. Toda su con-
cepción era una concepción historicista. No había
en él nada de lo que podríamos llamar metafísica. Yo
podría decir que era, más que un espíritu platónico,
un espíritu tucididéstico ; porque... está bien Platón,
pero está mejor Tucídides. Aquel hombre tenía la
preocupación de la Historia, y como era un histori-
cista, era también un tradicionalista ; un hombre que
vivía por y para la tradición, comprendiendo, como
es natural, que la tradición es una misma cosa que el
progreso: es la tradición del progreso, como el pro-
greso es progreso de una tradición. (Para que mar-
che un carro, es menester que haya un carro.)
Este hombre era un tradicionalista, hasta en el sen-
tido específico que en España se da al tradicionalis-
OBRAS COMPLETAS
1027
mo. ¡ Cuántos puntos de contacto tenía con nuestros
sinceros, ingenuos y castizos tradicionalistas espa-
ñoles!... Y era también, en este sentido, un conser-
vador. No hay que asustarse de la palabra. Era, na-
turalmente y sobre todo, un español. ¡ A él sí que le
dolía España ! Era un español. Fomentó aquello de
la europeización, inventó lo de la europeización en
puro españolismo, porque era, como Job, un hombre
de contradicciones interiores. Era un hombre que vi-
vía de luchar dentro de sí mismo, y cuando decía eu-
ropeización — como lo decían otros — , acaso, en cier-
to modo, quería decir españolización de Europa. Un
español no quiere europeizar a España, si no es in-
tentando, en cierta medida, españolizar a Europa;
es decir, llevar lo nuestro a ellos, en cambio mutuo.
Recuerdo cuando me puse yo en relaciones con él.
Fué cuando hizo sus trabajos sobre el Derecho con-
suetudinario, al que yo aporté un modesto tributo so-
bre la organización de las Cofradías de pesca en la
costa vasca (1). Y todo aquel trabajo no fué sólo suyo,
sino de los demás; porque este hombre solitario tuvo
la honda virtud de hacer trabajar a los demás, de po-
ner en movimiento a todos, de ser un centro de re-
unión, un foco para una porción de espíritus. Luego
hizo aquel trabajo del colectivismo agrario... fes cu-
rioso que aparezca aquí la palabra agrario; él lo fué
de verdad). Hizo un estudio del colectivismo agrario
buscando nuestra tradiciones españolas, una organi-
zación democrática, honda, de los pueblos; una orga-
nización que se ha ido borrando. Yo he conocido res-
tos de algo que va desapareciendo. Y aquí sí que se
encontraba con ciertos elementos tradicionalistas. Has-
ta tal punto le llamaban la atención, que en un libro
poco conocido, que se llama Detrás de las trincheras,
escrito por don Julio Nombela, que había sido secre-
1 Lo encontrará el lector en el tomo VI de estas Obras com-
pletas.
1028
MIGUEL DE UNAMUNO
tario de Cabrera, se habla de un plan económico y
de gobierno que a don Carlos de Borbón, conocido
por Carlos VII, o Carlos Chapa, el Pretendiente, le
presentaron el canónigo Manterola, don José Mendi-
luce Caso y... no me acuerdo de algún otro; eran
exactamente, en el fondo, casi las cosas de Costa;
por lo cual yo he solido decir a los que tienen una
idea fantástica del carlismo : "Lo hondo y popular
del carlismo, quien lo formuló, fué Costa." También
se cuenta que cuando se lo presentaron a don Carlos
el Pretendiente, dijo: "Sí; me parece más espartano
que ateniense."
Es algo extraordinariamente curioso. ¡ Qué raíces
tiene este hombre con todo el viejo tradicionalismo
español ! Recordemos aquella misma frase suya de
"política de alpargata y de calzón corto", de la cual
yo no participo; ruralización, no; es lo contrario de
civilización. El tenía una honda fe en los labriegos.
No sé si cuando murió tendría tanta fe en los labrie-
gos como cuando empezó con aquello de la Cámara
Agrícola del Alto Aragón...
Pues como os iba diciendo, esto era una cosa honda
de la vida rural, de colectivismo agrario y de federa-
lismo; porque, realmente, la mayor parte del viejo
tradicionalismo español ha sido siempre profunda-
mente federal. Aquí hay que acabar con una leyen-
da, y es la de la centralización de la Monarquía es-
pañola.
L.\ LEYENDA DE LA CENTRALIZACIÓN.
La Monarquía española ha sido una de las menos
centralizadoras. ¡ La francesa sí que fué centraliza-
dora! ¡La francesa, y... lo que sucedió a la Monar-
quía francesa, que es, bajo otra forma, también Mo-
narquía ! ¡ Aquello sí que era centralizador !
Este hombre hizo luego, aquí en el Ateneo, aquella
OBRAS COMPLETAS
1029
información sobre Oligarquía y caciquismo, a la cual
concurrimos cerca de una cuarentena de personas co-
nocidas en España. Y recuerdo también, y puede ver-
lo cualquiera, que toda aquella cuarentena no hubo
más que dos que discreparan un poco y se atreviesen,
es decir, nos atreviésemos, a tratar de justificar o
explicar en cierto modo el caciquismo. Fuimos mi
buena amiga doña Emilia Pardo Bazán y yo.
EJl C.\CIQUIS,M0 se M0DIFIC.\R.\i, PERO
NC DES.\P.\RECERÁ.
Me acuerdo mucho cuando yo defendía aquello del
cacinuisnio como la form;i natural de org-anización,
diciendo : En el pueblo en que no hay cacique se
fomenta el caciquismo y se obliga a ser cacique a
cualquiera. Y algunas veces ocurre que obligan al
que menos condiciones tiene para ello. ¡ Y figuraos un
pueblo en que se quiere que sea su león un ciervo!...
¡Es una cosa terrible!...
Es tan hondo esto como el estado de guerra civil,
que viene ya desde la época de los romanos, y de
aquellas costumbres de agermanamiento. Una vez me
preguntaba un inglés:
— Dígame usted : de hecho, aquí en los pueblos,
¿cómo están divididos políticamente?
— Pues... verá usted — le dije — : en dos partidos:
los antiequisistas, que siguen a Zeda, y los antize-
distas, que siguen a Equis.
Y es tan honda la organización del caciquismo,
que dudo que desaparezca. Se modificará, cambiará,
se dignificará, se civilizará; pero... ¿desaparecer?
Cuántas veces en estos días, no tan turbios, de pa-
sión — y eso es bueno — , cada vez que oigo que al-
guien se levanta y empieza a trinar contra un caci-
que, digo: "¡Bueno; éste, o aspira a cacique, o está
defendiendo a otro cacique !"
1030
MIGUEL DE UNAMUNO
El cirujano de hierro.
Aquí se ha dicho lo del "cirujano de hierro". Real-
mente, ésta fué una de tantas cosas de aquella fan-
tasía, de aquella encendida retórica (le doy un alto
sentido a lo de retórica ; ¡ cuidado con eso ! ; ¡la
retórica salva muchos pueblos !) que daba un alto
sentido a lo del cirujano de hierro, detrás de lo cual
se veía el caudillaje. Y no me extraña que en la épo-
ca de aquella lamentable dictadura surgiera aquel que
no era un cirujano, ni de hierro siquiera; a lo sumo,
una especie de sacamuelas. Hubo entonces quien exhu-
mó textos de Costa para justificar la dictadura. Yo
creo que Costa, como de una porción de gentes que
tienen una personalidad, se pueden exhumar textos
para defenderlo todo, lo uno, lo otro y lo de más allá ;
porque no son gentes de línea recta, sino que viven de
un conjunto de contradicciones íntimas, que es lo que
le da vida a uno.
El tenía el sentido íntimo de la tradición, y se iba
a buscarla en lo más remoto : en la civilización ibérica
y celtibérica. Hay obras de las cuales no queda una
sola afirmación en pie, y, sin embargo, han sido las
que han provocado la mayor parte de una porción de
descubrimientos. Todo depende de eso, de lo que ha-
cen despertar en otros, aunque sea por contra-
dicción. Y aquél era un hombre de pasión y de co-
razón.
Pues en esto del tradicionalismo era tal y tenía
tal amor, que cuando yo, en mi pueblo natal, con es-
cándalo de mis paisanos (después comprendieron el
interés que me guiaba), hablé de la agonía de nues-
tra milenaria lengua vasca, él me escribió una carta
lamentándose y diciendo que sentía mucho aquello,
que era una pena que esa lengua muriese. Yo le con-
testé :
"Mire usted, don Joaquín: como no puede ser lo
OBRAS COMPLETAS
1031
que fué, ya le puede servir a usted muy poco para la
investigación de las antigüedades ibéricas. Además,
comprenda usted, nosotros no nos vamos a sacrificar
en conservar una lengua así para que ustedes los in-
vestigadores puedan investigar. No ; nosotros no
somos conejillos de Indias."
¡ Cómo se veía allí todo el amor que él tenia a es-
tas cosas que son la raíz de la tradición patria ! ¡ Cuán-
tas y cuántas contradicciones vivas, llenas de pasión,
llenas de amor, había en él !
Todos recordaréis aquella otra frase (desgraciada-
mente, de él apenas se recuerdan más que frases), y
como lo que envolvían fías frases, que era un deseo
de vida, de alma, lia desaparecido, hoy os es muy
difícil a los que no le conocisteis, sobre todo a los
que no conocisteis la España de entonces, daros cuen-
ta de cómo vibraban las gentes de entonces ante la
voz de aquel hombre, que hasta en la voz parecía
un profeta del Viejo Testamento. ("Doble llave al se-
pulcro del Cid"j, en la misma época en que yo decía
aquello de "¡Muera Don Quijote!" (bien me pesó
luego). ¡Doble llave! Y, sin embargo, aquel hombre
estaba pensando siempre en la conservación para Es-
paña del Norte de Africa, y no sé si en algo más, si
en la total conquista de ella. ¡ Hay que ver en qué
mar de contradicciones, en qué mar de perplejidades
nos sumió el golpe de 1898 ! Sobre todo, a los que
entonces empezábamos a despertar a la más honda
vida civil de la Historia.
i Le dolía España !
Le dolía profundamente España, y rompía en aque-
llas imprecaciones contra su pueblo, al que él creía
sumido en una especie de apatia y de marasmo. ¡ Cuán-
tas veces nos dijo a todos los españoles, nos echó a
la cara, aquello de "¡eunucos!" ¡Se hartó de llamar-
1032
MIGUEL DE UNAMUNO
nos eunucos ! ¡ Y había que verlo llorar, sobre todo
en sus últimos tiempos ! Recuerdo que cuando fué
a Salamanca para asistir a una fiesta, dijo:
''¡ Acaso el año que viene ya no podremos celebrar
esto! ¡Seremos subditos de los Estados Unidos!"...
¡ Y cómo se le quebraba la voz, y se le rompía lo
que iba diciendo en un sollozo! Eran cosas de enfer-
medad, indudablemente. Aquí se ha dicho que estu-
vo muriendo mucho antes de morir. En un alto y
noble sentido, acaso se puede decir que nació muerto.
Muerto para cierta vida miserable, y por eso eran
aquellos sollozos. ¿ Que era un enfermo ? Puede ser. Y
acaso esa enfermedad es la que dió vida y pasión
a todas sus obras. ¿ Enfermo ? Lo mismo dicen de
Santa Teresa, que si era una histérica, una enferma...
La enfermedad acaso le dió la genialidad. Hay quien
no es enfermo ; pero, en fin, así como el agua quími-
camente pura es impotable, el hombre que tiene una
sangre fisiológicamente pura, casi siempre es un im-
bécil. El que no tiene una dolencia cualquiera, una
cierta toxicidad en la sangre que le arañe el cerebro,
no discurre nada. Tiene una salud como la de una
vaca.
Era un hombre enfermo.
Sí ; era un hombre enfermo. Había que ver a
aquel hombre enfermo cuando, con motivo de la ley
del terrorismo — que era una cosa así como la ac-
tual ley de Defensa de la República — le hicieron
venir a informar en el Parlamento (porque antes de
votarse aquello se permitió una información pública).
A mí, también. No me invitaron, casi me conmina-
ron a que viniera, pero no vine. Y he oído decir que
era una pena ver a aquel hombre, al cual tenían que
llevar casi en brazos, que estaba derrumbándose físi-
OBRAS COMPLETAS
1033
camente. que estaba acabándose... Pues la ley del te-
rrorismo quedó fuera y no se publicó.
Luego recordaréis cuando fué elegido diputado para
las Cortes como republicano, y no fué a las Cortes.
Alguien ha dicho: soberbia. No; sin duda fué por
defenderse de sí mismo; no habría hecho nada allí,
sino precipitar probablemente su fin. Creo que hoy
tampoco iria a nuestro Parlamento.
Aquel hombre, como os digo, era un honilire que
vivía de pasiones, de contradicciones íntimas, de un
dolor, de ver que se moría sin que se realizara el sue-
ño de toda su vida : la España (jue él había soñado,
la España de una tradición milenaria, dentro de la
cual había todas las posibilidades de un porvenir,
milenario también, dentro de la cultura humana ;
aquella España en que lo general, lo universal, fue-
ra lo particular. Porque no hay nadie que sea más
de todos los tiempos y de todos los países que aquel
que es más de su tiempo y de su país. El Dante, por
haber sido el más florentino de los fiorentinos del
siglo XIII y el hombre más hombre del siglo xiii, ha
sido un hombre de todos los países y de todas las
edades. No se llega nunca a una universalidad por di-
ferenciación, sino al contrario ; no se puede nunca
pasar de la propia patria al extranjero sino cuando
se ha rebasado de ella. Cosas malas esos productos
de exportación cuando todavía aquí no han sido de
ningún modo consagrados.
C0NTR.\DICCr5N V SOLED.^n.
Este hombre fué un hombre de contradicciones y
un hombre de soledad. ¡ Ah ! ¡ Hay que saber lo que
es un hombre de soledad ! No sólo metido en draus.
A lo mejor, metido en una ciudad grande y viviendo
entre los demás, y apareciendo un hombre social, y
sintiéndose, sin embargo, en una soledad terrible siem-
1034
MIGUEL DE UNAMUNO
pre, en una soledad corno aquella de Moisés de que
habla el gran poeta Vigny. Aquel hombre se sentía
solo. Al silencio de su soledad respondía el silencio
de la soledad de lo alto.
Aquel hombre fué un solitario, un hombre de con-
tradicciones y un hombre de anhelos.
Un recuerdo a Miguel Servet.
En estos días estaba yo leyendo en una obra de
un ardoroso calvinista, una obra dedicada a "Calvi-
no: sus cosas y su tiempo", la vida y sobre todo el
final, el proceso de otro gran aragonés, de Miguel
Servet, y de otro Miguel, Miguel de Molinos; estaba
leyendo toda aquella vida tormentosa de aquel Ser-
vet, "el español", como le llamaban; de aquel hombre
que pudo escapar de Francia y del cardenal Tournon
cuando le iban a quemar vivo, y que como escapó, se
le quemó en efigie, para ir luego a Ginebra, donde
Calvino lo quemó vivo... ¡Si no le hubieran quema-
do unos, le habrían quemado los otros, j Que un hom-
bre como Servet — hereje en el más íntimo sentido
de la palabra, de todas las herejías, un hombre siem-
pre señero y aislado — perece siempre a fuego lento
o de los unos o de los otros, y a veces del propio fue-
go interior que le consume.
Hay unas palabras de Miguel Servet, pintando la
vida española, que le encajan a Costa. Servet, inves-
tigador profundo y solitario, decía : "El espíritu de los
españoles es inquieto y revolvedor de grandes cofres.
Ostenta por simulación, quiero decir por habilidad,
una cierta vistosidad, una ciencia mayor de la que
tiene."
"Los españoles pasan, en cuanto a los ritos reli-
giosos, por los más supersticiosos de los mortales",
decía Servet. Pues, como Servet, somos muchos los
españoles que también somos de esta manera: inquie-
OBRAS COMPLETAS
1035
tos y revolvedores de cofres grandes. Acaso con una
cierta vistosidad, puede ser que dando a entender una
ciencia mayor de la que tenemos, ya. que también nos
gusta la sofística. Respecto a que los españoles pa-
samos por los más supersticiosos, no quiero entrar en
esto. No sé, a este respecto, cómo sentia el gran
Costa. Nunca habló de eso. Pasaba por encima de ese
asunto, que soslayó siempre. Ahora, yo tengo una
cierta sospecha de que acaso no estaría convencido
del todo de ese Dios primer motor inmóvil de Aris-
tóteles ; pero sospecho también que creía en la Virgen
del Pilar.
Intimo sentido de l.xboriosidad.
Este hombre, después de una agonía lenta, luchan-
do con su impaciencia por ver nacer una España
nueva, por ver que las gentes se encenderían, se apagó
tristemente en la vida de Graus. No olvidaré nunca
el día en que, pasando por Graus, me enseñaron la
casa en que él había muerto. Nos dejó un gran ejem-
plo ; primero, de laboriosidad, la que procede del amor
a la obra, no del amor al salario. No; no es la labo-
riosidad que pide trabajo porque dice que no quiere
limosna ; porque resulta que el trabajo es un pretexto
para la limosna. No; era la laboriosidad del amor a
la obra, del amor al trabajo. Nos enseñó a hundirnos
en el trabajo, para encender en él nuestros amores,
la vida misma, y acaso para olvidar otras preocupa-
ciones más altas, inflamando al mismo tiempo a toda
aquella generación en un ímpetu de arrojo, algo que
faltaba.
La gente parecía muerta. No lo estaba. Debajo de
todo aquello había la brasa, había el rescoldo. La
prueba está en lo que ha venido después. Cuando se
habla de los que fuimos algo más jóvenes en aquella
generación del 98 y se nos pregunta qué es lo que
1036 MIGUEL DE UNAMUKO
hicimos, yo contesto: "Nosotros hicimos a los que
han hecho esto. Yo sé que vendrán nuestros nietos
y nos bendecirán, lo que acaso no hagan nuestros
hijos."
Yo sé que en este tránsito, aquellos que parecíamos
desordenados, cada uno por su lado, estábamos día
a día creando una conciencia en España. Somos de
los que hemos contribuido más; no como una porción
de gentes que, cuando ya estaba hecha una conciencia
nacional, han venido creyendo que se hace algo cuan-
do se le quita la piel a la serpiente que ya tenia otra
nueva por debajo.
Palabras finales.
No quiero continuar hablando de un tiempo que
ya va haciéndose histórico, en el peor sentido algu-
nas veces ; que se va haciendo legendario ; no quiero
seguir hablando de un hombre a quien perdió la le-
yenda, ni hablar bajo la preocupación de que a otros
también nos envuelve la leyenda. Ved cómo murió
"el solitario", cómo murió consumido por ese fuego
vivo... Que si a Servet le quemaron los calvinistas,
a él le quemó el amor a su España, la visión de lo
que estaba pasando en esta pobre tierra, que entonces
agonizaba en manos de una dinastía agonizante tam-
bién.
No tengo más que decir.
{Texto taquigráfico publicado cu El Sol, Madrid,
9-II-1932.)
DISCURSO EN LOS JUFXtOS FLORALES
CELEBRADOS EN MURCIA EL 27 DE MAR-
ZO DE 1932
Ciudadanos, ciudadanas, mujeres y hombres todos
de Murcia y de España : ¡ Qué de recuerdos despier-
tan en los recovecos de mi memoria ! ¡ Qué de re-
cuerdos se agolpan en mi espíritu al volverme a ver
en una tierra como ésta ! Yo me acuerdo de que no
empecé tomándolas del todo en serio, que procuré dar
a estas fiestas un carácter distinto al que tenían. Me
parecía que estos Juegos Florales, que habían venido
de Cataluña y de Valencia, no eran lo que más falta
hacía. Me parecía que lo que hacía falta eran cosas
vitales y de trabajo. Quizá en eso me equivocaba un
poco, porque es muy difícil delimitar lo que es juego
y lo que es trabajo, lo que es ñor y lo que es fruto;
fruto del trabajo, flor del juego. No sé cuál debe ser
el preferido. Flor, fruto, trabajo, juego, juego del
trabajo, trabajo del fruto. La planta, para nosotros,
muere en el fruto, que es lo que nos comemos ; pero
quizá para ella misma muera en la flor, que es lo últi-
mo que da. Fruto del trabajo, flor del juego. Es la
misma historia del huevo y la gallina. ¿ Qué fué antes,
el huevo o la gallina? Yo creo que ni una cosa ni
otra, sino una tercera cosa, que fué ántes que el
huevo y que la gallina.
Se tr.\b.\j.a más por l.a p.^sión
que por la acción.
En aquella época yo estaba cerca de esta ciudad, en
Cartagena, hace ya de esto treinta años. Fué la se-
gunda vez que yo actuaba en una fiesta como esta de
1038
MIGUEL DE UNAMUNO
hoy, en que vuelvo en esta primavera y a esta ciudad
de primor que es Murcia, y voy de nuevo a ver las
flores y los frutos, el juego y el trabajo.
Es muy cómodo riablar, como hablando de frutos,
de acciones. Yo oigo hablar de ellas muchas veces.
Unas veces es de Acción Republicana, y otras, de
Acción Nacional.
Yo preferiría que en lugar de hablar de acciones,
me hablaran de pasiones. Trabajar, se trabaja más
por la pasión que por la acción. Hay tierra y hay
palabra, materia y espíritu. La palabra es espíritu.
¿En qué términos? En la concepción cristiana no
es acción, sino misión. Su final es la contemplación,
no la acción. En la Sagrada Escritura se dice : "En el
principio fué el Verbo."
Verbo, que es palabra; por la palabra se hace todo.
Acción, acto hecho en el principio. Lo mismo que en
la flor, en el principio es muy difícil distinguir el
hecho de la palabra, la acción de la pasión. Se habla
como de hombres de acción de los hombres de pala-
bra, porque ella es su acción. Los que hayan tenido
la costumbre, rara en España, especialmente — tengo
que decirlo — entre los católicos, de leer con alguna
asiduidad el Evangelio, recordarán aquel pasaje en
que el centurión de Cafarnaúm dice a Cristo:
— "Señor, mi mozo está en casa paralítico, atormen-
tado."
" — Yo iré .y lo sanaré.
— Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi
techado. Di solamente la palabra, y sanará.
"Yo también soy hombre de autoridad y digo:
"Vete", y se va. "Ven", y viene. Mando a mis cria-
dos, y ellos realizan mis órdenes. En vos confío."
"Y Cristo dijo:
"En mi vida he encontrado tanta fe."
Hombre de palabra, mandaba con su palabra. Los
OBRAS COMPLETAS
1039
hombres de verdadera acción son hombres de pala-
bra. Al mandar, es ejecutor de la justicia. El otro,
el ejecutante, que es una cosa material, ordinaria-
mente verdugo. Por la palabra se hace la justicia.
La mejor parte de la política
es la literatura.
Vuelvo adonde venía. Vida y acción por la pala-
bra, en la palabra, de la palabra. De la palabra polí-
tica, política, acaso por oposición a la literatura. Yo
no sé si es mejor la política o la literatura ; pero sí
sé que la mejor parte de la política es la literatura
— buena literatura, claro está — . Poesía también es
política, siempre que no sea la poesía de los poetas
líricos, de esos poetas que dicen todas esas cosas cu-
riosas en doble actividad, no tan doble como parece.
Recuerdo algo que voy a referir hoy y que no todos
conoceréis. Cánovas del Castillo fué en sus comien-
zos literato, novelista, hasta poeta. Cuando era el que
llamaban "el Monstruo", una especie de amo de Es-
paña, en 1883, escribió la biografía de un pariente
suyo, don Serafín Estébanez Calderón, "el Solitario",
del que decía que era "la única persona de este mundo
a quien he pedido auxilio y protección". Como en
aquel entonces el gran maldiciente don Bartolomé
José Gallardo tuviera un pleito con Cánovas del Cas-
tillo, dijo que "era un escritor alto, que llevaba ca-
mino de ser otro el'', refiriéndose a "el Solitario".
Cánovas, luego, comentando esto, decía:
"No sabría yo hoy mismo cómo pagarle su preten-
dido agravio. Acaso si se hubiera cumplido, harto más
satisfecho estaría yo de mí mismo." Y él, que decía
de Alfonso XIII "mi Rey, y digo mío porque yo lo
he hecho", declaraba con estas palabras que hubiera
dado todo por ser otro Estébanez.
1040
MIGUEL DE UNAMUNO
Esto hoy se revive. Y es verdad que hace falta
quien gobierne. Gobernar, en el sentido recto, di-
recto, dirigir una nave. La nave es el Estado, em-
pleada en metáfora, naturalmente. Y aunque alguna
vez la metáfora sea muy amplia. Todos conoceréis
la de aquel orador francés que decía : "La nave del
Estado navega sobre un volcán." Pero gobernar es
dirigir el timón o gobernalle de una nave. Para que
la nave se mueva hay que hinchar sus velas so-
plando con la palabra. Más que al timonel es al hom-
bre de palabra, poeta o profeta de respiración, no de
inspiración, al que corresponde el gobierno de la nave.
Gobernar con palabras. Homero gobernaba con pala-
bras. Con palabras gobernaba Dante, el más grande
forjador de la unidad italiana, en un poema, en un
tratado de teología, en otro de política, de política
tan profunda como la de la Monarquía.
La labor de Víctor Hugo fué la que más contri-
buyó a derribar el segundo Imperio. Como las pala-
bras de Carducci, el poeta civil de Italia — porque si
no es civil no es poeta — . Es que con la palabra se
hace y crea actualmente ; ¡ como que la palabra es
la verdadera acción !
"Creo en las murallas de Jericó."
Yo me acuerdo de que cuando en la frontera lan-
zaba voces, que eran voces ardientes, voces que a
veces eran un apostrofe a la mocedad española y
otras eran en verso, un conocido político, también
en la emigración, como yo. me decía:
— ¿ Cree usted que con esas voces conseguirá algo ?
¿Cree usted en la leyenda de las murallas de Jericó?
Y yo le respondí:
— Creo como he creído en las murallas de Jericó,
murallas que fueron derribadas con palabras. Como
OBRAS COMPLETAS
1041
lo que tengo que derribar son bambalinas, basta con
el soplo de la respiración.
Y así fué. Y las bambalinas se vinieron abajo. Yo
creo que aquellas hojas con palabras encendidas y
alentadoras que yo lanzaba entonces desde el otro
lado de la frontera han sacado a esta mi pobre pa-
tria entonces de su situación.
Tierra y lengua. Lengua en el más amplio sen-
tido, j Cuántas veces hay que unir tierra y lengua, ma-
teria y espíritu ! Yo, que vivo hace cuarenta años en
tierras de Castilla mirando la paramera, viendo la sol-
dadura del cielo y de la tierra, he sentido el eco del
.Mío Cid, he sentido la unión del cielo y la tierra. La
tierra, llena de cielo, y el cielo, henchido de tierra. Y
he visto los atormentados personajes del Greco como
hundidos en un barranco en que yo los veía al resplan-
dor de un relámpago, que luego Jehová detuvo un mo-
mento para fijarlo en el tiempo. Y al lado del Carrión,
el río de Alonso de Berruguete y de Jorge Manrique,
he oído sus cosas :
h^ticstras 7'idas son los ríos
que va» a dar en la mar.
Por esas aguas van las sales de los huesos de los
que allí descansan ; van al mar, acaso camino de
América, adonde fueron sus antepasados. Permitid-
me también que recuerde, ya que estamos en una
fiesta de versos, otros versos, no míos, sino del so-
neto de García Tassara, en el que dice que
Para vos tornará la primavera,
mas mi invierno, ¡ay de mi!, será ya eterno.
¡ No ! El invierno no es eterno. Cuando se ha vi-
vido, la primavera es la eterna. Durará lo que nues-
tra vida y después de nuestra muerte.
1042
MIGUEL DE UNAMUNO
"Todo y nada", "siempre y nunca", "sí y no".
Los poetas del cielo soñaron frutos del trabajo,
flor del juego en el más alto sentido de la vida. El
Hacedor hizo la tierra jugando, y sigue jugando con
nosotros. ¡ Qué le vamos a hacer, si es cosa de jue-
go! Carducci dijo: "Mejor es trabajando olvidar,
sin indagarlo este oscuro misterio del universo". Pero
no puede ser; cuando se trabaja, se indaga. Muchas
veces nos lanzamos a acciones para acallar voces in-
teriores, voces llamando al último fin, que no es otro
que la contemplación, y entonces piensa uno en esas
palabras que llegan a extrañarnos por terribles :
"Todo y nada", "Siempre y nunca". Yo pienso tam--
bién en estas dos palabras, que son, como aquellas, te-
rribles y extrañas: "Sí y no".
Ahora, dejadme que en esta devoción mía yo os
diga que lo más hondo que puede hacer la tierra y
la lengua, carne y espíritu, es hacer patria. Lo mis-
mo que el arado penetra en las entrañas de la tie-
rra, remozándola, para sacarla su fruto, así nos-
otros debemos también remozar nuestra lengua, la
lengua madre, para tener también en ella una hija
nuestra. Esto lo sabéis aquí pueblo de huertanos tra-
bajadores, con sed de agua y de otras comodidades.
Después de todo, la flor es con nosotros. La tierra
ha tenido que nacer, tierra hija y lengua hija y ma-
dre. Hija o madre, es igual.
"Una mujer es siempre madre,
aunque muera virgen."
Solía ser costumbre en estos actos dedicar unas
palabras a las mujeres. No me gusta declamarlas, se-
ñores. Lo mejor que se puede llamar a un hombre
es hombre. Pues a una mujer, mujer. Estas palabras
eran una especie de flores por las que quedaban su-
OBRAS COMPLETAS
1043
jetas a un estado de inferioridad, y se dejaban las
cosas serias para los hombres. Hoy, que ya se les ha
concedido el voto, ya se les ha concedido todo. Están
en las mismas condiciones que nosotros, tienen las
mismas características.
¿ Cómo voy a ignorar que lo que más puede dis-
tinguir a vosotras de nosotros es la maternidad ? Toda
mujer tiene algo de madre desde su nacimiento. Es
siempre madre, aunque muera virgen. Sucede en to-
das partes, y acaso más que en ninguna en España,
donde tan honda y entrañada está la maternidad, que
hasta esas mozas sin familia, de esas pestañas lar-
gas, pestañas uñas de sus ojos, con las que a veces
cogen un mosquito y lo devoran, tienen el sentido
del pudor maternal. Lengua, madre o hija.
Lo mismo que los que trabajáis la tierra, deteneos
los que trabajáis la lengua.
Yo, que muchas veces he pensado, he creído en los
sentimientos de la mujer. Creo que ha de ser un mo-
mento de una gran dulzura, cuando se llegue al fin
de nuestra carrera, poder cerrar los ojos en el rega-
zo de una hija que sea a la vez nuestra madre, y
sonreír desde allí a la vida que pasa. ¡ Que nos ayu-
déis, que seáis verdaderas madres de la patria ! Así
lo espero. Creo que contribuiréis a hacer con nosotros
esta España que nace. Creo en esta primavera en flor.
Primavera mejor que cuando llega el fruto. Espiri-
tualmente, la flor.
"Cuantos más años contamos, más jóvenes
somos para el paso de los siglos."
Por eso yo, que me burlaba de los Juegos Florales,
a los que llamaba frutales o fructíferos, he venido
aquí a decir que quizá no estaba en lo cierto. He
vuelto a mi oficio de antaño, que tiene de poético, de
divagatorio y de político, haciendo a mi manera po-
1044
MIGUEL DE UNAMUNO
lítica, que la política requiere algo de poético. Yo
no sé si las palabras que he leído de Cánovas me las
tendréis que aplicar alguna vez a mí mismo. Creo
que no. Creo que he logrado mis más íntimas apeten-
cias. En esto se engaña también la gente. Hay quien
cree de hombres que tienen apetencias de poder, y
ellos lo que desean es ser maestros del bien decir. No
está en mandar, en "su" mandar, por espíritu de pa-
labra; que su palabra siga resonando después que su
boca se cierre y su lengua se pegue al paladar. ¡ Aun-
que cualquiera conoce los repliegues del corazón de
un hombre público !
Yo espero volver otra vez a esta ciudad, que más
que ciudad es una gran alquería, a la que el mayor
encanto que le encuentro es que sus principales mo-
numentos sean los montones de las verduras de su
huerta ; acaso venga a agitar otros sentimientos y
pensamientos ; pero por hoy tengo que volver al pun-
to de partida, al fruto del trabajo, a la flor del juego.
Vuelvo después de este silencio a la antigua vida.
Los años no cuentan ; cuentan los siglos de tradición
que llevamos en el espíritu. Cuantos más años con-
tamos, más jóvenes somos para el paso de los siglos.
Ahora yo, más que nunca, veo y siento la niñez de
España. No es lo primavera, sino algo más pueril y
primitivo. A vosotras, mujeres, que de estas cosas
tenéis un sentido más íntimo, os pido que cojáis a
España, a la República que ahora está en su infancia,
y hagáis de ella vuestra hija, para que luego, cuando
la sintáis como madre, nos reciba también como hija,
sobre cuyo seno podamos reclinar la cabeza, sonrien-
do a la vida que pasa.
(Texto publicado en El Sol. Madrid. 29-1H-1932.)
DISCURSO PRONUNCIADO EN LA UNIVER-
SIDAD DE SALAMANCA, EN UN ACTO CON-
MEMORATIVO DEL PRIMER ANIVERSARIO
DE LA REPUBLICA. ORGANIZADO POR LOS
ESTUDIANTES EL DIA 14 DE ABRIL DE 1932
Señoras y señores, estudiantes de España: AI ve-
nir a conmemorar el primer aniversario del adveni-
miento de la República en España en esta santa casa
(no hay santidad como la del estudio y de la investi-
gación científica) ; al venir a esta Universidad, en
esta Escuela salmantina, me conviene hacer un bre-
vísimo, muy breve examen de conciencia; una breve,
brevísima revista histórica.
Fué en 1891 — pronto hará cuarenta y dos años—
cuando llegué a esta Universidad salmantina. La en-
contré, como la ciudad toda, hondamente perturbada
por luchas de carácter político ; político y hasta cier-
to punto profesional. Acababa de morir un prestigio-
so profesor de esta casa, a 'quien no pude conocer;
y acababa de morir fuera del seno de la Iglesia cató-
lica, en que había nacido y vivido, lo cual dió lugar
a ciertas modificaciones en su entierro, que no fué
acompañado por todo lo que ordinariamente ha acom-
pañado aquí a los profesores de esta Escuela. Y trajo
esto una profunda división, una lucha, no ya entre los
maestros y alumnos, sino que se exttndió a toda la
ciudad. Cuando yo llegué, tomé parte en aquella lucha
política, que vivían entonces profundamente las ma-
sas escolares, los ciudadanos todos de Salamanca.
Naturalmente que esto no tenía repercusión en las
1046
MIGUEL DE UNAMUNO
calles. Todos pueden decir que ninguno de nosotros,
absolutamente ninguno, aprovechamos jamás la cá-
tedra, santidad que todos respetábamos, para propa-
gandas de cierta clase. Por aquí han pasado toda cla-
se de gentes : sacerdotes, regulares, hasta algún obispo
he tenido en mi clase. Jamás nadie podrá decir que
dentro de la clase se hicieron propagandas de ninguna
índole.
Como os digo, vine en época en que estaba honda-
mente conmovida la ciudad. Y tomé parte en la lu-
cha; no sólo en aquella lucha, sino que, a poco de
llegar, me incorporaron al movimiento obrero. Y
vosotros sabéis que tanto como esta casa y mi cátedra
ha sido una de mis tribunas la Casa del Pueblo, ins-
talada en el Arco de la Lapa, y en ella yo he ido
dejando grandes pedazos de mi alma. También sabéis
que si alguna vez llegaron a ocupar esta tribuna ele-
mentos obreros, fué en mis tiempos para que se oye-
ra su voz, que nos aleccionara, porque ellos saben de
otras lecciones que nosotros ignoramos.
Vino luego aquella época de hondo recuerdo en que
fui elevado al Rectorado de esta Universidad. Tam-
bién entonces empezaron las luchas, y por cierto me
encontré con que regía la diócesis un obispo, con el
que me enfrenté en las luchas algunas veces. Nos
arreglábamos bastante bien. Y eso que no dejaba de
haber ciertas gestiones para ver si me podía apar-
tar de este puesto, no por otra causa que la de mi
herejía. Sin embargo, hay que decir que, gracias a
la prudencia o a la sagacidad de doña María Cristina
de Habsburgo y Lorena, no llegó a haber más cues-
tiones personales. Entonces, en todo el tiempo que yo
estuve rigiendo esta Universidad, había una gran
neutralidad oficial. Cada cual acudía a los actos con-
forme a sus convicciones. Yo no acudía a ninguno de
ellos. Y ved que cuando llegué había una lucha por
sí el enterramiento de aquel ilustre profesor iba a
OBRAS COMPLETAS
1047
cumplir o no el rito. Siendo yo rector, fallecieron
fuera del seno de la Iglesia dos doctores de esta casa.
El Claustro de esta Universidad asistió a dos entie-
rros civiles.
Continuaba la lucha, y continuaba yo fuera de aquí,
prosiguiendo la batalla que habíamos comenzado,
cuando vino aquel hombre a quien quiero recordar,
y a cuyo lado me senté alguna vez en este mismo
sitio, cuando pronunciaba algún discurso que redacté
yo. Vino después el pleito de las responsabilidades.
La diferencia fundamental entre un régimen monár-
quico y un régimen republicano es que la soberanía
sea o no sea responsable. Y yo oí de labios de aquel
a quien me he referido que estaba dispuesto a renun-
ciar a todo y hacerse responsable. Era un pleito de
responsabilidades. Para defender la irresponsabilidad,
la trágica irresponsabilidad, vino la Dictadura. No
bien se estableció en nuestra Patria, me encontraba yo
en una ciudad castellana, en Falencia, y cuando casi
todo el mundo, de un lado y de otro, la recibía con
cierto regocijo, el mismo día me alcé contra ella. Me
bastó ver aquel manifiesto en que se hablaba de orden
y de castas. Castas, no. Un pueblo libre no puede
estar sometido al dominio o la dirección de una casta
cualquiera o de una clase social, económica o pro-
fesional. Castas, nunca. Me levanté y empecé una lu-
cha contra la Dictadura, que pretendía guardar la
responsabilidad del Monarca; que en realidad, trataba
de establecer su propia irresponsabilidad.
Y vino aquel día, para mí inolvidable, en que salí
de esta ciudad, a consecuencia de uno de aquellos es-
critos, en que procuraba levantar el ánimo de los ciu-
dadanos españoles, y sobre todo de la juventud es-
pañola, en la que esperaba más que en nadie, porque
sentía dentro de mí el renacimiento, el renacimiento
de la juventud, ya lejana. Nunca olvidaré aquel 21
de febrero de 1924, cuando fui arrancado de mi casa,
1048
MIGUEL DE UNAMUNO
a los cincuenta años justos del día en que también en
mi hogar, en Bilbao, caían las primeras bombas de los
carlistas. Nunca olvidaré aquel día... Nevaba; salía
de esta ciudad, de esta Universidad, escoltado por el
cariño y por el aplauso de los estudiantes de Sala-
manca, a los que había contribuido a formar su vida.
Y allí, desde el destierro, primero en aquella bendita
isla de Fuerteventura, que siempre recordaré con gran
emoción ; después, en París ; luego, en la frontera,
dando vista a las montañas de mi nativa tierra vasca,
y más tarde aquí, continué esta lucha, continué siem-
pre esperando en vosotros, esperando siempre aquel
movimiento, que cayera aquella decoración. Porque
no era más que una decoración.
Bastó la voz de la juventud española para derribar
completamente aquella decoración. ¿ Quién no recuer-
da las luchas estudiantiles en Madrid y en toda Es-
paña ? ; Aquello que se llamó el artículo 53, en que
se trataba de establecer, no la libertad de la enseñan-
za, sino un privilegio?
La lucha en derredor al artículo 53, en que se for-
mó la división entre los mal llamados estudiantes ca-
tólicos y los otros (esto de los estudiantes católicos
nació en tiempos de Silió, cuando se trataba de la
autonomía universitaria, entendida de un modo que
acaso hubiera mantenido la verdadera libertad de !<i
Universidad española) ; aquella lucha tomó algunas
veces caracteres harto violentos, y pasó el tiempo.
Cayó aquella primera Dictadura, que fué sustituida
por otra, más blanda, acaso más transigente. No
olvidaré nunca aquel 21 de febrero de 1924, enlazado
con el día en que casi por la misma fecha volvía a
entrar, acompañado por el latido de vuestros corazo-
nes y vuestro entusiasmo, en esta ciudad, en esta
santa casa, para reintegrarme a mi magisterio de la
enseñanza. Esta casa, en la que se habló tanto de
tradición —se habla muy bien — ; pero la tradición
OBRAS COMPLETAS
1049
de esta Universidad, a pesar de que se la llamó, por
unos, "fortaleza de la ignorancia", y por otros, "uni-
versidad fantasma", la tradición de esta Universidad
no es sino de lucha, de encuentro de opiniones.
Aquí fué perseguido por la Inquisición fray Luis
de León. Aguí hubo enconadas luchas continuamente.
Aquí no hubo nunca un dominio absoluto de ninguno
de los bandos. Aquí — hay que decirlo — no se con-
siguió establecer unificación. Salió de aquí un Muñoz
Torrero, sacerdote, que fué presidente de las Cortes
de Cádiz en 1812, y ésta fué siempre una cátedra,
una escuela combatida por grandes disensiones. En
la antigua capilla de la Universidad, las pinturas de
cuyo retablo están hoy en la catedral vieja, vi un
cuadro que representa a Santa Catalina, y está toda
ella desgarrada por una rueda de cuchillos y navajas.
Así es la vida de todo lo que se dedica al estudio y a
la investigación. Así es la lucha de todo centro donde
hay una verdadera vida intelectual. Hoy también hay
una lucha, y ahora tengo que deciros una cosa, que es
de reconocimiento: llevamos un año de régimen re-
publicano, y aun cuando yo, por otros deberes, he
estado alejado de esta casa y no puedo estar aquí con
frecuencia porque estoy difrutando un pequeño en-
chufe..., he podido enterarme de todo lo ocurrido este
año, de todo cuanto ha pasado en este primer curso
de la República.
La asiduidad, la regularidad, la asistencia de los
estudiantes ha sido ejemplar, como no había ocurrido
nunca. En días tradicionales, en que por retozos de
mocedad se iban por ahí los mozos, a jugar, este año
se ha entrado regularmente en clase.
Y aún diré más. En una de aquellas alteraciones,
tan frecuentes en la Facultad de Medicina, una vez
un poco encolerizado, me revolví contra un grupo de
estudiantes y les dije que llevaban zamarra y que to-
caban la bandurria. Y casi todos ellos eran de la
1050
MIGUEL DE UNAMUNO
misma región. Pues he sabido que aquello ha des-
aparecido hoy y que de aquella región son los que
más se han distinguido por su amor a la Universidad.
Y ahora quiero recordar también unas palabras que
pronuncié aquí el primer dia de este curso y que tu-
vieron una cierta repercusión en toda España, y aun
fuera de ella, sobre todo en los oídos de cierto se-
ñor, al que me consta que le hicieron impresión. Aquí
cuando se abrió este curso, hablé en nombre de "Su
Majestad España", y como las gentes se apegan a
ciertas palabras nada más que por el valor tradicio-
nal que tienen, no entendieron bien lo que yo quería
decir con "Majestad". Saben los que tienen algún
conocimiento de Humanidades, que "majestad" es
"mayestad", es "mayoridad" ; es decir, lo que está
por encima de todo y corresponde a la soberanía. Y
al decir "Su Majestad España", quería decir que no
hay más soberanía que la de España, que la del pue-
blo español. Es lo que se llama la soberanía popu-
lar, por la cual todos, en cuanto tengamos conciencia
de ciudadanía y de españolidad, todos seremos sobe-
ranos.
Decía Cristo : "El reino de Dios está en vosotros."
Y yo os digo que la República de España está en vos-
otros. No está fuera de nosotros, ni está sobre nos-
otros, sino que está en nosotros.
Pero esta soberanía del pueblo español, esta sobe-
ranía que ha recobrado España, no es irresponsable.
Ninguno de nosotros somos irresponsables, y pesa
sobre todos una responsabilidad muy grande. La so-
beranía es responsabilidad y es disciplina. Disciplina
— vosotros lo sabéis — viene de "aprender". Enseñan-
do se aprende... ¡ah!, ¡naturalmente!, y aprendiendo
se enseña. Yo he enseñado aquí a generaciones de
muchachos de esta nuestra España. Pero ellos me
han enseñado a enseñarles, me han enseñado a apren-
der.
OBRAS COMPLETAS
1051
Yo, pues, que he aprendido con vosotros a enseñar,
os dig-Q que tenemos en nuestras manos a España, y
no podemos entrecrarla a una Dictadura irresponsa-
ble, o a una oligarquía, o a unas castas, o a una cla-
se, o a un partido. No ; tenemos que hacer que se sal-i
ve. No salvándonos nosotros, sino salvando a los de-
más. Todos somos corresponsables. Todos tenemos la
responsabilidad del momento. Espero, pues, que de
esta santa casa salga, merced al régimen republica-
no, la conciencia de la responsabilidad de España
ante la Historia. A nuestra España le queda todavía
una labor que hacer. Vosotros, cultivando el estudio
y la ciencia, haréis que se ensalce su prestigio. Yo
espero que la responsabilidad, la disciplina, que co-
rresponden a nuestro deber, hagan que España cum-
pla su misión de difundir la libertad, la justicia, la
hermandad y la fe por el mundo entero.
Y ahora, refrescados por esta fiesta, volved al tra-
bajo. Trabajar es orar. El que da con el mazo ruega
a Dios. Y Dios le oye. Asentemos una República de
hombres libres, responsables y disciplinados, y como
decía Cristo, hágase la luz, para que podamos enca-
minar al fin a esta España por un camino de gloria.
(Texto aparecido en El Sol, Madrid. 15-IV-1932.)
PALABRAS EN LA SESION DE CLAUSURA
DE LA SEMANA DE LA HISTORIA DEL DE-
RECHO ESPAÑOL EN LA UNIVERSIDAD DE
SALAMANCA EL DIA 3 DE MAYO DE 1932
No más de cuatro palabras, señoras y señores, para
dar a los congresistas, a la vez que unas palabras
de bienvenida, otras de despedida al terminar sus
trabajos. Unas palabras que tienen, naturalmente, que
ser una improvisación.
Los españoles hemos sido siempre improvisadores,
improvisando cosas que venimos pensando a veces
años y siglos ; pero cuando llega el momento, impro-
visamos. Y ahora bien : en este estado actual de nues-
tra Universidad, la Universidad española, en que es-
tamos casi todos los profesores y los que no lo son,
nos preocupamos en hacer Historia, no en escribirla
ni en investigarla, sino en hacerla. Esto de investi-
gar la Historia es también un modo de hacerla, y
aquí en esta vieja Universidad, donde han podido ve-
nir de fuera a ver en esta ciudad un paisaje, y el
paisaje es una cosa humana, y los que conozcan nues-
tro lenguaje conocerán también el paisaje de nuestro
espíritu. Y aqui no estamos bajo la pesadumbre de
los siglos, sino sobre ellos, que lo mismo que esta, tie-
rra está a más de 800 metros sobre el nivel del mar,
nos encontramos aquí a más de ocho siglos de la His-
toria. Yo soy, afortunada o desgraciadamente, un lego
en Derecho, completamente un lego. No así en Histo-
ria, porque harto papel me tocó en la Historia ac-
tual de España, en la que estamos haciendo. Cuando
OBRAS COMPLETAS
1053
se habla y oigo hablar de eso que llaman la concep-
ción materialista de la Historia, que yo llamaría la
concepción naturalista de la Historia, he pensado que
si yo tuviera tiempo escribiría algo sobre la concep-
ción histórica de la materia. Cuando se habla de esto,
no he podido nunca comprender la naturaleza ni el
sentido material fuera de la Historia, fuera del espí-
1 itu humano. Y cuando me he encontrado con esas
gentes que se dedican a una cosa que se llama dere-
cho natural — yo no sé qué es derecho natural — , les
he dicho que no es más que la historia crítica de las
opiniones o teorías sobre la historia del Derecho
positivo. Y ahora yo quiero que lleven los que aquí
han venido una idea de esa España que está reha-
ciéndose y rehaciendo su derecho, pero sobre la base
del que ha vivido. Y a mí me cabe alguna parte,
pobre de mí, en este renacimiento. He intervenido
como legislador en fraguar una Constitución nueva,
y algunas veces también he intervenido como autor
de hojas volanderas en los comentarios históricos so-
bre esa Constitución, y creo que cuando lleguen días
futuros, los que la hemos hecho nos quedaremos por
bajo de los que hicieron las antiguas, muchos de los
cuales salieron de aquí mismo.
Uno de los presidentes de las Cortes de Cádiz fué
rector de esta Universidad. Y ahora yo, aquí, no voy
a hacer referencia a la enseñanza del Derecho en la
Universidad, ni he de repetir, como ya se ha dicho,
que las preocupaciones de los estudiantes son de un
orden práctico ; pero no creo en nada más práctico
que la Historia. Dejó a un lado, naturalmente, cier-
tas cosas de los estudiantes, que son. por ejemplo,
una especie de Sindicato de Estudiantes, preparados
para el atraco del aprobado. Dejo aparte esto, pues
es indudable que no se puede enseñar esa Historia
del Derecho como una cosa pasada. La Historia es
una cosa de cada momento, es un valor de eternidad,
1054
MIGUEL DE UNAMUNO
no de temporalidad. Cuántas veces me han dicho:
"¿ Usted cree que existió Cristo ?" La cuestión no
es si existió, sino si existe. La cuestión, por ejem-
plo, en una institución o corporación, no es si exis-
tió, sino si existe o vive, cuando cada vez la estamos
interpretando y dando una nueva forma. Dispensad-
me que un lego en Derecho, al que ha tocado el
grave problema de ser legislador de la nueva España,
olvide estas cosas. La preocupación de la Historia
ha sido mi mayor preocupación. El hombre no vive
más que en la Historia y por la Historia. Acaso la
Historia no es más que el pensamiento de Dios en
la tierra de los hombres. Y ahora, sean bienvenidos
y vayan con Dios, y lleven de esta España nuestra
idea que nos permita seguir trabajando por el bien
de toda la civilidad, de toda la justicia y de toda la
libertad.
(Texto publicado en El Sol, Madrid, 4-V-19S2.)
DISCURSO EN LAS CORTES DE LA REPU-
BLICA EL DIA 23 DE JUNIO DE 1932
El Estatuto cataláx.
Muy bien, señores diputados ; como sé muy poco de
reglamento, que no lo he leído ni una sola vez, en toda
esta discusión o pequeña refriega que ha habido aquí
sobre si se presentó una enmienda a tiempo o no se
presentó a tiempo, si fué antes o fué después de otra,
yo no entro ni salgo: lo único que quiero hacer es,
en apoyo de lo que he de decir, leer aquella enmienda
y explicar luego cuáles fueron las razones que nos hi-
cieron reformarla.
La enmienda, que no pudo ser aceptada, según pa-
rece, porque se presentó después que ya se estaba dis-
cutiendo el artículo, la firmaban conmigo los señores
Maura, Azcárate, Santa Cruz, Sánchez Román, Val-
decasas, Giner de los Ríos y Sacristán. No fui yo
quien la redactó; fué uno de estos señores. La en-
mienda dice así: "Los diputados que suscriben tienen
el honor de proponer la siguiente enmienda al artícu-
lo 2.° del dictamen sobre el Estatuto de Cataluña :
Artículo 2° El idioma catalán es, como el castella-
no, lengua oficial de Cataluña para las relaciones ofi-
ciales de Cataluña con el resto de España, así como
para la comunicación de las autoridades del Estado
con las de Cataluña, la lengua oficial será el castella-
no. Toda disposición o resolución oficial dictada por
órganos regionales en Cataluña deberá ser publicada
y en su caso notificada en ambos idiomas. Dentro del
territorio catalán, los ciudadanos tendrán derecho a
elegir el idioma oficial que prefieran en sus relaciones
1056
MIGUEL DE UNAMUNO
con las autoridades y funcionarios de la Generalidad.
De los documentos públicos autorizados en Cataluña
se expedirá copia en catalán a instancia de parte."
Digo que la redacción no fué mía porque estas re-
dacciones de artículos deben ser encomendadas a gen-
te perita en jurisprudencia, y yo no es que no sea
abogado, no soy ni siquiera licenciado en Derecho.
Lo único que yo indiqué fué mi deseo de oponerme
a una parte del dictamen de la Comisión, que es la
que dice así : "Dentro del territorio catalán, los ciu-
dadanos, cualquiera que sea su lengua materna, ten-
drán derecho a elegir el idioma oficial que prefieran
en sus relaciones con las autoridades y funcionarios
de todas clases, tanto de la Generalidad como de la
República." Esto implica que si todos los ciudadanos
tienen derecho a elegir el idioma oficial que prefieran
en sus relaciones con las autoridades de la República,
estas autoridades de la República han de tener la obli-
gación de conocer el catalán. Y eso no. Que les con-
venga es otra cosa, es una cosa completamente distin-
ta ; pero obligación, de ninguna manera.
Por ejemplo : aquí se ha comentado una vez el caso
de un gobernador de Cataluña que sabía el catalán
porque era de una región donde se hablaba, y al di-
rigírsele en catalán dijo: "Eso no lo entiendo yo".
Hizo mal en decir que no lo entendía ; pero en no
admitirlo hizo bien ; yo habría hecho exactamente
lo mismo. Como funcionario de la República, del Es-
tado entonces, yo no admito que se me dirijan en
catalán.
Hay que tener cuidado, porque se habla de una im-
posición y ahora puede venir otra, igualmente inad-
misible. Si en un tiempo hubo aquello, que induda-
blemente era algo más que grosero, de "Hable us-
ted en cristiano", ahora puede ser a la inversa : "¿ No
sabe usted catalán? Apréndalo, y si no, no intente
gobernar aquí".
OBRAS COMPLETAS
1057
Hay al^o que está por debajo de las leyes, y a mí
lo que haya en el fondo en el orden legislativo no me
importa grandemente. Creo saber algo de la forma en
que van los idiomas cuando se ponen en lucha para
fundirse; porque eso de las asimilaciones son siempre
mutuas : no hay uno que asimila al otro ; son dos que
se asimilan el uno al otro, y yo tengo mi idea de lo
que haya de suceder. Naturalmente es muy lógico
que uno que vaya a vivir en Cataluña intente y haga
todos sus esfuerzos para poder entenderse en la len-
gua de allá, entre otras cosas, para poder penetrar
mejor en el espíritu de aquellos con quienes tiene
que convivir; pero lo que no se puede es ponerle
condiciones de que tenga que hacerlo por obligación.
Se dice: es que si no lo hacen son inadaptables o in-
adaptados. Perfectamente; es una desgracia que un
hombre sea inadaptado o inadaptable ; pero cuando
hay un inadaptado o inadaptable, hay que protegerle.
Esto no ocurre en otras partes. Aquí se citaba, por
ejemplo, el caso del general Joffre. que en ima oca-
sión llegó a Cataluña y no pudo entenderse con no
sé qué autoridad que no sabía francés, y como él era
catalán provenzal, se entendió en catalán. Perfecta-
mente ; pero ni al general Joffre ni a casi ningún
catalán francés ni provenzal, ni paisano mío vasco, se
le ocurrirá jamás en Francia pedir que su lengua sea
oficial, ni siquiera en la región suya. ¡ Ah ! Es que
Francia — me decía cierto día uno — es una Repú-
blica monárquica. Ya entendí bien, claro está, lo que
quería decir esto de "monárquica", y en ese sentido
también lo soy yo ; quería decir "unitaria". Ahora pa-
rece que se trata de imponer el catalán, y a mí me|
parecería bien, y ojalá trataran de catalanizar a toda
España. Aquí se hablaba de cuando intentaron esta
obra en Galicia; también llegó aquella acción a Sala-
manca, y yo dije algunas veces : "¡ Ojalá, ojalá qui-
UNAUUNO. VII.
34
1058
MIGUEL DE UNAMUNO
sieran ellos dirigirnos ! Podría ser el Piamonte de
España.''
Traigo esto a relación porque un publicista catalán,
que es de los que más influyen en su pueblo, al hablar
de que ellos no podían ser el Piamonte, decía que
el Piamonte se puso al frente de la unidad italiana
porque no había cuestión de lenguas. Estaba, y está,
completamente equivocado; en el Piamonte se habla-
ba, y aún sigue hablándose, como vernácula, una
lengua tan distinta de la toscana, de la lengua oficial
italiana, como pueda serlo el catalán del castellano.
La prueba es que el gran poeta piamontés Alfieri em-
pezó hablando francés; luego, en su casa, con los
criados y la gente del pueblo, piamontés, y ya muy
tarde aprendió la lengua toscana. Me han dicho que
ésta es una lucha de abogados. Perfectamente ; supon-
gamos que son luchas de abogados, ¿es que se puede
hacer nada que dificulte o imposibilite el ejercicio de
una profesión a un ciudadano español, castellano o
catalán? Porque puede darse el caso, por absurdo y
monstruoso que parezca, de que haya un catalán que
diga : no quiero hablar en catalán. ¿ Es que se le pue-
de dificultar?
Muchas veces debajo de esto de la lengua hay un
poco de lo que dice la Biblia del shibolet: ¡Pronun-
ciadlo bien ! ¡ Cuidado ! Claro que no es que se quie-
ra hacer lo mismo que se hacía con los quei no pro-
nunciaban bien el shibolet, que era quitarles la vida.
Sabido es que aquel pueblo, aunque era el elegido de
Dios, era bastante bárbaro, y aquí no llegamos a esa
barbarie, aunque no seamos los elegidos de Dios. Pero
¿es que eso se puede dificultar cuando hay dos pue-
blos, y el uno admite, no como imposición ■ — eso no
lo creo — , sino libremente, por estimar que le conviene,
la obligación de conocer el castellano? Como todos
conocen el castellano, es natural. Pero ahora viene la
OBRAS COMPLETAS
1059
segunda parte: ¿Obligación? Para nadie, ni allí, de
conocer el catalán. Conveniencia, es otra cosa.
Claro es que se dirá : hay un número de gentes
que todavía no saben bien el castellano. En efecto,
habrá bastantes. Hace poco me decía un catalán — y
tenía razón — : "¡Hombre, en tantos siglos, los maes-
tros castellanos no han sabido enseñar el castellano
en Cataluña!" Y yo decía: "¿Cómo? ¡ Xi en Cas-
tilla!" ¡No parece sino que los chiquillos de Casti-
lla saben el castellano porque se lo han enseñado los
maestros ! Lo saben por otros cauces, y algunas ve-
ces, a pesar de los maestros. ; Es una lucha de abo-
gados ? Yo lo único que digo es que me parece in-
admisible que se imponga una cosa cualquiera por
fuerza, como eso que dice el artículo de "tanto de la
Generalidad como de la República" ; es decir, que el
funcionario de la República tenga que verse obligado
a entender el catalán. Ahora se habla de cordialidad,
se habla de cortesía ; pero eso, por lo visto, no reza
con esto de las lenguas. Que el que viva en Catalu-
ña aprenda el catalán, a mí me parece bien. Si yo
viviera allí, y no lo supiera, lo aprendería. ¡ Natural-
mente ! No he vivido en Cataluña, y sin vivir en Ca-
taluña, me he interesado en aprender catalán; y es
porque sacaba en ello una gran ventaja y un enri-
quecimiento del espíritu ; porque había escritores ca-
talanes que a mí me decían cosas que me interesa-
ban, me convenían y hasta me recreaban, y era natu-
ral que lo aprendiera. Pero imposición obligatoria,
no. Por eso si se me dice: ¿Qué haría usted para de-
i\ líder el castellano en Cataluña ?, yo diría : Aparte de
i|ue no necesita defensa, ¿qué haría yo para defender
el castellano en Cataluña? No votar cosas de éstas,
porque yo no hago mucho caso de esto. Es como lo
de la Constitución: ya he dicho alguna vez, hablan-
do de la Constitución, que me parecía una cosa de
"papel", y nada más. Por cierto, que hace poco me
1060 MIGUEL DE UNAMUNO
preguntaron : "¡ Pero, hombre ! ¿ Qué ciempiés es ése
que hicieron ustedes ?" Y yo dije : "No ; cuatrocientos
pies, y uno el que yo puse." Pero, ; qué he hecho
yo para defender el castellano en Cataluña ? Pues una
cosa muy sencilla: decir en castellano cosas que in-
teresa y arusta a los catalanes conocerlas dichas en cas-
tellano. Es la única forma noble y clara de defender
una lengua. Respecto a la suerte que hayan de correr
la lengua castellana y la lengua catalana en Cataluña,
yo tengo mis ideas, que no son del caso, porque éstas
no son cosas de legisladores, sino cosas de biología
lingüistica. Creo saber algo de esto, y sé que pueblo,
lo que se llama pueblo, el campesino, no hay ninguno
verdaderamente bilingüe; y cuando a un pueblo se
le hace bilingüe, acaba, primero, por mezclar las dos
lenguas, después por combinarlas hasta fundirlas en
una.
Pero esto no es cosa que tiene que ver con lo que
examinamos; de eso se ha hablado muchas veces, y
si yo he venido hoy a decir esto es pornue me creía
obligado con una parte de opinión española que es-
pontáneamente (porque estoy recibiendo todos los días
cartas y excitaciones) me ha querido hacer su vocero.
No son los que me votaron, aun cuando sé que los
que me votaron son también de esta opinión ; no son
los que me votaron. Yo no he venido aquí, afortu-
nadamente para mí y afortunadamente para los parti-
dos, representando a partido ninguno, absolutamente
ninguno; por consiguiente, no podría hablar en nin-
guna forma de nada que se parezca a un voto impe-
rativo, que además no le hay. Pero (y esto es lo
que principalmente me interesa decir) cuando yo oía
hablar aquí hace poco a alguien, explicando el voto
de que venía a expresar la voluntad de los que le
habían votado, no es bastante. Alguien podría decir-
me que no admite el voto imperativo. En efecto, a
alguno, cuya enmienda se ha admitido, le he dicho
OBRAS CO Ai FLETAS
1061
yo que la mayoría, la inmensa mayoría de los de la
provincia por donde ha salido diputado, está en con-
tra de lo que él traía.
¡ Que no están enterados ! Eso de si están o no
enterados... Cuando aquí se dice, se ha dicho alguna
vez, que había que dar a conocer el Estatuto a los
que están en contra, yo he pensado muchas veces que
había que darlo a conocer a los que lo han votado,
porque un Estatuto no se vota por articulado: se
vota por una tendencia, pero por articulado no.
Y es lo que quería decir, porque todo lo demás
está discutido. Hay una cosa que es mucho más
grave: no que uno venga a exponer la doctrina, que
no parece correcta, del voto imperativo. He leido, y
después me han confirmado, que en una conversación
que el señor presidente del Consejo de ministros tuvo
con el señor Maura, hablando de si tendrían tantos o
cuantos votos — los que sean, yo no me acuerdo — ,
hubo de decirle el señor Maura : "; Está usted se-
guro? Porque yo sé que algunos faltarán". ; Se lo
han dicho? A mí me han dicho, más de imo de los
que van a votar, no que faltarán, sino que van a vo-
tar no contra lo que creen que es la voluntad de sus
electores, sino contra su conciencia, y eso es indigno.
No hay disciplina de partido que pueda someter de
esa manera la conciencia de un ciudadano ; esto es
verdaderamente indigno. Lo he dicho alguna vez ; vo-
tarán contra su conciencia, que no es contra el pare-
cer de sus electores, sino contra su conciencia. No
me han convencido.
¡Ah!, pero voy más lejos. En una ocasión recuer-
do que algunos amigos catalanes se quejaban, con
muclia razón, con muchísima razón, de que se les qui-
sieran conceder las cosas así como por limosna, para
quitarse de encima un pedigüeño inoportuno. En efec-
to, de ese modo no se puede aceptar; pero yo les
digo, si es que se pueden aceptar los votos de gentes
1062
MIGUEL DE UNAMUNO
que rinden la conciencia ante no sé qué esperanzas o
qué temores. Conseguir de esa manera una victoria es
alg-o que yo no aceptaría nunca. No se rinden por el
convencimiento, sino por mantener una cierta disci-
plina. Y no hablemos de eso de si corre o no corre
peligro la República, porque eso no son más que ca-
melos. En el fondo, ya he dicho, tengo mi opinión
respecto al asunto. Ahora, respecto a lo otro, a esa
concepción de disciplina de partido. La disciplina de
partido termina siempre donde empieza la conciencia
de las propias convicciones, y yo digo que tan des-
doroso es para los que rinden asi su conciencia con-
tra su convicción (y son varios los que me lo han
dicho) como para los que aceptan este voto. No ten-
go más que decir.
{Texto reproducido en El Sol, Madrid, 24 de ju-
nio de 1932.)
DISCURSO EN LAS CORTES DE LA REPU-
BLICA EL DIA 2 DE AGOSTO DE 1932
El Estatuto catalán
Me levanto, señores diputados, a cumplir en estos
momentos un deber que estimo penoso; pero tengo
un compromiso con un número de amigos que firma-
ron conmigo esa enmienda cuando todavía no se
había incorporado al dictamen la del señor Barnés, y
otro compromiso con una parte de la opinión, creo
que muy grande. Digo esto porque noto bien cuál es
el ambiente de esta Cámara, cuál es el ánimo, o, me-
jor dicho, el desánimo de ella, pues hemos llegado a
un estado tal de confusión entre votos, dictamen, en-
miendas y todo lo que fuera de la Cámara pasa, que
ya no sabemos a qué atenernos. Yo dije aquí una
vez, y ello produjo una cierta impresión, que había
en este punto diputados que votaban, por lo que yo
estimaba de conversaciones tenidas con ellos, contra
su conciencia, y no hace mucho tiempo que nuestro
compañero y buen amigo el señor Companys dijo aquí
que él no creía que hubiese nadie que votase contra
su conciencia. Yo lo dejo a un lado y manifiesto que
acaso hay algo peor que votar contra la conciencia y
es votar inconcientemente, y de la manera que se
lleva esto todos vamos a acabar por caer en una espe-
cie de ínconciencia. La conciencia, lo mismo que la
atención, tienen, como el corazón, una sístole y una
diástole, su contracción y su distracción, y de tal modo
se está abusando aquí de la contracción de los señores
diputados, que la mayor parte estamos aquí absoluta-
mente distraídos, porque necesitamos un reposo y no
nos enteramos de lo que pasa.
1064
MIGUEL DE UNAMUNO
CÓMO HAY QUE VOTAR ; NO QUÉ HAY QUE VOTAR.
Muchas veces ha ocurrido, al oír llamar a votar,
entrar en la Cámara y ver que un compañero pre-
guntaba a un copartidario — no digo correligionario,
porque nuestros partidos tienen poco de religión —
cómo hay que votar ; no qué es lo que hay que votat,
sino cómo hay que votar, cuál es la consigna. Yo no
podía preguntar eso, porque, naturalmente, no tengo
copartidarios ; podría decir que mi mayoría soy yo
mismo, y no siempre tomo los acuerdos por unani-
midad. La unanimidad se produce cuando hay un
ánimo; pero como yo quiero tener varios, suelen es-
tar en discordancia unos con otros y tardo mucho en
darme cuenta de las cosas. Yo preguntaba : "¿ Qué es
lo que se va a votar ?", y casi nadie sabía decirme qué
es lo que se iba a votar. En tales circunstancias, como
todos comprenderéis, ésta es una situación no muy
apetecible; pero me levanto a sostener, lo más breve-
mente posible, esta enmienda, que es, más que otra
cosa, una impugnación del dictamen. Las razones que
aquí podría yo aducir casi coinciden con las que, al
defender su voto, expuso el señor Lara, con lo que
dijo en aquella ocasión el señor Guerra del Río y
con las manifestaciones que hizo nuestro compañero
don José Ortega y Gasset el día que impugnó la en-
mienda del señor Barnés, antes que éste la apoyara ;
pero como no se trata de hacer obstrucción — y, ade-
más, habría que ver quién la hace, porque puede haber
una obstrucción de las oposiciones y una forma espe-
cial de obstrucción del Gobierno — , yo, como no soy
de la oposición, ni soy gubernamental, voy a abreviar.
Aquí se ha dicho que muchos han cambiado. Re-
cuerdo que en una ocasión, uno de los oradores de
entre los amigos catalanes echaba en cara al señor
Lerroux que había modificado su autonomismo de
OBRAS COMPLETAS
1065
antaño. Probablemente no es él el que ha modificado
su autonomismo; es que hoy lo presentan de otro
modo que entonces. Hay una porción de gente que
hace, no años, meses, hubiera estado dispuesta a con-
ceder cosas que hoy, en la forma en que se piden, se
nieg-a a dar. Tenía mucha razón el señor Pittaluga
cuando hablaba de falta de tacto y de falta de opor-
tunidad. Y quiero también dejar a un lado una cosa
que me parece lamentable, y es cierto tono de senti-
mentalidad para estas cosas. No querría que di jeran :
entonó un himno, cantó a la lengup castellana, o a la
catalana, o a la libertad, o a la autonomía: cuando
yo quiero hacer un himno, lo hago en casa y en verso
y no vengo aquí a recitarlo. Pero hay muchas cosas
peligrosas, entre ellas — bien lo decía un día el señor
presidente del Consejo — , el abuso que se ha hecho
de la cordialidad. Palabra terrible, porque cuando la
cordialidad, que es algo muy noble y digno, se en-
cuentra no correspondida, puede herirse y cambiar
fácilmente en "incordialidad".
l.\ cultur.^, ni es castellana ni
cat.alana: es cultura.
Y ahora, entrando acaso en el fondo de ello, no
voy a repetir palabras que aquí se han dicho sobre
las ventajas o desventajas del bilingüismo y todas
esas cosas de la cultura. La cultura ni es castellana
ni catalana: es cultura, y tanto cabe una cultura ca-
talana en castellano, como cabe una cultura castella-
na en catalán. Me parece que la cultura que pudo
tener Balmes era tan catalana como la de cualquier
otro catalán que en catalán haya escrito. No se trata
de eso ; en el fondo, hay algo más.
Cuando, al impugnar el señor Ortega y Gasset la
enmienda del señor Barnés, habló de que con aquel
1066
MIGUEL DE UNAMUNO
párrafo: "Si la Generalidad lo propone, el Gobierno
de la República podrá — ya salió — otorgar a la Uni-
versidad de Barcelona un régimen de autonomía ; en
tal caso, ésta se organizará como Universidad única,
regida por un Patronato que ofrezca a las lenguas' y
a las culturas castellana y catalana las garantías re-
cíprocas de convivencia en igualdad de derechos para
profesores y alumnos" ; al impugnar esto y decir, con
mucho acierto, el señor Ortega y Gasset que esto era
deshacer lo del principio de la enmienda y volver a
hacer lo que allí no se decía (esto es, que allí se pro-
pugnaba por las dos Universidades, y al final se vol-
vía a la única), el presidente de la Comisión de Esta-
tutos, mi buen amigo el señor Bello, afirmó que eso
era facultativo, y yo repliqué: "Peor". Y, en efecto,
lo peor es lo facultativo.
Quiero recordar que cuando se discutía algo de
esto, al presentar yo con otros amigos aquella en-
mienda a la Constitución que fué votada por los so-
cialistas, y de la que ésta no es más que reproducción,
en la discusión decía el señor Azaña, el 22 de octu-
bre de 1931, contestando al señor Maura: "¿Cómo
es posible, señor Maura, que nosotros, en esta situa-
ción, al discutirse la Constitución, vayamos a adoptar
un texto constitucional que haga imposible el día de
mañana la votación libre del Estatuto de Cataluña,
o del de otra región cualquiera, prejuzgando una
cuestión que debe resolverse en su esencia al votarse
esos Estatutos, y no la Constitución? Voy a votar
el texto de la Comisión, y lo voy a votar por esa
razón, porque deja libre el camino del Estatuto, por-
que no prejuzga el Estatuto, y porque, habiéndolo
aceptado los diputados catalanes, de cuya vigilancia
por el porvenir de sus aspiraciones no creo que pue-
da caber ninguna duda, y teniendo nosotros, hombres
de partido, la convicción de que no se roza para nada
ni $e mete para nada con el porvenir de las atribu-
OBRAS COMPLETAS
1067
ciones del Estado, estamos en el deber de transigir
así y proponer a nuestros amigos y correligionarios
que voten la enmienda tal como la ha aceptado la
Comisión."
El problejia de la capacidad.
Es decir — ésta es otra cosa tan fatídica como los
programas — , vía libre entonces y vía libre ahora
para que se discuta esto; y ahora, otra vez vía libre.
Si la Generalidad lo propone, el Gobierno de la Re-
pública podrá otorgar a la Universidad de Barcelona
un régimen de autonomía. ¡ El Gobierno de la Repú-
blica ! i No ! ¡ Las Cortes ! ¡ Que lo pidan a ellas ! ¿ Es
que no tenemos confianza? Ni en ese ni en ningún
otro Gobierno. ¡ Ca ! ¡De ninguna manera ! Figuré-
monos que mañana, después que eso se haya votado
— si se vota — , cuando llegue el caso de proponerlo
la Generalidad, ya no está ahí ese Gobierno y está
otro que dice que no : "Yo no otorgo esa Universidad
única, regida de esa manera; no admito eso."' Acaso
entonces podría alguien llamarse a engaño y citar
compromisos o pactos de un Gobierno, con los cuales
nosotros no tenemos nada que ver, sin que esto quie-
ra decir que en aquel caso no pudiéramos aceptar lo
que pedían. No es eso. Es que no se puede delegar
otra vez para que lo hagan ellos ; no. ¿ Qué inconve-
niente hay en lo que digo ? ¡ Sí mañana el Gobierno
de la Generalidad, como todo el mundo, tiene el de-
recho de petición ! Después que esto pase, se apruebe
este Estatuto u otro — que acaso vengan otras Cor-
tes con distinta conciencia del estado del país respecto
a este problema — , ¿qué inconveniente habría en que
entonces se pidiera eso y en ese momento se conce-
diera o no, en vista de lo que entre tanto habría pasa-
do? Oigo decir aquí que la concesión era constitucio-
nal y, aparte de lo de constitucional, que si ha mostra-
1068
MIGUEL DE UNAMUNO
do capacidad o no. Es que eso de la capacidad para
ciertas cosas — y esto se lo digo a mi buen amigo el
señor Santaló — no quiere decir capacidad pedagógi-
ca ; quiere decir capacidad política. Puede tenerse per-
fecta capacidad pedagógica para organizar esas ense-
ñanzas y, sin embargo, estimar muchas personas, con
razón, que no se tiene todavía capacidad política. Eso
depende de como se hagan estas cosas, y, franca-
mente, las noticias que tenemos, algunas de ellas ha
expuesto aquí el señor Guerra del Río y yo he recibi-
do muchas, hacen dudar de que pueda ser prudente
esa concesión mientras no se aquieten ciertas pasio-
nes y no se ponga freno a gentes que están haciendo
declaraciones mucho más que imprudentes, con las cua-
les no se consigue nada. Yo declaro que si hay quien
grita en Cataluña, lo hacen también en mi tierra na-
tiva : ¡ Viva Cataluña libre ! Está muy bien ; pero yo
preguntaría: ¿Libre de qué? Porque eso, como el
hablar de nacionalidades oprimidas - — perdonadme la
fuerza, la dureza de la expresión — es sencillamente
una mentecatada; no ha habido nunca semejante opre-
sión, y lo demás es envenenar la Historia y falsearla.
Yo SÉ A QUÉ ATENERME RESPECTO
A LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA.
Pero, esto aparte, a mí la Universidad de Barce-
lona me parece muy bien, pero no que el Gobierno
resuelva a requerimientos del Gobierno catalán ; la
podrá otorgar el Estado, estas Cortes u otras; pero
no el Gobierno, y en todo caso, un organismo, una
Universidad única, regida por un Patronato que
ofrezca a la lengua y a la cultura castellana y cata-
lana la garantía política de la igualdad y conviven-
cia de derechos para profesores y alumnos. Yo llevo,
señores diputados, cuarenta y dos años de profesor
universitario; de estos cuarenta y dos, cerca de die-
OBRAS COMPLETAS
1069
ciocho he sido en tres etapas rector de una Univer-
sidad española ; sé a qué atenerme respecto a la auto-
nomía universitaria; sigo sabiendo también a qué
atenerme respecto a otras autonomías. Se habla de
autonomía, y yo todavía no sé qué es. Yo, a la auto-
nomía universitaria y a los Patronatos les tengo
verdadero temor. Preferiría que la Universidad fuera
dirigida políticamente sólo por el Estado español,
sólo por la Generalidad, que no por un Patronato
mixto o mestizo, que es una de las cosas más perni-
ciosas que puede haber.
Por lo demás, creo que, aunque la cosa sea triste,
tiene razón nuestro amigo Ortega y Gasset cuando
dice que si dos Universidades pueden dar lugar a
trastornos y refriegas en las calles, con una Univer-
sidad de esa forma se daría lugar a cosas en los pa-
sillos. Claro que ello es muy triste. Hay que partir,
naturalmente, de que la enseñanza, el conocimiento
del castellano, es hoy en Cataluña y para los catala-
nes obligatorio, no porque se les haya impuesto, sino
porque lo han aceptado voluntariamente y cordial-
mente, de buena voluntad; pero, en cambio, el cono-
cimiento del catalán no es obligatorio ni para los
catalanes; es natural que espontáneamente lo quie-
ran, pero no es obligatorio para los catalanes, y el
castellano, sí.
En una Universidad en donde todos deben y pue-
den entender una lengua, y en donde no todos, no es
ningún caso de imposición. Ahora bien : se pueden
entender en la otra, la cosa es muy clara; dicen que
en la mayor parte de España existe con respecto a
esto un recelo, y es triste que este recelo exista, por-
que yo lo considero injustificado : el de que más que
defender y afirmar una propia lengua, lo cual es muy
humano — iba a decir que hasta divino — , se trata de
cerrar el paso, de impedir la competencia de otra.
Claro está que todos los catalanes deben tener in-
1070 MIGUEL DE UNAMUNO
terés, y no sólo interés, sino amor, en enseñar el cas-
tellano. Decía aquí un día el señor Lluhí que allí se
enseña muy bien el castellano. Lo creo; y si todos
fueran como el señor Lluhí, yo les dejaría a ellos
enteramente encargados de enseñar castellano. Si el
señor Lluhí lo enseñara personalmente, lo haría muy
bien; pero ¿es que se puede responder de todos?
Porque podrían ocurrir cosas lamentables. No sólo
el amor a la propia lengua, sino una hostilidad a la
ajena, daría lugar a que vaya, por ejemplo, un pai-
sano mió a hablarles en vascuence, y siendo lo cu-
rioso que no se entendiera con otro que también ha-
blase vascuence, luego tendría que ser traducido al
catalán, y acaso se dirigiera, no en catalán, que esta-
ría muy bien, sino en francés, a alguien, como por
ejemplo, a un ciudadano castellano; lo cual ya no
sólo es defensivo, sino que es hasta ofensivo.
Las facultades que se den al Gobierno
pueden ser pernictosas.
Insisto en que, mientras este estado de cosas per-
sista, todas estas concesiones, todas estas facultades
que se dan al Gobierno pueden ser verdaderamente
peligrosas. ¿ Qué inconveniente hay en que se espere
a que las cosas se aclaren? A esto se contesta, yo lo
he oído algunas veces: "¡Ah, es que hay un com-
promiso!" Y cuenta que éstas no son cosas, natural-
mente, de partido ni de obstrucción. Cuando defendió
su voto particular el señor Lara, de labios de unos
diputados socialistas, catedráticos naturalmente, que
son los que pueden tener más clara conciencia del
problema, no apreciándolo desde el punto de vista
de partido, sino desde un punto de vista más alto,
les oí decir : "Estamos conformes con ese voto ; pero
no vamos a votarlo porque no parezca que nos uni-
OBRAS COMPLETAS
1071
mos a los radicales y hacemos oposición al Go-
bierno."
Esto no me parece una razón. No se trata aquí ni
de radicales, ni del Gobierno, ni de la oposición; se
trata de otra cosa. Esa no es una posición firme. Y
esto se dice por algunos que han querido defender
una posición de cambio de lo que ocurrió otra vez
cuando se presentó esta enmienda. Se ha hablado ya
de que hay que guiar a las gentes, y, por otros, de
que éste fué un compromiso adquirido con el cucpo
electoral al presentarse. Esto no es cierto, por lo me-
nos donde yo lo he visto. Cuando se hicieron las elec-
ciones generales, por donde yo anduve nadie pre-
sentó como bandera esta cuestión del Estatuto, y me-
nos de un Estatuto especial. Nadie habló de seme-
jante cosa. Y, además, ¿ qué hubiera sido eso ? ¿ Una
especie, como si dijéramos, de plebiscito por la vota-
ción a favor de él? Esto no se podía prever. Al pue-
blo español no catalán no se le podía entonces haber
pedido esto, por una razón muy sencilla : porque no
sabía lo que era el Estatuto, ni supieron decírselo.
No sé si todos los que votaron lo sabían. ¿Qué ha
pasado ?
Ha pasado que después se han ido enterando de la
situación actual, y hay que cerrar los ojos a la ver-
dad, a la evidencia, para no ver lo que ocurre en Es-
paña, y es que ahora se han dado cuenta de lo que
puede significar este Estatuto, un Estatuto especial,
porque uno ha de salir; ahora es cuando se han
dado cuenta, tanto por el fondo de él como por la
manera, ¡qué razón tenía el amigo Pittaluga!, de
querer plantearlo y resolverlo. No: mientras siga
este estado, lo mejor sería no una vacación para nos-
otros, que buena falta nos hace, sino una vacación al
espíritu público, y que se aquieten ciertos hervores y
ciertas prisas. Hay cosas en que la urgencia suele ser
para salir a trompicones y de cualquier manera. Nada
1072
MIGUEL DE UNAMUNO
se pierde muchas veces con esperar, y entre tanto
que se vaya ilustrando la gente.
Estado de verdadera confusión.
Y vuelvo al principio. Nosotros, yo, por lo menos, y
creo que una gran parte de los diputados que me oyen
es probable que hace algún tiempo tuviéramos una
idea más clara acerca de todo esto que la que tenemos
hoy. Hoy estamos todos en un estado de verdadera
confusión, en un estado de distracción, en un estado de
diástole, que ha venido de querer tenernos en un
estado de distracción que nunca puede llevar por
buenos caminos. Pues bien, no tengo más que decir,
porque no voy a repetir, respecto al uso de las len-
guas, a su influencia, a su valor, a la relación que
tengan con la personalidad de un pueblo, lo que he
dicho muchas veces. Sé, creo saber, lo que con el tiem-
po pasará, votemos aquí lo que votemos. Las lenguas,
como todos los organismos vivos, tienen un desarrollo
que no depende de leyes. No es posible ponerles ro-
drigones, no se les puede poner corsé. Ellas creen, .se
desarrollan, viven, mueren, cuando tienen que morir,
si mueren, y se funden. ¿A qué viene, pues, todo
esto?
Pero hay algo más, y es que yo he oído decir:
"Hay que darles todo lo que piden." No ; a nadie hay
que darle todo lo que pide, porque ese es un mal sis-
tema. Hay que darles lo que les convenga y lo que
nos convenga a todos, y no creo que sea uno mismo
el que en todos los casos sabe lo que mejor le con-
viene. Pero, ¡ qué más da ! Con las lenguas sucede lo
mismo en las ciudades que en el campo, y acaso refi-
riéndose al campo tenía mucha razón en lo que decli
el amigo Valera ; pero más aún en las ciudades las len-
guas se mezclan y acaban siempre por hacer una cosa
nueva. Todos sabemos lo que era lo que en Barce-
OBRAS COMPLETAS
1073
lona llamaban "el parlar municipal". Comprendo que
quieran defenderlo, es perfectamente lógico ; pero eso
suele venir casi siempre inevitablemente. Y no vol-
vamos, no quiero al menos volver yo, a cosas que
estimo académicas ; ni cosas académicas, ni cosas
líricas, ni odas ni disertaciones. A lo que vuelvo otra
vez, y siento ser machacón, es al "podrá", porque
con este modo de proceder hemos hecho entre otras
cosas, una Constitución que tiene algo peor que con-
tradicciones, que son ambigüedades. "Podrá", no.
Y sobre todo, si "podrá", ni este Gobierno ni ningu-
no de los que le sucedan, para casos de esta entidad,
de esta profundidad, que han llegado a agitar como
han agitado pasiones, unas claras y otras turbias,
unas nobles y otras innobles, ningún Gobierno debe
merecer al Parlamento soberano confianza ni tener
nada que sea facultativo. Cuando llegue el caso, pide
quienquiera que sea. Hará muy bien, deberá hacerlo
la Generalidad, y que sean las Cortes, éstas u otras,
las que determinen en qué forma se ha de establecer
esa Universidad única y cómo ha de funcionar;
pero no un Gobierno, tenga los compromisos que qui-
siere, que él podrá tenerlos, pero el país no tiene com-
promisos a ese respecto. Y no tengo más que decir.
El señor Bello (por la Comisión) le contesta. Dice
que la Comisión ha estudiado con gran cariño la en-
mienda presentada, con el deseo de incorporarla al
Estatuto de Cataluña, siquiera un párrafo de las ideas
expuestas por el ilustre Unamuno.
Veamos lo que ocurre ahora en Cataluña, donde
quedarán las cosas como están después de votado el
Estatuto, y no podemos decir que sea peor la situa-
ción actual a la que existía. La lucha de las lenguas
continuará, y creemos con el señor Unamuno que
vencerá la más fuerte, que es el castellano.
Si se hubiera podido conceder a Cataluña la auto-
1074
MIGUEL DE UNAMUNO
nomía que queríamos, el triunfo del castellano sería
seguro; pero se han interpuesto en el camino de la
cordialidad las actitudes de las oposiciones.
Deseamos transformar a Cataluña, como deseamos
transformar todas las demás escuelas de España. Se
ha dicho que si la Generalidad y el Estado atienden
a las escuelas de Cataluña, éstas saldrán beneficiadas,
en perjuicio de las del resto de España; pero esto no
es verdad. Lo cierto es que aquellas escuelas signifi-
carán una carga menor para el Estado. Para mí. el
problema de la Universidad es inferior. Creo que cual-
quier solución, la que propone el dictamen e incluso
la cesión completa a la Generalidad, será mejor que
la situación actual, en que se tropieza con la intran-
sigencia de algunos estudiantes a estudiar en caste-
llano.
El señor Unamuno : Pido la palabra.
El señor Presidente: La tiene su señoría.
El señor Unamuno : Cuatro palabras nada más
para rectificar, y empezaré por lo último. Yo directa-
mente no sé cómo funciona o cómo está actualmente
la U^niversidad de Barcelona, aunque me figuro que
estará, poco más o menos, como todas las demás ;
pero no es cuestión de profesores castellanos ni de
profesores catalanes, porque estoy harto de saber que
allí, por ejemplo, hay un profesor castellano que dice
que le persiguen por castellano, y yo puedo asegu-
rar que no es verdad, sino que le persiguen porque
es mal profesor en Barcelona y en todas partes. Lo
que hace falta es que enseñen — iba a decir sea en
una o en otra lengua — en la lengua que tienen obli-
gación de saber todos los alumnos y no en una len-
gua que es quizá la de la mayoría. Porque hay otra
cosa : se hablaba de los derechos de las minorías y
de la minoría étnica; pero allí la minoría de los
alumnos ■ — si es que son minoría — de lengua caste-
llana no representa una minoría étnica, y esto lo dijo
OBRAS COMPLETAS
1075
muy bien el señor Ortega y Gasset ; no es una mino-
ría étnica, ni hay tal cosa, sino que allí sigue siendo
una representación aparte de la mayoría de la na-
ción.
Por lo demás, sólo quiero hacer una observación
a la indicación de si coincido con Fulano o Mengano.
Eso me tiene sin cuidado ; estoy harto, así estoy ya
harto, de que cuando se adopta una posición que está
en contra de la directiva del Gobierno o de la mayo-
ría se diga que se va contra la República. Eso es un
verdadero abuso. Se está abusando de eso de la Re-
pública, como se está abusando de esa tontería de
los cavernícolas. Yo tengo mi modo de pensar en
esto, y no creo que el ser autonomista represente ser
más avanzado que quien es unitario. Eso es otra cosa
que no tiene sentido, pues esto de derechas e izquier-
das es algo que produce una confusión lamentable.
Nunca he creído por qué un jacobino ha de ser hom-
bre más de izquierda, y en esto tampoco. ¡ Que tene-
mos un sentido imperialista ! Es posible que yo lo
tenga personalmente, no lo oculto; un sentido repu-
blicano a la francesa de República unitaria francesa ;
pero ¿de cuándo acá es una cosa de derechas ni una
cosa antirrepublicana? Todos habréis podido obser-
var qué pocas veces sale de mi boca la palabra Re-
pública, como no salía antes la palabra Monarquía.
No hay que jugar con ciertas cosas, ni hay que jugar
con ciertos símbolos. Cada uno sabe cuál es su ca-
mino, y por eso habréis visto que hablo siempre de
otras cosas, y entre ellas de España. Se dice que hay
que salvar ante todo la República. Efectivamente ; hay
que salvarla porque es el medio de salvar a España,
pero no como un fin, sino como un medio. Xo tengo
más que decir.
(Texto publicado en el diario El Sol, Madrid, 3-
VIIT1932.)
DISCURSO LEIDO EN LA SOLEMNE INAU-
GURACION DEL CURSO ACADEMICO DE
1934 A 1935, EN LA UNIVERSIDAD DE SALA-
MANCA, EL DIA 29 DE SETIEMBRE DE 1934,
AL SER JUBILADO COMO CATEDRATICO
Ultima lección académica.
Compañeros • maestros y discípulos, estudiantes
todos :
¡ Qué de recuerdos, lejanos unos y otros recientes,
al venir de despedida, a repetirme una vez más aquí,
en este paraninfo, caja de resonancia de tantos úz
ellos ! Vengo a repetirme, repito, a renovarme. Una
vida espiritual entrañada es repetición, es costum-
bre, santo cumplimiento del oficio cotidiano, del des-
tino y de la vocación. Día a día he venido labrando
mi alma y labrando la de otros, jóvenes, en el oficio
profesional de la enseñanza universitaria y del apren-
dizaje. Que enseñar es, ante todo y sobre todo, apren-
der.
Comencé mi primer curso — de Lengua y Litera-
tura griegas no más entonces — en 1891, hace cua-
renta y tres años, venido de mi nativa Vizcaya a ro-
bustecer en la alta meseta, toda ella cima, los huesos
y la piel que el aire del mar y de la montaña nati-
vos me habían fraguado. Y durante cuarenta y tres
cursos — quiero contar entre ellos los del destierro
a que me sometí por defender la libertad de la pala-
bra y en que con mi ausencia enseñé — , he venido
colaborando aquí, en esta Universidad, a la forja de
OBRAS COMPLETAS
1077
la España universal y eterna. Leí, aquí mismo, el
discurso inaugural ■ — "alocución exhortativa" le lla-
mé— de 1900, y poco después, aquel mismo año, se
me elevó a mi primer rectorado de esta escuela de la
tradición española.
Debería hoy y aquí callar mi acción extrauniver-
sitaria, sobre todo la política. Dudo que me sea ha-
cedero, porque ;es que el magisterio público se ejerce
sólo en el aula oficial ? En aquella "alocución exhor-
tativa" — que no disertación investigativa — de hace
treinta y cuatro años — parece como si el tiempo se
remansara haciéndose eternidad histórica — os decía,
jóvenes estudiantes, o a vuestros padres, que viene a
ser lo mismo: "¡Ojalá vinieseis todos henchidos de
frescura, sin la huella que os han dejado quince o
veinte exámenes, y trayendo a estos claustros no an-
sia de notas, sino sed de verdad y anhelo de saber
para la vida, y con ellos aire de la plaza, del campo,
del pueblo, de la gran escuela de la vida espontánea
y libre !" Os lo decía al cumplir mis treinta y seis
años ; os lo repito hoy al cumplir mis setenta. Y venir
a examinarme a mi vez.
Al enseñar - — y aprendiendo al enseñarlas — la len-
gua y las letras del pueblo heleno, eternamente joven
y eternamente anciano — la antigüedad es la niñez de
los pueblos y la niñez es la antigüedad del alma — ,
fui retemplando mi espíritu rebelde a disciplina. Te-
nía que disciplinar a discípulos. Y así llegó a asistir-
me el ánimo simbólico de Sócrates, el hijo de la
partera, el gran partero que se llamó a sí mismo, el
que asistía a la mocedad ateniense a que se diera a luz,
a propia clara conciencia, la visión del mundo y así
la recreara recreándose en ella. Y esto por la pala-
bra. Que Sócrates, como el Cristo, el Verbo, no nos
('eji'i escrito nada; no se enterró en letra.
He dicho alguna vez, con escándalo acaso de cier-
tos pedantes, que la verdadera universidad popular
1078 MIGUEL DE UNAMUNO
española han sido el café y la plaza pública. Los usu-
reros de la investigación y avaros de ella suelen que-
jarse del ingenio que se ha derrochado en España en
peñas de casino o de café, en tertulias, en acciden-
tales reuniones de amigos. Lo estiman perdido. ¿ Per-
dido? ¿Por qué? Esos ingenuos e ingeniosos espíri-
tus socráticos, tan castizos, no nos han legado sus
nombres, pero han conservado y enriquecido la tradi-
ción oral y las leyendas corrientes. Han hecho soñar y
vivir en el sueño a sus hermanos. Y lo han hecho
con la palabra, ya que no con la letra. Con oratoria
familiar y privada, no con literatura; con doctrina
popular, folklore, que en inglés se dice.
¡ La Palabra ! Al principio del cuarto Evangelio,
el llamado de San Juan, se nos dejó dicho que "en
el prmcipio fué el Verbo", la Palabra, y que la "Pa-
labra estaba cabe Dios, y Dios era la Palabra", y
"todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de
lo hecho". Dios, la Cosa de las cosas — Causa de las
causas — Dios, "cosa la más excelente", así apren-
dimos de niños en el Catecismo del padre Astete, lue-
go desacertadamente corregido — me dicen — , la pala-
bra, que es el hecho, pese a Fausto. Que no hay tre-
cho de lo dicho a lo hecho. Y en el principio del
Génesis, que Dios creó el cielo y la tierra diciendo,
y llamó al firmamento, cielo, y a la luz, día, y a las
tinieblas, noche, y a la seca, tierra, y a la congre-
gación de las aguas, mar. Y luego, que llevó a Adán,
al primer hombre, todos los vivientes de la tierra y
las aves del cielo para que les diese nombres, y
aquél con que llamó a cada viviente, ése es su nom-
bre. Y a cada nuevo Adán que llega a nuestro mun-
do, a cada niño, cuando se le ha enseñado el nombre
de una cosa la ha conocido, la ha hecho suya y una,
la ha hecho cosa con el nombre. Preguntar : "; Qué es
eso?", quiere decir: "¿Cómo se le llama?" En el
principio fué la palabra. Y en el fin lo será, pues a
o B R A S C O M P L E T A S
1079
ella ha de volver todo. Que no es sólo un por qué,
una causa — cosa — - inicial, sino un para qué, un fin.
Y es un por qué por ser un para qué. El hombre
deja á la tierra unos huesos y el aire un nombre, un
nombre en la memoria de la Palabra creadora, en la
Historia; tejido de nombres: un nombre — si logra
buena ventura — más duradero que los huesos, más
que el bronce. Acre pcrcnnius, que dijo Horacio, n
quien explicamos en nuestras clases.
¡La palabra y el nombre! "Santificado sea el tu
nombre", se nos ha enseñado a rezar. Y es que el
nombre de Dios es Dios, es divino. "¡ Dime tu nom-
bre!", suplicaba anheloso Jacob al ángel con quien
luchó, pasado el vado de Jaboc, hasta el rayar del
alba. "¡Dime tu nombre!" Y Jacob le dijo el suyo
para que le bendijera. "¡Espíritu sin nombre!", sus-
piraba nuestro pobre poeta Bécqner. Y cuando nues-
tro antiguo compañero el reverendo padre maestro
Fray Luis de León, doctor de esta Escuela, y cuyo
bronce aún nos amonesta en su nombre, más dura-
dero que él, desde el adjunto Patio de Escuelas,
cuando quiso zahondar en los misterios de la fe de
su pueblo, dijo con su pluma los Nombres de Cristo.
i El nombre es el hombre ! Se nos cuenta en el
mismo cuarto Evangelio cómo el Cristo, al estar en
Jerusalén, en la fiesta de Pascua, no se confió en los
que confiaban en su nombre por las señales que ha-
cia, pues no necesitaba que atestiguaran acerca del
hombre. Pero el hombre sustancial y esencial es el
nombre, es la persona. ¿ Qué es definirse — i lo que
se ha pedido esto ! — sino darse nombre, llamarse ?
"Me llamo así" quiere decir: "quiero ser así". Y
lo que se inmortaliza es el nombre, que es la piel
espiritual y el pecho por que transpira y aun respira
el alma. El hombre hecho nombre queda hecho per-
sona. Y ¿qué es la llamada persona jurídica sino un
nombre? El nombre, la palabra, es la verdadera ac-
1080
MIGUEL DE UNAMUNO
ción ; el dicho es el hecho. El centurión evangélico,
sabiendo que con sola su palabra ordenaba la acción,
pedía a Jesús que dijese una sola palabra y a dis-
tancia, sin entrar en su casa, para sanar a su criado
perlático.
Desde aquí mismo, hace tres años, al abrir el curso
1931 a 1932, lo abrí en nombre de Su Majestad Es-
paña — en su nombre y paladeándolo con fervor al
pronunciarlo—, y mi voz resonó en ella. Y es que
la palabra es acción. El espíritu, la respiración so-
nora, el son, hacen el Verbo, la Palabra, y la palabra
hace la visión, la idea. Los santos Padres de la Igle-
sia griega llamaron al Espíritu, al Soplo nominador,
Santa Sofía, Santa Sabiduría. Y ella hizo el Logos,
el Verbo. Que la filosofía, el amor del saber, brota
de la filología, del amor del decir.
Y así, apenas nombrado por primera vez rector de
esta Escuela, en octubre de 1900, días después de mi
otra oración inaugural, se me encomendó, además
de la enseñanza de la lengua y literaturas griegas, la
de lo que se llamó primero "Filología comparada
del latín y castellano" y después "Historia de la
lengua castellana", y es la sola disciplina con que
me quedé a la vuelta de mi destierro. ¡ Denominacio-
nes burocráticas, rituales, litúrgicas casi ! Pero la se-
gunda condice }'a mejor con la cosa. Primero, filo-
logia, amor de la palabra, del nombre; después, his-
toria. Y en resolución, lo mismo. Porque la histo-
ria, la tradición viva, queda y vive en la palabra, en
el verbo, en el nombre, siempre presente. Historia
no es letra, no es documento escrito, no es escritura,
antes bien, lectura, lección, leyenda. No existe his-
tóricamente el hombre que se queda en la letra, sino
el que vive en la palabra, el que obra hoy por hoy,
el de la leyenda. Y hasta los nombres de ficción, las
creaciones de la palabra humana, los de poema, exis-
OBRAS COMPLETAS
1081
ten históricamente más que los enterrados sin nom-
bre.
Era mi disciplina "Historia de la lengua", no de
la literatura, no de la letra mientras no responda a
la palabra. Se ha dicho que todo castizo escritor cas-
tellano es un orador por escrito. Mejor que ser un
escritor por habla. No hablar como un libro, sino que
el libro hable como Santa Teresa hablaba con su
pluma, como un hombre. ¿Retórica? ¿Y por qué no?
Lo malo de la gramática es lo que tiene de gramma,
de letra. La letra, mata; el espíritu, el son, vivifica.
Y aun asi es inevitable el documento. Y menos mal
que, gracias al fonógrafo, se empieza a pensar en el
archivo de la palabra. Mas, ¡ ay ! de la palabra acaso
en conserva de lata. Esta misma mi segunda oración
inaugural habría yo preferido que fuese verdadera
oración, orada, dicha — no recitada — , pero me he te-
nido que rendir a la liturgia académica, y más ante
el amago de la taquigrafía. Verba volant; pero la pa-
labra misma es vuelo, y deja su vuelo al aire el
pensamiento vivo sin dejarse enjaular y menos em-
balsamar.
"¿Historia? — decía a vuestros padres desde aquí
mismo, hace treinta y cuatro años, y os lo repito
hoy — . Historia es lo que en torno vuestro ocurre,
el motín de ayer, la cosecha de hoy, la fiesta de ma-
ñana. Sólo con el hoy aquí entenderéis rectamente
el ayer allí, y no a la inversa; sólo el presente es
clave del pasado y sólo lo inmediatamente próximo
lo es de lo remoto. Lo que no descansa de una ma-
nera o de otra en el presente, ya a flor de él, ya en
su lecho de roca sedimentado, no fué más que fugi-
tiva apariencia. Es el presente el esfuerzo del pasado
por hacerse porvenir, y lo que al mañana no tienda,
en el olvido del ayer debe quedarse."
Y hoy, al repetir mi lección de antaño, he de de-
ciros qiie lo viviente es el esfuerzo de lo vivido por
1082
MIGUEL DE UNAMUNO
hacerse porvivir, de la tradición, por hacerse progre-
so y ventura. Y lo aplicaba entonces a la historia de
que empezaba a profesar, a la de la lengua. "¿Len-
guas ? — decía — . Jamás comprenderéis con compren-
sión activa y fecunda, no pasiva y estéril, cómo una
lengua vive mientras no abráis los oídos a la que en
vuestro derredor suena, prestándolos atentos y fieles
a los modismos del vulgo, a sus dichos y decires, a
todo lo que como a barbarismo indigno de atención
han solido desechar los que hacen del lenguaje un
producto de pacto literario sujeto a académica pres-
cripción." Así os decía, y empecé en la lengua cas-
tellana a buscar a España, tratar de descubrirla. "Des-
cubrirnos a España digo — os decía — , porque si es
cierto, como por muchos se nos asegura, que su ma-
yor riqueza material en su subsuelo se esconde es-
quiva mientras araña el labriego con el tradicional
arado la ligera capa que la recubre y vela, en su
subsuelo espiritual también, en los no escudriñados
soterraños de su cotidiana vida colectiva yace tal vez
el venero de su renovación futura mientras seguimos
arañando con nuestra crítica y apologética en las
humosas glorias de su capa histórica. Tenéis que
descubrir a nuestro pueblo tal como por debajo de la
historia vive, trabaja, espera, ora, sufre y goza."
Sólo tengo que rectificar ahora el mal sentido que
entonces daba, erradamente, a lo histórico. Lo que
en uno de mis ensayos de En torno al catecismo llamé
la intra-historia, es la historia misma, su entraña. Y
en cuanto a la lengua, ya Capmany decía que lo más
del romance castellano está enterrado en la entraña
verbal del pueblo. Hay que desenterrarlo, pues, mas
no para desterrarlo.
Y es lo que he venido haciendo en mi cátedra ofi-
cial aquí, con mi palabra hablada, en mi acción pú-
blica en toda España, con mi palabra escrita, durante
estos treinta y cuatro años, y aun desde antes. Bus-
OBRAS COMPLETAS
1083
car la tradición histórica nacional, fuente de su pro-
greso y ventura, y hasta de sus revoluciones, en el
tesoro del habla, del lenguaje; bregar en el escudriño
de sus entrañas, a desentrañarlas. Toda la civiliza-
ción, toda la economía, todo el derecho, todo el arte,
toda la sabiduría, toda la religión española están
ahincados en los entresijos de su lenguaje y hasta
laten en el tuétano de sus huesos.
Querer es sentir, sentir es pensar y pensar es ha-
blar, hablarse uno a sí mismo y hablar a los demás, y
con Dios, si lo logra. Convivir es consentirse, y con-
sentirse es entenderse unos a otros, comprenderse. Y
esta convivencia social, civil y religiosa, esta com-
prensión que es la patria, la nacionalidad, nos es más
que preciosa ahora, en esta crisis de renacimiento
— de renación la llamé un día — y que nos entenda-
mos y comprendamos unos a otros y cada cual a sí
mismo. La verdadera comunidad nace de comunión
espiritual, verbal, y ésta de entendimiento común,
de verdadero sentido común nacional. Común y pro-
pio a la vez. La lengua viva, de veras viva, ha de
ser individual, nacional y universal. Dialectal, es
decir, de diálogo, de conversación y de concordia.
Y de dialéctica. Y hasta de polémica, que es, a su
modo, una concordia entre discordias. Cada uno ha
de formarse y reformarse y trasformarse su propio
dialecto, individual y regional, su propio idioma
— idioma quiere decir propiedad — dentro del idioma
común, y enriquecerse de él y enriquecerlo enrique-
ciéndose. Y he aquí por qué, estudiantes salmanti-
nos, he venido estos años esforzándome, socrática-
mente, en enseñaros a aprender la misma lengua
que hablabais, a daros clara conciencia de ella, a que
la dierais a luz y aprenderla yo así de vosotros, y
todos de consuno a desentrañar el romance castellano
que nos está haciendo el alma española. No a dise-
carlo técnicamente — lo que es meritorio — , sino a
1084
MIGUEL DE UNAMUNO
recrearlo. A alumbrar su vivo manadero, en gran
parte soterraño.
Y esto es filología viva, amor de habla, y no ex-
clusivamente erudita investigación de seminario téc-
nico, que no es, a lo sumo, sino una indispensable
— que no podernos ni debemos dispensarnos de ella —
preparación para lo otro. Como es la crítica prepa-
ración para la poética, la comprensión camino de
creación. ¿ Para qué comprender si no se ha de crear ?
La misma critica, cuando es viva, es recreación y es
desecho de poesía: que así como se pulían diaman-
tes con polvo de ellos, se ensaya a las metáforas, se
las pule — y clasifica y estudia — con polvo de ellas.
Con esa filología, con ese amor del habla común v
propia a la vez, nacional e individual a la par, indi-
vidual y universal, que es lo mismo, con ella cobra-
remos el heredado patrimonio espiritual de nuestra
raza histórica, de nuestra cultura. A presión de siglos,
encerrado en metáforas seculares, alienta el ánimo, el
espíritu, el soplo verbal que nos ha hecho lo que por
la gracia de Dios, la Palabra suma, somos : españoles
de España. Las creencias que nos consuelan, las es-
peranzas que nos empujan al porvenir, los empeños
y los ensueños que nos mantienen en pie de marcha
histórica a la misión de nuestro destino, hasta las
discordias que, por dialéctica y antitética paradoja,
nos unen en íntima guerra civil, arraigan en el len-
guaje común. Cada lengua lleva implícita, mejor, en-
carnada en sí, una concepción de la vida universal, y
con ella un sentimiento ■ — se siente con palabras — ,
un consentimiento, una filosofía y una religión. Las
lleva la nuestra. Y el enquisar, el desentrañar esa
filosofía, es obra de la filología, de la historia de la
lengua. La llamada filosofía en general, ¿qué es sino
la historia del pensamiento universal humano encar-
nado en la palabra? No definición silologística, sino
descripción narrativa; no dogmas, sino leyendas, per-
OBRAS COMPLETAS
1085
sonas. Los genuinos pensadores son los poetas. Las
grandes relig-iones universales viven en nombres de
personas, no de ideas abstractas. La fábula se ex-
plica por sí misma, y sobra la moraleja. Y es locura
pretender que no se enseñe a nuestros hijos la vi-
sión, la concepción y el sentimiento del mundo que
se encierra en el son del habla que aprenden de la
boca de sus madres, con la leche que maman de sus
pechos. Es nuestro mundo. Ninguna creencia, nin-
gún ensueño, ninguna leyenda, ningún mito, si fue-
ron vivos, mueren. Y no será español quien no co-
nozca, y con amor, los que fraguaron a su España.
El niño nace inconciente, y se hace su conciencia
en el seno de su pueblo, que es como su matriz espi-
ritual. ; Respetar la conciencia del niño ? Pero ¡ si no
la tiene ! Recibe el habla materna, que es la sangre
del espíritu, y con ella toda la visión y toda la con-
cepción del mundo que ella encierra. ¿Enseñanza
objetiva? ¿Y qué es objeto? El individuo es, cier-
tamente, un producto social : pero la sociedad es un
producto humano e individual, y el hombre im ani-
mal racional — civil, político, le llamó Aristóteles — .
Racional — de razón, ratio y éste de reri, hablar —
quiere decir verbal : el hombre es un animal que ha-
bla. El español que no piense en lengua española, si
es que no sabe otra, no es que no sea español, es
que no piensa, no es racional. Y pensar en lengua
española es pensar lo que esa lengua ha pensado, y
creer lo que ha creído. Porque una lengua, alma de
un pueblo, piensa y cree. Y no digamos que no sien-
te, porque se siente en pensamiento — los sentimien-
tos son pensamientos en conmoción — . Lo otro son
sensaciones animales, no racionales, no humanas, no
personales. Y basta observar, por otra parte, la honda
cultura tradicional de tantos analfabetos.
Y el desentrañamiento de este nuestro romance
castellano me llevó a rebuscar en su raigambre, que
1086
MIGUEL DE UNAMUNO
se enlaza y junta y une con las de los otros roman-
ces de nuestra Iberia, con las de los otros dialectos
de la común habla románica, latina. Y así me vi lle-
vado a enquisar y requisar las diversas hablas de
nuestra Iberia y su recíproca influencia. En mis cla-
ses universitarias se iniciaba el estudio del catalán
y valenciano, del gallego y el portugués, y aun de
otros. De mi cátedra han salido no pocos enamora-
dós del habla y de la literatura catalano-lemosina y
galaico-portuguesa. De tales diferencias surge la in-
tegración. Yo espero — y lo dije en ocasión para mí
solemne y desde otra tribuna pública — que la veni-
dera lengua secular de nuestra España máxima, de
nuestra Iberia, se haga de la refundición — mejor que
federación — de nuestros romances. Y que no tenga-
mos ya en adelante que traducirnos, que es traicio-
narnos.
Tal ha sido mi labor, de que por despedida de cá-
tedra oficial me creo en el deber de venir hoy aquí
a daros cuenta. Tal ha sido mi obra. La inicié sin
programa, sin definición previa. Pues tal como dijo
atinadamente Goethe, con el tino de un poeta, el
hacer preceder una definición a una obra, a un tra-
tado de una disciplina cualquiera, es no darse cuenta
de que hay que acabar la obra para poder llegar a
la definición. Esto que hoy os digo no es un prólogo,
sino un epílogo ; no un programa, sino un epigrama
o metagrama, si se quiere. No lo que voy a hacer,
sino lo que llevo ya hecho. ¡Esta es mi obra! ¿Jue-
gos de palabras? Con ellos Quevedo, nuestro gran
conceptista, nuestro gran verbalista, al adentrarse en
las entrañas del romance castellano, escudriñó hur-
gando en el alma de su pueblo. Y lo mismo Calde-
rón, y Gracián, y los místicos, y tantos otros. Esta
fué mi obra, y obra política también. Política, es de-
cir: civil, de civilización. Y paso por alto las discor-
dias estrictamente políticas que en nuestra vida uní-
OBRAS COMPLETAS
1087
versitaria se produjeron. ¿Que no debe entrar la polí-
tica en la Universidad? Según a qué se llame política
y a qué se llame Universidad. ¡ De partidos, no ! ; ¡ de
entereza, sí ! ¡ Triste y menguado el porvenir de Es-
paña si estos templos civiles de la cultura patria se
achican y oscurecen en oficinas de facultades pro-
fesionales para ganarse la vida que pasa y no queda
en la Historia ! En cada ciencia especial, su historia
es su esencia vivificante, y lo otro, la técnica, lo co-
dificado, no pocas veces un certificado de defunción.
Hay que hacerse mártires, esto es: testigos de esa
cultura ; y el mártir da su vida por la palabra, por
la libertad de la palabra. Da su vida, pero no se la
quita a los otros ; se deja matar, pero no mata. Al
recordar todo esto creo mostraros el hilo de la pro-
pia continuidad de toda mi obra, y que este hombre,
a quien se le ha supuesto tan versátil, ha seguido, en
su profesión académica, como en la popular, una lí-
nea seguida.
A esta mi obra responde, creo, vuestro homenaje.
Lo acato. Homenaje — ¡siempre el filólogo! — de-
riva de hominan, de hombre, y he procurado cum-
plir mi misión, mi destino, de hacerme hombre
universitario de la España universal. Y llevar su nom-
bre, su palabra, no sólo a las naciones a que se ex-
tendió nuestro romance, el que conquistó la mayor
parte de América y porciones de las otras partidas
del mundo, sino a las otras que sienten y piensan en
otros idiomas. Se conquista con la palabra. Más ha
ganado para España el Verbo castellano por la pluma
de Cervantes en su Quijote, hijo de palabra, que ganó
Juan de Austria con su espada en la batalla de Le-
pante. Me he esforzado por conocerme mejor para
conocer mejor a mi pueblo — en el espejo, sobre todo,
de su lengua — , para que luego nos conozcan mejor
los demás pueblos — y conocerse lleva a quererse — y,
sobre todo, para ser por Dios conocidos, esto es :
1088
MIGUEL DE UNAMUNO
nombrados, y vivir en su memoria, que es la Histo-
ria, pensamiento divino en nuestra tierra humana.
Y mis últimas palabras de despedida, compañeros
de escuela, maestros y estudiantes, estudiosos todos :
Tened fe en la palabra, que es cosa vivida; sed hom-
bres de palabra, hombres de Dios, Suprema Cosa y
Palabra Suma, y que El nos reconozca a todos como
suyos en España. ¡Y a seguir estudiando, trabajan-
do, hablando, haciéndonos y haciendo a España, su
historia, su tradición, su porvivir, su ventura ! Y ¡ a
Dios!
{Texto impreso por la Universidad, Salamanca,
F. Núñcz, 1934, 18 págs.)
ADICION (1)
Estaba ya impreso este mi discurso inaugural de
este nuevo curso académico, cuando me vino a la
memoria — a la memoria de dolores, que es la más
tenaz — la mayor lección, no que di, sino que recibí,
como rector de esta Escuela. Fué la del 2 de abril,
viernes de Dolores, de 1903, cuando por una de esas
1 Al terminar de leer el discurso que antecede, cuyo texto im-
preso se distribuyó en los estrados académicos, como es uso uni-
versitario, don Miguel dió lectura a unas cuartillas, que a pre-
vención llevaba y que eran como el remate o colofón de aquél. El
entonces Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, el sal-
mantino Dr. Villalobos, dispuso que su contenido fuese publicado
en el Boletín Oficial del Ministerio, que su texto fuese fijado en
los tablones de anuncios de todos los centros de enseñanza de Es-
paña, y que del mismo se hiciese una tirada aparte costeada por
su Departamento. Dicho folleto, con el titulo de La última lección
de D. Miguel de Unamuno, logró gran difusión, y no es infre-
cuente que muchos lo consideren como tal, olvidando, acaso, que
era remate, adición y complemento, de su discurso académico. La
vida nacional de aquel verano de 1934, mientras se imprimía aquél,
se encrespó y agrió en términos tales que pocos días después de
la jubilación de don Miguel tuvo lugar la revolución de Asturias
y Cataluña; y aquella patética y dolorosa llamada unamuniana a
la concordia y a la calma, contenida en sus cuartillas adicionales,
aunque no lograsen evitar el estallido, conservan !a grandeza de
su nobilísimo impulso.
OBRAS COMPLETAS
1089
tristes algaradas estudiantiles la Guardia Civil hubo
de matar a dos estudiantes, a uno aquí mismo, en un
aula de aquí arriba — sus ventanas cerradas — , y a
otro a la puerta del Instituto, en el vecino patio de
Escuelas Menores. No he de historiar ahora aquel
lamentable suceso, ni ponerme a discernir culpas y
disculpas. Baste decir que el origen de la algarada
que costó aquellas dos vidas inocentes —eran unos
pobres muchachos pacíficos y sencillos — fué debido
a creer el relato de otro pobre estudiante víctima de
alucinaciones. Los pobres muchachos no se detenían
a comprobar las afirmaciones de quien se soñaba
agraviado.
Después, si han vuelto alborotos, han sido más
inocentes, y aquí, en esta Casa, las inevitables — ni
hay por qué evitarlas — disidencias doctrinales entre
quienes estudian para comparar y distinguir y esco-
ger doctrinas, esos alborotos se han mantenido en un
campo incruento. En un campo incruento, no pocas
veces de una especie de deporte revoltoso — no revo-
lucionario— , cuando no preguntón.
Y es que aquí, España sea loada, esas contrapues-
tas asociaciones escolares se han mantenido en terre-
no de convivencia civil. Y aún hay más, y es que
ni se ha llegado a privilegios y monopolios de favo-
res oficiales. Y puesto que en este curso se han su-
primido las aperturas oficiales de las Universidades
excepto en ésta, y puesto que soy yo quien desde
ella, donde sigo de rector, he de dirigir la palabra de
consejo a los estudiantes universitarios de toda nues-
tra España, quiero con estas palabras, que para fijar-
las mejor he escrito no hace tres horas, quiero con
ellas hacer un llamamiento a la paz, a la paz en la
guerra. Así titulé mi primera y más largamente
pensada y sentida obra, en que narré las luchas civi-
les que se encendían en torno a mi niñez.
Aquí, digo, no se ha privilegiado a ninguna aso-
UNAMUKO. VII.
35
1090
MIGUEL DE UNAMUNO
ciación escolar. Una ha habido que presentó sus esta-
tutos a ser aprobados en el Gobierno Civil, y lo fue-
ron, a pesar de que los más de los socios eran
menores de edad ; lo fueron porque esa asociación se
ampara en un Decreto que la creó. Mas yo, como
rector, no quise reconocerla y no la di estado en
esta Casa. ¿ Que no era política ni confesional ? Toda
asociación acaba siéndolo. Y no hay otra asociación
estudiantil, libre de sectarismo, que la que forman
los estudiantes todos debidamente matriculados. No la
reconocí. Pesaba sobre mí el recuerdo de aquellos
dos pobres mozos — casi niños — que aquí fueron
muertos, de bala, antaño, y pesaba sobre todo la
impresión de la barbarie desatada en otros centros
de enseñanza. No, ni mis estudiantes, los de esta Uni-
versidad — y la llamo mía tanto porque ella me ha
hecho cuanto por cuanto la he hecho yo — , habían
de caer o aquí o en esas calles bajo las balas de una
pistola que acaso se esconde dentro de un libro mon-
dado, convertido en caja del más repugnante matute.
El que de semejante artilugio se valga, ni es
joven — ya que presume de juventud — , ni es estu-
diante, ni tiene conciencia civil, que es conciencia
moral. Es, a lo menos, malo, víctima de esa epidemia
histérica, de esa fatídica apetencia de disolución na-
cional, civil y social que está corrompiendo a una
parte de nuestra juventud. Que a los dieciocho o
veinte añOs vuelve por un fenómeno patológico de
involución, no a la dulce, sonriente y creativa men-
talidad de los cinco años, cuando el niño se está
creando — y con la palabra — , el mundo, su mundo,
sino a una pavorosa dementalidad de pobre niño aban-
donado, sin hogar espiritual.
Y ahora, estudiantes míos, tengo que deciros otra
cosa. Sería congojoso que os ejercitarais en el abuso
de las armas de fuego — o de las llamadas blancas —
y que las escondierais en el mondado libro de matute.
OBRAS COMPLETAS
1091
pero más congojoso será que os dejéis ganar del
ejercicio de otras armas peores. Me refiero a las de
la calumnia, la injuria, la insidia y el insulto de que
tanto empiezan a abusar vuestros mayores. Os están
enseñando a calumniar, a injuriar, a insultar a la
generación de vuestros padres y abuelos. Os están
incitando a despreciarlos. Os están incitando a re-
negar de los que os dieron vida.
Vosotros, estudiantes españoles, que os ejercitáis
en la investigación científica, histórica y social, en
la dialéctica — escuela de tolerancia y de comprensión
de la concordancia final de las discordancias : de la
coincidencia de las oposiciones que dijo el Gusano — ,
vosotros tenéis que enseñar a vuestros padres - — a
nosotros — que esa marea de insensateces —de in-
jurias, de calumnias, de burlas impías, de sucios esta-
llidos de resentimientos — no es sino el síntoma de
una mortal gana de disolución. De disolución nacio-
nal, civil y social. Salvadnos de ella, hijos míos. Os
lo pide al entrar en los setenta años, en su jubila-
ción, quien ve en horas de visiones revelatorias ro-
jores de sangre y algo peor: livideces de bilis.
Salvadnos, jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no
mancháis las páginas de vuestros libros de estudio ni
con sangre ni con bilis. Salvadnos por España, por
la España de Dios, por Dios, por el Dios de Es-
paña, por la Suprema Palabra creadora y conserva-
dora.
Y en esa Palabra, que es la Historia, quedaremos
en paz y en uno y en nuestra España universal y
eterna.
Adiós, de nuevo,
PALABRAS DE AGRADECIMIENTO POR EL
HOMENAJE QUE LA CIUDAD DE SALAMAN-
CA LE TRIBUTO AL SER JUBILADO
Voy a dirigirme más que a nadie al pueblo de
Salamanca. Hoy día 27. Venía entero y completo de
Bilbao. Yo me había templado en aquella tierra. De
niño casi, salí de ella y vine con todo el espíritu
lleno de sosiego. Llegué aquí: aquí se ha templado
mi espíritu con mis hijos; uno nació en Bilbao. Aquí
también pasaron sus primeros años, y todavía re-
cuerdo cuando allá, en aquel campo de San Fran-
cisco, donde viví primero, le daba su madre la leche,
posando su mirada sobre su cabecita.
Vine aquí, como digo, en época de luchas, y ape-
nas llegué a la ciudad, me encontré con que ésta se
hallaba también en momentos de lucha, y me dispuse
a entrar en ella. Acaso algunas veces, debo con-
fesarlo, pude cometer alguna injusticia, porque creo
haber cometido algunas. Me duele tanto lo que está
pasando, que creo es una fiebre de cosas en que no
es lo peor, no, que se llegue a las armas a cada
momento, sino que de un extremo a otro vaya la
insidia y la calumnia.
Es un debate de malas pasiones que no tiene que
ver con la guerra civil. Sobre mi cabeza pasaron
las bombas.
Vine aquí, y como digo, tomé inmediatamente
puesto. Entré en relación con personas, algunas de
las cuales ya han muerto y otras viven en sus hijos,
sus herederos. Tomé inmediatamente posesión: aquí
OBRAS C O M P LET A S
1093
fué donde sentí el desastre de 1898, que nunca se ha
olvidado, como tampoco lo fueron, y menos en esta
casa, aquellas campañas mías, no las de la Universi-
dad que pudiéramos llamar académicas, sino las cam-
pañas en la Federación obrera, que hoy llaman
Casa del Pueblo, que es a la que debo el haber ve-
nido por primera vez a ser concejal.
Los obreros de Salamanca me trajeron por prime-
ra vez aquí, a esta Casa, y no olvidaré nunca aquellas
campañas agrarias que en compañía de algunos que
están aquí hicimos por esos campos, algunas veces
al pie de encinas, tan sosegadas, tranquilas y quietas.
Ese árbol magnífico de hojas siempre perennes, duro,
recio y, además, que otras muchas veces del cora-
zón de él se hacen las dulzainas, para que canten los
hombres. Aquí, a esta misma casa, me trajeron des-
pués posteriormente cuando vino la República, y no
debo olvidar cuando toda aquella muchedumbre que
me recibía al regreso del destierro, que ha sido una
de las veces que he sentido más apretado el corazón.
Y nunca olvidaré tampoco el día de la proclama-
ción de la República, cuando desde este mismo balcón
me dirigí a la muchedumbre que llenaba esa gran pla-
za, que es un extraordinario escenario, un ágora ci-
vil, un verdadero escenario cerrado. Ha pasado el
tiempo, no quiero recordar más cosas; las paso por.
alto porque no sé si sabré contenerme, y ahora debo
contestar a estas frases de atención.
Una cosa debo de confesar. Cada uno tiene su de-
bilidad ; aquí se han recordado mis poesías.
Estando una vez en Santander el bonísimo Torres
Quevedo. había unos hombres de campo y se decían
el uno al otro: "Ese es el más sabio del mundo", y
el otro "Es inventor". ¿Qué ha inventado? El bicar-
bonato, confundiéndole con un productor de dicho me-
dicamento cuyo primer apellido coincide con el de
Torres Quevedo. Me aconteció con un buen hombre
1094 MIGUEL DE UNAMUNO
otro caso curioso. Había uno que me decía : "Le ven-
go siguiendo siempre y estoy enterado de su obra", y
después de decirme otras cuantas cosas, añadió:
— Me he enterado de una novedad : que también
ha hecho usted poesías.
— ¿Cómo? — le repliqué — . Lo que he hecho "tam-
bién" es todo lo otro.
Como he visto en esa placa, se ha puesto el final
de una oda que en mis tiempos de un cierto acade-
micismo neoclásico dediqué a Salamanca, y ya que
de ella hablo me vais a permitir que dé lectura a ella.
Alto Soto de Torres...
(La Gaceta Regional (Jionicnajc a don Miguel de
Unamuno). Salamanca, 30-IX-1934.)
^LOCUCION A LOS NIÑOS DE ESPAÑA EN
EL DIA DE REYES (6 DE ENERO DE 1935),
EN NOMBRE DEL PRESIDENTE DE LA
REPUBLICA ESPAÑOLA
Hoy, el día en que se celebra en el mundo cristiano
la Adoración del Niño Dios por los santos Magos
— llamados después Reyes — Melchor, Gaspar y Bal-
tasar —fiesta que viene de abuelos a abuelos y de nie-
tos a nietos hace siglos — , venimos vuestros mayores
— padres, tíos y abuelos — a regalaros juguetes de
toda clase — menos pistolas — para que aprendáis a
jugar en paz en la vida, a jugar en paz la vida. Y,
sobre todo, venimos a que nos perdonéis. A que nos
perdonéis muchos pecados contra vosotros y, sobre
todo, el de que no siempre os dejemos jugar en paz.
En estos regalos o aguinaldos de Re>es ha puesto
su parte aquí, en Salamanca, como en algunas otras
ciudades, el señor presidente de la República de Espa-
ña, haciendo de mago adorador de la niñez, pues cuan-
do visitó esta nuestra ciudad, fué la alegre tropa
pacífica de los niños lo que más le conmovió. Y yo,
padre y abuelo de salmantinos, he de deciros por su
parte — como él, por mi boca, os lo dice en nombre
de nuestra madre España — que con este agasajo, con
esta fiesta queremos ganar, más que vuestro agrade-
cimiento, vuestro perdón. Perdón, niños de España
para vuestros mayores.
Son muchos los padres que os mandan a la escut-
la para que no deis — dicen — guerra en casa, para
que los dejéis en paz. ¿En paz? La guerra que dais
1096
MIGUEL DE UNAMUNO
jugando en casa ¡sí que es paz! La guerra conde-
nada, la del demonio, es la que solemos daros nos-
otros, los mayores. Hay quien se queja de que vos-
otros, los niños de verdad — no esos chiquillos mal
educados que juegan a la guerra civil — , ocupáis y
tapáis la calle con vuestros juegos y no nos dejáis
taparla con los nuestros. Mejor es que nos echéis
de la calle que no el que nosotros os echemos de ella.
Y sois vosotros los que tenéis que enseñarnos a ju-
gar. A jugar sin preocuparnos de ganar o perder el
juego, sino a jugar bien. Bien y en paz.
Os hemos dado mal ejemplo, muy mal ejemplo, y
estamos avergonzados de ello. No sé si también arre-
pentidos. Nos figuramos que nuestros juegos son más
serios que los vuestros porque en los nuestros se ma-
tan los jugadores. Hay muchos de nosotros que quie-
ren enseñaros nuestro juegos. ¡ Decidles que no ! Que
si os divierte despanzurrar un muñeco para ver lo
que lleva dentro, os da rabia y asco el que se le mate
a un hombre, a un hermano; el que un padre mate
a otro padre por lo que lleva, o no lleva, dentro. Que
si os divierte leer en cuentos — cuentos con bonitas
estampas — , os dan rabia y asco los cuentos con que
nos insultamos unos a otros vuestros padres y abue-
los. Decidles que las escuelas de España deben ser
las verdaderas Casas del Pueblo, y que no queréis que
entren en ellas nuestros malditos juegos de guerra
civil.
Y ahora voy a tomar la palabra en vuestro nom-
bre y a decir a mis compañeros, los mayores, a de-
cirles con vosotros: "Dejadnos jugar en paz. No
queremos estos juguetes si es que no hemos de jugar
con ellos en paz y en alegría. No los queremos si es
que han de ser comprados con sangre y lágrimas de
nuestros padres y de nuestras madres. ¡ Con leche y
con sudor, sí ; con sangre y lágrimas, no ! No que-
remos que nos echéis de la calle y nos encerréis.
OBRAS COMPLETAS
1097
como al ganado, en las escuelas si es para tapar vos-
otros las calles y las plazas con vuestros juegos de
rabia y de muerte. No dejaremos de daros eso que
llamáis nuestra guerra porque queréis que lo dejemos
para darnos y daros vuestra guerra. Si queréis que
juguemos, que soseguemos vuestro remordimiento, re-
nunciad a vuestros juegos de muerte. Y a vuestros
juguetes de destrucción. Y no nos enseñéis a ame-
nazarnos unos a otros. Enseñadnos a vivir en paz
de trabajo en casa y en la plaza pública. Que Espa-
ña sea una casa de familia. Y entonces os perdona-
remos."
Y ahora os digo yo, niños de España, y os lo digo
en nombre no ya sólo del presidente de la República
de España, de la gran casa nacional de la familia es-
pañola, sino en nombre de ésta, de España, que no
tendremos nosotros, vuestros padres y abuelos, per-
dón de Dios mientras no tengamos vuestro perdón,
mientras El, el Padre del Niño eterno, no nos per-
done. Queremos merecer de vosotros absolución de
nuestras muchas culpas. Así sea.
(Texto del diario Ahora, Madrid, 6-1-1935. Coteja-
do con el manuscrito original.)
PALABRAS DE AGRADECIMIENTO AL SER
NOMBRADO CIUDADANO DE HONOR DE
LA REPUBLICA, EN 1935
Al venir, ajjradecido, a aceptar una ciudadanía de
honor que la República española me confiere, me
siento en la obligación de justificar mi aceptación,
que es justificarme.
El año pasado dió la República esa distinción a
don Manuel Bartolomé Cossío, maestro y conductor
de almas, apóstol y continuador de la obra de don
Francisco Giner de los Ríos, el de la Institución Li-
bre de Enseñanza, maestro de hombría ciudadana.
Elección acertadísima, pues se trata de un hombre
de vida recatada y densa, apartado de candentes lu-
chas políticas, sociales y religiosas ; profesor de tole-
rancia y de convivencia, avanzado ya en años y por
éstos postrado. Yo, en cambio, he sido y sigo siendo
hombre de calle, de casino, de mitin a las veces, pero
también de cátedra, de lección, de campo y de mon-
taña, mezclado en luchas que mellan, aunque alguna
vez agucen el espíritu. Y creo que lo que más haya
podido mover a la Junta designadora a otorgarme este
honor habrá sido mi edad. Y que es confirmación del
homenaje que se me rindió al jubilarme cuando cum-
plí, hace siete meses, mis cuarenta y tres años de
enseñanza oficial, con algunos más de privada. Y no
es que estime que se me recompensa así para que des-
canse, pues no se descansa en paz más que en el seno
íntimo de la madre tierra patria. Y como — repito —
me siento obligado a justificarme, justificando mi
OBRAS COMPLETAS
1099
aceptación, voy a confesarme aquí y a hacer profe-
sión de fe ante el Gobierno de nuestra República
española.
Debo partir de cuando al nombrarme la Reina
Regente doña María Cristina rector de la Universidad
de Salamanca, a mis treinta y siete años, empezó mi
verdadera vida pública nacional. No se me pidió para
ello adhesión doctrinal, ni implícita, a las instituciones
del régimen del entonces reino de España. Años des-
pués, reinando ya de hecho, don Alfonso XIII me
tomó por amigo personal y me decoró con la gran
cruz de Alfonso XII, sin pedírseme tampoco decla-
ración monárquica. Llega con la Gran Guerra mun-
dial mi destitución del rectorado, en circunstancias
que quiero callar — tratábase acaso de llevarme a
confesión monárquica — , y emprendí con una vehe-
mencia no del todo normal una campaña, de una
parte, contra la causa germánica, y de otra, contra
la monarquía, o mejor contra el monarca. Me llamó
éste y acudí a la llamada — lo hago a todas — , lo que
me valió las invectivas de los que tienden a monopoli-
zarle a uno sin consentir que dé paso alguno sin su
pase. Pero es que nunca he aceptado disciplina algu-
na de partido, y menos lo haría de jefatura. Llegó
la Dictadura, y arremetí con mi peculiar empuje con-
tra ella. Y debo declarar que una desordenada pasión
de justicia ha solido arrastrarme a verdaderas injus-
ticias a las veces. Perseguí a la Dictadura, que no
ella a mí. Y de tal manera, que tuvo que confinárseme
a la bendita isla de Fuerteventura — desértico reman-
so de sosiego — . y lo hizo en espera de que yo recla-
mase y me pusiera al habla con aquel Gobierno, para
ganárseme. Me esquivé de ello y decidí hacer de
víctima en servicio de España, con lo que seguí mí
destino y mí misión. No debía quedarme aquí, pri-
vado de proclamar a todo aire y a toda luz las ver-
dades de mi verdad. Y al partir al confinamiento, me
1100
MIGUEL DE UNAMUNO
llevé — no sin cierta sarcástica burla — la gran cruz
de Alfonso XII que su hijo me regaló de propia
mano. Y allí, en la isla, la dejé, y allí está guardada
y aguardándome. Y la guardaré con esta medalla
de honor, prendas de que he procurado servir a mi
España bajo el régimen que ella haya aceptado. Li-
bre del confinamiento, me desterré voluntariamente
a Francia, donde proseguí mi campaña patriótica con-
tra la Dictadura y contra el monarca, encampanán-
dome con mis consabidos arrebatos. Volvime a Es-
paña cuando aun duraba, agónica, la exhausta mo-
narquía. Y apenas pisé suelo español, en Irún, volví
a arremeter de palabra contra el régimen de entonces
y contra la realeza. Lo que no impidió, ¡ claro !, que
se me repusiera en mí cátedra con todas sus conse-
cuencias, ya que aquellos a quienes yo combatía se
sentían tan españoles como yo, y sabemos que la es-
pañolidad quiere decir respeto al adversario.
Vino la llamada revolución del 14 de abril de 1931,
hecho en que tomé parte. Proclamé la nueva Repú-
blica española desde el balcón de la Casa Consistorial
de la ciudad de Salamanca, sobre su espaciosa plaza
Mayor o de la Constitución.
Fui elegido luego para las Cortes Constituyentes
como diputado liberal republicano, sin más adita-
mento ni por partido. Discutí la Constitución y la
voté, fueran los que hubieran sido mis disentimientos
a partes de su contenido. La sabía reformable, y que
ni hay Constitución consustancial con un régimen ni
régimen alguno consustancial con la patria. Tal es
mi profesión de fe de ciudadanía española — que se
me da de honor — -, sin rendirme a dogmas que exclu-
yan herejías y aun negaciones. Desde muy joven,
frente a dogmas políticos, filosóficos y religiosos, he
mantenido el principio liberal del libre examen, sin
arredrarme en los lindes del escepticismo y del agnos-
ticismo y haciendo de la rebusca la cura de la espe-
OBRAS COMPLETAS
1101
ranza. Por creer en España tal como su historia me
la enseña, cómo se forma, se deforma, se reforma y
se trasforma arreo. Y profeso que lo que ciertos
cuitados han dado en llamar la Anti-España es otra
cara de la misma España que nos une a todos con
nuestras fecundas adversidades mutuas. A nadie, suje-
to o partido, grupo, escuela o capilla, le reconozco la
autenticidad, y menos la exclusividad del patriotis-
mo. En todas sus formas, aun las más opuestas y
contradictorias entre si, en siendo de buena fe y de
amor, cabe salvación civil.
Por lo cual llevaba adelante, aparte de mi activi-
dad propiamente política, otra más propia mía y más
intima, una labor de comprensión y de consentimien-
to y de convivencia aun en medio de la guerra civil
que es el estado íntimo y fecundo de nuestra España.
En él se mecieron mi niñez y mi mocedad ; surgió mi
conciencia civil al sentir nacer en mi la patria cuando
nos bombardeaban en mi maternal Bilbao liberal los
carlistas. Lo he narrado en mi Paz cti la Guerra,
evangelio de mi sentimiento patrio. Paz en la guerra
y guerra aun en la paz.
Cierto que he infringido a las veces reglas civiles
de la apaciguadora guerra civil misma, pero procu-
rando comprender —que es consentir — y estimar la^
razones y los sentimientos del adversario. Y nada de
machacarle ni de anonadarle, y ni vetos ni exclusio-
nes. Guerra civil es la esencia de nuestro genio. Ya
Esaú y Jacob, mellizos, luchaban entre sí desde el
vientre de su madre. Mas es lucha hermanal que bro-
ta de las entrañas de la hermandad y que ésta lleva.
Que a quien anonada al hermano adversario no le
queda sino el suicidio.
Se me acusa de ser un hombre de contradicciones.
El que no se contradice es que nada dice. Hombre
de contradicciones, como un pueblo de contradicciones
mi pueblo español. Que si hacen su guerra, hacen
1102
MIGUEL DE UNAMUNO
también su honda paz. Y ahora, al recibir este honor
de ciudadanía española, tengo el deber de aceptarlo
en reconocimiento de que mi prédica es reconocida
por lo mejor de mi madre España, y con ella, el prin-
cipio dialéctico fecundo de la concordancia de las dis-
cordancias. Y a los cuitados, el llamar a esto, o para-
doja o extravagancia, o suponer exhibición, capricho
o cuquería.
Entre mis amores patrióticos, el más encendido es
el del habla española, siempre en marcha. Y hasta
mediante lucha civil también entre los varios dialec-
tos hispánicos — uno de ellos, el castellano de Casti-
lla— que han contribuido a integrar en mayor per-
fección esa habla común. He querido mantenerla im-
perial, universal ; me he esforzado por recrearla a mi
modo — con timbre vasco — para conquistar con ella
almas de otros pueblos de otras hablas. Y más que
de las traducciones que de mis obras se han hecho, me
envanezco — execrar de vanidades es suma vanidad —
de que entre los motivos que hayan podido empujar
a espíritus extranjeros a aprender nuestra habla haya
sido uno de ellos el de poder leernos en nuestro verbo
a los que formamos el actual escuadrón de la inte-
lectualidad española. Porque sé que cuando un pue-
blo renuncia a conquistar territorios ajenos puede
empezar a conquistar campos espirituales de cultura
humana. Nuestro Cervantes hizo más por su España
— la nuestra — con su pluma en el Quijote que con su
espada en Lepanto. Que habrá paz íntima mientras
en la guerra nos denostemos con el mismo verbo y
el español que quiera maldecir de España tenga que
hacerlo en español.
Por todos estos sentimientos — más aún que razo-
nes— recojo reconocido de manos del Gobierno de
nuestra República, régimen que libre y gozosamente
se dió a sí misma mi patria, esta prenda, figurándome
que es ella, mi patria, la que me la da. Preveo que
OBRAS COMPLETAS
1103
no tendré un día que llevármela al destierro; mas
aunque así fuese, la guardaría con la otra. Y ambas
me enseñan a recibir con humildad pagos de mi pueblo
y a aprender que ellos me obligan más a su servicio.
Y quiera Dios que me dicta este mi cristiano evan-
gelio de guerra en la paz y de paz en la guerra — paz
y guerra predicó el Cristo — que cuando tenga yo que
tomar la causa de uno o de otro partido — neutral no
se debe ser, y altenitral no es, por desgracia, siempre
hacedero — , logre dominar la desordenada pasión de
justicia que a injusticia lleva, ya que la sentencia de
que "quien bien te quiere te hará llorar", más que
de juez, es de verdugo. Aunque mucho me temo que
siguiendo la tradición popular católica española vuel-
va a pecar para poder arrepentirme, y vuelva a arre-
pentirme para volver a pecar. Y hago aquí gracia,
por una vez, de mi .San Pablo cuando se sentía hombre
miserable y quería liberarse de su cuerpo de muerte.
Gracias, pues, por esta lección que se me da. Y
que al enmudecer en mí al cabo, por ley naturalmente
fatal, para siempre mi verbo español, quepa a mis
hermanos y a sus hijos y a los míos decir sobre el
terruño patrio que me abrigue : Aquí duerme para
siempre en Dios un español que quiso a su patri:i
con todas las potencias de su alma toda y que contri-
buyó con ésta entera a dar a conocer el espíritu del
genio de España, y en especial a conservar y a re-
crecer y a re-crear el habla inmortal con que íl'a
soñaba su historia y su destino.
Y nada más. Gracias. Y gracias a Dios, a la Con-
ciencia Universal, sobrehumana, y que El os lo pague
y nos guie a todos, reconozcámosle o no.
{Del manuscrito original y del texto publicado en
la prensa nacional, abril de 1935.)
I N D I C E
Introducción 7
I. Los PRÓLOGOS 7
Prólogos para amigos salmantinos 8
Los prólogos bilbaínos 24
Prólogos a poetas españoles 30
Tres poetas hispanoamericanos 34
\'aria prosística americana 40
Los portugueses 44
Los catalanes 46
Los italianos 50
Prólogos a otros libros españoles 52
La guerra europea de 1914 57
Los prólogos a traducciones propias y
ajenas 59
Noticia de otros prólogos que, en su mayor
parte, no lo son ' 59
II. Las conferencias y discursos 67
Conferencias y discursos académicos 69
Homenajes académicos y literarios 82
Orador de Juegos Florales 86
Certámenes, festivales y exposiciones 91
1108 INDICE
Conferencias en Ateneos y Círculos lite-
rarios 93
Los problemas docentes universitarios ... 101
Los escenarios locales. Bilbao y Salamanca. 102
Los discursos políticos • 111
Noticia de una proyectada edición de algu-
nos discursos unamunianos 118
1. Prólogos (1894-1936) :
Al libro de Luis Maldonado Quere-
llas del Ciego de Robliza, Sala-
manca, 1894 129
Al de José Balcázar y Sabariegos
Memorias de un estudiante de Sa-
lamanca [1894] 139
Al de Juan Arzadun Poesía, Bilbao,
1897 140
A la versión española del de G. A.
Hunter Sutmrio de Derecho Ro-
mano, Madrid, s. a 148
Al libro de Salvador Rueda Fiiejüc
de Salud [1900] 152
Al de Bernardo G. de Candamo Es-
trofas, Madrid, 1900 154
Al de Arnaldo Larrabure Significa-
ción del seguro sobre la vida hu-
mana, Salamanca, 1901 159
AI de Manuel Ugarte Paisajes pari-
sienses, París, 1903 ■ 170
Al de Daniel Ortiz "Doys", Chiri-
gotas y epigramas, Madrid, 1902. 179
Al de Luis Romano Horas grises,
Salamanca, 1902 185
a1 de José Santos Chocano Alma
América, Poemas indoespañoles,
Madrid, 1906 189
INDICE 1109
Al de Manuel Machado Alma, Mu-
seo, Los Cantares, Madrid, 1907. 197
Al de José Asunción Silva Poesías,
Barcelona, 1908 210
Al de Luis Ross Mújica Más allá del
Atlántico. Valencia, 1909 223
A la traducción italiana de Vida de
Don Quijote y Sancho, 1913 ... 238
A la versión española de! de Bene-
detto Croce Estética, Madrid, 1912. 242
A la ídem del de Richard Bagot Los
italianos de hoy, Barcelona, 1913. 265
Al de Enrique Pérez Cirugía política,
París, 1913 '. 275
Al titulado Cartas de Manuel Laran-
jeira [1913], Lisboa, 1943 281
A la versión castellana del poema de
Eugenio de Castro Constanza, Ma-
drid, 1913 283
Al libro de Cándido Rodríguez Pini-
Ua El poema de la tierra, Salaman-
ca, 1914 289
Al de Ernesto A. Guzmán Poemas de
la serenidad, Santiago de Chile,
1914 300
Epílogo al de Andrés Pérez-Carde-
nal Alpinismo castellano, Bilbao,
1904 305
Introducción al libro Simón Bolívar,
libertador de América del Sur,
Madrid, 1914 308
Prólogo al de "Alonso Quesada" El
lino de los sueños, Madrid, 1915. 327
Idem a la versión española del de
Gabriel Hanotaux Historia ilustra-
da de la guerra, 1915 334
1110 INDICE
Al titulado Yo acuso, por Un Ale-
mán, segunda edición española, Va-
lencia, 1916 352
Al de Fernando Iscar Peyra Los pe-
leles, Salamanca, 1916 359
Al de Cayetano Alcázar La juerga
de la estudiantina, Madrid, 1916. 365
Al de Juan Cueto La vida y la raza
a través del "Quijote" , Luarca,
1916 7. 368
A la versión española del de Gastón
Rioux La ciudad doliente, Diario
de un soldado raso, París, 1916 ... 375
Al de Ramón Turró Orígenes del co-
noci)ǹnto. El hambre, Madrid,
1921 [fechado en 1916] 384
Al de Salvador de Madariaga Ro-
mances de ciego, Madrid, 1922 [fe-
chado en 1919] 394
Al de T. Mendive Linterna mágica,
Bilbao, 1919 398
Al de Emiliano Arriaga Revoladas
de tm chimbo, Bilbao, 1920 402
Al de Fernando Felipe Lengua fran-
cesa, Salamanca, 1922 409
Al de Angel Revilla José María Ga-
briel y Galán. Su vida y sus obras,
Madrid, 1923 ." 414
Al de Juan Montalvo Las Catilinú-
rias, París, 1925 418
Al de Victoriano García Martí Del
vivir heroico, Madrid, 1925, se-
gunda edición 429
Al de Ariel Bension El Zohar en la
España musulmana v cristiana,
Madrid, 1931 434
/ -V D I C E 1111
Al de Gabriel Miró Las ccrcaas del
cementerio, Barcelona, 1932 438
Al de Eugenia Astur Riego, Madrid,
1933 ■. 444
Al de José Camón Aznar El Héroe,
Madrid, 1934 449
Al de José Suárez Cincuenta fotos
de Salamanca, Salamanca, 1934 ... 452
Al volumen XVII de Obras Comple-
tas de Joan Maragall, Barcelona,
1934 454
Al de Manuel Llano Retablo infantil.
Santander, 1935 464
Al de José Díaz Morales ¡Zas!. Gii-
lliver en el país de la calderilla,
Madrid, 1936 468
II. COXFEREN'CI.XS Y DISCURSOS (1896-1935).
"Sobre el estudio de la demótica",
conferencia en el Ateneo de Se-
villa, diciembre de 1896 473
Oración inaugural del Curso 1900-
1901, en la Universidad de Sala-
manca 493
En el Certamen de la Academia Ju-
rídico-Escolar, del Ateneo Cientí-
fico, de Valencia, el 24 de abril
1902 505
En el Palacio de la Biblioteca y Mu-
seos Nacionales, de Madrid, el 24
de mayo de 1906 518
En la clausura del Certamen Peda-
gógico Regional de Orense, junio
de 1903 526
En el teatro Principal, de La Coru-
ña, el 19 de junio de 1903 547
1112 INDICE
En la Reunión de Artesanos, de La
Coruña, el 20 de junio de 1903 ... 563
En los Juegos Florales de Almería,
el 27 de agosto de 1903 568
En el Círculo Literario de Almería,
el 30 de agosto de 1903 589
En la inauguración del curso 1903-
1904 en la Escuela Superior de In-
dustrias, de Béjar 604
En el Paraninfo de la Universidad de
Salamanca, el 1 de octubre de 1904,
al ser inaugurado el curso acadé-
mico por el rey don Alfonso XIIL 610
Ponencia presentada a la II Asam-
blea Universitaria, Barcelona, ene-
ro 1905 613
Discurso en el homenaje a Gabriel
y Galán, en Salamanca, el 26 de
marzo de 1905 624
"La enseñanza de la Gramática",
conferencia en la Exposición Es-
colar, Bilbao, 1905 632
Discurso en los Juegos Florales de
Salamanca, el 30 de setiembre de
1905 654
Conferencia en el teatro de la Zar-
zuela, de Madrid, el 25 de febrero
de 1906 658
Idem en el teatro Cervantes, de Má-
laga, el 21 de agosto de 1906 ... 681
idem en el Círculo Mercantil, de Má-
laga, el 22 de agosto de 1906 ... 697
Idem en la Sociedad de Ciencias, de
Málaga, el 23 de agosto de 1906. 715
Idem en el teatro de Novedades, de
INDICE 1113
Barcelona, el 15 de octubre de
1906 729
"La conciencia liberal y española de
Bilbao", conferencia en la Socie-
dad "El Sitio", el 5 de setiembre
de 1908 756
"La esencia del liberalismo", confe-
rencia en Valladolid, el 3 de ene-
ro de 1909 777
Discurso en el homenaje a Darwin,
en la Universidad de Valencia, fe-
brero de 1909 786
Idem en el Centenario de las Cortes
de Cádiz, Salamanca, el 24 de se-
tiembre de 1910 810
Idem en los Juegos Florales de Pon-
tevedra, el 20 de agosto de 1912. 812
idem en el Ateneo de Vitoria, se-
tiembre 1912 824
Idem en el Círculo Mercantil, de Sa-
lamanca, el 11 de noviembre 1912. 831
"Lo que ha de ser un rector en Es-
paña", conferencia en el Ateneo
de Madrid el 25 de noviembre de
1914 853
"Lo que puede aprender Castilla de
los poetas catalanes", conferencia
en el teatro Lope de Vega, de Va-
lladolid, el 8 de mayo de 1915 ... 884
Discurso al ser presentado candidato
a concejal en Salamanca, noviem-
bre 1915 907
Idem a la memoria de don Luis Ro-
dríguez Miguel, en Salamanca,
marzo 1916 911
'Autonomía docente", conferencia en
la Real Academia de Jurispruden-
1114 I N D I C L
cia y Legislación, de Madrid, el 3
de enero de 1917 919
Discurso en la comida anual de la
revista España, Madrid, el 28 de
enero 1917 943
ídem en memoria de Pérez Galdós,
en el Ateneo de Salamanca, no-
viembre 1920 958
Conferencia en la Casa de la Demo-
cracia, de Valencia, el 7 de se-
tiembre de 1922 962
Discurso en el homenaje al doctor
Cañizo, Salamanca, 17 mayo 1931. 986
Idem en las Cortes de la República,
el 25 de setiembre de 1931 990
Idem al inaugurar el curso académi-
co 1931-32 en la Universidad de
Salamanca 1004
Idem en las Cortes de la República
el 22 de octubre de 1931 1012
Conferencia en la Asociación de Es-
tudiantes de Derecho, en Salaman-
ca, el 29 de noviembre de 1931 ... 1019
Discurso sobre Joaquín Costa, en el
Ateneo de Madrid, el 8 de febrero
de 1932 1024
Idem en los Juegos Florales de
Murcia, el 27 de marzo de 1932. 1037
Idem en la Universidad de Sala-
manca en el I Aniversario de la
República, el 14 de abril de 1932. 1045
Idem en la clausura de la Semana de
Historia del Derecho español, en
Salamanca, el 3 de mayo de 1932. 1052
Idem en las Cortes de la República
el 23 de junio de 1932 1055
/ .V D I C E 1115
Discurso en las Cortes el 2 de agosto
de 1932 1063
Oración inaugural del Curso acadé-
mico 1934-1935 en la Universidad
de Salamanca, al ser jubilado como
catedrático 1076
Palabras con el mismo motivo, en el
Ayuntamiento de Salamanca 1092
Alocución a los niños de España el
día de Reyes de 1935 1095
Palabras de agradecimiento al ser
nombrado Ciudadano de honor de
la República, en 1935 109
Esta nueva edición de las
Obras Completas de don Mi-
guel DE UnAMUNO la edita
VERGA RA EDITORIAL
POR CONCESIÓN ESPECIAL DE
'\FRODISIO AGUADO, S. A.
El presente tomo séptimo se
terminó de imprimir el día
quince de junio de mil no-
vecientos cincuenta y nueve
en los talleres gráficos de
ESCELICER, S. A., DE MaDRID.
1 1012 01359 2490