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Full text of "Obras completas"

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JAN  1  S  2012 

THE0L001CAL  SEWMNAf^Y 


PQ6639   .N3  1958  v.7 
Unamuno,  Miguel  de, 
1864-1936. 
Obras  completas. 


Pro41ogos.  Conferencias. 
Discuros . 


Digitized  by  the  Internet  Archive 
in  2014 


https://archive.org/details/obrascompletas07unam 


UNAMUNO 
OBRAS  COMPLETAS 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


OBRAS 
COMPLETAS 

Tomo  Vil 
PROLOGOS  -  CONFERENCIAS  -  DISCURSOS 

COLECCIOiN  DE  ESCRITOS  NO  RECOGIDOS  EN  SUS  LIBROS 

LJBRARY  OF  PRINCETON 

JAN  1  8  2012 

THEOLOQICAL  SE?/!NARY 


AFRODISIO  AGUADO,  S.  A. 

EDITORES -LIBREROS 


Todos  los  textos  incluídos  en  este  volumen,  ti- 
tulado "Prólogos,  Conferencias,  Discursos",  se 

PUBLICAN  en  primera  EDICIÓN  Y  FORMAN  EL  TOMO  VII 
DE   LA    NUEVA    COLECCION    DE   "ObRAS    COMPLETAS  DE 

DON  Miguel  de  Unamuno",  dirigida  por  don  Ma- 
nuel García  Blanco,  catedrático  de  la  Universi- 
dad de  Salamanca.  Tanto  éste,  como  el  editor  y 
LOS  herederos  de  Unamuno  garantizan  la  integri- 
dad DE  LOS  que  aquí  SE  REPRODUCEN. 


Edición,  introducción  y  notas  de 
Manuel  García  Blanco 


reservados  todos  los  derechos 


Depósito  legal:  M.  298  —  1958. 
Impreso  en  España  Printed  in  Spain 

edita 

VERGARA,  S.  A.,  DE  BARCELONA 
por  concesión  especial  de  Afrodisio  Aguado,  S.  A. 


©  by  Afrodisio  Aguado,  S.  A.  Madrid.  España 


INTRODUCCION 


"Si   echo  a  menudo  al  público  mi  yo, 
es  para  libertarme  de  él." 

(Unamuno.  Notas  inéditas  para  un 
prólogo  a  sus  discursos.) 

Dos  importantes  muestras  del  ingenio  unamuniano, 
hasta  ahora  al  parecer  olvidadas,  constituyen  las  pá- 
ginas de  este  nuevo  volumen  de  sus  Obras  Completas. 
Los  prólogos  a  libros  ajenos  y  las  conferencias  y  dis- 
cursos. Una  cincuentena  de  cada  especie  lo  nutren,  y 
confiamos  en  que  los  lectores  de  don  Miguel  encuen- 
tren, en  lo  que  ahora  se  les  brinda  coordenado,  nuevos 
aspectos  y  facetas  de  su  producción.  Y  como  los  ma- 
teriales son  amplios  y  numerosos,  quisiéramos  detener- 
nos en  analizarlos.  Respetando  la  agrupación  natural 
(¡ue  la  materia  imponía. 


I.     Los  PRÓLOGO.S. 

'■'Este  de  los  prólogos  es  un  genero  especial  —escri- 
bía el  propio  Unamuno  en  uno  de  sus  escritos  volan- 
deros titulado  "Prólogo  ejemplar" ,  que  vió  la  luz  en 
el  diario  madrileño  Los  Lunes  de  .  El  Imparcial, 
en  1909 — ,  y  así  corno  hay  dramaturgos,  poetas  épi- 
cos, líricos,  novelistas,  cuentistas,  epistológrafos  y 
otras  cien  especies  diversas  del  género  literario,  hay 
también  prologuistas.  Y  es  un  género,  a  la  vez  que 


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INTRODUCCION 


de  los  más  difíciles,  de  los  peor  retribuidos."  Y  más 
adelante:  "...yo,  por  mi  parte,  no  me  dejé  nunca 
prologar  por  nadie.  Declaro,  con  la  modestia  que  me 
caracteriza,  que  me  he  bastado  para  prologarme.  En 
general,  mis  libros  son  los  prólogos  de  sí  mismos. 
Uno  sólo  de  ellos,  la  novela  Amor  y  Pedagogía,  üeva 
prólogo,  pero  éste  egregio  y  como  hay  pocos.  Es,  tal 
ves,  modelo  en  su  género.'" 

Dejando  a  un  lado  el  tono  humorístico  de  estos  pá- 
rrafos, que  proceden  de  un  escrito  público  impregnado 
de  él,  ya  desde  su  título,  y  recordando  que  con  pos- 
terioridad a  su  fecha  — 1909 —  el  propio  Unamuno 
prologó  sus  propias  novelas  y  aun  alguno  de  sus  li- 
bros de  versos,  como  el  titulado  Teresa,  queda  en  pie 
su  afirmación  de  que  él  mismo  se  bastó  para  este  me- 
nester. Lo  que  no  está  en  esa  página  suya,  y  eso 
puede  comprobarlo  por  sí  mismo  el  l-ector,  es  el  acier- 
to, la  sinceridad  y  el  empaque  original  con  que  supo 
cumplir  la  tarea  de  prologar  libros  ajenos.  E  igual- 
mente su  natural  generoso,  pues  rara  vez  se  hurtó, 
que  sepamos,  a  los  requerimientos  de  quienes  a  íl 
acudieron  con  ese  menester. 

Y  como  sin  duda  resultaría  fatigoso  ir  analizando 
sus  prólogos  uno  por  uno,  he  preferido  situarlos  en 
torno  a  la  coyuntura  o  circtinstancia,  generalmente 
humana,  a  veces  literaria,  que  los  suscitó.  Circuns- 
tancia que  se  reiteró  a  lo  largo  de  cuarenta  años, 
los  comprendidos  entre  1894,  a  que  remonta  el  más 
remoto  de  los  reunidos  en  este  volumen,  y  1936,  me- 
ses antes  de  su  muerte. 

Prólogos  para  amigos  salmantinos. 

Uno  de  los  primeros  que  don  Miguel  tuvo  al  llegar 
a  Salamanca  en  1891  fué  un  compañero  de  Univer- 
sidad, escritor  también,  con  el  que  mantuvo  una  gran 


INTRODUCCION 


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amistad:  don  Luis  Maldonado,  catedrático  de  Dere- 
cho Civil,  salmantino  de  nacimiento,  político  activo, 
y  Rector  también  de  aquella,  de  1918  a  1923.  El  libro 
prologado  es  el  titulado  Querellas  del  ciego  de  Ro- 
bliza, Salamanca,  1S94,  seudónimo  circunstancial  de 
su  autor  en  esta  empresa  poética.  En  otro  lugar  me 
he  referido  al  origen  de  esta  obra  y  de  su  prólogo, 
que  está  en  intima  relación  con  el  temprano  entusias- 
mo unamuniano  por  el  poema  argentino  Martín  Fie- 
rro; pero  oigámosle  a  él  mismo: 

"Andaba  fuera  de  mí  con  el  Martín  Fierro, 
poema  poptdar  gauchesco,  enamorado  perdida- 
mente de  su  fuerza  y  su  pujanza,  del  alma  Cán- 
dida y  briosa  que  en  él  se  refleja.  Ejercía  en  su 
pro  una  especie  de  apostolado,  empeñándome  en 
que  lo  leyeran  mis  amigos  y  hasta  en  obligarles 
a  que  les  gustara...  Cuando  atravesaba  lo  más 
ardiente  de  este  período  de  apostolado  entre  los 
amigos  a  raíz  de  haberles  leído  mi  estudio  so- 
bre Martín  Fierro,  me  vino  un  día  mi  buen  ami- 
go y  compañero  don  Luis  Maldonado  Ocampo, 
con  la  buena  nueva  de  haber  topado  a  un  Martín 
Fierro  charrimo,  de  haber  descubierto  en  este 
hermoso  campo  de  Salamanca,  en  plena  charre- 
ría, en  Robliza  en  fin,  nn  ciego  autor  de  unos 
cantares  que  había  él,  Maldonado,  recogido  en 
boca  de  su  criado.  Acto  seguido  me  leyó  el  ro- 
mance del  ciego  sacándome  de  mis  casillas;  bien 
es  cierto  que  llovía  sobre  mojado...  Sin  ponerlo 
al  igual  del  Martín  Fierro,  eso  no,  me  deshice 
en  elogios  al  ciego  y  sus  querellas,  empren- 
diendo al  punto  la  tarea  de  persuadir  a  Maldo- 
nado de  la  importancia  de  su  descubrimiento 
y  de  la  excelencia  del  romance...  ¡Aquello  era 
fresco  y  vivo  y  lleno  de  alma  aquello!  Tosco,  es 
verdad,  como  la  encina  que  crece  al  aire  y  a  los 


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INTRODUCCION 


hielos  y  a  los  achicharramicutos  del  sol  en  el 
camino  de  Robliza;  tosco  como  la  encina,  pero 
como  ella  vivo,  de  hoja  perenne,  de  cuerpo  ro- 
busto. Menuda  disertación  le  endilgué  a  propó- 
sito de  las  querellas  del  ciego  de  Robliza.  ¡  Y  qué 
de  cosas  barajé,  Santo  Dios...!  Cuando  Maído- 
nado  me  vió  más  exaltado,  sonrió  con  aire  de 
triunfador,  me  puso  una  mano  en  el  hombro,  me 
miró  y  vie  dijo:  — "Pues  mire  usted,  no  hay  tal 
ciego  de  Robliza;  es  mía  broma  que  he  querido 
darle ;^  el  ciego  soy  yo."  Me  obstiné  en  un  princi- 
pio en  negárselo,  pero  pronto  me  lo  probó.  La  cosa 
había  sido  sencilla.  Viendo  mi  entusia-mw  por 
el  Martín  Fierro,  él,  que  no  lo  participaba,  por 
lo  menos  en  el  grado  que  yo,  anunció  a  uno  de 
nuestros  amigos  que  iba  a  componer  un  Martín 
Fierro  charruno  para  pegármela  con  él;  se  fué 
a  casa,  y  de  un  tirón  le  salió  del  alma  la  pri" 
mera  de  las  presentes  querellas.  He  aquí  cómo 
una  cosa  buena,  más  que  buena,  Martín  Fierro, 
engendró  otra  buena  también.  Porque  lo  de  la 
broma  lo  cree  él,  Maldonado ;  pero  sólo  es  ver- 
dad en  parte,  o,  más  bien,  sólo  es  parte  de  la 
verdad;  pues  si  él  me  jugó  un  bromazo  — es 
cierto —  mayor  es  el  que  le  jugó  a  él  el  Ciego 
de  Robliza,  el  ligrimo,  el  de  la  tierra,  el  que 
lleva  dentro.  Porque  ese  ciego  que  dormía  en  su 
alma,  como  en  la  de  Sócrates  el  demonio  fami- 
liar, al  oír  parte  del  Martín  Fierro  se  despertó, 
empezó  a  gargajear  y  templar  la  pandereta,  a 
soltar  hipos  sin  letra,  a  buscar  forma  para  sus 
quejas,  V.  cnbromando  a  Maldonado,  al  Maldo- 
nado que  le  Uei'a.  con  lo  de  la  broma,  dió  al 
viento  sus  querellas." 

Queda  a  la  consideración  del  lector  el  tono  enorme- 
mente humano  de  esta  anécdota  histórica,  para  sub- 


I  X  T  R  o  D  U  C  C  I  o  X 


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rayar  tan  sólo  cómo  este  primer  prólogo  de  Unamu- 
no  brotó  de  una  coyuntura  también  literaria.  Es  más, 
el  lógico  final  de  aquel  suceso  era  ése;  que  al  reunir 
el  escritor  salmantino  sus  "querellas''  en  volumen  fue- 
se prologado  por  aquel  a  quien  se  pretendió  embromar. 

Dos  tcstintonios  más  completarán  las  circunstan- 
cias en  que  este  prólogo  nació.  Uno  se  lo  debemos  al 
amigo  salmantino  a  que  don  Miguel  alude,  que  no 
es  otro  que  el  también  poeta  don  Cándido  Rodríguez 
Pinilla,  al  que  así  mismo  prologó  años  más  tarde  un 
libro  de  versos,  cuyo  relato  dice  así: 


"Andaba  a  la  sacón  Unainuno  mity  embebido 
y  entusiasmado  con  la  lectura  del  poema  gau- 
chesco ?\Iartín  Fierro,  que  nos  leía  diariamente  a 
los  amigos,  como  si  quisiera  hacérnoslo  aprender 
de  memoria.  Sin  dejar  de  alabar  la  obra  ameri- 
cana, no  asentía  Maldonado  a  todos  los  elogios 
admirativos  del  maestro,  al  que  hubo  que  decirle 
un  día  que  cualquier  gañán  charro  de  los  muchos 
que  poseen  vena  de  copleros,  sabría  hacer  una 
cosa  semejante.  Burlóse  de  la  aseveración  Unn- 
muno,  afirmando  a  su  vea  que,  careciendo  el 
charro  de  sentida  expresii'o,  era  imposible  hallar 
entre  ellos  ¡uulie  capaz  de  hacer  nada  que  se  pa- 
reciese de  cerca  ni  de  lejos  a  esta  semicpopeya 
del  héroe  de  ¡a  pampa.  Calló  Maldonado,  pero  al 
día  siguiente  apareció  con  unas  cuartillas  en  la 
mano  y  leyó  ante  don  Miguel  la  primera  parle 
del  romatice,  que  tenía  por  titulo  Querellas  del 
ciego  de  Robliza.  Y  lo  gracioso  del  caso  fué 
que,  pese  a  su  agudeza  y  perspicacia  extremadas, 
Unamuno,  engañado,  sin  duda,  por  la  fonna 
popular  del  romance,  por  su  casticidad  e  indige- 
nismo charruno  y  por  su  aparente  tosquedad,  cre- 
yó inocentemente  que  se  trataba  de  la  obra  de 
un  genuino  coplero  rural,  hasta  que,  al  fin.  Mal- 


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INTRODUCCION 


donado  acabó  por  confesar  que  aUí  no  había  más 
coplero  que  el.  Todo  este  curioso  lance  lo  refi- 
rió poco  tiempo  después  el  propio  Unamuno  en 
el  hermoso  prólogo  que  puso  a  las  Querellas, 
que  fueron  publicadas  añadiendo  a  la  primera 
parte  del  romance  otras  tres  de  la  misma  índole 
y  contextura."  (Antología  de  las  obras  de  Luis 
Maldonado.   (Salamanca,  1928,   págs.  129-149.) 

El  otro  testimonio,  creo  que  inédito,  nos  lo  brin- 
da el  propio  Unamuno,  que,  poco  antes,  si/i  duda, 
de  redactar  su  prólogo  —en  marzo  de  1894 —  ensa- 
yó una  réplica  a  Luis  Maldonado  en  un  romance  in- 
concluso que  se  conserva  entre  sus  papeles,  al  que  per- 
tenecen estos  versos,  cuya  semejanza  con  ciertos  pa- 
sajes de  aquél,  antes  transcritos,  es  evidente.  D:- 
ccn  así: 


I  Oh,  tú,  que  quedaste  ciego 
de  puro  largo  de  vista, 
charro  de  genuina  cepa 
a  pesar  de  la  levita ! 
¡Buena  la  charrada  ha  sido! 
[Buena  de  verdad,   muy  fin.i! 
Me  las  has  pegado  de  veras 
con  el  ciego  de  Eobliza, 
]oh,  ciego  de  larga  vista! 
Tú,  que  sabes  no  correrle 
por  no  malgastar  la  vida 
y  que  conviertes  en  sangre 
hasta  la  col  más  insípida, 
si  no  tuvieras  un  cuarto, 
¡qué  soberbio  socialista! 


Tú  los  dolores  del  charro 
conviertes  en  grito  de  ira, 
si  no  tuvieses  un  cuarto 
iqué  fecundo  socialista! 
Ten,  pues,  ojo  y  no  te  corras 
con  el  ciego  de  Robliza, 
porque  te  digo  y  repito 
y  no  lo  pierdas  de  mira, 
que  nadie,  nadie  en  el  raundo 
de  la  cabeza  me  quita 
que  esas  trovas  no  son  tuyas 
|oh,  buen  ciego  de  Robliza!, 
que  te  brotaron  del  alma 
como  de  una  fuente  viva 
del  otro  que  llevas  dentro, 
del  otro  ciego  con  vista. 


A  este  grupo  de  amistades  literarias  salmantinas 
de  los  primeros  años  de  Unamuno  catedrático  univer- 
sitario, pertenece  el  ya  citado  Cándido  Rodríguez  Pi- 
nilla,  cuyo  libro.  Poemas  de  la  tierra,  le  prologó  aquel 
en  1914.  Nacido  en  Lcdesma,  miembro  de  una  pres- 
tigiosa familia  de  gran  tradición  política  liberal,  era, 
como  Luis  Maldonado,  unos  años  mayor  que  don 
Miguel.  La  misma  circunstancia  de  su  ceguera  /;'- 


INTRODUCCION 


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sica,  muy  tempratiamente  contraída,  no  restó  áni- 
mos a  su  tarea  de  poeta  y  periodista,  y  puso  um  nota 
de  humanidad  en  sus  relaciones  con  Ummuno,  que, 
como  él  mismo  proclamó,  y  muchos  a  diario  pudimos 
comprobar,  era  casi  su  lazarillo.  Pero  dejemos  qt'.e 
él  mismo  nos  lo  diga: 

"No  quiero,  lector,  que  mi  firma  al  pie  de 
este  prólogo  — así  se  inicia  el  que  redactó  para 
este  libro —  pueda  llamarte  a  engaño  alguno. 
No  es  esta  obra  de  crítica,  sino  más  bien  de 
afecto,  de  intenso  cariño.  Los  versos  que  vas  a 
leer  son,  en  efecto,  de  uno  de  mis  mejores  ami- 
gos — mejor  no  le  tengo;  tan  bueno,  acaso — ,. 
de  quien  tal  vez  sabe  más  de  mis  secretos,  de 
quien  más  confidencias  de  las  torturas  de  mi  es- 
píritu ha  recibido. 

"Cándido  R.  Pinilla  es  ciego  desde  muy  tem- 
prana edad,  y  cuando,  hace  algunos  años,  le  co- 
nocí en  esta  su  ciudad  natal  de  Salamanca,  in- 
timamos al  punto  y  muy  luego  me  convertí  en 
su  casi  diario  lazarillo  y  en  su  lector.  ¡  Cuántos  y 
cuántos  paseos  no  hemos  dado  juntos  por  esta 
solemne  tierra  castellana  que  con  tanto  fervor 
canta  en  estos  versos! 

"Es,  sin  duda,  uno  de  los  hombres  a  quienes 
más  debo,  pues  aparte  de  lo  que  haya  podido 
enseñarme  por  sí  mismo,  es  tino  de  aquellos 
que  más  me  han  hecho  petisar  y  leer  en  voz  alta. 
Si  algum  virtuosidad  poseo  como  lector  — y  de 
ello  me  jacto —  o  él  más  que  a  otro  cualquiera 
se  lo  debo...  Y  hemos  juntado  él  y  yo  nuestros 
amores  al  campo  y  a  la  lectura...  El  campo  y  la 
lectura  han  sido  nuestros  comunes  maestros... 
Nunca  olvidaré  unos  días  de  vacaciones  que  pa- 
samos juntos  en  Castillejo,  sobre  el  Alhándiga. 
El  tiempo  se  puso  crudo,  nevaba,  y  no  pudicndo 


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INTRODUCCION 


salir  al  campo,  teníamos  que  abrigarnos  en  la 
vieja  cocina,  al  amor  de  la  lumbre  del  hogar, 
donde  ardían,  bajo  la  ancha  campana  ahumada, 
troncos  de  encina.  Y  allí,  sentados  en  el  escaño 
los  dos,  me  ponía  yo  a  leerle  viejas  consejas, 
cuentos  y  poesías  que  han  consolado  a  tantos  de 
haber  nacido.  Los  gañanes  y  los  pastores  iban 
recogiéndose  y  viniendo  a  casa,  y,  silenciosos, 
sin  chistar,  casi  de  puntillas,  se  ponían  en  rolde 
a  la  hoguera  y  a  escuchar  con  recogido  deleite 
mi  lectura...  Leí  a  Cándido  y  a  los  pastores  y 
gañanes,  entre  otras  cosas,  las  narraciones  que 
constituyen  las  Vidas  sombrías  de  Pío  Ba- 
raja, y  no  podrá  suponer  este  escritor,  mi  paisa- 
no, lo  hondo  de  la  impresión  que  en  aqucJlos 
pastores  produjo  el  relato  de  La  Sima...  Esta  ha 
sido,  pues,  nuestra  escuela.  Y  en  ella  aprendió 
Cándido  Pinilla,  como  aprendí  yo,  su  amor  a  este 
rudo  campo  austero,  el  amor  que  en  estos  versos 
canta.  Y  lo  canta  desde  dentro..." 

Y  puesto  que  se  trata  de  un  libro  de  versos  y  Una- 
muno  era,  ante  todo,  un  poeta,  no  renunciamos  a 
reproducir  este  párrafo  de  su  prólogo : 

^'Son  a  la  vec  estas  poesías,  lector  amigo,  flo- 
res de  otoño.  No  es  Cándido  Pinilla  ningún 
mozo.  Ha  vivido  bastante  para  atesorar  poesía, 
que  es  siempre  crema  del  pasado.  Y  del  pasado 
que  se  vive ;  es  decir,  que  se  sufre.  Y  Pinilla  ha 
vivido  más  que  a  su  edad  otros,  porque  ¡ta  teni- 
do que  vivir  más  íntimamente,  ya  que  Dios  le 
ha  hecho  buscar  la  luz  hacia  dentro.  Quiero  de- 
clararlo una  vez  más:  desconfío  de  los  poetas 
demasiado  jóvenes.  Sus  osadías  son  de  reflejo; 
su  canto  rara  vez  pasa  de  ser  un  eco,  en  que 


INTRODUCCION 


15 


nada  propio  han  puesto.  Sus  audacias  no  tras- 
cienden de  la  técnica." 

Lo  que  trae  a  nuestro  recuerdo  el  prdpio  queha- 
cer de  Unamuno  como  poeta,  iniciado  pública  y 
tímidamente  a  sus  treinta  y  cinco  años.  Recordemos 
los  dos  versos  iniciales  del  poema  con  que  se  abre 
su  libro  Poesías,  aparecido  en  1907: 

"Aquí  os  entrego,  a  contratiempo  acaso, 
flores  de  otoño,  cantos  de  secreto." 

Fecha,  circunstancias  y  quehacer  que  le  han  per- 
mitido ocupar  esa  postura  de  poeta  "retrasado"  en 
las  letras  españolas  de  este  siglo,  actitud  recientemen- 
te subrayada  por  Luis  Felipe  Vivanco,  que  hace  co- 
partícipe de  eUa  a  Antonio  Machado,  otro  de  los  gran- 
des espíritus  afines  al  de  don  Miguel. 

De  otra  generación  más  joven  que  la  de  Unamuno 
es  el  poeta  salmantino,  ya  muerto,  Luis  Romano 
Cuesta,  que  a  sus  veinte  años,  en  1902,  presentó  a 
aquel  su  libro  de  poesías,  Horas  grises,  para  que 
lo  avalase  con  un  prólogo.  Perteneciente  también  a 
una  familia  de  abolengo  político  liberal,  sabe- 
mos que  mantuvo  relación  epistolar  con  Rubén 
Darío,  con  "Aaorín"  y  con  otros  ingenios  de  las 
Letras  españolas;  pero  tras  este  su  primero,  y  creo  que 
tínico  escarceo  con  la  poesía,  no  tenemos  noticia  de 
empresa  suya,  poética  o  literaria-  posterior,  al  menos 
pública,  aunque  siempre  conservó  un  ínfimo  culto 
por  estos  menesteres,  de  los  que  si  le  alejó  h  vida, 
que  puso  al  servicio  de  otras  actividades,  principal- 
mente jurídicas,  fueron  siempre  para  él  un  recuerdo 
perenne  de  años  juveniles.  El  tono  de  este  prólogo 
unamuniano  parece  adivinar  todo  esto. 

"La  z'crdad  es  que  se  necesita  tener  7'eintiiín 
años  — comienza  diciendo — o  una  gran  fe  en  .fí 


18 


INTRODJjCCIOX 


Pero  con  su  cuenta  y  razón  y  ordenadamente, 
como  hombre  grave  y  cuerdo. 

"Hace  siglos  que  esta  Salamanca,  que,  según 
Cervantes,  enhechiza  la  voluntad  de  volver  a  eÜa  a 
cuantos  de  la  apacibilidad  de  su  vivienda  han 
gustado,  le  volvió  loco  al  pobre  Tomás  Rodaja, 
luego  Licenciado  Vidriera.  El  pobre  Rodaja  no 
se  suicidó,  como  Adolfo  Mencndcs,  pero  tuvo  que 
emigrar  de  la  patria  luego  de  curado  de  su  locu- 
ra. ¿No  os  recuerda  alguna  ves  este  Adolfo  Me- 
ncndec,  con  su  amor  desenfrenado  a  la  verdad  y 
su  odio  a  la  gravedad  hipócrita,  a  aquel  pobre  Li- 
cenciado Vidriera?  El  ambiente  de  una  y  otra  no- 
vela es  sustancialmente  el  mismo.  Aquí  tienen, 
pues,  los  peleles,  cuyo  número  es,  como  el  de  los 
tontos,  infinito,  un  espejo  en  que  mirarse.  Y 
que  Dios  les  lleve  al  suicidio;  ¡amén!  Así  se 
despelelicarán." 

De  por  estos  años  es  el  epílogo  que  Unamuno  re- 
dactó para  el  libro  Alpinismo  Castellano,  Bilbao,  191  f, 
obra  de  un  contemporáneo  suyo,  salmantino  de  adop- 
ción, emparentado  con  fa)itilia  bilbaína,  la  de  su  mu- 
jer, y  samorano  de  nacimiento.  Hombre  entusiasta  de 
los  parajes  montañeros  de  la  región,  y  en  especial  de 
Credos,  que  tan  hondo  labró  en  el  sentimiento  una- 
muniano  del  paisaje  español,  parecía  natural  que  cuan- 
do su  autor  compuso  esta  especie  de  guía  excursio- 
nista de  las  serranías  meridionales  de  la  provincia, 
desde  su  Peña  de  Francia  hasta  el  macizo  de  Credos, 
acudiese  a  Unamuno,  con  quien  le  unía  buena  amistad, 
para  que  escribiese  algo  sobre  este  escenario,  que  su 
poesía  convirtió  en  alta  cumbre  lírica.  Y  esta  comuni- 
dad de  sentir  es  lo  primero  que  aquél  proclama  en 
su  epílogo. 

^^Tambicn  yo,  como  Andrés  Pérez-Cardenal, 
mi  amigo,  he  ido  a  curar  mis  murrias  ciudadanas, 


INTRODUCCION 


19 


y  acaso  mis  aprensiones,  en  las  cumbres  soleadas 
de  Gredas  y  en  el  alto  de  la  Peña  de  Francia. 
Conozco  el  silencio  salutífero  de  las  cimas  ceñi- 
das de  cielo,  en  esas  aras  del  templo  que  es  Espa- 
ña. Y  de  ellas  he  hablado  muchas  veces  con 
Pérez-Cardenal,  apóstol  del  alpinismo  castellano." 

y  esta  consideración  personal,  amistosa  y  rememo- 
radora,  tenía  que  llevarle  a  lo  que  el  paisaje  castella- 
no fué  para  los  hombres  de  su  generación.  Así  al  me- 
nos nos  parece  verlo  en  este  otro  párrafo  de  su  epí- 
logo: 

"Se  descubrió  la  grandiosidad  épica  de  la  lla- 
nura, hasta  de  la  estepa  y  el  páramo,  y  gracias  al 
prestigio  literario  se  llegó  a  hacer  de  ella  hasta 
un  lugar  conn'in,  ya  en  oratoria  — hablada  o  es- 
crita— ,  ya  en  verso.  Por  reacción  se  opuso  la 
llanada  a  la  montaña,  y  pareció  olvidarse  que 
Castilla  es  tierra  montañesa  también,  o,  más  bien 
que  montañesa .  serrana.  Hay  una  Castilla  serra- 
na, tan  Castilla  como  la  llanera.  Y  el  verdadero 
corazón  de  Castilla,  un  corazón  desnudo,  todo 
roca,  que  se  levanta  al  cielo,  buscando  por  encima 
de  las  nubes  al  sol,  desnudo  también,  es  Credos, 
Es  su  cima,  a  donde  hay  que  ir  a  recibir  el  sa- 
cramento de  la  confirmación  de  la  patria." 

Y  don  Miguel  fué  uno  de  los  que  allí  lo  recibió. 
Tan  hondo  se  le  metió  este  escenario  en  el  hondón 
de  su  alma.  Y  años  más  tarde  ei'ocaria  su  encres- 
pado perfil  en  la  amahilidad  urbana  de  París,  o  so- 
ñaría con  sus  crestas  difíciles  en  las  noches  del  des- 
tierro de  Hendaya,  a  la  puerta  de  su  país  vasco. 

Entre  los  amigos  salmantinos  de  don  Miguel  figu- 
ró Fernando  Felipe,  fallecido  en  1947,  a  sus  setenta 
y  tres  años.  Hombre  reservado,  aunque  cordial,  con- 


20 


INTRODUCCION 


jugó  una  vocación  literaria  muy  retraída  e  íntima 
con  su  actividad  docente  de  profesor  de  Lengua  Fran- 
cesa en  la  Escuela  Normal  de  Maestros  salmantina. 
Y  fué  este  segundo  menester,  la  publicación  de  una 
Gramática  de  esa  lengua,  lo  que  llevó  a  Unamuno, 
en  1912,  a  prologársele.  Circunstancia  que  aprove- 
chó, a  la  vez  que  complacía  al  amigo,  para  exponer 
su  punto  de  vista,  muy  del  día,  por  cierto,  sobre  la 
enseñanza  y  aprendizaje  de  las  lenguas  vivas  en  los 
centros  docentes  españoles. 

"Porque  ha  sido  frecuente  enseñarla  — se  re- 
fiere a  la  lengua  francesa — entre  nosotros  como 
una  lengua  muerta,  fijada  de  una  vez  para  siem- 
pre. Cierto  es  que  los  españoles  que  han  enseña^ 
do  y  enseñan  el  francés  como  lengua  muerta, 
sienten  su  propia  lengua,  el  español,  como  muer- 
ta también.  O  sea,  que  no  lo  sienten,  aunque  lo 
hablen  y  lo  escriban.  Lo  hablan  como  lengua  es- 
crita." 

Los  restantes  prólogos  unamunianos  a  libros  de  .<;us 
amigos  salmantinos,  corresponden  a  autores  de  ge- 
neraciones posteriores,  las  de  sus  propios  alumnos  o 
de  los  que  pudieron  serlo.  El  primero  de  ellos,  Fran- 
cisco Maldonado,  actual  catedrático  de  la  Universi- 
dad de  Madrid,  es  hijo  de  Maldonado,  a  quien  don 
Miguel  prologó  en  1894.  Pero  por  ser  su  libro  la  ver- 
sión de  un  poema  portugués,  nos  referiremos  a  él  en 
otro  lugar. 

Discípulo  de  sus  enseñanzas  salmanticenses  es  An- 
gel Rcvilla  Marcos,  hoy  también  catedrático  en  Se- 
govia,  cuyo  libro,  José  María  Gabriel  y  Galán.  Su 
vida  y  sus  obras,  aparecido  en  1923,  no  sólo  lleva  un 
prólogo  unamuniano,  sino  que,  como  en  el  propio 
libro  se  indica,  fueron  utilizadas  para  su  redacción  las 
cartas  que  don  Miguel  conservaba  del  poeta  sahnati- 


INTRODUCCION 


21 


tino,  con  el  que  tuvo  relación  y  trato  en  Salamanca. 
Por  ello  es  natural  que  el  prologuista  aproveche  la 
oportunidad  para  descubrirnos  el  tono  de  dicha  amis- 
tad, al  tiempo  que  pone  en  pie  sus  recuerdos  perso- 
nales del  poeta  tan  tempranamente  fallecido. 

"Porque  va  a  ser  preciso  —nos  dice  allí —  des- 
hacer ciertas  leyendas  que  respecto  a  Galán  y  su 
poesía  han  fraguado  los  que,  haciendo  de  su  nom- 
bre algo  peor  que  bandera,  banderín  de  engan- 
che de  cofradía  literaria,  pretenden  monopolizar 
el  culto  a  su  memoria. 

"Como  lo  que  podríamos  llamar  el  "galanismo'^ 
— dice  más  adelante — ,  se  está  haciendo  una  doc- 
trina, que  poco  o  nada  tiene  que  ver  con  el  arte 
ni  con  la  estética,  debo  dejar  para  mejor  ocasión 
el  hablar  de  la  poesía  y  la  personalidad  de  José 
María  Gabriel  y  Galán.  Aunque  ello  siempre  sea 
expuesto  a  malas  inteligencias." 

Diez  meses  después  de  haber  hecho  público  tal  pro- 
yecto, Unamuno  salió  de  Salatnanca  para  ser  confi- 
nado en  la  isla  atlántica  de  Fuerteventura,  y  no  ha- 
bría de  regresar  a  ella  sino  al  cabo  de  seis  años.  No 
llegó  a  cumplirse  aquél,  pero  quien  aspire  a  informar- 
se de  su  relación  con  Galán,  lea  no  sólo  este  prólogo 
y  el  libro  para  el  que  se  escribió,  sino,  entre  sus  dis- 
cursos y  conferencias  de  la  segunda  parte  de  este  vo- 
lumen, lo  que  a  la  muerte  de  aquél  dijo  y  publicó. 

No  fué  discípulo  de  Unamuno  en  Salamanca,  aun- 
que por  su  edad  pudo  haberlo  sido,  sino  compañero 
suyo  de  claustro  en  esta  Universidad,  José  Camón 
Aznar.  Y  de  la  amistad  entre  ellos,  surgida  al  ampa- 
ro de  las  viejas  aulas,  nació,  sin  duda,  este  prólogo, 
puesto  al  frente  de  la  tragedia  El  héroe,  muy  espe- 
cialmente recomendada  por  el  Jurado,  que  concedió  el 
premio  "Lope  de  Vega"  de  1933. 


22 


INTRODUCCION 


"Conocía  yo  El  héroe  — nos  dice — ^  que  me  lo 
había  dado  a  leer  mi  amigo  y  compañero  — pues 
es  profesor  de  Historia  del  Arte  en  esta  Univer- 
sidad de  Salamanca — ,  y  esperaba  esta  merecida 
distinción.  Lo  que  le  animará  a  mi  amigo  Ca- 
món a  darse  con  más  intensidad  al  cultivo  de  las 
bellas  letras." 

No  sólo  la  amistad,  sino  un  común  quehacer  o  gus- 
to por  la  tragedia  clásica  son  circunstancias  y  entraña 
de  las  páginas  de  Unamuno,  tal  como  nos  lo  descubre 
en  este  pasaje: 

"El  Jurado  le  cree  a  Camón  un  humanista  "muy 
en  el  nervio  de  la  antigüedad  greco-latina" ,  y  no 
anda  errado  en  esa  cf-eencia.  Habla  del  "empaque 
oratorio  del  mejor  tono"  que  hay  en  su  obra,  y 
esto  del  "empaque"  me  place.  Sí,  hay  en  ella  un 
empaque  barroco,  más  aún  que  helénico  romá- 
nico y  acaso  alejandrino,  como  corresponde  al  hé- 
roe de  El  héroe,  que  es  Alejandro  Magno.  Y 
aún  más  que  románico  lo  llamaría  yo  romano- 
ibérico,  y,  en  cierto  sentido,  senequiano.  Leyen- 
do El  héroe  se  me  vinieron  a  las  veces  a  las 
mientes  pasos  de  Séneca,  cuya  Medea  tradnie 
hace  poco  más  de  un  año.  Y  en  cuanto  a  lo  de 
ibérico,  he  de  hacer  notar  que  José  Camón  es 
estrictamente  ibérico :  un  aragonés  nacido  y  cria- 
do en  la  cuenca  del  Ebro.  Y,  ¿no  nos  ha  de  re- 
cordar en  más  de  un  respecto  El  héroe  de  Ca- 
món a  aquel  otro  aragonés  que  fué  Gracián,  con- 
ceptista y  senequiano  también?" 

Muy  poco  conocido  es,  ya  que  el  libro  que  lo  osten- 
ta alcanzó  una  reducida  tirada,  el  prólogo  que  Una- 
muno escribió  para  el  titulado  Cincuenta  fotos  de  Sa- 


INTRODUCCION 


23 


lamanca,  publicado  en  dicha  ciudad  en  1934.  Su  autor, 
José  Siiárcz,  gallego  de  nacimiento,  estudiante  de  la 
Facultad  de  Dereclio,  en  la  que  se  licenció,  y  salman- 
tino por  matrivwnio,  es  un  excelente  fotógrafo.  A 
él  se  debe  la  magnífica  y  ya  famosa  fotografía  de 
don  Miguel  en  las  cumbres  de  "La  Flecha",  teniendo 
a  sus  pies  el  perfil  del  río  Formes,  que  viene  cru- 
zando una  llanura  entonces  afanada  en  las  tareas  de 
la  recolección.  Editadas  y  distribuidas  ésta  y  otras 
fotografías  suyas  con  ocasión  de  ser  jubilado  Unamn- 
no,  en  setiembre  de  1934,  por  la  comisión  encarga- 
da de  preparar  los  actos  de  entonces,  lograron  una 
extraordinaria  acogida.  Y  un  día,  José  Suárez,  con 
mimo  artesano  y  sensibilidad  de  artista,  compuso  este 
libro,  que  más  que  un  álbum  al  uso  es  todo  un  itine- 
rario gráfico  salmanticense.  Para  él  escribió  don  Mi- 
guel unas  cuartillas  emocionadas,  a  las  que  pertene- 
cen estos  párrafos : 

"Hay  aquí,  además,  algunos  aspectos  recojidos 
de  la  ciudad  de  Salanuinca,  en  cuanto  paisaje, 
en  cuanto  país,  que  no  ha  solido  ser  costumbre 
recojcrlos.  Al  que,  como  yo.  ha  estado  día  tras 
día,  durante  años,  saludando  con  la  mirada  a  aquel 
David  con  su  arpa  de  una  de  las  claves  de  la 
bóveda  de  entrada  de  la  Uniz'crsidad,  ¡lo  que  le 
tiene  que  decir  z'crlo  en  el  concreto  de  una  repro- 
ducción fotográfica,  más  precisos  a  la  vista  sus 
contornos!  ¡Y  aquel  pino  del  llamado  Jardín 
Botánico!  ¡Y  aquella  parra  de  la  casa  rectoral, 
a  la  que  hace  años  dediqué  un  soneto!  Aquí 
quedan  no  sólo  trozos,  sino  monumentos  del 
paisaje  urbano,  monumental,  de  nuestra  Sala- 
manca.  Quedan  para  los  que  los  hemos  vivido. 
Y  quedan  para  que  traten  de  vivirlos  los  que 
no  los  vivieron" 


24 


INTRODUCCION 


Finalmente,  incluyamos  en  este  grupo  de  los  prólo- 
gos salmantiyws  aquel  pensamiento  autógrafo  que  se 
llevó  de  la  ciudad  uno  de  los  primeros  alumnos  de 
don  Miguel,  estudiante  en  ella  en  1894.  Tal  hizo  José 
Balcázar  y  Saharicgos,  quien,  siendo  ya  catedrático 
en  el  Instituto  de  Ciudad  Real,  colmó  su  nostalgia 
de  los  años  vividos  en  ella  dando  a  las  prensas  unas 
Memorias  de  un  estudiante  de  Salamanca,  a  cuyo 
frente  puso  aquellas  líneas  de  sti  maestro  de  cuarenta 
años  atrás. 


Los  PRÓLOGOS  BILBAÍNOS. 

No  tan  remotos  ni  numerosos  como  los  salmantinos 
son  los  prólogos  nacidos  de  la  circunstancia  bilbaína 
de  su  autor.  Pero,  en  general,  de  una  decisiva  im- 
portancia: o  por  la  honda  amistad  que  pregonan  y 
los  motivan,  o  por  la  información  autobiográfica 
que  nos  brindan. 

El  primero  de  ellos,  fechado  en  1S97,  figura  al 
frente  del  libro  Poesía,  de  Juan  Arzadun.  Fué  Ar- 
sadun,  fallecido  no  hace  muchos  años,  retirado  ya 
de  su  profesión  de  jefe  del  Ejército,  coetáneo  rigu- 
roso de  Unamuno,  cuya  íntima  amistad  nos  descu- 
bren las  cartas  de  éste  que  aquél  publicó  en  1914 
en  la  revista  Sur,  de  Buenos  Aires.  Fué  también 
Arsadun  en  sus  años  mocos  escritor  de  fuste,  como 
lo  revelan  las  poesías  y  cuentos  reunidos  en  este 
volumen  y  su  drama  Fin  de  condena,  estrenado  por 
Enrique  Borrás.  En  algunas  revistas  y  publicacio- 
nes del  tramonto  del  siglo  pasado  al  presente,  su  firma 
apareció  no  pocas  veces  junto  a  la  de  su  amigo  y  pai- 
sano, que,  como  esas  cartas  indican,  fué  también  en 
ocasiones  su  introductor  en  los  medios  literarios  na- 
cionales, 


INTRODUCCION 


25 


"Trátase  para  mí  — dice  el  propio  Unamuno, 
refiriéndose  a  Arcadiin —  de  un  amigo  en  quien 
me  será  siempre  imposible  no  ver  más  que  al  es- 
critor, ente  de  razón  o  ficticio  fantasma,  al  que 
sacrificamos  no  pocas  veces  la  propia  persona- 
lidad íntima." 

Y  poco  más  adelante  añade : 

"Es  para  mí  este  poeta  un  hombre  de  carne  y 
hueso,  algo  más  que  una  cifra;  es  un  amigo  ante 
quien  he  dejado  correr  los  anhelos  de  mi  pecho. 
Nunca  podré  tomarlo  de  conejillo  de  Indias,  ni 
de  mero  argumento  de  estudio  psicológico.  No 
en  vano  leyendo  algunas  de  sus  cosas  las  lágri- 
mas han  asomado  a  mis  ojos." 

Esta  doble  veta,  humana  y  literaria,  de  tan  hon- 
da amistad,  lleva  a  Unamuno  en  este  prólogo  a  des- 
nudar su  alma,  embozada  en  íntimos  recuerdos,  re- 
firiéndose a  uno  de  sus  primeros  relatos  novelescos, 
el  que,  con  el  título  de  "Las  tribulaciones  de  Susín", 
dió  a  conocer  en  El  Nervión,  de  Bilbao,  en  1892,  y 
que  hoy  figura  en  su  libro  El  espejo  de  la  muerte. 
Está,  como  es  sabido,  dedicado  a  Juan  Arzadun,  pero 
creo  que  la  razón  de  tal  dedicatoria  es  en  este  prólogo 
donde  se  nos  ofrece.  En  estos  términos : 

"He  derramado  por  publicaciones  varias  mu- 
chos escritos  sueltos,  y  han  pasado  desapercibi- 
bidos  los  más  íntimos  y  sinceros,  mientras  no  ha 
faltado  quien  tomase  nota  de  los  menos  propios. 
En  uno  de  los  primeros,  de  los  que  brotaron  de 
dentro,  se  fijó  Arzadun;  de  él  me  ha  hablada 
muchas  veces;  con  motivo  de  él  me  dedicó  unos 
versos.  Era  el  relato  de  las  aventuras  de  un  niño 


26 


INTRODUCCION 


que  se  escapa  de  junto  a  su  niñera.  En  este  es- 
crito adivinó  acaso  lo  mejor  mío;  el  espíritu 
que  en  él  palpita  es  el  que  nos  ha  unido  más,  y 
tnás  tarde  hemos  podido  hablarnos  de  nuestros 
hijos,  sintiéndonos  más  íntimamente  amigos  al 
vernos  padres.  Sé  que  se  acuerda  de  aquel  Susín 
de  mi  cuento,  de  su  escapatoria  a  través  del  cam- 
po, de  sus  terrores  ante  la  pacífica  vaca  y  el  in- 
diferente perro,  de  su  angustia  al  sorprenderse 
solo  y  de  cómo,  empapado  en  llanto,  apoyó,  al 
llegar  a  su  hogar,  la  mejilla  en  la  de  su  padre  y 
se  durmió  en  los  brazos  de  éste.  Lo  escribí  hace 
años,  y  hoy  es  cuando  comprendo  lo  que  enton- 
ces escribí." 

En  este  apartado  daremos  cuenta  de  uno  de  los  pró- 
logos, sin  duda  el  'menos  conocido,  el  que  figura  al 
frente  del  libro  de  Anialdo  Larraburc,  Significación 
del  seguro  sobre  la  vida  humana,  Salamanca,  190Í. 
El  propio  teína  no  dejará  de  parecer  e.rtraño  a  no 
pocos  de  los  lectores  de  don  Miguel,  y  los  que  le 
lean  tal  vez  encuentren,  aun  a  través  de  la  proyección 
histórica  en  esas  páginas  perfilada,  no  poco  de  tec- 
nicismo en  esta  materia. 

Las  únicas  noticias  complementarias  que  puedo 
brindar  proceden  de  una  carta  del  propio  Unamuno  a 
su  amigo  Pedro  Corominas,  pocos  meses  posterior  a 
la  redacción  de  dicho  prólogo.  He  aquí  lo  que  de  ella 
nos  interesa: 

"Le  envié  un  ejemplar  del  libro  de  mi  amigo 
Larrabure,  al  que  he  puesto  un  prólogo.  No  pue- 
do encarecerle  lo  bastante  cuánto  me  intereso  por 
la  difusión  y  propaganda  de  tal  libro.  A  este 
efecto  quiero  enviarle  otro  ejemplar  al  amigo  Ríii, 
y  le  ruego  a  ustedes  que  le  dediquen  algún  es- 
pacio, cuanto  más,  mejor,  en  la  revista.  Sería  lar- 


IXTRODUCCIOX 


27 


go  de  contar  por  que  vic  intereso  tanto  en  el  li- 
bro, más  que  si  fuese  mío.  Bástele  saber  que 
soy  el  responsable  de  que  lo  Jiaya  piiblicadd 
Larrabure,  que  es  un  paisano  mío,  vasco-francés. 
He  de  hacer  por  esa  obra  lo  que  ni  he  hecho  ni 
liaré  nunca  por  las  mías." 

Aunque  Unamuno  jijó  su  residencia  en  Salaman- 
ca en  1S91,  mantuvo  una  constante  relación  con  su 
Bilbao  nativo,  por  el  que  periódicamente  asoniaha 
todos  los  años,  en  especial  hasta  el  de  190S.  en  que 
murió  su  viadre,  que  residía  allí.  Otro  lazo  fué  el  de 
sus  colaboraciones  en  la  Prensa  bilbaína,  reiteradas 
desde  el  mismo  año  en  que  llegó  a  Salamanca.  Y 
otro,  menos  conocido  acaso,  el  de  su  casi  diaria  lec- 
tura de  la  Prensa  local  de  Viccaya. 

"He  querido  siempre  — nos  dice  en  este  prólo- 
go— •  vivir  en.  mi  Bilbao,  y  he  querido  que  mi  Bil- 
bao, y  vuestro  Bilbao,  y  el  Bilbao  que  es  de  todos 
y  el  que  no  es  de  nadie,  ni  de  sí  mismo,  viva  en 
nú,  y  para  ello  he  recibido  a  diario  algún  perió- 
dico de  mi  pueblo. 

"En  estos  idtimos  años.  El  Liberal." 

Y  en  este  diario  hacía  una  sección  fija  Mendive,  la 
misma  que  dió  título  a  este  libro  suyo.  La  linterna  má- 
gica, que  Unamuno  le  prologó  en  1919,  cuando,  como 
él  mismo  dice  en  sus  primeras  líneas,  llevaba  veinti- 
siete años  de  vecindad  fuera  de  su  Bilbao. 

"Por  la  Linterna  mág-ica,  de  Mendive  — aña- 
de— ,  veía  desfilar  nuestras  anécdotas  categóricas 
envueltas  en  esa  dulce  luz  del  dulce  otoño  de  nues- 
tros valles.  Me  parecía  verlos  al  través  de  un 
vasito  de  aquellos  clásicos,  como  de  campanilla 
— la  flor — •  de  ligero  c  inofensivo  chacolí.  Y  mi 


28 


INTRODUCCION 


conclusión  era  :  "■Este  mundo  es  una  chirenada  y 
nada  más." 

Y  como  el  autor  de  esta  sección  periódica  respiró 
de  niño  el  ambiente  de  una  paragüería  de  la  villa,  titu- 
la a  su  prólogo  don  Miguel:  "Mcndive,  la  anécdota 
categórica,  el  sirimiri  y  la  filosofía  del  paraguas",  y 
hasta  invita  a  éste  que  parodiando  a  Carlyle,  cuyo 
Sartor  resartus  es  una  filosofía  del  traje,  componga 
otra  del  paraguas,  para  la  que  el  prologador  le  brinda 
ciertas  notas. 

Humor  chimbo  que  don  Miguel  evoca  en  la  cumbre 
de  sus  cincuenta  y  tantos  años,  y  nostalgia  de  aquel  bo- 
chito  bilbaíno  que  él  mismo  describiera  en  escritos  su- 
yos muy  anteriores.  Esto  y  más  que  el  lector  hallará 
por  sí  mismo  se  alberga  en  este  prólogo,  tan  entra- 
ñable. 

Al  mismo  clima  evocador  y  nostálgico  responde  el 
último  prólogo  bilbaíno,  el  que  figura  al  frente  del 
libro  de  Emiliano  de  Arriaga,  Revoladas  de  un  "chim- 
bo", aparecido  en  1920.  Tal  compendio  de  recuerdos 
autobiográficos  lo  presiden  unos  versos  del  propio 
Unamuno,  elegidos  entre  los  que  componen  su  poe- 
ma "Las  estradas  de  Albia",  y  el  primero  de  ellos 
va  encaminado  a  explicar  el  título  a  los  foráneos  y 
presentar  al  autor  a  sus  lectores. 

"Revoladas,  o  sea  vuelos  cortos  de  chimbo, 
llamó,  lector  — nos  dice — ,  a  las  hojas  que  vas  a 
leer  o  releer,  Emiliano  de  Arriaga,  un  chimbo 
que  nació,  creo,  en  Bilbao,  en  el  bochito,  y  que 
después  de  una  vida  de  honrado  trabajo  y  senti- 
mentales añoranzas  pasada  en  Bilbao,  murió  no 
lejos  de  él  y  en  breve  ausencia. 

"Arriaga  — dice  más  adelante — ,  cuya  vida 
trascurrió  en  Bilbao,  a  orillas  del  Nervión,  río 
enfermo  entre  pretiles,  y  al  pie  de  Archanda-,  po- 


INTRODUCCIOX 


29 


día  revolar  por  él  como  los  chimbos;  pero,  ¿y 
aquellos  a  quienes  el  viento  de  la  suerte  nos  arran' 
có  de  la  villa  y  nos  arrojó  a  echar  raices  juera  y 
lejos  de  ella?  A  echar  otras  raíces,  ¡claro!,  sin 
perder  éstas.  A  mí  no  me  queda  revolar  como  el 
chimbo,  sino  chilotear  como  el  cochorro,  en  torno 
a  mis  recuerdos  y  añoranzas  de  niñez  y  de  moce- 
dad bilbaínas,  y  ahora  y  aquí  en  torno  a  estas  re- 
voladas." 

Mas  todo  lo  que  sigue,  entrevisto  y  recordado  en  la 
propia  entraña  de  su  pasado,  al  que  sus  lectores  pudie- 
ron también  asomarse  un  día,  cuando  les  entregó  en 
letras  de  molde  sus  propios  Recuerdos  de  niñez  y  de 
mocedad,  de  los  que  este  prólogo  es  perfecto  comple- 
mento, y  no  es  el  menos  hondo  de  sus  recuerdos  el  que 
al  final  de  estas  páginas  prológales  se  alberga  y  de  las 
que  se  ycrgue  para  salir  al  encuentro  de  los  biógrafos 
unamunianos.  Está  contenido,  parece  que  alienta  aiín, 
en  este  patético  pasaje,  con  el  que  damos  fin  a  este 
apartado : 

"Los  libros  de  Emiliano  de  Arriaga,  que  guardo 
en  mi  librería  doméstica,  están  cotisagrados.  En 
las  márgenes  de  sus  hojas  queda  la  leve  señal  de 
los  dedos  temblorosos  de  mi  santa  madre,  que,  con 
las  de  los  libros  de  devoción  y  pocos  más,  repasaba 
cuando  se  iba  despidiendo  de  esta  vida,  de  la  que 
salió  al  fin  el  día  de  Nuestra  Señora  de  Begoña  y 
estando  en  el  mirador  de  la  casa  en  que  me  crió, 
mirando  el  arranque  de  aquellas  calzadas  por  don- 
de se  sube  a  Mallona  y  a  Begoña.  Ella  protegió 
muchos  años  mi  inocencia.  Y  para  recoger  la  que 
aún  me  quede,  vuelvo  de  vez  en  cuando  a  estos 
recuerdos  inocentes  de  nuestra  honrada  poesía 
bilbaína." 


30 


INTRODUCCION 


Prólogos  a  poetas  españoles. 

De  los  cinco  congregados  en  estas  páginas  prológa- 
les, realmente  las  dedicadas  a  Salvador  Rueda  no  res- 
ponden a  este  carácter.  Son  itn  fragmento  de  una  carta 
de  don  Miguel  a  Bernardo  G.  de  Candamo,  a  la  que 
luego  nos  referimos;  pero  por  contenerse  en  sus  párra- 
fos una  aguda  semblanza  del  poeta  malagueño,  hetnos 
considerado  oportuno  incorporarlas.  Aparecieron  como 
umbral  del  libro  titulado  Fuente  de  salud,  publicado 
en  1906. 

Cronológicamente,  es  anterior,  y  éste  ya  es  prólogo, 
el  que  en  1900  dedicó  al  libro  Estrofas,  de  Bernardo  G. 
de  Candamo,  que  nos  ilustra,  no  sólo  sobre  las  relacio- 
nes de  éste  con  don  Miguel,  sino  que  contiene  tam- 
bién apuntaciones  y  sugerencias  muy  de  tener  en  cuen- 
ta acerca  de  la  poesía  española  de  aquellos  tiempos. 
Allí  está  ya  su  fórmula  poética,  como  "eternización  de 
la  momentaneidad"  y  su  reiterada  insensibilidad  para 
la  cuerda  erótica  "cuya  más  íntima  esencia  — por  .^er- 
lo —  acaso  se  me  escapa". 

Quizá  el  mejor  complemento  de  este  prólogo  pueda 
encontrarlo  hoy  el  lector,  y  por  sí  mismo,  en  las  cartas 
que  Unamuno  dirigió  a  Candamo  por  estas  fechas,  y 
que  él  mismo  está  dando  a  conocer  ahora  en  las  pági- 
nas de  la  revista  madrileña  Indice  de  Artes  y  Letras. 
De  ellas  nos  había  dado  unos  sugestivos  anticipos  en  el 
preámbulo  que  hace  unos  años  redactó  Candamo  para 
el  tomo  II  de  la  edición  de  Ensayos,  de  la  editorial 
Aguilar,  Madrid,  1942.  Entonces  era  un  florilegio  de 
pasajes,  agrupados  por  temas;  hoy  son  los  textos  com- 
pletos de  aquella  comunicación  epistolar,  piezas  capi- 
tales para  el  conocimiento  del  Unamuno  poeta  y  escri- 
tor de  la  primera  decada  de  este  siglo. 

A  una  de  c.ms  cartas,  felizmente  rescatadas  del  ol- 
vido, pertenece,  como  dijimos,  el  pasaje  en  que  don 


INTRODUCCION 


31 


Miguel  presenta  a  Rueda  a  sus  lectores,  y  en  ella  se 
habla  también  de  este  prólogo,  que  en  abril  de  1900 
se  está  redactando,  y  se  alude,  incidentahncute ,  al  que 
apareció  con  el  libro  de  Larrabure.  Lo  referente  al 
de  Candaino,  incluso  con  el  título  primitivo,  que 
como  vemos  no  prosperó,  reza  así: 

'^Del  prólogo  de  sus  Impresiones  y  poemas 
tengo  una  cuartilla  llena  de  notas  e  indicaciones 
—con  letra  núcroseópica,  como  para  mis  apuntes 
uso —  y  dos  tan  sólo  escritas  ya  del  trabajo  de- 
finitivo. Todo  es  que  me  ponga  a  ello.  Y  a  la  ves 
que  el  prólogo  recibirá  usted  otras  notas,  para  su 
uso  particular,  en  que  le  diga  confidencialmen- 
te lo  que  al  público  no  le  importe  y  a  usted  sí." 

Otro  de  los  prólogos  para  poetas  españoles,  aca- 
so el  más  citado  y  conocido  de  Unamuno,  por  la  di- 
fusión que  alcanzó  el  libro  en  que  figura,  es  el  que 
puede  leerse  al  frente  del  de  Manuel  Machado,  Alma. 
Museo.  Los  Cantares,  aparecido  en  1907.  Tal  cir- 
cunstancia creo  que  me  releva  de  más  amplia  refe- 
rencia a  su  contenido,  tantas  veces  sacado  a  colación 
cuando  del  modernismo  y  de  la  poesía  unaniuniana  se 
ha  tratado.  Lo  único  que  quisiera  es  puntualizar  que 
este  prólogo,  titulado  "La  poesía  de  Manuel  Machado", 
es  distinto  y  muy  posterior  a  un  ensayo  que  dedicó  a 
uno  de  los  volúmenes  de  poesías  en  este  tomo  conteni- 
do. Me  refiero  al  que  con  el  titulo  de  El  Alma,  de  Ma- 
nuel Machado,  rió  la  luz  en  las  columnas  del  Heraldo 
de  Madrid,  de  19  de  marzo  de  1901,  y  que  hoy  figura 
incorporado  a  estas  Obras  Completas,  tomo  V,  páginas 
194-202.  Madrid,  1951. 

El  cuarto  de  los  poetas  españoles  prologados  por 
Unamuno  es  el  que  en  1915  publicó  el  libro  El  lino  de 
los  sueños,  con  el  seudónimo  poético  de  "Alonso  Que- 
sada",  o  sea  el  canario  Rafael  Romero.  La  amistad 


32 


INTRODUCCION 


con  él  debió  iniciarse  con  ocasión  de  la  visita  que  don 
Miguel  hizo  a  las  islas  Canarias  en  1909,  del  que  da- 
tan aquellos  escritos  suyos  titulados  '^La  Gran  Cana- 
ria", y  "La  Laguna  de  Tenerife",  incorporados  más 
tarde  a  su  libro  Por  tierras  de  Portugal  y  de  España. 
De  todo  ello  hay  amplia  referencia  en  este  prólogo, 
algunas  veces  citado  por  aquellos  que  han  considerado 
el  propio  crear  poético  unamuniano. 

"Estos  cantos  te  vienen,  lector  — se  lee  en  él — , 
de  una  isla  y  de  un  corazón  que  es  también,  a  su 
modo,  una  isla.  Estos  cantos  han  sido  ceñidos  por 
el  Océano  y  te  traen  el  eco  de  stis  olas  rompiendo 
en  los  pedregales  de  la  orilla.  Estos  cautos  te  vie- 
nen, lector,  de  un  mar  interior,  de  un  mar  de  co- 
razón, que  se  ha  dormido  hace  más  de  cien  años, 
mucho  antes  de  que  el  poeta  naciese,  que  lo  reci- 
bió ya  dormido.  Estos  cantos  te  vienen  de  una  de 
las  islas  a  que  se  llamó,  no  sé  por  qué.  Afortu- 
nadas; pero  donde  muchos,  muchos,  viven  en 
las  bendita  pobreza  de  su  casa,  de  comida  humil- 
de, bajo  la  sonrisa  triste  de  la  madre  y  ganándo- 
se el  pan  trabajando  para  el  extranjero.  Estos  can- 
tos te  vienen  de  una  tierra  donde  apenas  Uueve, 
seca  y  ardiente;  pero  donde  se  sueña,  esperando 
a  la  esperanza.  ¡Que  es  esperar!" 

En  ella  viviría  el  propio  Unavmno  menos  de 
diez  años  después,  en  la  que  llamó  fuerteventurosa 
isla  de  Fucrteventura,  esperando  también  a  la  es- 
peranza que  una  vez  más,  y  como  siempre  en  él,  es- 
tarta  tejida  con  sus  recuerdos.  El  más  doloroso, 
juzgando  por  lo  demoradamente  que  lo  considera  en 
este  prólogo,  es  el  dedicado  a  aquel  joven  isleño, 
Manuel  Macías  Casanova,  a  quien  tan  profunda  im- 
presión le  produjo  don  Miguel,  muerto  victima  de 
un  accidente  cuando  éste  trataba  de  traerlo  a  se- 


INTRODUCCION 


33 


guir  estudios  en  la  Universidad  salmantina.  Porque 
la  impresión  fué  mutua  y  Unamuno  lo  puntualiza. 

Otra  de  las  consecuencias  de  aquel  viaje  unamu- 
niano  a  Canarias,  llevado  en  menester  de  mantenedor 
de  unos  Juegos  Florales,  es,  con  seguridad,  este  li- 
bro de  Alonso  Quesada.  No  lo  indica  el,  pero  por 
las  cartas  que  el  poeta  canario  iba  cnviándole  a 
Salamanca,  alguna  de  ellas  acompañada  de  sus  ver- 
sos, es  fácil  y  seguro  rastrearlo,  si  no  lo  proclamara 
también  alguno  de  los  poemas  del  libro  a  él  dedi- 
cado. 

Añadamos  un  testim^onio  ajeno  sobre  este  prólogo. 
Lo  encuentro  en  ei  libro  de  Ramón  Feria,  Signos 
de  Arte  y  Literatura,  Madrid,  1936,  en  cuya  página 
cuarenta  y  siete  se  lee  esto: 

"El  prólogo  de  Unamuno  al  libro  El  lino  de 
los  sueños,  de  Quesada,  seudónimo  de  Rafael 
Romero,  nos  ha  revelado  tres  cosas,  con  una 
lógica  en  sí  y  una  interpretación  crítica.  Son: 
el  mito  isleño,  el  poeta  dramático  que  es  Que- 
sada, más  que  poeta  lírico.  Y  también,  añadi- 
mos, la  facundia  creaciomsta,  suscitadora,  de 
Unamuno." 

Y  el  quinto  y  último  poeta  de  este  apartado  es 
Salvador  de  Madariaga,  cuyos  Romances  de  ciego, 
Madrid,  1922,  van  precedidos  de  un  prólogo  una- 
muniano  al  que  tituló  "Poesía  de  verdad  tenebrosa" , 
firmado  en  Salamanca  en  las  primeras  semanas  del 
año  1919.  La  fecha  es  importante  por  lo  que  en  los 
párrafos  iniciales  declara  don  Miguel,  al  referirse 
a  "la  inexpresable  tragedia  actual  de  España"  que 
"consiste  en  que  ésta  se  disuelve  civilmente,  se  de- 
rrite en  la  historia.  Y  es  la  némesis  trágica  de  su 
historia." 


34 


INTRODUCCION 


Cuando  este  acendrado  dolor  de  su  España, 
le  nublaba  el  ánimo  "cayeron  bajo  mis  ojos  en 
la  efímera  revista  España  — escribe —  unos  ro- 
mances de  ciego  jironados  por  Julio  Arceval, 
que  desde  luego  presentí  era  un  seudónimo.  Y 
reconocí  y  sentí  en  ellos  7ni  alma  española,  o 
ibérica,  radical,  las  raíces  de  mi  España  trá- 
gica... Y  al  leer  estos  romances  me  dije:  "No, 
mi  España,  aunque  muera,  no  morirá;  mi  Es- 
paña muere  para  no  morirse."  Porque  en  estos 
trágicos  romances  de  ciego,  nuestra  España 
central,  ibérica,  radical,  la  del  yermo  y  el  pá- 
ramo, muere  porque  no  muere.  Y  luego  de 
muerta  según  el  mundo,  vivirá,  ¡  trágica  sombra 
de  los  espíritus  errantes!,  mucho  más  que  los 
pueblos  que  se  confían  a  sonetos  quintaesencia- 
dos de  renacentismo  pagano." 

De  tal  modo  caló  en  el  ánimo  unamunesco  la  vos 
de  este  Eclesiastés  ibérico  que  un  día  le  llegó  por  el 
cauce  tradicional  del  verso  romance. 


Tres  poetas  hispanoamericanos. 

Como  en  la  obra  conjunta  de  Unamnino  la  par- 
cela de  sus  prólogos  tiene  también  su  atención  para 
las  letras  de  América.  Aislando  ahora  los  dedicados 
a  sus  poetas,  el  primero  que  el  orden  cronológico 
trae  a  nuestra  consideración  es  el  peruano  Santos 
Chocano,  cuyo  libro  Alma  América.  Poemas  indo- 
españoles,  Madrid,  1906,  aparece  cuando  el  autor 
reside  como  diplomático  en  la  capital  de  España. 
Dada  la  significación  e  importancia  que  este  poeta 
tiene  en  el  modernismo,  menos  universal,  desde  lue- 
go, y  acaso  menos  lírico  también  que  Rubén  Darío, 


INTRODUCCION  35 

las  páginas  unanmnianas  adquieren,  al  menos  así  lo 
creo,  un  subido  interés.  Falto  de  espacio  para  dete- 
nerse en.  ellas,  saltando  por  un  par  de  recuerdos  au- 
tobiográficos del  prologuista,  tal  vez  fuese  un  buen 
índice  de  esta  actitud  suya  la  que  nos  permite  des- 
cubrir este  pasaje: 

"Yo  no  sé  si  este  prólogo  parecerá  una  sarta 
de  cuentas  de  cristal  que  he  querido  poner  al 
cuello  de  Alma  América ;  pero  para  evitarlo  he 
procurado  dar  en  él,  al  mostrar  el  reflejo  del 
espíritu  de  Chocano  en  el  mío,  algo  de  mi  pro- 
pio espíritu." 

Lo  que  se  remata  con  este  otro: 

"F  doy  las  gracias  a  Cliocano  que  con  el  via- 
je en  alas  de  su  ''Pegaso"  o  "Clavileño"  me  lia 
hecho  desear  más  mi  rincoyicillo  casero,  mi  patria 
mínima.  En  este  viaje  he  aprendido,  por  la 
nostalgia,  tanto  mayor  cuanto  Tnás  espléndidos 
eran  los  panoramas  que  el  poeta  me  ponía  ante 
los  ojos,  cuán  hondas  raíces  tiene  en  mi  espí- 
ritu esa  patria  mínima  que,  como  la  del  cara- 
col, va  conmigo  donde  voy...  Leed,  amigos,  es- 
tos sonoros  y  brillantes  poemas,  y  volved  luego 
a  vuestros  viejos  lares,  que,  lavados  vuestros 
ojos  con  la  visión  espléndida,  veréis  aqueUos 
lares  más  dulces,  más  íntimos,  más  vuestros." 

Más  conocido,  y  de  ello  aduciremos  pruebas  más 
adelante,  es  el  prólogo  de  Unamuno  a  las  Poesías, 
de  José  Asmición  Silva,  primera  edición  de  sus 
obras  aparecida  en  Barcelona  en  1908,  a  los  trece 
años  de  su  temprana  muerte.  Reeditada  esta  colec- 
ción en  Parts,  por  Michaud,  en  1913,  con  el  mismo 
prólogo  unamuniano,  de  ella  deriva,  creo,  su  difu- 


36 


INTRODUCCION 


sión.  La  Revista  de  Libros,  que  por  entonces  se  pu- 
blicaba en  Madrid,  reprodujo  parte  de  aquél  en  su 
número  V,  correspondiente  al  mes  de  octubre  de  di- 
cho año. 

En  sus  primeras  lineas  explica  don  Miguel  cómo 
recayó  sobre  él  esta  tarea:  una  invitación  de  Her- 
nando Martínc::,  colector  de  los  escritos  en  prosa 
y  verso  del  infortunado  poeta  colombiano.  Y  el  rec- 
tor salmantino  no  vaciló  en  aceptar  la  tarea. 

"...  le  contesté  — nos  dice —  no  sólo  aceptán- 
dolo, sino  dándole  las  gracias  por  el  encargo. 
Me  parecía  poder  decir  muchas  cosas  sobre  el 
dulce  poeta  bogotano.  Y  me  parecía  poder  de- 
cirlas porque  en  las  lontanarjzas  de  mi  memo- 
ria, entre  rumor  de  hojas  secas,  susurraban  re- 
tazos de  sus  cantos.  Su  letra  se  me  había  vo- 
lado, pero  me  quedaba  su  música  íntima,  su 
música  silenciosa,  música  de  alas." 

Lo  cual  es  de  interés  para  la  filiación  poética  del 
propio  don  Miguel,  que  aquí  nos  revela  una  de  sus 
tempranas  lecturas.  Tal  vez  la  sincera  nota  becque- 
riana  que  late  en  Silva  alentase  en  esa  música  sin 
alas  de  que  el  prologador  nos  habla.  Sin  rehuir,  él 
mismo  lo  proclama,  aquel  anticipado  temblor  moder- 
nista que  late  en  sus  versos.  Por  cierto  que  esto 
motiva  este  revelador  párrafo  ttnamiiniano  digno  de 
ser  sumado  a  sus  ademanes  opuestos  al  modernismo. 
Tan  terminante  nos  parece. 

"No  sé  bien  — comienza  diciendo —  qué  es 
eso  de  los  modernistas  y  el  modernismo,  pues 
llaman  así  a  cosas  tan  diversas  y  hasta  opues- 
tas entre  sí,  que  no  hay  modo  de  reducirlas  a  una 
común  categoría.  No  sé  lo  que  es  modernis- 
mo literario,  pero  en  muchos  de  los  llamados 


INTRODUCCION 


37 


modernistas,  en  los  más  de  ellos,  encuentro  co- 
sas que  encontré  antes  en  Silva.  Sólo  que  en 
Silva  me  deleitan  y  en  ellos  me  hastian  y  en- 
fadan. Y  es  que  uno  dice  una  cosa  — remata — 
y  con  eüa  ilumina  o  calienta  a  sus  hermanos, 
la  repite  otro  y  les  deja  a  oscuras  y  fríos.  La 
idea  es  la  misma;  se  le  apagaron  fuego  y  luz  al 
pasar  de  uno  a  otro,  y  de  brasa  ardiente  y  lu- 
ciente que  era  se  quedó  en  carbón  frío  y  os- 
curo." 

Silva  es  en  este  prólogo  para  Unamuno  un  poeta, 
como  el  valenciano  Vicente  Wenceslao  Qnerol,  al 
que  tanto  admiró,  con  una  infancia  a  flor  de  alma, 
que  le  acompañó  hasta  traspasar  los  límites  de  la 
edad  madura  y  que,  como  Leopardi,  es  víctima  de  la 
tortura  metafísica,  al  describir  "que  estamos  despo- 
jando del  verde  a  toda  cosa".  Por  eso  y  por  otros 
valores  que  en  él  descubre,  considera  Unamuno.  aun- 
que se  ve  que  al  escribir  lo  que  .<;igue  pensaba  nc^ 
en  1895  — cuando  Silva  muere —  sino  en  1908,  cuan- 
do él  redacta  su  prólogo,  que  esta  poesía  es  dura- 
dera y  permanente  hasta  fatigar  el  futuro  sin  ajarse. 

"Todas  las  disputas  de  escuelas,  de  conven- 
tículos y  de  cotarros  pasarán,  pasarán  los  que 
creyeron  conquistar  un  puesto  en  el  Parnaso 
por  haberse  dejado  llevar  de  la  rutina  de  ma- 
ñana, despreciando  la  de  ayer,  pasará  el  voce- 
río de  los  iói'cnes  profesionales....  pasarán  las 
caramiUadas  hueras,  pasará  el  seudo-Paganis- 
mo  afrancesado,  pasará...  y  quedará  Silva  que 
clavó  sus  ojos  en  los  ojos  de  la  eterna  Esfinge 
y  bañó  su  corazón  en  el  lago  ■ — lago  de  la  te- 
rrible quietud  y  calma  de  sobrehaz —  de  las  per- 
durables e  imperecederas  inquietudes." 


38. 


INTRODUCCION 


¿Verdad  que  parece  defender  Unamuno  no  poco 
de  su  propio  credo  poético? 

La  más  reciente  edición  de  las  Poesías  Completas 
de  Silva,  que  conocemos,  es  la  publicada  por  Agui- 
lar  en  Madrid,  en  1951.  Una  vez  más  se  reproduce 
en  ella  el  prólogo  unamuniano,  pieza  capital  ya  en 
la  bibliografía  del  colombiano,  incorporándose  tam- 
bién a  este  volumen  las  notas  que  en  1913  redactó 
Baldomcro  Sanín  Cano,  recientemente  fallecido,  para 
la  edición  francesa  de  Loiiis  Michaud,  antes  aludida. 

El  tercero'  y  último  de  los  poetas  americanos  que 
Unamuno  prologó  es  el  chileno  Ernesto  A.  Guzmán, 
cuyos  Poemas  de  la  serenidad,  Santiago,  1914,  sue- 
len llevar  esas  páginas.  Y  digo  suelen,  pues,  como 
los  editores  indican,  el  prólogo  llegó  estando  ya  im- 
preso el  libro  y  distribuida  parte  de  la  edición,  ar- 
bitrándose el  recurso  de  imprimirlo  en  pliego  aparte 
que  fué  encañonado  delante  del  primero  en  los 
ejemplares  no  distribuidos. 

Publicadas  en  1950,  en  el  Boletín  del  Instituto 
Nacional,  de  Santiago  de  Chile,  las  cartas  de  Una- 
muno a  Guzmán,  creo  que  ellas  nos  brindan,  no  sólo 
el  origen  de  esta  amistad,  sino  la  trayectoria  de  este 
prólogo.  Iniciada  aquélla  en  1906,  se  intensifica  a 
partir  de  la  publicación  del  libro  poético  En  pos, 
de  Guzmán,  al  año  siguiente.  El  juicio  de  Unamu- 
no, sin  duda  objetivo,  no  es  muy  entusiasta  aunque 
sí  muy  humano.  Pero  la  lectura  de  otro  de  sus  li- 
bros. Vida  interna,  en  1909,  motiva  una  extensa 
carta  de  don  Miguel  de  la  que  entresacamos  lo  que 
sigue  : 

"Y  bien,  ¿qué  voy  a  decirle,  yo,  de  sus  poe- 
sías? ¿Qué  voy  a  decirle  de  su  poesía,  que  sus- 
tancialmente  es  la  misma  mía?  Sólo  se  me  ocu- 
rre exclamar:  "¡Gracias  a  Dios  que  no  estoy 
tan  solo  como  querrían!  ¡Gracias  que  hay  quien 


INTRODUCCION 


39 


me  sigue  a  la  explotación  de  una  cantera  T  Mi 
posición  ante  su  libro  es  delicadísima,  y  lo  es 
mucho  más  para  usted.  Hay  muchas,  muchas 
cosas  que  diré  al  público,  cu  un  artículo,  en  un 
ensayo,  en  un  manifiesto  poético,  cu  el  prólogo 
de  mi  segundo  y  próximo  tomo  de  poesías;  aca- 
so en  un  prólogo  a  un  libro  de  usted;  no  sé 
bien  dónde,  pero  diré  al  público  en  alguna 
parte,  y  que  a  usted,  aun  yo,  que  no  suelo  de- 
tenerme en  ciertos  pudores,  no  me  resuelvo  a 
decírselas.  Van  tan  mezcladas  las  cosas  que  de  us- 
ted y  de  su  poesía  diría  con  las  que  de  mí  mis- 
mo y  de  mi  poesía  habría  de  decir,  que  es  la  cosa 
delicada  en  extremo." 

No  menos  expresivo  es  lo  que  sigue: 

"Y  tiene  para  mí  especialísima  significación 
el  hecho  de  que  la  primera  voz  de  toda  her- 
mandad poética  que  haya  respondido  a  la  mía, 
la  primera  voz  hermana  que  haya  roto  el  silen- 
cio de  la  selva  sin  caminos,  por  debajo  del  gor- 
jeo de  los  pajarillas  canoros,  haya  sido  la  de  un 
hispanoamericano ,  cuando  mi  grito  — grito  más 
que  canto—  podría  parecer  una  protesta  con- 
tra los  gorgoritos  que  por  esas  tierras  prisca- 
ban  y  de  ellas  se  nos  habían  venido  acá." 

Esta  hermandad  poética,  este  reconocerse  Unamu- 
no  en  una  voz  amiga  motivará  el  prólogo  que  en 
este  volumen  incluimos.  Para  sus  lectores  añadamos 
tan  sólo  esta  afirmación  de  una  de  Jas  últimas  cartas 
— creo —  que  entre  ambos  se  cruzaron.  Es  del  mes  de 
julio  de  1914,  y  dice  así: 

"Hace  pocos  días  le  envíe,  mi  querido  ami- 
go, el  prólogo  para  sus  Poemas  de  la  serenidad. 


40 


INTRODUCCION 


Es  un  prólogo  de  batalla:  lo  que  necesitamos. 
Todo  lo  que  allí  digo  es  exacto.  Pensé  hacerlo 
en  verso,  incluyendo  otros  de  usted,  mas  des- 
pués vi  que  eso  me  exigiría  demasiado  esfuer- 
20.  He  renunciado  también  a  incluir  versos  de 
usted  en  mi  prólogo  y  a  hablar  en  él  de  cada 
uno  de  sus  poemas.  ¿Para  qué  si  el  lector  ha 
de  leerlos?  El  prólogo  debió  ser  una  especie  de 
manifiesto,  hasta  cierto  punto  común.  ¿Acerté? 

Varia  prosística  americana. 

Cuatro  escritores,  y  una  gran  figura  histórica,  la 
de  Bolívar,  merecieron  otros  tantos  prólogos.  Son 
aquéllos  el  argentino  Manuel  Ugarte,  el  chileno 
Luis  Ross  Mujica,  el  cubano  Fernando  Ortiz,  el 
colombiano  Enrique  Pérez  y  el  ecuatoriano  Juan 
Montalvo.  Y  los  respectivos  libros  prologados  los 
que  a  continuación  se  detallan: 

Paisajes  parisienses,  París,  1903,  de  Ugarte,  lo 
leyó  Unamuno  en  el  manuscrito  de  que  se  valió 
para  redactar  su  prólogo.  La  actitud  que  en  él  man- 
tiene no  es  desconocida  para  sus  lectores,  siempre 
que  de  temas  literarios  americanos  se  ocupó,  y  vie- 
ne a  coincidir  con  las  opiniones  vertidas  en  aquella 
memorable  sección  crítica  de  libros  hispanoamerica- 
nos que  por  estos  años  hacía  en  la  revista  madri- 
leña La  Lectura.  En  este  caso  concreto  se  podría  re- 
sumir así:  Desdén  por  la  capital  francesa  que  a  tanto 
literato  de  aquel  continente  deslumbró,  agudizado 
aquí  por  el  escenario  de  una  vida  bohemia  — "un 
mundo,  dice,  al  que  no  han  logrado  llevarme  la  aten- 
ción, ni  que  logra  convencerme" — -  lo  que  le  llevó 
a  leer  con  calma  este  libro  sin  lograr  por  ello  recti- 
ficar su  anterior  punto  de  vista;  y  un  gran  interés 
por  el  lenguaje  en  que  está  escrito. 


INTRODUCCION 


41 


"il/ízí  lo  que  sobre  todo  me  llama  la  atención 
en  este  nuevo  peregrino  de  la  literatura  — es- 
cribe—  en  este  mozo  que  viene  por  su  "jornal 
de  gloria"  es  la  inventiva  para  la  frase;  es  su 
característica...  Un  lenguaje  desarticulado,  cor- 
tante y  frío  como  un  cuchillo,  desmigajado, 
algo  que  rompe  con  la  tradicional  y  castiza  ur- 
dimbre del  viejo  castellano;  un  lenguaje  de  ce- 
ñido traje  moderno,  con  hombreras  de  algodón 
en  rama,  con  angulosidades  de  sastrería  ingle- 
sa, con  muy  poco  de  los  amplios  pliegues  de 
capa  castellana,  de  capa  en  que  embozarse  de- 
jándola flotar  al  viento,  sin  rotundos  períodos 
que  mueren  como  ola  en  playa.  No  lo  censuro; 
todo  lo  contrario.  Esta  tarea  revolucionaria  en 
nuestra  lengua,  con  sus  excesos  y  todo  — ¿q¡ií- 
revolución  no  los  trae  consigo? —  hará  su 
obra." 

Otro  es  el  caso  del  libro  de  Ross  Mujica  ^Nlás 
allá  del  Atlántico,  Valencia,  1909,  homenaje  a  la 
memoria  de  uno  de  los  jóvenes  espíritus  america- 
nos que  más  impresionaron  a  Unamuno,  víctima  de 
la  fatídica  moira  de  los  griegos,  cuya  vida  se  tron- 
chó en  Madrid  adonde  había  venido,  recién  fundado 
su  hogar  para  viajar  por  España  y  mejor  conocerla. 
Y  reuniendo  las  crónicas  que  desde  aquí  enviaba  a 
la  prensa  de  su  país,  Unamuno  y  sus  amigos  espa- 
ñoles urdieron  este  volumen  que  es  un  tributo  y  un 
homenaje  postumos.  Las  emocionadas  páginas  de  este 
extenso  prólogo  vienen  a  completar  una  no  menos 
extensa  correspondencia  que  don  Miguel  dedicó  a 
su  infortunado  amigo  en  La  Nación,  de  Buenos 
A  ires. 

De  toda  la  circunstancia,  personal  y  humana,  que 


42 


INTRODUCCION 


dió  origen  a  este  texto,  elijo  esta  breve  y  encendida 
semblanza : 

"Es  que  en  Ross  el  patriotismo  fué  virtud, 
fué  idealidad,  fué  desinterés;  fué,  sobre  todo, 
humanidad.  Por  humanidad  amó  a  Chile,  su 
patria;  por  humanidad  amó  a  España,  la  pa- 
tria de  sus  antepasados.  Y  la  humanidad  pide 
am^r  al  hombre  concreto,  al  prójimo  de  trna 
tierra,  y  amarle  con  sus  deficiencias  y  por  ellas 
tal  vez,  y  no  a  una  vaga  y  abstracta  Especie 
mayusculizada.  Y  como  amó  a  su  patria,  la 
conoció,  y  como  amó  a  España,  conoció  a  Es- 
paña." 

El  libro  Cirugía  política,  París,  1913,  de  Enrique 
Pérez,  "hijo  de  una  nobilísima  patria,  Colombia", 
"uno  de  esos  hispanoamericanos  que  lejos  de  verlo 
todo  en  rosa  y  oro  en  la  llamada  joven  América, 
lo  ve  acaso,  me  parece,  en  excesivo  negro",  le  lleva 
a  Unamuno,  por  su  título  y  por  el  ademán  de  su  au- 
tor, a  evocar  la  figura  de  Joaquín  Costa,  "nuestro 
gran  Jeremías  español,  profeta  de  grandes  desven- 
turas". Porque  el  pesimismo  del  colombiano  se  am- 
para preferentemente  en  la  figura  y  la  obra  del  lia- 
mado  león  de  Graus. 

"Pero  Costa  — arguye  certeramente  Unamu- 
no—  no  fué  tan  profundo  pesimista  cuando  cre- 
yó en  la  eficacia  de  una  operación  quirúrgica, 
como  por  lo  que  hace  a  la  América  Hispánica 
cree  Enrique  Pérez.  Claro  está  que  tanto  Cos- 
ta como  el  autor  de  este  libro  quieren  que  se 
una  a  la  operación  quirúrgica  el  tratamiento 
médico,  pero  me  parece  observar  que  dan  a  la 
primera,  a  la  cirugía,  una  importancia  desme- 


INTRODUCCIO  K  43 


dida  y  desde  luego  mucho  mayor  que  la  que  a 
la  medicina  conceden." 

Y,  por  idtimo,  el  largo  y  apasionado  prólogo  a 
Las  catilinarias,  de  Juan  Montalvo,  París,  1925.  Y 
es  en  ese  París  donde  murió  desterrado  el  gran 
apóstol  civil  ecuatoriano,  donde  el  libro  aparece,  y 
donde  ahora,  también  extrañado  de  su  tierra,  z'iz'c  el 
prologuista.  El  escenario,  lo  común  de  la  coyuntu- 
ra, la  identidad  del  impulso,  llevan  a  Unamuno  a  co- 
tejar la  actitud  de  Montalvo.  ayer,  con  la  suya  pro- 
pia, hoy.  Hasta  el  tirano  ]'cintcmilla,  marcado  por 
aquél  a  fuego,  le  recuerda  a  su  Primo  de  Rivera  de 
entonces. 

"Si  hubiera  creído  que  con-  borrar  de  su  pa- 
tria a  Veintemilla  habrían  acabado  para  siempre 
todos  los  futuros  tiranos  de  ella,  ¿qué  mérito 
habría  tenido  su  hazañosa  empresa?  Supo  pe- 
lear la  santa  pelea  a  las  orillas  del  lago  del  De- 
sierto. Y  a^y^  es  como,  al  ir  a  morir,  pudo  decir: 
"Me  siento  capaz  de  componer  una  elegía  como 
nunca  lo  hiciera  en  los  años  de  mi  juventud.'' 
Pero  es  porque  iba  a  nacer.  Nació,  se  libertó  al 
morirse.  Al  morirse  en  el  destierro." 

Y  no  falta,  como  siempre  que  Unamuno  leía  libros 
americanos,  su  consideración  del  lenguaje  en  que  están 
escritos.  También  le  atrae  el  que  Montalvo  emplea,  y. 
apartándose  de  Rodó,  que  lo  juzgó  dechado  de  arti- 
ficiosidad  y  preciosismo,  oponiéndolo  a  Montaigne, 
todo  naturalidad  y  soltura,  cree  Unamuno  que  el  fran- 
cés era  un  sensual  y  un  esccptico,  mientras  que  el 
ecuatoriano  fué  un  apasionado  y  un  dogmático.  De  ahí 
el  énfasis,  la  pasión  con  que  se  e.rpresa. 

Y  de  nuevo  Bolívar.  En  otro  formato  y  con  otro 
motivo.  En  parangón  otra  vez  con  don  Quijote.  Por- 


44 


INTRODUCCION 


que  "Don  Quijote  y  Bolívar"  se  había  titulado  el  en- 
sayo que  publicó  Unamuno  en  1907,  y  que  él  misvw 
incluyó  cinco  años  después  en  sus  Soliloquios  y  con- 
versaciones. Pero  ahora  la  editorial  Renacimiento, 
de  Madrid,  ha  urdido  un  libro  grande,  Simón  Bolí- 
var, libertador  de  América  del  Sur,  Madrid,  1914,  y 
ha  convocado  a  los  más  grandes  escritores  america- 
nos para  la  empresa:  Montalvo,  Martí,  Rodó,  Blanco- 
Fombona,  García  Calderón,  Alberdi.  Como  prologa- 
dor  de  estos  textos  diversos,  de  autores  aún  vivos  y 
otros  ya  muertos,  nuestro  rector,  hispanoamericano 
honorario  y  activo,  redacta  un  nuevo  ensayo,  al  que 
titula  "Don  Quijote  Bolívar". 

"Mi  intención  ha  sido  — dice  a  su  final —  mos- 
trar, en  rápida  fulguración,  con  frases  del  mis- 
mo Bolívar,  al  hombre  español,  al  Quijote  de  la 
América  hispana  libertada,  a  uno  de  los  más 
grandes  héroes  en  que  ha  encarnado  el  alma  in- 
mortal de  la  Hispania  máxima,  miembro  espiri- 
tual sin  el  que  la  humanidad  quedaría  incom- 
pleta." 


Los  PORTUGUESES. 

A  1913  remontan  los  únicos  dos  prólogos  unamu- 
nianos  a  escritores  de  Portugal,  contemporáneos  am- 
bos. En  circunstancias  que  parece  conveniente  pun- 
tualizar. El  primero  de  ellos  es  el  poeta  y  médico 
— mantengamos  el  orden  jerárquico  que  el  propio 
Unamuno  trazara —  Manuel  Laranjeira,  uno  más  en 
la  nutrida  y  dramática  galería  de  los  escritores  lu- 
sitanos suicidas.  Le  había  conocido  don  Miguel  en 
Espinho.  donde  vivía,  en  uno  de  los  veranos  que,  con 
su  familia,  pasó  en  aquellas  playas,  y  habían  ami- 
gado radicalmente.  Al  año  siguiente  de  su  muerte  se 


INTRODUCCION 


45 


proyectó  la  publicación  de  su  epistolario,  y  los  ami- 
gos portugueses  del  autor  de  Comigo.  (Versos  d'um 
solitario)  cncomnedaron  a  Unamuno  la  tarea  de  po- 
nerle un  prólogo,  jirinado  en  Salamanca  el  16  de 
abril  de  1913.  Pero  no  vió  la  luz  hasta  treinta  años 
después,  cuando  el  propósito  de  antaño  se  Iiiao  reali- 
dad. Y  al  frente  de  esas  Cartas  de  Manuel  Laran- 
jeira,  Lisboa,  1943,  figuran  hoy  aquellas  olvidadas 
páginas  unamunianas  en  las  que  descubrimos  cómo 
algunos  de  los  sonetos  de  su  Rosario,  acaso  los  más 
trágicos,  le  habían  sido  inspirados  por  el  amigo  por- 
tugués, el  que  le  "enseñó  a  ver  el  alma  trágica  de 
Portugal,  no  diré  de  todo  Portugal,  pero  sí  del  más 
hondo,  del  más  grande.  Y  me  enseñó  a  ver  no  po- 
cos de  los  rincones  de  los  abismos  tenebrosos  del 
alma  humana.  Era  un  espíritu  sediento  de  luz,  de 
verdad  y  de  justicia.  Le  mató  la  vida.  Y  al  matarse 
dió  vida  a  la  muerte." 

El  otro  amigo  lusitano  de  Unamuno,  figura  muy 
familiar  en  sus  escritos,  es  el  poeta  Eugenio  de 
Castro.  Y  la  coyuntura  va  relacionada  con  el  núcleo 
de  amigos  y  discípulos  salmantinos  de  aquél.  Me 
refiero  a  Francisco  Maldonado,  hijo  de  don  Luis 
Maldonado,  al  que  don  Miguel  prologara  en  189  f, 
catedrático  también  y  autor  de  la  versión  castella- 
na del  poema  Constanza,  apareció  en  Madrid  en 
1913. 

De  Eugenio  de  Castro,  e  incidentalmente  de  este 
poema  suyo,  había  escrito  Unamuno  en  1907,  y  en 
su  libro  Por  tierras  de  Portugal  y  de  España,  figit,- 
ran  aquellas  páginas,  alguno  de  cuyos  párrafos  re- 
aparece en  este  prólogo,  y  del  autor  y  del  traductor 
se  trata  en  él. 

El  primero  es  para  Unamuno  un  espíritu  poco  o 
nada  belicoso,  que  "en  la  contemplación  de  lo  remoto, 
en  tiempo  o  en  espacio,  o  en  ambos  respectos  a  la 
vez",  busca  "consuelo  para  las  tristezas  presente.';". 


46 


INTRODUCCION 


"Lo  que  no  quiere  decir,  claro  está  — añade — , 
que  no  sea  Castro  un  poeta  portugués  y  profun- 
damente tal.  Lo  es  hasta  en  su  predilección  hacia 
los  ternas  orientales... 

"Y  es  portugués,  además,  por  el  acento  mis- 
mo de  sus  poesías,  por  la  dulzura  de  ellas  y  por 
el  aroma  de  religiosidad  y  de  resignación  que 
de  ellas  se  desprende.  El  problema  pavoroso  del 
destino,  el  hado  incoercible,  palpita  en  casi 
todas." 

Y  lo  más  portugués  de  su  obra  es,  según  Unamu- 
no,  este  poema,  cuya  heroína  ha  solido  ser  olvidada 
por  los  que  concentraron  su  atención  en  los  amores 
trágicos  de  su  esposo  don  Pedro  y  la  infortunada  Inés 
de  Castro.  Y  alienta  en  ella  un  enorme  dolor  y  una 
tragedia  en  la  que  el  prologador  ve  todo  un  símbo- 
lo de  Portugal  mismo. 

En  cuanto  al  traductor,  pese  a  que  Unamuno  no 
era  partidario  de  traducciones  mutuas  hispano-portu- 
guesa,  transige  y  aplaude  ésta,  porque  al  "ejercitar 
su  virtuosidad  de  versificador  y  de  hablista  sobre  el 
poema  de  Castro,  ha  dejado  intactas  las  bellezas  de 
éste,  y  si  en  algiín  pasaje  se  oscurece  algo  la  hermo- 
sura del  original,  en  otros  resulta  realzada." 


Los  CAT.M.ANKS. 

De  acuerdo  con  la  atención  dispensada  por  Una- 
muno en  sus  escritos  a  esta  otra  literatura  peninsular, 
las  letras  de  Cataluña  están  representadas  en  estos 
prólogos  suyos.  Aunque  muy  diversamente.  El  primero 
de  ellos,  por  ejemplo,  poco  conocido  que  yo  sepa,  re- 
cuerda, por  el  tono  del  libro  prologado,  al  hecho  para 


INTRODUCCION 


47 


La  linterna  mágica,  de  Mendive.  Porque  Daniel  Or- 
tis,  "Doys'\  tuvo  a  su  cargo,  en  el  diario  La  Publi- 
cidad, de  Barcelona,  una  sección  en  verso,  de  la  que 
brotó  el  titulado  Chirigotas  y  epigramas,  Madrid,  1902. 
Fué  éste  uno  de  los  dos  diarios  barceloneses  que  nos 
dice  Unamuno  que  leía,  además  de  otro,  en  catalán, 
que  le  prestaba  un  amigo  suyo  en  Salamanca;  y  por 
la  sección  burlesca  de  ^^Doys"  desfilaban  figurillas, 
figuras  y  figurones  de  la  vida  local,  cuyos  perfiles 
integraban  una  Barcelona  cómica  que  a  don  Miguel 
le  divertía.  Y  "en  pago  de  esos  buenos  ratos... 
— nos  dice —  lo  menos  que  puedo  hacer  es  mandarle 
este  prólogo,  por  si  de  algo  le  sirve,  que  creo  le  ser- 
virá." 

Y  en  cuanto  al  móvil  íntimo  de  redactarlo,  esto 
que  sigue : 

"Antes  de  terminar  este  prólogo  tengo  que 
declarar  sincera  y  lealmente  que  uno  de  los  mo- 
tivos que  me  lo  han  dictado,  después  de  mi  agra- 
decimiento a  "Doys",  el  principal  acaso,  es  el 
mismo  motivo  que  de  algún  tiempo  a  esta  par- 
te me  dicta  no  pocos  trabajos,  y  es  deshacer  la 
leyenda  infame  y  calumniosa  que  han  tejido  en 
torno  mío  mis  enemigos  y  adversarios  solapados 
y  encubiertos.  Preséntanme,  en  efecto,  ante  el 
público  como  a  un  hombre  serióte  y  gravísimo, 
abismado  siempre  en  muy  hondas  preocupacio- 
nes y  escribiendo  en  estila  abstruso  y  abracada- 
brante  de  los  más  intrincados  problemas.  Y  esto 
lo  hacen  con  mala  intención,  no  me  cabe  duda. 
Están  empeñados  en  presentarme  como  a  un  sabio 
con  el  maligno  propósito  de  que  el  público  huya 
de  mí." 

Muy  otro  es  el  caso  del  libro  Orígenes  del  conoci- 
miento. El  hambre,  Madrid,  1921,  debido  al  biólogo 


48 


INTRODUCCION 


catalán  Ramón  Turró,  y  que  Unamuno  leyó  en  su  ver- 
sión francesa,  aparecida,  como  la  alemana,  antes  que 
el  original  español  en  que  fué  redactado.  De  aquella 
lectura  dedujo  su  más  tarde  prologador  "la  coinci- 
dencia de  ciertas  ideas  psicológicas  en  él  predomi- 
nantes, con  las  que  de  antiguo  profeso  y  que  en  parte 
he  expuesto  en  alguno  de  mis  libros.  La  principal  es 
la  que  con  frase  sintética  se  expresa  diciendo  que  el 
mundo  externo  de  la  sensibilidad  nos  es  revelado  por 
el  hambre,  o  es  obra  del  hambre  en  cuanto  conoci- 
miento." Y  a  analizar  el  denso  contenido  de  este  li- 
bro dedica  el  resto  de  su  prólogo,  complaciéndose 
en  seguir  la  trayectoria  de  su  autor,  que,  partiendo 
de  la  especialización  biológica,  desemboca  en  la  ge- 
neralización psicológica. 

"El  doctor  Turró  — concluye — ,  por  una  con- 
cepción profundamente  pragmatista,  — pero  de 
pragmatismo  filosófico — ,  nos  lleva  a  una  inter- 
pretación realista  del  conocimiento.  Es  el  doctor 
Turró  catalán,  de  la  tierra  misma  que  nos  dió 
a  Balmes  y  a  Llorens,  heraldos  en  su  tiempo  de 
una  filosofía  de  sentido  común,  algo  a  la  escoce- 
sa, pero  de  vuelo  cobarde  y  rastrero.  Aquella  fi- 
losofía catalana  era  muy  terre  a  terre,  que  se 
diría  en  francés,  muy  pegada  al  suelo.  Mas  Tu- 
rró ha  tenido  el  acierto  de  meterse  bajo  el  suelo, 
de  enterrarse,  digámoslo  así,  en  el  suelo  de  la 
realidad...,  y  así,  en  fuerza  de  terrenalidad..., 
ha  llegado  a  una  interpretación  del  origen  psi- 
cológico del  conocimiento  que  abre  perspectivas 
filosóficas  que  aquéllos  no  alcanzaron." 

La  primera  visita  de  Unaviuno  a  Cataluña  remon- 
ta a  1889,  y  sólo  se  detuvo  tres  días  en  Barcelona, 
camino  de  Francia  c  Italia,  a  la  que  entonces  se  di- 
rigía en  viaje  de  estudio.  Su  interés  por  lo  catalán  es 


INTRODUCCIOX 


49 


muy  poco  posterior,  y  desde  su  cátedra  salmanthia, 
ya  en  1891,  fué  acreciéndose,  en  especial  al  terminar 
el  siglo,  en  que  ya  mantenía  una  nutrida  comunica- 
ción epistolar  con  varios  escritores  catalanes.  Uno 
de  ellos,  Juan  Maragall,  al  que  tuvo  ocasión  de  co- 
nocer personalmente,  como  a  otros,  en  1906,  fecha 
de  su  segunda  y  auténtica,  z'isita  a  aquellas  tierras, 
a  las  que  luego  volvió  en  varias  ocasiones.  Y  todos 
los  lectores  de  don  Miguel  saben  de  su  entusiasmo 
por  Maragall,  y  más  hoy,  ojie  disponemos  del  vasto 
epistolario  que  ambos  amigos  cruzaron. 

Por  todas  estas  razones,  sin  duda,  al  ser  reunidas 
y  publicadas  las  Obras  Completas  de  Joan  Maragall, 
sus  editores  reservaron  uno  de  sus  voliUncnes  para 
que  lo  prologase  su  gran  amigo  don  Miguel.  Y  fué 
el  elegido  el  volumen  XVII  de  la  serie,  el  titulado 
Problemas  del  día,  Barcelona,  1934.  Lo  integran  los 
artículos  periodísticos  del  poeta,  "pequeños  ensayos'^ 
dice  Unamuno,  en  los  que  "está  su  nobilísima  alma''. 
Escritos  al  día  — añade — ,  en  un  diario  público..., 
son  "para  siempre",  como  con  arrogante  expresión 
dijo  Tucídides  de  su  Historia  de  la  guerra  del  Pc- 
loponeso. 

Es  fácil  de  imaginarse  la  santa  emoción  con  que 
Unamuno  redactó  estas  páginas  de  su  extenso  y 
pormenorizado  prólogo. 

"Cómo  sentí  en  la  hondura  de  mi  espíritu 
— j'  le  creemos —  el  resón  del  espíritu  puro,  del 
glorioso  y  no  famoso  Maragall,  de  mi  Maragall. 
Del  poeta.  Poeta  en  todo;  poeta  en  verso  cata- 
lán, poeta  en  prosa  castellana.  No  escribió 
— que  yo  sepa,  al  menos —  novelas,  ni  libros  de 
historia  pasada...,  ni  de  erudición  literaria,  ni 
de  sistema  filosófico.  Y,  sin  embargo,  sus  artícu- 


50 


INTRODUCCION 


los  son  permanente  sustancia  de  historia  — vale 
decir  a  la  vez  que  novela —  y  de  filosofía  de  la 
vida." 


Los  ITALIANOS. 

Tres  prólogos  unamtinianos  se  enlazan  con  este 
mundo  literario  y  cultural  itálico,  para  el  que  siem- 
pre mantuvo  una  notoria  preferencia.  El  primero, 
inédito  en  español,  fué  el  que,  traducido  al  italiano, 
figura  al  frente  de  la  versión  a  dicha  lengua  de  su 
Vida  de  Don  Quijote  y  Sancho.  Está  firmado  en 
1910,  y  debo  copia  del  manuscrito  original  al  tra- 
ductor de  dicha  obra  y  de  otras  más  de  don  Miguel, 
Gilberto  Beccari,  que  acabamos  de  perder  hace  ape- 
nas unas  semanas.  Si  nuestro  escritor  tuvo  tanto  in- 
terés porque  su  obra  fuese  conocida  en  Italia,  a  Bec- 
cari principahnente  se  debe  haberlo  logrado. 

"y  quiera  Dios  que  estos  mis  comentarios, 
vestidos  a  la  italiana  — termina  el  prólogo- 
sean  para  los  italianos  que  los  lean  de  tanto 
provecho  como  a  mí  me  han  sido  las  obras  in- 
mortales de  la  literatura  italiana,  con  las  que 
he  apacentado  mi  espíritu.  Al  dulce  idioma  de 
Toscana  debo  no  poco  consuelo  en  el  camino 
de  mi  vida." 

Otro  de  los  amigos  italianos  de  Unamuno  fué  el 
filósofo  y  crítico  Benedetto  Croce.  Ignoro  si  llega- 
ron a  conocerse  personalmente,  pero  sí  sé  que  man- 
tuvieron alguna  comunicación,  y  parte  de  ella  se  basó 
en  esta  obra  de  aquél:  la  Estética,  cuya  primera  edi- 
ción española,  debida  al  salmantino  José  Sánchez 
Rojas,  data  de  1912,  muy  poco  posterior  a  la  redac- 
ción de  este  prólogo,  muy  demorado  y  bien  conocido, 


INTRODUCCION 


51 


por  lo  que  no  creo  oportuno  extenderse  más  en  él. 

Sólo  quisiera  llamar  la  atención  del  lector  hacia 
su  final,  en  el  que  se  inserta  una  bellísima  carta  del 
propio  Croce,  a  quien  don  Miguel  envió  su  prólogo, 
que  es  todo  un  estudio,  llamándole  la  atención  sobre 
una  de  sus  afirmaciones  referentes  a  España,  cuya 
injusticia  reconoció  más  tarde  el  filósofo  napolitano, 
y  que  ahora  estima  como  una  boutade. 

"Cuando  escribí  — le  dice  a  Unamuno — , 
bromeando  a  propósito  del  krausismo  español, 
la  "siempre  desventurada  España" —  frase  que 
tanto  hirió  al  vasco — ,  pensaba  en  las  corrientes 
del  peor  positivismo  europeo  que  entonces  la  in- 
vadían, tanto  como  en  la  inoculación  del  peor 
sistematismo  tudesco  que  había  sufrido  unos  de- 
cenios antes...  En  ¡a  nueva  edición  que  se  pre- 
para de  la  Estética  quitaré  esa  frase,  pero  no  es 
posible  quitarla  de  la  traducción  española,  porque 
suprimiría  algunas  páginas  de  su  bella  introduc- 
ción. Prefiero,  pues,  que  quede  a  los  ojos  de  to- 
dos mi  pecado,  para  que  no  falten  esas  páginas 
de  castigo." 

Y  Unamuno  respetó  la  frase,  y  disculpa  y  compren- 
de los  motivos  en  que  Croce  se  basó  para  emplearla. 

De  estos  años  es  también  otro  prólogo,  creo  que 
mucho  menos  conocido,  de  Unamuno  y  que  se  publi- 
có al  frente  de  la  traducción  española  debida  a  Juan 
L.  Taltavull  del  libro  de  Richard  Bagot.  Los  italia- 
nos de  hoy,  Barcelona,  1913.  Y  eso  que  la  Revista 
de  Libros  lo  dió  a  conocer  aislado  en  su  número  de 
febrero-marzo  del  año  siguiente.  {Año  II,  núm.  VIII, 
páginas  71-76). 

La  doble  eficacia  de  esta  obra  la  cifra  su  prolo- 
guista en  que  dará  a  conocer  a  los  españoles  cómo 
son  los  italianos  de  hoy,  y  en  que  orientará  a.  aquc- 


52 


INTRODUCCION 


líos  "respecto  a  la  posición  que  toman  esos  pueblos 
a  los  que  aquí,  por  antonomasia,  se  les  llama  europeos, 
frente  a  aquellos  otros  a  los  que  estiman  como  ha- 
biendo terminado  ya  su  misión  histórica  y  mero  ob- 
jeto de  la  curiosidad  por  lo  exótico  y  lo  pintoresco". 

Es  el  caso  de  España,  víctima  también,  como  su 
hermana  Italia,  de  esa  oleada  de  incomprensión  que 
es,  por  lo  general,  desconocimiento.  Y  huelga  decir 
que  es  este  parangón  el  que  más  destaca  Unamuno, 
aplicando  en  cierto  modo  a  su  país  lo  que  Bagot  des- 
cubre a  sus  lectores  sobre  Italia,  protcstanto  del  ol- 
vido en  que  ha  sido  tenida  ésta. 

"También  sobre  nosotros  se  ceba  la  petulancia 
de  turistas  y  de  pescadores  de  impresiones  de  via- 
je o  de  tesis  doctorales.  Y  por  eso  quiero,  antes 
de  concluir,  dirigir  un  ruego  a  aquellos  italia- 
nos a  quienes  por  acaso  cayesen  bajo  los  ojos 
estas  líneas,  y  es  que  no  hagan  a  ningún  otro 
pueblo  víctima,  que  no  nos  hagan  a  nosotros 
víctimas  de  las  mismas  injusticias  de  que  con 
tanta  razón  se  lamenta  y  contra  las  que  protesta 
en  este  libro  Richard  Bagot." 


Prólogos  a  otros  libros  españoles. 

Un  caso  semejante  al  de  las  obras  completas  de 
Maragall  nos  brinda  el  de  la  edición  conmemorativa 
de  las  de  Gabriel  Miró,  cuyo  volumen  II,  Las  cere- 
zas del  cementerio,  Barcelona,  1922,  lleva  un  prólo- 
go unamuniano.  En  él  recuerda  su  amistad  con  el  no- 
velista levantino  y  aquella  visita  que  juntos  hicieron 
al  monasterio  de  Poblé t  en  1915  ó  1916,  donde  don 
Miguel  le  leyó  algunos  trozos  de  su  poema  El  Cristo 
de  Velázquez,  y  donde  ilustró  a  su  amigo  sobre  la  eti- 
mología del  lugar  que  visitaban.  Mas  aquel  diálogo 


INTRODUCCION 


53 


de  miradas  entre  Miró  y  un  mochuelo  que  él  encon- 
tró en  un  agujero  de  los  muros  del  claustro. 

"¡Cómo  lo  recuerdo  y  lo  comprendo  ahora! 
Porque  la  mirada  glauca  y  serena  de  Miró  ilu- 
mina cuanto  mira  y  en  una  luz  difusa,  como 
en  una  neblina  de  lumbre  premilunar,  en  que  todo 
se  interioriza." 

Y,  refiriéndose  a  su  arte  de  novelar,  desliza  Una- 
muno  agudas  observaciones  sobre  el  del  levantino, 
cuya  obra  "todo  es  paisaje",  incluso  sus  personajes 
mismos,  a  los  que  gustó  de  llamar  "figuras". 

"Figuras  de  patriarcas  y  jueces,  figuras  de  re- 
yes y  profetas,  figuras  de  Bethlem,  figuras  de  la 
Pasión  del  Señor,  figuras  de  discípulos,  figuras 
de  santos,  figuras...,  figuras...  Figuras,  esto  es,  algo 
que  se  finge,  que  se  hiñe,  que  se  amasa.  Se  amasa 
con  masa  de  luz  y  de  dulce  luz  lunar,  de  esa  "luna 
enorme,  ancha  y  encendida  como  el  Harneante 
ruedo  de  un  horno";  de  esa  roja  luna...  alta, 
dorada,  sola  en  el  azid,  con  "fragancia  de  mu- 
jer en  la  ininensidad" ,  con  que  abre  esta  novela 
Las  cerezas  del  cementerio.  ¡Luna  y  fragan- 
cia! No  sé  si  alguna  vez  Miró,  que  olía  tantas 
cosas  — a  padre,  a  noche,  a  tarde,  a  mujer... — , 
no  olió  a  luna.  No  paisajes  castellanos,  de  para- 
mera, de  violentos  contrastes,  de  recortado  cla- 
roscuro, sino  paisajes  levantinos,  a  ras  de  la 
mar  de  la  Odisea." 

Pero  hay  más  prólogos,  no  tan  literarios  como 
éste  acaso,  tal  vez  alguno  ocasional,  pero  en  los 
que  siempre  se  descubre  la  huella  unamuniana.  Si 
restablecemos  la  secuencia  cronológica,  mencionare- 
mos todos  éstos. 


54 


INTRODUCCION 


El  que  aparece  al  frente  de  La  juerga  de  la  estu- 
diantina, Madrid,  1916,  de  Cayetano  Alcázar,  es- 
tudiante entonces  en  la  Universidad  de  Madrid,  en 
el  que,  basándose  en  las  propias  notas  del  autor' 
para  redactarlo,  aborda  los  problemas  pedagógicos 
nacionales  en  ella  contenidos,  y  en  los  que  no  deja 
de  deslizar  el  suyo  personal,  aquella  amargura  que 
le  produjo  a  Unamuno  su  arbitraria  destitución  del 
Rectorado  dos  años  antes  de  redactar  estas  páginas. 

Por  aquellos  días  de  octubre  de  1916  escribe  tam- 
bién otro  prólogo  para  un  libro  cervantino.  El  de 
Juan  Cueto,  profesor  del  Colegio  de  Carabineros 
de  El  Escorial,  perteneciente  él  mismo  a  dicho 
Cuerpo,  quien  se  lo  solicitó  sin  conocerle  y  con  el 
que  luego  mantuvo  larga  amistad.  Lleva  por  título 
La  vida  y  la  raza  a  través  del  Quijote,  y  en  él  se 
refiere  Unamuno  a  la  que  su  autor  Uama  donosa- 
mente su  "profesión  cervantesca" .  "Alcabalero,  como 
el  evangelista  San  Mateo",  remata  aquél,  era  el  hé- 
roe de  Cervantes,  añadiendo  que  si  en  la  soberana 
inspiración  del  Quijote  entra  por  mucho  la  experien- 
cia que  Cervantes  adquirió  como  servidor  del  fisco, 
esta  misma  experiencia  entra  por  mucho  en  el  comen- 
tario de  Cueto".  Y  no  deje  de  leerse  el  largo  pasaje 
autobiográfico  del  final  de  estas  páginas,  en  que  el 
prologuista  se  defiende  de  los  que  le  consideran 
como  un  puerco-espín.  "¿Puerco-espín  yo?  — ex- 
clama —  ¡Dios  santo!  Me  llaman  puerco-espín,  los 
que  así  me  llaman,  porque  soy  un  carabinero  de 
la  cultura  patria.  En  cuanto  veo  artículo  de  con- 
trabando, hago  fuego". 

Prólogo  unamuniano  también  y  en  dos  tiempos, 
el  que  figura  en  la  segunda  edición  del  libro  del  fino 
ensayista  gallego  Victoriano  García  Martí,  Del  \i- 
vir  heroico  y  Del  mundo  interior.  Porque  cuando  en 
1915  publicó  su  autor  los  ensayos  que  forman  el 
primero  de  dichos  títulos,  que  dedicó  a  Unamuno, 


I  X  r  R  o  D  U  C  C  I  o  N  55 


éste  los  comentó  en  algunos  de  sus  escritos  públicos 
de  entonces.  Y  el  prólogo  era  como  una  promesa 
obligada  y  cumplida  cuando  fueron  reeditados.  Por 
eso  nos  dice:  "...no  quiero  ver  este  mi  ensayo  de 
entonces;  prefiero  releer  el  libro  de  García  Martí, 
que  para  mí  será  otro  que  entonces,  ya  que  yo  soy 
algo  otro,  y  dejar  correr  con  la  pluma  la  fantasía 
— con  ésta,  aquélla —  en  otro  ensayo  que  pueda  ser- 
virle de  prólogo."  Y  mezclando  ahora  lo  suyo  a  lo 
del  autor  prologado  — "Aunque  — nos  dice — ,  ¿qué  es 
lo  mío?,  ¿qué  lo  suyo?,  ¿qué  lo  de  los  demás? 
Cambiemos,  cambiemos" .  Busque  el  lector  alguna 
afirmación  unamuniana,  hecha  al  paso,  sobre  su  poe- 
sía y,  sobre  todo,  sus  novelas  Abel  Sánchez  y  La  tía 
Tula. 

Los  restantes  prólogos  de  este  apartado  son  muy 
posteriores,  posteriores  incluso  al  primeramente  ci- 
tado a  Miró,  y  muy  diversos.  Uno  de  ellos,  más  que 
prólogo,  y  así  se  consigna  en  el  libro  de  que  forma 
parte,  es  un  juicio  político  sobre  el  liberalismo  es- 
pañol. Lo  encontrará  el  lector  en  el  de  "Eugenia  As- 
tur",  titulado  Riego,  Madrid,  1933,  biografía  comen- 
tada del  general  liberal  de  este  apellido,  situándole 
en  el  cuadro  que  él  mismo  animó  con  su  vida  y  con 
su  muerte :  la  revolución  de  1820.  Léase  este  jui- 
cio, no  sólo  político  por  el  tema,  relacionándolo  con 
las  circunstancias  en  que  fué  redactado,  a  los  dos 
años  de  régimen  republicano.  Porque,  como  su  autor 
escribe : 

"Hay  que  añadir  que  Riego  fué  monárquico 
y  fué  católico,  y  que  son  muchos  los  que  por 
falta  de  visión  y  de  sentimiento  históricos,  no  se 
dan  cuenta  de  cómo  el  republicanismo  laico  de 
hoy  nació  de  la  entraña  del  constitucionalismo 
realista  y  liberal  de  hace  un  siglo" 


56 


INTRODUCCION 


Otro  es  el  del  libro  Retablo  infantil,  de  Manuel 
Llano,  aparecido  en  Santander  en  1935 j  marco,  por 
cierto,  de  uno  de  los  poemitas  del  Cancionero  unamii- 
niano,  que  desde  1953  conocemos  en  su  integridad. 
Conoció  a  aquel  Unamuno  en  la  Universidad  de  vera- 
no de  la  Magdalena,  por  mediación  de  José  María  de 
Cossío,  quien  puso  en  sus  manos  dos  libros  anterio- 
res suyos  — Brañaflor  3'  La  Braña — ,  y  como  el 
mismo  dice,  jugando  el  vocablo,  "quedé,  no  pren- 
dado, sino  prendido  de  esa  obra.  Y  luego  del  autor, 
al  conocerle  y  al  mejer  mi  mirada  con  la  mirada  de 
Llano.  Hacía  tiempo  que  no  había  recibido  yo  una 
tan  honda  y  entrañada  impresión  de  un  joven.  ¿Jo- 
ven? No;  mejor  será  decir  de  un  niño,  fuere  cual 
fuere  su  edad.  Un  niño  más  que  maduró  por  experien- 
cia de  vida.  Y  yo,  un  viejo  aniñado,  ya." 

Y  lo  que  más  le  prendó  de  Llano  "fué  su  más 
íntimo  fondo  — el  fondo  de  su  fondo — ,  o  sea  su 
lengua",  de  la  que  tiene  más  y  mejor  que  el  co- 
nocimiento, el  sentimiento  de  ella.  "Leyéndole  — aña- 
de—  dejé  de  señalar  vocablos,  giros,  frases,  ritmos 
sobre  todo,  para  abandonarme  al  encanto  de  su  dic- 
ción." 

El  último  de  los  prólogos  de  Unamuno,  creo  que 
también  el  último  que  escribió,  el  mismo  año  de  su 
muerte,  es  el  que  hoy  puede  leerse  como  portada  del 
libro  de  José  Días  Morales,  titulado  ¡  Zas !  Gulliver 
en  el  país  de  la  calderilla,  Madrid,  1936,  que  es  un 
conjunto  de  crónicas  antes  aparecidas  en  un  diario, 
Heraldo  de  Madrid.  Y  como  en  algunas  de  ellas  se 
aludía  al  propio  Unamuno,  son  quizá  lo  más  intere- 
sante de  estas  páginas  suyas  de  ahora  los  toques  au- 
tobiográficos. Sobre  el  Augusto  Pérez  de  su  novela 
Niebla,  sobre  su  poesía,  y  éste,  que  tiene  todo  el  em- 
paque de  un  patético  mensaje : 


"Y  pensando  en  la  hoja  recordatoria  que  aquí 


INTRODUCCION 


57 


se  le  dedica  al  entierro  de  Cajal,  no  sé  ni  cuán- 
tos ni  cuáles  acudirán  a  mi  entierro.  Lo  que  de- 
seo es  que  me  entierren,  que  me  adentren  en  sí 
aquellos  que  me  hayan  leído,  que  son  los  que  me 
Imn  hecho.  Uno  de  ellos,  el  autor  de  estas  hojas. 
Y  no  me  importa  cómo  me  lia  ya  visto.  ¿Es  que 
yo  me  veo  mejor  a  mí  mismo  F" 

La  guerra  europea  de  1914. 

Sabido  es  que  en  la  primera  gran  contienda  de 
este  siglo  adoptó  muy  pronto  Unamuno  una  actitud 
beligerante,  con  la  pluma  y  el  discurso,  a  favor  de 
la  causa  de  los  aliados  y  frente  a  los  llamados  en- 
tonces Imperios  Centrales,  o  más  bien  contra  la  ger- 
manofilia  española.  Parte  de  esa  tarea  la  cumplió 
en  varios  prólogos,  hoy  prácticamente  olvidados.  Y 
pese  a  la  coyuntura  apasionada  que  los  dictó,  hay 
en  estas  páginas  no  pocas  aseveraciones  que  habrá 
que  tener  en  cuenta.  No  voy  a  detenerme  en  puntua- 
lizarlas, y  limitaré  mi  empeño,  puesto  que  el  otro 
puede  realizarlo  el  lector  por  sí  mismo,  a  enumerar 
cuáles  fueron  y  en  qué  circunstancias,  si  es  posible 
detallarlas,  nacieron. 

Todos  corresponden  a  los  años  1915  y  1916,  los 
básicos  de  aquella  contienda.  Los  del  primero  son 
estos  dos:  el  que  encabeza  la  versión  española  de  la 
Historia  ilustrada  de  la  guerra,  Barcelona,  1915.  Se 
debe  aquélla  a  Luis  Ruiz  Conireras,  y  es  el  autor  del 
texto  original  Gabriel  Hanotaux,  académico  y  ex 
ministro  de  Estado  de  Francia.  El  segundo,  que  no 
me  ha  sido  posible  incluir  en  este  volumen  por  nc 
haber  localizado  un  ejemplar  del  libro  en  que  figura, 
precede  a  la  versión  española  hecha  por  Héctor  Oriol 
de  un  ensayo  de  G.  K.  Chesterton,  en  inglés,  con  el 
título  de  Sobre  el  concepto  de  barbarie.  Barcelona 


58 


INTRODUCCION 


1915.  Este  libro  fué  costeado  por  un  entusiasta  de  la 
causa  de  Bélgica,  y  el  producto  de  su  venta  se  desti- 
nó al  Everyman  Belgian  Relief  and  Reconstruction 
Fund,  establecido  en  Edimburgo.  Sé  también  que  sus 
primeras  páginas  contienen  curiosas  afirmaciones  so- 
bre el  humorismo  y  las  paradojas,  a  propósito  de  la 
figura  y  la  obra  del  humorista  británico. 

De  1916  son  los  dos  restantes.  El  que  aparece  en 
la  segunda  edición  española  del  libro  Yo  acuso,  por 
un  alemán,  impreso  en  Valencia  en  ese  año.  Lo  en- 
cabeza una  advertencia  de  Antón  Suter,  doctor  en 
Derecho,  asumiendo  la  responsabilidad  de  la  publica- 
ción de  este  libro,  escrito  por  un  patriota  alemán, 
quien  dice  habérsele  confiado.  En  el  prólogo  dice  don 
Miguel  que  el  autor  parece  un  buen  alemán  republi- 
cano y  acaso  socialista  a  la  antigua  tudesca,  con  tra- 
diciones de  la  revolución  de  1848,  de  la  romántica 
Confederación,  y  acaso  del  Sturm  und  Drang.  Este  y 
el  siguiente  los  encontrará  el  lector  en  su  correspon- 
diente lugar. 

Es  el  que  encabeza  otra  traducción  española,  la 
del  libro  La  ciudad  doliente.  (Diario  de  un  soldado 
raso),  de  Gastón  Riou,  París.  1916.  En  él  se  con- 
tienen noticias  sobre  el  autor  de  esta  obra,  un  escri- 
tor francés  de  la  Provenza,  que  antes  de  la  guerra 
ya  se  había  dado  a  conocer  con  otra  en  la  que  ata- 
caba a  la  Acción  Francesa.  La  de  ahora  no  es  un 
relato  de  combatiente,  que  lo  fué  y  cayó  preso  de 
los  alemanes;  sino  unas  memorias  de  cautividad, 
henchidas  — dice  su  prologuista  español —  "de  muy 
fina  psicología,  pero  de  psicología  artística,  instrui- 
da y  sentida,  y  no  de  esa  otra  hórrida  quisicosa  a 
que  llaman  psicología  científica" . 


IXTRODUCCIOX 


59 


Los  PRÓLOGOS  A  TRADUCCIONES 
PROPIAS    Y  AJENAS. 

Y  terminaremos  refiriéndonos  a  un  prólogo,  el 
primero  que  redactó  Unamiino  para  una  traducción 
propia,  la  que  hizo  en  1SS9  de  los  Bocetos  de  via- 
je a  través  del  país  vasco,  de  Guillermo  de  Hum- 
boldt,  y  que  hemos  incluido  por  su  tema  en  el  to- 
mo VI  de  estas  Obras  Completas,  junto  con  sus  es- 
tudios sobre  el  vascuence.  En  cambio,  hemos  traído 
a  éste  un  olvidado  prefacio  que  él  mismo  puso  en 
su  traducción  española  del  Sumario  de  Derecho  Ro- 
mano que  escribió  en  inglés  G.  A.  Hunter,  redacta- 
do hacia  1900,  y  que  no  hemos  visto  citado  en  las 
bibliografías  unamunianas,  como  algunos  de  los  en- 
este  vohonen  incluidos. 

También  nos  referiremos  aquí  al  que  compuso  para 
la  versión  castellana  de  El  Zohar  en  la  España  mu- 
sulmana y  cristiana,  del  doctor  Ariel  Bension,  pu- 
blicado en  1931.  "El  Zohar"  o  Libro  del  Esplendor 
— leemos  allí — ,  de  que  Ariel  Bension,  enterrado 
hace  poco  en  Jerusalén,  nos  da  aquí,  en  este  otro 
libro,  cumplida  cuenta,  es  algo  así  como  el  Evan- 
gelio místico  de  los  hebreos  sefarditas,  los  renaci- 
dos antaño  en  España  — Híspanla,  Iberia — ,  los  de 
origen  español.  Parece  que  lo  sacó  a  luz,  en  arameo, 
el  rabino  español  Moisés  de  León,  a  fines  del  si- 
glo XIII." 


Noticia  de  otros  prólogos  que  en 
SU  mayor  parte  no  lo  son. 

Creo  que  el  tínico  escrito  suyo  de  este  tipo  que 
Unamuno  incorporó  a  sus  obras  es  el  que  firmaba 
en  febrero  de  1902,  para  el  libro  del  argentino  doc- 


60 


INTRODUCCION 


tor  Bunge,  titulado  La  educación.  Con  el  mismo  tí- 
tulo de  éste  lo  incorporó  a  sus  Ensayos.  {Véase  el 
tomo  III  de  la  edición  de  estas  Obras  Completas.) 
Los  restantes  hicieron  su  camino  con  los  libros  para 
que  fueron  destinados,  y  hasta  hoy  no  se  habían  pu- 
blicado reunidos.  Pero  como  en  las  biografías  una- 
munianas  suele  darse  noticia  de  alguno  de  ellos  que 
el  lector  puede  echar  de  menos  en  esta  colectánea. 
parece  conveniente  que,  en  lo  que  se  nos  alcance, 
completemos  la  información  sobre  esta  tarea  de  don 
Miguel,  varia  y  numerosa,  como  puede  apreciarse. 
Y  acomodándose  en  lo  posible  el  orden  cronológi- 
co, he  aquí  ordenadas  las  noticias  que  he  podido 
allegar. 

1.  El  genio  de  la  raza,  del  escritor  argentino 
Francisco  Soto  y  Calvo,  Chartres.  imprenta  de  Du- 
rand,  1900,  XVl  +  36  páginas.  Se  refiere  a  ello  el 
propio  don  Miguel  en  la  reseña  del  poema  Nostalgia, 
del  mismo  autor,  aparecida  en  la  revista  La  Lectu- 
ra, Madrid,  abril,  1902.  Y  más  tarde,  en  su  escrito 
"Arte  y  cosmopolitismo" ,  incluido  en  su  libro  Contra 
esto  y  aquello,  precisa  más,  en  estos  términos: 

"En  una  mi  carta  dirigida  a  Soto  y  Calvo, 
que  este  buen  amigo  ha  puesto  al  frente  de 
su  "evocación  de  un  poeiria  argentino" ,  El  ge- 
nio de  la  raza,  expuse,  lo  más  condensado  que 
me  fué  posible,  mi  concepto  acerca  del  cosmopo- 
litismo en  poesía..." 

Efectivamente,  en  el  ejemplar  de  esta  obra,  que 
se  conserva  en  la  Biblioteca  de  Menéndcz  Pelayo,  he 
tenido  ocasión  de  confirmar  que  la  introducción  de 
ella  la  integran  dos  cartas:  una  de  Soto  y  Calvo  a 
Unamuno,  fec liada  en  París  en  enero  de  1900,  y  otra 
de  éste  a  aquél,  fecho-da  en  Salamanca  en  los  mismos 
mes  y  año. 


INTRODUCCION 


61 


2.  En  La  ciudad  indiana,  del  historiador,  tam- 
bién argentino,  Juan  Agustín  Garda,  Buenos  Aires, 
se  anuncia,  no  un  prólogo,  sino  un  juicib  de  Unainii- 
no.  Así  es.  Se  trata  de  la  reseña  que  de  esta  obra 
redactó  para  la  Sección  de  crítica  hispanoamericana 
de  La  Lectura,  aparecida  en  el  número  de  agosto  de 
1901. 

3.  Nuevos  ensayos  de  crítica  literaria  y  filosófica, 
del  escritor  uruguayo  Alberto  Nin  y  Frías,  Montevi- 
deo, Dornalcche  y  Reyes,  S.  A.  XXXIII  +  257  pági- 
nas. Lleva  este  volumen  una  carta  de  José  Enrique 
Rodó  y  un  estudio  de  Unamuno,  que  no  es  otro  que 
la  reseña  que  éste  publicó  en  La  Lectura,  de  Madrid, 
número  de  noviembre  de  1902. 

4.  Cuentos  malévolos,  del  peruano  Clemente  Pal- 
ma, Barcelona,  Salvat,  1904,  XVI  +  169  páginas.  Al 
frente  de  ellos  va  una  carta  de  Unamuno  al  autor,  je- 
cliada  en  Salamanca  el  17  de  abril  de  1904.  De  los 
doce  cuentos  que  integran  el  volumen,  el  décimo,  ti- 
tulado "El  hijo  pródigo",  está  dedicado  a  don  Miguel. 

5.  Vida  y  escritos  del  Dr.  D.  José  Rizal,  por 
IV.  E.  Retana,  Madrid,  V.  Suárez,  1907,  512  pági- 
nas. Tiene  un  prólogo  de  Javier  Gómez  de  la  Serna 
y  un  epílogo  de  Unamuno. 

6.  Odas  singulares,  de  Amoldo  Fregones,  Buenos 
Aires,  Athenas,  1911,  103  páginas.  Con  un  prólogo 
de  M.  de  Unxtmano.  En  algunas  bibliografías  se  cita 
como  de  don  Miguel,  pero  es  un  seudónimo  cervanti- 
no, "Manco  de  Unamano" ,  parodiando  el  estilo  del 
autor  del  Quijote.  En  la  biblioteca  de  Unamuno 
cris  fe  un  ejemplar  dedicado  por  el  autor. 

7.  En  la  postdata  de  una  carta  de  don  Miguel  a 
don  José  María  de  Onís,  fechada  el  26  de  abril  de 
1911,  se  lee:  "Si  viera  ahí  al  Sr.  Aguiló,  biblioteca- 
rio, pregúntele  qué  se  hizo  de  aquel  mi  prólogo  a  la 
Antología  de  rústicos.'''  No  tengo  otra  noticia  de  él. 


62 


INTRODUCCION 


8.  Sobre  el  concepto  de  barbarie,  ensayo  de  G.  K. 
Chesterton,.  traducido  del  inglés  por  Héctor  Oriol, 
Barcelona,  IVIS,  lleva  un  prólogo  de  Unmnuno.  Pa- 
rece ser  que  el  libro  fué  costeado  por  un  entusiasta 
de  la  causa  de  Bélgica  y  el  producto  de  su  venta  se 
destitmba  a  engrosar  el  Everyman  Belgian  Relief  and 
Reconstruction  Fund,  establecido  en  Edimburgo. 

9.  El  árbol  ilusionado,  del  chileno  Ernesto  A. 
Gusmán,  Santiago  de  Chile,  Imprenta  Universitaria, 
1916.  Suele  indicarse  que  tiene  un  prólogo  de  Una- 
mimo.  Lo  que  hay  es  un  juicio  de  Isaac  J.  Barre- 
ra sobre  otro  libro  de  este  poeta,  el  titulado  Poemas 
de  la  serenidad,  que,  efectivamente,  fué  prologado 
por  don  Miguel,  y  aüí  se  alude  a  este  prólogo. 

10.  Viejo  cantar,  por  Vicente  Medina,  Rosario  de 
Santa  Fe,  1919,  103  páginas.  Con  un  juicio  crítico 
de  Miguel  de  Unamuno.  Forma  parte  de  la  colección 
de  Obras  Completas  editadas  por  el  propio  autor,  vo- 
lumen I,  y  el  juicio  no  es  otro  que  una  de  las  corres- 
pondencias de  don  Miguel  sobre  el  poeta  español,  que, 
con  el  título  de  "El  poeta  emigra",  vió  la  luz  en  La 
Nación,  de  Buenos  Aires,  el  2  de  marzo  de  1908,  que 
incluí  en  el  tomo  I  de  mi  De  esto  y  de  aquello,  Bue- 
nos Aires,  1950,  y  que  hoy  figura  en  el  volumen  V  de 
estas  Obras  Completas. 

11.  Obras  Completas,  de  José  Martí,  volumen  XV, 
La  Habana,  1919,  572  páginas.  Lleva  una  introduc- 
ción de  Unamuno,  titulada  "Sobre  los  versos  libres 
de  Martí",  que  es  un  artícido  aparecido  en  Heraldo 
de  Cuba,  el  18  de  febrero  de  1914,  cuando  recibió  los 
citados  versos  del  poeta  cubano,  enviados  por  Gon- 
zalo de  Qucsada,  que  en  parte  preparó  esta  edición 
posterior. 

12.  Los  jardines  españoles.  En  voz  baja,  de  Ama- 
do Ñervo,  volumen  VII  de  sus  Obras  Completas,  Ma- 
drid. Biblioteca  Nueva,  1920.  Se  indica  que  lleva 


INTRODUCCION 


63 


un  prólogo  de  Unamuno,  pero  son,  en  realidad,  dos 
correspondencias  suya^  en  La  Nación,  de  Buenos  Ai- 
res, l-a  primera  publicada  en  1909,  con  el  título  de 
Amado  Ñervo  en  voz  baja",  y  la  segunda,  en  ju- 
lio de  1919,  se  titidó  "A  la  memoria  de  Amado  Ñer- 
vo". Fué  el  propio  don  Miguel  quien,  ante  un  requeri- 
miento de  Alfonso  Reyes,  que  cuidó  el  texto  de  esta 
edición  de  su  paisano,  preparó  esta  colaboración  suya. 
El  texto  primitivo  experimentó  esta  adición:  "Las 
precedentes  líneas  las  escribí  en  1909,  y  diez  años 
después,  hace  uno,  en  1919,  al  saber  la  muerte  de 
Amadft,  escribí,  conmovido,  las  que  van  a  seguir. 
Acaso  demasiado  conmovido.  Y  el  vis  me  flere  añade 
dolendum  est  primum  tibi,  añade  el  primum,  esto  es : 
antes,  no  en  el  momento  mismo  de  querer  hacerme  llo- 
rar. Pero  quise  aquí  hacer  que  el  lector  no  llorase, 
sino  se  tragara  sus  lágrimas,  si  la  muerte  de  Ñervo  se 
las  provocara." 

13.  En  el  país  de  los  bubis,  novela  por  José  Mas, 
segunda  edición.  Cuando  apareció  la  primera  Unamu- 
no escribió  una  de  sus  correspondencias  para  La  Na- 
ción, de  Buenos  Aires,  con  el  mismo  título  del  libre 
que  la  motivó,  y  fué  publicada  el  1  de  enero  de  1921. 
La  nueva  edición  se  anunció  con  prólogo  de  don  Mi- 
guel. Incluí  esa  correspondencia  en  el  tomo  I  de  mi 
De  esto  y  de  aquello,  Buenos  Aires,  1950,  y  hoy  fiqu- 
ra  en  el  V  de  estas  Obras  Completas. 

14.  Rimas  Completas,  de  Gustavo  Adolfo  Bécquer. 
Con  un  comentario  lírico  de  M.  de  Unamuno.  París. 
Editorial  Excelsior,  1925,  192  páginas.  Así  reza  la  fi- 
cha bibliográfica  de  este  libro,  que  no  lie  logrado  ver. 
En  1938  creo  que  fué  reeditado  en  Santiago  de  Chile, 
pero  ignoro  si  se  mantuvo  ese  comentario  lírico,  que 
creo  debe  ser  una  corespondencia  de  don  Miguel,  ti- 
tulada "Releyendo  las  Rimas  de  Bécquer",  que  vió  la 
luz  en  La  Nación,  de  Buenos  Aires,  el  22  de  ju- 


64 


INTRODUCCION 


lio  de  1923.  Por  cierto  que  en  él  anticipa  algunas 
de  las  rimas  de  su  libro  Teresa,  aparecido  al  año 
siguiente. 

15.  La  tierra  purpúrea,  de  N.  H.  Hudson,  ver- 
sión Castellana  de  E.  Hihnan,  Madrid,  Sociedad  Ge- 
neral Española  de  Librería,  1928,  415  páginas.  Lleva 
un  prólogo  del  escritor  Mr.  Robert  B.  Cunningham 
Graliam,  y  un  epílogo  de  Unamuno.  Aunque  este  li- 
bro fué  reeditado,  según  mis  noticias,  en  Buenos  Ai- 
res, en  1941,  no  me  ha  sido  posible  conseguir  el  tex- 
to del  citado  epílogo,  que  por  eso  no  figura  en  este 
volumen. 

16.  Intuiciones  de  la  escuela,  de  Valentín  Aran- 
da,  1934.  El  prólogo  allí  anunciado  es  un  fragmento 
de  una  carta,  que  dice  así: 

"En  tanto,  puesto  que  usted  también,  amigo 
mío,  se  ha  dado  a  esta  tarea  de  escribir  para  los 
demás,  para  comulgar  con  ellos,  lo  que  no  le 
pidan,  eso  les  dé;  lo  que  no  le  demanden,  eso 
les  ofrezca;  a  lo  que  no  le  pregunten,  a  eso  les 
responda;  lo  que  no  les  importe  aprender,  eso 
les  enseñe.  Cuando  hayan  pasado  las  estrepito- 
sas ventoleras  y  enmudecido  su  griterío,  habrán 
de  flotar  y  sobrepujar  las  voces  recogidas 
— ahora  ahogadas —  que  guían  la  permanente  re- 
volución silenciosa  e  íntima  del  pensamiento.  Y 
como  éste,  el  pensamiento,  es  lenguaje  íntimo,  lo 
más  íntima,  entrañada,  de  las  revoluciones  es 
la  de  hacerse  uno  a  hablarse,  a  ponerse  en  claro 
a  st  mismo,  con  la  lengua  común,  de  los  secula- 
res rezos  caseros  y  familiares.  Y  poptdares, 
laicos." 

17.  San  Pablo,  de  Teixeira  de  Pascoaes,  versión 
española.  Barcelona,  Editorial  Apolo,  1953,  XI  +  327 
páginas.  Con  un  prólogo  de  Unamuno.  Realmente 


INTRODUCCION 


65 


es  el  articulo  titulado  "San  Pablo  y  ¡abre  España!", 
aparecido  en  el  diario  madrileño  Ahora,  24  de  mayo 
de  1934,  y  que  incluí  en  mi  De  esto  y  de  aquello, 
tomo  IIIj  Buenos  Aires,  Editorial  Sudamericana, 
1953. 

18.  Babel  y  el  castellano,  del  escritor  argentino 
Arturo  Capdevila,  segunda  edición,  Buenos  Aires, 
Losada,  Colección  Contemporánea,  nxmiero  68,  1940, 
18S  páginas.  Lleva  un  prólogo  con  versos  de  Una- 
muño.  Se  trata  de  una  carta  fcciiada  en  Hendaya  el 
31  de  agosto  de  192S.  Los  versos  son  los  poemas 
números  364  y  365,  inspirados  precisamente  en  la  lec- 
tura del  libro  de  Capdevila  en  su  primera  edición. 

19.  El  son  entero,  del  poeta  cubano  Nicolás  Gui- 
llen, Buenos  Aires,  Editorial  Pleamar,  1947.  Es 
igualmente  una  carta  fechada  en  Madrid,  el  8  de 
junio  de  1932,  en  la  que  le  anticipa  el  poema  núme- 
ro 1570  de  su  Cancionero,  compuesto  la  víspera  del 
día  de  los  Reyes  Magos  del  año  anterior. 

Por  último,  debo  indicar  que  tengo  noticia  de  al- 
gunos  prólogos  más  que  no  debieron  llegar  a  publi- 
carse, o  si  lo  fueron  no  he  podido  ver  el  libro  co- 
rrespondiente. 

De  uno  de  ellos  nos  informa  el  propio  don  Mi- 
guel en  un  escrito  suyo,  titidado  "A  propósito  de 
Camilo  Bargiela",  que  apareció  en  El  Liberal,  de 
Madrid,  el  26  de  octubre  de  1920.  Dice  así: 

"Escribí  también,  a  su  pedido,  un  prólogo 
para  una  colección  de  cuentos  y  relatos  suyos, 
entre  los  que  recuerdo  el  de  una  entrevista  en- 
tre Don  Quijote  y  Don  Juan  Tenorio,  colección 
que  no  llegó  a  publicar.^' 

Del  otro  he  llegado  a  ver  impresa  la  portada  del 
libro,  pero  parece  ser  que  no  se  imprimió  más.  La 
tirada  estaba  proyectada   para  cincucliia  ejempla- 


66 


INTRODUCCION 


res.  Se  trata  del  titulado  Quelques  sites  d'Espagne  et 
de  Portugal,  de  Ser  ge  Rovinsky,  Parts,  S.  A.,  que 
contenta  veinticuatro  grabados  originales  en  madera, 
impresos  a  mano  por  el  artista,  cuyo  texto  seria  de 
Unamuno. 

Completan  esta  relación  las  noticias  que  ahora  ofre- 
cemos sobre  escritos  unamunianos  incorporados  a  li- 
bros ajenos  que  realmente  no  corresponden  al  tema 
que  forma  la  primera  parte  de  este  volumen. 

En  el  libro  de  Carlos  Guido  y  Spano,  Poesías,  Co- 
lección "Ariel",  San  José  de  Costa  Rica,  1914,  se  in- 
cluye como  epílogo  aparte,  como  suplemento  de  dicho 
volumen  de  la  colección  un  escrito  titulado  "/  Venga 
la  guerra!",  que  es  el  aparecido  poco  antes  en  el  se- 
manario madrileño  Nuevo  Mundo,  como  así  se  hace 
constar. 

En  la  Antología  filosófica  de  Eugenio  D'Ors,  or- 
denada por  R.  Rucabado  y  J.  Farrán,  con  el  título 
de  La  filosofía  del  hombre  que  trabaja  y  juega,  Bar- 
celona, Antonio  Lópc::,  1914,  213  páginas,  precedida 
de  una  introducción  de  Manuel  G.  M órente,  hay  va- 
rios estudios  de  autores  diversos,  uno  de  ellos  de  don 
Miguel  (págs.  206-213),  que  son,  en  realidad,  frag- 
mentos de  los  tres  artículos  que  dedicó  a  La  Bien 
Plantada,  hoy  incluidos  en  el  tomo  V  de  estas  Obras 
Completas. 

No  he  conseguido  ver  el  libro  La  ofrenda  de  Espa- 
ña a  Rubén  Darío,  Madrid,  1916,  en  el  que  hay  una 
colaboración  unamuniana. 

Y  en  el  número  3  de  la  revista  Verso  y  Prosa, 
Murcia,  marzo,  1927,  se  reproducen  tres  dedicatorias 
de  don  Miguel  en  el  ejemplar  de  otros  tantos  libros 
suyos  de  los  que  forman  la  biblioteca  de  José  María 
de  Cossío,  en  Tudanca,  donde  pasó  unos  días  aquél 
en  agosto  de  1923. 

Indicaremos,  por  último,  que  los  prólogos  unamu- 
nianos incluidos  en  este  tomo  de  sus  Obras  Com- 


INTRODUCCION 


67 


plctas,  van  ordenados  cronológicamente,  respetando 
la  fecha  en  que  fueron  redactados,  precisada  en  la  ma- 
yoría de  ellos. 


II.    Las  conferencias  y  discursos. 

Con  un  ntímero  parigual  al  de  los  prólogos  he 
formado  la  segunda  parte  de  este  tomo  de  Obra)s 
Completas,  de  Unamuno;  como  es  de  rigor,  resulta 
más  extensa.  Y  aunque  este  aspecto  de  su  actividad, 
la  de  conferenciante  y  orador,  sea  más  familiar  para 
los  españoles  de  su  tiempo,  ni  él  incluyó  muestras 
de  él  en  sus  libros,  ni  abundan  los  textos  impresos 
durante  su  vida,  y  eso  que  en  no  pocas  ocasiones 
hizo  uso  de  los  que  para  ellas  redactó.  Porque,  como 
él  escribiera  en  1936: 

"...aunque  yo  sé  explicarme  bastante  bien  de 
palabra  y  no  tartamudeo,  sin  embargo,  cuando 
a  mis  compatriotas  me  dirijo  en  la  creencia  y  ta 
confianza  de  que  tengo  algo  que  decirles  que 
otro  no  les  dirá  como  yo,  aunque  se  lo  diga 
mejor,  se  lo  digo  por  escrito." 

La  mayor  parte  de  los  textos  que  el  lector  va  a  en- 
contrar en  la  segunda  parte  de  este  libro  proceden 
de  manuscritos  de  su  autor  o  de  impresiones  basa- 
das en  ellos  que  él  tuvo  ocasión  y  cuidado  de  co- 
rregir o  revisar.  Para  otros  nos  hemos  valido  de 
reproducciones  taquigráficas,  de  cuya  fidelidad  no  te- 
nemos por  qué  dudar,  aunque  en  ellas  puedan  des- 
cubrir sus  lectores  alguna  vacilación  de  que  ha  de 
eximirse  al  autor.  Sólo  en  contadas  ocasiones  he- 
mos acudido  a  extractos,  eligiendo  de  ellos  los  que 
más  fidedignos  se  nos  antojaron,  recordando  lo  que 


6»'  INTRODVCCION 


el  mismo  Unamuno  contaba  al  final  casi  de  sus 
días. 

"Extractar.  Perdóneseme  la  petulancia,  pero 
pedir  el  extracto  de  ciertos  discursos  es  tan  des- 
atinado como  pedir  — y  este  desatino  se  repite 
en  clases  de  Literatura —  el  argumento  de  la 
Ilíada.  Y,  a  las  veces,  como  pedir  el  extracto  de 
una  sinfonía.  A  propósito  de  esto  de  los  extrac- 
tos, quiero  contar  lo  que  me  ocurrió  con  una  con- 
ferencia, en  cuyo  contenido  puse  gran  cuidado. 
Y  es  que,  no  queriendo  escribirla  para  leerla 
— como  habia  hecho  otras  veces —  y,  desde  lue- 
go, no  recitarla  de  memoria,  hice  un  extracto 
previo,  un  esqueleto  o  armazón  de  ella,  dejando 
los  adornos,  y  las  ejemplificaciones,  y  las  alusio- 
nes para  el  momento  de  exponerla.  Fui  luego,  al 
decirla,  salpicándola  de  toda  clase  de  anécdotas, 
chascarrillos,  alusiones,  croniquillas  y  demás  del 
género.  Cada  reportero  hico  un  extracto,  excepto 
uno,  a  quien  le  di  yo  el  mío.  La  traza  de  la  fá- 
brica de  la  conferencia .  su  armazón  conceptual 
sin  todos  aquellos  añadidos,  de  peso  los  más.  Y 
al  dia  siguiente  me  decía  uno:  — "Pero,  ¿quién 
ha  sido  el  desdichado  que  ha  hecho  esc  extracto, 
dejándose...?",  y  aquí  fué  enumerando  los  aña- 
didos. Y  al  contestarle  que  yo  había  sido  el  ex- 
tractor, se  qttedó  estupefacto.  Claro  está  que  los 
que  leyeron  los  otros  extractos  no  se  dieron 
cuenta  de  lo  ane  yo  bahía  dicho.'"  (" /Conferen- 
cias? ¡No!"  En  el  diario  Ahora,  Madrid,  24  de 
enero  de  1936.") 

Por  eso,  al  final  de  cada  uno  de  los  textos  aquí 
reproducidos,  se  indica  su  procedencia.  Todos  ellos 
contribuirán,  sin  duda,  a  reverdecer  los  recuerdos  pe-^- 


INTRODUCCION 


69 


sánales  de  quienes  tuvieron  ocasión  de  escuchar  al- 
guna ve::  a  Unamuno,  aquellos  sus  ademanes  nada 
retóricos  y  sí  muy  expresivos;  aquella  prestancia  con 
que  se  dirigía  a  sus  auditorios,  y  hasta,  tal  ve::,  aque- 
lla voz  algo  chillona,  por  su  timbre  metálico,  que 
tan  bien  se  acomodaba  a  su  gesto.  El  colector  se  dará 
por  satisfecho  si  esa  conjunción  de  textos  y  recuer- 
dos logra  evocar  a  sus  lectores  de  hoy  al  don  Miguel 
de  entonces,  no  menos  vivo  y  duradero  en  esta  parce- 
la de  su  obra  que  en  las  restantes. 

Y  en  ella  creemos  que  encontrará  quien  en  su  lec- 
tura se  adentre,  una  muestra  de  casi  todos  los  tipos 
de  oración  pública  que  Unamuno  cidtivó,  incluso  la 
política,  y  de  ella  la-  porción  más  permanente,  la  que 
menos  se  ha  ajado  con  el  trascurso  del  tiempo. 

Hechas  estas  convenientes  y  aún  necesarias  adver- 
tencias, procedamos  a  una  exposición  de  lo  que  aquí 
queda  compilado.  Sin  ánimo  de  resumir  lo  que  no 
siempre  es  fácil  y  hacedero;  estableciendo  simple- 
mente un  cierto  orden,  una  agrupación,  que  quisiera 
ser  — acaso  no  lo  consiga —  orientadora.  El  misino 
orden  cronológico  de  los  textos  reunidos  puede  ser 
quizá  muy  revelador. 


Conferencias  y  discursos  académicos. 

Agrupamos  aquí  los  dichos  o  leídos  por  Unamu- 
no en  cuanto  catedrático  y  rector  universitario, 
aquellos  que  tuvieron  por  marco  esta  Universidad 
de  Salamanca.  Corresponden,  aproximadamente ,  a  las 
dos  etapas  de  su  vida  académica  en  que  fué  Rector 
de  ella:  de  1900  a  1914,  la  primera,  y  de  193Í  a 
1936,  la  última.  Entre  ambas  será  preciso  incluir, 
puesto  que  de  aquella  es  complemento,  su  conferen- 
cia en  el  Ateneo  de  Madrid,  al  dejar  de  serlo,  cuyo 


70 


INTRODUCCION 


título  es  ya  de  por  sí  tan  expresivo:  "Lo  que  ha 
de  ser  un  Rector  en  España." 

Es  el  primero  de  estos  discursos  académicos 
aquella  famosa  oración  inaugural  que,  por  turno 
regíame  mano  y  como  catedrático  de  la  Universi- 
dad, hubo  de  leer  en  la  solemne  inauguración  del 
curso  académico  1900-1901.  En  aquella  ocasión,  des- 
conocemos las  causas,  la  prensa  nacional  aireó  mu- 
cho los  discursos  académicos  leídos  el  día  primero 
de  octubre  en  las  universidades  españolas.  Tengo  a 
la  vista  el  ejemplar  del  Heraldo  de  Madrid  de  aque- 
lla fecha,  en  el  que  con  titulares  a  toda  plana  y  con 
los  máximos  honores  tipográficos,  ilustrados  incluso 
con  retratos  de  los  catedráticos  disertantes,  se  ofrece 
a  los  lectores  el  extracto  de  todos  los  discursos.  El 
de  la  de  Salamanca  era  presentado  con  estos  pá- 
rrafos entusiastas: 

"Don  Miguel  de  Unamuno,  el  sabio  catedrá- 
tico de  Literatura  griega,  ha  sido  el  encargado 
de  leer  el  discurso  de  apertura  de  curso  en  la 
histórica  y  gloriosa  Universidad  salmantina.  In- 
genio privilegiado  el  del  insigne  profesor;  es- 
píritu ávido  de  penetrar  no  sólo  en  el  sentido 
de  las  lecciones  que  el  pasado  y  su  cultura  nos 
ofrecen,  sino  en  el  porvenir  en  que  han  de  afir- 
marse los  destinos  de  la  patria  española,  su  di- 
sertación se  aparta  por  completo  de  lo  que  sue- 
le constituir,  no  sólo  en  el  fondo,  sino  hasta  en 
la  forma,  esta  clase  de  trabajo.  "Amad  la  vida, 
inquirid  en  la  realidad;  no  lo  fiéis  todo  de  los 
libros;  no  busquéis  en  la  letra  muerta  de  les 
textos  lo  que  sólo  puede  daros  su  espíritu,  rec-^ 
tómente  interpretado  mediante  la  acción  simul- 
tanea del  estudio  y  la  meditación."  Esto,  mucho 
mejor  expresado  que  el  Heraldo  lo  hace  en  es- 
tas líneas  (obligado  extracto  de  toda  una  teo- 


INTRODUCCION 


71 


ria  pedagógica  originalísima  y  sencilla),  es  lo 
que  les  ha  dicho  a  sus  discípulos,  desde  la  tri- 
buna de  la  Universidad  de  Salamanca,  el  cate- 
drático don  Miguel  de  Unamuno." 

Este  discurso  encontró,  sin  duda,  un  amplio  eco 
en  la  prensa  periódica  española.  El  comentario  del 
diario  madrileño  El  Iniparcial,  muy  halagüeño,  lo 
reprodujo  El  Porvenir,  de  Sevilla,  y  El  Defensor  de 
Granada,  que  antaño  cobijara  las  correspondencias 
cruzadas  por  Ganivet  y  Unamuno,  luego  reunidas 
en  volumen  con  el  título  de  El  porvenir  de  España, 
dedicó  una  reseña  al  discurso  impreso.  Y  así  otros  tes- 
timonios. No  se  había,  prácticamente,  extinguido  este 
clamor,  cuando  un  Real  Decreto  de  la  entonces  Re- 
gente de  España,  firmado  el  26  de  octubre  de  1900, 
le  nombraba  Rector  de  la  Universidad  salmantina, 
recién  cumplidos  los  treinta  y  seis  años  de  edad,  y 
a  los  nueve  de  formar  parte  de  ella  como  catedrá- 
tico. Casi  con  los  ejemplares  del  discurso  distribuidos 
en  América  llegó  la  noticia  de  este  nombramiento, 
y  es  entonces  la  prensa  de  aquel  continente,  donde 
ya  era  conocido  por  sus  colaboraciones  en  ella,  la 
que  prolonga  y  dilata  el  eco  de  ambos  actos.  El  dta- 
rio  El  Tiempo,  de  Buenos  Aires,  que  dirigía  enton- 
ces Carlos  Vega  Belgrano,  nieto  del  general  de  este 
nombre  y  prócer  de  la  independencia  argentina,  re- 
produjo íntegro  el  discurso  unamuniano,  y  en  las 
columnas  de  su  homónimo  El  Tiempo,  de  Caracas,  el 
fino  escritor  venezolano  Pedro  Emilio  CoU  le  dedica 
un  encendido  comentario. 

¿Guardan  relación  estos  dos  hechos?  ¿Surgió  el 
nombramiento  del  discurso f  Cualquier  conjetura  se- 
ría aventurada.  Por  eso  vamos  en  busca  del  testi- 
monio del  propio  Unamuno,  albergado  en  una  carta 
privada  a  su  amigo  Jiménez  Ilundain,  publicada  ya 
junto  con  las  restantes  de  este  importante  epistolario 


72 


INTRODUCCION 


por  el  P.  Hernán  Benitez,  en  su  libro  El  drama  re- 
ligioso de  Unamuno,  Buenos  Aires,  1949.  Dice  así: 

"Envié  a  Barco  tres  ejemplares  de  mi  dis- 
curso de  apertura,  uno  de  ellos  dedicado  a  us- 
ted. Si  no  lo  ha  recibido,  avísemelo  en  una  tar- 
jeta y  le  enviaré  otro.  El  tal  discurso  ha  alcan- 
zado cierta  resonancia,  no  por  su  valor  intrín- 
seco — es  de  lo  más  flojo  que  he  hecho —  sino 
por  la  ocasión  y  el  sitio.  Les  sorprende  a  mu- 
chos que  me  decidiera  a  predicar  tales  cosas  en 
una  solemne  apertura  de  un  curso  oficial,  ante 
un  claustro  y  revestido  de  toga,  muceta  y  borla. 

"¡Y  ahora  viene  lo  gordo!  Hoy  se  firmará  en 
Madrid  la  jubilación  de  todos  Los  catedráticos 
■  que  pasan  de  setenta  años.  Entre  ellos  está  el 
Rector  de  esta  Universidad,  quedando  el  recto- 
rado vacante.  Escribiéronme  de  Madrid  si  lo 
aceptaría.  Contesté,  después  de  pensada  la  cosa, 
que  sí,  y  el  Ministro  ha  ofrecido  nombrarme. 
Aun  así  y  todo,  no  cuento  todavía  con  ello. 
La  cosa  se  ha  sabido  aquí,  habiendo  caído  como 
una  bomba.  Figúrese  usted  eso  de  nombrar  un 
Gobierno  conservador  a  un  socialista,  heterodo- 
xo, propagador  de  ideas  disolventes,  que  no  pasa 
de  treinta  y  seis  años,  que  no  es  de  la  ciudad, 
que  sólo  lleva  nueve  años  en  el  profesorado,  y 
nombrarlo  después  de  haber  leído  un  discurso 
como  el  que  leí."  (Carta  fechada  el  19-X-1900.) 

Y  ahora,  que  el  lector  lea  por  sí  mismo  este  dis- 
curso. Pero  antes  de  hacerlo  no  quisiera  pasar  a  ocu- 
parme de  otro  sin  aducir  un  curioso  testimonio  de 
un  contemporáneo,  el  escritor  "Asorín",  que  en  un 
artículo  publicado  en  1948  se  ha  referido  a  este  dis- 
curso, con  estas  palabras: 


I  N  T  R  o  D  U  C  C  I  o  X 


73 


"El  libro  que  vamos  a  describir  no  es  libro; 
es,  legalmente,  folleto,  puesto  que  tiene  menos 
de  cien  páginas.  Pero  estas  páginas  son  tan 
suculentas  que  constituyen  la  doctrina  de  todo 
un  libro.  Empecemos :  el  libro  es  chico;  quince 
centímetros  de  largo  por  diez  de  ancho.  El  pa- 
pel es  amarillento,  ligeramente  satinado;  la  im- 
presión clara,  limpia,  espaciada,  fácil  a  la  lec- 
tura. Tiene  el  libro  diecinueve  páginas.  La  cu- 
bierta es  de  un  color  verde  gris,  glauco...  Va- 
mos con  la  portada:  arriba  dice:  "Universidad 
de  Salamanca".  Y  a  continuación:  "Discurso 
leído  en  la  solemne  apertura  del  curso  acadé- 
mico de  1900  a  1901",  por  el  doctor  don  Mi- 
guel de  Unamuno,  catedrático  de  Literatura  grie- 
ga. Viene  después  el  escudo  de  Salamanca:  par- 
tido; primero  las  cuatro  barras  de  Aragón,  y 
ocho  cruces  de  San  Juan  de  Jerusalén;  al  lado, 
un  puente,  un  toro  y  un  árbol.  Debajo,  lugar  y 
fecha:  Salamanca,  establecimiento  tipográfico 
de  El  Noticiero  Salmantino,  1900... 

"Nunca  libro  de  tan  exiguas  proporciones 
pudo  ser  tan  sensible:  se  nos  antojan  estas  dieci- 
nueve páginas  como  una  de  esas  bataneas  ultra- 
sensibles que,  en  los  laboratorios,  vemos  entre 
viriles.  El  autor,  Unamuno,  nos  va  a  decir  algo 
decisivo  en  su  vida  y  decisivo  para  España. 
Unamuno  se  dirige  a  la  juventud;  todavía  su 
estilo  no  está  formado;  todavía  encontramos 
aquí  algún  hipérbaton  impertinente ;  todavía 
— desde  1900 —  ha  de  luchar,  a  la  manera  de  un 
púgil,  con  el  idioma,  hasta  vencerlo,  dominarlo. 
Pero  en  estas  pocas  páginas  está  expuesta  la 
doctrina  que  ha  de  empapar  toda  la  vida  de 
Unamuno:  vida  y  libros;  vida  antes  que  libros; 
realidad  y  .m  trasunto;  realidad  en  primer  tér- 
mino, trasunto  subalternamente,  sea  ese  trasun- 


74 


INTRODUCCION 


to  poema,  novela,  cuadro,  estatua.  Son  muchos 
los  que  han  profesado  esta  doctrina  de  Unamu- 
no.  ¿Quién  la  ha  practicado?  ¿Cómo  renunciar 
— cuando  no  es  menester —  o  la  ciencia,  a  la 
erudición f  ¿Quién  se  resigna  a  ser  llano,  senci- 
llo, y  no  culto,  sabidor? 

"Unamuno  comienza  diciendo  que  "los  últi- 
mos reveses  de  la  Patria  nos  han  ocasionado,  a 
vueltas  de  su  maleficio,  un  saludable  efecto"; 
convirtamos  nuestras  miradas  a  nosotros  mis- 
mos; deseemos  ahincadamente  conocernos;  que- 
ramos conocer  a  España.  Y  en  España,  princi- 
palmente, lo  soterraño  y  lo  espontáneo;  que  los 
jóvenes  estudien  lo  que  hay  de  vivo  y  fecundo 
en  la  tradición.  Todo  a  lo  largo  del  librito  se 
insiste  en  lo  que  compendia,  en  este  caso,  el  ad- 
verbio "antes";  prioridad  de  lo  concreto  res- 
pecto de  lo  inconcreto,  de  lo  directo  respecto  de 
lo  indirecto.  ¿Quiénes  eran  los  jóvenes  en  1900? 
¿Atendieron  o  no  a  Unamuno?  ¿Hasta  qué  pun- 
to se  atiende  él  mismo?".  ("Bibliografía" ,  en 
el  diario  ABC,  Madrid,  22-1X^1948). 

Ya  es  Unamuno  Rector  de  la  Universidad  de  Sa- 
lamanca, y  cumpliendo  los  deberes  de  su  cargo  ha 
de  hablar,  representando  aquélla,  en  dos  ocasiones, 
ante  el  nuevo  Rey  Don  Alfonso  XIII.  La  primera 
de  ellas,  el  24  de  mayo  de  1902,  en  el  Palacio  de  la 
Biblioteca  y  Museos  Nacionales,  de  Madrid;  la  se- 
gunda en  el  Paraninfo  de  la  propia  Universidad  que 
regenta,  el  1  de  octubre  de  1904,  al  presidir  el  mo- 
narca la  solemne  inauguración  del  curso  académico. 
En  ambos  casos  acudirá  a  las  páginas  más  gloriosas 
de  la  vieja  Escuela  que,  ahora,  rectoralmente,  ex- 
huma. En  el  segundo,  recordará  también  otra  visita 
que  en  1877  hizo  a  la  Universidad  el  rey  anterior, 
don  Alfonso  XII , 


INTRODUCCION 


75 


Pero  como  Rector  también  tiene  otros  meneste- 
res. Uno  de  ellos  le  lleva  a  presidir  la  inauguración 
del  curso  en  la  Escuela  Superior  de  Industrias,  de 
la  ciudad  de  Be  jar,  enclavada  en  su  provincia  y  dis- 
trito universitario,  el  2  de  octubre  de  1903.  Y  está 
satisfecho  de  su  tarea.  Así  se  lo  comunica  a  Jimé- 
nez Ihmdain,  su  amigo,  informándole  de  sus  activi- 
dades oratorias.  En  estos  términos: 

"...  y  hace  poco  a  inaugurar  el  curso  a  la  Es- 
cuela de  Industrias,  de  Béjar,  con  discurso  de 
inauguración,  y  en  el  mismo  día  otro  a  obreros 
y  patronos.  Y  con  tanta  suerte  estos  dos  últi- 
mos que  provocaron  la  primera  entrevista  cara 
a  cara  de  unos  y  otros,  después  de  mes  y  medio 
de  aun  ni  querer  tratar,  deponiendo  piques  de 
amor  propio  y  empezando  a  tratar  el  asunto 
como  lo  que  es.  como  un  negocio  de  regateo." 
{Carta  del  18-IV-1904). 

El  primer  Rectorado  de  Unamuno  terminó  con 
el  R.  D.  de  20  de  agosto  de  1914,  y  antes  de  termi- 
nar ese  mismo  mes  hacía  entrega  del  cargo  a  su  sus- 
tituto, don  Salvador  Cuesta  Martín.  Aquella  medida 
arbitraria  laceró  profundamente  el  corazón  de  don 
Miguel,  y  hoy  vemos  cuán  decisiva  fué  para  ím  vida 
y  actuar  futuros.  Y  reciente  aún  la  herida  que  el 
poder  público  le  causara,  pronunció  en  el  Ateneo 
de  Madrid  su  famosa  conferencia  "Lo  que  ha  de  ser 
un  Rector  en  España",  el  día  25  de  noviembre 
de  1914.  Al  texto  manuscrito  que  hemos  podido  ver, 
cotejándolo  con  el  impreso  de  un  pliego  suelto  y  con 
la  versión  aparecida  en  la  prensa  madrileña,  hay 
que  añadir  dos  escritos  ptiblicos  suyos  levemente 
anteriores:  El  titulado  "De  la  confianza  ministeriaV' , 
que  vió  la  luz  en  el  semanario  Nuevo  Mundo,  el  12 
de  septiembre  de  1914,  y  "Pequeña  confesión  cínica", 


76 


INTRODUCCION 


en  el  número  de  aquél  correspondiente  al  7-XI-1914. 
Bien  es  verdad  que  es  otra  de  sus  actuaciones  públi- 
cas más  remotas,  y  a  ella  nos  referiremos,  lo  que  mo- 
tivó el  segundo,  pero  en  él  alienta  un  estado  de  áni- 
mo muy  semejante. 

Y  como  complemento,  como  umbral  si  se  quiere, 
de  aquella  conferencia,  el  contenido  de  esta  cuartilla 
autógrafa  a  la  que  dió  lectura  antes  de  comenzar  el 
acto.  Dice  así: 

"Cuatro  palabras  antes  de  empezar,  señores, 
por  vía  de  proemio.  He  leído  que  iba  a  venir 
a  este  acto  un  taquígrafo  del  Ministerio  de  Ins- 
trucción Pública.  Le  invito  a  que  se  retire  para 
no  perder  su  tiempo.  Traigo  escrita  la  conferen- 
cia y  la  voy  a  leer.  Sé  bien  que  no  gozo  de  in- 
munidad parlaíiicntaría  y  que  en  este  país  sólo  ni 
diputado  le  es  lícito  decir  cuanto  se  le  viene  a  Ja 
boca,  pasándole  antes  o  sin  habérsele  pasado  por 
las  mientes.  Taquígrafo  haría  más  falta  que  aquí, 
y  a  modo  de  notario,  en  aquellas  conversaciones 
privadas  con  hombres  listos  cuya  principal  arma 
es  el  embuste  y  sus  procedimientos  desdecirse  siete 
veces  al  día  para  inventar  siete  nuevos  dichos  que 
volverán  a  desdecir. 

"Además,  esto  va  a  ser  dicho  en  este  Ateneo 
ante  vosotros  que  sabéis  oír  con  oídos  limpios  y 
sostener,  sin  desfigurarlo,  lo  que  oigáis,  y  yo  que 
sé  pensar  lo  que  digo  y  decirlo  con  los  labios  lim.- 
pios.  ¿Que  mejores  notarios  de  justicia  que  vos- 
otros? ¡Sólo  faltaba  que  se  nos  enviase  también 
un  delegado  de  la  Policía  y  los  de  la  secreta  a  la 
puerta!  Este  mismo  proemio  lo  traigo  escrito 
para  que  pueda  llevarlo,  señor  notario  taquígrafo, 
a  modo  de  dedicatoria  al  Ministerio." 


En  febrero  de  1930  regresa  Unamuno  a  España, 


INTRODUCCION 


77 


al  cabo  de  seis  años  de  ausencia.  Poco  más  de  un  año 
después  es  proclamada  la  República,  y  mediante  un 
Decreto  de  su  Gobierno,  refrendado  el  22  de  mayo 
de  1931  es  de  nuevo  designado  Rector  de  la  Univer- 
sidad de  Salamanca.  A  esta  nueva  etapa  de  su  man- 
dato corresponden  los  restantes  discursos  de  este  apar- 
tado académico. 

El  primero  de  ellos  fué  muy  sonado.  Como  Rector  le 
correspondía  presidir  el  acto  solemne  de  inaugurar  el 
curso  académico,  en  el  que  un  compañero  de  claustro, 
en  este  caso  el  doctor  Población,  de  la  Facidtad  de 
Medicina,  da  lectura  a  la  oración  inaugural,  limitán- 
dose la  primera  autoridad  académica  a  declarar 
abierto  el  nuevo  curso  en  todos  los  centros  docentes 
del  distrito  universitario.  Y  he  aquí  que  don  Miguel, 
mientras  el  acto  va  deslizándose,  requiere  un  papel, 
una  cuartilla,  de  un  circunstante  próximo,  y  en  ella 
va  trazando  un  guión  de  lo  que  se  dispone  a  decir, 
cuyo  autógrafo  se  conserva  hoy  en  la  Casa  Rectoral 
saUnanticensc.  Aquel  día  se  cumplían  los  cuarenta 
años  de  la  llegada  de  don  Miguel  a  esta  Universidad, 
y  es  éste  el  recuerdo  inicial  de  aquella  intervención 
suya.  Los  restantes  se  van  eslabonando  en  sus  labios 
como  antes  los  fijara  por  escrito  en  el  papel:  en  1901 
abrió  por  vez  primera  como  Rector  el  curso  acadé- 
mico, "3'  lo  abrí  — agrega —  como  se  hacía,  en  nom- 
bre de  Su  Majestad  el  Rcy^\  "Vine  — añade —  como 
Rector  nombrado  por  Real  Decreto  de  Doña  María 
Cristina  de  Habsburgo  Lorena,  Reina  Regente  de  Es- 
paña. Y  aquí  debo  hacer  una  declaración  expresa: 
la  de  que  ni  para  ser  nombrado,  ni  luego,  ni  nunca, 
se  me  exigió  hacer  una  declaración  de  fe  monárquica. 
Y  estuve  abriendo  cursos  trece  años  consecutivos,  ex- 
cepto el  de  1904,  hace  veintisiete,  en  que  vino  a  abrir- 
lo el  entonces  Rey,  don  Alfonso  de  Borbón  Habs- 
burgo Lorena,  don  Alfonso  XII I"... 

Y  así  se  van  encadenando  los  recuerdos,  y  con  ellos 


78  INTRODUCCION 

los  hechos,  que  en  la  Universidad  han  tenido  lugar  en 
semejante  coyuntura.  '^Corre  el  tiempo  — puntuali- 
za—  y  ¡lega  este  acto  de  1931-32,  y  vuelvo  nombrado 
Rector  por  mis  compañeros  y  bajo  un  nuevo  régimen, 
a  cuyo  establecimiento  he  contribuido  más  que  cual- 
quier español".  La  ansiedad  del  auditorio  va  en  au- 
mento. Don  Miguel,  sereno  y  arrogante,  mira  de 
reojo  a  la  cuartilla  que  empuña,  y  al  llegar  a  la  nue- 
va fórmula  para  abrir  el  curso  pronuncia  estas  pala- 
bras, con  una  voz  emocionada,  que  retiembla  en  sus 
labios: 

"En  nombre  de  Su  Majestad  España,  una,  so- 
berana y  universal,  declaro  abierto  el  curso  de 
1931  a  1932  en  esta  Universidad  universal  y  es- 
pañola de  Salamanca,  y  que  Dios  Nuestro  Señor 
nos  ilumine  a  todos  para  que,  con  su  gracia,  po- 
damos en  la  República  servirle  sirviendo  a  nues- 
tra común  madre  Patria." 

El  revuelo  en  la  prensa  nacional  al  difundirse  es- 
tas palabras,  que  todos  — cada  uno  con  su  finalidad — 
se  complacen  en  destacar,  es  enorme.  Alguien  las  con- 
sidera como  el  primer  síntoma  — desviacionista,  se  di- 
ría hoy —  de  su  descontento  para  con  el  nuevo  régi- 
men, que  luego  compartirían  otros  intelectuales  emi- 
nentes de  España.  Pero  Unamuno  es  él,  inasequible  a 
ser  clasificado,  frente  a  unos  y  frente  a  otros.  De 
cuantos  comentarios  motivaron  estas  palabras  suyas, 
tal  vez  los  más  afortunados  y  precisos  fueron  los  de 
Melchor  Fernández  Almagro,  desde  las  columnas  del 
diario  madrileño  La  Voz.  He  aquí  alguno  de  sus  pa- 
sajes : 

"Frases  hay  en  el  discurso  de  Salamanca  — ¿a 
qué  adjetivarlo  f —  llamadas  a  suscitar  acaso  vi- 
vas polémicas.  Al  cabo,  lo  que  Unamuno  deseó 
siempre:  pugna  de  ideas  y  lucha  de  conciencia. 


INTRODUCCION 


79 


Pero  justamente  en  el  auditorio  joven  habrán  en- 
contrado tales  conceptos  la  repercusión  natural, 
lanzados  como  vienen  por  una  visión  españolísi- 
ma  de  nuestra  Historia,  y  buscando  como  van  la 
rehabilitación  en  el  futuro  de  "nuestra  unidad" 
y  "nuestra  itnperialidad" .  ¿Cuántos  torcerán  el 
gesto?  ¿Cuántos  tratarán  de  revisar  el  discurso, 
ajenos  al  profundo  sentido  liberal  que  lo  infor- 
ma? Quien  como  don  Miguel  de  Unamuno  alza 
hoy  su  voz  sobre  los  bandos  y  sus  intereses,  sobre 
toda  contingencia  de  partido  o  superstición  doc- 
trinal, no  tendría  tanta  autoridad  si  no  fuese  de 
siempre  — antes  y  a  la  vez —  el  luchador  en  el 
plano  encendido  de  la  actualidad.  Suele  hablarse 
con  desden  de  los  ideólogos,  gentes,  para  muchos, 
que  viven  en  las  nubes.  Pues  bien:  en  las  nubes, 
con  pensamiento  puro,  vive,  efectivamente,  Una- 
muno. Pero  nadie  sabe  bajar  con  la  arrogancia 
que  el  a  ¡a  acción  y  a  la  pelea." 

De  otras  actividades  académicas,  menos  resonantes, 
tíos  informan  otros  varios  discursos,  más  o  menos 
ocasionales,  de  don  Miguel  durante  este  segundo  Rec- 
torado suyo.  Léanse,  por  ejemplo,  las  palabras  que  el 
29  de  noviembre  de  1931  dedicaba  a  la  Asociación  de 
Estudiantes  de  Derecho,  o  las  de  conmemoración  del 
primer  aniversario  de  la  República,  el  14  de  abril 
de  1932;  o  las  dichas  en  la  clausura  de  la  Semana 
de  Historia  del  Derecho  Español,  pocas  semanas  más 
tarde.  A  una  de  estas  intervenciones  — la  del  aniver- 
sario de  la  República —  pertenecen  estas  palabras  su- 
yas que  hacen  relación  a  las  antes  trascritas  de  in- 
auguración del  curso  académico  de  1931-32.  Dicen 
así: 

"Y  ahora  quiero  recordar  también  unas  pala- 
bras que  pronuncié  aquí  el  primer  día  de  este 
curso  y  que  tuvieron  una  cierta  repercusión  en 


80 


INTRODUCCION 


toda  España,  y  aun  fuera  de  ella,  sobre  todo  en 
los  oídos  de  cierto  señor,  al  que  me  consta  que  le 
hicieron  impresión.  Aquí,  cuando  se  abrió  este 
curso,  hablé  en  nombre  de  "¿"m  Majestad  España^', 
y  como  las  gentes  se  apegan  a  ciertas  palabras 
nada  más  que  por  el  valor  tradicional  que  tienen, 
no  entendieron  bien  lo  que  yo  quería  decir  con 
"Majestad" .  Saben  los  que  tienen  algún  conoci- 
miento de  Humanidades,  que  majestad  es  maies- 
tas,  es  imyoridad ;  es  decir,  lo  que  está  por  enci- 
ma de  todo  y  corresponde  a  la  soberanía.  Y  al 
decir  "Su  Majestad  España",  quería  decir  que 
no  hay  más  soberanía  que  la  de  España,  que  la 
del  pueblo  español.  Es  lo  que  se  llama  la  sobe- 
ranía popidar,  por  la  cual  todos,  en  cuanto  ten- 
gamos conciencia  de  ciudadanía  y  de  españolidad, 
todos  seremos  soberanos." 

Y  así  llegamos  al  último  discurso  inaugural  de  Una- 
muno.  Fué  el  día  29  de  setiembre  de  1924.  El  cunv- 
plía  en  aquella  fecha  sus  setenta  años,  y  era  jubilado 
como  catedrático  de  la  Universidad,  al  cabo  de  cua- 
renta y  tres  de  entrega  a  ella,  y  ésta  iniciaba  un  nue- 
vo curso,  uno  más  en  su  vida  secular.  Seguiría  siendo 
su  Rector  — lo  fué  hasta  octubre  de  1936 — ,  pero  te- 
nia que  decir  adiós  a  los  estudiantes.  En  aquella  oca- 
sión, presentes  el  Jefe  del  Estado,  el  del  Gobierno  y 
varios  ministros  de  la  República,  subió  a  la  tribuna 
del  Paraninfo  un  don  Miguel  blancas  ya  su  cabeza 
y  su  barba  que  contrastaban  con  el  negro  del  tercio- 
pelo de  su  inuccta  rectoral.  Y  con  trémolos  en  la  vo^, 
despojado  de  sus  gafas  de  miope,  abrió  ante  un  audi- 
torio denso  e  impar  el  álbum  de  sus  recuerdos  uni- 
versitarios. Entre  ellos,  el  primero  quizá  de  todos,  el 
del  primer  discurso  suyo  de  VOO,  del  que  releyó  algu- 
nos pasajes,  para  terminar  con  un  patético  adiós: 


INTRODUCCION 


81 


"y  mis  últimas  palabras  de  despedida,  com- 
pañeros de  Escuela,  maestros  y  estudiantes,  es- 
tudiosos todos:  Tened  fe  en  la  palabra,  que  es  la 
cosa  vivida;  sed  hombres  de  palabra,  hombres  de 
Dios,  Suprema  Cosa  y  Palabra  Suma,  y  que  El 
nos  reconozca  a  todos  como  suyos  en  España. 
¡  Y  a  seguir  estudiando,  trabajando,  hablando, 
haciéndonos  y  haciendo  a  España,  su  historia,  su 
tradición,  su  porvenir,  su  ventura!  Y  ¡a  Dios!'' 

Hasta  aquí  el  texto  impreso,  que,  como  es  de  rigor, 
se  distribuyó  en  aquel  acto.  Pero  aquel  verano 
de  1934,  cuando  ya  el  discurso  había  sido  entregado 
para  su  impresión,  las  circunstancias  políticas  nacio- 
nales presagiaban  densos  nubarrones.  Pocos  días  des- 
pués de  los  actos  jubilares  de  Unamuno  estalló  la  re- 
volución en  Asturias  y  en  Cataluña.  Don  Miguel  lo 
intuía,  lo  presentía,  y  lo  que  más  aconjogaba  a  su 
alma  era  la  intervención  que  en  este  estado  de  cosas 
iban  tomando  los  estudiantes.  Días  antes  de  leer  su 
discurso,  redactó  unas  cuartillas  complementarias  del 
mismo.  Quería  aprovechar  esto  til  tima  gran  coyuntu- 
ra de  su  z'ida  académica  para  leerlas.  Y  terminado  el 
texto  impreso  procedió  a  hacer  la  mismo  con  ellas. 
Su  último  pasaje  era  una  despedida  y  era  también 
una  súplica. 

"Salvadnos,  jóvenes,  verdaderos  jóvenes,  los 
que  no  mancháis  las  páginas  de  vuestros  libros 
de  estudio  ni  con  sangre  ni  con  bilis.  Salvadnos 
por  España,  por  la  España  de  Dios,  por  Dios, 
por  el  Dios  de  España,  por  la  Suprema  Palabra 
creadora  y  conservadora.  Y  en  esa  Palabra,  que 
es  lú  Historia,  quedaremos  en  paz  y  en  uno  y 
en  nuestra  España  universal  y  eterna.  Adiós,  de 
mtevo," 


82 


INTRODUCCION 


Homenajes  académicos  y  literarios. 

En  estrecha  relación  con  su  actividad  universitaria, 
y  con  el  ejercicio  de  ella  en  Salamanca,  debemos  con- 
siderar algunas  intervenciones  Públicas  de  Unamuno 
en  actos  conmemorativos  o  de  homenaje  a  algún  co- 
lega académico  o  a  algiín  escritor  de  renombre.  En- 
tre los  primeros,  y  cuando  Imbía  dejado  de  ser  Rec- 
tor o  iba  a  serlo  de  nuevo,  deben  ser  incluidos  el  ren- 
dido a  la  memoria  de  don  Luis  Rodríguez  Miguel, 
catedrático  de  Lengua  y  Literatura  que  fué  de  Sala- 
manca, y  el  ofrecido  al  doctor  Cañizo,  catedrático  de 
su  Facultad  de  Medicina  al  cumplir  las  bodas  de  pla- 
ta como  tal. 

El  primero  se  celebró  en  el  Paraninfo  de  la  Uni- 
versidad, en  marzo  de  1916,  y  es  una  lección  de  com- 
pañerismo y  generosidad,  que  se  abre  con  los  re- 
cuerdos personales  de  su  llegada  al  claustro  salman- 
tino, en  1891,  de  sus  quehaceres  de  colaborador  en  la 
prensa  local  de  entonces,  y  termina  con  una  semblan- 
za del  compañero  en  estos  emocionados  términos: 

"...  yo  he  pecado  mucho  en  desdeñar  a  los 
hombres  buenos  de  paz,  y  de  concordia,  y  de  to- 
lerancia, rindiéndome ,  más  de  lo  debido,  al  ad- 
versario, si  era,  como  yo,  belicoso  y  duro:  yo  he 
pecado  mucho  en  ejercitar  mi  mordacidad  satí- 
rica, aun  a  costa  de  mis  mejores  amigos,  para 
poder  esgrimir  un  arma  temida,  a  la  vez  que  por 
cierta  flaca  vanidad;  pero  yo  os  digo  hoy  aquí 
— V  de  ello  tengo  testigos —  que  nada  me  cuesta 
confesar  esas  mis  culpas,  y  que  sé,  como  quien 
más  y  mejor,  rendir  mi  tributo  de  homenaje  al 
hombre  bueno,  laborioso,  pacífico,  transigente, 
conciliador,  cumplidor  de  su  deber,  y  que,  libre 
de  envidia  y  de  ruindad,  pone  la  capacidad  toda 


INTRODUCCION 


83 


que  Dios  le  ha  dado  al  servicio  de  su  ministerio 
público  patriótico.  Y  tal  fué  don  Luis  Rodríguez 
Miguel." 

El  otro  homenaje,  el  del  doctor  Cañizo,  tuvo  lugar 
el  17  de  mayo  de  1931,  pocos  días  antes  de  hacerse 
cargo  de  nuevo  Unamuno  del  Rectorado  de  la  Univer- 
sidad. El  escenario  fue  el  mismo,  y  aparecía  poblado 
por  un  numeroso  público  de  muy  diversas  proceden- 
cias. Se  trataba  de  congregarse  en  torno  a  un  maes- 
tro y  a  un  hombre  con  el  que  don  Miguel  mantuvo 
una  gran  amistad  desde  que  Cañizo  llegó  a  Salaman- 
ca, y  que  le  acompañó  en  no  pocas  de  sus  excursiones 
por  los  campos  y  tierras  españoles. 

"Con  él  hemos  recorrido  campos  de  Castilla, 
percutiendo  y  auscultando  tierras  españolas.  Yo 
le  he  visto  trepar  al  picacho  del  Almanzor,  vér- 
tebra cervical  del  espinazo  de  España,  que  es  Cre- 
dos, y  contemplar  desde  allí  la  cuenca  del  Duero 
en  que  se  asienta  nuestra  Salamanca  y  también 
su  Segovia,  la  Scgovia  de  su  niñez,  y  de  otro  lado 
la  cuenca  del  Tajo  en  que  se  asienta  el  Madrid 
de  nuestras  sendas  mocedades;  juntos  hemos  con- 
templado el  lago  de  San  Martín  de  Castañeda, 
en  Sanabria,  limpio  espejo  del  claro  cielo  de  Es- 
paña, limpio  como  una  conciencia  limpia;  juntos 
hemos  contemplado  en  su  Segovia  el  acueducto, 
enorme  arpa  de  graníticas  cuerdas  de  las  entra- 
ñas ibéricas  en  que  tañen  recuerdos  las  brisas 
del  Guadarrama;  juntos  hemos  subido  a  Peñala- 
ra;  yo  le  he  visto  orar,  bañándose  en  recuerdos 
de  niñez,  en  la  Fuencisla...  Yo  he  conocido  al 
hombre,  al  español,  en  toque  con  nuestra  tierra 
madre." 

Y  como  el  amigo  lo  había  sido  a  toda  prueba,  tras 


84 


INTRODUCCION 


esta  andadura  lírica  por  los  paisajes  que  juntos  reco- 
rrieron, Unamuno  centra  su  homenaje,  trayendo  a  la 
memoria  de  los  oyentes  el  recuerdo  de  don  Juan  del 
Cañizo,  '■'■quien  más  impulsó  a  su  hijo  al  magisterio, 
quien  mejor  le  guió  en  su  espíritu,  quien  acaso  le  re- 
tuvo aquí,  en  Salamanca;  quien  le  dió  lo  mejor  que 
éste  tiene".  Parecía  como  si  Unamuno,  celebrando  al 
padre  de  su  amigo,  recordase  al  que  él  perdiera  te- 
niendo apenas  seis  años. 

Como  Rector  de  la  Universidad  y  como  tal  vecino 
morador  de  Salamanca,  a  lo  que  felizmente  se  unía  ¡a, 
circunstancia  de  haber  mantenido  amistad  con  él,  in- 
tervino don  Miguel,  y  creo  que  decisivamente,  en  el 
homenaje  que  los  salmantinos  rindieron  a  la  memoria 
de  su  poeta,  José  María  Gabriel  y  Galán,  la  noclie 
del  26  de  marzo  de  1905,  muy  pocas  semanas  después 
de  su  muerte,  en  el  teatro  Bretón,  de  Salamanca.  En 
el  lugar  correspondiente  encontrará  el  lector  las  pa- 
labras que  entonces  pronunció,  en  el  curso  de  un  acto 
en  el  que  intervinieron  varios  oradores.  Y  allí  está 
también  como  complemento  de  ellas,  las  que  en  el  nú- 
mero conmemorativo  de  un  diario  local  le  dedicara 
bajo  el  títido  de  '^Espontaneidad  poética". 

Y  a  este  apartado  deben  ser  incorporadas  otras  dos 
memorables  intervenciones  unamunianas.  La  del  ho- 
menaje a  Danvin,  en  el  primer  centenario  de  su  naci- 
miento, al  que  le  invitó  la  Academia  Médico-Esco- 
lar de  Valencia,  uno  de  los  pocos,  si  no  el  único,  acto 
con  este  motivo  celebrado  en  España,  y  que  tuvo  por 
escenario  el  Paraninfo  de  aquella  Universidad,  el 
22  de  febrero  de  1909,  en  el  que  alguien  dió  lectura 
a  l-a  importante  contribución  enviada  por  don  Miguel. 
Importante  por  el  contenido  y  por  lo  que  esta  figura 
representó  un  tiempo  de  su  propia  obra,  aludida  en 
estos  términos: 


"Aquí  nos  ha  hablado  el  señor  Bartual  de  la 


I  X  T  R  o  D  U  C  C  I  o  N 


85 


época  en  que  él,  bajo  la  sugestión  de  las  doctri- 
nas darzvinianas,  sintió  los  primeros  asaltos  de 
la  duda  a  las  heredadas  creencias.  ¡Si  yo  os  ¡la- 
blara  de  esto!  Esa  época  es  en  mí  una  época  que 
durará,  espero,  toda  mi  vida,  que  no  acabará  nun- 
ca. De  esos  asaltos,  de  darlos  y  de  rechazarlos, 
de  deshacer  y  rehacer  mis  creencias,  vivo.  La 
vida  del  hombre  sobre  la  tierra  es  combate,  y 
combate,  primero,  y  ante  todo,  consigo  mismo." 

La  muerte  de  Pérez  Galdós  le  llevó  a  tomar  parte 
en  un  acto  a  su  memoria  que  organizó  el  Ateneo  de 
Salamanca,  en  noviembre  de  1920.  Es  uno  de  los  tex- 
tos que  a  pesar  de  lo  fragmentario  de  la  reseña  de 
que  hemos  dispuesto,  nos  parecía  conveniente  incor- 
porar a  este  tomo  de  conferencias  y  discursos,  porque 
también  tuvo  su  resonancia.  Su  pasaje  inicial  es  ya 
bastante  expresivo: 

"Para  juzgar  a  Galdós,  acaso  no  sea  yo  el  más 
adecuado;  lo  eran,  sí,  aquellos  que  puedan  ña- 
marse nietos  suyos,  de  una  generación  no  tan 
inmediata,  porque  siempre  hay  en  los  hijos  ten- 
dencia a  la  crítica,  a  la  rebelión  contra  sus  pa- 
dres. Nosotros,  a  quienes  se  nos  ha  calificado  de 
hombres  del  98.  nos  hemos  rebelado  contra  los 
hombres  del  68.  por  llevar  lleno  el  espíritu  de 
ilusiones  que  no  tenían  contenido  ni  realidad.^' 

Como  este  tema  fué  varias  veces  abordado  por  Una- 
muno  en  sus  escritos  públicos,  a  ellos  remitimos  al 
lector.  Los  encontrará  en  el  tomo  V  de  estas  Obras 
completas.  Son  tres,  por  lo  menos,  allí  incluidos,  res- 
pectivamente titulados  "La  sociedad  galdosiana" , 
"Galdós  en  1901"  y  "Nuestra  impresión  de  Galdós", 
fechados  todos  ellos  en  enero  de  1920. 

Otro  homenaje,  creo  que  no  fué  el  único  —tengo 
noticia  de  otro  en  1917 —  es  el  que  en  el  Ateneo  de 


86 


INTRODUCCION 


Madrid  tributó  a  Joaquín  Costa,  el  8  de  febrero 
de  1932.  A  él  pertenece  este  párrafo: 

"Conocí  a  Costa,  y  como  es  natural,  yo  no 
puedo  traer  aquí  al  Costa  que  fué,  sino  a  "mi 
Costa",  al  mío.  Y  acaso  en  él,  sin  duda,  me  he  de 
meter  yo  mismo:  es  inevitable.  Aquí  le  veríais  los 
que  tenéis  ya  cierta  edad,  cuando  iba  arriba  a 
trabajar  solitariamente.  ¡  Y  hay  que  ver  lo  que 
es,  y  más  en  España,  tino  de  esos  trabajos  soli- 
tarios, un  trabajo  de  investigación  y  rebusca, 
donde  no  hay  un  ambiente  de  rebuscadores  ni  de 
investigadores,  donde  tiene  uno  que  hacérselo 
todo!...  Y  venia  a  trabajar  indudablemente  en 
trabajos  que  ya  estaban  hechos  muchas  veces. 
Algunas  veces  se  lo  dije:  "¡Pero  don  Joaquín, 
si  eso  ya  está  averiguado!"  Pero  él  quería  ir 
a  las  fuentes  mismas.  Esto  tiene  — dicen —  un  in- 
conveniente. Cuando  andaba  estudiando  la  deca- 
dencia romana  en  los  escritos  romanos,  haciendo 
caso  omiso  de  todo  lo  que  se  había  hecJio  en  tor- 
no de  aquello,  yo  me  acordaba  de  lo  que  dicen: 
"Sí,  así  sucede  con  estos  españoles,  que  descubren 
el  Mediterráneo."  Pero  yo  digo:  "¡Ah!  ¡No  es 
cualquier  cosa  descubrir  el  Mediterráneo!...  .So- 
bre todo  para  los  que  viven  en  él,  que  son  los  que 
no  lo  conocen." 


Orador  de  Juegos  Florales. 

El  discurso  inaugural  de  octubre  de  1900  y  el  in- 
mediato nombramiento  de  Rector  de  la  Universidad  de 
Salamanca,  despertaron  en  torno  a  don  Miguel,  que 
ya  iba  siendo  conocido  como  escritor,  la  atención  de 
los  españoles.  Y  como  entonces  era  muy  frecuente  la 
celebración  de  Juegos  Florales,  en  los  que  un  manie- 


INTRODUCCION 


87 


nedor,  especialmente  invitado,  hacía  en  estos  certá- 
menes poéticos  uso  de  la  palabra,  fueron  muchas  las 
ciudades  españolas  que  le  llamaron  para  cumplir  este 
cometido.  La  primera  de  ellas  fué  su  nativo  Bilbao, 
donde  el  26  de  agosto  de  1901  tomó  parte  decisiva  en 
los  allí  celebrados.  No  figura  en  este  volumen  dicho 
discurso,  pues  por  su  tema  lo  incluímos  en  el  tomo 
anterior  de  estas  Obras  completas,  junto  a  otros  es- 
critos y  estudios  ^mamunianos  sobre  la  raza  y  la  len- 
gua vascas.  En  la  introducción  al  mismo  nos  referi- 
mos ampliamente  a  este  discurso  suyo  tan  discutido, 
haciéndolo  seguir  del  comentario  de  uno  de  los  que 
asistieron  al  acto:  Ramiro  de  Maeztu. 

El  segundo  discurso  de  Juegos  Florales,  titulado 
"España  y  los  españoles",  lo  pronunció  en  Cartagena, 
el  8  de  agosto  de  1902,  en  los  organizados  por  el  Ali- 
neo de  aquella  ciudad.  No  se  incluye  tampoco  en  las 
páginas  que  siguen,  por  haberlo  sido  anteriormente 
como  apéndice  del  tomo  III  de  mi  edición  De  esto 
y  de  aquello,  Buenos  Aires,  1953,  y  con  posteriori- 
dad en  el  volumen  titulado  España  y  los  españoles, 
que  con  otros  escritos  unamunianos  publicó  la  Edito- 
rial Afrodisio  Aguado,  Madrid,  1955.  "Colección  de 
Clásicos  y  Maestros".  En  los  prólogos  a  ambos  volú- 
menes me  ocupé  con  detalle  de  este  discurso. 

Los  que  se  reproducen  más  adelante  en  este  tomo 
son  los  siguientes:  El  de  los  Juegos  Florales  celebra- 
dos en  Almería  el  27  de  agosto  de  1903;  el  de  los 
organizados  en  Salamanca  por  la  revista  Gente  Joven, 
el  30  de  setiembre  de  1905;  el  de  los  de  Pontevedra, 
el  21  de  agosto  de  1912,  y  el  de  los  de  Murcia,  el  27  de 
marzo  de  1932.  Y  no  son  todos  los  que  Unamuno 
pronunció.  Los  no  incluidos,  como,  por  ejemplo,  el  de 
Las  Palmas  de  Gran  Canaria,  de  1909,  ha  sido  sim- 
plemente  por  no  haber  encontrado  un  texto  idóneo. 
Algún  día,  reunidos  todos  los  datos  y  acaso  logrados 
los  textos  correspondientes,  podrá  trazarse  el  itine- 


88 


INTRODUCCION 


rario  de  los  núcleos  de  esta  geografía  lírica  unamu- 
niana  por  las  tierras  de  España. 

Hoy  preferimos  unas  cuantas  consideraciones  de 
conjunto  sobre  su  original  y  sorprendente  interpre- 
tación de  este  menester  de  andante  mantenedor  de  la 
poesía  de  consistorio.  Sea  la  primera  de  ellas  afirmar 
que  la  tarea  de  don  Miguel  no  era  la  tradicional  y 
usadera  en  este  género  de  empresas.  Cumplía,  procuró 
cumplir  siempre,  el  rito  formal  de  la  indumentaria, 
dentro  de  la  que  se  sentía  incómodo,  y  respetaba  la 
invocación  final  celebrando  a  la  reina  de  la  fiesta, 
y  en  ella  a  la  mujer  española  de  cada  región  o  ciudad 
visitada.  Pero  siempre  aprovechó  la  coyuntura  para 
hacer  una  labor  de  enseñanza,  abriendo  ante  sus  audi- 
torios ocasionales  la  gran  baraja  de  los  problemas  na- 
cionales, la  íntima  preocupación  que  los  destinos  de 
España  le  merecían. 

Unos  cuantos  testimonios  del  propio  don  Miguel, 
ptíblicos  unos  y  privados  otros,  lo  precisarán.  Limi- 
tándonos a  los  primeros,  y  para  utilizar  textos  re- 
unidos en  este  volumen,  vayan  los  siguientes : 

"Mal  puedo  negarme  a  acudir  allá,  adonde, 
como  a  esta  ciudad  de  Almería,  se  me  llama, 
cuando  creo  de  mi  deber  meterme  hasta  allí, 
adonde  no  soy  llamado.  Aquí  me  tenéis,  pues,  sin 
cuidarme  en  demasía  de  la  oportunidad  de  lo  que 
voy  a  deciros  ni  de  si  ello  encaja  o  no  en  el 
rito  de  actos  como  este  que  aquí  se  celebra  aho- 
ra, sino  atento  sobre  todo  a  que  hablo  ante  espa- 
ñoles cultos  y  que  se  cuidan  del  destino  de  mies- 
tro  pueblo.  Me  traéis  a  unos  Juegos  Florales;  es 
como  si  me  trajeseis  a  otra  manifestación  espiri- 
tual y  pública  cualesquiera:  no  son  flores  lo  que  hr 
de  ofreceros. 

"Líbreme  Dios  de  censurar  estas  fiestas,  antes 
bien  las  aplaudo,  porque  de  aplaudir  es  todo 


XTRODUCCIO  X 


89 


cnanto  tienda  a  promover  el  cultivo  de  los  lujos 
del  espíritu  y  de  aquellos  regalos  que  se  nos 
otorgaron  para  consuelo  de  haber  nacido;  U- 
breme  Dios  de  censurarlas,  digo;  pero  he  de 
decir  también  que  no  han  respondido  sino  en 
muy  pequeña  parte  a  lo  que  de  ellas  se  esperaba, 
que  con  facilidad  vienen  a  caer  en  un  festejo  más 
de  las  obligadas  ferias  anuales  de  los  pueblos,  y 
que  llevan  en  sí  tal  vez  algo  que  en  lugar  de 
corregir  acrecienta  y  encona  acaso  uno  de  tos 
tres  vicios  radicales  de  nuestra  patria :  la  envi- 
dia. Estos  juegos  son,  en  efecto,  justas  o  torneos 
de  emulación,  y  la  anulación  que  puede  alguna 
ves  fingir  sazonados  frutos  es  casi  siempre  un 
detestable  acicate  educativo." 

En  los  de  Salamanca,  en  1905 : 

"No  he  de  decir  nada  de  lo  que  los  Juegos  Fh- 
■  rales  fueron  y  son,  así  como  de  su  próxima  muer- 
te, que  felizmente  no  tardará  en  ocurrir.  Nada 
he  de  hablar  tampoco  de  poetas  premiados,  ni  de 
reinas,  sino  de  una  retórica  especial  que  no  me 
atrevo  a  calificar.  He  acudido  a  muchos  de  es- 
tos actos,  pero  tomándolos  siempre  como  pretex- 
to para  decir  en  ellos  lo  que  me  parezca,  oportu- 
na e  inoportunamente.''' 

Todavía  en  1912.  hablando  en  los  de  Pontevedra, 
expresa  así: 

"Por  mi  parte,  se  me  presentaba  un  conflicto: 
de  un  lado,  mi  deseo,  ya  antiguo  y  acrecentado 
en  un  viaje  a  otra  porción  de  Galicia,  de  conocer 
esta  región,  famosa  por  su  belleza;  y  de  otro  lado 
una  cierta  repugnancia  que  siento  hacia  estas  fies- 
tas y  el  temor  de  venir  a  ellas  a  protestar  de  la 
forma  en  que  suele  llevarse  a  cabo  de  ordinario. 


90 


INTRODUCCION 


Mas  aunque  fuera  para  protestar  y  ver  si  se  mo- 
difica, debía  venir.  Empezó  el  furor  de  estas  fies- 
tas a  raíz  de  aquello  que  se  llamó  nuestro  desas- 
tre y  que  ocasionó,  entre  otros  viales,  el  de  la 
desastrosa  literatura  regeneracionista,  y  el  mayor, 
acaso,  de  todos  ellos.  Y  estos  juegos,  que  vinieron 
de  Cataluña,  convirtiéronse  pronto  en  festejo,  en 
deporte...  Hubo  ingenuo  — infeliz —  que  llegó 
a  creer  que  los  Juegos  Florales  podrían  acabar 
suplantando  a  los  toros;  pero  yo,  enemigo  de 
esta  fiesta  llamada  nacional,  os  declaro  que  en 
ella,  en  que  se  mucre  de  veras  — aunque  no,  cier- 
tamente, el  espectador — ,  hay  una  cierta  seriedad 
trágica  que  falta  en  estos  otros  festejos  en  que 
nada  se  compromete.  En  cuantos  Juegos  Florales 
he  presenciado  y  no  han  sido,  fuera  de  unos  en 
que  fui  a  oír  llorar  a  Costa,  sino  aquellos  en  que 
he  tomado  parte,  con  el  nombre  nada  simpático 
de  mantenedor,  no  vi  que  se  comprometiera  nada, 
y  si  alguna  vez  se  convirtió  un  recinto  como  éste 
en  algo  así  como  una  plaza  por  el  apasionamien- 
to, era  que  toreaba  yo." 

Y,  sin  embargo...  Pasados  los  años  y  con  ellos  el 
auge  de  estas  justas  literarias,  en  1932  es  invitado 
Unamuno  a  tomar  parte  en  los  que  se  celebraron  en 
Murcia.  Sus  primeras  palabras  las  dedicó  a  sus  pro- 
pias y  anteriores  actuaciones  en  empresas  de  esta 
clase.  Y  puesto  que  una  de  las  primeras  de  ellas  fué 
en  Cartagena,  ciudad  próxima,  se  expresa  así : 

"¡Qué  de  recuerdos  despiertan  en  los  recove- 
cos de  mi  memoria!  ¡Qué  de  recuerdos  se 
agolpan  en  mi  espíritu  al  volverme  a  ver  en 
una  tierra  como  ésta.  Yo  me  acuerdo  de  que  no 
empecé  tomándolas  del  todo  en  serio,  que  procuré 
dar  a  estas  fiestas  un  carácter  distinto  al  que  te- 
nían. Me  parecía  que  estos  Juegos  Florales,  que 


INTRODUCCION 


91 


habían  venido  de  Cataluña  y  de  Valencia,  no  eran 
lo  que  más  falta  hacía.  Me  parecía  que  lo  que  ha- 
cía falta  eran  cosas  vitales  y  de  trabajo.  Quizá  en 
eso  me  equivocaba  un  poco,  porque  es  muy  difícil 
dcliviilar  lo  que  es  juego  y  lo  que  es  trabajo,  lo 
que  es  flor  y  lo  que  es  fruto;  fruto  del  trabajo, 
flor  del  juego.  No  sé  cuál  debe  ser  el  preferido... 
En  aquella  época  yo  estaba  cerca  de  esta  ciudad, 
en  Cartagena,  hace  ya  de  esto  treinta  años.  Fué 
la  segunda  vez  que  yo  actuaba  en  una  fiesta  como 
ésta  de  hoy,  en  que  vuelvo  en  esta  primavera  y 
a  esta  ciudad  de  primor  que  es  Murcia,  y  voy  de 
nuevo  a  ver  las  flores  y  los  frutos,  el  juego  y  el 
trabajo.  Es  muy  cómodo  hablar,  como  hablando 
de  frutos,  de  acciones.  Unas  veces  es  de  Acción 
Republicana,  y  otras  veces,  de  Acción  Nacional." 

Lo  que  nos  revela  que  la  palinodia  envuelta  en  el 
recuerdo  no  ha  alterado  su  primeriza  actitud  de  anta- 
ño, y  los  problemas  nacionales  y  vivos  siguen  estando 
al  orden  del  día.  Actualidad  permanente  la  suya  en 
estos  consistorios,  que  se  refrenda  con  este  pasaje, 
casi  al  final  de  su  última  intervención  en  ellos: 

"Por  eso  yo,  que  me  burlaba  de  los  Juegos 
Florales,  a  los  que  llamaba  frutales  o  fructíferos, 
he  venido  aquí  a  decir  que  quizá  no  estaba  en  lo 
cierto.  He  vuelto  a  mi  oficio  de  antaño,  que 
tiene  de  poético,  de  divagatorio  y  de  político,  ha- 
ciendo a  mi  manera  política,  que  la  política 
requiere  algo  de  profético." 

Certámenes,  festivales  y  exposiciones. 

Pero  no  todo  fueron  Juegos  Florales.  Otras  ciuda- 
des españolas  invitaron  también  a  Unamuno  para 
que  hiciese  uso  de  su  palabra,  autorizada  y  ya  famo- 


92 


INTRODUCCION 


sa,  en  otros  actos,  de  tipo  cultural  también,  pero  sin 
la  tramoya  lírica  y  suntuaria  de  los  consistorios  poé- 
ticos. Tal  es  el  caso  de  algunos  discursos  reunidos 
en  este  volumen. 

La  Academia  Jurídico-Escolar  de  Valencia,  por 
ejemplo,  organizó  un  Certamen  Nacional,  y  con  esie 
motivo  tuvo  lugar  un  acto  literario  en  el  Ateneo  de 
la  ciudad.  Fué  el  24  de  abril  de  1902,  y  aunque  a 
él  no  pudo  asistir  don  Miguel,  allí  se  dió  lectura  a 
su  discurso,  luego  reproducido  en  la  Prensa  local  y 
nacional. 

Al  año  siguiente  y  con  motivo  de  las  fiestas  del  Cor 
pus,  la  ciudad  de  Orense  organizó  un  concurso  peda- 
gógico, cuya  clausura  y  distribución  de  premios  se 
hizo  coincidir  con  aquéllas.  Y  el  13  de  junio  de  1903 
leyó  Unamuno  en  aquel  acto  otro  de  sus  discursos. 

En  1905  se  celebra  en  Bilbao  una  exposición  es- 
colar, y  el  día  11  de  agosto  de  ese  año,  casi  cuatro 
después  de  su  memorable  discurso  de  los  Juegos  Flo- 
rales de  1901,  vuelve  don  Miguel  a  dirigirse  a  sus 
paisanos.  Su  tema  no  es  de  generalidades  pedagógi- 
cas en  torno  a  la  cultura,  como  en  Orense,  sino  algo 
muy  concreto:  '^La  enseñanza  de  la  Gramática",  en 
cuyas  páginas  alienta  su  ya  añeja  y  permanente  pre- 
ocupación por  el  lenguaje.  Al  año  siguiente  lo  repro- 
dujo integramente  el  Boletín  de  la  Institución  Libre 
de  Enseñanza,  y  de  él  dió  a  conocer  un  amplio  extrac- 
to la  revista  madrileña  La  Lectura. 

Sus  palabras  finales  fueron  éstas : 

"Espero  que  un  día  como  sello  de  cultura  se  im- 
ponga aquí  y  en  toda  España  y  reine  en  la  Amé- 
rica española,  la  lengua  de  Cervantes,  y  en  ella 
demos  a  los  demás  la  poesía  de  nuestro  espíritu. 
Y  si  entonces  llegara  a  cumplirse  mi  más  grayi- 
de  anhelo,  si  logro  entonces,  tras  una  vida  de 
lucha,  qtie  no  rehuyo,  venir  a  este  mi  pueblo  a 


INTRODUCCION 


93 


descansar  de  mis  combates  y  a  que  mi  cuerpo 
halle  cama  perdurable  en  esta  tierra  en  que  se 
meció  mi  cuna;  si  entonces,  al  pasar  mis  paisa- 
nos junto  a  mi  tumba  les  oigo  desde  ella  ento- 
nar cantos  nuevos,  cantos  frescos,  en  una  lengua 
propia,  formada  de  la  común  a  los  hispanos  to- 
dos, y  en  que  todos  ellos  se  entiendan,  entonces 
se  estremecerán  de  alegría  mis  huesos  y  mi  es- 
píritu dirá:  ^^Yo  sembré  la  semilla  de  alguna 
de  estas  flores  de  cauto  que  pasan  junto  a  mis 
restos.  ¡Bendita  la  tierra  que  me  engendró !" 

Y  al  año  siguiente,  en  1906,  se  celebró  durante  el 
verano  en  Málaga  un  gran  Festival  de  la  Enseñanza, 
del  que  fué  figura  principalísima  Unamuno,  que  du- 
rante tres  días  seguidos,  en  el  teatro  Cervantes,  en  el 
Circulo  Mercantil  y  en  la  Sociedad  de  Ciencias,  ha- 
bló a  los  allí  reunidos.  Para  hacer,  sin  duda,  más 
permanentes  sus  lecciones,  fueron  reunidas  y  publi- 
cadas en  un  folleto  esas  tres  conferencias.  Alguna 
de  ellas  había  suscitado  comentarios,  artículos  y  aun 
polémicas  en  la  Prensa,  en  la  de  Málaga  y  en  la  de 
Madrid,  y  haciéndose  eco  de  todo  ello  se  insertaron 
en  esta  publicación  dos  cartas  del  propio  don  Miguel. 
En  cambio,  y  así  se  advierte  en  la  nota  editorial 
que  abre  esas  páginas,  no  pudo  ser  incluido  en  ellas 
otra  intervención  suya  en  el  Centro  Socialista,  por 
no  haber  sido  tomada  taquigráficamente. 

Conferencias  en  Ateneos  y 
círculos  literarios. 

Que  Unamuno  fué  hombre  de  ateneo  es  cosa  cono- 
cida. Cuando  estudiaba  en  Madrid  frecuentó  el  en- 
tonces establecido  en  la  calle  de  la  Montera,  como 
asiduo  de  su  biblioteca  y  mudo  espectador  de  sus  ac- 


94 


INTRODUCCION 


tos  públicos.  Más  tarde,  trasladado  aquél  a  su  sede 
actual,  ocupó  numerosas  veces  su  tribuna.  Y  son  mu- 
chos los  españoles  que  han  evocado  su  silueta  en  las 
tertulias  de  la  llamada  la  docta  casa,  en  cuya  galería 
de  retratos  figura  el  suyo,  entre  los  del  Olimpo  de 
la  vida  nacional  de  hace  más  de  un  siglo.  Y  si  el 
Ateneo  de  Salamanca  tuvo  vida  ¡/róspera  un  tiempo, 
a  don  Miguel  se  debió. 

Aunque  también  pudiera  trazarse  un  itinerario 
de  sus  peroraciones  ateneísticas  en  los  centros  espa- 
ñoles de  este  tipo  que  animó  con  su  palabra,  lo  que 
no  sé  si  es  muy  conocido  es  que  en  uno  de  ellos  se 
inicia  su  fama  como  orador  público.  El  más  remoto 
de  los  textos  compilados  en  este  volumen  es  un  cu- 
rioso estudio  leído  en  la  Sección  de  Ciencias  His- 
tóricas del  Ateneo  de  Sevilla,  en  1896,  titidado 
"Sobre  el  cultivo  de  la  dcmótica".  No  conocía  más 
que  la  noticia  que  en  su  día  recogió  un  diario  se- 
villano. El  Porvenir,  pero  he  aquí  que  entre  los 
papeles  del  archivo  unamuniano  se  conserva  el  tex- 
to autógrafo  de  tal  estudio.  Es  el  que  juás  adelante 
se  reproduce.  Y  adviertan  sus  lectores  cómo  no  po- 
cos pasajes  y  conceptos  de  aquél  fueron  reiterada- 
mente utilizados  por  el  autor  en  otras  intervencio- 
nes públicas  suyas  posteriores.  Quede  encomenda- 
do a  su  curiosidad  y  a  su  celo  el  cotejo  correspon- 
diente. 

Un  prestigioso  centro  literario  gallego,  al  que  no 
era  ajena  la  figura  de  Emilia  Pardo  Bazán,  la  "Re- 
unión de  Artesanos" ,  de  La  Coruña,  en  el  que  aquélla 
hizo  su  presentación,  supo  aprovechar  la  visita  de 
Unamuno  a  Orense  en  junio  de  1903,  y  pocos  días 
más  tarde,  el  19  de  junio,  hablaba  en  el  teatro  Prin- 
cipal de  la  capital  gallega.  El  tema  de  esta  inter- 
vención fué  la  poesía  gallega  y  como  cima  de  ella,  de 
la  dulce  Rosalía  de  Castro,  por  la  que  don  Miguel 


INTRODUCCION 


95 


tuvo  siempre  una  sincera  admiración.  Pero  el  pla- 
no literario  se  interfiere  con  el  humano,  y  puesto 
que  en  Galicia  hablaba,  no  faltó  el  análisis,  muy  su- 
til y  certero,  de  la  idiosincrasia,  del  modo  de  ser 
y  obrar  de  los  propios  gallegos.  Quienes  deseen  más 
extensa  información  sobre  ello  pueden  ojear  un  tra- 
bajo que,  con  el  títido  de  "Galicia  y  Unamuno",  he 
dado  a  conocer  recientemente  en  la  ¡revista  que 
otro  gallego  de  hoy,  Camilo  José  Cela,  dirige  en 
tierras  mediterráneas,  cercadas  por  el  mar  latino. 
Me  refiero  a  Papeles  de  Son  Armadens  {núm.  XX, 
noviembre  1957). 

Y  en  el  verano  de  ese  mismo  año,  el  30  de  agosto 
de  1903,  Unamuno,  que  había  sido  invitado  a  tnan- 
tener  los  Juegos  Florales  de  Almería,  habló  de  nue- 
vo en  el  Círculo  Literario  de  la  capital  andaluza  a 
quienes  le  oyeron,  de  sus  recuerdos  personales,  de 
sus  lecturas  próximas  y  remotas,  de  sus  preocupacio- 
nes por  el  destino  nacional,  para  terminar  propugnan- 
do la  lucha,  que  no  cesará  nunca;  pero  que  debe  ser 
afrontada  con  el  mayor  margen  de  tolerancia  mu- 
tua. "Y  quiera  Dios  — les  decía —  que  no  cese  la 
lucha,  porque  el  día  que  el  hombre  cese  de  luchar, 
muere.  Hay  que  luchar  con  ciencia,  que  es  como  lu- 
char con  amor." 

En  esta  ruta  de  las  invitaciones  ateneísticas  va  un 
día  Unamuno,  al  mediar  octubre  de  1906,  a  Barcelo- 
na, llamado  por  el  Ateneo  Enciclopédico  Popular, 
para  hablar  a  los  catalanes  de  solidaridad  nacional, 
en  el  teatro  Novedades  de  aquella  ciudad,  colmado 
de  oyentes  que  le  escuchan  atentos  y  entusiastas.  Y 
ante  ellos  va  desgranando  su  posición  de  siempre,  la 
que  venía  manteniendo  con  la  pluma  en  sus  escritos 
públicos,  la  que  sostuvo  hasta  el  final,  con  un  sen- 
tido amplio,  vital  y  generoso  de  la  común  patria 
española. 


96 


INTRODUCCION 


En  CSC  camino  oratorio  les  dice : 

"Os  invito  a  todos  vosotros  a  que  subáis  con- 
migo desde  este  suelo  donde  niebla  de  pasión, 
de  pasiones  muy  disculpables  y  muy  respetables 
muchas  de  ellas,  os  velan  las  caras  y  os  impiden 
veros  y  reconoceros.  Subid  desde  esta  tierra  en- 
vuelta en  nieblas  a  alturas  de  aire  sereno  y  puro, 
aire  soleado  por  la  luz  del  sol  de  la  verdad.  Sin 
embargo,  algo  habrá  que  acaso  pueda  herir  a  al- 
guien, no  lo  niego;  no  vengo  a  herir  sentimientos, 
pero  sí  a  analizarlos. 

"Anoche  asistí  — les  dijo  luego —  o  la  sesión 
inaugural  del  Congreso  Internacional  de  la  Len- 
gua Catalana  y  vi  que  se  aplaudía  grandemente  a 
un  compañero  mío  de  profesorado;  a  un  distingui- 
do profesor  de  la  Universidad  de  Madrid,  cuan- 
do hablaba  del  desconocimiento  suicida  que  hay 
en  el  resto  de  España  respecto  a  lo  que  aquí 
pasa  y  a  lo  que  esto  es.  Pues  bien,  este  desco- 
nocimiento, hay  que  decirlo  claro  y  limpiamente, 
es  mutuo  en  casi  toda  España;  las  gentes  aquí  no 
se  conocen  unos  a  otros,  y  no  basta  no  cono- 
cerlas aisladamente  de  paso  en  una  tierra  que 
no  es  la  suya;  cada  uno  goza  toda  su  plenitud 
si  no  se  lo  manifiesta  tal  cual  es  sino  en  su 
propia  tierra,  y  digo  más:  ¿os  conocéis  acaso 
vosotros  mismos?" 

Y  enmendando  la  conocida  frase  francesa  Tor.t 
comprende  c'est  tout  pardonner,  les  propone  adop- 
tarla en  sentido  inverso :  "Perdonarlo  todo  es  com- 
prenderlo todo."  Luego  acude  a  testimonios  literarios 
y  de  su  boca  van  saliendo  versos  catalanes  de  Verda- 
guer  y  de  Maragall  alguno  de  Carducci,  el  gran 
poeta  civil  de  Italia,  y  otros  castellanos,  de  Hernán- 


INTRODUCCION  9/ 


do  de  Acuña  y  de  GuiUén  de  Castro,  al  filo  siempre 
de  su  tesis,  o  del  poeta  anglo-escocés  Biirns,  tan  leído 
por  él. 

"Y  ahora,  para  concluir,  quiero  hablaros  de 
dos  cosas,  de  dos  símbolos.  De  un  símbolo  natu- 
ral, que  es  la  lengua,  y  de  otro  símbolo  artificial, 
que  es  la  bandera." 

En  torno  al  primero  hablará  del  vascuence  agoni- 
zante de  su  Vasconia  nativa,  del  hecho  vivo  y  enor- 
me del  español  de  América  y  del  propio  catalán  ver- 
náculo; y  al  referirse  a  la  bandera,  considerará  la 
catalana  de  las  cuatro  barras,  rojas  y  amarillas, 
"como  un  bandera  española  dublicada :  son  dos  ban- 
deras españolas  hermanadas,  juntas.  Cortadlas  por  la 
mitad  y  tendréis  dos  banderas  de  España.  Unid  es- 
tas dos  mitades  y  tendréis  vuestra  bandera  catalana". 

Para  terminar  con  estas  palabras: 

"Y  como  parece  que  aquí,  en  este  país,  es  de 
ritual  concluir  actos  de  propaganda  con  vivas, 
con  un  viva  quiero  acabar  este  mi  acto.  Alguien 
podrá  creer  que  sea  un  viva  España  en  lengua  ca- 
talana, ífM  visca ;  no,  no  es  en  mis  labios  donde  esa 
lengua  florece  y  no  es  de  ellos  de  donde  debe 
salir.  Es  un  viva  más  universal  y  más  verda- 
dero; es  un  viva  a  lo  que  en  España  está  muer- 
to, y  su  muerte  nos  mata  a  todos.  ¡¡Viva  la 
verdad! !" 

Si  en  un  teatro  de  Barcelona  habla  Unamuno  a 
los  catalanes  de  Castilla  en  1906,  en  1915  hablará 
a  los  castellanos,  en  el  teatro  Lope  de  Vega,  de  Valla- 
dolid,  a  invitación  de  su  Ateneo,  de  los  poetas  de 
Cataluña.  Conferencia  esta  suya  de  un  subido  valor 
literario,  cuyo  sólo  título  es  ya  una  promesa:  Lo 


98 


INTRODUCCION 


que  puede  aprender  Castilla  de  los  poetas  catalanes. 
Aunque  difundida  en  un  folleto  primoroso,  no  sue- 
le ser  citada  en  las  bibliografías  iinamunianas.  A  ella 
pertenecen  estos  pasajes: 

"Es  en  el  siglo  XIX  cuando  renace  el  cata- 
lán como  lengua  literaria.  Sus  hitos  los  marcan 
Aribau,  Rubio  y  Ors  (el  gaitero  de  Llobregat), 
Verdaguer  y  AlaragaR.  Y  este  movimiento  poé- 
tico, literario,  arrancaba  de  una  aspiración  po- 
pular de  Cataluña:  la  de  recobrar  la  personali- 
dad colectiva  de  la  región.  Y  en  esta  lucha 
por  la  reconquista  de  la  personalidad  intervinie- 
ron hasta  los  Juegos  Florales." 

Y  aquí  de  su  conocida  y  mantenida  actitud  fren- 
te a  ellos: 


"Soy  un  decidido  enemigo  de  eso  del  floralis- 
mo,  y  lo  he  probado  con  hechos.  Cuantas  veces 
he  aceptado  el  oficio  de  mantenedor  de  tales 
fiestas  lo  he  hecho  con  la  piadosa  intención  de 
combatirlas,  de  desacreditarlas,  de  reventar,  si 
queréis,  toda  esa  ridicula  liturgia  antipoét^ca 
que  profana  con  tramoyas  y  pantomimas  de  es- 
cenario la  santidad  y  seriedad  de  la  Poesía." 

Aunque  ahora,  tras  este  pasaje,  que  podríamos  in- 
corporar a  la  antología  unamuniana  de  textos  pare- 
jos antes  aducidos,  lia  de  ser  completado  con  el  que 
sigue : 

"Pero  si  en  alguna  parte  tiene  su  relativa  jus- 
tificación el  floralismo,  es  en  Cataluña,  porque 
allí  la  fiesta  responde  a  una  necesidad  de  afir- 
marse el  alma  colectiva,  de  buscar  su  persona- 
lidad. Los  catalanes  no  iban  a  esa  fiesta  como 


INTRODUCCION 


99 


a  un  puro  festejo  — festejo  de  importación  e 
imitación  entre  nosotros — ,  sino  como  a  un 
acto." 

A  pesar  de  la  teoría  de  poetas  catalanes  que  antes 
he  citado,  después  de  ponderar  la  flexibilidad  del  ca- 
talán para  el  menester  de  la  poesía  — "^í  que,  como 
decía  Maragall,  la  verdadera  lírica  sólo  puede  ha- 
cerse en  dialecto" —  y  lo  que  en  el  influye  la  pobre- 
za filosófica  de  Cataluña,  con  un  espíritu  afín  al  de 
"la  escuela  escocesa",  "una  filosofía  discreta,  de  sen- 
tido común,  pero  de  bajo  vuelo",  los  testimonios  poé- 
ticos aducidos  van  a  ser  preferentemente  de  "su" 
Maragall,  del  que  lee  varias  tiradas  de  versos  en  ca- 
talán. 

Y  viniendo  al  fondo  del  tema,  que  es  el  que  su 
enunciación  anticipa. 

"...  cabe  decir  que  nuestra  literatura  castella- 
Uana  es  más  dramática  que  lírica,  es  de  choque 
de  pasiones  elementales  y  primitivas,  a  base  de 
amor  propio...  Y  en  España  hay  un  estilo  que 
podríamos  llamar  castellano,  que  tiende  a  cierta 
inmovilidad,  a  cierta  anquilosis...  Y  contra  ello 
hay  que  obrar,  y  contra  su  causa,  que  no  es  otra 
que  la  pereza  intelectual...  Porque  ni  a  nombre 
de  tradición  cabe  defender  ese  no  estilo,  ese  ar- 
caísmo de  combinaciones  mecánicas  de  palabras... 
Si  la  poesía  castellana  ha  de  levantarse,  tiene  que 
hacerse  día  a  día  su  lengua,  su  estilo,  y  no  servir- 
se de  una  como  litúrgica  y  consagrada  e  intangi- 
ble. Y  si  hemos  de  hacer  la  integración  espiritual 
española,  menester  nos  es  penetrarnos  no  ya  de 
las  distintas  lenguas,  mas  de  los  distintos  estilos. 
De  las  lenguas,  desde  luego.  Es  una  torpeza,  con- 
siderando despectivamente  el  catalán  como  una 
lengua  inferior  y  dando  a  la  palabra  dialecto  un 


100  INTRODUCCION 


sentido  torcido,  rehusarnos  a  su  estudio.  Es  un 
deber  de  hoy  de  todo  español  cidto  llegar  a  leer 
el  catalán  y  portugués,  sin  que  se  los  traduz- 
can... El  problema  de  la  variedad  de  lenguas 
ha  de  resolverse  por  integración,  acaso  por  re- 
ducción o  variedad  de  estilos  dentro  de  una  mis- 
ma lengua  común.  En  conclusión...,  creo  que 
podemos  aprovechar  la  lección  que  nos  da  la 
poesía  de  un  pueblo  hermano  y  sentirnos,  nos- 
otros mismos,  pero  no  en  oposición  a  ellas,  sino 
en  integración.  Debemos  buscar  el  sentido  de  lo 
concreto,  de  la  vida  que  pasa,  el  gusto  de  la  tie- 
rra, que  es  más  que  símbolo  y  el  goce  de  la  for- 
ma; desprendernos  algo  de  la  quejumbrosidad 
y  con  ella  de  la  sonoridad  oratoria,  externa;  sa- 
cudirnos de  lo  esquemático  y  de  lo  dogmático. 
Y  en  el  fondo  amar  más  la  vida.  Quizá  sea 
ésa  la  condición  central  catalana :  un  fuerte  amor 
a  la  vida,  que  huye  todo  ascetismo...  Esta  te- 
rrible indiferencia  que  en  Castilla  nos  rodea, 
este  no  importar  nada,  ¿qué  es  sino  despego  de 
la  vida,  que  se  soporta,  pero  no  se  quiere  f" 

Años  después,  cuando  más  intensa  era  la  campaña 
política  de  Unamuno,  otros  Ateneos  españoles  fueron 
también  tribunas  de  sus  encendidas  diatribas.  Re- 
cordemos, por  ejemplo,  la  que  sobre  el  tema  "La 
educación  nacional  en  la  autonomía  catalana"  pro- 
nunció en  el  Mercantil,  de  Valencia,  en  1919;  o 
aquella  otra,  en  la  misma  ciudad,  a  invitación  del 
Ateneo  Científico  de  la  misma,  y  que  por  insuficien- 
cia del  local  hubo  de  ser  pronunciada  en  la  Casa  de 
la  Democracia,  en  1922.  No  se  olvide  que  fueron 
algunas  de  sus  colaboraciones  en  la  Prensa  valen- 
ciana las  que  motivaron  su  procesamiento  por  sus 
ataques  al  monarca. 


INTRODUCCION  101 


Los  PROBLEMAS  DOCENTES  UNIVER- 
SITARIOS. 

Como  Rector  primero,  y  como  catedrático  de  una 
universidad  española,  sintió  en  lo  vivo  don  Miguel 
los  problemas  de  aquélla.  Y  si  de  la  mayor  parte  de 
ellos  pudo  ocuparse,  y  se  ocupó  en  varias  intervencio- 
nes suyas,  dentro  y  fuera  del  recinto  universitario, 
hay  dos  textos  esenciales  que,  además,  fueron  difun- 
didos en  sendos  folletos  impresos.  Habrán  perdido 
actualidad,  sin  duda,  en  el  trascurso  del  tiempo, 
pero  parece  natural  que  sean  salvados  del  olvido  in- 
corporándolos a  un  volumen  de  estas  su  Obras  Com- 
pletas. 

A  comienzo  de  1905  se  reunió  en  Barcelona  la 
II  Asamblea  Universitaria,  y  a  ella  envió  Unamiino 
sobre  el  segundo  de  los  temas  generales,  el  titulado 
"La  enseñanza  universitaria" ,  una  ponencia  leída  en 
aquella  ocasión. 

Su  otra  intervención,  en  el  mes  de  enero  de  1917 . 
más  de  dos  años  después  de  haber  cesado  en  el  Recto- 
rado salmantino,  fué  más  sonada.  Se  trata  de  la  con- 
ferencia que  sobre  el  tema  "Autonomía  docente"  pro- 
nunció en  la  Real  Academia  de  Jurisprudencia  y  Le- 
gislación, de  Madrid,  e  impresa  por  la  misma. 

Pensando  en  un  auditorio  de  legistas,  esmaltó  sus 
páginas  de  citas  legales  alternadas  con  el  relato  de 
experiencias  y  anécdotas  propias  y  ajenas,  que  tanto 
abundan  en  nuestros  medios  docentes,  pero  no  pudo 
reprimir  los  que  él  llamó  desahogos  líricos  como  los 
que  siguen,  y  que  nos  ofrecen  la  dimensión  limnayia 
del  conferenciante : 

"Al  finalizar  el  ídtimo  curso  se  cumplieron  los 
veinticinco  años  de  mi  entrada  en  el  profesorado 
oficial;  en  esos  veinticinco  años  he  estado  como 
mejor  Dios  me  ha  dado  a  saber  y  entender,  dan- 


102 


INTRODUCCION 


do  la  vida  día  a  día  por  la  Patria;  porque  la  vida 
no  se  da  sólo  de  una  vez:  se  da  también  gota  a 
gota  y  día  por  día.  Hay  quien  da  la  muerte  por 
la  Patria,  y  hay  quien  da  la  vida.  Son  dos  cosas 
distintas." 

Y,  además,  el  recuerdo  de  sus  alumnos,  hijos  del 
espíritu : 

"Ocho  hijos,  ocho  hijos  de  la  carne  me  ha  dado 
Dios,  y  muchas  docenas,  muchos  racimos  de  hi- 
jos del  espíritu,  que  han  ido  pasando  por  allí  y 
recibiendo  de  mí  lo  que  yo  había  recibido  del  es- 
píritu de  nuestros  padres,  y  he  tratado  de  acre- 
centar, por  lo  menos  de  calentar  cuanto  podía  al 
calor  de  un  corazón  que  todavía,  a  pesar  de  los 
años,  no  se  ha  convertido  en  pavesa,  este  legado 
de  los  siglos  y  de  la  Historia,  que  es  el  pensa- 
miento de  Dios,  y  he  tratado  de  inculcarles  la 
dignidad  del  hombre...  Nunca,  de  todos  esos  que 
han  pasado  por  allí,  que  ya  están  desparra- 
mados por  toda  España  y  algunos  fuera  de  ella, 
de  todos  esos  que  han  sido  mis  discípidos,  nunca 
he  recibido  sino  pruebas  de  la  mayor  considera- 
ción y  hasta  de  cariño;  que  este  erizo  que,  si  se 
obstina,  por  ejemplo,  en  no  querer  venir  aquí,  es 
por  miedo  a  que,  gastándole  las  púas,  le  con- 
viertan en  conejo:  este  erizo  ha  sabido  atraerse 
siquiera  el  cariño  de  aquellos  con  quienes  ha  con- 
vivido." 


Los    ESCENARIOS    LOCALES.    BiLBAO  Y 

Salamanca. 

No  quiero  referirme,  amparado  en  este  anunciado, 
a  la  localización  topográfica  de  las  que  fueron  en  vida 
de  don  Miguel  sus  dos  ciudades,  que  tantas  veces  oye- 


INTRODUCCION 


103 


ron  su  voz  en  actos  públicos,  en  su  mayoría  antes 
aludidos.  Más  bien  pretendo  atribuirle  a  aquél  una 
serie  de  circunstancias,  compromisos  en  ocasiones,  a 
las  que  debieron  algunas  de  sus  intervenciones  pú- 
blicas. 

En  su  Bilbao  nativo,  una  de  sus  tribunas  fué  la  de 
la  venerable  y  prestigiosa  sociedad  '■'■El  Sitio^',  y  en 
ella  hablaba  ante  sus  paisanos,  7nuchas  veces  lo  ase- 
guró, como  en  su  casa  — "no  digo  entre  los  míos, 
sino  más  bien  entre  aquellos  de  quienes  soy" — .  Allí 
pronunció,  el  3  de  enero  de  1S87,  a  los  tres  año<!  de 
haberse  doctorado  en  la  Universidad  de  Madrid,  su 
conferencia  sobre  "El  espíritu  de  la  raza  vasca", 
tema  que  nos  llevó  a  incluirla  en  el  volumen  anterior 
de  estas  Obras  Completas,  dotide  la  encontrará  el 
lector. 

En  aquel  local  bilbaíno  dió  a  conocer  en  1891  las 
primicias  de  su  novela  Paz  en  la  guerra,  que  ya  te- 
nía en  el  bastidor. 

"Ya  la  Prensa  local  se  ha  ocupado  — decía  El 
Nervión  de  23  de  marzo  de  aquel  año — ,  elogián- 
dole mucho,  de  este  hermoso  trabajo  literario  del 
señor  Unamuno,  y  ya  que  nosotros  no  podamos 
hacerlo,  por  considerar  al  conferenciante  como  de 
la  casa,  reproducimos  dos  fragmentos  del  traba- 
jo leído  por  el  señor  Unamuno,  en  la  seguridad 
que  el  público  lo  estimará  más  que  cuantos  elo- 
gios podamos  hacer  nosotros.  Hecha  la  adverten- 
cia de  que  forman  parte  de  una  novela  en  la  que 
su  autor  refleja  nuestra  raza  vasca,  mostrada  en 
sus  luchas  político-religiosas  de  la  última  gue- 
rra civil." 

Y  en  el  salón  de  la  Sociedad  Filarmónica,  de  Bil- 
bao, pronunció  el  discurso  inaugural  de  la  exposición 
postuma  de  las  obras  del  escultor  Nemesio  Mogrobe- 


104 


INTRODUCCION 


jo,  el  11  de  setiembre  de  1910,  discurso  que  luego 
pasó  de  ser  la  portada  de  una  monografía  sobre  aquel 
artista,  por  entonces  editada,  a  uno  de  los  libros  una- 
munianos,  el  que  lleva  por  título  Sensaciones  de  Bil- 
bao, incorporado  hoy  al  tomo  I  de  esta  Obras  Com- 
pletas. 

Fero  no  siempre  fué  Bilbao  una  tribuna  para  te- 
mas locales,  aunque  los  en  ella  abordados  no  carecie- 
sen de  impregnaciones  de  tal  carácter.  Es,  'por  ejem- 
plo, el  caso  de  una  también  memorable  — luego  pre- 
cisaremos por  qué —  conferencia  de  don  Miguel  en 
el  local  de  '^EL  Sitio",  pronunciada  el  5  de  setiem- 
bre de  1908,  con  este  titulo  revelador:  ^^La  concien- 
cia liberal  española  de  Bilbao".  Porque  el  exordio  y 
la  conclusión  los  constituyen  un  haz  de  recuerdos  per- 
sonales empañados  por  la  nostalgia.  Así  éste: 

"Al  cabo  de  años  vuelvo  a  ocupar  esta  tribuna, 
desde  la  que  empecé  mi  vida  pública  de  conferen- 
ciante. Aquí,  es  decir,  en  el  anterior  local  de  esta 
sociedad,  donde  hoy  están  los  otros,  me  estrené 
en  mi  labor  pública.  En  un  rincón  de  esta  sala, 
precisamente  en  este  mismo  en  que  se  levanta  la 
tribuna  desde  la  que  hablo  ahora,  pasé  de  los  me- 
jores ratos  de  mi  vida  discutiendo  con  amigos  que, 
en  buena  parte,  han  desaparecido  ya  de  entre  nos- 
otros. Este  salón  está  para  mí  lleno  de  recuerdos 
de  mi  juventud,  de  recuerdos  de  vivos  y  de  muer- 
tos.." 


Pero  el  tema  general,  como  se  indicó,  era  el  del 
liberalismo,  y  el  tema  apasionaba  entonces  en  Espa- 
ña, y  hasta  Madrid  llegaron  los  ecos  de  esta  confe- 
rencia. Y  un  joven  amigo  de  Unamuno,  que  acababa 
de  regresar  de  Alemania,  desde  donde  le  escribía 
carias  en  que  se  firmaba  Pepe  Ortega,  captó  muy 
bien  este  eco  que  desde  Bilbao  le  llegaba.  Y  en  las  co- 


ÍXTRODUCCION 


105 


liimnas  del  diario  familiar  El  Imparcial  {11  de  no-, 
viembrc  de  1908),  le  dedica  unas  ^'Glosas  a  un  dis- 
curso", que  deben  ser  recordadas. 

^'De  cuando  en  cuando  — comien::a}i — ,  don  Mi- 
guel de  Unammio  abandona  las  piedras  siibliiucs 
de  Salamanca,  rojas  de  místico  jcri'or.  y  va  a 
buscar  por  la  muerta  campiña  acl  alma  española 
una  liza  donde  romper  algunas  lanzas  en  pro  de 
la  libertad  y  de  la  cultura.  Y  acaso  haya  de  can- 
sarle grave  enojo  diciendo  que  sus  poesías  y  sus 
comentarios  al  Quijote,  con  ser  bellos  y  muy  día- 
nos de  lectura,  serán,  probablemente ,  olvidados 
por  los  españoles  en  1950,  en  cuya  memoria  ha- 
brá, en  cambio,  de  perdurar  este  otro  Vnamuvo 
Campidoctor. 

"En  su  discurso  de  Bilbao  predica  Unamuno 
una  fórmula  de  liberalismo  que  me  parece  de- 
cisiva: "El  que  las  voces  liberalismo  y  liber- 
tad — ha  dicho —  tengan  una  estirpe  común, 
lleva  a  juegos  de  palabras  y  al  errado  concep- 
to de  la  libertad.  La  libertad  es  la  conciencia 
de  la  Ley,  y  la  Ley  es  social.  El  liberalismo  está 
donde  quiera  en  crisis,  porque  lo  está  aquel  con- 
cepto manchestcriano  de  la  Ley  que  produjo  la 
escuela  clásica  de  economía  política,  verdadera 
esencia  del  liberalismo,  que  ha  sido  hasta  aho- 
ra anarquista  en  el  fondo." 

"Es  preciso  — comenta  Ortega  y  Gasset —  que 
los  jefes  oficiales  del  partido  liberal  se  dignen 
alguna  vez  e.vpresar  su  juicio  acerca  de  esta 
interpretación  de  la  palabra  libertad,  en  torno  a 
la  cual  van  agrupándose  los  nuevos  liberales  es- 
pañoles. ¿Creen,  por  ventura,  que  el  liberalismo 
puede  dar  un  solo  paso  sin  teorías  firmes?  ¿No 
es  ridículo  intentar  rebatir  las  afirmaciones  del 
separatismo  catalán  oponiéndoles  — como  se  ha 


106  INTRODUCCION 


hecho  en  el  Congreso —  un  concepto  Urico  y  vul- 
gar de  la  patria?  En  España  los  hombres  de 
más  de  cuarenta  años  se  considerarían  deshon- 
rados si  creyeran  que  aún  tenían  algo  que 
aprender,  y  como  los  jefes  liberales  han  pasado 
de  esa  edad,  va  a  costar  muchos  esfuerzos  en- 
viarlos a  la  escuela  de  hombres  más  jóvenes  y 
avisados,  como  Unamuno;  mejor  dicho,  esto  es 
imposible." 

Pero  no  todo  es  entusiasmo  en  el  joven  Ortega 
hacia  lo  que  Unamuno  dijo  en  Bilbao. 

"Quisiéramos  que  viniera  a  Madrid  — escri- 
be más  adelante —  y  aquí  predicara  también  su 
nueva  aliansa  liberal.  Nuestra  ciudad  no  tiene 
grandes  virtudes;  pero,  a  despecho  de  cuanto 
quiera  echársele  en  cara,  sigue  siendo  el  aparato 
de  e.vpansión  intelectual  más  poderoso  con  que 
contamos  en  España.  Caracterizar  a  Madrid 
como  el  más  rico  yacimiento  de  frivolidad  es  una 
tontería  de  esas  que  Unamuno,  temeroso  no  ba- 
rezca  harto  perfecta  su  labor,  intercala  por  hu- 
mildad en  sus  escritos  y  conferencias.  ¿Por  ven- 
tura no  hay  en  esta  villa  otra  cosa  que  poetas 
absurdos?  /Por  ventura  hay  sabios  en  Salam.an- 
ca  o  en  Bilbao?...  Esta  necesidad  de  ser  un 
"Contra-al guien"  o  un  "Contra-algo" ,  es  acaso  el 
rasgo  más  miserable  de  las  tendencias  contempo- 
ráneas. No  creo  que  Unamuno  necesite  de  tales 
métodos  para  acusar  su  personalidad." 

Huelga  advertir  que  don  Miguel  no  quiso  admitir 
nunca,  y  de  ello  se  envanecía,  ninguna  disciplina  de 
partido.  Su  misión  fué  otra,  y  creo  que  quien  la  ex- 
presó de  un  modo  más  terminante  fué  el  profesor 
E.  R.  Curtius,  cuando,  años  más  tarde,  lo  considera- 
ría como  Excitador  Hispaniae. 


INTRODUCCION  107 


Y  vengamos  ahora  a  la  otra  ciudad  de  su  vida, 
a  "su"  Salamanca.  En  ella  cumplió  su  dilatada  ta- 
rea docente.  Como  Rector  de  su  Universidad,  ocupa- 
ba uno  de  los  lugares  más  destacados  en  la  vida  lo- 
cal; como  intelectual,  en  el  más  noble  sentido,  dio 
vida  o  animó  con  su  presencia  no  pocas  empresas 
culturales,  y  en  ella  tomó  parte  activa  en  las  luchas 
académicas  del  claustro  y  en  la  vida  política  muni- 
cipal. A  las  muestras  oratorias  ya  aducidas,  a  la.v 
manifestaciones  que  el  lector  encontrará  por  sí  mis- 
mo en  algunas  de  ellas,  deben  ser  añadidas  éstas 
que  ahora  se  enumeran. 

No  se  nos  ha  conservado  un  texto  idóneo  de  aque- 
lla intervención  suya  en  el  acto  organizado  por  la 
Academia  de  la  Poesía  Española,  de  la  que  fué  se- 
cretario Manuel  Machado,  y  que  el  19  de  abril  de 
1911  conmemoró,  en  el  convento  dominico  de  San  Es- 
teban, el  III  Centenario  de  La  Cristiada,  actividad  a 
la  que  se  refirió  aquí  en  Salamanca  mi  buen  amigo 
Dionisio  Gamallo  Fierros,  con  motivo  del  II  Congreso 
de  Poesía  celebrado  en  1953.  Sabemos  quiénes  inter- 
vinieron en  aquella  velada  literaria,  cuyas  palabras  fi- 
nales pronunció  don  Miguel.  En  la  tribuna  le  habían 
precedido  el  padre  Secundino  Martínez,  prior  de 
San  Esteban;  Mariano  Miguel  de  Val,  fray  Luis 
Urbano,  Alberto  Valero  Martín,  don  José  Ortega 
Morejón,  el  padre  Matías  García  y  doña  Blanca  de 
los  Ríos,  que  habló  de  "Nuestra  poesía  y  América''. 
Tampoco  hemos  podido  incorporar  textos  fidedignos 
de  otras  intervenciones  suyas  en  la  Federación  Obre- 
ra, en  el  Ateneo  y  en  varios  escenarios  de  la  ciudad, 
pero  creo  que  con  los  que  se  han  podido  allegar  pue- 
de formar  opinión  por  sí  mismo  el  lector. 

Es  el  caso,  por  ejemplo,  de  aquella  conmemoración 
del  Centenario  de  las  Cortes  de  Cádiz,  que  tuvo  lu- 
gar el  24  de  setiembre  de  1910  en  el  Ayuntamiento  de 
Salamanca,  de  cuya  Universidad  era  Rector  a  la  sazón 


108  INTRODUCCION 


Muñoz  Torrero,  luego  presidente  de  aquella  asamblea 
legisladora.  A  ella  pertenece  este  pasaje : 

"No  olvídennos  que  sí  nuestros  abuelos  de  Cá- 
diz ganaron  las  libertades  políticas  frente  a  un 
pobre  e  indigno  rey  entregado  al  invasor,  nos- 
otros acaso  tengamos  que  pelear  por  la  libertad 
del  alma  nacional  frente  a  una  secta  o  a  un  par- 
tido de  hombres  entregados  a  la  furiosa  vanidad 
del  internacionalismo  sin  patria." 

Recordemos  también  aquel  discurso  de  don  Miguel 
en  una  velada  literaria  organizada  en  el  Círculo  Mer- 
cantil salmantino,  la  noche  del  11  de  noviembre  de 
1912,  en  que  se  dirigió  a  los  dependientes  de  comer- 
cio invitándoles  a  que  se  uniesen  para  defender  sus 
derechos  y  sus  intereses. 

"F  doy  a  este  mi  acto  de  dirigiros  ahora  la  pa- 
labra la  solemnidad  de  un  discurso  escrito,  por- 
que la  amargura  del  mar  que  me  rodea  no  me 
cabe  ya  dentro,  se  me  rebosa  del  corazón  y  tengo 
que  echarla  fuera.  Es,  en  efecto,  el  mar,  o  más 
bien,  pantano  de  aguas  estancadas  y  mefíticas 
que  nos  rodea,  tan  amargo,  que  no  hace  sino  azu- 
zar más  y  más  mi  sed  de  verdad  y  de  justicia. 
Aprovecho,  pues,  esta  coyuntura  en  que  se  feste- 
ja la  formación  de  una  sociedad  de  dependientes 
del  comercio,  de  los  que  los  imbéciles  y  presun- 
tuosos llaman  neciamente  horteras,  para  pediros 
que  contribuyáis  a  la  restauración  moral  de 
nuestra  querida  ciudad." 

Y  en  noviembre  de  1915,  habiendo  sido  presentado 
candidato  a  concejal  del  Ayuntamiento  salmantino  por 
los  ferroviarios,  fué  a  tomar  parte,  en  su  domicilio 
social,  en  un  mitin  de  propaganda  electoral. 


INTRODUCCION  109 


"Me  han  dicho  también  que  el  ser  concejal  es 
para  mí  muy  poca  cosa;  mas  yo  tengo  la  seguri- 
dad de  que  no  hay  función  que  rebaje.  Además, 
yo  tengo  por  costumbre  poner  la  misma  intensi- 
dad y  el  mismo  espíritu  en  todas  las  cosas  que 
hago.  No  soy  como  esos  que  guardan  para  ellos 
solos  su  tesoro  de  ideas  y  sentimientos.  La  alari- 
da espiritual  es  la  más  baja  y  mezquina  de  todas 
las  avaricias.  Otros,  con  adulación,  han  dicho: 
"Las  águilas  no  casan  moscas."  Claro  es  que  el 
tal  me  dijo  hablaba  no  como  amigo  del  águila, 
sino  como  representante  de  las  moscas.  Me  han 
dicho  también  que  el  prodigarme  tanto  ha  de  gas- 
tarme forzosamente.  Pero  el  vivir  es  gastarse. 
Quien  no  se  gasta,  no  vive,  y  viceversa.  Y  yo 
quiero  vivir.  ¿Que  me  han  de  criticar?  ¿Y  qué 
me  importa F  Estoy  acostumbrado  a  ello.  Y  si  na- 
die me  criticara,  lo  liaría  yo  mismo.  Y,  en  verdad, 
habríais  de  oír  entonces  cosas  tremendas,  que  no 
se  le  han  de  ocurrir  a  nadie.  Dtcemne  también 
que  esto  de  ser  concejal  es  ridículo.  Y  bien,  que 
lo  sea.  Don  Quijote  fué  un  ridículo  y  es  el  más 
grande,  el  más  heroico  y  el  más  noble  y  el  más 
bueno  de  todos  los  caballeros.  Yo,  que  no  he 
rehuido  nunca  nada,  no  quise  rehuir  tampoco  el 
ofrecimiento  que  se  me  hacía.  No  me  pregunta- 
ron por  mi  política,  y  la  tengo,  aunque  no  sea 
política  de  partido.  Soy  bastante  indisciplinado  y 
me  alegro  de  ello.  No  me  he  afiliado  a  ningún 
partido  ni  lie  formado  parte  de  ningún  comité, 
porque  no  quiero  considerar  la  política  como 
oficio." 

Muchos  años  más  tarde,  otoño  de  1934,  en  el  mo- 
mento de  su  jubilación,  Unamuno,  que  llegó  a  ser  con- 
cejal del  Ayuntamiento  de  la  ciudad,  acudió  a  él  a  re- 
cibir el  homenaje  que  ésta  le  tributaba  como  vecino 


110  INTRODUCCION 


eminente  de  ella  y  regidor  un  tiempo  de  sus  destinos. 
Y  será  entonces  cuando  recuerde  sus  andanzas  conceji- 
les, al  tievipo  que  las  emociones  se  condensan  y  los  re- 
cuerdos se  agolpan,  avivando  el  latir  de  un  corazón 
de  setenta  años. 

"Vine  aquí  — a  Salamanca —  31,  como  digo,  tomé 
inmediatamente  puesto.  Entré  en  relación  con 
personas,  algunas  de  las  cuales  ya  han  muerto  v 
otras  viven  en  sus  hijos,  sus  herederos.  Tomé 
inmediatamente  posición;  aquí  fué  donde  sentí  el 
desastre  de  1898,  que  nunca  se  ha  olvidado,  cow.o 
no  lo  fueron  tampoco,  y  menos  en  esta  casa, 
aquellas  campañas  mías,  no  las  de  la  Universi- 
dad, que  pudiciaiiios  llamar  académicas,  sino  las 
campañas  en  la  Federación  Obrera,  que  hoy  lla- 
man Casa  del  Pueblo,  a  las  que  debo  el  haber 
venido  por  primera  vez  a  ser  concejal.  Los  obre- 
ros de  Salamanca  me  trajeron  por  primera  vez 
aquí,  a  esta  casa.  Aquí  me  trajeron  después,  cuan- 
do vino  la  República,  y  no  debo  olvidar  cuando 
toda  aquella  muchedumbre  me  recibió  al  regreso 
del  destierro,  que  ha  sido  una  de  las  veces  que 
he  sentido  más  apretado  el  corazón.  Y  nunca  ol- 
vidaré tampoco  el  día  de  la  proclamación  de  la 
República,  cuando,  desde  este  mismo  balcón,  me 
dirigí  a  la  muchedumbre  que  llenaba  esa  gran 
plaza,  que  es  un  extraordinario  escenario,  un 
ágora  civil,  un  verdadero  escenario  cerrado.  Ha 
pasado  el  tiempo,  no  quiero  recordar  más  cosas; 
las  paso  por  alto  porque  no  sé  si  sabré  contener- 
me, y  ahora  debo  contestar  a  estas  frases  de 
atención. 

"Como  he  visto  en  esa  placa,  se  ha  puesto  el  fi- 
nal de  una  obra  que  en  mis  tiempos  de  un  cierto 
academicismo  neoclásico  dediqué  a  Salamanca, 


INTRODUCCION  111 


y  ya  que  de  ella  hablo  me  vais  a  permitir  que  dé 
lectura  a  ella." 

No  creo  que  nunca,  ni  por  el  medio  en  que  su  vos 
era  escuchada,  ni  por  la  calidad  del  lector,  hayan 
resonado  con  más  emoción  los  cincelados  versos  nna- 
munianos,  que  cotniensan: 

"Alto  soto  de  torres  que  al  ponerse 
tras  las  encinas  que  el  celaje  esmaltan 
dora  a  los  rayos  de  su  lumbre  el  padre 
sol  de  Castilla; 

que  culminan  en  aquel  patético  mensaje  a  su  ciudad: 

Del   corazón   en   las   honduras  guardo, 
tu  alma  robusta,  cuando  yo  me  muera, 
guarda,  dorada  Salamanca  mía, 
tú  mi  recuerdo. 

Y  cuando  el  sol  al  acostarse  encienda 
el  oro  secular  que  te  recama, 
con  tu  lenguaje,   de  lo  eterno  heraldo, 
di  tú  que  he  sido. " 

Y  de  esta  manera  tan  lírica  acabó  la  última  lección, 
lección  de  civismo,  de  inquietud  ciudadana,  correspon- 
diendo al  homenaje  que  la  ciudad  le  tributaba  el  día 
de  su  jubilación  como  viacstro  de  su  Universidad. 

Unos  meses  después,  el  6  de  enero  del935,  en  uno 
de  los  grupos  escolares  de  la  ciudad,  leyó  Unamuno, 
en  nombre  del  Presidente  de  la  República,  aquella  alo- 
cución dirigida  a  los  niños  de  España  en  el  día  de  los 
Reyes  Magos,  y  que  constituye  otro  de  sus  patéticos 
mensajes. 


Los   DISCURSOS  POLÍTICOS. 

Al  adentrarnos  en  este  último  apartado  de  las  inter- 
venciones orales  públicas  de  Unamuno,  con  el  que  ya 
va  llegando  a  su  fin  esta  introducción,  conviene  que 


110  INTRODUCCION 


eminente  de  ella  y  regidor  un  tiempo  de  sus  destinos. 
Y  será  entonces  cuando  recuerde  sus  andanzas  conceji- 
les, al  tiempo  que  las  emociones  se  condensan  y  los  re- 
cuerdos se  agolpan,  ainvando  el  latir  de  un  corazón 
de  setenta  años. 

"Vine  aquí  — a  Salamanca —  y,  como  digo,  tomé 
inmediatamente  puesto.  Entré  en  relación  con 
personas,  algunas  de  las  cuales  ya  han  muerto  v 
otras  viven  en  sus  hijos,  sus  herederos.  Tomé 
inmediatamente  posición;  aquí  fué  donde  sentí  el 
desastre  de  1898,  que  nunca  se  ha  olvidado,  como 
no  lo  fueron  tampoco,  y  menos  en  esta  casa, 
aquellas  campañas  mías,  no  las  de  la  Universi- 
dad, que  pudiéramos  llamar  académicas,  sino  las 
campañas  en  la  Federación  Obrera,  que  hoy  lla- 
man Casa  del  Pueblo,  a  las  que  debo  el  haber 
venido  por  primera  vez  a  ser  concejal.  Los  obre- 
ros de  Salamanca  me  trajeron  por  primera  vez 
aquí,  a  esta  casa.  Aquí  me  trajeron  después,  cuan- 
do vino  la  República,  y  no  debo  olvidar  cuando 
toda  aquella  muchedumbre  me  recibió  al  regreso 
del  destierro,  que  ha  sido  una  de  las  veces  que 
he  sentido  más  apretado  el  corazón.  Y  nunca  ol- 
vidaré tampoco  el  día  de  la  proclamación  de  la 
República,  cuando,  desde  este  mismo  balcón,  me 
dirigí  a  la  muchedumbre  que  llenaba  esa  gran 
plaza,  que  es  un  extraordinario  escenario,  un 
ágora  civil,  un  verdadero  escenario  cerrado.  Ha 
pasado  el  tiempo,  no  quiero  recordar  más  cosas; 
las  paso  por  alto  porque  no  sé  si  sabré  contener- 
me, y  ahora  debo  contestar  a  estas  frases  de 
atención. 

"Como  he  visto  en  esa  placa,  se  ha  puesto  el  fi- 
nal de  una  obra  que  en  mis  tiempos  de  un  cierto 
academicismo  neoclásico  dediqué  a  Salamanca, 


I  N  T  R  o  D  U  C  C  I  o  X  111 


y  ya  que  de  ella  hablo  me  vais  a  permitir  que  dé 
lectura  a  ella." 

No  creo  que  nunca,  ni  por  el  medio  en  que  su  voz 
era  escuchada,  ni  por  la  calidad  del  lector,  hayan 
resonado  con  más  emoción  los  cincelados  versos  nna- 
munianos,  que  comienzan: 

"Alto  soto  de  torres  que  al  ponerse 
tras  las  encinas  que  el  celaje  esmaltan 
dora  a  los  rayos  de  su  lumbre  el  padre 
sol  de  Castilla; 

que  culminan  en  aquel  patético  mensaje  a  su  ciudad: 

Del   corazón   en   las   honduras  guardo, 
tu  alma  robusta,  cuando  yo  rae  muera, 
guarda,  dorada  Salamanca  mía, 
tú  mi  recuerdo. 

Y  cuando  el  sol  al  acostarse  encienda 
el  oro  secular  que  te  recama, 
con  tu  lenguaje,  de  lo  eterno  heraldo, 
di  tú  que  he  sido." 

Y  de  esta  manera  tan  lírica  acabó  la  última  lección, 
lección  de  civismo,  de  inquietud  ciudadana,  correspon- 
diendo al  homenaje  que  la  ciudad  le  tributaba  el  día 
de  su  jubilación  como  maestro  de  su  Universidad. 

Unos  meses  después,  el  6  de  enero  del935,  en  uno 
de  los  grupos  escolares  de  la  ciudad,  leyó  Unamimo, 
en  nombre  del  Presidente  de  la  República,  aquella  alo- 
cución dirigida  a  los  niños  de  España  en  el  día  de  los 
Reyes  Magos,  y  que  constituye  otro  de  sus  patéticos 
mensajes. 


Los   DISCURSOS  POLÍTICOS. 

Al  adentrarnos  en  este  último  apartado  de  las  inter- 
venciones orales  públicas  de  Unamuno,  con  el  que  ya 
va  llegando  a  su  fin  esta  introducción,  conviene  que 


112  INTRODUCCION 


hagamos  ciertas  precisiones.  Se  refiere  una  de  elhis 
a  sil  contenido.  Porque  políticas  fueron  realmente  to- 
das las  suyas,  en  el  más  noble  e  imperecedero  sentido 
del  vocablo. 

Si  aislamos  algunas  y  las  ponemos  al  amparo  de  esti> 
enunciado,  es  para  acoger  en  él  aquellos  discursos 
transidos  de  un  más  acusado  sentido  político,  y  he- 
chos de  cara  al  panorama  de  la  política  nacional  al 
uso  durante  su  vida. 

No  hemos  podido  dar  cabida  a  todos  ellos.  Unos 
por  carecer  de  textos  gcnuinos.  Otros,  por  la  propia 
circunstancialidad  de  su  ademán.  Recordemos,  una  vez 
más,  aquella  sutil  y  certera  distinción  que  el  propio 
don  Miguel  hizo  muchas  veces,  entre  lo  que  pasa  y  lo 
que  queda,  entre  la  historia  que  permanece  y  la  que 
se  olvida.  Por  eso  no  figuran  en  estas  páginas  las 
que  tuvieron  cabida  en  un  libro  titulado  Dos  discur- 
sos y  dos  artículos,  Madrid,  Historia  Nueva,  1930,  en 
cuya  portada  se  reproduce  el  espléndido  retrato  que  le 
hizo  su  gran  amigo  el  pintor  vasco  Juan  Echevarría. 
En  ese  volumen  están  la  conferencia  pronunciada  en 
el  Ateneo  de  Madrid  el  2  de  vtayo  de  1930  y  el  dis- 
curso en  el  cine  Europa,  de  Madrid,  de  dos  días  des- 
pués, a  las  pocas  semanas  de  Síi  regreso  a  España, 
de  la  que  estuvo  ausente  seis  años. 

En  cambio,  dilatando  las  fechas,  encontrará  el  lec- 
tor en  este  volumen  de  sus  Obras  Completas,  otras 
conferencias  y  discursos  unamunianos,  prácticamen- 
te olvidados,  que  constituyen  otros  tantos  mojones  de 
su  pensamiento  y  su  actitud  políticos  desde  1906  a 
1935.  Los  más  remotos  responden  a  un  ademán  mili- 
tante anterior  a  ser  in7'estido  diputado  a  Cortes  por 
Salamanca  en  las  Cortes  de  la  Reptiblica,  y  los  más 
recientes  son  sus  resonantes  intervenciones  en  aquel 
Parlamento,  cuando  en  él  se  discutían  problemas  esen- 
ciales para  el  destino  y  la  entidad  de  España. 

El  primero  de  estos  textos  lo  constituye  el  de  ¡a 


I  N  r  R  o  D  U  C  C  I  o  X  113 


Conferencia  en  el  teatro  de  la  Zarzuela,  de  Madrid, 
el  25  de  febrero  de  1906,  a  ruegos  de  un  grttpo  de  li- 
teratos, políticos  y  periodistas,  que  querían  que  su 
autor  expusiese  en  un  ambiente  adecuado  lo  que  su 
pluma  anticipó  en  dos  ensayos  que  rieron  la  luz  en 
la  revista  Nuestro  Tiempo,  uno  dedicado  a  la  crisis 
del  patriotismo  en  España  y  otro  sobre  el  militaris- 
mo. Un  documento  gráfico  coetáneo  nos  ha  conserva- 
do ¡a  imagen  de  un  grupo  de  asistentes  a  aquel  acto, 
en  el  que  acompañan  a  don  Miguel,  Junoy,  a  un  lado, 
y  "Asorín",  al  otro;  éste,  por  cierto,  con  monóculo, 
y  en  cuanto  a  los  ensayos  de  que  nació  esta  conferen- 
cia, repasen  los  lectores  los  titulados  "La  crisis  actual 
del  patriotismo  español",  "Más  sobre  la  crisis  del  pa- 
triotismo", y  "La  Patria  y  el  Ejercito",  que  datan 
de  diciembre  de  1905  y  febrero  y  marzo  de  1906.  Su 
autor  los  incluyó  en  la  edición  de  sus  Ensayos.  Ma- 
drid, Residencia  de  Estudiantes,  1918  y  hoy  figuran 
en  el  tomo  III  de  estas  Obras  Completas. 

Y  como  el  texto  íntegro  de  esta  conferencia  lo  en- 
contrará el  lector  más  adelante,  tal  como  lo  dio  a 
conocer  al  día  siguiente  de  pronunciada  el  diario 
El  Imparcial.  prefiero  referirme  a  un  testimonio  coni- 
plemantario  y  posterior  de  ella.  Se  trata  de  un  escrito 
público  suyo  que  el  año  1^14  vio  la  luz  en  el  sema- 
nario Nuevo  Mundo,  precedido  de  este  epígrafe:  "De 
la  ambición  política.  Pequeña  confesión  cínica."  Los 
pasajes  que  a  nuestro  objeto  interesan  son  éstos: 

"Varias  veces  se  me  ha  querido  hacer  cargos 
por  mi  conducta  cuando  aquello  de  mi  discurso 
de  la  Zarzuela.  De  ello  pienso  tratar  algún  día 
y  demostrar  — así,  como  suena,  demostrar,  pues 
tengo  testigos —  que  cuando  salí  de  esta  ciudad 
de  Salamanca  para  ir  a  esa  Villa  y  Corte  a  pro- 
nunciar aquel  mi  discurso,  llevaba  pensado  todo, 
absoluta?nente  todo  lo  que  había  de  decir  y  dije. 


114  INTRODUCCION 


un  programa  bastante  circunstanciado  de  eüo,  y 
que  no  omití  "absolutamente  nada"  de  lo  que  me 
propuse  de  antemano  declarar.  Todo  eso  de  que 
se  ejerciera  presión  sobre  mi,  de  que  se  me  ame- 
nazara, de  que  obré  bajo  la  acción  de  temores, 
es  una  pura  leyenda.  Y  si  no  di  gusto  a  los  que 
me  llevaron,  pensando  que  yo  habría  de  decir 
otras  cosas  — cosas  que  ya  había  escrito  y  no  era 
menester,  por  lo  tanto,  repetirlas  allí,  y  enton- 
ces—  hay  que  atribuirlos  a  muy  otros  motivos. 
Y,  entre  eUos  y  sobre  todo,  y  ante  todo,  a  que 
quise  defender  mi  independencia  y  la  santa  liber- 
tad de  mi  obra,  de  la  que  entiendo  que  es  mi 
obra,  y  no  dejarme  esclavizar  como  caudillo. 
"¡Qué  ocasión  dejó  usted  escapar  entonces!"  — se 
me  ha  dicho  más  de  una  vez  y  por  más  de  un 
amigo — .  "Si  se  atreve  usted  entonces,  se  le- 
vanta usted  de  la  noche  a  la  mañana  jefe  de  un 
poderoso  movimiento  político."  "¿Y  quién  le  ha 
dicho  a  usted  — he  respondido —  que  ni  enton- 
ces, ni  después,  ni  nunca,  haya  tenido  yo  esa  po- 
bre y  mezquina  ambicioncilla  de  hacerme  jefe  de 
movimiento  o  de  partido  político  alguno  Si  mis 
intenciones  hubiesen  ido  por  ese  camino,  hace 
tiempo  que  me  habría  puesto  en  otra  senda.  No; 
nunca  he  pensado  en  semejante  cosa,  y  no,  cier- 
tamente, lo  repito,  por  falta  de  ambición." 

Pero  Unamuno,  que  como  entonces  dijo,  no  tuvo 
alma  de  diputado  provincial  y  disculpó  a  los  que  no 
querían  comprender  que  pueda  renunciarse  a  una 
pretendida  ambición  por  otra  que  se  considera  más 
alta,  siguió  escribiendo  esto: 

"Ciertamente,  si  cuando  aquello  de  mi  discurso 
de  la  Zarzuela,  o  antes,  o  después  de  ello,  hubiese 
yo  hecho  lo  que  esos  amigos  creen  que  debía  o 


INTRODUCCION 


115 


que  aún  debo  hacer,  es  muy  fácil  que  a  estas* 
horas  me  encontrase  de  jefe  de  algún  partido,  o, 
por  lo  menos,  primate  de  él,  y  a  un  palmo,  si  es 
que  no  a  un  jeme,  de  alcanzar  el  Poder  tan  ape- 
tecido por  muchos.  Eso  que  llaman  el  Poder,  y 
que  no  pocas  veces  no  pasa  de  ser  la  impoten- 
cia... Pero  es  que  yo  creo  que  lo  que  más  puedo 
y  debo  hacer  en  bien  de  mis  prójimos,  que  son 
sobre  todo  mis  lectores,  y  de  mi  patria  misyna, 
está  en  otro  campo.  Si  hubiese  hecho  entonces, 
cuando  lo  de  la  Zarzuela,  lo  que  me  dicen  que 
debí  liaber  hecho,  no  habría  podido  hacer  luego 
lo  que  he  hecho. 

"¿Y  qué  ha  hecho  usted f"  — se  me  dirá.  Y  aquí 
está  lo  del  cinismo,  que  decía  ha  de  parecer  a 
muchos  hipocresía,  en  esto,  en  lo  que  creo  ha- 
ber hecho.  Si  entonces  me  hubiese  cuadriculado 
en  la  política  pragmática,  ingresando  en  un  par- 
tido ya  constituido  o  constituyendo  yo  uno  nuevo, 
me  hubiese  ganado  el  torbellino  de  ella  y  habría 
tenido  que  renunciar  a  todo  lo  que  en  otro  campo 
he  llevado  a  cabo.  Y,  francamente ,  todo  lo  que 
habría  podido  hacer  o  desde  la  oposición  o  desde 
el  Poder  no  creo  que  hubiese  valido  nada,  en  efi- 
cacia íntima  y  duradera,  junto  a  mi  libro  Del 
sentimiento  trágico  de  la  vida  o  junto  a  mi  poe- 
ma El  Cristo  de  Velázquez,  en  el  que  estoy  toda- 
vía trabajando." 

Tres  años  después,  el  2  de  enero  de  1909,  da  otra 
conferencia  en  Valladolid  sobre  "La  esencia  del  libe- 
ralismo", en  la  que  repite  aquella  concepción  de  la  li- 
bertad que  expuso  en  Bilbao  y  que  comentó  aguda- 
mente Ortega  y  Gasset.  Y  del  tema  volverá  a  tratar 
en  su  ciudad  natal  en  el  mes  de  enero  de  1924,  ha- 
blando en  el  curso  de  pocos  días  en  la  sociedad  "El 
Sitio",  en  el  Círculo  Socialista  y  en  el  Casino  Re- 


116  INTRODUCCION 


puhlicano.  (Sus  textos  fueron  reunidos  en  un  folleto 
titulado  Tres  conferencias  sobre  el  liberalismo  espa- 
ñol, que  vió  la  luz  el  mismo  año  en  Montevideo.) 

Otro  jalón  o,  si  se  prefiere,  otra  piedra  de  toque  en 
la  trayectoria  pública  de  Unainuno  como  orador  polí- 
tico, nos  la  ofrece  su  actitud  al  estallar  la  guerra 
europea  de  1914.  Nos  referimos  más  atrás  a  ella  al 
comentar  los  libros  que  en  aquellos  años  prologó.  Sus 
intervenciones  oratorias  no  fueron  menos  numerosas, 
y  de  ellas  hay  una  muestra  en  el  discurso  que  pro- 
nunció en  el  Hotel  Palace,  de  Madrid,  el  28  de  enero 
de  1917,  a  los  postres  de  la  comida  anual  de  la  revista 
España,  en  la  que  Unamuno  venía  colaborando  por 
invitación  expresa  de  uno  de  sus  fundadores,  José 
Ortega  y  Gasset.  El  te.vto  íntegro  de  esta  oración  lo 
encontrará  el  lector  en  su  lugar  correspondiente  y  a 
el  me  remito. 

Nos  queda  tratar  de  los  discursos  pronunciados 
por  don  Miguel  en  el  Parlamento  republicano,  de 
cuyas  Cortes  Constituyentes  de  1931  y  1932  fué  una 
de  las  figuras  más  atenlamentcs  escuchadas.  Cuatro 
se  contienen  en  este  volumen,  ya  que  el  primero  de  los 
allí  dichos,  el  de  18  de  septiembre  de  1931,  lo  incor- 
poré al  tomo  I  de  mi  De  esto  y  de  aquello,  Buenos 
Aires,  1950,  y  hoy  lo  tiene  también  el  lector  a  su 
disposición  en  el  tomo  V  de  estas  Obras  Completas. 
Era  éste  un  discurso  nacido  en  el  debate  en  torno  a 
la  Constitución  de  la  Reptiblica,  y  más  concretamente 
sobre  el  articulo  que  trataba  de  la  lengua  oficial  de 
aquélla.  Y  una  brillante  apología,  orlada  de  textos 
poéticos  de  las  restantes  de  la  Península  es  aquella 
oración  defendiendo  la  primacía  de  la  española.  A  la 
extensa  nota  que  puse  ante  aquel  texto  me  remito 
ahora. 

Los  discursos  que  aquí  encontrarán  los  lectores  son 
los  de  25  de  setiembre  y  22  de  octubre  de  1931,  en 
que  volvió  a  hacer  frente  al  tema  del  anterior  reía- 


INTRODUCCION 


117 


donándolo  con  el  los  Estatutos  regionales,  y  los  de 
22  de  junio  y  2  de  agosto  de  1932,  en  que  también 
intervino  al  ser  discutido  uno  de  ellos,  el  de  Cata- 
luña. No  parece  necesario  espigar  cu  cslos  textos 
nuevos  pasajes  que  vendrían  a  confirmar  cómo  la  ac- 
titud de  Unamuno  en  este  problema  de  envergadura 
nacional,  era  la  consecuencia  obligada  de  su  actitud 
de  siempre.  "Sobre  la  consecuencia  — podríamos  de- 
cir parafraseando  el  título  de  uno  de  sus  escritos  pú- 
blicos—  la  sinceridad."  Diciendo  a  todos  su  verdad, 
que  era  al  mismo  tiempo  la  verdad  de  España. 

Como  remate  y  conclusión .  no  sólo  de  este  aparta- 
do sino  de  los  te.rtos  oratorios  en  este  volumen  in- 
cluidos, están  aquellas  palabras  de  agradecimiento  de 
don  Miguel  cuando  recibió  el  nombramiento  de  ciu- 
dadano de  honor  de  la  República,  distiucióit  que  sólo 
le  había  sido  otorgada  anteriormente  a  don  Manuel 
Bartolomé  Cossío.  Sus  últimas  palabras  fueron  otro 
mensaje,  este  político,  a  la  z'e^:  que  un  brioso  perfil 
autobiográfico.  Son  éstas: 

"Gracias,  pues,  por  esta  lección  que  se  me  da. 
Y  que  al  enmudecer  en  mí  al  cabo,  por  ley  natu- 
ralmente fatal,  para  siempre,  mi  verbo  español, 
quepa  a  mis  hermanos,  y  a  sus  hijos,  y  a  los 
tníos,  decir  sobre  el  terruño  patrio  que  me  abri- 
gue: "Aquí  duerme  para  siempre  en  Dios  un 
español  que  quiso  a  su  patria  con  todas  las  po- 
tencias de  su  alma  toda  y  contribuyó  con  ésta 
entera  a  dar  a  conocer  el  espíritu  del  genio  de 
España,  y  en  especial  a  conservar  y  a  recrear, 
y  a  re-crear,  el  habla  inmortal  con  que  ella  so- 
ñaba su  historia  y  su  destino." 


118 


INTRODUCCION 


Noticia  de  una  proyectada  edición 
de  algunos  discursos  unamunianos 

Aquí  debía  terminar,  creyendo  haber  cumplido  la 
tarea  que  me  impuse,  esta  introducción.  Si  aún  se  di- 
lata, confío  en  que  se  me  disculpe.  Porque  no  qui- 
siera despedirme  del  lector  sin  darle  cuenta  de  un 
cierto  proyecto  que  hacia  1904  tuvo  el  propio  Una- 
muno  de  reunir  en  volumen  algunos  discursos  suyos. 
Y  no  creo  que  lo  frustrado  del  propósito  reste  interés 
¡a  su  planteamiento. 

Encuentro  la  noticia  en  una  carta  suya  a  su  gran 
amigo  el  navarro  Jiménez  Ilundain,  en  la  que  hablán- 
dole  de  los  discursos  que  en  el  verano  del  año  anterior 
ha  tenido  que  pronunciar  en  Orense,  La  Cor  uña,  dos 
en  Almería  y  tres  en  Granada,  le  dice: 

"F  así  me  voy  prodigando  y  derramando.  Y  así 
pienso  recogerme,  porque  me  siembro.  Sólo  el 
que  se  da  se  posee.  Y  vivo  alegre.  Este  otoño 
publicaré  en  un  tomo  mis  discursos  escritos  bajo 
el  título  de  Sermones  laicos,  o  simplemente  Ser- 
mones. Aunque  el  título  se  preste  a  tontos  co- 
mentarios." (Carta  de  18-IV-1904.) 

¿Cuáles  iban  a  ser  esos  discursos?  Otra  carta,  ésta 
dirigida  al  escritor  uruguayo  Alberto  Nin  y  Frías, 
nos  lo  revela  y  al  mismo  tiempo  descubre  que  el  pro- 
yecto era  bastante  anterior.  El  pasaje  de  ella  que  vie- 
ne a  cuento  dice  así: 

"Para  otoño  publicaré  en  un  tomo  Cinco  dis- 
cursos, que  son  el  de  apertura  de  curso  de  esta 
Universidad,  de  1900;  el  de  los  Juegos  Florales 
de  Bilbao;  el  que  leí  ante  el  Rey;  uno  que  envié 
a  Valencia,  y  el  que  leeré  el  8  del  mes  que  viene 


INTRODUCCION  119 


en  Cartagena,  en  que  le  cito  a  usted,  y  del  que 
recibirá  un  ejemplar."  {Carta  19-VII-1902,  y  no 
de  1907  como  figura  en  el  texto  publicado  por 
Pedro  Badanclli  en  el  libro  Trece  cartas  inédi- 
tas del  muy  vascongado  don  Miguel  de  Üna- 
muno,  Santa  Fe,  1944,  y  que  contiene  las  diri- 
gidas a  Nin  y  Frías.  La  corrección  es  obvia,  ya 
que  el  discurso  de  Cartagena  al  que  Unamuno  se 
refiere,  fué  leído  el  8  de  agosto  de  1902.) 

Ordenando  y  puntualizando  estos  datos  los  discur- 
sos que  irían  en  el  vohímen  proyectado  serían  éstos: 

1.  El  de  inauguración  del  curso  académico  en  la 
Universidad  de  Salamanca,  leído  el  1  de  octubre 
de  1900. 

2.  El  de  los  Juegos  Florales  de  Bilbao,  leído  el 
26  de  agosto  de  1901. 

3.  El  que  leyó  ante  el  rey  Don  Alfonso  XIII,  re- 
presentando a  la  Universidad  de  Salamanca,  en  el  Pa- 
lacio de  la  Biblioteca  y  Museos  Nacionales,  de  Ma- 
drid, el  24  de  mayo  de  1902. 

4.  El  destinado  al  Certamen  de  la  Academia  Ju- 
rídica-Escolar  del  Ateneo  de  Valencia,  leído  en  aquc- 
Ua  Universidad  el  24  de  abril  de  1902. 

5.  Y  el  que  el  propio  autor  leyó  en  los  Juegos 
Florales  celebrados  en  Cartagena  el  8  de  agosto  del 
mismo  año. 

El  primero,  tercero  y  cuarto  de  esta  relación  figu- 
ran en  este  volumen  de  Obras  Completas ;  el  segundo, 
en  el  anterior,  y  el  iiltimo,  titulado  "España  y  los 
españoles",  en  el  volumen  así  titulado,  Madrid,  1955. 

Precisado  el  material  que  integraría  el  volumen, 
podemos  dar  cuenta  también  de  que  al  frente  de  sus 
textos  Unamuno  pondría  un  prólogo.  Las  notas  para 
el  mismo,  muy  sintéticas,  como  él  acostumbraba  a 
tomarlas,  en  ese  estilo  que  una  vez  llamó  taquilógico, 


120  INTRODUCCION 


se  conservan  entre  sus  papeles,  y  pese  a  ese  carácter 
presumo  que  sus  lectores  desearán  conocerlas.  El  tí- 
tulo iba  a  ser  modificado  en  el  sentido  que  más  abajo 
se  consigna. 


CINCO  DISCURSOS  Y  UN  PROLOGO 

Prólogo 
(Notas  sueltas) 

"Loí  cinco  discursos  de  ocasión.  No  salir  del 
paso.  Sil  historia.  Refutarlos.  Mis  contradiccio- 
nes. Quiero  ser  absolutamente  sincero,  despo- 
jándome para  ello  hasta  de  la  modestia  impues- 
ta. No  yo,  mis  ideas;  yo  sobre  ellas.  Libertad. 
Cuando  una  idea  me  agrada,  no  me  cuido  de  ave- 
riguar si  concuerda  o  no  con  otras  que  tengo,  la 
doy  calor,  la  incubo  y  la  suelto;  ella  hará  su  ca- 
mino. Al  hombre  no  ha  de  jungársele  por  sus 
ideas.  Aparentes  contradicciones.  Mi  maestro  He- 
gel...  El  cosmopolitismo  y  su  defensa;  en  Buenos 
Aires  fusión  de  pueblos;  lo  que  no  llevo  conmigo 
no  es  digno  de  mí.  Mi  patria  en  mí.  Religión  y 
Ciencia;  las  acepto  ambas  en  lucha.  Contradic- 
ción íntima  entre  el  discurso  de  apertura  y  el 
ante  Su  Majestad.  Influencia  del  Rectorado.  Co- 
quetería lingüística  en  el  de  Cartagena,  su  razón 
y  su  sinrazón  {omnipotencia) :  remejer-mejer 
(miscere)  mejido.  Yo  un  skeptikós,  no  un  dog- 
matikós.  No  es  afán  de  singidarizarme ,  es  que 
odio  toda  intolerancia  y  esta  proviene  de  sim- 
plicidad. El  castellano,  porque  es  grave,  la  morne. 
Yo  quererlo  todo.  No  les  caben  en  la  cabeza  dos 


INTRODUCCION  121 


ideas  contradictorias  porque  son  las  ideas  en  ella 
cuerpos  extraños.  Maniqiicos,  Luzbel  y  Jesús. 

"Discurso  de  Bilbao.  El  envenenamiento  de  la 
ciencia  por  el  regionalismo.  Los  moros.  La  cien- 
cia. Religión  de  la  ciencia.  La  verdad.  Lo  que 
más  duele.  Bien  está  el  sentimiento,  pero  en  su 
lugar;  cuando  es  arraigado  no  necesita  inventar 
ni  falsificar  ciencia.  Sentimiento  y  razón  en  lu- 
cha; aceptar  ambos. 

"Mi  historia,  mis  cambios.  Mi  razón  y  mi  sen- 
timiento; tradición  y  progreso.  Vivo  mi  pen- 
samiento, en  la  plaza  pública,  a  la  luz  del  día,  ni 
quiero  esperar  a  tenerlo  definitivo,  que  seria  es- 
perar la  muerte,  ni  quiero  hacerme  esclavo  de  las 
ideas  ya  vividas  por  mí.  Esclavo  de  la  opinión. 
Consecuencia  de  Gil;  ansias  que  de  hacerse  li- 
beral le  han  pasado.  No  he  cambiado  por  fuerza, 
por  medrar. 

"El  yo  que  permanece  y  el  que  voy  dejando  a 
vii  paso,  el  cinematográfico  en  las  mentes  ajenas. 
No  quiero  esclavo  de  mi  pasado  externo,  del  con- 
cepto que  los  demás  tengan  de  mí.  Respetos  hu- 
manos. Mi  amor  a  Vizcaya,  mi  bizkaitarrismo. 
Arrogancias.  Trabajo  por  hacerla  conocida.  Gran 
poquedad  de  alma  arguye...  La  miseria  catala- 
nista. Los  ratés.  Si  supieran  escribir  castellano 
y  tuviesen  público. 

"Discípulos  que  aún  me  escriben,  que  se  acuer- 
dan de  mí  y  no  del  griego  que  yo  les  enseñara. 
Les  avivé  el  espíritu. 

"Mi  erostratismo.  He  querido  llamar  la  aten- 
ción. Claro  está.  En  propia  defensa.  Mis  nove- 
las. La  leyenda  perniciosa.  Forcé  la  nota  en 
Amor  y  pedagogía. 

"El  inmenso  Hegel,  una  idea  no  se  perfecciona 
y  completa  sino  por  la  contradictoria;  donde  no 
hay  luz  no  hay  sombra,  sólo  es  verdad  el  socia- 


INTRODUCCION 


lismo  si  el  individualismo  lo  es.  Yo  soy  regio- 
nalisía  y  miitarista. 

"Mira  a  un  hormiguero,  cada  hormiga  tiene  su 
filosofía,  ¿qué  importa"^  El  católico  y  el  librepen- 
sador, el  liberal  y  el  carlista  todos  concurren  a 
la  obra  común  y  junto  a  aquello  en  que  concuer- 
dan  lo  demás  nada  vale.  El  zapatero  es  católico 
y  el  que  se  hace  hacer  el  zapato  no;  le  viene  bien 
el  zapato  y  al  zapatero  le  vienen  bien  los  tres  du- 
ros. Y  en  lo  mental  lo  tnismo.  Mejor  que  piense 
cada  uno  a  su  manera,  que  así  nos  entenderemos 
mejor.  Hay  quienes  deprimen  a  su  patria  para 
elevarse  ellos.  La  patria  ingrata.  Mi  patriotismo 
raíces  personales,  erostráticas.  Por  ser  español  se 
me  hace  caso,  y  yo  conciencia  de  tener  más  valor 
que  muchos  de  esos  parisienses.  Darío  y  su  culto 
por  Remy  de  Gourmont.  El  párrafo  de  América 
en  lo  de  Cartagena.  Valera  y  France.  ¡Qué  atro- 
cidad! Y  no  porque  quien  así  protestaba  tenga 
conciencia  del  valor  de  uno  y  de  otro,  sino  porque 
¿cómo  cabe  poner  en  parangón  a  un  escritor  céle- 
bre en  París,  como  France,  con  otro  desconocido 
o  poco  menos  en  París?  Lo  de  Ganivet.  La  frase 
de  Prada,  página  203.  Y  yo  tengo  conciencia  de 
valer  yo,  no  otro,  más  que  muchos  ídolos  fran- 
ceses de  la  juventud  americana.  Ese  estúpido 
desdén  a  España,  a  la  que  no  conocen.  Los  es- 
pañoles no  hemos  conquistado  el  derecho  a  la 
atención.  Ibsen  sacó  a  Bjórnson  y  a  otros.  Si  re- 
pitiéramos en  vos  alta  que  valemos  mucho  em- 
pezaríamos a  creerlo  y  acabaríamos  por  hacerlo 
creer  a  los  demás,  y  creer  que  se  vale  y  ser  creí- 
do ya  es  valer. 

"[Notas  de  lenguaje.] 

"Pensé  en  poner  aviviguadores,  ligrimo  por  ge- 
nuino, berroqueños  en  vez  de  abismáticos,  dicho 


INTRODUCCION  123 


decidero  en  ves  de  refrán  (francés)  y  adagio 
(italiano) ;  "interesado  y  albedrioso  adorador", 
en  vez  de  arbitrario ;  en  el  manuscrito  de  que  leí 
los  dos  y  tachado  luego  albedrioso.  Latines  popu- 
lares: plusmenosbe,  parcimique,  abintestato.  De- 
fensa del  latín  indigesto  para  integrar  los  roman- 
ces: castellano,  francés,  italiano  y  sus  ventajas. 
La  afirmación  de  los  contrarios  como  método. 
ProudJwn:  la  semblante  viva.  Yo  un  cordial. 
Hasta  negar  evidencia  científica.  Crear  a  Dios. 
Necesito  lucha  interior,  combate.  ¿Alma  de  in- 
quisidor f  ¡Bueno!  ¡Muera,  la  lógica!  San  Agus- 
tín el  africano.  Entre  el  primero  y  el  segundo  dis- 
curso subo  al  rectorado.  Su  efecto.  Mi  oscuridad. 
Barrés.  Repensar  los  lugares  comunes.  Relación 
de  estos  discursos  con  el  resto  de  mi  obra.  Paz 
en  la  guerra  y  el  discurso  de  Bilbao;  el  de  aper- 
tura y  Amor  y  Pedagog-ía  y  los  Tres  Ensayos. 

"He  estado  peleando  por  conquistarme  conquis- 
tando al  público.  Los  tiros  de  la  envidia.  Fuera  de 
Madrid  y  de  .ms  cotarros,  revistas,  redacciones, 
retratos,  camerinos...,  etc.  A  Valencia,  a  Carta- 
gena, América. 

"Cinco  ataques  a  mi  personalidad ;  que  les  diga 
lo  que  quieren,  que  me  acomode  a  un  acto.  La 
defensa  de  h  personalidad  en  España,  cuya  repú- 
blica de  las  letras  es  el  imperio  de  la  envidia. 

"Discurso  de  Cartagena.  Atenciones,  lo  recono- 
cido que  les  estoy.  La  clase  media,  justo  medio, 
liberales  templados,  nada  que  desentone.  Juegos 
Florales,  el  Poeta  premiado,  la  reina  de  la  fiesta. 
Me  hacen  añadir  un  párrafo  y  accedo.  De  frac, 
yo  de  levita.  Acostumbrados  a  jerarquías,  galones 
y  cruces.  Tómeseme  como  soy. 

"¡La  bicha!  ¡  Oué  prudencia  la  de  S Pinosa  al 
escribir  en  latín!  ¡Laaarto,  lagarto!  El  anar- 
quismo. El  protestantismo.  Los  que  no  entienden 


124 


INTRODUCCION 


las  cosas  si  no  se  les  pone  brutalmente  claras, 
no  merecen  entenderlas.  ¿Cree  usted  en  Diosf  Si. 
Y  no  digo  por  qué...  En  defensa  propia.  No  pido 
perdón  ni  disculpa  porque  voy  a  hablar  de  mí 
mismo,  me  tomo  sub  specie  aeternitatis.  Lo  de 
Trucha.  El  egotismo.  Mis  dolores  los  han  sufrido 
otros.  Declaro  que  no  puedo  ya  sufrir  en  silen- 
cio la  persecución  solapada  y  artera  de  que  soy 
objeto  por  parte  de  muchos  que  se  dicen  mis 
amigos  para  apartar  al  público  de  mí. 

"Publiqué  mi  Paz  en  la  guerra:  batallas,  bom- 
bardeos, Bilbao,  guerra  civil  y  se  me  vinieron  con 
las  psicologías  y  otras  lilailas  que  allí  puse.  Amor 
y  Pedagogía.  Todo  obligado.  Lo  de  apertura, 
lo  de  Bilbao,  lo  del  Rey,  lo  de  Cartagena. 

"Un  semanario  satírico  en  que  se  rinde  culto 
idolátrico  a  dos  de  nuestros  timos  la  tiene  tra- 
mada conmigo  porque  soy  liberal  y  no  por  o-ra 
cosa.  Es  indecible  lo  que  sufro  al  ver  negada  o 
desconocida  mi  verdadera  personalidad.  Hasta  ha 
habido  quien  ha  pensado  en  meterse  en  el  santua- 
rio de  mi  vida  privada  — 3'  si  no  lo  ha  hecho  no 
ha  sido  por  falta  de  ganas —  y  denunciar  la  re- 
gularidad casi  mecánica  de  mi  vida  cotidiana,  lo 
enroderado  de  mi  existencia  y  la  formalidad  de 
mi  conducta. 

"Hace  algún  tiempo  hice  en  mí  v\ismo  una  ex- 
periencia psicológica  de  orden  religioso  y  tuvie- 
ron que  entrometerse  los  refitorelos  y  chismorrear 
sobre  ello.  Protesto  en  nombre  de  la  libertad. 

"Que  soy  Pachico,  que  soy  don  Tulgcncio.  Mi 
erostrafismo.  Si  echo  a  memido  al  piíblico  mi  yo 
es  para  libertarme  de  él.  Líbreme  Dios  de  los  que 
lo  guardan.  Me  repugnan  los  egoístas  que  hacen 
la  apología  del  egoísmo.  Gusto  de  los  que  viven 
luchando  consigo  mismos,  sintiéndose  intoleran- 
tes y  predicando  la  tolerancia." 


INTRODUCCION  125 


Y  al  final  de  estas  notas  el  siguiente  párrafo  de 
Sous  l'oeil  des  Barbares.  Examen  des  trois  volumes 
ideologiques.  Le  cuite  du  moi,  de  Maurice  Barres, 
que,  sin  duda,  utilizaría  junto  con  ellas: 

"Cette  obscurité  qu'on  me  reproche  durant  quel- 
ques  annccs  n'cst  nullement  embarras  de  style, 
insuffisance  de  l'idce,  c'est  manque  d'explica- 
tions  psycJwlogiqucs.  Mais  quad  j'écrivais,  tout 
menc  par  ¡non  éniotion,  je  ne  savais  que  déter- 
miner  et  décrire  les  conditions  des  phénoménes 
qui  se  passaient  en  moi.  Comment  les  eusse-je 
expliques  f 

'^Et  d'aillcurs  s'il  faut  des  commentaires,  ne 
peuvcnt-ils  étre  fournis  par  les  articles  de  jour- 
naux,  par  la  conversation?  II  m'est  bien  permis 
de  noter  qu'on  n'est  plus  arréte  aujourd'hui  par 
ce  qu'on  dcclarait  incomprehensible  a  l'appari- 
tion  de  ees  volumes.  Enfin  ce  livre  — et  voici  le 
fond  de  ma  pensée —  je  n'y  mélai  aucune  part 
didactique  parce  que,  dans  mon  esprit,  je  le 
recomniande  uniquement  a  ceux  qui  goütent  la 
sincerité  sans  plus  et  qui  se  passionnent  pour  les 
crises  de  l'áme,  fussent-elles  d'ailleurs  singulié- 
rcs." 

Largo  ha  sido  el  extracto.  Denso  y  apretado  como 
el  armazón  de  que  iba  a  sustentar  un  prólogo  que  era 
una  confesión.  Pero  ya  no  podremos  ponerle,  como 
él  mismo  nos  recordaba  en  un  pasaje  suyo  antes  re- 
producido, los  adornos,  las  ejemplificacioncs,  las  alu- 
siones que  su  mano  hubiera  puesto  al  darle  la  redac- 
ción definitiva.  Quede,  pues,  en  la  severa  y  escueta 
traza  originaria.  Y  pongan  aquí  sus  lectores  de  hov 
lo  que  su  propia  curiosidad,  su  celo,  su  comprensión 
les  dicte. 


126 


INTRODUCCION 


Teniendo  en  cuenta,  tan  sólo,  aquel  mensaje  que 
nos  dejó  en  una  de  sus  poesías,  patéticamente  titu- 
lada "Para  después  de  mi  muerte" : 


"Si,  lector  solitario  que  asi  atiendes 

la  voz  de  un  muerto, 

tuyas  serán  estas  palabras  mías..." 


Manuel  García  Blanco. 


Salamanca,  marzo-abril,  1958. 


PRIMERA  PARTE 


PROLOGOS 

A  DIVERSOS  LIBROS  AJENOS 
(1894-1936) 


QUERELLAS  DEL  CIEGO  DE  ROBLIZA.  Sala- 
manca, Imprenta  Católica  Salmanticense,  1894,  56  pá- 
ginas. 


Andaba  fuera  de  mí  con  el  Martín  Fierro,  poema 
popular  gauchesco,  enamorado  perdidamente  de  su 
frescura  y  su  pujanza,  del  alma  cándida  y  briosa  que 
en  él  se  refleja.  Ejercía  en  su  pro  una  especie  de 
apostolado,  empeñándome  en  que  lo  leyeren  mis  ami- 
gos y  hasta  en  obligarles  a  que  les  gustara,  e  hice 
de  él  un  estudio  o  cosa  por  el  estilo,  que  se  publicó 
en  el  primer  número  de  la  Revista  Española.  Veía, 
entre  otras  cosas,  en  el  poema  gauchesco,  un  drama 
de  combate,  algo  que  ayudara  a  volvernos  a  la  poesía 
del  pueblo;  pues  así  como  el  gigante  Anteo  dicen 
que  cobraba  fuerzas  frescas  del  contacto  con  la  tierra, 
su  madre,  así  también  de  su  bautismo  en  el  espíritu  po- 
pular había  de  recobrarlas  nuestra  poesía,  aquejada 
de  dolencias  tan  pestíferas,  atestada  de  neo-gongoris- 
mo,  neo-culteranismo,  decadentismo,  parnasianismo, 
pseudo-realismo,  y  plagada,  en  fin,  de  todas  las  lace- 
rías que  brotan  del  yo  satánico  e  insoportable. 

En  esta  pesada  y  enervante  fetidez  de  aromas  de 
drogas  y  plantas  exóticas  y  de  estufa,  en  este  ani- 
jiente  cuya  espesura  refleja  brillo  de  luz  eléctrica 
irisada  en  diamantes  y  pedrería,  era  menester  abrir 
las  ventanas  que  dan  al  campo  libre  para  que  una 
fresca  ráfaga  de  viento  aireado,  soleado  y  filtrado 
por  encinares,  oliendo  a  tomillo  y  mejorana,  barrie- 
ra la  fetidez  aquella  y  disipara  a  la  par  aquellos  es- 
plendores de  luz  del  sol  de  Dios.  Condolíame  de  que 


UNAMUNO.  1 


-VII. 


5 


M  1^7  U  t.L    Ut.    U  J\  AM  U  JN  U 


se  tomara  al  pueblo  a  lo  sumo  como  documento,  como 
rana  o  como  conejillo  de  Indias  de  fisiólogo,  como 
curiosidad,  como  materia  cientificable,  y  que  ningún 
poeta  bajara  a  sumergirse  en  sus  profundidades  pal- 
pitantes de  vida.  Por  esto  saludaba  en  el  movimien- 
to socialista,  sobre  todo,  el  soplo  nuevo  que  regene- 
rara las  almas,  una  fuente  de  nue^a  poesía  y  nuevos 
ideales. 

Cuando  atravesaba  lo  más  ardiente  de  este  período 
de  apostolado  entre  los  amigos,  a  raíz  de  haberles 
leído  mi  estudio  sobre  Martín  Fierro,  me  vino  un 
día  mi  buen  amigo  y  compañero  don  Luis  Maldonado 
Ocampo  con  la  buena  nueva  de  haber  topado  a  un 
Martín  Fierro  charruno,  de  haber  descubierto  en 
este  hermoso  campo  de  Salamanca,  en  plena  charre- 
ría, en  Robliza,  en  fin,  un  ciego  autor  de  unos  can- 
tares que  había  él,  Maldonado,  recogido  de  boca  de 
su  criado.  Acto  seguido  me  leyó  el  romance  del  cie- 
go, sacándome  de  mis  casillas,  bien  es  cierto  que 
llovía  sobre  mojado.  Sentí  e!  fresco  del  aire  de  la  tie- 
rra en  el  alma,  la  ráfaga  que  primero  la  refresca 
para  calentarla  luego  con  el  calor  nativo :  el  sol  del 
campo  de  Salamanca  me  entraba  en  el  corazón. 

Sin  ponerlo  al  igual  del  Martín  Fierro,  eso  no,  me 
deshice  en  elogios  al  ciego  y  sus  querellas,  empren- 
diendo al  punto  la  tarea  de  persuadir  a  Maldonado 
de  la  importancia  de  su  descubrimiento  y  de  la  ex- 
celencia del  romance.  Emprendí  el  ataque  en  la  creen- 
cia de  que  la  costra  de  la  cultura  había  conquistado 
la  enjundia  jugosa  de  lo  íntimo  de  su  espíritu.  ¡Aque- 
llo era  fresco  y  vivo  y  lleno  de  alma,  aquello!  Tosco, 
es  verdad,  como  la  encina  que  crece  al  aire  y  a  los 
hielos  y  a  los  achicharramientos  del  sol  en  el  camino 
de  Robliza,  tosco  como  la  encina,  pero  como  ella 
vivo,  de  hoja  perenne,  de  cuerpo  robusto. 

Menuda  disertación  la  que  le  endilgué  a  propósito 
de  las  querellas  del  Ciego  de  Robliza.  ¡  Y  qué  de 


OBRAS  COMPLETAS 


131 


cosas  barajé,  santo  Dios!  Allí  los  sentimientos  pri- 
mitivos y  al  desnudo,  sin  afeite,  en  musculatura 
brava  y  recia,  allí  la  forma  que  brota  como  la  saviu 
de  árbol.  Aquel  charro  que  se  lamenta,  no  de  que  los 
señoritos  abusen  de  sus  hijas,  sino  de  que  les  peguen 
malas  enfermedades,  de  que  las  corrompan  la  san- 
gre y  preparen  así  el  encanijamiento  de  un  pueblo 
que  necesita  de  todo  su  vigor  para  andar  todo  el  día 
al  sol,  agarrado  a  la  mancera,  me  pareció  de  oro  fino, 
Recordaba  que  el  pueblo  siente  y  pone  sobre  todo 
la  salud,  lu  salud  lo  primero,  para  poderlo  ganar, 
y,  con  tal  propósito,  recitaba  a  Maldonado  pasajes 
análogos  del  Martín  Fierro  en  que  se  trasluce  al  des- 
nudo el  sentimiento  ingénito,  sin  la  capa  de  la  cul- 
tura. Seguí  discurriendo  por  las  querellas,  ponderé 
aquel  brioso  apóstrofe  de 

Y  ya  es  hora  de  que  llagamos 
alguna  barbaridá, 

y,  sobre  todo,  aquella  pintura  al  fresco,  hecha  en  co- 
lores sobrios  y  las  recortadas  líneas  de  un  mediodía 
sereno  y  de  cielo  limpio,  aquella  pintura  de  la  labor 
del  arado. 

Yendo  al  fondo  de  las  querellas,  me  extendí  en  mil 
variadas  reflexiones  acerca  del  odio  del  campo  a  la 
ciudad,  odio  en  que  había  meditado  no  poco  al  estu- 
diar la  última  guerra  civil  de  nuestra  España ;  acer- 
ca de  aquellas  quejas  y  plañidos  del  labriego,  que 
suda  tras  su  yunta,  y  hasta  veía  un  hondo  simbolismo, 
inconciente  en  el  ciego,  por  supuesto,  en  el  pasaje 
aquel  en  que  nos  canta  cómo  revezan  al  ganado  y  no 
al  gañán : 

esto  es  mucha  caridá, 
que  se  revece  el  ganao 
y  siga  la  humanidá 
agarrada  a  la  mancera 
-  por  toda  una  eternidá. 


132 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Así,  así  es  el  progreso :  trae  nuevos  inventos,  a  la 
fuerza  del  brazo  sustituyen  la  del  vapor  y  la  eléc- 
trica, pero  la  humanidad  sigue  eternamente  agarra- 
da a  la  mancera  y  sudando  a  chorretás.  Así  sigue  la 
humanidad  y  sobre  todo  el  labriego,  que  es  a  quien 
menos  toca  de  los  frutos  del  progreso.  El  pobre  gañán 
suda  para  que  los  señores  de  la  ciudad  coman;  pero 
le  traen  su  condumio,  retoza  con  la  moza  que  se  lo  ha 
traído,  come  aquél  con  hambre  y  le  sabe  a  gloria,  y,, 
buscando  una  sombra,  se  tiende  a  dormir  el  santo 
sueño,  en  el  que  todos  nos  igualamos,  más  profundo, 
más  santo,  más  consolador  para  el  pobre  que  ha 
sudado  sobre  la  madre  tierra,  y  sobre  ella  duerme, 
mientras  la  brisa  hace  cantar  a  los  árboles,  que  le 
dan  sombra,  para  que  le  arrullen.  ¿Y  cuando  em- 
pina el  codo  y  contempla  el  azul  del  cielo  remojando 
el  gargüero  seco  de  cantar  ?  ¡  Qué  verdad  aquello  de 
que 

quien    no    trabaja    tó    el  día, 
y  no  sufre  la  inverna , 
y  no  suda  en  el  verano, 
no  sabe  lo  que  es  trincar! 

Arrancando  de  estas  quejas,  ¡  qué  pronto  se  llega  a 
aquel  tremendo  dilema  que,  bajo  forma  humanística, 
encierra  un  mundo  de  amargura ! :  ¿  qué  es  peor,  te- 
ner dientes  y  no  comer,  o  qué  comer  y  no  dientes ' 
¿  Hambre  sin  pan,  o  pan  con  invencible  y  mortal  in- 
apetencia ? 

Pasando  del  fondo  a  la  forma  más  externa,  me  in- 
teresaban, dadas  mis  aficiones  lingüísticas  en  las  Que- 
rellas las  formas  dialectales  y,  es  más  aún,  hasta 
hablé  de  los  romances  primitivos  en  que  rimaban  aso- 
nantes agudos  con  graves...,  en  fin,  ¡qué  se  yo  hasta 
dónde  me  corrí ! 

Cuando  Maldonado  me  vió  más  exaltado,  sonrió 
con  aire  de  triunfador,  me  puso  una  mano  en  el  hom- 
bro, me  miró  y  me  dijo:  "Pues,  mire  usted,  no  hay 


OBRAS  COMPLETAS 


133 


tal  Ciego  de  Robliza,  es  una  broma  que  he  querido 
darle,  el  ciego  soy  yo". 

Me  obstiné  en  un  principio  en  negárselo,  pero  pron- 
to me  lo  probó.  La  cosa  había  sido  sencilla.  Viendo 
mi  entusiasmo  por  el  Martín  Fierro,  él,  que  no  lo 
participaba,  por  lo  menos  en  el  grado  que  yo,  anun- 
ció a  unos  de  nuestros  amigos  que  iba  a  componer 
un  Martín  Fierro  charruno  para  pegármela  con  él; 
se  fué  a  casa,  y  de  tirón  le  salió  del  alma  la  primera 
parte  de  las  presentes  Querellas. 

He  aqui  cómo  una  cosa  buena,  más  que  buena, 
Martín  Fierro,  engendró  a  otra  buena  también.  Por- 
que lo  de  la  broma  lo  cree  él,  Maldonado;  pero  sólo 
es  verdad  en  parte,  o  más  bien,  sólo  es  parte  de  la 
verdad;  pues  si  él  me  jugó  un  bromazo  —es  cierto — , 
mayor  es  el  que  le  jugó  a  él  el  Ciego  de  Robliza,  el 
ligrimo,  el  de  la  tierra,  el  que  lleva  dentro.  Porque 
ese  Ciego  que  dormia  en  su  alma,  como  en  la  de  Só- 
crates el  demonio  familiar,  al  oir  parte  del  Martín 
Fierro  se  despertó,  empezó  a  gargajear  y  templar 
la  pandereta,  a  soltar  hipos  sin  letra,  a  buscar  forma 
para  sus  quejas,  y,  embromando  a  Maldonado,  al 
Maldonado  que  le  lleva,  con  lo  de  la  broma,  dió  al 
viento  sus  Querellas. 

Por  esto,  una  vez  aclarado  el  caso,  persistí  en  mi 
creencia  de  que  habíamos  descubierto  al  Ciego  de 
Robliza,  y  así  intenté  demostrárselo  a  su  propio  y 
genuino  órgano  en  este  mundo  mortal.  No  sé  si  aca- 
bará por  creerlo,  pues  por  algo  decía  el  buen  Plutar- 
co que,  si  el  "conócete  a  ti  mismo"  fuera  cosa  a  la 
mano  y  alcance  de  cada  quisque,  no  lo  hubieran  teni- 
do los  hombres  por  sentencia  divina. 

No  fui  el  solo  en  enamorarme  de  las  Querellas  del 
Ciego  de  Robliza;  todos  aquellos  a  quienes  se  las  leí- 
mos, entre  ellos  personas  de  exquisito  gusto,  las  ce- 
lebraron en  una  u  otra  forma.  Sólo  ponían  algún 
reparo  al  saber  que  el  charro  de  que  salieran  era  el 


134 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


propio  Maldonado.  ¡  Claro  está,  sabían  la  jugarreta 
que  éste  me  jugó,  pero  no  la  del  Ciego  a  él ! 

Debo  aquí  hacer  alto  y  recoger  un  juicio  que  se 
nos  ha  puesto  delante.  Para  muchos  menguaba  el  mé- 
rito del  romance  al  saber  que  lo  había  hecho  un  se- 
ñor de  la  ciudad,  doctor  a  mayor  abundamiento,  y, 
por  contera,  catedrático  en  nuestra  vieja  Universi- 
dad salmantina,  y  persona  de  gusto  e  ilustración  pro- 
bados. "Es  un  charro  de  similor  — decían — ,  una 
falsificación  hábil".  Para  mí,  en  cambio,  si  amengua- 
ron ciertos  méritos,  los  de  menor  prez,  otros,  se 
acrecieron,  porque  tan  admirable,  o  más,  que  el  que 
un  charro  se  eleve  a  ciertos  puntos  de  vista  que  pre- 
suponen cultura  libresca  y  trato  de  cierto  mundo, 
tan  admirable,  o  más,  me  parece  que  todo  un  señor 
culto  de  abolengo  baje  al  charro  y  se  lo  asimile,  y 
mucho  más  en  estos  tiempos  en  que  nos  rige  y  gobier- 
na lo  que  en  su  jerga  metafórica  llaman  los  nuevos 
y  más  flagrantes  sociólogos  ley  de  capilaridad  so- 
cial. Pero  no  es  que  Maldonado  haya  bajado  al  pue- 
blo, es  el  ciego  que  lleva  dentro. 

Esta  es  ocasión  de  repetir  una  vez  más  que  es  un 
error  arraigadísimo  el  de  creer  que  la  poesía  popular 
brota  del  pueblo  en  cuanto  masa,  del  conjunto.  Hay 
muchos  que  no  se  paran  a  reflexionar  que  los  cantos 
populares  tienen  un  autor,  y  muchos  más  son  los  que 
creen  que  la  poesía  popular  sale  de  un  hijo  del  pue- 
blo, sin  llegar  con  estudio  a  la  conclusión  de  que  de 
ordinario  el  poeta  popular  está  elevado  sobre  el  pue- 
blo, es  superior  a  él.  Muchos,  muchísimos  cantos  po- 
pulares, hondamente  tales,  los  más  populares  acaso, 
proceden  de  hombres  doctos  y  cultos  que  se  han  sor- 
bido y  asimilado  el  alma  de  la  muchedumbre,  que 
templaron  los  latidos  de  su  corazón  al  compás  de  los 
latidos  del  gran  corazón  del  pueblo,  del  espíritu  co- 
lectivo. 

Hubo  un  tiempo  en  que  los  hombres  cayeron  pos- 


OBRAS  COMPLETAS 


135 


irados  ante  otros  hombre,  y  una  vez  muertos  éstos, 
los  divinizaron  y  rindieron  culto  porque  habían  acer- 
tado a  expresar  lo  que  sentían  todos;  hubo  otro 
tiempo  en  que  poeta,  vate,  era  adivino,  y  aun  hoy, 
en  este  hermosísimo  campo  de  Salamanca,  es  minis- 
terio del  poeta  pronosticar  el  tiempo  y  leer  en  los  cie- 
los estrellados.  Cuando  pasaron  tales  tiempos  de  ado- 
ración al  poeta  se  siguió  aún  creyendo  que  le  asistía 
un  espíritu  celeste,  una  musa  que  al  cantar  era  presa 
de  un  rapto  sobrehumano,  que  un  tábano,  estro,  di- 
vino, le  espoleaba  con  su  aguijón.  Y  hoy,  ¡  qué  frío 
todo  eso  del  estro,  qué  mortecina  y  lánguida,  qué  ri- 
dicula resulta  toda  invocación  a  la  musa !  ¡  Cómo  se 
ha  convertido  en  mote  lo  de  bardo  y  vate!  A  todo 
ello  ha  sustituido,  el  nocturna  vérsate  manu  discerna 
poctae  del  buen  Horacio  y  el  polissczle  et  repolissczle 
de  su  discípulo  Boileau,  poetas  en  bata  ambos.  Hoy 
apenas  se  cantan  las  querellas  del  pueblo,  sino  que  el 
poeta,  ahito  de  su  yo,  busca  exquisiteces  más  o  menos 
estrafalarias  y  se  nos  exhibe  a  sí  mismo.  No,  no  le 
Hamo  vate  al  Ciego  de  Robliza,  no  sea  que  me  lo 
tome  a  risa. 

En  los  tiempos  que  corremos  no  creo  que  sea  te- 
meridad presentar  al  Ciego  como  uno  de  esos  mode- 
los que  imitar.  Sentir  como  el  pueblo,  pero  con  más 
intensidad  que  él,  he  aquí  lo  que  constituye  el  ver- 
dadero poeta.  Junto  a  esto,  ¿qué  son  todos  los  aro- 
mas quintaesenciados  y  destilados  en  el  alambique  del 
arte  decadentista,  parnasiano,  pseudo-realista,  neo- 
místico  o  satánico?  ¿Qué  importan  las  nuevas  rimas? 

No  faltará  culto  a  quien  se  le  atraganten  estos  ro- 
mances. Le  compadezco;  es  de  los  que  no  pueden 
gozar  de  la  divina  hermosura  de  un  alba  campestre, 
cuando  el  sol  dora  las  cimas  azules  de  la  sierra  le- 
jana, despereza  a  la  lenta  niebla  que  se  levanta  de- 
jando en  los  árboles  vellones  de  su  cuerpo,  disipados 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


al  punto  por  la  brisa  matinal,  se  irisa  en  las  perlas 
de  la  escarcha,  y  se  eleva 

dcspayc'iciido  luz  y  fuego 
por  tulla  la  inmensidad 
del  ciclo  del  firmamento. 

Estos  cultos,  insensibles  romances  como  el  del  Cie- 
go de  Robliza,  no  pueden  gozar  de  tales  amaneceres, 
porque  traen  reccncio  que  les  puede  constipar. 

Mas...  basta  ya  de  filosofías,  y  al  grano. 

En  vista  del  éxito  de  las'  Querellas  del  Ciego  de 
Robliza,  como  era  una  verdadera  lástima  que  queda- 
ran reducidas  al  estrecho  círculo  de  cuatro  o  cinco 
amigos,  decidimos  publicarlas.  Antes  quiso  completar- 
las el  señor  Maldonado,  y  escribió  las  partes  segun- 
da, tercera  y  cuarta.  No  niego  que  se  las  dictó  el 
mismo  Ciego  que  la  primera,  el  mismísimo;  pero,  a 
mi  juicio,  ya  no  estaba  tan  de  vena.  Así  son  esa  gen- 
te, cantan  que  es  una  bendición  de  Dios  cuando  les 
sale  del  alma,  pero  si  se  les  fuerza  a  ello,  o  en  ello 
se  les  interesa,  salen  del  paso  como  mejor  Dios  les 
da  a  entender.  Repito  que  sigue  siendo  el  mismo 
Ciego  el  tábano  divino  de  Maldonado,  pero  como  éste 
no  buscaba  ya  una  broma,  tampoco  el  tábano  pudo 
embromar  a  Maldonado  como  la  vez  primera,  tanto 
más  cuanto  que  le  halló  ya  sobre  sí,  conforme  a  su 
costumbre.  En  ciertos  respectos  podrán  parecer  in- 
feriores la  segunda,  tercera  y  cuarta  parte;  la  des- 
cripción del  dolor  del  padre,  ante  su  hijo  carrilano 
muerto,  está,  como  factura,  aunque  recargada  de  trá- 
gico, bien  hecha,  pero...  en  fin,  que  hay  pero  aun 
en  lo  bueno.  Y  volvamos  a  lo  de  la  publicación. 

Hubo  quien  propuso  se  jugara  al  público  la  mis- 
ma pasada  que  a  mi ;  pero,  pensándolo  bien,  se  halla- 
ron inconvenientes  hasta  a  la  publicación  de  las  Que- 
rellas en  edición  de  venta  al  alcance  de  todo  compra- 
dor. Se  temía  por  algunos  que  llegaran  hasta  el  pue- 


OBRAS  COMPLETAS 


137 


blo  del  Campo  despertando  en  éste  sentimientos  amo- 
dorrados; se  creía  casó  de  conciencia  no  aguijar  el 
alma  del  que  descansa  de  sus  sufrimientos  en  la  re- 
signación que  da  el  trato  intimo  y  cotidiano  con  la 
tierra  fortificante ;  alguien  llegó  a  temer  que,  si  tales 
cantares  se  entonaran  en  una  velada,  junto  a  la  her- 
mosa llama  que  arde  en  el  hogar,  bajo  la  ancha  cam- 
pana de  la  cocina,  al  son  de  la  pandereta  y  al  com- 
pás del  baile  de  los  gañanes,  fueran  parte  a  contri- 
buir a  la  barbaridad  si  algún  día  el  charro  reventaba 
por  la  cincha.  Entonces  se  tomó  la  diagonal,  deci- 
diciéndose  publicar  las  Querellas  en  edición  nume- 
rada, no  vendible,  y  para  perpetuar  así  el  fausto 
suceso  de  haberse  descubierto  un  ciego  de  larga  vista, 
un  vate  ligrimo  de  la  tierra,  charruno  hasta  las  ca- 
chas, en  el  fondo  del  alma  del  mismísimo  don  Luis 
Maldonado  Ocampo,  doctor  y  catedrático  de  la  Uni- 
versidad salmantina. 

He  aquí  explicada  la  publicación  de  este  librillo. 
¡  Quiera  Dios  que  dé  a  otros  tan  buen  rato  como  a 
mí  me  dió  la  consabida  broma,  y  ojalá  despierte  este 
ciego  a  otros  como  Martín  Fierro  le  despertó  a  él ! 

Por  otra  parte,  hago  votos  por  que  estos  roman- 
ces de  la  tierra  sirvan  para  aquellos  que,  poco  sen- 
sibles a  la  pura  poesía,  buscan  en  ésta  el  grano,  vuel- 
van los  ojos  a  la  suerte  del  gañán  para  quien 

Amaneceres  que  vienen, 
amaneceres  que  van; 
siempre  amanece  lo  mismo 
para  el  infeliz  gañán; 

vuelvan  a  él  sus  ojos  y  contemplen  y  estudien  y 
sientan  al  que,  montado  en  el  pescuño,  da  al  aire  libre 
sus  cantos  melancólicos,  largos  como  los  surcos  que 
abre  su  yunta.  Vuelvan  su  atención  a  esa  vida  del 
campo,  todos  los  días  la  misma  y  todos  los  días  nue- 
va, como  el  sol  que  la  vivifica,  busquen  en  ella  la 
clave  de  toda  la  vida  social  y  vean  en  la  tierra  el 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


sustento  de  la  humanidad  entera,  en  la  santa  tierra, 
que  engendra  y  devora  hombres  y  civilizaciones,  que 
algún  día  devorará  la  nuestra. 

Y  cuando  sean  ruinas  nuestras  ciudades,  sobre  sus 
escombros  pasará  acaso  la  reja  del  arado,  y  cantará 
el  labriego  cantares  hondos,  melancólicos  y  largos. 
Porque  los  labriegos  son  el  eslabón  que  engendra  las 
generaciones,  la  materia  conjuntiva,  el  plasma  ger- 
minativo social,  y  perdóneseme  la  pedantería. 

Ellos  viven  cara  a  cara  de  la  naturaleza,  reciben 
de  ella  la  lluvia,  el  calor,  el  carbunclo,  la  epizootia, 
las  cosechas  colmadas  y  la  mies  que  se  sale  de  los 
trojes,  y  no  culpan  al  hombre.  Se  resignan,  viven 
con  la  santa  tierra,  esperan  subir  un  día  a  aquel  cielo 
sereno  de  donde  viene  el  calor  de  vida;  y,  por  fin, 
en  la  tierra  que  araron  y  segaron  con  su  sudor,  en 
la  tierra  formada  en  parte  de  despojos  de  generacio- 
nes y  de  polvo  de  humanidad,  descansan  de  los  dolo- 
res y  fatigas  en  la  santa  igualdad  de  la  muerte. 

Y  basta,  que  esto  tira  ya  a  sermón.  Para  tal  es 
poco,  y  para  introducción  a  las  Querellas  del  Ciego 
de  Robliza  mucho,  pues  el  lector  debe  estar  ardiendo 
por  conocerlas,  si  es  que,  con  buen  acierto,  no  las 
leyó  antes  que  estas  cuatro  líneas  deslavazadas ;  en  el 
cual  caso,  satisfecho  con  aquéllas,  lo  mejor  que  hu- 
biera podido  hacer  era  dejar  éstas. 

Salamanca,  viarso  de  1894, 


PENSAMIENTO  INEDITO,  A  MODO  DE  PRO- 
LOGO, EN  EL  LIBRO  MEMORIAS  DE  UN  ES- 
TUDIANTE DE  SALAMANCA,  DE.  J.  BALCA- 
ZAR  Y  SABARIEGOS.  Madrid,  E.  Prieto,  1935. 


"Conócete  a  ti  mismo",  decía  Sócrates  con  (sic)  el 
templo  de  Delfos.  Y  Tomás  Carlyle,  el  puritano,  le 
responde :  "¿  Conócete  a  ti  mismo  ?  Harto  te  ha  ator- 
mentado ese  pobre  ti  mismo,  ¡  jamás  le  conocerás, 
créelo !  No  creas  que  tu  cuestión  es  conocerte :  eres 
un  individuo  inconocible :  ¡  Conoce  lo  que  puedes  obrar 
y  obra  como  un  Hércules !  ¡  Este  será  tu  mejor  plan !" 

Tiene  razón  el  puritano;  la  obra,  no  el  hombre, 
porque  tan  chico  como  es  éste  es  aquélla  grande. 
Cuando  la  obra  vale  más  que  el  hombre  que  la  lleva 
a  cabo,  es  cuando  éste  es  digno  de  aquélla. 

Estudiarnos  es  encerrarnos  en  la  pereza  de  nos- 
otros mismos,  y  obrar,  vivir  en  comunión  con  nues- 
tros hermanos ;  la  ciencia  es  el  principio  del  egoísmo 
y  la  acción,  el  de  la  caridad. 

El  de  la  sabiduría  es  saber  ignorar,  y  su  fin  de- 
tenerse ante  el  misterio.  Pero  allí  donde  el  hombre  se 
detiene,  ante  el  abismo,  su  fe  viva,  madre  de  la  obra, 
colma  el  abismo.  Esto  hace  la  fe;  la  verdadera  fe,  la 
fe  viva,  no  el  espíritu  seco  de  la  fórmula  legada  ni 
la  confianza  en  la  palabra  ajena,  ¡no!,  sino  el  es- 
fuerzo vigoroso  y  propio  por  creer  lo  que  no  cono- 
cemos ni  acaso  conoceremos  nunca. 

A  todo  joven  a  quien  se  le  abre  el  camino  de  la 
vida  hay  que  repetirle:  ¡Déjate  de  tí  mismo,  que  no 
vales  nada,  mira  tu  obra,  ten  fe  en  ella,  y  adelante ! 


Salamanca,  28  de  vtayo  de  1894. 


I^KULULjU  al  LIBKU  FUtSIA,  DE  JUAN  AR- 
ZADUM  (Bilbao,  1897).  Biblioteca  Bascongada  de 
Fermín  Herrán,  tomo  11. 


Al  excitar  a  Arzadun  a  que,  escogiendo  de  entre 
sus  producciones  literarias  las  que  más  le  satisficie- 
sen, las  publicara,  le  prometí  hacer  un  prólogo  para 
ellas.  Y  cuando  nuestro  buen  amigo  el  animoso  Fer- 
mín Herrán  decidió  darlas  a  luz  pública  en  su  "Bi- 
blioteca Bascongada",  le  pedí  tiempo  para  amañar 
mi  prólogo,  alegando  que  quería  trazarlo  con  cuidado 
y  esmero,  cuando  lo  que  en  realidad  buscaba  era  lu- 
cirme a  expensas  y  cuenta  de  Arzadun,  tomando 
pretexto  de  sus  trabajos  para  disertar  a  roso  y  ve- 
lloso de  todo  cuanto  me  viniese  a  cuento.  Y  ahora, 
que  ha  vencido  el  plazo  de  mi  débito,  se  me  aparece 
tarea  vana  la  de  presentar  yo  a  Juan  Arzadun.  Mas 
como  el  tiempo  me  apremia,  y  con  él  el  vencimiento 
de  mi  promesa,  y  como  no  se  me  da,  a  Dios  gracias, 
espacio  para  lanzarme  a  todo  género  de  digresiones 
conceptistas,  aun  cuando  sucumbiera,  como  otras  ve- 
ces, a  la  tentación  de  hacerlo,  voy  a  satisfacer  la 
deuda  escribiendo  cuatro  cosas  acerca  de  Juan  Ar- 
zadun y  de  sus  trabajos  literarios,  lo  más  sencilla- 
mente que  pueda,  y  ojalá  fuese  mucho  más  de  lo  que 
podré  hacerlo. 

Trátase  para  mí  de  un  amigo  en  quien  me  será 
siempre  imposible  no  ver  más  que  al  escritor,  ente 
de  razón  o  ficticio  fantasma,  al  que  sacrificamos  no 
pocas  veces  la  propia  personalidad  íntima.  Se  trata 
de  un  hombre  cuyo  deseo  ha  sido  siempre  no  des- 


OBRAS  COMPLETAS 


141 


entonar,  de  un  hombre  a  quien  he  oído  decir  más  de 
una  vez  que  aspiraba  a  pasar  su  vida  inadvertido 
entre  la  muchedumbre,  al  nivel  de  la  línea  media.  Se 
trata  de  un  poeta  verdadero,  y  como  tal,  limpio  de 
ruidosidades. 

La  amistad  íntima,  de  una  parte,  y  de  otra,  la  co- 
munidad de  casta,  harán,  sin  duda,  que  vea  yo  en 
los  escritos  de  Juan  algo  suyo  y  nuestro,  que  apenas 
vislumbrará  por  vagos  atisbos  quien  no  le  conozca  o 
no  sea  vasco  como  nosotros.  Así  es  que  estas  líneas  ni 
son  ni  afortunadamente  pueden  ser  de  crítica.  Es 
para  mí  este  poeta  un  hombre  de  carne  y  hueso,  algo 
más  que  una  cifra:  es  un  amigo  ante  quien  he  dejado 
correr  los  anhelos  de  mi  pecho.  Nunca  podré  tomarlo 
de  conejillo  de  Indias,  ni  de  mero  argumento  de  es- 
tudio psicológico.  No  en  vano,  leyendo  algunas  de 
sus  cosas,  las  lágrimas  han  asomado  a  mis  ojos. 

Hay  escritores  para  la  crítica,  el  estudio  y  la  his- 
toria literaria ;  los  hay  para  el  pueblo  y  la  emoción 
inmediata.  De  los  unos  dura  más  el  nombre  que  el 
efecto ;  de  los  otros,  más  éste  que  aquél.  A  aquéllos 
se  les  estudia  y  discute;  a  éstos,  se  les  quiere  y  sien- 
te. Acaba  de  bajar  a  la  tumba  un  hombre  bueno  que 
hizo  llorar  con  sus  escritos  a  nuestros  padres,  y  aun 
a  muchos  de  nosotros,  y  los  críticos  han  desahucia- 
do con  todo  respeto  su  memoria.  Tal  vez  alguno  no 
le  perdone  las  lágrimas  que  le  hizo  derramar  de  niño, 
debilidad  infantil  de  que  hoy  se  avergüenza  el  hom- 
bre curtido  a  no  dejarse  emocionar  de  sorpresa.  Los 
nombres  literarios  durarán  siglos  tal  vez ;  la  labor 
de  las  lágrimas  será  eterna. 

Vuelvo  a  Arzadun,  cuyo  nombre  suena  poco,  por- 
que, con  efectiva  modestia,  no  ha  buscado  para  darse 
a  conocer,  fuera  de  la  prensa  periódica  de  provincias, 
otro  camino  que  el  más  sencillo  y  más  independiente, 
a  la  vez  que  el  desdeñado  por  literatos:  los  certáme- 
nes públicos.  Sí,  Arzadun  ha  sido  un  poeta  de  certá- 


142 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


menes.  El  haber  ido  en  Zaragoza  a  recibir  la  flor 
natural  atravesando  por  entre  una  multitud  sencilla, 
y  si  se  quiere  cursi,  es  un  acto  de  modestia  y  de  sen- 
cillez que  le  pone  en  muy  otra  región  que  aquella  en 
que  vagan  solos  y  solitarios  los  poetas  incomprendi- 
dos,  que  odian  al  vulgo  profano  y  trabajan  para  la 
posteridad.  Es  ése  acto  un  hermoso  arranque  de  ver- 
dadera independencia,  de  la  que  no  conocen,  por  des- 
gracia suya,  los  independientes.  Es  mil  veces  más 
loable  que  hacer  la  rosca  a  los  críticos  de  cartel. 

Lo  mejor  suyo  es,  sin  embargo,  a  mi  juicio,  lo  que 
no  ha  llevado  a  los  certámenes,  sus  artículos  en  pro- 
sa. Los  prefiero  a  sus  versos. 

En  la  fisonomía  espiritual  de  Arzadun,  lo  primero 
que  se  me  aparece  son  las  caras  del  alma  de  nuestra 
raza  vasca.  Es  sano,  bien  equilibrado,  vigoroso  y  sen- 
sible, fuerte  y  sencillo.  Habla  en  uno  de  sus  relatos 
del  aldeano  vasco,  "lleno  de  insuperable  timidez  y 
sonriendo  con  vaguedad,  fuerte  y  bonachón  como  un 
Hércules  adolescente".  De  la  raza  de  este  aldeano, 
de  nuestra  raza,  es  Juan.  Hay  en  él,  como  en  casi 
todo  vasco,  la  sobriedad  de  expresión  que  parece  a 
primeras  sequedad  de  afecto;  los  sentimientos,  como 
robustos  que  son,  se  le  visten  de  forma  serena  y  clara, 
y  libre  del  engañador  sentimentalismo  que  brota  de 
sentimientos  pulposos  y  fláccidos,  sin  osamenta  de 
conceptos  que  los  sustenten  y  den  cuerpo  y  sin  cutis 
que  los  preserve  y  defina. 

En  su  poesía  Un  veterano,  al  hablar  del  viejo  ca- 
ñón que  recibe  a  las  golondrinas,  nos  dice  que 

parece  que,  bondadoso, 

porgue  siempre  lo  es  el  fuerte, 

él,  instrumento  de  muerte, 

acoge  al  bando  anheloso 

con  el  plácido  cariño 

peculiar  del  héroe  anciano 

del  glorioso  veterano 

a  quien  la  edad  hace  niño. 


OBRAS  COMPLETAS 


143 


Rasgo  es  éste  de  la  bondad  del  fuerte,  que  se  repite 
en  sus  escritos.  Admira  la  fuerza  y  adora  la  niñez. 

La  niñez  le  atrae,  siente  como  a  nada  al  niño,  y 
lo  más  hermoso  que  ha  hecho  son  aquellos  relatos 
de  héroes  infantiles  como  Cabezota,  Monin,  y  sobre 
todo,  La  noche  buena  del  expósito,  lo  que  más  me 
gusta  de  todo  lo  suyo.  He  sentido  nudo  en  la  gargan- 
ta al  leer  cómo  se  le  derrite  el  afecto  al  pobre  expó- 
sito al  oír  el  mugido  suave  y  prolongado  de  la  vaca 
casera,  aquella  voz  llena  de  singular  dulzura,  "la  fiera 
amenaza  del  toro  salvaje  hecha  suplicante  por  do- 
mesticidad  secular!"  De  Cabezota  no  puedo  decir 
nada ;  Juan  sabe  bien  por  qué. 

He  derramado  por  publicaciones  varias  muchos 
escritos  sueltos,  y  han  pasado  desapercibidos  los  más 
Íntimos  y  sinceros,  mientras  no  ha  faltado  quien  to- 
mase nota  de  los  menos  propios.  En  uno  de  los  pri- 
meros, de  los  que  me  brotaron  de  dentro,  se  fijó 
Arzadun;  de  él  me  ha  hablado  muchas  veces,  con  mo- 
tivo de  él  me  dedicó  unos  versos.  Era  el  relato  de  las 
aventuras  de  un  niño  que  se  escapa  de  junto  a  su 
niñera.  En  este  escrito  adivinó  acaso  lo  mejor  mío; 
el  espíritu  que  en  él  palpita  es  el  que  nos  ha  unido 
más,  y  más  tarde  hemos  podido  hablarnos  de  nuestros 
hijos,  sintiéndonos  más  íntimamente  amigos  al  ver- 
nos padres.  Sé  que  se  acuerda  de  aquel  Susin  de  mi 
cuento,  de  su  escapatoria  a  través  del  campo,  de  sus 
terrores  ante  la  pacífica  vaca  y  el  indiferente  perro, 
de  su  angustia  al  sorprenderse  solo,  y  de  cómo,  empa- 
pado en  llanto,  apoyó,  al  llegar  a  su  hogar,  la  mejilla 
en  la  de  su  padre  y  se  durmió  en  los  brazos  de  éste. 
Lo  escribí  hace  años,  y  hoy  es  cuando  comprendo  lo 
que  entonces  escribí. 

De  su  profesión  — en  el  Cuerpo  de  Artillería — ,  de 
lo  que  más  me  ha  hablado,  es  de  las  academias,  de 
su  labor  de  maestro  de  escuela  de  los  soldados  de  su 


144 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


batería,  niños  también,  niños  glandes,  sencillos  y 
nobles.  Está  penetrado  de  ternura  por  la  niñez. 

¡  La  niñez !  El  recuerdo,  más  o  menos  claro,  de 
nuestra  niñez  es  el  ungüento  espiritual  que  impide 
la  total  corrupción  de  nuestra  alma.  En  las  horas  de 
sequedad  y  de  abandono;  cuando  se  toca  el  terrible 
vanidad  de  vanidades ;  cuando,  fatigado  el  espíritu  de 
la  peregrinación  a  través  del  desierto,  penetra  en  el 
terrible  misterio  del  tiempo  y  ve  abrírsele  el  abismo 
sin  fondo  de  la  nada;  cuando,  ante  el  polvo  a  que 
con  el  análisis  lo  hemos  reducido  todo,  se  ha  conver- 
tido en  terror  loco  "el  estupor  sin  asombro  de  los 
niños,  acostumbrados  a  ver  cosas  inexplicables",  en- 
tonces se  oye  en  el  silencio  los  ecos  dulces  de  la  ni- 
ñez lejana  como  rumor  de  aguas  vivas  y  frescas  de 
humilde  arroyo  que  seguía  fluyendo  bajo  las  secas 
y  ardientes  arenas.  Y  entonces,  secas  las  fauces  y 
resquebrajadas  las  entrañas  espirituales,  sedienta  el 
alma  hasta  la  agonía,  se  escarba  con  afán  el  suelo 
hasta  descarnarse  las  manos,  para  descubrir  aquellas 
aguas  rumorosas  y  caer  postrado  de  bruces  y  be- 
berías y  recobrar  vida  con  el  manantial  que,  corrien- 
do en  oscuro  subterráneo,  preservó  su  pureza  y  su 
frescura. 

De  la  misma  fuente  que  su  predilección  por  la  ni- 
ñez saca  Juan  el  amor  con  que  evoca  los  recuerdos 
infantiles  de  su  pueblo  natal,  Bermeo,  y  el  cariño 
a  nuestra  Vizcaya.  Recuerdos  de  su  Bermeo,  del  que 
los  guardo  yo  también  tan  dulces,  son  El  islote,  que 
es  el  de  Izaro,  El  cementerio  del  pescador  y  Las  cam- 
panas de  la  cofradía. 

Y  si  a  su  Bermeo  lo  siente  y  ve  y  quiere  en  sus 
recuerdos  de  niño,  y  aun  de  adulto,  en  los  más  dulces 
de  su  vida,  y  en  directas  impresiones  nuestra  Vizcaya 
tiene  para  él,  como  para  todos  nosotros,  algo  más  de 
sentimiento  reflejo  y  adquirido.  A  Vizcaya  no  pode- 
mos abarcarla  de  una  mirada  como  él  a  Bermeo,  des- 


OBRAS  COMPLETAS 


145 


de  la  altura  de  Sollube,  y  yo  a  Bilbao,  desde  Archan- 
da  o  desde  Arnótegui.  La  historia,  memoria  de  las  ge- 
neraciones, tiene  que  venir  aquí  en  ayuda  de  nuestra 
individual  memoria.  Su  comprensión  de  Vizcaya  re- 
salta en  el  hermoso  cuadro  El  Nervión  y  el  Cailagna, 
arrancado  a  la  historia  de  lugares,  de  cuyo  íntimo 
espíritu  se  ha  dejado  penetrar  en  recogidos  paseos  por 
ellos.  Correo  de  Buenos  Aires  me  recuerda  a  nuestro 
Trueba,  que  con  el  salmantino  Ruiz  Aguilera  y  el 
dulcísimo  Querol,  son  los  poetas  españoles  contem- 
poráneos que  más  adentro  me  llegan. 

No  creo  tan  real  y  sincera  su  poesía  A  la  patria 
enskara.  Entra  ya  en  ella  el  regionalismo  literario 
y  de  cultivo  artificioso,  claro  está  que  sobre  fondo 
natural.  Hago  mal  en  decir  que  no  es  sincera ;  since- 
ra sí  lo  es,  pero  con  sinceridad  refleja,  conseguida. 
No  canta  en  ella  el  poeta  espontáneo,  el  del  núcleo 
primitivo,  sino  el  formado  por  el  ambiente  literario 
regional. 

Porque  es  de  saber  que  hay  en  nosotros  dos  hom- 
bres; el  uno  que  se  produce  centrífugamente,  de  den- 
tro a  fuera,  brotando  del  fondo  hereditario  y  de  nues- 
tro nativo  temperamento,  y  es  el  hombre  que  trata 
de  acomodar  el  ambiente  así ;  y  el  otro,  el  que  se 
forma  centrípetamente,  de  fuera  a  dentro,  por  los 
diversos  sedimentos  que  en  nosotros  deja  el  ámbito,  el 
hombre  que  trata  de  acomodarse  al  ambiente.  De  este 
segundo  hombre,  de  este  nuestro  yo  secundario  o 
adventicio,  moldeado  siempre,  es  claro,  sobre  el  pri- 
mario e  ingénito,  de  este  yo  de  aluvión  brotan  las 
poesías  de  Arzadun  en  que  se  descubre  su  profesión 
social  y  su  cultura  científica  y  literaria.  Artillero  de 
oficio  y  lector  de  afición,  se  descubre  su  cultura  en 
poesías  tales  como  el  canto  A  la  guerra.  Armas  y 
letras.  El  frío  de  Fausto,  etc.  El  canto  A  la  guerra 
es  valiente,  está  lleno  de  idea,  pero  peca  de  intelec- 
tualismo  y  huele  a  las  veces  a  ciencia  no  reducida  a 


146 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


poesía,  sino  vestida  de  forma  poética.  Hay  que  saber 
ver,  sin  embargo,  cierta  ironía  en  el  fondo  de  este 
canto;  el  hombre  interior  no  está  de  acuerdo  con  el 
exterior;  el  amador  de  la  niñez,  el  que  ha  de  ser  pa- 
dre, no  se  aviene  del  todo  bien  con  el  capitán  de 
artillería. 

En  El  frío  de  Fausto  hay  una  frase  atrozmente 
científica,  y  es  ésta : 

La  especie  está  hambrienta 

Esto  supone  teorías  meramente  ideales,  y  es  además 
poco  poético...  iba  a  añadir:  aunque  fuese  verdadero, 
pero  ¿cómo  ha  de  ser  verdadero  si  no  es  poético? 
Será  a  lo  sumo  racional.  Lo  poético,  y  por  tanto  lo 
verdadero,  si  es  que  no  lo  racional,  habría  sido  decir 
que  el  amor,  no  la  especie,  sufre  y  espera  y  les  pide 
un  hijo,  no  un  ser  nuevo,  y  aún  más  poético,  y  por 
tanto  más  verdadero,  que  Dios  quería  más  hombres  a 
quienes  redimir  y  salvar,  y  que  para  esto  les  daba 
el  amor. 

Una  última  observación.  La  versificación  de  Arza- 
dun  no  es  flúida,  ni  fácil ;  resiéntese,  más  bien,  de 
cierta  dureza;  su  lengua  no  es  rica,  aunque  sí  precisa 
y  sobria.  Revélase  en  ella  un  vascongado,  puesto  que 
en  nosotros,  aun  en  los  que  hemos  balbuceado  en  la 
cuna  en  castellano  y  en  castellano  pensamos,  es  en 
un  castellano  pobre,  tal  como  nos  le  da  nuestro  am- 
biente natal.  Esto  tiene  una  ventaja,  y  es  que  por 
lo  general  no  tenemos  mayor  caudal  de  palabras  que 
de  ideas,  con  lo  que  logramos  cierta  precisión  al  ex- 
presarnos, así  como  en  otras  regiones  españolas  pue- 
de darse  el  caso  de  escritores  que  posean  un  lenguaje 
más  rico  que  el  sistema  de  sus  ideas,  y  que  por  tanto 
se  embaracen  en  su  lenguaje,  así  como  les  estorba 
una  imaginación  más  viva  que  lo  que  exige  el  peculio 


OBRAS  COMPLETAS 


147 


de  sus  impresiones.  De  aquí  el  gongorismo  y  el  des- 
enfreno colorista,  de  aqui  la  acumulación  de  sinóni- 
mos y  la  insustancial  facundia  de  ciertos  oradores 
meridionales,  de  aquí  los  ripios  todos  y  la  logorrea. 
Nada  hay  en  literatura  peor  que  empobrecerse  un 
pueblo  en  espíritu,  en  ideas  y  en  visiones,  conser- 
vando la  lengua  de  su  edad  de  empuje  y  de  ascensión. 

Alguna  vez  ha  sentido  Arzadun  pasajero  prurito 
de  abandonar  su  natural  instinto  para  acomodarse  a 
las  corrientes  de  la  moda,  pero  no  creo  que  le  venza 
esa  tentación  de  ser  moderno.  Espero  confiadamente 
se  deje  ser  como  es,  se  abandone  a  su  natural  nativo, 
se  sacuda  de  la  influencia  letal  de  un  ambiente  pasa- 
jero y  artificioso,  y  bañándose  en  el  ambiente  eterno, 
el  que  llevamos  en  el  fondo  del  alma,  y  vigorizándose 
en  su  natural  modestia,  produzca,  sin  espolearse,  cuan- 
do le  broten  como  de  manantial  que  rebosa,  obras 
sanas  que  refresquen  el  ánimo  a  los  fatigados,  delei- 
ten a  los  sencillos,  den  ganas  de  llorar  a  los  bienaven- 
turados pobres  de  espíritu  y  dejen  a  quien  las  lea 
algún  grano  más  de  bondad  sobre  la  que  ya  por  ven- 
tura tuviese. 

He  cumplido  mi  promesa,  y  quiera  Dios  sean  estas 
líneas  pago  adecuado  a  la  emoción  que  he  sentido  al 
leer  aquellas  composiciones  en  que  Juan  evoca  el  vivi- 
ficante espíritu  de  la  niñez,  a  la  vez  que  presente 
digno  a  su  amistad  preciosa. 

En  Salamanca,  mayo  de  1897. 


PREFACIO  DEL  TRyVDUCTOR  i 


Nos  hemos  permitido  alterar  el  título  originario  de 
esta  obrita,  que  es  el  de  Introducción  al  Derecho  ro- 
mano (Introduction  fo  Román  Lazv),  y  lo  hemos  he- 
cho llamándole  Sumario  de  Derecho  romano,  porque 
en  realidad  no  es  otra  cosa  que  un  vadc-mccum,  un 
prontuario  o  recordatorio,  una  de  esas  condensaciones 
en  cuya  confección  tanto  se  distinguen  los  ingleses. 

En  Inglaterra  llaman  a  esta  obrita  "el  pequeño 
Hunter"  (The  little  Huntcr),  para  distinguirla  de  la 
obra  extensa  y  detallada  que  acerca  de  la  misma  mate- 
ria tiene  escrita  su  autor  con  el  título  de  Exposición 
sistemática  e  histórica  del  Derecho  romano,  ordenado 
en  forma  de  código  (A  systematic  and  historical  ex- 
position  of  román  lazv  in  the  order  of  a  code). 
Esta  obra,  en  que  van  incluidas  las  Institutos  de  Gayo 
y  las  de  Justiniano,  goza  de  un  gran  crédito  en  In- 
glaterra. Acerca  de  ella,  el  profesor  Bain,  tan  cono- 
cido por  su  Lógica  y  sus  trabajos  de  psicología  y 
pedagogía,  decía  en  el  Hind  lo  siguiente : 

"Esta  obra  es  — por  lo  que  toca  al  Derecho  roma- 
no—  en  su  forma  tal  vez  una  de  las  mejores  ejempli- 
ficaciones  de  método  lógico  que  haya  aparecido.  Es 
libro  que  se  deja  leer  con  facilidad,  muy  inteligible 
y  del  más  alto  valor  para  la  comprensión  de  la  histo- 
ria romana.  Preséntanos  al  pueblo  romano  en  alguno 
de  sus  más  distintivos  caracteres,  mostrándonos  sus 


1  A  la  obra  Sumario  de  Derecho  romano,  escrito  en  inglés 
por  G.  A.  Hunter,  traducción  por  Miguel  de  Unamuno,  profesor 
en  la  Universidad  de  Salamanca.  Madrid,  La  España  Moderna, 
s.  a.,  224  págs. 


OBRAS  COMPLETAS 


149 


fáciles  invenciones  para  hacer  frente  a  toda  nueva 
situación,  su  robusto  sentido  común,  su  superioridad 
a  todo  juicio,  la  creciente  humanidad  de  sus  maneras, 
juntamente  con  la  peculiar  parte  que  Ies  tocó  de  nues- 
tra común  flaqueza." 

Aunque  las  palabras  precedentes  se  refieren  a  la 
obra  extensa  del  autor  del  presente  Sumario,  las  re- 
producimos porque  en  éste  se  revelan  las  cualidades 
mismas  que  Bain  señala.  Distingüese  esta  obrita  so- 
bre todo  por  lo  preciso  de  su  exposición,  una  precisión 
en  que,  sin  sobrar  nada,  tampoco  falta  nada  esencial, 
y  por  lo  sugestivo  de  su  lectura.  La  creemos  útilísi- 
ma para  servir  a  los  estudiantes  de  Derecho  romano, 
y  sobre  todo  para  todos  aquellos  que,  ansiosos  de  cul- 
tura g-eneral,  tan  descuidada  entre  nosotros  por  des- 
gracia, desean  entrar  en  el  circulo  de  sus  conocimien- 
tos una  proporción  adecuada  de  Derecho  romano.  Tal 
fué,  por  lo  menos,  el  principal  motivo  que  nos  impul- 
só a  estudiar  el  sugestivo  y  rico  compendio  que  pre- 
sentamos al  público  español,  y  en  parte  por  agradeci- 
miento a  las  enseñanzas  que  a  su  lectura  debimos, 
emprendimos  la  tarea  de  verterlo  a  castellano  con  la 
esperanza  de  que  prestara  a  otros  el  útilísimo  servi- 
cio que  a  nosotros  ha  prestado  "el  pequeño  Hunter". 

Es  inútil  encarecer  la  importancia  que  en  la  cultura 
general  tiene  el  estudio  del  Derecho,  y  dentro  de  éste 
el  del  romano.  En  nuestra  segunda  enseñanza  acaba 
de  introducirse  el  estudio  del  Derecho  usual,  y  puede 
decirse  que  este  Derecho  usual  está  todo  él  virtual  y 
potencialmente,  y  de  hecho  casi  siempre,  contenido 
en  el  romano.  Es  su  base  y  fundamento.  Así  es  que 
creemos  que  habrá  pocos  libros  más  útiles  que  el 
presente  para  guiar  al  profesor  en  su  comprensión 
del  Derecho  usual. 

El  Derecho  romano  sigue  siendo  la  base  de  nuestro 
Derecho  tradicional,  cuyo  fondo  de  tradición,  tomado 


150 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


del  estado  militar  de  la  humanidad,  lo  tomamos  de 
Roma,  con  su  concepción  central  de  la  familia  y  la 
propiedad  de  un  amo  de  esclavos,  así  como  a  la  eco- 
nomía política  sobre  todo  se  han  de  deber  los  pro- 
gresos de  nuestras  legislaciones  hacia  el  Derecho 
futuro  de  un  estado  industrial  de  los  pueblos. 

Hunter  ha  sucedido  a  Sumner  Maine  en  su  cáte- 
dra libre  del  Colegio  de  Abogados  del  middle  temple, 
de  Londres,  y  en  gran  parte  continúa  las  tradicio- 
nes del  gran  maestro.  Así  es  que  este  sumario  lleva 
de  ventaja  a  otros  más  antiguos  excelentes,  conocidos 
muchos  entre  nosotros,  la  ventaja  de  haber  recogido  el 
fruto  de  las  enseñanzas  de  aquel  gran  pensador. 

En  este  librito  se  recorre  vivamente  y  en  poco 
tiempo  lo  más  sustancial  del  tan  instructivo  proceso 
histórico  del  Derecho  romano,  se  penetra  en  el  sentido 
de  las  fórmulas  y  consagradas  exterioridades,  en  el 
modo  como  los  romanos  se  desligaban  de  las  trabas 
de  sus  tradiciones  embarazosas,  aplicándose  el  De- 
recho que  daba  el  pretor  a  los  extranjeros,  haciendo 
así  entrar  el  ius  gentium  en  el  ius  civilc,  y  que  la  po- 
lítica del  pretor  (algo  parecida  a  las  medidas  de  or- 
den público  que  toman  nuestros  gobernadores)  se 
sobrepusiera,  sin  derogarla,  a  la  ley  inmóvil  del  de- 
recho tradicional;  se  ve  cómo  el  derecho  individual 
va  sopreponiéndose  al  familiar;  hasta  hay  indicación 
de  la  influencia  de  la  Iglesia  Cristiana  en  el  Derecho 
romano  de  tiempos  ya  adelantados.  Es  muy  interesan- 
te la  sencilla  a  la  vez  que  sugestiva  y  fecunda  expli- 
cación que  el  autor  da  a  la  famosa  distinción  entre 
la  posesión  y  la  propiedad,  así  como  merece  pensarse 
la  precisa  y  rica  exposición  que  hace  del  derecho  de 
sucesión. 

El  autor  hace  referencias  de  vez  en  cuando  al  De- 
recho inglés,  referencias  aplicables  al  nuestro,  y  siem- 
pre muy  sugestivas. 

Podemos  asegurar  que  quien  logre  asimilarse  el 


OBRAS  COMPLETAS 


151 


contenido  de  este  sumario,  penetrando  el  alma  de 
su  enseñanza,  sabe  del  Derecho  romano  cuanto  de 
él  puede  y  debe  saber  quien  desee  conocerlo  por  sí, 
subordinado  a  una  cultura  general,  y  que  a  la  vez 
será  de  grandísima  utilidad  para  los  estudiantes  de 
Derecho  y  los  que  quieran  penetrar  en  la  unidad 
interna  del  Derecho  usual. 


PROLOGO  A  FUENTE  DE  SALUD,  DE  SAL- 
VADOR RUEDA  (Madrid,  J.  Rueda,  1906,  III,  + 
236  págs.) 


(Fragmento  de  una  carta) 


Rueda  me  es  una  de  las  personas  más  simpáticas. 
Nada  habla  más  en  favor  de  él  que  el  verle  tan  sen- 
cillo, tan  abierto,  tan  verdaderamente  modesto,  tan 
infantil  en  el  mejor  sentido,  en  el  sentido  divino  de 
esta  palabra ;  cuando  de  poder  justificarse  la  sober- 
bia, se  justificaría  en  él  más  que  en  todos  los  sober- 
bios que  conozco. 

Su  arte  es  espontáneo;  en  él  nace,  como  flor  de 
trigales,  lo  que  es  en  otros  flor  de  tiesto.  Es  de  la 
raza  más  pura  andaluza,  y  cuando  se  contiene  en  la 
natural  inclinación  a  cierto  bravo  gongorismo,  re- 
liimbia  — como  dicen  los  charros —  como  río  vivo  a 
la  luz  del  sol  del  mediodía.  Dejan  sus  cosas  una  im- 
presión que  da  apetito  de  vivir,  y  esto  vale  tanto 
como  las  mejores  y  más  profundas  ideas.  Se  le  ha 
hecho  guerra  muy  sistemática;  pero  si  su  natural 
condescendiente  y  afable  le  deja  cerrar  oídos  a  adu- 
ladores y  detractores,  lega  a  nuestras  letras  algo  que 
sea  como  en  nuestra  pintura  de  primeros  de  siglo, 
Goya. 

Son  sus  libros  ventanas  abiertas  al  campo  libre, 
donde  se  vive  sencillamente,  sin  segunda  intención, 
bajo  la  luminosa  gracia  de  Dios,  al  aire  libre. 

Paréceme  que  Rueda  me  comprendería  mejor  que 
nadie,  lo  que  suelo  decir  de  que  el  "nada  hay  nuevo 


OBRAS  COMPLETAS 


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bajo  el  sol"  del  aburrido  Salomón  estropeado  por 
los  libros,  se  convierte  para  el  labriego  sano  y  robus- 
to en  un  "todo  es  nuevo  bajo  el  sol".  Para  Rueda, 
como  para  quien  vive  en  contacto  con  la  naturaleza, 
cada  sol  es  un  sol  nuevo,  y  cada  momento  un  nuevo 
nacimiento :  vive  naciendo  siempre.  ¡  Feliz  de  él ! 


Salamanca,  16.  IV.  1900. 


PROLOGO  A  ESTROFAS  DE  BERNARDO 
G.  DE  CANDAMO  (Madrid,  1900,  89  págs.) 


Un  día  que  entré  en  casa  de  Ruiz  Contreras  ha- 
llábase allí,  escribiendo,  un  jovencito  lampiño.  "Es 
Candamo  — me  dijo,  sobre  poco  más  o  menos.  Con- 
treras, presentándomelo — ;  habrá  usted  leído  lo  que 
publica  en  la  Revista  (1) ;  es  un  joven  que  promete,  si 
no  nos  lo  echan  a  perder."  El  joven  me  saludó,  con- 
testó a  dos  o  tres  preguntas  que  por  decirle  algo  le  di- 
rigí, y  no  volvió  a  abrir  la  boca;  oía,  sonreía  y  calla- 
ba; sonreía  con  una  sonrisa  muy  seria.  Después  he 
mantenido  con  él  conversaciones  y  correspondencia 
epistolar,  y  le  he  cobrado  cariño  (2).  Me  ha  ganado 
con  su  ingenuidad  y  sencillez,  con  sus  ansias  al  sentir 
que  se  ahoga  en  este  ambiente  de  ramplonería. 

Pocas  cosas  me  interesan  tanto  como  un  joven  que 
se  busca  y  se  busca  en  los  demás,  admirando  ya  a 
éste,  ya  a  aquél,  e  imitando  — conscientemente  o  no — 
hoy  al  uno  y  mañana  al  otro.  Flota  en  la  inconcre- 
ción  y  la  vaguedad,  nadando  hacia  la  costa,  hacia  la 
roca  viva  de  su  propio  espíritu.  "Es  un  joven  que 
promete"  — suele  decirse — .  Pero  ¿es  que  la  promesa 
no  es  acaso  un  don  preciado,  más  preciado  tal  vez  que 
lo  prometido?  La  ñor  ¿es  algo  más  que  promesa  de 


1  La  Revista  Nueva,  de  Madrid,  que  dirigía  Luis  Ruiz  Con- 
treras, en  cuyas  páginas  publicó  Unamuno  la  mayor  parte  de  sus 
primeros  versos. 

2  En  la  revista  madrileña  Indice  de  Artes  y  Letras,  está  pu- 
blicando el  propio  Candamo  las  cartas  de  Unamuno  que  conserva. 
Véanse  los  núms.  109  allí,  enero  a  marzo  1958. 


OBRAS  COMPLETAS 


155 


fruto,  de  fruto  en  que  el  aroma  de  aquélla  se  con- 
vertirá en  sabor? 

Candamo  sólo  necesita  caudal  de  impresiones,  con- 
cretas y  sedimentadas,  conocimientos  definidos,  ideas 
formulables,  conceptos  lógicos,  y  sobre  todo  visiones 
de  realidad  exterior  para  amasar  en  figuras  de  alto 
relieve  el  barro  flexible  y  fresco  de  sus  sentimientos. 
Son  hoy  los  suyos  unos  sentimientos  invertebrados, 
sin  huesos,  o  a  lo  sumo  con  huesos  infantiles,  casi 
todo  gelatina.  Pero  debe  cultivarlo,  no  sea  que,  como 
aquí  tan  de  ordinario  ocurre,  se  solidifique  no  más 
que  por  fuera,  quedando  preso  en  la  rígida  coraza 
de  un  caparazón  dermato-esquelético. 

"No  puedo  exteriorizar  mis  impresiones  hasta  des- 
pués de  algún  tiempo,  cuando,  pasada  la  primera  sa- 
cudida, reflexiono  desde  lejos,  libre  ya  y  tranquilo. 
Esto  que  me  sucede  con  las  obras  de  arte  (música, 
poema  y  escultura)  me  sucede  también  en  más  alto 
grado  en  mis  contemplaciones  de  la  Naturaleza.  Miro 
en  derredor,  observo  los  detalles,  busco  puntos  de 
vista  para  admirar  la  oscura  copa  de  un  árbol  des- 
tacándose sobre  el  azul  del  cielo;  sigo  con  la  mirada 
el  vuelo  de  los  pájaros  mientras  presto  atento  oído  a 
sus  trinos;  y  entonces  siento  que  todo  mi  cuerpo  se 
estremece,  presa  de  múltiples  impresiones,  y  balbuceo 
en  voz  baja  palabras  que  son  síntesis,  como  ¡  delicio- 
so!, ¡soberbio!  Pero  en  aquel  momento  no  podría 
explicar  más,  no  podría  precisar  mis  sensaciones 
enérgicas,  llenas  de  vida."  Esto  me  escribía  en  una 
carta  Candamo,  y  en  ello  se  encierra  el  sentido  de 
este  libro.  Es  en  gran  parte  glosa  de  una  letanía  de 
"¡delicioso!",  "¡soberbio!" 

Tengo  a  la  vista,  mientras  esto  escribo,  la  sierra 
de  Gredos.  Viéndola  de  continuo,  antes  del  alba,  al 
romper  el  sol,  al  medio  día,  a  la  caída  de  la  tarde, 
en  días  claros  y  en  días  velados,  con  nieve  y  sin 
ella,  he  pensado  muchas  veces  en  dibujar  la  silueta 


156  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  su  más  alta  montaña  en  las  diferentes  hojas  de 
un  álbum  e  iluminarla  luego,  reproduciendo  sus  di- 
ferentes revestimientos  de  coloración  y  tonalidad.  Si 
obtuviésemos  fotografías  instantáneas  y  en  color  de 
un  soto  o  de  un  monte  o  un  árbol,  veríamos  cuánto 
diferían  entre  sí  esas  diversas  imágenes,  esos  tra- 
suntos de  diversos  momentos  del  árbol,  del  monte  o 
del  soto.  Y  si,  proyectando  sobre  un  mismo  lugar  las 
distintas  imágenes,  se  fundieran  éstas,  tendríamos 
la  imagen  compuesta,  una  especie  de  abstracto.  Por- 
que la  imagen  de  un  objeto  que  nos  es  familiar,  que 
al  cerrar  los  ojos  se  nos  pinte  en  la  memoria,  es  ya 
una  abstracción  — abstracción  concreta — ,  es  la  fu- 
sión de  las  diversas  impresiones  que  en  distintos 
momentos  nos  ha  dado  el  objeto.  Al  reproducirnos 
interiormente  la  figura  de  un  amigo,  rara  vez  lo  vemos 
en  tal  momento  determinado;  casi  siempre  es  una 
imagen  vaga,  sin  momentaneidad  alguna,  nada  ar- 
tística. Nada  artística,  digo,  porque  es  a  esto  a  lo 
que  venía  a  parar.  El  artista  ve  momentos  de  las 
cosas  y  a  las  cosas  mismas  en  su  proceso ;  para 
el  artista  no  es  nada  un  árbol  sino  a  tal  hora,  con 
ta  luz,  en  tal  sitio.  Quien  no  tenga  la  intuición  de  la 
momentaneidad  de  todo  lo  vivo,  no  es  verdadero  ar- 
tista. 

Hay  en  pintura  una  cosa  horrible,  que  es  el  cromo, 
porque  el  cromo  es  la  imagen  compuesta,  el  abstrac- 
to de  lo  concreto.  Un  paisaje  de  cromo  es  un  paisaje 
abstracto,  en  que  no  hay  hora,  ni  día,  ni  estación  de 
año,  ni  momentaneidad  alguna.  Satisface  el  recuerdo 
inartístico  del  común  de  las  gentes,  y  hasta  tal  punto 
que  declararían  falsa  una  imagen  que  se  eternizara  en 
un  espejo.  El  cromo^  tiene  de  compañero  al  retrato 
fotográfico  ordinario,  al  de  aquel  a  quien  el  fotógrafo 
le  colocó  la  cara. 

El  arte  debe  ser  la  eternización  de  lo  momentáneo. 
De  nada  hay  que  huir  tanto  como  del  cromo,  y  hay 


OBRAS  COMPLETAS 


157 


mucho  cromo  en  literatura.  Los  más  de  los  persona- 
jes de  teatro  y  novela  me  resultan  de  cromo,  son  imá- 
genes compuestas. 

La  impresión  pasajera  sedimentada,  es  lo  que  debe 
buscar  este  joven;  la  eternización  de  lo  momentá- 
neo — me  decía  leyendo  las  páginas  de  este  libro. 

Y  es  lo  que  busca,  lo  momentáneo  y  fugitivo,  el 
matiz,  la  transición,  lo  que  sirve  de  engarce  a  las 
impresiones  que  se  suceden. 

Car  nolis  voulons  la  ntiancc  cncor 
Pas   la    coulcur,    ricn    que    la  nuancc 

El  color  fácilmente  nos  lleva  al  cromo.  Aunque, 
bien  mirado,  ¿dónde  acaba  el  matiz  y  empieza  el 
color?  ¿Es  el  color  acaso  algo  más  que  un  término 
genérico  en  que  se  incluyen  diversas  especies  de  ma- 
tices ? 

Y  es  éste  un  libro,  sin  embargo,  cuya  más  íntima 
esencia  acaso  se  me  escapa,  por  ser  erótica.  Lo  eró- 
tico puedo  llegar  a  comprenderlo,  pero  no  lo  siento. 
Mas  un  joven  que  a  la  edad  de  Candamo  no  cultive 
de  preferencia  lo  erótico,  ¿  qué  hará  después  ? 

Son  sus  admiraciones  Banville  y  Nerval,  a  quienes 
sólo  de  referencia  conozco,  teniendo  tales  referencias, 
sobre  todo  las  encomiásticas,  la  culpa  — si  es  que  la 
hay —  de  que  no  los  haya  leído.  Y  respecto  al  primero, 
ese  titulo  de  Odas  funambulescas  me  hace  daño ;  me 
parece  como  si  el  autor  quisiera  divertirse  a  costa  ilel 
lector.  Pero  no  son  Banville  y  Nerval  sus  únicos 
maestros;  lo  son  todos  los  grandes. 

Algo  hay  de  artificioso  en  estas  páginas,  sin  duda. 
"Fué  perversa  mi  alma",  dice  en  Remordimientos,  y 
su  alma  no  ha  sido  perversa  nunca.  Pero  ¿  cabe  liber- 
tarse de  artificio? 

En'  Paisaje  juegan  unas  niñas  de  quienes  nos  dice 
Candamo  que  "todas  son  bellas".  ¡  Todas  son  bellas ! 
Todas  las  niñas  son  para  él  bellas,  todas  las  niñas 


158 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  juegan.  ¿.Cómo  ha  de  haber  sido  nunca  perversa 
su  alma? 

Medieval  es  lo  que  de  la  colección  más  me  gusta; 
¡  lástima  que  no  esté  en  verso !  Y  lástima  también  que 
aquella  indecisión  no  sea  siempre  indecisión  de  lo 
concreto,  que  haya  aquella  Belleza  que  muestra  las 
líneas  arrogantes  de  su  figura  escultural,  porque 
¿  quién  es  esa  dama  Belleza  ?  ¿  Es  algo  más  que  un 
concepto  ? 

Por  dentro  de  todo  vese  en  el  autor  a  uno  que 
quiere  ser,  y  querer  ser  es  más  profundo  que  ser  sin 
quererlo.  Es  un  joven  que  persigue  lo  momentáneo. 
¡  Dios  le  libre  de  caer  en  el  cromo ! 

Aquí  están  sus  páginas,  ingenuas  y  frescas,  leedlas. 


SEGURO   SOBRE   LA    VIDA   HUMANA,  DE 
ARNALDO  LARRABURE,  Salamanca,  F.  Núñez, 
1901,  XIII  4-  123  págs.  y  XXVI  apéndices. 


Decía  Washington  Irving  que  el  plantar  un  árbol 
es  un  acto  heroico,  porque  no  ha  de  gozarlo,  por  lo 
común,  el  mismo  que  lo  planta.  Y  heroico  sería,  en 
efecto,  todo  acto  humano  cuyo  objetivo  trascendiese 
del  interés  directo  y  personal  de  quien  lo  lleva  a  cabo, 
si  no  fuese  en  el  hombre  el  instinto  de  conservación 
de  la  especie  tan  fuerte  como  el  de  la  propia  conser- 
vación. No  subsistiría  especie  alguna  animal  si  no 
fuesen  sus  miembros  capaces  de  sacrificarse  por  sus 
crías. 

Es  más  aún.  Del  primitivo  instinto  de  conservación 
de  la  especie  es  de  donde  se  han  desarrollado  los  sen- 
timientos todos  que  sirven  a  la  sociedad  humana  de 
sostén.  La  patria  es  extensión  de  la  familia,  cimen- 
tada, a  su  vez,  sobre  el  amor  paterno  más  que  sobre 
el  filial.  Constituye  el  alma  de  la  patria  un  pueblo 
unido  por  su  lenguaje,  historia,  tradiciones  e  ideales 
comunes,  y  su  cuerpo,  el  territorio  en  que  tal  pueblo 
se  asienta.  Y  así  como  la  patria  es  extensión  de  la 
familia,  eslo  el  territorio  patrio  del  antiguo  solar  de 
la  familia,  cuerpo  o  base  material  de  ésta  en  un 
tiempo. 

Las  investigaciones  históricas  y  sociológicas  nos 
muestran  que  fué  la  propiedad  de  la  tierra  colectiva 
en  los  primeros  albores  de  nuestra  civilización,  en 
las  remotas  épocas  en  que  aún  no  habían  las  fami- 


MILrUhL    Vh  UJNAMUNU 


lias  adquirido  distinta  individualidad  dentro  de  la 
tribu.  Con  la  división  del  suelo  común  entre  las  fami- 
lias de  la  tribu,  adquieren  valor  propio  aquéllas  en 
ésta.  La  propiedad  familiar  surgió  de  la  distribución 
de  los  derechos  al  común  entre  las  diversas  familias, 
y  tal  propiedad  precedió  a  la  individual. 

Mas  en  la  época  en  que  se  abre  a  la  historia  el  de- 
recho de  propiedad,  en  la  primitiva  Roma,  aparece 
como  hijo  de  la  conquista;  es  el  solar  de  la  familia, 
la  parte  que  al  guerrero,  cabeza  de  ella,  le  corres- 
pondió en  el  reparto  del  botín.  Los  vencidos  pasan 
a  esclavos,  y  es  la  lanza  el  más  alto  símbolo  de  la 
propiedad,  de  la  propiedad  quiritaria. 

Más  tarde,  al  invadir  los  bárbaros  el  Imperio  ro- 
mano, constituyó  de  nuevo  la  propiedad  familiar  la 
parte  del  común  que  se  dió  a  una  familia  de  conquis- 
tadores, de  futuros  nobles,  quedando  los  antiguos  po- 
sesores de  siervos  adscritos  a  la  gleba,  pecheros  al 
terruño.  Sobre  el  solar  se  asentó  la  familia,  regida 
por  leyes  de  mayorazgo ;  el  solar  era  la  base  firme  que 
la  ponía  al  abrigo  de  cualquier  contingencia  de  la 
suerte ;  podían  vivir  tranquilas  las  familias  patricias 
o  nobles  mientras  los  siervos  trabajasen  sus  tierras, 
haciéndolas  producir. 

Tal  estado  de  cosas  persistió  y  aún  en  parte  per- 
siste, a  pesar  del  rudo  golpe  que  recibió  de  la  Re- 
volución francesa;  aún  persisten  los  efectos  del  anti- 
guo régimen,  pero  cada  vez  se  va  viendo  más  claro 
que  el  progreso  tiende  a  emancipar  al  hombre  de  la 
tierra,  a  quebrar  las  cadenas  que  aún  le  unen  a  ella 
haciéndolo  su  dueño  y  no  su  esclavo.  Poco  a  poco  va 
industrializándose  la  agricultura,  hay  ya  campos  ex- 
plotados por  compañías  de  accionistas  y  va  borrán- 
dose la  vieja  distinción  entre  propiedad  mueble  e 
inmueble.  El  derecho  mismo  de  propiedad  no  es  mue- 
ble ni  inmueble,  aunque  su  objeto  sea  o  no  movible; 
hay  hoy  ya  países  en  que  se  cotizan  en  el  mercado  o 


OBRAS  COMPLETAS 


161 


la  Bolsa  fondos  agrarios  como  acciones  de  una  fá- 
brica o  de  una  línea  férrea,  no  más  mueble  que  la 
tierra.  La  ley  Torrens  ha  marcado  en  este  respecto 
un  paso  de  gigante. 

En  esta  trasformación,  en  que  la  antigua  propiedad 
familiar,  al  movilizarse,  parece  tender  a  convertirse 
de  nuevo  en  colectiva,  mediante  las  sociedades  por 
acciones,  ¿qué  es  lo  que  ha  venido  a  sustituir  al  tra- 
dicional solar  sobre  que  la  familia  descansaba?  Más 
que  otra  cosa  alguna,  el  seguro  sobre  la  vida,  que 
es  la  parte  de  capital  social  que  corresponde  a  una 
familia  de  productores,  así  como  el  antiguo  patrimo- 
nio empezó  siendo  la  parte  del  suelo  común  conquis- 
tado que  correspondía  en  el  botín  a  una  familia  de 
conquistadores.  Las  diferencias  son  profundas :  el 
solar  nació  de  la  guerra,  de  la  paz  nace  el  seguro; 
logróse  aquél  por  violencia,  por  voluntario  contrato 
éste;  ligaba  aquél  a  un  terruño,  deja  éste  libre  al 
hombre.  Y  aún  hay  muchas  más  diferencias,  que  no 
son  en  el  fondo  más  que  las  existentes  entre  la  anti- 
gua sociedad  y  la  moderna,  diferencias  que  marcan 
el  tránsito  de  la  vieja  sociedad  militante  a  la  futura 
sociedad  industrial,  tránsito  que  tan  vivamente  han 
expuesto  Comte  y  Spencer. 

En  el  orden  moral,  es  incalculable  el  beneficio  del 
seguro  sobre  la  vida,  maestro  de  previsión.  Ya  no  es 
la  tierra  quien  garantiza  el  porvenir,  garantízalo  la 
asociación,  pero  mediante  personales  esfuerzos,  ya 
que  si  la  tierra  se  mantiene  en  virtud  de  leyes  físicas, 
por  obra  de  nuestra  voluntad  se  mantiene  la  asocia- 
ción. 

Lo  más  propiamente  humano  es  la  visión  de  lo  fu- 
turo; vencer  al  tiempo  es  el  ideal,  no  por  inaccesible, 
menos  vivo,  del  género  humano,  hambriento  de  eter- 
nidad. El  animal  vive  ligado  al  presente;  su  memoria 
no  es  más  que  instintiva.  Sin  previsión  no  hay  socie- 
dad duradera  y  robusta,  pero  previsión  íntima,  pro- 


UNAMUNO.— 


—VII. 


162 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


funda,  que  arranque  de  las  entrañas  mismas  de  h 
comunidad,  de  los  individuos  todos  que  la  componen, 
no  de  los  pocos  que  la  dirigen,  no  tan  sólo  de  los  go- 
bernantes. Pueblo  que  delegue  en  éstos,  en  el  Estado, 
la  función  previsora,  es  pueblo  en  irremediable  deca- 
dencia. Los  derechos  pasivos  son,  a  vuelta  de  ciertos 
beneficios,  fuente  de  imprevisión  y  de  pobreza ;  un 
remedio  que  alimenta  a  la  enfermedad  en  vez  de  cu- 
rarla ;  un  síntoma  fatal  de  los  pueblos  perdidos  en  la 
empleomanía,  faltos  de  energía,  exhaustos  de  lo  que 
los  ingleses  llaman  sclfhclp.  Al  encargarse  el  Estado 
de  ahorrar  por  los  individuos,  impide  que  se  desarrolle 
el  espíritu  de  ahorro  privado. 

Y  de  todas  las  formas  del  ahorro,  la  más  perfecta 
es,  sin  duda  alguna,  la  del  seguro  sobre  la  vida,  aho- 
rro colectivo  cimentado  sobre  la  solidaridad,  y  libre, 
a  la  vez,  de  todos  los  defectos  del  oficial.  Como  que 
de  hecho  los  más  de  los  derechos  pasivos  — jubila- 
ciones, viudedades,  orfandades,  etc. —  en  nuestra  Es- 
paña no  son  más  que  una  indemnización  por  el  absur- 
do despojo  de  que  fueron  víctimas  por  parte  del 
insaciable  Estado  los  Montepíos. 

Principios  estadísticos  y  matemáticos  de  incontro- 
vertible exactitud  son  los  que  han  hecho  nacer  de  las 
viejas  asociaciones  de  socorros  mutuos,  y  en  especial 
de  la  tontina,  el  seguro  sobre  la  vida.  Todo  en  él 
depende  del  cálculo  de  la  mortalidad,  tal  cual  en  el 
presente  libro  ha  de  verse  expuesto.  Porque  si  bien 
es  incierta  la  muerte  de  cada  hombre  en  concreto, 
conócese  la  proporción  en  que,  uno  con  otro,  mueren 
en  las  diversas  edades,  y  los  años  que  a  un  hombre 
tomado  en  abstracto  le  quedan  por  vivir  en  tal  o 
cual  edad ;  conócese  las  probabilidades  de  vida.  El 
uno  se  adelanta,  atrásase  el  otro,  pero  tomados  en 
conjunto  y  dividiendo  el  resultado  por  el  número  de 
individuos,  la  ley  se  cumple. 

Nada  interesa  al  público  más  que  el  conocimiento 


OBRAS  COMPLETAS 


163 


de  estas  leyes  del  seguro,  pues  su  difusión  ha  de  ser 
la  mejor  garantía  de  las  asociaciones  que  lo  cultivan, 
garantía  muy  superior  a  la  tutelar  del  Estado,  pues 
no  la  ejerce  con  perfecto  conocimiento  de  causa,  ni 
mucho  menos  sobre  las  Compañías  de  seguros.  Hay 
que  prevenirse  de  los  peligros  que  puede  acarrear  la 
pretensión  de  ciertas  compañías  de  hacer  de  la  doc- 
trina del  seguro  algo  así  como  misterios  eleusinos 
cerrados  a  los  no  iniciados,  estableciendo  una  doctrina 
esotérica,  para  ellas  mismas,  junto  a  la  exotérica  ex- 
puesta por  los  agentes  al  scrvmn  pecus,  al  vulgo  de 
los  mortales,  y  vertidas  en  folletos  de  propaganda, 
llenos  de  hueras  declamaciones  y  de  insustancial  pa- 
labrería. 

En  este  libro  se  verán  señalados  con  sobriedad, 
pero  con  firmeza,  los  grandes  perjuicios  que  a  los 
asegurados  irroga  la  insaciabilidad  de  los  accionistas 
de  ciertas  Compañías  que  han  confundido  la  industria 
del  seguro  con  otras  industrias.  El  lector  algo  versa- 
do en  cuestiones  económico-sociales  no  dejará  de  ver 
aquí  un  caso  más  de  la  funesta,  aunque  hasta  hoy 
inevitable,  interposición  del  intermediario.  Los  fondos 
de  garantía,  el  capital  con  que  se  inicia  el  asunto  del 
seguro  y  que  en  su  formación  la  protege,  llega  a  serle 
más  tarde  pesada  carga,  y  el  interés  de  los  asegurados 
llegará  a  pedir  su  amortización  un  día.  ¿Qué  más 
garantía  para  una  asociación  adulta,  potente  y  en 
libre  marcha  ya  que  la  extensión  y  multiplicidad  de 
sus  operaciones,  y  la  pericia  de  los  profesionales  que 
la  dirigen  ?  Un  economista  norteamericano,  Francis 
A.  Walker  { Política!  Ecouoiiiy),  fué  quien  primero 
acentuó  de  un  modo  notable  la  importancia  cada  día 
mayor  que  el  profesional,  el  entrcprcneiir,  adquiría 
frente  al  mero  capitalista,  que  presta  su  capital  para 
iniciar  una  empresa ;  hízolo,  sin  duda,  influido  por  la 
vida  económica  que  en  torno  de  él  veía  desarrollarse. 
Y  de  su  país,  de  Norteamérica,  han  brotado,  en  efec- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


to,  las  más  potentes  asociaciones  del  seguro  sobre  la 
vida,  las  que  con  menor  capital  inicial,  con  menos 
fondos  de  g-arantía,  más  robustez  han  adquirido  mer- 
ced a  la  ciencia,  pericia  y  espíritu  emprendedor  y 
valeroso  de  los  que  las  dirigen. 

Es  interesante  a  tal  respecto  el  examen  que  el  au- 
tor hace  de  las  doctrinas  del  señor  De  Courcy,  defen- 
sor de  los  procedimientos  de  las  Compañías  cargadas 
de  accionistas  y  que  se  arrastran  bajo  el  peso  de  los 
fondos  de  garantía.  El  lector  verá  cómo  tales  Com- 
pañías, sin  clara  noción  del  límite  entre  lo  propio  y 
lo  ajeno,  hacen  de  las  reservas  matemáticas,  propie- 
dad de  la  asociación  mutualista,  verdaderos  fondos  de 
garantía,  reservando  los  que  son  tales...  no  sabemos 
para  qué. 

Cuando  en  la  Exposición  Universal  de  París  de 
1889  presentaron  las  Compañías  francesas  nuevas  ta- 
blas vitalicias  basadas  en  la  ley  de  mortalidad  obser- 
vada en  la  masa  de  sus  asegurados  — masa  seleccio- 
nada—  arreglaron  sus  tarifas  sobre  esas  nuevas  ta- 
blas, abandonando  las  antiguas  de  Despercieux  y 
Duvillard,  inventores  del  seguro.  Ocúrresele  a  cual- 
quiera que  al  rectificar  las  tablas  vitalicias,  y  recti- 
ficarlas con  datos  sacados  de  una  masa  seleccionada, 
habría  de  lograrse  alguna  mejora  en  las  tarifas,  aba- 
ratándose las  primas  por  resultar  la  mortalidad  me- 
nor que  la  antes  calculada.  Pero  no  fué  así. 

Disponen  las  Compañías  de  peritos  técnicos  en- 
cargados de  la  parte  matemática  del  asunto,  peritos 
a  que  se  llama  actuarios.  Estos  actuarios,  después  de 
tres  años  de  cálculos,  con  las  nuevas  tablas,  forma- 
ron unas  nuevas  tarifas  recargando  el  precio  del  se- 
guro en  un  12  por  100  por  término  medio,  calculan- 
do para  ello  la  prima  pura,  o  sea  libre  de  gastos, 
luego  la  prima  de  inventario,  cargada  con  los  gastos 
generales,  y  la  prima  comercial  por  último,  o  sea  la 


OBRAS  COMPLETAS 


165 


acrecentada  con  los  beneficios.  Para  este  viaje  no  se 
necesitaban  alforjas,  como  reza  el  proverbio  español : 
no  valía  la  pena  de  haberse  enfrascado  en  tanto  cálcu- 
lo para  venir  al  fin  y  al  cabo  a  encarecer  el  seguro, 
so  pretexto  de  proteger  mejor  a  los  capitales  asegu- 
rados, cuando  las  antiguas  tarifas,  basadas  en  las  ta- 
blas tradicionales,  cuentan  con  la  más  sólida  garan- 
tía :  la  de  la  experiencia.  Porque  sí  la  antigüedad  no 
da  mayor  valor  a  una  institución  es,  por  lo  menos, 
vivo  indicio  de  su  robustez. 

Lo  que  sucedía  en  algunas  Compañías  francesas  es 
que  se  hal)ia  roto  el  necesario  equilibrio  entre  los  se- 
guros sobre  la  vida  y  las  rentas  vitalicias ;  éstas  des- 
truían más  capitales  que  aquéllos  creaban,  torciéndo- 
se la  verdadera  misión  de  las  asociaciones  de  seguro 
sobre  la  vida,  que  es  cultivar  el  patrimonio  de  los 
productores,  establecer  el  moderno  solar.  Las  rentas 
que  había  que  servir  a  consumidores  absorbían  a 
los  capitales  de  los  productores  futuros,  los  que  des- 
cansaban de  la  vida  sobrepujaban  a  los  que  venían 
a  emprenderla  y  conquistarla.  Porque,  como  el  autor 
nos  muestra,  el  seguro  sobre  la  vida  y  la  renta  vita- 
licia son  dos  instituciones  que  se  completan,  por  en- 
cerrar opuesto  sentido.  El  capital  que  el  rentista  vita- 
licio entrega  para  que  le  sirvan,  a  modo  de  jubilación, 
una  renta,  sirve  de  resguardo  a  los  capitales  que  hay 
que  pagar  a  los  beneficiarios  del  asegurado  que  en- 
trega primas  anuales. 

Tampoco  tuvieron  acierto  las  mencionadas  Compa- 
ñías al  afirmar  que  si  aumentaban  sus  primas  era 
porque  el  interés  de  sus  capitales  había  bajado,  por- 
que hay  en  Francia  y  en  Inglaterra  otras  Compañías 
que  sacan  menor  producto  de  las  imposiciones,  sin 
abandonar  por  ello  las  antiguas  tarifas. 

¿Y  qué  sucedió  con  todo  esto?  Que  las  Compañías 
americanas  arremetieron   contra  las  nuevas  tarifas 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


francesas,  entablándose  la  contienda.  Fué  una  batalla 
de  acusaciones  mutuas  y  de  pérfidas  alusiones.  Llega- 
ron hasta  los  tribunales  por  palabras  de  más  o  de 
menos,  y  allí  volvieron  a  reñir  batalla  los  actuarios, 
pertrechados  de  sutilezas  técnico-matemáticas,  y  de 
sutilezas  jurídicas  los  abogados,  mientras  el  público 
de  los  asegurados  de  una  y  otra  parte  no  sabían  a 
qué  carta  quedarse  ni  entendía  jota  de  todo  aquel 
galimatías.  Y  los  tribunales  fallaron  que  ciertas  ex- 
presiones empleadas  por  una  Compañía  americana 
justificaban  la  acusación  de  desleal  concurrencia,  ob- 
jeto de  la  demanda  de  una  Compañía  francesa.  Pero 
al  público  no  le  importaba  nada  de  esto,  y  lo  único 
que  hizo  fué  extremar  su  cautela,  restringiendo  las 
mutualidades.  Y  con  todo  ello  no  se  logró  más  que 
empeñar  la  responsabilidad  de  los  actuarios,  que  no 
supieron  explicar  a  los  profanos  por  qué  habían  aban- 
donado las  tablas  de  Desparcieux  y  Duvillard,  sus 
antiguos  maestros,  para  tener  que  aumentar  las  tari- 
fas. Fué  un  nuevo  triunfo  conseguido  por  esos  maes- 
tros. 

El  hecho  es  que  en  éste,  como  en  otros  muchos 
órdenes,  no  es  lo  menos  temible  la  suficiencia  de  los 
técnicos,  de  los  iniciados  en  los  misterios  eleusinos  de 
la  ciencia,  que,  encaramados  en  ésta,  dejan  a  los  de- 
más mortales  el  molestísimo  papel  de  humildes  cre- 
yentes que  practican  el  culto,  sin  intentar  penetrar 
en  las  reconditeces  del  dogma.  Para  ellos  la  ciencia 
del  seguro ;  para  el  pobre  pueblo  fiel  su  práctica.  Ellos 
son  los  doctores  de  la  ley,  los  conservadores  del  dog- 
ma, que  ni  siquiera  se  dedican  a  asegurar  por  sí.  En 
nombre  de  la  ciencia,  pretenden  excluir  hasta  el  buen 
sentido.  Parécense  a  los  que  llegan  poco  menos  que 
a  negar  que  pueda  un  rústico  trazar  una  elipse  por 
el  sencillo  procedimiento  llamado  del  jardinero,  por- 
que ignora  geometría  analítica,  cuando  el  hecho  es 


OBRAS  COMPLETAS 


167 


que  hay  no  pocos  tiradores  que,  sin  saber  nada  de 
balística  ni  entender  de  parábolas  geométricas,  ponen 
la  bala  donde  pongan  el  ojo. 

El  autor  del  presente  tratado  es  un  hombre  experto 
que  ha  practicado  durante  años  la  tarea  de  asegura- 
dor y  que  sobre  esta  experiencia  directa  y  continua 
ha  cimentado  los  conocimientos  teóricos  que  luego  ha 
adquirido;  ha  sido  la  práctica  la  que  le  ha  llevado  a 
la  teoría.  Es,  en  fin,  un  diestro  y  habilísimo  tirador, 
que  se  ha  impuesto  en  la  balística.  Su  fin  en  este 
libro  ha  sido  el  de  mostrar  al  público  sin  reconditeces 
algebraicas  el  mecanismo  del  seguro,  vulgarizar,  en 
cuanto  sea  posible,  la  ciencia  de  éste.  Difícil  es  el 
empeño,  pero  creo  que  lo  ha  logrado  merced  a  una 
transparente  exposición  de  principios  sólidamente  es- 
tablecidos, y  presentados  en  un  estilo  sobrio  y  conciso, 
ni  hojarascoso  ni  árido. 

En  la  Conclusión  podrá  ver  el  lector  un  conciso 
resumen  de  los  resultados  de  la  indagación  que  el 
autor  emprende.  Léala  antes  que  nada  si  desea  abrir 
el  apetito  de  conocer  por  entero  la  obra. 

Hay  en  el  presente  tratado  páginas  de  grande  in- 
terés, como  son,  verbigracia,  aquellas  en  que  estable- 
ce qué  es  propiamente  el  seguro,  deslindándolo  de 
otras  combinaciones.  Para  el  autor  no  es  seguro  toda 
combinación  que  dé  algún  lugar  a  riesgo  para  el  ase- 
gurado. 

De  un  extremo  a  otro  de  la  obra  anímala  cierto 
soplo  de  sano  humanitarismo.  Ve  el  señor  Larra- 
bure  en  el  seguro  el  medio  mejor  para  sostener  al 
productor,  el  más  firme  cimiento  del  espíritu  de  em- 
presa. Libertado  el  hombre  de  la  obsesión  del  incierto 
mañana,  avanza  más  seguro  en  su  camino. 

Hay  a  este  respecto,  en  esta  obra,  un  dato  que  no 
sé  cómo  es  que  se  le  escapó  a  Desmoulins,  el  autor  de 
la  famosa  obra  A  quoi  ticnt  la  snpcrioritc  des  anglo- 


168 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


saxonsf  No  creo,  así  en  absoluto,  en  la  superioridad 
de  los  anglo-sajones  sobre  los  latinos,  y  los  franceses 
en  especial,  que  es  con  quienes  Desnioulins  los  com- 
para, pero  no  cabe  negar  que  resultan,  por  lo  menos, 
más  adaptados  al  presente  estado  de  la  marcha  eco- 
nómica del  mundo.  Desmoulins  insiste  en  el  espíritu 
de  individualismo  del  anglosajón  frente  al  espíritu  de 
rebaño  del  latino.  El  héroe  inglés  es  Robinson,  que 
solo,  sin  más  que  sus  brazos  y  su  ingenio,  se  crea 
morada  en  una  isla  desierta ;  el  inglés  lleva  consigo 
su  patria,  no  está  sujeto  al  terruño  en  que  nació, 
recorre  el  mundo  y  dondequiera  lo  explota,  es  el  co- 
lonizador por  excelencia.  Pues  bien,  estas  diferencias 
cobran  especial  relieve  en  un  hecho  que  el  señor  La- 
rrabure  cita,  y  es  que  según  las  estadísticas  de  1895, 
el  valor  de  los  capitales  del  seguro  sobre  la  vida 
ascendía  en  Inglaterra  a  13.094  millones  de  francos, 
y  a  3.602  millones  en  Francia,  mientras  que  los  capi- 
tales asegurados  de  incendios  subían  en  Francia  a 
115.020  millones  y  no  más  que  a  68.430  millones  en 
Inglaterra,  o  expresado  en  cuota  por  habitante,  co- 
rresponderían 327,37  y  98,40,  respectivamente,  a 
Inglaterra  y  Francia  para  el  seguro  sobre  la  vida  y 
3.133  y  1.950  para  el  seguro  de  incendios.  Lo  cual 
quiere  decir  que  mientras  en  Francia  se  asegura  la 
propiedad,  asegúrase  el  hombre  en  Inglaterra,  que  es 
la  finca  lo  que  en  aquélla  más  valor  tiene  y  el  pro- 
ductor en  ésta.  Lo  cual  nos  recuerda  la  notable  frase 
de  Ruskin  en  su  ensayo  Ad  valorem,  aquella  frase  de: 
There  is  no  Wealth  but  Lije,  "No  hay  más  riqueza 
que  la  vida".  Sí,  no  hay  más  riqueza  que  la  vida,  y 
el  seguro  sobre  ella  es  el  verdadero  seguro  de  la  ri- 
queza. 

La  lectura  de  esta  obra  contribuirá,  sin  duda,  a  que 
nuestro  pueblo  español,  tan  necesitado  de  previsión, 
este  pueblo  del  eterno  mañana,  pueblo  que  hace  tiem- 


OBRAS  COMPLETAS 


169 


po  para  matarlo,  aprenda  a  conocer  la  incalculable 
importancia  del  seguro  sobre  la  vida,  forma  la  más 
pura  e  intensa  del  espíritu  de  solidaridad  entre  los 
productores  e  institución  que  ha  sustituido  con  ven- 
taja al  antiguo  solar  patrimonial,  inconmovible  asien- 
to de  la  familia. 


En  Salamanca,  a  10  de  cuero  de  1901. 


PROLOGO  A  PAISAJES  PARISIENSES,  DE 
MANUEL    UGARTE    (París.  Garnier  Hermanos, 
1903,  XVI  +  248  págs.) 


Cuando  acabé  de  leer  el  manuscrito  de  esta  obra 
fuíme  a  contemplar  a  campo  abierto  el  cielo  y  por  la 
luz  de  éste  bañado,  paisaje  libre,  la  llanura  castellana, 
austera  y  grave,  amarilla  en  este  tiempo  por  el  ras- 
trojo del  recién  segado  trigo.  Era  que  me  sentía  ma- 
reado y  oprimido;  habíanme  dejado  los  Paisajes  pa- 
risienses de  Manuel  Ugarte  cierto  dejo  de  tristeza, 
de  confinamiento,  de  aire  espeso  de  cerrado  recinto. 
Quería  respirar  a  plenos  pulmones. 

El  título  de  esa  obra  es  ya  de  suyo  paradójico: 
Paisajes  parisienses.  \Jn  recinto  cerrado,  en  que  las 
edificaciones  humanas  nos  velan  el  horizonte  de  tie- 
rra viva,  una  ciudad  parece  excluir  todo  paisaje. 
Mas,  en  resolución,  ¿es  que  hay  barrera  o  linde  entre 
la  naturaleza  y  el  arte,  entre  lo  que  hace  el  hombre  y 
lo  que  al  hombre  le  hace?  A  los  que  me  dicen  que 
van  en  busca  de  la  naturaleza  huyendo  de  la  socie- 
dad suelo  decirles  que  también  la  naturaleza  es  so- 
ciedad, tanto  como  es  la  sociedad  naturaleza.  Ciudad, 
portentosa  ciudad,  no  de  siete  como  Tebas,  sino  de 
infinitas  puertas,  de  henchidas  viviendas,  de  enhies- 
tas torres  berroqueñas,  de  vastas  catedrales  en  que 
sostienen  bóveda  de  follaje  columnas  vivas,  ciudad 
es  lo  que  llamamos  naturaleza,  y  a  su  vez  selvática 
selva,  selva  de  savia  rebosante  es  cada  ciudad.  Pue- 
de, pues,  halilarse  de  paisajes  parisienses. 

El  único  reparo  que  a  la  congruencia  entre  el  títu- 


OBRAS  COMPLETAS 


171 


lo  y  el  contenido  de  esta  obra  pondría  es  que  se  ha- 
bla en  ella  mucho  más  del  paisanaje  que  del  paisaje  pa- 
risiense, no  la  descripción  de  lugares,  como  del  título 
podría  esperarse,  sino  el  relato  de  hechos  y  dichos 
de  los  que  los  habitan  es  lo  que  la  constituye.  Mas 
aun  así  y  todo,  ¿no  se  refleja  acaso  en  el  paisanaje 
el  paisaje?  Como  en  su  retina,  vive  en  el  alma  del 
hombre  el  paisaje  que  le  rodea.  Y  aún  es  mejor  pre- 
sentárnoslo así. 

Porque  hay  dos  maneras  de  traducir  artísticamen- 
te el  paisaje  en  literatura.  Es  la  una  describirlo  obje- 
tiva y  minuciosamente,  a  la  manera  de  Zola  o  de 
Pereda,  con  sus  pelos  y  señales  todos,  y  es  la  otra, 
manera  más  virgiliana,  dar  cuenta  de  la  emoción  que 
ante  él  sentimos.  Estoy  más  por  la  segunda.  "Era 
un  prado  que  daba  ganas  de  revolcarse  en  él",  o 
como  dice  Guerra  Junqueiro : 

Pastos  tao  mimosos  que  qui::era  á  gente 
Transformarse    em    ave    para    os    tiáo  calcar. 

El  paisaje  sólo  en  el  hombre,  por  el  hombre  y 
para  el  hombre  existe  en  arte.  No  censuro,  pues,  el 
que  titulándose  Paisajes  la  obra  de  Ligarte  apenas 
figuren  éstos  más  que  como  decoración  o  fondo  de 
las  animadas  figuras. 

Los  paisajes  de  este  libro  son  grises,  otoñales,  des- 
fallecientes, de  amarillas  hojas  arrastradas  por  el 
viento  implacable  al  pudridero,  paisajes  de  un  solo 
rincón  de  bosque  ciudadano,  vistos  a  una  sola  hora, 
a  una  sola  luz,  de  una  sola  manera.  Porque  estos 
Paisajes,  lo  he  de  declarar,  y  sin  reproche,  son  mo- 
nótonos, monocromos ;  la  misma  nota  en  ellos  siem- 
pre, cascada  nota  que  suena  a  hueco.  Una  nota  triste, 
de  arrastrada  melancolía,  una  nota  que  parece  surgir 
del  cementerio  del  viejo  romanticismo  melenudo  y 
tísico.  Sus  alegrías  parecen  fingidas  y  forzadas,  sus 
risas  suenan  a  falso. 


172  MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Una  vez  más  la  bohemia,  las  grisetas,  los  estu- 
diantes, los  pintores,  las  aventuras  amorosas  fáciles; 
Mürger  de  nuevo.  Confieso  que  es  un  mundo  al  que 
no  han  logrado  llevarme  la  atención,  ni  que  logra 
convencerme.  Por  esto  mismo  he  leído  con  calma  el 
libro  de  Ugarte,  con  empeño  por  dejarme  penetrar 
de  su  espíritu,  a  ver  si  consigo  de  una  vez  gustar  el 
encanto  que  para  otros  tiene  tal  mundo,  el  espectácu- 
lo de  esos  pobres  mozos  "estragados  por  la  bebida 
y  la  lectura,  que  cultivan  la  úlcera  de  la  vida  bohe- 
mia, con  la  esperanza  de  arrancarle  el  extraño  pus 
de  una  nueva  modalidad".  Tampoco  esta  vez  me  ha 
conmovido  la  bohemia.  No  sé  si  adrede  o  a  su  des- 
pecho, pero  lo  cierto  es  que  me  resulta  haber  escrito 
Ugarte  un  libro  de  edificación  moral,  un  sermón  con- 
tra la  vida  bohemia. 

Mas  después  de  todo,  tratándose  como  se  trata  de 
un  joven  muy  joven,  ¿qué  importa  lo  que  Ugarte  nos 
diga,  la  letra  de  su  libro,  el  resultado  de  su  esfuerzo? 
Lo  interesante  es  el  alma  que  en  él  ha  vertido,  es  la 
música  de  su  obra,  es  el  intento  de  su  esfuerzo.  Es 
para  mí  la  suya  una  voz  más,  una  voz  más  de  esta 
juventud  inorientada  mejor  aún  que  desorientada, 
occidentada  más  bien.  Uno  más  que  viene  por  su 
"jornal  de  gloria",  gloria  que  es  "eco  de  un  paso" 
— son  suyas  ambas  expresiones — ,  para  desvanecerse 
luego,  primero  en  muerte,  en  olvido  al  cabo,  al  correr 
de  días,  meses,  años  o  siglos.  Uno  más  a  la  pelea 
por  la  sombra  de  la  inmortalidad,  ya  que  perdimos  la 
fe  en  su  bulto,  por  la  perdurabilidad  del  nombre,  del 
flatiis  vocis,  ya  que  no  creemos  en  la  sustancialidad 
del  alma;  uno  más  inficionado  del  erostratismo  que 
a  todos  nos  corroe,  del  mal  del  siglo;  uno  más  que 
aspira  a  que  se  cierna  su  nombre  sobre  el  despojo  de 
su  vida;  uno  más  que  nos  ofrece  su  "provisión  de 
ensueños  para  combatir  la  vida"  a  cambio  del  jornal 
de  gloria  para  combatir  el  espectro  de  la  muerte. 


OBRAS  COMPLETAS 


173 


¿Quién  rehusa  ser  padrino  de  la  criatura  de  un  com- 
pañero así  de  ilusiones  y  vanidades? 

Lo  que  estas  páginas  te  ofrecen,  lector,  son  cua- 
dros de  miseria  en  que  el  trato  sexual  forma  el  acor- 
de de  fondo.  No  el  amor,  no  tampoco  la  sensualidad, 
ni  menos  la  pasión,  porque  todo  aparece  aquí  fría- 
mente pragmático,  como  en  un  cronicón  medieval, 
con  tenue  colorido  en  las  frases.  Son  unas  relaciones 
sexuales  que  parecen  regidas  por  un  código,  no  por 
consuetudinario  menos  rígido  ni  menos  frío  que  otro 
código  cualquiera.  Hay  cosas  atroces  como  las  razones 
por  las  que  María,  que  "amaba  de  verdad  a  Berla- 
dún",  se  entregó  con  repugnancia  al  primer  descono- 
cido "para  poder  ir  al  día  siguiente  con  la  frente  alta, 
en  la  seguridad  de  que  ya  era  mujer".  Pocos  códigos 
más  atrozmente  rígidos,  más  de  esclavos.  Me  complaz- 
co en  creer  que  tal  artículo  no  existe,  que  lo  hecho  por 
María  obedeció  a  otros  móviles  más  humanos,  al 
hambre  acaso,  o  que  no  amaba  de  verdad  a  Berladún, 
aun  cuando  ella  misma  creyese  otra  cosa.  Su  ocu- 
rrencia me  sabe  algo  a  literatura  pour  épatcr  ¡c  hoiir- 
geois. 

Las  figuras  que  por  aquí  desfilan,  gesticulando  al  re- 
citar su  recitado,  parecen  sombras  chinescas,  sin  carne 
ni  sangre,  ni  nervios,  ni  músculos,  sin  apetitos  ape- 
nas, sombras  en  el  tablado  repiten  las  contorsio- 
nes y  muecas  que  les  enseñaron,  atentas  a  una  litur- 
gia estrictamente  formulada.  Una  opacidad  y  langui- 
dez enormes  las  envuelven.  Si  es  así  ese  París  debe 
de  ser  bien  triste,  a  pesar  de  sus  carcajadas,  sus  ri- 
sas y  sus  besos,  carcajadas,  risas  y  besos  que  parecen 
responder  a  acotaciones  del  papel  de  la  comedia, 
carcajadas,  risas  y  besos  de  teatro.  El  tal  París  debe 
de  amodorrar  el  alma  con  sus  dibujos  de  Steinlen  y 
sus  estrofas  de  Rictus ;  parece  una  ciudad  de  almas 
cansadas,  de  donde  huyera  la  espontaneidad  para 
siempre. 


174 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


Todo  esto,  la  opacidad,  la  languidez,  la  monoto- 
nía, la  sombra-chinesquería,  todo  esto  deja  una  im- 
presión honda,  la  impresión  que  me  llevó  luego  de 
leído  este  libro  a  respirar  aire  libre  a  plenos  pulmo- 
nes, a  restregar  mis  retinas  con  la  visión  reconfor- 
tante de  la  austera  y  grave  llanura  castellana. 

En  medio  de  esta  pesadilla  acompasada  y  opaca,  in- 
cidentes de  una  amarguísima  realidad  viva,  no  teatral, 
como  el  de  la  niña  de  los  anteojos  en  Una  aventura, 
y  sobre  todo  en  Gravdochc,  aquel  pobre  hombre  que 
"corría  perseguido  por  otros,  como  una  bestia,  cru- 
zando entre  los  carruajes  y  atrepellando  a  los  tran- 
seúntes, mientras  los  que  venían  detrás  de  él  gri- 
taban: "¡A  él!,  ¡a  él!...,  ¡es  el  ladrón!"  El  fugitivo 
se  abría  paso  entre  la  multitud,  con  los  ojos  fuera 
de  las  órbitas,  latigueado  por  el  miedo.  Y  el  grupo 
de  perseguidores  acrecía,  se  multiplicaba,  se  conver- 
tía en  ejército,  clamoreando  su  insulto,  sin  saber  si- 
quiera si  había  robado.  Bastó  que  alguien  lanzara  la 
acusación  terrible  para  que  todos  hicieran  coro,  feli- 
ces de  hincar  la  garra  en  la  víctima.  Nadie  se  pre- 
guntaba las  circunstancias  del  robo.  Nadie  trataba  de 
asegurarse  de  que  el  robo  existía"...  Aquí  se  pone 
de  manifiesto  uno  de  los  más  bajos  instintos  huma- 
nos, el  instinto  policíaco,  tan  bajo  como  el  instinto 
judicial.  Y  ¡  aquel  pueblecito  de  tísicos  de  Los  Caí- 
dos! Hay,  por  otra  parte,  un  Sevilla  en  París  que 
será,  en  efecto,  Sevilla  en  París,  puesto  que  no  es 
Sevilla  en  Sevilla ;  una  Sevilla  de  teatro  traducida  al 
francés,  una  Sevilla  tan  genuina  y  castiza  como 
aquella  sevillana  que  en  1889  encontré  en  la  Exposi- 
ción, una  sevillana  de  ancha  carota  rubia,  con  su 
mantilla  de  madroños,  y  que  hablaba  el  castellano 
con  un  horrible  graseo  de  las  erres  y  un  acentua- 
dísimo acento  francés. 

Mas  lo  que  sobre  todo  me  llama  la  atención  en 
este  nuevo  peregrino  de  la  literatura,  en  este  mozo 


OBRAS    C  O M FLETAS 


175 


que  viene  por  su  "jornal  de  gloria",  es  la  inventiva 
para  la  frase :  es  su  característica.  Aquí  leeréis :  mas- 
ticar besos;  espolear  carcajadas;  cascabelear  una  ale- 
gría delirante,  o  bien  risas ;  barbotear  risas ;  caraco- 
lear frases  dudosas ;  trompear  canciones ;  mariposear 
la  tentación  de  un  beso ;  la  lengua  alegre  de  un  es- 
tudiante que  campanea  :  ¡  presente  ! ;  bailar  alegrías 
con  los  labios ;  bufonear  amores ;  relampaguear  el 
placer  chisporroteando  besos ;  hilar  palabras  en  una 
conversación  incesante  y  sorda ;  deshojar  margaritas 
de  porvenir;  hincharse  los  labios  para  el  beso...  ¡y 
qué  sé  yo  cuantas  más !  Lo  de  "una  carcajada  hueca 
galopó  bajo  la  noche"  es  pura  y  exclusivamente  fran- 
cés. Algo  de  forzado  a  las  veces  en  tales  frases,  hay 
que  reconocerlo,  como  en  la  de  aquel  reló  que  "afec- 
taba cierto  sadismo"  y  "desangraba  lentamente  los 
minutos".  Y  expresiones  vivamente  gráficas  como 
cuando  Mauricio  "daba  manotadas  sobre  sus  convic- 
ciones para  no  perder  pie"  mientras  la  embriaguez 
"era  un  anteojo  que  ponía  los  objetos  a  su  alcance 
y  le  permitía  masticarlos  hasta  arrancarles  la  savia". 

En  la  metáfora  propende,  y  es  propensión  revela- 
dora de  mucho,  a  apoyar  lo  concreto  y  real  en  lo  abs- 
tracto e  ideal,  lo  definido  en  lo  indeterminado,  como 
si  el  mundo  de  la  abstracción  nos  fuese  más  inme- 
diato que  el  mundo  de  la  realidad  concreta  objetiva. 
Así  nos  habla  de  "una  franja  de  cielo  oscuro,  in- 
variable, como  una  pincelada  de  dolor  sobre  una  vida", 
de  "un  tragaluz  que  se  abre  sobre  un  patio  como 
una  ambición  sobre  un  imposible",  de  que  "el  poeta 
levantó  los  ojos  como  dos  reproches"  o  de  que  "las 
panteras  se  paseaban  como  instintos  en  una  cárcel  de 
voluntad".  Porque  si  decís  que  los  instintos  se  revuel- 
ven en  la  cárcel  de  la  voluntad  como  panteras  en  sus 
jaulas,  el  proceso  psíquico  de  la  metáfora  es  el  direc- 
to y  corriente.  Esta  manera  inversa  es  reveladora 
de  mucho,  lo  repito ;  puede  servir  de  señal  típica  con 


176 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


que  conocer  a  un  escritor.  Es  el  síntoma  más  carac- 
terístico de  la  peculiar  manera  que  de  ver  los  paisa- 
jes parisienses  tiene  Ugarte;  él  nos  explica  aquel 
tono  de  triste  teatralidad  de  que  hablaba. 

El  lenguaje...,  esto  exigiría  todo  un  tratado  en  que 
me  explayase  sobre  las  faltas  y  sobras  de  este  lengua- 
je que  hasta  cuando  es  correcto  parece  traducido  del 
francés.  Un  lenguaje  desarticulado,  cortante  y  frío 
como  un  cuchillo,  desmigajado,  algo  que  rompe  con 
la  tradicional  y  castiza  urdimbre  del  viejo  castellano; 
un  lenguaje  de  ceñido  traje  moderno,  con  hombreras 
de  algodón  en  rama,  con  angulosidades  de  sastrería 
inglesa,  con  muy  poco  de  los  anchos  pliegues  de  capa 
castellana,  de  capa  en  que  embozarse  dejándola  flotar 
al  viento,  sin  rotundos  períodos  que  mueren  como 
ola  en  playa.  No  lo  censuro ;  todo  lo  contrario. 

Esta  tarea  revolucionaria  en  nuestra  lengua,  con 
sus  excesos  y  todo  — ¿  qué  revolución  no  los  trae  con- 
sigo?— ,  hará  su  obra.  La  prefiero  a  la  labor  de 
marquetería,  cepilleo  y  barnizado  de  los  que  aspi- 
rando a  castizos  por  castigar  el  estilo  castigan  al 
lector,  como  decía  Clarín.  Lo  he  dicho  muchas  veces, 
hay  que  hacer  el  español,  la  lengua  hispanoamericana, 
sobre  el  castellano,  su  núcleo  germinal,  aunque  sea 
menester  para'  conseguirlo  retorcer  y  desarticular  al 
castellano;  hay  que  ensancharlo  si  ha  de  llenar  los 
vastos  dominios  del  pueblo  que  habla  español.  Me 
parece  ridículo  el  monopolio  que  los  castellanos  de 
Castilla  y  países  asimilados  quieren  ejercer  sobre  la 
lengua  literaria,  como  si  fuese  un  feudo  de  heredad. 
Ni  aun  la  anarquía  lingüística  debe  asustarnos ;  cada 
cual  procurará  que  le  entiendan,  por  la  cuenta  que 
le  tiene.  Roto  el  respeto  a  la  autoridad  de  una  gra- 
mática autoritaria  y  casuística  a  la  vez,  cada  cual 
verterá  sus  ideas  a  la  buena  de  Dios,  según  la  gra- 
mática natural,  en  el  lenguaje  que  más  a  boca  le  ven- 
ga, y  todas  las  divergencias  que  de  aquí  surjan  en- 


OBRAS  COMPLETAS 


177 


trarán  en  lucha,  serán  eliminadas  o  seleccionadas  és- 
tas o  las  otras,  se  adaptarán  al  organismo  total  del 
idioma,  a  la  vez  que  lo  modifiquen  aquéllas,  e  irá  así 
haciéndose  la  lengua  por  dinámica  vital  y  no  por 
mecánica  literaria,  por  evolución  orgánica,  con  sus 
obligadas  revoluciones  y  crisis,  y  no  por  fabricación 
mecánica.  Cuando  empiece  en  España  a  conocerse 
científicamente  la  lingüística  y  no  en  abstracto  y 
muerto,  sino  en  concreto  y  vivo,  es  decir  aplicada  a 
nuestro  propio  idioma,  cuando  se  generalicen  los  co- 
nocimientos respecto  a  la  vida  y  desarrollo  de  éste 
y  de  cómo  lo  hablan  los  que  no  lo  escriben  y  cómo 
lo  escriben  los  que  apenas  lo  hablan,  entonces  se  sa- 
brá para  qué  puede  servir  el  artefacto  ese  de  la  gra- 
mática y  para  qué  no  sirve,  y  que  es  tan  útil  para 
hablar  y  escribir  el  castellano  con  corrección  como  la 
clasificación  de  las  plantas  de  Linneo  lo  es  para 
aprender  a  cultivar  la  remolacha,  el  cáñamo  o  el 
olivo. 

Cuenta  que  no  defiendo  los  galicismos  que  algún 
purista  podrá  contar  en  este  libro;  ni  los  defiendo,  ni 
por  ahora  los  censuro.  Me  limito  a  hacer  observar 
que  formas  hoy  corrientes  fueron  galicismo  o  italia- 
nismo  o  latinismo  en  algún  tiempo,  y  que  prefiero 
una  lengua  espontánea  y  viva,  aun  a  despecho  de 
tales  defectos,  a  una  parla  de  gabinete,  con  térmi- 
nos pescados  a  caña  en  algún  viejo  escritor  y  giros 
que  huelen  a  aceite.  El  criterio  en  cuestiones  éstas 
de  estilo,  corrección  del  lenguaje  y  buen  gusto  ( ! !) 
ha  sido  siempre  para  mí  el  más  claro  signo  de  es- 
píritu progresista  o  retrógrado.  Tendrá  siempre  a 
un  Hermosilla  por  un  reaccionario  redomado  aunque 
se  nos  aparezca  más  liberal  que  Riego  y  renegando 
de  todo  Dios  y  todo  roque.  Vuelvo  a  repetirlo:  una 
de  las  más  fecundas  tareas  que  a  los  escritores  en 
lengua  castellana  se  nos  abren  es  la  de  forjar  un 
idioma  digno  de  los  varios  y  dilatados  países  en 


178 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


que  se  ha  de  hablar  y  capaz  de  traducir  las  diversas 
impresiones  e  ideas  de  tan  diversas  naciones.  Y  el 
viejo  castellano,  acompasado  y  enfático,  lengua  de 
oradores  más  que  de  escritores  — pues  en  España 
los  más  de  estos  últimos  son  oradores  por  escrito — , 
el  viejo  castellano  que  por  su  índole  misma  oscila- 
ba entre  el  gongorismo  y  el  conceptismo,  dos  fases 
de  la  misma  dolencia,  por  opuestas  que  a  primera 
vista  parezcan,  el  viejo  castellano  necesita  refundi- 
ción. Necesita  para  europeizarse  a  la  moderna  más 
ligereza  y  más  precisión  a  la  vez,  algo  de  desarti- 
culación, puesto  que  hoy  tiende  a  la  anquilosis,  ha- 
cerlo más  desgranado,  de  una  sintaxis  menos  invo- 
lutiva,  de  una  notación  más  rápida.  La  influencia  de 
la  lectura  de  autores  franceses  va  contribuyendo  a 
ello,  aun  en  los  que  menos  lo  creen. 

He  aquí  por  qué  me  parece  la  presente  obra  una 
obra  de  alguna  eficacia  en  el  respecto  lingüístico. 
Revolucionar  la  lengua  es  la  más  honda  revolución 
que  puede  hacerse;  sin  ella  la  revolución  en  las  ideas 
no  es  más  que  aparente.  No  caben,  en  punto  a  len- 
guaje, vinos  nuevos  en  viejos  odres. 


Salamanca,  julio  de  1901. 


PROLOGO   AL  LIBRO   DE   DANIEL  ORTIZ 
(DOYS),  CHIRIGOTAS   Y  EPIGRAMAS  (Ma- 
drid y  Barcelona,  F.  Fe,  1902,  208  págs.  "Biblioteca 
Festiva"). 


En  1889  estuve  tres  días  en  Barcelona,  de  paso 
para  Italia.  Es  todo  lo  que  de  vista  conozco  de  la 
ciudad  condal.  De  su  vida  íntima,  de  las  pasiones 
intereses  que  en  ella  se  agitan,  de  las  grandezas  y 
pequeñeces  que  la  constituyen,  no  sé  más  que  por 
referencias  y  por  la  lectura  de  los  diarios,  revistas  y 
libros  que  allí  se  publican. 

Recibo  a  diario  dos  diarios  de  Barcelona,  uno  de 
ellos.  La  Publicidad,  y  leo  con  mucha  frecuencia  otro 
— éste  en  catalán —  que  lo  recibe  un  amigo  y  con- 
vecino mío. 

En  periódicos  de  un  pueblo  que  no  conocemos  di-, 
rectamente  y  donde  no  tenemos  ni  intereses  ni  fami- 
lia es  poco  lo  que  nos  interesa;  algo  de  política  ge- 
neral, la  colaboración  literaria  y  muy  poca  cosa  más. 
En  La  Publicidad  hay  una  sección  de  Cliirigotas  que 
firma  Doys. 

En  cierta  ocasión  se  me  ocurrió  leer  las  Chirigotas 
y  me  agradó  desde  luego  el  desgaire  y  facilidad  con 
que  el  chirigotero  hacía  los  versos,  salvando  de  la 
más  donosa  manera  las  dificultades  de  rima.  Me  di- 
virtió a  la  vez  el  garbo,  no  exento  a  las  veces  de 
procacidad,  con  que  trataba  de  hombres  y  sucesos. 
Y  quedé  aficionado  a  leerlo. 

Desde  entonces,  en  cuanto  recibía  La  Publicidad,  y 
luego  de  haber  tomado  el  chocolate,  me  decía:  "a 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ver  qué  me  cuenta  hoy  este  endiablado  Doys",  y 
me  regocijaba  en  seguida  con  los  zarándeos  que  daba 
a  los  que  en  Barcelona  bullen,  y  sobre  todo  a  los 
catalanistas,  a  los  que  tiene  declarada  guerra  sin 
cuartel.  Y  poco  a  poco  fueron  adquiriendo  relieve 
a  mis  ojos  todos  aquellos  vapuleados  o  puestos  en 
solfa  por  el  chirigotero,  y  me  encontré  en  un  mundo 
que  conocia  y  paseándome  entre  personas  de  mi  círcu- 
lo propio. 

Ya  sé  yo  que  muchos  de  los  que  lean  esto  y  las 
víctimas  de  Doys  — si  es  que  lo  leen —  exclamarán 
al  llegar  aquí :  "pues  ¡  aviado  está  Unamuno  si  cree 
conocer  algo  de  Barcelona  por  lo  que  el  chirigotero 
le  dice!"  Y  es  muy  fácil  que  no  les  faltara  algo  de 
razón  si  creyese  yo  conocer  mediante  las  Chirigotas 
de  Doys  a  la  Barcelona  tal  cual  es.  No,  yo  no  digo 
que  los  modelos  que  a  Doys  le  sirven  para  sus  cari- 
caturas se  parezcan  más  o  menos  a  éstas,  pero  conozco 
una  Barcelona  cómica  de  Doys  que  me  divierte  y 
me  regocija.  Y  es  muy  fácil  que  alguna  de  estas 
caricaturas  tenga  más  gracia  que  el  original  mismo. 

No  se  me  oculta  que  es  pasión  lo  que  a  Doys  le 
hace  deformar  los  originales  que  proyecta,  y  que  la 
mano  con  que  traza  los  perfiles  caricaturescos  suele 
ir  guiada  demasiadas  veces  por  la  malsana  fiebre  pa- 
lúdica que  engendran  las  remociones  de  los  charcos 
de  la  política  local.  No  digo  que  sea  siempre  justo, 
pero  sí  sostengo  que  si  la  historia  como  arte  pide 
de  parte  del  historiador  pasión  y  no  imparcialidad 
fría,  la  chirigota,  para  tener  gracia,  tiene  que  estar 
animada  por  animadversiones  y  reconcomios.  Aparte 
de  que  los  caracteres  que  pasan  por  comedidos  y  fríos 
suelen  morder  con  menos  arte  y  con  más  veneno. 

No  conozco  mayor  deformador  de  la  realidad  que 
Dickens;  todas  sus  figuras  son  caricaturescas,  pero 
cuando  se  leen  sus  novelas  todas,  sobre  todo  leyén- 
dolas de  seguido,  acaba  por  encontrarse  uno  en  un 


OBRAS  COMPLETAS 


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mundo  coherente  y  org-ánico,  en  un  mundo  que  res- 
pira honda  realidad.  Y  es  que  aunque  Dickens  lo  de- 
forma todo,  defórmalo  conforme  a  una  ley,  siempre 
la  misma,  de  su  temperamento  artístico.  Es  como  un 
espejo  cóncavo  en  que  toda  imagen  se  deforma,  pero 
siempre  siguiendo  la  misma  proyección  dada  por  la 
concavidad  del  espejo,  de  tal  manera  que  al  poco 
tiempo  de  ver  el  mundo  en  éste  lo  hallamos  perfec- 
tamente natural.  Así  es  la  pasión  de  Doys. 

Ya  sé  que  el  que  ponga  en  un  mismo  párrafo  los 
nombres  de  Dickens  y  de  Doys  parecerá  una  enor- 
midad a  muchos  — aunque  empiecen  ambos  por  D — 
y  la  estimarán  tal,  sobre  todo  los  chirigotizados  por 
Daniel  Ortiz;  pero  también  sé  que  es  pedir  una  cosa 
sobrehumana  el  que  uno  de  quien  se  burla  y  a  quien 
pone  en  la  picota  otro,  reconozca  en  éste  gracia  y 
salero.  Hace  falta  una  excelsa  virtud  para  gustar  el 
gracejo  con  que  se  nos  solfea  y  acaso  insulta,  una 
perfección  sobrehumana  para  admirar  el  garbo  con 
que  se  nos  abofetea. 

Y,  sin  embargo,  no  cabe  duda  de  que  puede  haber 
arte  en  las  tomaduras  de  pelo.  El  chismorreo  mismo 
puede  llegar  a  formar  parte  de  las  bellas  artes,  y  no 
faltan  en  la  literatura  obras  maestras  chismográficas. 

Dejo  de  lado  todo  eso  de  si  el  chirigotero  se  mete 
o  no  en  la  vida  privada  de  sus  enchirigotados  y  si 
son  más  o  menos  finas  las  cuchufletas  con  que  les 
sacude ;  me  hacen  reír  y  basta.  Habíamos  quedado 
ya,  me  parece,  en  lo  del  arte  por  el  arte  y  en  que 
no  se  debe  enturbiar  la  serena  consideración  estética 
con  tiquismiquis  éticos.  Además  podría  sostener,  sin 
abusar  de  la  paradoja,  que  algunos  de  los  que  sirven 
a  Doys  de  monigotes  con  que  jugar  al  pimpampum, 
ganan  con  quedar  enchirigotados  y  que  el  desenchi- 
rigotador  que  los  desenchirigote,  buen  desenchirigo- 
tador  será. 

No  lo  puedo  remediar,  me  divierte  mucho  leer  po- 


M  I  G  U  hL    U  h    U  IS  A  M  U  J\  U 


lémicas  en  la  prensa  de  localidades  que  no  conozco 
(Teruel,  Lugo,  Huelva,  Gerona,  etc.)  y  ver  cómo  se 
ponen  y  se  tiran  los  trastos  a  la  cabeza  Martín  Fer- 
nández y  Fernando  Martínez.  Hace  unos  años  seguí 
con  gran  fruición  la  campaña  contra  un  alcalde,  a 
quien  no  conocía,  de  un  pueblo  que  me  era  comple- 
tamente desconocido  y  por  supuestas  irregularidades 
de  las  que  no  tenía  la  menor  noticia.  De  haber  tenido 
noticia  de  éstas,  serme  conocido  el  pueblo  y  conocer 
también  al  alcalde,  habría  desaparecido  mi  fruición ; 
estoy  seguro  de  ello. 

He  aquí  por  qué  me  regodeo  tanto  en  las  chirigotas 
locales  y  personales  de  Doys,  en  su  Barcelona  cómi- 
ca, aunque  debo  declarar  que  conozco  a  alguno  de 
los  por  él  enchirigotados  y  le  tengo  en  muy  buen 
concepto.  Pero  uno  es  el  sujeto  que  conozco  y  otro  el 
que  con  tanta  sal  y  saborete  me  sirve  Doys. 

En  esta  colección  de  Cliirigotas  y  epigramas  no  va 
ninguna  de  las  primeras  que  fuese  de  carácter  lo- 
cal o  personal,  y  aunque  comprendo  y  hasta  aplaudo 
el  motivo  de  semejante  acuerdo,  a  la  vez  lo  lamen- 
to. En  punto  a  comedia,  estoy  por  la  llamada  en  lite- 
ratura helénica  comedia  antigua,  a  la  aristofanesca, 
la  que  sacaba  a  tablado  a  personajes  reales,  vivitos  y 
coleando.  La  otra,  la  comedia  media  y  la  moderna,  me 
empalagan.  Aun  a  través  de  los  siglos  resulta  mucho 
más  regocijador  el  ridículo  que  se  hacía  caer  sobre 
individuos  concretos,  determinados  y  de  carne  y  hue- 
so. Lo  de  fustigar  vicios  en  tipos  generales  es  una 
de  las  mayores  sonsainas  que  se  conoce. 

Aun  así  y  todo  conserva  Doys  su  gracejo  en  estas 
burlas  y  bromas  impersonales ;  son  como  romance 
sans  paroles,  música  sin  letra.  Acostumbrado  a  ejer- 
citarse a  costa  de  este  y  el  otro  sujeto,  cuando  le 
falta  cabeza  de  turco,  no  por  eso  deja  de  soltar  la 
risa  y  de  provocárnosla. 

Una  gran  ventaja  nos  ofrecen  libros  como  éste,  y 


OBRAS  COMPLETAS 


183 


es  que  pueden  ser  leídos  a  pequeños  sorbos  y  empe- 
zando por  cualquier  sitio.  ¡  Y  no  es  pequeña  ventaja 
ésta !  Eso  de  no  tener  que  empezar  por  el  principio 
ni  verse  obligado  a  estar  leyendo  siquiera  un  cuarto 
de  hora,  si  se  ha  de  sacar  gusto  a  la  lectura,  es  de 
un  valor  inapreciable.  Si  por  algo  no  me  embarqué 
en  las  aventuras  de  Rocambole,  fué  ante  el  temor  de 
que  ganándome  el  interés  me  viese  obligado  a  tragar 
todo  aquel  montón  de  inacabables  páginas.  Y  lo  de 
poder  leer  por  cualquier  sitio,  tampoco  tiene  precio. 
Como  que  es  la  principal  cualidad  que  pone  la  Imi- 
tación de  Cristo  sobre  la  mesilla  de  tantos  devotos  y 
de  otros  tantos  que  no  lo  son. 

Antes  de  terminar  este  prólogo  tengo  que  declarar 
sincera  y  lealmente  que  uno  de  los  motivos  que  me 
lo  han  dictado,  después  de  mi  agradecimiento  a  Doys, 
el  principal  acaso,  es  el  mismo  motivo  de  que  de 
algún  tiempo  a  esta  parte  me  dicta  no  pocos  trabajos 
y  es  deshacer  la  leyenda  infame  y  calumniosa  que 
han  tejido  en  torno  mío  mis  enemigos  y  adversarios 
solapados  y  encubiertos.  Preséntanme,  en  efecto,  ante 
el  público  como  a  un  hombre  serióte  y  gravísimo,  abis- 
mado siempre  en  muy  hondas  preocupaciones  y  es- 
cribiendo en  estilo  abstruso  y  abracadabrante  de  los 
más  intrincados  problemas.  Y  esto  lo  hacen  con  mala 
intención,  no  me  cabe  duda.  Están  empeñados  en  pre- 
sentarme como  a  un  sabio  con  el  maligno  propósito 
de  que  el  público  huya  de  mi,  y  otros  me  llaman,  tam- 
bién con  perversa  intención,  pensador  profundo  y 
otras  cosas  igualmente  ambiguas  y  de  doble  sentido, 
movidos  de  no  muy  buenas  pasiones.  No  acierto  a 
comprender  qué  es  lo  que  habré  hecho  a  esos  buenos 
señores  que  tan  arteramente  me  combaten  y  persi- 
guen con  tan  mal  velada  saña. 

Hablaba  de  mi  agradecimiento  a  Doys,  y  se  lo 
debo,  en  efecto,  por  los  buenos  ratos  que  me  ha  he- 
cho pasar  ayudándome  a  digerir  el  chocolate  del  des- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ayuno  con  sus  donosas  chirigotas.  En  mi  vida  olvi- 
daré cuando  me  presentó  al  ilustre  desenmascarador 
de  Agathos  yendo  a  batirse  en  la  plaza  de  toros  ca- 
ballero de  todas  armas,  con  coraza  y  yelmo  y  em- 
puñando espada  flamígera.  En  pago  de  esos  buenos 
ratos  y  de  esas  buenas  digestiones  lo  menos  que  puedo 
hacer  es  mandarle  este  prólogo,  por  si  de  algo  le 
sirve,  que  creo  le  servirá. 

Don  Tomás  Carlyle,  ya  difunto,  estuvo  siempre 
recomendándonos  sinceridad,  y  yo,  que  he  traducido 
a  ese  señor,  debo  seguir  por  lo  mismo  sus  consejos 
y  ser  absolutamente  sincero.  O  por  lo  menos  pare- 
cerlo,  que  para  la  ejemplaridad  moral  vale  lo  mismo. 


Salamanca,  julio  de  1902. 


PROLOGO  AL  LIBRO  DE  POESIAS  HORAS 
GRISES.  DE  LUIS  ROMANO  (Salamanca,  1902, 
Colección  "Calón",  vol.  II.  76  págs.) 


La  verdad  es  que  se  necesita  tener  veintiún  años 
o  una  gran  fe  en  sí  mismo  — fe  que  a  los  veintiún 
años  equivale —  para  lanzar  un  tomito  más  de  versos 
al  mercado  de  las  reputaciones  literarias,  que  es  como 
si  dijéramos  a  la  feria  de  las  vanidades.  El  autor  de 
esta  colección  de  poesías,  Luis  Romano,  no  tiene  aún 
más  que  los  veintiún  años  necesarios,  y  quiera  Dios 
que  se  halle  en  camino  de  cobrar  fe  en  sí  mismo,  que 
es  una  de  las  fes  que  más  falta  nos  hacen  en  España. 

Y  ahora,  recordando  aquello  de  que  la  poesía  está 
llamada  a  desaparecer,  podremos  bien  decir  que  mien- 
tras haya  jóvenes  de  veintiún  años  habrá  poesía  y 
verso,  su  más  natural  expresión. 

Otro  que  no  yo  hubiera  recomendado  a  Luis  Ro- 
mano que  guardara  sus  versos,  los  limara  y  los  vol- 
viese a  limar,  atento  a  lo  de  nocturna  vérsate  manu, 
vérsate  diurna,  para  romperlos  luego  y  hacer  otros 
nuevos  y  repetir  una  y  cien  veces  la  misma  operación. 
Estos,  los  que  tal  aconsejan,  son  los  que  creen  que 
los  estudios,  bocetos,  ensayos  y  tanteos  debe  guar- 
dárselos uno  para  sí,  no  dando  al  público  más  que 
la  obra  acabada.  Mas  ¿cuándo  conocerá  uno  que  a  la 
obra  acabada  ha  llegado  ya?  Córrese  así  el  riesgo,  y 
no  es  chico,  de  pasarse  en  ensayos  la  vida  toda,  ator- 
mentado por  el  prurito  de  la  perfección,  y  buen  caso 
nos  ofrece  de  ello  el  meticuloso  Amiel.  No ;  los  en- 
sayos hay  que  hacerlos  a  la  vista  del  público,  los 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


tanteos  al  verdadero  aire  libre.  Difícilmente  se  co- 
rregirá un  escritor  novicio  si  no  recibe  de  rechazo 
la  impresión  que  sus  obras  produzcan  en  el  público ; 
el  público  es  el  verdadero  campo  de  experimenta- 
ción. Por  lo  cual  apruebo  lo  que  Luis  Romero  hace, 
y  al  efecto  he  de  contar  lo  que  con  el  P.  Mortara 
ocurría. 

Los  que  pasen  de  cierta  edad  recordarán  a  aquel 
famoso  niño  Mortara,  (jue  tanto  dió  que  hablar  cuan- 
do el  Papa  Pío  IX  era  todavía  rey  de  los  Estados  Pon- 
tificios. El  niño  Mortara  se  metió  luego  en  la  orden 
de  canónigos  regulares  de  San  Agustín  — me  pare- 
ce— ■  y  fué  a  dar  con  su  cuerpo  en  Oñate,  provincia 
de  Guipúzcoa,  donde  fundaron  un  convento  seminario. 

Como  de  casta  judía  que  era,  tenía  el  Padre  Mor- 
tara don  de  lenguas,  una  facilidad  para  aprender 
las  más  diversas  y  difíciles,  y  una  vez  en  Guipúzcoa 
se  propuso  aprender  el  vascuence  o  éusquera,  con  la 
que  dicen  que  ni  el  diablo  pudo.  Y  apenas  supo  al- 
guna cosilla,  no  mucho,  se  lanzó  a  predicar  en  ella. 
Yo  le  oí  un  sermón  predicado  en  vascuence,  en  Guer- 
nica,  y  daba  apuro  ver  los  esfuerzos  que  hacía  aquel 
hombre  animoso  por  coger  las  palabras  apropiadas  y 
encajar  a  justo  las  tan  dificultosas  inflexiones  verba- 
les del  vascuence.  Y  como  alguien  le  llamara  la  aten- 
ción sobre  ello  indicándole  la  conveniencia  de  que 
no  se  echara  a  predicar  hasta  haber  dominado  la  len- 
gua en  que  lo  hacía,  parece  que  respondió  en  sus- 
tancia que  tal  era  el  mejor  método  de  llegar  a  domi- 
narla y  que  sólo  equivocándose  se  aprende  a  no  equi- 
vocarse. Es  lo  que  con  el  Padre  Mortara  puede  con- 
testar Luis  Romano  a  los  que  le  digan  que  reserve  el 
dar  al  público  tomos  de  versos  hasta  que  domine  su 
arte. 

i  Es,  además,  tan  grato  el  encontrarse  al  correr 
de  los  años  con  obras  de  la  juventud!  Y  por  otra 
parte,  si  Romano  llega,  que  bien  pudiera  llegar,  a  ser 


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un  poeta  entero  y  verdadero,  hecho  y  derecho,  de  los 
que  se  ganan  corazones  de  un  pueblo,  tendrán  sus 
primeros  ensayos  un  gran  valor  para  determinar  la 
formación  de  su  ingenio  poético. 

En  estos  ensayos  de  Horas  grises  se  ve,  claro 
está,  ya  la  huella  de  este  conocido  poeta,  ya  el  re- 
flejo de  aquél,  ya  el  recuerdo  del  otro.  Es  por  donde 
todos  empezamos.  Nadie  se  encuentra,  cuando  a  en- 
contrarse llega,  sino  habiéndose  buscado  a  través  de 
éste  y  del  otro;  imitando  más  o  menos,  con  mayor 
o  menor  conciencia  de  imitar,  es  como  se  llega  a  lo 
inimitado  y  hasta  a  lo  inimitable. 

Tienen  otra  ventaja  los  jóvenes  y  es  que  no  ha- 
biendo perdido  frescura,  rara  vez  son  capaces  de 
alambicamientos  y  cantan  lo  que  a  todos  interesa,  los 
sentimientos  más  generales  y  más  duraderos,  y  entre 
ellos,  es  inevitable,  al  amor. 


nos  canta  Luis  Romano,  y  glosa  de  este  tema  son  la 
mayoria  de  sus  Horas  grises.  Si  dentro  de  unos  años 
le  condenaran  al  beso  constante  habria  de  protestar 
de  seguro,  doliéndose  de  lo  anti-higiénico  de  tal  con- 
dena, sobre  todo  si  el  beso  fuera  de  boca  a  boca. 

También  tenemos  el  eterno  estribillo,  el  ritornello 
inagotable,  de  la  que  vende  el  cuerpo,  pero  no  el 
alma. 

Y  si  algún  malicioso  creyera  que  digo  esto  con  su 
retintín,  he  de  recordarle  que  la  verdadera  poesía,  la 
grande,  la  duradera,  la  que  llamamos  universal  y  eter- 
na — encerrando  el  Universo  en  parte  de  nuestra  es- 
pecie y  la  eternidad  en  la  duración  de  ella,  y  gracias — 
se  nutre  y  se  sostiene  de  unos  pocos  temas,  siempre 
los  mismos  y  del  mismo  lado  vistos ;  el  tema  del 
amor  es  el  primero  de  ellos.  El  que  consigue  sentir 
y  expresar  como  propios  los  grandes  lugares  comu- 


de 


íí/í'.t  las  ansias 


beso  constante. 


188 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nes  de  la  Humanidad  ése  será  el  verdadero  poeta, 
el  verdadero  creador,  ya  que  entre  los  hombres  crear 
se  reduce  a  conservar  o  renovar.  Cuando  parecen  lan- 
guidecer y  ajarse  esos  grandes  y  sencillísimos  sen- 
timientos comunes,  viene  el  poeta  y  les  infunde  nuevo 
soplo  al  infundirles  frescura  de  expresión. 

Y  ahora,  ¿a  qué  conduciría  que  fuese  yo  aquí  exa- 
minando cada  una  de  las  composiciones  que  consti- 
tuyen este  tomito,  ya  que  ha  de  examinarlas  el  lector? 

De  una  sola  cosa  que  me  escarabajea  por  salir  he 
de  descargarme  antes  de  cerrar  estas  líneas,  y  es  de 
ese  viacabro  que  en  estos  versos  se  nos  presenta  dos 
veces.  No  puedo  con  lo  macabro  y  con  las  macabre- 
rías  — por  no  llamarlas  con  otro  derivado  de  macabro 
que  a  la  malicia  del  lector  dejo —  que  nos  vienen 
de  París  de  Francia. 

Dicho  lo  cual  dejo  al  lector  que  haya  pasado  de 
su  juventud  que  se  refresque  al  contacto  espiritual 
con  la  de  un  joven  que  a  sus  veintiún  años  nos 
ofrece  versos.  Rejuvenece  el  oír  a  los  jóvenes,  cuan- 
do lo  son  de  veras,  como  a  Luis  Romano  le  sucede. 


PROLOGO  AL  LIBRO  ALMA  AMERICA.  POE- 
MAS  INDOESPAÑOLES,   de   JOSE  SANTOS 
CHOCANO  (Madrid,  V.  Suárez,  1906.) 


O  me  encuentro  camino  o  me  lo  abro. 

J.  S.  Ch. 

Se  acaba  de  leer,  a  dos  o  tres  tirones  a  lo  sumo,  el 
largo  rosario  de  versos  de  todas  las  medidas  y  ritmos 
que  forma  el  Alma  América,  de  José  Santos  Cho- 
cano;  y  os  quedan  cerniéndose  en  la  memoria  ca- 
dencias, resonancias,  visiones  y  tal  o  cual  verso  res- 
tallante y  nítido.  Y  se  os  ha  disipado  por  un  mo- 
mento la  melancolia ;  habéis  engañado  a  vuestros 
cuidados  y  pesares  como  se  engaña  con  un  viaje. 
Nada  como  un  viaje,  dicen,  para  distraer  las  penas ; 
y  así  debe  ser. 

La  poesía  americano-española  de  Chocano,  muy 
americana  sin  duda,  pero  no  menos  española,  si  es 
que  no  más,  presenta  casi  todas  las  cualidades  carac- 
terística de  nuestra  poesía.  Es,  ante  todo,  elocuente. 

Sí,  elocuente,  y  en  rigor  más  elocuente  aún  que 
íntima :  tiene  pompa,  magnificencia,  arranque. 

Hay  entre  las  poesías  que  componen  esta  colec- 
ción, una,  Evangcleida,  en  que  Chocano  desarrolla 
una  idea  verdaderamente  feliz,  y  la  desarrolla  con  fe- 
licidad: la  idea  de  que  Jesucristo  vió  la  América,  no 
precisamente  desde  el  Calvario,  sino  cuando  al  ten- 
tarle Satanás  en  el  desierto  le  mostró  los  reinos 
todos  del  mundo,  ofreciéndoselos  si  lo  adoraba. 


190 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


Esta  poesía  es  realmente  bella  y  se  lee  con  gran 
gusto.  No  es,  sin  embargo,  una  poesía  religiosa.  En 
ella  todo  va  por  fuera,  Jesús  aparece  por  de  fuera, 
por  de  fuera  de  América.  Allí  hay  visión,  colorido, 
ímpetu. 

No  puede  decirse  que  Chocano  es  un  lírico ;  no 
puede  decirse  que  lo  sean  los  más  de  los  que  entre 
nosotros,  en  nuestra  literatura  española,  pasan  por 
tales.  Y  es,  precisamente,  su  falta  de  lirismo  lo  que 
hace  que  su  poesía  sea  lo  que  es. 

Chocano  es  de  la  América  española,  y  de  la  más 
española  acaso  de  las  tierras  americanas:  del  Perú, 
de  aquel  dulce  y  tibio  Perú,  donde  aún  perdura  la 
tradición  del  virreinato,  donde  a  las  magnificencias 
incaicas  se  siguieron  las  elegancias  virreinales. 

No  tienen  mis  estrofas  sino  calor  y  vida,  dice  el 
poeta ;  y  calor  vida  es  lo  único  que  deben  tener  las  es- 
trofas del  poeta,  sean  el  calor  y  la  vida  que  irradian 
hacia  fuera,  aun  como  en  la  zarza  ardiente  que  vió 
Moisés  que  alumbraba  y  calentaba  sin  ella  consu- 
mirse, sean  el  calor  y  vida  que  se  repliegan  en  sí  y  en 
sí  se  consumen. 

Calor  suele  tener  Chocano,  sí ;  pero  calor  que  a  los 
que  como  yo  son  de  países  húmedos,  de  países  de  nie- 
blas y  de  orvallo,  nos  resulta  un  tanto  seco,  calor 
tórrido,  calor  que  da  sed  y  enciende.  Y  vida,  sí;  pero 
vida  demasiado  arrogante,  demasiado  heroica. 

Os  dejáis  llevar  en  la  corriente  armónica  de  las 
estrofas  de  Chocano,  brizados  por  su  música,  derri- 
tiendo en  ella  lo  acerbo  de  vuestras  inquietudes ;  y 
de  vez  en  vez,  como  cuando  yendo  en  un  carro  salta 
éste  en  un  bache  del  camino  o  al  pisar  un  pedrusco, 
os  hace  estremecer  un  verso  más  rutilante,  una  sen- 
tencia arrogante,  una  metáfora  que  se  destaca. 

¿  Qué  nos  prepara  para  el  porvenir  en  poesía  Amé- 
rica? Yo  espero  y  temo.  Espero  de  aquellas  tierras 
jóvenes,  aún  en  gran  parte  vírgenes,  espléndidas  de 


OBRAS  COMPLETAS 


191 


naturaleza,  en  que  el  hombre  se  rejuvenece  o  se  hace 
decrépito,  se  embastece  o  se  refina,  y  de  donde  parece 
a  ratos  que  va  a  volver  a  soplar  un  nuevo  soplo  de 
paganismo  sobre  la  tierra.  Y  por  eso  temo.  Espero 
una  poesía  que  hable  al  oído,  a  la  vista,  a  la  imagi- 
nación, a  la  voluptuosidad  de  vivir,  a  la  embriaguez 
de  triunfar,  acaso  a  la  tristeza  voluptuosa  que  sigue 
a  la  satisfacción  del  deseo ;  pero  me  temo  que  se  aho- 
gue allí  esa  otra  poesía  íntima,  recogida,  más  que 
casera,  en  que  el  amor  es  siempre  desesperación  re- 
signada y  renuncia  de  la  dicha  en  la  tierra :  la  poesía 
religiosa. 

Leconte  de  Lisie  era,  como  Chocano,  americano;  y 
no  pocas  veces  nos  recuerda  éste  a  aquél.  Uno  y  otro 
han  sacado  gran  partido  del  cóndor,  el  águila  ame- 
ricana, del  arrogante  cóndor  que  se  cierne  sobre  las 
nubes.  El  cóndor  es  uno  de  los  elementos  americanos 
que  más  visiones  procura  a  este  nuestro  poeta,  a  pro- 
pósito del  cual  ahora  hablo.  En  la  composición  FA 
amor  de  los  Andes  el  poeta  se  presenta  como  espa- 
ñol y  peruano, 

con  majestad  de  inca  y  orgullo  de  español; 

y  allí  dice  a  su  amada  cómo  mirará  sorprendida 

que  le  aparecen  alas  de  cóndor  al  león. 

Hermosa  y  elocuente  idea.  Pero  ¡  ay  del  león  si  le  bro- 
tasen alas  !  Dejaría  de  serlo. 

Entre  las  composiciones  de  Chocano,  en  que  el  cón- 
dor juega  un  papel  protagonístico  e  importante.  El 
cóndor  ciego  trata  uno  de  los  asuntos  más  profun- 
damente poéticos,  más  sugestivos,  más  abismáticos 
que  pueden  darse;  y  es  el  del  cóndor  al  que  sacan 
los  ojos,  lo  sueltan,  se  eleva  derecho,  como  creyén- 
dose en  el  fondo  de  un  tajo  andino  y  tratando  de 
evitar  rocas  salientes,  en  busca  de  la  luz,  buscándola 
arriba  y  cada  vez  más  arriba,  llega  a  alturas  irres- 


192 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


pirables,  y  plegando  la  cabeza  sobre  el  pecho,  se 
desploma  muerto  de  asfixia. 

Hermoso,  sin  duda,  hermoso  el  asunto  y  adecuado 
el  desarrollo.  Pero,  ved,  la  grandeza  es  también  de 
fuera. 

Y  todo  así:  todo  solemne,  todo  sonoro,  todo  vis- 
toso, a  ratos  enérgico,  conceptuoso  a  ratos,  todo  épi- 
co. Muy  americano,  sin  duda,  pero  muy  español.  El 
poeta  mismo  nos  dice  que 

o  hs  más  finas  cuerdas  prefiere  los  metales; 

mas  es  el  caso  que  hasta  a  las  cuerdas  más  finas 
les  arranca  sonidos  metálicos.  Y  no  lo  digo  como 
reproche,  ni  mucho  menos.  No,  nada  de  eso.  Al  con- 
trario. Es  que  ante  este  hombre  de  otro  temple,  de 
otra  visión,  de  otro  mundo,  de  otra  vida  tal  vez,  sien- 
to la  necesidad  de  afirmarme  en  mi  temple,  de  reco- 
germe en  la  visión  de  mi  mundo,  de  vivir  mi  vida. 

Y  tal  es  el  mayor  triunfo  que  sobre  mí  puede  haber 
logrado. 

Yo  no  sé  si  sabéis  lo  que  los  ingleses  llaman  mu- 
sings,  especie  de  meditaciones  dilatadas  y  diluidas,  a 
las  veces  un  poco  soñolientas,  algo  vagorosas,  sin 
fuerte  liga,  que  pasan  como  en  ensueño  mientras  pa- 
rece oírse  a  lo  lejos  un  órgano;  meditaciones  com- 
puestas algo  negligentemente,  en  conversación  case- 
ra, departiendo  después  del  té  sobre  los  eternos  pro- 
blemas del  destino  humano,  con  recuerdos  del  último 
sermón  y  alusiones  bíblicas.  Yo  gusto  mucho  de  es- 
tos musings  poéticos,  gusto  de  leerlos  y  hasta  de  ha- 
cerlos — llamándolos  "conversaciones" — ;  y  cuando 
leí  a  Chocano  estaba  curando  mi  espíritu  con  ellos. 

Y  Chocano  me  trajo  a  otro  mundo.  Me  llevó  a  Amé- 
rica, a  la  América  que  se  ve,  se  oye,  se  huele,  se 
gusta,  se  palpa  y  se  recuerda;  y  al  llevarme  a  Amé- 
rica me  trajo  a  España,  a  la  España  de  nuestras 


OBRAS  COMPLETAS 


193 


leyendas  y  también  a  la  España  en  que  vivo.  Me 
arrancó  de  mi  patria.  Y  no  se  lo  tomo  a  cuenta. 

Hay  en  los  versos  de  Chocano  algunos  que  me  dan 
una  sensación  de  americanismo  mayor  aún  que  otros. 
Ved  el  titulado  La  magnolia.  Es  una  linda  composi- 
ción, lindisima  — este  epíteto  tan  usado  en  América, 
linda,  es  el  que  aquí  encaja  mejor — ;  pero  esas  mag- 
nolias americanas,  es  decir,  indígenas,  primitivas,  son 
muy  otra  cosa  que  aquellas  otras  melancólicas  mag- 
nolias que  hace  años  embalsamaban  por  primavera, 
bajo  el  terco  orvallo,  la  Plaza  Nueva,  aquella  purita- 
nesca  y  casi  lúgubre  Plaza  Nueva  de  mi  Bilbao.  ¡  Po- 
bres magnolias  desterradas,  soñando  acaso  en  la  selva 
virgen,  entre  el  geométrico  cuadrado  de  las  uniformes 
casas  de  aquella  Plaza  Nueva  de  mis  ensueños  ju- 
veniles ! 

El  lector  observará  — no  es  preciso  ser  muy  ob- 
servador para  ello —  que  voy  marcando,  a  la  sordina, 
las  divergencias  de  mi  espíritu  con  el  del  poeta.  Y 
así  es.  Y  tal  el  mejor  elogio  que  de  él  puedo  hacer, 
como  el  mejor  elogio  que  se  me  ocurre  de  la  literatura 
helénica  es  decir  que,  en  quince  años  que  hace  que 
vengo  explicando  lengua  y  literatura  griegas,  la  lec- 
tura y  comentario  de  sus  clásicos  no  han  hecho  sino 
corroborar  el  profundo  anti-helenismo  de  mi  espíritu, 
aunque  templándolo  algo.  Me  lo  han  metido  para  más 
adentro,  hundiéndomelo  de  la  sobrehaz  de  mí  espíri- 
tu; me  lo  han  adentrado. 

Y  el  decir  esto  es  gran  elogio.  Un  poeta,  cuando 
nos  da  lo  suyo  acrecienta  lo  nuestro ;  y  no  es  el  efec- 
to de  oposición  el  menos  poderoso  efecto. 

¡  Qué  grato  es  contemplar  cómo  cae  solemnemente 
la  lluvia  hallándose  bajo  techado!,  ¡qué  hermosura  la 
de  la  nieve  que  va  envolviendo  a  los  campos,  mientras 
la  vemos  a  través  de  unos  cristales,  sentados  junto  a 
un  buen  fuego !,  ¡  qué  dulce  ver  cómo  el  sol  tuesta  los 
campos  y  nosotros,  que  lo  vemos,  recibimos  a  la  som- 


M  1  ü  U  hL    un    U     AM  U  N  U 


bra  hálitos  refrescantes !  Pues  así  me  es  grato  pa- 
searme en  estos  sonoros  versos  de  Chocano,  por  esa 
América  de  cataratas,  grandes  ríos,  caimanes,  cóndo- 
res, jaguares,  pumas,  pampas,  punas,  selvas,  momias, 
boas,  sinsontes...,  sintiéndome  en  mi  viejo  y  reducido 
hogar,  al  calorcillo  del  pobre  brasero  de  mi  camilla, 
adurmiendo  las  tormentas  de  mi  espíritu  en  este  lago 
entre  montañas  que  tan  fácilmente  se  encrespa  en 
silencio. 

Mucho  de  eso  que  Chocano  nos  cuenta  nos  es  exó- 
tico; no  todo,  sin  embargo..  Pues  si  las  magnolias 
me  traen  recuerdos  de  mi  infancia  lenta,  recuerdos  de 
mi  dulce  tierra  vasca  me  traen  los  maizales.  El  maíz, 
al  que 

aclamaron  los  hispanos 

por    rey    de    las    indígenas  simientes, 

es,  desde  que  lo  trajeron  nuestros  abuelos  de  Améri- 
ca, el  más  genuino  ornato  de  los  vallecitos  de  mi 
tierra.  A  Chocano  se  le  aparece  su  tallo  como  brazo 
de  un  ladrón  que  guarda  un  tesoro,  como 

brazo  fugitivo 
que   se  escapa   del  fondo   de   la  tierra 
con  un  estuche  que  revienta  en  oro. 

¿A  qué  seguir?  ¿A  qué  seguir  diciéndonos  cómo 
las  brillantes  visiones  del  poeta  americano,  cantadas 
en  tan  sonora  elocuencia  rítmica,  han  ido  empujando 
hacia  más  adentro  de  mi  alma,  a  su  cogollo,  a  mis 
neblinosos  fantasmas?  Y  me  ha  sido  provechoso  pa- 
sear mi  espíritu  por  ese  otro  mundo,  por  ese  nuevo 
mundo,  más  nuevo  para  mi  cuanto  más  con  él  me 
familiarizo. 

Otro  mundo,  otro  mundo  para  mí  y,  sin  embargo, 
otro  mundo  muy  español,  otra  España.  (;  Acaso  esta 
España  en  que  vivo  y  de  que  vivo  no  es  también  para 
mí  otro  mundo?")  Un  italiano,  aunque  al  servicio  de 


OBRAS  COMPLETAS 


195 


España,  Colón,  la  descubrió,  y  otro  italiano,  Américo 
Vespucci,  la  dió  nombre;  pero  ella  es  la  España  Ma- 
yor, ella  es  parte  de  nuestra  gran  Patria  espiritual, 
constituida  por  la  lengua.  Bien  dice  Chocano  a  nues- 
tro rey: 

os  puede  hacer  más  dueño  de  nuestro  Edén  fecundo 
la  lengua  de  Cervantes  que  el  barco  de  Colón. 

Sí,  la  lengua,  que  es  la  sangre  del  espíritu,  es  el 
fundamento  de  la  Patria  espiritual ;  y  más  dueños  de 
América  nos  hace  Cervantes  que  hizo  a  nuestros 
abuelos  Colón. 

En  una  cosa  no  estoy  conforme  con  Chocano,  y  es 
en  aquello  de: 

¡Oh,   Rey   de   las   Españas:   entrad   en   mi  boscaje! 

La  musa  que  me  inspira  sólo  es  una  salvaje 

que  se  echará  de  hinojos  ante  el  poder  real. 

Os  tomará  ¡a  diestra  y  os  besará  en  el  sello; 

y  bastará   que,  en   cambio,  le  deis  para  su  cuello 
apenas  una  sarta  de  cuentas  de  cristal... 

La  musa  americana  no  debe  contentarse  con  sartas 
de  cuentas  de  cristal.  Hartas  de  ellas  le  hemos  dado; 
demasiadas  chucherías  de  quincalla  literaria  hemos 
mandado  para  allá.  Y  así  nos  va,  y  así  estamos  pa- 
gando al  desdén  con  el  desdén. 

Yo  no  sé  si  este  prólogo  parecerá  una  sarta  de 
cuentas  de  cristal  que  he  querido  poner  al  cuello  de 
Ahtm  América;  pero,  para  evitarlo,  he  procurado 
dar  en  él,  al  mostrar  el  reflejo  del  espíritu  de  Choca- 
no  en  el  mío,  algo  de  mi  propio  espíritu.  Es,  me  pa- 
rece, el  mejor  homenaje  al  poeta,  pues,  por  lo  que  a 
mí  hace,  estimo  que  los  elogios,  si  no  son  restrictos, 
no  son  sinceros,  y  si  son  sinceros,  son  restrictos;  y 
aspiro  siempre,  más  que  a  ganar  a  otro  a  mi  campo, 
a  adentrarle  en  el  suyo  propio. 

Y  ahora,  con  el  rumor  de  las  pisadas  de  los  caballos 
de  los  conquistadores  y  con  la  visión  de  los  tres  gran- 
des  guerreros    indios,    Caupolicán,    Cuauctemoc  y 


196 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Ollanta  — véase  el  Tríptico  heroico,  tan  firmemente 
cincelado — ,  y  de  las  tres  enamoradas  parejas,  Rene 
y  Atala,  Pablo  y  Virg-inia,  Efraín  y  María  — véase 
la  linda  Egloga  tropical — ,  con  los  ecos  resonantes 
de  la  guerra  y  del  amor  en  América,  me  vuelvo  a  mi 
rinconcillo  casero,  a  mis  paisajes  interiores  y  espiri- 
tuales, a  esta  otra  poesía  inelocuente,  conversacional, 
diluida  y  soterrada.  Y  doy  las  gracias  a  Chocano  que 
con  el  viaje  en  alas  de  su  Pegaso  o  Clavileño  me 
ha  hecho  desear  más  mi  rinconcillo  casero,  mi  patria 
mínima.  En  este  viaje  he  aprendido,  por  la  nostalgia, 
tanto  mayor  cuanto  más  espléndidos  eran  los  pano- 
ramas que  el  poeta  me  ponía  ante  los  ojos,  cuán  hon- 
das raíces  tiene  en  mi  espíritu  esa  mi  patria  mínima, 
que,  como  la  del  caracol,  va  conmigo  adonde  voy. 

Chocano  ha  querido  poner  la  octava  cuerda  a  la 
lira  — leed  El  alma  primitiva — ;  y  hacer  cantar  en 
ella  a  los  grandes  ríos  y  a  las  altas  cumbres  de  Amé- 
rica, a  las  pampas  y  a  las  punas,  al  alma  primitiva  de 
los  Andes  y  las  selvas.  Simplemente  el  propósito  es 
ya  de  por  sí  grande ;  y  la  grandeza  de  un  ingenio  se 
mide,  ante  todo  y  sobre  todo,  por  la  grandeza  de  sus 
propósitos.  Y  si  Chocano  muere  en  estos  sus  pro- 
pósitos poéticos,  morirá  como  el  cóndor  cegado  y 
no  como  ave  de  corral  que  picotea  el  grano  en  el 
suelo.  Es  un  ambicioso,  y  la  ambición  es  camino  de 
gloria. 

Leed,  amigos,  estos  sonoros  y  brillantes  poemas ; 
y  volved  luego  a  vuestros  viejos  lares,  que  lavados 
vuestros  ojos  con  la  visión  espléndida,  veréis  aquellos 
lares  más  dulces,  más  íntimos,  más  vuestros. 

Salamanca,  primavera  de  1906. 


PROLOGO  AL  LIBRO  ALMA.  MUSEO.  LOS 
CANTARES   (Madrid,   Librería   de   Pueyo,  1907, 
XXVIII  +  159  págs.) 


LA  POESIA  DE  MANUEL  MACHADO 


Cuando  leí  por  primera  vez  las  poesías  de  la  colec- 
ción Alma,  de  Manuel  Machado,  acababa  de  leer  el 
Brand,  de  Ibsen,  y  del  choque  en  mi  espíritu  de  estas 
dos  lecturas  brotó  el  breve  ensayo  que  dediqué  a  la 
obrita  de  Machado,  ensayo  que  es,  en  opinión  de  no 
pocos  de  mis  amigos,  una  de  las  cosas  más  feHces, 
más  jugosas  y  más  verdes  que  haya  trazado  mi  plu- 
ma. Jugosidad  y  verdura  que  se  debió  a  aquel  alado 

'  orvallo  primaveral   sobre  el  ardor  ;calcinante  del 

\  Brand  ibseniano  (1). 

I  Y  ahora  me  llega  la  nueva  colección  de  las  poesías 
de  Machado  — las  que  componen  este  volumen — 
cuando  acabo  de  arrojar  a  la  indiferencia  del  públi- 
i  co  un  tomo  de  poesías  propias  y  cuando  termino  de 
1  leer,  traducir  y  comentar  en  mi  cátedra  de  literatura 
j  griega,  con  mis  alumnos,  el  gracioso  diálogo  plató- 
1  nico  en  que  Sócrates  discurre,  con  el  rapsoda  Ion, 
sobre  lo  que  la  poesía  sea,  sosteniendo  que  es  ins- 
piración divina  y  no  ciencia  ni  arte. 
■    Es  el  poeta,  hace  decir  Platón  a  Sócrates,  una  cosa 


1  El  Alma,  de  Manuel  Machado,  en  Heraldo  de  Madrid, 
19-III-1901.  Lo  incluí  en  mi  edición  de  escritos  unamunianos,  De 
esto  y  de  aquello,   Buenos  Aires,   Editorial  Sudamericana,  1950, 

'tomo  I,  págs.  183-192;  incorporado  luego  a  estas  OBRAS  COM- 

^FLETAS,  tomo  V.  Págs.  194-202. 


198 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ligera,  alada  y  sagrada :  es  un  intérpete  de  la  divi- 
nidad, 

Le  llama  cosa,  "/.pi^uta,  y  no  persona.  De  algu- 
nos escritores  poderosos  y  robustos  se  ha  dicho  que 
son,  más  que  hombres,  fuerzas  de  la  Naturaleza,  ele- 
mentos cósmicos,  y  este  concepto  guió  a  Rodin  en  su 
escultura  de  Balzac.  Pero  esto  que  se  aplica  a  los 
escritores  y  poetas  apocalípticos  o  proféticos,  a  los 
que  son  como  símbolos  y  voceros  de  muchedumbres, 
esto  mismo  puede  decirse,  en  otro  respecto,  de  los 
poetas  más  individuales  y  más  ligeros.  Son  también 
un  elemento,  pero  un  elemento  aéreo,  vaporoso,  cam- 
biante, que  ondea  a  las  brisas  todas  y  se  dora  con 
todos  los  soles. 

Manuel  Machado  consigue  no  pocas  veces  dejar 
de  ser  el  hombre  que  es  en  la  vida  ordinaria  — esta 
pobre  vida  que  no  debe  ser  sino  pretexto  para  la 
otra—  para  convertirse  en  una  cosa  ligera,  alada  y 
sagrada,  en  un  intérprete  de  la  divinidad.  Ocasiones 
hay  en  que  le  cuadra  el  viejo  y  ya  tan  gastado  símil 
de  abeja  ática ;  ocasiones  hay  en  que  es  clásico  en  el 
más  estricto  sentido. 

Clásico,  sí,  clásico,  os  lo  digo  yo,  que  llevo  ya 
dieciséis  años  traduciendo  y  explicando  profesional- 
mente  a  los  clásicos  griegos.  Y  por  muy  retuso  que 
al  clasicismo  fuera  mi  espíritu,  me  parece  que  no 
siendo,  como  no  soy,  un  porro,  en  dieciséis  años  de 
*rato  diario... 

Ya  sé  que  esto  de  clásico  hará  fruncir  el  entrecejo 
a  no  pocos  de  esos  que  han  tomado  en  serio,  ya  sea 
en  pro,  ya  sea  en  contra,  el  mote  ese  de  modernista. 

Luchaban  hace  tres  cuartos  de  siglo  clásicos  con- 
tra románticos,  y,  sin  embargo,  el  verdadero  espíritu 
clásico,  el  alma  eterna  de  la  poesía  universal,  palpi- 
taba en  éstos  mucho  más  que  en  aquéllos,  que  sólo 
copiaban  las  formas  externas  y  muertas  de  la  anti- 
güedad clásica.  Víctor  Hugo  estaba  mucho  más  cerca 


OBRAS  COMPLETAS 


199 


de  Esquilo,  con  quien,  a  través  de  Shakespeare  y  el 
Dante,  se  daba  la  mano,  que  los  serviles  mantenedo- 
res de  las  famosas  tres  unidades.  Y  hoy  se  repite  la 
historia. 

Esta  cosa  ligera,  alada  y  sagrada  que  es  a  las  ve- 
ces Manuel  Machado  resulta  ser  un  verdadero  clási- 
co. Clásico  en  su  sentido  más  extenso  y  universal,  y 
clásico  en  su  sentido  más  restricto  y  nacional,  es  de- 
cir, castizo. 

Que  algún  impulso  para  ese  clasicismo  se  le  haya 
venido  de  la  literatura  francesa,  es  indudable;  pero 
ese  impulso  cambió  al  entrar  en  alma  profundamente 
española.  Ciertos  de  sus  cantos  leves,  vagos,  todo 
matiz  y  suspiro,  nos  recuerdan  a  Verlaine  y  otros, 
los  descriptivos  — Abel,  Alvar  Fáñcc,  Felipe  IV — , 
a  Leconte  de  Lisie,  con  cuya  precisión  pictórica  com- 
piten. 

Pero  decidme,  ¿habéis  leído  una  revelación  del 
alma  de  Castilla,  de  esta  alma  todo  "polvo,  sudor  y 
hierro"  — en  la  primera  redacción  me  parecía  mejor, 
en  vez  de  hierro,  sangre — ,  más  estupenda  y  más 
poética  que  la  Castilla  de  Manuel  Machado?  Por  esa 
composición,  que  merece  pasar  a  las  antologías,  debe 
vivir  Machado  para  siempre  en  la  poesía  española, 
me  decía  una  vez  Guerra  Junqueiro,  el  poeta  de  Por- 
tugal. 

Todos  recordáis  el  pasaje  del  viejo  Romayiz  de  myo 
Cid,  cuando  éste  entró  en  Burgos,  y  dirigióse  a  busca 
de  posada: 

Asi  como  legó  a  la  puerta  fallóla  bien  (perrada, 
por  miedo  del  rey  Alfonsso,  que  assi  lo  auie  parado 
que  si  non  la  quebrantas  por  fuer(;a,  que  non  gela  abriese  nadi. 
Los  de  myo  ^id  a  altas  uozes  llaman, 
los  de  dentro  no  les  querien  tornar  palabra, 
aguijó  myo  Qid,  a  la  puerta  se  llegaua, 
sacó  el  pie  del  estribera,  una  feridal  daña; 
non  se  abre  la  puerta,  ca  bien  era  Qcrrada. 
Una  niña  de  nuef  años  a  oio  se  paraua: 
"¡Ya  Campeador,  en  buen  ora  ^inxiestes  espada! 
El  rey  lo  ha  uedado,  anoch  del  entró  su  carta, 


200 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


con  gran  recabdo  e  fuertemieittre  sellada. 

Non  uos  osaricmos  aurir  nin  coger  por  nada, 

si  non  perdericmos  los  atieres  e  las  casas, 

ef  demás  los  oios  de  las  caras. 

Cid,  en  el  nuestro  mal  uos  non  ganades  nada, 

mas  el  Criador  uos  uala  con  todas  sus  vertudes  santas". 

Esto  la  nina  dixo  e  tornos  pora  su  casa. 

Ya  lo  vee  el  Qid  que  del  rey  non  auie  gragia. 

Partios  de  la  puerta,  por  Burgos  aguijaua. 

(Versos  32  a  51.) 

Después  de  este  rudo  pasaje  del  venerable  vagido 
de  nuestra  naciente  poesía  nacional,  leed  su  renova- 
ción por  Machado,  el  estupendo  cuadro  que  sobre 
este  antiguo  motivo  ha  trazado,  y  decidme  si  alguna 
vez  la  poesía  cumplió  más  noble  resurrección.  Y  la 
versión  es  algo  nuevo,  completamente  nuevo,  ente- 
ramente original. 

Y  es  que  la  originalidad,  como  es  sabido,  pero  im- 
porta repetirlo  con  frecuencia,  ya  que  con  tanta  fre- 
cuencia se  olvida,  no  consiste  en  la  novedad  de  los 
temas,  sino  en  la  manera  de  sentirlos.  En  arte  y  en 
literatura  se  descubre  cada  día  el  Mediterráneo,  lo 
mismo  que  para  un  alma  poética  el  sol  de  cada  día 
es  un  nuevo  sol.  Para  el  filósofo  desengañado,  nada 
hay  nuevo  debajo  del  sol;  para  el  poeta  de  ilusiones, 
todo  es  debajo  del  sol  nuevo  a  cada  instante. 

Las  resurrecciones  de  la  vieja  España  — Alvar  Fá- 
ñez,  del  "Poema  del  Cid" ;  Retablo,  de  Berceo ;  Don 
Carnal,  del  Arcipreste  de  Hita;  Un  hidalgo,  Feli- 
pe IV —  son  de  lo  más  nuevo  que  Machado  nos  pre- 
senta. Viejo  y  nuevo  en  uno;  de  ayer,  de  hoy  y  de 
mañana;  fuera  de  tiempo,  es  decir,  eterno.  ¿No  es  la 
poesía,  en  cierto  respecto,  la  eternización  de  la  mo- 
mentaneidad  ? 

Y  ese  estupendo  Castilla,  sobre  todo,  es  un  cuadro 
para  una  antología  clásica. 

Y  de  hecho  Machado  es  un  poeta  de  antología,  de 
florilegio,  de  guirnalda. 

Por  esas  estrofas  levísimas  y  aladas,  en  que  pare- 


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201 


ce  que  si  se  les  toca  las  alas  van  éstas  a  caérseles,  por 
esas  rimas  en  que  las  palabras  parecen  no  ser  sino  un 
pretexto,  pasan  de  vez  en  cuando  los  pensamientos 
originales  y  finales,  los  de  todos  y  cada  uno,  esos  pen- 
samientos elementales  que  son  luz  imperecedera  así 
que  encuentran  su  expresión  hermana,  alma  de  idea 
a  la  busca  de  un  cuerpo  de  palabra  en  que  encarnar. 

Un  pensamiento  que  ha  hallado  cien  veces  expre- 
sión y  desarrollo  filosófico  o  científico  puede  perma- 
necer estéril  en  la  vida  espiritual  por  falta  de  haber 
encarnado  en  ritmo  íntimo  poético.  Un  lugar  común, 
así  que  entra  de  veras  y  por  entero  en  el  campo  de  la 
poesía,  deja  de  ser  tal  lugar  común  en  el  sentido  des- 
preciativo que  se  da  a  esta  palabra  para  convertirse 
en  un  lugar  propio  de  todos  los  que  lo  reciben. 

Y  las  palabras  mismas  se  depuran  y  abrillantan 
cuando  han  pasado  por  el  ritmo,  como  se  depura  el 
grano,  dejando  ir  el  tamo,  cuando  el  bieldo  lo  ha 
aventado  a  la  brisa  soleada. 

Y  de  estos  lugares  comunes,  lógicos,  hechos  luga- 
res propios,  poéticos,  hallaréis  no  pocos  en  los  can- 
tos de  Machado. 

Coged  lo  más  alado  acaso,  lo  más  leve,  lo  más  im- 
palpable de  este  tesoro,  los  "Cantares",  y  leed: 

No  importa  la  vida,   que  ya  está  perdida, 
y  después  de  todo,  ¿qué  es  eso,  la  vida? 
Cantares... 

Cantando  la  pena,  la  pena  se  olvida. 

Y  luego  discurrir  diciendo :  "sí,  la  vida  está  perdida 
desde  que  se  nace;  se  nace  para  morir;  vivir  es  ya 
morir;  ¿y  qué  es  la  vida?..."  Y  seguid  por  aquí; 
todo  un  discurso  filosófico  y  toda  una  serie  de  luga- 
res comunes. 

Leed  "Los  días  sin  sol"  y  recordad  luego  las  gra- 
ves meditaciones  de  Leopardi  en  La  Retama,  cuando 
nos  (juiere  a  los  hombres  todos  confederados  contra 


202 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


la  naturaleza,  madre  en  el  parto,  en  el  querer  madras- 
tra. Y  comparad.  Son  dos  modos  de  poesía.  La  una 
pesa  gravemente;  la  otra  se  alza  como  una  alondra. 
Y  las  dos  son  una  cosa  sagrada. 

Leed  "Adelfos",  esta  maravillosa  composición  que 
en  otro  país  andaría  ya  en  labios  de  todos  los  jóve- 
nes, leedla: 

Yo  soy  como  las  gentes  que  a  mi  tierra  vinieron; 
soy  de  la  raza  mora,  vieja  amiga  del  Sol... 
que  todo  lo  ganaron  y  todo  lo  perdieron. 
Tengo  el  alma  de  nardo  del  árabe  español. 

Mi  voluntad  se  ha  muerto  una  noche  de  luna 
en  que  era  muy  hermoso  no  pensar  ni  querer... 

y  seguid. 

¡  Sagrado  poder  el  de  la  poesía !  Los  sentimientos 
que  Machado  canta  en  esta  composición  admirable 
son  de  los  sentimientos  que  más  repugnan  a  mi  espí- 
ritu. También  yo  suelo  sentirme  africano,  pero  en  el 
otro  respecto,  en  el  de  la  acción  y  la  violencia,  en 
el  de  la  conquista.  Aborrezco  y  temo  el  momento 
de  la  siesta.  Yo  quiero  mi  voluntad  viva,  cada  vez 
más  viva.  Y,  sin  embargo,  ¡  cómo  me  resbalan  hasta 
el  cogollo  del  corazón  esas  estrofas !  ¡  Cómo  las  sien- 
to !  Las  siento  como  siente  el  reposo  el  combatiente, 
como  siente  la  lujuria  el  casto,  como  siente  la  dulzura 
de  obedecer  el  tirano. 

Que  las  olas  me  traigan  y  las  olas  me  lleven, 
y  que  jamás  me  obliguen  el  camino  a  elegir. 

\  Cuántas,  cuántas  veces  me  he  repetido  eso  en  los 
momentos  en  que  cabalgando  sobre  las  olas  indómitas 
trataba  de  cogerlas  por  su  espumosa  cresta,  como  por 
una  crin,  y  gobernarlas  a  mi  albedrío !  ¿No  es  acaso 
cuando  más  creemos  dirigir  nuestro  destino,  cuando 
más  a  nuestro  pesar  el  destino  nos  dirige  ?  La  ilusión 
del  propio  dominio,  ¿no  es  acaso  la  ilusión  suprema? 
Los  espíritus  más  enérgicos  y  más  personales  han 


OBRAS  COMPLETAS 


203 


sentido  repugnancia  a  la  doctrina  del  libre  albedrío. 
Es  porque  sentían  a  Dios  obrando  dentro  de  ellos. 

Que   la   vida  se   tome   la   pena   de  matarme 
ya  que  yo  no  me  tomo  la  pena  de  vivir!... 

Si  esto  me  lo  dijeran  en  prosa  filosófica,  lógica  y 
discursivamente  y  tratando  de  probarme  con  argu- 
mentos la  bondad  de  la  doctrina,  saltaría  yo  al  punto 
y  no  serían  pocas  ni  pequeñas  mis  protestas  en  con- 
tra de  ella.  Pero  vertido  así,  en  ritmo,  como  sonoro 
raudal  que  brota  de  la  fuente  de  la  sinceridad  — aun- 
que sea  de  una  sinceridad  pasajera—,  ¿quién  no  se 
rinde?  El  ritmo  lo  purifica  todo  y  en  el  campo  encan- 
tado de  la  poesía  todos  estamos  de  acuerdo. 

Todos  no ;  disienten  los  bárbaros. 

Y  a  los  bárbaros  arroja  Machado  sus  cantos  como 
quien  echa  margaritas  a  puercos. 

¡  En  qué  tristes  tiempos  y  bajo  qué  vientos  más 
agostadores  se  le  ocurre  a  Machado  lanzar  flores  al 
cielo  de  la  patria !  Si  al  fin  estas  flores  pudieran 
servir  de  forraje  a  nuestros  bárbaros...  Pero  ellos 
buscan  alimento  más  fuerte,  que  pese  en  la  andorga. 
Además,  no  lo  encuentran  sano  y  no  vale  la  pena 
;  de  cocerlo  para  sanificarlo.  Y  así,  en  crudo... 
I  Mejor  haría  Machado  en  realizar  La  Buena  Can- 
ción y  buscar  "la  bendita  paz  de  un  paisaje  matinal 
en  la  chocita  de  la  copla,  entre  los  cañaverales,  frente 
al  sol  generoso,  junto  al  río  sonoro,  en  plena  gloria  de 
la  vega...",  y  buscar  allí  "aquel  primer  amor...  en  la 
tranquila  seda  de  la  tarde  !" 

Carducci,  el  grande,  el  noble,  el  fuerte,  en  su  Jdi- 
I  lio  viaremmano ,  manifestaba  que  le  hubiera  sido  me- 
jor haberse  casado  con  la  rubia  María  y  quedarse 
I  a  charlar,  junto  al  hogar,  en  las  frías  noches,  narrar 
a  los  hijos  la  caza  del  jabalí  o  contemplar  la  arada 
llanura  que  linda  con  el  mar  que  no  perseguir  con 
rimas  a  los  bellacos  de  Italia  y  a  Trissottin. 


^ut  m  j¡  (j  u  n.  1^    un,    u  i\  /±  m  u  i\  u 

¿Y  quién  que  haya  vertido  sus  sentires  y  sus  pe- 
sares en  cantos  de  consuelo  y  de  recuerdo  no  siente 
lo  mismo? 

Me  da  pena  de  estos  cantos  del  alma  de  Machado 
arrojados  así  a  la  estúpida  indiferencia  de  los  bár- 
baros. "¡  Bah,  modernisterías !",  y  encojiéndose  de 
hombros,  los  dejarán  pasar.  Si  fuesen  siquiera  aque- 
llas tan  sonoras  como  hueras  — cuanto  más  hueras, 
más  sonoras —  arengas  que  tanto  gusto  daban  a  nues- 
tros padres  los  del  morrión,  o  aquellas  ridiculas  du- 
das teatrales  de  Núñez  de  Arce,  o  las  artificiosas  e 
hipócritas  sentimentalidades  de  Balart,  o...  No  quiero 
censurar  a  otros  al  elogiar  a  Machado.  No  quiero 
que  se  diga  de  mí  lo  que  de  casi  todo  español  puede 
decirse  cuando  a  otro  alaba,  y  es:  "¿contra  qué  ter- 
cero va  ese  elogio?"  Prefiero  que  se  diga  que,  al  de- 
fender y  ensalzar  a  Machado,  me  defiendo  y  me  en- 
salzo a  mí  mismo,  mayormente  ahora  en  que  acabo 
de  lanzar  también  a  los  bárbaros  mi  tomo  de  Poesías. 

¿  Y  por  qué  no  ?  ¿  Por  qué  los  que  sentimos  sobre 
nuestras  diferencias  — mi  manera  de  poetizar  es  muy 
otra  que  la  de  Machado,  y  si  yo  intentara  lo  de  él 
lo  haría  tan  mal  como  si  él  intentase  lo  mío — ,  por 
qué  los  que  sentimos  sobre  nuestras  diferencias  unos 
inmensos  brazos  impalpables  que  nos  ciñen  en  uno, 
por  qué  no  hemos  de  apretarnos  en  haz  de  hermandad 
contra  la  tropa  de  bárbaros,  a  los  que  une  su  bar- 
barie ? 

Hay  aquí  una  composición  de  Machado  que  los 
bárbaros  tomarán  por  donde  quema,  por  donde  sólo 
puede  tomarla  su  barbarie,  y  es  la  Antífona.  Dejemos 
las  malignidades  del  bárbaro;  la  suciedad  de  una  pa- 
labra está  en  el  oído  que  la  oye  más  que  en  la  boca 
que  la  dice,  como  la  malicia  de  un  acto  suele  estar 
más  en  el  juez  que  lo  juzga  que  en  el  procesado  que 
lo  cometió.  No  sin  razón  diablo  quiere  decir  acusador, 
fiscal,  y  no  sin  razón  hubo  gnósticos,  allá  en  los  pri- 


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205 


meros  siglos  cristianos,  que  hicieron  dos  emanacio- 
nes del  Dios  impasible:  de  su  misericordia,  Cristo; 
de  su  justicia,  el  Demonio.  Dejemos,  pues,  las  malig- 
nidades del  bárbaro. 

Le  dice  el  poeta  a  la  cortesana,  en  su  Antífona: 

¡Bah!  Yo  sé  que  los  mismos  que  nos  adoran 
en  el  fondo  nos  guardan  igual  desprecio. 
Y  justas  son  las  voces  que  nos  desdoran... 
Lo  que  vendemos  ambos  no  tiene  precio. 

Acuñamos  en  ritmo  alado  nuestros  sentimientos, 
y  los  bárbaros  desprecian  al  que  se  abre  el  pecho  a 
las  brisas  y  al  sol  y  dice  a  sus  hermanos :  ¡  ved ! 

Así  los  dos,  tú  amores  yo  poesía 
damos  por  oro  a  un  mundo  que  despreciamos... 
Tú,  tu  cuerpo  de  diosa;  yo,  ¡el  alma  mía!... 
Ven  y  reiremos  juntos  mientras  lloramos. 

Pero  el  mundo  despreciable  de  los  bárbaros  sabe 
que  compra  por  oro  el  cuerpo  de  la  diosa,  mas  no  su 
amor;  que  compra  por  oro  la  letra  del  poeta,  pero 
no  su  alma.  Y  por  eso,  en  el  fondo  de  su  desprecio 
.fingido  hay  rabia  y  hay  envidia. 

Igual  camino  en  suerte  nos  ha  cabido; 
una  ansia  igual  nos  lleva,  que  no  se  agota, 
hasta  que  se  confundan  en  el  olvido 
tu  hermosura  podrida,  mi  lira  rota. 

No,  no;  esto  es  una  exigencia  del  metro.  Aquí  si 
que  protesto.  La  hermosura  no  se  pudre,  lo  que  se 
pudre  es  el  cuerpo  hermoso.  El  cuerpo  hermoso  se 
pudre,  la  lira  se  rompe,  pero  la  hermosura  queda  y 
queda  la  canción.  Y  quedan,  aunque  no  haya  ojos 
que  contemplen  aquélla  ni  oidos  que  oigan  ésta.  Hay 
un  mundo  de  hermosuras  y  de  cantos,  hay  un  cielo  de 
las  ideas.  Aquel  divino  Platón,  que  tan  sutilmente  se 
burló  de  los  poetas,  era  un  poeta  soberano.  Por  eso 


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MIGUEL    DE  UNAMUNO 


pudo  burlarse  de  ellos,  y  los  poetas  todos  «le  agra- 
decen sus  burlas. 

Allá  van,  pues,  los  cantos  lijeros,  mero  suspiro 
a  las  veces,  palabra  pura,  de  Machado,  y  allá  van 
entre  los  bárbaros  que  buscan  cosa  que  se  masque. 
El  mundo  es  grande,  aunque  debía  ser  mayor,  y,  ade- 
más, da  muchas  vueltas  al  cabo  de  los  siglos. 

¡  Y  a  cantar !  A  cantar,  que  el  canto  amansa  a  las 
fieras  y  acaso  también  a  los  bárbaros.  En  fuerza  de 
oír... 

*  *  * 

Y  ahora  quiero  acabar  con  una...  catedraticada. 

Soy  catedrático;  explico,  además  de  lengua  y  lite- 
ratura griegas,  gramática  comparada  del  latín  y  cas- 
tellano — la  tengo  por  acumulación — ,  y  ni  puedo  ni 
quiero  ni  debo  desprenderme  de  esto.  ¿Que  el  oficio 
me  ha  dado  algo  de  dómine?  ¡Y  qué  le  he  de  hacer! 
No  voy  a  renegar  de  él.  Actuaré,  pues,  de  dómine. 

Machado  ha  caído  unas  pocas  veces  — tres  o  cua- 
tro—  en  una  innovación  de  técnica  que  se  han  traído 
unos  cuantos  versificadores  y  que  hacen  los  versos 
a  dedo  y  no  a  oído.  Vamos  a  cuentas.  La  Real  Aca- 
demia Española,  entre  los  muchos  desatinos  que 
suelta  en  su  gramática,  es  uno  el  de  decir  que  en 
castellano  todas  las  palabras  tienen  acento  y  que 
todos  los  monosílabos  son  agudos.  Merecían  los  aca- 
démicos que  dejaron  pasar  eso  que  les  pinchasen  el 
tímpano.  Para  lo  que  les  sirve... 

Pues  no,  en  castellano  hay  palabras  átonas,  sin 
acento,  unas  porque  se  unen  al  pronunciarlas  con  la 
precedente,  y  las  llamamos  enclíticas,  como  ven-te, 
da-mc,  siénta-te,  etc.,  en  que  los  pronombres  sufija- 
dos  son  enclíticos,  y  otras  que  se  apoyan  al  pronun- 
ciarlas en  la  palabra  siguiente,  y  las  llamamos  pro- 
clíticas.  Estas  son  el  artículo  — el  vino  se  pronuncia 


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207 


como  una  sola  palabra  trisílaba  llana,  y  él  vino  como 
dos,  con  dos  acentos — ,  las  preposiciones  y  algunas 
conjunciones. 

De  donde  resulta  que  no  puede  rimarse 

Pierrot  y  Arlequín 
mirándose  sin 

no  violentando  la  prosodia  castellana  porque  deci- 
mos sinrencores  todo  junto  y  bajo  un  solo  acento 
tónico.  Ni  puede  decirse 

y  las  amables  sutileaas  de 

una  creencia  antigua  en  cosas  inmortales 

que  nos  permita  un  inocente:  "yo  sé" 

porque  de  y  sé  no  pueden  rimar  desde  el  momento  en 
que  de  no  tiene  acento.  Tanto  valdría  decir: 

Brotóle  al  punto  ¡a  con- 
versión a  ta  Magdalena 
del  fondo  del  corazón. 

Y  perdónenme  lo  detestable,  en  otro  respecto,  del 
verso  (?).  Aunque,  para  ejemplo  puesto  por  dómine, 
no  está  peor  que  otros. 

Yo  espero  que  Machado  se  convenza  de  esto. 

Es  una  novedad  técnica  que  se  me  figura  ha  sido 
copiada  del  francés,  que  tiene  muy  otra  prosodia  que 
el  castellano,  y  es  una  novedad  técnica  desgraciada. 
Como  lo  son  todas  las  que  vienen  de  la  vista  y  no  del 
oído. 

Pues  conviene  advertir  que  no  pocas  innovaciones 
del  llamado  modernismo  son,  como  no  pocas  de  las 
innovaciones  de  los  románticos  fueron,  artificios  vi- 
suales cuando  no  tipográficos.  Tal  era  el  mezclar  en 
una  composición  estrofas  de  distinto  metro,  artificio 
que  empleaban  aquellos  revolucionarios  románticos 
que  temían  al  verso  libre  y  que  por  nada  hubiesen 


208 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


mezclado  en  una  silva  libre  pentasílabos,  heptasíla- 
bos  y  endecasílabos,  siendo  así  que  éste,  el  endecasí- 
labo, no  es  más  que  un  pentasílabo  más  un  heptasí- 
labo  unidos  por  un  hiato,  y  brotó  del  enlace  de  aque- 
llos dos  al  acabar  uno  en  vocal  y  empezar  con  vocal 
el  otro. 

Y  basta  de  tecniquerías. 

En  las  que  me  he  permitido  entrar,  en  gracia  a  que 
Machado  no  es  ningún  virtuoso  de  la  versificación, 
sino  un  poeta.  El  ritmo  literal  de  sus  cantos,  el  ritmo 
de  su  palabra,  brota  del  ritmo  del  espíritu  de  ellos, 
del  ritmo  de  la  idea.  Es  el  contenido  poético  el  que 
florece  en  forma  armoniosa  y  melódica. 

No  es  Machado  uno  de  esos  literatos  — contrapon- 
go aquí  lo  de  literato  a  lo  de  poeta —  que  ponen  su 
ahinco  y  cifran  su  engreimiento  en  haber  introducido 
nuevas  y  más  artificiosas  formas,  en  haber  inventado 
alguna  nueva  combinación  de  metros  o  una  inaudita 
dislocación  de  acentos  a  modo  de  discordancia  más  o 
menos  armónica.  No,  es  un  poeta. 

Crear  dificultades  para  vencerlas  y  encubrir  con 
su  vencimiento  la  oquedad  o  sequedad  del  fondo,  lo 
prosaico  de  éste,  ha  sido  y  es  uno  de  los  azotes  de 
la  literatura  poética.  El  ir  a  la  caza  de  las  llamadas 
rimas  ricas  equivale  a  presentarse  ante  el  público  un 
pianista  a  ejecutar  trabajos  de  prestidigitación  sobre 
el  teclado.  Todo  esto  debe  hacerlo  en  casa,  para  adies- 
trarse. A  los  no  técnicos  nada  les  importa  cómo  se 
llega  a  hacer  algo  con  tal  de  que  esto  se  haga. 

Y  este  azote  proviene  de  que  nuestros  rimadores, 
de  los  que  principalmente  se  compone  nuestro  pú- 
blico; nuestros  pianistas  literarios,  no  tocan  sino 
ante  otros  pianistas.  Y  así,  eso  no  es  música. 

Y  la  de  Machado  es  música;  música  interior,  de 
que  brota  la  exterior. 

Y  si  hago  hincapié  en  esto,  es  por  creer  que  en 
pocas  materias  literarias  reinan  conceptos  más  coa- 


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209 


fusos  y  más  falsos  que  en  esto  del  ritmo  y  la  música 
del  verso.  De  un  lado  está  el  oído  rudimentario,  he- 
cho a  las  isocronías  tamborilescas  y  a  las  tonadas 
bailables  de  nuestro  pueblo,  un  oído  estropeado  por 
un  sistema  de  recitación  y  declamación  deplorable, 
y  de  otro  lado,  los  artificios  visuales  y  convencionales 
de  unos  cuantos  innovadores  ignaros.  Y  contra  esto 
no  hay  sino  abandonarse  el  poeta,  desdeñando  unas 
y  otras  trabas,  y  no  ateniéndose  sino  a  su  sentido  del 
ritmo,  formado,  claro  está,  en  la  tradición  de  su  pue- 
blo, pero  en  la  tradición  íntima  y  no  en  la  preceptiva 
retórica. 

Machado  no  es  un  virtuoso  del  ritmo,  sino  un  poe- 
ta. Canta  para  todos  o  canta  para  nadie. 

¡  Lástima  que  no  sean  más  los  que  se  aprestan  a 
oírle ! 


Salamanca,  abril  1907. 


PROLOGO   AL   LIBRO  POESIAS,   DE  JOSE 
ASUNCION  SILVA.  Barcelona,  Imprenta  de  Pedro 
Ortega,  1908,  XIV  +   159  págs.  (1). 


Cuando  don  Hernando  Martínez,  colector  de  los 
escritos  en  verso  y  prosa  de  José  Asunción  Silva, 
me  escribió  pidiéndome  para  ellos  un  prólogo,  le  con- 
testé, no  sólo  aceptándolo,  sino  dándole  las  gracias 
por  el  encargo.  Me  parecía  poder  decir  muchas  cosas 
sobre  el  dulce  poeta  bogotano.  Y  me  parecía  poder 
decirlas  porque  en  las  lontananzas  de  mi  memoria, 
entre  rumor  de  hojas  secas,  susurraban  retazos  de 
sus  cantos.  Su  letra  me  había  volado,  pero  me  que- 
daba su  música  íntima,  su  música  silenciosa,  música 
de  alas. 

Mas  ahora,  con  la  blancura  del  papel  delante,  en- 
cuentro tan  en  blanco  como  él  mi  espíritu  y  apenas 
sé  por  dónde  empezar. 

¿  Cómo  reducir  a  ideas  una  poesía  pura,  en  que 
las  palabras  se  adelgazan  y  ahilan  y  esfuman  hasta 
convertirse  en  nube  que  la  brisa  del  sentimiento  arre- 


1  Este  prólogo  fué  de  nuevo  reproducido  en  la  edición  de 
Poesías  Completas,  de  Silva,  Madrid,  Aguilar,  1951,  209  páginas, 
precedido  de  una  noticia  biográfica  debida  a  Camilo  Brigard  Silva. 
Al  final  del  volumen  figuran  unas  "Notas"  del  escritor  colombiano 
Baldoraero  Sanin  Cano,  recientemente  fallecido.  En  la  primera  de 
ellas  rectifica  la  fecha  de  nacimiento  del  poeta,  que  es  la  de  27  de 
octubre  de  1865,  y  no  de  1867.  En  la  segunda  puntualiza  algo 
sobre  su  niñez,  y  en  ambas  se  refiere  a  este  prólogo  unamuniano. 
Las  tres  notas  restantes  aluden  a  la  educación  de  Silva,  corrige 
algunos  errores  del  texto  de  los  poemas,  y  en  especial  del  titulado 
Gotas  amargas.  A  estas  notas  siguen  unas  "Innovaciones"  sobre 
el  empleo  por  aquél  del  verso  eneasílabo,  y  vuelve  a  referirse  al 
prólogo  que  ahora  reproducimos. 


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211 


molina  y  hace  rodar  bajo  el  sol,  que  en  su  colmo 
la  blanquea  y  en  su  puesta  la  dora?  Porque  aquí  hay 
versos  blancos  de  mediodía  y  rojos  de  atardecer;  más 
rojos  que  blancos. 

Comentar  a  Silva  es  algo  asi  como  ir  diciendo  a 
un  auditorio  de  las  sinfonías  de  Beethoven  lo  que  va 
pasando  según  las  notas  resbalan  en  sus  oídos.  Cada 
cual  advierte  en  ellas  sus  propios  pensares,  quereres 
y  sentires. 

Lo  primero,  ¿qué  dice  Silva?  Silva  no  puede  de- 
cirse que  diga  cosa  alguna;  Silva  canta.  Y  ¿qué  can- 
ta? He  aquí  una  pregunta  a  la  que  no  es  fácil  con- 
testar desde  luego.  Silva  canta  como  canta  un  pájaro, 
pero  un  pájaro  triste,  que  siente  el  advenimiento  de 
la  muerte  a  la  hora  en  que  se  acuesta  el  sol. 

El  verso  es  vaso  santo;  poner  en  él  tan  sólo 
un  pensamiento  puro. 

Y  puros,  purísimos  son  por  lo  común  los  pensa- 
mientos que  Silva  puso  en  sus  versos.  Tan  puros,  que 
como  tales  pensamientos  no  pocas  veces  se  diluyen 
en  la  música  interior,  en  el  ritmo.  Son  un  mero  so- 
porte de  sentimientos. 

Y  cuando  estos  pensamientos  se  acusan,  cuando 
resalta  de  relieve  el  elemento  conceptual  de  Silva,  es 
cuando  Silva  me  gusta  menos.  Su  melancolía,  su  des- 
esperación no  son  melancolía  y  desesperación  refle- 
xivas como  eran  las  de  Antero  de  Quental,  que,  como 
Silva,  se  abrió  por  su  mano  la  puerta  de  las  tinieblas 
soterrañas.  El  portugués  pensó  su  huida;  el  colom- 
biano la  sintió. 

Y  gusto  de  Silva  además  porque  fué  el  primero 
en  llevar  a  la  poesía  hispano-americana,  y  con  ella  a 
la  española,  ciertos  tonos  y  ciertos  aires,  que  después 
se  han  puesto  en  moda,  degradándose. 

"Todos  los  hegelianos  han  sido  tontos  menos  He- 
gel",  suele  decir  un  amigo  mío,  y  aun  cuando  no 


M  1  L,  U  tLL    un    U  Jy  AM  U  iV  U 


esté  del  todo  conforme  con  el  aforismo,  reconozco  su 
gran  fondo  de  verdad. 

No  sé  bien  qué  es  eso  de  los  modernistas  y  el  mo- 
dernismo, pues  llaman  así  a  cosas  tan  diversas  y 
hasta  opuestas  entre  sí,  que  no  hay  modo  de  reducir- 
las a  una  común  categoría.  No  sé  lo  que  es  moder- 
nismo literario,  pero  en  muchos  de  los  llamados  mo- 
dernistas, en  los  más  de  ellos,  encuentro  cosas  que 
encontré  antes  en  Silva.  Sólo  que  en  Silva  me  delei- 
tan y  en  ellos  de  hastían  y  enfadan. 

Y  es  que  uno  dice  una  cosa,  y  con  ella  ilumina  o 
calienta  a  sus  hermanos;  la  repite  otro,  y  les  deja 
a  oscuras  y  fríos.  La  idea  es  la  misma ;  se  le  apagaron 
fuego  y  luz  al  pasar  de  uno  a  otro,  y  de  brasa  ardien- 
te y  luciente  que  era,  se  quedó  en  carbón  frío  y 
oscuro. 

Y  no  es  que  la  originalidad  de  Silva  esté  ni  en 
sus  pensamientos  ni  en  el  modo  de  expresarlos;  no 
está  en  su  fondo  ni  en  su  forma.  ¿  Dónde  entonces  ?, 
se  me  preguntará.  En  algo  más  sutil  y  a  la  vez  más 
íntimo  que  una  y  otro,  en  algo  que  los  une  y  acorda, 
en  una  cierta  armonía  que  informa  el  fondo  y  ahon- 
da la  forma,  en  el  tono,  o  si  queréis,  en  el  ritmo 
interior. 

En  el  ritmo  interior,  digo,  y  no  en  el  ritmo  mera- 
mente acústico  de  sus  versos;  no  en  el  sonsonete 
más  o  menos  brizador  en  que  cifran  su  afán  tantos 
versificadores  que  aspiran  a  poetas.  La  música  de 
Silva  es  música  de  alas,  casi  silenciosa,  o  sin  casi. 

Y  ello  cuando  Silva  dejó  que  su  mano  corriera 
sobre  el  papel  al  empuje  del  sentimiento,  no  cuando 
la  refrenó  y,  puesta  la  vista  en  la  técnica  — y  en  una 
técnica  extraña  y  pegadiza — ,  urdió  versos  como 
aquellos  alejandrinos  pareados  de  Un  poema. 

¿Y  este  hombre,  será  olvidado?  Me  lo  hace  temer 
su  delicadeza  misma,  su  delicadeza  interior.  Porque 
también  está  olvidado  el  poeta  español  que  más  me 


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213 


le  recuerda,  el  dulcísimo  y  delicadísimo  Vicente  Wen- 
ceslao Querol  y  decidme  luego  si  las  Vejeces  de  Silva 
no  es  un  poema  queroliano.  Y  a  Querol  le  han  aho- 
gado trompeterías  de  clarines  y  guitarreos  de  sere- 
nata morisca,  amén  de  virtuosismos  de  bandolina  de 
café-concierto. 

Y  este  Silva,  como  aquel  Querol,  como  todo  poeta 
de  raíz,  tenía  su  infancia  a  flor  de  alma.  Porque  un 
poeta  ¿qué  es  sino  un  hombre  que  ve  el  mundo  con 
corazón  de  niño  y  cuya  mirada  infantil,  a  fuerza  de 
pureza,  penetra  a  las  entrañas  de  las  cosas  pasade- 
ras y  de  las  permanentes?  Leed  la  poesía  de  Silva 
Infancia,  leed  la  carta  de  Querol  a  sus  hermanas,  o 
aquella  maravilla  de  sentimiento  que  llama  Ausente. 

Y  era  acaso  esta  santa  permanencia  de  la  infancia 
de  su  alma  lo  que  le  hacía  añorar  a  Silva  el  reposo 
eterno  de  allende  la  tumba.  Cuanto  más  largos  son 
hacia  atrás  nuestros  recuerdos  y  más  dulces,  más 
largas  y  más  dulces  son  hacia  adelante  nuestras  es- 
peranzas. Es  la  brisa  que  nos  viene  de  más  atrás 
de  nuestro  primer  vagido,  de  más  allá,  hacia  el  ayer, 
de  nuestro  nacimiento,  la  que  nos  trae  recuerdos 
que,  convertidos  en  esperanzas,  al  pasar  sobre  nues- 
tro corazón  van,  con  la  brisa  misma,  brisa  de  eter- 
nidad y  de  misterio,  más  adelante  de  nuestro  último 
suspiro,  más  allá,  hacia  el  mañana  de  nuestra  muer- 
te. El  amor  a  la  infancia  y  el  amor  a  la  muerte  se 
abrazaron  en  Silva,  y  ¿quién  lo  sabe?  — sólo  Dios — , 
tal  vez  se  cortó  la  vida  por  no  poder  seguir  siendo 
niño  en  ella.  Y 

al  dejar  la  prisión  que  las  encierra, 
¿qué  encontrarán  las  almas? 

Preguntemos  más  bien,  ¿que  dejarán  las  almas? 
La  de  Silva  nos  dejó  estos  cantos. 
¿  Y  qué  encontró  allá  ? 


214 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


¡  Oh  las  sombras  de  los  cuerpos  que  se  juntan  con  las  sombras 

[de  las  almas! 

i  Oh  las  sombras  que  se  buscan  en  las  noches  de  tristezas  y  de  ¡á- 

[grimas ! 

Este  hombre  cantó  lo  que  ya  no  era  o  lo  que  aún 
no  era,  el  pasado  o  el  porvenir,  y  en  las  cosas  vie- 
jas, tristes,  desteñidas,  sin  voz  y  sin  color,  que  saben 
secretos  de  las  épocas  muertas,  de  las  vidas  que  ya 
nadie  conserva  en  la  memoria,  buscó  acaso  el  secre- 
to del  mañana,  que  fué  a  buscar  con  anhelo  al  dejar, 
con  voluntaria  resolución,  esta  morada  de  paso  y  de 
aflicciones.  Y  se  hundió  en  la  naturaleza. 

Cuna  y  sepulcro  eterno  de  las  cosas. 

¿  Lo  veis  ?  ¿  Veis  cómo  une  una  vez  más  la  cuna 
con  el  sepulcro  ?  ¿  Veis  cómo  lleva  su  infancia  como 
ofrenda  a  la  muerte  ? 

¿Encontró  la  llave  del  misterio?  ¿Leyó  el  sino 
en  el  fondo  de  las  pupilas  inmóviles  de  la  eterna 
Esfinge  ? 

¡Estrellas,  luces  pensativas!, 

¡estrellas,  pupilas  inciertas! 

¿por  qué  os  calláis  si  estáis  vivas, 

y  por  qué  alumbráis  si  estáis  muertas? 

Murió  José  Asunción  Silva  en  Bogotá,  su  pueblo 
natal,  despojándose  por  libre  albedrío  de  la  vida,  el 
24  de  mayo  de  1896,  a  los  treinta  y  cinco  años,  cinco 
meses  y  veintisiete  días  de  edad  (1). 

Días  antes,  pretextando  consultarse  sobre  una  en- 
fermedad, hizo  que  el  médico  le  dibujara  en  la  ropa 
interior  el  corazón,  por  el  que  vivía  y  por  el  que 
iba  a  morir.  Metió  en  él  una  bala.  La  noche  antes 
leyó,  como  de  costumbre,  en  la  cama.  Dejó  el  libro 
abierto,  como  para  continuar  la  lectura.  Era  una 

1  Para  los  años  que  vivió  Silva  véase  la  nota  precedente.  Los 
que  en  el  texto  se  indican  no  coinciden  con  la  fecha  de  su  naci- 
miento: en  1867,  como  entonces  se  creia,  o  en  1865,  como  pun- 
tualizó Sanin  Cano. 


OBRAS  COMPLETAS 


215 


mañana  de  domingo ;  su  familia,  en  tanto,  asistía  a 
los  oficios  religiosos  del  culto  católico,  a  rogar  por 
los  vivos  y  los  muertos. 

Dos  o  tres  años  antes  había  muerto  su  hermana 
Elvira,  llevando  a  la  tumba  aromas  de  la  común  in- 
fancia y  dejándole  soledades.  No  pudo  José  Asunción 
conformarse  con  el  hado.  El  Nocturno  — ¿qué  his- 
toria habrá  dentro  de  él  ? —  fué  su  adiós  a  la  vida. 
Iba  allá  donde  acaso  las  sombras  de  las  almas  se  jun- 
tan en  uno  y  hacen  una  sola  sombra  .larga,  muy  lar- 
ga, infinita,  eterna,  divina,  una  sombra  tal  vez  ra- 
diante de  luz. 

¿Qué  hizo  en  su  vida?  Sufrir,  soñar,  cantar.  ¿Os 
parece  poco?  Sufrir,  soñar,  cantar  y  meditar  el  mis- 
terio. 

Porque  el  misterio  da  vida  a  los  mejores  de  sus 
cantos,  y  persiguiendo  el  misterio  se  cansó  del  camino 
de  la  tierra.  Persiguiendo  el  misterio  y  tratando  de 
encerrar  en  sus  estrofas  las  pálidas  cosas  que  sonríen, 
de  aprisionar  en  el  verso  los  fantasmas  grises  según 
iban  pasando,  como  nos  lo  dice  él  mismo. 

Fué  una  vida  de  soñador  y  de  poeta,  y  de  Silva 
cabe  decir  que  es  el  poeta  puro,  sin  mezcla  ni  alea- 
ción de  otra  cosa  alguna.  Y  el  mundo  le  rompió  con 
el  sueño  la  vida. 

Murió  de  muerte ;  murió  de  tristeza,  de  ansiedad, 
de  anhelo,  de  desencanto ;  murió  tal  vez  para  conocer 
antes  el  secreto  de  la  muerte  y  de  la  vida. 

Se  lo  preguntó  muchas  veces,  "arrodillado  y  tré- 
mulo", a  la  Tierra,  aguardando  en  las  soledades  de 
ella  la  respuesta  y 

la  tierra,  casi  siempre  displicente  y  callada 
al  gran  poeta  lírico  no  le  contestó  nada. 

Y  como  nada  le  contestase  la  Tierra,  bajó,  en  busca 
de  contestación,  a  su  seno,  cuna  y  sepulcro  de  cuan- 
to vive,  adonde  duerme  "lo  que  fué  y  ya  no  exis- 


216 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


te",  a  dormir  a  sus  anchas  — ¿ sabedor  acaso  ya  del 
enigma  ? — . 

en  una  angosta  sepultura  fría, 
lejos  del  mundo  y  de  la  vida  loca, 
en  un  negro  ataúd  de  cuatro  planchas 
con  un  montón  de  tierra  entre  la  boca. 

Y  murió  también  de  hambre.  De  hambre,  sí ;  de 
hambre  de  saber  sabiduría  sustancial  y  eterna.  Mu- 
rió del  mal  del  siglo,  de  un  desaliento  de  la  vida  que 
en  lo  íntimo  de  él  arraigó,  del  "mismo  mal  de  Wer- 
ther,  de  Rolla,  de  Manfredo  y  de  Leopardi", 

un  cansancio  de  todo,  un  absoluto 
desprecio  por  lo  humano...,  un  incesante 
renegar  de  lo  vil  de  la  existencia 
digno  de  mi  maestro  Schopenhauer, 
un  malestar  profundo  que  se  aumenta 
con  todas  las  torturas  del  análisis. 

Y  para  este  terrible  mal  le  recetaron  los  doctores 
madrugar,  dormir  largo,  beber  bien,  comer  bien,  cui- 
darse, diciéndole  que  lo  que  tenía  era  hambre  (v.  El 
mal  del  siglo).  Y  hambre  era,  en  verdad;  hambre  de 
eternidad. 

*  *  * 

Tal  es  la  nota  profunda  de  los  cantos  de  Silva, 
el  que  se  despojó  por  propia  mano  de  la  carga  de 
vivir.  Todas  las  demás  son  a  modo  de  acordes  o 
armónicas  de  ella.  Y  entre  éstas,  la  nota  erótica,  o 
más  bien  amorosa,  en  cuanto  se  trata  de  amor  a 
mujer. 

Silva  no  es  un  poeta  erótico,  como  no  lo  es,  en 
rigor,  ninguno  de  los  más  grandes  poetas.  Y  estos 
grandes  poetas,  que  no  han  hecho  del  amor  a  mujer 
ni  el  único  ni  siquiera  el  central  sentimiento  de  la 
vida,  son  los  que  con  más  fuerza  y  originalidad  y 
más  intensidad  de  sentimiento  han  cantado  el  amor 
ése. 


OBRAS  COMPLETAS 


217 


Se  ha  dicho  que  para  aquellos  que  aman  poco  — a 
mujer  se  entiende — ,  ese  amor  les  llena  casi  toda 
la  vida,  mientras  que  en  aquellos  que  aman  mucho 
el  amor  es  una  cosa  subordinada  y  secundaria.  Y  no 
es  paradoja,  sino  cuestión  de  capacidad  espiritual. 
Este  puede  amar  triple  que  aquél,  y,  sin  embargo,  no 
ocupar  el  amor  sino  un  tercio  y  en  el  otro  los  dos 
tercios. 

El  amor  en  Silva,  como  en  Werther,  como  en  Man- 
fredo,  como  en  Leopardi,  era  un  modo  de  dar  pábulo 
a  otros  sentimientos :  en  el  amor  buscó  — estoy  se- 
guro de  ello —  la  respuesta  de  la  Esfinge.  Silva,  en 
sus  versos  al  menos,  no  se  nos  aparece  un  sensual, 
mucho  menos  un  carnal.  Es  en  ellos  casto,  castísimo. 

No  hay  rastro  en  él  de  esa  peste  de  la  carnalidad 
que  no  sólo  mancha,  sino  arramplona  y  vulgariza  las 
poesías  de  tantos  de  los  que  le  han  seguido. 

Junto  al  eterno  misterio,  ;  qué  es  una  noche  de 
placer?  A  lo  sumo,  un  modo  de  acallar  el  susurro 
de  él,  y  Silva  no  trató  de  acallarlo  sino  al  despojarse 
de  la  vida. 

Los  jóvenes,  cuando  salen  de  la  infancia  y  antes  de 
entrar  en  la  virilidad,  en  esa  edad  indecisa  y  ambi- 
gua en  que  se  dejó  ya  de  ser  niño  y  aun  no  se  es 
hombre,  se  imaginan  que  los  ojos  de  la  novia  son  las 
estrellas  mellizas  en  torno  de  las  cuales  gira  sumiso 
el  universo  todo.  Y  llega  a  creerse  que  todo  arte  y 
toda  poesía  se  encienden  no  más  que  en  la  luz  de  esos 
ojos.  Y,  sin  embargo,  no  es  la  hermosura  de  Elena, 
sino  la  ira  de  Aquiles,  el  centro  de  la  lUada,  ni  es, 
en  rigor,  Beatriz  más  que  un  pretexto  para  la  Di- 
vina Comedia,  ni  es  el  amor  el  quicio  cardinal  de  las 
tragedias  de  Shakespeare,  ni  Dulcinea  es  más  que  un 
fantasma  en  el  Quijote,  ni  Margarita  otra  cosa  que 
un  episodio  en  el  Fausto. 

Cuando  en  la  literatura  de  un  pueblo  se  da  en  can- 
tar ante  todo  y  sobre  todo  a  la  mujer  por  sí  misma, 


218 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


es  que  ese  pueblo  está  enervándose  y  rebajándose, 
hasta  en  el  amor. 

Y  Silva  parece  como  si  no  pasara  por  esa  edad 
indecisa  y  ambigua  en  que,  sin  ser  ya  niño,  no  se  es 
tampoco  aún  hombre,  sino  que  su  infancia,  de  la  que 
tan  dulces  recuerdos  canta  en  sus  cantos,  se  prolongó 
en  la  edad  madura.  ¿  Madura  ?  Cortó  la  madurez  al 
sentir  acaso  que  le  ahogaba  el  verdor,  al  sentir,  como 
Leopardi,  que  estamos  despojando  del  verde  a  toda 
cosa. 

Fué,  en  rigor,  la  tortura  metafísica  la  que  mató 
a  Silva. 

Silva,  de  una  manera  balbuciente  y  primitiva,  con 
un  cierto  candor  y  sencillez  infantiles,  es  un  poeta 
metafísico,  aunque  haya  estetas  impenitentes  que  se 
horroricen  de  verme  ayuntar  esos  dos  términos.  Sil- 
va me  parece  un  niño  grande  que  se  asoma  al  brocal 
del  eterno  misterio,  da  en  él  una  voz  y  se  sobrecoge 
de  sagrado  terror  religioso  al  recibir  el  eco  de  ella, 
prolongado  al  infinito  y  perdiéndose  en  lontananzas 
ultracósmicas,  en  el  silencio  de  las  últimas  estrellas. 

*  *  * 

Y  este  hombre,  ¿dónde  se  hizo?  En  Bogotá,  en  el 
fondo  de  Colombia,  lejos  del  tumulto  de  las  grandes 
avenidas  de  los  pueblos,  en  un  remanso,  que  aunque 
no  sin  sus  tempestades  interiores,  se  mantiene  aparte 
de  nuestras  tormentas  de  más  estrépito  que  sustancia. 

Esa  remota  Colombia,  a  la  que  conocemos  sobre 
todo  por  la  María  de  Jorge  Isaacs,  es  para  muchos 
de  los  que  volvemos  ojos  inquisitivos  a  la  América 
española,  un  país  de  encanto.  No  ha  mucho  volvía  yo 
a  visitarlo  en  una  novela  de  Tomás  Carrasquilla  y 
me  parecía  volver  a  la  España  campesina  de  hace 
unos  siglos. 

Bogotá  — me  lo  han  dicho  los  que  la  conocen —  da 


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219 


la  impresión  de  una  ciudad  antigua  española,  con  su 
reposo  cantado  por  el  campaneo  de  los  conventos. 
Para  llegar  a  ella  desde  cualquier  punto  de  la  costa, 
se  necesitan  varios  días,  parte  de  navegación  fluvial, 
parte  de  jornadas  en  diligencia  o  caballería.  Y  par;! 
ir  de  unas  a  otras  capitales,  largos  viajes  también, 
por  escasear  los  medios  rápidos  de  traslado. 

Una  población  escasa,  diseminada  en  un  vasto  te- 
rritorio, adonde  no  llegan  las  oleadas  de  emigrantes 
que  inundan  otras  tierras  americanas,  una  población 
que  ha  conservado  tal  vez  más  que  ninguna  otra  de 
la  América  española  las  tradiciones  y  sentimientos 
de  la  apacible  colonia.  Su  lengua,  el  castellano  que  se 
habla  y  escribe  en  Colombia,  es  el  que  más  dejos  de 
casticismo  tiene  para  nosotros ;  conserva  ciertas  vo- 
ces y  giros  arcaicos  que  aquí  van  desapareciendo.  Al 
leer  novelas  y  relatos,  sobre  todo  de  la  región  antio- 
queña,  en  el  corazón  de  los  Andes,  de  Carrasquilla, 
de  Latorre,  de  Rendón,  me  ha  parecido  verme  tras- 
portado a  rincones  de  una  España  que  se  fué  o  está 
yéndose. 

En  estas  tierras  tan  favorables  para  el  arte  y  la 
poesía,  las  novedades  europeas  llegan,  pero  llegan 
despacio,  y  llegan,  acaso,  tamizadas.  De  nosotros  co- 
nocen las  obras,  no  los  hombres ;  es  decir,  lo  mejor. 
Cuando  va  a  dar  a  sus  manos  el  último  número  de 
la  última  revista  o  el  libro  reciente,  ya  no  huele  a 
tinta  fresca  de  imprimir. 

Su  vida  social  y  política  interior  trascurre  con 
una  cierta  relativa  independencia  de  los  movimientos 
que  a  la  vez  que  agitan  encadenan  las  historias  de 
nuestros  respectivos  pueblos,  y  es  una  vida  que  tie- 
ne, por  tanto,  su  sello  propio.  Un  sello  que  a  los  espa- 
ñoles nos  resulta  conocido.  Cuando  leí  los  recuer- 
dos de  la  última  guerra  civil  de  allá,  de  Max  Grillo, 
resurgían  a  mi  mente  los  recuerdos  de  nuestra  última 
guerra  civil  carlista.  No  puede  darse  dos  cosas  más 


220 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


parecidas.  Y  allí  parece  presentarse  el  que  llamamos 
problema  religioso  con  los  mismos  caracteres  con  que 
aquí  se  presenta,  y  lo  mismo  que  aquí  creo  que  allí 
se  presenta  el  fenómeno  del  paso  de  aquella  sociedad 
recogida  y  patriarcal,  pero  timorata  y  tal  vez  gaz- 
moña e  hipócrita,  a  otra  sociedad  más  batida  y  airea- 
da a  soplos  de  las  hojas  todas  de  la  rosa  de  los  vientos 
del  espíritu. 

Me  imagino,  creo  que  bien,  lo  que  fuera  una  fami- 
lia y  la  vida  familiar  en  el  seno  de  aquella  sociedad 
en  los  tiempos  en  que  Silva  abría  su  alma  al  mundo, 
que  son  casi  los  mismos,  con  diferencia  sólo  de  cua- 
tro años,  en  que  yo  abrí  la  mía  en  un  ambiente  que 
estimo  no  muy  distinto  del  suyo.  Y  me  imagino  los 
vagabundeos  del  espíritu  del  poeta  en  la  quietud  tran- 
quila de  la  vida  bogotana,  en  los  días  iguales. 

Digo  a  los  días  iguales  porque  a  los  que  hemos 
nacido  y  vivido  en  estas  latitudes,  de  largos  días  de 
verano  y  largas  noches  de  invierno,  de  este  acortarse 
y  alargarse  las  jornadas  del  sol,  cambio  que  pone 
una  cierta  novedad,  siempre  vieja,  en  el  curso  de 
nuestra  vida,  cambio  que  distribuye  nuestro  régimen, 
a  nosotros  nos  es  difícil  representarnos  lo  que  esa 
isócrona  repartición  del  día  y  de  la  noche,  lo  que 
ese  ritmo  acompasado  y  siempre  igual  de  la  luz  y  las 
tinieblas  — como  balance  de  un  péndulo —  ha  de  in- 
fluir en  el  ánimo.  Un  poeta  colombiano  no  puede 
decir  como  un  poeta  escocés  que  el  crepúsculo  de  la 
puesta  se  abrazaba  con  el  del  alba  en  la  breve  ausen- 
cia del  sol.  La  noche  de  San  Juan  ni  la  de  Navidad 
pueden  tener  allí  el  sentido  que  aquí  tienen,  porque 
la  naturaleza  no  sirve  a  la  tradición  que  llevaron  los 
colonos,  aunque  la  tradición  perdure. 

Pero  esta  monotonía,  este  ritmo  pendular  de  los 
días  y  las  noches,  trae  consigo  una  eterna  primavera, 
una  apacibilidad  constante.  ¿No  se  brizan  y  aduer- 
men en  ella  las  eternas  inquietudes?  ¿Y  cuando  se 


OBRAS  COMPLETAS 


221 


despiertan,  no  lo  hacen  acaso  con  cierto  sobresalto, 
en  la  apacible  y  monótona  procesión  de  los  días  y  los 
meses  ? 

Nos  es  difícil,  repito,  a  los  que  hemos  nacido,  nos 
hemos  criado  y  vivimos  en  zonas  de  invierno  de  lar- 
gas noches  y  nieves,  de  verano  de  largos  días  y  bo- 
chornos, que  esperamos  en  cada  estación  la  veni- 
dera y  según  sus  vicisitudes  arreglamos  nuestras  ocu- 
paciones, nos  es  difícil  imaginarnos  la  impresión  que 
esa  constancia  de  la  naturaleza  ha  de  imprimir  en 
el  espíritu. 

Algo  de  esa  impresión  puede  rastrearse,  creo,  en 
el  ritmo  pendular  de  los  versos  de  Silva,  en  la  mar- 
cha de  sus  estrofas,  por  dentro  de  las  cuales  circula 
la  tristeza  monótona  del  eterno  sucederse  de  los  días 
iguales  de  una  inalterable  primavera.  ¿Hay  acaso,  a 
la  larga,  nada  más  triste  que  la  eterna  e  imperturba- 
ble sonrisa  de  la  tierra?  ¿Hay  nada  más  enigmático, 
nada  más  esfíngico? 

*  *  * 

Después  de  todas  estas  reflexiones  que  he  ido  de- 
jando caer  de  mi  espíritu  lleno  de  las  dulces  resonan- 
cias de  los  cantos  de  Silva  y  ungido  con  la  unción  de 
su  poesía,  pensé  en  un  principio  hablar  de  cosas  téc- 
nicas, de  la  factura  del  verso,  de  su  música  para  el 
oído  carnal,  de  otras  cosillas  análogas.  Pero  ahora 
me  doy  cuenta  de  que  no  es  de  este  lugar. 

Eso  sólo  importa  a  los  profesionales  y  no  es  a  és- 
tos a  quienes  ahora  me  dirijo.  No  quiero  degradar 
la  memoria  de  Silva  tratándole  como  a  un  virtuoso  de 
la  literatura  en  verso.  Todas  las  disputas  de  escuelas, 
de  conventículos  y  de  cotarros  pasarán,  pasarán  los 
que  creyeron  conquistar  un  puesto  en  el  Parnaso  por 
haberse  dejado  llevar  de  la  rutina  de  mañana,  des- 
preciando la  de  ayer;  pasará  el  vocerío  de  los  jóve- 


222 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


nes  profesionales  — de  esos  que  hacen  de  la  juven- 
tud profesión  llamándose  a  sí  mismo  con  ridicula 
petulancia,  "nosotros,  los  jóvenes" — ;  pasarán  las 
caramilladas  hueras,  pasará  el  pseudo-paganismo 
afrancesado,  pasará...  y  quedará  Silva  que  clavó  sus 
ojos  en  los  ojos  de  la  eterna  Esfinge  y  bañó  su  co- 
razón en  el  lago  — lago  de  terrible  quietud  y  calma 
de  sobrehaz —  de  las  perdurables  e  imperecederas  in- 
quietudes. Y  quedará,  además,  porque  esas  inquietu- 
des eternas  las  cantó  como  un  niño,  con  su  simpli- 
cidad, porque  el  tuétano  de  sus  sentimientos  no  va 
ligado  a  formas  de  escuela  filosófica  alguna.  Silva 
volvió  a  descubrir  lo  que  hace  siglos  estaba  descu- 
bierto, hizo  propias  y  nuevas  las  ideas  comunes  y  vie- 
jas. Para  Silva  fué  nuevo  bajo  el  sol  el  misterio  de 
la  vida;  gustó,  creó  el  estupor  de  Adán  al  encon- 
trarse arrojado  del  paraíso;  gustó  el  dolor  paradi- 
síaco. 

Y  Silva  será  un  día  orgullo  de  esta  nuestra  casta 
hispánica,  que  le  produjo  allá,  en  el  sosiego  prima- 
veral de  la  jugosa  Colombia,  en  el  remanso  de  Bogo- 
tá. ¿  Quién  sabe  si  cuando  aclaman  al  cielo  las  len- 
guas broncíneas  de  sus  campanarios  no  se  unen  a  su 
canto  los  cantos  de  José  Asunción  Silva  como  un 
entrañable  miserere? 

Miserere,  Dómine;  compadécete.  Señor,  de  tu  sier- 
vo y  concédele  la  dulce  paz  de  la  infancia,  por  la  que 
tanto  suspiró  en  los  cantos  que  Tú  le  inspiraste. 


Salamanca,  marco  de  1908. 


PROLOGO  A  MAS  ALLA  DEL  ATLANTICO, 
DE  LUIS  ROSS  MUGICA,  Valencia.— Madrid,  F. 
Sempere  y  Cia.,  1909. 


Desde  hace  algunos  años  en  que  empecé  a  intere- 
sarme por  las  cosas  — singularmente  la  literatura — 
de  la  América  española  y  a  escribir  sobre  ellas,  recibo 
con  frecuencia  de  allá  cartas  de  corresponsales  espon- 
táneos, haciéndome  observaciones,  ya  a  guisa  de  rec- 
tificación, ya  de  ratificación  de  lo  que  escribo.  De 
estas  cartas  una  mitad  suelen  ser  de  la  Argentina  y 
la  mitad  de  la  otra  mitad  de  Chile. 

De  las  que  recibía  de  esta  segunda  República  em- 
pezaron a  llamarme  la  atención  — de  esto  hará  más 
de  unos  tres  años —  las  de  un  joven  chileno:  Luis 
Ross  Mugica.  Este,  como  otros,  espontáneo  corres- 
ponsal, habría  de  llegar  a  ser  con  el  tiempo  uno  de 
mis  mejores  amigos  y  consejeros. 

Con  una  gran  seguridad  de  trazo  material  y  espi- 
ritual, con  una  letra  que  era  reflejo  del  espíritu,  sin 
brillanteces  falsas  ni  retorcimientos,  en  un  estilo  sen- 
cillo y  sincero,  más  sobre  todo  honrado,  íntimamente 
honrado,  en  un  estilo  sano,  me  comunicaba  noticias 
sobre  el  estado  de  su  patria,  a  la  que  amaba  con 
amor  tan  entrañable  como  clarividente,  esforzándose 
por  transmitirme  algo  de  ese  su  amor. 

Era  el  patriotismo  de  Luis  Ross  un  patriotismo 
elevado  y  noble,  sin  mancha  alguna  de  patriotería 
plebeya;  era  un  patriotismo  como  el  que  acabaría  de 
levantarnos  aquí,  en  España,  si  fuésemos  muchos  los 
que  lo  abrigáramos. 


224 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


El  cogollo  de  su  patriotismo  era  anhelar  que  Chi- 
le, su  patria  idolatrada,  y  a  la  que  había  servido  como 
marino  de  guerra,  retirándose  de  este  servicio  por 
motivos  de  alta  humanidad,  que  Chile  llegase  a  ser 
la  dictadora  de  la  cultura  en  Suramérica,  la  maestra 
espiritual  de  todas  las  naciones  que  allí  brotaron  de 
la  colonia.  No  le  placía  para  su  patria  otro  género 
alguno  de  hegemonía. 

Púseme  al  punto  en  asidua  correspondencia  con 
él,  y  así,  a  tan  larga  distancia  y  por  escrito,  llegamos 
a  intimar,  cosa  que  no  es  fácil.  Llegábanme  sus  car- 
tas encendidas  en  calor  de  juventud  y  de  honradez; 
de  sus  hojas  me  subía  al  pecho  un  aliento  de  sereni- 
dad y  de  nobleza.  Le  hice  el  principal  consultor  y 
consejero  para  mí  de  cuanto  a  Chile  se  refería;  su 
opinión  era  la  que  sobre  todas  las  demás  buscaba.  Y 
él  comprendió  cuán  profundamente  había  llegado  a 
interesarme  su  patria ;  vió  el  interés  por  ella  que  se 
encerraba  en  ciertos  de  mis  ataques,  acaso  algo  des- 
abridos y  displicentes,  contra  intemperancias  y  vani- 
dades de  algunos  de  sus  hijos  irreflexivos,  que  acaso 
sin  quererlo  la  ponían  en  ridículo. 

En  el  copioso  epistolario  americano  que  guardo, 
conservo  con  muy  especial  cuidado  las  cartas  que 
desde  Chile  me  escribió  Luis  Ross,  y  espero  publi- 
carlas, comentándolas,  cuando  al  fin  logre  escribir 
una  obra  sobre  la  América  española. 

Algo  más  había  que  me  llevó  a  intimar  con  Ross,  y 
fué  el  haberle  encontrado  exento  y  libre  de  casi  todos 
los  gratuitos  prejuicios  que  acerca  de  España  y  de  las 
cosas  y  los  hombres  españoles  abrigan  aún  tantos  ame- 
ricanos que  no  habiéndonos  visitado  nunca  nos  juzgan 
al  través  de  informaciones  muy  turbias  y  nada  des- 
interesadas, y  si  nos  han  visitado  ha  sido  no  pocas 
veces  de  paso  — de  paso  para  París  casi  siempre — 
y  sin  querer  mirar  o  mirando  lo  que  cualquier  cro- 
nista ultrapirenaico  les  indicara.  No  habían  logrado 


OBRAS  COMPLETAS 


225 


contaminarle  las  ridiculas  leyendas  que  sobre  nosotros 
corren,  leyendas  nacidas  en  su  mayoría  de  la  incom- 
prensión, cuando  no  de  la  envidia  — así  como  suena, 
de  la  envidia —  de  ciertos  extranjeros  que  ni  han 
logrado  penetrar  en  nuestro  espíritu  ni  llegan  a  con- 
formarse con  eso  de  que  nuestra  lengua,  la  lengua 
castellana,  sea  la  lengua  de  más  naciones  y  de  las 
naciones  de  más  porvenir  acaso  en  el  mundo. 

Un  día  me  anunció  Luis  Ross  su  venida  a  España. 
Iba  a  venir  recién  casado,  en  jornada  de  estudio  y 
en  jornada  de  aprendizaje  de  felicidad  también.  Iba 
a  venir  a  ensanchar  y  enriquecer  su  espíritu,  bajo 
la  égida  del  casto  amor  de  por  vida  ;  venia  a  Europa 
a  fundar  una  carrera  y  una  familia,  a  estudiar  a  la 
luz  de  los  ojos  de  una  compañera  de  vida  y  de  estu- 
dio. Esperaba  tener  aquí,  en  España,  patria  de  tan- 
tos de  sus  antepasados,  su  primer  hijo. 

Empezó  por  sorprenderme,  con  sorpresa  de  satis- 
facción y  agradecimiento  — agradecimiento,  sí,  como 
español —  el  que  se  detuviese  una  temporada  en  Ga- 
licia. No  era  de  los  que  se  lanzan  disparados  a  Ma- 
drid, suponiendo  acaso  que  para  conocer  un  país 
basta  visitar  su  capital  — procedimiento  en  todas  par- 
tes inadecuado,  y  muy  especial  en  España —  o  se  van 
a  recorrer  las  obligadas  estaciones  de  la  Espagne 
pittoresque,  a  presenciar  una  corrida,  una  juerga  gi- 
tana, una  procesión  o  cualquier  mojiganga,  a  falta, 
claro  está,  de  un  auto  de  fe.  No;  Ross  se  detenía  en 
Galicia,  pórtico  de  España  viniendo  del  Atlántico,  a 
ver  despacio  ese  hermosísimo  rincón,  y  a  conocer  en 
su  propia  tierra,  en  su  ámbito  propio  y  nativo,  a  esos 
honradísimos,  nobilísimos  y  laboriosísimos  gallegos, 
cuyo  nombre  ha  llegado  a  tomar  una  estúpida  signi- 
ficación despectiva  en  boca  de  mentecatos  y  petulan- 
tes. Estudiaba  allí,  de  paso,  nuestra  emigración,  ya 
que  es  allí  donde  llega  a  su  maj'or  auge. 

Desde  Galicia  se  vino  acá,  a  Salamanca,  y  aquí 


UXAMU-NO.  1 


-VII. 


226 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


permaneció  como  cosa  de  mes  y  medio,  mes  y  medio 
de  fiesta  espiritual  para  mí.  Desde  el  primer  día  en 
que  nos  miramos  a  los  ojos  y  nos  apretamos  las  tibias 
manos,  pareció  unirnos  una  amistad  de  la  infancia. 
No  me  había  engañado  el  hombre  de  las  cartas,  como 
tantas  veces  sucede.  Aunque  no,  no  sucede  tal  en- 
gaño cuando  es  un  hombre  el  que  se  siente  palpitar 
tras  de  la  letra.  Era,  en  efecto,  como  si  nos  hubiése- 
mos conocido  desde  antes  de  entrar  en  razón,  como  si 
nos  hubiésemos  criado  juntos  — y  esto  a  pesar  de  la 
diferencia  de  edad,  pues  yo  le  llevaba  cerca  de  veinte 
años — ;  tan  a  compás  latían  nuestros  pensamientos. 

Me  ganó  desde  el  primer  momento  aquel  joven 
todo  curiosidad  simpática,  para  quien  no  había  pro- 
blema que  no  fuese  interesante  ni  aspecto  de  la  vida 
individual  o  social  que  no  le  solicitase  la  atención, 
aquel  joven  activo,  inteligente,  incansable  en  apren- 
der. Su  nunca  saciado  anhelo  de  enterarse  machi- 
hembraba estrechamente  con  mi  insaciable  anhelo  de 
enterar  a  los  demás  de  todo  aquello  de  que  creo  saber 
un  poquito  siquiera.  Su  comprensividad  insaciable 
correspondía  a  mi  insaciable  proselitismo. 

Empecé  a  informarle  de  España  y  empezó  a  infor- 
marme él  de  Chile.  A  mi  "lea  esto,  esto  y  esto  y  esto", 
respondía  él  de  recíproca  manera.  Figurábasele  que 
yo  guardo  ciertos  recelos  a  su  patria,  que  por  con- 
ductos interesados  contra  ella  he  recibido  nociones  a 
su  respecto  que  la  perjudican.  Le  dolía,  sobre  todo,  y 
así  me  lo  dijo  muchas  veces,  cierta  frase  mía  en  que 
hablando  de  Chile  lo  había  hecho  como  de  un  país 
de  cartagineses  organizados  para  el  botín  de  guerra,  y 
al  cual  el  salitre  ha  corrompido.  "Tiene  usted  que  rec- 
tificar", me  decía.  Y  empezó  a  mostrarme  el  Chile  de 
sus  ensueños  y  sus  esperanzas,  un  país  ordenado,  so- 
brio, grave,  preocupado  de  cultura  y  de  justicia. 
Sobrio,  digo,  y  es  que  acaso  nada  preocupaba  tanto  a 
Ross  respecto  a  su  patria  como  la  extensión  que  en 


OBRAS  COMPLETAS 


227 


ella  ha  tomado  el  terrible  azote  del  alcoholismo.  Su 
más  noble  campaña  en  ella  fué  una  campaña  antial- 
cohólica. 

Sus  amigos,  los  amigos  que  apenas  llegó  acá  supo 
captarse,  le  hicimos  dar  una  conferencia  sobre  su 
patria  en  esta  ciudad  de  Salamanca.  Y  allí  se  nos 
reveló  una  vez  más  el  hombre.  Se  le  oyó  con  curio- 
sidad benévola  y  con  gran  simpatia,  y  supo  a  muy 
poco  lo  que  dijo.  No  estaba  adiestrado  a  dar  confe- 
rencias ;  por  temor  a  abusar  de  la  paciencia  del  pú- 
blico se  precipitó.  Era  todo  lo  contrario  de  lo  que 
vulgarmente  se  llama  entre  nosotros  un  fresco.  Aque- 
lla nerviosidad,  aquella  falta  de  dominio  de  sí  mismo 
nos  le  hacía  más  simpático. 

Nuestras  conversaciones  se  referían  de  preferencia 
al  estado  de  España  y  al  de  Chile.  Hablamos  mucho 
de  la  guerra  del  Pacífico,  del  detentamiento  por  parte 
de  Chile  de  Tacna  y  Arica  y  de  su  situación  con  el 
Perú,  y  como  de  las  cosas  más  interesantes  de  Ross 
conservo  las  notas  marginales,  escritas  con  lápiz,  que 
puso  al  ejemplor  del  libro  Le  Perón  contcmporain, 
que  su  autor.  García  Calderón,  me  había  dedicado, 
libro  interesantísimo  y  de  muy  sólida  composición  y 
criterio.  Pero  Ross,  que  no  escatimaba  censuras  a  su 
propia  patria,  no  podía  sufrir  que  otros  la  censurasen 
lo  más  mínimo.  Sus  censuras  brotaban  de  hondísimo 
amor  filial;  las  de  otros  se  le  antojaban  hijas  de 
recelos,  de  reconcomios  o  de  mala  fe,  cuando  no  de 
ignorancia.  Hablábamos  también  de  la  oligarquía  con- 
servadora chilena,  de  Balmaceda  y  su  obra  incumpli- 
da, del  lujo  en  su  Chile,  de  mil  cosas  más.  Y  nunca 
olvidaré  sus  relatos  y  sus  juicios  sobre  el  terremoto 
de  Valparaíso,  y  cuántas  veces  le  oí  decir  que  en 
cierto  respecto  fué  una  provechosa  lección  para  Chile 
y  una  advertencia  contra  los  desenfrenos  del  lujo  de 
los  ensalitrados.  Su  sentido  moral  era  lo  que  en  todos 
sus  juicios  más  resplandecía. 


228 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Era  tin  patriota,  todo  un  patriota,  un  patriota  tan 
encendirlo  como  sereno,  tan  entrañado  como  clarivi- 
dente. Recordábame  a  annellos  austeros  y  nobles  ro- 
manos que  bajo  los  esplendores  envenenados  del  Im- 
perio recordaban  las  sobrias  virtudes  de  la  vieja 
República,  la  de  los  campesinos  belicosos.  ;  Cuántas 
veces  comentamos  la  obra  y  la  vida  de  Portales  ! 

A  propósito  de  una  novela  chilena,  Vida  Nueva,  de 
Rodríg^uez  Mendoza,  habíanlos  mucho  del  estado  mo- 
ral de  la  Sociedad  de  Santiago,  y  Ross  tronaba,  lleno 
de  espíritu  apostólico,  contra  la  juventud  dorada,  sin 
fe  en  nada  noble,  a  la  caza  de  una  heredera  rica  y  de 
placeres  cómodos,  con  el  ensueño  de  ir  a  pasar  una 
temporada  en  París,  la  ciudad  de  las  ciudades,  y  sin 
ideal  alguno  moral  y  de  hondas  raíces.  No  podía 
transigir  con  esa  ridicula  seudoaristocracia  que  ex- 
plota un  apellido  expectable,  y  menos  aún  con  esos 
mocitos  que  van  a  París  no  más  que  a  aprender  a 
acicalarse  y  sonrosarse  las  uñas  — el  caso  es  autén- 
tico y  se  refiere  a  un  compatriota  suyo —  o  a  cual- 
quier otra  memez  por  el  estilo.  Me  celebró  mucho 
aquella  frase  de  "poeta  de  pelo  corto  y  de  ingenio 
largo". 

Su  espíritu  apostólico  ante  todo.  No  era  tolerante 
en  el  más  amplio  sentido  de  esta  palabra ;  no  podía 
tolerar  que  delante  de  él  se  pronunciasen  juicios  fal- 
tos de  sentido  ético  o  dictados  por  ligereza  y  super- 
ficialidad de  espíritu.  Ni  se  resignaba  a  dejar  en  error 
a  aquel  de  sus  interlocutores  a  quien  él  creyese  equi- 
vocado. Y  era  así  un  gran  discutidor. 

Con  este  espíritu  apostólico,  con  este  nobilísimo 
patriotismo  — que  era  su  religión — ,  figuraos  cómo 
estudiaría  a  esta  nuestra  España. 

Su  inteligencia  era  la  forma  de  su  austera  y  nobilí- 
sima rectitud  moral;  era  inteligente,  inteligentísimo,  y 
lo  era  en  puro  honrado,  en  puro  bueno  y  noble.  Era 
la  limpieza  de  sus  propósitos  y  de  sus  intenciones  lo 


OBRAS  COMPLETAS 


229 


que  le  hacia  ver  claro  y  hondo.  No  podía  aceptar 
eso  de  que  haya  un  ,q;enio  canalla ;  el  amoralismo 
— cuando  no  la  inmoralidad  de  ciertos  literatos —  le 
sacaban  de  quicio  de  paciencia.  "Lo  primero  es  ser 
persona  honrada  y  sana",  repetía.  Y  en  esto  confor- 
mábamos. Creía,  como  yo  creo,  que  si  se  exami- 
na despacio  la  obra  de  un  hombre  de  vida  innoble, 
por  brillante  que  la  tal  obra  se  nos  aparezca  a  pri- 
mera vista,  fijándose  y  ahondando  se  acaba  por  des- 
cubrir su  insinceridad  y  su  endeblez.  SfMo  perdura  lo 
que  es  moralmente  noble,  lo  que  dignifica  al  que  lo 
contempla  o  estudia. 

Y  con  todo  esto  era  un  niño,  como  lo  son  todos 
los  hombres  verdadera  y  hondamente  buenos.  Con 
mis  dos  hijos  mayores  tenia  largas  conversaciones. 

Y  nunca  olvidaré  la  situación,  hasta  cierto  punto  có- 
mica, en  que  se  vió  una  vez  que  tuvo  que  protestar 
de  abusos  de  la  patrona  en  cuya  casa  estaban  él  y 
su  mujer  de  huéspedes.  Cuando  la  mía  les  convenció 
de  que  abusaban  de  ellos,  de  su  bondad  y  su  pacien- 
cia, Ross  se  dispuso  a  protestar  y  poner  remedio. 
Pero  no  se  atrevía  a  hacerlo  y  pasó  un  rato  de  apuro. 
Tomó  una  copa  de  un  licor  para  animarse,  llamó  a 
la  patrona,  y  sin  sentarse,  paseándose  por  el  cuarto, 
sin  levantar  los  ojos  del  suelo,  más  avergonzado  que 
otra  cosa,  balbuceaba:  "Señora...,  señora...",  sin 
atreverse  a  exponer  sus  quejas. 

Mientras  estuvo  aquí  en  Salamanca,  lo  escudriña- 
ba todo.  Me  acompañó  también  a  Peñaranda,  una 
villa  cercana,  adonde  yo  iba  a  tomar  parte  en  el  no- 
bilísimo homenaje  que  ella  rendía  a  un  viejo  y  me- 
ritísimo  maestro  de  escuela  con  motivo  de  su  jubi- 
lación. Fué  un  viaje  que  me  ha  quedado  inolvidable. 

Y  si  en  aquella  ocasión  estuve  al  hablar  en  el  home- 
naje más  feliz  y  más  intimo  que  otras  veces,  se  de- 
bió a  lo  noble  y  sencillo  del  acto,  sin  duda ;  pero  se 
debió  también  en  algo  a  la  presencia  de  Ross.  Pues 


230 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


era  un  hombre  ante  cuya  presencia  había  que  ser 
sincero  e  íntimo. 

Enviaba  desde  aqui,  desde  España,  correspondencias 
al  Diario  Ilustrado,  de  Santiago  de  Chile,  correspon- 
dencias que  son  las  que  se  publican  en  este  volumen 
por  cuidado  y  piedad  de  sus  amigos  españoles  y  reso- 
lución de  un  generoso  editor,  español  también.  El 
lector  podrá  juzgar  por  ellas  del  espíritu  de  Luis 
Ross. 

El  espíritu,  henchido  de  simpatía  hacia  esta  nues- 
tra tan  mal  conocida  cuanto  calumniada  patria  espa- 
ñola, llegó  a  llamar  la  atención  de  algunos  de  los 
compatriotas  de  Ross,  sin  que  faltara  quien  le  escri- 
biese sobre  ello.  Decíale  que  chocaba  allí,  en  Chile, 
su  decidido  y  tan  grande  amor  a  España  y  que  no  se 
lo  explicaban  sino  suponiéndole  bajo  la  sugestión  de 
algún  hombre  de  inteligencia  que  no  le  dejaba  ver 
sino  lo  que  a  esta  tierra  enaltece  y  honra.  El,  Ross, 
podía  haberles  contestado  que  vinieran  y  se  enterasen 
por  sí  mismos  los  que  suponían  tal  cosa,  los  cuales 
se  hallan  también,  por  lo  que  hace  a  su  sentimiento  a 
este  respecto,  bajo  la  sugestión  de  otros,  y  de  no  in- 
teligentes por  cierto.  Podía...,  ¡no!,  no  podía  haber- 
les contestado  nada ;  la  muerte  le  cerraba  la  mano 
que  tan  noblemente  esgrimió  la  pluma. 

Muchas,  muchas  veces  se  me  lamentó  Ross  de  esta 
fatal  manía  que  los  españoles  tenemos  de  calumniar- 
nos los  unos  a  los  otros  y  de  calumniar  a  España. 
De  esto  es  de  lo  que  me  escribía  mucho  desde  Madrid. 

Pues  desde  aquí  se  fué  a  Madrid  a  seguir  estu- 
diando y  estudiándonos.  Esperaba  un  hijo,  el  primer 
hijo,  que  había  de  nacerle  en  España,  y  el  hijo  le 
llegó  muerto.  El  destino  trágico,  la  fatídica  moira 
de  los  griegos,  el  hado  empezaba  a  cernerse  sobre 
su  noble  cabeza,  sobre  su  nobilísimo  corazón.  Era 
acaso  demasiado  puro  para  la  tierra. 

En  Madrid  le  pasó  lo  que  aquí,  lo  que  en  todas 


OBRAS  COMPLETAS 


231 


partes  adonde  iba;  recorrió  su  camino  ganándose  co- 
razones. Y  apostolizando. 

Llevó  un  buen  fajo  de  cartas  mías  de  presentación 
para  amigos  míos,  pero  hizo  uso  de  muy  pocas  de 
ellas.  Trabó  íntima  amistad,  una  amistad  agorera, 
con  otro  noble  espíritu,  con  otro  hombre  de  corazón 
y  de  inteligencia,  con  Julio  Nombela  Campos,  cate- 
drático que  fué  de  esta  Universidad  de  Salamanca, 
donde  le  conoció  Ross,  y  como  Ross  arrebatado  por 
muerte  temprana  y  en  días  muy  próximos.  Ross  y 
Nombela  habían  nacido  para  entenderse  y  para  que- 
rerse. Y  por  Nombela  conoció  a  Ricardo  Rojas, 
el  argentino,  otro  como  ellos,  quien  ya  había  habla- 
do conmigo  de  Ross  y  de  uno  de  sus  escritos  que 
aquél  estimaba  poco  justo  con  la  Argentina.  Y  creo 
que  fué  Rojas  quien  le  presentó  a  Rubén  Darío,  cuya 
manera  de  poetizar  repugnaba  mucho  a  Ross.  Pero 
sólo  saludarse  y  conocerse  se  apreciaron  y  se  enten- 
dieron, como  no  podía  menos  de  ser.  La  íntima  bon- 
dad de  Darío,  su  espíritu  expansivo,  comprensivo  y 
tolerante,  su  limpieza  de  toda  petulancia,  no  consen- 
tían otra  cosa. 

Los  juicios  de  Ross  sobre  cosas  y  hombres  de  Ma- 
drid son  de  lo  más  sensato  que  conozco.  Buscó  bajo 
el  Madrid  que  bulle  y  chispea,  el  Madrid  que  estudia 
y  trabaja.  Algunos  de  sus  juicios  sobre  personas  son 
de  una  precisión  y  un  acierto  admirables.  Recuerdo 
entre  ellos  lo  que  me  escribió  después  de  una  visita 
que  hizo  a  Pablo  Iglesias,  uno  de  nuestros  caracteres 
más  admirables  por  su  entereza  y  ecuanimidad. 

Y  en  Madrid,  como  aquí,  como  en  todas  partes,  se- 
guía apostolizando.  Discutía  con  aquellos  de  sus  com- 
patriotas, los  chilenos  a  quienes  encontraba  de  paso, 
con  objeto  de  inducirlos  a  que  se  detuvieran  en  Es- 
paña y  aprendiesen  a  conocerla,  predicaba  españo- 
lismo a  los  chilenos,  y  predicaba  a  los  españoles  chi- 
lenismo. 


232 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


A  las  veces  no  podía  contenerse.  Al  ver,  por  ejem- 
plo, un  grupo  de  badulaques  que  contemplaban  con  la 
boca  abierta  a  un  torero  célebre  que  estaba  tomando 
café,  estrumpía  en  un  "¡  Pero  qué  miran  así,  imbé- 
ciles !".  Y  se  murió  sin  haber  querido  ver  una  co- 
rrida de  toros. 

Se  murió ;  he  aquí  la  sentencia  fatal :  se  murió.  Un 
día,  aquel  joven  robusto  de  alma  y  de  cuerpo,  de  una 
y  de  otro  sano  — por  lo  menos  al  parecer,  en  cuanto 
hace  al  cuerpo — ,  aquel  joven  cuya  inteligencia  era 
salud,  se  sintió  mal,  fué  a  un  sanatorio,  le  operaron 
una  apendicitis,  y  a  los  dos  días  se  dormía  para 
siempre  en  la  frialdad  y  el  silencio  de  la  muerte. 

Se  consumó  la  tragedia.  Murió  lejos  de  su  patria, 
la  patria  de  sus  amores  más  íntimos,  y  dejando  aquí, 
sola  y  sucumbida,  a  su  pobre  compañera,  a  la  que 
vino  a  confortarle  en  sus  estudios  y  a  enseñarle  la 
felicidad  de  ser  un  honrado  varón  de  hogar.  Cuando 
recibí  el  telegrama  que  me  anunciaba  su  muerte,  no 
quería  creerlo.  Me  parecía  imposible  que  hubiese 
muerto  en  la  flor  de  su  edad,  a  los  veinticinco  años, 
un  hombre  sano,  noble,  inteligentísimo,  cuando  tantos 
mentecatos  y  tantos  degenerados  arrastran  una  larga 
e  inútil  vida.  Hasta  esta  desgracia  ha  de  tener  nues- 
tra pobre  España  pensaba  yo  con  el  luctuoso  telegra- 
ma en  la  mano — ,  hasta  esta  desgracia  de  que  cuan- 
do viene  a  ella  un  alma  noble,  comprensiva,  limpia  de 
recelos,  ansiosa  de  verdad  y  de  amor,  nos  la  lleva 
Dios  al  punto. 

La  muerte  de  Ross  ha  sido  una  desgracia  para 
Chile  y  una  desgracia  para  España;  de  esto  estoy 
completamente  cierto.  Para  él  mismo  tal  vez  no  lo  ha 
sido.  El  golpe,  el  terrible  golpe,  descargó  sobre  todos 
los  que  le  quisimos,  sobre  todos  los  que  le  conocía- 
mos, sobre  sus  amigos,  sobre  su  familia,  sobre  su 
desolada  compañera  — digna  de  él  por  inteligencia 
y  bondad — ,  sobre  todo,  pero  acaso  para  él,  para  el 


OBRAS  COMPLETAS 


233 


noble  espíritu  que  se  nos  fué,  haya  sido  un  bien.  Ya 
los  antiguos  decían  que  aquel  a  quien  los  dioses 
aman,  se  muere  joven:  pero  aparte  esto,  ¿qué  desen- 
gaños, qué  desilusiones,  qué  tristezas  acaso  le  aguar- 
daban a  su  religioso  patriotismo? 

Habrá  acaso  alguien  que  diga  al  leer  esto  que  bus- 
co consuelos  sofísticos,  que  me  constituyo  en  el  abo- 
gado de  la  Providencia.  No  lo  sé,  pero  no  me  resigno 
a  ver  algo  ciego,  brutal,  implacablemente  trágico  en 
esta  muerte  del  pobre  I.uis  Ross,  y  me  obstino  en 
buscarle  una  significación  oculta,  en  rigor  de  la  pa- 
labra, mística.  La  muerte  de  un  hombre  tan  inteli- 
gente y  tan  honrado  tiene  que  obedecer  a  un  decreto 
inteligente  y  honrado  también.  O  es  un  castigo  a  los 
que  le  quisimos  bien.  ¿Y  castigo,  por  qué?  O  es  una 
liberación  para  él;  ¿y  liberación,  de  qué? 

No  hay  mejor  maestra  de  la  vida  que  la  muerte: 
sólo  a  la  luz  de  ésta  se  ve  claro  el  camino  de  aquélla. 
No  cabe  tener  esperanzas  sino  teniendo  recuerdos, 
pues  con  sillares  de  éstos  se  construyen  aquéllas,  ni 
cabe  tener  porvenir  sino  teniendo  pasado.  ¿Y  qué 
recuerdos  son  más  íntimos  y  arraigados  que  los  re- 
cuerdos de  aquellos  que  murieron,  que  los  recuerdos 
santificados  por  la  muerte  ?  Recordando  a  Ross  y  su 
obra  les  acompañamos.  Parece  como  si  al  morir  nos 
moviera  a  proseguirla  diciéndonos  con  un  gesto  de 
silenciosa  nobleza:  "¡Ahí  os  dejo  eso;  ¡continuadlo!" 

Ha  muerto  con  él  una  esperanza :  pero  no,  no  ha 
muerto,  porque  en  nosotros  se  queda  en  recuerdo,  y 
nosotros,  en  santa  memoria  de  él,  haremos  algo  de  lo 
que  él,  de  haber  seguido  viviendo  con  nosotros,  ha- 
bría hecho.  Sobre  el  cadáver  de  un  combatiente  el 
deber  de  los  demás  compañeros  de  combate  es  cerrar 
filas,  cubrir  el  hueco  que  dejó  la  muerte  y  seguir  de- 
fendiendo, palmo  a  palmo,  la  tierra  una  vez  más  san- 
tificada por  el  corazón  que  a  reposar  en  ella,  de  donde 
brotó,  vuelve. 


234 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Por  de  pronto,  nosotros,  los  amigos  españoles  de 
Luis  Ross  Mugica,  hemos  recogido  con  piedad  fra- 
ternal los  escritos  que  en  este  volumen  aspiramos  a 
que  se  difundan  y  perpetúen.  Algo  de  su  espíritu  ha 
de  quedar  entre  nosotros. 

Yo,  por  mi  parte,  debí  mucho  a  Ross  en  vida  y 
sigo  debiéndole  no  poco  en  su  muerte.  Las  muertes 
de  todos  aquellos  a  quienes  he  querido  — y  es  ya  mi 
corazón  un  cenotafio  bastante  rico  en  muertos — ,  se 
me  han  convertido  siempre  en  fuente  de  íntimas  me- 
ditaciones ;  de  ellas  he  sacado  mis  más  puros  pensa- 
mientos y  tal  vez  los  más  hondos  y  los  más  altos.  La 
muerte  de  Luis  Ross  me  ha  revelado  nuevas  recon- 
diteces de  la  Providencia,  y  me  ha  hecho  meditar  en 
la  más  noble  y  más  pura  forma  de  la  inteligencia,  en 
aquella  en  que  ésta  es  ante  todo  el  resplandor  de  la 
virtud.  Irritado  ante  las  despectivas  ironías  de  los 
estetas,  he  protestado  alguna  vez  de  que  se  llamara 
honrada  a  la  poesía  vascongada.  Pues  sí,  honrada ; 
sí,  honrada ;  la  honradez  es  profundidad.  La  rectitud 
moral  es  la  suprema  inteligencia  y  la  suprema  belleza. 

Y  no  en  vano  se  me  ha  venido  aquí  a  los  puntos 
de  la  pluma  esto  de  la  honradez  de  la  poesía  de  mi 
pueblo  vasco,  porque  este  nobilísimo  Luis  Ross  lle- 
vaba también  sangre  vasca,  mezclada  a  la  sangre  es- 
cocesa,, en  sus  calientes  venas.  Su  segundo  apellido, 
el  de  su  madre,  Mugica,  era  un  apellido  vasco,  el 
que  tienen  aquellos  de  mis  paisanos  que  han  logrado 
desprenderse  de  ciertas  disculpables,  pero  nocivas 
estrecheces  de  visión.  La  supremacía  en  él  del  crite- 
rio ético,  su  resistencia  a  admitir  al  esteticismo  amo- 
ral, todo  le  denunciaba  vasco  de  origen.  Y  tal  vez 
también  a  esto  se  debiera  el  que  yo  le  enseñase  y 
él  aprendiera  a  ser  justo  con  España,  y  él  me  ense- 
ñase a  ser  justo  con  Chile;  el  que  yo  le  corroborara 
en  su  interés  y  cariño  a  mi  patria  y  él  a  mí  en  mi 
interés  y  cariño  por  la  suya.  Después  de  todo,  el 


OBRAS  COMPLETAS 


235 


elemento  español  que  acaso  más  influencia  tuvo  en 
la  formación  del  pueblo  chileno  fué  el  elemento  vas- 
co, y  alguna  vez  he  tenido  ocasión  de  hacer  indica- 
ciones sobre  el  parentesco  espiritual  entre  mi  pais 
natal,  el  país  vasco,  y  Chile. 

Muchos  americanos  he  conocido  aquí,  en  España, 
algunos  más  brillantes  que  Ross,  pero  ninguno  más 
sólido,  más  entero,  más  sencillo. 

Y  he  de  añadir  aquí  algo  que  tal  vez  resulte  mo- 
lesto o  enojoso  para  algunos  de  mis  lectores  ame- 
ricanos, pero  debo  decirlo.  j\Iás  de  uno  de  aquellos 
de  mis  amigos,  a  quienes  recomendé  a  Ross  me  ha 
dicho  de  él:  "Pero  si  no  parecía  americano..."  Y  es 
que  aquí  estábamos  acostumbrados  a  recibir  la  visita 
de  jóvenes  literatos,  más  o  menos  melenudos  y  mo- 
dernistas, más  o  menos  bohemios,  muy  estetas,  muy 
elegantes,  muy  pagados  de  sí  mismos,  de  sonoros  y 
huecos  sinsontes  —y  esta  era  la  palabra  con  que  se 
les  designaba — ,  que  venían  a  la  conquista  de  la  glo- 
ria, de  paso  para  París,  o  a  la  visita  de  políticos  am- 
biguos. El  otro  tipo  del  americano,  el  grave,  el  no- 
ble, el  sólido,  apenas  lo  conocíamos.  De  ello  puede 
informar  Ricardo  Rojas,  que  conoció  y  trató  a  Ross, 
y  de  quien  también  decíamos:  "¡Si  no  parece  ame- 
ricano!..." Y  uno  y  otro,  Ross  y  Rojas,  protestaban, 
viva  y  ardientemente,  del  supuesto  y  ambiguo  elo- 
gio. Protestaban  de  él  como  yo  he  protestado  siempre 
que  de  mí  se  ha  dicho  — ahora  ya  no  tanto —  que  no 
parezco  español  o  que  no  parezco  vasco. 

Ernesto  A.  Guzmán,  esta  sólida  esperanza  de  Chi- 
le, este  joven  que  tiene  el  deber  de  esforzarse  por 
cubrir  el  hueco  que  Ross  ha  dejado  en  su  patria,  me 
escribía  a  este  respecto  y  sobre  esta  frase : 

"¡Pero  si  no  parece  americano ! dice  usted  que 
de  Ross  le  decían  los  amigos  a  quienes  usted  se  lo 
recomendó.  "Pero  si  no  parece  americano...",  y  no, 
no  parecía  americano,  ni  chileno,  ni  español,  ni  nada 


2M 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  esto;  parecía  hombre,  homo.  Porque  esa  fué  su 
labor,  la  labor  fecunda  y  santa  de  sacar  a  flor  del 
alma,  rompiendo  las  estrecheces  de  círculo,  de  nación, 
de  raza,  al  hombre  universal  y  eterno,  en  universal 
y  eterna  evolución  también,  que  hay  en  el  légamo 
de  cada  etiqueta  nacional.  "No  parece  americano", 
no;  no  quiso  parecer  ni  americano,  ni  europeo,  ni 
asiático,  ni  africano;  no  quiso  parecer,  quiso  ser  lo 
que  iba  siendo  y  habría  sido  lo  que  él  quería  ser, 
porque  él  era  de  los  que  sabían  y  podían  decir:  "¡Yo 
sé  lo  que  quiero  ser!".  ¿Cómo  iba  a  parecer  ame- 
ricano o  chileno  si  el  medio  lo  había  perdido  para 
siempre  ?  ¿  Cómo  ?  Esta  falsa  alma  nacional,  esta  fal- 
sa alma  americana,  que  se  nutre  de  todos  los  prejui- 
cios en  el  alargamiento  de  su  raigambre  hacia  el 
pasado,  esta  alma  inmóvil,  encostrada  con  gruesa 
capa  de  convencionalidades  al  uso,  no  pudo  ser  el 
alma  de  Ross.  El  ridículo  "¿Qué  dirán?"  jamás  le 
detuvo;  el  jactancioso  "Haz  lo  que  vieres"  nunca  lo 
engrilló,  porque  dentro  de  su  alma  se  movía  el  alma 
del  hombre,  el  alma  que  no  tiene  más  hogar  que  la 
Especie  ni  más  patria  que  la  Tierra." 

Dispense  mi  querido  amigo  Guzmán,  primero  que 
saque  a  luz  pública  esta  caliente  plana  de  una  de  sus 
cartas,  esas  palabras  en  que  palpita  un  amor  tan  en- 
trañable a  nuestro  Ross,  y  dispénseme  después  las 
rectifique.  El,  Guzmán,  que  conoce  mi  Vida  de  Don 
Quijote  y  Sancho,  libro  que  es  hasta  hoy  mi  evan- 
gelio, y  del  cual  creo  hallar  huellas  en  esas  palabras 
de  su  carta,  él  sabe  muy  bien,  como  allí  ya  dejé  es- 
tablecido, cómo  mi  profunda  fe  • — lo  es  de  muchos 
otros — ,  lo  que  de  cuanto  más  de  su  país  y  de  su 
tiempo  es  uno,  es  más  de  los  países  y  de  los  tiempos 
todos,  y  que  no  hay  nada  más  opuesto  a  lo  universal 
y  eterno  que  lo  cosmopolita  e  inactual.  Y  sé  que  de 
vivir  Ross  no  se  habría  conformado  con  el  juicio  de 


OBRAS  COMPLETAS 


237 


su  fraternal  amigo.  Por  lo  menos  aquí,  en  España, 
fuera  de  su  Chile,  era  un  ardentísimo  chileno. 

"¡No,  por  Dios!,  no  parecía  americano  — sigue 
escribiendo  Guzmán — ;  tampoco  parecía  chileno  ni 
español."  No  sé  si  lo  parecía,  sé  que  lo  era,  que 
era  una  y  otra  cosa  y  que  lo  era  profundamente.  Y 
no  me  cabe  duda  de  que  son  profundamente  chilenos 
los  que  Guzmán  me  cita  como  que  no  lo  parecen : 
Brandan  — cuñado  de  Ross — ,  Enrique  Alolina,  Pedro 
Prado,  Baldomcro  Lillo,  Carlos  ]\Iondaca,  Luis  Gal- 
dames,  Rafael  Maluenda,  Pedro  Godoy,  Federico 
Zúñiga,  Ernesto  Montenegro...  y  el  mismo  Ernesto 
A.  Guzmán,  que  tales  cosas  me  escribe. 

Es  que  en  Ross  el  patriotismo  fué  virtud,  fué  idea- 
lidad fué  desinterés,  fué,  sobre  todo,  humanidad.  Por 
humanidad  amó  a  Chile,  su  patria :  por  humanidad 
a  España,  la  patria  de  sus  antepasados.  Y  la  huma- 
nidad pide  amar  al  hombre  concreto,  al  prójimo  de 
una  tierra,  y  amarle  con  sus  deficiencias  y  por  ellas 
tal  vez,  y  no  a  una  vaga  y  abstracta  Especie  enma- 
yusculizada.  Y  como  amó  a  su  patria,  la  conoció,  y 
como  amó  a  España,  conoció  a  España. 

Y  antes  de  concluir  estas  líneas  debo  hacer  una  de- 
claración. En  las  páginas  de  este  libro  leerá  el 
que  las  leyere  juicios  de  Ross  acerca  de  mí  y  de 
mi  labor.  Si  el  lector  es,  como  supongo,  ingenuo  y 
noble,  no  se  le  ocurrirá  suponer  que  yo  estoy  aquí 
pagando  benevolencias  de  amistad.  Se  trata  de  es- 
critos de  un  muerto.  Y  si  el  lector  no  fuese  ingenuo 
o  no  anduviese  sobrado  de  nobleza  de  pensar,  enton- 
ces aquí  es  el  caso  de  repetir  lo  de  Iionni  soit  qtii 
mal  y  pense. 


PROLOGO  A  LA  TRADUCCION  ITALIANA 
DE  LA  VIDA  DE  DON  QUIJOTE  Y  SANCHO, 
POR  GILBERTO  BECCARI.) 


Merced  a  los  desvelos  y  recia  voluntad  de  Gilberto 
Beccari,  apasionado  a  las  letras  españolas,  aparece 
traducida  al  italiano  mi  Vida  de  Don  Quijote  y  San- 
cho, que  tan  buena  acogida  ha  tenido  entre  aquellos 
italianos  que  se  interesan  por  nuestras  cosas  y  nues- 
tro espíritu.  Aquellos,  sobre  todo,  que  en  ItaJia  han 
enarbolado  bandera  de  idealismo  latino,  más  o  menos 
pragmaticista,  saludaron  mis  comentarios  al  Quijote 
como  la  obra  de  un  hermano  y  compañero  de  armas 
en  idealidad.  Con  ello  patentizaron  cuán  profunda- 
mente latino,  y  no  ya  sólo  español,  es  el  quijotismo. 

Don  Quijote,  sea  cual  fuese  su  raza  — pues  en  esto 
de  la  raza,  entendida  al  modo  fisiológico,  apenas  hay 
quien  sepa  cosa  cierta — ,  hablaba  y,  por  tanto,  pen- 
saba en  romance  castellano,  en  una  lengua  heredera 
directa  del  latin  y  hermana  estrechísima  del  italiano. 
Y  sabido  es  que  la  lengua  es  la  sangre  del  espíritu, 
y  que  cada  idioma  lleva  en  sí  una  manera  de  con- 
cebir y  aun  de  sentir  el  universo  y  la  vida.  En  Roma 
inmortal  y  eternamente  joven  hay  que  buscar,  pues, 
una  de  las  más  profundas  raíces  del  heroísmo  qui- 
jotesco. 

Y  que  Don  Quijote  sabía  el  italiano  nos  lo  dice  él 
mismo.  Pues  en  la  visita  que  hizo  a  una  imprenta  de 


OBRAS  COMPLETAS 


239 


libros  en  la  ciudad  de  Barcelona  lo  declaró  diciendo: 
"Yo  sé  algún  tanto  el  toscano,  y  me  precio  de  can- 
tar algunas  estancias  del  Ariosto"  (cap.  LXII  de  la 
Segunda  Parte).  Y  fué  en  esta  misma  visita  cuando 
habló  de  las  traducciones,  ponderando  la  que  el  doctor 
Cristóbal  de  Figueroa  hizo  del  Pastor  Fido,  y  don 
Juan  de  Jáuregui  de  la  Aminta,  "donde  felizmente 
ponen  en  duda  cuál  es  la  traducción  o  cuál  el  origi- 
nal". Sentencia  que  deseo  pronunciara  el  Caballero  si 
llegase  a  leer  esta  traducción  de  mis  comentarios  a 
su  vida  y  hazañas. 

Quisiera  disponer  de  tiempo  y  de  ocio  para  exor- 
nar con  citas  y  referencias  italianas  la  doctrina  de 
este  libro,  así  como  con  citas  y  referencias  española.s 
y  portuguesas  la  he  exornado,  porque  ¿  quién  duda 
de  que  el  ingenio  de  Italia  nos  ha  dado  inmortales 
sentencias  sobre  el  amor  a  la  gloria  y,  por  tanto,  so- 
bre el  desprecio  a  ella? 

Del  Dante,  el  autor  de  la  más  robusta  invectiva 
que  contra  el  amor  a  la  gloria  mundana  se  haya  es- 
crito, que  son  aquellos  once  tercetos  que  en  el  Can- 
to XI  de  su  Purgatorio  pone  en  boca  de  Oderisi 
d'Agobbio,  ¿no  nos  dice  acaso  Boccaccio,  su  bió- 
grafo, que  vaghíssimo  fue  d'onore  e  di  pompa  per 
avventura  pin  che  non  si  apparticnc  a  savio  nomo? 
¿Y  cuál  era  la  preocupación  de  sus  condenados  si 
no  la  de  lo  que  de  ellos  habría  de  decirse  acá  en  la 
tierra  ? 

Tarea  grata  me  sería  la  de  ir  siguiendo  en  la  fe- 
cunda y  gloriosísima  historia  de  esa  Italia,  la  delle 
moltc  vite 

madre  di  bialc  c  viti  e  tcggi  ctcrne 
ed  incliti  arti  a  raddolcir  la  vita 


la  obra  de  sus  Quijotes.  Pero  éste  debe  de  quedar 


240 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


para  alsfíin  quijotista  italiano,  que  los  hay,  y  muy 
entrañados. 

Carducci,  que  nos  nuería  muv  bien  a  los  esmñoles, 
y  que  als^una  vez  hahló  ÍDel  Rinnovamento  letterario 
in  Italia)  de  los  conforcimcnti  dcU'affannosa  gran- 
diositá  spagnola,  frase  felicísima  y  muy  exacta,  dice 
en  sus  Mosche  cocchicre  que  la  Spagna,  che  non  ebbe 
egevwnia  mai  di  pensicro,  ha  il  suo  Cervantes,  que- 
riendo decir,  sin  duda,  que  tiene  su  Don  Quijote,  en 
quien  dió  singular  fruto  nuestra  afanosa  pfrandiosi- 
dad.  No  discutiré  si  hemos  tenido  o  no  hegemonía 
de  pensamiento,  si  no  fué  España,  por  su  Iñigo  de 
Loyola,  nada  grato  a  los  Carducéis,  la  que  dictó  a 
Europa  en  el  siglo  xvi  la  Contra-Reforma  en  Tren- 
to;  pero  tener  a  Don  Quijote,  ¿no  es  tener  un  mun- 
do? Y  si  hemos  de  adquirir  alguna  hegemonía  de 
pensamiento  los  españoles  ha  de  ser  dejándonos  lle- 
var de  la  mano  de  Don  Quijote,  peleando  bajo  su 
bandera.  A  él,  a  Don  Quijote,  es  a  quien  debo  la 
amigable  acogida  que  mis  trabajos  han  tenido  en 
Italia. 

Y  ahora,  al  publicarse  una  traducción  de  mi  obra 
quijotesca,  sólo  me  queda  dar  las  gracias  a  mis  ami- 
gos todos  de  Italia,  a  G.  Papini,  a  G.  Amendola,  a 
Federico  Giolli,  a  Ugo  de  la  Seta,  a  Enrico  Ca- 
vacchioli,  a  cuantos  desde  una  u  otra  revista  — Leo- 
nardo, Prose,  Nuova  Antología,  Nuova  Parola,  etc. — 
han  llamado  la  atención  del  público  italiano  sobre  mi 
labor  y  a  cuantos  por  carta  o  de  otro  modo  me  han 
animado  en  ella  desde  esa  tierra  bendita  cuya  visión 
llevo  pegada  al  fondo  del  alma  desde  que  la  visité 
en  mis  años  de  frescura  juvenil. 

Y  quiera  Dios  que  estos  mis  Comentarios  vestidos 
a  la  italiana  sean  para  los  italianos  que  los  lean  de 


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241 


tanto  provecho  como  para  mí  me  han  sido  las  obras 
inmortales  de  la  literatura  italiana,  con  las  que  he 
apacentado  mi  espíritu.  Al  dulce  idioma  de  Toscana 
debo  no  poco  consuelo  en  el  camino  de  mi  vida. 

Salamanca,  agosto  de  1910. 


(La  versión  italiana  de  este  prólogo  figura  al  frente  de  Com- 

mentó  al  Don    Chisciotte.  Traducción   de  G.   Beccari,  Lanciano, 

R.  Carabba,    1913,    Prima  e  seconda  parte,   139  y   158  págs.  La 

copia  del  original  me  ha  sido  facilitada  por  el  propio  Beccari,) 
ñola  de  esta  obra. 


PROLOGO    A    LA    VERSION  CASTELLANA 
(Primera  edición)  DE  LA  ESTETICA,  DE  B.  CRO- 
CE,  Madrid,  F.  Beltrán  (1),  1912. 


Confieso  contarme  en  el  número  de  aquellos  a 
quienes  les  atraen  muy  poco  o  nada  los  tratados  de 
Estética,  y  más  si  son  de  filósofos.  Prefiero  con  mu- 
cho las  observaciones  que  sobre  el  arte  hacen  los 
grandes  artistas,  aunque  se  equivoquen  en  ellas,  y  re- 
cuerdo siempre,  a  propósito  de  la  estética  más  o  me- 
nos preceptiva,  el  cuento  aquel,  un  poco  más  de  lo 
debido  brutal,  de  Diderot,  en  que  nos  cuenta  del 
marsellés  y  el  eunuco  comprador  de  esclavas  para  el 
harén  de  su  amo.  Me  es  también  sospechosa  y  muy 
poco  grata  casi  toda  la  crítica  cuando  no  llegue  a 
ser  aquella  que  reclamaba  Flaubert  en  carta  a  Jor- 
ge Sand,  que  Croce  cita  al  final  del  capitulo  XV  de 
su  Historia,  dedicado  a  De  Sanctis,  en  quien  nos  pre- 
senta un  crítico  así,  artista  y  modelo.  Mas  sé,  por 
otra  parte,  que  no  todos  los  estéticos  se  proponen 
preceptuar  reglas  a  que  los  artistas  hayan  de  suje- 
tarse, y  que  no  entra  Croce  entre  ésos. 

Muy  exacto,  por  otra  parte,  como  dice  Croce,  que 
toda  obra  de  ciencia  es  a  la  vez  obra  de  arte,  propo- 
sición que  mucho  más  que  a  otras  obras  de  ciencia  o 
de  filosofía,  se  aplica  a  ésta  su  Estética,  obra  de  arte 
sin  duda  y  excelentísima  como  tal. 

Ríñese  hoy  en  Italia  batalla  de  ideas,  sobre  todo 


1  Reproducido  también  en  la  segunda  edición  española,  corre- 
gida y  aumentada  conforme  a  la  quinta  edición  italiana,  por 
Angel  Vegue  y  Goldoni,  Madrid,  F.  Beltrán,  1926,  534  págs. 


OBRAS  COMPLETAS 


243 


entre  críticos  y  artistas,  en  torno  al  nombre  de 
B.  Croce  como  en  torno  a  una  enseña.  Y  con  frecuen- 
cia suena  del  lado  de  los  artistas  el  nombre  veneran- 
do y  glorioso  de  Josué  Carducci.  Y  este  Carducci, 
que,  como  dice  Croce  en  una  carta  suya  a  Alberto 
Lumbroso,  director  de  la  Rivista  di  Roma,  y  publi- 
cada en  el  número  del  pasado  Abril  de  dicha  revista, 
había  profesado  durante  largos  años  aborrecimiento 
a  la  Estética,  "aborrecimiento  que  hay  que  atribuir  en 
parte  a  su  ánimo  de  poeta,  retuso  a  toda  disciplina 
filosófica,  y  en  parte  al  ambiente  en  que  se  educó  y  vi- 
vió", y  que,  "en  el  fondo,  había  odiado  tanto  más  fe- 
rozmente a  la  Estética  cuanto  menos  la  había  conocido, 
haciéndose  de  ella  una  imagen  fantástica,  que  se  com- 
padece mal  con  las  cosas  sencillas"  que  Croce  expone 
en  este  libro;  este  mismo  fiero  Carducci,  en  una  tar- 
jeta que  puso  en  julio  de  1902  al  autor  de  este  libro, 
cuando  le  hubo  publicado,  decíale :  "El  libro  de  Es- 
tética me  es  una  revelación  y  una  guía...  Tiene  us- 
ted mucho  y  vivaz  ingenio  y  una  profunda  y  viva 
erudición".  Y  este  juicio  del  gran  poeta  tendrán  que 
hacer  otros  poetas,  retusos  como  él  a  la  Estética, 
cuando  lean  ésta. 

Porque  la  Estética  de  Croce,  no  a  pesar  de  ser 
una  obra  de  robusta  y  segura  filosofía,  sino  precisa- 
mente por  serlo,  es  una  obra  fuertemente  liberadora 
y  sugestiva  para  un  artista,  una  obra  revolucionaria, 
y  son  los  artistas  y  poetas  los  que  ante  todo  deben 
leerla  y  meditarla. 

La  enemiga  entre  artistas  y  críticos  creo  que  sea 
tan  antigua  como  el  arte  y  la  crítica  mismos,  y  el 
arte  y  la  crítica  son  hermanos  gemelos,  si  es  que 
no  son  una  misma  y  sola  cosa  vista  desde  dos  pun- 
tos. Ciertísimo  que  todo  verdadero  crítico,  si  ha  de 
merecer  tal  nombre  a  título  pleno,  es  artista,  y  que  re- 
producir una  obra  de  arte  exige  a  las  veces  tanto 
o  más  genio  que  producirla,  y  no  menos  cierto  que 


244 


MIGUEL  DE  UNAMUNÜ 


muchos  harían  mejor  que  intentar  darnos  nuevas 
odas,  pongo  por  caso,  revivir  ante  nosotros  las  an- 
tiguas, las  de  siempre  más  bien,  enseñándonos  a  gozar 
más  y  mejor  de  ellas.  Pues  criticar  es  renovar.  Una 
obra  de  arte  sigue  viviendo  después  de  producida  y 
acrece  su  valor  según  con  los  años  van  gozándola  nue- 
vas generaciones  de  contempladores,  ya  que  cada  uno 
de  éstos  va  poniendo  algo  de  su  espíritu  en  ella.  Lo 
más  de  la  hermosura  que  sentimos  al  leer  el  Evange- 
lio débese  a  la  ingente  labor  de  sus  comentaristas,  a  las 
veces  que  hemos  visto  aplicada  cada  una  de  sus  sen- 
tencias. ¿Y  quién  duda  que  el  Quijote,  A'erbigracia,  es 
hoy,  merced  a  sus  críticos  y  comentadores,  más  bello, 
más  expresivo  que  recién  producido  y  virgen  aún  de 
lectores  lo  fuera?  "Sin  la  tradición  y  la  crítica  histó- 
rica — escribe  Croce — ,  el  goce  de  todas  o  casi  todas 
las  obras  de  arte  producidas  una  vez  por  la  humani- 
dad, se  habría  perdido  irremisiblemente;  seríamos 
poco  más  que  animales  sumergidos  no  más  que  en  el 
presente  o  en  un  próximo  pasado". 

Ni  hay  línea  divisoria  entre  crítica  y  producción 
artística  directa.  ¿  Hay  mucho  más  poético  que  los 
ensayos  críticos  de  un  Coleridge  o  de  un  Sainte- 
Beuve?  Con  razón  dice  Croce  que  el  "simple  erudito 
no  logra  jamás  ponerse  en  comunicación  directa  con 
los  grandes  espíritus,  revolviéndose  de  continuo  por 
los  patios,  escaleras  y  antecámaras  de  sus  palacios ; 
pero  el  ignorante  bien  dotado,  o  pasa  indiferente 
junto  a  obras  maestras  para  él  inaccesibles,  o  en  vez 
de  comprender  las  obras  de  arte  cuales  son  ellas  en 
efecto,  inventa  otra  con  la  imaginación".  Y  añade  que 
"la  laboriosidad  del  primero  puede  al  menos  alum- 
brar a  los  otros,  mientras  la  genialidad  del  segundo 
queda  estéril  del  todo".  Y  aquí  siento  tener  que  dis- 
crepar de  crítico  y  de  artista  tan  perspicuo.  ¿  Esté- 
ril ?  ¿  Estéril  quien  inventa  con  la  imaginación  otra 
obra  de  arte?  Si  realmente  ne  inventa  cgli  altre  con 


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245 


l'imaginazione,  su  labor  no  es  estéril,  siempre  que 
esta  invención  sea  bella.  ¡  Cuántas  obras  de  arte  no 
han  salido  de  otras !  En  rigor,  casi  todas.  Los  pa- 
limpsestos de  que  al  final  del  capítulo  XVI  de  su 
Teoría  nos  habla  Croce,  esas  "nuevas  expresiones  so- 
bre las  antiguas  fantasías  artísticas,  en  vez  de  re- 
producciones históricas"  son  en  arte  perfectamente 
legítimas.  El  terror  del  año  mil,  el  milenario,  podrá 
no  ser  una  verdad  histórica,  pero  no  por  eso  será 
menos  bella  la  poesía  catalana  de  Guimerá  al  año 
mil.  Aún  hay  más,  y  es  que  hasta  evidentes  erratas 
o  malas  traducciones  han  servido  de  pie  para  nuevas 
creaciones,  no  ya  artísticas  sólo,  sino  filosóficas.  En 
la  relación  de  Averroes  a  Aristóteles  se  ve  esto.  Una 
errata,  una  equivocación,  es  a  las  veces  tan  genera- 
triz como  la  rima. 

Ocurre  también,  con  sobrada  frecuencia,  que  se 
meten  a  críticos  artistas  fracasados,  y  a  los  motivos 
de  error  que  llevan  a  un  crítico  a  proclamar  bello 
lo  feo  o  feo  lo  bello,  y  que  Croce  indica  en  el  capí- 
tulo XVI  de  la  Teoría,  se  añade  que  creen  mejorar 
las  obras  criticándolas  o  extractándolas.  Recuérdame 
a  aquel  médico  que,  no  pudiendo  llevar  a  un  paciente 
a  la  orilla  del  mar  a  que  respirase  libre  brisa  marina, 
le  enviaba  cada  día  una  gran  caja  cerrada  y  lacrada 
y  sellada  a  la  orilla  del  mar  para  que  del  aire  que 
contenía  respirase. 

No  es  raro  encontrarse  con  quienes,  profesando  la 
crítica,  parece  se  imaginan  que  la  obra  de  arte  es 
para  la  crítica,  que  el  artista  nació  para  el  crítico. 
Esto  dicen  los  artistas.  Pero  tampoco  es  raro  en- 
contrarse con  artistas  que  se  imaginan  que  nacieron 
para  sí  mismos,  que  son  ellos  el  fin  del  universo, 
creado  todo,  y  que  los  críticos  han  nacido  para  ellos. 
Sentimientos  no  ya  teológicos,  sino  egoístas,  tan  ex- 
traños al  arte  como  a  la  crítica.  Estos  artistas  son  los 
que  han  fraguado  la  teoría  mística  del  genio,  que  tan 


246 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


agudamente  descarta  Croce.  Y  si  hay  algo  que  pue- 
da llamarse  genio,  cabe  un  genio  crítico,  una  genia- 
lidad crítica  también.  Y  si  de  paras,  de  finalidad  nos 
es  lícito  hablar  aquí,  ni  el  crítico  es  para  el  artista 
ni  éste  para  aquél,  sino  ambos  para  la  humanidad  y 
la  vida. 

Los  artistas  también  han  forjado  la  doctrina  del 
genio  inculto  y  aquello  de  que  el  estudio  mata  la  ins- 
piración, que  la  ciencia  deseca  al  arte ;  doctrina  muy 
en  boga  en  esta  que  Croce  llama  la  siempre  desven- 
turada España. 

Y  sin  embargo,  en  obras  de  verdadera  crítica,  de 
crítica  artística,  reproductiva,  que  no  sea  ni  la  Meta- 
física aplicada  al  arte  de  los  alemanes,  ni  la  historia 
que  a  él  aplican  los  franceses,  según  la  justa  obser- 
vación de  Francisco  De  Sanctis  expuesta  en  este  li- 
bro ;  en  obras  así  es  donde  los  artistas  pueden  disci- 
plinar su  ingenio,  fecundándolo.  Y  no  ya  en  obras 
de  crítica,  sino  en  obras  de  estética  artística,  cual 
es  esta  que  hoy  nos  da  Sánchez  Rojas  traducida  al 
castellano.  Hora  era  (1). 

Es,  en  efecto,  la  fusión  del  arte  y  de  la  ciencia  lo 
que  da  valor  y  eficacia  a  la  Estética  de  B.  Croce,  que 
es  una  estética  filosófica  hecha  por  un  verdadero  ar- 
tista, una  obra  de  filosofía  artística  tal  como  lo  fueron 
los  diálogos  de  Platón.  Mejor  dicho,  es  una  Estética 
estética,  donde  sobran  tantas  estéticas  místicas,  meta- 
físicas, lógicas,  éticas  y  hasta  económicas  y  políticas. 
Por  primera  vez  he  visto  aquí  la  doctrina  del  arte 
liberada  de  la  doctrina  de  la  lógica,  de  la  ética  y  de 
la  psicología,  aunque  con  ellas  conexionada.  Es  ésta 
una  estética  independiente  y  sustantiva  en  lo  que 
cabe,  y  no  una  mezcolanza  de  distintas  disciplinas, 
que  de  cerca  o  de  lejos  se  rozan  con  el  conocimiento 


1  José  Sánchez  Rojas  fué  el  autor  de  la  primera  versión  espa- 
ñola de  esta  bora. 


OBRAS  COMPLETAS 


247 


de  lo  bello.  Y  en  tal  sentido,  digo  que  es  una  obra 
altamente  liberadora  y  revolucionaria.  Leyéndola,  ad- 
quirirán los  artistas  mayor  y  mejor  conciencia  de  su 
independencia  artística. 

Destruye,  por  una  parte,  la  superstición  de  los  gé- 
neros y  de  las  reglas,  pero  es  para  llevarnos  a  con- 
ciencia de  la  ley  de  la  expresión,  de  la  ley  de  la  vida 
artística,  y  así  nos  liberta,  ya  que  la  libertad  no  es 
sino  la  conciencia  de  la  ley  frente  a  la  sumisión  a  la 
regla  impuesta.  Y,  por  otra  parte,  es  la  obra  de  Cro- 
ce  una  brillante  y  sólida  defensa  de  los  fueros  de  la 
fantasía,  desconocidos  o  negados  por  tantos  filósofos 
de  lo  bello.  Es  muy  exacto  lo  que  Croce  dice  de  que 
Kant  conoció  la  imaginación  reproductiva  y  otra 
combinatoria,  pero  no  la  imaginación  propiamente 
productiva,  o  sea  la  fantasía,  y  en  este  defecto  de 
Kant —  defecto  no  sólo  de  inteligencia —  habrá  que 
buscar  algunas  esterilidades  de  sus  secuaces.  Fueron 
y  son  los  definidores  los  que  infestan  de  pedanterías 
la  estética  y  la  preceptiva  artística;  son  los  que  no 
logran  acabar  de  comprender,  o  más  bien  de  intuir, 
que  sólo  se  definen  los  conceptos,  y  que  la  expresión 
artística,  lo  absolutamente  individual  y  concreto,  lo 
vivo,  es  indefinible.  El  arte  reproduce  o  más  bien 
intuye  individuos,  y  es  muy  exacta  la  observación 
que  hace  Croce  de  que  Don  Quijote  no  es  sino  el 
tipo  de  los  Quijotes.  El  tipo  medio  científico  es  defi- 
nible, pero  no  objeto  de  arte,  a  pesar  de  los  esfuer- 
zos de  artistas  que,  como  Zola,  se  empeñan  en  hacer 
arte  científico.  La  ciencia  define,  pero  el  arte  narra 
o  nombra. 

Obra  de  ciencia  es  la  presente  Estática,  y  por  eso 
define,  pero  define  conceptos  aplicables  al  arte,  no 
define  obras  de  arte  ni  expresiones  artísticas  concre- 
tas. Pero  a  la  vez  que  obra  de  ciencia  es,  lo  repito, 
obra  de  arte.  Y  lo  es  por  su  ejecución,  por  la  sobrie- 
dad robustamente  expresiva  de  su  prosa  limpia  y 


248 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


animada  de  un  íntimo  calor  de  convicción  que  se 
pega  al  que  la  lee.  Pues  si  acaso  peca  de  algo,  es 
de  dogmatismo,  el  cual  no  es  un  pecado  artístico. 
Apenas  se  encuentra  en  ella  proposición  dubitativa 
o  concesiva,  y  sólo  una  vez  he  encontrado  una  frase 
como  se  non  c'inganniamo,  si  no  nos  engañamos.  El 
autor  casi  nunca  vacila  en  sus  afirmaciones,  con  lo 
que  logra  infundirnos  su  confianza  en  ellas.  Y  nos 
convence  tanto  o  más  que  con  sus  razones  y  la  lim- 
pidez con  que  nos  la  presenta,  con  su  imperturbable 
seguridad  al  presentárnoslas. 

Débese  ello  a  la  simplicidad  y  coherencia  casi  ma- 
temática de  su  sistema;  pero  estas  mismas  simpli- 
cidad y  coherencia  chocan  con  muchedumbre  de  ideas 
nuestras  que  queremos  meter  en  él,  ideas  tal  vez  con- 
tradictorias entre  sí,  pero  que  se  han  hecho  carne 
de  nuestro  pensamiento,  que  es  y  tiene  que  ser  un 
tejido  de  contradicciones,  al  menos  aparentes,  y  a  las 
que  nos  cuesta  renunciar.  Rompernos  un  hábito  de 
pensar,  una  vieja  asociación  de  ideas,  es  como  des- 
garrarnos la  carne  del  espíritu.  Y  si  acaso  es  venta- 
joso el  destruir  contradicciones,  reduciendo  a  unidad 
real  su  aparente  oposición,  trae  por  otra  parte  el 
daño  de  despotencializar  nuestras  ideas. 

La  doctrina  general  filosófica  de  B.  Croce,  su  filo- 
sofía y  su  doctrina  especial  estética,  choca  con  tantas 
tradicionales  enseñanzas,  con  tantas  ideas  que  son 
ya  hábitos  de  nuestro  pensamiento,  que  nos  desgarra 
éste.  Y  así  es  que  no  nos  entregamos  a  ella  desde 
luego,  una  vez  repuestos  de  la  sorpresa  de  posesión 
debida  a  la  seguridad  de  sus  afirmaciones.  Una  vez 
repuestos  del  efecto  de  su  audacia  afirmativa,  objeta- 
mos. Yo  mismo  he  objetado  mucho,  aunque  al  cabo, 
en  no  poco  de  ello,  haya  venido  a  concluir  con  el 
autor. 

Y  empezando  por  el  principio  mismo  de  su  pri- 
mera afirmación,  su  definición  misma  del  hecho  esté- 


OBRAS  COMPLETAS 


249 


tico,  del  arte  y  de  la  belleza,  definición  preñada  de 
consecuencias,  habrá  de  ser  por  no  pocos  lectores 
resistida.  Intuición  es  expresión ;  se  intuye  lo  que  se 
expresa,  y  el  arte  se  compone  de  intuiciones.  Al  leer- 
lo, recordé  un  inolvidable  espectáculo  de  que  fui  tes- 
tigo hace  unos  años,  y  fué  tres  niños  que,  puestos 
frente  a  un  caballo,  no  hacían  sino  repetir  cantando: 
¡el  caballo!,  ¡el  caballo!,  ¡el  caballo!  Pero  entién- 
dase que  para  Croce,  la  expresión  es,  ante  todo,  ex- 
presión interior  antes  de  ser  comunicada.  A  lo  que 
conviene  acaso  añadir  que  nunca  habría  habido  ex- 
presión interior  a  no  haber  la  exterior,  la  que  se 
comunica;  que  el  lenguaje  es,  como  el  hombre  mismo 
en  cuanto  hombre,  de  origen  social.  El  pensamiento 
mismo  es  un  modo  de  relacionarnos  los  unos  con  los 
otros. 

Establece  Croce  desde  un  principio  su  clasifica- 
ción de  la  filosofía  del  espíritu,  en  parte  teórica  y 
parte  práctica,  dividiéndose  la  teoría  en  estética,  que 
estudia  la  intuición  de  lo  concreto,  la  expresión,  el 
arte ;  y  en  lógica,  que  trata  de  la  definición  de  lo 
universal,  del  concepto,  de  la  ciencia,  la  una  del  fe- 
nómeno y  la  otra  del  númeno,  y  dividiéndose  la  parte 
práctica  en  economía,  según  se  quiere  lo  útil,  refe- 
rente al  fenómeno,  y  en  moral  cuando  se  quiere  lo 
bueno,  referente  al  númeno.  Esta  división,  acaso  so- 
brado esquemática,  recordará  a  no  pocos  lectores  es- 
pañoles aquella  otra,  aquí  en  un  tiempo  en  boga,  del 
krausismo,  que  asignaba  a  la  Historia  el  conocimiento 
por  los  sentidos  del  fenómeno;  a  la  Filosofía,  el  del 
númeno  por  medio  de  la  razón,  y  combinaba  ambos 
en  aquella  fantástica  filosofía  de  la  historia,  que  era 
el  conocimiento  por  medio  de  la  inteligencia,  o  sea  la 
razón  apjicada  a  los  sentidos,  de  las  leyes,  que  son  los 
númenos,  obrando  sobre  los  fenómenos.  Sólo  que 
entre  una  y  otra  clasificación  media  un  abismo.  Para 
Croce  no  tiene  valor  científico  aquella  fantástica  y 


250 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


arbitraria  filosofía  de  la  historia,  de  la  que  con  tanta 
gracia  dijo  don  Juan  Valera  que  era  el  arte  de  pro- 
fetizar lo  pasado.  Y  la  historia,  la  simple  historia, 
que  es  arte  y  no  ciencia,  halla  una  exacta  determi- 
nación en  el  sistema  crociano.  En  el  cual  parece  ser 
la  moral  la  que  lo  domina  todo. 

i  Y  la  religión  ?  Confieso  que  donde  más  me  rebelo 
de  las  doctrinas  de  Croce  es  en  este  punto.  La  re- 
ligión no  tiene  en  sus  sistema  una  posición  adecuada. 
Para  Croce,  la  religión  "no  es  conocimiento,  y  no  se 
distingue  de  las  otras  formas  y  subformas  de  éste", 
afirmando  a  seguida  que  "la  Filosofía  quita  toda  ra- 
zón de  ser  a  la  religión,  porque  se  le  sustituye".  Nc 
lo  espero.  Y  nótese  que  digo  que  no  lo  espero,  y  no 
que  no  lo  creo.  Porque,  en  mi  sentir,  la  fe,  lo  propio 
de  la  religión,  así  como  la  intuición  o  expresión  es 
lo  propio  del  arte  y  el  concepto  lo  propio  de  la  cien- 
cia, la  fe  es,  más  que  otra  cosa,  esperanza,  y  la  espe- 
ranza, de  fondo  teleológico,  no  es  precisamente  fenó- 
meno conocitivo.  La  mejor  definición  de  la  fe  religiosa 
sigue  siendo  la  de  San  Pablo :  sustancia  de  las  cosas 
que  se  esperan.  No  puedo  resolverme  a  pensar  que  la 
religión  se  sume  en  la  Estética,  ni  en  la  Lógica,  ni 
en  la  Economía,  ni  en  la  Etica,  aunque  las  contenga. 
Es  más  bien  como  la  envolvente  de  todas  ellas,  y  si 
a  unos  se  aparece  como  una  metetética,  a  otros  lo  hace 
como  una  metalógica  como  una  metética  a  muchas,  y  a 
mi,  principalmente,  como  una  meteconómica,  como  la 
esperanza  de  la  inmortalidad  personal  y  concreta. 

A  los  más  de  los  lectores  españoles  de  B.  Croce,  si 
lo  meditan  con  el  alma  de  su  raza,  se  les  aparecerá 
la  religión  como  cosa  de  sentimiento,  perteneciente, 
por  tanto,  según  nuestro  autor,  a  la  actividad  eco- 
nómica. Se  trata  en  ella  del  gran  negocio  de  nuestra 
salvación,  como  dicen  los  jesuítas.  Pero  es  una  eco- 
nomía trascendente  y  fundada  en  fe,  es  decir,  en  es- 
peranza. Nuestro  último  fin  es  poseer  a  Dios,  y  no 


OBRAS  COMPLETAS 


251 


sólo  por  el  conocimiento  gozar  de  Dios,  hacernos 
Dios,  y  Dios,  que  es  más  yo  que  yo  mismo,  es  el 
que  me  garantiza  la  inmortalidad.  "Si  nos  morimos 
del  todo,  como  los  perros,  ¿para  qué  Dios?",  me  pre- 
guntaba un  campesino  español,  por  cuyas  venas  co- 
rría la  sangre  de  nuestros  místicos.  Como  Kant,  po- 
nemos a  Dios  para  garantir  nuestra  inmortalidad; 
es  una  garantía  teleológica.  Dudo  mucho  de  que  un 
genuino  lector  español,  de  que  un  hijo  de  esta  "siem- 
pre desventurada  España",  se  satisfaga  con  aquella 
absoluta  libertad  del  espíritu  que  se  quiere  a  sí  mis- 
mo, de  que  Croce  nos  habla  al  final  del  capítulo  VII 
de  su  Teoría.  Eso  no  nos  resuelve  el  problema. 

Podrá  Croce  redargüimos  que  no  tiene  solución  el 
problema  religioso  tal  como  lo  planteamos,  o  que  no 
existe  tal  problema  ;pero  la  desesperación  de  nuestra 
esperanza  volverá  una  y  otra  vez  a  planteárnoslo.  No 
nos  avendremos  a  sustituir  la  religión  con  la  Filo- 
sofía, que  no  nos  consolará  jamás  de  haber  nacido. 
Y  a  él,  al  italiano,  le  quedará  el  decir  que  éstos  son 
ensueños  místicos  de  la  siempre  desventurada  Es- 
paña. B.  Croce  es  profundamente  italiano,  y  en  ita- 
liano piensa  y  siente,  y  el  alma  italiana,  a  pesar  de 
las  apariencias  en  contrario,  nunca  fué  en  su  fondo 
mística,  por  lo  menos  tal  como  aquí  lo  sentimos.  Del 
llamado  misticismo  franciscano  al  misticismo  tere- 
siano  media  un  abismo. 

La  italianidad  de  B.  Croce  estalla  a  cada  momento 
en  esta  su  obra,  obra  italianísima.  Y  es  lo  que  le  da 
valor.  Es  el  pensamiento  de  un  pueblo  de  cultura.  Y 
estalla  hasta  en  los  detalles.  Cinco  nombres  nos  pre- 
senta Croce  como  jalones  de  la  ciencia  estética:  Aris- 
tóteles, Vico,  Schleiermacher,  Humboldt  y  De  Sanc- 
tis,  y  de  los  cinco,  dos  son  italianos ;  aún  más,  na- 
politanos. Y  cuando  quiere  ejemplificar  las  graciosas 
degeneraciones  de  la  llamada  física  estética,  acude  a 
un  italiano,  a  un  napolitano,  a  Tari. 


252 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Mas,  volviendo  de  esta  digresión  a  la  doctrina  ge- 
neral estética  de  B.  Crece  y  a  su  teoría  de  la  ex- 
presión como  característica  del  arte  y  de  la  belleza, 
hay  otra  doctrina,  íntimamente  conexionada  con  ella, 
y  a  la  que  se  resistirá,  de  seguro,  en  rendirse  el  lec- 
tor. Es  la  doctrina  de  lo  bello  natural,  de  lo  bello 
objetivo  o  de  la  naturaleza,  tuétano  del  sistema  de 
idealismo  de  la  Estétics.  de  Croce.  El  cual  niega  el 
llamado  bello  natural,  en  cuanto  algo  independiente 
de  la  intuición  humana.  Para  Croce,  lo  bello  es  la 
expresión  lograda,  l'esprcssione  riuscita.  Y  el  lector 
objetará. 

Está  muy  bien  — se  dirá — ;  no  existe  lo  bello  na- 
tural ;  lo  bello  es  la  expresión  lograda  o  conseguida, 
es  la  expresión ;  pero,  ¿  por  qué  se  logra  ?,  ¿  por  qué 
la  consigue  uno  ante  tal  impresión  y  ante  tal  otra  no  ? 
¿  No  depende  este  consentimiento  o  logro  de  la  cosa 
misma  intuida,  de  la  materia  de  la  intuición  ?  Lo  bello, 
me  dice  el  autor,  es  el  valor  de  la  expresión  o  la  ex- 
presión misma;  pero  el  valor  de  la  expresión  es  algo 
más  que  la  expresión  misma;  le  añade  algo.  Hay 
cosas  más  o  menos  bellas,  expresiones  más  lo- 
gradas o  más  felices  que  otras,  expresiones  más  ex- 
presivas, en  fin.  ¿Y  éste,  más  o  menos,  no  depende 
del  objeto  mismo?  ¿Por  qué  unas  expresiones  se 
dejan  expresar  mejor  que  otras  y  algunas  resisten  a 
expresión?  El  proceso  de  la  producción  estética  in- 
cluye según  el  autor:  a),  impresiones;  b),  expresión 
o  síntesis  espiritual  estética;  c),  acompañamiento 
hedonístico  o  placer  de  lo  bello;  d),  traducción  del 
hecho  estético  en  fenómenos  físicos.  Entra,  pues,  en 
ese  proceso  la  impresión,  y  es  que  la  impresión  mis- 
ma — que  pertenece  a  la  naturaleza — ,  ¿no  contribuye 
por  sí  a  lo  bello,  no  es  bella?  Se  me  dirá  que  una 
cosa  no  es  bella  hasta  que  no  la  he  hecho  tal,  pues  ya 
el  autor  me  dice  que  una  cosa  es  útil  o  buena  porque 
la  quiero,  y  no  la  quiero  porque  es  útil  o  buena.  Mas 


OBRAS  COMPLETAS 


253 


me  temo  que  en  estas  oposiciones  absolutas,  como 
entre  naturalismo  e  idealismo,  están  jug-ando  con  los 
vocablos,  y  que  las  afirmaciones  de  un  sistema  son  tra- 
ductibles  en  las  del  otro,  sin  más  que  cambiar  la 
clave.  El  arte,  se  me  dice,  es  el  que  produce  lo  bello 
natural.  Ya  .Schiller  dijo  que  también  el  arte  es  natu- 
raleza, y  bien  podemos  añadir  que  la  naturaleza  es 
arte.  Y  asi  todo  es  uno  y  lo  mismo. 

Ya  en  teología  se  plantearon  el  problema  de  si  lo 
malo  es  malo  porque  Dios  así  lo  ha  establecido,  o 
lo  ha  establecido  así  porque  es  malo,  y  esta  distinción 
sigue  dominando  todo  el  proceso  del  pensamiento 
humano. 

Y  el  lector,  no  rendido  aún  a  la  doctrina  idealista 
de  Croce,  quiere  atacarle  por  otro  flanco.  Distingue 
Croce  entre  lo  bello  y  lo  agradable,  ya  que  parece 
hay  cosas  agradables  que  no  son  bellas ;  pero,  ¿  de  ve- 
ras las  hay  ?  ¿  No  será  lo  agradable,  y  no  lo  expre- 
sivo, el  germen  de  lo  bello?  Una  expresión  se  logra 
y  nos  da  sentimientos  estéticos :  ¿  no  decimos  que  es 
bella  por  el  placer  que  nos  causa  el  logro  de  la  ex- 
presión ? 

Acaso  es  muy  acertado  el  concepto  que  de  la  be- 
lleza tenía  el  holandés  Hemsterhuis,  y  que  Croce  re- 
produce: acaso  se  trata  de  un  problema  de  economía 
espiritual,  de  máximos  y  mínimos,  de  obtener  la  más 
plena  y  rica  intuición  con  el  menor  esfuerzo,  lo  que 
se  consigue  ante  un  tipo  medio,  ante  un  fenómeno  que 
nos  dé,  individualizado,  lo  más  del  contenido  de  su 
especie.  "El  individuo  A  — me  dice  Croce —  busca 
la  expresión  de  una  impresión  que  siente  o  presiente, 
pero  que  no  ha  expresado  aún".  ¿Y  por  qué  no  la  ha 
expresado  ?  ¿  No  habrá  en  la  expresión  misma  algo 
que  a  ser  expresada  se  resista,  una  fealdad  natural? 
Ante  un  hermoso  caballo  me  digo:  "¡He  aquí  todo 
un  caballo!"  ¿No  hay  en  el  caballo  mismo  una  tota- 
lidad que  responde  a  esta  frase  popular  y  corriente? 


254 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Todas  éstas  son,  como  se  ve,  preguntas  y  nada 
más,  preguntas  que  supongo  se  hace  el  lector  antes 
de  rendirse  al  idealismo  de  B.  Croce.  Los  problemas 
que  esas  preguntas  ponen  son  problemas  psicológicos 
y  no  estéticos,  podrá  el  autor  respondernos.  Y  esta- 
mos en  el  núcleo  de  la  cuestión,  y  es  una  filosofía 
del  espíritu  fuera  de  la  psicología,  que  es  una  cien- 
cia natural  o,  mejor,  un  espíritu  fuera  de  la  natura- 
leza. Idealismo  que  habrá  de  resistirse  a  no  pocos 
lectores  de  Croce,  sobre  todo  a  los  españoles,  ya  que 
nosotros  no  somos,  en  el  rigor  filosófico  técnico  de 
la  palabra,  idealistas  ni  racionalistas.  El  nuestro,  el 
que  culmina  en  nuestra  mística,  es  un  naturalismo 
que  frisa  en  materialista,  y  es,  en  el  fondo,  irracio- 
nalismo.  Tal  vez  sea  ésta  la  desventura  nuestra  a 
que  B.  Croce  alude.  Y  yo  no  sé  si  es  o  no  nuestra 
flaqueza ;  pero,  séalo  o  no,  es  nuestra  fortaleza  tam- 
bién. 

Este  nuestro  naturalismo  de  inconsciente  filosofía 
explica  nuestro  realismo  estético,  que  otros  pueblos 
tienen  por  brutal;  nuestros  Cristos  sanguinolentos  y 
con  pelo  natural,  todo  eso  en  que  buscamos  la  emo- 
ción patética  más  que  la  expresión  ideal.  Y  los  que 
estimen  que  la  tauromaquia  es  arte,  recordarán  aque- 
lla frase  de  aquel  gran  torero  al  gran  actor  Máiquez, 
que  le  reprochaba  una  suerte:  "Señor  Miquis,  aquí 
se  muere  de  veras".  Morirse  de  veras  tiene  poco  de 
ideal. 

Algunos  lectores,  aunque  menos,  resistirán  la  iden- 
tificación de  la  Estética  con  la  Lingüistica.  Por  mi 
parte,  y  en  concepto  de  profesor  de  Lingüística,  la 
acepto,  desde  luego.  La  verdadera  materia  del  arte 
literario,  de  la  poesía,  es  el  lenguaje  que  contiene  en 
sí  el  tesoro  todo  de  nuestras  intuiciones.  Expresar 
es  nombrar.  Se  perciben  los  elementos  materiales  de 
una  cosa,  pero  no  se  la  conoce  hasta  que  no  se 
la  nombra  uno  en  sí.  De  que  en  una  lengua  falte  el 


OBRAS  COMPLETAS 


255 


nombre  de  un  objeto  natural  no  se  deduce  que  no 
existiera  el  objeto  entre  los  que  la  hablaban,  sino  que 
no  lo  distinguían  de  otros,  que  no  hablaban  de  él,  que 
no  lo  conocía  como  tal. 

Exactísimo  que  la  primera  obra  de  arte  es  la  len- 
gua, que  nos  da  el  mundo  intuido.  Y  una  lengua  se 
compone  de  metáforas  y  de  símbolos.  La  palabra  es 
siempre  metáfora  y  siempre  símbolo.  Más  la  verdade- 
ra obra  de  arte  es  el  lenguaje  hablado  y  vivo.  Una  poe- 
sía bella,  es  decir,  una  poesía,  es  la  que  habla  como 
un  hombre;  sólo  los  pedantes  hablan  como  un  libro, 
es  decir,  como  un  libro  que  no  halóla  como  un  hom- 
bre. El  lenguaje  es  siempre  poesía,  afirma  muy  bien 
Croce. 

Y  es  esta  sana  concepción  del  lenguaje  como  obra 
de  arte  lo  que  le  hace  revolverse  contra  los  excesos 
del  gramaticismo.  Punto  es  éste  que  recomiendo  a 
nuestros  pedagogos,  esclavos,  por  lo  común,  no  ya  de 
la  gramática,  sino  de  una  gramática  empírica,  pura- 
mente clasificativa  y  disparatada,  que  se  imaginan 
ha  de  hablar  uno  mejor  su  lengua  materna  apren- 
diendo a  conjugar  o  la  definición  del  adverbio.  Y 
así,  en  vez  de  enseñar  la  lengua,  enseñan  gramática 
y  la  enseñan  además  mal. 

Mostráronme  una  vez  un  escrito  tan  gramatical- 
mente escrito,  que  no  había  en  él  una  falta,  y  por 
instinto  adiviné  que  era  de  un  extranjero,  como  en 
realidad  lo  era.  Y  es  que  si  mañana  me  presentan  un 
caballo  que  responda  hasta  en  sus  más  menudas  par- 
tes al  tipo  trazado  por  un  tratadista  hípico,  me  acer- 
caré a  tocarlo  a  ver  sí  es  de  verdad,  si  es  de  carne, 
como  dicen  los  niños  de  lo  que  es  verdadero  y  vivo.  Y 
un  escrito  así,  gramaticalmente  construido,  no  es  de 
carne,  no  vive. 

La  labor  de  la  Lingüística,  rama  de  la  Estética,  es 
por  hoy  destruir  el  gramaticismo  preceptivo. 

Pensamos  con  intuiciones ;  el  concepto  se  apoya 


256 


MIGUEL   DE  UNAMUNG 


en  la  intuición ;  la  ciencia,  en  el  arte.  Y  es  locura 
querer  hacer  ciencia  prescindiendo  en  absoluto  del 
lenguaje.  Tendrá  la  ciencia  que  crearse  un  lenguaje. 
HgO  es  tan  expresión  como  "agua".  En  la  filosofía 
del  empiriocriticismo  de  Avenarius  se  ejemplifica 
adonde  lleva  el  querer  filosofar  desgarrándose  del  len- 
guaje que  ha  hecho  nuestro  pensamiento,  que  es  nues- 
tro pensamiento.  No  se  logra  sino  decir  las  mismas 
cosas  peor  dichas.  Hasta  un  tan  agudo  y  perspicaz 
lingüista  como  Hermann  Paul  dice,  en  la  Introduc- 
ción de  sus  Prinzipien  der  Sprachgeschichte ,  párrafo 
sexto,  que  "quien  no  emplee  el  necesario  esfuerzo 
mental  para  libertarse  del  dominio  de  la  palabra,  no 
llegará  jamás  a  una  intuición  (Anschauung)  de  las 
cosas  libre  de  prejuicios".  ¿Es  que  es  posible  librarse 
del  dominio  de  la  palabra?  A  las  viejas  categorías 
realísticas,  a  las  tradicionales  abstracciones  escolás- 
ticas, suceden  otras  que  serán  tenidas  de  aquí  a  un 
siglo  por  no  menos  escolásticas  que  aquéllas.  Y  es 
ello  inevitable,  ya  que  pensamos  con  palabras,  que 
son  abstracciones  siempre.  La  intuición  misma  de  lo 
individual  concreto  es  una  abstracción  de  impresio- 
nes. Expresar  es  abstraer. 

Y  ni  siquiera  el  trazado  del  pulso  que  nos  da  un 
esfigmógrafo  escapa  de  ser  expresión  artística,  pues 
que  el  hombre  ideó  y  produjo  el  aparato  y  el  hom- 
bre intuye  e  interpreta  la  linea  del  trazado. 

Pero  si  algún  lector  se  resiste  a  la  identificación 
entre  Lingüística  y  Estética,  todo  lector  artista  aplau- 
dirá sin  reservas  la  crítica  severa  que  B.  Croce  hace 
de  las  reglas  de  la  retórica,  de  la  teoría  de  los  géne- 
ros y  de  todas  esas  categorías  de  lo  sublime,  lo  có- 
mico, etc.  Y,  sin  embargo,  desde  nuestro  punto  de 
vista  naturalístico  o  sentimental,  tendríamos  también 
que  hacer  a  ello  reservas.  Pero  más  vale  dejarlas. 

Las  teorías  estéticas  de  Croce  están  luego  refren- 
dadas y  corroboradas  en  su  historia  de  la  estética, 


OBRAS  COMPLETAS 


257 


historia  que  sirve  de  confirmación  y  complemento  a 
la  teoría. 

En  esta  parte  histórica  me  creo  en  el  deber  de 
llamar  la  atención  de  los  lectores  españoles  sobre  su 
juicio  respecto  al  infilosofismo  de  la  segunda  mitad 
del  siglo  XIX,  ya  que  aquí  ha  hecho  estragos  ese  cien- 
tificismo pseudofilosófico.  ¡  Las  veces  que  he  tenido  que 
burlarme  de  esa  sociología  que,  como  dice  Croce,  no 
se  sabe  lo  que  como  ciencia  es !  Y  yo,  que  considero 
como  una  de  las  mayores  victorias  de  mi  espíritu  so- 
bre sí  mismo  el  haberme  libertado  de  la  fascinación 
que  sobre  mí  ejercía  a  mis  veinticinco  años  el  ne- 
fasto Spencer,  experimenté  un  vivo  placer  estético  al 
leer  el  juicio  que  a  Croce  le  merece.  Y  respecto  a 
lo  que  de  la  doctrina  del  progreso  aplicada  al  arte,  y 
lo  de  la  evolución  nos  dice,  sólo  he  de  recordar  que 
uno  de  los  más  funestos  escritores  contemporáneos 
nuestros,  el  que,  so  color  de  arte,  más  ha  explotado 
los  bajos  instintos  de  la  lujuria,  sostenía  que,  por 
haber  llegado  él  al  mundo  siglos  después  de  Home- 
ro, es  superior  como  artista  a  éste. 

¿Y  tendré  que  recordar  aquella  estupenda  necedad 
que  se  discutió,  al  parecer  en  serio,  nada  menos  que 
en  el  Ateneo  de  Madrid,  hace  unos  años,  de  si  la 
forma  poética  está  o  no  llamada  a  desaparecer?  Todo, 
en  cierto  sentido,  está  llamado  a  desaparecer ;  pues 
todo,  como  decía  el  profesor  conimbricense,  empezó 
por  no  existir;  pero  mientras  la  humanidad  subsis- 
ta, todo  lo  humano  subsistirá  con  ella.  En  la  vida 
del  espíritu  nada  se  pierde. 

También  debo  llamar  la  atención  de  los  lectores 
españoles  acerca  de  lo  que  Croce,  naturaleza  de  fino 
artista  italiano,  nos  dice  de  la  pedantería  profesional 
o  académica  alemana,  ya  que  nos  la  empiezan  a  mal 
traducir  de  nuevo,  amenazándonos  una  nueva  época 
como  la  del  krausismo.  El  capítulo  sobre  el  gran  crí- 


2S8 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


tico  De  Sanctis  es  a  este  respecto  sumamente  instruc- 
tivo. 

Interesantísima  también  la  rehabilitación  del  gran 
teólogo  Schleiermacher  como  genial  precursor  de  la 
estética.  ¿Y  no  será  porque  era  un  teólogo  ante  todo 
y  sobre  todo,  un  teólogo  más  que  un  filósofo,  por  lo 
que  así  la  presintió?  Interesante  sería  investigar 
cómo  la  Estética  de  Schleiermacher  surge  de  su  teo- 
logía. 

Muy  de  notar  son  también  los  juicios  de  Croce  so- 
bre Ruskin  y  sobre  Nietzsche,  dos  artistas,  dos  poe- 
tas, que  alguna  vez  se  metieron  a  estéticos.  Del  pri- 
mero, "temperamento  de  artista,  impresionable,  exci- 
table, voluble,  rico  de  sentimiento,  que  daba  tono 
dogmático,  forma  aparente  de  teoría,  en  páginas  vi- 
vas y  entusiastas,  a  sus  sueños  y  caprichos",  nos  dice 
que  podrá  juzgarse  irreverente  cualquier  exposición 
reasuntiva  y  prosaica  de  su  pensamiento  estético,  que 
ha  de  ser  por  fuerza  pobre  e  incoherente.  Y  de 
Nietzsche,  que  si  sus  doctrinas  son  poco  rigurosas  y, 
por  tanto,  poco  resistentes,  están,  en  cambio,  llenas 
de  "alta  inspiración  y  trasponen  la  mente  a  una  re- 
gión espiritual  cuya  alteza  no  había  sido  jamás  al- 
canzada en  la  segunda  mitad  del  siglo  xix".  Por 
donde  se  ve  el  altísimo  aprecio  que  B.  Croce  hace 
de  los  verdaderos  artistas,  por  equivocada  que  su 
filosofía  fuese.  ¡  Lástima  grande  que  junto  a  sus 
nombres  figure  el  de  un  Max  Nordau,  verbigracia, 
indigno  de  aparecer  en  una  historia  de  la  Estética !  Y 
donde  él  sobra,  faltan  acaso  otros,  como  el  gran  da- 
nés Kierkegaard. 

Cierto  es  que  Croce  nos  advierte  que,  "con  Lom- 
broso  y  su  escuela,  y  con  los  sociólogos  a  lo  Nordau, 
hemos  llegado  al  límite  extremo  que  separa  el  error 
decoroso  del  grosero  que  se  llama  despropósito".  Es- 
tos sociólogos,  metidos  a  críticos  de  arte,  nos  hacen 


OBRAS  COMPLETAS 


259 


el  efecto  de  cieg-os  de  nacimiento,  que  hacen  crítica 
pictórica  juzgando  los  cuadros  a  tacto. 

¿Y  de  España?  El  pensamiento  estético  español 
ocupa  un  puesto  en  la  Historia  de  Croce,  y  le  ocupa 
merced  a  la  Historia  de  las  ideas  estéticas  en  España. 
de  nuestro  gran  crítico  artista  Menéndez  y  Pelayo,  de 
cuya  obra  se  ha  aprovechado  B.  Croce,  citándola  con 
encomio  y  estimándola  en  algunas  partes  y  aun  fuera 
de  lo  que  a  España  exclusivamente  se  refiere,  como 
por  lo  que  hace  a  las  ideas  estéticas  de  San  Agustín 
y  de  los  primeros  escritores  cristianos  a  la  historia 
de  la  estética  francesa  en  el  siglo  xix,  la  mejor  guía. 
Gracias,  en  gran  parte,  a  nuestro  don  Marcelino 
figuran  honrosamente  en  esta  historia  nuestros  Artea- 
ga,  Azara,  Barreda,  Feijóo,  Gracián,  Huarte,  León 
Hebreo,  López  Pinciano,  Luzán,  Sánchez  el  Brócense, 
el  Marqués  de  Santillana,  Juan  de  Valdés,  Lope  de 
Vega  y  Luis  Vives.  "España  — dice  en  el  capítulo  XIX 
de  su  Historia —  fué  acaso  el  país  de  Europa  que  re- 
sistió más  tiempo  a  las  pedanterías  de  los  tratadistas ; 
el  país  de  la  libertad  crítica,  desde  Vives  a  Feijóo, 
o  sea  del  siglo  xvi  a  mediados  del  xviii,  cuando,  de- 
caído el  antiguo  espíritu  español,  se  implantó  allí, 
por  obra  de  Luzán  y  de  otros,  la  poética  neoclásica 
de  origen  italiano  y  francés."  Pero  en  otro  pa.saje, 
al  hablar,  en  el  capítulo  XHI,  entre  los  estéticos  ale- 
manes menores,  nos  dice  que  casi  ninguno  salió  de 
su  país  nativo ;  y  en  un  paréntesis :  "sólo  Krause  fué 
importado  a  la  siempre  desventurada  España".  Esta 
última  frase  la  he  citado  ya. 

Me  dolió  al  leerla,  aun  cuando  no  esté  mal  en  la 
aplicación  inmediata  a  que  se  refiere.  Nos  duele  siem- 
pre la  compasión  de  los  extraños,  y  más  de  los  que, 
como  Croce,  parecen,  en  parte  al  menos,  conocernos. 
Siempre  desventurada  España...  ¿Por  qué?  ¿Cuál 
es  su  desventura?  N^o  podemos  juzgar  de  la  exactitud 
y  el  valor  del  epíteto  hasta  no  saber  toda  la  exten- 


260 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


sión  del  sentido  que  su  autor  le  da  y  en  qué  le  funda. 
No  sé  si  en  Italia,  y  aun  por  críticos  de  la  perspicacia 
y  de  la  independencia  de  criterio  artístico  de  un  B. 
Croce,  se  nos  conoce  bastante  para  juzgar  de  nues- 
tra ventura  o  desventura,  que  es,  por  otra  parte,  cate- 
goría eudemonística.  Aun  Carducci,  que  presumía  de 
conocer  nuestra  literatura,  y  en  parte  la  conocía ; 
Carducci,  el  que  habló  de  las  contorsiones  de  la  "afa- 
nosa grandiosidad  española"  (Del  rinnovamento  let- 
terario  in  Italia),  escribió  en  sus  Mosche  cocchierc 
que  "en  el  concilio  olímpico  donde  se  asientan  Dante 
y  Shakespeare,  hasta  España,  que  jamás  ejerció  he- 
gemonía de  pensamiento,  tiene  a  su  Cervantes",  mien- 
tras Italia  siguió  mandando  a  más  de  uno.  ¿Que  ja- 
más tuvo  hegemonía  de  pensamiento?  La  historia 
de  la  Compañía  que  fundó  el  español  Iñigo  de  Loyola, 
y  su  acción  en  Trento,  tal  vez  probara  que  no  puede 
afirmarse  eso  tan  en  absoluto.  Esa  hegemonía  podría 
ser  buena  o  mala,  según  de  donde  se  mire. 

Y  la  misma  desventura  concreta  a  que  B.  Croce 
alude,  la  de  que  fuese  aquí  importado  Krause,  y  no 
Hegel,  o  Fichte,  o  Schelling,  o  Herbart,  ¿a  qué  se 
debió  sino  a  traer  Krause,  filósofo  de  segundo  orden, 
raíces  religiosas ;  más  aún,  raíces  místicas  ?  No  es  lo 
interesante  que  fuese  acá  importado,  sino  que  fuese 
aquí  y  en  Bélgica,  los  dos  países  acaso  más  honda- 
mente católicos,  la  patria  de  Santa  Teresa  y  la  de 
Ruisbroquio,  donde  echara  raíces.  Y  tal  vez  la  posi- 
ción espiritual  que  Croce  ocupa  frente  a  la  religión,  y 
la  que  frente  a  ella  ocupamos  los  genuinos  españoles, 
hasta  los  que  pasamos  y  nos  tenemos  por  heterodo- 
xos, y  algunos  aun  ateos,  estas  respectivas  posiciones 
hacen  que  el  filósofo  idealista  y  racionalista  napolita- 
no juzgue  desventura  lo  que  nosotros,  cuando  medi- 
tamos a  solas  en  ello,  sin  la  pegadiza  sugestión  de  lo 
europeo,  nos  vemos  forzados  a  estimar  nuestra  ven- 
tura, por  ser  tal  vez  nuestra  razón  de  vida  como 


OBRAS  COMPLETAS 


261 


pueblo,  como  pueblo  naturalista,  irracionalista  en  un 
cierto  altísimo  concepto  que  no  excluye  el  uso  de 
razón,  y  tal  vez  como  pueblo  afilósofo.  El  sentido 
económico,  potencializado  y  hecho  trascendente ;  la 
preocupación  de  nuestro  último  fin  personal  y  concre- 
to ;  el  culto  de  la  inmortalidad  sustancial,  nos  domi- 
nan. La  pura  contemplación  desinteresada  no  es  cosa 
nuestra. 

En  estas  páginas  que  preceden  a  la  traducción 
española  de  la  Estética  de  Benedetto  Croce  he  queri- 
do mostrar,  más  que  mi  asentimiento  personal  a  sus 
doctrinas,  que  es  grande,  pero  cosa  que  al  lector  debe 
de  importarle  poco,  las  dudas  que  en  el  ánimo  de  éste 
puede  levantar  su  lectura  y  el  sentimiento  que  en  él 
provocara  lo  que  el  gran  pensador  italiano  parece  pen- 
sar de  nuestro  pueblo.  Es,  creo,  la  mejor  introducción 
española  a  esta  también  española  traducción,  y  el 
más  leal  y  viril  modo  de  honrar  la  obra  de  Croce, 
uno  de  cuyos  mayores  méritos,  y  no  el  menor,  es  el 
de  suscitarnos  esas  dudas  y  problemas,  y  el  de  hacer- 
nos volver,  con  una  sola  frase,  a  nosotros  los  españo- 
les, a  nuevo  examen  de  conciencia  colectiva.  Por  mi 
parte,  debo  a  B.  Croce  no  pocas  enseñanzas,  corrobo- 
ración de  puntos  de  vista,  esclarecimiento  de  ideas 
que  bullían  en  mí  confusas,  expresión  neta  de  oscu- 
ras impresiones  que  en  mí  germinaban,  solución  de 
dudas,  soldamiento  de  cabos  sueltos  y  de  incoherentes 
fragmentos  de  pensar ;  pero  le  debo  también  el  que  me 
haya  suscitado  nuevas  dudas,  el  que  me  haya  hecho 
formularme  nuevas  preguntas,  y,  como  español,  le 
debo  el  haberme  despertado  aún  más,  con  una  simple 
frase,  que  vale  mucho  por  venir  de  (juien  viene,  la 
conciencia  de  la  dignidad  de  mi  patria  y  el  pesar  de  la 
piedad,  no  sé  hasta  qué  punto  merecida,  con  que  se 
la  mira  fuera  de  nosotros  y,  hasta  tristeza  y  vergüen- 
za da  decirlo,  dentro.  "¡Pobre  España!" 

Aquí  debía  acabarse  estre  prólogo,  que  harto  es  ya, 


262  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


y  aquí  de  liecho  se  acaba.  Creí  casi  un  deber  en- 
viárselo al  mismo  Croce  antes  de  darlo  a  la  estam- 
pa; se  lo  envié,  y  me  felicito  de  ello,  por  haberme 
valido  una  carta  del  ya  ilustre  filósofo,  de  que  quiero 
y  debo  dar  aquí  cuenta  en  lo  que  atañe  a  la  frase  que 
suscitó  mi  acaso  algo  morbosa  susceptibilidad  pa- 
triótica. 

Traduzco  la  parte  de  la  carta  que  no  es  puramente 
personal.  Dice: 

"Me  agrada  lo  que  dice  usted  en  su  prólogo,  y  no 
sólo  en  aquello  en  que  está  conforme  — y  lo  está  con 
íntima  inteligencia  de  las  cuestiones — ,  sino  hasta  en 
la  parte  en  que  de  mí  disiente,  y  donde  su  disenti- 
miento me  resulta  casi  siempre  instructivo.  Sólo  en 
pocos  puntos  creo  que  no  tendría  usted  razón  para 
objetarme  si  leyese  los  ulteriores  desarrollos  de  mis 
pensamientos  en  la  Lógica  y  en  la  Filosofía  de  la 
práctica.  La  Estética  es,  relativamente,  un  libro  ju- 
venil. Es  mi  primer  libro  de  Filosofía,  porque  duran- 
te muchos  años  no  me  he  ocupado  sino  en  Historia, 
y,  entre  otras  cosas,  en  las  relaciones  históricas  de  Ita- 
lia con  España,  sobre  lo  cual  he  escrito  una  veintena 
de  pequeñas  Memorias.  (En  este  tiempo  estuve  en 
correspondencia  con  Menéndez  y  Pelayo,  con  Rodrí- 
guez Marín,  con  Rodríguez  Villa,  con  Cotarelo,  con 
Menéndez  Pidal,  etc.).  En  mis  porteriores  libros  ha 
madurado  mi  pensamiento.  Y  hasta,  en  punto  a  Es- 
tética, en  el  volumen  Problemas  de  Estética,  y  más 
propiamente  en  la  conferencia  leída  en  Heidelberg, 
hallará  un  progreso  en  el  concepto  de  intuición. 

"Pero  lo  que  me  duele  es  que  una  hoiiíadc  que  se 
me  escapó  en  el  impulso  de  la  primera  trama  de  mi 
libro,  y  que  he  olvidado  después  quitarla,  le  haya 
disgustado,  pareciéndole  de  más  importancia  que  la 
que  tiene.  Cuando  escribí,  bromeando  fsc¡icrca¡:d¡i) 
a  propósito  del  krausismo  español,  la  "siempre  des- 
venturada España",  pensaba  en  las  corrientes  del 


OBRAS  COMPLETAS 


263 


peor  positivismo  europeo  que  entonces  la  invadían, 
tanto  como  en  la  inoculación  del  peor  sistematismo 
tudesco  que  había  sufrido  unos  decenios  antes.  Y  aque- 
lla frase  apuntaba  más  bien  a  la  pendantería  filosófica 
y  a  la  hinchazón  ( goffaggiiicj  positivista  que  a 
España  misma,  cuya  literatura  y  arte,  cuyo  pueblo 
y  cuya  historia  han  ejercido  solDre  mí  siempre  una 
gran  fascinación.  En  la  nueva  edición  que  se  pre- 
para de  la  Estática  quitaré  esa  frase;  pero  no  es  po- 
sible quitarla  de  la  traducción  española,  porque  su- 
primiría algunas  páginas  de  su  bella  introducción. 
Prefiero,  pues,  que  quede  a  los  ojos  de  todos  mi  pe- 
cado, para  que  no  falten  esas  páginas  de  castigo. 
(Esta  palabra,  en  castellano.)  Le  rogaría,  sin  embar- 
go, que  añadiese  una  nota  advirtiendo,  por  cuenta  del 
autor,  que  se  trata  de  una  frase  en  broma  (schcrzo- 
sa),  dicha  por  incidente  y  sin  darla  demasiado  valor, 
y  que  Croce,  antes  de  llegar  a  hacerse  escritor  de  Fi- 
losofía y  de  Estética,  era  conocido  ya  como  hispanó- 
filo, y  había  publicado  muchos  estudios  de  erudición 
española.  Tal  es  la  verdad." 

Queda,  pues,  el  noble  autor  servido. 

Y  ahora  soy  yo  quien  digo  que  no  debe  desaparecer 
de  la  traducción  la  frase  ésa,  y  no  por  los  desahogos 
de  suspicacia  que  en  este  mi  prólogo  ha  provocado, 
sino  por  haber  dado  lugar  a  esa  nobilísima  carta,  en 
que  resplandece  todo  el  sereno  espíritu  del  ilustre 
filósofo  napolitano.  Y  después  de  sus  explicaciones, 
soy  yo  quien  hago  mía  su  frase.  Porque  pasó,  al  pa- 
cecer  al  menos,  el  peso  de  aquella  peor  sistematiza- 
ción de  filosofía  tudesca,  parece  que  va  pasando  la 
ramplonería  positivista,  refugiada  aún  en  las  biblio- 
tecas baratas  de  avulgaramiento  más  que  de  vulgari- 
zación pseudocientifica ;  pero  lo  que  no  parece  que 
quiere  pasar  de  nuestra  desventurada  patria  es  la  pe- 
dantería filosófica,  que  ahora  toma  una  nueva  y  más 
sutil  forma  de  vacuo  intelectualismo.  Y  amenaza  in- 


264 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ficcionar  nuestro  arte,  que  en  los  buenos  tiempos  supo 
defenderse  de  las  infecciones.  Y  como  creo  que  esta 
Estética,  escrita  por  un  italiano  hispanófilo,  que  bajo 
el  clarísimo  cielo  de  Nápoles,  todo  luz  libre,  rodeado 
de  las  memorias  de  Vico,  de  Bruno,  de  Campanella, 
de  De  Sanctis,  de  otros  grandes,  claros  y  luminosos 
espíritus,  ha  logrado  disipar  hórridas  nieblas  septen- 
trionales, sacando  de  ellas,  al  disiparlas,  el  rocío  vi- 
vífico que  era  su  tuétano;  como  creo,  digo,  que  esta 
Estética  puede  contribuir  en  algo  a  defendernos  de 
esta  nueva  pedantería  que  nos  amenaza,  por  eso  creo 
obra  altamente  patriótica  darla  traducida  a  nuestra 
hoy  todavía,  en  no  poco,  desventurada  España  (1). 

Salamanca,  jimio  1911. 


I  Este  prólogo  fué  publicado  en  la  revista  La  Lectura.  Ma- 
drid, año  XTI,  tomo  I,  abril,  1912,  págs.  321-336,  al  tiempo  que 
anunciaba  la  aparición  de  la  versión  castellana  de  la  obra  de 
Croce,  debida  a  José  Sánchez  Rojas. 


PROLOGO  A  LA  VERSION  ESPAÑOLA  DE 
LOS  ITALIANOS  DE  HOY,  DE  R.  BAGOT 
(Barcelona,  Librería  de  Feliú  v  Susanna,  1913, 
222  págs.) 


Una  doble  eficacia  creo  que  tenga  en  España  la 
lectura  de  este  libro  de  Richard  Bagot  sobre  los  ita- 
lianos de  hoy;  nos  enseñará,  de  una  parte,  a  conocer 
mejor  a  éstos,  con  lo  que  saldremos  ganando  no  poco, 
y  de  otra  parte  contribuirá  a  ilustrarnos  respecto  a 
la  posición  que  toman  esos  pueblos  a  los  que  aquí 
por  antonomasia  se  les  llama  europeos,  frente  a 
aquellos  otros  a  los  que  estiman  como  habiendo  ter- 
minado ya  su  misión  histórica  y  mero  objeto  de  la 
curiosidad  por  lo  exótico  y  pintoresco. 

El  ridículo  desdén  al  extranjero  es  uno  de  los  ma- 
yores azotes  morales  de  los  pueblos  que  se  tienen  por 
civilizados,  y  no  es  raro  encontrarse  con  ingleses, 
franceses  o  alemanes  que  por  ser  Inglaterra,  Francia 
o  Alemania  tomadas  en  conjunto  naciones  más  prós- 
peras y  cultas  que  una  nacioncilla  oscura,  se  imaginan 
que  cada  uno  de  ellos,  aun  siendo  de  lo  más  bajo  de 
la  escala  en  su  propia  patria,  está  por  encima  del 
más  culto  e  inteligente  de  esa  pequeña  y  oscura  na- 
ción. El  último  de  los  alemanes  cree  llevar  el  Imperio 
todo  alemán  sobre  su  cabeza. 

No  es  ciertamente  España  un  país  en  que  se  des- 
deñe y  desprecie  al  extranjero,  sino,  antes  al  contra- 
rio, se  propende  más  bien  a  sobrestimarlo  y  admirarlo 
en  demasía;  y  por  lo  que  hace  a  Italia  y  a  los  ita- 


266 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


lianos  se  ha  establecido  en  estos  últimos  años  una 
reacción  contra  antiguos  prejuicios.  La  idea  del  ita- 
liano cantante  de  ópera,  cómico,  tocador  de  arpa  o, 
por  otra  parte,  furibundo  anarquista  va  desaparecien- 
do de  entre  nosotros. 

No  es  cosa  de  que  me  extienda  aquí  sobre  las  an- 
tiguas e  íntimas  relaciones  culturales  ■ — políticas,  reli- 
giosas, científicas,  literarias —  entre  Italia  y  España, 
ni  sobre  lo  mucho,  lo  muchísimo  que  a  los  italianos 
debemos.  Baste  decir  que  de  los  nombres  más  grandes 
acaso  de  nuestra  historia,  Colón  y  Cervantes,  el  uno 
se  dijo  siempre  italiano,  y  el  otro,  en  Italia  maduró  su 
espíritu. 

Ultimamente  se  han  traducido  a  nuestra  lengua  no 
pocas  obras  italianas;  mas  hay  que  confesar  que  no 
siempre,  ni  mucho  menos,  fueron  bien  escogidas.  Ca- 
yeron sobre  nosotros  en  ese  período  del  furor  tra- 
duccionista,  en  lamentables  bibliotecas  de  avulgara- 
miento,  sociólogos  de  última  fila,  como  Ferri  y  como 
Sergi,  verbigracia;  toda  laya  de  positivistas,  sobre 
todo  criminólogos,  que  no  podian_darnos  idea  del  más 
serio  movimiento  filosófico  italiano,  de  la  honda  y 
seria  filosofía  italiana,  continuadora  de  la  labor  de 
los  grandes  pensadores  clásicos  de  Italia.  Pero  eso 
parece  que  está  pasando. 

Aquí,  como  dice  Bagot  que  en  Inglaterra  pasa,  la 
literatura  italiana  parecía  reducirse  a  D'Annunzio, 
y  como  en  Inglaterra,  no  al  D'Annunzio  poeta  de  la 
rica  lengua  esplendorosa,  sino  al  novelista  y  en  no- 
velas mal  traducidas  del  francés.  De  los  escritores 
que  Bagot  cita,  fuera  de  Amicis,  que,  merced  a  su 
libro  sobre  España,  llegó  a  ser  aquí  apreciado,  ni 
Carducci,  ni  Fogazzaro,  ni  Verger,  ni  Grazia  Deled- 
da,  ni  Ada  Negri,  ni  Pascoli,  ni  Giacosa,  ni  Arturo 
Grat  — y  sólo  cito  los  que  Bagot  cita —  han  tenido  en- 
tre nosotros  el  público  que  se  merecen  y  el  que  tienen 
escritores  franceses  de  mucha  menor  valía.  Lo  cual  se 


OBRAS  COMPLETAS 


267 


debe,  entre  otras  cosas,  a  la  equivocada  idea  de  que  no 
vale  la  pena  de  aprender  italiano,  y  de  que  el  apren- 
derlo, cuando  llegue  el  caso  de  tenerlo  que  hacer,  es 
cosa  de  poco  momento  y  de  coser  y  cantar.  Y  así 
resultaba  que  un  curioso  cualquiera  que  se  sabía  cua- 
tro frases  de  ópera  se  ponía  a  leer  a  Leopardi,  a  Car- 
ducci  o  a  Pascoli,  y  al  ver  que  se  le  escapaba  casi 
todo  el  íntimo  sentido,  el  sabor  poético,  dejaba  la 
lectura,  y  como  si  se  le  hubiese  hecho  victima  de 
engaño.  No  se  cree  aún,  en  general,  que  el  esfuerzo 
por  dominar  la  lengua  italiana,  aun  no  siendo  exce- 
sivo para  un  español,  merezca  la  pena  de  llevarlo  a 
cabo.  Y  es  un  grave  error. 

Tengo  la  idea,  que  no  sabría  explicar  debidamente, 
de  que  las  dos  influencias  literarias  más  benéficas 
para  nuestra  literatura  española  han  sido  la  italiana 
y  la  inglesa,  y  el  libro  que  aquí  tienes,  lector,  es 
el  de  un  inglés  sobre  los  italianos  de  hoy. 

En  este  libro  tenemos  que  fijarnos  también  sobre 
lo  que  dice  de  esos  curiosos  y  esos  turistas  ingleses 
admiradores  de  la  Italia  que  fué  y  de  lo  que  de  ella 
queda,  de  las  cosas  muertas  que  con  su  pasión  artís- 
tica hacen  revivir,  mejor  o  peor,  mas  desconocedores 
de  la  vida  italiana  y  la  vida,  es  lo  presente  siempre, 
no  lo  que  fué,  sino  lo  que  está  eternamente  siendo,  el 
esfuerzo  del  pasado  por  hacerse  porvenir.  Exacta- 
mente hace  notar  Bagot  que  los  ingleses  han  solido 
asociar  a  un  amor  tradicional  por  Italia  una  casi  to- 
tal indiferencia  hacia  los  italianos  o  un  errado  con- 
cepto de  ellos;  que  en  su  entusiasmo  por  la  Italia  del 
pasado,  la  de  las  bellas  artes  y  las  ciencias,  las  famo- 
sas tradiciones  históricas,  los  palacios  suntuosos,  las 
iglesias  y  monumentos,  las  costumbres  populares  cu- 
riosas y  pintorescas,  han  olvidado  del  todo  estudiar 
la  Italia  y  los  italianos  del  día  de  hoy ;  que  desdeñan, 
desconociéndolos,  a  estos  italianos  y  se  permiten  dar- 
les lecciones  y  mostrarles  sus  defectos,  reales  o  su- 


268 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


puestos,  y  esto  sin  darse  cuenta  de  que,  dada  la  di- 
vergencia entre  el  espíritu  anglosajón  y  el  latino,  no 
ven  ni  aprecian  las  cosas  desde  un  mismo  punto  de 
vista,  y  no  pueden  pretender  los  ingleses  el  que  el 
suyo  sea  el  punto  de  vista  universal  humano,  dado 
que  le  haya  para  estos  juicios. 

De  esa  petulante  y  pedantesca  posición  en  que 
Bagot  presenta  a  muchos  de  sus  compatriotas  respec- 
to a  los  italianos,  se  duelen  éstos  o  responden,  según 
nuestro  viejo  dicho  español,  al  desdén  con  el  desdén, 
y  nosotros  los  españoles  podemos  y  debemos  com- 
prender lo  que,  atañedero  a  esto,  los  italianos  sienten, 
porque  nos  ocurre  lo  mismo.  A  mí,  por  mi  parte,  una 
de  las  cosas  que  se  me  hacen  más  insoportables  es 
la  altanería  de  todos  esos  señores  europeos  por  anto- 
nomasia — no  especifico  más —  que  se  dicen  hispa- 
nistas, hispanófilos  o  hispanólogos  — esta  última  deno- 
minación es  la  más  cómica — ,  para  los  cuales  España 
se  acabó  en  los  siglos  xvi  y  xvii,  y  a  lo  sumo  en 
el  XVIII,  vienen  a  buscar  lo  que  en  nuestra  cultura 
influyó  la  de  sus  respectivos  países,  o  a  la  caza  de 
algún  problema  (!!!)  de  erudición  o  de  bibliografía 
para  tramar  una  tesis  cualquiera  doctoral  o  una  mo- 
nografía en  que  ejercitar  el  virtuosismo  tecnicista 
de  la  llamada  investigación,  sin  interés  alguno  por  el 
fondo  humano  del  asunto.  ¡  Peste  de  investigador- 
zuelos !  Para  estos  señores,  pescadores  de  variantes 
de  códices,  husmea-erratas,  carpinteros  de  ediciones 
críticas  (!!!),  no  pasamos  de  ser  conejillos  de  indias 
o  ranas  de  fisiólogo.  Y  los  hay  que  lamentan  el  que 
nos  hayamos  civilizado. 

En  unos  recuerdos  de  Josué  Carducci,  contaba  Annic 
Vivanti  (Nuova  Antología  del  1.°  de  agosto  de  1906, 
fascículo  831)  cómo  una  vez  entraron  en  Italia,  desde 
Suiza,  dos  turistas  alemanes  en  el  coche  del  gran 
poeta  y  como  a  grandísimo  honor.  Pasado  el  Montes- 
pluga  y  atravesada  la  frontera,  saliéronles  al  camino 


OBRAS  COMPLETAS 


269 


media  docena  de  chicuelos  miserables  pidiendo  una 
perrilla,  un  soldó,  por  caridad,  y  a  los  chicuelos  unié- 
ronse dos  mocetones  y  un  hombre,  corriendo  tras  el 
coche  y  pordioseando  todos.  Los  alemanes  se  rieron, 
les  echó  uno  de  ellos  un  puñado  de  perrillas,  y  al 
verles  pelearse  en  el  polvo  por  las  monedas,  exclamó 
el  más  joven:  allcrliebst,  ¡qué  primitivo  y  qué  pinto- 
resco !  "Pero  Carducci  — dice  la  Vivanti —  se  había 
puesto  en  pie,  colorado  hasta  las  raíces  de  los  pelos. 
— ¡  Para  !  — g-ritó  al  cochero — ,  ¡  para  !  — y  a  los  dos, 
que  le  miraban  atónitos:  — ¡Abajo!  — les  dijo  con 
voz  temblorosa.  Tras  un  instante  de  estupor,  el  pro- 
fesor alemán  se  levantó,  saludó  y  bajó  del  coche. 
Pero  el  joven  de  los  ojos  claros,  henchidos  de  súbi- 
tas lágrimas,  cogió  la  mano  a  Carducci  y  se  la  llevó 
impetuosamente  a  los  labios.  Después  púsose  de  un 
salto  en  la  carretera  y  dijo  al  cochero:  — ¡Adelante! 
Los  caballos  reanudaron  al  trote  la  bajada.  Carducci 
no  habló  en  todo  el  camino.  ¡  Italia  !  ¡  Italia  !  ¡  Italia  ! 
Este  leve  incidente  personal  le  hirió  más  que  lo  hu- 
biese hecho  un  insulto  que  se  le  hubiese  dirigido. 

¿  Y  no  es  cosa,  acaso,  de  que  los  españoles,  lo  mismo 
que  italianos,  imitemos  la  noble  indignación  del  gran 
poeta  civil  de  la  nueva  Italia,  una  y  libre,  cuando  se 
nos  vengan  los  turistas,  sean  o  no  profesores,  en  bus- 
ca de  lo  primitivo  y  lo  pintoresco,  y  echándonos  pe- 
rrillas al  polvo  de  las  carreteras? 

Otro  error,  y  no  de  los  menos  frecuentes,  y  contra 
el  cual  advierte  Bagot,  es  el  de  juzgar  en  el  extran- 
jero a  los  de  otro  país  por  los  emigrantes  que  de  él 
llegan.  El  emigrante,  rarísima  vez  es  bien  juzgado; 
y  aun  juzgándolo  bien,  no  representa,  ni  con  mucho, 
el  tipo  medio  de  un  país  cualquiera.  Es,  por  lo  me- 
nos, un  desarraigado  de  grado  o  por  fuerza.  A  este 
juicio,  somero  y  nada  imparcial,  se  exponen  en  Amé- 
rica, tanto  los  italianos  como  los  españoles.  El  emi- 
grante es  casi  siempre,  por  no  decir  siempre,  un  po- 


270 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


bre,  y  el  pobre  es  siempre  y  en  todas  partes,  si  injus- 
tamente tratado,  más  injustamente  aún  juzgado.  Y 
más  en  países  nuevos  envanecidos  con  su  riqueza. 

Todos  los  pueblos  padecen  la  dolencia  de  la  xeno- 
fobia, o  sea  el  aborrecimiento  o  el  desprecio  hacia  el 
extranjero;  mas  en  unos  se  presenta  con  más  fuerza 
que  en  otros,  de  una  manera  más  descarada  y  ofen- 
siva. Lo  que  se  complica  con  que  entre  los  pueblos, 
lo  mismo  que  entre  los  individuos,  molesta  grande- 
mente el  ver  entrar  a  otro  en  concurrencia.  Es  lo 
que  le  ha  ocurrido  a  Italia. 

Italia,  en  efecto,  ha  sido  durante  siglos,  desunida, 
el  ludibrio  de  los  pueblos.  Resurgió  a  nueva  y  más 
robusta  vida  en  el  resurgimiento  — risorgiuiento — ; 
llevó  a  cabo  la  obra  divina  de  su  unidad  nacional,  es 
decir:  de  su  liberación,  y  constituyóse  así  en  una 
nueva  y  grande  potencia  europea,  con  la  que  había 
que  contar.  Y  esto  es  lo  que  las  otras  grandes  poten- 
cias, lo  que  los  otros  pueblos  que  dirigen  la  historia 
universal  humana  de  la  cultura,  no  le  perdonan  en 
el  fondo  de  sus  corazones.  Encuéntranse  con  un  con- 
currente más  a  un  cierto  reparto  del  mundo. 

Cuando  el  pequeño  reino  del  Piamonte  envió,  en 
1854,  un  puñado  de  soldados  a  la  guerra  de  Crimea, 
a  pelear  contra  los  rusos  junto  a  los  ingleses  y  fran- 
ceses, pareció  a  muchos  piamonteses  y  a  casi  todos 
los  extranjeros  que  aquello  no  fué  sino  un  acceso 
de  monomanía  megalomaníaca  del  conde  de  Cavour. 
Necesitó  entonces  este  gran  estadista  y  egregio  ita- 
liano de  todos  sus  recursos  para  defender  su  acuerdo, 
mas  bien  se  vió  al  cabo  que  aquel  sacrificio  fué  uno 
de  los  que  prepararon  las  entradas  en  Roma  del 
ejército  italiano  y  la  fundación  de  la  independencia 
de  Italia  sobre  la  sólida  base  de  la  unidad.  Que  ya 
cantó  Manzoni : 


Liberi  non  sarem,  se  non  siamo  uní. 


OBRAS  COMPLETAS 


271 


Ejemplo  aquél  de  Cavour  para  que  lo  mediten  los 
pueblos  todos,  y  más  ahora  nosotros  los  españoles. 

La  voluntad  de  ser  gran  potencia,  esto  es,  uno  de 
los  pueblos  que  guíen  la  historia  de  la  cultura  humana, 
un  pueblo  con  una  misión  universal  y  eterna,  y  no  un 
mero  agregado  de  animales  humanos,  más  o  menos 
racionales  y  que  viven  una  vida  más  o  menos  feliz, 
esta  voluntad  de  vivir  vida  nacional,  de  perdurar,  de 
fraguar  progreso,  ha  ido  penetrando  por  las  capas 
todas  de  la  sociedad  italiana.  Siéntenla  unos  más  que 
otros,  muchos,  oscura  y  vagamente,  de  un  modo 
subconsciente,  si  cabe  emplear  este  tan  equívoco  vo- 
cablo, pero  la  sienten  casi  todos  los  italianos  de  hoy. 
Y  es  lo  que  les  lleva  al  sacrificio.  La  unidad  les  ha 
dado  conciencia  y  la  conciencia  libertad.  Como  que, 
en  rigor,  la  conciencia  no  es  sino  unidad  ni  hay  otra 
conciencia  que  la  que  de  la  unidad  nace. 

Y  al  surgir,  con  la  unidad,  a  más  plena  conciencia 
nacional,  que  es  conciencia  internacional  a  la  vez 
— pues  un  pueblo  no  se  conoce  y  siente  como  tal  sino 
frente  a  los  otros  pueblos  y  junto  a  ellos — ,  hánse 
afirmado  en  los  órdenes  todos  del  saber  y  del  obrar 
humanos.  A  su  unidad  debe  Italia  el  estar  recogiendo 
los  frutos  de  la  espléndida  serie  de  sus  pensadores, 
sus  artistas,  sus  hombres  de  ciencia,  sus  filósofos.  Y 
a  ella  debe  el  que  pueda  hoy  hablarse  de  una  filosofía 
italiana  — testigo  de  mayor  excepción,  Benedetto 
Croce —  y  de  una  visión  italiana  de  la  vida  universal. 
Sus  grandes  poetas  y  filósofos,  sus  grandes  pensado- 
res y  hombres  de  acción,  han  sido  los  profetas  de  la 
unidad  de  Italia,  de  la  tercera  Roma,  La  serva  Italia, 
di  dolare  ostcUo,  se  alza  de  nuevo  como  un  poder 
universal  y  eterno. 

En  esta  obra  de  la  afirmación  de  la  italianidad  ha 
sido  un  acto  la  conquista  de  la  Libia,  después  de 
haber  agotado  Italia  todos  los  medios  pacíficos  para 
libertarla  de  la  barbarie  turca,  que  ni  hace  ni  deja 


272 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


hacer.  Fué  en  defensa  de  la  libertad  de  sus  hijos, 
para  poder  vivir  vida  libre  y  culta  dondequiera  que 
lleven  su  trabajo,  como  Italia  se  vió  obligada  a  pelear 
contra  la  barbarie  turca.  Y  al  empeñarse  en  esta 
lucha,  se  vió  torcer  el  gesto  a  los  que  pretendían 
para  sus  propias  patrias,  o  mejor  para  los  capitalis- 
tas de  sus  patrias,  el  monopolio  de  las  tierras  arran- 
cadas a  la  barbarie. 

Italia,  la  Italia  de  las  muchas  vidas,  como  la  llamó 
Carducci,  es  un  país  prolifico  y  fecundo;  su  raza 
tenaz  y  vivaz  tiene  que  verterse,  rebasando  de  su 
solar.  Y  una  buena  parte  de  ese  su  excedente  de 
población  íbase,  desde  muy  remotos  tiempos,  a  las 
vecinas  costas  de  Africa.  E  Italia  no  podía  dejar 
allí  desamparados  a  sus  hijos.  Mas  es  sabido,  por 
otra  parte,  que  la  doctrina  del  Derecho  internacional 
capitalista  establece,  tácita  si  no  expresamente,  que 
las  colonias  han  de  ser  para  el  exceso  de  capital,  y 
no  para  el  exceso  de  población ;  que  una  tierra  ha 
de  ser,  no  de  los  que  con  su  sudor  la  fecundan,  sino 
de  los  que  con  su  dinero  compran  el  sudor  de  éstos. 
Gran  parte  de  Argel,  colonia  francesa,  está  fecundado 
por  el  sudor  de  trabajadores  españoles  e  itaHanos. 

Italia  se  fué  a  conquistar  la  Libia  para  sus  hijos, 
a  cuyo  libre  trabajo  ponía  trabas  Turquía,  y  como 
acaso  esto  alteraba  el  tan  cacareado  equilibrio  del 
Mediterráneo,  donde  hasta  las  potencias  que  en  rigor 
nada  tienen  de  mediterráneas  se  meten,  de  aquí  toda 
la  campaña  de  insidias  y  de  calumnias  antiitalianas. 
A  lo  que  hay  que  agregar  la  característica  petulancia 
de  los  corresponsales  de  los  grandes  diarios  de  las 
grandes  naciones.  A  este  último  respecto,  hay  muy 
exactas  observaciones  en  este  libro. 

Siendo  en  él  muy  de  notar  toda  la  parte  destinada 
a  rebatir  estas  calumnias. 

Aquí  mismo,  en  España,  uno  de  los  jóvenes  más 
cultos  y  más  generosos  con  que  nuestra  Patria  cuenta, 


OBRAS  COMPLETAS 


273 


se  hizo  eco  de  esas  campañas  antiitalianas.  Con  todo 
el  respeto  y  admiración  que  la  obra  de  este  mi  amigo 
se  merece,  creo  que  se  precipitó  prestando  asenso,  sin 
mayor  crítica,  a  noticias  de  origen  inglés  y  alemán. 
Y  hay  que  convenir  en  que  esos  pueblos  del  cant  y 
de  Kant  no  se  distinguen,  a  pesar  de  su  filosofía,  por 
su  sinceridad  ni  por  su  veracidad  cuando  hay  celos  y 
recelos  internacionales  de  por  medio.  Con  todas  sus 
tres  RRR —  Renacimiento,  Reforma,  Revolución — ; 
con  su  imperativo  categórico  y  con  su  doble  cultu- 
ra, sea  con  c  minúscula,  como  el  cant  inglés,  sea  con 
K  mayúscula,  como  el  Kant  alemán,  no  tienen  em- 
pacho alguno  en  fantasear,  o  aun  mentir,  cuando  se 
trata  de  pueblos  a  que  estiman  inferiores,  sin  conocer- 
los y  porque  no  los  conocen,  y  mucho  más  si  esos 
pueblos  cometen  la  osadía  de  querer  hombrear.  La 
campaña  de  embustes,  patrañas  y  calumnias  que  esa, 
aquí  en  España,  llamada  por  antonomasia  Europa 
desencadenó  contra  esta  nuestra  patria  no  hace  aún 
dos  años,  debió  ponernos  en  guardia  contra  esa  otra 
campaña  antiitaliana. 

Pero  al  cabo,  la  verdad  triunfa  siempre. 

Fuerza  me  es  remontar  estas  páginas  en  que  trato 
de  llamar  la  atención  de  mis  compatriotas  de  lengua, 
de  todos  los  que  hablan  lengua  española,  sobre  este 
libro  de  instrucción  y  de  justicia  acerca  de  los  ita- 
lianos de  hoy.  Las  más  de  las  injusticias  que  en  su 
buen  nombre  padecen  los  italianos  las  padecemos 
nosotros  también,  los  pueblos  de  lengua  española. 
También  sobre  nosotros  se  ceba  la  petulancia  de  tu- 
ristas y  de  pescadores  de  impresiones  de  viaje  o  de 
tesis  doctorales.  Y  por  esto  quiero,  antes  de  concluir, 
dirigir  un  ruego  a  aquellos  italianos  a  quienes  por 
acaso  cayesen  bajo  los  ojos  estas  líneas,  y  es  que 
no  hagan  a  ningún  otro  pueblo  víctima,  que  no  nos 
hagan  a  nosotros  víctimas,  de  las  mismas  injusticias 


274  MIGUEL   DE  UNAMUNO 


de  que  con  tanta  razón  se  lamenta  y  contra  las  que 
protesta  en  este  libro  Richard  Bagot. 

Y  así  lo  espero.  Porque  si  empieza  ya  a  haber  por 
esos  pueblos  de  cultura,  gracias  a  Dios,  hispanistas 
o  hispanófilos  que  empiezan  a  hacer  justicia,  no  ya  a 
la  España  muerta,  a  la  que  fué,  sino  a  nosotros,  a  los 
españoles  de  hoy,  que  estamos  vivos  y  bien  vivos, 
no  es,  ciertamente,  en  Italia  donde  menos  florece  hoy 
ese  hispanismo  justiciero.  Dígalo,  entre  otros,  el  ilus- 
tre Farinelli ;  digalo  el  mismo  ya  citado  Croce. 

Por  muy  bien  pagados  de  la  traducción  al  castella- 
no de  este  libro  pudiéramos  darnos  si  llega  un  día 
a  aparecer  en  italiano,  y  así  lo  espero,  una  obra  tan 
sincera,  tan  veraz,  tan  justiciera  sobre  los  españoles 
de  hoy  (1). 

Salamanca,  diciembre  de  1912. 


1  Este  prólogo  fué  reproducido  en  la  Revista  de  Libaos. 
año  II,  n.o  VIII,  febrero-marzo,  1914,  Madrid,  págs.  71-76.  La 
versión  castellana  del  libro  es  de  Juan  L.  TaltavuU. 


PROLOGO  A  CIRUGIA  POLITICA,  DE  ENRI- 
QUE PEREZ  (París,  Garnier  Hermanos,  1913, 
XII  +  226  págs.) 


Enrique  Pérez,  hijo  de  una  nobilísima  patria,  Co- 
lombia, que  ha  tenido  que  sufrir  últimamente  los 
zarpazos  de  la  desatentada  codicia  de  los  poderosos 
de  la  tierra,  es  imo  de  esos  hispanoamericanos  que, 
lejos  de  verlo  todo  en  rosa  y  oro  en  la  llamada  joven 
América,  lo  ve  acaso,  me  parece,  en  excesivo  negro. 

Casi  todos  los  hispanoamericanos  que  conozco  y  tra- 
to, lo  mismo  que  los  españoles,  pecan  por  uno  u  otro 
extremo:  o  se  pasan  de  optimistas  o  de  pesimistas. 
O  lo  ven  todo  con  los  rosados  colores  del  alba  de  un 
día  muy  largo  y  muy  espléndido,  o  con  las  tintas  som- 
brías del  ocaso  que  anuncia  una  noche  triste  y  tal  vez 
inacabable.  En  los  unos  parece  obrar  la  singular  petu- 
lancia que  en  sus  hijos  infunden  esos  países  de  rápido 
enriquecimiento,  y  en  los  otros,  esa  tristeza  que  se 
apodera  de  los  que  ven  a  su  patria  acechada  por 
aquellos  pueblos  que  buscan  empleo  a  su  capital  so- 
brante y  saben  que  una  tierra  no  es  de  los  que  la 
trabajan,  sino  de  los  que  aportan  el  capital  para  que 
trabajen  éstos. 

Y  Enrique  Pérez,  que  propende  más  que  a  otra 
cosa  al  pesimismo,  por  lo  menos  en  cuanto  al  estado 
presente  de  la  América  hispánica  se  refiere,  se  am- 
para de  preferencia,  al  desarrollar  sus  puntos  de 
vista,  en  nuestro  gran  Jeremías  español,  profeta  de 
grandes  desventuras :  en  Joaquín  Costa. 

Conocí  y  traté  a  Costa,  y  hasta  colaboré  en  dos  de 


276 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


sus  empresas :  en  la  información  que  hizo  abriera  el 
Ateneo  de  Madrid  sobre  la  oligarquia  y  el  caciquismo, 
y  en  sus  investigaciones  sobre  el  Derecho  consuetudi- 
nario de  España  (1).  Y  poco  después  de  su  muerte  con- 
signé en  un  estudio  que  en  la  revista  Nuestro  Tiempo, 
de  Madrid,  le  dediqué,  lo  que  acerca  de  él  y  de  su 
obra,  tan  ligeramente  juzgada  por  lo  común,  según 
creo,  pensaba  y  sigo  pensando  (2). 

Mas  ahora  he  de  limitarme  a  indicar  que  Costa, 
por  temperamento,  y  en  sus  últimos  días  más  que 
por  temperamento,  por  enfermedad  — que  fué  muy 
larga  y  muy  penosa  la  que  le  llevó  al  sepulcro — ,  era 
un  pesimista.  Y  de  las  pinturas  que  hacía  del  estado 
actual  de  España  hay  que  quitar  mucha,  pero  mucha, 
muchísima  tinta  negra.  No  sé  si  en  otras  partes, 
pero  en  España  al  menos,  la  manía  de  quejarse,  y 
hasta  de  calumniar  a  la  propia  patria,  es  muy  anti- 
gua y  muy  arraigada.  Los  más  de  los  juicios  dis- 
paratados que  con  tanta  frecuencia  emiten  sobre  Es- 
paña los  extranjeros  que  la  han  visitado,  se  fundan 
más  que  en  lo  que  han  visto,  en  lo  que  han  oído;  no 
en  lo  que  presenciaron  pasar  por  sí  mismos,  sino  en 
lo  que  les  dijeron  aquí  que  pasa,  cuando  en  realidad 
no  pasa  como  dijeron. 

Respecto,  verbigracia,  a  la  miseria  fisiológica  en 
España  y  a  eso  del  número  de  gentes  que  se  acues- 
tan cada  día  sin  haber  comido,  no  se  puede  hacer 
demasiado  caso  de  lo  que  decía  Costa.  La  estadística 
apenas  si  existe  en  España  y  aun  dentro  de  la  esta- 
dística hay  observaciones  tan  falaces  como  aquella 
de  comparar  lo  que  consume,  en  término  medio,  de 
azúcar  un  español  y  lo  que  consume  un  inglés,  no  en- 
trando en  cuenta,  claro  está,  el  azúcar  que  el  español 
consume  en  forma  de  frutas:  uvas,  naranjas,  higos,, 

1  Véase  "Vizcaya",  en  el  tomo  VI  de  estas  Obras  Completas,, 
donde  se  reproduce. 

2  "Sobre  la  turaba  de  Costa",  ibid.,  tomo  III. 


OBRAS  COMPLETAS 


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higfos  chumbos,  etc.,  y  no  de  terrones  industrialmente 
obtenidos,  y  sin  considerar  tampoco  que  el  tomar  el 
sol  ahorra  de  tomar  azúcar.  Y  nada  digo  de  esa  leyen- 
da que  respecto  al  número  de  analfabetos  que  hay  en 
España  corre  en  ella  y  fuera  de  ella. 

Pero  Costa  no  fué  tan  profundo  pesimista  cuando 
creyó  en  la  eficacia  de  una  operación  quirúrgica, 
como  por  lo  que  hace  a  la  América  hispánica  cree 
Enrique  Pérez.  Claro  está  que  tanto  Costa  como  el 
autor  de  este  libro  quieren  que  se  una  a  la  operación 
quirúrgica  el  tratamiento  médico,  pero  me  parece 
observar  que  dan  a  la  primera,  a  la  cirugía,  una  im- 
portancia desmedida  y  desde  luego  mucho  mayor  que 
a  la  que  a  la  medicina  conceden. 

Y  uno  de  los  más  útiles  y  más  eficaces  procedi- 
mientos médicos  es  el  de  inspirar  al  enfermo  con- 
fianza en  sus  propias  fuerzas  y  no  alarmarle  dema- 
siado no  sea  que  se  acobarde. 

Para  dirigir  a  un  pueblo  — y  le  dirigen  los  que  le 
hablan  y  para  él  escriben — ,  hay  que  saber,  como 
para  dirigir  a  un  niño  y  educarle,  combinar  el  freno 
con  la  espuela,  y  ni  desanimarle  ni  animarle  con 
exceso.  En  esto  del  tira  y  afloja  educativo  está  todo 
el  arte  del  conductor  de  pueblos. 

Plantéase  en  este  libro,  entre  otros  problemas,  uno 
de  los  más  sugestivos  que  la  historia  humana  nos 
presenta  y  es  el  del  tirano  bueno  o  malo.  Este  pro- 
blema se  nos  pone  a  cada  paso  ante  la  mente  estu- 
diando la  historia  de  la  América  hispánica  que  tan 
fecunda  ha  sido  en  déspotas.  Y  es  un  caso  curioso 
el  que  no  pocos  de  éstos  hayan  sido  verdaderamente 
populares  y  adorados  por  su  pueblo.  Si  Dios  me  da 
salud  y  llego  a  escribir  un  trabajo  que  proyecto 
sobre  Rozas,  Rodríguez  Francia  y  otros  tiranos,  es- 
pero entrar  algo  en  ese  problema  y  rebuscar  todo  lo 
que  de  base  económico-social  haya  en  ello.  Estigma- 
tizándolos con  el  dictado  de  tiranos  sobre  toda  aque- 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


lia  minoría  que  formaba  una  cierta  clase  social  bur- 
guesa, atenta  a  enriquecerse  sobre  todo,  europeizan- 
te, y  para  la  cual  un  cierto  número  de  libertades  de 
lujo  — como  lo  es  la  libertad  de  volar  para  el  que 
carece  de  alas,  o  la  de  conciencia,  en  el  sentido  en 
que  en  este  caso  se  toma,  para  quien  no  la  tiene  en 
tal  sentido —  estaban  por  encima  hasta  de  la  honra- 
dez administrativa.  Y  el  pueblo  analfabeto  que  veí.i 
no  le  faltaba  trabajo  se  cuidaba  muy  poco,  y  es  na- 
tural que  así  sea,  de  que  hubiese  o  no  libertad  de 
imprenta.  Hay  que  desconfiar  de  los  juicios  histó- 
ricos fraguados  por  los  hombres  de  pluma. 

Lo  malo  de  la  llamada  tiranía  buena,  del  porfiris- 
mo  como  alguien  la  ha  llamado,  es  que  acostum- 
brado el  pueblo  a  delegar,  a  descansar  en  quien  man- 
da, distiende  y  afloja  los  caracteres  y  acaba  embo- 
tando la  conciencia  patria.  Su  mal  es  el  de  una  paz 
muy  prolongada.  Todo  pueblo  para  vivir  vida  de 
progreso  necesita  lucha,  interior  o  exterior.  Y  hay 
veces  en  que  la  rareza  de  revoluciones  en  un  país 
lejos  de  ser  síntoma  de  vitalidad  pública  es  todo  lo 
contrario. 

Mas  dejando  todo  esto  y  viniendo  a  otras  cosas, 
parece,  por  todo  lo  que  uno  lee  que  en  la  América 
hispánica  se  escribe  y  por  este  libro,  que  va  desper- 
tando en  ella  la  conciencia  de  su  unidad,  de  su  ame- 
ricanidad  hispánica,  y  que  despierta  ante  el  senti- 
miento de  peligros  que  le  amenazan,  el  yanqui  desde 
luego,  acaso  el  alemán  y,  ¿quién  sabe?,  algún  día 
tal  vez  el  japonés. 

He  dicho  alguna  otra  vez,  mas  quiero  ahora  repe- 
tirlo, que  los  países,  y  más  aún  los  llamados  nuevos, 
o  sea  las  colonias  ■ — y  en  cierto  respecto,  las  naciones 
hispanoamericanas,  a  pesar  de  su  independencia,  no 
han  dejado  en  su  mayoría  de  ser  colonias — ,  no  son 
tanto  de  los  que  fecundan  su  suelo  con  su  sudor  y 
su  trabajo  como  de  los  capitales  que  explotan  la 


OBRAS  COMPLETAS 


279 


colocución  de  sus  productos,  la  importación  de  gé- 
neros a  ellas  o  la  exportación  desde  ellas  y  sus  gran- 
des empresas  industriales.  Y  esos  capitales  son,  por 
lo  regular,  extranjeros.  La  dependencia  económica 
de  la  mayoría  de  las  naciones  hispanoamericanas  es 
evidente,  y  con  esa  dependencia  no  puede  ser  muy 
sólida  la  independencia  política.  Y  si  tuvieron  que  sa- 
cudir el  dominio  de  España,  es  no  tanto  porque  ésta 
fuese  un  amo  tiránico  — que  la  tiranía  de  España  en 
América  es  una  leyenda  que  pasó  de  moda — -,  como 
porque  era  un  amo  pobre.  España  no  estaba,  por  su 
pobreza  y  su  escasez  de  capitales,  para  explotar  de 
un  modo  equitativo  sus  colonias  americanas,  llevan- 
do la  prosperidad  material  a  ellas.  Y  ya  dijo  Aquiles 
que  lo  peor  que  se  puede  ser  en  la  tierra  es  criado 
de  amo  pobre.  España  era  un  amo  pobre,  una  nación 
arruinada,  y  los  Estados  Unidos  son  un  amo  rico. 
Aquí  está  todo. 

Es,  pues,  la  independencia  económica  lo  que  tienen 
que  cobrar  las  nficiones  hispanoamericanas  y  forjar 
sus  conciencias  nacionales  y  robustecer  su  ba&e  de 
justicia  económica.  Tienen  la  ventaja  de  que  en  la 
mayoría  de  ellas  no  existe  el  fantasma  del  clerica- 
lismo — que  no  es,  aquí,  en  España  al  menos,  sino  un 
fantasma —  que  les  pueda  distraer  y  desviar  de  ése 
su  principal  propósito.  Y  es  la  justicia  económica  la 
que  puede  librarles  también  del  caudillismo,  puesto 
que  el  caudillaje  se  organiza  y  se  mantiene  para  la 
explotación  económica. 

Claro  está  que  esto  no  excluye  ni  mucho  menos, 
antes  bien  la  incluye,  toda  labor  de  solidaridad  espi- 
ritual, a  base  principalmente  del  idioma,  entre  los  pue- 
blos hispanoamericanos,  y  no  digo  latino-americanos 
porque  eso  de  latino  es  poco  claro  y  menos  preciso; 
más  una  categoría  lingüística  que  étnica,  y  si  se  quie- 
re incluir  al  Brasil,  en  que  se  habla  portugués,  y  no 
se  admite  la  denominación  tradicional  de  Híspanla 


280 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


para  la  Península  toda  ibérica,  era  mejor  llamarlos 
iberoamericanos,  pero  nunca  latinos. 

Creo,  además,  que  la  justicia  económica  sería  la 
mejor  base  para  esa  confederación  espiritual  his- 
panoamericana de  que  Enrique  Pérez  habla  con  de- 
voción y  que  tantos  otros  han  tratado,  y  últimamente, 
con  verdadero  fervor,  un  compatriota  del  autor  de 
este  libro,  el  colombiano  Diego  de  Mendoza. 

Cierto  es  que  para  todo  esto  se  tropieza,  como  muy 
acertadamente  indica  Enrique  Pérez,  con  la  inercia 
de  las  masas,  que  en  una  de  esas  naciones  lleva  el 
lastre  del  elemento  indígena,  por  naturaleza  y  por 
educación  inerte,  y  en  todas  la  acción  del  emigrante 
que  no  se  preocupa  gran  cosa  de  la  justicia  con  tal 
de  hacer  dinero.  Y  el  patriciado,  las  familias  con  al- 
gún arraigo  tradicional  en  la  tierra,  conviértese  fácil- 
mente en  oligarquía. 

Es  de  creer,  sin  embargo,  que  el  progreso,  por  así 
decirlo,  automático  de  esos  países,  el  que  resulta 
de  su  creciente  densificación  de  población  y  afinca- 
miento de  capitales,  traerá,  sin  cirugía  alguna,  el 
remedio  a  los  más  de  los  males  que  — ¡  ojalá  fuese 
con  toda  la  exageración  que  yo  supongo ! —  denun- 
cia Enrique  Pérez.  Y  en  el  fondo  acaso  lo  más  de 
ello  depende  de  vías  de  comunicación  y  nada  más. 
Hace  ya  muchos  años  que  Sarmiento  dijo:  "El  mal 
de  la  República  Argentina  es  su  extensión.  La  Amé- 
rica española  es  hoy  demasiado  grande  para  la  po- 
blación que  encierra". 

Este  libro  de  Enrique  Pérez  hará  que  muchos  pa- 
ren mientes  en  ciertos  problemas,  y  que  los  que  han 
pensado  ya  en  ellos  los  vuelvan  a  pensar.  Y  no  es 
poco. 


Salamanca,  febrero  de  1913. 


PROLOGO  A  CARTAS,  DE  MANUEL  LARAN- 
JEIRA  (Lisboa,  Portugalia  Editora,  1943, 
183  páginas  (Ij. 


Conocí  a  Manuel  Laranjeira  en  el  verano  de  1908, 
en  que  veraneé  en  Espinho.  Al  principio,  antes  de 
tratarle,  cuando  sólo  le  conocia  de  vista  y  por  lo 
que  de  él  me  decían,  me  fué  poco  simpático,  y  hasta 
me  hice  una  leyenda  muy  lejana  de  la  verdad.  Pero 
así  que  nos  pusimos  al  habla,  brotó  en  nosotros,  des- 
de el  primer  momento,  una  amistad  íntima,  firme, 
fraternal,  que  duró  hasta  su  desgraciada  muerte. 
¡  No,  que  sigue  durando !  La  muerte  de  mi  madre, 
acaecida  en  aquel  verano,  estando  yo  en  Espinho, 
hizo  que  saliera  sin  despedirle;  mas  nuestra  rela- 
ción continuó,  y  más  íntima  aún,  por  corresponden- 
cia. Cada  carta  que  recibía  yo  de  Laranjeira  era  una 
fiesta,  una  terrible  fiesta  para  mi  espíritu.  Hice  des- 
pués, otro  año,  un  viaje  a  Espinho,  no  más  que  a 
ver  a  mi  amigo  y  a  conversar  con  él.  Hablaba  ad- 
mirablemente bien  el  español  y  conocía  a  maravilla 
nuestra  literatura  española  contemporánea.  Y  con- 
servo, por  último,  el  ejemplar  de  mi  Rosario  de  so- 
netos líricos  que  llegó  a  su  morada  el  22  de  febrero 
de  1912,  cuando  aún  no  estaba  del  todo  frío  su  ca- 


1  A  raíz  de  la  muerte  del  médico  y  escritor  portugués  Manuel 
Laranjeira,  ocurrida  en  1912,  sus  amigos  proyectaron  la  publica- 
ción de  algunos  escritos  suyos,  entre  ellos  las  cartas.  A  tal  fin 
solicitaron  de  Unarauno  un  prefacio,  que  se  apresuró  a  enviarles. 
Hasta  1943  en  que  dicha  publicación  se  ha  llevado  a  cabo,  perma- 
neció inédito  dicho  prólogo,  que  ahora  reproducimos  en  el  lugar 
que  cronológicamente  le  corresponde. 


282 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


dáver.  Lo  conservo  con  su  cubierta,  su  matasellos,  y 
esta  frase  escrita  en  ella,  al  devolverme  el  paquete : 
"Faleceu."  ¡  Y  tantos  sonetos  cuya  inspiración  le  de- 
bía a  él,  a  mi  amigo,  en  gran  parte ! 

Fué  Laranjeira  quien  me  enseñó  a  ver  el  alma 
trágica  de  Portugal,  no  diré  de  todo  Portugal,  pero 
sí  del  más  hondo,  del  más  grande.  Y  me  enseñó  a 
ver  no  pocos  rincones  de  los  abismos  tenebrosos  del 
alma  humana.  Era  un  espíritu  sediento  de  luz,  de 
verdad  y  de  justicia.  Le  mató  la  vida.  Y  al  matarse, 
dió  vida  a  la  muerte. 

Su  libro  Comigo  (Versos  dum  solitário)  no  nos 
da  toda  su  alma.  Está  allí  demasiado  concentrado  su 
pensamiento.  Había  que  oírle  hablar.  Y  como  en  sus 
cartas  habla,  creo  que  sea  su  epistolario  lo  que  mejor 
nos  revele  toda  la  grandeza  de  su  alma. 

Iluminó  su  cabeza,  que  era  poderosísima  en  el  pen- 
sar, con  la  llama  de  su  propio  corazón,  que  le  lle- 
vaba encendido.  He  conocido  pocos  hombres  que  ha- 
yan juntado  a  una  inteligencia  más  clara  y  más 
penetrante  un  sentimiento  más  hondo.  Y  por  eso  su- 
cumbió. En  él,  como  en  Antero,  la  cabeza  y  el  cora- 
zón riñeron  recia  batalla. 

Fué  un  grande,  un  muy  grande  pensador,  pero 
fué  acaso  un  sentidor  más  grande  aún.  Y  no  ha 
muerto.  Vive  en  nosotros,  los  que  le  quisimos,  y  vi- 
virá en  todos  los  que  le  comprendan. 


Salamanca,  16-VI-13. 


PROLOGO  A  CONSTANZA,  DE  EUGENIO  DE 
CASTRO.  (Versión  castellana  de  Francisco  Alaldo- 
nado.)  Madrid,  Tipografía  de  la  Revista  de  Archivos, 
1913,  100  págs. 


Eugenio  de  Castro,  el  exquisito  poeta  conimbricen- 
se,  es  ya  conocido  y  apreciado  de  aquella  parte,  por 
desgracia  no  muy  copiosa,  de  público  de  lengua  es- 
pañola que  por  la  poesía  se  interesa. 

Hace  ya  catorce  años,  en  1899,  apareció  en  Bue- 
nos Aires  una  traducción  castellana  de  su  Bclkiss, 
reina  de  Sabá,  de  Asiim  y  de  Hymiar,  hecha  por  Luis 
Berisso,  y  con  un  discurso  preliminar  de  Leopoldo 
Lugones.  Fué  leído  y  apreciado  antes  en  la  América 
española  que  no  en  España.  Tal  ha  sido  el  injustifi- 
cado desdén  que  hacia  la  producción  portuguesa  he- 
mos guardado. 

Un  cierto  aristocratismo  de  poeta,  en  gran  parte 
erudito,  y  algo  también  — ¿por  qué  no  decirlo? —  de 
turrieburnismo  le  ha  hecho  a  Castro  preferir  asuntos 
y  temas  de  tierras  y  de  tiempos  remotos,  alejados  del 
fragor  y  el  polvo  de  las  batallas  del  día. 

No  se  le  puede,  ciertamente,  llamar  poeta  civil  en 
el  sentido  que  a  Carducci.  Ni  Belkiss,  ni  Tiresias,  ni 
Sagramor,  ni  Salomé,  ni  A  Ncreide  de  Harlem,  ni 
O  Rey  Galaor,  ni  O  Anel  de  PoUcrates,  ni  A  Ponte 
do  Sátiro  se  inspiran,  sino  muy  en  parte,  en  la  rea- 
lidntl  presente  y  viva. 

I\Ias  hay  que  tener  en  cuenta  las  condiciones  y  vi- 
cisitudes por  que  ha  pasado  en  los  últimos  años,  y 


284 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


sigue  aún  pasando,  la  pobre  Patria  de  Camoens,  aque- 
lla de  que  su  gran  cantor  dijo  que  estaba  metida 

no  gosto  da  cobigatc  no  rudeza 
d'hiima  austera  apagada  e  vil  tristeza. 

Y  para  espíritus  poco  o  nada  belicosos,  como  el  de 
Castro,  es  en  la  contemplación  de  lo  remoto,  en  tiem- 
po o  en  espacio,  o  en  ambos  respectos  a  la  vez,  donde 
se  halla  consuelo  para  las  tristezas  presentes. 

Lo  que  no  quiere  decir,  claro  está,  que  no  sea  Cas- 
tro un  poeta  portugués  y  profundamente  tal.  Lo  es 
hasta  por  esa  su  predilección  hacia  los  temas  orien- 
tales, por  esa  curiosidad  de  las  cosas  remotas,  raras 
y  longincuas.  Este  gusto  por  lo  exótico,  sacáronlo 
los  portugueses  de  sus  grandes  navegaciones  a  tra- 
vés de  los  mares  tenebrosos.  Su  arte  mismo  decora- 
tivo es  un  arte  de  fuertes  influencias  exóticas.  Y  así. 
Castro  resulta  ser  un  poeta  portugués  mucho  más 
castizo,  o,  como  ellos  dicen,  vernacular,  que  algunos 
de  los  que  le  motejaban  antaño  de  nefelibata,  es  de- 
cir, que  anda  por  las  nubes.  Y  es  para  un  poeta  mu- 
cho más  honroso  pasearse  por  las  nubes  que  no  por 
barrizales  o  por  pedregales  estériles,  como  le  ha  pa- 
sado en  su  Patria  a  algún  erudito  empeñado  en  hacer 
poesía. 

Y  es  portugués  además,  Castro,  por  el  acento  mis- 
mo de  sus  poesías,  por  la  dulzura  de  ellas  y  por  el 
aroma  de  religiosidad  naturalista  y  de  resignación 
que  de  ellas  se  desprende.  El  problema  pavoroso  del 
destino,  del  hado  incoercible,  palpita  en  casi  todas. 

Pero  lo  más  portugués,  y,  por  tanto,  lo  más  hu- 
mano, lo  más  universal  — que  es  tal  vez  lo  contrario 
de  lo  cosmopolita —  de  toda  la  poesía  de  Castro  es 
su  hermosísimo  poema  Constanza,  que  aquí  te  da, 
lector,  Francisco  Maldonado.  traducido  al  castellano. 


OBRAS  COMPLETAS 


285 


Ya  de  este  poema  hablé  en  el  breve  ensayo  que  a 
Eugenio  de  Castro  dedicara  en  1907,  y  figura  al  fren- 
te de  mi  obra  Por  tierras  de  Portugal  y  de  España. 

Entonces  escribí : 

"Constanza  fué  la  mujer  del  Infante  D.  Pedro,  el  de 
la  infortunada  Inés  de  Castro,  cuyos  trágicos  amores 
inmortalizó  Canioens.  Hasta  hoy  la  atención  y  el  in- 
terés todos  habíanse  concentrado,  como  en  casos  aná- 
logos sucede  casi  siempre,  sobre  la  amada  del  Prín- 
cipe, disipándose  casi  por  completo  la  dulce  pero 
crepuscular  figura  de  la  esposa  legítima,  de  Cons- 
tanza. 

"La  pasión  que  alguien  llamaría  ilegal,  la  pasión  no 
protegida  ni  por  la  ley  civil  ni  por  el  Sacramento 
religioso,  aparece  siempre,  y  es  natural  que  así  sea, 
como  mucho  más  interesante  y  más  poética  que  la 
otra.  Su  poesía  es  más  trágica,  más  de  espectáculo, 
más  visible  y  más  aparatosa.  La  tragedia  del  alma  de 
la  pobre  Constanza,  enamorada  también  de  Pedro,  y 
no  con  menos  pasión  acaso  que  lo  estuviera  Inés,  no 
es  tragedia  a  cuya  comprensión  lleguen  todas  las  al- 
mas. Y  es  esta  tragedia  íntima  y  silenciosa  la  de  la 
pobre  esposa,  que  ve  cómo  su  más  fraternal  amiga 
le  roba  el  corazón  de  su  Pedro;  es  este  martirio  el 
que  nos  cuenta  Eugenio  de  Castro  en  versos  de  una 
dulzura  y  una  saudade  exquisitas  y  profundas. 

"Esta  figura  de  Constanza,  que  llena  el  más  sentido 
y  el  más  portugués  de  los  poemas  de  Castro,  parece 
a  ratos  un  símbolo  de  Portugal,  que  desde  el  día  lú- 
gubre de  Alcázarquivir  parece  vivir  vagamente  su- 
mergido en  ensueños  de  pasadas  grandezas." 

Nada  tengo  que  suprimir,  pero  nada  tampoco  quie- 
ro añadir  a  esto  que  escribí  hace  media  docena  de 
años,  cuando  aún  no  había  pasado  Portugal  por  sus 
últimas  pruebas. 


286 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  ahora  algo  debo  decir  de  esta  traducción  •  de 
Constanqa,  hecha  por  mi  discípulo  Paco  Maldonado, 
y  hecha  precisamente  cuando,  bajo  mi  dirección,  cur- 
saba "Filología  comparada  del  latín  y  el  castellano", 
tal  era  el  nombre  oficial  de  la  asignatura.  Y  no  viene 
a  humo  de  pajas  el  recuerdo,  pues  una  de  las  cosas 
de  que  acaso  esta  traducción  se  resiente  es  de  que  su 
autor  estaba,  cuando  la  hizo,  en  el  ardor  del  neofi- 
tismo  de  filólogo  románico. 

Empiezo  por  declarar,  y  me  consta,  que  Paco  Mal- 
donado  opina  como  yo:  que,  en  general,  no  deben 
traducirse  las  obras  portuguesas.  Los  españoles  de- 
bemos leer  a  los  portugueses  en  su  propia  lengua,  y 
no  traducidos.  El  esfuerzo  para  ello  necesario  es  pe- 
queñísimo y  se  lo  debemos  a  nuestra  común  madre 
Iberia  o  Hispania.  Pero  ya  que  Maldonado  se  sintió 
impelido,  para  ejercitarse  en  filología  práctica,  a 
traducir  Constanqa,  acaso  debió  hacerlo  conservando 
el  metro  y  ritmo  mismos  del  original,  que  está  todo 
él  en  endecasílabos  libres,  sueltos  o  blancos.  Y  ver- 
daderamente libres,  a  la  italiana,  no  a  la  española. 
Quiero  decir  que  no  rehuye  los  asonantes  cuando 
buenamente  se  le  ocurren,  y  aun  en  versos  seguidos. 
Porque  eso  de  que  en  los  versos  libres  se  haya  de 
rehuir  las  asonancias  es  una  regla  puramente  con- 
vencional, y  no  fundada  en  razón  alguna  estética,  de 
esa  estúpida  y  ridicula  preceptiva  castellana  que  se 
ha  entretenido  en  crear  dificultades  para,  venciéndo- 
las, ocultar  la  pobreza  de  sentido  poético,  hasta  for- 
mal. 

Paco  Maldonado,  en  vez  de  respetar  la  uniforme 
versificación  de  endecasílabos  libres  del  original,  lo 
que  da  a  éste  una  austera  y  solemne  unidad,  la  ha 
cambiado  en  cada  canto.  Así,  en  el  primero,  respeta 
la  versificación  original ;  el  segundo  lo  rima  en  con- 
sonancia; el  tercero  y  cuarto  los  asonanta  a  la  ma- 
nera española  de  los  romances  endecasílabos,  aunque 


OBRAS  COMPLETAS 


287 


en  distintas  asonancias ;  el  quinto  lo  traduce  en  ver- 
sos de  nueve  sílabas  aconsonantados ;  en  el  sexto  vuel- 
ve al  endecasílabo  aconsonantado ;  en  el  séptimo,  por 
fin,  el  más  hermoso  de  los  siete  hermosos  cantos, 
vuelve  el  traductor  a  respetar  el  ritmo  de  los  ende- 
casílabos verdaderamente  libres  del  autor. 

Todo  esto  le  permite  a  Maldonado  hacer  gala  de 
sus  facultades  de  habilísimo  versificador,  de  su  vir- 
tuosidad de  tal,  y,  a  la  vez,  de  su  dominio  del  habla 
castellana,  dominio  de  instinto,  corroborado  y  per- 
feccionado con  el  estudio ;  pero  ¿  no  es  esto  algo  a 
costa  de  la  fidelidad  al  texto?  ¿No  padece  con  ello 
la  unidad  de  la  obra  traducida? 

Los  románticos  gustaron  mucho  de  cambiar  de 
metro  y  de  ritmo  en  sus  poemas.  Una  cosa  así  como 
el  Orlando  furioso,  con  sus  4.802  octavas  reales,  lo 
que  hace  38.416  endecasílabos  seguidos  y  uniforme- 
mente rimados,  es  algo  que  no  sé  por  qué  rehusan. 
Y,  sin  embargo,  ¡  qué  profunda  unidad  da  ello !  Y 
así  están  escritos  los  más  grandes  poemas,  desde  La 
Ilíada.  Y  el  Paraíso  perdido,  de  Milton,  todo  él  en 
versos  blancos. 

El  endecasílabo  libre  o  suelto  es  lo  que  más  se 
acerca  a  la  prosa  ritmoide,  y  ello  obliga  a  cuidar  de 
la  expresión  poética,  sin  fiarse  de  efectos  técnicos  de 
versificación,  casi  siempre  convencionales.  Es  la  for- 
ma más  libre  y,  a  la  vez,  la  más  rica,  porque  el 
endecasílabo  es  el  verso  que  más  variedad  consiente. 
No  tiene  esa  amartilladora  monotonía  del  alejandrino, 
que  es  un  verso  falso,  pues  se  reduce  a  ser  una  yunta 
de  dos  heptasílabos. 

Pero  hechas  estas  protestas,  de  mí  parte  debo  con- 
fesar que  Maldonado,  al  ejercitar  su  virtuosidad  de 
versificador  y  de  hablista  sobre  el  poema  de  Castro, 
ha  dejado  intactas  las  bellezas  de  éste,  y  si  en  algún 
pasaje  se  oscurece  algo  la  hermosura  del  original,  en 
otros  resulta  realzada. 


288 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  ahora  espero  que  mi  buen  amigo  y  discípulo  el 
autor  de  esta  traducción  del  bellísimo  poema  portu- 
gués renunciará  en  adelante  a  traducir  de  tal  lengua, 
gemela  de  la  nuestra,  pues  queda  demostrado  que 
sabe  hacerlo  a  maravillas,  y  ejercitará  su  virtuosidad 
de  versificador  y  de  estilista  en  poesías  de  su  propio 
numen.  Hago  votos  por  ello  y  porque  el  público  es- 
pañol las  conozca  y  guste  pronto. 

Salamanca,  agosto  1913. 


PROLOGO  AL  LIBRO  EL  POEMA  DE  LA  TIE- 
RRA. DE  CANDIDO  R.  PINILLA.  Salamanca,  Al- 
niaraz  Hermanos,  1914,  XIX  +  132  págs. 


AL  LECTOR 

No  quiero,  lector,  que  mi  firma  al  pie  de  este  pró- 
logo pueda  llamarte  a  engaño  alguno.  No  es  esta 
obra  de  crítica,  sino  más  bien  de  afecto,  de  intenso 
cariño.  Los  versos  que  vas  a  leer  son,  en  efecto,  de 
uno  de  mis  mejores  amigos  — mejor  no  le  tengo; 
tan  bueno  acaso — ,  de  quien  tal  vez  sabe  más  de  mis 
secretos,  de  quien  más  confidencias  de  las  torturas 
de  mi  espíritu  ha  recibido. 

Cándido  R.  Pinilla  es  ciego  desde  muy  temprana 
edad,  y  cuando  hace  ya  algunos  años  le  conocí  en 
esta  su  ciudad  natal  de  Salamanca,  intimamos  al  pun- 
to y  muy  luego  me  convertí  en  su  casi  diario  laza- 
rillo y  en  su  lector.  ¡  Cuántos  y  cuántos  paseos  no 
hemos  dado  juntos  por  esta  solemne  tierra  caste- 
llana que  con  tanto  fervor  canta  en  estos  versos ! 

Es,  sin  duda,  Cándido  Pinilla  uno  de  los  hombres 
a  quienes  más  debo,  pues,  aparte  de  lo  que  haya  po- 
dido enseñarme  por  sí  mismo,  es  uno  de  aquellos  que 
más  me  han  hecho  pensar  y  leer  en  voz  alta.  Sí 
alguna  virtuosidad  poseo  como  lector  — y  de  ello  me 
jacto —  a  él  más  que  a  otro  cualquiera  se  lo  debo. 
Porque  hay  que  considerar  lo  que  significa  estar  un 
día  y  otro  leyendo,  en  voz  alta  a  un  amigo,  ya  pro- 
sa, ya  verso,  y  no  pocas  veces  traduciéndole  a  libro 
abierto  y  de  corrido.  El,  pues,  me  ha  hecho  perfec- 


10 


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OBRAS  COMPLETAS 


cionarme  siquiera  en  el  difícil  arte  de  la  lectura  a 
viva  voz  y  en  el  más  difícil  aún  de  la  traducción 
repentizada  y  de  varios  idiomas,  no  todos  afines  al 
castellano. 

Y  hemos  juntado  él  y  yo  nuestros  amores  al  cam- 
po y  a  la  lectura.  ¡  Cuántas  veces  no  hemos  seguido 
juntos  el  vuelo  de  alguno  de  los  espíritus  excelsos, 
tendidos  ambos  sobre  la  mullida  alfombra  de  un  pra- 
do, a  la  vera  de  un  regato  humilde  y  resignado,  como 
aquella  fuentecica  del  Juncal  que  en  las  páginas  de 
este  libro  veréis  cantada !  Mi  voz  cubría  el  canto  del 
agua  llevando  a  los  cielos  la  palabra  de  alguno  de 
esos  hombres  que  fueron  también  fuentes,  fuentes  de 
resignación  y  de  consuelo. 

El  campo  y  los  libros  han  sido  nuestros  comunes 
maestros.  Y  juntos  charlábamos  con  el  viejo  pastor, 
que  cómo  cetro  de  humildad  lleva  el  cayado  que  de 
sus  padres  heredara. 

Nunca  olvidaré  unos  días  de  vacaciones  que  pa- 
samos juntos  en  Castillejo  sobre  el  Alhándiga.  El 
tiempo  se  puso  crudo,  nevaba,  y  no  pudiendo  salir 
al  campo,  teníamos  que  abrigarnos  en  la  vieja  coci- 
na, al  amor  de  la  lumbre  del  hogar,  donde  ardían, 
bajo  la  ancha  campana  ahumada,  troncos  de  encina. 
Y  allí  sentados  en  el  escaño  los  dos,  me  ponía  yo  a 
leerle  viejas  consejas,  cuentos  y  poesías  que  han  con- 
solado a  tantos  de  haber  nacido.  Los  gañanes  y  los 
pastores  iban  recojiéndose  y  viniendo  a  casa,  y  silen- 
ciosos, sin  chistar,  casi  en  puntillas,  se  ponían  en  rolde 
a  la  hoguera  y  a  escuchar  con  recogido  deleite  mi  lec- 
tura. Nunca  he  obtenido  un  éxito  tan  grande,  ni  que 
tanto  me  halagara.  No  es  fácil  suponer  lo  que  a  la  gen- 
te de  campo,  analfabetos  aun  cuando  sepan  deletrear, 
le  encanta  oír  leer  con  sentido,  sea  lo  que  fuere,  lo  que 
se  lee.  Pero  allí,  además.  Ies  interesaba  lo  leído.  Leí 
a  Cándido,  y  a  los  pastores  y  gañanes,  entre  otras  co- 
sas, las  narraciones  que  constituyen  las  Vidas  som- 


I      o  B  R  A  S    C  o  M  P  L  E  T  A  S  291 

I 

brias,  de  Pío  Baroja,  y  no  podrá  suponer  este  escri- 
tor, mi  paisano,  lo  hondo  de  la  impresión  que  en 
aquellos  pastores  produjo  el  relato  de  "La  Sima". 
Cuando  tuvimos  que  volvernos  a  la  ciudad  se  me 
acercó  uno  de  aquellos  campesinos  a  rogarme  que 
les  dejara  el  libro.  Un  año  lo  tuvieron  en  su  poder, 
devolviéronmelo  entero  y  bien  cuidado  — lo  que  no 
habría  hecho  un  señorito  ciudadano—,  y  supe  que 
se  lo  habían  aprendido  casi  de  memoria. 

Esta  ha  sido,  pues,  nuestra  escuela.  Y  en  ella 
aprendió  Cándido  Pinilla,  como  aprendí  yo,  su  amor  a 
este  rudo  campo  austero,  el  amor  que  en  estos  versos 
canta.  Y  lo  canta  desde  dentro. 

Aunque  me  lo  tomen  a  paradoja,  creo  deber  decir 
que  el  ser  ciego  es  lo  que  le  permite  ver  más  honda 
y  más  interesante  este  campo,  y  verlo  espiritualizado. 
Guarda  en  el  relicario  de  su  alma  la  visión  de  la 
niñez,  toda  pureza,  y  esa  visión  se  le  ha  hecho, 
espíritu,  j  Ojalá  pudiésemos  los  demás  ver  con  ojos 
de  niños  tantas  cosas  que  delante  de  ellos  se  nos  po- 
nen !  No  en  vano  hicieron  los  antiguos  a  Homero 
ciego. 

Y  por  faltarle  la  vista  material  o  fisiológica  le 
habla  el  silencio  del  campo  y  le  hablan  sus  rumores 
como  no  nos  hablan  a  los  demás.  Y  las  visiones  mis- 
mas le  llegan  tamizadas  y  cernidas,  a  través  del  oído; 
le  llegan  humanizadas. 

Leed  cuando  nos  habla  de  aquellos  árboles  que  ta- 
laron, de  aquellos  árboles  que  formaban  una  lira,  a 
cuyo  pie  se  sentaba 

oyendo  el  murmullo  del  viento  en  las  hojas 
y  el  rumor  del  agua  bullendo  en  la  arena 

y  oyó  luego 

los  golpes  del  hacha  cortante 
que  hería  el  silencio  con  su  seco  ruido 
y  ota  la  especie  de  sordo  gemido 
que  al  caer  lanzaba  el  árbol  gigante. 


292 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Huyen  los  pájaros  del  campo  descuajado,  la  tierra 
queda  muda,  el  alma  suspensa,  y 

triste  y  silencioso  recorro  el  paraje 
por  donde  ya  el  viento  mudamente  gira; 
el  poeta  ciego  no  oirá  más  la  lira 
cuyo  son  le  hacía  sentir  el  paisaje. 

i  Triste,  sí ;  silencioso,  no !  Ya  que  calla  el  campo 
y  huyeron  tras  la  tala  los  pájaros,  rompe  él  a  cantar 
y  a  henchir  y  consolar  con  sus  cantos  el  silencio. 

Porque  el  silencio  sólo  es  verdadero  silencio,  si- 
lencio poético,  creador,  para  un  ciego.  Es  siempre 
para  él  silencio  nocturno,  lleno  de  rumores  que  bajan 
del  cielo. 

En  el  campo  ha  encontrado  consuelo,  música  como 
aquella  de  que  hablaba  Fray  Luis  en  su  oda  al  ciego 
músico  Salinas,  y  salud.  Y  en  el  campo  abrigo  con- 
tra rudezas  de  la  ciudad.  ¿  No  es  nada  acaso  poder 
pasearse  solo,  sin  ayuda,  por  una  vasta  pradera?  ¿El 
poder  recorrerla  sin  lazarillo  ? 

¡  Pero  no  busquéis  tampoco  en  estos  versos  poe- 
mas de  un  anacoreta,  no !  El  sentido  social  es  el 
oído,  no  la  vista.  Los  que  se  aislan  y  suelen  hacerse 
insondables  y  huraños  son  los  sordos,  no  los  ciegos. 

Y  el  poeta  de  estos  poemas  que  vas  a  leer,  lector, 
es  sociable,  muy  sociable  y  hasta...  ¡político!  Que 
es  ya  el  colmo  de  la  sociabilidad.  ¡  Y  aun  electorero ! 

Y  si  va  al  campo  y  busca  en  él  reposo  y  consuelo,  es, 
como  Fray  Luis,  por  ser  sociable  y  para  volver  con 
más  brío  a  la  brega  ciudadana. 

Al  mundo  torno,  pues,  donde  debo 
la  más  humana  misión  cumplir 

nos  dice  él  mismo.  Y  ello  me  recuerda  aquellos  den- 
sos versos  de  Jorge  Meredith  en  su  breve  poema 
"Naturaleza  y  vida"  {N ature  and  Life),  en  que  dice 
a  uno  que  se  retira  al  bosque:  "Mas  oye  cómo  por 
dentro  la  concha  que  eres  resuena  música,  sin  que 


OBRAS  COMPLETAS 


293 


haya  cerca  otro  que  se  conmueva  a  su  eco.  Nuestra 
vida  es  parte  de  las  olas ;  ellas  llevan  nuestras  ro- 
dantes cosechas ;  vuelve,  pues,  a  ellas  a  por  aire  va- 
ronil, henchido  del  corazón  del  bosque." 

Y  tan  cierto  es  esto  de  Pinilla,  que  no  tenéis  sino 
leer  sus  cantos  "¡Desterrados!"  y  "Al  marchar",  tan 
sociales  como  campestres,  para  conocer  que  el  amor 
al  campo  y  el  amor  a  la  sociedad  humana  son  un 
solo  y  mismo  amor  en  él.  Y  es  la  ciudad  la  que  le 
ha  enseñado  a  sentir  así  la  tragedia  de  la  tierra.  Y 
es  la  ciudad,  es  la  sociedad  humana  civil,  la  que  le 
ha  enseñado  la  calentura  de  lo  divino 

que  sólo  Dios  engendra  y  sólo  El  cura. 

El  campo,  el  espíritu  de  la  tierra,  ha  sido  fuente 
de  resignación  y  de  calma  y  de  mesura  para  él,  muy 
al  contrario  que  le  pasaba  a  Leopardi,  que  vió  en  la 
naturaleza  una  madrastra.  Bien  es  cierto  que  la  natu- 
raleza fué  con  el  pobre  recanatense  mucho  más  cruel 
que  con  Pinilia  haya  sido.  El  no  poder  ver  lanza  a 
un  hombre  al  campo ;  el  no  querer  ser  visto  le  confina 
en  tristes  cementerios  de  pensamientos  humanos. 

Cándido  Pinilla  ha  buscado  en  el  campo  restaura- 
ción a  las  luchas  de  la  ciudad,  y  en  ésta  lleva  el  re- 
poso sedante  de  la  campiña.  Y  en  el  campo  le  han 
enseñado  a  quererlo  y  a  sentirlo  los  libros. 

Conviene  que  nos  vayamos  deshaciendo  de  esa  es- 
pecie fabulosa  de  que  pueda  haber  poetas  espontá- 
neos, populares  en  un  cierto  sentido  completamente 
arbitrario  y  falso.  Yo  llego  a  dudar  de  que  sea  cier- 
to hasta  lo  del  "cantar  sabroso  no  aprendido"  de  los 
pájaros,  y  sospecho  que  ni  éstos  cantarían  si  no  hu- 
bieran oído  nunca  cantar  a  sus  padres.  Y  poesía  po- 
pular, en  el  sentido  de  algo  colectivo,  que  brota  del 
pueblo,  de  la  masa,  no  ha  existido  jamás.  Las  mu- 
chedumbres son  infecundas  para  el  arte.  Lo  que  hacen 


294 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


es  obrar  en  el  espíritu  del  poeta,  del  individuo  crea- 
dor, y  recojer  luego  sus  cantos,  aceptándolos,  o  re- 
chazarlos. 

Y  de  la  misma  manera  el  sentimiento  estético  del 
campo,  del  paisaje,  es  obra  de  cultura,  es  un  pro- 
ducto civil  y  no  rústico;  nació  en  la  ciudad  y  de  la 
literatura  procede.  No  es,  pues,  un  reproche,  ni  mu- 
cho menos,  el  decir  de  un  poeta  que  siente  y  ve  el 
campo  a  través  de  la  literatura,  esto  es,  al  través  de 
la  tradición  cultural  humana.  Así  ha  sido  siempre  y 
así  será. 

Y  esto  me  trae  a  las  mientes  la  absurda  leyenda 
que  respecto  a  Gabriel  y  Galán  pretendieron  esparcir 
algunos  de  sus  poco  reflexivos  admiradores  y  admi- 
nistradores de  su  gloria.  Quisieron  hacer  creer  a  los 
ingenuos  y  a  los  incautos  que  Galán  era  una  especie 
de  flor  bravia,  silvestre,  casi  sin  cultivo,  y  que  sin- 
tió y  vió  el  campo  en  sentimiento  y  visión  inmedia- 
tos y  como  si  él  lo  hubiese  estéticamente  descubierto. 
Nada  más  lejos  de  la  verdad.  Galán,  que  fué  maes- 
tro de  escuela  y  estudiante  de  magisterio,  leyó  mu- 
cho, mucho  más  de  lo  que  quieren  hacernos  creer 
esos  sus  inconsiderados  incensadores,  y  su  sentimien- 
to del  campo  tiene,  afortunadamente  para  él  y  su 
obra,  mucho  de  culto,  de  cultural,  de  literario.  La 
literatura,  nuestra  clásica  literatura,  Fray  Luis  sobre 
todo,  y  no  pocos  poetas  contemporáneos,  ya  españo- 
les, ya  extranjeros,  le  enseñaron  a  ver  y  a  sentir  el 
campo.  Quiere  esto  decir  que  le  enseñaron  a  verlo  y 
a  sentirlo  los  que  le  enseñaron  a  hablar  y  a  escribir. 

A.  nadie  se  le  ocurrirá,  y  menos  a  mí  que  a  otro 
cualquiera,  aplicar  tan  absurda  leyenda  a  Pinilla. 
¡  Como  que  en  no  pocos  de  estos  versos  descubro  la 
semilla  de  donde  han  brotado,  semilla  que  yo  mismo 
sembré  con  mis  lecturas  en  su  espíritu !  Ahora  que 
él,  poeta  culto,  esto  es,  poeta  de  verdad,  ha  dado  de 
esas  semillas  una  flor  propia,  oyendo  al  campo. 


OBRAS  COMPLETAS 


295 


Y  no  es  el  sentimiento  de  él,  que  aquí  verás,  lector, 
florecer  en  versos,  un  sentimiento  blandengue  y  todo 
él  de  reposo  y  de  resignación,  ¡  no !  Pinilla  es  de  los 
que  pueden  repetir  el  "qué  descansada  vida...",  por 
ser  de  los  que  se  han  cansado  y  de  los  que  merecen 
I      el  descanso. 

De  los  versos  que  aquí  leerás,  lector,  hay  algunos 
que  prefiero  y  son  los  que  suenan  como  éstos: 

La  reja  ¡abra  el  cerro, 
la  hoz  convierte  en  páramo  el  trigal : 
¡a  tierra  no  se  rinde  sino  al  hierro; 
hoz  o  arado,  es  igual. 

Sí,  la  Tierra  es  a  la  vez  madre  del  Hombre,  su 
esposa  y  su  hija.  De  ella  salió  y  ella  le  nutre,  pero  a 
ella  fecunda  con  su  trabajo,  abriéndole  con  el  hierro 
el  seno  y  sembrando  allí  la  semilla,  y  en  cierto  modo 
la  hace.  Es  también  obra  del  Hombre,  su  hija.  Y  si 

I  el  hombre  salió  llorando  del  seno  de  una  madre  dolo- 
rida,  debe  de  serle  dulce,  muy  dulce,  cuando  se  rinda 
al  peso  de  los  años  de  trabajo,  reclinar  su  cabeza  en 

I     el  regazo  de  una  hija  apesarada  a  la  vista  de  la 

'     muerte,  y  mirando  al  cielo,  dar  allí,  en  aquel  seno 

I     que  de  él  brotó,  su  postrer  aliento. 

I  Y  lo  que  debió  sentir  la  tierra  al  recibir  en  su  seno 
todoparidor  y  que  a  todos  recoje,  la  semilla  inmortal 
de  aquel  pobre  rapaciño  gallego  a  quien  llevaron  a 
enterrar  en  ella  llevando 

a  un  lado  un  ramo  de  flores; 
al  otro  una  cruz  de  espigas. 

¡La  cruz  de  espigas!  ¡Lo  que  esto  dice!  Dice  tan- 
to como  una  corona  de  espinas.  Y  bien  vale  esa  cruz 
un  poema  que  estoy  seguro  habrá  de  escribirse  un 
1  día. 

f         Son,  a  la  vez,  estas  poesías,  lector  amigo,  flores  de 
í      otoño.  No  es  Cándido  Pinilla  ningún  mozo.  Ha  vivi- 
do bastante  para  atesorar  poesía,  que  es  siempre  ere- 


296 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


ma  del  pasado.  Y  del  pasado  que  se  vive,  es  decir, 
que  se  sufre.  Y  Pinilla  ha  vivido  más  que  a  su  edad 
otros,  porque  ha  tenido  que  vivir  más  íntimamente, 
ya  que  Dios  le  ha  hecho  buscar  la  luz  hacia  dentro. 

Quiero  declararlo  una  vez  más:  desconfío  de  los 
poetas  demasiado  jóvenes.  Sus  osadías  son  de  refle- 
jo; su  canto  rara  vez  pasa  de  ser  un  eco  en  que  nada 
propio  han  puesto.  Sus  audacias  no  trascienden  de 
la  técnica. 

Podrá  decirse  de  estos  poemas  que  son  a  las  veces 
algo  lentos,  que  discurren  pausadamente  como  un 
riego  fecundante  y  no  en  chaparrón  que  arrastra 
mantillo,  que  falta  en  ellos  concentración.  Es,  sin 
duda,  el  placer  que  encuentra  en  charlar  quien  no  se 
distrae  de  la  charla  con  lo  que  ve ;  es  aquella  mesu- 
rada prolijidad  homérica  de  la  charla  del  viejo  poeta 
ciego  que  sentado  al  amor  de  la  lumbre  cuenta  des- 
paciosamente antiguas  consejas.  Es  la  expresión  de 
quien  vive  mucho  hacia  dentro,  esto  es,  despacio.  Y 
es  lo  propio  del  que  canta  de  palabra  y  no  por  es- 
crito. 

Y  esto,  el  que  Pinilla  tenga  que  componer  sus  ver- 
sos estrictamente  a  su  oído,  de  memoria,  sin  ir  fiján- 
dolos por  escrito  apenas  brotan  informes,  buUentes, 
improvisados,  esto  es  también  lo  que  explica  su  téc- 
nica correcta  en  el  sentido  de  nuestra  tradicional  pre- 
ceptiva, que  es  un  legado  de  la  experiencia.  Y  cuenta 
que  yo  me  revuelvo  a  menudo  contra  esa  preceptiva 
y  soy  de  los  que  quieren  -revolucionarla,  revolucio- 
nando a  la  vez  nuestro  oído.  Pero  quien  apenas  cuen- 
ta si  no  con  él  no  puede  ser  revolucionario. 

Hay  mucho  de  verdad  en  aquello  que  Roberto  Luis 
Stevenson  dijo  de  los  versos  de  Walt  Whitman,  y  es 
que  éste  no  quería  tomarse  ni  la  molestia  de  escribir 
en  prosa.  Los  versos  whitmanianos  son,  en  efecto, 
expresión  de  algo  anterior  a  la  diferenciación  de  ver- 
so y  prosa,  son  el  lenguaje  protoplasmático,  casi 


OBRAS  COMPLETAS 


297 


amorfo,  que  brota  en  los  momentos  de  éxtasis  o  cuan- 
do uno  habla  para  sí  mismo.  Parécense  a  las  notas 
que  un  escritor  toma  rápidamente,  a  vuela  pluma, 
cuando  los  pensamientos  se  le  amontonan.  Los  versos 
de  Walt  Whitman  me  hacen  el  efecto  de  estar  escri- 
tos taquigráficamente.  Son  frases  de  complexión  tan 
fugitiva,  tan  líquida,  o  mejor  tan  nebulosa  — lo  que 
no  quiere  decir  que  sean  oscuras — ,  que  si  no  se  re- 
cojen  apenas  nacidas  cuajarían  muy  pronto.  Y  cuaja- 
rían o  en  prosa,  en  prosa  orgánica  y  articulada,  o  en 
verso  de  formas  rígidas  y  tradicionales.  Una  cosa  pare- 
cida ocurre  con  los  versos  libres  del  gran  poeta 
cubano,  José  Martí,  y  eso  que  éstos  son  endecasílabos 
regulares. 

Y  yo,  que  estoy  muy  hecho  a  improvisar  versos 
así,  de  primer  brote,  espontáneos,  de  sobresalto,  fu- 
gitivos, me  explico  que  no  los  escriba  quien  tiene 
que  ir  grabándolos  en  su  memoria  antes  de  darlos  al 
papel,  con  lo  que  naturalmente  toman  esas  formas 
de  persistencia  que  se  trasmiten  en  nuestra  precep- 
tiva. Cuando  una  persona,  generalmente  una  mujer, 
dice  de  unos  versos  que  no  le  suenan,  que  no  le  pare- 
cen versos,  entended  que  siente  que  no  lograría  fácil- 
mente aprendérselos  de  memoria,  porque  faltan  la 
consonancia  y  el  artificio  estrófico.  No  pegarse  al  oído 
es  no  pegarse  a  la  memoria.  Es  como  la  música,  que 
se  dice  que  se  pega  bien  al  oído  aquella  de  que  al 
salir  de  oírla  van  tarareando  fragmentos  los  oyentes. 
Lo  que  no  quiere  decir  que  sea  mejor  que  la  otra. 
Y  a  fuerza  de  oírlo  se  aprende  hasta  el  credo  de  la 
misa  que  está  más  bien  que  en  verso  libre  en  prosa 
ritmoide. 

He  aquí  la  explicación  que  me  doy  de  que  estos 
versos  del  poeta  ciego  sean  tan  preceptivamente  co- 
rrectos, lo  que  no  excluye,  ¡  claro  está  !,  la  sospecha 
de  que  Pinilla,  tan  libera!  y  progresista  como  es, 
guarde  un  grandísimo  respeto  a  la  tradición  litera- 


298 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


ría.  Nuestros  viejos  proo^resistas  políticos,  de  cuyo 
espíritu  tanto  heredó  Pinilla,  eran  unos  formidables 
clasicistas  en  literatura.  El  romanticismo  se  alia  me- 
jor con  la  reacción.  Pinilla  conoce  tan  bien  como  yo 
ejemplares  curiosísimos  que  aunan  el  culto  a  una 
cierta  incredulidad  volteriana,  tipo  siglo  xviii,  con 
el  culto  a  la  gramática  y  al  atildamiento  en  el  len- 
guaje. Un  solecismo  o  una  innovación  en  el  modo  de 
versificar  les  hiere  tanto  como  una  afirmación  dog- 
mática ortodoxa.  Y  es  que  quien  huye  de  una  orto- 
doxia cae  en  otra. 

Mas  todo  esto  en  último  caso  importa  muy  poco. 
Con  una  u  otra  técnica,  en  unas  u  otras  formas,  anti- 
guas o  anticuadas,  nuevas  o  renovadas,  lo  que  hemos 
de  pedir  es  que  se  nos  dé  poesía.  Y  cuando,  como  nos 
sucede  con  Cándido  Pinilla,  nos  la  dan,  todo  lo  otro 
no  son  sino  tecniquerías  que  a  lo  sumo  podrán  inte- 
resar a  las  gentes  del  oficio.  Y  el  oficio  de  poeta, 
como  tal  oficio,  o  para  hablar  con  más  propiedad,  la 
profesión  de  literato  que  construye  versos,  no  debe 
merecernos  demasiado  respeto. 

Sin  que  esto  quiera  decir  que  no  pueda  alguna  vez 
darse  un  profesional  de  éstos  que  sea  a  la  vez  un 
gran  poeta  Píndaro,  el  cantor  de  los  vencedores  en  los 
juegos  olímpicos  y  píticos,  era  un  poeta  de  ocasión, 
una  especie  de  proveedor  de  letras  para  himnos  que 
se  cantaban  en  fiestas  públicas  y  ceremonias  oficiales 
y  nadie  puede  negarle  altísima  inspiración.  Y  lo  digo 
porque  más  de  una  vez  ha  compuesto  Pinilla  sen- 
cillas letras,  de  esas  para  música  que  se  pega  a  los 
oídos  y  ha  tenido  la  dicha  de  oírsela  cantar  a  voces 
frescas  de  muchachas  que  no  han  conocido  las  picar- 
días del  llamado  amor  por  antonomasia. 

Y  no  prosigo  chachareando  y  divagando  a  propó- 
sito de  estos  poemas  de  mi  amigo.  Es  la  amistad  que 
con  él  me  une  lo  que  hace  que  no  extreme  el  elogio, 
y  aun  más  que  ella  el  que  he  asistido  a  la  génesis 


\J    ÍJ    1\.    ^    ^  ^     ^    IVl     L      1^  L  ^ 


y  al  desarrollo  de  algunos  de  ellos.  Aquí  tienes  el 
libro,  lector;  lee  y  juzga,  o  mejor,  lee  y  gózalo  por 
ti  mismo.  Y  si  yo  con  estas  líneas  logro  que  se  difunda 
algo  más  y  sea  más  conocido  no  habré  hecho  poco. 
Porque  estoy  convencido  de  que  el  retraimiento  pro- 
vinciano a  que  las  circunstancias  de  su  vida,  por  una 
parte,  más  por  otra  y  ante  todo  su  propio  gusto  le 
han  llevado  a  Cándido  Pinilla,  ha  sido  la  mayor  cau- 
sa de  que  no  se  le  conozca,  como  poeta,  en  España 
tal  y  tanto  como  debería  conocérsele.  No  ha  podido 
codear  y  chillar  y  declamar  sus  versos  empinándose 
sobre  las  puntas  de  los  pies.  Y  la  compostura  que 
le  dan  los  años  de  recojimiento  le  han  impedido 
romper  en  estridencias. 


Salamanca,  febrero  de  1914. 


SERENIDAD,  DE  ERNESTO  A.  GUZMAN.  San- 
tiago de  Chile,  Imprenta  Universitaria,  1914  (1) 


Fué  mi  primera  idea  escribir  este  prólogo  en  verso 
libre,  en  endecasílabos  sueltos  o  blancos,  que  es  como 
están  las  poesías  de  Ernesto  A.  Guzmán,  y  darlos 
luego  a  la  imprenta  en  forma  tipográfica  de  prosa, 
sin  separación  de  cada  verso.  Es  cosa  que  más  de 
una  vez  tengo  hecha.  Quería  fiarme  al  oído,  al  verda- 
dero oído  del  lector,  al  que  no  nocesíta  que  le  guíen 
con  indicaciones  visuales. 

Y  hasta  tenía  escritas  algunas  líneas  de  ese  mi 
prólogo  ritmoide.  Había  de  empezar  así :  "Y  qué  he 
de  decir  yo  como  proemio  (reminiscencia  es  esta  voz 
del  cargo)"...  Y  luego,  hablando  del  lenguaje  que 
Guzmán  usa,  diría  yo:  "Lengua  confidencial,  de  cu- 
chicheo en  un  rincón  sombroso,  en  lento  diálogo  de 
dos  a  solas"...  Y  entrelazados  con  mis  propios  ende- 
casílabos irían  otros  de  estos  poemas  de  la  serenidad 
de  Guzmán. 

¿  Por  qué  renuncié  a  este  propósito  ?  No  lo  sé.  Aca- 
so porque  me  exigía  un  esfuerzo  mucho  mayor  de  lo 
que  podía  creerse.  Mi  prosa  algo  desgarrada  y  rota, 
conversacional,  vivida,  tiene  mucho  de  improvisación, 
y  en  teniendo  yo  algo  que  decir  me  surge  como  el 
agua  de  un  manadero  rebosante.  Y  los  versos  acon- 
sonantados y  estróficos  los  dejo  para  cuando  estoy 

1  "Debirlo  a  perturbaciones  muy  explicables  en  las  actuales 
circunstancias,  este  prólogo  llegó  atrasarlo  y  cuando  ya  el  libro 
estaba  en  circulación."  (N.  del  E.  de  este  libro  en  el  pliego  que 
le  añadió  en  el  prólogo.) 


OBRAS  COMPLETAS 


301 


de  vena  de  jugueteo,  para  cuando  no  sintiendo  nada 
que  decir^  pero  cosquilleándome  la  comezón  de  escri- 
bir algo,  voy  a  divertirme  con  la  técnica.  Una  décima, 
una  octava  real,  una  quintilla,  una  cuarteta  pueden 
muy  bien  pasarse  de  tener  contenido...  poético.  En  el 
manual  de  retórica  y  poética  — retórica...  ¡  pase  !,  pero 
lo  que  es  poética... —  que  me  hicieron  estudiar  cuan- 
do no  tenía  trece  años,  había  algunas  estrofas  de  Zo- 
rrilla que  entonces  me  sonaban  a  cosa  exquisita  y  que 
eran  de  una  vaciedad  no  sólo  de  idea,  sino  de  imagi- 
nación y  de  sentimiento,  que  hoy  me  asombra  cómo 
aquello  pudo  nunca  pasar  por  poesía.  Eran  resoba- 
dísimos lugares  comunes,  de  expresión  vulgarísima, 
y  versificados  de  modo  que  se  los  podía  canturrear 
acompañándose  de  acordeón. 

Pero  escribir  meditaciones  poéticas,  lo  que  los  in- 
gleses llaman  jnusings,  en  endecasílabos  sueltos,  sin 
la  muleta  de  la  rima,  en  rítmica  lengua  recogida,  en 
íntima  conversación,  en  soliloquio  recatado,  eso  no  es 
para  todos  los  momentos. 

Hace  cosa  de  seis  meses  hice  en  el  Ateneo  de  Ma- 
drid una  prueba  — una  verdadera  hazaña—  de  que  salí 
muy  satisfecho.  Y  es  que  a  un  público  que  llenaba 
por  completo  el  salón  más  grande  de  aquel  centro  le 
leí  casi  todo  mi  poema  El  Cristo  de  Vclázqucc,  todavía 
inédito.  Lo  menos  mil  quinientos  endecasílabos  libres 
— ¡  ahí  es  nada ! —  Y  ni  uno  se  movió  y  obtuve  un 
éxito  como  no  esperaba.  Cierto  es  que  yo  — he  de  con- 
fesarlo con  la  modestia  que  me  caracteriza —  leo  bas- 
tante bien,  soljre  todo  lo  mío,  y  tengo,  dicen,  una  voz 
muy  agradable.  Pero  estoy  completamente  seguro  que 
si  en  vez  de  mil  quinientos  versos  sueltos,  especie  de 
prosa  ritmoide  y  densa,  hubiera  leído  ciento  cincuenta 
décimas  o  ciento  ochenta  y  ocho  octavas,  o  trescien- 
tas quintillas,  aquella  buena  gente  no  me  lo  resiste. 
No  hay  modo  de  estar  oyendo  durante  hora  y  cuarto 
— no  menos  duró  mi  lectura —  el  machaqueo  estrófico 


302 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  los  consonantes,  y  mucho  menos  si  el  lector,  como 
los  más  de  ellos  suelen  hacerlo,  en  vez  de  leer  de- 
clama. 

¿  Que  por  qué  traigo  aquí  todo  esto  a  cuento  ?  Pues 
porque  al  explicarme  a  este  respecto  explico  también 
a  Ernesto  A.  Guzmán.  Tampoco  sus  versos  son  de- 
clamables,  esto  es,  declamatorios.  Ni  menos  cantahili. 
No  espero  que  llegue  a  escribir  letra  para  una  zar- 
zuela o  para  una  de  esas  cosas  que  llaman  himnos  pa- 
trióticos y  que  vocean  los  niños  en  derredor  de  una 
bandera.  Todo  esto,  cuya  utilidad  yo  no  niego,  cae 
fuera  de  la  poesía. 

¿Y  qué  es  poesía  entonces?,  me  preguntaréis.  Y 
dejando  a  un  lado  su  definición  — Dios  me  libre  de 
caer  en  definidor —  os  diré  que  la  verdadera  íntima 
poesía  escrita  no  es  algo  para  gustar  de  lo  cual  se 
esté  desde  luego  y  sin  debida  educación  preparado, 
y  que  entre  nosotros  es  frecuente  estar,  por  el  con- 
trario, des-preparado  para  ella  por  una  pésima  edu- 
cación estética  como  la  que  aquel  manual  de  retórica 
y  poética  de  que  os  decía,  pudiera  habernos  infun- 
dido. 

En  todas  partes  algo,  pero  entre  nosotros  mucho, 
la  poesía  ha  perdido  su  solemnidad,  si  es  que  aquí  la 
tuvo.  De  algo  que  empezó  siendo  religioso  ha  aca- 
bado en  un  mero  adorno  y  aun  en  algo  peor.  Sirven 
los  versos  para  amenizar  veladas  mientras  la  damita, 
tapándose  la  cara  con  el  abanico,  cuchichea  con  el  no- 
vio en  un  rincón.  Un  pobre  diablo,  acaso  de  fraque, 
recita  un  madrigal  o  un  soneto  y  luego  lleva  de  bra- 
cete a  una  señoritinga  a  que  ejecute  al  piano  una 
herceuse  o  un  nocturno.  Y  encima  los  juegos  florales, 
esta  horrenda  fiesta  de  profanación,  en  la  que  ante 
una  grotesca  banda  de  señoritas  disfrazadas,  a  que 
se  llama  corte  de  amor,  el  desdichado  versificador  que 
obtuvo  la  flor  natural  declama  unas  líneas  que  nadie 
escucha. 


U  ±¡  K  A  :í    L  U  M  1^  L  h  1  a  ^ 


Y  todos  estos  desgraciados  que  hacen  versos  como 
podían  hacer  carambolas  y  les  dan  cien  mil  vueltas  a 
los  archiseculares  tópicos,  se  han  conchabado  para 
trazar  las  reglas  del  oficio,  del  menester  de  juglaría. 
Han  inventado  una  técnica  y  al  cabo  del  tiempo  la 
han  impuesto.  Y  han  conseguido  que  a  las  señoritas 
de  las  veladas  literarias  y  de  los  juegos  florales  no 
les  suene  otro  sonsonete  que  el  juglaresco. 

"Hombre,  estos  no  son  versos  libres  !",  me  dijo  una 
vez  un  juglar,  añadiendo:  "No  ve  usted  que  están 
sembrados  de  asonancias  y  aun  alguna  consonancia...  1" 
"Tanto  más  libres"  — le  contesté — .  "No  — me  repli- 
có— ,  cuando  uno  se  pone  a  hacer  versos  libres  debe 
cuidar  de  que  no  se  le  escapen  asonantados"  "¿Y  por 
qué  ?"  "i  Es  la  regla  del  arte !"  "Pero  el  arte  debe  fun- 
darse en  la  naturaleza  estética."  "Es  que  eso  disuena." 
"¡A  usted,  según  parece,  sí;  a  mí,  no!"  "Falta  de 
educación  del  oído."  "No ;  mala  educación  en  usted ; 
educación  convencional,  artificiosa,  juglaresca."  "¡  Va 
usted  a  discutirme  el  oído...  !"  "Sí,  es  lo  que  les  dis- 
cuto a  ustedes.  Ese  es  un  oído  convencional,  ceremo- 
nial, de  etiqueta  y  liturgia.  Crean  ustedes  dificulta- 
des artificiosas  para  arrogarse  el  mérito  de  vencerlas. 
Eso  no  es  arte;  es  un  juego  de  sociedad!" 

Y  ahora  aquí  lo  repito.  Ni  la  preceptiva  clásica  ni 
la  preceptiva  modernista  son  otra  cosa  que  liturgias 
juglarescas.  Tan  ficticio  es  proscribir  en  un  soneto 
consonantes  que  asonanten  entre  sí,  como  empeñarse 
en  hacer  tónicos,  acentuados,  en  fin  de  verso  los  vo- 
cablos átonos,  tal  como  el  indefinido  uno,  una  (éste 
para  rimarlo,  contra  toda  ley  natural,  con  luna)  y  las 
preposiciones.  Juglaría  y  nada  más  que  juglaría. 

¿Y  por  qué  tienen  los  oídos  embotados  con  ce- 
rumen juglaresco?  Porque  la  poesía  la  verdadera  poe- 
sía, no  les  dice  nada,  no  les  habla  al  alma.  Han  hecho 
de  la  lengua  una  voluptuosidad  muelle,  una  porquería 
acústica  para  degenerados  y  no  generados  aún,  le  han 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


quitado  su  másenla  hermosura  de  desnudez,  porque 
carecen  de  palabra  interior.  Sólo  les  suena,  bien  lo 
que  les  adormece.  Un  estilo  despierto,  punzante,  vivo, 
hablado,  gritado,...  es  decir,  un  estilo,  les  hiere. 

¡Pero...  basta!  Quería  deciros  algo  de  estos  poe- 
mas de  la  serenidad  y  de  lo  que  Ernesto  A.  Guzmán 
nos  dice  al  hablar  a  sus  ojos  y  a  sus  manos.  Mas, 
¿para  qué?  Lo  dicho,  dicho  queda.  No  hay  mucha  se- 
renidad en  este  prólogo,  lo  comprendo.  He  querido 
hacerlo  de  lucha.  Pero  es  que  las  poesías  que  siguen 
son  de  lucha  también.  Y  así  hay  que  estar,  luchando 
siempre. 

Y  entre  tanto  a  ver  si  logramos  devolverle  su  re- 
ligiosidad a  la  poesía  y  que  se  quede  lo  otro  para  ve- 
ladas de  five  o'clock  tea  literarios,  fiestas  de  pensio- 
nados de  señoritas  o  de  Seminario  conciliar  y  juegos 
florales.  ¡  Ah,  y  para  esas  revistillas  de  mozos  en  que 
se  incuban  los  genios  incomprendidos ! 


Salamanca,  l-VII-14. 


EPILOGO  A  ALPINISMO  CASTELLANO. 
GUIA  y  CRONICAS  DE  EXCURSIONES  POR 
LAS  SIERRAS  DE  CREDOS,  BEJAR  Y  FRAN- 
CIA, DE  ANDRES  PEREZ-CARDENAL.  Bil- 
bao, 1914. 


También  yo,  como  Andrés  Pérez-Cardenal,  mi  ami- 
go, he  ido  a  curar  mis  murrias  ciudadanas,  y  acaso 
mis  aprensiones,  en  las  cumbres  soleadas  de  Credos 
y  en  el  alto  de  la  Peña  de  Francia.  Conozco  el  si- 
lencio salutífero  de  las  cimas  ceñidas  del  cielo,  en 
esas  aras  del  templo  que  es  España.  Y  de  ellas  he 
hablado  muchas  veces  con  Pérez-Cardenal,  apóstol 
del  alpinismo  castellano. 

La  idea  general  corriente  se  figura  a  Castilla  como 
un  vasto  páramo  donde  amarillea  el  rastrojo,  monó- 
tono, tendido,  árido;  apenas  se  tiene  en  cuenta  que 
Castilla  está  llena  de  sierras  bravas  y  que  su  espi- 
nazo central,  entre  las  cuencas  del  Duero  y  el  Tajo, 
esa  cordillera  que  ensarta  las  sierras  de  Guadarrama, 
Credos,  Béjar,  Francia  y  Gata,  es  de  lo  más  her- 
moso que  puede  verse.  Y  de  lo  menos  adulterado. 

Podría  decirse  que  los  castillos  que  le  valen  hoy  a 
Castilla  su  nombre,  son  más  que  los  viejos  torreo- 
nes, que  están  por  donde  quiera  de  ella  desmoronán- 
dose, los  castillos  de  tormos  y  peñascos  que  forman  las 
entrañas  de  su  suelo  al  levantarse  a  buscar  cielo  y 
tomar  la  luz  de  su  sol.  Pues  Castilla  muestra,  al  sol, 
su  azote  y  su  caricia,  no  ya  sus  entrañas,  sino  sus 
huesos,  unos  huesos  caldeados,  que  a  las  veces  abra- 
san al  toque. 


306 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


El  castellano,  no  sé  bien  por  qué,  hasta  hace  muy 
poco,  no  ha  empezado  a  gustar  el  singular  cariño 
— un  cariño  rudo  y  hondo,  sin  gestos  ni  arrumacos — 
de  su  tierra,  ni  a  sentir  la  hermosura  de  ésta.  ¡  La 
veía  tan  vieja !  ¡  Estaba  tan  cansada  de  parir !  Y  es 
claro,  cuando  el  hijo  de  una  tierra  se  despega  de  ella 
y  no  le  descubre  su  hermosura,  parece  difícil  que  se 
la  descubra  al  extraño.  Y,  sin  embargo,  así  ha  sido. 
Forasteros  principalmente  empezaron  a  percatarse  de 
los  tesoros  de  brava  y  solemne  belleza  que  la  tierra 
castellana  guarda. 

Se  descubrió  la  grandiosidad  épica  de  la  llanura, 
hasta  de  la  estepa  y  el  páramo,  y  gracias  al  prestigio 
literario  se  llegó  a  hacer  de  ella  hasta  un  lugar  co- 
mún, ya  en  oratoria  — hablada  o  escrita — ,  ya  en 
verso.  Por  reacción  se  opuso  la  llanada  a  la  monta- 
ña, y  pareció  olvidarse  que  Castilla  es  tierra  mon- 
tañesa también,  o  más  bien  que  montaseña,  serrana. 
Hay  una  Castilla  serrana,  tan  Castilla  como  la  llanera. 

Y  el  verdadero  corazón  de  Castilla,  un  corazón  des- 
nudo, todo  roca,  que  se  levanta  al  cielo  buscando  por 
encima  de  las  nubes  al  sol,  desnudo  también,  es  Cre- 
dos. Es  su  cima  adonde  hay  que  ir  a  recibir  el  sa- 
cramento de  la  confirmación  de  la  patria. 

Desde  allí,  desde  la  cumbre  de  Credos,  se  ciñe  con 
la  mirada  los  campos  extremeños  de  donde  salieron 
los  conquistadores,  aquellos  navegantes  de  tierras,  de 
mirada  de  águila,  que  fueron  los  que  por  primera 
vez,  desde  el  Darien,  vieron  a  un  lado  y  otro  los  dos 
más  grandes  mares. 

Y  el  que  quiera  buscar  paz  suba  a  esas  cimas.  Por 
dos  veces  he  gustado  unos  días  de  absoluto  sosiego  en 
la  Peña  de  Francia,  reparando  mi  espíritu  y  preparán- 
dolo para  nuevos  combates.  Y  he  envidiado  a  los 
buitres  y  a  las  águilas  que  se  cernían  allá  arriba,  en 
el  seno  del  azul,  casi  inmóviles  y  silenciosos. 

Por  otra  parte,  quien  no  conoce  la  vida  de  esos 


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pueblos  de  las  serranías  castellanas,  algunos  de  los 
cuales  parecen  trasportarnos  más  bien  que  a  siglos 
hace,  a  la  verdadera  eternidad,  a  esa  vida  que  tras- 
curre fuera  de  tiempo,  igual  ayer  que  mañana,  en  la 
santa  repetición  que  es  la  sustancia  de  la  dicha,  no 
conoce  la  España  inacabadera. 

Para  esto,  para  gustar  de  lo  que  no  cambia,  de  lo 
permanente,  de  lo  eternamente  joven,  para  beber  de 
la  juventud  eterna,  sobre  todo  los  que  hemos  perdido 
ya  la  pasajera,  para  eso  hay  que  recojerse  en  el  seno 
de  esos  valles  y  esas  serranías. 

Y  he  aquí  por  qué  el  predicar,  como  Pérez-Car- 
denal hace,  el  culto  activo  y  práctico  de  nuestra 
naturaleza,  es  predicar  patria  y  es  predicar  también 
evangelio. 


INTRODUCCION  AL  LIBRO  SIMON  BOLI- 
VAR, LIBERTADOR  DE  LA  AMERICA  DEL 
SUR,  POR  LOS  MAS  GRANDES  ESCRITORES 
AMERICANOS.  Madrid,  Renacimiento,  1914,  XVI 
+  542  págs. 


Dox\  Quijote  -  Bolívar 

Cuando  me  pongo  a  escribir  estas  lineas  sobre 
Bolívar,  uno  de  los  más  grandes  y  más  representa- 
tivos genios  hispánicos,  arde  la  guerra,  una  guerra 
tan  metódica  como  cruel,  en  lo  mejor  de  Europa.  Y 
a  través  del  fragoroso  polvo  de  esta  guerra,  tan  lar- 
gos años  meditada  y  preparada,  se  me  aparece  más 
grande,  mucho  más  grande,  la  figura  de  nuestro  Bo- 
lívar, como  guerrero,  como  estadista,  como  creador 
de  patrias  y  sobre  todo  como  hombre. 

Bolívar  fué  un  maestro  en  el  arte  de  la  guerra  y  no 
un  catedrático  en  la  ciencia  — si  es  que  es  tal —  de 
la  milicia;  fué  un  guerrero  más  que  un  militar,  como 
decía  Ganivet  que  suele  ser  el  español ;  fué  teatral 
y  enfático,  tal  como  es  naturalmente  y  sin  afectación 
su  raza,  nuestra  raza ;  pero  no  fué  un  pedante. 
Bolívar  fué  un  hombre,  todo  un  hombre ;  un  hom- 
bre entero  y  verdadero,  y  ser  todo  un  hombre  es  más, 
mucho  más  que  ser  Ucbcnuenscli  — lo  dejaré,  para 
mayor  oscuridad,  en  alemán — ,  una  mera  abstrac- 
ción nietzscheniana,  de  los  que  quieren  y  presumen, 
pero  no  logran.  Bolívar  era  de  la  estirpe  de  Don 
Quijote,  el  de  los  bigotes  grandes,  negros  y...  caí- 
dos. 


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El  capitán  general  inglés  C.  G.  Gordon,  el  héroe 
de  Jartún,  estando  sitiado  por  las  huestes  de  Mahdi 
en  esa  ciudad  sobre  el  Nilo  en  que  muriera,  llevaba 
un  Diario  que  ha  llegado  hasta  nosotros.  Y  el  día 
13  de  setiembre  de  1884  escribía  en  él : 

"j\Ie  parece  que  en  vez  de  la  táctica  o  los  libros 
sobre  el  arte  de  la  guerra  deberíamos  hacer  que 
nuestros  jóvenes  oficiales  estudiasen  las  Vidas,  de 
Plutarco;  sería  mejor.  Vemos  allí  a  hombres  no 
sostenidos  por  nuestra  verdadera  fe,  a  paganos,  ha- 
ciendo, como  cosa  corriente,  el  sacrificio  de  sus  vi- 
das, cuando  en  nuestros  días  el  mayor  mérito  es  no 
escapar". 

Sin  duda  alguna  que  Bolívar  leía,  como  acostum- 
braban a  leer  Miranda  y  San  Martín,  las  Vidas,  de 
Plutarco,  pues  su  educación  había  sido  enteramente 
plutarquiana  y  los  dejos  de  su  estilo,  tan  de  transi- 
ción del  siglo  XVIII  al  xix,  lo  son.  No  puede  caber 
duda  de  que  su  maestro,  don  Simón  Rodríguez,  le 
plutarquizó  rousseaunizándole.  En  sus  conversacio- 
nes mencionaba  a  Licurgo  y  a  Catón  (v.  Diario  de 
Bucaramanga,  pág.  71). 

En  su  correspondencia  también  menciona,  a  me- 
nudo, a  los  héroes  de  Plutarco.  Así,  el  año  de  1820, 
en  carta  al  general  Carlos  Soublette,  dándole  cuenta 
de  las  ocurrencias  políticas  de  España  — insurrec- 
ción de  Quiroga  y  Riego  y  jura  por  Fernando  VII 
de  la  Constitución —  termina  quejándose  de  lo  mal 
que  le  secundaban  a  él  sus  colaboradores,  "del  im- 
perio de  la  apatía",  y  agrega:  "¡Y  después  querrán 
gobernar,  y  después  intrigarán,  y  después  manda- 
rán, y  después  harán  morir  como  a  Milcíades  a  los 
libertadores  de  la  Patria!"  (Carias  de  Bolívar,  1799- 
1822,  pág.  289.) 

Y  aquel  maestro  en  el  arte  de  la  guerra  y  en  el  de 
hacer  patrias,  que  no  catedrático  de  la  problemática 
ciencia  militar,  conocía  a  los  hombres,  que  vale  más 


310 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


que  conocer  soldados.  Como  que  eran  hombres  de 
verdad  y  no  máquinas,  no  números  de  regimienlo, 
los  que  guiaba  a  la  victoria  o  a  la  derrota. 

Querer  aplicar  al  estudio  de  un  hombre  así,  a  un 
hombre,  a  un  héroe,  los  procedimientos  lombrosianos, 
como  lo  ha  intentado  el  doctor  P.  M.  Arcaya,  me 
parece  una  pedantería  y  nada  más.  Bolívar  no  era 
otro  doctor  — doctor  en  milicia — ;  Bolívar  era  un 
hombre  que  hacía  la  guerra  para  fundar  la  única  paz 
duradera  y  valedera,  la  paz  de  la  libertad. 

E  hizo  la  guerra  puede  decirse  que  solo,  sin  Es- 
tado Mayor,  a  lo  Don  Quijote.  La  humanidad  que  le 
seguía  — humanidad  y  no  mero  ejército —  era  su  San- 
cho. 

No,  Bolívar  no  fué  nunca  pedante,  nunca  doctor, 
nunca  catedrático.  Fué  teatral  y  enfático,  cierto  es, 
como  Don  Quijote,  como  su  casta  española,  con  tea- 
tralidad y  énfasis  perfectamente  naturales  y  espon- 
táneos. A  un  francés  que  me  hablaba  una  vez  del 
énfasis  español,  hube  de  atajarle  diciéndole:  "En 
los  espíritus  de  naturaleza  enfática,  el  énfasis  es  na- 
tural... Ahora,  siga  usted". 

Con  Don  Quijote  comparé  a  Bolívar  hace  unos 
años  y  quiero  volver  a  esa  comparación  y  repa- 
sarla (1). 

"L...,  dijo  entonces  S.  E.  — es  decir,  Bolívar — ,  es 
malo,  es  hombre  sin  delicadeza  y  sin  honor;  es  un 
fanfarrón  lleno  de  viento  y  de  vanidad;  es  un  ver- 
dadero Don  Quijote."  Así  nos  asegura  Perú  de 
Lacroix  en  su  Diario  de  Bucaramanga  que  dijo  una 
vez  el  Libertador.  Donde  aparece  nuestro  Don  Qui- 
jote completamente  desfigurado.  Pero  es  que  al  decir 
esto  hablaba  Bolívar  sin  duda  acomodándose  al  vul- 

1  Véase  su  ensayo  "Don  Quijote  y  Bolívar",  aparecido  en 
La  Nación,  de  Buenos  Aires,  de  30-1-1907;  luego  en  El  Cojo  Ilus- 
trado, de  Caracas,  de  15-V-1907;  y,  finalmente  incorporado  al  libro 
Soliloquios  y  conversaciones,  Madrid,  1911,  págs.  273-284.  Hoy 
también  en  estas  Obras  Completas,  tomo  III,  págs.  1.116-1.122. 


OBRAS  COMPLETAS 


311 


gar  y  corriente,  aunque  falso,  concepto  de  nuestro 
Caballero,  y  no  al  que  tenía  él  mismo,  Bolívar,  que 
leyó  como  último  libro,  dícese,  la  historia  de  nuestro 
Don  Quijote,  en  un  ejemplar  que  un  español  — el 
marqués  de  INIier —  le  regalara  y  en  cuya  casa  murió. 

Su  físico  mismo,  tal  como  nos  le  describen  el  fran- 
cés Perú  de  Lacroix  y  el  inglés  O'Leary,  ambos  ofi- 
ciales, y  luego  biógrafos  de  Bolívar,  tiene  no  poco 
de  quijotesco.  "Bolívar  tenía  la  frente  alta  — escribe 
O'Leary — ,  pero  no  muy  ancha,  y  surcada  de  arrugas 
desde  temprana  edad;  pobladas  y  bien  formadas  las 
cejas;  los  ojos  negros,  vivos  y  penetrantes;  la  na- 
riz larga  y  perfecta ;  los  pómulos  salientes ;  las  me- 
jillas hundidas,  desde  que  le  conocí  en  1818;  la  boca 
fea..."  La  estatura  de  Bolívar  era  algo  cesánea,  y  la 
de  Don  Quijote,  muy  prócera ;  pero  oíd  a  O'Leary : 
"Tenía  el  pecho  angosto,  el  cuerpo  delgado,  las  pier- 
nas sobre  todo..."  {Memorias  del  general  O'Leary, 
volumen  II,  pág.  486).  La  semejanza  acrece  cuando 
se  le  ponía  al  don  Quijote  americano  el  rostro  ce- 
ñudo, manifestando  pesadumbre,  pensamientos  tris- 
tes e  ideas  sombrías.  Solo  que  el  Libertador,  que  te- 
nía las  patillas  y  el  mostacho  tirando  a  rubio,  no 
usaba  en  sus  últimos  años  bigote,  mientras  que  los 
de  Don  Quijote  eran  grandes,  negros  y...  caídos. 

Y  quién  no  recuerda  aquella  frase  de  Bolívar  ya 
casi  moribundo:  "¡Los  tres  más  grandes  majaderos 
de  la  Historia  hemos  sido  Jesucristo,  Don  Quijote... 
y  yo!"  A  unos  podrá  parecerles  esta  frase  en  extremo 
irreverente  y  hasta  blasfema,  por  lo  de  Jesucristo; 
otros  dirán  que  mezcla  a  un  ente  de  ficción  entre 
dos  de  realidad ;  mas  esto  serían  mezquindades  de 
pobres  hombres  incomprensivos.  Y  en  llegando  al 
campo  espiritual  en  que  vivía,  obraba  y  creaba  Bo- 
lívar, el  fundador  de  patrias,  y  donde  acaba  la  rea- 
lidad y  empieza  la  ficción,  o  más  bien  donde  termina 


312 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


la  ficción  y  empieza  la  realidad.  La  historia  era  en 
Bolívar  leyenda. 

*  *  * 

He  sostenido  en  mi  Vida  de  Don  Quijote  y  San- 
cho que  la  raíz  de  la  locura  quijotesca  hay  que  bus- 
carla en  aquel  amor  silencioso,  avergonzado,  tímido, 
que  durante  doce  mortales  años  profesó  Alonso  Qui- 
jano  a  Aldonza  Lorenzo,  su  convecina,  sin  osar  en 
todo  ese  tiempo  dirigirle  la  palabra.  ¿No  sería  la 
raíz  de  lo  noble  locura  bolivaresca  aquel  terrible  pe- 
sar que  le  causó  la  pérdida  de  su  mujer,  del  grande 
y  hondo  amor  de  su  vida? 

Sólo  un  año  vivió  como  marido  amante  y  enamo- 
rado, con  su  Teresa.  En  Bilbao,  en  mi  Bilbao,  no  le- 
jos, pues,  del  solar  de  los  Bolívar,  la  cortejaba:  en 
Madrid,  a  fines  de  1801,  se  casó  con  ella.  Un  año 
después  enviudaba.  Y  años  más  tarde,  en  plena 
acción  militar  y  política,  dijo  a  Perú  de  Lacroix: 
"Usted,  pues,  se  casó  a  los  cuarenta  y  cinco  años... 
Yo  no  tenía  dieciocho  años  cuando  lo  hice  en  Ma- 
drid, y  enviudé  en  1803  (el  22  de  enero),  no  te- 
niendo todavía  dicinueve.  Quise  mucho  a  mi  mujer, 
y  su  muerte  me  hizo  jurar  no  casarme.  He  cum- 
plido mi  palabra.  Miren  ustedes  lo  que  son  las  co- 
sas :  si  no  hubiera  enviudado  quizá  mi  vida  hubiera 
sido  otra;  no  sería  el  general  Bolívar,  ni  el  Liber- 
tador, aunque  convenga  en  que  mi  genio  no  era  para 
ser  alcalde  de  San  Mateo." 

Amores,  amoríos  más  bien,  tuvo  varios  Bolívar; 
no  le  faltaba  algo  de  Don  Juan.  Basta  recordar  a 
Josefina,  a  Anita  Lenoir,  a  Manuelita  Sáenz,  a  la 
niña  del  Potosí,  y  a  aquella  vieja  de  Bolívar  de  que 
nos  habló  Cunningham  Graham  (v.  Cartas  de  Bo- 
lívar (1799-1822),  pág.  335,  nota).  Pero  acaso  el  re- 
cuerdo de  aquel  amor  de  sus  dieciocho  años  fué  lo 


OBRAS  COMPLETAS 


313 


que  se  le  trasformó  en  amor  a  Dulcinea  del  Tobo- 
so, a  la  Gloria. 

Libros  de  caballerías,  sus  libros  de  caballerías,  leyó 
muchos ;  los  que  se  leían  en  su  tiempo,  reciente  la 
Gran  Revolución  y  en  plena  epopeya  napoleónica. 
La  misma  Gran  Revolución  se  alimentó  de  historias 
de  Grecia  y  de  Roma,  de  memorias  de  los  héroes  de 
Plutarco.  "Yo  no  soy  como  Syla,  que  cubrió  de  luto  y 
de  sangre  a  su  patria ;  pero  quiero  imitar  al  dictador 
de  Roma  en  el  desprendimiento  con  que  abdicando 
el  sumo  poder,  volvió  a  la  vida  privada  y  se  sometió 
en  todo  al  reino  de  las  leyes.  No  soy  un  Pisistrato..., 
etcétera."  Así  decía  el  Libertador  en  su  discurso  del 
2  de  enero  de  1814,  en  Caracas,  ante  la  Asamblea 
reunida  ese  día  en  el  templo  de  San  Francisco.  Y  de 
esas  reminiscencias  aparecen  a  cada  paso  en  sus  es- 
critos. 

Y  luego  su  Amadís,  Napoleón.  Porque  es  innegable 
la  fascinación  que  Napoleón  ejerciera  sobre  Bolívar, 
como  sobre  todos  sus  contemporáneos.  Y  la  ejerció 
más  cuando  más  quiso  apartarse  de  sus  malos  ejem- 
plos. Cabe  decir,  sin  exceso  de  paradoja,  que  nunca 
trasuntó  más  Bolívar  a  Napoleón  que  cuando  se  es- 
forzó por  no  imitarle.  Era  lo  de  Chateaubriand  con 
Rousseau. 

En  el  Diario  de  Bucaramanga  se  nos  cuenta  los  re- 
cuerdos personales  que  de  Napoleón  conservaba  Bo- 
lívar cuando  asistió  en  Italia,  en  la  llanura  de  Mon- 
teschiaro,  cerca  de  Castiglione,  a  una  gran  revista 
pasada  por  el  Capitán  sentado  en  un  trono,  y  cuando, 
en  París,  en  diciembre  de  1804,  le  vió  coronarse.  Ha- 
blando del  primer  recuerdo,  decía:  "Yo  ponía  toda 
mi  atención  en  Napoleón,  y  sólo  a  él  veía  entre  toda 
aquella  multitud  de  hombres  que  había  allí  reunidos; 
mi  curiosidad  no  podía  saciarse  y  aseguro  que  enton- 
ces estaba  muy  lejos  de  prever  que  un  día  sería  yo 
también  el  objeto  de  la  atención,  o  si  se  quiere,  de  la 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


curiosidad  de  casi  todo  un  continente  y  puede  decirse 
también  del  mundo  entero."  ¿Lo  oís?  ¡El  hecho  de 
todos  los  heroísmos  y  hasta  de  las  santidades!  "¡Un 
día  seré  adorado  por  el  mundo!",  exclamó  el  Pobre- 
cito  de  Asís.  Y  sin  ese  resorte  humano,  muy  humano, 
y  por  tanto  divino,  no  hay  heroísmo. 

"Usted  habrá  notado,  no  hay  duda,  que  en  mis  con- 
versaciones con  los  de  mi  casa  y  otras  personas  nun- 
ca hago  el  elogio  de  Napoleón ;  que,  al  contrario, 
cuando  llego  a  hablar  de  él  o  de  sus  hechos,  es  más 
bien  para  criticarlos  que  para  aprobarlos,  y  que  más 
de  una  vez  me  ha  sucedido  llamarlo  tirano,  déspota, 
como  también  el  haber  censurado  varias  de  sus  gran- 
des medidas  políticas  y  algunas  de  sus  operaciones 
militares.  Todo  esto  ha  sido  y  es  aún  necesario  para 
mí,  aunque  mi  opinión  sea  diferente;  pero  tengo  que 
ocultarla  y  disfrazarla  para  evitar  que  se  establezca 
la  opinión  de  que  mi  política  es  imitada  de  la  de 
Napoleón,  que  mis  miras  y  proyectos  son  iguales  a 
los  suyos,  que  como  él  quiero  hacerme  emperador 
o  rey,  dominar  la  América  del  Sur  como  ha  domi- 
nado él  la  Europa ;  todo  esto  lo  habrían  dicho  si  hu- 
biera hecho  conocer  mi  admiración  y  mi  entusiasmo 
por  aquel  gran  hombre." 

En  estas  palabras  de  Bolívar  a  Perú  de  Lacroix, 
¿no  os  parece  oír  a  Don  Quijote  hablando  de  Ama- 
dís  de  Gaula? 

El  napoleonismo  de  Bolívar  es  evidente,  y  en  nada 
amengua  su  grandeza ;  más  bien  la  engrandece  más. 
Sólo  los  grandes,  los  genios,  los  héroes,  alcanzan  a 
los  grandes,  los  genios  y  los  héroes. 

Cierto  que  fué  menos  egotista,  más  humano  que  Na- 
poleón. Huyó  de  la  tiranía.  Y  pudo  escribir  frases  tan 
nobles  sobre  su  renuncia  al  absolutismo : 

"Legisladores:  Al  restituir  al  Congreso  el  poder 
supremo  que  depositó  en  mis  manos,  séame  permitido 
felicitar  al  pueblo  porque  se  ha  librado  de  cuanto  hay 


OBRAS  COMPLETAS 


315 


de  más  terrible  en  el  mundo,  de  la  guerra,  con  la 
victoria  de  Ayacuclio,  y  del  despotismo  con  mi  re- 
signación. Proscribid  para  siempre,  os  ruego,  tan 
tremenda  autoridad :  ¡  esta  autoridad  que  fué  el  sepul- 
cro de  Roma!"  Asi  dijo  en  el  discurso  que  pronunció 
ante  el  Congreso  de  Lima,  el  10  de  febrero  de  1825, 
aniversario  del  día  en  que  se  encargara  de  la  dicta- 
dura. Palabras  que  deben  meditar  aquellos  pueblos  de 
charca,  que.  como  las  ranas  a  Júpiter,  piden  rey,  piden 
dictador,  piden  cacique,  es  decir,  piden  un  supremo 
esclavo.  El  Libertador  sabía  que  el  supremo  esclavo 
es  el  tirano,  y  no  quiso  esclavizarse  a  sus  pueblos 
para  mejor  poder  libertarlos. 

El  quijotesco  amor  a  la  gloria,  la  ambición,  la  ver- 
dadera ambición,  no  la  codicia,  no  la  vanidad  del 
pedante,  no  el  deseo  de  obtener  pasajeros  aplausos 
como  un  histrión,  sino  la  alta  ambición  quijotesca  de 
dejar  fama  perdurable  y  honrada,  le  movía.  Lo  reco- 
nocía él  mismo.  "Yo  vivo  de  la  estimación  de  los 
hombres",  escribía  en  1829  a  sir  Robert  Wilson,  ape- 
sadumbrado ante  las  calumnias  y  los  ataques  de  que 
estaba  siendo  víctima,  y  según  los  cuales  aspiraba  a 
la  tiranía.  "Feliz  el  hombre  de  quien  no  pueden  ser 
calumniadas  sino  las  intenciones",  escribió  a  tal  res- 
pecto César  Cantú  (Ed.  esp.,  vol.  VI).  Bolívar  se 
preocupaba  de  lo  que  de  él  dijera  la  Historia,  como 
los  héroes  homéricos  y  como  también  los  condenados 
dantescos. 

Y  su  amor  propio  era  excesivo,  de  lo  que  nos  dan 
numerosos  ejemplos  el  Diario  de  Bucaramanga  y  las 
Memorias  de  O'Lcary,  ya  cuando  perdía  en  el  juego, 
ya  cuando  siendo  joven  presumía  de  saltar  bien,  ya 
cuando  no  era  lo  bastante  tolerante  con  los  que  le 
contradecían,  ya  cuando  en  los  paseos  a  pie  trataba 
de  cansar  a  los  que  le  acompañaban.  "Su  corazón  es 
mejor  que  su  cabeza"  — decía  de  él  su  principal  San- 
cho, el  bueno  de  Perú  de  Lacroix — .  Y  ¿  por  qué  no 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


es  buena  su  cabeza,  aquella  cabeza  que  han  llamado 
"la  cabeza  de  las  maravillas"  ? 

*  *  * 

Yo  sé  quién  soy  — exclamó  una  vez  Don  Quijote, 
lleno  de  fe  en  sí  mismo.  Y  este  grito  aparece  a  me- 
nudo en  los  escritos  de  Bolívar,  si  bien  en  otra  forma. 

Y  conoció,  como  nuestro  caballero,  las  horas  de 
desaliento  y  desilusión,  cuando  contemplando  aquel 
las  imágenes  de  relieve  y  entalladura  confesaba  no 
saber  adónde  le  llevaban  sus  trabajos.  "¡Estoy  can- 
sado de  mandar!"  — exclamaba  Bolívar — .  "Comien- 
zo ya  a  sentir  las  flaquezas  de  una  vejez  prematu- 
ra"..., ¡a  los  treinta  y  ocho  años!  "Mi  conciencia 
sufre  bajo  el  peso  de  las  atroces  calumnias  que  me 
prodigan,  ya  los  liberales  de  América,  ya  los  servi- 
les de  Europa.  Noche  y  día  me  atormenta  la  idea,  en 
que  están  mis  enemigos,  de  que  mis  servicios  a  la 
libertad  son  dirigidos  por  la  ambición"  (O'Leary,  II, 
325).  Y  al  final  de  aquel  Mensaje  al  Congreso  consti- 
tuyente de  Colombia,  el  20  de  enero  de  1830,  aquella 
frase  terrible:  "Me  ruborizo  al  decirlo:  la  indepen- 
dencia es  el  único  bien  que  hemos  adquirido  a  costa 
de  los  demás."  (Véase  Discursos  y  proclanias,  pági- 
na 135.) 

Aunque  añadió:  "Pero  ella  nos  abre  la  puerta  para 
reconquistarlos  bajo  vuestros  soberanos  auspicios,  con 
todo  el  esplendor  de  la  gloria  y  de  la  libertad." 
¡  Cuántas  veces  no  meditaría  en  lo  que  es  eso  de  la 
independencia  de  un  pueblo  y  en  lo  que  significa ! 
¡  Cuántas  veces  no  pensaría  que  de  nada  sirve  com- 
prar una  independencia  política  puramente  ficticia  a 
costa  de  un  alma  colectiva,  de  un  espíritu  nacional,  de 
la  dignidad  acaso !  Porque  él,  el  Libertador,  no  pensó 
en  crear  naciones  más  o  menos  independientes:  pensó 
en  crear  patrias. 


OBRAS  COMPLETAS 


317 


A  pesar  de  las  terribles  confrontaciones  con  la  rea- 
lidad, pronto  volvía,  como  Don  Quijote,  a  su  locura 
vivificadora  y  libertadora  de  los  demás. 

Y  todo  ello,  ;  para  qué  ?  ¿  Cuál  fué  su  obra  ?,  ¿  cuál 
su  finalidad  ?  Su  formalidad,  ya  la  hemos  visto :  for- 
malidad de  genuino  héroe  quijotesco,  teatral  y  enfá- 
tico, pero  no  pedantesco,  sino  sincero  y  espontáneo; 
de  maestro  en  el  arte  de  la  guerra  y  en  el  crear  pa- 
trias; no  de  catedrático  de  ciencia  militar  ni  de  cien- 
cia política  ;  ¿  mas  su  finalidad  ? 

En  la  proclama  que  el  día  29  de  julio  de  1824, 
año  décimocuarto  de  la  Independencia,  dirigió  a  sus 
soldados  desde  el  Cuartel  general  libertador  en  Pas- 
co, en  el  corazón  de  los  Andes  australes,  lo  decía: 
"El  Perú  y  la  América  toda  aguardan  de  vosotros 
la  paz,  hija  de  la  victoria;  y  aun  la  Europa  liberal 
os  contempla  con  encanto,  porque  la  libertad  del  Nue- 
vo jMundo  es  la  esperanza  del  Universo!"  ¡La  es- 
peranza de  libertad  para  el  mundo  todo ! 

Ahora,  en  estos  días  de  terrible  guerra,  cuando  se 
han  desencadenado  sobre  Europa  las  más  feroces  pa- 
siones atávicas,  ¿no  pensarán  en  la  América  que 
forjó  Bolívar  que  la  libertad  del  Nuevo  Mundo  es  la 
esperanza  de  la  Tierra  ? 

Con  verdad  escribe  Emilio  Ollivier,  el  ministro  de 
Napoleón  III,  que  en  tiempo  de  Bolívar  el  nombre 
de  éste  circulaba  entre  los  pueblos  de  Europa  — sin 
excluir  a  España —  como  sinónimo  de  libertad.  Con 
el  nombre  de  Bolívar  en  los  labios,  en  canciones  pa- 
trióticas, tomaron  a  París  los  revolucionarios  de  1830. 

¿  Y  acaso  Bolívar,  libertando  a  la  América  del  Sur 
del  dominio  español,  no  ha  contribuido  a  la  futura, 
completa  liberación  de  España? 

Se  ha  hablado  mucho  del  antiespañolismo  de  Bolí- 
var juzgando  por  esas  frases  de  inflamada  retórica 
que  inspiran  las  güeras  civiles  y  más  que  civiles 
— bella...  plus  quam  civilia,  que  dijo  otro  español, 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Lucano —  como  lo  fueron  las  de  la  Independencia 
americana.  Pero  ¿quién  va  a  dar  más  que  valor  con- 
vencional y  del  momento  a  todo  aquello  del  feroz  des- 
potismo, de  los  crueles  españoles,  bandas  de  tártaros 
y  otras  explosiones  retóricas,  propias  de  proclamas? 

Cuando  yo  era  muchacho,  en  plena  guerra  civil,  y 
mientras  nos  bombardeaban  los  carlistas,  se  cantaban 
en  mi  pueblo,  Bilbao,  unos  cantares  en  que  se  les  lla- 
maba nada  menos  que...  ¡¡caribes  y  fariseos!!  Y 
¿  quién  ha  de  hacer  caso  cuando  en  una  carta  dice  Bo- 
lívar: "Más  grande  es  el  odio  que  nos  ha  inspirado  la 
Península  que  el  mar  que  nos  separa  de  ella ;  menos 
difícil  es  unir  los  dos  continentes  que  reconciliar  los 
espíritus  de  ambos  países"  ?  ¡  Retórica,  retórica,  retó- 
rica !  ¡  Y  más  retórica  cuando  él,  Bolívar,  el  puro 
descendiente  de  españoles,  de  origen  vasco,  nos  habla 
de  haber  roto  las  cadenas  que  había  remachado  Pi- 
zarro  a  los  hijos  de  Manco-Capac ! 

Una  vez  oí  a  un  español  culpar  a  los  cubanos  de 
ingratos  por  haberse  separado  políticamente  de  Es- 
paña, añadiendo:  "¡Después  que  descubrimos,  con- 
quistamos y  poblamos  aquello...!"  "¿Nosotros?  ■ — le 
contesté — ;  ¡  será  usted,  que  yo,  por  lo  menos,  no ! 
No  recuerdo  haberlo  descubierto,  conquistado  ni  po- 
blado." "Nosotros  precisamente,  no  — me  replicó — ; 
pero  nuestros  padres."  "Los  de  ellos  más  bien"  — le 
retruqué. 

Mejor  que  nadie  acaso  conocía  a  Bolívar  su  más 
noble  contendedor,  que  no  fué  el  virrey  Sámano, 
ni  el  virrey  Montalvo,  ni  el  virrey  La  Serna,  ni  el 
francés  Canterac,  sino  el  general  español  don  Pablo 
Morillo,  y  decía  de  él :  "Tiene  de  su  noble  estirpe 
española  rasgos  y  cualidades  que  le  hacen  muy  supe- 
rior a  cuanto  le  rodea."  Y,  sin  duda,  muy  superior 
a  los  que  llevaran  sangre  de  Manco-Capac,  a  cuyos 
hijos  remachó  las  cadenas  Pizarro,  aquel  Pizarro 
mucho  más  hermano  de  Bolívar  que  el  inca. 


OBRAS    C  O  M  P  LE  TAS 


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Ya  se  quejaba  Bolívar  de  que  en  la  guerra  de  Amé- 
rica hubiesen  muerto  tantos  españoles:  "Porque  ellos 
son  — agregaba —  los  que  debían  poblar  y  civilizar 
nuestros  desiertos."  (Memorias  del  Libertador  Si- 
món Bolívar,  por  el  general  T.  C.  de  Mosquera.) 

Otra  vez  puso  en  un  documento  las  siguientes  o 
parecidas  palabras : 

"No  confundamos  al  Gobierno  de  España  con  los 
españoles.  Hagamos  la  guerra  al  uno,  no  a  los  otros." 

Y  ¿no  fué  Bolívar,  en  cuyas  venas  corría  sangre 
quijotesca,  quien  escribió :  "Es  nuestra  ambición  ofre- 
cer a  los  españoles  una  segunda  patria,  pero  erguida, 
no  abrumada  de  cadenas."  Esto  se  lo  decía  al  rey 
Fernando  VII,  desde  Bogotá,  en  1821.  Cincuenta  y 
dos  años  más  tarde,  en  1873,  otro  grande  héroe  ame- 
ricano — el  más  grande  acaso  de  sus  héroes  por  el 
pensamiento — ,  Domingo  Faustino  Sarmiento,  el  ar- 
gentino, en  su  célebre  discurso  de  la  Bandera,  decía, 
o  más  bien  declamaba,  quijotescamente  también:  "Ha- 
brá patria  y  tierra,  libertad  y  trabajo  para  los  espa- 
ñoles, cuando  en  masa  venga  a  pedírnosla  como  una 
deuda !" 

Y  tengo  que  decir  de  Bolívar  lo  que  de  Sarmiento 
he  dicho  y  repetido,  y  es  que  nunca  se  me  aparece 
más  español  que  cuando  habla  o  parece  hablar  mal 
de  España...  ¡en  español!  No.  Don  Quijote  nunca 
puede  hablar  mal  de  España,  aunque  maldiga  de  los 
españoles. 

Su  estilo  mismo,  el  de  Bolívar,  era  un  estilo  quijo- 
tesco, algo  enfático,  muy  español,  entre  gongorino 
y  conceptuoso,  aunque  con  evidente  influencia  de  los 
escritores  franceses  de  fines  del  siglo  xviii.  ¿  Quién 
no  se  ha  detenido  ante  las  frases  de  sus  discursos  y 
proclamas?  Urgiendo,  al  principio  de  la  revolución, 
por  que  se  declarase  la  independencia,  pregunta: 
"¡  Que  los  grandes  proyectos  deben  prepararse  en 
calma !  Trescientos  años  de  calma,  ¿  no  bastan  ?  ¿  Se 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


quieren  otros  trescientos  todavía  ?"  Y  en  otras  partes 
dice :  "Creado  el  Nuevo  Mundo  bajo  el  fatal  imperio 
de  la  servidumbre,  ¡  no  ha  podido  arrancarse  las  cade- 
nas sin  despedazar  sus  miembros!..."  "...  éramos  cie- 
gos; los  golpes  nos  han  abierto  los  ojos..."  "¡Solda- 
dos :  centenares  de  victorias  alargan  vuestra  vida  has- 
ta el  término  del  mundo!"  Y  otras  cien  frases  así. 

Era  un  hombre,  todo  un  hombre,  un  hombre  ente- 
ro y  verdadero,  que  vale  más  que  ser  sobrehombre. 
que  ser  semidiós  — todo  lo  semi  o  a  medias  es  malo, 
y  ser  semidiós  equivale  a  ser  semihombre — ;  era  un 
hombre  este  maestro  en  el  arte  de  la  guerra,  en  el 
de  crear  patrias  y  en  el  hablar  al  corazón  de  sus  her- 
manos, que  no  catedrático  en  la  ciencia  de  la  milicia, 
ni  de  la  ciencia  política,  ni  de  literatura.  Era  un 
hombre ;  era  el  Hombre  encarnado.  Tenía  un  alma 
y  su  alma  era  de  todos  y  su  alma  creó  patrias  y  en- 
riqueció el  Alma  española,  el  alma  eterna  de  la  Es- 
paña inmortal,  y  de  la  Humanidad  con  ella. 

*  *  * 

En  materia  de  interés  o  de  intereses  allá  se  las 
iban  Don  Quijote  y  Bolívar.  Don  Quijote  no  llevaba 
consigo  blanca,  ni  se  preocupaba  de  ello,  porque  "él 
nunca  había  leído  en  las  historias  de  los  caballeros 
andantes  que  ninguno  las  hubiese  traído"  (cap.  HI). 
Bolívar  dice:  "yo  no  quiero  saber  lo  que  se  gasta  en 
mi  casa" ;  y  como  era  millonario  y  manirroto,  y  como 
sus  verdaderos  intereses  no  eran  acuñables,  gasta  en 
poco  tiempo,  en  Lima,  ocho  mil  duros  en  agua  de 
Colonia ;  sostiene  en  Madrid  "tren  de  príncipe",  de- 
rrocha en  Londres  "ciento  cincuenta  mil  francos  en 
tres  meses" ;  regala  sus  alhajas  a  don  Fernando  Pe- 
ñalver  para  que  se  remedie  la  miseria ;  declara  libres 
de  un  golpe,  en  su  hacienda  de  San  Mateo,  a  mil  es- 
clavos negros,  que  le  representaban  un  valor  de  más 


OBRAS  COMPLETAS 


321 


de  doscientos  cincuenta  mil  duros,  y  renuncia  los 
millones  en  metálico  que  decreta  para  él  la  gratitud 
de  los  pueblos. 

No.  Los  servicios  de  un  Don  Quijote  no  pueden  ser 
pagados  con  dinero.  Pero  para  renunciar  a  millones, 
en  pleno  siglo  -xix,  se  necesita  ser  un  Don  Quijote  de 
buena  ley,  genuino.  Washington,  que  no  lo  era,  acep- 
taba por  eso  las  modestas  dádivas  de  su  país. 

La  ¡dea  de  la  justicia,  o  la  justicia  misma,  era  muy 
semejante  en  uno  y  otro  caballero. 

En  mi  Vida  de  Don  Quijote  y  Sancho,  cap.  XXII, 
he  escrito: 

"Don  Quijote  castigaba,  es  cierto;  pero  castigaba 
como  castigan  Dios  y  la  Naturaleza,  inmediatamente, 
cual  en  naturalísima  consecuencia  del  pecado." 

Así  Bolívar.  Fusiló  a  propios  y  a  extraños,  pero 
jamás  con  ensañamiento.  Su  justicia,  como  la  de  Don 
Quijote,  era  rápida  y  ejecutiva.  Boves  lo  derrota  en 
La  Puerta,  y  hace  una  carnicería  de  las  suyas ;  Bolí- 
var fusila  inmediatamente  ochocientos  prisioneros ; 
Piar,  su  teniente,  se  insubordina,  huye  del  ejército  y 
trastorna  el  orden,  en  momentos  angustiosos :  Bolívar 
lo  hace  aprehender,  juzgar  y  fusilar.  Lo  propio  hizo 
con  Berindoaga,  ministro  de  guerra  y  traidor,  en 
Perú.  Lo  mismo  con  Vanoni,  el  único  de  los  realistas 
vencidos,  a  quien  fusiló  en  el  campo  de  Bocayá,  en 
1819  porque  siendo  oficial  suyo  lo  había  traicionado 
en  1812,  haciéndole  perder  el  castillo  de  Puerto  Ca- 
bello. "La  justicia  sola  es  la  que  conserva  la  Repú- 
blica", decía.  (Cartas  del  Libertador,  O'Leary,  vo- 
lumen XXX). 

Conviene  leer,  en  la  edición  comentada  que  de  las 
Cartas  de  Bolívar  (1799-1822)  ha  hecho  Rufino  Blan- 
co-Fombona  lo  que  dice  éste  de  la  guerra  a  mueite 
decretada  por  Bolívar  en  1813.  No  es  la  crueldad  fría 
de  los  corazones  felinamente  tiernos,  débiles ;  es  el 


UNAMUNO. 


.  VII. 


11 


322 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


rugido  de  desesperación  y  dolor  de  los  corazones  ge- 
nerosos, pero  recios. 

El  mismo  Blanco-Fombona  ha  escrito  que  los  re- 
veses hacían  temible  a  Bolívar,  y  que  con  el  éxito 
se  hacía  magnánimo.  Así  es  la  verdad. 

Recuérdese  aquella  noble  respuesta  de  Bolívar  al 
general  Salom  que  sitiaba  El  Callao,  donde  se  defen- 
día heroicamente  el  heroico  general  español  Rodil, 
aquel  mismo  Rodil  que  fué  luego,  en  España,  presi- 
dente del  Consejo  de  ministros  y  uno  de  los  pacifica- 
dores de  las  Vascongadas.  Salom,  desesperado  con  la 
resistencia,  amenazaba,  en  carta  Bolívar,  a  los  defen- 
sores del  Callao.  El  Libertador  le  responde:  "El  he- 
roísmo no  es  digno  de  castigo.  ¡  Cuánto  aplaudiríamos 
a  Rodil  si  fuera  patriota  !  La  generosidad  sienta  muy 
bien  al  vencedor,  general"  (O'Leary,  vol.  XXX). 

Apedreado  y  robado  por  Ginés  de  Pasamente  y 
demás  galeotes  a  quienes  libertara  en  Sierra  Morena, 
Don  Quijote,  algo  pesaroso,  dijo:  "el  hacer  bien  a 
villanos  es  echar  agua  en  el  mar". 

Algo  semejante  ocurrió  a  Bolívar  y  consideración 
semejante  hizo.  Insultado,  calumniado,  atropellado, 
proscrito  por  aquellos  mismos  pueblos  que  libertara, 
exclamó :  "he  arado  en  el  mar".  Sólo  que  uno  y 
otro  idealista,  el  manchego  y  el  caraqueño,  reinci- 
den en  su  fe  quijotesca  a  pesar  de  las  tristes  reali- 
dades. 

*  *  * 

Un  hombre  así  suele  culminar  en  su  religión.  ¿  Cuál 
fué  la  de  Bolívar?  He  aquí  el  problema  más  oscuro 
de  su  vida.  Su  religión  fué  su  obra,  fué  su  quijotismo. 

Hijo  del  siglo  XVIII,  pensó  en  religión  como  enton- 
ces se  pensaba  en  ella ;  pero  ¿  cómo  la  sintió  ?  En  el 
Diario  de  Bucaramanga  se  nos  dice  que  Voltaire  era 
el  autor  favorito  del  Libertador  y  se  nos  exponen  Ips 
ideas  filosóficas,  o  pseudofilosóficas,  de  él  respecto  a 


OBRAS  COMPLETAS 


323 


religión,  unas  ideas,  a  base  condillaciana,  de  una  des- 
esperante superficialidad.  Y  como  buen  volteriano, 
distinguía  entre  el  hombre  y  el  ciudadano.  El,  en 
cuanto  ciudadano,  y  para  dar  ejemplo,  iba  a  misa, 
pero  llevando  para  leer  en  ella  un  tomo  de  la  Biblio- 
teca Americana,  sin  persignarse,  y  sólo  por  ciudada- 
nía al  modo  pagano.  "Soy  filósofo  para  mí  solo,  o 
para  unos  pocos  amigos  y  sacerdote  para  el  vulgo" 
— decía  con  la  única  pedantería  que  he  encontrado 
en  él,  y  es  cuando  de  religión  hablaba — .  Porque  su 
volterianismo  era  pedantería.  Mas  no  se  le  iría,  sin 
él  saberlo,  el  alma  toda  religiosa  en  aquella  frase  con 
que  termina  su  proclama  dada  desde  el  Cuartel  general 
de  Bogotá,  a  8  de  marzo  de  1820,  décimo  de  la  In- 
depencia,  y  donde  dice:  "¡  \'íva  el  Dios  de  Colombia  !" 
Por  ahí,  por  el  Dios  de  la  patria,  habría  hallado  su 
religión.  Porque  Dios  no  es  Dios  de  individuos,  lo  es 
de  pueblos ;  el  Dios  de  las  batallas  es  Dios  de  patrias. 

El  cristianismo  que  se  gastaba  a  fines  del  siglo  xviii 
y  principios  del  xix,  cristianismo  muy  imbuido  en 
racionalismo  enciclopédico  y  no  menos  frío  y  seco 
que  éste,  no  podía  satisfacer  a  un  alma  como  la  de 
Bolívar.  Y,  además,  para  el  Libertador,  la  acción  fué 
pensamiento. 

Ni  Bolívar,  como  los  incrédulos  faltos  de  imagina- 
ción y  sobrados  de  petulancia  pedantesca,  cayó  en 
cientificismo.  Se  burlaba  no  sólo  del  doctor  Moor,  sino 
de  la  ciencia  médica.  Don  Simón  Rodríguez,  que  "sólo 
amaba  las  ciencias",  no  logró  contagiarle :  no  lo  logró 
aquel  su  pedagogo,  que  en  un  gabinete  de  física  y 
química  de  un  alemán  se  ocupaba  en  estudios  y  que 
hablaba,  en  alemán,  con  su  amigo  tudesco,  mientras 
Bolívar,  el  pupilo,  yacía  enfermo  en  cama.  Don  Si- 
món Rodríguez  quiere  convencer  a  Bolívar  de  que 
en  la  vida  hay  otra  cosa  que  el  amor  — el  héroe  había 
enviudado  ya — ,  que  podía  ser  muy  feliz  entregándo- 
se a  las  ciencias  o  a  la  ambición.  "Ah,  Rodríguez, 


324 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


i  prefiero  morir!"  — exclama  Bolívar  (Cartas,  pági- 
na 42).  ¡Tenía  veintiún  años! 

Luego  se  entregó  a  la  ambición,  a  la  más  noble, 
al  amor  a  Dulcinea,  no  a  la  ciencia,  y  por  no  haberse 
dedicado  exclusivamente  al  estudio  profesó  sobre  re- 
ligión las  doctrinas  entonces  corrientes  entre  los  de 
su  clase  y  su  educación.  Mas  no  nos  importa  cómo 
pensó  la  religión,  sino  cómo  la  sintió,  cómo  sintió  la 
religión  quijotesca  del  Dios  de  Colombia. 

Bolívar,  hombre  de  ideas  y  de  ideales,  tuvo  con- 
ciencia clara  de  su  alta  misión  quijotesca,  de  su  fun- 
ción de  libertador.  A  menudo  lo  demostró.  En  solem- 
ne ocasión  — creo  que  intentaba  expedicionar  en  son 
de  liberación,  contra  las  Filipinas — ,  dijo  más  o  me- 
nos: "Mi  deber  es  sacar  siempre  la  espada  por  la 
justicia  y  luchar  donde  haya  pueblos  esclavos  que 
defender."  Otra  vez,  en  ocasión  más  solemne  aún 
— porque  fué  en  el  trance  de  la  muerte — ,  una  de  sus 
últimas  y  desconsoladas  frases  fué  la  siguiente,  ya 
citada:  "Los  tres  más  grandes  majaderos  de  la  His- 
toria hemos  sido  Jesucristo,  Don  Quijote...  y  yo." 
Se  ponía  entre  los  redentores. 

Tal  fué  el  Hombre  de  la  América  española. 

De  sus  visiones  proféticas,  de  lo  que  hizo  por  la 
apertura  del  canal  de  Panamá,  por  el  Arbitraje  in- 
ternacional, por  el  Derecho  público  americano;  de  lo 
que  dijo  sobre  el  porvenir  de  los  pueblos  del  Nuevo 
Mundo  y  sobre  su  democracia,  nada  comentaré  aquí. 
Esto  pertenece  a  otro  campo  que  el  que  aquí  me  he 
acotado. 

Baste  sólo  decir  que  algunos  de  aquellos  pueblos 
que  empezó  a  forjar  Bolívar,  alguna  de  aquellas  pa- 
trias que  surgieron  al  golpe  de  su  espada  y  al  con- 
juro de  su  voz  inflamada  aún  andan  buscando  alma, 
aún  buscan  aquellos  bienes  que  ni  al  precio  de  la  in- 
dependencia deben  ser  vendidos.  Y  para  esos  pueblos 
aprendices  indóciles  de  libertad,  aun  las  palabras  del 


OBRAS  COMPLETAS 


325 


Libertador  son  una  enseñanza,  son  palabras  libertado- 
ras. Y  pueden  serlo  para  nosotros,  los  españoles. 
Nuestros  más  generosos  héroes  de  la  libertad,  los  que 
lucharon  por  ella  desde  Cádiz  y  luego  bajo  el  ho- 
rrendo reinado  del  abyecto  Fernando  VII,  aquellos 
héroes  no  superados  por  los  liberales  españoles  de 
tiempos  más  próximos  al  nuestro,  por  liberales  de 
engañifa,  aquellos  nobilisimos  doceañistas  y  sus  in- 
mediatos sucesores,  convivieron  con  Bolívar  y  con  él 
se  hicieron.  ¿No  os  parece  el  mismo  Bolívar  un  hé- 
roe doceañista,  el  verdadero  héroe  del  doceañismo? 
A  él,  al  Libertador  de  la  América  española  del  Sur, 
debe  mucho,  muchísimo,  el  liberalismo  español.  Y  no 
me  cabe  duda  de  que  nuestros  buenos  liberales,  los  de 
los  tiempos  en  que  nacía  la  España  nueva,  que  tanto 
tarda  en  levantarse  de  la  cuna  y  dejar  las  mantillas, 
no  me  cabe  duda  de  que  aquellos  españoles  rendían 
culto,  bien  que  secreto,  al  Libertador.  Los  diplomá- 
ticos extranjeros  en  Madrid  trasmitían  a  sus  Go- 
biernos conversaciones  con  personajes  de  la  época 
que  patentizaban  la  admiración  que  inspiraba  Bolí- 
var, como  Napoleón,  hasta  a  sus  enemigos. 

Entre  las  cartas  más  lisonjeras  que  se  dirigieron 
a  Bolívar,  lisonjeras  por  venir  sobre  todo  de  sus  ad- 
versarios los  más  altivos,  cuéntanse  las  del  general 
La  Torre,  las  del  general  Morillo,  y  de  otros  mili- 
tares españoles  que  pelearon  contra  él  aquella  formi- 
dable guerra  de  América,  tan  mal  estudiada  en  Es- 
paña. El  general  Canterac,  a  quien  un  motín  militar 
asesinó  cerca  de  la  Puerta  del  Sol,  el  18  de  enero 
de  1835,  siendo  capitán  general  de  Madrid;  el  ge- 
neral Canterac,  derrotado  por  Bolívar  en  la  batalla 
de  Junín,  y  luego,  junto  con  La  Serna,  en  Ayacucho, 
escribió  al  Libertador,  en  nombre  de  los  generales 
españoles,  la  siguiente  carta : 

"Huamanga,  12  de  diciembre  de  1824. — Excelen- 
tísimo señor  Libertador,  general  don  Simón  Bolívar. 


326  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


"Como  amante  de  la  gloria,  aunque  vencido,  no  pue- 
do menos  que  felicitar  a  vuestra  excelencia  por  haber 
terminado  su  empresa  en  el  Perú  con  la  jornada  de 
Ayacucho.  Con  este  motivo,  tiene  el  honor  de  ofre- 
cerse a  sus  órdenes  y  saludarle  en  nombre  de  los  ge- 
nerales españoles,  este  su  afectísimo  servidor  y  obse- 
cuente servidor,  q.  b.  s.  m.,  José  de  Canterac." 

Y  gracias  a  Dios  en  que  hemos  llegado  a  tiempos 
en  que  un  español,  sin  renegar  de  su  españolidad,  sino 
más  bien  afirmándola  más  aún,  puede  rendir  culto, 
y  culto  patriótico,  de  la  gran  patria,  lo  mismo  que  a 
ese  colosal  Bolívar,  a  un  Martí,  a  un  Rizal. 

Mi  intención  ha  sido  mostrar,  en  rápida  fulgura- 
ción, con  frases  del  mismo  Bolívar,  al  Hombre  es- 
pañol, al  Quijote  de  la  América  hispana  libertada, 
a  uno  de  los  más  grandes  héroes  en  que  ha  encarnado 
el  alma  inmortal  de  la  Hispania  máxima,  miembro 
espiritual  sin  el  que  la  humanidad  quedaría  incom- 
pleta. 


Salamanca,  XII-14. 


PROLOGO  AL  LIBRO  EL  UNO  DE  LOS  SUE- 
ÑOS, DE  ALONSO  QUESADA  (Madrid,  Imprenta 
Clásica  Española,  1915,  XVII  +  145  págs.) 


No  olvidaré  tan  aína  mi  viaje  a  las  Islas  Afortu- 
nadas, ni  aquella  estancia  en  Gran  Canaria,  ni  mi 
correría,  caballero,  por  sus  barrancas  centrales  en 
compañía  del  taciturno  Manuel  Macías  Casanova... 

El  pretexto  para  aquel  viaje  inolvidable,  grabado 
ya  en  la  roca  de  mi  espíritu,  fueron  unos  Juegos 
Florales  a  que  me  llamaron  de...  mantenedor.  Y  yo, 
que  no  creo  en  eficacia  alguna  de  semejante  fiesta, 
sino  que  es,  más  bien,  una  profanación  de  la  pura  y 
libre  poesía,  y  que  he  acudido  a  ella  casi  siempre  con 
el  deliberado  propósito  de  alterar  su  índole  y  aprove- 
charla para  otros  fines,  fui  a  los  Juegos  Florales  de 
Las  Palmas  a  decir  lo  que  bien  me  pareciera,  y,  sobre 
todo,  a  conocer  aquello  y  los  espírtius  que  allí,  en 
aquel  a-isla-miento  alientan  y  ansian.  Y  no  parece 
que  me  desempeñé  tan  mal  de  mí  cometido.  Mas,  sobre 
todo,  traje  afectos  y  dejé  afectos  allí,  lo  que  bien 
vale  un  viaje. 

Celebráronse  los  Juegos  Florales,  y  entre  los  que 
en  ellos  tomaron  parte,  mientras  yo  rumiaba  mi  dis- 
curso una  vez  más,  adelantóse  a  recitar  una  poesía 
premiada  un  jovencito  endeble  y  muy  movedizo.  Em- 
pezó, no  a  recitar,  sino  más  bien  a  canturrear  algo 
quejumbrosamente,  moviéndose  de  un  lado  a  otro, 
un  romance  octosílabo  en  que  los  versos  pares,  no  ya 
asonantaban,  sino  consonantaban  en  -ía.  Aquello 
me  resultó  algo  artificioso,  debo  confesarlo,  y  algo 


328 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


entre  exótico  y  anacrónico;  pero  muy  poco  joco- 
floralesco.  La  poesía  era  El  zagal  de  gallardía,  que 
figura  en  este  libro  entre  los  romances  orales,  y  el 
joven  autor  que  la  canturreaba,  Rafael  Romero,  o 
sea  Alonso  Quesada. 

Después  conocí  más  y  traté  a  éste  el  tiempo  que 
permanecí  en  Las  Palmas,  en  especial  en  el  delicioso 
rincón  — y  si  no,  que  lo  diga  Federico  García  San- 
cliiz —  de  aquella  casa  de  Luis  Millares,  hogar  ile 
espíritus.  Y  aprendí  a  estimar  más,  mucho  más,  a 
Romero,  y  a  apreciar  mejor,  mucho  mejor,  su  poesía. 

Allí,  en  la  Gran  Canaria,  en  aquella  isla,  conocí 
toda  la  fuerza  de  la  voz  a-isla-miento,  y  no  fué 
Alonso  Quesada  quien  menos  me  ayudó  a  que  llegase 
a  conocerla.  Había  que  observar  el  encendido  avis- 
pero de  anhelos  y  de  ensueños  que  se  agitaban  y 
zumbaban  en  el  pecho  de  aquellos  jóvenes:  Romero, 
Néstor  el  pintor,  el  pobre  Manolo  Macías  Casanova... 

Al  recordar  a  éste,  al  del  hermoso  Coloquio  en  las 
sombras  de  este  libro,  el  cielo  del  alma  se  me  ensom- 
brece. Aquel  muchacho  taciturno,  tenazmente  taci- 
turno, hermético,  cerrado  en  sí,  que  parecía  callar 
tanto  para  oír  mejor  alguna  voz  íntima  de  dentro 
de  sí,  y  que  cuando  oía  a  otro  parecía  oírle  con  los 
ojos,  con  una  mirada  taladrante,  aquel  hijo  tormen- 
toso de  la  Gomera  me  cobró  su  afecto,  diré  más  bien 
un  apego,  que,  teniendo  algo  de  ultra-humano,  tenía 
también  algo  de  canino.  Aún  no  me  lo  explico  y 
aún  me  pregunto  qué  hice  yo  para  merecer  aquella 
adhesión  ardorosa  y  taciturna.  Y  aun  cuando  no  tu- 
viera en  la  vida  otro  cariño  que  aquél,  creería  que 
Dios  no  me  ha  olvidado.  No  sé,  digo,  explicarme 
bien  aquello. 

Y  ¡  qué  nido  de  tempestades  morales  era  el  cora- 
zón del  joven  Casanova!  ¡Qué  relámpagos  interrum- 
pían de  pronto  sus  silencios !  Mas  por  lo  común, 
oía,  oía,  oia.  Llegué  a  temblar  de  hablar  ante  él. 


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329 


porque  me  bebía  las  palabras,  no  sólo  con  los  oídos, 
sino  con  los  ojos.  Nunca  he  comprendido  mejor  la 
santidad  de  la  palabra  y  todo  lo  que  la  profanamos 
los  rutineros  sacerdotes  de  ella.  Aquel  hijo  del  silen- 
cio no  me  dejaba  ni  a  sol  ni  a  sombra.  Emprendí  una 
excursión  de  unos  días  por  el  interior  de  la  isla,  por 
una  de  las  abruptas  calderas  del  gran  rocal  que  ella 
debió  ser,  por  barrancas  y  quebradas,  y  él,  Casa- 
nova,  mozo  enclenque,  quiso  acompañarme,  y  me 
acompañó.  Debió  de  rendirle  la  cabalgata,  pero  cuan- 
do le  preguntaba  si  se  sentía  fatigado,  sonreíase,  ne- 
gándolo. Y  allí,  en  aquellas  áridas  soledades,  en  las 
hondas  barrancas  negras,  me  hablaba  de  su  isla,  de 
su  Gomera,  a  la  que  quería  llevarme.  Era  el  mozo 
trágico  del  islote  soñando  en  el  reino  del  infinito. 

Nunca  olvidaré  la  despedida.  (Parecía  salírsfele 
el  alma  por  los  ojos.  Me  hablaba  de  libertad,  de  des- 
aislarse. Porque  el  taciturno,  aunque  poco,  hablaba. 
Y  me  prometió  venir  acá,  a  estudiar  a  Salamanca, 
a  estar  junto  a  mí  y  a  apacentar  sus  ojos  de  presa 
en  este  páramo  en  que  ni  se  presiente  el  mar,  él,  el 
isleteño.  Me  lo  traje  en  el  alma.  Era  para  mí  un 
misterio  y  una  tremenda  responsabilidad  aquella  alma 
joven  y  palpitante  que  quería  confiarse  a  mí,  entre- 
garse a  mis  manos  rudas  y  tal  vez  algo  desdeñosas. 
Soñé  en  él.  Y  me  escribió  cartas  de  fuego  escondido, 
de  desdenes  tremendos  hacia  la  vulgaridad  ambiente, 
de  locas  ansias  de  libertad,  cartas  en  que  decía  todo 
lo  que  su  silencio  callaba.  El  estilo  roto,  tumultuoso, 
a  las  veces  violento,  luego  conceptuoso. 

Y  he  aquí  que  un  día  recibo  una  sacudida  cruel, 
reflejo  de  la  que  él  recibió.  Manuel  Macías  Casanova 
murió  de  repente  y  violentamente,  cuando  menos  se 
esperaba,  y  de  un  modo  trágico.  Tenía  por  costum- 
bre ir  tocando  a  las  cosas,  dando  golpecitos  con  la 
mano  a  los  árboles,  a  los  muros,  como  quien,  aisla- 
do entre  los  hombres,  buscaba  el  contacto  de  las  co- 


330 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


sas,  de  la  madre  Tierra.  Al  tocar  a  un  poste  susten- 
tador de  alambres  eléctricos,  la  corriente  le  envolvió : 
abrazóse  al  poste,  y  allí  murió  sin  poder  decir  nada, 
ni  una  palabra  de  despedida  a  sus  amigos ;  él,  el 
silencioso.  Y  cuando  recibí  la  noticia  fué  como  si 
otra  corriente  me  envolviese,  y  me  abracé,  mentalmen- 
te, a  su  recuerdo,  y  me  quedó  grabada  en  el  alma, 
a  fuego,  aquella  su  mirada  silenciosa  y  escrutadora 
que  bebía  mis  palabras.  No  era  yo,  a  lo  que  parece, 
digno  de  que  viviera  y  se  gozase  y  llegase  a  pleni- 
tud y  diera  su  obra  quien  tan  por  entero  se  había 
entregado.  ¿Qué  misterio  habrá  en  esto? 

Y  si  aquella  muerte  me  dejó  tal  traza,  pensad  la 
que  dejaría  en  su  amigo  fraternal,  en  Rafael  Romero. 
Yo,  que  he  leído  el  Coloquio  de  las  sombras  con  la 
emoción  de  tales  recuerdos,  no  sé  lo  que  deciros  de 
ese  poema ;  pero  a  mí  me  pone  delante  al  misterioso 
y  tormentoso  taciturno,  hambriento  de  saber  sustan- 
cial, que  me  pedia  lo  que  yo  no  sé  si  puedo  dar. 

¡Oh  roto  corasón.  que  eras  más  fuerte 
que  el  corazón  del  Universo  todo!... 

Sí,  todo  corazón  de  hombre  de  verdad,  lo  es. 

Era  el  alma  una  piedra  que  caía 
al  fondo  del  misterio  en  la  laguna... 

Cuando  le  hablé  de  eso,  de  la  sima  del  misterio  a 
que  caemos  sin  cesar... 

¿No  sabéis  que  el  silencio  de  mi  vida 
me  hizo  merecedor  al  de  la  muerte? 

Y,  sobre  todo, 

¡Mo  tuve  amor  de  juventud! 


¡  Lo  que  dice  esto ! 


OBRAS     COMPLETAS  óó\ 

Leed  las  últimas  palabras  que  el  poeta,  su  herma- 
no, pone  en  boca  del  muerto. 

Mas  dejemos  ya  en  paz  el  silencio  de  Casanova. 

Alonso  Quesada  ha  tenido  la  fineza  de  dedicarme 
sus  Poemas  áridos.  ¿Qué  os  diré  de  ellos?  Que  al 
leerlos  recuerdo  aquel  apejjo  de  Casanova. 

Aridos,  sí,  como  las  cumbres  de  Gran  Canaria,  como 
aquellas  negras  tierras  calcinadas.  ¡  Tierra  de  fuego ! 

¡Los  montes 
eternamente  secos,  y  el  silencio 
áspero  y  rudo  de  estas  soledades! 

Mas  lo  árido,  lo  seco,  no  es  por  ello  frío  en  poesía. 
Antes  al  contrario.  Y  Dios  me  dé  más  bien  poesía 
seca  y  ardiente  que  no  húmeda  y  fría,  como  la  ho- 
jarasca. Poesía  seca,  árida,  enjuta,  pelada,  pero  ar- 
diente. Poesía  de  salmo.  Y  nada  de  ese  rumor  de 
follaje  mojado  y  frío.  De  "ruido,  de  las  hojas  mecidas 
por  las  auras  del  oloroso  abril",  poco,  muy  poco. 
Mejor  el  bramar  del  simún  entre  montones  de  arena. 

Pero  hay  aquí  también  frescura,  y  frescura  de  bri- 
sa doméstica.  Todo  lo  que  en  estas  poesías  sabe  a 
hogar,  a  un  hogar  en  que  al  poeta  acompañan  seis 
mujeres,  es  como  brisa  que,  cargada  con  los  besos  de 
las  olas  del  mar,  acaricia  los  raros  árboles  de  las 
cumbres.  Este  profeso  caballero  de  la  Noche,  que 
bendice  a  la  orfandad,  que  canta  a  la  noche  azul  de 
su  tierra,  a  la  virtuosa  noche  de  rosas  blancas  que  se 
deshojan  en  el  mar  y  dejan  un  luminoso  aroma  sobre 
el  alma,  ha  tenido  niñez.  Y  Alonso  Quesada  la  ha 
tenido. 

Alonso  Quesada  ha  tenido  niñez.  Acaso  no  ha  te- 
nido mucho  más.  Acaso  sigue  teniéndola.  ¿No  hay, 
acaso,  mucho  de  infantil  en  estos  versos  ?  ¿  No  es, 
acaso,  una  cierta  infantilidad  que  en  ellos  se  advierte 
lo  que  les  da  su  frescura  y  su  encanto  ?  La  melancolía 
misma,  la  seriedad,  la  madurez,  son  de  niño.  Como 


332 


MIGUEL  DF  UNAMUNO 


fué  y  murió  niño  el  muerto,  el  taciturno,  el  que  se 
hundía  en  el  viejo  sillón  de  su  abuelo  como  en  un 
abuelo  también.  Cuando,  al  encontrarse  con  Néstor 
recuerdan  ambos  un  recuerdo  infantil,  una  escapada  al 
cementerio,  Néstor  les  habla 

con  agüeita 
primera  voz  que  el  tiempo  le  ha  guardado. 

Y  el  poeta  nos  habla  también  con  su  primera  voz., 
con  la  voz  de  su  infancia  isleña.  Leed  A  la  hora  del 
Angelus  y  decidme  si, eso  no  está  dicho  a  media  voz 
y  con  la  voz  primera.  Y  con  su  voz  primera  canta 
a  jesús  de  Nazareth. 

Y  su  ironía,  su  malicia,  ¿no  tienen,  acaso,  también 
un  dejo  de  deliciosa  frescura  infantil?  Sus  finas  ob- 
servaciones sobre  los  ingleses  de  la  colonia,  recogi- 
das mientras  garrapatea  números  del  numerario  aje- 
no, son  de  una  tan  tenue  ligereza,  de  una  tan  cándida 
malicia,  que  acaso  se  escapen  a  nuestros  habituales 
lectores,  que  apenas  gustan  sino  el  dejo  de  fuertes 
especias  y  condimentos. 

Oídle  a  este  profese  Caballero  de  la  Noche,  que 
confiesa  su  pobreza  y  la  amargura  de  ver  en  los  do- 
mingos los  libros  ingleses.  Pero  no  los  libros  de  poe- 
sía. Y  yo  no  sé  por  qué  misteriosa  magia  esos  poemas 
de  Los  ingleses  de  la  colonia  tienen  algo  de  inglés 
también,  a  la  manera  de  la  sutil  y  casi  impalpable 
poesía  inglesa. 


Y  ¿  qué  más  ? 

¡Qué  sé  yo!...  Después  de  releer  de  un  tirón  un 
collar  de  poesías  unidas  por  el  hilo  de  un  común  sen- 
timiento íntimo,  dan  ganas  de  dejarse  brezar  por  el 
eco  del  ritmo,  y  fantasear,  fantasear,  fantasear;  po- 
blar el  cielo  del  alma  de  nubes  vagorosas  y  huideras 


OBRAS  COMPLETAS 


333 


como  las  que  bogan  sobre  Las  Palmas,  sin  llover  en 
ella. 

Estos  cantos  te  vienen,  lector,  de  una  isla  y  de  un 
corazón  que  es  también,  a  su  modo,  una  isla.  Estos 
cantos  han  sido  ceñidos  por  el  océano  y  te  traen  el 
eco  de  sus  olas  rompiendo  en  los  pedregales  de  la 
orilla.  Estos  cantos  te  vienen,  lector,  de  un  mar  inte- 
rior, de  un  mar  de  corazón,  que  se  ha  dormido  hace 
más  de  cien  años,  mucho  antes  que  el  poeta  naciese, 
que  lo  recibió  ya  dormido.  Estos  cantos  te  vienen  de 
una  de  las  islas  a  que  se  llamó,  no  sé  por  qué.  Afor- 
tunadas ;  pero  donde  muchos,  muchos,  viven  en  la 
bendita  pobreza  de  su  casa,  de  comida  humilde,  bajo 
la  sonrisa  triste  de  la  madre,  y  ganándose  el  pan  tra- 
bajando para  el  extranjero.  Estos  cantos  te  vienen  de 
una  tierra  donde  apenas  llueve,  seca  y  ardiente ;  pero 
donde  se  sueña,  esperando  a  la  esperanza.  ¡  Que  es 
esperar ! 

Aún  resuena  dentro  de  mí  el  eco  de  aquellos  cara- 
coles marinos  por  los  que  oi  gemir  el  alma  de  un 
pueblo,  en  Teror,  entre  las  montañas  de  la  Gran 
Canaria,  al  cerrarse  la  noche  de  San  Juan,  según 
llegaba  yo  con  el  pobre  Casanova,  estando  todo  flo- 
recido de  hogueras  de  fiesta.  Y  estos  cantos  son  como 
uno  de  aquellos  grandes  caracoles. 


Salamanca,  enero  de  1915. 


PROLOGO  A  LA  EDICION  ESPAÑOLA  DE 

LA  HISTORIA  ILUSTRADA  DE  LA  GUERRA, 
DE  G.  HANOTAUX.  Traducción  de  Luis  Contre- 
ras  (1915). 


La  actual  guerra  europea,  aparte  de  las  consecuen- 
cias inmediatas  y  mediatas  que  haya  de  tener  en  la 
vida  económica,  política  y  ética  de  los  pueblos,  ejer- 
ce ya  una  poderosa  acción  en  el  pensamiento  de  los 
hombres  cultos,  es  decir,  tiene  un  reflejo  en  lo  más 
íntimo  de  la  cultura.  Una  guerra  así  equivale  a  un 
nuevo  sistema  filosófico.  Cabe  decir  que  Napoleón 
influyó  tanto  como  Kant  en  la  marcha  del  pensa- 
miento especulativo  humano.  De  donde  el  interés 
grandísimo  que  adquiere  su  mejor  conocimiento,  su 
conocimiento  más  íntimo,  o  si  se  quiere  científico:  el 
de  conocerla  por  sus  causas  y  en  ellas. 

A  dárnosla  a  conocer  en  sus  causas,  a  guiarnos  a 
la  comprensión  de  su  necesidad  histórica,  se  ende- 
reza esta  Historia  ilustrada  de  la  guerra,  escrita  por 
uno  de  los  hombres  que  mejor  pueden  escribirla,  por 
Hanotaux,  que  sobre  ser  un  eminente  historiador, 
ha  podido,  como  ministro  de  Relaciones  Exteriores 
que  fué  de  Francia,  conocer  interioridades  de  su  pre- 
paración y  gestación.  Pocos,  si  es  que  alguien,  tan 
capacitados,  pues,  como  Hanotaux  para  guiarnos  a 
la  comprensión  de  la  necesidad  histórica  de  esta 
guerra. 

Digo  necesidad  histórica,  porque  hay  en  la  guerra 
una  necesidad  — lo  mismo  da  que  se  llame  hado  que 
providencia — ,  que  no  es  la  necesidad  ética,  la  del 


OBRAS  COMPLETAS 


335 


I  imperativo  categórico,  ni  la  mecánica,  ni  la  mate- 
I  mática,  ni  la  lógica  o  metafísica,  pero  que  es  nece- 
■  sidad,  y  sueñe  lo  que  soñare  el  sentimentalismo  paci- 
fista, la  guerra  es  necesaria  con  necesidad  histórica. 
Sin  ella  no  se  hace  la  historia  y  sin  historia  no  hay 
cultura,  ni  siquiera  civilización  posibles. 

Ponernos  a  maldecir  de  ella  por  las  víctimas  y  los 
daños  materiales  que  ocasiona  es  como  ponernos  a 
maldecir  de  los  terremotos  y  las  tempestades.  Sin 
éstas  no  hay  vida  climatérica  y  geológica,  y  sin 
guerras  no  hay  historia  posible.  Es  decir,  sin  ellas 
no  se  fragua  el  alma  de  un  pueblo,  y  el  alma  vale 
más  que  la  vida. 

No  sin  honda'  razón  dijo  Treitschke,  el  apóstol  del 
imperialismo  prusiano,  que  la  guerra  es  la  política 
por  excelencia,  y  habló  de  su  santidad  y  de  que  es 
ella  una  ordenación  de  Dios.  "La  justicia  de  la  gue- 
rra reposa,  sencillamente,  sobre  la  conciencia  de  una 
necesidad  moral"  (Die  Gercciitigkcit  des  Krieges 
beruht  einfach  auf  dem  Bezvusstsein  chier  sittlichen 
Notwendigkeit) ,  dice  al  final  de  su  PoUtik,  y  el  ar- 
gumento de  la  necesidad  — die  Notwendigkeit —  de 
esta  guerra  lo  han  estado  invocando  desde  el  prin- 
cipio de  ella  los  abogados  todos  del  Imperio  germá- 
nico, empezando  por  su  canciller,  y  si  en  vez  de 
hablar  de  necesidad  moral  o  ética  hablasen  de  nece- 
sidad histórica,  no  les  faltaría  razón  para  ello. 

Hay  que  saber  ponerse  en  el  punto  de  vista  ger- 
mánico para  apreciar  esta  necesidad,  aunque  desee- 
mos luego,  en  bien  de  la  cultura  humana  —incluyen- 
do en  ella  la  germánica — ,  la  derrota  del  Imperio  pru- 
siano. 

*  *  * 

Lo  primero  que  se  hace  preciso  es  desechar  la 
idea  vulgar  y  grosera  de  que  esta  guerra,  como  todas 
las  demás,  no  obedece  sino  a  apetitos  de  origen  mate- 


336 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


rial  o  económico,  a  concurrencia  industrial  y  mer- 
cantil. La  tan  conocida  doctrina  llamada  de  la  con- 
cepción materialista  de  la  historia,  la  de  Carlos  Marx, 
un  judío  alemán,  la  que  pone  en  el  fondo  de  los  he- 
chos todos  sociales,  como  su  última  base,  el  fenómeno 
económico,  es  una  de  las  explicaciones  más  cómodas 
a  la  vez  que  más  maliciosas  de  la  historia ;  pero  es 
más  que  superficial  y  falsa.  El  hombre  es  tanto  o  más 
un  cerebro  que  un  estómago,  y  es,  sobre  todo,  una 
conciencia ;  y  un  pueblo,  lo  mismo  que  cada  uno  de 
los  individuos  que  le  componen,  llega  a  dar  su  vida 
por  su  alma,  es  decir,  por  su  personalidad.  Prefiero 
seguir  siendo  yo  con  mi  carácter,  con  mis  hábitos, 
con  mi  modo  de  ser,  esto  es :  libre,  a  no  vivir  en  la 
abundancia  y  seguridad  materiales,  bien  mantenido, 
pero  no  siendo  yo,  siendo  siervo  de  otro. 

No,  no  pelean  siempre  los  pueblos,  y  no  pelean  aho- 
ra, en  esta  guerra,  los  que  en  ella  toman  parte,  por 
intereses  materiales  ni  por  ciegas  pasiones  salvajes, 
por  antipatías  nacionales.  Tenía  mucha  razón  el  mis- 
mo Treitschke  al  afirmar  que  las  guerras  modernas 
no  se  siguen  por  saqueo  de  bienes  materiales  — sur 
Ausplünderung  von  Hab  nnd  Gut. 

En  esta  guerra,  cada  pueblo,  aunque  persiga  de- 
fender su  posición  material,  su  economía,  defiende 
ante  todo  su  personalidad,  que,  en  gran  parte,  se 
apoya  en  aquélla.  Y  hay  pueblo  que  cree,  acaso  nn 
tan  equivocadamente  como  a  primera  vista  suele  su- 
ponerse, que  su  personalidad  no  se  mantiene  y  con- 
serva sino  invadiendo  y  sojuzgando  las  de  otros  pue- 
blos, que  no  se  puede  defender  sino  atacando.  El 
toro  conserva  su  tipo,  su  especificidad,  pastando  yer- 
ba; pero  el  tigre  no  puede  mantenerse  sino  devoran- 
do terneros,  o  toros  si  puede. 

Ha  sido  un  alemán,  Rolph,  el  que  en  sus  Biolo- 
gischen  Probleme  ha  sostenido  que  no  es  la  lucha  por 
la  existencia,  thc  struggle  jor  lije,  del  inglés  Darwin, 


OBRAS  COMPLETAS 


337 


el  motor  de  la  evolución,  sino  la  superfluidad,  el 
exceso  de  vida,  dcr  Ucbcrjluss.  Cada  especie  crece 
mientras  el  animal  toma  más  alimento  que  el  que 
necesita  para  conservarse,  y  por  ello  evoluciona.  Se- 
gún Darwin,  el  aumento  en  crecimiento  exige  au- 
mento de  alimentación ;  según  Rolph,  sucede  la  in- 
versa. Para  Rolph,  la  lucha  por  la  vida  no  es  la  lucha 
por  lo  necesario,  sino  por  el  aumento;  no  una  lucha 
defensiva,  sino  ofensiva.  Y  esta  doctrina  halló  su 
culminación  poética  en  Nietzsche. 

Sin  duda  hay  un  gran  fondo  de  verdad  en  esto. 
Una  personalidad  no  se  desarrolla  y  así  se  conserva 
— pues  en  ella  no  expansionarse  y  ampliarse  es  reco- 
gerse y  menguar —  sino  invadiendo  a  otras  y  a  ex- 
pensas de  ellas.  Ahora,  cabe  que  las  formas  de  in- 
vasión sean  muy  diversas. 

Un  pueblo  puede  pelear  por  su  cultura,  por  defen- 
der su  carácter,  su  lengua,  sus  hábitos,  su  ideal,  su 
religión,  su  patria,  su  personalidad,  en  fin.  Prefiere 
perecer,  como  pueblo,  en  una  guerra  a  pasar  a  for- 
mar parte  de  otro,  adoptando  la  cultura  de  este  otro. 
Material  o  fisiológicamente  no  perecerá,  es  decir, 
cada  una  de  sus  familias  seguirá  viviendo  y  propa- 
gándose, y  acaso  en  mejores  condiciones  materiales, 
pero  como  pueblo  histórico,  como  alma  colectiva, 
habrá  perecido.  Y  he  aquí  dónde  reside  el  heroísmo 
del  pueblo  belga,  que  no  ha  tolerado  pacificamente 
el  que  se  quebrantara  su  neutralidad,  tratándole  como 
a  un  sirviente,  como  a  un  pueblo  adjetivo,  sin  per- 
sonalidad propia.  Ha  defendido  su  derecho,  el  sa- 
grado de  su  hogar.  Ningún  hombre  digno  y  libre 
permite  que  un  vecino  pase  por  su  casa,  sin  su  licen- 
cia, para  ir  a  atacar  a  otro. 

Los  pueblos  pelean  por  una  cultura.  Pocas  cosas 
más  profundas  que  aquella  concepción  poética  de  que 
la  guerra  que  llena  el  alma  de  las  leyendas  de  nues- 
tra cultura,  la  guerra  de  Troya,  se  hizo  por  Helena, 


338 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


símbolo  estético  de  la  cultura  helénica.  Y  bien  decían 
los  ancianos  troyanos  cuando,  sentados  en  las  mura- 
llas de  su  ciudad,  vieron  llegar  a  ellas  a  Helena,  que 
iba  a  presenciar  el  singular  combate  entre  Paris,  su 
raptor,  y  Menelao,  su  marido :  "No  hay  que  indignar- 
se de  que  los  troyanos  y  los  bien  apolainados  aqueos 
sufran  penas  tanto  tiempo  por  semejante  mujer;  se 
parece  terriblemente  en  su  cara  a  las  diosas  inmorta- 
les" (Il'mda,  III,  156-158).  Y  esto,  aunque  el  sofista 
Eurípides  al  aprovechar  aquella  otra  leyenda  de  que 
la  verdadera  Helena,  la  mujer  de  carne  y  hueso  de 
Menelao,  no  estuvo  en  Troya  ni  subió  a  las  murallas 
a  presenciar  el  duelo  entre  su  raptor  y  su  marido, 
sino  que  fué  sólo  un  fantasma,  un  simulacro  o  es- 
pectro de  ella  que  se  quedó  allí  mientras  la  verda- 
dera estaba  en  Egipto,  haga  que  el  viejo  mensajero 
que  estuvo  en  la  guerra,  al  enterarse  del  fatídico  es- 
camoteo, exclame :  Qué  dices  ?  Entonces  hemos  pa- 
sado esos  trabajos  en  vano  por  una  nube?  {Helena, 
706-707). 

¡  Por  una  nube,  por  un  fantasma,  pelearon  aqueos 
y  troyanos,  según  el  sofista  Eurípides !  Puede  ser. 
Puede  ser  que  Helena  no  fuese  sino  una  nube,  que  la 
cultura  helénica  no  fuese  otra  cosa,  y  así  será,  si  la 
vida  sólo  es  sueño  y  el  hombre  no  más  que  sueño  de 
una  sombra,  que  decía  Píndaro.  Pero  esa  nube  llueve 
sobre  nosotros,  pobres  sueños  de  sombras,  desde  hace 
siglos  y  con  su  rocío  nos  refresca  el  espíritu. 

Los  empedernidos  partidarios  de  la  concepción  ma- 
terialista de  la  historia,  los  que  no  quieren  ver  en  esta 
guerra  sino  una  concurrencia  mercantil  entre  Ingla- 
terra y  Alemania  y  poco  más,  podrán  reírse  de  los  que 
buscamos  la  nube  que  la  da  sombra  y  la  justifica,  pero 
seguimos  creyendo  que  la  historia  es  más  que  un  pro- 
ceso económico. 

En  virtud  de  una  guerra,  la  franco-prusiana,  de 
1870,  se  formó  el  actual  Imperio  germánico;  la  uní- 


OBRAS  COMPLETAS 


339 


dad  alemana  se  selló  en  "Versalles,  y,  desde  entonces, 
por  una  fatal  lógica  histórica  imperial,  empezó  a  fra- 
guarse esta  guerra.  Dígase  lo  que  se  quiera,  Francia 
no  podía  renunciar  a  su  Alsacia  y  a  su  Lorena,  por- 
que equivaldría  a  menguar,  no  su  territorio,  sino  su 
personalidad,  lo  más  íntimo  de  su  ser.  El  desquite,  la 
revancha,  era  algo  más  que  un  sentimiento  infantil, 
como  se  ha  dicho.  Era  una  fatal  necesidad  histórica, 
y  de  parte  de  Alemania  otra  no  menos  fatal  necesidad 
histórica,  la  de  engrandecerse  para  no  menguar,  la 
de  invadir,  la  de  sojuzgar,  la  de  imponerse.  Le  iba 
en  ello  su  existencia  histórica  o  típica,  su  personali- 
dad de  pueblo  de  presa,  carnívoro,  de  pueblo  que 
tiene  que  vivir,  como  personalidad  histórica  o  cultu- 
ral, a  expensas  de  otro  pueblo.  Esto  aparte  de  que, 
como  algunos  de  sus  economistas  han  confesado,  la 
guerra  es  su  principal  industria. 

Cientos  de  veces  se  ha  hablado  de  las  desigualda- 
des o  desniveles  de  presión  demográfica  que,  como  los 
desniveles  de  presión  atmosférica  las  tormentas  aé- 
reas, producen  aquéllos  las  guerras.  La  prolífica  fa- 
milia alemana  en  un  suelo  pobre,  se  ha  dicho,  tenía 
al  fin  que  estallar  contra  la  tenue  familia  francesa  en 
suelo  rico.  A  los  alemanes  no  les  bastaba  su  territo- 
rio. Aumentaba  y  se  adensaba  la  población  alemana 
mientras  la  francesa  menguaba  y  se  enrarecía,  y  como 
el  aire  más  denso  se  precipita  al  cabo,  provocando  a 
las  veces  tormentas,  sobre  el  más  raro,  así  la  pobla- 
ción alemana  acabaría  por  precipitarse  sobre  la  fran- 
cesa. 

Pero  esta  explicación  demográfica,  materialista  tam- 
bién, no  es  suficiente.  No  se  trata  de  poblaciones,  sino 
de  pueblos.  Una  población  excesiva  puede  filtrarse  en 
otra  enrarecida  sin  provocar  guerra  alguna.  Francia, 
como  cualquiera  otra  nación,  estaba  abierta  a  todos 
los  alemanes  que  quisieran  ir  a  ella  a  establecerse  y 
trabajar  y  vivir,  y  de  hecho  iban  en  abundancia  y 


340  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


se  establecían  y  vivían  en  ella.  En  estos  últimos  años 
la  inmigración  alemana  ha  sido,  en  todas  partes,  enor- 
me. Por  dondequiera,  la  colonia  alemana  ha  superado 
a  las  demás.  Ha  llegado  a  llamarse  a  los  alemanes 
los  chinos  de  Europa.  En  los  Estados  Unidos  de  la 
América  del  Norte,  en  el  Brasil,  en  el  sur  de  Chile, 
los  alemanes  forman  espesísimas  colonias,  y  esta  ne- 
cesidad de  expansión  de  raza  les  ha  hecho  buscar 
colonias,  buscar  mercados,  tratar  de  hacerse  potencia 
marítima,  de  buscar  salida  al  Mediterráneo,  de  do- 
minar, en  fin,  el  mundo. 

¿  Para  qué  ?,  se  dirá.  ¿  Es  que  no  se  les  admitía  a 
dondequiera  que  fuesen  ?  ¿  Es  que  no  tenían  abiertos 
los  demás  países  ?  ¿  Es  que  no  han  podido  formar  en 
otras  naciones  ciudades  enteras,  como  Chicago?  Sí; 
pero  los  descendientes  de  los  alemanes  que  hicieron 
Chicago  hablan...  inglés,  es  decir,  son  ya  norteame- 
ricanos y  no  alemanes,  y  los  criollos  brasileños  y  chi- 
lenos de  origen  alemán,  hijos  de  alemanes,  además 
de  hablar  y,  por  tanto,  de  pensar  y  sentir  — la  lengua 
es  la  sangre  del  espíritu —  en  portugués  y  español, 
respectivamente,  se  da  el  caso  de  que  suelen  ser  los 
más  reciamente  antigermanistas.  Se  ve,  pues,  cómo 
se  trata  de  cultura,  de  salvar  la  personalidad  histó- 
rica colectiva. 

El  alemán  es,  precisamente,  de  los  más  adaptables, 
de  los  que  más  pronto  se  asimila  al  pueblo  a  que  va 
a  vivir  y  que  adopta,  de  los  que  pierden  antes  su  pri- 
mitivo sello  étnico.  Y  aunque  como  población,  como 
algo  material,  no  corría  riesgo  de  perecer,  como  per- 
sonalidad histórica,  Alemania,  si  no  se  ensanchaba,  se 
estrechaba.  Y  es  esto,  su  personalidad,  es  su  Kultur, 
la  que  quiere  conservar  a  expensas  de  otros  pueblos. 
Y  estos  otros,  ¡  claro  está !,  no  están  dispuestos  a 
ceder  en  su  alma,  y  hacen  bien. 

Hay,  ante  todo,  la  cuestión  de  la  lengua,  supremo 
símbolo  y  exponente  de  la  cultura  de  un  pueblo,  y 


OBRAS  COMPLETAS 


341 


por  eso  Alemania,  aunque  sus  hijos  vendan  sus  pro- 
ductos industriales  a  los  de  otras  naciones  en  las  res- 
pectivas lenguas  de  éstas,  trata  de  imponer  su  lengua 
en  Lorena  y  en  Polonia,  y  por  medios  violentos.  La 
germanización  es,  ante  todo,  la  imposición  de  su 
lengua.  Con  ella  irá  lo  demás  del  espíritu.  Habla 
como  yo  y  acabarás  pensando  y  sintiendo  como  yo. 

Y  Alemania  no  sólo  ha  tratado  de  imponer  su  len- 
gua a  sus  subditos  todos  y,  en  lo  posible,  meterla  en 
otras  naciones,  sino  que  se  ha  dedicado  celosamente 
a  depurarla,  a  homogeneizarla,  a  deslatinizarla.  Has- 
ta en  la  pequeñez  ortográfica  de  sustituir  las  ees  por 
kaes  o  por  setas.  Antes  escribían  Cidtur,  ahora  Kid- 
tur,  porque  Cttltur  con  ce,  sabe  a  cosa  latina.  Y  haj' 
quien  ha  renunciado  a  decir  Psychologie  para  decir 
Seelenlehre.  Había  que  limpiar  el  alemán,  que  defen- 
derlo de  la  invasión  latina.  ¡Vano  empeño! 

Pero  esa  lengua,  ni  aun  con  el  apoyo  del  ejército 
y  de  la  armada  imperiales,  podía  ni  puede  luchar  con 
el  francés  o  con  el  inglés.  La  lengua  misma  les  es 
inferior.  Es  un  instrumento  pesado,  difícil,  harto  com- 
plicado. La  sintaxis  alemana,  enrevesada,  embrollada, 
pesadora,  no  puede  resistir  el  empuje  de  otra  lengua. 
Es  el  alemán  un  idioma  difícil,  difícil  para  ellos  mis- 
mos. Un  niño  que  se  cría  en  terreno  quebrado  y  pe- 
dregoso tarda  más  en  aprender  a  andar  y  con  más 
trabajo  que  el  que  se  cría  en  terreno  llano  y  despe- 
jado. De  dos  pueblos  en  contacto  vence  la  lengua 
más  cómoda,  más  sencilla,  más  fácil,  no  la  del  pueblo 
más  fuerte.  Y  el  idioma  alemán,  excelente  para  cier- 
tos menesteres,  sobre  todo  de  alta  especulación  filosó- 
fica, no  es  ciertamente  el  más  adecuado  para  correr 
mundo  mercando  y  negociando.  La  lengua  griega,  que 
no  deja  de  tener  cierta  analogía  con  la  alemana,  fué 
insustituible  para  los  diálogos  de  Platón  o  para  las 
especulaciones  teológicas  de  Orígenes  y  Atanasio; 
pero  el  Imperio  romano,  aunque  Justiniano  tuviese 


342 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


su  capital  en  Bizancio,  dió  leyes  al  mundo  en  latin. 

Compárese  esa  lengua  alemana,  instrumento  delica- 
disinin  a  la  vez  que  pesado,  como  un  inmenso  apara- 
to de  relojería,  o  más  bien  como  un  gran  cañón  de- 
masiado complicado  en  su  mecanismo  y  de  difícil 
transporte  a  la  vez,  con  la  lengua  inglesa,  tan  suelta, 
tan  ágil,  tan  libre  y  a  la  vez  tan  católica,  tan  uni- 
versal. Porque  el  idioma  inglés,  en  que  entra  loUatino 
tanto  o  más  que  lo  anglo-sajón  o  germánico,  toma 
voces  de  donde  las  encuentra  y  se  las  asimila,  es  una 
lengua  de  presa.  Y  así  se  esparce  y  expande,  no  ex- 
cluyendo, como  el  alemán,  sino  incluyendo. 

Y  aquí  se  ve  bien  la  distinta  manera  de  expansio- 
narse de  uno  y  de  otro  pueblo.  El  inglés  no  hai  pre- 
tendido que  sus  colonias  vivan  ni  hablen  ni  piensen 
a  la  inglesa,  no  ha  tratado  de  imponer  una  homoge- 
neidad violenta.  Ha  dejado  a  la  virtud  y  eficacia 
propias  de  su  civilización  el  que  se  imponga  ésta  por 
sí,  en  lo  que  pueda  imponerse.  Pero  lo  típico  de  la 
Kidtur  germánica  es  que  no  puede  imponerse  sino  a 
la  fuerza. 

*  *  * 

Después  de  la  victoria  del  70  y  de  la  formación 
del  Imperio  alemán,  la  petulancia  y  la  vanidad  ger- 
mánicas, más  bien  que  el  orgullo,  han  crecido  de  una 
manera  desmesurada.  En  lo  que  no  cabe  toda  la  culpa 
a  los  alemanes  mismos.  Se  vieron  admirados  y  sedu- 
cidos. En  Francia  misma,  después  de  su  dehácle,  se 
formó  el  sentido  de  que  les  había  vencido  la  ciencia 
alemana,  la  organización  alemana,  la  disciplina  ale- 
mana. Y  las  gentes  dieron  en  ir  a  Alemania  a  apren- 
der especialidades  y  las  Universidades  trataron  de 
copiar  los  métodos  alemanes,  y  todo  fué  técnica  ale- 
mana y  especialismo  a  la  alemana  y  monografías  a  la 
alemana.  Hasta  la  literatura  corría  el  riesgo  de  con- 


OBRAS  COMPLETAS 


343 


vertirse  en  lo  que  se  llama  Literatnr  en  Alemania,  es 
decir,  en  bibliografía. 

Y  a  todo  esto  Alemania,  pese  al  desarrollo  de  su 
industria,  de  su  técnica,  de  su  riqueza,  estaba  en  una 
íntima  decadencia.  Sus  pensadores  no  eran  sino  epí- 
gonos y  críticos,  sus  químicos  propendían  a  drogue- 
ros. Un  terrible  soplo  de  materialismo  pesaba  sobre 
ella.  Bajo  el  aparente  sentimentalismo  del  debe  y  el 
haber  — así  se  llama  la  muy  característica  novela  de 
Gustavo  Freytag,  Solí  und  Habcn —  lo  que  late  es 
una  pobre  y  grosera  concepción  materialista  de  la 
vida.  Los  idealismos  de  la  época  romántica  del  Stiirm 
imd  Draiig,  de  cuando  era  Alemania  un  conglomera- 
do de  pequeñas  naciones  más  o  menos  patriarcales, 
iban  desapareciendo  entre  las  burlas  de  los  que  se 
creían  más  avisados  y  más  prácticos.  Y  sobre  todo 
no  había  verdadera  vida  política. 

El  Imperio  alemán  de  hoy,  el  que  lucha  por  con- 
servar su  personalidad  de  fiera  de  presa,  por  impo- 
ner su  Kidtur  dogmática  y  tecnicista,  su  ordenancis- 
mo  matador  de  la  libre  personalidad  humana,  ese  Im- 
perio de  todo  tiene  menos  de  democrático.  Política- 
mente el  Reichstag  es  una  vergüenza.  Los  cancille- 
res lo  hacían  y  deshacían  a  su  antojo.  Una  injusta 
distribución  de  distritos  electorales  permitía  que  el 
partido  que  representaba  mayor  número  de  votos  no 
fuese  mayoría  en  el  Reichstag.  Se  corrompía  a  los 
partidos.  Los  cancilleres  jugaban  a  dos  manos.  Ha- 
lagaban, ya  a  los  católicos,  ya  a  los  socialistas,  según 
les  convenía  para  su  plan.  Y  su  plan  era  administrar 
lo  mejor  posible  al  pueblo,  darle  orden  y  bienestar 
material  e  irle  azuzando  para  echarle  un  día  sobre 
otros  pueblos. 

El  orden  y  la  disciplina  interior  de  Alemania  han 
sido  algo  terrible :  el  orden  y  la  disciplina  interior  de 
la  banda  de  Roque  Guinart  de  que  en  el  Quijote  se  nos 
habla.  Evitar  toda  forma  de  guerra  civil  en  vista  de  la 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


futura  guerra  de  conquista.  Más  de  cuarenta  años  ha 
venido  Alemania  preparándose  para  la  guerra.  Ni 
podía  hacer  otra  cosa. 

Ni  podia  hacer  otra  cosa,  repiJ:o,  a  menos  de  re- 
nunciar a  su  ensueño,  a  su  necesidad  histórica  más 
bien,  de  imponer  su  personalidad  para  no  verla  re- 
ducida, y  ella,  Alemania,  reducida  a  ser  un  criade- 
ro de  emigrantes  para  otras  tierras,  una  productora 
de  hombres  cuyos  hijos  hablarían  otro  idioma  y  ten- 
drían otra  alma.  Su  Kulttir  sólo  por  la  fuerza  de  las 
armas,  sólo  por  la  conquista  material  podrá  dominar. 
No  es  como  la  cultura  francesa,  como  la  inglesa,  como 
la  italiana,  que  flotan  sobre  las  de  los  otros  pueblos. 
La  Kultiir  germánica  es  algo  excluyente. 

Y  los  demás  pueblos,  al  verse  ante  las  amenazas 
de  ese  Estado  sin  pueblo,  de  esa  Kultur  asentada  en 
cañones,  han  tenido  que  defenderse,  a  su  vez.  Harto 
tiempo  han  tolerado  las  bravatas  y  amenazas  de  ese 
matón  de  Europa.  Alemania  se  jactaba  de  mantener 
la  paz,  pero  era  saliéndose  siempre,  tuviese  o  no  ra- 
zón, según  el  derecho  internacional  generalmente 
admitido,  con  la  suya.  A  imponerse  por  la  amenaza 
llamaba  resolver  pacíficamente  los  conflictos. 

Y,  entre  tanto,  trataba  de  difundir  sus  métodos,  sus 
procedimientos,  su  técnica.  Y  se  inflaba  cada  vez  más 
de  petulancia  y  de  pedantería  — la  pedantería,  ¡  éste 
es  su  pecado! —  al  verse  temida  y  admirada  por  el 
terror.  Y  cantaba  a  coro,  en  coro  orfeónico,  bien  dis- 
ciplinado, miriofónico,  el  famoso  estribillo:  ¡  Deutsch- 
land,  Deutscliland  iiber  alies,  über  alies  in  dcr  Welt! 
(¡  Alemania,  Alemania  sobre  todo,  sobre  todo  en  el 
mundo !),  suprema  fórmula  de  la  barbarie.  ¿  Sobre 
todo  ?  ¿  Por  qué  sobre  todo  ?  No  se  contentan  con  vi- 
vir libres  junto  a  los  demás,  reclamando  su  puesto  al 
sol,  ha  de  ser  sobre  los  demás.  Y,  ¡es  claro!,  los 
demás  no  han  tolerado  el  tener  que  ponerse  debajo 
de  ellos.  Y  hoy  Alemania  se  encuentra,  no  sobre  to- 


OBRAS  COMPLETAS 


345 


do,  sino  contra  todos.  Y  esto  no  es  heroísmo  ni  puede 
entusiasmar  sino  a  los  jóvenes  turcos  españoles,  beo- 
cios  hasta  las  cachas. 

*  *  * 

Se  habla  del  fracaso  de  la  diplomacia  alemana.  De 
esto  Hanotaux  nos  podría  mejor  que  los  más  decir. 
Pero  yo,  permítasele  a  un  profano  opinar  en  esto  de 
diplomacia  que  pasa  por  algo  misterioso,  no  creo  en 
este  fracaso.  O  mejor  dicho,  esa  diplomacia  tenía  que 
fracasar.  La  de  Bismarck  no  fracasó,  al  menos  apa- 
rentemente, porque  no  fué  la  diplomacia,  no  fué  la 
habilidad,  no  fué  la  transacción  lo  que  venció,  sino 
la  amenaza  apoyada  en  la  fuerza.  Y  no  hay  diplo- 
macia que  pueda  triunfar  cuando  se  la  pone  al  ser- 
vicio de  la  imposición  a  todo  trance,  de  la  violencia, 
de  la  intransigencia.  No  hay  diplomacia  que  no  fra- 
case si  se  la  pone  al  servicio  del  "¡sobre  todo  en  el 
mundo!".  ¿Ha  sido  posible  acaso  retener  a  Italia  en 
la  Tríplice  no  cediendo  en  lo  del  Trentino  y  Trieste  ? 
Porque  lo  otro,  lo  de  ofrecerle  al  prójimo  lo  que  no 
es  de  uno,  lo  de  decirle  "te  dejaré  coger  aquello,  que 
por  hoy  no  lo  necesito  yo",  esto  es  demasiado  burdo 
y  es  diplomacia  de  matonería.  No,  el  ideal  de  expan- 
sión germánica  no  podía  servirse  de  la  diplomacia,  no 
podía  servirse  sino  de  las  armas.  El  lema  de  la  Kíd- 
tnr  tiene  que  ser :  o  todo  o  nada ;  o  conmigo  o  contra 
mí.  Y  conmigo  no  quiere  decir  junto  a  mí,  sino  de- 
bajo de  mí. 

Y  no  se  olvide,  además,  que  en  Alemania,  un  Es- 
tado casi  sin  pueblo  — o  con  no  más  que  un  casi  pue- 
blo—  imperialista,  la  guerra  la  hace  sobre  todo  el 
ejército,  o  más  bien  su  Estado  Mayor,  mientras  que 
en  Francia,  en  Inglaterra  y  hasta  en  Rusia,  democra- 
cias — las  tres,  aun  la  aparente  autocrática  Rusia — , 
la  guerra  la  hace  sobre  todo  el  pueblo.  Como  que^son 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


pueblos  con  poco  Estado.  Ni  Francia  ni  Inglaterra 
pudieron  supeditar,  como  Alemania  lo  ha  hecho,  toda 
su  vida  civil  a  la  preparación  para  la  guerra.  El  libre 
Parlamento  inglés,  el  Parlamento  francés,  algo  anár- 
quico, no  lo  hubiesen  permitido.  Inglaterra  y,  aunque 
no  tanto,  también  Francia,  son  países  de  opinión  pú- 
blica. Y  sus  disensiones  interiores,  que  los  críticos 
alemanes,  faltos  de  verdadero  sentido  político  demo- 
crático, se  empeñaban  en  atribuir  a  decadencia  y  des- 
orden, son  señales  de  vida  civil,  de  libertad,  de  res- 
peto a  la  personalidad  humana. 

Al  estallar  la  guerra,  Francia,  aunque  hubiera  te- 
nido un  ejército  bien  dispuesto,  no  podría  tenerlo  en 
la  frontera  belga,  por  donde  le  atacó  Alemania.  No 
habrían  faltado  libres  ciudadanos  franceses,  muy  pa- 
triotas, sí,  pero  ciudadanos  de  la  nación  y  no  subdi- 
tos del  Estado,  que  hubieran  protestado  diciendo  que 
aquel  ejército  no  podía  ni  debía  estar  allí,  y  que 
como  los  alemanes  no  debían  atacar  por  allí,  esperar- 
les allí  era  ya  provocar  la  ruptura  de  la  neutralidad 
garantizada  de  Bélgica.  ¡  Idealismos !,  exclamarán  al- 
gunos de  nuestros  beocios  francófobos.  Pero  no  lo 
son.  Ni  en  Inglaterra  ni  en  Francia,  países  de  opinión, 
se  resigna  el  ciudadano  a  que  la  razón  de  Estado, 
justa  o  injusta,  sea  ley.  En  los  países  democráticos 
hay  otra  noción  de  la  necesidad  moral  que  la  que  do- 
mina en  los  Estados  imperiales.  Precisamente  Fran- 
cia no  evitó  el  año  1870  la  guerra  con  Alemania  por- 
que era  un  Imperio,  el  tercer  Imperio  napoleónico,  y 
su  Parlamento  de  entonces  una  ficción  imperialista 
como  el  Reichstag  de  hoy.  El  "¡a  Berlín,  a  Berlín!" 
de  entonces  era  lo  correspondiente  al  "¡sobre  todo  en 
el  mundo !". 

¿  Pero  se  quiere  más  prueba  de  la  diferencia  que  va 
de  un  pueblo  democrático,  de  libre  opinión,  a  un  Es- 
tado sin  pueblo,  que  el  lamentable  espectáculo  que 
han  dado  esos  93  sabios,  escritores  y  artistas  de  Ale- 


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347 


mania,  firmando  un  manifiesto  que  el  supremo  man- 
do, acaso  el  Estado  Mayor,  les  ha  puesto  a  que  firma- 
sen ?  Porque,  es  cosa  tristísima  el  que  investigadores 
educados  a  no  afirmas  nada,  cada  uno  en  su  especia- 
lidad, sin  pruebas,  hayan  dogmatizado  con  un  ponti- 
fical "¡no  es  cierto!..."  en  cosas  que  ni  conocían  ni 
podían  conocer  por  sí  mismos,  poniéndose  alguna  vez 
en  contradicción  con  lo  que  luego  ha  tenido  que  con- 
fesar el  mismo  canciller  del  Imperio.  Es  cosa  tristí- 
sima que  hijos  de  Alemania,  la  patria  de  Martín 
Lutero,  del  que  combatió  a  todo  ahinco  la  fe  implícita 
de  la  Iglesia  Romana,  la  fe  del  carbonero,  la  que  dice : 
"Creo  lo  que  creo  y  enseña  nuestra  Santa  Madre  la 
Iglesia  Católica,  Apostólica,  Romana",  aun  sin  saber 
lo  que  esta  Iglesia  cree  y  enseña,  hayan  hecho  confe- 
sión de  fe  en  el  Estado,  declarando:  "Creo  y  afirmo 
lo  que  cree  y  afirma  el  Sacro  Imperio  Germánico". 
¡  Y  éstos  son  los  hijos  del  libre  examen ! 

Como  que  la  Kultiir  alemana  de  hoy  de  todo  tiene 
menos  de  libre  examen.  La  pedantería  militarista  y 
ordenancista  la  ha  apestado  de  dogmatismo.  Puede  de- 
cirse que  hay  en  Alemania  una  ciencia  oficial,  una  filo- 
sofía oficial,  una  verdadera  ortodoxia  de  Estado.  Y  en 
ella  se  ahoga  bajo  la  técnica  la  libre  personalidad  hu- 
mana. El  famoso  Kathcdersozialismns,  el  socialismo  de 
cátedra  o  Estado,  aquella  economía  de  fiera  de  presa 
que  se  prepara  a  caer  sobre  otros  pueblos  y  saquear- 
los, aquella  economía  política  — ¡  ¡  ¡  política ! ! ! —  para 
la  cual  la  guerra  era  la  principal  industria  nacional  y 
la  que  más  había  que  proteger,  por  tanto,  no  era  sino 
otra  cara  del  Kathedcrmilitarismus,  del  militarismo 
de  cátedra  o  de  Estado,  no  popular,  de  esos  catedrá- 
ticos de  la  ciencia  de  la  milicia  — que  no  son  maes- 
tros en  el  arte  de  la  guerra — ,  para  los  cuales  la  ética 
desaparece  en  la  guerra,  que  debe  ser  brutal,  siste- 
máticamente brutal,  lógicamente  brutal,  con  pedante- 
ría de  brutalidad  más  que  con  brutalidad  espontánea, 


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MIGVEL  DE  UNAMUNO 


y  debe  servirse  de  la  intimidación  a  toda  costa.  Porque 
el  fin  de  la  guerra  es  vencer,  dicen,  sea  como  fuere; 
el  fin  de  la  guerra  es  imponer  el  vencedor  su  voluntad 
al  vencido.  Pero,  ¿  para  qué  ?  ¿  Qué  voluntad  ?  ¿  Con 
qué  fin  superior?  Para  la  Kultitr  esa  finalidad  es  ella 
misma. 

Claro  está  que  sería  tarea  poco  menos  que  imposi- 
ble la  de  convencer  al  pueblo  alemán,  al  pueblo  que 
bien  que  mal  vive  bajo  el  Estado,  bajo  el  Imperio, 
que  hay  algo  más  que  su  Ktdtur  y  acaso  superior  a 
ella,  que  cada  pueblo  tiene  derecho  a  vivir  a  su  modo 
y  que  ellos  mismos  acaso  ganen  desgermanizándose 
algo.  Sí,  es  cosa  dura  irle  a  un  pueblo  a  decir :  "No, 
no  eres  el  único,  ni  aun  el  primero;  hay  otros  como 
tú,  tan  cultos  y  buenos  como  tú;  acaso  más,  y  tienes 
mucho  que  aprender  de  ellos ;  tanto,  por  lo  menos,  si 
no  más,  que  ellos  de  ti". 

Una  necesidad  histórica  ha  arrastrado  al  Imperio 
germánico  a  poner  su  Kultur  frente  a  las  demás  cul- 
turas, frente  a  la  cultura  humana  europea.  Y  el  con- 
flicto no  puede  resolverse  sino  por  la  guerra.  La 
Kultur  germánica  no  puede  fundirse  en  la  universal 
cultura  humana,  armonizarse  con  ella,  cediendo  en 
cuanto  debe  ceder,  tomando  de  las  demás  culturas 
acaso  más  que  ella  les  dé,  sino  después  de  una  guerra, 
de  un  choque  de  armas.  Y  acaso  todos  después  de  esta 
guerra  nos  veamos  aliviados  del  peso  horrible  del 
tecnicismo  mecanicista  del  último  tercio  del  siglo  xix, 
de  esa  ciencia  lamentable  al  servicio  casi  exclusivo 
de  la  ingeniería,  de  esa  triste  exégesis  de  notas  de 
biblioteca,  de  esa  investigación  — Untersuchung — 
de  criticistas  sin  alma  y,  sobre  todo,  de  ese  horren- 
do método  por  el  método  mismo,  de  la  metodología  y 
de  todas  las  atroces  logias  de  los  manuales  y  enciclo- 
pedias y  monografías  más  o  menos  pedagógicos,  es- 
pecies de  cañones  de  distintos  calibres  para  disparar 
ciencia.  Porque  la  Kultur  es  eso :  cientificismo  — Wis- 


OBRAS  COMPLETAS 


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senschaftlichkcit —  más  que  ciencia  y  ciencias  más 
que  sabiduría.  Como  que  esta  guerra  más  que  con 
cañones  la  hacen  los  alemanes  con  libros  de  texto. 

*  *  * 

El  autor  de  esta  Historia,  Hanotaux,  es  un  hom- 
bre de  ciencia,  un  historiador  concienzudo,  un  sabio, 
un  savant,  un  verdadero  savant,  pero  no  es  un  pe- 
dante, no  es  un  erudito  sin  alma,  no  es  un  coleccio- 
nador de  datos,  sino  un  sabio  a  la  vieja  tradición 
francesa,  doblado  de  un  artista,  de  un  delicadísimo 
artista,  de  un  poeta,  y  un  hombre  humano,  un  hu- 
manista, un  sage.  Esta  obra,  pues,  aparte  de  su  con- 
tenido doctrinal,  por  su  forma,  por  su  manera,  por 
su  sentido,  será  un  alegato  en  favor  de  la  general 
cultura  humana  europea  y  en  contra  de  la  bárbara 
abogacía  historicista  de  la  Kultur. 

Se  dice  que  no  hay  manera  de  saber  la  verdad  de 
esta  guerra,  pues  a  la  vez  que  la  guerra  misma,  en 
las  líneas  de  fuego  se  sigue  otra  de  noticias  contra- 
dictorias y  que  cada  Estado  o  Ministerio  de  la  Gue- 
rra se  dedica  a  desmentir  a  los  de  las  otras  naciones 
beligerantes.  Mas  esto  no  es  tan  así.  El  que  quiere 
mirar  sin  prejuicios  puede  ver  muy  bien  lo  que  pasa. 

Cada  cual,  si  es  hombre  algo  avisado,  sabe  discernir 
la  verdad  esencial,  la  de  conjunto,  y  sabe  darse;  cuen- 
ta de  que  la  mentira  es  un  arma  como  otra  cual- 
quiera en  la  guerra,  y  que  se  miente  más  para  enga- 
ñarse uno  a  sí  mismo  que  para  engañar  a  los  demás. 
Y  nadie  ignora  que  para  mantener  la  fe  implícita,  la 
fe  del  carbonero,  que  un  pueblo  pueda  tener  en  el 
Estado  que  le  oprime  para  conservarle  unido,  hay  que 
nutrirle  la  ilusión  y  fomentarle  los  prejuicios.  Pero, 
ay  de  aquel  pueblo  cuya  supuesta  fe  en  sí  mismo  y 
en  su  destino  no  pasa  de  ser  desconocimiento  de  los 
otros  pueblos  y,  por  lo  tanto,  de  sí.  pues  sólo  en  el 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


espejo,  que  es  el  prójimo,  se  conoce  uno  a  sí  propio. 
¡Ay  del  pueblo  que  amurallándose,  encerrándose  en 
sí  dentro  de  espirituales  murallas  chinescas,  fragua 
su  cultura  mirándose  al  ombligo  y  cree  que  su  misión 
es  hacer  que  los  otros  pueblos  piensen  y  sientan  y  vi- 
van como  él !  Muy  a  su  costa  aprenderá  que  en  este 
mundo  lo  sabemos  y  lo  podemos  todo  entre  todos, 
obrando  cada  cual  a  su  modo. 

*  *  * 

Y  en  cuanto  a  nosotros,  los  españoles,  por  mucho 
que  nos  quejemos  del  desdén  con  que  ingleses  y  fran- 
ceses nos  hayan  tratado  y  juzgado  — y  habría  que 
hablar  largo  y  tendido  de  ello — ,  tenemos  que  confe- 
sar que  los  alemanes  no  nos  han  tratado  ni  juzgado, 
en  general  y  salvas  excepciones  de  algunos  doctos 
investigadores,  muy  pedantes  por  lo  común,  ni  con 
desdén  ni  sin  él.  Sencillamente,  nos  ignoran.  Para  el 
pueblo  alemán  el  pueblo  español  no  existe,  sino  a  lo 
sumo  como  unos  salvajes  domesticados  y  de  sangre 
caliente  que  viven  tocando  la  guitarra  y  tomando  el 
sol  entre  naranjos  y  limoneros.  Y  aún  es  mejor  esta 
leyenda  que  la  de  los  que  nos  toman  a  modo  de  ranas 
o  conejillos  de  Indias  de  filología  e  investigaciones 
críticas.  Y  si  fuesen  vecinos  nuestros,  como  lo  son 
los  franceses,  ¡habría  que  oír  aquí!.  Dios  nos  libre, 
pues,  de  esa  vecindad. 

Actualmente,  la  germanofilia  española,  más  exacer- 
bada en  aquellos  que  menos  saben  de  Alemania  — ni 
del  resto  de  Europa —  apenas  sirve  sino  de  pretex- 
to para  que  la  expansión  de  las  peores  pasiones  na- 
cionales, de  los  más  bajos  instintos  de  nuestra  ator- 
mentada casta,  del  poso  y  légamo  de  los  tristes  re- 
sabios históricos  que  hicieron  nuestra  decadencia,  de 
un  culto  inhumano  a  la  violencia  autoritaria,  de  un 
odio  a  la  libre  y  herética  personalidad  humana.  En 


OBRAS  COMPLETAS 


351 


su  más  alto  y  menos  impuro  sentimiento  parecen  ésos, 
nuestros  improvisados  germanófilos  de  la  derecha,  re- 
cordar los  versos  de  Hernando  de  Acuña,  el  poeta  de 
Carlos  V,  nuestro  primer  monarca  de  la  casa  de 
Austria : 


Es  la  obsesión  de  la  unidad,  sea  lo  que  quiera  lo  que 
una ;  del  orden,  aunque  ordene  la  muerte  espiritual ; 
de  la  disciplina,  aunque  discipline  la  más  triste  im- 
personalidad ;  del  dogmatismo,  sea  el  que  fuere  el  dog- 
ma ;  de  la  ortodoxia,  cualquiera  que  sea.  Es,  en  fin, 
la  mecanización  y  metodización  de  la  vida :  lo  formal 
ahogando  a  lo  fundamental.  Es,  en  resolución,  la  muer- 
te espiritual  de  la  libre  personalidad  humana;  la  so- 
ciedad civil,  convertida  en  hormiguero  o  colmena.  Y 
más  en  el  fondo  veo  una  lucha  de  imaginación  parn 
no  dejarse  anular  por  la  razón  raciocinante,  de  k 
poesía  para  no  dejarse  aniquilar  por  la  ciencia.  Es  la 
iaatalla  contra  la  Aufklacrimg  absorbente  y  exclu- 
yente. 

Estamos,  creo,  en  un  momento  crítico  de  la  vida 
de  la  cultura.  Y  la  Knltiir  tiene  que  someterse  a  ella  y 
dentro  de  ella  regenerarse. 


Una  grey  y 
I  monarca,  ui 


pastor  solo  en  el  suelo, 
nperio  y  una  espada. 


Salamanca,  enero  de  1915. 


PROLOGO  A  LA  SEGUNDA  EDICION  ESPA- 
ÑOLA DE  YO  ACUSO,  POR  UN  ALEMAN.  Va- 
lencia, Hijos  de  F.  Vives  Mora,  1916,  X  +  308  págs. 


He  aquí  un  libro  concreto  que  ha  alcanzado  un 
gran  éxito.  En  sus  ediciones  alemana,  inglesa,  fran- 
cesa, holandesa,  española,  italiana,  sueca  y  rusa,  ha 
llegado  a  los  190.000  ejemplares.  Esta  es  la  segunda 
vez  que  aparece  en  español.  ¿  Lo  leerán  nuestros  des- 
dichados francófobos  y  anglófobos  ?  Es  muy  de  du- 
dar. Porque  ellos  no  quieren  enterarse.  Pero  lo  lee- 
rán los  otros,  los  verdaderos  germanófilos,  los  que 
quieren  que  Alemania  viva  una  vida  digna  y  noble  y' 
humana  y  culta  después  de  la  destrucción  del  imperia- 
lismo militarista  prusiano  que  simboliza  ese  pobre 
Kaiser  abúlico.  Y  con  que  ellos  lo  lean  bien  basta. 

Dice  el  autor  de  este  libro  que  es  alemán,  y  hay 
que  creérselo;  mas  aunque  no  lo  fuera.  Ama  a  Ale- 
mania y  basta.  La  ama  mucho  más  que  los  locos 
megalomaníacos  que  la  han  perdido. 

Los  alemanes  — no  Alemania,  que  es  otra  cosa — , 
querían  creer  en  la  justicia  de  su  causa  en  esta  guerra. 
¿  Creían  realmente  en  ella  ?  Creían  en  su  fuerza  y  en 
que  ésta  da  el  derecho.  Con  el  quebranto  de  su  fuerza 
empieza  a  venirles  la  desconfianza  en  ella,  la  falta  de 
fe  en  su  propia  invencibilidad  — que  se  les  impuso 
como  un  dogma — ,  y  con  esto,  la  falta  de  fe  en  la 
justicia  de  su  causa.  Cuando,  sucumbiendo  al  peso 
de  sus  victorias  se  vean  derrotados,  reconocerán 
la  injusticia  y  la  brutalidad  de  su  proceder.  "No  he 
podido,  luego  no  debí",  se  dirán  entonces.  Y  llegará 


OBRAS  COMPLETAS 


353 


el  arrepentimiento ;  es  muy  de  temer  que,  por  tardío, 
poco  eficaz. 

¿  Pero  es  que  no  hubo  ni  a  primera  hora  quienes 
protestasen  en  Alemania  contra  la  guerra?  Se  acalló 
sus  voces.  La  locura  colectiva,  más  que  la  acción  gu- 
bernamental, no  les  dejó  hablar.  Y  una  prensa,  desde 
los  tiempos  de  Bismarck,  el  gran  corruptor,  reptilínea 
y  órgano  de  un  morboso  orgullo  nacional.  Orgullo 
exasperado  por  no  conseguir  la  loca  sumisión  que  de 
los  demás  pueblos  buscaba,  y  orgullo  que,  sin  honda 
fe  en  su  cimiento,  se  convertía  en  vanidad  maridada 
con  la  envidia. 

Ha  habido  desde  un  principio  las  dos  clases  de 
abogados  en  Alemania :  los  cínicos  y  los  hipócritas. 
Los  cínicos,  del  tipo  de  Bernhardt,  o  del  desdichado 
von  der  Goltz,  embrutecedor  de  los  turcos  y  profeta 
de  bestialidad,  confesaban  las  miras  de  la  agresividad 
militarista  prusiana ;  los  otros,  los  hipócritas,  decían 
que  la  guerra  era  defensiva  y  que  no  la  había  querido 
ni  buscado  Alemania.  Preparábanse  a  ambos  eventos. 
Los  cínicos  por  si  vencían ;  los  hipócritas,  por  si  eran 
vencidos. 

Y  el  caso  es  que,  en  contra  de  lo  que  sostiene  el 
autor  de  este  libro  — que  quiere  ser,  al  fin  y  al  cabo, 
un  alemán — ,  yo  creo  que  esta  guerra  ha  sido,  en  efec- 
to, de  parte  de  Alemania,  defensiva.  Alemania  está  a 
la  defensiva  del  lobo.  Porque  el  lobo  al  echarse  sobre 
la  oveja  para  devorarla  se  defiende.  La  Alemania  Im- 
perial de  Krupp  no  podía  vivir  sino  devorando  a 
otros  pueblos.  La  guerra  era  una  industria  nacional 
como  ha  dicho  uno  de  sus  eminentes  economistas ;  un 
economista  del  Kaiser,  por  supuesto.  Porque  la  cien- 
cia estaba  al  servicio  del  Kaiser,  del  Estado  de  presa. 

El  autor  de  este  libro,  que  parece  un  buen  alemán 
republicano,  y  acaso  socialista,  a  la  antigua  tudesca, 
con  tradiciones  del  48,  de  la  romántica  Confederación, 
del  Sturm  und  Drang  acaso,  invoca  los  manes  vene- 


354  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


rabies  del  viejo  Kant,  el  catedrático  prusiano  de  san- 
gre escocesa,  el  soñador  en  la  paz  perpetua.  Pero 
como  ha  escrito  muy  bien  un  norteamericano,  míster 
John  Dewey  (Germán  Philosopky  and  Poliiics),  sien- 
do la  ética  de  Kant  "el  evangelio  de  un  Deber  vacío 
de  contenido,  se  prestaba  naturalmente  a  la  consagra- 
ción e  idealización  de  aquellos  tales  deberes  específi- 
cos que  el  orden  nacional  existente  puede  prescribir. 
El  sentido  del  deber  tiene  que  tomar  su  materia  de 
alguna  parte...  y  concretamente  lo  que  el  Estado  man- 
da es  lo  que  desde  fuera  llena  el  sentido  del  deber 
puramente  interno".  Y  añade  míster  Dewey:  "Per- 
sonas que  no  tienen  consideración  alguna  a  la  felici- 
dad como  criterio  de  acción,  tienen  una  desdichada 
manera  de  vivificar  su  principio  haciendo  a  los  de- 
más infelices".  Y  así  es. 

Y  los  pobres  esclavos  del  Estado  del  Kaiser,  que 
desde  un  zepelín  o  un  submarino  asesinan  ancianos, 
mujeres,  niños  y  hombres  inermes,  se  excusan  dicien- 
do que  se  lo  han  mandado  así,  y  que  al  hacerlo  obe-' 
decen  al  deber  de  obedecer  a  sus  autoridades.  Hablan- 
do del  hundimiento  del  Lusitauia  por  un  submarino 
alemán,  sin  previo  aviso,  dijo  el  generalísimo  fran- 
cés Joffre  que  ningún  Gobierno  francés  habría  dado 
tal  orden  sabiendo  que  podría  no  ser  obedecida, 
pues  la  conciencia  de  un  ciudadano  de  la  República 
está  por  encima  de  cualquier  necesidad  militar.  Y 
ésta  es  la  doctrina  cristiana  y  humana.  Un  asesinato 
como  el  de  miss  Cavell  no  se  justifica  ni  por  supues- 
tas necesidades  militares  — que,  además,  no  lo  son — , 
ni  por  razones  de  disciplina. 

Le  hemos  llamado  más  arriba  al  Kaiser  abúlico. 
Le  creemos  tal.  Abúlico,  como  casi  todos  los  volun- 
tariosos. Su  aparente  fortaleza  de  ánimo  es  debilidad, 
como  lo  son  los  ataques  de  los  epilépticos.  El  autor 
de  este  libro  en  "Los  antecedentes  del  crimen:  — La 
evolución  en  Berlín —  El  partido  de  la  guerra",  nos 


OBRA  S    L  O  M  F  L  E  T  A  S 


habla  de  la  lenta  trasforniación  de  los  conceptos  im- 
periales durante  los  años  de  1911  a  1914,  y  de  cótiio 
en  1910  todavía  Guillermo  II,  hablando  con  el  minis- 
tro francés  Mr.  Pichón,  aprobaba  la  formación  de 
una  Lig-a  de  todos  los  estados  civilizados.  Pero  el 
pobre  hombre  no  sabía  a  dónde  le  habría  de  llevar  su 
loco  sentimiento  histriónico  de  popularidad  y  los  ce- 
los de  su  propio  hijo.  Bien  le  conocía  aquel  profe- 
sor alemán  que  hace  unos  años,  en  un  escrito  céle- 
bre y  que  produjo  gran  revuelo  al  publicarse,  le  com- 
paró con  Calígula.  Todas  las  salidas  de  este  pobre 
César  HohenzoUern  son  salidas  de  abúlico  volunta- 
rioso. Y  la  voluntariosidad  no  es  voluntad.  Es  más 
bien  siervo  albedrío. 

Concretamente  la  guerra  se  les  hacía  inevitable  a 
los  dos  Imperios  centrales  después  del  fracaso  de  los 
Balkanes,  primero  de  Turquía  y  después  de  Bulgaria, 
que  ya  desde  antes,  desde  la  Liga  Balkánica,  estaban 
sirviendo  sus  intereses.  La  actual  servidumbre  de 
Turquía  y  Bulgaria  viene  de  mucho  antes.  El  Kaiser 
era  el  protector  del  Sultán  rojo  — rojo  de  sangre — 
islamita,  y  sin  el  amparo  de  Alemania  no  habrían  los 
turcos  asesinado  a  todos  los  cristianos  armenios  que, 
bajo  su  cimitarra,  han  perecido.  Ante  el  principio  de 
la  hegemonía  germánica,  que  pretendía  ganar  tam- 
bién el  Asia,  como  el  resto  del  mundo,  todo  debía 
ceder.  El  Asia,  por  un  lado;  el  Africa,  por  otro 
— ¿  quién  no  recuerda  el  golpe  teatral  de  Agadir  y  las 
maniobras  diplomáticas  de  Algeciras? — ,  y  ¡hasta 
América !  ¿  No  han  hablado  acaso  más  de  una  vez  con 
perfecto  cinismo  periódicos  alemanes  de  la  necesidad 
de  fundar  una  colonia  alemana  en  el  Brasil  ?  ¡  Han 
estado  creándose  enemigos  en  todas  partes  para  jac- 
tarse luego  de  que  el  mundo  todo  está  — ¡  por  envi- 
dia ! —  contra  ello?. 

Nadie  les  impedía  trabajar  y  prosperar.  Es  más, 
sometíanse  todos  los  pueblos,  por  desidia,  a  sus  pro- 


356 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


cedimientos  desleales  y  arteros  de  comerciar.  Su  quin- 
calla, barata  y  mala,  tanto  material  como  espiritual, 
invadía  los  mercados  todos.  Y  ellos  mismos,  como 
buenos  espías,  se  colaban  por  donde  quiera  y  hasta 
adoptaban  patrias  ajenas  sin  desahijarse  de  la  suya, 
maniobrando,  merced  a  una  ambigua  duplicidad  de 
ciudadanía,  a  favor  de  la  Compañía  de  seguros  mu- 
tuos, que  era  Alemania.  Y  encima  repetían  que  los 
otros  les  acechaban.  Tan  vasta  conspiración  para  en- 
gañar al  resto  del  mundo  y  dominarlo  no  se  ha  visto 
jamás.  Hasta  el  famoso  internacionalismo  de  la  demo- 
cracia social,  del  partido  socialista  imperial-germáni- 
co, no  era  sino  una  manera  de  someter  las  demás  na- 
ciones a  la  sobrenación,  a  Prusia. 

En  este  libro  verá  el  lector,  expuestas  por  uno  que 
se  profesa  alemán,  las  más  crudas  verdades,  verdades 
de  hecho,  y  cómo  la  responsabilidad  moral  de  la  gue- 
rra incumbe  a  Alemania.  Alemania  la  ha  querido 
después  de  haber  enseñado,  por  boca  de  sus  místicos 
de  la  guerra,  que  es  ésta  un  hecho  divino  y  purifi- 
cador.  Lo  enseñó  ya  Hegel,  el  apóstol  de  la  estato- 
cracia  y  la  estatolatría.  Porque  el  profeta  de  esta  gue- 
rra y  del  pangermanismo  fué  Hegel,  más  que  Fichte, 
y  mucho  más  que  Nietzsche.  Moltke  el  viejo,  el 
hombre  sin  corazón,  era  un  discípulo  de  Hegel,  sa- 
biéndolo o  sin  saberlo.  Y  el  imperialismo  de  los  socia- 
listas viene  a  través  de  Marx,  también  de  Hegel.  ¿  No 
enseñó  Marx  que  gobiernan  las  cosas  y  no  los  hom- 
bres? O  los  hombres  en  cuanto  cosas. 

Todo  el  horrible  mecanicismo  que  ha  estado  bru- 
talizando  al  pensamiento  europeo,  en  el  último  tercio 
del  siglo  XIX,  después  de  1870,  toda  esta  lóbrega 
doctrina  de  determinismo  social  y  de  lucha  de  razas, 
todos  estos  embolismos  de  pueblos  superiores  e  infe- 
riores, todo  eso  era  del  más  genuino  carácter  tu- 
desco y  ha  venido  a  parar  en  la  guerra  que  hoy  des- 
vela y  arruina  a  lo  mejor  de  Europa. 


OBRAS  COMPLETAS 


357 


Si  Alemania  continúa  venciendo  como  hasta  aquí 
— dice  el  autor  de  este  libro — ,  morirá  de  sus  victo- 
rias. Son  muchos  los  que  creen  que  esa  Alemania 
de  esas  victorias  está  moribunda  y  que.  sea  cual  fue- 
re el  resultado  de  la  guerra,  no  volverá  a  la  vida. 
¡  Asi  sea ! 

Así  sea  y  que  sobre  las  ruinas  de  esa  Alemania  a 
la  antigua  asiática,  de  esa  potencia  bárbara  apoyada 
en  el  cañón,  se  alce  una  Alemania  europea.  Siglos  de 
contacto  con  los  pueblos  genuina  y  hondamente  eu- 
ropeos, con  los  pueblos  que  llevan  en  el  meollo  los 
jugos  de  la  civilización  greco-romana  cristianizada, 
con  los  pueblos  que  resurgieron  en  el  Renacimiento, 
iban  europeizando  y  civilizando  a  los  germanos.  Los 
nietos  de  aquellos  bárbaros  que  nos  describió  Tácito 
en  su  Gcnnania  iban  sustituyendo  a  Wotan  y  a  Thor 
con  Cristo  y  con  Platón,  y  he  aquí  que  de  pronto  se 
vuelven  a  su  selva  negra,  pero  a  una  selva  erizada  de 
cañones.  Han  aprendido  ciencia,  pero  olvidando  la 
moral,  sin  la  cual  la  ciencia  no  es  sino  barbarie  refi- 
nada. Porque  la  moral,  pese  al  imperativo  categórico, 
no  es  matemática.  La  moral  es  simpatía.  Y  lo  más 
hondo  de  la  simpatía  humana  es  no  pretender  domi- 
nar a  los  demás.  El  tirano,  sea  hombre  o  pueblo, 
se  hace  de  la  carne  de  esclavo.  Así  se  explica  que  un 
pueblo  servil  pretenda  reducir  a  los  otros  pueblos  a 
servidumbre.  Quiere  igualarnos  a  todos  en  su  abyec- 
ción. ;  Por  qué  han  de  ser  los  otros  libres  cuando 
él  no  lo  es? 

Es  como  me  explico  que  ese  pobre  pueblo  servil 
y  sumiso,  que  se  deja  llevar  al  matadero  por  ima 
casta  de  hidalgüelos  de  espadón  con  su  Kaiser  a  la 
cabeza;  ese  pobre  pueblo  que  avanza,  codo  con  codo, 
a  que  lo  ametrallen  ametrallando  él ;  ese  pobre  pueblo 
que  dejándose  engañar  trata  de  engañarnos  a  los 
otros,  ese  pobre  pueblo  se  lance  a  la  conquista  del  mun- 
do. Ya  que  no  tiene  ni  conciencia  ni  coraje  para 


358 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


libertarse,  quiere  someter  a  los  otros  a  la  servidum- 
bre en  que  yace  él.  Esa  servidumbre  es  su  prosperi- 
dad y  su  Kidtur;  quiere  hacernos  prósperos  y  kiil- 
tos  a  los  demás.  Acaso  en  las  profundidades  de  su 
subconciencia  vague,  como  larva  de  idea,  la  oscura 
noción  de  que  la  comunidad  en  la  servidumbre  bajo 
el  Estado  imperial,  traiga  la  común  redención;  acaso 
quiere  asociarnos  a  su  servidumbre  a  los  demás  pue- 
blos para  que  luego  le  ayudemos  a  sacudirse  de  ella. 
Y  si  es  así... 


Salamanca,  2  mayo  1916. 


PROLOGO  A  LA  NOVELA  LOS  PELELES,  DE 
FERNANDO  ISCAR  PEYRA.   Salamanca,  Esta- 
blecimiento Tipográfico  de  Calatrava,  1916,  VIII  + 
162  págs. 


¿  La  tragedia  que  constituye  el  argumento,  el  esque- 
leto podría  decirse,  de  esta  novela,  surgió  en  el  ánimo 
de  su  autor  de  la  conciencia  artística  del  ambiente 
en  que  se  desarrolla,  o  este  ambiente  ha  sido  una  ex- 
pansión del  argumento  o  bien  uno  y  otro,  argumento 
y  ambiente,  han  venido  a  conjugarse  viniendo  de  dis- 
tintas procedencias  ?  Son  problemas. 

En  los  seres  orgánicos  vivos  ni  el  esqueleto  es  con- 
densación del  resto  del  cuerpo  ni  éste  expansión  de 
aquél,  sino  que  ambos  van  diferenciándose,  pero  está 
más  cerca  de  lo  real  el  considerar  al  esqueleto  como 
condensasión  del  resto  del  cuerpo. 

No  sé  de  dónde  ha  sacado  Fernando  Iscar  el  ar- 
gumento, el  esqueleto,  de  esta  novela,  pero  me  con- 
suelo pensando  que  él  tampoco  lo  sabrá.  Un  autor 
conoce  tan  poco  el  origen  de  un  argumento  como  co- 
nocemos el  de  los  sueños.  Estos,  los  sueños,  esta- 
llan en  nosotros  sin  que  sepamos  cómo,  de  dónde  ni 
por  qué,  son  verdaderas  explosiones  psíquicas  y  re- 
presentan la  mayor  libertad  posible.  La  libertad,  cuya 
ley  es  el  azar,  halla  su  mejor  campo  en  el  sueño. 
Nunca  es  un  espíritu  más  libre  que  cuando  sueña, 
porque  es  cuando  más  se  emancipa  de  nuestros  tres 
más  fieros  tiranos :  el  espacio,  el  tiempo  y  la  lógica. 
Es  en  el  sueño  cuando  más  nos  acercamos  a  la  infini- 
tud, a  la  eternidad  y  al  todopoderío.  El  soñador  no 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


está  atado  ni  por  el  aquí,  ni  por  el  ahora,  ni  por  la 
consecuencia.  Y,  sin  embargo,  es  cuando  el  hombre 
menos  libre.  El  sueño  se  le  impone. 

Pero  hay  el  soñar  despierto,  la  obra  creadora  artís- 
tica, el  verdadero  reino  de  la  libertad. 

Y  bien,  después  de  estas  metafisiquerías,  ¿de  dón- 
de ha  salido  Adolfo  Menéndez  ?  ¿  Fernando  Iscar,  su 
padre  artístico  — su  padre?,  ¿no  acaso  en  algún  res- 
pecto su  hijo? — ,  ¿lo  sabe  por  ventura?  No  más  que 
yo,  no  más  que  el  mismo  Adolfo  Menéndez.  Lo  que 
sí  sé  es  dónde  ha  nacido  Adolfo  Menéndez;  o  mejor 
dicho,  dónde  ha  vivido. 

Naciera  de  donde  naciere  Adolfo  Menéndez,  y  con 
él  su  tío  y  su  novia  y  sus  dos  primas,  ha  vivido  en 
esta  Salamanca  en  que  escribo,  en  esta  Salamanca  de 
la  Plaza  Mayor,  incubadora  de  ensueños,  de  leyen- 
das, de  chismes  y  murmuraciones  y  también  de  tra- 
gedias, en  esta  Salamanca  en  que  han  vivido  Ven- 
tiirita  y  la  Cubera  de  que  aquí  se  hace  mención. 

Conocí,  aunque  no  más  que  de  vista,  a  la  Cubera 
en  los  que  se  diría  sus  buenos  tiempos,  hace  ya  vein- 
ticuatro años,  cuando  era  "hermosa  yegua  de  lujo" 
y  un  como  esplendor  de  la  ordinariez.  Y  hubo  su  tragi- 
comedia. Cosa  triste.  No  era  "altiva"  —como  dice 
Iscar — ,  era  tiesa,  echada  para  atrás,  lo  cual  es  muy 
otra  cosa.  No  era  "diablesa"  tampoco  El  diablo  es 
un  mal  espíritu,  pero  es  espíritu,  y  aquel  montón  de 
carne  viviente  no  tenía  diablura  alguna  porque  care- 
cía de  espíritu.  Algo  muy  trágico  y  muy  simbólico  este 
terrible  ambiente  salmantino.  Que  es  el  mismo  que  el 
de  las  novelas  picarescas,  un  ambiente  inespiritual. 
La  Cubera  comía,  bebía,  dormía  y  pecaba,  y  el  pecado 
era  en  ella  consecuencia  del  comer,  beber  y  dormir. 
Pecaba  porque  comía  y  para  comer,  porque  bebía  y 
para  beber,  porque  dormía  y  para  dormir.  Ni  otra 
inquietud  alguna. 

¿Y  el  pobre  Vcnturita?  En  este  pobre  se  juntaba, 


OBRAS  COMPLETAS 


361 


al  comer,  beber  y  dormir,  lo  casi  único  que  el  ambiente 
éste  les  añade :  la  vanidad.  La  vanidad,  pero  una  va- 
nidad pueril  y  casi  vegetativa,  una  vanidad  que  ahoga 
todo  orgullo,  es  el  apagado  germen  de  espiritualidad 
que  se  observa  en  este  terrible  ambiente.  La  gente 
come,  bebe,  duerme,  peca  y  se  envanece. 

¿  De  qué  se  envanece  ?  De  poder  comer,  beber,  dor- 
mir y  pecar.  Se  envanece  de  existir  y  no  de  hacer 
algo.  Hay  quien  se  envanece  de  no  hacer  nada.  Y 
esa  vanidad  pueril,  vegetativa,  fundada  no  más  que 
en  existir,  esa  vanidad  estéril,  que  ahoga  todo  orgu- 
llo fecundo,  hinche  la  Plaza  Mayor.  Y  la  Plaza  Ma- 
yor, churrigueresca,  es  ya,  de  por  sí,  vanidosa.  Hay 
que  verla  pavonearse  al  sol. 

¡Y  es  claro!,  esa  vanidad  acaba  en  mendiguez.  La 
ciudad,  como  Vcnturita,  su  hijo  simbólico,  envuelta 
en  la  manta,  no  ya  blanca,  sino  parda,  de  su  leyenda 
— una  leyenda  tejida  de  embustes — ,  mendiga  pro- 
tección y  atención  y  se  duerme  en  la  cuneta  de  la 
historia  y  en  los  pajares  de  la  política.  Rodéanla  de- 
hesas, que  la  ciñen  y  oprimen  y  le  matan  su  inespí- 
ritu.  Ella,  en  cambio,  no  ha  irradiado  ciudadanía  al 
campo  que  la  sustenta. 

Y  en  este  ambiente  se  desarrolla  la  tragedia  del 
pobre  Adolfo  Menéndez,  del  pelele  que  va  a  suicidar- 
se a  una  alquería  de  una  dehesa.  Y  pasa  la  figura  de 
don  José  Luis,  "insigne  varón,  honra  del  foro  y  de 
las  letras  patrias,  que,  gracias  a  su  gran  talento  y  a 
su  firme  voluntad,  ha  escalado  un  puesto  preeminente 
entre  las  figuras  de  la  España  contemporánea,  etc., 
etcétera,  etc."  Todos  lo  conocemos  bien,  incluso  el 
"subvencionado  artista",  su  biógrafo,  y  él  también, 
don  José  Luis,  se  conoce.  Y  como  se  conoce,  no 
pasa  de  vanidoso  y  carece  de  orgullo.  Y,  natural- 
mente, llega,  cuando  le  es  preciso,  a  la  mendiguez. 
Porque  el  vanidoso  es  mendigo.  Venturita  mendiga 
perras  chicas ;  don  José  Luis  mendiga  consideración 


362 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


social,  honores,  representaciones,  títulos,  acaso  cru- 
ces. 

Y  en  este  ambiente  se  produce  sor  Remedios,  la 
monjita  teresiana,  que  no  es  sino  hija  de  una  suges- 
tión... literaria.  No  es  la  fe,  no  es  la  esperanza,  no 
es  la  caridad  lo  que  le  lleva  a  la  hija  de  don  José 
Luis  y  prima  de  Adolfo  al  claustro ;  es  el  ambiente  de 
piedras  doradas  por  el  sol  y  es  la  leyenda.  Es  un 
capricho  duradero  y  nada  más.  Y  en  todo  caso,  si 
luego  se  arrepiente,  ¿qué  dirán  si  vuelve  al  mundo? 
¡No,  no!  "i  Procure  siempre  acertarla  —  el  honrado 
y  principal,  —  pero  si  la  acierta  mal,  —  defenderla 
y  no  enmendarla!",  que  dice  la  cuarteta  de  nuestro 
Guillen  de  Castro.  Defenderá,  pues,  sin  enmendarlo, 
el  mal  acierto  de  su  vocación.  Y  luego  es  cosa  de 
eso  que  ahora  llaman  feminismo,  y  que  debería  lla- 
marse masculinismo  femenino.  Porque  el  feminismo  es 
cosa  de  hombres.  Feminismo  femenino  es  cosa  tan 
absurda  como  españolismo  de  españoles. 

Sor  Remedios  leyó  a  Santa  Teresa,  y  quijotiza,  es 
decir,  tcrcsiza.  Toda  la  página  121  de  esta  novela, 
página  primorosa,  es  algo  así  como  un  discurso  de 
Don  Quijote  cuando  le  soplaba  la  inspiración  de  los 
libros  de  caballerías.  Todo  eso  que  dice  sor  Remedios 
lo  ha  leído,  aunque  luego  se  lo  haya  asimilado.  ¿Y  no 
hay  en  el  fondo  de  ello  su  chispita  de  vanidad?  ¿No 
está  envaneciéndose  de  sí  misma,  de  su  espiritualidad 
leída,  ante  su  primo? 

Este,  el  primo,  Adolfo  Menéndez,  es  el  más  él,  el 
más  hombre,  el  más  real,  el  menos  vanidoso.  Adolfo 
Menéndez  es  el  único  que  aquí  tiene  orgullo,  el  único 
que  hace.  Y  por  eso  se  suicida.  No  se  deja  matar  ni 
morir,  se  da  muerte. 

Tengo,  pues,  que  protestar  contra  las  últimas  lí- 
neas de  este  relato.  Adolfo  Menéndez  "quedó  con  los 
brazos  colgando  y  con  la  cabeza  caída",  como  un 
hombre,  como  un  hombre  muerto,  sin  duda,  pero  como 


OBRAS  COMPLETAS 


363 


un  hombre,  y  no  "como  un  muñeco  de  trapo,  como 
un  pelele".  Los  peleles  son  los  otros,  los  que  siguen 
viviendo. 

¿Y  la  ciudad  acabará  por  suicidarse  en  su  Plaza 
Mayor,  como  una  humanidad,  como  algo  vivo  y  or- 
gulloso, o  seguirá  comiendo,  bebiendo,  durmiendo  y 
pecando  como  la  Cubera,  y,  además,  envaneciéndose 
primero  como  Venturita,  para  acabar  mendigando 
siempre?  Dicen  que  en  tiempos,  la  última  vez  hace 
ya  cerca  de  medio  siglo,  henchían  esa  Plaza  voces  de 
rebelión  y  de  protesta ;  dicen  que  la  ciudad  vivió  du- 
rante la  Gloriosa  y  que  llegó  a  conocer  el  orgullo; 
cuentan  historias,  ya  conmovedoras,  ya  regocijantes, 
de  aquellos  benditos  tiempos,  tiempos  de  tragedia,  de 
comedia  y  de  saínete.  ¡Pero  hoy...!  Hoy  la  ciudad 
sestea  a  la  sombra  de  su  augusta  Universidad,  Uni- 
versidad cargada  de  canas  y  de  arrugas,  pero  no  de 
experiencia,  vieja  y  pueril.  Universidad  que  come, 
bebe,  duerme  y  enseña.  ¿Qué  enseña?  Omnium  scien- 
tiarnm  princeps  Salmantica  docet!  ¿Y  qué?  "¡El  que 
quiera  aprender,  que  vaya  a  Salamanca!"  ¿Aprender 
qué? 

Si  es  un  Adolfo  Menéndez,  a  aprender  a  suicidar- 
se. Si  es  un  don  José  Luis  en  ciernes,  a  aprender  a 
envanecerse  de  comer,  beber,  dormir  y  pecar.  Pero 
pecar  con  su  cuenta  y  razón  y  ordenadamente,  como 
hombre  grave  y  cuerdo. 

Hace  siglos  que  esta  Salamanca,  que  según  Cer- 
vantes enhechizaba  la  voluntad  de  volver  a  ella  a 
cuantos  de  la  apacibilidad  de  su  vivienda  hubieren 
gustado,  le  volvió  loco  al  pobre  Tomás  Rodaja,  luego 
Licenciado  Vidriera.  El  pobre  Rodaja  no  se  suicidó 
como  Adolfo  Menéndez,  pero  tuvo  que  emigrar  de  la 
patria  luego  de  curado  de  su  locura.  ¿No  os  recuerda 
alguna  vez  este  Adolfo  Menéndez,  con  su  amor  des- 


364 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


enfrenado  a  la  verdad  y  su  odio  a  la  gravedad  hipó- 
crita, a  aquel  pobre  Licenciado  Vidriera? 

El  ambiente  de  una  y  otra  novela  es  sustancialmente 
el  mismo. 

Aquí  tienen,  pues,  los  peleles,  cuyo  número  es,  como 
el  de  los  tontos,  infinito,  un  espejo  en  que  mirarse. 
Y  que  Dios  les  lleve  al  suicidio ;  ¡  amén !  Así  se  des- 
pelelizarán. 

Salamanca^  1°  de  jimio  de  1916. 


PROLOGO  AL  LIBRO  DE  CAYETANO  ALCA- 
ZAR  LA   JUERGA   DE  LA  ESTUDIANTINA 
(Madrid,  "La  Itálica"  1916,  95  págs.) 


Estas  son  notas  de  un  estudiante  que,  desde  las 
aulas,  o  al  salir  de  ellas,  mira  cara  a  cara  al  mundo. 
;  Es  que  el  aula  no  es  mundo  ?  En  cierto  sentido, 
no,  no  lo  es ;  en  otro,  lo  es  demasiado.  El  aula  es  un 
claustro  cerrado  al  mundo  la  mayor  parte  de  las  ve- 
ces. Al  mundo  en  que  vale  la  pena  de  vivir.  Porq^ue  en 
el  aula  se  dura  y  no  se  vive. 

El  autor  de  estas  notas,  Cayetano  Alcázar,  ha  pa- 
sado, como  hemos  pasado  todos,  por  las  vergüenzas 
y  tristezas  de  nuestra  pedagogía  oficial.  Ha  sentido 
cómo  en  nuestras  aulas  se  prepara  a  las  futuras  "Fuer- 
zas vivas  de  la  población  que  sólo  trabajan  en  levan- 
tar muertos".  De  esas  fuerzas  vivas,  que  son  de  lo 
más  muerto  que  hay,  surgirán  los  profesionales  de  la 
arbitrariedad,  alias  políticos.  La  mamá  del  chico  del 
Instituto  "quiere  que  éste  sea  político  y  ministro". 
¡  Claro !  Se  es  político  para  llegar,  si  se  puede,  a  mi- 
nistro. Y  si  no,  para  llegar  a  otra  cualquier  cosa  — ser 
ministro  es  ser  cualquier  cosa — ,  pero  para  llegar, 
para  eso  que  se  llama  llegar  y  es  quedarse.  Y  a  las 
veces  quedarse  con  lo  que  no  se  debe. 

El  autor  de  estas  notas  arremete  contra  los  libros 
de  texto.  Otros  hemos  arremetido  contra  ellos  antes 
y  otros  seguirán  arremetiendo.  Pero  eso  no  basta.  No 
basta,  mientras  el  profesor  no  sea  más  que  un  libro 
de  texto  parlante.  No  son  mejores  los  que  no  han 
hecho  libro  de  texto  malo.  Y  el  profesor,  incapaz  o 


366 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


incapacitado,  tonto  o  entontecido,  seguirá  impune- 
mente imponiendo,  si  quiere,  so  pena  de  suspensión, 
sus  necedades.  Nadie  le  irá  a  la  mano  o  a  la  boca. 
Su  Majestad  el  Catedrático  es  intangible.  Y  si  algu- 
na vez  se  le  llega  a  tocar,  será,  no  lo  dudéis,  porque 
no  votó  al  candidato  ministerial  o  por  algo  así.  Su 
Majestad  el  Catedrático  tiene  derecho  a  desbarrar. 
Hay  inspección  técnica,  aunque  sea  mala  y  pro  formu- 
la, para  el  pobre  maestro  de  escuela  primaria ;  pero 
Su  Majestad  el  Catedrático  secundario  o  terciario 
— casi  en  el  sentido  geológico —  es  inviolable.  Sobre 
él  no  hay  autoridad  verdadera.  Porque  sus  superio- 
res jerárquicos  — ¡qué  bien  cae  esto  de  jerarquía! — 
no  lo  son  más  que  administrativamente. 

Aquí  se  administra,  pero  no  se  gobierna  la  ense- 
ñanza pública.  Lo  íntimo  de  ella,  su  sustancia,  su 
esencia,  su  eficacia  pedagógica,  es  cosa  que  nada  im- 
porta a  los  que  sólo  se  cuidan  de  hacer  reglamentos  o 
de  inventar  cátedras  para  los  amigos.  Y  es  que  en  el 
fondo  nadie  cree  menos  en  la  eficacia  y  el  valor  de 
la  enseñanza  pública  que  los  que  la  administran,  como 
no  sea  los  que  hacen  como  que  enseñan  oficialmente. 
Muy  buena  parte  de  los  catedráticos  son  como  curas 
ateos.  Lo  importante  es  el  escalafón. 

Y  luego  para  administrar  la  enseñanza  pública 
oficial  sirve  cualquiera.  Es  una  rama  de  la  política; 
la  cuestión  es  pasar  el  rato,  y  el  ser  amigo  de  los 
amigos.  Suele  ser,  además,  un  puente. 

Estas  quejas  de  Alcázar,  ingenuas  y  sencillas,  ¿  ser- 
virán de  algo?  Todo  sirve  de  algo.  Que  sirvan,  por 
lo  menos,  para  desacreditar  aún  más  lo  que  está  ya  tan 
desacreditado. 

Aunque  acaso  haya  en  esto  un  peligro.  Nada  se 
sostiene  más  y  mejor  entre  nosotros  que  lo  desacre- 
ditado. El  descrédito  es  una  garantía  de  persistencia; 
el  menosprecio  es  prenda  de  impunidad. 


OKJ/ 


El  que  se  ampara  o  lo  que  se  ampara  al :  "¿  qué 
le  vamos  a  hacer?  ¡Esto  no  tiene  remedio!",  está 
abroquelado.  El  que  no  tiene  ya  nada  moral  que  per- 
der es  el  que  en  otros  respectos  gana. 

¿  Vamos  por  eso  a  callarnos  ?  ¡  No  ! 

Ahora  le  toca  chillar  al  autor  de  estas  notas  de  un 
estudiante. 


Salamanca,  24-X-16. 


PROLOGO  AL  LIBRO  DE  JUAN  CUETO  LA 
VIDA  Y  LA  RAZA  A  TRAVES  DEL  QUIJOTE 
(Luarca,  Manuel  Méndez,  1916,  XXV  +  231  págs.) 


Conocí  a  don  Juan  Cueto,  el  autor  de  este  libro, 
La  vida  y  la  raza  a  través  del  Quijote,  en  un  viaje 
que  hice  a  El  Escorial,  tumba  siempre  abierta  de  Fe- 
lipe II  y  de  los  reyes  de  Castilla  y  León  y  el  resto 
de  España,  sus  sucesores.  Era  Cueto  allí  profesor  de 
Gramática  castellana  por  lo  menos,  y  no  sé  si  de 
otras  cosas,  en  el  Colegio  de  Carabineros.  Recuerdo 
que  hablé  con  él  de  gramática,  a  la  que,  tal  como  se 
enseña,  profeso  un  santo  horror.  Vi  en  mi  nuevo 
amigo  — pues  al  punto  me  amisté  con  él —  un  hombre 
despierto  y  jugoso,  en  cuyo  ánimo  no  había  hecho 
mella  la  terrible  friega  de  arenillas  como  lo  de  "pre- 
térito pluscuamperfecto  de  subjuntivo:  hubiera,  ha- 
bría y  hubiese  amado",  y  con  sincera  vocación  peda- 
gógica, gracias,  sin  duda,  a  no  haber  cursado  peda- 
gogía. Porque  creo  que  para  enseñar  es  mejor  saber- 
se las  ordenanzas  del  Cuerpo  de  Carabineros  que  no 
un  manual  cualquiera  de  pedagogía  y  didáctica. 

El  autor  de  este  libro  educaba  en  El  Escorial  a 
jóvenes  futuros  carabineros,  y,  a  juzgar  por  lo  que 
aquí  dice,  los  educaba  para  que  al  ir  mañana  a  las 
reboticas  de  las  aldeas  y  a  los  casinos  de  las  villas  y 
ciudades  llevaran  a  sus  tertulias  una  pasión  grande, 
que  hiciera  fructuosas  las  hoy  estériles  discusiones. 
Trataba  allí  de  hacer  hombres,  ciudadanos,  españo- 
les y  no  sólo  buenos  carabineros.  Aunque  no  cabe 
ser  ni  buen  carabinero  ni  bueno  en  otra  profesión 


OBRAS  COMPLETAS 


369 


cualquiera  sin  ser  buen  hombre,  buen  ciudadano,  y  en 
España  buen  español.  Y  ser  buen  español,  él  mismo 
nos  lo  dice,  "es  sentirse  ligado  al  núcleo  de  los  hom- 
bres que  tienen  esa  denominación ;  tener  conciencia 
de  la  vida  de  ese  núcleo,  de  su  pasado  y  de  sus  aspi- 
raciones para  el  porvenir" ;  ser  español  es  sentirse 
español.  Yo  diría,  con  otra  fórmula  que  expresa  lo 
mismo,  que  ser  español  es  tener  conciencia  de  la  pro- 
pia españolidad.  Y  para  cobrarla  más  clara  que  la 
suya,  y  par  dar  más  clara  conciencia  de  españolidad 
a  sus  lectores,  escribió  el  señor  Cueto  este  libro. 

Y  lo  escribió,  además,  y  esto  realza  su  valor,  te- 
niendo conciencia  de  su  oficio,  como  ciudadano  espa- 
ñol, penetrado  del  valor  del  ministerio  público  que 
ejerce.  Y  esto  es  tanto  más  de  alabar  aquí,  donde  son 
tantos  los  que  como  que  parecen  avergonzados  de  su 
oficio  y  como  si  pidieran  tácitamente  perdón  por  tener 
que  ejercerlo  a  modo  de  ganapanería.  Cueto  no.  Cue- 
to, militar  carabinero,  al  servicio  armado  de  la  Ha- 
cienda, como  al  servicio  armado  de  la  Hacien- 
da, o  si  queréis  del  fisco,  estuvo,  después  de 
haber  perdido  el  brazo  en  la  milicia,  Cervantes  el 
alcabalero,  tiene  conciencia  de  la  dignidad  de  su  ofi- 
cio, tan  desestimado  por  muchos. 

"Profesión  cervantesca"  le  llama  una  vez  a  la  suya, 
y  otra  dice,  dirigiéndose  a  sus  queridos  discípulos,  los 
educandos  del  Colegio  de  Carabineros  de  El  Escorial, 
que  quiere  que  la  relación  de  los  infortunios  de  Cer- 
vantes "sirva  de  consuelo  y  de  edificación  a  los  ac- 
tuales servidores  de  la  Hacienda".  Y  nos  habla  luego 
de  cómo  "aquel  probo  funcionario  de  la  Hacienda 
pública"  que  fué  el  alcabalero  Cervantes  — alcabalero 
como  el  evangelista  San  Mateo — ,  "como  única  re- 
compensa de  su  probidad,  mereció  autos  de  prisión  y 
calumnias  deshonrosas".  Y  aquí  pudo  Cueto  recordar 
aquellas  tristísimas  palabras  que  el  alcabalero  Cer- 
vantes puso  en  boca  de  Don  Quijote  en  el  capítu- 


370 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


lo  XLIV  de  la  Segunda  Parte,  cuando,  al  retirarse  el 
caballero  a  su  cuarto,  en  casa  de  los  Duques,  y  sol- 
társele hasta  dos  docenas  de  puntos  de  una  media 
que  quedó  hecha  celosía,  afligióse  y  exclamó:  "oh, 
pobreza,  pobreza",  con  todo  lo  que  sigue,  y  ac^uello 
de  "¿por  qué  quieres  estrellarte  con  los  hidalgos  y 
bien  nacidos  más  que  con  la  otra  gente  ?" ;  y  luego 
lo  de:  "miserable  de  aquél,  digo,  que  tiene  la  honra 
espantadiza  y  piensa  que  desde  una  legua  se  le  des- 
cubre el  remiendo  del  zapato,  el  trasudor  del  som- 
brero, la  hilaza  del  herreruelo  y  la  hambre  de  su 
estómago".  Cuántos  probos  funcionarios,  servidores 
de  la  Hacienda  pública,  podrán  decir  todo  eso  que 
el  alcabalero  Cervantes  dijo  por  Don  Quijote. 

Que  si  en  la  soberana  inspiración  del  Quijote  entra 
por  mucho  la  experiencia  que  Cervantes  adquirió 
como  servidor  del  fisco,  esta  misma  experiencia  en- 
tra por  mucho  en  el  comentario  de  Cueto. 

¿  Por  qué,  me  he  preguntado  varias  veces,  rodea 
a  la  Guardia  civil  un  prestigio  de  que  carece  • — justo 
es  decirlo,  pues  es  verdad — •  el  Instituto  de  los  Carabi- 
neros ?  Es  que  éstos  defienden  a  la  Hacienda  pública, 
al  tesoro  del  común,  y  corre  por  ahí,  refiriéndose  al 
Estado,  un  aforismo  anarquista  que  dice  que  "quien 
roba  a  un  ladrón,  cien  años  de  perdón".  Y  el  con- 
trabandista es  hasta  un  héroe  popular.  Y  los  anar- 
quistas que  propalan  ese  aforismo  no  son  los  pobres 
diablos  que,  por  no  tener  sobre  qué  caerse  muertos, 
ponen  alguna  vez  alguna  bomba,  sino  que  son  los 
ricachos,  que  sostienen  y  explotan  a  los  contrabandis- 
tas, los  que  adulan  a  la  Guardia  civil  para  que  les 
defienda  sus  dehesas  de  los  santos  robos  de  leña  que 
en  ellas  hacen  los  pobres  para  calentarse  en  el  duro 
invierno.  El  carabinero  defiende  la  Hacienda  pública ; 
el  guardia  civil,  las  haciendas  privadas  sobre  todo. 
Y  es  claro  que  el  rico  mercader,  que  compró  una  de- 


OBRAS  COMPLETAS 


371 


hesa  con  el  dinero  que  sacó  del  contrabando,  sienta 
el  prestigio  de  un  Instituto  más  que  el  del  otro. 

La  amarga  experiencia  de  su  oficio  le  ha  inspirado, 
sin  duda,  a  Cueto  no  pocas  de  sus  reflexiones.  Y  so- 
bre todo,  la  desproporción  entre  las  aspiraciones  y 
ambiciones  ideales  de  su  espíritu  y  el  prosaísmo,  aun- 
que sea  muy  honrado,  de  su  ministerio.  Porque  no  pa- 
rece el  oficio  de  carabinero,  como  no  parece  el  de 
alcabalero,  el  más  adecuado  para  inspirar  altos  anhe- 
los. ¡  Pero  esto  del  oficio  significa  tan  poco !  Proba- 
blemente, nadie  tiene  menos  espíritu  guerrero  que  un 
catedrático  de  estrategia  o  de  táctica...  también  dog- 
máticas. 

Espíritu  guerrero,  pero  a  la  española,  a  la  íntima  es- 
pañola sí  que  parece  tener  el  autor  de  este  libro.  Y  de 
la  más  fecunda  guerra,  de  la  guerra  civil.  Más  de  una 
vez  trata,  en  efecto,  de  éste  uno  de  mis  temas  favoritos. 
Leed  lo  que  en  la  página  113  dice  de  nuestro  espíritu 
de  bandería,  "que  suele  ser  considerado  como  vicio  na- 
cional, cuando  en  realidad  es  nuestra  virtud  predomi- 
nante", y  de  cómo  "la  virtud  no  está  en  el  justo  me- 
dio sino  en  los  extremos  que  se  tocan".  Esa  es  tam- 
bién la  mía.  Y  suscribo  lo  de  que  "el  toque  no  está  en 
que  sepamos  mirar  las  cosas  sin  pasión  sino  que  la 
pasión  con  que  miremos  las  cosas  no  sea  pequeña  y 
deleznable",  y  lo  de  que  "el  toque  de  la  tolerancia 
está  en  ser  tolerante  por  la  fuerza  misma  de  la  fe". 
¡  Muy  bien,  sí !  Sólo  es  grande  la  tolerancia  del  faná- 
tico banderizo,  que  la  hay,  no  la  del  neutral.  La 
tolerancia  del  hediondo  neutral  no  es  más  que  capo- 
nería.  Pueden  acabar  por  abrazarse,  siguiendo  disin- 
tiendo, un  ateo  y  un  católico;  el  que  no  abrazará 
nunca  a  nada,  como  no  sea  a  su  propia  sombra,  es 
aquel  a  quien,  al  preguntarle:  "¿y  usted  cree  en 
Dios?",  responde:  "¿yo?,  i  yo  soy  neutral!"  Que  hay 
de  éstos. 

Vuelve  Cueto,  a  partir  de  la  página  140,  a  ha- 


372 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


blarnos  de  nuestra  guerra  civil,  de  nuestra  santa 
guerra  civil,  de  la  que  "se  inició  en  el  momento  en 
que  alguien,  notando  síntomas  de  asfixia,  para  puri- 
ficar el  ambiente,  pidió  a  voz  en  grito  aire  de  fuera", 
y  todo  lo  que  sigue.  Sí,  la  guerra  civil  así.  ¡  Y  ay 
de  nosotros,  los  españoles,  el  día  en  que  uno  de  esos 
dos  bandos  desapareciese  y  el  otro,  falto  de  contra- 
dicción, se  despeñase  en  su  concepción  del  progreso 
o  en  la  de  la  tradición !  Por  lo  que  a  mí  hace  sé 
decir  que  mientras  yo  viva  no  faltará  guerra  civil, 
por  lo  menos  en  un  rinconcito,  todo  lo  pequeñito  que 
se  quiera,  de  la  España  espiritual,  y  ese  rinconcito  es 
mi  conciencia.  En  ella  reñirán  unos  y  otros,  aquellos 
a  quienes  vi  reñir  siendo  yo  niño,  cuando  fui  testigo, 
en  la  última  guerra  civil,  del  bombardeo  de  mi  natal 
Bilbao.  ¡  Sí,  guerra  civil  así !  Todo  lo  grande,  y  nada 
más  grande  para  un  español  que  la  españolidad  vive  y 
se  acrece  de  contradicciones.  Y  sólo  la  contradicción 
alimenta  el  amor  a  la  gloria  de  que  aquí  se  habla, 
lector.  i 


Amor  a  la  gloria  que  engendró  en  Cervantes,  se- 
gún Cueto,  una  emulación  para  con  Lope  que  le  llevó 
a  escribir  el  Quijote.  Esta  explicación  del  origen  de 
la  gran  obra  se  presta  a  no  poca  meditación.  Quién 
sabe.  ¡  Quién  sabe  si  no  fué  Lope  quien  hizo  que 
Cervantes  descubriese  en  sí  mismo  al  Quijote !  ¡  Hay 
envidias  — llamémoslas  por  su  nombre —  tan  inspira- 
doras y  que  luego  de  purificadas  y  ennoblecidas  nos 
llevan  tan  alto !  Y  es  cosa  grande  cuando  el  vencido 
y  postergado  descubre  que  es  victoria  su  vencimiento 
y  que  es  preeminencia  su  postergación.  Lo  más 
sustancioso  acaso  de  este  libro  es,  lector,  lo  que  en 
él  se  dice  desde  las  tres  últimas  líneas  de  la  página 
108  hasta  el  fin  de  la  109.  El  que  lo  ha  escrito  siente 
dentro  de  sí  la  tragedia  del  quijotismo  que  sintió  el 


OBRAS  COMPLETAS 


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pobre  manco  alcabalero  que  nos  dejó  el  Quijote, 
aquel  Cervantes  fracasado  ante  Lope. 

Paso  por  alto  lo  que  de  Don  Juan  Tenorio  se  nos 
dice  aquí.  Me  llevaría  muy  lejos  hablaros  del  Bur- 
lador, del  que  afrontaba  la  muerte.  Yendo  de  viaje  yo 
con  un  amigo  inglés  lo  encontramos  en  un  pueblo 
de  Extremadura.  Era  carlista.  Nos  dijo  cómo  iba  a 
las  procesiones  cuando  había  temor  de  ataque  de  ra- 
dicales, con  un  gran  escapulario  y  un  revólver  en  el 
bolsillo,  y  cómo  una  vez  le  desafió  a  uno  por  burlar- 
de  su  fe.  "¿Pero  usted  sabe  — le  dijo  mi  amigo  el 
inglés —  que  el  que  muere  en  duelo  se  condena?"  "Sí 
— contestó —  pero  entraría  en  el  infierno  como  un 
caballero,  y  es  mejor  que  ir  al  cielo  por  cobarde."' 
Terrible  doctrina. 

En  las  Notas  de  este  libro  y  después  de  contarnos 
su  autor  cómo  acudió  al  director  general  del  Cuerpo 
de  Carabineros  pidiendo  que  le  permitieran  impri- 
mirlo en  la  imprenta  del  Colegio  del  mismo,  y  de 
estampar  las  alentadoras  palabras  que  de  su  jefe  re- 
cibió, dice  que  tuvo  a  última  hora  "una  inspiración 
feliz",  y  fué  acudir  a  mí  para  que  se  lo  prologase. 
"Y  ya  ves,  lector  paciente  — añade — ,  cómo  he  sido  re- 
cibido por  este  ilustre  escritor,  que  pasa  por  ser  un 
puerco-espín." 

¿ Puerco-espín  yo?  ¡Dios  santo!  Me  llaman  puerco- 
espin,  los  que  así  me  llaman,  porque  soy  un  carabine- 
ro de  la  cultura  patria.  En  cuanto  veo  artículo  de 
contrabando  hago  fuego.  Y  hago  fuego  porque  sé 
que  muchos  de  esos  artículos  que  se  nos  quiere  hacer 
pasar  como  producidos  por  ahí  fuera,  de  eso  que 
llaman  la  Europa  europea,  han  sido  fabricados,  no  ya 
en  Reus,  sino  en  Villavieja  o  Aldeanienuda  o  en  el 
Carrascal,  pero  mal  imitando  lo  de  fuera.  Y  aires  de 
fuera,  sí,  todos  los  que  se  quieran,  pero  no  que  se 
nos  traiga  una  vejiga  con  aire  de  la  rebotica  de 
Torremocha  de  Abajo  y  se  nos  quiera  dar  por  aire 


374 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


del  Montblanc.  "Mientras  Cervantes  ha  andado  en 
sus  comisiones  por  tierras  andaluzas  — nos  dice  aquí 
Cueto —  ha  adquirido  Lope  tal  costumbre  de  triun- 
far, que  el  público  le  aplaude  por  ley  de  inercia." 
Aplaudir  por  ley  de  inercia.  ¡  Qué  gráfico  y  qué 
exacto  es  esto !  ¿  Hay  nada  peor  que  el  éxito  ruti- 
nario? ¿Hay  nada  peor  que  el  valor  entendido?  Por 
eso  todo  escritor  que  se  estime  ha  de  aspirar  a  ser 
continuamente  discutido,  a  no  ser  nunca  del  todo  y 
por  todos  aceptado,  a  que  no  le  consagren,  es  decir:  a 
que  no  le  jubilen,  a  vivir  más  que  a  durar  tan  sólo. 
Y  para  esto  no  hay  como  hacer  de  carabinero  de  la 
cultura  y  de  las  letras. 

Y  no  dejarse  sobornar  en  tan  noble  ministerio.  Y 
por  esto,  porque  soy  un  honrado  carabinero  de  la 
cultura  patria  española,  un  probo  funcionario  de 
nuestra  Hacienda  espiritual,  que  no  me  dejo  sobor- 
nar por  halagos,  por  eso  me  tienen  por  puerco-espin. 
¡  Que  me  llamen  carabinero ! 


Salamanca,  25-X-1916. 


PROLOGO  A  LA  TRADUCCION  CASTELLANA 
DEL  LIBRO  DE  GASTON  RIOU  LA  CIUDAD 
DOLIENTE.  DIARIO  DE  UN  SOLDADO  RASO. 
(París,  Ediciones  literarias,  1916.) 


Estamos  convencidos  de  que  lo  más  de  la  literatura 
que  provoca  la  actual  guerra,  literatura  de  ocasión, 
se  hundirá,  luego  de  hecha  la  paz,  en  el  olvido.  No 
puede  ser  de  otro  modo.  Pero  mientras  deje  algo, 
siquiera  materiales  para  que  otros  sobre  ellos  fra- 
güen obras  definitivas,  o  mientras  sostenga  el  ánimo 
y  la  fe  de  los  combatientes,  bastante  ha  servido,  y  es 
injusto  pensar  que  esa  literatura  sea  ociosa  y  haya  de 
pasar  sin  dejar  rastro. 

Claro  está  que  la  historia  de  una  guerra,  la  verda- 
dera historia,  la  creadora  de  valores  históricos  dura- 
deros, la  artística,  es  casi  imposi'ole  escribirla  mien- 
tras la  guerra  dura.  Hay  que  ver  los  hechos  a  distan- 
cia y  alumbrados  por  la  luz  de  sus  resultados  finales. 
Los  soldados  que  toman  parte  en  una  gran  batalla  son 
los  que  menos  suelen  darnos  idea  del  conjunto  de  la 
batalla. 

El  que  estas  líneas  escribe  ha  escrito  el  relato  de 
un  asedio  y  bombardeo :  el  de  su  puel^lo  natal,  de  que 
fué  testigo  teniendo  diez  años ;  pero  lo  escribió  veinte 
años  después.  Sus  recuerdos  de  infancia  eran  como 
una  leyenda  de  albor  que  había  que  revestir. 

Si  vis  me  flere,  dolcndinn  cst  tibi  primnm;  "si  quie- 
res hacerme  llorar,  ha  de  haberte  dolido  antes",  es- 
cribió Horacio,  y  un  autor  de  Estética,  creo  que  Vis- 
cher,  llamaba  la  atención  sobre  el  primnm,  "antes",  y 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


no  que  te  duela  en  el  momento  de  quererme  hacer 
llorar,  añadiendo  que  no  es  la  mano  del  calenturien- 
to la  más  a  propósito  para  describir  la  fiebre.  Y  es 
que  los  gritos  que  el  dolor  arranca  suelen  tener  poco 
de  artísticos  y  no  hacen  llorar.  Y  así  en  esta  guerra, 
los  empeñados  en  ella,  los  que  por  ella  sufren  y  an- 
helan, no  están  en  ánimo  de  describírnosla.  Hundidos 
además  en  la  selva,  ven  a  lo  sumo  los  árboles  que  les 
rodean,  pero  no  la  selva  misma,  como  se  la  verá  des- 
de la  cima  del  monte  del  porvenir. 

De  aquí  que  las  revistas,  y  los  diarios  y  las  publi- 
caciones de  los  países  beligerantes  se  nos  caigan  de 
las  manos  a  los  que  fuera  de  esos  países  los  leemos. 
Cabe  decir  que  lo  más  de  lo  que  sobre  la  guerra  se 
escribe  en  las  naciones  en  lucha  es  de  muy  inferior 
valía  y  de  una  monotonía  desesperante.  Y  bien  pu- 
diera ser  que  el  supremo  historiador  de  esta  guerra 
venga  a  ser  alguno  de  los  niños  que  hoy  asisten,  lle- 
nos del  inconciente  estupor  de  la  incomprensión,  en 
los  países  beligerantes,  a  esta  feroz  contienda  de  sus 
padres,  que  creyendo  comprenderla  tampoco  la  com- 
prenden. 

La  literatura  de  la  guerra  es,  digo,  bastante  me- 
diana en  su  calidad  artística,  y  lo  mejor  acaso  de 
ella,  lo  que  no  quiere  ser  literatura,  algunas  cartas 
de  soldados  escritas  desde  el  frente  de  batalla,  no 
puede  tomarse  sino  como  rapsodias  y  materiales  para 
una  obra  futura.  Y  lo  peor  acaso  suelen  ser  los  relatos 
de  escritores  profesionales,  de  aquellos  escritores  de 
oficio  que  habiendo  tenido  que  ir  a  servir  en  la  gue- 
rra, se  creen  obligados  por  juro  de  profesión  a  con- 
tarnos en  seguida,  sin  dejarlas  madurar  en  el  re- 
cuerdo, sus  impresiones  de  ella.  Son  preferibles  los 
relatos  y  crónicas  de  los  escritores  espectadores,  de 
los  que  van  a  la  guerra  como  corresponsales  de  Pren- 
sa, a  narrárnosla.  Mas  ¿quién  duda  de  que  entre  esos 


OBRAS  COMPLETAS 


377 


materiales  los  hay  más  artísticos  que  otros,  más  su- 
gestivos, más  maduros,  mejor  concebidos? 

En  sus  Memorias  y  relatos  de  la  guerra,  la  Casa 
Hachette  y  C",  de  París,  publicó  el  diario  de  un  sol- 
dado raso  francés  que  formando  parte  de  una  ambu- 
lancia fué  hecho  preso  por  los  alemanes  y  permane- 
ció un  año  en  cautividad.  Es  este  libro,  que,  traducido 
al  castellano,  tienes  ahora,  lector,  en  la  mano. 

Gastón  Riou,  su  autor,  había  escrito  antes  otro; 
Aux  écoufes  de  ki  F ranee  qui  vient;  libro  de  un  fran- 
cés provenzal  y  protestante,  muy  protestante,  pero 
más  francés;  un  libro  lleno  de  sugestiones,  y  en  que 
se  defendía  a  Francia  con  ardor  de  demócrata  y  de 
hugonote,  combatiendo  el  aristocracismo  y  el  impe- 
rialismo. Pero  era  un  libro  de  amplia  comprensión, 
en  que  se  reconocía,  entre  otras  cosas,  al  conde  de 
Mon  por  encima  de  cotarros  católicos  y  protestantes. 

En  aquel  libro  de  1913,  Gastón  Riou  combatía  a 
los  católicos  de  la  extrema  derecha,  a  los  de  la  Action 
Franqaise ,  que  en  el  fondo  no  eran  sino  paganos : 
pero  también  al  anticlericalismo  anticristiano.  Y  se 
revolvía  contra  el  sofisma  que  se  encierra  en  esa 
palabra :  decadencia.  Cuando  todavía  duraban  los 
pobres  diablos  que  nos  venían  repitiendo  el  cómodo 
estribillo  de  la  decadencia  de  los  pueblos  latinos  y 
las  teorías  más  o  menos  etnológicas  de  las  razas  su- 
periores e  inferiores  — y  la  más  positiva  inferioridad 
de  un  pueblo  es  que  se  crea  superior,  porque  eso  le 
impide  superiorizarse  de  veras — ,  Gastón  Riou  se 
revolvía  contra  la  doctrina  sofística  de  que  la  vida  de 
una  nación  sea  de  todo  punto  idéntica  a  la  de  un 
animal  y  tenga,  como  la  de  éste,  su  infancia,  su  viri- 
lidad, su  decrepitud  y  su  muerte,  y  que  al  llegar  un 
pueblo  a  su  vejez  está  condenado  a  muerte. 

Contaba  entonces  Riou  que  hallándose  en  un  sa- 
lón oyó  afirmar  que  Alemania  tiene  treinta  años, 
Inglaterra  cincuenta,  Francia  sesenta  y  España  cien- 


378 


MIGUEL   DE  UNAMÜNO 


to.  Y  luego  se  ponía  Riou  a  defender  a  nuestra 
España  contra  esas  sofisterías  de  que  por  haber  sido 
poderosa  y  rica  y  gloriosa  en  el  siglo  xvi  y  haber 
hecho  entonces  su  agosto,  vaya  a  tener  que  resignarse 
a  la  oscuridad.  "Hoy  — escribía  entonces  Riou,  refi- 
riéndose a  ese  pesimismo  de  los  decadentistas —  el 
sistema  que  ha  tenido  el  honor  de  encarnar  su  des- 
contento es  de  importación  alemana :  es  la  teoría  de  la 
decadencia  de  las  naciones  latinas.  Se  explica  que  lo 
hayan  inventado  los  santones.  Lo  que  se  explica  uno 
menos  es  que  en  su  juventud  hombre  como  Demo- 
lins  en  Francia  y  Ferrero  en  Italia  le  hayan  pres- 
tado acogida.  Aparte  de  que  después  se  hayan  arre- 
pentido de  ello  públicamente.  Pero  aunque  se  hubie- 
sen mantenido  en  su  creencia,  el  despertar  súbito  de 
Italia  y  de  la  España  del  Norte  habrían  mostrado  todo 
lo  que  tiene  de  ridiculamente  caprichosa  esa  lucubra- 
ción del  orgullo  germánico." 

Mucho  más  y  mucho  profético  había  en  aquel  li- 
bro que  en  1913  publicó  Gastón  Riou.  Y  he  aquí 
que  estalla  la  guerra  y  va  a  ella,  sirviendo  en  una 
ambulancia,  y  es  hecho  prisionero  y  pasa  un  año  de 
cautividad  en  una  fortaleza  bávara  y  logra  escapar 
de  ella  y  nos  cuenta  ahora  esa  cautividad.  Porque  este 
su  libro  no  es  propiamente  un  relato  de  campaña, 
sino  unas  memorias  de  cautividad.  Tiene,  pues,  algo 
del  libro  inmortal  de  Silvio  Pellico,  aunque  con  la 
diferencia  que  va  de  un  prisionero  de  guerra  que 
vive  con  muchos  otros,  en  vasta  comunidad,  a  un 
preso  político,  condenado  a  soledad.  Silvio  Pellico 
tuvo  que  hacer  de  cartujo,  de  ermitaño;  Riou  ha  he- 
cho de  trapense.  ¡  Y  cómo  echaba  a  las  veces  de 
menos  la  soledad !  De  lo  mejor  de  este  libro  es  aquel 
capítulo  en  que  nos  dice  lo  que  es  amontonar  hombres 
sin  nada  más  de  común  que  la  bandera  y  sin  que 
gocen  de  soledad.  Echaba  de  menos  la  soledad  del 
claustro  familiar,  con  la  mujer,  que  es  otra  soledad. 


OBRAS    C  O  M  P  L E  T A S 


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Es  este  libro  de  Riou  un  relato  de  cautividad  hen- 
chido de  muy  buena  psicología,  pero  de  psicología 
artística,  instruida  y  sentida,  y  no  de  esa  otra  hórri- 
da quisicosa  a  que  llaman  psicología  científica,  y  que 
fraguan,  a  fuerza  de  estadísticas  experimentales,  unos 
hombres  sin  alma  en  unos  llamados  laboratorios,  de 
donde  salen  luego  las  vaciedades  de  los  braquimore- 
nos  y  los  dólicorrubios  y  las  razas  superiores  e  in- 
feriores y  demás  paparruchas  socio-antropológicas  de 
la  pedantería  de  manadero  tudesco. 

Este  libro  se  abre  por  unas  interesantísimas  re- 
membranzas de  otro  viaje  que  Riou  hizo,  antes  de 
estallar  la  guerra,  por  Alemania,  y  en  que  pudo  apre- 
ciar la  idea  que  entonces  se  tenía  en  ella,  o  se  decía 
tener,  de  Francia.  Esa  idea  de  la  Francia  que  el  mis- 
mo Riou  había  combatido  en  su  otro  libro,  el  de  1913, 
la  Francia  del  desencanto  y  del  decadentismo,  y  la 
del  imperialismo  también.  Y  es  que  fuera  de  Francia 
se  conocía,  no  a  la  Francia  de  los  franceses  que  ca- 
llaban y  sentían  y  trabajaban  y  esperaban,  sino  a  la 
de  los  escritores.  La  falsa  idea  de  Francia  nos  la  ha- 
bían dado  los  franceses. 

Aquí  veréis  cómo  se  le  presentaban  entonces  a 
Riou  los  alemanes,  sus  amigos,  como  gente  pacífica 
y  pacifista.  Y  sin  embargo,  esperando  haberse  hecho 
dueños  del  mundo  pacíficamente,  sin  disparar  un 
tiro,  por  su  tenacidad,  y  su  laboriosidad,  y  su  pacien- 
cia, y  sus  virtudes  de  hormiguero,  de  pueblo  econó- 
mico y  apolítico,  han  desencadenado  la  guerra.  Por- 
que son  ellos  los  que  la  han  desencadenado  y  nada 
más,  en  rigor,  que  por  petulancia,  por  orgullo,  por 
megalomanía,  por  pedantería  y  por  servilismo  a  una 
casta  feudal  dominante. 

Fijaos  en  lo  que  Riou  dice  que  le  contó  Moritz  von 
Bethmann,  primo  del  canciller,  y  cómo  creían  en  una 
Francia  reaccionaria  y  medieval.  Toda  aquella  juveti- 
tud  liberal  alemana  creía,  al  decir  de  Riou,  en  la  mi- 


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MIGUEL    DE  UNAMUNO 


sión  de  Alemania ;  pero  en  una  misión  pacífica.  Lo 
que  hay  es  que  al  ver  que  pacíficamente  no  lograban 
que  los  demás  reconocieran  la  pretendida  superiori- 
dad germánica  — cosa  que  hoy  apenas  reconocen  más 
que  nuestros  aturcados  trogloditas  españoles,  perfec- 
tamente ignorantes  de  lo  que  Alemania  es  y  signifi- 
ca—  y  se  les  rindieran,  se  dejaron  llevar  a  la  violen- 
cia por  una  infantil  megalomanía. 

Riou  se  pregunta  si  le  eran  sinceros  cuando  le  ha- 
blaban de  paz  mientras  la  casta  gobernante  preparaba 
la  guerra.  Yo  creo  que  Riou,  en  el  fondo  muy  afecto 
al  pueblo  alemán,  creyó  demasiado  entonces  en  su 
sinceridad,  sin  ver  la  duplicidad  del  niño  colectivo. 

"No  se  alcanza  tal  fin  sin  guerra",  escribe  muy 
justamente  Riou.  Y  así  es.  No  cabe  sin  guerra  que 
un  pueblo  obligue  a  los  demás  a  que  se  le  rindan,  a 
que  acepten  su  hegemonía,  a  que  le  reconozcan,  in- 
trínsecamente, su  pretendida  superioridad.  Uno  más 
fuerte  que  yo,  podrá  abatirme,  podrá  derribarme  a 
tierra ;  pero  ni  aun  poniéndome  los  pies  calzados  de 
botas  de  montar  y  con  espuelas  sobre  el  pecho  podrá 
obligarme  a  confesar,  si  no  lo  siento,  que  es  supe- 
rior a  mí.  Pero  se  trata  de  conseguirlo  con  la  guerra, 
sobre  todo  cuando  se  tiene  la  idea  de  que  el  vencido 
queda  abyecto.  "La  Historia  la  escribe  el  v^encedor", 
dijo  von  der  Golz,  maestro  de  barbarie. 

Por  lo  demás,  ya  se  sabe  la  consigna  germánica, 
la  que  todos  los  alemanes  — por  lo  menos,  a  los  que 
he  oído —  repiten  maquinalmente  y  como  una  lección 
oficial  aprendida  de  memoria,  y  que  ni  se  indignan, 
¡  no !,  de  que  no  la  admitamos  los  demás.  ¡  Somos  tan 
torpes!,  ¡tan  poco  inteligentes!,  ¡estamos  tan  mal  in- 
formados y  tan  obcecados!,  ¡nos  tiene  tan  seducidos 
la  pérfida  Inglaterra!,  ¡nos  empeñamos  con  tal  ahinco 
en  no  ver  la  verdad,  o  acaso  en  mentir !.  Porque  ya  se 
sabe  que  los  que  no  nos  rendimos  a  su  explicación  del 
origen  de  la  guerra  — una  guerra  defensiva  de  su  par- 


OBRAS  COMPLETAS 


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te,  ¡  claro  está !,  sobre  todo  ahora  que  no  ven  ya  tan 
bien  la  cosa —  es  que  somos  ignorantes  o  tontos.  No 
es  posible  que  un  alemán  se  equivoque,  sobre  todo 
cuando  sus  infalibles  autoridades  oficiales  le  ilustran, 
y  menos  posible  que  falte  a  la  verdad.  Somos  nosotros 
los  que  somos  tan  torpes  y  cie.sfos  que  no  nos  dejamos 
civilizar  por  ellos;  somos  nosotros  los  que  estamos 
llenando  al  mundo  de  mentiras,  los  que  por  envidias 
y  malas  pasiones  nos  empeñamos  en  calumniarlos.  Y 
la  verdad  oficial  germánica,  es  decir,  la  verdad  meta- 
física y  divina  —porque  no  hay  más  vicario  infalible 
de  Dios  sobre  la  tierra  que  el  Káiser — ,  la  verdad  di- 
vina, es  decir,  germánica,  es  que  esta  guerra  la  han 
provocado  Rusia,  Francia  y  sobre  todo  Inglaterra, 
que  Alemania  fué  la  agredida  y  no  la  agresora,  y 
que  la  agredieron  después  de  una  larga  preparación 
para  ello,  como  se  ha  visto  muy  claro  después,  por 
envidia  y  nada  más  que  por  envidia.  Todos  los  pue- 
blos envidiaban  al  pueblo  alemán,  al  pueblo  modelo, 
escogido  por  Dios  para  domeñar  y  civilizar  y  orga- 
nizar al  mundo,  al  pueblo  de  héroes  natos,  ya  que 
todo  alemán  es,  según  Treitschke,  un  héroe  nato,  ein 
geborener  Held.  Los  que  ya  antes  de  la  guerra  de- 
nunciamos el  peligro  de  la  Kultiir  y  su  insoportable 
pedantería,  estábamos  movidos  por  la  envidia.  Yo, 
por  ejemplo,  estaría  rabioso  al  tener  que  ser  español 
y  no  poder  ser  alemán.  Aunque  no  faltaban  quienes, 
como  Riou,  simpatizaban  con  ese  pueblo. 

Los  jóvenes  liberales  tudescos  que  le  dieron  a 
Riou  las  seguridades  que  nos  cuenta  de  sus  senti- 
mientos pacíficos  eran  de  la  madera  de  algunos  de 
aquellos  profesores  firmantes  del  vergonzoso  mani- 
fiesto de  los  93.  También  estos  siervos  del  Estado 
creerían  antes  de  estallar  la  guerra  que  se  les  iban 
a  cumplir  en  paz  sus  ensueños  de  dominación.  ¡  Qué 
razón  tenía  Riou  en  lo  que  nos  cuenta  que  le  dijo 
al  socialista  de  Munich !  El  que  quiere  la  hegemonía. 


M  1  Lr  U  n        un    U  i\  A  M  U  ly  U 


quiere  la  guerra,  por  muchas  protestas  de  amor  a  la 
paz  que  haga ;  el  que  pretende,  cegado  por  el  orgullo, 
ser  reconocido  superior  a  los  demás,  acaba  siempre 
apelando  a  la  violencia  cuando  se  siente  más  fuerte, 
y  es  que  llega  un  momento  en  que  se  irrita  de  que  los 
demás  no  le  reconozcan  su  superioridad,  que  estima 
axiomática.  Y  el  orgullo  colectivo  es  peor  que  el 
individual,  pues  hace  que  el  más  torpe  del  pueblo  su- 
perior, o  supuesto  tal,  se  crea  él  superior  al  más  inte- 
ligente y  más  culto  del  pueblo  tenido  por  inferior. 

¡  Qué  bien  está  todo  lo  que  Riou  le  decia  al  socia- 
lista muniqués !  Es  un  grave  peligro  que  tenga  que 
sufrir  una  derrota  un  pueblo  no  preparado  para  ella, 
porque  da  luego  en  rebajarse  y  menospreciarse.  Esto 
lo  sabemos  bien  los  españoles.  Luego  que  Alemania 
haya  sucumbido  al  peso  de  sus  victorias,  ¿  no  darán 
los  alemanes  en  confesarse  inferiores,  como  hemos 
dado  nosotros,  los  españoles,  luego  de  hundida  nues- 
tra hegemonía  política  y  militar  del  siglo  xvi  ? 

"¡  Votamos  la  guerra  a  los  tiranos  y  la  paz  a  los 
pueblos!",  dijo  Riou  al  socialista  muniqués.  E  In- 
glaterra, el  país  de  la  civilidad  por  excelencia,  se  ha 
visto  en  la  necesidad  de  votar  el  servicio  militar 
obligatorio  para  salvar  la  libertad  civil  del  mundo,  la 
civilidad,  la  civilización. 

Riou  ha  sido  un  desengañado  por  la  guerra.  Leed 
lo  que  dice  del  bajo  pueblo  alemán,  de  le  pctit  pen- 
ple,  del  sencillo  pueblo  de  los  campos,  tal  como  pudo 
observarlo  durante  su  cautividad,  y  de  su  actitud  fren- 
te a  la  guerra.  Pocas  veces  habrá  hecho  un  hombre, 
y  aquí  un  hombre  cautivo,  un  esfuerzo  mayor  para 
juzgar  sin  ira,  serenamente,  al  enemigo. 

Este  relato  de  cautividad  es  un  relato  de  una  ins- 
piración profundamente  pacifista.  Es  una  obra  hecha 
para  preparar  una  buena  paz,  a  la  vez  que  estimula 
a  proseguir  hasta  la  victoria  una  buena  guerra.  Na- 
die podrá  decir  que  Riou  calumnia  al  pueblo  alemán, 


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383 


al  que  hemos  dado  en  figurarnos  como  el  inocentón  y 
apacible  y  sumiso  Mig-uel,  harto  de  salchichas  y  de 
cerveza,  y  que  llora  lágrimas  de  ésta  al  cantar  algún 
romántico  licd  junto  a  su  Margaritilla. 

Este  buen  pueblo,  como  es  sumiso,  hace  el  papel 
que  le  ordenan,  y  ahora  hace  de  ejército.  Y  si  le 
mandan  ejecutar  atropellos  con  los  indefensos  bel- 
gas, los  ejecutan.  Hay  que  obedecer  la  consigna.  El,  el 
buen  pueblo,  obedece  a  los  que  mandan,  sin  discutir 
sus  órdenes,  y  los  que  le  mandan  obedecen,  dicen 
ellos,  a  la  dura  ley  de  la  necesidad.  ¡  Dicen  que  han 
de  defenderse  los  pobres !  Y  así  es  como  se  da  el 
tipo  del  militar  profesional  y  ordenancista,  para  quien 
la  dureza  es  un  deber  del  cargo,  de  que  hay  tipos  tan 
bien  trazados  en  este  relato  de  un  soldado  raso.  Son 
ejemplares  del  hombre  alemán,  del  homo  germani- 
ciis,  deformados  por  el  oficio  militar.  Y  ya  dijo  un 
economista  alemán,  creo  que  Adolfo  Wagner,  que  la 
guerra  era  la  principal  industria  nacional  de  Prusia. 

Frente  a  esos  hombres  se  ve  en  el  autor  de  este 
relato,  en  Riou,  a  un  hombre  civil,  hondamente  civil, 
de  arraigado  espíritu  religioso,  que  sacrifica  a  la 
unión  sagrada  francesa  sus  nobles  pasiones  de  otro 
tiempo,  y  que  trata  de  ver  en  el  pueblo  en  que  estuvo 
preso,  un  pueblo  donde  antaño  aprendió  y  vivió  ho- 
ras de  intensa  vida  y  con  el  cual  un  día  tendrán  que 
volver  sus  enemigos  de  hoy  a  entenderse  de  un  modo 
o  de  otro.  Riou  espera  aún  en  el  sencillo  pueblo  bajo 
alemán,  y  ¡  Dios  quiera  que  no  se  equivoque !  Pero  es 
de  temer  que  este  francés,  sencillo  y  confiado,  de  co- 
razón abierto  y  libre  de  odios,  que  este  francés  anhe- 
loso de  ver  lo  mejor  de  su  enemigo,  que  este  fran- 
cés sin  ira  y  sin  doblez  que  es  Riou,  sufra  un  nuevo 
desengaño. 

Salamanca,  noviembre  1916. 


PROLOGO  A  LA  OBRA  DE  R.  TURRO,  ORI- 
GENES DEL  CONOCIMIENTO  {EL  HAMBRE). 
Madrid,  Publicaciones  Atenea,  1921,  415  págs. 


Cuando  leí  este  libro  en  su  edición  francesa  (pues 
fué  publicado  en  alemán  y  en  francés  antes  que  en 
lengua  castellana,  en  que  fué  escrito),  llamóme  la 
atención  la  coincidencia  de  ciertas  ideas  psicológicas 
en  él  predominantes,  con  las  que  de  antiguo  profeso 
y  que  en  parte  he  expuesto  en  alguno  de  mis  libros. 
La  principal  es  la  que  con  frase  sintética  — y  por  tal 
expuesta  a  ser  mal  entendida —  se  expresa  diciendo 
que  el  mundo  externo  de  la  sensibilidad  nos  es  reve- 
lado por  el  hambre,  o  es  obra  del  hambre,  en  cuanto 
conocimiento.  Del  hambre,  que  es  individual,  y  del 
amor,  que  es  hambre  de  la  especie,  aunque  éste  no 
aparece  sino  luego  con  la  pubertad ;  en  sus  orígenes 
individuales,  el  conocimiento  es  hijo  del  hambre.  Bien 
que  acaso  el  conocimiento  es  producto  social  e  im- 
plica trato  y  comercio  entre  unos  y  otros  hombres. 
Al  niño  le  descubren  la  realidad  los  padres,  y  hay 
por  otra  parte,  una  pubertad  de  inteligencia. 

El  doctor  Turró  ante  todo  y  sobre  todo  es  un 
biólogo,  y  ha  ido  de  la  biología  a  la  psicología.  Todo 
este  ensayo  sobre  los  orígenes  del  conocimiento  ha 
partido  de  un  trabajo  muy  especializado;  de  una  mo- 
nografía sobre  el  origen  fisiológico  del  hambre  y  la 
naturaleza  de  su  sensación.  Una  doctrina  de  origen 
experimental,  acerca  del  carácter  de  las  sensaciones 
tróficas,  de  cómo  hay  hambre  de  unas  y  otras  sustan- 
cias químicas,  de  cómo  el  organismo  apetece  aquellas 


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385 


que  necesita  o  sus  sustitutivos  y  no  otras,  le  ha  llevado 
a  estudiar  cómo  ese  organismo,  guiado  por  su  ne- 
cesidad especificada,  llega  a  distinguir  unas  de  otras 
sustancias;  es  decir,  a  conocerlas. 

El  sujeto  que  conoce  o  percibe  es  el  que  come; 
Edo,  ergo  siini;  "como,  luego  soy"  podría  decirse.  La 
sensibilidad  trófica  comienza  por  considerar  las  im- 
presiones como  signo  de  la  cosa  que  nutre.  Diferen- 
ciar las  imágenes  es  buscar  a  qué  diferencias  tróficas 
corresponden.  Yo  recuerdo  haber  dicho  en  alguna 
parte  que  agua,  HgO,  es  la  que  quita  la  sed. 

Pero  téngase  en  cuenta  que  la  tesis  de  este  libro 
es  una  tesis  de  psicología  más  que  de  lo  llamado 
teoría  del  conocimiento.  Sea  cual  fuere  en  sí  la  rea- 
lidad externa,  si  es  que  tiene  sentido  claro  eso  de  la 
realidad  en  sí,  ya  que  la  realidad  no  puede  ser  sino 
en  nosotros  los  que  la  pensamos,  se  trata  de  saber 
cómo  llegamos  al  conocimiento  de  ello.  Sea  lo  que 
fuere  el  algo  externo  que  produce  nuestras  sensacio- 
nes, el  doctor  Turró  se  propone  averiguar  cómo  sa- 
bemos que  hay  algo,  reconociendo  que  el  problema 
metafísico  subsistirá  mientras  haya  hombres  superio- 
res, y  a  él  mismo,  que  es  un  hombre  superior,  le  ha 
preocupado  y  aun  torturado,  de  seguro,  ese  proble- 
ma. Sin  que  falten  en  esta  obra  sugestiones  sobre  él. 

No  es  cosa  de  que  yo  aquí,  en  un  prólogo,  vaya  a 
dar  un  resumen  y  como  programa  del  libro  éste  que 
va  a  leer  el  lector  de  mi  prólogo,  siendo,  sobre  todo, 
como  es  el  libro  mismo,  tan  resumido  y  programático. 
Voy  sólo  a  permitirme,  a  modo  de  comentario  a  él, 
algunas  de  las  sugestiones  que  le  debo,  por  si  ellas 
ayudan  a  otras  sugestiones  del  lector. 

Al  leer  este  libro  lo  que  más  recordé  fué  aquellas 
discusiones  entre  nativistas  y  empiristas  respecto  al 
origen  de  la  percepción  del  espacio,  y  luego  de  las 
nociones  de  causa,  sustancia,  fuerza,  etc.  En  las  doc- 
trinas del  nativismo,  y  aun  en  gran  parte  en  las  del 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


empirismo,  la  explicación  era  en  el  fondo  lo  que  po- 
dríamos llamar  mecánica,  mejor  aún  geométrica, 
cuantitativa,  a  lo  sumo  posicional.  Reducíase  todo  a 
discriminar  diferencias  de  posición,  de  figura,  de  can- 
tidad. Lo  íntimo  de  la  realidad,  lo  cualitativo,  que- 
daba fuera.  Así  es  que  el  tacto  y  la  vista,  sentidos 
más  propiamente  geométricos,  pasaban  por  los  más 
instructivos.  Pero  al  hacer  el  hambre,  a  la  sensación 
trófica,  la  reveladora  primera  de  las  diferencias  sus- 
tanciales de  los  objetos,  y  de  la  sustancia  misma,  se 
pone  de  relieve  el  valor  todo  conocitivo  del  qui- 
mismo,  de  la  íntima  constitución  de  los  cuerpos.  La 
discriminación  que  podríamos  llamar  química  — la 
que  distingue  al  gusto,  v.  gr.,  el  azúcar,  de  la  sal — 
es  algo  que  penetra  en  las  entrañas  de  la  realidad, 
en  su  sustancialidad,  más  que  la  discriminación  de 
la  forma.  A  la  vista,  un  terrón  de  sal  puede  llegar 
a  confundirse  con  uno  de  azúcar,  e  inducirnos  a 
error. 

La  noción  de  sustancia  cabía  decir  que  es  psico- 
lógicamente de  origen  químico.  El  quimismo  de  un 
objeto  es  el  que  nos  revela  lo  más  íntimo  de  él,  su 
sustancia,  y  ese  quimismo  nos  revela,  por  el  sentido 
trófico,  primero,  lo  que  de  la  realidad  nos  falta.  La 
primera  sensación  oscura,  de  que  brota  luego  la  per- 
cepción sensitiva,  es  sensación  de  falta,  de  que  care- 
cemos de  algo,  de  una  parte  de  nuestra  normal  sus- 
tancia química.  La  sensibilidad  trófica,  dice  el  señor 
Turró,  nos  acusa  como  ausente  lo  que  la  imagen 
acusa  como  presente.  El  niño  conoce,  al  empezar  a 
conocer,  lo  que  necesita  para  vivir.  El  conocimiento 
es  esencialmente  teleológico  o  finalista,  aunque  acabe 
en  conocimiento  puro  y  en  conocer  por  conocer,  por 
la  satisfacción  del  conocimiento  mismo. 

Lo  que  se  conoce  es  algo  más  que  una  forma  aun- 
que no  más  que  un  fenómeno  — pues  es  frecuente 
confundir  lo  fenoménico  con  lo  puramente  formal — 


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387 


lo  que  se  conoce,  lo  que  se  ve  y  se  toca  y  se  puede 
comer  o  nos  ayuda  a  comer,  lo  que  de  un  modo  o  de 
otro  nos  hace  vivir,  es  más  que  una  visión  o  un 
espectáculo;  es  una  sustancia  química,  como  es  sus- 
tancia química  el  cuerpo  en  que  vivimos  y  cuya  ce- 
nestesía  — la  íntima  sensación  de  él —  es  la  base  or- 
gánica de  la  conciencia  de  nuestro  yo. 

Acaso  la  especial  sensación  íntima  del  yo,  la  sen- 
sación de  si  mismo,  base  del  conocimiento  de  si,  va 
ligada  al  quimismo  de  nuestro  ambiente  interior  fisio- 
lógico, que  es  la  sangre.  Hay  motivos  para  creer  que 
las  enfermedades  de  la  personalidad,  las  alternancias, 
v.  gr.,  de  dos  conocimientos  como  de  dos  personas  di- 
ferentes, van  unidas  a  cambio  del  quimismo  de  la 
sangre,  y  es  sabido  cómo  una  infección,  un  proceso 
febril,  altera  el  sentimiento  y  hasta  el  conocimiento 
de  la  propia  personalidad  llevándonos  a  olvidarnos, 
de  quienes  somos  o  a  creernos  otros,  y  es  que  las  al- 
ternancias químicas  son  sin  duda  más  profundas  y 
por  decirlo  así,  más  sustanciales  que  las  morfológicas, 
aun  de  la  menuda  morfología  histológica. 

Las  explicaciones  genéticas  del  conocimiento  de  la 
forma  externa  eran  de  inspiración,  como  dije,  geomé- 
trica, o  a  lo  más  mecánica  — esta  inspiración  que  ha 
producido  la  explicación  atomística  y  cuantitativa  a 
la  vez  que  figurativa  del  mundo — ,  mientras  que  esta 
nueva  explicación  por  la  sensibilidad  trófica  se  nos 
aparece  como  de  inspiración  química  y  más  genui- 
namente  biológica.  Geométricamente  cabe  construir 
la  noción  del  espacio,  que  no  es_  sino  forma ;  la  de 
fuerza  se  construye  por  la  sensación  de  esfuerzo,  la 
noción  del  esfuerzo,  pero  la  de  sustancia  es  de  difi- 
cil  construcción  psicológica,  no  siendo  por  lo  que  po- 
dríamos llamar  la  sensación  química  que  nos  da  el 
hambre,  y  así  podríamos  decir  qué  sustancia  es  primi- 
tivamente, en  los  orígenes  de  nuestro  conocimiento,  lo 
que  nos  falta,  el  cuerpo  químico  • — -lo  que  excluye 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


forma  y  fig'ura —  que  nos  falta ;  la  sed  nos  revela  la 
constitución  química  del  a^ua,  su  sustancialidad  fe- 
noménica. 

"Cuando  nos  preg-untamos  lo  que  queremos  mani- 
festar concretamente  por  la  palabra  causa  ■ — escribe 
el  doctor  Turró — ■  no  tardamos  en  descubrir  que  de 
la  experiencia  motriz  nace  el  conocimiento  de  que  lo 
real  que  nos  falta  es  conocido  por  medio  de  signos 
sensoriales ;  lo  real  exterior  es  conocido  también  por 
esos  signos,  cuando,  por  medio  del  conocimiento,  ob- 
servamos que  la  misma  cosa  que  calma  el  hambre 
determina  esos  signos."  Serta  interesante  a  partir  de 
esta  doctrina,  determinar  las  relaciones  entre  las  dos 
sensaciones,  una  química  y  otra  mecánica,  si  puedo 
expresarme  así,  de  que  nacen  las  nociones  de  sustan- 
cia y  de  causa.  Las  explicaciones  genéticas  que  se  han 
dado  del  origen  psicológico  de  la  noción  de  causa 
— sea  lo  que  fuere  ésta  y  aparte  de  su  valoración  en  la 
teoría  del  conocimiento,  o  sea  en  metafísica —  son  ex- 
plicaciones mecánicas,  aun  la  misma  de  Hume,  aun- 
que no  lo  parezca,  y  de  la  noción  de  causa  se  ha 
derivado  la  de  sustancia,  pues  sustancias  son  las  cau- 
sas externas  de  nuestras  sensaciones.  Pero  la  expe- 
riencia trófica,  al  revelarnos  lo  real  que  nos  falta,  nos 
revela  una  realidad  química,  no  mecánica,  una  sus- 
tancia no  limitada  en  espacio  ni  determinada  en  figura, 
sino  en  íntima  constitución  cualitativa;  es  decir,  nos 
revela  la  sustancia,  y  esta  sustancia  es  causa  de  que 
se  satisfaga  nuestra  falta,  o  más  concretamente,  de 
que  se  calme  nuestra  hambre  específica,  y  al  calmár- 
nosla se  presenta  esa  sustancia  determinada  en  for- 
ma especial  y  en  figura  y  en  cantidad ;  es  decir,  como 
causa. 

Quiere  decirse  que  nuestra  íntima  sustancia  espe- 
cífica, nuestras  entrañas,  lo  que  es  la  base  de  nues- 
tra conciencia  de  personalidad  y  de  personalidad  de 
conciencia,  nos  revela  la  sustancia  específica  de  los 


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objetos  externos,  que  entraña  lo  que  podríamos  lla- 
mar con  una  atrevida  metáfora,  su  personalidad.  ¿  Y 
por  qué  no?  Después  de  todo,  lo  que  llamamos  la 
sustancialidad  de  lo  real  externo,  no  es  sino  la  pro- 
yección a  los  objetos  externos  del  sentimiento  de  nues- 
tra propia  existencia  personal.  Sentirme  yo  ser  algo 
sustancial  es  lo  que  me  lleva  a  creer  que  los  objetos 
exteriores  que  alimenta  la  sustancia  de  mi  cuerpo 
son  también  sustancias,  y  he  aquí  cómo  el  hambre 
nos  enseña  la  sustancialidad ;  es  decir,  la  realidad  de 
la  representación  del  mundo  exterior. 

Mas  entiéndase  bien  que  la  sustancia  así  explicada 
no  sale  de  lo  fenoménico.  La  inteligencia,  dice  el 
doctor  Turró,  es  un  fenómeno.  ¿  Y  qué  no  lo  es  ?  El 
mismo  número  kantiano  no  pasa  de  ser  un  fenóme- 
no... intelectivo,  un  concepto.  No  hay  más  realidad 
íntima,  trascendental,  que  la  fenoménica.  Nuestra 
más  íntima  realidad  es  que  nos  sentimos  y  nos  co- 
nocemos — hay  un  sentimiento  del  conocer —  siendo. 
Lo  más  trascendental  es  lo  inmanente. 

Pero  no  es  sólo  el  hambre  lo  que  nos  revela  el 
mundo;  es  también  el  amor,  como  dije,  y  es  toda 
actividad.  Vivir  no  es  sólo  nutrirse  y  reproducirse; 
vivir  es  obra,  es  ejercitarse,  es  producirse  un  sujeto. 
El  juego  mismo  nos  es  tan  esencial  como  el  alimen- 
tarnos, y  si  el  pequeño  animal  siente  hambre  y  sed, 
siente  también  necesidad  de  desplegar  sus  energías, 
de  darles  libre  curso,  y  el  mundo  exterior  resulta,  en 
cierto  modo,  extensión  de  nuestro  cuerpo  para  nues- 
tra conciencia  que  encarna  en  él.  Los  instrumentos 
de  que  el  hombre  se  sirve  son  prolongación  de  su  or- 
ganismo, y  todo  el  mundo  sensible  es  cuerpo  de  nues- 
tra conciencia.  Si  atribuimos  a  un  lugar  de  la  peri- 
feria de  nuestro  cuerpo  una  sensación  experimenta- 
da en  un  punto  de  nuestro  cerebro,  también  sentimos 
en  el  extremo  de  un  palo  y  no  en  la  mano  con  que 
lo  empuñamos  la  sensación  de  duro  o  blando  del  ob- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


jeto  que  con  el  palo  tocamos.  Que  no  es  en  rigor  que 
nuestra  conciencia  objetive  las  sensaciones  internas 
de  nuestro  cuerpo,  sino  que  todo  el  mundo  exterior 
sensible  es,  en  cierto  modo,  cuerpo  de  nuestra  con- 
ciencia, y  de  la  existencia  real  objetiva  de  un  árbol 
al  que  tengo  delante  y  al  que  veo  y  puedo  tocar,  no 
cabe  dudar  más  que  de  la  existencia  real  objetiva  de 
la  propia  mano  con  que  lo  toco  o  de  los  ojos  con 
que  lo  veo,  y  por  este  proceso  aquí  bosquejado,  la 
sensación  de  mi  propia  composición  íntima  química, 
mi  cenestesia  biológica,  me  da  el  valor  de  la  íntima 
composición  química  de  los  objetos  exteriores,  de  su 
sustancialidad,  y  la  facultad  de  poder,  mediante  el 
hambre  específica,  especificarlos ;  es  decir,  distinguir- 
los, y  asociando  sus  diferencias  químicas  o  sustan- 
ciales, a  diferencias  formales,  mediante  signos  y  por 
la  sensación  motriz,  conocerlos  como  tal  objeto  y  no 
otro. 

"Conocer  — dice  el  doctor  Turró —  es  preestablecer 
una  relación  entre  un  efecto  orgánico,  sensorial  o 
trófico,  y  lo  que  determina;  así  es  como  sabemos  que 
lo  real  existe  y  que  obra  como  causa.  Y  antes  de 
esto :  sabemos  que  lo  real  existe  como  algo  porque 
nos  alimenta."  En  rigor,  resulta  un  círculo  vicioso 
toda  la  definición  que  se  quiera  dar  del  conocimiento, 
siendo  como  es  el  conocimiento  definición.  Pretender 
definir  el  conocimiento  es  pretender  definir  la  defini- 
ción, y  algo  así  es  como  buscar  la  causa  de  la  causa, 
la  sustancia  de  la  sustancia  o  la  realidad  de  la  rea- 
lidad. El  hambre  misma,  en  cuanto  nos  damos  cuen- 
ta de  ella,  es  un  conocimiento ;  sabemos  o  conocemos 
que  tenemos  hambre,  y  acaso  la  conciencia  nace  así, 
por  la  conciencia  del  hambre,  y  es  conciencia  de  una 
carencia,  y  lo  que  nos  falta  es  de  la  naturaleza  misma 
de  lo  que  tenemos ;  lo  de  fuera  es  como  lo  de  dentro. 

Y  véase  cómo  de  las  ideas  que  me  han  sugerido  las 
doctrinas  psicológicas  del  doctor  Turró  se  llega  a  un 


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profundo  realismo,  o  a  lo  que  yo  llamaría  un  fenome- 
nalismo sustancialista.  "Cuando  nos  preguntamos  qué 
es  lo  real  — escribe  él — ,  independientemente  de  los 
efectos  que  causa  o  puede  causar  sobre  nosotros,  no 
planteamos  una  cuestión  que  no  traspasa  los  límites 
del  conocimiento,  sino  una  cuestión  que  está  en  con- 
tradicción con  la  naturaleza  misma  del  conocimien- 
to." Y  así  es.  Lo  real  es  lo  que  nos  hace  vivir,  y 
tan  real,  por  lo  tanto,  como  sea  nuestra  vida  íntima. 

"La  vida  es  sueño",  dijo  nuestro  Calderón,  y  Sha- 
kespeare, ahondando  más,  que  estamos  hechos  de  la 
misma  sustancia  que  nuestros  sueños  — such  stuff  as 
dreams  are  made  of — .  pero  el  hombre  no  sólo  sueña, 
sino  que  come  y  bebe  — aunque  sea  que  sueñe  comer 
y  beber — ,  y  estamos  hechos  de  la  misma  sustancia 
de  que  están  hechas  Jas  cosas  de  que  nos  alimenta- 
mos o  ellas  están  hechas  de  la  misma  que  nosotros, 
y  es  nuestro  organismo  la  garantía  de  la  existencia 
del  mundo  exterior.  O  mejor,  nuestro  propio  orga- 
nismo es  un  mundo  exterior  a  nuestra  conciencia. 
¿Exterior?  Y  si  Stuart  Mili  enseñó  que  la  materia,  o 
sea  la  sustancia  de  la  realidad  exterior  sensible  — y 
ello  es  un  concepto  o  sea  un  fenómeno  puramente 
intelectivo —  no  es  más  que  la  posibilidad  permanen- 
te de  sensaciones,  tampoco  el  espíritu,  la  sustancia  de 
nuestra  conciencia,  es  otra  cosa  que  posibilidad  per- 
manente de  sensaciones  y  de  percepciones  y  de  con- 
ceptos, y  ambos,  materia  y  espíritu,  sustancia  del  ob- 
jeto y  sustancia  del  sujeto,  una  misma  cosa,  como 
una  misma  cosa  es  la  sustancia  de  nuestro  organismo 
y  la  de  los  organismos  de  que  se  nutre. 

En  las  notas  algo  deshilvanadas  que  constituyen 
este  prólogo  a  obra  tan  ricamente  sugestiva  del  doctor 
Turró,  que  tanto  me  ha  enseñado,  no  he  querido  otra 
cosa  que  mostrar  al  lector  las  ulteriores  derivaciones 
filosóficas  que  de  ella  cabe  sacar,  sin  que  yo  preten- 
da, por  otra  parte,  que  sean  las  que  el  mismo  señor 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Turró  saque  de  ellas.  Cuando  un  autor  entrega  una 
obra  al  público,  esa  obra  es  ya  del  público,  y  todos 
y  cada  uno  de  sus  lectores  tienen  perfecto  derecho 
a  interpretarla  a  su  modo.  He  sostenido,  comentan- 
do el  Quijote,  que  lo  importante  no  es  lo  que  Cer- 
vantes quiso  decir  con  él,  sino  lo  que  en  él  ve  y  aun 
crea  cada  uno,  y  si  para  mí  tiene  un  valor  este  libro 
del  doctor  Turró  es  por  ser  capaz,  capacísimo,  de 
sugerir  interpretaciones  filosóficas  como  la  que  aquí 
acabo  de  esbozar. 

Ojalá  este  libro  contribuya  a  cierto  vago  despertar 
de  la  curiosidad  filosófica,  y  con  ella  de  la  aptitud 
para  filosofar,  que  dicen  que  empieza  a  notarse  en 
nuestra  España.  La  aptitud  genuinamente  fildsór 
fica  siempre  fué  escasa  y  pobre  en  nuestra  patria, 
aquejada  de  un  espíritu  muy  estrechamente  pragma- 
ticista,  y  fué  Menéndez  y  Pelayo  quien  queriendo 
convencernos  de  que  había  habido  filosofía  españo- 
la nos  probó  lo  contrario.  El  tan  mentado  realismo 
español,  que  apenas  pasó  del  realismo  vulgar  o  pre- 
filosófico,  si  creó  una  literatura,  no  creó  una  verda- 
dera filosofía,  pero  ahora  dicen  que  vamos  camino 
de  ello. 

El  doctor  Turró,  por  una  concepción  profunda- 
mente pragmatista  — pero  de  pragmatismo  filosófi- 
co— ,  nos  lleva  a  una  interpretación  realista  del  co- 
nocimiento. Es  el  doctor  Turró  catalán,  de  la  tierra 
misma  que  nos  dió  a  Balmes  y  a  Llorens,  heraldos 
en  su  tiempo  de  una  filosofía  de  sentido  común,  algo 
a  la  escocesa,  pero  de  vuelo  cobarde  y  rastrero.  Aque- 
lla filosofía  catalana  era  muy  terre  a  terre,  que  se  di- 
ría en  francés,  muy  pegada  al  suelo.  Mas  Turró  ha 
tenido  el  acierto  de  meterse  bajo  el  suelo,  de  ente- 
rrarse, digámoslo  así,  en  el  suelo  de  la  realidad,  de 
zahondar  en  su  sustancialidad,  y  así,  en  fuerza  de 
terrenalidad,  de  realismo,  analizando  el  hambre  crea- 
dora del  conocimiento,  ha  llegado  a  una  interpreta- 


OBRAS  COMPLETAS 


393 


ción  del  origen  psicológico  de  éste,  del  conocimiento, 
que  abre  perspectivas  filosóficas  que  aquéllos  no  al- 
canzaron. Y  es  que.  ahondando  bajo  el  suelo  se  llega 
al  cielo  mejor  que  volando  a  ras  de  él  con  vuelo  de 
gallina. 


Salamanca,  noviembre  de  1916. 


PROLOGO  AL  LIBRO  ROMANCES  DE  CIEGO, 
DE    SALVADOR    DE    MADARIAGA  (Madrid, 
Atenea,  1922,  120  págs.) 


Poesía  de  verdad  tenebrosa. 

Hacía  tiempo,  mucho  tiempo,  que  no  podía  dete- 
ner mi  vista,  y  menos  mi  ánimo,  sobre  poesía  alguna, 
y  menos  en  lengua  española  o  castellana.  Y  en  cuan- 
to a  escribirla,  parecía  como  si  el  manadero  de  ella 
se  me  hubiese  agotado.  La  terrible  poesía  de  la  actua- 
lidad civil,  la  trágica  creación  — que  no  otra  cosa 
quiere  decir  poesía —  de  la  historia  que  vivimos,  aho- 
gaba en  mi  alma  toda  contemplación,  ya  pasiva  o 
critica  — de  goce  de  poema  ajeno — ,  ya  activa  o  pro- 
ductiva. La  tragedia  de  España  es  una  cosa  todavía 
inexpresable. 

La  inexpresable  tragedia  actual  de  España  consiste 
en  que  ésta  se  disuelve  civilmente,  se  derrite  en  la 
historia.  Y  es  la  "némesis"  trágica  de  su  historia. 

Hay  en  el  seno  de  esta  España  que  fué  una  dis- 
cordia íntima,  espiritual  — cultural  si  queréis — ,  de 
que  la  discordia  de  lenguas  no  es  más  que  una  ex- 
presión. Si  España  no  ha  logrado,  como  Francia,  uni- 
ficar fundamentalmente  sus  lenguas  de  cultura  es 
porque  no  ha  unificado  su  espíritu;  porque  vive  en 
lucha  consigo  misma,  en  guerra  civil  íntima;  porque, 
como  el  hombre  del  Apóstol,  hay  en  sus  miembros, 
en  su  cuerpo,  en  su  territorio,  una  ley  que  está  en 
contradicción  con  la  ley  de  su  espíritu,  de  su  historia, 
porque  en  ella  riñen  dos  principios.  El  hado  de  Es- 


OBRAS  COMPLETAS 


395 


paña  es  maniqueo.  El  alma  del  adusto  páramo  no 
puede  concertarse  con  el  alma  de  la  riente  costa  le- 
vantina que  se  apoya  en  regaladas  montañas.  Y  no 
es  posible  casar  ambos  espíritus. 

Figuraos  dos  hermanos,  uno  que  entra  en  una  Car- 
tuja para  salvar  su  alma  por  la  desesperación  resig- 
nada, y  el  otro  que  se  casa  y  cría  una  numerosa  y 
bien  abastada  prole,  y  que  algún  tiempo  después  se 
encuentran.  Cada  uno  de  ellos  compadecerá,  si  es 
que  no  desprecia,  al  otro.  Yo  de  mí  sé  decir  que  la 
alegría,  un  tanto  petulante  y  atolondrada,  de  la  orí- 
lia  del  mar  latino  español  acaba  por  entristecerme. 
Me  apena  ver  a  los  pueblos  niños,  que,  embriagados 
de  sol  y  de  bienestar,  juegan  al  borde  del  abismo 
sin  fondo  de  la  eternidad  venidera,  del  vacío  de  ul- 
tratumba. 

Y  no  es,  no,  que  nuestra  discordia  se  divida  así, 
cortantemente,  entre  dos  o  más  regiones,  o  en  pára- 
mo central  y  costas  montañesas  periféricas ;  ¡  no ! 
En  el  pueblo  del  centro,  del  páramo,  de  Yuste,  ha 
prendido  el  deseo  de  los  costeros  y  acaso  en  éstos 
alguna  chispa  de  la  inquietud  sombría  de  aquél.  Don 
Quijote  se  ha  dejado  seducir  por  Tirante  el  Blanco, 
y  éste  siente  algo  de  quijotismo  en  sí.  Pero... 

Y  he  aquí  que,  hallándome  en  tal  estado  de  ánimo, 
metido  de  hoz  y  coz  en  la  lucha  cotidiana  • — "la  lu- 
cha nuestra  de  cada  día,  dánosla  hoy..." — ,  pero  sin- 
tiendo la  acuciosa  morriña  del  desierto,  el  hambre 
de  la  cumbre  ermitaña  — tal  la  de  Gredos — ,  desde 
donde  sólo  se  ve  el  cielo  y  una  tierra  que  parece  re- 
flejo de  él,  cayeron  bajo  mis  ojos  en  la  efímera  re- 
vista España  unos  romances  de  ciego  firmados  por 
Julio  Arceval,  que  desde  luego  presentí  era  un  pseu- 
dónimo. Y  reconocí  y  sentí  en  ellos  mi  alma  espa- 
ñola, o  ibérica,  radical,  las  raíces  de  mi  España  trá- 
gica, de  esta  que  se  disuelve  a  la  vez  que  nosotros, 
sus  hijos,  nos  disolvemos  también.  Y  al  leer  estos 


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MIGUEL  DE  UNAMUNG 


romances  — los  que  aquí,  en  este  libro,  tienes,  lec- 
tor— ,  me  dije:  "No,  mi  España,  aunque  muera,  no 
morirá ;  mi  España  muere  para  no  morirse".  Porque 
en  estos  trágicos  romances  de  ciego,  nuestra  España 
central,  ibérica,  radical,  la  del  yermo  y  el  páramo, 
muere  porque  no  muere.  Y  luego  de  muerta  según  el 
mundo,  vivirá,  ¡  trágica  sombra  de  los  espíritus  erran- 
tes!, mucho  más  que  los  pueblos  que  se  confían  a 
sonetos  quintaesenciados  de  renacentismo  pagano. 

Aquí  oigo  la  voz,  la  voz  abismática  y  eterna,  de  mi 
casta  cartujana.  Esta  es  la  voz  de  la  sabiduría  de  mi 
pueblo.  Estas  son  las  palabras  del  Eclesiastés  ibérico. 
Y  lo  demás  son  voces  alegres,  soleadas,  brillantes, 
arrulladoras,  que  van  a  morir  al  mar  de  Levante,  en- 
tre espuma  dorada,  como  si  fuesen  a  un  baño. 

Y  esta  voz  nuestra,  nuestra,  nuestra,  esta  voz  que 
es  nosotros  mismos,  los  del  páramo  rocoso  que  es  todo 
él  entraña  desnuda  de  la  tierra  abismática,  infernal, 
esta  voz  nos  habla  de  la  única  forma  en  que  podía 
hablarnos,  en  romance,  en  viejo  romance,  en  romance 
de  ciego  que  ve  en  las  tinieblas  todo  lo  que  de  verdad 
hay,  que  son  las  tinieblas  mismas. 

Porque  el  romance,  el  romance  asonantado,  es,  en 
cuanto  a  su  origen,  privativo  de  esa  lengua  del  pá- 
ramo. En  él  se  cantó  al  Cid.  Y  en  él,  Salvador  de 
Madariaga  — un  nombre  vasco —  canta  nuestra  ínti- 
ma tragedia.  No  pudo  cantarla  más  que  así,  en  ro- 
mance de  ciego. 

Ya  sé  que  hay  quien  dirá  que  hay  otra  poesía  en 
castellano.  Sí,  pero  no  poesía  castellana,  ibérica.  Ni 
tan  poesía. 

Sí ;  cabe  también  en  nuestra  España  europea  e  hí- 
brida una  poesía  de  esa  que  llamamos  civil,  pero 
¿ibérica?  No;  la  civilización  nos  es  una  cosa  sobre- 
puesta, nos  es  un  traje.  Y  por  bien  que  la  lleguemos 
a  llevar  no  podremos  cantarla  bien.  Nadie  canta 
para  siempre  y  para  dentro  de  dentro,  para  lo  hondo 


OBRAS    COMPLETAS  397 

que  no  pasa,  sino  a  corazón  desnudo,  con  el  alma  en 
pelota.  Sólo  canta  para  la  eternidad  y  la  infinitud  el 
corazón  cuando  palpita  al  sol  y  al  aire  helado,  des- 
garrado el  pecho.  Y  la  civilización  es  un  manto  para 
abrigar  al  corazón,  ocultándolo  y  aun  sofocándolo. 

Lo  que  aquí  canta  IMadariaga,  el  ciego  vidente,  es 
la  verdad,  la  única  verdad,  la  verdad  tenebrosa,  la  ver- 
dad de  las  tinieblas.  Y  cuando  hayan  pasado  todas  las 
libertades  y  todas  las  autonomias  y  todas  las  democra- 
cias con  que  se  embriagan  esos  ciudadanos  chiquillos 
que  juegan  a  la  civilización  a  orillas  del  espumoso  y 
cerúleo  mar  latino  y  los  del  páramo  que  se  empeñan 
en  imitarlos,  quedará  la  verdad  que  cantan  estos  ro- 
mances de  ciego ;  quedará  la  verdad  única  y  tenebrosa 
que  sólo  la  ceguera  ve  bien.  Porque  la  ceguera  mira 
hacia  dentro  y  ve  en  el  fondo  del  abismo  insondable 
del  sueño  de  la  vida,  ve  la  muerte. 

En  las  tristezas  temporales  de  esta  disolución  his- 
tórica de  España  las  almas  españolas  fuertes  hallarán 
remedio,  remedio  trágico,  en  la  recia  medicina  de  esta 
desesperación  que  le  endiosa  a  uno,  permitiéndole  lu- 
char, como  Jacob,  con  Dios.  Y  guárdense  los  satis- 
fechos de  la  vida  sus  narcóticos. 


Salamanca,  25  enero  1919. 


PROLOGO  AL  LIBRO  LINTERNA  MAGICA, 
DE  T.  MENDIVE.  Bilbao,  Imprenta  Editorial  Bil- 
baína, 1919,  XVI  +  223  págs. 


Mcndive,  la  anécdota  categórica,  el  "sirimiri"  y  la 
filosofía  del  paraguas. 

En  los  veintisiete  años  —la  mitad  numérica  de  mi 
vida —  que  llevo  residiendo,  como  vecino,  fuera  de 
ese  mi  Bilbao  ■ — y  pongo  en  este  mi  toda  la  fuerza  de 
un  positivo — ,  jamás  he  dejado  de  vivir  en  él  y  los 
recuerdos  de  mi  niñez  y  mi  mocedad  y  mis  primeros 
pasos  en  la  vida  pública  en  ese  bochito  de  mi  alma, 
bochito  que  fué  como  el  molde  o  la  horma  de  ella,  de 
mi  alma  civil,  son  los  recuerdos  que  iluminan  la  cues- 
ta abajó  de  mi  vida,  hacia  el  valle  del  reposo  y  de  la 
victoria  finales. 

He  querido  siempre  vivir  en  mi  Bilbao  y  he  que- 
rido que  mi  Bilbao,  y  vuestro  Bilbao  y  el  Bilbao  que 
es  de  todos  y  el  que  no  es  de  nadie,  ni  de  sí  mismo, 
viva  en  mí,  y  para  ello  he  recibido  a  diario  algún 
periódico  de  mi  pueblo.  En  estos  últimos  años,  El 
Liberal. 

Y  no  por  las  noticias.  Nunca  leo  sus  gacetillas. 
Las  gacetillas  las  sé  por  otros  conductos.  Me  interesa 
muy  poco  la  anécdota  cuando  por  su  valor  estético  ó 
ético  no  se  eleva  a  sustancia  de  categoría,  o  carece  de 
ella.  En  cuanto  a  anécdotas,  me  basta  con  leer  alguna 
vez  el  relato  de  alguna  sesión  del  Ayuntamiento  de 
ese  mi  pueblo,  porque  las  anécdotas  municipales  o 


OBRAS  COMPLETAS 


399 


edilicias  suelen  convertirse  en  categóricas.  Un  conce- 
jal, y  más  de  Bilbao,  llega  a  ser  categórico,  dejando 
de  ser  anecdótico,  alguna  vez  en  su  vida. 

Hay  también  un  concepto  que  es  también  lo  anec- 
dótico categórico  y  lo  categórico  anecdótico  y  este 
concepto  lo  realizan  ahí,  en  mi  Bilbao,  a  maravilla 
los  nacionalistas  o  jclkidcs.  El  jelkidc,  con  su  ka  y 
todo  — "ahí  le  tenéis  a  San  Roque  con  su  perrito  y 
todo",  decía  un  predicador  guerniqués,  o,  perdón, 
gernikatarra — ,  el  jclkide  o  eiisko  es  una  anécdota 
categórica  o  si  queréis  una  categoría  anecdótica. 
Y  en  estos  singulares  conceptos  híbridos  se  ocupa  la 
Humorística. 

He  aquí  por  qué  en  El  Liberal  leía  de  prefe- 
rencia la  "Linterna  mágica",  de  Mendive.  (Y,  entre 
paréntesis,  ¡  qué  valor  tan  profundamente  humorísti- 
co no  supone  seguir  firmando  Mendive  con  v,  con  la 
intrusa  y  maquetánica  y  tiránica  v\).  Por  la  linterna 
mágica  de  Mendive  veía  desfilar  nuestras  anécdotas 
categóricas  envueltas  en  esa  dulce  luz  del  dulce  otoño 
de  nuestros  valles.  Me  parecía  verlos  al  través  de  un 
vasito  de  aquellos  clásicos,  como^de  campanilla  — la 
flor —  de  ligero  e  inofensivo  chacolí.  Y  mi  conclu- 
sión era :  "Este  mundo  es  una  chircnada  y  nada  más". 

El  filósofo  inglés  míster  Bradley  — -en  obsequio  a 
Mendive  me  pongo  serio —  dice  que  el  mundo  es  el 
mejor  de  las  mundos  posibles  y  cada  cosa  en  él  es  un 
mal  necesario.  Pues  bien,  yo  creo  que  ese  nuestro 
pequeño  mundo,  nuestro  bochito,  es  el  más  trágico 
y  solemne  de  los  bochitos,  y  cada  cosa  que  en  él  su- 
cede es  una  chirenada  necesaria.  Hasta  ¡as  cosas  más 
serias  toman  ahí  un  redentor  tono  de  diversión.  La 
ortografía,  por  ejemplo,  es  la  esencia  de  la  redención 
cultural  de  la  hoy  oprimida  Euckadi.  o  sea  "arbole- 
da de  euzkos". 

Y  nuestro  Mendive,  el  gran  pequeño  filósofo  — o 
pequeño  gran  filósofo —  es  el  que  ha  mantenido  el 


400 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


fuego  sagrado  del  castizo  humorismo  chimbo.  ¡  Cómo 
se  conoce  que  ha  respirado  el  ambiente  de  una  para- 
güería !  A  su  conocimiento  del  negocio  de  los  paraguas 
— que  no  es  propiamente  un  ncgosio,  ni  en  Bilbao — 
atribuyo  el  que  se  le  despertara  a  Mendive  su  genia- 
lidad para  descubrir  el  anecdotismo  categórico  de 
nuestro  hochito.  Bochito  que  de  lo  que  más  necesita 
es  de  paraguas.  Y  yo  espero  que  así  como  Carlyle 
escribió  su  Sartor  resartus,  o  filosofía  del  traje,  así 
nuestro  Mendive  escriba  una  obra  titulada:  "El  siri- 
miri del  bochito  o  filosofía  del  paraguas". 

¿Qué  es,  en  efecto,  el  nacionalismo  de  los  jelkides 
más  que  un  sirimiri  cultural?  Y  para  que  no  nos  cale 
y  nos  deje  reumáticos  y  catarrosos  de  por  vida,  lo 
que  nos  hace  falta  es  paraguas.  El  impermeable  es 
excesivo.  Y  además  no  es  tradicional.  He  visto,  de 
niño,  a  arratianos,  de  aquellos  de  melenas,  abarcas  y 
montera  de  ala  recogida  por  detrás,  con  paraguas, 
con  un  gran  paraguas,  pero  no  con  impermeable.  El 
impermeable  es  cosa  de  los  cliapelchikis.  El  ancho 
sombrero  arratiano  era  ya  de  por  sí  una  especie  de 
paraguas.  De  paraguas  anteeclesiástico,  o  sea  de  an- 
teiglesia, porque  el  paraguas  eclesiástico  es  la  basílica 
que  precedida  de  su  tintinábulo  y  con  los  colores 
nacionales...  ¡de  España!  sacan  ahí  en  la  procesión 
del  Corpus.  (¿  Cuándo  le  cambian  esos  colores  cate- 
góricos españolistas  a  esa  basílica  f). 

Yo  le  brindo  a  mi  paisano  y  co-chimbo  Mendive 
estas  notas  sobre  la  filosofía  del  paraguas  en  relación 
con  el  sirimiri  cultural  de  los  euzkadianos.  Yo  creo 
que  Mendive  nos  debe,  así  como  suena,  nos  debe  una 
filosofía  del  paraguas.  Su  humor,  el  humor  mendi- 
viano,  es  una  especie  de  paraguas  que  nos  libra  de 
que  nos  cale  el  sirimiri  de  la  anécdota  categórica,  que 
es  el  jelkidismo  o  euskadianismo.  Mendive  nos  ha 
hecho  que  en  vez  de  acatarrarnos  y  pescar  un  roma- 
dizo nos  divirtamos  con  las  amenas  y  litúrgicas  sin- 


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401 


sargadas  de  ese  que  llaman  movimiento  (!!!)  nacio- 
nal. ¡  Movimiento !  Le  desafio  a  cualquiera  a  que 
haga  mover  una  turbina  con  el  sirimiri. 

Sostengo,  pues,  que  la  Linterna  mágica  de  Mendi- 
ve  es  toda  una  filosofía,  y  la  filosofía  que  ahí  convie- 
ne. Por  lo  que  a  mí  hace,  me  ha  endulzado  no  pocas 
horas  de  ansiedades  y  de  irritaciones.  En  sus  pala- 
bras suaves,  lentas,  mansas,  insinuantes,  sirimires- 
cas,  he  respirado  toda  el  alma  de  ese  mi  pueblo,  al 
que  no  le  ahogan  con  categorías  y  que  tan  alegre- 
mente se  defiende  de  la  barbarie  aldeana,  sea  beocia, 
sea  troglodita,  sea  jeldikesca. 


Sal-amanea,  1°  marzo  1919. 


PROLOGO  A  REVOLADAS  DE  UN  CHIMBO, 
DE  EMILIANO  DE  ARRIAGA.  Bilbao,  Tipografía 
Ambos  Mundos,  1920,  XV  +  247  págs. 


He  traspuesto  la  cumbre, 
y  están  rojos  de  otoño  mis  recuerdos, 
y  ya  la  pesadumbre 
siento  de  un  porvenir  de  cuesta  abajo; 
j  Dios  mío,  qué  trabajo, 
el  trabajo  sin  fin  de  resignarse! 

Miguel  de  Unamuno. 
(Las  estradas  de  Albia.) 

Revoladas,  o  sea  vuelos  cortos  de  chimbo,  llamó, 
lector,  a  las  hojas  que  vas  a  leer  o  releer,  Emiliano 
de  Arriaga,  un  chimbo  que  nació,  creo,  en  Bilbao, 
en  el  bocliito,  y  que  después  de  una  vida  de  honrado 
trabajo  y  de  sentimentales  añoranzas,  pasada  en  Bil- 
bao, murió  no  lejos  de  él  y  en  breve  ausencia.  Fué 
para  él  la  villa,  nuestra  Bilbao  — y  digo  nuestra,  en 
femenino,  y  no  nuestro,  por  aquello  de  Bilbao  la 
Vieja  y  no  el  Viejo — ,  fué  para  él  la  villa  un  apa- 
cible siriiisiriii  otoñal  por  el  que  se  dejó  resbalisar 
al  otro  mundo,  dejando  en  nuestros  pechos  un  buen 
recuerdo.  Duerme  en  paz,  y  no  en  Bilbao.  Porque 
los  bilbaínos  de  hoy  arrojan  de  junto  a  sí,  a  Derio, 
a  sus  muertos  y  los  mandan  a  la  eternidad...  ¡  en  tren ! 
Y  Dios  sabe  lo  que  un  día  se  alzará  sobre  lo  que  fué 
Mallona  y  donde  decía : 

Aquí   acaba    el   placer   de    los  injustos 
y  comienza  la  gloria  de  los  justos. 


OBRAS  COMPLETAS 


403 


Arraiga,  cuya  vida  trascurrió  en  Bilbao,  a  ori- 
llas del  Nervión,  río  enfermo  entre  pretiles,  y  al  pie 
de  Archanda,  podía  revolar  por  él  como  los  chimbos; 
pero,  ¿y  aquellos  a  quienes  el  viento  de  la  suerte  nos 
arrancó  de  la  villa  y  nos  arrojó  a  echar  raíces  fuera 
y  lejos  de  ella?  A  echar  otras  raíces,  ¡claro!,  sin  per- 
der aquéllas.  A  mí  no  me  queda  revolar  como  el 
chimbo,  sino  chit olear  como  el  cocharro  en  torno  a 
mis  recuerdos  y  añoranzas  de  niñez  y  de  mocedad  bil- 
baínas, y  ahora  y  aquí  en  torno  a  estas  Revoladas. 

Cogíamos  el  cochorro,  le  rompíamos  por  un  artejo 
media  patita  del  tercer  par  de  ellas,  introducíamos 
por  la  otra  media  un  alfiler  que  sujetaba  una  cinta 
de  papel  cerrada,  y  metiendo  la  cinta  en  un  palito 
le  hacíamos  volar,  después  de  unas  volteretas  que  le 
dábamos,  en  torno  de  él  al  pobre  coleóptero  ■ — su 
mote  entomológico  es  mcloloutha  vulgaris —  mientras 
le  cantábamos : 

Pa  volea,  chifolea, 
vola,  vola  tú. 

¿Qué  es  eso  de  chit  olea?  ;  Un  vocablo  caprichoso 
o  bien  fosilizado  en  ese  conjuro?  Y  en  cuanto  a  co- 
chorro... 

Cochorro,  como  bastantes  otras  palabras  del  que 
podemos  llamar  dialecto  bilbaíno  — que  Arriaga  co- 
nocía muy  bien,  y  hasta  publicó  un  vocabulario  de  él, 
de  ese  dialecto  que  se  va  perdiendo — ,  no  es  de  origen 
eusquérico,  sino  un  viejo  vocablo  dialectal  castellano 
que  en  Bilbao  se  ha  conservado.  Cochorro,  como  ven- 
torro, pitorro,  Pacorro,  abejorro,  etc.,  y  análogo  a 
los  en  -arro,  -urro,  -urrio,  lleva  un  sufijo  de  diminu- 
tivo unas  veces,  y  otras  de  lo  contrario,  y  equivale 
a  cochinillo,  pequeño  cocho,  nombre  que  por  su  for- 
ma se  le  da  a  ese  insecto,  que  en  otras  partes  del 
Cantábrico  conocen  por  jorge  y  bacallarin.  Y  como 
el  cochorro,  sujeto  al  palito  de  mis  remembranzas 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


melancólicas  que  estas  Revoladas  me  despiertan,  voy 
a  pavolear  y  chitolear  aquí.  Y  que  luego  digan  de  mí 
como  decíamos  del  cochorro  si  chitoleaba  bien :  "¡  Qué 
trabajador  es  el  mío!"  Que  no  suele  ser  el  trabajo 
cliitolco  de  cochorro,  y  no  hay  trabajo  como  el  tra- 
bajo sin  fin  de  resignarse.  ¡  De  resignarse  a  enve- 
jecer sobre  los  recuerdos  de  mocedad ! 

Pero  no  nos  pongamos  tristes  y  con  cara  larri, 
que  esto  no  fué  nunca  propio  de  castizos  bilbaínos. 
En  estas  mismas  Revoladas  campea  una  cierta  dis- 
creta alegría,  una  alegría  de  otoño,  de  sol  que  ríe  tras 
el  sirimiri,  y  una  especie  de  humorismo  — más  bien 
chirenismo —  que  un  discípulo  de  don  Marcelino  Me- 
néndez  y  Pelayo  llamaría...  honrado.  Es  un  humoris- 
mo sin  hiél,  aunque  alguna  vez  con  vinagre...  de 
chacolí. 

Y  a  propósito  de  alegría  bilbaína  y  de  Menéndez 
y  Pelayo.  En  el  prólogo  que  a  sus  veinte  años,  en 
1876,  escribió  don  Marcelino  para  las  Poesías,  de 
Evaristo  Silió,  definía  la  escuela  poética  española  que 
llamó  septentrional,  de  poetas  "soñadores  y  medita- 
bundos", distinguida  "por  lo  vago  y  aéreo  del  fondo 
de  sus  concepciones,  por  la  melancolía  intensa  y  pro- 
funda que  casi  siempre  les  anima,  por  su  afición 
extremada  a  la  parte  sombría,  nebulosa  y  triste  de 
la  naturaleza,  que  produce  en  ellos  graves  pensamien- 
tos y  solemnes  meditaciones".  "Los  poetas  de  esta 
agrupación  — dice  antes —  que  geográficamente  po- 
demos considerar  extendida  por  Cantabria,  Asturias, 
Galicia  y  tierras  de  León  (del  lado  de  allá  del  Due- 
ro, como  decía  Lista j,  ofrecen  todos  un  sello  de  fa- 
milia, una  similitud  literaria  que  de  igual  suerte  los 
aisla  de  la  poesía  castellana  como  de  los  escasos  vates 
que  han  florecido  en  las  comarcas  eúskaras".  (Así, 
con  este  disparate  de  "comarcas  eúskaras",  como  si 
a  Asturias  la  llamásemos  el  Principado  bable  y  con 


OBRAS  COMPLETAS 


405 


su  ka  y  todo,  aunque  no  menos  disparate,  v.  gr.,  que 
hablar  de  crónicas...  ¡donostiarras!). 

Resulta,  pues,  según  el  doctísimo  polígrafo  san- 
tanderino,  o  cuco,  que  los  escasos  vates  que  hemos 
florecido  — ¡anch'io  sonó  poeta! —  en  las  "comarcas 
eúskaras" —  con  k  y  esdrújulo,  ¿eh? —  no  propen- 
demos a  lo  vago  y  aéreo  del  fondo  de  las  concepcio- 
nes de  los  otros  vates  septentrionales  de  España,  ni  a 
la  melancolía  intensa  y  profunda,  ni  somos  aficiona- 
dos a  la  parte  sombría,  nebulosa  y  triste  de  la  natu- 
raleza que  produce  graves  pensamientos  y  solemnes 
meditaciones.  Ni  siquiera  los  que  de  niños,  como  nos 
pasó  a  Arriaga  y  a  mí,  nos  paseamos  por  aquel  es- 
cenario druídico  de  los  Caños,  contemplando  las  hue- 
llas del  pie  del  ángel  y  del  diablo,  por  aquel  "pano- 
rama asombroso  de  una  naturaleza  tan  imponente 
como  severa",  por  "aquella  mansión"  de  "aire  terri- 
ble, capaz  de  inspirar  un  santo  recogimiento  que  no 
deja  de  tener  atractivo  para  los  que,  apartándose  del 
movimiento  de  las  ciudades,  sólo  buscan  la  paz  inte- 
rior", según  declaraba  la  Guía  de  Bilbao  y  conductor 
del  viajero  en  Vizcaya,  impresa  en  la  villa  misma 
en  la  imprenta  de  Adolfo  Depont,  editor,  en  1846,  ;  A 
pesar  de  los  Caños,  los  bilbaínos  no  hemos  podido 
ingresar  en  la  escuela  septentrional !  Ni  Arriaga,  vate 
a  su  modo,  tiene,  en  tal  sentido,  casi  nada  de  septen- 
trional. 

Pero  es  que  hay  el  bilbáino  — léase  bíl-bái-no,  tri- 
sílabo—  y  el  bilbaíno  — léase  bil-ba-í-no,  cuadrisíla- 
bo— .  Con  lo  que  ocurre  lo  que  con  el  bacalao,  que 
puede  guisarse  a  la  vizcaína  o  a  la  vizcaína.  El  ba- 
calao a  la  viz-ca-í-na  es  como  le  ponen  del  Ebro  para 
acá  — escribo  en  Salamanca —  o  en  las  comarcas  de  la 
poesía  septentrional,  con  salsa  roja,  y  el  bacalao  a  la 
viz-cái-na  es  con  salsa  verde.  El  bilbáino  — trisíla- 
bo— ,  que  es  como  decimos  los  del  bochito,  los  genui- 
nos,  es  con  salsa  verde  y  alegre  o  por  lo  menos  agri- 


406 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


dulce,  mientras  se  está  formando  el  bilbaíno  — cua- 
drisílabo—  con  salsa  roja,  que  es  el  bilbáino  según 
le  forjan  y  aun  le  fantasean  fuera  de  Bilbao,  el  de 
exportación. 

Este  bilbaíno,  cuadrisílabo  y  con  salsa  roja,  de 
ordinario  excesivamente  rico,  que  fuma  puros  tenién- 
doselos en  la  boca  a  dos  manos,  como  un  cornetín,  es 
el  que  más  se  conoce  en  literatura  y  el  que  más  rego- 
cija fuera  de  Bilbao.  El  otro,  el  bilbáino  genuino, 
trisílabo,  en  salsa  verde,  es  el  de  Arriaga,  como  era 
el  de  Argos  (don  Sabino  Goicoechea)  y  el  de  aquél 
para  los  más  de  los  bilbaínos  de  hoy  desconocido 
Baldomero  Goyoaga,  cuyos  sabrosos  escritos,  henchi- 
dos de  cliircnadas,  publicaron  en  reducidísima  edición 
privada,  de  poquísimos  ejemplares,  en  casa  de  don 
Eduardo  Delmas,  uno  de  sus  amigos,  los  de  excursio- 
nes de  Goyoaga.  (Estas  excursiones  eran  antes  de  la 
última  carlistada.) 

Para  nosotros  los  bilbáinos  trisílabos  y  en  salsa 
verde,  estas  Revoladas  de  Arriaga,  que  fuera  de  nues- 
tro Bilbao  podrán  parecer  sobrado...  honradas  y  has- 
ta inocentes,  nos  traen  la  nostalgia  de  cosas  que  se 
van,  que  se  han  ido,  y  hasta  de  algunas  que  se  ha- 
bían ido  cuando  nosotros  llegamos  por  primera  vez, 
en  nuestra  primera  hora,  al  bqchito. 

¡Ah!  ¡La  puente  vieja,  el  puente  colgante,  la  na- 
rria, el  tilo!...  ¡Y  aquel  Arbol  Gordo  del  que  es- 
cribiendo Adolfo  Aguirre  nos  presentaba  como  no- 
vedades lo  que  eran  tradicionales  ranciedades  cuando 
por  primera  vez  lo  vimos  !  ¡  Cómo  para  los  bil-ba-í-nos 
de  mañana  en  salsa  roja  será  una  tradicional  anti- 
gualla ese  Palacio  Municipal  con  su  salón  árabe  y 
todo !  Y  ese  otro  de  la  Diputación  descansando  sobr^^ 
fuelles  que  ya  no  soplan. 

¡  Qué  de  recuerdos  han  levantado  en  mi  pecho  ■ — en 
mi  pecho,  no  en  mi  cabeza —  estas  Revoladas!  Le- 
yendo lo  que  Arriaga  nos  cuenta  de  C¡iO}iiin  Barullo 


OBRAS  COMPLETAS 


407 


recordaba  aquella  tarde  en  que  resolvió  en  el  Sitio 
— en  el  viejo  Sitio —  una  empeñadísima  discusión 
— en  que  entramos  todos  los  de  la  sala —  sobre  si  los 
calzones  de  los  torreros  eran  de  bragueta  abierta  ver- 
ticalmente  o  de  trampa  o  alzapón.  ¡  Y  otra  vez  que 
nos  definió  la  diferencia  que  va  de  chalupa  a  chanela! 
¡  Qué  hombre  I  ¡  Qué  definidor  !  ¡  Qué  maestro  !  Tam- 
bién un  bil-bái-no  neto,  trisílabo,  en  salsa  verde,  y 
no  de  escuela  septentrional. 


...Pero...  ¡si  me  dejo  llevar  de  esta  charla! 

No  faltará,  acaso,  algún  bil-ba-í-no,  cuadrisílabo 
y  en  salsa  roja,  que  califique  de  inocentes  estas  Re- 
voladas de  Arriaga  y  este  chitolco  mío.  ;  Inocentes? 

Ibamos  un  día  por  los  montes  que  ciñen  a  Bilbao 
unos  cuantos  amigos,  de  paseo,  cuando  al  pasar  oí  que 
un  jebe  erderizado  ■ — es  decir,  ([ue  hablaba  castellano 
o  cosa  así —  le  decía  a  otro :  "Estos,  de  aguas  o  de 
minas  irán,  ¿eh?",  a  lo  que  contestó  el  interpelado: 
"No,  a  ver  na'a  más,  iñitscntcs!"  Y  así  son  estos 
nuestros  escritos,  de  contar  y  de  echar  de  menos  nada 
más ;  ¡  inocentes  ! 

Nada  aquí  de  "graves  pensamientos"  ni  de  "solem- 
nes meditaciones"  como  las  que  inspira  la  "parte 
sombría,  nebulosa  y  triste  de  la  naturaleza"  que  hace 
a  los  poetas  septentrionales  de  España ;  a  lo  sumo,  la 
melancolía  agridulce  y  picante,  como  de  chacolí,  que 
puede  inspirarnos  el  panorama  de  los  Caños. 

¡  A  ver  na'a  más  !  ¡  Y  para  lo  que  se  ve  al  cabo... ! 

Y  pues  que  empiezo  a  sentirme  septentrional  al 
modo  de  los  vates  de  Menéndez  y  Pelayo,  quiero, 
lector  bil-bái-no  trisílabo  y  en  salsa  verde,  confiarte 
algo  muy  íntimo: 

Los  libros  de  Emiliano  de  Arriaga  que  guardo  en 
mi  librería  doméstica,  están  consagrados.  En  las 
márgenes  de  sus  hojas  queda  la  leve  señal  de  los 


408 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


dedos  temblorosos  de  mi  santa  madre  que,  con  las 
de  los  libros  de  devoción  y  pocos  más,  repasaba 
cuando  se  iba  despidiendo  de  esta  vida,  de  la  que 
salió  al  fin,  el  día  de  Nuestra  Señora  de  Begoña,  y 
estando  en  el  mirador  de  la  casa  en  que  me  crió,  mi- 
rando al  arranque  de  aquellas  calzadas  por  donde  se 
sube  a  Mallona  y  a  Begoña.  Ella  protegió  muchos 
años  mi  inocencia.  Y  para  recoger  la  que  aún  me 
quede,  vuelvo  de  vez  en  cuando  a  estos  recuerdos 
inocentes  de  nuestra  honrada  poesía  bilbaína. 


Salamanca,  26-IX-1919. 


PROLOGO    A    LENGUA    FRANCESA  (Notas 
para  su  estudio),  DE  FERNANDO  FELIPE  (Sa- 
lamanca, F.  González,  1922,  XI  +  148  págs.) 


La  historia  nos  enseña  que  a  ningún  pueblo  se  le 
ha  ocurrido  trazar  una  gramática  de  su  propia  len- 
gua y  servirse  de  ella  mientras  no  ha  conocido  sino 
esta  lengua.  Y  es  que  así  como  uno  no  se  conoce  a 
sí  mismo,  sino  en  comparación  con  otro,  así  no  se  da 
cuenta  reflexiva  de  su  idioma,  sino  por  comparación 
con  otro  idioma. 

Los  más  antiguos  estudios  gramaticales  que  se  co- 
nocen son  los  de  Panini,  un  indio,  que  trazó  la  gra- 
mática del  sánscrito  cuando  éste  era  ya  una  lengua 
muerta,  litúrgica  y  sagrada,  como  hoy  el  latín  de  la 
Iglesia.  Entre  nosotros  escribió  Antonio  de  Nebrija 
una  gramática  castellana  para  preparar  a  los  jóvenes 
al  estudio  del  latín,  acostumbrándolos  a  la  tradicional 
terminología  de  la  gramática  latina,  de  donde  resul- 
taba que  era  una  gramática  trasladada  al  castellano. 
De  donde  no  pocos  errores.  Y  la  más  antigua  gramá- 
tica francesa  que  se  conoce  fué  la  que  Palsgrave 
escribió  en  1530,  y  en  inglés  para  ingleses. 

En  rigor,  así  como  aprendemos  nuestra  propia 
lengua  sin  necesidad  de  gramática  alguna  — y  no 
peor  que  con  ella — ,  puede,  sin  gramática,  aprender- 
se, y  bien,  una  lengua  extranjera.  Así  la  aprenden,  de 
viva  voz  y  trato  de  gentes,  los  que  viven  en  el  país 
en  que  esa  lengua  se  habla.  Pero  la  gramática  ofre- 
ce un  método  abreviado  para  aprender  — por  cultivo 
intensivo  podríamos  decir —  una  lengua  extranjera, 


410 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


cuando  no  le  es  a  uno  hacedero  ir  a  vivir  en  el  país 
en  que  se  hable. 

Aparte  esto,  el  estudio  de  un  idioma  extranjero, 
sea  el  francés,  tiene  para  nosotros,  aparte  de  la  uti- 
lidad que  todos  le  reconocen,  otra  más  — y  acaso  ma- 
yor— ,  y  es  la  de  hacernos  ver  aspectos  y  fondos  de 
nuestra  propia  lengua  que  de  no  conocer  más  que 
ésta  jamás  apreciaríamos. 

El  estudio  del  francés  en  nuestros  Institutos  y  Nor- 
males no  debe  servir  tan  sólo  para  adquirir  el  cono- 
cimiento de  ese  idioma,  y  con  él  el  de  la  literatura 
francesa,  sino,  además,  como  una  introducción  — la 
mejor —  al  conocimiento  reflexivo,  es  decir,  cientí- 
fico, de  nuestra  propia  lengua. 

Se  dice  de  Rochefort  que  nunca  quiso  aprender 
otra  lengua  que  la  suya,  para  mejor  conservar  la  pu- 
reza y  casticidad  del  estilo  francés  y  que  habien<lo 
vivido  años  en  Inglaterra  se  envanecía  de  no  saber 
una  palabra  de  inglés.  Pues  bien,  entre  nosotros  han 
solido  ser  los  escritores  que  mejor  conocían  el  fran- 
cés los  que  menos  galicismos  cometían  escribiendo  en 
castellano.  Así  como  los  buenos  latinistas  de  nuestro 
siglo  XVI  cuidaban  mucho  de  escribir  un  castellano 
bien  romanceado. 

En  las  notas  para  el  estudio  de  la  lengua  francesa 
a  que  estas  líneas  sirven  como  de  prólogo  se  da  de 
gramática  lo  que  es  preciso  para  la  mejor  compren- 
sión de  los  fenómenos  de  la  lengua,  tomándose  el  fran- 
cés como  una  lengua  viva.  Porque  ha  sido  frecuente 
enseñarla  entre  nosotros  como  una  lengua  muerta, 
fijada  de  una  vez  para  siempre.  Cierto  que  los  espa- 
ñoles que  han  enseñado  y  enseñan  el  francés  como 
lengua  muerta  sienten  su  propia  lengua,  el  español, 
como  muerta  también.  O  sea  que  no  lo  sienten,  aun- 
que lo  hablen  y  lo  escriban.  Lo  hablan  como  lengua 
escrita. 

Es  curioso  que  la  voz  gramática  derive  de  gramma, 


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411 


letra,  y  no  de  otra  — plione  o  logos —  que  significa 
palabra.  Y  es  que  la  gramática  suele  serlo  de  la  len- 
gua escrita  y  no  de  la  hablada.  En  ella,  el  estudio 
de  lo  que  podríamos  llamar  el  esqueleto  del  idioma, 
su  sistema  óseo,  domina  a  tal  punto,  ([ue  ahoga  todo 
lo  demás.  La  carne  del  idioma,  sus  músculos,  sus  en- 
trañas, sus  vasos,  su  sangre,  quedan  descuidados. 
Redúcese  a  anatomía  de  los  huesos,  a  osteología. 
Y  a  lo  que  casi  nunca  se  llega  es  a  la  fisiología. 

El  estudio  del  francés  puede  muy  bien  ser,  y  hasta 
debe  ser  entre  nosotros,  lo  repito,  un  medio  de  dar- 
nos cuenta  de  la  vida,  de  la  fisiología,  de  nuestro  pro- 
pio idioma.  Y  mucho  más  su  estudio  en  Institutos  de 
Segunda  Enseñanza  y  en  Escuelas  Normales,  donde 
ni  debe  limitarse  su  finalidad  a  lo  que  de  ordinario  se 
limita  cuando  se  la  enseña  para  objetivos  puramente 
comerciales,  como  es  llevar  la  correspondencia  de  una 
casa  de  comercio  o  poder  ir  de  viajante  — commis 
voyagcur —  por  Francia.  Cierto  es  por  otra  parte, 
que  los  que  lo  aprendan  sólo  para  estos  fines,  jamás 
llegarán  a  saberlo  bien. 

La  experiencia  nos  ha  enseñado,  además,  que  los 
que  se  ponen  a  aprender  el  francés  — como  otro  idio- 
ma cualquiera,  hoy  vivo  y  hablado —  por  esos  méto- 
dos abreviados  — Ollendorff,  Ahn,  Berlitz,  etc., — , 
llega  un  momento  en  que  se  estancan  en  su  estudio. 
La  aridez  y  el  bárbaro  empirismo  del  método  Ies 
cansan.  Y  es  sabido,  por  otra  parte,  que  uno  puede 
viajar  por  Francia  con  sólo  saberse  unos  cientos  de 
vocablos  y  poder  combinarlos  en  unas  cuantas  frases, 
es  decir,  sin  saber  francés. 

En  cuánto  a  la  labor  de  traducir  escritos  hay  un 
peligro  y  es  cuando  se  llega  a  coger,  o  creer  que 
se  coge,  el  sentido  general  de  ellos  y  entra  la  pere- 
za de  hojear  el  Diccionario,  trabajo,  sin  duda, 
pesado.  Hemos  conocido  muchos  que  al  llegar  a  cier- 
to conocimiento  limitado,  imperfecto  e  inseguro  de  un 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


idioma,  se  detienen  en  él.  De  ellos  suele  decirse  que 
es  que  no  tienen  aptitud  para  las  lenguas.  En  rigor, 
es  que  no  se  ha  sabido  despertarles  interés  por  la 
lengua  misma,  como  objeto  inmediato  de  conocimien- 
to, o  sea  el  gusto  filológico. 

De  aquí  que  si  se  enseña  el  francés  con  intencio- 
nes filológicas,  puesta  la  mira  en  hacer  surgir  del 
cotejo  de  su  fisiología  con  la  del  castellano  un  mejor 
reconocimiento  íntimo  y  directo  de  ambos  idiomas  y 
de  la  vida  en  general  del  lenguaje,  se  conseguirá, 
además,  que  el  alumno  pueda  sobrepasar  más  fácil- 
mente ese  grado  en  que  de  ordinario  se  estanca  en  su 
conocimiento. 

Suele  decirse  que  hay  políglotas  que  poco  o  nada 
tienen  de  filólogos ;  pero  esto  no  suele  ser  exacto. 
En  general,  el  hombre  que  aprende  fácilmente  varias 
lenguas  es  porque  tiene  gusto  en  ello,  y  ese  gusto  le 
viene  de  que  le  interesa  la  lengua  en  sí,  e  indepen- 
dientemente de  los  fines  prácticos  que  con  hablarla 
consigue.  Podrá  no  ser  la  filología  de  un  políglota 
muy  científica  o,  si  se  quiere,  ortodoxa,  pero  los  que 
aprenden  fácilmente  varias  lenguas,  los  que  tienen 
curiosidad  por  las  hablas  de  los  demás,  es  que  tienen 
vocación  filológica.  No  se  puede  confundir  a  un  co- 
leccionista de  monedas  con  un  banquero. 

Es  cosa  sabida  que  no  es  posible  conocer  bien  el 
íntimo  proceso  de  nuestra  lengua  castellana,  su  his- 
toria, esto  es,  su  vida,  sin  conocer  el  latín,  y  en  al- 
guna parte  he  sostenido  que  a  este  fin  debería  ende- 
rezarse el  estudio  de  la  lengua  latina  entre  nosotros. 
Creo,  sin  embargo,  que  es  hasta  cierto  punto  susti- 
tuible  por  el  francés.  O  sea,  que  el  francés  puede 
servir  entre  nosotros  de  lengua  clásica,  y  hacer  de  su 
estudio  objeto  de  lo  que  se  suele  llamar  humanidades. 

Es  una  presunción  y  nada  más  el  que  sepan  francés 
cuantos  entre  nosotros  tienen  el  grado  de  bachiller. 
En  cuanto  aprueban  la  asignatura  abandonan  el  es- 


OBRAS  COMPLETAS 


413 


tudio  de  ese  idioma,  lo  que  se  debe,  sin  duda,  a  la 
manera  como  se  lo  han  enseñado. 

Y  hay  quienes  luego  se  han  ido  con  alguna  pensión 
a  Francia  y  han  venido  sin  saberlo  mejor. 

En  cuanto  pueden  echar  mano  de  una  traducción, 
por  mediana  que  sea,  de  una  obra  francesa,  se  dispen- 
san de  leerla  en  el  original.  Y  ello  depende,  indudable- 
mente, del  vicioso  método  con  que  se  les  enseñó  la 
asignatura.  La  asignatura  y  no  la  lengua. 

Paréceme  que  a  remediar,  siquiera  en  parte,  este 
daño  puede  contribuir  el  que,  en  vez  de  enseñarse 
escuetamente  la  gramática,  la  osteología  de  la  lengua, 
se  trate  de  despertar  en  el  alumno  el  interés  por  la 
fisiología  de  ésta,  por  su  vida.  Y  a  este  fin  creo  que 
vienen  estas  Notas  para  el  estudio  de  la  lengua  fran- 
cesa. 

Si  a  la  vez  en  el  que  de  ellas  se  deja  guiar 
para  el  estudio  del  francés,  despertaran  el  interés 
por  la  reflexión  de  su  propio  idioma,  del  castellano, 
habría  su  autor  conseguido  lo  que  se  debe  procurar 
conseguir  en  estos  casos.  Y  más  tratándose  de  un 
libro  destinado  principalmente  a  los  que  han  de  ser 
maestros  de  primeras  letras.  Que  no  es  posible  ser 
regular  pedagogo  sin  tener  algo  de  filólogo. 

Lo  que  suelen  llamar  lecciones  de  cosas,  no  son  ni. 
más  ni  menos  que  lecciones  de  palabras. 


PROLOGO  AL  LIBRO  JOSE  MARIA  GABRIEL 
Y  GALAN.  SU  VIDA  Y  SUS  OBRAS,  DE  AN- 
GEL REVILLA  (Madrid,  Rivadeneyra,  1923,  210 
páginas.) 


Aprovecho  la  ocasión  de  publicarse  este  estudio 
de  mi  amigo  y  discípulo  que  fué,  don  Angel  Revilla 
sobre  José  María  Gabriel  y  Galán,  para  decir  algo, 
muy  poco,  acerca  de  éste  y  de  la  relación  amistosa 
que  a  él  me  unió,  dejando  para  ocasión  de  mayor 
espacio  y  sosiego  el  escribir  con  alguna  extensión  so- 
bre su  obra  y  persona.  Porque  va  a  ser  preciso  des- 
hacer ciertas  leyendas  que  respecto  a  Galán  y  su 
poesía  han  fraguado  los  que,  haciendo  de  su  nombre 
algo  peor  que  bandera,  banderín  de  enganche  de  co- 
fradía literaria,  pretenden  monopolizar  el  culto  a  su 
memoria. 

Ante  tódo,  la  leyenda  de  cierto  autodidactismo, 
siquiera  relativo.  Recuerdo  la  sorpresa  que  le  causó 
a  uno  que  me  le  presentaba  como  un  poeta  casticísi- 
mo,  libre  de  toda  clase  de  influencias  de  eso  que, 
por  darle  algún  nombre,  llamaban  los  que  no  lo  co- 
nocían modeniismo  — el  literario  se  entiende,  y  no 
el  teológico — ,  el  que  le  dijese  yo  que,  dando  vueltas 
en  la  Plaza  Mayor  de  Salamanca,  le  había  oído  a 
Galán  recitarme  el  famoso  Nocturno  del  colombiano 
José  Asunción  Silva.  Como  otras  poesías  de  índole 
análoga.  Y  me  atrevo  a  suponer  que  en  aquella  bellí- 
sima expresión  de  la  Canción,  que  dedicó  a  la  muerte 
de  su  padre  — y  que  me  parece  superior  a  El  Ama — , 
donde  dice  que  "¡  quiero  vivir  — •  porque  mis  muertos 


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415 


no  mueran!",  se  acordaba  de  un  poético  pasaje  de 
Guerra  Junqueiro,  a  quien  conocía  muy  bien.  Yo  mis- 
mo se  lo  di  a  conocer.  Nada  quiero  decir  circuns- 
tancialmente  ahora  y  aqui  respecto  a  las  relaciones 
de  amistad  y  de  compañerismo  que  con  Gabriel  y 
Galán  me  unieron;  pero  sí  recordar  el  efecto  que  su 
Cristu  benditu  produjo  en  todos  aquellos  a  quienes 
se  lo  leí  o  recité  — entre  éstos,  a  don  José  María 
Pereda — ,  cuando  aún  el  reverendo  padre  Cámara, 
obispo  de  Salamanca,  no  sabía  quién  era  el  poeta,  ni 
le  conocía  de  nombre,  aunque  acaso  tenía  noticia  de 
uno  de  sus  rasgos.  Y  voy  a  contarlo. 

Era  Galán  maestro  nacional  de  Primera  enseñanza 
en  el  Guijuelo,  provincia  y  obispado  de  Salamanca, 
y  llevaba  los  domingos  a  misa  a  los  niños  puestos  a 
su  cuidado,  y  los  llevaba,  no  porque  así  esté  recomen- 
dado — no  ordenado,  que  eso  no  puede  ordenar  la 
autoridad  civil — ,  sino  porque  sus  sentimientos  se  lo 
demandaban.  Pero  algún  sábado  se  fué  a  pasar  el 
domingo  con  sus  padres,  en  Frades,  no  lejos  del 
Guijuelo,  y  no  pudo  llevar  a  misa  a  sus  niños.  Repi- 
tióse esto  hasta  que  un  día  el  cura  del  lugar  aludió  a 
ello  pública  e  imprudentemente,  censurando  que  el 
maestro  se  ausentara  los  domingos,  antes  de  ir,  en 
comunidad  escolar,  a  misa.  Cuando  Galán  lo  supo, 
resolvió  no  volver  a  llevar  los  niños  a  misa,  para  que 
el  cura  se  enterase  de  que  no  podía  exigirlo,  y  de  que 
él  no  toleraba  imposiciones  impertinentes.  Y  tengo 
razones  para  creer  que  el  imperativo  sacerdote  se  fué 
con  el  cuento  al  padre  Cámara,  y  éste  consultó  con 
un  inspector  de  Primera  enseñanza  si  se  podía  obligar 
al  maestro  a  que  acompañara  a  los  niños  a  misa. 

De  ciertas  especies,  que,  si  no  fue.^en  meramente 
estúpidas,  serían  de  mala  índole  moral,  y  que  por  ahí 
han  corrido  respecto  a  mi  gestión  cuando,  siendo  yo 
rector  de  la  Universidad  de  Salamanca,  se  me  vi- 
nieron de  Zaragoza  con  la  embajada  de  que  entregase 


416 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


a  Galán  un  premio  ante  el  Claustro  de  doctores,  con 
toda  solemnidad  y  vestidos  de  toga,  muceta,  borla  y 
demás  achiperres  del  recado  académico,  sólo  he  de 
decir  lo  que  entonces  dije  y  la  aviesa  y  mezquina  in- 
tención ajena  no  lo  quiso  creer,  y  es  que  al  recibir  yo 
aquel  mensaje  no  reparé  en  él,  y  se  lo  entregué  con  el 
premio  al  hermano  del  poeta,  a  don  Baldomcro.  ¿Ha- 
bría de  haberle  entregado  el  mensaje  en  que  se  me 
pedía  aquella  ridicula  ceremonia,  si  deseaba  evitarla? 
Aunque,  es  claro,  estoy  seguro  de  que  el  poeta,  más 
bien  que  modesto  — pues  eso  de  la  modestia,  y  más 
tratándose  de  un  poeta  consciente  de  su  facultad — , 
hombre  de  buen  gusto  y  de  fino  sentido,  habría  re- 
chazado la  forma  aparatosa  que  el  Consistorio  de  los 
Juegos  Florales  de  Zaragoza  quería  que  se  hubiese 
dado  a  la  entrega  de  su  premio.  Y  por  otra  parte, 
¡  habría  que  haber  visto  la  cara  que  hubiesen  puesto 
mis  compañeros  de  Claustro  académico,  los  señores 
doctores  y  catedráticos  de  la  Universidad  de  Sala- 
manca, si  llego  a  irles  con  la  pretensión  de  que  se 
reúnan  en  sesión  solemne,  vestidos  con  traje  talar  de 
todas  luces,  para  dar  un  premio  a  un...  maestro  de 
escuela !  Hay  que  conocer  la  gente.  Sin  perjuicio, 
por  supuesto,  de  que  los  que  más  se  hubiesen  molestado 
por  ello  tomaran  aquel  incidente  como  punto  de  par- 
tida para  saciar  una  vez  más  sus  mezquinas  pasion- 
cillas. En  todo  lo  cual,  lo  único  que  me  dolió  es  que 
se  dudara  de  mi  palabra  y  de  que  las  cosas  sucedieron 
como  yo  dije  que  habían  sucedido.  Y  es  que,  sin  duda, 
entraba  en  el  proceder  de  aquellas  pobres  gentes 
mentir  e  inventar  disculpas  para  justificarse  de  algo. 

Algo  podría  también  decir  del  estado  de  ánimo  en 
que  encontré  a  Galán  cuando  acudió  al  banquete  que 
en  Salamanca  nos  dieron  a  él  y  a  mí,  el  18  de  octubre 
de  1903  — y  en  que  leyó  el  Brindis  que  figura  en  sus 
Obras — ,  ocasión  en  que  el  poeta  se  vió  abandonado 
de  los  que  se  decían  sus  más  amigos  — alguno  de  és- 


OBRAS  COMPLETAS 


417 


tos  torció  su  marcha  en  la  calle  por  no  encontrarse 
con  él  y  tener  que  saludarle — ,  y  tuvo  que  ir  a  alber- 
garse en  una  fonda,  teniendo,  como  tenía,  personas 
muy  allegadas  en  la  ciudad.  Le  oí  entonces  muy  amar- 
gas quejas,  y  no  sé  lo  que  diría  si,  volviendo  al  mun- 
do, viese  lo  que  muchos  quieren  hacer  de  su  memoria 
y  de  su  nombre. 

Como  lo  que  podríamos  llamar  el  galanismo  se  está 
haciendo  una  doctrina,  que  poco  o  nada  tiene  que  ver 
ni  con  el  arte  ni  con  la  estética,  debo  dejar  para  me- 
jor ocasión  el  hablar  de  la  poesía  y  la  personalidad 
de  José  María  Gabriel  y  Galán.  Aunque  ello  siempre 
sea  expuesto  a  malas  inteligencias.  Que  no  olvido  lo 
que  por  muchos  se  dijo  cuando  la  muerte  de  don  Be- 
nito Pérez  Galdós  dije,  honrada  y  lealmente,  lo  que 
I  respecto  a  su  obra  y  su  acción  sentía  y  siento,  por 
¡creer  que  es  el  de  la  sinceridad  el  homenaje  más 
preciado  que  se  puede  rendir  a  un  ingenio  a  quien  se 
le  debe  tanto  como  al  de  Galdós  yo  debía  y  debo. 

Y  nada  más,  por  ahora. 
I    En  cuanto  al  estudio  de  don  Angel  Revilla,  él  se 
'lefenderá  y. se  abrirá  paso  por  sí  mismo. 

Salamanca,  22-IV-1923. 


UNAMUNO.— VII. 


14 


PROLOGO  AL  LIBRO  LAS  CATILIN ARIAS ,  Di- 
JUAN  MONTALVO  fParís.  Garnier  Hermanos,  s.  a 
[1925],  2  tomos.  XXIII  +  204  y  362  páginas)  (V 


Don  Juan  Montalvo  murió  desterrado  aquí,  er 
París,  donde  yo,  también  desterrado,  escribo  esta; 
líneas,  en  1889,  y  a  sus  cincuenta  y  siete  años  de 
edad.  Hacia  1882,  cuando  yo  estudiaba  mi  carrere 
en  Madrid,  estuvo  Montalvo  en  la  corte  de  las  enton- 
ces Españas.  Acaso  alguna  vez  nos  cruzamos  en  1? 
calle,  acaso  al  cruzarnos  se  mejieron  nuestras  mira- 
das, la  del  hombre  cincuentón  que  rumiaba  el  amar- 
go paso  de  sus  recuerdos  de  esperanzas  gloriosas  } 
la  del  mozo  de  dieciocho  que  iba  brezando  sus  espe- 
ranzas de  recuerdos  gloriosos.  Y  ahora,  cuando  hace 
ya  treinta  y  seis  años  que  Montalvo  duerme,  ¿sueña? 
arropado  en  hospitalaria  tierra  francesa,  vuelvo  yo 
traspuestos  mis  sesenta,  cuando  he  doblado  el  puertc 
serrano  que  separa  a  la  solana  de  la  umbría,  a  en- 
contrarme con  él.  Y  al  encontrarme  con  él,  me  he 
encontrado  y  enfrentado  conmigo  mismo,  y  al  encon- 
trarme con  el  Ecuador,  la  "nacionzuela"  como  alguné 
vez  la  llamó,  de  Ignacio  de  Veintemilla,  me  he  encon- 
trado con  la  triste  nacioncilla  de  Primo  de  Rivera.  \' 
aquí  voy  a  hablar  tanto  de  Montalvo  como  de  mí. 
Es  que  me  he  encontrado.  Y  voy  a  discutir  conmigei 
mismo,  ya  que  mi  vida  ha  sido  combate  íntimo. 

Cogí  las  Catilinarias  de  Montalvo,  pasé  por  lo  ex- 
cesivamente literario  del  título  ciceroniano,  ya  que 


1  Este  prólogo  fué  reproducido  en  el  Repertorio  Americano, 
San  José,  Costa  Rica,  de  1927-XV,  págs.  193-195. 


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el  término  se  ha  hecho  vulgar,  desprendiéndose  de  su 
etimología,  y  empecé  a  devorarlas.  Iba  saltando  líneas ; 
iba  desechando  literatura  erudita;  iba  esquivando  ar- 
tificio retórico.  Iba  buscando  los  insultos  tajantes  y 
sangrantes.  Los  insultos,  ¡sí!,  los  insultos:  los  que 
llenan  el  alma  ardorosa  y  generosa  de  Montalvo. 

Se  ha  preguntado  alguien  qué  es  lo  que  habría  po- 
dido hacer  Montalvo  a  haber  podido  vivir  sosegado 
en  un  Ecuador  de  libertad  civil  y  de  paz  y  de  justi- 
cia. Pues  yo  os  digo  que  muy  poca  cosa;  toda  su 
literatura  clasicista  y  casticista  se  habría  quedado  de 
pasto  de  unos  pocos  curiosos  de  experimentos  litera- 
rios. Os  lo  confieso,  no  he  podido  acabar  los  Capítulos 
que  se  le  olvidaron  a  Cervantes.  Allí  apenas  hay 
más  que  las  líneas  con  que  termina  el  capítulo  XLVI, 
dedicadas  a  Ignacio  de  Veintemílla,  ahorcado  por 
"asesinato,  robo,  traición,  atentado  contra  el  pudor..." 
Esto,  ¡  el  insulto  ! 

Lo  demás  es  imitación,  todo  lo  bien  hecha  que  se 
quiera,  de  Cervantes,  y  me  interesa  la  imitación  de 
Don  Quijote.  Cervantes  mismo  no  es  por  su  estilo 
literario  por  lo  que  principalmente  me  atrae. 

Fué  la  indignación  lo  que  hizo  de  lo  que  no  habría 
sido  más  que  un  literato  con  la  manía  del  cervantismo 
literario,  un  apóstol,  un  profeta  encendido  en  quijo- 
tismo poético;  es  la  indignación  lo  que  salva  la  retó- 
rica de  Montalvo. 

Escribió  en  el  destierro,  a  que  tan  sentidas  pala- 
bras dedicó  en  su  escrito  "Los  Proscritos",  que  figu- 
ra en  el  Cosmopolita.  "A  las  penas  que  el  destierro 
trae  consigo,  decía,  añade  la  indignación  que  causa 
la  injusticia,  la  acerbítud  del  corazón  al  contemplar 
el  triunfo  de  la  tiranía,  y  ve  cómo  es  terrible  la  si- 
tuación de  los  proscritos."  Y  luego:  "¡Ay!  — dice — . 
¿Cuándo  volveré?,  ;he  de  morir  en  el  destierro?, 
¿una  sepultura  prestada  ha  de  recibir  mis  huesos?, 
¿y  qué  suerte  fué  la  mía  para  verme  ausente,  lejos 


420 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  todo  lo  que  hacía  para  mí  grata  la  vida?  Un  hom- 
bre, un  solo  hombre  me  causa  tantos  males  sin  jus- 
ticia ni  razón.  ¡Tirano!,  valiera  más  haberme  muer- 
to, porque  en  la  tumba  se  duerme  tranquila  y  suave- 
mente, no  es  uno  víctima  de  las  horribles  pesadillas 
del  extranjero  que  no  puede  volver  a  su  querida 
patria." 

¿  Haberse  muerto  ?  No,  haberse  muerto,  no ;  ¡  mo- 
rirse, no !  Hay  que  vivir  para  combatir  contra  la  tira- 
nía y  vencerla ;  y  ¡  hay  que  sobrevivir !  Montalvo 
sobrevive  porque  venció,  ¡sí,  venció!,  a  la  tiranía 
y  no  porque  imitó  a  Cervantes.  Porque  imitó  a  Don 
Quijote.  Y  él  tuvo  conciencia  de  su  misión  y  de  su 
obra.  "A  un  tirano  antiguo  — decía —  se  le  había 
escapado  una  víctima,  con  haberse  dado  muerte  con 
su  propia  mano;  yo,  huyendo  al  destierro,  me  he  es- 
capado también ;  y  el  destierro  es  la  más  triste  de 
las  penas."  La  más  triste,  sí,  pero  en  el  caso  de 
Montalvo,  que  enristraba  su  pluma ;  en  mi  caso,  que 
enristro  la  mía,  la  más  fecunda  y  la  más  liberadora 
de  las  penas.  "Mi  nombre  está  grabado  en  mis  fle- 
chas — decía  él  con  noble  arrogancia  quijotesca — , 
y  con  ellas  en  el  corazón  mueren  tiranos  y  tiranue- 
los: díganlo  García  Moreno  y  el  Cosmopolita...  ¿Lo 
dirán  también  Ignacio  de  Veintemilla  y  las  Catilina- 
rias?"  Y  se  lo  están  diciendo.  Y  otra  vez:  "...  los 
echo  en  tierra,  y  allí  los  tengo  a  mis  pies,  quebran- 
tada la  cabeza,  y  que  den  sus  alaridos  como  Satanás". 

Veintemilla,  el  ladrón,  el  malhechor,  no  tirano,  si 
queda  en  la  memoria  de  los  hombres,  es,  marcado  a 
fuego,  gracias  a  Montalvo.  Y  si  un  día  se  recuerda 
a  Primo  de  Rivera,  otro  Veintemilla,  no  tirano,  ni 
siquiera  dictador,  pues  que  nada  dicta,  será,  marcado 
a  fuego,  con  sus  cómplices  todos,  del  rey  abajo,  gra- 
cias a  mí.  ¡Tirano!  ¿Tirano?  No.  Veintemilla  no  fué 
un  tirano.  Tirano  fué  acaso  García  Moreno,  el  hombre 
culto,  el  hombre  civil,  a  quien  Montalvo,  en  rigor. 


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admiró.  Veintemilla,  el  soldadote  Veintemilla,  fué  un 
malhechor  — le  dijo  Montalvo —  y  no  un  tirano.  Ti- 
ranía es  ciencia  sujeta  a  principios  difíciles  y  tiene 
modos  que  requieren  hábil  tanteo.  "Y  no  sería  justo 
— asrre.gfa  Montalvo —  dar  el  nombre  de  tirano  a  un 
pobre  es^uízaro  a  quien  entroniza  la  fortuna  por  ha- 
cer befa  de  un  pueblo  sin  méritos."  El  mismo  caso, 
el  mismísimo,  que  mi  España. 

"Excremento  de  García  Moreno",  le  llamó  a  Vein- 
temilla. Y  le  cubrió  de  insultos,  de  nobles  insultos, 
de  generosos  insultos  patrióticos,  como  a  Borrero  y 
como  a  Urbina.  Le  llamó  ladrón  a  boca  llena ;  así, 
ladrón.  Como  yo,  en  escrito  público,  le  he  llamado  al 
nuestro,  y  no  lo  niego.  "La  ineptitud  hubiera  quizá 
tolerado  en  ese  picaro;  su  prurito  por  las  cosas  ilí- 
citas, ¡  no !" 

Pero  ¿es  que  Montalvo  no  estuvo  alguna  vez  de 
parte  de  Veintemilla?,  ¿es  que  no  esperó  para  su 
patria  de  él?  Sí,  a  Montalvo  le  dijeron  que  Veinte- 
milla  necesitaba  la  cooperación  de  los  buenos  libera- 
les, y  contestó  que  no,  no  a  un  traidor  que,  "hecho 
apenas  el  pronimciamiento  liberal,  corre  a  ponerlo  en 
manos  de  los  jesuítas" ;  no  a  "un  cobarde  que  va  a 
solicitar  amparo  y  certificados  favorables  de  los  obis- 
pos". Es  que  Veintemilla  no  era  más  que  un  solda- 
do, un  soldado  de  fortuna,  y  un  soldado  de  la  casta 
mercenaria  de  las  armas  no  es  jamás  liberal.  Y  si 
va  a  ponerse  en  manos  de  los  jesuítas,  no  es  tampoco 
porque  crea  en  ellos,  que,  "cabizbajos,  llevan  meti- 
dos los  ojos  en  la  barriga  y  allí  ocultan  sus  virtudes, 
que  consisten  en  esconder  la  vista  y  el  alma,  a  fin  de 
que  nadie  vea  la  gloria  con  que  fulgura  en  ellos  la 
malicia". 

Montalvo  llamó  a  boca  llena  tirano  a  García  Mo- 
reno, al  hombre  civil  y  de  convicciones  políticas,  no 
a  Veintemilla,  el  mercenario,  el  soldado  de  fortuna. 
En  García  Moreno,  "inteligencia,  audacia,  ímpetu, 


422  MIGUEL   DE  UNAMUNO 


sus  acciones  siempre  fueron  consumadas  con  admira- 
ble franqueza;  adoraba  al  verdugo,  pero  aborrecía 
al  asesino",  García  Moreno  fué  "hombre  de  rara  in- 
teligencia y  vastos  conocimientos  mal  aprovechados". 
Veintemilla,  el  soldado  de  fortuna,  un  "payo",  un 
malhechor,  un  ladrón  y  un  crapuloso.  Como  he  dicho 
yo,  públicamente,  del  otro.  "A  García  Moreno  le 
aborrecí  por  tirano ;  a  Veintemilla  no  le  puedo  abo- 
rrecer ;  la  infamia  no  alcanza  el  honor  del  odio :  des- 
precio es  lo  que  este  confidente  del  patíbulo  me  ins- 
pira, desprecio  acre,  amargo".  Como  el  otro.  Decía 
muy  bien  Rodó  que  Montalvo  no  confundió  a  García 
Moreno  con  "traidores  de  cuartel  y  advenedizos  sin 
más  norte  que  el  mando".  El  mando,  y  el  saqueo  del 
erario  público. 

Montalvo  tuvo  que  desterrarse  del  Ecuador  de 
Veintemilla;  le  faltaba  allí  aire  para  el  alma,  libertad 
de  decir  la  verdad.  "¡Imprenta,  imprenta!  Arreba- 
tadnos los  bienes  de  fortuna,  arrastradnos  a  guerras 
injustas,  arrojadnos  en  mazmorras,  pero  dejadnos 
hablar !",  clamaba  El  Cosmopolita. 

Pero  ¿y  el  pueblo  ecuatoriano?  El  pueblo  ecua- 
toriano no  necesitaba  libertad,  porque  no  pensaba : 
no  necesitaba  aire,  porque  no  respiraba ;  duraba  como 
una  piedra ;  no  vivía  como  un  pueblo.  Y  Montalvo, 
con  voz  encendida  de  profeta  que  esperaba  despertar 
a  las  piedras  con  su  voz  clamante  en  el  desierto,  le 
decía  al  pueblo  ecuatoriano,  "esqueleto  rechinante", 
así :  "Pueblo,  pueblo,  pueblo  ecuatoriano,  ve  a  la  re- 
conquista de  tu  honra  y  muere  si  es  preciso",  y 
cuando  aquellos  pobres  y  degradados  vasallos,  como 
los  de  mi  España  hoy,  se  quejaban  de  la  falta  de  un 
hombre,  ¡un  hombre!,  Montalvo  gritaba:  "Deber 
mío  era  írmele  encima  el  primero,  resulte  lo  que  re- 
sultare; no  es  culpa  mia  si  el  pueblo  deja  pasar  la 
ocasión  y  no  sabe  lo  que  hace."  Y  también :  "El  es- 
critor, el  agitador,  el  patriota,  el  hombre  de  la  idea 


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423 


había  hecho  su  deber;  el  pueblo  no  hizo  el  suyo." 
Y  luego:  "Bien  visto  lo  tengo,  mientras  esta  pluma 
no  se  me  vuelva  espada,  cosa  no  he  de  poder  con 
los  ecuatorianos;  razón  sin  bayoneta,  es  sinrazón 
para  ellos." 

¡  Cuán  dentro,  pero  cuán  dentro  de  mí  han  resonado 
estas  palabras !  También  mis  pobres  españoles  de 
hoy,  los  de  mi  España,  ese  "esqueleto  rechinante", 
buscan  un  hombre  y  me  dicen  que  por  qué  no  hago 
la  revolución  desde  aquí,  desde  París,  y  la  liberto  de 
los  que  la  están  saqueando  a  su  hacienda  y  los  liberto 
de  su  ignominia.  Esos,  los  miserables,  los  cuitados, 
los  abatidos,  los  que  pedían  mi  indulto.  ¡  Indulto ! 

¡  Indulto !  Cuando  Ignacio  Veintemilla  sepultó  "en 
una  mazmorra  de  cuartel  al  rector  de  la  Universidad 
de  Quito..."  sin  auto  de  juez,  ni  siquiera  motivo  ve- 
rosímil, "por  un  cierto  escrito  que  se  le  atribuía", 
¿  qué  hicieron  los  estudiantes  ?  "Lo  que  han  hecho 
ha  sido  dar  a  luz  un  papelucho  como  una  hoja  de 
peral,  justificando  y  ensalzando  al  oscuro  apagador 
de  la  civilización  y  poniéndole  las  manos  para  que 
por  Dios,  por  la  Virgen,  ponga  en  libertad  a  su 
rector".  "Y  no  es  esto  todo  —sigue  Montalvo — :  al 
respaldo  de  ese  impresito  infame  han  puesto  sus  au- 
tores, de  letra  de  mano,  unos  renglones  en  que 
apuntan  lo  contrario,  pidiéndome  "por  la  Virgen"  que 
castigue  este  nuevo  delito  del  infame  Veintemilla,  di- 
cen." Y  al  fin,  Montalvo:  "¡Desgraciado  del  pueblo 
donde  los  jóvenes  son  humildes  con  el  tirano,  donde 
los  estudiantes  no  hacen  temblar  al  mundo!" 

Este  pasaje  de  la  sexta  Catilimria  me  hizo  tem- 
blar hasta  en  las  últimas  raicillas  de  mi  alma,  hizo 
que  me  asomaran  las  lágrimas.  Y  no  es  que  mis 
estudiantes,  mis  hijos,  los  hijos  de  mis  cuarenta  años 
le  apostolado  civil  y  patriótico,  hubieran  pedido  mi 

Indulto.  No,  i  alabado  sea  Dios!,  mis  hijos,  ni  los 
le  carne  y  espíritu,  ni  los  de  espíritu  solo,  no,  no 


424 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


pidieron  mi  indulto  al  Veintemilla  español  de  hoy,  no, 
no  se  lo  pidieron.  Los  que  se  lo  pidieron  fueron  unos 
miserables  capones  y  alcahuetes  que  se  decían  amigos 
míos.  Y  yo  quedo  pensando  y  esperando  con  los  es- 
tudiantes que  hagan  temblar  a  España,  temblar  de 
vergüenza  e  indignación.  Y  que  le  hagan  sacudirse 
de  los  salteadores  que  le  están  chupando  el  jugo 
acuñado. 

Pero  ¿  cómo  pudo,  ni  por  un  momento,  ni  en  un 
principio,  haber  engañado  Veintemilla  a  Montalvo? 
¿  Cómo  pudo  esperar  nada  de  un  soldado  de  fortuna  ? 
Montalvo  sabía  que  en  su  Ecuador,  "cada  jefe  es  un 
emperadorcillo  tiranísimo;  cada  soldado,  un  cruel 
enemigo  de  las  otras  clases  de  la  asociación"  (El 
Cosmopolita).  Montalvo  dijo:  "En  resumidas  cuen- 
tas, venga  el  chagra-galán,  el  chagra-diplomático, 
antes  que  el  chagra-militar;  porque  éste,  aun  cuando 
se  halle  él  mismo  en  amena  conversación  con  amigos 
y  señoritas,  de  repente  se  acuerda  de  que  es  soldado, 
y  ¡Fuego,  muchachos !" 

Montalvo  haliía  dicho  que  "Veintemilla,  como  ins- 
trumento, como  simple  instrumento,  no  era  malo; 
dos  mil  veteranos  con  bala  en  boca  tenia  a  sus  órde- 
nes este  marmitón  del  difunto  consabido".  Pero  ¿es 
que  un  instrumento,  un  simple  instrumento,  puede  ser 
bueno  para  gobernar  un  pueblo  ?  "Toda  esa  estopa 
antigua,  esos  cascos  apolillados  del  tiempo  de  Maricas- 
taña que  se  llaman  generales,  todos  son  aparceros  y 
corchetes  de  Ignacio  Veintemilla."  ¿  Y  qué  más  podían 
ser  los  generales?  ¿Qué  más  se  puede  esperar  de 
ellos  ? 

¿Y  la  soldadesca?  "Los  cuerpos  colectivos  o  potes- 
tades que  gozan  de  independencia  absoluta  sin  suje- 
ción a  una  regla  general  ni  a  un  inspector  superior 
son  un  Estado  en  otro  Estado,  y  esta  incrustación 
destruye,  con  la  anarquía,  la  forma  de  Gobierno,  al 
paso  que  vuelve  imposible  el  orden  sin  el  cual  no  hay 


OBRAS  COMPLETAS 


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sociedad  humana."  He  aquí  nuestras  Juntas  de  De- 
fensa armadas ;  de  defensa  del  puchero  de  los  merce- 
narios del  honor  patrio.  Y  Montalvo,  que  sabía  eso, 
que  sabía  lo  que  es  el  instrumento  de  cortar  y  sajar 
erigido  en  brújula,  el  puño  que  quiere  hacer  de  ca- 
beza, el  verdugo  que  quiere  hacer  de  juez,  ;cómo 
pudo  engañarse  respecto  a  lo  que  es  el  soldado? 
Porque  en  otros  pasajes  exalta  al  soldado  sin  perca- 
tarse de  que  el  soldado  es  el  que  está  a  sueldo,  es  el 
mercenario  del  honor  de  las  armas,  el  de  la  casta  pro- 
fesional, es  el  del  principio  de  autoridad  sin  mira- 
miento a  su  fin,  al  fin  de  la  autoridad,  que  es  la  justi- 
cia, es  el  que  confunde  el  orden  con  la  ordenanza,  es 
el  que,  puesto  el  puño  sobre  la  cruz  de  la  espada, 
miente  con  juramento,  cuando  se  le  impone  por  disci- 
plina. ¡  Ah,  lo  que  debió  haber  sufrido  Montalvo,  el 
enamorado  de  la  libertad,  de  la  verdad,  que  es  la  jus- 
ticia !  Hay  al  final  de  la  duodécima  y  última  Cati- 
linaria  un  pasaje  que  me  ha  calado  hasta  el  hondón 
del  alma  dolorida,  y  es  donde  dice:  "Cosa  mala  es 
el  mundo;  pero  él  se  compondrá  cuando,  apurada  la 
clemencia  divina,  naciones  y  ciudades,  imperios  y 
repúblicas  sean  montones  de  difuntas  piedras  que 
estén  compitiendo  con  las  que  han  vuelto  estériles 
para  siempre  las  orillas  del  Desierto."  Y  acaban 
las  Catiliuarias  con  estas  palabras  proféticas:  "Sí, 
mueren  [los  malvados]  ;  mira  allí,  poeta  [Sófocles], 
ese  hervidero  de  sangre  podrida  en  donde  están  sal- 
tando larvas  y  sabandijas,  que  crecen,  y  suben,  y  se 
vuelven  monstruos;  ésa  es  la  sangre  de  los  malvados 
que  van  muriendo.  Pero  de  ella  nacen  otros ;  de  ese 
hervidero  salen  los  que  prolongan  su  vida,  y  acaece 
que  parezca  no  tener  fin  la  de  estos  enemigos  de 
Dios  y  de  los  hombres." 

¿  Pesimismo  ?  Sí,  noble  pesimismo,  generoso  y  fe- 
cundo pesimismo  de  luchador  que  sabe  que  la  victo- 
ria es  vencimiento ;, pesimismo  de  proscrito,  de  des- 


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MIGUEL    DE  UNAMUNO 


terrado  del  cielo;  pesimismo  de  apóstol  cuya  espe- 
ranza está  hecha  de  desesperaciones ;  su  fé,  de  des- 
engaños ;  su  caridad,  de  santos  odios.  En  este  pasa- 
je está  lo  mejor  del  alma  quijotesca  de  Montalvo.  Si 
hubiera  creído  que  con  borrar  de  su  patria  a  Veinte- 
milla  habría  acabado  para  siempre  con  todos  los 
futuros  tiranos  de  ella,  ¿qué  mérito  habría  tenido  su 
hazañosa  empresa?  Supo  pelear  la  santa  pelea  a  las 
orillas  del  lago  del  Desierto.  Y  así  es  como,  al  ir  a 
morir,  pudo  decir:  "Me  siento  capaz  de  componer 
una  elegía  como  nunca  lo  hiciera  en  los  años  de  mi 
juventud."  Pero  es  porque  iba  a  nacer.  Nació,  se 
libertó  al  morirse.  Al  morirse  en  el  destierro. 

Y  ahora,  ¿  qué  he  de  decir  de  su  lengua  y  su>  estilo, 
yo,  un  lingüista  y  un  investigador  de  estilística  ? 
¿  Voy  a  reprocharle  sus  preocupaciones  lexicológicas, 
yo  que  las  padezco  también?  ¿Voy  a  discutir  al 
literato? 

Sintió  acaso  en  exceso  la  voluptuosidad  de  la  len- 
gua. Y  de  una  lengua  artificiosa  y  de  énfasis  caste- 
llano. Rodó  dijo  que  la  "espontaneidad  natural  y 
suelta  de  Montaigne  es  el  término  opuesto  a  la  ar- 
tificiosidad  preciosa  de  Montalvo".  Pero  es  que  Mon- 
taigne era  un  sensual  y  un  escéptico,  y  Montalvo,  un 
apasionado  y  un  dogmático,  y  el  énfasis  es  el  len- 
guaje de  la  pasión. 

Lo  confieso,  he  tenido  que  saltar  su  nota  filológica 
sobre  la  presidencia,  como  no  me  interesa  lo  de  si  se 
ha  de  decir  gallardeó  o  se  gallardeó,  fugó  o  se  fugó. 
Y  no  es  que  no  comprenda  que  se  puede  poner  pasión 
en  debates  gramaticales.  Es  otra  cosa. 

¡  Qué  de  vueltas  le  dió  a  aquello  de  que  Veintemi- 
11a  se  firmase  Ignacio  de  Veintemilla !  Suponía,  equi- 
vocadamente, que  ese  de  presupone  en  los  españoles 
que  lo  usamos  ante  los  apellidos  solariegos  — no  pa- 
tronímicos—  pretensiones  de  nobleza  de  linaje.  Y  no 
hay  tal.  En  España  no  significa  tal  cosa.  Como  es 


OBRAS  COMPLETAS 


427 


equivocado  lo  que  dice  respecto  al  tuteo  entre  padres 
e  hijos  en  España.  Pero  esto,  ¿qué  importa? 

Su  cervantismo,  no  poco  pueril,  sin  duda,  le  lleva 
a  hacer  hablar,  en  diálogos,  a  chagras  y  cholos  en 
el  convencional  dialecto  dialogado  — diálogo  y  dia- 
lecto son  palabras  hermanas —  de  los  personajes  de 
Cervantes,  que  tampoco  hablan  como  hablaban  los 
hombres  de  carne  y  hueso  de  su  tiempo;  pero  esto, 
¿qué  importa  junto  al  soplo  quijotesco  que  anima 
alguno  de  esos  diálogos?  Además,  el  bueno  de  don 
Juan  Montalvo  se  debió  creer  que  en  España  se  ha- 
blaba más  así,  en  cervantino,  que  en  el  Ecuador  o 
Colombia.  Y  cuando  visitó  España  debió  de  conven- 
cerse de  que  era  todo  lo  contrario,  de  que  allá,  en  los 
recónditos  repliegues  de  los  Andes  colombianos,  se 
conservaba  mejor  esa  rancia  lengua  ceremoniosa  y 
algo  convencional.  ¿  Quién  sabe  si  un  día  iremos 
allá  a  desenterrarla,  a  reconquistarla? 

En  aquel  cuadrito  dramático  que  titula  "Méjico" 
y  publicó  en  El  Cosmopolita,  ponía  en  boca  del  Mar- 
qués de  Munster  estas  palabras:  "La  naturaleza  no 
ha  criado  esclavos ;  el  Nuevo  Mundo  será  algún  día 
dueño  y  señor  del  Viejo;  pero  es  un  error  y  una 
extravagancia  en  nosotros  querer  conquistar  a  Amé- 
rica." El  Nuevo  Mundo  será  algún  día  dueño  y 
señor  del  Viejo.  Tal  vez...  Cuando  la  América  espa- 
ñola, la  que  habla  la  lengua  de  Don  Quijote,  con- 
quiste espiritualmente  a  la  vieja  España,  a  la  España 
de  Primo  de  Rivera  y  consortes.  Pero  es  que  España 
se  habrá  reconquistado  a  sí  misma.  Sí,  España  ten- 
drá que  reconquistarse  desde  América.  España  ten- 
drá que  sacudirse  de  sus  tiranos  desde  América.  Y 
en  ese  día  el  nombre  de  don  Juan  Montalvo,  el  nom- 
bre del  desterrado  que  duerme  — ¿sueña? —  arropado 
en  tierra  francesa,  será  una  enseña,  será  una  empresa 
y  habrá  que  trasladarle  a  España,  a  la  España  que 
tanto  quiso,  y  allí,  en  la  España  reconquistada,  se- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


pultar  sus  restos  en  huesa  española  y  echar  sobre 
ellos  sendos  puñados  de  tierra  de  cada  una  de  las 
libres  — si  son  entonces  libres —  repúblicas  ameri- 
cano-españolas. 

Y  ahora,  reconfortado  con  las  Catilinarias,  vuelvo 
a  mi  combate.  No,  sino  que  sigo  en  él,  invocando  a 
nuestro  señor  Don  Quijote,  el  invicto  caballero  del 
Vencimiento. 


París,  30  de  mayo  de  1925. 


PROLOGO  A  LA  SEGUNDA  EDICION  DEL  LI- 
BRO DE  VICTORIANO  GARCIA  MARTI,  DEL 
VIVIR  HEROICO  y  DEL  MUNDO  INTERIOR, 
Madrid,  Editorial  Mundo  Latino,  s.  a.  [1925],  247 
páginas. 


Cuando  se  publicó  por  primera  vez  esta  colección 
de  ensayos  Del  vivir  heroico,  en  1915,  me  venía  de- 
dicada. Y  al  leerla  entonces,  un  pasaje  del  ensayo 
"Elogio  del  corazón",  aquel  que  dice:  "Casi  todos  los 
tontos  que  andan  por  el  mundo  son  unos  santos; 
pero,  como  no  han  hecho  nada  por  ser  tontos,  su 
santidad  no  tiene  mérito",  me  sugirió  otro  ensayo, 
que  bajo  el  título  de  "Un  tonto  a  sabiendas  y  a  que- 
riendas",  se  me  publicó  en  el  Nuevo  Mundo  de  3  de 
julio  de  1915  (1).  Pero  no  quiero  ver  este  mi  ensayo 
de  entonces;  prefiero  releer  el  libro  de  García  Martí, 
que  para  mí  será  otro  que  entonces,  ya  que  yo  soy 
algo  otro,  y  dejar  correr  con  la  pluma  la  fantasía 
— con  ésta  aquélla —  en  otro  ensayo  que  pueda  ser- 
virle de  prólogo. 

El  libro  me  venía  dedicado,  y  en  él,  en  efecto,  en- 
contré y  vuelvo  a  encontrar  no  pocos  tópicos  míos 
— ¿míos?,  no,  sino  repensados  y  revestidos  por  mí — , 
aunque  con  otro  vestido  y  hasta  con  otra  encarnadura. 
Y  es  la  vida  de  la  fantasía  y  del  entendimiento  re- 
cibir lo  que  dimos  — y  que  a  nuestra  vez  lo  habíamos 
recibido —  trasformado,  hecho  otro.  El  comercio  de 
las  ideas  se  dice  y  no  la  industria.  Y  es  que  en  las 


1  Lo  encontrará  el  lector  en  el  tomo  V  de  estas  Obras  Com- 
pletas. 


430 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ideas  cambiar  es  producir.  Cambista  o  banquero  de 
ideas  más  que  fabricante  es  el  pensador.  Traducir  es 
trasmitir,  y  trasmitir  es  crear  un  valor  nuevo.  Ni  es 
el  verdadero  dueño  de  una  idea  el  que  la  fabrica  o 
forja,  sino  el  que  sabe  venderla,  y  más  el  que  sabe 
consumirla.  Lo  espiritual  es,  más  que  la  fábrica,  el 
mercado.  ¿Hacer  una  idea?  Hacer  una  idea  es  sa- 
ber ponerla  en  su  lugar. 

Cuando  aquí  se  dice  de  uno  que  "vino  al  mundo 
para  ser  negociante  y  se  quedó  en  ideólogo",  no  se 
tiene  en  cuenta  que  el  ideólogo  es  el  supremo  nego- 
ciante, que  la  ideología  es  el  sumo  del  comercio.  La  in- 
dustria de  las  ideas,  la  ciencia,  la  investigación,  es 
algo  más  bajo.  El  comercio  es  el  que  da  valor  a 
los  artículos  que  la  industria  produce. 

"No  hay  más  que  un  modo  de  hacer  las  cosas :  ha- 
cerlas eternas."  Así  nos  dice  García  Martí  en  este 
libro.  Pero  no  hay  más  que  un  modo  de  hacer  eter- 
nas las  cosas,  y  es  decirlas,  o  sea  lanzarlas  al  comer- 
cio de  las  ideas,  idealizarlas.  Las  cosas  se  hacen  eter- 
nas cuando  se  hacen  palabras.  Y  se  hacen  divinas. 
Prisciliano,  el  que  descansa  en  el  sepulcro  del  Após- 
tol en  Santiago  de  Compostela,  oponía  a  las  obras  del 
siglo  las  palabras  de  Dios.  Las  cosas,  perecederas, 
son  del  siglo ;  las  palabras,  eternas,  son  de  Dios.  Y 
en  el  principio  fué  la  Palabra,  y  por  ella  se  hizo 
todo,  según  nos  dice  el  principio  del  Evangelio  de 
Juan. 

"De  las  acciones  humanas  sólo  me  interesa  el  eco", 
nos  dice  aquí  García  Martí;  y  el  eco  de  las  acciones 
humanas  es  la  palabra,  lo  externo  de  la  acción,  oU 
sustancia.  Palabra  silenciosa,  acaso.  Y  así,  este  li- 
bro es  también  una  acción,  un  acto.  Que  acción  es 
el  sueño.  "Vivir  es  una  labor  de  esfuerzo",  se  dice 
en  otra  parte  de  este  libro.  Pero  es  según  se  viva. 
Cuando  la  vida  es  sueño  y  no  más  que  sueño  el  vi- 
vir, no  es  labor  de  esfuerzo,  porque  lo  característico  y 


U  £>  i\  ^  o     L-  u  Al  r      jz  1  /lo 


diferencial  del  sueño  es  que  en  él  la  voluntad  des- 
aparece. El  soñador  no  quiere,  y  así,  en  vez  de  vi- 
vir, se  deja  vivir ;  es  vivido,  es  soñado. 
Dios  sueña  al  soñador.  ¿Y  quién  vive? 

Y  todo  es  palabra,  con  voluntad  o  sin  ella.  En  este 
libro  se  nos  habla  de  las  grandes  palabras.  Son  las 
palabras  que  llevan  voluntad;  que  quieren  ellas,  las 
palabras.  Por  ellas  viven  y  mueren  los  hombres :  Li- 
bertad, Igualdad,  Fraternidad;  Dios,  Patria  y  Rey; 
Tierra  y  Libertad;  Pan  y  toros...  "Los  hombres  ven 
al  yo  misterioso  y  divino  en  ellos" ;  en  las  palabras  se 
dice  aquí.  No,  sino  que  las  palabras  mismas  son  lo 
misterioso  y  divino  de  las  cosas,  son  la  sustancia  eter- 
na. Llegar  a  decir  una  cosa,  nombrarla,  es  hacerla 
nuestra,  es  humanizarla,  o  sea  divinizarla.  El  Adán 
de  la  leyenda  bíblica  tomó  posesión  del  mundo  po- 
niendo nombres  a  las  cosas.  Conocer  es  poseer  — y 
amar — ,  y  conocer  es  nombrar.  Y  el  conocimiento 
es  amor. 

"Hay  hombres  que  discurren  con  el  pecho",  se 
nos  dice  aquí.  Los  antiguos  griegos  creían  que  es 
con  el  pecho  con  el  que  delibera  el  hombre.  La 
palagra  griega  fren,  de  donde  viene  frenología,  y 
frenopatía,  y  frenesí,  no  quiere  decir  cerebro  ni  ca- 
beza, sino  diafragma  del  pecho,  pecho.  Aquiles  re- 
volvía sus  tumultuosos  pensamientos  • — mermeriza- 
ba,  según  la  voz  griega —  en  el  velludo  pecho.  Nos- 
otros hemos  aplicado  la  voz  seso  — esto  es,  sensu,  o 
sea,  sentido —  al  cerebro;  pero  los  antiguos  sabían 
que  no  discurren  más  los  sesos  que  el  corazón  en 
el  pecho.  Y  es  que  su  psicología,  sobre  todo  la  ho- 
mérica, era  de  voluntad,  de  gana  y  no  de  ensueño. 

Y  así  vamos  por  la  vida,  camino  de  la  muerte. 
O  — seamos  conceptistas  o  paradojistas —  por  la 
muerte,  camino  de  la  vida.  Aquí  se  dice :  el  ideal 
"marcha  delante  de  nosotros,  como  la  sombra  de- 
lante del  cuerpo".  Pero  la  sombra  marcha  delante 


432 


MIGUEL  DE  UNAMUNC 


del  cuerpo  cuando  andamos  dando  la  espalda  al  sol, 
que  cuando  avanzamos  de  cara  al  sol,  nuestra  som- 
bra va  detrás  nuestro  y  como  a  rastras  de  nosotros. 

Y  así  con  el  ideal.  Hay  quien  lleva  el  ideal  delante, 
y  hay  quien  lo  lleva  detrás  de  sí. 

i  Y  el  que  tiene  la  luz  dentro,  y  no  delante  ni  de- 
trás ?  Aquí  se  dice  que  "parece  lógico  que  para  nos- 
otros lo  más  claro  sea  lo  más  oscuro,  porque  si  vi- 
viéramos en  la  claridad,  no  habría  problemas".  Le 
oímos  una  vez  a  Guerra  Junqueiro,  el  gran  poeta 
ibérico:  "Los  que  todo  lo  ven  claro  son  espíritus  os- 
curos." El  fondo  del  espejo  es  oscurísimo.  En  nues- 
tro poema  El  Cristo  de  Veláques  hemos  dicho  que 
"el  mármol  bien  bruñido  mejor  espejo  da  mientras 
más  negro".  La  lechuza,  que  ve  en  lo  oscuro,  es  el 
alma  simbólica  de  Minerva  — la  de  los  ojos  glaucos, 
o  sea  lechucinos — ,  de  la  Ciencia;  pero  la  lechuza 
no  ve  en  lo  claro ;  la  luz  le  ciega.  Y  el  águila  de  San 
Juan,  de  la  intuición  mística,  mira  al  sol. 

Hay,  además,  que  ver  por  dentro.  "En  este  mundo 
traidor  — ■  nada  es  verdad  ni  mentira ;  —  todo  es  se- 
gún el  color  —  del  cristal  con  que  se  mira".  Así 
dijo  Campoamor.  Pero  depende  más  de  donde  se  mire. 
En  ese  mismo  poema,  El  Cristo  de  Velásquez,  di- 
jimos : 

Roja  tu  sanare  como  lus  cernida 
por  panes,  pétalos  del  oro  dulce. 

Y  es  que  el  oro,  visto  desde  fuera,  es  amarillo ;  pero 
visto  desde  dentro,  mirando  la  luz  a  través  de  su 
pan  de  oro,  de  una  delgada  lámina  de  ese  metal,  re- 
sulta rojo  de  sangre.  Y  hay  que  aprender  a  ver  las 
cosas  desde  dentro,  aunque  se  sorprenda  al  público  al 
contar  lo  que  vimos  así.  Y  yo  sé  por  mis  novelas,  que, 
como  están  vistas  desde  dentro,  parecen  concebidas 
al  margen  de  la  vida  a  los  que  miran  ésta  desde 
fuera.  Ni  mi  Ahel  Sánchez  ni  La  tía  Tula  conven- 


OBRAS  COMPLETAS 


433 


cieron  a  los  que  no  miran  al  hombre  y  a  la  mujer 
sino  desde  fuera.  Y  desde  fuera,  no  más  que  en  espe- 
jos, se  ven  a  sí  mismos. 

Y  basta,  que  mezclo  ya  lo  mío  a  lo  de  García  Martí. 
Aunque,  ¿qué  es  lo  mío?;  ¿qué  lo  suyo?;  ¿qué  lo  de 
los  demás?  Cambiemos,  cambiemos. 

¡Ah,  sí!;  ya  os  oigo:  ingeniosidades,  ¡juegos  ma- 
labares !,  ¡  paradojas !.  Son  el  lenguaje  ese  de  la  pa- 
sión. Un  conceptista  fué  San  Pablo;  otro,  San  Agus- 
tin :  otro,  Pascal ;  otro,  Nietzsche.  Y  entre  nosotros, 
Quevedo,  hombre  de  pasión.  Y  en  cambio,  los  de  los 
inflamados  períodos,  a  que  no  prestaba  calor  sino  la 
elocución,  eran  hombres  sin  pasión.  Para  nada  hace 
más  falta  fuego  que  para  producir  un  diamante  re- 
cortado y  seco. 


PROLOGO  A  LA  VERSION  CASTELLANA  DE 
EL  ZOHAR  EN  LA  ESPAÑA  MUSULMANA 
Y  CRLSTIANA,  DEL  DOCTOR  ARIEL  BEN- 
SION  (Madrid,  C.  I.  A.  P.  [1931],  327  págs.) 


El  Zohar,  o  Libro  del  Esplendor,  de  que  Ariel 
Bension,  enterrado  hace  poco  en  Jerusalén,  nos  da 
aquí,  en  este  otro  libro,  cumplida  cuenta,  es  algo 
así  como  el  Evangelio  místico  de  los  hebreos  sefar- 
ditas, los  renacidos  antaño  en  España  — Híspanla, 
Iberia — ,  los  de  origen  español.  Parece  que  lo  sacó 
a  luz,  en  arameo,  el  rabino  español  Moisés  de  León, 
a  fines  del  siglo  xiii.  Este  León  — otro  fué  Fray 
Luis — ,  de  cuna  leonesa,  vivió  en  tierras  de  Avila, 
luego  de  Santa  Teresa.  Pretende  ser  el  Zohar  evan- 
gelio de  Simeón  ben  Yojai,  especie  de  Cristo  hebreo, 
milagroso  también,  del  siglo  ii,  de  quien  León  ven- 
dría a  ser  un  San  Pablo.  Pero  a  los  que  lo  vemos 
con  ojos  limpios  de  leyendas  y  de  agüeros  se  nos 
aparece  como  el  libro  de  la  íntima  religión  — mística, 
¡  claro  está  ! — ,  del  triple  monoteísmo  hispano,  ibérico, 
de  la  sencilla  y  escueta  confesión  religiosa  común  a 
judíos,  cristianos  y  musulmanes  de  la  península,  por 
encima  — o  mejor,  acaso,  por  debajo —  de  las  elucu- 
braciones eclesiásticas  y  escolásticas,  teológicas,  ca- 
nónicas y  litúrgicas  de  los  unos  y  los  otros  de  ellos. 
No  es  un  libro  saduzaíco,  sino  farisaico,  como  los  de 
Saulo,  el  fariseo  helenizado  que  enseñaba  que  si  sólo 
en  esta  vida  esperamos  en  Cristo,  en  el  Mesías,  so- 
mos los  más  miserables  de  los  hombres,  y  que  pole- 


OBRAS  COMPLETAS 


435 


mizó  contra  la  ley  como  cuando  Simeón  ben  Yojai 
dice  aquí  que  los  que  estudien  el  Zohar  no  depende- 
rán del  Arbol  de  la  "Ciencia  del  Bien  y  del  Mal  ni 
estarán  sujetos  a  las  leyes  del  "debes  hacer"  o  del 
"no  debes  hacer".  La  confesión  de  fe  del  Zohar  se 
reduce  a  confesar  a  Dios,  un  Dios  un  tanto  panteís- 
tico — "todas  las  almas  forman  una  unidad  con  el 
Alma  Divina" — ,  y  la  inmortalidad  del  alma  humana 
en  una  vida  de  ultratumba,  con  infierno  y  paraíso. 
Y  luego  las  fantásticas  leyendas  de  ángeles  de  todos 
los  grados  y  oficios  y  menesteres.  Se  funden  poesía, 
filosofía  y  religión.  Pero  no  filosofía  sistemática,  como 
la  de  Averroes  o  la  de  Spinoza ;  no  filosofía  congela- 
da en  teoremas,  sino  fluida  y  corriente,  líquida  y  no 
pocas  veces  vaporosa. 

Repasando  el  Zohar,  nos  preguntamos  si  es  que 
no  viene  su  inspiración  de  la  tierra  y  del  cielo  mis- 
mos españoles,  del  páramo  leonés  y  castellano,  de  las 
sierras  y  de  los  esteros  andaluces  y  levantinos.  Hay 
en  él  luz  de  meseta  hispánica  y  de  riberas  medite- 
rráneas, también  hispánicas.  El  contenido,  la  materia 
de  sus  ideas  — o  ensueños —  tiene  muy  poco  o  nada 
de  original,  como  no  lo  tiene  el  de  Santa  Teresa,  San 
Juan  de  la  Cruz,  Lulio  3'  los  místicos  musulmanes.  La 
originalidad  está  donde  siempre  está  ella,  en  la  ex- 
presión, en  el  tono,  tenor  y  acento,  en  el  estilo  ínti- 
mo, entrañado,  no  en  ía  razón  — ratio,  de  reri,  ha- 
blar—  con  el  logos,  sino  en  el  espíritu,  en  el  riiahh, 
en  el  soplo  sonoro,  que  es  sustancia  de  la  palabra.  Y 
todo  nos  hace  creer  que  aunque  el  rabino  Moisés  de 
León  lo  escribiera  en  arameo  lo  sintió  más  bien  en 
romance  español  — lengua  español  (no  española), 
como  aún  la  dicen — ,  y,  desde  luego,  no  en  yidish 
ni  en  neohebreo  reformado.  La  mística  es,  en  su 
mayor  parte,  filología,  lingüística.  La  lengua  espa- 
ñola pensó  y  sintió  a  Dios  en  Santa  Teresa. 

Es  el  Zohar  al  Antiguo  Testamento  lo  que  a  éste 


436 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


y  al  Nuevo  son  los  libros  de  nuestros  místicos  cris- 
tianos españoles.  Y,  en  otro  respecto,  nos  recuerda 
— y  lo  entrevio  Ariel  Bension —  a  nuestro  Quijote. 
Simeón  ben  Yojai  se  nos  representa  como  un  Don 
Quijote,  caballero  andante  a  lo  divino,  a  la  conquista 
del  otro  mundo,  el  de  la  allendidad,  entre  visiones 
angélicas,  dantescas  y  cervantinas  a  la  vez.  Y  con 
algo  de  precolombinas. 

Hay  en  el  ZoJiar  también  un  sentido  católico,  en 
la  estricta  significación  de  catolicidad,  de  universali- 
dad, admitiendo  cualquier  influencia  que  fuera  buena, 
fuese  su  fuente  judía  o  no  lo  fuese.  Y  si  se  aparta 
del  catolicismo  • — no  de  la  catolicidad — ,  en  el  estre- 
cho sentido  histórico,  es  porque  su  individualismo  no 
es,  como  el  católico  romano,  monacal  o  monástico. 
No  caben  en  él  monjes  ni  monjas.  "El  misticismo 
español  — nos  dice  el  autor —  no  idealizó  ni  el  eterno 
masculino  ni  el  eterno  femenino,  sino  siempre  el  eter- 
no humano."  Y  aunque  esto  no  pueda  tomarse  así,  en 
bloque,  por  exacto,  como  tampoco  aquella  su  otra  afir- 
mación de  que  en  los  místicos  hispánicos  de  las  tres 
grandes  religiones  no  hay  rastro  de  la  influencia  de 
aquel  helenismo  que  distinguió  la  obra  de  los  místicos 
en  los  otros  países  europeos,  pues  en  los  nuestros  se 
siente  de  continuo  a  Platón  y  a  los  neoplatónicos  y  ale- 
jandrinos, lo  cierto  es  que  al  Zohar  sefardita  le  aparta 
del  catolicismo  monacal  su  manera  de  sentir  el  amor 
entre  varón  y  mujer,  con  un  sentimiento  profunda- 
mente semítico.  Y  resulta  curioso,  por  otra  parte,  que 
lo  que  el  Zohar  dice  del  amor  de  maridaje,  entre  va- 
rón y  mujer,  para  formar  la  verdadera  individualidad 
humana,  la  familiar,  tiene  un  sabor,  y  un  tenor,  y  un 
olor  profundamente  platónicos  y  helénicos.  No  de 
monaquismo  oriental,  que  no  fué  de  origen  helénico, 
sino  acaso  más  bien  egipcio. 

Con  todo  ello,  el  Zohar  es  un  libro  de  una  religio- 


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437 


sidad  hondamente  hispánica,  ibérica.  En  él  alienta  el 
cogollo  de  la  fe  de  nuestro  pueblo  —la  que  aún  ten- 
ga— ,  desollada  de  excrecencias  escolásticas  y  dogmá- 
ticas, aunque  revestida  de  cendales  y  velos  y  mantos 
de  fantasía.  De  la  fantasía  de  los  que  soñaron  la  vida 
del  alma  en  esta  nuestra  España  eterna,  la  de  los  tres 
pueblos. 


PROLOGO  A  LAS  CEREZAS  DEL  CEMENTE- 
RIO, DE  GABRIEL  MIRO  (Barcelona,  Altes,  1932. 
Edición  Conmemorativa,  volumen  II,  XVI   +  283 
páginas.) 


Visité  las  rumas  del  moírasteno  de  Fobiet  — aonoe 
había  estado  enterrado  Jaime  el  Conquistador —  con 
Gabriel  Miró ;  visita  inolvidable.  Por  cierto  que  a 
Miró  lo  que  no  le  gustaba  era  el  nombre.  "Poblet..., 
pueblecito..."  ■ — me  decía — .  Mas  al  decirle  yo  que 
aquel  poblet  no  significaba  pueblecito,  sino  que  venia 
de  populetimi,  pobeda  o  alameda,  exclamó:  "Ah,  eso 
ya  es  otra  cosa;  ahora  empieza  a  gustarme  el  nom- 
bre". Es  que  le  sonaba  de  otro  modo  en  cuanto  le 
descubrió  su  aboriginal  sentido.  El  escribió  que  "la 
palabra,  esa  palabra,  como  la  música,  resucita  las 
realidades,  las  valora,  exalta  y  acendra,  subiendo  a 
una  pureza  "precisamente  inefable",  lo  que  por  no 
sentirse  ni  decirse  en  su  matiz,  en  su  exactitud,  dor- 
mía dentro  de  las  exactitudes  polvorientas  de  las  mis- 
mas miradas  y  del  mismo  vocablo  y  concepto  de 
todos." 

En  las  ruinas  de  aquel  Poblet,  de  aquella  pobeda 
catalana,  levantina,  y  en  un  rincón  de  uno  de  sus 
claustros,  escondido  en  un  agujero  del  muro,  encontró 
Miró  a  un  mochuelo,  y  ahí  se  puso,  delante  de  mi,  de 
cuclillas,  a  contemplarlo.  Y  allí  se  estuvo  bebiéndole 
con  sus  ojos,  también  glaucos  — esto  es :  de  mochue- 
lo— ,  la  mirada  glauca.  Porque  glauco  quiere  decir 
mochuelesco  — glaux  es  en  griego  la  lechuza — ,  y  más 
que  verde  señala  fosforescente.  Miradas  que  en  la 


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penumbra,  y  aun  en  las  tinieblas,  iluminan  lo  que 
miran.  Y  por  esto  es  símbolo  la  lechuza  de  la  sabidu- 
ría, de  j\Iinerva,  que  ve  en  lo  oscuro  aunque  no  ve 
en  lo  claro  del  medio  día,  ni  menos,  como  el  águila 
de  Patmos,  puede  mirar  cara  a  cara  al  sol.  ¡  Aquel 
diálogo  de  miradas  entre  Miró  y  el  mochuelo,  en  un 
rincón  de  un  claustro  de  Poblet !  ¡  Cómo  lo  recuerdo 
y  lo  comprendo  ahora ! 

Porque  la  mirada  glauca  y  serena  de  Miró  ilumina 
cuanto  mira  y  en  una  luz  difusa,  como  en  una  nebli- 
na de  lumbre  plenilunar  en  que  todo  se  exterioriza. 
Algunas  veces  creeríase  habérselas  con  uno  de  esos 
fantásticos  peces  submarinos,  de  los  abismos  oceáni- 
cos, que  alumbran  con  sus  ojos  el  ámbito  tenebroso 
en  que  se  mueven. 

Hase  podido  decir  de  Miró  que  en  su  obra  todo 
es  paisaje,  y  que  si,  según  Byron,  el  paisaje  es  un 
estado  de  conciencia,  aquí  los  estados  de  conciencia, 
los  personajes  mismos,  son  paisajes.  ¿Personajes? 
Mejor  los  llamó  Miró  mismo:  figuras.  Figuras  de 
patriarcas  y  jueces,  figuras  de  reyes  y  profetas,  figu- 
ras de  Bethlem,  figuras  de  la  Pasión  del  Señor,  figu- 
ras de  discípulos,  figuras  de  santos,  figuras...,  figuras... 
Figuras,  esto  es,  algo  que  se  finge,  que  se  hiñe,  que 
se  amasa.  Se  amasa  con  masa  de  luz  y  de  dulce  luz 
lunar,  de  esa  "luna  enorme,  ancha  y  encendida  como 
el  llameante  ruedo  de  un  horno",  de  esa  "roja  luna..., 
alta,  dorada,  sola  con  el  azul",  con  fragancia  de  mu- 
jer en  la  inmensidad,  con  que  abre  esta  novela  de 
Las  cerezas  del  cementerio.  ¡  Luna  y  fragancia !  No 
sé  si  alguna  vez  Miró,  que  olía  tantas  cosas  — a  pa- 
dre, a  noche,  a  tarde,  a  mujer... — ,  no  olió  a  luna. 
No  paisajes  castellanos,  de  paramera,  de  violentos 
contrastes,  de  recortado  claroscuro,  sino  paisajes  le- 
vantinos, a  ras  de  la  mar  de  la  Odisea. 

Paisajes  de  sosiego.  "¡  Domingo  campesino !  ¡  En 
todo,  calma  sagrada,  sol,  cielo,  paisaje  de  domingo!'' 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  otra  vez :  "¡  Transcurrirán  siglos,  más  siglos,  y 
ciencia  nueva  florecerá  en  las  ruinas  de  la  vieja,  y 
las  magnas  soledades  del  mar  y  de  las  sierras  se  do- 
rarán de  alegría  de  sol,  recibirán  la  nevada  pureza 
de  la  luna,  como  en  el  primer  instante  de  la  vida, 
como  el  primer  momento  de  desnudez  de  la  Eva  bí- 
blica!" Y  aquí  se  nos  vuelve  Byron,  el  del  paisaje 
estado  de  conciencia,  cantando  a  la  mar  sobre  la  que 
han  pasado  los  siglos  sin  dejar  una  arruga  sobre  su 
frente  azul. 

Y  en  estos  paisajes,  aunque  a  todo  sol  plenilunares, 
o  de  eterna  alborada,  todo  género  de  vivientes,  tor- 
tugas, pobres  tortugas  de  "aterrada  cabecita,  chata, 
de  sierpe"  :  babosas,  "masilla  blanda,  reluciente,  oleo- 
sa..., humilde  babosa  engendrada  en  la  humedad"; 
moscas...,  "algunas  pisan  y  aletean  ruidosas  encima 
de  las  que  han  muerto  en  las  orillas  de  los  cristales 
y  muestran  el  palpo  torcido,  las  patas  dobladitas  y 
los  vientres  blancos,  secos,  rígidos".  Y  todos  estos 
vivientes  que  traman  el  paisaje,  que  son  paisaje,  son, 
como  el  mochuelo  de  Poblet,  fragmentos  de  la  Con- 
ciencia Universal,  y  figuras,  figuras  de  la  Pasión  de 
Dios. 

Y  hasta  los  vegetales,  los  árboles  arraigados.  ¿  Es 
que  en  "la  recogida  vida  de  los  árboles"  no  hay  pa- 
sión ?  Y  si  no,  ¿  cómo  Félix,  el  Félix  de  esta  novela, 
podría  mantener  con  la  naturaleza  un  íntimo  y  claro 
coloquio,  semejante  "al  del  alma  mística  con  el  Se- 
ñor" ?  La  naturaleza  para  Félix,  como  para  Miró,  es 
un  interior,  un  paisaje  interior,  es  más  que  un  tem- 
plo, es  un  tálamo,  y  es  una  alcoba.  Una  alcoba.  Una 
alcoba  infinita.  Son  una  misma  cosa  hierbas  y  alfom- 
bras, parrales  y  doseles,  frutas  y  joyeles.  ¿  Sobre- 
realismo?  No;  sino  interiorismo. 

Y  a  ello  responde  el  estilo  de  Miró,  su  manera  de 
tejer  y  de  bordar  sus  paisajes  y  sus  figuras  humanas. 


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Y  de  realzar  el  bordado  con  los  adjetivos  más  comu- 
nes que  lanzan  tornasoles  o  mejor  tornalunas  a  una 
luz  de  ensueño.  Ni  esas  figuras  hablan  como  en  la 
vida  exterior,  que  pasa  y  se  borra,  sino  como  en  la 
vida  interior,  que  se  queda  en  ensueño,  en  recuerdo. 
En  el  recuerdo  que,  como  lo  comprendió  Miró  mis- 
mo, "les  aplica  la  plenitud  de  la  conciencia". 

Que  Miró  llegó  a  la  contemplación  de  cómo  se 
funden  el  espacio  y  el  tiempo,  y  por  ese  camino,  al 
hoy  eterno.  Llegó  a  contemplar  "perdido,  olvidado  o 
malquerido  el  pobrecito  instante  de  lo  actual"  en  "la 
augusta  soledad  divina...  del  Hoy  eterno";  "escuchó 
— como  el  Félix  de  esta  su  novela —  los  pasos  de 
otra  vida,  llegada  del  misterio,  caminando  encima  de 
su  alma" ;  sintió  las  "aguas  lentas,  calladas  y  res- 
plandecientes" del  "amplio  río"  de  nuestra  pobre 
vida  temporal  que  se  desvanece  "entre  nieblas  azu- 
les" ;  sintió  que  "se  le  deslizaba  la  vida  como  una 
corriente  por  llanura  y  una  sensación  ¡  tan  clara,  tan 
intensa  del  olvido!"  A  las  veces  leyendo  a  Miró  le 
sobrecoge  a  uno  el  misterio  de  una  religiosidad  bú- 
dica, de  un  eterno  recuerdo,  de  una  eternidad  hacia 
el  pasado,  de  un  no  principio  de  la  conciencia.  Y  ese 
mismo  Félix,  ¿qué  es  sino  un  recuerdo  de  su  tío  Gui- 
llermo ?  ¿  Qué  es  esta  novela  sino  un  cuento  pleni- 
lunar  de  aparecidos,  de  fantasmas,  de  ánimas  que  se 
ahogan  en  la  vida  que  pasa,  que  se  ahogan  añusgán- 
dose  con  cerezas  del  sementerio?  Por  algo  más  de 
una  vez  Miró  dice  "ánimas"  en  vez  de  almas.  O  de 
ánimos.  Y  así  cuando  doña  Lutgarda  le  puso  a  Fé- 
lix toda  la  pechuga  de  un  palomo,  él  se  la  sirvió,  pues 
"cualquiera  cosa  comería  éi  para  no  contrariar  a 
esas  ánimas".  Sentimiento  budista. 

Y  así  se  nos  aparece  de  pronto  en  estas  páginas 
españolas  — era  inevitable —  el  fantasma  enorme  de 
Obermann,  la  gran  figura  del  silencio  helado  de  las 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cumbres  de  los  Alpes,  adonde  sube  volando  el  águila; 
Obermann,  aquel  que  renunció  a  contarnos  el  miste- 
rio de  esas  cumbres  en  una  lengua  hecha  por  los 
hombres  de  las  llanuras.  ¡  Cuánto  se  me  puso  en  claro 
al  ver  que  Miró  hace  trepar  la  Cumbrera  a  su  Félix 
en  imitación  del  enorme  Obermann !  Tanto  como  al 
verle  escudriñar  en  la  mirada  glauca  del  mochuelo 
de  Poblet.  "Y  Félix  subió  y  besó  la  yerma  cima,  en 
cuya  desolación  tuvo  la  compañía,  encontró  la  con- 
fianza de  su  alma." 

¡  Qué  de  figuras  se  ven  desde  esas  cimas  !  ¡  Figuras 
de  patriarcas,  jueces,  reyes,  profetas,  discípulos,  san- 
tos, figuras  de  pasión !  Y  esto  aunque  la  cima  sea 
una  suave  y  blanda  llanura  costera,  a  orilla  del  mar 
de  Levante,  aunque  sea  la  llanura  de  este  mismo  mar, 
en  cuyas  aguas  tiemble,  "gozosamente  limpio,  nuevo, 
el  oro  de  la  lumbre  de  la  luna!"  ¡Qué  figuras  puede 
fingir,  puede  heñir  desde  esas  cimas  un  Obermann  le- 
vantino, oliendo  a  almendros  y  a  olivos  y  a  algarro- 
bos, que  sienta  cómo  el  tiempo  se  remansa  y  se  de- 
tiene en  el  recuerdo,  y  que  acaso  repita  con  el  Ober- 
mann de  los  Alpes  suizos,  sentado  sobre  la  yerba 
corta  de  las  altas  praderas  y  mientras  oía  el  ranz  de 
las  vacas,  aquello  de  "ah,  si  hubiéramos  vivido...!'' 

Pero  Miró,  y  en  esto,  por  lo  demás,  lo  mismo  que 
Obermann,  su  inspirador  de  un  día,  vivió,vivió  sus 
obras,  vivió  sus  figuras  de  pasión  y  sus  paisajes,  los 
vivió,  o  sea  que  los  soñó  para  siempre.  Y  aquí  están, 
lector,  entre  tus  manos.  Sólo  te  queda  ahora  vivirlos, 
soñarlos  tú;  sólo  te  queda  hacerlos  estados  de  tu  con- 
ciencia esponjada  en  la  Conciencia  Universal. 

Aquel  trágico  Obermann  del  eterno  silencio  hela- 
do de  las  cumbres  sentenció  lo  de:  "el  hombre  es  pe- 
recedero; puede  ser,  pero,  a  lo  menos  perezcamos  re- 
sistiendo, y  si  es  la  nada  lo  que  nos  está  reservado, 
no  hagamos  que  sea  una  Justicia".  Pero  no,  ni  a 


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Obermann,  ni  a  Miró,  ni  a  mí,  ni  a  ti,  lector,  nos 
está  reservada  la  nada,  que  es  el  olvido,  porque  tú, 
lector,  revivirás  en  Miró  leyéndole,  oyéndole,  a  la 
vez  que  Miró  revivirá  en  ti.  Y  ¿quién  sabe?,  acaso 
la  eterna  Lechuza,  la  eterna  Sabiduría,  Santa  Sofía, 
nos  guarda  para  siempre  en  el  lecho  de  sus  grandes 
ojazos  glaucos  donde  el  Universo  es  un  paisaje  in- 
finito y  plcnilunar. 


SOBRE  EL  LIBERALISMO  (1)  EN  EL  LIBRO 
RIEGO,  DE  EUGENIA  ASTUR.  Oviedo,  1933,  350 
páginas. 


Riego,  el  general  don  Rafael  del  Riego,  no  ha 
tenido  en  la  Historia  lo  que  hoy  se  llamaría  buena 
Prensa.  Convirtióse  pronto  en  un  mito,  y  aún  en 
menos  que  un  mito:  en  un  hombre,  en  una  enseña, 
y  el  personaje  histórico  casi  se  desvaneció.  Su  le- 
yenda empezó  ya  durante  su  vida,  y  cuajó  a  raíz  de 
su  lamentable  suplicio.  Así  como  en  la  historia  lite- 
raria de  Francia  se  da  el  caso  de  que  el  autor  de 
aquel  famoso  soneto  de  Arvers,  y  este  Arvers,  su  au- 
tor, no  es  más  que  el  autor  del  soneto,  así  para  mu- 
chos en  España,  Riego  es  el  del  himno  de  Riego. 
Un  hombre,  que  lo  fué  de  carne  y  hueso,  y  sangre  y 
alma,  que  se  ha  convertido  en  un  himno.  En  la  mú- 
sica de  un  himno,  pues  su  letra  apenas  la  conoce  hoy 
español  alguno.  No  conoce  esa  letra  en  que  se  habla 
del  Cid,  y  luego  se  nombra  a  Riego:  "¿Lució  nunca 
un  día  —  más  grande  en  valor  —  que  aquel  que  in- 
flamado —  nos  vimos  del  fuego  —  que  excitara  en 
Riego  —  de  patria  el  amor?"  Aun  se  recordaba  éste 
cuando  era  corriente  la  frase  de  ser  "más  liberal  que 
Riego" ;  pero  desde  que  ha  empezado  el  descrédito 
del  viejo,  del  genuino  y  castizo  liberalismo  español 
del  siglo  XIX,  hasta  esa  frase  ha  pasado  de  moda. 
Ya  no  se  siente  todo  lo  que  había  de  heroico  en  aquel 


1    Anticipado  en  el  diario  El  Sol,  Madrid,  6  agosto  1933. 


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constitucionalismo  monárquico  de  tiempos  de  Fer- 
nando VIL 

¡  Lo  que  es  en  la  conciencia  de  los  pueblos  el  des- 
arrollo de  una  leyenda,  de  un  éxito !  En  la  del  gene- 
ral Prim,  asesinado  en  plena  calle  cuando  iba  a  en- 
trar en  España  el  Rey  constitucional  Amadeo  de  Sa- 
boya,  en  esa  leyenda  se  cantó:  "En  el  puente  de 
Alcolea  la  batalla  ganó  Prim..."  Y  todos  sabían  que 
Prim  no  había  estado  en  Alcolea;  pero  también  que 
fué  el  principal  autor  de  la  revolución  de  1868.  En 
el  desarrollo  de  la  leyenda  de  Riego  se  añadió  a  su 
himno  aquella  estrofa  de :  "Aunque  Riego  murió  en 
el  cadalso,  —  no  murió  por  ningún  deshonor ;  —  que 
murió  con  la  espada  en  la  mano  —  defendiendo  la 
Constitución."  Ni  Prim  estuvo  en  Alcolea,  ni  Riego 
murió  con  la  espada  en  la  mano;  con  la  espada  con 
que  se  alzó  en  Cabezas  de  San  Juan.  Pero  ambas 
expresiones  reflejan  la  Historia  íntima,  mítica  si 
se  quiere,  pero  entendiendo  que  el  mito  es  el  entraña- 
do fruto  de  la  Historia.  Y  además,  la  patibularia 
teatralidad  de  la  muerte  de  Riego,  no  hirió  la  ima- 
ginación popular  como  la  sonada  teatralidad  callejera 
de  la  muerte  de  Prim  y  del  proceso  que  se  siguió.  La 
muerte  de  Riego  contribuyó,  más  que  a  otra  cosa,  a 
engrandecer  la  figura,  ya  tenebrosa,  de  Fernando  VH. 

El  proceso  político  que  del  liberalismo  español,  tan 
castizo  y  a  la  vez  tan  clásico,  en  el  fondo  tan  tradi- 
cional del  año  12  (1812),  ha  venido  a  parar  en  el 
radicalismo  actual ;  en  lo  que  éste  tenga  de  liberal 
no  ha  contribuido,  hay  que  confesarlo,  a  remozar  y 
realzar  la  figura  de  Riego.  Los  españoles  de  hoy,  y 
sobre  todo  los  republicanos,  los  que  deben  tanto  a  la 
obra  de  Riego  y  a  los  doceañistas,  no  han  empezado 
a  digerir  la  historia  de  hace  un  siglo.  El  que  traza 
estas  líneas,  y  que  sintió  nacer  su  conciencia  civil  y 
liberal  española  el  2  de  mayo  de  1874,  cuando,  siendo 
casi  un  niño,  vió  entrar  en  su  villa  natal,  Bilbao,  a 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


las  tropas  liberales,  libertadoras  contra  los  carlistas; 
que  vivió  el  fragor  de  aquella  guerra  civil  y  había 
recibido  la  tradición  oral  viva  de  la  de  los  siete  años 
—de  1833  a  1840 — ,  siente  en  el  Himno  de  Riego  lo 
que  no  pueden  sentir  aquellos  para  quienes  no  ha  re- 
sucitado todavía  lo  que  dormita  en  el  hondón  de  su 
alma. 

Hay  que  añadir  que  Riego  fué  monárquico  y  fué 
católico,  y  que  son  hoy  muchos  los  que,  por  falta  de 
visión  y  de  sentimiento  históricos,  no  se  dan  cuenta 
de  cómo  el  republicanismo  laico  de  hoy  nació  de  la 
entraña  del  constitucionalismo  regalista  y  liberal  de 
hace  un  siglo. 

*  *  * 

"Eugenia  Astur",  la  autora  de  este  libro,  se  ha 
propuesto  presentarnos  al  hombre  Rafael  del  Riego, 
al  hombre  íntimo  y  a  la  vez  público,  del  que  se  hizo  el 
legendario  y  el  mítico.  Sería  excusado  el  que  yo  me 
pusiese  a  analizar  aquí,  para  guía  del  lector,  puntos 
de  Historia  política,  ni  que  me  detuviese  en  críticas. 
Lo  que  yo  pudiese  decir  se  lo  dirá  a  sí  mismo  el  lec- 
tor leyendo  el  libro.  Y  no  he  querido  sino  indicar  el 
estado  de  conciencia  colectiva  en  que  vive  esta  nues- 
tra República  democrática,  que  se  organiza  en  "ré- 
gimen de  libertad  y  justicia",  según  reza  la  Consti- 
tución del  9  de  diciembre  de  1931,  y  las  vicisitudes 
por  que  pasa  la  continuidad  de  esa  conciencia  públi- 
ca, que  es  el  alma  de  la  nación.  Y  a  cuyo  respecto  me 
falta  hacer  una  observación  final. 

Es  indudable  que  el  suplicio  de  Riego  fué  el  golpe 
mortal  para  el  absolutismo  monárquico  borbónico, 
pues  aunque  Fernando  VH  sobrevivió  un  decenio  a 
ese  crimen  de  su  régimen,  de  él  surgió,  en  tiempo 
de  su  hija  la  niña  Isabel,  y  bajo  la  regencia  de  su 


OBRAS  COMPLETAS 


H7 


viuda,  María  Cristina,  el  movimiento  liberal  que 
produjo  la  guerra  de  los  siete  años:  la  que  acabó  con 
el  Convenio  de  Vergara.  Cristinos  se  llamó  a  los  li- 
berales constitucionalistas,  herederos  del  espíritu  de 
Riego,  que  pelearon  contra  los  absolutistas  o  carlis- 
tas — por  Carlos  María  Isidro,  hermano  de  Fernan- 
do VII — ,  y  a  los  que  bien  se  les  pudo  llamar  fernan- 
dinos.  El  cuerpo  "injusticiado"  de  Riego  presidía 
esa  contienda.  El  crimen  real  de  su  suplicio  dió  muerte 
al  absolutismo  monárquico.  Otro  suplicio,  el  fusila- 
miento de  los  sublevados  en  Jaca  contra  la  dictadura 
del  bisnieto  de  Fernando  VII,  ha  sido  el  golpe  mortal 
para  la  ^Monarquía  borbónica  en  España.  Sin  el  fusila- 
miento de  Galán  y  García  Hernández,  habría  tardado 
acaso  más  en  cuajar  el  sentimiento  de  protesta  anti- 
monárquica en  España.  Hay,  pues,  entre  ambos  su- 
plicios un  profundo  parecido.  Y  de  ambos  surgieron 
dos  leyendas  y  dos  mitos.  Pero  a  la  vez,  como  sucede 
siempre,  dos  contraleyendas,  fomentadas  más  o  me- 
nos abierta  o  solapadamente  por  los  mismos  que  de 
sus  efectos  en  el  espíritu  público  vivían.  Y  así  como 
esta  contraleyenda  — legendaria  también —  culminó  en 
el  caso  de  Riego  en  las  páginas  de  los  Episodios  Na- 
cionales de  nuestro  gran  Pérez.  Galdós,  ¿quién  nos 
dice  que  en  días  venideros,  en  el  régimen  en  que  viva 
nuestra  España  de  aquí  a  un  siglo,  no  surgirá  un 
genio  de  la  novela  histórica  — o  de  la  Historia  nove- 
lada—  que  dé  forma  literaria  a  la  contraleyenda  — le- 
gendaria también —  de  los  injusticiados  en  Jaca?  ¿Y 
quién  nos  dice  además  que  los  españoles  de  2031,  del 
centenario  de  nuestra  actual  Constitución  — que  no 
llegará  seguramente  a  centenaria,  ni  muchísimo  me- 
nos— ,  no  serán  tan  poco  capaces  de  comprender  lo 
que  bajo  la  leyenda  de  Galán  y  García  Hernández  se 
ha  hecho,  como  se  sienten  tantos  republicanos  de  hoy 
incapaces  de  comprender  lo  que  se  hizo  al  son  del 
Himno  de  Riego?  Sobre  todo,  sí  estos  republicanos 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


no  se  sienten  liberales,  o  acaso  se  sienten  antilibera- 
les, lo  que  es  muy  frecuente. 

Para  comprender  mejor  el  espíritu  liberal  de  la 
España  de  hace  un  siglo,  sirve  esta  historia  de  la 
vida  de  don  Rafael  del  Riego,  monárquico  constitu- 
cional y  católico  liberal. 


PROLOGO  A  LA  TRAGEDLA  EL  HEROE,  DE 
JOSE  CAjMON  AZNAR  (Madrid,  Artes  Gráficas 
Municipales,  1934,  165  págs.)  (1) 


El  Jurado  que  había  de  juzgar  las  116  obras  tea- 
trales presentadas  al  concurso  abierto  por  el  Ayunta- 
miento de  Madrid  para  el  premio  "Lope  de  Vega", 
Jurado  compuesto  por  los  señores  don  Joaquín  Alva- 
rez  Quintero,  don  Luis  Araujo  Costa  y  don  Eugenio 
Arauz,  después  de  premiar  la  comedia  La  sirena  va- 
rada, de  don  Alejandro  Casona,  recomendó  otras 
seis,  y  "muy  especialmente"  el  drama  El  héroe,  de 
José  Camón,  pidiendo  al  Ayuntamiento  que  la  haga 
imprimir  y  editar  a  sus  expensas,  "para  regalo  de 
los  amantes  de  las  letras". 

Conocía  yo  El  héroe,  que  me  lo  había  dado  a  leer 
mi  amigo  y  compañero  — pues  es  profesor  de  Historia 
del  Arte  en  esta  Universidad  de  Salamanca — ,  y  es- 
peraba esta  merecida  distinción.  Lo  que  le  animará 
a  mi  amigo  Camón  a  darse,  con  más  intensidad,  al 
cultivo  de  las  bellas  letras,  que  le  distraerán  de  otras 
andanzas  políticas  y  electorales  en  que  anduvo  — y  en 
compañía  mía —  y  ha  reincidido. 

El  Jurado  estima  que  esta  obra  dramática  de  Ca- 
món "no  se  ajusta  del  todo  a  la  naturaleza  de  las 
obras  dramáticas  según  los  modos,  gustos  y  tenden- 
cias actuales",  juicio  que  no  he  de  juzgar,  pues  des- 
conozco esos  modos,  gustos  y  tendencias,  a  los  que 
creo  en  todo  caso  pasajeros  y  variables,  convencido 

1    Reproducido  en  el  diario  El  Sol,  Madrid,  8  julio  1934. 


UNAMUNO.  VII. 


15 


450 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  que  son  los  autores  los  que  los  hacen  variar.  Sobre 
todo  si  no  se  pliegan  a  ellos  conforme  a  aquello  que 
Lope  de  Vega  dijo  del  vulgo. 

El  Jurado  le  cree  a  Camón  un  humanista  "muy  en 
el  nervio  de  la  antigüedad  grecolatina",  y  no  anda 
errado  en  esa  creencia.  Habla  del  "empaque  orato- 
rio del  mejor  tono"  que  hay  en  su  obra,  y  esto  del 
"empaque"  me  place.  Sí,  hay  en  ella  un  empaque 
barroco  más  aún  que  helénico,  románico  y  acaso  ale- 
jandrino, como  corresponde  al  héroe  de  El  héroe, 
que  es  Alejandro  Magno.  Y  aún  más  que  románico 
lo  llamaría  yo  romano-ibérico,  y  en  cierto  sentido, 
senequiano.  Leyendo  El  héroe,  se  me  vinieron  a  las 
veces  a  las  mientes  pasos  de  Séneca,  cuya  Medea 
traduje  hace  poco  más  de  un  año.  Y  en  cuanto  a  lo 
de  ibérico,  he  de  hacer  notar  de  José  Camón  es  es- 
trictamente ibérico,  un  aragonés  nacido  y  criado  en 
la  cuenca  del  Ebro.  ¿  Y  no  nos  ha  de  recordar  en  más 
de  un  respecto  El  héroe  de  Camón  a  aquel  otro  ara- 
gonés que  fué  Gracián,  conceptista  y  senequiano  tam- 
bién? Y  que,  como  ahora  Camón,  supo  impregnar  la 
lengua  castellana  — y  aragonesa —  "de  los  jugos  y 
las  mieles,  flor  de  cultura,  buen  gusto  y  sabor"  de  las 
letras  clásicas  greco-latinas,  que  por  sutil  modo  ha- 
cen a  este  nuestro  romance  popular  castellano,  nues- 
tro "romance  paladino",  más  hondamente  popular, 
más  castizo,  menos  ramplón,  menos  chabacano,  sin 
que  por  eso  caiga  en  remilgamientos  culteranos  y 
cultilatiniparlantes.  El  latín  que  haya  de  vivir  en 
nuestro  romance  ha  de  ser  latín  asimilado,  digerido, 
entrañado  y  no  pegadizo.  Y  así  es  aquí. 

De  qué  buena  gana  entraría  ahora  a  examinar 
— con  peligro  de  divagación —  el  sentido  íntimo,  que 
podría  llamarse  filosófico,  de  El  Jicroe ;  pero  ese  sen- 
tido no  es  el  verdadero  fondo  de  una  obra  de  arte. 
El  fondo  de  una  obra  de  arte,  de  una  obra  dramá- 
tica, es  su  forma,  su  desarrollo,  su  tono,  su  empaque, 


o  B  K  A        C  U  M      L  h  I  A  451 


y  por  eso  no  he  de  entrar  en  lo  otro.  ¡  Menguada 
crítica  la  que  anda  buscando  la  llamada  tesis  y  su- 
pone que  se  ha  de  ir  al  teatro  a  predicar  o  a  demos- 
trar algo  o  — y  esto  es  peor —  a  resolver  algún  pro- 
blema ético,  político,  religioso  o  artístico ! 

Y,  dicho  esto,  he  de  felicitar  a  mi  ya  dos  veces 
compañero,  de  docencia  universitaria  y  de  andanzas 
políticas,  porque  se  me  venga  de  compañero  de  le- 
tras, y  de  letras  drarnáticas.  Y  que  en  esta  llamada 
República  de  las  Letras  contribuya  a  consolidar,  re- 
formándola, la  constitución  estética  de  nuestro  pue- 
blo romano-ibérico.  Tarea  para  la  que  hace  falta  algo 
de  heroísmo. 

Salamanca,  14  de  diciembre  de  1933. 


PROLOGO   AL    LIBRO    DE   JOSE  SUAREZ 

CINCUENTA  FOTOS  DE  SALAMANCA  [Sala- 
manca, 1934] 


Hay  los  retratos  de  paisajes,  campesinos  o  urba- 
nos — porque  también  los  de  ciudad,  los  monumentos, 
son  paisaje — ,  que  podríamos  llamar  de  taller,  retra- 
tos que  nos  dan  el  estado  permanente  de  esos  paisa- 
jes, y  como  de  estado,  suelen  ser  estadísticos.  Vién- 
dolos, se  ve  que  esos  paisajes  han  posado,  como  en 
un  taller,  ante  el  operador  profesional,  que  les  estaba 
diciendo:  "Miren  acá...,  aguarde...,  ahora...,  así."' 
Pero  el  que  ha  vivido  en  la  familiaridad  íntima  de 
esos  paisajes,  el  que  ha  convivido  con  ellos,  echa 
de  menos  la  captación  de  uno  de  esos  momentos  fugi- 
tivos en  que  el  paisaje  muestra  lo  más  hondo  de  su 
alma,  o  un  escorzo  profundo,  un  instante  de  la  vida 
del  monumento  o  del  rincón  del  campo.  Aquellos  re- 
tratos son  buenos  para  el  turista  o  para  el  que  trata 
de  estudiar  el  monumento,  para  una  guía  de  estudio- 
sos de  arquitectura.  No  son  de  ésos  los  que  ofrece 
esta  colección. 

Hay  aquí,  además,  algunos  aspectos  recogidos  de  la 
ciudad  de  Salamanca,  en  cuanto  paisaje,  en  cuanto 
país,  que  no  ha  solido  ser  costumbre  recogerlos.  Al 
que,  como  yo,  ha  estado  día  tras  día,  durante  años, 
saludando  con  la  mirada  a  aquel  David  con  su  arpa  de 
una  de  las  claves  de  la  bóveda  de  entrada  de  la 
Universidad,  ¡  lo  que  le  tiene  que  decir  verlo  en  el 
concreto  de  una  reproducción  fotográfica,  más  preci- 
sos a  la  vista  sus  contornos !  i  Y  aquel  pino  del  lia- 


OBRAS  COMPLETAS 


453 


mado  Jardín  Botánico !  i  Y  aquella  parra  de  la  casa 
rectoral,  a  la  que  hace  años  dediqué  un  soneto ! 

Aquí  quedan  no  sólo  trozos  sino  monumentos  del 
paisaje  urbano,  monumental,  de  nuestra  Salamanca. 
Quedan  para  los  que  los  hemos  vivido.  Y  quedan  para 
que  traten  de  vivirlos  los  que  no  los  vivieron.  Aunque 
es  ésta  una  colección  más  que  para  guía  de  forasteros 
para  recuerdo  de  los  de  casa.  Que  necesita  uno  recor- 
dar, con  ayuda  del  arte,  lo  que  tiene  de  continuo  ante 
los  ojos.  Pues  nada  más  difícil  que  recordar  lo  que 
se  ve,  que  recordar,  sobre  todo,  los  monumentos  an- 
teriores de  lo  que  se  está  viendo.  Ciertas  vistas  foto- 
gráficas tienen  la  virtud  de  una  cinta  cinematográ- 
fica ;  no  nos  dan  una  instantánea,  un  estado,  sino  todo 
un  movimiento.  Y  así  en  algunas  vistas  de  esta  colec- 
ción he  sentido  no  posar,  sino  pasar,  pasar  y  quedarse 
como  hace  la  vena  de  un  río,  algún  miembro,  alguna 
entraña  de  Salamanca. 


PROLOGO  A  OBRES  COMPLETES  DE  JOAN 
MARAGALL.  VOLUM  XVII.  PROBLEMAS  DEL 
DIA  (Barcelona,  Sala  Parés,  Llibrería,  1934,  352  pá- 
ginas.) 


Hay  entre  los  artículos  periodísticos  de  Maragall 
uno  — no  incluido  en  este  volumen  de  Problemas  del 
día —  que  cabe  decir  es  un  espléndido  programa  y 
manifiesto.  Es  el  titulado  La  gloria  y  la  fama,  que 
apareció,  en  el  diario  barcelonés  en  que  él  regular- 
mente colaboraba,  en  diciembre  de  1908.  "La  fama 
— decía  en  él —  es  el  renombre,  es  el  resonar  de 
nuestro  nombre  en  el  oído  de  las  gentes ;  pero  la 
gloria  es  el  reinado,  el  resonar  de  nuestro  espíritu  en 
los  espíritus."  Y  así  sigue,  comparando  egregiamen- 
te una,  la  gloria,  al  amor,  y  la  otra,  la  fama,  al  pla- 
cer que  al  amor  se  acompaña.  Y  en  ese  articulo 
capital  — uno  de  los  mejores  poemas,  en  prosa  cas- 
tellana, de  Maragall —  nos  habla  de  la  altura  que 
Dios  ha  señalado  a  cada  uno,  con  sólo  esta  condi- 
ción: "Sed  puros;  sed  vosotros  mismos."  Y  luego: 
"en  las  cosas  espirituales,  mejor  trabajas  para  los 
demás  cuanto  más  trabajas  para  ti  mismo".  Y  al 
final  del  artículo,  esta  jaculatoria:  "¡La  pureza.  Dios 
mío,  la  pureza !  ¡  La  pureza  en  todo !  ¡  La  pureza  de 
intención  al  menos  !  Porque  yo  sé  bien,  sin  embargo, 
la  fuerte  propensión  siempre,  la  baja  necesidad  a  ve- 
ces, de  dar  nuestro  nombre  a  nuestras  cosas." 

¡  Y  cómo,  al  releer  este  artículo,  para  elevarme  y 
entonarme  al  ir  a  prologar  estos  Problemas  del  día, 
cómo  sentí  en  la  hondura  de  mi  espíritu  el  resón  del 


OBRAS  COMPLETAS 


455 


espíritu  del  puro,  del  glorioso  y  no  famoso  Maragall. 
de  mi  Maragall !  Del  poeta.  Poeta  en  todo ;  poeta  en 
verso  catalán,  poeta  en  prosa  castellana.  No  escribió 
— que  yo  sepa,  al  menos —  novelas,  ni  libros  de  histo- 
ria pasada  — que  de  ordinario  no  pasan  de  arqueolo- 
gía, o  sociología,  que  es  peor — ,  ni  de  erudición  lite- 
raria, ni  de  sistema  filosófico.  Y,  sin  embargo,  sus  ar- 
tículos son  permanente  sustancia  de  historia  — vale 
decir  a  la  vez  que  novela —  y  de  filosofía  de  la  vida. 

En  estos  pequeños  ensayos  está  su  nobilísima  alma. 
Escritos  al  día,  en  un  diario  público  — no  esos  dia- 
rios íntimos  en  que  el  autobiógrafo  se  esclaviza — ,  son 
para  siempre,  como  con  arrogante  expresión  dijo  el 
glorioso  Tucídides  de  su  vivida  y  viviente  Historia 
de  la  guerra  del  Peloponeso,  de  la  que  él  presenció  y 
sintió  y  en  que  actuó  a  su  modo.  Un  historiador  así, 
un  comentador  al  día  y  para  siempre,  de  historia,  de 
la  vida  civil,  que  pasa  y  aun  pasando  queda,  un  histo- 
riador así  es  un  creador  — un  poeta —  de  historia. 
Hace  historia  contándola.  Porque  la  historia  es  más 
que  lo  que  materialmente  — iba  a  decir  objetivamente, 
pero  me  doy  cuenta  de  no  saber  qué  es  objetivo... 
ni  material —  pasa,  lo  que  los  hombres  sueñan  que 
pasa,  sueñan  que  ha  pasado.  Y  Maragall  sí  que  soñaba 
lo  que  pasaba  en  torno  suyo  • — y  dentro  de  sí — ,  y  se 
lo  hacía  soñar  a  los  que  le  oían.  ¿Le  oían?  Sí;  por- 
que en  el  artículo  sobre  El  Derecho  nuevo  leeréis 
aquí  que  "la  Prensa  es  un  aspecto  de  la  oratoria". 
Y  los  artículos  de  Maragall  son  orales,  son  palabras 
más  que  escrito.  ¿Quién  ha  dicho  que  las  palabras 
vuelan?  Según  en  qué  sentido.  Vuelan,  pero  se  po- 
san. ¿  Frases  ?,  ¿  frases  decís  ?  Leed  en  el  artículo 
Crispí  el  dictador  lo  que  acerca  de  las  frases  hace 
decir  al  Crispí  viejo  nuestro  puro  y  glorioso  poeta. 

Este  sentimiento  y  esta  contemplación  de  la  ver- 
dadera historia,  de  lo  que  pasa  y  queda,  es  esencial  en 
Maragall.  Cabe  decir  que  era  no  sólo  su  estética,  sino 


456 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


su  ética,  su  filosofía  y  hasta  su  religión.  Tratando  de 
detener  la  luz  y  el  calor,  o  la  tiniebla  y  el  frío,  del 
momento  histórico,  le  encontramos  entero  y  verda- 
dero. Y  resuena  en  la  entereza  y  la  verdad  de  nuestro 
espíritu.  Releyendo  estos  artículos  suyos  — sobre  todo 
los  de  1898,  el  año  de  nuestra  gran  revelación — ,  me 
he  acordado  de  aquello  de  su  Cant  espiritual,  de  que 
guardo  la  primera  copia  que  hizo  antes  de  hacerlo 
imprimir  y  que  me  envió  no  bien  lo  había  compuesto. 
Es  donde  dice,  en  su  glorioso  y  puro  catalán,  que  si 
el  mundo  es  tan  hermoso,  i  qué  más  nos  puede  dar 
el  Señor  en  otra  vida?  Y  donde  canta  su  temor  a  la 
muerte.  Y  donde  nos  dice  que  querría  detener  tantos 
momentos  de  cada  día  y  hacerlos  eternos  dentro  de 
su  corazón.  Y  luego:  "¡Tanto  da!  Este  mundo,  sea 
como  fuere,  tan  diverso,  tan  extenso,  tan  temporal; 
esta  tierra  con  todo  lo  que  en  ella  se  cría  es  mi  pa- 
tria. Señor,  y  ¿  no  podría  ser  también  una  patria  ce- 
lestial?" ¿Que  por  qué  acabo  de  poner  en  prosa 
castellana  lo  que  él,  Maragall,  cantó  en  verso  cata- 
lán? Para  sugerir  cómo  cuanto  él  nos  dejó  en  sus 
artículos  en  prosa  castellana  no  es  sino  la  otra  cara 
de  cuanto  en  sus  poemas  catalanes  nos  dejó.  Y  si  no, 
leed  el  final  de  su  artículo  La  espaciosa  y  triste  Es- 
paña — que  no  figura  en  este  volumen — ,  donde  dice : 
"Vivir  quiero  conmigo  y  nada  más,  como  el  gran 
poeta  castellano  con  que  empecé  este  escrito,  yo  que 
en  castellano  escribo.  Ahora  y  en  su  lengua  — ¡  tan 
hermosa ! — ,  nada  más  sabría  decir.  Porque  también 
tiene  cada  lengua  sus  destinos." 

Sí;  cada  lengua  tiene  sus  destinos.  Y  entre  los 
destinos  de  la  lengua  castellana,  era  uno  hacer  decir 
a  pensadores  y  sentidores  catalanes  para  todos  los 
que  son  capaces  de  pensar  y  de  sentir  en  castellano, 
aunque  no  sean  castellanos  — yo  no  lo  soy — ,  dichos 
que  en  su  tono  y  resón  no  diría  un  castellano.  Mara- 
gall es  de  la  casta  espiritual  a  que  pertenecen,  entre 


OBRAS  COMPLETAS 


457 


otros,  Balmes,  Milá  y  Fontanals,  Ixart,  Duran  y 
Bas...  De  este  sentido  tomaron  no  poco,  entre  otros, 
don  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo,  el  santanderino, 
y  don  Francisco  Giner  de  los  Ríos,  el  rondeño.  Es 
lo  más  característico  de  ese  sentido  su  common  sense, 
a  la  escocesa,  ya  que  la  filosofía  escocesa  tan  bien 
prendió  en  Cataluña,  y  baste  recordar,  además  del  su- 
sodicho Balmes,  a  Lloréns,  que  no  es  precisamente 
nuestro  sentido  común  - — opuesto  al  propio — ,  sino 
lo  que  ellos,  los  catalanes,  llaman  seny  y  que  no  sé 
si  traducir  sensatez,  sesudez  o  cordura.  Que  no  es  el 
ingenio  castellano  o  el  aragonés,  el  de  Quevedo  o  el 
de  Gracián,  sino  algo  menos  áspero  y  menos  trági- 
co. Sesudez  que  a  los  que  hemos  vivido  nuestra  ma- 
durez — aunque  nuestra  niñez  y  mocedad  se  hayan 
hecho  en  otra  parte,  vera  a  la  mar —  en  la  alta  meseta 
castellana  — tcrra  endiiis,  ampia  es  CastcUa — .  lejos 
de  la  mar  resonante,  se  nos  antoja  a  las  veces  una 
potencia  demasiado  tierra  a  tierra,  a  ras  del  suelo  y 
no  a  empuje  de  vuelo,  tímida,  casera,  hogareña.  Y... 
conservadora.  En  rigor,  histórica.  Aunque  este  an- 
tojo nuestro  sea,  desde  el  otro  punto  de  vista,  muy 
discutible.  Porque  cuando  decimos  a  ras  de  tierra, 
hay  que  pensar  la  tierra  de  que  se  trata  y  si  no  hay 
un  ras  de  cielo  que  corta  vuelos. 

Ese  scny,  esa  cordura  a  ras  de  tierra,  que  quiere 
detener  cada  momento  que  pasa,  es  el  historicismo 
que  hace  de  Maragall  un  poeta,  un  creador,  tanto  en 
sus  poesías  en  catalán  como  en  sus  artículos  en  cas- 
tellano. Nada  en  él  de  metafísica,  ni  de  mística  tam- 
poco. Y  menos  de  la  mística  que  desde  el  maestro 
Eckart,  el  dominico  tudesco,  hasta  nuestro  San  Juan 
de  la  Cruz,  el  carmelita  castellano,  se  hunde  en  la 
contemplación  — adquirida  o  infusa —  de  un  Dios  fue- 
ra del  tiempo.  He  escrito  alguna  vez  que  la  historia 
es  el  pensamiento  de  Dios  en  la  tierra  de  los  hom- 
bres, y  ahora  añado  que  la  filosofía  no  es  sino  la 


458  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


historia  del  pensamiento  humano,  pensando  el  pensa- 
miento de  Dios.  La  historia  "no  se  equivoca  nunca 
ni  hay  camino  perdido  en  ella,  sino  que  los  hechos 
históricos  llevan  su  razón  de  ser  en  sí  mismos",  nos 
dice  Maragall  en  su  artículo  La  democracia,  y  ello 
suena  a  una  sentencia  hegeliana.  Pero  es  más  bien... 
escocesa,  o  mejor,  catalana.  Ahora,  si  los  paisanos  de 
Maragall  se  resignaron  siempre  a  la  historia... 

¡  Y  cómo  vivió,  cómo  sintió,  y  sufrió  y  gozó  y  soñó 
Maragall  nuestra  historia  española !  No  he  podido 
volver  a  leer  sin  una  profunda  renovación  de  mi  es- 
píritu los  artículos  que  escribió  en  1898,  el  año  de 
nuestra  gran  revelación  y  nuestra  gran  tragedia.  Y 
más  yo,  a  quien  se  coloca  en  la  que  han  dado  en  lla- 
mar la  generación  del  98,  la  nuestra,  la  mía  y  de 
Maragall.  Lo  que  he  sentido  y  resentido  releyendo 
La  escuadra  que  va  a  Filipinas  y  El  discurso  de  Lord 
Salisbury  y  La  obsesión  y...  El  final  de  La  obsesión 
— que  el  lector  verá  luego — ,  llora  como  llora  aquello 
de  la  Oda  a  Espanya  : 

E^pnnyn,  /•.r/)nj?vfl  — retorna  en  tu, 
arrenca  el  plor  de  marel 

Y  todo  esto  es  patriotismo,  hondo  patriotismo  es- 
pañol, ibérico  si  se  quiere.  Y  a  la  vez  patriotismo 
universal,  ecuménico,  católico.  Hay  aquí,  en  este  vo- 
lumen, un  artículo  titulado  El  pensamiento  español, 
en  que  Maragall,  basándose  en  Durán  y  Bas  y  en 
don  Víctor  Arnáu  y  don  Javier  Lloréns  — todos  del 
seny — ,  nos  habla  de  la  España  intelectual  del  año  54 
— ¡  del  siglo  XIX,  claro ! — ,  y  tengo  por  seguro  que  el 
título  del  artículo  le  fué  sugerido  por  el  título  del 
periódico  en  que  Balmes  exponía  su  política  tradi- 
cionalista,  monárquica  y  conservadora.  No  he  de  en- 
trar aquí  a  comentar  lo  que  nuestro  Maragall  dice 
del  "genio  castellano",  de  "su  simplicidad  interna,  su 
altisonancia,  su  espíritu  aventurero",  porque  me  he 


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propuesto  no  meterme  en  nada  de  aquellas  disonan- 
cias y  discordancias  que  hicieron  más  rica  y  más  viva 
y  más  completa  la  consonancia  y  concordancia  que  en 
tan  íntima  y  pura  y  gloriosa  amistad  hermana  nos 
unió,  y  me  limito  a  señalar  cómo  el  pensamiento  es- 
pañol de  jMaragall  fué  hondamente  balmesiano.  Véase 
el  artículo:  La  juventud  conservadora.  Y  véase  en  el 
articulo  La  democracia  una  anticipación  de  lo  que 
después  ha  dicho  sobre  la  "minoría  selecta"  nuestro 
José  Ortega  y  Gasset,  el  de  "la  rebelión  de  las  ma- 
sas". 

Otro  de  los  artículos  históricos  — poético-históri- 
cos —  para  mí  más  significativos,  es  el  que  dedicó  a 
la  Necrología  de  don  Francisco  Silvela,  que  don 
Eduardo  Sanz  y  Escartín  leyó  en  la  Real  Academia 
de  Ciencias  Morales  y  Políticas.  Releyéndolo  hame 
vuelto  a  aflorar  a  la  conciencia  española  una  visita 
— para  mí  inolvidable —  que  hice  a  don  Francisco  Sil- 
vela  después  que  éste  huyó  de  la  política  y  se  reco- 
gió en  sí  mismo,  y  un  artículo  que  sobre  este  reco- 
gimiento — más  que  retirada —  hube  de  publicar  en  un 
diario  bonaerense  ^.  ¡  Qué  hombre  aquel  don  Fran- 
cisco !  "Trágica  figura  la  de  don  Francisco  de  Silve- 
la, y  su  memoria  objeto  de  piedad,  no  de  rencor",  nos 
deja  dicho  JMaragall.  Y  "su  excelencia  estaba  en  ser 
un  político  normal  en  estado  normal".  Y,  ¡es  claro!, 
en  su  España,  país  enorme  — más  que  anormal —  y 
en  estado  enorme,  Silvela  tenía  que  resultar  trágico. 
Silvela,  hijo  de  un  afrancesado  amigo  de  Moratín,  y 
él  con  sangre  francesa  ■ — o  belga—  y  habiendo  respi- 
rado el  aire  fino  y  alto  y  claro  de  Madrid,  no  podía 
emparejarse  ni  con  el  malagueño  — y  eso  que  él  me 
parece  que  tuvo  concomitancias  con  Málaga —  Cáno- 
vas del  Castillo,  a  quien  sus  idólatras  le  apellidaron 


"Políticos  y  literatos"  en  La  Prensa,  Buenos  Aires,  1  ene- 
ro 1904.  Lo  inclui  en  el  tomo  IV  de  mi  De  esto  y  de  aquello. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


el  Monstruo,  dictado  que  delataba  su  enormidad  en 
la  España  enorme  de  Restauración,  ni  con  Sagasta, 
"el  único  politico  francamente  español  de  este  fin  de 
siglo",  que  dice  Maragall.  Ni  el  historiador  y  literato 
malagueño,  ni  el  ingeniero  riojano  creo  que  sintieran 
las  extrañas  inquietudes  trascendentes  de  Silvela. 
Las  que  le  llevaron  a  su  retirada  y  recogimiento  fina- 
les. "Fué  un  escéptico  y  un  pesimista",  dicen  los  que 
recuerdan  lo  de  que  España,  según  él,  no  tenía  pulso. 
Y  el  que  esto  escribe  ahora,  que  sabe  muy  bien  lo 
que  es  escepticismo  y  lo  que  es  pesimismo  y  lo  que  los 
demás  creen  que  son,  comprende  toda  la  hondura  de 
la  comprensión  y  de  la  compasión  — o  piedad —  que 
Maragall  tuvo  de  Silvela.  ;  Trágica  figura !  ¡  Y  trá- 
gico destino !  Más  trágico  que  el  de  los  finales  de 
Cánovas,  de  Canalejas  y  de  Dato.  Que  no  es  la  san- 
gre lo  que  hace  la  tragedia.  Y  si  hago  destacar  este 
artículo  de  Maragall  es  para  que  se  vea  cómo  el 
cantor  de  Juan  Garí,  del  conde  Arnáu  y  de  Serra- 
llonga  sabía  penetrar  en  otros  espíritus  trágicos  y 
en  otras  tragedias  espirituales. 

He  dicho  que  Maragall  soñaba  al  día,  pero  para 
siempre,  hacia  de  la  actualidad  perennidad  o  perpe- 
tuidad, en  rigor;  posibilidad.  Y  no  digo  eternidad 
porque  esta  categoría  ha  tomado  un  cierto  sentido 
spinoziano  que  no  cuadra  muy  bien  con  el  seny  ma- 
ragalliano.  Estos  artículos,  de  actualidad  permanente, 
son  ahora,  en  este  1934,  actualísimos.  Leed,  por  ejem- 
plo, lo  que  nos  dice  del  parlamentarismo.  Y  eso  aunque 
a  las  veces  uno  — uno  u  otro —  no  concuerde  con  él. 
Porque  esto,  ¿qué  importa?  No  conozco  majadería 
mayor  que  la  de  un  sujeto  que  cuando  oye  a  otro 
le  interrumpe  diciéndole:  "¡No  estoy  conforme!, 
¡no  estoy  conforme!"  Por  mi  parte  huyo  de  aquellos 
de  quienes  se  me  dice:  "Le  gustará  a  usted;  piensa 
como  usted".  ¡  Horror !  Para  pensar  como  yo  me  bas- 
to — y  aun  me  sobro —  yo  mismo.  Y  es  por  esto  por 


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461 


lo  que  le  debo  tanto,  tanto,  a  IMaragall,  al  escritor 
público,  al  corresponsal  privado,  al  entrañable  amigo, 
porque,  como  dije  antes,  nuestra  consonancia  y  con- 
cordancia se  basó,  además,  en  disonancias  y  discor- 
dancias. Y  como  presumo  que  el  lector  — mío  y  de 
Maragall —  no  ha  de  ser  de  esos  mentecatos  que  co- 
locan a  los  pensadores,  sentidores  y  soñadores  de 
derecha  y  de  izquierda,  sé  todo  el  fruto  que  ha  de 
sacar  de  la  lectura  de  estos  Problemas  del  día.  Del 
día  y  de  siempre. 

Al  final  del  segundo  artículo  que  dedicó  Maragall 
a  la  obra  De  las  formas  de  gobierno  ante  la  ciencia 
jurídica  y  de  los  hechos,  de  don  Damián  Isern  — otro 
hombre  de  seny  e  historicista —  dice  que  libros  así 
son  raros  en  España,  que  ése  será  tal  vez  cree  poco 
leído  porque,  "desgraciadamente,  aquí  no  se  leen  li- 
bros serios,  y  casi,  casi,  de  ninguna  clase:  pero  en 
cualquiera  otra  nación  habría  metido  mucho  ruido  y 
sido  objeto  de  grandes  alabanzas".  Y  acaba  felici- 
tando al  "distinguido  publicista  que,  aun  sabiendo  todo 
esto,  no  ha  vacilado  en  consagrarse  a  trabajo  de  tal 
aliento,  entendiendo  con  ello  servir  desinteresadamen- 
te a  la  ciencia  y  a  la  patria".  No  sé  si  todavía  tiene 
algún  lector  esa  obra  de  don  Damián  Isern;  yo  por 
mí  parte  no  la  he  leído  ni  sé  de  ella  más  que  lo  que 
Maragall  nos  dice,  pero  no  creo  que  se  lean  en  Es- 
paña "libros  serios".  Es  decir,  según  de  qué  seriedad 
se  trata,  porque  si  es  de  seriedad  pedagógica  o  socio- 
lógica, francamente...,  ¡pero  basta!  Ahora  lo  de 
meter  ruido,  ¡  qué  mas  da !  ¡La  fama,  el  renombre, 
meten  ruido,  pero  no  la  gloria,  glorioso  y  no  famoso 
Maragall  mío !  Tampoco  él,  mí  Maragall,  nuestro  Ma- 
ragall, se  preocupó  de  meter  ruido,  y  menos  en  aquella 
Barcelona  covarda  i  cruel  i  grollera,  vanitosa,  arrau- 
xada  i  traguda,  en  aquella  marmayiyera  endiablada,  co- 
quina i  traidora,  pero  riallera  y  que  tan  dentro  de 
sí  la  sintió,  la  vivió  y  la  soñó  su  cantor  glorioso. 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


aquella  su  Barcelona,  la  gran  encisera ;  no  se  preocu- 
pó de  meter  en  ella  ruido,  sino  que  dia  a  día,  pero 
para  siempre,  fué  preparando  para  llevar  al  viejo 
Brusi  artículos,  como  los  de  este  volumen,  con  que 
servir  desinteresadamente  a  la  historia  de  la  patria. 

En  otro  artículo  titulado  Papel  viejo  y  que  no  figura 
en  este  volumen  nos  habla  Maragall  de  un  periódico 
viejo  que  llegó  a  sus  manos.  Y  después  de  muy  sen- 
tidas y  bien  soñadas  observaciones,  añade:  "Dejo  el 
periódico  viejo  y  me  parece  que  acabo  de  leer  el 
diario  de  hoy.  Aquella  sensación  de  tiempo  que  me 
sobrecogió  al  abrirlo  se  ha  disipado;  no  sé  si  tengo 
quince  años  menos  o  si  el  diario  tiene  quince  años 
más  de  su  fecha;  pero  si  me  pongo  a  teorizar  sobre 
las  noticias,  sobre  los  hechos,  sobre  los  hombres  que 
me  han  aparecido  a  través  de  estas  páginas,  estoy 
cierto  de  escribir  un  artículo  de  actualidad;  y  me  ad- 
miro, con  una  especie  de  delicia,  de  lo  poco  que  el 
fondo  de  las  cosas  y  el  mío  propio  han  camljiado. 
¿Estaremos  ya  viviendo  la  eternidad  y  será  lo  tem- 
poral apariencia?". 

¿Lo  oís,  lectores?  Oirlo,  ¿eh?;  oírlo  y  no  sólo 
leerlo ;  ¿lo  oís  ?  ¿  Oís  esas  palabras  del  glorioso  y 
puro  autor  del  elogio  a  la  palabra,  a  la  palabra  y 
no  a  la  letra?  ¿Lo  oís?  Pues  yo  no  sólo  lo  he  oído, 
sintiendo  en  mí  el  resón  de  su  voz  viva,  del  aliento 
de  su  voz,  que  le  oí  en  su  propia  casa,  sino  que  estoy 
cierto  de  estar  escribiendo  un  prólogo  de  actualidad 
permanente,  y  "me  admiro,  con  una  especie  de  deli- 
cia, de  lo  poco  que  el  fondo  de  las  cosas  y  el  mío 
propio  han  cambiado".  Así,  puro  y  glorioso  Mara- 
gall, mi  Maragall,  nuestro  Maragall,  estamos  vivien- 
do la  eternidad,  y  lo  temporal  no  es  más  que  apa- 
riencia. 

Y  luego  acababa:  "¿Os  hace  viejos  el  que  des- 
apareciera Napoleón?  No;  pero  esto  hizo  viejos  a 
vuestros  abuelos  que  lo  habían  visto;  y  ¿qué  ¡es 


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importaba  a  ellos  de  César  y  de  Alejandro?  Lo  mis- 
mo que  a  generaciones  futuras  les  importará  de  Bis- 
marck.  Porque,  creedme,  César,  Alejandro,  Napo- 
león y  Bismarck  están  en  el  fondo  de  todas  las  gace- 
tillas y  en  la  cifra  de  todos  los  telegramas".  ¡  Verdad  !, 
¡verdad!  — y  ¡hermosura!,  ¡hermosura! — ,  como  en 
el  fondo  de  todas  las  actuales  gacetillas  españolas  y 
en  las  cifras  de  todos  nuestros  telegramas  están  Sil- 
vela  y  Sagasta  y  el  almirante  Cervera  y  Durán  y 
Bas,  y  Balmes,  y  está  sobre  todo  la  revelación  y  la 
tragedia  de  1898  y  está  todo  aquello  a  que  Maragall, 
nuestro  ]\Iaragall,  le  dió  el  sello  de  la  perennidad 
del  día,  todo  aquello  que,  sosegadamente,  sin  meter 
ruido,  olvidando  el  cuño  por  el  oro  de  ley,  fué  dejan- 
do en  estos  artículos  volanderos  de  vuelo  para  siem- 
pre. Que  fué  dejando  aquel  "gran  intuitivo",  como 
acaba  de  llamarle  Juan  Estelrich  en  su  libro  Fénix, 
dedicado  al  espíritu  del  renacimiento  — o  renaixcnra, 
si  queréis — ,  que  fué  dejando  con  — traduzco — 
"aquella  unción  serena  que  prácticó  en  casa  nues- 
tro Juan  Maragall". 

Y  basta  ya,  que  he  de  dejarle  para  que  tú,  lector, 
lo  tomes.  Y  Dios  quiera  que  en  tu  espíritu  resuene  el 
suyo  como  ha  vuelto  a  resonar,  al  volverle  yo  a 
leer,  en  el  mío. 


Salamanca,  abril  de  1934. 


PROLOGO  A  RETABLO  INFANTIL,  DE  MA- 
NUEL LLANO.  Santander,  1935,  135  págs. 


En  el  verano  del  año  próximo  pasado,  el  de  1934, 
hallándome  en  la  Universidad  de  Verano  de  la  Mag- 
dalena, de  Santander,  se  me  llegó  mi  buen  amigo 
José  María  de  Cossío,  el  de  la  casona  de  Tudanca 
— la  Tablanca  de  Peñas  Arriba,  de  Pereda — ,  donde 
había  yo  vivido  años  antes  algunos  de  mis  días  más 
íntimos  y  más  densos,  y  me  habló  de  Manuel  Llano 
y  de  su  obra  literaria,  y  más  que  literaria,  poética, 
en  prosa.  Me  hizo  leer  Brañaflor  y  La  Braña,  y  que- 
dé, no  prendado,  sino  prendido,  de  esa  obra.  Y  luego, 
del  autor,  al  conocerle  y  al  mejer  mi  mirada  con 
la  mirada  de  Llano.  Hacía  tiempo  que  no  había  re- 
cibido yo  una  tan  honda  y  entrañada  impresión  de 
un  joven.  ¿Joven?  No;  mejor  será  decir  de  un  niño, 
fuere  cual  fuese  su  edad.  Un  niño  más  que  maduro 
por  experiencia  de  vida.  Y  yo  un  viejo  aniñado  ya. 

"La  niñez  es  la  antigüedad  del  alma",  proclama- 
ba yo  por  aquellos  días  en  la  Magdalena  al  leer  y 
comentar  mi  drama  El  Hermano  Juan.  Y  en  la  obra 
como  en  el  espíritu  de  Llano  respiré  siglos  quietos 
de  niñez  antigua,  de  antigüedad  niña.  De  una  niñez 
montañesa  mítica  y  trágica,  amasada  con  entrañas 
de  montaña. 

Por  ella  pasan  — y  quedan —  vidas  quebradas,  re- 
signadas, doloridas,  de  inválidos,  de  desvalidos,  de 
inocentes,  de  maniáticos.  Todo  un  mundo  brizado 
por  el  rumor  del  río  Nansa,  que,  peñas  abajo,  va  a 
morirse  en  la  mar.  ¡Aquel  pobre  tío  Victoriano,  que 


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va  por  el  mundo  a  mendigar  para  su  nieta  y  al  vol- 
ver trayéndola,  amén  de  mendrugos,  una  cinta  y  una 
muñeca,  se  encuentra  con  que  la  llevan  a  enterrar ! 
¡  Aquel  hidalgo  don  Francisco,  "con  su  bastón  negro, 
con  su  levita  recosida,  con  su  sombrero  lleno  de  agu- 
jeritos  en  las  alas",  que  vive  de  una  vaca  rubia,  y 
oculta  su  miseria  y  de  noche  hace  hurtos  inocentes ! 
Y  tantos  más.  Y  en  torno  de  todo  esto,  animándolo, 
otro  mundo  — el  otro  mundo — ,  un  mundo  de  mitos 
y  fábulas  y  leyendas  — lo  que  se  llama  ahora  folklo- 
re—  en  que  se  barajan  el  ojáncano  (especie  de  cí- 
clope), las  anjanas,  él  trasgu,  la  guajona,  el  arquetu..., 
¡  qué  sé  yo !  Un  otro  mundo  entre  homérico  • — paga- 
no—  y  bíblico  — precristiano — .  Y  para  revelárnoslo, 
una  lengua  también,  a  su  modo,  entre  homérica  y  bí- 
blica, una  lengua  de  niñez  secular,  antigua  y  de  ma- 
ñana y  de  siempre. 

Pues  lo  que  más  me  ganó  y  prendió  a  la  obra  de 
Llano  fué  su  más  íntimo  fondo  — el  fondo  de  su 
fondo —  o  sea  su  lengua.  Llano  tiene  más  y  mejor 
que  el  conocimiento  de  la  lengua  castellana  monta- 
ñesa; tiene  el  sentimiento  de  ella.  Leyéndole,  dejé  de 
señalar  vocablos,  giros,  frases,  ritmos  sobre  todo, 
para  abandonarme  al  encanto  de  su  dicción.  Y  al  final 
de  su  Brañaflor  escribí  — con  lápiz —  esto: 

Palabra  que  oi  de  niño 
y  no  he  vuelto  más  a  oír; 
palabra  toda  cariño 
que  ¡e  hace  al  sueño  dormir. 
Cuento  fresco  como  el  alba 
cuando  el  sol  va  a  despuntar, 
cuento  sin  fin  que  nos  salva, 
cuento  de  nunca  acabar...  (1). 

Recordé  mi  estancia  años  atrás  en  Tudanca,  y  esto 
me  trajo  a  Pereda,  uno  de  cuyos  primeros  libros 


1  Incluida  en  su  Cancionero,  n.°  1.736,  Buenos  Aires,  Losa- 
4a,  1953. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


— no  sé  si  el  primero —  prologó  mi  paisano  — aun 
tanto  más  de  él —  el  vizcaíno  encartado-montañés 
Trueba,  el  de  Montellano,  el  campesino.  ¿Y  Pereda? 
Pereda  era  más  bien  costero  y  callejero,  de  las  calles 
de  Santander  que  dan  al  mar.  Vió  la  montaña  y  la 
braña  con  ojos  de  lince  y  retentiva  de  cámara  oscura 
más  que  la  sintió  con  pecho  infantil.  Y  la  expresó 
con  cierta  castiza  retórica  urbana.  ¡  Qué  diferencia 
de  sus  evocaciones  de  la  mar  en  Sotilesa  a  las  de  la 
montaña  en  Peñas  Arriba!  Yo  le  arranqué,  aquí,  en 
Salamanca,  a  orillas  del  Tormes,  la  confesión  de  que 
no  le  gustaba  el  campo.  Hombre'  de  la  tradición  li- 
teraria de  Amós  de  Escalante,  de  Evaristo  Silió,  de 
don  Marcelino,  de  los  literatos  profesionales  de  un 
mundo  santanderino  más  que  montañés.  En  cambio, 
el  de  Llano  me  recordaba  el  de  aquella  Tudanca  en 
que  el  maestro.  Escolástico,  hacía  salir  a  los  niños 
de  la  escuela  a  ver  pasar  las  vacas.  Los  tipos  de 
Pereda  están  burilados  por  un  hombre  de  letras  y... 
de  luchas  políticas  además.  Los  de  Llano  nos  llegan, 
peñas  abajo,  desde  las  nubes  de  las  cumbres,  donde 
moran  las  anjanas  y  los  zorros  blancos  y  las  mozas 
del  agua,  envueltos  en  la  melancólica  neblina  de  una 
antigüedad  infantil,  de  una  infancia  antigua.  Así  los 
vi  con  mis  anteojos,  que  son  como  los  anteojos  del 
tío  Angel,  el  del  rebato  "El  Sabio",  que  figura  en  este 
libro  que  prologo.  Y  conste  que  nada  me  ha  molestado 
más  que  el  que  me  llamaran  sabio.  Pues  fuera  del 
campo,  en  las  ciudades,  y  sobre  todo  en  las  universi- 
tarias, suena,  o  mejor:  ¡sabe  eso  tan  mal! 

Entonces  me  ofrecí  espontáneamente  a  Llano  a 
presentarle  a  mi  público,  y  aquí  estoy  a  cumplir  mi 
ofrecimiento. 

Y  ahora,  ¿  qué  voy  a  deciros,  lectores,  sobre  lo  que 
vais  a  leer  en  este  Retablo  iiifautilF  ¿Qué  del  pobre 
viejo  niño  loco  "Don  Anselmo",  con  su  levita  — ¡  es- 
tos pobres  hidalgos  campesinos  de  levita  raída ! — 


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que  entretiene  a  los  niños  ?  ¿  Qué  de  la  tía  Esperan- 
za ?  i  Qué  de  todo  este  mundo  ?  Y  sobre  todo,  a  ver 
si  encontráis  alguna  de  esas  palabras  de  cosas,  de  vi- 
siones, que  no  habéis  oído  después  de  la  niñez  y  que 
os  vuelven  a  ella,  y  a  ver  si  vuelve  a  prenderos  el 
cuento  de  nunca  acabar.  A  oír  los  sones  de  la  flauta 
de  piedra.  Que  — nos  dice  Llano —  "sólo  la  podían 
oír  los  pastores  viejos,  los  caminantes  que  tenían  hi- 
jos, los  mozos  que  tenían  hermanos  pequeños".  Y  ii 
cultivar  la  antigüedad  del  alma.  Que  esto  es  clasicismo. 

Salamandra,  setiembre  de  1935. 


PROLOGO  AL  LIBRO  ¡ZAS!  (GULLIVER  EN 
EL  PAIS  DE  LA   CALDERILLA),  DE  JOSE 
DIAZ  MORALES.  (Madrid,  Agencia  General  de  Li- 
brería y  Artes  Gráficas,  1936,  270  págs.) 


Al  autor  de  estas  hojas  volanderas,  aparecidas  pri- 
mero en  Heraldo  de  Madrid,  tengo  que  decirle  que- 
no  es  su  labor  más  fácil  que  aquella  de  hinchar  un 
perro  de  que  habló  el  consabido  loco  cervantino.  Que 
hinchar  un  átomo  — o  una  perra  chica —  es  más  tra- 
bajoso que  comprimir  una  estrella.  ¿  Paradoja  ?  Sí ; 
como  aquella  de  que  habla  este  autor  mismo  de  que 
se  llame  fiesta  de  paz  a  que  se  estruje  él  los  sesos 
sobre  las  cuartillas  para  que  el  censor,  desde  la  có- 
moda poltrona  del  Gobierno  civil,  se  dedique  a  tachar 
con  lápiz  rojo  el  producto  de  sus  desvelos.  Pero  sería 
peor  que  estas  hojas  resbalaran  secas,  amarillas  y 
ahornagadas,  como  hojarasca  de  otoño,  sobre  el  pú- 
blico de  lectores. 

Difícil  tarea  la  de  ir  recogiendo  el  suceso  cotidiano 
y  clavándole  en  crónica  con  un  comentario.  André 
Gide  se  ha  dedicado  a  coleccionar  faits  divers,  lo  que 
llamamos  gacetillas,  y  a  conservarlas.  Y  no  es  lo  más 
importante  que  sean  de  aparente  significación.  Cual- 
quier suceso  se  presta  cuando  se  le  calan  las  entrañas, 
trágicas  o  cómicas.  Pero  ha  de  ser  principalmente 
suceso  — o  hecho  — y  no  comentario  de  suceso.  Me 
explicaré. 

La  enfermedad  íntima  del  teatro,  de  la  literatura 
dramática,  consiste  en  que  se  hace  teatro  de  teatro, 
que  cada  saínete,  comedia,  drama  o  tragedia  se  saca 


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de  otras  obras  teatrales  y  no  de  la  vida  social  inme- 
diata. Y  los  actores  a  su  vez  se  hacen  en  escena.  Y 
esto  pasa  con  la  literatura  periodística.  Se  comentan 
comentarios  de  otros  periódicos.  Y  hay  más,  y  es  que 
los  escritores  escriben  para  otros  escritores.  ¡  Qué 
pocas  veces  se  desentraña  un  oscuro  suceso  ocurrido 
en  una  remota  aldea  serrana  y  que  tenga  más  conte- 
nido humano,  eterno,  que  la  gacetilla  metropolitana 
del  día !  Y  por  esto  me  permito  recordar  al  autor  de 
estas  hojas  heráldicas  que  se  vaya  a  buscar  asuntos 
fuera  del  ámbito  estrecho  y  sofocante  del  mundo  li- 
terario y  político.  A  buscar  jirones  de  niebla  en 
otras  alturas  y  en  otras  honduras. 

Y  digo  esto  de  los  jirones  de  niebla  para  respon- 
der a  una  invocación  que  el  autor  de  estas  hojas  me 
dirige  en  la  titulada  Burla-  y  desprecio  de  lo  cohe- 
rente. En  la  que  recuerda  a  aquel  Augusto  Pérez,  el 
héroe  — ¡  héroe,  sí ! —  de  mi  novela  Niebla,  que  vino 
a  probarme  que  él  me  ha  hecho  más  a  mí  que  yo  a 
él,  y  que  los  que  llamamos  entes  de  ficción  son  más 
reales,  más  objetivos,  más  históricos  que  nosotros  los 
de  carne  y  hueso...,  también  ficticios.  Y  me  invita 
este  autor  a  que  me  burle  de  lo  coherente  y  lo  des- 
precie. ¡  Ah,  si  eso  bastase  de  por  sí  para  que  las 
gentes  se  sumergiesen  en  la  niebla  de  la  íntima  vida, 
que  es  poesía !... 

En  otra  de  sus  hojas  recuerda  este  autor  cómo  al 
decirme  uno  que  pretendía  conocer  mi  obra  — es  de- 
cir, conocerme — ,  que  se  había  enterado  que  también 
tengo  hecha  —no  meramente  escrita —  poesía,  le  con- 
testé :  "¿  También  ?  No ;  también  he  hecho  lo  demás." 

Y  así  es,  porque  mi  principal  oficio  — misión —  ha 
sido  recoger  jirones  de  niebla.  Y  una  de  esas  reco- 
gidas fué  aquella  mi  última  lección  de  clase  al  ju- 
bilárseme, a  que  asistió  este  autor  y  la  comenta  aquí. 

Y  Dios  se  lo  pague. 

Y  pensando  en  la  hoja  recordatoria  que  aquí  se  le 


470 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


dedica  al  entierro  de  Cajal,  no  sé  ni  cuántos  ni  cuáles 
acudirán  a  mi  entierro.  Lo  que  deseo  es  que  me 
entierren,  que  me  adentren  en  sí  aquellos  que  me 
hayan  leído.  Que  son  los  que  me  han  hecho.  Uno  de 
ellos  el  autor  de  estas  hojas.  Y  no  me  importa  cómo 
me  haya  visto.  ¿  Es  que  yo  me  veo  mejor  a  mí  mismo? 

Y  me  encaro  así,  alma  a  alma,  con  el  autor  de 
estas  hojas  volanderas,  porque  la  historia  y  la  litera- 
tura la  estamos  haciendo  así,  los  historiadores  y  los 
literatos,  mirándonos  los  unos  a  los  otros.  Pero  en 
nuestras  obras,  en  nuestros  hechos.  Cuando  la  gace- 
tilla no  sirve  para  hacer  psicología  histórica,  para 
hacer  historia  para  cuajar  nieblas  humanas,  no  sir- 
ve para  nada. 

Es  lo  que  a  modo  de  programa  tengo  que  decirle  al 
autor  de  estas  hojas  volanderas.  Y  que  si  ellas  se 
pudren  en  el  campo  de  las  letras,  sirvan  de  mantillo 
para  otras  producciones  de  venideras  primaveras. 

Salamanca,  16  de  cuero  de  1936. 


SEGUNDA  PARTE 

CONFERENCIAS  Y  DISCURSOS 
(1896-1935) 


SOBRE   EL   CULTIVO   DE   LA  DEMOTICA 


(Estudio  leído  en  la  Sección  de  Cien- 
cias Históricas  del  Ateneo  de  Sevilla 
el  4  de  diciembre  de  1896.) 


Señores : 

Pocas  cosas  han  dado  más  torcidos  prejuicios  al 
espíritu  que  un  cultivo  vicioso  de  la  Historia,  cultivo, 
sobre  ser  meramente  libresco,  radicalmente  incien- 
tífico.  Conocidísima  es  en  España  aquella  división 
de  la  ciencia  humana  en  Historia,  Filosofía  y  Filo- 
sofía de  la  Historia;  como  si  la  historia  sin  filosofía 
fuera  ciencia  y  no  más  que  materiales  para  constituir- 
la, y  tuviera  realidad  la  filosofía  sin  hisloria.  Toda 
ciencia  es  una  filosofía  de  una  historia,  una  organi- 
zación mental  de  hechos  observados. 

Mal  grandísimo  es  el  de  confundir  con  los  hechos 
meros  relatos  de  ellos,  y  lo  que  es  aún  peor,  no  de 
hechos  propiamente  tales,  sino  de  simples  sucesos. 
Suele,  en  efecto,  estudiarse  los  pasajeros  fenómenos 
que  se  suceden  en  el  tiempo  sin  enderezar  su  estudio  al 
de  los  permanentes,  que  quedan  cual  fondo  y  modo  de 
constitución  de  los  pueblos.  Con  completar  la  llamada 
historia  externa  con  la  que  suele  llamarse  interna, 
sólo  en  parte  se  corrige  el  tradicional  daño,  ya  que 
nos  las  muestran  de  ordinario  yuxtapuestas  y  no  como 
las  caras  de  una  misma  y  sola  realidad,  como  revela- 
ción la  una  de  la  otra.  La  historia,  hasta  no  ha  mu- 
cho, y  aun  hoy  en  día  en  no  pocos  de  sus  pretendidos 
cultivadores,  no  ha  salido  del  periodo  meramente  des- 


474  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


criptivo,  entrando,  cuando  más,  en  el  de  clasificación. 
Y  la  ciencia  digna  de  este  nombre  sólo  empieza  allí 
donde  la  comparación  analitica  empieza.  Sobrábale, 
pues,  a  Schopenhauer  razón  cuando  negaba  el  título 
de  ciencia  a  la  historia,  y  digo  adrede  que  le  sobraba 
por  ser  tan  malo  el  que  sobre  como  el  que  falte  la 
razón.  No  vió  bien  el  genial  pensador  que  no  es  la 
historia  más  que  almacén  de  materiales  para  la  socio- 
logía, ciencia  que  nunca  vislumbró  Schopenhauer. 

Entre  los  males  que  se  deben  a  la  historia  tal  y 
como  se  ha  venido  cultivándola,  no  es  uno  de  los  me- 
nores cierto  historicismo  ayuno  de  todo  sentido  his- 
tórico ;  pues  es  cosa  frecuente,  y  digna  de  toda  refle- 
xión, la  de  que  sean  los  que  más  se  atiborran  la  mo- 
llera de  viejas  historias  y  de  empolvados  cronicones 
los  que  más  suelen  destacarse  por  su  casi  absoluta 
carencia  de  lo  que  se  llama  sentido  histórico. 

Es  fuerte  cosa,  a  la  verdad,  el  que  se  tenga  por 
hombre  poco  culto  al  que  ignore  quiénes  fueron  o  qué 
es  lo  que  hicieron  Alejandro  Magno,  Julio  César  o 
Felipe  II,  y  se  encuentre  naturalísimo  el  que  este 
mismo  ignorante  desconozca  la  ley  de  la  renta,  lla- 
mada de  Ricardo,  o  la  de  la  selección  natural,  siendo 
así  que  éstos  son  verdaderos  hechos  históricos,  he- 
chos — facti —  resultados  del  eterno  hacerse  — fieri — , 
mientras  las  hazañas  de  Alejandro,  César  o  Felipe 
no  pasaron  de  meros  sucesos,  pasajeras  manifestacio- 
nes del  suceder  de  los  hechos;  sucesos,  cuyo  valor 
científico  se  reduce  a  ser  síntomas  de  hechos  tales 
como  la  ley  de  la  renta,  la  de  selección  natural  y  otros 
análogos. 

Ha  llegado  a  ser  la  historia  conocimiento  de  mero 
ornato  y  ostentación,  material  de  citas  para  lucimien- 
to de  quien  las  aduce  con  mayor  o  menor  pertinencia ; 
ha  llegado  a  cobrar  en  el  comercio  de  las  ideas  el  va- 
lor que  en  el  de  los  objetos  materiales  algunos  de 
éstos,  tales  como  el  diamante,  cuya  utilidad  intrín- 


OBRAS  COMPLETAS 


475 


seca  es  bien  escasa.  Estímase  por  muchos  en  más  un 
conocimiento  histórico  cuanto  más  raro,  y  no  faltan 
espíritus  que  dediquen  largas  vigilias  a  averiguar  si 
Nabucodonosor,  o  como  se  diga  hoy,  comía  con  tene- 
dor o  con  cuchara,  o  cosas  análogas.  Y  así  es  como 
el  eruditismo  histórico  ahoga  el  vigoroso  pensar,  fo- 
mentando la  radical  pereza  mental,  mientras  nos  su- 
giere la  ilusión  de  que  trabajamos  en  algo  serio.  No 
conozco  vicio  alguno  mental  que  pueda  compararse 
al  eruditismo  historicista,  ni  que  más  dañe  al  verda- 
dero progreso  del  espíritu  humano  y  a  la  libertad  de 
éste,  como  no  sea  el  oratorismo,  que  no  raras  veces 
suele  ir  de  la  mano  de  aquél.  El  verdadero  sentido 
histórico  se  ahoga  bajo  el  historicismo  de  los  erudi- 
tos ;  el  verdadero  sentido  político  y  social  bajo  la 
manía  amplificadora  de  los  oradores. 

Pasan  por  las  crónicas  los  que  han  metido  bulla  en 
la  historia,  los  mil  bullangueros,  y  no  los  miles  de 
millones  de  silenciosos,  pues  se  oye  más  a  uno  que 
grita  que  a  mil  que  callan.  Es  la  historia  la  memoria 
de  los  pueblos,  y  en  ella,  como  en  la  de  los  individuos, 
yacen  inmensidades  en  el  fondo  insondable  del  olvido, 
mas  no  allí  muertas,  sino  vivas,  obrando  desde  allí, 
y  desde  allí  vivificando  a  los  pueblos. 

Es  corriente  doctrina  en  psicología  la  de  que  no 
hay  impresión  alguna  recibida  que  del  todo  se  borre, 
sino  que  se  precipitan  al  lecho  de  nuestro  espíritu, 
yendo  a  engrosar  en  él  el  riquísimo  sedimento  que  allí 
yace  sepultado,  mas  no  muerto,  por  debajo  de  la  con- 
ciencia, en  el  insondable  campo  de  lo  subconciente. 
¿  Quién  no  se  sorprende  al  encontrarse  de  pronto  con 
una  extraña  lumbre,  como  con  un  destello  de  inspi- 
ración, venido  no  se  sabe  de  dónde  ni  cómo  ?  Y  no 
ha  venido,  no,  de  lo  alto ;  ha  surgido  de  dentro,  de  las 
profundidades  del  propio  espíritu.  El  numen,  el  miste- 
rioso numen,  ¿es  algo  más  que  una  revelación  súbita 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  lo  que  dormita  en  el  fecundo  fondo  del  olvido? 
Muchas  brillantes  imágenes  que,  como  por  arte  de 
mágico  encantamento,  se  nos  presentan  de  súbito,  no 
pasan  acaso  de  ser  reminiscencias  de  olvidados  sue- 
ños, reflejos  tal  vez  de  frescas  visiones  de  la  niñez 
remota,  de  aquella  santa  edad  en  que,  siéndonos  todo 
verde,  vivía  nuestro  espíritu  apegado  al  mundo  como 
a  la  materna  placenta  el  pobre  feto  que  no  ha  sentido 
aún  la  primera  angustia  del  nudo  del  aire  ambiente  en 
la  garganta,  la  angustia  de  respirar  que  le  hace  llorar 
por  vez  primera. 

No  es  pertinente  que  divague  yo  ahora  y  aqui 
acerca  de  esto  de  la  conciencia,  la  subconciencia  }' 
la  inconciencia,  por  ser  nociones  éstas  que  corren  hoy 
con  toda  facilidad  por  la  ciencia,  convenientemente 
endosadas  y  garantidas.  Son  moneda  científica  co- 
rriente, bastándome  con  recordar  a  los  oyentes  tal 
doctrina. 

Lo  que  a  los  individuos  sucede  también  a  los  pue- 
blos. Su  espíritu  colectivo,  el  V olksgcist  de  los  ale- 
manes, tiene  su  fondo  subconciente,  por  debajo  de  la 
conciencia  pública,  que  es  la  única  que  en  la  historia 
se  nos  muestra. 

Háblase  de  comiin  de  conciencia  pública  y  de  es- 
píritu público,  sin  discernir  bien  la  diferencia  me- 
diante entre  ambos.  La  conciencia  pública,  lo  que 
suele  llamarse  opinión,  es  lo  que  se  manifiesta  al  ex- 
terior, lo  que  constituye  la  vida  histórica,  lo  que 
pasa  a  los  cronicones  y  memorias  y  periódicos ;  y  el 
espíritu  público  es  algo  más  y  más  hondo  y  más  per- 
manente; es  la  resultante  de  la  totalidad  toda  de  la 
vida  del  pueblo,  con  su  inmenso  lecho  de  tendencias 
subconcientes,  con  el  riquísimo  fondo  en  que  palpita 
el  silencioso  sedimento  de  los  siglos  hundidos  en  la 
tradición. 

¿Habéis  parado  alguna  vez  la  atención  en  el  la- 
briego que  sale  al  campo  cada  mañana  con  el  sol,  y 


OBRAS  COMPLETAS 


477 


cada  tarde,  con  él,  se  vuelve  a  dormir  el  reconfor- 
tante sueño  en  el  duro  escaño  de  la  alquería  ?  ¿  Qué 
es  para  él  la  historia,  lo  que  dicen  los  papeles  ?  ¿  Qué 
las  hazañas  de  los  grandes  capitanes,  cuando  no  van 
reducidas  a  cantares  que  le  lleven  el  compás  del  bai- 
le? Él  vive  con  todo  rigor  en  la  eternidad  más  que 
en  el  tiempo;  en  el  permanente  fondo  de  los  hechos 
sociales,  más  que  en  la  pasajera  forma  de  los  suce- 
sos históricos.  Él  forma  parte  del  protoplasma  social, 
del  plasma  germinativo,  del  eterno  Pueblo,  perdura- 
ble materia  prima  de  donde  surgen  los  pueblos  pasa- 
jeros que  aparecen  y  desaparecen  con  más  o  menos 
ruido  en  la  historia,  como  se  levantan  en  el  mero 
pellejo  del  insondable  océano  las  olas  que  van  a  rom- 
perse belicosamente  en  crestería  de  espuma  contra  las 
rocas,  o  lamiendo  en  paz,  con  mansedumbre,  la  playa. 

Permitidme  que  repita  aquí  algo  de  lo  que  en  algu- 
na parte  tengo  dicho,  y  lo  amplíe  un  poco. 

Hay  en  el  océano  islas  asentadas  sobre  una  inmensa 
vegetación  de  madréporas,  que  hunden  sus  raíces  en 
lo  profundo  de  los  abismos  invisibles.  Por  encima 
de  las  olas  surge  la  isla,  que  no  suele  ser  más  que 
la  cresta  de  alguna  inmensa  pirámide  submarina. 
Una  tormenta  podría  devastar  a  aquélla,  y  si  es  na- 
ciente, hasta  hacerla  desaparecer  algún  cataclismo; 
mas  volvería  al  cabo  a  surgir  gracias  a  su  basa- 
mento, a  la  silenciosa  y  oscura  labor  de  las  perdura- 
bles madréporas,  que  sin  cesar  se  sustituyen  unas  a 
otras.  Así  en  la  vida  social  asiéntase  la  historia  sobre 
la  labor  silenciosa  y  lenta  de  las  oscuras  madréporas 
sociales  enterradas  en  los  abismos  sub-históricos,  bajo 
la  historia,  en  la  labor  del  labriego  que  con  el  sol 
nace  y  con  él  vuelve  a  su  oscuro  hogar,  y  que  ento- 
nando cantares  arrastrados  y  largos  comr)  el  surco  del 
arado,  esparce  en  la  madre  tierra  el  humilde  grano, 
sustentador  de  la  vida. 

Sí  en  lento  descenso  del  nivel  del  océano  fueran 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


desapareciendo  poco  a  poco  las  aguas  que  nos  celan 
los  abismos  iríamos  viendo  cambiar  paso  a  paso  los 
contornos  de  los  continentes  e  islas,  y  por  consiguien- 
te de  los  mares  y  golfos,  enlazarse  islas  antes  sepa- 
radas y  modificarse  la  geografía  toda  del  mundo  tal 
cual  figura  en  las  proyecciones  de  los  ordinarios  ma- 
pas. Y  si  las  aguas  se  evaporaran  todas,  quedándose 
la  tierra  en  seco  y  mostrándonos  su  continuidad  real, 
¿qué  sería  de  nuestras  gigantes  montañas  de  hoy? 
Sírvenos  en  la  geografía  de  común  medida  el  nivel 
del  océano,  como  nos  sirve  en  la  historia  el  nivel  del 
olvido.  ■ 
¡Ah!,  si  descendieran  las  aguas  del  olvido,  bajo 
las  cuales  palpita  la  tradición  eterna  de  los  pueblos 
y  sobre  las  que  se  alzan  los  espectáculos  de  la  histo- 
ria; si  descendieran  esas  aguas,  ¿qué  sería  de  la 
grandeza  de  los  grandes  hombres  y  de  los  grandes 
sucesos,  al  verlos  mero  vértice  de  poderosas  pirámi- 
des subyacentes?  Porque  tal  genio  que  aparece  soli- 
tario en  la  historia,  dominando  a  una  época,  es  como 
tal  islote  que  se  alza  en  la  inmensa  soledad  del  mar, 
siendo,  en  realidad,  mera  cresta  de  imponente  macizo 
submarino.  Son  los  zancos  los  que  hacen  que  se  nos 
aparezcan  muchos,  grandes;  los  zancos,  enterrados 
bajo  la  historia,  y  con  que  vadean  las  vastas  llanuras 
del  olvido.  Son  a  lo  sumo  los  grandes  hombres  el  es- 
píritu de  su  tiempo  y  de  su  pueblo  hecho  carne  indi- 
vidual;  marchan  a  la  cabeza  empujados  por  la  masa 
e  indicándonos  el  curso  de  ésta,  mas  no  guiándola. 
Creer  que  determinan  los  grandes  procesos  es  como 
creer  que  las  oscilaciones  del  barómetro  determinan 
las  de  la  presión  atmosférica.  En  ellos  se  hace  con- 
ciencia más  o  menos  clara  el  espíritu  del  pueblo ; 
son  el  órgano  de  tal  espíritu,  el  instrumento  de  que 
se  sirve  éste  para  adquirir  conciencia  de  sí  mismo. 
Por  ellos  adquiere  un  pueblo  conciencia  refleja  propia, 
mas  no  son  ellos  quienes  se  la  dan. 


OBRAS  COMPLETAS 


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Entre  el  fondo  subconciente  de  nuestro  espíritu 
y  su  conciencia  hay  corrientes  de  mutua  relación,  de 
acciones  y  reacciones  recíprocas,  obrando  el  fondo 
sobre  la  superficie  y  ésta  sobre  aquél,  y  sirviendo  la 
superficie  en  realidad  de  campo  en  que  se  efectúa  el 
comercio  de  nuestro  espíritu  con  el  mundo  exterior. 
Lleva  el  núcleo  permanente  de  nuestro  espíritu,  lo 
que  podemos  llamar  propiamente  nuestro  "yo",  lo  que 
de  veras  nos  pertenece  y  constituye,  una  como  atmós- 
fera que  lo  envuelve,  protegiéndolo,  y  a  la  vez  ponién- 
dolo en  relación  con  el  mundo  exterior;  y  hay,  de 
otra  parte,  en  el  mundo  que  nos  rodea  honduras  eter- 
nas, permanente  núcleo,  sagrado  fondo,  que  se  halla 
cual  envuelto  en  otra  atmósfera  de  pasajeros  fenó- 
menos que  lo  celan  y  protegen,  a  la  vez  que  nos  lo 
revelan  y  comunican.  De  ordinario  no  se  ponen  en 
contacto  y  acción  mutua  más  que  las  dos  atmósferas, 
la  nuestra  y  la  de  fuera,  y  por  ellas  se  comunican 
mediata  y  trabajosamente  las  eternas  honduras  de 
nuestro  espíritu  y  las  eternas  honduras  del  mundo  en 
que  vivimos.  Mas  hay  santos  momentos  en  que  com- 
penetrándose las  dos  atmósferas  llegan  a  no  formar 
más  que  una  sola,  y  a  llevar  en  su  seno  a  nuestro 
permanente  "yo"  y  al  permanente  fondo  del  mundo 
a  tal  contacto,  que  nos  da  la  verdad  vivificadora  y 
eterna,  la  verdad  de  salud. 

Como  hay  corrientes  entre  nuestra  profunda  vida 
y  nuestra  vida  de  conciencia  las  hay  entre  la  vida  pro- 
funda de  los  pueblos  y  su  vida  histórica.  El  espíritu 
público  condiciona  y  determina  a  la  conciencia  pública, 
siendo  a  la  vez  por  él  condicionada.  Así  como  no  cabe 
señalar  en  el  alma  humana  la  línea  divisoria  entre  su 
honda  vida  subconciente  y  su  vida  de  conciencia,  así 
tampoco  cabe  señalar  precisa  y  clara  línea  de  demar- 
cación entre  la  profunda  vida  de  los  pueblos,  la  que 
resulta  de  los  cotidianos  afanes  y  los  diarios  cuida- 
dos y  empeños  de  los  humildes,  y  la  vida  pública  que 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


se  refleja  en  la  prensa,  en  los  comicios,  en  las  asam- 
bleas, en  las  instituciones  históricas,  en  los  ruidosos 
sucesos  que  se  archivan  en  todo  género  de  cronicones. 

A  cada  paso  un  estado  de  conciencia  desaparece 
como  tal  en  el  individuo,  hundiéndosele  en  el  rico 
poso  de  la  inconciencia ;  a  menudo  un  ejercicio  se 
nos  hace  hábito;  y  a  menudo  también  surgen  a  la 
conciencia,  en  hondas  crisis  espirituales,  en  verda- 
deros cataclismos  psíquicos,  las  profundidades  de  ella. 
En  los  pueblos  ocurre  lo  mismo.  Caen  instituciones 
históricas  en  el  fondo  de  la  vida  difusa  de  las  muche- 
dumbres, redúcense  antiguas  leyes  a  costumbres  ju- 
rídicas, a  la  vez  que  brotan  de  los  senos  abismáticos 
de  la  vida  popular  arraigados  sentimientos,  viejos  há- 
bitos o  seculares  prejuicios. 

¡  Solemnes  son  las  crisis  espirituales  en  el  alma 
humana;  las  augustas  horas  en  que  parece  que  arran- 
cado el  hombre  al  tiempo,  se  afronta  con  la  eternidad ; 
los  misteriosos  momentos  en  que,  llegando  con  nues- 
tro permanente  fondo  al  fondo  permanente  de  las 
cosas,  se  decide  la  suerte  y  el  porvenir  de  nuestra 
vida !  Despierta  en  el  alma  entonces  la  voz  de  sus 
antepasados,  la  de  la  naturaleza  misma  de  que  salió; 
parece  que  revive  en  ella  la  humanidad  toda  que  en 
sí  lleva  condensada.  A  las  veces  se  le  rebela  entonces 
el  salvaje  que  llevamos  dentro,  mal  refrenado  por  la 
costra  de  cultura,  resquebrajándola  cual  un  volcán 
extinguido  que  de  pronto  se  encendiera  con  violenta 
erupción. 

Hay  también  en  los  pueblos  solemnes  crisis  del 
espíritu  público,  augustas  horas  que  deciden  de  su 
porvenir.  Despierta  entonces  en  ellos  la  silenciosa 
voz  de  los  pasados  siglos,  la  tradición  viva,  o  ya  se 
encabritan  las  hordas  salvajes  que,  mal  enfrenadas 
por  la  máquina  política,  se  agitan  en  toda  sociedad 
humana,  por  culta  que  parezca.  Son  las  revoluciones, 
en  que  el  permanente  núcleo  del  espíritu  público  lie- 


OBRAS  COMPLETAS 


481 


ga  a  ponerse  en  inmediato  contacto  con  el  fondo  per- 
manente de  sus  instituciones  históricas. 

En  la  literatura  misma  obsérvase  esas  mutuas  co- 
rrientes de  vivificación  y  a  la  vez  la  diferenciación 
sin  marcados  límites  entre  poesia  popular,  semipopu- 
lar,  popularizada  y  erudita. 

Conviene  aquí  hacer  notar  que  si  por  poesía  po- 
pular ha  de  entenderse  aquella  realmente  anónima  e 
impersonal,  cuyas  manifestaciones  sean  directas  hijas 
del  pueblo  todo,  tal  poesía  no  existe.  No  es  posible 
que  el  pueblo  todo  dé  forma  a  un  solo  pensamiento 
poético;  necesita  siempre  de  órgano  individual,  de 
poeta.  El  pueblo  da  la  materia,  la  forma  la  da  un 
poeta.  Lo  que  suele  a  veces  ocurrir  es  que  la  modi- 
fica otro,  y  un  tercero  la  retoca,  y  la  remodifica  un 
cuarto,  y  corre  así  de  uno  en  otro,  poniendo  en  ella 
algo  todos.  O  ya  surge  de  fusión  de  versiones  dife- 
rentes, cual  se  ve  en  no  pocos  de  nuestros  romances. 

¿Qué  es,  después  de  todo,  el  genio  poético  en  la 
más  profunda  y  más  genial  de  sus  manifestaciones? 
Es  el  individuo  más  pueblo,  el  que  mejor  resume  el 
espíritu  de  las  muchedumbres,  el  que  hace  en  sí  pen- 
samiento individual  y  concreto  los  vagos  anhelos  so- 
ciales, el  que  satisface  a  la  materia  poética  popular, 
que,  como  toda  materia,  apetece  forma.  Es  el  hombre 
que  por  recoger  en  sí  más  del  alma  popular  más 
personal  aparece,  es  el  pueblo  hecho  hombre  para 
encarnar  sus  imaginaciones  poéticas.  Los  grandes 
genios  de  la  literatura  han  informado  materia  poética 
difusa  en  la  tradición  del  pueblo. 

¿Qué  relaciones  hay,  por  otra  parte,  entre  la  le- 
yenda y  la  historia?  Es  la  leyenda  la  historia  hecha 
carne  del  pensar  del  pueblo  y  trasformada  en  éste 
hasta  alcanzar  la  eterna  verdad  poética,  mil  veces  más 
verdadera  que  la  más  escrupulosamente  documentada 
ín  cronicones  y  memorias,  con  exquisito  esmero  es- 


482 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cribaiiesco.  La  honda  vida  de  los  pueblos,  su  vida  ín- 
tima, antes  hay  que  ir  a  buscarla  en  las  leyendas 
que  a  los  cronicones.  Al  suprimirse  necesariamente 
en  la  historia  mil  incidentes,  miles  de  términos  de 
ligazón,  por  ser  imposible  narrar  absolutamente  todo 
lo  pasado  en  su  entera  complejidad;  al  pasar  lo  su- 
cedido a  relato  histórico,  defórmanse  necesariamente 
las  cosas.  La  historia  es  ya  selección  y  condensación 
de  sucesos;  es  a  la  realidad  pasada  lo  que  un  mapa 
topográfico  a  la  realidad  de  un  terreno.  Y  aquí  acude 
el  pueblo  a  hacer  del  mapa  paisaje,  a  organizar  lo 
inorgánico  de  la  historia  en  leyendas  y  mitos,  a  su- 
plir con  vivos  símbolos  las  muertas  representaciones 
esquemáticas,  a  dar  carne  al  esqueleto.  Acude  con  la 
fantasía,  verdadera  retina  del  alma,  según  decía 
Carlyle  al  asentar  que  vemos  con  la  fantasía  por  la 
ventana  del  entendimiento.  Sin  sentido  poético  no 
cabe  verdadero  sentido  histórico,  y  ¿quién  más  que 
el  pueblo,  ete-rno  depositario  del  sentido  poético,  del 
alma  de  la  niñez  de  la  humanidad,  puede  darnos  con 
él  el  verdadero  sentido  histórico? 

¡  Pobres  meticulosos  hechólogos  y  entomólogos  de 
la  historia,  a  la  caza  de  gacetillescos  sucesos  que  en- 
casillar en  sus  ordenados  cajoncitos !  ¡  Pobres  com- 
pulsadores de  fechas  y  sabuesos  de  minucias !  Ya  la 
tienen  cogida ;  ya  atraparon  la  verdad  en  aquel  pre- 
cioso palimpsesto ;  ya  dieron  con  el  nombre  exacto  del 
personaje  en  aquel  pedrusco  desenterrado  por  la  reja 
del  arado !  ¡  Qué  doctas  disertaciones  nos  esperan ! 
Ya  atraparon  la  verdad. 

¡  La  verdad !  ¿  La  verdad  ?  ¿ Qué  saben  lo  que  es 
la  verdad  fecunda  y  viva,  la  eterna  coherencia,  la 
verdad  poética,  es  decir,  creadora,  todos  esos  escara- 
bajos peloteros  de  la  erudición  histórica? 


En  el  puente  de  Alcolea 
la  batalla  ganó  Prim. 


U  D  i\  ^  ^>     \^  U  i\i  I    1^  n.  1 


decía  una  canción  popular,  y  aunque  no  hubiera  ha- 
bido gacetillero  alguno  que  advirtiese  la  presencia 
del  popular  caudillo  en  tal  batalla,  dice  la  copla  una 
profimda  verdad,  como  lo  ha  hecho  ya  notar  el  señor 
Machado. 

¡  El  mito !  El  mito  es  mil  veces  más  verdadero  que 
el  personaje  histórico,  y  no  pocas,  cuando  se  forma 
ya  aquél  en  vida  de  éste,  le  guía,  le  domina,  le  dirige. 
¡  Cuántos  y  cuántos  grandes  hombres  no  llegan  a  ser 
más  que  meros  instrumentos  de  la  idea  que  de  ellos 
se  ha  formado  el  pueblo  a  que  sirven !  Y  así,  creyen- 
do dirigirlo,  son  en  realidad  por  él  dirigidos,  meros 
órganos  de  su  conciencia,  indicadores  de  sus  movi- 
mientos como  el  manómetro  de  la  presión  de  una 
máquina. 

Hanse  escrito  voluminosas  vidas  de  la  Virgen  Ma- 
ría, siendo  así  que  cuanto  de  ella  y  de  su  vida  nos 
cuentan  las  fuentes  evangélicas  cabría  muy  holga- 
damente en  un  papel  de  cigarrillo.  Mas  es  que  ha 
vivido  durante  siglos  en  la  conciencia  de  los  pueblos 
cristianos,  cual  dulce  y  sereno  Ideal  de  la  Madre, 
vida  más  intensa  y  honda  que  la  mezquina  y  pasajera 
vida  de  muchos  hombres  de  carne  y  hueso,  pelotea- 
dos por  las  olas  de  la  historia  en  el  mundo  de  los 
sucesos  transitorios. 

Esa  profunda  tradición,  oculta  en  los  senos  del  es- 
píritu público,  encerrada  en  su  subconciencía,  esa 
tradición  que  se  revela  en  cuentos,  leyendas,  relatos 
y  narraciones,  es  la  que  pretende  explotar  y  sacar 
a  luz,  haciendo  de  ella  material  científico,  el  folklore, 
o  demótica. 

^'eamos  qué  puede  ser  la  demótica. 

No  hay  hecho  alguno  insignificante,  salvo  para  los 
hechólogos,  para  los  que  nada  ven  (ietrás  de  él  y 
del  conjunto  de  que  forma  parte.  En  el  que  nos  pa- 
rece más  mezquino  y  despreciable  se  condensa,  en 


-tot  m  I  Lr  u  rL  ju   u  n    u  i\  ^  m  u  i\  yj 

cierto  modo,  una  eternidad  de  tiempo  y  una  infinitud 
de  espacio.  Es  cada  hecho  el  punto  de  confluencia  de 
todos  los  que  en  el  tiempo  le  precedieron  y  de  todos 
los  que  acompañaron  a  éstos  en  coexistencia,  y  a  la 
vez,  de  todos  los  que  con  él  coexisten  y  de  todos 
los  precedentes  a  éstos;  es  resultante  de  todos  los 
hechos  presentes  y  pasados.  Todo  es  causa  de  cada 
cosa.  El  movimiento  de  la  más  lejana  estrella,  de  un 
remotísimo  sol,  imperceptible  aun  para  el  más  poten- 
te telescopio,  influye  por  reflejos  de  reflejos  en  casi 
inacabable  serie  e  infinita  cadena  de  acciones  y  re- 
acciones, en  el  más  humilde  suceso  de  mi  vida;  in- 
fluye en  éste  en  una  proporción  infinitamente  infini- 
tesimal, en  proporción,  la  mera  insinuación  de  cuyo 
cálculo  sumiría  en  terrible  vértigo  al  más  potente 
genio,  pero  al  fin  y  al  cabo  influye  en  él. 

No  hay  hecho  alguno  insignificante  para  el  que 
sabe  ver  el  universo  todo  en  una  gota  de  agua,  la 
inmensidad  que  se  abre  al  telescopio  en  la  inmensi- 
dad que  se  abre  al  microscopio,  lo  infinitamente  gran- 
de en  lo  infinitamente  pequeño,  un  sistema  planeta- 
rio en  cada  molécula  química  y  a  la  vez  una  molécula 
en  cada  sistema  planetario.  Un  hecho  es  todo  o  nada, 
según  se  le  mire,  y  si  se  le  mira  bien,  todo  y  nada  a 
la  vez,  el  infinito  en  el  cero,  o  más  bien,  el  infinito 
multiplicado  por  cero,  un  número  cualquiera,  un  he- 
cho cualquiera  en  buenas  matemáticas  filosóficas.  Y 
así,  se  le  restablece  en  su  verdadera  posición.  Lo 
único  de  que  debemos  guardarnos  es  de  examinar  un 
microbio  con  telescopio  y  una  nebulosa  estelar  con 
microscopio;  pues  es  el  mejor  modo  de  no  ver  nada  y 
de  perder  la  vista  natural  al  cabo. 

El  comprender  con  viva  comprensión  que  no  hay 
hecho  alguno  insignificante  y  que  un  hecho  en  sí  no 
es  nada  sino  en  cuanto  refleja  la  vida  toda  universal, 
es  la  comprensión  que  sobre  todo  constituye  el  rarí- 
simo sentido  científico,  contrapuesto  no  pocas  veces 


OBRAS  COMPLETAS 


485 


al  llamado,  con  mayor  o  menor  propiedad,  sentido 
común. 

El  sentido  común  es  el  que  juzga  de  las  cosas  con 
los  comunes  medios  de  conocer,  tomándolas  en  bruto 
y  bloque,  dentro  de  las  ilusiones  constitucionales  de 
nuestra  mente.  En  un  país  en  que  un  solo  hombre 
conociera  el  microscopio  y  se  sirviese  de  él,  acaba- 
rían por  declarle  loco  de  remate  y  totalmente  insen- 
sato, si  comunicara  sus  observaciones,  celando  su  ori- 
gen, a  los  que  sólo  ven  a  simple  vista.  Mas  es  también 
cierto  que  quienes  no  se  quiten  nunca  el  microscopio 
de  los  ojos  fácilmente  se  romperán  la  crisma  contra 
una  esquina.  Sucédeles  a  los  hechólogos  de  toda 
laya  lo  que  dice  el  proverbio  alemán:  que  los  árbo- 
les les  impiden  ver  el  bosque. 

No  ya  es  frecuente  que  el  sentido  común  ahogue  al 
científico  en  vez  de  concertarse  con  él,  sino  que  nada 
es  más  corriente  que  encontrar  el  sentido  propia  y 
perfectamente  incientífico,  la  radical  ceguera  en  com- 
prender la  esencia,  el  valor  y  el  alcance  de  la  especu- 
lación filosófica,  confundiéndola  con  fines  prácticos 
inmediatos.  ;  A  dónde  vamos  ?,  se  preguntan  a  cada 
paso,  preocupados  con  la  solución  de  un  problema, 
y  estimando  tiempo  perdido  el  que  se  emplee  en  su 
estudio  si  al  fin  y  al  cabo  no  da  con  la  apetecida 
solución  quien  lo  emprendiera,  aunque  al  término  de 
su  labor  se  haya  adelantado  algo  en  la  vía  explorativ;.. 
Olvidan  que  lo  más  vigoroso  del  esfuerzo  mental  se 
emplea  en  plantear  los  problemas ;  que  para  hacerlo 
debidamente  se  exige  a  las  veces  siglos  enteros,  des- 
pués de  repetidas  intentonas  y  continuo  tejer  y  des- 
tejer. 

¡  Cuán  arraigado  se  halla  el  modo  de  pensar  que 
si  fuese  llevado  a  su  integridad  toda  nos  haría  supo- 
ner que  la  fisiología  enseña  a  digerir,  la  lógica  a 
discurrir  y  la  gramática  a  hablar !  Y  es,  sin  embar- 
go, lo  cierto  que  habrá  mayor  proporción  de  dispép- 


486 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ticos  entre  los  dedicados  a  estudios  fisiológicos  que 
entre  los  que  no  se  dediquen  a  estudio  alguno.  Si 
alguien  dijera  que  echaron  a  andar  los  astros  según 
las  leyes  keplerianas  así  que  el  insigne  astrónomo  las 
hubo  descubierto  y  formulado,  tomariamosle  todos  por 
loco  a  quien  tal  dijese,  no  obstante  lo  cual,  en  en- 
trando en  el  campo  de  las  ciencias  sociales,  morales 
y  politicas,  es  frecuente  suponer  que  la  explicación 
de  un  hecho  lo  produce,  que  la  ley  precede  al  hecho 
y  lo  determina,  y  es  algo  sustantivo  diferente  de  éste. 
Son  muchos  los  que  discurren  sobre  la  tácita  suposi- 
ción de  que  los  hombres  hubieran  fundado  los  casti- 
gos en  la  creencia  del  libre  albedrío,  y  en  virtud  de 
tal  inconciente  supuesto  exclaman  con  la  simplicidad 
mayor  del  mundo:  "Si  se  probara  que  no  hay  tal  libre 
albedrío,  ¿qué  sería  de  la  sociedad?"  Que  es  como  si 
dijéramos:  "Si  se  probara  la  inutilidad  de  suponer  el 
éter  medio  que  con  sus  vibraciones  produce  la  luz, 
¿qué  sería  de  la  del  sol  que  nos  alumbra?" 

Aduzco  estas  breves  consideraciones  para  denun- 
ciar la  profunda  ausencia  de  sentido  científico  que 
delata  la  obsesión  constante  de  la  finalidad  inmediata 
práctica  de  una  doctrina,  y  la  inquietud  por  saber  -i 
qué  ha  de  conducir  tal  cual  investigación.  La  fe  cien- 
tífica, la  honda  y  verdadera  fe,  que  más  que  en  creer 
lo  que  no  vimos  consiste  en  crear  lo  que  no  vemos, 
confía  en  que  toda  indagación  lealmente  científica, 
es  decir,  analítica  y  comparativa,  lleva  a  algo ;  sabe 
que  los  grandes  descubrimientos  surgen  de  improvi- 
so, resultan  de  una  labor  tal  vez  no  enderezada  a 
conseguirlos.  La  naturaleza  se  abre  toda  entera  y  sin 
reserva  a  quien  a  ella  todo  entero  y  sin  reserva  se 
entrega.  Busquemos  la  verdad,  y  todo  lo  demás  se 
nos  /dará  de  añadidura. 

Poco  a  poco  y  con  pertinaz  constancia  se  va  exten- 
diendo en  vasto  campo  infinidad  de  sillares.  Aquí  y 
allá  se  levanta  uno  sobre  otros  dos,  hay  pequeños 


OBRAS  COMPLETAS 


487 


macizos,  montones  de  ellos,  teorías  sueltas.  ;Qué  di- 
ríamos del  que,  soñando  en  la  futura  pirámide,  no 
se  rebajase  a  aportar  un  sillar  suelto  y  dejarlo 
allí,  junto  a  los  otros,  sin  aparente  enlace  ni  co- 
nexión actual  con  ellos?  Pues  tal  sucede  con  los  que, 
perdiéndose  en  fantásticas  síntesis  históricas,  o  me- 
jor, pseudohistóricas,  o  en  oratorias  amplificaciones, 
desdeñan  la  labor  de  recolectar  elementos  para  la 
demótica,  de  reco^jer  humildes  hechos  enterrados  en 
la  profunda  vida  de  los  pueblos,  leyendas  o  dichos  que 
son  tal  vez  el  último  resto  de  potentes  mitologías  ente- 
rradas en  el  augusto  silencio  de  los  siglos  dormidos. 

Hay  una  frase  hondamente  profunda  que  he  oído 
contar  de  un  campesino  andaluz,  y  es  ésta:  "Desengá- 
ñese usted,  señor,  en  este  mundo,  todo  lo  sabemos 
entre  todos."  Si,  en  el  mundo,  lo  sabemos  todo  entre 
todos,  y  en  mutua  ayuda  y  excitación  recíproca  des- 
cubriremos en  nuestras  honduras  mismas  lo  que,  no 
estando  vivo  en  ellas,  no  sabemos  que  sabemos.  A  los 
sencillos  y  a  los  humildes,  a  los  que  no  buscan  se- 
gundas intenciones  en  las  cosas,  es  a  los  que  muchas 
veces  mejor  se  revela  la  verdad,  la  primera  inten- 
ción de  las  cosas,  con  lenguaje  que  de  puro  sencillo 
no  logramos  entenderlo  los  demás. 

¡  Qué  de  ideas  no  descubre  una  inquisición  pacien- 
te enterradas  en  el  seno  de  los  idiomas  humanos  1  La 
más  sencilla  palabra,  aquella  en  que  no  paramos  nues- 
tra distraída  atención,  de  puro  usarla,  cela  en  sí  teso- 
ros de  enseñanza,  es  el  último  producto  de  largos 
procesos  de  ideación  colectiva  en  el  espíritu  de  un 
pueblo;  es  el  resultado,  a  presión  de  atmósferas  secu- 
lares, de  ingentes  fermentaciones. 

De  buena  gana  me  detendría  aquí  a  mostraros  la 
verdad  de  lo  dicho  con  ejemplos,  a  presentaros  el 
cómo  de  las  ideas,  las  preocupaciones,  los  ideales,  las 
instituciones  mismas  por  que  ha  pasado  un  pueblo, 
han  dejado  su  huella  en  tal  cual  olvidado  vocablo, 


488  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  rodando  de  boca  en  oído  y  de  oído  en  boca,  no 
deja  en  la  conciencia  de  quienes  lo  pronuncian  y 
oyen  la  rica  semilla  que  lleva  en  sí,  semilla  que  en- 
cierra todo  un  árbol  de  hondas  raíces,  de  extensa 
copa  y  de  exuberante  fronda.  Y  si  tanta  filosofía 
guardan  los  simples  vocablos  y  las  meras  frases,  ¡  de 
cuánta  no  irán  preñados  los  dichos  y  dicharachos, 
los  refranes  y  proverbios,  los  cantos  y  cantares,  los 
cuentos  y  leyendas ! 

Para  hacer  que  toda  esa  filosofía  surja  de  ellos  no 
hay  más  que  un  camino:  la  comparación.  Con  ella 
empieza  la  ciencia  propiamente  dicha,  puesto  que 
ciencia  no  comparativa  no  es  en  rigor  tal  ciencia. 
El  que  sólo  su  lengua  sabe  — decía  el  gran  Goethe — , 
ni  la  suya  propia  la  sabe  propiamente.  Quien  cono- 
ce un  solo  organismo  animal  sólo  puede  conocerlo 
por  el  examen  comparativo  de  sus  partes,  y  en  rea- 
lidad ni  aun  así  cabe  decir  que  lo  conozca,  mientras 
no  lo  compare  con  otros. 

Es  en  la  demótica  la  primera  labor  y  la  más  oscu- 
ra y  abnegada,  la  de  recopilar  datos  con  fidelidad  fo- 
nográfica y  fotográfica,  tal  y  como  ellos  se  nos  dan, 
sin  deformarlos.  De  la  comparación  de  todos  ellos, 
de  los  recogidos  aquí  y  allí,  en  los  países  más  diver- 
sos, surgirá  al  cabo  la  luz.  No  hay  que  forzar  la  ex- 
plicación de  las  cosas ;  precísase  dejar  que,  ordenán- 
dolas y  clasificándolas  convenientemente,  se  expli- 
quen ellas  solas  a  nuestros  ojos.  Cojed  extremidades 
anteriores,  y  en  esqueleto,  de  diversos  mamíferos; 
alineadlas  meramente  con  espíritu  comparativo  y 
clasificativo,  según  sus  mutuas  analogías  y  diferen- 
cias, y  mostrad  la  línea,  o  más  bien  el  verdadero  ár- 
bol, a  un  niño,  y  la  doctrina  de  la  unidad  de  tipo  que 
va  trasformándose  de  uno  en  otro  caso  acabará  por 
surgir  en  su  mente. 

Todos  hemos  sido  niños  y  casi  todos  hemos  olvi- 
dado nuestra  niñez,  la  que  llevamos  cual  núcleo  de 


OBRAS  COMPLETAS 


489 


nuestra  alma  en  el  lecho  de  ésta.  Olvidados  de  que  es 
el  niño  el  maestro  del  hombre,  pasamos  junto  a  ellos 
sonriendo,  cuando  más,  al  espectáculo  de  sus  ino- 
centes juegos.  Y  sin  embarc^o,  así  como  el  embrión 
humano  pasa  en  su  desarrollo  por  fases  correspon- 
dientes a  aquellas  por  que  debió  de  haber  pasado  el 
género  humano  en  su  proceso  filogenético,  así  tam- 
bién sucede  en  la  vida  del  espíritu  de  los  pueblos,  re- 
presentando la  imperfecta  sociedad  infantil  en  el  seno 
mismo  de  nuestras  sociedades  un  estado  de  espíritu 
colectivo  por  el  que  éstas  atravesaron  en  su  infancia, 
bien  que  alterado  no  por  poco  por  el  ambiente  en  que 
los  niños  viven.  De  generación  infantil  en  generación 
infantil  trasmítense  tradiciones,  hábitos  e  ideas  que 
acabamos  por  olvidar  de  adultos  ya,  estados  de  espí- 
ritu que  son  cual  sagrado  depósito  de  otras  edades 
confiado  a  la  inocencia  de  la  niñez. 

Vosotros  sois  la  sal  de  la  tierra  — podríamos  decir 
a  los  niños — ,  y  si  la  sal  se  desvaneciere,  ¿  con  qué 
será  salada?  Dejad  que  los  niños  se  acerquen  a  mí, 
decía  el  Divino  Maestro.  Creed  que  los  niños  son  los 
inocentes  justos  ante  quienes  se  detiene  la  corrup- 
ción que  en  todos  tiempos  y  lugares  corroe  a  las  so- 
ciedades humanas,  son  la  levadura  de  éstas.  Nada 
más  sagrado  que  un  niño,  guardián  de  la  eternidad 
en  el  tiempo,  ante  quien  es  una  tremenda  realidad 
el  misterio  del  porvenir.  Quien  mata  a  un  hombre 
— y  hay  muchos  modos  de  matarlo  dejándole  con 
vida — ,  mata  una  carrera  conocida ;  quien  mata  a  un 
niño  no  sabe  si  mata  los  destinos  de  un  pueblo. 

Cuando  vuelvo  con  amor  la  vista  a  aquellos  años 
frescos  en  que  en  santa  simplicidad  de  espíritu  y  to- 
mando las  cosas  de  primera  intención,  me  bañaba 
en  las  aguas  vivas  de  un  mundo  para  mí  entonces 
virgen ;  cuando  evoco  de  las  profundidades  de  mi  alma 
el  alma  de  mi  niñez  y  me  esfuerzo  por  recobrar 
aquella  infantil  mirada  pura  que  purificaba  cuanto 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


veía,  ábreseme  inmenso  campo  de  ideas  fecundas  y 
potentes. 

Llevado  por  aficiones  e  ideales  al  estudio  de  los 
problemas  económico-sociales,  he  reflexionado  mu- 
chas veces  sobre  las  formas  sencillísimas,  mas  alta- 
mente sugestivas,  con  que  en  los  niños  se  muestran 
el  sentimiento  y  el  concepto  de  propiedad;  y  sobre 
las  primitivas  formas  que  en  ellos  adoptan  las  rela- 
ciones que  de  la  propiedad  derivan.  Los  tratos  y  con- 
tratos, trueques  y  retrueques,  y  cambalaches  de  toda 
clase  que  establecen  entre  sí  los  niños ;  el  uso  de 
vistas,  santos  o  figuras,  cromos  de  las  cajas  de  ceri- 
llas, a  guisa  de  moneda ;  sus  sociedades  de  coparti- 
cipación y  el  reunir  en  común  sus  cosas  para  jugar 
a  partes;  la  ardua  cuestión  de  decidir  a  quién  corres- 
ponde un  objeto  que  uno  vió  y  otro  cojió  el  primero 
del  suelo ;  mil  relaciones  más  se  prestan  a  atento  es- 
tudio, y  con  los  datos  que  acerca  de  ellas  mi  memoria 
y  la  observación  de  los  actuales  niños  me  va  suminis- 
trando, espero  constituir  material  para  un  ensayo. 

Recuerdo,  entre  otras  cosas,  perfectamente  que  a 
la  mera  dación  de  un  objeto  no  se  le  concedía  valor 
jurídico  entre  los  niños  de  mi  tiempo  y  allá  en  mi 
pueblo  — Bilbao — ,  y  que  sólo  se  estimaba  fuerte  la 
donación  mientras  no  exigiese  el  dador  que  se  le  de- 
volviera el  objeto  donado.  Mas  si  al  recibir  uno  el 
objeto  recitaba  el  sacramental 

Santa  Rita,  la  bendita, 
lo  que  se  da,  no  se  guita; 
si  me  quitas,  ya  verás, 
en  el  infierno  pagarás, 

adquiría  valor  solemne  y  duradero  la  dación,  pasando 
a  ser  trasmisión  de  propiedad  y  no  de  posesión  tan 
sólo.  Y  así  mismo  se  cerraban  los  tratos  graves  y  so- 
lemnes dándose  las  manos  derechas  los  contratantes  y 
partiendo  un  tercero  con  la  palma  de  la  suya  el  lazo 
de  aquéllas.  Y  si  a  esto  añadimos  la  solemne  forma 


OBRAS  COMPLETAS 


491 


del  juramento  consistente  en  besar  los  dos  índices 
en  cruz,  diciendo  "por  ésta",  ;  quién  no  descubre  en 
todo  ello  profundas  analogías  con  las  fórmulas  sacra- 
mentales del  Derecho  romano,  y  en  lo  hondo  de  las 
infantiles  la  misma  filosofía  que  en  lo  hondo  de  las 
romanas  ? 

Por  no  hacerme  inacabable,  no  prosigo  en  indica- 
ciones de  hechos  concretos,  que  a  haber  llenado  de 
ellas  esta  conferencia  habría  ella  dejado  de  ser  lo 
que  me  propuse  hacerla.  Terminaré  con  una  última 
reflexión. 

Acentúase  hoy  en  todo  el  mundo  culto  una  vigo- 
rosa corriente  de  democratización  del  arte,  corriente 
que,  iniciada  en  Inglaterra,  merced  sobre  todo  a  los 
esfuerzos  de  Ruskin,  va  extendiéndose  por  todas 
partes.  Trátase  de  llevar  la  belleza  a  donde  quiera,  de 
hermosear  los  objetos  de  cotidiano  uso  doméstico, 
los  más  familiares  utensilios,  de  poner  al  alcance  de 
todos  lo  bello,  de  hacer  constante  preocupación  la 
preocupación  estética,  de  embellecer  el  hogar,  de  dar 
con  el  arte,  ornato  y  decoro  a  la  vida,  ya  que  la 
belleza  sólo  le  da  la  justicia. 

Tal  movimiento  sólo  puede  ser  fecundo  en  fructuo- 
sos resultados  a  virtud  de  otro  correspondiente  a  él 
y  con  él  concurrente;  a  virtud  de  que  se  vaya  a  bus- 
car en  el  seno  mismo  del  pueblo  la  materia  prima  del 
arte  con  que  se  trata  de  dignificarlo.  Hay  que  devol- 
verle lo  suyo  propio,  embellecido  y  purificado;  todo 
lo  demás  es  inútil.  Hay  que  mostrarle  la  belleza 
misma  de  su  alma,  para  que  se  vea,  se  conozca,  se 
sienta  y  cobre  fe  en  sí  mismo,  fe  robusta,  trasporti- 
dora  de  montañas  y  madre  del  ideal. 

Ha  de  ser  un  proceso  de  conjunción  análogo  al 
que  en  la  labor  secular  siguen  la  naturaleza  y  el  arte 
humano,  pues  es  la  más  honda  función  de  éste  reve- 
larnos a  aquélla,  purificándola  a  la  vez.  El  arte  y  la 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


naturaleza  se  hacen  mutuamente.  La  más  honda  tras- 
cendencia de  la  pintura  de  paisaje,  por  ejemplo,  es 
educarnos  la  visión  a  ver  la  natural  belleza  de  todo 
paisaje;  el  arte  es  el  que  embellece  a  la  naturaleza 
al  enseñarnos  a  verla  bella.  Cuando  lleno  el  hombre 
de  interior  belleza  embellezca  con  su  mirada  cuanto 
vea,  ¿para  qué  más  arte?  El  hombre  humanizó  a  la 
naturaleza  a  la  vez  que  se  naturaliza  sumergiéndose 
con  amor  en  ella,  y  así  se  sobrehumaniza,  elevándose 
por  encima  del  hombre  ligado  al  terruño,  y  sobrena- 
turaliza  a  la  naturaleza  al  hacerla  obra  suya.  ¡  Her- 
moso sueño  el  sueño  del  sobre-hombre,  que  obsesionaba 
al  pobre  Nietzsche,  en  el  seno  de  una  sobre-natu- 
raleza ! 

Un  proceso  análogo  ha  de  cumplirse  entre  el  mis- 
mo arte  y  el  pueblo,  que  es  naturaleza,  la  verdadera 
y  propia  naturaleza  humana.  A  medida  que  el  arte 
se  popularice  se  hará  más  artista  y  más  culto  el  pue- 
blo, y  así  se  podrá  llegar  al  ideal  del  arte  humano,  a 
un  arte  popular  de  pueblo  artista. 

¿Qué  mejor  vía  para  preparar  tan  altos  destinos 
que  sumirse  en  el  pueblo  a  extraer  de  él  los  tesoros 
vivos  que  encierra?  Tal  el  fin  de  la  demótica,  hu- 
milde siempre  en  su  aparición  primera. 

*  *  * 

En  esta  región  sevillana,  donde,  como  en  cada  re- 
gión, especiales  instintos  artísticos  del  pueblo  piden  un 
arte  popular  especial,  es  donde  se  inició  en  España 
la  abnegada  labor  de  la  investigación  demotística. 
Está,  pues,  obligada  a  resucitar  y  fomentar  un  estu- 
dio casi  muerto  en  la  tremenda  y  general  apatía 
mental,  que  sume  a  España  en  una  verdadera  charca 
de  rutina  y  de  ramplonería  literarias,  artísticas  y  cien- 
tíficas. 

Salamanca,  noviembre  d"  1^96.  (Del  manuscrito 
autógrafo  del  autor.) 


DISCURSO  LEIDO  EN  LA  SOLEMNE  APER- 
TURA DEL  CURSO  ACADEMICO  DE  1900  A 
1901  EN  LA  UNIVERSIDAD  DE  SALAMANCA 


Excmo.  e  limo.  Sr. : 

Al  abrirse  a  los  jóvenes  estudiantes  un  nuevo  cur- 
so, en  esta  solemnidad  de  su  inauguración  pública, 
nada  más  propio,  sin  duda,  que  dirigirles  en  alocu- 
ción exhortativa  consejos  sobre  el  ánimo  con  que 
han  de  perseguir  sus  estudios,  y  advertencias  respecto 
a  lo  que  de  ellos  debemos  esperar. 

Los  últimos  reveses  de  la  patria  nos  han  ocasio- 
nado, a  vueltas  de  su  maleficio,  un  saludable  efecto, 
cual  es  el  de  hacer  que  convirtamos  a  nosotros  mis- 
mos nuestras  miradas  para  esforzarnos  con  ahinco 
en  conocernos  mejor.  Y  en  este  prurito  de  propia 
inquisición  es  la  enseñanza  pública  uno  de  los  insti- 
tutos sociales  a  que  más  nuestro  examen  de  concien- 
cia se  endereza,  ya  que  es  en  los  jóvenes  en  quienes 
ha  de  poner  la  patria  sus  esperanzas  más  corrobora- 
doras.  Mal  pueden,  en  efecto,  darle  nueva  vida  los 
que  en  la  antigua  fraguaron  su  espíritu.  A  vosotros 
los  jóvenes  toca  disipar  la  plúmbea  nube  de  desaUen- 
to  y  desesperanza  que  a  tantos  cela  la  ruta  del  por- 
venir. Sois  vosotros  los  que  tenéis  que  descubrirnos 
a  España  y  marcarla  luego  un  fin,  que  no  lo  es  ella 
en  si  misma. 

Los  que  a  otras  actividades  que  no  la  vuestra  vier- 
tan su  espíritu,  podrán  preocuparse  más  exclusiva- 
mente en  hacer  a  España  vigorosa,  grande,  opulen- 
ta, y  llenarán,  de  cierto,  su  deber  al  hacerlo,  pero 


494 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


vosotros  debéis  considerar  que  no  es  la  patria  un  fin 
sustantivo,  sino  medio  más  bien  para  que  mejor  nues- 
tro destino  humano  cumplamos,  y  habéis  de  buscar, 
con  esto  en  consonancia,  a  qué  propósito  hayan  de 
ordenarse  el  vigor,  la  grandeza  y  la  opulencia  que 
para  ella  ambicionamos  si  es  que  han  de  descansar 
sobre  sólidas  bases.  Vosotros  habéis  de  ser  mañana 
ministros  de  la  reflexión  común,  y  a  reflejar  con 
plena  conciencia  el  espíritu  de  la  comunidad  habéis 
de  tender  desde  luego.  En  el  seno  mismo  de  esta 
comunidad  patria,  en  los  anhelos  genuinos  del  pueblo 
de  que  somos  parte,  es  donde  hemos  de  ir  a  desper- 
tar el  ideal  dormido,  pues  toda  realidad  por  algún 
ideal  vive,  ni  le  hay,  en  rigor  viable  y  fecundo  más 
que  en  las  entrañas  de  la  realidad  misma.  Para  ello, 
os  lo  repito,  menester  os  es  descubrirnos  a  España. 

Descubrirnos  a  España  digo,  porque  si  es  cierto, 
como  por  muchos  se  nos  asegura,  que  su  mayor  ri- 
queza material  en  su  subsuelo  se  esconde  esquiva 
mientras  araña  el  labriego  con  el  tradicional  arado 
la  ligera  capa  que  la  recubre  y  vela,  en  su  subsuelo 
espiritual  también,  en  los  no  escudriñados  soterraños 
de  su  cotidiana  vida  colectiva  yace  tal  vez  el  venero 
de  su  renovación  futura  mientras  seguimos  arañan- 
do con  nuestra  crítica  y  apologética  en  las  humosas 
glorias  de  su  capa  histórica.  Tenéis  que  descubrir  a 
nuestro  pueblo  tal  como  por  debajo  de  la  historia 
vive,  trabaja,  espera,  ora,  sufre  y  goza. 

Y  debéis  estudiar  también  a  vuestro  pueblo  porque 
siendo  aquel  de  quien  vivís,  con  quien  vivís  y  por 
quien  vivís,  es  su  estudio  el  único  que  puede  llevaros 
como  por  la  mano  a  conocer  con  entrañable  conoci- 
miento a  la  humanidad  toda.  Hay  en  este  examen 
algo  de  introspección  colectiva  y  social.  Mucho  de 
hondo  contiene  el  dicho  de  esta  tierra,  que  reza  así : 
"Quien  vió  Frades,  vió  todos  los  lugares".  Las  re- 
ferencias que  acerca  de  extrañas  gentes  obtengáis 


OBRAS  COMPLETAS 


495 


serán  siempre  retratos  y  trasuntos  de  realidad;  rea- 
lidad misma  sólo  en  torno  vuestro  habéis  de  encon- 
trar. 

Los  jóvenes  que  acudís  hoy  a  estas  aulas  a  que  os 
traslademos  lo  que  otros  averiguaron  o  lo  que  de  la 
realidad  hemos  directamente  averiguado  nosotros,  te- 
néis que  interrogar  a  la  realidad  misma  que  se  abre 
liberal  a  quien  la  invoca.  Pero  es  preciso  que  la  mi- 
réis cara  a  cara  sin  interposición  de  librescos  prejui- 
cios, es  menester  que  las  lentes  de  las  doctrinas  reci- 
bidas no  estén  ahumadas  adrede  o  por  descuido.  Las 
disciplinas  que  aqui  se  os  trasmiten  son  legado  de 
los  siglos,  recordatorio  de  la  humanidad,  es  cierto, 
pero  también  lo  es  y  con  mayor  plenitud  aún  la  rea- 
lidad exterior  concreta,  la  actualidad  palpitante.  En 
la  vida  común  que  os  rodea,  en  las  costumbres  a  que 
todos  por  hábito  ajustamos  nuestra  conducta,  en  lo 
que  sucede  en  la  plaza,  en  el  mercado  o  en  la  feria,  en 
el  templo,  en  el  hogar  o  en  la  campiña  late  el  pasado 
más  vivo  aún  que  en  todos  los  libros,  crónicas  y  do- 
cumentos, donde  de  ordinario  no  quedó  más  que  su 
engañoso  y  deformado  trasunto. 

¿  Historia  ?  Historia  es  lo  que  en  torno  vuestro 
ocurre,  el  motín  de  ayer,  la  cosecha  de  hoy,  la  fiesta 
de  mañana.  Sólo  con  el  hoy  aquí  entenderéis  recta- 
mente el  ayer  allí,  y  no  a  la  inversa ;  sólo  el  pre- 
sente es  clave  del  pasado  y  sólo  lo  inmediatamente 
próximo  lo  es  de  lo  remoto.  Lo  que  no  descanse  de 
una  manera  o  de  otra  en  el  presente,  ya  a  flor  de  él, 
ya  en  su  lecho  de  roca  sedimentado,  no  fué  más  que 
fugitiva  apariencia.  Es  el  presente  el  esfuerzo  del 
pasado  por  hacerse  porvenir  y  lo  que  al  mañana  no 
tienda  en  el  olvido  del  ayer  debe  quedarse. 

En  la  historia  apenas  se  oye  más  que  a  los  bullan- 
gueros y  vistosos;  los  silenciosos  y  oscuros,  que  son 
los  más,  callan  en  ella  y  por  ella  se  deslizan  inad- 
vertidos. Óyese  en  la  nuestra  el  trotar  de  los  caballos 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  los  moros  que  invadieron  nuestro  suelo,  pero  no 
el  lento  y  silencioso  paso  de  los  tardos  bueyes  que 
trillaban  en  tanto  las  mieses  de  los  que  muy  de  grado 
se  dejaron  conquistar.  Y  sin  la  comprensión  de  esto 
es  aquello  iricomprensible. 

¿Literatura?  Sólo  se  refresca  y  corrobora  acu- 
diendo de  continuo  al  siempre  inexhausto  manantial 
de  cantos,  cuentos,  consejas,  dicharachos,  relatos,  re- 
franes y  leyendas  que  guarda  y  lega  el  pueblo,  y  em- 
papándose en  la  vida  de  éste. 

Otra  cosa  es  caer  en  literatismo.  Si  leéis  el  antiguo 
y  siempre  verde  relato  del  mítico  Homero  no  se  lo 
entrañará  mejor  el  que  con  prolijo  aparato  de  erudi- 
ción y  apuro,  glosas  y  escolios  intente  desmenu- 
zarlo, si  no  quien  sea  más  capaz  de  ver,  cerrando  los 
ojos,  con  los  de  la  imaginativa,  a  los  mozos  de  su 
pueblo  empeñarse  en  una  pedrea  con  los  del  lugar 
vecino  por  cuestión  del  noviazgo  de  uno  de  ellos... 

¿Lenguas?  Jamás  comprenderéis  con  comprensión 
activa  y  fecunda,  no  pasiva  y  estéril,  cómo  una  len- 
gua vive  mientras  no  abráis  los  oídos  a  la  que  en 
vuestro  derredor  suena,  prestándolos  atentos  y  fieles  a 
los  modismos  del  vulgo,  a  sus  dichos  y  decires,  a  todo 
lo  que  como  a  barbarismo  indigno  de  atención  han 
solido  desechar  los  que  hacen  del  lenguaje  un  pro- 
ducto de  pacto  literario  sujeto  a  académica  prescrip- 
ción. 

¿  Derecho  o  economía  ?  ¿  Habéis  observado  los  tra- 
tos y  contratos,  trueques,  retrueques  y  cambalaches  de 
una  feria  con  sus  alboroques  de  añadido  ?  ¿  Sabéis 
cómo  vive  el  labrador  vecino  o  por  qué  cultiva  trigo 
y  no  otra  cosa  y  cómo  paga  su  renta  y  su  parte  al 
fisco  y  cómo  se  gana  la  vida? 

Bueno  es  el  estudio  de  reflejo  en  libros  y  ajenas 
lecciones,  muy  bueno  sin  duda,  pero  sólo  en  cuanto 
a  la  realidad  directamente  intuida  nos  guíe.  Mas  su- 
cede con  harta  frecuencia,  por  desgracia,  que  el  libro 


OBRAS  COMPLETAS 


497 


os  aparte  de  la  realidad,  del  texto  vivo  el  muerto,  en 
vez  de  descubrírosla;  acontece  que  en  estos  penum- 
brosos claustros  se  os  enflaquezca  la  vista  y  el  sol 
os  estorbe  lueg-o  para  ver  al  aire  abierto  y  a  la  luz 
libre.  Traed  a  la  memoria  la  escuela  en  que  se  os 
enseñó  a  leer,  escribir  y  contar  y  la  recordareis 
como  una  jaula,  en  medio  de  la  campifía  aireada  y 
soleada  no  pocas  veces.  ¿  Os  sacaron  a  ésta  a  apren- 
der en  medio  del  campo,  por  visión  directa,  lo  que 
el  campo  a  nuestro  estudio  ofrece?  Y  si  por  acaso 
os  educasteis  en  vuestros  primeros  años  en  alguna 
ciudad,  ¿os  llevaron  a  ver  las  obras  de  arte  o  de 
industria  que  ella  guardara? 

Nos  cuidamos  muy  poco  de  la  niñez;  cierto  culto 
a  los  antepasados  quita  sitio  en  nüestro  corazón  al 
culto  debido  a  la  posteridad. 

Y  así  un  publicista  hoy  muy  leído,  Kropotkine,  ba 
podido  escribir  "que  el  niño  reputado  como  perezoso 
en  la  escuela  es  a  menudo  aquel  que  comprende  mal 
lo  que  le  enseñan  mal",  añadiendo  esta  severísima 
sentencia:  "Vuestra  escuela  se  convierte  en  una  Uni- 
versidad de  la  pereza  como  vuestra  prisión  en  una 
Universidad  del  crimen".  Podéis  tachar  esta  acer- 
bísima sentencia  de  exagerada,  en  hora  buena,  pero  es 
lo  cierto  que  en  vez  de  satisfacer  las  preguntas  que 
espontáneamente  brotan  del  niño,  las  ingenuas  cues- 
tiones que,  como  silvestres  flores  que  se  abren,  la 
vida  misma  a  la  mente  le  presenta,  suscítansele  otras 
en  que  nunca  hubo  pensado,  interrogaciones  a  que 
suele  desembocar  una  investigación  mal  planteada, 
cuestiones  ociosas,  de  puro  ejercicio  escolástico  a  me- 
nudo. Ansia  el  inocente  libre  juego  espiritual,  gozar 
de  los  movimientos  de  sus  potencias  y  facultades,  y 
somátenle  a  gimnásticos  volatines.  Y  este  daño  se 
remata  adiestrándolo  más  tarde  para  la  polémica  y  la 
discusión  en  esgrima  de  gladiador  esclavo,  no  para 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


la  investigación  pacifica,  en  labor  de  combatiente  li- 
bre. 

Librenie  Dios  de  predicaros  que  cerréis  los  libros, 
pero  sí  os  repetiré  que  aprendáis  a  ver  al  través  de 
ellos  la  vida,  y  no  al  través  de  ésta  los  libros,  como 
hoy  tanto  ocurre.  Poco  se  lee  aquí,  por  desgracia, 
pero  es  donde  se  lee  menos  donde  más  daño  puede 
hacer  aquello  poco  que  se  lee. 

Traduciendo  una  vez  en  mi  clase  cierto  pasaje  en 
que  cuenta  Heródoto  cómo  para  embalsamar  los  ca- 
dáveres les  ingerían  en  el  vientre  los  egipcios  resina 
de  cedro,  hube  de  preguntar  a  mis  alumnos  si  cono- 
cían este  árbol,  y  todos  me  contestaron  que  no,  y  és- 
tos, los  mismos  que  confesaban  no  conocerlo,  podrían 
verlo  en  uno  de.  los  paseos  de  esta  ciudad.  Y  habrá 
acaso  quien  sin  conocerlo  mejor  lo  tome  de  tópico, 
que  suele  serlo  el  cedro  del  Líbano.  En  tópicos  de 
retórica  hemos  convertido  merced  a  tal  educación 
no  pocas  especies  en  un  tiempo  henchidas  de  vida  y 
realidad,  en  flores  de  trapo  las  antaño  naturales.  Es- 
tudiante forastero  habrá  que  de  esta  ciudad  se  vuel- 
va a  su  pueblo,  concluida  su  carrera,  sin  haber  visi- 
tado todos,  absolutamente  todos  los  monumentos  y 
reliquias  del  pasado  que  ella  encierra,  o  si  es  de 
nuestra  Facultad  de  Letras,  sin  haber  contemplado 
en  La  Flecha  el  escenario  que  inspiró  al  maestro  León 
tantas  páginas  admirables  de  sus  preñados  diálogos 
de  los  Nombres  de  Cristo,  en  que  describe  aquel  pa- 
raje, o  los  sotos  que  Meléndez  Valdés  cantara,  o  el 
histórico  campo  de  los  Arapiles. 

No  sé  que  proyectéis  excursiones  a  contemplar 
obras  de  arte  o  la  obra  eterna  de  Dios,  la  natura- 
leza, ni  sé  f|ue  organicéis  investigaciones  sobre  vivo 
de  tanto  aspecto  de  la  realidad  ambiente  como  nos 
solicita  a  estudio.  Toda  vuestra  actividad  académica 
fuera  de  esta  casa  redúcese,  a  lo  que  sé,  a  reuniros 
en  otra  para  discursear  y  discutir  sobre  lo  que  otros 


OBRAS  COMPLETAS 


499 


formularon  o  pensaron.  No  os  reunís  para  fines  ge- 
nuinamente  científicos,  de  ciencia  que  se  hace  y  no 
la  que  se  recibe  hecha,  pero  os  falta  tiempo  así  que 
se  os  ofrezca  el  más  liviano  pretexto,  para  echaros  de 
holgorio  por  esas  calles,  paseando  las  banderas  de  las 
Facultades.  ¡  Y  a  esto  hay  quien  llama  patriotismo ! 

Sed  aplicados,  sí,  sodio,  pero  no  olvidéis  que  no  lo 
es  más  quien  se  encierra  en  su  cuarto  a  mascullar 
ajenas  ideas,  o,  lo  que  es  ya  malo,  a  aprenderse  de 
coro  ajenas  frases,  sino  quien  va  a  todas  partes  con 
los  ojos  y  los  oídos  bien  abiertos  y  en  la  mano  el 
corazón.  Aspirad  a  que  de  vosotros  se  diga:  "¡Ha 
vivido  mucho  y  bien  !",  más  que  :  "¡  Cuánto  ha  leído  !" 
¡  Cosa  terrible  sería  en  verdad  una  educación  con  an- 
tojeras, como  a  las  bestias  de  tiro,  en  que  sólo  vierais 
alargarse  sin  fin  ante  vuestros  ojos  la  cinta  árida  y 
polvorosa  de  la  carrera,  sin  que  os  recrearan  y  con- 
fortasen el  ánimo  los  frescos  sotos,  lozanos  prados  o 
frondosos  montes  que  a  un  lado  y  otro  de  ella  se 
despliegan  !  No  ha-  de  enseñársenos  aquí  tanto  a  ga- 
nar la  vida  cuanto  a  vivirla,  a  vivirla  por  la  ciencia 
y  en  ella. 

No  perdáis  tampoco  de  vista  que  la  experiencia 
nos  enseña  cuán  frecuente  es  el  fracaso  en  la  vida  y 
en  la  ciencia  de  no  pocos  sobresalientes  cargados  de 
laureles  académicos.  La  emulación,  aguijada  por 
vanidad  no  pocas  veces,  esa  deplorable  emulación  que 
nuestro  infausto  sistema  de  notas  y  recompensas  fo- 
menta, rara  vez  puede  dar  opimos  frutos.  Es  un  sis- 
tema condenado  hoy  por  los  más  juiciosos  pedago- 
gos. No  habéis  de  proponeros  sobrepujar  a  los  de- 
más sino  sobrepujaros  a  vosotros  mismos,  ser  hoy 
más  que  erais  ayer.  No  os  suceda  que  sudéis  y  ago- 
téis vuestras  juveniles  energías  en  certamen  de  com- 
potencia, como  quien  corre  en  pista  o  redondel,  mifen- 
tras  podríais  marchar  a  paso  por  el  camino  de  la  vida. 
Suele  ser  no  pocas  veces  en  un  joven  señal  de  vigo- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


roso  espíritu  el  que  atento  a  la  suprema  recompensa 
de  conquistar  la  verdad,  único  premio  digno  de  nues- 
tros afanes,  no  se  doblegue  a  enseñanzas  que  en  sí 
o  en  el  modo  de  ministrárselas  le  repugnen,  el  que  no 
se  fuerce  a  aprender  lo  que  en  su  conciencia  reputa 
dañoso  o  vano  por  un  mezquino  empeño  de  amor 
propio  y  de  vanagloria. 

Y  en  justa  correspondencia,  deber  es  del  maestro 
en  una  disciplina  cualquiera  inspirar  afición  a  ella  en 
sus  discípulos,  hacerles  amar  su  estudio. 

Si  algo  distingue  a  la  verdadera  juventud  es  la 
redundancia  de  vida,  redundancia  que  para  la  mente 
se  convierte  en  comezón  de  todo  saberlo,  de  inqui- 
rirlo todo,  en  curiosidad  a  todos  los  vientos  orien- 
tada. Y  parece  como  que  enseñándosenos  tanta  cosa 
que  por  muerta  no  nos  interesa,  hase  conseguido  tan 
sólo  el  que  ya  no  nos  interese  lo  vivo.  El  niño  a  los 
ocho  años  es  un  surtidor  de  preguntas,  no  se  le  caen 
de  la  boca  los  porqués,  mientras  que  a  los  veinte  pa- 
rece poseer  ya  la  clave  de  los  misterios  o  que  de  ellos 
se  le  dé  una  higa ;  está  en  el  secreto,  porque  le  han 
enseñado  que  las  cosas  consisten  en  la  consistidura, 
que  no  en  otra  explicación  vienen  a  dar  las  solucio- 
nes puramente  verbales  que  nos  regalan  en  vez  de 
enseñarnos  a  saber  ignorar  e  inquirir.  Porque  es  el 
saber  ignorar  el  principio  de  toda  ciencia;  el  saber 
ignorar  aunado  al  querer  averiguarlo  todo.  Saquemos 
fuerzas  de  la  conciencia  de  nuestra  propia  ignorancia. 

No  perdáis  tampoco  de  vista  que  la  ciencia  es  para 
la  acción  y  que  todo  cuanto  no  vivifique  vuestra 
obra  de  mañana  nace  ya  muerto  en  vuestra  mente, 
pero  al  tomar  en  consideración  esto  no  entendáis  que 
haya  de  sujetarse  la  ciencia  a  eso  que  llaman  algu- 
nos con  estrecha  comprensión,  lo  útil.  Buscad  la 
verdad  y  su  triunfo  y  todo  lo  demás  se  os  dará  de 
añadidura. 

Muchos  de  los  descubrimientos  que  más  han  in- 


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tensificado  la  vida  del  linaje  humano  cumpliéronse 
mientras  el  inventor  perseguía  pura  y  desinteresada 
satisfacción  de  saber,  otros  se  debieron  al  acaso.  Lo 
que  más  hizo  maestro  de  civilización  al  pueblo  griego 
fué  su  siempre  despierta  curiosidad,  curiosidad  de 
niño,  casi  sin  ulterior  propósito,  su  espíritu  plató- 
nico, su  amor  por  la  caza  intelectual  más  que  por  la 
pieza  que  en  ella  pudiese  cobrarse.  Han  trascurrido 
siglos  antes  de  que  se  hayan  traducido  en  eso  que 
se  llama  aplicaciones  útiles  las  desinteresadas  elucu- 
braciones de  Pitágoras,  Arquímedes,  Euclides,  Era- 
tóstenes  y  tantos  otros. 

Si  alguna  vez  la  pereza  mental  os  dijese:  "No 
quieras  saber  eso,  teorías  y  nada  más  que  teorías 
que  no  han  de  servirte  para  la  práctica",  sabe  que 
de  obedecerla  no  será  tu  práctica  más  que  rutina, 
pereza  en  acción. 

El  culto  a  la  verdad  por  la  verdad  misma  es  cosa 
que  os  predicarán  muchos,  pero  muy  luego  contradi- 
rán su  propia  predicación.  Porque  es  ése  un  culto 
que  en  su  oficio  no  se  deja  arredrar  ante  la  secuela 
práctica  que  de  una  afirmación  teórica  pueden  sacar, 
cegados  por  sus  pasiones,  los  hombres;  ni  jamás  juzga 
de  la  verdad  de  un  principio  porque  sus  consecuen- 
cias arruinen  nuestras  más  arraigadas  instituciones  o 
ahoguen  los  fundamentos  que,  con  razón  o  sin  ella, 
ponemos  a  los  más  caros  sentimientos  de  nuestro  co- 
razón. La  verdad  es  terrible  para  el  que  sólo  busca 
el  consuelo  a  que  esté  habituado,  sin  crearse  otro  en 
ella. 

La  inquisición  de  la  verdad  por  la  verdad  misma, 
sobre  fe  robusta  de  que  nos  lleva  siempre  a  la  acción 
más  fecunda  y  más  sana,  y  no  el  buscarla  como  so- 
porte de  lo  que  tenemos  ya  establecido,  ha  de  ser  el 
cimiento  de  vuestra  ciencia.  Habiéndole  advertido  a 
un  insigne  pensador  francés,  a  Taine,  las  consecuen- 
cias que  de  una  de  sus  enseñanzas  podrían  sacar  los 


502 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


franceses,  dicen  que  respondió:  "¡Cuando  escribo  no 
pienso  en  que  haya  franceses  en  el  mundo!".  No  os 
acordéis  de  que  hay  hombres  cuando  investig-uéis  la 
verdad,  que  debe  erigirse  sobre  todos  los  hombres  y 
sobre  las  aspiraciones  e  intereses  humanos  todos.  Él 
hombre  para  la  verdad,  no  la  verdad  para  el  hombre. 

Utilitario  fué  sin  duda  el  origen  de  la  ciencia;  la 
necesidad  de  saber  para  vivir  y  no  una  vana  curio- 
sidad movió  al  hombre  a  escudriñar  los  secretos  de 
la  vida  de  la  naturaleza  y  del  espíritu ;  de  las  exigen- 
cias de  la  navegación  surgió  la  astronomía ;  de  las 
mediciones  de  tierras  en  Egipto,  la  geometría,  pero 
el  hombre  debe  aspirar  a  elevarse  sobre  su  propia 
humanidad  y  a  hacer  que  el  conocimiento,  hijo  de  la 
acción,  sea  padre  de  ésta.  Será,  pues,  vuestra  más 
honda  labor,  la  de  los  que  a  la  ciencia  os  consagréis., 
extraer  reflexivo  pensamiento  del  espontáneo  y  casi 
inconciente  obrar  del  pueblo  de  que  formáis  parte, 
para  que  ese  pensamiento  revierta  a  la  acción,  vivifi- 
cado en  la  conciencia  antes ;  preparar  mediante  la  re- 
flexión del  hábito  recibido  por  el  pueblo  el  que  se 
habitúe  éste  a  lo  reflexivo  que  ha  de  recibir;  llevar 
a  luz  de  inteligencia  lo  instintivo  para  que  cuaje  en 
instinto  lo  intelectual.  Pero  esto  habéis  de  buscarlo 
con  pureza  de  intención,  sin  propósitos  bastardos, 
cuales  son  los  que  sólo  a  corroborar  los  ya  consa- 
grados apotegmas  tienden. 

Hay  quien  a  pretexto  de  su  ninguna  o  escasa  utili- 
dad posterga  ciertos  estudios.  La  más  noble  tarea  es 
hacer  que  sea  todo  útil,  y  la  más  noble  confianza 
creer  que  todo  llegará  a  serlo.  "Necesitamos  estudios 
de  aplicación"  — dicen — .  ¿De  aplicación?,  de  aplica- 
ción ¿a  qué?  A  lo  ya  establecido,  a  lo  presente,  a  lo 
constituido.  ¿Y  los  estudios  propios  para  establecer  el 
porvenir?,  ¿los  que  engendran  generosas  utopías, 
los  estudios  de  creación  ?  Frente  a  la  ciencia  consti- 
tuida yérguese  la  constituyente;  junto  a  los  estudios 


OBRAS  COMPLETAS 


503 


de  aplicación,  los  de  creación.  Ni  cabe,  en  rigor,  apli- 
car cosa  alg-una  con  eficacia  sin  crearla  de  nuevo. 

Sumerg-ios,  pues,  en  la  vida  a  verla  con  visión  es- 
peculativa y  desinteresada,  a  dejaros  empapar  en  rea- 
lidad inmediata  y  actual  con  pureza  de  intención,  sin 
pedirle  más  de  lo  que  pueda  daros  ni  exigirle  argu- 
mentos para  soluciones  de  antemano  trazadas  a  me- 
dida de  nuestros  deseos.  Si  lo  hacéis  comprenderéis 
muy  luego  que  no  cabe  la  realidad  en  fórmulas  ni 
conceptos  silogizables,  porque  rebosando  de  ellos,  se 
desborda.  La  infinita  complicación  de  su  trama,  su 
inextricable  tejido  habrá  de  enseñaros  a  desconfiar 
de  todos  los  sistemas  que  pretenden  encerrarla  en  fá- 
brica lógica.  Y  esto  os  habrá  de  emancipar  de  una 
de  las  más  profundas  y  arraigadas  llagas  de  nuestro 
espíritu  nacional :  el  dogmatismo,  padre  de  sectas  y  de 
intolerancia. 

La  rebusca  de  la  verdad  con  estricta  sujeción  a 
los  hechos  y  sin  tesis  previa  es  la  mejor  escuela  de 
humildad,  de  modestia  y  de  tolerancia;  el  aprenderse 
estampadas  afirmaciones  redondas  y  escuetas,  fórmu- 
las y  apotegmas  definidos  ex  cathedra  lo  es  de  so- 
berbia intolerante.  No  caigáis  en  el  ipse  dixit  ni  ol- 
vidéis que  todo  lo  que  puede  saberse  entre  todos  lo 
sabemos.  Y  aprended  a  la  vez  a  cuestionarlo  todo,  a 
poner  en  tela  de  juicio  hasta  lo  que  más  asentado  y 
axiomático  os  parezca,  a  no  aceptar  postulado  al- 
guno si  es  que  queréis  gozar  viva  visión  de  lo  real. 
Y  no  excluyáis  nada.  Tened  el  espíritu  abierto. 

Lo  necesitáis  y  lo  necesitamos  nosotros,  los  que  el 
Estado  os  pone  de  administradores  de  ciencia.  Vos- 
otros nos  habéis  de  hacer  catedráticos,  maestros.  De 
arriba,  de  lo  que  llamamos,  no  sé  bien  porqué,  arri- 
ba, apenas  puede  esperarse  regeneración  alguna  para 
la  enseñanza,  que  no  se  pliega  ésta  a  decretos,  y  de 
nosotros  mismos,  los  profesores,  sólo  vendría  bajo 
excitación  y  acicate  vuestro.  ¡  Empujadnos !  "La  ver- 


504 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


dadera  educación  — decía  Michelet —  no  abarca  sólo 
la  cultura  del  espíritu  de  los  hijos  por  la  experiencia 
de  los  padres,  si  no  además,  y  con  mayor  frecuencia 
aún,  la  del  espíritu  de  los  padres  por  la  inspiración 
innovadora  de  los  hijos".  ¡  Ojalá  vinieseis  todos  hen- 
chidos de  frescura,  sin  la  huella  que  os  han  dejado 
quince  o  veinte  exámenes,  y  trayendo  a  estos  claus- 
tros no  ansia  de  notas  sino  sed  de  verdad  y  anhelo 
de  saber  para  la  vida,  y  con  ellos  aire  de  la  plaza, 
del  campo,  del  pueblo,  de  la  gran  escuela  de  la  vida 
espontánea  y  libre ! 

(Texto  impreso  publicado  por  la  Universidad,  Sa- 
lamanca,  F.  Núñcz,  1900,  16  págs.) 


DISCURSO  EN  EL  ATENEO  DE  VALENCIA, 
CON  MOTIVO  DEL  CERTAMEN  NACIONAL 
CONVOCADO  POR  LA  ACADEMIA  JURIDICO- 
ESCOLAR,  EL  DIA  24  DE  ABRIL  DE  1902. 


Señoras  y  señores: 

Ante  todo  mi  gratitud  a  la  Academia  Jurídico-Es- 
colar  de  esta  ciudad  de  Valencia  por  haberme  ofre- 
cido generosamente  pública  y  solemne  ocasión  de  ver- 
ter aquí  mi  verdad.  Os  prometo,  en  justa  correspon- 
dencia, una  absoluta  sinceridad,  no  perturbada  por  la 
impertinente  preocupación  de  si  ha  de  ser  o  no  opor- 
tuno lo  que  os  diga.  Os  debo  mi  verdad  y  os  la 
daré  confiado  en  que  vuestra  benévola  atención  co- 
laborará conmigo. 

Debe  a  todos  regocijarnos  el  ver  que  los  escola- 
res valencianos,  sin  reducirse  como  meros  doctrinos 
a  estudiar  pasivamente  lo  que  se  les  imbuye,  tomen 
iniciativas  como  la  de  promover  y  llevar  a  efecto  es- 
tos certámenes.  Desechad,  escolares,  lo  que  de  vuestro 
papel  consista  en  oír,  ver  y  callar,  y  mucho  menos 
os  sometáis  al  fatídico  "eso  no  me  lo  preguntéis  a 
mí,  que  soy  ignorante".  Inquiridlo  y  revisadlo  todo. 
Ni  esperéis  tampoco  para  produciros  a  cargaros  de 
esa  experiencia  puramente  cuantitativa  que  los  años 
dan;  es  bueno  acostumbrarse  desde  temprano  a  pen- 
sar en  voz  alta  y  a  tomar  el  público  aire  libre  como 
campo  para  el  desarrollo  de  nuestro  espíritu. 

Menester  es  ante  todo  ser  pródigo,  verterse.  En- 
riquece más  el  dar  que  el  recibir.  La  avaricia  es,  más 
que  la  codicia,  la  raíz  cardinal  y  mayor  de  los  males 


506 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  todos  en  España  deploramos.  No  se  pone  a  acre- 
centamiento lo  heredado  ante  el  solo  temor  de  per- 
derlo. Hacemos  lo  del  siervo  malo  e  inútil  que  en- 
terró el  único  talento  que  su  señor  le  diera,  y  aun 
éste  le  fué  luego  quitado  para  dárselo  al  que  ha- 
biendo recibido  cinco  los  negoció  e  hizo  otros  cin- 
co con  ellos.  Se  habla  de  sed  de  goces...,  ¡menos 
malo  fuera !  Así  como  en  siglos  de  zozobra  y  de 
acedía,  allá  por  el  milenio,  no  era  tanto  el  ansia 
de  la  gloria  cuanto  el  terror  al  infierno  lo  que  a  las 
almas  movía,  así  hoy  y  en  nuestro  pueblo,  no  el  ape- 
tito de  riquezas,  sino  el  horror  a  la  pobreza  futura  es 
lo  que  a  los  más  mueve.  Vase  a  lo  seguro,  a  lo  que 
llamamos  asegurar  el  garbanzo.  Y  así  véis,  de  una 
parte,  brazos  cruzados  sobre  estómagos  desfallecidos, 
y  de  otra  parte,  caudales  muertos,  enterrados  en  de- 
pósito, a  rédito  tan  módico  como  seguro,  capitales  en 
espera  de  fincas  que  se  venden  hasta  al  2  por  100 
de  renta  y  gañanes  a  tres  reales  de  jornal. 

Pues  si  pasáis  de  la  avaricia  y  usura  de  dinero  a 
la  avaricia  y  usura  de  dones  espirituales,  el  daño 
ostenta  otro  rostro,  no  por  menos  visible  menos  feo. 
Hay  quienes  parece  temen  se  les  robe  las  ideas  y 
las  entierran  o  las  administran  a  módico  pero  seguro 
rédito.  Sed  vosotros  codiciosos  de  ellas  y  ponedlas 
en  circulación ;  vertedlas.  Dé  cada  cual  lo  que  ten- 
ga; dése  a  sí  mismo.  Un  acto  de  generosidad  es  cada 
certamen  de  éstos  un  acto  de  verdadera  generosidad 
el  de  haber  establecido  esta  Academia. 

Es  en  una  Academia  Jurídica  el  estudio  de  la  ley, 
su  especial  oficio.  De  ella  deben  salir  para  mañana 
legisladores,  jurisconsultos  y  legistas,  no  tan  sólo 
abogados,  y  no  rábulas  sobre  todo.  En  vuestro  pecu- 
liar cometido  habéis  de  llevar  vuestra  ofrenda  a  la 
patria. 

Sólo  adquiriendo  plena  conciencia  de  la  ley,  a  cuyo 
estudio  os  consagráis,  podremos  llegar  a  la  realiza- 


OBRAS  COMPLETAS 


507 


ción  y  conciliación  de  la  libertad  y  la  democracia. 
Y  aquí  quiero  recordaros  obvias  y  corrientes  consi- 
deraciones, que  de  puro  sabidas  se  olvidan  de  ordi- 
nario. 

No  os  pido  venia  por  si  me  metiese  acaso  — bien 
que  por  poco  tiempo —  en  reflexiones  algo  abstractas. 
Sabéis  lo  que  una  de  estas  fiestas  debe  significar  en 
España.  En  cuanto  a  las  señoras  que  me  escuchan, 
es  tal  mi  concepto  de  la  mujer,  que  creo  que  se  la 
ofende  al  suponer  que  sólo  se  deba  decir  ante  ella 
frivolidades  amenas.  Voy,  pues,  a  deciros  cuatro  pa- 
labras acerca  de  la  libertad,  ya  que  en  el  estudio  de 
la  ley,  que  es  vuestro  oficio,  hemos  de  basarla. 

No  es  la  libertad  un  contenido  real  cuyos  límites 
haya  que  fijar,  si  no  que  es  más  bien  un  límite  que 
presupone  contenido.  Proclamar  libertad  es  proclamar 
relación  de  términos  que  conviene  fijar  antes. 

Libre,  se  dice,  es  el  que  hace  lo  que  quiere,  aun- 
que no  pueda  c[uerer  otra  cosa.  Mas  ¿es  que  hace  lo 
que  quiere  aquel  sobre  quien  ninguna  coacción  se 
ejerce?  Recordad  lo  del  poeta  latino:  "Veo  y  aprue- 
bo lo  mejor,  pero  hago  lo  peor",  y  lo  del  apóstol  de 
los  gentiles :  "No  hago  el  bien  que  quiero,  sino  el 
mal  que  no  quiero  hago". 

Si  uno  quiere  ir  al  Norte  y  por  ignorancia  se  en- 
camina al  Sur,  y  si  en  general  no  adopta  los  me- 
dios conducentes  al  fin  mismo  que  busca,  ¿no  es 
acaso  quitarle  más  bien  que  darle  la  libertad  el  dejar 
que  en  su  error  persista,  sin  obligarle  a  salir  de  él  ? 
Si  la  libertad  es  la  facultad  de  poder  cada  uno  cum- 
plir su  fin  propio,  ;  hemos  de  dejársela  al  que  no  lo 
conoce  ? 

Sabe  el  enfermo  a  las  veces  dónde  le  duele,  pero 
no  sabe  lo  que  le  conviene,  y  sería  torpe  y  malo  el 
méilico  que  le  dejara  tomar  la  medicina  que  se  le 
antojase.  Libertades  hay  que  no  pueden  ser  servi- 
dumbres ;  obvio  es  que  al  dejarle  a  uno  que  se  em- 


508 


MIGUEL    DE  UNAMUNO 


briague  libremente  es  permitir  que  pierda  su  liber- 
tad, esclavizándose  a  un  instinto  pervertido.  Hay  que 
obligar  y  forzar  a  las  gentes  a  que  aprendan  a  ser 
libres  y  no  dar  a  pueblos  ni  individuos  libertad 
de  que  hagan  lo  que  a  gozar  de  plena  conciencia  ellos 
mismos  no  querrían  hacer. 

Tiene,  además,  cada  libertad  su  limite  en  otras,  sus 
correlativas.  No  ya  útil,  sino  dañina  resultaría,  por 
ejemplo,  la  libertad  de  enseñanza  si  no  la  acompañara 
la  libertad  de  aprender;  junto  a  la  libertad  del  maes- 
tro, la  del  discípulo.  Mas,  ¿cabe  esta  última  libertad 
en  el  sentido  vulgar  y  ordinario  que  a  la  libertad  se 
da?  El  que  no  sabe,  ¿puede  saber  lo  que  debe  apren- 
der? Propúgnase  y  se  proclama  la  libertad  del  padre 
a  llevar  a  su  hijo  a  la  escuela  que  más  le  plazca; 
pero  ¿y  la  libertad  del  hijo?  ¿Es  acaso  el  padre  quien 
mejor  sabe  lo  que  al  hijo  le  conviene  aprender,  y, 
sobre  todo,  lo  que  a  la  hermandad  social  conviene 
que  su  hijo  aprenda?  ¡No!  En  la  práctica,  bien  lo 
sabemos  todos,  el  padre  delega  su  supuesta  libertad, 
abandonándola.  Pocas  cosas  hay  que  temer  en  Es- 
paña más  que  la  ignorancia  del  hogar,  que  suele  ser 
templo  de  rutina,  de  superstición  y  de  servilismo.  Ved 
que  en  los  pueblos  tienen  los  maestros  que  doblegarse 
a  perniciosas  costumbres  antipedagógicas,  y  no  se  sa- 
tisfacen los  padres  si  en  los  exámenes  no  hay  el  obli- 
gado discurso  y  las  recitaciones  inútiles  a  que  están 
habituados.  Y  me  callo  por  ahora  mayores  males. 

Observad  quiénes  son  los  que  más  piden  esa  llama- 
da libertad  de  la  enseñanza  y  veréis  que  son  los  ene- 
migos de  la  actual  cultura  europea.  Es  la  libertad  de 
la  ignorancia  y  la  incultura  lo  que  demandan.  Abo- 
minan de  la  libertad  de  la  cátedra,  y  piden  la  libre 
concurrencia.  ¿Libre?  Si  el  Estado  no  impusiera  los 
médicos,  subsistirían  aún  los  tradicionales  romancis- 
tas y  harían  estragos  los  curanderos,  que  por  malos 


L/D/i^o  w  lu  r       c  1  ^ 

que  aquéllos  sean,  éstos  son  cien  veces  peores.  ¿  Con- 
currencia ante  quién  ?  ¡  Ante  la  incultura  pública ! 

Se  pondera  los  peligros  del  Estado  docente;  mas 
ved  que  hoy,  y  en  España  sobre  todo,  sólo  la  acción 
tutelar  del  Estado,  por  malo  que  supongamos  a  éste, 
puede  impedir  que  nuestra  sociedad  caiga  bajo  otros 
poderes  más  extraños  a  ella  que  él  y  peores  que  él 
cien  veces. 

La  libertad  es  la  conciencia  de  la  ley;  libre  es  el 
que  hace  lo  que  debe,  porque  sólo  lo  que  debe  hacer 
quiere:  más  libre  quien  mejor  conoce  la  ley  interna 
de  su  propia  evolución  progresiva.  La  libertad  es  la 
conciencia  de  la  necesidad  moral. 

Sólo  esta  concepción  de  la  libertad,  basada  en  la 
convicción  de  una  ley  interna,  es  la  que  puede  librar- 
nos de  la  ley  exterior  e  impuesta  desde  fuera ;  el  li- 
bre arbitrismo  ha  acompañado  a  la  tiranía  política. 

Cuando  haya  hecho  el  hombre  de  las  leyes  del  uni- 
verso, leyes  de  su  mente ;  cuando  con  espíritu  desna- 
turalizado haya  humanizado  a  la  naturaleza;  cuando 
sea  la  tierra  toda  instrumento  de  su  poder,  y  su  poder 
emanación  de  una  mente  convertida  en  mente  de  la 
tierra ;  cuando  logre  lo  que  quiera,  porque  sólo  quie- 
ra lo  que  pueda  lograr,  entonces  será  el  hombre  ver- 
daderamente libre.  A  este  estado  ideal  e  inasequible 
vamos  acercándonos  por  el  amor  y  por  la  ciencia ;  la  li- 
bertad no  es  un  estado,  sino  un  proceso:  el  proceso 
de  aproximación  a  ese  ideal. 

Sólo  el  que  sabe  es  libre,  y  más  libre  el  que  más 
sabe,  y  el  que  por  saber  más  se  ve  más  forzado  a  ele- 
gir lo  mejor;  sólo  la  cultura  da  libertad.  No  simagos 
abriendo  los  caminos  de  la  cultura  con  los  pies  espi- 
rituales a  campo  traviesa  y  a  mero  y  torpe  sentido 
de  orientación  animal  como  los  salvajes  y  las  bestias 
abren  sus  caminos,  abrámoslos  más  bien  con  las  ma- 
nos del  espíritu  a  reflexión  y  estudio,  como  los  hom- 
bres cultos.  No  de  asegurar  condiciones  externas,  sino 


m  j  Lr  u  nL.  un    u     /iivi  u  i\  L' 


de  crear  impulsos  internos  hemos  de  cuidarnos.  No 
proclaméis  la  libertad  de  volar,  sino  dad  alas ;  no  la 
de  pensar,  sino  dad  pensamiento. 

La  libertad  que  hay  que  dar  al  pueblo  es  la  cul- 
tura; sólo  la  imposición  de  la  cultura  le  hará  dueño 
de  sí  mismo,  que  es  en  lo  que  la  democracia  es- 
triba. 

¡  Democracia !  ¡  Soberanía  popular !  Y  ¿  qué  es 
esto  ?  ¡  Que  el  pueblo  se  dé  la  ley !  Nadie  se  da  la  ley 
a  sí  mismo,  sino  que  la  lleva  dentro,  y  con  ciencia  y 
reflexión  la  descubre  en  sí.  ¿  Conoce  el  pueblo  su 
ley?  ¿Tiene  conciencia  de  sí?  ¿Sabe  lo  que  le  con- 
viene? 

Duro  es  lo  que  voy  a  deciros,  pero  cumplo  un  de- 
ber al  decíroslo.  La  adaptación  natural  no  obra  en 
las  especies  animales  bravias  más  que  con  el  tras- 
curso de  siglos,  si  es  que  antes  no  perecen.  Si  dejáis 
a  la  gallina  que  vuele,  no  volará  jamás,  ante  todo  por 
no  sentir  necesidad  alguna  de  hacerlo ;  mas  el  hombre 
puede  llegar  a  obtener  gallinas  voladoras.  Es  que  el 
arte  del  criador  y  ganadero  con  especiales  procedi- 
mientos y  por  selección  artificial  logra  en  muy  pocas 
generaciones  lo  que  la  naturaleza  no  hace  sino  en  si- 
glos o  no  hace  jamás.  El  hombre  abrevia,  precipita 
y  condensa  los  procesos  naturales  y  los  corrige.  Y 
así  pasa  con  los  pueblos.  Si  se  les  deja  abandonados 
a  sí  mismos,  a  su  natural  instinto,  se  trasformarán, 
si  es  que  antes  no  perecen  como  tales  pueblos  inde- 
pendientes en  la  lucha  por  la  cultura ;  pero  se  tras- 
formarán  en  larguísimo  lapso  de  tiempo.  Y  nuestro 
propio  pueblo  no  puede  esperar ;  el  tiempo  urge. 

¿  Es  que  consideras  al  pueblo  como  un  animal  do- 
méstico?, se  me  dirá.  ¿O  es  que  hay  fuera  del  pue- 
blo quien  ejerza  el  oficio  de  criador?  Los  que  hayan 
de  adaptarle  a  la  cultura,  ¿no  son  parte  del  pueblo 
mismo  ? 

Animal  doméstico  es,  en  efecto,  todo  pueblo  cul- 


OBRAS  COMPLETAS 


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to.  No  en  el  sentido  de  que  sirva  a  otros,  a  ajenos 
fines,  como  el  caballo  para  el  tiro  o  la  montura,  o 
para  el  ordeño  la  vaca ;  pero  si  en  el  sentido  que  ha 
de  tender  a  un  fin  que  él  no  conoce  siempre. 

Piensa  el  liomi)re  todo  entero,  pero  por  ministerio 
del  cereljro  piensa ;  piensa  el  pueblo  todo,  pero  por 
ministerio  de  su  cerebro  íaniljién,  de  su  parte  dife- 
renciada para  la  acción  retiexiva ;  cobra  el  pueblo  con- 
ciencia de  sí  mismo,  pero  la  cobra  en  ciertos  hom- 
bres, cada  día  más. 

No  es  que  haya  de  imponerse  a  un  pueblo  una 
marcha  que  a  su  naturaleza  repugne,  sino  aquella  mis- 
ma que,  a  tener  plena  conciencia  de  sí  mismo  y  de 
su  destino,  tomaría  por  sí.  De  aquí  el  deber  de  es- 
tudiarlo para  hacer  reflexión  de  sus  instintos  y  poder 
luego  convertirle  en  instintivo  lo  reflexivo.  Las  natu- 
rales tendencias  colectivas  de  nuestro  pueblo  que  re- 
velan los  estudios  de  Costa,  ¿no  ha  de  servirnos  de 
indicador  a  la  acción  directiva? 

La  minoría  de  europeos,  nacidos  y  residentes  en 
España,  tenemos  el  deber  y  el  derecho  fraternales  de 
imponernos  a  las  kábilas.  La  civilización  es  algo 
coactivo;  a  la  mayor  parte  de  nuestro  pueblo  le  toca 
resignarse  al  progreso  hasta  que  lo  necesite  como  el 
pan ;  a  los  que  viven  su  vida  como  un  sueño  hay  que 
despertarles  de  él,  aun  arrostrando  su  enojo.  Van 
sonámbulos,  felices  y  contentos,  a  un  precipicio;  hay 
que  sacudirles  de  su  sueño,  quebrantarles  el  contento, 
meterlos  inquietud  en  el  alma. 

¡  Dejad  a  cada  cual  que  haga  lo  que  quiera  mien- 
tras no  moleste  al  prójimo,  aunque  se  perjudique  a 
sí  -mismo  o  no  se  beneficie  lo  que  podría  !  Precepto 
de  egoístas,  y  de  egoístas  no  tanto  porque  quieran  que 
les  dejen  a  ellos  a  su  albedrío  cuanto  por  no  tomarse 
la  molestia  de  correjir  al  prójimo.  Puede  llegar  a 
ser  una  obra  de  misericordia  despertar  al  que  duerme. 

Y  esto,  lejos  de  excluir  la  tolerancia,  la  exige;  to- 


512 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


lerancia  con  todo  el  que  piense  por  sí,  pero  obligar 
a  las  gentes  a  que  piensen  de  algún  modo  propio. 

Ha  fracasado  el  liberalismo  español  con  su  libertad 
y  su  democracia  abstractas,  vastas  fórmulas  vacías  de 
contenido  ya.  A  ese  liberalismo  correspondió  en  lo 
económico  el  individualismo  manchesteriano. 

Afirmado  el  sagrado  derecho  de  propiedad  priva- 
da, el  derecho  quiritario  a  usar  y  abusar,  ese  en  un 
tiempo  tan  cacareado  derecho  anterior  y  superior  al 
Estado  mismo,  que  de  él  brota ;  acotada  la  tierra 
toda  prácticamente  disponible,  ¡  caigan  las  cadenas  del 
esclavo  que  adonde  quiera  que  vaya  se  encontrará 
con  que  la  tierra  es  de  otro  y  él  de  aquel  de  quien  Ja 
tierra  sea !  Atados  de  pies  los  sin  tierra,  ¡  libres  las 
manos !  ¡  Concurrencia  libre !  La  misión  del  deshe- 
redado al  poseyente  es  libre  contrato  de  trabajo,  en 
que  para  nada  tiene  que  entrometerse  el  Estado;  con- 
téntese éste  con  garantir  el  orden;  es  decir,  con  pro- 
teger con  cañones  y  fusiles  la  sagrada  propiedad.  El 
remedio  a  este  horror  de  cosas  no  es  romper  revo- 
lucionariamente los  títulos  de  propiedad  ni  destruir 
el  Estado,  sino  que  es,  hoy  por  hoy,  hacer  que  el  Es- 
tado proteja  al  trabajador  como  al  capitalista  protege, 
legislar  sobre  el  trabajo,  y  entretanto  trabajar  los 
puros  obreros  por  conquistar  el  poder  público  esta- 
blecido. No  hay  que  romper  el  instrumento  que  los 
siglos  han  forjado,  sino  servirse  de  él. 

Venid  ahora  a  lo  espiritual  y  ved  también  la  sa- 
grada propiedad  intangible:  el  dogma,  y  ved  acotada 
la  tierra  del  pensamiento  y  ganadas  las  rutinas  pú- 
blicas. Y  como  no  cabe  destruir  de  golpe  esas  arrai- 
gadas rutinas  y  hábitos  de  pensar,  proclamemos  cier- 
to socialismo  espiritual,  y  los  que  pensamos  con  pen- 
samiento moderno  y  libre,  los  que  vivimos  vida  in- 
terior, no  del  heredado  capital,  sino  del  trabajo  mental 
propio,  de  la  ciencia  que  se  hace  y  no  de  la  petrifica- 
da y  hecha;  unámonos  para  disponer  del  instrumento 


OBRAS  COMPLETAS 


513 


que  han  forjado  los  siglos  y  hagámoslo  servir  a  la 
cultura. 

Libertad  y  democracia  significan,  pues,  en  cierto 
respecto,  cultura  y  aristocracia.  Aristocracia,  sí,  no 
rehuso  el  dictado  por  pervertido  que  esté. 

Y  si  alguien  nos  preguntara  quién  define  esa  cul- 
tura cuya  imposición  a  nuestro  pueblo  juzgo  el  único 
camino  de  verdadera  libertad,  nuestra  rotunda  y  ca- 
tegórica respuesta  debe  ser :  ¡  nosotros  ! 

¿Y  quiénes  sois  vosotros?  Los  que  tenemos  fe  en 
nosotros  mismos  y  fe  en  la  cultura.  Yo,  por  mi  parte, 
abrigo  la  conciencia  inquebrantable  y  firme  de  que  el 
ideal  que  me  mueve  es  el  ideal  de  la  cultura  europea 
moderna.  ¿  Y  si  te  equivocas  ?  ¡  No,  no  me  equivoco ! 
Es  esa  sospecha  una  tentación  que  rechazo,  porque, 
si  me  equivocara,  mi  fe  misma  en  la  cultura  habría 
de  rectificarme.  Y  llevando  las  cosas  al  extremo  de 
lo  imposible,  antes  de  creer  en  infalibilidades  ajenas, 
creería  en  la  mía  propia.  A  los  que  fuertes  en  su 
fe  me  dicen  que  poseen  la  verdad  absoluta  en  lo  que 
les  importa  saber,  respondo  que,  fuerte  yo  en  mi  fe, 
en  lo  que  importa  saber  a  mi  pueblo,  estoy  en  el  único 
camino  derecho  de  acercarme  a  ella,  conquistando 
cada  día  verdades  relativas. 

Sólo  esta  imposición  de  la  cultura  — y  la  cultura  es 
la  religión  del  Estado — ,  sólo  la  imposición  de  la  cul- 
tura puede  borrar  el  caciquismo  y  la  demagogia. 

Vosotros,  sin  ruido,  en  vez  de  revolveros  gritando 
¡libertad!,  la  vais  conquistando  con  el  estudio.  Re- 
pugnando el  santonismo  y  el  motín  diréis  al  pueblo 
la  verdad  siempre,  aun  al  pueblo  tornadizo  que,  como 
Platón  decía,  hoy  mata  sin  razón  a  Sócrates  y  ma- 
ñana sin  más  razón  quisiera  resucitarle. 

Hay  en  los  pueblos  un  santo  y  sano  instinto  a  no 
prendarse  más  que  de  hombres  que  encarnan  en  sen- 
timientos. Saben  que  no  es  conciencia  fecunda  la  con- 


17 


514 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ciencia  que  no  sea  personal.  Recojéos,  pues,  a  es- 
tudiar, pero  sin  dejar  la  acción. 

Juan,  el  inflexible,  el  que  no  era  como  una  caña, 
huyó  de  los  hombres  y  se  retiró  al  desierto,  alimen- 
tándose allí  de  langostas  y  de  miel  silvestre,  y  en  el 
desierto  exclamaba  diciendo:  "¡Han  llegado  los  tiem- 
pos!". Y  Jesús  dijo  que  era  grande  Juan;  pero  ma- 
yor que  Juan,  el  más  pequeño  del  reino  de  Dios,  de 
los  que  comen  y  beben  y  andan  entre  los  hombres  y 
participan  de  sus  diarios  cuidados  y  afanes.  Juan  era 
el  solitario  que  daba  voces,  el  que  administraba  el  sa- 
cramento de  la  palabra.  Su  excitación  fué  el  principio 
de  la  obra  del  Mesias;  Juan  bautizó  a  Jesús  y  le  in- 
trodujo en  su  vida  pública.  Y  el  Maestro  mismo, 
una  vez  bautizado,  se  retiró  al  desierto,  a  luchar  con 
su  humanidad  y  a  ser  tentado.  ¡  Ved,  pues,  si  sirven 
los  solitarios !  ¡  Ay  de  aquel  que  con  su  humanidad 
no  haya  combatido,  del  que  no  conozca  las  batallas 
que  en  nuestra  conciencia  riñen  la  cabeza  y  el  co- 
razón !  Quien  nunca  haya  hecho  de  su  fuero  inter- 
no campo  de  pelea,  jamás  tendrá  paz  verdadera,  será 
un  fanático  intolerante  siempre.  Tengamos  vida  inte- 
rior como  apoyo  de  la  exterior ;  quien  no  sepa  vivir 
en  si,  quien  no  lleve  muchedumbre  en  su  alma,  mal 
sabrá  meterse  en  la  muchedumbre  y  vivir  en  los  de- 
más. ¡  Violencia  para  con  nosotros  mismos,  dolorosa 
purificación  para  llegar  a  ver  nuestra  verdad  serena ! 

Y  así  saldremos  del  desierto  de  las  tentaciones  de 
nuestro  espíritu  a  la  vía  pública,  a  la  plaza,  a  obrar 
sobre  cada  uno  de  los  que  nos  rodean  más  bien  que 
sobre  la  masa.  ¡Masas!,  ¡qué  apelativo  tan  feo!  Te- 
med a  un  pueblo  que  como  masa,  gregariamente,  está 
dispuesto  a  fermentar,  pero  cada  uno  de  cuyos  miem- 
bros no  tiene  conciencia  de  su  ley  ni  sabe  hacer  valer 
su  derecho. 

Buscad  esa  vida  interior,  palanca  de  vuestra  acción 


OBRAS  COMPLETAS 


515 


hacia  fuera,  y  buscadla  en  el  estudio,  y  en  él  cobrad 
fe,  fe  en  vosotros  mismos,  fe  en  la  cultura  europea. 

Vosotros,  en  especial,  los  socios  de  la  Academia 
que  estudiáis  leyes,  formaréis  mañana  entre  los  en- 
cargados de  administrarlas  y  aplicarlas,  cuerpo  que 
es  uno  de  los  más  vitales  del  Estado,  de  los  más  im- 
portantes entre  los  de  los  llamados  funcionarios  pú- 
blicos. Seréis  como  el  sacerdocio  del  laicismo,  que 
en  la  ley  nacional  y  común  se  basa. 

Es  un  instinto  suicida  el  que  lleva  a  algunos  pue- 
blos a  rebajar  la  dignidad  de  sus  funcionarios.  "Apar- 
táos  de  los  cargos  públicos  — se  os  dirá — ,  no  viváis 
del  presupuesto,  huid  de  ser  empleados."  Y  se  os 
hablará  de  los  pobres  de  levita.  Yo  veo  en  estos 
pobres  el  principal  fermento  de  la  inquietud  y  el  des- 
contento libertadores.  No  la  repentina  y  pasajera  re- 
belión, no,  sino  la  continua  y  callada,  la  del  que  cum- 
ple, pero  no  obedece;  cede,  pero  no  acata.  Habéis  de 
tirar  a  servir  al  Estado,  pero  es  para  hacerlo  servir 
a  la  cultura. 

Se  acostumbra  maldecir  del  Estado;  se  nos  ha  pre- 
sentado, siguiendo  a  Spencer,  al  individuo  contra  el 
Estado.  Podrá  esto  suceder  en  Inglaterra  — y  aun  lo 
dudo — ;  pero  en  España,  no.  En  España,  el  Estado, 
torpe  y  todo  como  es,  es  hoy  el  principal  baluarte  de 
los  derechos  individuales ;  debilitado  el  poder  civil, 
serían  estos  derechos  más  complicados  que  hoy  pue- 
dan serlo.  Hay  aquí  una  inquisición  inmanente  y  po- 
pular que  estallaría  poderosa  si  la  acción  central  y 
civil  se  debilitara  aún  más  de  lo  que  lo  está. 

Si  quitáseis  la  ley  del  Código,  surgiría  la  de  Lynch, 
la  más  odiosa  de  todas.  Sentimos  los  males  del  Es- 
tado, y  nos  cuesta  imaginarnos  los  que  estallarían  al 
debilitarlo  o  anularlo.  El  Estado  no  representa  feliz- 
mente en  España  las  preocupaciones  de  la  indocta 
mayoría.  En  lo  económico,  el  capitalismo  fraguó  el 
Estado,  que  es  el  instrumento  con  que  se  le  dará  ba- 


DIO  M  1  Lr  U  tL  L.    U        U  I\  A  M  U  1\  U 


talla.  Y  así  en  la  vida  de  la  cultura.  No  tiremos,  pues, 
a  debilitarlo,  sino  a  corroborarlo,  para  disponer  de  él. 
El  Estado,  a  pesar  de  su  nombre,  es  también  un  pro- 
ceso. 

Es  más  aún:  sólo  protejiendo  la  ley  podremos  lle- 
gar a  adentrárnosla  y  sacudirnos  así  de  su  exterio- 
ridad; sólo  la  legalidad  lleva  al  ideal,  como  tal  ideal 
inaccesible  en  su  pureza  del  imperio  de  la  ley  inte- 
rior. 

Tiene  aquí  el  Estado  una  gran  función  que  cum- 
plir, y  es  proteger  la  moderna  cultura  europea,  la 
cultura  liberal,  género  de  importación  en  gran  parte. 
Y  la  proteje  rompiendo  aduanas  espirituales.  Del 
Estado  se  sirvió  nuestro  gran  rey  Carlos  III,  el  rey 
del  liberalismo.  Necesitamos  un  Estado  fuerte,  que 
ampare  la  formación  de  la  nueva  patria. 

Hay  que  hacer  patria,  asentando  en  la  tradición 
el  progreso ;  pero  en  la  tradición  honda,  en  la  de 
debajo  de  la  historia,  no  en  la  leyenda  histórica  que 
el  llamado  tradicionalismo  ha  fraguado.  Ved  nuestro 
suelo.  Los  fuegos  subterráneos,  al  dislocar  la  corteza 
terrestre,  tallaron  el  bloque  de  nuestra  morada  nacio- 
nal, elevaron  las  cordilleras  y  mesetas,  dejando  las 
vegas ;  luego  vino  el  agua,  el  agua  lenta  y  obstinada, 
y  segundo  a  segundo,  y  gota  a  gota,  siglo  tras  siglo, 
esculpió  ese  bloque  granítico,  ahondó  los  ríos,  modeló 
los  montes,  rellenó  los  valles  con  despojos  de  aluvión 
y  esa  agua  misma  alzada  al  cielo  y  del  cielo  derra- 
mada en  lluvia  revistió  montes  y  valles  de  verdura 
Debida  a  fuego  y  de  granítica  consistencia  es  la  hon- 
da tradición  del  pueblo,  la  callada,  la  no  histórica,  y 
luego  las  ideas  de  éste  y  de  otro,  fluyentes  ideas 
mansas  y  obstinadas,  la  han  modelado.  Aprovechemos 
estas  aguas,  pero  para  recojerlas  y  encauzarlas  mejor, 
y,  sobre  todo,  atraigamos  sobre  nuestra  patria  las 
nubes  preñadas  del  pensamiento  europeo,  de  la  cul- 
tura nacida  del  Renacimiento,  de  la  Reforma  y  de  la 


u  t)  K  A  :j     l  u  ¿u  r  l.  h  1  a  :í 


Revolución,  para  que  rieguen  los  montes  y  valles 
espirituales  de  nuestro  pueblo.  No  dejemos  ir  a  estos 
ríos  por  donde  quieran,  libremente,  buscando  su  ni- 
vel natural,  que  es  el  de  cada  punto  de  su  carrera,  y 
no  en  el  de  menor  resistencia  de  conjunto:  canalicé- 
moslos, y  si  es  preciso  para  ello  contenerlos  en  diques 
o  desviarlos,  hajjámosles  fuerza,  resistiendo  su  pre- 
si<Sn.  Luego  correrán  más  verdaderamente  libres,  por 
mejor  trazado  cauce. 

Tenemos  que  prepararnos  todos  a  la  lucha  por  la 
cultura.  Cultivando  el  estudio  de  la  ley,  contribuiréis 
a  ello. 

He  concluido. 

(Texto  aparecido  en  El  Mercantil  Valenciano  de 
25-IV-1902,  y  que.  por  amencia  del  autor,  leyó  en  el 
acto  del  día  anterior  don  Rafael  Pastor.) 


DISCURSO  LEIDO  EN  EL  PALACIO  DE  LA 
BIBLIOTECA  Y  MUSEOS  NACIONALES,  DE 
MADRID,  ANTE  EL  REY  DON  ALFONSO  XIII 
EN  REPRESENTACION  DE  LA  UNIVERSI- 
DAD DE  SALAMANCA,  EL  DIA 
24  DE  MAYO  DE  1902 


Acércase  hoy.  Señor,  la  Universidad  de  Salamanca, 
sigfuiendo  su  antigua  costumbre,  a  las  gradas  del 
Trono,  a  saludar  a  V.  M.  en  el  comienzo  de  su  rei- 
nado, deseándoselo  beneficioso  para  la  cultura  pa- 
tria. En  la  elaboración  de  ésta  ha  tomado  tan  gran 
parte  nuestra  Escuela,  que  su  historia  se  confunde 
con  la  historia  de  la  cultura  española. 

Surgieron  los  Estudios  de  Salamanca  al  amparo  de 
la  iglesia  en  su  Sede  Catedral,  en  los  siglos  xii 
y  xiii^  merced  a  D.  Alfonso  IX,  de  León,  en  emula- 
ción, sin  duda,  de  los  que  D.  Alfonso  VIII  de  Cas- 
tilla estableciera  en  Falencia.  Tal  resulta  del  primer 
pergamino  que  podemos  presentar,  la  carta  en  que  el 
6  de  abril  de  1243  otorga  y  manda  el  Rey  San  Fer- 
nando que  haya  Escuelas  en  Salamanca,  donde  las 
estableció  su  padre,  por  entender  que  era  en  pro  de 
su  reino  y  de  su  tierra. 

Otórgala  después  nuevos  privilegios,  se  los  otorga 
de  nuevo  su  hijo  D.  Alfonso  X  el  Sabio,  cuyo  Có- 
digo de  las  Partidas  y  Tablas  Astronómicas  compu- 
sieron maestros  de  nuestro  Estudio,  fijando  en  1254, 
dotaciones  a  los  profesores  a  expensas  de  su  real 
tesoro  y  fundando  la  biblioteca. 


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Este  mismo  Rey  obtiene  de  Su  Santidad  Alejan- 
dro 1\'  la  confirmación  del  Estudio  y  Universidad 
de  Salamanca,  bula  en  que,  al  ponerla  entre  los  cua- 
tro Estudios  generales  del  orbe,,  con  los  de  París,  Ox- 
ford y  Bolonia,  se  dice  haber  escogido  Salamanca 
por  "la  feracidad  de  su  suelo,  la  salubridad  de  su 
aire  y  sus  conveniencias  de  todas  clases",  y  lo  cierto 
es  que  la  misma  austeridad  de  los  campos  que  a  nues- 
tra ciudad  ciñen  como  que  serena  y  templa  el  ánimo 
para  el  estudio  grave. 

La  bula  de  Alejandro  IV,  expedida  en  6  de  abril 
de  1255,  y  la  carta  de  D.  Fernando  III  son  los 
dos  cimiencos  de  ia  Escuela  real  y  pontificia.  En  el 
escudo  de  la  Universidad  figuran  soore  una  cátedra 
la  tiara  y  las  llaves  del  Pontífice  Romano  entre  los 
castillos  y  leones  de  la  Monarquía  española,  rodeados 
de  esta  leyenda:  Üiiiniitiii  sciciitiniiini  princeps,  Sal- 
niantica  docct. 

A  partir  de  aquí,  todos  son  mercedes  y  privilegios 
que  los  Pontífices  y  los  Reyes  otorgan  a  porfía,  con- 
cediéndole aquéllos  parte  de  las  rentas  eclesiásticas. 

Pasó  penurias  en  sus  comienzos,  y  al  acabar  su  pri- 
mer siglo,  el  XIII,  vióse  amenazada  de  muerte  por 
falta  de  recursos.  En  el  xiv  le  privó  Clemente  V  de 
las  tercias ;  mas  el  Rey  acudió  en  su  auxilio  por  ser 
el  Estudio  "cosa  buena  et  tan  honrada  para  todos  et 
tan  comunal",  y  al  cabo  el  Pontífice  cediendo  a  sus 
súplicas  le  concedió  el  noveno  de  los  diezmos  del 
obispado.  Enseñábanse  entonces  en  nuestra  Escuela 
decretales,  leyes,  medicina,  lógica,  gramática  y  mú- 
sica. 

Nuevos  privilegios  le  concede  D.  Juan  I  y  va 
en  el  siglo  xv  D.  Enrique  III  y  D.  Juan  II,  que 
se  llamó  patrón  del  Estudio,  y  el  Papa  Benedic- 
to XIII.  Cuestiones  de  dinero  y  de  poner  orden  en 
las  turbulencias  estudiantiles  y  en  las  discordias  en- 
tre los  de  la  ciudad  y  los  del  Estudio  son  las  que  su 


520 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


historia  de  este  tiempo  nos  relata;  la  vida  íntima  de 
la  especulación  sosegada  y  silenciosa,  como  todo  lo 
que  es  de  veras  profundo,  discurría  sin  meter  ruido 
en  los  anales. 

De  1422  son  las  Constituciones  de  Martín  V,  en 
que  se  da  a  los  estudiantes  entrada  en  el  Consejo  Uni- 
versitario e  intervención  en  el  nombramiento  de  sus 
maestros. 

Los  Reyes  Católicos  renuevan  por  Real  cédula  de 
4  de  mayo  de  1480  los  privilegios  de  la  Escuela.  En 
el  centro  de  la  primorosa  fachada  plateresca  de  la 
Universidad  se  ostenta  un  medallón  con  los  bustos 
de  Isabel  y  de  Fernando,  y  en  torno  a  él  esta  leyenda 
en  lengua  griega:  Los  Reyes  a  la  Universidad,  ésta 
a  los  Reyes.  Son  estos  Reyes  los  fautores  de  la  unidad 
española  en  que  por  modo  espiritual  tanto  ha  cola- 
borado nuestra  Escuela.  Porque  en  ésta,  los  estu- 
diantes de  las  diversas  regiones  — o  naciones,  que  es 
como  entonces  allí  las  llamaban — ,  aunque  alguna  vez 
la  sangre  de  su  mocedad  les  llevara  a  trabarse  de 
manos  ofensivas,  aprendían  en  trato  y  comercio  mu- 
tuos a  conocerse  y  estimarse,  y  así  fué  nuestro  Ins- 
tituto lazo  de  gentes  y  principal  fragua  de  la  comu- 
nión de  los  ingenios  españoles  todos,  los  más  valiosos 
de  los  cuales  o  allí  se  formaron  o  pasaron  por  allí. 

Mas  el  siglo  de  oro  de  la  Universidad  de  Sala- 
manca es  el  siglo  de  oro  de  la  cultura  española: 
el  XVI.  Consúltanla  en  asuntos  tan  graves  como  el  del 
matrimonio  de  D.  Enrique  VIII  de  Inglaterra  con 
D."  Catalina  de  Aragón,  en  la  reforma  gregoriana 
del  calendario  y  en  otros. 

En  este  siglo  de  esplendor  de  la  Universidad,  men- 
gua en  ésta  la  influencia  de  los  Papas  a  la  par  que 
la  de  los  Monarcas  crece;  en  este  mismo  se  fundan 
los  más  de  los  Colegios,  sostén  y  complemento  de  la 
Universidad.  "Este  es  el  tesoro  de  donde  proveo  a 
mis  pueblos  de  justicia  y  de  gobierno"  — dijo  en  ella 


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Carlos  I — .  El  cual,  celoso  de  su  autoridad  y  patro- 
nazgo reales  como  lo  mostró  en  1528  al  oponerse  a 
que  se  diera  posesión  al  maestrescuela  nombrado  en 
Roma  sin  que  él,  el  Rey,  dejara  pasar  la  bula,  nom- 
bra un  visitador  que  con  los  comisarios  de  claustro 
promulgue  nuevos  estatutos,  en  reforma  de  los  de 
Martín  V.  Con  frecuencia  se  modificaban  éstos,  en 
electo,  siendo  los  más  famosos  los  que  en  tiempo  del 
Rey  D.  Felipe  II  dictó  al  visitador  Covarrubias. 

Ni  sólo  a  fomentar  los  estudios  se  aplicaba  la  Es- 
cuela, sino  que  acudía  con  empréstitos  sacados  de 
sus  rentas  a  remediar  apuros  del  Tesoro  real,  rever-- 
tiéndolas  así  a  una  de  sus  fuentes. 

El  siglo  XVII  es  de  decadencia ;  los  Colegios,  naci- 
dos a  la  sombra  de  la  Universidad,  la  ahogan;  rés- 
tale escolares  la  nueva  Universidad  de  Alcalá. 

Al  visitar  D.  Felipe  III,  en  1600,  la  Escuela,  con 
firma  el  privilegio  de  sus  doctores  de  cubrirse  y  sen- 
tarse ante  los  Monarcas  de  Castilla.  Este  mismo  Rey 
la  consulta  sobre  el  misterio  de  la  Purísima  Concep- 
ción de  María. 

Mas  la  Escuela  languidece,  los  estudiantes  se  li- 
mitan a  matricularse  y  los  maestros  tienen  que  su- 
plir con  otras  profesiones  la  escasez  de  sus  sueldos. 
Luchando  por  su  vida  se  une,  en  1626,  a  otras  Uni- 
versidades, para  oponerse  al  proyecto  de  la  Compañía 
de  Jesús  de  fundar  en  la  corte  una  Universidad,  lo- 
grando que  no  tuvieran  efectos  académicos  los  cursos 
ganados  en  el  Colegio  Real  de  los  Jesuítas  en  Madrid. 
Nuevas  consultas  en  este  siglo,  y  nuevos  empréstitos 
al  Tesoro  real. 

Pobre  vida  vivió  en  el  siglo  xviii,  continuando  en 
él  la  decadencia.  Clara  muestra  de  cuán  a  menos  había 
venido  nos  ofrece  la  pusilanimidad  con  que  obedeció 
su  Qaustro  la  carta  que  el  Tribunal  de  la  Inquisición 
le  dirigiera  en  26  de  noviembre  de  1707,  encargando 
el  expurgo  de  la  librería.  Fué  menester  que  llegas? 


522  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nuestro  gran  Rey  Carlos  III  para  que  diera  licencia 
el  inquisidor  general  de  que  pudieran  conservarse  en 
la  biblioteca  los  libros  prohibidos,  si  bien  en  sitio 
separado,  y  que  por  Real  cédula  de  30  de  junio 
de  1768  restringiese  el  gran  Monarca  las  facultades 
que  el  Tribunal  se  arrogara  respecto  a  prohibición 
de  libros. 

Consultósela  también  en  este  siglo  sobre  la  unifi- 
cación de  pesos  y  medidas  y  sobre  el  asunto  de  los 
católicos  de  Holanda ;  de  esta  época  son  el  lamenta- 
ble informe  que  dio  sobre  la  creación  en  Zaragoza  de 
una  Academia  de  buen  gusto  y  el  menguado  plan  de 
estudios  de  1770. 

El  reflejo  del  movimiento  filosófico  francés  provocó 
cierto  esplendor  de  nuestra  Escuela  a  finales  del  si- 
glo XVIII.  De  nuestros  claustros  salieron,  Señor,  bue- 
na parte  de  los  nobles  patricios  que  asentaron  en  las 
Cortes  de  Cádiz  los  fundamentos  de  la  España  mo- 
derna. A  fines  de  este  mismo  siglo  se  fundó  el  Co- 
legio de  Medicina  y  Cirugía. 

Este  renacimiento  de  los  Estudios  fué  interrumpido 
a  principios  del  pasado  siglo  xix  por  la  guerra  de  la 
Independencia.  Los  que  habían  invadido  felizmente 
con  su  pensamiento  el  nuestro,  intentaron  ganarnos  la 
libertad  política,  y  los  que  más  les  debían  tuvieron 
que  volverse  al  punto  contra  ellos.  Dejando  el  tra- 
bajo espiritual  de  fraguar  el  alma  de  la  Patria,  co- 
rrieron a  defender  con  sus  cuerpos  y  las  armas  en  la 
mano  el  cuerpo  de  ella.  Tornaron  luego  a  su  habitual 
labor,  dejando  las  armas.  Mas  justo  es  mencionar 
aquí  el  plan  de  estudios  del  General  Thiebault,  que 
tanto  prometía  a  nuestra  Escuela. 

Vueltos  a  la  vida  del  trabajo  sus  maestros,  añadióse 
a  nuestra  Escuela,  en  1812,  un  informe  para  un  nue- 
vo plan  general  de  estudios  y  dió  el  notabilísimo,  im- 
preso en  1820,  decretado  por  las  Cortes  en  29  de  ju- 
nio de  1821  y  sancionado  por  el  Rey  D.  Fernán- 


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523 


do  VII  en  10  de  julio  del  mismo  año,  plan  que  es, 
sin  duda,  uno  de  los  más  gloriosos  timbres  de  la 
Universidad  salmantina.  Por  estos  años  ocurrieron 
persecuciones  a  los  maestros,  ya  a  los  de  un  sentir, 
ya  a  los  del  opuesto,  por  las  lamentables  pasiones  po- 
líticas de  aquella  época. 

La  ley  de  Instrucción  Pública  de  1857  acabó  con 
el  antiguo  carácter  de  nuestra  Escuela,  reduciéndola 
a  una  de  las  diez  Universidades  oficiales  con  las  tres 
Facultades  de  Teología,  Jurisprudencia  y  Filosofía, 
la  primera  de  las  cuales  se  suprimió,  por  desgracia, 
en  1868,  al  renunciar  poco  cuerdamente  el  Estado  al 
derecho  de  enseñar  disciplina  tan  en  relación  con  los 
intereses  de  la  sociedad  civil. 

En  1869  y  1874  el  Ayuntamiento  de  la  ciudad  de 
Salamanca  y  la  Diputación  de  su  provincia  se  hicie- 
ron cargo  de  las  Facultades  de  Medicina  y  Ciencias, 
que  han  venido  difundiendo  sus  enseñanzas  merced 
a  la  munificencia  de  esas  Corporaciones,  a  la  de- 
manda de  tales  estudios  y  a  la  abnegación  de  su  pro- 
fesorado, Facultades  que  desde  el  24  de  enero  de  este 
año  han  entrado  en  nueva  vida  llena  de  promesas. 

En  1877,  vuestro  augusto  padre,  D.  Alfonso  XTI, 
se  dignó  visitar  nuestra  Escuela,  y  al  terminar  la 
alocución  con  que  contestara  a  la  que  el  digno  Rec- 
tor le  dirigió,  terminó  diciendo : 

Y  reunidos  todos  bajo  la  bandera  del  amor  a  Id 
grandeva  y  prosperidad  de  España,  busquemos  nues- 
tro mejor  auxilio  en  el  desarrollo  de  la  ciencia,  ar- 
bitro supremo,  en  pa::  y  en  guerra,  de  la  prosperidad 
de  los  pueblos. 

De  los  frutos  de  nuestra  Escuela  hablan  los  escla- 
recidos varones  que  de  ella  han  salido,  y  cuya  sola 
enumeración  alargaría  en  exceso  esta  Memoria. 

Tal  es.  Señor,  a  grandes  rasgos,  la  historia  de  nues- 
tra gloriosa  Escuela,  historia  que  nos  enseña  cuán 
necesaria  es  la  protección  de  los  poderes  públicos  para 


524 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  la  enseñanza  de  la  ciencia  desinteresada,  libre  y 
pura,  árbitro  supremo  de  la  grandeza  de  los  pueblos, 
se  pueda  mantener.  No  cabe  reversión  al  pasado  ni 
reclamar  privilegios  que  caducaron;  la  historia  de 
nuestra  Universidad  nos  impone  más  deberes  que  de- 
rechos, mas  nos  enseña  lambién  que  no  estando,  como 
no  está,  nuestra  sociedad  en  sazón  todavía  para  sos- 
tener espontáneamente  el  cultivo  de  la  ciencia  desin- 
teresada y  libre,  cuya  necesidad  no  le  dejan  sentir 
otras  más  perentorias  necesidades,  hemos  de  acudir  al 
Estado,  que  V.  M.  representa,  a  que  mantenga  tan 
supremo  interés,  y  que  el  patronato  regio  sea  amparo 
de  la,  sin  él,  acaso  amenazada  libertad  científica. 

Tememos,  Señor,  no  fuera  que,  relegando  la  ense- 
ñanza a  íunción  social  meramente  privada,  corriese 
riesgo  de  caer  en  manos  que  hiciesen  de  ella  lucro 
o  la  subordinasen,  lo  que  es  aún  peor,  a  fines  que  no 
sean  los  de  la  cultura  y  el  progreso  humanos,  porque, 
desgraciadamente,  no  son  siempre  los  padres  los  que 
mejor  saben  lo  que  a  sus  hijos  conviene  aprender, 
y  menos  aún  lo  que  de  ellos  la  Patria  necesita  y  tiene 
derecho  a  exigir.  En  beneficio  de  la  cultura  y  de  la 
Patria,  pues,  convencidos  de  que  las  Artes  y  las  Cien- 
cias libres,  sin  las  cuales  caen  los  pueblos  en  mal  ve- 
lada barbarie,  necesitan  hoy  aquí  de  tutela  política, 
y  a  la  vez  para  llenar  con  sustantividad  e  indepen- 
dencia nuestro  ministerio  magistral,  nos  ponemos  en 
manos  de  V.  M.  como  jefe  supremo  del  Estado,  pi- 
diendo que  prepare  por  la  obligatoria  instrucción  pú- 
blica civil  los  espíritus,  hasta  que  por  completo,  cons- 
ciente de  sí  mismo  el  pueblo  español,  pueda  sin  peli- 
gro darse  la  instrucción  que  su  fin  en  la  civilización 
humana  le  exija,  para  hacer  más  noble,  más  fecunda 
y  más  llevadera  la  vida  y  colaborar  en  ella  al  progreso 
de  la  libertad. 

Hacemos  votos  porque  de  V.  M.  diga  la  Historia 
que  fué  un  Rey  educador  de  su  pueblo,  y  deseamos 


OBRAS  COMPLETAS 


525 


que  se  acerque  éste  en  vuestro  reinado  a  una  más  se- 
rena y  más  libre  contemplación  de  la  vida,  buscando, 
como  vuestro  padre  dijo,  nuestro  mejor  auxiliar  en 
el  desarrollo  de  la  ciencia,  árbitro  supremo,  en  paz  y 
en  guerra,  de  la  grandeza  y  prosperidad  de  los  pueblos. 

(Texto  publicado  en  un  folleto  conmemorativo  del 
acto,  págs.  37-44.) 


DISCURSO  PRONUNCIADO  EN  EL  ACTO  DE 
LA  ENTREGA  DE  PREMIOS  DEL  CONCURSO 
PEDAGOGICO   CEBRADO   EN    ORENSE  EN 
JUNIO  DE  1903 


Al  anhelo,  en  mí  ya  antiguo,  de  conocer  esta  tie- 
rra gallega  hase  juntado,  para  traerme  acá  ahora, 
vuestra  honrosísima  invitación,  a  la  que  no  debía  re- 
husarme. Y  no  debía  rehusarme  porque  ella  me  per- 
mite comunicar  y  ponerme  en  contacto  con  pueblo 
que  de  tan  gallardo  modo  manifiesta  el  sentido  sana- 
mente práctico  que  le  anima  y  el  cuidado  que  por  la 
cultura  se  toma.  Tan  hermosa  mansión  humana  como 
es  esta  tierra  en  cuyo  regazo  Orense  vive,  sólo  me- 
rece ser  habitada  por  hombres  cultos  y  animosos,  hen- 
chidos de  fe  en  el  progreso  y  del  contento  que  la  cul- 
tura cría  en  el  corazón.  Y  vosotros  todos,  bien  se  ve, 
os  esforzáis  por  poner  vuestras  almas  de  acuerdo 
con  el  espléndido  escenario  que  ante  ellas  Dios  des- 
pliega y  con  que  las  abraza,  por  templarlas  al  tono 
manso  y  dulce  de  vuestra  naturaleza,  una  naturale- 
za humanizada,  de  esta  jugosa  campiña  que  seduce 
como  un  nido,  predica  con  su  perenne  verdura  tole- 
rancia, e  invita  a  vivir  en  paz  con  el  cielo,  con  la 
tierra,  consigo  mismo  y  con  los  prójimos.  Llama  a 
las  artes  de  la  paz  que  se  cimentan  en  el  esparcimien- 
to del  saber  y  de  las  luces.  Toda  comezón  de  violencia 
tiene  que  derretirse  aquí,  ante  el  reposo  de  estas 
sosegadoras  frondas,  hijas  de  tempero  suave  y  de 
blandas  lluvias  sobre  terruño  mollar. 

El  argumento  de  lo  que  he  de  deciros  me  lo  dan, 


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527 


pues,  el  aliento  espiritual  que  de  esta  tierra,  vestida 
de  verdor  de  infancia,  se  exhala,  y  la  fiesta  misma 
que  aquí  celebramos  ahora,  el  reparto  de  premios  a 
los  que  han  resultado  merecedores  de  ellos  en  este 
concurso  reg-ional  de  enseñanza.  Es  un  acto  de  cul- 
tura y  demanda  de  ella  es  lo  que  a  diario  se  oye, 
con  más  o  menos  sinceridad  pedido,  de  boca  de  los 
españoles  que  piensan  en  que  lo  son. 

Sin  ambiente  favorable  que  le  preste  fomento,  todo 
esfuerzo  se  endeblece  primero,  se  esmirría  después 
y  acaba  por  derretirse;  sin  público  que  reciba  y  re- 
percuta nuestras  ideas,  se  apagan  éstas  pronto. 

Presenta  nuestra  sociedad,  tocante  a  instrucción  y 
saber,  grandes  desigualdades,  pues  junto  a  unos  po- 
cos y  muy  acaudalados  ricos,  hay  turbas  y  más  tur- 
bas de  menesterosos  mendigos  ellas ;  hállase  la  cul- 
tura muy  mal  repartida,  y  en  ella,  aún  más  que  en 
la  tierra,  el  maleficio  de  los  latifundios  y  dehesas. 

Muchedumbre  de  gentes  que  ni  aun  leer  saben, 
otros  que  es  como  si  no  lo  supieran,  y  luego  unos 
pocos  que,  aislados  en  sí,  devorando  ideas  que  no 
pueden  devolver,  consumiendo  en  demasía  y  sin  pro- 
ducir apenas,  atesoran  conocimientos  que  les  pondrían 
en  otros  países  a  la  par  de  los  primeros,  y  se  entre- 
gan, de  por  fuerza,  a  la  avaricia  mental,  pues  sus 
saberes  no  les  rinden  provecho  bastante  en  renombre 
e  influjo,  que  es  lo  que  procuran.  Y  es  que  ellos,  los 
más  cultos,  saben  lo  que  necesita  saber  el  pueblo, 
mientras  lo  necesitado  por  éste  lo  ignoran  ellos;  tajo 
tan  hondo  los  aleja. 

Mas  este  desnivel  mismo  pudiera  y  debiera  ser  uno 
de  los  apoyos  de  nuestra  salvación,  asiento  de  la  hu- 
manidad y  del  culto  patrios.  Los  desniveles  de  terre- 
no que  han  hecho,  en  gran  parte,  nuestra  desgracia, 
serán  acaso  mañana  una  de  las  más  principales  cau- 
sas de  reposición  entre  los  pueblos  tenidos  en  la  de- 
bida cuenta.  , 


528 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


La  hechura  del  suelo  patrio,  tallado  por  sacudidas 
del  fuego  soterraño  y  por  la  lenta  friega  de  las 
aguas,  modelado  en  rápidas  pendientes,  ha  hecho  que 
las  lluvias  seculares  le  desuellen  a  chaparrones,  de- 
jando a  flor  sus  berroqueñas  entrañas,  y  que  sus 
ríos,  encañonados  en  hondas  hoces,  lleven  raudamen- 
te al  mar  unas  aguas  que  ansian  con  ardor  las  tierras, 
resquebrajadas  de  sed,  a  cuyo  pie  corren  aquéllas  es- 
térilmente. Pero  esto  mismo  hace  estos  grandes  saltos 
de  agua,  poderosas  cascadas  y  recodos  del  desnivel, 
esa  abundancia  de  "hulla  blanca"  y  algún  día  apri- 
sionaremos en  turbinas  y  ruedas  la  fuerza  de  esas  mis- 
mas tercas  aguas,  que  se  hurtan  hoy  a  la  sequía  de 
nuestros  campos,  Y  así  la  raíz  de  pobreza  de  ayer 
se  convertirá  en  raíz  de  la  riqueza  de  mañana. 

Y  de  parejo  modo,  señores,  los  desniveles  intelec- 
tuales que  hoy  esterilizan  nuestra  cultura,  esas  men- 
tes hondas  y  tercas  que  corren  sin  provecho  para  el 
prójimo  en  el  hondón  de  bajas  hoces  espirituales, 
hurtándose  a  la  sed  de  luz  y  de  saber  de  las  incultas 
masas,  todo  esto  podrá  llegar  a  ser  firme  asiento  de 
la  riqueza  espiritual  y  de  la  hermandad  patrias.  Sólo 
hace  falta  para  ello  un  soplo  de  amor  que  encauce 
esas  energías  hoy  perdidas  y  la  comprensión  de  que 
no  es  obra  de  misericordia,  sino  deber  de  estrecha 
justicia,  lo  de  enseñar  al  que  no  sabe.  Vuelve  el  pue- 
blo sus  ojos  a  los  que  saben  en  pedido  de  enseñan- 
zas, y  aquel  agorero  ¡  ay  de  los  rebaños  sin  pastor ! 
complétase  con  un  no  menos  agorero  ¡  ay  de  los  pas- 
tores sin  rebaño ! 

No  hay  cariño  como  el  que  florece  y  fructifica  en- 
tre maestro  y  discípulo.  No  llevo  muchos  años  de 
magisterio  todavía,  pero  andan  ya  por  el  mundo  cria- 
turas de  mi  espíritu,  y  cada  vez  que  oigo  hablar  de 
ellos  con  elogio  y  los  veo  trabajar  y  ser  valederos  a 
sus  hermanos,  se  me  hincha  la  esperanza  de  otra  vida 
y  presiento  que,  cuando  menos,  no  pasaré  por  ésta 


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en  balde.  No  hay  para  mí  acatamiento  como  el  que 
rindo  a  los  que  me  adoctrinaron  en  algo,  a  los  for- 
madores  de  mi  espíritu.  Padre,  pater,  no  es  el  engen- 
drador.  el  genitor,  sino  el  que  apacenta  o  alimenta, 
pascit.  y  el  alimentado  con  pan  del  espíritu  llevaba 
un  nombre  ipie  hoy  ha  perdido,  por  desgracia,  su 
primitivo  y  hermoso  significado;  era  aluiiiiiits,  alum- 
no, esto  es :  alimentado. 

Hay,  en  efecto,  en  toda  sociedad  los  padres  y  los 
hijos  espirituales,  los  que  alimentan  y  son  alimenta- 
dos, y  en  nuestra  familia  española  sólo  puede  reinar 
el  amor  y  consolidarse  la  patria  sacrificándose  los 
que  saben  a  la  santa  tarea  de  enseñar  a  los  que  ig- 
noran. 

He  dicho  sacrificándose,  y  no  me  arredro.  Lo  que 
vais  a  oír  es  una  confesión  dolorosa,  dolorosísima, 
pero  quiero  desnudaros  el  alma  de  uno  de  esos  a 
quienes  se  llama  intelectuales,  quiero  ser  redonda- 
mente franco  y  sin  doblez.  El  fin,  confesado  o  no,  de 
todo  publicista  que  no  trabaje  para  comer  tan  sólo, 
es  conquistar  renombre  y  gloria,  es  salvar  su  nom- 
bre del  anegamiento  del  olvido,  ya  que  no  tenga 
siempre  confianza  en  salvar  su  espíritu  del  sueño 
último  e  inacabable,  del  sueño  sin  ensueños  ni  des- 
pertar, mar  sin  fondo,  sin  cielo  y  sin  orillas.  A  me- 
dida que  se  amengua  o  apaga  la  fe  en  la  inmortali- 
dad sustancial  del  alma,  enciéndese  un  furioso  anhelo 
de  salvar  siquiera  una  sombra  de  ella.  La  sed  de 
sobrevivirse  empuja,  resuelve,  acalora  y  consume 
a  los  hombres  de  hoy,  no  bien  logran  sacudirse  del 
apremio  de  tener  que  ganar  el  pan  de  cada  día.  Cuan- 
tos nos  ocupamos  en  letras  o  en  ciencias  puras,  vamos 
empujados  por  ese  ansión,  y  cuando  nos  oís  maldecir 
de  la  patria,  encarecer  nuestro  atraso  y  fallar  de  irre- 
dimible a  nuestro  pueblo,  habéis  de  columbrar  por 
debajo  de  todo  ello  el  despecho  de  pertenecer  a  un 
pueblo  que  no  es  suficiente  escabel  para  levantarnos 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


a  la  altura  a  que  aspiramos  y  creemos  merecer,  y  el 
enojo  de  haber  nacido  en  tierra  de  donde  tan  difícil 
es  entrar  a  la  república  universal  de  la  fama,  reba- 
sando allende  fronteras,  i  Qué  culpa  tengo  de  haber 
nacido  español  ?,  dicen  que  solía  decir  un  hombre  que 
fué  dueño  de  los  destinos  públicos  de  España  durante 
muchos  años,  y  de  ese  mismo  hombre,  que  mereció 
ser  apellidado  "monstruo",  dicen  que  decía  también 
que  es  sólo  español  el  que  no  ha  podido  nacer  otra 
cosa.  Queremos  un  puesto  en  el  Olimpo  de  las  nacio- 
nes y  que  las  historias  consagren  un  renglón  siquie- 
ra a  nuestro  nombre,  y  para  conseguirlo  nos  encas- 
tillamos en  la  torre  marfileña,  despreciando  al  vulgo 
profano  y  sin  más  que  hablarle  en  necio  cuando  nos 
cuadra  darle  gusto  para  recibirlo  de  él  a  trueque,  y 
luego  se  dice  y  se  redice  para  excusarlo  que  el  fin  del 
linaje  humano  no  es  otro  que  dar,  como  flor  de  regalo, 
unos  cuantos  ingenios  sumos,  en  cuyo  abono  han  de 
perecer  oscuramente  las  muchedumbres.  ¡  Singular 
blasfemia !,  y  Dios  castiga  nuestra  soberbia  y  nues- 
tro egoísmo,  y  como  no  buscamos  ni  su  reino  ni  la 
justicia  de  éste,  nos  niega  la  añadidura  de  esa  gloria 
en  que  soñamos  noche  y  día. 

Figuraos  un  hombre  en  cuya  cabeza  bullesen  gran- 
des pensamientos,  vivas  imágenes,  hipótesis  fecundas 
o  siquiera  sugestivas  paradojas,  pero  que  se  encuen- 
tra arraigado  en  lugar  atrasadísimo,  entre  gentes  an- 
alfabetas y  míseras,  aunque  con  hambre  y  sed  de  sa- 
ber. Pídele  el  pueblo  luces  y  le  ofrece  a  cambio  man- 
tenerle según  sus  alcances,  si  se  las  da,  y  él  por  su 
parte,  además  de  verse  por  el  apremio  de  tener  que 
comer  empujado  a  ese  oficio  de  maestro  de  sus  herma- 
nos, siéntese  también  llevado  a  ello  por  atracción  de 
piedad  y  por  el  tiro  de  la  sangre.  Que  si  es  inhuma- 
no e  inmoral,  si  es  anticristiano  regodearse  en  el 
lujo  y  la  comodidad  redundantes  cuando  nuestros 
hermanos  desfallecen  de  hambre,  no  menos  anticris- 


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tiano  es  perderse  en  altas  elucubraciones,  en  investi- 
gaciones prolijas,  en  aclarar  puntos  oscuros  de  cien- 
cia pura  o  en  el  escudriño  de  intrincadas  cuestiones, 
mientras  haya  hermanos  que  no  sepan  leer  ni  escri- 
bir, ni  quien  se  lo  enseñe. 

Yo  sé  que  mi  alma  no  será  del  todo  libre  mientras 
en  el  mundo  haya  algo  esclavo,  pues  es  la  libertad  bien 
comunal  y  que  la  sabiduría  toda  puede  volverse  po- 
dredumbre y  peste  mientras  la  ignorancia  agarrote  las 
almas  en  cuya  comunión  forzosamente  he  de  vivir  y 
de  grado  vivo.  La  ciencia  de  monopolio  y  lujo  lo  es 
de  maldición ;  deseca  los  corazones  y  apaga  en  ellos  la 
lumbre  de  la  esperanza,  de  la  caridad  y  de  la  fe. 

Horas  hay  en  que,  sucumbiendo  a  tentación  diabó- 
lica, no  hago  cuenta  alguna  de  mis  compatriotas,  y 
sin  cuidarme  de  lo  que  quieren  y  han  menester  saber 
los  más  de  los  españoles  y  ni  aun  de  si  los  haya  en  la 
tierra,  me  pongo  a  pensar,  imaginar,  sentir  y  escribir 
para  el  público  universal  de  los  siglos,  es  decir,  para 
mi  mayor  y  más  duradero  renombre  posible,  aun  a 
riesgo  de  estrellarme,  como  Icaro  por  querer  volar 
con  alas  de  cera.  Pero,  por  una  parte,  ni  podemos  ni 
sabemos  escribir  los  españoles  más  que  en  español,  ni 
hay,  además,  otro  camino  seguro  de  unlversalizarse 
de  veras  que  rebosar  de  la  patria  por  haberla  per- 
hinchido,  y  por  otra  parte  queda  en  nuestro  interior 
una  voz  que  nos  dice  que  nuestros  hermanos  en  len- 
gua y  patria  necesitan,  más  que  de  las  golosinas  que 
podamos  confeccionar  de  propia  mano,  del  pan  de  la 
cultura  europea;  que  más  que  nuestras  paradojas,  o 
nuestras  ocurrencias  o  concepciones,  por  hermosas 
y  sugestivas  que  ellas  sean,  han  menester  de  las  no- 
ciones hoy  comunes  y  corrientes  por  ahí  fuera. 

La  labor  de  los  intelectuales  en  España  es  hoy, 
pues,  labor  de  abnegación,  de  humildad,  de  sencillez, 
de  verdadero  sacrificio.  Tienen  que  ahogar  en  bue- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


na  parte  su  originalidad  — los  que  por  ventura  la  tu- 
vieren— ,  o  más  bien  que  ahogarla,  enderezarla,  para 
dedicarse  a  la  tarea,  de  veras  religiosa,  de  adaptar 
a  nuestra  lengua  y  nuestra  condición  la  cultura  media 
europea.  No  se  nos  pregunta  qué  pensamos  sobre  tal 
o  cual  punto,  sino  qué  hay  asentado  y  puesto  en  claro 
sobre  él ;  no  se  nos  pide  que  disertemos  con  ingenio  o 
novedad  o  profundidad  sobre  la  escritura  o  la  teoría 
de  los  números  sino  que  enseñemos  a  escribir  o  a 
contar  a  los  que  no  lo  saben,  que  seamos  maestros  de 
escuela. 

Una  de  las  cosas  que  me  han  llamado  la  atención 
siempre,  es  ver  en  los  catálogos  de  las  librerías  ex- 
tranjeras cartillas  y  manuales  científicos,  algunos 
para  servir  de  lectura  en  las  escuelas  primarias,  redac- 
tados por  hombres  que  figuran  en  primera  línea  entre 
los  cultivadores  de  las  respectivas  ciencias,  y  mil 
veces,  en  las  horas  de  más  puro  recogimiento,  en 
horas  en  que  logro  acallar  un  poco  el  rumor  per- 
petuo de  mis  entrañas  que  me  piden  sobrevivencia 
a  toda  costa,  en  esas  horas  santas  de  desinterés  su- 
premo y  de  abnegación,  me  he  propuesto  no  morirme 
sin  dejar  escrito  un  libro  de  lectura  para  las  escue- 
las primarias,  cuentos  o  relatos  para  los  niños,  pero 
tales  que  los  entiendan  y  sientan  de  verdad  ellos,  y  no 
cual  los  que  por  ahí  corren,  de  puro  ñoños  y  acara- 
melados tan  falsos  como  ese  falso  balbuceo  que  adop- 
tan algunos  padres  creyendo  que  así  les  entenderán 
mejor  sus  hijos. 

Pero  ¡  qué  flaco  y  miserable  es  el  hombre !  Os  ha- 
blaba ahora  mismo  de  este  mí  deseo  como  de  algo 
redentor  y  desinteresado,  y  ved  que  aún  en  él  per- 
sisten el  empeño  de  dejar  rastro,  de  salvar  el  nombre 
y  las  obras,  siquiera  en  labios  dé  los  niños.  No  tan 
aína  se  desarraiga  del  alma  de  un  intelectual  ese  re- 
sorte de  vida.  Aquí,  en  este  acto,  entre  vosotros, 
cuando  se  reparten  premios  a  oscuros  maestros  por 


OBRAS  COMPLETAS 


533 


su  labor,  aquí  me  estoy  confesando,  y  al  confesarme 
buscando  fuerzas  para  lograr  propósito  de  enmienda, 
y  en  el  acto  mismo  de  confesión,  incurro  en  el  pecado 
de  que  me  acuso.  Si  lo  es  tal,  de  él  sólo  nos  salva 
la  dura,  santa  y  redentora  necesidad. 

Sí,  ¡  bendita  la  necesidad  de  vivir,  que  nos  hace 
escribir  para  que  nos  entiendan  los  que  nos  pagan, 
ya  que  no  nos  pagan  si  no  nos  entienden ! :  ¡  bendita  el 
alma  del  cuerpo  cuando  ahoga  la  soberbia  del  espíri- 
tu !  Sin  esa  hambre  que  arrastra  a  tantos  a  ganarse 
un  mendrugo  enseñando  a  leer  al  hijo  del  prójimo, 
¿  habría  muchos  que  se  lo  enseñasen  ?  No  os  avergon- 
céis,  pues,  maestros,  de  vuestra  indigencia,  que  ella 
es  un  acicate  providencial  para  una  obra  que  sin  vos- 
otros nadie  ejercería,  como  es  también  un  acicate 
providencial  ese  deseo  de  fama  que  a  los  satisfechos 
de  pan  les  aguijonea.  Para  que  el  linaje  humano 
crezca  y  se  multiplique,  se  nos  dió  a  hombres  y  mu- 
jeres la  querencia  mutua ;  mas  al  entregarse  uno  a 
otro  dos  amantes,  en  todo  piensan  menos  en  el  fruto 
que  de  su  amor  brote,  y  asi  también  para  que  el  linaje 
humano  progrese  y  se  perfeccione,  se  nos  dió  la  vana- 
gloria, y  no  es  en  los  beneficios  de  su  intento  en  lo 
que  suele  pensar  el  inventor,  ni  el  pensador  en  el 
alcance  social  de  sus  pensamientos.  Sólo  que  ni  los 
padres  pueden  engendrar  nada  sano  sin  poner  algún 
amor  en  ello,  ni  sin  amor  es  fecunda  la  obra  del 
maestro. 

Es,  pues,  preciso  convertir  a  la  patria  en  escuela, 
enseñándonos  mutuamente  y  comulgando  en  la  ense- 
ñanza, de  donde  nacerá  el  amor.  No  creáis  en  la  valía 
de  un  estadista  que  no  sea  ante  todo  y  sobre  todo 
educador  de  su  pueblo.  Es  uno  de  los  mejores  anun- 
cios de  nueva  vida  el  ver  que  desde  hace  algún  tiem- 
po empiezan  nuestros  hombres  públicos  a  entrar  por 
el  camino  de  los  viajes  de  propaganda,  a  hacerse 
caballeros  andantes,  a  recorrer  pueljlos  y  lugares 


534  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


sembrando  doctrinas,  convertidos  en  andariegos.  ¿  Que 
estas  voces  se  pierden? 

Hay  quien  dice  que  son  nuestras  voces  voces  en  el 
desierto.  No  importa,  pues  el  desierto  oye.  Es  el  si- 
lencio un  vasto  camposanto  en  el  que  descansan  acos- 
tadas las  voces  muertas,  y  algún  día,  al  son  de  la 
trompeta  de  una  angélica  idea,  se  le  conmoverán  las 
entrañas  al  silencio,  se  le  desgarrará  el  preñado  seno 
y  subirán  al  cielo,  a  regalar  a  Dios  los  oídos,  for- 
mando inmenso  coro  las  voces  muertas,  las  humildes 
voces  que  como  las  vuestras,  maestros  aquí  presen- 
tes, clamando  en  el  desierto  se  perdieron ;  sus  ecos 
resonarán  en  torno,  más  allá  de  las  últimas  estrellas. 
Porque  hay  además  de  esta  España  terrestre  una  Es- 
paña celestial,  y  lo  que  en  ésta  se  pierde  una  vez 
sembrado,  en  aquélla  se  cosecha  y  gana.  Todo  lo  que 
sale  de  los  corazones,  a  ellos  vuelve  al  cabo,  pues 
sólo  en  ellos  descansa  y  vive;  hablad  y  enseñad,  aun- 
que no  os  oigan ;  haced  de  la  necesidad  virtud  y  del 
oficio  religioso  culto ;  que  sea  una  oración  vuestra  en- 
señanza. 

Porque  oración,  según  los  más  entendidos  maestros 
de  ella,  no  es  tanto  recogerse  a  ciertas  horas  en  lu- 
gares apartados  para  pronunciar  estas  o  aquellas  pa- 
labras o  recorrer  con  el  ánimo  ciertos  propósitos  y 
sentimientos,  cuanto  es  hacerlo  todo  de  una  cierta 
manera,  poniendo  un  alma  de  confianza  y  unción  de 
amor  en  todo,  hacerlo  todo  por  Dios.  Quien  al  em- 
prender una  obra,  por  oscura  que  sea,  pasando  por 
sobre  el  salario  que  con  ella  se  gana,  pone  el  seso  y 
el  ahinco  en  su  valor  eterno,  en  el  beneficio  duradero 
de  esa  obra,  en  que  es  semilla  echada  al  Infinito,  ése 
ora  al  obrarla,  y  sólo  así  se  gana  el  descanso  y  se 
cosecha  la  paz  que  no  acaba. 

Y  para  nada  hace  falta  más  amor  que  para  llenar 
vuestra  misión,  maestros  de  la  niñez.  Ved  que  se  os 
entrega  y  confía  lo  más  precioso  del  linaje. 


U  15  K  A  :^     L  U  M  f  L  h  l  A  S  bób 


Empeñada  ha  de  ser  vuestra  labor,  en  efecto,  ya 
que  para  enseñar  a  niños  hay  que  volverse  uno  "de 
ellos,  acudiendo  a  buscar  en  los  hondones  de  nuestra 
alma  el  poso  puro  de  nuestra  infancia.  Y  nada  se 
pierde,  sino  se  ofana  mucho  con  ello,  pues  el  niño  que 
llevamos  todos  dentro,  es  el  justo  por  quien  se  nos 
justificará  alg-ún  día. 

Yo  sé  deciros  que  el  recuerdo,  más  o  menos  claro, 
de  nuestra  niñez  es  la  unción  espiritual  que  impide  el 
total  corromperse  del  alma.  En  horas  de  sequedad 
y  de  desamparo,  cuando  se  palpa  el  terrible  vanidad 
de  Aanidades,  cuando  hastiado  el  ánimo  de  la  pere- 
grinación a  través  del  desierto,  se  ahinca  en  el  me- 
dro-^o  misterio  del  tiempo  y  ve  abrírsele  la  sima  sin 
fondo  del  vacío;  cuando  ante  el  polvo  a  que  con 
el  análisis  lo  hemos  reducido  todo  se  ha  convertido 
en  reconcentrado  y  disimulado  terror  el  infantil  y 
franco  asombro,  entonces  se  oye  en  el  silencio  del 
corazón  los  ecos  dulces  de  la  niñez  lejana  como 
rumor  de  aguas  frescas  y  vivas  de  escondido  arroyo 
que  sigue  corriendo  bajo  las  ardientes  arenas.  Y  en- 
tonces, seco  el  gañote  y  resquebrajadas  de  sed  las 
entrañas  espirituales,  sedienta  el  alma  en  agonía,  se 
escarba  con  afán  el  suelo  hasta  descarnarse  las  manos 
para  descubrir  aquellas  aguas  y  echarse  de  bruces  a 
beber  de  ellas  y  recobrar  así  la  vida  en  el  manantial 
que  influyendo  en  oscuro  soterraño,  logró  guardar 
su  pureza  y  su  frescura. 

En  esas  horas  es  el  niño  el  maestro  del  hombre, 
y  lo  debe  ser,  porque  lo  más  valedero  y  lo  mejor  y 
lo  más  hermoso  lo  aprendimos  en  los  balbuceos  del 
alma;  en  los  primeros  años  se  fija  el  carácter  y  en 
ellos  cuajan  el  genio  y  la  figura  que  hasta  la  sepultura 
hemos  de  llevar  después. 

Oíd  lo  que  nos  dice  el  dulcísimo  poeta  inglés  Words- 
worth:  "Mi  corazón  brinca  cuando  columbro  un  arco 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


iris  en  el  cielo;  así  era  cuando  empezó  mi  vida,  así 
es  hoy  en  que  soy  un  hombre ;  ¡  sea  así  cuando  me 
haga  viejo,  o  antes  muera !  El  niño  es  el  padre  del 
hombre,  y  ojalá  se  aten  mis  días  unos  a  otros  por 
natural  piedad." 

Es,  en  efecto,  el  niño,  padre  y  soberano  maestro 
del  adulto  y  crecido,  y  un  investigador  moderno,  Ha- 
velock  Ellis,  ha  llegado  a  sostener  que  el  progreso  de 
la  especie  va  de  niños  a  niños  por  mediación  de  las 
mujeres;  que  el  niño  presenta  en  forma  exagerada 
los  caracteres  diferenciales  de  la  humanidad,  cabeza 
grande,  cara  pequeña,  lampiñez,  delicadeza  del  siste- 
ma óseo.  Desde  el  punto  de  vista  de  la  acomodación 
al  ámbito,  es  el  adulto  más  apto  que  el  niño;  pero 
considerado  desde  un  punto  de  vista  zoológico,  todo 
se  observa  menos  progreso,  dice.  Y  añade  que  en 
el  hombre,  desde  el  tercer  año,  el  adelanto,  aunque 
de  adaptación  al  ámbito  absolutamente  necesario,  es 
en  cierta  medida  adelanto  en  degeneración  y  senili- 
dad. Los  hombres  de  genio,  hace  observar,  se  apro- 
ximan al  tipo  infantil,  son  niños  grandes. 

Desconfio  siempre  de  aquellos  a  quienes  los  niños 
molestan  o  la  presencia  de  éstos  no  les  impone  come- 
dimiento y  moderación,  ni  se  reportan  de  impurezas 
ante  sus  ojos  puros ;  de  los  que  despachan  a  los  pe- 
queñuelos  con  un  "vete,  que  esto  no  te  importa", 
como  si  debiera  decirse  algo  que  no  deba  oír  un  niño, 
y  desconfío  de  todos  los  que  no  llevan  los  recuerdos 
de  su  niñez  a  flor  de  alma.  Tengo  presente  de  continuo 
las  palabras  del  Divino  Maestro  al  hacer  que  dejasen 
a  los  niños  acercarse  a  él :  "De  veras  os  digo  que  sí 
no  os  volviereis  y  fuereis  como  niños,  no  entraréis  en 
el  reino  de  los  cielos,  y  quien  recibiere  a  un  niño  en 
Mi  nombre,  me  recibe  a  Mí,  y  cualquiera  que  escan- 
dalizare a  uno  de  estos  pequeñuelos  que  creen  en  Mí, 
mejor  le  fuera  que.  colgándose  al  cuello  una  piedra 
de  molino,  se  echase  a  lo  hondo  de  la  mar"  (Mateo, 


OBRAS  COMPLETAS 


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XVIII,  8,  6).  Y  de  su  propia  niñez,  de  la  preñadisima 
niñez  del  Maestro,  sólo  nos  dice  el  Evangelio  que  el 
niño  crecía  y  fortalecíase  y  se  henchía  de  sabiduría  y 
la  gracia  de  Dios  era  sobre  él  (Luc,  II,  40  )  ;  sin  más 
detalles  ni  prolijas  noticias  acerca  de  su  niñez;  pro- 
tégela y  la  emboza  el  misterio.  Y  es  que  es  la  niñez 
el  santuario  del  misterio.  Ante  un  niño  se  abren  los 
caminos  de  la  vida  en  el  crucero  de  donde  irradian 
y  se  separan  ellos ;  al  tomar  uno  cualquiera,  renuncia  a 
los  demás  todos  y  nunca  podrá  desandar  lo  andado; 
su  reino  es  el  porvenir,  único  reino  de  libertad.  Así 
es  que  el  alma  reflexiva  se  sume  en  más  hondo  pesar 
ante  el  cadáver  de  un  niño  que  junto  al  de  un  héroe 
que  cumplió  sus  hazañas  y  no  hay  más  terrible  mis- 
terio moral  que  el  implicado  en  la  creencia  del  limbo, 
si  no  es  el  de  los  pobres  niños  crucificados  sin  culpa 
en  la  pena.  Nada  angustia  más  el  pecho  a  todo  bien 
nacido,  que  el  ver  a  esos  pequeñuelos  desmedrados  y 
enclenques,  que  nacieron  con  el  veneno  de  la  muerte 
en  el  meollo,  y  en  la  pesadumbre  de  cuyos  ojos  amor- 
tecidos se  vislumbra  el  asco  de  una  vida,  a  la  que,  no 
bien  encentada,  se  le  afloran  las  heces  y  la  morriña 
de  la  eternidad. 

Es  menester  despertar  y  avivar  el  culto  a  la  in- 
fancia y  el  respeto  al  niño,  ese  respeto  a  que  se  les 
falta  cuando  se  les  toma  de  medio  para  satisfacer 
vanidades  paternas  o  de  juguete  para  divertirse  con 
ellos. 

Conservemos  nuestra  niñez  y  si,  por  desgracia,  la 
hubiéramos  perdido,  vayamos  a  buscarla  al  fondo  de 
nuestra  alma,  a  reconquistar  el  paraíso  perdido. 

Y  ¡  qué  pronto  se  aja  la  flor ! ;  ¡  qué  pena  ver  mus- 
tias más  tarde  las  flores  y  ahornagadas  las  hojas  de 
la  niñez,  cuando  los  chubascos  pusieron  al  descubierto 
sus  raicillas,  arrastrando  el  mantillo  que  las  ampara ! ; 
¡  qué  pena  ver  desecada  la  lozana  imaginación  del 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


niño,  el  soberano  poder  de  jugar  con  el  mundo,  sin 
levantar  barreras  entre  la  vela  y  el  sueño ! ;  ¡  qué  do- 
lor ver  sustituido  su  sencillo  y  espontáneo  mentir,  el 
mentir  que  desconoce  el  valor  de  la  verdad,  verlo  sus- 
tituido por  la  mentira  reflexiva  y  estudiada,  por  la 
mentira  social,  que  se  le  inculca  en  el  alma  a  la  par 
que  otros  venenos  en  el  cuerpo ! ;  ¡  qué  lástima  ver  a 
la  voluntad,  antes  virgen,  ahora  no  ya  enderezada  por 
espiritu  de  ley,  sino  agarrotada  por  su  letra ! 

Mientras  no  salen  de  su  sábado,  para  entrar  en  su 
soñado  domingo  de  la  juventud,  unos  a  otros  se  pres- 
tan niñez  los  niños  y  la  fecundan,  y  es  lo  que  debemos 
fomentar  en  ellos  los  adultos.  Y  aqui  quiero  expo- 
neros una  idea  que  de  largo  tiempo  ha  venido  bullén- 
dome en  la  mente,  y  es  que  si  la  sociedad  patria  debe 
convertirse  en  escuela,  toda  escuela  ha  de  ser  también 
una  verdadera  sociedad,  una  pequeña  patria.  Voy  a 
explicároslo. 

Cuando  remonto  con  el  recuerdo  el  curso  de  mi 
vida  y  asi  arribo  a  mi  niñez,  píntaseme  la  escuela 
en  que  aprendi  a  leer  y  contar,  con  los  rudimentos 
de  ciencias  y  humanidades,  allí  en  un  camaranchón 
de  bohardilla,  como  morada  de  una  sociedad  henchida 
de  jugo  y  de  savia.  Aun  aparte  de  las  influencias  de 
la  sociedad  envolvente,  de  la  sociedad  general  en 
que  vivíamos,  producíanse  en  el  gremio  infantil  los 
fenómenos  todos  que  en  una  sociedad  se  producen, 
aunque  reducidos  y  en  pequeño.  Había  su  derecho 
consuetudinario  y  no  escrito,  es  claro,  y  recuerdo 
muy  bien  sus  mandatos  y  fórmulas,  porque  al  modo 
de  lo  que  en  el  Derecho  romano  acontecía,  era  en 
nuestro  derecho  infantil  dominante  el  formularismo. 
Así,  por  ejemplo,  la  simple  cesión  de  un  objeto,  la 
donación  sencilla,  sin  otra  ceremonia,  daba  derecho  a 
exigir  su  devolución  apenas  rota  por  cualquier  ren- 


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cilla  la  amistad  entre  donante  y  donado,  mientras  la 
entrega  formal  y  solemne,  con  aquello  de 

Santa  Rita,  la  bendita, 
que  en  el  ciclo  estás  escrita, 
con  popel  y  arjiia  bendita, 
lo  ¡¡in-  se  da,  iu¡  se  quita; 

en  el  infierno  pagarás, 

no  dejaba  lugar  a  devolución  alguna.  Y  luego,  los  ri- 
tos con  que  se  pactalia  la  asociación  para  "jugar  a 
partes",  cuando  se  cogían  de  las  diestras  los  contra- 
tantes y  un  tercero  partía  con  la  suya  el  lazo ;  y  la  so- 
lemne fórmula  del  juramento  y  las  reglas  sobre  quién 
era  el  dueño  de  un  objeto  primero  visto  por  uno  y  co- 
gido primero  por  el  otro,  y  otras  acciones  más.  Y  si  del 
derecho  pasamos  a  la  literatura,  no  carecíamos  de 
ésta,  sin  contar,  es  claro,  los  productos  infantilizados, 
y  nada  infantiles,  que  se  nos  metían,  de  adultos  que 
al  producirlos  habían  olvidado  su  niñez.  Y  para  el 
comercio  nos  servíamos,  a  guisa  de  moneda,  de  los 
santos,  figuras  o  z'istas  —que  con  estos  nombres  se 
les  conoce  a  los  cromos  de  las  cajas  de  fósforos — ,  y 
ese  comercio  adoptaba  curiosas  formas  en  trueques,  re- 
trueques, cambalaches  y  préstamos.  Recuerdo  tam- 
bién la  impresión  que  la  naturaleza  viva  hacía  en  nos- 
otros, niños  urbanos,  y  el  anhelo  con  que  íbamos  ^  la 
landa  verde  y  el  religioso  prestigio  con  que  se  nos  im- 
ponía el  mundo  de  los  vivientes,  y  las  mil  fábulas  a 
cuenta  de  bicharracos,  avechuchos  y  alimañas.  Y  lue- 
go las  peleas  entre  los  de  este  barrio  y  los  del  otro, 
y  en  ellas  combinaciones  estratégicas  y  hasta  políti- 
cas. Y  el  código  del  honor  infantil,  que  también  le 
había,  con  las  caballerescas  reglas  en  que  había  de 
cumplirse  toda  cachetina  y  la  generosidad  que  del 
vencedor  se  exigía,  luego  que  el  vencido,  conminado 
por  el  "¿te  rindes?",  se  confesaba  tal.  Y  es  también 
entre  los  niños  donde  hay  que  estudiar  cómo  brota 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


el  caudillaje,  pues  el  cacicazgo  es  el  modo  natural  de 
org-anizarse  toda  sociedad  infantil,  sea  de  niños  o  de 
adultos.  Hay  que  ver  el  benéfico  influjo  que  ejerce 
el  gallito  de  la  calle,  el  mandcni,  en  especial  sobre 
aquellos  que,  rindiéndole  pleito  homenaje,  se  ponen 
bajo  su  amparo. 

Claro  está  que  estos  acarreos  civiles  se  forman  en 
gran  parte  por  remedo  de  la  sociedad  general  o  en- 
volvente, pues  los  niños  recuerdan  a  los  grandes, 
pero  así,  por  imitación,  se  forma  y  desarrolla  toda  so- 
ciedad, y  en  la  de  los  niños,  aun  imitando,  obra  una 
espontaneidad  que  cuando  no  crea,  modifica  y  tras- 
muda lo  imitado,  produciendo  un  derecho,  una  reli- 
gión, una  literatura,  una  política,  un  comercio,  una 
industria,  y  así  de  las  demás  manifestaciones  huma- 
nas. Los  niños,  cuando  se  reúnen,  forman  un  esbozo 
de  comunidad  civil,  con  los  caracteres  todos  de  tal, 
y  así  como  se  hacen  en  las  prácticas  de  las  Normales 
biografías  pedagógicas  de  los  niños,  podrían  hacerse 
verdaderos  estudios  de  sociología  infantil  pedagógica. 

Y  mil  veces  me  he  preguntado  a  tal  respecto  si 
aparte  de  las  necesarias  disciplinas  que  hay  que  tras- 
mitirles al  recentarlos  para  la  vida  social,  no  sería 
acaso  la  mejor  educación,  sobre  todo  cívica,  que 
pudiera  dárseles  la  de  atisbar  esos  gérmenes  sociales, 
observarlos  y  ayudar  su  desarrollo,  empujar  el  pro- 
greso de  esa  incipiente  sociedad  sin  quebrantarla  con 
instrucciones  de  soberano,  obrando  no  ya  sobre  el 
conjunto  de  ellos  como  sobre  mero  agregado,  sino 
sobre  la  comunidad  orgánica  que  forman,  ejerciendo 
una  verdadera  pedagogía  social  y  convirtiéndose  el 
maestro  no  en  rey  absoluto,  sino  en  poder  director 
y  moderador  de  la  república  de  los  niños,  y  no  para 
violentarla  llevándola  por  caminos  trazados  a  com- 
pás y  regla  por  los  adultos,  sino  para  apresurar  y 
enderezar  el  natural  proceso  de  ella.  Lo  que  en  los 
manuales  de  pedagogía  se  llama  enseñanza  mutua 


OBRAS  COMPLETAS 


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tiene  un  alcance  medio  mayor  del  que  suele  dársele, 
y  no  me  refiero  a  los  instructores  encargados  por  el 
maestro  de  repasar  las  lecciones  a  sus  compañeros, 
en  corrillos  escolares,  sino  más  bien  a  la  que  espon- 
táneamente suro-e  así  que  dos  niños  se  ponen  en  trato 
y  al  habla.  Pues  si  en  mitad  del  campo  se  les  presenta 
una  cuesti<'>n.  dirinienla,  o  a  cachete  limpio,  o  por 
engaño  del  uno  merced  a  la  superior  astucia  del  otro, 
o  por  convenio :  y  para  arreglarla,  ellos  se  las  compo- 
nen mejor  que  nadie,  y  juzgo  toda  intervención,  tras 
de  inoportuna,  en  el  fondo  injusta. 

Me  he  preguntado  también  si  no  es  una  torpeza 
tomar  a  los  niños  como  lilanda  arcilla  (|ue  modela  el 
alfarero,  y  sobre  tal  base  ejercer  en  ellos  violencias, 
como  la  de  ahogar  el  caudillaje  de  los  que  resultaren 
cabecillas,  en  vez  de  favorecerlo  y  dignificarlo,  a  la 
vez  que  se  alienta  y  da  valimiento  a  los  hipócritas  y 
aduladores,  a  los  engaitadores  y  pelotilleros,  a  esos 
niños  modositos  y  cazapremios.  en  quienes  acaba  por 
anidar  la  envidia,  más  si  se  le  azuza  con  el  dañino 
aguijón  de  emulaciones,  competencias  y  rivalidades. 
Mal  correrá  en  la  vida  aquel  a  quien  se  le  ha  enseñado 
a  mirar  si  corre  más  o  menos  que  él  su  vecino. 

Natural  que  no  se  deje  a  los  niños  abandonados  a 
sí  mismos,  pero  la  educación  de  su  comunidad  depen- 
de más  aún  que  de  maestros  dedicados  a  ella,  del  in- 
flujo de  la  sociedad  envolvente,  de  la  atmósfera  mo- 
ral en  que  respiren.  La  inmoralidad  es  contagiosa,  y  es 
un  error  creer  que  las  concusiones,  los  abusos  de  auto- 
ridad, las  corruptelas,  la  indisciplina  y  la  hipocresía 
sociales  no  llegan,  como  peste  pegadiza,  a  afectar  a 
los  niños.  Por  sutil  respiración  espiritual,  absorbe 
el  niño  la  maleza  ambiente  y  en  ella  se  empapa.  Cada 
mirada  de  sentimiento  impuro,  de  odio,  de  envidia, 
de  desprecio  o  de  lujuria  es  como  si  dejara  en  su 
carrera  un  invisible  hilo  de  impureza,  y  al  cruzarse 
y  entrecruzarse  estos  hilos,  traman  una  red,  en  cuya 


542 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


invisible  espesura  tropiezan  las  almas  vírgenes,  en- 
suciándose y  sofocándose  en  su  vuelo.  La  escuela  del 
niño  es  la  sociedad  toda,  y  ¡  ay  del  país  en  que  haya 
que  aislarle  de  ella  para  que  no  se  corrompa  y  haya 
que  guardarle  de  la  calle!,  ;  ay  del  huerto  en  que  se 
haga  menester  una  estufa  para  criar  allí  los  tiernos 
brotes  y  trasplantarlos  luego ! 

Pero  i  qué  más,  si  en  la  conducta  misma  que  para 
con  ellos  se  observa  empieza  lo  más  pestilente  de  la 
pestilencia  y  se  ve  más  al  descubierto  que  en  parte 
alguna  la  gangrena  que  corroe  a  nuestro  actual  estado 
social?  Porque  el  mayor  desconsuelo  que  este  estado 
encierra,  lo  más  grave  de  la  cuestión  llamada  social 
y  sobre  lo  que  no  sé  haya  nadie  parado  mientes  lo 
bastante,  es  que  los  más  de  los  padres  tengan  que  des- 
atender a  sus  hijos  para  ganar  con  qué  mantener  a 
éstos  y  mantenerse  ellos,  y  los  atiendan  quienes  lo 
hacen  de  oficio  para  tener  así  con  qué  mantenerse.  Y 
no  es  esto  lo  peor,  sino  que  los  otros,  los  que  no  ne- 
cesitan trabajar  para  mantenerlos,  los  desatienden 
también  para  holgar  a  sus  anchas  en  pasatiempos,  de- 
vaneos y  distracciones,  y  los  entreguen  a  manos  mer- 
cenarias o  los  manden  a  algún  encopetado  colegio 
para  que  no  estorben  en  casa  y  dejen  en  paz  a  sus 
padres.  Fijaos  en  esto  bien,  ¡  que  dejen  en  paz  a  sus 
padres!  Y  así  los  descartan,  y  al  descartarlos,  arrui- 
nan el  hogar,  que  no  es  hogar  fuerte  si  a  diario  no 
lo  fortifica  aliento  de  niños.  Pocas  cosas  se  parecen 
más  en  el  fondo  que  ciertas  familias  de  magnates  y 
las  familias  de  los  gitanos.  Una  de  las  principales 
causas,  acaso  la  más  íntima,  de  la  decadencia  roma- 
na, fué  que  los  ricos  patricios  entregaron  a  sus  hijos 
a  pedagogos  de  alquiler,  a  esclavos;  que  el  servilismo 
educó  a  los  tiranuelos  holgazanes. 

Tiempo  hubo  en  que  Rousseau  puso  en  moda  el  que 
las  madres  amamantaran  a  sus  hijos;  rechazando  a 
las  nodrizas  que,  por  no  ajarse  o  por  más  bajos  mo- 


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543 


tivos  aún,  alquilaban :  pero  aún  no  se  ha  puesto  ni 
siquiera  en  moda  el  que,  rechazando  maestros  de  al- 
quiler también,  les  amamanten  con  los  primeros  sa- 
beres sus  madres  mismas  y  para  ese  oficio  se  pr'.'- 
paren.  Y  vele  aquí  por  qué  hay  quien  opina  que  sería 
lo  natural  que  el  hombre  aprendiese  lo  más  práctico  y 
técnico,  para  trabajar  en  ganarse  el  sustento,  y  la 
mujer,  lo  más  elevado,  puro  y  de  superior  cultura, 
para  educar  a  sus  hijos.  Y  así  dicen  que  en  los  países 
más  cultos,  la  flor  de  la  cultura,  lo  que  embellece  y 
alegra  la  vida  y  anima  a  vivir  y  soñar,  va  yendo  a 
manos  de  las  mujeres,  y  que  es  nuestra  mayor  des- 
gracia que  la  mujer  sea  entre  nosotros  más  ignorante 
aún  que  el  hombre,  con  saber  éste  tan  poco.  La  leche 
del  espíritu,  y  no  rehuséis  la  metáfora,  la  leche  del 
espíritu,  la  flor  de  la  cultura,  la  ciencia  y  el  arte,  en 
cuanto  a  elevadores  de  la  mente,  opinan  muchos  que 
tendrán  que  ir  a  parar  a  las  mujeres,  y  que  ellas  las 
trasmitirán  de  niños  a  niños,  quedando  a  los  hom- 
bres, según  éstos,  el  luchar  con  la  naturaleza  y  ha- 
cerla servir  a  la  satisfacción  de  nuestras  necesidades. 
Mas  sea  lo  que  fuere  de  esto  que  como  opinión  ajena 
doy,  lo  cierto  es  que  es  la  mujer  la  principal  hacedora 
de  las  entrañas  sociales,  y  la  peor  es  la  nuestra,  que 
dormita  en  un  lecho  de  ignorancia,  de  superstición  y 
de  prejuicios,  educándose  más  para  monja  o  para 
novia  que  para  madre.  En  cuanto  a  los  padres,  el  ga- 
narse la  vida  o  el  ganarse  aplausos  los  embarga. 

Hay  ya,  por  fortuna,  quienes,  no  contentos  con 
ser  medianeros  entre  ellos  y  su  Dios,  quieren  tratar- 
le derechamente  y  de  corazón  a  corazón,  en  culto  in- 
terno, siendo  sacerdotes  por  sí  mismos  y  recibiendo 
por  sí  al  Espíritu;  pero  aún  apenas  ha  soplado  la 
reforma  pedagógica,  la  que  suprima  el  medianero  en- 
tre la  humanidad  y  cada  hombre,  el  sacerdote  ungido 
para  trasmitir  el  legado  de  la  cultura,  sino  que  cada 
padre  haga  de  su  hogar  así  como  un  templo,  así 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


también  una  escuela,  y  él  mismo  dé  a  comulgar  a  Dios 
y  dé  a  comulgar  a  sus  hijos  el  legado  de  la  cultura 
humana.  Y  mientras  así  no  pueda  ser,  no  cabe  hablar 
del  derecho  de  los  padres  a  proveer  a  su  antojo  a  la 
educación  de  sus  hijos  por  medianero  a  quien  le 
entregan  movidos  de  ignorancia  y  de  prejuicios. 

¡  Espectáculo  preñado  de  enseñanza  el  que  nos  da 
quien,  por  dirigir  a  un  pueblo,  abandona  la  dirección 
de  sus  propios  hijos,  y  da  a  éstos  un  beso  de  prisa 
y  de  compromiso  para  ir  a  cosechar  palmadas  !  Fi- 
guraos una  sociedad  acabada,  en  que  estuviesen  ven- 
cidas el  hambre  y  la  vanagloria,  que  es  hambre  tam- 
bién espiritual;  en  que  no  hubiese  ni  luchas  por  el 
sustento,  ni  luchas  de  envidia,  ni  codicia,  ni  soberbia, 
y  ¿cuál  otra  sería  su  principal  tarea  sino  la  de  edu- 
car a  sus  hijos,  ni  de  cuál  otra  sacarían  más  deleite 
y  contento  espiritual,  ya  que  de  criarlos  los  saca 
carnal  toda  especie  de  vivientes  ?  ¿  Qué  acerca  al  hom- 
bre más  al  Criador  y  le  hace  ser  más  perfecto,  como 
es  éste  perfecto,  que  el  hacer  hombres  a  imagen  de 
Dios,  el  ideal  de  la  humanidad? 

En  resolución,  pues,  tendamos  a  hacer  de  la  escuela 
un  bosquejo  de  sociedad  civil,  de  patria,  y  de  ésta,  una 
extensión  de  la  escuela ;  mas  aprovechando,  como  en 
aquélla,  sus  naturales  tendencias  y  no  forzándola  a 
entrar  por  caminos  que  no  sean  propios.  Pues  lo  mis- 
mo para  uno  que  para  otro  magisterio,  para  dirigir 
o  gobernar  una  comunidad  escolar  de  niños,  como 
para  adoctrinar  a  la  escuela  que  es  la  patria,  necesí- 
tase, ante  todo  y  sobre  todo,  conocerlas.  La  enseñanza 
es  un  continuo  aprendizaje. 

Y  quiero,  a  este  respecto,  señalar  aquí,  antes  de 
callarme,  que  va  a  ser  en  seguida,  un  nuevo  campo  de 
acción  a  los  maestros  de  escuela,  y  es  el  estudio  de 
nuestro  pueblo,  pues  por  la  posición  que  ocupan,  na- 
die mejor  que  ellos  lo  pueden  aprender.  Lenguaje  po- 
pular, creencias  y  supersticiones,  costumbres  y  hábi- 


OBRAS  COMPLETAS 


545 


tos,  fiestas,  maneras  de  vivir  y  sentir  la  vida,  cantares, 
consejas  y  leyendas,  derecho  consuetudinario,  medi- 
cina casera,  todo  género,  en  fin,  de  vida  íntima,  de 
persistencia  de  infancia  social,  son  los  maestros  de 
escuela  los  más  llamados  a  dárnoslo  a  conocer.  Que 
sepamos  cómo  vive  y  piensa,  y  sueña,  y  trabaja,  y 
canta,  y  siente  nuestro  pueblo,  y  sus  instintos  radi- 
cales y  primarios ;  que  nos  conozcamos  antes  de  po- 
nernos a  corregirnos,  pues  no  hay  más  corrección 
arraigadera  que  la  que  sobre  el  propio  conocerse  des- 
cansa. I  ! 

No  se  levanta  edificio  alguno  duradero  sino  sobre 
inquebrantables  cimientos,  y  para  elevar  el  edificio  de 
nuestra  cultura,  tenemos  que  asentarlo  sobre  la  roca 
viva  de  las  tradiciones  populares,  de  nuestro  íntimo 
modo  de  ser,  de  nuestra  niñez  social  y  colectiva.  Hay, 
por  lo  tanto,  que  ponerla  al  descubierto,  removiendo  el 
terreno  que  la  cubre,  la  capa  de  escombros,  cascotes 
y  escoriales,  de  tierras  de  aluvión,  que  la  historia  ha 
ido  dejando  sobre  ella;  hemos  de  recibir  la  cultura 
sobre  nuestra  infancia. 

Mas  no  por  buscar  cimientos  de  niñez  social  he- 
mos de  dejar  de  trabajar  en  el  acarreo  de  materiales, 
ni  en  la  talla  de  sillares,  ni  en  la  fragua  del  cemento, 
y  no  falta  alguna  razón  a  los  que  opinan  que  lo  ur- 
gente es  hacer  cultura,  sea  la  que  fuere,  y  dejar  que 
ella,  por  natural  acomodo,  vaya  asentándose.  Pero  la 
una  cosa  no  echa  fuera  a  la  otra,  sino  que  todos  tra- 
bajan para  bien  de  la  patria,  los  que  traen  materiales 
y  los  mampostean  y  los  que  cavan  cimientos.  El  punto 
está  en  trabajar  por  la  cultura  patria.  ¿  Con  qué 
orientación?  No  importa. 

Cuando  el  ave  peregrina  quiere  emigrar,  primero  se 
remonta,  sube  y  más  sube  hasta  dominar  dilatadas 
lontananzas,  y  entonces,  tras  brevísimo  ojeo,  parte 
flechada ;  bástale  tender  la  vista  para  orientarse.  Así, 
hoy  por  hoy,  lo  que  nos  cumple  es  remontarnos  y 


U.NAMUNO. 


18 


546 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ahondar,  levantar  la  fuerte  torre  sobre  fuertes  ci- 
mientos, escalar  el  cielo,  y  luego,  encumbrados  a  la 
pingorota,  con  sólo  echar  desde  ella  un  vistazo  al 
campo,  avistaremos  nuestra  tierra  de  promisión.  Es- 
tudiar, sea  lo  que  fuere,  que  todo  es  bueno,  y  comu- 
nicárnoslo todo  los  unos  a  los  otros,  que  de  esta 
comunicación  nace  amor;  comprender  que  nada  hay 
que  no  deba  saberse,  romper  todo  índice  expurgato- 
rio; perder  el  miedo  a  las  ideas  y  darnos  cuenta  de 
que  cuanto  menos  se  estudia,  hace  más  daño  lo  poco 
que  se  estudiare,  y  esperar.  Hagamos  como  el  niño, 
que  en  realidad  nada  se  propone  ni  ansia  sino  hacerse 
mayor,  adulto,  medirse  con  los  mayores  y  hombrear, 
llegar  a  su  padre. 

Y  en  todo  caso,  hagamos,  os  lo  repito,  de  la  patria 
una  escuela,  y  de  cada  escuela,  una  patria.  Son  hoy 
mis  últimas  palabras  y  con  ellas  y  el  encareceros  mi 
agradecimiento  por  la  atención  con  que  me  habéis 
oido,  doy  por  terminado  este  acto. 

(Texto  publicado  en  el  Magisterio  Salmantino 
año  IX,  núm.  22,  agosto  3  de  1903.) 


CONFERENCIA  TRONUNCJADA  EN  EL  TEA- 
TRO PRINCIPAL  DE  LA  CORUÑA,  LA  NOCFIE 
DEL  18  DE  JUNIO  DE  1903,  A  INVITACION 
DE  LA  REUNION  DE  ARTESANOS  DE  DICHA 
CIUDAD 


Señoras  y  señores : 

En  grave  compromiso  me  han  puesto  mi  buena  ami- 
ga la  señora  Pardo  Bazán  y  la  prensa  de  esta  ciudad 
con  la  presentación  que  de  mí  han  hecho  al  público. 

Sólo  quisiera  que  estos  elogios  pudieran  compen- 
sarse no  defraudando  las  esperanzas  de  los  que  me 
escuchan;  pero  grave  es  el  aprieto,  repito,  porque 
como  venía  sin  preparación  y  no  he  tenido  tiempo 
para  hacerlo,  yo,  que  no  soy  repentista,  temo  defrau- 
daros, y  sobre  todo  temo  digresionar. 

Pero  debo  advertiros  que  no  trato  de  hacer  un 
discurso,  sino  una  conversación.  Cuando  quiero  decir 
algo  concreto,  lo  escribo.  Así  ocurrió  con  cuanto  dije 
en  Orense,  que  lo  traía  pensado  y  vuelto  a  pensar, 
escrito  y  vuelto  a  escribir.  Pero  algo  os  debo,  y  para 
ello,  en  estas  dos  mañanas  últimas  he  tomado  algunas 
notas  acerca  de  lo  que  me  propongo  decir. 

Pero  quizá  sea  mejor  esta  conversación  que  un 
discurso,  ya  que  yo,  lejos  de  creer  que  España  es  la 
nación  de  los  oradores,  considero  a  éstos  como  es- 
critores de  palabra,  y  a  los  escritores,  como  oradores 
por  escrito. 

Mas  estoy  acostumbrado  a  la  cátedra  y  aquí  me 
encuentro  fuera  de  mi  centro,  sometido  a  una  impre- 
sión que  no  puedo  dominar;  y  para  vencerla  en  parte, 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


os  ruego  que  me  permitáis  seguir  mi  costumbre  y 
hablar  sentado. 

Así  estaremos  en  familia. 

íY  qué  os  diré?  Nada  tengo  de  orador,  y  menos 
de  orador  de  cinta.  Llamo  oradores  de  cinta  a  los 
que  hablan  en  las  ferias  como  si  tirasen  de  una  cinta 
al  modo  de  los  prestidigitadores,  cortándola  cuando 
les  parece  conveniente. 

Además,  carezco  de  tema  concreto  y  de  conoci- 
miento de  lugar,  porque  si  yo  hubiera  tenido  tiempo 
de  conoceros  y  trataros  antes  de  hablaros,  me  pare- 
cería que  el  mayor  favor  que  pudiera  haceros  en  pa- 
go de  vuestra  buena  hospitalidad  sería  deciros  fran- 
camente vuestros  defectos. 

Hablaremos  de  lo  del  momento,  a  salga  lo  que 
saliere,  siguiendo  en  ello  el  ejemplo  de  nuestro  maes- 
tro Don  Quijote,  que  se  dejaba  conducir  al  capricho 
de  Rocinante,  y  cuando  pensaba  lanzarse  a  em- 
presas guerreras  se  detenía  a  conversar  con  el  criado 
de  Andrés  el  Rico.  En  lo  cual,  a  su  vez,  Don  Quijote 
no  hacía  más  que  imitar  a  su  maestro  Cristo,  quien 
decía  que  no  había  atención  más  importante  que  la 
del  momento,  y  se  paraba  a  hablar  con  la  mujer 
del  flujo. 

Digamos  con  un  antiguo  escritor  ascético  que  hay 
que  hacer  cada  cosa  como  si  fuera  la  única  y  la  últi- 
ma que  hubiera  de  hacerse. 

La  eternidad  es  ahora  y  el  infinito  es  aquí. 

Temo  que,  por  educación  en  gran  parte,  por  mi 
estructura  intelectual,  quizá  mi  discurso  parezca  un 
sermón  laico,  careciendo  de  unción  y  de  intimidad, 
a  pesar  de  lo  cual  debo  deciros  que  no  creo  en  la 
acción  beneficiosa  de  los  tribunos. 

La  palabra  entre  nosotros  ya  se  ha  dicho  muchas 
veces  que  se  emplea  para  encubrir  el  pensamiento  o 
la  carencia  de  él.  Los  discursos  de  nuestros  oradores 
me  hacen  el  efecto  de  discursos  con  miriñaque  y  pos- 


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tizos  que  se  emplean  para  ocultar  la  escualidez  Hel 
cuerpo. 

La  palabra  y  el  traje  esmirrían  y  deforman  cuan- 
do no  se  ajustan  a  aquello  que  visten.  Por  eso  los 
oradores  naufragan  en  un  mar  de  ñoñeces  y  carecen 
de  profundidad  por  falta  de  sinceridad. 

El  ser  más  humilde  y  leve,  el  que  nos  parezca  más 
insignificante,  nos  revela  la  profundidad  toda  del  in- 
finito si  acierta  a  desplegar  sin  reservas  a  nuestros 
ojos  sus  entrañas  enteras ;  vemos  entonces  el  uni- 
verso todo  reflejado  en  él. 

Cualquiera  puede  ser  profundo  con  .sólo  ser  since- 
ro, y  así  como  el  antiguo  paganismo  produjo  con  la 
desnudez  del  cuerpo  la  estatuaria  griega,  represen- 
tación de  hombres  fuertes,  robustos  y  hermosos,  el 
cristianismo,  con  la  desnudez  del  alma,  se  propuso 
enaltecerla.  Si  nos  viésemos  todos  las  almas  desnu- 
das, esa  sinceridad  acabaría  con  las  rencillas  y  re- 
concomios que  desgarran  a  la  humanidad. 

Pero  ¡  cuán  difícil  es  alcanzar  esa  sinceridad !  Yo 
aquí,  ahora  mismo,  no  soy  sincero :  llevo  un  traje 
falso  que  no  acostumbro  a  vestir  y  que  embaraza  mis 
movimientos,  y  hablo  ante  un  público  desconocido  y 
en  un  teatro,  fuera  de  mi  elemento. 

Jamás  he  podido  comprender,  por  más  que  com- 
prendo la  conveniencia  de  hacerlo,  a  las  gentes  ca- 
paces de  mover  o  arrastrar  a  una  muchedumbre.  Qui- 
zá ellas,  en  cambio,  no  saben  comunicarse  de  alma  a 
alma. 

Comparo  eso  con  lo  que  ocurre  con  las  aguas.  Hay 
lagos,  y  hasta  mares,  como  le  pasa  en  parte  al  Cas- 
pio, cuyas  aguas  estancadas  se  ven  agitadas  a  veces 
por  verdaderos  temporales,  pero  que  a  pesar  de  ellos 
vuelven  a  su  tranquilidad  y  quedan  siempre  estanca- 
das :  son  aguas  muertas.  Y  en  cambio  hay  ríos  cuyas 
aguas  limpias  y  cristalinas  parecen  tan  inmóviles  que 
apenas  si  tiembla  en  ellas  el  reflejo  de  los  árboles  de 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


la  ribera,  y,  sin  embargo,  corren  incesantemente  hacia 
el  mar:  son  aguas  vivas. 

Hoy  hay  regiones  en  España  en  que  se  llega  hasta 
a  andar  a  tiros.  No  se  crea,  sin  embargo,  que  la  opi- 
nión está  en  ellas  verdaderamente  agitada.  Me  re- 
cuerda la  frase  de  Platón  que  dice:  "El  pueblo  mata 
a  Sócrates  sin  razón  y  querria  después  resucitarlo 
sin  saber  a  punto  fijo  por  qué". 

Es  menester  tener  un  ideal :  Dios.  Lo  hecho  por 
Dios,  esto  sólo  es  uno ;  y  es  preciso  sembrar  ideas, 
pero  sembrarlas  a  tiempo,  porque  de  nada  sirve  arro- 
jar la  semilla  sobre  im  terreno  seco  y  de  corteza  en- 
durecida si  antes  no  se  le  ha  abierto  un  surco  con 
la  reja  del  arado. 

Del  mismo  modo  es  inútil  sembrar  ideas  sin  abrir 
antes  surco  en  los  que  hayan  de  recibirlas. 

Pero  aun  dentro  de  la  misma  sinceridad  hay  una 
sinceridad  pasajera  y  otra  permanente.  La  perma- 
nente ha  de  empezar  por  una  completa  buena  fe.  Para 
no  mentir  a  los  demás,  es  menester  comenzar  por  no 
mentirse  a  sí  propio. 

Sinceridad  y  humildad.  La  humildad  es  también 
cosa  esencialísima.  De  hombre  a  hombre,  sean  los 
que  fueren,  no  hay  nunca  gran  distancia. 

La  humildad  puede  compararse  a  los  millones  de 
huevecillos  de  ciertos  peces,  que  se  reúnen  en  grupos 
formando  huevas.  Los  que  se  encuentran  en  la  peri- 
feria, o  sea  en  el  exterior,  perecen  por  la  acción  de 
los  agentes  extraños  y  se  destruyen  protegiendo  a  los 
centrales,  de  los  que  nacen  nuevos  seres.  Perecen, 
pues,  por  el  lugar  en  que  se  encuentran.  ¿  Son  des- 
iguales ?  No.  ¡  Ay  del  que  nace  periférico ! 

Tengo  yo  un  amigo  que  hablando  de  doctrinas  ni- 
veladoras protestaba  contra  ellas  diciendo  que  son 
como  la  segur  que  corta  las  cabezas  más  salientes 
sobre  la  multitud.  A  lo  cual  respondí :  "Amigo,  cuan- 


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do  vea  la  segur  apéese  de  los  zancos  y  le  pasará  un 
palmo  por  encima  de  la  cabeza". 

La  sinceridad  en  la  humildad  y  la  humildad  en  la 
sinceridad  se  reflejan  en  el  Evangelio.  Todos  recor- 
dáis la  hermosa  parábola  del  fariseo  y  el  publicano. 
El  fariseo  da  gracias  a  Dios  por  ser  tan  diferente 
del  publicano,  y  éste,  humilde  y  oscuro,  se  lamenta  de 
no  ser  digno  de  entrar  en  el  templo.  Pero  Cristo 
honra  al  publicano  y  rechazó  al  fariseo. 

Todo  el  Evangelio  respira  esta  doctrina,  y  hay  en 
él  tanta  humildad,  que  fustiga  duramente  a  escribas 
y  fariseos  hinchados  de  letras ;  sólo  una  vez  en  todo 
él  promete  Cristo  explícitamente  el  Cielo,  diciendo: 
"Tú  serás  conmigo  en  el  Paraíso".  Y  esto  es  a  un 
bandolero :  al  buen  ladrón. 

Esto  trae  a  mi  memoria  un  pasaje  de  una  de  las 
más  hermosas  novelas  del  escritor  ruso  Dostoyewsky, 
en  el  que  un  hombre  degradado  y  envilecido  refiere  en 
una  taberna  su  miserable  vida  a  costa  del  honor  de 
su  hijo,  que  le  mantiene,  y  se  propone  cambiar.  Pero 
vuelve  a  caer  al  día  siguiente  en  la  misma  vida.  Mas 
aquel  hombre  tiene  fe,  y  espera  que  Cristo  le  dirá 
el  día  de  su  Juicio:  "Pasad  vosotros  primero,  los  que 
no  os  habéis  considerado  dignos  de  entrar". 

Rompamos,,  pues,  con  la  mentira,  y  reconozcamos 
que  ahí  está  quizá  la  razón  de  la  simpatía  del  pueblo 
por  ciertos  héroes  tristemente  célebres. 

Schiller  la  inmortalizó  en  su  Carlos  Moor :  lo  malo 
es  que  cuando  estos  héroes  se  ven  en  presencia  de 
la  admiración  popular,  se  erostratizan.  Pero,  cuando 
menos,  reconozcamos  en  ellos  la  sinceridad.  Desvali- 
jan en  nombre  de  sus  necesidades :  no  en  nombre  de 
los  altos  principios.  Porque  hay  tal  relación  entre  las 
cosas  que  parecen  más  incongruentes,  que  Renán  cuen- 
ta que  allá  en  la  Edad  Media,  cuando  las  correrías  de 
los  señores  y  sus  mesnadas  hacían  imposible  la  vida, 
los  habitantes  de  los  países  convinieron  en  dirigirse  a 


552 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


alguno  de  aquéllos:  "Reconocemos  tu  soberanía  y 
te  pagaremos  un  canon,  a  cambio  de  que  nos  defien- 
das de  todos  los  demás".  Y  así  — añade  Renán — 
de  los  primeros  bandoleros  a  sueldo  nació  la  gendar- 
mería. 

Lo  que  hay  es  que  aquellos  hombres  eran  fieras,  y 
hoy  la  fiera  humana  ha  sido  domesticada.  Se  la  ra- 
sura, se  la  viste,  se  le  riza  el  bigote  y  se  la  presenta 
en  el  escenario. 

Es  menester  naturalizar  la  humanidad  y  humani- 
zar la  Naturaleza.  Este  es  el  verdadero  progreso.  Y 
el  sobrehombre  será  aquel  en  cuyo  interior  se  refleje 
más  exactamente  la  vida  toda  de  la  Naturaleza.  Por 
eso  yo,  cuando  me  encuentro  cansado,  busco  la  so- 
ledad en  la  Naturaleza,  y  me  paseo  por  aquellos  cam- 
pos castellanos,  austeros  y  graves,  oyendo  el  mudo 
lenguaje  de  los  árboles,  y  sobre  todo  el  de  las  enci- 
nas, que  son  muy  elocuentes  quizá  por  lo  que  callan. 

Esto  me  trae  a  la  memoria  un  antiguo  simbolismo 
que  quiero  recordar  ahora.  Allá  en  el  siglo  xiii  es- 
taban marcadamente  separados  los  tres  reinos  místi- 
cos del  Evangelio  eterno:  El  del  Padre,  el  del  Hijo 
y  el  del  Espíritu  Santo,  o  sean  el  del  dominio  de  la 
fuerza,  el  de  la  idea  y  el  del  espíritu. 

Primero  dominó  la  fuerza,  después  dominaron  las 
ideas.  El  ideal  es  que  llegue  a  dominar  el  espíritu, 
conquistando  la  Naturaleza.  Y  ese  será  el  dominio, 
el  tiempo  del  Verbo.  Es  menester  naturalizar  el  es- 
píritu y  espiritualizar  la  Naturaleza  por  la  ciencia  y 
el  arte,  por  las  ideas. 

Hay  quien  cree  que  las  ideas  gobiernan  el  mundo. 
Yo  creo  que  el  mundo  está  gobernado  por  los  hom- 
bres. Estamos  en  el  período  de  las  ideas,  pero  de  las 
ideas  de  fuerza.  Así  vemos  que  se  grita :  ¡  Nada  de 
caridad!  ¡Justicia!  Siimn  ciiique  tribiicre.  Dar  a  cada 
uno  lo  suyo.  Pero  ese  es  el  principio  de  aquel  bár- 


OBRAS  COMPLETAS 


553 


baro  Derecho  Romano,  obra  de  un  pueblo  de  solda- 
dotes metidos  a  leg-istas. 

No,  no  basta  la  justicia,  porque  si  damos  a  cada 
uno  lo  suyo,  todos  nos  quedaríamos  sin  nada. 

Ni  aun  basta  la  verdad,  porque  ¿qué  es  la  verdad? 
Recuerdo  a  este  propósito  una  frase  de  un  pensador 
danés,  Kierkegaard.  quien  dice  que,  si  de  dos  hom- 
bres, uno  adora  a  Dios  falsamente  y  el  otro  a  un  fe- 
tiche con  toda  su  alma,  el  Dios  en  ese  caso  es  el 
fetiche,  y  el  fetiche  es  Dios. 

Aparte  de  eso,  yo  nunca  he  tenido  gran  respeto  a 
las  ideas.  Aborrezco  este  bárbaro  dogmatismo  nues- 
tro. Las  ideas  deben  tenerse  mientras  sirven  y  sus- 
tituirse después  con  otras  nuevas.  Hago  con  ellas  lo 
que  con  los  zapatos :  las  uso  mientras  están  útiles ; 
luego,  las  tiro;  nunca  falta  quien  las  recoja. 

Por  eso,  cuando  alguien  me  ha  acusado  de  cam- 
biar de  casaca,  he  contestado  que  lo  tengo  a  gala, 
porque  más  vale  cambiar  de  casaca  que  no  tener  nin- 
guna, aquí  donde  casi  todo  el  mundo  anda  desnudo. 

Siempre  tuve  cuidado  de  que  no  me  deformen  los 
demás  con  la  idea  que  de  mí  tengan.  O.  W.  Holmes  (1) 
escribió  una  cosa  sobre  los  tres  Juanes.  Juan  tal  como 
es,  tal  como  cree  que  es  y  tal  como  los  demás  se  lo 
figuran.  Pues  bien ;  a  mí  me  ocurre  algo  de  eso. 
Y  por  más  que  procuro  evitarlo,  estoy  convencido 
de  que  el  Unamuno  externo  acabará  por  sofocar 
al  verdadero  yo,  lo  cual  ocurre  en  España  a  casi 
todos  los  hombres  notables  y  especialmente  a  los  po- 
líticos, quienes,  a  fuerza  de  ver  su  caricatura,  aca- 
ban por  caricaturizarse. 

Quizá  esto  que  yo  digo  es  algo  de  soberbia,  pero 
no  importa ;  tengo  el  deber  de  ser  sincero  y,  por  eso, 


t  El  texto  impreso  dice  Mark  Twain,  y  los  lectores  de  Una- 
muno recordarán  sus  frecuentes  alusiones  a  este  pasaje  del  hu- 
morista norteamericano  Oliver  Wendell  Holmíjs,  autor  de  El  au- 
tócrata de  la  mesa  redonda. 


554 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cuando  alguna  vez  me  han  preguntado  qué  es  lo  que 
soy  en  politica,  en  filosofía,  en  tantas  otras  cosas,  he 
contestado:  orejano.  Orejanas  son  las  reses  que  no 
llevan  marca  ni  señal  alguna,  porque  no  pertenecen 
a  ninguna  ganadería.  Y  es  que  me  molesta  que  me 
traten  como  a  un  insecto  y  me  claven  a  una  caja 
por  el  coselete,  poniéndome  debajo  un  rotulito.  Eso 
es  faltar. 

Es  lamentable  lo  que  ocurre  en  España:  aquí  no 
se  educa  a  la  gente  a  ser  sincera:  y  es  que  todo  el 
mundo  teme  caer  de  primo,  pero  yo  prefiero  que  me 
engañen  a  engañar  a  nadie. 

Hablemos  de  España.  No  conozco  más  regiones 
que  la  en  que  nací  y  la  en  que  vivo  hace  doce  años. 

En  todas  partes  hablan  de  su  franqueza.  Los  ara- 
goneses, de  su  ruda  franqueza;  los  vascongados  se 
alaban  también  de  serlo  en  alto  grado.  Nada  digamos 
de  los  castellanos,  que  se  consideran  el  tipo  clásico  de 
la  franqueza.  Todos  son  francos,  pero  la  franqueza 
no  aparece  por  ninguna  parte.  Y  es  que  no  debió  ser 
nunca  virtud  española. 

Todo  es  aquí  hipócrita.  La  educación,  la  literatu- 
ra, enfática  y  falsa ;  hasta  la  Naturaleza ;  por  más  que 
la  Naturaleza  gallega  es  más  sincera  que  la  castellana. 
Estos  no  son  los  campos  castellanos,  campos  dogmáti- 
cos, que  mirando  ceñudos  al  cielo  limpio,  y  como  en- 
carándose con  él,  parecen  guardar  cicateros,  sus  en- 
trañas de  piedra,  sino  que  son  valles  francos  y  libe- 
rales que  se  dan  en  castañares  y  abren  su  verdura 
al  sol,  árboles  que  despliegan  sus  pulmones,  su  fron- 
da al  aire  libre...  La  hermosura  misma  de  las  hijas 
de  esta  tierra,  como  que  hace  gala  de  franqueza  y  de 
sinceridad  corporal. 

¿  Corresponde  la  sociedad  a  esta  franqueza  del  te- 
rreno? Me  temo  que  como  en  España  toda,  ¡no! 

Antes  de  venir  a  Galicia  sólo  conocía  de  ella  su 
literatura  regional,  una  fuente  sospechosa.  Me  pare- 


OBRAS    COMPLETAS  555 

ce  quejillona  unas  veces,  y  burlona  otras.  Esto  me 
hace  pensar  mal,  porque  el  que  se  queja  rara  vez 
es  sincero :  suele  tener  la  astucia  del  mendigo. 

Ayer  mañana,  mientras  el  agua  del  cielo  lavaba  la 
verdura  de  los  campos,  leía  yo  en  Meirás  los  can- 
tares gallegos  de  Rosalía  de  Castro  y  me  detuve  en 
aquella  especie  de  canto  de  Els  Scgadors  gallego. 

Castellanos  de  Castilla, 
Tratade  ben  ós  gallegos; 
Cando  van,  van  como  rosas; 
Cando  ven,  vén  como  negros. 

Y  lo  de: 

Morrea  aquel  q'eii  quería, 
E  f-ara  mi):   n'liay  consuelo: 
Solo  hay  para  min.  Castilla, 
A  mala  ley  que  che  teño. 

Prcmita  Dios  castellanos. 
Castellanos  que  aborrego 
Qn'antes  os  gallegos  morran 
Qu'ir  a  pedirvos  sustento. 

Y  me  dije :  ¡  A  pedirlo,  no :  a  tomarlo  ! 

Y  más  adelante : 

En  verdad  non  hay,  Castilla, 
Xada   como  ti  tan  feio. 
Qu'ainda  millar  que  Castilla 
Valera  decir  inferno. 

El  infierno  lo  llevamos  todos  dentro  y  disuelto  en 
nuestra  sangre.  Es  la  hipocresía. 

Observo  que  los  españoles  cuando  queremos  ha- 
blar de  cosas  exageradas,  falsas,  les  llamamos  por- 
tuguesadas, pero  en  Portugal  he  notado  que  allí  se 
les  llama  españoladas. 

Y  es  que  tantos  siglos  de  inquisición  y  de  fingi- 
miento han  deprimido  la  verdad  en  nuestra  raza.  Lo 
sacrificamos  todo  al  recelo  del  escándalo.  Las  ciuda- 
des están  agarrotadas  por  una  hipocresía  mansa  que 
se  hace  más  pestilente  de  algunos  años  a  esta  parte. 
En  todas  ellas  me  dicen  lo  mismo.  El  retroceso  es 
cada  vez  más  triste.  Nadie  quiere  lucha.  Vivimos  en 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


una  tolerancia  aparente,  pero  en  plena  inquisición 
oculta. 

Ya  sé  que  a  nadie  se  tuesta,  ya  no  se  hacen  autos 
de  fe,  pero  se  hace  algo  peor:  combatir  las  ideas 
con  la  burla. 

Todo  se  sacrifica  a  no  escandalizar.  Aun  en  la 
muerte  se  prefiere  mentir  por  no  dar  un  escándalo 
público  y  solemne,  sin  comprender  que  es  mucho 
peor  el  escándalo  permanente  y  difuso.  Nos  empeña- 
mos en  engañarnos  y  en  engañar  a  Dios. 

En  la  sociedad  española  mentimos  todos  siquiera 
con  el  silencio.  El  que  calla  otorga ;  y  callamos. 

Yo  mismo  estoy  dando  vueltas  para  abordar  la 
cuestión  religiosa.  Ya  nombré  la  bicha.  Hay  regiones 
en  las  cuales  puede  hablarse  de  todas  las  cosas  me- 
nos nombrar  la  bicha  por  su  verdadero  nombre,  por- 
que si  se  pronuncia  la  palabra  culebra,  las  gentes  em- 
piezan a  decir  lagarto,  lagarto,  y  a  hacerse  signos  con 
los  dedos,  y  eso  que  en  las  escuelas  les  enseñaron  a 
no  creer  en  hechicerias  y  cosas  supersticiosas. 

En  otras,  en  cambio,  se  ríen  de  eso,  pero  caen  en 
otras  debilidades  equivalentes. 

No  hace  mucho  tiempo  que  hablando  yo  con  un 
amigo  mío  acerca  de  cuestiones  sociales,  hube  de  ma- 
nifestarle opiniones  a  las  que  prestó  su  aquiescencia, 
hasta  que  uno  de  los  que  nos  escuchaban  interrumpió 
diciendo:  "Pero  eso  es  anarquismo",  y  allí  se  acabó 
ía  conformidad  de  mi  amigo. 

Con  ese  sistema  nos  empobrecen  el  espíritu.  Las 
gentes  quieren  que  les  den  las  cosas  hechas,  masca- 
das; a  ser  posible,  ensalivadas. 

Tengo  un  amigo  que  sigue  los  consejos  de  su  mé- 
dico, a  pesar  de  no  tener  gran  fe  en  él,  y  pregun- 
tándole yo  por  qué  lo  hace,  me  dijo  que  no  quiere 
quebraderos  de  cabeza.  "Prefiero  descansar  a  enfras- 
carme en  lecturas  que  me  harían  creer  que  tengo  to- 
das las  enfermedades  conocidas.  Así  como  yo  no  he 


OBRAS  COMPLETAS 


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de  matarme,  si  él  me  mata  ello  irá  sobre  su  con- 
ciencia." 

Pues  eso  hacen  los  españoles  con  la  medicina  del 
espíritu,  a  quien  se  podrá  decir  lo  que  yo  dije  a  mi 
amigo:  "Está  usted  podrido  de  pies  a  cabeza,  y  como 
usted  la  mayor  parte  de  la  humanidad". 

Eso  se  parece  a  lo  que  pasa  con  los  usureros. 

Un  pueblo  sin  condiciones  de  vida  y  que  no  ha 
aprendido  a  ganarla,  tiene  que  entregarse  por  fuerza 
al  usurero,  que  a  veces  realiza  una  función  social, 
hasta  meritoria  si  se  quiere,  ya  que  en  épocas  de 
abundancia  almacena  el  dinero,  que  luego  facilita 
cuando  viene  la  escasez,  haciendo  así  una  especie  de 
efecto  de  esclusa.  Tanto  es  así  que  los  pueblos  no 
sienten  odio  hacia  el  usurero  que  se  contenta  con 
cobrarles  su  interés  y  no  les  estafa  ni  les  hace  firmas 
falsas. 

Eso  es  falta  de  vida  económica. 

Trasladad  eso  al  campo  político  y  encontraréis  ai 
cacique.  Como  nadie  ejerce  sus  derechos  se  dan  casos 
de  que  los  pueblos  lleguen  a  exclamar:  "Aquí  lo  que 
hacía  falta  era  un  buen  cacique". 

Pues  lo  que  va  dicho  de  lo  económico  y  de  lo  po- 
lítico igualmente  debe  aplicarse  a  lo  religioso  en  un 
país  donde  durante  siglos  no  se  ha  permitido  pensar 
sobre  ello. 

Así  ha  podido  nacer  esa  terrible  frase  famosa :  "No 
me  lo  preguntéis  a  mí..." 

Y  aquí  viene  a  pelo  otro  verso  gallego,  el  de  las 
mozas  de  Lexe : 

Pues  por  bailar  bailarían 
N'o  cribo  d'tinha  paneira; 
Alais  en  tocando  que  recen, 
En  rezar  son  as  primeiras... 
Dan  o  mundo  ó  gu'é  d'o  mundo. 
Dan  a  ygrexa  o  qu'c  d'a  ytirexa. 

Y  así  resulta  que  no  se  realiza  la  compenetración 
ideal  de  hacer  del  mundo  iglesia  y  de  la  iglesia  mun- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


do,  y  no  se  emplea  el  lenguaje,  como  un  amigo  mío, 
muy  amigo,  aunque  sus  ideas  sean  opuestas  a  las 
mías  (es  carlista),  a  quien  reprendiendo  yo  un  día 
porque  vendía  su  voto,  me  contestó :  "Ese  no  es  mi 
lenguaje;  para  nada  lo  quiero:  el  mío  es  andar  a 
tiros  en  el  monte". 

Me  aseguran  que  aquí  no  importa  verdaderamen- 
te otra  cuestión  que  la  económica.  Sólo  la  honda  mi- 
sería  dará  lugar  a  la  rebeldía,  que  otra  cosa  no  ha 
podido  provocar. 

La  miseria  es  por  sí  sola  una  fuerza,  pero,  sin 
embargo,  cuando  es  tan  honda  no  permite  al  hom- 
bre quejarse,  y  según  el  hombre  va  mejorando  en 
condición  social,  va  tratando  de  alcanzar  más.  Y 
eso,  que  se  puede  llamar  la  incontentabilidad,  debe 
ser  la  suprema  virtud  de  los  humildes. 

Pero  este  país  tendrá  que  despertar  por  convulsio- 
nes económicas,  porque  los  hombres  que  están  en  la 
penuria  pasan  por  el  mundo  como  sombras,  sin  dejar 
rastro. 

En  España  no  hay  verdadera  intimidad  espiritual. 

Eso  explica  las  pocas  Memorias  que  hay  en  nues- 
tra literatura.  El  hombre  interior  se  hurta  a  los  de- 
más y  se  pierde  a  sí  mismo.  ¡  Vae  solis!  ¡  Ay  de  los 
que  van  solos !,  y  la  mayor  parte  van  solos  por  el 
camino  de  la  vida. 

El  aislamiento  nos  corroe,  nos  falta  fe  en  nosotros 
mismos  porque  los  demás  no  nos  creen.  Y  quizá  la 
costumbre  de  confesarse  en  secreto  impida  las  con- 
fesiones en  público. 

Una  famosa  agitadora  inglesa,  Annie  Besant,  dice: 
"La  frase  habitual  hay  que  hacer  esto,  pero  ¿por 
qué  he  de  ser  yo  quien  lo  haga  ?  debe  sustituirse  por 
esta  otra :  ¿  Por  qué  no  he  de  ser  yo  el  encargado 
de  hacerlo  ?" 

Y  es  qiie  todo  lo  que  no  sea  marchar  como  los 
borregos  se  considera  afán  de  singularizarse. 


OBRAS  COMPLETAS 


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Todo  esto  explica  el  fracaso  del  liberalismo. 

Ahora  se  estila  abominar  de  ciertas  ideas  que  se 
califican  de  jacobinismo.  Pues  bien;  llegó  el  momen- 
to de  levantar  y  proclamarse  jacobino  con  la  frente 
muy  alta,  protestando  de  que  en  nombre,  no  de  la 
razón,  sino  del  estetismo  y  de  un  pretendido  buen 
tono  se  declaren  ideas  y  doctrinas  determinadas,  cur- 
sis, de  mal  gusto,  anacrónicas,  propias  de  los  tiem- 
pos del  morrión,  mandados  retirar. 

El  país  se  burla,  y  esa  burla  de  buen  tono,  de  las 
gentes  de  mundo  especialmente,  nos  ha  llevado  a  un 
escepticismo  amable  que  considero  funesto. 

Libertad,  ¿  qué  libertad  es  ésta  ?  Esta  es  la  liber- 
tad de  la  escuela  manchesteriana,  que  preconiza  el 
libre  cambio  y  la  libre  concurrencia. 

Dejad  a  los  hombres  que  trabajen  libremente  y  se 
disputen  en  buena  lid  — ¡ah!,  pero  es  que  aquel  hom- 
bre a  quien  queréis  hacer  luchar  tiene  grillos  en 
los  pies — .  ¿  Qué  libertad  puede  fundarse  en  un  estado 
económico  en  que  el  hombre  que  quiere  trabajar  se 
encuentra  la  tierra  acotada  por  todas  partes  y  a  lo 
sumo  le  concederán  en  ella  el  espacio  necesario  para 
enterrar  su  cuerpo? 

Mientras  la  tierra  no  sea  libre,  la  libertad  será  una 
palabra  sin  sentido. 

Mientras  la  tierra  fué  libre  hubo  esclavos  que,  en- 
cadenados, la  labraban  en  beneficio  de  un  señor ;  caye- 
ron las  cadenas  y  el  hombre  se  hizo  libre,  pero  en- 
tonces el  señor  recibió  en  compensación  la  tierra. 

Otro  tanto  puede  decirse  de  las  demás  libertades : 
libertad  de  la  prensa.  ¡  Si  no  la  hay !  Libertad  de  con- 
ciencia y  de  pensamiento...  ¡Si  aquí  nadie  piensa  en 
nada!  Libertad  de  enseñanza...  ¡Mentira!  Es  una  li- 
bertad imposible  mientras  el  padre  abdique  de  su  fun- 
ción más  augusta:  la  de  enseñar  a  sus  hijos,  y  en- 
cargue a  ella  a  un  mediador. 

Al  menos  el  estado  docente  tiene  la  ventaja  de  que 


560 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


la  cultura  pueda  estar  encargada  a  una  minoría  que 
puede  ser  escogida. 

Nada  de  libertad:  cultura,  y  es  menester  imponer- 
la ;  y  para  ello  permitid  que  yo  sueñe  con  el  resta- 
blecimiento, en  cierto  modo,  y  para  bien,  de  aquella 
Inquisición  que  fué  la  única  institución  capaz  de  do- 
minarnos, y  tanto  más  práctica  cuanto  que  en  nues- 
tro país  todos  tenemos  alma  de  inquisidores. 

¿  Pero  quién,  me  preguntaréis,  es  el  que  ha  de  de- 
terminar cuál  ha  de  ser  esa  cultura?  Permitidme  la 
soberbia,  pero  yo  contesto:  Yo,  y  los  que  como  yo 
piensan. 

^:Que  esto  es  declararse  infalible?  Prefiero  la  in- 
falibilidad propia  a  creer  en  la  ajena. 

La  cultura  ha  de  estar  fundada  en  la  ciencia,  pero 
hay  que  andar  con  cuidado  con  esa  señora. 

Oiréis  decir  continuamente :  la  ciencia  dice  esto, 
la  ciencia  dice  lo  otro.  Digamos  francamente  que  la 
ciencia  no  dice  nada.  Los  que  dicen  esas  cosas  son 
unos  cuantos  señores  que  toman  su  nombre. 

Y  es  que  la  verdad  es  objetiva  o  subjetiva,  y  hay 
una  gran  diferencia  entre  una  y  otra  forma  de  verdad 
misma. 

Por  eso  debe  huirse  del  fetichismo  científico,  equi- 
valente a  los  que  se  extasían  ante  el  vapor,  sin  saber 
lo  que  el  vapor  sea. 

Así,  el  pueblo  cree  unas  veces  al  uno  porque  tiene 
título,  y  otras  al  otro  porque  no  lo  tiene. 

Me  contaron  el  caso  de  un  médico  denunciado  en 
París  por  ejercicio  ilegal  de  la  Medicina.  Trabajaba 
en  un  distrito  como  curandero,  y  cuando  el  detenido 
fué  interrogado  y  se  supo  que  era  médico,  dijo:  "Tra- 
bajé en  otra  parte  como  médico;  no  tenía  clientela, 
y  todos  acudían  al  curandero.  En  vista  de  ello  he  ve- 
nido aquí  a  trabajar  como  curandero  en  perjuicio  de 
los  médicos". 

La  ciencia  debe  popularizarse  sin  temor  a  que  pier- 


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da  nada,  como  en  aquel  caso  de  un  hombre  sencillo, 
que  oyendo  hablar  de  la  distancia  que  media  entre 
Sirio  y  la  Tierra,  y  asombrándose  de  que  esto  pu- 
diera saberse,  obtuvo  una  explicación  que  le  demos- 
tró que  se  trataba  de  una  cosa  relativamente  sen- 
cilla, tan  fácil  como  la  de  averiguar  la  distancia  de 
aquí  a  Betanzos.  Y  desde  entonces  cesó  de  encontrar 
mérito  a  esos  cálculos.  Se  pregunta  cuál  debe  ser  la 
orientación  de  España,  y  yo  contesto:  ninguna,  por 
ahora.  El  ave  peregrina,  al  emprender  el  vuelo  co- 
mienza por  remontarse,  y  sólo  cuando  está  a  gran 
altura  se  orienta  y  parte  flechada. 

Nosotros  debemos  por  ahora  limitarnos  a  subir,  y 
ya  nos  orientaremos  cuando  estemos  arriba. 

Entre  tanto  el  pueblo  se  impone.  No  se  sabe  lo  que 
quiere,  pero  empuja,  movido  del  afán  del  pan  del 
cuerpo,  primordial  entre  todos. 

Resignación.  Esa  es  una  virtud  que  no  puede  pre- 
dicarse. Al  contrario,  la  incontentabilidad,  de  que  an- 
tes os  hablaba,  es  una  fuerza  positiva  del  pueblo. 

Más,  más,  más.  Según  se  obtienen  ventajas  se  va 
pensando  en  buscar  otras  nuevas.  Eso  explica  las 
huelgas,  y  cuando  las  oigo  combatir  las  comparo  a 
las  guerras,  que  son  un  mal,  pero  un  mal  necesario. 

No  comprendo  cómo  los  mismos  que  patrocinan 
la  guerra  abominan  de  las  huelgas.  Además,  cada 
huelga  suele  producir  un  perfeccionamiento  científi- 
co, porque  las  clases  directoras,  estimuladas  por  el 
peligro,  aguzan  cada  vez  más  el  entendimiento,  lo  que 
no  harían  si  el  mal  no  llegase  hasta  ellas. 

Así  los  romanos,  que  conocían  los  molinos  de  agua, 
no  comenzaron  a  emplearlos  hasta  que  los  esclavos 
encarecieron.  Hay  que  bendecir  al  que  inventó  el  co- 
che, porque  si  no  media  humanidad  llevaría  a  cues- 
tas a  la  otra  mitad. 

El  pueblo,  por  instinto,  trata  de  perfeccionarse,  y 
para  ello  lee,  lee  cada  vez  más.  Esto  es  buen  síntoma. 


562 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Yo,  que  suelo  hablar  con  liljreros,  oi^o  de  ellos  el 
dato  consolador  de  que  aumenta  cada  día  la  venta  de 
ediciones  económicas,  especialmente  de  libros  de  pro- 
paganda o  de  obras  de  arte  con  tendencia  determinada. 

Esto  es  un  bien  y  no  un  mal,  como  pudiera  creer- 
se, porque  cuando  el  pueblo  haya  leído  todos  esos  li- 
bros depurará  el  gusto  y  leerá  otros;  el  que  llega 
hambriento  y  fatigado,  no  pide  flan  ni  merengues, 
pide  pan ;  después  del  pan  sienta  muy  bien  una  go- 
losina. 

Cuanto  menos  se  lee  hace  más  daño  lo  que  se  lee. 
Lo  peor  es  que  hay  pocas  ideas,  sean  las  que  fueren. 

Para  ver  claro,  en  esto  como  en  todo,  basta  con 
ser  cada  uno  sincero  y  empezar  siéndolo  consigo 
mismo,  para  poder  serlo  con  los  demás. 

Por  eso  yo,  no  enseñando,  sino  diciendo  lo  que  pien- 
san muchos  y  pocos  dicen,  termino  diciéndoos  que 
quisiera  dejar  satisfecha  vuestra  expectación  y  lo  que 
de  mí  ha  dicho  doña  Emilia  Pardo  Bazán  diciéndoos 
algunas  verdades. 

Pagaría  a  esta  ciudad  de  La  Coruña  la  hospitali- 
dad con  que  por  ministerio  de  la  Reunión  de  Arte- 
sanos me  regala,  si  uno  de  vosotros,  uno  solo,  hubie- 
se hallado  en  algo  de  lo  que  he  dicho  excitante  que 
le  ayude  a  proseguir  la  obra  de  sincerización  interior 
en  que  esté  empeñado,  y  si,  cuando  se  haya  desvaneci- 
do de  vuestros  oídos  espirituales  el  eco  de  mi  palabra, 
fuese  en  horas  de  recogimiento  a  visitar  a  vuestro  es- 
píritu y  confortarlo  algo  de  lo  que  del  mío  os  he 
dado  esta  noche.  Fuerza  nos  es  ahora  separarnos: 
no  he  de  estar  más  tiempo  hablando  yo  mientras 
calláis  vosotros.  Me  callo,  pues. 

{Texto  publicado  en  El  Noroeste,  de  La  Coruña, 
el  19-VI-1903.) 


DISCURSO  PRONUNCIADO  EN  EL  BANQUE- 
TE OFRECIDO  POR  LA  "REUNION  DE  AR- 
TESANOS" DE  LA  CORUÑA,  EL  20  DE  JUNIO 
DE  1903 


Señoras  y  señores: 

El  acto  realizado  anoche  y  el  obsequio  que  hoy  me 
tributáis  son  una  prueba  de  tolerancia,  puesto  que 
la  mayoría  de  mis  oyentes  de  anoche  no  están  con- 
formes con  ninguna  de  las  opiniones  por  mí  emitidas. 

A  bien  que  esto  suele  ocurrirme  con  harta  fre- 
cuencia, porque  pocas  veces  encuentro  gentes  que 
compartan  mis  opiniones,  aparte  de  que  por  hábito 
rehuyo  el  trato  frecuente  con  personas  que  piensan 
como  yo.  Para  eso  me  basto  solo,  y  tengo  bastante 
con  la  conversación  que  mantengan  los  dos  o  tres 
sujetos  que  llevo  dentro  de  mí  y  que  rara  vez  están 
conformes,  ya  que  nadie  está  conforme  en  absoluto 
con  otro.  Veinte  hombres  conformes  son  veinte  im- 
béciles o  veinte  pillos. 

El  mayor  ejemplo  de  esta  disconformidad  lo  damos 
los  aquí  reunidos.  Ya  sabéis  mi  discrepancia  con  el 
modo  de  pensar  de  mi  ilustre  amiga  doña  Emilia.  Y 
hoy  mismo  el  doctor  Rodríguez  ha  dado  una  prueba 
de  esto  censurando  mi  conferencia  acerca  de  Nico- 
demo,  el  discípulo  vergonzante  de  Cristo. 

El  doctor  Rodríguez  ha  de  permitirme  que  le  diga 
que  no  estoy  conforme  con  sus  opiniones.  No  creo, 
como  él,  que  se  deba  abominar  del  pasado.  Del  pasa- 
do vive  el  presente,  a  la  manera  que  el  árbol  salei  del 
suelo  fecundado  por  las  hojas  caídas  de  los  árboles 


564 


MIGUEL  DE  UNAMUNO- 


anteriores,  cuyas  hojas,  al  caer  y  pudrirse  sobre  él, 
dan  el  jugo  que  lo  enriquece,  convirtiéndose  en  man- 
tillo y  abono. 

Y  ese  mantillo  y  abono  de  la  Naturaleza  son,  en 
cuanto  a  la  ciencia,  las  verdades  heredadas  del  pasa- 
do. Esas  verdades  cumplieron  su  misión,  y  al  caer 
y  pudrirse,  fecundaron  el  suelo,  como  le  fecundizarán, 
a  su  vez,  para  otras  nuevas,  las  que  hoy  vislumbramos 
y  nos  parecen  definitivas. 

La  fe  no  ha  muerto,  y  se  equivoca  el  doctor  Ro- 
dríguez. 

Al  contrario;  podrá  morir  el  dogma,  pero  no  la  fe, 
que  es  la  fuerza  motriz,  el  espíritu  que  impulsa  al 
hombre. 

Y  es  que  no  es  cierto,  como  él  cree,  que  la  fe  y  el 
dogma  sean  una  cosa  misma.  El  dogma  es  circunstan- 
cial. Podrá  cambiar  y  perecer,  pero  no  la  fe  de  que 
arranca  y  que  es  eterna. 

Fe  en  lo  que  queráis ;  fe  en  una  u  otra  idea,  perd  fe 
al  fin  y  al  cabo,  fuerte  y  robusta. 

La  fe  crea  los  dogmas,  los  genera  y  después  los 
consume  y  los  devora,  y  de  sus  restos  vuelve  a  crear 
otros  nuevos.  Tengamos  fe  en  la  fe  misma,  y  espe- 
remos que,  rompiendo  las  sombras  por  entre  las  que 
caminamos,  llegaremos  a  vislumbrar  la  luz. 

Por  algo  Leopardi,  el  más  sincero  de  los  poetas,  ha 
dicho  que,  conocido  el  mundo,  no  sólo  no  se  le  ve 
crecer,  sino  que  mengua.  Sólo  la  nada  crece. 

Fe  robusta  en  la  vida;  eso  debemos  tener. 

Ayer  os  dije  que  el  mayor  servicio  con  que  pudie- 
ra pagar  vuestra  hospitalidad  cariñosa  sería  el  de 
deciros  vuestros  defectos.  Pues  bien,  yo  que  de  vos- 
otros sólo  conozco  de  los  tres  Juanes  de  que  habla  el 
poeta  americano  que  ayer  cité,  el  Juan  como  él  cree 
ser,  o  sea  la  opinión  que  tenéis  de  vosotros  mismos, 
por  lo  que  todos  me  dicen  desde  que  llegué,  os  repito 


OBRAS  COMPLETAS 


565 


que  la  raza  ha  confirmado  la  impresión  que  desde  an- 
tiguo me  había  producido  la  poesía. 

Hay  aquí  demasiados  vágoas,  como  hay  en  aquélla 
demasiadas  lágrimas  y  lamentaciones. 

Yo  quisiera  que  hubiese,  por  el  contrario,  una  firme 
y  robusta  voluntad.  Recordemos  a  este  propósito  que, 
si  bien  es  cierto  que  una  frase  popular  dice :  "Salió 
como  Dios  quiere"  cuando  las  cosas  salen  mal,  tam- 
bién hay  otra  que  dice :  "A  Dios  rogando  y  con  el 
mazo  dando",  que  es  como  debe  interpretarse  el  "Há- 
gase tu  voluntad"  de  la  oración  más  hermosa  entre 
todas  las  que  conozco. 

Resignación,  mansedumbre :  está  bien.  Pero  esto 
tiene  un  limite.  Hay  dos  clases  de  acomodación :  la 
activa  y  la  pasiva.  La  verdadera  es  la  que  consiste 
en  traer  al  mundo  adentro,  adaptándolo  a  nuestro 
espíritu,  en  vez  de  adaptar  nuestro  espíritu  a  él. 

Las  especies  siguen  y  siguen  y  siguen  evolucionan- 
do, y  acaban  por  degenerar. 

Los  espíritus  moluscosos,  los  que  tienen  en  sus  ten- 
táculos mayor  facultad  de  adaptación,  no  son  los 
más  aptos  para  las  luchas  de  la  vida. 

Y,  llegado  este  momento,  quiero  hablaros  del  re- 
gionalismo. Yo  entiendo  ei  regionalismo,  no  en  la 
forma  llorona  y  quejumbrosa  en  que  lo  cantan  vues- 
tros poetas:  el  regionalismo  mío  es  el  regionalismo 
agresivo.  No  quiero  que  el  regionalismo  de  las  razas 
consista  en  guardar  lo  suyo,  sino  en  imponerse  a  los 
demás.  Así  lo  entiendo  yo,  incluso  en  materia  litera- 
ria y  filológica. 

Nada  más  lejos  de  mí  que  esas  gentes  que  ponen 
exquisito  cuidado,  al  escribir,  de  prescindir  de  lo  suyo. 

Si  yo  fuese  gallego  y  escribiese,  plagaría  el  cas- 
tellano de  galleguismos.  Y  es  que  pienso  que  cada 
cual  debe  aspirar  a  que  su  lengua  llegue  a  ser  con  el 
tiempo  la  lengua  universal  a  que  aspiran  todos  los 
pueblos.  Mala  o  buena,  como  sea,  la  mía,  yo  la  im- 


566 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


pondría  si  tuviese  tiempo,  con  tono  recio,  duro,  en- 
trando en  un  idioma,  no  como  vencido,  sino  como 
vencedor. 

Larra,  el  pobre  Fígaro,  hablaba  del  hombre  gas,  el 
hombre  agua  y  el  hombre  tierra.  El  hombre  agua  es 
la  clase  media.  El  pueblo  es  térreo,  y  por  eso  tarda 
en  moverse ;  pero  cuando  se  mueve,  lo  hace  con  terri- 
ble resquebrajamiento  de  terremoto. 

No  hay  peor  estallido  que  el  de  los  pueblos  mansos. 

Alguien  me  recordó  estos  días  la  lucha  de  los  Her- 
nandinos.  Yo  recuerdo  también  la  de  los  aldeanos 
alemanes :  lucha  terrible,  provocada  por  el  hambre, 
pero  de  cuyo  sacudimiento  poderoso  surgió  el  movi- 
miento redentor  de  la  Alemania  moderna :  la  Refor- 
ma. También  aquí  tal  vez  de  una  guerra  de  aldeanos 
salga  el  preludio  de  la  Reforma  española,  el  dogma 
de  nuestro  pueblo. 

Pero  tengo  miedo  de  divagar,  porque  es  en  mí  mala 
costumbre  la  de  no  fijarme  en  una  sola  cosa.  Voy 
hablando  de  las  cosas  que  se  me  ocurren  y  que  se  en- 
zarzan como  las  cerezas. 

Por  eso  sé  cómo  empiezo,  pero  no  cómo  acabo,  y 
mis  peroratas  tienen  algo  del  desorden  lírico  de  que 
hablaba  Horacio,  al  modo  de  aquellas  odas  de  Píndaro 
que  empezaban  de  un  modo  y  terminaban  de  otro  en- 
teramente distinto. 

Pero  dejadme  que  os  diga  que  cada  región  no  debe 
encerrarse  en  sí,  sino  tratar  de  reducir  a  las  demás. 
Para  evitar  que  nos  conquisten,  es  preciso  conquistar. 

Cuando  se  llene  el  espíritu  de  ansia  de  justicia,  en- 
traremos en  el  buen  camino  y  llegaremos  al  princi- 
pio de  una  cultura  más  amplia. 

Y  fuerza  es  acabar.  Voy  a  marcharme  de  esta  ciu- 
dad, pero  me  importa  deciros  antes  que  los  afectos 
son  en  mí  tranquilos,  pero  permanentes. 

La  persona  (|ue  estreche  mi  mano  y  a  quien  yo 
llame  amigo  puede  contar  con  que,  recogiéndolo,  lo 


OBRAS  COMPLETAS 


567 


sentaré  en  el  corazón,  y  dándole  un  puesto  alrededor 
del  hojjar,  en  él  permanecerá  y  nie  seguirá  a  todas 
partes  al  lado  del  fuego,  que  sólo  se  apagará  cuando 
rinda  mi  cabeza  a  la  muerte. 

Contad  conmigo  como  con  un  amigo,  y  os  lo  diré 
con  frase  de  la  tierra  en  que  vivo :  Os  pido  servicios 
que  poderos  rendir,  y  yo,  salud  para  cumplirlos. 

(Texto  aparecido  en  El  Noroeste,  de  La  Coniña, 
el  21-VT1903.) 


DISCURSO  EN  LOS  JUEGOS  FLORALES  DE 
ALMERIA,  27  DE  AGOSTO  DE  1903 


Mal  puedo  negarme  a  acudir  allá  adonde,  como  a 
esta  ciudad  de  Almería  se  me  llama,  cuando  creo 
de  mi  deber  meterme  hasta  allí,  adonde  no  soy  llamado. 
Aquí  me  tenéis,  pues,  pronto  a  continuar  una  obra 
patriótica,  sin  cuidarme  en  demasía  de  la  oportu- 
nidad de  lo  que  voy  a  deciros  ni  de  si  ello  en- 
caja o  no  en  el  rito  de  actos  como  este  que  aquí 
se  celebra  ahora,  sino  atento  sobre  todo  a  que  hablo 
ante  españoles  cultos  y  que  se  cuidan  del  destino  de 
nuestro  pueblo.  Me  traéis  a  unos  Juegos  Florales : 
es  como  si  me  trajeseis  a  otra  manifestación  espiri- 
tual y  pública  cualquiera ;  no  son  flores  lo  que  he  de 
ofreceros. 

Líbreme  Dios  de  censurar  estas  fiestas,  antes  bien 
las  aplaudo,  porque  de  aplaudir  es  todo  cuanto  tienda 
a  promover  el  cultivo  de  los  lujos  del  espíritu  y  de 
aquellos  regalos  que  se  nos  otorgaron  para  consuelo 
de  haber  nacido;  líbreme  Dios  de  censurarlas,  digo, 
pero  he  de  decir  también  que  no  han  respondido  sino 
en  muy  pequeña  parte  a  lo  que  de  ellas  se  esperaba, 
que  con  facilidad  vienen  a  caer  en  un  festejo  más  de 
las  obligadas  ferias  anuales  de  los  pueblos,  y  que 
llevan  en  sí  tal  vez  algo  que  en  lugar  de  corregir 
acrecienta  y  encona  acaso  uno  de  los  tres  vicios  ra- 
dicales de  nuestra  patria :  la  envidia. 

Estos  juegos  son,  en  efecto,  justas  o  torneos  de 
emulación,  y  la  emulación  que  puede  alguna  vez  ñn- 
gir  sazonados  frutos  es  casi  siempre  un  detestable 


OBRAS  COMPLETAS 


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acicate  educativo  Repito  lo  que  tengo  dicho ;  el  que 
corra  atento  a  si  corre  más  o  menos  que  él  su  ladero, 
correrá  siempre  mal,  porque  en  vez  de  mirar  el  suelo 
que  pisa,  mirará  el  piso  ajeno.  Cuídese  cada  uno  de 
nosotros,  en  nuestros  oficios  y  misiones,  de  ser  hoy 
más  de  lo  que  ayer  fuimos  y  no  de  sobrepujar  a  los 
otros. 

Es,  sí,  de  temer  que  estas  contiendas,  nobles  y  pu- 
ras como  parecen  y  deben  ser,  no  encandilen  el  res- 
quemor que  os  decía,  la  calentura  que  envenena  y 
paraliza  el  alma  nacional. 

Ha  tiempo  que  Bartrina  escribió  aquellos  seis  ver- 
sos que  terminan  con  el  de  que 

y  si  habla   ina!  de  España  es  español, 

y  comentándolo,  ha  dicho  un  su  paisano  que  esto  le 
ocurre  al  español  porque  reconoce  la  inferioridad  de 
la  civilización  española.  No  es  por  eso,  creo,  sino 
por  la  misma  causa  simbolizada  en  el  famoso  símil  de 
la  cucaña :  es  porque  la  envidia  nos  corroe  el  cora- 
zón. Y  envidiase  lo  que  se  ve  y  se  toca,  lo  de  casa; 
la  envidia  brota  entre  Caín  y  Abel,  hijos  de  los  mis- 
mos padre  y  madre. 

No  es  mal  político  ni  aun  económico  lo  que  trae  a 
peor  traer  a  España ;  es  daño  moral,  es  que  están  em- 
ponzoñados los  manantiales  de  la  vida  común. 

Arranca  como  de  tallo  esa  condenada  envidia  de 
otra  pasión,  que  también  nos  agarrota  el  alma,  de  la 
soberbia,  y  de  la  soberbia  en  su  forma  peor,  en  forma 
de  soberbia  gratuita,  de  soberbia  marroquí.  Es  lo  que 
un  argentino,  el  doctor  Bunge,  llama  con  atinado 
acierto  el  orgullo  de  la  pereza.  Porque  la  raíz  de 
todo  es  la  pereza,  espiritual  tanto  como  corporal. 

Disculpable  es,  en  efecto,  que  quien  canta,  escri- 
be, esculpe,  pinta,  negocia,  salta,  caza  o  labra  preten- 
da hacerse  pasar  por  el  mejor  cantante,  escritor,  es- 
cultor,  pintor,   negociante,   saltarín,   cazador   o  la- 


570 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


brador ;  pero  lo  que  a  duras  penas  se  concibe  es  que 
quien  nada  hace,  sin  más  que  acto  de  presencia,  pasee 
su  altanera  soberbia  entre  las  gentes  y  se  estime  un 
ser  distinguido  a  los  ojos  de  Dios  y  de  los  hombres.  Y 
de  esta  soberbia  gratuita,  fundada  no  en  obra  de  mé- 
ritos ni  en  propio  conocimiento,  sino  en  ignorancia 
de  sí  mismo  y  en  no  sé  qué  gracia  especialísima, 
vese  hartos  tipos  en  España.  Refiriéndome  a  nues- 
tra edad  llamada  de  glorias,  a  aquellos  tiempos  en  que 
el  repulsivo  tercer  Duque  de  Alba  cubría  con  sus  vic- 
torias de  ignominia  y  de  vergüenza  nuestro  nombre, 
ha  dicho  un  inglés  que  nos  conoce  a  maravilla, 
M.  S.  Hume,  que  "cada  labriego  iletrado  y  cada 
soldado  bravucón  sentíase  ser,  de  una  manera  vaga, 
una  criatura  aparte,  por  razón  de  su  fe ;  que  los  es- 
pañoles y  su  rey  tenían  una  misión  más  alta  que  la 
confiada  a  los  otros  hombres,  y  que  de  entre  los  ocho 
millones  de  españoles  vivos,  el  particular  Juan  o 
Pedro  estaba  individualmente,  a  presencia  de  Dios 
y  de  los  hombres,  como  el  más  celoso  y  ortodoxo 
de  todos  ellos". 

Y  esta  soberbia  no  se  ha  ajado,  na  hoy  en  que 
hemos  dado  en  deprimirnos  con  la  boca  y  no  más 
que  con  ella;  verdece  y  reverdece  aún.  Háblase  por 
moda  de  regeneración,  y  al  hablar  así  se  miente, 
pues  casi  nadie  cree  en  su  corazón  que  necesitemos 
regenerarnos.  Es  más,  la  reacción  avanza,  y  es  re- 
acción de  la  soberbia. 

"Eso  aquí  no  pinta",  dicen  nuestros  labriegos 
cuando  se  les  habla  de  algún  procedimiento  de  cul- 
tivo que  ni  conocieron  sus  abuelos  ni  ellos  conocen,  y 
con  otras  palabras  dícese  también,  a  nombre  de  la 
tradición,  "eso  aquí  no  pinta"  a  toda  novedad  real- 
mente nueva.  Y  aún  hay  más,  y  es  quien,  al  ver  que 
la  novedad  pintaba  y  echar  de  ver  la  diferencia  de 
trigos  o  de  pastos,  han  cortado  estos  a  destiempo  o 
mezclaron  aquéllos  con  los  viejos,  a  despecho  del 


OBRA  S    C  O  M  P  L  E  T  A  S  571 


amo  innovador,  para  evitar  la  prueba  definitiva,  por 
soberbia  marroquí. 

Es  un  amor  propio  enfermizo,  como  todo  el  que 
no  se  acompaña  de  robusta  fe  en  sí  mismo,  de  fe 
fecunda  en  obras.  Porque  tal  es  la  condición  de  toda 
soberbia  que  descansa  en  presunta  gracia  y  no  en 
méritos  sentidos,  que  le  falta  la  fe  en  sí  misma,  le 
falta  ambición  y  cae  en  envidia. 

Ved  esa  clase  media  de  nuestros  pueblos,  atrahillada 
en  la  mezquina  masa  neutra.  Ellos  nada  hacen  sino 
vegetar  a  lo  sumo  en  siesta,  murmuración  y  tresillo, 
y  los  jóvenes,  cazar  perdices,  liebres  o  herederas  ri- 
cas :  ellos  nada  hacen,  pero  de  nada  se  admiran  tam- 
poco ni  salen  de  la  estirada  solemnidad  de  sus  archi- 
equilibrados  espíritus.  Su  único  papel  preferido  es 
el  del  perro  del  hortelano.  La  ambición,  esa  propul- 
sora de  las  almas  grandes,  no  les  ciega,  no,  pero 
chapotean  en  el  lodazal  de  la  envidia.  Lo  censuran 
todo  en  la  inútil  chachara  de  sus  ocios  inútiles,  y'  se 
quejan  de  males  de  que  son  ellos  los  primeros  culpa- 
bles y  mantenedores.  Trabajan  en  una  olira  de  des- 
trucción lenta,  como  la  que  hacen  la  polilla  o  el 
gorgojo. 

Trabajáis,  en  escribir  pongo  por  caso,  y  lográis 
que  vuele  vuestro  nombre..,,  dirán:  "¡  Bah!,  con  tiem- 
po y  libros,  haría  yo  otro  tanto."  Pónganse  a  ello, 
pónganse,  sin  encastillarse  en  el  eterno  "si  yo  qui- 
siera..." La  mayor  sabiduría  es  saber  querer.  Os  bus- 
carán el  libro,  pues  fingen  creer  que  nadie  nacido  en 
el  mismo  ambiente  que  ellos,  en  la  casa  común,  pue- 
de decir  sino  lo  que  otro  de  por  ahí,  de  fuera  de 
casa,  haya  dicho  antes ;  os  buscarán  los  libros,  que 
es,  decía  Goethe,  como  si  indagaran  de  qué  vacas, 
cerdos  y  carneros  habéis  comido  carne.  Sois  un  imi- 
tador de  éste  o  del  otro,  dirán,  sin  conocer  al  imi- 
tado ;  un  español  como  ellos  no  puede  sino  imitar. 

No  conozco  soberbia  como  la  del  haragán,  y  cada 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


día  qtie  pasa  me  convenzo  más  de  que  la  mayor  prue- 
ba de  talento  es  la  aplicación  al  estudio,  aunque  no  sea 
en  libros. 

"¡Valiente  mérito!,  así  cualquiera  sabe...;  ¡no  hace 
más  que  estudiar...  !"  Sí,  lo  portentoso  es  la  ciencia 
infusa,  o  el  mérito  del  saludador. 

Mas  no  es  el  saber  de  otro  lo  que  más  se  envidia ; 
envidiase,  en  especial,  su  ingenio,  su  imaginación, 
su  audacia,  lo  que  parece  serle  más  personal  y  pro- 
pio. Con  facilidad  se  reconoce  el  mérito  del  que  ex- 
pone fielmente  los  conocimientos  recibidos  de  común 
o  del  amplificador  de  lugares  comunes ;  lo  que  se 
odia  con  odio  de  envidia  no  es  la  inteligencia  preci- 
samente, sino  más  bien  lo  que  llamaremos  espíritu, 
la  potencia  mental  activa  y  creadora,  la  fuerza  que 
sugestiona  y  agita.  Nos  molesta  el  que  nos  hace 
pensar,  no  el  que  da  forma  a  lo  que  pensamos. 

Se  respeta  y  aun  se  ensalza  al  camello,  que  ni  nos 
hiere  ni  nos  inquieta,  que  como  el  ingeniero,  el  cura, 
el  químico  o  el  médico,  es  un  profesional,  y  así  como 
no  está  bien  que  hablen  de  mecánica,  de  teología,  de 
química  o  de  medicina  sino  el  ingeniero,  el  cura,  el 
químico  o  el  médico,  respectivamente,  así  no  es  tole- 
rable que  intente  enseñar,  o  mejor  dicho,  repetirnos 
la  vieja  lección  sino  el  sabio  profesional  y  ritual,  esto 
es :  el  camello.  Dice  lo  que  piensan  los  más  o  nos  da 
avisos  útiles. 

Hasta  podéis  dar  ideas,  siempre  que  tengan  el 
marchamo  y  el  pase,  eso  que  llaman  ideas  y  que  no 
pasan  de  ser  capullos  lógicos  Henos  de  ceniza  de 
abstracciones  o  recetas  útiles,  dignas  de  figurar  en 
el  Museo  de  las  familias:  el  concepto  de  soberanía 
o  la  definición  de  la  materia,  o  el  modo  de  curarse 
berrugas  o  de  quitarse  manchas  de  sebo,  pero  ¡  ojo 
con  dar  espíritu!,  ¡cuidado  con  daros  a  vosotros  mis- 
mos !  ¿  Quién  es  ese  que  se  da  y  se  reparte,  cuando 
yo  apenas  me  basto  a  mí  mismo  ?  ¿  Quién  es  ese  que 


OBRAS  COMPLETAS 


573 


puede  ser  pródigo  y  no  de  lo  que  administra  del 
común  acervo,  sino  de  sí  mismo,  de  lo  que  es,  de  sus 
entrañas  mismas,  cuando  yo,  entre  ahorros  y  esca- 
seces, apenas  logro  tocar  al  caudal  de  mi  propio  es- 
píritu ? 

"Es  afán  de  singularizarse",  les  oiréis,  y  es  que 
son  incapaces  de  ello,  ¡  los  plurales !,  aunque  se  lo 
propusieran;  "manía  de  originalidad...,  desequili- 
brio...", y  ellos  siguen  en  el  equilibrio  estable  de  su 
ramplonería;  "¡extravagancias!",  y  continúan  en 
su  vagancia  ellos.  Hablan  contra  el  paradojismo  los 
incapaces  de  parir  una  sola  paradoja  que  no  le  re- 
sulte una  oquedad  grotesca,  los  impotentes. 

Y  esta  terrible  plaga  va  de  los  individuos  a  las 
masas  y  comunidades ;  es  la  principal  motora  de  los 
movimientos  regionalistas,  y  de  opuesto,  el  movi- 
miento centralizador,  no  en  lo  que  tienen  de  afirma- 
ciones de  lo  propio,  sino  de  negaciones  de  lo  ajeno. 

Como  última  razón  de  ese  ensimismamiento  regio- 
nal está  también  la  pereza  espiritual,  la  flojedad  de 
ánimo.  Se  cultiva  el  propio  huertecillo,  esquilmado 
ya,  por  no  invadir  el  ajeno. 

Lo  he  proclamado  y  lo  repito:  quisiera  que  desapa- 
reciesen de  España  las  hablas  todas  regionales  para 
que  no  se  hablase  sino  un  solo  idioma,  pero  que  en 
él  cupiese  el  pensar  y  el  sentir  de  todos  los  españoles, 
sin  mengua  de  sus  mayores  intimidades,  y  para 
conseguirlo  metámonos  de  rondón  en  el  lenguaje 
que  nos  da  la  personalidad  como  a  pueblo  ante  las 
demás  naciones  y  hagámoslo  todos  a  nuestro  modo, 
sin  respeto  a  pragmáticas  casticistas,  y  descoyuntán- 
dolo si  fuere  preciso.  Muchas  veces  he  dicho  a  ami- 
gos míos  catalanes  — porque  mis  paisanos,  los  vas- 
cos, si  quieren  ser  leídos,  por  fuerza  han  de  escribir 
en  castellano — :  "escribid  castellano,  y  sí  el  orgullo 
de  la  pereza  castellana  os  tacha  de  escribirlo  mal  y 
os  atropellan  con  censuras  de  inquisitorismo  casti- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cista,  como  el  inflado  Herrera  a  Boscán,  o  el  enfá- 
tico Quintana  a  Capmany,  resistid  y  exclamad:  ve- 
nimos, sí,  a  plagar  de  catalanismos  el  castellano,  a 
ensancharlo  así,  a  infundirle  nueva  vida,  a  desqui- 
ciarlo tal  vez,  pero  para  que  no  se  anquilose  y  osifi- 
que ;  venimos  a  luchar  con  vuestras  propias  armas 
contra  vuestro  espíritu  estancado".  Y  así  debemos 
hacer  todos,  si  es  que  el  castellano  ha  de  llegar  a 
ser  español,  y  más  que  español,  lengua  hispanoame- 
ricana. 

Nadie  más  regionalista  que  yo,  pero  de  un  regio- 
nalismo generoso,  quiero  decir,  pródigo  y  agresivo, 
que  invada  y  luche  por  dar  el  espíritu  de  cada  región 
a  la  patria  común,  pues  sólo  el  que  lo  da  lo  conser- 
va, sólo  el  que  infunde  en  otros,  se  posee;  de  un 
regionalismo  que  sepa  luchar  contra  la  soberbia  y  la 
envidia  centralizadoras,  que  pugne  por  afirmarse  en 
las  demás  y  no  en  sí  misma. 

Porque  hay  que  confesarlo  también,  la  soberbia 
y  la  envidia  atizan  el  centralismo  nivelador  lo  mismo 
que  atizan  su  contrario,  cuando  no  es  el  tal  centralis- 
mo regionalismo  de  la  región  central.  Ellas,  la  sober- 
bia y  la  envidia  nacidas  de  holgazanería  espiritual, 
laten  también  por  debajo  de  los  clamores  con  que 
algunas  almas  de  esclavos  piden  la  dictadura  de  la 
fuerza  bruta,  no  la  del  espíritu  vivo. 

Pero  hay  algo  más  grave  aún  y  que  se  debe  a  esa 
trinca  de  pecados  capitales,  y  es  el  conceptualismo. 
Preciso  es  que,  para  entendernos,  os  diga  que  llamo 
así,  y  estaría  mejor  llamarlo  intelectualismo,  si  este 
nombre  no  hubiera  sido  ya  desquiciado;  llamo  así  a 
la  doctrina  de  los  que  creen  o  fingen  creer  en  la  efi- 
cacia de  los  conceptos,  sean  tradicionales  o  nuevos, 
heredados  o  ganados,  de  meros  conceptos,  de  ideas 
recibidas  y  hechas,  y  que  aseguran  no  debe  rechazar 
ningún  entendimiento  sano.  Es  la  doctrina  de  los  que 
enseñan  que  la  admisión  o  la  repulsa  de  tal  o  cual 


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575 


concepto  abstracto  determina  nuestra  vida  moral  o 
nuestra  salud  perdurable. 

Acúsase  a  los  socialistas  y  anarquistas,  y  no  sin 
alf^una  razón,  por  desgracia,  de  que  hay  entre  ellos 
quienes  sólo  se  mueven  por  envidia  al  rico  y  que  se 
resignarían  a  empobrecer  más  aún  con  tal  de  que 
éste  muriera  de  hambre,  pero  lo  cierto  es  que  es  en- 
vidia de  la  riqueza  de  espíritu  lo  que  mueve  a  los 
más  de  los  que  desean  la  segur  niveladora  de  una  u 
otra  autoridad  que  imponga  estas  o  aquellas  ahr- 
maciones  dogmáticas.  No  más  libertad  que  en  lo  que 
llaman  dudoso,  esto  es,  en  minucias  que  no  permi- 
ten al  prójimo  volar  sobre  ellos. 

No  fe  profunda  y  arraigada,  ni  convicción  en  las 
propias  creencias  y  saberes  han  fraguado  nuestra 
tradicional  intransigencia,  ¡no!;  no  es  eso,  sino  pe- 
reza, soberbia  y  envidia.  El  hondamente  convencido 
sabe  que  es  a  la  larga  de  la  verdad  la  victoria,  y  si 
es  cristiano,  repitiendo  con  el  apóstol :  "mientan  to- 
dos, mientras  Dios  diga  la  verdad",  no  trata  de  con- 
quistar el  mundo  a  cristazos,  esgrimiendo,  a  guisa  de 
maza,  el  crucifijo. 

La  Inquisición,  sea  negra,  blanca,  roja  o  incolora 
— pues  con  las  más  contrarias  doctrinas  somos  igual- 
mente inquisitoriales —  la  Inquisición,  latente  siempre 
en  España,  no  es  más  que  un  rollo  nivelador;  hay  que 
ahogar  toda  originalidad  y  a  todo  aquel  que  trate 
de  singularizarse,  para  que  no  se  destaque  de  nos- 
otros, los  plurales...,  ¡todos  iguales  y  hermanos  en 
ramplonería ! 

Y  sobre  el  apelmazamiento  logrado  por  rulo  dog- 
mático alzaríase  para  alirigo  de  las  inteligencias  una 
construcción  arquitectónica  de  conceptos,  una  vasta 
catedral  o  un  gran  mercado  cubierto,  muy  acabada, 
pero  sin  vida,  con  sus  columnas  y  capiteles  y  bóve- 
das, y  contrafuertes,  y  arbotantes,  o  con  su  férreo 
tinglado  y  su  manipostería,  no  un  bosque  con  árbo- 


576 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


les  de  savia  y  follaje  que  se  renueve.  Los  conceptos 
de  esas  gentes  son  como  fichas  de  dominó  que  se  me- 
jen,  remejen  y  combinan,  o  como  naipes  que  se  ba- 
rajan, y  con  los  que  se  hace  complicados  solitarios  si 
se  tercia.  No  son  esas  ideas  algo  vivo,  esqueleto  cu- 
bierto de  carne  imaginativa,  algo  que  cambia,  y  se 
funden  y  confunden,  y  refunden,  y  trasfunden  unas 
en  otras;  no  sólo  se  mezclan,  y  nacen,  y  crecen,  y 
mueren,  y  reviven,  y  remueren,  y  no  están  encerra- 
das en  duros  y  secos  cascabillos  lógicos,  con  aris- 
tas y  árganas  de  definiciones  dogmáticas,  ni  son 
cual  proteicas  y  cambiantes  células,  bañadas  en  jugo 
renovador.  No,  eso  no,  ¡  nada  de  esto ! ;  la  vasta  ba- 
sílica, o  el  gran  mercado  cubierto,  o  el  cuartel,  no 
es  un  bosque. 

Hay  que  hacer  de  la  mente  un  tablero  de  ajedrez 
en  que  se  combinen  de  mil  modos  unas  cuantas  figu- 
rillas bien  torneadas,  pero  intrasformables  y  muertas. 

¡  Filosofía  de  holgazanes !,  como  es  holgazanería  el 
juego  de  naipes,  trabajo  que  no  lo  es,  sino  rutina  de 
soñolientos;  filosofía  de  holgazanes,  repito.  Hay  quie- 
nes trajinan  y  se  mueven,  y  correveidilean  y  no 
paran,  y  son,  sin  embargo,  unos  grandísimos  holga- 
zanes. Nada  de  mirar,  y  observar,  y  escudriñar,  y  des- 
tripar las  cosas  para  verles  las  entrañas,  y  recojer 
hechos,  no  conceptos,  y  ensayar  y  seguir  a  la  vida 
en  sus  ondulantes  giros,  y  buscar  nuevos  senderos, 
¡no!;  ni  menos  aún  forjarnos  a  nosotros  mismos  y 
hacer  de  nuestra  vida  una  continua  fragua  de  nues- 
tra personalidad;  no  esto,  sino  cerrar  los  ojos  y 
combinar  figurillas.  Porque  hay  quienes  llegan  a  ju- 
gar al  ajedrez  sin  mirar  al  tablero,  ¡oh  maravilla!, 
y  lo  juegan  bien,  y  hasta  ganan,  es  decir,  dan  mate 
al  rey  contrario. 

Formas  hay  de  erudición  que  no  pasan  de  pasa- 
tiempos o  matahoras  de  pereza  mental;  se  acumulan 
citas  mientras  se  sestea.  Lo  que  no  es  arar  el  suelo 


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S77 


de  nuestras  más  caras  y  enraizadas  convicciones  y 
removerlas,  es  haraganería;  el  consecuente  suele  ser 
un  harag-án  muy  a  menudo. 

Y  así  oiréis:  "hay  que  definir  los  conceptos",  "ne- 
cesitamos ideas  claras  y  fijas",  "eso  contradice  a  esto 
otro",  o  la  cantilena  de  las  funestas  consecuencias  de 
tal  o  cual  concepto. 

i  Ideas  fijas !,  ¡ ideas  fijas !  Los  de  las  ideas  fijas 
han  inventado  esa  lógica  forma!,  de  casillero,  que  es 
como  cuartel  de  los  conocimientos,  o  lo  que  es  peor 
aún,  a  modo  de  procedimientos  judiciales  para  hallar 
la  verdad  legal ;  han  inventado  esa  servil  doctrina 
de  la  consecuencia  que  trata  de  ahogar  la  sinceridad 
esclavizándonos  a  nuestro  pasado,  han  erigido  la  más 
odiosa  de  las  tiranías,  la  tiranía  del  concepto,  la  ideo- 
cracia. 

En  nombre  del  arte,  al  que  venís  a  rendir  aquí  culto, 
en  nombre  de  la  sagrada  poesía,  en  nombre,  en  fin, 
de  la  vida,  protestemos  de  toda  esa  mecánica  lógica 
y  de  sus  repulsivas  tesis,  definiciones,  pruebas,  obje- 
ciones y  contraobjeciones,  de  todas  las  réplicas,  du- 
plicas y  contrarréplicas  y  demás  maraña  escolástica 
y  procesal ;  protestemos  de  toda  esa  abogacía  del  es- 
píritu. 

Y  luego  les  veis  adoptar  otra  postura  y  protestar 
ellos  de  las  supuestas  novedades  de  importación,  que 
aquí  no  pintan,  y  tomar  en  boca  el  santo  nombre  de 
patria  y  hablar  de  salud  castiza  y  pedir  a  voz  en 
cuello  que  seamos  prácticos. 

¡  Prácticos !  Oigo  clamar  desde  hace  algún  tiempo 
que  hay  que  dar  a  todo  un  giro  práctico,  de  inme- 
diata aplicación,  y  bajo  ello  vislumbro  el  temor  de 
que  nos  apliquemos  a  lo  que  más  debe  importarnos 
y  que  no  deleguemos  nuestro  capital  negocio.  Y  esas 
voces  que  gritan  ¡a  lo  práctico!,  ¡a  lo  práctico!,  son 
también  voces  de  pereza  y  de  envidia,  son  las  voces 
de  los  que  quieren  aherrojar  y  engrilletar  a  cada  uno 


UNAMUNO.  1 


-VII. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


en  una  especialidad  y  que  de  ella  no  se  salga,  quieren 
acamellarnos  a  todos  a  su  imagen  y  semejanza. 

"Nos  sobran  oradores;  nos  sobra  retórica;  la  ima- 
ginación nos  pierde",  oiréis  decir.  Pues  yo  no  lo  veo 
así,  no  veo  que  nos  sobren  oradores,  ni  nos  sobre  re- 
tórica, ni  nos  pierda  la  imaginación.  No  creo  que  nos 
sobren  oradores,  porque  en  cuanto  cesa  la  declama- 
ción de  los  comediantes  así  llamados,  se  me  desvane- 
cen de  la  memoria  las  frías  oquedades  de  su  discurso. 
Eso  no  es  oratoria,  pues  en  ella  no  hay  unción  algu- 
na ni  se  derrama  espíritu  en  ella.  No  veo  que  nos  so- 
bre retórica,  sino  facundia,  porque  sólo  de  higos  a 
brevas  me  encuentro  con  un  nuevo  tropo,  con  una 
metáfora  fresca,  recién  nacida  y  bien  metida  en  car- 
ne; todas  son  las  del  común  acervo,  todas  son  las  mil 
veces  oídas  y  olvidadas  otras  tantas  mil  veces.  Y 
sobre  todo,  no  me  persuado  de  que  la  imaginación 
nos  pierda,  pues  noto  que  estamos  pobrísimos  de  ella. 
Tengo  por  una  gran  mentira  eso  de  que  abundemos 
en  imaginación.  Porque  imaginación  es  la  facultad  de 
crear  imágenes,  de  crearlas,  no  de  archivar  las  ya 
creadas;  es  la  que  pare  hipótesis,  la  gran  propulsora 
de  la  ciencia.  Y  aquí  circulan  las  mismas  imágenes, 
los  mismos  chistes,  las  mismas  agudezas  siempre, 
sin  que  se  acreciente  el  caudal.  Lo  que  hay  es  que 
cambiamos  el  oro  en  calderilla,  y  así  suena  y  abulta 
más;  tenemos  memoria  pronta  y  viveza  para  colo- 
car oportunamente  en  su  sitio  la  gracia  aprendida  y 
embotellada.  De  aquí  que  luzcan  en  la  conversación 
con  donaires  de  repertorio  los  que  luego,  pluma  en 
mano,  son  incapaces  de  acrecentarlo.  En  el  más  des- 
bordante retablo  churrigueresco  puede  no  haber  sino 
un  solo  motivo  ornamental  nuevo,  así  como  en  las 
más  frondosas  poesías  de  Zorrilla  rara  vez  se  en- 
cuentra una  metáfora  nueva,  o  un  sentimiento  ex- 
presado como  nunca  hasta  entonces  se  expresara.  No, 
más  bien  que  sobrarnos,  creo  que  nos  falta  imagina- 


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ción.  Nuestra  poesía  suele  ofrecer  el  espectáculo  de 
un  erial  calcinado  por  un  sol  de  fuego  y  en  que  sólo 
se  alzan  cardos  y  chumberas ;  como  en  la  arábiga, 
aparecen  en  la  nuestra  siempre  los  mismos  símiles  y 
los  mismos  tópicos  siempre ;  hay  demasiado  sol  y  de- 
masiada poca  agua,  y  ella  muy  escurridiza,  para  que 
la  imaginación  sazone;  nuestros  frutos  literarios  sue- 
len ser  de  secano.  A  la  escasez  de  imaginación  se 
debe  la  sobra  de  sectarios,  incapaces  de  imaginarse 
otra  cosa  que  aquello  que  a  mazo  dogmático  les  em- 
butieron en  la  cabeza. 

Lo  que  más  nos  falta  es  poetas,  poetas  y  no  versi- 
ficadores; poetas,  digo,  esto  es  creadores;  poetas  de 
arte,  de  ciencia,  de  industria,  de  vida.  ¡  Ah,  poesía, 
madre  de  la  ciencia  y  consoladora  de  la  vida;  poesía, 
fuente  inexhausta  de  la  verdad  corriente  y  pura,  que 
va  luego  a  enturbiarse  y  estancarse  en  el  charco  del 
raciocinio  lógico  formal ! 

Es  falso  en  España  aquel  antiguo  dicho  decidero 
de  que  de  músico,  poeta  y  loco  todos  tenemos  un  poco. 
Na,  no  lo  tenemos,  hoy  al  menos ;  no  de  músicos, 
porque  el  bárbaro  redoble  del  tambor  dogmático  nos 
ha  ahogado  el  ritmo  libre;  no  de  poetas,  sino  recita- 
dores de  las  viejas  coplas  de  Calaínos,  y  no  locos  si- 
quiera, por  endurecimiento  de  la  materia  enloqueci- 
ble,  por  acabado  equililjrio  de  la  mente,  que  quien 
apenas  piensa  tampoco  delira. 

Frente  a  todo  eso,  ¿qué  predicas?,  se  me  dirá.  Y 
respondo:  "me  predico  a  mí  mismo;  predico  al  hom- 
bre, trato  de  desgarrarme  el  pecho  y  mostrároslo  por 
dentro,  y  deciros:  ¡éste  es  el  hombre!"  Haced  todos 
lo  mismo,  y  habrá  muerto  la  esclavizadora  dominación 
del  concepto.  Si  nos  viésemos  todos  desnudas  las  al- 
mas, secaríase  la  envidia  por  falta  de  riego.  La  capa 
de  mentira  que  nos  cubre  y  sofoca  es  el  mantillo  que 
la  protege  y  abona  y  hace  florecer  en  ñores  ponzo- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ñosas.  No  tenemos  costumbre  ni  de  decir  verdad  ni 
de  oírla;  a  la  insinceridad  responde  la  quisquillosidad ; 
ni  valor  para  decir  al  prójimo  lo  que  de  él  pensamos, 
ni  serenidad  para  recibir  el  juicio  ajeno. 

Vengo  a  deciros:  No  guardéis  vuestro  espíritu, 
sino  dadlo  y  tratad  de  sellar  con  él  las  almas  todas 
que  os  ponga  a  toque.  No  deis  ideas  solo,  sino  os  dais 
a  vosotros  mismos  en  ellas,  que  aunque  éstas  se  des- 
hagan, llevarán  sustancia  de  vuestro  espíritu.  Sólo 
se  gana  la  verdadera  vida  derramándola ;  lo  más 
grande  que  puede  hacer  todo  hombre  es  predicarse  a 
sí  mismo.  ¿  Egoísmo  ?  No ;  el  egoísmo  es  codicia  es- 
piritual, y  lo  que  yo  quisiera  se  encendiese  en  los 
corazones  todos  españoles  es  ambición  de  espíritu. 
El  egoísta  es  el  que  entierra  la  onza  que  recibió  por 
miedo  al  Señor  que  nos  ha  de  juzgar  y  que  siega 
donde  no  sembró  y  donde  no  esparció  recoge. 

No  faltará  quien  me  redarguya  diciendo :  "a  lo  que 
tú  vienes  es  ¡a  insultar!".  Pues  bien,  sí,  sea,  ¡a  in- 
sultar !,  a  ver  si  les  queda  sangre  a  los  insultados  y 
se  precipita  el  estrumpido  de  la  guerra  santa.  Por- 
que España  está  muy  necesitada  de  una  nueva  guerra 
civil,  pero  civil  de  veras,  no  con  armas  de  fuego  ni 
de  filo,  sino  con  armas  de  ardiente  palabra,  que  es 
la  espada  del  espíritu.  Nos  haría  falta  un  asunto  que, 
como  el  de  Dreyfuss  en  Francia,  sirviera  de  núcleo  de 
concentración  y  bandera  de  combate. 

Estos  son  torneos  de  cañas  y  combates  de  mentiri- 
jillas; menos  mal  si  sirvieran  de  escuela  para  las 
batallas  de  ahinco  y  de  verdad. 

Una  lucha  tan  sorda  como  encarnizada  sacude  por 
muy  dentro  las  entrañas  de  la  sociedad  española  y 
se  hace  preciso  sacarla  a  flor,  que  el  mal  brote  a  luz 
en  sarpullido  y  podamos  rasparlo.  Y  no  es  la  lucha 
entre  estas  y  aquellas  ideas,  no  es  lucha  de  doctrinas, 
no;  es,  ante  todo  y  sobre  todo,  la  lucha  entre  dos 
espíritus,  uno  de  holgazanería,  soberbia  y  envidia, 


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que  nos  envenena  la  sangre  social  y  que  quiere  ni- 
velarlo todo  a  ras  de  su  incurable  ramplonería  y 
ahogar  todo  vuelo  original  y  libre  para  no  sufrir  la 
cargazón  de  que  nadie  se  le  sobreponga,  y  otro  espí- 
ritu ambicioso  que  quiere  más  luz,  más  calor,  más 
vida. 

Se  ha  dicho  del  estado  íntimo  de  nuestra  sociedad 
española  en  sus  siglos  de  hinchazón  que  era  una  de- 
mocracia frailuna.  Sí,  la  democracia  en  la  nivelación 
mental,  la  igualdad  en  la  ramplonería.  Nadie  ofendía 
al  vidrioso  prójimo  manifestándole  ideas  que  a  él 
nunca  se  le  hubiesen  ocurrido;  nuestros  ingenios  ves- 
tían de  ropaje  más  o  menos  lujoso  las  ideas  corrien- 
tes. Fué  el  reinado  de  la  envidia,  hija  de  la  soberliia 
y  nieta  de  la  pereza,  en  el  interior,  mientras  tratá- 
bamos de  apagar  todo  espíritu  de  libre  examen  en 
Europa.  Quisimos  oponernos  a  que  otros  pueblos  exa- 
minasen libremente  sus  creencias  y  las  refundasen, 
luego  de  haber  tratado  de  sofocar  aquí,  en  casa,  por 
envidia  y  sólo  por  ella,  los  incapaces  de  pensar  por 
su  cuenta  a  los  que  querían  hacerlo.  Estamos  aún 
expiando  aquel  crimen  de  haber  querido  ahogar  el 
renacimiento  del  espíritu  cristiano  en  Europa.  Es 
nuestra  señora  la  Vulgaridad,  la  impotencia  de  crear 
que  se  erige  en  dueña;  es  el  grajo  que  coge  al  rui- 
señor bajo  sus  garras  y  le  dice :  ¡  cállate  o  grazna ! 

Lo  tengo  dicho,  lo  repito  y  lo  repetiré  mil  veces 
más :  no  hizo  la  Inquisición  el  carácter  español,  sino 
que  éste  hizo  a  aquélla ;  no  fué  la  Monarquía  ni  fué 
la  Iglesia  romana,  sino  que  fué  el  espíritu  colectivo 
que  imperaba  entonces  quien  dió  su  modo  y  manera 
al  Santo  Oficio  español.  Hay  que  repetirlo  mucho, 
porque  la  ceguedad  política  o  el  apego  a  ciertas  opi- 
niones petrificadas  lo  desconoce:  la  Inquisición  brotó 
de  la  mal  ajustada  unidad  española  y  del  despertar  de 
la  conciencia  pública  en  los  albores  del  Renacimiento ; 
así  que,  acabada  la  Reconquista,  se  volvieron  unos 


582  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


hacia  otros  los  pueblos  españoles,  surgió  la  Inquisi- 
ción como  fruto  de  las  pasiones  provocadas  a  este 
contacto  de  los  espíritus.  Y  es  aquí  el  espíritu  inqui- 
sitorial independiente  de  los  dogmas  que  se  profese, 
la  pereza,  la  soberbia  y  la  envidia  se  sirven  de  los 
más  contrapuestos  entre  sí. 

Somos  inquisidores  por  ser  envidiosos,  y  envidio- 
sos por  soberbios,  y  soberbios  sin  razón  alguna  para 
serlo,  soberbios  con  soberbia  gratuita,  por  ignoran- 
cia y  por  holgazanería  sobre  todo.  Porque  tal  es  la 
fatídica  procesión  de  nuestros  tres  pecados  capitales. 

Sé  de  hombres  cuyo  oficio  es  enseñar  que  sostie- 
nen que  quien  añade  ciencia  añade  malicia  y  ento- 
nan loores  a  la  ignorancia,  y  a  pretexto  de  que  hay 
que  educar  proscriben  la  ilustración;  he  oído  hacer 
la  apología  del  burro  santo  y  del  bruto  sano.  Pues 
bien,  no,  ni  el  bruto  es  sano  ni  puede  el  burro  ser 
santo ;  ningún  majadero  es  bueno.  La  envidia  es  el 
pasto  amargo  del  burro,  y  ved  cuando  se  deshace  en 
parte  la  gloria  de  alguno  de  los  hombres  que  han 
servido  de  luminares  al  linaje  humano  cómo  los  ma- 
jaderos, los  ramplones,  se  frotan  las  manos  de  gusto 
y  diciéndose:  "¡Bah!,  uno  más...,  un  farsante...,  un 
loco...",  piensan:  "uno  como  yo,  ni  más  ni  menos... 
cuando  digo  que  todos  estamos  hechos  del  mismo 
barro  y  que  eso  de  los  genios  y  talentos  no  pasa  de 
una  monserga..." 

Fijáos  en  cómo  y  cuánto  regocija  a  muchas  gentes 
cierto  crítico  a  caza  de  ripios  y  disparates ;  es  que 
les  halaga  las  peores  pasiones,  porque  ellos,  los  rego- 
cijados con  esas  hueras  tosquedades,  siéntense  inca- 
paces de  disparatar;  el  sentido  común,  pero  de  lo  más 
común,  les  ahoga,  y  su  flojera  no  les  deja  buscar  en 
sí  mismos  el  sentido  propio  que  tuvieren. 

Llamaban  los  griegos  misólogos  a  los  odiadores 
de  la  cultura,  de  las  artes  y  del  saber.  Resístese  todo 
espíritu  culto  a  creer  en  la  misología,  como  se  resis- 


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583 


te  un  cristiano  a  creer  en  lo  que  llaman  los  teólogos 
el  pecado  satánico,  el  odio  formal  a  Dios,  y,  sin  em- 
bargo, hay  odio  formal  a  la  cultura  y  al  saber.  Y  no 
es  por  los  males  que  se  teme  acarree  el  saber  las  cosas 
a  medias  o  el  saberlas  mal,  no;  es  por  envidia  de  so- 
berbios holgazanes.  Envidia  y  a  la  vez  irritación  con- 
tra el  que  va  a  inquietarles,  a  quererles  sacar  de  su 
paso  de  andadura.  "No  me  venga  usted  con  esos  ga- 
limatías, que  me  corta  la  digestión",  parecen  decir. 
Los  garbanzos  sólo  se  digieren  bien  jugando  al  tre- 
sillo, echando  la  siesta  u  oyendo  sesudas  vulgarida- 
des de  abolengo. 

Oiréis  el  elogio  de  la  salud  gañanesca,  que  no  es 
tal  salud;  oiréis  que  vale  más  asno  vivo  que  doctor 
muerto;  yo  he  oído  a  un  joven  que  se  jactaba  de 
vigoroso  y  sano  decir  a  otro  que  era  miope  y  culto: 
"tú  sabrás,  pero  yo  veo  una  mosca  a  veinte  pasos". 
Y  así  revientan  de  brutos. 

O  felix  culpa!,  canta  la  Iglesia  en  su  liturgia,  refi- 
riéndose al  pecado  original.  Sí,  por  haber  probado  el 
hombre  del  fruto  del  árbol  de  la  ciencia  del  bien  y 
del  mal,  se  ve  sujeto  al  trabajo,  mas  con  él,  al  pro- 
greso y  a  tener  que  conquistarse  día  a  día  la  liber- 
tad y  la  dicha ;  esa  dichosa  culpa  le  hace  posible  la 
redención.  Dejadlos,  pues,  en  el  paraíso  de  la  igno- 
rancia y  de  la  holgazanería.  No  paraíso,  sino  limbo, 
cuando  no  purgatorio. 

La  causa  más  honda  de  la  expulsión  de  los  moris- 
cos fué  el  odio  de  los  pueblos  de  abolengo  pastoril, 
andariegos  y  haraganes,  contra  aquellos  laboriosos  e 
industriosos  hortelanos;  el  odio  del  holgazán  al  tra- 
bajador, que  parece  le  afrenta  con  su  trabajo.  Y  hoy, 
no  contentos  con  aborrecer  el  trabajo,  siguen  abo- 
rreciendo al  que  trabaja,  porque  trabaja. 

En  el  tema  onceno  de  vuestro  programa  pedís  el 
'.nedio  de  evitar  el  sunnenagc  en  las  escuelas.  Pero, 
por  Dios  vivo,  sí  en  España  no  hay  surmcnagc  to- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


davía,  ni  aun  pelijíro  de  él.  No  se  gastan  aquí  los 
cerebros  por  abuso,  sino  que  se  enmohecen  por  des- 
uso. No  es  exceso  de  trabajo,  es  falta  de  libertad 
en  él  lo  que  nos  perjudica,  pues  cansa  más  una  hora 
de  gimnasia  de  sala  que  ocho  horas  de  juego  al  aire 
libre. 

Hácese  necesaria  una  liga  contra  la  haraganería 
que  ha  creado  nuestra  típica  mendicidad  doble,  ya  la 
del  cuerpo,  ya  la  del  espíritu ;  la  de  los  que  pordiosean 
mendrugos  de  pan  y  la  de  los  que  pordiosean  mendru- 
gos espirituales,  despojos,  chamariles  y  barreduras  de 
doctrina,  acuñada  calderilla  del  saber ;  se  hace  nece- 
saria una  liga  contra  la  sopa  boba  espiritual,  una 
liga,  una  hermandad  más  bien,  frente  a  la  que  la 
ramplonería  y  la  impotencia  envidiosas  tienen  tra- 
mada. 

Es  el  trabajo  interno,  el  que  modifica  el  espíritu  y 
le  obliga  de  continuo  a  cambiar  de  derroteros,  el  que 
nos  hace  otros,  el  trabajo  de  formarnos,  reformarnos 
y  trasformarnos  sin  cesar,  preparándonos  para  se- 
milla de  eternidad,  ése  es  el  trabajo  que  redime.  "El 
que  no  naciere  de  nuevo,  no  verá  el  reino  de  Dios", 
decía  el  Cristo,  y  nacer  de  nuevo  es  nacer  a  diario,  es 
convertir  la  vida  en  un  nacer  continuo,  en  un  continuo 
cambiar.  Y  cabe  así  lograr  reposo ;  no  el  del  estéril 
lago  helado,  sino  el  del  río  corriente,  en  cuyo  cristal 
se  espejan  los  álamos  del  margen  sin  que  a  sus  raí- 
ces les  bañen  dos  veces  las  mismas  aguas.  Mejor  du- 
dar e  inquirir,  y  recomendar  cien  veces  el  mismo 
sendero,  que  no  sestear  haraganamente  a  la  sombra 
de  una  autoridad  cualquiera,  rumiando  el  viejo  pasto. 

Trabajar  no  es  tampoco  salir  del  paso,  no  es  lo 
que  llamamos  cumplir,  y  menos  aún  servir  por  la 
pitanza.  Quien  hoy  en  España  no  haga  sino  rendir 
lo  que  se  le  exige,  sirve  mal  a  la  patria.  Recordad  la 
parábola  de  los  talentos.  Y  no  vale  decir  que  harto 


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hace  quien  cumple  su  oficio,  ¡  no !,  pues  muchas  veces 
sirve  mejor  quien  lo  toma  de  apoyo  para  vivir  y  el 
vivir  mismo  se  lo  rinde  a  la  patria  en  otra  forma.  Ni 
sirve  decir :  "yo  no  puedo  más,  harto  es  que  llene  mi 
cometido",  pues  nadie  sabe  para  qué  sirve  ni  hasta 
dónde  alcanzan  sus  fuerzas  hasta  que  se  le  mete  en 
empeño,  nadie  conoce  sus  bríos  hasta  que  se  los 
hacen  probar  en  extremo.  Por  eso  creo  un  deber  el 
de  acicatear,  azuzar  y  no  dejar  tranquilo  al  prójimo, 
el  de  inquietar  las  almas  de  nuestros  hermanos  sin 
dejarles  que  se  amodorren  en  siesta  de  ocio. 

Una  hermandad  para  el  trabajo  interno  y  renova- 
dor, para  la  investigación  y  el  examen  libres,  y  con- 
ducente a  ello,  disciplina;  pero  disciplina  interna.  No 
esa  otra  que  los  envidiosos  y  haraganes  ponderan 
tanto  y  de  que  era  modelo  la  banda  de  Roque  Guinart 
el  bandolero.  Disciplina  es  deponer  la  soberbia  y  la 
envidia  que  de  la  pereza  nacen  y  reconocer  las  na- 
turales graduaciones  espirituales,  aun  dentro  de  la 
más  grande  disparidad  en  el  pensar ;  disciplina  es 
honrar  y  ayudar  a  todo  el  que  investigue  o  piense  por 
si,  piense  como  pensare ;  a  todo  forjador  de  ideas 
vivas,  sean  éstas  las  que  fueren;  forjador  que  suele 
a  la  vez  ser  machacador  de  ellas,  pues  se  hace  las 
nuevas  con  el  bronce  de  las  antiguas ;  a  todo  el  que, 
trabajándolas,  nos  muestre  que  se  hicieron  las  ideas 
para  el  hombre  y  no  el  hombre  para  las  ideas.  Esta 
disciplina  y  no  aquella  otra  de  los  haraganes  y  cobar- 
des que  obedecen  por  no  tomarse  el  trabajo  ni  cargar 
con  la  responsabilidad  de  decidirse  a  obrar  por  sí 
mismos. 

Una  hermandad,  sí,  una  hermandad  que  será  la 
patria  al  cabo,  porc|ue  lo  más  hondo  de  ésta  tiene  que 
ser  el  ser  ella  una  asociación  para  el  trabajo,  la  ex- 
plotación en  común  de  un  solar  y  la  roturación  tam- 
bién de  un  solo  suelo  espiritual,  de  una  tradición.  Y 
el  mayor  trabajo  a  que  la  hermandad  patriótica  haya 


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MIGUEL  DE  UNAMUND 


de  aplicarse  es  el  de  hacer  patria  y  rehacerla  y  tras- 
hacerla,  no  encadenándola  a  forma  alguna  de  tradi- 
ción, sino  tomando  a  la  tradición  como  sustancia  del 
progreso,  rotas  sus  pasajeras  formas.  Que  no  sea  la 
tradición  hacienda  heredada  de  cuya  mezquina '  renta 
se  viva,  sin  acrecentarla,  como  ociosos  hidalgos  de 
gotera  de  la  inteligencia,  en  sordidez  espiritual,  en- 
terrando los  menguados  ahorros.  No  hay  ni  institu- 
ción ni  doctrina  alguna  consustancial  con  la  patria. 

Y  ahora,  señora,  no  quiero  romper  ciertas  costum- 
bres, y  pues  lo  es  la  de  dirigiros  en  estos  actos 
algunas  palabras  encaminadas  a  las  mujeres,  también 
yo  tengo  algunas  que  deciros. 

Hay  un  hondo  simbolismo  en  este  vuestro  efímero 
reinado  en  fiesta,  porque  en  España  reina  también 
la  mujer,  pero  no  como  debía  reinar,  sino*  con  perni- 
ciosísimas pragmáticas.  Las  más  de  las  cobardías 
de  nosotros  los  hombres,  la  hipocresía  y  fingimiento 
en  que  nos  envolvemos,  son  ante  todo  y  sobre  todo 
por  huir  de  pasajera  disensión  en  el  hogar;  la  men- 
tira se  enseñorea  de  nuestra  patria  por  no  querer 
nosotros  luchar,  hasta  domarla,  con  la  mujer  que  se 
nos  entrega  mal  educada,  por  educar  mal  a  nuestras 
hijas,  abandonándolas  por  completo  a  sus  madres. 
Los  hombres  se  esclavizan  así  a  sus  mujeres,  y  el 
esclavo  no  sabe  amar.  Tristes  brazos  los  brazos  de 
la  mujer  amada  si  se  ahoga  en  ellos  la  libertad  de  la 
conciencia,  y  triste  labor  la  de  la  mujer  si  ha  de  un- 
cir a  su  hombre  al  carro  de  otros  hombres.  Para  la 
mujer  no  debe  haber  otro  guía  espiritual  que  el  que 
la  sostiene  y  lleva  por  los  senderos  de  la  vida,  quien  le 
da  el  pan  del  cuerpo  debe  también  darle  el  del  alma 
y  ser  gloria  de  ella  la  libertad  de  él. 

Se  ha  dicho  que  en  quienes  aman  poco,  es  el  amor 
— el  amor  sexual,  se  entiende—  pasión  primaria,  y 
secundaria  en  los  que  aman  mucho;  mas  lo  cierto  es 


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que  no  puede  querer  ni  mucho  ni  l)ien  a  su  hombre 
la  mujer  que  no  ame  a  su  verdad  y  a  su  libertad 
sobre  él. 

El  temor  a  la  <^uerra  en  la  familia  nos  hunde  en 
mayores  males.  Olvidamos  que  el  Cristo,  mensajero 
de  paz  eterna,  dijo  que  no  venía  a  la  tierra  a  traer 
paz,  paz  temporal  y  aparente,  sino  disensión,  y  que 
por  él  estarían  en  adelante  cinco  divididos  en  cada 
casa,  tres  contra  dos  y  dos  contra  tres.  La  verdad 
no  trae  paz,  sino  después  de  dura  lucha,  y  es  la  paz 
conquistada,  el  descanso  tras  de  la  brega  y  sobre  el 
fruto  de  la  victoria.  Cuando  Jantipa,  al  ver  en  la 
cárcel  a  su  marido,  condenado  a  muerte,  empezó  a 
dar  voces,  él,  Sócrates,  mirando  a  Critón,  le  dijo: 
"Cntón,  ¡que  se  lleven  a  ésta  a  casa!",  y  siguió 
preparándose  a  su  glorioso  fin. 

Hay  una  vieja  historia  que  conviene  recordar,  y 
es  la  de  aquel  fuerte  varón,  engañador  por  dos  ve- 
ces y  por  dos  veces  engañado  de  la  mujer,  y  que  a 
la  tercera  cedió,  y  "aconteció  que  apretándole  ella 
cada  día  con  sus  palabras  e  importunándolo,  su  alma 
se  redujo  a  mortal  angustia,  y  descubrióla  todo  su 
corazón  diciéndola :  Nunca  tocó  navaja  mi  cabeza, 
porque  soy  nazareno  de  Dios  desde  el  vientre  de  mi 
madre,  pero  si  se  me  rapase,  perdería  mi  fuerza  de- 
bilitándome como  los  demás  hombres.  Y  viendo  Da- 
lila  que  le  había  abierto  todo  su  corazón  mandó  llamar 
a  los  príncipes  de  los  filisteos,  diciéndoles :  Venid 
ahora,  porque  me  ha  abierto  su  corazón.  Y  los  prín- 
cipes de  los  filisteos  vinieron,  y  ella  hizo  que  se  dur- 
miese él  sobre  sus  rodillas,  y  llamado  un  hombre,  le 
rapó  siete  guedejas,  y  comenzó  a  afligirlo  porque 
perdió  la  fuerza  y  le  dijo:  ¡  Sansón,  los  filisteos  sobre 
ti!  Y  despertando  del  sueño,  se  dijo:  Esta  vez  saldré 
como  las  otras  y  me  escaparé,  no  sabiendo  que  Dios 
se  le  había  apartado.  Mas  los  filisteos  le  echaron 
mano,  le  sacaron  los  ojos,  le  llevaron  a  Gaza  y  le 


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ataron  con  cadenas  para  que  moliese  en  la  cárcel" 
(Jueces,  XVI,  16-21).  ¡Triste  historia!  Y  triste  pa- 
pel el  de  aquellas  que,  aun  sin  quererlo  ni  saberlo 
acaso,  hacen  de  Dalilas  para  con  sus  hombres,  hacen 
que  les  rapen  las  guedejas  de  la  ambición. 

No  espero  yo  así  de  la  mujer  española  de  mañana, 
sino  que  sienta  que  su  único  modo  de  reinar  bien  es- 
triba en  la  íntima  convivencia  espiritual  con  el  hom- 
bre, en  comunión  de  libertad,  de  igualdad  y  de  fra- 
ternidad con  él,  en  fe,  esperanza  y  amor  mutuos.  Así 
y  sólo  así  llegarán  a  perfección  ambos,  pues  suponer 
como  más  perfecto  en  sí  cualquier  estado  que  no  pue- 
da, sin  peligro  para  el  linaje,  universalizarse,  un  es- 
tado que  haya  de  reservarse  por  fuerza  a  unos  pocos, 
excluyendo  de  él  a  la  mayoría,  es  asentar  una  de  las 
doctrinas  más  antievangélicas  que  cabe  concebir. 

Esa  entrañable  convivencia  en  el  hogar  debería  ser, 
además,  la  mejor  cura  de  la  pereza,  y  con  ella  de  la 
soberbia  y  de  la  envidia  que  trae  aparejadas  consigo, 
y  el  mejor  abono  de  las  artes  de  la  paz,  únicas  que 
llevan  a  los  pueblos  a  la  dicha  y  a  la  gloria  dura- 
deras. 

{Del  manuscrito  original. — Texto  impreso  en  El 
Radical,  de  Almería,  28-V III -1903.) 


CONFERENCIA  EN  EL  CIRCULO  LITERARIO 
DE  ALMERIA  EL  30  DE  AGOSTO  DE  1903 


Preámbulo. 

Señores:  Quiero  ahorrar  el  saludo,  porque  me 
parece  que  el  mejor  saludo  es  la  mera  presencia. 

Antes  de  empezar  he  de  pediros  una  licencia,  y 
es  que  tengo  por  costumbre  de  hablar,  sí,  pero  es  en 
clase,  y  como  en  clase  tengo  costumbre  de  hablar 
sentado,  pido  licencia  para  sentarme.  Y  no  es  que 
tome  esto  por  cátedra,  no;  no  me  propongo  enseñar 
nada,  pero  es  más  cómodo,  más  sencillo,  y  me  hago 
la  ilusión  de  usar  aquella  famiharidad  que  uso  con 
mis  discípulos  en  clase,  donde  más  que  dar  doctrina 
o  imbuir  enseñanza,  procuro  verter  espíritu. 

He  venido  aquí  como  a  clase  suelo  ir,  como  ando 
en  la  calle,  en  la  vida  ordinaria,  y  con  la  libertad 
que  da  el  no  hallarse  agarrotado  con  indumentaria 
que  no  sea  la  corriente. 

Acaso  hubiera  preferido  hablar  en  el  local  en  que 
a  diario  os  reunís;  pero  hay  que  tomar  las  cosas 
como  se  nos  dan,  y  hay  la  ventaja  del  mayor  espacio. 

Más  he  querido  hacer  un  acto  de  presencia  que  no 
ningún  otro  de  enseñanza  porque  en  esto  de  la  en- 
señanza hay  que  andar  con  cuidado,  y  no  son  siem- 
pre los  oyentes  los  que  aprenden,  sino  el  que  habla. 
Tengo  la  costumbre  de  pensar  en  voz  alta,  y  es  que 
he  aprendido  en  la  práctica  que  tratando  de  verter 
a  los  demás  nuestras  ideas,  es  como  llegamos  a  co- 
nocerlas. ;     É  j 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Hay  cosas  que  creo  que  las  sé  y,  al  exponerlas,  me 
convenzo  de  que  no  las  sabía. 

Esto,  hasta  cierto  punto,  tiene  que  ser  una  impro- 
visación; pero  no  del  todo,  pues  tengo  mis  notas.  El 
que  improvisa,  si  lo  hace  mal,  no  tiene  excusa;  y  si 
lo  hace  bien,  se  le  puede  decir  que  podía  haberlo 
hecho  mejor. 

La  enseñanza. 

Es  una  enseñanza  mutua.  Durante  la  mayor  parte 
de  la  vida,  cuando  se  forma  el  corazón  y  el  carácter, 
no  hemos  estado  en  contacto  con  el  pueblo;  nos  edu- 
ca más  que  lo  que  nosotros  le  educamos.  No  he  sabido 
nunca  ser  con  nadie  ni  adulador,  ni  calumniador,  por- 
que en  este  país  en  que  en  cuestión  de  crítica  pasa- 
mos del  palo  al  bombo,  se  pasa  de  la  calumnia  a  la 
adulación. 

Decía  Taine,  haciéndole  la  observación  de  que 
aquellas  doctrinas  podrían  perjudicar  a  la  Francia: 
"Cuando  escribo,  no  pienso  que  haya  franceses  en  el 
mundo". 

Esto  de  la  enseñanza  es  una  cosa  de  que  se  habla 
con  frecuencia,  y  es  una  de  las  cuestiones  más  difí- 
ciles. Las  clases  directoras  (las  así  llamadas,  quiero 
decir,  porque  no  me  quiero  meter  a  investigar  el  va- 
lor de  esta  locución),  las  clases  directoras  no  están 
preparadas  para  dar  instrucción,  ni  el  pueblo  para 
recibirla.  ¿Quién  tiene  la  culpa?  Creo  que  la  tene- 
mos todos. 

Hay  un  período  durante  el  cual,  más  que  dar  ali- 
mento, es  necesario  abrir  el  apetito;  y  acaso  en  Es- 
paña, más  que  enseñar,  hace  falta  abrir  el  apetito 
de  aprender.  Se  dice  "sembrar  ideas";  pero  ¿quién 
siembra  ideas  en  una  tierra  apelmazada,  no  rota  por 
el  arado  ?  Esa  semilla  la  arrebatará  el  aire  o  los  pá- 


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jaros  se  la  comerán.  Hay  que  abrir  la  tierra,  y  des- 
pués de  esto  la  semilla  fructificará. 

Hay  una  desconfianza  mutua  entre  esas  clases  a 
que  antes  aludía;  desconfianza  que  aunque  nosotros 
no  nos  demos  entera  cuenta  de  ello,  procede  de  que  es- 
tamos atacados  unos  y  otros  de  iguales  vicios,  pues  es- 
tamos constituidos  de  la  misma  masa.  Son  hasta  cierto 
punto  dos  mundos,  y  dos  mundos  que  viven  en  uno, 
separación  lamentable  y  que  no  hay  que  decir  que  se 
pasa  de  uno  a  otro,  pues  ambos  están  separados,  no 
se  comprenden,  no  se  sienten  y,  por  consiguiente,  no 
se  quieren ;  y  es  que  a  cierta  clase  se  nos  ha  enseñado, 
pero  entre  las  muchas  cosas  que  se  nos  ha  enseñado, 
hay  una  gran  cantidad  de  ciencia  inútil,  cuando  no 
dañina. 

Recordando  la  época  de  mis  estudios,  hago  exa- 
men de  conciencia  y  de  aquellas  ansias  que  de  curso 
en  curso  me  animaban,  creyendo  que  iba  a  descubrir 
la  verdad,  veo  que  fui  de  esperanza  en  desengaño 
hasta  terminar  mi  carrera,  y  entonces  me  encontré 
con  que  había  perdido  el  tiempo  y  tenía  que  empezar 
de  nuevo,  porque  es  más  fácil  edificar  en  un  solar 
que  destruir  un  edificio  ruinoso  y  edificar  sobre  sus 
ruinas. 

Hay  una  ciencia  hecha  a  posteriori  para  justificar 
ciertas  doctrinas  o  procedimientos,  y  no  de  mala  fe, 
sino  de  la  más  completa  buena  fe. 

Aparece  Malthus,  y  dice  que  es  una  ley  necesaria 
la  lucha  por  la  existencia ;  y  los  que  tal  supieron 
cenaron  tranquilamente,  y  aquella  noche  durmieron 
con  algo  más  de  sosiego. 

Hay  otra  ciencia,  en  la  que  sucede  lo  que  con  el 
arte  de  la  elegancia.  En  China  se  dejan  crecer  las 
uñas  de  las  manos  extraordinariamente,  llevándolas 
cuidadas  con  sumo  esmero,  con  lo  cual  dan  a  enten- 
der que  no  han  tenido  que  trabajar  con  las  manos. 

En  la  cabeza  tenemos  muchas  uñas  chinescas. 


592 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


En  realidad,  aprendemos  muchas  cosas  que  no 
nos  sirven  para  nada;  pero  no  todo  aquello  cuya 
aplicación  no  se  ve  inmediatamente  se  ha  de  estimar 
como  inútil,  ni  mucho  menos. 

Hubo  un  tiempo  en  que  solía  burlarme  yo  de  las 
carreras  de  caballos,  creyendo  que  sólo  servían  para 
fomentar  la  cría  de  caballos  de  carrera ;  pero  luego 
me  hicieron  notar  que,  cruzada  esta  raza  con  otra, 
podían  servir  para  fines  útiles.  Una  cima  nevada, 
estéril,  parece  inútil;  y  de  allí  vienen  luego  las  aguas 
que  riegan  los  campos. 

La  cuestión  social. 

Aquí,  en  España,  no  sé  qué  es  más  necesario,  si 
los  investigadores  o  los  agitadores.  Y  no  sirve  man- 
tenerse alejado;  le  arrancan  a  uno  de  casa. 

Yo  tengo  costumbres  metódicas,  un  modo  de  ser 
que  me  aparta  del  movimiento  ruidoso,  y  suelo  que- 
darme en  casa  para  estudiar  problemas  sociales ;  pero 
llega  un  movimiento,  le  llaman  a  uno,  y  no  tiene  más 
remedio  que  acudir  adonde  le  llaman;  así  es  que,  te- 
niendo espíritu  investigador,  las  circunstancias  me 
han  hecho  agitador,  hasta  cierto  punto. 

Echar  semilla  y  procurar  que  germine. 

Cuando  se  reúnen  unos  cuantos  hombres  empiezan 
a  cambiar  sus  ideas  por  pequeñas  que  sean  sus  opi- 
niones; basta  que  se  asocien  para  que  surja  una  nueva 
idea  al  estar  asociados  espontáneamente,  cuando  no 
les  han  unido  desde  fuera,  y  hoy  la  separación  es  aún 
más  completa,  y,  aunque  parezca  una  paradoja,  la  in- 
troducción de  la  maquinaria,  por  una  parte,  la  aboli- 
ción de  la  esclavitud,  por  otra,  han  separado  más  las 
clases.  Mientras  había  tierra  libre,  mientras  el  traba- 
jador podía  ir  al  campo  que  no  era  de  nadie,  hubo 
esclavitud ;  pero  cuando  fué  posible  acotar  toda  la 
tierra  disponible,  entonces  cayeron  las  cadenas  del 


OBRAS  COMPLETAS 


593 


esclavo ;  verdad  es  que,  donde  quiera  que  fuese,  pisa- 
ba tierra  que  no  era  suya. 

El  esclavo  había  nacido  en  la  casa  del  amo ;  se  le 
tenía  no  diré  que  un  cariño  mayor,  pero  sí  como  a 
la  vaca,  al  potro,  al  perro  que  ha  nacido  en  la  casa ; 
es  un  ser  con  el  que  se  está  en  trato,  pero  cuando  es 
posible  sustituirle  por  otro,  cuando  da  lo  inismo  uno 
([ue  otro,  que  no  se  trata  con  el  individuo,  sino  con 
un  número,  no  cabe  cariño. 

Resulta,  pues,  que  hasta  aquel  lazo,  por  duro  que 
fuera,  se  ha  perdido,  y  hoy  se  encuentran  dos  indi- 
viduos que  no  se  conocen.  No  digo  en  este  país  que 
no  conozco,  pero  en  otros  países  así  sucede.  Así  ha 
ocurrido  en  todas  partes  en  sus  principios,  y  empie- 
za a  ocurrir  en  España,  que  la  guerra  social  se  ha 
echado  encima  sin  preparación  de  unos  ni  de  otros. 
Las  comunicaciones  y  otras  mejoras  la  han  facilitado, 
en  cuanto  se  amengua  aquel  grado  de  malestar  que 
no  deja  fuerzas  ni  para  quejarse.  Se  ha  entrado  de 
repente,  no  se  ve  qué  salida  puede  tener,  y  en  esta 
lucha,  como  en  todas,  hace  falta  una  bandera,  un  ideal, 
sea  próximo,  sea  remoto,  sea  inmediato,  o  para  un 
mañana  próximo,  o  para  sabe  Dios  cuándo. 

Evolución  de  las  ideas. 

Mas  resulta  que  aquí  las  condiciones  del  ideal  se 
han  dado  en  un  pueblo  preparado  por  doctrinas  cerra- 
das, por  afirmaciones  secas,  y  el  espíritu  inquisitorial 
persiste.  Han  desaparecido  unos  dogmas  para  ser  sus- 
tituidos por  otros,  tan  cerrados  como  los  que  han  des- 
aparecido, y  es  que  muchos  no  pueden  darse  cuenta 
de  que  la  idea  es  una  cosa  movible,  que  está  en  evo- 
lución, y  que  no  puede  ser  una  doctrina  fija. 

En  un  hombre  que  se  pasa  la  vida  trabajando  pue- 
de decirse  que  conforme  es  el  jornal  así  es  la  idea 
que  de  la  sociedad  perfecta  se  forme;  gana  una  pese- 


594  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ta,  tiene  sus  ideales;  gana  dos,  pues  ya  estos  ideales 
varían,  y  así  sucesivamente,  y  es  que  conforme  cam- 
bia, conforme  va  teniendo  más  jornal,  ve  las  cosas  de 
diferente  manera,  y  cosas  que  antes  le  parecían  muy 
necesarias,  cuando  las  obtiene,  le  parece  que  no  lo 
eran  tanto  como  otras,  en  que  hasta  entonces  no  ha- 
bía pensado. 

Se  dice:  "Este  hombre  tenía  una  doctrina,  y  ahora 
tiene  otra".  Es  natural. 

Hay  un  ejemplo  en  esto :  indudablemente  hay  algo 
más  humano  que  la  patria,  pero  hoy,  en  las  condi- 
ciones históricas,  la  patria  es  un  hecho  mejor  o  peor, 
pero  un  hecho  real,  y  no  tomarlo  en  cuenta  como  tal 
es  separarse  de  la  realidad. 

Hay  una  idea,  hay  una  razón,  hay  un  modo  de 
vivir  y  ver  las  cuestiones,  distinto  en  cada  país,  y 
lo  mismo  que  en  Almería,  por  ejemplo,  están  asocia- 
dos los  obreros  de  tal  oficio  y  forman  una  asociación, 
y  los  de  la  ciudad  forman  otra  sociedad  distinta  de 
los  de  otras  ciudades,  es  natural  que  en  España  haya 
una  asociación  distinta  de  las  demás,  pero  siempre 
una  asociación  española,  y  en  cierto  sentido  una  pa- 
tria, una  asociación  para  la  realización  de  un  ideal. 

Fuera  de  una  porción  de  cosas  muy  recomendable, 
suele  resultar  con  harta  precuencia  que  la  patria  es 
una  hipoteca  de  los  tenedores  de  la  Deuda,  y  lo  más 
triste  es  que  aquí  se  ha  venido  la  cuestión  tan  de 
repente,  ha  cogido  tan  desprevenidos  a  unos  y  a  otros, 
que  presenta  los  caracteres  de  una  especie  de  lucha 
epiléptica  en  que  se  pasa  de  momentos  de  abandono, 
de  dejadez,  a  ataques  de  epilepsia,  a  un  estallido  del 
momento  en  que  se  gasta  toda  la  energía. 

Diferenciaciones. 

Es  algo  de  lo  que  pasa,  aunque  sea  dura  la  com- 
paración, entre  los  salvajes.  La  principal  diferencia, 


ERAS  COMPLETAS 


595 


es  decir,  una  de  las  diferencias  entre  el  hombre  sal- 
vaje y  el  hombre  civilizado,  está  en  que  el  salvaje 
no  tiene  metodizada  su  vida.  Cuando  encuentra  una 
res.  la  coge  y  se  la  come  toda  entera.  Tiene  un  sopor 
<|uc  dura  el  tiempo  que  tarda  en  hacer  la  digestión,  y 
luego  ayuna ;  no  se  le  ha  ocurrido  matar  aquella  res 
y  comerla  ordenadamente,  distribuyéndola  en  varios 
dias.  El  hombre  civilizado  come  ordenada  y  periódi- 
camente. Pues  esto  se  ve  en  todo.  Tenía  yo  un  amigo 
que  se  aburría  horriblemente  y  se  pasaba  la  vida  bos- 
tezando. Llegaba  un  día  de  toros  y  me  decía :  "¿  Va- 
mos a  los  toros  ? !  "No,  no  voy ;  has  cogido  la  res  de 
la  diversión,  y  luego  te  pasas  la  vida  aburrido.  Yo 
reparto  este  goce  en  todos  los  días  de  mi  vida,  y  me 
va  mucho  mejor." 

Es  de  ver  cómo  la  gente  pasa  de  la  desidia  a  un 
estallido  violento,  y  es  que  nadie  se  conforma  con  una 
labor  diaria,  de  la  que  no  se  ve  el  inmediato  resul- 
tado, y  es  que,  como  decía  esta  mañana,  por  no  tra- 
bajar, pasamos  hartos  trabajos. 

Cuando  venía  hacia  acá,  en  Baeza  se  nos  acerca- 
ron unos  muchachitos  que  iban  a  torear  a  un  pueblo. 
"Señorito  — me  dijo — ,  usted  que  protege  el  arte  (no 
sé  de  donde  sacaría  que  yo  protejo  el  arte),  nos  po- 
dra dar  algo."  Me  apenó  lo  que  antes  había  oído  res- 
pecto al  modo  en  que  habían  hecho  el  viaje,  no  de  las 
penas  que  habían  de  pasar  toreando,  y  les  pregun- 
té: "¿Por  qué  hacéis  eso?"  y  me  contestaron:  "Así 
empezó  Fuentes".  Entonces  vi  que  no  había  tal  amor 
al  arte,  sino  que  querían  ganar  mucho  con  poco  tra- 
bajo aunque  con  exposición  de  perder  la  vida. 

En  este  país  se  pasa  de  la  indolencia  a  una  acti- 
vidad loca,  como  el  toro  que  está  tranquilo  pas- 
tando y  de  pronto  acomete. 

Estos  son  nuestros  ideales,  unos  ideales  duros,  es- 
quinados, y  al  que  no  los  profesa  se  le  excomulga, 


596 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


porque  se  desconoce  la  gran  virtud  humana,  que  es 
la  terquedad. 

Supersticiones. 

Lo  que  sucede  es  que  hemos  cambiado  de  supers- 
tición, y  los  que  se  creen  más  libres  de  antiguas  pre- 
ocupaciones han  caído  en  otras  nuevas. 

No  tuvimos  religión,  puede  decirse,  puesto  que  nos 
la  legaron  hecha,  sin  dejarnos  que  nos  la  hiciéramos 
tal  como  se  amoldara  a  nuestro  espiritu;  dejamos  que 
nos  dieran  unos  ideales,  sin  que  los  fabriquemos  nos- 
otros. Queremos  sacudir  el  espíritu  de  autoridad,  y 
el  espíritu  de  autoridad  lo  llevamos  dentro. 

Del  primer  tirano  que  tiene  uno  que  librarse  es 
de  sí  mismo.  Hay  quien  por  no  claudicar  y  abdicar 
de  sus  ideas  de  toda  la  vida  llega  a  ser  un  hombre 
lleno  de  mentiras.  Yo  amo  tanto  la  libertad,  que  he 
querido  sacudirme  hasta  del  tirano  de  mi  propio  es- 
píritu, sin  preocuparme  de  ayer,  sino  que  cada  día 
quiero  ser  un  hombre  nuevo. 

Hay  en  ciertas  regiones,  no  sé  si  en  ésta,  pero  en 
muchas  partes  existen,  supersticiones  que  me  hacen 
mucha  gracia,  como  la  de  la  "bicha".  Se  puede  ha- 
blar de  ella,  describirla,  contar  sus  costumbres,  pero 
no  nombrarla,  porque  en  el  momento  que  se  dice  cu- 
lebra, ¡lagarto!,  ¡lagarto! 

Tenía  yo  un  amigo  muy  timorato  y  muy  pío,  que 
censuraba  de  una  manera  muy  amarga  esta  supers- 
tición, y  me  decía:  "Parece  mentira  que  personas  que 
se  tienen  por  católicas  (él  lo  era  muy  ferviente)  crean 
esas  cosas,  sin  reparar  que  eso  es  creer  en  agüeros, 
hechicerías  y  cosas  supersticiosas". 

Salimos  un  día  de  paseo  y  le  hablé  de  ciertos  idea- 
les, y  de  pronto  se  me  para  y  me  dice:  "Pero  esa  es 
teoría  anarquista  o  socialista,  ¡Jesús!,  ¡Jesús!",  y 
yo  dije:  í¡  Lagarto !  ¡Lagarto!,  ha  oído  la  bicha". 


OBRAS  COMPLETAS 


507 


El  miedo  a  lo  sencillo. 

No  hay  peor  cosa  que  asustarse  ele  los  nombres.  A 
mí  nunca  me  han  asustado  los  nombres  y  me  he  me- 
tido en  estas  cosas,  las  he  visto  y  debo  decir  con  sin- 
ceridad que  en  ciertos  respectos  me  agradan.  Es  cues- 
tión de  fe;  me  parecen  bien  algunas  cosas,  pero  no 
tengo  la  bastante  fe  para  poder  creer  en  ellas. 

Leí  no  hace  mucho  La  conquista  del  pan,  y  decía : 
Pero  esto  es  una  novela.  Es  muy  sencillo,  y  yo  le  ten- 
go mucho  miedo  a  lo  que  es  muy  sencillo.  Me  acuer- 
do de  la  frase  de  un  famoso  poeta  portugués,  Guerra 
Junqueiro,  a  quien  hablaba  de  un  señor  que  todo  lo 
veía  muy  claro,  y  me  dijo :  "Los  que  todo  lo  ven  cla- 
ro, son  espíritus  oscuros".  Yo  tengo  la  desgracia  de 
ver  claras  muy  pocas  cosas,  y  en  lo  técnico,  aquello  que 
exige  poco  esfuerzo,  hay  que  mirarlo  con  mucho  cui- 
dado. Y  es  que  aquellas  cosas  que  se  saben  por  fe 
y  no  por  experiencia,  tienen  un  peligro,  y  es  que  al 
primer  fracaso  la  fe  se  quebranta,  y  viene  la  deses- 
peración, y  aquellos  que  más  rudamente  lucharon  son 
los  primeros  en  inclinar  la  cerviz  al  yugo.  Es  una  de 
las  cosas  de  que  antes  hablaba,  del  carácter  de  histe- 
rismo que  tiene  la  lucha.  Vivimos  en  un  mundo  de 
intransigencias  y  se  debe  tener  por  primer  cuidado 
combatir  todo  género  de  intransigencias.  En  cuanto 
uno  piensa  de  distinto  modo,  se  le  atribuye  mala  fe, 
miras  interesadas.  Yo  tengo  por  costumbre  creer  que 
procede  de  buena  fe  el  que  piensa  de  distinto  modo 
que  yo,  mientras  no  me  prueben  lo  contrario,  piense 
como  pensare.  No  olvidaré  jamás  el  consejo  que  me 
daba  un  amigo  de  mucho  espiritu ;  me  decía :  "No 
discuta  usted  nunca.  Las  discusiones  son  perfecta- 
mente estériles,  y  en  ellas  sólo  se  trata  de  salvar  el 
amor  propio,  nunca  la  verdad;  pero  cuando  no  tenga 
usted  más  remedio  que  discutir,  no  haga  lo  que  ha- 
cen ordinariamente  las  gentes  de  España,  que  cuando 


598 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


oyen  una  cosa  con  la  que  no  están  conformes,  dicen : 
"¡Qué  barbaridad!"  Diga  usted:  "Yo  pensé  así  al- 
gún tiempo",  y  ya  lo  tiene  usted  ganado".  Es  que  no 
son  las  gentes  más  duras  las  más  convencidas.  Tengo 
observado  que  los  más  intransigentes,  los  que  menos 
admiten  contradicción,  son  los  que  menos  creen  en 
aquello  que  dicen  y  es,  que  el  hombre  tiene  el  hueso 
dentro  y  la  carne  fuera,  y,  por  el  contrario,  otros  los 
tienen  como  los  crustáceos :  cuando  se  trata  de  con- 
vencerlos, cierran  la  valva.  Llevan  los  huesos  fue- 
ra y  la  carne  dentro. 

Hay  distintos  temperamentos,  y  cada  uno,  según  su 
temperamento,  según  su  manera  especial  de  ser,  ve 
las  cosas  de  un  modo  particular,  y  todo  cabe  cuando 
se  tiene  buena  voluntad. 

Teoría  de  las  huelgas. 

Un  ejemplo  de  la  diferencia  que  va  de  una  acción 
sistemática,  lenta  y  al  mismo  tiempo  transigente,  y 
una  acción  histérica,  una  acción  epiléptica,  es  lo  que 
sucede  en  las  huelgas. 

La  huelga  es  una  forma  de  la  guerra  y  tiene  todos 
los  inconvenientes  y  todas  las  ventajas  que  pueda  te- 
ner la  guerra.  Hay  ocasiones  en  que  es,  como  la  gue- 
rra, un  mal  necesario ;  asi  es  que  yo  no  me  he  solido 
explicar  por  qué  hay  gentes  que  cuando  surgió  nues- 
tro conflicto  con  los  Estados  Unidos  decian  que  ha- 
bía que  ir  a  toda  costa  a  la  guerra,  aun  temiendo  la 
derrota,  y  luego  cuando  se  encuentran  con  el  caso  de 
la  huelga,  se  ponen  a  predicar  los  inconvenientes  de 
ella.  ¿Usted  no  decía  que  había  que  ir  a  la  guerra? 
¿  Cómo  ahora  cambia  usted  de  criterio  ?  ¿  Y  por  qué 
le  han  de  obligar  a  uno?  ¡  Ay,  amigo!,  en  aquel  tiem- 
po había  algunos  padres  españoles  que  creían  un  mal 
aquella  guerra,  y  les  arrebataron  hijos  y  los  lle- 
varon a  ella. 


OBRAS  COMPLETAS 


599 


Ahora  bien,  hay  dos  modos  de  hacer  la  guerra: 
como  los  salvajes  y  como  los  hombres  civilizados. 
Los  pueblos  civilizados  cuando  luchan  con  un  pueblo 
salvaje,  al  cabo  vencen.  Economizan  sangre,  y  ade- 
más, y  esto  es  lo  principal,  aceptan  la  batalla  donde, 
como  y  cuando  quieren,  no  donde,  cuando  y  como 
quiera  el  adversario. 

Hay  una  forma  de  huelga,  que  puede  llamarse  re- 
volucionaria, y  otra  que  puede  llamarse  de  evolución 
Donde  están  más  adelantados  han  aprendido  a  ha- 
cerlas de  este  último  modo,  y  lo  tienen  organizado 
con  una  finura,  con  un  tacto  y  con  una  ciencia,  que 
es  maravilloso,  porque  se  habla  del  arte  de  la  guerra, 
pero  el  arte  de  dirigir  un  movimiento  de  esta  natu- 
raleza es  tan  difícil  o  más  que  el  de  la  guerra. 

No  tiene  lógica  esa  especie  de  axioma  de  nuestra 
patria  de:  "No  por  el  huevo,  sino  por  el  fuero".  En 
esos  pueblos  a  que  me  he  referido  no  se  va  a  la  huelga 
por  amor  propio  sino  que,  dicen,  haciendo  su  cálculo : 
"El  tiempo  que  hemos  estado  holgando,  hemos  deja- 
do de  percibir,  por  ejemplo,  20.000  duros  entre  todos, 
y  hemos  conseguido  un  aumento  de  jornal  de  20.000 
reales,  o  sea  un  capital  puesto  al  cinco  por  ciento". 
Cuando  la  huelga  dura  poco  el  resultado  es  mayor,  y 
publican  a  fin  de  año  el  resultado  de  las  huelgas. 

El  dueño,  por  su  parte,  discurre  de  análoga  for- 
ma, porque  es  de  su  misma  masa.  No  dice :  "A  mí  na 
die  me  pone  la  ley",  ni :  "No  sufro  imposiciones."  Es 
como  un  tendero  con  quien  ajusta  un  comprador,  y 
éste  le  dice:  "No  me  conviene,  me  voy".  El  dueño 
dice:  "Estos  hombres  podrán  resistir  tanto  tiempo; 
si  cedo,  suben  mis  gastos  tanto;  capitaliza  y  tran- 
sige o  no,  según  le  conviene,  y  entre  patronos  y  obre- 
ros se  establece  una  especie  de  chalaneo.  Dicen,  por- 
ejemplo,  los  obreros:  "Señor,  usted  va  mejorando; 
nosotros  nos  llamamos  a  la  parte",  y  empieza  enton- 
ces ese  regateo. 


600 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


El  jusfo  salario. 

Se  habla  mucho,  y  en  un  famoso  documento  se  ha- 
bló del  justo  salario;  pero  esto,  ¿cómo  se  jus- 
tiprecia? Tiene  que  ser  por  la  ley  de  la  oferta  y  la 
demanda.  Sólo  se  puede  averiguar  hasta  dónde  se 
puede  llegar,  poniendo  al  patrono  en  el  disparadero 
de  ver  si  se  puede  o  no,  como  sucede  en  un  comercio 
donde  se  ofrece  un  precio  que  al  comerciante  no  le 
conviene,  y  el  comprador  se  va,  vuelve  a  los  pocos 
días  y  le  dice  el  comerciante :  "Llévese  usted  esto 
por  el  precio  que  ofrecía",  y  dice  el  comprador :  "Ya 
no  me  hace  falta,  lo  he  comprado  en  otra  parte". 

En  explotaciones  cuyo  gasto  casi  único  es  el  sa- 
lario, como  en  ciertas  formas  de  extracción  minera, 
la  huelga  es  difícil  que  obtenga  resultado,  porque  un 
10  por  100  de  aumento  en  los  jornales,  v.  gr.,  resulta 
casi  un  10  por  100  de  aumento  en  los  gastos  totales, 
mientras  que  en  industrias  adelantadas  y  en  que  lo 
más  del  trabajo  lo  hace  la  máquina,  como  el  jornal 
no  es  sino  una  parte,  a  veces  no  la  más  importante, 
de  los  gastos  totales,  la  huelga  es  más  fácil  que  ob- 
tenga resultado,  ya  que  con  ella  se  irroga  más  perjui- 
cio al  patrón,  y  un  aumento  de  10  por  100  en  los 
jornales  significa  un  tanto  por  ciento. 

Tal  es  una  huelga  práctica  o  de  evolución,  regida 
por  la  oferta  y  la  demanda,  que  tiene,  entre  otros 
resultados,  el  de  haber  sido  el  principal  elemento  de 
progreso  en  algunos  países,  porque,  aunque  esto  sea 
una  digresión,  la  cosa  será  triste,  pero  es  así ;  en 
los  comienzos  de  la  historia,  la  civilización  se  debe  a 
que  un  hombre  sujetó  a  otro  hombre.  Esto  es  duro, 
pero  hay  que  decirlo.  Un  salvaje  no  se  mueve  a  tra- 
bajar porque  la  satisfacción  que  busca  no  le  compen- 
sa el  esfuerzo;  tiene  pocas  necesidades,  pero  viene 
otro  más  duro,  más  fuerte,  o  más  bruto  que  él,  y  le 


OBRAS    C  O M FLETAS 


601 


sujeta  y  le  hace  trabajar  para  los  dos,  y  aquél  puede 
mantener  a  cuatro.  Al  sujetador,  como  no  tiene  que 
hacer  más  que  vigilar  al  esclavo,  se  le  ocurren  una 
porción  de  cosas  que  no  pueden  ocurrirsele  al  que 
tiene  que  trabajar.  Hoy  el  impulso  de  la  civilización 
es  del  de  abajo,  que  apremia  al  de  arriba. 

Muchas  son  las  huelgas  que  han  sido  seguidas  de 
algún  adelanto  técnico  que  antes  no  se  verificaba, 
por  no  tenerlo  en  cuenta  económicamente. 

Los  romanos  conocían  los  molinos  de  agua,  pero 
no  los  aplicaban  porque  era  más  barato  tener  un  es- 
clavo que  moviese  la  rueda.  Cuando  el  esclavo  enca- 
reció implantaron  el  molino.  A  medida  que  el  de  aba- 
jo dice:  "Quiero  más",  el  de  arriba  ha  tenido  que 
defenderse,  y  ha  inventado  una  mejora,  y  si  ha  ido 
prosperando  la  industria,  gracias  a  las  exigencias  de 
los  de  abajo,  y  no  haciendo  como  en  España  se  viene 
haciendo  de  meter  la  cabeza  debajo  del  ala  y  esperar 
que  pase  la  tormenta,  rezando  el  rosario. 

Manera  dr  -z'cr  las  cosas. 

No  es  ésta  la  manera  de  ver  venir  las  cosas,  sino 
estudiándolas  cara  a  cara. 

La  huelga  exige,  por  su  parte,  un  estudio  de  las 
probabilidades  del  éxito  y,  además,  por  parte  del  obre- 
ro, distribuirse,  como  todo  ejército  bien  organizado, 
en  cuerpo  de  ejército,  y  primera,  y  segunda,  y  tercera 
reserva  y  las  que  hagan  falta. 

Esta  es  la  guerra,  como  la  hacen  los  pueblos  civi- 
lizados, ahorrando  sangre  y  esfuerzos,  francamente, 
sin  odio  ninguno  al  adversario,  sin  ánimo  de  moles- 
tar sino  en  último  extremo,  para  la  ventaja  propia. 
Se  dispara  a  los  fuertes,  pero  no  a  las  casas,  ni  a  las 
mujeres,  ni  a  los  niños,  y  así  como  hay  dos  modos 
de  hacer  las  guerras,  hay  dos  modos  de  hacer  las 
huelgas. 


602 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Aquí  tenemos  mucho  del  espíritu  de  hidalgos  de 
gotera  y  aquello  de  que  "a  mí  nadie  me  falta".  Hay 
que  ver  el  tono  con  que  el  pordiosero  al  recibir  nues- 
tra limosna  nos  dice:  "Dios  se  lo  pague",  como  si 
hiciera  un  favor  que,  por  otra  parte,  suele  hacerlo. 

Hay  muchas  clases  de  dolores ;  hay  el  dolor  del 
hambriento  y  el  dolor  del  ahito.  En  cierta  ocasión  ha- 
blaba yo  de  ciertas  tristezas  de  un  amigo,  y  me  de- 
cían:  "Son  sufrimientos  de  lujo".  No  por  eso  son 
menores.  Hay  que  compadecer  no  sólo  a  los  de  abajo, 
sino  a  los  de  arriba.  No  es  tan  fácil  asociarse  a  las 
alegrías,  como  lo  es  asociarse  a  los  dolores  y  a  las 
tristezas.  Hay,  como  digo,  unos  dolores  de  ham- 
bre y  otros  de  hartazgo.  Lo  que  redima  al  pobre  de 
su  pobreza,  redimirá  al  rico  de  su  riqueza,  porque  es 
indudable  que  es  mejor  hoy  ser  un  hombre  que  vive  de 
su  trabajo  entre  conciudadanos  libres,  que  no  un  amo 
de  esclavos  en  sociedad  atrasada ;  vivir  entre  hombres 
libres  que  ser  un  tirano  entre  esclavos,  porque  se  en- 
contraría uno  siempre  aislado  y  sin  disfrutar  de  lo 
que  el  hombre  libre,  aunque  modesto,  pueda  disfru- 
tar. Va  uno  a  Madrid,  por  ejemplo,  y  ve  jardines 
como  no  los  tienen  las  gentes  adineradas  y  que,  sin 
embargo,  son  de  todos.  Es  necio  tener  un  cuadro 
hermoso  y  tenerlo  en  casa  sin  que  nadie  disfrute  de 
él.  Hay  quien  goza  más  así,  y  así  nos  explicamos 
una  sociedad  en  que  crezcan  al  máximo  las  cosas  de 
común  disfrute  disminuyendo  al  mínimo  las  de  apro- 
piación individual  exclusiva.  Quien  no  lo  vea  así  es 
que  carece  de  imaginación,  pues  sólo  la  falta  de  ésta 
nos  impide  figurarnos  una  sociedad  basada  en  otros 
fundamentos  que  no  la  nuestra. 

La  herencia. 

En  cierta  ocasión  se  hablaba  en  una  tertulia  de  la 
herencia,  y  dije  que  no  creía  en  su  bondad,  con  gran 


OBRAS  COMPLETAS 


603 


asombro  de  quien  me  hablaba,  y  añadí :  Y  he  de  de- 
cir a  usted  que  preferiría  dejar  a  mis  hijos  sin  un 
cuarto,  con  una  buena  educación  y  con  oficio  o  pro- 
fesión en  una  sociedad  más  serena  y  adelantada  que 
la  nuestra,  siquiera  como  en  los  Estados  Unidos,  a 
dejarlos  con  una  porción  de  miles  de  duros  en  un 
país  semi-salvaje.  Hay  quien  todo  su  esfuerzo  lo  pone 
en  amasar  una  fortuna  para  sus  hijos,  sin  reservarlo 
para  mejorar  la  sociedad  en  que  han  de  vivir. 

Pero  esta  lucha,  que  se  hace  necesaria,  que  se  viene 
ella  sola,  el  deber  del  hombre  es  de  esperarla  y  entrar 
en  ella,  como  entra  en  campaña  el  ejército  que  tiene 
conciencia  de  su  deber,  con  cierta  disciplina.  No  la 
disciplina  impuesta,  sino  una  que  sale  de  nosotros 
mismos,  sabiendo  que  la  victoria  no  la  da  el  ena'-de- 
cimiento,  ni  tampoco  el  número,  sino  únicamente 
la  ciencia  del  que  dirige  la  batalla,  dándola  donde, 
cuando  y  como  quiere  y  le  conviene,  teniendo  reser- 
vas, y  esperando,  que  es  más  virtud  que  lanzarse  sin 
saber  a  dónde. 

Cuando  haya  tolerancia  mutua,  cuando  se  haga  la 
guerra  de  tal  manera  que  los  adversarios  no  puedan 
menos  de  reconocer  esa  tolerancia  mutua,  entonces, 
¿cesará  la  lucha?  No.  La  lucha  no  cesará  nunca. 
Cambiará.  Y  quiera  Dios  que  no  cese  la  lucha,  por- 
que el  día  que  el  hombre  cese  de-  luchar,  muere.  Hay 
que  luchar  con  ciencia,  que  es  como  luchar  con  amor. 

Dos  personas  se  odian  mientras  no  se  conocen. 
Cuando  penetra  el  uno  en  el  espíritu  del  otro,  se  ama 
al  prójimo;  si  es  bueno,  por  serlo,  y  si  es  malo,  por 
lástima  de  él. 

He  dicho. 


(Texto  publicado  en  El  Radical,  y  en  La  Crónica 
Meridional,  de  Almería,  L°-IX-1903.) 


DISCURSO  PRONUNCIADO  EN  EL  ACTO  DE 
APERTURA  DEL  CURSO  1903  A  1904  E  IN- 
AUGURACION DEL  NUEVO  LOCAL  DE  LA 
ESCUELA  SUPERIOR  DE  INDUSTRIAS,  DE 
BEJAR 


Al  visitar  hoy  por  cuarta  vez  esta  ciudad  de  Be- 
jar,  para  inaugurar  el  nuevo  local  de  su  Escuela  Su- 
perior de  Industrias,  me  encuentro  a  ésta  instalada 
en  edificio  más  amplio,  más  cómodo  y  más  suntuoso 
que  el  que  ocupaba  antes.  Y  esto  no  puede  menos  sino 
influir  en  los  que  en  ella  enseñan.  Pues  así  como  el 
cuerpo  influye  en  el  espíritu,  por  lo  que  se  dijo  lo 
de  mcns  sana  in  corporc  sano,  el  lugar  en  que  una 
corporación  actúe,  influye  en  su  espíritu  también. 
Sucede  con  esto  como  con  el  traje,  que  quien  lo  lleva 
desaliñado  y  sucio,  al  ver  que  es  mal  recibido  y  no 
bien  respetado,  se  pierde  el  respeto  a  sí  mismo  y  se 
hace  tímido,  así  como  quien  se  ve  rodeado  de  las 
atenciones  con  que  se  obsequia  de  ordinario  al  que 
va  bien  puesto,  cobra  ánimos,  aplomo  y  aprende  a 
respetarse  y  hacerse  respetar.  Yo  espero,  pues,  que 
esta  mejora  de  vuestro  cuerpo  social  influya  en  vues- 
tro espíritu. 

Y  espero  que  esta  Escuela,  aparte  de  su  labor  espe- 
cífica de  las  enseñanzas  técnicas  que  dé  a  los  obre- 
ros, influya  en  el  espíritu  total  de  esta  ciudad  e  irra- 
die de  ella  una  constante  excitación  al  trabajo.  Qui- 
siera que  contribuyese  a  acabar  con  el  calderillo  y  la 
bodega. 

No  sólo  instruye  esta  Escuela,  sino  que  educa,  y 


OBRAS  COMPLETAS 


605 


educa  por  la  labor  del  trabajo  interno,  del  trabajo 
del  estudio,  tan  necesario  en  ciudad  que,  como  ésta, 
se  ve  con  frecuencia  envuelta  en  luchas  económico- 
sociales.  A  la  vez  brota  de  ella  espíritu  de  solidaridad 
y  culto  al  porvenir. 

He  oído  en  la  interesante  Memoria  del  señor  secre- 
tario que  hasta  ahora  apenas  se  matriculaban  aquí 
más  que  los  hijos  de  los  obreros,  y  ahora  empiezan 
a  matricularse  hijos  de  patronos,  mezclándose  así 
unos  3'  otros  en  las  aulas,  aprendiendo  a  conocerse 
y  a  estimarse.  Ojalá  llegásemos  así  a  las  escuelas 
primarias  verdaderamente  educadoras,  a  aquellas  en 
que  concurren  los  hijos  de  los  vecinos  todos,  desdo 
el  más  alto  al  más  bajo,  y  aún  mejor  si,  como  en 
algunas  partes  ocurre,  se  pasasen  allí  el  día  todo, 
haciendo  una  comida  en  común.  En  mi  vida  olvidaré 
el  tono,  entre  de  recelo  y  de  temor,  con  que,  siendo 
yo  niño,  hablábamos  de  los  chicos  de  las  escuelas 
de  balde. 

Y  a  la  vez  que  escuela  de  solidaridad  social,  debe 
ser  este  centro  escuela  de  culto  al  porvenir.  Cinco 
abejas  forman  el  escudo  de  la  ciudad  de  Béjar,  y 
esas  abejas  os  deben  recordar  el  maravilloso  espíritu 
de  ese  insecto,  consagrado  en  absoluto  al  culto  a  la 
posteridad.  En  un  día  hermoso,  el  del  enjambraje, 
cuando  más  surtida  se  halla  la  colmena,  abandónanla 
las  más  de  sus  moradoras,  y  la  abandonan  para  dejar 
aquellos  tesoros  a  una  generación  no  brotada  aún  a 
la  luz.  Es  el  triunfo  del  amor  maternal,  el  amor  al 
hijo  aún  no  nacido.  Y  así,  con  un  amor  parecido, 
hemos  de  hacer  que  en  este  país,  en  que  tanto  abun- 
dan, por  desgracia,  las  ruinas,  escombreras  y  esco- 
riales, no  quiten  sitio  las  tumbas  a  las  cunas. 

Aquí  debéis  mandar  a  vuestros  hijos  a  que  apren- 
dan el  trabajo  constante  e  intsrno,  el  trabajo  del  es- 
tudio. No  mandarlos  para  echarlos  de  casa,  para  que 
no  den  guerra  en  ella,  para  que  no  estorben  a  sus 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


padres,  para  que  les  dejen  en  paz,  frase  terrible  sobre 
la  que  vuelvo  a  llamar  la  atención  de  los  padres.  Bus- 
car la  paz  echando  a  los  hijos  de  casa  es  cosa  de- 
soladora y  triste.  No  cabe  paz  sin  la  presencia  de 
los  hijos,  que  imponen  respeto  y  comedimiento. 

Y  así,  si  los  padres  no  los  mandan  a  la  escuela 
más  que  para  deshacerse  de  ellos,  ellos,  a  su  vez, 
aprenden  a  hacer  novillos  o  huelgas  y  adquieren  una 
perniciosa  costumbre.  Más  tarde  podrán  aficionarse  a 
otros  novillos  que  traen  miseria  y  llanto,  no  a  razo- 
nadas huelgas,  sino  a  movimientos  epilépticos.  Y  es 
sabido  que  quien  reacciona  así,  epilépticamente,  con- 
tra desafueros  que  reciba,  es  luego  el  primero  que, 
cansado,  dobla  la  cerviz  a  la  coyunda. 

Estas  Escuelas  son  las  verdaderas  Universidades 
populares,  con  la  ventaja  de  no  darse  títulos  en  ellas. 
Sólo  producen  un  riesgo,  y  es  el  de  que  se  exagere  su 
necesario  carácter  práctico.  Porque  hace  tiempo  que 
como  natural  reacción  a  intemperancias  en  opuesto 
sentido,  se  viene  abusando  de  eso,  de  lo  práctico. 
Necesario  es  hacer  buenos  técnicos,  buenos  especia- 
listas, pero  más  necesario  es  aún  hacer  antes  buenos 
ciudadanos  y  buenos  hombres.  Y  espero  que  aquí, 
aparte  de  los  conocimientos  técnicos  que  se  os  tras- 
miten, la  labor  misma  del  estudio  os  eleve  el  espí- 
ritu, dándole  serenidad  y  tranquilidad. 

Habrá  de  ser,  además,  un  centro  de  experimenta- 
ción y  de  ensayos,  un  centro  en  que  no  sólo  se  en- 
señe industria  hecha,  sino  que  se  aprenda  a  hacerla. 
Y  tal  vez  del  espíritu  que  en  él  reine  surjan  inicia- 
tivas o  sugestiones  que  puedan  traer  a  esta  ciudad 
nuevas  industrias,  pues  llega  a  ser  precaria  la  vida 
de  un  centro  fabril  especializado  en  exceso  a  un  solo 
ramo  de  ella. 

Mucho  se  repite  aquel  aforismo  de  menos  doctores 
y  más  industriales,  pero  es  de  temer  que  queriendo 
hacer  industriales  en  escuelas  montadas  al  modo  de 


OBRAS  COMPLETAS 


607 


nuestras  fábricas  de  doctores  sólo  se  haga  doctores  en 
industrias,  tan  doctores,  en  lo  malo  de  este  dictado, 
como  los  otros. 

De  tanto  clamar  por  la  práctica,  no  caigamos  tam- 
poco en  la  chinería  del  maquinismo,  porque  es  ahora, 
en  que  las  condiciones  del  trabajo  moderno  hacen 
del  obrero  un  esclavo  de  la  máquina,  sin  iniciativa  en 
su  labor,  cuando  más  falta  hace  que  cobre  conciencia 
de  su  trabajo  y  sepa  cómo  lo  hace  y  para  qué  lo  hace, 
conozca  el  valor  social  de  su  trabajo.  Estoy  conven- 
cido de  que  el  abuso  del  alcohol  en  los  centros  fabri- 
les depende  en  gran  parte  de  la  relativa  inconciencia 
de  trabajo  a  que  somete  la  máquina  al  obrero,  por- 
que ello  ha  de  entristecer  la  vida. 

Fortifica  y  anima  el  tener  conciencia  de  lo  que  se 
hace,  de  cómo  se  hace  y  del  beneficio  que  lo  hecho 
reporta  a  nuestros  semejantes.  Comerás  el  pan  con 
el  sudor  de  tu  frente,  se  dijo,  y  Livingstone,  el  famoso 
explorador  del  Africa,  añadía  que  el  sudor  de  la  frente 
es  robustecedor  de  los  nervios.  Sí,  cuando  el  trabajo 
es  conciente  y  libre.  El  más  notable  de  los  escri- 
tores en  vascuence,  el  único  acaso  en  hondo  valor, 
Axular,  en  una  obra  ascética,  comentando  esa  conde- 
nación a  comer  con  el  sudor  de  la  frente,  decía  que 
no  fué  el  hombre,  al  pecar,  condenado  al  trabajo, 
sino  a  la  penosidad  de  él,  a  que  le  fuese  gravoso,  y 
recordaba  en  apoyo  aquello  que  dice  el  Génesis  de  que 
Dios  puso  a  Adán  en  el  Paraíso,  antes  del  pecado, 
para  que  lo  guardara  y  trabajase,  tit  custodiret  et 
operaretur.  Y,  en  efecto,  añadía,  ¿qué  paraíso  podía 
5er  si  no  se  trabajaba  en  él?  Y  al  leerlo,  me  dije: 
he  aquí  un  paisano  de  casta. 

Es  muy  general  el  contraponer  el  reposo  al  tra- 
Dajo,  sin  advertir  que  no  hay  nás  fructífero  reposo 
3ue  el  de  reposar  trabajando.  Es  claro  que  sería  ago- 
;ador  y  terrible  para  un  hombre  el  trabajo  de  noria, 
;n  que  una  muía,  con  los  ojos  vendados,  saca  agua; 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


pero  el  saber  que  esa  agua  servía  para  algo  social- 
mente  útil  templaría  el  rigor  de  la  tarea.  En  los  pe- 
nales ingleses  hubo  cierto  castigo  consistente  en  dar 
vueltas  a  un  manubrio  que  no  movía  mecanismo  algu- 
no, o  en  llevar  y  traer  piedras  de  acá  para  allá  y 
de  allá  para  acá  sin  resultado;  y  hombres  rudos,  en- 
callecidos, de  inteligencia  obtusa,  morían  de  pesar  y 
de  hipocondría.  Y  es  que  cuando  se  ve  el  fin  social 
de  lo  que  se  trabaja,  aparte  de  la  recompensa  que 
por  ello  se  recibe,  se  encuentra  otra  más  íntima 
recompensa  en  el  trabajo  mismo.  El  trabajo  social- 
mente  útil  es,  como  la  virtud,  premio  de  sí  mismo. 

Aquí,  pues,  habéis  de  aprender  sobre  todo  a  tra- 
bajar con  conciencia,  y  lo  aprenderéis  trabajándoos 
a  vosotros  mismos. 

No  es  ocasión  ésta  de  inquirir  si  es  o  no  adecuado 
el  cuadro  de  asignaturas,  pero  sí  quiero  llamaros 
la  atención  sobre  un  peligro  que  entraña  el  que  de 
Escuela  de  Artes  y  Oficios  que  se  llamaba  antes  haya 
venido  a  llamarse  Escuela  de  Industrias.  No  signifi- 
que esto  que  se  proscriba  la  parte  artística,  porque, 
lo  repito,  no  ha  de  limitarse  todo  a  hacer  buenos 
oficiales  tejedores  o  tintoreros.  El  arte  educa  al  es- 
píritu y  nos  enseña  los  gustos  más  exquisitos,  que  son 
los  más  nobles  y  los  más  baratos  a  la  vez.  Y  no 
pocos  males  se  evitarían  si  los  obreros  todos  adqui- 
rieran sentido  estético  y  afición  a  las  artes. 

Echo  también  de  menos  dos  enseñanzas,  que  aun- 
que parezcan  a  primera  vista  extrañas  al  objeto 
especial  de  estas  Escuelas,  creo  útilísimas  en  centros 
como  éste,  y  son  las  enseñanzas  de  la  Economía  Po- 
lítica y  la  de  la  Higiene.  Una  y  otra  evitarían  males 
que  todos  conocéis. 

Paréceme,  en  resolución,  que,  sin  dejar  su  fin 
inmediato  de  hacer  buenos  oficiales  técnicos,  es  el 
fin  más  alto  de  esta  Escuela  elevar  el  nivel  espiritual 
de  Béjar,  y  acaso  llegar  a  ser  su  centro  regulador. 


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609 


tal  vez  arbitro  en  ciertas  diferencias,  y  órgano  de  la 
conciencia  colectiva.  Es  lo  más  alto  a  que  puede  y 
debe  aspirar  un  instituto  de  educación  y  enseñanza. 

Ved  que  habita  en  un  antiguo  convento,  y  si  los 
conventos  fueron  centros  espirituales,  séanlo  hoy  las 
escuelas. 

Y  ahora  me  queda  el  dirigiros  un  ruego.  Languide- 
ce al  presente  Béjar  bajo  una  huelga,  de  cuyas  cau- 
sas, motivos  y  razones  no  he  de  juzgar;  de  una  huelga 
que  trae  miseria  y  desasosiego  por  culpa,  creo,  de 
unos  y  otros.  Van  a  inaugurar  vuestros  hijos,  juntos 
hijos  de  obreros  y  de  patronos,  sus  estudios;  el  me- 
jor modo  que  tendríais  de  solemnizar  esta  inaugura- 
ción seria  que  vosotros,  sus  padres,  inauguraseis  vues- 
tros trabajos  a  la  vez  que  su  trabajo  ellos.  Sería  un 
noI)le  ejemplo  que  habría  de  fructificar.  Removed  los 
obstáculos  para  ello  y  haced  así  una  de  las  más  no- 
bles inauguraciones  de  curso  que  se  hayan  hecho ; 
os  lo  suplico. 

Expresado  este  ruego  solemne  en  tan  solemne  oca- 
sión, en  nombre  de  S.  el  Rey  D.  Alfonso  XIII, 
declaro  abierto  el  curso  académico  de  1903  a  1904 
en  la  Escuela  Superior  de  Industrias  de  Béjar. 

(Texto  publicado  en  un  folleto,  Béjar,  J^iuda  de 
Aguilar,  1903,  9  págs.) 


UNAMUNO. — VII. 


20 


DISCURSO  PRONUNCIADO  EN  EL  PARA- 
NINFO DE  LA  UNIVERSIDAD  DE  SALAMAN- 
CA, ANTE  EL  REY  DON  ALFONSO  XIII  QUE 
PRESIDIO  LA  INAUGURACION  DEL  CURSO 
ACADEMICO,  EL  DIA  1  DE  OCTUBRE  DE  1904. 


Señor :  Es  la  segunda  vez  que  la  Universidad  de  Sa- 
lamanca dirige  a  Su  Majestad  por  mi  conducto  la  pa- 
labra. Fué  primero  acudiendo  ella  a  las  gradas  del 
Trono,  al  celebrarse  las  fiestas  de  la  coronación  de 
S.  M.  y  es  ahora  al  verse  honrada  con  la  visita  regia, 
como  con  otras  visitas  regias  se  ha  visto  honrada  en 
los  siglos  de  vida  que  lleva. 

"Los  Reyes  en  la  Universidad,  ésta  a  los  Reyes"'. 
Tal  es  la  dedicatoria  de  la  primorosa  fachada  plate- 
resca de  esta  Escuela,  según  reza  la  leyenda,  en  idio- 
ma griego,  que  rodea  el  elegante  medallón,  en  que 
aparecen  en  aquélla  tallados  en  su  dorada  piedra,  los 
bustos  de  los  Reyes  Católicos  don  Fernando  y  doña 
Isabel.  Siempre  existieron  en  efecto,  recios  lazos  en- 
tre esta  Escuela  y  los  Reyes  de  León  y  Castilla,  que 
luego  de  haberla  fundado  uno  de  ellos  la  protegieron 
todos,  a  porfía  y  sin  cesar.  Larga  sería  esta  historia 
desde  que  estableció  aquí  los  estudios  don  Alfonso  IX 
de  León  por  lo  que  podría  muy  bien  llamarse  a  esta 
Universidad,  Universidad  Alfonsina,  pasando  por 
don  Alfonso  X  el  Sabio,  que  dotó  a  los  Profesores 
a  cuenta  del  Tesoro  Público  y  fundó  la  Biblioteca 
hasta  que  el  padre  de  S.  M.  se  dignó  visitarla  el  9 
de  setiembre  de  1877.  Y  de  que  S.  M.  misma,  si- 
guiendo los  nobles  ejemplos  de  sus  mayores,  se  cuida 


OBRAS  COMPLETAS 


611 


del  mejor  acomodo  y  de  la  decencia  que  a  esta  Es- 
cuela corresponde,  es  buena  prueba  el  regio  donati- 
vo para  disponer  y  decorar  el  aula  de  la  nueva  Facul- 
tad de  Medicina,  que  en  memoria  de  tan  regia  muni- 
ficencia, lleva  el  nombre  de  "aula  de  don  Alfon- 
so XIH".  Con  ello  nos  hace  saber  S.  M.  cómo,  fiel 
al  tan  probado  aforismo  de  mcns  sana  in  corpore 
sano,  entiende  que  sólo  puede  darse  con  fruto  la  en- 
señanza en  recintos  que  ofrezcan  luz,  aire,  salubre 
comodidad  y  hasta  agradable  vista  al  cuerpo.  Esplén- 
didos los  tuvo  esta  Ciudad  en  la  época  de  su  floreci- 
miento académico;  mas  hoy,  las  más  de  aquellas 
suntuosas  moradas,  o  yacen  abatidas  al  suelo  por  vici- 
situdes de  la  guerra,  dañosa  casi  siempre  a  la  obra 
de  la  civilización  o  vendidas  muchas  de  ellas,  a  nue- 
vos y  extraños  usos.  Sólo  unas  pocas  sirven  de  abrigo 
a  instituciones  docentes,  cumpliendo  así  el  fin  para 
que  fueron  erigidas  por  sus  fundadores.  Aquí,  pues, 
Señor,  lo  que  más  podemos  ofrecerle,  es  gloriosos  re- 
cuerdos entre  piedras  medio  arruinadas  por  los  si- 
glos ;  pero  ello  son  manadas  de  esperanzas,  si  no  nos 
ha  de  faltar  la  mano  protectora  que  ampare  la  deli- 
cadeza de  nuestro  ministerio  docente.  Las  glorias  para 
la  Universidad,  cobradas  por  los  Maestros  que  en 
esta  misma  Casa  enseñaron  en  siglos  que  fueron  nos 
mueven  a  trabajar  en  servicio  de  su  Reino,  nuestra 
Patria,  para  conseguir,  por  nosotros  mismos,  nuevas 
glorias,  y  lo  vamos  en  parte  consiguiendo  de  tal 
modo,  que  si  se  corrobora  y  acrecienta  cierto  resur- 
gimiento intelectual  que  hoy  en  Salamanca  se  ad- 
vierte, merecerá  pronto  volver  a  ser  llamada,  como 
lo  fué  en  pasados  tiempos,  la  Atenas  española.  El  re- 
lumbre de  aquellos  antiguos  esplendores  es  incentivo 
para  buscar  y  encender  nosotros  esplendores  nuevos, 
y  nunca  pretexto  para  pedir  a  cuenta  de  él  ninguna 
clase  de  privilegios,  ya  que  éstos  no  se  piden  cuando 
se  llega  a  merecerlos. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Esta  Escuela,  en  efecto,  no  pide  privilegio  gratuito 
alguno,  ni  fundado  en  cosas  pasadas,  pues  sabe  que 
pasó,  afortunadamente,  el  tiempo  de  ello.  Sólo  pide 
la  protección,  al  presente  indispensable,  para  que  pue- 
da prosperar  en  ella  la  obra  de  la  alta  cultura  patria 
que  sin  el  apoyo  del  Estado,  que  S.  M.  representa, 
sin  ese  apoyo  como  garantía  de  la  libertad  de  cien- 
cia, perecería  hoy  esta  nuestra  Escuela,  dejada  al  li- 
bre concurso  de  los  elementos  populares.  Sólo  pedi- 
mos se  nos  ponga  al  igual  de  los  demás  Centros  do- 
centes, en  condiciones  de  poder  cumplir  debidamente 
nuestro  cometido.  Dar  la  vida  por  la  Patria,  no  de 
una  vez,  sino  día  a  día,  es  incesante  servicio  a  su 
cultura  y  su  progreso,  es  nuestro  deber.  A  él  nos  da- 
mos gustosos  bajo  el  amparo  de  S.  M.  Y  al  saludarle 
ahora  aquí  y  darle  la  bienvenida  en  esta  Casa,  funda- 
ción de  sus  mayores,  he  de  terminar  con  las  palabras 
mismas  con  que  terminó  aquí  mismo  su  generoso 
padre,  don  Alfonso  XII,  la  alocución  que  pronunciara 
al  visitar  esta  Escuela,  y  es  que,  unidos  todos  bajo  la 
bandera  del  amor  a  la  grandeza  y  prosperidad  de  Es- 
paña, busquemos  nuestro  mejor  auxiliar  en  el  des- 
arrollo de  la  ciencia,  árbitro  supremo,  en  paz  y  en 
guerra,  de  la  grandeza  y  prosperidad  de  los  puebloa. 


LA  ENSEÑANZA  UNIVERSITARIA.  PONEN- 
CIA PRESENTADA  A  LA  II  ASAMBLEA  UNI- 
VERSITARIA (Barcelona,  2  a  7  de  enero  de  1905.) 


Llamamos  universitaria  a  una  especie  de  enseñan- 
za por  diferencia,  dentro  de  la  enseñanza  en  general, 
con  las  llamadas  primaria  y  secundaria  y  con  la  que 
se  da  en  las  escuelas  que  se  dicen  especiales ;  la  ense- 
ñanza universitaria  es  la  que  se  da  en  las  Facultades 
de  las  Universidades  y  se  cifra  hoy  principalmente 
en  hacer  licenciados  y  doctores  en  ellas.  Es  heredera 
de  la  antigua  Universidad,  universalidad  de  estudios, 
universitas  stiidiorum,  enciclopedia  o  conjunto  de  las 
disciplinas  todas  del  saber.  Fiel  a  esta  herencia,  per- 
siste en  ella  el  antiguo  espíritu  universitario,  aunque 
en  lucha  constante  con  el  nuevo  espíritu  docente, 
siendo  tal  lucha  lo  que  le  da  vida  precisamente. 

Grandísima  es,  sin  duda,  la  diferencia  que  media 
entre  las  antiguas  Universidades  autónomas,  verda- 
deros organismos,  pues  se  renovaban  a  sí  mismas, 
cubriendo  por  sí  propias  las  propias  pérdidas,  y  las 
actuales  Universidades,  oficinas  del  Estado  para  la 
administración  de  la  enseñanza  pública  superior.  Mas 
aun  dentro  del  actual  régimen  legal,  y  sin  alterarlo 
(alteración  de  que,  por  mi  parte,  me  siento  poco  par- 
tidario), cabe  que  el  profesorado  modifique  el  espí- 
ritu que  le  anima  o  que,  cuando  menos,  le  anime 
algún  espíritu.  Es,  en  rigor,  posible  cualquier  tras- 
formación  íntima  sin  necesidad  de  alterar  la  ley  ex- 
terna, y  hasta  creo  el  mejor  medio  para  cambiar  ésta 
cambiar  primero  el  espíritu  que  ha  de  encarnar  en  ella. 


614  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Tan  sólo  cuando  el  profesorado  universitario  haya  con- 
seguido verter  nuevo  vino  de  espíritu  docente  en  el  vie- 
jo odre  de  nuestras  Universidades  actuales,  sólo  enton- 
ces será  posible  una  modificación  de  raíz  en  el  ré- 
gimen legal  de  la  enseñanza.  Hasta  tanto,  caerán  y 
deberán  caer  en  el  vacío  todas  las  peticiones  de  re- 
forma que  haya  de  ser  ejecutada  por  ley,  real  de- 
creto o  real  orden.  No  es  la  autonomía  universitaria, 
verbigracia,  lo  que  habrá  de  vivificar  la  docencia 
(pudiera  ser  que  la  empeorase),  sino  que  es  vivifi- 
cándola primero  como  se  ha  de  merecer  aquélla.  La 
salud  está  en  nosotros,  los  profesores,  y  antes  debe- 
mos pensar  en  lo  que  nos  cumple  dar  que  no  en  lo  que 
hayamos  de  pedir.  El  que  hoy  no  da  a  la  Patria  más' 
de  lo  que  la  ley  le  pide,  el  que  se  limita  a  lo  que 
llamamos  el  estricto  cumplimiento  del  deber,  el  que 
no  hace  obra  de  supererogación,  no  tiene  razón  al- 
guna valedera  para  pedir  mejoramiento  en  la  recom- 
pensa que  recibe. 

El  problema  de  la  enseñanza  universitaria  cabe 
decir  que  se  reduce,  en  su  esencia,  a  la  manera  como 
han  de  conciliarse  las  dos  tendencias  que  en  ella  se 
disputan  el  campo,  o  a  cuál  de  las  dos  se  haya  de 
renunciar  si  no  es  hacedero  el  conciliarias.  Las  ten- 
dencias son :  la  una,  la  que  convierte  a  las  Faculta- 
des en  Escuelas  de  técnicos  profesionales :  aboga- 
dos, médicos,  farmacéuticos  o  catedráticos;  y  la 
otra,  la  que  atiende  ante  todo  a  mantener  y  fomen- 
tar la  alta  cultura,  formando  estudiantes  e  investiga- 
dores de  Derecho,  Sociología,  Fisiología,  Química, 
Ciencias  de  todas  clases.  Filosofía  y  Humanidades ; 
hombres  de  ciencia,  en  fin,  que  la  hagan  y  rehagan 
tanto  como  la  apliquen.  Es  decir,  que  o  se  las  con- 
sidera como  centros  en  que  se  reparte  ciencia  ya 
hecha  y  en  disponibilidad  de  ser  aplicada  a  casos 
concretos  de  la  vida,  o  como  centros  en  que  se  fragua 
ciencia,  o  se  conciba  ambos  menesteres,  ya  que,  en 


OBRAS  COMPLETAS 


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rigor,  ni  cabe  dar  ciencia  hecha,  si  se  da  bien,  sin 
hacerla  de  un  modo  o  de  otro,  ni  cabe  hacerla  sin 
que  resulte  hecha  y  aplicable.  La  separación  entre 
la  teoría  y  la  práctica,  lo  mismo  que  la  separación 
entre  la  investigación  y  la  trasmisión  de  la  verdad, 
es  cosa  enteramente  absurda,  pero  no  cabe  duda  de 
que  según  el  profesor  se  acueste  a  preferir  una  u 
otra  tendencia,  sacrifica  uno  u  otro  de  los  ramales 
en  que  la  enseñanza  universitaria  puede  juzgarse  se 
divide. 

Lo  más  corriente  hoy  es  reducir  las  Facultades  a 
fábricas  de  abogados,  médicos,  farmacéuticos  o  cate- 
dráticos, y  debo  declarar  que  por  mi  parte  me  in- 
clino a  lo  otro.  El  motivo  que  principalmente 
me  lleva  a  esta  mi  inclinación,  es  el  advertir  que 
cuanto  más  se  quiere  contraer  las  Facultades  a  que 
se  limiten  a  hacer  abogados,  médicos,  farmacéuticos 
y  catedráticos  prácticos,  menos  prácticos  los  hacen, 
necesitando  éstos  siempre  empezar  su  verdadero 
aprendizaje  luego  que  han  obtenido  el  título.  El 
practicismo  docente  resulta  ser  en  la  práctica  lo  más 
contrario  a  la  práctica  misma,  sin  que  sirva  apenas 
sino  para  hacer  perduradera  la  rutina. 

Cierto  es  que  no  puede  hacerse  ciencia  más  que 
partiendo  de  la  ciencia  hecha  ya,  del  legado  tradi- 
;íonal,  del  caudal  de  saber  conquistado  y  atesorado 
Dará  siempre;  cierto  que  no  es  hacedero  ni  valedero 
pretender  rehacer  la  ciencia  toda,  como  si  se  tratara 
le  filosofía  cartesiana,  pero  esa  labor  de  poner  al 
ilumno  en  posesión  del  legado  inicial,  verdadero  pun- 
o  de  partida  de  toda  investigación  ulterior,  debe  ser 
ministerio  de  la  segunda  enseñanza.  En  este  grado 
e  la  enseñanza  es  en  el  que  debe  darse  al  joven  la 
nciclopedia  de  los  conocimientos  humanos,  precisa 
oy  para  formar  un  hombre  que  merezca  ser  llamado 
ullo,  así  como  en  la  primaria  los  conocimientos  in- 
dispensables para  una  vida  racional  y,  a  la  vez,  pre- 

í 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


paración  para  la  secundaria.  Mas  así  como  en  la  se- 
gunda enseñanza  hay  que  suplir  deficiencias  de  la 
primaria,  hay  que  suplir  en  la  universitaria  deficien- 
cias de  aquélla.  Las  cátedras  de  Física  de  las  Facul- 
tades de  Ciencias,  por  ejemplo,  en  vez  de  ser  amplia- 
ción de  la  física  aprendida  en  los  Institutos  generales 
y  técnicos  o  laboratorios  de  investigación  sobre  la 
base  de  ésta,  suelen  ser,  y  tienen  que  ser  con  frecuen^ 
cia,  una  repetición  de  la  disciplina  toda. 

Convendría,  creo,  que  la  segunda  enseñanza  se  di- 
vidiese en  dos  grados:  el  uno  de  cultura  general,  en 
que  el  alumno  adquiriera  aquella  suma  de  conocimien- 
tos de  toda  clase  sin  los  cuales  no  puede  ningún 
hombre  moderno  considerarse  culto,  y  otro  grado  en 
que  se  bifurcara  dicha  enseñanza  en  dos  secciones, 
una  de  las  llamadas  por  impropia  antonomasia  Cien- 
cias, y  que  sirviera  de  preparatorio  a  la  Medicina  y 
a  las  Ciencias  matemáticas,  físico-químicas  y  bioló- 
gicas o  naturales,  ampliándolas  y  completando  el  co- 
nocimiento que  de  ellas  hubiese  adquirido  en  el  pri- 
mer grado,  y  otra  sección  de  las  llamadas,  también  | 
impropiamente,  Letras,  en  que  se  impusiera  a  los 
escolares  en  las  ciencias  psicológicas,  sociológicas, 
jurídicas  e  históricas.  Hay  disciplinas,  como  la  de 
la  Economía  política,  que  deberían  figurar  en  la  se- 
gunda enseñanza,  y  aun  en  su  grado  primero  o 
sección  común.  j 

Las  diferencias  de  la  segunda  enseñanza,  que  acabo  | 
de  señalar,  y  otras  que  todos  conocéis,  hacen  que  se 
justifique  en  parte  la  tendencia  a  reducir  las  Facul-  i 
tades  Universitarias  a  meros  depósitos  docentes  de  l 
ciencia  ya  hecha,  mas  sólo  en  parte,  y  muy  en  parte,  ^ 
la  justifican.  Lo  cierto  es  que  la  difusión  de  la  im-  I 
prenta  ha  matufio  a  la  antigua  Universidad  y  ha  | 
destruido  las  raíces  de  la  tradición  universitaria.  Di-  ^ 
fundido  por  la  imprenta  el  libro,  el  antiguo  lector  i 
o  repetidor  ha  perdido  su  importancia.  El  maestro 


OBRAS  COMPLETAS 


617 


no  debe  hacer  dolile  empleo  con  el  texto,  y  es  hasta 
indecoroso  el  que  se  vaya  a  cátedra  a  recitar,  durante 
lina  hora,  lo  que  puede  fácilmente  hallarse  en  libros 
de  fácil  acceso,  o  tal  vez  en  un  solo  libro,  y  no  pocas 
veces  en  el  texto  escrito  por  el  recitador  m'-mo.  Esta 
es  una  mala  costumbre  que  persiste,  y.  hay  que  con- 
fesarlo claramente,  muy  generalizada  por  desgracia  y 
para  vergüenza  del  profesorado  universitario.  ^Mien- 
tras  ella  subsista,  no  habrá  razón  justa  para  exigir 
a  los  alumnos  el  que  asistan  a  clase,  ya  que  en  su 
casa  pueden  adquirir  más  cómodamente  los  conoci- 
mientos que  en  aquélla  se  les  da.  Y  si  se  dijera  a 
esto  lo  que  a  su  respecto  suele  pensarse,  y  es  que  la 
cátedra,  con  asistencia  obligatoria,  es  un  medio  de 
hacer  estudiar  a  los  alumnos ;  que  de  viva  voz  entran 
mejor  las  enseñanzas  y  ciue  la  función  principal  del 
catedrático  es  tomar  la  lección  al  alumno,  hay  que 
confesar  que,  abrigando  concepto  tal  de  la  función 
docente,  no  debemos  esperar  de  nuestras  Uiii\"ersi- 
dades  frutos  de  valor  alguno  en  la  cultura  patria. 

La  difusión  de  la  imprenta  ha  acabado  por  traer 
una  crisis  en  la  enseñanza  universitaria,  y  si  las 
Universidades  han  de  dejar  de  languidecer  en  su 
menguado  papel  de  fábricas,  mediante  exámenes,  de 
títulos  académicos,  es  absolutamente  preciso  que  se 
forme  al  profesorado  una  clara  idea  de  lo  que  han  de 
ser  aquéllas  como  órganos  de  la  alta  cultura  filosó- 
fica, científica  y  literaria. 

La  Universidad  tiene  que  ser  un  centro  de  alta  cul- 
tura, y  en  tal  respecto  puede  y  debe  sostenerse  rjue 
sin  perjuicio  de  sus  obligaciones  docentes,  ha  de  ser 
el  catedrático  un  ciudadano  a  quien  el  Estado  sostie- 
ne y  protege  para  que  investigue,  escudriñe  y  fragüe 
doctrinas,  que  sin  esa  protección  y  sostén,  y  aban- 
donado a  la  libre  concurrencia,  no  podría  investigar, 
escudriñar  ni  fraguar.  La  alta  cultura,  la  filosofía, 
la  ciencia  pura,  las  especulaciones  desinteresadas, 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


todo  lo  supremo  intelectual,  es  flor  de  estufa  en  casi 
todas  las  sociedades,  y  más  aún  en  la  nuestra ;  es 
hijo  del  espíritu,  y  perecería  si  quedase  sin  el  con- 
curso de  las  demandas  públicas.  Tal  investigador 
de  histología,  verbigracia,  puesto  al  amparo  de  tener 
que  buscarse  la  vida,  aunque  sea  con  el  modestísimo 
y  pobre  amparo  de  una  cátedra,  ha  podido  llevar  a 
cabo  descubrimientos  que  acaso  sean  de  aplicación 
a  la  medicina  algún  día,  descubrimientos  que  no  ha- 
bría hecho  de  haber  tenido  que  vivir  de  su  profesión 
médica.  Por  esto  debería  el  Estado  sostener  ciertas 
cátedras  y  a  ciertos  catedráticos  aunque  no  tuvieran 
un  solo  alumno,  y  es  uno  de  los  puntos  de  vista  más 
bajos  el  que  hace  estimar  la  importancia  de  un  centro 
docente,  por  su  matrícula.  Hay  en  Italia  Universi- 
dades de  entrada,  en  tranquilas  y  retiradas  ciudades, 
en  cuyo  sosiego  los  jóvenes  profesores  que  empiezan 
por  ellas  su  carrera,  cumplen  los  años  más  fecundos  de 
su  labor,  aquellos  en  que  llevan  a  cabo  trabajos  de 
investigación  o  de  meditación  personal. 

Mas  esto  exige  de  parte  del  catedrático  lo  que  dije 
ya  respecto  a  su  deber  patriótico,  y  bueno  será  re- 
cordar la  parábola  evangélica  de  los  talentos.  Y  po- 
demos también  decir  que  nuestro  deber  es  buscar 
el  reino  de  la  cultura,  y  lo  demás  se  nos  dará  de 
añadidura.  Lo  que  más  asegura  a  una  Universidad  y 
le  da  mayor  solidez  y  promete  más  beneficios  a  sus 
maestros  es  el  prestigio  que  en  la  opinión  pública 
adquiera  y  no  el  número  de  sus  matrículas.  Un  re- 
ducido número  de  maestros  prestigiosos,  reconoci- 
dos obreros  de  la  cultura  patria,  basta  para  afirmar 
un  centro  docente. 

Claro  está  que  esa  labor  de  especulación  filosófica, 
científica  o  literaria  ha  de  conocerse  en  algo,  y  de 
aquí  los  diferentes  géneros  de  acción  docente  que 
fuera  de  la  cátedra  se  le  presentan  al  profesorado.  El 
más  conocido  es  el  de  la  llamada  Extensión  Univer- 


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sitaría,  de  que  no  vo}'  a  hablar  aquí,  pues  la  conocéis 
todos  y  tenéis  conciencia  de  cuál  ha  sido  en  España 
el  resultado  de  sus  ensayos.  Utilísimos  son,  sin  duda, 
los  cursos  y  conferencias  de  Extensión  Universitaria 
cuando  se  llevan  a  efecto  espontáneamente  y  no  por 
compromiso  o  imitación,  o  por  no  aparecer  menos 
que  otros,  cuando  se  pone  en  ellos  espíritu  y  no 
sólo  inteligencia  y  cuando  no  degeneran  en  una 
rutina  más ;  son  útilísimos,  pero  hay  otra  actividad 
que  estimo  como  casi  necesario  complemento  de  la 
función  profesional  del  catedrático.  Me  refiero  al 
publicísmo. 

Si  queremos  ver  a  nuestras  Universidades  rodeadas 
del  prestigio  necesario  para  que  lleguen  a  ser  los 
centros  de  la  cultura  patria,  y  si  queremos  que  se 
nos  considere  como  los  verdaderos  maestros  de  la 
juventud  estudiosa,  es  preciso  hoy  en  España  que 
el  catedrático  sea  publicista. 

Sé  bien  que  hay  quien  habla  desdeñosamente  de 
los  que  por  haber  escrito  cuatro  artículos  en  los 
diarios  o  revistas  han  logrado  alguna  fama;  mas  lo 
cierto  es  que  la  prensa  es  hoy  el  verdadero  campo 
de  extensión  universitaria ;  la  prensa  es  hoy  la  ver- 
dadera Universidad  popular.  El  profesorado  univer- 
sitario debería  constituir  algo  así  como  el  Estado 
Mayor  del  ejército  de  los  publicistas,  y  no  sucede  tal. 
Unos  por  holgazanería,  otros  por  no  exponerse  a  ser 
discutidos,  otros  por  otras  razones,  y  los  menos  por 
no  sentirse  con  fuerzas  para  ello,  sentimiento  enga- 
ñoso casi  siempre,  es  el  caso  que  los  más  de  los 
profesores  no  publican  sino  libros  de  texto,  insig- 
nificantes por  lo  común,  u  obrillas  que  aprobadas 
por  el  Consejo,  o  por  esta  o  aquella  Academia,  Ies 
sirvan  de  mérito  legal,  sea  cual  fuere  su  mérito  in- 
trínseco, en  solicitudes  de  concurso. 

Me  da  pena  y  vergüenza  cuando,  al  enviar  Univer- 
sidades extranjeras  a  esta  de  Salamanca  sus  Anales, 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


revistas,  Memorias  o  publicaciones  de  cualquier  clase, 
en  demanda  de  cambio,  hay  que  contestarles  que 
nuestras  publicaciones  se  reducen  a  la  Memoria  es- 
tadística anual,  puramente  burocrática,  y  al  discurso 
de  apertura  que  tiene  que  leer  cada  año,  por  mandato 
de  ley,  el  profesor  a  quien  por  turno  le  corresponda 
hacerlo. 

La  Asamblea  debería  estudiar  la  forma  de  propo- 
ner al  Gobierno  de  Su  Majestad,  el  que  si  no  dote 
a  cada  Universidad  con  medios  para  que  pueda  publi- 
car Anales,  revistas  o  Memorias,  patrocine  y  subven- 
cione, por  lo  menos,  una  revista  universitaria  de  toda 
España,  que,  dirigida  por  una  Comisión  de  profeso- 
res, ofrezca  a  éstos  facilidades  e  incentivo  para  la 
publicación  de  sus  trabajos  y  sea,  a  la  vez  que  mues- 
trario de  la  actividad  espiritual  del  profesorado,  ele- 
mento de  cultura  patria.  Esta  publicación  habría  de 
tener  en  cierto  modo  algo  de  carácter  oficial  y  seríj» 
a  la  vez  un  poderoso  lazo  de  unión  entre  los  Claustros 
de  nuestras  diez  Universidades. 

Tales  publicaciones  llegarían  a  tener  un  carácter 
análogo  al  que  tienen  las  de  las  Reales  Academias, 
y  en  rigor,  si  los  Claustros  universitarios  llegaran  a 
ser  lo  que  deben  ser  (y  de  ellos  mismos  depende  el 
llegar  a  serlo),  sobrarían  las  Academias.  Pues  ¿qué 
mejores  Academias  de  la  Lengua,  de  Ciencias  Morales 
y  Políticas,  de  Medicina,  de  la  Historia  o  de  Ciencias 
que  los  Claustros  de  las  Facultades  de  Filosofía,  Le- 
tras, Historia,  Derecho,  Medicina,  Ciencias  y  Far-  [ 
macia?  Los  informes  que  hoy  se  piden  a  las  Acade-  i 
mías  son  los  Claustros  los  que  deberían  darlos,  y  | 
éstos  deberían,  en  todo  caso,  cumplir  las  funciones  ' 
que  hoy  cumplen  aquéllas  y  evacuar  las  consultas 
que  ellas  evacúan. 

No  se  me  ocultan  los  obstáculos  con  que  habría 
de  tropezarse,  y  sobre  todo  el  de  si  reinaría  o  no 
en  tal  publicación  absoluta  libertad  de  criterio,  por- 


OBRAS  COMPLETAS 


621 


que,  aunque  parezca  mentira,  aún  hay  quien  hace 
remilgos  a  que  aparezca  su  nombre  junto  a  los  de 
otros  que  profesen  ideas  contrarias  a  las  suyas.  Y 
con  esto  he  tocado  a  una  cuestión  que  quieren  mu-' 
chos  intangible,  mas  que  se  hace  necesario  arrostrar- 
la. Es  la  cuestión  de  la  perfecta  libertad  de  la  invesn 
tigación  científica.  ^Mientras  no  sea  resuelta  del  todo 
y  no  aprendamos  los  profesores  a  unirnos  en  una  la- 
bor común,  prescindiendo  de  ciertas  diferencias  doc- 
trinales (lo  que  no  impide  el  que  mantenga  cada  cual 
sus  convicciones,  cuando  sea  preciso  mantenerlas), 
y  mientras  no  nos  persuadamos  de  que  no  hay  doc- 
trina que  deba  excluirse,  ni  nada  que  deba  oponerse 
al  libre  examen  en  Filosofía,  Ciencias  y  Letras ;  míen- 
tras  así  no  sea,  no  habrá  verdaderos  Claustros  uni- 
versitarios. Se  dirá  a  esto  que  hay  temores  que  son 
hoy  puramente  fantásticos  y  que  el  estado  de  la  con- 
ciencia pública  impide  ciertas  restricciones  a  la  libre 
emisión  del  pensamiento  científico,  pero  yo  sé  que 
hace  aún  muy  pocos  años  se  intentó  formar  expe- 
diente a  un  profesor  de  esta  Universidad  aduciendo 
que  en  sus  enseñanzas  negaba  el  libre  albedrío  (que 
no  es,  ni  con  mucho,  ningún  axioma  científico,  ni 
nada  que  se  le  parezca),  y  se  hace  preciso  cerrar  el 
camino  a  la  repetición,  posible  siempre,  de  tan  ver- 
gonzoso proceder.  Y  para  ello  no  hay  otro  medio 
sino  el  de  pedir  que  se  derogue  una  disposición  legal, 
todavía  hoy  vigente,  tan  dañosa  como  todas  las  que, 
sin  haber  sido  formal  y  solemnemente  derogadas,  han 
caído  en  desuso  o  no  se  aplican  por  razones  de  pru- 
dencia humana.  Las  armas  peligrosas  no  deben  ser 
arrinconadas,  sino  destruidas,  pues  de  otro  modo  es- 
tán siempre  a  la  disposición  de  aquel  a  quien  se  le 
antoje  una  vez  esgrimirlas,  y  con  tanto  mayor  male- 
ficio cuanto  menos  se  hallaba  nadie  apercibido  a  la 
defensa.  JMe  refiero  a  los  artículos  295  y  296  de  la 
ley  de  Instrucción  pública  de  1857,  hoy  vigente,  en 


622 


MIGUEL  DE  UNAMIJNO 


que  se  establece  la  inspección  de  los  señores  obispos 
y  demás  prelados  diocesanos  sobre  la  enseñanza,  para 
impedir  se  den  doctrinas  opuestas  a  la  fe  católica 
ortodoxa,  y  su  derecho  a  delatar  los  libros  de  texto 
en  que  tales  doctrinas  se  vierten,  y  todas  las  demás 
disposiciones  a  tenor  de  lo  estipulado  en  el  artículo  2.° 
del  Concordato  de  1851,  artículo  cuya  derogación 
debe  también  pedirse.  Es  menester  impedir  el  que 
pueda  volver  a  repetirse  lo  que  sucedió  en  febrero 
de  1875 ;  es  menester  que  el  estado  de  derecho  esté, 
a  este  respecto,  de  acuerdo  con  el  estado  de  hecho, 
y  el  de  la  conciencia  de  la  parte  culta  del  país ;  es  me- 
nester que  la  absoluta  y  perfecta  libertad  de  la  inves- 
tigación y  de  la  exposición  científicas  en  los  centros 
de  docencia  oficial  esté,  no  sólo  protegida  por  la  cos- 
tumbre y  la  conciencia  pública,  sino,  además,  solem- 
nemente garantida  por  la  ley. 

Una  medida  así  sancionaría  las  conquistas  de  tole- 
rancia que  en  las  costumbres  se  han  logrado,  y  sería 
a  la  vez  punto  de  partida  para  nuevas  conquistas, 
hasta  conseguir  que  desaparezcan  por  completo  del 
campo  de  nuestra  enseñanza  divisiones  fundadas  en 
creencias  extracientíficas,  que  no  deben  nunca  inter- 
ponerse en  el  camino  de  la  libre  investigación  filosó- 
fica y  científica. 

Teniendo,  pues,  en  cuenta  las  precedentes  conside- 
raciones, pido  a  la  II  Asamblea  Universitaria  que 
acuerde : 

1.°  Declarar  que  las  Facultades  universitarias  no 
deben  reducirse  a  ser  simplemente  Escuelas  de  abo- 
gados, médicos,  farmacéuticos  y  catedráticos,  sino 
que  han  de  ser,  además  y  sobre  todo,  centros  de 
elevada  cultura,  y  de  formación  de  Filosofía,  Cien- 
cias, Letras  y  Artes. 

2°  Pedir  la  reforma  de  la  segunda  enseñanza, 
dividiéndola  en  dos  grados :  uno  de  cultura  general, 
y  otro,  con  bifurcación  en  dos  secciones,  de  cultura 


OBRAS  COMPLETAS 


623 


más  especial  y  que  sirvan  cada  una  de  esas  secciones 
de  preparatorio  para  las  Facultades  universitarias. 

3.  °  Estudiar  el  modo  de  crear,  con  subvención  del 
Estado  y  bajo  su  amparo,  publicaciones  universitarias 
con  cierto  carácter  como  las  de  las  Academias,  de 
índole  filosófica,  científica  y  literaria,  como  comple- 
mento, hoy  obligado,  a  la  función  docente. 

4.  °  Pedir  al  Parlamento  el  que,  para  garantía  de 
la  libertad  de  investigación  y  exposición  de  princi- 
pios filosóficos  y  científicos,  derogue  formalmente  el 
artículo  2°  del  Concordato,  los  artículos  295  y  296 
de  la  ley  de  Instrucción  pública  hoy  vigente  y  cuan- 
tas disposiciones  tiendan  a  establecer  la  ingerencia 
en  cuestiones  de  enseñanza  pública  de  cualquier  auto- 
ridad no  académica. 

Salamanca,  setiembre  de  1904. 

(Texto  publicado  en  un  folleto,  Barcelona,  "La 
Académica" ,  1903,  8  págs.) 


DISCURSO  EN  LA  VELADA  EN  HONOR  DE 
GABRIEL   Y   GALAN,   CELEBRADA   EN  EL 
TEATRO  BRETON,  DE  SALAMANCA,  EL  DIA 
26  DE  MARZO  DE  1905 


Siento  que  para  honrar  la  memoria  cíel  insigne  poe- 
ta Galán  hagamos  un  derroche  de  oratoria. 

Sería  mejor  cantar  su  valer  en  otros  versos,  pero 
ya  que  esto  no  es  posible,  procuraremos  hacernos  dig- 
nos de  él. 

Nos  hemos  reunido  para  honrar  al  poeta,  oirle  y 
hablar  de  él  y  con  él.  Para  eso  se  han  reunido  una 
dama  ilustre,  que  trae  alientos  de  frescura,  que  con- 
contrasta con  el  tono  abochornado  que  en  general 
afecta  la  literatura  española ;  un  noble  caballero,  por 
su  cuna  y  más  por  su  carácter  y  por  su  valer,  y  genui- 
nas  representaciones  de  las  provincias  comarcanas. 
Nos  reunimos  en  primavera,  cuando  empiezan  a  can- 
tar los  pájaros  que  él  no  oirá,  y  cuando  comienza'  a 
verdear  la  mies  que  él  arrojó. 

El  poeta  une,  y  une  porque  es  la  sinceridad  supre- 
ma, porque  no  tiene  secretos  ni  para  Dios  ni  para 
los  hombres.  El  poeta  es  el  que  lleva  en  la  mano  el 
corazón,  y  éste  va  cantando  al  sentirse  envuelto  en  el 
aire  libre  y  bañado  en  la  luz  del  sol,  no  preso  en  lo 
oscuro  del  pecho.  El  canto  del  poeta  es  confesión,  y 
la  confesión  es  valor.  No  sé  decirlo,  se  dice  que  no  es 
que  no  lo  sepas;  es  que  no  quieres  saber  decirlo.  No 
te  atreves. 

Se  redime  uno  por  el  prójimo,  y  como  no  nos 
atrevemos,  al  leernos  nos  atrevemos  y  nos  confesa- 


OBRAS  COMPLETAS 


625 


mos  con  él,  que  nos  muestra  su  interior,  y  al  mos- 
trárnoslo nos  revela  lo  propio  nuestro,  al  hombre  y 
al  universo.  Al  hombre  todo  que  se  da  en  él  y  así 
nos  lo  crea  de  nuevo,  porque  el  conocimiento  es  una 
nueva  creación. 

Poeta  vale,  en  lengua  griega,  tanto  como  creador, 
y  lo  es. 

Encuentras  lo  mismo  que  tus  padre  y  abuelos  vie- 
ron y,  abrumado  por  la  monotonía  de  las  cosas,  ex- 
clamas con  el  Eclcsiastcs:  "Que  es  lo  que  fué,  lo 
mismo  que  es  y  que  será.  Que  es  lo  que  ha  sido  hecho 
lo  mismo  que  se  hará,  y  nada  hav  nuevo  debajo  del 
sol." 

O  con  el  San  Antonio  de  Flaubert.  hablas  de  la 
bctissc  dii  solcil.  de  la  estupidez  del  sol. 

Nada  hay  nuevo  bajo  el  sol,  pero  viene  el  poeta 
y  te  hace  nuevo  lo  viejo  y  te  recrea  el  mundo,  y  al 
mostrarte  un  árbol,  una  encina  encandelada,  de  tal 
modo  y  con  tales  palabras  te  la  muestra,  que  la  ves 
por  vez  primera,  recién  hecha,  hecha  para  ti,  fresca 
y  chorreando  vida. 

Y  toda  la  creación  para  ti  solo  creada. 

Y  al  conjuro  de  la  palabra  creadora  del  poeta,  se 
te  hace  todo  nuevo  bajo  el  sol  y  una  no  acabada 
mañana  de  primavera  el  mundo,  y  una  alba  perdura- 
dera  de  la  vida,  y  cada  sol  un  sol  nuevo,  hecho  para 
ti,  creado  no  más  que  para  calentarte  y  que  tus  ojos 
beban  de  una  luz  vivificadora.  Y  a  la  vez  que  crea 
como  un  verbo,  inventa  el  lenguaje  según  va  ha- 
blando. 

Las  palabras  salen  recién  acuñadas  de  sus  labios. 

El  arma  del  poeta  es  la  metáfora  y  la  metáfora  es 
la  madre  espiritual  del  lenguaje. 

Las  más  de  las  palabras,  que  usamos  con  un  sen- 
tido muerto,  son  metáforas  adensadas  a  presión  de  at- 
mósferas seculares. 


626 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


El  lenguaje,  en  boca  del  poeta,  nos  recuerda  las  dos 
supremas  revelaciones  de  él. 

Aquel  primer  te  quiero,  que  al  nacer  de  los  labios 
de  la  amada  nos  reveló  la  eterna  virginidad  del  len- 
guaje, y  aquel  último  ¡adiós,  Iiijo  mío!,  en  que  pa- 
rece maduró  para  siempre  en  tus  oídos  el  habla  hu- 
mana, adquiriendo,  desde  entonces,  toda  la  santa  gra- 
vedad que  guarda  cuanto  une  el  reino  de  los  muertos 
con  el  de  los  vivos. 

El  poeta  es  el  revelador  de  la  virginidad  perpetua- 
mente revelada  del  mundo  y  de  la  palabra  y  de  su 
maternidad,  también  renovada  perpetuamente. 

Y  el  complemento  de  la  poesía  es  el  ritmo:  la  mú- 
sica, balbucienie  idioma  que  al  hombre  le  nació  en 
el  alma. 

Con  el  ritmo  se  apura  la  lengua,  como  en  la  era 
se  apura  la  mies  con  el  bieldo,  aventándola,  luego  de 
haber  apañado  con  el  cambizo  la  parva.  El  aire  se 
lleva  la  paja  y  el  tamo  y  va  depositándose  a  los  pies 
del  aventador  el  dorado  trigo. 

Así  el  ritmo  entrega  al  aire  el  tamo  de  la  lengua 
y  sólo  deja  el  oro  de  su  trigo. 

Así  el  poeta  renueva  la  lengua,  renueva  el  mundo 
y  te  renueva  a  ti.  Te  da  a  conocer  lo  que  menos  co- 
noces, que  es  lo  que  más  usas  a  diario.  Nadie  apre- 
cia el  aire  sino  en  los  momentos  de  ahogo,  ni  la 
salud  sino  en  la  convalecencia. 

El  poeta  nos  hace  convalecer  de  la  vida  restregán- 
donos el  corazón  en  eterna  infancia;  nos  hace  niños, 
y  como  los  niños  no  vemos  entonces  las  cosas  sino 
por  fuera,  y  las  vemos  todas. 

E!  poeta  eterniza  lo  fugitivo  y  unlversaliza  lo  lo- 
cal. Canta  como  si  no  hubiera  de  morir  nunca. 

Y  como  posa  sus  ojos  infantiles  en  lo  de  fuera,  en 
la  entraña  de  las  cosas,  nos  revela  sus  entrañas. 


OBRAS  COMPLETAS 


627 


¿  Y  qué  volcán  tuviste  tan  ardiente 
Como  el  humano  corazón  que  ama? 
jNi  qué  ciu-c:nlitla  llama 
Radiará  liia  tan  f"'"   v  cspini, lente 
Como   esta    ,/'  ■■    '>'>    ■■^'^:',l„    :!.■,,„<;,,  ' 

¡Tú  curcjcccs'  I.a  r.icvc  de  tu  cumbre 
Qiir  VII  ha  al-iuiad.'  tu  prístina  lumbre, 
Mr  dirr  que  drrh'iia^-. 
Our  xa  hrlada  caminas 
be  tu  'ci-eir  Inicia  el  helado  invierno... 
¡Tú  tienes  que  morir!  ¡Yo  soy  eterno! 
Mas,     para  qué  conmigo  compararte, 
.Soberbio  monstruo  inerte. 
Si  del  coqiícimo  de  mi  vida,  el  Arte 
Te  está  dando  una  parte 
Porque  no  te  confundan  con  la  muerte? 

Y  en  fin,  mole  dormida. 
Aunque  sintieras  como  yo  la  vida. 
Me  envidiaras,  sin  duda, 
¡Porque  yo  sé  cantar  y  tú  eres  muda!  ^ 

Primero  hay  que  ir  a  la  región  del  agua,  después 
a  la  del  fuego,  pero  llegará  día  en  que  apagada  la 
lumbre  y  caminando,  tendrá  que  alumbrar  el  pobre 
género  humano  no  pozos  de  agua,  sino  volcanes  de 
fuego.  Y  lo  mismo  sucede  en  el  corazón.  Hay  que 
llegar  primero  a  su  región  de  las  aguas  puras  y  co- 
rrientes, de  los  afectos  que  unen ;  luego,  a  la  del  fue- 
go abrasador,  que  es  el  centro  de  la  tierra  y  de  las 
almas. 

Por  haberse  asomado  a  esas  honduras,  es  poeta 
Galán,  y  no  por  quedarse  en  la  roca  castellana. 

Galán  es  castellano,  sí.  Porque  lo  eterno  se  da  en 
lo  pasajero  y  lo  universal  en  lo  local. 

Pero  Galán  no  es  castellano  en  su  sentido  de  ex- 
clusión, de  regionalismo.  Nunca  hubiera  podido  ser- 
vir de  bandera  a  las  almas  de  secano  y  en  barbecho 
para  quienes  el  centro  del  castellanismo  es  la  cuestión 
triguera  y  la  imposición,  más  o  menos  solapada,  del 
monopolio  casticista  del  idioma. 

Me  temo  que  si  hubiera  vivido  Galán  habrían  aca- 
bado por  hacerle  diputado  a  Cortes,  lo  cual... 


1    Gabriel  y  Galán,  "La  montaña".  [N.  del  E.] 


628 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Aunque  la  alondra  haga  su  nido  junto  a  uno  u 
otro  terreno,  su  patria  es  el  cielo  y  para  cantar  se 
eleva. 

Supeditar  lo  pasajero  a  lo  eterno,  lo  local  a  lo  uni- 
versal, lo  de  ahora  a  lo  de  siempre,  lo  de  aquí  a  lo 
de  todas  partes,  es  el  cogüelmo  de  la  moral,  y  por 
eso  el  poeta  que  eterniza  lo  fugitivo  y  universaliza 
lo  local,  es,  cuando  es  verdadero  poeta,  moral  siempre. 

Y  como  en  nuestra  civilización  la  moral  no  tiene 
más  que  una  forma,  la  cristiana.  Galán  era  un  poeta 
cristiano,  pero  en  el  hondo  sentido  de  la  palabra ;  tal, 
que  sus  cantos  pueden  servir  de  alimento  a  los  cora- 
zones de  todos  los  que  ven  en  el  Cristo  el  conductor 
divino,  sea  cual  fuere  la  confesión  que  el  cristianismo 
tome  en  sus  cabezas. 

En  su  vida,  como  hombre,  profesaba  el  cristianismo 
en  la  forma  transitoria  y  local  que  en  su  tiempo  y 
en  su  país  toma.  Pero  cuando  se  sentía  poeta,  lo  can- 
taba, obedeciendo  a  su  esencia  duradera  y  universal, 
a  lo  que  tiene  de  común,  en  las  diversas  escuelas, 
confesiones  e  iglesias  en  que  se  distribuye  por  el  mun- 
do. Y  es  que  el  poeta  no  es  un  dogmático  que  adoc- 
trina sino  un  poeta  que  canta  y  el  corazón  une  lo 
que  la  cólera  separa. 

El  Cristu  bcndiiu  de  Galán  no  es  un  Cristo  que 
incita  a  la  lucha,  sino  un  Cristo  que  da  hijos,  que  da 
vida. 

¡Quiero  vivir!  Dios  es  vida. 
¿No  veis  que  en  vida  convierte 
la  ancianidad  que  en  la  muerte 
cayó  con  dulce  caída? 

¿No  soy  yo  vida  nacida 
de  vidas  que  a  mi  se  dieran? 
Pues  vidas  que  en  mi  se  unieran, 
si  vivo,  no  han  de  morir. 
¡Por  eso  quiero  vivir, 
porque  mis  muertos  no  mueran! 


OBRAS    COMPLETAS  629 


¡Quiero  vivir!  A  Dios  voy, 
y  a  Dios  no  se  va  muriendo; 
se  va  al  Oriente  subiendo 
por  la  breve  noche  de  hoy. 

De  Inz  y  de  sontbras  soy. 
y  quiero  da:  irr  a  las  dos. 
¡Quiero  ¡lejar  de  n,¡  en  pos 
robusta  y  santa  setnilla 
de  esto  qne  teiuio  de  arcilla, 
de  esto  que  tenqo  de  Dios!  ^ 

Amó  la  vida  y  el  trabajo,  pues  el  trabajo  hace 
amar  la  vida. 

No  creáis  a  los  poetas  desesperados  que  cantan  al 
dolor.  El  dolor  cantado,  es  el  más  exquisito  de  los  con- 
suelos. Recordar  al  viudo  que  viva  para  deleitarse 
en  acariciar  la  esperanza  de  reunirse  un  día,  gracias 
a  la  muerte,  con  su  esposa. 

Y  como  Galán  cantaba  la  vida,  cantaba  a  la  mu- 
jer. A  la  mujer  fecunda  y  sana. 

A  la  mujer  fuente  de  vida. 

El  amor  que  canta  Galán  es  un  amor  al  aire  libre. 
Un  amor  sobre  las  sementeras  y  bajo  el  cielo;  en 
brazos  que  son  descanso  de  la  lucha,  en  brazos  que 
son  cuna  y  que  son  también  tumba. 

En  los  brazos  de  la  mujer  se  nace  y  se  muere  de 
continuo,  porque  la  mujer  es  la  eternidad  del  hombre. 

Y  ahora  forzoso  es  acabar.  Mañana,  después  de 
esta  breve  tregua,  volveremos  a  la  lucha.  Pero  sintien- 
do la  solidaridad  que  a  los  luchadores  une,  llevando 
el  dejo  de  la  misma  canción  en  los  labios  y  el  alivio 
del  mismo  consuelo  en  el  corazón. 

(Texto  publicado  cu  El  Adelanto,  Salamanca,  27- 
111-1905.) 


1  Gabriel  y  Galán,  "Canción",  la  última,  al  parecer,  de  sus 
poesías.  [N.  del  E.] 


ESPONTANEIDAD  POETICA  (1) 


(Apéndice  al  discurso  anterior.) 

En  son  de  reproche  ha  dicho  alguien  de  Galán  que 
veía  la  naturaleza  y  el  campo  a  través  de  los  libros. 
Y  esto  es  una  solemne  tontería.  Todos  vemos  todo  a 
través  de  algo,  y  en  rigor  no  conozco  visión  directa 
alguna. 

Si  veía  bien  el  campo,  ¿  qué  nos  importa  a  través 
de  qué  lo  viera  ?  Es  como  si  se  nos  hiciera  un  re- 
proche a  los  miopes  porque  vemos  las  cosas  a  tra- 
vés de  nuestras  gafas.  De  mí  sé  decir  que  con  gafas 
veo  tan  bien  como  el  que  mejor  vea  sin  ellas. 

El  sentimiento  de  la  naturaleza  es  una  cosa  que  se 
aprende  y  se  afina  con  el  estudio.  La  visión  que  de 
una  cosa  cualquiera  tiene  cada  uno  de  nosotros,  es  un 
resultado  de  las  visiones  que  antes  de  nosotros  tu- 
vieron de  ellas  nuestros  padres  y  abuelos.  Y  así  como 
hay  una  herencia  orgánica,  hay  también  una  herencia 
social,  una  tradición. 

Lo  del  poeta  absolutamente  espontáneo,  brotado 
poco  menos  que  por  generación  espontánea,  es  una 
leyenda  ridicula  y  perniciosa.  Es  entender  todo  lo 
más  torcidamente  que  cabe  entenderlo  aquello  de  que 
el  poeta  nace  y  no  se  hace. 

Todo  lo  que  fuera  averiguar  de  qué  lecturas  se 
nutrió  Galán,  a  cuáles  de  nuestros  antiguos  y  moder- 


1  En  el  mismo  número  de  27  III-1905,  en  que  se  publicó  la 
reseña  de  la  velada  en  honor  de  Galán  con  el  discursa  antes  trans- 
crito, aparece  este  articulo  de  nuestro  autor. 


OBRAS  COMPLETAS 


631 


nos  escritores  estudió  más  y  de  qué  libros  apacentaba 
principalmente  su  espíritu,  será  añadir  a  su  gloria. 
La  verdadera  originalidad  se  nutre  de  lo  que  han 
pensado  los  demás. 

Hay  en  una  de  las  últimas  poesías  de  Galán  una 
estrofa  hermosísima,  en  que  nos  habla  de  que  quiere 
vivir  porque  sus  muertos  no  mueran.  Y  el  que  hu- 
biera expuesto  ese  mismo  sentimiento  — no  quiero 
llamarle  idea — •  antes  que  él  un  poeta  portugués,  al 
que  Galán  conocía,  pues  que  habló  conmigo  acerca 
de  él,  ¿quita  originalidad  a  su  estrofa?  No.  Y  no  se 
la  quita,  porque  el  modo  de  expresarlo  es  en  Galán 
enteramente  propio  y  enteramente  propio  el  ritmo  en 
que  está  vertido.  Las  notas  musicales  son  las  mis- 
mas para  todos.  Lo  propio  de  cada  músico  es  el  modo 
de  concertarlas  y  concordarlas.  Y  las  ideas  para  el 
poeta  no  son  más  que  notas.  Con  las  mismas  ideas 
uno  os  recrea  y  anima  y  otro  os  fastidia  y  desanima. 

Y  no  dudemos  de  que  Galán  no  cobrará  el  puesto 
que  haya  de  corresponderá  en  el  panteón  de  nuestras 
letras  mientras  no  se  conozcan  su  filiación  y  su  her- 
mandad poéticas.  El  poeta  absolutamente  aislado  no 
cabe  en  parte  alguna  porque  no  es  tal  poeta. 

No  sé  si  se  ha  hecho  la  prueba  de  coger  un  ruise- 
ñor apenas  rompe  el  cascarón,  apartarle  de  toda  ave, 
criarle  sin  que  oiga  canto  alguno  y  esperar  a  oír  si 
canta.  Dudo  de  que  en  tal  caso  cantase  y,  si  llegara 
a  cantar  en  tales  condiciones,  cantaría  mal.  Y  tanto 
peor  cuanto  mejor  dotado  estuviese  para  el  canto.  El 
genio  de  los  ruiseñores  es  el  que  oye  cantar  dentro 
de  sí  a  mayor  número  de  los  suyos. 

Hay  leyendas  con  las  que  se  quiere  ensalzar  a  un 
poeta  y  no  se  logra  sino  perturbar  la  comprensión  de 
ellos. 


LA  ENSEÑANZA  DE  LA  GRAMATICA 


CONFERENCIA  DADA  EN  BILBAO  EL  11  DE 
AGOSTO  DE  1905,  CON  MOTIVO  DE  LA  EX- 
POSICION ESCOLAR 


Heme  aquí  de  nuevo  en  mi  pueblo,  en  mi  casa;  no 
digo  entre  los  míos,  sino  más  bien  entre  aquellos  de 
quienes  soy. 

Invitado  por  el  Ayuntamiento  de  este  mi  pueblo  a 
dar  una  conferencia,  habiendo  de  ser  ella  de  carácter 
pedagógico  y  estando  encargado  yo  desde  hace  un 
par  de  cursos  de  enseñar  Historia  de  la  lengua  cas- 
tellana, se  me  presentaba  desde  luego  y  naturalmente 
el  asunto. 

¿Pe  qué  había  de  hablar  mejor  que  de  la  enseñan- 
za del  lenguaje  nacional?  Y  no  he  de  hacer  ningún 
género  de  disertación  para  encareceros  la  importan- 
cia del  lenguaje;  si  yo  no  creyese  que  todos  estabais 
convencidos  de  ello,  hablaría  de  otra  cosa. 

El  lenguaje  es,  sin  género  de  duda,  el  principal 
órgano  creador.  El  Génesis  cuenta  que  Dios  creó  el 
mundo  con  su  palabra,  y  luego  nos  dice  que  la  pri- 
mera lección  que  dió  al  primer  hombre  fué  traerle 
todos  los  animales  de  la  tierra  y  todas  las  aves  del 
cielo  para  que  las  diese  nombre. 

Lo  más  del  tiempo,  del  esfuerzo  intelectual  y  de  la 
energía  vital  que  emplea  el  hombre  en  sus  primeros 
años  es  para  aprender  a  hablar. 

A  mí  y  a  muchos,  al  tratar  de  este  punto,  se  les 
ocurre  que  a  la  pregunta  de  "¿  cómo  se  aprende  a 
hablar?",  no  hay  otra  contestación  que  "Cada  uno 


OBRAS  COMPLETAS 


633 


sabe  cómo  él  lo  ha  aprendido;  de  esa  misma  ma- 
nera". 

Mientras  un  pueblo  no  conoce  o  no  da  importancia 
más  que  a  su  propio  leng-uaje,  jamás  se  le  ocurre 
hacer  una  Gramática  de  él. 

La  primera  Gramática  de  que  la  Historia  nos  da 
cuenta  fué  liecha  en  la  India,  y  cuando  la  leno;ua  sáns- 
crita era  ya  una  lengua  muerta,  una  lengua  litúrgica. 

La  primera  Gramática  que  se  hizo  fué  para  en- 
señar una  lengua  muerta,  una  lengua  que  no  se  habla- 
ba hacía  siglos  tal  vez.  Y  si  luego,  corriendo  los  si- 
glos, pasamos  al  pueblo  romano,  nos  encontramos 
con  que  las  primeras  Gramáticas  las  hicieron  los  pe- 
dagogos griegos  para  preparar  a  los  romanos  al  es- 
tudio de  la  lengua  griega,  de  una  lengua  extraña. 

Y  entre  nosotros,  en  España,  es  sabido  de  todos 
que  la  más  antigua  Gramática  castellana  es  la  de  un 
latinista,  la  de  Nebrija,  el  cual  la  escribió  para  pre- 
parar a  los  jóvenes  al  estudio  del  latín;  y  como  la 
escribió  para  prepararles  al  estudio  del  latín,  acomodó 
el  tecnicismo  castellano  al  de  la  lengua  latina  de  tal 
modo,  que  cuando  se  encontró,  pongo  por  caso,  con 
tres  íormas  distintas  castellanas  que  no  eran  tradu- 
cibles más  que  con  una  sola  forma  latina,  las  metía 
en  una  misma  categoría. 

De  aquí  el  hecho  de  haber  metido  en  una  misma 
categoría,  traducida  del  latín  — la  del  pretérito  im- 
perfecto de  subjuntivo —  a  tres  formas  distintas,  como 
son :  amara,  amaría  y  amase,  confusión  que  parece 
justificar  la  que  aquí  popularmente  se  hace  entre  las 
dos  primeras  formas,  diciendo ;  "si  yo  tendría",  en 
vez  de  "si  yo  tuviese". 

Lo  mi.smo  sucede  con  el  tiempo  llamado  pretérito 
perfecto  de  indicativo,  en  el  que  se  dice:  "le  he 
visto"  y  "le  vi",  como  si  fuesen  la  misma  cosa. 

¿Qué  resultaba  con  eso?  Que  no  se  hacía  sino  una 


634 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


traducción  de  categorías  muertas,  una  obra  pura- 
mente clasificativa,  sin  espíritu  ninguno  de  explica- 
ción, y  esto  es  lo  que  más  ha  cundido  a  la  enseñanza, 
lo  cual  no  debe  sorprendernos  ni  poco  ni  mucho. 

El  último  refugio  del  paganismo,  cuando  ya  iba  des- 
apareciendo de  toda  la  vida  social,  fué  la  escuela  de 
instrucción  primaria ;  en  plena  era  cristiana  conti- 
nuaban todavía  las  tradiciones  paganas,  refugiadas  en 
la  escuela  de  primeras  letras. 

Lo  mismo  sucede  aquí.  Cuando  llevan  camino  de 
desaparecer  por  completo  aquellas  hórridas  obras  pu- 
ramente clasificativas ;  cuando  desaparezca  por  com- 
pleto esa  Gramática,  continuarán  los  maestros  ense- 
ñándola en  las  escuelas  de  instrucción  primaria  y 
será  un  verdadero  tormento  de  las  generaciones  fu- 
turas. 

Y  no  os  quepa  duda :  esa  desgraciada  Gramática 
que  se  enseña  en  las  escuelas  es  una  construcción 
meramente  ideológica,  que  enseña  tanto  a  hablar  como 
la  fisiología  a  respirar. 

Es  una  cosa  que  desde  el  principio  atormenta  con 
definiciones  ociosas ;  y  acaso  sea  la  más  exacta  defi- 
nición de  la  Gramática  la  de  aquel  muchacho  que  al 
preguntársele:  "¿Qué  es  Gramática?",  contestó: 
"Ese  libro  que  está  ahí". 

En  torno  de  ella  se  han  reunido  una  porción  de 
cuestioncillas  inútiles,  de  cosas  que  son  verdaderos 
quebraderos  de  cabeza,  sin  ulterior  trascendencia; 
cuestioncillas  que  son  — aplicaré  una  palabra  que  to- 
dos vosotros,  los  bilbaínos  que  me  escucháis  conocéis 
bien —  verdaderas  sinsorgadas. 

Y  así  se  discute  aquello  del  verbo  único,  lo  de  si  hay 
o  no  artículo  en  latín,  y  otros  no  menos  graves  pro- 
blemas, que  a  las  veces  llevan  a  las  gentes  a  enre- 
darse en  cuestiones  y  rencillas,  como  es  la  de  saber 
si  tal  o  cual  forma  de  hablar  es  una  lengua  o  un 
dialecto,  distinción  que  no  tiene  valor  alguno;  todo 


OBRAS  COMPLETAS 


635 


por  poner  motes  a  las  cosas.  Y  esto  sucede  así  por 
una  concepción  falsa  de  la  ley.  Se  nos  ha  hecho 
creer  que  la  ley  es  algo  distinto  de  los  fenómenos,  algo 
que  está  fuera  de  ellos ;  y  es  como  si  pretendiéramos 
explicar  el  movimiento  de  un  cuerpo  celeste  diciendo 
que  hay  una  cosa,  que  es  la  órbita,  por  la  cual  mar- 
cha el  cuerpo. 

Dada  la  forma  de  concebir  por  algunos  la  ley,  nada 
de  extraño  tiene  la  pregunta  que  se  me  hizo  y  que 
voy  a  contaros.  En  una  ocasión  me  decía  cierto  su- 
jeto:  "Diga  usted,  ¿el  vascuence  tiene  Gramática?" 
"Hombre,  antes  de  contestarle,  le  voy  a  hacer  otra 
pregunta  —le  repliqué — :  el  ornitorrinco,  ¿tiene  fisio- 
logía ?" 

Todo  esto  es  una  de  las  consecuencias  que  trae 
consigo  la  concepción  absurda  de  la  ley;  y  el  solo 
hecho  de  imaginarse  que  haya  una  lengua  sin  Gramá- 
tica nos  da  idea  exacta  de  lo  perjudicial  y  nocivo  que 
es  el  sistema  de  clasificación,  cuándo  no  tiene  el  fin 
ulterior  de  explicar  las  cosas  clasificadas  y  su  pro- 
ceso, pues  entonces  no  es  sino  una  labor  muerta,  que 
no  sirve  más  que  para  estropear  la  enseñanza. 

Esa  mania  de  clasificarlo  todo,  los. hombres,  las 
cosas,  etc.,  parece  — y  es —  absurda ;  es  algo  así  como 
si  fuéramos  insectos,  para  después  atravesarnos  con 
un  alfiler  el  coselete  y  colocarnos  en  una  caja  de 
entomología  con  un  mote  a  las  espaldas. 

Ese  señor,  qué  es  ?"  He  aquí  una  pregunta  ho- 
rrible. 

A  veces  ocurre,  en  esta  manía  de  clasificar,  que 
hay  cosas  que  se  quedan  fuera  de  las  clasificaciones ; 
tal  como  sucede  en  los  catálogos  de  las  bibliotecas,  en 
que,  después  de  clasificar  los  libros  por  distintos  con- 
ceptos, hay  una  sección  llamada  "Varia",  "Miscelá- 
nea" y,  en  algunos  casos,  "Extravagante",  a  la  que 
se  llevan  tratados  del  juego  de  ajedrez,  libros  de  co- 
cina y  todo  lo  que  no  se  sabe  dónde  ponerlo. 


636 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  ahora  recuerdo  una  vez,  en  que  cierto  sujeto, 
después  de  hablarme  larpfo,  me  preíjuntó:  "-Y  us- 
ted, qué  es?"  Y  yo  le  contesté:  "Pónsíame  usted  en 
eso,  en  "Miscelánea"  o  en  "Extravan-ante". 

Y  es  ello  todo  un  clasificar  por  clasificar,  para,  lue- 
go de  clasificado,  no  hacer  nada  de  la  clasificación. 

Es  como  si  una  persona  tuviera  en  su  despacho 
las  sillas  numeradas  o  rotuladas  con  letras  del  alfa- 
beto. Otro  cualquiera,  al  verlo,  se  dirá :  "Para  algo 
las  tendrá  así".  Pero  si  luego  este  otro  ve  que  el 
dueño  de  las  sillas  usa  indistintamente  de  una  o  de 
otra,  sin  fijarse  para  nada  en  el  número  o  en  la  letra, 
se  añadirá:  "Este  hombre  no  está  cabal". 

Exactamente  lo  mismo  ocurre  aquí,  con  este  libri- 
to  que  traigo,  titulado  Epítome  de  Analogía  y  Sinta- 
xis de  Gramática  castellana  para  la  primera  ense- 
ñanza elemental,  por  la  Real  Academia  Española ;  uno 
de  los  libros  más  nocivos  que  se  han  escrito  en  Es- 
paña. 

En  él  se  dice :  "^;  Qué  es  Gramática  de  una  len- 
gua? El  arte  de  hablarla  con  propiedad  y  escribirla 
correctamente". 

Después  se  pasa  adelante  y  se  encuentra  uno,  ver- 
bigracia, con  lo  siguiente :  "^;  Cuántos  y  cuáles  son 
los  géneros  ?  Seis :  masculino,  femenino,  neutro,  epi- 
ceno, común  de  dos  y  ambiguo". 

Pues  bien,  ¿creen  que  el  niño  ha  de  usar  con  más 
o  menos  propiedad  los  comunes  de  dos,  o  neutros, 
epicenos  o  ambiguos,  masculinos  o  femeninos,  por 
saber  cómo  los  llaman  ?  No ;  no  habrá  ninguno  que 
equivoque  los  géneros,  si  ha  aprendido  el  castellano ; 
y  no  dirá,  por  tanto,  "esta  mesa  es  bueno",  sin  que 
para  ello  le  sea  menester  saber  que  a  la  forma  ésta 
llaman  masculina. 

Pero  hav  una  cosa  más  ñoña  aún.  Hay  aquí  una 
clasificación  de  los  apelativos  o  de  los  nombres,  di- 
vidiéndolos en  primitivos  y  derivados,  verbales,  sim- 


OBRAS  COMPLETAS 


637 


pies  y  compuestos,  colectivos  y  partitivos  y,  por  últi- 
mo, en  aumentativos  y  diminutivos.  Cuáles  son  los 
nombres  simples  ?  Los  que  constan  de  una  sola  pala- 
bra, como  hoca,  hora.  ;  Cuáles  son  los  compuestos  ? 
Los  c(ue  constan  de  dos  o  más  palabras,  como  boca- 
manga, cuJwrabucna" . 

Y  en  hora  buena  ;  cree  nadie  en  serio  que  el  apren- 
der si  a  una  palabra  ha  de  clasificársela  como  sim- 
ple o  compuesta,  primitiva  o  derivada,  colectiva  o 
partitiva,  enseña  a  nadie  a  usarla  con  mayor  correc- 
cicjn  y  propiedad  ?  ;  Cree  nadie  que  así  se  aprende  a 
hablar  bien  ?  ¿  No  se  ve  bien  claro  que  todo  ello  no  es 
sino  clasificar  por  clasificar,  sin  ulterior  validez  de  la 
clasificación  ? 

Todo  esto  me  recuerda  aquel  famoso  pasaje  del 
Fausto  en  que,  dirigiéndose  Mefistófeles  a  un  estu- 
diante, compara  la  fábrica  de  los  pensamientos  con 
un  telar  en  que  se  hace  de  mil  hilos  una  trama,  lan- 
zando acá  y  allá  la  lanzadera,  y  le  dice :  el  filósofo 
os  prueba  que  debería  ser  así ;  que  esto  es  lo  primero 
y  esto  otro  lo  segundo,  y  luego  lo  tercero,  y  después 
lo  cuarto ;  y  que  sí  no  fuera  lo  primero  y  lo  segundo, 
no  sería  ni  lo  tercero  ni  lo  cuarto ;  esto  lo  aprenden 
los  discípulos,  pero  no  se  hacen  tejedores.  Así  apren- 
den los  niños  la  Gramática ;  pero  no,  por  ello,  a  ha- 
blar con  corrección  y  propiedad. 

Y  aquí,  en  este  librito,  en  este  extraordinario  li- 
brito,  hay  cosas  más   peregrinas   aún,   verbigracia : 

Por  qué  en  el  genitivo  del  singular  del  pronombre 
él  no  decimos  del,  como  en  la  declinación  del  artículo 
el,  ni  en  el  acusativo  decimos  al,  sino  a-  él?"  Respues- 
ta :  "Porque  el  pronombre  él  se  pronuncia  siempre 
con  mayor  fuerza  que  el  artículo  el,  y  no  debe,  por 
tanto  formar  una  sola  palabra  con  la  preposición". 

La  Gramática  grande,  la  no  epítome,  es  decir,  la 
peor  — por  ser  la  que  tiene  más  cantidad  de  malo — , 
dice  que  en  castellano  todas  las  palabras  tienen  acen- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


to:  es  decir,  que  la  tal  Gramática  está  escrita  por 
sordo-mudos,  pues  quien  tenga  oído  advertirá  al 
punto  cuán  grosero  es  ese  error.  Y  es  que  la  lengua 
viene  enseñándose  con  la  vista,  y  de  aquí  los  inefi- 
caces resultados  de  su  enseñanza.  Es  el  oído,  y  no 
la  vista,  el  que  nos  dice  si  una  palabra  tiene  o  no 
acento,  y  quien  le  tenga  sano  advertirá  que,  al  decir 
el  vino,  juntamos  el  artículo  el  a  la  palabra  vino,  pro- 
nunciándolo como  si  fuese  una  palabra  trisílaba  llana : 
elvino;  mientras  que  al  decir  él  vino  las  separamos; 
y  esto,  independientemente  de  que  se  pinte  o  no  el 
acento.  La  Real  Academia  Española  parece  ignorar  la 
existencia  en  castellano  de  palabras  átonas,  sin  acen- 
to, que  son,  ya  proclíticas  ■ — como  el  artículo,  las  pre- 
posiciones, varias  conjunciones,  etc. — ,  si  se  apoyan 
sobre  la  palabra  que  las  sigue,  ya  enclíticas  — como 
los  pronombres  sufijados  me,  te,  se,  le,  nos,  os,  etc. — , 
si  se  apoyan  en  la  precedente.  Es,  pues,  la  suya,  una 
Gramática  escrita  por  sordos. 

Recuerdo,  a  este  propósito  de  la  sordera,  que  en 
cierta  ocasión  recibía  yo  las  pruebas  de  un  trabajo 
mío  que  se  estaba  editando,  y  en  el  cual,  como  en 
todos  los  míos,  quería  mantener  mi  criterio  anti- 
académico en  punto  a  ortografía,  haciéndola  lo  más 
acomodada  a  la  lengua  que  se  habla.  A  las  segun- 
das pruebas,  el  regente  de  la  imprenta  creyendo,  sin 
duda,  que  las  letras  que  yo  suprimía  - — alguna  p  de 
setiembre  o  cosa  así — ■  era  por  equivocación,  debió 
decirse :  "Este  señor  se  distrae",  y  puso  al  mar- 
gen: "¡Ojo!"  Cogí  el  lápiz,  le  taché  su  ojo,  y  puse 
encima  de  él,  a  mi  vez:  "¡oído!" 

Con  los  ojos,  y  ello  mal,  y  no  con  los  oídos,  se  ha 
trabajado  este  librito.  Sigamos  con  él. 

Habla  en  otra  parte  de  la  sintaxis,  dividiéndola  en 
regular  y  figurada.  La  sintaxis  regular  dice  que  en- 
seña la  debida  colocación  de  las  palabras  en  las  ora- 
ciones, según  principios  generales ;  y  la  figurada  per- 


OBRAS  COMPLETAS 


639 


mite  alterar  este  orden,  a  fin  de  dar  más  vigor  y  ele- 
gancia al  lenguaje. 

— ¿Quiere  usted  poner  un  ejemplo? 

— Sí,  señor.  Es  sintaxis  regular  la  que  se  observa 
en  el  siguiente  período:  "Las  discretas  y  solicitas 
abejas  formaban  su  república  en  las  quiebras  de  las 
peñas  y  en  los  huecos  de  los  árboles". 

Y  se  emplea  la  sintaxis  figurada  diciendo  como 
Cervantes :  "En  las  quiebras  de  las  peñas  y  en  los 
huecos  de  los  árboles  formaban  su  república  las  so- 
lícitas y  discretas  abejas". 

Es  decir,  que  la  primera  está  compuesta  según 
principios  generales,  y  la  otra  debe  de  estar  descom- 
puesta y  fuera  de  orden.  Lo  que  me  recuerda  el  mal 
efecto  que  me  producía,  siendo  yo  estudiante  de  latín, 
aquello  del  hipérbaton. 

No  veo  de  dónde  pueda  sacarse  una  idea  general 
de  orden,  al  respecto ;  cada  cual  tiene  su  manera  de 
ordenar  el  pensamiento,  y  según  el  caso,  siguiendo 
la  asociación  de  ideas.  El  orden  natural  no  es  ese 
que  se  llama  orden  lógico,  y  que  en  parte  nos  es 
impuesto  por  deficiencias  del  lenguaje  mismo;  el  or- 
den natural  es  el  que  sigue  el  curso  libre  de  la  aso- 
ciación de  ideas. 

Y  dentro  ya  de  la  lógica,  como  monumento  de  ella, 
2ste  Epitome  de  la  Real  Academia  es  inapreciable. 
Me  decía  un  día  un  extranjero,  hablándome  de  él, 
del  desdichado  Epítome:  "Pero,  señor,  ¿ha  visto  us- 
j  ed  la  confusión  que  arman  estos  señores  al  tratar  de 
|0S  verbos  irregulares?"  Y  hube  de  responderle:  "La 
j:osa  es  sencilla;  se  empeñan  en  clasificar  los  verbos 
Irregulares,  en  vez  de  atenerse  a  clasificar  las  irre- 
;;ularidades  de  los  verbos".  Son  consecuencias  de 
I  nos  cuantos  principios,  ya  de  etimología,  ya  de  ana- 
pgia,  es  decir,  ya  de  herencia,  ya  de  adaptación;  em- 
I  éñanse  en  clasificar  las  combinaciones  binarías  y 

un  terciarias  de  estos  principios,  en  vez  de  dar  cuen- 


640 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ta  de  ellos.  Y  así,  el  verbo  venir,  por  ejemplo,  dipton- 
guiza  su  e  temática  en  ié  en  los  casos  en  que  lo  ha- 
cen otros  muchos  {sentir,  querer,  etc.) ;  hace  su 
futuro  como  tener,  valer  y  otros,  y  recibe  una  g  en  el 
subjuntivo  (venga),  como  la  reciben  estos  mismos 
y  caer,  traer,  etc.  Y  ha  de  figurar  en  una  clase  con 
los  que  reúnan  las  mismas  tres  condiciones. 

La  consecuencia  del  tal  método  ha  sido  el  horrible 
empirismo  en  que  no  poca  gente  ha  malgastado  su 
ingenio  en  discusiones  absolutamente  bizantinas,  como 
son  la  mayoría  de  las  de  los  gramáticos  a  la  antigua 
usanza. 

Todos  los  que  sientan  curiosidad  por  estas  mate- 
rias recordarán  las  veces  que  se  ha  promovido  la  fa- 
famosa  cuestión  del  le  o  la  del  dativo  femenino.  Y 
siempre  se  trata  el  asunto  fuera  del  terreno  histórico. 

Juegan  en  la  lengua,  como  en  todo  el  organismo, 
dos  fuerzas :  una,  de  herencia,  que  es  en  este  caso 
la  etimológica,  y  otra,  de  adaptación,  que  es  la  analó- 
gica. La  forma  le  deriva  de  la  latina  illi  — que  tiene 
una  sola  forma  para  los  tres  géneros — ,  es  la  eti- 
mológica, la  hereditaria,  y  la  forma  la  es  la  analógi- 
ca, la  adaptativa.  Y  asi  resulta  que  se  hallen  las  dos 
en  conflicto  de  uso. 

Hase  querido  defender  el  estudio  de  esa  Gramática 
puramente  empírica  y  formal  como  trabajo  de  gim- 
nasia de  la  mente ;  y,  aun  considerándola  así,  hay  que 
convenir  en  que  tal  Gramática,  como  la  gimnasia 
misma,  podría  servir  para  corregir  ortopédicamente 
deformidades  en  casos  dados ;  más  para  los  niños,  tan 
fatal  la  una  como  la  otra.  Es  juego,  y  no  gimnasia, 
lo  que  los  niños  necesitan. 

Y  resulta  que  lo  primero  que  se  enseña  a  los  niños 
es  lo  más  difícil :  la  Gramática  y  el  Catecismo.  Am- 
bas son  las  dos  cosas  más  complicadas  que  se  pueden 
enseñar;  y,  en  cambio,  se  difiere  para  cuando  sean 


OBRAS  COMPLETAS 


641 


mayores  — y  hasta  parece  extraño  que  se  les  enseñe 
en  la  escuela  de  primeras  letras —  la  Física,  la  Quí- 
mica, la  Historia  Natural,  disciplinas  mucho  más 
sencillas,  como  es  siempre  más  sencillo  lo  que  proce- 
de de  la  naturaleza  que  no  lo  que  se  acerca  a  la 
sociedad  humana,  que  es  el  último  resultado  y  como 
la  conclusión  de  la  naturaleza. 

Muchos  son  los  métodos  propuestos  para  facilitar 
el  estudio  de  la  Gramática;  pero  todos  ellos  son  ma- 
los, y  alguno  de  ellos  detestable,  como  ese  de  los  ár- 
boles sinópticos,  de  que  he  visto  algún  desdichado 
modelo  en  esta  Exposición. 

Y  es  que,  en  tratándose  de  métodos,  como  en  gene- 
ral de  cuanto  a  pedagogía  se  refiere,  se  da  una  im- 
portancia exagerada,  y  hasta  absurda,  al  cómo  debe 
enseñarse,  y  no  se  tiene  en  la  debida  cuenta  que  lo 
importante  es  qué  es  lo  que  se  debe  enseñar.  Me 
decía  en  cierta  ocasión  un  profesor  de  lenguas  cas- 
tellana y  latina:  "Con  el  sistema  que  empleo,  obten- 
go resultados  magníficos" ;  y  como  lo  pusiese  en  duda, 
me  aplazó  el  demostrármelo  para  cuando  se  exami- 
nasen sus  alumnos.  Y  fueron,  en  efecto,  al  examen  y 
respondieron  los  muchachos  con  gran  precisión  a 
cuantas  preguntas  el  profesor  les  dirigía ;  y  volvién- 
dose a  mí,  me  dijo  éste:  "Y  ahora,  ¿qué  dice  us- 
ted?" "Digo,  le  contesté,  que  estos  muchachos  han 
aprendido  muy  bien  lo  que  usted  quiso  que  aprendie- 
ran; pero  eso  que  usted  les  ha  enseñado  y  ellos  lo 
saben  tan  bien,  no  les  sirve  para  nada". 

Y  así,  con  tales  procederes,  sin  descender  al  fondo 
de  lo  que  se  enseña  y  a  su  valor,  quedándose  en  lo 
formal,  no  se  consigue  sino  extender  la  rutina,  ya 
en  su  forma  antigua,  ya  en  la  moderna,  pues  no  sé  si 
no  son  los  peores  rutinarios  y  los  más  rutinarios  los 
que,  combatiendo  la  rutina  de  ayer,  están  fraguando 
la  de  mañana. 


UNAMUNO.  VII. 


21 


642 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  viniendo  a  la  enseñanza  de  la  lengua,  hay  que 
convenir  en  que  se  nos  presenta  el  problema  con  una 
sencillez  maravillosa.  ¿  Cómo  se  aprende  a  hacer  las 
cosas?  Haciéndolas.  ¿Y  cómo  se  ha  hecho  la  len- 
gua? Lo  mismo  que  sigue  haciéndose. 

El  gran  paso  que  hizo  dar  Lyell  a  la  Geología 
consistió  en  hacer  ver  que  la  forma  actual  de  la  tierra 
ha  sido  producida  por  la  labor  de  las  causas  que  si- 
guen trasformándola,  aunque  lentamente.  Y  lo  mis- 
mo ocurre  con  la  lengua.  Ha  llegado  a  la  forma  ac- 
tual en  virtud  del  proceso  mismo  que  sigue  modifi- 
cándola en  boca  del  pueblo.  La  ley  de  la  lengua  no 
es  ni  puede  ser  una  cosa  estática,  como  es  la  Gra- 
mática. 

La  lengua  evoluciona  obedeciendo  a  la  ley  general 
de  economía,  a  una  ley  de  máximos  y  mínimos.  Se 
trata  de  obtener  la  mayor  claridad  y  la  mayor  fuerza 
posibles  de  expresión,  con  el  menor  esfuerzo. 

Hay  gentes  que  se  fijan  demasiado  en  la  etimolo- 
gia,  ignorando  que,  junto  a  la  tendencia  etimológica 
o  hereditaria,  hay  la  analógica  o  adaptativa,  y  que 
hay  muchedumbre  de  formas  que  no  tienen  justifica- 
ción etimológica.  Así,  las  formas  haiga  y  vaiga,  que 
pasan  por  incorrectas  gramaticalmente,  tienen  den- 
tro del  proceso  lingüístico  la  misma  razón  de  ser  que 
caiga  y  traiga,  que  tampoco  son  formas  etimológicas. 

La  lengua  literaria  ha  adoptado  unas  y  no  otras, 
sin  honda  razón  para  ello.  Hablando  en  broma,  se 
suele  decir  "comestibles  y  bebestibles",  y  esta  forma 
burlesca,  formada  por  analogía  con  la  otra,  no  es 
menos  legítima  que  la  voz  "meridional",  formada  por 
analogía  de  "septentrional" ;  pues  si  septentrio  dió 
scptcntrioualis,  mcridics  no  pudo  dar  nunca  etimo- 
lógicamente mcridionalis. 

Este  proceso  analógico  es  frecuentísimo.  Personas 
hay  que  llaman  al  seminario  el  dcsaininario,  y  si  son 
más  redichas,  el  examinaría,  suponiendo  que  se  le 


OBRAS    C  O  M  P  LET A S 


643 


llama  así  por  ser  el  lucrar  en  míe  sf  examina  n  dcsa- 
mina.  En  el  castellano  mi-ino  litcrnrid  tiznemos  la  voz 
"altozano",  que  etimolnuicaiiienle  (lcl)ió  ser  "anto- 
zano",  y  a  la  que  se  la  cambió  la  primera  n  en  / 
por  creerse  que  ese  nombre  tiene  als^o  que  ver  con 
"alto". 

Y  así  vemos  que  la  lencfua  admite  con  el  tiempo 
modificaciones,  ya  analóc^icas.  ya  fonéticas.  La  etimo- 
lo.s^ía  no  tiene  sino  un  valor  miiv  relativo;  con  tal 
que  un  vocablo  ten,a:a  un  sentido  preciso,  el  mismo 
en  cada  caso,  y  el  mismo  para  todos,  importa  poco 
que  coincida  o  no  con  su  sentido  ctimolóíjico. 

Canibiauflo  y  motlificándo^e  es  como  la  len,s:ua  cas- 
tellana va  haciéndose  española.  Se  llama  a  la  lenp^ua 
nacional  "castellana"  porque  le  sirvió  de  núcleo  pri- 
mitivo el  dialecto  romance  de  Castilla,  al  que  se  in- 
corporaron pronto  el  leones  y  el  arac^onés.  prestándo- 
les formas,  sobre  todo  aquél. 

No  hay  mayor  absurdo  que  el  de  querer  hacer  de 
una  leno^ua  als^o  estático.  La  verdadera  estabilidad 
de  una  lensfua  es  el  principio  de  continuidad  y  que 
no  haya  solución  de  ella  en  su  proceso. 

Es  preciso  proscribir  este  estudio  meramente  for- 
mal y  meramente  clasificativo  de  la  len.jjua,  y  pro- 
curar favorecer  la  evolución  natural  del  idioma.  No 
es  de  formas,  sino  de  materia  informalile  de  lo  que 
se  necesita,  y  en  el  niño  es  más  necesario  darle  léxi- 
co que  no  enseñarle  estérilmente  a  declinar  y  conju- 
o;ar.  Nuestra  pedag-ogía  abusa  de  las  formas ;  provee 
a  los  muchachos  de  moldes  para  quesos  de  todas  for- 
mas y  tamaños,  mas  como  no  se  les  da  leche  para 
hacerlos,  los  tales  moldes  de  nada  les  sirven.  Tuvie- 
ran abundante  primera  materia  con  que  hacerlos,  y 
los  harían,  a  falta  de  moldes,  a  mano. 

Y  a  la  vez  que  el  maestro  enseña  la  lengua,  no  la 
Gramática,  debe  irlas  aprendiendo  del  pueblo  en  que 
viva.  Yo  recomiendo  a  todos  los  que  conozco  que  se 


644 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


dediquen  a  estudiar  el  lenguaje  popular,  y  no  para  des- 
preciarlo ni  para  pretender  correg-irlo  sin  ton  ni  son 
y  pedantescamente.  En  los  catorce  años  que  llevo  de 
residencia  en  la  provincia  de  Salamanca,  me  he  ocu- 
pado en  ir  formando  un  inventario  de  las  voces,  fra- 
ses, giros  y  dichos  del  habla  de  aquella  región. 

Y  recuerdo  a  este  propósito  que,  estando  de  ex- 
cursión en  un  pueblecillo,  hubieron  de  decirme  que  allí 
decían  ufíir  por  "uncir",  y  el  maestro,  que  estaba  pre- 
sente, argüyó  que  aquello  no  era  sino  un  disparate. 
"¿  Sabe  usted  latín  ?"  — le  pregfunté — ,  y  al  decir  que  un 
poco,  pues  había  sido  seminarista,  añadí :  "Pues  bien, 
la  voz  junqere,  al  pasar  al  castellano,  pierde  la  /  ini- 
cial, como  la  pierden  jamtarium,  que  hace  enero;  ju- 
nipcrum,  que  hace  enebro,  etc.,  y  la  ng  se  convierte 
en  ñ:  cingcrc,  plangere,  tavgere,  dan  ceñir,  plañer 
y  tañer,  y  así,  jungcrc  da  uñir;  ;ve  usted  cómo  es 
usted,  y  no  ellos,  quien  disparata?" 

Me  preguntaba  en  cierta  ocasión  un  sujeto:  "Diga 
usted:  esta  palabra,  ,-está  bien  dicha?"  "¿De  dónde 
es  usted?"  — le  pregunté — ,  y  él  me  contestó:  "De 
Sanabria".  "¿Y  en  Sanabria  — le  dije —  la  emplean 
todos?"  "Sí,  señor"  — replicó — .  Y  yo:  "Pues  en- 
tonces es  buen  sanabrés,  y  basta". 

Hay  que  hacer,  lo  repito  una  vez  más,  con  el  cas- 
tellano y  sobre  él,  la  lengua  española  sin  que  ningu- 
na región  de  la  Península  pretenda  el  monopolio  del 
casticismo  de  la  lengua  común. 

Y  es  que  en  eso  del  casticismo  hay  algo  más  hondo 
que  la  lengua  misma  y  que  trasciende  a  ella.  Os  in- 
vito a  que  os  fijéis  en  qué  clase  de  personas  son  las 
que  propugnan  el  casticismo  del  idioma  y  exaltan  el 
estudio  de  nuestros  clásicos  del  siglo  xvii,  y  obser- 
varéis que  son  gente  que  sabe  bien  que  no  cabe  ex- 
presar con  lengua  del  xvi  o  xvii  conceptos  del  xx. 

Y  no  es  menor  absurdo  el  de  pretender  que  hable- 
mos todos  exactamente  lo  mismo,  la  misma  lengua. 


OBRAS    COMPLETAS  645 


He  heredado  de  mis  abuelos  tin  arco  de  flechas,  o 
a  lo  sumo  una  antig-ua  esninearda :  pero  llegfado  el 
momento  en  oue  me  convenzo  de  aue  con  élln  no  pue- 
do pelear  contra  los  nue  se  me  vienen  armados  de 
máusers,  de  armas  modernas  y  meiores,  deio  en  casa, 
cuidadosa  y  veneradamente  srtiardada  como  una  reli- 
quia, el  arma  heredada  y  comnro  un  máuser  tn-mhién 
yo.  Pero  ahora  viene  la  secunda  parte,  y  es  que  una 
vez  dueño  de  mi  máuser.  de  un  arma  isfual  i!  arma 
con  que  se  me  vienen,  la  manejo  a  mi  modo  y  la 
disparo  apoyándola  en  la  rodilla  o  en  el  hombro  iz- 
quierdo, si  es  que  soy  zurdo.  Y  no  se  me  venenan 
queriendo  imponerme  un  manejo  especial,  ni  aun  el 
de  quien  inventó  el  arma,  que  no  por  haberla 
inventado  ha  de  ser  quien  mejor  la  maneje.  Y  aquí 
tenéis  una  defensa,  siquiera  parcial,  del  chapurrado, 
cuando  es  espontáneo  y  no  forzado. 

i  Cómo  se  modificó  la  leng-ua  latina  para  dar  el  ro- 
mance castellano?  Los  soldados  romanos  que  traie- 
ron  a  España  el  latín  se  encontraron  aquí  con  dis- 
tintos pueblos  que  hablaban  distintas  lenguas :  y  al 
relacionar  a  éstos  entre  sí,  les  dieron  una  lengua 
común  en  que  todos  se  entendiesen.  Y  al  recibir  el 
latín  gentes  que  hablaban  otras  lenguas,  empezaron 
seguramente  por  chapurrarlo,  según  la  índole  de  su 
propio  idioma,  y  de  este  chapurrado  acabó  por  surgir 
el  romance  castellano.  El  latín  se  impuso  por  sí  mis- 
mo, por  ser  superior  a  los  idiomas  indígenas,  y  por 
ser  un  habla  que  servía  para  todos.  Cuando  de  aquí 
fué,  no  ha  mucho,  una  Comisión  de  regionalistas  a 
Barcelona,  tuvieron  que  hablarles  castellano,  lengua 
común  a  vascongados  y  catalanes,  pues  éstos  no  han 
de  entenderse  unos  con  otros  ni  en  vascuence  ni  en 
catalán. 

Esto  del  chapurrado  como  origen  de  honda  modi- 
ficación de  una  lengua,  tiene  aquí  importancia  capital. 
En  las  pasadas  generaciones  de  este  nuestro  pue- 


646 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


blo,  encontrábanse  indivirhios  nue  hablaban  el  castella- 
no de  una  manera  torpe  v  poco  correcta,  o  ñor  lo 
menos  pobre.  Siendo  yo  niño,  el  castellano  de  Bilbao 
era  un  castellano,  si  no  tan  incorrecto  como  se  creía, 
por  lo  menos  pobre.  Y  esta  poca  destreza  en  manejar 
el  idioma  y  el  temor  de  que  se  burlaran  de  sus  "con- 
cordancias vizcaínas",  ha  sido  acaso  una  de  las  causas 
que  más  han  contribuido  a  ens:endrar,  o  por  lo  me- 
nos a  corroborar,  uno  de  los  rasg-os  más  característi- 
cos del  modo  de  ser  del  vascongado :  su  extrema  ver- 
gonzosidad,  su  timidez  social. 

Personas  de  un  valor  probado  cuando  se  trata  de 
afrontar  peligros  de  la  naturaleza  o  la  ira  de  los 
hombres,  pónense  de  siete  colores  cuando  han  de  pro- 
ducirse en  sociedad,  o  cuando  hablan  con  persona  a 
la  que  suponen  conocedora  del  idioma. 

Es  preciso  perder  esa  vergonzosidad  y  hacernos 
noblemente  desvergonzados,  aprendiendo  a  hablar  con 
toda  libertad. 

Esa  vergonzosidad  ha  hecho  que  este  pueblo  hava 
sido,  en  la  vida  de  la  cultura,  un  pueblo  mudo ;  mudo, 
con  todos  los  inconvenientes,  sí ;  pero  también  con 
todas  las  ventajas  de  la  mudez;  un  pueblo  mudo, 

corto  en  palabras,  pero  en  obras  largo, 

como  dijo  de  nosotros  Tirso  de  Molina;  un  pueblo 
que,  no  habiendo  sabido  hablar,  ha  obrado,  y  a  falta 
de  Homeros  ha  tenido  Aquiles.  Y  mientras  nuestro 
pueblo  vecino  contaba  y  celebraba  las  hazañas  de 
Don  Quijote,  el  espíritu  quijotesco  se  refugiaba  aquí 
entre  nosotros. 

Mas  se  hace  preciso  que  rompamos  a  hablar  con 
tranquilidad,  sí,  pero  sin  género  alguno  de  vergüen- 
za, defendiendo  nuestro  espíritu  con  el  arma  que  ellos 
nos  han  dado,  aunque  manejada  a  nuestro  modo. 

"¡Qué  castellano!",  —exclamaba  un  sujeto  que  oía 
chapurrar  a  un  vizcaíno — ;  y  yo  que  se  lo  oí,  le  con- 


OBRAS  COMPLETAS 


647 


testé:  "Excelente  para  manejado  por  un  vizcaíno,  y 
de  ese  castellano  puede  salir  algo". 

Podrá  decirse  que  el  chapurrado  nos  llevaría  a 
crear  un  dialecto  vizcaíno  del  castellano.  No  lo  creo; 
aunque  algo  análogo  ha  sucedido  en  Escocia,  donde 
el  gran  poeta  nacional  Burns  cantó,  no  en  la  vieja 
lengua  céltica  de  los  antiguos  escoceses,  sino  en  un 
dialecto  inglés.  Y  con  éste  ha  expresado  el  alma  de 
su  pueblo.  Y  en  otro  pueblo,  hermano  del  escocés, 
el  bretón,  cuando  queráis  oír  a  los  voceros  de  su  es- 
píritu, no  los  buscaréis  entre  los  artificiosos  cultiva- 
dores de  su  antiquísimo  idioma  céltico,  sino  en  hom- 
bre como  en  Chateaubriand  y  Lamennais,  o  como  el 
gran  Ernesto  Renán,  que  ni  en  creencias  congeniaba 
con  sus  paisanos :  en  escritores  en  lengua  francesa. 

El  modo  de  hacer  que  aquí  prenda  y  se  desarrolle 
la  lengua  castellana,  nuestra  lengua  ya,  es  dejarla  ha- 
blar espontáneamente.  Y  en  las  escuelas  hay  que  pro- 
mover su  empleo  espontáneo  y  libre,  dejando  que 
cada  niño  se  forme  su  estilo  y  sin  empeñarse  en  co- 
hibirle la  libre  expresión  para  sujetarla  a  un  idioma 
coercitivamente  uniforme. 

Este  es  un  mal  de  nuestras  escuelas.  No  tenéis  sino 
coger  los  libros  que  en  ellas  se  da  para  lectura  de  los 
niños.  Producen  un  efecto  deprimente.  Ayer  mismo 
tomé  en  la  mano,  en  la  Exposición  Escolar,  uno  de 
esos  libros,  y  las  primeras  palabras  que  en  él  leí, 
las  palabras  con  que  su  prólogo  empezaba,  eran  és- 
tas:  "Amados  niños."  Y  lo  dejé,  diciéndome:  "¡Ama- 
dos niños!...,  ¡amados  niños!...  ¿Pero  ignora  este 
señor  que  amado  es  ya  una  palabra  muerta  en  cas- 
tellano? ¿Ignora  que  si  un  joven  dice  a  su  novia 
'e  amo,  ésta  le  volvería  la  espalda  por  ridículo?  Te 
imo  no  se  oye  ya  sino  en  el  teatro,  en  italiano  y 
;on  música." 

I  Son  verdaderamente  deplorables  los  tales  libros  para 
la  lectura  de  los  niños. 


648 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Hay  personas  que  se  imaginan  que  para  hablar 
con  los  niños  es  menester  infantilizarse,  como  hay 
padres  que  creen  es  preciso  imitar  la  lengua  de  tra- 
po de  los  niños  pequeñuelos  para  ser  por  ellos  eri- 
tendido.  Y  es  un  grave  error ;  el  niño  oye  bien  lo 
que  oye,  aunque  no  acierte  a  reproducirlo  con  exac- 
titud. Y  a  este  respecto  recuerdo  un  niño  que  llamaba 
a  la  manteca  maqncca,  a  pesar  de  lo  cual,  cuando  sus 
padres  la  llamaban  como  él,  maqncca,  protestaba  ai- 
rado, y  hasta  llorando,  diciendo  que  no  se  llamaba 
así,  sino  maqncca.  Y  no  acertaba,  por  su  parte,  a 
decirlo. 

Ocurre  con  esto  algo  análogo  a  lo  de  chapurrar 
castellano  cuando  se  habla  con  un  extranjero,  creyen- 
do ser  así  mejor  entendido.  No;  para  uno  que  empie- 
za a  estudiar  un  idioma  extraño,  son  más  inteligibles 
los  escritores  más  clásicos  y  más  puros. 

Y  hay,  aparte  del  lenguaje,  en  esos  libros  de  lectura 
para  la  niñez,  unos  cuentos  verdaderamente  ilegibles 
por  lo  ñoños ;  cuentos  sin  espíritu  ni  gracia. 

Los  niños  deben  leer  lo  mismo  que  leen  los  mayo- 
res, sin  más  que  el  saber  escogerlo. 

En  la  aventura  de  los  cabreros,  dirigióse  Don  Qui- 
jote a  éstos  hablando  sin  la  preocupación  de  ser  por 
ellos  entendido,  ni  de  ponerse  a  eso  que  llamamos  su 
nivel,  de  la  manera  más  elevada.  Y  le  entendieron, 
¡  vaya  si  le  entendieron !  Y  es  que  hay  pocas  cosas 
peores  que  eso  que  llamamos  ponerse  al  nivel  de  aque- 
llos que  nos  escuchan,  desconfiando  de  que  ellos  no 
pueden  ponerse  al  nuestro.  Siempre,  por  mi  parte,  he 
creído  que  hablando  yo  de  la  plenitud  de  mi  corazón, 
como  la  palabra  me  viene  a  la  boca,  seré  siempre  en- 
tendido; y  de  hecho  he  visto  que  siempre  se  han 
puesto  a  mi  nivel  los  que  me  han  oído,  cuando  yo  no 
me  he  cuidado  de  ponerme  al  suyo. 

A  los  niños  se  les  debe  dar  a  leer,  repito,  las  mis- 
mas cosas  que  los  mayores  leen,  sin  más  que  bien 


OBRAS  COMPLETAS 


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escogidas.  ;  Qué  inconveniente  hay  en  que  los  niños 
lean  en  España  a  Cervantes,  a  Calderón,  a  Santa 
Teresa,  a  fray  Luis  de  León,  a  Jorge  Manrique,  a 
Quintana?  Se  dirá  que  exceden  de  su  alcance.  Y  el 
decir  esto  y  darles  lo  que  se  les  da  es  como  si  ante 
la  pobreza  de  las  gentes  nos  dijéramos:  "Esta  pobre 
gente  necesita  dinero ;  pero  el  oro  puro  es  demasiado 
para  ellos;  démoselo  mezclado  con  plomo."  Y  se  les 
daría  una  onza  de  oro  mezclada  con  muchas  de  plo- 
mo, y  sería  mejor  darles  una  sola  de  oro  puro  antes 
que  ciento  así  depreciadas.  Hay  que  dar  oro  puro, 
aunque  sea  en  proporciones  modestas,  y  con  ese  oro 
puro  del  arte  excitar  la  imaginación  infantil. 

Porque  la  imaginación  es  la  verdadera  facultad 
maestra  del  espíritu,  la  que  ha  producido,  no  sólo  el 
arte  y  la  poesía,  todo  lo  que  consuela  al  hombre  de 
haber  nacido,  sino  que  ha  producido  la  ciencia  mis- 
ma, que  facilita  la  vida.  Ni  se  puede  ni  se  debe  pros- 
cribir la  imaginación. 

Me  apesadumbra  el  oír  que  es  la  imaginación  lo 
que  nos  ha  perdido ;  pues  lo  cierto  es  que  no  son  más 
ricos  en  frutos  de  la  tierra  esos  pardos  campos  de 
barbecho  y  de  secano  que  por  ahí  dentro  vemos,  que 
lo  son  en  frutos  del  espíritu  las  imaginaciones  es- 
pañolas. Llámase  aquí,  por  lo  común,  imaginación 
a  la  facundia,  a  la  memoria  de  palabras,  a  la  facul- 
tad de  repetir  gracias  oídas ;  y  abundan  los  que  son 
capaces  de  colocar  a  su  tiempo  cualquiera  de  las  me- 
táforas del  común  acervo  y  se  mueren  sin  haber  pari- 
do una  sola  metáfora  nueva. 

Es  preciso,  pues,  cultivar  la  imaginación ;  es  pre- 
ciso en  todas  partes  cultivarla;  es  necesario  culti- 
varla aquí,  donde  un  cierto  ambiente  social  tiende  a 
imbuir  en  las  gentes  el  deseo  de  no  desentonar,  de  no 
salirse  de  la  línea  media,  de  no  pasar  por  extrava- 
gantes; lo  cual  podrá  tener  sus  ventajas,  pero  es, 
indudablemente,  un  mal  muy  grande. 


650 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


A.ntes  de  venir  a  este  mi  pueblo,  hace  pocos  días, 
allá  en  Salamanca,  leía  uno  de  los  prólogos  de  Me- 
néndez  y  Pelayo  a  la  Antología  de  poetas  líricos  cas- 
tellanos, prólogo  en  que,  hablando  de  El  Rimado  </■ 
Palacio,  del  canciller  Pero  López  de  Avala,  dice  que 
éste  es  el  único  escritor  de  genio  que  hasta  la  fecha 
— escribía  esto  el  señor  Menéndez  y  Pelayo  en  1892 — 
lian  producido  las  regiones  vascas.  Y  añade  que  la 
tendencia  didáctica  de  su  poema  le  hace  caer  en  cier- 
to prosaísmo  ético  y  pedagógico,  que  parece  caracte- 
rístico de  la  honrada  poesía  vascongada,  tal  como  lo 
-vemos  en  Samaniego  y  en  Trueba.  Me  paré  ante  este 
calificativo  de  honrada  que  asigna  a  la  poesía  vascon- 
gada el  ilustre  santanderino,  considerando  que  el  lla- 
marla así  es  algo  como  llamar  simpática  a  una  mucha- 
cha o  hablar  de  las  elegantes  virtudes  que  adornan 
a  tal  o  cual  santo.  Y  entonces,  del  fondo  de  mi  alma 
surgió  una  voz  de  protesta  que  me  hizo  decirme  a 
mí  mismo:  "¿Honrada  la  poesía  vascongada?  Voy 
a  ver  si  logro  deshonrarla  algo." 

Hay  una  palabra  que  expresa  semejante  honradez, 
y  es  palabra  que  los  bilbaínos  que  me  escuchan  com- 
prenderán bien:  la  tal  honradez  no  es  sino  chocho- 
lería. 

Y  si  a  esto  se  agrega  las  consecuencias  deplora- 
bles que  trae  consigo  el  rápido  crecimiento  de  la  ri- 
queza de  este  pueblo,  y  cierto  practicismo  que  trae 
consigo  y  que  puede  convertirse  en  materialismo  — aun 
en  los  que  se  creen  espiritualistas  y  materializan  el 
«spíritu — ,  nada  debe  extrañar  que  cuantos  queremos 
a  este  nuestro  pueblo  pongamos  nuestro  conato  en 
que  recobren  el  arte  y  la  poesía  la  supremacía  que 
les  corresponde. 

Hace  unos  años  pedí  la  colección  de  cierto  sema- 
nario que  se  publicaba  en  esta  villa,  defensor  de  unas 
muy  ruidosas  doctrinas.  Y  recuerdo  que,  recorriendo 
sus  páginas,  me  encontré  con  cierta  poesía  de  un  na- 


OBRAS  COMPLETAS 


651 


varro  que,  por  lo  patriótica  — en  el  sentido  de  la  pa- 
tria vascongada — ,  publicaba  el  semanario.  Ensalzá- 
bala por  lo  de  patriótica,  mas  añadiendo,  respecto  al 
arte  mismo  de  la  poesía,  verdaderas  enormidades,  que 
me  apenaron  el  ánimo  considerándolo  como  algo  en 
sí .  insignificante,  si  es  que  no  despreciable,  y  que 
sólo  tiene  valor  aplicado  a  servir  al  patriotismo. 

Combatir  así  la  poesía  pura  y  quererla  sujetar  a 
ser  esclava  de  otra  cosa,  es  cosa  que  sólo  puede  ocu- 
rrírsele  a  un  sectario.  Sólo  para  el  sectario  es  la 
poesía,  y  el  arte  en  general,  algo  que  debe  ponerse 
al  servicio  de  otra  cosa  sin  valor  sustantivo.  Para  el 
sectario,  a  nada  práctico  conduce  lo  que  no  conduce 
al  triunfo  de  su  estrecha  causa.  Y  es  que  la  causa 
principal  del  sectarismo  es  la  falta  de  imaginación. 
Es  sectario  todo  el  que  es  incapaz  de  imaginarse  las 
cosas  como  se  las  imagina  otro  que  no  él. 

Y  en  ninguna  parte  se  puede  en  Bilbao  predicar 
contra  la  pobreza  de  imaginación  y  su  consecuencia 
el  sectarismo,  mejor  que  aquí,  en  este  salón,  en  este 
templo  de  refugio  contra  la  barbarie,  en  esta  casa 
hecha  para  el  culto  a  la  música  y  a  las  artes.  Aquí  es 
donde  mejor  cabe  proclamar  cómo  lo  que  nos  hace 
falta  es  poesía,  poesía  y  poesía. 

Todo  lo  que  en  España  se  predique  en  este  sentido 
será,  por  mucho  que  se  predique,  siempre  poco.  No 
creo  que  sepamos  mucho  menos  que  los  demás  pue- 
blos, sino  que  creo  que  es  por  haber  avivado  su  ima- 
ginación por  lo  que  nos  superan. 

Acudid  a  la  Exposición  escolar  que  se  está  cele- 
brando; y,  desde  luego,  echaréis  de  ver  la  falta  de 
gusto,  de  una  parte,  la  ausencia  de  objetos  de  arte, 
de  poesía,  por  otra.  Y  veréis  cómo  abundan  en  ella 
esos  hórridos  bordados  en  realce  que  tan  reveladores 
son  del  característico  mal  gusto  de  nuestras  mujeres. 
Estarán  mejor  o  peor  hechos,  con  ese  primor  de  eje- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cución  que  no  es  sino  destreza  chinesca,  pero  carecen 
de  sentido  estético. 

Yo  espero  que  esto  cambie;  y  por  lo  que  hace  a 
este  mi  pueblo,  veo  que  va  cambiando.  Hay  aquí 
progreso  al  respecto.  Aun  cuando  vivo  hace  años 
fuera  de  este  mi  pueblo,  es,  por  ser  el  mío,  el  que 
más  me  interesa ;  sigo  con  atención  y  ansiedad  de 
hijo  su  desarrollo,  y  observo  que,  debajo  de  estas 
rudas,  de  estas  a  menudo  innobles  luchas  que  lo  des- 
garran, debajo  de  esta  barbarie  a  que  el  sectarismo 
lleva  a  unos  y  a  otros,  debajo  de  cierta  ostentosidad, 
no  siempre  de  buen  gusto,  vive,  se  desarrolla  y  crece 
cierto  núcleo  de  honda  espiritualidad;  y  observo  que 
bajo  este  rudo  caparazón  bélico  se  está  formando  un 
espíritu  que  me  hace  concebir  esperanzas  de  un  por- 
venir elevado  y  noble,  de  un  porvenir  de  alta  idea- 
lidad. 

Sí,  aqui  hay  un  porvenir  para  el  arte,  hay  ya  un  pre- 
sente para  la  música  y  la  pintura,  y  habrá  un  sitio  ma- 
ñana para  la  poesía,  expresada  por  la  palabra.  Así 
lo  espero. 

Hace  pocos  días  recorría  con  unos  amigos  la  cima 
de  Archanda  y  hablábamos  de  todo  esto,  mientras 
contemplaba  este  Ensanche,  fruto  del  progreso  mate- 
rial de  este  mi  pueblo,  pero  que  para  mí  es  como  la 
tumba  ornamentada  de  las  estradas  de  Albia,  y  lo 
que  entonces  pensaba  os  lo  diré  ahora. 

Señores:  Espero  que  un  día,  como  sello  de  cultura, 
se  imponga  aquí  y  en  toda  España,  y  reine  en  la  Amé- 
rica española,  la  lengua  de  Cervantes,  y  en  ella  de- 
mos a  los  demás  la  poesía  de  nuestro  espíritu.  Y  si 
entonces  llegara  a  cumplirse  mi  más  grande  anhele, 
si  logro  entonces,  tras  una  vida  de  lucha,  que  no 
rehuyo,  venir  a  este  mi  pueblo  a  descansar  de  mis 
combates  y  a  que  mi  cuerpo  halle  cama  perdurable 
en  esta  tierra  en  que  se  meció  mi  cuna;  si  entonces, 
al  pasar  mis  paisanos  junto  a  mi  tumba  les  oigo  desde 


OBRAS  COMPLETAS 


653 


ella  entonar  cantos  nuevos,  cantos  frescos,  en  una 
lengua  propia,  formada  de  la  común  a  los  hispanos 
todos,  y  que  todos  ellos  se  entiendan,  entonces  se  es- 
tremecerán de  alegría  mis  huesos  y  mi  espíritu  dirá : 
"Yo  sembré  la  semilla  de  alguna  de  estas  flores  de 
canto  que  pasan  junto  a  mis  restos.  ¡  Bendita  la  tierra 
que  me  engendró !" 

(Texto  publicado  en  el  Boletín  de  la  Institución 
Libre  de  Enseñanza,  Madrid.  Año  XXX,  núm.  561, 
31  de  diciembre  de  1906,  págs.  353-362;  en  gran  par- 
te reproducido  en  La  Lectura,  Madrid,  febrero  1907, 
págs.  188-195.) 


DISCURSO  EN  LOS  JUEGOS  FLORALES  OR- 
GANIZADOS POR  LA  REVISTA  GENTE  JO- 
VEN, CELEBRADOS  EN  EL  TEATRO  BRE- 
TON, DE  SALAMANCA,  EL  30  DE  SETIEM- 
BRE DE  1905 


He  venido  a  este  lugar  por  un  concurso  de  cir- 
cunstancias extraordinarias  de  última  hora.  Vengo  a 
actuar  de  sobresaliente. 

Esperaba  que  Federico  de  Onís  me  hubiera  dado 
hecho  todo  el  trabajo,  y  terminar  yo,  después  de  bre- 
ves palabras,  pues  él  era  el  que  debía  mantener  aquí 
el  ideal  que  persiguen. 

Dijo  Onís  algo  muy  sentido,  en  lo  que  me  parece 
ver  algo  de  mi  primera  juventud. 

Yo  represento  aquí  algo  inesperado,  y  no  estoy, 
como  sería  mi  gusto,  pues  a  mi  alma  plebeya,  cada 
vez  más  plebeya,  le  sienta  mejor  el  traje  plebeyo 
que  éste,  que  me  está  aprisionando. 

Hubiera  deseado  que  estos  Juegos  Florales,  que 
han  resultado  algo  desiguales,  hubieran  sido  más  des- 
iguales aún ;  pues  esto  demostraría  que  los  redactores 
de  Gente  Joven  están  tan  sobrados  de  sinceridad  como 
faltos  de  lógica. 

La  gente  joven  no  debe  llevar  plan  alguno  en  sus 
empresas ;  debe  dedicarse  únicamente  a  deshacer  los 
planes  que  han  hecho  los  viejos. 

Van  luchando  porque  su  revista  viva;  y  yo  la  de- 
seo muy  poca  vida,  pero  vida  intensa.  Por  lo  general, 
todas  las  revistas  duran  muy  poco;  y  estas  que  viven 
poco  suelen  ser  las  que  más  fines  prácticos  consiguen. 


OBRAS  COMPLETAS 


655 


Recuerden  los  de  Gente  Joven  que  los  dioses  aman  a 
los  que  mueren  jóvenes,  y  procuren  dejar  huella. 

Se  verifican  los  Juegos  Florales  en  familia,  cosa 
que  me  agrada  mucho,  pues  no  soy  partidario  de  que 
se  vaya  a  buscar  fuera  de  casa  lo  que  de  sobra  hay 
aquí. 

No  he  de  decir  nada  de  lo  que  los  Juegos  Florales 
fueron  y  son,  así  como  de  su  próxima  muerte,  que,  fe- 
lizmente, no  tardará  en  ocurrir.  Nada  he  de  hablar 
tampoco  de  poetas  premiados,  ni  de  reinas,  sino  de 
una  retórica  especial,  que  no  me  atrevo  a  calificar. 

He  acudido  a  muchos  de  estos  actos ;  pero  tomán- 
dolos siempre  por  pretexto  para  decir  en  ellos  lo  que 
me  parezca,  oportuna  e  inoportunamente. 

Almas  candidas  creyeron  que  de  aquí  iba  a  resurgir 
la  poesía,  no  comprendiendo  que  ésta  no  necesita  de 
estímulos. 

A  este  propósito  recuerdo  siempre  a  aquellos  que 
dicen  que  las  carreras  de  caballos  fomentan  el  me- 
joramiento de  la  raza,  y  lo  que  hacen  es  fomentar  la 
cría  de  caballos  de  carrera.  Con  los  Juegos  Florales 
se  fomentan  los  poetas  de  concurso  y  de  certamen. 

He  de  dedicar  un  recuerdo  a  un  poeta  que  en  otros 
Juegos  Florales  sacamos  de  la  oscuridad  y  lanzamos 
a  la  celebridad :  José  María  Gabriel  y  Galán. 

Pasa  la  poesía  en  España  por  una  grave  crisis.  Esto 
sucede  también  en  las  demás  naciones. 

Ahora  tenemos  necesidad  de  volver  la  vista  atrás 
para  ver  el  camino  que  hemos  recorrido,  y  no  mira- 
mos adelante  para  ver  el  que  nos  falta  que  recorrer. 

Cierta  excesiva  y  dañosa  facilidad  para  hacer  los 
versos  es  lo  que  perjudica  a  la  poesía  en  España. 

Es  muy  difícil,  además,  que  florezca  la  poesía  en 
un  lugar  donde  la  mayor  parte  de  las  almas  están 
agarrotadas  y  con  una  tendencia  repulsiva. 

Hay  ciertas  personas  que  pasan  la  vida  atravesando 
insectos  con  alfileres  y  poniéndoles  etiquetas,  y  creen 


656 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cumplir  con  su  deber.  También  a  nosotros  nos  quie- 
ren etiquetar. 

Cuando  el  arte  aparece,  entonces  venimos  a  esto 
que  llamamos  festejo. 

Se  hacen  estos  festejos,  principalmente,  para 
las  señoras,  que  no  vienen  más  que  a  ver  y  a  ser 
vistas  unas  de  otras,  y  no  por  los  hombres.  Visten 
bien  para  no  ser  menos  que  Fulanita  y  para  que  ésta 
la  vea. 

Yo  desafío  a  cualquiera  de  los  muchachos  que  hay 
aquí,  y  que  tengan  novia,  a  que  la  invite  a  vestir  a  su 
gusto,  desatendiendo  la  moda,  y  yo  le  garantizo  que 
se  vería  desatendido. 

La  moda  es  algo  reñido  con  la  estética  y  una  cosa 
simplemente  corruptora  del  gusto. 

Hasta  en  la  higiene  se  lleva  la  moda. 

Y  lo  peor  es  que  se  va  extendiendo  del  orden  ma- 
terial a  cosas  mucho  más  íntimas.  Se  nos  trata  de 
imponer  un  corte  de  traje  especial  para  la  vida  por- 
que así  lo  llevaron  nuestros  abuelos,  y  porque  no  hay 
valor  para  ir  como  quiera  uno,  sino  como  van  los  de- 
más, y  esto  quiere  extenderse  a  la  esfera  espiritual. 

Parece  que  es  cosa  forzosa  dirigirse  a  las  mujeres, 
diciéndolas  tonterías,  y  hablarlas  mujerilmente,  cosa 
que  yo  no  hago,  por  lo  cual  dicen  de  mí  que  soy  muy 
poco  galante  y  de  ello  m,e  jacto. 

No  hay  nada  más  horrible  que  la  ineducación  que 
a  la  mujer  se  le  da  en  España.  Hay  algunos  colegios 
donde  se  las  educa  para  madres  o  para  novias,  no 
para  esposas.  Yo  he  tenido  ocasión  de  ver  un  manual 
de  Historia  de  España  cuajado  de  mentiras. 

Algo  inesperado  hay  en  esta  fiesta,  y  es  la  concu- 
rrencia a  ella  del  gran  poeta  portugués  don  Eugenio 
de  Castro. 

La  primera  noticia  que  tuve  de  Castro  fué  por  la 
traducción  de  su  poema  Belkiss,  publicado  en  la  Ar- 
gentina, es  decir,  que  conocía  a  un  poeta  que  canta 


OBRAS  COMPLETAS 


657 


aquí,  en  la  vecina  Coimbra,  después  de  pasear  por  el 
continente  americano.  Eso  mismo  tiene  que  suceder 
con  los  autores  españoles :  serán  conocidas  y  estima- 
das sus  obras  cuando  vengan  impuestas  por  países 
extraños. 

Luego  leí  sus  poesías  en  portugués,  a  orillas  del 
Mondego,  junto  a  ese  río  cantado  por  Camoens,  cuyas 
aguas  parecen  arrastrar  aún  las  lágrimas  de  Inés 
de  Castro.  Entonces  comprendí  cómo  había  podido 
aquel  gran  poeta  llegar  a  un  grado  tal  de  sublimidad. 

He  hablado  después  muchas  veces  con  Eugenio  de 
Castro  de  la  leyenda  ibérica,  recordando  las  glorias 
de  las  dos  naciones  y  las  empresas  que  juntas  reali- 
zaron. 

Es  inútil  hablar  de  pueblos  más  o  menos  fuertes. 
El  mundo  da  muchas  vueltas,  y  hoy  no  es  verdad 
que  los  mansos  posean  la  tierra.  Tal  vez  lo  sea  ma- 
ñana. 

Portugal  y  España  son  dos  pueblos  que  no  se  co- 
nocen. Nosotros  les  damos  la  espalda,  y  ellos  nos  pa- 
gan con  la  misma  moneda :  el  desdén  con  el  desdén. 

Cuando  alguien  me  dice  que  quiere  ser  libre,  le 
pregunto  para  qué.  Eso  debe  hacer  una  nación:  en- 
terarse para  qué  quiere  ser  libre. 

Estos  dos  pueblos  deben  de  comunicarse,  se  han 
hecho  para  vivir  juntos.  Ellos  tienen  carne,  y  nos- 
otros tenemos  hueso  y  viejo. 

Este  acto  y  esta  visita  espero  será  el  principio  de 
otros  actos  y  de  otras  visitas,  y  que  en  Coimbra  se 
verificará  muy  pronto  algo  que  no  sean  Juegos  Flo- 
rales, sino  el  abrazo  fraternal  de  dos  pueblos  que 
deben  amarse,  y  para  amarse,  deben  conocerse. 

(Extracto  publicado  en  la  revista  Gente  Joven,  Sa- 
lamanca, 7-X-1905.  Tal  vez  no  resulte  lo  suficiente- 
mente expresivo,  pero  he  creído  oportuno  incluirlo. 
Lo  reprodujo  el  diario  La  Lei,  Santiago  de  Chile, 
21-111-1906.) 


CONFERENCIA  DADA  EN  EL  TEATRO  DE 
LA  ZARZUELA,  DE  MADRID,  EL  25  DE  FE- 
BRERO DE  1906 


Españoles :  Invitado  por  una  comisión  de  amigos, 
y  muchos  de  ellos  desconocidos  míos,  vengo  aqui  a 
hablaros,  y  encuentro  desgraciadamente  a  este  país  en 
una  especie  de  estado  hiperestésico  agudo  a  que  no 
he  llegado  yo  nunca,  el  desequilibrado.  Llegan  a  él,  por 
lo  visto,  los  que  gozan  del  equilibrio  de  la  roca. 

No;  no  hace  mucho,  en  el  Congreso,  decía  uno  de 
los  oradores  a  otro  que  terció  en  el  asunto  que  hoy 
solicita  la  atención  de  todos  que,  si  se  hubiera  presen- 
tado el  proyecto  que  hoy  se  discute  al  día  siguiente 
de  los  sucesos  del  25  de  noviembre,  lo  hubiera  apro- 
bado desde  luego.  Me  parece  que  desgraciadamente 
hay  algo  de  esto. 

Se  ha  tardado  en  hacer  reacción  y,  es  menester 
decirlo  con  toda  claridad,  ha  sido  merced  a  otra  cosa, 
a  la  labor  de  unos  cuantos  escritores  independientes, 
entre  los  cuales  creo  que  puedo  contarme. 

He  oído  decir,  no  lo  he  leído,  que  parte  de  la  pren- 
sa llamada  militar  excitaba  a  que  viniera  a  este  acto 
representación  del  Ejército,  unos  periódicos  lo  han 
propuesto  con  más  moderación,  otros  con  no  tanta,  y 
he  oído  decir  luego  que  no  se  les  permitía  venir.  Lo 
siento.  Mejor  que  aquí  hablaría  de  ciertas  cosas  en 
un  Centro  militar,  porque  yo  no  vengo  premunido  ni 
de  la  inmunidad  parlamentaria  ni  de  la  inmunidad 
periodística,  y  han  tenido  el  acuerdo  cariñoso  de  ha- 


o B R AS  COMPLETAS 


659 


cérmelo  notar  algunos  amigos  que  gozan  de  una  y  de 
la  otra. 

Además,  yo  creo  que  en  estos  casos,  aun  cuando 
llegara  a  considerarse  como  un  combate,  que  en  el 
fondo  no  lo  es,  no  hay  cosa  mejor  que  el  enemigo 
claro,  saber  siempre  adonde  se  pueden  dirigir  los  tiros. 
Mas  como  sé,  por  otra  parte,  que  hoy,  en  las  luchas, 
hay  ciertas  formas  y  ciertas  leyes,  que  jamás  pueden 
traspasar  los  pueblos  cultos,  no  tengo  inconveniente  de 
entrar  en  ello,  fiado  en  la  hidalguía  de  aquellos  a  quie- 
nes, de  un  modo  o  de  otro,  en  uno  u  otro  respecto,  hu- 
biera de  combatir. 

Además,  es  que  hay  personas  autorizadas  que  me 
oyen,  y  como  el  oficio  de  auditor  es  oír,  yo,  que  he 
cultivado  siempre  mis  explicaderas,  cuento  con  que 
los  que  tengan  el  oficio  de  oír  tendrán  bien  cultivadas 
las  entendederas. 

Se  ha  dicho  también  que  qué  me  va  y  qué  me  viene 
en  este  asunto.  Horrible  herejía  y  antipatriotísmo ; 
como  si  aquellos  que  han  defendido  la  supresión  de  la 
pena  de  muerte  lo  hubieran  hecho  porque  tuviesen 
miedo  de  caer  mañana  bajo  esa  pena.  Esto  me  re- 
cuerda las  gentes  que  a  aquellos  que  negamos  el  in- 
fierno nos  dicen  que  lo  hacemos  para  poder  mejor 
desatarnos  en  nuestras  pasiones.  Hay  argumentos  que 
ninguna  persona  culta  puede  emplear. 

Además,  esto  conviene  a  todo  el  mundo,  conviene 
al  ejército,  conviene  a  la  milicia,  que  es  de  la  que  me- 
nos tengo  aquí  que  hablar.  Y  antes  de  entrar  en  otra 
cosa,  tengo  que  explicaros  algo  de  mi  posición  par- 
ticular. 

Yo  no  diré  que  le  odio,  porque  no  es  verdad ;  yo  no 
diré  tampoco  que  amo  al  ejército;  no  quiero  manchar 
mis  labios  con  la  adulación;  diré  sencillamente  que 
odio  la  guerra  y  que  nunca  me  parece  justa. 

Procedo  de  un  país  en  que,  por  tradición,  por  edu- 
cación, por  el  ambiente  que  allí  se  respira,  hay  cier- 


Ó60  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ta  manera  de  pensar  y  de  sentir  que  no  nos  liga  muy 
hondamente.  Con  estos  principios  de  educación,  cuan- 
do empezaba  a  enterarme  de  lo  que  por  ahí  fuera 
pasa,  me  interesé  grandemente,  como  creo  que  se  han 
interesado  casi  todas  las  personas  cultas,  en  el  asunto 
de  Dreyfuss,  en  Francia.  Vi  allí,  presenciamos  allí 
la  lucha  de  la  pluma  y  la  espada,  y  vimos  cómo  se 
desarrolló  aquella  tragedia,  de  que  por  un  lado  fué 
protagonista  Zola  y  por  el  otro  Mercier.  Estando  en 
esta  situación,  ocupando  el  cargo  oficial  que  hoy  ocu- 
po, ocurrieron  el  2  de  abril  de  1903  sucesos  muy 
tristes  en  Salamanca ;  sucesos  en  que  me  vi  mezclado, 
en  que  hubo  un  momento  en  que  corrió  peligro  mi 
vida.  Sin  embargo,  cuando  yo  veía  a  aquella  gente 
excitada,  al  contemplar  muerto  a  un  chico  que  asomó 
la  cabeza  tras  una  ventana  cerrada,  no  me  llegaron 
las  excitaciones  de  los  demás,  permanecí  tranquilo. 
Me  pareció  una  desgracia;  la  muerte  lo  es  siempre 
para  las  madres,  no  para  los  que  han  muerto.  Pero 
luego,  cuando  aquello  se  calmó,  cuando  entró  en  el 
segundo  período,  entonces  fué  cuando  en  silencio  su- 
frí horriblemente.  Y  entonces,  por  algo  de  lo  que 
pude  vislumbrar,  por  los  relatos  de  aquel  suceso  a 
que  antes  aludía  y  que  leí  en  los  periódicos,  relatos 
que  eran  un  puro  tejido  de  embustes,  por  todo  aque- 
llo, por  informes  recibidos  de  persona  que  tuvo  al- 
guna intervención  técnica,  y  que  hoy,  si  algún  día 
hubiera  de  juzgarse  aquel  asunto,  afortunadamente 
para  su  seguridad  está  ya  bajo  un  pabellón  extran- 
jero, por  todo  aquello  sufrí  horriblemente. 

Y  llegó  un  momento  en  que  se  encarceló  a  unos 
muchachos;  se  les  trató  muy  bien,  indudablemente; 
fué  el  final;  el  pueblo  deseó  que  aquello  acabara  de 
cualquier  modo,  que  no  se  volviera  a  hablar  más  de 
ello,  y  así  sucedió. 

Desde  entonces  he  venido  pensando  mucho  en 
aquello,  yo,  que  por  lo  que  a  mí  hace,  creo  que  no 


OBRAS  COMPLETAS 


661 


se  debe  faltar  a  la  verdad  ni  siquiera  para  salvar  a 
la  madre  ni  a  la  Patria. 

Luego  vino  este  último  suceso,  vino  el  movimiento 
en  Barcelona,  el  día,  creo,  25  de  noviembre,  y  se 
produjo  una  gran  agitación.  El  suceso  ha  sido  cali- 
ficado en  escritos,  alguno  mío.  Sin  embargo,  mucha 
gente  se  creía  obligada  a  disculparlo.  Yo  no  llegaré 
hasta  eso,  ni  inculpo  ni  disculpo ;  para  ello  necesi- 
taría leer  los  artículos  que  provocaron  los  hechos, 
artículos  que,  lo  aseguro,  no  han  leído  los  más  de  los 
que  los  han  disculpado. 

Luego  se  han  dicho  cosas  verdaderamente  tristes, 
y  una  de  las  más  graves,  afortunadamente  para  el 
país,  ha  sido  desmentida  públicamente :  era  una  espe- 
cie desprestigiosa  para  S.  M.  el  rey;  y  digo  que  ha 
sido  desmentida  en  el  Congreso  por  personas  autori- 
zadas, con  gran  ventaja  para  el  país,  porque  en  otro 
cualquiera  con  libertades  públicas  en  que  pudiera  lle- 
gar a  suceder  lo  que  aquí  falsamente,  según  parece,  se 
dijo  que  sucedió,  no  se  entraría  en  el  fondo  de  la 
cuestión  si  no  se  quería  dar  una  lección  serena,  la 
de  que  no  se  puede  dar  palabras  que  no  está  en  la 
propia  mano  el  cumplir. 

Luego  se  han  dicho  cosas  realmente  curiosas;  se 
ha  dicho  que  esto  era  una  cosa  meramente  transitoria. 
¡  Cosas  transitorias  en  un  país  de  interinidades,  don- 
de corremos  riesgo  hasta  de  que  la  nación  misma 
llegue  a  ser  interina !  Y  entonces  sonó  la  palabra  (la 
palabra,  que  es  lo  que  aquí  generalmente  agita  a  las 
gentes,  no  el  concepto),  entonces  sonó  la  palabra  mi- 
litarismo. Ayer,  y  este  dato  se  lo  debo  a  mi  amigo 
el  señor  Alas,  ayer  me  decía  que  en  el  diccionario  del 
señor  Almirante,  que  por  lo  visto  es  una  de  las  obras 
de  más  autoridad  en  España  en  estas  materias,  des- 
pués de  la  palabra  militarismo  hay  una  serie  de  puntos 
suspensivos  entre  un  par  de  admiraciones.  Y  es  la 
verdad;  en  el  país  donde  menos  ha  habido  eso  que 


662 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


por  ahí  fuera  llaman  militarismo  es  en  España;  ni 
hoy  le  hay ;  tal  vez  llegue  a  haberlo  algún  día,  y  acaso, 
constituya  un  bien. 

He  dicho  antes  que  yo  odio  la  guerra ;  mas  respecto 
a  esto  del  militarismo,  sólo  os  diré  lo  que  dice  un 
amigo  mío,  acaso  con  sobra  de  ingenio,  y  es  que  él 
es  clerical  anticatólico,  y  añade:  todo  lo  que  queráis 
contra  el  dogma,  contra  las  doctrinas ;  contra  el  cle- 
ro, no:  es  la  primer  víctima  de  la  Iglesia.  La  ex- 
plicación es  clara.  España  ha  sido,  dicen,  y  uno  de 
los  que  más  por  despacio  lo  ha  desarrollado  fué  el 
mismo  Cánovas,  un  país  más  belicoso  que  militar. 
Confieso  que  no  entiendo  del  todo  bien  la  distinción; 
sin  embargo,  preveo  lo  que  hay.  Y,  efectivamente, 
aquí,  en  tiempos  pasados,  se  desarrolló  siempre  más 
el  caudillismo  que  el  militarismo.  Esto  viene  ya  de 
antiguo,  de  los  tiempos  más  antiguos  en  que  aquí 
hubo  el  peligro  de  lo  que  llamaban  el  agermana- 
niiento. 

Llevamos  eso  a  América,  y  allí  una  porción  de  cua- 
lidades nuestras,  buenas  y  malas,  se  pueden  ver  con 
más  relieve  que  en  España  misma. 

Cuando  nuestras  antiguas  colonias  en  América  se 
separaron  violentamente  de  España,  es  natural,  no 
tenían  ejércitos  propios,  allí  no  había  más  ejércitos 
que  los  de  España,  y  se  formaron  lo  que  en  algunas 
de  estas  repúblicas  llaman  montoneras,  al  frente  de 
las  cuales  se  ponía  un  caudillo,  que  él  mismo  se  eri- 
gía en  jefe  de  ellas,  y  concluido  aquello,  esta  especie 
de  ejércitos  irregulares,  estas  masas  difícil  y  dura- 
mente organizadas,  entraron  en  un  período  terrible 
de  luchas  civiles,  que  provocó  toda  aquella  larga  épo- 
ca de  las  diferencias  argentinas,  que  acabaron  con  la 
tiranía  de  Juan  Manuel  Rosas,  y  entonces,  cuando  en 
casi  toda  la  América  del  Sur  se  padecían  estos  males, 
hubo  en  la  República  de  Chile  un  hombre,  un  comer- 
ciante de  Valparaíso,  uno  de  esos  de  la  tan  denigrada 


OBRAS  COMPLETAS 


663 


vara  de  medir,  que  tomó  con  mano  fuerte  las  riendas 
del  gobierno  y  concluyó  allí  con  aquellas  consecuen- 
cias, poniéndose  al  frente  del  Gobierno  mismo  un 
general,  que  han  sido  los  que  han  concluido  con  el 
militarismo  en  una  porción  de  sitios  (lo  prueba  la  Re- 
pública de  Méjico),  y  en  aquella  época  fué  la  Repú- 
blica de  Chile  el  refugio  de  la  libertad  en  la  América 
del  Sur,  y  allí  fueron  a  refugiarse  Domingo  Faustino 
Sarmiento,  Juan  María  Gutiérrez,  Alberdi,  Juan  Car- 
los Gómez,  todos  los  hombres  de  la  intelectualidad  de 
Suramérica.  ¡  Dios  quiera  que  no  llegue  un  día  tam- 
bién en  que  la  flor  de  la  intelectualidad,  si  hay  algu- 
na, tenga  que  emigrar  de  nuestra  patria  y  busque 
bajo  otra  una  libertad  que  aquí  se  le  niega! 

Y  entraron  en  un  período  terrible,  en  el  período  de 
guerras  civiles,  y  las  guerras  civiles,  lo  dicen  todos 
los  que  de  esto  tienen  algún  conocimiento,  no  son  la 
mejor  escuela  para  los  ejércitos.  Y  en  España,  por 
desgracia  nuestra,  en  todo  el  siglo  pasado  hemos  te- 
nido tres  guerras  civiles  en  la  Península,  dos  en  Cuba 
y  una  en  Filipinas.  Esta  es  una  desgracia  verdade- 
ramente grande ;  producen  ciertos  movimientos  hi- 
pertróficos, producen  la  accesión  de  elementos  irre- 
gulares, como,  verbigracia,  los  que  produjo  el  conve- 
nio de  Vergara,  dentro  de  un  marco  regular,  y  se 
crea  un  estado  no  muy  favorable  a  la  institución  de 
las  armas.  Y  aquí  voy  a  servirme  del  testimonio  de 
un  escritor  militar,  de  un  talento  positivamente  sólido, 
aún  más  que  sólido,  brillante ;  me  refiero  a  mi  amigo 
el  comandante  Burguete,  el  cual,  en  un  libro  que  leí 
yo  con  suma  complacencia,  hacía  notar  cómo  éste  es 
uno  de  los  países  en  que  significa  más  el  peso  muerto 
junto  al  peso  vivo;  quiero  decir,  las  instituciones  auxi- 
liares comparadas  con  las  que  son  propiamente  de 
combate.  No  tenéis  más  que  verlo.  Yo  conozco  algún 
médico  militar ;  la  mayor  parte  del  tiempo,  no  siendo 
la  época  de  la  Comisión  de  Quintas,  no  tiene  nada 


664 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  hacer ;  pasan  una  revista,  los  soldados  van  al 
hospital.  Este  peso  muerto,  indudablemente,  es  un 
inconveniente  grande :  pero,  por  otra  parte,  ha  produ- 
cido en  nuestras  instituciones  una  manera  de  ser  que 
las  hace  en  España  las  menos  a  propósito  para  pro- 
vocar eso  que  se  llama  militarismo. 

El  Ejército  en  España  no  vive  aislado  de  los  demás 
ciudadanos,  ni  siquiera  en  el  grado  en  que  vive  en 
otras  partes ;  convive  con  nosotros,  con  nosotros  se 
mezcla,  tiene  su  carrera  y  tiene  su  manera  de  ser  mu- 
cho más  civil  que  la  que  tiene  en  otras  partes.  Yo  co- 
nozco un  buen  número  de  oficiales  del  Ejército,  exce- 
lentes personas  la  mayor  parte  de  los  que  conozco, 
mas  de  éstos,  de  los  que  yo  conozco,  a  la  mayoría 
raras  veces  los  he  visto  con  uniforme.  Acato  sus  vir- 
tudes civiles  y  domésticas ;  pero  sus  ocupaciones,  en 
cuanto  yo  he  podido  ver,  han  sido  más  de  oficina  que 
de  otro  género.  Claro  está  que  éste  es  un  mal  que  es 
muy  difícil  de  extirpar.  Respecto  a  otras  virtudes, 
sólo  he  de  decir  una  cosa:  ojalá  en  España  una  ins- 
titución cualquiera  pudiera  demostrarnos  que  puede 
sacarse  una  suma  de  valor  de  un  pueblo  de  cobardes. 

Ellos,  como  digo,  conviven  con  nosotros.  En  otras 
naciones  tienen  sus  círculos,  tienen  su  manera  de  vi- 
vir apartada,  hasta  hay  ciudades  casi  exclusivamente 
militares ;  aquí,  no ;  se  mezclan  con  nosotros  en  nues- 
tros casinos,  lo  cual  tiene  indudablemente  grandes 
ventajas,  pero  tienen  también  grandes  inconvenien- 
tes, porque  el  casino  en  España  para  todo  el  mundo, 
militares  y  paisanos,  a  todo  el  mundo  ofrece  el  in- 
centivo de  azares  malamente  educativos. 

Cierto  es  que  ofrecen  también  el  aliciente  de  cierto 
grado  de  cultura,  ofrecen  bibliotecas  medianamente 
repletas  y  algunas  veces  es  lo  mismo  que  no  lo  estén, 
porque  yo,  señores,  pertenezco  a  un  cuerpo  al  cual 
está  encomendado  más  especialmente  el  cuidado  de  la 


OBRAS  COMPLETAS 


665 


cultura,  y  hay  entre  mis  compañeros  alguno  que  co- 
noce mejor  el  escalafón  que  el  libro  de  texto. 

Cuando  eso  pasa  entre  nosotros,  no  necesito  decir 
más.  Se  ha  repetido  mucho  una  frase  de  Napoleón, 
una  verdadera  tontería,  de  lo  cual  nadie  debe  extra- 
ñarse, porque  los  tontos  de  remate  son  los  que  en  su 
vida  han  hecho  ni  dicho  tontería  alguna.  Pues  bien, 
hay  una  frase  de  Napoleón  que  dice:  "El  Ejército  no 
debe  ser  filósofo ;  eso  concluiría  con  él."  Yo  no  lo  sé ; 
sólo  sé  que  una  especie  de  filósofo,  un  filósofo  de  la 
guerra,  era  Moltke,  aquel  repulsivo  Moltke  que  em- 
pezó, siendo  danés,  su  carrera  al  servicio  de  Alema- 
nia contra  su  propia  patria.  Además,  muchas  de  estas 
cosas  que  os  dejo  nada  más  que  entrever,  se  oyen 
dolorosamente  a  los  mismos  interesados  cuando  ellos 
son  absolutamente  sinceros  y  no  les  cohibe  el  traje; 
y  aquí  sólo  os  he  de  recordar  la  frase  de  un  cura 
amigo  mío,  que  cuando  le  hacen  observaciones  que 
dicen  poco  en  consonancia  con  su  conducta,  no  sacer- 
dotal, sino  privada,  añade  :  ¡  Ya  ve  usted !  ¡  Hay  que 
honrar  el  traje ! 

Después  de  este  breve  bosquejo,  porque  el  cuadro 
que  detrás  de  él  hay  lo  veréis  todos,  porque  todos 
los  conocéis  tan  bien  como  yo,  sólo  os  he  de  decir 
que  la  cuestión  que  al  presente  se  debate  es  una  cues- 
tión que  tiene  muy  poca  importancia. 

Unos  u  otros  tribunales  se  llevarían  poco,  por  la 
sencilla  razón  de  que  hoy  a  unos  y  a  otros  se  impone 
el  espíritu  de  los  tiempos.  No  es  lo  grave  el  juzgar; 
lo  he  dicho,  y  aquí  no  he  de  desarrollarlo ;  lo  grave  es 
el  enjuiciar,  y  yo  nunca  temería  en  la  justicia  al  ri- 
gor, siempre  temería  al  peligro  de  que  el  espíritu  de 
cuerpo  pudiera  ahogar  el  espíritu  de  verdad.  Y  hay 
gentes  muy  suspicaces,  que  dan  en  sospechar  si  más 
que  de  otra  cosa,  se  trata  de  dificultar  la  liquidación 
moral  de  nuestros  desastres. 

No  es,  señores,  militarismo  propiamente  lo  que  aquí 


666 


MIGUEL  DE  UNAMUNC 


se  avecina;  hoy  no  temo  este  peligro;  acaso  haya 
otros  peligros  diferentes.  Al  rey  de  Prusia  se  le  de- 
claró emperador  en  Versalles  después  de  la  Victoria 
de  Sedán.  Yo  no  sé  las  ventajas  o  desventajas  que 
en  Alemania  tenga  lo  que  llaman  el  régimen  impe- 
rialista; sólo  sé  que  yo,  que  por  afición  y  por  oficio 
me  dedico  a  traducir,  sé  lo  precipitadas  que  suelen 
salir  las  traducciones  de  los  estudiantes  en  sus  prime- 
ros trabajos,  en  que,  si  no  conocen  bien  la  lengua  que 
traducen,  no  suelen  conocer  mejor  la  propia  que  aque- 
lla que  tratan  de  traducir.  (Una  voz  en  el  público: 
i  Que  descanse ! ) 

Hoy  no  es  época  en  España  de  descansar  para 
nadie. 

Yo  no  sé  si  andando  el  tiempo  se  introducirá  eso 
que  llaman  militarismo ;  pero  en  tanto,  bueno  será 
echar  una  rápida  ojeada  y  ver  qué  es  ese  fuera  de 
España,  en  los  países  donde  existe,  y  no  es  pura  y 
sencillamente  más  que  un  aspecto  de  la  cuestión  so- 
cial. 

La  paz  armada  tiene  entre  otras  significaciones  la 
de  absorber  capitales  en  un  empleo  improductivo,  que 
impide  el  que,  vertidos  a  la  corriente  de  la  produc- 
ción, determinen  un  alza  tal  de  salarios  y  una  baja 
de  intereses  que  pongan  en  peligro  el  interés  de  los 
beati  possidendi;  y  las  guerras  mismas  son  hoy,  ante 
todo  y  sobre  todo,  guerras  económicas. 

Cuando  Napoleón  III  rindió  su  espada  a  Guillermo 
en  Sedán,  le  llamaba  mon  clicr  cousin,  mi  querido 
primo.  Los  primos  eran  los  otros. 

Y  acaso  aquí  se  produzca  un  día  una  exacerbación 
de  la  cuestión  social  que  traiga  el  corolario  que  ha 
tenido  en  otras  partes.  Se  está  verificando  ya,  se  está 
verificando  en  el  campo  silenciosamente,  sin  que  la 
mayor  parte  de  las  personas  se  den  cuenta  de  la  gra- 
vedad del  daño.  No  son,  no,  predicaciones  socialistas 
ni  anarquistas. 


OBRAS  COMPLETAS 


667 


No:  es  que  esnontáneamente.  en  casi  todos  aquellos 
desdeñados  puehlos  por  los  que  yo  con  cierta  frecuen- 
cia paso,  se  está  formando  el  partido  de  los  ricos  y 
el  de  los  pobres,  y  se  están  tocando  las  consecuencias 
de  la  desamortización  civil. 

El  daño,  daño  evidente  y  grande  de  la  eniigfración, 
es,  sin  embaro-o,  tm  pnliativo  a  este  mal.  Hoy  bay 
pueblos,  como  el  de  Gálleseos  de  Argañán.  en  que 
vecinos  de  él  se  fueron  a  la  Aro^entina,  fundaron  alli 
otro  del  mismo  nombre,  y  liay  en  el  Gallegos  de  .\r- 
S-añán  de  la  Argentina  más  naturales  del  pueblo  de 
España  que  en  el  de  España  misma.  Esto  viene  a 
más  andar,  y  quién  sabe  si  un  día  alguien  pretenderá 
bacer  servir  los  institutos  armados  para  defender  la 
Patria  de  las  ocultaciones,  de  los  latifundios,  lo  que 
es  bipoteca  de  los  tenedores  de  la  Deuda. 

Y  en  este  caso,  si  esto  llegara  a  suceder.  podría  el 
pueblo  tener  amparo  en  el  Parlamento?  No:  el  Par- 
lamento es  un  Parlamento  en  su  mayoría  oligárquico, 
de  representantes  también  de  los  grandes  latifundios. 

Si  llegara  ese  caso,  tal  vez  llegue  al  correr  de  los 
tiempos.  Ejército  y  Parlamento  se  desdeñarían  mu- 
tuamente, pero  se  sentirían  aliados  forzosos.  En  mu- 
chas cosas  no  habéis  de  ver  tan  sólo  el  miedo,  con 
ser  el  miedo  grande  y  con  poder  tanto  la  imposición, 
no:  habéis  de  ver  debajo  el  instinto  de  los  propios 
intereses,  que  hace  que  se  quiera  rodear  de  prestigio 
a  instituciones  para  acaso  algún  día  hacerlas  servir 
a  los  propios  intereses. 

Creo  que  hay  mucho  por  debajo  de  lo  que  está  pa- 
sando. Acaso  hay  gentes  abnegadas  que  pretenden 
evitar  un  alto  suicidio;  pero,  por  otra  parte,  ;qué 
fuerza  puede  tener  el  Parlamento,  si  el  Parlamento, 
como  digo,  en  su  mayoría,  es  un  Parlamento  latifun- 
dioso?  Y  hay  un  mal  peor,  mucho  peor  que  el  mili- 
tarismo y  del  cual  nadie  habla  aqui,  y  ese  mal  es  el 
mal  del  "abogadismo". 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Pero,  se  me  dice  a  esto,  ;es  que  no  hav  más  opi- 
nión que  la  del  Parlamento?  Sí:  hav  además  la  pren- 
sa. Yo  no  puedo  abrigfar  animosidad  aleima  contra  la 
prensa,  sencillamente  porque  sov  un  hombre  que  lucha 
con  la  pluma :  pero  estoy  viendo  desde  hace  tiempo 
que,  en  vez  de  entonar  el  "yo  pequé",  están  repitiendo 
a  diario  el  "más  eres  tú".  Como  todavía  no  ha  hecho 
la  confesión  de  culpas,  no  puede  dársele  la  absolución. 

Hace  muy  pocos  días  decía  Moret  en  el  Parlamen- 
to que  la  actitud  que  el  pueblo  tomó  en  el  asunto  que 
hoy  ag-ita  a  muchas  gfentes  en  España,  pocas,  sin  em- 
bargo; que  la  actitud,  repito,  que  el  pueblo  tomó 
respecto  de  este  asunto  se  debió  a  estar  apoyado  por 
la  posición  de  la  prensa.  Podrá  haber  en  ello  un 
error  de  perspectiva,  naturalísimo  en  quien  vive  y 
escribe  en  Madrid :  el  error  de  creer  al  pueblo  en 
una  actitud  respecto  al  ejército  que  no  existe.  El 
pueblo  no  tiene,  creo  yo,  actitud  ninguna  respecto 
de  nada. 

Y  en  cuanto  a  la  supuesta  independencia  del  perió- 
dico de  empresa,  sólo  cabe  decir  que  esa  acusación 
del  "perro  chico"  es  una  acusación  de  gentes  que  no 
conocen  bien  el  fondo  del  asunto.  Los  periódicos  no 
viven  del  perro  chico.  Les  da  más  un  anunciante  que 
unas  cuantos  compradores,  y  los  anunciantes,  los  que, 
de  una  o  de  otra  manera  le  favorecen,  ciertamente 
pertenecen  a  la  misma  especie  a  que  pertenecen,  como 
antes  decía,  la  mayoría  de  los  representantes  en  Cor- 
tes de  nuestro  país. 

Y  es  que  aquí  se  trata  de  defender  a  los  que  tienen 
que  perder  en  contra  de  los  que  tienen  que  ganar.  No 
hablemos...  — quiero  pasar  esto  por  alto —  de  una 
parte  de  la  prensa  que  se  titula  ella  misma  militar  y 
que  no  hace  al  caso. 

Hoy,  por  mal  de  todos,  del  que  acaso  yo  en  algu- 
nas ocasiones,  si  no  por  comisión  por  omisión,  haya 
sido  también  responsable,  la  mayor  parte  de  nuestra 


OBRAS  COMPLETAS 


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prensa  está  siendo  órg-ano  de  la  mentira,  hiia  legí- 
tima, de  la  cobardía,  de  la  mentira  política,  de  la  men- 
tira patriót'ca.  de  la  mentira  cultural,  de  la  mentira 
relig-iosa :  de  la  mentira  política  ante  todo. 

Rara  vez  he  asomado  por  el  Parlamento,  siempre 
lo  he  hecho  nada  más  que  por  sus  aledaños.  Me  re- 
pug-na  mucho  cuando  hav  que  entrar  en  un  santuario 
en  el  que  el  dios  que  allí  se  adore  no  sea  el  mío ;  me 
repugna  mucho  ir  a  oír  la  misa  de  un  cura  ateo.  La 
mayoría  de  nuestros  políticos  no  creen  en  la  política, 
y  hav  todo  aquello  de  la  disciplina,  y  de  ahogfar  las 
pronias  convicciones,  v  del  pontífice  que  declara  ex 
cathcdra  que  uno  de  los  fieles  está  fuera  de  la  doc- 
trina, como  si  la  doctrina  fuera  él.  Y  no  es  cierta- 
mente la  parte  que  parece  más  avanzada  la  que  en 
esto  da  muestras  ni  de  mavor  amor  a  la  verdad,  ni 
de  mayor  virilidad  de  espíritu. 

Todos  sabemos  que  si  alguien  ha  adulado  al  Ejér- 
cito en  este  país  ha  sido  el  partido  republicano.  Y 
así,  los  políticos  no  pueden  hacer  opinión,  no  pueden 
hacer  patria,  que  es  una  de  las  cosas  que  más  necesi- 
tamos. 

Y  ahora  quiero  hablaros  del  patriotismo;  no  de 
aquel  patriotismo  que  rima  espalda  con  g-ualda,  y  que 
es  medular,  porque  se  siente  por  ella,  no;  sino  del 
que  se  siente  o  en  la  cabeza  o  en  el  corazón,  y  no 
produce  frío,  sino  calor.  Es  una  desg-racia;  hemos 
venido  de  tumbo  en  tumbo  de  las  Españas  que  antes 
figuraban  en  nuestro  escudo  a  la  España  de  hov,  que 
Dios  quiera  que  no  se  reduzca  a  media  España:  de 
la  Hispania  máxima  a  la  Hispania  minor,  acaso  un 
día  a  la  Hispania  mínima.;  y  ha  sido  siempre  por  la 
idea  tenaz  de  no  proceder  con  cordura,  de  creer  que 
se  hacen  las  cosas,  no  con  inteligencia,  no  con  cora- 
zón, con  otro  miembro  del  cuerpo  que  no  os  necesito 
nombrar. 


670 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


He  citado  en  varios  artículos  y  libros  míos  una 
cuarteta  de  Las  mocedades  del  Cid,  que  pienso  estarla 
repitiendo  hasta  que  se  la  aprendan  de  memoria  todos 
los  españoles,  si  es  posible : 

Procure  siempre  acertarla 
el  honrado  y  principal; 
pero  si  la  acierta  mas, 
defenderla  y  no  enmendarla. 

Y  así,  por  defenderlo  y  no  enmendarlo,  llegamos  a 
la  última  gota  de  sangre  y  a  la  última  peseta,  y  pe 
llega  a  cosas,  como  una  de  que  ahora  tengo  bastante 
saturado  el  espíritu,  porque  ha  poco  que  me  he  estado 
enterando  gracias  a  un  trabajo  de  mi  amigo  el  señor 
Retana,  al  martirio  del  pobre  Rizal,  y  es  que  hayS  una 
cosa  verdaderamente  triste,  y  es  cuando  se  cumple  lo 
que  dice  el  dicho :  Qtiod  Deus  vnlt  perderé,  dementat 
prius:  aquellos  a  quien  Dios  quiere  perder,  primero 
los  enloquece.  Y  hemos  ido  perdiendo,  jirones  a  jiro- 
nes, la  patria,  y  no  es  esto  lo  peor :  lo  peor  es  que  las 
gentes  que  emigran,  que  habrían  de  formar  fuera  de 
ella  colonias,  resulta  que,  en  rigor,  no  forman  colo- 
nias españolas,  se  agrupan  por  Centros  — Centro  vas- 
co, Centro  gallego.  Centro  asturiano — ,  y  es  que  allí 
no  encuentran  el  apoyo  de  la  madre  patria,  y  en  este 
estado  de  cosas  ha  nacido  eso  que  se  llama  común- 
mente el  catalanismo  y  el  bizkaitarrismo.  A  este  úl- 
timo lo  conozco  mejor:  he  convivido  entre  ellos,  me 
he  formado  en  el  ambiente  en  que  él  se  ha  formado; 
fué  en  los  primeros  años  de  mi  vida,  y  hasta  que  por 
discrepancias  de  carácter  rompí  las  amistades  per- 
sonales con  amigos  míos,  como  aquel  noble  espíritu 
que  se  llamó  Sabino  Arana,  a  quien  sin  conocerle,  die- 
ron aquí  en  denigrarle ;  y  es  que  nunca  se  quiere  oír,  o 
en  cuanto  se  habla  de  estos  movimientos,  una  men- 
talidad rudimentaria  sale  siempre  con  la  misma  ocu- 


OBRAS  COMPLETAS 


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rrencia  de  rigor,  siempre  con  las  mismas  vulgari- 
dades. 

Cierto  es,  y  no  he  de  ser  yo  quien  lo  niegue,  que 
en  estos  momentos  existe  el  elemento  idealista,  el  ele- 
mento avanzado,  pero  que,  desgraciadamente,  aun  sin 
quererlo,  muchas  veces  sin  saberlo,  va  arrastrado  por 
el  movimiento  reaccionario  y  por  los  agiotistas. 

No  ha  mucho,  no  recuerdo  dónde,  se  me  decía  que 
no  se  puede  hablar  de  superioridades  étnicas,  que  to- 
dos somos  iguales.  La  igualdad  es  una  noción  pura- 
mente matemática  y  no  cabe  más  que  entre  cosas 
cuantitativas.  Los  hombres  no  somos  iguales,  ni  po- 
demos serlo,  porque  no  somos  cantidades,  somos  cua- 
lidades. Hay  superioridades  e  inferioridades  étnicas 
respectivas  y  parciales,  y  todo  el  mundo,  a  la  vez 
que  siente  su  inferioridad  respecto  a  otro,  puede,  en 
otro  respecto,  sentir  su  superioridad  sobre  él.  Esto 
es  grave,  parece  ser  una  cosa  que  no  puede  decirse, 
pero  hubo  un  dia  en  que  se  hablaba  de  la  superioridad 
de  los  españoles  peninsulares  sobre  los  españoles  na- 
cidos en  las  colonias,  como  si  no  fueran  tan  españoles 
los  unos  como  los  otros. 

No,  esto  no  tiene  más  que  un  arreglo,  y  es  que 
todo  el  mundo  se  persuada  de  que  la  lucha  por  la 
cultura  es  una  lucha  de  imposición  mutua,  que  yo 
debo  tratar  de  sellar  en  mi  espíritu  y  en  cada  uno 
de  vosotros  y  cada  uno  de  vosotros  sellar  vuestro 
espíritu  en  mí.  Por  esto,  y  sólo  por  esto,  fui  a  decir 
a  mis  paisanos  que  había  que  resignarse  a  la  muer- 
te de  su  antiguo  idioma  porque  a  nosotros  no  nos 
conviene.  Cuando  uno  ha  heredado  de  sus  antepa- 
sados una  espingarda,  la  cuelga,  la  venera,  la 
rinde  culto  si  es  preciso,  porque  ha  pasado  de  mano 
en  mano  desde  sus  más  remotos  abuelos  hasta 
su  padre;  pero  coge  un  máuser  para  pelear  con  él. 
Lo  que  hace  es  manejar  el  máuser  a  su  manera,  y  si 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


el  que  se  le  ha  traído  le  dice  que  se  apoya  en  el  hom^ 
bro  derecho,  le  contesta:  — No,  yo  zoy  zurdo,  le 
apoyo  en  el  izquierdo. 

Harto  hago  yo  con  tener  como  lengua  de  cultura 
la  lengua  de  la  mayor  parte  del  resto  de  España,  para 
que  todavía  tenga  que  ocuparme  en  manejarla  como 
la  manejan  aquellos  de  donde  el  artefacto  proviene. 
Claro  está  que  este  aspecto  de  la  lengua  es  el  más 
ideal,  el  más  levantado.  La  lengua  no  es  artículo  de 
comercio  ordinario;  no  se  vende,  no  se  compra;  no 
necesita  de  puertos  francos.  Cierto  es  que  ese  aspecto 
de  la  lengua  varía  profundamente  cuando  se  pasa  de 
mi  país  a  Cataluña.  Yo  siento  una  veneración  muy 
grande  hacia  la  lengua  de  mis  padres  y  de  mis  abue-' 
los,  más  que  aquellos  que  han  protestado  alguna  vez 
de  lo  que  yo  de  ella  decía ;  pero  comprendo  que  coma 
instrumento  de  cultura  no  puede  compararse  a  la 
lengua  en  que  cantó  el  que  para  muchos  es  el  poeta 
más  grande  que  ha  tenido  España  en  el  siglo  xix : 
mosén  Jacinto  Verdaguer.  Yo  quisiera  que  llegase 
día  en  que  ese  idioma  pudiera  integrarse  con  el  idio- 
ma castellano ;  pero  desde  luego  hay  eso  que  llaman 
locuras,  esas  cosas  de  separatismo,  más  radicadas  de 
lo  que  se  cree,  que  son,  desde  el  punto  de  vista  de  los 
mismos  que  las  mantienen,  un  acto  de  supremo  sui- 
cidio, una  renuncia  a  sueños  de  gloria.  No  tenéis  más 
que  ver  lo  que  hoy  pasa  en  otras  naciones.  Mientras 
en  Inglaterra  los  escoceses,  que  tienen  una  dignidad, 
o  si  queréis  un  orgullo  de  raza  mayor  que  los  irlan- 
deses, dominan  en  casi  todas  las  esferas  — escoceses 
son  los  dos  principales  jefes  de  partido,  los  arzobispos; 
escocés,  el  jefe  de  la  Cámara  de  los  lores,  están  en 
todas  partes — ,  los  plañideros  irlandeses  apenas  si  in- 
fluyen en  las  altas  regiones  de  la  vida  política  de  In- 
glaterra. Y  en  Escocia  mismo,  el  poeta  que  representa 
la  flor  de  la  casta,  la  más  granada  de  su  espíritu,  no 


OBRAS  COMPLETAS 


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es  ninguno  que  cantara  en  el  antiguo  idioma  céltico 
de  la  tribu  de  los  highlanders,  sino  uno  que  cantaba 
en  un  dialecto  escocés  de  la  lengua  inglesa ;  y  ved  que 
luego,  en  América,  y  si  por  acaso  hubiera  alguien 
de  alli  entre  los  que  me  escuchan  que  me  perdone  lo 
que  he  de  decir,  porque  a  quien  habla  a  sus  propios 
compatriotas  con  hbertad  se  le  debe  permitir  que 
hable  a  todos  del  mismo  modo ;  en  América,  digo, 
siempre  creí  yo  que  los  trastornos  que  agitan  al  Uru- 
guay vienen  del  recelo  de  la  Confederación  Argen- 
tina, que  quiere  mantener  una  independencia  más  que 
otra  cosa  ilusoria. 

La  independencia  de  una  nación  es  un  medio,  no  es 
un  fin,  ¡  y  quién  sabe  si  a  Portugal,  el  reino  vecino,  le 
ha  costado  la  independencia  el  patriotismo !  Por  rece- 
lo a  España,  por  un  recelo  que  tendrá  la  justificación 
que  se  quiera,  en  vez  de  aportuguesarnos  a  todos,  si 
era  menester,  con  llevar  la  capitalidad  a  Lisboa,  han 
caído  a  los  pies  de  un  esclavo  de  Inglaterra.  Y  aquí, 
¿cuándo  hubo  patriotismo  y  por  qué  lo  hubo?  Aquí 
lo  hubo  en  las  clases  altas,  si  decimos  así,  cuando 
hubo  un  ideal  colectivo  común;  pero  aquél  fué  un 
ideal  que  no  podemos  hoy  abrigarlo  nosotros.  Aquí 
hubo  un  patriotismo  cuando  España  trató  con  el  du- 
que de  Alba  de  imponer  ciertas  creencias  y  de  ahogar 
la  libertad  de  conciencia  en  los  Países  Bajos;  pero  eso 
sería,  desde  nuestro  punto  de  vista  moderno,  un  pa- 
triotismo execrable.  Más  execrable  era  en  este  caso 
concreto  su  instrumento;  pero  el  hecho  es  que  en- 
tonces fué  cuando  hubo  patriotismo. 

Y  es,  señores,  que  hay  dos  patrias :  una  patria  te- 
rritorial y  otra  patria  espiritual,  y  aquí  casi  todo  el 
mundo  habla  de  la  patria  territorial,  sobre  todo  los 
que  tienen  territorios  en  ella;  pero  todavía  apenas  si 
está  esbozada  la  patria  espiritual,  apenas  si  nos  he- 
mos formado  una  idea  de  cuál  ha  de  ser  el  espíritu 


UNAMUNO. — VII. 


22 


674 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  España  en  el  mundo,  y  qué  ideales,  qué  tonos  de 
cultura,  le  hemos  de  dar.  Decía  Carlyle  que  Shakes- 
peare valía  el  imperio  de  las  Indias,  y  que  Inglaterra 
podía  dar  todas  las  Indias  por  Shakespeare;  yo  os 
diré  que  el  Quijote  vale  por  todo  lo  que  hemos  per- 
dido de  patria ;  y,  además,  reteniendo  aquello,  de  no 
haber  tenido  Quijote,  no  lo  tendríamos;  teniendo  éste, 
tendremos  siempre  aquello  que  perdimos.  Triste  será, 
sin  duda,  que  llegue  a  mermarse  el  territorio  de  la 
patria ;  mucho  más  triste  será  que  llegue  a  mermarse 
su  espíritu,  mucho  más  triste  que  deje  de  iluminarla  el 
resplandor  de  la  verdad.  En  un  tiempo  fueron  nuestros 
soldados  de  conquistadores  á  América ;  hoy  hay  ade- 
más otros  soldados  que  pueden  ir  a  conquistarla,  con 
la  ventaja  de  que,  a  la  vez,  pueden  ellos  conquis- 
tarnos. 

Cuando  los  antiguos  romanos  se  trasladaban  de 
domicilio,  llevaban  consigo  un  puñado  de  la  tierra  en 
que  descansaban  las  cenizas  de  sus  padres,  y  allí 
donde  iban  a  establecer  su  nuevo  hogar,  depositaban 
aquel  puñado  de  tierra,  para  sellar  con  este  acto  reli- 
gioso la  continuidad  espiritual  de  la  familia. 

También  yo,  como  no  tengo  ni  un  solo  palmo  de 
tierra  que  sea  mío  en  el  territorio  de  España,  llevo 
conmigo  mi  corazón,  que  es  un  pedazo  de  la  carne 
viva  de  mis  padres,  y  sobre  todo,  permitidme  que  os 
lo  diga,  en  mi  patria  espiritual  he  acotado  mi  propio 
pegujar,  y  aunque  mi  cuerpo  no  pueda  reposar  en 
este  suelo,  mi  espíritu  descansará  en  ese  pedazo  de  la 
patria  de  mi  espíritu. 

He  procurado,  como  habéis  visto,  bordear  todas  las 
dificultades,  decir  todo  lo  que  quería  decir;  decirlo 
noblemente,  sin  decapitarlo,  sin  ningún  género  de 
hostilidad,  fiando,  como  he  dicho,  en  las  buenas  en- 
tendederas de  todos  los  que  me  escuchan;  pero  aun- 
que yo,  que  libre  de  esta  hiperestesia  me  creo  dueño 


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675 


de  mis  nervios,  hubiera  caído  en  la  cobardía  que  hoy 
está  invadiendo  a  casi  todos,  con  tal  de  hacer  una  obra 
de  lo  que  estimo  noble  patriotismo,  hubiera  arrostra- 
do todas  sus  consecuencias. 

La  Patria  tiene  que  ser  un  medio ;  cuando  se  con- 
vierte en  fin,  estamos  perdidos.  La  Patria  tiene  que 
ser  un  medio  para  la  cultura,  y  en  España  tenemos, 
entre  las  muchas  mentiras,  la  tristísima  mentira  cul- 
tural. 

No  quiero  hablaros  de  eso  tan  vulgar  del  analfa- 
betismo, no ;  aparte  de  que  es  una  leyenda,  y  de  que 
en  España  hay  muchos  menos  analfabetos  de  lo  que 
se  dice ;  si  bien  lo  triste  es  que  una  gran  parte  lo  son 
por  desuso;  cuando  salieron  de  la  escuela  a  los  once 
o  doce  años,  leian  y  escribían  mal ;  después  no  han 
vuelto  a  ejercitarlo  y  lo  han  olvidado,  y  a(|uí.  hay 
que  decirlo,  es  el  Ejército  el  que  suple  en  gran  parte 
esta  deficiencia. 

Y  si  continuara  por  ese  camino,  por  donde  parece 
que  piensa  continuar,  y  fuera  una  escuela,  ganaría 
tanto  que  podría  demostrar  ante  el  mundo  que  aún 
quedan  escuelas  en  esta  patria. 

No  es  lo  peor  el  analfabetismo,  no;  lo  peor  es  ese 
algo  de  espíritu  amoral,  es  el  culto  a  la  cuquería,  es 
esa  especial  corrupción  de  menores  que  se  ejerce  en 
esta  especie  de  centro  pulposo,  y  que  les  va  poco  a 
poco  a  los  muchachos  arrancando  a  tiras  el  corazón. 

Se  dice :  ¡  hay  que  vivir !  Yo  también  vivo,  yo  estoy 
al  frente  de  un  centro  de  cultura,  estoy  en  continua 
relación  con  los  mucliachos  y  con  los  estudiantes,  y 
¡es  triste  cosa!,  no  sé  que  la  juventud  española  se 
haya  asociado  jamás  a  esos  grandes  movimientos  que 
agitan  a  Europa,  ni  haya  mandado  mensajes  como  las 
juventudes  de  otros  países,  ya  a  Zola  o  contra  Zola, 
ya  a  los  revolucionarios  rusos  o  al  zar ;  no  se  unen 
más  que  para  ir  dando  gritos  y  pidiendo  vacaciones. 


676 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Luego  les  coge,  Ies  ciñe  y  les  agarrota  esta  ramplo- 
nería ambiente,  de  la  cual  creo  que  no  hay  otra  ma- 
nera de  salir  que  ser  como  soy  yo:  un  desequilibrado 
o  un  visionario. 

Hay  que  ver,  triste  es  decirlo,  que  el  que  lee,  lee  li- 
bros que  tiene  que  ocultar  a  los  ojos  de  sus  madres  y 
de  sus  hermanas;  y  luego,  ved  las  clases  que  en  una 
nación  deben  ser,  o  parece  que  deben  ser,  las  directo- 
ras de  la  cultura ;  ved  aquí  a  esas  clases  altas  que  pa- 
sean el  cuerpo  en  automóvil  y  arrastran  el  espíritu 
en  carreta. 

Y  se  trae  como  argumento  eso  que  se  llama  el  buen 
gusto,  última  invención  que  recuerda  aquello  de  Ana- 
tole  France :  "El  catolicismo  es  hov  la  forma  más 
elegante  de  la  indiferencia  religiosa",  porque  ahora, 
y  como  culminación  de  nuestra  mentira  cultural,  quie- 
ro decir  cuatro  palabras  acerca  de  la  mentira  reli- 
giosa. 

Acaso  esté  en  desacuerdo  con  la  mayoría  de  los 
que  me  oyen.  Yo  no  comulgo  con  la  religión  oficial; 
pero  yo,  señores,  soy  cristiano,  y  lo  que  más  me  apena 
es  ver  que  aquí  en  España,  en  gran  parte,  el  catoli- 
cismo está  siendo  el  elemento  más  activo  de  la  des- 
cristianización del  pueblo.  Conozco  muchos  sacerdotes 
que  no  leen  los  Evangelios  más  que  cuando  los  mas- 
cullan en  latín  en  la  misa.  Este  es  el  punto  grave 
aquí,  este  es  el  punto  que  no  se  puede  tocar.  En  pu- 
blicaciones en  que  libremente  se  escriben  artículos 
francamente  anticristianos,  no  podemos  hablar  de 
Cristo  los  que  hablamos  desde  otro  punto  de  vista : 
se  ofenderían  las  esposas  o  las  hijas  de  los  suscri- 
tores.  Y  es  que  hay  que  hablar  de  fanatismo.  ¡  Ojalá 
lo  hubiera !  Yo  todavía  no  he  tropezado  con  un  ver- 
dadero fanático.  Lo  que  veo  es  esa  horrible  fe  im- 
plícita, esa  fe  del  carbonero,  que  consiste  en  delegar 
y  dejar  que  los  otros  piensen  por  uno. 


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677 


Y  yo,  como  decía  un  ingenioso  orador  y  escritor 
español,  que  hoy  ha  vuelto  a  cierto  campo,  soy  de 
los  que  para  entenderme  con  Dios  no  necesito  de 
revendedores  de  la  gracia  divina ;  yo  me  entiendo 
directamente  con  contaduría. 

En  los  pueblos  en  que  los  espíritus  se  han  habituado 
al  ejercicio  del  libre  examen  religioso,  la  libertad 
civil  tiene  otras  raíces  que  en  estos  otros  pueblos  en 
que  la  última  forma  es  querer  hacer  solidaria  la  re- 
ligión con  la  patria  y  tacharnos  de  malos  españoles 
a  los  que  no  comulgamos  con  las  ideas  de  nuestros 
antepasados.  En  un  célebre  documento,  en  un  docu- 
mento de  deportación,  he  leído  esta  frase  tremenda: 
"Considerando  que  descatolizar  es  desnacionalizar..." 
¿  Cómo  es  que  se  escribe  esto,  señores  ?  V ed  lo  que 
está  pasando  en  Francia :  se  está  haciendo  el  inven- 
tario de  las  iglesias  y  no  son  fervorosos  creyentes, 
no,  los  que  van  a  armar  el  escándalo:  son  gentes  que 
no  creen  en  Dios  ni  en  el  diablo.  Yo,  señores,  como 
os  he  dicho,  soy  cristiano,  y  creo  que  a  Dios  hay 
que  adorarle  en  espíritu  y  en  verdad,  porque  Dios 
es,  ante  todo  y  sobre  todo,  la  verdad. 

¿Y  qué  es  la  verdad?,  me  diréis.  Era  la  pregunta 
que  hacía  Pilatos  cuando  se  volvió  a  lavarse  las  ma- 
nos. Verdad  es  lo  que  cada  uno  cree  ser  tal  en  el  sen- 
tido moral.  ¿Es  que  hay  una  verdad  objetiva?  Yo 
no  sé  si  esto  es  algo  abstruso  y  que  mereciera  des- 
arrollo; yo  se  lo  he  de  dar,  pero  por  ahora  sólo  lo 
indico. 

El  error  en  la  mayor  parte  de  los  casos  es  una  con- 
secuencia de  la  mentira;  habituados  a  mentir  y  a  oír 
mentir  suponemos  a  la  Naturaleza  una  segunda  in- 
tención, como  tienen  los  hombres,  y  creemos  que  nos 
quiere  decir  otra  cosa  que  lo  que  nos  dice.  Esta  es 
la  triste  consecuencia  del  espíritu  de  mentira.  Y  no ; 
los  hombres  llevamos  las  entrañas  dentro,  y  con  fre- 


1 

678  MIGUEL  DE   UNAMUNO  i 


cuencia  negras ;  las  cosas  del  mundo  que  nos  rodea  i 
llevan  por  fuera  las  entrañas ;  sus  entrañas  es  lo  que  i 
se  nos  abre  a  la  luz  de  los  ojos.  Y  aquí  hay,  sobre  I 
todo,  hambre  y  sed  de  verdad,  y  si  se  trata  de  aho- 
garla en  uno  u  otro  respecto,  vendrá  la  época  de  las 
reticencias,  de  las  insidias,  de  los  apólogos,  que  tienen 
el  grave  inconveniente  de  hacer  creer  lo  que  no  se 
dice. 

¿  Remedios  ?,  me  diréis ;  hay  gentes  que  hablan  de 
revolución ;  yo  no  creo  en  la  revolución ;  ni  en  la 
revolución  desde  arriba,  ni  en  la  revolución  desde 
abajo,  ni  en  la  revolución  desde  en  medio;  no  creo 
más  que  en  la  revolución  interior,  en  la  personal,  en  j 
el  culto  a  la  verdad ;  no  creo  que  las  cosas  se  hacen  a 
golpes,  y  eso  sólo  puede  sucederle  a  un  pueblo  epilép-  ji 
tico,  que  procede  por  ataques,  o  a  un  pueblo  en  que  \¡ 
todo  se  hace  intermitentemente  como  por  tercianas.  c 
Muchos  de  vosotros  sabéis  lo  que  en  los  campos  de  p 
Castilla  se  llama  el  "quita-meriendas" ;  es  una  flor  de-  a 
leznable;  crece  la  planta  bajo  la  tierra,  va  subiendo  I 
su  corola  poco  a  poco,  rompiendo  los  terrenos  más  d 
apelmazados,  y  se  abre  a  flor  de  tierra.  ¿  Cómo  te-  e: 
rrenos  tan  duros  puede  romperlos  tan  delicado  tejido?  ii( 
Empujando  siempre,  no  sesenta  veces  a  la  hora,  ni  di 
sesenta  veces  al  minuto,  ni  al  segundo ;  siempre ;  es  el 
efecto  de  la  acción  continua.  :  H 

Yo  no  procedo  de  alguna  de  las  regiones  en  que  a 
unos  días  serenos  y  tranquilos  suceden  unos  violentos 
chaparrones ;  yo  soy,  señores,  de  un  país  cuyo  cielo 
encapotado  y  nubloso,  pero  altamente  educador,  está 
lloviendo  noventa  días  seguidos;  y  yo,  hijo  de  aque- 
lla tierra,  a  la  que  amo  con  todas  las  fuerzas  de  mi 
alma,  si  noventa  años  me  diera  Dios,  noventa  años 
estaría  lloviendo  lentamente,  gota  a  gota,  mis  pensa- 
m  lentos. 

IIHj; 

No,  no  es  el  recuerdo  una  revolución,  y  ahora  os  i 


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679 


voy  a  decir  lo  que  antes  os  indicaba,  es  otro;  acaso 
si  llegara  a  España  eso  que  por  ahí  fuera  se  llama 
militarismo,  provocaría  la  formación  de  un  ejército 
frente  a  otro  ejército,  y  a  medida  que  el  uno  tuviera 
disciplina,  se  vería  obligado  a  tener  disciplina  el  otro, 
y  sucedería  como  en  Alemania,  que  hasta  los  "sin 
patria",  como  los  llamaba  el  emperador,  los  socialis- 
tas, representan  millón  y  medio  de  electores,  que  tie- 
nen una  organización  tan  férrea  y  tan  robusta  como 
pudiera  tener  el  ejército  del  Kaiser. 

Aquí  no  hay  este  núcleo,  no  puede  servir  de  con- 
centración, porque  se  ha  tratado  de  cerrarle  el  paso 
por  todos  los  caminos. 

Lo  peor  son  los  neutros,  esos  desdichados  neutros 
que  merecían  el  más  soberano  desdén  del  hombre  más 
grandiosamente  desdeñoso  que  hayan  visto  los  siglos, 
de  Dante  Alighieri.  No  les  concedió  ni  siquiera  es- 
peranzas de  muerte,  y  allí  colocó,  en  aquel  infierno, 
a  Pedro  Morone,  el  Papa  Celestino  V,  a  quien  la 
Iglesia  ha  colocado  en  los  altares.  ¿  Por  qué  lo  con- 
denó Dante  al  infierno?  ¿Qué  hizo  aquel  bendito 
ermitaño,  sacado  allí  de  fragosas  montañas,  para  po- 
nerle en  el  solio  pontificio,  que  luego  renunció,  vien- 
do que  era  superior  a  sus  fuerzas  ? 

Renunciarle.  Che  fece  per  viltatc  il  gran  rifiido. 
Hizo,  por  coimrdía  //  gran  rifiulo.  No;  el  que  tiene 
un  puesto  no  debe  renunciarle  nunca. 

*  *  * 

Y  voy  a  acabar,  señores,  porque  de  otro  modo  se- 
"ía  esto  el  cuento  de  nunca  acabar.  Yo,  que  no  soy  un 
lombre  de  partido,  no  he  venido  a  traeros  un  progra- 
na, no  he  venido  a  traeros  un  específico,  no  me  gus- 
a  eso  que  llaman  soluciones  concretas;  no  he  querido 
nás  que  animar,  si  es  posible,  los  espíritus;  activar 
as  entrañas  y  verter,  donde  quiera  que  me  llamen 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


y  hasta  donde  no  me  llamen,  oportuna  y  sobre  todo 
inoportunamente,  el  sacramento  de  la  palabra.  Yo  no 
sé  qué  haría  si  volviera  al  mundo  nuestro  señor  Don 
Quijote:  es  fácil  que,  dejando  la  lanza  y  la  adarga 
apoyada  en  una  encina,  tomara  la  pluma  para  com- 
batir. Yo  no  sé  si  aquí  puede  conseguirse  una  unión 
social  de  todas  las  gentes  de  espíritu  sereno,  para 
defender,  ante  todo  y  sobre  todo,  el  amor  a  la  verdad, 
que  es,  repito,  lo  que  más  amenazado  está;  para  de- 
fender el  amor  a  la  verdad,  porque  (y  con  esto  con- 
cluyo, y  no  con  palabras  mías,  sino  con  unas  pala- 
bras del  apóstol  San  Pablo)  la  verdad  nos  hará  li- 
bres. He  concluido. 

(Según  texto  publicado  en  El  Imparcial,  Madrid, 
26-11-1906.) 


CONFERENCIA  EN  EL  TEATRO  CERVANTES, 
DE  MALAGA,  EL  DL\  21  DE  AGOSTO  DE  1906 


Señoras  y  señores: 

He  de  empezar  por  la  confesión  de  que  aun  cuando 
actos  como  éste  van  haciéndose  para  mí  profesiona- 
les, no  acabo  nunca  de  acostumbrarme  a  ellos.  Me 
doy  clara  cuenta  de  que  hablar  en  un  teatro  es  muy 
otra  cosa  que  hablar  en  libre  diálogo;  oyéseme  aquí 
con  un  silencio  benévolo,  pero  es  mejor  la  conversa- 
ción suelta,  socrática,  en  que  se  toman  y  se  dejan  los 
temas.  Añádase  lo  de  que  es  imposible  en  actos  como 
éste  sustraerse  a  una  presentación,  presentación  que 
nos  abruma  siempre,  y  mucho  más  cuando  e!  que  nos 
presenta  es  amigo  nuestro  tan  cariñoso  como  lo  es  mío 
el  doctor  Bejarano.  Tengo  que  hacer  una  ligera  recti- 
ficación a  lo  que  de  mí  él  os  ha  dicho,  cual  es  la  de 
que  no  os  llaméis  a  engaño  por  creer  que  yo  vaya  a 
proponer  aquí  remedio  a  cosa  alguna. 

Creo  muy  poco  en  la  terapéutica,  cada  vez  menos, 
y  estoy  convencido  de  que  lo  urgente,  lo  que  más 
falta  hace,  es  agitar  y  remover  los  espíritus,  en  vez 
de  presentar  remedios  para  los  males,  ahondar  las 
heridas  y  poner  en  ellas  sal  y  vinagre,  pues  es  ver- 
daderamente lamentable  esto  de  que  cuando  anda  uno 
por  estos  pueblos  de  Dios  o  de  España,  a  quien  quie- 
ra que  se  le  acerque  y  le  pregunte :  "¿  Cómo  va  esto  ?", 
reciba  por  respuesta  lo  de:  "¡i\Ial,  muy  mal!";  pero 
dicho  de  tal  modo  que  revela  cierta  voluptuosidad  en 
el  mal  mismo  y  ningún  anhelo  de  corregirse,  ni  el 
menor  propósito  de  la  enmienda. 


682 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Tengo  luego  que  dar  las  gracias  a  la  Sociedad  que 
me  ha  dado  ocasión  de  decir  hoy  algo  aquí,  y  hasta 
celebro  que  la  ocasión  coincida  con  el  final  de  las 
fiestas  de  Málaga,  alguna  de  ellas  altamente  desedu- 
cadora, y  no  necesito  ahora  aclarar  esto,  pues  he  de 
hacerlo  más  adelante. 

Lejos  de  mí  el  meterme  a  dilucidar  ahora  lo  que  de 
bueno  o  de  malo  haya  en  esto  de  que  lo  convirtamos 
todo  en  fiesta.  Ello  será  loable,  porque  en  el  mundo 
todo  debe  ser  continua  fiesta,  y  el  trabajo  sobre  todo. 
Pero  yo  espero  que,  a  pesar  de  ser  este  acto  un  epí- 
logo a  las  fiestas  de  Málaga,  no  vengáis  aquí  con  el 
ánimo  con  que  a  las  fiestas  suele  irse,  a  ver  cómo 
me  desempeño  de  mi  función,  a  presenciar  como  lidio 
mi  conferencia. 

Todo  debe  ser  fiesta,  sí,  y  más  que  cualquier  otra 
cosa,  la  enseñanza. 

Y  si  bien  os  fijáis,  no  otra  cosa  significa  escuela. 
La  palabra  escuela,  scliola  significó  en  su  principio, 
en  griego,  ocio,  y  hay  que  confesar  que  en  el  orden 
de  la  cultura  la  adquisición  de  los  altos  conocimien- 
tos empezó  en  el  mundo  merced  a  los  ociosos.  El 
hombre  primitivo,  sujeto  a  las  necesidades  de  cada 
día,  teniendo  que  ganarse  el  pan  duro  y  áspero,  no 
disponía  de  tiempo  ni  de  ánimo  para  dedicarse  a  pro- 
fundas especulaciones.  Mas  así  que  llegó  uno  que  al 
esclavizar  a  otro  le  obligó  a  trabajar  para  los  dos, 
pudo  gozar  de  ocio  para  mirar  a  las  estrellas  y  pre- 
guntar por  qué  unas  se  movían  y  otras  no.  Por  esto 
se  dice  que  son  los  que  no  trabajan  los  que  pueden 
emplear  el  tiempo  en  averiguar  lo  que  a  nadie  impor- 
ta ;  mas  hay  que  tener  en  cuenta  que  los  que  tal  di- 
cen no  averiguan  nada,  ni  que  importe  ni  que  no  im- 
porte. 

No  está  mal,  repito,  que  lo  convirtamos  todo  en 
fiesta,  lo  cual  se  ve  más  desde  que  en  ferias  y  feste- 
jos de  pueblos  se  traman  certámenes  y  concursos  de 


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enseñanza  pública.  De  hace  algún  tiempo  acá  las 
cuestiones  de  Instrucción  Pública,  lo  mismo  que  las 
de  Higiene,  se  llevan  mucho  en  España.  Y  es  lo  malo 
que,  como  todo  lo  que  se  ¡leva,  llévase  sólo  en  ciertos 
momentos,  olvidándolo  pronto,  haciéndose  muy  poco 
de  obra.  Sucede  con  esto  algo  de  lo  que  les  sucede  a 
los  que  tienen  la  manía  de  rezar,  cuando  lo  del  rezo 
llega,  como  es  frecuente,  a  manía,  y  es  que  rezan  a 
ciertas  horas,  y  rezan  en  perfecta  incomunión  con  sus 
prójimos  y  con  Dios,  y  sin  sentir  que  lo  hondo  de  la 
oración  no  es  recojerse  a  ciertas  horas  en  ciertos 
lugares  para  orar  en  ellos,  sino  hacerlo  todo  voti- 
vamente, convertir  en  oración  todo:  el  trabajo,  el 
descanso,  el  recreo  y  hasta  el  sueño. 

Pero  esto  resulta  dificilísimo  en  un  país  como  el 
nuestro  en  que  la  más  grave  de  las  enfermedades 
que  padece  el  espíritu  es  la  falta  de  unidad  en  la  vida. 
Raro,  rasísimo  es  aquí  el  hombre  que  viva  bajo  un 
principio  unitario,  que  tenga  una  concepción  central 
a  que  subordine  las  demás.  Y  esta  falta  de  unidad 
dentro  de  nosotros  mismos,  esto  de  que  tengamos  el 
espíritu  disperso  y  lo  dejemos  girar  al  soplo  del  úl- 
timo viento,  venga  de  donJe  viniere,  ésta  es  la  causa 
principal  de  la  falta  de  solidaridad,  cuyos  perniciosos 
efectos  sociales  echamos  de  ver.  Un  hombre  que  no 
se  propone  fin  alguno  en  su  vida,  no  puede  nunca  ser 
libre,  y  como  no  puede  serlo,  no  puede  nunca  ser 
solidario  con  los  demás,  ya  que  la  libertad  no  con- 
siste en  hacer  uno  lo  que  le  dé  la  gana,  lo  que  le  dé 
la  real  gana...,  y  os  hago  gracia  de  no  repetir  una 
frase  mucho  más  enérgica,  pero  mucho  más  grosera, 
que  todos  conocéis  y  que  revela  el  concepto  que  de 
la  libertad  tenemos  los  españoles. 

Es  cosa  triste,  a  este  respecto,  el  que  las  volicio- 
nes enérgicas  no  nos  salgan  ni  de  la  cabeza  ni  del 
corazón,  sino  de  donde  no  deben  salir  nunca.  Esta 
unidad,  dentro  de  la  vida,  nos  hace  una  absoluta  falta 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


para  tener  libertad,  porque  ser  libre,  saber  gozar  de 
la  libertad,  es  tener  conciencia  de  la  ley,  y  tiene  con- 
ciencia de  la  ley  quien  sabe  obrar  bien.  Y  vemos,  por 
los  resultados  que  tocamos,  que  el  único  elemento 
que  hoy  hay  de  verdadera  unidad  es  el  Estado.  Esto 
es  un  mal  y  todo  lo  que  se  quiera,  pero  sólo  contamos 
con  el  elemento  del  Estado  y  a  él  hay  que  acogerse. 
En  orden  a  la  enseñanza,  puede  decirse  que  lo  único 
que  hay  en  España,  lo  único  que  merece  el  nombre 
de  enseñanza,  aun  siendo  muy  mala,  es  la  que  da  el 
Estado,  es  decir,  la  que  damos  sus  servidores. 

Pesa  todavía  sobre  la  mayor  parte  de  nosotros  un 
peso  enorme  y  secular,  que  es  el  origen  histórico  del 
maestro.  El  maestro  era  en  la  edad  antigua,  en  Gre- 
cia y  en  Roma,  un  esclavo :  los  señores  de  las  gran- 
des casas,  los  guerreros,  entregaban  a  educar  a  sus 
hijos  a  los  esclavos.  Hoy  todavía  sucede  en  algunas 
casas  empingorotadas  algo  de  eso:  el  que  les  educa 
es  un  criado,  y  les  educa  en  el  espíritu  del  servilis- 
mo, porque  un  esclavo  no  puede  educar  bien.  En  la 
Edad  Antigua  lo  verdadero,  lo  específico  era  hacer 
buenos  soldados :  las  demás  cosas  se  reservaban  para 
enseñarlas  más  tarde.  Estos  conocimientos  comunes 
eran,  repito,  enseñados  más  tarde,  y  de  ellos  estaban 
encargados  los  siervos.  De  aquí  dependía  también 
que  como  el  fin  de  la  educación  era  hacer  buenos 
guerreros,  el  que  a  la  educación  de  la  mujer,  que  nO' 
había  de  ser  guerrera  nunca,  se  la  tuviera  en  el  ma- 
yor descuido,  no  educándola,  hasta  que  llegó  otro 
tiempo,  la  época  del  Cristianismo,  en  que  permaneció 
también  descuidada  su  educación.  Y  se  habla,  res- 
pecto de  esta  época,  de  que  la  Iglesia  acogió  bajo  su 
amparo  a  los  pueblos  para  educarlos,  y  hay  que  de- 
cir que  la  Iglesia,  en  rigor,  nunca  hizo  más  que  edu- 
car para  el  sacerdocio;  la  Iglesia  educada  en  las  cien- 
cias eclesiásticas,  y  si  enseñaba  conocimientos  profa- 
nos era  cuando  se  podían  relacionar  o  podían  ser  como 


OBRAS  COMPLETAS 


685 


un  medio  para  la  adquisición  de  los  conocimientos 
eclesiásticos. 

Y  aquí,  en  esta  época,  vuelve  la  mujer  a  encon- 
trarse en  una  situación  también  de  inferioridad  y  de 
abandono ;  porque  si  antes  no  podía  ser  guerrera,  como 
ahora  no  había  de  ser  tampoco  sacerdotisa,  pues  para 
entenderse  con  la  Divinidad  necesitaba  de  un  inter- 
mediario y  éste  era  el  hombre,  quedaba,  por  tanto, 
la  mujer  abandonada.  Y  así  siguieron  las  cosas  hasta 
que  la  verdadera  instrucción  primaria  en  el  sentido 
moderno  se  determinó  como  una  cuestión  organizada 
por  el  Estado,  y  si  el  Estado  la  dió  su  impulso  fué 
merced  al  movimiento  de  la  Reforma:  pues  no  hay 
duda,  y  ésta  es  una  cuestión  indudable,  que  el  avan- 
ce verdadero,  el  avance  grande  en  la  educación  pri- 
maria, en  la  instrucción  de  los  niños,  fué  un  avance 
debido  al  movimiento  de  la  Reforma.  Entonces  se  en- 
señaba a  los  educandos  a  mirar  cara  a  cara  a  su  Dios. 
Eué  este  paso  de  progreso,  esta  evolución  grandio- 
sa, hasta  en  el  orden  religioso  se  puede  decir,  una 
civilización  de  la  religión  en  el  sentido  estricto  de 
la  civilización:  fué  hacerla  civil  de  eclesiástica  que 
era. 

Cierto  es,  que  una  vez  iniciado  el  movimiento  de 
la  Reforma,  porción  de  asociaciones  e  instituciones, 
de  órdenes  religiosas  católicas,  se  dedicaron  a  la  Ins- 
trucción primaria,  pero  fué  después.  Y  tened  en  cuen- 
ta que  hoy  mismo,  si  hay  asociaciones  religiosas  ca- 
tólicas dedicadas  a  la  enseñanza,  es  frente  al  Esta- 
do y  merced  a  éste.  Preparan  a  sus  alumnos  para  que 
se  les  pruebe  en  aquellos  conocimientos  que  de  ellos 
exige  el  Estado,  y  si  éste  no  los  exigiera  no  se  los 
enseñarían.  Estoy  completamente  convencido  de  que, 
en  el  fondo,  se  tiende  a  mantener  la  ignorancia :  he 
oído  hacer  el  panegírico  de  la  santa  ignorancia  y  ce- 
lebrar al  ignorante,  suponiéndole  feliz.  Tendríamos 
que  entendernos  respecto  a  lo  que  la  felicidad  sea,  y 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


desde  luego  he  de  repetir  una  frase  que  con  frecuen- 
cia uso,  y  es  que  prefiero  ser  un  ángel  desgraciado 
a  ser  un  cerdo  satisfecho. 

Continuó  a  partir  de  la  Reforma  el  movimiento  en 
pro  de  la  instrucción  pública,  y  en  el  período  llama- 
do de  Ilustración  — la  Anfkl'ánmg  de  los  alemanes — , 
en  la  época  de  la  Enciclopedia,  merced  a  la  influen- 
cia enciclopedista  en  España,  el  rey  más  útil  que  he- 
mos tenido  — y  no  digo  el  más  grande  porque  carezco 
de  patrón  para  medir  la  grandeza  de  los  reyes — , 
Carlos  III,  se  interesó  por  ella.  Fué  en  su  tiempo 
cuando  se  crearon  en  España  las  Sociedades  Econó- 
micas de  Amigos  del  País,  de  las  cuales  fué,  si  no 
estoy  equivocado,  la  primera  la  que  se  estableció  en 
la  provincia  de  mi  origen,  en  Guipúzcoa.  La  Socie- 
dad de  Amigos  del  País  de  la  provincia  de  Guipúz- 
coa fundó  el  Real  Seminario  de  Nobles  de  Vergara, 
y  fué,  en  cierto  modo,  un  foco  de  enciclopedismo  tem- 
plado. Fué  su  alma  el  conde  de  Peñaflorida,  en  cuya 
casa  se  dice  estuvo  alojado  Juan  Jacobo  Rousseau 
cuando  visitó  Guipúzcoa. 

Y  aquí,  esta  Sociedad  de  Amigos  del  País,  de 
Málaga,  parece  sostiene  el  amor  a  la  enseñanza,  al 
que  debe  ir  unido  el  culto  al  niño. 

El  culto  al  niño  es  uno  de  los  cultos  más  descui- 
dados entre  nosotros  y  uno  de  los  más  necesarios.  El 
niño  es  el  misterio;  de  cada  uno  de  nosotros,  los  que 
hemos  llegado  a  cierta  edad,  se  sabe  lo  que  se  puede 
esperar ;  tenemos  una  fisonomía  marcada,  una  direc- 
ción dada  y  por  lo  común  impuesta  por  los  demás. 
Pero  un  niño  lo  mismo  puede  llegar  a  ser  un  santo 
que  un  criminal,  lo  mismo  un  hombre  inútil  que  un 
bienhechor.  El  culto  al  niño  es  el  culto  al  porvenir, 
culto  que  tiene  que  cimentarse  en  un  inteligente  cul- 
tivo del  pasado.  Pues  siempre  que  de  progreso  se 
hable,  cabe  preguntarse:  "¿Qué  es  lo  que  progresa? 
Desde  que  hay  progreso  hay  algo  que  progresa,  y 


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este  algo  es  la  tradición,  lo  que  viene  de  atrás.  Cons- 
truimos nuestras  esperanzas  con  madera  de  recuer- 
dos, y  quien  mal  recuerda,  espera  mal.  Mas  esas  tradi- 
ciones, cuyo  movimiento  y  vida  constituyen  el  proQ-rc- 
so,  han  de  ser  tradiciones  vivas  y  no  muertas,  can- 
teras y  no  escoriales.  Hay  un  culto  al  pasado  que  es 
un  culto  lamentable  y  pernicioso,  un  culto  que  impide 
que  se  aproveche  el  pasado  mismo.  Recordaré  una  vez 
más  aquello  de  los  indios,  que  al  ver  las  maravillas 
que  producía  el  arado  de  vertedera,  lo  convirtieron  en 
ídolo,  y,  pintarrajeándolo,  lo  erigieron  para  rendirle 
culto  idolátrico,  en  vez  de  apear  los  ídolos  y  conver- 
tirlos en  arados. 

Debajo  de  las  tradiciones  históricas,  que  nunca  se 
sabe  dónde  acaban,  porque  hay  la  del  siglo  xviii,  y 
la  del  XVI,  y  la  del  xiv,  y  la  del  xii,  y  hasta  una  tra- 
dición pre-romana  y  otra  pre-histórica,  debajo  de 
ellas  está  la  tradición  eterna,  lo  que  permanece  cons- 
tantemente, lo  que  hay  debajo  de  las  formas  transi- 
torias que  ruedan  por  la  historia. 

La  superficie  de  la  tierra  cambia  de  fisonomía  al 
cabo  de  los  años  o  de  los  siglos,  y  el  mar,  en  cambio, 
el  mar,  que  es  lo  más  movible,  no  cambia  nunca.  De 
él  dijo  Byron  que  los  siglos  han  pasado  sin  dejar 
una  arruga  sobre  su  frente  azul  y  que  despliega  sus 
olas  con  la  misma  serenidad  que  en  la  primera  aurora. 
Y  este  mar  que  se  extiende  aquí,  en  Málaga,  ante 
vuestros  ojos,  ostenta  hoy  la  misma  frente,  la  misma 
superficie  que  cuando  arribaron  acá  los  primeros  na- 
vegantes fenicios ;  él  es  la  cuna  de  la  tradición  y  de 
todo  progreso.  Y  el  mar,  que  es  lo  que  más  une  a  los 
pueblos  todos  de  la  tierra,  es  lo  que  mejor  representa 
la  niñez,  el  porvenir. 

Y  volviendo  al  culto  al  niño  se  hace  preciso  que 
cambiemos  de  método  de  educación  y  no  eduquemos 
a  nuestros  hijos  como  a  nosotros  nos  educaron  nues- 
tros padres.  No  queramos  que  nuestros  hijos  sean  he- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


chos  como  se  nos  hizo.  Hay  que  combatir  toda  ten- 
dencia a  que  se  repitan  procedimientos  que  nos  aho- 
garon la  personaHdad  en  hipocresía,  y  que  cuando 
nuestros  hijos  lleguen  a  ser  hombres  no  se  vean  ata- 
cados de  la  anemia  espiritual  que  nos  consume. 

La  obligación  que  tiene  todo  padre  es,  después  de 
haber  visto  qué  dificultades  o  daños  le  ha  traído  la 
vida  por  su  modo  de  ser,  evitar  que  aquellos  mismos 
daños  o  modo  de  ser  análogo  le  lleven  al  hijo  hacia 
los  mismos  males  o  desengaños  de  que  él  sufriera, 
por  lo  que  es  menester  darles  a  los  hijos  personalidad 
y  quitarles  hipocresía,  esta  hipocresía  que  a  todos  nos 
mina  el  alma  en  estas  ciudades  corroídas  por  la  anemia 
espiritual,  en  donde  los  hombres  tienen  dispersas  sus 
facultades,  y  que  son  causa  de  que  sean  sólo  hom- 
bres de  nombre  u  hombres  de  doble  o  de  triple  o  de 
cuádruple  personalidad:  es  decir,  de  ninguna. 

Y  habéis  de  preveniros  contra  un  concepto  que  hace 
estragos  cual  es  ése  de  que  aquí  la  primera  materia 
— que  así  la  llaman —  es  excelente.  A  diario  oigo 
decir,  hablando  del  pueblo,  que  aquí  es,  en  cuanto  a 
materia  prima,  excelente,  y  al  punto  se  me  ocurre  que 
no  hay  en  rigor  materias  primas,  porque  todo  en  el 
mundo  es  forma,  formas  enchufadas  las  unas  en  las 
otras.  Además,  con  buena  uva  solemos  hacer  vino 
malo.  Esa  idea  de  la  excelencia  de  la  materia  prima 
nos  lleva  al  error  de  creer  que  un  hombre,  sin  más 
que  su  personalidad  bravia,  un  hombre  en  bruto,  pue- 
de servir  para  algo,  que  cabe  improvisar  hombres 
útiles. 

Se  habla  de  excelentes  aptitudes  naturales,  se  habla 
sobre  todo  de  viveza  de  imaginación,  imaginación  que 
rara  vez  se  desarrolla,  o  yo  no  sé  lo  que  es  imagina- 
ción, pues  no  la  veo  en  España  como  se  dice. 

La  imaginación,  si  es  algo,  es  la  facultad  de  crear 
imágenes,  no  de  repetir  las  aprendidas  de  memoria,  y 
es,  ante  todo,  la  facultad  de  ver  lo  real  en  lo  vivo, 


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de  volver  a  crearlo  dentro  nuestro.  Y  no  sabemos 
imaginarnos  lo  mismo  que  vemos,  volverlo  a  crear, 
no  sabemos  dar  espiritualidad  al  mundo  sensible.  Re- 
petimos lo  aprendido,  con  más  o  menos  gracejo,  pero 
sin  penetrar  en  su  esencia. 

Y  así  sucede  que  llamamos  poeta  a  uno  que  nada 
tiene  de  tal,  a  uno  que  a  lo  sumo  hace  versos,  como 
llamamos  profesor  al  que  nada  profesa. 

Hay  quien  tiene  el  talento  de  administrar  el  poco 
talento  que  tiene,  y  no  es  ello  poco :  hay  quien  cam- 
bia su  dinero  en  perras  chicas,  que  abultan  más  en 
el  bolsillo  y  hacen  más  ruido. 

Más  de  una  vez  me  han  presentado  a  un  muchacho, 
diciéndome:  "Fulano  de  Tal,  poeta",  como  si  dije- 
ran :  sastre,  abogado  o  médico.  Y  cosas  así  se  oyen 
a  diario. 

"A  este  país  le  pierde  el  exceso  de  imaginación", 
"aquí  nos  pierde  la  poesía".  He  aquí  expresiones  que 
se  repiten,  y,  sin  embargo,  busco  la  poesía  por  todas 
partes  y  no  encuentro  una  gota  de  ella,  y  menos  aún 
en  los  versos.  A  las  veces  se  la  encuentra  uno  en 
prosa  y  producida  por  uno  que  vende  telas  detrás  de 
un  mostrador.  Hay  de  la  poesía  una  idea  tan  errónea 
como  de  la  imaginación.  Un  sujeto  toma  la  pluma  a 
ciertas  horas  del  día  y  se  pone  a  escribir  renglones 
desiguales,  y  cátale  poeta. 

La  poesía  es  algo  íntimo  que  puede  y  debe  encon- 
trarse hasta  en  los  negocios. 

Por  falta  de  poesía  estamos  enfermos.  Y  llego  a  lo 
más  triste,  a  lo  verdaderamente  lamentable,  al  caso  a 
que  aludía  mi  amigo  el  doctor  Bejarano  al  hablar  de 
la  falta  de  higiene  y  del  analfabetismo. 

Me  fío  poco  de  las  estadísticas,  pero  sé  que  hay  en 
España  muchos  analfabetos.  Sin  embargo,  no  es 
el  mayor  mal  a  este  respecto  el  número  de  analfa- 
betos que  hay,  sino  el  hecho  de  los  que  saben  leer  y 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


escribir  es  como  si  no  lo  supieran,  pues  ni  leen  ni 
escriben  cosa  que  lo  valsea. 

Hay  un  caso  mucho  más  triste  que  el  que  acabo  de 
exponer,  caso  que  quiero  repetirlo  aquí,  porque  es  un 
caso  poco  conocido  y  mucho  más  digno  de  tenerse  en 
cuenta,  tratándose  del  analfabetismo.  Me  refiero  a  que 
del  tanto  por  ciento  de  analfabetos  que  hay  en  Es- 
paña hay  un  gran  número  que  lo  son  por  desuso; 
quiero  decir,  de  gente  que  supo  leer,  aunque  mal,  y 
supo  escribir  peor,  en  cierta  edad  de  la  vida,  y  que 
ya  no  sabe  leer  ni  escribir,  porque  salió  de  la  escue- 
la y  no  ha  vuelto  a  ella  en  la  edad  que  podia  haber 
cimentado  estos  conocimientos.  Y  aquí  entra  lo  tris- 
te, lo  verdaderamente  triste  del  caso.  Hay  unas  va- 
caciones escolares  oficiales  que  empiezan  en  toda  Es- 
paña en  la  misma  época  del  año,  como  si  el  clima  y 
demás  condiciones  de  las  distintas  provincias  fueran 
iguales,  empezando  dichas  vacaciones  en  un  mismo 
día  en  todas  las  escuelas  y  en  todos  los  centros  docen- 
tes y  concluyendo  también  el  mismo  día.  Pero,  de 
hecho,  en  todas  partes  las  vacaciones  efectivas  em- 
piezan mucho  antes:  comienzan  desde  el  momento  en 
que  los  padres  necesitan  a  sus  hijos  para  ir  a  la  trilla 
o  a  cualquier  otro  sitio  en  donde  puedan  ganar  una  pe- 
rra ;  y  en  la  mayor  parte  de  los  pueblos  rurales  faltan  a 
las  escuelas  unas  veces  porque  tienen  que  cuidar  al 
más  pequeño  de  sus  hermanos  y  otras  porque  los  pa- 
dres les  mandan  a  pedir  limosna,  y  generalmente  cuan- 
do se  les  manda  a  la  escuela,  ¿para  qué?  Para  una 
cosa  también  triste.  La  frase  es  verdaderamente  la- 
mentable :  para  que  no  den  guerra  en  casa.  Decidme, 
señores,  con  esto,  qué  idea  revelan  esos  padres  de  la 
paz  del  hogar  si  esos  hijos  dan  guerra. 

Me  ocurrió  en  cierta  ocasión  que  se  me  denunció 
la  escuela  de  un  pueblo  porque  reunía  malas  condi- 
ciones higiénicas  y  pedagógicas ;  hice  una  informa- 
ción y  averigüé  la  capacidad  que  tenía  y  demás  con- 


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dicioncs :  por  una  parte  era  subtcrrtánea,  llegaba  la 
tierra  hasta  la  mitad  de  ella  y  estaban  las  criatu- 
ras como  las  ovejas  en  el  sudadero  antes  de  que  las 
vayan  a  esquilar,  y  dije  a  la  maestra  que  la  cerrara  y 
la  cerró.  Y  poco  después  vino  el  alcalde  a  quejarse, 
y  me  decía :  "¿  Pretenderá  esa  tía  (era  su  manera  de 
hablar)  querer  a  nuestros  hijos  más  que  nosotros  mis- 
mos ?  ¿  Cómo  van  a  estar  sin  escuela  ?  Esto  es  lamen- 
table. Mire  usted:  que  ensene  o  que  no  enseñe,  eso 
es  lo  de  menos ;  pero  es  que  en  este  tiempo  que  ha 
tenido  cerrada  la  escuela  la  maestra,  mi  niña  ha  roto 
dos  pares  de  zapatos  y  unas  chicas  la  apedrearon". 

Para  aquel  pobre  hombre  la  escuela  es  un  sitio  don- 
de se  recoje  a  los  niños,  para  que  no  rompan  el  cal- 
zado. Denuncia  un  estado  de  sórdida  ignorancia,  de 
egoísmo,  y  denuncia,  hay  que  decirlo,  dureza  de  cora- 
zón. Dureza  de  corazón,  sí :  los  padres  tienen  a  sus 
hijos  para  aprovecharse  de  ellos  y  no  para  servirlos. 
Por  egoísmo  los  educan  y  los  inclinan  en  uno  u  otro 
sentido.  Hubo  un  tiempo  en  que  se  dedicaba  al  sacer- 
docio a  los  segundones  de  las  familias  acomodadas ; 
por  conveniencias  de  la  familia  se  les  metía  en  la 
iglesia,  y  aún  hoy  en  día  hay  cierta  frase  bastante 
en  boga  y  es  aquélla  de :  "Lo  del  cura  siempre  dura", 
puesta  en  boca  de  las  madres.  Frase  no  menos  bru- 
tal que  aquella  otra  de:  "¡Angelitos  al  cielo!",  o  la 
igualmente  impía  de:  "¡Teta  y  gloria!"  Uno  de  los 
fines  del  matrimonio  es,  según  el  catecismo,  criar 
hijos  para  el  cielo,  y  no  queremos  comprender  que 
el  cielo  está  en  la  tierra. 

Y  hay  en  esto  de  los  hijos  detalles  tristísimos. 

Yo  he  conocido  un  pobre  hombre,  paisano  mío,  que 
se  ha  encontrado  a  cierta  edad  de  la  vida  agitado 
por  una  porción  de  vientos  tempestuosos  del  espíritu, 
dentro  de  una  orden  religiosa,  porque  le  llevaron  allí 
sus  padres  para  deshacerse  de  él,  como  pudieran  ha- 
berlo llevado  en  cierta  edad  más  tierna  al  torno:  y 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


esto  es  egoísmo,  esto  es  dureza  de  corazón;  hay  que 
decirlo  más  claramente :  eso  se  llama  malthusianismo. 

Y  a  propósito  de  malthusianismo,  he  de  deciros  que 
cada  vez  que  oigo  en  España  censurar  eso  que  se  su- 
pone corriente  en  Francia,  de  limitar  los  nacimientos, 
contesto:  tan  malthusianos  somos  como  ellos;  peores 
aún;  ellos  limitan  los  nacimientos,  nosotros  no  limi- 
tamos las  muertes.  Son  dos  modos  de  resolver  el 
problema  :  ¿  cuál  peor  ? 

Francamente,  en  un  país  donde  ocurre  esto,  lo  que 
hace  falta  principalmente  no  es  cultura,  sino  amor; 
en  un  país  así,  la  cultura,  en  el  sentido  ordinario  de 
ilustración,  de  ciencia  y  de  saber,  no  es  lo  que  más 
se  necesita,  porque  lo  que  hace  falta  es  amor.  Vemos 
que  éste  es  un  pueblo  brutal,  de  agitaciones  salva- 
jes, pero  un  pueblo  absolutamente  helado  y  frío,  un 
país  que  a  más  de  la  falta  de  amor,  lo  que  hace  sus 
veces  toma  formas  brutales  y  primitivas.  Hablamos 
de  los  derechos  de  los  padres.  ¿Y  quién  proteje  a 
los  hijos  contra  los  padres? 

Lo  que  aquí  falta  es  amor,  amor.  Y  así  los  padres 
no  saben  rendirse  a  una  vida  de  sacrificio,  de  sacri- 
ficio de  las  generaciones,  que  son  las  que  han  de 
venir. 

Siete  hijos  me  ha  dado  Dios,  y  junto  a  ellos,  a  los 
naturales  o  de  la  carne,  tengo  por  ahí,  esparcidos  por 
España,  hijos  del  espíritu,  que  serán  los  que  digan 
lo  mejor  mío. 

Decía  el  doctor  Bejarano  que  unos  siembran  la 
piña  y  otros  recogen  los  piñones  del  árbol.  Si  tu- 
viéramos alma  de  padres  nos  sentiríamos  todos  obli- 
gados a  sembrar  piñas  de  pinos  que  no  hemos  de  ver 
crecidos,  saldríamos  todos  de  la  torre  de  marfil  del 
egoísmo.  Todo  el  que  se  sienta  espiritual  debe  esfor- 
zarse por  escalar  y  conquistar  puestos  públicos  y  des- 
de allí  abrir  cauce  al  Estado,  pues  a  éste  le  compete 
hoy  la  cura  de  almas. 


OBRAS  COMPLETAS 


693 


Y  esto  me  lleva  a  deciros  algo  del  patriotismo,  del 
patriotismo  que  sabe  servirse  del  Estado,  pero  no  su- 
cumbiendo ante  él.  Hay  que  sentir  el  patriotismo 
como  una  religión,  de  un  modo  religioso. 

Y  mientras  no  sintamos  la  virtud  del  patriotismo 
de  una  manera  religiosa,  poco  se  hará  aquí.  Háblase 
ahora  mucho  de  la  cuestión  religiosa,  llamando  así  a 
la  que  no  es  más  que  cuestión  político-eclesiástica, 
y  todos  vuelven  los  ojos  al  ejemplo  de  lo  que  ha  he- 
cho Francia.  Pero  es  menester  no  perder  de  vista  que 
en  Francia  ha  habido  una  voluntad  firme,  persistente 
y  perseverante,  representada  sobre  todo  por  una  mi- 
noría formada  en  su  mayor  y  mejor  parte  de  descen- 
dientes de  los  antiguos  hugonotes.  Es  más  el  espíritu 
de  Rousseau,  del  soñador  Rousseau,  del  ginebrino,  hijo 
espiritual  de  la  Reforma,  que  no  el  espíritu  destructor 
de  Voltaire,  el  que  ha  hecho  la  obra  última.  Y  aquí  no 
pasamos  de  volterianos. 

Junto  al  volterianismo  no  hay  apenas  sino  la  reli- 
giosidad del  negro,  que  es  tanto  más  religioso  cuanto 
más  inmoral.  Y  con  estos  elementos  no  cabe  resolver 
el  problema  religioso  en  España. 

Es  preciso  elevar  el  sentimiento  de  la  patria  hasta 
la  altura  de  un  sentimiento  religioso,  anticipación  de] 
sentimiento  de  otra  patria,  que  si  no  es  más  que  un 
sueño,  el  soñarla  es  ya  un  principio  de  vida. 

La  patria  se  fundó  aquí  más  que  en  el  amor,  en  el 
odio;  la  unidad  nacional  se  cimentó  sobre  la  unidad 
religiosa  y  así  llegaron  a  ser  cosas  consustanciales, 
trayendo  el  funesto  maridaje  del  altar  y  del  trono, 
que  si  es  dañoso  al  trono,  no  lo  es  menos  al  altar. 
Cimentamos  la  patria  en  el  odio  al  infiel,  y  aun  hoy 
mismo,  al  que  manifiesta  ciertas  ideas  religiosas  cris- 
tianas, pero  no  católicas,  se  le  estima  más  que  como 
hereje  como  anti-español,  como  vendido  al  oro  inglés. 
Cimentamos  la  patria  en  el  odio,  y  hoy,  como  no  te- 
nemos ya  infiel  contra  quien  luchar,  hemos  dado  en 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


luchar  los  unos  contra  los  otros,  y  lo  más  del  regio- 
nalismo no  se  cimenta  sino  en  odio.  Luchas  éstas  que 
más  que  politicas  son  culturales. 

Las  luchas  del  regionalismo  son,  en  efecto,  luchas 
originadas  por  discrepancias  culturales.  Regiones  y 
pueblos  de  España  que  no  pueden  convivir  con  otros, 
mientras  éstos  vivan  como  viven.  Unos  luchan  lle- 
nos de  pasión,  otros  languidecen  en  el  frío  de  la  in- 
diferencia. Preguntándole  a  un  regionalista  qué  pedía, 
hubo  de  contestar  al  que  se  lo  preguntaba:  "Que  no 
puedo  convivir  con  ustedes".  Y  al  replicar  éste:  "Va- 
mos, sí,  que  no  soporta  usted  a  los  africanos",  re- 
trucó aquél:  "¡No,  ni  a  africanos  llegan  ustedes!" 

La  falta  de  amor,  la  falta  de  amor  es  el  origen  de 
todo  mal.  Y  como  a  los  individuos,  azota  a  los  pue- 
blos, a  las  regiones.  Junto  a  comarcas  enfebreci- 
das hay  otras  en  que  las  almas  se  hielan  de  frío,  <lel 
frío  horrible  de  la  indiferencia.  Recuerdo  el  final  de 
la  oda  de  Carducci  "Sobre  el  monte  Mario",  cuando 
nos  pinta  el  fin  de  la  humanidad,  cuando  recojida 
ésta  bajo  el  Ecuador,  a  las  llamadas  del  calor  que 
huye,  no  le  queda  a  la  extenuada  prole  más  que  una 
sola  mujer,  un  solo  hombre,  que  erguidos  entre 
muertos  bosques,  entre  restos  de  montes,  lívidos,  con 
los  ojos  vidriosos,  vean  ponerse  al  sol  sobre  el  inmenso 
hielo.  Y  aquí,  en  España,  nos  morimos  de  frío  espi- 
ritual. Nada  nos  da  calor,  nada  nos  entusiasma ;  todo 
se  vuelve  a  conversación  del  momento.  Si  le  dicen  a 
uno  unas  cuantas  verdades,  contesta :  "Tiene  usted 
razón",  y  ahí  queda.  Y  así  es  imposible  fundar  .«-o- 
bre  la  patria  territorial  la  patria  del  espíritu. 

Hay  que  erigir  sobre  la  patria  del  terruño  la  ¡.a- 
tria  espiritual,  que  sea  el  comienzo  del  reino  de  Dios, 
ya  que  el  Cristo  nos  enseñó  a  pedir  día  a  día  el  ad- 
venimiento de  su  reino.  Venga  a  nos  el  tu  reino,  y 
no  "vayamos  a  tu  reino",  sino  venga  él  a  nosotros. 
Y  ese  reino  no  vendrá  si  no  lo  traemos,  pues  en  las 


OBRAS  COMPLETAS 


695 


Escrituras  mismas  se  nos  dice  que  el  cielo  pailece 
fuerza. 

Hemos  de  dirigir  a  la  juventud,  a  la  juventud  so- 
bre todo,  para  que  se  haga  pródiga  sacudiendo  toda 
avaricia  espiritual.  Adonde  quiera  que  voy  en  estas 
mis  correrías  por  España  pregunto  siempre  a  los  jó- 
venes y  a  todos  los  encuentro  amargados  por  un  dejo 
de  tristeza,  de  desaliento,  como  si  lo  soportaran  desde 
nacimiento,  como  si  llevaran  la  frente  abrumada  por 
fatiga  de  siglos,  por  la  tristeza  de  sus  abuelos.  Pa- 
rece como  si  pesara  sobre  ellos  la  muerte  de  sus  an- 
tepasados. Pregunto  a  uno :  Qué  hace  usted  ?",  y 
me  responde:  "Me  busco":  insisto:  ";En  dónde?", 
y  él:  "En  casa".  Y  entonces  yo:  "Pues  si  no  se 
busca  usted  en  medio  de  la  calle,  jamás  se  encon- 
trará". 

Cada  cual  no  es  más  que  su  propia  obra.  Yo  no 
soy  sino  mi  propia  obra ;  por  donde  voy,  voy  desha- 
ciéndome, pero  así  me  hago.  ¿Qué  importa  que  se 
borre  el  cuño  de  mi  moneda,  si  es  oro  de  ley  su  oro? 
Y,  sin  embargo,  preferimos  dar  moneda  falsa  en  que 
persista  nuestro  cuño  y  nuestra  leyenda. 

Ved  a  los  jóvenes  maldiciendo  del  pasado,  abomi- 
nando de  los  viejos,  con  notoria  injusticia  muchas 
veces,  pero  en  tanto  cortejan  al  futuro  suegro,  de 
los  faldones  de  cuya  levita  se  agarran  para  elevarse. 

*  *  * 

Y  ahora,  para  concluir,  he  de  daros  las  gracias 
por  vuestra  benevolencia  al  escuchar  esta  conversa- 
ción desgranada,  desgavillada,  este  ir  diciendo  las  co- 
sas según  de  la  grosura  del  corazón  me  brotaban,  y 
haberme  permitido  así  añadir  un  nuevo  sillar  a  la 
fábrica  de  mi  espíritu.  ¡  Quiera  Dios  que  cada  cual 
de  nosotros  encuentre  su  unidad  de  espíritu,  se  en- 


696 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cuentre  a  sí  mismo,  y  así  quepa  solidaridad  entre 
todos ! 

A  todos  las  gracias,  y  quiera  Dios  que  cuando, 
pasado  el  tiempo,  recordéis  alguna  vez  acaso  algunas 
de  mis  palabras  de  esta  noche,  puedan  ellas  sugeriros 
pensamientos  que  no  pasen  por  vuestro  espíritu  como 
viento  estéril. 

Gracias  una  vez  más,  y  quiera  Dios  que  podamos 
un  día  estrecharnos  en  unión  más  estrecha,  más 
firme,  con  más  corazón,  con  más  calor,  que  tanta 
falta  nos  está  haciendo. 

He  dicho. 

(El  texto  de  esta  conferencia,  como  el  de  las  dos 
que  siguen  procede  del  folleto  Conferencias  dadas  en 
Málaga  por  D.  Miguel  de  Unamuno,  Málaga,  Tipo- 
grafía "La  Ibérica",  1906,  32  págs.) 


CONFERENCIA  EN  EL  CIRCULO  MERCAN- 
TIL, DE  MALAGA,  EL  22  DE  AGOSTO  DE  1906. 


Después  de  dar  las  gracias,  señores,  al  señor  Pre- 
sidente de  esta  Sociedad  por  la  presentación  que  de 
mí  ha  hecho,  he  de  dirigiros  un  ruego,  cual  es  el 
que  me  permitáis  hablaros  esta  noche  sentado.  Ello 
me  recuerda  la  manera  como  de  ordinario  hablo  en 
la  labor  continua  de  mi  cátedra,  y  así  es  como  podré 
dar  reposo  a  mis  palabras.  Gusto  de  gozar  tranqui- 
lidad y  calma  en  estos  trabajos. 

Esta  es,  señores,  la  tercera  vez  que  visito  Anda- 
lucia.  Fué  la  primera  hace  ya  más  de  veinte  años, 
siendo  estudiante,  en  que  aproveché  unas  vacaciones 
de  Semana  Santa  para  ir  a  pasarlas  en  Sevilla;  de 
la  impresión  allí  entonces  recibida  guardo  muy  pocos 
y  vagos  recuerdos.  Pasados  bastantes  años,  no  hace 
aún  tres,  fué  mi  segunda  visita ;  pasé  unos  días  en 
Almería,  y  toda  la  primera  quincena  de  setiembre 
en  Granada.  Y  ahora  es  la  tercera  vez  en  que  vengo 
a  esta  región.  Y  viniendo,  como  vengo  a  ella,  de  paso, 
es  muy  difícil  ver  bien  lo  que  uno  desea  bien  ver, 
pues  apenas  ve  sino  de  un  modo  algo  forzado  lo  que 
le  enseñan.  Sin  embargo  este  conocimiento  imper- 
fecto se  completa  y  perfecciona  por  el  trato  con  per- 
sonas de  esta  región,  aunque  sus  informes  nos  equi- 
voquen muy  a  menudo. 

Si  la  idea  que  un  visitante  sé  forma  del  país  que 
visita  suele  ser  casi  siempre,  por  parcial,  equivoca- 
da, no  lo  es  menos  la  que  se  forma  el  indígena.  Su- 
cede con  los  países  lo  que  sucede  con  los  individuos. 


698 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Decía  el  famoso  humorista  norteamericano  Wendell 
Holmes  que  cuando  hablan  Tomás  y  Juan  hay  seis 
personas  en  trato  y  son :  tres  Tomases :  Tomás  según 
él  es,  el  Tomás,  Tomás  según  él,  es  el  Tomás  tal  cual 
él  se  figura  ser,  o  sea  el  Tomás  de  Tomás  y  el  Tomás 
de  Juan,  o  sea  según  Juan  le  cree ;  y  tres  Juanes,  Juan 
tal  cual  es,  el  Juan  de  Juan  y  el  Juan  de  Tomás.  Y  así 
son  los  pueblos.  Hay  el  pueblo  este  o  aquel  según  es, 
según  le  creen  los  demás  y  según  se  cree  él  a  sí  mis- 
mo. Observad  a  este  respecto  un  caso  curioso,  y  es  que 
cuanto  en  España  llamamos  portuguesadas,  llaman  los 
portugueses  Jicspanholadas,  y  es  que  cada  uno  de 
nosotros  ve  en  el  vecino  los  defectos  que  nos  son  co- 
munes. Y  del  mismo  modo  hay  maneras  de  obrar  y 
de  decir  a  que  se  llama  andaluzadas  y  que  en  rigor 
son  españoladas. 

Difícil  es  juzgar  a  un  pueblo  por  tan  rápida  ins- 
pección como  la  mía  de  éste,  pero  yo  os  debo  una 
franca  hospitalidad  y  estimo  que  la  mejor  manera  de 
pagárosla  es  deciros  lealmente  cuanto  respecto  a  este 
país  se  me  ocurre.  A  un  huésped  le  es  permitido 
mucho,  y  mucho  más  a  un  huésped  como  yo,  que 
acostumbra  tomarse  permisos  antes  que  se  los  den. 

Es  éste  un  país  que  peca  de  quejumbroso;  su  ex- 
presión es  una  continua  queja,  y  es  la  queja  de  la 
no  resistencia.  A  cualquier  observación  que  hago 
aquí  se  me  responde  casi  indefectiblemente:  "Tiene 
usted  razón;  esto  está  muy  mal";  pero  dicho  de  un 
modo  que  recuerda  la  manera  del  lipemaníaco,  que  se 
complace  en  su  dolencia.  Es  un  modo  de  decir,  como 
si  le  importara  poco  lo  mal  que  dice  estar,  o  como 
si  en  el  fondo  no  creyera  estar  tan  mal  como  dice. 

Y  esto  de  encontrarse  uno  con  la  no  resistencia  es 
lo  que  más  desbarata.  A ntó jásele  al  que  así  se  ve 
que  se  las  ha  con  seres  de  naturaleza  gelatinosa,  sin 
huesos,  y  ante  esta  no  resistencia,  desfallece. 


OBRAS    COMPLETAS  699 

Las  gentes  no  resisten,  sino  que  se  recojen  en  sí, 
se  reconcentran,  no  luchan. 

Y  observad  un  mal  que  no  es  sólo  de  aquí,  sino  de 
toda  España,  aunque  acaso  en  esta  región  se  acentúe, 
y  es  la  falta  de  personalidad.  A  cuyo  respecto  me 
conviene  aquí,  corriendo  una  vez  más  el  riesgo  de 
aparecer  paradójico,  explicaros  metafóricamente  la 
antinomia  que  establezco  entre  personalidad  e  indivi- 
dualidad y  cómo  puede  haber  un  máximo  de  ésta  con 
un  mínimo  de  aquélla.  Y  por  lo  que  hace  a  este  em- 
pleo de  la  paradoja  y  la  metáfora,  sólo  os  diré  que, 
una  y  otra,  son  los  elementos  capitales  de  la  oratoria 
evangélica. 

Hay  gentes  que  con  marcadísima  individualidad 
carecen  casi  en  absoluto  de  personalidad  propia.  Lla- 
mo individualidad  a  lo  que  podría  decirse  el  conti- 
nente, y  personalidad  al  contenido  espiritual.  Hom- 
bres hay  que  se  separan  de  los  demás  muy  fuer- 
temente, viven  como  encerrados  dentro  de  una  ostra, 
corteza  o  caparazón  recio,  pero  estando  vacíos  por 
dentro,  y  otros,  por  el  contrario,  que  no  separándose 
de  los  demás  sino  por  leve  membrana,  a  través  de  la 
cual  se  verifica  activa  osmosis  y  exósmosis,  están 
llenos  de  un  riquísimo  y  variado  contenido.  Con  fre- 
cuencia me  encuentro  con  gentes  que  me  hacen  el 
efecto  de  ánforas  de  recio  y  espeso  casco,  pero  va- 
cías, sin  carácter  alguno,  sin  personalidad.  Todas  son 
iguales. 

La  célula  vegetal,  encerrada  en  un  rígido  parén- 
quima,  con  límites  precisos,  no  puede  decirse  que  sea 
más  rica  que  la  célula  animal,  más  vaga,  más  inde- 
terminada en  sus  contornos.  Y  los  individuos  en 
España  tienen  una  constitución  de  espíritu  que  los 
acerca  más  a  la  célula  vegetal  que  no  a  la  animal, 
y  de  aquí  que  la  sociedad  que  formamos  tenga  tanto  de 
puramente  vegetativa. 

Todos  nos  quejamos  de  la  falta  de  solidaridad  so- 


700 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cial  que  nos  aqueja,  y  ella  proviene  de  esa  pobreza 
de  personalidad  y  de  esa  hipertrofia  de  la  individua- 
lidad de  continente.  La  solidaridad  brota  de  la  nece- 
sidad que  los  hombres  sienten  de  derramarse;  nos 
buscamos  más  para  darnos  de  lo  que  nos  sobra,  que 
no  para  pedir  de  lo  que  nos  hace  falta.  Y  como  aquí 
nos  sobra  tan  poco,  nos  buscamos  poco  los  unos  a  los 
otros. 

Permitidme  que  os  lo  diga  aquí,  en  un  Casino: 
la  sociabilidad  que  se  muestra  por  la  abundancia  de 
gente  en  los  casinos,  en  los  cafés,  en  las  reuniones 
callejeras,  no  es  verdadera  e  íntima  sociabilidad,  so- 
ciabilidad fecunda ;  no  es  sino  necesidad  de  roce, 
pero  no  de  compenetración.  Conoceréis  sujetos  que 
han  estado  durante  largo  tiempo  jugando  juntos  al 
tresillo,  día  por  día,  y  si  falta  uno,  apenas  si  los 
otros  le  echan  de  menos.  Y  es  que  nunca  estuvieron 
en  comunión  de  espíritu.  Y  tenéis,  en  cambio,  pue- 
blos en  que  a  pesar  de  reunirse  poco  los  hombres  a 
la  luz  del  día  se  hallan  unidos  en  espíritu  cuando  de 
alguna  labor  social  se  trata. 

Aquí  la  gente  apenas  se  asocia  si  no  para  holgar.  Y 
a  este  respecto  recuerdo  la  observación  aquella  de 
que  cuando  se  ve  aquí  reunida  gente  en  la  calle,  en 
grupo,  es  para  ver  trabajar,  no  para  trabajar.  Se  le 
volcó  a  uno  el  carro,  y  al  punto  le  rodean  curiosos 
a  ver  cómo  le  endereza,  pero  sin  que  nadie  le  eche 
una  mano.  Los  hombres  se  asocian  aquí  para  holgar. 

A  esta  flaqueza  para  la  solidaridad  activa  y  espon- 
tánea se  debe  eso  de  que  cuando  aparece  un  individuo 
de  acción  más  enérgica,  más  violenta  que  los  demás, 
le  rodeen  otros  al  punto.  Cualquier  persona  de  fuer- 
te actividad  se  hace  al  punto  núcleo  de  otras  muchas. 
Y  así  se  produce  el  caciquismo. 

Es  el  caciquismo  hoy,  sin  duda,  una  especial  for- 
ma de  asociarse  gente,  agrupándose  bajo  el  cacique, 
que  nos  recuerda  formas  de  las  sociedades  primitivas. 


OBRAS  COMPLETAS 


701 


Y  observad  que  en  esta  forma  tan  rudimentaria  de 
sociabilidad,  así  que  deja  de  existir  el  hombre-nú- 
cleo, el  sujeto  vigoroso  de  que  depende  el  grupo,  éste 
se  deshace.  Muerto  el  cacique,  la  asociación  que  for- 
mó desaparece.  Era  una  asociación  desprovista  de 
personalidad  y  pendiente  de  la  del  cacique,  que  era 
su  individualidad  colectiva. 

No  hay  verdadera  sociabilidad,  y  no  la  hay  porque 
no  se  asocian  y  compenetran  personas,  sino  indivi- 
duos. Y  en  vez  de  personalidad  tienen  los  pueblos, 
como  los  hombres,  una  máscara,  una  ficción  de  per- 
sonalidad. Y  esta  máscara  suele  con  harta  frecuencia 
ser  máscara  que  nos  imponen  los  demás,  máscara  que 
no  brota  de  nuestra  cara. 

Y  vedme  en  el  terreno  de  eso  que  se  llama  lo  pin- 
toresco de  un  pueblo,  y  que  suele  ser,  a  menudo,  des- 
graciadamente, no  algo  castizo  y  propio,  sino  pega- 
dizo y  de  prestado.  Voy  muy  poco  al  teatro,  pero 
estando,  hace  tres  años,  en  Almería,  fui  una  noche 
a  él  a  ver  un  baile  que  llamaban  baile  andaluz,  y  me 
aseguraron  que  las  bailadoras  lo  bailaban  aparisien- 
sado.  Ellas  eran  granadinas,  pero  residentes  desde 
largo  tiempo  en  París,  y  bastaba  verlas  en  la  calle 
para  comprenderlo,  y  su  baile  un  baile  andaluz  apa- 
risiensado.  Y  recordé  que  cuando  el  arte  japonés  em- 
pezó a  hacer  furor  en  Europa  vinieron  jóvenes  japo- 
neces  a  estudiar  en  París  dibujo  para  poder  apari- 
siensar  su  arte  indígena  y  quitarse  la  crudeza  cas- 
tiza. Y  vaya  una  anécdota  a  este  respecto,  y  es  la  de 
aquel  viajero  que  pidiendo  en  Suiza  el  precio  de  una 
de  esas  chucherías  que  allí  se  venden  como  objetos 
del  país,  y  encontrándolo  caro,  exclamó:  "¡Pero  si 
en  París  lo  venden  más  barato!",  a  lo  que  le  repli- 
caron: "Claro,  ¡como  que  está  allí  la  fábrica!" 

Pues  bien,  la  fábrica  de  mucho  de  lo  pintoresco 
andaluz  está  en  París  o  en  otra  parte  fuera  de  An- 
dalucía. En  esta  vuestra  tierra,  lo  sabéis  mejor  que 


702 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


yo,  hay  una  máscara  tradicional  andaluza,  un  pinto- 
resco andaluz  contra  el  cual  veo,  con  sentimiento  de 
esperanza  de  días  mejores  para  vosotros,  que  protes- 
tan aquí  muchos.  De  cuanto  se  os  cuelga  por  ahí  a 
los  andaluces,  lo  peor  es  lo  pintoresco  andaluz,  y  lo 
que  más  daño  os  hace. 

Extranjero  hay  que,  viniendo  bajo  la  impresión  de 
esa  leyenda  pintoresca,  se  lamenta  de  la  desaparición 
de  ciertas  cosas,  y  hasta  no  ha  faltado  quien  se  lla- 
mara a  engaño  porque  al  atravesar  Sierra  Morena 
no  fué  asaltado  por  un  bandido  generoso. 

Y  ahora  voy  a  contaros  un  sucedido  que  leí  no  ha 
mucho  y  referente  al  gran  poeta  y  gran  italiano  Josué 
Carducci.  Cuenta  Annie  Vivanti  que  viajando  el 
poeta  por  Suiza  se  le  acercaron  dos  alemanes,  un 
viejo  y  un  joven,  diciendo  ser  aquél  un  profesor  y 
éste  un  poeta.  Saludáronle,  y  el  joven  le  dijo  que 
como  en  Alemania  todos  son  poetas  y  él  era  un  gran 
alemán,  era,  por  tanto,  un  gran  poeta,  aunque  en  su 
vida  hubiese  escrito  un  verso,  sino  que  vivía  de  la 
poesía,  y  que  al  entrar  en  Italia  su  primera  estrofa 
quería  fuese  entrar  con  la  mano  en  la  mano  de  Car- 
ducci. Accedió  éste  y  les  dió  lugar  en  su  coche.  Se- 
gún iban  en  él,  el  joven  alemán  recitaba  a  Carducci 
una  traducción  alemana  de  los  sonetos  del  ira, 
mientras  el  poeta  llevaba  con  la  mano  el  compás. 
Atravesaron  la  frontera,  dieron  vista  a  Italia,  y  al 
punto  se  presentaron  al  lado  del  coche  en  la  carre- 
tera unos  mozalbetes  andrajosos  y  descalzos  pidiendo 
limosna,  y  luego  un  hombre.  Los  alemanes  les  echa- 
ron un  puñado  de  perras,  y  al  ver  a  los  chiquillos  y 
al  hombre  echarse  sobre  ellas  y  luchar  entre  el  polvo 
por  arrebatarlas,  exclamaron  aquéllos:  "¡Qué  pri- 
mitivo y  pintoresco  es  esto!"  No  bien  lo  oyó  Car- 
ducci, se  puso  de  pie,  rojo  de  indignación,  y  gritó 
al  cochero:  "¡Para!"  Paró  el  coche,  y  el  gran  poeta 
exclamó,  dirigiéndose  a  los  extranjeros  y  señalán- 


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doles  la  carretera:  "¡Abajo!"  Bajaron,  no  sin  que 
el  joven,  con  los  ojos  mojados,  besara  la  mano  de 
Carducci,  para  decir  al  cochero  en  seguida:  "¡Ade- 
lante!" Aquí  tenéis  uno  de  los  más  hermosos  poe- 
mas de  Carducci,  que  tan  hermosos  los  ha  escrito. 

Esa  santa  y  noble  indignación  patriótica  quisiera 
yo  que  tuvieseis  en  casos  parecidos,  ante  la  exhibición 
de  vergonzosas  escenas  pintorescas.  Y  cuando  algún 
extranjero  aburrido  venga  buscando  una  juerga  más 
o  menos  pintoresca  y  gitana,  y  se  la  preparen,  haya 
quienes  tengan  el  valor  de  gritar:  ¡  Fuera!,  y  le  pon- 
gan en  la  carretera. 

Es  realmente  vergonzoso  que  se  llegue  hasta  el 
extremo  de  hacer  ostentación  de  miserias  materiales 
y  morales.  Fíngese  unas  veces  una  alegría  de  que  se 
carece ;  se  finge  otras  una  tristeza  que  tampoco  existe 
Tristeza  y  alegría  parecen  teatrales,  de  comedia,  pin- 
torescas. Y  así,  unas  veces  se  nos  habla  de  la  alegría 
andaluza  y  otras  de  la  tristeza  andaluza,  y  se  hace  la 
leyenda  de  la  una  y  la  de  la  otra. 

No  sé  si  este  pueblo  es  alegre  o  triste :  sospecho, 
más  bien,  que  está  por  debajo  de  la  diferencia  entre 
alegría  y  tristeza,  amodorrado  en  un  estado  de  indi- 
ferencia emocional.  Y  por  lo  menos  dudo  mucho  de 
que  llegue  a  aquellas  regiones  del  espíritu  de  donde 
brota  la  fuente  de  las  hondas  y  duraderas  emociones. 
Allí  la  alegría  se  funde  con  la  tristeza. 

Los  placeres  más  elevados,  que  son  a  la  vez  los 
más  baratos,  sólo  se  conquistan  al  precio  de  inquie- 
tudes constantes  y  profundas,  inquietudes  que  no  es 
posible  mantener  abiertas  y  fecundas  viviendo  de- 
masiado en  la  calle  o  en  sitios  como  este,  en  que  los 
hombres  se  rozan  sin  compenetrarse  y  se  rozan  a 
menudo  en  roce  harto  violento. 

A  falta  de  esas  inquietudes  supremas,  de  origen  re- 
ligioso sobre  todo,  es  difícil  que  un  país  cualquiera 
llegue  a  cobrar  carácter  propio. 


704 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  no  acabo  de  explicarme  cómo  han  muerto  aquí 
inquietudes  tan  vigorosas,  tan  robustas,  tan  honda- 
mente castizas,  como  eran  las  preocupaciones  de  Sé- 
neca, pongo  por  caso,  austero  espíritu  que  nació  y 
se  crió  cerca  de  aquí,  en  esta  región,  o  las  de  algunos 
otros  pasados  ingenios  andaluces  inquietados  por  las 
más  altas  y  más  profundas  preocupaciones  que  pue- 
den alcanzar  al  hombre.  ¿  Qué  ha  pasado  para  haberse 
secado  aquella  fuente  de  espiritualidad  andaluza? 

Sin  duda  es  que  la  imaginación  ha  perdido  aliento 
y  se  ha  disipado.  A  falta  de  trigo  que  moler  se  ha 
molido  a  sí  misma,  disgregándose  y  gastándose. 

Ha  decaído  la  imaginación,  y  tan  decaída  está,  que 
se  limita  a  producir  lo  más  rudimentario,  lo  más  tos- 
co, lo  más  pobre  del  ingenio:  el  chiste.  Y  el  chiste 
en  su  forma  más  miserable,  disgregado,  fragmenta- 
rio. Observad  que  se  escribe  un  saínete  para  colocar 
en  él  cuatro  o  cinco  chistes  trabajosamente  recojidos, 
y  no  que  ellos  broten  naturalmente  del  contexto.  No 
es  algo  fluido,  orgánico.  Y  así  se  llega  a  una  apa- 
riencia de  imaginación,  a  que  circulen  unos  cuantos 
tópicos  de  ingenio,  unas  cuantas  metáforas,  que  ma- 
nejan los  que  son  incapaces  de  parir  uno  nuevo  acre- 
centando el  caudal  común. 

Y  a  esta  pobreza  imaginativa,  hija  de  pobreza  emo- 
cional, hay  que  atribuir  esa  tendencia  a  evitarse  lo 
que  llamamos  quebraderos  de  cabeza,  a  delegar  en  las 
cosas  del  espíritu. 

Uno  de  los  principios  cardinales  de  la  vida  es- 
piritual del  español  es  el  de  delegar:  no  quiere  to- 
marse el  trabajo  de  pensar  por  sí.  Me  contaba  un 
amigo  que  dió  en  un  tiempo  en  estudiar  medicina 
persiguiendo  el  conocimiento  de  sus  propias  dolencias, 
y  como  empezara  a  hacerse  aprensivo  imaginándose 
padecer  la  enfermedad  cuya  descripción  acababa  de 
leer,  se  dijo:  "Dejémoslo:  no  me  importa  saber  si 
tengo  hígado  o  pulmones  y  para  qué  sirven;  ahí  está 


OBRAS  COMPLETAS 


705 


el  médico,  cuyo  oficio  es  curarme;  si  me  siento  malo, 
le  llamo,  y  él  verá  lo  que  tengo,  y  si  me  mata,  por  su 
cuenta.  Y  esto  que  digo  del  médico  — añadía — ,  lo 
digo  del  cura ;  no  quiero  quebrarme  la  cabeza  estu- 
diando cosas  de  religión;  ahí  está  el  cura,  a  quien 
le  pagamos  para  que  las  estudie,  y  si  nos  engaña,  allá 
por  su  cuenta". 

Y  este  triste  principio  de  la  delegación  lo  llevamos 
a  las  cosas  más  vitales,  a  las  más  hondas,  a  las  que 
afectan  al  fondo  permanente  de  la  vida.  Desconsuela 
el  ver  cómo  las  gentes  se  sacuden  de  averiguar  o 
conocer  ciertas  cuestiones,  dejándoselas  a  otro.  Y  esto 
lo  hacen  los  que  pasan  por  sensatos. 

Pasan  por  sensatos  y  se  pasan  de  sensatos.  Y  aquí 
tenéis  abundantes  ejemplos  de  ello.  Cuando  oigo  de- 
cir que  por  acá  abundan  los  hombres  informales,  re- 
plico que  no  es  así,  sino  que  abundan  los  hombres 
infundamentales,  pero  formales,  muy  formales.  Cul- 
tivan las  formas,  si  bien  lijeras  y  exteriores,  pero 
viven  sin  cuidarse  de  las  cuestiones  eternas,  sin  in- 
quirirlas por  propia  cuenta,  delegándolas.  Desacos- 
tumbrados a  pensar  por  sí  mismos,  se  sienten  mo- 
lestados cuando  se  les  hurga  el  adormecido  pensa- 
miento y  se  escandalizan  cuando  se  les  rompe  el 
rutinario  hilo  de  él.  Estiman  extravagancia  cuanto 
rompe  sus  inveterados  hábitos  de  pensar  y  lo  que  más 
les  sorprende  es  oír  negar  algo,  valga  ello  lo  que 
valiere,  que  nunca  oyeron  negar,  oír  por  primera 
vez  negar  lo  que  siempre  tuvieron  por  inconcuso. 

Hablando  con  personas  de  firmes  y  arraigadas  con- 
vicciones ortodoxas,  y  combatiendo,  con  respeto,  por 
supuesto,  esas  sus  convicciones,  les  he  notado  recibir 
serenamente  mis  negaciones  y  no  escandalizarse  de 
ellas.  Si  se  les  niega  la  existencia  de  Dios,  o  se  sos- 
tiene cualquier  otra  tesis  que  según  ellos  ataca  a  los 
I  fundamentos  de  sociedad,  la  rechazan,  sí,  pero  la 
i  oyen  con  relativa  calma,  porque  la  han  oído  ya  otras 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


veces  y  no  les  suena  a  novedad.  Pero  decidles  cual- 
quier cosa  que  no  tenga  alcance  alguno,  pero  que  im- 
plique la  negación  de  algo,  de  algo  secundario  e  in- 
diferente para  la  vida  moral  y  religiosa,  que  no  han 
oído  negar  nunca,  y  se  os  exaltan.  Y  así  resulta  que 
el  pluscuamperfecto  o  el  pronombre  relativo  son  más 
sagrados  que  los  que  pasan  por  los  más  sagrados 
dogmas. 

Y  esa  ociosidad  de  la  imaginación,  luego  que  el 
hombre  ha  delegado  el  inquirir  las  cosas  más  vita- 
les, esa  ociosidad  se  llena  entregándose  el  sujeto  a 
ocupaciones  realmente  ociosas.  Una  de  ellas  es  la 
erudición,  que  no  nmy  lejos  de  aquí  florece:  cuando 
consiste  en  coleccionar  relatos  de  sucesos  pasados, 
bien  etiquetados  con  sus  fechas,  para  luego  no  sacar 
del  conocimiento  de  esos  sucesos  nada  que  se  refiera 
al  espíritu.  Es  un  modo  de  matar  el  tiempo. 

Conozco  en  un  círculo  un  grupo  de  personas  que 
se  pasan  seis  meses  del  año  hablando  de  la  corrida 
de  ferias  pasadas,  y  los  otros  seis  de  la  corrida  que 
está  por  venir.  No  me  parece  lo  peor  el  que  haya 
aficionados  a  los  toros ;  lo  peor  es  que  se  pasen  lo 
mejor  de  la  vida  hablando  de  ellos.  Y  notad  cómo 
cuando  con  tanta  frecuencia  se  predica  desde  el  pul- 
pito contra  el  teatro  y  la  novela,  no  se  predica  casi 
nunca  contra  los  toros,  si  es  que  no  los  disculpan.  Y 
he  observado  que  en  mi  país,  por  lo  menos,  todos  esos 
a  quien  llamamos  de  ordinario  reaccionarios  suelen 
ser  aficionados  a  los  toros.  Y  preguntando  yo  en  cier- 
ta ocasión  a  cierto  sujeto  en  qué  consistía  eso  de  que 
los  curas  no  predicasen  contra  los  toros,  me  contes- 
tó: "Mientras  las  gentes  se  entretengan  en  hablar  de 
toros,  no  hablarán  de  otras  cosas  peores :  más  vale 
que  vayan  a  la  plaza  que  no  a  la  taberna  a  discutir 
de  política  o  de  religión."  Y  vi  claro  que  se  trata  de 
distraer  su  mentalidad  de  lo  que  más  debiera  ocu- 
parla. 


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707 


Una  horrenda  superficialidad  distingue  a  casi  to- 
das nuestras  conversaciones  diarias.  Piérdese  el  tiem- 
po en  hablar  de  las  cosas  más  fútiles,  alargando  te- 
mas insustanciales.  Diríase  que  los  espíritus  que  así 
se  apacientan  son  espíritus  de  una  lamentable  simpli- 
cidad, especie  de  organismos  rudimentarios. 

Y  estos  espíritus  rudimentarios,  simples,  suelen 
tener  estallidos  de  violencia  deplorable.  A  falta  de 
personalidad  tienen  una  recia  y  espesa  individuali- 
dad, una  costra  dura  y  gruesa,  y  cuando  ésta  se  les 
rompe,  son  de  temer.  Su  sentimiento  del  amor  propio 
es  devastador. 

Y  ese  sentimiento  de  amor  propio  en  los  espíritus 
rudimentarios  por  dejación  de  labor  íntima,  por  de- 
legación de  hondas  inquietudes,  ese  sentimiento  del 
amor  propio,  en  los  espíritus  que  embotaron  su  ima- 
ginación, suele  exteriorizarse  en  el  sentimiento  de  la 
virilidad  en  su  forma  más  brutal  y  más  tosca,  en  su 
forma  sexual.  Figúranse  que  un  hombre  es  tanto 
más  hombre  cuanto  más  sexualmente  lo  es,  y  esto  les 
lleva  al  matonismo,  contra  el  cual  nunca  habrá  pala- 
bras bastantes  de  execración  ni  forma  alguna  de  de- 
fensa social  que  sea  demasiado  violenta. 

Es  realmente  triste  lo  que  al  respecto  pasa.  Es  el 
índice  de  la  cultura  o  incultura  de  un  pueblo.  No 
puede  llamarse  país  culto  y  libre  a  aquel  en  que  los 
ciudadanos  andan  de  ordinario  armados :  en  ningún 
país  libre  llevan  las  personas  decentes  armas  a  cues- 
tas. 

Y  hay  otra  cara  tristísima  en  este  aspecto  de  in- 
cultura social,  cual  es  el  de  que  las  gentes  que  viven 
en  el  estado  de  rudeza  primitiva  que  ella  revela  sue- 
len ser  gentes  más  serviles,  de  las  que  más  llevan  en 
la  boca  el  eterno  "mi  amo",  de  las  .,ne  más  toleran 
ataques  a  la  dignidad  humana,  gentes  con  alma  de 
tirano  y  a  la  vez  de  esclavo,  pues  de  la  misma  masa 
se  forjaron  uno  y  otro. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  con  el  concepto  del  valor  que  ese  sentimiento  de 
la  virilidad  puramente  sexual  lleva  consigo,  se  une  y 
compadece  una  de  las  más  lamentables  cobardías:  el 
miedo  al  ridículo.  Donde  más  se  cultiva  el  valor  ani- 
mal es  donde  más  falta  el  otro,  el  espiritual.  Y  no  lo 
digo  por  esta  región  tan  sólo:  me  refiero  a  España 
toda.  Pocas  cosas  nos  paralizan  más  en  España  que 
el  temor  de  dar  la  cara ;  pocas  cosas  se  temen  más  que 
afrontar  el  ridículo.  Por  temor  a  caer  en  ridiculez, 
muchos  nobles  espíritus  se  sumen  en  la  impotencia. 

Es  el  temor  al  ridículo  el  que  corrobora  y  acre- 
cienta el  hábito  de  delegar,  y  no  falta  quien  lo  hace 
sin  darse  de  ello  cuenta.  Mientras  se  oiga  lo  de:  "Sí, 
eso  hay  que  hacerlo,  pero  ¿por  qué  lo  he  de  hacer 
yo?",  no  habremos  adelantado  un  paso;  es  menester 
que  se  diga:  "Eso  hay  que  hacerlo,  ¿por  qué  no  he 
de  ser  yo  quien  lo  haga?"  El  paso  del  sentimiento 
que  implica  la  primera  preposición  al  paso  que  im- 
plica la  segunda,  es  el  paso  más  decisivo  en  la  vía 
del  progreso  espiritual. 

La  moral,  os  lo  decía  la  otra  noche  y  quiero  repe- 
tirlo ahora,  la  moral  en  los  pueblos  decaídos  tiene 
que  ser  agresiva.  El  que  sólo  da  lo  que  se  le  pide,  o 
el  que  se  limita  estrictamente  a  eso  que  llamamos  cum- 
plir con  su  deber,  apenas  puede  decir  que  gana  justa- 
mente el  pan  que  come. 

Vedlo  en  nosotros  mismos,  los  catedráticos.  No 
concuerdo  con  aquellos  de  mis  compañeros  que  dicen 
que  estamos  mal  retribuidos.  Para  lo  que  hacemos 
hay  que  confesar  que  se  nos  retribuye  bastante  bien. 
Más  derecho  que  nosotros  de  lo  mal  retribuidos,  tie- 
nen los  demás  ciudadanos  a  quejarse  de  nosotros,  de 
S.  M.  el  catedrático,  que  despacha  con  una  hora  do 
clase  al  día,  y  esto  cuando  no  hay  vacaciones,  que  es 
casi  la  mitad  de  los  días,  que  no  tiene  de  hecho 
a  nadie  sobre  sí,  que  hace  lo  que  se  le  antoja.  Si  yo 
me  limitase  a  lo  que  se  llama  cumplir  con  mi  puesto 


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y  mi  carolo,  no  creería  ganar  el  pan  que  el  Estado 
me  da.  Sólo  dando  uno  más  de  lo  que  se  le  pide 
tiene  derecho  a  pedir  más  de  lo  que  se  le  da. 

Pero  sucede  que  los  buenos,  los  que  pasan  por  ta- 
les, se  meten  en  su  casa  y  dejan  libre  el  campo  a  los' 
otros.  Y  es  menester  tomar  en  cuenta  que,  como  de- 
cía Platón,  cuando  en  una  sociedad  los  buenos  se 
mantienen  retirados  en  sus  casas,  es  con  toda  justi- 
cia que  gobiernan  los  peores.  El  hombre  de  posición 
elevada  que  no  vive  más  que  en  el  sosiego  domés- 
tico, el  verdadero  neutro,  no  tiene  derecho  alguno 
a  quejarse.  Sólo  han  podido  hacerse  fuertes  aque- 
llos países  en  que  las  clases  que  llamamos  dirigentes 
han  sentido  su  responsabilidad  social.  Pero  aquí  no 
sucede  así :  los  que  llamamos  buenos  y  honrados  son 
cobardes,  y  el  cobarde  no  es  bueno,  sino  peor  que  el 
malo.  Si  son  malos  los  que  nos  dirigen  lo  son  por  la 
lamentable  y  vergonzosa  complacencia  de  los  que  se 
llaman  buenos,  y  las  relaciones  entre  unos  y  otros  son 
de  tal  índole  que  convierten  a  nuestra  sociedad  en  algo 
así  como  una  moza  del  partido.  Se  oye  a  todos  decir 
horrores  de  un  sujeto  cuyas  dañinas  fechorías  se  co- 
mentan ;  y  todo  el  mundo,  sin  embargo,  le  da  la  mano. 

Y  este  tristísimo  estado  de  cosas  persistirá  mien- 
tras sigan  nuestras  gentes  distraídas  en  esa  especie 
de  ociosidad  espiritual  en  que  se  adormecen,  en  esa 
mortal  indiferencia  bajo  la  que  se  forma  im  estado 
social  verdaderamente  amenazador. 

De  cuando  en  cuando  se  habla  del  carácter  de  pa- 
vorosidad  que  va  tomando  la  cuestión  llamada  so- 
1  cial  en  esta  o  la  otra  región  española  y  de  las  terri- 
1  bles  consecuencias  de  instituciones  como  la  de  los 
grandes  latifundios  y  las  grandes  fortunas  acumula- 
Idas  en  manos  de  personas  que  no  se  interesan,  ni 

I'poco  ni  mucho,  por  el  bien  general  del  país,  y  acaso 
esto  que  parece  un  mal  llegue  a  ser  un  día  la  verda- 
dera esperanza  de  salvación  para  nuestro  pueblo. 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


Vivimos  en  una  estepa  que  ha  estado  siglos 
enteros  abandonada,  yerma,  mirando  al  cielo,  y  no 
hay  que  esperar  sino  de  un  terremoto,  de  una  con- 
moción violenta  de  sus  entrañas,  a  cuyo  favor  se 
agriete,  se  alumbren  fuentes  y  pueda  así  culirirse  oí; 
follaje  el  páramo.  Necesitamos  un  terremoto  que  sa- 
cuda toda  nuestra  máquina  social  y  derribe  lo  podrido 
y  débil,  llevándose  de  paso  lo  más  de  lo  pintoresco,  y 
ponga  al  descubierto  las  entrañas  del  pueblo. 

Yo  no  sé  si  aquí,  en  esta  tierra,  podría  arraigar 
un  movimiento  de  veras  regionalista.  Aquí  son  pocos, 
muy  pocos,  los  regionalistas :  los  andaluces  tienen  por 
lo  comiin  a  gala  el  no  serlo,  y  ello  es  un  mal.  Acaso 
le  sea  a  esta  región  más  difícil  que  a  otras  el  lograr 
plena  conciencia  de  su  personalidad,  y  es  una  desgra- 
cia, pues  no  la  logrará  España  toda  mientras  no  lo 
logren  cada  una  de  sus  regiones  componentes. 

Acaso  es  Andalucía  una  de  las  regiones  que  más 
necesita  cobrar  conciencia  de  su  propia  y  castiza  per- 
sonalidad, sacudiendo  la  máscara,  más  o  menos  pin- 
toresca, que  la  han  impuesto.  Sólo  cuando  un  pueblo 
se  ha  descubierto  a  sí  mismo  es  cuando  puede  decir 
que  constituye  una  nacionalidad.  Aquí  habéis  tenido 
hombres  políticos  de  gran  fama  y  nombre  en  Es- 
paña; acaso  sean  esta  región,  con  Galicia,  las  dos 
que  en  cierto  período  han  dado  más  hombres  a  la 
gobernación  pública.  Y  ¿dónde  se  ve  aquí  el  fruto 
de  ello?,  ¿qué  ha  ganado  vuestra  personalidad  colec- 
tiva con  la  exaltación  de  esas  personalidades  indivi- 
duales ? 

No  sé  — y  llego  a  un  punto  que  me  gusta  tocar  casi 
siempre  que  hablo — ,  no  sé  si  podrá  esperarse  algo 
de  la  llamada  juventud  intelectual.  Donde  quiera  que 
voy  se  me  presentan  cuatro,  cinco,  seis,  quince  o  vein- 
te muchachos  que  se  me  dice  pertenecen  a  la  juven- 
tud intelectual,  e  inmediatamente  traduzco  que  se  tra- 
ta de  jóvenes  literatos,  porque  aquí  parece  que  no 


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hay  más  intelectualidad  que  la  literaria.  Es  cosa  real- 
mente curiosa :  y  no  sé  si  se  deba  a  que  los  que  dedi- 
can su  inteligencia  a  otros  estudios  que  no  sean 
literarios,  se  exhiben  menos,  mas  es  el  caso  que  en 
España  parece  como  si  la  intelectualidn^xl  se  redujera 
a  lo  literario.  Y  os  lo  digo  yo,  quo  soy  ante  todo  un 
literato,  ¡lero  ciue  lamento  como  el  que  más  el  mal 
del  literatismo.  Es  difícil  encontrar  en  España,  en 
algunas  de  sus  regiones  sobre  todo,  muchacho  de 
veinticuatro  años  que  se  tenga  por  intelectual  y  que 
no  tenga  su  librito  de  coplas  publicado  o  por  publi- 
car. Y  así  la  verdadera  actividad  se  desgasta  inútil- 
mente. 

Lleva,  además,  esta  manera  de  ser  de  nuestra  ju- 
ventud un  grave  mal  consigo,  y  es  que  los  sujetos 
literalizados  acaban  por  vivir  una  vida  de  teatro,  ex- 
hibiéndose a  si  mismos,  no  escribiendo  lo  que  piensan 
y  sienten,  sino  pensando  y  sintiendo  para  escribir, 
perdiendo  el  pudor  y  el  secreto  de  la  vida  privada. 
Mala  es  la  hipocresía,  muy  mala,  pero  no  es  mejor 
el  hacer  de  la  propia  vida  exhibición  artística.  El 
alma  debe  llevarse  desnuda,  pero  no  abierta  en  canal. 
El  que  no  guarda  su  secreto,  secreto  que  le  perfu- 
mará el  alma,  difícilmente  puede  conservar  incólume 
el  núcleo  de  la  personalidad. 

Con  frecuencia,  también,  oigo  a  jóvenes  que  se 
dedican  a  las  letras  quejarse  o  mofarse  de  los  mer- 
cachifles entre  quienes  tienen  que  vivir,  lamentarse 
de  que  en  el  pueblo  en  que  viven  no  se  piense  más 
que  en  el  negocio,  como  si  en  el  negocio  no  pudiera 
ponerse  tanta  poesía  como  en  una  epopeya  o  en  un 
drama.  Lo  que  conviene  ver  es  la  forma  en  que  se 
emplea  la  actividad  espiritual  y  no  el  fin  a  que  se 
dirija.  Lo  malo  en  los  que  se  dedican  a  eso  que  lla- 
mamos negocios  es  la  manera  como  se  dedican  a 
ellos  y  su  falta  de  idealidad. 

Se  cuenta  de  un  famoso  zapatero  y  místico  alemán 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


una  respuesta  llena  de  espíritu.  Y  no  os  sorprenda 
que  se  dedicara  al  misticismo,  y  por  cierto  con  gran- 
dísima profundidad  de  pensamiento,  un  zapatero, 
pues  acaso  el  vivir  del  trabajo  de  sus  manos  le  favo- 
recía para  ello  impidiéndole  hacer  profesión  de  sus 
especulaciones,  como  Espinosa  ganándose  su  pan  pu- 
liendo lentes,  no  tuvo  que  hacer  de  su  filosofía  oficio. 
Preguntaba,  pues,  un  sujeto  a  nuestro  zapatero  cómo 
habría  de  rezar,  y  le  preguntó  éste :  "¿  Tú  que  eres  ?". 
"Carpintero",  respondió  el  otro,  y  entonces  el  zapa- 
tero: "Pues  bien,  tu  manera  mejor  de  rezar  debe 
ser  hacer  bien  las  mesas,  poniendo  la  mira  no  en  la 
ganancia  que  de  hacerlas  saques,  sino  en  hacerlas  de 
tal  modo  que,  evitando  molestias  a  los  que  las  hayan 
de  usar,  les  impidan  ponerse  en  ocasiones  de  ofender  a 
Dios.  Y  tal  es  la  manera  de  cómo  yo  debo  hacer 
los  zapatos  — proseguía — ,  de  modo  que,  no  hiriendo 
los  pies  de  los  que  los  usen,  no  les  distraigan,  ni  les 
muevan  a  impaciencia".  Y  así  os  digo  yo  ahora :  en 
todo  trabajo  y  todo  negocio  cabe  hacerlo  a  la  mayor 
gloria  de  Dios,  ¡puesta  la  mira  en  su  alcance  social! 

Y  cotejad  con  este  ideal  lo  que  de  hecho  ocurre 
y  lo  que  ocurre  en  cosas  que  parecen  llevar  en  sí 
cierta  idealidad  mayor  que  otras.  Se  le  encarga  a  uno 
enseñar  latín  o  física,  inquiere  lo  que  van  a  darle 
por  ello,  y,  según  esto,  enseña  un  latín  o  una  física  de 
tres,  de  cuatro  o  de  cinco  mil  pesetas.  Y  rara  vez  se 
pregunta  cuál  será  el  valor  de  la  enseñanza  para  la 
vida  del  alumno. 

Cuando  nos  acusamos  los  españoles  a  nosotros  mis- 
mos de  falta  de  eso  que  se  llama  sentido  práctico  digo 
siempre  que  es  idealidad,  que  es  espíritu  lo  que  nos 
falta.  Donde  hay  más  idealidad,  más  desinterés,  es 
donde  más  se  desarrolla  la  vida  del  negocio.  Dedí- 
canse  las  gentes  a  éste  tomándolo,  con  más  o  menos 
conciencia  de  ello,  como  medio  para  hacer  vida  más 
intensa  y  más  profunda.  Y,  en  cambio,  donde  se  lleva 


OBRAS  COMPLETAS 


713 


a  la  vida  de  los  negocios  mezquindad  de  espíritu  y 
egoísmo  el  negocio  mismo  languidece. 

Donde  se  tiende  a  la  vida  intensa  de  inquietudes 
hondas,  de  idealismo,  se  enriquece  la  personalidad, 
tanto  la  de  los  individuos  como  la  de  los  pueblos.  Y 
adquieren  personalidad  tomándola  de  todo  lo  que  les 
rodea,  y  se  hacen,  por  trabajo,  profundamente  origi- 
nales. 

Y  es  que  respecto  a  esto  de  la  originalidad  corren 
las  más  equivocadas  doctrinas.  La  originalidad  se 
conquista  imitando.  En  el  orden  de  la  literatura,  los 
espíritus  que  pasan  por  más  originales  han  sido  los 
mayores  plagiarios.  No  es  un  pensamiento  de  quien 
primero  lo  parió,  sino  de  quien  acertó  a  colocarlo  en 
el  lugar  para  él  más  adecuado,  en  el  que  le  daba  más 
realce  y  vida,  como  un  hijo  es  hijo  de  quien  lo 
crió  más  que  de  quien  lo  engendrara.  Y  esto  que|  pasa 
con  la  originalidad  en  los  individuos  pasa  en  los  pue- 
blos. No  son  más  originales  los  pueblos  que  sostienen 
obstinadamente  un  pintoresco,  a  menudo  de  máscara, 
sino  aquellos  otros  que  por  la  imitación  de  lo  bueno 
que  hacen  otros  pueblos  buscan  las  raíces  de  su  alma 
colectiva.  Son  más  originales  los  pueblos  que  más 
se  abren  a  las  influencias  extranjeras,  sin  llegar 
por  eso  al  servilismo  de  abdicar  desde  luego  de  lo 
propio. 

Cuando  se  habla  de  la  europeización  de  España, 
pienso  siempre  que  es  ella  el  mejor  camino  para  es- 
pañolizarnos, para  descubrir  lo  nuestro  propio  per- 
manente, quebrantando  máscaras  y  postizos  que 
una  imperfecta  europeización  de  pasados  siglos  nos  ha 
impuesto.  Y  llego  a  creer  que  no  debemos  tampoco 
molestarnos  de  que  se  diga  que  el  Africa  empieza  en 
los  Pirineos,  pues  el  espíritu  africano,  el  que  culmi- 
nó en  el  ardiente  Agustín  de  Hipona,  es  algo  gran- 
de y  fecundo.  Y  quién  sabe  si  nos  están  reservados 


714 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


destinos  en  Africa,  y  entre  ellos  el  de  despertar  las 
entrañas  del  alma  africana. 

Para  toda  esta  labor,  que  sólo  a  grandes  rasgos, 
un  tanto  desmadejadamente  y  sin  mucha  ilación  os 
expongo,  nos  serán  precisos  dolorosos  cortes  en  el 
cuerpo  social. 

Y  ya  que  hablo  de  cortes,  caigo  en  la  cuenta  de 
que  debo  dar  un  corte  ya  a  esta  conversación  suelta, 
que  no  otra  cosa  es.  Debería  acaso  acabar  como 
acaban  ciertas  piezas  de  música,  con  unos  ruidosos 
compases  a  son  de  bombo  y  platillos,  o  con  cierto 
tono  que  quiere  decir  "ahora  acabo",  como  sucede 
en  los  sermones,  cuando  las  beatas  que  estaban  sen- 
tadas se  nos  ponen  en  el  suelo  de  rodillas,  si  es  que 
no  quiei-en  decirle  al  predicador,  al  ponerse  así: 
"¡  Acabe  usted  ya  !" 

Siento  que  debo  terminar  y  debo  terminar  cortan- 
do esta  conferencia  como  se  corta  una  conversación 
con  amigo  a  quien  veremos  mañana ;  de  pronto.  Así 
termino,  esperando  que  algún  día,  más  tarde  o  más 
temprano,  vuelva  a  verme  entre  vosotros,  que  con 
tan  noble  hospitalidad  me  habéis  recibido. 

(Texto  publicado  cu  el  folleto  Conferencias  dadas 
en  Málaga  por  Miguel  de  Unamuno,  Málaga,  "La 
Ibcrica'\  190S,  p.  13-21.) 


CONFERENCIA  EN  LA  SOCIEDAD  DE  CIEN- 
CIAS, DE  MALAGA,  EL  23  DE  AGOSTO  DE 
1906 


Señoras  y  señores : 

Es  ésta  la  segunda  vez  (1)  que  dirijo  mi  palabra  a 
un  público  de  Málaga  y  aún  me  faltan  otras  dos  veces. 
Con  estas  mis  conferencias  corro,  sin  duda,  un  riesgo 
cual  es  el  de  acabar  por  convertirme  en  un  profesio- 
nal de  la  palabra,  con  todos  los  peligros  que  toda 
profesión  entraña.  Pues  una  profesión,  en  efecto,  sue- 
le matar  la  vocación,  haciendo  que  se  convierta  en 
carrera  lo  que  debió  ser  sacerdocio.  Y  sacerdocio  debe 
ser  toda  profesión,  absolutamente  toda,  en  la  vida. 

Ved  uno  de  los  mayores  males  que  afligen  al  ma- 
gisterio público,  y  puedo  decirlo  yo,  que  pertenezco 
a  él,  sea  en  el  grado  que  fuere,  ya  que  esto  del  grado 
en  nada  cambia  la  esencia  de  la  función. 

Hay  que  confesar,  en  efecto,  que  con  sobrada  fre- 
cuencia pensamos  más  en  el  aspecto  de  carrera  que 
nuestra  función  magistral  tiene  que  no  en  su  aspecto 
de  sacerdocio  de  la  cultura,  y  puedo  aseguraros  que 
conozco  a  no  pocos  compañeros  que  estudian  el  esca- 
lafón del  cuerpo  con  más  ahinco  y  aplicación  que  no 
los  tratados  de  la  disciplina  científica  o  literaria  que 
profesan.  Hay  verdaderos  filósofos  del  escalafón. 

Dícese,  y  yo  lo  he  oido  cien  veces,  que  si  se  nos 
mejorase  el  sueldo,  mejoraríamos  en  aplicación  e  in- 

1  Aunque  reproduzco  estas  tres  conferencias  de  Málaga  en  el 
orden  en  que  se  publicaron  en  el  folleto  antes  citado,  lo  que  el 
autor  dice  al  comenzar  ésta  permite  suponer  que  fuese  la  segunda 
que  allí  dió. 


716 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


teres;  yo  lo  dudo  mucho,  y  creo  más  bien  que  segui- 
ríamos lo  mismo. 

El  mal  anejo  a  toda  profesión  de  que  uno  la  abra- 
ce, no  por  amor  a  ella  o  especial  aptitud,  sino  como 
un  mejor  o  más  cómodo  medio  de  vida,  no  es  mal 
ajeno  a  la  profesión  del  magisterio,  sino  que  más 
bien  toma  especiales  caracteres  en  ella. 

Durante  mucho  tiempo,  lo  sabéis  bien,  han  ingre- 
sado en  las  Normales  gran  parte  de  los  inválidos  de 
cuerpo  y  de  espíritu:  los  cojos,  mancos,  lisiados  e 
inútiles,  en  general,  para  las  faenas  del  campo  o  para 
un  oficio  manual,  y  los  fugados  de  seminario  o  que 
no  pudieron  concluir  otra  carrera  o  buscaban  una 
que  se  concluyese  pronto. 

Y  una  vez  dentro  de  las  Normales,  ¿cómo  se  com- 
batía ese  funesto  precedente?  Lo  corroboraban  más 
bien  con  una  lamentable  enseñanza  que  se  simboliza 
y  resume  en  eso  que  han  dado  en  llamar  pedagogía, 
tal  cual  aquí,  en  España,  por  lo  menos,  la  enseñan. 

La  asignatura  de  pedagogía  es  lo  específico  de  la 
carrera  del  magisterio,  lo  que  principalmente  distin- 
gue a  las  Normales  de  los  Institutos  de  segunda  en- 
señanza, y  a  ella  se  agarran  los  que  quieren  mantener 
la  diferencia  entre  estos  dos  centros  de  ilustración  y 
cultura.  Y  he  oído  a  este  respecto  razonamientos  tan 
especiosos  y  tan  rebuscados  como  aquel  de  que  no 
es  lo  mismo  aprender  una  cosa  para  saberla  que 
aprenderla  para  enseñarla,  como  si  hubiese  dos  físi- 
cas, una  para  saberla,  por  amor  al  saber  o  para  apli- 
carla en  industria,  y  otra  para  trasmitirla  en  ense- 
ñanza. 

Siempre  que  oigo  decir  de  alguien  que  sabe  una 
ciencia  o  disciplina  humana  cualquiera,  pero  que  no 
sabe  enseñarla,  lo  pongo  en  cuarentena,  pues  tengo 
observado  que  el  que  no  sabe  enseñar  algo  es  que  en 
realidad  no  lo  sabe  bien. 

Oiréis  decir,  por  ejemplo,  de  una  asignatura  que  es 


OBRAS  COMPLETAS 


717 


mu}'-  vasta,  muy  extensa,  muy  compleja  y  que  no 
basta  un  curso  para  explicarla.  Ponedlo  en  duda.  Todo 
sistema  de  conocimientos  pueden  enseñarse  en  un 
curso,  y  en  medio,  y  en  veinte  lecciones,  y  hasta  en 
una.  Sucede  con  esto  lo  que  sucede  con  el  mapa  de 
un  país,  sea  España,  que  puede  hacerse  a  muy  di- 
versas escalas.  Y  así  cabe  trazar  el  mapa  de  España 
en  el  lienzo  de  una  vasta  catedral,  figurando  hasta 
alquerías  y  senderos,  y  puede  reducirse  al  tamaño  de 
un  papelillo  de  fumar.  Todo  consiste  en  saber  qué  es 
lo  que  hay  que  suprimir  cada  vez.  Y  lo  mismo  ocurre 
con  una  disciplina  cualquiera.  La  historia  universal 
cabe  en  una  lección  de  una  hora,  cabe  en  tres  palabras : 
nacieron,  sufrieron,  murieron. 

Y  es  que  lo  importante  en  la  enseñanza,  se  ha  di- 
cho muchas  veces,  es  saber  lo  que  no  hay  que  ense- 
ñar y  ver  cada  ciencia  en  sus  contornos  generales. 

Se  pierde  la  pedagogía  de  ordinario  donde  se  pier- 
de toda  disciplina  formal,  de  puro  método,  y  es  en  des- 
cuidar el  para  qué  de  las  cosas  atenta  tan  sólo  al 
cómo.  Lo  importante  en  la  enseñanza  no  es  cómo  se 
ha  de  enseñar  algo,  sino  para  qué  ha  de  enseñarse. 
El  cómo  arranca  y  deriva  del  para  qué. 

Hace  tres  años  visité  en  esta  misma  Andalucía  unas 
escuelas  que  han  adquirido  cierta  fama,  y  contestando 
luego  a  los  que  me  preguntaban  por  el  efecto  que  me 
causaron,  no  pude  menos  de  decirles :  "La  obra  de 
estas  escuelas  es  una  obra  moral  muy  laudable :  siem- 
pre es  de  alabar  el  que  un  hombre  salga  del  sosiego 
de  una  vida  tranquila  y  asegurada  para  entregarse  a 
una  obra  social ;  pero  como  obra  pedagógica  me  pare- 
ce, no  ya  laudable,  sino  más  bien  equivocada  y  hasta 
funesta".  j 

Allí,  en  efecto,  se  han  buscado  procedimientos  para 
que  los  niños  aprendan  con  el  menor  esfuerzo,  y  lo 
más  agradablemente  posible,  conocimientos  que  des- 
pués de  adquiridos  han  de  resultarles  inútiles  o  poco 


718 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


menos.  Allí  hay  más  preocupación  de  cómo  se  ha  de 
enseñar  que  no  de  lo  que  ha  de  enseñarse.  Al  aire 
libre,  jugando  y  respirando  libremente,  aprenden 
aquellos  muchachos  los  nombres  de  romanos  y  carta- 
gineses, y  un  seco  esquema  de  historia  de  España, 
una  tabla  de  sus  dinastías,  sin  adquirir  la  menor  re- 
presentación vivamente  imaginada  de  lo  que  aquellas 
épocas  pasadas  fueron. 

Ello  es  una  rutina,  tan  rutinaria  como  la  antigua, 
y  con  el  mal,  además,  de  que,  procurando  que  apren- 
dan en  juego,  se  acaba  por  convertir  en  juego  la 
enseñanza. 

El  mal  radica  más  hondo,  el  mal  está  en  esa  ten- 
dencia a  hacer  aprender  a  los  niños  índices,  no  más 
que  índices  de  libros  y  de  cosas.  Un  resumen  de  his- 
toria universal  no  es  más  que  el  índice  de  una  obra 
extensa.  Todo  se  reduce  a  dar  a  los  niños  casilleros 
y  etiquetas.  Una  insana  manía  de  clasificación  por  la 
clasificación  misma  estropea  toda  nuestra  enseñanza. 

Si  entrando  en  el  despacho  de  un  sujeto  cualquie- 
ra os  encontrárais  con  que  tiene  las  sillas  numeradas 
o  marcadas  con  letras,  supondríais  al  punto  que  las 
ha  clasificado  así  con  algún  propósito ;  pero  si  al  pre- 
guntarle por  éste  os  dijera  que  no  le  tiene,  sino  que 
las  ha  clasificado  por  clasificarlas,  y  que  lo  mismo 
puede  usarse  la  número  1  que  la  número  12,  conclui- 
réis que  el  buen  señor  no  anda  muy  sano  de  la  ca- 
beza o  es  un  mentecato.  Pues  algo  de  eso  ocurre  en 
nuestra  enseñanza. 

Acudid  al  Catecismo  de  la  doctrina  cristiana,  y  os 
encontraréis  con  aquello  de  que  las  virtudes  cardina- 
les son  cuatro:  prudencia,  justicia,  fortaleza  y  tem- 
planza, y  después  de  esto  no  se  sabe  para  qué  se  ha 
hecho  esa  clasificación  ni  a  qué  fin  conduce  llamarlas 
cardinales,  ni  por  qué  han  de  ser  cuatro  y  no  tres 
o  cinco.  El  fin  de  esa  clasificación  termina  en  la  cla- 
sificación misma.  Y  es  que  nuestro  catecismo  no  es 


OBRAS  COMPLETAS 


719 


sino  el  índice  de  una  suma  teológ-ica.  y  no  pasa  nunca 
de  índice. 

La  forma  aguda  de  este  infecundo  clasificacionismo 
nos  la  ofrece  la  gramática.  La  gramática  es  una  de  las 
supersticiones  fetichistas  del  maestro,  y  la  gramática 
es  una  de  las  cosas  más  inútiles  que  se  enseñan.  Pue- 
de muy  bien  enseñarse  una  lengua  sin  enseñar  gra- 
mática. 

No  me  refiero,  claro  está,  a  la  gramática  científica, 
a  la  gramática  comparada,  a  aquel  estudio  — y  es  el 
de  mi  profesión  oficial —  en  que  se  trata  de  mostrar 
el  proceso  de  las  formas  del  lenguaje  y  su  evolución 
por  los  siglos,  no :  me  refiero  a  la  gramática  empíri- 
ca o  puramente  clasificativa. 

;  Hay  quien  crea  que  porque  le  llamemos  a  tal 
tiempo  del  verbo  pluscuamperfecto  han  de  usarlo  me- 
jor los  que  conozcan  este  nombre?  Y  téngase  en 
cuenta,  además,  que  mucho,  muchísimo  de  eso  que  se 
enseña  como  gramática,  es  ideología,  e  ideología  es- 
colástica, ideología  mala :  es  el  detritus  a  que  ha 
venido  a  parar,  rodando  a  las  escuelas  primarias,  la 
escolástica.  En  la  escuela  primaria  es  donde  se  refu- 
gió el  paganismo  moribundo,  y  en  la  escuela  primaria 
se  refugia,  en  forma  de  gramática,  la  ideología  seca 
de  la  Edad  ]\Iedia. 

No  se  estudia  la  palabra,  sino  lo  que  ésta  significa. 
La  definición  estrictamente  gramatical  del  verbo  sería 
decir  que  es  una  palabra  que  se  conjuga,  y  todas  esas 
otras  definiciones  que  corren  no  pasan  de  ideológicas. 

Son  innumerables  los  errores  a  que  conduce  esa 
gramática  empírica  y  puramente  clasificativa,  y  es 
lamentable  el  tiempo  que  han  perdido  y  pierden  no 
pocos  maestros  en  inquisiciones  odiosas  por  mal  orien- 
tadas. Un  profesor  de  primera  enseñanza  ha  perdido 
un  tiempo  y  un  ingenio  que  debió  reservarlos  para 
otra  cosa,  investigando  la  razón  del  uso  del  pronom- 
bre se  en  frases  como  dijosclo,  dáselo,  etc.,  y  todo 


720 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


por  ignorar  que  etimológicamente,  en  cuanto  a  su  ori- 
gen, ese  se  nada  tiene  que  ver  con  el  se  reflexivo  de 
"se  mató",  "se  lavó",  etc.,  sino  que  es  una  forma 
del  le  del  dativo  latino. 

La  gramática  que  se  enseña,  desgraciadamente,  en 
nuestras  escuelas  es  una  gramática  estática,  que  sólo 
trata  de  clasificar  y  dar  nombres  a  las  formas  de 
nuestro  lenguaje  tal  como  hoy  se  usan  y  sin  indagar 
su  origen  y  formación  en  el  tiempo.  Y  la  gramática 
clasificativa  sólo  tiene  valor  como  preparación  y  mé- 
todo para  pasar  a  la  gramática  dinámica,  a  la  expli- 
cativa, a  la  que  da  razón  del  origen  y  proceso  del 
lenguaje.  Y  quedarse  en  la  primera,  en  la  meramente 
clasificativa,  como  por  fuerza  han  de  hacer  los  niños 
de  primeras  letras  que  ignoran  el  latín,  es  perder  el 
tiempo  en  estudiarla. 

Y  luego  se  emplea  para  la  enseñanza  de  esa  gra- 
mática de  puros  nombres  un  texto  oficial,  el  Epítome, 
que  es  un  verdadero  baldón.  Por  dignidad  nacional 
debía  haberse  suprimido  ya  ese  texto  ridículo  y  dis- 
paratado. 

La  crítica  de  ese  miserable  librillo  nos  llevaría  le- 
jos, pero  sería  divertidísima.  Sólo  os  diré,  como  prue- 
ba, que  al  decirme  en  cierta  ocasión  un  extranjero 
que  le  había  levantado  jaqueca  la  sección  de  los  ver- 
bos irregulares,  hube  de  decirle:  "Claro:  como  que  el- 
autor,  por  delegación  de  la  Real  Academia,  de  este 
librillo,  se  empeñó  en  clasificar  los  verbos  irregulares 
en  vez  de  clasificar  las  irregularidades  de  los  verbos, 
y  así  le  resulta  que  tiene  que  encasillar  combinaciones 
binarias  y  hasta  ternarias  de  unos  cuantos  casos  de 
fonética  y  de  analogía." 

En  otro  pasaje  dice  la  gramática  oficial  que  en 
castellano  todas  las  palabras  monosílabas  son  agudas, 
ignorando  que  hay  en  castellano  muchos  monosílabos 
que  no  tienen  acento  alguno,  ya  por  ser  proclíticos, 
es  decir,  por  apoyarse  en  la  palabra  que  les  sigue  y 


OBRAS    COMPLETAS  721 

pronunciarse  formando  una  con  ella,  como  el  artículo 
las  prepos.cones  y  algunas  conjunciones,  ya  por  se.' 
endmcas,  o  sea  por  apoyarse  en  la  aníeHor'  como 
a  los  pronombres  sufijados  les  ocurre.  Todo  sabe- 

soS  Sl.b  a'r-' como  una 
sola  palabra  trisílaba,  y  al  decir  él  vino  marcamos 
dos  acentos  Todos  lo  sabemos,  pero  no  pocos  ve  si 
ficadores  modernistas  lo  olvidan  al  querer  que  nn  el 

^^t^anr     ''''^''-'^  o 

No  son  más  que  casos  o  ejemplos,  entre  los  murhos 
Ja  dcbdichada  gramática  oficial. 

Ese  trabajo  meramente  clasificatorio  en  nada  en- 
sena a  usar  mejor  de  las  formas  del  lenguaje;  la  gra- 
mática no  ensena  a  hablar  ni  a  escribir  con  propiedad 
1  rae  tras  de  sí,  además,  la  superstición  gramati- 
cista  otro  grave  mal,  y  es  el  torpe  despreci  a  las 
hablas  populares.  Mis  estudios  profesionales  y  mis 
aficiones  me  han  llevado  a  ir  recojiendo  allí   en  a 
región  en  que  vivo,  giros  y  voces,  y  modismos  y  fo- 
msmo    populares,  y  para  lograrlo  me  he  valido  de 
oda  clase  de  personas.  Pues  bien,  los  que  menos  me 
sirven  son  los  maestros  antiguos,  y  es  por  la  é.iT- 
macion  pedantesca  que  a  su  criterio  ha  infligido  la 
gramática.  En  aquellas  formas  del  habla  popular  que 
se  apartan  de    idioma  oficial,  del  clasificado  en  la 
gramática  y  el  diccionario  académicos,  no  ven  sino 

las  Íentes"'  '  ^ 

podemos  llamar  patológico,  morboso,  que  hay  verda- 

IarJenteÍ';r°''  ''''  -  entre 

as  gentes  del  campo  y  mas  frecuente  en  el  habla  de 
las  clases  bajas  de  las  grandes  ciudades.  Lo  patoló- 
gico es  lo  absolutamente  individual,  lo  que  se  des- 
arrolla en  un  elemento  de  una  manera  anárquica  sin 


722 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


guardar  relación  de  solidaridad  y  armonía  con  los 
demás  elementos.  Y  así  es  lo  patológico  en  la  lengua. 
Patológico  es  todo  modo  de  hablar  que  adopta  por  sí 
un  individuo  y  que  le  dificulta  entenderse  con  loi 
demás. 

Pero  cuando  todo  un  pueblo  adopta  una  forma  de 
hablar,  esta  forma  deja  de  ser  patológica  y  pasa  a 
ser  fisiológicamente  normal.  La  lengua  misma  oficial 
ha  adoptado  formas  que  en  su  origen  pudieron  con- 
siderarse patológicas. 

Lo  malo  es  cuando  un  pueblo  o  una  clase  social 
recibe  más  vocablos  que  ideas  tiene  y  acaba  por  em- 
plearlos sin  precisión  alguna,  efecto  que  se  observa 
donde  se  ponen  en  contacto  con  un  pueblo  o  clase 
social  formas  de  cultura  superiores  a  aquella  cultura 
que  se  han  asimilado.  Es  lo  que  se  ve  en  el  chulo  de 
Madrid. 

Y  este  mal  es  frecuente  en  España,  donde  abundan 
los  oradores  y  escritores  que  se  trabucan  y  enredan 
en  una  selva  de  palabras,  el  valor  exacto  de  cada 
una  de  las  cuales  ignoran  de  ordinario.  De  aquí  el 
abuso  de  la  sinonimia  y  de  aquí  ese  estilo  al  poco 
más  o  menos  que  distingue  a  nuestra  literatura  como 
distingue  a  nuestras  artes. 

Y  de  todos  estos  defectos  no  podrá  curarnos  esa 
gramática  clasíficativa,  como  no  nos  dará  cultura  el 
sistema  de  encasillados  que  priva  en  nuestras  ense- 
ñanzas. Se  le  provee  al  alumno  de  una  porción  de 
moldes  para  quesos,  moldes  de  todos  tamaños  y  de 
todas  formas,  pero  como  no  tiene  leche,  no  puede 
hacer  quesos ;  si  la  tuviera,  los  haría  aunque  fuese 
sin  moldes,  a  mano.  Contenido  y  no  continente  es 
lo  que  hay  que  dar;  hacerle  que  se  ejercite  en  hablar 
y  escribir  y  no  gramática;  significados  de  voces  y  no 
análisis  analógico  gramatical. 

Y  como  se  trata  de  enseñarles  la  lengua,  se  trata 
también  de  enseñarles  otras  cosas.  ¿No  habéis  visto, 


OBRAS  COMPLETAS 


723 


pongo  por  caso,  esos  horribles  cromos  de  la  historia 
llamada  sagrada? 

Y  vengamos  a  enseñanzas  propias  de  la  mujer, 
pues  que  hay  maestras  que  me  escuchan,  y  fijémonos 
en  esos  bordados  que  son  la  negación  de  todo  gusto 
y  de  todo  arte. 

En  el  bordado,  sobre  todo  en  ese  horrible  bordado 
en  realce  y  color,  suele  revelarse  la  mayor  perversión 
estética.  Porque  el  principio  fundamental  de  todo 
arte  es  el  de  que  sus  formas  han  de  responder  a  la 
materia  de  que  se  sirve  y  arrancar  de  ella,  y  de  otra 
parte,  que  la  imitación  no  ha  de  llegar  a  confusión 
con  la  naturaleza. 

En  cuanto  a  la  relación  entre  la  materia  y  la  for- 
ma, claro  está  que  no  puede  esculpirse  en  granito 
como  en  mármol,  ni  se  puede  dar  a  un  edificio  cons- 
truido con  ladrillo  las  mismas  formas  que  a  uno 
construido  con  madera  o  con  piedra.  Y  no  puede 
hacerse  con  aguja  e  hilo  lo  que  se  hace  con  colores 
y  pincel.  Si  un  bordado,  considerándolo  como  pin- 
tura, fuera  un  mamarracho,  sigue  siéndolo  como  bor- 
dado, sin  que  le  sirva  el  primor  de  la  ejecución.  Y 
no  hay  bordado  realmente  artístico  como  no  sea 
aquel  que  responde  al  material  y  al  fin  de  la  obra; 
aquel  bordado  en  punto  de  cruceta  o  algo  análogo, 
de  formas  estilizadas,  reducidas  a  un  trazado  geomé- 
trico, donde  no  hay  más  que  contar  los  puntos,  eje- 
cutándolo en  un  cuadriculado  y  con  masas  de  colores 
homogéneos  y  yuxtapuestas  unas  a  otras  sin  preten- 
sión de  desvanecidos  y  transiciones  de  matices.  La 
bordadora  ejecuta  un  trazado  previo,  sin  que  le  que- 
de la  libertad  de  llevar  una  linea  un  poco  más  acá 
o  más  allá,  saliéndose  del  rigor  que  el  cuadriculado 
impone. 

Y  por  lo  que  hace  a  la  imitación,  es  antiartística 
toda  la  que  llega  a  la  confusión  con  lo  natural.  Es 
antiestética  la  figura  de  cera,  porque,  confundiéndose 


724 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


con  lo  real,  nos  da  la  sensación  de  muerte,  y  son 
horribles  esos  perritos  hechos  con  lana  de  perro  na- 
tural y  con  dos  perlitas  por  ojos,  y  son  antiestéticas 
las  flores  de  trapo  que  se  confunden  con  las  naturales. 

La  enseñanza  del  bordado,  por  otra  parte,  es  un 
símbolo  de  esclavitud  de  la  mujer,  esclavizada  a  eso 
que  con  una  frase  degradante  llamamos  "labores  de 
su  sexo".  Se  busca,  distrayéndoles  con  esas  futesas, 
mantenerles  en  cierta  perpetua  minoridad  intelectual. 
Es  ello  una  vergüenza  y  una  forma  de  aquello  de  que 
a  la  mujer  le  basta  con  saber  guisar  y  remendar  los 
calzones  del  marido. 

En  el  fondo,  parece  se  trata  de  impedir  el  desarro- 
llo de  la  dignidad  humana,  de  todo  lo  más  elevado  y 
más  noble.  Y  esto  no  sólo  en  la  educación  de  la  mujer, 
sino  también  en  la  del  hombre,  y  muy  en  especial  en 
la  del  maestro. 

Me  decía  en  una  ocasión  un  profesor  de  una  Nor- 
mal Superior  que  había  dado  mal  resultado  lo  de  que 
fueran  a  los  Institutos  de  segunda  enseñanza  los  es- 
tudiantes del  magisterio,  y  lo  fundaba  en  que  en  los 
Institutos  se  les  quebrantaba  cierta  disciplina  que  en 
la  Normal  se  les  había  imbuido.  Porque  hay  Normal 
de  ésas  en  que  no  se  ve  un  cigarro  en  el  suelo,,  en  que 
apenas  se  oye  una  voz  más  alta  que  otra,  en  que 
reina  un  orden  sepulcral.  Van,  en  cambio,  esos  mu- 
chachos normalistas  a  un  Instituto,  donde  van  el  hijo 
del  gobernador,  el  del  alcalde,  el  del  magistrado,  y 
donde  reina  más  libertad,  y  aquella  disciplina  de  ser- 
vilismo se  quebranta.  Y  conviene  que  se  quebrante. 

Acuden  a  las  Normales  de  ordinario  hijos  de  fa- 
milias muy  modestas,  proletarias,  hijos  de  maestros 
muchos,  y  van  con  toda  la  hipócrita  humildad  que 
en  esas  familias  hace  arraigar  la  dureza  de  la  lucha 
por  el  pan.  Y  allí,  lejos  de  quebrantarles  ese  mal  de 
origen,  se  lo  corroboran  de  ordinario  y  se  les  predica 
sumisión  y  humildad,  y  se  les  ejercita  en  el  servilismo 


OBRAS  COMPLETAS 


725 


bajo  máscara  de  buena  educación.  Y  luego  resulta 
que  como  de  la  misma  madera  del  esclavo  se  hace 
el  tirano,  cuando  el  maestro  se  convierte  en  el  caci- 
que del  pueblo,  no  hay  quien  le  resista. 

Esta  educación  contribuye  luego  no  poco  al  descré- 
dito de  la  escuela  y  a  que  ésta  sea  considerada  como 
una  especie  de  asilo  a  que  se  envía  al  niño  para  que 
no  dé  guerra  en  casa,  cuando  debía  ser,  ante  todo 
y  sobre  todo,  una  escuela  de  libertad  y  de  dignidad 
humanas. 

Escuela  de  libertad  y  de  dignidad  humanas  que  sólo 
se  logran  por  el  trabajo,  y  el  trabajo  significa  cons- 
tancia. 

Constancia,  constancia,  espíritu  de  constancia  es 
lo  que  más  falta  hace  imbuir  entre  nosotros.  Decidle 
a  un  español  que  hará  una  buena  fortuna  acudiendo 
todos  los  días,  excepto  los  festivos  y  algunas  pruden- 
ciales vacaciones,  a  tal  punto  a  llevar  a  cabo  tal  tra- 
bajo, no  penoso,  de  tal  hora  a  ta!  otra,  pero  sin 
faltar  un  día  no  siendo  por  justa  causa,  y  perderá 
esa  fortuna.  No  le  importa  exponer  la  vida  a  un  pe- 
ligro, como  el  torero;  de  lo  que  no  es  capaz  es  del 
trabajo  constante  y  metódico.  Pasa  trabajos  con  tal 
de  no  someterse  al  trabajo.  La  acción  constante,  es 
la  que  tenemos  que  predicar  y  que  enseñar. 

La  acción  constante,  el  esfuerzo  continuo,  llega  a 

Iser  irresistible.  Pensad  que  una  hora  tiene  sesenta 
minutos;  un  minuto,  sesenta  segundos:  un  segundo, 
sesenta  terceros,  y  así  sin  término;  pensad  que  el 
tiempo  puede  crecer  indefinidamente  en  intensidad; 
recordad  aquella  flor  llamada  quitameriendas,  cuya 
ternísima  corola  rompe  los  más  duros  terrenos  no  más 
que  empujando  constantemente,  sin  interrupción. 
Enseñad  constancia,  sobre  todo  constancia  en  el 
jjtrabajo,  y  enseñadlo  con  amor.  Al  amor,  al  amor  a 
|los  niños,  se  reduce  toda  pedagogía.  Mal  enseñará 
la  niños  aquel  a  quien  los  niños  fastidian,  y  esto  es 


726 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


muy  frecuente,  Al  niño  sólo  podemos  acercarnos  con 
la  niñez  de  nuestra  alma.  Da  pena  encontrarse  con 
tantos  maestros  que  después  de  haberse  pasado  años 
entre  niños  no  pueden  ilustrarnos  con  datos  de  su 
experiencia  en  cualquier  caso  de  psicología  infantil. 
Estuvieron  con  el  cuerpo  en  la  escuela,  con  el  alma 
fuera  de  ella. 

Hay  que  acercarse  a  los  niños  con  la  niñez  en  el 
alma.  Desconfío  mucho  de  aquellas  personas  en  cuyo 
espíritu  se  han  borrado  los  recuerdos  de  la  niñez,  y 
una  de  las  cosas  porque  más  bendigo  a  Dios  es  por- 
que llevo  a  flor  del  alma  la  memoria  de  la  mía.  Está 
escrito  que  el  que  no  se  haga  como  un  niño  no  entra- 
rá en  el  reino  de  los  cielos,  y  el  justo  que  nos  justi- 
ficará algún  día  será  el  niño  que  llevamos  dentro. 

El  niño  no  es  bueno,  se  dice.  Cierto,  pero  tampoco 
es  malo:  está  más  abajo  del  bien  y  del  mal.  El  niño 
miente,  es  cierto,  pero  el  niño  miente  porque  descono- 
ce el  valor  de  la  verdad  y  no  tiene  una  clara  noción 
de  ella.  El  niño  no  discierne  aún  bien  entre  la  reali- 
dad y  la  ficción,  la  vigilia  y  el  sueño.  Con  amor  se  le 
lleva  al  amor  a  la  verdad. 

No  hay  tarea  más  noble  que  la  de  moldear  almas 
de  niños,  despertar  sus  gérmenes  de  bondad,  ahogar 
los  de  malicia.  Y  para  ello  hace  falta  constancia,  hija 
del  amor.  El  amor  es  lo  más  constante  que  hay,  lo 
más  fuerte.  El  amor  es  la  única  pedagogía  fecunda. 

Amad  a  los  niños  y  sabréis  enseñarlos. 

He  dicho. 

(Texto  aparecido  en  el  folleto  citado  al  final  de 
las  dos  conferencias  anteriores,  p.  2J-2S.) 


SEMBLANZA  PUBLICADA  EN  LA  UNION 
MERCANTIL,  DE  MALAGA,  Y  REPRODUCIDA 
EN  EL  DIARIO  MALAGUEÑO  LA  PUBLICI- 
DAD, EL  26  DE  AGOSTO  DE  1906 


U  N  A  M  U  N  O 
El  hombre. 

Entregar  su  vida  toda,  su  alma  toda,  a  constante 
actividad:  sostener  este  continuo  Jiaeer  con  una  fe 
eterna  en  su  excelso  valor,  fe  que  es  a  la  i't'rr  manan- 
tial y  cauce  del  río  espiritual  inacabable  en  que  se 
baña;  odiar  el  sistema,  y  la  deducción .  y  la  armonía, 
y  todo  cnanto  fija,  y  determina,  y  concreta  la  acción, 
impidiéndole  por  tanto  perpetuarse :  estos  son  los 
principales  rasgos  que  introducen  en  la  figura  de  don 
Miguel  de  Unamuno  una  complejidad  extraordinaria. 
Por  eso  Unamuno  es  anti-pagano  y  anti-clásico.  por- 
que el  paganismo  y  el  clusicismo  son  escuelas  de  me- 
sura, de  armonía,  de  serenidad.  Por  eso  Unamuno  es 
profundamente  religioso  y  místico,  porque  sólo  la  fe 
es  capaz  de  "hacer",  de  lez'untar  montailas:  los  que 
no  tienen  fe.  los  espíritus  ligeros  y  escépticos.  no 
pueden  sino  com f^render  y  construir,  pero  no  crear. 
Por  eso  Uiuniiuno  es  cristiano  y  no  católico,  porque 
aborrece  el  "dognia",  lo  mandado,  lo  concluido,  lo 
enteramente  prescrito.  Por  eso  Una¡nuno  juega  con 
las  ideas  como  sus  paisajios  con.  las  pelotas,  y  cuando 
se  le  rompe  una.  la  tira  y  toma-  otra;  que  lo  esencial 
es  el  juego  y  no  el  juguete.  Por  eso  Unamuno  es  pre- 
dicador y  decidor  de  verdades,  porque  la  fe  que  en 


I 


728 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


él  lleva  necesita  propagarse  y  enseñorearse  de  otros  ' 
corazones  que  el  suyo.  Por  eso  Unamuno  es  el  Don  I 
Quijote  espiritual.  ■ 

Cierto  día  caminaba  por  los  verdosos  senderos  de 
Viscaya,  montado  en  un  mal  rocín,  un  caballero  ata- 
viado a  la  antigua,  con  escudo  y  con  lanza,  mirando 
al  sol.  Su  figura  no  era  de  hidalgo,  que  más  bien  \ 
era  de  labriego,  muy  achicado  y  grueso  él,  y  ridícu-  \ 
lamente  encaramado  en  su  cabalgadura.  Pero  de  sus 
ojos  saltan  un  juego  y  una  decisión  que  amedrenta- 
ban. Marchó  largo  tiempo  y  topó  al  fin  con  un  viejo, 
alto  y  delgadísimo  caballero  demacrado  y  entriste- 
cido que  vagaba  por  aquel  lugar:  "¡Alto!...,  dijo  el  i 
del  rocín;  confiese  vuesa  merced  que  no  hay  seño- 
ra..." Miró  el  viejo  al  del  rocín  y  gritó:  "Sancho, 
Sancho  mío."  "Mi  señor  Don  Quijote",  dijo  San- 
cho; y  bajando  de  "Rocinante" ,  se  abrasó  a  su  amo 
y  se  apretaron,  se  apretaron... ;  tanto  se  apretaron, 
que  fueron  poco  a  poco  fundiéndose  en  uno  solo,  y 
breve  rato  después  marchaba  hacia  Castilla  con  la 
frente  alta  y  el  fuego  de  la  sublime  locura  en  las  pu- 
pilas un  hombre  enérgico,  de  barba  y  pelo  recortado, 
de  facciones  angulosas  y  duras,  vestido  con  una  ropa 
uniforme  de  color  azul,  y  que  llevaba  en  su  alma  un 
ideal  de  actividad  eterna  y  una  fe  inmensurable  en  . 
ese  ideal. 

M.  García  Morente. 


I 


CONFERENCIA  DADA  EN  EL  TEATRO  NO- 
VEDADES, DE  BARCELONA,  EL  15  DE  OC- 
TUBRE DE  1906 


SOLIDARIDAD  ESPAÑOLA 
Españolas  y  españoles : 

Sea  cual  fuere  el  concepto  que  cada  uno  en  par- 
ticular tenga  de  todos  y  cada  uno  de  los  problemas 
que  entre  movimientos  de  pasión  se  agitan  en  esta 
ciudad,  es  indudable  una  cosa,  que  nadie  puede  negar, 
y  es  que  todos  ellos  son  una  manifestación  de  vida, 
y  de  vida  intensa;  de  una  vida  mucho  mayor  que  la 
que  se  encuentra  en  cualquier  otro  punto  del  resto  de 
la  nación  española. 

En  los  pocos  dias  que  llevo  aqui,  apenas  ha  habido 
uno  solo  que  no  haya  recibido  alguna  invitación  para 
la  inauguración  de  algún  Centro,  de  algún  Ateneo 
obrero,  de  alguna  escuela;  todo  el  mundo  a  porfía 
parecía  quererme  dar  noción  respecto  a  lo  que  aquí 
pasa,  quererme  orientar ;  sin  embargo,  cada  uno  de 
ellos  añadía  siempre  esta  observación:  "No  haga  us- 
ted caso  de  lo  que  digan". 

Yo,  por  mi  parte,  no  vengo  a  deciros  nada  nuevo, 
ni  nada  recóndito;  no  vengo  más  que  a  recoger  cosas 
de  las  que  he  dicho  otras  veces,  cosas  que  flotan  en 
el  ambiente,  cosas  mías  y  cosas  de  los  demás;  y  per- 
mitidme que  os  diga  con  toda  franqueza,  muchas  de 
las  cosas  que  hoy  flotan  en  este  ambiente  hubo  un 
tiempo  en  que  era  yo  casi  solo  el  que  las  estaba 
diciendo. 

Vengo,  pues,  a  repetir  en  gran  parte.  Me  doy 


730 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cuenta  de  toda  la  importancia  de  este  acto,  me  doy 
cuenta  del  sitio  donde  hablo  y  de  la  ocasión  en  que 
hablo,  del  momento  que  es  éste  en  la  vida  de  nuestra 
patria  española. 

Alguien  podrá  ver  en  lo  mucho  que  yo  diga  retó- 
rica. No  lo  niego.  Por  desgracia,  se  ha  desacreditado 
mucho  la  retórica,  y  es  una  de  las  cosas  más  nobles 
y  más  grandes. 

En  un  principio  fué  el  Verbo  el  que  hizo  todas  las 
cosas,  y  Dios,  como  dicen  las  Escrituras,  creó  el 
mundo  con  la  palabra. 

Os  invito  a  todos  vosotros  a  que  subáis  conmigo 
desde  este  suelo  donde  niebla  de  pasión,  de  pasiones 
muy  disculpables  y  muy  respetables  muchas  de  ellas, 
os  velan  las  caras  y  os  impiden  veros  y  reconoceros. 
Subid  desde  esta  tierra  envuelta  en  nieblas  a  alturas 
de  aire  sereno  y  puro,  de  aire  soleado  por  la  luz  del 
sol  de  la  verdad. 

Sin  embargo,  algo  habrá  que  acaso  pueda  herir  a 
alguien,  no  lo  niego :  no  vengo  a  herir  sentimientos, 
pero  sí  a  analizarlos. 

Y  aquí  puede  aplicarse,  cambiándole  algo  el  giro, 
una  frase  de  un  hombre  a  quien  creo  que  conoceréis 
todos  los  catalanes,  porque  creo  y  estimo  un  deber 
conocerlo.  De  Meló,  el  autor  de  la  Historia  de  los  mo- 
vimientos, separación  y  guerra  de  Cataluña  en  tiem- 
pos de  Felipe  IV.  Lo  que  se  dice  de  los  reyes  puede 
decirse  de  los  pueblos,  y  es  que  son  de  la  condición 
de  las  llagas,  que  no  se  pueden  manejar  sin  dolor 
ni  sangre. 

Ahora  debo  yo  de  hacer  a  modo  de  exordio  algo 
que  pueda  parecer  una  presentación. 

En  la  conciencia  de  muchos  de  vosotros  estoy  se- 
guro de  que  en  estos  momentos  se  os  presentan  otros 
actos  míos,  otras  palabras. 

Hace  ya  meses  fui,  en  cierta  ocasión  solemne,  lla- 
mado a  Madrid  a  hablar.  Muchas  gentes  se  llamaron 


OBRAS  COMPLETAS 


731 


a  engaño:  querían  de  mí  un  acto  suelto,  una  cosa  de 
esas  que  se  llaman  acto  político,  y  tengo  por  norma 
no  cambiar  de  trayectoria  nunca  y  hacer  que  cada 
uno  de  mis  actos  de  esta  especie  sea  una  consecuencia 
de  los  anteriores,  un  principio  para  los  que  han  de 
venir,  y  allí  continué  una  labor  que  haliía  empezado 
en  mi  pueblo,  que  pienso  continuar,  si  Dios  me  da 
fuerzas  y  alientos,  dondequiera  que  se  me  presente 
ocasión  (1). 

Me  llamaron  entonces  para  ver  si  yo  podía  coadyu- 
var a  que  no  se  votara  una  ley  que  al  fin  fué-  votada : 
al  hecho  concreto  nunca  le  di  importancia.  Si :  llegó 
a  arrancarse  aquella  ley  con  la  cobardía  vergonzosa  de 
un  Parlamento  de  oligarcas  que  mañana  u  otro  día 
pueden  necesitar  de  la  fuerza,  y  aquélla  se  arrancó 
cediendo  y  bajando  la  cabeza  todos  los  que  la  votaron 
contra  los  mandatos  de  su  conciencia  y  los  que  con 
ánimo  desmayado  la  combatieron  y  votaron  en  contra. 

No  hay  que  culpar  a  aquella  cobardía,  porque  era 
una  cobardía  representativa,  era  una  cobardía  de  todo 
el  pueblo  español. 

Hubo  aquí  un  suceso  triste  en  un  tiempo,  pero  hay 
un  refrán  castellano  que  dice:  "No  hay  mal  que  por 
bien  no  venga."  Como  consecuencia  de  aquello,  hubo 
aquí  un  vivo  movimiento,  se  formó  eso  que  se  llama 
comúnmente  la  Solidaridad  Catalana.  Es,  sin  duda, 
éste  un  movimiento  pasajero  y  circunstancial,  un 
movimiento  que  dentro  de  sí  mismo  lleva,  como  todo 
lo  que  es  vivo,  el  principio  de  su  disolución. 

¡  Dicen  que  es  un  método !  Método  es  todo  lo  que 
piensa ;  estamos  caminando  continuamente  sin  saber 
a  dónde  hay  que  llegar. 

Y  esto  se  encuentra  en  una  ciudad  que,  por  lo  que 
puedo  apreciar,  está  en  una  especie  de  fiebre  continua ; 
donde  se  dan  fenómenos  sociales  curiosísimos ;  donde 


1  Se  refiere  a  su  discurso  de  1906  en  el  teatro  de  la  Zarzuela, 
de  Madrid,  reproducido  más  atrás. 


732 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


parece  que  ha  resucitado  y  ha  vuelto  a  la  vida  la 
figura  de  Massaniello,  y  es,  en  gran  parte,  el  adve- 
nimiento de  la  ciudad  a  la  vida  pública,  y  el  adveni- 
miento de  la  ciudad  lleva  consigo  una  porción  de 
fuentes  fecundas  de  bienes  y  de  ventajas,  y  una  por- 
ción también  de  desventajas  grandes. 

El  urbanismo  tiene  vastos  inconvenientes;  una  vida 
agitada,  un  movimiento  continuo,  hasta  material,  y 
no  se  puede  gozar  de  un  sueño  absolutamente  tran- 
quilo como  se  goza  en  medio  de  la  paz  de  los  cam- 
pos ;  crea  muchas  veces  un  estado  de  agitación,  un 
estado  de  cosas,  que  pareciendo  muestra  y  manifes- 
tación de  fuerza,  suele  con  no  poca  frecuencia  ser 
muestra  y  manifestación  de  debilidad. 

Hay  muchas  veces  en  estos  movimientos,  por  enci- 
ma de  algo  vivo,  fecundo  y  real,  algo  exterior,  algo 
de  apariencia,  como  puede  haber  en  una  ciudad  en 
que  las  gentes  se  cuidan  del  esplendor  de  las  fachadas, 
pero  dentro  de  cuyas  casas  no  hay  aquella  vida  de 
arte  recatado  que  no  puede  ostentarse  al  exterior  ni 
ante  los  demás. 

Pero  aun  esto  tiene  siempre  una  ventaja,  y  tiene 
una  gran  ventaja  todo  lo  que  es  principio  de  una 
acción  hacia  fuera,  de  un  movimiento  de  expansión. 

Nada  más  triste  que  los  pueblos  faquires  que  se 
encierran  en  sí  mismos,  que  viven  en  la  contemplación 
de  sí  mismos ;  y  hubo  un  tiempo  en  que  casi  todo  lo 
que  es  España  se  llamaba  regionalista ;  era  un  movi- 
miento puramente  defensivo,  es  decir,  una  de  las  co- 
sas más  tristes  que  puede  haber.  Se  basaba  en  un 
desconocimiento  mutuo. 

Anoche  asistí  a  la  sesión  inaugural  del  Congreso 
Internacional  de  la  Lengua  Catalana,  y  vi  que  se 
aplaudía  grandemente  a  un  compañero  mío  de  pro- 
fesorado, a  un  distinguido  profesor  de  la  Universidad 
de  Madrid,  cuando  hablaba  del  desconocimiento  sui- 
cida que  hay  en  el  resto  de  España  respecto  a  lo  que 


OBRAS  COMPLETAS 


733 


aquí  pasa  y  a  lo  que  esto  es.  Pues  bien,  este  descono- 
cimiento, hay  que  decirlo  clara  y  limpiamente,  es  mu- 
tuo en  casi  toda  España;  las  gentes  aquí  no  se  cono- 
cen unos  a  otros,  y  no  basta  no  conocerlos  aislada- 
mente de  paso  en  una  tierra  que  no  es  la  suya ;  cada 
uno  no  goza  toda  su  plenitud  si  no  se  le  manifiesta 
tal  cual  es,  sino  en  su  propia  tierra ;  y  digo  más :  ¿  os 
conocéis  acaso  vosotros  mismos? 

Y  así  se  oyen  muchas  veces  frases  y  epítetos  que 
quieren  que  suenen  a  menosprecio.  Cuando  alguna 
vez  he  oído  yo  decir  "africano",  sí,  africano  fué  Ter- 
tuliano, africano  fué  Agustín  de  Hipona ;  y  es  que 
las  gentes  suelen  ver  las  diferencias  y  no  quieren 
ver  nunca  las  analogías  que  nos  unen  a  los  hombres 
todos;  y  eso  es  lo  vivo,  eso  es  lo  real,  ésa  es  la  base 
sobre  la  cual  los  hombres  pueden  entenderse. 

Lo  que  aquí  en  España  llamamos  "portuguesadas", 
se  llaman  en  Portugal  "españoladas" ;  y  tienen  ra- 
zón ellos  y  nosotros,  porque  cada  una  ve  en  el  vecino 
los  defectos  que  nos  son  comunes. 

Hay  una  frase  francesa  muy  conocida,  y  es  aquella 
que  dice:  Tout  comprcndre  c'est  tout  pardonner: 
"Comprenderlo  todo  es  perdonarlo  todo" ;  pero  yo 
he  pensado  muchas  veces  que  ésta,  como  la  mayor 
parte  de  las  frases  célebres,  es  revertible  y  puede  de- 
cirse :  Tout  pardonner  c'est  tout  comprcndre :  "Per- 
donarlo todo  es  comprenderlo  todo". 

El  hombre  empieza  a  comprender  cuando  empieza 
desde  luego  a  perdonar ;  no  hay  inteligencia  más  ro- 
busta que  la  inteligencia  que  brota  de  la  bondad. 

Se  dice  que  hay  que  conocer  para  amar,  pero  aca- 
so habría  que  decir  que  es  preciso  amar  primero  para 
conocer  después,  y  tened  en  cuenta  que  no  hay  nada 
más  triste  para  el  que  le  abriga,  que  el  odio,  como  lo 
único  que  ennoblece  es  el  amor;  como  no  hay  nada 
más  triste  que  el  desprecio,  que  con  harta  frecuencia 
suele  ser  un  velado  disfraz  de  la  envidia. 


734 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Uno  de  nuestros  hombres  representativos,  uno  de 
los  hombres  más  grandes  que  han  cantado  en  este 
mundo,  en  dos  versos,  os  dijo: 

Al   front   la  barretina 
la  caritat  al  cor. 

Y  la  caridad  no  es  cosa  muerta,  no  es  la  tolerancia 
con  el  débil ;  la  caridad  es,  ante  todo  y  sobre  todo, 
imposición,  imposición  mutua.  Nadie  puede  redimirse 
sino  redimiendo  a  los  demás,  dicen  los  ingleses ;  para 
vivir  con  nosotros,  tendrán  los  demás  que  vivir  como 
nosotros,  y  ésta  es  la  mejor  fórmula  del  progreso. 
¡  Macedla  vuestra ! 

Nadie  se  perfecciona,  nadie  se  ilustra  a  sí  mismo, 
sino  cuando  trata  de  sellar  con  su  cuño  a  todos  los 
demás. 

Alguna  vez  y  en  un  tiempo  se  habló  de  cortar 
amarras:  ¡no!,  ¡tirad  de  ellas  y  empujad  consigo  al 
otro !  ¡  Cuando  uno  se  siente  dentro  de  casa,  y  la 
casa  va  mal  gobernada,  el  hermano  mayor  no  se  mar- 
cha, impone  su  voluntad  y  dice...  ! 

Sólo  juntamente  es  como  los  hombres  se  recogen. 
Fijaos  en  aquel  estrecho  patriotismo  de  los  judíos 
en  un  tiempo.  Todos  sus  preceptos  eran  preceptos  ne- 
gativos:  "no  hurtarás",  "no  matarás",  "no  desearás  la 
mujer  de  tu  prójimo";  ved  la  diferencia  que  va  de 
estos  preceptos  y  convertidlos  en  preceptos  positivos; 
en  vez  de  "no  hurtarás",  "acrecentarás  la  riqueza  ma- 
terial y  espiritual  pública";  en  vez  de  "no  matarás", 
"darás  vida  a  los  demás",  y  en  vez  de  "no  desearás 
la  mujer  de  tu  prójimo",  "desearás  tu  propia  mujer". 

Hay  todo  un  tránsito  de  concebir  las  cosas  nega- 
tivamente a  concebirlas  como  preceptos  positivos, 
como  lo  concibió  Jesús  cuando  vino  a  decir :  "Amad 
al  prójimo  como  o  vosotros  mismos";  y  Jesús  fué 
crucificado  por  mal  patriota,  por  la  estrechez  y  mez- 
quindad del  patriotismo  judío,  que  quería,  no  a  un 


OBRAS  COMPLETAS 


735 


Mesías  espiritual,  sino  un  Macabeo  que  sacudiera  el 
yugo  de  los  romanos :  y  él  no  vino  a  negar  a  los 
romanos,  y  cuando  llegó  Pal)]o  de  Tarso  llevando 
el  espíritu  de  aquel  pueblo  a  todas  partes  y  siendo 
el  apóstol  de  los  gentiles,  era  apedreado  por  sus  pai- 
sanos dondequiera  que  iba :  y  la  misma  Roma,  que 
era  el  puel)lo  del  adz'crsus  ¡lostcs  actcnia  aiictoritas 
esto,  "contra  el  extranjero  toda  la  fuerza  sea", 
aquel  pueblo  acogió  a  todos  en  su  seno,  convirtiéndo- 
les en  ciudadanos  a  todos. 

Tenéis  un  caso  de  estos  muy  triste  en  la  misma 
península,  y  voy  a  tocar  una  cosa  que  me  es  comple- 
tamente dolorosa.  Voy  a  hablar  brevemente  de  un 
pueblo  de  los  que  más  quiero,  de  un  pueblo  que  yo 
en  mis  viajes  he  aprendido  a  quererlo,  realmente 
un  pueblo  culto,  me  refiero  a  Portugal. 

Ahí  está  Portugal  llorando  tristemente  saudades 
del  pasado  y  recordando  aquellos  versos  terribles  de 
Camoens ;  acaso  Portugal  está  pagando  una  sombra 
de  independencia,  tal  vez  si  por  males  suyos  y  más 
que  suyos  por  males  ajenos  no  se  hubiera  separado 
del  resto  de  la  península ;  unida  a  ella  y  tratando  de 
aportuguesada  hubiera  encontrado  una  personalidad 
más  firme  que  la  triste  y  apagada  personalidad  que 
hoy  la  envilece. 

La  Solidaridad,  base  de  toda  vida  robusta,  es  im- 
posición mutua,  y  la  imposición  mutua  es  también 
en  otro  respecto  sumisión  mutua. 

Ya  sé  que  esto  no  suena  hoy  aquí  a  nada  extraño ; 
cuando  hace  algunos  años  se  lo  decía  a  mis  propios 
paisanos,  los  que  son  carne  de  mi  carne  y  hueso  de 
mis  huesos,  yo  sé  bien  cómo  lo  recibieron ;  y  es  que 
las  cosas  han  cambiado.  El  antiguo  regionalismo  ha 
ido  viviendo,  de  un  infante  se  ha  hecho  una  matrona, 
y  aquí  cabe  otro  verso  de  vuestro  poeta : 

A'o  li  escaii  a  la  matrona 
la  faixa  del  iitfant. 


736 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Se  habla  de  que  es  un  método,  pero  un  método  es 
siempre  sobre  algo;  un  método  exige  un  contenido, 
exige  una  materia ;  un  método  que  desprecia  la  mate- 
ria o  el  contenido  acaba  por  desvirtuarse,  es  pura  lógi- 
ca formal,  que  es  siempre  infecunda.  Ese  método,  pues- 
to que  oigo  que  así  lo  llaman,  necesita  un  contenido,  y 
sólo  tendrá  eficacia  hacia  fuera  cuando  haya  encon- 
trado este  contenido;  y  un  contenido  que  se  defina 
sobre  todo  en  dos  respectos,  los  dos  importantes,  de 
toda  la  vida,  los  dos  goznes  sobre  que  se  levanta  la 
historia  humana,  el  aspecto  económico  y  el  aspecto 
religioso. 

Voy  a  hablaros  primero  del  aspecto  económico, 
que  es  el  más  inmediato. 

El  movimiento  que  comúnmente  se  llama  catalanis- 
mo surgió,  creció  y  vive  principalmente  en  Barcelo- 
na, y  hay  muchas  gentes  que  dicen  que  eso  es,  real- 
mente, barcelonismo.  Es  natural ;  la  ciudad  es  siempre 
la  conciencia  del  país,  lo  mismo  que  el  cerebro  es 
donde  reside  la  conciencia  del  organismo,  y  sin  em- 
bargo, el  hombre  no  piensa  sólo  con  el  cerebro,  pien- 
sa con  todo  el  cuerpo,  piensa  con  toda  la  sangre,  pien- 
sa con  todo  él. 

Ya  veis  que  hay  un  carácter  especial,  que  lo  da  la 
geografía,  que  lo  da  la  posición  entre  un  país  como 
éste,  Cataluña,  y  un  país  como  el  mío,  el  país  vasco; 
un  carácter  del  que  carece  Castilla.  Estos  son  dos 
países  heterogéneos,  tienen  costas  y  tienen  puertos 
de  donde  irradia  el  comercio,  tienen  montañas,  tienen 
tierras  agrícolas;  en  cambio,  Castilla  es  un  país  com- 
pletamente interior;  allí  realmente  no  hay  costas,  no 
hay  mar,  es  un  país  homogéneo,  y  esta  homogeneidad 
le  ha  dado  un  carácter,  ha  hecho  su  fuerza  en  ciertos 
momentos,  hace  su  debilidad  en  otros :  donde  hay  una 
heterogeneidad  de  configuración,  hay  siempre  acción 
y  reacción  entre  unos  y  otros  elementos :  la  vida  no 
está  paralizada,  la  vida,  por  consiguiente,  tiene  una 


OBRAS  COMPLETAS 


737 


plenitud  que  no  puede  alcanzar  dentro  de  la  homoge- 
neidad ésa.  Y  así  veréis  que  aquí  y  en  mi  país  se  crea 
un  tipo  industrial,  un  tipo  mercantil,  y  en  el  centro  de 
España,  aunque  haya  alguna  industria  y  haya  algún 
comercio,  eso  es  imposible  que  deje  de  haberlo,  es  un 
tipo  de  país  agrícola,  mejor  que  agrícola,  pastoril, 
ganadero. 

No  ha  mucho  todavía  veía  yo  todas  las  mañanas 
desde  el  balcón  de  mí  casa  pasar  en  junio  las  merinas 
con  rumbo  a  los  pastos  del  Norte,  y  en  octubre  con 
rumbo  a  los  pastos  del  Mediodía;  iban  los  pastores 
trashumando  como  pudieran  ir  en  pasados  tiempos. 
Y  esto  ha  creado  un  tipo.  Si  alguno  de  vosotros  ha 
estado  en  la  provincia  de  Salamanca  y  ha  visto  a  un 
charro,  habrá  comprendido  desde  luego  que  el  cinto 
de  media-vaca,  que  va  desapareciendo,  es  lo  menos 
a  propósito  para  incorporarse  y  tomar  la  mancera  de 
un  arado:  es  un  traje  para  ir  con  una  pica  guiando 
una  vacada. 

No  es  que  no  haya  movimiento  agrario:  es  algo 
más  triste,  una  cuestión  enormemente  grave,  una 
cuestión  agraria  que  por  debajo  se  encona  poco  a 
poco  y  que  si  no  está  más  enconada  es  porque  la 
emigración  sirve  de  válvula;  y  tal  vez  muchas  de  las 
cosas  en  que  soñáis  vosotros,  los  catalanes,  vendrán 
por  donde  menos  os  figuréis :  vendrán  por  ahí,  ven- 
drán como  consecuencia  de  un  malestar  muy  hondo 
I  que  perciben  todos  los  que  allí  viven.  Se  reúnen  Con- 
gresos Agrícolas,  hablan,  peroran,  van  en  comisiones 
a  Madrid,  hablan  de  aranceles,  y  la  cuestión  no  es  de 
aranceles:  la  cuestión  es  de  rentas. 

Es  imposible.  En  un  curso  de  años  muy  breve,  las 
rentas  han  triplicado,  han  cuadruplicado :  el  valor  de 
la  tierra  ha  subido  mucho  más  todavía,  y  así  veis 
que  cada  día  son  más  los  campos  que  se  encuentran 
incultos. 

Un  gran  propietario  que  no  distingue  el  trigo  de  la 


UNAMUNO.  VII. 


24 


738 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


cebada,  y  que  así  como  caza  liebres  con  perros  caza 
los  arrendatarios  con  administradores ;  un  gran  pro- 
pietario de  éstos  limita  la  población,  impide  que  en  el 
pueblo  suyo  haya  más  de  tantos  vecinos ;  a  veces  los 
va  echando  y  en  más  de  una  ocasión  los  expulsa  todos 
de  una  vez.  Yo  he  visto  desaparecer  dos  municipios, 
convertidos  en  un  solo  rentero.  Es  claro :  desde  el 
punto  de  vista  social,  ello  es  un  daño  muy  grande; 
pero  al  propietario  le  conviene  más  tener  un  rentero 
con  mil  cabezas  de  ganado  que  tener  diez  con  ciento 
cada  uno. 

Y  las  gentes  marchan,  marchan  que  es  una  desola- 
ción ;  y  marchan,  no  como  emigraban  hasta  hace  poco 
en  mi  país  y  en  todo  el  litoral  cantábrico,  el  hombre 
sólo,  para  volver  luego  a  buscar  compañera  y  crearse 
un  hogar ;  marchan  familias  enteras,  que  no  vuelven. 
Y  empieza  algo  más  grave :  marchan  pequeños  pro- 
pietarios que,  vendiendo  lo  que  tienen,  hacen  un  pe- 
queño caudal,  y  se  marchan  a  establecerse  en  Améri- 
ca, y  de  donde  ellos  marchan  poco  a  poco  irán  entran- 
do los  ganados,  y  después  marchan  hombres  y  gana- 
dos, convirtiéndose  aquellas  tierras  en  cotos  de  caza ; 
y  así  se  da  uno  de  los  casos  más  tristes :  ¡  los  hombres 
huyen  delante  de  las  ovejas  y  de  las  liebres ! 

Y  corren  un  peligro  los  dueños  de  esas  tierras  aná- 
logo al  que  corrieron  los  grandes  propietarios  ingle- 
ses ante  el  triunfo  de  la  Liga  de  Covves,  en  tiempo 
de  Pitt:  vienen  una  porción  de  peligros  y  acaso  su- 
cederá lo  que  allí  les  sucediera,  y  es  que  después  de 
aprobada  la  ley  se  convencieron  de  haber  estado 
completamente  equivocados.  La  tierra  va  quedando 
inculta  y  la  crisis  va  aumentando  de  una  manera 
enorme,  y  en  tanto  tenéis  enormes  masas  de  capital 
acumulado  en  los  Bancos,  atestiguando  uno  de  los 
más  hondos  vicios  que  está  corroyendo  a  este  país : 
un  vicio  degradante,  hijo  de  la  cobardía,  el  vicio  de 
la  avaricia;  y  si  hoy  volviera  a  la  vida  aquel  hombre 


OBRAS  COMPLETAS 


739 


ofrande.  aqnel  o^ran  iracnndo  qn^  «f^  llamaba  el  Dante, 
estad  seetii'ns  de  que  su  famosa  frase,  de  todos  co- 
nocida, la  aplicaría  hablando  de  la  ax'ara  pobrcca  cs- 
pañola. 

Y  esto  acaso  no  tiene  otro  camino  que  el  camino 
de  industrializar  la  asjricultura.  que  buscar  salida  eñ 
ella  a  capitales,  que  evitar  estas  tierras  de  los  lati- 
fundios y  arrancárselas  a  los  señores  que  las  están 
empobreciendo  y  se  están  degradando  y  degradando 
hasta  un  punto  verdaderamente  triste. 

Hace  pocos  años  hice  un  viaje  por  el  ^Mediodía 
de  España,  y  ima  de  las  cosas  que  más  me  amilanó  el 
ánimo  era  ver  que  no  había  ningún  chico  que  no 
extendiera  la  mano  diciendo :  money.  Todos  saben  esta 
palabra  inglesa. 

La  pordiosería,  la  mendigniez,  es  una  institución 
nacional,  y  aquí  recuerdo  y  ahora  os  lo  voy  a  repetir 
una  de  las  cosas  más  grandes  del  poeta  más  grande 
acaso  que  aún  está  vivo,  aunque  realmente  casi  mori- 
bundo :  de  Carducci.  \''iaiaba  Carduce!  por  Suiza, 
con  Vivanti,  que  es  quien  lo  cuenta,  y  se  encontró 
con  dos  alemanes,  un  anciano  y  un  joven,  que  venían 
tras  él  y  le  saludaron.  Deseaban  conocerle.  Se  pre- 
sentó el  joven  diciendo  que  era  un  poeta  alemán.  En 
Alemania  — decía —  todos  somos  poetas,  y  como  yo 
soy  un  buen  alemán,  soy  un  buen  poeta :  sólo  que  no 
hago  versos :  vivo  la  poesía,  y  quiero  que  mi  primera 
estrofa  al  entrar  en  Italia  sea  entrar  en  ella  de  la 
mano  de  Carducci. 

Carducci  accedió  y  les  dió  un  lugar  en  su  carruaje, 
y  emprendieron  la  marcha  rumbo  a  Italia,  para  cruzar 
el  monte  Spium.  Iba  el  joven  alemán  recitando  la 
traducción  alemana  del  irá,  de  Carducci,  llevando 
éste,  como  era  su  costumbre  cuando  oía  recitar  versos, 
el  compás  con  la  mano.  Y  llegaron  a  aquella  frase 
carducciana : 

•    •  In  faciia  alio  straniero,  gridatc  Italia,  Italia.  Italia.  ^ 


740 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Atravesaron  la  frontera,  dieron  vista  a  Lombardía 
y  apenas  en  tierra  italiana,  a  uno  y  otro  lado  de  la 
carretera,  unos  mozalbetes  pidiendo  limosna:  Un  sol- 
do  per  carita.  Lueg-o  unos  mozos  ya  mayores,  un 
hombre...  Uno  de  los  alemanes  echó  mano  al  bolsillo, 
sacó  un  puñado  de  perras  y  las  echó  a  la  carretera. 
Los  mozalbetes,  los  mozos  ya  mayores,  el  hombre,  se 
arremolinaron  brutalmente  entre  el  polvo  a  cogerlas, 
y  entonces,  riendo  los  dos  turistas,  exclamaron:  "¡Ale- 
gría! ¡Qué  primitivo  y  pintoresco  es  esto!" 

Lo  oyó  Carducci,  y  rojo  hasta  la  raíz  de  los  pelos, 
gritó  al  cochero :  — Fcrm-a,  para ;  y  luego  dirigiéndo- 
se a  los  alemanes,  les  dijo:  ¡abajo!,  y  los  puso  en 
la  carretera. 

Y  cuenta  Vivanti  que  el  viejo  quedó  estupefacto; 
al  joven  le  salieron  las  lágrimas  de  los  ojos  y  cogió 
a  Carducci  la  mano  y  se  la  besó.  El  coche  siguió  su 
camino. 

Cada  vez  que  un  aburrido  venga  aquí  a  preparar 
juergas  gitanas,  si  hubiese  dignidad,  se  le  diría: 
¡fuera!,  y  a  pedradas  se  le  echaría. 

No  puede  degradarse  un  pueblo  recogiendo  ochavos 
que  de  limosna  le  echen  los  desocupados.  Todo  esto 
revela  un  estado  tristísimo.  ¡  Y  luego  surgen  movi- 
mientos socialistas,  movimientos  anarquistas !  Y  oigo 
hablar  de  una  palabra  que  me  apena,  porque  lleva  un 
dejo  de  desdén  que  creo  que  no  es  merecido :  se  habla 
de  obrerismo.  ¿Qué  es  eso?  Se  ha  podido  hablar  de 
la  masa,  pero  ¿qué  es  la  masa?  Es  indudable,  sin 
ningún  género  de  duda,  que  hay  que  gobernar,  que 
hay  que  vivir  para  todos  y  que  hay  que  hacer  algo 
orgánico. 

En  España  hace  falta  una  democracia  orgánica:  la 
inorgánica  la  hemos  tenido  siempre  y  nos  ha  per- 
dido. ' 

Hay  que  andar  con  cuenta  en  estas  cosas,  con  juicio 
de  literato.  Yo  también  lo  soy  y  sé  cuál  es  el  pelo 


OBRAS    COMPLETAS  741 


de  la  especie.  Hav  que  confesarlo :  con  relativa  fre- 
cuencia no  miramos  a  la  patria  más  que  como  un 
escahel.  como  un  pedestal  para  nuestra  figura,  y  la 
maldecimos,  si  es  pequeña,  porque  puestos  sobre  ella 
no  nos  verían  bien  los  demás. 

Y  tened  en  cuenta  que  si  no  se  toma  una  direc- 
ción firme  v  seo-ura  en  un  sentido  económico,  siempre 
cabrá  la  sosnecba  de  que  un  movimiento  como  el  que 
aquí  se  ha  iniciado  es  un  movimiento  de  bnr2;Tiesía. 
Esta  es  una  idea  firme  y  comnletamente  arraiq-ada 
dentro  de  muchas  gentes.  Tenéis  que  desarraigarla, 
haciendo  así  que  no  se  crea  que  es  un  movimiento 
de  los  grandes  fabricantes,  de  los  o^randes  industria- 
les. No  hav  nada  más  triste  qre  vender  el  alma  por 
tm  arancel  y  llamar  luejío  a  las  tropas,  a  las  que 
luegro  se  las  maldice,  para  que  aho.s:uen  la  htielga. 

Y  ahora,  esbozado,  más  a  modo  de  método  que 
de  contenido,  lo  que  a  lo  económico  se  refiere,  de- 
jadme que  hable  de  lo  relig-ioso. 

Es  mi  manía  y  se  arraiga  y  afirma  más  cada  vez 
que  oigo  que  es  cosa  pasada  de  moda,  que  es  cosa 
cursi,  que  es  una  cosa  anacrónica,  estúoida  inven- 
ción de  las  gentes  que  quieren  ahogar  la  voz  de  k 
verdad. 

Se  dice  que  las  guerras  de  religión  pasaron  ya. 
Se  ha  dicho  más  de  una  vez  y  hay  qvie  repetirlo :  sí, 
pasaron;  pero  es  que  donde  se  ha  llegado  a  la  paz 
de  Westphalia  es  porque  se  pasó  antes  por  la  Dieta 
de  Worms.  En  España  es  necesario  encender  la  gue- 
rra relisfiosa.  Y  hay  relación  con  esto  de  las  regiones. 

i  ■  Ca.stilla  fué  un  país  unitario.  Tuvo  que  serlo.  Se 
encontró  frente  a  los  mahometanos  que  invadieron 

I  la  Península ;  empezó  a  luchar  con  ellos ;  la  unión 
se  hizo  frente  al  infiel :  unió  a  las  gentes,  más  que 

i  el  amor  mutuo,  un  odio  a  los  otros.  La  unidad  se 
hizo  por  un  principio  de  odio,  no  por  un  principio 
de  amor,  v  así  vino  la  unión  del  Altar  v  el  Trono, 


742 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


fatal  al  Trono,  fatalísimo  al  Altar;  y  tenéis  aquellos 
dos  célebres  versos,  aquellos  lapidarios,  de  Hernan- 
do de  Acuña,  el  poeta  de  Carlos  I:  i 

Uíta  cruz,  un  pastor  solo  en  el  suelo, 
un  monarca,  un  imperio  y  una  espada. 

¡  Una  espada,  señores,  una  espada !  Y  esto  me  ' 
trae  a  la  memoria  otros  versos,  éstos  catalanes,  de 
la  Nit  de  sanch,  también  de  vuestro  Verdaguer,  quien 
dice: 

La  rakó  es  la  de  l' estasa, 
la  Iley  es  el  seu  desig: 
si  axis  ho  fan,  los  qui  moren 
los  ho  ensenyaren  axis  1. 

Y  asimismo,  puesto  que  estoy  en  via  de  cosas  ri- 
madas, una  vez  más,  y  no  será  la  última,  tengo  que 
volver  a  repetir  una  cuarteta  de  Las  mocedades 
del  Cid,  que  tengo  empeño  en  que  todos  los  espa- 
ñoles se  la  aprendan  de  memoria: 

Procure  siempre  acertarla 
el  honrado  y  principal; 
pero  si  la  acierta  mal. 
defenderla  y  no  enmendarla. 

Y  así  nos  hemos  perdido. 

Se  hizo  la  unidad  nacional  sobre  la  base  de  la  uni- 
dad religiosa,  v  para  hacer  la  unidad  religiosa  se 
impuso  la  Inquisición,  y  la  Inquisición  nos  ha  traído 
a  la  larga  el  régimen  de  mentira  en  que  vivimos 

Nosotros   respiramos   mentira.   Se  vive  mentira, 
mentira  se  come,  estamos  amasados  todos  con  men- 
tira. Encontráis  por  ahí  a  cualquiera ;  habladle  de.  [j 
cualquier  cuestión.  En  lo  íntimo,  cara  a  cara  de  vos-  üi 
otros  os  dirá  una  cosa;  en  cuanto  forme  parte  de  la  tr 
muchedumbre,  en  cuanto  es  uno  más  del  rebaño,  ya 
está  obrando  de  otro  modo.  Tenemos  una  verdadera  u 
  I  j 

1    Obras    Completas,    Barcelona,    volumen    VIII,    página  119. 
IN.  del  E.] 


OBRAS  COMPLETAS 


743 


duplicidad  de  personas,  y  la  gente  no  tolera  que  se 
dig-a  claramente  lo  que  a  escondidas  se  dice. 

Y  lo  veo  en  toda  clase  de  cuestiones,  en  ésta  que 
ahora  se  ha  suscitado  en  España,  en  ésta  que  se 
llama  la  lucha  del  clericalismo. 

Háblase  de  clericalismo.  Esta  es  una  cuestión  de 
política  eclesiástica,  pero  en  el  fondo  lleva  una  cues- 
tión estrictamente  religiosa. 

Ved  en  lo  último  que  se  ha  agitado:  una  cosa  de 
paso,  una  cosa  circunstancial,  lo  del  matrimonio  ci- 
vil. De  un  lado,  hay  gentes  que  estiman  que  el  Esta- 
do no  debe  dar  validez  sino  al  matrimonio  civil ;  de 
otro  lado,  hay  gentes  que  dicen  que  en  un  país  ca- 
tólico debe  exigirse  que  el  que  quiera  contraer  ma- 
trimonio civil  haga  una  previa  declaración  de  no  ser 
católico ;  y  arguyen  aquéllos  que  querer  casarse  sólo 
civilmente  es  una  confesión  tácita  de  no  serlo.  Pues 
yo  digo :  no,  que  lo  sea,  que  quiera  sólo  casarse  ci- 
vilmente, ¿qué  implica  esto?,  ¿que  peca?  Allá  ten- 
drá su  sanción  espiritual.  El  Estado  no  tiene  que  ver 
nada  con  esto,  que  es  una  falta  religiosa,  no  de  moral 
universal.  ¿  Que  es  un  concubino  ?  ¿  Qué  ley  civil 
condena  el  simple  concubinato  ?  Y  observad  bien  tiue 
exigir  de  un  católico,  por  medio  de  una  penalidad 
civil,  de  consecuencias  civiles,  el  cumplimiento  de  un 
'    Sacramento,  es  una  impiedad,  y  una  impiedad  manifics- 
1    ta.  Es  lo  mismo  que  exigir  con  penalidad  civil  que 
í    oiga  misa;  es  lo  mismo  que  prohibir  en  los  restau- 
I,    rantes  que  en  ciertos  días  se  den  ciertas  comidas.  Las 
1-    cosas  espirituales  no  pueden  ni  deben  tener  más  san- 
ie. |CÍón  que  la  espiritual  y  el  poder  espiritual  que  exige 
otra  es  que  no  tiene  fe  en  su  fuerza,  es  que  se  en- 
la  trega... 

n      Es  una  impiedad,  es  una  posición  impía,  como 
ri    ;así  todas  las  imposiciones  análogas  que  se  toman 
;n  estas  luchas. 
Se  habla  mucho  de  la  separación  de  la  Iglesia  y 


744 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


del  Estado.  No  ha  mucho  tiempo,  no  recuerdo  con 
qué  motivo,  hablaba  la  prensa  de  haber  gentes  que 
se  estimaban  muy  ortodoxas  y  decían  que  era  lícito 
el  contrabando.  Esto  es  corriente.  Podéis  verlo  en 
una  porción  de  tratados  de  Teología  moral,  y  cuando 
yo  he  hablado  alguna  vez  de  ello,  alguien  me  ha  pre- 
guntado :  ¿  Contra  qué  mandamiento  de  la  ley  de 
Dios  peca  el  que  contrabandea? 

Como  yo  sé  que  tienen  en  la  cabeza  una  serie  de 
cajoncitos  con  respuestas  a  las  principales  objeciones 
de  los  impíos  y  que  en  su  cajoncito  tienen  la  res- 
puesta a  los  que  les  digan  que  contra  el  séptimo  man- 
damiento, les  digo  que  contra  el  cuarto.  ¿  El  cuarto  ? 
Sí,  el  cuarto:  honrar  padre  y  madre. 

El  catecismo  que  a  mí  me  enseñaron  cuando  era 
niño  decía  que  en  honrar  padre  y  madre  entra  el 
obedecer  a  toda  autoridad  legalmente  constituida,  en 
todo  lo  que  manda  que  no  esté  contra  la  ley  de  Dios. 
Y  San  Pablo  decía  por  su  parte  que  hay  que  obedecer 
la  autoridad  aunque  sea  díscola.  Acatar  la  ley  y  lue- 
go tratar  por  todos  los  medios  de  derogarla. 

A  esto  me  ha  dicho  alguien:  "Esto  es  una  tesis 
luterana;  esto  de  enseñar  la  sumisión  como  un  de- 
ber religioso  a  una  autoridad  civil".  Y  yo  he  contes- 
tado: "Es  que  la  Iglesia,  que  condena  el  libre  exa- 
men cuando  se  trata  de  sus  propias  enseñanzas  y  de 
la  interpretación  de  los  Libros  Santos,  deja  el  libre 
examen  cuando  se  trata  de  la  ley  civil :  respecto  a 
la  Sociedad  civil  es,  en  el  fondo,  anarquista. 

Y  todo  esto  os  lleva  a  ver  cuál  es  el  mal,  el  mal 
grande,  desde  el  momento  que  se  han  unido  dos  po- 
testades, con  una  unión  fatal  para  ambas ;  y  como 
que  se  padece  de  ese  mal  si  un  país  unitario  im- 
puso esta  unidad,  todo  país  que  sienta  espíritu  de 
descentralización  debe  primero  descentralizar  la  re- 
ligión y  civilizarla,  hacerla  civil,  y  aquí,  cerca  de 
vuestra  casa,  tuvisteis  los  albigenses. 


OBRAS    COMPLETAS  745 


Pero  es  que  hay  otra  cosa  muy  triste.  ¿Qué  te- 
nemos frente  a  esto?  Frente  a  todos  estos  movi- 
mientos, ¿  qué  tenemos  ?  No  conozco  nada  más  la- 
mentable, nada  más  triste,  nada  más  pobre,  que  el 
libre  pensamiento  español,  un  libre  pensamiento  com- 
pletamente atacado  de  cientificismo.  Lo  he  dicho 
muchas  veces,  ¡  oh,  si  en  España  los  liberales  supie- 
ran teolosjía,  otra  cosa  fuera ! 

¡  Se  habla  nuicho  de  lo  que  se  ha  hecho  en  Fran- 
cia!  Pero  es  que  en  Francia  ni  Combes  ni  Waldeck- 
Rousseau,  ni  Clemenceau  han  dicho  nunca  que  son 
lo  que  son ;  nunca  han  hecho  declaraciones  mentiro- 
sas e  hipócritas:  se  han  presentado  siempre  noble  y 
lealmente,  ofreciéndose  tal  como  piensan,  y  es,  ade- 
más, que  en  Francia  no  ha  hecho  esta  obra  exclusi- 
vamente y  acaso  ni  principalmente  lo  que  aquí  lla- 
mamos el  libre  pensamiento ;  la  han  hecho  unos  cuan- 
tos descendientes  de  antiguos  hugonotes  que  sienten 
el  patriotismo  civil  con  ima  fuerza  íntimamente  re- 
ligiosa. 

Ya  Carducci,  el  noble,  el  viejo  Carducci,  ya  en  un 
tiempo  comparaba,  de  un  lado,  a  Petrarca,  Erasmo 
del  siglo  XVI  y  a  Voltaire  del  siglo  xviii,  y  frente  a 
Petrarca  ponía  el  Dante;  frente  a  Erasmo,  Lutero,  y 
frente  a  Voltaire,  Rousseau,  y  añadía :  los  primeros, 
Petrarca,  Erasmo  y  Voltaire  fueron  en  el  fondo  con- 
servadores; los  verdaderos  revolucionarios  fueron 
Dante,  Lutero  y  Rousseau,  los  que  llevaban  un  es- 
píritu y  un  ansia  religiosa,  y  es  que  no  hay  verdaderos 
revolucionarios,  sino  los  que  en  su  vida  íntima  ten- 
gan fraguada  su  voluntad  en  la  lucha  íntima  y  perti- 
naz con  el  misterio,  sin  rendirse,  acaso  sin  negarlo 
tampoco,  porque  no  lo  comprenden. 

Acaso  el  hondo  principio  de  lucha,  la  verdadera 
fuente  de  ella,  son  las  grandes  inquietudes  del  cora- 
zón, y  muchos  habrá  que  han  hecho  una  labor  ante 
los  demás,  y  mientras  se  les  creía  movidos  por  razo- 


746 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nes  exteriores  llevaban  como  un  resorte  íntimo  lágri- 
mas ocultas  y  dolores  continuamente  tapados  a  las 
miradas  de  los  profanos. 

Habría  que  saber  qué  pasión  arraigada  fué  la  que 
a  aquel  hombre,  a  aquel  Espinosa,  le  dictó  aquella 
fórmula  fría,  seca  y  lapidaria ;  era  como  un  diaman- 
te, sí,  pero  es  que  para  forjar  un  diamante  hacen 
falta  calores  que  no  pueden  llenar  fraguas  ningunas 
de  la  tierra. 

Un  amigo  mío,  un  amigo  del  alma,  contraponía 
una  vez  a  esta  figura  grande  del  Quijote  castellano 
la  figura  de  El  comtc  Aman,  y  luego,  en  el  Coni- 
te"  de  vuestro  Maragall,  encontré  estos  versos  y  dije : 
"Esta  era  la  fuerza  del  hombre"  : 

Viure,  viure,  viure  sempre: 
no  valdría  morir  mai, 
ser  com  roure  que  s'arrela 
i  obre  la  copa  en  l'espai  i. 

Hacedlo  así  y  elevando  la  religión  individual  a  re- 
ligión social,  extendiéndola  y  no  extendiéndola  con 
mentira  es  como  puede  hacerse  una  labor  fecunda, 
civilizando  la  religión;  es  decir,  haciéndola  civil, 
creando  la  cultura.  Nada  más  íntimo,  nada  más  enla- 
zado que  la  religión  y  la  patria.  La  patria  no  es  acaso 
más  que  una  preparación  para  la  patria  ideal,  para 
una  patria  espiritual,  que  yo  no  sé  bien  dónde  existe. 

Hay  un  hombre,  un  indio,  que  ha  sido  el  padre  de 
la  patria  mejicana:  el  indio  Juárez,  hombre  de  una 
mentalidad  ordinaria,  no  torpe,  no  ningún  genio,  no 
supo  hasta  los  doce  años  leer  ni  escribir,  ni  caste- 
llano; era  un  indio  puro.  Le  crió  un  tío  sacerdote, 
le  hizo  abogado,  estudió,  perdió  las  fórmulas  de  las 
creencias  de  su  infancia;  pero  como  era  un  hombre 
que  tenía  el  alma  religiosa  de  su  pueblo,  sintió  el 
derecho,  sintió  la  patria  con  un  sentimiento  honda- 

1    Obras  Completas,  Poesías,  I,  Barcelona,  Gili,  1912,  pág.  98. 


OBRAS  COMPLETAS 


747 


mente  religioso,  y  no  como  aquellos  blancos  más  o 
menos  estetizados  que  le  rodeaban:  y  cuando  todo  el 
mundo  fluctuaba,  cuando  todo  el  mundo  se  amilanaba 
ante  las  tropas  de  Maximiliano,  el  indio  Juárez,  se- 
reno e  impasible,  llevaba  en  su  corazón  el  fuego  de 
la  patria  mejicana,  y  es  que  la  había  convertido  en 
religión.  Y  ahi  tenéis  también  al  Japón:  lo  mismo 
pasa  allí. 

El  sentimiento  religioso  depura  la  patria,  la  ensan- 
cha y  a  la  vez  enseña  a  mirar  al  cielo.  Otra  cita  tam- 
bién de  vuestro  ]\Iaragall,  que  hablando  de  vuestra 
bandera  dice: 


Tenéis  que  crear,  tenemos  que  crear  todos,  la  reli- 
gión de  la  patria.  Patria,  en  el  fondo,  es  religión, 
religión,  unión,  enlace,  solidaridad  en  fin  y  solidari- 
dad en  espacio  y  solidaridad  ante  todo  y  sobre  todo 
en  tiempo. 

Harto  se  nos  enseña  el  culto  a  nuestros  antepasa- 
dos: hora  es  de  enseñar  a  todos  el  culto  a  nuestros 
descendientes,  aún  no  nacidos.  Es  menester  que  las 
tumbas  no  quiten  sitio  a  las  cunas,  y  es  preciso  en- 
señar, como  decía  Washington  Irving,  que  "el  cultivo 
del  árbol  es  un  cultivo  heroico,  porque  uno  no  se  sen- 
tará a  la  sombra  de  aquel  que  con  su  mano  ha  plan- 
tado". Pero  aquí  tenéis  una  patria  litúrgica :  es 
España  una  patria  muerta,  con  sus  tradiciones  her- 
méticas y  cerradas,  unos  sacerdotes  del  patriotismo 
que  lo  tienen  por  oficio  o  carrera,  que  celebran  una 
misa  patriótica  y  el  pueblo  dice  que  la  oye :  ¡  no  oye 
nada !,  y  luego  le  enseñan  en  el  orden  de  la  patria  lo 
mismo  que  en  el  orden  de  la  religión  le  han  enseñado : 
la  fe  implícita,  la  fe  del  carbonero:  creer  por  otro. 

Ahí  tenéis  un  libro  que  debiera  ser  la  Biblia  de 
los  españoles:  el  Quijote,  y  tiene  también  una  inter- 


di/ ) 

alsai 


irte  sobiraua 
los  uUs  al  cel. 


/4« 


MlLrühL   Vh    U  iV  A  Al  U  N  O 


pretación  oficial,  una  interpretación  ortodoxa,  no  se 
puede  hacer  libre  examen  sobre  sus  páginas :  y  así 
tenéis  que  España  está  por  hacer.  Parecia  que  iba 
a  surgir  en  18u8,  cuando  tuvo  una  sacudida  de  la  vida 
esparcidos  sus  miembros  todos,  aqui  entre  ellos,  y 
luego  pareció  que  alboreaba  en  1868  en  aquella  revo- 
lución de  setiembre,  que  fué  principal  y  especial- 
mente una  revolución  catalana,  y  luego  ha  venido 
ese  horrendo  período  de  la  Restauración,  el  reino  de 
la  mentira,  el  reinado  de  la  hipocresía:  un  liberal 
predicaba  un  amargo  escepticismo  y  embistió  con  fu- 
ria cuando  el  honorable  Pi  y  Margall  sacaba  el  cora- 
zón de  sus  entrañas,  y  un  político  nefasto  hablaba  de 
la  última  gota  de  sangre  y  de  la  última  peseta. 

Y  luego  se  nos  dice:  "¿Qué  traéis  los  hombres  de 
ahora?  ¡Si  no  hacéis  más  que  destruir!"  En  España 
destruir  la  mentira  es  construir;  no  hace  falta  des- 
trucción otra  ninguna,  basta  con  destruirla. 

Yo  espero  que  de  ese  patriotismo  restringido  ha- 
gáis un  patriotismo  grande,  y  que  así  como  del  pue- 
blo judío  salió  aquel  Mesías,  algún  día  puedan  todos 
decir  las  palabras  de  vuestro  Verdaguer: 

Aquel  gegaixt  que  clama 
es  un  gegant  de  Espanya, 
d'Espanya  catalana. 

Y  tenéis  el  último  himno  de  vuestro  noble,  sereno 
y  grande  Maragall :  el  Himno  de  los  Hispanos. 

Y  ahora,  para  concluir,  quiero  hablaros  de  dos  co- 
sas, de  dos  símbolos :  de  un  símbolo  artificial.  El 
símbolo  natural  es  la  lengua ;  el  símbolo  artificial  es 
la  bandera. 

Anoche  asistí,  y  asistí  complacido,  como  a  una 
lección,  a  la  inauguración  del  primer  Congreso  In- 
ternacional de  la  Lengua  Catalana,  y  al  terminar  el 
secretario  de  leer  la  Memoria  dijo  estas  palabras,  que 
me  quedaron  grabadas:  "La  obra  de  este  Congreso 


OBRAS  COMPLETAS 


749 


no  puede  ser  patriótica  si  no  es  exclusivametne  cien- 
tífica". 

Aquí  os  habla  un  profesional.  Yo  soy  un  profesio- 
nal de  la  Filología.  No  digo  que  la  sepa  mejor  o 
peor.  No  doy  una  autoridad  personal.  El  Estado  me 
paga  por  enseñarla,  y  como  tengo  que  cumplir  mi 
deber,  y  como,  además,  es  mi  vocación,  me  dedico  a 
esos  estudios  y  voy  en  la  sombra  de  un  escritor  y 
profesional  procurando  lavarme  de  todo  sentimien- 
to de  otro  género.  Y  la  lengua,  la  Filología,  es 
lo  mismo  que  las  cosas  de  economía:  tienen  una  tra- 
yectoria y  la  cumplen  con  muy  pequeñas  desviacio- 
nes, y  hagan  los  hombres  lo  que  hagan  en  contra  o 
en  favor,  no  pueden  nada.  Las  alteraciones  de  la 
moneda  introducen  un  trastorno  momentáneo;  al  úl- 
timo, ella  se  restablece  por  fuerza  natural. 

Exactamente  lo  mismo,  lo  mismo  sucede  con  la  len- 
gua :  es  inútil  querer  alterarla  en  un  sentido  o  en  otro 
sentido:  tan  baldíos  son  los  esfuerzos  del  pueblo  por 
ahogar  la  lengua  como  los  esfuerzos  de  éste  por  res- 
taurarla, si  es  que  en  su  desarrollo  natural  no  había 
de  avanzar  o  retroceder.  Esto  debe  mirarse  con  ab- 
soluta serenidad.  Lo  que  hay  es  que  el  proceso  de  la 
economía  política,  de  la  ciencia,  está  íntimamente  li- 
gado al  proceso  del  movimiento  económico,  y  en  cada 
época  se  han  formado  leyes  de  economía  para  justi- 
ficar los  movimientos  económicos,  no  para  produ- 
cirlos. 

Malthus  surge  para  aquietar  a  los  grandes  indus- 
triales ingleses.  Marx  no  produjo  el  socialismo,  lo 
formuló,  y  así  veis  que  entre  las  gentes  que  se  dedi- 
can a  estos  estudios  a  veces  hacen  consistir  la  lengua 
en  el  léxico;  otras  veces,  en  la  sintaxis,  otras,  en  la 
analogía,  si  es  flexiva  o  es  aglutinante ;  otras  en  la 
fonética,  y  lo  hacen  según  las  necesidades  de  la  pro- 
pia lengua ;  y  así  la  Filología  se  convierte  en  aboga- 
cía: es  una  Filología  abogadesca:  va  ad  probandum 


750 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


a  fijar  una  causa  previa  de  origen  sentimental;  es 
siempre  muy  respetable  y  muy  útil  para  el  progreso 
de  la  ciencia;  aunque  vayan  errados  unos  u  otros  es- 
tos errores  enriquecen  el  movimiento  científico. 

Y  es  que  hay  que  tener  una  cosa  en  cuenta,  y  es 
que  la  lengua  es  principal  y  primariamente  para  la 
vida  y  no  para  la  literatura. 

Y  aquí  me  viene  a  la  memoria  una  agudeza  de  Va- 
lera,  cuando  decía :  "Dice  un  americano  que  la  len- 
gua castellana  va  a  perderse  en  América,  porque  no 
encuentra  dos  escritores  españoles  que  digan  de  gus- 
to y  de  provecho";  y  añadía:  "Si  así  fuese,  hace 
tiempo  que  hubiera  desaparecido  de  España". 

No ;  la  lengua  es  para  la  vida,  y  si  el  castellano 
persiste  en  América,  no  es  por  nuestros  poetas,  no  es 
por  nuestroü  escritores :  es  porque  tienen  que  hacer 
sus  pedidos  los  comerciantes  en  castellano. 

Y  tened  siempre  en  cuenta  que  hay  que  tomar  con 
mucha  reserva  y  hay  que  tomar  con  gran  cautela 
toda  clase  de  argumentos  de  literatos,  porque  para  los 
literatos  el  pueblo  rara  vez  es  pueblo,  es  público.  Y 
ello  hará  su  camino  en  uno  u  otro  sentido,  hagan  unos 
y  otros  lo  que  quieran. 

Como  yo,  aunque  creo  conocerlo  bastante,  no  co- 
nozco lo  suficientemente  a  fondo  el  problema  de  la 
lengua  aquí,  no  quiero  que  alguien  pueda  prevalerse 
de  ello  para  decir  de  cualquiera  observación  que 
ahora  yo  hiciese  que  no  estoy  enterado  del  problema, 
y  de  este  modo  lo  traslado  y  os  hablo  brevemente 
de  cómo  se  presenta  el  problema  en  mi  país,  el  cual 
conozco.  Vosotros  haréis  la  aplicación  en  cuanto 
ésta  quepa  hacerla  y  hasta  aquel  límite  en  que  el  ha- 
cerla sea  posible,  porque  las  lenguas  son  distintas  y 
las  condiciones  en  que  se  desarrollan  son  también 
muy  distintas.  En  mi  país  lo  he  dicho  y  allí  lo  sabe 
todo  el  mundo,  el  vascuence  se  muere  y  eso  no  tiene 


OBRAS'    C  O  M  P  LET  A  S 


751 


remedio:  se  muere  pnr  razones  internas,  por  causa 
de  fisiología  linqfüística.  Pero  hay  una  cosa,  y  es  una 
frase  que  oí  un  día  en  un  sermón  a  un  sacerdote  de 
mi  país,  que  decía:  "No  mandéis  los  hijos  a  la  escue- 
la, que  allí  les  enseñan  castellano  y  el  castellano  es 
el  vehículo  del  liberalismo". 

El  vascuence  se  muere,  y  acaso  sea  una  ventaja 
para  nosotros  los  vascongados.  Es  triste,  lo  com- 
prendo, es  verdaderamente  triste  tener  que  separarse 
de  la  madre:  pero  no  hay  más  remedio  cuando  hay 
que  tomar  esposa,  y  allí  se  deja  la  lengua  madre 
para  tomar  una  lengua  esposa  con  la  que  engendrar 
hijos  de  vida:  y  está  dicho:  "Por  ella  dejarás  a  tu 
padre  y  a  tu  madre  y  ella  será  carne  de  tu  carne 
y  hueso  de  tus  huesos".  Si,  muy  noble,  es  una  cosa 
absolutamente  respetable  y  culta  el  respeto  a  una 
lengua  en  que  han  vivido  todos  los  antepasados ;  pero, 
¡  ay !,  es  como  una  gloriosa  espingarda  conservada 
en  una  familia:  cuando  los  demás  vienen  con  máu- 
ser  es  una  locura  querer  defenderse  con  la  espin- 
garda. 

Y  nosotros  tenemos  que  tomar  el  arma  que  se  nos 
ofrece,  porque  no  puede  servirnos  una  especie  de  vo- 
lapuk a  base  de  vascuence  construido  por  unos  cuan- 
tos eruditos  en  el  laboratorio  de  su  gabinete;  aquello 
no  sirve. 

Es  también  un  principio  de  economía:  le  es  mucho 
más  útil  al  aldeano  tomar  un  instrumento  ya  hecho 
que  hacerse  uno  con  sus  propios  materiales.  Y  eso 
yo  lo  he  dicho  en  mi  país  mil  veces :  no  importa,  con 
esta  lengua  esposa  podemos  tener  hijos  e  hijos  nues- 
tros. 

El  gran  poeta  de  Escocia,  el  hombre  que  ha  dado 
el  alma  escocesa  en  sus  cantos,  Burns,  no  cantó  en 
la  antigua  lengua  céltica  de  Escocia,  sino  que  cantó 
en  un  dialecto  inglés,  hablado  en  Escocia,  en  el  in- 
glés en  boca  escocesa.  Tampoco  el  alma  de  la  Bre- 


752 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


taña  anda  en  la  antigua  lengua  armoricana;  el  alma 
de  la  Bretaña  está  en  otros  escritores,  está  en  Renán, 
que  escribió  en  pura  lengua  francesa.  Y  aquí  en  Es- 
paña, Séneca,  el  hombre  que  acaso  más  hondamente 
manifestó  el  alma  de  su  pueblo,  escribió  en  latín,  no  en 
la  lengua  que  tal  vez  se  hablara  en  su  tiempo  en 
Córdoba.  Y  yo  mismo,  que  hablo  y  pienso  en  esta 
lengua  en  que  estoy  ahora  aquí  hablando,  y  no  en  la 
lengua  de  mis  abuelos,  creo  elevar  el  alma  de  mi 
pueblo  tanto  como  la  eleve  cualquiera  que  desenvol- 
viese su  espíritu  en  esa  lengua. 

Y  aquí  mismo  el  poeta  que  ya  os  he  citado  más  de 
una  vez,  Maragall,  es  uno  de  los  más  nobles  prosis- 
tas en  lengua  castellana,  y  si  eso  no  se  le  reconoce 
fuera,  es  por  estrecho  espíritu  del  purismo  que  mata. 

Sí ;  el  alma  sobrevive  al  cuerpo  y  el  alma  se  crea 
otro  cuerpo  cuando  ha  perdido  el  primitivo.  Lo  que 
hay  es  que  si  yo  acepto  el  máuser  y  desecho  la  es- 
pingarda, luego  lo  manejo  a  mi  manera  y  no  tolero 
que  aquel  que  me  lo  da  me  imponga  su  manera  de 
manejarlo,  no  tolero  monopolios  casticistas,  no  tolero 
monopolios  puristas.  ¡  Que  es  mal  castellano !  Es  muy 
bueno  para  boca  de  vizcaínos.  Y  no  se  puede  tolerar 
que  se  empeñen  para  purificar  artificiosamente  una 
lengua  en  hacernos  que  vayamos  a  buscarla  a  fuentes 
del  siglo  XIV  y  del  siglo  xvi,  porque  debajo  de  ésta, 
miradlo  bien  y  pensadlo,  hoy  ya  se  sabe  que  no  se 
pueden  expresar  ideas  del  siglo  xx  con  una  lengua  del 
siglo  XIV  o  del  siglo  xvi. 

Nosotros  hemos  adoptado,  sí,  el  castellano;  pero 
es  sabiendo  que  con  él  ha  de  hacerse  el  español,  me- 
jor dicho,  el  hispanoamericano,  que  todo  el  mundo  tie- 
ne el  derecho,  aún  más,  tiene  el  deber  de  llevar  en  su 
espíritu  y  de  modelarlo  conforme  a  él.  El  mismo  cas- 
tellano literario  es  una  integración  de  dialectos.  Ahí 
vinieron  a  sumarse  el  antiguo  leonés,  hay  formas  ara- 
gonesas y  hoy  cualquiera  percibe  la  modulación  espe- 


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753 


cial  que  le  dan  los  escritores  gallegos,  ¿qué  queda 
luego?  Una  cuestión  de  nombre. 

Barcelona  ha  crecido  y  se  ha  anexionado  a  Gracia, 
y  Gracia  vive  dentro  de  la  ciudad  y  forma  parte  de 
ella  y  en  ella  influye.  Los  gracienses  podrían  decir 
que  es  Gracia  quien  se  ha  anexionado  a  Barcelona. 
Todo  es  cuestión  de  como  llaméis  al  conjunto.  Mas 
como  éstas  son  cosas,  como  empecé  diciendo,  de  un 
orden  estrictamente  científico,  que  no  pueden  desarro- 
llarse brevemente  y  en  un  acto  que  no  es  una  confe- 
rencia científica,  sino  un  acto  de  otra  especie,  no 
conviene  que  continúe  porque  veríame  forzado  a  en- 
trar en  consideraciones  técnicas,  siempre  discutibles, 
porque  en  este  caso  siempre  es  respetable  la  opinión 
del  adversario,  y  nadie  puede  nunca  pretender  cono- 
cer en  absoluto  la  verdad. 

Y  ahora  quiero  hablaros  del  otro  símbolo,  del  sím- 
bolo artificial ;  de  la  bandera.  Cuando  he  visto  on- 
dear vuestra  bandera  de  las  cuatro  barras,  siempre 
he  visto  en  ella  una  bandera  española  duplicada ;  son 
dos  banderas  españolas  hermanadas,  juntas.  Cortad- 
las por  la  mitad  y  tendréis  dos  banderas  de  España. 
Unid  estas  dos  mitades  y  tendréis  vuestra  bandera 
catalana.  Duplicad,  pues,  en  verdad  y  no  en  símbolo 
tan  sólo  nuestra  común  bandera ;  añadid  a  sus  dos 
barras  otras  dos;  a  las  dos  barras  de  la  cruz  y  de 
la  espada,  las  barras  de  la  lira  y  del  dinamo,  y  tened 
en  cuenta  que  así  como  a  la  espada  se  le  puso  una 
cruz  en  la  empuñadura  y  se  hizo  de  la  espada  cruz 
y  es  cruz-espada  para  bien  y  para  mal  — más  para 
mal  que  para  bien — ,  así  podéis  poner  al  dínamo  una 
lira  y  que  con  su  plectro  eléctrico  hagan  resonar 
las  cuerdas  de  bronce,  los  torrentes  vivos  que  bajan 
de  vuestras  montañas  regaladas,  y  es  la  lira  a 
su  vez  un  dínamo,  y  tened  en  cuenta  que  la  lira  es 
cruz  — y  de  ello  puede  atestiguar  vuestro  mosén 
Cinto,  siendo  crucificado  en  su  lira —  y  que  es  el 


754 


MIGUEL  DE   VNAMUNO  I 


dínamo-espada,  y  así  por  arte  combinatorio,  que  aquí 
tiene  tradición  antio:ua  y  noble,  podréis  ir  ■ — tal  vez 
parecería  un  juego —  combinando  dos  a  dos  estos  cua- 
tro términos,  porque  todo  está  en  todo,  y  espada  y 
dínamo  nos  llevan  a  la  cruz  y  a  la  lira.  La  acción 
se  acaba,  perfecciona  y  corona  en  la  contemplación 
que  es  la  plenitud  del  reposo  conquistado.  Unamos 
las  barras  de  la  tradición  a  las  del  prog-reso,  v  no  ol- 
videmos que  éste,  el  progreso,  brota  de  aquélla,  de  la 
tradición,  que  es  su  eterno  manadero. 

Amo  la  tradición  más  que  la  pueda  amar  el  que 
a  sí  mismo  se  pueda  llamar  tradicionalista ;  gusto  de 
perderme  por  aquellas  viejas  ciudades  de  la  noble  y 
generosa  Castilla  bañando  mis  efímeras  expansiones 
en  sus  recuerdos  seculares.  Allí  respiro  poesía  aquie- 
tadora,  porque  poético  es  lo  que  ha  sido,  lo  que  ha 
vivido,  lo  que  ha  sufrido  3'  ha  cristalizado  el  sufri- 
miento, lo  que  ha  personificado,  eternizándolo,  el  do- 
lor, y  al  recorrer  aquellos  piélagos  de  encinas,  flores 
perennes  de  las  entrañas  rocosas  de  una  tierra  toda 
roca,  todo  entrañas,  me  recojo  en  la  quietud  de  aquel 
largo  silencio  que  allí  duerme  sueños  de  siglos  en  es- 
pera de  una  voz  de  conjuro  que  vaya  a  despertarlo. 

Si  hubieseis  lavado  allí  las  heridas  de  vuestro  co- 
razón, como  yo  allí  las  he  lavado,  y  hubieseis  allí  apla- 
cado vuestra  inquietud,  querríais  a  aquella  noble,  des- 
graciada y  sencilla  tierra  como  la  quiero  yo,  que  des- 
de mis  montañas  vascas  fui  a  acabar  de  fraguar  mi 
espíritu  en  ella.  Ella  fué  fuerte  hacia  fuera  cuando 
pudo  imponerse  e  impuso  sus  ideales;  ella  fué  fuer- 
te, descubrió  y  conquistó  para  España  toda,  para 
vuestra  Cataluña,  un  nuevo  mundo.  Sed  fuertes  y  sed- 
lo  para  los  demás.  Si  no  lo  sois  para  los  demás,  si 
no  tenéis  una  mano  fuerte  para  guiarlos  a  ellos,  no 
seréis  fuertes  para  vosotros  mismos.  Sed  fuertes  y 
conquistad  otro  nuevo  mundo,  el  mundo  del  espíritu 
universal  contemporáneo,  y  conquistadlo  para  España. 


OBRAS  COMPLETAS 


755 


Y  entonces  habréis  duplicado  la  bandera  y  brotarán, 
no  en  su  tierra,  en  su  cielo,  cuatro  barras,  las  de  la 
tradición  y  las  del  progreso.  Y  Dios  quiera  que  a 
esas  cuatro  barras  las  ilumine  y  encienda  siempre  el 
sol  de  la  verdad.  La  verdad,  sólo  la  verdad.  La  ver- 
dad siempre  nos  hará  libres. 

Y  como  parece  que  aqui,  en  este  país,  es  de  ritual 
concluir  actos  de  propaganda  con  vivas,  con  un  viva 
quiero  acabar  mi  acto.  Alguien  podrá  creer  que  sea 
un  viva  España  en  lengua  catalana,  un  visca;  no,  no 
es  en  mis  labios  donde  esa  lengua  florece  y  no  es  de 
ellos  de  donde  debe  salir.  Es  un  viva  más  universal 
y  más  verdadero ;  es  un  viva  a  lo  que  en  España  está 
muerto,  y  su  muerte  nos  mata  a  todos.  ¡  ¡  Viva  la  Ver- 
dad!! 

(Texto  aparecido  en  La  Publicidad.  Barcelona,  16 
de  octubre  de  1906.) 


CONFERENCIA  DADA  EN  LA  SOCIEDAD 
"EL  SITIO"  EL  DIA  5  DE  SETIEMBRE  DE  1908 


La  conciencia  liberal  y  española  de  Bilbao 
Señores : 

Al  cabo  de  años  vuelvo  a  ocupar  esta  tribuna  desde 
la  que  empecé  mi  vida  pública  de  conferenciante. 
Aquí,  es  decir,  en  el  anterior  local  de  esta  Sociedad, 
donde  hoy  están  los  otros,  me  estrené  en  mi  labor 
pública.  En  un  rincón  de  esta  sala,  precisamente  en 
este  mismo  en  que  se  levanta  la  tribuna  desde  que 
hablo  ahora,  pasé  de  los  mejores  ratos  de  mi  vida 
discutiendo  con  amigos  que  en  buena  parte  han  des- 
aparecido ya  de  entre  nosotros.  Este  salón  está  para 
mí  lleno  de  recuerdos  de  mi  juventud,  de  recuerdos 
de  vivos  y  de  muertos. 

Paréceme,  pues,  como  si  me  encontrase  en  mi  pro- 
pia casa,  en  mi  hogar,  de  vuelta  de  largo  viaje  que 
ha  durado  años  enteros,  y  como  cuando  un  hermano, 
de  vuelta  de  largas  andanzas  por  lejanas  tierras,  ha- 
bla con  los  suyos  de  lo  que  vió  y  de  lo  que  en  su 
ausencia  ocurriera  en  su  hogar  y  su  familia,  así  he 
de  hacer  yo  aquí.  Hablemos,  pues,  de  nuestras  cosas. 

Desde  que  abandoné  este  mi  pueblo  de  Bilbao  para 
ir  a  vivir  en  otro,  ha  sufrido  grandes  y  profundos 
cambios,  cambios  de  que  he  podido  darme  cuenta  por 
mis  anuales  visitas  a  esta  mi  nativa  villa  y  por  mi 
constante  comunicación  con  mis  amigos  y  compañe- 
ros de  la  infancia.  Bilbao  ha  cambiado  profunda- 
mente en  este  tiempo  y  ha  cambiado,  como  es  natural 


OBRAS  COMPLETAS 


757 


que  suceda,  tanto  en  bien  como  en  mal.  Han  sido  los 
años  de  la  ma3'0r  acuidad  de  sus  crisis  de  crecimien- 
to y  de  reacción  a  él.  Y  si  esta  noche  recargo  aqui 
las  tintas,  tened  en  cuenta  que  es  que  voy  haciéndome 
viejo  y  que  empiezo  a  guardar  dentro  de  mi  con  ca- 
riño de  tal,  un  Bilbao  de  mis  mocedades,  mi  Bilbao, 
aquel  en  que  se  abrió  mi  mente  a  la  luz  y  mi  corazón 
al  aire  de  la  vida. 

Esa  crisis  del  crecimiento  de  este  nuestro  pueblo 
lleva  consigo,  como  crisis  análoga,  una  lucha.  Perío- 
do de  lucha  y  de  intensa  lucha  intima  ha  sido  para 
Bilbao  este  período  de  que  hablamos.  Y  de  lucha  con 
sus  consecuencias  todas. 

Una  de  ellas,  uno  de  los  resultados  de  esta  lucha 
de  espíritus  que  ha  traído  el  crecimiento  de  la  villa 
y  de  la  región  toda  ha  sido  el  odio,  o  más  bien  que 
odio,  miedo  que  buena  parte  de  nuestro  pueblo  siente 
hacia  la  inteligencia  y  un  culto  a  la  fuerza«bruta,  a 
la  brutalidad,  consiguiente  a  ese  miedo  y  a  ese  odio. 
No  sirve  querer  negarlo;  hoy  en  Bilbao  se  advierte 
de  parte  de  no  pocos  de  sus  hijos  y  moradores  un 
verdadero  odio  a  las  formas  más  puras  y  más  des- 
interesadas de  la  inteligencia.  Parece  que  hasta  es- 
torba o  daña. 

Recientemente,  en  estos  mismos  días,  hemos  podido 
observar  aquí  un  caso  que,  aun  cuando  en  si  es  relati- 
vamente de  escasa  importancia,  adquiere  verdadero 
valor  simbólico  como  síntoma  de  un  estado  general 
de  la  conciencia  pública.  Con  ocasión  de  cierto  es- 
pectáculo en  que  un  profesional  de  la  lucha  corpórea 
ha  derribado  y  vencido  a  robustos  mocetones,  a  san- 
sones populares,  ha  podido  notarse  la  irritación  y  la 
ojeriza  de  una  buena  parte  del  puel)lo  al  ver  que  el 
mono  sabio  dominara  al  elefante,  muy  fuerte,  sí,  pero 
muy  torpe.  Esa  indignación  contra  la  destreza  y  la 
astucia  me  recordaba  los  sentimientos  de  una  buena 


758 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


parte  del  público  de  los  frontones  de  pelota  al  ver 
que  un  jugador  travieso  y  ágil  derrotaba  a  otro  más 
vigoroso  y  robusto  que  él.  Los  beocios  ven  siempre 
en  esto  algo  de  trampa,  algo  de  desleal,  y  es  por  ser 
una  forma  de  inteligencia. 

En  las  luchas  mismas  de  la  inteligencia,  las  dos 
armas  favoritas  del  beocio  son  la  apuesta  y  el  boleo. 
No  se  sabe  discutir  sino  proponiendo  la  apuesta  o 
enseñando  el  puño  cerrado. 

Y  todo  esto  arranca  en  ellos  de  cierta  simplicidad 
y  rudimentariedad  mentales ;  las  cosas  sutiles  y  com- 
plicadas les  molestan  y  excitan  su  impaciencia  y  nial 
humor.  Fáltales,  además,  y  como  consecuencia  de  ello, 
sentido  crítico.  Son  gentes  que  tienen  la  desgracia  de 
no  saber  dudar  casi  nunca;  son  gentes  de  dogmas 
cerrados,  que  los  recibieron  hechos  y  hechos  los  acep- 
tan, sin  capacidad  para  analizarlos.  Cojed,  si  queréis 
ver  un  caso  típico,  un  pequeño  folleto  que  se  llama 
A  mi  vasco  y  decidme  si  es  posible  escribir  nada  más 
simple  y  rudimentariamente  dogmático,  nada  más 
Cándido,  nada  más  falto  de  sentido  crítico.  Su  autoi- 
parece  estar  convencido  de  una  porción  de  cosas 
en  que  vacilan  y  dudan  los  que  más  y  mejor  las  es- 
tudian. Él  parece  saber,  por  ejemplo,  lo  que  es  una 
raza,  cosa  que  apenas  saben  los  etnólogos  ni  sé  que 
lo  sepa  a  ciencia  cietra  nadie,  no  siendo  algún  mé- 
dico de  Mundaca. 

Pero  todo  esto  podría  pasar  si  no  fuera  porque  esta 
simplicidad  mental  y  esa  falta  de  sentido  crítico  con 
su  consiguiente  dogmatismo  rudimentario  procede 
de  un  cierto  ensoberbecimiento  que  les  lleva  a  actos 
de  verdadera  mala  educación,  de  grosería,  para  llamar 
a  las  cosas  por  su  nombre. 

Hubo  un  tiempo,  allá  en  mi  niñez,  y  en  mis  mo- 
cedades, en  que  este  nuestro  pueblo  y  su  región  toda 
estaban  divididos  en  dos  bandos  políticos:  liberales 
y  carlistas.  En  tiempo  de  guerra  andaban  a  tiros  unos 


OBRAS  COMPLETAS 


759 


con  otro?,  pero  heclia  la  paz  convivían  y  se  trata- 
ban, si  nn  siempre  con  cordialidad,  por  lo  menos  con 
cortesía.  Podían  los  liberales  decir  lo  que  quisieran 
de  los  carlistas  y  éstos  de  aonéllos,  pero  siempre  ha- 
bría de  reconocerse  que  eran,  por  lo  común,  gente 
bien  educada.  Hoy,  con  las  nuevas  divisiones,  parece 
que  las  cosas  han  cambiado.  Apenas  pasa  domingo 
que  después  de  unos  y  otros  gritos  no  se  vengan  a 
las  manos  muchachos  de  diferentes  bandos.  Y  esto  lo 
ha  traído  el  bizkaitarrismo.  No  me  asusta  idea  polí- 
tica alguna,  paso  hasta  por  las  doctrinas  de  los  que 
en  el  fondo  no  anhelan  sino  poder  llegar  a  separarse 
de  España.  Si  es  que  realmente  lo  quieren  y  si  pue- 
den lograrlo,  sepárense,  hasta  esto  llego,  pero  sepá- 
rense a  tiros,  no  a  coces. 

Y  ese  culto  a  la  brutalidad  de  que  os  hablaba,  ese 
recelo  contra  toda  forma  de  elevación  intelectual,  ha 
venido  a  corroborarlo  en  parte  la  afición  a  los  de- 
portes físicos  y  al  atletismo,  que  aquí  se  ha  desarro- 
llado tanto  recientemente. 

No  es  que  la  tal  afición  sea  mala  en  sí  ni  mucho 
menos :  es  buena,  bonísima,  pero  puede  alguna  vez 
llevar,  y  lleva  en  este  caso,  a  consecuencias  peligrosas. 
No  hace  ahora  al  caso  el  que  yo  preconice  todas  las 
ventajas  de  los  deportes  corporales  para  el  mejor  lo- 
gro de  la  educación  física;  lo  que  me  propongo  es 
llamar  vuestra  atención  sobre  los  peligros  del  de- 
portismo sin  contrapeso  y  convertido  de  medio  en  fin. 

Observad  ante  todo  que  entre  esos  deportes  no  flo- 
rece uno  de  los  más  puros,  de  los  más  naturales  y  de 
los  más  sencillos,  cual  es  el  alpinismo.  Cuando  vengo 
a  esta  mi  tierra  a  descansar  de  mis  tareas  profe- 
sionales y  de  mis  trabajos  intelectuales,  la  principal 
restauración  a  que  me  entrego  es  a  recorrer  con  mis 
amigos  las  crestas  de  nuestras  hermosas  montañas,  a 
empaparme  en  aire  de  cimas  y  en  la  visión  del  campo 
libre.  Y  rara,  rarísima  vez  cruzamos  en  nuestras  ex- 


760 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


cursiones  montescas  con  otros  excursionistas.  A  lo 
más  y  nunca  muy  en  alto,  con  algunos  que  van  a 
merendar  a  mi  chacolí. 

Y  es  sin  duda,  entre  otras  cosas,  porque  el  alpinis- 
mo no  tiene  público  ni  da,  por  hoy  al  menos,  ocasión  a 
exhibiciones  y  campeonatos,  que  es  en  lo  que  vienen  a 
parar  los  más  de  esos  deportes.  Es  decir,  en  vanidad. 
Los  deportistas  o  sportsman  se  constituyen  en  socie- 
dades que  les  permiten,  entre  otras  cosas,  llevar  un 
distintivo  y  reunirse  a  comer  de  vez  en  cuando. 

He  oído  contar  que  los  negros  de  Haiti  desde  pe- 
queñitos  se  ejercitan  para  coroneles  o  generales  con 
un  palo  a  guisa  de  espada  y  que  tienen  verdadero 
furor  por  formar  parte  de  alguna  asociación  o  círcu- 
lo. El  que  no  puede  hacerse  otra  cosa  se  hace  ma- 
són. Y  así  sucede  aquí :  el  que  menos  se  hace  espe- 
rantista con  opción  a  llevar  la  estrellita  verde  en  el 
ojal  de  la  solapa. 

Y  en  esta  deportomanía  hay  quienes,  a  pretexto  de 
progreso  náutico,  se  dedican  al  juego  de  las  balandras 
y  sus  regatas,  abandonando  o  descuidando  el  cuidado 
del  escritorio,  que  es  desde  donde  se  dirigen  los  nego- 
cios navieros  y  no  desde  una  balandra,  y  así  anda 
luego  ello  con  tanto  juego  y  tan  poco  trabajo. 

En  el  fondo  de  todo  ello  vemos,  tanto  o  más  que 
la  natural  tendencia  al  juego,  la  vanidad,  ima  infantil 
vanidad  que  ha  estallado  en  este  nuestro  actual  Bil- 
bao, en  este  Bilbao  de  condes  y  de  toreros,  sus  dos 
principales  productos  más  recientes.  Vanidad  e  in- 
fantilismo. 

Infantilismo,  puerilidad  es  lo  que  más  caracteriza 
al  movimiento  llamado  aquí  ahora  nacionalista  y  al 
que  me  g\ista  más  llamar  con  su  antiguo  nombre,  el 
de  bizkaitarra.  Este  movimiento,  en  efecto,  que  en 
rigor  no  es  político,  se  vacía  en  puerilidades  de  litur- 
gia, en  batzokis,  en  aurrcscus,  en  misas  cantadas,  en 
catecismos,  en  banderas  y  en  jugar  a  la  diputación 


OBRAS  COMPLETAS 


761 


del  partido  y  a  las  excomuniones ;  infantilismo  puro. 
Es  infantilismo  que  delata  o  lleva  consigo  una  de- 
presión mental. 

La  depresi('in  mental  es,  en  efecto,  uno  de  los  re- 
sultados hoy  visibles  aquí.  O  llamémosle  con  su 
nombre  propio :  memez. 

Me  espanta  cada  vez  que  vengo  a  este  pueblo  de 
mis  amores  al  observar  los  avances  de  la  memez,  de 
la  chocJiolcria  en  él.  Es  una  verdadera  cobardía  de 
pensar. 

Tomad,  por  ejemplo,  algún  número  de  una  cierta 
revista  que  los  jesuítas  publican  en  esta  villa  y  Inis- 
cad  en  ella  una  sección  titulada  Telefonemas.  Allí 
veréis  que  un  padre  de  la  Compañía  contesta  muy 
gravemente,  en  serio  y  sin  la  menor  sombra  de  iro- 
nía, a  las  preguntas  más  sandiamente  infantiles,  como 
la  de  si  es  permitido  enjuagar.>e  la  boca  y  mondarse 
los  dientes  con  un  palillo  antes  de  ir  a  comulgar,  y 
otras  por  el  estilo. 

En  otro  centro  jesuítico,  en  una  de  sus  casas  gran- 
des, un  hermano  viste  piadosamente  con  un  velo  de 
pintura  amarilla  reproducciones  de  los  desnudos  del 
V'aticano.  Les  pone  interiores  de  franela,  sin  duda 
para  preservarlos  del  frío. 

Y  viendo  todo  esto  y  otras  cosas  análogas,  llega 
uno  a  sospechar  si  es  que  se  trata  de  convertir  a  este 
país  en  una  nueva  l^.Iisión  del  Paraguay  y  con  San 
Luis  Gonzaga,  por  patrono,  y  aparejada  a  caer  lue- 
go bajo  las  garras  de  un  Rodríguez  Francia  cual- 
quiera. 

Y  poco  o  nada  tiene  que  ver  la  religión  propia- 
mente dicha  con  esto. 

Xada  más  respetable  y  noble  que  la  rancia  religio- 
sidad de  una  de  esas  viejas  sietecalleras.  Los  senti- 
mientos que  mantiene  y  enciende  en  los  ejercicios  de 
su  devoción  son  los  que  le  consuelan  de  haber  naci- 
do, son  los  que  le  embalsaman  el  corazón  en  espe- 


762 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ranzas  inmortales,  son  los  que  le  enjugan  los  pesares, 
son  los  que  le  elevan  sobre  las  miserias  del  mundo, 
son  el  más  santo  viático  y  el  más  puro  consuelo  de  su 
vida.  No,  no  es  de  esto  de  lo  que  aquí  se  trata.  No 
es  más  que  una  fuerza  al  servicio  de  los  potentados, 
no  es  más  que  una  g-endarmería  moral  en  obsequio 
de  los  ricos.  Y  si  se  persiguen  ciertas  lecturas  es 
más  que  por  otra  razón  porque  se  cree  que  pueden 
excitar  contra  los  felices  poseedores  del  capital  a  los 
desheredados  de  la  fortuna. 

Esta  persecución  a  la  lectura,  ese  empeño  en  res- 
tablecer el  índice  y  la  censura,  no  tiene  otro  origen. 
Todos  recordáis  el  vergonzoso  golpe  que  se  quiso 
asestar  a  la  biblioteca  de  la  más  antigua  Sociedad 
de  recreo  de  Bilbao.  Y  no  ha  mucho  que  al  formar- 
se con  el  criterio  del  más  amplio  eclecticismo  el  ca- 
tálogo de  una  biblioteca  popular  que  el  Municipio 
subvenciona,  no  faltó  concejal  que  quisiera  excluir 
una  obra  de  Darwin  —de  Darwin,  señores,  de  uno 
de  los  genios  más  circunspectos,  sensatos  y  respe- 
tuosos con  ajenas  creencias —  diciendo  que  si  otros 
se  envanecen  con  venir  del  mono,  él  no.  No ;  los  que 
así  proceden  no  vienen  del  mono,  van  a  él :  no  fueron 
monos  sus  antepasados,  perú  lo  serán  sus  descen- 
dientes espirituales. 

Y  aún  hay  algo  peor  que  el  beatismo  y  la  memez,  y 
es  la  insidia,  la  insidia  cobarde  de  la  mayor  parte  de 
la  llamada  buena  prensa,  sentina  de  malas  pasiones, 
coladera  de  envidias  y  de  despechos  fracasados.  Esa 
prensa  es  insidiosa  y  cultiva  la  forma  más  vil  de  la 
mentira,  la  de  callar  en  ciertas  cosas  y  la  de  decir 
la  verdad  a  medias  y  desfigurada.  La  mentira  es  su 
arma,  y  la  grosería. 

Pero  como  antes  os  decía,  no  busquéis  en  el  fondo 
de  todo  ello  más  que  el  predominio  de  la  plutocra- 
cia. Ella  es  la  que  atiza  el  odio  a  la  inteligencia. 
Irrítale  ésta  porque  no  siempre  se  humilla  ante  el 


OBRAS    C  O M P  LET A S 


763 


dinero  v,  hasta  cuando  parece  hacerlo,  conserva  nna 
libertar]  interior.  El  homhre  realmente  intelig-ente. 
aunque  se  lo  propon.sra.  nunca  consisrne  someterse  de 
veras  y  del  todo  al  rico.  De  una  de  las  flexuras  más 
conspicuas  de  la  baraja  del  capitalismo  bilbaíno  se 
ctienta  que  suele  decir:  ";A  ése?  ¡A  ése  le  teng-o 
coo^ido  por  el  estómao'O !" 

El  eneniisro  de  todas  esas  íjentes.  creédmelo,  es  la 
inteli<2:encia,  y  por  odio  o  más  bien  por  miedo  a  ella 
y  a  la  vez  por  petulancia  de  ricos  improvisados  han 
llegado  a  conductas  que  les  han  sido  perjudiciales 
para  los  intereses  mismos  que  trataban  de  defender. 
Por  no  rendirse  ante  el  técnico,  no  sé  si  por  miedo 
o  por  desprecio  a  él,  por  no  pagar  los  sueldos  que 
exigirían  los  verdaderos  peritos,  ni  querer  someterse 
a  la  libertad  de  acción  que  ellos  exigirían,  y  por  creer 
el  rico  que  es  él  quien  mejor  entiende  de  aquello 
que  le  ha  enriquecido,  por  esto  han  fracasado  aquí 
no  pocas  empresas.  No  hay  desgracia  mayor  que  la 
del  hombre  que  llega  a  creerse  inteligente  porque 
tuvo  fortuna  en  sus  negocios. 

Acaso  entienda  más  de  éstos  otro  que  no  se  enri- 
queció con  ellos,  que  acaso  en  ellos  se  arruinó.  Ved, 
por  otra  parte,  que  esos  mismos  ricos  han  pretendido 
hacer  política  e  ir  ellos  mismos  a  las  representaciones 
públicas  que  les  permitan  manejar  sus  negocios  con 
el  Estado,  en  vez  de  buscar  técnicos,  políticos  profe- 
sionales, mozos  vivos. 

Y  el  odio  o  el  miedo  a  la  inteligencia  se  mani- 
fiesta otras  veces  en  burlas,  cuchufletas  o  sarcasmos 
torpes.  .?e  trata  de  ridiculizar  a  los  llamados  inte- 
lectuales. ¡Mote  que.  en  efecto,  debemos  rechazar. 
Cuando  a  mí  me  lo  cuelgan  cara  a  cara  lo  repudio, 
contestando  con  la  modestia  que  me  caracteriza: 
"¿  Intelectuales  ?.  ;  no  ! :  nosotros  no  somos  los  intelec- 
tuales, sino  m.'  ;  bien  los  inteligentes".  Y  si  alguien 
me  ha  replicn  io:  "¿Y  nosotros?",  añado:  "¿Vos- 


764  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


otros?  Vosotros  los  otros,  es  decir,  los  heocios".  Pero 
no  todos  se  atreven  así  y  snrten  aleún  efecto  esas 
burlas  v  hav  quienes  se  averofüenzan  de  sus  aficiones 
al  estudio.  Paréceme  que  hay  aquí  muchos  que  antes 
se  aventurarían  a  ir  por  la  calle  con  una  lansfosta 
que  con  un  lihro  en  la  mano. 

Todo  esto  fine  os  veneno  denunciando,  con  un  recar- 
acaso  en  los  colores  neofros,  es,  sin  embarsfo,  en 
el  fondo,  bueno  y  señal  de  buen  agüero :  todo  esto 
quiere  decir  nne  la  intelio^encia  existe  v  molesta, 
es  decir,  que  tiene  eficacia.  La  intelig-encia  molesta, 
en  efecto,  a  los  potentados  v  a  sus  criados  v  lacayos ; 
la  inteligencia  vale  y  perturba  la  horrenda  paz  de 
los  espíritus  — el  mayor  mal  que  puede  caer  sobre 
un  pueblo — ;  se  comprende  y  se  ve  cada  vez  más  cla- 
ro que  la  intelisfencia  es  lo  más  revolucionario  que 
hay. 

Son  buenas  señales  os  di.sfo.  Es  de  muy  buen 
ag-üero  ese  odio,  no  pocas  veces  concreto,  a  la  cul- 
tura, odio  que  lleofan  a  sentirlo  no  pocos  hombres  de 
carrera  mil  veces  más  funestos  que  los  analfabetos. 
Meten  ruido  para  no  oír  y  su  irritación  es,  en  el 
fondo,  la  del  convencido. 

La  del  convencido.  Observad  filándoos  bien,  y  pron- 
to echaréis  de  ver  que  las  más  de  las  intransigencias 
que  aquí  se  han  desatado  arrancan  de  posiciones  fal- 
sas. Abundan  los  que  se  ven  forzados  a  sostener  en 
público  una  posición  de  doctrina  que  en  su  fuero  in- 
terno nunca  profesaron  o  abandonaron  ya.  Relaciones 
sociales  o  de  familia,  una  falsa  idea  de  la  consecuen- 
cia, amor  propio...,  lo  que  sea,  en  fin.  Y  esto  explica 
tales  apostasías  diarias,  de  quienes  no  estando  con- 
vencidos de  nada  abandonan  fácilmente  un  credo  en 
que  no  creían  para  adoptar  otro  en  que  tampoco  creen. 

Sé  que  habrán  de  negar  muchos  lo  que  os  voy  a 
decir,  pero  nadie  me  quita  de  la  cabeza  que  la  espi- 
na mayor  que  en  su  esforzado  y  noble  corazón  llevó 


OBRAS  COMPLETAS 


765 


en  sus  últimos  tiempos  el  apóstol  y  fundador  del  biz- 
kaitarrismo  fué  el  haber  evolucionado  por  dentro 
— pues  no  era,  al  fin,  un  pedrusco  como  tantos  de  los 
que  le  siguieron — ,  el  haber  entrevisto  otros  horizon- 
tes, el  haber  visto  la  inconsistencia  de  puntos  esencia- 
les a  su  primitivo  credo  y  encontrarse  atado  a  un  pres- 
tigio y  a  una  autoridad  que  se  habia  creado,  y  verse, 
por  otra  parte,  rodeado  de  infelices,  de  niños  grandes 
y  de  beocios  en  quienes  toda  doctrina  se  enrigidece. 

Son  muchos  aquellos  a  quienes  una  triste  idea  de 
la  consecuencia  les  ahoga  la  sinceridad.  No  supieron 
colocarse  en  una  posición  crítica  que  nos  deje  siem- 
pre despejado  el  porvenir,  en  una  posición  en  que  no 
hipotequemos  nuestro  futuro. 

Y  volviendo  a  lo  de  antes,  os  diré  que  la  cultura 
sube  indudablemente  en  Bilbao.  Se  ha  formado  ya  un 
grupo  de  artistas  y  algún  que  otro  escritor  se  añade 
a  ellos.  Y  luchan  aislados,  en  medio  de  la  indife- 
rencia, cuando  no  de  la  hostilidad  de  los  más  infeli- 
ces o  los  más  brutales,  que  se  emborrachan  ya  con 
vino  maquetánico,  ya  con  música. 

Tengo  fe  en  el  porvenir  espiritual  de  este  mi  pue- 
blo, aunque  esa  fe  sufre  grandes  fluctuaciones.  Cuan- 
do me  veo  aquí,  entre  vosotros,  ella  desfallece  ante  la 
vista  de  tanto  obstáculo;  pero  así  que  me  encuentro 
en  Salamanca  renace  mi  fe  en  mi  pueblo.  ¡  Claro 
está !,  como  que  allí  el  único  de  él  con  ([uien  trato 
soy  yo  mismo. 

Se  hace  preciso  también  confesar,  y  como  buena 
señal,  que  hay  una  cierta  e  innegaiile  hostilidad  hacia 
Bilbao  de  parte  de  muchos  de  sus  vecinos  forasteros 
y  de  parte  de  gentes  de  fuera.  ,Se  nos  ha  hecho  una 
leyenda  estúpida,  la  de  un  pueblo  de  ricachos  impro- 
visados que  se  desayunan  con  champaña  y  cogen 
a  dos  manos  enormes  puros.  En  aquel  Madrid,  asien- 
to de  frivolidad,  cuyos  escritores  están  atacados  del 
más  anémico  y  ridículo  esteticismo,  éste  es  un  foco 


766  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  millonarios  cursis  y  de  gente  desequilihrnda.  Cual- 
quier intruso  incomprensivo  e  inculto  pretende,  des- 
pués (le  un  paseo  de  seis  u  ocho  días  por  nuestra  villa, 
penetrar  en  su  espíritu,  que  le  es  inaccesible,  y  pre- 
sentárnoslo. 

He  recarg-ado  las  tintas  negras  al  hablaros  esta 
noche  de  nuestro  pueblo,  mas  con  todo  y  con  ello,  y 
pese  a  los  defectos  que  he  hecho  destacar,  exagerán- 
dolos acaso  — defectos  que  son  raíces  de  óptimas 
cualidades — ,  éste  es  acaso  en  España  el  pueblo  de 
mayor  porvenir  espiritual.  Esa  misma  beocia,  ese 
mismo  infantilismo,  todo  eso  acusa  algo  en  el  fondo, 
sano.  Por  debajo  del  odio  a  la  inteligencia  hay  un  sa- 
ludable odio  al  artificio  y  a  la  sutileza  de  los  sofis- 
mas :  por  debajo  do  la  infantilidad  hay  frescura  y 
candor  de  sentimientos.  La  intransigencia  misma,  ma- 
nifestacicm  de  seriedad  espiritual,  llega  a  ser  una 
fuerza  noble  y  útil  cuando  el  sentido  crítico  la  templa 
y  encauza. 

¿Y  en  política?  En  política  hay  hoy  aquí  restos 
(le  partidos  y  esbozos,  o  más  bien  fetos  abortados  de 
ellos :  partido  socialista,  republicano,  carlista,  nacio- 
nalista... y  de  los  ricos.  Liberal  no  le  hay,  porque  no 
puede  llamarse  tal  a  cierta  piña  de  negociantes.  Y  no 
hay  partido  liberal  porque  falta  conciencia  liberal. 
Y  urge  restaurarla. 

Empecemos  por  hacer  notar  los  equívocos  a  que 
se  presta  la  común  estirpe  verbal  de  las  voces  libe- 
ralismo y  libertad.  Conduce  a  juegos  de  palabras 
y  errados  conceptos  de  la  libertad.  La  cual,  si  es  algo, 
es  la  conciencia  de  la  ley;  lilrrc  es  el  ser  conciente  de 
la  ley  por  que  obra  y  tanto  más  libre  cuanto  más 
conciente  de  ella. 

Y  esa  ley  es  para  el  hombre  ima  ley  social. 

Y  si  el  liberalismo  está  dondequiera  en  crisis  es 
porque  lo  está  aquel  concepto  manchesteriano  de  la 
ley  que  produjo  la  escuela  de  economía  pf^Htica  lia- 


OBRAS  COMPLETAS 


767 


mada  clásica,  concepto  que  ha  sido  la  verdadera  esen- 
cia del  liberalismo,  y  éste,  hasta  ahora  y  por  conse- 
cuencia, anarquista  en  el  fondo.  Esa  escuela  y  ese 
liberalismo  no  llegaron  nunca  a  concebir  a  la  socie- 
dad como  un  organismo;  fué  un  mecanismo  siempre 
para  ellos.  Y  así  ha  fracasado. 

Sus  principios,  los  que  formuló  Ricardo,  suponían 
un  hombre  abstracto,  el  homo  oeconomicus,  el  bípe- 
do implume  de  la  leyenda,  el  contratante  social  de 
Rousseau,  el  que  no  era  de  lugar  ni  tiempo  alguno. 

Y  no  es  que,  como  alguien  ha  dicho,  la  libertad  se 
haya  hecho  conservadora,  no.  La  libertad  no  ha  podi- 
do hacerse  conservadora  pues  lo  ha  sido  siempre,  ya 
que  es  progresiva,  y  la  condición  primordial  del  pro- 
greso es  conservar;  lo  que  hay  es  que  la  conserva- 
duría se  ha  hecho  millonaria  y  ha  dejado  de  ser 
liberal  y  hasta  conservadora,  para  ser  plutocrática. 
Y  hablen  los  mentecatos  de  mis  paradojas. 

El  régimen  actual  en  España  es,  en  su  esencia,  un 
régimen  plutocrático ;  nos  gobierna  una  plutocracia 
anarquista.  Porque  los  pobres,  los  que  nada  tienen 
([ue  perder,  según  falsamente  se  dice,  pueden  y  suelen 
ser  de  ordinario  conservadores,  mientras  los  ricos,  los 
que  no  se  hartan  de  que  otros  les  ganen,  pueden  y 
^uelcn  ser  anarquistas,  profundamente  anarquistas.  El 
Estado  no  es  para  ellos  una  arquia,  un  poder,  una  ley; 
mucho  menos  un  órgano  de  cultura;  el  Estado  no  es 
l)ara  ellos  más  que  un  gendarme  y  una  finca  que 
explotar. 

Y  el  Estado  — y  éste  debe  ser  el  niicleo  del  libera- 
lismo restaurado —  debe  ser  un  órgano  de  cultura, 
sobre  todo  frente  a  la  Iglesia.  La  lucha  por  la  cultura, 
el  Kulturkampf,  se  impone. 

La  Iglesia  misma,  tan  celosa  de  su  propia  autori- 
dad, resulta  anarquista  cuando  del  Estado  y  sus  pre- 
rrogativas se  trata.  Pues  aun  cuando  enseña  teóri- 
camente la  sumisión  a  las  autoridades  establecidas, 


/05 


M  1  Lr  U  Uh    U  JN  AM  U  J\  U 


etiani  dyscolis,  permite  y  aun  aconseja  el  libre  examen 
tratándose  de  las  leyes  civiles.  El  libre  examen  y  hasta 
el  fraude.  Ved,  si  no,  que  es  doctrina  de  muchos  teó- 
logos moralistas  la  de  la  licitud  del  contrabando. 

A  un  católico  que  sostenía  la  licitud  moral  del  con- 
trabando hube  de  argüirle  diciéndole  que  me  parecía 
pecado,  y  me  respondió  con  aire  de  triunfo :  "¿  Contra 
qué  mandamiento  de  la  ley  de  Dios  peca  el  que  con- 
trabandea ?"  Esperaba  le  dijere  contra  el  séptimo,  y  a 
tal  respuesta  tiene  aparejadas  sus  sutilezas.  Pero  yo 
le  dije  que  contra  el  cuarto.  "¿El  cuarto?",  exclamó 
sorprendido,  y  reiteré:  "El  cuarto,  sí,  honrar  padre 
y  madre.  Porque  cuando  se  me  explicó  el  catecismo, 
se  nos  dijo  que  en  eso  del  deber  de  honrar  padre  y 
madre  entraba  lo  de  obedecer  a  toda  autoridad  consti- 
tuida en  cuanto  mande  y  que  no  esté  contra  la  ley  de 
Dios ;  y  como  la  autoridad  impone  tributos,  y  el  tri- 
buto que  el  contrabandista  rehuye  no  va  contra  ley 
alguna  divina,  el  contrabandista  desobedece  y  falta 
por  ello  al  cuarto  mandamiento."  Sin  obediencia  a 
las  leyes,  no  hay  sociedad  posible.  Y  al  oírme  esta- 
blecer como  un  deber  religioso  la  obediencia  a  las 
leyes  civiles  que  no  van  contra  las  divinas  y  un  pecado 
el  quebrantarlas,  me  dijo  que  esa  doctrina  era  protes- 
tante. Y  le  repliqué:  "Si,  ya  sé  que  la  Iglesia  cató- 
lica, en  tratándose  del  Estado,  es  anarquista." 

Y  el  Estado  es,  y  tiene  que  seguir  siendo,  su  con- 
trapeso y  el  remedio  a  los  daños  que  ella  nos  trae. 
Hay  que  hacer  laica  la  virtud,  escribía  hace  poco  un 
joven  publicista  español,  el  señor  Ortega  y  Gasset. 
Hay  que  civilizar  el  cristianismo,  añado  yo,  y  por 
civilizar  entended  hacerlo  civil,  para  que  deje  de  ser 
eclesiástico;  infundirlo  en  la  vida  civil,  en  la  civili- 
dad, desempeñándolo  de  la  Iglesia.  Y  hay  que  pro- 
clamar la  santidad  de  la  ciencia. 

Porque  es  en  el  orden  de  la  ciencia  y  de  su  ense- 
ñanza donde  la  lucha  entre  el  Estado  y  la  Iglesia  es 


OBRAS  COMPLETAS 


769 


más  viva.  La  obra  capital  del  Estado  debe  ser  una 
obra  de  cultura,  de  difusión  de  la  ciencia,  que  todos 
llejjuenios  a  ser  como  dioses  conocedores  del  bien 
y  del  mal,  y  dejad  a  la  Iglesia  la  tarea  de  pretender 
hacer  la  felicidad  de  los  pueblos. 

Y  en  el  orden  de  la  enseñanza,  podemos  decir  que 
aun  hoy  en  dia,  y  entre  nosotros,  siendo  deficiente,  de- 
ficientisima,  la  oficial,  la  que  hace  dar  y  paga  el 
Estado,  es  la  única  que  merece  el  nombre  de  ense- 
ñanza. La  otra,  la  de  las  Ordenes  llamadas  religiosas, 
es  peor,  mucho  peor.  Y  hasta  esta  misma,  si  es  algo, 
es  por  hallarse  sometida  a  la  oficial  y  por  ella  inter- 
venida, es  por  tener  que  enseñar  con  sujeción  a  los 
planes  oficiales  del  Estado  y  en  competencia  con  éste. 
Si  tal  intervención  y  tal  competencia  desaparecieran, 
esas  Ordenes  no  enseñarían  nada,  fieles  a  aquello 
de:  "eso  no  me  lo  preguntéis  a  mi,  que  soy  ignoran- 
te..." Buena  prueba  de  ello  es  que  la  peor  enseñanza 
de  las  que  en  España  se  dan  es  la  que  da  la  Iglesia 
sin  la  intervención  ni  inspección  del  Estado,  su  ense- 
ñanza interna,  la  que  se  da  en  los  seminarios,  de 
donde  salen  los  curas  sin  saber  latín  ni  teología.  Los 
métodos  de  enseñanza  son  en  los  seminarios  detes- 
tables. 

Nada  más  pernicioso  y  funesto  que  esa  ciega  hos- 
tilidad al  Estado  que  ha  venido  desarrollándose,  en 
gran  parte  por  instigaciones  de  la  Iglesia.  El  Estado 
es  hoy,  en  España,  tal  vez  lo  mejor  que  tenemos, _  lo 
más  europeo.  Porque  el  Estado  es  la  conciencia  in- 
ternacional de  España,  es  lo  que  ésta  es  ante  los  de- 
más pueblos. 

Poned  de  ministro  de  Instrucción  Pública  al  hom- 
bre que  os  parezca  más  reaccionario,  al  que  en  el  seno 
de  una  corporación  — sea  un  claustro  universitario — 
se  atreviera  a  proponer  y  votar  absurdos  como  la 
aplicación  del  Indice  a  una  biblioteca  pública,  y  este 
mismo  no  se  atrevería  a  hacerlo  desde  el  Ministerio. 


UNAMUNO.  VH. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  es  porque  en  él  se  le  despertaría  al  punto  un  cierto 
sentido  de  responsabilidad  ante  Europa,  tendría  para 
él  valor  aquello  de  qué  dirán  las  naciones  extranje- 
ras. El  Estado  es,  os  lo  repito,  el  órgano  de  la  con- 
ciencia internacional  de  una  nación,  y  los  que  en  su 
dirección  se  ven,  vénse  obligados  a  considerar  la  si- 
tuación general  del  mundo.  Y  esta  conciencia  interna- 
cional del  Estado  es  la  salvaguardia  de  las  libertades 
culturales. 

Urge  reaccionar  contra  ese  montón  de  lugares  co- 
munes anarquistas  en  contra  del  Estado  y  robustecer 
éste. 

El  bizkaitarrismo  mismo,  ¿qué  es  en  el  fondo  sino 
un  anarquismo  cultural  cabileño,  que  se  revuelve  con- 
tra la  justa  presión  internacional  del  Estado?  Ese 
tan  decantado  individualismo  vasco  es,  en  su  actual 
forma,  un  evidente  daño. 

Sin  que  yo  sepa  deciros,  por  otra  parte,  qué  es  eso 
del  individualismo,  pues  cuanto  más  oigo  y  leo  de 
pueblos  individualistas  y  colectivistas,  menos  lo  en- 
tiendo. Y  es  que  observo  que  los  pueblos  mismos  a 
que  se  preconiza  como  más  individualistas,  suelen  ser 
los  más  rebañegos,  y  aquellos  que  pasan  por  más 
colectivistas  son  donde  más  ricamente  se  desenvuelve 
la  individualidad. 

Ayer  mismo  hablaba  yo  con  un  vasco  establecido 
hace  años  en  la  República  Argentina,  el  cual  me  de- 
cía que  si  nuestros  paisanos  no  prosperan  más  allá  en 
América,  como  los  lombardos,  v.  gr.,  es  porque  en  su 
empeño  de  ser  independientes  desde  que  llegan  no 
acaban  de  independizarse  del  todo  nunca.  En  vez  de 
tomar  una  tierra  pagadera  a  plazo  más  o  menos  largo, 
se  atienen  a  una  lechería,  a  una  tambería,  a  una  pe- 
queña finca.  No  se  olvidan  del  pequeño  caserío  con 
su  individualismo  pobre. 

Por  un  selvático  y  anárquico  sentimiento  de  falsa 
independencia,  la  independencia  ilusoria  del  pastor  de 


OBRAS  COMPLETAS 


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Gorbea,  no  lleg-an  a  hacerse  nunca  verdaderamente 
independientes.  Y  aquí  mismo  el  bizkaitarrismo,  ¿qué 
es  sino  un  partido  de  dependientes  en  todos  los  sen- 
tidos ?  La  dependencia  económica  les  acarrea  la  de- 
pendencia mental. 

Tened  a  la  vez  en  cuenta  que  la  hostilidad  contra 
el  Estado  es  de  origen  reaccionario,  antiliberal,  por- 
que el  Estado  moderno  es  el  más  genuino  producto 
liliera!,  es  el  producto  cultural  histórico  de  los  si- 
glos XVI  al  XIX,  los  siglos  del  Renacimiento,  de  la 
Reforma  y  de  la  Revolución  republicana  y  napoleó- 
nica, es  el  órgano  de  derecho  de  gentes  moderno  y  el 
derecho  de  gentes  moderno  es,  como  ha  dicho  Mau- 
ra, el  liberalismo. 

Y  sólo  al  amparo  del  Estado  puede  restaurarse  y 
corroborarse  la  conciencia  liberal  española,  al  ampa- 
ro del  Estado,  que  es  su  tradición,  tradición  que  cul- 
minó en  el  glorioso  reinado  de  Carlos  III.  Y  hay  que 
cobrar  a  la  vez  el  sentido  de  la  responsabilidad  ante 
los  principios,  la  conciencia  plena  del  pensamiento 
político  cultural. 

Y  esa  tradición  liberal  española  es  aquí,  en  Bil- 
bao, uno  de  los  sitios  en  que  hay  que  avivarla.  Por- 
que el  liberalismo  tiene  aquí  tradición  y  la  tiene  el 
españolismo. 

Vizcaya  es  española,  españolísima,  y  una  de  las 
cosas  más  españolas  que  hay  hoy  en  ella  es  el  biz- 
kaitarrismo. El  bizkaitarrismo  es  un  movimiento  ge- 
nuinamente  español  a  la  rancia  usanza,  a  la  antigua 
española;  es  acaso,  en  el  último  fondo,  sépalo  o  no, 
una  protesta  contra  cierta  desespañolización  — a  lo 
menos  aparente —  de  España:  hay  en  él  algo  de  re- 
conquista con  sus  bienes  y  sus  males. 

Un  catalán,  y  un  catalán  que  me  está  oyendo,  ha 
dicho  que  el  vasco  es  el  alcaloide  del  castellano,  y  yo, 
aun  estimando  que  esta  frase  como  todas  las  frases 
— a  que  son  tan  dados  los  catalanes —  tiene  mucho  de 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


paradójico,  la  he  repetido  por  creerla  de  un  fondo 
muy  real.  Fué  un  vasco,  Iñigo  de  Loyola,  el  que  en 
el  siglo  XVI  llevó  a  toda  Europa  el  espíritu  caste- 
llano. 

Recuerdo  que  hablando  en  Barcelona  con  otro  cata- 
lán de  los  que  tienen  la  divertida  pretensión  de  po- 
nerse ellos  a  un  lado,  y  al  otro  al  resto  de  los  espa- 
ñoles, llamándonos  iberos,  hube  de  decirle  que  en  el 
respecto  de  la  lengua  al  menos,  si  alguna  región  podía 
pretender  esa  personalidad  era  el  país  vasco,  pues  no 
cabe  dudar  de  que  el  vascuence  es  una  lengua  que 
se  separa  de  todas  las  demás  de  la  Península,  que 
forman  un  sólo  grupo  lingüístico.  Y  me  contestó: 
"Yo  le  diré  a  usted ;  lo  que  distingue  íntimamente  a 
las  lenguas  no  es  la  flexión,  ni  el  léxico,  ni  la  sin- 
taxis, es  la  fonética..."  Y  yo,  que  le  vi  venir,  le 
atajé,  diciéndole:  "Sí,  y  la  fonética  de  las  vocales". 
"Exacto",  me  replicó,  añadiendo :  "¿  Qué  vocales  tie- 
ne el  vascuence  ?"  "Las  mismas  del  castellano,  a,  e, 
i,  o,  u",  le  dije.  "¿  Sin  diferencia  de  abiertas  y  cerra- 
das ?"  "Así  es."  Y  para  contentarle,  agregué :  "Y 
esto  se  comprende,  pues  siendo  como  son  los  roman- 
ces desarrollos  de  chapurrados  del  latín,  pronuncia- 
dos por  pueblos  que  hablaban  antes  otros  idiomas  y 
que  modificaron  aquél  según  los  hábitos  de  pronun- 
ciación de  sus  propios  idiomas  anteriores,  acaso  el 
castellano  no  es  sino  el  latín  modificado  por  pueblos 
que  hablaban  vascuence  o  lenguas  análogas  a  éste  y 
según  su  fonética".  Y  mi  catalán,  encantado,  excla- 
mó: "¡Exacto,  exacto,  exacto!"  Y  yo  os  digo  ahora 
que  esos  castellanos,  de  quienes  queréis  diferenciaros, 
no  son  acaso  sino  vascos  que  dejaron  hace  siglos  el 
vascuence  por  el  latín,  tesis  que  es  la  misma  que  ya 
sostuvieron  aquí  muchos. 

Propendemos  a  exagerar  las  diferencias  que  sepa- 
ran a  los  distintos  pueblos  que  integran  la  nación  es- 
pañola, a  no  tener  en  cuenta  su  carácter  común,  que 


OBRAS  COMPLETAS 


773 


es  lo  que  un  extranjero  aprecia.  Esa  afirmación  tan 
repetida  que  entre  un  gallego,  un  vasco,  un  catalán 
V  un  andaluz  median  mayores  diferencias  que  entre 
uno  de  ellos  y  un  inglés,  o  un  alemán,  me  parece 
una  afirmación  fundamentalmente  errónea.  El  pastor 
de  ovejas  conoce  y  distingue  a  cada  una  de  las  de 
su  rebaño,  y  al  que  no  lo  es  le  parecen  todas  casi 
iguales.  Los  extranjeros  que  nos  visitan  aprecian 
un  carácter  común  a  todos  los  españoles. 

La  raza,  por  otra  parte  — dejando  a  un  lado  fan- 
tasías etnográficas  más  o  menos  apasionadas — ,  la 
raza  no  es  sino  un  producto  histórico  en  perpetua 
era  de  formación,  y  así  puede  hablarse  hasta  de  una 
raza  argentina  o  yanqui. 

Y  hay  una  que  podemos  llamar  raza  española,  mu- 
cho mejor  definida  de  lo  que  se  cree.  Liberalismo 
y  españolismo,  pues,  son  dos  caracteres  de  tradición 
aquí. 

Y  dentro  de  Bilbao,  es  esta  Sociedad  El  Sitio,  la 
que  debe  de  representarlos,  esta  Sociedad  en  deca- 
dencia como  la  conciencia  del  liberalismo  y  del  es- 
pañolismo bilbaíno  lo  está. 

La  decadencia  de  esta  Sociedad  empezó  acaso  des- 
de que  se  hizo  propietaria,  desde  que  dejó  su  mo- 
desta vida  anterior.  Hoy  su  acción  pública  se  limita 
a  poco  más  que  cumplir  todos  los  años  la  celebración 
ritual,  casi  litúrgica,  del  aniversario  del  2  de  mayo 
de  1874.  A  hacer  que  esa  fiesta  decaiga  han  contri- 
buido no  poco  las  insidiosas  y  ridiculas  burlas  de 
que  se  le  ha  hecho  objeto.  La  canalla  antiliberal  la 
ha  declarado  cursi  y  de  mal  gusto. 

¡  Cursi !  ¡  De  mal  gusto !  \'a  a  ser  preciso  decla- 
rarse cursi  y  hacer  noble  ostentación  de  ello  desde 
que  esa  gentecilla  pretende  monopoliz.-¡r  el  buen  gus- 
to; va  a  ser  preciso  declararse  cursi,  calarse  el  mo- 
rrión y  entonar  el  himno  de  Riego,  cuya  música  no 
creo  sea  inferior  a  la  del  himno  de  San  Ignacio. 


774 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Hay  quienes  pretenden  que  nos  descubramos  todos 
al  oír  los  primeros  compases  del  Gnernicaco-arhola; 
santo  y  bueno,  pero  descúbranse  ellos  al  oír  los  del 
himno  de  Riego  o  la  Marsellesa.  Si  quieren  no  ya 
tolerancia,  sino  respetuoso  homenaje,  ríndanlo  tam- 
bién. Y  si  no,  ¡  no  ! 

Esta  Sociedad  languidece  y  decae,  me  dicen:  es 
que  acaso  perdió  su  íntima  razón  de  ser.  ¿Quedan 
por  ventura  en  ella  liberales?  ¿Lo  sois  de  veras?  Y 
no  la  salvarán,  si  en  ella  no  queda  conciencia  liberal, 
ni  salas  de  diversiones  de  baraja  ni  cuarto  del  vino, 
aunque  su  tradición  — tradición  nobilísima  en  este 
caso —  sea  una  taberna.  Hay  que  aceptarla  y  aceptar- 
la con  orgullo,  pero  hay  que  saber  honrar  y  utilizar 
las  tradiciones  como  supieron  honrarla  y  utilizarla 
los  que  convirtieron  en  incruento  un  sacrificio  de  san- 

Y  no  se  puede  seguir  con  los  auxiliares  sin  color 
ni  grito.  Hace  falta  color,  un  color  tan  amplio  que 
admita  toda  clase  de  matices  de  él,  pero  color  en  fin, 
y  hace  falta  un  grito  aunque  capaz  de  variedad  de 
glosas.  Aquí  deben  caber  todos  los  liberales,  desde 
los  conservadores  que  tengan  conciencia  del  radical 
liberalismo  del  Estado  moderno,  hasta  los  socialis- 
tas, por  caracterizados  que  éstos  sean. 

Y  aquí  donde  hay  una  tribuna  y  una  biblioteca 
libres,  es  menester  conservarlas  a  todo  trance  y  hacer 
en  ellas  un  baluarte  contra  la  cobardía  ambiente,  con- 
tra esa  cobardía  vil  que  ha  producido  el  estigma  ver- 
gonzoso de  aquel  artículo  de  tantos  reglamentos  de 
círculos  y  casinos :  se  prohiben  las  discusiones  polí- 
ticas y  religiosas.  No :  aquí  se  ha  de  permitir  discu- 
tir todo,  la  política  y  la  religión  inclusive. 

Y  ahora,  pues,  que  empecé  dedicando  un  recuerdo 
a  los  muertos,  quiero  volver  a  él,  y  este  recuerdo  me 
trae  al  pensamiento  los  vivos  de  mañana,  los  jóve- 
nes. Cada  vez  que  vuelvo  a  este  mi  pueblo  no  pre- 


OBRAS  COMPLETAS 


775 


gunto  quiénes  han  nacido  — a  la  vida  pública,  se  en- 
tiende— •,  sino  quiénes  han  muerto.  Mis  muertos  son 
ya  más  que  mis  vivos,  y  si  mis  recuerdos  no  son  más 
que  mis  esperanzas  es  porque  con  aquéllos  se  hacen 
éstas.  Quien  no  tiene  pasado  no  tiene  propiamente 
porvenir.  Fio  poco  en  esas  nebulosas  vaguedades  que 
se  llaman  las  esperanzas  de  los  jóvenes;  sólo  espera 
el  que  vivió,  el  que  recuerda. 

Sucédense  unas  generaciones  a  las  otras  como  se 
suceden  las  hojas  de  los  árboles,  según  el  dicho  ho- 
mérico, y  las  hojas  secas  del  otoño  sirven  de  manti- 
llo para  las  frescas  y  verdes  hojas  de  la  primavera. 
Vosotros,  los  jóvenes  de  hoy,  diréis  un  día  mis  me- 
jores cosas,  las  que  yo  no  hago  sino  balbucir. 

Aquí  importan  ya  poco  los  muertos.  Cada  vez  que 
cruzo  el  puente  del  Arenal,  arteria  cordial  de  la  villa, 
contemplo  allá  arriba,  muy  cerca,  sobre  San  Nicolás, 
los  cipreses  del  cementerio  de  Mallona,  donde  mi 
padre  duerme  el  último  sueño.  Ese  camposanto  está 
ya  cerrado,  amortizado,  y  pronto  lo  levantarán.  Bil- 
bao no  quiere  tener  sus  muertos  cerca,  a  la  vista; 
los  muertos  estorban  a  los  vivos,  no  los  conocen  los 
más  de  los  bilbaínos  de  hoy  y  los  expulsan,  los  echan 
lejos.  ¡  Triste  expulsión  ésta  de  los  muertos ! 

Pero  yo  vuelvo  mi  vista  a  ellos,  la  vuelvo  a  los 
recuerdos  de  que  hago  esparanzas,  y  pienso  que  la 
tradición  es  la  sustancia  del  progreso,  que  para  que 
haya  avance  es  menester  que  sea  algo  lo  que  avan- 
za. Lo  que  progresa  es  la  tradición. 

Cuando  vuelvo  acá,  a  mi  pueblo,  cada  año,  me  en- 
cuentro como  extranjero  en  mi  patria,  siento  el  des- 
arraigo. Es  que  formé  nido  en  lejanas  tierras,  es 
también  que  me  llama  acaso  la  patria  eterna  cuyas 
raíces  prenden  en  Dios.  Un  tormento,  una  congoja 
de  eternidad  me  persigue  en  donde  quiera.  Y  esa  eter- 
nidad, ¿no  podemos  en  algún  modo  lograrla  aquí 
abajo,  en  la  tierra?  Hay  un  espíritu  que  se  perpetúa. 


776 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Cuidad  de  mi  Bilbao,  cuidad  de  vuestro  Bilbao,  cui- 
dad de  Bilbao. 

Permitidme  estos  desahogos  a  que  me  fuerza  el  es- 
pectáculo de  tantas  prevaricaciones,  de  tantas  cobar- 
días, del  postramiento  ante  el  burro  de  oro. 

Al  encontrarme  aquí  en  este  círculo  donde  inicié 
mi  vida  pública,  en  este  viejo  hogar  de  mi  espíritu, 
me  vuelven  a  la  mente  recuerdos  cargados  de  esperan- 
zas, como  vuelven  a  la  colmena  las  abejas  después 
de  haber  cosechado  en  los  campos  la  flor  de  las  flo- 
res. Aquí,  donde  me  parece  que  me  escuchan  los  flo- 
tantes espíritus  de  muertos  a  quienes  tanto  quise  y 
me  quisieron ;  aquí  desde  este  mismo  rincón  donde 
con  ellos  y  con  otros  escandalizamos  tantas  veces  a 
los  muchos  reaccionarios  vergonzantes,  liberales  de 
burla  que  en  este  círculo  abundaban  entonces,  aquí  me 
permitiréis  saque  de  las  entrañas  doloridas  una 
queja  ante  esas  tristezas. 

Cuando  vuelva  dentro  de  unos  días  a  Salamanca 
volveré  a  soñar  aquel  Bilbao  de  mis  ensueños,  de 
mis  amores,  de  mis  recueixlos  y  de  mis  esperanzas. 
Yo  no  sé  qué  se  hará  de  él  entre  vosotros,  los  que 
aquí  quedáis,  con  lo  que  de  él  procede,  pero  sé  que 
mientras  yo  viva  vivirá  él  conmigo,  ese  Bilbao 
eterno.  Y  como  yo  espero  y  creo  vivir  gracias  a  él, 
que  me  ha  hecho  lo  que  soy,  mucho,  mucho,  pero 
mucho ;  como  no  pienso  morirme  nunca  del  todo  por- 
que él  no  puede  del  todo  morir  y  en  él  espero  vivir, 
por  eso  espero  en  mi  Bilbao,  el  de  nosotros  todos. 
Cuidádmelo,  no  lo  dejéis  que  se  pierda. 

De  la  grosura  de  mi  corazón  ha  reventado  esta 
noche  mi  boca. 

He  dicho. 

(Reproducido  del  folleto  titulado  La  conciencia  libe- 
ral y  española  de  Bilbao.  Conferencia  pronunciada 
por  don  Miguel  de  Unamuno  el  día  5  de  setiembre  de 
1908.  Bilbao.  Sociedad  ''El  Sitio"  1908,  22  págs.) 


CONFERENCIA  EN  VALLADOLID  EL  DIA  3 
DE  ENERO  DE  1909 


La  esencia  del  liberalismo 

Voy  a  hablaros  de  la  esencia  del  liberalismo,  de  su 
permanente  e  intrínseca  razón  de  ser,  y  no  de  nues- 
tros partidos  políticos  liberales. 

i  Qué  razones  llevan  a  uno  a  declararse  liberal? 
El  joven  que  ha  concluido  su  carrera  académica  y 
emprende  la  política,  mira  a  ver  en  cuál  de  los  dos 
partidos  turnantes  hay  más  huecos,  o  bien  un  padre 
precavido  dedica  un  hijo  a  liberal  y  otro  a  conserva- 
dor, o  se  va  el  joven  tras  un  caudillo,  por  afecto 
personal  o  por  gratitud.  Las  ideas  no  entran  casi  por 
nada  y  aun  hay  más,  y  es  cierta  incapacidad  para 
idear.  A  los  dos  partidos  turnantes  se  Ies  podría  lla- 
mar par  e  impar,  siendo  indiferente  cuál  ha  de  llevar 
una  u  otra  denominación.  Lo  que  está  en  crisis  no  es 
el  partido  liberal,  sino  el  liberalismo,  y  lo  está  por 
falta  de  contenido  doctrinal.  Podría  pasar  eso  del 
bloque  si  fuera  para  hacer  de  él  estatua,  desbastán- 
dolo. 

El  contenido  doctrinal  de  nuestro  partido  liberal  o 
progresista  histórico  se  ha  agotado  porque  era  pozo 
no  manantial.  Sagasta,  con  un  criterio  puramente 
empírico  y  circunstancial,  pidió  una  serie  de  institucio- 
nes — sufragio  universal,  jurado,  etc.—  que,  una  vez 
logradas,  se  agotó  la  virtualidad  del  principio.  Le  fal- 
tó filosofía  o,  mejor,  teología  política.  Querían,  ade- 
más, los  liberales  más  el  poder  que  la  doctrina:  su 
hambre  era  hambre  de  presupuesto,  no  de  ideal. 


778 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


El  liberalismo  español  se  inspiraba  en  las  doctri- 
nas llamadas  manchesterianas,  era  el  individualismo 
y  el  librecambismo  llevado  a  las  ideas.  Su  primera 
confusión  arrancaba  de  un  concepto  de  la  libertad:  un 
concepto  negativo,  entendiéndola  como  exención  de 
coacción  y  hasta  limitación  de  la  autoridad  al  mínimo. 

Contraponían,  con  Spencer.  el  individuo  al  Esta- 
do, y  era  éste,  para  nuestros  liberales,  un  mero  gen- 
darme y  órgano  de  derecho  tan  sólo.  Su  consecuen- 
cia rigurosa  ha  sido  el  anarquismo  estéril.  En  él  ha 
venido  a  parar  el  "dejad  hacer,  dejad  pasar",  y  la  doc- 
trina aquella  de  que  nadie  mejor  que  uno  mismo  co- 
noce sus  propios  intereses.  Fué  un  liberalismo  des- 
tructivo y  como  tal  útil ;  pero  hoy  urge  construir. 

El  liberalismo  ha  sido  en  España  factor  del  descré- 
dito del  Estado,  cuando  el  Estado  moderno,  hijo  del 
Renacimiento,  de  la  Reforma  y  de  la  Revolución,  es, 
frente  a  la  Iglesia,  el  verdadero  órgano  de  la  cultura. 

Tiene  el  liberalismo,  pues,  que  sustituir  la  estéril 
definición  negativa  de  la  libertad  por  otra  positiva. 
La  libertad  es  la  conciencia  de  la  ley,  la  ley  internada, 
y  la  ley  es  social.  La  verdadera  libertad  no  es  indivi- 
dual. Y  no  es  paradoja  que  los  más  grandes  liberales 
hayan  negado  el  libre  albedrío.  Y  la  libertad  es  car- 
ga más  que  beneficio,  deber  más  que  derecho,  y  en- 
gendra responsabilidades.  Hay  que  acabar  con  la  "san- 
ta gana".  La  verdad  os  hará  libres,  dice  el  Evan- 
gelio. 

La  libertad  es  colectiva  y  social,  no  individual,  y  el 
fin  del  Estado,  fuente  de  libertad  — pues  el  Estado 
la  da,  no  la  garantiza  tan  sólo — ;  el  fin  político,  civil, 
social,  es  la  cultura,  la  elevación  del  espíritu  humano, 
su  deificación. 

El  liberalismo  es  socialista.  Pero  al  decir  socialista 
no  entendáis  ese  socialismo  puramente  económico,  el 
del  materialismo  histórico,  no.  No  se  trata  de  cues- 
tión de  estómago,  sino  del  hombre  entero;  no  de  re- 


OBRAS  COMPLETAS 


779 


parto  de  riqueza,  sino  de  cultura.  Podrá  ser  que  en  la 
base  de  los  fenómenos  sociales  esté  el  económico,  el 
estómago ;  pero  en  la  cúspide  está  el  religioso,  el  del 
espíritu.  Lo  religioso  es  la  envolvente  de  la  vida  so- 
cial toda,  y  por  ello  debe  empezarse.  El  liberalismo 
es,  ante  todo,  una  teología,  y  pues  la  libertad  es 
colectiva,  social,  y  consiste  en"  la  conciencia  de  la  ley, 
hay  que  empezar  por  adquirir  conciencia  de  la  ley  de 
la  vida  de  un  pueblo,  cuál  es  su  fin.  Y  su  fin  es  hacer 
cultura. 

Un  gobierno  puede  entender  que  el  último  fin  hu- 
mano es  un  fin  individual,  la  consecución  de  la  feli- 
cidad individual  eterna  y  proponerse  protegerla  ad- 
ministrando para  la  paz  de  los  espíritus  y  la  riqueza. 
Tal  es  el  criterio  conservador  católico.  Busca  la  paz 
de  los  espíritus  y  el  bienestar  económico.  En  seme- 
jante criterio  el  fin  sustantivo  es  el  de  la  Iglesia,  y  el 
del  Estado  no  es  más  que  adjetivo,  hacer  que  lo  pase- 
mos lo  menos  mal  posible  en  este  valle  de  lágrimas. 

El  criterio  liberal,  humanista,  es  que  el  Estado  tie- 
ne un  fin  sustantivo  y  religioso,  cual  es  realizar  el 
reino  de  Dios  en  la  tierra :  la  cultura. 

Todos  conocéis  la  leyenda  bíblica  de  la  caída  de 
nuestros  primeros  padres.  Dios  puso  a  Adán  en  el 
Paraíso  — dicen —  para  que  lo  cuidara  y  trabajara, 
prohibiéndole  comer  del  árbol  de  la  ciencia  del  bien 
y  del  mal.  Era  el  régimen  conservador.  Pero  llegó  el 
tentador,  le  hizo  probar  la  fruta  del  árbol  de  la 
ciencia,  vióse  sujeto  al  trabajo  y  al  progreso  y  em- 
pezó el  régimen  liberal,  merced  a  la  feliz  culpa  — que 
asi  la  llama  la  Iglesia  misma —  que  nos  trajo  la  re- 
dención. Y  así  el  liberalismo  es  no  sólo  pecado,  sino 
pecado  original. 

La  tentación  fué  tentación  de  ciencia.  Y  si  la  in- 
terpretación vulgar,  materialista,  es  otra,  la  de  enten- 
der por  ella  la  concupiscencia  de  la  carne,  es  porque 
son  legión  los  que  no  sienten  aquélla. 


780  MIGUEL   DE  ÜNAMUNO 


La  libertad  es  libertad  de  conocer  más  que  de  go- 
zar. Hay  que  reaccionar  contra  esa  marea  reacciona- 
ria de  espectáculos  libidinosos,  carnes  flacas,  alegres 
trompeterías,  guedejas  rubias,  gorrinadas,  en  fin.  El 
primer  dei)er  del  liberalismo  es  arrojar  de  España  al 
imbécil  Don  Juan  Tenorio,  el  libertino  antiliberal. 
Contra  los  libertinos  es  contra  los  que  más  tuvo  que 
luchar  el  gran  liberal  Lutero. 

Ved,  por  otra  parte,  el  temor  a  la  ciencia  de  los 
odiadores  de  la  cultura,  de  los  que  repiten  el  "Eso 
no  me  lo  preguntéis  a  mí  que  soy  ignorante",  de  los 
que  ensalzan  la  feliz  ignorancia,  de  los  que  con  el 
Eclesiastés,  el  gran  conservador,  proclaman  que  quien 
añade  ciencia  añade  dolor.  Venga  ese  dolor. 

Observad,  además,  que  dice  ciencia  del  bien  y  del 
mal.  Es  decir,  que  no  cabe  aprender  el  bien  sin  apren- 
der el  mal,  y  de  aquí  que  no  puede  prohibirse  la  di- 
fusión de  las  llamadas  malas  ideas,  pues  sin  cono- 
cerlas no  cabe  conocer  las  buenas.  Probadlo  todo. 

Y  es  ciencia  del  bien  y  del  mal,  no  de  lo  útil  y  lo 
inútil,  no  la  rebusca  del  bienestar  pasajero.  Esa  cien- 
cia no  es  mera  ingeniería. 

Y  la  consecución  de  la  ciencia  del  bien  y  del  mal  es 
función  social  del  Estado.  A  éste  le  compete  la  ins- 
trucción pública  y  obligatoria,  correlativa  al  servicio 
militar  obligatorio.  No  puede  dejarse  la  enseñanza  al 
padre.  La  educación  familiar  trae  la  decadencia  de 
los  pueblos :  los  padres  entregan  sus  hijos  a  esclavos. 
Si  no  enseña  el  Estado  para  la  cultura,  enseñará  la 
Iglesia  para  la  egoísta  felicidad  individual. 

En  nombre  de  la  felicidad  no  podéis  exigir  sacri- 
ficios a  los  pueblos;  en  nombre  de  la  cultura,  sí.  Y  el 
ser  un  pueblo  culto  y  progresivo  cuesta  caro,  cuesta 
sacrificios  dolorosos,  cuya  finalidad  pocos  compren- 
den. Y  de  aquí  que  el  llamado  pueblo,  la  masa,  no 
sea  liberal,  sino  conservador.  Y  es  torpeza  querer 
identificar  el  liberalismo  con  la  democracia,  donde, 


OBRA  S    C  O  M  P  LET  A  S  781 


«como  aquí  sucede,  no  hay  demos,  no  hay  pueblo  orga- 
nizado. La  masa  popular  está  desengañada  del  libe- 
ralismo porque  Cándidos  soñadores  le  hicieron  creer 
que  la  libertad  abarataría  y  facilitaría  la  vida,  y  la 
libertad  la  encarece  y  la  dificulta.  La  libertad  no  es 
paz  y  sosegado  hartazgo,  sino  eterna  inquietud  y  sa- 
crificio, para  que  un  pueblo  haga  ciencia,  arte,  filo- 
sofía, religión,  cultura  en  fin.  Los  derechos  indivi- 
duales, lejos  de  añadir  gallina  alguna  al  puchero, 
acaso  la  restan.  La  libertad  de  pensamiento  obliga  a 
pensar,  y  es  más  cómodo  y  más  barato  tomar  pen- 
sado: la  libertad  religiosa  nos  quita  la  cómoda  almo- 
hada del  credo,  sobre  que  se  duerme  bien  el  sueño 
sin  ensueños  del  alma. 

Hay  que  hacer  de  la  masa  un  pueblo,  y  un  pueblo 
que  tienda  a  realizar  la  cultura,  el  reino  de  Di(js 
aquí  abajo,  considerando  esto  no  como  cárcel  o  po- 
sada en  que  se  viene  a  pasarlo  bien  mientras  llega  el 
día  de  la  partida  a  la  morada  de  la  queda  eterna. 

Y  éste  es  un  fin  civil  y  religioso  a  la  vez,  pues 
precisa  civilizar  el  cristianismo,  es  decir,  hacerlo 
civil,  secularizarlo,  desamortizarlo.  De  poco  sirve  des- 
amortizar los  bienes  del  clero  si  no  desamortizamos 
la  doctrina  evangélica. 

La  libertad  de  conciencia  es  hacer  conciencia  co- 
lectiva humana ;  la  libertad  de  cultos  es  hacer  cul- 
tura ;  secularizar  el  cementerio  es  aprender  a  morir 
civil  y  serenamente  sin  hacer  de  la  muerte  hipócrita 
y  cobarde  rito.  Liberalismo  es  civilismo  y  progreso. 

El  progreso  arranca  de  haber  probado  la  fruta  del 
árbol  de  la  ciencia  y  es  el  esfuerzo  por  arrancar  a 
Dios  su  secreto.  No  pueden  sentir  el  progreso  los 
que  se  creen  hijos  caídos,  degenerados,  de  un  hom- 
bre perfecto.  La  verdadera  doctrina  del  progreso  es 
el  evolucionismo  trasformista.  El  hombre  va  a  Dios. 

El  verdadero  liberal  cree  en  el  progreso,  y  por 
creer  en  él  cree  en  la  tradición,  mucho  más  que  los 


782 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


llamados  tradicionalistas,  para  quienes  la  tradición 
es  escorial  y  no  mina.  El  progreso  es  progreso  de 
tradición,  pues  es  ésta  la  que  progresa.  Y  toda  nue- 
va conquista  de  aquél  es  una  tradición  nueva.  Querer 
separar  la  tradición  de  Carlos  III  de  la  de  Felipe  II 
es  querer,  en  la  desembocadura  de  un  río,  separar  las 
aguas  de  sus  diversos  afluentes. 

A  nombre  de  tradición  quiéresenos  volver  a  cierto 
régimen  federal,  no  de  regiones  o  tal  vez  de  canto- 
nes. El  regionalismo  sería  la  muerte  de  la  cultura, 
cuyo  órgano  es  el  Estado  unitario  y  liberal  frente  a 
la  Iglesia.  El  regionalismo  es  tradición  medieval. 
Sobre  las  divisiones  de  cantones,  la  Iglesia  como 
única  unidad  fuerte.  Es  el  clero  el  que  propugna  las 
lenguas  regionales,  que  separan  contra  la  lengua  uni- 
taria, la  del  Estado  forjado  en  el  yunque  de  la  Re- 
forma. La  región  es  lo  conservador,  lo  tradicióna- 
lista:  España  lo  liberal.  La  unidad  española  es,  como 
la  italiana,  obra  de  cultura.  Las  regiones,  faltas  de  un 
fuerte  poder  central,  acabarían  en  Estados  Pontificios. 

El  liberalismo  es  centralizador.  Las  pequeñas  nacio- 
nes podrán  ser  más  democráticas  — y  ni  aun  esto — , 
pero  más  liberales,  no.  Un  sentimiento  romántico,  es 
decir,  anticultural,  podrá  llevarnos  a  simpatizar  con 
Irlanda,  el  Transvaal,  Polonia;  pero  la  causa  de  la 
civilización,  del  legado  humano  universal,  está  con 
Inglaterra  en  los  dos  primeros  casos;  con  Alemania, 
en  el  tercero.  En  la  guerra  de  Sucesión,  en  Cataluña, 
los  soldados  de  Felipe  V  eran  los  soldados  de  la  liber- 
tad y  la  cultura,  y  Pau  Claris,  un  reaccionario. 

Y  ahora  cúmplenos  llamar  a  las  cosas  por  su  nom- 
bre. El  un  criterio  es  católico ;  el  otro,  liberal.  No 
cabe  ser  liberal  y  católico.  Es  candidez  o  hipocresía 
querer  distinguir  anticlericalismo  de  anticatolicismo. 
Tiene  que  acabar  lo  de  escudarse  en  ciertos  obispos 
norteamericanos  cuyas  doctrinas  han  sido,  con  entera 
lógica,  condenadas  en  Roma.  Los  liberales  españoles, 


OBRAS  COMPLETAS 


783 


para  poder  turnar,  han  vivido  entre  embustes  y  con- 
fusiones. Han  hecho  protestas  de  ortodoxia,  de  doc- 
trina catóHca  recta,  sin  conocer  la  doxia  doctrina, 
ni  derecha,  orta,  ni  torcida.  Esto  tiene  que  acabarse. 
Católico  hberal  es,  en  España  más  que  en  otra  parte, 
un  contrasentido.  Si  alguno  de  vosotros  me  dijere  que 
es  catóhco  hberal,  le  diré  que  desconoce  el  catolicis- 
mo, o  el  liberalismo,  o  los  dos,  que  es  probable. 

Da  pena  leer  la  prensa  que  se  llama  liberal  sin 
querer  reconocer  su  heterodoxia ;  da  pena  oír  a  los 
oradores  mitingueros  del  liberalismo  en  bloque,  y  no 
en  estatua,  cuando  se  afirman  ortodoxos.  Y  da  más 
pena  ciertas  interesadas  visitas  a  ídolos  para  halagar 
lamentables  sentimientos.  Y  con  eso  a  nadie  se  enga- 
ña. No  se  engaña  al  clero  secular  cuando  se  le  adula 
para  atacar  al  regular.  Melquíades  Alvarez  dijo  en 
Granada  que  la  religión  católica  es  un  factor  en  la 
vida  política  del  país,  y  que  no  se  separaría  de  ella 
si  fuera  gobernante,  recordando  la  frase  de  Napoleón 
de  que  si  hubiera  sido  rey  de  los  judíos,  habría  levan- 
tado un  templo  a  Salomón.  Sí,  el  poder  bien  vale  una 
misa.  Añadía  que  yo,  que  no  soy  sino  escritor,  un 
publicista,  puedo  decir  que  hay  que  descatolizar  a 
España,  pero  no  el  que  aspira  a  gobernarla.  En  efec- 
to, yo  no  aspiro  a  gobernarla,  la  gobierno,  y  sin  el 
poder.  El  poder  en  esas  condiciones  queda  para  Pí- 
late, respetuoso  con  los  fariseos. 

En  el  orden  práctico,  lo  que  nos  urge  hoy  es  que 
los  coniesadamente  no  católicos  no  queden,  como  de 
hecho  quedan,  fuera  de  la  ley  común :  que  la  hetero- 
doxia no  sea  ilegal.  El  gran  triunfo  del  liberalismo 
español  sería  que  un  heterodoxo  confeso  entrara  como 
tal,  sin  abdicar,  en  un  Gobierno  dinástico.  ¿Que  los 
católicos  son  mayoría  ?  Entre  los  españoles  concien- 
tes,  entre  los  que  tienen  conciencia  de  su  ciudadanía 
y  de  sus  convicciones,  lo  dudo. 

Seamos  sinceros.  No  se  hable  ambiguamente  de 


784  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


religión,  en  abstracto,  cuando  se  trata  de  la  católica, 
ni  se  hable  de  cristianismo. 

Un  fin  cristiano  es  servir  al  progreso,  hijo  de  la 
feliz  culpa,  hijo  del  pecado  original  que  nos  trae  la 
redención ;  servir  a  la  cultura,  tender  a  realizar  el 
reino  de  Dios  en  la  tierra,  tender  a  ser  dioses,  y  en 
este  suelo,  en  que  se  abrazaron  la  fe  de  Jesús  y  la 
ciencia  de  Platón,  pero  no,  tomando  esto  como  mero 
lugar  de  paso  y  de  condena,  buscar  la  egoísta  salva- 
ción individual. 

La  redención  es  colectiva;  se  redimen  los  pueblos  y 
se  redimen  por  la  cultura,  que  es  el  combate  por 
arrancar  a  Dios  el  secreto  del  bien  y  del  mal. 

A  esta  labor  de  cultura  tienen  que  venir  los  jóve- 
nes, dejando  la  soledad,  madre  de  la  duda.  Es  terrible 
el  desaliento  de  los  que  no  han  luchado.  El  deber  de 
cada  hombre  es  de  esforzarse  por  salvar  a  la  huma- 
nidad, y  esto  por  medio  de  la  patria. 

"No  conquistaréis  la  humanidad  — decía  Mazzini 
a  los  jóvenes  de  Italia —  sino  cuando  cada  pueblo 
haya  conquistado  la  patria,  que  es  el  punto  de  apoyo 
de  la  palanca  entre  el  individuo  y  la  humanidad."  Y 
la  patria  es,  como  el  mismo  Mazzini  decía,  ante  todo, 
conciencia  de  la  patria  y  la  fe  en  ella. 

El  fin  del  liberalismo  español  debe  ser  la  España 
ideal,  universal  y  eterna,  no  territorial  y  temporal  tan 
sólo;  la  idea  de  España.  La  patria  es  algo  más  que 
una  razón  social  económica.  Riqueza  y  salud,  sí,  pero 
no  para  que  cada  cual  sea  feliz  y  goce,  sino  para  sa- 
crificarnos todos  y  que  no  muera  el  espiritu  que  dió 
el  Quijote,  la  Subida  al  monte  Carmelo,  los  cua- 
dros de  Velázquez,  la  conquista  de  Méjico;  no  una 
Beocia  harta  de  parvas  y  de  cebones.  Si  hemos  de 
eternizarnos,  nos  eternizaremos  en  una  España  triun- 
fante y  eterna,  que  surja  de  la  militante  y  temporal. 

Lo  primero  es  la  libertad  espiritual  de  la  patria,  su 


OBRAS  COMPLETAS 


785 


religión.  Fué  grande  España  cuando  su  religión  fué 
suya  y  se  sirvió  del  catolicismo  para  su  fin  humano  y 
de  cultura ;  decayó  desde  que  el  catolicismo  se  hizo 
dueño  de  ella  y  se  hizo  rutina.  Es  una  reforma  reli- 
giosa lo  que  nos  hace  falta.,  y  el  liberalismo  es  el  que 
nos  la  puede  traer. 

(Según  el  extracto  publicado  en  El  Mundo,  de  Ma- 
drid, y  en  El  Mercantil  Valenciano,  de  4  y  5-1-1909, 
respectivamente.) 


DISCURSO  PRONUNCIADO  EN  EL  PARA- 
NINFO DE  LA  UNIVERSIDAD  DE  VALEN- 
CIA, EL  22  DE  FEBRERO  DE  1909,  CON 
OCASION  DEL  I  CENTENARIO  DEL  NACI- 
MIENTO DE  DARWIN,  ORGANIZADO  POR 
LA  ACADEMIA  MEDICO-ESCOLAR  DE  DI- 
CHA CIUDAD 


Señoras  y  señores: 

No  tiene  el  señor  Casanova,  vuestro  maestro,  ni 
tenéis  vosotros,  estudiantes  médicos  de  Valencia,  por 
qué  agradecerme  las  molestias  que  haya  podido  sufrir 
en  el  largo  y  accidentado  viaje  de  mi  Salamanca  acá, 
pues  no  he  hecho  sino  cumplir  con  lo  que  estimo  un 
deber.  Acudo  a  dondequiera  que  se  me  llame,  pero 
cuando  preveo  batalla,  acudo  indefectiblemente. 

Ahora  me  siento  penetrado  de  este  ambiente  de 
nobleza,  de  la  singular  nobleza  de  este  homenaje,  que, 
en  honor  de  un  nobilísimo  espíritu,  estamos  celebran- 
do. Sois  los  estudiantes  valencianos  los  únicos,  en  Es- 
paña por  lo  menos,  que  habéis  ideado  algo  así,  de  esta 
augusta  religiosidad,  en  honor  de  Darwin.  Un  acto 
de  religiosidad  es,  en  efecto,  más  que  otra  cosa,  el  que 
estamos  celebrando,  y  me  congratulo  de  que,  por  es- 
peciales circunstancias,  haya  tenido  que  venir  a  ser  en 
estos  días  de  Carnaval,  en  que  estalla  por  otras  partes 
la  superficialidad  humana. 

Venimos  a  rendir  un  tributo  de  homenaje  a  uno 
de  los  hombres  más  grandes  que  el  género  humano  ha 
producido;  grande  por  la  nobleza  de  su  corazón, 
tanto  como  por  la  excelsitud  de  su  mente;  a  uno  de 


OBRAS  COMPLETAS 


787 


los  hombres  más  grandes  de  todos  los  siglos,  y  sin- 
gularmente el  pasado,  al  que  cabe  llamar  el  siglo  del 
evolucionismo. 

Siendo  ya  muy  anciano  Goethe,  y  en  los  días  en 
que  se  desarrollaban  algunos  de  los  más  graves  suce- 
sos precursores  de  la  Revolución  Francesa,  cuentan 
que  un  día  habló  alborozado  de  algo  que  las  noticias 
de  París  traían,  y  cuando  los  presentes  se  figuraban 
que  habría  de  referirse  a  algún  suceso  del  drama  po- 
pular, resultó  que  se  refería  a  la  discusión  que  en  la 
Academia  de  Ciencias  habían  sostenido  Cuvier  y  Geof- 
froy,  y  en  la  que  se  preludiaban  ya  las  doctrinas  del 
transformismo.  El  viejo  vidente  preveía  que  estas 
doctrinas  habían  de  tener  tanto  o  más  alcance  que  la 
Revolución  Francesa,  que  implicaban  una  verdadera 
revolución  espiritual. 

Y  el  mismo  Darwin,  en  1837,  veinte  años  antes  de 
publicar  su  gran  obra,  escribía  en  su  cuaderno  de 
notas:  "Mi  teoría  llevará  a  toda  una  filosofía."  Y  así 
ha  sido.  Tuvo  la  conciencia  del  valor  de  su  propia 
obra,  y  esto  porque  era  él  un  hombre,  un  hombre  en 
toda  la  más  amplía  y  noble  extensión  de  la  palabra. 
Ser  todo  un  hombre,  ser  un  hombre  entero,  es  más 
que  ser  un  semidiós,  es  más  que  ser  un  dios  a  me- 
dias. Y  Darwin  fué  todo  un  hombre,  "una  figura  ori- 
ginal, socrática,  venerable  por  su  energía,  su  amor 
a  la  verdad  y  su  humanidad",  como  ha  dicho  de  él 
Hoeffdíng,  el  docto  historiador  de  filosofía  moderna. 

Desde  que  ese  hombre  singular,  nacido  en  Shrews- 
bury  el  12  de  febrero  de  1809,  entró  en  el  uso  de  su 
razón  plena,  puede  decirse  que  su  historia  es  la  his- 
toria de  su  pensamiento,  como  ha  sido  la  de  otros 
tantos  hombres  que  llevaron  su  pensamiento  como  un 
depósito  sagrado  de  que  eran  deudores  a  los  demás. 

Cierto  es  que  la  doctrina  a  que  ha  dado  su  nom- 
bre flotaba  en  el  ambiente  intelectual  antes  de  él  for- 


788  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


miliaria,  pero  él  es  quien  le  dió  base  científica.  Hobbes, 
Spinoza,  Hegel  y  otros  entre  los  filósofos ;  Lamarck 
entre  los  naturalistas,  habían  preludiado  mucho  de 
ella.  Cuando  Darwin  hizo  su  viaje  en  el  Bcagle,  con- 
cibió ya  la  hipótesis  provisoria  al  estudiar  la  reparti- 
ción geográfica  de  fauna  y  flora;  pero  fué  en  1838, 
leyendo  al  economista  Malthus,  cuando  recibió  el  sú- 
bito rayo  de  luz  que  iluminó  sus  presunciones.  En 
Malthus  aprendió  lo  de  la  lucha  por  la  vida,  debido 
a  que  las  subsistencias  tienden  a  aumentar  en  progre- 
sión aritmética,  mientras  los  vivientes  tienden  a  ha- 
cerlo en  geométrica,  y  las  ideas  que  esto  le  sugirió, 
buscó  confirmarlas  empíricamente  estudiando  los  casos> 
de  selección  artificial  llevados  a  efecto  por  ganaderos, 
y  luego  la  repartición  geográfica  de  animales  y  plan- 
tas y  el  estudio  de  la  paleontología. 

En  1859,  a  los  cincuenta  años  de  su  edad,  publicó 
Darwin  su  libro  sobre  el  Origen  de  las  especies.  Lo 
publicó  a  sus  cincuenta  años,  a  esa  edad  en  que  la 
mayor  parte  de  los  escritores  — y  en  particular  los 
literatos —  han  dado  ya  de  sí  cuanto  tenían  que  dar. 

Murió  en  1882,  a  sus  setenta  y  tres  años  de  edad, 
y  tres  años  antes  de  morir  había  escrito :  "Creo  ha- 
ber hecho  bien  consagrando  mi  vida  a  la  ciencia ; 
no  tengo  que  arrepentirme  de  pecados  cometidos,  pero 
me  pesa  no  haber  hecho  más  bien  inmediato  a  mis 
prójimos." 

Fué  la  suya  una  vida  serena  y  noble,  una  vida 
ejemplar;  vida,  en  cierto  modo,  de  niño  grande  — y 
pocas  cosas  hay  más  nobles  que  ser  un  niño  grande — , 
y  vida  también  de  poeta,  de  un  verdadero  poeta,  no 
de  un  literato,  de  poeta  en  la  acepción  más  estricta,  la 
etimológica,  de  la  palabra,  y  vida  de  observador.  El 
ser  poeta  le  hizo  ser  sagacísimo  observador. 

Su  doctrina,  ¿  quién  de  vosotros,  pues  que  todos  sois 
en  una  o  en  otra  forma  estudiantes,  no  la  conoce? 


OBRA S    C O  M  P  LET A S 


789 


Hay,  sin  embargo,  algunos  puntos  de  ella  en  que  nos 
conviene  hacer  una  parada,  por  muy  rápida  que  sea, 
para  luego  deducir  ciertas  consecuencias  a  otro  or- 
den de  cosas.  Y  desde  ahora  os  advierto  que  no  pocas 
de  estas  consecuencias  habrán  de  parecer  a  algunos 
de  vosotros  fantásticas,  tal  vez  míticas. 

El  propósito  capital  de  las  doctrinas  darwinianas 
era  el  de  explicar  la  diversidad  de  especies  animales 
y  vegetales.  ;  Qué  explicación  se  daba  de  ella  antes  de 
Darwin?  Ninguna.  Decir  que  siempre  hubo  tal  di- 
versidad, que  las  especies  empezaron  por  ser  diferen- 
tes, no  es  explicar  la  diferencia.  Es  una  de  tantas 
pseudoexplicaciones  escolásticas,  un  subterfugio  ver- 
bal, una  consistiduria  más.  Remitir  la  razón  de  esas 
diferencias  a  Dios,  diciendo  que  éste  creó  diferentes 
las  especies,  es  no  explicarlas. 

La  prueba  de  la  teoría  darwiniana,  decía  el  mis- 
mo Darwin,  es  "el  hilo  inteligible  — the  inteligible 
thread —  por  medio  del  cual  liga  toda  una  clase  de 
hechos".  Explicar  es  reducir  a  forma  o  ley  una  varie- 
dad de  fenómenos.  Y  si  alguien  nos  dijera  que  no  hay 
prueba  alguna  directa  del  transformismo,  que  nadie 
ha  visto  surgir  una  nueva  especie  de  otra  antigua, 
digámosle  que  menos  prueba  directa  hay  del  creacio- 
nismo, pues  nadie  ha  visto  a  Dios  crear  una  especie. 

La  doctrina  darwiniana  nació  en  gran  parte,  y  Dar- 
win mismo  nos  lo  dice,  de  las  doctrinas  de  Malthus, 
este  vigoroso  pensador  tan  mal  conocido  y  tan  ca- 
lumniado desde  que  hay  quienes  se  han  amparado  de 
él  para  ciertas  campañas  que  con  su  pensamiento  no 
tienen  sino  una  relación  bastante  falsa.  La  doctrina 
de  Darwin  arranca  de  la  doctrina  malthusiana  de  la 
tendencia  de  los  animales  a  propagarse  en  progresión 
geométrica  y  la  lucha  por  la  vida  que  de  ello  resulta. 

Y  ya  aquí  tenemos  que  hacer  un  primer  alto.  Lu- 
cha por  la  vida,  stniggle  for  Ufe,  se  llama  a  esto,  y 


790 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


se  supone  arranca  del  combate  de  cada  individuo  y  de 
cada  especie  por  conservarse.  Hay  ya  en  la  Etica  de 
Spinoza  una  famosa  proposición,  la  séptima  de  la 
tercera  parte,  en  que  establece  que  la  esencia  de  un 
ser  no  es  más  que  el  esfuerzo  con  que  se  esfuerza  por 
persistir  en  su  ser  mismo.  Pero  en  la  Biblia  está 
escrito:  "creced  y  multiplicaos!"  ¡No:  conservaos! 
Y,  como  hace  notar  muy  bien  Rolph  en  sus  estudios 
biológicos,  no  es  el  crecimiento  y  la  multiplicación  lo 
que  les  pide  más  alimento  a  los  animales,  y  para  lo- 
grarlo les  lleva  a  luchar,  sino  que  es  la  tendencia  a 
más  alimento,  a  excederse,  lo  que  les  hace  crecer  y 
multiplicarse.  La  tendencia  del  viviente  no  es  a  con- 
servarse, sino  a  excederse,  a  imponerse,  a  absorber  a 
los  demás.  ¡  Desgraciados  de  los  conservadores,  de  los 
que  se  quedan  a  la  defensiva ! 

Es  algo  así  como  un  lujo  de  existencia  lo  que  nos 
lleva  a  luchar  unos  con  otros  los  individuos  de  cada 
especie  y  a  ésta  con  las  demás. 

Junto  a  esta  lucha,  más  bien  que  por  la  existen- 
cia, por  la  sobre-existencia,  por  la  dominación,  hay, 
y  para  que  aquélla  ejerza  su  efecto,  lo  que  Darwin 
llamaba  la  tendencia  a  la  variación  espontánea,  lo  de 
que  cada  nuevo  individuo  viviente  sea  de  veras  nuevo, 
sea  en  poco  o  en  mucho  diferente  de  los  que  le  prece- 
dieron, nazca  con  alguna  peculiaridad.  No  hay  dos 
hojas  de  árbol  idénticas,  se  ha  dicho. 

¿  Cómo  se  produce  esta  diferencia  radical  y  prima- 
ria, esta  peculiaridad  que  distingue  a  un  individuo 
de  los  demás?  Darwin,  con  su  profundo  sentido  cien- 
tífico, con  su  genial  parsimonia,  confesó  ignorarlo. 
La  tendencia  a  la  variación  espontánea  la  estimó 
siempre  un  enigma,  pues  no  era  de  esos  aturdidos,  o 
más  bien  sectarios,  que  se  imaginan  haber  la  ciencia 
disipado  los  enigmas  del  universo.  "Ignoramos  — es- 
cribía—  todo  lo  que  se  refiere  a  las  causas  de  la  va- 


OBRAS  COMPLETAS 


791 


riabilidad":  y  en  su  obra  sobre  la  Variación  de  los 
animales  y  las  plantas:  "La  selección  natural  depende 
de  que  los  individuos  mejor  dotados  subsisten  en  cir- 
cunstancias complejas  y  difíciles,  pero  no  tiene  nada 
que  ver  con  la  causa  original  de  una  manifestación 
cualquiera  de  estructura."  Es  decir,  que  la  selección 
no  crea  diferencias :  no  hace  sino  conservar  y  propa- 
gar por  herencia  luego  aquellas  diferencias  individua- 
les producidas  no  sabemos  cómo  en  un  ciclo  embrio- 
nario. El  principio  de  individuación  es  un  enigma. 

Y  esta  diferencia  inicial,  individual,  hija  de  lo  que 
Darwin,  por  llamarlo  de  algún  modo,  llamó  tendencia 
a  la  variación  espontánea,  esa  diferencia  inicial  pue- 
de muy  bien  ser  un  caso  de  los  que  llamamos  tera- 
tológicos.  Se  dice  y  se  repite  mucho  aquello  de  que 
mtura  non  facit  saltus,  pero  la  naturaleza  da  saltos, 
por  pequeños  que  éstos  sean.  La  diferencia  de  un  hijo 
respecto  a  sus  padres  es  ya  un  salto  en  el  proceso  de 
la  especie.  Fenómeno  que  se  observa  con  singular  cla- 
ridad en  la  vida  del  lenguaje,  donde  el  niño  desde  la 
primera  vez  que  trata  de  reproducir  la  palabra  oída,  la 
reproduce  muchas  veces  mal,  sin  que  haya  un  proceso 
continuo  de  la  palabra  que  oyó  a  la  que  reproduce. 
Y  si  este  vocablo  así  mal  reproducido,  espontánea- 
mente variado,  no  crea  una  forma  dialectal,  una  espe- 
cie de  nueva  especie,  es  porque  tales  diferencias  in- 
dividuales desaparecen  luego,  compensándose  unas 
con  otras,  pues  hay  que  hablar  para  hacerse  entender, 
y  tal  es  la  ley  de  adaptación  del  lenguaje. 

Resultado  de  la  lucha  entre  esas  formas  inicial- 
mente  diversas  — en  más  o  en  menos—  es  lo  que  vie- 
nen llamándose  la  sobrevivencia  del  más  apto,  the 
survivancc  of  the  fitlcr,  frase  ambigua  y  muy  cómoda, 
en  que  es  preciso  que  nos  detengamos.  Es,  desde  lue- 
go, una  expresión  expresiva  de  un  hecho,  pero  hay 
que  precaverse  contra  el  abuso  de  ella,  que  la  con- 
vierte en  una  pura  tautología,  en  una  explicación  pu- 


792 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ramente  verbal,  escolástica,  que  nada  explica,  como 
ha  sucedido  cuando  Spencer,  maestro  en  tautologías, 
quiso  darle  un  cierto  alcance  que  no  puede  tener. 

Porque,  en  resumidas  cuentas,  ¿  qué  quiere  decir  eso 
de  que  sobrevive  o  vence  el  más  apto?,  ¿quién  es  el 
más  apto?,  y  apto,  ¿para  qué?  Si  dijéramos  que  so- 
brevive el  más  grande  o  el  más  leve,  el  de  color  más 
oscuro  o  el  de  más  claro,  enunciaríamos  una  propo- 
sición concreta.  ¡  Pero  el  más  apto !  El  más  apto 
¿para  qué?  ¿Para  sobrevivir?  Tanto  vale  decir  que 
sobrevive  el  que  sobrevive. 

Y  es  que  no  hay  una  aptitud  genérica  y  valedera 
para  todos  los  casos:  es  que  la  aptitud  es  algo  cir- 
cunstancial y  especifico.  El  que  es  apto  para  una  cosa 
o  en  un  momento  dado,  resulta  inepto  para  otra  o 
para  aquella  misma  en  otro  momento.  Es  precipita- 
ción de  juicio  definir  de  antemano  las  aptitudes.  Y 
así,  cuando  os  hablen  de  pueblos  y  razas  superiores 
e  inferiores  — permitidme  esta  breve  digresión — ,  no 
olvidéis  que  acaso  lo  mismo  que  hace  a  ciertos  pue- 
blos menos  aptos  que  otros  para  el  tipo  de  civilización 
que  hoy  priva  en  el  mundo,  eso  mismo  les  haga  maña- 
na más  aptos  que  los  otros  para  un  diferente  tipo  de 
civilización  futura. 

No  hay  que  perder  de  vista,  además,  que  no  toda 
adaptación  implica  necesariamente  progreso,  que  hay 
no  pocas  adaptaciones  que  significan  un  verdadero  re- 
troceso, que  son  casos  de  regresión.  Todos  conocéis 
a  este  respecto  el  origen  de  ciertas  formas  parasitarias 
producidas  por  una  adaptación  progresiva.  Animales 
parásitos  que  viven  en  los  intestinos  de  otros,  perdie- 
ron vista  y  oído,  porque  no  necesitan  ver  ni  oír  para 
conservarse  y  propagarse.  Y  el  número  de  formas 
parasitarias  regresivas  es  enorme,  y  no  menos  entre 
los  espíritus  y  entre  las  ideas.  Pues  ideas  hay,  en  efec- 
to, parasitarias  que  viven  en  la  mente  merced  a  cierta 
fe  implícita. 


OBRAS  COMPLETAS 


793 


La  adaptación  o  selección  de  que  venimos  hablando 
es  una  adaptación  pasiva,  el  individuo  se  acomoda  al 
ámbito,  a  lo  que  le  rodea,  en  virtud  de  la  acción  de 
este  segundo.  Pero  el  individuo  a  su  vez  reacciona  y 
hay  una  cierta  adaptación  activa.  El  hombre,  y  no 
sólo  el  hombre,  no  sólo  se  hace  al  medio,  sino  que  se 
hace  el  medio.  Un  hombre,  un  verdadero  hombre,  no 
se  resigna  a  hacerse  al  mundo,  sino  que  se  hace  el 
mundo,  se  hace  un  mundo  por  el  conocimiento  y  por 
la  acción,  y  lo  lleva  en  sí. 

Y  ésta  es  la  función  más  elevada  y  más  noble  de  la 
inteligencia  y  de  la  voluntad  humana,  la  de  hacerse 
un  mundo.  Y  en  esta  línea  descendiendo,  nos  encon- 
traríamos con  lo  que  un  vigoroso  pensador  francés 
contemporáneo,  Bergson,  ha  llamado  la  evolución  crea- 
dora. 

Y  todo  lo  que  a  partir  de  las  diferencias  indivi- 
duales — cuyo  origen  es  un  enigma —  se  conserva  y 
corrobora  merced  a  la  lucha  por  la  persistencia  y  la 
dominación,  por  selección  y  adaptación,  todo  esto  se 
propaga  por  herencia.  Y  aquí  nos  encontramos  con 
otro  enigma.  Porque  enigma  es  que  la  vaca  dé  novillos 
no  potros,  y  la  yegua  potros  y  no  novillos,  sin  que 
deje  de  serlo  porque  sea  un  hecho  de  todos  los  día.s 
y  al  que  nuestro  conocimiento  se  ha  adaptado.  Es  un 
hecho  natural,  naturalísimo,  sin  duda,  pero  no  por 
eso  menos  milagroso.  Y  si  alguno  de  vosotros  se  es- 
candalizara al  oír  hablar  de  milagros,  he  de  decirle 
que  pocos  creen  más  que  yo  en  ellos,  puesto  que  creo 
que  todo,  absolutamente  todo  cuanto  ocurre,  es  mila- 
groso, y  no  admito  que  unas  cosas  lo  sean  y  otras  no. 

Un  enigma,  un  misterio,  es  la  ley  de  la  herencia. 

Y  por  todo  este  proceso  que  hemos  bosquejado  ra- 
pidísimamente  se  ha  cumplido,  y  acaso  se  cumple  aún 
la  trasfermación  de  las  especies. 

Y  ahora,  antes  de  pasar  adelante,  he  de  salir  al 
paso  a  una  concepción  muy  vulgar,  vulgarísima,  pero 


794 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


muy  arraigada,  cual  es  la  de  concebir  esa  trasforma- 
ción  en  serie  lineal.  Recuerdo  que  cuando  por  pri- 
mera vez,  siendo  yo  muy  mozo,  me  hablaron  del  dar- 
winismo,  me  hicieron  creer  que  Darwin  enseñaba  que 
las  especies  actualmente  existentes  proceden  unas  de 
otras  y  en  serie  lineal.  Y  es  que  el  vulgo  —y  en  el 
vulgo  entran  muchas  personas  con  carrera —  sólo  ha 
cogido  de  las  doctrinas  de  Darwin  aquello  de  que  el 
hombre  viene  del  mono.  Es  su  especial  manera  de 
simplificar  las  cuestiones,  y  quien  sabe  si  de  este  mi 
discurso  no  cogerán  muchos  tampoco  más  que  una 
frase  así,  torpe  y  equivocadamente  sintética. 

Arraigadísima  es  la  tendencia  vulgar  a  esa  con- 
cepción lineal  de  las  cosas.  No  tenéis  sino  observar 
— y  sirva  esto  de  nueva  digresión —  lo  que  sucede  con 
el  modo  de  concebir  las  opiniones  políticas,  desde 
las  que  llaman  más  avanzadas  hasta  las  que  llaman 
más  retrógradas,  con  el  anarquista  a  un  extremo  y  el 
integrista  al  otro,  aquí  en  España. 

Y  volviendo  al  darwinismo,  hemos  de  tener  en 
cuenta  que  si  todo  lo  vivo  está  sujeto  a  evolución  y 
trasformación,  la  doctrina  misma  darwiniana,  que 
es  algo  vivo  y  muy  vivo,  ha  tenido  que  evolucionar 
y  trasformarse.  Las  cosas  cambian  según  ley,  sin 
duda,  pero  la  ley  según  la  cual  cambian  cambia  a  su 
vez.  Yo,  que  profesionalmente  me  dedico  a  la  lingüís- 
tica, puedo  deciros  que  si  los  vocablos  evolucionan 
conforme  a  una  norma  fonética,  esta  norma  misma 
evoluciona,  y  que  el  fonetismo  castellano,  verbigracia, 
no  es  el  mismo  ahora  que  era  en  el  siglo  xiv. 

No  son  los  más  genuinos  discípulos  de  Darwin  los 
que  le  siguen  ciegamente,  y  cabe  decir,  en  cierto  mo- 
do, que  hay  darwinistas  más  darwinistas  que  Darwin, 
como,  en  otro  orden  de  cosas,  cabe  decir  que  hay  lu- 
teranos más  luteranos  que  Lutero.  No  se  trata  de 
dogmas,  cosa  muerta,  impuestos  por  autoridad. 

Cuando  esta  doctrina  darwiniana  empezó  a  exten- 


OBRAS    C  O  M  P  L  lí  T  A  S  795 


I  derse  y  a  propalarse,  no  faltaron  espíritus  apocados 
que  sintieran  herida  una  ridicula  vanidad.  Hombres 
que  son  bastante  hombres  se  sintieron  ofendidos  por- 
que se  les  supusiera  descender  de  una  especie  de 
mono.  En  otros,  justo  es  decirlo,  nació  la  sospecha 
de  que  esa  doctrina  habría  de  derrumbar  el  más  hon- 
do consuelo  de  la  vida,  la  fe  en  la  inmortalidad  del 
alma. 

Un  concejal  de  mi  pueblo  nativo,  al  oponerse  a  la 
adquisición  de  un  número  de  obras  para  una  biblio- 
teca escolar,  entre  las  que  estaban  las  de  Darwin,  ex- 
clamó: "Si  ellos  se  envanecen  de  descender  del  mono, 
yo  no."  Y  al  oírlo,  no  pude  por  menos  de  decir:  no 
es  lo  malo  venir  de  él:  lo  malo  es  ir  a  él,  y  pensando 
de  cierto  modo,  al  mono  se  camina. 

¡  Qué  cosas  se  han  escrito,  señores,  en  pretensión 
de  refutar  al  darwinismo !  Yo  sólo  recuerdo  ahora  las 
que  me  hicieron  aprender  a  mí,  en  la  cátedra  de  Me- 
tafísica de  la  Universidad  Central,  de  un  cierto  texto 
de  cierto  dominico,  que  llegó  a  arzobispo  y  cardenal. 
Es  imposible  imaginar  razonamientos  de  una  infan- 
tilidad  más  grande.  Si  quisiera  daros  un  rato  de  di- 
vertida jocosidad,  no  tendría  sino  leéroslos. 

Pero  la  doctrina  fué  extendiéndose,  fué  arraigando, 
se  empezó  a  querer  marcar  los  limites  de  ella,  y  hoy 
tenemos  ya  ortodoxos  católicos  que  son  trasformis- 
tas.  Y  alguno  conozco,  hermano  de  orden  de  aquel 
amenísimo  arzobispo-cardenal  refutador.  Y  ha  ocu- 
rrido una  cosa  muy  significativa,  cual  es  la  de  que 
se  ha  ideado  una  especie  de  trasformismo  ortodoxo, 
así  como  se  ha  ideado  también  una  especie  de  socia- 
lismo católico. 

Y  uno  y  otro  no  son  sino  a  modo  de  caldos  de 
cultivo,  a  manera  de  vacunas  para  evitar  los  estragos 
del  transformismo  y  del  socialismo  genuinos. 

Se  quiso  presentar  a  Darwin  como  un  enemigo, 
no  ya  del  dogma  católico,  sino  del  cristianismo  y  de 


796 


MIGUEL   DE    UN  AM  UN  O 


toda  religiosidad.  Y,  sin  embargo,  este  hombre  tan 
ridiculamente  combatido,  combatido  sin  ser  estudiado, 
fué  un  hombre,  no  sólo  respetuosísimo  con  las  creen- 
cias de  los  demás,  singularmente  parsimonioso  y  pru- 
dentísimo, sino  que  fué  un  alma  profundamente  reli- 
giosa. Pocos  hombres  habrán  sentido  tan  viva  y  tan 
íntimamente  como  él  la  solidaridad,  no  ya  con  los 
demás  hombres,  sino  con  el  universo  todo.  Su  culto 
a  la  verdad  fué  un  culto  religioso. 

Y  este  hombre,  maestro  del  evolucionismo,  evolu- 
cionó en  sus  sentimientos  religiosos  a  partir  de  la  fe 
recibida  del  ambiente  social  cristiano  de  su  patria.  El 
problema  del  mal  le  llevó  acaso  a  dudar  alguna  vez 
de  la  Providencia  divina,  y  acaso  acabó  dudando  en  el 
fundamento  mismo  de  su  fe  primera.  Pero  es  que  hay 
dudas  mucho  más  religiosas  que  ciertas  rutinarias  y 
tercas  adhesiones  a  un  dogma  petrificado  y  paleonto- 
lógico. Respecto  a  estos  inquietadores  problemas  reli- 
giosos, escribía  a  un  joven:  "la  conclusión  más  se- 
gura me  parece  la  de  que  toda  esta  cuestión  cae  fuera 
del  campo  de  la  inteligencia  humana,  pero  el  hombre 
puede  cumplir  con  su  deber".  Recordemos  aquí  el 
"obrar  bien  es  lo  que  importa",  de  nuestro  Calderón 
de  la  Barca.  Si  la  vida  es  sueño,  así  como  es  lucha, 
lo  que  importa  es  soñarla  bien,  lucharla  bien :  y  él  la 
luchó  nobilísimamente.  Darwin  murió  seguramente 
agnóstico,  pero  hay  que  traer  a  la  mente  a  este  res- 
pecto aquellas  palabras  de  Bacon  de  que  mejor  es  no 
tener  opinión  de  Dios  que  tener  una  que  sea  indigna 
de  El.  E  indignas  de  Dios  son  las  concepciones  que 
de  El  se  forjan  los  más  de  los  que  acusan  de  irreli- 
giosa a  la  doctrina  darwiniana. 

Pocas  actitudes  más  nobles  que  la  actitud  que  guar- 
dó siempre  Darwin  frente  a  los  problemas  religiosos, 
que  su  posición  frente  al  misterio.  Comparadla  con  la 
de  cierto  sectario,  que  pretende  continuarle  y  com- 
pletarle, y  que  ha  creído  disipar  los  enigmas  del  uní- 


OBRAS  COMPLETAS 


797 


verso.  Pero  no  me  parece  tampoco  noble  aprovechar 
el  homenaje  a  un  sabio  para  denigrar  a  otro.  Dejé- 
moslo. 

Ni  puede  decirse  en  rigor,  como  por  muchos  se  dice, 
que  Darwin  destruyera  las  explicaciones  teleológicas. 
No,  su  doctrina,  bien  interpretada,  no  excluye  la  con- 
cepción de  finalidad.  ¿  Quién  sabe  si  no  late  la  finali- 
dad en  el  fondo  de  aquel  enigma  de  la  tendencia  a  la 
variación  espontánea,  y  si  no  late  también  en  el  fon- 
do del  enigma  de  la  herencia  ?  No  forman  un  ver- 
dadero dilema  el  azar  o  acaso  de  un  lado  y  el  fin 
previsto  de  otro;  cabe  término  en  ellos. 

Y  si  grande,  grandísimo,  fué  el  influjo  de  Darwin 
en  el  campo  de  las  ciencias  naturales,  si  ha  dado  .1 
éstas  nueva  vida,  no  menos  grande  ha  sido  su  influjo 
en  todas  las  demás  ciencias,  en  la  total  enciclopedia 
de  ellas.  Tenía  razón  al  escribir  que  su  doctrina  lle- 
varía a  una  nueva  filosofía,  o  por  lo  menos  ha  vivi- 
ficado una  filosofía  ya  antigua.  En  todas  las  ciencias 
ha  dejado  el  darwinismo  profunda  huella;  en  las  his- 
tóricas y  políticas  y  morales,  en  la  misma  teología. 

Acaso  la  que  se  llama  boy  ciencia  de  la  religión,  y 
no  es  en  el  fondo  sino  la  teología  misma,  libre  de  la 
presión  autoritaria  dogmática,  es  una  de  las  que  más 
han  recibido  el  influjo  y  efecto  de  las  doctrinas  tras- 
formistas.  Y  a  éste  más  que  a  otra  cosa  se  debe  el 
nacimiento  dentro  de  la  Iglesia  católica  de  la  tenden- 
cia más  vigorosa,  más  renovadora  y  a  la  vez  más 
profunda  que  desde  hace  mucho  haya  nacido,  cual  es 
la  del  llamado  modernismo,  que,  excepto  acaso  en 
nuestra  pobre  España  — pobre  espiritualmente —  ha 
repercutido  en  dondequiera.  Y  si  aquí  no  repercute, 
es  porque  la  fe  está  muerta,  osificada. 

No  es,  en  efecto,  el  llamado  modernismo  en  el 
fondo  otra  cosa  que  la  aplicación  de  la  doctrina  evolu- 
cionista a  la  explicación  del  dogma  y  de  su  valor. 

Y  observad  cómo  en  la  evolución  teológica  el  ele- 


798 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


mentó  inicial  del  progreso  es  el  mismo  que  el  de  la 
evolución  orgánica,  o  sea  la  tendencia  a  la  variación 
espontánea,  que  en  este  caso  se  llama  herejía.  Sin 
herejías  no  hay  progreso  dogmático  posible.  Luego 
viene  el  ambiente  religioso,  la  Iglesia,  a  seleccionar 
y  a  adaptarse  las  herejías  —a  adaptárselas  hasta  cuan- 
do parece  rechazarlas — .  Y  si  no  lo  hace,  retrocede  y 
regresa,  como  entre  nosotros  pasa,  viniendo  a  dar 
en  una  fe,  implícita  sustentadora  de  dogmas  parasita- 
rios, cuando  no  muertos. 

Mas  volviendo  a  Darwín,  cúmpleme  declarar  que 
no  puedo  convenir  con  los  que  sostienen  que  su  doc- 
trina ha  destronado  al  hombre,  derribándole  de  aquel 
su  puesto  de  rey  de  la  creación  en  que  se  colocara. 
No,  la  doctrina  darv\^iniana  ha  restablecido  más  bien, 
y  sobre  nuevas  y  más  firmes  bases,  la  suprema  digni- 
dad del  hombre;  la  doctrina  darwiniana  ha  vuelto  a 
hacer  de  él  la  flor  de  la  creación.  Felicísimo  estuvo 
el  que  llamó  a  Darwín  el  último  de  los  profetas. 

El  último  de  los  profetas,  sí.  Proyectad  hacia  el 
porvenir  su  doctrina,  que  se  contrae  a  estudiar  el  pa- 
sado, y  ved  cuán  hermosos  horizontes  se  nos  abren. 
Es  una  doctrina  que  parece  abrirnos  un  nuevo  mun- 
do de  ideal  después  del  cataclismo  mecanicista  del  si- 
glo XVIII,  después  de  aquellas  concepciones  estáticas 
y  materialistas  de  la  vida  y  del  universo.  Porque  la 
concepción  materialista  es  la  estática,  y  la  concepción 
dinámica  es  siempre  espiritualista. 

Vengamos  ahora  a  reflejar  la  luz  de  esa  doctrina 
sobre  el  porvenir  de  la  humanidad,  que  de  este  re- 
flejo puede  brotar  toda  una  concepción  religiosa,  y 
dejadme  fantasear. 

Dejadme  fantasear,  sí,  pues  no  será  el  menor  bene- 
ficio que  a  Darwin  debamos  el  de  habernos  dado  punto 
de  apoyo  para  tan  dulces  fantasías. 

Fijaos  en  la  vida  de  los  pueblos,  de  las  muchedum- 
bres, y  en  ella  observaréis  un  fenómeno  que  corres- 


OBRAS  COMPLETAS 


799 


ponde  punto  por  punto  al  de  la  tendencia  a  la  varia- 
ción espontánea.  Tal  es  la  acción  de  la  personalidad 
individual,  el  impulso  de  la  libertad  individual,  pri- 
mer factor  del  progreso  de  los  pueblos.  El  motor  ini- 
cial de  todo  progreso  humano  se  debe  al  hombre,  al 
individuo.  Si  la  sociedad  progresa  es  porque  se  suce- 
den unos  hombres  a  otros,  es  por  la  muerte  - — si  vi- 
viésemos todos  dos  mil  años,  el  progreso  se  deten- 
dría— ,  es  porque  cada  uno  que  nace  es  otro,  es  dis- 
tinto de  cuantos  le  han  precedido.  Y  el  más  distinto, 
el  más  nuevo,  es  el  mayor  factor  de  progreso.  A  la 
sociedad  la  hacen  progresar  los  hombres  verdadera- 
mente nuevos. 

Yo  no  sé  cuánto  de  cierto  habrá  en  aquella  frase 
de  Natorp  de  que  el  individuo  es,  como  el  átomo,  una 
abstracción,  pero  lo  que  en  ella  haya  de  cierto  es  lo 
que  hay  en  lo  de  que  todo  es  abstracción.  Abstracción 
o  no,  la  doctrina  carlyliana  del  heroísmo  es  profunda ; 
es  el  héroe  el  que  impulsa  a  la  sociedad.  Y  todo  hom- 
bre lleva  dentro  de  sí,  más  o  menos  dormido,  al 
héroe. 

Cierto  es  que  la  sociedad  hace  al  individuo  en 
abstracto,  pero  en  concreto,  en  cuanto  al  individuo, 
en  cuanto  posesor  de  una  diferencia  personal  de  cuyo 
origen  nada  sabemos,  es  el  individuo,  son  los  indivi- 
duos los  que  hacen  progresar  a  la  sociedad. 

El  progreso  del  linaje  humano  y  de  los  pueblos  se 
debe  a  las  variaciones  iniciales  que  los  individuos 
introducen  en  ellos,  a  esas  variaciones  que  se  cum- 
plen como  una  especie  de  ciclo  embrionario  social. 
La  sociedad  luego,  el  pueblo,  acepta  o  rechaza  esas 
variaciones,  las  selecciona  y  se  las  adapta,  adaptán- 
dose a  su  vez  a  ellas.  Es  un  individuo,  es  sobre  todo 
un  individuo  enérgico  y  genial  y  que  trata  de  impo- 
nerse y  sellar  a  los  demás  con  su  sello,  el  factor  ini- 
cial de  todo  progreso.  Los  grandes  descubrimientos, 
los  adelantos  todos,  brotaron  de  la  cabeza  o  del  cora- 


800 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


zón  de  un  hombre,  de  un  héroe ;  las  muchedumbres  no 
crean,  no  hacen  sino  conservar  y  propagar. 

Es  hoy  muy  cómodo  hablar  despectivamente  de  ego- 
tismo. Desgraciadamente  tenemos  muchos  egoístas, 
espíritus  defensivos  y  conservadores,  y  pocos  ego- 
tistas, espíritus  agresivos  y  creadores.  Hay  pocos, 
muy  pocos,  que  sientan  su  propia  personalidad  y  que 
la  sientan  como  algo  sagrado  y  de  que  son  deudores 
a  los  demás.  Un  hombre  es  tan  grande,  más  grande 
que  una  idea,  porque  es  una  idea  viva.  El  que  culti- 
va celosamente  su  propia  personalidad,  y  pelea  por 
ella,  cultiva  el  elemento  inicial  del  progreso,  la  va- 
riación espontánea. 

Y  si  es  hombre  de  veras,  trata  de  imponer  a  los 
demás  su  personalidad,  trata  de  dilatarla.  Y  nace  así 
la  guerra,  la  guerra  santa,  no  sólo  entre  las  diversas 
especies,  sino  entre  los  miembros  de  una  misma  es- 
pecie. 

Esta  guerra,  esta  guerra  civil,  con  unas  o  con  otras 
armas,  es  santísima,  y  hay  que  repetirlo  ahora  y  en 
nuestra  patria,  cuando  hay  tantos  que  creen  un  triunfo 
de  política  el  haber  traído  eso  que  llaman  la  paz  de 
los  espíritus,  y  que  es  el  retroceso. 

Leopardi,  en  uno  de  sus  más  hermosos  cantos,  el 
que  dedicó  a  la  retama,  llamaba  a  la  naturaleza 

madre  en    el  parto,   en   el   querer  madrastra. 

Y  añadía  que  el  hombre  realmente  sabio  la  tiene  por 
enemiga : 

A  esta  llama  enemiga,  y  comprendiendo 
que  ha  sido  unida  a  ella 
y  ordenada  con  ella  en  un  principio 
la  humana  compañía, 
los  hombres  todos  cree  confederados 
entre  si,  los  abraza 
con  amor  verdadero,  les  ofrece 
y  espera  de  ellos  valerosa  ayuda 
en  las  anqustias  y  el  peligro  alterno 
de  la  guerra  común.  Y  a  las  ofensas 
del  hombre  armar  la  diestra,  poner  lazo 

y  tropiezo  al  vecino. 


OBRAS  COMPLETAS 


801 


tan  torpe  juzga  cuál  seria  eit  campo 

que  el  enemigo  asedia,  en  el  más  rudo 

empuje  del  asalto, 

olvidando  al  contrario,  acerba  lucha 

emprender  los  amigos, 

sembrar  la  fuga  y  fulminar  la  espada 

entre  si  los  guerreros  (1). 

Pues  bien,  no;  el  bien  de  la  humanidad  pide  que 
luchemos  unos  con  otros  los  hombres;  el  bien  de  la 
humanidad  pide  que  cada  uno  luche  por  imponerse  a 
los  demás. 

Y  primero,  que  cada  cual  luche  consigo  mismo, 
que  haga  de  su  conciencia  sagrado  campo  de  batalla. 

Aquí  nos  ha  hablado  el  señor  Bartual  de  la  época 
en  que  él,  bajo  la  sugestión  de  las  doctrinas  darwi- 
nianas,  sintió  los  primeros  asaltos  de  la  duda  a  las 
heredadas  creencias.  ¡  Si  yo  os  hablara  de  esto !  Esa 
época  es  en  mí  una  época  que  durará,  espero,  toda 
mi  vida,  que  no  acabará  nunca.  De  esos  asaltos,  de 
darlos  y  rechazarlos,  de  deshacer  y  rehacer  mis  creen- 
cias, vivo.  La  vida  del  hombre  sobre  la  tierra  es  com- 
bate, y  combate  primero  y  ante  todo  consigo  mismo. 

Consigo  mismo  y  con  los  demás.  Guerra,  sí,  y  gue- 
rra civil  si  queréis ;  guerra  por  imponer  mi  variación 
personal,  arranque  de  progreso. 

Y  esta  guerra,  lejos  de  estorbar  a  la  solidaridad 
humana,  es  la  que  la  establece.  No  hay  solidaridad 
más  honda  ni  más  fecunda  que  la  que  entre  los  com- 
batientes establece  la  guerra,  y  no  ya  entre  los  que 
se  unen  para  combatir  a  un  tercero,  sino  entre  los 
mismos  que  se  unen  luchando.  Nada  ata  más  a  los 
hombres  que  la  guerra.  El  más  noble  y  el  más  fe- 
cundo de  los  abrazos  es  el  que  se  dan  los  combatientes 
en  el  campo  de  batalla. 

Así  es  como  se  progresa,  por  obra  del  esfuerzo  a 


1  Fragmento  de  la  versión  española  del  poema  "La  retama" 
hecha  por  Unamuno  en  1899,  y  que  incluyó  luego  en  su  libro 
Poesías,  1907,  págs.  334-335. 


UNAMUNO.  VII. 


26 


802  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


la  imposición  mutua,  sea  entre  hombres,  sea  entre 
pueblos,  no  tratando  cada  cual  de  conservarse  egoís- 
tamente,  sino  tratando  egotistamente  por  imponerse, 
con  ética  invasora  y  agresiva. 

Todo  progreso  se  marca  pasando  de  las  fórmulas 
negativas,  conservadoras,  a  las  afirmativas,  invaso- 
ras.  Tomad  el  Decálogo  y  observad  sus  formas  nega- 
tivas :  no  matarás,  no  robarás,  no  mentirás,  no  forni- 
carás. Y  es  un  enorme  progreso,  un  progreso  de  si- 
glos, cuando,  en  vez  de  "no  matarás",  te  dices : 
"acrecentarás  tu  propia  vida  y  las  de  los  demás" ;  en 
vez  de  "no  robarás",  "tenderás  a  enriquecer  tu  pro- 
piedad y  la  pública" ;  en  vez  de  "no  mentirás",  "dirás 
siempre  la  verdad"  — y  no  es  lo  mismo  mentir  que 
decir  la  verdad  siempre  y  en  todas  partes — ,  y  en  vez 
de  "no  fornicarás",  "amarás  a  tu  mujer  y  perpetua- 
rás la  humanidad  por  ella". 

Con  una  moral  agresiva,  tratando  cada  cual  de  im- 
ponerse y  no  de  conservarse,  esforzándose  por  perpe- 
tuarse y  eternizarse,  así  es  como  se  han  realizado  to- 
dos los  adelantos,  así  es  como  se  ha  cumplido  el  pro- 
greso. 

¿  El  progreso  ?  ¿  Y  qué  es  esto  del  progreso  ?  Aquí 
conviene  nos  paremos  un  poco,  pues  apenas  habrá 
noción  en  que  más  ha  influido  la  doctrina  trasfor- 
mista  que  en  esta  noción  del  progreso. 

¿Progreso,  adelanto,  a  dónde?  Cuando  uno  camina 
a  un  lugar  que  prevé  y  conoce  de  antemano,  puede 
decirse  si  va  bien  o  si  va  mal;  al  que  se  dirige  a  una 
ciudad  determinada,  cabe  decirle  si  la  senda  que  lleva 
es  o  no  la  más  corta  y  la  más  fácil.  Pero  ¿sabemos 
nosotros  acaso  a  dónde  caminan  el  hombre  y  la  so- 
ciedad humana  ?  ¿  Sabemos  cuál  será  su  estado  den- 
tro de  dos  mil  aiios  ?  Caminamos  por  una  selva  virgen 
y  vamos  haciéndonos  el  camino  según  andamos,  y  sin 
que  haya  una  órbita  previa. 

Y,  sin  embargo,  no  es  así,  sino  que  el  pasado  se 


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803 


refleja  al  porvenir,  y  el  camino  ya  recorrido  nos  mar- 
ca la  dirección,  y.  ;  quién  sabe?,  acaso  el  fin  del  que 
tenemos  que  recorrer.  La  dolorosa  carrera  que  ha 
traído  al  hombre  a  partir  de  sus  formas  inferiores, 
esa  dolorosa  y  a  la  vez  gloriosísima  carrera  de  la 
que  Darwin  señaló  el  proceso,  esa  carrera  ha  hecho 
brotar  en  nosotros  el  ideal,  y  el  ideal  es  la  antorcha 
que  nos  guía  en  la  marcha  del  progreso.  Esto  lo  vió 
aquel  loco  sublime,  aquel  desgraciado  Nietzsche.  que 
en  su  ensueño  del  sobre-hombre,  extrajo  la  flor  de  la 
doctrina  darwiniana.  Y  el  pobre  Nietzsche  ha  reco- 
rrido la  triste  suerte  de  ser  mal  comprendido,  y  ha 
hecho,  por  lo  menos,  entre  nosotros,  en  España,  ver- 
daderos estragos  por  culpa  de  esa  mala  comprensión. 

¿  Caminamos  en  realidad  a  un  sobre-hombre  ?  ¿  Es 
el  hombre  el  germen  de  una  especie  superior  a  él, 
de  una  especie  que  a  él  sea  lo  que  él  es  a  los  simios? 
Acaso  el  progreso  individual,  acaso  el  perfecciona- 
miento del  individuo  humano,  como  tal,  tenga  un 
límite.  Discútese,  en  efecto,  si  el  europeo  culto  de 
hoy,  si  el  hombre  moderno  de  las  razas  que  llama- 
mos superiores  nace  con  una  superioridad  mental 
sobre  el  griego  de  tiempo  de  Feríeles,  pero  en  lo  que 
no  cabe  duda  es  en  el  progreso  social,  en  que  el 
hombre  de  hoy  se  encuentra  al  nacer  en  posesión  de 
medios  de  conocer  y  de  obrar  de  que  los  contempo- 
ráneos de  Feríeles  carecían.  Entre  otros  medios,  los 
que  ellos,  con  su  esfuerzo,  crearon. 

Y  así  resulta  que  aun  suponiendo  un  límite  al 
perfeccionamiento  orgánico  individual  sigue  perfec- 
cionándose el  organismo  social,  que  acaso  está  en  su 
infancia. 

Inútil  creo  recordaros  aquí  lo  de  que  la  sociedad 
es,  a  su  vez,  un  organismo  unitario,  así  como  el  indi- 
viduo orgánico  es,  en  cierto  modo,  una  sociedad.  Una 
sociedad  es  nuestro  cuerpo,  una  sociedad  unitaria,  así 
como  lo  es  federativa  en  los  organismos  inferiores. 


804 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  en  este  or.sfanismo  social  obra  poderosamente  la 
herencia,  que  no  es  otra  cosa  que  la  tradición.  La 
tradición  es  la  conservadora  y  propa^fadora  del  pro- 
greso; sin  tradición  no  es  posible  progreso  alg^uno. 
Sólo  que  esta  tradición  de  progreso  es  la  tradición 
viva,  la  que  es  manantial  y  no  pozo,  la  que  es  mina 
y  no  escorial. 

El  impulso  inicial  viene,  sin  embargfo,  lo  repito 
una  vez  más,  del  individuo.  Este  es  la  fuente  de  las 
variaciones  espontáneas  que,  adaptadas  por  lucha,  se 
trasmiten  y  acrecientan  por  herencia. 

¿  Y  cuál  es  el  fin  de  esta  lucha,  de  esta  tradición, 
de  este  prog-reso?  Aquí  es  donde  ha  de  serme  per- 
mitido soñar. 

El  fin  del  prog-reso  es  hacer  conciencia,  es  acre- 
centar la  conciencia,  es  concientizarlo  todo.  El  fin 
del  pro.?-reso  social  es  crear  la  conciencia  colectiva 
social,  dentro  de  la  cual  vivan  las  conciencias  indi- 
viduales ;  es  acaso  hacer  la  conciencia  universal,  cós- 
mica. Tenemos  cada  uno  de  nosotros  una  labor  que 
cumplir,  y  es  la  de  avivar  nuestra  ciencia  y  avivar 
las  conciencias  de  los  demás :  es  la  de  hacer  que 
se  ha,a:a  todo  a  conciencia  y  con  ella.  Nuestro  fin  está 
en  la  plenitud  del  conocimiento. 

Concibiendo  las  cosas  con  una  concepción  teleoló- 
gica  que  acaso  muchos  de  vosotros  rechacéis,  yo 
me  he  ima,8:inado  siempre  que  la  materia  no  es  más 
que  un  medio  para  la  vida  y  la  vida  un  medio  para 
la  conciencia,  y  que  este  proceso  evolutivo  que  nos- 
otros vemos  fenoménicamente  ir,  por  así  decirlo,  de 
la  piedra  al  ánjjel,  tiene  su  razón  de  ser  en  una  fuer- 
za inmanente  en  que  el  ángel  trata  de  desprenderse  de 
la  piedra  cobrando  conciencia  de  sí  mismo.  La  mate- 
ria se  me  aparece  como  un  medio  para  la  vida,  la 
vida  un  medio  para  la  conciencia  y  la  conciencia  a 
su  vez  un  medio  para  Dios,  Conciencia  universal. 

Muchas  veces  se  ha  dicho  que  lo  que  se  nos  aparece 


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805 


muerto,  inerte,  inorgánico,  son  detritus  de  lo  que 
fué  en  un  tiempo  vivo  y  orgánico,  o  por  lo  menos 
dotado  de  aquella  especial  vida  de  los  orígenes  de 
nuestra  tierra.  Y  yo  he  soñado  si  lo  hoy  inconcien- 
te no  será,  en  mucha  parte  al  menos,  detritus  de 
alguna  especie  de  conciencia,  de  un  espiritu,  de  un 
alma,  de  una  potencia  de  conciencia  por  lo  menos. 
Mcns  agito f  jnoJcm.  "Y  el  espíritu  de  Dios  incubaba 
sobre  las  aguas."  (Gén.  I,  2.) 

Todo  hombre  que  sea  de  veras  hombre,  todo  hom- 
bre que  lleve  en  sí  una  conciencia  viva,  un  reflejo 
de  Dios,  siente  en  sus  íntimas  luchas  un  tormento  de 
sed  y  de  hambre,  tormento  que  es  nuestra  mayor 
bendición,  siente  un  ansia  de  infinitud  y  de  eterni- 
dad, siente  el  ansia  de  la  perpetuidad  y  totalización 
de  la  conciencia,  siente,  para  servirme  de  la  expre- 
sión característica  de  uno  de  nuestros  escritores  clá- 
sicos, un  apetito  de  divinidad. 

Es  una  sed  de  conocimiento,  es  un  hambre  de  ple- 
nitud de  conciencia.  Hambre  y  sed  que  a  las  veces 
nos  lleva  a  muertes  tan  nobles  como  la  de  aquel  cón- 
dor de  los  Andes,  muerte  que  en  alguna  otra  ocasión 
de  mis  discursos  he  recordado.  Pero  voy  a  repetirla 
aquí : 

Acostumbran  los  habitantes  de  ciertas  regiones  an- 
dinas, cuando  cogen  a  un  cóndor,  sacarle  los  ojos  y 
soltarle.  La  pobre  ave  ciega  se  cree  en  el  fondo  os- 
curísimo de  algún  cañón  o  encañada  y  emprende  su 
vuelo  verticalmente  y  hacia  arriba,  como  tratando  de 
evitar  los  salientes  de  las  rocas  entre  que  se  cree 
presa.  Y  así  sube  y  más  sube,  en  busca  de  luz,  y  como 
no  la  encuentra,  sigue  subiendo  y  sube  y  sube,  en 
busca  de  luz  siempre,  hasta  llegar  a  alturas  en  que, 
siéndole  ya  imposible  respirar  por  lo  tenue  del  aire, 
pliega  la  cabeza  sobre  el  pecho  y  cae  desplomada, 
muerta  de  asfixia.  ¿No  es  una  muerte  nobilísima,  la 
más  noble  acaso  que  un  hombre  pueda  apetecer?  ¿Y 


806 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


esta  ascensión  no  es,  en  parte,  un  símbolo  de  la  as- 
censión del  linaje  humano? 

El  motor  del  progreso  no  es  otro  que  ese  apetito  de 
divinidad,  que  esa  inextinguible  sed  de  infinitud  y 
de  eternidad  que  nos  lleva  a  cada  uno  de  nosotros, 
cuando  nos  sentimos  de  veras  hombres,  a  luchar  por 
imponer  nuestra  personalidad,  por  sellar  a  los  demá=i 
con  el  sello  de  nuestra  variación  personal,  y  poder 
así  no  morir  del  todo. 

Este,  el  ansia  de  inmortalidad  y  de  totalidad,  el 
ansia  de  perpetuarnos  y  de  totalizarnos:  éste  es  el 
móvil  de  la  vida  interior.  Y  tal  es  la  esencia  misma 
de  la  conciencia.  Es  tender  a  Dios,  que  es  la  con- 
ciencia universal  infinita  y  eterna. 

"Sed  perfectos  como  es  perfecto  vuestro  Padre 
que  está  en  los  cielos",  nos  dijo  el  Cristo,  ponién- 
donos por  ideal  y  meta  la  perfección  absoluta  e  in- 
asequible, en  esta  vida  por  lo  menos. 

¿  Y  no  veis  todo  un  programa  del  progreso  huma- 
no en  aquellas  otras  palabras  que  la  leyenda  atribu- 
ye a  la  serpiente  y  como  dichas  a  nuestros  primeros 
padres,  aquellas  palabras  de:  seréis  como  dioses  co- 
nocedores del  bien  y  del  mal  ?  Por  conocimiento,  por 
la  conciencia,  nos  elevaremos  a  la  divinidad.  Y  aquella 
feliz  culpa  de  la  leyenda  bíblica  es  un  símbolo  de  lo 
que  al  hombre  le  ha  sacado  de  las  especies  inferiores  a 
él,  elevándole  sobre  ellas,  y  es  el  conocimiento,  el  fru- 
to de  la  ciencia  del  árbol  del  bien  y  del  mal.  Por  ella, 
y  merced  a  la  redención,  caminamos  a  Dios. 

¿Qué  es  Dios  sino  el  supremo  y  absoluto  sobre- 
hombre,  la  proyección  del  hombre  al  infinito?  La 
visión  de  Dios  brotó  en  la  conciencia  humana  y  es 
forzoso  que  tenga  forma  antropomórfica.  Así  es  y  así 
tiene  que  ser.  El  ideal  tiene  que  ser  para  el  hombre 
antropomórfico.  Y  el  hombre  es  ante  todo  el  depo- 
sitario de  la  conciencia.  El  hombre  es  hombre  por- 


OBRAS  COMPLETAS 


807 


que  se  conoce  tal.  Y  Dios,  ¿no  es  acaso  la  conciencia 
del  Universo? 

Así,  por  el  conocimiento,  por  la  expansión  de  la 
conciencia,  es  como  hemos  de  traer  a  la  tierra  ese 
reino  de  Dios,  por  cuyo  advenimiento  le  pedimos  to- 
dos los  días  y  que  no  es  otro  que  el  reino  de  la  per- 
fecta conciencia. 

Y  entrando  ya  de  lleno  en  el  más  íntimo  campo 
de  estos  ensueños  adonde  a  partir  de  las  doctrinas 
de  Darwin  me  he  lanzado,  y  como  el  más  preciado 
homenaje  que  puedo  rendirle,  permitidme  termine 
con  la  visión  final  y  más  espléndida,  con  la  visión 
de  que  todo  llegue  un  dia  a  cobrar  conciencia  de  sí 
y  de  las  demás  cosas,  y  por  fin  brote  o  se  descubra. 
Dios,  fin  de  la  evolución. 

Pero  es  mejor  que  no  el  que  me  oigáis  a  mí  el  que 
oigáis  aquellos  dos  estupendos  sonetos  del  gran  poe- 
ta portugués,  el  más  intenso  acaso  de  cuantos  la 
Península  ha  producido  en  el  pasado  siglo  y  tal  vez 
en  otros,  de  Antero  de  Quental,  aquellos  dos  sonetos, 
que  tituló  Redención  y  que,  traducidos  a  la  letra  y  no 
en  verso,  dice  así: 

Voces  del  mar,  de  ¡os  árboles,  del  viento 

cuando  a  veces  en  sueño  doloroso 

me  cuna  vuestro  canto  poderoso, 

juzgo  igual  al  iiiio  vuestro  tormento. 

Verbo  crepuscular  e  íntimo  aliento 

de  las  cosas  mudas,  salmo  vtisterioso, 

¿no  serás  tú,   quejumbre  vaporosa, 

el  suspiro  del  mundo  y  su  lamento? 

Un  espíritu  habita  la  inmensidad; 

un  ansia  cruel  de  libertad 

agita  y  muczc  las  form.as  fugitivas; 

y  yo  comprendo  vuestra  lengua  extraña, 

voces  del  mar,  de  la  selva,  de  la  montaña, 

almas  hermanas  de  la  mía,  almas  cautivas. 

¡No  lloréis,  vientos,  árboles  y  mares, 
coro  antiguo  de  voces  rumorosas, 
de  voces  primitivas,  dolorosos, 
como  un  llanto  de  larvas  tv.mulares! 


808 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Rompiendo  un  día  surgiréis  radiosas 
de  CSC  ensueño  y  esas  ansias  afrentosas 
que  expresan  vuestras  quejas  singulares. 
Almas  en  el  limbo  aún  de  la  existencia, 
despertaréis  un  día  en  la  conciencia, 
y  cerniéndoos,  ya  puro  pensamiento, 
veréis  las  formas,  hijas  de  la  ilusión, 
caer  deshechas  como  un  sueño  vano 
y  acabará  por  fin  vuestro  tormento! 

Ved  aquí  una  de  las  visiones  más  espléndidas  que 
le  ha  sido  dado  soñar  a  hombre,  la  visión  del  Uni- 
verso todo,  animado  e  inanimado,  cobrando  concien- 
cia de  sí,  dándose  conocimiento  de  sí  y  cayendo  en- 
tonces las  formas  transitorias. 

¿Y  qué  es  esta  visión  más  que  la  visión  beatífica? 
¿Qué  es  más  que  la  visión  de  Dios,  aunque  de  un 
modo  confuso  y  simbólico?  ¿No  estamos  acaso  ha- 
ciendo a  Dios  de  continuo  o  no  está  Dios  haciéndose 
de  continuo  en  nosotros  por  la  conciencia  ? 

No  rechacemos  el  antropomorfismo ;  la  doctrina 
transformista  vuelve  a  poner  al  hombre  a  la  cabeza 
de  la  creación. 

En  el  principio  era  el  verbo,  la  palabra,  es  decir, 
la  conciencia,  y  por  ella  fué  hecho  todo.  Y  a  ella 
tiende  todo.  A  la  conciencia  tiende  la  evolución  toda 
de  los  seres  vivos. 

Hay  en  el  capítulo  XV  de  la  Primera  Epístola  a 
los  Corintios  un  versículo  que  contiene,  en  otra  for- 
ma, la  misma  espléndida  visión  del  poeta.  Es  el  ver- 
sículo 28,  aquel  en  que  dice  que  luego  que  todas  las 
cosas  queden  sujetas  al  Hijo,  al  Verbo,  entonces  este 
mismo  Hijo  se  sujetará  al  que  le  sujetó  a  él  todo, 
para  que  Dios  sea  todo  en  todos.  ¿  No  veis  aquí  la 
espléndida  visión  de  un  universo,  que  por  la  concien- 
cia vuelve  a  Dios,  a  la  Conciencia  Universal  infinita  y 
eterna,  en  quien  somos,  nos  movemos  y  vivimos? 

Y  ahora  vosotros,  a  los  que  habéis  preparado  y 
rendido  este  homenaje  a  un  hombre  de  conciencia  y 


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809 


de  ciencia,  que  tanto  contribuyó  a  enriquecer  la  con- 
ciencia humana,  a  hacerla  más  compleja,  más  intensa, 
más  clara  — es  decir,  más  conciente  de  sí — ,  vos- 
otros habéis  contribuido  con  ello  a  promover  aquí  la 
conciencia  colectiva,  a  hacer  que  la  muchedumbre 
vaya  haciéndose  pueblo,  pueblo  que  tenga  conciencia 
de  sí,  que  se  conozca  y  conozca  el  mundo  que  le  ro- 
dea; vosotros  habéis  contribuido  con  ello  a  la  per- 
fección del  hombre,  a  su  ascenso  al  sobre-hombre,  a 
su  vuelo  hacia  Dios. 

Dentro  de  muy  pocos  días  la  Iglesia  nos  dirá : 
"Acuérdate,  hombre,  de  que  eres  polvo  y  has  de  vol- 
ver al  polvo."  Pues  yo,  para  concluir,  os  digo :  Acuér- 
date, polvo,  de  que  eres  hombre  y  de  que  por  la  hu- 
manidad has  de  volver  a  Dios,  puesto  que  a  Dios 
llevas  en  el  alma. 

He  concluido. 

(Texto  publicado  cu  Tribuna  Médica.  Organo  de 
la  Academia  Médico-Escolar  del  Instituto  Medico 
Valenciano.  Año  IH,  número  13  (extraordinario). 
Valencia,  febrero  1909,  págs.  7-25.) 


DISCURSO  CON  MOTIVO  DEL  CENTENARIO 
DE  LAS  CORTES  DE  CADIZ,  PRONUNCIADO 
EN  EL  AYUNTAMIENTO  DE  SALAMANCA, 
EL  24  DE  SETIEMBRE  DE  1910 


Me  doy  cuenta,  señores,  de  la  especial  solemnidad 
de  este  acto,  de  esta  sesión  extraordinaria  del  Conce- 
jo de  la  ciudad  siempre  patriótica  de  Salamanca  en 
honor  a  los  legisladores  de  Cádiz.  He  venido  acá 
cuando  mi  deber  de  ciudadano  me  lo  reclamaba,  y  ven- 
go ahora  invitado  a  hablar  por  nuestro  alcalde.  Y  si 
me  explico  esta  invitación  es  recordando  que  el  ilus- 
tre Muñoz  Torrero,  lumbrera  de  las  Cortes  de  Cádiz, 
pasó  a  ellas  desde  la  silla  rectoral  de  esta  Universi- 
dad, desde  la  silla  que  hoy,  por  gracia  de  su  Majes- 
tad ocupo.  Y  este  recuerdo  hace  más  grave  mi  co- 
metido ahora. 

Conviene  no  olvidemos  que  esta  celebración  del 
primer  centenario  de  la  apertura  de  las  Cortes  de 
Cádiz  no  es  sino  obligada  secuela  de  la  celebración 
general  del  centenario  de  la  guerra  de  la  Indepen- 
dencia española  contra  los  soldados  de  la  Francia 
napoleónica.  Las  Cortes  de  Cádiz  fueron  un  episodio 
de  esa  guerra  gloriosa. 

Aquellas  Cortes  en  que  nació  la  primera  Constitu- 
ción liberal  de  España  estaban,  sin  duda,  imbuidas 
en  las  doctrinas  de  la  gloriosa  revolución,  pero  se 
celebraron  frente  a  la  dominación  francesa  y  contra 
ella,  y  se  celebraron  en  la  capital  española  más  cerca- 
na al  Africa,  a  Marruecos:  en  Cádiz. 

Y  a  la  luz  de  estas  circunstancias  verdaderamente 


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simbólicas,  o  si  se  quiere  agoreras,  debemos  pensar 
hoy  en  la  verdadera,  en  la  íntima  independencia  na- 
cional, la  del  espíritu,  y  sobre  todo  la  de  nuestro  papel 
y  representación  en  el  mundo  de  la  historia,  la  de 
nuestra  misión  en  Africa  y  aun  en  Europa,  que  pue- 
de llegar  a  verse  de  nuevo  en  peligro. 

No  olvidemos  que  si  nuestros  abuelos  de  Cádiz  ga- 
naron las  libertades  políticas  frente  a  un  pobre  e  in- 
digno rey  entregado  al  invasor,  nosotros  acaso  ten- 
gamos que  pelear  por  la  libertad  del  alma  nacional 
frente  a  una  secta  o  a  un  partido  de  hombres  entre- 
gados a  la  furiosa  vanidad  del  internacionalismo  sin 
patria. 

Ese  peligro  a  que  aludo  puede  llegarnos  por  la  sin- 
gular ceguera  de  no  pocos  españoles,  los  más  de  ellos 
de  buena  fe,  que  acaso  un  día  sufran  el  desengaño 
que  los  afrancesados  de  hace  un  siglo  sufrieron ;  es- 
pañoles que  se  empeñan  en  no  ver  en  nuestra  acción 
en  Africa  nada  más  que  ensueño  loco  o  una  empresa 
de  intereses  privados.  Españoles  que  amenazan  con 
huelgas  y  motines  si  se  persiste  en  reconquistar  en 
Africa  la  independencia  nacional  española  y  que  coad- 
yuvan, no  sé  si  todos  y  siempre  por  pasiones  políti- 
cas o  por  fanatismo  de  convicciones,  a  la  campaña  de 
calumnias  y  embustes  con  que  por  ahí  fuera  trata  el 
internacionalismo  antipatriota  de  todas  las  patrias,  de 
empañar  el  nombre  de  España,  uno  de  los  pueblos 
más  libres  hoy  y  uno  de  aquellos  en  que  menos  se 
persigue  al  pensamiento. 

Pensad  en  todo  esto,  y  quiera  Dios  que  no  tenga- 
mos un  día  que  fraguarnos  otra  nueva  Constitución 
española,  genuina  y  castizamente  española,  en  otro 
Cádiz  a  que  nos  reduzca  más  que  el  ímpetu  de  los 
enemigos  de  fuera  la  ceguedad  de  los  de  dentro. 

(Texto  publicado  en  El  Adelanto.  Salamanca,  26- 
IX-1910.) 


DISCURSO   EN   LOS   JUEGOS  FLORALES, 
CELEBRADOS  EN  PONTEVEDRA  EL  20  DE 
AGOSTO  DE  1912 


Señoras  y  señores : 

Al  recibir  la  invitación  para  presidir  estos  Juegos 
Florales  no  dejo  de  extrañarme  que  os  acordarais 
de  mí,  cuando  hay  tantos  otros  literatos  españoles,  y 
algunos  de  entre  los  primeros  de  los  primeros,  que 
son  de  esta  región  y  podían  haber  realizado  con  más 
gallardía  su  cometido. 

Y  al  rebuscar  vuestros  motivos  en  mi  mente,  ocu- 
rrióseme  que  sería  por  cierta  fama  que  de  claro  he 
adquirido.  Debo,  pues,  pagároslo  con  claridad. 

Por  mi  parte,  se  me  presentaba  un  conflicto:  de 
un  lado,  mi  deseo,  ya  antiguo  y  acrecentado  en  un 
viaje  a  otra  porción  de  Galicia,  de  conocer  esta  re- 
gión famosa  por  su  belleza,  y  de  otro  lado,  una  cier- 
ta repugnancia  que  siento  hacia  estas  fiestas  y  el  te- 
mor de  venir  a  ella  a  protestar  de  la  forma  en  que 
suele  llevarse  a  cabo  de  ordinario. 

Mas  aunque  fuera  para  protestar,  y  ver  si  así  se  mo- 
difica, debía  venir. 

Empezó  el  furor  de  estas  fiestas  a  raíz  de  aquello 
que  se  llamó  nuestro  desastre  y  que  ocasionó,  entre 
otros  males,  el  de  la  desastrosa  literatura  regenera- 
cionista,  el  mayor,  acaso,  de  todos  ellos.  Y  estos 
Juegos,  que  vinieron  de  Cataluña,  convirtiéronse 
pronto  en  festejo,  en  deporte. 

Es  el  juego  algo  noble,  serio  y  a  las  veces  trági- 
co. La  vida  es,  tanto  más  que  sueño,  juego.  Ya 


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Schiller  decía  que  del  juego  nació  el  arte.  Y  el  jue- 
go, es  su  mayor  seriedad,  tiende,  no  a  fin  inmediato, 
práctico  o  económico,  sino  a  hacerse  el  hombre,  a 
acrecerse,  a  superarse,  sin  otra  finalidad  que  desarro- 
llar su  contenido  todo,  mientras  el  deporte  se  reduce 
a  matar  el  tiempo  o  a  ahuyentarlo  y  el  festejo  a 
atraer  forasteros,  para  lo  cual  lo  mismo  sirve  una 
estocada,  un  vuelo  o  un  discurso. 

Hubo  ingenuo  — infeliz —  que  llegó  a  creer  que 
los  Juegos  Florales  podían  acabar  suplantando  a  los 
toros ;  pero  yo,  enemigo  de  esta  fiesta  llamada  na- 
cional, os  declaro  que  en  ella,  en  que  se  muere  de 
veras  — aunque  no,  ciertamente,  el  espectador — ,  hay 
una  cierta  seriedad  trágica,  que  falta  en  estos  otros 
festejos  en  que  nada  se  compromete. 

En  cuantos  Juegos  Florales  he  presenciado,  y  no 
han  sido,  fuera  de  unos  en  que  fui  a  oír  llorar  a 
Costa,  sino  aquellos  en  que  he  tomado,  con  el  nombre 
nada  simpático  de  mantenedor,  parte,  no  vi  que  se 
comprometiera  nada,  y  si  alguna  vez  se  convirtió  un 
recinto  como  éste  en  algo  así  como  una  plaza  por  el 
apasionamiento,  era  que  toreaba  yo. 

He  venido  diversas  veces  protestando  contra  las 
corridas  de  toros,  y  no  por  la  barbarie  de  la  fiesta, 
sino  por  la  deteriorización  mental  que  supone  el  pa- 
sarse buena  parte  de  la  vida  hablando  de  ellas  y  co- 
mentando sus  lances.  Que  vean  el  espectáculo;  pero 
que  no  hablen  de  él. 

Mas  paréceme,  por  otra  parte,  que  he  de  acabar 
cantando  a  este  respecto  la  palinodia  y  abogando  por 
la  continuación  de  los  toros,  seguro  como  estoy  de 
que  si  se  llegase  a  su  supresión  resurgirían  los  autos 
de  fe,  y  los  que  hoy  piden  caballos  pedirían  herejes. 

Pero  aquí  es  ése  de  los  toros  un  espectáculo  exó- 
tico, un  mero  pretexto  de  bullanga.  No  conozco  nin- 
gún primer  espada  gallego,  en  tauromaquia,  al  me- 
nos. 


814 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Mas  no  es  sólo  contra  los  toros,  a  que  se  va  no  a 
matarlos  siquiera,  sino  a  verlos  matar,  contra  lo  que 
protesto,  sino  contra  todo  juego  convertido  en  de- 
porte, esto  es,  en  exhibición.  Los  juegos  físicos,  at- 
léticos,  hanse  convertido  en  exhibición  también,  con 
sus  records  y  sus  campeonatos,  y  hay  una  parte  de 
la  juventud  que  alterna  entre  el  foot-ball  y  ciertas 
disipaciones,  y  a  la  que  no  le  hace  más  fuerte  el 
dar  patadas  a  una  pelota.  Y  luego  se  nos  habla  de 
la  decadencia  física  de  la  raza,  apoyándola,  como  hace 
poco,  en  el  fracaso  de  un  canon  antropológico  militar 
traducido  del  alemán. 

Que  no  es  sólo  la  tauromaquia  deporte,  lo  es  entre 
nosotros  la  literatura  —sobre  todo  el  teatro — ,  la  po- 
lítica, la  religión  misma.  El  teatro  es  un  pasatiempo 
en  que  no  se  puede  perturbar  la  digestión  de  los  har- 
tos que  van  a  él  a  ver  y  ser  vistos.  La  beneficencia 
es  para  muchos  un  deporte,  para  llenar  la  ociosidad 
espiritual  sin  comprometer  el  corazón. 

Proviene  todo  esto,  en  mucha  parte,  de  la  educa- 
ción. Una  cierta  compañía  que  no  vió  nunca  sustan- 
tividad  ni  en  el  arte  ni  en  la  ciencia,  haciendo  de 
aquélla  un  mero  adorno,  un  cosmético,  y  de  esta  otra 
de  la  ciencia,  un  modo  de  apoyar  ciertos  principios, 
es  decir:  abogacía,  o  un  modo  de  ganarse  la  vida,  es 
decir:  ingeniería.  Y  así  es  que  nos  ha  faltado  una 
fuerte  y  seria  y  sólida  educación  estética  que  nos  ha- 
bría traído  no  pocos  beneficios,  sobre  todo  en  la  po- 
lítica. Porque  si  este  país  estuviera  bien  educado  es- 
téticamente, no  habrían  llegado  a  altos  puestos  en  la 
gobernación  pública,  a  título  de  artistas  de  la  palabra, 
hombres  cuya  honorabilidad  y  cuyos  méritos  en  otros 
respectos  no  pongo  en  duda ;  pero  cuyo  arte  sólo  pue- 
de pasar  donde  esa  educación  es  tan  deficiente. 

Menos  mal,  pues,  si  estas  fiestas  contribuyeran  a  la 
educación  estética  de  nuestro  pueblo;  pero  presentan 
un  cierto  aspecto  de  academias  de  seminario,  en  que  se 


OBRAS  COMPLETAS 


815 


cultiva  la  retórica  más  estirilizadora.  ¿Qué  nos  han 
dado,  en  efecto,  en  poesía?  ¿Qué  fuerte  poeta  nuevo 
nos  han  revelado  que  sin  ellas  habría  permanecido 
oculto?  Apenas  sí  Gabriel  y  Galán.  Maestros  hay,  en 
cambio,  en  Gay-saber  que  han  obtenido  las  siete  o  nue- 
ve o  trece  — no  estoy  fuerte  en  este  protocolo —  flo- 
res naturales,  que  para  llegar  a  serlo  se  precisan  y 
que  las  guardan  mustias  en  el  armario,  junto  al  títu- 
lo de  bachiller,  sin  haber  logrado  un  público  que  se 
recree  con  sus  cantos. 

Sirven  las  carreras  de  caballos  para  fomentar  la 
cría  de  caballos,  pero  de  caballos  de  carrera,  y  sir- 
ven los  certámenes  poéticos  para  fomentar  la  cría  de 
poetas,  pero  de  poetas  de  certamen.  En  nada  han 
contribuido  estas  fiestas  a  aliviar  la  oquedad  espiri- 
tual de  la  poesía  de  la  España  de  la  Restauración. 
Ha  sido  este  período  verdaderamente  lamentable :  imi- 
taciones españolas  de  imitaciones  sudamericanas,  de 
artificiosidades  bulevarderas  parisienses :  poesías  ané- 
micas ;  de  un  ritmo  bailable,  cuyo  compás  se  lleva 
con  los  pies :  galvanizaciones  pseudoclásicas  y  sonoros 
ejercicios  retóricos  en  que  se  ve  el  influjo  de  los 
latiguillos  de  Rafael  Calvo.  Y  era  curioso  observar 
el  éxito  que  en  este  erial  obtenían  unos  ciertos  do- 
lores artificiosos,  de  una  sentimentalidad  ambigua  y 
de  una  filosofía  de  un  ramplonismo  lamentable.  Sobre 
todo  esto  soplaron  como  ráfagas  de  aire  fresco  res- 
taurador unos  cantos  campesinos  que  trascendían,  sí, 
a  flores  y  mieses  criadas  al  sol  desnudo  y  al  aire  li- 
bre, pero  cuyos  vuelos  no  eran  ni  más  sostenidos  que 
los  de  las  perdices  de  los  sembrados.  Y  el  teatro  se 
llenó  de  sonoridades  frías,  de  adormidera  lírica  o  de 
filosofía  de  ingenieros. 

Poco  antes  de  esto,  mas  cuando  ya  ello  se  prepa- 
raba, en  1884,  apareció  un  tomo  de  poesías  llenas  de 
pasión:  eran  de  una  mujer  gallega.  No  obtuvieron 
éxito:  se  le  achacaron,  por  decir  algo,  no  sé  qué 


816 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


defectos  técnicos,  mas  la  verdad  era  que  allí  se  mos- 
traba un  alma  al  desnudo,  y  nada  hay  más  peligroso 
que  desnudar  el  alma  en  esta  tierra  en  que  parece 
que  los  más,  por  lo  que  la  envuelven  y  encubren,  la 
tienen  encanijada  y  escuálida.  Ni  ella,  aquella  mujer. 
Rosalía,  esperaba  gloria,  como  lo  decía  en  aquella 
composición  suya: 

Yo  prefiero  de  ese  brillo  de  un  instante 
la  triste  soledad  donde  batallo, 
y  adonde  nunca  a  perturbar  mi  espíritu 
lleíja  el  vano  rumor  de  los  aplausos  (1). 

En  aquellas  rimas  había  pasión,  y  prefiero  yo  estas 
sus  rimas  castellanas  a  las  gallegas;  es  decir,  son 
aquéllas  tan  gallegas  como  éstas.  En  sus  poesías,  el 
lenguaje  regional  refleja  más  acaso,  lo  que  le  rodea, 
los  sentimientos  del  pueblo  en  que  vive :  pero  lo  íntimo 
suyo,  de  su  alma  de  mujer  culta,  en  lucha,  sin  duda, 
con  el  ambiente,  aparece  mejor  en  sus  composiciones 
castellanas.  Son  éstas  más  líricas,  más  personales, 
más  universales,  en  fin.  Tenía  sobre  todo  pasión  hasta 
cuando  era  injusta.  Nada  más  sincero,  más  noble, 
que  la  hermosa  injusticia  con  que  trató  a  Castilla. 
Oíd  lo  que  decía  de  ella  en  "Tristes  recordos" : 

Unka  tarde  alá  en  Castilla 
Brillaba  o  sol  cal  decote 
N' aqueles  desertas  brila; 
Craro,  ardoroso  e  insolente 
Con  perdón  d'él,  pois  n'e  modo 
Aquel  de  queimá-l-a  ^  xente,  etc. 

Llanura;  siempre  llanura,  decía  de  Castilla,  y  era 
natural  que  no  sintiese  la  hermosura  de  ésta.  ¡  Qué 
habría  dicho  ante  el  paisaje  de  Fontiveros,  cuna  de 
San  Juan  de  la  Cruz ! 

Era  natural  que  ella,  criada  en  esta  tierra  que  atrae 


1  En  las  orillas  del  Sar,  nueva  edición,  Madrid.  Páez,  S.  A. 
página  188. 

2  Follas  Novas.  Nueva  edición.  Madrid.  Páez,  S.  A.,  p.  158. 


OBRAS  COMPLETAS 


817 


como  un  nido  entre  dulces  colinas,  oyendo  la  melodía 
de  las  notas  verdes  de  la  f^aita,  no  sintiese  bien  la 
recia  poesía  de  aquella  tierra  llena  de  cielo  y  que  al 
cielo  nos  despide;  de  aquella  tierra  que  es  todo  cima, 
y  como  una  sola  nota,  pero  nota  pastosa  de  órgano,  de 
aquella  tierra  que  nos  pone  solos  cara  a  cara  frente 
a  Dios. 

Pero  había  pasión.  La  característica  quejumbro- 
sidad  gallega  se  viste  en  ella  de  frases  de  fuego,  que 
no  son  quejumbres  de  pinos,  sino  rechasquidos  de 
robles.  Y  luego  tenía  la  zumba.  Casi  sólo  a  dos  notas 
se  reduce  la  poesía  gallega,  que  o  es  elegiaca  o  es 
satírica.  Se  dan  aquí  la  alegría,  o  más  bien,  el  humor 
festivo  y  zumbón  y  la  tristeza,  o  mejor  la  queja, 
polarizadas,  no  fundidas  en  serenidad.  Pero  hay  un 
peligro  grave  en  esta  vuestra  zumba  característica, 
que  es  algo  así  como  una  emigración  de  las  ideas 
del  espíritu.  Produce  algo  que  pudiera  llamar  el  anti- 
quijotismo. Don  Quijote  no  se  somete  ni  resigna; 
resiste,  protesta,  lucha  y  se  pone  en  ridículo  dando 
que  reír  de  él;  vosotros,  en  cambio,  os  burláis  dul- 
cemente del  que  os  somete,  le  tuteáis  zumbonamen- 
te,  habláis  entre  guiños  de  su  mérito  y  su  poderío, 
acaso  os  vengáis  con  esa  zumba ;  pero  vivís  someti- 
dos. Y,  sin  embargo,  bien  dijo  aquel  clásico  que  sólo 
los  desesperados  hacen  cosas  imposibles. 

Acaso  lo  vuestro  sea  lo  más  práctico.  Recuerdo 
aquella  "pobriña  qu'está  xorda",  de  Rosalía.  ¿No 
es  un  símbolo? 

Vuelvo  a  repetir  que  me  parece  que  lo  mejor,  lo 
más  serio,  lo  más  trágico,  lo  dijo  Rosalía: 

Con  ese  orgullo  de  la  honrada  y  triste 
miseria   resignada  (1). 

en  sus  rimas  castellanas.  En  las  orillas  del  Sar.  Allí 
se  siente  su  soledad  interior: 


1    En  ¡as  orillas  del  Sar.  ed.  cit.  p.  159. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


No  va  solo  el  que  llora, 
No  os  sequéis,  ¡por  piedad!,  lágrimas  mías; 

Basta  un  pesar  al  alma: 
Jamás,  jamás,  le  bastará  una  dicha  (1). 

Es  poesía  de  roble,  no  de  pino.  De  roble  callado  y 
fuerte,  que  se  viste  y  se  desnuda  cada  año  exponiendo 
ascético  su  desnudez  a  los  frios  del  invierno  cual  si 
para  él  la  vestidura  fuese,  no  un  abrigo,  sino  un  ador- 
no. Oíd  lo  que  ella  misma  dijo  hablando  de  pinos  y 
robles : 

Una  mancha  sombría  y  extensa 
borda  a  trechos  del  monte  la  falda, 
semejante  a  legión  aguerrida 
que  acampase  en  ¡a  abrupta  montaña 
lanzando  alaridos 
de  sorda  amcna-a,  etc.  (2). 

Y  esta  poesía  tan  gallega  estaba  en  castellano,  por- 
que lo  regional  no  consiste  en  poner  en  un  lenguaje, 
más  o  menos  convencional,  lo  que  acaso  en  castellano 
se  concibe.  Esos  dialectos  rurales  no  pueden  prestarse 
a  ciertas  exaltaciones  líricas.  La  civilización,  por 
otra  parte,  hasta  en  su  aspecto  estético,  es  civil,  de 
ciudad,  y  se  opone  a  la  ruralización.  El  campo  es 
bueno  para  cantarlo,  pero  no  en  campesino,  y  para 
civilizarlo.  Hay,  además,  un  sofisma  en  eso  de  la 
literatura  popular:  el  pueblo,  la  masa,  que  puede  vo- 
tar en  unas  elecciones,  no  es  capaz  de  inventar  una 
sola  copla.  Y  es  que  el  votar  es  una  de  las  cosas  más 
inarticuladas. 

El  espíritu  del  pueblo  vasco  no  es  menester  ir  a 
buscarlo  a  la  poesía  en  vascuence,  de  escaso  valor 
práctico  en  general,  sino  a  los  vascongados  que  es- 
cribimos en  castellano.  En  una  variedad  dialectal  del 
inglés  y  no  en  la  antigua  lengua  céltica  que  agoniza 
en  las  higlilands,  reveló  el  alma  de  Escocia,  Burns ;  en 
inglés,  la  de  Irlanda,  Moore;  en  francés,  y  no  en  la 


1    Ibid.,  p.  I9.S. 

■¿    Id.  "Los  robles",  p.  67. 


OBRAS    C  O  M  P  LE  T A S 


819 


lengua  céltica  bretona,  la  de  Bretaña,  Brizeux,  y  con 
él,  en  prosa,  Renán,  Chateaubriand,  Lamennais. 

Cuando  Curros  publicó  sus  Aires  d'a  miña  térra 
empezaba  diciendo: 

Escribir  nada  máis  pr'unha  provincia 
ou,  com'os  pavos  árcadcs  fixeron, 
escribir  sob'ra  casca  d'os  curtisos 
cáxeque  todo  ven  a  ser  o  mcsnio  (1). 

Y  sigue  diciendo,  como  buen  progresista,  que  todo 
tiende  a  la  unidad,  que  es  ley  universal,  que  condena 
las  divisiones  dialécticas,  y  que  cómo  entonces,  se  pre- 
gunta, escribe  en  gallego.  Y  sale  con  la  ocurrencia 
de  que  cuando  con  todos  los  idiomas  un  idioma  uni- 
versal formemos, 

¿qu'oHtro  sinón?  será  o  gallego 
lengua  enxebre  en  qu'as  ánimas  d'os  morios 
n'as  negras  noites  de  silencio  e  medo, 
encomendan  os  vivos  as  abrigas 
ue,  mal  pocados,  sin  cumprir  morreron 
dioma  en  que  garulan  os  paxaros,  etc. 

Y  acababa: 

Ti  non  podes  morrer...  ¡Eso  quixeran 
os  desleigados  que  te  escarnecerán! 
mais  ti  non  morrcrás.  Cristo  d'as  lenguas 
non,  ti  non  morrcrás  ¡onh!  Nazareno!  (2). 

No  está  esto  mal,  como  recurso  retórico,  y  es  des- 
de luego  más  cómodo  que  estudiar  la  lengua  moribun- 
da con  amor  científico,  con  piedad  de  método,  con 
serenidad,  sin  fantasear  orígenes  célticos  ni  heléni- 
cos, vacíos  de  todo  valor,  y  sin  deformarla.  Es  más 
cómodo  que  este  estudio  llamarle  aramio  al  telégrafo, 
o  aportuguesar  el  gallego  para  distanciarlo  del  cas- 
tellano. 

Y  frente  a  esto  tenéis  que  entre  los  primeros  es- 
critores castellanos  figuran  hoy  algunos  gallegos,  tan 


1  Introducción.  Edición  Emecé.  Buenos  Aires,  1940,  pág.  1. 

2  Edición  citada,  págs.  3-4. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


gallegos,  acaso  más,  que  los  cultivadores  de  ese  len- 
guaje poético  artificioso  y  no  sentido. 

¿  Creéis  que  con  estos  Juegos  puede  contribuirse 
poco  o  mucho  y  en  algún  modo  al  renacimiento  de 
la  literatura  regional  ?  Hacéis  bien  entonces  en  cele- 
brarlos. Mas  yo  creo  que  vosotros,  los  gallegos,  con- 
seguís más  saliendo  fuera  a  triunfar,  subiendo  a  la 
meseta,  a  secaros  los  huesos. 

Estos  Juegos  nacieron,  ya  lo  sabéis,  en  Provenza, 
y  de  Provenza  partió  también  la  chispa  que  prendió 
luego  aquí,  en  esta  tierra  de  Santiago,  en  vuestra 
literatura  medieval  de  origen  trovadoresco,  y  de  ese 
origen  provenzal  trovadoresco  le  vino  su  artificiosi- 
dad  ya  de  origen,  como  pecado  original,  de  que 
le  salva  un  cierto  aliento  popular  y  sobre  todo  una 
afectiva  pasión  amorosa,  como  la  que  estaba  en  los 
cantos  de  Macías  y  de  Rodríguez  Padrón. 

Pero  en  Provenza,  en  aquella  tierra  de  trovadores 
y  de  Juegos  Florales,  hubo  los  albigenses  que  supie- 
ron luchar  por  su  fe,  como  aquí  hubo  aquellos  Jicr- 
mandiños  que  supieron  segar  hombres.  Mas  hoy  pa- 
rece se  os  va  el  mayor  vigor  por  la  emigración,  ya 
de  hombres,  ya  de  esfuerzos  espirituales  que  emigran 
en  la  zumba  y  el  festejo. 

Añádese  un  cierto  aislamiento  relativo  que  la  po- 
sición geográfica  os  impone. 

Al  recorrer  este  país  y  recoger  cuanto  de  él  sé, 
acuérdome  de  aquella  descripción  que  del  miñoto  hizo 
el  más  grande  de  los  historiadores  peninsulares :  Oli- 
veira  Martins,  al  principio  de  su  Historia  de  Portu- 
gal: 

A'quem  Tamcga  o  escenario  muda:  a  Jimnildade 
cria  em  toda  a  parte  vegetacdes  abundantes :  nao  ha 
um  palmo  de  ierra  d'ondc  nao  brote  un  eiixamc  de 
plantas;  mas  como  o  solo  c  breve,  como  a  rocha  afflo- 
ra  por  toda  a  parte,  e  os  campos  nascem  do  terreno 
vegetal  formado  iias  anfractuosidades  do  granito  pe- 


OBRAS  COMPLETAS 


821 


tas  follias  e  ramos  de  compostos,  e  nos  estuarios  dos 
ríos  pelos  sedimentos  das  chcias,  a  vegetaqao  e  ras- 
teira  c  humilde,  o  pinito  niaritimo  de  nina  constituicao, 
débil,  o  carvalho  uní  piguicu  cuidado  pelas  varas  das 
vides  suspensas.  A  deiisidade  da  populaqao  completa 
a  obra  da  naturaleza  n'uma  regido  onde  o  vinho  nao 
atnadurece :  o  acido  picante  dá-lhe  una  similhanqa  das 
bebidas  fermentadas  do  norte,  cidra  ou  cerveja,  e  com 
ella,  ao  genio  do  poro,  caracteres  tambem  similhantes 
aos  dos  bretoes  e  flamengos. 

A  vegetando,  de  si  mesquinlia,  e  amesquinliada 
ainda  pela  mao  dos  honiens;  as  necessidadcs  implaca- 
veis  da  populacao,  abundante  produzcm  uma  cultura 
que  é  víais  hortícola  do  que  agrícola;  pequeninos 
campos,  circumdados  por  pequeninos  valles,  orlados 
de  carvalhos  pigmcus,  decotados,  onde  se  pendtiram 
os  cachos  das  uvas  verdes.  No  meio  d'isto  formiga  a 
familia;  o  páe,  a  máe,  os  flllios,  immundos,  atrae  d'uns 
boisinhos  andes  que  hn'rau  uma  amostra  de  campo,  ou 
puxam  a  miniatura  de  um  carro. 

Sab  bum  céu  ennuveado  quasl  semprc,  pisando  um 
elido  quasí  scuipre  alagado,  encerrado  n'um  valle 
abofado  en  milhos,  domimdo  em  torno  por  florestas 
de  pinheiros  sombríos,  sem  ar  vivificante,  ncm  abi'u- 
dantelus,  tiem  largos  horizontes,  o  formigueiro  dos 
minhotos,  nao  podendo  despegarse  da  térra,  como  que 
se  confunde  com  ella;  e,  com  os  scus  bois,  os  seus 
arados  e  en.vadas,  forma  um  todo  d'onde  se  nao  erguc 
uma  voz  de  independencia  moral,  eiubora  amíudc,  se 
levante  o  grito  da  resistencia  utilitaria. 

A  paizagem  é  rural,  nao  é  agrícola;  a  poesía  dos 
campos  é  naturalista,  nao  é  idealmente  pantheista. 
Quem  uma  vez  subiu  a  qiialquer  das  montanhas  do 
Minho  e  dominou  d'ahi  as  lombadas  espessas  de  ar- 
voredo,  sem  contornos  definidos,  e  os  valles  quadrícu- 
lados  de  muros  e  renques  de  carvalhos  recortados, 
scntíu  dccerto  a  ausencia  de   um  largo  folego  de 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ideal,  e  de  urna  viva  iiispiragao  de  lu::.  Apenas  aqiti 
e  acolá,  engastado  na  monotonia  da  cor  dos  milhos, 
um  canto  do  verde  alegre  do  linho  vem  lemhrar  que 
tamben  no  coraqao  do  minhoto  ha  um  logar  para  o 
idyllio  infantil  do  amor  (1). 

Y  cuando  un  pueblo  así  cae,  no  por  fatalidades 
étnicas  ni  climatéricas,  que  cada  vez  creo  en  ellas 
menos,  sino  por  tradición  histórica  y  dejadez  de  pro- 
pias energías,  bajo  el  dominio,  no  ya  de  la  mujer, 
sino  de  lo  femenino  — que  es  otra  cosa —  viene  a  pa- 
rar a  un  estado  de  que  hace  falta  una  recia  sacudida 
para  poderse  libertar.  Cae  bajo  el  feminismo  de  una 
cierta  vanidad,  vanidad  voluble,  quejillona  a  veces,  a 
veces  zumbona.  Desfógase  en  festividades :  es  fogite- 
teiro. 

Falta  en  casos  tales  el  momento  trágico,  el  reli- 
gioso, y  falta  en  todo,  hasta  en  la  religión. 

Bien  venidos  estos  juegos  si  ellos  contribuyeran  a 
dar  a  la  literatura  regional  ese  tono  de  seriedad,  de 
profundidad,  que  cumpliera  la  obra  de  la  tan  nece- 
saria, aquí  como  en  toda  España,  educación  estética. 

Una  descentralización  de  la  cultura,  literaria,  ar- 
tística, científica,  es  muy  de  desear  entre  nosotros, 
ya  que  otra  descentralización,  la  política  — no  la  ad- 
ministrativa o  meramente  burocrática — ,  no  haría  sino 
debilitar  al  Estado.  Y  al  Estado,  única  garantía  eficaz 
hoy  en  España  de  todas  las  más  preciadas  liberta- 
des; al  Estado,  verdadero  órgano  de  cultura;  al  Es- 
tado, conciencia  internacional  de  la  nación,  hay  que 
robustecerle  y  rodearlo  de  toda  clase  de  prestigios  en 
este  país  de  millonarios  anarquistas. 

Y  ahora,  aunque  no  soy  hábil  galanteador  ni  mu- 
cho menos,  algo  he  de  decir  para  concluir,  como  es 
de  ritual,  a  las  señoras.  De  una  mujer,  como  la  más 
genuina  representante  de  la  literatura  regional  galle- 


1    Historia  de  Portugal,  Lisboa,  1901,  tomo  I,  psgs.  36-37. 


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823 


g-a,  es  de  lo  que  más  os  he  hablado,  pero  de  una 
mujer  que  no  se  redujo  a  ser  Laura  inspiradora  de 
un  Petrarca,  sino  que  petrarquizó  ella  misma :  de  una 
mujer  que  produjo,  que  cantó,  que  dió  ejemplo  de 
%-irilidad  e  independencia  de  espíritu. 

No  consintáis  ni  que  se  os  hable  como  a  niños 
grandes  incapaces  de  comprender  cosas  serias,  ni  que 
se  os  ate  como  a  un  ídolo  al  altar  para  sahumaros 
con  el  incienso  de  fáciles  requiebros.  No  es  cosa  de 
que  sirváis  pasivamente  tan  sólo  hoy  para  adornar 
estas  fiestas ;  luego,  para  presidir  una  corrida  de  to- 
ros;  mañana,  un  ropero.  Festejo  literario,  corrida  y 
ropero  todo  es  uno. 

Haciendo  hace  unos  años  un  viaje  de  El  Ferrol  a 
Betanzos  observé  que  no  se  veía  trabajando  en  el 
campo  sino  mujeres.  Dijéronme  que  los  hombres  es- 
taban fuera,  habían  emigrado.  Y  creí  entrever  todas 
las  consecuencias  para  un  país  donde  hay  un  tal  ex- 
ceso de  mujeres.  Los  hombres  emigran  a  la  América 
o  al  centro  de  España ;  las  ideas  viriles  emigran  tam- 
bién por  la  zumba  y  lo  festivo.  Os  queda,  pues,  la 
tarea  de  hacer  hombres.  De  hacer  hombres,  no  de 
parirlos;  de  formarles  viriles,  varoniles. 

Haced,  pues,  hombres  que  lo  sean ;  que  para  mu- 
jeres os  bastáis  vosotras. 

(Texto  aparecido  en  El  Progreso.  Pontevedra.  21- 
VlII-1912.) 


DISCURSO  PRONUNCIADO  EN  EL  SALON 
DE  ACTOS  DE  REAL  ATENEO  DE  VITORIA 
EN  SETIEMBRE  DE  1912 


Señoras  y  señores : 

Galantemente  invitado...  Suponeos  esta  parte  del 
exordio. 

Quisiera,  siendo  lo  menos  catedrático  posible,  enta- 
blar con  vosotros  una  conversación  y  no  dar  una  con- 
ferencia. Y  por  eso,  cuando  me  preguntaron  por  el 
tema  que  pensaba  desarrollar,  contesté  que  no  tenía 
tema.  Aborrezco  el  programa,  y  estimo  mucho  mejor 
que  vayan  saliendo  las  frases  espontáneas,  aunque 
previstas  y  preparadas.  Porque  nada  hay  más  prepa- 
rado que  las  llamadas  improvisaciones. 

Todo  conferenciante,  por  otra  parte,  y  todo  el  que 
cultiva  la  ciencia  o  la  literatura  va  resultando  que 
tiene  que  ser  o  dileitante  o  pedante,  y  yo,  puesto  en 
semejante  dilema,  opto  por  la  primera  parte. 

Recuerdo  de  un  muy  ilustre  y  en  su  tiempo  famo- 
sísimo compañero  mío  de  profesorado  y  conspicuo  re- 
público, hombre  grave  y  solemne,  en  quien  jamás 
observé  sentido  alguno  del  humor,  que  al  comenzar 
sus  cursos  preguntaba  invarial)leniente  a  sus  alum- 
nos :  Qué  venimos  a  hacer  aquí  ?'"  Corría  el  riesgo, 
naturalmente,  de  que  un  estudiante  avispado  le  con- 
testase: "La  cosa  está  clara;  usted,  señor  profesor,  a 
ganarse  su  sueldo  y  nosotros  nuestro  curso".  Convie- 
ne saber  que  allí  a  explicar  física  o  latín  o  metafí- 
sica le  llamaban  hacer  física,  hacer  latín,  hacer  me- 
tafísica, y  si  yo  os  preguntase  qué  venimos  a  hacer 


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825 


ahora  aquí,  mi  respuesta  sería :  a  pasar  el  rato  sin 
adquirir  compromisos  serios. 

Yo  bien  sé  que  vosotros,  por  vuestra  parte,  os  ha- 
béis congregado  aquí  para  oír  a  un  hombre  que  viene 
precedido  de  fama  de  extravagante  y  paradójico.  Y 
aquí  os  advierto  que  paradoja  en  boca  de  los  tontos 
y  de  los  ignorantes  no  quiere  decir  sino  todo  aquello 
que  no  han  oído  antes.  Figuraos  cuantas  cosas  lo  se- 
rán para  ellos. 

Lo  más  obvio  y  más  sencillo  será,  me  parece,  que 
os  hable  de  Vitoria. 

Fué  la  primera  vez  que  visité  esta  ciudad  hace 
tres  años,  al  volver  de  una  excursión  a  la  peña  de 
Aitzgorri  primero,  y  a  la  de  Aralar,  después.  Volví 
a  verla  el  año  pasado,  y  en  esta  mi  tercera  visita  se 
me  han  corroborado  no  ya  mis  impresiones  de  las 
otras  dos,  sino,  en  parte,  la  idea  de  rechazo  que  se  me 
había  hecho  concebir  de  este  pueblo  en  mi  niñez  y 
mocedad. 

Porque  allá,  en  mis  mocedades,  en  mi  nativo  Bil- 
bao, la  idea  que  se  tenía  en  general  de  esta  tierra  de 
Alava  era  la  de  que  es  un  pais  de  gentes  corteses,  de 
señoritos  que  hablan  bien  el  castellano,  y  hablar  bien 
el  castellano  llevaba  implícito  en  aquel  tiempo  en  mi 
Bilbao  un  cierto  dictado  de  aseñoritamiento.  Pare- 
cíanos cosa  afectada  y  hasta  poco  viril.  Lo  natural 
era  hablarlo  mal,  como  lo  hablábamos  nosotros ;  y  más 
que  mal :  pobremente.  Y  cuando  alguno  de  nosotros 
dejaba  escapar  algún  vocablo  allí  poco  corriente  y 
que  nos  sonaba  a  palabra  de  libro  y  no  de  lengua 
viva  — no  por  lo  menos  de  la  nuestra  que  tan  pobre 
era — ,  el  comentario  era  exclamar:  ¡Aivá!,  ¡Pa  que 
se  le  diga!  Y  aún  íbamos  más  allá  y  era  hasta  afec- 
tar hablar  peor  aún  que  naturalmente  lo  hacíamos. 
Era  el  más  cómodo  medio  de  encubrir  la  falta.  Y  en 
todo  ello  se  anunciaba  ese  sentimiento  hijo  de  timi- 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


dez  y  vergonzosidad  que  se  ha  llamado  luego  bizkai- 
tarrismo. 

Fui  yo  en  mis  mocedades  acérrimo  bizkaitarra,  o  lo 
que  entonces  valía  lo  mismo.  Escapábame  en  cuanto 
podia  de  la  villa  y  me  iba  a  lo  alto  de  la  cordillera 
de  Archanda  a  maldecir  de  la  serpiente  negra,  que 
despide  humo  y  horada  los  montes,  es  decir,  del  fe- 
rrocarril, y  a  abominar  de  la  civilización  que  ella  nos 
traía.  Entre  ensueños  rousseaunianos  se  incubaba  en- 
tonces el  bizkaitarrismo,  y  aún  vive  quien  nos  tras- 
tornaba a  algunos  la  cabeza  con  sus  predicaciones  de 
la  vuelta  a  la  vida  salvaje  o  poco  menos. 

Alava,  tierra  ganada  casi  por  entero  por  la  lengua 
castellana,  era  para  nosotros,  que,  aunque  mal,  no  ha- 
blábamos otra,  una  tierra  que  había  que  reconquis- 
tar. Para  mi  imaginación  lo  mejor  de  Alava  era  su 
escudo  de  armas,  aquel  brazo  armado  de  una  espada 
y  saliendo  de  un  castillo  amenazador. 

Entre  los  libros  que  mi  padre,  muerto  durante  mi 
niñez,  había  traído  de  Méjico,  donde  pasara  su  segun- 
da juventud,  figuraba  una  España  pintoresca  en  que 
se  representaba  a  los  campesinos  de  las  regiones  todas 
de  nuestra  patria,  y  entre  ellos,  a  dos  pastores  alave- 
ses, hombre  y  mujer,  que  parecían  dos  pastorcitos  de 
égloga  o  de  opereta.  Esta  visión  concordaba  no  poco 
con  mis  otras  impresiones  reflejas  de  Alava. 

Decíase  además  entre  nosotros  que  Vitoria  era  el 
pueblo  en  que  se  hacían  los  curas.  Y  todo  ello  con- 
tribuía a  formar  en  mi  ánimo  una  cierta  idea  de 
esta  ciudad. 

Esta  primera  idea,  que  os  dejo  adivinar  más  que 
la  expongo,  la  fui  rectificando  desde  que  conocí  di- 
rectamente vuestra  Vitoria. 

Vine  acá  por  primera  vez  hace  tres  años,  y  al  reci- 
bir la  directa  impresión  de  vuestra  ciudad,  añoré  la 
época  feliz  de  mi  juventud,  rememorándola  y  hacien- 
do que  renaciese  en  mí  el  pasado.  Y  es  que  me  pare- 


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827 


ció  encontrarme,  en  algunos  rincones  de  vuestra  ciu- 
dad, en  mi  Bilbao  de  antaiio,  en  el  de  antes  de  la 
guerra. 

¡Cuántas  veces  no  he  soñado  en  poder  encontrar- 
me de  nuevo  en  él,  como  he  soñado  si  pudiera  verme 
a  mí  mismo  tal  cual  a  mis  quince  años  fui !  Nada  nos 
es  más  difícil  que  representarnos  el  pasado  de  algo 
que  crece  y  cambia  de  continuo  a  nuestros  ojos.  Cuan- 
do a  nuestro  lado  crece  nuestro  hijo,  la  imagen  pre- 
sente de  éste,  al  tener  veinte  años,  nos  borra  el  re- 
cuerdo de  su  imagen  cuando  tenía  diez  o  cinco. 

Hay  pocos  momentos  más  melancólicos  que  aquel 
en  que  uno  contempla  un  retrato  de  cuando  tenía 
diez,  veinte,  treinta  años  menos.  Vivir  es  ir  muriendo 
e  ir  renaciendo.  El  que  soy  yo  hoy,  mi  yo  de  hoy  en- 
tierra  a  mi  yo  de  ayer,  como  mi  yo  de  mañana  ente- 
rrará al  de  hoy.  El  alma  es  un  cementerio  en  que 
yacen  todos  nuestros  yos  que  finaron,  todos  los  que 
fuimos.  Mas  nos  queda  el  consuelo  de  soñar  que  cuan- 
do llegue  nuestro  último  yo,  el  de  la  muerte,  todos  esos 
que  fuimos,  ángeles  de  nuestra  infancia  y  nuestra  ju- 
ventud, acudan  en  torno  a  nuestro  lecho  a  consolarnos 
de  la  soledad  postrera. 

Y  como  en  nosotros  yacen,  aunque  enterrados,  los 
que  fuimos,  así  sucede  en  la  historia.  Que  es  la  his- 
toria como  la  geología.  Las  épocas  todas  que  han  pa- 
sado coexisten,  y  hoy  hay  ideas,  instituciones,  cos- 
tumbres, sentimientos  y  almas  de  todas  las  edades. 

Y  he  aquí  por  qué  gusto  de  esos  pueblos  tranquilos, 
que  han  ido  creciendo  más  bien  que  cambiando;  que 
han  arrollado,  conservándolas,  sus  épocas  todas,  y  por 
cuyas  calles  se  puede  ir  soñando  sin  temor  a  que  le 
rompan  a  uno  el  sueño,  como  de  Salamanca  dice  Gue- 
rra Junqueiro. 

Ali  Bilbao  ha  crecido,  pero  ha  cambiado  más  que 
ha  crecido;  se  ha  derribado  lo  viejo  para  construir  lo 
nuevo,  y  me  cuesta  trabajo  en  él,  que  le  he  visto 


828 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


trasformarse,  figfurármelo  cual  era  cuando  yo  tenía 
quince  años.  Y  al  venir  acá.  a  Vitoria,  me  figuré  a 
ratos  volver  a  mi  mocedad.  Delante  de  vuestro  tea- 
tro me  pareció  volver  a  ver  el  viejo  teatro  de  mi 
Bilbao,  donde  está  hoy  el  de  Arriaga,  cuando  el  pró- 
ximo puente  era  el  otro  puente,  y  en  esta  tranquilidad 
laboriosa  de  vuestra  ciudad  volví  a  sentir  la  laborio- 
sa tranquilidad  de  la  villa  de  mis  mocedades. 

Al  despertar  hoy  en  el  sosiego  apacible  de  esta  ciu- 
dad, parecíame  despertar  en  el  apacible  Bilbao  de 
mis  mocedades.  No  me  ha  desvelado  el  ruido  anti- 
pático de  cualquier  tranvía  u  otro  artefacto  así,  pero 
sí  he  oído  el  cuerno  del  saramcro  (del  carro  de  la  po- 
licía urbana),  que  me  traía  remembranzas  de  niñez. 

El  ajetreo  de  las  grandes  urbes  febriles,  a  la  caza 
del  negocio  o  del  placer,  es  una  de  las  cosas  más 
dañinas  para  ciertos  espíritus.  En  esas  ciudades  ator- 
mentadas, tentaculares,  las  gentes  viven  y  se  mueven 
en  continuo  desasosiego  y  con  movimientos  inarmó- 
nicos. Hay  el  temor  de  ser  atropellado.  Todos,  aun  ios 
más  desocupados,  y  acaso  más  éstos  que  los  otros, 
marchan  apresuradamente,  como  si  quehaceres  pe- 
rentorios les  hostigaran.  Paseándonos  una  vez  bajo 
los  arcos  de  la  Plaza  Mayor  de  Salamanca,  me  hacía 
notar  Guerra  Junqueiro  el  movimiento  rítmico  de  la 
muchedumbre  allí  congregada,  y  cómo  apenas  hay 
lugar  en  que  se  observe  menos  ritmo  en  los  movimien- 
tos colectivos  que  en  la  Puerta  del  Sol  de  Madrid, 
y  este  ritmo  del  movimiento  público  cotidiano  de  las 
pequeñas  ciudades  tranquilas  se  infiltra  al  espíritu  de 
sus  moradores,  haciéndolo  más  rítmico  también,  más 
armonioso. 

Observad,  además,  que  esa  fiebre  de  movimiento,  lo 
mismo  que  la  manía  de  viajar  más,  se  debe  a  topofo- 
bia,  que  no  a  topofilia.  Estas  gentes  que  devoran  le- 
guas, ahora  en  automóvil,  no  es  que  buscan  el  lugar 


OBRAS  COMPLETAS 


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adonde  van,  es  que  huyen  de  aquel  en  que  están: 
huyen  de  todas  partes. 

Hace  unos  años  leí,  y  comenté  luego,  un  ensayo  de 
Guillermo  Perrero  sobre  las  grandes  y  las  pequeñas 
ciudades,  los  lugarejos  y  las  aldeas,  y  cuáles  eran  más 
propicias  para  una  buena  formación  del  espíritu  (1). 
Y  contrariamente  a  aquel  dicho  de  "o  corte  o  cortijo", 
pronunciábase,  como  buen  italiano,  por  las  pequeñas 
capitales  de  30  a  40.000  habitantes,  pues  en  ciudades 
así  floreció  el  Renacimiento  italiano. 

Una  nación  que  logre  descentralizar  su  cultura  en 
un  número  de  pequeños  tales  focos,  la  conseguirá  más 
variada  y  rica. 

Yo,  por  mi  parte,  gusto  de  estas  pequeñas  ciudades, 
con  su  aire  un  tanto  conventual,  de  recogimiento. 

Acaso  en  esta  vuestra  ciudad  yo,  que  he  nacido  en- 
tre montañas  y  cerca  del  mar.  eche  de  menos  a  aqué- 
llas y  a  éste.  Pero  no  es  así.  Uno  de  mis  amigos  de 
Bilbao  gusta  repetir  que  la  civilización  no  llega  sino 
hasta  donde  llega  la  marea,  pero  la  historia  le  des- 
miente. El  comercio  de  la  civilización,  su  cambio,  se 
hace,  sí,  por  mar;  pero  su  fábrica  suele  estar  no  po- 
cas veces  muy  lejos  de  él.  Y  en  cuanto  a  las  monta- 
ñas, si  forjan  un  recio  espíritu,  aislan  también  a  los 
hombres. 

Esta  vuestra  llanada  de  Alava  es  como  una  transi- 
ción entre  la  montaña  vasca,  que  se  mira  en  el  mar, 
y  la  meseta  castellana,  que  se  mira  en  el  cielo.  Y  aquí 
se  comprende  todo  lo  que  de  castellano,  de  íntima  y 
profundamente  castellano,  tenemos  los  vascos...  Por 
algo  un  catalán  dijo  que  éramos  el  alcaloide  del 
castellano.  Y  en  cuanto  al  castellano  lengua,  a  la 
lengua  castellana,  acaso  no  sea  la  peor  definición  de 

1  "Ciudad  y  campo"  (Do  mis  impresiones  de  Madrid.)  Ensayo 
publicado  en  la  revista  Xiicstro  Tiein¡^o,  Madrid,  II.  núm.  19.  ju- 
lio de  1902,  págs.  100-109;  incluido  en  Ensayos.  Madrid,  Residen- 
cia de  Estudiantes,  1916.  tomo  III.  pásTs.  163-190;  y  en  estas 
Obras  Completas,  tomo  III,  págs.  317-332. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


él  decir  que  es  el  latín  deformado  por  bocas  que  ha- 
blaron éusquera  o  algo  que  se  le  parecía  mucho. 

El  movimiento  mismo  que  se  llama  en  mi  tierra 
bizkaitarrismo  es  uno  de  los  movimientos  de  más  ge- 
nuina  inspiración  castellana  que  conozco.  Y  no  creo 
que  en  esta  industriosa  más  que  industrial  Vitoria 
haya  arraigado  nada  a  que  se  pueda  dar  el  nombre  feo 
de  araharrismo.  Lo  que  de  eso  haya,  será  bizkaita- 
rrismo, es  decir,  algo  importado,  algo  exótico. 

Esta  vuestra  tierra  es  el  anillo  entre  el  resto  de 
Vasconia  y  su  hermana  Castilla,  y  aquí  conserváis 
las  tradiciones  vascas  sobre  las  tradiciones  castella- 
nas a  que  siempre,  por  raíz  común,  estuvieron  unidas' 
Notad  tan  sólo  que  cuando  Castilla  llevó  a  Europa 
todo  su  espíritu,  que  cuando  el  alma  castellana  domi- 
nó por  un  momento,  si  bien  fuese  fugaz,  en  lo  que  se 
ha  llamado  la  Contrarreforma,  fué  merced  a  un  vasco, 
al  fundador  de  la  Compañía  de  Jesús,  a  Iñigo  de 
Loyola. 

Yo  sé  muy  bien,  lo  sé  por  propia  experiencia,  lo 
que  es  un  espíritu  vasco  madurado  en  el  corazón  de 
Castilla.  En  tierra  de  Castilla,  en  esa  tierra  que  es 
toda  roca,  toda  hueso,  tierra  enjuta  y  fuerte,  descan- 
sará un  día  y  para  siempre  mi  corazón  fatigado  de 
luchar ;  en  ella  volverá  a  hacerse  tierra ;  pero  allí 
mismo  llevará  su  jugo  primitivo,  su  jugo  vasco,  la 
savia  de  mi  niñez  y  de  mi  mocedad.  Juntas  las  llevo 
en  mi  corazón,  que  juntas  han  hecho  a  Vasconia  y  a 
Castilla;  de  su  cofijunción  vivo. 

(Extracto  publicado  en  la  revista  Ateneo.  Vitoria, 
abril  1913,  año  I,  número  2,  págs.  5-9.) 


DISCURSO  EN  LA  VELADA  LITERARIA  DÉ 
11  DE  NOVIEMBRE  DE  1912,  EN  EL  CIRCULO 
MERCANTIL,  DE  SALAMANCA 


Señores :  Estimo  tan  solemne  para  mí  la  ocasión 
de  esta  fiesta  que  me  deparáis,  dependientes  del  co- 
mercio de  Salamanca,  que  traigo,  para  mayor  solem- 
nidad aún,  por  escrito  lo  que  en  ella  he  de  deciros. 
Así  podrán  tener  mis  palabras  el  valor  de  lo  que  se 
ha  pensado,  hasta  en  su  más  externa  expresión,  an- 
tes de  decirlo,  y  escaparán  a  la  vez  a  la  desfiguración 
que  siempre  sufren  al  ser  extractadas,  ya  que  los  in- 
formadores al  público  de  estos  actos  apenas  si  cojen 
más  que  las  frases  de  cierto  relumbrón  y  expresivi- 
dad, y  escasamente  el  esqueleto  del  discurso.  Quiero 
dejar  bien  sentado  lo  que  esta  noche  os  diga  en  el 
círculo  llamado  Mercantil  e  Industrial,  sin  que  yo 
sepa  que  tenga  con  el  comercio  o  con  la  industria, 
cualquiera  que  sea  ésta,  una  más  estrecha  relación 
que  otro  cualquiera  de  los  círculos  o  casinos  de  nues- 
tra ciudad. 

Y  doy  a  este  mi  acto  de  dirigiros  ahora  la  pala- 
bra, dependientes  de  comercio  de  Salamanca,  la  so- 
lemnidad de  un  discurso  escrito  porque  la  amargura 
del  mar  que  me  rodea  no  me  cabe  ya  dentro,  se  me 
rebosa  del  corazón  y  tengo  que  echarla  fuera.  Es,  en 
efecto,  el  mar,  o  más  bien  pantano  de  aguas  estan- 
cadas y  mefíticas  que  nos  rodea,  tan  amargo,  que  no 
hace  sino  azuzar  más  y  más  mi  sed  de  verdad  y  de 
justicia. 

Aprovecho,  pues,  esta  coyuntura  en  que  se  festeja 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


la  formación  de  una  sociedad  de  dependientes  de  co- 
mercio, de  los  que  los  imbéciles  y  los  presuntuosos 
llaman  neciamente  horteras,  para  pediros  que  contri- 
buyáis a  la  restauración  moral  de  nuestra  querida  ciu- 
dad. 

Y  os  lo  pido  porque  os  conozco.  Es  decir,  conozco 
el  honrado  gremio  a  que  pertenecéis. 

Entre  dependientes  de  escritorios  mercantiles;  en- 
tre escribientes  de  comercio  y  tenedores  de  libros 
trascurrieron  mis  mejores  días;  con  ellos,  y  no  con 
compañeros  de  estudios,  tenía  mis  solaces  en  las  vaca- 
ciones de  mi  carrera,  pasadas  en  la  dulce  tierra  natal. 
Y  puedo  aseguraros  que  encontré  siempre  en  ellos 
una  curiosidad  más  despierta,  un  más  fresco  y  más 
vivo  deseo  de  aprender  y  de  enterarse  que  no  el  que 
debería  haber  en  los  que  a  Ciencias,  Letras  y  Artes 
se  dedican.  Acaso  porque  nuestro  sistema  de  enseñan- 
za mata  la  curiosidad,  fatigándola  en  vano  y  agosta 
las  ilusiones  del  anhelo  de  conocer. 

Y  hay  otro  aspecto  de  la  honrada  profesión  a  que 
os  dedicáis  sobre  el  que  llamó  por  primera  vez  mi 
atención  la  lectura  de  un  libro  en  que  se  describía 
las  costumbres  de  la  en  un  tiempo  colonia  española 
del  Río  de  la  Plata  y  hoy  República  Argentina.  Y 
es  que  los  ricos  hacendados  del  campo  de  aquella  tie- 
rra mandaban  a  sus  hijos  a  alguna  tienda  de  comer- 
cio de  Buenos  Aires  para  que  en  ella,  tratando  a  dia- 
rio con  los  clientes  o  parroquianos,  a  quienes  hay  que 
atraer,  complacer  y  dejarles  con  ganas  de  la  vuelta, 
aprendieran  buena  educación,  modales  de  cortesía  y 
finura  de  trato.  Pues  de  hecho  influye  en  la  prospe- 
ridad de  una  casa  de  comercio  sobre  todo  al  detalle 
y  por  menor,  tanto  las  prendas  de  sociabilidad  como 
ía  seriedad  en  las  transacciones. 

Y  tan  es  esto  así,  que  más  de  una  vez  sois  vos- 
otros, los  dependientes  del  comercio,  blanco  de  las 
estúpidas  y  torpes  burlas  de  los  que  en  el  fondo 


OBRAS  COMPLETAS 


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sienten  predilección  por  la  barbarie,  a  cuenta  de  esa 
mayor  suavidad  de  trato  y  mejor  urbanidad  que  en 
vuestro  oficio  se  adquiere. 

Y  este  es  uno  de  los  puntos  en  que  quiero  hacer  hin- 
capié esta  noche  para  exhortaros  a  que  procuréis  que 
esa  buena  crianza  que  la  necesidad  de  atraerse  clien- 
tes fomenta  en  los  que  al  comercio  se  dedican,  se 
extiendan  por  nuestra  ciudad  toda,  a  la  que  tanto  im- 
porta atraer  también  visitantes  que  amen  el  arte,  y 
que  lejos  de  atraerlos  los  repele  más  de  una  vez  con 
el  espectáculo,  por  desgracia  frecuente,  de  una  gran 
grosería  y  torpeza  de  formas  con  los  retozos,  desaho- 
gos y  manifestaciones  de  un  público  mal  educado. 

Es,  en  efecto,  una  de  las  cosas  que  más  contrista 
el  ánimo  ver  la  forma  de  tumulto  y  de  tumulto  bu- 
llanguero que  al  punto  aquí  toman  las  manifestacio- 
nes públicas  y  ver,  por  ejemplo,  que  aquí  se  ve  a 
una  pareja  de  orden  público  conduciendo  a  un  dete- 
nido cualquiera  al  Ayuntamiento,  se  forma  un  gru- 
po de  chiquillos  mal  criados,  y  aun  de  mayores,  que 
silban  a  los  agentes  de  la  Autoridad  y  piden  se  suelte 
al  detenido,  sin  saber  siquiera  ni  quién  es,  ni  por  qué 
se  le  detiene.  Hecho  lamentable,  que  tiene,  sin  em- 
bargo, una  cierta  excusa,  ya  que  no  justificación,  en 
abandonos  y  en  excesos  de  la  llamada  clase  dirigen- 
te, de  los  de  arriba  según  suele  decirse,  clase  que  en 
Salamanca  se  distingue  por  el  más  repugnante  egoís- 
mo, por  una  cobardía  incalificable  y  por  algo  más  de 
que  he  de  hablaros  luego. 

Tenéis,  creo,  el  deber  de  influir  por  vuestra  parte 
para  que  este  ambiente  de  ineducación  social  se  mo- 
difique y  tenéis  también  el  deber  de  contribuir  a  la 
modificación  de  las  formas  en  que  la  lucha  entre  el 
capital  y  el  trabajo,  o  si  se  quiere  entre  patronos  y 
obreros,  viene  presentándose. 

Habéis  fraguado  una  asociación  de  dependientes 
de  comercio,  asociación  naturalmente  cooperativa  y 


27 


834 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


a  la  vez  de  defensa,  o  si  queréis  de  resistencia,  con- 
tra las  posibles  exigencias  desmedidas  de  algunos  de 
vuestros  principales. 

No  he  de  caer  en  la  obvia  tentación  de  repetiros 
aquí  y  ahora  los  lugares  comunes  todos  que  en  pres- 
tigio de  la  asociación  suele  ensartarse  en  estos  casos, 
pero  sí  me  habréis  de  permitir  que  os  diga  que  la 
unión  no  sólo  hace  la  fuerza,  sino  que  hace  también 
algo  que  vale  tanto  o  más  que  la  fuerza,  y  es  la  con- 
ciencia, la  idea.  Una  clase  social,  un  gremio,  un  grupo 
cualquiera  de  hombres  unidos  por  intereses  comunes 
o  por  otro  lazo  cualquiera,  un  pueblo,  no  llegan  a 
cobrar  conciencia  colectiva  sino  cuando  de  veras  se 
unen  y  al  unirse  hacer  sentimiento  conciente  del  que 
era  interés  común.  Unid  a  obreros  y  el  ideal  surgirá 
de  la  unión  misma. 

Os  he  dicho  que  acaso  vuestra  sociedad  tenga  que 
llegar  a  ser  una  sociedad  de  defensa,  o  si  se  quiere 
de  resistencia,  contra  posibles  exigencias  desmedidas 
de  vuestros  principales,  acaso  contra  intrusiones  en 
vuestro  derecho.  No  ha  mucho  que  conseguisteis  que 
esos  principales  cierren  sus  comercios  a  las  siete,  y 
estoy  seguro  que  conseguiréis  también,  así  que  os  lo 
propongáis,  que  cese  el  abuso  de  que  no  guarden  el 
descanso  dominical,  fundándose  en  una  real  orden, 
del  más  bajo  origen  político,  es  decir,  el  electoral, 
que  se  basa,  a  su  vez,  en  el  embuste  de  que  haya 
aquí  feria  los  domingos. 

Pero  estas  luchas  entre  patronos  y  obreros,  o  prin- 
cipales y  dependientes,  a  mi  entender  inevitables 
mientras  subsista  el  actual  régimen  económico-social, 
cabe  mejorarlas  y  perfeccionarlas,  como  toda  lucha 
y  guerra.  Pues  si  es  merced  a  la  lucha  como  se  cum- 
ple el  progreso,  no  sólo  humano,  sino  de  la  evolución 
vital  orgánica  toda,  la  lucha  misma  está  sometida  a 
progreso  y  mejora. 

Y  es  en  vuestra  profesión,  dependientes  de  comer- 


OBRAS  COMPLETAS 


835 


cío,  donde  los  inevitables  conflictos  económico-socia- 
les pueden  adoptar  sus  formas  más  blandas,  más  hu- 
manas, más  civilizadas.  Porque  vosotros,  sobre  todo 
los  que  servís  comercios  al  detall,  detrá?  del  mostra- 
dor, convivís  con  vuestros  principales  o  empresarios, 
trabajáis  al  lado  de  ellos  y  casos  hay  en  que  formáis 
parte  de  su  familia,  si  es  que  no  acabáis  por  entrar 
legal  y  virtualmente  en  ella  por  bajo  el  más  dulce 
yugo  a  que  un  hombre  se  somete.  Tiene,  en  efecto, 
la  asociación  de  comerciantes  y  dependientes  suyos 
un  cierto  carácter  de  patriarcalidad  de  que  otras  rela- 
ciones de  trabajo  carecen,  especialmente  en  esas  pe- 
queñas casas  de  comercio  provinciano,  que  no  pocas 
veces  sirven,  a  la  vez,  de  centros  de  tertulia  o  mira- 
dor de  ociosos  amigos  de  la  casa,  tan  lejos  de  esos 
grandes  almacenes  anónimos  en  que  puede  ocurrir 
que  el  desgraciado  dependiente  ni  vea  apenas  al  ver- 
¡  dadero  principal,  sí  le  hay,  y  no  es  sólo  un  gerente 
de  una  sociedad  anónima  sin  entrañas. 

Vosotros  trabajáis  en  pequeños  comercios  de  una 
pequeña  capital  de  provincia,  con  todas  las  ventajas 
de  familiaridad  de  que  acabo  de  hablaros,  pero  con 
todos  los  inconvenientes  también  de  semejante  régi- 
men. Trabajáis  en  pequeños  comercios  donde  hay 
que  vender  al  fiado  a  pequeños  funcionarios  de  sueldo 
mezquino  o  inseguro,  tramposos  por  necesidad  o  por 
hábito,  lo  que  lleva  consigo  el  funesto  sistema  del 
regateo  o  chalaneo  y  la  no  sujeción  al  precio  ñjo. 
Y  esto  trae  en  el  orden  moral  el  que  haya  que  esgri- 
mir la  mentira,  sí  queréis,  para  colocar  el  género  y 
haya  que  acudir  a  otros  procedimientos  de  astucia 
más  o  menos  fraudulenta,  que  han  valido  la  mala 
fama  de  que  gozan  los  que  se  buscan  la  vida  al  am- 
paro del  caduceo  de  iMercurio,  dios  del  comercio,  pero 
no  sólo  de  él. 

Debe  entrar,  pues,  en  los  propósitos  de  vuestra 
asociación  mejorar  y  purificar  la  ética  mercantil  e 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


imponer  esta  purificación  a  vuestros  empresarios. 
¿  Puede  creer  acaso  nadie  que  el  principal  de  un  co- 
mercio teng-a  derecho  a  exigir  que  su  dependiente  le 
sea  veraz  y  sincero  en  sus  relaciones  con  él  cuando 
sea  éste,  el  mismo  principal,  el  que  le  enseñe  a  enga- 
ñar, mentir  o  sisar  al  parroquiano?  Equivaldría  a 
tanto  como  creer  que  un  empresario,  que  por  desven- 
tura haya  caído  en  un  vicio  o  lo  explote,  que  es 
peor,  puede  moralmente  hacer  pagar  a  un  dependien- 
te suyo  que  en  ese  mismo  vicio  venga  a  caer,  las 
consecuencias  de  tal  caída. 

Es  el  comercio,  noble  y  sinceramente  ejercido,  como 
dicen  que  lo  ejercían  los  cuáqueros,  una,  no  ya  de 
las  más  necesarias,  sino  de  las  más  moralizadoras 
profesiones,  de  las  que  más  contribuyen  a  ensanchar 
los  horizontes  de  la  vida  y  a  dulcificar  las  costum- 
bres ;  pero  es  también  una  de  las  que  más  fácilmente 
degenera  en  usura.  Y  vosotros,  dependientes  de  co- 
mercio de  Salamanca,  estáis  obligados,  no  sólo  a  ele- 
var aún  más  el  nivel  moral,  que  yo  me  complazco  en 
creer  muy  alto,  de  este  comercio,  sino  a  influir  en 
el  tono  general  de  la  moralidad  pública  de  nuestra 
ciudad,  que  necesita  de  muy  hondas  sacudidas. 

Porque  es  menester  decir  muy  alto  que  si  aquí  flo- 
recen algunas  virtudes  públicas  son  casi  exclusiva- 
mente las  pasivas,  dado  caso  de  que  sean  virtudes, 
las  que  consisten  más  bien  que  en  hacer  el  bien  en 
abstenerse  del  mal,  sobre  todo  cuando  éste  lleva  apa- 
rejada sanción  efectiva  por  la  ley. 

No  digo  un  soplo,  porque  esto  es  algo  activo;  pero 
si  se  respira  aquí  un  vaho  amodorrador  de  egoísmo 
y  de  cobardía  cívica.  En  los  circuios,  centros  y  casinos 
donde  nuestra  clase  media  se  reúne,  murmúrase  de 
continuo  contra  la  indisciplina  e  ineducación  de  nues- 
tra masa  popular,  y  son,  sin  embargo,  esas  clases,  las 
que  debían  ser  directoras,  las  que  murmuran,  y,  en 
caso  de  conflicto,  piden  a  las  autoridades  un  rigor  de 


OBRAS  COMPLETAS 


837 


que  son  incapaces  ni  para  sí  ni  para  los  otros ;  son 
esas  clases  las  que  con  su  egoísmo,  con  su  cobardía, 
con  su  mezquindad  de  comadres  chismosas  y  envidio- 
sas, son  esas  clases,  digo,  las  que  dan  el  peor  ejemplo. 

¿  Cuándo  han  acudido  con  sus  ahorros,  ésos,  los 
de  alma  de  usureros  avarientos,  a  las  necesidades  de 
la  ciudad  o  a  sus  añílelos  de  mejora?  ¿Cuándo  han 
ido  a  ejercer  en  el  jurado  las  funciones  con  que  po- 
drían atajar  no  pocos  de  los  males  de  que  se  lamen- 
tan y  acalcar  con  la  vergüenza  aún  mayor  de  aboga- 
dos que  los  compren  o  los  corrompen,  después  de 
haber  andado  indecorosísimamente  a  la  caza,  con  todo 
género  de  trampas,  de  un  cliente  ? 

\'ivimos,  señores,  en  una  ciudad  henchida  de  re- 
cuerdos de  espiritualidad,  de  arte  y  de  gloria ;  pero 
que  ha  venido  a  ser  parte  hospicio,  parte  mesón,  par- 
te timba,  y  acaso  aquello,  lo  de  hospicio,  como  com- 
pensación a  lo  otro. 

Vivimos  en  una  ciudad  llena  de  fundaciones  que 
se  llaman  caritativas,  de  hospicios  de  Juan  de  Ro- 
bres, donde  aún  es  una  institución  la  sopa  boba,  don- 
de hasta  oficinas  del  servicio  público  acaban  por  con- 
vertirse más  o  menos  en  asilos  de  inválidos,  y  donde 
la  clase  adinerada,  la  burguesía  del  terruño,  del  co- 
mercio o  de  la  industria,  cuando  no  tiene  que  defen- 
derse del  proletariado  no  es  que  se  enmohezca,  ¡  se 
degrada !  Y  bien  venida  será,  dependientes  del  co- 
mercio de  Salamanca,  vuestra  asociación,  aunque  sólo 
sirva,  unida  y  asociada  a  su  vez  a  las  de  otros  asa- 
lariados de  la  fortuna,  para  impedir  que  esos  peque- 
ños rentistas  se  vayan  tranquilos  a  sus  círculos  a 
matar  el  tedio  y  la  ociosidad  de  espíritu  en  la  bru- 
talizadora  tarea  de  pelarse  los  bolsillos  los  unos  a 
los  otros  con  el  juego  — ocupación  de  los  cortos  de 
inteligencia —  o  en  murmurar,  despellejándose  mutua- 
mente las  honras,  o  en  quejarse,  como  inválidas  veje- 
zuelas,  de  no  sé  qué  pavorosas  perspectivas. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  no  es  lo  peor  esto,  señores,  no  es  lo  peor.  Lo 
peor  es  que,  o  no  queremos  o  no  sabemos  darnos 
cuenta  de  ello,  que  parece  como  si  esta  noble  e 
infortunada  ciudad  careciese  de  conciencia  pública, 
como  si  hubiese  miedo  de  romper  una  cierta  consigna 
de  semisilencio. 

Sí,  ya  sé,  ya  sé  que  se  me  dirá  que  esto  que  hago 
no  es  práctico,  para  mí,  se  entiende,  o  más  bien  que 
son  cosas  mías,  ¡cosas  de  Unamuno!,  paradojas  aca- 
so. Alguien  podría  decirme  que  carezco  del  sentido  de 
la  realidad,  y  así  es  si  por  realidad  no  se  entiende 
más  que  medrar  uno  — ¡  miserable  medro ! —  y  colo- 
car a  la  familia.  Ocho  hijos  tengo;  mas  prefiero  ver- 
los sin  otro  patrimonio  que  mi  nombre  a  dejarlos  re- 
gularmente colocados,  teniendo  que  pasar  por  el  más 
leve  daño  a  los  ideales  éticos  de  mi  conciencia  y  aun 
cuando  la  infracción  hubiese  de  quedar  sepultada  en 
lo  más  hondo  de  mi  memoria  e  ignorada  para  los 
demás. 

Y  considero  faltar  a  esos  ideales,  hacer  traición  a 
mi  conciencia,  seguir  callando  porque  los  demás  ca- 
llan y  no  alzar  mi  voz,  ya  que  por  disposición  supre- 
ma y  para  mi  cargo  más  que  para  mi  beneficio,  goza 
de  más  autoridad  que  las  más  de  esta  ciudad,  y  alzar- 
la cuando  las  otras  lenguas  siguen  callando  y  los  co- 
razones que  debían  moverlas  acomodándose  al  pú- 
blico desaliento  o  a  la  cazurrería  pública. 

Y  no  quiero  callar  donde  la  cobardia  llega  a  tal 
punto  que  no  se  compra  ni  se  vende  la  palabra,  lo 
cual  tendría  una  cierta  grandeza  que  nace  del  riesgo 
que  corre  el  que  habla  vendido ;  no,  ¡  no  se  compra 
ni  se  vende  la  palabra,  sino  algo  peor:  más  bajo,  más 
vil,  más  cobarde,  más  degradante,  se  compra  y  se 
vende  el  silencio ! 

Y  he  de  añadir  aquellas  palabras  del  Prometeo  es- 
quiliano:  "Doloroso  es  decir  estas  cosas,  pero  es  do- 
lor callarlas". 


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Una  terrible  paz  modorrienta,  una  paz  de  osario 
moral,  pesa  sobre  nuestra  ciudad,  victima  de  un  tris- 
te compadrazgo  de  donde  ni  siquiera  un  eficaz  y  arro- 
llador  cacique  surge.  En  todos  los  órdenes,  acabando 
por  el  político,  la  consigna  es  no  alterar  lo  que  hay  ; 
es  el  sigilo,  es  la  quietud. 

Pero,  ¿a.  qué  os  hablo  de  política  si  aquí  no  exis- 
te, y  los  que  por  políticos  se  tienen  y  pasan,  a  penas 
duras  si  llegan  a  más  que  electoreros  más  o  menos 
hábiles?  Porque  hase  llegado  a  tal  degradación  de 
ideas  y  sentimientos,  que  se  estima  que  un  partido  o 
una  partida  política  no  es  más  que  un  medio  de  or- 
ganizar elecciones  para  conseguir  el  disfrute  del  poder 
y  ejercer  éste  luego  a  beneficio  de  los  amigos  y  hasta 
de  los  enemigos  para  atraerlos.  Los  ideales  políticos 
sucumben  ante  la  caza  del  voto.  Aunque,  no;  no  su- 
cumben porque  no  existen.  Y  por  electoreria  eran 
ayer  los  taberneros,  grandes  muñidores,  según  se  dice, 
y  apernadores,  supongo  que  sobre  todo  de  borrachos, 
los  que  invalidaban  una  justísima  y  muy  útil  orde- 
nación económica  de  nuestro  Municipio,  y  pueden  ser 
acaso  mañana  algunos  de  nuestros  principales  los  que 
logren  mantener  el  embuste  de  la  feria  dominicíal  de 
Salamanca. 

¿Quién  no  es  por  lo  menos  elector?  Pues  sólo  con 
serlo  tiene  ya  un  título  al  apoyo,  justo  o  injusto,  de 
cualquier  galanteador  de  democracias.  Y  si  a  éste 
unís  esa  funesta  blandenguería  de  espíritu  que  se 
enmohece  no  ya  sólo  ante  toda  inepcia,  sino  aun  ante 
la  delincuencia,  y  nos  lleva  a  casi  todos  a  pedir  que 
/se  alce  la  mano,  veréis  que  apenas  hay  falta  que  lleve 
su  castigo.  Fijaos  en  el  concejal  que  desde  el  mismo 
día  en  que  se  posesionó  de  su  cargo  sólo  aspira  a  la 
reelección,  y  decidme  si  no  ha  de  posponer  los  inte- 
reses públicos  a  los  de  cada  uno  de  sus  electores,  ya 
que  para  éstos  el  bien  común  no  cuenta  nada.  Y  hay 
ciudadanos  a  quienes  no  se  puede  multar,  y  los  mi- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nistros  de  la  autoridad  municipal  carecen  de  ella,  pues 
invalidadas  sus  órdenes,  hace  cada  uno  su  santísima 
voluntad  o  lo  que  le  viene  en  sus  reales  ganas.  Y 
he  oído  decir  de  un  alcalde  que  cifraba  su  gloria  en 
no  haber  destituido  a  nadie  durante  su  mando,  que 
es  como  si  un  juez  lo  cifrase  en  no  haber  condenado 
a  nadie  y  no  porque  no  hubiese  delito.  Y  he  aquí  por 
qué  a  falta  de  mando  y  bajo  el  ejemplo  de  taparlo 
todo,  de  arreglarlo  todo,  de  cachipuchearlo  todo  esta 
desmandada  Salamanca,  mansamente  desmandada,  y 
no  hay  peores  desmanes  que  los  desmanes  mansos. 

¡  Sa-la-man-ca  !  ¡  Qué  bien  suenan  estas  cuatro  ple- 
nas sílabas,  las  cuatro  con  a,  con  la  más  grave  de 
las  vocales  !  ¡  Salamanca  !  ¡  En  estas  cuatro  sílabas 
parece  encerrarse,  como  en  mágico  talismán,  todo  un 
sistema  económico,  político,  filosófico  y  hasta  religio- 
so! Y  si  decís  ¡  todo  por  Salamanca  y  para  Salaman- 
ca !,  ya  tenéis  en  esta  vaciedad  sonora  con  qué  rellenar 
cualquier  penuria  de  pensamiento,  cualquier  vacío  de 
sentimiento  noble,  cualquier  farándula  y  hasta  cual- 
quier martingala. 

Porque  aquí,  donde  pese  a  nuestra  Universidad,  las 
ideas  madres  andan  avergonzadas  y  corridas  de  su 
desnudez;  donde  no  se  siente  como  debía  sentirse  la 
lucha  económica,  ni  la  política,  ni  la  religiosa :  don- 
de no  hay,  en  fin,  una  ciencia  pública,  y  no  habién- 
dola, no  puede  haber  órgano  que  la  exprese  y  repre- 
sente, ese  cómodo  estribillo  de  ;  todo  por  Salamanca 
y  para  Salamanca !  o  ha  servido  para  todo  género  de 
campañas,  las  más  de  ellas,  fuerza  de  justicia  es  de- 
cirlo, más  ridiculas  qi:e  otra  cosa.  ¡  Ridiculas  y  en- 
cubridoras !  No  ha  servido,  no,  para  pedir  rigor  con- 
tra toda  clase  de  vicios,  y  no  hago  distinción  entre 
ellos,  porque  seguir  dando  aguardiente  al  borracho 
en  una  taberna,  o  el  ser  empresario  de  casa  def  juego, 
no  es  superior  nioralmente  a  ser  chulo  de  mancebía 
o  corruptor  de  menores  — puede  darse  varias  de  estas 


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cosas  juntas — ,  no  ha  servido  para  pedir  claridad  en 
asuntos  turbios,  pero  sí  para  inocentes  y  nada  com- 
prometedoras farándulas,  centenarios  tartarinescos, 
festejos,  fantásticos  legados  niarcjuesiles,  absurdas 
Universidades  hispanoamericanas,  olímpicos  e  impe- 
riales juegos  florales,  dignos  de  Tarascón,  y...  qué 
sé  yo  qué  más. 

¡  Y  luego,  miedo,  miedo,  miedo !  En  esta  ciudad 
donde  tanto  abundan  los  vivos  que  se  hacen  el  muer- 
to, ¿quién  da  cara  cuando  el  caso  llega? 

Y  luego  nos  quejamos  todos  y  se  habla  de  la  Ce- 
nicienta... La  Cenicienta,  sí,  la  puerca  Cenicienta,  pero 
es  porque  carece  de  coraje  para  limpiarse  material 
y  moralmente  de  ambas  porquerías. 

Y  así  como  no  creo  que  haya  que  esperar  a  la  tan 
deseada  obra  de  saneamiento  para  que  no  ensucie 
nuestras  calles  todo  aquel  a  quien  le  entre  ganas,  a 
cualquier  hora  del  día  y  casi  en  cualquier  parte,  no 
creo  que  tengamos  que  esperar  a  una  gran  obra  de 
saneamiento  moral,  que  seria  una  sacudida  de  orden 
económico,  social  o  político  o  religioso  si  queréis, 
para  impedir  que  ensucien  y  entristezcan  nuestros 
hogares  aquellos  a  quienes  les  entre  en  ganas  fomen- 
tando y  explotando  vicios,  provocando  suicidios,  ali- 
mentando la  zorrería  cazurra,  del  encubrimiento  co- 
barde del  egoísmo  inhumano. 

A  las  veces  se  habla  entre  nosotros  de  pueblos  agi- 
tados por  apasionadas  luchas  sociales  y  políticas,  de 
pueblos  en  que  anda  la  gente  a  disparos  por  las  calles 
y  en  cuyos  Concejos  llegan  hasta  negarse  el  saludo 
unos  a  otros  los  concejales  de  contrapuestos  bandos, 
y  se  compara  con  esta  dulcísima  y  modorrienta  quie- 
tud tan  grata  a  los  mangoneadores ;  pero  yo  os  digo 
que  en  esos  pueblos,  por  lo  mismo  que  la  acuidad  de 
las  luchas  ha  llegado  a  tal  punto,  la  fiscalización  es 
más  severa,  mientras  que  en  estos  otros,  todos,  blan- 
cos y  negros,  se  entienden  para  encubrir,  ¡  pobreci- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


to !,  al  débil  de  conciencia  o  al  débil  de  entendimiento, 
al  defraudador  o  al  inepto.  Y  no  de  graves  faltas,  no, 
¡  Dios  me  libre  de  exagerar  las  cosas !  No,  ni  para  el 
mal  nos  queya  aquí  ya  grandeza. 

¡Pero  esas  pequeñas  infracciones...  o  no...,  no! 
¡no  vale  la  pena...,  es  ridículo  hacer  el  Catón..., 
hoy  por  mí  y  mañana  por  ti...,  echar  tierra,  echar 
tierra,  que  cualquiera  tiene  un  leve  desliz ! 

Y  todos  tan  contentos  en  esta  vieja  Salamanca 
- — ¡  Sa-la-man-ca  ! —  de  noble  abolengo  liberal,  aunque 
alguna  vez,  comprándola,  la  haya  representado  un  an- 
tiliberal cualquiera.  ¿  Pero  quién  pone  en  duda  nues- 
tro probado  liberalismo  ?  Basta  ver  las  elecciones,  pues 
sabida  cosa  es  que  en  nuestras  elecciones  políticas  se 
votan  ideales  y  no  personas.  Y  aquí  votamos  todos, 
como  un  solo  hombre,  el  alto,  el  sublime,  el  univer- 
salismo y  purísimo  ideal  de  ¡  todo  por  Salamanca  y 
para  Salamanca!  ¡Y  aquí  no  ha  pasado  nada...;  es 
decir,  aquí  no  pasa  nunca  nada ! 

¡  Y  cuánto  no  nos  queda  por  hacer  en  este  ideal  altí- 
simo hasta  conseguir  que  nuestra  ciudad  sea  el  me- 
jor hospicio,  la  mejor  posada,  la  mejor  timba  de  Es- 
paña !  Y  no  es  que  olvidemos,  no,  los  intereses  mora- 
les e  intelectuales.  Allí  está  nuestra  Universidad  glo- 
riosísima, donde  si  los  que  en  ella  trabajamos  nos 
portamos  patrióticamente,  sin  extremar  un  rigor  in- 
discreto, conseguiremos  atraer  a  los  estudiantes  y 
que  no  se  nos  vayan  a- institutos  rivales  y  padezcan  los 
sacrosantos  intereses  materiales  de  las  patronas,  los 
patronos  y  tal  vez  la  ciudad. 

Sí,  ya  sé,  señores,  ya  sé  que  no  se  deben  desaten- 
der los  intereses  materiales  y  que  si  no  sólo  de  pan 
vive  el  hombre,  no  vive  sin  pan,  pero  sé  también  que 
hay  que  saber  entender  esos  intereses  materiales  y  su 
materialidad  misma,  y  que  en  ningún  caso  deben  pos- 
ponerse a  los  morales. 

A  los  morales,  digo,  a  los  morales.  Mas  para  en- 


OBRAS  COMPLETAS 


843 


tender  de  moralidad,  para  sentirla,  ni  basta  intelec- 
tualidad ni  en  rigor  hace  falta  que  ésta  sea  excesiva. 
No  es  por  intelectual  por  lo  que  se  siente  el  aspecto 
moral  de  los  problemas,  no.  Mas  si  alguien  a  quie- 
nes les  está  vedado  la  comprensión  y  el  sentimiento 
morales  de  las  cosas  es  aquellos  que  albergan  en  el 
alma  fría  un  escepticismo  materialista,  si  es  que  a 
mayor  abundamiento  no  viven  de  explotar  la  vanidad 
y  el  vicio  ajeno. 

Y  por  lo  que  hace  a  la  recta  inteligencia  de  los 
intereses  mismos  materiales,  de  su  misma  materiali- 
dad, ¿creéis  que  atienda  el  interés  de  su  famalia  el 
padre  que  para  aumentar  en  cuatro  ochavos  el  inte- 
rés de  su  jornal,  arranca  a  sus  hijos  de  la  escuela, 
condenando  así  su  porvenir,  para  que  vayan  a  men- 
digar por  los  caminos  ese  miserable  añadido  ?  ;  Creéis 
que  atienda  el  interés  de  su  familia  la  patrona  de  hués- 
pedes que  para  obtener  cuatro  ochavos  más  diarios 
de  un  nuevo  parroquiano  embanasta  a  sus  seis  hijos 
en  un  hediondo  y  asfíxico  zaquizamí?  ¿Creéis  que 
los  entiende  —los  intereses  materiales,  digo —  un  pue- 
blo que  descuida  y  abandona  servicios  de  enseñanza, 
de  salubridad,  de  bienestar  públicos,  para  retener  cua- 
tro consumidores  más  o  cuarenta? 

Pero  a  qué  os  hablo  del  mayor  bienestar,  de  la 
mejor  salud,  de  la  mejor  cultura,  de  los  hijos  en 
esta  ciudad,  en  que  una  triste  experiencia  me  ha  ense- 
ñado cuán  frecuente  es  el  caso  de  la  gouofagia  — lo 
diré  en  griego  por  pudor —  de  los  padres  que  se  co- 
men a  sus  hijos,  y  cómo  instituciones  que  se  fun- 
daron para  promover  la  cultura  y  hacer  ciudadanos 
más  capaces  y  hábiles,  degeneran  con  frecuencia  en 
tristísimos  institutos  hospicianos  y  en  lamentable  ex- 
plotación de  los  indifensos  menores. 

Sí,  sí ;  ya  sé,  señores,  ya  sé  que  no  se  debe  des- 
atender los  intereses  materiales  y  que  si  no  sólo  de 
pan  vive  el  hombre,  no  vive  sin  pan;  pero  sé  tam- 


844  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


bien  que  sobre  esos  intereses  están  los  morales,  y  sé 
que  si  no  hace  falta  ser  intelectual  — o  inteligente, 
que  es  más  claro —  para  entender  de  moralidad  y  sen- 
tirla, lo  impide  ser  materialista  de  fe  y  de  conducta, 
y  sé  también  que  los  intereses  materiales  mismos,  en 
cuanto  materiales,  en  su  materialidad,  es  preciso  saber 
entenderlos  y  que  no  es  lícito  desatender  a  los  hijos 
dejándoles  sin  escuela  o  encerrándole  a  estudiar  o  a 
dormir  en  una  pocilga,  por  retener  al  alojado,  aunque 
nos  deje  cuatro  cuartos  o  cuarenta  de  ganancia  al  día. 

Y  por  lo  que  hace  a  un  pueblo,  he  creído  y  creo 
que  no  le  es  lícito  descuidar  lo  obligatorio  por  lo 
potestativo,  y  habéis  de  permitirme  también  que  yo, 
patriota  como  el  que  más,  pero  rector  de  una  Uni- 
versidad, crea  que  sólo  en  tiempo  de  guerra  se  puede 
y  hasta  debe  convertirse  un  templo  en  una  caballeriza, 
si  no  hay  otra,  y  que  cada  cual  rece  en  su  casa  pi- 
diendo a  Dios  la  victoria,  o  a  convertir  en  cuartel 
una  escuela  y  que  los  estudiantes  estudien  en  sus 
hogares  o  al  aire  libre  o  en  cualquier  tugurio  impro- 
visado. 

E  invoco  aquí  mi  función  pública,  porque  creo  que 
es  un  deber  de  la  Universidad  española  no  sólo  pre- 
parar técnicamente  para  una  profesión  a  la  juventud 
estudiosa,  sino  difundir  la  idealidad  y  la  espirituali- 
dad, oponerse  a  filisteos  y  beocios,  levantar  la  con- 
ciencia pública  en  lo  que  ésta  tenga  de  más  humano  y 
puro,  hacer  intelectualidad,  en  una  palabra;  o  mejor 
dicho,  inteligencia.  Y  ésta  es  la  verdadera  extensión 
universitaria ;  ésta  y  no  otra.  Tenemos  que  oponernos 
al...  iba  a  caer  en  la  tentación  de  llamarlo  sancho- 
pancismo;  pero  no  quiero  insultar  al  grande,  al  bue- 
no, al  noble  Sancho  Panza,  al  heroico  escudero  de 
Don  Quijote. 

Si  la  Universidad  de  una  pequeña  capital  provin- 
ciana como  ésta  no  sirve  para  hacerla  una  ciudad 
universitaria  en  el  más  noble  sentido,  es  decir,  pre- 


fí  R  A  S  COMPLETAS 


845 


ocupada  de  los  eternos  problemas  humanos,  del  arte, 
de  la  ciencia,  de  la  ética,  de  la  religión,  y  llena  de 
un  espíritu  de  elevación  intelectual  y  moral ;  si  no 
sirve  más  que  para  atraer  unos  cientos  más  de  veci- 
nos — consumidores  y  contribuyentes —  como  profe- 
sores y  alumnos,  y  para  facilitar  a  los  jóvenes  de  ella 
y  su  región  la  adquisición  de  un  título  académico; 
si  no  ha  de  servir  de  otra  cosa,  vale  más  que  la  su- 
priman de  una  vez  y  conviertan  su  vieja  casa  en  fá- 
brica de  cualquier  cosa  o  en  hotel  de  turistas.  Y  en 
esta  ciudad  de  Salamanca,  cuyo  nombre  va  unido 
siempre  al  de  su  Universidad  por  el  mundo  — ¡  y  el 
nombre  es  algo ! —  no  deben  ni  pueden  dar  el  tono 
— ¡  deplorable  tono  ! —  de  su  conciencia  pública  los 
menos  intelectuales,  los  menos  idealistas,  los  menos 
religiosos,  los  de  menor  y  más  bajo  espíritu,  los  me- 
nos morales,  en  fin ;  sean  beocios,  filisteos,  cazurros, 
pusilánimes,  usureros,  jugadores  o  vividores. 

Pero  es  tan  triste,  señores,  la  seducción  sutil  del 
ambiente  que  hasta  a  nosotros  mismos,  a  los  universi- 
tarios, a  los  que  deberíamos  ser  los  sacerdotes  de  la 
espiritualidad,  del  culto  a  la  belleza,  a  la  verdad  y 
a  la  justicia,  nos  lleva,  no  a  bajas  acciones  tal  vez, 
no  a  una  vida  degradante  de  miserias  morales  y  de 
expedientes  poco  dignos,  pero  sí  a  las  veces  a  una 
vida  de  disipación  y  de  oquedad  y  de  superficialidad, 
haciéndonos  pasar,  no  breves  horas,  de  honesto  es- 
parcimiento sino  tardes  enteras  y  durante  enteros 
meses  agarrados  al  libro  de  las  cuarenta  hojas,  aun- 
que sea  en  el  semi-inocente  tresillo  y  el  inocentísimo 
tuteo  o  las  anti-estéticas  fichas  del  dominó.  Es  acaso 
la  necesidad  de  descansar  de  la  abrumadora  fatiga 
de  nuestro  trabajo  agotador. 

He  recorrido  no  pocas  capitales  y  no  pocos  pueblos 
de  nuestra  España,  y,  os  lo  he  de  decir  con  la  fran- 
queza de  que  hago  siempre  alarde,  cuando  he  ido  en 
ellos  a  buscar  a  los  elementos  más  intelectuales,  es 


846 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


decir,  a  los  más  preocupados  por  las  cosas  del  espí- 
ritu y  a  los  que  encauzan  los  problemas  todos  por  el 
lado  de  su  mayor  espiritualidad,  por  el  lado  del  inte- 
rés más  permanente,  más  puro,  más  humano  y,  si 
cabe  así  decirlo,  más  desinteresado,  no  he  solido  en- 
contrarlos, con  rarísimas  excepciones,  en  aquellos  ins- 
titutos que  deben  ser  los  templos  del  culto  a  la  espi- 
ritualidad y  al  desinterés. 

Por  eso  es,  modestos  y  honrados  dependientes  del 
comercio  de  Salamanca,  que  me  vuelvo  hoy  a  vos- 
otros, y  perdonadme  si  no  he  querido  contenerme  y 
dejo  así  verterse  la  indignación  que  me  llena  el  pecho 
y  que  he  ido  rejuntando  estos  días,  en  el  silencio  de 
mi  cuarto  de  estudio,  agobiado  bajo  la  amarga  ola  de 
la  farsa  que  nos  rodea  y  me  amarga.  Y  para  no  volver 
atrás,  he  traído  todo  esto  por  escrito.  Olvidadlo  si 
queréis  y  podéis,  y  que  aparezcan  como  dichas  estas 
mis  palabras  para  los  que  creen  de  su  oficio  dar  cuenta 
pública  de  estos  actos. 

No  es  acaso  éste  el  lugar,  ni  es  ésta  la  ocasión  de 
semejante  desahogo,  y  debí  esperar  mejor  coyuntura, 
que  ella  se  me  ofrecerá,  para  dejar  salir  por  la  boca 
lo  que  del  corazón  me  rebosa,  y  dejarlo  salir  más  cla- 
ramente, más  directamente,  más  concretamente,  apun- 
tando al  bulto  cuando  sea  preciso.  Ocasión  tendré  de 
hablar  del  pandillaje  comanditario  que  explota  la  char- 
ca de  aguas  quietas  y  mefíticas  de  donde  se  levanta 
el  germen  de  la  modorra  moral.  Ocasión  tendré  de 
hablar  de  esta  política  que  no  es  política,  y  de  todas 
las  miserias  de  esta  gran  casa  de  administración. 

Entre  tanto,  podré  ir  por  esos  lugares  y  aldeas 
predicando  la  buena  nueva  a  los  parias  del  terruño. 
Es  fácil  que  de  ahí  venga  la  salvación  a  esta  ciudad. 

Porque  la  ciudad,  lo  he  dicho  antes  de  ahora,  la 
ciudad,  que  debe  ser  fuente  y  asiento  de  civilización, 
ya  que  la  civilización  es  civil  o  ciudadana ;  la  ciudad 
aquí,  lejos  de  influir  en  el  campo,  en  el  pobre  campo 


OBRAS  COMPLETAS 


847 


esclavo  de  latifundios  y  de  usuras,  se  deja  influir  por 
él.  Todos  los  años,  en  la  época  de  la  recolección,  cru- 
zan nuestras  calles  carros  cargados  de  mieses,  camino 
de  las  paneras  en  que  depositan  el  amargo  tributo  de 
la  renta,  dejando  las  urbanas  vías  oliendo  a  tamo.  Y  la 
ciudad,  la  ciudad  de  terratenientes,  y  más  que  de  ellos, 
de  sus  administradores,  se  queda  en  su  modorra. 

Y  es  por  esto  por  lo  que  hay  que  oír  a  nuestros 
ociosos  de  círculo,  entre  jugada  y  jugada,  comentar 
esas  peligrosas  predicaciones  con  que  se  trata  de  des- 
pertar la  dormida  conciencia  del  campesino  y  hacerle 
ver  que  no  es  lícito  endeudarse  para  pagar  la  renta, 
cuando  para  ella  no  se  saca.  Hay  que  oír  a  los  que 
apenas  ven  en  el  campo  sino  materia  administrable  o 
coto  de  caza  y  de  expansiones. 

La  sacudida  moral  que  puede  dar  tono  de  espiritua- 
lidad a  esta  vieja  ciudad  sólo  la  espero  ya  de  una 
presión  de  fuera,  de  los  campesinos  que  la  rodean,  y 
de  una  presión  que  desde  dentro  hagan  las  clases, 
como  la  vuestra,  desheredadas  y  ansiosas  de  justicia 
y  de  pan  del  espíritu  tanto  como  el  del  cuerpo.  Sólo 
vuestra  presión  puede  obligar  a  los  favorecidos  de  la 
fortuna  a  que  no  sigan  teniendo  en  barbecho  sus 
inteligencias  y  sus  corazones. 

He  aquí  por  qué  me  felicito,  como  de  un  fausto  su- 
ceso, de  que  os  hayáis  asociado,  esperando  que  os  in- 
corporéis en  solidaridad  de  intereses  y  de  ideales  a 
la  asociación  general  de  los  trabajadores  todos,  y  no 
sólo  de  la  ciudad  misma,  sino  del  campo. 

Reciente  tenéis  un  caso  del  poder  de  asociación,  y 
es  el  magnífico  resultado  que  obtuvo  la  última  huelga 
de  obreros  de  la  ciudad,  los  del  ramo  de  construcción, 
imponiendo  la  asociación  forzosa,  único  recurso  frente 
a  la  gran  mentira,  a  la  mentira  abominable,  a  la  pa- 
traña hipócrita  y  vergonzosa  de  la  libertad  de  con- 
tratación — indigna  sofistería  del  execrable  individua- 
lismo burgués —  y  que  no  es  sino  un  embuste  mien- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


tras  el  Estado  proteja  un  régimen  de  excepción  y  de 
privilegio.  Pues  ello  equivale  a  pedir  uno  de  los  com- 
batientes que  se  les  deje  a  los  dos  libres  las  manos, 
porque  sabe  que  el  otro  tiene  grillos  en  los  pies,  no 
pisará  jamás  tierra  que  sea  suya  y  se  verá  sitiado  por 
hambre  adondequiera  que  dirija  sus  pasos.  Y  es  que 
las  cosas  han  venido  a  tal  estado  de  confusión  inte- 
lectual, y  más  aún  que  intelectual  moral,  que  suele 
asegurar  que  da  de  comer  a  tantos  o  cuantos  obreros 
a  que  emplea  el  empresario  que  de  ellos,  del  fruto  de 
su  trabajo,  come,  cuando  no  se  los  come  a  ellos 
mismos. 

Cierto  es  que  esa  brava  y  justisima  batalla  que  los 
obreros  salmantinos  ganaron  el  verano  pasado,  esa 
última  huelga,  no  se  ganó  sólo  por  la  laudabilísima 
imparcialidad  y  prudencia  de  la  autoridad  civil  supre- 
ma, que  fué  menester  su  cachito  de  motín  femenino  y 
acaso  de  amenaza  para  ablandar  los  corazones,  ya 
que  no  las  cabezas  — éstas  son  inablandables —  de 
nuestros  burgueses  empresarios;  cierto  es,  además, 
que  acaso  se  llegó  en  ella  a  alguna,  muy  pequeña  vía 
de  heclio ;  pero  ¡qué  se  le  ha  de  hacer...!,  son  inevi- 
tables incidentes  de  la  lucha,  y  si,  como  dijo  un  amar- 
go ironista,  no  tienen  derecho  a  pedir  que  se  les  pa- 
gue mejor  unos  maestros  que  no  han  sabido  educar 
una  generación  que  les  pague,  tampoco  tienen  dere- 
cho a  pedir  a  los  obreros  más  cultos  procedimientos 
los  que  les  han  estado  tratando  inculta  y  despótica- 
mente durante  siglos,  los  que  no  saben  invocar  sino 
el  orden  — el  que  ellos  han  hecho —  apoyado  en  la 
fuerza  pública.  Y,  además,  triste  es  confesarlo,  acaso 
se  llegó  a  alguna  pequeña  vía  de  hecho,  pero  hay 
argumentos  contundentes  que  son  los  únicos  eficaces 
cuando  hemos  venido  a  tal  punto  que  sólo  nos  duele 
en  el  bolsillo  o  en  las  costillas. 

Y  no  sirve  la  caridad,  no  os  hagáis  ilusiones.  La 
limosna  es  un  medio  de  mantener  un  ejército  de  re- 


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serva,  y  los  más  de  los  que  fundan  o  protegen  asilos 
es  porque  antes  contribuyeron  a  hacer  los  asilados. 

Unios,  sí,  unios  para  defender  vuestros  intereses; 
unios  para  despertar  una  conciencia,  un  ideal  colectivo, 
pero  unios  también  para  contribuir  a  levantar  a  este 
pueblo  (!e  la  postración  moral  en  que  se  encuentra. 
Sólo  de  la  unión,  de  la  verdadera  unión  de  los  asala- 
riados podemos  esperar  una  cierta  tonalidad  ética, 
dig-o  aún  más,  ascética,  un  aliento  de  religiosidad 
civil.  Ha  sido  el  partido  obrero  en  España,  el  de  los 
obreros  con  ideal  colectivo,  el  que  ha  declarado  gue- 
rra a  las  tabernas  y  a  lo  tabernario ;  ha  sido  ese  par- 
tido y  casi  él  solo  el  que  ha  predicado  contra  la  fiesta 
estúpida  y  estupidizadora  de  las  corridas  de  toros,  y 
es  su  vocero  en  el  Parlamento  el  que  en  estos  mismos 
días  eleva  su  voz  denunciando  la  tolerancia  de  las 
autoridades  para  con  el  juego,  otro  vicio  estúpido  y 
estupidizador  en  (¡ue  caen  los  corazones  vacíos  y  las 
cabezas  hueras. 

Vosotros,  dependientes  del  comercio  de  Salamanca, 
sois  la  m.ayoría  jóvenes,  jóvenes  de  alma  al  menos; 
no  os  ha  fatigado  el  espíritu  una  instrucción  técnica 
falta  de  calor  y  de  idealidad :  no  padecéis,  me  com- 
plazco en  creerlo,  el  frío  escepticismo  de  una  prema- 
tura vejez  del  alma ;  no  estáis  inficionados  de  ese 
egoísmo  cobarde  y  cazurro  de  nuestra  burguesía.  Y 
creo,  además,  dejádmelo  creer,  que  arde  en  el  fondo 
de  vuestro  pecho  el  fuego  santo  de  la  religiosidad. 

De  la  religiosidad,  sí :  porque,  credmelo,  en  el 
fondo  de  ese  tristí^inu)  y  lamentable  estado  de  nuestra 
postración  moral,  que  como  en  bosquejo  os  he  esbo- 
zado esta  tarde  — el  cuadro  queda  para  otra  (icasión — , 
lo  que  hay  es,  o  una  religión  de  rutina,  de  puro  hábito, 
la  gazmoñería  del  usurero  que  presta  al  30  por  100 
y  oye  misa  diaria,  o  una  librepensaduría  que  no  es 
más  que  el  materialismo  estúpido  de  los  que  se  creen 
libres  de  añejas  supersticiones. 


850 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


He  oído  más  de  una  vez  y  a  más  de  uno  manifestar 
su  incredulidad  en  el  más  noble  y  alto  destino-  del 
hombre,  y  manifestarla  sin  pesar  y  como  algo  que  se 
acepta  de  grado  y  no  que  se  sufre  a  despecho  y  con 
angustia,  y  pedir  luego,  no  sé  a  nombre  de  qué,  que 
se  contengan  los  desmanes  del  pueblo  ansioso  de 
bienes  que  los  otros  monopolizan.  ¡  Y  a  esto  se  suele 
llamar  entre  nosotros  ser  avanzado  en  ideas ! 

Recuerdo  ahora  una  celebérrima  novela  alemana 
de  Freitag,  en  que  en  los  tiempos  en  que  aún  palpi- 
taba el  romanticismo  en  la  vieja  Alemania,  la  de  los 
trinos  del  ruiseñor  al  claror  de  la  luna,  se  hacía  en 
ella  el  relato  de  los  tesoros  que  se  encerraban  en  un 
corazón  doblado  lo  más  del  día  sobre  los  folios  de  un 
libro  de  caja  o  que  palpitaba  sosegado  entre  los  pa- 
quetes de  un  almacén  de  pañería.  Yo  quiero  creer 
que  aquello  fué  más  que  un  sueño  de  poeta;  yo  quie- 
ro creer  que  vosotros,  los  horteras  — haced  de  esta 
palabra  un  título  de  gloria — ,  haréis  lo  que  no  hacen 
los  señoritos,  ni  los  señores,  ni  los  señorones;  esos 
señoritos  que  son  la  peste  inmunda  de  nuestras  ciu- 
dades, esos  desgraciados  a  la  caza  de  la  dote  o  del 
momio  o  de  la  fruta  del  cercado  ajeno,  y  esos  señores 
y  señorones  que,  o  se  arruinan  estúpidamente,  o  se 
enriquecen,  más  estúpidamente  aún,  por  el  más  sórdido 
ahorro  y  estrujando  a  los  que  le  hacen  a  su  capital 
echar  crías. 

Nosotros  todos,  vuestros  principales  los  primeros, 
tenemos  que  felicitarnos  de  este  vuestro  acuerdo  de 
asociaros.  En  cierta  ocasión  dije  a  una  sociedad  de 
estudiantes  que  sólo  espero  el  despertar  de  nosotros 
sus  maestros;  de  que  ellos,  asociándose,  nos  exijan, 
no  que  les  aprobemos,  sino  que  les  enseñemos,  y  nos 
obliguen  a  que,  para  enseñarles  como  se  debe,  apren- 
damos nosotros;  que  sólo  ellos,  nuestros  discípulos, 
pueden  suplir  el  abandono  moral  en  que  el  Estado  que 
nos  paga  nos  tiene  al  no  inspeccionar  nuestra  labor 


OBRAS  COMPLETAS 


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técnica  ni  exigirnos  sino  a  lo  sumo  la  rutina  externa 
y  casi  sólo  litúrgica  de  la  asistencia  a  clase.  Y  si  esto 
dije  yo,  maestro  oficial  de  estudiantes,  a  una  sociedad 
de  ellos,  digo  ahora  a  vuestros  principales  y  patronos, 
dependientes  del  comercio  de  Salamanca,  que  esta 
vuestra  asociación  puede  y  debe  ser  un  acicate  para 
que  no  se  duerman  ellos  en  su  rutina,  para  que  des- 
pierten al  sentimiento  de  más  hondos  deberes  que  los 
que  hasta  hoy  han  cumplido. 

No  importa  que  frente  a  las  asociaciones  de  asala- 
riados se  formen  asociaciones  de  asalariadores.  Así 
es  y  así  tiene  que  ser  y  debe  ser  así.  Porque  de  ello 
nacen  luchas  fecundas  y  nobles,  que  se  trasportan 
pronto  a  la  región  de  la  idea,  luchas  de  elevado  carác- 
ter social,  conflictos  de  doctrinas.  Y  son  estas  luchas 
las  únicas  que,  llenando  el  alma  de  nobles  aspiracio- 
nes, la  libran  de  caer  en  vicios,  más  que  degradantes, 
estupidizadores.  Son  esas  luchas  las  luchas  económico- 
sociales,  políticas,  religiosas,  de  principios  y  de  idea- 
les, las  que  pueden  hacer  que  al  amparo  del  follaje  de 
doradas  piedras  henchido  de  recuerdos  del  Renaci- 
miento, de  esta  un  tiempo  gloriosa  ciudad  de  Sala- 
manca — cuando  no  era  aquí  todo  por  ella  y  para  ella, 
sino  que  era  ella  misma  para  la  cultura  y  la  religio- 
sidad patrias — ,  al  amparo  de  ese  prestigio  de  los  si- 
glos, surja  un  alma  nueva,  digna  de  los  grandes  hu- 
manistas y  moralistas,  digna  de  los  grandes  místicos 
y  los  grandes  patriotas  que  aquí  nutrieron  su  espíritu 
quijotesco  con  el  meollo  de  león  de  los  principios 
inmortales  de  una  vida  elevada  y  pura,  y  vuelva  a  ser 
éste  un  templo,  no  sólo  de  la  ciencia,  sino  de  la  sabi- 
duría, de  la  fortaleza,  de  la  prudencia  y  de  la  tem- 
planza, de  la  justicia,  de  la  generosidad,  y  queden 
allá  en  la  sombra,  en  el  retrete  de  lo  inexcusable,  todas 
las  ineludibles  flaquezas  humanas,  avergonzadas  ante 
la  luz  del  nuevo  día.  Y  entonces,  cuando  Salamanca 
signifique  la  verdad,  la  justicia,  la  belleza,  la  cultura 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


y  no  mezquinos  intereses  pasajeros  y  no  siempre  ni 
todos  legítimos,  entonces  y  sólo  entonces  podremos 
decir  a  boca  llena :  ¡  Todo  por  Salamanca  y  para  Sa- 
lamanca ! 

Hasta  que  este  día  bendito  llegue,  podremos  prepa- 
rarlo, y  es  para  ello  para  lo  que  reclamo  vuestro  con- 
curso, como  el  de  todos  los  que  aquí  vivan  y  sean  de 
pura  y  desinteresada  voluntad.  Podemos  todos  consti- 
tuir tácitamente,  sin  reglamento,  sin  junta  directiva, 
sin  formalidades  semejantes,  una  asociación  para  el 
fomento  de  Salamanca.  Para  su  fomento  integral,  se 
entiende;  mas  ante  todo  y  sobre  todo,  para  el  cultu- 
ral. No  puede  esta  ciudad,  ni  su  clima,  ni  su  posición 
se  lo  permiten,  ser  una  casa  de  placeres  para  los  des- 
ocupados de  fuera  y  los  cazadores  de  goces ;  no  pue- 
de, ¡  loado  sea  Dios  por  ello !,  ser  una  de  esas  ciu- 
dades que  compran  un  esplendor  material  puramente 
externo  a  costa,  acaso,  de  su  propia  dignidad.  Esta 
ciudad  no  puede  ser  sino  un  templo,  el  primer  templo 
de  la  cultura  patria. 

Y  si  yo  lograra  contribuir  a  que  así  sea,  podría  ce- 
rrar tranquilo  para  siempre  mis  ojos  a  la  luz  clara  de 
este  desnudo  sol  de  Castilla,  que  ha  hecho  madurar  mi 
espíritu  y  dejar  que  esta  tierra  parda,  madre  de  espe- 
ranzas eternizadoras,  arropara  a  mi  corazón  al  parar- 
se éste  y  descansar  seguro  de  que  vuestros  hijos  re- 
cordarán con  piedad  mi  obra.  Que  quiero  sea  nuestra 
obra,  la  de  todos,  penetrados  de  la  gravísima  respon- 
sabilidad que  sobre  nosotros  gravita :  la  de  hacer  que 
sea  digna  de  su  nombre  glorioso  esta  Salamanca,  cifra 
tradicional  de  la  clásica  cultura  española. 

Intervinieron  en  el  acto,  que  terminó  con  este  dis- 
curso, los  siguientes  oradores:  Víctor  Muías,  presi- 
dente de  la  Sociedad  de  Dependientes :  Angel  Bolao, 
tenedor  de  libros;  Gregorio  Fraile,  Mariano  Núñcz 
y  Tomás  Elorriefa,  catedrático  de  la  Uniz'crsidad. 

[Texto  de  El  Salmantino,  11,  XI,  1912.] 


CONFERENCIA  LEIDA  EN  EL  ATENEO  DE 
.MADRID  EL  25  DE  NOVIEMBRE  DE  1914 


Lo  QUE  HA  DE  SER  UN  ReCTOR  EN  EsPaSa 

Me  habéis  llamado,  señores  y  amigos  míos,  pidién- 
dome que  os  diga  lo  que  a  mi  juicio  debe  ser  un 
Rector  en  la  Uiversidad  española,  ya  que  se  me  ha 
destituido  de  tal  cargo,  después  de  haberlo  ejercido 
cerca  de  catorce  años  en  la  vieja  Universidad  sal- 
mantina, y  diciendo  que  lo  he  llenado  de  una  manera 
detestable.  Y  no  puedo  deciros  cómo  creo  que  debe 
ser  un  Rector,  sin  exponeros  lo  que  como  tal  he  que- 
rido ser,  y  mis  esfuerzos  para  acomodar  a  ese  ideal  de 
la  rectoría  la  realidad  del  oficio.  Juzguen,  pues,  los 
que  no  conocen  mi  labor  en  el  rectorado  y  hablan  de 
ella  sobre  puras  leyendas,  a  las  veces  fraguadas  con 
insidia,  con  lijereza  otras,  como  quisieren;  ni  lo  que 
otros  creen  de  mí  ni  lo  que  yo  de  mí  mismo  creo 
tiene  valor  alguno  junto  al  homljre  efectivo  para  la 
sociedad,  que  es  el  que  se  quiere  ser. 

Lo  que  he  de  deciros  esta  noche  deseo  que  tenga 
un  valor  impersonal  y  social,  objetivo,  pero  me  es 
imposible  exponéroslo  sin  referirme  de  continuo,  como 
a  base  concreta,  histórica,  hasta  anecdótica,  a  mi  pro- 
pia acción.  Y  así  tengo  que  empezar  por  exponeros 
los  antecedentes  de  la  destitución,  por  su  forma  ente- 
ramente desusada  y  nada  cortés,  de  que  fui  objeto. 
No  precedió  a  ella,  lo  he  dicho  ya,  ni  aviso,  ni  amo- 
nestación o  reconvención,  ni  rozamiento,  ni  petición 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


de  explicaciones  o  de  dimisión.  Y  se  esperó  a  que 
hubiese  acabado  el  curso,  y  se  tomaron  precauciones 
para  ahogar,  aprovechándose  del  ambiente  de  cobar- 
día y  pordiosería,  la  más  humilde  y  leve  protesta  que 
pudiera  haberse  alzado. 

A  fines  del  año  pasado,  cuando  se  preparaban  las 
elecciones  de  diputados  a  Cortes  y  Senadores,  algunos 
de  mis  compañeros  y  amigos  de  claustro  pensaron 
en  mí  para  llevarme,  como  representante  de  la  Uni- 
versidad misma  que  regía,  al  Senado.  Acepté  la  ofer- 
ta, pero  haciendo  constar  que  ni  pediría  el  voto  a  na- 
die ni  iría  al  Senado  uncido  a  ninguno  de  los  parti- 
dos políticos  con  jefe  reconocido,  y  no  digo  con 
programa,  porque  los  más  de  ellos  carecen  de  él. 
Frente  a  mí  se  hallaba  como  candidato  el  que  venía 
siendo  senador,  un  romanonista  más.  Más  de  una 
vez  por  aquellos  días  uno  de  mis  compañeros  me 
instó  a  que  escribiese  a  su  jefe  político,  sin  duda  re- 
cabando su  exequátur,  pero  me  negué  a  ello.  Y  aqui 
está  el  nudo  del  asunto.  Vine  a  esta  Corte  a  primeros 
de  año,  fui  a  ver  al  Ministro,  y  lo  primero  que  éste 
me  dijo  es  que  iba  a  declarar  incompatible  el  cargo 
de  rector  de  una  Universidad  cualquiera  con  el  hecho 
de  presentarse  candidato  a  la  senaduría  por  la  misma 
Universidad.  Le  dije  que  yo  no  me  presentaba,  si  no 
me  presentaban,  pero  que  puesto  a  elegir  optaba  por 
el  rectorado  y  no  por  la  senaduría,  pues  creía  poder 
hacer  más  en  aquél  que  en  este  cargo.  Ofrecióme  com- 
pensación • — no  sé  bien  de  qué —  y  hacer  que  se  me 
sacara  senador  por  otra  Universidad  o  por  una  pro- 
vincia cualquiera  —llegó  a  hablarme  de  Málaga — , 
añadiendo  que  no  me  pedía  declaración  alguna  polí- 
tica y  hasta  podía  ser  antiministerial.  Bien  compren- 
dí entonces  que  era  una  manera  sutil  de  pedirme  la 
ta]  declaración,  y  no  precisamente  de  ministerialismo. 
Hubiera  yo  entonces  declarado  que  me  debía  políti- 
camente al  jefe  aquel  a  quien  mi  compañero  me  ins- 


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taba  a  que  escribiese  pidiéndole  la  bendición  política 
y  no  apostólica,  y  a  estas  horas  seguiría  siendo  rec- 
tor y  a  la  vez  senador  de  la  Universidad  de  Salaman- 
ca mediante  una  combinación  tan  cínicamente  inge- 
niosa como  la  que  se  empleó  con  el  de  Zaragoza.  Pero 
supe  conservar  mi  dignidad  y  no  vender  mi  concien- 
cia ingresando  en  una  bandería  cuyo  único  dogma  es 
la  jefatura  de  un  hombre,  del  verdadero  dueño,  de 
la  actual  situación  política.  Por  aquellos  mismos  días 
tuve  ocasión  de  cruzar  unas  palabras  con  ese  hom- 
bre en  esta  misma  sala  en  que  os  hablo,  y  después 
de  decirme:  "Ya  sabrá  usted  que  Fulano  — aquí  el 
nombre  de  su  mesnadero  ex  senador  por  nuestra  Uni- 
versidad y  aspirante  a  volver  a  serlo —  es  de  los  míos 
— ¡así! — ,  es  romanonista"  ;  añadió:  "¡Por  supues- 
to, frente  a  usted,  nunca !".  Y  ya  para  entonces  te- 
nía tramado  con  el  Ministro  — que  acaso  es  también 
de  los  suyos,  o  ambos  de  una  sola  y  misma  carnada — 
lo  de  la  incompatibilidad.  Es  mucha  la  habilidad  y 
listeza  de  los  listos,  sobre  todo  cuando  los  otros  son... 
¡  lo  que  somos  en  España  los  no  listos,  los  borregos  ! 

No  me  presté  a  que  la  Universidad  de  Salamanca 
siguiera  apareciendo  como  un  colegio  electoral,  al 
albedrío  de  ese  hombre,  ni  menos  yo  con  la  hierra  de 
su  mesnada  sobre  mi  conciencia ;  no  salí  senador  ni 
por  mi  Universidad  ni  por  otra  corporación  alguna ; 
pero  tampoco  triunfó  en  nuestra  vieja  Escuela,  libre 
una  vez  siquiera  de  vergonzosos  yugos,  el  que  la  ve- 
nía, al  parecer,  representando,  sino  un  miembro  de 
su  claustro,  un  compañero,  politico  ciertamente  y  has- 
ta ministerial.  /  Ministerial?  Del  Consejo  de  Minis- 
tros tal  vez,  pero  no  del  ministro  de  Instrucción  Pú- 
blica y  Bellas  Artes.  No,  el  ministro  se  debía  en  ese 
punto  al  hombre  que  os  decía.  Y  se  consumó  el  ho- 
rrendo pecado  político  de  que  la  vieja  Universidad 
de  Salamanca  no  siguiera  apareciendo  como  un  florón 
— así  la  habían  llamado —  de  la  electorería  de  esa 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


partida,  cuyo  contenido  doctrinal  parece  no  ser  otro 
que  la  jefatura  de  un  hombre.  Y  yo  seguí  sin  ren- 
dirme, empeñado  en  hacer  a  mi  modo  política  liberal, 
muy  liberal,  verdaderamente  liberal  — y  del  liberalis- 
mo que  dicen  ser  pecado,  del  verdadero,  no  del  otro — ; 
pero  sin  tolerar  la  hierra  de  la  mesnada.  Y  entonces 
quedó  decretada  por  ese  hombre,  a  quien  el  actual 
Gobierno  aparece  rendido,  mi  destitución.  Y  os  digo 
que  ese  acto  lo  fué  de  parte  del  ministro  de  debili- 
dad y  no  de  energía.  Como  casi  todos  los  suyos. 

Fui,  pues,  destituido  por  haber  dado  ocasión  a  que 
saliera  senador  por  la  Universidad  un  ministerial  del 
actual  Gobierno  conservador  — ¡  y  tan  conservador  ! — , 
o  por  lo  menos  del  actual  Presidente  del  Congreso, 
pero  no  del  Ministerio  de  Instrucción  Pública,  es  de- 
cir, de  Romanones.  Y  buena  prueba  es  que  para  nada 
se  contó  en  ello,  como  en  casos  tales  se  acostumbra, 
con  el  senador  ministerial  de  la  Universidad. 

¿Que  es  todo  esto  muy  bajo?  ¡Ah;  bien  quisiera, 
señores  y  amigos,  haber  sido  víctima  y  mártir  de 
más  altos  conflictos  de  ideas  y  pasiones  y  poder  ha- 
blaros del  poderío  de  la  reacción  o  de  la  plutocracia, 
pero  las  cosas  son  así !  No  faltará  quien  salga  de  aquí 
diciendo,  estoy  de  ello  seguro,  que  no  elevo  la  cues- 
tión, que  me  chapuzo  en  infectas  pequeñeces  prag- 
máticas   de    politiquilla   de    intriga   y  encrucijada. 

¿A  dónde  queréis  que  me  eleve,  perdiendo  tierra  y 
contacto  con  la  realidad  ?  i  Creéis  que  cabe  elevar 
nada  con  la  realidad  política  y  social  que  nos  envuel- 
ve, estruja  y  aplasta  ?  Quien  no  quiera  perder  su  tiem- 
po y  su  esfuerzo  cerniéndose  sobre  las  nubes,  tiene 
que  bajar  a  la  ciénaga  y  revolverla  y  hacer  que  su 
mefitis  sacuda  nuestra  modorra  aterradora.  No,  no 
quiero,  no  puedo,  no  debo  elevar  lo  que  es  tan  bajo. 
Al  dragón  no  se  le  combate  desde  encima  de  las  nu- 
bes, desde  donde  ni  siquiera  se  le  ve.  El  dragón  vive 
en  el  fango  y  del  fango.  La  hercúlea  tarea  hoy  en 


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España  es  la  de  limpiar  el  establo  de  Augias.  El  más 
urgente  trabajo  es  un  trabajo  de  higiene  social. 

Presumo  que  algunos  de  vosotros,  los  que  me  ha- 
béis llamado,  os  llamaréis  a  engaño,  que  no  era  esto 
que  os  digo  lo  que  esperabais  os  dijese.  Ni  será 
la  primera  vez  que  esto  me  ocurra.  ¡  Triste  sino  el 
mío !  Mas  debo  atenerme  a  él.  Y  ahora  aquí  hacer 
lo  que  creo  más  eficaz,  no  para  la  mía,  sino  para 
nuestra  causa  común,  para  nuestra  causa  ideal.  De- 
fiendo nuestras  ideas,  pero  como  hay  que  defenderlas 
en  la  presente  realidad  política  española.  ¡  Porque  lo 
que  hago  aquí  hoy  es  política ! 

A  la  beocia  politicista  que  nos  desgobierna  le  im- 
portan poco  las  ideas ;  es  más,  las  aborrece.  Ve  en 
ellas  su  enemigo.  Yo  no  representé  nunca  para  esa 
gente  un  valor  ideal ;  nunca  se  preocuparon  de  mi 
obra  en  el  mundo  de  las  ideas.  Las  ideas  y  la  inteli- 
gencia no  existen  para  ellos.  En  nuestro  Parlamento 
mismo  asustan  las  ideas.  El  más  despectivo  insulto 
entre  esos  hombres  es  el  de  idealista.  Y  poco  se  rei- 
rían si  yo  me  extraviase  esta  noche  en  idealismo. 
Sigo,  pues,  mi  penosa  excursión. 

Vino  la  destitución,  en  la  forma  menos  cortés  y 
más  grosera  posible,  a  mansalva  y  con  alevosía,  como 
quien  teme  que,  puesto  yo  en  guardia,  hubiese  podido 
deshacer  intrigas  políticas  y  embustes.  "Indudable- 
mente — me  escribía  el  15  de  setiembre  mi  amigo 
el  señor  Sánchez  Guerra — -  ha  habido  en  todo  eso 
alguna  mala  inteligencia  o  alguna  mala  voluntad  de 
las  personas  informadoras."  A  las  que  se  oyó  sin 
darme  tiempo  a  deshacer  pretextos.  Mas  os  aseguro, 
puesta  la  mano  sobre  el  corazón,  que  he  sentido  des- 
pués en  la  conciencia  una  honda  sensación  de  alivio. 
No  que  yo  estuviera  dispuesto  a  dimitir,  ¡  eso  nunca  !, 
aunque  el  rectorado  me  cohiljiera  algo,  muy  poco,  y 
me  tralmra  la  libertad  de  ciertos  movimientos  espiri- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


tuales.  Necesitaba  de  él,  necesitaba  del  prestigio  que 
ante  ciertas  gentes  infelices  da  un  cargo  así;  necesi- 
taba de  aquella  posición  entonces  — ¡  hoy  ya  no ! — ,  y 
la  necesitaba  para  mi  obra,  de  que  os  hablaré.  Y  no 
estaba  dispuesto  a  dejarlo.  Es  más,  puesto  a  eleijir 
entre  él  y  la  senaduría,  opté  por  el  rectorado,  porque 
creía  que  mi  obra  estaba  más  allí  que  en  el  Senado. 

Y  cien  veces  dije  a  todo  el  que  lo  quiso  oír  que  lle- 
garía a  ser  ex  rector  destituido,  mas  no  dimisionario. 

Y  es  que  una  destitución  da  prestigio  y  una  dimisión 
lo  quita. 

¡  Pero,  os  lo  repito,  fué  sensación  de  alivio !  Por- 
que para  conservar  el  puesto,  no  llegué  nunca  a  ven- 
der mi  conciencia  ni  a  degradar  mi  dignidad,  pero 
tuve  que  transigir,  siquiera  temporalmente,  con  he- 
diondas miserias  políticas.  En  las  situaciones  conser- 
vadoras todo  iba  bien,  no  se  me  exigía  nada ;  pero 
cuando  en  una  de  esas  ambiguas  y  picarescas  situa- 
ciones, mal  llamadas  liberales,  llegaban  las  elecciones 
senatoriales,  llamada  a  Madrid  por  ese  hombre  y  cí- 
nicos cabildeos  y  recuentos  y  cata  de  votos,  y  hasta 
amenazas  veladas.  Tenía  que  responder  de  que  el 
tristísimo  colegio  electoral  a  que  para  esos  hombres 
se  reduce  un  claustro  universitario,  no  se  desmanda- 
ría. A  solas  sufría  verdaderas  congojas,  diciéndome: 
"¿Y  eres  tú  éste?".  Por  supuesto,  que  ese  hombre 
llegó,  por  tercera  persona,  a  ofrecerme  la  senaduría 
a  mí,  ¡  claro  que  si  iba  mi  nombre,  mi  nombre,  se- 
ñores, mi  nombre  inmaculado,  mi  nombre,  no  man- 
chado con  abyecciones  políticas,  si  iba  mi  nombre  a 
adornar  la  lista  de  sus  mesnadas !  Y  tenía  que  apare- 
cer yo,  yo,  ¡  este  yo  que  tan  reciamente,  tan  loca- 
mente he  defendido !,  tenía  que  aparecer  yo  como 
un  protegido  suyo,  como  un  protegido  de  ese  hombre ! 

¡Ah!,  señores:  si  aquel  cándido  y  atropellado  don 
José  Canalejas,  que  fué  mi  buen  amigo  y  de  quien 
recibí  quejumbrosas  confidencias  la  última  vez  que  le 


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viera,  si  aquel  Canalejas,  a  quien  acabó  de  matar  un 
desgraciado,  víctimas  los  dos  del  mismo  hado  nefas- 
to de  la  patria,  si  Canalejas  pudiese  sacudir  la  tierra 
que  para  siempre  la  cubre  piadosa  y  pudiese  hablar, 
algo  os  diría  de  cosas  que  le  escribí  y  le  dije  cuando 
la  vergüenza  de  sentirme  amenazado,  a  la  vez  que 
protegido  y  convertido  en  agente  del  tinglado  elec- 
toral, hacia  que  mi  conciencia  sufriese  soportando  hu- 
millaciones que  creía  inevitables  para  el  mejor  logro 
de  mis  propósitos  más  altos.  Pero  una  vez  que  tras- 
torné su  casillero,  encontró  mano  de  tercero,  de  cria- 
do, con  que  vengarse. 

¿  Iba  yo  a  correr  el  riesgo  de  que  despreciándome 
— ¡él!,  ¡y  a  mí! — ,  llegase  a  hablar  de  mí  como  le 
he  oído  hablar  de  algunos  de  sus  más  humildes  secua- 
ces ?  ¿  Protegido  de  ese  hombre  ?  No,  protegido,  y  no  lo 
que  en  la  innoble  jerga  político-picaresca  se  llama  así, 
protegido...  sólo  de  mi  patria,  y  como  suprema  repre- 
sentación de  ella  hoy,  ¡  de  mi  rey !  Y  si  no  he  de  ser 
rector  así,  por  la  gracia  de  Dios  y  la  voluntad  na- 
cional, que  el  rey  sanciona;  si  he  de  serlo  bajo  la 
égida  y  con  el  beneplácito  de  un  hombre  así,  ¡  ben- 
dita libertad!,  ¡santa  libertad  la  de  mi  conciencia  de 
patriota  redimido ! 

Uníase  a  lo  dicho  que  aquel  candidato,  ese  de  les 
suyos  de  que  os  decía,  empezó  su  carrera  pública,  no 
sé  bien  de  qué,  al  lado  del  Ministro,  en  la  hueste  de 
aquel  Bosch  y  Fustigueras,  cuyo  nombre,  tristemen- 
te célebre  en  un  tiempo,  la  Piedad  Suprema  va  bo- 
rrando de  las  memorias  de  los  españoles,  y  que  ese 
de  los  suyos  no  se  hartaba  de  decir  que  el  ^linistro 
le  estaba  obligadísimo  porque  él,  el  mesnadero  con- 
dal, había  hecho  catedrático  por  oposición  a  un  hijo 
del  abogado  del  Ministerio. 

Claro  es  que  hubo  en  mi  destitución  algo  más  que 
esto;  pero  de  orden  tan  personal,  que  no  he  de  de- 
clararlo aquí.  En  una  de  las  oficinas  del  Ministerio 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


funcionaba  un  negociado  de  recolección  e  invención 
de  chismes,  embustes,  frases  supuestas  y  quejas  con- 
tra mí  y  parte  de  eso  tengo  soljrado  derecho  para  su 
poner  que  fué  llevado  hasta  las  más  altas  esferas  por 
si  allí  se  me  consideraba  amistosamente.  Y  se  lleva- 
ron otros  pretextos.  El  Ministro  mismo,  para  explicar 
a  un  ilustre  repúblico  que  le  interrogaba  en  privado 
mi  destitución,  tuvo  la  frescura  de  atribuirme,  refi- 
riéndose a  mi  campaña  agraria,  conceptos  y  frases 
que  jamás  he  pronunciado. 

El  de  los  títulos  de  bachiller  extranjeros  a  que  se 
dió  validez  en  la  Secretaría  de  la  Universidad  de  Sa- 
lamanca es,  evidentemente,  un  mero  achaque,  y  que 
por  cierto  no  honra  mucho  la  supuesta,  y  no  más 
que  supuesta,  agudeza  del  rábula  que  lo  inventó.  Si 
siempre  fué  atribución  de  los  Ministros  conceder  esa 
validez  con  estas  o  aquellas  condiciones,  ¿a  qué  con- 
ducía que  el  señor  Ruiz  Giménez,  ahora  mudo,  dic- 
tase un  Real  Decreto  declarando  que  en  adelante  se- 
rían válidos,  cumplidos  tales  o  cuales  requisitos  que 
allí  se  cumplieron  ?  Y  buena  prueba  de  que  se  cum- 
plieron es  que,  con  aquel  mismo  expediente,  incoado 
por  los  Padres  Jesuítas  de  Deusto,  verdaderos  pro- 
motores de  aquel  reconocimiento,  acaba  el  mismo  mi- 
nistro de  declarar  válidos  en  España  aquellos  mismos 
títulos.  Cuestión  de  competencia,  se  dirá.  ¿Fué  ella 
nunca,  díganlo  quienes  conocen  nuestras  costumbres, 
motivo  de  una  destitución  airada  y  grosera  como  la 
mía  ?  Y  la  Real  Orden  invalidando  aquello  mismo  a 
que  acaba  de  volver  a  dar  validez  el  ministro  pica- 
pleitos, se  dictó  sin  tener  a  la  vista  el  expediente 
original,  sobre  una  carta  mía,  a  la  que  aún  no  se  me 
ha  contestado,  y  preguntaba  algo  en  ella.  No  acabo 
de  darme  cuenta  de  cómo  ciertos  hombres  logran 
fama  de  listos.  Como  no  se  llame  listeza  a  la  fres- 
cura y  desaprensivo  desdén  a  la  verdad. 

Inventóse  también  el  pretexto  de  no  sé  qué  irre- 


o  B  R  A  S    C  O  M  FLETAS  861 


gularidades  en  el  funcionamiento  de  la  Facultad  de 
Medicina  de  Salamanca.  Y  debo  decir,  en  defensa  de 
esa  pobre  Facultad  vilipendiada,  y  sobre  la  cual,  com(5 
si  fuese  poco  su  precario  y  triste  estado,  corre  una 
calumniosa  leyenda,  que  ni  esas  irregularidades  son 
distintas  de  las  que  en  las  demás  Facultades  de  Me- 
dicina y  otras  se  cometen,  ni  nadie  ha  denunciado 
más  que  yo  al  [Ministerio  — y  testigos  de  excepción 
son  mis  l)ucn()s  amigos  don  Santiago  Alba  y  don 
Amos  Salvador —  las  deficiencias  de  ese  centro,  de- 
bidas, en  su  mayor  parte,  a  la  sistemática  indefen- 
sión en  que  el  Estado  la  tiene.  Pues  que  se  la  esca- 
timan medios  y  no  se  quiere  afrontar  la  anómala  si- 
tuación en  que  el  Flospital  de  Salamanca,  que  debia 
ser  clínico,  está  para  con  ella.  Y  encima  se  la  ca- 
lumnia, como  ha  hecho  el  Ministro  en  el  Senado, 
afirmando  a  su  respecto  algo  que  es  falso.  Se  la  tiene 
bajo  una  continua  amenaza,  entre  insultos  y  caricias, 
para  que  sea  buena  chica  y  no  se  desmande,  y  rinda 
pleitesía  al  que  se  supone  su  restaurador. 

¡  Como  que  esa  Facultad,  que  hoy  vive  vilipendio- 
samente bajo  un  triste  sambenito,  del  que  no  se  atre- 
ve a  sacudirse  por  temor  a  ser  suprimida,  no  se  decla- 
ró oficial  sino  para  utilizarla  como  arma  política,  como 
cindadela  de  un  partido,  de  una  bandería  personal 
más  bien,  dent^^o  del  colegio  electoral  universitario! 
Era,  además,  ¡y  es!,  el  principal  comedero  dentro  de 
de  la  Universirlad.  ^'  por  él,  por  el  comedero,  por 
triste  pordiosería  de  profesionales  de  la  cátedra,  llegó 
a  la  tristeza  — ¡  y  bien  se  lo  han  rei)rochado  luego, 
pobrecilla  ! —  de  conceder  un  título  de  licenciado  a 
un  procer,  hermano  del  hombre  que  os  decía,  después 
de  haberle  apuntado  acaso  — tengo  motivos  para  creer- 
lo—  los  trabajos  escritos  con  que  tuvo  que  probar  su 
insuficiencia.  Fechoría  f|ue  se  ha  cometido  en  Facul- 
tades de  otras  Universidades,  y  hasta  con  el  mismo 


862 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


sujeto,  sin  que  el  rumor  de  ignominia  haya  tomado 
cuerpo. 

En  el  Senado,  después  de  llevar  a  él  a  los  proce- 
res — condes,  marqueses,  duques... —  despobladores  de 
la  región  salmantina,  a  los  que  echan  a  los  hombres 
para  poder  cazar  a  los  conejos  u  obtener  más  altas 
rentas,  inventó  el  Ministro  el  pretexto,  hermosísimo 
para  mí,  de  la  campaña  agraria  que  con  algunos  com- 
pañeros de  claustro  he  llevado  a  cabo.  Ni  cuando  vi 
al  Ministro  me  dijo  nada  de  ello,  ni  antes  ni  después 
de  verle,  ni  he  llevado  a  cabo  acto  alguno  de  esa 
campaña  durante  el  tiempo  todo  en  que  ha  sido 
Ministro  el  que  hoy  lo  es.  Y  respecto  a  la  campaña 
misma  demostró  el  Ministro  no  tener  apenas  noticia 
segura  de  su  sentido  y  tendencia.  Bien  es  cierto  que 
hizo  gala  de  sus  profundos  desconocimientos  del  pro- 
blema, llegando  a  confundir  a  Lloyd  George  con  Hen- 
ry  George.  Y  un  abogado  así,  que  no  sabe  callar  lo 
que  ignora  — lo  elemental  de  la  discreción — ,  pasa 
por  polemista  entre  otros  que  saben  menos  que  él, 
por  supuesto,  y  si  ello  es  posible,  ¡  y  llega  a  ministro 
de...  Instrucción! 

Dice  el  Ministro  que  el  cargo  de  rector  es  de  su 
confianza.  Conviene  entendernos.  El  cargo  de  rectoi, 
que  es  y  debe  ser  técnico  y  exige  una  cierta  conti- 
nuidad, no  puede  ni  debe  estar  subordinado  al  Minis- 
tro de  Instrucción  Pública,  como  el  de  un  goberna- 
dor está  al  del  ministro  de  la  Gobernación.  A  me- 
nos que  no  se  considere  al  Rector  sino  como  el  aper- 
nador  máximo  del  colegio  electoral  universitario. 
¿  Que  un  catedrático  puede  expresar  sus  ideas  polí- 
ticas y  sociales  como  quiera  y  un  rector  no ?  ¿Es  que 
el  Rector  no  puede  pensar  y  expresar  su  pensamiento  ? 
i  Es  que  ha  de  pensar  como  el  Ministro?  ¿Y  cuando 
el  Ministro,  como  ahora  sucede,  no  piensa  nada?  Por- 
que, señores,  la  característica  del  Gobierno  actual, 
de  este  Gobierno  de  la  neutralidad  en  todos  sentidos 


OBRAS  COMPLETAS 


863 


y  para  todos  los  problemas,  es  precisamente  ésta:  no 
pensar  nada;  carecer  de  ideas  y  hasta  odiarlas.  ¿Y 
están  obligados  los  que  bajo  de  él  ejercen  cargos 
técnicos  a  profesar  la  insignificancia,  acaso  el  beo- 
cismo. 

i\lás  atribuciones  que  un  Rector  tiene  el  Presidente 
del  Instituto  de  Reformas  Sociales  y  el  de  la  Junta 
de  Ampliación  de  Estudios.  ;  Es  que  a  ningún  minis- 
tro se  le  ha  ocurrido  destituir  a  aquél  por  manifes- 
tar ideas  mucho  más  heterodoxas  para  cualquier  Go- 
bierno monárquico  que  las  por  mí  manifestadas? 

Pero  no  se  trata  de  ideas.  Y  recuerdo  haber  oído 
a  un  director  de  Instituto  de  Segunda  .enseñanza,  po- 
lítico profesional  y  diputado  provincial  perpetuo  y 
de  oficio,  que,  como  tal  director,  se  creía  en  la  obli- 
gación de  votar  siempre,  en  las  elecciones  senatoria- 
les universitarias,  con  el  Gobierno,  fuere  éste  el  que 
fuere.  ¡  Qué  idea  de  la  obligación,  que  parece  debía 
ser  una  categoría  del  orden  moral ! 

¿  Iba  yo  a  decir  como  mi  pobre  sucesor  en  el  cargo 
se  complace  en  repetirlo  de  sí,  que  no  era  más  que 
un  criado  del  Ministro?  No,  no  ha  llegado  nunca  mi 
necesidad  a  tanto. 

Se  ha  dicho  que  apenas  hubo  protesta  por  mí  des- 
titución. De  mis  compañeros  jamás  la  esperé.  Nadie 
les  consultó  cuando  se  me  nombró;  nadie  tampoco 
cuando  se  me  destituyó.  Los  conozco,  además ;  co- 
nozco sus  pasiones  y  conozco  su  cobardía.  Cuidóse 
también  de  amenazarlos  con  burda  habilidad,  amagan- 
do a  aquella  pobre  Facultad  precaria  y  vilipendiosa 
que  os  decía.  De  la  prensa  nada  diré.  Estábamos  y 
estamos  en  época  de  neutralidad;  la  guerra  — y  ello 
es  natural  y  justo —  agota  casi  todo  el  interés  pú- 
blico, y,  además,  todos  sabéis  que  esa  administradora 
del  silencio  y  el  semi-silencio  forma  con  los  políticos 
profesionales  una  asociación  a  la  que  no  deben  ser 
gratos  los  que  rechazan  las  hierras  de  las  mesnadas 


864 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  asaltan  el  presupuesto  de  empleos  y  de  subven- 
ciones directas  e  indirectas. 

Y  bien,  me  diréis,  ¿cómo  crees  que  debe  ser  hoy 
un  rector  de  una  Universidad  española? 

Mas  antes  que  a  ello  os  conteste,  permitidme  un 
momento,  queridos  amigos,  que  me  sincere  de  haber 
tenido  que  descubriros  las  vergonzosas  desnudeces 
que  acabáis  de  ver.  Cuando  el  Dante  bajó  a  los  círcu- 
los del  Infierno  e  hizo  con  ello  una  obra  inmortal,  de 
valor  universal  y  eterno,  no  fué  disertando  so1)re.  la 
culna  y  la  pena,  el  pecado  y  la  justicia  divina,  fino 
mostrándonos  una  serie  de  trágicas  anécdotas  de  do- 
lor y  de  infamia  que  supo  elevar  a  valor  trascendente. 
Era  necesaria  esa  excursión  mía  por  el  tétrico  campo 
infernal  de  nuestro  picarismo  político  que  tanto  di- 
vierte — ¡  desgraciados ! —  a  no  pocos  españoles.  Por- 
que es  terrible  la  admiración,  el  culto  que  se  rinde  al 
que  llaman  hábilj  listo  o  travieso.  Sucede  que  hasta 
al  ver  aparecer  en  un  cine  los  trágicos  contornos  del 
personaje  fúnebre,  el  público,  inconciente,  lo  celebra 
riéndose.  Horas  antes  se  había  extasiado  beatífica- 
mente viendo  estoquear  al  Belmonte,  otro  fenómeno ! 

Y  ahora  paso  a  deciros  algo  de  mi  labor  adminis- 
trativa desde  el  rectorado  de  la  Universidad  de  Sa- 
lamanca, pues  entiendo  que  es  el  mejor  modo  de  res- 
ponder a  vuestra  pregunta  de  lo  que  debe  ser  un 
rector  hoy  en  España. 

""Si  de  algo  se  me  puede  culpar  es  de  haber  acaso  exa- 
gerado mi  estatismo,  mi  respeto  escrupuloso  a  la  ley, 
mi  noción  de  lo  que  debe  ser  el  estricto  cumplimien- 
to del  deber  profesional.  Los  que  se  crean  que  yo 
he  sido  un  rector  durmiente,  distraído  en  otras  fun- 
ciones o  en  quehaceres  literarios  personales,  atento 
sólo  a  firmar  expedientes  y  a  dejar  correr  las  cosas, 
se  equivocan.  Tal  vez  no  fui  en  alguna  ocasión  lo 
anarquista  que  se  debe  ser  en  un  país  en  que  el 


OBRAS  COMPLETAS 


865 


Estado  se  halla  por  hacer.  El  ministro  mismo,  explo- 
tando esa  leyenda,  me  ha  dirigido  elogios,  sin  dere- 
cho a  ello  y  sin  conocer  mi  labor,  y  ha  hablado  de 
mi  extravagancia.  ¡  Qué  honor  el  de  pasar  por  extra- 
vagante entre  los  bergamines ! 

Llevé  con  un  rigor  que,  puedo  decirlo  muy  alto, 
no  se  ha  llevado  en  ninguna  otra  Universidad  espa- 
ñola, el  hacer  que  cada  cual  cumpliera  siquiera  con 
lo  más  externo  de  su  deber.  Negaba  peticiones  abu- 
sivas de  licencia,  informaba  en  verdad  y  justicia  las 
que  por  mi  conducto  se  dirigían  al  Ministro,  diciendo 
alguna  vez  no  ser  cierta,  a  pesar  del  certificado  mé- 
dico, la  dolencia  que  se  alegaba ;  hice  volver  de  su 
pueblo,  adonde  sin  la  debida  licencia  habíase  ido, 
como  de  tapadillo,  un  catedrático,  y  teniendo  que  in- 
vertir casi  un  día  en  el  viaje  — y  como  se  trataba, 
por  cierto,  de  un  perfecto  caballero  y  de  un  pundo- 
norosísimo profesor,  comprendió  mi  conducta  y  que- 
damos aún  más  amigos  que  habíamos  sido — ;  hice 
que  un  mes  se  devolviese  la  paga  de  otro  catedrático 
que  abusaba  de  las  ausencias  y  no  justificó  una  de 
ellas  a  su  tiempo.  Y  en  cambio  puedo  decir  que  en 
los  catorce  años  que  he  sido  Rector,  sólo  una  vez, 
una  vez  sólo,  se  me  advirtió  del  Ministerio,  po- 
dréis figuraros  quién  era  el  ministro,  que  negase  en- 
tonces una  licencia  breve,  de  quince  días,  si  me  la 
pedía  uno  de  los  catedráticos  más  cumplidores  de 
su  deber  — el  actual  senador  por  nuestra  Universi- 
dad— ,  y  ello  porque  la  iba  a  pedir  para  ir  a  traba- 
jar su  elección  de  diputado  a  Cortes  por  uno  de  los 
distritos  de  la  provincia.  ¡  Esta  parece  ser  la  única 
causa  por  la  que  no  se  puede  pedir  licencia !  Y  ha2/ 
un  catedrático  que,  dejando  vacante  su  cátedra  en  la 
Universidad  a  que  está  adscrito  y  por  la  que  cobra,  se 
halla  agregado  en  comisión  a  otra  Universidad,  la 
de  su  pueblo  natal,  donde  no  ejerce  función  alguna 
docente.  Verdad  es  que,  renunciando  a  la  lucha,  deje 


UNAMUNO.  VII. 


866 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


libre  un  distrito  en  las  últimas  elecciones  a  Cortes. 
Y  el  ministro  electorero,  que  decreta  esas  y  otras... 
irregularidades  ■ — en  su  estricto  sentido — ,  ¡  me  niega 
dotes  de  administración  y  gobierno ! 

Yo  inicié  para  los  maestros  de  primera  enseñanza 
el  suprimir  un  artificioso  expediente  en  los  evidentes 
casos  de  abandono  de  destino,  sistema  que  luego  adop- 
tó celoso  el  Ministerio. 

No  sé  a  cuántos  catedráticos  de  Universidad  se 
habrá  jubilado  en  España,  y  no  d  petición  suya,  por 
el  expediente  de  capacidad  que  han  de  incoar  al  cum- 
plir los  setenta  años ;  sólo  sé  que,  de  ésos,  cuatro  lo 
han  sido  por  la  Universidad  de  Salamanca.  Y  lo  fue- 
ron porque  me  negué  a  decir  lo  que  no  fuese  verdad, 
e  hice  que  apareciese  su  verdadero  estado  físico  y 
mental  — -uno  de  ellos  ciego — .  Y  entre  tanto,  se  de- 
clara aptos  para  continuar  en  sus  cargos  a  pobres 
ancianos  totalmente  incapaces,  a  alguno  incapaz  de 
nacimiento  y  no  por  deterioro  de  edad,  y  se  respeta 
a  locos,  a  verdaderos  locos,  haciendo  completamen- 
te inútil  ese  expediente.  Y  si  alguna  vez  se  llegase  a 
jubilar  a  alguno  contra  su  deseo,  sería,  no  lo  du- 
déis, por  motivos  políticos  o  porque  se  necesitaba 
para  algún  paniaguado  su  vacante. 

Esto  de  la  asistencia,  esto  de  la  capacidad  física, 
es,  bien  lo  sé,  lo  más  externo;  puede  llegar  a  ser 
algo  farisaico.  En  no  pocos  casos  es  una  evidente 
ventaja  para  la  enseñanza  que  un  catedrático  falte 
a  clase.  Mas  yo  creo  que  esa  externidad  del  deber 
puede  llegar  a  obrar  en  su  mayor  intimidad. 

Alguna  vez  dije  y  ello  se  hizo  público,  con  metáfora 
algo  ruda,  lo  confieso  — pero  ya  fué  publicada — , 
que  en  aquella  Universidad  que  yo  regía  no  había 
ni  mayor  ni  menor  proporción  de  burros  que  en 
otra  cualquiera,  pero  que  los  de  allí  daban  vuel- 
tas a  la  noria.  Y  creo  más:  y  es  que  es  más  fácil 
y  provechoso  aprovechar  al  tonto  — cuando  no  es 


OBRAS  COMPLETAS 


867 


de  remate —  que  no  al  que  llaman  listo.  Hay  quien 
no  sólo  se  perfecciona  en  el  trabajo  sino  que  hasta 
llega  a  fraguarse  una  inteligencia.  Cien  veces  me- 
jor el  corto  de  alcances  que  se  mata  a  estudiar  y 
trabajar  que  el  que,  creyéndose  despejado,  se  pasa 
la  tarde  toda  en  el  casino  mano  a  las  cartas  o  a 
las  fichas  del  dominó. 

Lo  grave,  lo  verdaderamente  grave  de  nuestra  en- 
señanza pública,  es  que  no  está  inspeccionada  ni  ga- 
rantida debidamente  la  competencia  técnica  del  cate- 
drático. Dentro  de  su  cátedra  cada  uno  de  nosotros 
hace  lo  que  quiere,  explica  o  no  explica,  cuenta 
cuentos,  dice  tonterías,  enseña  verdaderas  atrocida- 
des... Y  de  esto  he  de  contar  algún  día  cosas  que, 
a  los  que  tengan  conciencia  de  patria,  compunción 
de  patria  y  de  cultura,  han  de  horrorizar.  Corren 
por  ahí  libros  de  texto,  reveladores  algunos  de  ver- 
dadera vesania  — como  el  de  un  ya  célebre  profesor 
de  uno  de  los  doctorados  de  Ciencias — ,  que  eran  lo 
bastante  para  que  a  sus  desgraciados  autores  ya  que 
no  se  les  ponga  en  cura  se  les  obligi:e  a  que  se 
jubilen.  ¡  Porque  el  catedrático  no  tiene  derecho  a 
ser  tonto,  loco  o  ignorante !  Y  los  hay  que  son  el 
hazmerreír  de  sus  discípulos  y  hasta  el  bufonesco 
juguete  de  la  ciudad  en  que  viven.  Con  rubor  en 
las  mejillas,  y  tristeza,  hondísima  tristeza  en  el  co- 
razón patriota,  he  presenciado,  mientras  los  demás 
se  reían,  una  burlesca  ovación  a  uno  de  esos  pobres 
bufones  de  toga  y  birrete.  Y  sólo  se  llega  a  medi- 
das, extremas  en  el  caso  de  un  Moliner.  ¡  Pobre  ami- 
go Moliner,  víctima  de  sus  locos  ensueños  genero- 
sos ! 

Y  nadie  inspecciona  nada.  .Se  parte  de  la  tremen- 
da y  vergonzosísima  ficción  de  que  todo  catedrático 
es  competente.  ;Y  por  qué  si  se  inspecciona,  aunque 
mal,  muy  mal,  la  labor  docente  de  un  maestro  de 
escuela,  no  ha  de  inspeccionarse  la  de  un  catedrá- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


tico?  Me  diréis  que  porque  se  haría,  como  aquella 
otra  inspección,  mal  muy  mal.  Mas  ésa  no  es  razón. 

Nada  se  inspecciona  técnicamente.  Yo  no  sé  si 
en  el  Ministerio  de  la  Guerra  se  sabe  de  las  dotes 
militares  de  los  coroneles,  o  de  la  aptitud  para  el 
gobierno  de  un  buque  de  los  marinos  en  el  de  Mari- 
na, o  en  el  de  Gracia  y  Justicia  de  la  competencia 
y  rectitud  de  los  jueces  y  magistrados :  pero  os  ase- 
guro que  en  ese  páramo  espiritual  del  Ministerio  de 
Instrucción  Pública,  mazorca  de  covachuelas  en  que 
se  barajan  reales  órdenes,  reales  decretos,  reglamen- 
tos y  escalafones,  nada  se  sabe  de  la  competencia  o 
incompetencia  técnica  de  un  catedrático,  i  Ni  eso 
importa  allí !  Y  se  da  el  caso  de  un  auxiliar  que  por 
haber  estado  haciendo  como  que  explica  una  cátedra, 
y  haciéndolo  mal,  rematadamente  mal,  tantos  o 
cuantos  años,  pasa,  por  méritos,  a  poderlo  hacer 
peor  aún.  Yo  conocí  a  un  catedrático  de  Derecho 
civil  que  hace  veinticuatro  años  no  quiso  enterarse 
del  Código,  y  decía,  refiriéndose  a  él :  "¡  Ese  librito 
que  ha  hecho  Alonso  Martínez...  !"  Y  se  murió  car- 
gado de  años  y  de...  ¡servicios! 

Convencido  de  que  sin  la  inspección  técnica  la 
constitución  de  nuestras  Universidades  será  impo- 
sible en  cuanto  unos  alumnos,  provocando  una  huel- 
ga, llegaron  a  poner  formalmente  en  tela  de  juicio 
la  competencia  de  su  profesor,  sin  prejuzgar  nada 
respecto  a  ésta,  pedí  visita  técnica  de  inspección. 
Y,  en  efecto,  la  tal  visita  fué  algo  ridículo,  sobe- 
ranamente ridículo.  El  inspector,  un  pobrecito  Con- 
sejero de  Instrucción  Pública,  y  practicón  rutina- 
rio que  debería  ser  técnicamente  inspeccionado,  según 
me  dicen  los  verdaderos  competentes,  y  es  conocido 
por  las  amenidades  que  en  su  clase  suelta,  me  mani- 
festó que  era  imposible  sentar  el  precedente  de  que 
se  revisara  la  competencia  de  un  profesor  que  acaba- 
ba de  obtener  su  cátedra  por  oposición,  y  por  de- 


OBRAS  COMPLETAS 


869 


nuncia  de...  ¡los  alumnos!  Y  yo  creo,  señores,  que 
si  los  alumnos,  que  si  los  estudiantes  españoles,  no 
empiezan  a  ejercer  a  su  modo  esa  inspección,  con 
todos  los  peligros  a  ella  inherentes  — bien  los  conoz- 
co— ,  nuestra  enseñanza  pública  no  tiene  remedio.  Y 
fundado  en  ello  escribí  a  mi  amigo  don  Santiago 
Alba,  Ministro  a  la  sazón,  que  urgia  declarar  la  asis- 
tencia a  clase  voluntaria,  restablecer  los  exámenes 
por  tribunal  y  tomar  medidas  para  que  el  profesor 
inepto  no  se  vengase  de  aquellos  que  por  no  sopor- 
tar su  inepcia  se  negasen  a  oírle.  A  ello  obedeció 
una  consulta  que  se  hizo  a  los  claustros  y  de  que  ha 
sido  fruto  la  reciente  legislación  sobre  asistencia  vo- 
luntaria, bien  que  los  catedráticos  camastrones,  los 
temerosos  de  quedarse  justamente  sin  alumnos,  han 
sabido  en  gran  parte  burlarla,  volviendo  a  las  peores 
prácticas  y  a  la  velada  amenaza  y  bien  que  en  esa 
disposición  gubernativa  se  transige  en  gran  parte  con 
viejos  vicios.  Añádase  que  al  catedrático  cuya  carac- 
terística es  hartas  veces  la  haraganería,  le  molesta 
tener  que  examinar. 

Y  la  disciplina  escolar,  no  lo  dudéis,  depende  del 
espíritu  universitario.  A  un  cuerpo  sin  alma  no  hay 
por  qué  obedecerle.  Y  si  los  obreros  se  aplican  más 
que  los  estudiantes  es  porque  ellos  eligen  sus  maes- 
tros y  creen  que  van  a  aprender  algo  de  ellos. 

Por  todo  lo  cual  he  aconsejado  cien  veces  a  los 
estudiantes  españoles  que  no  soporten  el  que  se  les 
obligue  a  ir  a  escuchar  evidentes  necedades,  tal  vez 
química  anterior  a  Lavoisier,  astronomía  ptolemai- 
ca,  lógica  del  siglo  viii,  ética  con  infierno,  historia 
de  España  con  Tubal  y  Tarsis  — ¡  hay  cátedra  en  que 
se  dice  el  día  del  mes  y  del  año  antes  de  Cristo  en 
(]ue  fué  creado  el  mundo ! — ,  excesos,  en  fin,  que  son 
un  baldón  para  nuestra  cultura.  Porque  no  hay  idea 
de  los  límites  a  que  en  esto  se  llega  y  si  un  día  os- 
leyese  las  notas  que  al  objeto  tengo  recolectadas, 


870 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


muchos,  es  decir,  los  menos  concientes,  se  reinan  a 
mandíbula  batiente,  pero  los  otros  bajarían  la  cara, 
encendida  de  vergüenza  al  santo  suelo  que  nutre 
tanta  ignominia. 

Y  todo  eso  lo  hacía  luchando  por  el  prestigio  de 
nuestra  Universidad ;  por  eso  de  que  nada  se  cuidan 
los  ministros.  Pensaba  en  una  revolución,  en  una 
verdadera  revolución  en  la  enseñanza;  pero  en  una 
revolución  legal,  desde  arriba,  y  que  detuviese  el 
merecido  desprestigio  en  que,  como  clase,  vamos  ca- 
yendo los  jornaleros  de  las  fábricas  de  licenciados  y 
doctores. 

Y  aún  hice  más.  Quise  borrar  de  la  Universidad,  h 
cuyo  frente  me  puso  mi  patria,  aquel  terrible  ana- 
tema de  fortaleza  de  ¡a  ignorancia,  que  le  puso  Car- 
lyle,  y  Universidad  fantasma,  Remy  de  Gourmont. 
Poco  antes  de  que  yo  llegara  a  ella,  hace  veinticua- 
tro años,  se  vió  agitada  porque  al  morir  uno  de  sus 
maestros  fuera  de  la  Iglesia  Católica,  no  se  le  rin- 
dieron los  honores  fúnebres  no  eclesiásticos  que  aque- 
lla Universidad  acostumbra  rendirlos.  Ni  siquiera  el 
Rector,  su  íntimo  amigo,  asistió  al  entierro.  Y  sien- 
do Rector  yo  presidí  el  sepelio  civil  de  un  doctor  del 
claustro,  con  medalla  y  bastón  académico,  y  llevaron 
las  cintas  del  féretro  doctores,  un  decano  de  Facul- 
tad entre  ellos,  de  toga  y  birrete.  Y  no  ocurrió  nada. 
Se  prefirió  hacer  que  pasara  como  inadvertido. 

Y  he  defendido  desde  mi  puesto  a  una  celosa  e 
intachable  maestra  de  escuela,  fiel  cumplidora  de  su 
deber,  a  la  que  se  trataba  de  removerla  con  espe- 
ciosos y  mal  amañados  pretextos,  no  más  que  por 
ser  cristiana  protestante,  en  cuya  confesión  fué  edu- 
cada desde  niña.  Y  tuve  que  defender  otra  vez  la 
legalísima  apertura  de  una  escuela,  también  cristia- 
na protestante,  contando  con  el  apayo  del  entonces 
Ministro,  señor  Rodríguez   Sampedro,  otro  de  los 


OBRAS  COMPLETAS 


871 


ministros  que  me  han  soportado  y  honrado  con  su 
amistad.  Y  por  cierto,  a  los  ocho  días  de  caer  éste  en 
pleno  gobierno...  liberal,  se  mandó  cerrar  la  tal  escue- 
la, bien  que  para  volver  a  abrirla  luego. 

Y  aquí  debo  recordaros  el  escándalo  que  produjo 
en  una  asamblea  universitaria  de  Barcelona  el  que 
yo  enviase  a  ella  una  ponencia  pidiendo  que  pidiéra- 
mos los  catedráticos  que  se  derogue  aquel  artículo  de 
la  Ley  de  Instrucción  Pública,  aún  vigente,  dígase 
lo  que  se  quiera  y  nunca  formal  y  taxativamente 
derogado,  que  establece,  de  acuerdo  con  el  Concor- 
dato, la  inspección  de  la  enseñanza  por  los  obispos. 
Procedimiento  que  no  mucho  antes  de  entrar  yo  en 
el  rectorado  de  la  Universidad  de  Salamanca  se  tra- 
tó de  remozar  en  ella.  Decíanme  que  eso  está  dero- 
gado de  hecho.  Temo  a  tales  derogaciones  por  des- 
uso. Cuando  se  ve  en  un  rincón  un  arma,  hay  que 
cogerla  y  hacer  fuego  a  ver  si  está  cargada  o  no,  y, 
en  todo  caso,  retirarla.  Nada  más  peligroso  que  cier- 
tas leyes  en  desuso,  pero  no  formalmente  derogadas. 
Y  tuve  la  satisfacción  de  que  aquella  mi  ponencia  pro- 
vocase el  que  se  dieran  de  baja  en  la  Asamblea  no 
pocos  profesores,  entre  ellos  el  actual  senador  por  la 
Universidad  de  Barcelona,  expendedor  de  bacalao  y 
de  metafísica,  que  obtuvo  su  cátedra  en  unas  oposi- 
ciones en  que  entramos  catorce,  y  él  fué  el  número 
primero  y  el  número  décímocuarto. . .  yo.  ¡Lo  digo 
con  orgullo !  (1). 

Ya  veis,  señores,  que  si  de  algo  he  pecado  en  el 
ejercicio  de  mí  cargo  de  Rector  ha  sido  estatismo, 
de  un  culto  fervoroso  a  la  acción  del  Estado  y  a  la 
de  la  Ley.  He  querido  renovar  las  leyes  enmoheci- 
das. Y  digo  que  he  pecado  porque,  os  lo  debo  confe- 
sar, acaso  el  estatismo  es  un  grave  error  cuando, 

1    La  ponencia  a  que  se  refiere  figura  en  este  mismo  volumen. 


872 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


como  entre  nosotros  pasa,  y  más  en  asuntos  de  en- 
señanza, no  hay  verdadero  Estado,  Estado  civil,  Es- 
tado de  justicia.  Usurpa  sus  funciones  entre  nosotros 
lo  que  se  llama  Gobierno,  y  éste  no  suele  pasar  de 
una  miserable  máquina  electoral  y  de  reparto  de  pre- 
bendas. 

De  la  Universidad  española  actual  no  cabe  decir 
que  es  una  ruina  porque  no  existe.  Esas  miserables 
fábricas  de  licenciados  y  colegios  electorales  no  me- 
recen semejante  nombre.  Y  no  hablemos  de  su  auto- 
nomía, y  menos  de  la  administrativa.  Con  claustros 
que  no  están  hechos  ni  por  Universidades  autóno- 
mas, ni  para  ellas  la  autonomía  universitaria,  sería 
un  desastre.  Según  la  amplitud  que  a  esa  autonomía 
se  le  diera,  podríamos  ver  restablecido  el  índice  in- 
quisitorial para  alguna  biblioteca  universitaria,  o  que 
en  adelante  no  fuesen  catedráticos  sino  los  yernos, 
hijos  y  sobrinos  de  los  que  hoy  lo  somos.  Baste  re- 
cordar el  vergonzosísimo  espectáculo  que  dieron  los 
claustros  cuando  se  estableció  lo  de  los  premios  a 
los  catedráticos,  echándose  éstos  sobre  aquéllos  a  la 
relmtiña,  inventando  méritos  fantásticos  o  estable- 
ciendo un  turno  para  el  momio.  Como  que  las  tres 
principales  preocupaciones  del  catedrático  suelen  ser 
el  escalafón,  el  libro  de  texto  y  las  vacaciones.  Y 
cuando  no  toma  la  cátedra  de  cómodo  y  nada  traba- 
joso trampolín  para  saltar  a  puestos  de  más  lucro  o 
de  mayor  brillantez  social,  lo  que  ocurre  con  más 
frecuencia  que  debiera,  y  sin  vocación  se  resigna  a 
ella,  ya  por  necesidad,  por  ganapanería  o  codicia,  ya 
por  hábito  o  prurito  de  minúscula  prestancia  provin- 
ciana, corre  gravísimo  riesgo  de  parar  en  melancólico 
caballo  de  noria  de  la  rutina  de  la  enseñanza  oficial. 
Y  aún  suele  pedir  aumento  de  sueldo,  como  si  toma- 
da la  clase  en  conjunto,  en  término  medio,  ¡ganá- 
ramos hoy  el  que  se  nos  da !  Nadie  puede  ni  debe 
pedir  más  de  lo  que  se  le  da  mientras  por  su  parte 


OBRAS  COMPLETAS 


873 


no  dé  más  de  lo  que  se  le  pide,  no  haga  obra  de  su- 
pererogación. Y  como  pedir...  ¡se  nos  pide  tan  poco! 
A  lo  sumo,  que  votemos  sumisamente  un  senador... 

Y  aquí  me  parece  deber  deciros  que  dada  nuest'-a 
triste  situación  moral  y  nuestra  falta  de  independen- 
cia, debíamos  los  catedráticos  celosos  de  nuestra  fun- 
ción docente  pedir  que  se  les  quite  a  nuestras  nomi- 
nales Universidades  esa  facultad  funestísima  y  ri- 
dicula de  poder  elegir  un  senador,  y  que  busquen  los 
Gobiernos,  para  llenar  los  diez  puestos  que  vacarían 
así  en  el  Senado,  cualquier  otro  medio  que,  por  más 
cínico  y  menos  hipócrita,  fuese  más  decoroso.  Y  has- 
ta hay  una  cosa  que  llaman  doctores  del  claustro,  cuya 
única  función  doctoral  es  la  de  votar,  la  de  ser  elec- 
tores, cuando  a  la  vez  no  son  aspirantes  a  cualquier 
destinillo. 

¡  Y  cómo  se  nutren  en  general  nuestras  Universi- 
dades!  ¿Quién  no  conoce  los  caciquismos  que  se  al- 
bergan en  el  tenebroso  Consejo  de  Instrucción  Pú- 
blica, principal  cobertera  de  la  irresponsabilidad  mi- 
nisterial ?  Xo  hace  mucho  que  la  mayoría  de  un  Tri- 
bunal, presidido  por  un  señor  obispo,  a  quien  sin 
duda  el  gobierno  de  su  diócesis  — ¡  y  una  diócesis 
como  la  de  Madrid ! —  le  deja  tiempo  para  esos  me- 
nesteres tan  poco  episcopales  y  tan  caciquiles,  según 
entre  nosotros  se  los  ejerce,  consumaba  uno  de  los 
más  deplorables  atropellos  contra  la  cultura  española. 
¡  Y  hay  que  ver  a  esos  a  que  se  llama  competentes ! 
Como  tal  figura  en  un  tribunal  de  oposiciones  a 
una  cátedra  de  IMedicina,  próximo  a  actuar,  un  ca- 
tedrático de  Matemáticas  de  un  Instituto,  que  no 
cree  en  la  inconmensurabilidad,  y  que,  a  existir  la 
debida  inspccci<')n  técnica,  hace  tiempo  que  no  estaría 
desbarrando  ante  sus  alumnos. 

Y  con  todo  y  sus  males,  la  oposición  es  aún  lo  me- 
nos malo,  lo  menos  sujeto  al  caprichoso  y  anárquico 


874 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


albedrío  ministerial.  Mi  amigo  don  Amos  Salvador 
puede  atestiguar  cómo  siendo  él  Ministro  de  Instruc- 
ción Pública  le  denuncié  que  en  una  veraniega  ausen- 
cia mía  del  rectorado  se  dió  por  una  Facultad  una 
certificación  torpemente  amañada,  de  donde  resultó 
que  entró  en  el  profesorado,  protegido  por  un  caci- 
quillo  del  Consejo,  un  auxiliar  a  quien  le  faltaba  el 
primer  requisito  fué  la  ley  — ¡  desgraciada  ley  aque- 
lla ! —  exigía. 

A  pesar  de  estas  y  de  otras  lamentabilísimas  irre- 
gularidades, tuve  siempre,  lo  repito,  una  profunda 
fe  en  el  Estado  y  en  su  acción.  He  sido  y  soy  deci- 
dido partidario  del  Estado  docente. 

Sé  que  si  el  Estado  abandonara  la  docencia  cae- 
ría ésta  en  manos  de  instituciones  que  la  ejercerían 
peor  aún  que  él  la  ejerce.  Porque  he  de  decirlo  de 
una  vez  más  y  sobre  todo  ahora  en  que  no  ejerzo 
ya  autoridad  administrativa  en  la  enseñanza  pública; 
la  enseñanza  oficial  pública  siendo  como  es  en  Espa- 
ña mala,  muy  mala,  es  no  ya  mejor,  sino  la  única  que 
merece  el  nombre  de  enseñanza.  La  otra  es  cien  veces 
peor.  Tiende  a  engañar,  a  hacer  que  enseña  no  en- 
señando nada. 

Pero  lo  triste,  lo  terrible,  lo  pavoroso  para  el  por- 
venir de  nuestra  patria,  es  que  aquí,  en  España,  no 
hay  ya  o  no  hay  todavía  Estado.  Y  he  aquí  por  que 
se  busca  crear  instituciones  de  enseñanza  superior  y 
técnica,  no  dentro  de  la  Universidad,  sino  fuera  de 
ella,  y  en  rigor  contra  ella.  Los  planes  de  enseñanza 
de  nuestros  Gobiernos,  primeros  y  principales  enemi- 
gos del  Estado,  acaban  por  reducirse  a  crear  unas 
cuentas  nuevas  plazas  para  disponer  de  unas  cuantas 
credenciales  de  apernamiento. 

^:Qué  es  hoy  entre  nosotros  el  Estado?  Acaso  na- 
die le  ha  definido  mejor  que  aquel  alcalde  de  San- 
tiago de  la  Puebla,  que  al  oir  en  un  rosario  público 
que  el  párroco  pedía  un  Padrenuestro  por  las  nece- 


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875 


sidades  de  la  Iglesia  y  del  Estado,  exclamó:  "¡Del 
Estado,  no,  ¡que  el  Estado  son  ellos!"  Y  ellos,  en 
efecto,  los  caciquillos,  los  vividores,  los  grandes  y  los 
pequeños  terratenientes  abusivos;  ellos,  los  verdade- 
ros anarquistas,  son  hoy  aquí  el  Estado.  Y  tiene  a 
su  servicio  una  magistratura,  parte  de  él,  de  ese  Es- 
tado que  son  ellos,  que  pone  la  ley  sobre  la  justicia, 
y  sobre  la  ley  la  voluntad  del  Gobierno.  Ante  las 
razones  del  Gobierno,  que  suelen  ser  sinrazones,  dó- 
blase como  la  caña  al  viento. 

Y  para  rectificar  ese  erróneo  concepto  del  Estado; 
para  dar  a  los  pueblos,  abatidos  por  su  ninguna  fe 
en  la  acción  oficial,  confianza  en  la  justicia  de  la 
ley  que  brote  del  pueblo,  para  esto  emprendí,  ayuda- 
do por  compañeros  del  claustro  universitario,  la  cam- 
paña agraria  a  que  el  Ministro,  sin  conocerla  en  lo 
más  mínimo,  se  ha  referido  en  el  Senado.  Fué  una 
labor  de  humanidad  y  de  respeto  y  culto  al  Estado; 
no  sé  si  gubernamental  o  no,  ni  me  importa  saberlo. 
Porque  suele  llamarse  actitud  gubernamental,  no  pocas 
veces,  a  la  más  anárquica,  a  la  más  destructiva  de  los 
íntimos  fundamentos  del  Estado. 

He  creído,  y  sigo  creyendo,  que  una  de  las  obliga- 
ciones morales,  religiosas  más  bien,  del  rector  de  una 
Universidad  es  empujar  a  ésta  a  que  tome  el  aire  de 
la  calle  y  de  los  campos,  y  lleve  al  pueblo,  sediento 
de  verdad  y  de  justicia,  la  voz  del  saber  desintere- 
sado y  noble.  Si  la  conciencia  de  la  patria  no  se  fra- 
gua en  sus  institutos  de  suprema  investigación  cientí- 
fica, ¿dónde  va  a  fraguarse?  Sí  el  saber  desintere- 
sado, el  que  no  se  pliega  vilmente  a  intereses  de  sec- 
ta, de  bandería  o  de  clase  social,  no  se  encuentra  en 
las  Universidades,  ¿  dónde  va  a  encontrarse  ?  ¿  Han 
de  ser  ellas,  repito,  sórdidas  fábricas  de  licenciados  y 
más  sórdidos  aún  colegios  electorales  y  no  otra  cosa? 

¿  No  ha  de  educarse  y  formarse  en  ellas  el  carácter 
de  las  generaciones  de  las  futuras  clases  dirigentes? 


876 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


¿Han  de  pasar  por  ellas  nuestros  jóvenes,  a  la  caza 
del  título,  sin  recibir  de  sus  maestros  lecciones  de  dig- 
nidad y  libertad  de  conciencia,  de  austera  dedicación 
al  estudio  de  la  vida  en  la  vida  misma,  y  viviendo  los 
goces  y  las  penas  del  pueblo  ?  ¿  Quién  más  que  la 
Universidad  está  obligada,  religiosamente  obligada, 
a  estudiar  los  males  de  la  patria,  metiendo  para  ello 
sus  dedos  en  las  llagas,  y  a  emprender  la  educación 
política  del  pueblo?  ¿Vamos  a  prescindir  de  ello,  rin- 
diéndonos a  los  solapados  sofismas  de  los  que,  al  ha- 
blar de  la  majestad  y  pureza  de  la  ciencia,  no  hacen 
sino  defender  la  servidumbre  del  espíritu  a  una  tra- 
dición que  nunca  fué  viva?  Poneos  en  guardia  cuan- 
do oigáis  hablar  de  neutralidad  a  ciertas  gentes ;  quie- 
ren decir  muy  otra  cosa. 

Y  me  asocié,  con  queridos  amigos  y  compañeros 
míos  de  claustro,  que  sentían  como  yo  la  responsabi- 
lidad moral  de  su  oficio,  a  manifestaciones  varias  del 
llamado  movimiento  obrero,  y  unas  veces  fuimos  a 
su  casa,  a  la  del  pueblo,  y  otras  vinieron  ellos  a  la 
Universidad,  y  más  de  una  vez  ocupó  la  tribuna  de 
su  Paraninfo  — ¡oh  profanación! —  algún  hijo  del 
pueblo,  obrero  manual  que  ni  bachiller  en  artes  fuera. 

Y  no  era  ello,  ¡no!,  una  teatral  extensión  universita- 
ria de  doctrinas  neutras,  con  proyecciones  o  sin  ellas. 

Y  por  ello,  últimamente  las  diversas  sociedades  obre- 
ras de  Salamanca  me  han  nombrado  presidente  ho- 
norario de  ellas. 

¿  Cómo  podía  yo  olvidar  que  mi  verdadera  carrera 
pública,  social,  la  de  apostolado,  empezó  de  publicista 
socialista,  de  asiduo  colaborador  de  La  Lucha  de 
Clases,  de  Bilbao,  de  que  fui  socio  fundador  ?  ¿  Cómo 
podía  olvidar  que  aunque  distanciado  de  esa  brava 
conciencia  socialista  del  pueblo,  por  nuestras  sendas 
maneras  de  encarar  el  final  destino  humano  y  el  pavo- 
roso problema  de  ultratumba  — que  para  ellos  parece 
no  existir — ,  por  lo  que  hace  a  la  vida  en  esta  santa 


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877 


madre  Tierra,  mis  aspiraciones  se  funden  con  las 
su3'as  ?  ¡  Pero  es  muy  grave  que  un  rector  sea  socia- 
lista!  i  Si  fuese  beocio  o  filisteo...  !  ¡  Y  lo  más  grave 
es  que  un  rector  sea  intelectual !  ¡  iNli  sucesor  nos 
llamó  intelectuales  con  desdén !  ¡  En  un  claustro  uni- 
versitario, señores,  empleando  la  noble  palabra  inte- 
lectual en  el  sentido  que  toma  en  la  boca  de  los  bár- 
baros ignorantes  que  se  crían  junto  al  peor  arroyo! 
¡  Hasta  eso  hemos  llegado  ! 

Creíame  obligado  por  el  cargo  a  un  apostolado  mo- 
ral. Sentíame  como  un  padre  mayor  de  los  estudian- 
tes, celoso  de  que  en  la  ciudad  en  que  vivían  no 
respirasen  una  atmósfera  espiritual  viciada.  Tenía, 
además,  con  ellos  un  lazo  de  sangre.  Anduve  entre 
balas  cuando  me  mataron  a  dos  pobrecitos  estudian- 
tes. Llevé  en  tm  leve  destrozo  de  mi  traje  huellas  de 
la  pedrea.  Y  jamás  olvidaré  la  noche,  memorabilísi- 
ma para  mí,  en  que,  respondiendo  a  una  invitación 
de  la  sociedad  de  dependientes  de  comercio,  fui  a  in- 
augurar su  constitución,  tronando,  lleno  el  pecho  de 
amargura,  contra  las  miserias  mentales  y  morales  que 
infestaban  aquélla,  como  las  demás  ciudades  españo- 
las. Me  dolía  muy  dentro,  me  dolía  ver  a  mis  estu- 
j  diantes  formándose  en  un  ambiente  de  cobardía  y  por- 
; diosería  y  penuria  de  ideales;  dolíame  verlos  llegar 
la  tristes  ignominias  por  obra  de  los  garitos.  Y  ful- 
j  miné  contra  ese  estúpido  vicio  del  juego,  amodorrador 
(de  las  inteligencias.  ¡Acción  bien  poco  gubernamental, 
l|lo  sé !  ¡  Una  autoridad,  siquiera  académica,  denun- 
(  ciando  indiscretamente  en  público,  y  con  acento  de 
¡¡indignación,  el  juego !  ¡  Nada  gubernamental,  sin 
';Juda!  Porque  de  los  subsidios  de  ese  vicio  se  saca 
jpara  recompensar  a  los  funcionarios  gubernativos  a 
¡quienes  no  puede  pagar  lo  debido  el  Estado,  o  para 
ibtros  menesteres,  y  además,  las  asociaciones  de  juego 
Uon  una  fuerza  electoral  y  las  protegen  los  caciques. 
Un  acto  muy  poco  gubernamental  ése  y  otros  como 


878  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


é],  un  acto  indiscreto.  Y  es  que  la  indiscreción  fué 
siempre  mi  ílaco.  Me  ha  faltado  siempre  la  debida 
prudencia,  y  eso  que  suelo  a  las  veces  — ¡  petulanto 
presunción  pura  ! —  envanecerme  de  mi  zorrería.  ¿  No 
es  indiscreto,  decidme,  no  es  imprudente  lo  que  estoy 
haciendo  aquí  esta  tarde?  Un  político  lo  creerá  así, 
y  me  dirá  que  con  ello  me  cierro  yo  no  sé  qué  cami- 
nos de  no  sé  qué  satisfacciones.  Pero  me  abro  el  ca- 
mino de  mi  libertad,  que  es  el  camino  de  la  libertad 
de  todos. 

Sí,  creí  siempre  que  nuestra  Universidad  tiene  so- 
bre sí  el  deber  de  un  apostolado  moral  e  intelectual, 
y  no  entendí  nunca,  como  mi  sucesor  entiende,  que  el 
rector  no  es  sino  un  criado  del  ministro.  Y  temblé  de 
tristeza  y  de  vergüenza  al  ver  la  horrible  modorra 
en  que  sestean,  rumiando  su  amargo  y  seco  pasto 
— ¡  pura  paja  fermentada  ! —  nuestras  Universidades 
tibetanas.  ¿  No  os  deprime  el  ánimo  el  ver  que  cuando 
todo  el  mundo  culto  se  conmueve  por  algún  hecho 
que  marca  hito  en  la  historia  del  espíritu  ■ — un  nuevo 
descubrimiento,  una  discusión  de  hondos  problemas, 
un  centenario,  una  conmemoración,  una  protesta  del 
mundo  culto  contra  algún  acto  de  barbarie — ,  perma- 
nezcan ciegas,  sordas  y  mudas  nuestras  Universidades 
tibetanas?  Como  un  ejemplo,  os  diré  que  en  España 
sólo  los  estudiantes  de  la  de  Valencia  celebraron  el 
centenario  de  Darwin  con  una  fiesta  a  que  me  llama- 
ron a  presidir.  ¿  Existe  acaso  Europa,  el  mundo,  para 
nuestra  Universidad  ?  ¡  No !  Y  así  tampoco  existe 
nuestra  Universidad  para  Europa.  Ni  para  España. 
Ni  para  sí  misma.  No  existe. 

¿  Cuál  es,  en  general,  la  acción  de  nuestros  profe- 
sores hacia  fuera?  ¿Es  que  creen  que  con  dar  su 
cátedra  cumplen?  Es,  en  parte,  por  holgazanería,  es 
por  ineptitud  tal  vez  ,mas  es,  sobre  todo,  por  una 
grotesca  vanidad.  El  catedrático  no  quiere  ser  discu- 
tido. La  excelsitud  de  la  función  docente  padece.  No 


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879 


puede  exponerse  a  que  su  prestigio  sea  analizado  en 
la  calle.  Y  yo  aspiré  siempre,  he  aspirado  siempre,  a 
que  se  nos  discuta.  ¡  Ay  si  no  se  nos  discute ! 

Y  aspiré,  dentro  de  los  limitados,  de  los  limitadísi- 
mos medios  que  la  tutela  gubernamental  me  permitía, 
luchando  a  las  veces  contra  los  solapados  obstáculos 
que  ella  pone,  bordeando  el  escándalo  de  los  fariseos 
y  escribas  que  constituyen,  por  lo  general,  la  casta 
gobernante,  aspiré  a  preparar  siquiera  una  Universi- 
dad digna  de  un  Estado  docente,  de  un  verdadero  Es- 
tado, porque  si  éste  no  enseña  y  enseña  con  desin- 
terés y  nobleza,  no  es  Estado,  tal  como  yo  lo  entien- 
do, como  la  conciencia  jurídica  de  la  patria. 

¡  Estado  docente,  sí !  Y  acaso  intentando  enseñar, 
y,  claro  está,  para  poder  enseñar,  aprender;  inten- 
tando aprender  para  enseñar  es  como  se  ha  de  hacer 
entre  nosotros,  y  para  España,  el  Estado.  La  política 
ha  de  ser,  ante  y  sobre  todo,  pedagogía,  demagogia 
más  bien,  aunque  esta  voz  haya  sido  injustamente 
mancillada.  Mas  las  desgraciadas  banderías  electore- 
ras que  nos  desgobiernan  carecen  de  política  pedagó- 
gica o  de  pedagogía  política,  es  decir,  carecen  de 
política  por  carecer  de  ideales  a  falta  de  ideas.  Y  el 
que  carece  de  ideas,  de  verdaderas  ideas,  generales, 
centrales,  normales,  contrastadas  por  la  razón,  carece 
de  dignidad  y  de  conciencia.  Ningún  hombre  que  sin 
esas  ideas  se  lance  a  querer  dirigir  y  gobernar  a  sus 
compatriotas  puede  ser  moral.  El  beocio  es  un  cri- 
minal. La  más  profunda  inmoralidad  de  un  político 
estriba  en  carecer  de  ideas,  en  no  tener  un  concepto 
normativo  y  claro  de  lo  que  ha  de  ser  el  Estado,  y 
de  su  finalidad  y  destino.  Para  un  político  llega  a 
ser  mucho  más  inmoral  que  robar  del  tesoro  públi- 
co supeditarlo  todo  a  allegar  votos,  a  lograr  el  poder 
o  la  jefatura  - — ¡  y  a  las  veces,  por  qué  medios ! — , 
como  lo  que  degrada  moralmente,  lo  que  envilece  a 
concejales,  diputados  provinciales  y  a  Cortes,  senado- 


880 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


res  y  funcionarios  públicos,  lo  que  les  hace  abyectos 
y  miserables  es  no  pensar  en  otra  cosa  que  en  la  re- 
elección o  en  sostenerse  en  sus  puestos  o  en  volver  a 
ellos,  sea  como  fuere.  Eso  es  vender  el  alma  a  un 
poder  más  tenebroso  que  el  mismísimo  demonio.  Me- 
jor que  eso...,  ¡robar!  ¡Antes  robar  que  caer  en  esa 
pordiosería ! 

Y  el  hombre  que  como  político  se  sirva  de  ciertos 
recursos,  y  estratag-emas,  y  nefandos  contubernios, 
y  lo  supedite  todo  al  logro  de  personalísimas  y  egoís- 
tas ambiciones,  y  comente  lo  que  de  la  política  no 
tiene  entrañas,  o  diga  — y  a  algún  amigo  mío  se  lo 
han  dicho —  que  eso  de  las  ideas  es  como  el  lastre, 
y  hay  que  irlas  echando  para  subir,  o  aquello  de  "¡yo 
no  le  pregunto  a  usted  cómo  piensa,  lo  que  yo  quiero 
es  amigos !"  ;  el  que  así  obre  y  así  se  exprese  — dejé- 
monos de  esa  repugnante  distinción  entre  el  hombre 
político  y  el  privado — ,  no  es  persona  honrada,  no  es 
persona  honrada,  ¡  no  es  persona  honrada !  El  hom- 
bre no  es  otra  cosa  que  el  ciudadano.  La  razón,  que 
es  social,  es  política,  es  civil,  y  quien  tenga  viciada  la 
razón  política,  es  decir,  la  razón  práctica,  la  verda- 
dera razón  práctica  — que  es  siempre,  lo  repito,  polí- 
tica o  civil — ,  tiene  corrompida  hasta  el  cogollo  el 
alma. 

Y  esto,  que  he  dicho  cien  veces,  siquiera  en  tesis 
general  y  sin  concretarlo,  desde  encima  de  las  nubes, 
¿creéis  que  pueden  perdonármelo  los  políticos  profe- 
sionales, viles  y  abyectos  ciudadanos  que  venden,  no 
las  ideas,  que  no  las  tienen,  sino  lo  que  en  ellos  hace 
a  las  veces,  las  veces  del  alma,  el  logro  del  poder, 
los  que  sólo  sueñan  en  la  reelección  o  la  reposición  y 
desprecian  al  que  estiman  caído  porque  perdió  el  favor 
del  que  distribuye  las  mercedes  o  acaso  del  que  mo- 
dera los  poderes? 

Siempre  me  preocupó  la  falta  de  Estado.  Y  no  hay 
Estado  porque  no  hay  democracia.  Sin  democracia, 


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no  cabe  Estado  digno  de  ese  nombre.  Y  no  bay  de- 
mocracia donde  no  hay  conciencia  pública,  ni  hay 
conciencia  púbHca  donde  no  hay  ideas.  ;  Cómo,  si  no, 
a  través  de  ideas,  de  ideas  generales,  racionales,  no 
de  expedientes  políticos,  puede  un  pueblo  conocer  y 
sentir  sus  males?  Al  que  no  piensa,  ni  le  duele.  Sólo 
nos  duele  España,  nos  duele  de  veras,  a  los  que  pen- 
samos. Y  el  pueblo  no  se  revuelve  contra  sus  males 
porque  no  le  duelen,  y  no  le  duelen  porque  no  le 
hemos  enseñado  a  pensar  en  ellos. 

Y  yo,  respetando  las  inevitables  diferencias  entre 
las  diversas  opiniones  humanas,  y  deseando  que  su 
lucha  y  mutuo  contraste  vivificara  a  la  vieja  Univer- 
sidad a  que  he  regido  durante  catorce  años,  me  esfor- 
cé por  sacarla  en  una  u  otra  forma  de  su  modorra 
faquiresca.  ¿Lo  conseguí,  siquiera  en  parte,  y  por 
mínima  que  ésta  fuese?  Eso,  otros,  no  yo,  han  de 
decirlo. 

Ved,  pues,  mis  culpas ;  ved,  sobre  todo,  la  culpa 
mayor  de  este  ex-rector  estatista  y  acaso,  a  las  veces, 
rayano  en  ordenancista.  ¡  Como  que  la  primera  hoja 
de  parra  de  que  se  ha  servido  el  triquiñuelista  pica- 
pleitos, que  inventa  nuevas  asignaturas  para  nuevas 
credenciales,  para  encubrir  las  vergüenzas  de  haber- 
me echado  de  mi  cargo  como  se  le  echa  de  un  punta- 
pié a  un  perro  importuno,  fué  el  que  yo,  no  abogado, 
defendí  al  saberla  y  di  por  buena  la  aplicación  es- 
tricta y  a  la  letra  que  por  la  Secretaría  de  la  Univer- 
sidad de  mi  cargo  se  hizo  de  un  Real  Decreto  clarísi- 
mo en  su  articulado!  Pero  la  desdicha,  la  verdadera 
desdicha  de  mi  gestión,  consistió  en  no  considerar  a 
los  catetlráticos  como  electores,  sino  como  maestros ; 
en  preocuparme  de  que  cumplieran  con  su  deber  — al 
que  rarísima  vez.  ¡y  tan  rara!,  justo  es  decirlo,  fal- 
tan allí,  en  aquella  mal  conocida  Universidad,  la  más 
disciplinada  y  laboriosa  de  las  de  España — ,  y  en 
cuidarme  de  nuestra  dignidad. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Al  volver  de  un  reciente  viaje  a  la  ciudad  de  Sala- 
manca el  actual  Director  General  de  Primera  Ense- 
ñanza, y  de  una  oficina  o  negociado  de  chismes  y 
comadrerías,  dícenme  que  dijo  que  volvía  de  visitar 
mis  ruinas.  ¡  Mis  ruinas !  Aquí  las  tenéis.  Lo  que  os 
he  expuesto  es  la  sombra  de  las  ruinas  de  un  impe- 
nitente fiel  del  Estado...  futuro,  de  ese  Estado  espa- 
ñol, conciencia  jurídica  y  pedagógica  de  la  patria 
que  está  aún,  a  falta  de  ideas,  por  nacer.  Mas  las 
ruinas  aiin  pueden  albergar  a  alguien,  hacen  nido  en 
ellas  los  pájaros  y  crecen,  a  su  arrimo,  3'edra  y  ma- 
dreselva, y  florecen  las  ruinas.  Lo  que  no  florece  es 
el  desierto  pétreo,  ni  en  un  negociado  de  la  Dirección 
General.  Y  si  lo  que  acabo  de  deciros  os  moviese 
a  trabajar  conmigo  porque  ese  Estado  surja  de  un 
demo  construido  con  ideas,  no  habrá  sido  mi  labor 
de  esta  tarde  perdida.  Y  os  lo  repito,  al  dragón  que 
se  revuelve  y  revuelca  en  el  fango  no  puede  comba- 
tírsele desde  encima  de  las  nubes. 

Y  nosotros,  los  motejados  de  idealistas,  y  de  inte- 
lectuales; nosotros,  los  despreciados  por  los  practico- 
nes y  empíricos  del  profesionalismo  político,  por  los 
beocios  y  filisteos,  por  los  aventureros  que  dicen  que 
tienen  que  vivir  su  vida,  por  los  adoradores  del  dra- 
gón del  ciénago,  nosotros  tenemos  que  bajar  de  sobre 
las  nubes,  de  la  región  clara  de  la  luz  desnuda,  y 
venir  a  pelear  entre  grasas  tinieblas  acaso.  Y  para 
esa  obra  de  higiene  moral,  de  instauración  de  la  dig- 
nidad, de  poner  a  la  santa  Idea  en  el  trono  que  se 
le  debe,  para  esa  obra  política,  contad  con  esta  ruina 
de  un  rector  que  fué  enamorado  del  futuro  Estado, 
y  no  Imperio  español.  Imperio...,  ¡jamás!  ¡Un  devio 
con  alma  de  idea !  Y  ahora  que  liberté  del  todo  mi 
conciencia,  tomad  para  España  una  conciencia  libre, 
con  hambre  y  sed  de  ideas  eternas,  ¡  que  son  la  jus- 
ticia ! 


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883 


Y  si  queremos  levantar  la  vista  de  las  tristes  mise- 
rias que  os  he  mostrado,  ¿a  dónde  hemos  de  alzarla 
sino  a  esa  guerra  noblemente  trágica,  solemnemente 
trascendental  que  hoy  arde  ante  el  altar  de  la  cultura 
en  lo  más  íntimo  de  Europa?  Ella  ha  servido  para 
que  se  trame  aqui  una  tregua  política,  so  capa  de  la 
cual  ejercen  sus  hazañas  picarescas  los  aprovechados, 
y  casi  se  suspenda  la  acción  civil  pública.  Pero  ella 
traerá,  estad  seguros,  una  sacudida  espiritual,  no  sólo 
a  los  pueblos  beligerantes,  sino  a  los  al  parecer  neu- 
tros, a  nuestra  pobre  España  entre  ellos.  Ya  ha  em- 
pezado por  revolver  aquí  el  poso  de  nuestras  pasiones 
políticas  menos  mezquinas  e  innobles,  nuestros  sendos 
fanatismos,  y  por  dividirnos,  en  lo  que  a  su  juicio 
liace,  en  algo  que  no  son  los  miserables  partidos  par- 
lamentarios personales  y  electoreros.  Y  si,  como  es 
de  esperar  y  de  desear,  triunfa  en  ella  la  democracia 
de  la  justicia  sobre  el  imperio  de  la  fuerza,  o  pere- 
cemos como  nación  — como  pueblo  con  misión  en  la 
historia  de  la  humanidad — ,  o  habremos  de  construir 
el  Estado  a  base  de  pedagogía  libre,  libre  de  la  mala 
educación  de  nuestra  pseudopolítica  cabileña,  y  sobre 
el  demo,  sobre  el  pueblo  con  alma  de  ideas  y  no  sólo 
con  pan  negro,  y  toros,  y  catecismo  y  diputados.  Mas 
para  ello,  otra  vez  más  os  lo  repito,  ¡  hay  que  bajar, 
con  égida  de  armiño,  a  la  ciénaga  del  dragón ! 

(Del  manuscrito  original  y  del  texto  impreso  en  un 
folleto  de  ocho  grandes  páginas  por  la  "Editorial 
Nuevo  Mundo",  de  Madrid.) 


CONFERENCIA  PRONUNCIADA  EN  EL  TEA- 
TRO LOPE  DE  VEGA,  DE  VALLADOLID,  EL 
DIA  8  DE  MAYO  DE  1915 


( Curso  de  conferencias  extraordi- 
narias organ¡::adas  por  el  Ateneo  de 
dicJia  ciudad.) 


Lo  QUE    PUEDE    APRENDER    CASTILLA    DE    LOS  POETAS 
CATALANES 

Señoras  y  señores: 

Es  la  tercera  vez  que  hablo  aquí,  en  Valladolid,  y 
acaso  alguno  de  vosotros  no  hayáis  olvidado  cuanto 
en  el  Círculo  Liberal  les  dije  del  liberalismo.  Y  aho- 
ra, en  esta  nueva  vez,  resultábame  difícil  la  elección 
del  tema.  Creía  deber  hurtarme  a  todo  tema  político, 
mas  no  por  estimarlos  fuera  de  un  Ateneo,  ya  que  éste, 
el  Ateneo,  ni  debe  ni  puede  ser  neutral,  sino  altcrutral, 
es  decir,  incluyendo  a  unas  y  otras  ideas,  no  exclu- 
yendo éstas  o  aquéllas.  Creía,  digo,  no  deber  tratar 
de  nada  específicamente  político,  y,  por  otra  parte,  me 
hallo  hace  tiempo  dominado  por  la  preocupación  de 
la  actual  guerra  europea. 

Preocúpame  con  preocupación  casi  exclusiva  esta 
guerra,  en  cuyo  último  sentido  no  sé  si  habréis  tra- 
tado de  penetrar.  Porque  oigo  hablar  mucho  de  su 
aspecto  más  externo,  de  la  lucha  de  intereses,  y  muy 
poco  de  su  más  íntima  razón :  la  defensa  de  la  per- 
sonalidad. 

Yo  también  pasé  en  mis  mocedades  — ¿y  quién 
no? —  por  la  doctrina  aquella  del  materialismo  his- 


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885 


tórico,  por  aquella  doctrina  tan  superficial  que  ve  en 
el  fondo  de  los  fenómenos  sociales  el  económico  y 
proclama  que  toda  lucha  lo  es  de  intereses.  Doctrina 
(jue  está  en  revisión  y  en  descrédito  y  de  la  que  yo 
mismo,  ablandándoseme  con  los  años  el  corazón,  he 
ido  desprendiéndome. 

Repítese  a  saciedad  que  esta  guerra  no  lo  es  sino 
de  intereses.  ¡  Grave  equivocación,  por  fortuna !  No ; 
ni  se  pelea  ahora  ni  se  ha  peleado  nunca  por  sólo 
intereses  materiales,  ni  aun  por  ellos  principalmente. 
Sería  calumniar  a  la  humanidad  el  suponerlo.  Por 
encima,  o  por  dentro,  si  queréis  más  bien,  de  los  in- 
tereses hay  otra  cosa. 

Quizá  los  combatientes  mismos  no  lo  sepan,  pero 
es  lo  cierto  que  combaten  por  la  personalidad,  por 
conservarla  y  afirmarla.  Xo  son  dos  mercados  los 
que  están  en  pugna,  son  dos  sentimientos,  en  gran 
parte  opuestos,  de  la  personalidad  humana. 

Y  siempre  fué  así.  Nuestros  antepasados,  los  espa- 
ñoles de  los  siglos  XVI  y  xvii,  cometieron  graves  pe- 
cados, pero  es  soberana  injusticia  no  achacarles  sino 
instinto  de  rapiña  y  dominio.  Mucho  sacjuearon  nues- 
tros aventureros  con(|uistadores  en  América,  pero 
;  quién  puede  negarles  un  alto  ideal,  aunque  fuese 
equivocado?  Y  aquel  duciue  de  Alba,  el  primer  gran 
verdugo  de  ese  Flandes  ipie  hoy,  bajo  otro,  padece; 
aquel  duque  de  Alba  cuya>  cenizas  para  siempre, 
¡  para  siempre,  descansan  en  Salamanca,  aquel  perro 
dogo  de  su  amo,  a  quien  el  casco  le  oprimió  el  cere- 
bro, se  ha  dicho,  y  yo  añado  que  le  arrengó  el  cora- 
zón, llevó  a  ejecución  la  obra  de  Felipe  II,  la  de  la 
Contra-Reforma,  cuya  idealidad  no  cabe  desconocer. 

Y  los  que  vemos  en  esta  guerra  una  lucha  más  por 
la  personalidad,  nos  ])reocupamos  de  la  repercusión 
que  en  este  orden  ideal,  no  en  el  otro,  no  en  el  estric- 
tamente político  internacional,  puede  tener  en  Espa- 
ña. También  aquí  puede  llevarnos  a  plantear  de  una 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


manera  más  clara  el  problema  de  nuestra  personali- 
dad colectiva  nacional,  el  problema  de  la  personalidad 
de  España.  O  más  bien  el  de  sus  varias  personalida- 
des regionales  en  lucha  unas  con  otras,  en  lucha  por 
integrarse. 

Que  así  como  en  el  orden  individual  acaece  que 
cada  uno  de  nosotros,  los  hombres,  es  un  yo  colectivo, 
es  una  sociedad,  en  que  constantemente  luchan  entre 
sí  diversos  yos,  y  luchan  por  compenetrarse  e  inte- 
grarse bajo  uno  u  otro  de  ellos,  así  en  los  pueblos  y 
naciones.  Cada  uno  de  nosotros  ha  sido  varios,  y  unas 
veces  tuvo  la  hegemonía  uno  de  nuestros  yos  y  otras 
veces  el  otro.  Y  así  en  un  pueblo,  así  en  España. 
Que  es  una  personalidad  colectiva  compleja  en  in- 
terna lucha.  El  alma  común  española,  concebida  y 
elaborada  en  controversia,  en  contradicción,  en  gue- 
rra civil,  se  está  siempre  haciendo.  Cada  uno  de  sus 
yos  aspira,  sabiéndolo  o  sin  saberlo,  a  la  hegemonía, 
y  no  hay  que  dolerse  de  ello.  ¡  Desgraciado  el  país 
que  no  vive  de  esa  agitación  intestina ! ;  ¡  desgraciado 
el  país  que  se  sume  en  una  paz  civil  adormecedora ! 

Y  esta  nuestra  lucha  civil  tampoco  es  sólo  de  inte- 
reses, y  ni  aun  principalmente  es  de  ellos ;  es  de  idea- 
les, es  lucha  por  la  personalidad.  En  el  problema  re- 
gional hay  algo  más  que  zonas  francas,  y  admisiones 
temporales,  y  aranceles  aduaneros,  y  bonos  de  expor- 
tación ;  hay,  de  una  parte  y  de  otra,  una  lucha  por  el 
afianzamiento  primero,  por  el  predominio  luego  de 
una  personalidad. 

Y  en  nada  se  ve  esto  más  claro  que  en  literatura, 
y  dentro  de  ella,  muy  en  especial  en  la  poesía.  El 
alma,  todo  el  alma,  la  de  un  hombre  y  la  de  un  pue- 
blo, refléjase  en  la  poesía,  en  el  arte.  Y  el  catalanis- 
mo, mejor  que  en  el  programa  de  Manresa,  hemos 
de  verlo  en  el  renacimiento  poético  catalán.  La  poe- 
sía es  el  pensar  y  el  sentir  de  un  pueblo  hechos  lengua, 
y  ésta,  la  lengua,  es  la  sangre  del  espíritu.  En  nada 


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se  percibe  mejor  el  alma  de  un  pueblo  que  en  su 
lengua.  La  lengua  es  el  modo  de  expresarse,  y  ex- 
presarse es  conocerse,  y  conocerse  es  amarse.  Los 
que  no  se  comprenden  entre  sí  no  se  conocen,  y  por 
tanto  no  se  aman.  Y  si  Castilla  y  Cataluña  han  de 
conocerse  y  amarse,  como  deben,  han  de  empezar  por 
tratar  de  entenderse  y  comprenderse,  estudiándose 
mutuamente. 

El  renacimiento  poético  tomó  rumbo  muy  diferente 
y  ha  alcanzado  muy  distinta  suerte  en  Cataluña  que 
en  Castilla.  Y  es  que,  como  decía  Maragall,  la  ver- 
dadera lírica  sólo  puede  hacerse  en  dialecto. 

Mas,  ante  todo,  ¿qué  es  esto  de  dialecto?  Deje- 
mos de  lado  el  ramplonísimo  sentido  despectivo  que 
suele  darse  a  esa  palabra,  como  si  dialecto  fuese  una 
lengua  inferior  o  dependiente  de  otra  y  a  ella  sub- 
ordinada. Dialecto  no  es  más  que  la  lengua  hablada, 
la  de  conversación,  la  íntima,  la  viva,  por  oposi- 
ción a  la  lengua  oficial  escrita,  a  la  diplomática 
y  cancilleresca  y  académica.  No  hay,  pues,  por  qué 
tomar  el  dictado  de  dialecto  como  un  agravio. 

Escribiendo  sobre  Maragall,  en  La  Nación,  de 
Buenos  Aires,  decía  yo: 

"Era  Maragall  un  poeta,  y  un  poeta,  naturalmente, 
catalán,  en  su  lengua  propia,  en  aquella  en  que  sentía, 
en  la  que  su  madre  le  enseñó  a  balbucir  en  la  cuna, 
en  la  del  pueblo  que  le  rodeaba.  Y  es  que  no  cabe 
ser  poeta  en  otra  lengua  que  en  aquella  en  que  se 
siente,  en  el  dialecto  conversacional,  y  tomo  aquí  la 
voz  dialecto  —dejándome  de  ridiculas  discusiones,  en 
cuyo  fondo  no  hay  sino  dos  vanidades  contrapuestas 
e  igualmente  incomprensivas — ,  la  tomo  en  su  senti- 
do más  primitivo  y  directo,  en  el  etimológico,  de 
lenguaje  conversacional,  por  oposición  al  escrito  y 
oficial.  Y  así  cabe  decir  que  junto  al  castellano  oficial, 
académico,  hay  tantos  dialectos  castellanos,  o  si  se 
quiere  españoles,  como  pueblos  o  localidades,  y  si 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


me  apuran  mucho,  tantos  como  individuos,  y  el  poeta 
tiene  que  cantar  en  ese  su  dialecto. 

"Hay  más  aún,  y  es  que  el  poeta,  más  que  otro  cual- 
quiera, crea  su  lengua.  Y  lo  somos  todos  en  cuanto, 
en  cierto  modo,  creamos  nuestra  lengua.  En  un  ar- 
tículo titulado  Poesía  viva  que  Maragall  dedicó  a  las 
Extremeñas  de  José  María  Gabriel  y  Galán,  después 
de  decirnos  que  "somos  poetas  de  verdad  cuando,  for- 
zados por  el  ritmo  de  una  delicia  misteriosa  que  nos 
produce  súbita  e  inesperadamente  una  realidad,  la 
cantamos  sin  saber  lo  que  nos  decimos",  contrapone 
unos  versos  oratorios,  más  bien  declamatorios  y  en- 
fáticos, de  Quintana  a  unos  de  Galán  en  dialecto  ex- 
tremeño. Y  después  de  decirnos  que  antes  se  le  olvi- 
dará el  nombre  de  Quintana  que  el  de  Galán  — lo  que 
es  algo  fuerte — ,  añade  que  los  versos  de  aquél  están 
"en  hermosa  lengua  castellana,  de  la  legítima,  de  la 
académica;  en  una  palabra,  ¡de  la  oficial!"  Lo  que 
ya  no  es  cierto.  Porque  la  lengua  legítima  castellana 
no  es  la  académica,  no  es  la  oficial,  la  única  que  en 
rigor  conocía  Maragall  y  la  única  que  pueden  cono- 
cer los  catalanes  que  no  han  vivido  fuera  de  Cata- 
luña, y  aun  muchos  que  fuera  de  ella  vivieron.  La 
lengua  castellana  de  Piferrer,  la  de  Pi  y  Margall,  la 
de  Sardá  y  Salvany,  la  misma  de  Maragall  con  todas 
sus  excelencias,  jamás  sabe  a  dialecto.  Y  es  que  la 
lengua  castellana  viva,  en  que  se  puede  cantar  poesía 
viva,  es  una  integración  de  dialectos.  Y  hay  dialecto 
santanderino,  y  burgalés,  y  palentino,  y  zamorano, 
y  salmantino,  y  avilés...  y  luego  de  cada  pueblo  y 
aun  más.  Hay  dialecto  individual. 

"Yo  creo  — añadía  Maragall  a  propósito  de  Ga- 
lán—  que  así  que  una  lengua  llega  a  ser  oficial,  ya 
no  sirve  para  la  poesía."  Y  creía  bien,  En  cuanto 
oficial...  ¡no!,  no  sirve.  Ni  para  la  prosa  viva,  para 
la  verdadera  prosa  poética,  es  decir,  para  aquella  en 
que  uno  piensa,  esto  es,  crea  según  va  expresándose 


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y  no  para  aquella  otra  en  que  repite  lo  ya  pensado  y 
oficialmente  admitido.  "El  castellano  académico  lo  en- 
tendemos todos  demasiado,  y  así  para  nosotros  ya  no 
puede  ser  un  lenguaje  emotivo",  dice  luego.  ¡  Claro 
está !  En  una  lengua  hecha,  acabada,  sólo  puede  ex- 
presarse bien  el  pensamiento  hecho  ya,  acabado.  Pero 
el  pensamiento  que  se  está  haciendo,  en  vías  de  for- 
mación, acaso  tumultuosa,  el  pensamiento  en  crea- 
ción, o  sea  el  pensamiento  poético,  ése  sólo  puede 
adecuadamente  expresarse  — sea  en  verso  o  no —  en 
una  lengua  en  vías  de  formación  tumultuosa,  en  una 
lengua  en  creación,  en  un  dialecto,  no  pocas  veces  en 
un  dialecto  individual. 

"El  alma  del  pueblo  es  esencialmente  dialectal,  y 
sólo  ella  es  manantial  de  poesía",  dice  luego  Maragall, 
y  añade :  "El  inglés  de  Dickens  es  estrambótico ;  el 
del  poeta  Burns  es  un  dialecto  escocés;  el  modernísi- 
mo de  Rudyard  Kipling  es  una  mezcla  de  slang  lon- 
dinense y  dialectos  coloniales,  y  los  tres  autores  son 
de  los  que  modernamente  más  al  vivo  han  demostra- 
do el  espíritu  inglés."  Indudablemente,  pero  a  con- 
dición, ¡claro  está!,  de  que  ese  dialecto  sea  algo 
sincero,  natural.  Porque  puede  muy  bien  ser  otro 
artificio  más.  Y  en  cierto  modo  — hay  que  decirlo, 
pues  es  verdad —  el  dialecto  extremeño  de  Galán  era 
un  artificio  que,  por  imitación  a  Vicente  Medina, 
tomó  el  poeta,  que  era  maestro  de  escuela,  que  había 
enseñado  gramática  académica  y  que  era  salmantino 
y  no  extremeño... 

"Que  también  en  esto  del  dialecto,  y  sobre  todo 
cuando  se  escribe  en  él  por  oposición  conciente  al 
lenguaje  oficial,  hay  insinceridad  y  hay  hasta...  aca- 
demicismo, i  Es  que  los  escritores  catalanes  no  tienden 
a  crear  un  catalán,  si  no  oficial,  por  lo  menos  oficioso, 
unitario  y  académico?  ¿Es  que  la  lengua  en  que  está 
escrita  la  Atláutida,  de  Verdaguer,  es  la  que  habla 


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el  pueblo  de  la  plana  de  Vich,  donde  nació  y  se  crió 
el  poeta?"  (1). 

El  poeta,  el  verdadero  poeta,  canta  mejor  en  dia- 
lecto porque  la  lengua  oficial,  la  de  la  Academia,  que 
ni  es  hermosa  ni  es  legítima,  resulta  abogadesca,  he- 
cha con  prejuicio,  para  justificar  y  demostrar  algo. 
Pero  también  un  dialecto  puede  convertirse  en  aboga- 
cía; también  puede  haber  prejuicio  y  convenciona- 
lismo en  él,  y  entonces  deja  de  ser  dialecto.  En  mi 
nativo  país,  por  ejemplo,  se  'ha  forjado  sobre  la  base 
del  vascuence  vivo,  del  hablado,  del  dialectal,  una 
especie  de  volapük,  abogadesco,  bizkaitarresco,  de 
separación,  que  apenas  si  lo  entienden  sus  invento- 
res. Y  el  catalán  mismo  corre  peligro  de  convertirse 
en  lengua  de  abogacía,  de  separación,  en  una  lengua 
académica  convencional,  trabajada  para  que  se  dife- 
rencie cada  vez  más  de  la  castellana.  ¿Qué  sino  abo- 
gacía regionalista  era  el  lenguaje  gallego  en  que  es- 
cribía Curros  Enríquez  ?  El  cual  no  me  cabe  duda  que 
pensaba  y  hasta  escribía  a  las  veces  sus  versos  de 
primera  intención  en  castellano,  traduciéndolos  luego 
a  un  gallego,  y  a  un  gallego  aportuguesado,  con  objeto 
de  diferenciarlo  más  del  castellano. 

Y  es  que,  en  la  poesía  que  llamamos  dialectal,  hay 
siempre,  inevitablemente,  algo  también  de  artificio. 
Más  de  una  vez  le  dije  a  Galán  que,  forzándose  a 
escribir  en  un  dialecto  que  no  era  el  suyo,  no  era  la 
lengua  en  que  pensaba  — y  por  tanto  en  que  sentía — , 
corría  el  riesgo  de  pecar,  no  por  omisión  de  voces 
populares,  pero  sí  por  comisión  de  otras  que  el  pue- 
blo no  conoce  ni  usa. 

Alcanzó  la  lengua  catalana  su  máximo  florecimien- 
to literario  hacia  fines  de  la  Edad  Media;  enmudeció 
luego  como  lengua  literaria,  y  muda  permaneció  du- 


1  "Leyendo  a  Maragall",  I  y  II,  artículos  publicados  en  La 
Nación,  de  Buenos  Aires,  1  y  22-III-1915,  incluidos  en  el  tomo  V 
de  estas  Obras  Completas,  págs.  520-537. 


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rante  los  siglos  xvi,  xvii  y  xviii,  reducida  a  mero 
dialecto  rural. 

Y  este  silencio  del  catalán  en  tales  si^^los,  los  siglos 
del  Renacimiento,  de  la  Reforma  y  de  la  Revolución, 
tiene  grandísima  trascendencia.  En  catalán  apenas  si 
se  han  expresado  esos  tres  grandes  movimientos  his- 
tóricos. Inconveniente  acaso,  pero  también  ventaja.  A 
ello  ha  debido  conservarse  más  cerca  del  pueblo  y 
de  su  tradición  medieval  y  librarse  de  cierta  pedante- 
ría de  eruditos  y  humanistas. 

Es  en  el  siglo  xix  cuando  renace  el  catalán  como 
lengua  literaria.  Sus  hitos  los  marcan  Aribau,  Rubio 
y  Ors  (el  gaitero  del  Llobregat\  Verdaguer  y  Mara- 
gall.  Y  este  movimiento  poético,  literario,  arrancaba 
de  una  aspiración  popular  de  Cataluña:  la  de  reco- 
brar la  personalidad  colectiva  de  la  región.  Y  en  esta 
lucha  por  la  reconquista  de  la  personalidad  intervi- 
nieron hasta  los  Juegos  Florales. 

Soy  un  decidido  enemigo  del  floralisrno,  y  lo  he 
probado  con  hechos.  Cuantas  veces  he  aceptado  el 
oficio  de  mantenedor  en  tales  fiestas  lo  he  hecho  con 
la  piadosa  intención  de  combatirlas,  de  desacreditar- 
las, de  reventar,  si  queréis,  toda  esa  ridicula  liturgia 
antipoética  que  profana  con  tramoyas  y  pantomimas 
de  escenario  la  santidad  y  la  seriedad  de  la  poesía. 
Nada  más  inútil  y  hasta  estéril  que  los  Juegos  Flo- 
rales. Así  como  las  carreras  de  caballos  sirven,  dicen, 
para  la  cría  y  fomento  de  los  caballos...  de  carrera, 
así  en  esos  Juegos  se  fomenta  a  los  poetas  de  Juegos 
Florales.  ¡  Y  menos  mal  que  en  lo  de  las  carreras  dicen 
que  el  caballo  de  carrera  da,  cruzado  con  otros,  un 
excelente  caballo  de  tiro ! 

La  poesía  de  Juegos  Florales  es  un  mero  adorno, 
algo  adjetivo,  es  el  arte  entendido  al  modo  jesuítico, 
sin  sustantividad ;  es  algo  peor  aún,  una  diversión 
para  señoritas,  y  muy  de  dudar  que  se  resistiera  en 


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una  de  esas  fiestas  una  poesía  viril,  alta,  fuerte,  libre, 
santa. 

Pero  si  en  alguna  parte  tiene  su  relativa  justifica- 
ción el  floralismo  es  en  Cataluña,  porque  allí  la  fiesta 
responde  a  una  necesidad  de  afirmarse  el  alma  colec- 
tiva, de  buscar  su  personalidad.  Los  catalanes  no 
iban  a  esa  fiesta  como  a  un  puro  festejo  — festejo 
de  importación  e  imitación  entre  nosotros — ,  sino 
como  a  un  acto. 

No  cabe  negar  que  el  catalán  ofrece  cualidades 
favorabilísimas  para  la  poesía.  En  primer  lugar,  una 
riqueza  fonética  mucho  mayor  que  la  del  castellano, 
que  es  en  ella  muy  deficiente.  Lo  que  por  otra  par- 
te no  debe  pesarnos,  pues  esa  mayor  simplicidad  fo- 
nética del  castellano  lleva  sus  ventajas,  aunque  no 
precisamente  para  la  poesía.  Nuestra  lengua  es  seca, 
monorrítmica,  pobre  en  modulaciones.  Ayúdale,  ade- 
más, al  catalán  para  cierta  máscula  energía  su  abun- 
dancia en  monosílabos.  No  es  una  lengua  hecha  y 
rígida.  Y,  sobre  todo,  ¡  no  tienen  Academia  todavía ! 

Influye  también  no  poco  en  la  índole  de  la  poesía 
catalana  la  pobreza  filosófica  de  Cataluña.  El  espíritu 
filosófico  catalán,  en  efecto,  si  podemos  llamarle  así, 
guarda  un  gran  parecido  con  lo  que  se  llama  escue- 
la escocesa ;  es  una  filosofía  discreta,  de  sentido  co- 
mún, pero  de  bajo  vuelo.  Balmes  nos  da  buen  ejemplo. 
No  podía  remontar  el  vuelo,  faltándole  envergadura 
de  alas.  Es  un  espíritu  el  suyo  industrioso  y  práctico, 
pero  nada  metafísico.  (Milá,  Coll  y  Vehí,  Llorens...) 
Y  este  carácter  trasciende,  naturalmente,  a  la  poesía. 
Apenas  se  encuentra  misticismo  en  ella,  aun  a  pe- 
sar de  Verdaguer,  en  quien  parece  muy  íntimo, 
pero  de  origen  extraño.  El  catalán  tiene  el  sentidc 
de  la  vida  concreta,  terrestre,  la  vida  como  una  suce 
sión  de  hechos  y  con  su  finalidad  en  sí  misma. 

Maragall,  en  su  Cant  espiritual,  pedía  a  Dios  est 


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mundo,  sea  como  sea :  esta  tierra,  con  todo  cuanto  en 
ella  se  cría,  y  que  fuese  su  patria  celestial. 


Y  a  ello  se  une  un  gusto  de  la  forma,  un  reg-o- 
dearse  en  la  realidad  concreta,  externa.  Que  empie- 
za por  la  forma  misma  de  la  lengua.  Hay  en  ellos 
lo  que  podríamos  decir  el  arregosto  de  la  lengua, 
la  sensualidad  del  verbo. 

Recuerdo  que,  leyéndole  versos  castellanos  — míos — 
a  jMaragall,  no  era  en  conceptos  ni  en  plasticidad 
de  metáfora  donde  se  detenía,  sino  en  meras  reso- 
nancias de  palabras,  en  música  de  voces  a  las  veces 
casi  sin  sentido.  Y  no  en  sonoridades  al  modo  de  las 
de  Zorrilla,  algo  externas  y  más  de  eco  que  de  me- 
lodía. 

Y  dentro  de  esto  de  la  forma  nótase  cuánto  se 
diferencia  la  poesía  catalana  de  la  castellana  en  el 
sentimiento  del  paisaje.  .Sentimiento  que  ba  sido  en 
Castilla  tardío,  que  es  en  gran  parte  importado  y  de 
esfuerzo,  que  no  es  siempre  espontáneo.  Hay  entre 
nosotros  — me  cuento  como  castellano — ,  justo  es 
decirlo,  un  hórrido  f^asticlic  castellanista,  no  caste- 
llano, terroso  y  pardusco.  Castilla  no  ha  acabado  de 
sentir  su  campo,  y  es  que  en  Castilla  predomina  el 
elemento  urbano.  El  núcleo  social  ha  sido  aquí  la 
ciudad,  y  la  ciudad  nuirada.  Afortunadamente,  la  vida 
castellana  es  urbana  más  que  campesina,  y  digo  afor- 
tunadamente porque  la  civilización  es  civil,  es  ciu- 
dadana, es  urbana,  y  todo  eso  de  la  salud  por  el 
ruralismo  no  es  sino  patraña.  Es  la  ciudad  la  que 
tiene  que  contiuistar  al  campo  y  no  éste  a  aquélla,  y 
hasta  el  sentimiento  mismo  del  paisaje,  del  campo, 
ha  de  nacer  en  la  ciudad. 


Home  só  i  és  humana  ma  mesura 
per  tot  qiiaiit  pupa  ereure  i  expcrai 
si  ma  fe  i  ma  esperaiiQa  a(¡ui's'atn 
me'n  fareu  una  culpa  mes  etiUá? 


Pero  es  lo  cierto  que  en  Cataluña,  tierra  más  rural, 
más  campesina,  se  ha  producido  una  poesía  que  huele 
y  sabe  más  a  campo.  Parecen  sentir,  no  ya  ver,  el 
campo,  el  paisaje,  más  intensamente  que  nosotros. 
Y  digo  sentirlo  y  no  sólo  verlo  porque  no  es  la  poe- 
sía descriptiva,  por  fiel  que  sea,  donde  mejor  se  siente 
lo  descrito.  Jamás  olvidaré  una  tarde  en  que,  a 
orillas  del  Tormes,  solos  Pereda  y  yo,  le  arranqué, 
como  por  asalto,  la  confesión  de  que  no  le  gustaba 
gran  cosa  el  campo  — el  mar  y  la  calle  de  su  ciu- 
dad, sí — ;  y  al  preguntarme  de  dónde  lo  había  dedu- 
cido, le  contesté  que  de  sus  libros.  Porque  en  éstos, 
en  los  libros  de  Pereda,  se  ve  más  que  se  siente  el 
campo  y  el  paisaje.  Lo  sentido  en  ellos  es  el  mar, 
es  la  calle  del  barrio  bajo  santanderino.  Pero  ¿d 
campo?...  El  campo  seguía  viéndole  cerrando  los 
ojos,  y  lo  describía  con  exactitud  técnica,  pero  al 
modo  de  una  cámara  oscura.  Entre  él  y  el  campo 
que  describía  mediaba  un  diafragma;  jamás  se  per- 
dió y  confundió  en  él.  Y  es  que  quien  siente  el  cam- 
po, no  quien  lo  ve  tan  sólo,  por  maravillosamente 
que  lo  vea  y  reproduzca  luego  su  visión,  se  anega  en 
un  sentimiento  panteístico,  si  cabe  decirlo  así,  con- 
vierte el  paisaje  en  estado  de  su  conciencia,  y  ésta 
en  paisaje;  mete  la  verdura  del  campo  en  su  corazón, 
verdeciéndolo,  y  derrama  la  sangre  de  éste  en  aquél, 
enrojeciéndolo  de  humanidad. 

Sentimiento  del  paisaje,  no  mera  descripción,  por 
hábil  que  ésta  sea,  hay  en  Virgilio.  Virgilio  apenas 
si  describe,  pero  en  el  solo  ritmo  de  sus  palabras  pro- 
cesionales late  la  campiña  toda.  En  cambio,  nuestros 
escritores  castellanos  parece  que  toman  el  campo 
como  repuesto  de  ejemplos  morales,  como  fuente  de 
metáforas  espirituales,  como  un  símbolo,  en  fin,  y 
no  como  algo  de  valor  propio,  formal  pero  sustantivo. 
(¿  Pero  es  que  la  sustancia  es  más  que  forma  ?)  Así 
Santa  Teresa  se  sirve  para  intención  espiritual  de 


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ejemplos  tomados  en  la  vida  y  ser  del  campo.  Casti- 
lla apenas  si  siente  el  paisaje  en  si  y  por  sí,  aparte 
de  toda  intencionalidad  espiritual,  casi  didáctica.  ¿  Se 
debe  acaso,  como  alguien  ha  supuesto,  a  la  falta  del 
mar,  a  la  escasez  de  agua  ?  i  Es  que  sin  el  mar,  com- 
plemento del  campo,  puede  sentirse  bien  éste? 

El  sentir  a  Castilla  sola  en  medio  de  los  campos 
y  tierra  adentro  es  lo  que  inspiró  a  Maragall  aquella 
estrofa  de  su  Himnc  ihcric,  donde  decía : 

Sola,  sola  en  mitj  deis  camps, 
térra  endins,  ampia  es  Castclla. 
Y  está  trista,  que  sois  ella 
no  pot  ven  re  els  mars  llunyans. 
Parleu-li  del  mar,  germans!  l. 

Y  esa  manera  de  sentir  el  paisaje,  no  de  verlo, 
y  de  sentirlo  en  sí  y  por  sí,  no  como  símbolo  de 
rosas  del  esníritn.  concuerda  con  cierto  sentido  sen- 
sual, de  goce  de  la  vida,  nada  ascético,  que  caracte- 
riza a  la  poesía  catalana  frente  a  la  nuestra.  Es  lo 
que  va  condensado  en  aquel :  "Cree  en  la  resurreció 
de  la  carn"  con  que  termina  su  confesión  el  bandido 
Serrallonga  — en  La  fi  d'en  Serraüonga,  de  Mara- 
gall— ,  después  de  haberse  detenido,  no  sin  cierta 
fruición,  en  el  relato  de  sus  pecados  de  amor  a  la 
tierra,  a  la  carne,  al  lucro.  Y  en  el  espléndido  poe- 
ma del  Comte  Aman,  hijo  de  la  tierra,  la  misma 
nota.  Siéntese  allí  la  vida  que  pasa  como  un  fin  en 
si.  En  su  Oda  a  Espanya,  dícele  a  ésta  que  sus  glo- 
rias y  recuerdos  no  son  más  que  de  muertos,  que  ha 
vivido  triste,  que  pensaba  demasiado  en  su  honor  y 
demasiado  poco  en  su  vida,  que  se  satisfacía  con 
honras  mortales  y  eran  sus  fiestas  los  funerales,  oh 


1    Obres  completes.  Poesies,  I,  ed.  cit.,  pág.  205. 


896  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


trista  Espanya!  cantaba  junto  al  mar,  como  una  loca 
mientras  le  llevaban  sus  hijos,  y  concluye: 

Espanya,  Espanya,  — retorna  en  tu, 
arrenca'l  plor  de  mure!  (Ij. 

Comparad  todo  esto  con  ese  sermón  quejumbroso 
y  pesimista,  bajo  manto  heroico,  en  que  tan  a  menudo 
viene  a  dar  nuestra  poesía,  esta  poesía  castellana 
gnómica  y  didáctica,  que  rara  vez  se  olvida  de  la 
lección,  que  rarísima  vez  se  entrega  al  goce  inme- 
diato y  puro,  sin  ulterior  finalidad,  de  las  cosas  que 
pasan. 

Pasemos  al  sentimiento  del  amor  — del  amor  entre 
hombre  y  mujer — ,  y  encontraremos  una  en  cierto 
modo  análoga  diferencia.  En  nuestra  literatura  cas- 
tellana, y  muy  en  especial  en  la  del  Siglo  de  Oro,  en 
su  teatro,  más  que  amor  de  hombre  a  mujer  hay 
amor  propio.  Aquellos  celosos  maridos  calderonianos 
ponen  su  honra  por  encima  del  amor.  No  matan  como 
Otelo.  Lo  que  les  preocupa  es  que  no  se  sepa  lo  que 
estiman  su  deshonra.  Y  de  Don  Juan  Tenorio  no 
hay  que  decir  que  era  jactanciosa  vanidad,  no  amor, 
ni  aun  carnal,  lo  que  le  movía.  Y  en  esos  frecuentes 
crímenes  llamados  pasionales  con  que  fatigan  nuestra 
atención  los  diarios,  ¿no  veis,  más  que  amor  a  mu- 
jer, amor  propio,  afán  de  prepotencia  e  imposición? 
Y  en  cambio  qué  raro  es  en  nuestra  literatura  el 
eco  del  amor  apacible,  doméstico,  tal  como  aparece 
en  las  Rimas  del  valenciano  Querol,  y  más  aún  del 
amor  conyugal,  a  que  dió  de  los  primeros  la  intima 
expresión  en  nuestra  literatura  castellana  el  catalán 
Boscán.  En  general,  cuando  aquí  se  quiere  expresar 
ese  sentimiento,  se  cae  en  los  lugares  comunes,  des- 
vaídos y  pálidos,  de  la  que  Menéndez  y  Pelayo  llamó 
poesía  honrada. 

Si  alguien  en  España  ha  llegado  a  expresar  con 


1    Ibidem,  pág.  189. 


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intimidad,  y  a  la  vez  con  fuerza,  ese  amor  ha  sido 
Maragall.  Oid  como  muestra  aquel  pasaje  del  Es- 
colio de  su  poema  el  Comte  Aman,  donde  nos  cuenta 
el  poeta  cómo  conoció  a  su  mujer  en  un  valle  del 
Pirineo,  cómo  luego  Dios  bendijo  las  entrañas  de 
ella  muchas  veces,  y  alguna  doblemente,  y  describe 
escenas  de  familia  rodeado  de  sus  hijos: 

En  una  valí  del  Pirineu  molt  alta 
un  estiu  la  vegi  per  primer  cop; 
no  la  vegi  sino  després  molt  veure-la, 
perqué  té  la  bellesa  molt  recóndita, 
com  la  viola  qu' embalsama' Is  bascos. 
Mes  ara  jo  l'he  feta  rosa  vera 
del  mcu  ¡ardí,  i  a  més  ha  eslat  fruitosa, 
perqué  Den  henchía  ses  entranyes 
maltes  voltcs,  i  alguna  doblement. 
I  els  fruits  ja  no  ¡i  caben  a  la  falda, 
i  roden  peí  trespol,  i  són  formosos. 
Cóm  són  acostumats  al  bes  mos  llavis 
i  els  ulls  a  mirar  avall  cap  els  petits, 

més  d'aprop,  i  aixecar-los  en  mos  brOQOS 

cap  al  cel.  pró  tenint-los  ben  fermats! 

Cada  bés  en  cad'un  té'l  sen  gnst  propi : 

mai  he  besat  a  dos  d'igual  manera, 

pero  a  tots  dolcament,  perqué  són  dócils 

a  l'esguard  maternal  que  a  sobre'ls  vola 

ab  aquel  sen  imperi  ferm  i  suau. 

Ella  me'ls  agombola  tot  el  dia 

i  me'ls  vetlla  de  nit,  fins  adormida; 

oh  són  de  mare,  que  vigiles  més 

que  tot  altre  vetllar!...  Mes,  de  qué  plores, 

Adalaisa,  que't  sentó  dins  la  fosca?  (1). 

Y  oíd  luego,  cuando  el  poeta  describe  un  parto. 
Es  un  triunfo  de  poesía  tratar  esto,  un  triunfo  tan 
grande  como  el  de  aquel  maravilloso  capitulo  de  Os 
trabalhos  de  Jesi'is,  del  místico  portugués  Fr.  Thomé 
de  Jesús,  en  que  éste  trató  con  insuperable  delica- 
deza del  trabajo  segundo  de  Cristo,  el  que  pasó  por 
lo  apretado  del  lugar  en  que  anduvo  nueve  meses  an- 
tes de  nacer.  J\Ias  oíd  a  Maragall: 

Bé  la  canee  la  vostra  fortalesa 
quan,  regalant  suor,  la  cara  encesa, 
solt  el  cabell,  com  astre  radiant, 

1    Obres  completes.  Pocsies  I,  ed.  cit.,  págs.  120-121. 


UKAMUNO.  VII. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


al  sortir  de  la  brega  gloriosa, 

nos  donen  ta  abracada  furiosa 

i  vostre  bés  ressona  com  un  cant! 

Llavorcs  quc'l  marit,  més  fred  que'l  marbre, 

tremola  encara  com  la  fulla  a  l'arbre, 

dret  al  costat  del  Hit  tempestejat, 

i  ajegudes  vosaltres,  sens  memoria, 

embriagades  per  la  gran  victoria, 

el  rebreguéu  al  pit,  -volent  mes  fort  combat...  (1) 

Ved  cómo  se  expresa,  líricamente,  ese  sentimiento 
del  amor,  y  del  amor  conyugal,  no  del  amor  propio, 
no  del  amor  teatral  o  dramático,  en  lo  mejor  de  la 
moderna  poesía  catalana,  más  apegada  a  la  vida  de 
cada  día,  y  a  lo  terreno  y  pasajero  y  humano. 

En  resolución  cabe  decir  que  nuestra  literatura 
castellana  es  más  dramática  que  lírica,  es  de  choque 
de  pasiones  elementales  y  primitivas,  a  base  de  amor 
propio.  Nuestro  sentimiento  de  la  vida  es  a  nuestro 
teatro  adonde  principalmente  hemos  de  ir  a  buscar- 
lo ;  es  en  él,  y  muy  especial  en  el  de  Lope^  de  Vega, 
donde  se  encuentra  nuestra  lírica.  Y  en  ese  teatro 
campea  lo  que  un  escritor  inglés  llamó  la  individua- 
lidad introspectiva  del  español.  Cada  hombre  bien 
delimitado  en  sí  se  opone  a  los  demás,  con  una  indi- 
vidualidad — un  continente —  muy  marcada,  pero  po- 
bre en  personalidad,  en  contenido.  Y  esto  es  lo  cas- 
tellano. Separarnos,  aislarnos,  marcar  nuestros  lími- 
tes, pero  hacia  afuera,  no  hacia  adentro ;  hacer  de 
nuestro  espíritu  algo  así  como  una  dehesa,  un  coto 
cerrado,  con  sus  hitos,  cercas  y  mojones.  ¡  Que  nadie 
entre  allí !  Sin  advertir  que  quien  cierra  a  otro  la 
entrada  en  su  espíritu  se  cierra  a  sí  mismo  la  sa- 
lida. El  castellano,  hosco  y  hermético,  no  se  mira 
a  sí  mismo  para  decir:  "¡esto  soy  yo  de  aquí  aden- 
tro!", sino  que  mira  a  los  de  afuei-a,  diciendo:  "¡eso 
no  soy  yo!"  Su  afirmación  es  negativa.  La  negación 
es  la  suprema  fórmula  castellana.  ¿Es  extraño,  pues. 


1    Ibid.,  pigs.  121-122. 


OBRAS  COMPLETAS 


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que  Amiel,  en  su  Diario  íntimo,  emplease  la  palabra 
castellana  nada  por  no  encontrarla  equivalente  emo- 
tivo ?  Cierto  que  no  pide  nada  para  sí,  pero  pide 
que  no  se  le  dé  al  otro.  Lo  que  él  no  necesita,  apenas 
admite  que  lo  necesite  otro  que  no  él. 

Alguna  vez  se  ha  querido  presentar  a  Castilla  como 
un  pueblo  de  opresores,  de  tiranos.  Desgraciadamen- 
te, ¡  ni  eso !  Castilla  no  tiranizó  a  América,  hizo  algo 
peor  que  tiranizarla,  y  fué  gobernarla  como  se  go- 
bernaba a  sí  misma,  es  decir:  no  gobernarla.  Hizo 
peor  que  hacer  mal.  que  fué  no  hacer,  Bolívar  lo  dijo. 

Y  es  porque  aquí,  en  realidad,  apenas  hay  quien  quie- 
ra mandar:  lo  que  abunda  es  quienes  quieren  ocupar 
el  puesto  de  mando,  y  luego,  ¡que  Ies  dejen  en  paz, 
suprema  aspiración  de  nuestros  neutrales  gobernan- 
tes. ¡Vivir  en  paz!,  he  aquí  algo  imposible  para  un 
gobernante  de  verdad,  que  quiera  gobernar. 

Y  volviendo  a  la  poesía  catalana,  conviene  fijar 
cuáles  han  sido  las  influencias  extrañas  a  que  ha 
obedecido.  Primero  y  ante  todo,  y  es  natural  la  cas- 
tellana. Verdaguer  recuerda  más  que  a  otros,  a  poetas 
castellanos,  no  pocas  veces  a  Zorrilla,  y  en  el  teatro 
de  Guimerá,  es  innesjable  la  huella  de  los  nuestros. 
Las  influencias  italiana  y  francesa  han  sido  muy 
grandes.  Prosista  catalán  hay  hoy  que  hace  prosa 
italiana.  En  Maragall  se  advierte  lectura  alemana. 

Y  actualmente  parece  que  se  dedican,  Carner  solare 
todo,  al  estudio  de  la  lírica  inglesa,  lo  que  no  podiá 
menos  de  serles  provechosísimo.  Porque  esa  lírica 
inglesa  desde  fines  del  siglo  xviii  es  acaso  la  más 
grande  maravilla  poética.  Como  brotada  del  pueblo 
más  lírico,  del  pueblo  de  más  fuerte  y  a  la  vez  rico 
sentimiento  propio,  de  la  más  rica  personalidad,  don- 
de el  hombre,  el  verdadero  hombre,  el  hombre  ínte- 
gro no  es  aplastado  por  el  profesional,  por  el  técnico, 
y  halla  el  más  amplio  desenvolvimiento  espiritual. 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Que  es  en  la  poesía  más  que  en  la  filosofía  donde  hay 
que  ir  a  buscarlo. 

Han  intentado  también  poetas  catalanes  hacer  poe- 
sía en  castellano,  mas  en  general  con  fracaso  estéti- 
co de  sus  intentos.  De  Boscán  cabe  decir,  como  Me- 
néndez  y  Pelayo  dice,  que  criado  en  la  Corte  de  Cas- 
tilla, en  castellano  y  no  en  catalán  sentía  y  pensaba,  y 
así  su  dureza,  dureza  que  también  hallamos  en  An- 
sias March  que  en  la  lengua  propia  cantó,  y  no  hay 
que  atribuirla  a  que  se  tradujese.  De  los  que  se  tra- 
ducían, ¿es  que  Cabanyes  consigue  ser  gustado  a  pe- 
sar de  los  esfuerzos  de  Menéndez  y  Pelayo  por  im- 
ponérnoslo? ¿Es  que  soportamos  las  frías  salidas  de 
tono  de  Bartrina,  espíritu  anti-poético  ?  No  es  posible 
traducirse.  Alguna  vez  le  dije  a  mi  amigo  don  Mi- 
guel Mir,  mallorquín,  que  el  castellano  arcaizante 
que  usaba  era  una  lengua  muerta,  un  centón  de  fra- 
ses arrancadas  o  remendadas  de  los  clásicos,  algo  así 
como  el  latín  que  escribían  los  humanistas  del  Re- 
nacimiento. La  preocupación  de  escribir  en  castizo 
castellano  les  pierde.  ;No  sería  mejor  que  de  re- 
solverse a  escribir  en  nuestra  lengua  lo  hagan  con 
entera  libertad  y  sin  temor  de  deformarla? 

Hay  quien  en  Cataluña  ha  llamado  dialecto  al  cas- 
tellano que  los  catalanes  hablan.  ;Y  por  qué  no  des- 
arrollar este  dialecto  para  integrarlo  en  la  lengua  co- 
mún española  ?  Es  quizá  falta  de  valor,  el  recelo  a 
que  se  les  tache  esa  lengua.  En  tal  respecto  esta- 
mos mejor  los  vascos  y  más  dispuestos  a  no  renun- 
ciar a  nuestro  castellano,  que  no  es  el  de  Castilla.  Y 
es  que  ésta,  pues  otie  su  lengua  se  extiende  a  dilata- 
dos países  y  se  hace  la  lengua  hispanoamericana, 
¿puede  pretender  monopolio  de  su  casticidad  o  hege- 
monía en  ella  ?  ¡  No  ! 

Si  ha  de  difundirse  y  ha  de  unirnos  a  todos  será 
dejando  de  ser  el  dialecto  regional  de  Castilla. 

La  lengua  española,  no  ya  castellana  es  una  inte- 


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901 


gración  de  dialectos  — leonés,  aragonés,  andaluz,  et- 
cétera—  y  así  ha  de  ser.  Bnrns,  el  poeta  nacional 
escocés,  no  cantó  en  la  vieja  lengua  céltica  caledo- 
niana,  pero  tampoco  en  el  inglés  oficial,  sino  en  un 
dialecto  escocés  de  él. 

¿  Mas  bastarla  esta  integración  lingüística,  esta  fu- 
sión del  catalán  en  la  lengua  común  española  para 
que  llegáramos  a  comprendernos  del  todo?  Es  muy 
de  temer  que  no.  Siempre  quedaría  una  diferencia  de 
estilo.  Y  esto,  el  estilo,  separa  y  distingue  tanto  o 
más  que  la  lengua. 

Es  el  estilo,  en  efecto,  más  bien  que  no  la  lengua, 
lo  que  distingue  entre  sí  a  las  literaturas  y  a  sus 
pueblos.  Cada  uno  de  éstos  tiene  su  estilo  propio,  que 
se  conserva  aún  traduciéndose  a  sí  mismo.  Vese  esto 
muy  claramente  en  el  pueblo  francés,  tan  fuertemen- 
te unificado  y  estructurado,  y  cuyo  estilo  es  de  una 
uniformidad  sorprendente.  No  basta  escribir  el  fran- 
cés con  la  mayor  corrección  gramatical ;  un  extran- 
jero tendrá  siempre  una  manera  de  llevar  el  pensa- 
miento, un  giro  al  exponerlo,  un  estilo,  en  fin,  que 
jamás  emplearía  un  nacional,  un  indígena.  Y  ese  es- 
tilo tiende  a  cierta  uniformidad  oficial  y  académica. 
En  la  lengua  inglesa  la  variedad  de  estilo,  las  dife- 
rencias individuales  en  él,  son  mayores ;  se  acusa 
más  le  personalidad  individual.  En  Alemania  puede 
decirse  que  no  hay  estilo  o  bien  que  éste  es  informe, 
caótico,  lo  que  denuncia  la  pobreza  de  personalidad 
individual  y  cómo  dentro  de  un  rigido  caparazón  en- 
volvente, de  una  aparente  unidad  externa,  se  cela 
una  sociedad  amorfa  y  más  mecanizada  que  no  or- 
ganizada. 

Hay  lenguas  en  que  apenas  cabe  estilo.  El  vas- 
cuence no  ha  producido  una  literatura  de  algún  va- 
lor, y  es  que  en  él  ha  faltado  estilo.  Ha  sido  un 
verdadero  dialecto  rural  en  que  no  se  podía  hablar 
sino  de  menesteres  de  caserío  de  campo.  Mas  hoy 


902 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


parece  que  asoma  un  estilo  vasco  en  los  escritores 
vascongados  en  español  y  merced  a  sentir  y  pensar 
en  este  idioma.  El  español  nos  está  revelando  nues- 
tro estilo  propio,  nuestra  íntima  manera  de  pensar 
que  el  vascuence  no  lograba  darnos. 

Y  en  España  hay  un  estilo  que  podríamos  llamar 
castellano,  que  tiende  a  cierta  inmovilidad,  a  cierta 
anquilosis.  Es  un  estilo  parenquimatoso,  de  lugares 
comunes,  infestado  de  esa  cosa  horrenda  que  se  llama 
sentido  común,  órgano  muy  a  menudo  de  la  mayor 
ramplonería  de  pensamiento.  Los  pensamientos  están 
como  aprisionados  en  una  rígida  envoltura,  al  modo 
de  las  células  vegetales  y  no  en  la  suelta  membrana 
de  la  célula  animal.  De  aquí  que  bajo  este  régimen 
del  lugar  común,  del  tópico  ramplón  y  consagrado, 
aparezca  todo  lo  demás  como  paradoja  o  extravagan- 
cia. Observad  que  se  perdona  menos  la  originalidad 
de  expresión,  la  libertad  de  estilo,  que  no  la  audacia 
de  pensamiento.  ¡  No  se  rompe  impunemente  la  uni- 
formidad de  la  ramplonería ! 

Y  contra  ello  hay  que  obrar,  y  contra  su  causa, 
que  no  es  otra  que  la  pereza  intelectual.  ¡  Hay  que . 
despertar  al  dormido!,  ¡hay  que  interrumpir  la  siesta! 
La  secular  siesta  del  arriero  encima  de  su  carroma- 
to, que  es  lo  que  le  hace  odiar  al  automóvil  que  le 
obliga  a  ir  despierto  por  los  caminos.  Y  el  estilo  es 
estilo  de  siesta.  Conviértese  en  algo  hecho,  inmuta- 
ble, valedero  para  todos,  en  una  manera.  Manera 
que  puede  llevarle  a  quien  la  emplee  con  la  destreza 
con  que  se  hace  solitarios  o  se  juega  al  tresillo,  hasta 
a  la  Academia,  pero  manera  que  ni  aun  a  la  verda- 
dera tradición,  a  la  viva  y  no  a  la  muerta,  responde. 

Porque  ni  a  nombre  de  tradición  cabe  defender 
ese  no  estilo,  ese  arcaísmo  de  combinaciones  mecá- 
nicas de  palabras,  esa  laiior  de  taracea.  Eso  no  es 
más  que  una  lengua  convencional  y  muerta,  tradicio- 
nalista  acaso,   pero  no  tradicional.   Da  pena,  por 


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903 


ejemplo,  leer  cierto  libro  suramericano  en  que  su 
autor  se  propuso  remedar  el  estilo  castellano  del  si- 
glo xvii;  ¡esfuerzo  casi  atlético !  ¡Cuánto  mejor 
aquella  lengua  desgarrada,  casi  gauchesca,  que  Sar- 
miento escribia  como  si  sobre  el  arzón  de  la  montu- 
ra de  su  caballo !  Tenemos  que  reaccionar  contra  esa 
lengua  hecha,  es  decir,  muerta,  tradicionalista,  de  car- 
boneros troglodíticos ;  tenemos  que  hacernos  nuestra 
lengua  de  hoy  y  de  mañana. 

Si  la  poesía  castellana  ha  de  levantarse,  tiene  que 
hacerse  día  a  día  su  lengua,  su  estilo,  y  no  servirse 
de  una  como  litúrgica  y  consagrada  e  intangible.  Y 
hasta  tiene  que  hacerse  su  ritmo,  ya  que  entre  nues- 
tros poetas  de  tamboril  y  gaita,  ése,  el  ritmo,  aparece 
ahogado  por  el  compás,  que  es  lo  mecánico  y  lo  ex- 
terno. Nada  de  versos  de  dulzaina,  cantables  y  bai- 
lables. Recuerdo  que  en  derredor  del  quiosco  de  mú- 
sica de  mi  pueblo  reuníase  la  gente  sencilla  a  bailar 
los  valses,  chotis  o  habaneras  que  la  banda  tocaba, 
mas  cuando  ésta,  perfeccionada,  sustituyó  los  baila- 
bles por  trozos  de  ópera  y  sinfonías,  al  notar  las 
buenas  gentes  populares  que  aquello  no  podía  bai- 
larse declararon  que  ni  era  musical  ni  cosa  que  lo 
pareciese.  Y  así  ocurre  que  muchos  niegan  el  valor 
de  poesía  a  aquello  cuyo  compás  no  pueden  llevar  con 
los  pies. 

Añadid  que  no  se  sabe  leer.  Dicen  que  la  música 
de  Wagner  no  entró  en  nuestro  público  hasta  que 
se  hubo  acostumbrado  a  ella.  No,  sino  que  no  entró 
hasta  que  hubo  quienes  fuera  de  la  educación  de 
cantar  o  tocar  otra  música,  la  de  arias  y  cavatinas, 
supieron  tocarla  y  cantarla  como  ella  lo  pide.  Lo 
que  nos  falta  es  quien  sepa  leer  sin  prosodia  pre- 
ceptiva. 

Y  si  hemos  de  realizar  la  integración  espiritual 
española,  menester  nos  es  penetrarnos  no  ya  de  las 
distintas  lenguas,  más  de  los  distintos  estilos.  De  las 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


lenguas,  desde  luego.  Es  una  torpeza  considerando 
despectivamente  al  catalán  como  una  lengua  inferior, 
y  dando  a  la  palabra  dialecto  un  sentido  torcido,  re- 
husarnos a  su  estudio.  Es  un  deber  hoy  de  todo  es- 
pañol culto  llegar  a  leer  catalán  y  portugués  sin  que 
se  los  traduzcan.  Y  esto  os  lo  dice  uno  que  anhela 
y  espera  la  integración  de  todas  las  hablas  ibéricas 
en  una  sola;  esto  os  lo  dice  uno  que  protestó  contra 
la  lesión  a  Su  Majestad  la  Lengua  Española  cuando 
a  un  alcalde  de  Barcelona  se  le  permitió  dirigirse, 
en  nombre  de  los  naturales  de  la  ciudad,  a  S.  M.  el 
Rey  en  lengua  catalana.  Pero  es  que  el  alcalde  no 
podía  hablar  en  nombre  de  los  naturales,  sino  de  los 
vecinos,  y  éstos,  los  de  la  ciudad  de  Barcelona,  saben 
todos  español  y  no  todos  saben  catalán.  Y  no  cabe 
establecer  la  bárbara  distinción  entre  el  vecino  na- 
tural y  el  vecino  no  natural  de  la  ciudad,  tan  es- 
pañol el  uno  como  el  otro. 

El  problema  de  la  variedad  de  lenguas  ha  de  re- 
solverse por  integración,  acaso  por  reducción  o  va- 
riedad de  estilos  dentro  de  una  misma  lengua  común. 
Y  no  persiguiendo  a  dialecto  alguno,  sino  dejando 
que  por  ley  de  vida  se  funda  en  el  más  fuerte.  Sería 
absurdo  pretender  la  unificación  lingüistica  como  Ale- 
mania lo  ha  pretendido  en  Polonia  y  en  Lorena. 

Y  desde  aquí,  desde  este  Valladolid,  puede  hacerse 
no  poco  para  tal  obra.  Porque  este  centro  de  castella- 
nismo es  un  centro  mercantil  más  que  estrictamente 
agrícola,  por  fortuna.  Y  digo  por  fortuna  porque  creo 
que  el  ruralismo,  la  política  de  calzón  y  alpargata,  no 
puede  sino  dañarnos.  La  cultura  nos  ha  de  venir  de 
la  ciudad,  no  del  campo.  Civilización,  ya  os  lo  dije, 
deriva  de  civil  y  éste  de  civis,  ciudadano.  Tenemos 
que  defender  nuestras  ciudades  y  que  no  las  estruje 
el  campo  que  las  ciñe,  sino  que  ellas  irradien  a  él. 
¡  Que  no  huela  a  barro  entre  las  calles ! 

En  conclusión,  y  para  fin  de  estas  errabundas  y 


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905 


desgranadas  consideraciones,  creo  que  podemos  apro- 
vechar la  lección  que  nos  da  la  poesía  de  un  pueblo 
hermano  y  sentirnos  nosotros  mismos,  pero  no  en 
oposición  a  ellos,  sino  en  integración.  Debemos  bus- 
car el  sentido  de  lo  concreto,  de  la  vida  que  pasa,  el 
gusto  de  la  tierra,  que  es  más  que  símbolo,  y  el  goce 
de  la  forma:  desprendernos  algo  de  la  quejumbrosi- 
dad  y  con  ella  de  la  sonoridad  oratoria,  externa ;  sa- 
cudirnos de  lo  esquemático  y  de  lo  dogmático.  Y 
en  el  fondo  amar  más  la  vida.  Quizá  sea  esa  la  con- 
dición central  catalana :  un  fuerte  amor  a  la  vida, 
que  huye  de  todo  ascetismo.  Y  ese  amor  a  la  vida, 
a  la  vida  que  pasa,  a  la  que  no  se  resignan  sino  a 
la  que  se  abrazan,  hace  que  haya  allí  lo  que  aquí 
tanto  falta:  opinión  pública.  Esta  terrible  indeferen- 
cia  que  en  Castilla  nos  rodea,  este  no  interesarse  por 
nada,  este  no  importar  nada,  ¿qué  es  sino  despego 
de  la  vida,  que  se  soporta  pero  no  se  quiere?  Hay, 
pues,  que  sacudir  y  sacudir  mucho,  para  despertar 
el  deseo  de  la  vida. 

Y  con  ello,  contradicción,  lucha,  hasta  guerra  civil. 
¡Todo  menos  este  tibetanismo !  Sacudir  de  nosotros 
este  sueño  perezoso  entre  murallas  y  hacernos  una 
fuerte  personalidad  y  no  por  exclusión  de  las  demás, 
sino  antes  por  absorción  de  ellas.  Nada  de  nihilismo  y 
de  ese  nuestro  tan  castizo  nihilismo,  que  consiste  más 
que  en  enseñar  que  todo  no  es  sino  nada,  en  no  en- 
señar nada  del  todo.  Y  sentir  con  nuestro  corazón 
preparándonos  a  sentir  con  el  de  otro,  que  haremos 
nuestro. 

Prescindamos  respecto  a  Cataluña  de  recelos,  si 
los  hubiese.  Debajo  de  las  estridencias  superficiales 
del  catalanismo  he  encontrado  allí  espíritus,  como  el 
de  Maragall,  que  penetraron  en  el  alma  castellana 
más  adentro  que  los  castellanos  mismos.  Penetrar  los 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


unos  en  el  alma  de  los  otros,  conocerse,  es  el  modo 
de  quererse  y  de  integ^rarse  al  cabo.  Y  es  el  modo 
de  perdonarse.  "Padre,  perdónalos,  porque  no  saben 
lo  que  se  hacen",  dijo  el  Cristo  a  su  Padre,  refirién- 
dose a  sus  enemigos.  Acaso  yo  no  sé  bien  lo  que  he 
dicho ;  ¡  perdonádmelo,  pues  ! 

(Texto  reproducido  en  un  folleto  cuyo  título  es  el 
que  encabeza  este  discurso  editado  en  la  Imprenta  Cas- 
tellana, Valladolid.  1915,  20  págs.) 


DISCURSO  CON  MOTIVO  DE  HABER  SIDO 
PRESENTADO    CANDIDATO    A  CONCEJAL 
DEL    AYUNTAMIENTO    DE  SALA^IANCA, 
EN  N0\'1EAJ1'-KK  DE  1915 


Muchas  gracias,  compañeros  y  amigos,  en  primer 
lugar,  y  después  de  esto,  pocas  palabras  para  expli- 
car estas  gracias  que  os  doy  sinceramente. 

Esto  me  obliga  a  hablar  de  mí  mismo.  Pero  no 
importa. 

Cuando  los  ferroviarios  me  ofrecieron  que  fuera 
su  candidato  para  las  próximas  elecciones  municipa- 
les, acepté  gustoso.  Yo  tengo  como  norma  de  con- 
ducta no  buscar  las  cosas  ni  rehusarlas.  Y  en  asun- 
tos de  la  naturaleza  de  éste,  es  un  deber  de  ciudada- 
nía no  negarse  a  los  requerimientos  que  se  nos  pue- 
den hacer. 

Muchos  amigos,  tal  vez  demasiado  oficiosos,  me 
han  dicho  que  no  me  presente,  porque  las  obligacio- 
nes de  mí  cargo  me  harían  quitar  tiempo  a  otros 
menesteres.  Pero  yo  estoy  convencido  de  que  el  tiem- 
po no  es  igual  para  todos,  y  una  hora  tiene  para 
unos  solamente  sesenta  minutos  y  para  otros  tiene 
más.  Y  lo  más  curioso  del  caso  es  que  los  mismos 
que  me  hablan  de  que  perdería  el  tiempo,  matan  las 
horas  jugando  al  tresillo  o  al  dominó. 

Yo  no  me  he  presentado,  me  han  presentado.  El 
que  se  presente  es  un  petulante  u  otra  cosa  peor. 

Me  han  dicho  también  que  el  ser  concejal  es  para 
mí  muy  poca  cosa.  Mas  yo  tengo  la  seguridad  de 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  no  hay  función  que  rebaje.  Además,  yo  tengo 
por  costumbre  poner  la  misma  intensidad  y  el  mis- 
mo espíritu  en  todas  las  cosas  que  hago.  No  soy 
como  esos  que  guardan  para  ellos  solos  su  tesoro 
de  ideas  y  sentimientos.  La  avaricia  espiritual  es  la 
más  baja  y  mezquina  de  todas  las  avaricias. 

Mi  cansancio  interior  tal  vez  se  deba  a  que  he 
desparramado  gota  a  gota  todo  cuanto  poseia,  en  vez 
de  guardar. 

Por  otra  parte,  para  mí  todo  es  igualmente  im- 
portante. En  cada  momento  de  mi  vida,  lo  más  im- 
portante para  mí  es  aquel  momento. 

Otros,  con  adulación,  han  dicho :  "Las  águilas  no 
cazan  moscas".  Claro  es  que  el  que  tal  me  dijo  ha- 
blaba no  como  amigo  del  águila,  sino  como  repre- 
sentante de  las  moscas. 

Me  han  dicho  también  que  el  prodigarme  tanto  ha 
de  gastarme  forzosamente.  Pero  el  vivir  es  gastarse. 
Quien  no  se  gasta,  no  vive,  y  viceversa.  Y  yo  quie- 
ro vivir. 

¡  Que  me  han  de  criticar !  ¿  Y  qué  me  importa  ? 
Estoy  acostumbrado  a  ello.  Y  si  nadie  me  criticara, 
lo  haría  yo  mismo.  Y  en  verdad  que  habríais  de  oír 
entonces  cosas  tremendas,  que  no  se  le  han  de  ocu- 
rrir a  nadie. 

Dícenme  también  que  esto  de  ser  concejal  es  ri- 
dículo. Y  bien,  que  lo  sea.  Don  Quijote  fué  un  ridícu- 
lo y  es  el  más  grande,  y  el  más  heroico,  y  el  más 
noble  y  el  más  bueno  de  todos  los  caballeros. 

Yo,  que  no  he  rehuido  nunca  nada,  no  quise  rehuir 
tampoco  el  ofrecimiento  que  se  me  hacía.  No  me 
preguntaron  por  mi  política  y  la  tengo,  aunque  no 
sea  política  de  partido.  Soy  bastante  indisciplinado 
y  me  alegro  de  ello.  No  me  he  afiliado  a  ningún  par- 
tido ni  he  formado  parte  de  ningún  Comité,  porque 
no  quiero  considerar  la  política  como  oficio. 

Un  ministro,  de  cuyo  nombre  no  quiero  acordar- 


OBRAS  COMPLETAS 


909 


me,  decía  que  yo  me  hubiera  sentado  en  el  banco  azul 
si  no  fuera  por  mi  carácter.  Y  en  verdad  que,  si 
hubiera  querido,  hubiera  ocupado  el  banco  azul  an- 
tes que  él. 

No  quiero  ser  como  animal  de  ganadería,  con  el 
hierro  estampado  en  el  lomo,  al  que  reclama  su  due- 
ño cuando  se  escapa  de  la  manada. 

Respecto  a  cuestiones  de  política  local,  todos  co- 
nocéis mis  opiniones.  He  formado  parte  en  dos  oca- 
siones como  vocal  de  la  Junta  de  Asociados  y,  con- 
tra la  costumbre  general,  asistí  puntualmente  y  me 
interesé  por  los  debates. 

No  sé  si  haré  mucho  o  poco.  Lo  que  sí  sé  decir 
es  que  todo  lo  que  me  cuenten  en  secreto  lo  diré  en 
público.  No  cuenten  con  mi  discreción,  porque  ni 
la  tengo  ni  quiero  tenerla. 

Ordinariamente,  los  concejales  tratan  solamente  de 
servir  a  sus  electores  porque  aspiran  a  la  reelección. 
Yo  atenderé  el  interés  público,  sin  fijarme  en  el  pri- 
vado, casi  siempre  mal  entendido.  En  lo  que  pueda, 
mientras  sea  compatible  con  el  interés  general,  os 
atenderé  a  todos  vosotros,  sin  fijarme  en  si  me  han 
votado  o  no,  porque  yo  no  aspiro  a  la  reelección. 

Unos  elecciones  son  un  caso  donde  se  prueba  la 
educación  de  un  pueblo.  El  compañero  Pereznebro 
hablaba  del  vil  metal.  Los  viles  son  los  que  lo  usan 
para  asegurar  sus  ambiciones  y  apetitos. 

No  sé  si  saldré  o  no  concejal.  Salga  o  no,  contad 
conmigo.  Si  resultara  elegido,  iría  al  Ayuntamiento 
para  aprovecharme  a  mi  modo.  Un  Municipio  es  un 
escenario,  un  pequeño  drama.  Y  acaso  la  única  pro- 
babilidad que  algunos  de  nuestros  concejales  tienen 
de  ser  inmortales  es  que  yo  me  fije  en  ellos. 

Y  esto  no  es  sólo  broma.  Aparte  de  que  la  broma  es 
un  arma  formidable,  y  puesto  a  hacer  reír,  si  yo 
quiero,  lo  hago  mejor  que  los  demás. 


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Y  ya  hablando  en  serio,  mi  aceptación  será  un 
ejemplo  para  los  que  lo  critican  todo,  sin  ofrecerse 
a  nada.  Tal  vez  esto  de  que  yo  me  presente  ahora 
para  concejal  haga  que  muchos  alejados  de  estas  lu- 
chas se  sacrifiquen  por  el  bien  común  y  se  evite  que 
tales  cargos  estén  al  alcance  de  los  primeros  que  los 
soliciten. 


(Texto  publicado  en  el  diario  El  Adelanto.  .S"a/íJ- 
vianca,  año  XXXI,  número  9.649,  noviembre,  1915.) 


DISCURSO  EN  LA  UNIVERSIDAD  DE  SALA- 
MANCA, EN  LA  VELADA  EN  MEMORIA  DE 
DON  LUIS  RODRIGUEZ  MIGUEL,  CATEDRA- 
TICO DE  AQUELLA,  EN  MARZO  DE  1916 


Este  año  se  cumplirán  los  veinticinco  de  que  vine 
a  esta  ciudad  de  Salamanca  a  servir  a  la  cultura 
patria,  ganándome  la  vida,  en  su  Universidad  secu- 
lar. En  este  tiempo,  ¡  cuántos  desengaños,  pero  cuán- 
tas ilusiones  florecidas  y  aun  fructificadas  después ! 

Llegué  acá  en  tiempos  de  ardorosa  lucha.  Hacía  un 
año  habíase  muerto  don  Mariano  Arés,  a  quien  no 
conocí  y  cuya  muerte  y  entierro  civil  fué  el  arran- 
que de  agitadas  controversias.  De  un  lado,  el  grupo 
de  los  llamados  integristas,  que  iban  más  que  a  re- 
cibir instrucciones,  a  confortarse  a  los  claustros  de 
la  Clerecía,  y  del  otro,  los  liberales,  en  cuyas  filas 
formé,  desde  luego.  Y  cuenta  que  por  entonces,  en 
plena  boga  de  que  aquello  de  que  "el  liberalismo  es 
pecado",  el  ser  liberal  era  ser  algo. 

Colaboré  asiduamente  — ¡  y  tanto ! —  en  La  Liber- 
tad y  luego  en  La  Democracia,  fundadas  por  aquel 
pobre  amigo  que  fué  Enrique  Soms  y  Castelín,  muer- 
to también  y  aún  en  vigor  de  años.  La  lucha  era 
enconada.  Yo  me  vi  procesado  por  un  artículo  que 
no  escribí,  pero  del  que  respondía  como  director  acci- 
dental del  diario  cuando  apareció  el  artículo.  Defen- 
dióme ante  los  tribunales,  como  después  en  otra  cau- 
sa y  ante  otro  tribunal,  Luis  Maldonado,  mi  amigo 
desde  que  llegué.  Fui  entonces  absuelto.  Y  poco  des- 
pués procesábase  a  Soms  por  un  artículo  que  yo  es- 
cribiera, y  fué  también  absuelto. 


912 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Aquellas  luchas  angustiábanle  al  buen  don  Luis  Ro- 
dríguez Miguel,  hombre  de  templanza,  de  paz,  de  con- 
cordia y  de  vía  media.  Aunque  conservador  (más  bien 
lo  que  se  llamaba  moderado)  y  católico  a  macha  y 
martillo,  simpatizaba  más  con  nosotros,  los  libera- 
les, que  con  los  integristas.  Pero  lamentaba  las  dis- 
cordias. Su  sueño  era  la  unión  de  todos,  la  comuni- 
dad de  esfuerzo  para  la  labor  universitaria.  ¡  Un 
sueño  utópico ! 

¡  Cuántas  veces  no  se  lo  dije !  ¡  Porque  yo  estimaba 
esa  unión  imposible  e  inconveniente !  Sabía  que  no 
podríamos  fundarla  sobre  la  tolerancia  mutua  porque 
el  integrismo  no  era  sino  la  fórmula  de  la  intoleran- 
cia. ¡  Como  que  los  integristas  no  podían  soportarse 
ni  a  sí  mismos  en  su  vida  hosca  y  huraña,  alejados  de 
todo  trato  del  mundo !  Y  yo,  además,  que  tuve  cuna- 
da mi  infancia  por  el  fragor  de  la  guerra  civil  y  que 
acabé  mi  primera  enseñanza  y  entré  en  la  segunda 
oyendo  el  estampido  de  las  bombas,  creía,  como  sigo 
creyendo,  en  la  eficacia  moral  de  esas  luchas  y  en 
la  torpeza  de  los  compromisos.  Pero  para  Rodríguez 
Miguel  todo  debía  posponerse  a  la  paz,  a  una  paz 
de  industrioso  trabajo.  "Para  las  cosas  de  la  Univer- 
sidad todos  debíamos  ser  uno",  me  dijo  cien  veces. 
Y  yo  le  respondía:  "¡No,  ni  para  las  cosas  de  la 
Universidad,  ni  para  las  de  la  calle!" 

Y  hoy  quiero  yo,  un  hombre  de  guerra,  decir  todo 
lo  que  de  bueno  puedo,  en  sinceridad  de  conciencia, 
de  aquel  hombre  de  paz.  Sin  mentir  ante  su  re- 
cuerdo aún  fresco.  La  adulación  al  que  fué  es  la 
más  baja  de  las  adulaciones.  Mas  ya  que  acaso  se 
haya  creído  que  desdeñé  a  aquel  hombre  bueno,  la- 
borioso y  entusiasta,  y  ya  que  acaso  alguna  vez  el 
maligno  prurito  voluptuoso  de  la  mordacidad  me  lle- 
vara en  lo  íntimo  a  frases  hirientes,  que  luego  la 
infecta  malicia  de  este  ambiente  de  mezquinas  pasion- 
cillas se  encargaba  de  explayar,  quiero  ahora  aquí 


OBRAS  COMPLETAS 


913 


rendir  un  tributo  a  la  verdad  de  mis  sentimientos. 
No  puedo  negar  que  ensayé  alguna  vez  mi  ingenio 
satírico  en  aquel  buen  amigo  y  compañero,  ¿pero  en 
cuál  de  mis  amigos  no  lo  he  ensayado?  Y  no  lo  digo 
ni  por  justificarme  ni  por  jactancia,  sino  por  ser 
verdad. 

Rodríguez  Miguel,  que  rendía  culto  a  Cervantes, 
debió  de  aprender  en  éste  el  respeto  a  todo  empeño 
bien  intencionado,  sea  cual  fuere  su  resultado. 

Él,  Rodríguez  Miguel,  ni  tomó  la  cátedra  como 
pesado  y  enojoso  débito  al  Estado  que  paga,  ni  se  le 
enfriaron  sus  entusiasmos  con  el  peso  frío  de  los 
años.  A  cumplidor  de  su  deber,  pocos,  si  es  que  hay 
alguno,  le  habrán  ganado.  Pero  los  dos  rasgos  que 
más  le  caracterizaban  eran  su  amor,  a  las  veces  su- 
persticioso, a  Salamanca,  y  el  deseo  de  acrecentar 
la  pompa  y  la  representación  externas  de  su  Univer- 
sidad. Lo  que  no  quiere  decir,  claro  está,  que  se  des- 
interesara de  la  intensidad  de  su  vida  interior. 

Su  salmantinismo  rayaba  a  las  veces  en  fetichismo. 
No  siendo  de  Salamanca  ni  habiéndose  criado  en  ella, 
sino  venido  acá  hombre  ya  maduro,  era  mucho  más 
salmantinista  que  los  salmantinos  de  nación.  Uno  de 
sus  empeños  fué  coleccionar  poetas  y  escritores  de 
esta  tierra  y  cuando  yo  acudía  a  echar  en  esto  ja- 
rros de  agua  fría  a  su  entusiasmo,  afligíase  muy  de 
veras,  lo  que  prueba,  por  lo  menos,  lo  acendrado  de 
su  cariño  a  ésta  su  patria  chica  de  adopción. 

Su  idea  — si  equivocada  o  no  ahora  no  es  de  asen- 
tarlo—  era  que  había  que  recoger  cuanto  aquí  se  hu- 
biera escrito  en  bellas  letras  y  ordenarlo  y  catalo- 
garlo y  que  luego  vendría  quien  examinándolo  cri- 
ticamente lo  juzgase.  El  sólo  aspiraba  a  dar  a  otros 
materiales  y  temas  de  estudio,  y  dolíale  el  que  por 
negligencia  se  le  escapase  escritor  alguno  salmanti- 
no que  poder  ser  luego  sometido  al  juicio  de  compe- 


914  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


tentes  críticos.  En  lo  que  hay,  como  se  ve,  un  fondo 
de  positiva  modestia.  No  es  que  él  creyera  en  el 
valor  sobresaliente,  ni  aun  siquiera  llano  de  muchos 
de  aquellos  escritores  a  que  pretendía  salvar  del  ol- 
vido, ¡  no !  Lo  que  él  buscaba  es  que  no  fuesen  con- 
denados a  esa  terrible  oscuridad  de  fama  sin  haber- 
los oído. 

Hanme  dicho  que  don  Julio  Cejador,  al  empren- 
der su  poderosa  Historia  de  la  Literatura  Española, 
le  pidió  nota  de  los  escritores  salmantinos  que  había 
catalo,s:ado,  y  que  después  de  habérsela  dado,  decía: 
"¡  Ahora  que  está  la  cosa  en  manos  de  Cejador,  verá 
Unamuno  si  ha  habido  o  no  poetas  en  Salamanca!" 
No  pasaba  por  que  aquí  en  esta  ciudad  preñada  de  la 
poesía  de  siglos  de  recuerdos  no  hubiera  habido  una 
legión  sagrada  de  poetas.  Y  era  ello  efecto  de  su  sal- 
mantinismo,  que  hasta  le  cegaba  cuando  de  ésta,  su 
verdadera  patria  de  afecto,  se  trataba. 

En  su  culto  a  Cervantes  unía  su  culto  a  esta  ciu- 
dad, que,  según  aquél,  "enhechiza  la  voluntad  de 
volver  a  ella  a  todos  los  que  de  la  apacibilidad  de 
su  vivienda  han  gustado".  Y  bien  sabéis  cómo  en 
los  últimos  años,  al  celebrar  como  celebró  siempre 
desde  que  fué  catedrático  la  muerte  de  Cervantes, 
el  23  de  abril,  con  una  misa  de  Réquiem  y  luego 
una  velada  literaria,  asociaba  en  ésta  a  aquel  máximo 
príncipe  de  nuestros  ingenios  algún  ingenio  literario 
salmantino,  aunque  no  fuese  príncipe.  Y  aquella  in- 
fecta malicia  de  este  ambiente  de  mezquinas  pasion- 
cillas de  que  antes  os  hablaba,  dió  en  creer  —piensa 
el  ruin  que  todos  son  ruines —  y  en  decir  que  yo 
venía  aquí  a  presidir  aquellas  veladas  para  cha- 
farle el  cuento.  Y  esto  no  es  verdad ;  no  lo  es.  ¡  El  ve- 
nía a  cumplir  uno  que  estimaba  piadoso  deber  de 
amor  a  Salamanca  y  a  la  cultura  patria,  y  yo  a  cum- 
plir otro,  aunque  penoso,  también  piadoso  deber  de 
amor  a  la  verdad,  que  es  a  la  cultura  y  a  Salamanca. 


OBRA S    C O M FLETAS 


915 


El  venía  a  evitar  que  un  acaso  injusto  silencio  ate- 
rrara la  memoria  y  la  obra  de  ingenios  salmantinos, 
y  yo  venia  a  decir,  en  derredor  de  ellos,  verdades 
que  otros  se  las  callan.  ¡  Y  que  me  era  doloroso  a  las 
veces ! 

Podria  haber  y  había  diferencias  de  criterios  en- 
tre él  y  yo;  pero  mi  labor  no  era  menos  honrada 
que  la  suya,  y  ésta,  la  suya,  era  honradísima.  El  res- 
piraba en  una  Salamanca  tradicional  y  tradicionalista 
que  no  era  del  todo  la  mía.  ¿Quién  duda  de  que  in- 
fluido por  el  ambiente  en  que  aquí  vivía  creyó  real- 
mente en  la  eminencia  literaria  de  Julián  Sánchez 
Ruano,  pongo  por  caso  ?  Pero  nadie  dudará  tampoco 
de  que  aquel  mi  estrumpido  contra  la  valoración  que  se 
hacía  del  travieso  político  revolucionario  y  mi  filípica 
contra  la  triste  superstición  politicista  que  estima  un 
ministerio  la  más  genuina  consagración  de  un  talento 
nacional,  fueron  tan  sinceros  como  su  empeño.  Lo  que 
yo  no  quería  es  que  aquellos  valores  pasasen  sin  va- 
loración, sin  contraste,  sin  ser  discutidos.  El  hacía 
muy  bien  en  presentárnoslos,  y  yo  no  hacía  mal  en 
discutírselos. 

Y  recuerdo  una  frase  suya  que  pinta  toda  su  in- 
genua e  ingénita  bondad.  De  vuelta  de  un  viaje  a 
cierto  pueblecito  de  esta  provincia,  a  donde  fué  a  in- 
augurar una  lápida  a  la  memoria  de  un  dulce  y  blan- 
do y  melancólico  poeta,  al  que  conocí  y  traté  bastante, 
me  decía:  "¡  Hay  que  animar  a  los  jóvenes  !"  ¡  Y  tenía 
razón !  Aquel  pobre  poeta,  más  grande  o  más  chico, 
no  merecía  menos  la  modestísima  lápida  que  mere- 
cen calles,  y  hasta  estatuas,  tantos  oscurísimos  varo- 
nes a  quienes  les  rinden  esos  honores  porque  han 
chapoteado  en  la  charca  de  nuestra  politiquería, 
''i  Hay  que  animar  a  los  jóvenes !"  Fué  una  de  sus 
divisas.  Y  había  que  ver  con  qué  irradiante  placer 
acojía  los  triunfos  de  los  que  fueron  sus  discípulos. 
Porque  en  aquel  corazón  sencillo  y  abierto,  hay  que 


916 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


decirlo  muy  alto  y  muy  claro,  no  entró  jam.ás  la  en- 
vidia. ¡  Y  cuidado  que  a  las  veces  entra  en  corazo- 
nes de  maestros  para  con  sus  discípulos !  En  él,  no. 
Aspiraba  a  pegar  entusiasmo.  Y  es  que  aquel  hom- 
bre de  paz  fué  ante  todo  un  hombre  bueno. 

Era  otro  de  sus  afanes  el  de  conservar  y  res- 
taurar y  ensanchar  la  pompa  y  la  solemnidad  uni- 
versitarias. No  se  avenía  a  una  Universidad  reco- 
gida y  casera  y  sin  aparato  de  grandeza.  Soñaba  con 
que  volviese  a  ser  lo  que  dicen  que  fué.  Y  creía,  muy 
de  buena  fe,  en  la  eficacia  de  cierta  liturgia  univer- 
sitaria. ¡  Quién  sabe  si  no  estaba  en  lo  cierto !  Aun- 
que no  fuese  tal  mi  creencia. 

¡  Y  ante  todo  y  sobre  todo  la  unión,  la  unión,  la  con- 
cordia, la  paz  y  una  unanimidad  imposible !  Y  era  tal 
su  salmantinismo  universitario,  que  en  unas  elecciones 
senatoriales  de  la  Universidad  sostuvo  él,  que  no  era 
salmantino,  que  se  debía  preferir  a  cierto  candidato 
por  ser  hijo  de  la  ciudad.  A  tal  punto  llegaba  su 
amor  a  esta  patria  chica  de  adopción  y  de  afecto,  que 
vino  a  caer  en  ese  peligrosísimo  indigenismo  aca- 
démico. Pero  todo  ello  sin  frío  cálculo  de  interés 
alguno,  sin  segunda  bastarda  intención,  todo  ello  por 
entusiasmo,  por  un  entusiasmo  que  los  más,  cuando 
lo  han  tenido,  pierden  a  lo  más  florido  de  la  vida. 
¡  Y  él  lo  conservaba  hasta  la  víspera  de  su  muerte, 
ya  en  edad  provecta ! 

Era  hombre  de  paz  y  de  tolerancia.  Respetaba  has- 
ta mí  agresividad,  aunque  sin  alabármela,  ¡  eso  no ! 
Todavía  recuerdo  cuanto  me  dijo  una  tarde,  dolido 
al  verme  en  cierto  estado  de  exaltación  y  cuando  yo, 
con  palabras  ásperas  y  punzantes,  afeaba  la  bochor- 
nosa resignación  de  una  asamblea  académica,  de  que 
él  formó  parte,  ante  descompuestas  impertinencias  je- 
rárquicas, nacidas,  quiero  creer,  de  medrosa  ofusca- 
ción. Y  él,  que  acaso  sentía  el  bochorno  de  aquella 
resignación  — pues  aunque  hombre  de  concordia  y 


OBRAS  COMPLETAS 


917 


tolerancia  era  delicadísimo  y  pundonoroso — ,  trata- 
ba de  aquietarme  aunque  no  de  explicar  la  triste 
conducta  colectiva,  pues  sabia  bien  que  las  colecti- 
vidades suelen  carecer,  como  tales,  de  memoria,  de 
entendimiento  y  de  voluntad,  sobrándoles  en  cambio 
mansedumbre.  Aquella  tarde  me  separé  de  él  sin- 
tiendo haberle  dicho  lo  más  de  lo  que  le  dije.  Cosa, 
por  lo  demás,  que  me  pasa  mucha  veces  y  con 
muchos. 

Yo  he  dicho,  pero  en  público,  y  he  escrito  cosas 
muy  duras,  durísimas,  del  profesorado  universitario 
español,  buscando  así,  iluso  de  mí,  obrar  sobre  el 
sentimiento  del  prestigio,  pero  debo  declarar  aquí,  pú- 
blica y  solemnemente,  que  si  todos  los  catedráticos 
pusiésemos,  como  puso  siempre  Rodríguez  Miguel, 
todo  nuestro  entusiasmo  y  toda  nuestra  capacidad, 
sea  ésta  la  que  fuere,  en  nuestra  labor  docente,  la  cul- 
tura patria  estaba  en  definitivo  salvo.  ¿  Qué  se  le  pue- 
de j)edir  hoy  más  a  uno  sino  que  dé  cuanto  puede 
dar?  Acaso  llegue  un  día  en  que  esto  no  baste,  pero 
hoy  por  hoy  es  ello  hasta  un  ideal  ilusorio. 

Yo  he  pecado  mucho  en  posponer  con  exceso  la 
estima  de  la  buena  intención  y  de  la  laboriosidad  y 
del  celo  por  el  cumplimiento  del  deber  a  la  de  otras 
cualidades  de  otro  orden,  más  brillantes,  pero  no 
siempre  más  sólidas;  yo  he  pecado  mucho  en  des- 
deñar a  los  hombres  buenos,  de  paz  y  de  concordia  y 
de  tolerancia,  rindiéndome  más  de  lo  debido  al  ad- 
versario, si  era  como  yo,  belicoso  y  duro ;  yo  he  pe- 
cado mucho  en  ejercitar  mi  mordacidad  satírica,  aun 
a  costa  de  mis  mejores  amigos,  para  poder  esgrimir 
un  arma  temida,  a  la  vez  que  por  cierta  flaca  vanidad; 
pero  yo  os  digo  hoy  aquí  — y  de  ello  tengo  testigos — 
que  nada  me  cuesta  confesar  esas  mis  culpas,  y  que 
sé,  como  quien  más  y  mejor,  rendir  mi  tributo  de 
homenaje  al  hombre  bueno,  laborioso,  pacífico,  tran- 
sigente, conciliador,  cumplidor  de  su  deber,  y  que 


918 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


libre  de  envidia  y  de  ruindad  pone  la  capacidad  toda 
que  Dios  le  ha  dado  al  servicio  de  su  ministerio  pú- 
blico patrif'itico.  Y  tal  fué  don  Luis  Rodríguez  Mi- 
guel. 

"^"a  veis  cómo  he  vertido  la  verdad,  y  nada  más 
que  la  verdad,  sin  hipócrita  hipérbole  alguna  necro- 
lógica, sobre  la  memoria  de  nuestro  querido  amigo 
y  compañero.  Y  que  Dios  haga  que  sobre  la  de  cada 
uno  de  nosotros  se  derrame  también  la  verdad,  nada 
más  que  la  verdad.  ¡  Qué  dulce  ha  de  ser  dormir  en 
brazos  del  Señor  en  la  última  y  perenne  cuna  con  un 
aire  de  luz  sobre  la  tierra  que  nos  cubra  y  otro  de 
verdad  sobre  las  memorias  de  los  que  nos  conocie- 
ron y  amaron  en  la  vida ! 

(Texto  de  El  Adelanto.  Salamanca,  número  9.753, 
marzo  1916,  cotejado  con  el  manuscrito  original. 

La  velada  fué  organizada  por  el  Ateneo  de  Sala- 
manca y  se  celebró  en  el  Paraninfo  de  la  Universi- 
dad. El  discurso  fué  leído  por  Vnamnno.^ 


CONFERENCIA  PRONUNCIADA  EN  LA  SE- 
SION PUBLICA  DE  3  DE  ENERO  DE  1917,  EN 
LA  REAL  ACADEMIA  DE  JURISPRUDENCIA 
Y  LEGISLACION,  DE  MADRID 


AUTONOMÍA  DOCENTE 

Señores : 

Vengo  y  muy  agradecido  a  vuestro  requerimiento, 
pero  con  el  natural,  no  temor,  pero  sí  desorienta- 
ción de  quien  habla  ante  un  público  especialmente  de 
legistas  no  habiendo  cursado  ni  una  sola  asignatura 
de  Derecho.  Sin  embargo,  para  las  divagaciones  en 
derredor  de  este  tema,  si  lo  es,  de  la  autonomía  uni- 
versitaria creo  que  me  capacitan  y  me  autorizan  vein- 
ticinco años  de  profesorado  oficial  y  de  ellos  catorce 
de  un  cargo  administrativo. 

La  Universidad,  entre  nosotros,  desde  hace  mucho 
tiempo  está  sufriendo  una  grave  crisis,  crisis  que 
acaso  últimamente  se  ha  agudizado,  llegando  a  un 
punto  que  parece  difícil  pueda  sobrepujarse  el  desba- 
rajuste y  el  descontento.  Los  profesores,  ordinaria- 
mente, huyen  de  la  Universidad,  y  tras  de  ellos,  na- 
turalmente — acaso  es  una  de  las  pocas  cosas  en  que 
les  siguen — ,  huyen  también  los  alumnos,  y  los  que 
pueden  y  debían  remediar  esto  dejan  que  las  cosas  co- 
rran, y  acaso  es  peor  si  intervienen. 

Este  descontento  ha  llegado  a  crear  junto  a  las 
Universidades  instituciones  colaterales  en  que  se  re- 
fugian los  universitarios  mismos  que  tienen  ganas  de 
trabajar. 

Naturalmente  que  a  las  veces  estas  instituciones 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


colaterales  no  son  sólo  del  Estado.  Hay  alguna,  más 
claramente,  en  Barcelona,  en  la  cual  explica  asidua- 
mente un  señor  que  está  enfermo  para  explicar  en 
la  Universidad  oficial. 

Dejando  a  un  lado  esto,  y  lo  siento  mucho,  gusta- 
ría hacer  algo  de  historia,  no  ya  de  nuestras  anti- 
guas Universidades,  sino  de  aquella  cuya  historia  co- 
nozco algo,  que  es  la  de  Salamanca,  demostrativo  de 
cómo,  cuando  tenía  autonomía,  aquello  era  también  un 
verdadero  desbarajuste,  y  cómo  las  cátedras  eran 
trampolines,  no  para  subir  a  una  diputación,  sino  que 
entonces  eran  más  bien  trampolines  para  llegar  a  un 
obispado,  pero  también  hay  trampolines  en  la  actual 
Universidad. 

Las  actuales  Universidades  españolas  fueron  fun- 
dadas en  1857  en  virtud  del  artículo  128  de  ley  de 
Instrucción  Pública,  que  decía :  Habrá  tantas  Uni- 
versidades, ni  más  ni  menos.  "Las  sostendrá  el  Es- 
tado (decía  el  artículo  126)  percibiendo  las  rentas  de 
los  Establecimientos,  así  como  los  derechos  de  ma- 
trícula, grados  y  títulos  científicos.  Los  nombramien- 
tos de  los  profesores  de  los  Establecimientos  públicos 
corresponden  al  Gobierno,  a  su  delegado...,  etc."  Y 
esto  era  lo  menos  malo.  Yo  he  conocido  todavía  una 
de  esas  Universidades  o  una  de  esas  Facultades,  en 
cierto  modo  autónomas,  al  menos  administrativamen- 
te como  sostenidas  por  un  Municipio,  con  una  sub- 
vención de  la  Diputación,  con  unos  profesores  con- 
tinuamente intetinos,  de  6.000  reales,  de  ahí  no 
pasaban,  y  aquello  era  una  cosa  verdaderamente  la- 
mentable. 

Aquellas  Universidades,  fundadas  por  la  Ley  de 
1857,  eran  una  pura  ficción  oficial,  no  tenían  de  he- 
cho ningún  género  de  autonomía.  Sus  Claustros  — lo 
mismo  el  Claustro  que  llamaban  ordinario  que  el 
Claustro  extraordinario —  eran  algo  verdaderamente 
lamentable.  El  ordinario  no  podía  reunirse  espontá- 


OBRAS  COMPLETAS 


921 


neaniente,  cuando  él  quería  reunirse;  podía,  sí,  re- 
unirlo  al  Gobierno  o  el  rector  para  consultarle  en  co- 
sas completamente  platónicas.  En  cuanto  al  extraor- 
dinario, aquel  compuesto  del  ordinario  de  todos  los 
doctores  y  de  todos  los  profesores  de  todos  los  grados 
de  enseñanza  de  la  población,  era  más  que  lamentable : 
es  ese  desgraciado  Claustro  extraordinario,  puramente 
ceremonial,  el  de  las  togas,  el  de  aquellos  que  llevan 
la  cabeza  inscrita  en  un  octógono  de  seda  negra, 
y  todas  esas  cosas  meramente  rituales.  Y  es  que  la 
Universidad  española  no  era  más  y  no  es  más  que  una 
oficina  de  togados,  sin  lazo  alguno  entre  sí ;  un  me- 
canismo y  no  un  organismo.  Porque  un  organismo 
es  algo  que  se  renueva  él  mismo :  cuando  se  destruye 
o  desaparece  una  célula  de  él,  todas  las  demás,  en 
conjunto,  forman  la  célula;  esto  no  es  una  cosa  que 
nace,  sino  que  crece  por  yuxtaposición  de  gentes  que 
vienen  ya  de  acá,  ya  de  allá ;  cuando  yo  llegué  a  la 
Universidad,  en  la  que  llevo  veinticinco  años,  no  ha- 
bía estado  nunca  allí  y  a  nadie  conocía. 

Para  remediar  esto,  se  intentó  ya  alguna  vez  un 
proyecto  de  autonomía  universitaria.  El  primer  ]\Ii- 
nistro  de  Instrucción  Pública,  don  Antonio  Gar- 
cía Alix,  se  dirigió  a  los  claustros  pidiéndoles  unos 
informes,  y  con  estos  informes  preparaba  un  proyec- 
to de  autonomía  universitaria.  Cayó  el  señor  García 
Alix  — para  mí  de  muy  grata  memoria — ,  y  entonces 
recogió  aquellos  informes  y  un  estado  de  opinión  que 
parecía  existir  — no  digo  que  existiera—  el  que  le 
sucedió  en  el  cargo,  que  fué  el  señor  conde  de  Ro- 
manones,  y  se  presentó  el  proyecto  de  ley  de  21  de 
octubre  de  1901,  que  luego  fué  reproducido  en  1905 
por  el  señor  Santamaría  de  Paredes,  y  en  el  preám- 
bulo, al  presentarlo  a  las  Cortes,  decía  como  aquél : 
"Aprobado  de  esta  suerte  — son  sus  palabras — ,  pri- 
mero en  el  Senado  y  después  en  el  Congreso  de  los 
Diputados,  pasó  a  dictamen  de  la  Comisión  mixta 


922  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


para  resolver  las  diferencias  surgidas  entre  ambas 
Cámaras ;  dictamen  que  éstas  aprobaron,  pero  que 
quedó  pendiente  de  votación  definitiva  del  Senado  por 
causas  ajenas  al  proyecto  mismo."  De  las  causas... 
parece  ser  que  el  señor  duque  de  Tetuán,  seguramen- 
te de  acuerdo  con  el  mismo  señor  conde  de  Roma- 
nones,  tumbó  el  proyecto  en  el  Senado,  una  de  las 
habilidades  del  señor  Conde,  porque  en  el  fondo  no 
quería  que  prosperara.  Luego  lo  aceptó,  pero  un  poco 
a  regañadientes.  En  él  se  creaba  una  sombra  siquiera 
algo  de  autonomía  de  los  Claustros;  se  coartaban  las 
facultades  indiscrecionales  de  los  Ministros  que  ma- 
nejan los  Colegios  universitarios  electorales,  que  es 
lo  que  acaba  de  estropear  todos  los  Claustros ;  y  en  el 
artículo  1."  ese  proyecto  aprobado  decía  que  las  Uni- 
versidades son,  a  la  vez  que  escuelas  profesionales, 
centros  pedagógicos  y  de  alta  cultura  nacional.  Una 
frase  vacua  y  propia  de  una  sección  de  legislación ; 
eso  no  es  decir  nada;  pura  palabrería. 

El  artículo  10,  que  las  Universidades  son  personas 
jurídicas  a  los  efectos  del  capítulo  2.",  título  II,  li- 
bro 1.°  del  Código  Civil. 

Por  este  tiempo  se  habían  recogido  los  fondos  uni- 
versitarios que  aún  quedaban  en  algunas  Universi- 
dades, entre  otras  las  de  Santiago  y  Salamanca ;  pero 
había  gran  diferencia  en  las  atribuciones  de  los  Claus- 
tros. Según  este  proyecto,  en  su  artículo  15,  los 
Claustros  ordinarios  deberán  reunirse,  necesariamen- 
te, tres  veces  al  año  y,  además,  siempre  que  lo  soli- 
citen la  cuarta  parte  del  número  de  sus  individuos; 
y  en  el  artículo  16  se  da  a  los  Claustros,  entre  otras 
atribuciones,  la  de  "dictar  — son  sus  palabras —  al 
Consejo  universitario  las  reglas  generales  que  estime 
necesarias  para  el  cumplimiento  de  su  cometido". 
Pero  lo  más  importante  acaso  (éste  es  un  punto  tal 
vez  lírico  y  muy  personal),  a  nuestro  juicio,  era  lo 


OBRAS  COMPLETAS 


923 


referente,  por  parte  de  los  Claustros,  a  las  atribucio- 
nes que  se  les  daba  para  nombrar  Decanos  y  Rectores. 

Según  el  artículo  32,  los  Decanos  serían  elegidos 
por  las  Facultades,  y  su  cargo  duraría  cinco  años;  y 
en  el  17  se  decía:  "El  Rector  será  nombrado  por 
Real  Decreto  entre  los  catedráticos  que  compongan  el 
claustro  ordinario  de  la  Universidad,  a  propuesta  del 
mismo  Claustro.  Durarán  en  el  cargo  cinco  años  no 
pudiendo  ser  reelegida  la  persona  que  lo  desempeñe 
sino  después  de  transcurridos  otros  cinco,  a  no  ser 
que  el  electo  reúna  las  cuatro  quintas  partes  de  los 
votos  emitidos.  El  Rector  podrá  ser  suspendido  en 
sus  funciones  por  el  ministro;  además,  cuando  proce- 
da, podrá  ser  separado,  previa  la  formación  de  expe- 
diente, que  ha  de  resolverse  en  Consejo  de  Ministros." 

Naturalmente  que  artículos  como  éstos  no  podían 
convenir  a  nuestros  profesionales  de  la  arbitrarie- 
dad política,  que  necesitan  hacer  de  estos  cargos,  que 
se  llaman  de  confianza  política,  algo  que  deprime 
siempre  la  dignidad  del  que  lo  ejerce,  porque  se  pue- 
de separar,  no  ya  sin  esa  formación  de  expediente, 
mas  sin  advertencia  previa,  sin  ninguna  clase  de  ex- 
pediente y  sin  darle  a  saber,  ni  pública  ni  privada- 
mente, los  motivos  de  tal  acto,  sino  estableciendo  más 
bien  la  doctrina  inmoral,  atentatoria  a  la  dignidad  del 
ciudadano,  del  secreto  de  la  confianza  ministerial,  y 
fijando  el  sistema  de  ex  injormata  conscicntia.  Y  no 
insisto  en  esto,  y  paso  de  largo,  por  haber  sufrido 
este  procedimiento  ministerial,  indigno  de  cualquier 
pueblo  civilizado  y  digno. 

El  proyecto,  como  digo,  fracasó;  pero  ; hubiera 
remediado  algo  este  proyecto  de  21  de  diciembre  de 
1905?  Escasamente.  La  autonomía  aquella  era  limi- 
tada y  no  podía  ni  debía  más  que  serlo,  ya  que  con 
Claustros  universitarios  como  los  actuales,  f|ue  no 
están  hechos  ni  por  Universidades  autónomas  ni  para 
ellas  la  autonomía  universitaria,  siquiera  con  muy 


924 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


mediana  amplitud,  podría  resultar  un  gran  fracaso. 
De  todos  modos,  siempre  sería  una  autonomía  dele- 
gada y  precaria,  no  natural ;  no  sé  que  surja  espon- 
táneamente de  un  organismo  que,  en  rigor,  no  debe 
su  vida  inicial  al  Estado,  como  la  que  pueden  tener 
la  ciudad  o  las  regiones,  sea  buena  o  sea  mala.  Hoy 
la  Universidad  no  puede  decirse  que  tiene  persona- 
lidad. ¿Y  la  personalidad  colectiva?  El  haberle  dado 
esas  atribuciones  no  hubiera  contribuido  a  creársela. 
Es  el  Estado  el  que  enseña,  bien  o  mal,  no  hablemos 
de  eso,  no  es  la  Universidad;  y  los  catedráticos  no 
somos  más  que  unos  funcionarios  públicos,  de  hecho 
irresponsables  y  no  sujetos  a  inspección  técnica  al- 
guna. 

La  autonomía  plena  creo  que  traería  daños  incalcu- 
lables. Si,  por  ejemplo,  se  llegara  a  encomendar  a 
los  Claustros  el  nombramiento  de  los  profesores,  yo 
no  sé  lo  que  acabaría  de  pasar. 

El  artículo  55  del  proyecto  de  1905,  entre  las  atri- 
buciones de  las  Juntas  de  Facultad,  señala  la  de  ele- 
var al  Ministro  la  propuesta  unipersonal  para  el  nom- 
bramiento de  auxiliares  con  sueldo.  Esto  ha  existido 
alguna  vez,  y  más  vale  no  comentarlo.  De  ese  modo 
serían  auxiliares,  y  acaso  numerarios  luego,  los  hi- 
jos, sobrinos  y  yernos  de  los  que  hoy  lo  somos. 

Cinco  hijos  varones  tengo,  me  hubiera  apresurado 
a  dedicar  los  cinco  al  profesorado,  y  éste  se  habría 
convertido  en  una  casta  familiar. 

Además  de  otros  males,  existe  en  ciertas  Universi- 
dades el  mal  del  indigenismo,  que  la  xenofobia  es  de 
todas  partes. 

La  intervención  del  Claustro,  desgraciadamente  casi 
siempre,  es  de  resultados  funestísimos.  Cuando  inter- 
venía, hoy  no  interviene,  en  las  jubilaciones,  no  ha- 
bía nunca  nadie  jubilado.  Después  de  ponerse  todos 
de  acuerdo  en  que  un  pobre  señor  estaba  incapaz, 
todos  informaban  que  podía  continuar;  y  yo  sé  cómo 


OBRAS  COMPLETAS 


925 


en  la  Universidad  de  Salamanca  se  jubilaron  cuatro 
por  no  estar  en  condiciones,  y  no  a  petición  suya,  y 
de  qué  medios  tuve  que  valerme  para  ello.  Claro 
está  que  hoy.  que  no  informa,  viene  a  ser  poco  más 
o  menos  lo  mismo.  Hay  algún  señor  que  debiera  estar 
ya  legalmente  jubilado,  y  hace  años  que  duerme  el 
asunto.  Hoy  no  se  jubila  absolutamente  a  nadie;  no 
se  separa  a  ningún  incapaz.  Recuerdo  otra  interven- 
ción, también  del  Claustro,  que  a  mí  me  ocasionó 
verdadera  indignación,  me  produjo  hondísima  triste- 
za, y  fué  cuando  se  establecieron  unos  malhadados 
premios  en  que  tenían  que  informar  las  Facultades. 
El  espectáculo  fué  lamentable ;  se  echaron  sobre  ellos 
a  la  rebatiña.  En  unos  sitios  acordaron  turnar,  y  en 
otros,  dar  a  los  más  necesitados :  aquello  era  una  cosa 
que  se  le  caía  a  uno  el  alma.  No  se  puede  consentir 
que  esto  se  convierta  en  unos  cotos  cerrados  de  hoy 
por  mí,  mañana  por  ti.  Hoy,  desgraciadamente,  no  es- 
tamos en  condiciones  de  poder  gobernarnos  de  esta 
manera. 

Claro  está  que  aquí  hay  un  mal,  yo  creo  que  un 
mal  necesario ;  es  eso  de  que  tantas  veces  se  suele 
hablar,  en  contra,  sobre  todo  por  elementos  de  extre- 
ma derecha,  y  es  el  Estado  docente. 

Se  combate  mucho  al  Estado  docente ;  creo  que  es 
un  mal  que  sea  el  Estado  el  que  tenga  que  enseñar, 
pero,  como  digo,  es  un  mal  necesario.  La  ciencia 
oficial  podrá  ser  menguada,  pero  hoy,  mala  y  todo, 
es  la  única  que  hay  y  la  única  que  merece  el  nombre 
de  enseñanza.  La  que  dan  los  particulares,  la  privada, 
la  de  las  Asociaciones,  es  infinitamente  peor ;  hacen  que 
enseñan,  y  no  enseñan  nada.  Claro  que  la  oficial  tiene 
el  inconveniente  de  una  cierta  irresponsabilidad,  de 
una  falta  de  inspección  técnica,  cuando  lo  capital,  lo 
importante  en  la  enseñanza,  no  es  el  material,  es  el 
personal. 

Su  Majestad  el  Catedrático  tiene  dos  principales 


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MIGUEL   DE  UNAMUNO 


preocupaciones,  que  son:  el  escalafón  y  las  vacacio- 
nes. Hay  quien,  al  terminar  su  clase  diaria,  se  frota 
las  manos  y  dice:  "Vaya,  ya  es  domingo  para  el  resto 
del  din."  Ln  cátedra,  hay  demasiados  todavía,  no  dijjo 
todos,  que  la  toman  a  modo  de  un  beneficio  de  por 
vida,  como  una  cosa  de  derecho  quiritario,  de  abuso: 
toman  la  cátedra  como  jus  ntcndi  et  ahntendi,  más 
ahufendi  aue  ntcndi. 

Yo  he  dicho,  y  algunos  de  mis  compañeros  me  han 
asegurado  que  era  exageración,  que  las  huelgas  las 
hacemos  los  profesores.  ¡  Podría  yo  contar  tantas  co- 
sas !  Recientemente,  en  un  centro  de  enseñanza,  los 
alumnos,  alumnas  mejor  dicho,  decidieron  ir  hasta 
el  último  día  a  clase;  pero  el  Claustro  se  reunió  y 
dijo  que  no  admitía  imposiciones,  y  que  cuando  en 
todos  los  demás  Centros  se  habían  anticipado  las  va- 
caciones, era  hacerles  de  menos  obligarles  a  dar  cla- 
se. Yo  creo,  ya  digo,  que  es  un  mal  el  del  Estado 
docente,  pero  tenemos  que  aceptar  este  mal.  v  pnréce- 
me  que  el  modo  de  haceido  menos  malo  es  la  forma 
de  entrar  en  el  profesorado.  También  se  quejan  de 
esto:  no  es  que  por  haber  yo  entrado  por  oposición 
defienda  ésta,  es  que  creo  que  hoy  por  hoy  es  el  pro- 
cedimiento menos  malo. 

Hace  muchos  años,  cuando  vivía  un  famoso  hom- 
iM-e  público,  que  ya  murió,  solía  decir  un  amigo  mío: 
"Mira,  el  procedimiento  más  natural  era  designar  el 
profesorado  por  nombramiento  ministerial :  pero  si 
así  fuera,  serían  catedráticos  de  Cirugía  todos  los 
barberos  de  Antequera."  El  arbitrio,  la  discreción 
ministerial,  cuando  es  discreción,  acaso  fuera  el  me- 
jor procedimiento  para  nombrar  el  profesorado,  y  lo 
es  en  cualquier  país  de  opinión  pública;  pero  hay 
f|ue  ver  los  ministros  profesionales  de  la  arbitrarie- 
dad, mucho  más  cuando  son  atolondrados  y  a  este 
atolondramiento  acompaña  un  brío  de  no  saber,  o  no 
querer  aconsejarse,  o  acudir  a  la  opinión,  donde  pasa 


OBRAS  COMPLETAS 


927 


por  opinión  el  vocerio  de  los  pregones  del  mercado  de 
la  prensa  enciclopédica  cotidiana. 

Ha  \enidü  lutgu  e^e  nial  de  abrir  y  cerrar  lo  que 
llaman  las  puertas  falsas.  Estas  se  cierran  hasta  que 
hay  un  número  suficiente  de  gente  que  hace  presión, 
y  entonces  se  abren,  entran  todos  de  golpe  y  se  vuel- 
ven a  cerrar  otra  vez.  Y  hay  que  ver  — podrá  ser 
una  cosa  fatal — ,  por  regla  general,  no  quiero  ofender 
a  nadie,  la  calidad  de  los  (jue  han  entrado  por  ese 
procedimiento.  Claro  está  que  las  oposiciones  tienen 
muchos  inconvenientes,  sobre  todo  el  gravísimo  de 
eso  que  llaman  el  competente.  ¡  Yo  he  conocido  cada 
competente ! 

Pero  el  mayor  tal  vez  — y  ésta  es  una  cosa  que  en 
mí  constituye  una  verdadera  obsesión —  es  la  falta 
de  inspección  técnica  para  la  enseñanza  superior, 
como  la  hay  en  la  primera  enseñanza.  Yo  no  digo 
que  cumpla;  pero  basta  que  la  haya.  Simplemente  el 
que  existan  Inspectores  de  primera  enseñanza  no  deja 
de  dar  algún  resultado.  A  nosotros,  los  catedráticos, 
no  nos  inspecciona  nadie.  Uno  va  a  clase,  explica  si 
quiere,  y  si  no  quiere,  no  explica. 

Hace  veinticinco  años  conocí  yo  un  catedrático  de 
Derecho  civil  que  explicaba  éste  — de  que  yo  no  en- 
tiendo—  con  arreglo  a  lo  dispuesto  en  leyes  antiquí- 
simas, y  cuando  reieria  al  Lodigo,  decía  a  sus  alum- 
nos: "Anda  por  ahí  un  libro  que  dicen  que  ha  escri- 
to Alonso  Martínez".  He  conocido  un  profesor  de 
Geografía  muy  tradicionalista  que,  al  hablar  de  Italia, 
daba  cuenta  de  los  ducados  de  Parma,  Módena  y  Tos- 
cana  y  los  Estados  Pontificios,  diciendo  que  para  él 
la  unidad  italiana  no  existía.  Otro  de  Francés  decía 
que  hay  sonidos  en  francés  que  no  están  hechos  ni 
para  lengua  ni  boca  españolas.  Se  llega  a  verdaderos 
extremos  y  a  no  respetar  aquel  mínimo  de  princi- 
pios evidentes  reconocidos  absolutamente  por  todos. 
Esto  que  yo  he  llamado  alguna  vez  camarrupadas,  ya 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


sabéis  hasta  qué  grado  puede  llegar ;  en  algunos  sitios 
es  una  verdadera  vergüenza. 

Y  no  hay  nadie  que  ponga  remedio  a  este  estado 
de  cosas ;  ni  aun  las  autoridades  universitarias  pueden 
hacerlo.  Un  Rector,  un  Decano  mismo,  no  pueden, 
porque  les  contestan:  "¿Usted  qué  sabe  de  esto?" 
Esa  autoridad  no  puede  inspeccionar  técnicamente 
hoy  una  cátedra  de  Cirugía,  mañana  otra  de  Matemá- 
ticas o  de  Latín,  aun  cuando  le  conste  que  en  ellas 
se  barbariza.  Expondríase  a  ser  rechazado  por  in- 
competente. 

Pero  para  esto  se  emplean  remedios  más  extra- 
ordinarios :  uno  de  ellos  es  el  traslado.  Es  triste,  cier- 
tamente. Yo  mismo  he  hecho  que  un  señor  saliera  de 
aquella  Universidad  y  se  fuera  a  otro  sitio  porque 
era  absolutamente  insoportable.  Claro  está  que  dicen 
que  la  inspección  es  un  círculo  vicioso,  porque  ¿quién 
inspecciona  al  inspector?  Esto  se  lo  he  oído  decir  a 
muchos  compañeros  míos.  Sí  este  principio  se  apli- 
cara, por  ejemplo,  a  cosas  de  justicia,  ¿quién  iba  a 
juzgar  al  juez?  No  habría  medio  de  hacer  justicia. 

El  articulo  170  de  la  ley  de  1857  dice  que  "ningún 
profesor  podrá  ser  separado  sino  a  virtud  de  senten- 
cia judicial  que  le  inhabilite  para  ejercer  su  cargo,  o 
de  expediente  gubernativo  formado  con  audiencia  del 
interesado  y  consulta  del  Real  Consejo  de  Instrucción 
pública,  en  el  cual  se  declare  que  no  cumple  con  los 
deberes  de  su  cargo,  que  infunde  en  sus  discípulos 
doctrinas  perniciosas  o  que  es  indigno  por  su  con- 
ducta de  pertenecer  al  profesorado". 

Yo  me  he  preguntado  varias  veces  cuáles  son  estas 
doctrinas  perniciosas.  Creo  que  los  evidentes  errores 
científicos  son  doctrinas  perniciosas.  Mas  aquí  se  ve 
bien  que  esto  se  refiere  al  orden  religioso,  tiene  rela- 
ción con  los  artículos  295  y  296,  que  estatuyen  h 
inspección  de  la  enseñanza  desde  el  punto  de  vista 
de  las  doctrinas  religiosas,  "estando  obligadas  las  au- 


OBRAS  COMPLETAS 


929 


toridades  civiles  y  académicas  a  velar  por  ellas  y  de- 
nunciar a  los  obispos  u  otros  prelados  si  saben  que 
se  vierten  doctrinas  de  este  género".  Y  cuando  un 
prelado  diocesano  advierta  que  en  los  libros  de  texto, 
o  en  las  explicaciones  del  profesorado,  se  emiten  doc- 
trinas perjudiciales  a  la  buena  educación  religiosa, 
privadamente  dará  cuenta  al  Gobierno,  quien  ins- 
truirá el  oportuno  expediente,  oyendo  al  Real  Con- 
sejo de  Instrucción  pi'iblica  y  consultando,  si  lo  cre- 
yese necesario,  a  otros  prelados." 

En  una  Asamblea  que  se  celebró  en  Barcelona  en- 
vié a  informe  una  ponencia  pidiendo  la  derogación 
de  este  artículo.  Y  entonces,  gentes  para  mí  de  mu- 
cho respeto,  se  me  echaren  encima  y  me  dijeron : 
"No  toque  usted  eso.  Esas  son  leyes  en  desuso."  Como 
yo  no  soy  jurista,  tengo  verdadero  terror  a  las  leyes 
en  desuso. 

Cuando  ejercía  el  Rectorado,  andaba  siempre  bus- 
cando cosas  que  no  se  aplicaban,  para  aplicarlas. 
Cuando  entro  en  una  casa  y  veo  una  pistola  encima 
de  una  mesa,  la  cojo,  hago  fuego  y  digo:  "No  la  ten- 
ga usted  cargada!"  Ahora,  en  el  otro  sentido  de  doc- 
trinas perniciosas  científicamente,  de  eso  nunca  se 
ha  hablado.  Sólo  de  un  ministro  de  Instrucción  Públi- 
ca recuerdo  que  cursara  una  advertencia  para  que  no 
se  permitiera  verter  en  cátedra  doctrinas  subversivas 
de  las  instituciones  fundamentales  del  Estado,  mas 
nada  se  ha  dicho  nunca  contra  la  enseñanza  de  evi- 
dentes errores  científicos.  No  hay  que  decir  que  na- 
die hizo  caso,  y  todo  el  mundo  sigue  haciendo  lo  que 
le  viene  en  gana,  porque  en  una  clase  se  puede  hacer 
cualquier  clase  de  propagandas.  Hay  una  verdadera 
anarquía,  una  confusión,  y  hay,  sobre  todo  en  la  di- 
rección ministerial,  un  penelopismo,  un  tejer  y  des- 
tejer lamentable,  porque  está  todo  entregado  al  ca- 
pricho individual. 

No  sé  por  qué  — pues  yo  de  esta  especie  de  secre- 


UNAMUNO.  VII. 


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930 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


tos  técnicos  de  la  política,  gracias  a  Dios,  no  sé 
nada — ,  el  Ministerio  de  Instrucción  Pública,  según 
me  dicen,  se  considera  como  un  Ministerio  de  entra- 
da (no  sé  bien  qué  es  eso  de  entrada),  para  hacer 
méritos  y  pasar  luego  a  otro  de  más  categoría.  Allí 
no  se  legisla,  en  realidad  se  baraja  la  legislación,  y 
es  peor  cuando  se  legisla;  en  lo  que  constituye  la 
esencia  no  se  legisla  • — y  lo  comprendo  muy  bien,  aun 
cuando  no  comparta  ese  sentimiento —  por  miedo, 
que  es  por  lo  que  se  hace  aquí  casi  todo,  por  mied'o. 
Está  éste  en  el  Poder,  porque  el  otro  tiene  miedo  de 
estar  en  él ;  y  el  otro  viene  porque  éste  ha  cobrado 
más  miedo.  Es  lo  que  le  decía  yo  a  un  amigo  ingléísí 
que  me  preguntaba :  "Oiga  usted,  ¿  cómo  están  divi- 
didos aquí  los  pueblos  en  política?"  "Pues  mire  usted 
— le  contestaba — ,  en  antiequístas  y  antizedistas ;  los 
antiequistas,  que  siguen  a  Z,  y  los  antizedistas,  que 
siguen  a  X." 

Hay  dos  tendencias  doctrinales,  no  legislándose 
ni  en  un  sentido  ni  en  otro  por  temor  a  una  guerra 
civil ;  claro  está  que  no  con  las  armas  en  la  mano,  no 
cruenta ;  guerra  civil  que  yo  creo  que  hay  que  apre- 
surarla ;  de  todas  maneras  ha  de  venir,  está  latente, 
vale  más  que  sea  franca.  No  tenéis  más  que  ver 
cuándo  ha  surgido  todo  aquello  de  la  enseñanza  del 
Catecismo ;  algunas  otras  veces  la  cuestión  de  cáte- 
dras de  Religión,  de  las  que  soy  partidario ;  eso  sí, 
provistas  por  el  Estado  y  de  Religión;  pues  en  las 
cátedras  de  Religión  no  se  enseña  Religión,  se  amplía 
un  poco  el  Catecismo  de  la  escuela  y  nada  más ;  con- 
viene que  todo  español  conozca  bien  la  Religión  de 
su  propio  país,  profésela  o  no  la  profese,  y  ganaría- 
mos no  poco  con  que  todos  nuestros  ortodoxos  supie- 
sen un  poco  más  de  teología ;  no  se  legisla  por  temor 
a  una  guerra  civil,  y  cuando  se  legisla  es  un  caso  de 
penelopismo  y  por  razones  tan  frivolas  que  no  puede 
darse  más.  Un  Ministro  estableció  la  enseñanza  de  la 


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931 


caligrafía  porque  él  tenía  mala  letra  — eso  se  lo  oí 
yo — ■,  creyendo  que  la  caligrafía  enseña  a  tener  buena 
letra,  que  es  lo  mismo  que  creer  que  la  Gramática 
enseña  a  escribir  con  corrección  y  la  Pedagogía  en- 
seña a  enseñar.  Una  vez,  por  ejemplo  (cosas  de 
éstas,  que  parecen  pequeñas,  podría  citar  muchas;  es 
menester  proceder  por  anécdotas"),  llegó  a  hacerse 
un  programa  para  el  Bachillerato.  Era  el  señor  don 
Alejandro  Pidal  Ministro  de  Instrucción  Pública, 
y  apareció  en  la  Caceta:  me  acuerdo  que  leí  el  pro- 
grama de  Psicología,  que  era  el  índice  del  libro  de 
texto  del  que  hizo  aquello.  En  este  género  hay  cosas 
verdaderamente  terribles.  Ha  habido  un  señor,  re- 
gente de  una  Normal,  que  ha  hecho  un  reglamento 
para  él. 

Claro  está,  no  hay  una  política  pedagógica,  podría- 
mos decir  una  política  atenta  a  robustecer,  a  dar  una 
orientación  en  la  enseñanza,  que  no  consiste  sólo  en 
construir  escuelas  y  otras  cosas  así,  que,  aunque  pa- 
rezcan muy  sólidas,  son  bastante  de  bambolla.  No; 
pero  en  cambio  de  no  haber  una  política  pedagógica, 
hay  una  intrusión  de  esto  que  llaman  política,  en  la 
enseñanza  y  en  la  pedagogía. 

Hay  cosas  verdaderamente  escandalosas.  Aquí  en 
Madrid  hay  un  exceso  de  cátedras :  como  eso  respon- 
de en  gran  parte  a  una  constitución  hospiciana,  hay 
que  dejarlo.  Hay  una  inmixtión  política,  y  a  veces 
electorera,  cosas  pequeñas,  insignificantes,  verdade- 
ros detalles  que  demuestran  un  estado  grave,  no  por 
ellas  en  sí,  sino  por  la  mansedumbre  con  que  las  gen- 
tes las  soportan  y  porque  no  son  en  absoluto  comen- 
tadas ;  y  de  pequeños  granitos  de  arena  de  éstos  se 
constituye  una  duna,  que  es  un  verdadero  obstáculo 
a  todo  progreso  social.  .Se  da  el  caso,  por  ejemplo, 
vergonzoso  (de  éstos  hay  ciento;  serín  cosa  de  con- 
vertir esta  conferencia  en  una  colección  de  chasca- 
rrillos, y  no  son  chascarrillos),  se  da  el  caso  de  que 


932  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


un  Ministro,  de  cuyo  nombre  no  quiero  acordarme, 
le  da  una  Real  orden  privada  al  hijo  del  actual  Presi- 
dente del  Conseio  de  Ministros  para  que  vava  a  exa- 
minarse en  una  Universidad,  fuera  de  tiempo  y  creán- 
dole un  tribunal  para  él.  La  cosa  parece  enteramente 
normal.  Cuando  no  se  le  ocurre  a  un  Ministro  que  los 
premios  ordinarios,  que  compete  dar  a  una  Facultad, 
los  dé  el  Ministro  mismo.  Y  dice:  "Pues  si  no  puedo 
eso,  ¿para  qué  estoy  aquí?"  Efectivamente,  ¿para  qué 
está  allí,  si  no  es  para  eso? 

He  conocido  cosas  terribles.  Me  acuerdo  — y  esto 
es  de  un  género  cómico  y  por  eso  lo  cuento —  que 
cuando  se  quiso  evitar  el  trasiego  de  estudiantes  tras- 
humantes, se  dijo  que  no  se  toleraba  el  traslado  sino 
demostrando  que  obedecía  a  que  la  familia  del  tras- 
ladado cambiaba  de  residencia,  o  a  que  él  mismo  iba 
en  virtud  de  su  cargo,  oficio  o  de  profesión  a  ganarse 
la  vida,  y  quedaba  la  justificación  de  esto  a  la  discre- 
ción del  Rector.  Y  dije  que  todo  el  mundo  estaba 
autorizado ;  que  no  necesitaba  explicación  de  ninguna 
clase ;  en  cuanto  uno  pedía  el  traslado,  se  lo  concedía. 
Un  día  se  presentó  un  muchacho,  estudiante  de  Me- 
dicina, con  un  certificado  d»  que  iba  a  lleva»-  los  libros 
en  un  comercio  de  Valladolid.  Lo  leí  y  le  dije:  "¿Us- 
ted insiste  en  presentarlo?  Pues  le  niego  a  usted  el 
traslado,  porque  eso  es  mentira.  Si  usted  lo  retira, 
concedido;  no  necesitó  más  explicación."  Pocos  días 
después  me  encontré  con  que  a  un  pobre  desgraciado 
artesano,  ayudante  de  escultor  anatómico  en  la  Fa- 
cultad de  Medicina,  le  destituían  v  venía  nombrado 
otro.  Decía,  "¿  qué  ha  sido  esto  ?" ;  no  sabía  nada. 
A  los  pocos  días  se  me  presentó  un  muchachito  risto- 
lero, jacarandoso.  "Vengo...  soy  el  nuevo  escultor 
anatómico."  "¡Ah!  ¿Pero  usted  esculpe?"  "No,  se- 
ñor." "¿Qué  es  esto?"  "Yo  soy  estudiante  en  Valen- 
cia, y  el  Rector  en  Valencia  se  obstina  en  no  conce- 
dernos el  traslado;  pero  no  ha  servido  de  nada,  sabe 


OBRAS  COMPLETAS 


933 


usted,  porque  como  tengo  buenas  aldabas,  me  nom- 
bran escultor  aquí,  tomo  posesión,  justifico  mi  resi- 
dencia por  cargo,  tiene  que  darme  el  traslado  y  luego 
me  quitan  y  le  vuelven  a  nombrar  al  otro." 

De  estas  cosas,  entre  cómicas  y  a  veces,  en  un 
cierto  sentido  trágicas,  tengo  un  rimero  enorme  en 
un  archivo  privado,  para  el  día  que  tenga  humor  de 
escribir  unas  Memorias  de  catorce  años  de  buro- 
cracia. 

Pero  hay  otra  cosa  muy  triste.  Como  os  he  dicho, 
y  todos  lo  sabéis  tan  bien  o  mejor  que  yo,  hay,  según 
la  ley,  dos  Claustros  universitarios ;  un  Claustro  or- 
dinario y  imo  extraordinario,  de  ritual  o  ceremonial ; 
pero  hay  un  tercero,  que  no  está  determinado  ni  fija- 
do en  la  ley  de  Instrucción  pública  ni  en  los  regla- 
mentos ;  es,  más  que  Claustro,  el  colegio  electoral 
para  nombrar  Senadores.  Todavía  no  he  podido  ex- 
plicarme por  qué  razón  íntima  las  Universidades  han 
de  tener  derecho  a  elegir  senadores  y  no  los  pueden 
elegir  las  Delegaciones  de  Hacienda,  los  empleados 
de  ellas,  las  oficinas  de  Obras  públicas,  las  de  Esta- 
dística o  las  Audiencias  territoriales,  siendo  así  que 
los  profesores  somos  un  conjunto  de  oficinistas;  yo 
tengo  el  negociado  de  Lengua  y  literatura  griega, 
otro  tiene  el  de  Analítica,  otro  el  de  Patología,  y  no 
tenemos  ninguna  relación;  no  sé  por  qué  hemos  de 
tener  derecho  a  elegir  un  Senador  y  no  lo  han  de  te- 
ner las  otras  oficinas  públicas.  Si  fuéramos  un  gremio 
verdaderamente  independiente,  un  gremio  que  debié- 
ramos nuestra  existencia,  no  a  delegación  del  Estado, 
que  no  fuéramos  una  criatura  del  Estado,  lo  com- 
prendo; pero  del  otro  modo  no  acabo  de  explicarme 
a  qué  obedece  eso.  Desgraciadamente,  esto  trae  bas- 
tante lamentables  consecuencias. 

Hay  siempre  un  número  de  gentes  por  ahí  que  vi- 
ven esperando  colocación  (cosa  muy  natural)  y  están 
a  la  busca  de  los  fabricantes  de  Tribunales  de  oposi- 


934  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ciones.  Y  hay  otras  muchas  maneras  de  introducirse, 
lo  mismo  en  este  orden  que  en  todos  los  órdenes  de 
la  vida  pública,  esa  horrible  electorería,  que  es  una 
de  las  plagas  más  dañinas  que  pueden  existir.  Yo  he 
conocido  un  Director  de  un  Instituto  — ya  difunto, 
politi  co,  militaba  en  un  partido —  que  sostenía  que  él, 
como  Director  de  un  Centro  de  enseñanza,  estaba  obli- 
gado (no  sé  si  decía  moralmente)  a  votar  siempre  al 
candidato  del  Gobierno.  Siendo  el  señor  Bugallal  Mi- 
nistro de  Instrucción  pública,  se  le  separó  de  su  cargo 
al  Director  de  la  Escuela  Normal  de  Salamanca,  ya 
difunto,  y  ¿  por  qué  diréis  que  se  le  separó  ?  Lo  supe 
porque  me  lo  confesaron.  Porque  en  unas  elecciones 
municipales  había  votado  e  inducido  a  unos  amigos 
suyos  (no  subordinados)  a  votar  a  un  candidato  que 
no  era  el  del  Gobierno.  No  hubo  más  razón  que  ésa. 
Yo  creo  que  un  Director  de  Normal  o  Instituto  tie- 
ne derecho,  no  ya  a  eso,  a  presidir  incluso  un  mecting 
electoral  contra  los  candidatos  del  Gobierno,  y  no  hay 
por  eso  derecho  alguno  a  separarle  de  su  cargo,  ni  se 
le  puede  considerar  como  un  agente  electoral.  No  se 
le  puede  tratar  como  a  uno  de  esos  Alcaldes  de  Real 
orden  (una  de  las  cosas  también  para  la  cual  haco 
falta  mucha  mansedumbre)  y  convertirle  en  un  agente 
de  elecciones. 

Yo  he  recibido  un  telegrama  en  el  que  se  me  decía : 
"Si  el  catedrático  de  esa  Universidad  don  Luis  Mal- 
donado  pide  licencia,  niéguesela,  porque  es  para  ir 
al  distrito  de  Vitigudino  a  preparar  su  elección  de 
Diputado  a  Cortes."  Excuso  decir  que  el  autor  de  este 
telegrama  era  el  señor  Conde  de  Romanones.  Poste- 
riormente, y  no  hace  un  año  todavía,  ha  estado  todo 
el  curso,  parte  con  licencias  legales,  parte  sin  ellas, 
otro  catedrático  de  aquella  Universidad  preparando 
sus  dos  sucesivas  elecciones  a  Diputado;  era  ministe- 
rial. Cosas  de  éstas  son  verdaderamente  lamentables. 

Yo  he  visto,  todavía  recientemente,  en  un  Instituto 


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935 


de  provincia  rayana  a  la  donde  resido,  y  en  una  Nor- 
mal de  otra  provincia  también  rayana,  dos  separacio- 
nes de  ese  género,  simplemente  por  eso,  para  dispo- 
ner de  lo  que  se  llaman  compensaciones.  Claro  está 
que  con  esto  se  deprime  a  la  gente,  se  rebaja  la  dig- 
nidad personal  de  un  hombre  que  se  ve  juguete  de 
combinaciones  de  ese  género;  porque  se  juega  con 
ellos  como  muñecos,  y  no  puede  menos  de  redundar, 
cuando  no  se  tiene  el  ánimo  bien  templado,  en  un 
decaimiento  de  espíritu  que  perjudica  grandemente 
a  toda  actuación  serena. 

No  es  acaso  una  autonomía,  sobre  todo  demasiado 
amplia,  la  que  daría  verdadera  dignidad  al  profesora- 
do ;  deberíase  propender  más  bien  a  crear  una  mayor 
reglanientacinn,  el  que  nos  coartaran  más  ciertas  fa- 
cultades indiscrecionales  que  tenemos,  al  menos  si 
se  coartaban  también  las  de  arriba. 

Respecto  a  la  disciplina,  es  nmy  difícil  que  nosotros 
tratemos  de  imponerla :  de  ese  sistema  de  castigos  yo 
no  soy  partidario,  y  cual(|uier  castigo  que  nosotros 
podamos  imponer  puede  ser  levantado  por  la  Supe- 
rioridad. Yo  me  acuerdo  de  una  Escuela  especial  en 
que  un  año  acordaron  dejar  a  todos  para  setiembre; 
el  Ministro  levantó  el  castigo,  pero  el  Claustro  lo  en- 
tendió mejor:  llegaron  los  exámenes  y  suspendió  a 
todos.  No  estuvo  bien;  mas  era  la  única  manera  de 
defenderse. 

El  remedio.  Yo  no  creo  que  el  remedio  pueda  ser 
la  autonomía,  tal  como  hoy  están  las  cosas.  El  reme- 
dio es  una  legislación  más  moderna,  más  adaptada  a 
las  necesidades  actuales,  al  mismo  tiempo  más  am- 
plia, no  casuística,  y  que  a  la  vez  que  limita  una  cier- 
ta irresponsabilidad  que  tenemos  todos,  que  tiene  su 
majestad  el  Catedrático,  también  cortapise  las  atribu- 
ciones indiscrecionales  y  arbitrarias  del  poder  minis- 
terial, robusteciendo  la  autoridad  del  Catedrático  y 
de  su  inmediata  autoridad  académica,  y  dándoles  una 


936 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


verdadera  responsabilidad,  y  sobre  todo,  vuelvo  a 
insistir  porque  esto  es  una  cosa  que  nunca  me  cansa- 
ré de  repetir,  la  inspección. 

Yo  intenté  una  vez  una  especie  de  conato  de  ins- 
pección. Llegué  a  decir  que  había  motivos  para  creer 
que  un  señor  se  había  incapacitado  o  había  llegado 
allí  incapacitado,  aunque  éste  se  escudara  en  los  jui- 
cios del  Tribunal  que  le  juzgó.  Un  pobre  señor  fué 
allí  a  hacer  que  hacía  el  expediente;  en  cuanto  llegó, 
me  dijo:  "Bueno,  usted  comprenderá,  compañero,  que 
no  se  puede  discutir  la  competencia  de  un  catedráti- 
co, sobre  todo  que  acaba  de  entrar  por  oposición." 
Y  le  dije:  "Mientras  no  se  discuta  la  competencia  de 
ese  señor,  de  usted  y  la  mía,  estamos  perdidos."  Es 
decir,  que  un  hombre,  de  pronto,  pierde  la  razón,  em- 
pieza a  hacer  tonterías,  y  tranquilamente  sigue  ha- 
ciéndolas. Hacerlas,  que  es  peor  que  decirlas.  Que 
un  señor  nos  diga  las  cosas  que  en  algunos  periódicos 
semanarios  y  en  la  prensa  habéis  leído,  es  lamentable, 
pero  puede  pasar ;  lo  más  grave  no  es  que  las  diga,  es 
que  haga  esas  tonterías,  y  si  esas  tonterías  las  hace 
en  una  cátedra  de  Cirugía,  sea  con  grave  peligro  de  la 
vida  de  un  semejante.  Esto  no  lo  invento  yo.  Pero  a 
eso  no  se  puede  tocar.  No  creo  que  la  inmoralidad 
sea  muy  grande  en  nuestro  país;  no  creo  que  la  in- 
moralidad pública  sea  mayor  que  en  otras  partes.  To- 
davía es  posible  que  si  se  diera  desgraciadamente  el 
caso  de  un  Ministro  que  llegara  en  la  prevaricación 
a  puntos  extremos,  y  se  le  probara,  y  se  le  juzgara, 
iría  a  la  barra;  lo  que  no  creo  es  que  a  los  modestos 
empleados  públicos,  sobre  todo  si  tienen  muchos  hi- 
jos, se  les  forme  expediente  por  inepcia.  Contra  los 
ineptos,  estamos  completamente  indefendidos.  Aquí 
hay  absoluta  libertad  para  todos  los  incapaces. 

Acaso  hay  que  robustecer  todavía  más  la  ley,  pues 
la  ley  es  la  que  hace  libre  a  uno.  Realmente  la  liber- 
tad no  es  otra  cosa  que  la  conciencia  de  la  ley,  y  si 


OBRAS  COMPLETAS 


937 


no,  estamos,  como  os  decía  antes,  a  merced  de  hom- 
bres atolondrados,  no  preparados,  ignorantes,  que 
son,  más  que  otra  cosa,  limosneros  mayores  del  Rei- 
no, o  acaso,  yo  no  entiendo  de  eso,  "hábiles  parla- 
mentarios". 

Hay  una  institución  de  becas,  una  institución  que 
contribuye  con  un  cierto  número  de  estudiantes  a  la 
Universidad.  En  cierta  ocasión,  siendo  Ministro,  no 
quiero  volverle  a  nombrar,  se  dió  una  Real  orden 
para  que  un  becario  de  Valencia  continuara  la  ca- 
rrera en  Valencia  con  beca  en  Salamanca.  Quisimos 
oponernos,  y  yo  dije:  "Bueno,  este  señor  tiene  la 
propiedad  de  la  beca,  pero  la  posesión,  no ;  no  cobra 
hasta  que  no  venga" ;  y  me  negué  a  pagar.  Por  fin 
tuvo  que  transigir;  y  en  un  viaje  que  hice  a  Madrid, 
el  Ministro  aquel  me  dijo:  "¿Pero  qué  es  eso?"  Y 
yo  le  dije  que  era  una  atrocidad  la  suya,  de  la  que 
nos  defendíamos,  y  me  salió,  para  justificar  aquello, 
con  un  personaje  que  tiene  como  una  especie  de 
Crispín,  y  que  en  casos  como  éste,  es  a  quien  echa 
la  culpa. 

En  Guerra,  parece  ser  — yo  ando  algo  atrasado  en 
las  noticias  que  no  me  interesan —  que  hay  ya  cier- 
tos planes  técnicos  de  milicia,  que  son  obra,  no  de 
los  Ministros,  sino  del  Estado  Mayor  del  Ejército. 

No  sé  qué  tal  lo  hará  el  Estado  Mayor  del  Ejérci- 
to; creo,  sin  embargo,  que  lo  hará  mejor  que  cual- 
quier Ministro  de  la  Guerra.  Por  esto,  yo  he  pensado 
muchas  veces,  si  acaso  hubiese  una  reforma,  que  no 
podríamos  llamar  autonomía,  pero  que  consistiera  en 
ver  si  encontrábamos,  o  si  se  encontraba,  una  especie 
de  Estado  Mayor  de  la  enseñanza,  nombrado  o  ele- 
gido por  sufragio  del  profesorado  de  todos  los  gra- 
dos, al  cual  se  le  encomendara,  independientemente 
de  este  trasiego  de  Ministros  que  van  y  vienen,  el 
preparar  o  presentar  — si  es  que  no  se  le  daba  con- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


fianza —  una  ley  de  Instrucción  pública  donde  se  tu- 
vieran en  cuenta  todas  las  experiencias  de  la  práctica 
docente.  Claro  que  esta  especie  de  Estado  Mayor  no 
podría  ser  — no  hace  falta  decirlo —  el  actual  Con- 
sejo de  Instrucción  pública,  que  es  en  gran  parte,  no 
sé  si  en  todo,  una  hechura  también  ministerial.  No; 
tendría  que  ser  otra  cosa.  Pero  esto  es  muy  difícil 
con  este  trasieg-o  — como  digo —  de  profesionales  de 
la  arbitrariedad,  que  a  lo  mejor  emplean  — lo  he  oído 
cien  veces  decir  de  un  centro  de  Instrucción  pública — 
como  argumento  el  de  que,  en  último  caso,  allí  las 
cosas  se  hacen  por  verija,  cuando  deben  hacerse  por 
seso. 

El  mal  es  mucho  peor.  La  principal  causa  del  mal- 
estar de  la  enseñanza  es  debida  a  que  el  pueblo  no 
interviene,  a  que  en  España  no  hay  opinión  pública 
pedagógica,  no  existe.  A  las  gentes,  estas  cuestiones 
de  enseñanza  no  les  importan.  Los  padres  son  acaso 
los  más  culpables  y  a  quienes  alcanza  la  mayor  res- 
ponsabilidad. 

Decía  antaño  Sáenz  Palacios,  un  profesor  de  Far- 
macia, que  todos  los  padres  son  tontos,  menos  el  Pa- 
dre Eterno.  De  la  excepción  no  juzgo.  Los  padres  no 
intervienen ;  para  ellos  las  Universidades  no  son-  más 
que  unas  fábricas  de  títulos  que  luego  capacitan  a 
los  muchachos  para  la  consecución  del  "destinillo", 
que  es  el  más  terrible  destino  que  pueden  traer  con- 
sigo ;  no  evitan  las  huelgas,  si  es  que  algunas  veces 
no  las  promueven,  o  le  dicen  a  alguno  cuando  está 
preparándose  para  unos  ejercicios:  "¡Hombre,  por 
Dios,  estudia,  siquiera  por  lo  poco  que  te  falta !" 
Como  diciendo :  "Después  de  eso,  ya  no  vuelves  a 
estudiar." 

La  responsabilidad  también  alcanza  a  las  ciudades. 
Para  éstas,  las  Universidades,  los  Institutos,  las  Es- 
cuelas no  son  — como  no  son  los  cuarteles —  más  que 
medios  de  dar  vida  a  la  población,  de  que  viva  un 


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939 


número  mayor  o  menor  de  patronas;  no  lo  ven  des- 
de otro  punto  de  vista.  Y  cuando  no  es  por  estas 
razones,  es  por  vanidad.  No  cabe  duda  que  la  funda- 
ción de  la  última  y  oncena  Universidad  ha  sido  debi- 
da sencillamente  a  un  acto  de  vanidad  lugareña.  Lo 
consideran  como  un  medio  de  ingresos,  y  si  se  trata 
de  remover,  cambiar  o  trasladar  una  Universidad, 
vienen  en  seguida  esas  comisiones,  soberanamente 
grotescas,  que  se  llaman  las  fuerzas  vivas  y  se  cons- 
tituyen en  Comité  de  defensa,  al  estilo  de  aquel  ver- 
gonzosísimo espectáculo  que  dió  la  ciudad  de  la  Coru- 
ña  cuando  se  le  quería  quitar  la  Capitanía  general, 
convirtiéndose  en  cantón,  como  si  aquello  fuera  un 
derecho  propio,  una  cosa  que  se  le  debía  de  juro.  Esto 
es  verdaderamente  lamentable. 

La  autonomía  docente  no  encuentra  favor  alguno 
en  la  opinión  pública,  que  debería  estar  interesada 
en  ella;  y  no  lo  encuentra,  porque  — como  os  decía — 
no  hay  estado  definido  de  opinión  respecto  a  la  en- 
señanza pública. 

Cuando  se  discutió  primeramente  el  proyecto  en 
1901  y  después  el  de  1905  — éste  no  sé  si  llegó  a  dis- 
cutirse— ,  cayó  completamente  en  el  vacío.  Esas  dis- 
cusiones son  en  el  Parlamento  perfectamente  aca- 
démicas, que  es  lo  peor  que  una  discusión  puede  ser 
en  un  Parlamento;  y  yo  creo  que  en  todas  partes, 
hasta  en  una  Universidad,  la  discusión  académica  es 
lo  peor  de  todo. 

Algunas  veces  se  ha  tratado  de  formar  en  ciertos 
sitios  Ligas  de  padres  para  obligar  a  sus  hijos  a  que 
vayan  a  clase,  denunciar  deficiencias,  ya  de  incompe- 
tencia del  profesor,  ya  de  absentismo ;  pero  nunca  se 
ha  llegado  esto  a  efectuar.  Los  padres,  en  algún  tiem- 
po, sabían  asociarse  para  redimir  a  los  hijos  de  quin- 
tas, para  que  en  lugar  de  costarles  seis  mil  reales,  si 
podía  ser,  les  costara  tres  mil;  pero  pava  asuntos  re- 
lativos a  la  enseñanza,  ni  se  asocian,  ni  parece  que  les 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


importa.  No  hay  sentido  de  los  intereses  intelectuales, 
desgraciadamente,  y  el  profesorado  se  ha  convertido 
en  el  sacerdocio  escéptico  de  una  religión  oficial  que 
no  tiene  creyentes. 

Al  finalizar  el  último  curso,  se  cumplieron  los  vein- 
ticinco años  de  mi  entrada  en  el  profesorado  oficial 
— y  permitidme  ahora  una  especie  de  desahogo  liri- 
co — ;  en  esos  veinticinco  años  he  estado  como  mejor 
Dios  me  ha  dado  a  saber  y  entender,  dando  la  vida 
día  a  día  por  la  Patria;  porque  la  vida  no  se  da  sólo 
de  una  vez :  se  da  también  gota  a  gota  y  día  por  día. 
Hay  quien  da  la  muerte  por  la  Patria,  y  hay  quien 
da  la  vida.  Son  dos  cosas  distintas. 

Acaso  una  salud  — algún  amigo  mío  dice  insolen- 
te—  que  debo  a  la  Divina  Providencia  me  ha  permi- 
tido en  esos  veinticinco  años,  y  lo  digo  con  orgullo, 
ser  el  profesor  que  menos  número  de  días  ha  faltado 
a  su  clase.  He  tratado  en  este  tiempo  de  dar  a  esas 
generaciones  que  han  pasado  por  mí,  no  ya  sólo  el 
amor  a  la  verdad,  a  la  belleza  y  al  bien,  sino  un  amor 
a  la  perenne  e  inacabable  conquista  de  esos  bienes. 
Vale  más  estar  continuamente  conquistándolos,  que 
no  poseerlos.  Es  lo  que  decía  Lessing,  que  si  Dios 
le  ofreciera  la  verdad  en  una  mano,  pero  teniendo 
luego  que  asentarse  en  ella  y  reposar  para  siempre, 
y  en  la  otra  el  anhelo  inacabable  de  conseguirla,  le 
diría:  "La  verdad  es  sólo  para  ti.  Señor;  dame  esto 
último."  He  tratado  de  darles  un  cierto  sentido  de 
inquietud,  que  a  mí  nunca  me  ha  faltado;  un  descon- 
tento íntimo,  acaso  tanto  mayor  cuanto  van  mejor 
las  cosas,  por  creer  que  todavía  están  muy  lejos  de 
lo  que  debieran  ser,  y  hacer  de  ellos  unos  ciudadanos, 
no  ya  sólo  de  esta  España  transitoria  y  terrestre, 
sino  de  la  otra  España  celestial  y  eterna  con  que  he 
soñado  tantas  veces,  y  que  puede  ser  una  ilusión 
mística,  e  infundirles  el  que  hagan  una  labor  en  el 
sentido  del  pasaje  de  Tucídides  que  tantas  veces,  en 


OBRAS    COMPLETA  y 


941 


años,  he  comentado  en  mi  clase,  cuando  decía  escri- 
bir su  historia  eis  aiei:  para  siempre. 

He  procurado  no  convertir  la  cátedra  en  un  tram- 
polín para  otro  empleo,  otra  función,  otro  cargo  cual- 
quiera, seguro  de  que  allí,  oscuramente,  con  muy  poca 
gente,  recogido  en  derredor  del  tradicional  y  clásico 
brasero,  estaba  también  haciendo  política,  civilidad. 

Ocho  hijos,  ocho  hijos  de  la  carne  me  ha  dado 
Dios,  y  muchas  docenas,  muchos  racimos  de  hijos 
del  espíritu,  que  han  ido  pasando  por  allí  y  recibiendo 
de  mí  lo  que  yo  había  recibido  del  espíritu  de  nuestros 
padres,  y  he  tratado  de  acrecentar,  por  lo  menos  de 
calentar  cuanto  podía  al  caler  de  un  corazón  que  to- 
davía, a  pesar  de  los  años,  no  se  ha  convertido  en 
pavesa,  este  legado  de  los  siglos  y  de  la  historia,  que 
es  el  pensamiento  de  Dios,  y  he  tratado  de  inculcar- 
les la  dignidad  del  hombre,  la  dignidad,  no  ya  del 
hombre  este  transitorio,  la  dignidad  del  hombre  eter- 
no, que  es  siempre  alumno  de  la  vida,  que  es  siempre 
ciudadano  del  espíritu  del  universo.  Todavía,  gracias 
a  Dios,  no  ha  decaído  mi  espíritu,  al  contrario :  cuan- 
tas más  contrariedades  (y  no  soy  el  que  las  ha  encon- 
trado mayores,  ni  me  ha  ido  tan  mal  en  la  vida), 
cuantas  más  contrariedades  he  podido  encontrar,  más 
me  he  enardecido,  y  Dios  quiera  evitarme  el  dejar 
un  día  de  encontrarlas ;  entonces  estoy  perdido  — cuan- 
do uno  no  puede  luchar,  ¿qué  le  queda  por  hacer? — . 
Nunca,  de  todos  esos  que  han  pasado  por  allí,  que  ya 
están  desparramados  por  toda  España  y  algunos  fue- 
ra de  ella,  de  todos  esos  que  han  sido  mis  discípulos, 
nunca  he  recibido  sino  pruebas  de  la  mayor  consi- 
deración y  hasta  de  cariño;  que  este  erizo,  que  si  se 
obstina,  por  ejemplo,  en  no  querer  venir  aquí  es  por 
miedo  a  que,  gastándole  las  púas,  le  conviertan  en 
conejo,  este  erizo  ha  sabido  atraerse,  siquiera,  el 
cariño  de  aquellos  con  quienes  ha  convivido. 

En  estos  veinticinco  años  no  he  tenido  más  que 


942 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


una  experiencia,  aunque  muy  útil,  también  muy  do- 
lorosa ;  y  es,  que  siempre  que  tropecé  con  alguno  de 
esos  que  llamo  profesionales  de  la  arbitrariedad,  que 
toman  al  hombre  de  instrumento  y  de  juguete,  he 
pasado  por  grandes  amarguras,  por  las  amarguras 
que  pasa  todo  el  que  desea  ejercer  una  función  públi- 
ca, seria,  y  en  bien  de  la  cultura  y  ve  que  en  el  fondo 
no  se  le  considera,  he  sabido  lo  que  es  la  jerga  in- 
digna de  esas  gentes  que  todavía  están  en  la  aplica- 
ción del  secreto  inquisitorial.  Pero  ello  ha  tenido  la 
gran  ventaja  de  despertarme  el  orgullo;  en  este  país, 
sin  ambiciones  y  con  vanidad,  lo  que  hay  que  tener 
es  orgullo ;  que  a  mí  se  me  ha  exaltado,  y  Dios  quie- 
ra que  se  me  exalte  todavía  más :  es  lo  único  que  a 
todos  los  profesores  puede  salvarnos ;  un  orgullo  que 
nos  ponga  enfrente  de  esas  gentes  que  cubren  la  oque- 
dad interior,  unas  veces  con  cinismos  y  otras  veces 
con  falsos  bríos. 


(Texto  reproducido  del  folleto  publicado  por  la  pro- 
pia Academia.  Madrid,  Jaime  Ratcs,  1917,  30  págs.) 


DISCURSO  EN  LA  COMIDA  ANUAL  DE  LA 
REVISTA  .MADRILEÑA  ESPAÑA.  CELEBRA- 
DA EN  EL  HOTEL  PALACE  EL  28  DE  ENERO 
DE  1917 


La  guerra  europea  y  la  neutralidad  española 

\'enimos,  amig-os  y  compañeros,  a  festejar  el  se- 
gundo aniversario  de  la  fundación  del  semanario 
España,  el  cual  nació  de  una  vaga  orientación  de  unos 
cuantos  jóvenes,  orientación  que  ha  venido  a  tomar 
forma  concreta,  a  encontrar  la  vestidura,  mejor  di- 
cho, la  carne  que  le  hacía  falta,  mercer  a  la  actual 
guerra  europea,  y  que  ha  concretado,  por  último,  en 
una  Liga  Antigermanófila  española,  que  puede  acabar 
por  ser  principio  de  otras  cosas. 

Esta  guerra  es  algo  así  como  una  nueva  revolución 
francesa,  mejor  dicho,  es  como  una  revolución  anglo- 
latina-eslava,  más  bien  europea ;  que  marca,  después  de 
la  Revolución  francesa,  fechas  ciue  quedarán  como 
hito  en  la  historia  de  los  pueblos, 'l815,  1848.  1870  y, 
por  último,  1914. 

Hace  poco  hemos  visto  lanzarse  ejércitos  prepa- 
rados contra  pueblos  sorprendidos,  noblemente  im- 
previsores y  que  han  tenido  que  improvisar  la  defen- 
sa del  Derecho. 

Estos  pueblos  habían  vivido,  al  parecer,  desgarrados 
íntimamente,  pero  habían  vivido  en  unas  luchas  in- 
teriores; Francia,  en  todo  lo  que  significa  el  affaire 
Dreyfuss ;  Inglaterra,  en  las  cuestiones  de  la  autono- 
mía de  Irlanda  y  los  presupuestos  de  Lloyd  George; 


944 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Rusia,  en  la  cuestión  de  la  Duma ;  Italia,  acabando  de 
asentar  su  unidad  nacional ;  y  contra  esos  pueblos 
así  distraídos  en  las  más  nobles  luchas,  que  son  las 
luchas  de  los  pueblos  dentro  de  sí,  se  ha  lanzado  un 
pueblo  que  tiene  la  unidad  de  los  mieblos  de  presa 
y  ha  creado  una  especie  de  nueva  santa  alianza. 

Esta  guerra  ha  tenido  una  gran  repercusión  en 
nuestra  patria:  a  su  fulgor  trágico  se  han  aclarado 
una  porción  de  tinieblas  de  nuestro  pueblo  y  tina 
porción  de  gente  se  ha  visto  obligada  a  hacer  exa- 
men de  conciencia.  "No  creí,  chico,  me  decía  un 
amigo  mío,  no  ha  mucho  en  Bilbao,  nunca  creí  que 
era  tan  reaccionario."  Descubrió  su  reaccionarismo 
merced  a  la  guerra. 

Las  dos  Españas. 

Y  así  nos  encontramos  otra  vez,  una  vez  más,  con 
las  dos  Españas  frente  a  frente,  si  es  que  las  dos 
son  Españas,  y  no  hay,  indudablemente,  por  qué 
jactarse  de  una  neutralidad  forzosa  y  vergonzosa.  Es 
como  si  a  un  pobre  inválido,  que  por  su  desgracia 
no  puede  ir  a  la  guerra,  se  enorgullece  de  su  inva- 
lidez; no  hay  derecho  de  envanecerse  de  la  esterili- 
dad y  de  la  impotencia.  Nuestra  neutralidad  no  es 
más  que  una  vergüenza  inevitable. 

Ya  habéis  visto  también  que  a  favor  de  esa  germa- 
nofilia  se  ha  hablado  de  hispanofilia,  pero  es  la  his- 
panofilia  de  nuestra  España  del  siglo  xvi,  de  aquella 
que  admiraba  tan  fervorosamente  Treitschke,  y  si  por 
ahí  fuera  quedan  todavía  hispanófilos  que  admiran 
aquella  España,  yo,  español,  no  soy  hispanófilo  de 
esa  clase,  no  soy  de  los  que  están  dispuestos  a  sancio- 
nar la  canonización  de  San  Pedro  Arbués  ni  a  pros- 
ternarme en  absoluto  de  admiración  ante  Felipe  II,  ni 
a  recrearme  ante  esta  guerra,  por  creer  que  ha  veni- 


OBRAS  COMPLETAS 


945 


do  a  hacer  buenas  las  atrocidades  de  nuestro  duque  de 
Alba,  el  primer  verdugo  de  Flandes. 

Yo,  español  y  patriota  de  mi  España,  entiendo  que 
fué  un  día  triste,  pero  ,s:rande  para  nuestro  país,  aquel 
en  que  la  Armada  Invencible  se  hizo  añicos  en  el 
canal  de  la  Mancha.  No  he  de  repetir  aquellas  pala- 
bras de  Hernando  de  Acuña,  el  poeta  de  Carlos  V  de 
Alemania  y  primero  de  España: 

Un  pastor  y  una  grey  sólo  en  el  suelo. 
Un  monarca,  nn  imperio  y  una  espada. 

Ha  tenido  esta  guerra  la  triste  virtud  de  resucitar, 
mejor  dicho,  de  galvanizar  nuestro  viejo  tradiciona- 
lismo, ese  tradicionalismo  español,  al  parecer  vencido 
en  1840,  vuelto  a  vencer  en  1875,  y  no  os  choque  si 
aquí  me  vibra  dentro  un  recuerdo,  porque  yo  empecé 
mi  vida  siendo  niño  en  un  pueblo  que  fué  bombardea- 
do por  esas  hordas ;  esto  ha  tenido  la  virtud  de  galva- 
nizar a  ese  tradicionalismo  feudal  en  un  movimiento 
de  ruralismo,  de  mesnaderos  de  grandes  señores,  de 
rebaño  bien  apacentado  y  esquilmado  que  da  su  lana 
y  su  carne  a  cambio  de  que  le  den  un  abundante  pas- 
to, y  ha  sido  triste  que  aquellos  reqxtetés  de  los  ac- 
tuales turcos  españoles,  que  aquellos  requetés  hayan 
empezado  a  tener  nueva  vida  al  empezar  la  guerra; 
todos  lo  recordáis,  esas  gentes  no  preguntaron  por  el 
derecho,  no  preguntaron  por  la  razón,  admiraban 
aquel  legendario  cañón  del  42,  los  zcppelines,  y  su 
frase  era:  "¡Pero  qué  tíos!",  tomaron  su  posición  y 
después  de  tomadas  esas  posiciones,  no  parece  natu- 
ral que  muchos  de  ellos  se  vuelvan. 

Procure  siempre  acertarla 

el  honrado  y  principal; 
^  pero  si  la  acierta  mal, 

.    •  sostenerla  y  no  enmendarla. 


946 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Especies  troglodíticas. 

Este  verano  último  tuve  ocasión  de  hablar  en  Bar- 
celona con  un  joven  amigo  mío  alemán  (se  puede  ha- 
blar todavía  con  algunos  alemanes,  con  germanófilos 
no),  y  me  decía:  "Qué  gran  trabajo  nos  va  a  quedar 
cuando  esta  guerra  acabe  en  restablecer  la  verdad 
de  las  cosas ;  cada  vez  que  se  dicen,  se  cuentan  al- 
gunas atrocidades  de  mis  paisanos,  yo  y  otros  como 
yo,  compatriotas  suyos  decimos :  hay  que  esperar, 
vendrá  una  rectificación,  esas  son  exageraciones  del 
enemigo :  pero  estos  amigos  que  nos  han  salido  aquí 
dicen:  "Si  además  es  poco."  Son  muy  brutos,  señores, 
Y  ver  entre  qué  gentes,  sobre  todo,  se  reclutan  esas 
mesnadas.  Dejemos  de  lado  aquellos  que  han  tomado 
esa  posición  por  razones  muy  personales,  acaso  algo 
fantásticas,  por  un  cierto  cientificismo;  son  los  que  ha- 
cen no  sé  qué  drogas,  no  sé  qué  calcetas ;  razona- 
miento parecido  al  de  aquellos  que  dicen:  "¿Cómo 
ha  de  estar  reñida  la  Iglesia  Católica  con  la  civiliza- 
ción europea,  si  un  fraile  trinitario  ha  inventado  un 
nuevo  freno  automático  ?" 

Dejemos  las  razones  puramente  privadas  de  estos 
espíritus  fantásticos  y  dejemos  también  las  de  aque- 
llos hombres  comprados  que  hacen  en  el  orden  espi- 
ritual un  papel  parecido  al  de  aquellos  parricidas  de 
la  patria  que  venden  la  gasolina  con  que  los  subma- 
rinos hunden  los  buques  españoles. 

Y  tenéis  que  podemos  dividirlos  en  tres  clases:  un 
elemento  conservador,  llamémosle  así ;  uno  clerical 
y  el  militarista.  En  el  primero  entra  ese  elemento 
conservador,  entran  nuestros  Junkcrs  españoles,  esos 
conservadores  del  orden,  del  orden  suyo,  para  los 
cuales  la  patria  no  es  más  que  una  hipoteca  de  los 
tenedores  de  la  Deuda,  que  explotan  al  Estado,  y  lo 
más  grave,  que  son  gente  sin  vocación  ni  abnegación 
para  dirigir  y  gobernar,  y  huyen  de  las  responsabili- 


OBRAS  COMPLETAS 


947 


dades  del  Poder;  una  burguesía  y  una  grandeza  de 
holgazanes  antipolíticos  y  anticiviles  que  repiten  "hace 
íalta  un  hombre",  pero  no  quieren  ellos  ser  el  hom- 
hre,  sino  que  buscan  el  hombre  que  a  ellos  les  sirva, 
los  que  piden  la  dictadura  sin  sentirse  con  arrestos 
para  dictar,  gentes  que  creen  que  Alemania  es  una 
especie  de  "Don  Feliz  del  Mamporro  y  de  la  Son- 
risa", y  ved  cómo  cuando  de  entre  esa  gente  nace  un 
hombre  que  les  representa,  pero  que  siente  la  respon- 
sabilidad del  Poder,  que  ha  pasado  por  él,  que  ha 
adquirido  gobernando,  mejor  o  peor,  una  conciencia 
internacional,  como  le  ocurre  a  Maura,  no  puede  estar 
al  lado  de  ellos.  V  de  otro  lado,  hablemos  del  cleri- 
calismo, palabra  bastante  ambigua,  bastante  elástica 
y  que  no  todos  la  entendemos  bien.  Hay  también  de 
este  lado  una  parte,  mayor  o  menor,  creo  que  no  la 
más  ilustrada,  de  un  clero  paganizado,  no  un  sacerdo- 
cio y  menos  un  apostolado  cristiano  y  católico. 

Han  tomado  como  pretexto  lo  que  llaman  la  im- 
piedad de  Francia,  la  impiedad  de  Italia,  que  ha  he- 
cho noblemente  su  unidad,  y  dicen  que  el  káiser  in- 
voca a  Dios,  pero  es  como  su  representante  en  el 
Cielo. 

Así  no  se  les  cae  de  la  boca  el  Gott  mit  mis,  Dios 
con  nosotros.  Todavía  no  les  he  oído  decir  U'ir  mit 
Gott,  nosotros  con  Dios.  Y  en  el  fondo  este  movi- 
miento de  estos  pseudo-gibelinos  es,  bien  mirado,  no 
por  cristianismo,  no  por  religiosidad,  es  más  bien  por 
ortodoxismo;  todas  las  ortodoxias,  todas  se  entien- 
den ;  no  es  gente  que  comulga  en  la  palabra  de  Cris- 
to, sino  más  bien  en  los  cánones  de  la  Iglesia,  y  es 
natural  que  sientan  devoción  por  los  que  han  queri- 
do hacer  del  Estado  una  Iglesia  con  sus  dogmas  y 
su  infalibilidad,  los  que  quieren  hacer  de  la  Iglesia, 
que  es  una  comunión  universal  de  los  fieles,  un  Es- 
tado frente  a  los  demás  Estados ;  es  natural  que  ad- 
miren la  docilidad  de  aquellos  desdichados  noventa 


948  MIGUEL  DE  UNAMUNO 


y  tres  profesores  alemanes  que  pusieron  su  firma  al 
pie  de  un  documento  que  les  daba  su  Estado,  dicien- 
do: "Esto  es  verdad,  esto  no  es  verdad".  Gentes  que 
no  pudieron  comprobarlo,  gentes  de  gabinete,  gentes 
de  investigación  e  hijos  que  debían  ser  espirituales 
de  Lutero,  que  confirmó  el  libre  examen  y  condenó 
la  fe  implicita,  y  es  tan  vergonzosa  la  fe  implícita, 
la  fe  del  carbonero,  trátese  de  una  Iglesia  o  trátese 
de  un  Estado  y  mucho  más  en  gentes  de  aquel  cali- 
bre, de  aquella  envergadura  intelectual:  la  mayor 
parte  de  aquellos  noventa  y  tres  abyectos  servidores 
del  Estado. 

Milicia  mercenaria  y  milicia  ciudadana. 

Y  luego  tenéis  la  otra  parte,  el  militarismo,  y  si 
antes  os  dije  que  se  trataba  más  de  un  clero  paga- 
nizado que  no  de  un  sacerdocio  y  menos  de  un  apos- 
tolado cristiano,  ahora  también  se  trata  de  una  mi- 
licia mercenaria,  más  bien  que  de  unos  guerreros  al 
servicio  de  su  patria. 

Porque,  después  de  todo,  ¿qué  es  ese  militarismo 
de  que  todos  los  ciudadanos,  incluso  los  ciudadanos 
militares,  debemos  abominar?  Es  convertir  la  gue- 
rra en  un  medio  para  ascender  y  dominar.  Fijaos  que 
hay  una  frase  triste,  tradicional  en  nuestra  Patria: 
servimos  a  la  Patria  todos  los  que  por  ella  trabaja- 
mos, todos  los  que  damos,  no  la  muerte  de  una  vez, 
la  vida  día  a  día,  la  sangre  del  corazón  en  la  obra  co- 
tidiana de  nuestra  vida;  pero  ved  que  si  nosotros  de- 
cimos servir  a  la  patria,  hay  una  frase  entre  nosotros 
que  dice  "va  a  servir  al  Rey" ;  a  servir  al  Rey  sólo 
se  dice  del  que  va  al  Ejército. 

Y  es  natural,  que  es  cosa  triste  cuando  lo  que  no 
puede  ni  debe  ser  más  que  un  ejército  de  la  justicia 
de  los  pueblos  quiera  convertirse  en  juez.  Es  esa 


OBRAS  COMPLETAS 


949 


parte  de  opinión  española,  militares  y  no  militares, 
que  no  han  tenido  todavía  suficiente  fuerza  para  bo- 
rrar ese  borrón  ignominioso  de  la  ley  de  Jurisdic- 
ciones. 

Dicen  con  un  gesto  de  desdén  que  Inglaterra  es  un 
pueblo  de  mercachifles,  de  negociantes ;  que  Francia 
es  un  país  de  charlatanes ;  Italia  otra  tontería  por  el 
estilo,  dirán :  pero  fué  un  economista  alemán,  qui- 
siera no  equivocarme  al  decir  que  Adolfo  Wagner, 
el  que  afirmó  que  "la  principal  industria  nacional  de 
Prusia  era  la  guerra",  y  Treitschke  dice  que  la  gue- 
rra es  la  política  por  excelencia...  en  griego,  ade- 
más, y  yo  digo  que  la  guerra  como  industria  es  la 
más  vil  y  la  más  baja  de  las  industrias. 

Un  soldado,  un  hombre,  a  soldada  mayor  o  menor, 
de  una  o  de  otra  graduación,  cuando  no  es  más  que 
empleado  de  una  empresa  guerrera  industrial,  aunque 
la  industria  sea  nacional,  es  tan  vil  y  tan  abyecto 
como  un  sacerdote  que  trafica  con  la  Religión.  Bien 
sé  yo  que  de  las  armas  tienen  que  vivir  los  que  con 
ellas  se  ejercitan  y  las  llevan,  como  del  altar  vive 
el  sacerdote ;  San  Pablo,  sin  embargo,  vivía  de  fa- 
bricar esteras,  3^  un  pueblo  en  armas,  un  pueblo  de 
ciudadanos,  de  gente  civil,  que  se  ve  obligado  a  de- 
fenderse siempre,  será  algo  más  humano,  algo  más 
grande  que  un  ejército  al  servicio  de  un  Estado  de 
presa. 

Un  pueblo  de  ciudadanos,  como  aquellos  ciudada- 
nos de  los  Estados  del  Norte  de  América  que  iban  a 
acabar  con  la  esclavitud,  aquellos  que  gobernó  la  no- 
ble figura  de  Abraham  Lincoln,  y  una  vez  concluida 
la  guerra  volvió  a  cada  uno  pacíficamente  a  su  propio 
menester  civil ;  junto  a  esto  no  merece  respeto  nin- 
guno un  Estado  matón  que  con  el  puño  en  las  cachas 
de  la  espada  quisiera  imponer  con  un  principio  mo- 
ral el  de  su  propia  expansión  a  costa  de  los  otros.  Y 
ver  luego  una  cosa  peor,  y  es  lo  que  yo  llamaría  los 


950 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


pedantes  de  la  milicia,  porque  si  dobláis  a  un  militar 
con  un  catedrático  es  ya  una  cosa  insoportable. 

Así  resulta  un  hombre  de  esos  que  arman  guerras 
en  el  papel  y  después  de  quejarse  de  (|ue  toda  Europa 
nos  desprecia,  se  pone  a  insultar  al  noble  pueblo  por- 
tugués sin  conocerlo  siquiera.  Estos  cntedrático'i  de 
la  ciencia  de  la  milicia,  que  no  maestros  en  el  arte  de 
la  guerra,  declararon  que  Alemania  era  invencible  por 
las  armas,  y,  por  tanto,  tenían  la  razón.  La  razón  es 
tan  difícil,  es  algo  más  quebradizo  que  la  justicia. 

Si  un  tigre  se  arroja  sobre  un  rebaño  de  toros, 
vacas  y  terneros,  y  devora  a  un  ternero,  le  pueden 
preguntar:  "Qué  haces?",  y  dirá:  "A  mí  no  me  ali- 
menta la  hierba",  y  entonces  los  toros  empiezan  a 
cornadas  con  el  tigre  porque  no  están  dispuestos  a 
que  les  devore  sus  terneros.  ¿Quién  tiene  razón?  Los 
dos:  el  tigre,  que  todavía  no  aprendió,  como  dice  la 
Biblia  que  alguna  vez  aprenderá,  "cuando  el  león 
coma  paja  y  el  gavilán  anide  con  la  paloma":  el  ti- 
gre no  ha  aprendido  a  vivir  como  viven  los  toros,  \ 
los  toros,  que  no  están  dispuestos  a  que  el  tigre  les 
devore  los  hijos. 

Estas  gentes  hacen  del  Ejército  un  instrumento  del 
Estado  y  del  príncipe,  no  un  órgano  de  la  nación,  un 
órgano  de  la  nación  aunque  sea  para  rebelarse.  De- 
masiado se  ha  estado  en  España  execrando  en  estos 
últimos  tiempos  los  pronunciamientos. 

En  Alemania  no  proclamó  la  guerra  un  parlamen- 
to, la  proclamó  un  soberano;  ved  que  esas  gentes 
tienen  un  modo  de  concebir  y  de  sentir  la  vida  muy 
distinto  de  como  nosotros  la  concebimos  y  sentimos. 
Esas  gentes,  tocadas  de  ese  falso  socialismo,  que 
es  el  socialismo  del  Estado,  el  socialismo  de  cáte- 
dra, que  en  el  fondo  no  es  más  que  un  imperialismo, 
los  que  están  al  lado  del  Estado  Moloch,  no  un  mo- 
vimiento internacional  de  veras,  porque  lo  internacio- 
nal es  nacional,  por  lo  mismo  que  es  internacional ; 


OBRAS    COMPLETAS  951 


en  ellos  no  hay  respeto  ninguno  hondo,  respeto  pro- 
fundo, respeto  a  la  personalidad  humana,  sea  indivi- 
dual, sea  colectiva,  y  están  dispuestos  siempre  a  atro- 
pellar  los  derechos  de  las  pequeñas  nacionalidades. 

Todos,  yo  el  primero,  hemos  pecado  un  poco  en  ese 
triste  ocaso  del  siglo  xix  por  hahernos  dejado  con- 
tagiar de  un  cierto  materialismo  histórico,  confun- 
diéndolo con  otro  materialismo  que  hacia  consistir 
todo  el  movimiento  de  la  historia  en  resortes  del  es- 
tómago, sin  reconocer  que  el  hombre  no  es  el  hom- 
bre puramente  económico  y  hay  otra  cosa,  que  es 
defender  cada  uno  su  yo,  su  personalidad,  su  modo 
particular,  su  modo  intimo  de  ser.  Si  dejo  de  ser  yo 
para  que  me  llagan  otro,  aun  muy  bien  apacentado, 
no  puedo  aceptarlo.  Este  es  un  unitarismo  bárbaro, 
que  está  muy  lejos  de  af|uella  integración,  de  aquel 
integrismo  que  se  hace  abarcando  todas  las  distintas 
variedades. 

Org.aniz.\ción-  e  improvis.^ción. 

Amigos  míos  proclamaron  la  unidad  moral  de  Eu- 
ropa, no  la  variedad  moral  de  Europa,  y  dentro  de 
ella,  la  unión,  no  la  unidad  moral  de  Europa.  Yo  no 
estoy  dispuesto,  por  mi  parte,  como  español,  a  que 
ningún  Ostwald,  por  buen  químico  que  sea,  dicte  las 
reglas  para  reorganizar  a  Europa :  como  decía  Ches- 
terton,  que  nos  dejen  nuestras  discordias  interiores, 
que  nos  dejen  despedazarnos,  pero  que  no  nos  unifi- 
quen desde  fuera.  No  c|uiero  nada  de  eso,  y  estas 
gentes,  que  no  han  encontrado  palabras  para  execrar 
esos  atrojjellos  contra  la  personalidad  individual,  con- 
tra la  per.sonalidad  colectiva  de  los  pequeños  pueblos, 
han  sacado  ahora  el  coco  de  Gibraltar,  donde,  sin 
duda,  les  urge  resolver  el  asunto  para  establecer  allí 
una  estación  naval  de  submarinos  alemanes. 

Nosotros  pedimos  el  respeto  de  la  dignidad  perso- 


952 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nal,  el  libre  juego  de  la  personalidad,  la  afirmación  de 
la  personalidad  frente  de  la  realidad,  de  lo  que  es 
persona  frente  a  lo  que  son  cosas;  las  cosas  se  han 
hecho  para  que  el  hombre  las  maneje.  Las  cosas,  la 
realidad,  en  el  sentido  primitivo,  etimológico,  filosó- 
fico, si  queréis,  de  la  palabra,  las  cosas,  la  realidad, 
las  máquinas,  los  instrumentos  y  los  hombres  mis- 
mos, en  cuanto  instrumentos,  sean  soldados,  feligre- 
ses renteros  o  criados;  todo  esto  se  organiza,  pero 
las  persona,  los  hombres,  en  cuanto  hombres  "fines 
en  sí",  que  decía  Kant,  éstos  crean  e  improvisan. 
La  más  alta  función  del  hombre  es  improvisar;  el  fin 
más  grande  de  la  educación  no  es  organizar  a  los 
educandos,  es  educarlos  para  que  puedan  mañana  im- 
provisar. 

La  Historia  es  creación  y  no  organización;  la  or- 
ganización es  un  puro  medio;  la  Historia  es  crea- 
ción; la  organización  es  la  del  hormiguero,  es  la 
de  la  colmena,  es  la  del  avispero,  es  la  del  convento, 
es  la  del  cuartel. 

La  Historia  no  es  organización,  aunque  para  cum- 
plirla la  organización  hace  falta ;  la  Historia  es  crea- 
ción, creación  de  valores  personales,  espirituales,  hu- 
manos ;  la  Historia  es  la  creación  de  la  humanidad  y 
es  la  creación  de  Dios.  La  ciencia,  la  propia  ciencia, 
no  tiene  historia ;  lo  que  tiene  historia  es  la  conquis- 
ta que  de  ella  hace  el  hombre;  la  llamada  historia 
natural  no  es  historia,  la  naturaleza  es  antihistórica, 
y  la  naturaleza  es  la  que  se  organiza ;  se  organiza 
el  instrumento,  no  se  organiza  el  hombre,  y  de  esta 
misma  manera,  como  la  organización  responde  a  la 
eficiencia  y  a  la  creación  responde  la  moralidad,  no 
es  lícito,  no  es  digno,  no  es  humano,  poner  la  efi- 
ciencia sobre  la  moralidad. 

Se  ha  estado  últimamente  hablando  a  cada  momen- 
to, mal  entendido,  torcidamente  entendido,  del  nom- 
bre de  Maquiavelo.  La  mayor  parte  de  sus  comen- 


OBRAS  COMPLETAS 


953 


tadores  son  alemanes,  y  casi  nunca  se  han  acordado, 
hablando  de  Maquiavelo,  de  otro  hombre  grande,  de 
uno  de  los  espíritus  faros,  de  José  Mazzini.  Frente 
al  maquiavelismo  podemos  y  debemos  poner  el  mazzi- 
nismo,  aquel  místico  de  la  humanidad,  que  pasó  toda 
la  vida  predicando  que  la  vida  es  misión,  no  es  ex- 
piación, no  es  tampoco  la  victoria,  porque  la  victoria 
no  es  un  fin,  no  es  más  que  un  medio,  y  la  victoria, 
como  dijo  un  gran  estadista  suramericano,  no  crea 
derechos.  Hay  cosas  que  ni  por  la  victoria  pueden 
ni  deben  hacerse,  como  hay  cosas  que  el  hombre  no 
puede  ni  debe  hacer  ni  por  la  vida. 

L.\   MORALIDAD   SOBRE  LA  EFICACIA. 

Decía  Joffre  — y  son  las  más  nobles  palabras  que 
se  han  dicho  en  el  curso  de  la  guerra — ,  refiriéndose 
a  la  orden  de  hacer  hundir  el  Liisitania,  sin  adver- 
tencia previa,  "que  ningún  Gobierno  francés  hubiera 
dado  semejante  orden  seguro  como  estaba  de  ser  des- 
obedecido, porque  nosotros  — añadía —  ponemos  la 
conciencia  y  la  inteligencia  de  los  ciudadanos  por  en- 
cima de  cualquier  necesidad  militar". 

Yo  os  añado  que  ningún  caballero  francés,  ningún 
caballero  inglés  o  italiano  al  servicio  de  su  patria  y 
de  la  humanidad  hubiera  obedecido  una  orden  seme- 
jante a  aquella  de  fusilar  a  miss  Cavell,  y  podía  trae- 
ros en  testimonio  de  ello  palabras  de  un  noble  caba- 
llero, de  un  noble  general,  de  un  místico  también,  del 
general  Gordon,  que  por  dos  veces  desobedeció  noble- 
mente al  Gobierno  de  su  patria. 

En  cambio  las  gentes  que  llaman  a  los  Tratados 
pedazos  de  papel,  que  dicen  que  la  necesidad  hace  la 
ley  — ¿qué  necesidad?,  no  ciertamente  la  moral — ,  las 
gentes  que  dicen  que  la  necesidad  hace  la  ley,  han 
vuelto  a  reproducir  el  principio  jesuítico  de  que  el 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


fin  justifica  los  medios,  y  el  fin  — no  sé  si  lo  que  voy 
a  deciros  pecará  algo  de  abstruso — ,  el  fin,  es  me- 
nester no  olvidarlo,  no  es  lo  que  está  al  cabo  de  la 
acción,  no  es  lo  que  está  allende  la  acción ;  el  fin  es 
lo  que  está  a  cada  momento  sobre  la  acción,  dentro 
de  la  acción,  es  el  modo  de  obrar.  Si  el  fin  fuera  lo 
que  está  al  cabo  de  la  acción,  el  fin  de  cada  uno  de 
nosotros  sería  la  muerte  y  nosotros  estamos  finali- 
zando la  vida  a  cada  momento.  La  Historia  es  un 
fin  en  sí  y  se  cumple  meramente  a  cada  momento.  El 
modo,  por  ejemplo,  de  hacer  las  elecciones  en  políti- 
ca, que  suelen  considerar  los  políticos  de  carrera 
como  un  medio  para  gobernar  luego,  es  ya  toda  la 
política;  yo  me  contentaría  con  que  nuestro  país 
cambiara  el  procedimiento  de  hacer  elecciones ;  no 
querría  otro  programa. 

Proponerse  ganar  una  elección  y  proponerse  ganar 
una  victoria  con  una  guerra,  sea  como  fuera,  en  un 
caso,  con  todas  esas  habilidades  que  vosotros  cono- 
céis, en  otro  caso  con  violaciones  de  la  neutralidad, 
con  deportaciones  de  gentes  indefensas,  o  con  zcppeli- 
nadas,  es  ya  faltar  al  fin  moral,  y  es,  además,  infame 
una  guerra  cuyos  fines  concretos  no  sólo  no  se  esta- 
blecen de  antemano  sino  que  no  hay  valor  de  esta- 
blecerlos cuando  ella  ya  está  empeñada. 

Decía  con  una  gran...,  "frescura",  aquel  organi- 
zador de  los  turcos,  militarmente,  que  se  llamó  von 
der  Goltz,  que  la  Historia  la  escribe  el  vencedor. 
Yo  no  sé  quién  escribe  la  Historia,  lo  que  sé  es  que 
la  Historia  queda  en  la  conciencia  de  todos  y  que  es 
la  humanidad  la  que  juzga. 

Un  brindis  a  Alemania. 

Y  ahora,  en  esta  fiesta,  todos  nosotros  — creo  al 
decir  esto  que  puedo  hacerme  vocero  de  vuestros 
sentimientos — ,  todos  nosotros  se  la  brindaremos,  pri- 


OBRA S    C O M FLETAS 


955 


mero  a  España  y  a  los  españoles,  a  esta  pobre  Es- 
paña más  bien  que  desorientada,  desoccidentada,  en 
que  a  medida  que  un  cierto  bienestar  material  y  es- 
plendor externo  aumenta,  parece  que  van  debilitán- 
dose los  caracteres  y  el  sentimiento  de  la  dignidad 
de  los  ciudadanos ;  esta  fiesta  se  la  brindaremos  a 
España  y  a  los  españoles,  se  la  brindaremos  tam- 
bién a  estos  nobles  pueblos  aliados  en  defensa  del 
derecho  y  de  la  justicia,  pero  creo  — repito- —  hacei 
me  vocero  de  todos  vosotros,  si  digo  que  se  la  brin- 
damos a  Alemania  y  a  los  alemanes  y  que  es  un  voto 
colectivo  de  unos  españoles  libres,  muchos  de  nos- 
otros discipulos  en  muchas  cosas  de  la  doctísima 
Gcrniania  :  que  es  un  voto  de  unos  españoles  libre- 
por  la  liberación  de  Alemania,  por  este  país,  que 
lia  hecho  tan  grandes  servicios  al  progreso  y  a  la 
civilización  cristiana-grecolatina,  es  decir,  europea.  Y 
quedan  los  turcos,  sus  aliados  y  compañeros  germanó- 
filos  españoles,  como  ejemplares  troglodíticos  prehis 
tóricos  de  una  fauna  espiritual  que  la  civilidad  reduce 
a  ser  escurrajas  de  la  tradición  del  progreso  y  que  sir- 
ven de  elemento  pintoresco,  de  contraste  y  de  acicate 
para  la  lucha,  porque  nosotros  sabemos,  estamos  ínti- 
mamente convencidos  de  ello,  que  cuando  la  revolu- 
ción europea  se  haga  germánica,  Alemania,  la  de 
noble  cepa,  reconocerá  la  injusticia  de  los  pensamien- 
tos generadores  de  esta  Liga,  y  que  nosotros  seremos 
sus  más  leales,  sus  más  sinceros  aliados  cuando  tenga 
que  deshacer  el  ambiente  que  contra  ella  ha  creado 
esta  bárbara  germanofilia  española.  Sabemos  que  re- 
conocerán nuestro  sereno  amor  a  la  mejor  alma  de  su 
patria,  cuando  libre  del  peso  de  la  fatalidad,  del  error 
y  de  la  soberbia,  confiese  la  vergüenza  que  hoy  sien- 
te (le  tener  (|ue  -^-alerse  de  tales  abogados,  del  bo- 
chorno que  les  produce  — nos  consta —  verse  obligados 
a  servirse  de  esos  germanófilos  españoles  como  ins- 


956 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


trunientos  para  acallar  su  conciencia  del  castigo  del 
veredicto  humano. 

Entonces,  cuando  tenga  que  deshacer  ese  ambiente, 
seremos  nosotros  sus  más  fieles  aliados,  y  para  den- 
tro de  España  esperamos  que,  hecha  la  paz,  esta  Liga 
pueda  llegar  a  ser  origen  de  un  movimiento  civil,  li- 
beral, democrático,  reformista,  ya  que  el  liberalismo 
y  el  democratismo  que  hoy  profesan  los  que  ocupan 
el  Poder  no  es  en  la  mayor  parte  de  los  casos  más 
que  un  pretexto  que  ponga  el  manejo  y  el  disfrute 
del  presupuesto  en  una  compañía  de  políticos  de  ca- 
rrera, profesionales  de  la  arbitrariedad,  de  la  preva- 
ricación y  del  engaño. 

Esta  Liga,  a  poco  que  todos  deis  a  ella  más  que  el 
nombre  y  más  que  la  firma,  puede  llegar  a  ser,  más 
o  menos  modesto,  el  principio  de  una  verdadera  re- 
forma política  española,  reforma  hecha  mirando  a 
toda  España,  no  con  horizonte  estrecho  provinciano ; 
pero  aun  malos  y  todo,  siquiera  por  algún  tiempo, 
Dios  nos  conserve  a  los  que  nos  gobiernan  mientras 
dura  la  guerra,  ya  que  acaso  y  sin  acaso  los  que  les 
seguirían  habrían  de  ser  peores.  Si,  como  algunos 
creen  y  esperan,  la  paz  se  ha  de  firmar  en  España 
— y  para  nuestra  Patria  sería  una  grande  honra — , 
que  sea  al  menos  bajo  un  Gobierno  que  permanezca 
fiel  al  espíritu  que  dictó  la  nota  de  contestación  a 
Wilson,  esa  nota  que  ha  provocado  la  bilis  venenosa 
de  todos  nuestros  trogloditas. 

Y  ahora,  ¿qué  más  os  puedo  decir  yo?;  todo  lo 
que  yo  os  dijera  sería  pálido  al  lado  de  lo  que  pen- 
séis todos ;  que  nos  llamen  lo  que  quieran ;  nosotros, 
los  que  hemos  venido  aquí  a  celebrar  el  segundo  ani- 
versario de  la  fundación  del  semanario  España,  lle- 
vamos a  España  también  dentro  del  corazón,  no  como 
madre,  como  hija;  la  Patria  tiene  que  ser  hija  y  no 
nuestra  madre;  el  que  no  se  sienta  con  fuerzas  para 


OBRAS  COMPLETAS 


957 


crear  Patria  y  para  crear  la  tradición  de  mañana  no 
es  verdadero  patriota. 

Yo  no  puedo  legar  a  mis  hijos  el  legado  espiritual 
que  de  mis  padres  y  abuelos  españoles  recibí  como 
se  lega  una  herencia  de  dinero,  acrecentada  con  la 
usura,  con  malos  negocios ;  yo  tengo  que  legárselo 
acrecentado  con  pedazos  de  mi  corazón. 

(Texto  publicado  en  España.  Madrid,  año  IH,  nú- 
mero 106,  1  febrero  1917,  páginas  4-6.) 


DISCURSO  EN  EL  ATENEO  DE  SALAMAN- 
CA EN  LA  VELADA   EN   HONOR  DE  DON 
BENITO  PEREZ  GALDOS  CON  OCASION  DE 
SU  MUERTE,  NOVIEMBRE  DE  1920 


Para  juzgar  a  Galdós  tal  vez  no  sea  yo  el  más 
adecuado ;  lo  eran,  sí,  aquellos  que  pueden  llamarse 
nietos  suyos,  de  una  generación  no  tan  inmediata, 
porque  siempre  hay  en  los  hijos  tendencia  a  la  críti- 
ca, a  la  rebelión  contra  sus  padres. 

Nosotros,  a  quienes  se  nos  ha  calificado  de  hombres 
del  98,  nos  hemos  rebelado  contra  los  hombres  del  68, 
por  llevar  lleno  el  espíritu  de  ilusiones  que  no  tenían 
contenido  ni  realidad. 

Yo  leía  a  Galdós  cuando  era  niño  y  no  le  he  vuel- 
to a  leer  por  no  profanar  aquellos  sentimientos  de  mi 
infancia,  que  este  culto  creo  que  es  un  modo  de  res- 
peto a  nosotros  mismos ;  yo  le  leía  cuando  aún  latían 
aquellas  vibraciones  que  están  en  León  Rock,  en  Glo- 
ria, en  Doña  Perfecta;  no  le  volveré  a  leer. 

Eran  aquellas  ilusiones  ingenuas  con  las  que  creó 
un  mundo ;  y  en  eso  está  su  encanto,  en-  que  la  masa 
sustituye  a  la  realidad;  no  se  pueden  comparar  sus 
novelas  con  cualquiera  de  sus  contemporáneas  de 
Clarín,  de  Valera,  de  Ayala,  de  la  Pardo  Bazán;  en 
ellas  domina  la  masa  creada,  sacándola  de  fuera,  no 
interviniendo  el  elemento  lírico,  interno,  personal  del 
escritor. 

Creó  un  mundo  triste,  el  mundo  de  la  clase  media, 
de  la  tragedia  silenciosa  que  lucha  lágrima  a  lágrima, 
grito  a  grito,  dolor  a  dolor;  es  la  epopeya  de  la  clase 


OBRA  S    C  O  M  P  LET  A  S  959 


media  urbana,  no  aldeana  ni  obrera,  que  se  deja  ador- 
mecer en  la  costumbre  de  nuestra  España :  la  clase 
que  busca  el  destinillo,  la  subsistencia  diaria. 

Pero  todo  ello  tiene  una  melodía,  la  lengua ;  es  la 
misma  sensación  que  un  pueblo  aldeano,  junto  a  la 
campana  de  una  cocina  del  pueblo,  cuenta  un  antiguo 
relato  que  adormece  por  la  manera  de  decir:  es  como 
un  río  en  que  se  reflejan  los  álamos  de  la  orilla ;  es 
una  lengua  cervantina,  no  quevediana. 

Galdós  es  optimista,  como  los  hombres  del  68,  los 
de  la  época  que  creía  en  el  progreso,  en  las  ideas  de 
justicia;  es  como  el  desfile  de  una  película  de  cine- 
matógrafo, que  de  poco  serviría  si  después  se  quema. 

Fué  al  teatro,  y  eso  que  no  era  la  suya  la  forma 
literaria  más  adecuada  para  triunfar ;  su  estilo  es  el 
de  coloquio  familiar,  a  ratos  un  poco  oratorio,  pero 
sin  esos  chispazos  de  pasión,  tal  vez  falsos,  de  gri- 
tos de  soberbia,  que  ha  de  llevar  el  que  escribe 
para  las  tablas;  más  que  por  otra  cosa  su  teatro  se 
aplaudía  como  un  homenaje  al  novelista. 

Porque  yo  creo  que  el  teatro  se  alimenta  y  será 
eternamente  el  de  los  trucos,  el  de  las  violencias,  el 
de  las  falsedades,  como  el  teatro  de  Echegaray,  que 
ha  de  volver  con  todo  su  aparato  de  tragedia  y  de 
inverosimilitud. 

Es  verdad  que  hizo  propaganda  política  en  el  teatro ; 
es  que  era  el  momento  más  adecuado  de  aprovechar 
el  encrespamiento  de  las  pasiones  políticas ;  yo  no 
presencié  el  estreno  de  Electro :  supe  de  él  por  la  im- 
presión personal  del  gran  poeta  ibérico  Guerra  Jun- 
queiro. 

Me  decía  al  venir  de  Madrid  que  se  horrorizaba  de 
que  se  comparara  a  Galdós  con  Tolstoy,  con  la  dife- 
rencia de  que  éste  tenía  a  Jesús  y  Galdós  a  Sagasta, 
aquel  macaco  fúnebre. 

Y  en  verdad  que  fué  el  suceso  político  culminan- 
te y  golpe  tan  recio  que  desde  entonces  no  lo  han 


960 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


olvidado,  ni  lo  olvidarán,  aquellos  a  quien  iba  diri- 
gido. 

Sin  embargo,  Casandra  era  golpe  más  recio,  que 
ahondaba  en  la  llaga,  en  lo  más  triste  del  período 
de  la  Regencia. 

No,  no  han  pasado  aquellas  cuestiones  del  cleri- 
calismo; no  hace  muchos  días  que  en  el  Parlamento 
español  se  decía  que  el  problema  de  Barcelona  era 
la  lucha  de  dos  civilizaciones :  una,  la  civilización  eco- 
mica  fundada  en  el  cristianismo;  otra,  la  civilización 
fundada  en  el  comunismo. 

Ambas  son  civilizaciones;  una  comunista,  otra  ca- 
pitalista; pero  que  dejan  a  un  lado  la  cuestión  cris- 
tiana, que  nada  tiene  que  ver  con  ello;  las  cosas  san- 
tas santamente  hay  que  tratarlas.  ¿Es  que  acaso  el 
cristianismo  es  un  freno  o  un  salto  de  agua? 

Ambos  bandos  sólo  se  preocupan  de  convertir  las 
piedras  en  pan  y  no  en  la  palabra  de  Dios. 

Volviendo  a  Galdós,  pasó  días  tristes ;  los  de  sobre- 
vivirse  a  su  obra,  dejando  un  alto  ejemplo  de  labo- 
riosidad; trabajó  a  lo  último  como  un  jornalero  y 
llegó  hasta  a  repetirse,  porque  sentía  que  se  escapaba 
a  sí  mismo ;  ésa  es  su  tragedia. 

Lo  ocurrido  cuando  el  premio  Nobel  fué  vergon- 
zoso; me  escribía  el  bibliotecario  de  la  Nobel  de 
Stockolmo  que  no  pasaba  día  sin  que  se  recibieran 
cartas  y  telegramas  diciendo  que  a  Galdós,  no;  a 
cualquiera;  fué  lo  más  lamentable,  lo  que  no  se  le 
ocurrió  ni  a  los  mayores  enemigos  de  Carducci,  no  a 
una  lucha  de  ideas,  sino  la  envilecida  envidia  de 
aquella  misma  clase  que  él  había  pintado;  esto  sólo 
ocurre  en  España. 

El  se  fué,  ¡  y  quién  sabe  dónde ! ;  se  marchó  al  mun- 
do que  creó  donde  encontrará  a  Torquemada,  al  ami- 
go RIanso,  a  todas  sus  creaciones;  él  se  queda  para 
sí  mismo. 

Yo  creo  que  quien  crea  personajes  muere  en  ellos. 


OBRAS  COMPLETAS 


961 


se  entierra  en  ellos ;  todo  Galdós,  al  soñar  con  ellos, 
al  crearlos,  se  hallaba  borrado,  difundido  entre  ellos; 
y  éste  es  su  sacrificio;  el  sacrificio  del  escritor  que 
se  hunde  con  los  personajes  que  crea. 

Cervantes  creó  un  Quijote,  y  cuando  soñemos  con 
él  acaso  no  veamos  sino  al  loco  manchego,  no  a  quien 
lo  imaginó ;  sólo  quedará  del  escritor  un  nombre :  su 
obra  le  habrá  matado. 

Si  la  vida  es  sueño,  es  acaso  lo  más  grave  desper- 
tar; ¿habrá  despertado  Galdós? 

Los  que  vivimos  en  el  mundo  de  las  ideas,  de  los 
libros,  dicen  que  vivimos  en  un  mundo  de  ficción ; 
¿pero  no  es  acaso  el  verdadero,  el  que  nos  prepara 
para  el  otro  en  que  hemos  de  despertar? 

Era  toda  su  preocupación,  su  sueño,  y  se  perdió 
en  el  mundo  que  había  soñado. 

A  los  jóvenes  compete  decir  lo  que  de  Galdós  que- 
da encarnado  en  el  alma  de  la  raza;  yo  leía  días 
pasados  a  Dostoyewski,  y  comprendía,  por  sus  per- 
sonajes, por  qué  lo  de  Rusia  puede  acabar  en  una 
gran  tragedia.  ¡  Ojalá  lo  de  España  no  acabe  en  el 
saínete  grotesco  de  la  clase  media  que  pinta  Galdós ! 

Que  no  quede  más  que  su  obra;  que  de  ese  mundo 
que  tanto  nos  pesa,  no  sabemos  aún  sí  tiene  algo  de 
agradable,  que  guarda  el  porvenir,  y  ante  él  no  sa- 
bemos lo  que  nos  espera. 

(Reseña  fragmentaria,  en  El  Adelanto.  Salamanca, 
año  XXXVI,  número  10.956,  1920. 

Intervinieron  en  el  acto:  Emilio  Blanco,  David 
Rayo,  Cándido  R.  Pinilla,  que  leyó  una  poesía,  "Cum- 
bres de  España",  y  Unamuno  (1).. 


1  Véanse  los  tres  escritos  que  don  Miguel  dedicó  a  Galdós, 
con  motivo  de  su  muerte,  en  el  tomo  V  de  estas  Obras  Completas. 


31 


UNAMUNO.  VII. 


DISCURSO  EN  LA  CASA  DE  LA  DEMOCRA- 
CIA, DE  VALENCIA,  EL  7  DE  SEPTIEMBRE 
DE  1922 


Expectación  por  la  conferencia. — Cambio  de  local. 


La  conferencia  que  don  Miguel  de  Unor- 
muño  tenía  que  dar  ayer  en  el  local  del  Ate- 
neo Científico,  la  dió  en  la  Casa  de  la  De- 
mocracia, el  hogar  de  los  republicanos  va- 
lencianos. Había  gran  expectación  por  oír 
al  sabio  catedrático  de  Salam-anca.  El  acto 
había  sido  anunciado  para  las  siete  de  la 
tarde,  pero  como  el  local  del  Ateneo  es  bas- 
tante reducido,  el  público  comenzó  a  inva- 
dirlo, desde  mucho  antes,  hasta  el  extremo 
de  que  a  Las  cinco  y  media  de  la  tarde  ya 
estaban  todas'  las  sillas  ocupadas.  A  las 
seis,  el  Heno  era  completo.  La  gente  seguía 
llegando,  y  minutos  antes  de  las  siete  el  pú- 
blico llenaba  todas  las  dependencias  del  Ate- 
neo, se  apretujaba  en  los  pasillos,  en  la  es- 
calera, llegaba  hasta  la  calle.  A  don  Miguel 
de  Unamuno  mismo  le  fué  difícil  la  entrada. 
La  aglomeración  de  público  pudo  provocar 
un  conflicto,  y  ya  se  iba  a  desistir  de  cele- 
brar el  acto,  cuando  nuestro  director,  don 
Félix  Aszati,  que  conversaba  con  el  señor 
Unamuno  y  con  el  presidente  del  Ateneo, 
señor  Jiménez  Valdiz'ielso,  ofreció  a  éstos 
la  Casa  de  la  Democracia  para  celebrar  el 
acto.  Fué  aceptado  el  ofrecimiento,  y  co- 


OBRAS  COMPLETAS 


963 


municado  el  cambio  de  local  al  público,  éste 
se  trasladó  al  Círculo  Republicano,  cuya 
capacidad  es  muchísimo  mayor  que  la  del 
Ateneo.  A  pesar  de  ello,  rápidamente  se 
llenó  por  completo  la  Casa  de  la  Democra- 
cia. No  hubo  tiempo  para  preparar  la  tri- 
buna y  se  improvisó  sobre  una  mesa  de 
billar.  De  pie,  sobre  ella,  habló  el  señor 
Unamuno. 

El  señor  Jimence  Valdiviclso  pronunció 
primeramente  breves  y  elocuentes  palabras 
de  salutación,  y  después  se  hizo  un  silencio 
imponente  y  empezó  a  hablar  don  Miguel. 

Reproducimos  a  coutiiutación  el  tc.vto  in- 
tegro de  su  discurso,  tomado  taquigráfica- 
mente por  nuestro  redactor  señor  Blasco  y 
el  taquígrafo  señor  Sougel. 

El  señor  Unamuno  habló  durante  hora  y 
media,  y  su  discurso,  como  verán  nuestros 
lectores,  fué  una  hermosa  oración  llena  de 
bellezas  y  de  hermosas  enseñanzas. 

Dijo  así  el  señor  Unamuno: 

La  visita  a  Palacio. 

Renuncio,  amigos  míos,  a  exponeros  el  íntimo  es- 
tado de  mi  ánimo  en  estos  momentos  y  en  esta  oca- 
sión, en  que  vuelvo  a  hablar  en  la  ciudad  de  Valen- 
cia, que  tiene  para  mí  ya  tantos  recuerdos  y  algu- 
nos verdaderamente  indelebles. 

He  salido:  es  decir,  no  he  salido,  he  hecho  como 
que  salgo  un  momento,  de  la  soledad  en  que  conti- 
nuamente vivo  para  tener  aquí,  ante  vosotros,  una 
especie  de  conversación  conmigo  mismo,  algo  como 
un  monólogo,  pero  un  monólogo  delante  de  una 
porción  de  caras  amigas  y  de  rostros  que  son  como 
espejos  del  mío  propio. 


964 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Desde  luego,  aun  cuando  en  un  momento  pudo  de- 
cirse eso,  yo  no  vengo  aquí  esta  noche  a  hablar  de 
lo  que  podría  llamar  mi  pleito  individual.  Esto  es 
una  cosa  que  creo  que  interesa  a  mucha  más  gente 
que  a  mí,  pero  que  hay  que  dejarla.  Unicamente  como 
manera  de  entrar  en  materia  tengo,  sí,  que  deciros 
que  a  los  pocos  días  de  haber  salido  de  Palacio  a  una 
llamada  que  a  él  se  me  hizo,  para  explicar  ciertas  co- 
sas a  don  Alfonso  de  Borbón  y  Habsburgo  Lorena,  a 
los  pocos  días  de  mi  salida  de  Palacio  volví  a  ser 
procesado  por  supuestas  injurias  a  Su  Majestad,  por 
un  artículo  publicado  en  El  Liberal,  de  Madrid,  bas- 
tante antes  de  aquella  visita. 

Claro  es :  esto  ya  ha  cambiado,  merced,  sin  duda, 
a  la  que  nosotros  armamos,  sobre  todo  en  América, 
que  es  donde  el  golpe  duele.  Merced  a  aquello,  hoy 
ya  esos  supuestos  delitos  no  se  juzgan,  como  es  de 
ley,  por  el  Tribunal  de  Derecho. 

Araquistain  estuvo  procesado  por  eso,  por  un  ar- 
tículo publicado  en  la  revista  España,  y  se  le  juzgó 
ante  Jurado.  Ha  sido  el  modo  como  han  soslayado  el 
compromiso  o  de  volver  a  condenar  y  que  volviéra- 
mos a  armar  otra,  o  de  tener  que  absolver,  rectifican- 
do aquella  enormidad.  Enormidad  en  todos  sentidos. 
No;  os  dije  ya  que  quería  pasar  por  alto  la  cuestión 
de  si  hubo  o  no  delito :  lo  que  sí  he  de  señalar  es  la 
enormidad  que  nuestro  Código  diga  que  las  injurias 
al  rey  son  ocho  años  de  presidio;  y  como  injuria  es 
toda  expresión  en  menoscabo  o  menosprecio  del  mis- 
mo :  ¡  ocho  años  si  se  le  llama  mequetrefe,  como  si  se 
le  llama  ladrón,  es  igual ! 

La  cosa  era  sencillamente  que  yo  pidiera  algo,  por- 
que todo  el  sistema  de  esta  gente,  hoy,  se  reduce  a 
corromper  a  los  que  predican.  A  corromper  a  las 
gentes.  ¡  Qué  pidan  algo  ! 


OBRAS  COMPLETAS 


965 


El  MATERIALIS>rO  HISTÓRICO. 

Recordad  lo  que  pasó  con  las  Juntas  de  Defensa 
militares,  que  en  un  principio  presentaron  un  progra- 
ma de  acción,  mejor  o  peor.  Tenían,  hay  que  reco- 
nocerlo justamente,  una  cierta  elevación  y  un  cierto 
desinterés.  Pero,  muy  pronto,  se  insinuaron  e  hicie- 
ron que  ellas  pidieran  ventajas  materiales  para  des- 
conceptuarlas. Esto  mismo  lo  han  repetido  con  los 
empleados  de  Correos,  que  reclamaban.  Sus  peticio- 
nes eran  sencillamente  de  reorganización  de  servicio, 
de  cosas  de  interés  público,  pero  no  dejó  de  insinuar- 
se a  modo  de  serpiente  paradisíaca  el  Director  de 
Comunicaciones,  que  les  dijo  que  pidieran  también 
unas  pagas  extraordinarias,  y  con  esto  cayeron  en  el 
garlito,  y  ha  venido  todo  lo  de  después. 

Y  esto  de  Correos  se  convierte  en  una  cuestión  de 
ochavos,  de  ventajas  materiales,  y  obedece  a  un  cri- 
terio de  lo  que  se  ha  solido  llamar  materialismo 
histórico.  Con  mucha  más  intensidad  que  los  que  lo 
predican  como  doctrina  ideal,  que  los  socialistas,  lo 
practican  los  conservadores.  Los  verdaderos  materia- 
listas históricos,  los  que  creen  que  el  hombre  no  pue- 
de moverse  más  que  por  los  móviles  puramente  ma- 
teriales y  de  estómago,  son  fundamentalmente  los  con- 
servadores, aquellos  de  quienes  dice  Carducci  que 
son  sverqonyatamentc  trhñali.  desvergonzadamente 
ramplones.  Son  ellos  los  que  han  estado  componien- 
do lo  que  llaman  huelgas  políticas  y  provocando  las 
huelgas  puramente  económicas,  sabiendo  la  poca  o 
ninguna  eficacia  que  estas  huelgas  puramente  econó- 
micas tienen. 

L.\  TENDENCIA  APOLÍTICA. 

Spengler,  de  quien  ahora  tanto  se  habla  en  Ale- 
mania, Spengler,  el  autor  del  libro  ese  que  está  sien- 


966 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


do  hoy  en  los  países  germánicos,  después  del  caso  de 
Nietzsche,  el  que  más  repercusión  pública  ha  tenido, 
el  autor  del  libro  sobre  El  ocaso  del  Occidente,  sos- 
tiene que  todas  estas  huelgas  son  movimientos  que,  en 
último  caso,  favorecen  a  la  alta  banca,  que  las  mue- 
ve por  un  lado  y  por  otro  y  que  juega  con  los  huel- 
guistas y  con  unos  y  otros  hace  su  agosto.  Y 
es  que  lo  que  en  un  tiempo,  y  con  un  nombre  que  se 
ha  hecho  ya  clásico,  se  llamaba  economía  política,  se 
ha  querido  hoy  convertir  en  economía  apolítica,  y  ha 
venido  todo  ese  apoliticismo  que  es  una  forma  de  po- 
lítica cuando  no  es  engaño. 

Pero  aquí  hay  fundamentalmente  una  cuestión  cuan- 
do se  habla  de  política.  Y  es:  ¿qué  es  política?  Per- 
mitidle a  un  profesional  de  lingüística,  a  uno  que  vie- 
ne desde  hace  muchos  años  explicando  lenguas,  su 
desarrollo  y  su  proceso,  que  acuda  en  éste,  como  en 
otros  casos  suele  acudir,  a  una  previa  definición  eti- 
mológica de  la  palabra.  Y  tal  vez  ella  nos  conduzca 
al  esclarecimiento  de  la  realidad  íntima  que  hay  en 
el  concepto.  Política  es  una  palabra  que  deriva  de 
polis,  y  polis  significa  ciudad.  Y  dice  Aristóteles  que 
el  hombre  es  un  animal  político,  pero  no  debe  tra- 
ducirse "un  animal  político" ;  debe  traducirse  que  el 
hombre  es  un  animal  civil  o,  si  se  quiere,  ciudada- 
no. El  hombre  no  es  el  bípedo  implume  de  que  se  ha- 
blaba en  otro  tiempo,  no:  el  hombre  es  alguna  cosa. 

La  ciudad  y  la  Historia. 

Política  derívase  de  polis  y  polis  es  la  ciudad.  Las 
ciudades  son  las  que  han  hecho,  las  que  hacen  y  las 
que  seguirán  haciendo  la  Historia;  y  fuera  de  la  ciu- 
dad hay  vida,  hay  vida  económica,  hay  vida  de  todas 
clases,  pero  no  hay  historia,  no  hay  política  tam- 
poco. Fuera  de  la  ciudad  no  vive  más  que  "el  hom- 


OBRAS  COMPLETAS 


967 


bre  planta",  el  "hombre  de  tierra",  que  hubiera  di- 
cho Fígaro  en  su  tiempo. 

La  Historia  la  han  hecho  Babilonia,  Atenas,  Roma, 
Venecia.  La  Historia  la  hacen  hoy  París,  Londres, 
Nueva  York.  El  campo  no  hace  Historia.  Los  valores 
culturales,  las  artes,  las  ciencias,  las  industrias,  el  De- 
recho, la  religión  misma,  son  valores  elaborados  en 
las  ciudades  por  los  ciudadanos;  por  gentes  despren- 
didas de  la  tierra,  por  gentes  que  pueden,  puesto  que 
andan  con  dos  pies,  con  las  manos  libres,  mirar  al 
Cielo. 

El  espíritu  nace  en  las  ciudades  y  en  las  ciudades  es 
donde  se  ha  forjado  la  conciencia  de  una  finalidad  ul- 
tramundana, y  al  decir  finalidad  ultramundana  no  es 
que  yo  suponga  a  todos  los  hijos  de  la  ciudad  seres 
que  creen  en  una  inmortalidad  del  alma,  en  el  sentido 
de  las  creencias  cristianas,  no.  Aun  sin  creer  en  eso, 
que  es  un  anhelo  de  todos,  hay  una  finalidad  ultra- 
mundana ;  los  hombres  de  la  ciudad  piensan  siempre, 
aunque  no  crean,  en  sus  remotos  descendientes.  Los 
hombres  del  campo  no  piensan  más  que  en  la  tierra, 
aunque  ésta  se  la  dejen  luego  a  sus  hijos  y  éstos  a 
sus  nietos. 

El  hombre-campo  es  hombre  de  cuerpo  y  de  tierra, 
que  es  un  inmueble.  El  hombre  de  la  ciudad  es  un 
hombre  de  espíritu  y  de  dinero.  ¡  Ah,  el  dinero ! 

El  dinero  tendrá  muchas  cosas  de  malo,  pero  el 
dinero  redime  también  de  la  tierra,  y  acaso  puede 
llegar  un  momento  — hoy  está  llegando  a  toda  Euro- 
pa—  en  que  desaparezca  el  régimen  del  dinero  y  se 
quede  el  puro  régimen  del  crédito,  y  la  forma  del 
cambio,  pero  ya  espiritualizada  y  hecha  fluida. 

El  espíritu  aldeano. 

La  ciudad  es  la  que  ha  hecho  la  Historia,  la  ciu- 
dad es  la  que  ha  hecho  la  política,  y  en  España  esta- 


068 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


mos  hoy  viviendo,  acaso  por  debajo  de  la  Historia, 
viviendo  fuera  de  la  política,  porque  en  nuestra  Es- 
paña actual,  como  luego  os  diré,  no  hay  ya  ciudades, 
no  hay  más  que  campo. 

Lo  que  llamáis  ciudad,  ésta  misma,  os  digo,  es  una 
aldea  grande;  unos  son  aldeanos  rurales,  otros  al- 
deanos urbanos,  aldeanos  todos. 

Fígaro,  Larra,  en  un  artículo  titulado  "El  hombre- 
globo",  el  hombre-gaseoso,  hablaba  del  hombre-tierra, 
el  labriego ;  del  hombre-agua,  la  clase  media,  que,  des- 
graciadamente, no  hay  en  España  — ni  hay  burgue- 
sía— ,  y  del  hombre-gas  o  del  hombre-globo. 

El  más  movible,  donde  lo  hay,  es  el  hombre-agua, 
el  hombre-líquido.  De  cuando  en  cuando  hay  un  te- 
rremoto: el  terremoto  es  una  cosa  terrible,  pero  pa- 
sado el  terremoto,  la  tierra  vuelve  a  ser  tierra  y 
queda  quieta. 

Vivimos,  como  digo,  bajo  la  Historia,  y  la  frase 
corriente  es  aquella  de  "se  vive",  que  suele  querer 
decir,  muchas  veces,  "se  vegeta". 

Hace  poco  me  llamaba  la  atención  el  número  de 
ejemplares  que  han  alcanzado  las  novelas  de  un  es- 
critor argentino  Hugo  Wast,  de  verdadero  nombre 
Martínez  Zubiría,  y  es  verdaderamente  extraño  que 
en  un  país  como  la  República  Argentina,  que  tiene 
poco  más  de  la  tercera  parte  de  la  población  de  Es- 
paña, y  si  unís  como  naciones  aledañas,  para  el  con- 
sumo literario,  el  Uruguay,  Paraguay  y  Chile,  ten- 
dréis poco  más  de  la  mitad,  extraña  que  haya  podido 
llegar  este  hombre  en  poco  tiempo  hasta  los  95.000 
ejemplares. 

La  explicación  es  muy  sencilla:  no  es  sólo  que 
Buenos  Aires,  que  tiene  dos  millones,  signifique  más 
de  ocho  millones  distribuidos  por  el  campo.  Es  que 
hay  muchas  ciudades  grandes,  y  es  que,  además,  aca- 
so, la  Argentina  es  todo  ciudad. 

La  ciudad,  como  pasa  en  Inglaterra,  termina  en  el 


OBRAS  COMPLETAS 


969 


arrabal  y  se  extiende  al  campo.  Se  ha  dicho  que  en 
Inglaterra  no  hay  aldeanos.  El  fannaii  inglés  es  un 
ciudadano  establecido  en  el  campo  donde  guía  y  diri- 
ge una  explotación  agrícola  o  pecuaria  y  tiene  sus 
cuadros,  tiene  su  piano,  tiene  su  biblioteca. 

El  horror  .al  libro. 

Aquí  conozco  bastantes  alquerías  y  cortijos  de  ri- 
cos hacendados  de  todas  estas  tierras.  ;Ün  libro?  Y 
a  veces  si  lo  hay  es  mejor  que  no  lo  hubiera.  Y,  en 
capitales  de  distrito  de  cuatro,  seis  y  ocho  mil  habi- 
tantes, si  reunís  todos  los  libros  que  allí  se  encuen- 
tran, fuera  de  los  que  necesariamente  tiene  que  te- 
ner la  farmacopea,  el  boticario :  el  Alcubilla,  el  abo- 
gado;  el  cura,  el  breviario:  si  reunís  todos  los  libros 
que  tienen  entre  el  cura,  el  médico,  el  boticario,  el 
juez,  el  registrador  — al  maestro  no  le  cuento  porque 
el  maestro  no  tiene  libros — ,  si  reunís  todos  los  que 
tienen,  escasamente  llegan  a  300  ejemplares.  Y  es  lo 
que  me  han  dicho  más  de  una  vez:  "Compro  un  li- 
bro, lo  leo,  y  ¿  qué  hago  luego  de  él  ?" 

Y  tienen  la  característica  bíbliofobía :  el  horror  al 
libro,  porque  el  aldeano  lo  mira,  al  mismo  tiempo, 
con  respeto  supersticioso  y  fetichista. 

Aquí,  os  repito,  no  hay  ciudad :  así  como  en  In- 
glaterra la  ciudad  se  extiende,  llega  al  campo  y  se  des- 
parrama, aquí  el  campo  de  cuando  en  cuando  se  re- 
concentra, se  ensancha,  forma  núcleos,  que  siguen 
siendo  grandes  aldeas. 

L.\  INFLUENXI.A  DE  LOS  H.ABSBURGO. 

Y  esto  acaso  no  es,  sospecho  yo,  una  cosa  de  siem- 
pre, española.  Acaso  esto  es  un  producto  histórico 
de  fecha  reciente,  dentro  de  lo  que  significan  los  si- 
glos de  la  historia,  no  tan  remota. 


970 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Tal  vez  fuera  Carlos  I,  el  primer  Habsburgo  que 
vino  a  España,  el  hijo  de  la  Loca  de  Castilla  y  el 
Hermoso  de  Borgoña ;  fué  quizá  Carlos  I  el  que 
mató  la  ciudadanía  española. 

Las  guerras  de  las  Comunidades  fueron  unas  gue- 
rras de  la  ciudad  contra  el  espíritu  del  campo.  Todos 
aquellos  nobles  rurales  estaban  del  lado  del  flamenco 
y  fueron  aquellas  Comunidades  de  Castilla,  cuyos  nú- 
cleos eran  gentes  ciudadanas,  peleteros  de  Salaman- 
ca, tejedores  de  Segovia,  gentes  de  gremio,  los  que 
en  aquella  derrota  de  Villalar  vieron  ya  derrotada 
para  mucho  tiempo  la  ciudadanía  española,  y  luego 
los  que  tuvieron  algún  espíritu  ciudadano,  los  que  tu- 
vieron algo  de  espíritu  civil,  las  gentes  que  no  se 
sentían  atraídas  y  amarradas  a  la  tierra,  los  que  que- 
rían libertarse  de  la  tiranía,  se  iban  buscando  aven- 
turas, a  pelear  en  Flandes  o  en  Italia,  o  se  iban  a 
América,  a  la  tierra  libre,  a  la  tierra  libre  de  hom- 
bres, pero  donde  el  hombre  era  libre  de  la  tierra ;  iban 
a  América  a  dejar  allí  no  sólo  su  sangre,  sino  su  es- 
píritu de  ciudadanía  que  allí  existe. 

Recuerdo  que  algunas  veces  se  me  ha  dicho: 
" — ¡  Ah,  aquellos  hijos  ingratos;  después  que  conquis- 
tamos y  civilizamos  aquello!" —  ¿Yo?  Yo  no  con- 
quisté ni  civilicé  aquello  !  — "¡  Oh,  nuestros  abuelos  !" 
— "¡Los  de  ellos!  Seguramente  descienden  más  de  los 
que  fueron  a  conquistar  y  civilizar,  que  no  de  los  que 
nos  quedamos  aquí.  ¡  Los  de  ellos !" 

Acaso  en  aquel  momento  — y  digo  acaso  porque  es 
un  asunto  que  no  lo  tengo  bien  estudiado,  y  es  más 
una  especie  de  vislumbre  que  otra  cosa — ,  acaso  en 
aquel  momento  fuera  ahogada  la  ciudadanía  española. 
Allá,  ellos  peleaban  por  aquellas  libertades  que  eran 
unas  libertades  civiles,  que  eran  unas  libertades  po- 
líticas, las  nacidas  en  la  ciudad.  Acaso  no  era  todo 
cuestión  de  cuartos  y  estómago.  Acaso  fué  ahogada 
la  civilidad  española,  y  entonces  se  convirtió  toda 


OBRAS  COMPLETAS 


971 


España  en  campo,  un  campo  que  ni  siquiera  tiene  ni 
puede  tener  una  capital,  una  urbe,  es  decir,  una  ciu- 
dad que  lo  parezca. 

La  ruta  jiarítima  de  la  civilización. 

Los  Reyes  Católicos  andaban  errantes,  de  ciudad  en 
ciudad,  por  Castilla;  ya  en  Medina  del  Campo,  ya  en 
Arévalo,  ya  en  un  sitio,  ya  en  otro.  Después  de  al- 
gún tiempo,  quiso  ser  corte  Valladolid;  luego,  Ma- 
drid. Y  en  ese  lugar  de  la  Mancha  no  ha  podido 
todavía  hacerse  un  espíritu  ciudadano.  Y  éste  es  un 
momento  verdaderamente  grave.  Por  un  lado,  domi- 
nando el  Mediterráneo  — que  es  la  civilización  matriz 
o  primera,  el  pasado  de  España,  su  raíz — ,  Barcelona. 
De  otro  lado,  dominando  el  Atlántico,  Lisboa  mirando 
al  porvenir  y  a  todo  un  mundo  de  más  allá.  Y  en  la 
tierra  del  centro,  Madrid. 

En  un  momento,  en  tiempo  de  Felipe  IV,  se  en- 
cuentra con  guerra  en  Cataluña  y  con  guerra  en  Por- 
tugal, y  tal  vez  hubiera  podido  conservar  Portugal, 
perdiendo  Cataluña.  Era  un  caso  grave.  El  separa- 
tismo hubiera  podido  ser  dominado  en  Barcelona,  tal 
vez  renunciando  a  Lisboa,  o  en  Lisboa,  renunciando 
a  Barcelona.  La  capital  se  lleva  al  centro,  se  lleva  a 
Madrid.  Todas  esas  grandes  ciudades  de  que  os  ha- 
blaba, Babilonia,  Roma,  Atenas,  o  han  sido  ciudades 
marítimas,  o  ciudades  fluviales.  Todas  han  tenido  una 
comunicación  por  agua:  por  mar  o  por  río.  En  mi 
pueblo,  en  Bilbao,  dicen  que  la  civilización  no  llega 
más  que  adonde  llega  la  marea.  No  digo  que  esto  sea 
así.  Pero,  indudablemente,  era  una  cosa  terrible  tener 
que  regir  desde  J\'Iadrid,  desde  El  Escorial,  un  impe- 
rio que  se  extendía  por  ambos  mares.  Tenía  que  or- 
ganizarse, desde  El  Escorial,  una  armada  Invencible, 
armada  Invencible  antes  de  empezar  a  luchar. 

Y  ahí  tenéis  ese  centro,  ese  centro  de  la  Mancha 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


— tierras  de  soledad,  a  veces  de  soledad  fecunda,  por- 
que pocas  soledades  ha  habido  más  fecundas  que  la 
de  Don  Quijote — ;  ahí  tenéis  esos  pueblos  de  la 
Mancha  donde  no  se  ha  podido  fraguar  una  civiliza- 
ción europea.  Más  bien  una  civilización,  a  su  modo, 
tibetana. 

Cuando  yo  leo  relatos  de  la  ciudad  de  Oruth,  donde 
vive  el  gran  Lama,  rodeado  de  miles  de  monjes  que 
en  aquellos  heladísimos  inviernos,  entre  sebo  y  mu- 
gre, se  calientan  con  boñigas  de  camello,  murmurando 
una  especie  de  rezos,  de  salmos  búdicos,  al  mismo 
tiempo  que  se  preparan  a  obtener  el  título  de  suficien- 
cia en  todas  las  cosas,  suelo  recordar  lo  nuestro.  Sólo 
que  ellos  siguen  una  especie  de  malicia  de  alta  meseta. 
Se  les  ha  enseñado  cosas  más  sutiles;  por  ejemplo, 
el  gran  Lama  siempre  es  un  niño;  jamás  llega  a  ma- 
yor de  edad.  Cuando  va  a  llegar  a  la  mayor  edad, 
desaparece,  y  hay  una  regencia  que  gobierna  en  su 
nombre :  es  una  solución  hasta  elegante  e  ingeniosa : 
la  eterna  minoría. 

Abelit.\s  y  cainitas. 

Pero  voy  a  seguir,  que  no  es  esto  tan  divagatorio 
como  parece.  Como  os  digo,  esto  es  fundamentalmen- 
te una  constitución  aldeana.  Cuenta  la  leyenda  bíblica 
que  Adán  tuvo  dos  hijos:  Abel,  pastor  de  ganado,  y 
Caín,  labrador  del  campo.  Los  frutos  de  Abel  eran 
aceptos  a  Jehová ;  los  frutos  de  Caín  no  lo  eran.  Abel, 
el  pastor,  era  el  bueno;  los  judíos  eran  un  pueblo  de 
pastores.  Caín,  el  labrador,  era  el  malo,  y  Caín,  el 
labrador,  el  malo,  mató  a  Abel,  el  pastor,  el  bueno, 
no  por  cuestión  de  ochavos,  sino  por  envidia  a  su 
virtud.  ¡  Ah  !  Yo  vivo  en  un  país  de  "abelitas"  ;  es  de- 
cir, de  gentes  de  abolengo  ganadero,  descendientes  de 
aquellos  que  cruzaban  las  cañadas  con  las  merinas, 
bajando  ahora,  por  estos  tiempos,  on  otoño,  a  las 


OBRAS  COMPLETAS 


973 


tierras  cálidas  de  Extremadura,  y  llevándolas  luego, 
al  ir  a  empezar  el  verano,  a  los  pastos  de  León  y  de 
Asturias.  Todavía  yo  he  alcanzado  a  ver  por  las  ca- 
ñadas las  merinas,  que  llevaban  aquellos  pastores. 
Yo,  que  los  conozco,  os  digo  que  si  Caín  no  mata  a 
Abel,  Abel  hubiera  matado  a  Caín. 

Este  Caín  fundó  la  primera  ciudad,  la  ciudad  de 
Ur.  Las  ciudades  nacieron  de  aquellos  labradores  de 
la  tierra,  no  de  los  ganaderos.  Aquí  ha  habido  esa 
lucha.  Aquí  ha  habido  esa  lucha  entre  los  ganaderos 
y  los  labradores,  entre  los  abelitas  y  los  cainitas.  Aca- 
so no  fuera  otra  cosa  aquella  expulsión  de  los  moris- 
cos, que  privó  a  España  de  tantos  brazos  y  de  tantas 
inteligencias  útiles. 

Fueron  los  abelitas,  los  de  la  Inquisición,  los  que 
echaron  a  los  otros.  Estos  pueblos  trashumantes,  estos 
pueblos  que  van,  con  sus  ganados,  cuando  ya.  no  tie- 
nen más  remedio,  a  establecerse,  suelen  dedicarse 
muchas  veces  a  buhoneros,  a  comerciantes  ambulan- 
tes. Y  allí  las  cosas  se  complican:  lo  mismo  de  unos 
que  de  otros,  nacen  las  ciudades,  y  nacen  general- 
mente las  ciudades  en  derredor  del  comercio  y  prin- 
cipalmente las  grandes,  las  verdaderas  ciudades  cerca 
del  mar,  que  es  lo  que  aproxima  a  todos  los  pueblos, 
lo  que  les  une.  Que  lo  mismo  que  el  cerebro  humano 
tiene  para  igual  cantidad  de  volumen  mucha  mayor 
cantidad  de  superficie  por  medio  de  las  circunvolucio- 
nes y  vueltas  que  hace,  de  la  misma  manera  la  mar- 
cha de  los  pueblos  y  la  civilización  eterna  y  fuerte, 
o  tiene  grandes  ríos  de  comunicación,  o  tiene  una 
variedad  y  multitud  de  islas;  no  tenéis  más  que  ver 
Grecia.  Es  el  mar  que  une  a  las  gentes  cuando  las 
montañas  las  separan,  o  los  grandes  ríos,  que  también 
unen.  No  los  ríos  de  España,  que  no  son  navegables. 


974 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


El  valor  geográfico. 

He  corrido  todo  el  Duero,  y  he  visto  que  no  se 
puede  bajar;  hay  grandes  rompientes  y  sólo  de  cuan- 
do en  cuando  se  ve  un  antiguo  puente,  y  a  la  cabeza 
del  puente,  un  castillo.  ¡  Pasos  para  ir  de  una  parte  a 
otra,  y  siempre  guardados !  Pero  el  comerciante  ha 
marcado  el  camino,  acaso  en  la  forma  más  compli- 
cada. 

Hay  otra  cosa  que  no  son  los  mercaderes,  que  son 
los  tenderos.  Y  el  tendero  es  lo  característico  de  la 
aldea.  El  mercader  de  la  aldea  es  un  tendero.  ¡  Ten- 
dero !  Y,  naturalmente,  que  puede  estar  en  una  gran 
aldea  de  ciento,  doscientas,  quinientas  mil  almas,  y 
aun  un  millón.  Eso  no  tiene  nada  que  ver.  Y  hoy  es 
una  cosa  triste:  no  sé  cómo,  sobre  todo  después  de 
esta  última  sacudida,  parece  que  estamos  volviendo 
otra  vez  a  la  gleba,  a  la  tierra. 

Restos  de  una  civilización. 

Se  nota  en  la  postguerra  un  sentimiento  profundo 
de  cansancio  en  casi  todo  el  mundo.  Hay  una  fatiga 
enorme:  parece  que  hemos  heredado,  que  se  han 
venido  sobre  nosotros  en  desplome  los  restos,  los  es- 
combros morales  de  muchos  siglos.  Hay  una  civili- 
zación, que  acaso  se  está  deshaciendo ;  algo  civil,  algo 
ciudadano,  algo  político  que  se  fundó,  que  se  desparra- 
ma, que  se  disuelve  y  que  se  deshace,  que  está  ya  en 
todas  las  ciudades,  desde  luego  más  en  las  de  Espa- 
ña :  la  vuestra  misma ;  una  sensación  de  que  el  campo 
— muy  triste  para  mí — ,  en  lo  más  material  que  tiene, 
está  devorando  a  la  ciudad.  Los  ideales  son  sustituí- 
dos  por  los  apetitos,  y  ya  no  sé  yo  si  es  siquiera  el 
estómago  o  algo  peor  que  el  estómago  lo  que  domina. 

Aquí  han  nacido  una  porción  de  movimientos  que, 
aunque  algunos  de  ellos  parezcan  nacidos  en  las  gran- 


OBRAS  COMPLETAS 


975 


ties  ciudades,  son  fundamentalmente  movimientos  cam- 
pestres, movimientos  del  hombre-tierra,  movimientos 
tlel  aldeano,  y  entre  ellos,  ese  que  se  llama  el  sindi- 
calismo apolítico,  que  es  una  forma  de  la  política  o 
no  es  nada.  Y  tened  en  cuenta  que  lo  que  se  llama 
cuestiones  de  estómago  son  cuestiones  de  intereses 
materiales,  que  quieren  acallar  lo  único  de  que  se 
vive  en  la  historia  y  lo  único  para  lo  cual  vale  la 
pena  de  vivir,  que  son  los  problemas  de  justicia. 

Los  que  hayáis  estudiado  en  aulas,  aun  cuando  no 
sea  Derecho,  y  los  que,  aun  sin  haber  estudiado  allí 
nada,  tengáis  una  regular  cultura,  siquiera  sea  super- 
ficial, habréis  oído  muchas  veces  aquella  definición  de 
la  justicia:  Siiitin  cuique  tribncrc.  A  cada  uno  lo 
su3'0.  Pues  en  esta  definición  del  Smini  cuique  tribue- 
re  va  implícito  el  cacique,  es  decir,  el  quisque,  y  no 
puede  haber  justicia  donde  no  hay  el  conocimiento 
del  cada  uno,  del  individuo,  de  la  personalidad.  Per- 
sonalidad que  a  las  veces  se  quiere  barrer  en  una 
masa,  en  una  muchedumbre,  llámese  como  se  quiera : 
sindicato,  partido,  lo  que  queráis. 

El  espíritu  liberal  y  el  individu.alismo. 

Y  esto  que  yo  os  digo,  que  vengo  peleando  toda  mi 
vida  por  el  respeto  a  la  individualidad  del  hombre 
aislado  — seguro  de  que  al  defender  eso  defiendo  la 
individualidad  de  cada  uno  de  vosotros — •,  se  dice 
que  es  egoísmo.  El  que  defiende  el  "yo",  defiende  to- 
dos los  "yos";  no  es  el  "yo";  es  el  "nosotros".  Y  de 
aquí  la  confusión  cuando  os  encontráis  con  la  forma 
del  sindicalismo  anarquista,  que  es  la  cosa  más  verda- 
deramente extraña,  y  en  el  fondo,  toda  una  contra- 
dicción íntima. 

Siempre  que  se  me  ha  invitado  a  formar  parte  de 
una  colectividad,  de  una  agrupación,  de  un  sindicato, 
con  un  programa  ya  determinado,  lo  he  rehusado.  He 


976 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


dicho:  No;  cuando  se  trate  de  un  fin  concreto  e  in- 
mediato, díganmelo  y  cuenten  conmigo,  probablemen- 
te con  más  eficacia  que  todos  ustedes  los  que  están 
apuntados.  No  me  cabe  en  la  cabeza  que  20  perso- 
nas, dueñas  de  sí,  firmen  20  artículos.  No  lo  compren- 
do. ¿Coincidimos?  ¡Cuenten  ustedes  conmigo!  Es 
más,  si  en  alguna  ocasión  hay  algo  que  ustedes  no  se 
atrevan  a  decirlo,  ¡  cuéntenmelo  y  lo  diré  yo  sólo ! 

De  aquí  la  necesidad  de  lo  que  se  llama  más  concre- 
tamente el  liberalismo,  el  espíritu  liberal. 

Yo  os  digo :  he  rehusado  siempre  formar  parte,  ade- 
más, por  una  razón  muy  sencilla :  si  unos  cuantos  nos 
entendemos  y  nos  conexionamos  para  lograr  un  fin 
cualquiera,  está  muy  bien.  Ahora,  lo  que  es  muy  gra- 
ve es  que  se  quiera  disminuir  en  una  concurrencia 
interior  mi  personalidad.  ¡  Eso  no !  Yo  he  dicho  a 
compañeros  míos  de  pluma,  escritores :  si  se  trata  de 
luchar  con  editores,  con  empresarios,  con  libreros, 
cuenten  ustedes  conmigo;  ahora,  eso  de  que  ustedes 
determinen  la  proporcionalidad  de  lo  que  cada  uno  de 
nosotros  ha  de  cobrar,  eso  no.  Si  hay  quien  da  por  lo 
mío  tres  veces  más  que  por  lo  de  ese  señor,  a  eso  ya 
no  llego.  Eso  es  ahogar  y  matar  al  individuo. 

Luchas  de  intereses  y  luch.«iS  de  ideales. 

Eso  tiene  muy  grandes  peligros,  grandes  peligros 
para  la  colectividad,  que  reduce  la  competencia  por 
ello.  Por  eso  hay  que  salir  al  paso  a  todos  esos  mo- 
vimientos, que  tratan  de  anular  al  individuo  y  que 
tratan,  por  otra  parte,  de  convertir  todos  los  movi- 
mientos en  lo  que  se  llama  movimiento  puramente 
económico. 

Y  tenéis  las  huelgas ;  yo  os  aseguro  que  las  huelgas, 
no  ya  las  más  nobles,  sino  las  más  fecundas,  hasta  en 
resultado  económico,  han  sido  las  huelgas  que  no  eran 
puramente  económicas,  las  huelgas  que  eran  políti- 


OBRAS    COMPLETAS  977 


cas,  que  perseguían  un  fin  de  justicia,  que  perseguían 
por  lo  menos  imponer  el  respeto  al  individuo.  ¡  Ah ! 
Se  habla  de  esta  última  guerra  como  de  uno  de  los 
hechos  de  más  importancia  y  de  más  alcance  que  en 
la  historia  humana  ha  habido  desde  hace  siglos.  No 
sé;  estamos  demasiado  cerca  de  ella  para  poder  juz- 
gar; pero  yo  os  digo  que  habiendo  asistido  a  todo  su 
proceso,  habiendo  vivido  en  los  momentos  de  intensa 
emoción  que  todos  vivimos  como  espectadores  de  ella, 
jamás  me  llegó  a  interesar  tanto  como  aquella  guerra 
civil  que  se  desató  en  Francia  por  el  proceso  Drey- 
fuss.  Aquélla  fué  acaso,  nmcho  más  grande,  y  fué  la 
que  preparó  la  victoria  de  Francia  en  esta  guerra, 
aquello  fué  todo  un  pueblo  que  se  levantó  para  que  no 
se  atropellara  a  un  solo  ciudadano,  y  en  el  cual  iba 
representado  el  pueblo  todo.  Y  aquí,  una  y  otra  vez 
se  ha  atropellado  a  un  individuo  a  la  vista  de  todos, 
y  todos,  absolutamente  todos,  le  han  llamado  egoísta, 
sin  saber  que  estaba  luchando  por  la  libertad  de  todos 
los  ciudadanos. 

La  f.^lt.^  de  preocupación  pública. 

No;  eso  no  es  achicar  las  cuestiones.  Eso  es  engro- 
sarlas. Y  después  de  esto,  del  espectáculo  que  se  da, 
ved :  recientemente  ha  habido  una  huelga  de  Correos, 
de  oficiales  de  Correos.  Los  que  leéis  lo  que  yo  escri- 
bo sabréis  la  posición  que  en  ella  he  tomado  yo,  pero 
eso,  al  pronto,  no  importa ;  lo  que  realmente  me  dió 
una  pena  enorme  es  que  todo  el  mundo  los  juzgaba, 
los  juzgaba  la  mayor  parte  por  los  quebrantos  que  se 
producían  a  sus  intereses  inmediatos  y  a  veces,  ni  si- 
quiera a  sus  intereses,  a  sus  comodidades. 

¡Ah!,  es  que  tenían  un  pleito  con  el  Gobierno,  con 
esa  expresión  de  hidalgo  gitano  que  lo  preside.  "Si 
tienen  un  pleito  con  el  Gobierno,  que  vayan  y  lo  arre- 
glen ;  pero  no  tienen  derecho  a  molestar  al  público"—. 


978 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Y  sí,  señores,  ¿  no  ha  de  haber  derecho  ?  Es  más,  al 
público  español  hay  la  obligación  de  molestarle,  por- 
que cuando  se  producen  movimientos  así,  el  público 
español  no  se  entera  ni  quiere  enterarse  de  lo  que 
haya  en  el  fondo  de  ella,  si  hay  una  pasión  —no  digo 
que  la  haya  o  no  la  haya — ;  no  quiere  enterarse  de  si 
hay  una  razón  de  dignidad  o  de  justicia. 

No;  todo  eso  no  le  importa  nada.  Allá  que  ellos 
se  defiendan  como  puedan.  A  nosotros,  que  nos  dejen. 

Y  en  este  deshacimiento  de  todo  espíritu  de  verdadera 
solidaridad, '  de  solidaridad  ciudadana,  de  solidaridad 
de  sentimiento  de  justicia,  que  impide  que  se  atrope- 
lle  a  nadie,  en  el  respeto  más  grande  a  su  dignidad, 
a  su  sentimiento  y  a  su  delicadeza,  y  no  se  le  insulte 
como  se  les  ha  insultado.  Que  no  se  envenene  la  opi- 
nión pública,  que  no  se  falsifiquen  las  cosas,  que  no  se 
mienta  en  los  centros  oficiales,  que  son,  entre  otras 
cosas,  fábrica  de  mentiras :  que  no  se  mienta ;  que  el 
arma  de  los  Gobiernos  no  sea  la  mentira;  que  no  es 
lícito  que  mientan  los  Gobiernos. 

El  "derrumbe". 

Pues  así  llegamos  a  eso  que  Maura  llama  el  "decli- 
ve" y  yo  llamo  el  "derrumbe".  Es  una  necesidad:  no 
se  empieza  a  subir  hasta  que  no  se  acaba  de  bajar. 

Estamos  en  la  cuesta  abajo.  Hay  que  llegar  a  la 
hondonada.  No  sé  la  subida  cuándo  será.  No  sé  si 
llegaré  yo  a  ver  el  término  de  la  subida.  Aunque  me 
siento  todavía  fuerte,  por  razones  puramente  materia- 
les — los  años  pesan  algo — ,  no  sé  si  llegaré  a  verlo. 
Sin  embargo,  aún  me  sostienen ;  pienso  vivir  bastante 
para  dar  guerra.  Es  para  lo  único  que  vivo.  Hay  un 
momento  de  disolución.  Se  ha  dicho  que  en  España 
están  disolviéndose,  más  bien,  están  casi  disueltos  los 
partidos  políticos,  puede  decirse  que  todos;  no  es  que 
estén  disueltos  los  partidos  políticos,  es  que  está  di- 


>  B  R  AS  COMPLETAS 


979 


■-uelta  la  política;  es  que  no  hay  política,  y  como  no 
liay  política,  no  puede  haber  partido  político. 

No  sé  cómo  terminará  esa  disolución,  pero  me 
acuerdo  que  en  los  tiempos  en  que  yo  estudiaba  Quí- 
mica se  me  enseñaba  un  aforismo  latino,  que  decía: 
Corpora  non  agunt  nisi  soluta  (los  cuerpos  no  obran, 
sino  se  disuelven).  Porque  así  es  como  obran  con  mu- 
cha más  fuerza,  y  la  acción  individual  de  un  hombre, 
cuando  se  trata  de  un  hombre,  de  todo  un  hombre,  de 
nada  menos  que  todo  un  hombre,  la  acción  individual 
de  un  hombre  no  sabe  hasta  dónde  puede  llegar,  posi- 
blemente a  algunas  cosas  que  se  creen  remotas. 

La  acción  AISLAD.ii. 

Todavía  hace  poco  hablaba  con  un  pobre  hombre 
que  decía :  ¡  Cuándo  llegará  la  gorda !,  y  miraba  al 
cielo.  Había  nubes.  Yo  me  imaginé  que  él  creía  que 
la  gorda  era  una  especie  de  gran  vaca  lechera  celes- 
tial y  las  nubes  eran  las  ubres. 

¡  Cuándo  vendrá  la  gorda !  La  gorda  vendrá  cuan- 
do usted  menos  lo  espere,  y  no  por  los  procedimien- 
tos que  usted  cree.  Basta  con  que  en  el  sitio  donde 
pueda  hacer  un  poco  de  daño  haya  doce  hombres 
solos,  doce  hombres  que  no  estén  unidos,  doce  hom- 
bres coincidentes  en  un  momento  dado,  en  un  pro- 
pósito concreto  e  inmediato.  Desde  luego,  hacen  mu- 
cho más  que  doce  mil,  mucho  más  que  ciento  veinte 
mil. 

Está  muy  bien  que  las  muchedumbres  — esto  no  es 
muchedumbre,  es  público,  pero  es  igual —  me  dijeran 
a  mí :  — ¡  Hombre,  tú  puedes  desmantelar  las  murallas 
de  esa  fortaleza ;  tú  tienes  una  batería !  ¡  A  ver !  Sí, 
¡  muy  bien !  Bueno,  aquí  está  el  fuego.  Y  cuando 
abran  la  brecha,  entraréis  al  asalto.  Y  la  muchedum- 
bre se  sitúe  delante.  Los  cañonazos  los  tumbarán.  A 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


mí,  que  me  dejen  solo,  porque  si  están  aquí,  aunque 
los  tiros  van  por  encima,  pueden  hacerles  daño. 

La  solución  acaso  más  fácil. 

Esto  sin  llegar,  claro  es,  a  cosas  concretas  que  van 
en  ello  implícitas;  en  esto,  por  ejemplo,  va  implícito 
algo  que  os  diré  muy  claramente.  Y  creo  que  hay  algo 
hecho:  lo  que  cuenta,  y  con  una  frase  que  todos  en- 
tendemos, se  llama  el  régimen,  que  no  desaparece  ni 
por  los  medios  clásicos  de  aquellas  revoluciones  de 
barricada,  que  hoy,  que  al  pueblo  lo  tienen  armado, 
es  una  locura ;  ni  por  una  cuartelada,  ni  mucho  menos 
por  una  huelga  general.  Ya  se  ha  ensayado  y  se  ha 
visto  lo  que  es  eso.  Y,  en  cambio,  creo  posible  que, 
como  las  murallas  de  Jericó  cayeron  al  sonido  de  una 
trompeta,  que  un  día  eso  se  venga  abajo,  sencilla- 
mente, ante  el  solo  esfuerzo  de  una  persona;  que  se 
aburran  y  tengan  que  marcharse  con  buen  aire. 

Y  esto  que  parece  la  solución  más  difícil  es  acaso 
la  solución  más  fácil.  He  leído  una  declaración  de  mi 
antiguo  y  buen  amigo  el  conde  de  Romanones  en  que 
decía  que  él,  en  un  tiempo  por  patriotismo,  pensó 
hasta  si  era  preciso  para  el  interés  nacional  ir  de  alto 
comisario  civil  a  Africa.  Hoy  dice:  • — Ni  atado  y  con- 
ducido por  la  guardia  civil. 

Esta  segunda  parte  tiene  mucho  valor,  sabiendo  que 
hoy  lo  único  sagrado,  inviolable  e  intangible  en  Es- 
paña es  la  guardia  civil;  eso  no  hay  que  tocarlo:  es 
una  especie  de  ejército  frente  a  otro  ejército,  para 
vigilarlo.  Que  ni  atado,  es  posible  que  llegue  un  día 
que,  no  de  alto  comisario  civil  de  Marruecos,  sino  ni 
siquiera  de  consejero,  de  ministro,  no  quiera  ir  per- 
sona de  alguna  solvencia  política  y  moral,  ni  atada; 
es  decir,  que  no  se  pueda  echar  mano  para  esos  me- 
nesteres de  ninguna  persona  decente.  Y  como  las  per- 


OBRAS  COMPLETAS 


981 


sonas  indecentes  en  esos  sitios  hacen  más  daño  que 
bien,  todo  se  venga  abajo. 

Porque,  afortunadamente,  somos  más  de  los  que 
cree  la  gente  los  que  no  nos  parece  nada  apetecible 
ni  una  gran  honra  eso  (|ue  llaman  hacerle  a  uno  mi- 
nistro. No,  olvidemos  eso,  que  acaso  pueda  ponerle  a 
un  individuo  en  un  momento  en  gran  detrimento  y 
menoscalio  de  su  dignidad  personal. 

.Vmarguras  ex  la  soledad. 

Y  yo,  como  vosotros  sabéis,  estoy  hablándoos  si- 
quiera sea  por  escrito,  con  frecuencia,  y  he  venido  a 
tener  una  conversación,  un  desahogo  o  un  monólogo 
aquí;  no  quiero  continuar  porque,  o  me  fijaría  en  un 
punto  como  cosa  concreta  y  de  momento,  que  no  creo 
que  es  de  esta  ocasión,  o  seguiría  divagando  un  poco, 
sugiriéndoos  algo,  tratando  por  medio  de  la  palabra, 
más  que  por  lo  que  digo,  por  la  manera  de  decirlo,  si 
hay  algo  digno  de  oírse  y  que  tenga  el  carácter  de 
comunión  mutua.  ]\Ie  habéis  obligado  a  pensar  en 
voz  alta,  a  hacer  una  especie  de  examen  de  concien- 
cia una  vez  más.  Y  ahora  volveré  de  aquí  adonde 
he  venido,  no  inútilmente,  porque  siquiera  esto  me 
compensa  de  las  demás  molestias  que  esta  vez  haya 
podido  recibir,  que  no  me  importan  tampoco  gran 
cosa.  Esto  me  compensa  al  volver  otra  vez  a  mi  sole- 
dad fecunda. 

\'olveré  a  embozarme  en  mis  pensamientos,  y  vol- 
veré allá  a  afilar  la  pluma,  y  acaso,  acaso  a  rumiar, 
a  rumiar  de  un  pasto  amargo,  de  pensamiento,  y  a 
cocer  en  acíbar  una  porción  de  hieles  que  a  todas 
las  personas  nos  están  envenenando;  nos  está  enve- 
nenando un  sistema  de  gobierno  de  mentira  y  de  co- 
acción. 

En  esto  se  pasa  indudablemente  muchas  amargu- 
ras ;  pero  muchas.  Eso  sólo  lo  saben  los  que  horas  y 


982 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


horas  se  encierran  en  su  casa  consigo  mismo  y  saben 
lo  que  pasa. 

La  tempestad  de  la  duda. 

Hay  que  machacar,  dicen,  en  hierro  frió.  Pero  es 
que  a  veces  el  hierro  frío,  a  fuerza  de  martillazos,  se 
caldea  y  se  pone  al  rojo.  No  importa.  Hay  que  pre- 
dicar aunque  sea  en  desierto,  que  cuando  se  predica 
en  desierto  y  se  predica  con  fe,  llega  un  momento 
en  que  las  piedras  se  convierten  en  hombres,  y  se  las 
ve  mover.  En  los  campos,  la  gente  está  puesta  — y 
permitidme  que  lo  diga  sin  petulancia  ninguna —  en 
un  mismo  terreno  de  lucha;  en  el  campo  todos  están 
en  un  mismo  plano.  Si  no,  no  podrían  marchar:  un 
ejército,  a  un  lado;  otro  ejército,  al  otro.  Y  cuando 
uno  se  levanta  en  un  aeroplano  y  pasa  por  encima  del 
campo  enemigo,  para  ver  lo  que  en  él  ocurre,  acaso 
para  poder  desde  allí  bombardearlo,  dicen  que  se  ha 
pasado  al  enemigo.  ¡  Qué  le  vamos  a  hacer !  Los  que 
están  en  tierra  no  comprenden  a  veces  la  táctica  de 
los  que  pelean  en  el  aire. 

Yo  recuerdo  una  página  terrible  y  al  mismo  tiem- 
po consoladora  de  aquel  hombre  extraordinario,  de 
íiquel  gran  apóstol  de  la  Libertad,  de  la  Justicia  y 
del  Derecho  de  los  individuos  y  de  las  naciones  que 
fué  José  Mazzini.  Hay  entre  las  páginas  más  cálidas, 
entre  las  páginas  más  hondas,  entre  las  más  sinceras 
de  José  Mazzini,  una  página,  una  página  que  se  llama 
La  tempesta  del  uhhio,  la  página  que  escribió  en 
Londres,  después  de  haber  sido  fusilados  los  herma- 
nos Rufini,  en  una  conspiración  que  él  había  dirigi- 
do. (Siento  no  tenerla  aquí.  Es  una  cosa  muy  corta, 
pero  de  las  que  más  profunda  impresión  pueden  pro- 
ducir en  un  hombre.)  Yo  os  digo  que  sé  también  de  la 
tempestad  de  la  duda.  Sé  también  lo  que  es  en  un 
momento  ponerse  uno  en  examen  de  conciencia  y  ver 


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983 


si  no  ha  traicionado,  acaso  sin  quererlo,  ideales  que 
le  estaban  encomendados,  si  acaso  no  se  ha  equivoca- 
do en  un  momento.  ¡  Pero  ay  de  aquel  que  cuando 
quiera  arar  un  campo,  en  un  momento  de  ésos,  vuelve 
la  vista  atrás !  Hay  que  dejar  el  pasado  atrás,  coger 
el  arado  y  seg;uir  sembrando,  y  ya  la  cosecha  hablará 
por  todo  lo  que  uno  hizo. 

Las  cumbres  de  la  vida. 

Hay  momentos  de  una  gran  tristeza  en  la  vida.  So- 
bre todo,  cuando  se  llega  a  una  cierta  edad  y  por  el 
vigor  fisico  de  los  años  se  ve  acercarse,  mucho  más 
cerca  de  lo  que  quisiera,  los  años  de  la  decadencia,  los 
años,  sobre  todo,  en  que  el  cuerpo,  presintiendo  la 
tierra,  pide,  lo  mismo  que  el  alma,  poder  descansar. 

Me  acuerdo  que  no  hace  mucho  tiempo  leía  yo  — era 
todavía  antes  de  la  primavera —  al  pie  de  la  sierra 
de  Credos,  que  estaba  cubierta  toda  de  nieve,  y  con 
sus  cumbres  blancas  todas,  un  soneto  de  García  Tas- 
sara,  que  tiene,  en  medio  de  las  partes  que  comprende, 
algo  que  a  mí  me  ha  llegado  siempre  muy  hondo,  cada 
vez  que  lo  recuerdo,  y  son  muchas. 

Cumbres  de  Guadarrama  y  de  Fuenfrla, 
columnas  de  la  tierra  castellana, 
que,  por  las  nieves  y  los  hielos,  cana 
¡a  frente  alzáis,  con  altivez  sombría. 

Campos  desnudos  como  el  alma  mía, 
que  no  la  flor  ni  el  árbol  engalana: 
ceñudos  al  nacer  de  ¡a  mañana; 
ceñudos,  al  morir  de  breve  día. 

Al  fin  os  vuelvo  a  ver,  tras  larga  era; 
os  vuelvo  a  ver  con  el  latido  interno 
del  patrio  amor,  que  vivo  persevera. 

Para  mi  y  para  vos,  llegó  el  invierno. 
Para  vos,  tornará  la  primavera: 
mas  mi  invierno.  ¡  ay  de  mi!,  será  ya  c'crno. 

Subiendo  aquellas  cimas  nevadas,  pensaba  que  pron- 
to el  calor  de  la  primavera  derretiría  aquellas  nieves 
y  el  agua  bajaría  en  raudales  cristalinos  a  mover 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


aceñas  y  a  servir  industrias,  a  regar  prados  y  hacer 
que  broten  las  flores  y  reverdezca  la  tierra.  Y  otra 
vez  volverá  el  invierno.  ¡  Pero  hay  nieves  que,  cuan- 
do se  derriten,  ya  no  es  para  una  primavera ! 

El  reloj  de  sangre. 

¡  Quién  sabe,  porque  al  fin  uno  vive  demasiado  para 
sí  mismo !  Pero  ¡  cuándo  ha  sabido  vivir  para  todos 
los  demás !  Claro  que  hay  una  cosa,  la  conciencia,  la 
conciencia  física  y  también  la  conciencia  moral,  por- 
que el  corazón  del  hombre  tiene  un  límite. 

Vosotros  conoceréis  lo  que  es  un  reloj  de  arena, 
esos  relojes  con  que  se  medía  el  tiempo;  cuando 
acaba  la  arenilla  de  caer  de  la  ampolla  de  arriba  a  la 
de  abajo  y  se  forma  el  poso,  se  le  da  la  vuelta  y  vuel- 
ve otra  vez  a  medir  el  tiempo.  Una  cosa  así  es  el 
corazón  del  hombre.  Es  una  especie  de  reloj  de  san- 
gre, que  no  de  arena,  que  mide  también  los  años  y 
que  mide  el  tiempo.  Cuando  llega  el  momento  que 
siente  uno  que  se  para,  se  le  da  la  vuelta  y  vuelve  la 
sangre  a  correr. 

La  tierra  hija. 

Llega  un  momento  en  que  se  para  definitivamente, 
y  entonces  el  corazón  que  siente,  que  ama,  que  odia, 
— que  el  odio  es  también  una  manera  de  amor — ,  lo  re- 
cibirá la  tierra,  ya  que  de  ella  salió.  Lo  recibirá  la 
tierra  madre;  es  decir,  no.  La  tierra  hija.  La  tierra 
hija.  La  tierra  es  madre  para  los  aldeanos.  Para  los 
ciudadanos,  la  tierra  tiene  que  ser  tierra  hija.  Sólo 
viven  vida  histórica  los  pueblos  que  han  hecho  su 
tierra ;  no  aquellos  a  quienes  la  tierra  los  ha  hecho. 
Aquellos  que  están  libres  de  ella. 

¡Ah!  Y  descansar  en  una  hija  es  algo  que  no  sa- 
bemos bien  lo  que  significa.  La  palabra  hija  en  el  grie- 


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go  antiguo  significa  "ordeñadora"  :  la  que  ordeñaba  las 
vacas  en  la  casa  del  Patriarca,  la  que  en  sus  últimos 
años,  cuando  ya  viejo  volvía  a  la  segunda  infancia 
y  le  daba  esta  segunda  leche,  le  hacía  creer  que  volvía 
a  tener  madre,  y  que  no  moriría  huérfano  mientras 
tuviera  una  hija. 

Y  si  en  el  orden  natural  las  cosas  no  nos  pueden 
ser  dadas  a  la  mayor  parte  de  los  hombres,  el  poder 
prolongar  la  existencia,  el  poder  reclinar  la  frente  y 
la  cabeza  en  el  regazo  mismo  de  que  salieron,  del 
regazo  de  una  madre,  acaso  ha  de  ser  una  de  las  co- 
sas más  dulces,  cuando  llega  el  último  momento,  cla- 
var los  ojos  en  el  cielo  y  reclinar  la  cabeza  en  el 
regazo  de  una  hija:  de  una  hija  de  carne  si  puede  ser, 
o  de  una  hija  de  tierra,  en  otro  caso.  Yo  no  sé 
cómo  podré  acabar  esta  vida.  Sí  sé  que  he  ido  dejan- 
do, pedazo  a  pedazo,  gota  a  gota,  la  sangre  en  las 
luchas  de  orden  espiritual:  que  no  he  tenido  nada 
que  fuera  absolutamente  mío.  Que  he  repartido  lo 
que  yo  podía  dar  entre  todos  aquellos  que  he  tenido 
al  lado.  Luego  allí,  en  esta  tierra,  en  esta  tierra  es- 
pañola, en  el  sentido  espiritual,  no  de  terruño ;  en 
esta  patria  española  que  he  procurado  hacerla  yo, 
amarla  como  una  hija,  tanto  o  más  que  a  una  madre. 
Y  cuando  termine  todas  estas  peregrinaciones  y  ten- 
ga que  despedirme,  volveré  otra  vez,  seguiré  dejan- 
do que  sigan  las  cosas;  bajaré  con  todos  vosotros 
el  declive,  más  bien  el  derrumbe. 

Y  creed  que  mientras  baje,  yo  estaré,  no  a  los  fre- 
nos, sino  forzando  la  máquina  para  que  luego  suba, 
y  haciendo  que  baje  lo  más  de  prisa  posible,  que  es 
la  única  manera  de  que  luego  vuelva  rápidamente  la 
subida. 

(Texto  publicado  en  El  Pueblo.  Valencia,  8-IX- 
1922.) 


DISCURSO  EN  EL  HOMENAJE  AL  DOCTOR 
DON  AGUSTIN  DEL  CAÑIZO,  CELEBRADO 
EN  EL  PARANINFO  DE  LA  UNIVERSIDAD 
DE  SALAMANCA  EL  DIA  17  DE  MAYO 
DE  1931 


Como  he  convivido,  amigos  y  compañeros,  e  ínti- 
mamente, con  el  doctor  Cañizo,  y  casi  desde  que  llegó 
a  nuestra  Salamanca,  os  he  de  hablar,  no  del  profe- 
sor, ni  aun  del  maestro,  sino  del  hombre. 

Llegó  a  Salamanca  cuando  acababa  de  fundarse  la 
nueva  Facultad  de  Medicina,  la  del  Estado,  sobre 
aquella  otra  modestísima  municipal.  Conoció  todavía 
aquel  viejo  y  lamentable  Hospital,  y  ha  visto  levan- 
tarse el  otro,  el  de  la  Santísima  Trinidad,  y  ahora 
el  nuevo,  el  provincial  y  clínico  de  la  Facultad,  digno 
ya  de  ésta.  Todos  sabéis  cuánto  le  debe,  y  todos  re- 
cordáis con  qué  fervor  abogaba  porque  los  ricos 
filántropos  salmantinos,  tan  dadivosos  para  crear  es- 
tablecimientos que  críen  la  mendicidad,  se  acuerden 
de  los  enfermos  y  dejen  algo,  como  en  otras  ciudades, 
para  dotar  camas  del  hospital.  Y  me  consta  que  ha 
de  persistir  en  su  campaña. 

Pero  lo  que  aquí  quiero  ahora  es  recordar  al  hom- 
bre con  quien  he  compartido  días  tan  íntimos.  Yo  le 
di  las  primeras  lecciones  de  su  alemán  y  de  su  inglés. 
Y  nunca  olvidaré  aquel  libro  de  Mackenzie  sobre  las 
enfermedades  del  corazón,  que  le  traduje  dos  veces, 
y  que  tanto  me  dió  que  pensar,  y  aun  que  sentir,  con 
6U  enfermedad  X  y  sus  anginas.  Y  no  era  sino  que 


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987 


sentía  sobre  mi  corazón,  en  arritmia,  el  peso  de  mi 
España.  Y  él,  Cañizo,  me  confortó. 

Con  él  hemos  recorrido  campos  de  Castilla,  percu- 
tiendo y  auscultando  tierras  españolas.  Yo  le  he  visto 
trepar  al  picacho  del  Almanzor.  vértebra  cervical  del 
espinazo  de  España,  que  es  Credos,  y  contemplar 
desde  allí  la  cuenca  del  Duero  en  que  se  asienta  nues- 
tra Salamanca,  y  también  su  Segovia,  la  Segovia  de 
su  niñez,  y  de  otro  lado  la  del  Tajo,  en  que  se  asienta 
el  Madrid  de  nuestras  mocedades:  juntos  hemos  con- 
templado el  lago  de  San  Martín  de  Castañeda,  en 
Sanabria,  limpio  espejo  del  claro  cielo  de  España, 
limpio  como  una  conciencia  limpia ;  juntos  hemos  con- 
templado en  su  Scgo\-ia  el  acueducto,  enorme  arpa  de 
graníticas  cuerdas  de  las  entrañas  ibéricas  en  que 
tañen  recuerdos  las  brisas  del  Guadarrama;  juntos 
hemos  subido  a  Peñalara :  yo  le  he  visto  orar,  bañán- 
dose en  recuerdos  de  niñez,  en  la  Fuencisla... ;  yo 
he  conocido  al  hombre,  al  español,  en  toque  con  nues- 
tra tierra  madre. 

Y  éste,  el  hombre,  el  ciudadano,  el  español,  es  de- 
cir, el  maestro  que  es  el  doctor  Cañizo,  se  lo  debemos 
a  un  hombre,  a  un  ciudadano,  a  un  español,  a  un 
maestro  que  es  quien  en  todo  sentido  le  hizo :  a  su  pa- 
dre, don  Juan  del  Cañizo,  que  es  a  quien  quiero  ren- 
dir hoy  aquí  todo  mi  homenaje.  Tuve  la  suerte  y  la 
honra  de  tratar  y  conocer  a  aquel  varón  ejemplar, 
sencillo,  modesto,  todo  corazón,  inteligente.  Fué  lar- 
gos años  profesor  de  Geografía  e  Historia  en  Sego- 
via, pero  fué  más  que  un  profesor,  fué  un  maestro,  y 
fué  un  hombre  que  vivía  la  historia.  ¡  Con  qué  ansie- 
dad seguía  durante  la  gran  guerra  sus  vicisitudes ! 
Quería  vivir  no  sólo  para  gustar  el  goce  del  hogar 
de  su  hijo,  sino  para  no  perder  aquel  trágico  espec- 
táculo, porque  él,  creyente  sincero,  sabía  que  la  his- 
toria es  el  pensamiento  de  Dios  en  la  tierra  de  los 
hombres,  y  comprenderla,  un  anticipo  de  la  visión 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


beatífica.  ¡  Y  lo  que  ahora,  en  estos  días,  habría  sentido 
él,  que  vivió  la  revolución  de  1868!  Era  un  hombre 
profundamente  creyente,  católico  y  profundamente  li- 
beral, y  de  un  hondo  sentido  civil. 

Don  Juan  del  Cañizo  fué  quien  más  impulsó  a  su 
hijo  al  magisterio,  quien  mejor  le  guió  en  su  espí- 
ritu, quien  acaso  le  retuvo  aquí,  en  Salamanca,  quien 
le  dió  lo  mejor  que  éste  tiene.  Fué  no  sólo  el  padre 
de  su  cuerpo,  fué  el  padre  de  su  alma.  Y  de  cómo 
éste,  su  hijo,  siente  el  espíritu  del  abolengo,  es  prueba 
lo  que  le  he  oído  contar  de  cuando  se  fué  al  Valle  de 
Pas  a  buscar  honrados  montañeses  del  linaje  de  los 
Cañizo  y  cómo  con  ellos  departió  de  Juanito,  de  aquel 
ejemplar  varón  de  nuestra  casta. 

Y  quiero  rendir  este  homenaje  al  padre  corporal  y 
espiritual  del  doctor  Cañizo  porque  es  hora  de  ren- 
dírselo a  aquellos  que  nos  hicieron,  a  aquella  genera- 
ción de  la  que  es,  entre  algunos,  moda  renegar.  Aque- 
lla España  del  siglo  xix,  la  de  don  Juan  del  Cañizo, 
la  de  las  contiendas  civiles,  es  la  que  nos  ha  traído 
ésta,  la  nuestra,  y  si  algo  valemos  es  por  llevar  el 
alma  de  nuestros  padres  y  abuelos. 

Dice  un  aforismo  hipocrático  que  la  vida  es  breve 
y  el  arte  largo ;  os  digo  que  el  arte,  y  con  él;  la  cien- 
cia, son  cortos,  muy  cortos,  y  la  vida  es  larga,  muy 
larga,  pues  la  vida  verdadera,  que  va  de  padres  a 
hijos,  es  eterna  y  eternamente  renovada.  La  ciencia 
del  doctor  Cañizo  es  tan  corta  como  lo  fué  la  de  su 
padre ;  pero  su  vida  íntima,  espiritual,  que  es  la  de 
aquél,  es  una  vida,  como  la  historia,  eterna  en  Dios. 

Nos  ha  hablado  aquí  Cañizo  de  vejez.  ¿Vejez?  No, 
no  hablemos  de  vejez.  La  vida  no  envejece.  Toda 
tumba  es  cuna,  como  toda  cuna  es,  en  cierto  modo, 
tumba.  Morir  es  desnacer,  pero  es  renacer.  Y  sigue 
la  historia,  que  es  la  tradición,  sin  la  cual  no  hay 
progreso,  pues  ¿qué  es  lo  que  progresa  sino  la  tra- 
dición ? 


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Es  lo  que  quería  deciros  en  este  homenaje  a  la 
labor  del  doctor  Cañizo,  labor  de  magisterio  y  de 
ciudadanía,  herencia  de  la  de  su  padre.  Y  que  nues- 
tros hijos,  nuestros  hijos  carnales  y  espirituales,  nos 
vivan,  como  nosotros  recordamos  y  vivimos  a  nues- 
tros padres. 


{Texto  publicado  cii  la  Revista  iNIédica  Salmantina, 
mayo,  1931,  págs.  217-219.) 


DISCURSO  EN  LAS  CORTES  DE  LA  REPU- 
BLICA EL  DIA  25  DE  SETIEMBRE  DE  193L 


El  Estatuto  catalán. 

Justifica,  señores  diputados,  mi  intervención  en  este 
debate  la  responsabilidad  que  me  cabe,  en  gran  parte, 
en  la  formación  de  la  opinión  pública  española  res- 
pecto al  asunto  de  que  se  trata.  Por  una  labor  de 
prensa,  también  por  algunas  palabras  que  aquí  dije, 
estoy  convencido  de  que  soy  responsable  de  la  direc- 
ción que  en  muchos  espíritus  ha  tomado  la  manera 
de  enjuiciar  lo  que  aquí  se  está  discutiendo;  y  como 
creo  que  me  cabe  esa  responsabilidad,  quiero  hablar 
con  absoluta  claridad,  con  una  claridad  cortante,  por- 
que de  nada  sirve  la  llamada  cordialidad  si  no  va 
acompañada  de  claridad,  de  claridad  que  no  consiste 
en  echar  leña  al  fuego,  sino  en  echar  agua  fría  y 
algunas  veces  témpanos  de  hielo.  No  quiero  ni  per- 
derme en  arrumacos,  ni  en  lagoterías,  ni  en  dirigir- 
me a  los  diputados  de  éste  o  del  otro  lado  echándoles 
flores,  sobre  todo  a  los  de  la  minoría  catalana.  Flores 
se  echan  a  las  muchachas  o  a  los  cadáveres;  yo  no 
los  tengo  ni  por  cadáveres  ni  por  muchachas. 

Por  lo  demás,  como  creo  que  algunas  veces  me  sal- 
drá, según  es  mi  hábito,  el  pensamiento,  no  ya  al 
desnudo,  sino  descarnado,  es  fácil  que  sus  huesos 
puedan  herir.  Vale  más  esto  que,  por  cobardía,  por 
no  querer  plantear  las  cosas  como  en  realidad  se  pre- 
sentan, envolver  el  pensamiento  en  floripondios. 

Aquí  se  ha  hablado  de  un  hecho,  el  fet  catalán, 
del  estado  de  conciencia  del  pueblo  catalán;  pero  se 
ha  olvidado  que  hay  otro  hecho,  y  es  el  estado  de 


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conciencia  del  resto  del  pueblo  español  o  del  pueblo 
español  todo,  y  es  inútil  querer  hurtar  el  conocimien- 
to de  esta  realidad  tal  y  como  ella  se  nos  presenta. 

Estatuto  y  Constitución. 

Se  nos  dice  que,  en  rigor,  aqui  no  se  trata  más 
que  de  una  cosa  de  trámite;  que  no  se  prejuzga 
nada ;  que  sólo  se  trata  de  evitar  que  se  taponen  cier- 
tos problemas ;  pero  yo,  que  no  soy  muy  ducho  en 
estos  procedimientos,  veo  que  se  trata  de  ver  si  sale 
el  Estatuto  a  remolque  de  la  Constitución  o  sale 
la  Constitución  a  remolque  del  Estatuto.  Y  ahora, 
como  hay,  hágase  lo  que  se  quiera,  una  opinión  de  la 
calle,  no  sólo  de  la  calle,  sino  del  campo,  que  algunas 
veces  se  manifiesta,  y  hasta  ruidosamente  (todos  los 
que  me  oyen  saben  que  en  ocasiones  las  tribunas  han 
respondido  con  su  aplauso  a  lo  que  aqui  se  decía,  sin 
que  yo  diga  que  estuvieran  bien  o  mal  informados), 
conviene,  al  plantear  las  cosas,  hablar  bien  claro. 

Y  antes  de  pasar  adelante,  tengo  que  dar  cierta 
satisfacción  a  algo  que  hirió  del  último  discurso  que 
en  este  mismo  sitio  pronuncié.  Recordaba  yo  una 
anécdota.  Soy  aficionado  a  citarlas.  Por  eso  hay 
quien  me  ha  llamado  portera.  ¡  Qué  le  vamos  a  ha- 
cer !  Las  anécdotas  tienen  muchas  veces  bastante  más 
importancia  que  las  llamadas  categorías ;  por  anéc- 
dotas han  reñido  los  pueblos ;  por  anécdotas,  que 
suelen  ser  muy  trágicas,  se  dividen  éstos.  Ello  es 
que  yo  recordé  el  caso  aquel  de  un  Consulado  espa- 
ñol en  Francia,  adonde  la  Generalidad  dirigió  un 
escrito  en  catalán,  que  el  cónsul,  vasco,  rechazó,  y 
de  que  había  obreros  catalanes  que  decían  no  saber  la 
lengua  española,  y  me  permití  indicar  que  muchos 
de  estos  mentían.  Indudablemente  creo  que  fui  un 
poco  lejos.  No  me  choca  que  en  aquella  región,  obre- 
ros que,  además,  han  pasado  una  gran  parte  de  su 


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vida  en  Francia,  no  supieran  español  o  no  lo  supieran 
bien,  y  no  sabiéndolo  bien,  hay  una  cosa  de  pudor 
que,  naturalmente,  les  impide  hablarlo.  A  mí  me  ha 
ocurrido  en  Cataluña  encontrarme  con  uno,  cerca 
de  Poblet,  que  lo  estaba  enseñando;  el  hombre  hacía 
esfuerzos  por  hablar  el  español  — lo  hablaba  regu- 
larmente, no  bien — ;  llegó  un  momento  en  que  bal- 
bució, se  puso  un  poco  colorado,  y  fui  el  que  le  dije 
entonces :  "Hable  en  catalán."  Era  natural ;  veía  cuál 
era  su  estado  de  angustia.  Pues  bien;  una  vez  pasado 
esto,  en  aquel  discurso  mantenía  la  obligatoriedad 
para  todo  ciudadano  español  de  saber  la  lengua  es- 
pañola ;  llamadla  si  queréis  castellana ;  una  vez  ex- 
plicado de  qué  modo  diferencio  estas  denominaciones, 
me  tiene  sin  cuidado  una  u  otra.  Y  aquí  don  Luis  de 
Zulueta  hablaba  de  esto,  que  es  el  punto  vivo,  el  verda- 
dero cogollo,  que  es  donde  más  el  problema  duele:  de 
la  cuestión  de  la  lengua  y  de  la  cuestión  de  su  ense- 
ñanza. Si  no  me  tacharais  de  traer  aquí  anécdotas 
— las  dejo  para  cuando  se  discuta  el  artículo  46  ó  48; 
no  recuerdo  cuál  es — ,  citaría  una  porción  de  casos 
que  determinan  un  estado  de  conciencia,  que  en  cier- 
tas regiones  va  a  hacer  muy  difícil  la  vida  de  los  me- 
tecos,  la  vida  de  los  forasteros.  Y  esto  no  depende  de 
leyes ;  es  inútil  lo  que  hagamos ;  esto  depende  de  algo 
muy  íntimo,  de  algo  de  convivencia  que  ni  con  Cons- 
tituciones ni  sin  ellas  se  consigue ;  es  otra  cosa  cuan- 
do dos  pueblos  se  encuentran  frente  a  frente  y  tratan 
de  conquistarse  mutuamente,  que  es  lo  que  se  debe 
hacer. 

La  enseñanz.^  del  español. 

Recuerdo  que  cuando  el  señor  Zulueta,  hablando  de 
esto,  decía  si  la  enseñanza  del  español  o  castellano 
iba  a  ser  una  asignatura  o  algo  más,  si  se  iba  a  en- 
señar el  castellano  como  se  puede  enseñar  el  francés 


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o  el  inglés,  o  acaso  un  idioma  muerto,  hubo  de  la' 
minoría  catalana  quien  le  interrumpió  y  le  dijo:  "Con- 
fiad en  nosotros."  En  efecto,  yo  confiaría  en  el  que 
esto  dijo;  pero  ¿es  que  él  puede  confiar  a  ese  respecto 
en  su  propio  pueblo?  Si  todos  fueran  como  él,  indu- 
dablemente. ¿  Es  que  no  se  puede  temer  que  a  aquella 
barbarie  del  "hable  cristiano"  responda,  por  natural 
reacción,  otra  en  sentido  contrario  ?  Yo,  a  este  res- 
pecto, en  efecto,  sé  que  ellos,  más  que  nadie,  están 
convencidos,  naturalmente,  del  interés,  de  la  necesi- 
dad, diré  más  bien,  cultural  que  tienen  de  conocer  y 
de  hablar  lo  mejor  posible  la  lengua  española.  Pero 
hay  que  recordar  que  en  todas  partes  hay  exaltados, 
que  en  todas  partes  hay  gentes  que  no  se  dan  clara 
cuenta  de  cómo  las  cosas  se  nos  presentan,  y  entre 
estos  exaltados  — perdonadme  la  anécdota —  nació  en 
un  tiempo  aquello  de  la  marca  del  esclavo.  La  marca 
del  esclavo  era  tener  que  hablar  lengua  castellana, 
algo  asi  como  se  quiso  en  un  tiempo  hacer  en  mi 
tierra  respecto  a  aquella  historia  del  anillo;  pero  yo 
os  digo  que  ahí  puede  llegar  a  haber  la  peor  marca  del 
esclavo  — y  no  asuste  esta  palabra,  que  luego  habré 
de  explicar — ,  y  una  marca  del  esclavo  puede  llegar  a 
ser  que  haya  españoles  que  no  sepan  más  que  su  len- 
gua materna  regional ;  una  esclavitud  cultural,  pero 
una  esclavitud.  Y  digo  que  no  debe  asustaros  esta  pa- 
labra, porque  una  larga  tradición  ha  dado  a  la  pala- 
bra esclavo  un  significado  que  no  es  exacto  en  la 
realidad.  Todos  recordaréis  aquel  famoso  libro,  La 
cabana  del  tío  Tom,  en  que  se  pintaba  con  tan  negros 
colores  la  vida  de  los  esclavos  de  los  Estados  del  Sur 
de  la  Unión  Norteamericana.  Sin  embargo,  el  hecho  es 
que  cuando  vino  la  guerra  de  Secesión,  la  mayoría 
de  aquellos  esclavos  estuvieron  de  parte  de  sus  amos, 
que  los  trataban  muy  paternalmente,  y  si  entonces 
se  hubiera  hecho  un  plebiscito,  hubiera  dado  mayoría 
a  los  que  los  mantenían  y  los  criaban.  Es  más,  esos 


UNAMUNO.  VII. 


32 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


esclavos  de  los  Estados  del  Sur  vivían  mejor  que  los 
obreros  libres  de  los  Estados  del  Norte.  Era  la  del 
obrero  libre  una  esclavitud  de  otro  género,  en  el  or- 
den económico,  acaso  más  dura  que  la  del  esclavo, 
que  tenía  a  cubierto  ciertas  garantías  de  existencia; 
pero  allí  se  produjo  un  choque  de  dos  regímenes;  un 
régimen  económico  de  esclavitud  dulce,  mansa,  pater- 
nal, y  un  régimen  de  obreros,  dichos  libres,  si  es  que 
un  obrero,  en  una  sociedad  capitalista  como  aquélla, 
puede  ser  realmente  libre  en  Norteamérica.  Llegó 
un  momento  en  aquel  choque  en  que  el  encuentro  en- 
tre dos  regímenes  produjo  verdaderas  dificultades,  y 
no  hubo  más  remedio  que  resolver  el  problema  de  la 
esclavitud.  Y  el  problema  de  la  esclavitud  se  planteó, 
hasta  que  llegó  un  momento  en  que  los  plantadores 
del  Sur  dijeron:  "Como  hasta  aquí,  o  nos  separamos." 
Y  entonces  Abraham  Lincoln  dijo:  "A  esto  no  hay 
derecho",  y  firmó  la  emancipación  de  los  esclavos,  y 
vino  una  triste  guerra  civil,  y  perdió  la  vida  en  ella 
Abraham  Lincoln,  que  creó  de  ese  modo  la  verdadera 
patria  norteamericana,  porque  no  rehuyó  ni  un  mo- 
mento el  cortar  el  nudo  como  él  lo  cortó.  Abraham 
Lincoln  estimaba  que  ni  se  puede  permitir  el  suicidio, 
ni  se  puede  decir  "hay  que  dar  lo  que  piden" ;  hay 
que  dar  lo  que  les  convenga,  y  no  siempre  el  que  pide 
sabe  lo  que  le  conviene. 

El  plebiscito. 

El  plebiscito  se  ha  hecho  muchas  veces.  Un  pueblo, 
por  una  especie  de  plebiscito,  condenó  a  muerte  a 
Sócrates  sin  razón,  y  quince  días  después  aquel  mis- 
mo pueblo,  sin  más  razón,  habría  querido  resucitarle. 
Hay  una  voluntad  radical,  de  raíces,  y  hay  una  vo- 
luntad que  podríamos  llamar  folicular,  de  hojas,  de 
follaje,  de  hojarasca.  La  voluntad  radical  es  perma- 
nente; la  voluntad  de  follaje  es  una  cosa  pasadera: 


OBRAS  COMPLETAS 


995 


vienen  los  vientos  del  otoño  y  arrastran  las  hojas  se- 
cas lo  mismo  que  arrastran  las  papeletas  de  votos. 
No.  La  voluntad  de  un  pueblo  no  es  tan  fácil  de  co- 
nocer, sobre  todo  cuando  no  se  le  puede  ilustrar  sufi- 
cientemente respecto  a  aquello  sobre  lo  que  tiene  que 
decidir.  No  sé  absolutamente  nada  más  que  una  por- 
ción de  anécdotas  y  de  noticias  que  llegan  respecto  a 
cómo  se  ha  hecho  el  plebiscito  en  Cataluña.  Yo  no  sé 
bien  cómo  se  ha  hecho;  pero  lo  que  sí  digo  es  que, 
háyase  hecho  como  se  hubiere  hecho,  es  muy  fácil 
que,  si  dentro  de  unos  meses  hubiera  de  repetirse,  el 
resultado  fuera  distinto.  También  aquí,  en  tiempos  de 
la  Dictadura,  hizo  Primo  de  Rivera  un  plebiscito.  Y 
;  cómo  lo  tramaban  algunos  ?  Pues  diciéndoles  que  se 
trataba  de  evitar  la  guerra  de  Marruecos.  ¡  Qué  es 
eso !  No  hay  nada  más  fácil  para  un  pueblo,  sobre 
todo  si  es  un  poco  imaginativo,  que  llevarle  a  creer 
cosas  que  no  son  las  verdaderas. 

Pero  como  esto  me  aparta  de  mi  verdadero  camino 
en  este  caso,  voy  a  abreviar.  Os  hablaba  de  la;  volun- 
tad radical.  Se  ha  hecho  un  plebiscito,  bien  o  mal 
— no  me  meto  en  ello — ,  con  unas  o  con  otras  garan- 
tías, revelador  de  la  verdadera  voluntad  radical  o  no 
revelador  del  todo  de  ella.  Esto  llevará  un  efecto  a 
las  leyes  que  aquí  se  promulguen :  pero  la  lucha  no 
cesará,  sino  que  será  más  dura,  más  fuerte.  El  día  en 
que  se  haya  promulgado  esta  Constitución,  salga  lo 
que  saliere,  vendrá  la  lucha  por  la  verdadera  Consti- 
tución, la  íntima,  la  que  no  está  escrita  en  las  leyes. 
Y,  además,  esto  es  necesario.  En  toda  historia  de  las 
relaciones  de  los  pueblos  no  se  llega  nunca  a  un 
abrazo  sino  después  de  una  lucha,  y  aun  después 
continúa.  La  discordia  es  tan  necesaria  para  la  civi- 
lización como  eso  que,  mentirosamente,  suele  llamarse 
concordia.  Es  mejor  luchar  claramente  y  con  verdad 
que  abrazarse  con  mentiras  y  con  engaños. 


996 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


El  pacto  famoso. 

Ahora,  como  quiero  decir  otras  cosas,  que  éstas 
son  muy  dolorosas,  veng-o,  puesto  que  tanto  se  ha 
hablado,  al  pacto  — quiero  decir  de  San  Sebastián — , 
al  dichoso,  de  dicho  y  nO  de  dicha,  al  dichoso  y  des- 
dichado pacto.  Yo  no  sé  bien  lo  que  en  el  pacto  se 
convino.  Parece  que  los  que  tomaron  en  él  parte  lo 
saben  demasiado  bien;  pero  de  todos  modos,  en  aquel 
pacto  no  entró  para  nada  el  país,  para  nada.  Entra- 
ron unos  hombres  que  dicen  que  han  traído  la  Repú- 
blica (de  lo  que  hablaré  yo  luego),  y  con  muy  buen 
sentido,  con  un  excelente  buen  sentido,  por  ser  cata- 
lanes, he  oído  yo  a  individuos  de  la  minoría  catalana, 
o  de  la  izquierda  de  la  Esquerra  — prefiero  llamarla 
Esanerra  porque  está  más  cerca  de  la  palabra  vascon- 
gada, de  donde  vienen  la  castellana  y  la  catalana  de 
izquierda — .  que  ellos  no  tienen  que  ver  nada  con  el 
pacto ;  y,  efectivamente,  no  creo  que  traigan  sus  pre- 
tensiones fundadas  en  semejante  pacto.  Eso  queda 
para  los  pactistas,  que  luego  en  castellano  vienen  a 
ser  pecheros. 

En  aquel  pacto  — aquí  se  ha  denunciado  por  uno 
de  los  que  en  esta  negociación  más  tomaron  parte — 
se  hablaba  de  regateos.  Lo  peor  es  que  no  sean  re- 
gateos, que  sean  cambalaches.  Aquí  mismo  en  este 
sitio,  yo  me  acuerdo  que  cuando  se  votó  aquella  fór- 
mula de  la  República  de  trabajadores,  poco  después 
se  planteó  lo  de  si  la  Repúlilica  habría  de  llamarse 
o  no  federal,  y  cuando  el  señor  Cordero  se  pronun- 
ció contra  ella,  el  del  regateo  le  interrumpió  dicien- 
do: "Es  que  nosotros  votamos  lo  de  la  República  de 
trabajadores".  Esto  es  un  cambalache.  Claro  está 
que  los  hombres  de  la  Esquerra,  de  la  minoría  cata- 
lana, protestaron  inmediatamente,  protestarán  los  que 
examinen  cuerdamente  este  asunto,  y  quiero  recor- 
dar que  aquí  lo  que  más  duele  a  la  gente,  no  a  los 


OBRAS  COMPLETAS 


997 


que  estamos  aquí,  sino  a  los  que  están  fuera,  no  es'  el 
fondo  del  problema :  es  la  manera  de  querer  tratar- 
lo. Estuvieron  muy  acertados  el  señor  ministro  de 
Instrucción  Pública,  Domingo,  y  Alomar,  cuando  se 
dirigieron  a  su  patria  catalana  indicándole  que  no  les 
parecía  oportuno  plantear  desde  luego  la  cuestión  del 
Estatuto.  Claro  está  que  esto  va  tomando  ya  otro 
camino.  Lo  de  ayer  fué,  sin  duda,  un  principio  de 
transacción,  de  cierto  buen  acuerdo.  Cuando  yo  me 
retiraba  anoche,  me  encontré  con  mi  antiguo  y  buen 
amigo  Pedro  Corominas  — ¡cuántos  años  han  pasa- 
do desde  que  le  conocí  cuando  era  un  muchacho  y 
contribuí  a  arrancarle  de  Montjuich  y  acaso  del  ver- 
dugo ! —  y  con  el  señor  Quintana,  que,  si  no  es  an- 
tiguo amigo  mío,  es  como  si  lo  fuera,  porque  siendo 
muy  reciente  esta  amistad  se  me  ha  hecho  ya  antigua, 
y.  me  dijeron:  "Qué,  ¿va  usted  a  hablar  contra  Ca- 
taluña?" No;  yo  lo  que  voy  a  hablar  es  en  pro  de 
la  verdad,  de '  la  verdad  de  la  situación  tal  como  yo 
la  veo.  No  vengo  aquí  a  hablar  en  pro  ni  en  contra ; 
vengo  no  más  que  a  hacer  unas  advertencias  para 
que  tengan  en  cuenta  cómo  se  desarrolla  aquí  el  de- 
bate y  cómo  se  ve  fuera.  Ayer,  uno  de  los  oradores, 
el  señor  Iglesias,  recuerdo  que  dijo:  "La  República 
la  trajimos  todos".  Perdone  el  señor  Iglesias;  si  yo 
entro  con  todos,  yo  no  traje  la  República;  la  Re- 
pública no  la  trajimos  todos;  la  República  no  la  tra- 
jeron los  del  pacto;  sin  pacto  habría  venido  lo  mis- 
mo, acaso  mejor.  La  República  no  la  trajimos  todos; 
la  República  quien  propiamente  la  trajo  fué  don  Al- 
fonso de  Borbón  y  de  Habsburgo.  Claro  está  que  a 
ello  fué  impulsado  por  toda  una  presión  que  le  obligó 
a  cometer  toda  clase  de  desaciertos  y  torpezas.  Yo 
me  acuerdo  que  hace  quince  años  inicié  una  campa- 
ña contra  el  entonces  rey,  con  un  artículo  en  El  Li- 
beral, "El  canto  del  gallo",  donde  ya  le  advertía  todo 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


lo  que  después  ha  pasado.  La  República,  no  quiero 
decir  quiénes  la  trajeron  más,  quiénes  la  trajeron 
menos.  ¿  Para  qué  ?  No  creo  que  tengamos  que  ha- 
blar aquí  de  los  de  antes  del  14,  los  de  después  del  14, 
los  recientes  y  también  los  de  toda  la  vida;  es  decir, 
los  de  nacimiento,  que,  por  regla  general,  suele  ser 
inconciente.  Yo  me  acuerdo  que  cuando  aquí  se 
conspiraba  estaba  yo  en  el  extranjero,  en  la  frontera, 
lanzando  voces,  dedicándome  a  predicar  en  desierto 
y  tratando  de  despertar  la  opinión  pública  española, 
sobre  todo  la  de  la  juventud,  cuando  acaso  alguno 
me  hacía  advertencias,  diciéndome :  "¿  Pero  usted 
cree  que  esto  puede  dar  fruto?  ¿Usted  cree  que  pue- 
den caer  con  esas  voces  las  murallas  de  Jericó?"  In- 
dudablemente. Tenía  fe  en  mi  voz,  más  bien  la  voz 
que  me  dictaba;  pero  tenía  más  fe  en  que  las  mu- 
rallas del  Jericó  monárquico  no  eran  de  piedra  de  si- 
llería, ni  eran  siquiera  de  tierra,  de  santa  tierra  de 
la  Patria;  eran  de  papel  y  del  peor  papel;  del  papel 
sellado  de  oficio.  Y,  en  efecto,  las  murallas  cayeron. 
Estuvimos  haciendo  opinión.  No  quiero  decir  ahora 
quién  hacía  más  opinión  antimonárquica  y  republica- 
na y  liberal  en  España;  estuvimos  haciendo  opinión, 
y  en  virtud  de  una  fuerza  de  opinión  y  en  unas  elec- 
ciones municipales  vino  la  República. 

El  federalismo. 

¿Federal?  Play  quien  ha  dicho  que  ése  era  el  lema 
que  se  llevó  en  la  campaña  electoral.  En  la  mayor 
parte  de  los  sitios  de  donde  yo  tengo  noticia,  no,  y 
aun  allí  donde  se  llevó  como  lema  de  la  República  el 
de  República  federal,  hoy,  cuando  ya  el  pueblo  espa- 
ñol se  está  enterando  de  lo  que  quiere  decir  aquí 
federal,  que  no  quiere  decir...  lo  que  en  el  resto'  del 
mundo,  yo  os  digo  que  más  de  uno  de  esos  que  hi- 
cieron la  campaña  con  el  lema  de  República  federal, 


OBRAS  COMPLETAS 


999 


si  consultan  el  criterio  actual  de  los  que  votaron,  ge 
encontrarán  con  que  le  dirán  que  no. 

Hay  una  cosa  de  que  yo,  personalmente,  aquí  al  ser- 
vicio de  la  República,  me  encuentro  libre,  y  es  algo 
que  se  llama  disciplina  de  los  partidos,  que  algunas 
veces  no  es  precisamente  disciplina,  aunque  no  quie- 
ro llamarla  de  otro  modo.  Oigo  hablar  de  maniobras, 
oigo  hablar  de  cosas  de  politico  de  oficio,  y  es  triste 
que  cuando  se  trata  de  cosas  tan  graves  todo  se  re- 
duzca muchas  veces  a  si  el  Gobierno,  va  a  durar  más 
o  va  a  durar  menos,  a  si  va  a  entrar  uno  o  si  va  a 
entrar  otro,  y  oigo  yo  a  muchas  gentes  decir:  "Sí,  mi 
convicción  es  ésa,  pero  en  la  reunión  del  partido  se  ha 
acordado  una  cosa  contraria".  Como  si  la  opinión  del 
partido  pudiera  estar  sobre  la  convicción  individual 
cuando  se  trata  de  servir  el  interés  de  España. 

Hay  ocasiones  en  que  por  este  entusiasmo,  por 
este  fetichismo  en  favor  de  la  federación,  se  llega  por 
algunos,  aunque  pocos,  a  afirmaciones  no  muy  pru- 
dentes ;  porque  aquí  se  ha  llegado  a  hablar  de  fede- 
ración ibérica,  y  yo,  que  conozco  bastante  Portugal; 
yo,  que  he  pasado  en  él  algunos  de  los  días  más  fe- 
lices de  mi  vida,  os  digo  que  esto,  allí,  en  general, 
suena  mal,  suena  muy  mal.  Aquí  muchas  veces  no 
es  más  que  un  tópico  para  dar  a  entender  que  habrán 
de  federarse  las  regiones  españolas  en  las  mismas 
condiciones  en  que  habrían  de  federarse  con  Portugal, 
siendo  así  que  en  Portugal,  naturalmente,  no  hay  se- 
paratistas porque  están  separados,  y  sentirse  separa- 
tistas me  parece  muy  bien;  lo  triste  es  sentirse  sepa- 
rados. No  se  puede  tocar  eso,  lo  sé  bien,  sin  herir  las 
más  delicadas  fibras  del  sentimiento  portugués.  Y 
aunque  sea  de  paso,  he  de  recordar  que  cuando  aquí 
se  hablaba  de  cierta  hermandad  entre  portugueses  y 
gallegos  respecto  del  idioma,  yo  me  permito  decir 
que  si  va  un  gaditano,  un  leonés,  un  vallisoletano  a 
Portugal,  le  entienden  muy  bien,  y  si  va  un  coim- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


brano  a  Galicia  no  le  entienden.  Naturalmente,  esto 
tiene  una  razón,  entre  otras.  Me  decía  un  portugués 
que  ellos  tenían  19  vocales,  y,  francamente,  19  voca- 
les para  un  castellano  o  para  un  gallego  son  dema- 
siadas vocales.  No  se  debe  hablar  de  eso.  ¿Qué  ven- 
drá? ¡Ah!,  es  fácil  que  venga  esa  federación  ibérica, 
pero  será  cuando  ellos  sientan  necesidad  de  tal  fede- 
ración; será  cuando  ellos  la  ofrezcan  o  la  pidan,  no 
antes,  y  no  somos  nosotros,  por  una  serie  de  razones, 
los  que  debemos  iniciar  eso. 

Prisa  inexplicable. 

Pero  con  todo  esto,  y  vuelvo  a  recordar  lo  de  los 
partidos,  se  lleva  esta  discusión  con  una  prisa  que 
no  me  explico,  como  si  hubiera  algún  emplazamiento. 
Si  la  Comisión  de  Constitución  se  hubiera  tomado 
más  tiempo,  se  hubiera  abreviado.  Hoy,  ¿  qué  sucede  ? 
Que  los  dictámenes  los  estamos  haciendo  aquí  y  no 
los  hace  la  Comisión,  y  se  están  rehaciendo.  No  se 
puede  someter  a  un  Cuerpo  como  éste  de  las  Cortes 
constituyentes  a  una  acción  de  fatiga,  a  las  veces  de 
tormento,  ni  se  puede  querer  sacar  de  él  una  Cons- 
titución ni  nada  con  fórceps.  Los  fórceps  son  muy 
peligrosos,  no  para  la  vida  de  la  criatura,  sino  para 
la  vida  de  la  madre.  Cuando  aquí  se  habla  de  la  Re- 
pública recién  nacida  y  de  los  cuidados  que  necesita, 
yo  digo  que  más  cuidados  necesita  la  madre,  que  es 
España,  que  si  al  fin  muere  la  República,  España 
puede  parir  otra  nueva  y  si  muere  España  no  hay 
República  posible. 

No  sé  por  qué  esa  prisa  cuando  otras  cosas  po- 
drían anticiparse.  Yo  os  digo  que  para  la  opinión 
pública  española,  hoy,  por  lo  menos  en  la  tierra  don- 
de yo  vivo,  la  reforma  agraria  es  de  mucho  más 
interés  que  la  Constitución,  de  muchísimo  más  inte- 
rés. Esto  les  parece  muchas  veces  un  poco  bizantino. 


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Y  el  llevar  esto  con  cierto  ritmo  de  más  calma  ten- 
dría una  ventaja,  y  es  ir  haciendo  opinión  pública, 
porque  aquí  no  venimos  sólo  a  discutir  para  votar: 
aquí  se  está  haciendo  la  opinión  pública.  Merced  a 
estos  debates,  empieza  a  enterarse  la  gente  de  lo  que 
es  la  Constitución,  de  lo  que  es  el  Estatuto,  de  lo 
que  es  la  relación  entre  uno  y  otra,  y  hay  que  dejar 
que  madure  esta  opinión  pública  y  no  querer  dar  a 
España  una  cosa  por  sorpresa.  No  se  pueden  forzar 
las  cosas ;  hay  que  dar  tiempo  al  tiempo.  Aquí,  el 
otro  día,  constantemente,  yo  oí  otra  expresión  que 
siempre  me  ha  chocado,  que  es :  "Cataluña  y  Espa- 
ña", o  "Vasconia  y  España",  o  "Galicia  y  España". 
No  me  explico  este  distingo:  es  como  decir  "la  cabe- 
za y  todo  el  cuerpo",  "los  pies  y  todo  el  cuerpo",  "el 
corazón  y  todo  el  cuerpo",  o  "el  estómago  y  todo  el 
cuerpo". 

Había,  ahora  me  acuerdo,  para  amenizar  un  poco 
esto,  un  giro,  corriente  en  mi  tierra,  el  de  decir: 
"Domingo  y  yo  y  los  dos".  Y  acaso  esto  tiene  un 
profundo  sentido:  "éste  y  aquél  y  los  dos"  no  es 
exactamente  igual.  Como  se  habla  de  "centro  y  pe- 
riferia", confundiendo  el  "círculo"  con  la  "circunfe- 
rencia", y  se  habla  de  "descentralizar",  que  muchas 
veces  no  es  lo  mismo  que  "descentrar".  Todas  estas 
metáforas  son  verdaderamente  peligrosas.  Aquí  se 
decía:  Cataluña,  España,  República,  no.  Cataluña, 
España,  República,  República  federal.  República  uni- 
taria, Monarquía  sí  queréis,  no  ¡  España ! 

Ojalá  en  esta  lucha  quisieran  los  catalanes  catala- 
nízar  toda  España,  como  mis  paisanos  los  vascos  vas- 
conízar  a  toda  España.  Pero  vuelvo  a  deciros  el 
peligro  que  hay  en  querer  llevar  por  caminos  de  prisa 
y  de  violencia,  acaso  de  sorpresa,  alguien  dirá  que 
de  atraco,  la  resolución  de  problemas  de  que  empie- 
za a  enterarse  la  opinión  española.  Que  no  sea  tarde 


1002 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


luego ;  cuando  se  resuelva,  que  no  sea  tarde  para  pre- 
venir la  reacción. 

Y  como  decía  al  principio,  porque  no  quería  ha- 
blar mucho,  bastan  unas  indicaciones.  Me  he  levan- 
tado porque  creo  que  me  cabe  la  responsabilidad  de 
ser  uno  de  los  rectores  de  la  opinión  pública  es- 
pañola. 

"La  República  nos  ha  traído." 

Y  ahora,  como  ya  os  dije,  nosotros  no  trajimos  la 
República :  la  República  nos  ha  traído.  Pero  hay 
más:  a  mí  se  me  requirió  para  traerme  a  este  esca- 
ño, a  mí  se  me  requirió  para  venir  aquí,  cuando  yo 
en  ninguna  forma  lo  solicitaba,  no  por  ningún  par- 
tido, porque  nunca  he  figurado  en  ningún  partido, 
entre  otras  cosas,  por  el  temor  de  que  si  entraba  en 
un  partido  lo  partiría  más  de  lo  que  estaba  partido. 
Yo  no  he  estado  nunca  en  ningún  partido,  no  me  ha 
traído  aquí  ningún  partido  político;  no  me  ha  traído 
aquí  Castilla  ni  Salamanca.  Yo  no  soy  un  diputado 
de  Castilla,  ni  siquiera  en  rigor  creo  que  me  ha  traí- 
do aquí  la  República,  aunque  sea  hoy  un  diputado 
republicano.  Aquí  me  ha  traído  España;  yo  me  con- 
sidero como  un  diputado  de  España;  no  un  diputado 
de  un  partido,  no  un  diputado  castellano,  no  un  di- 
putado republicano,  sino  im  diputado  español.  Y 
vuelvo  a  decir  lo  que  al  principio  os  decía.  Prestad 
atento  oído  a  los  rumores  de  la  calle  y  del  campo, 
ved  que  hay  problemas  que  duelen,  no  por  el  proble- 
ma mismo,  sino  por  la  manera  de  querer  tratarlo. 
Una  cosa  es  la  discusión  y  otra  cosa  son  ciertos 
atropellamientos.  No;  pensadlo  bien,  y,  sobre  todo, 
no  os  dejéis  ilusionar  por  una  disciplina  partidaria  o 
partidista,  que  no  está  bien  en  la  mayor  parte  de 
vosotros,  en  casi  todos,  que  creo  que  no  sois  lo  que 
en  un  tiempo  se  llamaba  políticos  de  oficio,  de  carre» 


OBRAS  COMPLETAS 


1003 


ra,  que  aspiraban  luego  a  cargos  en  virtud  de  los 
partidos  a  que  pertenecían.  La  mayor  parte  de  nos- 
otros, yo  por  lo  menos,  lo  que  estamos  deseando  es 
que  termine  este  mandato  para  volvernos,  el  uno  a 
su  oficina,  el  otro  a  su  taller,  yo  a  mi  cátedra,  y  dejar 
que  otros,  que  tienen  distinta  vocación,  entren  en  esas 
maniobras,  que  me  parecen  muy  racionales,  entren  en 
esa  vida  de  la  política.  A  los  que  no  nos  hemos  edu- 
cado en  la  electorería,  no  nos  interesan  absolutamen- 
te nada  esas  maniobras.  Dejad,  pues,  eso,  y  tened  en 
cuenta  que  hay  una  opinión  pública  que  está  hoy,  no 
despierta,  excitada,  acaso  venenosamente  excitada, 
no  lo  niego ;  pero  cuando  hay  un  veneno  lo  que  con- 
viene es  un  antídoto.  Los  antídotos  en  este  caso  son 
la  calma,  es  no  llevar  las  cosas  de  prisa,  es  no  que- 
rer sorprender  a  nadie  y  no  querer  ganar  cosas  por 
atraco.  No  tengo  más  que  decir. 

(Texto  taquigráfico  publicado  en  El  Sol.  Madrid^ 
26-IX-1931.) 


DISCURSO  EN  EL  PARANINFO  DE  LA  UNI- 
VERSIDAD DE  SALAMANCA  EL  DIA  1  DE 
OCTUBRE  DE  1931,  AL  INAUGURAR,  COMO 
RECTOR  DE  ELLA,  EL  CURSO  ACADEMICO 
DE  1931-32. 


Señoras  y  señores,  compañeros,  estudiantes,  estu- 
diosos, ya  profesores,  ya  alumnos :  Hoy  hace  día  por 
día,  cuarenta  años,  que  en  idéntica  fecha  de  1891  lle- 
gaba por  primera  vez  a  Salamanca  a  establecer  mi 
hogar  y  a  establecer  mi  hogar  espiritual  en  esta  casa. 
Por  cierto  que  aquel  mismo  día  pronunció  el  dis- 
curso de  apertura  el  entonces  catedrático  don  Enri- 
que Gil  Robles,  y  al  día  siguiente,  en  un  periódico 
republicano  que  se  publicaba,  comencé  una  campaña 
comentando  dicho  discurso,  e  incorporándome  a  la 
lucha  política  y  cultural  que  entonces  existía  aquí, 
porque  hay  que  tener  presente  que  nunca  hay  una  cul- 
tura si  no  se  basa  en  una  lucha  generosa. 

En  1901,  hace  treinta  años,  vine  a  abrir  el  curso, 
ya  como  rector,  y  lo  abrí,  como  se  hacía,  en  nombre 
de  Su  Majestad  el  Rey.  Vestíamos  otros  trajes  y  yo 
traía  esta  misma  medalla.  Vine  nombrado  rector  por 
Real  decreto  de  doña  María  Cristina  de  Habsburgo 
Lorena,  Reina  Regente  de  España.  Y  aquí  debo  de 
hacer  una  declaración  expresa:  la  de  que  ni  para  ser 
nombrado,  ni  nunca,  ni  luego,  se  me  exigió  hacer  una 
declaración  de  fe  monárquica,  y  estuve  abriendo  cur- 
sos trece  años  consecutivos,  excepto  el  de  1904,  hace 
veintisiete,  en  que  vino  a  abrirlo  el  entonces  Rey  don 
Alfonso  de  Borbón  Habsburgo  Lorena,  don  Alfon- 


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1005 


so  XIII,  y  por  cierto  que  aquí,  cuando  después  de  la 
fórmula  tradicional  de  "sentaos  y  cubrios",  leyó  unos 
pequeños  conientarios  y  pronunció  un  breve  discurso, 
lo  hizo  sobre  unas  notas,  que  al  igual  que  el  discurso 
fueron  redactadas  por  mi  mano,  y  por  mi  texto  leyó 
el  Rey. 

Pasó  tiempo  y  vino  el  año  1914,  en  el  que  fui 
destituido  de  aquel  cargo  de  rector  por  ardides  elec- 
torales y  por  no  rendirme  a  hacer  declaración  de 
fe  monárquica. 

Siguió  el  tiempo,  y  en  1924-25,  hará  siete  años, 
vino  a  presidir  el  curso  el  principe  de  Asturias,  y  en- 
tonces — tengo  motivos  sobrados  para  suponerlo — , 
vino  porque  se  esperaba  que  yo  llegase  aquí,  desde 
mi  destierro,  para  intentar  una  reconciliación  ya  im- 
posible. 

Pasó  el  tiempo.  En  1926-27,  hace  cinco  años,  vuel- 
ve el  Rey  de  entonces.  En  aquella  sesión  de  apertura 
pronunció  mi  nombre,  recordó  mi  nombre,  que  es- 
taba proscrito  hasta  de  las  listas  oficiales,  como  si  yo 
no  hubiera  existido.  Y  vino  acompañado  por  Primo 
de  Rivera  a  investirle  de  un  traje,  de  la  toga  de  doc- 
tor honoris  causa,  distinción  que  antes  se  le  había 
dado  a  Santa  Teresa  y  entonces  a  Primo  de  Rivera, 
no  por  méritos  de  cultura  ni  por  servicios  a  ésta,  sino 
por  un  acto  simoníaco,  por  la  concesión  de  unas  pe- 
setas, sin  gran  derecho,  a  esta  Universidad. 

Corre  el  tiempo  y  llega  este  acto  de  1931-32,  y 
vuelvo  nombrado  rector  por  mis  compañeros  y  bajo 
un  nuevo  régimen,  a  cuyo  establecimiento  he  con- 
tribuido más  que  cualquier  español. 

Hemos  hecho  desaparecer  aquellos  trajes  que  al- 
guien llamaría  de  máscaras  y  aquellas  charangas  que 
podían  divertir  cuando  veníamos  vestidos  con  aque- 
llos trajes  que  divertían  a  las  muchachas.  Pero  hoy, 
en  que  han  invadido  estas  aulas  y  puede  decirse  que 
están  acostumbradas  a  vernos  en  paños  menores  acá- 


1006        MIGUEL  DE  UNAMUNO 


démicos,  he  rogado  que  desaparecieran.  Ya  que  Es- 
paña es  una  República  de  trabajadores  de  toda  clase, 
se  debe  venir  aquí  en  traje  de  faena,  en  traje  de 
trabajo.  En  las  épocas  en  que  las  togas  eran  usadas 
para  venir  a  clase,  hay  que  recordar  que  se  dispen- 
saba de  ello  a  los  profesores  de  clases  prácticas  para 
la  mejor  realización  de  sus  labores. 

Por  lo  demás,  tan  librea  puede  ser  una  blusa  como 
una  toga.  No  hace  la  librea  el  traje,  sino  el  espíri- 
tu con  que  se  lleva. 

Hay,  además,  que  tener  en  cuenta  que  por  man- 
dato legal  tienen  que  asistir  a  este  acto  los  maestros 
de  Primera  Enseñanza  que  no  visten  toga,  esos 
maestros  que  ahora  vamos  a  incorporar  a  la  función 
universitaria,  y  yo  deseo  que  todos  nosotros  seamos 
acreedores  al  título  de  maestro.  Recordad  que  el 
Divino  Maestro  fué  perseguido  por  los  Doctores  de 
la  Ley  escrita,  y  os  daréis  cuenta  de  mi  intención. 

Pero  con  traje  o  sin  traje  académico,  todos  debe- 
mos ser  trabajadores  de  todas  clases,  y  lo  que  hace 
falta  es  que  haya  trabajo. 

Venimos  a  continuar  la  historia  de  España,  la  his- 
toria de  la  cultura  española,  la  historia  de  la  Uni- 
versidad española.  No  ha  habido,  no,  solución  de 
continuidad,  como  pretenden  algunos.  Si  después  de 
la  superstición  de  los  trajes,  mantenemos  otras,  no 
habremos  hecho  nada.  Ni  las  Ciencias,  ni  las  Letras, 
ni  las  Artes  son  monárquicas  o  republicanas.  La  cul- 
tura está  por  encima  y  por  debajo  de  las  pequeñas 
diferencias  contingentes,  accidentales  y  temporales 
de  las  formas  de  Gobierno. 

La  Cultura,  las  Humanidades,  la  Ciencia,  están  por 
encima  y  por  debajo  de  esas  diferencias  formales,  y 
las  superan  en  alteza  y  en  profundidad.  A  los  que  al 
hablar  dicen  "esta  nueva  época",  debemos  replicarles 
que  no  ha  habido  solución  de  continuidad  en  la  his- 
toria de  España.  En  todas  las  anteriores  aperturas 


OBRAS  COMPLETAS 


1007 


estaba  aquí  en  efigie,  en  retrato  aquel  en  cuyo  nombre 
se  abría  el  curso,  y  que  hace  unos  meses  destrozó  la 
furia  iconoclástica  de  la  estudiantina,  como  protesta 
por  los  males  de  la  Dictadura.  De  aquí  desapareció 
aquel  retrato,  es  cierto;  pero  recordad  que  en  la  fa- 
chada de  la  Universidad,  en  el  blasón  plateresco  de 
su  fachada,  hay  un  medallón  con  los  Reyes  Católicos, 
con  Fernando  de  Aragón  e  Isabel  de  Castilla,  cuyas 
imágenes  también  presiden  las  sesiones  de  las  Cortes 
Constituyentes  de  la  República;  la  efigie  de  los  Re- 
yes Católicos  que  fundaron  la  unidad  nacional  espa- 
ñola. Y  ese  medallón  tiene  una  leyenda  en  griego  que 
dice :  "Los  Reyes  a  la  Universidad,  la  Universidad 
a  los  Reyes." 

Recordad  también  que  aquí,  en  Salamanca,  murió 
el  desventurado  príncipe  don  Juan,  único  retoño  de 
los  Reyes  Católicos,  frustrando  el  que  se  fraguara 
una  dinastía  genuinamente  española.  Y  al  morir,  vino 
de  allá  lejos  Carlos  V  de  Alemania  y  I  de  España, 
contra  el  que  se  alzaron  las  Comunidades,  y  de  aquí, 
de  Salamanca,  luchó  contra  él  Maldonado,  cuyo  pen- 
dón rojo  todavía  puede  verse  en  la  capilla  de  Tala- 
vera  de  nuestra  Catedral. 

Pero  aquellos  Reyes  Católicos  formaron  la  unidad 
de  España,  fundaron  la  imperialidad  española,  y  con- 
viene hacer  presente  que  las  empresas  que  acome- 
tieron, y  que  ahora  es  moda  censurar,  eran  obra  del 
imperialismo  español,  que  fué  siempre  democrático 
y  que  hizo  hacer  a  los  reyes  empresas  que  el  pueblo 
sentía.  Fué  el  pueblo  español,  no  sus  reyes,  el  que 
sentía  aquellas  grandes  obras. 

El  Imperio  abarca  a  la  República  y  a  la  Monarquía ; 
es  a  la  vez  monárquico  y  republicano.  Recordad  que 
en  Roma  los  emperadores  se  llamaban  emperadores 
de  la  República  Romana.  Aquí  ocurrió  lo  mismo,  y 
se  formó  la  unidad,  la  universalidad  y  la  imperiali- 
dad de  España,  en  la  cual  colaboró  como  pocos  la 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Universidad  española,  y  dentro  de  las  Universidades, 
como  pocas,  la  Universidad  salmantina. 

Universidad  es  igual  a  unidad  y  universalidad. 
Una  y  universal  es  la  cultura ;  unidad  es  imperialidad 
y  universalidad  equivale,  etimológicamente,  a  catoli- 
cidad. 

No  olvidéis  que  de  aquí  salió  el  padre  maestro 
Fray  Francisco  de  Vitoria,  que  dió  normas  al  dere- 
cho de  gentes,  a  los  fines  de  la  catolicidad,  de  la 
universalidad.  Ciertas  supersticiones  de  los  que  se 
preocupan  de  las  formas  de  gobierno,  hacen  creerles 
que  se  ha  roto  la  Historia  de  España,  que  se  está 
forjando  una  nueva  España,  y  no  es  así.  Es  la  mis- 
ma que  unificaron  los  Reyes  Católicos,  es  aquella 
España  la  que  continuamos. 

Esta  Universidad  contribuyó,  como  ninguna,  a  esa 
obra  de  unidad,  de  imperialidad,  universalidad  o  ca- 
tolicidad. En  el  escudo  de  esta  casa  figuran  leones  y 
castillos,  y  es  que  esta  región  fué  medio  leonesa  medio 
castellana.  A  las  puertas  de  esta  ciudad  se  hablaba 
leonés,  y  aquí  se  fundieron  ambos  dialectos.  Pero  esta 
Universidad  nunca  fué  castellana,  sino  universal  y  es- 
pañola. La  Universidad  de  Salamanca  tuvo  siempre 
un  sentido  Hp  univprtplirlad.  fecundo  e  imperial,  sin 
mezquinas  diferencialidades.  Todavía  hay  en  mi  tierra 
vasca  un  cantar  popular  en  vascuence,  en  el  aue  se 
asocia  el  nombre  de  Salamanca  al  de  un  estudiante 
que  debió  andar  por  aquí. 

El  espíritu  de  universalidad  supera  todo  resenti- 
miento diferencial.  En  esta  Universidad  se  fundie- 
ron las  naciones,  que  así  se  llamaba  a  las  regiones  de 
hoy,  y  desapareció  toda  xenofobia,  y  todos  se  consi- 
deraron como  hermanos  sin  distinciones,  y  el  espí- 
ritu de  universalidad  evitó  los  menguados  resenti- 
mientos diferenciales. 

Todavía  después  de  la  Revolución  francesa,  que  fué 
unificadora  e  imperial  y  que  culminó  en  Napoleón, 


OBRAS  COMPLETAS 


1009 


venido  a  España  para  entregar  a  su  hermano  una 
sola  nación,  dejó  aquí  honda  huella,  y  algo  de  lo  bue- 
no que  ha  quedado  de  entonces  se  debe  a  la  influen- 
cia imperial  revolucionaria,  contra  la  que  se  fomentó 
aquí  a  la  vez  el  brío  para  la  lucha  contra  el  imperia- 
lismo napoleónico;  y  de  aquí  salió,  para  las  Cortes 
de  Cádiz,  Muñoz  Torrero.  Más  tarde,  después  de  la 
revolución  de  1868,  vino  a  licenciarse  en  Derecho  a 
esta  casa  el  entonces  profesor  de  la  Central  don  Ni- 
colás Salmerón :  a  esta  casa,  asiento  y  cuna  de  uni- 
versalidad, donde  hemos  luchado  sin  perdernos  el 
nu:tuo  respeto  y  sin  perder  un  sentimiento  tolerante, 
pues  nunca  se  preguntó  a  nadie  de  dónde  venía.  Yo 
conocí  a  un  rector  aragonés,  y  después  lo  fui  yo,  (¡ue 
soy  vasco. 

Ahora  se  amparan  en  ciertas  leyendas  disgregato- 
rias  para  dividir  a  España.  Se  quiere  concluir  con 
su  Imperio  por  quienes  fueron  contra  la  Monarquía, 
no  por  ser  liberales,  sino  por  ser  unificadores.  Yo  es 
digo  que  nuestra  universalidad  no  puede  empequeñe- 
cerse por  la  cuestión  de  las  formas  de  Gobierno,  tan 
contingentes,  que  están  a  merced  de  cualquier  tur- 
bión. 

Y  volviendo  al  significado  del  acto,  hay  que  decir 
aquí  a  los  jóvenes  que  sí  otros  cursos  resultaron  tan 
tristemente  deseducadores,  éste  no  puede  ser  así.  Y 
conviene  que  no  confundan  lo  joven  con  lo  moder- 
no, ni  lo  viejo  con  lo  antiguo.  Hay  antigüedades 
eternamente  jóvenes  y  modernidades  que  nacen  de- 
crépitas. Tenemos  que  ser  trabajadores  del  espíritu, 
de  la  cultura  y  de  la  ciencia.  Vienen  días  de  dura 
prueba  para  todo  nuestro  pueblo,  y  los  que  se 
figuren  otra  cosa  están  en  un  error.  ?\o  importa  que 
le  llamen  a  uno  derrotista  o  pesimista,  pero  la  ver- 
dad es  ésa.  La  conciencia  de  la  derrota  nos  hace  ir 
serenos  a  la  lucha,  porque  sabemos  que  ella  es  fun- 
damento de  victoria.  Vienen  días  de  prueba,  os  digo, 


1010 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


y  épocas  en  que  los  que  de  día  en  día  dieron  su  vida 
por  la  Patria,  trabajando  por  ella  muy  gustosos  en  el 
trabajo,  han  de  esforzar  su  empeño;  y  en  esos  días, 
estudiantes,  es  necesario  que  pongáis  en  el  crisol  vues- 
tra disciplina. 

Disciplina,  de  discipulina,  es  lo  propio  del  discípu- 
lo, pero  supone  maestría,  magisterio  y  autoridad  en  el 
que  enseña,  y  autoridad  que  no  poder.  El  magisterio 
es  autoridad  y  no  poder  sin  ella.  Llegan  días  de  re- 
novación, de  lucha,  lucha  por  la  libertad,  por  la  igual- 
dad, por  la  fraternidad,  por  la  fe,  por  la  esperanza  y 
por  la  caridad.  Fe  en  la  libertad  y  libertad  en  la  fe 
— que  la  fe  es  libre  obsequio,  como  decía  San  Pablo — ; 
esperanza  de  igualdad  e  igualdad  de  esperanza,  y 
fraternidad  caritativa.  Tendremos  que  luchar  por  la 
libertad  de  la  cultura,  por  la  libertad  de  cultos,  si 
a  nombre  de  ella  se  trata  de  proscribir  alguno  de- 
terminado. 

Lucharemos  por  la  libertad  de  la  cultura,  porque 
haya  ideologías  diversas,  ya  que  en  ello  reside  la  ver- 
dadera y  democrática  libertad.  Lucharemos  por  la 
unidad  de  cultura  y  por  su  universalidad,  y  tendre- 
mos fe  en  la  libertad;  y  por  la  fraternidad,  por  la 
hermandad,  nos  entenderemos  en  un  corazón  y  en 
una  lengua. 

Estamos  aquí  los  profesores  de  cuatro  Facultades, 
que  son  las  que  integran  el  funcionamiento  interno  de 
la  Universidad.  Los  que  buscan  Salud,  Ciencia,  Hu- 
manidad y  Justicia.  Seguiremos  cultivando  la  historia 
de  España  sin  hacer  caso  de  motes  y  adminículos  — y 
yo  ahora  llevo  un  mote  de  ésos — ,  pues  las  diferencias 
políticas  son  contingentes,  temporales  y  accidentales. 
La  Cultura  está  por  encima  y  por  debajo  de  las  for- 
mas de  gobierno,  y  éstas  no  pueden  alterar  los  va- 
lores permanentes  de  ella. 

En  nombre  de  Su  Majestad  España,  una,  sobera- 


OBRAS  COMPLETAS 


1011 


na  y  universal  declaro  abierto  el  curso  de  1931-1932 
en  esta  Universidad,  universal  y  española,  de  Sala- 
rnanca,  y  que  Dios  Nuestro  Señor  nos  ilumine  a  to- 
dos para  que  con  su  gracia  podamos  en  la  Repú- 
blica servirle,  sirviendo  a  nuestra  común  madre  pa- 
tria. 

(Texto  taquigráfico  reproducido  en  la  prensa  de  Sa- 
latnanca  y  en  el  diario  madrileño  El  Sol  de  1  y  2  de 
octubre  de  1931.)  (El  guión  autógrafo  de  este  discur- 
so, que  levantó  gran  polvareda  en  los  r.icdios  políticos 
madrileños,  se  conserva  en  la  Casa-museo  Rectoral 
de  la  Universidad  de  Salamanca,  por  donación  de  su 
poseedor  el  catedrático  salmantino  don  Domingo 
Sánchez  Hernández.) 


DISCURSO  EN  LAS  CORTES  CONSTITUYEN- 
TES DE  LA  REPUBLICA  EL  DIA  22  DE  OC- 
TUBRE DE  1931 


El  estudio  de  la  lengua  castellana. 

El  señor  Unamuno:  Pido  la  palabra. 

El  señor  Presidente:  La  tiene  su  señoría. 

El  señor  Unamuno:  La  enmienda  dice  así:  "A  las 
Cortes  Constituyentes:  Los  diputados  que  suscriben 
tienen  el  honor  de  proponer  la  siguiente  enmienda  al 
dictamen  de  la  Comisión  de  Constitución,  en  el  ar- 
tículo 48 : 

"Articulo  48.  Es  obligatorio  el  estudio  de  la  len- 
gua castellana,  que  deberá  emplearse  como  instru- 
mento de  enseñanza  en  todos  los  Centros  de  España. 
Las  regiones  autónomas  podrán,  sin  embargo,  orga- 
nizar enseñanzas  en  sus  lenguas  respectivas.  Pero 'en 
este  caso  el  Estado  mantendrá  también  en  dichas  re- 
giones las  Instituciones  de  enseñanza  en  todos  los  gra- 
dos en  el  idioma  oficial  de  la  República.  Palacio  de 
las  Cortes,  a  21  de  octubre  de  1931.  Miguel  de  Unamu- 
no. Miguel  Maura.  Roberto  Novoa  Santos.  Fernando 
Rey.  Emilio  González.  Felipe  Sánchez  Román.  Anto- 
nio Sacristán." 

Y  ahora,  señores  diputados,  debo  confesar  que  me 
levanto  en  muy  especial  estado  de  ánimo,  no  muy 
placentero  ciertamente.  Apenas  convalecido  de  un 
cierto  arrechucho,  no  sólo  físico,  sino  también  psíqui- 
co, vengo  con  el  ánimo  profundamente  entristecido 
y  contristado,  y  no  sé  si  podré  poner  la  debida  sor- 
dina a  mis  palabras  y  contenerme  en  los  límites,  tam- 
bién debidos,  porque  no  tengo  costumbre  ninguna  de 


OBRAS  COMPLETAS 


1013 


ese  forcejeo  de  partidos  políticos  ni  de  cambalaches 
ni  de  transacciones.  Afortunadamente  para  mí,  y  aca- 
so más  afortunadamente  para  vosotros,  no  pertenez- 
co, o  no  formo  parte  de  ninguno  de  esos  partidos,  me- 
jor o  peor  cimentados,  y  en  los  que  se  resuelven  las 
cosas  bajo  normas  de  disciplina;  pero  hay  por  debajo 
de  esos  partidos  politices  una  especie  de  — no  le  lla- 
maremos partido —  agrupaciones,  que  podían  renomi- 
narse  profesionales.  En  esta  Cámara  hay  médicos,  en 
esta  Cámara  hay  abogados,  en  esta  Cámara  hay  in- 
genieros, hay  también  hombres  de  oficios  manuales, 
y  en  esta  Cámara,  señores,  hay  demasiados  catedrá- 
ticos. Probablemente  somos  demasiados  entre  maes- 
tros y  catedráticos.  Yo,  que  sé  lo  que  he  sufrido 
bajo  el  pliegue  profesional,  quisiera  hoy,  cuando  se 
trata  de  la  enseñanza,  poder  libertarme  de  él,  poder 
libertarme  de  ese  triste  pliegue  que  no  nos  deja  ver 
las  cosas  con  bastante  claridad.  Donde  quiera  que 
el  Ejército  ha  abusado,  se  ha  formado  un  partido  an- 
timilitarista ;  donde  el  Clero  ha  abusado,  se  ha  for- 
mado un  partido  anticlerical.  Nuestros  hijos,  nues- 
tros nietos,  conocerán  en  España  un  partido  antipe- 
dagogista ;  porque  temo  mucho  a  la  pedantería  de 
los  que  nos  arrogamos  el  sacerdocio  de  la  cultura. 
Esto  es  algo  muy  peligroso,  más  ahora,  que  oigo  hablar 
continuamente  de  cultura  — ya  es  una  palabra  que 
me  duele  en  los  oídos  del  corazón — ,  y  aquí,  cuando 
parece  que  se  trata  de  apoderarse,  por  la  enseñanza, 
del  niño,  de  formar  su  alma,  hay  veces  que,  triste- 
mente, creo  que  de  lo  oue  se  trata  es  de  dejar  tran- 
quilos a  los  maestros  y  a  los  profesores:  es  un  fun- 
cionarismo. No  sé  por  qué  en  esta  Constitución  de 
papel  que  estamos  haciendo  no  se  ha  puesto  un  artícu- 
lo que  diga :  "Todo  español  será  funcionario  públi- 
co" ;  y  en  muchos  casos  esto  quiere  decir  que  todo 
español  será  pordiosero.  Esta  es  la  verdad  verdadera. 
Digo  esto  porque,  precisamente  en  estos  días,  cuan- 


1014        MIGUEL  DE  UNAMUNO 


do  estaba  apasionando  aquí  y  fuera  de  aquí  — en  Ca- 
taluña, en  Vasconia,  en  Galicia  y  en  las  demás  par- 
tes de  España —  este  problema  de  la  enseñanza  del 
idioma,  he  recibido  cartas  y  telegramas  de  padres  de 
familia,  de  muchachos  algunas,  de  una  amargura  ex- 
trema, que  me  recordaban  a  aquellos  pobres  españo- 
les que  fueron  a  Cuba  en  un  tiempo,  casaron  allí, 
formaron  allí  su  familia  y  se  vieron  luego  desprecia- 
dos por  sus  hijos.  He  recibido  cartas  de  una  enorme 
amargura.  Pero  la  mayor  parte  de  los  telegramas  ha 
sido  de  funcionarios,  de  maestros,  que  lo  que  querían 
es  que  no  se  les  quitara  la  colocación.  Y  es  que  en  el 
fondo,  más  que  de  otra  cosa,  se  trata  de  eso :  de  si 
ciertos  funcionarios  podrán  seguir  funcionando  en 
unos  sitios  con  libertad  o  no  podrán  seguir  funcio- 
nando. No  es  más  que  eso;  muchas  veces  es  una 
cuestión  de  competencia  profesional. 

Pero,  viniendo  al  fondo  de  la  cuestión,  no  es,  aca- 
so¡  lo  de  la  lengua,  con  serlo  tanto,  lo  más  grave.  La 
lengua,  en  muchos  casos  — y  lo  decía  muy  bien  el 
señor  De  Francisco — ,  en  mi  tierra  nativa  se  toma 
como  instrumento  de  nacionalismo  regional  y  de  algo 
peor ;  y  es  allí,  además,  una  lengua  que  no  existe,  que 
se  está  inventando  ahora  y  que  rechaza  todo  el  mun- 
do, porque  al  genuino  aldeano,  si  se  le  pregunta  a 
solas,  dice:  "A  mí  no  me  importa  eso;  lo  que  yo 
quiero  es  aquello  que  me  pueda  elevar  el  espíritu  y 
que  me  pueda  hacer  entender  de  la  mayor  parte  de 
las  gentes".  Pero  lo  que  se  trataba  con  la  lengua  es 
de  establecer  lo  que  la  Biblia  llama  un  chibalete  para 
distinguir  a  unos  de  otros,  y  que  pasara  el  que  pro- 
nunciara una  cosa  bien  y  no  pasara  el  que  pronunciara 
otra  mal.  Yo  he  visto  cosas  como  decir  que  para  po- 
der aspirar  a  ser  secretario  de  un  Ayuntamiento  era 
menester  conocer  el  vascuence,  en  un  pueblo  donde  el 
vascuence  no  se  habla. 

Quiero  abreviar,  porque  ya  digo  que  no  estoy  en 


OBRAS  COMPLETAS 


1015 


ánimo  muy  propicio.  Se  ha  venido  aquí  hablando  con- 
tinuamente de  cultura  — oímos  esta  palabra  allá  en 
los  principios  de  la  guerra  mundial — :  cultura  con  c 
de  la  pequeña,  latina,  o  con  K  alemana,  con  cuatro 
puntas  como  un  caballo  de  Frisia.  Pero  hay  otra  cosa 
que  parece  más  modesta  que  la  cultura  y  que,  sin  em- 
bargo, a  mí  me  preocupa  mucho  más,  que  es  la  civi- 
lización :  la  cosa  civil.  Pablo  de  Tarso,  el  Apóstol  de 
los  gentiles,  cuando  se  dirigía  a  sus  paisanos,  los  he- 
breos, les  hablaba  en  hebreo  — lo  cuenta  el  libro  de 
los  Heclios  de  los  Apóstoles — ,  pero  dictaba  su  cris- 
tianismo en  lengua  griega,  que  era  la  lengua  ecumé- 
nica del  Imperio  romano ;  cuando  se  presentaba  ante 
el  pretor,  contestaba:  "Soy  ciudadano  romano".  La 
civilización  es  de  ciudadanía  y  es  romana,  y  lo  de 
la  civilización  es  siempre  imperial. 

Aquí  se  hablaba  el  otro  día  de  minorías  étnicas. 
¿  Qué  es  eso  de  minorías  étnicas  ?  ¿  Dónde  están  las 
minorías  étnicas?  ¿  IMinorías  en  qué  sentido?  ¿Con- 
tada toda  España  o  contada  una  sola  región?  Yo  me 
acuerdo  que,  hace  años,  un  alcalde  de  Barcelona  se 
dirigió  al  entonces  Rey  don  Alfonso  XIII,  en  nombre, 
decía,  de  los  naturales  de  Barcelona.  Yo  me  creí  obli- 
gado a  protestar.  Un  alcalde  de  Barcelona  no  puede 
dirigirse  en  nombre  de  los  naturales,  sino  de  los  ve- 
cinos, sean  naturales  o  no,  ni  se  puede  establecer  una 
diferencia  entre  vecinos  y  naturales.  No  hay,  ni  pue- 
de haber,  dos  ciudadanías. 

Ese  es  el  punto  de  la  civilización.  Yo  no  sé  cuán- 
tos son  los  que  constituyen  esa  llamada  minoría  étni- 
ca; por  ejemplo,  en  Barcelona,  no  sé  si  son  el  10, 
el  20,  el  30  o  el  40  por  100.  Lo  que  me  parece  bo- 
chornoso es  que  se  les  vaya  a  proteger  como  a  una 
minoría.  ¡A  proteger...!  El  Estado  no  debe  pasar 
por  eso:  a  que  le  protejan  otros  y  a  que  se  les  dé 
como  una  asignatura  el  castellano;  como  un  instru- 
mento, no  como  una  asignatura,  no.  Esto  hace  que 


1016 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


se  forme  ese  triste  caso  de  lo  que  llaman  el  meteco, 
el  hombre  que  está  continuamente  sufriendo.  ¿  Que  por 
qué  no  se  asimila  ?  ¡  Ah !  Eso  habría  que  verlo  muy 
despacio  y  con  mucha  calma. 

Pero  dejando  estas  consideraciones,  porque  si  me 
dejase  llevar  de  ellas  llegaría  a  cosas  muy  amargas, 
vengo  al  texto  concreto:  "Es  obligatorio  el  estudio 
de  la  lengua  castellana,  que  deberá  emplearse  como 
instrumento  de  enseñanza  en  todos  los  centros  do- 
centes de  España".  Yo  hubiera  preferido  que  se  di- 
jera: "Es  obligatorio  enseñar  en  castellano.  Las  re- 
giones autónomas  podrán,  sin  embargo,  organizar  en- 
señanzas en  sus  lenguas  respectivas  - — naturalmente, 
los  comunistas  podrán  organizarías  en  esperanto  o  en 
ruso — ;  pero,  en  este  caso,  el  Estado  mantendrá  tam- 
bién en  dichas  regiones  las  instituciones  de  enseñan- 
za de  todos  los  grados  en  el  idioma  oficial  de  la  Na- 
ción". En  este  caso,  y  en  cualquier  caso,  "manten- 
drá". La  cosa  está  bien  clara :  no  tiene  más  que  se- 
guir manteniendo. 

Hay  hoy  en  Barcelona  una  Universidad  de  Espa- 
ña, y  éste  es  el  punto  fuerte :  Universidad  de  que  no 
puede  ni  debe  desprenderse  el  Estado  español  en 
absoluto;  que  no  debe  caer  bajo  el  control  de  nin- 
gún otro  poder  que  el  del  Estado  español,  ni  com- 
partirlo. Porque  aquí  de  lo  que  se  trata  en  el  fondo 
es  de  apoderarse  de  esa  Universidad.  ¡Cuidado!,  que 
yo  temo  más  que  a  la  autonomía  regional  a  la  auto- 
nomía universitaria.  Llevo  cuarenta  años  de  profe- 
sor ;  sé  lo  que  serían  la  mayor  parte  de  nuestras  Uni- 
versidades si  se  dejara  una  plena  autonomía,  y  cómo 
se  convertirían  en  cotos  cerrados  para  cerrar  el  paso 
a  los  forasteros.  Alguien  me  decía :  "¿  Es  que  se  va 
a  sostener  allí  una  Universidad  con  el  dinero  de  Ca- 
taluña?" No;  con  el  dinero  de  toda  España,  natu- 
ralmente, incluso  Cataluña,  como  se  mantienen  las 


OBRAS  COMPLETAS 


1017 


Universidades  del  resto  de  España,  y  con  el  dinero 
de  Cataluña. 

Además,  yo  que  no  entiendo  mucho,  ni  quiero  en- 
tender, de  ciertas  distinciones  jurídicas,  veo  que  hay 
una  cosa  que  nunca  comprendo  bien  cuando  se  ha- 
bla de  catalanes  y  no  catalanes.  Para  mí  todo  ciu- 
dadano español  radicado  en  Cataluña,  donde  trabaja, 
donde  vive,  donde  cria  su  familia,  es  no  sólo  ciuda- 
dano español,  sino  ciudadano  catalán,  tan  catalán 
como  los  otros.  No  hay  dos  ciudadanías,  no  puede 
haber  dos  ciudadanías. 

Por  lo  demás,  y  quiero  abreviar,  por  encima  de 
esta  Constitución  de  papel  está  la  realidad  tajante 
y  sangrante.  Se  quiere  evitar  con  esto  cierta  guerra 
civil  — claro,  no  una  guerra  civil  cruenta  a  tiros  y 
palos,  no — ;  me  parece  que  va  a  ser  muy  difícil,  y, 
además,  no  lo  deploro.  ]\Ie  he  criado,  desde  muy 
niño,  en  medio  de  la  guerra  civil,  y  nq  estoy  muy 
lejano  de  aquello  que  decía  el  viejo  Romero  Alpuen- 
te  de  que  la  guerra  civil  es  un  don  del  Cielo.  Hay 
ciertas  guerras  civiles  que  son  las  que  hacen  la  ver- 
dadera unidad  de  los  pueblos.  Antes  de  ella  una  uni- 
dad ficticia ;  después  es  cuando  viene  la  unidad  ver- 
dadera. Y  ¿qué  más  da  que  hagamos  la  guerra  civil? 
Cualquier  cosa  que  hagamos  estará  siempre  en  re- 
visión ;  la  revisión  es  una  cosa  continua :  los  perío- 
dos constituyentes  no  acaban  nunca;  es  una  locura 
creer  que  porque  pongamos  una  cosa  en  el  papel  va 
a  quedar  ya  hecha.  Además,  ¡  hay  tantas  cosas  que 
no  quieren  decir  nada,  que  no  tienen  eficacia  ninguna ! 

Y  como  alguien  más  podría  manifestar  algo  — pue- 
de ser  que  yo  tenga  ocasión  de  añadir  algo  tam- 
bién— ,  digo  que  no  veo  peligro,  como  se  me  ha  di- 
cho, en  tomar  ciertas  actitudes.  Me  han  dicho  que  hay 
peligros  para  la  República.  No  sé,  no  veo  que  los 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


haya.  Parece  la  República  muy  timorata;  cree  que 
es  hasta  un  acto  de  agresión  hacer  la  apología  del 
régimen  monárquico.  A  mí  me  parece  esto  una  ino- 
centada; pero,  en  fin,  yo  no  veo  esos  peligros,  y,  en 
último  caso,  si  los  viera,  creo  que  hay  que  atajarlos. 
Mas  también,  como  he  dicho  muchas  veces,  creo  que 
aquí  hay  algo  por  encima  de  la  República. 


{Texto  taquigráfico  publicado  en  El  Sol,  Madrid, 
23-X-1931.) 


CONFERENCIA  EN  LA  UNIVERSIDAD  DE 
SALAMANCA,  EN  UN  CICLO  ORGANIZADO 
POR  LA  ASOCIACION  DE  ESTUDIANTES  DE 
DERECHO.  29  NOVIEMBRE  1931. 


Sentiría  mucho  que  por  circunstancias  fortuitas 
— casi  todas  las  circunstancias  son  fortuitas —  llegara 
a  defraudar;  no  vengo  en  el  estado  de  espíritu  propi- 
cio para  dirigiros  la  palabra.  Unicamente  lo  hago  por 
un  sentimiento  de  deber  y  una  obligación  contraída, 
porque  yo  no  sé  negarme  a  los  requerimientos  de  la 
juventud. 

En  esta  temporada  he  venido  hablando  más  de  lo 
debido,  y  puede  que  me  llegue  a  ocurrir  lo  del  dicho 
vulgar  de  "disparar  primero  y  apuntar  después". 

Aún  llegan  a  mí  los  ecos  que  provocaron  las  últi- 
mas palabras  que  desde  este  mismo  sitio  pronuncié  al 
inaugurar  el  curso  1931-1932. 

Llegaron  ha  poco  a  mí  estos  jóvenes  a  decirme  que 
habían  constituido  la  Asociación  profesional  de  Estu- 
diantes de  Derecho;  por  entonces  se  celebraba  en 
Madrid  el  Congreso  de  la  F.  U.  E.  Yo  creía  que  en 
Salamanca  subsistía  aún  esta  Asociación;  pero  veo 
que  se  ha  deshecho,  pues  no  tuvo  representantes  en 
el  citado  Congreso,  y  es  que  con  ésta  sucedió  lo 
que  sucede  con  todas  las  Asociaciones  de  estudian- 
tes :  que  son  follaje  de  la  primavera,  que  al  llegar  el 
otoño  cae,  y  menos  mal  si  al  caer  sirve  de  mantillo  al 
árbol  para  que  pueda  dar  fruto  en  la  próxima  prima- 
vera. 

Corren  en  nuestra  Patria  todas  el  mismo  riesgo: 


1020 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  duran  muy  poco;  se  reducen  a  dos  o  tres 
muchachos  de  acción,  de  entusiasmos,  que  mueven  a 
los  demás ;  pero  que  cuando  aquéllos  desaparecen 
porque  terminaron  sus  estudios,  desaparecen  ellas. 

Y  también  ocurre  que  la  mayoría  tiene  un  local 
en  el  que  de  cuando  en  cuando  se  da  alguna  conferen- 
cia :  pero  con  harta  frecuencia  lo  único  que  se  hace 
es  jugar  al  "chámelo"  y  otras  cosas  peores. 

Una  de  las  mayores  dificultades  para  la  vida  de  las 
Asociaciones  es  que  son  dirigidas  por  elementos  de 
fuera.  Ahora  que  más  lamentable  son  las  Asociacio- 
nes de  padres  de  familia,  que  no  tratan  precisamente 
de  que  sus  hijos  estudien,  sino  de  que  aprueben. 

La  cuestión  de  los  progr.xm.^s 
y  el  preparatorio. 

Es  la  época  clásica  de  la  protesta.  Y  hay  algunas 
que  no  están  desprovistas  de  razón.  Ahora  mismo  se 
está  pidiendo  la  supresión  del  preparatorio,  que  no 
sé  si  prepara  o  no  prepara  para  algo.  La  cuestión  de 
los  programas  es  cosa  verdaderamente  horrible,  y  si 
yo  no  he  ingresado  en  ningún  partido  político  es  por- 
que siempre  estuve  a  matar  con  los  programas. 

Cuando  yo  era  estudiante,  en  el  preparatorio  de  la 
carrera  de  Derecho  se  exigía  la  Literatura  latina, 
que  yo  no  sé  por  qué  había  de  ser  precisamente  la- 
tina. Luego  la  lógica  fundamental,  que  yo  creo  que 
lo  más  fundamental  es  lo  elemental,  y  una  serie  de 
introducciones,  como  si  las  introducciones  a  una  cosa 
fueran  la  cosa  misma.  Si  la  introducción  a  la  Histo- 
ria no  es  historia,  no  es  nada.  Sin  embargo,  ahí  está 
la  cuestión  de  las  lenguas.  Es  una  vergüenza  que  en 
un  país  se  llegue  a  obtener  un  título  sin  saber  tra- 
ducir ni  francés. 

Eso  debéis  vosotros  los  estudiantes  pedirlo;  no  que 
os  lo  exijan,  sino  que  os  lo  enseñen. 


OBRAS  COMPLETAS 


1021 


La  mayor  parte  de  la  desventaja  universitaria  está 
en  la  falta  de  la  graduación  en  las  enseñanzas  pri- 
maria y  secundaria,  p-ies  se  sale  de  los  Institutos  sin 
saber  siquiera  escril)ir  una  carta,  y  es  más,  la  ma- 
yoría de  los  jóvenes  españoles  no  ha  aprendido  a  es- 
cribir ni  en  castellano:  por  tanto,  no  es  raro  encon- 
trar por  ahí  doctores  de  "escopeta  y  perro",  analfabe- 
tos por  desuso. 

La  política  y  la  Universidad. 

Aquí  es  muy  raro  encontrar  una  persona  que  es- 
criba con  soltura  y  con  precisión,  porque  todo  aquel 
que  lo  hace  así  se  dice  que  escribe  oscuramente,  y, 
por  el  contrario,  al  que  habla  por  hablar  y  escribe  en 
una  sucesión  de  palabras  que  no  dicen  nada,  a  ése  se 
le  llama  claro  en  su  estilo,  que  yo,  apropiándome  de 
un  término  médico,  lo  motejaré  con  el  calificativo  de 
cirrótico. 

Jiluchas  veces  se  dice  que  se  sabe,  pero  que  no  se 
puede  expresar,  y  yo  os  digo  que  el  que  no  puede 
expresar  una  cosa  es  que  no  la  sabe'. 

Y  volviendo  a  lo  dicho :  todas  las  Asociaciones  de 
este  género  que  he  visto  nacer  llegaron  a  morir,  y 
muchas  de  ellas  sin  dejar  rastro.  La  última,  la 
F.  U.  E.,  que  duró  un  poco  más  porque  fué  un  mo-i 
vimiento  civil,  no  académico,  de  orden  político.  Mu- 
chos dijeron  que  a  la  Universidad  no  se  viene  a 
hacer  política ;  se  viene  a  estudiar.  ¡  Como  si  el  es- 
tudiar no  fuera  hacer  política,  o  como  si  el  hacer 
política  no  fuera  el  mayor  de  los  estudios  conocidos ! 
De  la  Universidad  siempre  existirá  una  labor  de  edu- 
cación ciudadana.  Yo  desde  fuera,  a  raíz  de  arran- 
carme de  mi  casa  y  de  mi  cátedra,  estuve  alimentan- 
do aquel  movimiento  de  la  estudiantina  española. 

Hace  referencia  a  ciertas  anécdotas  de  otros  pro- 
fesores de  las  naciones  vecinas  comparándolos  con 


1022 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


los  nuestros,  y  saca  de  ellos  graciosas  consecuencias. 

Dice  que  es  peligrosísimo  para  la  fe  clasificar  a  las 
asociaciones  de  estudiantes  con  ciertas  palabras  de 
carácter  confesional,  que  quieren  indicar  que  los  res- 
tantes no  son  lo  que  ellos  pregonan. 

"Hace  muchos  años  — dice —  que  circulaba  un  libri- 
to  que  causó  una  repercusión  enorme.  Se  titulada  El 
liberalismo  es  pecado,  y  en  el  que  se  sostenía  que  su 
gravedad  era  mayor  que  la  del  adulterio,  la  blasfemia 
y  el  robo.  Y  con  ocasión  de  un  banquete  dado  en 
ésta  al  conde  de  Romanones,  un  individuo  que  le 
acompañaba,  al  dirigir  la  palabra  a  los  asistentes  al 
acto,  dijo  que  él  era  liberal,  pero  no  de  ese  liberalis- 
mo corriente,  sino  del  otro,  del  que  es  pecado." 

Yo  conocí  aquí  a  un  señor  que  estaba  algo  chalado, 
y  un  día  le  dijo  a  la  criada,  que  no  había  ido  a  misa, 
que  eso  constituía  un  pecado  muchísimo  mayor  que  el 
robar  5.000  duros ;  y  la  criada  sacó  la  consecuencia, 
no  de  la  gravedad  de  no  ir  a  misa,  sino  de  la  insig- 
nificancia de  robar  esos  miles  de  duros. 

La  misión  de  todos 

Hace  alusión  a  la  cuestión  de  la  libertad  de  ense- 
ñanza, y  dice  que  esa  libertad  no  podrá  ser  precisa- 
mente libertad  de  no  enseñar. 

"Yo  os  ruego  que  os  unáis  todos :  los  que  tenéis  fe, 
los  que  no  la  tienen,  los  que  la  buscan  y  no  la  encuen- 
tran, los  que  la  perdieron  y  no  les  duele  haberla  per- 
dido. Os  pido  que  os  unáis  en  hermandad  para  la  pe- 
lea, pues  no  hay  abrazo  más  grato  que  aquel  que  al 
terminar  un  combate  se  dan  los  combatientes  por  en- 
cima de  los  que  en  la  lucha  han  caído. 

No  envenenéis  vuestras  luchas ;  son  cosas  de  pri- 
mavera. Yo,  a  los  años  juveniles,  casi  prefiero  la  ma- 
durez otoñal.  Me  placen  más  a  la  vera  del  río  las 
hojas  caídas  que  el  verde  agrio  de  una  primavera.  Y 


OBRAS  COMPLETAS 


1023 


después,  ¿qué  sucederá?  Algunos  recuerdos  para  que 
pueda  haber  alguna  esperanza,  que  las  esperanzas  no 
existen  si  no  tienen  base  en  un  pasado." 

Hace  alusión  a  sus  tiempos  de  niño  en  una  escuela 
cuyo  maestro  no  enseñaba  nada,  pero  que  eran  un 
mundo  en  pequeño.  Allí  estaban  el  cacique,  el  indus- 
trial, el  financiero  y  él,  que  en  aquellos  tiempos  se 
sentía  ultrajabalí. 

"Se  dice  que  estamos  en  una  República  de  trabaja- 
dores, y  por  los  últimos  acontecimientos  más  bien 
creo  que  es  una  República  de  funcionarios,  en  que 
todos  quieren  vivir  a  costa  del  Estado." 

Después  de  detenerse  brevemente  a  analizar,  con 
admirable  ironía,  el  problema  de  los  maestros  de 
escuela,  don  Miguel  de  Unamuno  termina  diciendo: 

"Feliz  aquel  que  conserva  siempre  en  el  fondo  de 
su  espíritu  la  niñez,  que  no  olvida  el  niño  que  lleva- 
mos dentro,  que  es  el  que  nos  justifica  y  nos  salva. 
Creamos  siempre  en  nuestra  fe  de  niño  para  poder 
combatir  el  veneno  y  ver  en  aquel  que  se  nos  acerca 
un  padre  y  no  el  caudillo  que  nos  lleva  a  la  matanza." 


(Extracto  publicado  en  El  Sol,  Madrid,  l-XII-1931.) 


DISCURSO  EN  EL  HOMENAJE  A  JOAQUIN 
COSTA,  EN  EL  ATENEO  DE  MADRID,  EL 
8  DE  FEBRERO  DE  1932 


Señoras  y  señores,  o,  mejor  dicho,  amigas  y  ami- 
gos: No  sé  cómo  me  van  a  salir  estas  deshilvanadas 
divagaciones  respecto  de  aquel  hombre,  a  quien  co- 
nocí y  traté.  Me  va  a  ser  muy  difícil  — creo  que  es 
casi  imposible—  separar  la  obra,  del  hombre,  porque 
un  hombre,  después  de  todo,  en  la  Historia  y  para 
la  Historia,  no  es  más  que  su  obra.  Se  puede  decir 
que  nacemos  sin  alma.  Algunos  mueren  con  ella:  los 
que  han  dejado  una  obra;  los  demás,  mueren  sin  ha- 
ber cobrado  su  alma.  Conocí,  como  digo,  a  Costa,  y 
veo  que  ahora,  como  es  inevitable  en  hombres  como 
él,  se  va  convirtiendo  en  un  símbolo,  casi  en  un  mito, 
y  va  borrándose  su  propia  personaUdad.  Debió  de  ser, 
sin  duda,  una  — me  figuro  yo —  de  sus  preocupaciones 
ver  cómo  en  vida  le  iba  envolviendo  la  leyenda,  le 
iba  envolviendo  el  símbolo  que  de  él  hacían  y  en  el 
cual  había  de  ser  enterrado.  Que  es  una  de  las  tra- 
gedias, en  parte  dolorosas  y  en  parte  consolatorias, 
la  de  la  vida  de  un  hombre  que  ve  cómo  el  que  es 
se  va  sintiendo  borrado  por  el  que  de  él  hacen  todos 
los  demás.  Y  es  que  ya  no  es  suyo ;  es  de  todos  los 
otros,  que  han  hecho  de  él  otro  hombre,  en  el  cual 
queda  enterrado,  pero  que  es  el  que  vive  y  en  el  que 
ha  de  vivir  siempre. 

Conocí  a  Costa  y,  como  es  antural,  yo  no  puedo 
traer  aquí  al  Costa  que  fué,  sino  a  "mi  Costa",  al 
mío.  Y  acaso  en  él,  sin  duda,  me  he  de  meter  yo 


OBRAS  COMPLETAS 


1025 


mismo:  es  inevitable.  Aqui  le  veríais  los  que  tenéis 
ya  cierta  edad  cuando  iba  arriba  a  trabajar  solitaria- 
mente. ¡  Y  hay  que  ver  lo  que  es,  y  más  en  España, 
uno  de  esos  trabajos  solitarios,  un  trabajo  de  investi- 
gración  y  rebusca,  donde  no  hay  un  ambiente  de  re- 
buscadores ni  de  investigadores,  donde  tiene  uno  que 
hacérselo  todo !  Cualquier  español  que  haya  hecho 
en  arte,  en  ciencias,  en  letras,  un  descubrimiento 
significa  mucho  más  que  los  que  hayan  hecho  eso  mis- 
mo en  otros  países;  porque  allí  no  lo  hace  él  solo, 
sino  que  lo  hacen  una  porción  de  compañeros  de  tra- 
bajo. 

Y  venía  a  trabajar  indudablemente  en  trabajos  que 
ya  estaban  hechos  muchas  veces.  Alguna  vez  se  lo 
dije  yo :  "Pero,  don  Joaquín.  ¡  sí  eso  está  ya  averi- 
guado!" Pero  él  quería  ir  a  las  fuentes  mismas.  Esto 
tiene  — dicen —  un  inconveniente.  Cuando  andaba  es- 
tudiando la  decadencia  romana  en  los  escritores  roma- 
nos, haciendo  caso  omiso  de  todo  lo  que  se  había  he- 
cho en  torno  de  aquello,  yo  me  acordaba  de  los  que 
dicen:  "Sí,  así  sucede  con  estos  españoles,  que  des- 
cubren el  Mediterráneo."  Pero  yo  digo  :  ¡  Ah  !  ¡  No  es 
cualquier  cosa  descubrir  el  Mediterráneo!...  Sobre 
todo,  para  los  que  viven  en  él,  que  son  los  que  no  lo 
conocen. 

Indudablemente,  si  un  hombre  genial  se  encierra  en 
un  viejo  caserón  de  un  antepasado  suyo  que  fué  al- 
quimista, con  retortas  y  matraces  del  siglo  xvi  o  xvii, 
y  empieza  a  investigar,  y  al  cabo  descubre  el  oxígeno, 
se  dirá  que  ya  estaba  descubierto;  pero  ya  se  verá 
si  hay  algo  nuevo  cuando  haya  encontrado  el  oxíge- 
no. Ahí  está  toda  la  grandeza  de  los  niños,  que  están 
descubriendo  todos  los  días  lo  que  los  demás  saben. 
¡  Y  hay  que  ver  cuando  un  niño  descubre  algo  que  los 
demás  hemos  encontrado  ya!...  Esto  era  Costa:  un 
niño  que  se  encerraba  aquí  a  rehacer  individualmente 
una  cultura  técnica  que  en  España  no  existía  en  su 


U.NAMUNO. 


.  VII. 


33 


1026 


MIGUEL  DE  UNAMVNO 


tiempo.  Aquí  he  visto  trabajar  a  aquel  hombre  soli- 
tario; cuando  yo  le  veía  sumido  en  el  trabajo,  pensa- 
tivo, en  aquel  su  amor  loco,  en  aquel  amor  patético 
que  tenía  a  España  y  a  la  cultura  española,  pensaba 
que  en  aquel  encarnizamiento  pasional  sobre  el  traba- 
jo había  algo  más:  trataba  de  ahogar  cierta  desazón 
íntima,  lo  que  dijo  una  vez  Carducci :  "Mejor,  tra- 
bajando olvidar;  sin  indagarlo  este  eterno  misterio 
del  Universo."  Que  los  más  grandes  investigadores 
lo  han  sido'  acaso  por  una  íntima  desesperación.  Aquel 
hombre  tenía  un  carácter  del  que  habréis  oído  hablar 
muchas  veces.  Dicen  los  que  le  trataron  frecuente- 
mente que  era  insoportable.  Yo  le  traté  poco.  Con- 
migo fué  amabilísimo,  atento.  Es  más :  muchas  veces 
le  contradecía,  y  no  le  vi  irritarse  nunca.  Por  lo  cual 
sospecho  que  cuando  se  irritaba  con  ciertos  contra- 
dictores no  sería  por  la  contradicción  precisamente. 

Costa  vivió  siempre  en,  dentro  y  para 
LA  Historia. 

Aquel  hombre  vivió  siempre  en  la  Historia,  den- 
tro de  la  Historia  y  para  la  Historia.  Toda  su  con- 
cepción era  una  concepción  historicista.  No  había 
en  él  nada  de  lo  que  podríamos  llamar  metafísica.  Yo 
podría  decir  que  era,  más  que  un  espíritu  platónico, 
un  espíritu  tucididéstico ;  porque...  está  bien  Platón, 
pero  está  mejor  Tucídides.  Aquel  hombre  tenía  la 
preocupación  de  la  Historia,  y  como  era  un  histori- 
cista, era  también  un  tradicionalista ;  un  hombre  que 
vivía  por  y  para  la  tradición,  comprendiendo,  como 
es  natural,  que  la  tradición  es  una  misma  cosa  que  el 
progreso:  es  la  tradición  del  progreso,  como  el  pro- 
greso es  progreso  de  una  tradición.  (Para  que  mar- 
che un  carro,  es  menester  que  haya  un  carro.) 

Este  hombre  era  un  tradicionalista,  hasta  en  el  sen- 
tido específico  que  en  España  se  da  al  tradicionalis- 


OBRAS  COMPLETAS 


1027 


mo.  ¡  Cuántos  puntos  de  contacto  tenía  con  nuestros 
sinceros,  ingenuos  y  castizos  tradicionalistas  espa- 
ñoles!... Y  era  también,  en  este  sentido,  un  conser- 
vador. No  hay  que  asustarse  de  la  palabra.  Era,  na- 
turalmente y  sobre  todo,  un  español.  ¡  A  él  sí  que  le 
dolía  España !  Era  un  español.  Fomentó  aquello  de 
la  europeización,  inventó  lo  de  la  europeización  en 
puro  españolismo,  porque  era,  como  Job,  un  hombre 
de  contradicciones  interiores.  Era  un  hombre  que  vi- 
vía de  luchar  dentro  de  sí  mismo,  y  cuando  decía  eu- 
ropeización — como  lo  decían  otros — ,  acaso,  en  cier- 
to modo,  quería  decir  españolización  de  Europa.  Un 
español  no  quiere  europeizar  a  España,  si  no  es  in- 
tentando, en  cierta  medida,  españolizar  a  Europa; 
es  decir,  llevar  lo  nuestro  a  ellos,  en  cambio  mutuo. 

Recuerdo  cuando  me  puse  yo  en  relaciones  con  él. 
Fué  cuando  hizo  sus  trabajos  sobre  el  Derecho  con- 
suetudinario, al  que  yo  aporté  un  modesto  tributo  so- 
bre la  organización  de  las  Cofradías  de  pesca  en  la 
costa  vasca  (1).  Y  todo  aquel  trabajo  no  fué  sólo  suyo, 
sino  de  los  demás;  porque  este  hombre  solitario  tuvo 
la  honda  virtud  de  hacer  trabajar  a  los  demás,  de  po- 
ner en  movimiento  a  todos,  de  ser  un  centro  de  re- 
unión, un  foco  para  una  porción  de  espíritus.  Luego 
hizo  aquel  trabajo  del  colectivismo  agrario...  fes  cu- 
rioso que  aparezca  aquí  la  palabra  agrario;  él  lo  fué 
de  verdad).  Hizo  un  estudio  del  colectivismo  agrario 
buscando  nuestra  tradiciones  españolas,  una  organi- 
zación democrática,  honda,  de  los  pueblos;  una  orga- 
nización que  se  ha  ido  borrando.  Yo  he  conocido  res- 
tos de  algo  que  va  desapareciendo.  Y  aquí  sí  que  se 
encontraba  con  ciertos  elementos  tradicionalistas.  Has- 
ta tal  punto  le  llamaban  la  atención,  que  en  un  libro 
poco  conocido,  que  se  llama  Detrás  de  las  trincheras, 
escrito  por  don  Julio  Nombela,  que  había  sido  secre- 

1  Lo  encontrará  el  lector  en  el  tomo  VI  de  estas  Obras  com- 
pletas. 


1028 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


tario  de  Cabrera,  se  habla  de  un  plan  económico  y 
de  gobierno  que  a  don  Carlos  de  Borbón,  conocido 
por  Carlos  VII,  o  Carlos  Chapa,  el  Pretendiente,  le 
presentaron  el  canónigo  Manterola,  don  José  Mendi- 
luce  Caso  y...  no  me  acuerdo  de  algún  otro;  eran 
exactamente,  en  el  fondo,  casi  las  cosas  de  Costa; 
por  lo  cual  yo  he  solido  decir  a  los  que  tienen  una 
idea  fantástica  del  carlismo :  "Lo  hondo  y  popular 
del  carlismo,  quien  lo  formuló,  fué  Costa."  También 
se  cuenta  que  cuando  se  lo  presentaron  a  don  Carlos 
el  Pretendiente,  dijo:  "Sí;  me  parece  más  espartano 
que  ateniense." 

Es  algo  extraordinariamente  curioso.  ¡  Qué  raíces 
tiene  este  hombre  con  todo  el  viejo  tradicionalismo 
español !  Recordemos  aquella  misma  frase  suya  de 
"política  de  alpargata  y  de  calzón  corto",  de  la  cual 
yo  no  participo;  ruralización,  no;  es  lo  contrario  de 
civilización.  El  tenía  una  honda  fe  en  los  labriegos. 
No  sé  si  cuando  murió  tendría  tanta  fe  en  los  labrie- 
gos como  cuando  empezó  con  aquello  de  la  Cámara 
Agrícola  del  Alto  Aragón... 

Pues  como  os  iba  diciendo,  esto  era  una  cosa  honda 
de  la  vida  rural,  de  colectivismo  agrario  y  de  federa- 
lismo; porque,  realmente,  la  mayor  parte  del  viejo 
tradicionalismo  español  ha  sido  siempre  profunda- 
mente federal.  Aquí  hay  que  acabar  con  una  leyen- 
da, y  es  la  de  la  centralización  de  la  Monarquía  es- 
pañola. 

L.\    LEYENDA    DE   LA  CENTRALIZACIÓN. 

La  Monarquía  española  ha  sido  una  de  las  menos 
centralizadoras.  ¡  La  francesa  sí  que  fué  centraliza- 
dora!  ¡La  francesa,  y...  lo  que  sucedió  a  la  Monar- 
quía francesa,  que  es,  bajo  otra  forma,  también  Mo- 
narquía !  ¡  Aquello  sí  que  era  centralizador ! 

Este  hombre  hizo  luego,  aquí  en  el  Ateneo,  aquella 


OBRAS  COMPLETAS 


1029 


información  sobre  Oligarquía  y  caciquismo,  a  la  cual 
concurrimos  cerca  de  una  cuarentena  de  personas  co- 
nocidas en  España.  Y  recuerdo  también,  y  puede  ver- 
lo cualquiera,  que  toda  aquella  cuarentena  no  hubo 
más  que  dos  que  discreparan  un  poco  y  se  atreviesen, 
es  decir,  nos  atreviésemos,  a  tratar  de  justificar  o 
explicar  en  cierto  modo  el  caciquismo.  Fuimos  mi 
buena  amiga  doña  Emilia  Pardo  Bazán  y  yo. 

EJl    C.\CIQUIS,M0    se    M0DIFIC.\R.\i,  PERO 
NC  DES.\P.\RECERÁ. 

Me  acuerdo  mucho  cuando  yo  defendía  aquello  del 
cacinuisnio  como  la  form;i  natural  de  org-anización, 
diciendo :  En  el  pueblo  en  que  no  hay  cacique  se 
fomenta  el  caciquismo  y  se  obliga  a  ser  cacique  a 
cualquiera.  Y  algunas  veces  ocurre  que  obligan  al 
que  menos  condiciones  tiene  para  ello.  ¡  Y  figuraos  un 
pueblo  en  que  se  quiere  que  sea  su  león  un  ciervo!... 
¡Es  una  cosa  terrible!... 

Es  tan  hondo  esto  como  el  estado  de  guerra  civil, 
que  viene  ya  desde  la  época  de  los  romanos,  y  de 
aquellas  costumbres  de  agermanamiento.  Una  vez  me 
preguntaba  un  inglés: 

— Dígame  usted :  de  hecho,  aquí  en  los  pueblos, 
¿cómo  están  divididos  políticamente? 

— Pues...  verá  usted  — le  dije — :  en  dos  partidos: 
los  antiequisistas,  que  siguen  a  Zeda,  y  los  antize- 
distas,  que  siguen  a  Equis. 

Y  es  tan  honda  la  organización  del  caciquismo, 
que  dudo  que  desaparezca.  Se  modificará,  cambiará, 
se  dignificará,  se  civilizará;  pero...  ¿desaparecer? 
Cuántas  veces  en  estos  días,  no  tan  turbios,  de  pa- 
sión — y  eso  es  bueno — ,  cada  vez  que  oigo  que  al- 
guien se  levanta  y  empieza  a  trinar  contra  un  caci- 
que, digo:  "¡Bueno;  éste,  o  aspira  a  cacique,  o  está 
defendiendo  a  otro  cacique  !" 


1030 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


El  cirujano  de  hierro. 

Aquí  se  ha  dicho  lo  del  "cirujano  de  hierro".  Real- 
mente, ésta  fué  una  de  tantas  cosas  de  aquella  fan- 
tasía, de  aquella  encendida  retórica  (le  doy  un  alto 
sentido  a  lo  de  retórica ;  ¡  cuidado  con  eso ! ;  ¡la 
retórica  salva  muchos  pueblos !)  que  daba  un  alto 
sentido  a  lo  del  cirujano  de  hierro,  detrás  de  lo  cual 
se  veía  el  caudillaje.  Y  no  me  extraña  que  en  la  épo- 
ca de  aquella  lamentable  dictadura  surgiera  aquel  que 
no  era  un  cirujano,  ni  de  hierro  siquiera;  a  lo  sumo, 
una  especie  de  sacamuelas.  Hubo  entonces  quien  exhu- 
mó textos  de  Costa  para  justificar  la  dictadura.  Yo 
creo  que  Costa,  como  de  una  porción  de  gentes  que 
tienen  una  personalidad,  se  pueden  exhumar  textos 
para  defenderlo  todo,  lo  uno,  lo  otro  y  lo  de  más  allá ; 
porque  no  son  gentes  de  línea  recta,  sino  que  viven  de 
un  conjunto  de  contradicciones  íntimas,  que  es  lo  que 
le  da  vida  a  uno. 

El  tenía  el  sentido  íntimo  de  la  tradición,  y  se  iba 
a  buscarla  en  lo  más  remoto :  en  la  civilización  ibérica 
y  celtibérica.  Hay  obras  de  las  cuales  no  queda  una 
sola  afirmación  en  pie,  y,  sin  embargo,  han  sido  las 
que  han  provocado  la  mayor  parte  de  una  porción  de 
descubrimientos.  Todo  depende  de  eso,  de  lo  que  ha- 
cen despertar  en  otros,  aunque  sea  por  contra- 
dicción. Y  aquél  era  un  hombre  de  pasión  y  de  co- 
razón. 

Pues  en  esto  del  tradicionalismo  era  tal  y  tenía 
tal  amor,  que  cuando  yo,  en  mi  pueblo  natal,  con  es- 
cándalo de  mis  paisanos  (después  comprendieron  el 
interés  que  me  guiaba),  hablé  de  la  agonía  de  nues- 
tra milenaria  lengua  vasca,  él  me  escribió  una  carta 
lamentándose  y  diciendo  que  sentía  mucho  aquello, 
que  era  una  pena  que  esa  lengua  muriese.  Yo  le  con- 
testé : 

"Mire  usted,  don  Joaquín:  como  no  puede  ser  lo 


OBRAS  COMPLETAS 


1031 


que  fué,  ya  le  puede  servir  a  usted  muy  poco  para  la 
investigación  de  las  antigüedades  ibéricas.  Además, 
comprenda  usted,  nosotros  no  nos  vamos  a  sacrificar 
en  conservar  una  lengua  así  para  que  ustedes  los  in- 
vestigadores puedan  investigar.  No ;  nosotros  no 
somos  conejillos  de  Indias." 

¡  Cómo  se  veía  allí  todo  el  amor  que  él  tenia  a  es- 
tas cosas  que  son  la  raíz  de  la  tradición  patria !  ¡  Cuán- 
tas y  cuántas  contradicciones  vivas,  llenas  de  pasión, 
llenas  de  amor,  había  en  él ! 

Todos  recordaréis  aquella  otra  frase  (desgraciada- 
mente, de  él  apenas  se  recuerdan  más  que  frases),  y 
como  lo  que  envolvían  fías  frases,  que  era  un  deseo 
de  vida,  de  alma,  lia  desaparecido,  hoy  os  es  muy 
difícil  a  los  que  no  le  conocisteis,  sobre  todo  a  los 
que  no  conocisteis  la  España  de  entonces,  daros  cuen- 
ta de  cómo  vibraban  las  gentes  de  entonces  ante  la 
voz  de  aquel  hombre,  que  hasta  en  la  voz  parecía 
un  profeta  del  Viejo  Testamento.  ("Doble  llave  al  se- 
pulcro del  Cid"j,  en  la  misma  época  en  que  yo  decía 
aquello  de  "¡Muera  Don  Quijote!"  (bien  me  pesó 
luego).  ¡Doble  llave!  Y,  sin  embargo,  aquel  hombre 
estaba  pensando  siempre  en  la  conservación  para  Es- 
paña del  Norte  de  Africa,  y  no  sé  si  en  algo  más,  si 
en  la  total  conquista  de  ella.  ¡  Hay  que  ver  en  qué 
mar  de  contradicciones,  en  qué  mar  de  perplejidades 
nos  sumió  el  golpe  de  1898 !  Sobre  todo,  a  los  que 
entonces  empezábamos  a  despertar  a  la  más  honda 
vida  civil  de  la  Historia. 

i  Le  dolía  España  ! 

Le  dolía  profundamente  España,  y  rompía  en  aque- 
llas imprecaciones  contra  su  pueblo,  al  que  él  creía 
sumido  en  una  especie  de  apatia  y  de  marasmo.  ¡  Cuán- 
tas veces  nos  dijo  a  todos  los  españoles,  nos  echó  a 
la  cara,  aquello  de  "¡eunucos!"  ¡Se  hartó  de  llamar- 


1032 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nos  eunucos  !  ¡  Y  había  que  verlo  llorar,  sobre  todo 
en  sus  últimos  tiempos !  Recuerdo  que  cuando  fué 
a  Salamanca  para  asistir  a  una  fiesta,  dijo: 

''¡  Acaso  el  año  que  viene  ya  no  podremos  celebrar 
esto!  ¡Seremos  subditos  de  los  Estados  Unidos!"... 

¡  Y  cómo  se  le  quebraba  la  voz,  y  se  le  rompía  lo 
que  iba  diciendo  en  un  sollozo!  Eran  cosas  de  enfer- 
medad, indudablemente.  Aquí  se  ha  dicho  que  estu- 
vo muriendo  mucho  antes  de  morir.  En  un  alto  y 
noble  sentido,  acaso  se  puede  decir  que  nació  muerto. 
Muerto  para  cierta  vida  miserable,  y  por  eso  eran 
aquellos  sollozos.  ¿  Que  era  un  enfermo  ?  Puede  ser.  Y 
acaso  esa  enfermedad  es  la  que  dió  vida  y  pasión 
a  todas  sus  obras.  ¿  Enfermo  ?  Lo  mismo  dicen  de 
Santa  Teresa,  que  si  era  una  histérica,  una  enferma... 
La  enfermedad  acaso  le  dió  la  genialidad.  Hay  quien 
no  es  enfermo ;  pero,  en  fin,  así  como  el  agua  quími- 
camente pura  es  impotable,  el  hombre  que  tiene  una 
sangre  fisiológicamente  pura,  casi  siempre  es  un  im- 
bécil. El  que  no  tiene  una  dolencia  cualquiera,  una 
cierta  toxicidad  en  la  sangre  que  le  arañe  el  cerebro, 
no  discurre  nada.  Tiene  una  salud  como  la  de  una 
vaca. 

Era  un  hombre  enfermo. 

Sí ;  era  un  hombre  enfermo.  Había  que  ver  a 
aquel  hombre  enfermo  cuando,  con  motivo  de  la  ley 
del  terrorismo  — que  era  una  cosa  así  como  la  ac- 
tual ley  de  Defensa  de  la  República —  le  hicieron 
venir  a  informar  en  el  Parlamento  (porque  antes  de 
votarse  aquello  se  permitió  una  información  pública). 
A  mí,  también.  No  me  invitaron,  casi  me  conmina- 
ron a  que  viniera,  pero  no  vine.  Y  he  oído  decir  que 
era  una  pena  ver  a  aquel  hombre,  al  cual  tenían  que 
llevar  casi  en  brazos,  que  estaba  derrumbándose  físi- 


OBRAS  COMPLETAS 


1033 


camente.  que  estaba  acabándose...  Pues  la  ley  del  te- 
rrorismo quedó  fuera  y  no  se  publicó. 

Luego  recordaréis  cuando  fué  elegido  diputado  para 
las  Cortes  como  republicano,  y  no  fué  a  las  Cortes. 
Alguien  ha  dicho:  soberbia.  No;  sin  duda  fué  por 
defenderse  de  sí  mismo;  no  habría  hecho  nada  allí, 
sino  precipitar  probablemente  su  fin.  Creo  que  hoy 
tampoco  iria  a  nuestro  Parlamento. 

Aquel  hombre,  como  os  digo,  era  un  honilire  que 
vivía  de  pasiones,  de  contradicciones  íntimas,  de  un 
dolor,  de  ver  que  se  moría  sin  que  se  realizara  el  sue- 
ño de  toda  su  vida :  la  España  (jue  él  había  soñado, 
la  España  de  una  tradición  milenaria,  dentro  de  la 
cual  había  todas  las  posibilidades  de  un  porvenir, 
milenario  también,  dentro  de  la  cultura  humana ; 
aquella  España  en  que  lo  general,  lo  universal,  fue- 
ra lo  particular.  Porque  no  hay  nadie  que  sea  más 
de  todos  los  tiempos  y  de  todos  los  países  que  aquel 
que  es  más  de  su  tiempo  y  de  su  país.  El  Dante,  por 
haber  sido  el  más  florentino  de  los  fiorentinos  del 
siglo  XIII  y  el  hombre  más  hombre  del  siglo  xiii,  ha 
sido  un  hombre  de  todos  los  países  y  de  todas  las 
edades.  No  se  llega  nunca  a  una  universalidad  por  di- 
ferenciación, sino  al  contrario ;  no  se  puede  nunca 
pasar  de  la  propia  patria  al  extranjero  sino  cuando 
se  ha  rebasado  de  ella.  Cosas  malas  esos  productos 
de  exportación  cuando  todavía  aquí  no  han  sido  de 
ningún  modo  consagrados. 

C0NTR.\DICCr5N   V  SOLED.^n. 

Este  hombre  fué  un  hombre  de  contradicciones  y 
un  hombre  de  soledad.  ¡  Ah  !  ¡  Hay  que  saber  lo  que 
es  un  hombre  de  soledad !  No  sólo  metido  en  draus. 
A  lo  mejor,  metido  en  una  ciudad  grande  y  viviendo 
entre  los  demás,  y  apareciendo  un  hombre  social,  y 
sintiéndose,  sin  embargo,  en  una  soledad  terrible  siem- 


1034 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


pre,  en  una  soledad  corno  aquella  de  Moisés  de  que 
habla  el  gran  poeta  Vigny.  Aquel  hombre  se  sentía 
solo.  Al  silencio  de  su  soledad  respondía  el  silencio 
de  la  soledad  de  lo  alto. 

Aquel  hombre  fué  un  solitario,  un  hombre  de  con- 
tradicciones y  un  hombre  de  anhelos. 

Un  recuerdo  a  Miguel  Servet. 

En  estos  días  estaba  yo  leyendo  en  una  obra  de 
un  ardoroso  calvinista,  una  obra  dedicada  a  "Calvi- 
no:  sus  cosas  y  su  tiempo",  la  vida  y  sobre  todo  el 
final,  el  proceso  de  otro  gran  aragonés,  de  Miguel 
Servet,  y  de  otro  Miguel,  Miguel  de  Molinos;  estaba 
leyendo  toda  aquella  vida  tormentosa  de  aquel  Ser- 
vet, "el  español",  como  le  llamaban;  de  aquel  hombre 
que  pudo  escapar  de  Francia  y  del  cardenal  Tournon 
cuando  le  iban  a  quemar  vivo,  y  que  como  escapó,  se 
le  quemó  en  efigie,  para  ir  luego  a  Ginebra,  donde 
Calvino  lo  quemó  vivo...  ¡Si  no  le  hubieran  quema- 
do unos,  le  habrían  quemado  los  otros,  j  Que  un  hom- 
bre como  Servet  — hereje  en  el  más  íntimo  sentido 
de  la  palabra,  de  todas  las  herejías,  un  hombre  siem- 
pre señero  y  aislado —  perece  siempre  a  fuego  lento 
o  de  los  unos  o  de  los  otros,  y  a  veces  del  propio  fue- 
go interior  que  le  consume. 

Hay  unas  palabras  de  Miguel  Servet,  pintando  la 
vida  española,  que  le  encajan  a  Costa.  Servet,  inves- 
tigador profundo  y  solitario,  decía :  "El  espíritu  de  los 
españoles  es  inquieto  y  revolvedor  de  grandes  cofres. 
Ostenta  por  simulación,  quiero  decir  por  habilidad, 
una  cierta  vistosidad,  una  ciencia  mayor  de  la  que 
tiene." 

"Los  españoles  pasan,  en  cuanto  a  los  ritos  reli- 
giosos, por  los  más  supersticiosos  de  los  mortales", 
decía  Servet.  Pues,  como  Servet,  somos  muchos  los 
españoles  que  también  somos  de  esta  manera:  inquie- 


OBRAS  COMPLETAS 


1035 


tos  y  revolvedores  de  cofres  grandes.  Acaso  con  una 
cierta  vistosidad,  puede  ser  que  dando  a  entender  una 
ciencia  mayor  de  la  que  tenemos,  ya.  que  también  nos 
gusta  la  sofística.  Respecto  a  que  los  españoles  pa- 
samos por  los  más  supersticiosos,  no  quiero  entrar  en 
esto.  No  sé,  a  este  respecto,  cómo  sentia  el  gran 
Costa.  Nunca  habló  de  eso.  Pasaba  por  encima  de  ese 
asunto,  que  soslayó  siempre.  Ahora,  yo  tengo  una 
cierta  sospecha  de  que  acaso  no  estaría  convencido 
del  todo  de  ese  Dios  primer  motor  inmóvil  de  Aris- 
tóteles ;  pero  sospecho  también  que  creía  en  la  Virgen 
del  Pilar. 

Intimo  sentido  de  l.xboriosidad. 

Este  hombre,  después  de  una  agonía  lenta,  luchan- 
do con  su  impaciencia  por  ver  nacer  una  España 
nueva,  por  ver  que  las  gentes  se  encenderían,  se  apagó 
tristemente  en  la  vida  de  Graus.  No  olvidaré  nunca 
el  día  en  que,  pasando  por  Graus,  me  enseñaron  la 
casa  en  que  él  había  muerto.  Nos  dejó  un  gran  ejem- 
plo ;  primero,  de  laboriosidad,  la  que  procede  del  amor 
a  la  obra,  no  del  amor  al  salario.  No;  no  es  la  labo- 
riosidad que  pide  trabajo  porque  dice  que  no  quiere 
limosna ;  porque  resulta  que  el  trabajo  es  un  pretexto 
para  la  limosna.  No;  era  la  laboriosidad  del  amor  a 
la  obra,  del  amor  al  trabajo.  Nos  enseñó  a  hundirnos 
en  el  trabajo,  para  encender  en  él  nuestros  amores, 
la  vida  misma,  y  acaso  para  olvidar  otras  preocupa- 
ciones más  altas,  inflamando  al  mismo  tiempo  a  toda 
aquella  generación  en  un  ímpetu  de  arrojo,  algo  que 
faltaba. 

La  gente  parecía  muerta.  No  lo  estaba.  Debajo  de 
todo  aquello  había  la  brasa,  había  el  rescoldo.  La 
prueba  está  en  lo  que  ha  venido  después.  Cuando  se 
habla  de  los  que  fuimos  algo  más  jóvenes  en  aquella 
generación  del  98  y  se  nos  pregunta  qué  es  lo  que 


1036        MIGUEL  DE  UNAMUKO 


hicimos,  yo  contesto:  "Nosotros  hicimos  a  los  que 
han  hecho  esto.  Yo  sé  que  vendrán  nuestros  nietos 
y  nos  bendecirán,  lo  que  acaso  no  hagan  nuestros 
hijos." 

Yo  sé  que  en  este  tránsito,  aquellos  que  parecíamos 
desordenados,  cada  uno  por  su  lado,  estábamos  día 
a  día  creando  una  conciencia  en  España.  Somos  de 
los  que  hemos  contribuido  más;  no  como  una  porción 
de  gentes  que,  cuando  ya  estaba  hecha  una  conciencia 
nacional,  han  venido  creyendo  que  se  hace  algo  cuan- 
do se  le  quita  la  piel  a  la  serpiente  que  ya  tenia  otra 
nueva  por  debajo. 

Palabras  finales. 

No  quiero  continuar  hablando  de  un  tiempo  que 
ya  va  haciéndose  histórico,  en  el  peor  sentido  algu- 
nas veces ;  que  se  va  haciendo  legendario ;  no  quiero 
seguir  hablando  de  un  hombre  a  quien  perdió  la  le- 
yenda, ni  hablar  bajo  la  preocupación  de  que  a  otros 
también  nos  envuelve  la  leyenda.  Ved  cómo  murió 
"el  solitario",  cómo  murió  consumido  por  ese  fuego 
vivo...  Que  si  a  Servet  le  quemaron  los  calvinistas, 
a  él  le  quemó  el  amor  a  su  España,  la  visión  de  lo 
que  estaba  pasando  en  esta  pobre  tierra,  que  entonces 
agonizaba  en  manos  de  una  dinastía  agonizante  tam- 
bién. 

No  tengo  más  que  decir. 

{Texto  taquigráfico  publicado  cu  El  Sol,  Madrid, 
9-II-1932.) 


DISCURSO    EN    LOS    JUFXtOS  FLORALES 
CELEBRADOS  EN  MURCIA  EL  27  DE  MAR- 
ZO DE  1932 


Ciudadanos,  ciudadanas,  mujeres  y  hombres  todos 
de  Murcia  y  de  España :  ¡  Qué  de  recuerdos  despier- 
tan en  los  recovecos  de  mi  memoria !  ¡  Qué  de  re- 
cuerdos se  agolpan  en  mi  espíritu  al  volverme  a  ver 
en  una  tierra  como  ésta !  Yo  me  acuerdo  de  que  no 
empecé  tomándolas  del  todo  en  serio,  que  procuré  dar 
a  estas  fiestas  un  carácter  distinto  al  que  tenían.  Me 
parecía  que  estos  Juegos  Florales,  que  habían  venido 
de  Cataluña  y  de  Valencia,  no  eran  lo  que  más  falta 
hacía.  Me  parecía  que  lo  que  hacía  falta  eran  cosas 
vitales  y  de  trabajo.  Quizá  en  eso  me  equivocaba  un 
poco,  porque  es  muy  difícil  delimitar  lo  que  es  juego 
y  lo  que  es  trabajo,  lo  que  es  ñor  y  lo  que  es  fruto; 
fruto  del  trabajo,  flor  del  juego.  No  sé  cuál  debe  ser 
el  preferido.  Flor,  fruto,  trabajo,  juego,  juego  del 
trabajo,  trabajo  del  fruto.  La  planta,  para  nosotros, 
muere  en  el  fruto,  que  es  lo  que  nos  comemos ;  pero 
quizá  para  ella  misma  muera  en  la  flor,  que  es  lo  últi- 
mo que  da.  Fruto  del  trabajo,  flor  del  juego.  Es  la 
misma  historia  del  huevo  y  la  gallina.  ¿  Qué  fué  antes, 
el  huevo  o  la  gallina?  Yo  creo  que  ni  una  cosa  ni 
otra,  sino  una  tercera  cosa,  que  fué  ántes  que  el 
huevo  y  que  la  gallina. 

Se  tr.\b.\j.a  más  por  l.a  p.^sión 
que  por  la  acción. 

En  aquella  época  yo  estaba  cerca  de  esta  ciudad,  en 
Cartagena,  hace  ya  de  esto  treinta  años.  Fué  la  se- 
gunda vez  que  yo  actuaba  en  una  fiesta  como  esta  de 


1038 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


hoy,  en  que  vuelvo  en  esta  primavera  y  a  esta  ciudad 
de  primor  que  es  Murcia,  y  voy  de  nuevo  a  ver  las 
flores  y  los  frutos,  el  juego  y  el  trabajo. 

Es  muy  cómodo  riablar,  como  hablando  de  frutos, 
de  acciones.  Yo  oigo  hablar  de  ellas  muchas  veces. 
Unas  veces  es  de  Acción  Republicana,  y  otras,  de 
Acción  Nacional. 

Yo  preferiría  que  en  lugar  de  hablar  de  acciones, 
me  hablaran  de  pasiones.  Trabajar,  se  trabaja  más 
por  la  pasión  que  por  la  acción.  Hay  tierra  y  hay 
palabra,  materia  y  espíritu.  La  palabra  es  espíritu. 
¿En  qué  términos?  En  la  concepción  cristiana  no 
es  acción,  sino  misión.  Su  final  es  la  contemplación, 
no  la  acción.  En  la  Sagrada  Escritura  se  dice :  "En  el 
principio  fué  el  Verbo." 

Verbo,  que  es  palabra;  por  la  palabra  se  hace  todo. 
Acción,  acto  hecho  en  el  principio.  Lo  mismo  que  en 
la  flor,  en  el  principio  es  muy  difícil  distinguir  el 
hecho  de  la  palabra,  la  acción  de  la  pasión.  Se  habla 
como  de  hombres  de  acción  de  los  hombres  de  pala- 
bra, porque  ella  es  su  acción.  Los  que  hayan  tenido 
la  costumbre,  rara  en  España,  especialmente  — tengo 
que  decirlo —  entre  los  católicos,  de  leer  con  alguna 
asiduidad  el  Evangelio,  recordarán  aquel  pasaje  en 
que  el  centurión  de  Cafarnaúm  dice  a  Cristo: 

— "Señor,  mi  mozo  está  en  casa  paralítico,  atormen- 
tado." 

" — Yo  iré  .y  lo  sanaré. 

— Señor,  yo  no  soy  digno  de  que  entres  bajo  mi 
techado.  Di  solamente  la  palabra,  y  sanará. 

"Yo  también  soy  hombre  de  autoridad  y  digo: 
"Vete",  y  se  va.  "Ven",  y  viene.  Mando  a  mis  cria- 
dos, y  ellos  realizan  mis  órdenes.  En  vos  confío." 

"Y  Cristo  dijo: 

"En  mi  vida  he  encontrado  tanta  fe." 

Hombre  de  palabra,  mandaba  con  su  palabra.  Los 


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hombres  de  verdadera  acción  son  hombres  de  pala- 
bra. Al  mandar,  es  ejecutor  de  la  justicia.  El  otro, 
el  ejecutante,  que  es  una  cosa  material,  ordinaria- 
mente verdugo.  Por  la  palabra  se  hace  la  justicia. 

La  mejor  parte  de  la  política 
es  la  literatura. 

Vuelvo  adonde  venía.  Vida  y  acción  por  la  pala- 
bra, en  la  palabra,  de  la  palabra.  De  la  palabra  polí- 
tica, política,  acaso  por  oposición  a  la  literatura.  Yo 
no  sé  si  es  mejor  la  política  o  la  literatura ;  pero  sí 
sé  que  la  mejor  parte  de  la  política  es  la  literatura 
— buena  literatura,  claro  está — .  Poesía  también  es 
política,  siempre  que  no  sea  la  poesía  de  los  poetas 
líricos,  de  esos  poetas  que  dicen  todas  esas  cosas  cu- 
riosas en  doble  actividad,  no  tan  doble  como  parece. 

Recuerdo  algo  que  voy  a  referir  hoy  y  que  no  todos 
conoceréis.  Cánovas  del  Castillo  fué  en  sus  comien- 
zos literato,  novelista,  hasta  poeta.  Cuando  era  el  que 
llamaban  "el  Monstruo",  una  especie  de  amo  de  Es- 
paña, en  1883,  escribió  la  biografía  de  un  pariente 
suyo,  don  Serafín  Estébanez  Calderón,  "el  Solitario", 
del  que  decía  que  era  "la  única  persona  de  este  mundo 
a  quien  he  pedido  auxilio  y  protección".  Como  en 
aquel  entonces  el  gran  maldiciente  don  Bartolomé 
José  Gallardo  tuviera  un  pleito  con  Cánovas  del  Cas- 
tillo, dijo  que  "era  un  escritor  alto,  que  llevaba  ca- 
mino de  ser  otro  el'',  refiriéndose  a  "el  Solitario". 
Cánovas,  luego,  comentando  esto,  decía: 

"No  sabría  yo  hoy  mismo  cómo  pagarle  su  preten- 
dido agravio.  Acaso  si  se  hubiera  cumplido,  harto  más 
satisfecho  estaría  yo  de  mí  mismo."  Y  él,  que  decía 
de  Alfonso  XIII  "mi  Rey,  y  digo  mío  porque  yo  lo 
he  hecho",  declaraba  con  estas  palabras  que  hubiera 
dado  todo  por  ser  otro  Estébanez. 


1040 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


Esto  hoy  se  revive.  Y  es  verdad  que  hace  falta 
quien  gobierne.  Gobernar,  en  el  sentido  recto,  di- 
recto, dirigir  una  nave.  La  nave  es  el  Estado,  em- 
pleada en  metáfora,  naturalmente.  Y  aunque  alguna 
vez  la  metáfora  sea  muy  amplia.  Todos  conoceréis 
la  de  aquel  orador  francés  que  decía :  "La  nave  del 
Estado  navega  sobre  un  volcán."  Pero  gobernar  es 
dirigir  el  timón  o  gobernalle  de  una  nave.  Para  que 
la  nave  se  mueva  hay  que  hinchar  sus  velas  so- 
plando con  la  palabra.  Más  que  al  timonel  es  al  hom- 
bre de  palabra,  poeta  o  profeta  de  respiración,  no  de 
inspiración,  al  que  corresponde  el  gobierno  de  la  nave. 
Gobernar  con  palabras.  Homero  gobernaba  con  pala- 
bras. Con  palabras  gobernaba  Dante,  el  más  grande 
forjador  de  la  unidad  italiana,  en  un  poema,  en  un 
tratado  de  teología,  en  otro  de  política,  de  política 
tan  profunda  como  la  de  la  Monarquía. 

La  labor  de  Víctor  Hugo  fué  la  que  más  contri- 
buyó a  derribar  el  segundo  Imperio.  Como  las  pala- 
bras de  Carducci,  el  poeta  civil  de  Italia  — porque  si 
no  es  civil  no  es  poeta — .  Es  que  con  la  palabra  se 
hace  y  crea  actualmente ;  ¡  como  que  la  palabra  es 
la  verdadera  acción ! 


"Creo  en  las  murallas  de  Jericó." 

Yo  me  acuerdo  de  que  cuando  en  la  frontera  lan- 
zaba voces,  que  eran  voces  ardientes,  voces  que  a 
veces  eran  un  apostrofe  a  la  mocedad  española  y 
otras  eran  en  verso,  un  conocido  político,  también 
en  la  emigración,  como  yo.  me  decía: 

— ¿  Cree  usted  que  con  esas  voces  conseguirá  algo  ? 
¿Cree  usted  en  la  leyenda  de  las  murallas  de  Jericó? 

Y  yo  le  respondí: 

— Creo  como  he  creído  en  las  murallas  de  Jericó, 
murallas  que  fueron  derribadas  con  palabras.  Como 


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lo  que  tengo  que  derribar  son  bambalinas,  basta  con 
el  soplo  de  la  respiración. 

Y  así  fué.  Y  las  bambalinas  se  vinieron  abajo.  Yo 
creo  que  aquellas  hojas  con  palabras  encendidas  y 
alentadoras  que  yo  lanzaba  entonces  desde  el  otro 
lado  de  la  frontera  han  sacado  a  esta  mi  pobre  pa- 
tria entonces  de  su  situación. 

Tierra  y  lengua.  Lengua  en  el  más  amplio  sen- 
tido, j  Cuántas  veces  hay  que  unir  tierra  y  lengua,  ma- 
teria y  espíritu !  Yo,  que  vivo  hace  cuarenta  años  en 
tierras  de  Castilla  mirando  la  paramera,  viendo  la  sol- 
dadura del  cielo  y  de  la  tierra,  he  sentido  el  eco  del 
.Mío  Cid,  he  sentido  la  unión  del  cielo  y  la  tierra.  La 
tierra,  llena  de  cielo,  y  el  cielo,  henchido  de  tierra.  Y 
he  visto  los  atormentados  personajes  del  Greco  como 
hundidos  en  un  barranco  en  que  yo  los  veía  al  resplan- 
dor de  un  relámpago,  que  luego  Jehová  detuvo  un  mo- 
mento para  fijarlo  en  el  tiempo.  Y  al  lado  del  Carrión, 
el  río  de  Alonso  de  Berruguete  y  de  Jorge  Manrique, 
he  oído  sus  cosas  : 

h^ticstras  7'idas  son  los  ríos 
que  va»  a  dar  en  la  mar. 

Por  esas  aguas  van  las  sales  de  los  huesos  de  los 
que  allí  descansan ;  van  al  mar,  acaso  camino  de 
América,  adonde  fueron  sus  antepasados.  Permitid- 
me también  que  recuerde,  ya  que  estamos  en  una 
fiesta  de  versos,  otros  versos,  no  míos,  sino  del  so- 
neto de  García  Tassara,  en  el  que  dice  que 

Para  vos  tornará  la  primavera, 

mas  mi  invierno,   ¡ay  de  mi!,  será  ya  eterno. 

¡  No !  El  invierno  no  es  eterno.  Cuando  se  ha  vi- 
vido, la  primavera  es  la  eterna.  Durará  lo  que  nues- 
tra vida  y  después  de  nuestra  muerte. 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


"Todo  y  nada",  "siempre  y  nunca",  "sí  y  no". 

Los  poetas  del  cielo  soñaron  frutos  del  trabajo, 
flor  del  juego  en  el  más  alto  sentido  de  la  vida.  El 
Hacedor  hizo  la  tierra  jugando,  y  sigue  jugando  con 
nosotros.  ¡  Qué  le  vamos  a  hacer,  si  es  cosa  de  jue- 
go!  Carducci  dijo:  "Mejor  es  trabajando  olvidar, 
sin  indagarlo  este  oscuro  misterio  del  universo".  Pero 
no  puede  ser;  cuando  se  trabaja,  se  indaga.  Muchas 
veces  nos  lanzamos  a  acciones  para  acallar  voces  in- 
teriores, voces  llamando  al  último  fin,  que  no  es  otro 
que  la  contemplación,  y  entonces  piensa  uno  en  esas 
palabras  que  llegan  a  extrañarnos  por  terribles : 
"Todo  y  nada",  "Siempre  y  nunca".  Yo  pienso  tam-- 
bién  en  estas  dos  palabras,  que  son,  como  aquellas,  te- 
rribles y  extrañas:  "Sí  y  no". 

Ahora,  dejadme  que  en  esta  devoción  mía  yo  os 
diga  que  lo  más  hondo  que  puede  hacer  la  tierra  y 
la  lengua,  carne  y  espíritu,  es  hacer  patria.  Lo  mis- 
mo que  el  arado  penetra  en  las  entrañas  de  la  tie- 
rra, remozándola,  para  sacarla  su  fruto,  así  nos- 
otros debemos  también  remozar  nuestra  lengua,  la 
lengua  madre,  para  tener  también  en  ella  una  hija 
nuestra.  Esto  lo  sabéis  aquí  pueblo  de  huertanos  tra- 
bajadores, con  sed  de  agua  y  de  otras  comodidades. 
Después  de  todo,  la  flor  es  con  nosotros.  La  tierra 
ha  tenido  que  nacer,  tierra  hija  y  lengua  hija  y  ma- 
dre. Hija  o  madre,  es  igual. 

"Una  mujer  es  siempre  madre, 
aunque  muera  virgen." 

Solía  ser  costumbre  en  estos  actos  dedicar  unas 
palabras  a  las  mujeres.  No  me  gusta  declamarlas,  se- 
ñores. Lo  mejor  que  se  puede  llamar  a  un  hombre 
es  hombre.  Pues  a  una  mujer,  mujer.  Estas  palabras 
eran  una  especie  de  flores  por  las  que  quedaban  su- 


OBRAS  COMPLETAS 


1043 


jetas  a  un  estado  de  inferioridad,  y  se  dejaban  las 
cosas  serias  para  los  hombres.  Hoy,  que  ya  se  les  ha 
concedido  el  voto,  ya  se  les  ha  concedido  todo.  Están 
en  las  mismas  condiciones  que  nosotros,  tienen  las 
mismas  características. 

¿  Cómo  voy  a  ignorar  que  lo  que  más  puede  dis- 
tinguir a  vosotras  de  nosotros  es  la  maternidad  ?  Toda 
mujer  tiene  algo  de  madre  desde  su  nacimiento.  Es 
siempre  madre,  aunque  muera  virgen.  Sucede  en  to- 
das partes,  y  acaso  más  que  en  ninguna  en  España, 
donde  tan  honda  y  entrañada  está  la  maternidad,  que 
hasta  esas  mozas  sin  familia,  de  esas  pestañas  lar- 
gas, pestañas  uñas  de  sus  ojos,  con  las  que  a  veces 
cogen  un  mosquito  y  lo  devoran,  tienen  el  sentido 
del  pudor  maternal.  Lengua,  madre  o  hija. 

Lo  mismo  que  los  que  trabajáis  la  tierra,  deteneos 
los  que  trabajáis  la  lengua. 

Yo,  que  muchas  veces  he  pensado,  he  creído  en  los 
sentimientos  de  la  mujer.  Creo  que  ha  de  ser  un  mo- 
mento de  una  gran  dulzura,  cuando  se  llegue  al  fin 
de  nuestra  carrera,  poder  cerrar  los  ojos  en  el  rega- 
zo de  una  hija  que  sea  a  la  vez  nuestra  madre,  y 
sonreír  desde  allí  a  la  vida  que  pasa.  ¡  Que  nos  ayu- 
déis, que  seáis  verdaderas  madres  de  la  patria !  Así 
lo  espero.  Creo  que  contribuiréis  a  hacer  con  nosotros 
esta  España  que  nace.  Creo  en  esta  primavera  en  flor. 
Primavera  mejor  que  cuando  llega  el  fruto.  Espiri- 
tualmente,  la  flor. 

"Cuantos  más  años  contamos,  más  jóvenes 
somos  para  el  paso  de  los  siglos." 

Por  eso  yo,  que  me  burlaba  de  los  Juegos  Florales, 
a  los  que  llamaba  frutales  o  fructíferos,  he  venido 
aquí  a  decir  que  quizá  no  estaba  en  lo  cierto.  He 
vuelto  a  mi  oficio  de  antaño,  que  tiene  de  poético,  de 
divagatorio  y  de  político,  haciendo  a  mi  manera  po- 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


lítica,  que  la  política  requiere  algo  de  poético.  Yo 
no  sé  si  las  palabras  que  he  leído  de  Cánovas  me  las 
tendréis  que  aplicar  alguna  vez  a  mí  mismo.  Creo 
que  no.  Creo  que  he  logrado  mis  más  íntimas  apeten- 
cias. En  esto  se  engaña  también  la  gente.  Hay  quien 
cree  de  hombres  que  tienen  apetencias  de  poder,  y 
ellos  lo  que  desean  es  ser  maestros  del  bien  decir.  No 
está  en  mandar,  en  "su"  mandar,  por  espíritu  de  pa- 
labra; que  su  palabra  siga  resonando  después  que  su 
boca  se  cierre  y  su  lengua  se  pegue  al  paladar.  ¡  Aun- 
que cualquiera  conoce  los  repliegues  del  corazón  de 
un  hombre  público ! 

Yo  espero  volver  otra  vez  a  esta  ciudad,  que  más 
que  ciudad  es  una  gran  alquería,  a  la  que  el  mayor 
encanto  que  le  encuentro  es  que  sus  principales  mo- 
numentos sean  los  montones  de  las  verduras  de  su 
huerta ;  acaso  venga  a  agitar  otros  sentimientos  y 
pensamientos ;  pero  por  hoy  tengo  que  volver  al  pun- 
to de  partida,  al  fruto  del  trabajo,  a  la  flor  del  juego. 
Vuelvo  después  de  este  silencio  a  la  antigua  vida. 
Los  años  no  cuentan ;  cuentan  los  siglos  de  tradición 
que  llevamos  en  el  espíritu.  Cuantos  más  años  con- 
tamos, más  jóvenes  somos  para  el  paso  de  los  siglos. 
Ahora  yo,  más  que  nunca,  veo  y  siento  la  niñez  de 
España.  No  es  lo  primavera,  sino  algo  más  pueril  y 
primitivo.  A  vosotras,  mujeres,  que  de  estas  cosas 
tenéis  un  sentido  más  íntimo,  os  pido  que  cojáis  a 
España,  a  la  República  que  ahora  está  en  su  infancia, 
y  hagáis  de  ella  vuestra  hija,  para  que  luego,  cuando 
la  sintáis  como  madre,  nos  reciba  también  como  hija, 
sobre  cuyo  seno  podamos  reclinar  la  cabeza,  sonrien- 
do a  la  vida  que  pasa. 


(Texto  publicado  en  El  Sol.  Madrid.  29-1H-1932.) 


DISCURSO  PRONUNCIADO  EN  LA  UNIVER- 
SIDAD DE  SALAMANCA,  EN  UN  ACTO  CON- 
MEMORATIVO DEL  PRIMER  ANIVERSARIO 
DE  LA  REPUBLICA.  ORGANIZADO  POR  LOS 
ESTUDIANTES  EL  DIA  14  DE  ABRIL  DE  1932 


Señoras  y  señores,  estudiantes  de  España:  AI  ve- 
nir a  conmemorar  el  primer  aniversario  del  adveni- 
miento de  la  República  en  España  en  esta  santa  casa 
(no  hay  santidad  como  la  del  estudio  y  de  la  investi- 
gación científica) ;  al  venir  a  esta  Universidad,  en 
esta  Escuela  salmantina,  me  conviene  hacer  un  bre- 
vísimo, muy  breve  examen  de  conciencia;  una  breve, 
brevísima  revista  histórica. 

Fué  en  1891  — pronto  hará  cuarenta  y  dos  años— 
cuando  llegué  a  esta  Universidad  salmantina.  La  en- 
contré, como  la  ciudad  toda,  hondamente  perturbada 
por  luchas  de  carácter  político ;  político  y  hasta  cier- 
to punto  profesional.  Acababa  de  morir  un  prestigio- 
so profesor  de  esta  casa,  a 'quien  no  pude  conocer; 
y  acababa  de  morir  fuera  del  seno  de  la  Iglesia  cató- 
lica, en  que  había  nacido  y  vivido,  lo  cual  dió  lugar 
a  ciertas  modificaciones  en  su  entierro,  que  no  fué 
acompañado  por  todo  lo  que  ordinariamente  ha  acom- 
pañado aquí  a  los  profesores  de  esta  Escuela.  Y  trajo 
esto  una  profunda  división,  una  lucha,  no  ya  entre  los 
maestros  y  alumnos,  sino  que  se  exttndió  a  toda  la 
ciudad.  Cuando  yo  llegué,  tomé  parte  en  aquella  lucha 
política,  que  vivían  entonces  profundamente  las  ma- 
sas escolares,  los  ciudadanos  todos  de  Salamanca. 

Naturalmente  que  esto  no  tenía  repercusión  en  las 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


calles.  Todos  pueden  decir  que  ninguno  de  nosotros, 
absolutamente  ninguno,  aprovechamos  jamás  la  cá- 
tedra, santidad  que  todos  respetábamos,  para  propa- 
gandas de  cierta  clase.  Por  aquí  han  pasado  toda  cla- 
se de  gentes :  sacerdotes,  regulares,  hasta  algún  obispo 
he  tenido  en  mi  clase.  Jamás  nadie  podrá  decir  que 
dentro  de  la  clase  se  hicieron  propagandas  de  ninguna 
índole. 

Como  os  digo,  vine  en  época  en  que  estaba  honda- 
mente conmovida  la  ciudad.  Y  tomé  parte  en  la  lu- 
cha; no  sólo  en  aquella  lucha,  sino  que,  a  poco  de 
llegar,  me  incorporaron  al  movimiento  obrero.  Y 
vosotros  sabéis  que  tanto  como  esta  casa  y  mi  cátedra 
ha  sido  una  de  mis  tribunas  la  Casa  del  Pueblo,  ins- 
talada en  el  Arco  de  la  Lapa,  y  en  ella  yo  he  ido 
dejando  grandes  pedazos  de  mi  alma.  También  sabéis 
que  si  alguna  vez  llegaron  a  ocupar  esta  tribuna  ele- 
mentos obreros,  fué  en  mis  tiempos  para  que  se  oye- 
ra su  voz,  que  nos  aleccionara,  porque  ellos  saben  de 
otras  lecciones  que  nosotros  ignoramos. 

Vino  luego  aquella  época  de  hondo  recuerdo  en  que 
fui  elevado  al  Rectorado  de  esta  Universidad.  Tam- 
bién entonces  empezaron  las  luchas,  y  por  cierto  me 
encontré  con  que  regía  la  diócesis  un  obispo,  con  el 
que  me  enfrenté  en  las  luchas  algunas  veces.  Nos 
arreglábamos  bastante  bien.  Y  eso  que  no  dejaba  de 
haber  ciertas  gestiones  para  ver  si  me  podía  apar- 
tar de  este  puesto,  no  por  otra  causa  que  la  de  mi 
herejía.  Sin  embargo,  hay  que  decir  que,  gracias  a 
la  prudencia  o  a  la  sagacidad  de  doña  María  Cristina 
de  Habsburgo  y  Lorena,  no  llegó  a  haber  más  cues- 
tiones personales.  Entonces,  en  todo  el  tiempo  que  yo 
estuve  rigiendo  esta  Universidad,  había  una  gran 
neutralidad  oficial.  Cada  cual  acudía  a  los  actos  con- 
forme a  sus  convicciones.  Yo  no  acudía  a  ninguno  de 
ellos.  Y  ved  que  cuando  llegué  había  una  lucha  por 
sí  el  enterramiento  de  aquel  ilustre  profesor  iba  a 


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1047 


cumplir  o  no  el  rito.  Siendo  yo  rector,  fallecieron 
fuera  del  seno  de  la  Iglesia  dos  doctores  de  esta  casa. 
El  Claustro  de  esta  Universidad  asistió  a  dos  entie- 
rros civiles. 

Continuaba  la  lucha,  y  continuaba  yo  fuera  de  aquí, 
prosiguiendo  la  batalla  que  habíamos  comenzado, 
cuando  vino  aquel  hombre  a  quien  quiero  recordar, 
y  a  cuyo  lado  me  senté  alguna  vez  en  este  mismo 
sitio,  cuando  pronunciaba  algún  discurso  que  redacté 
yo.  Vino  después  el  pleito  de  las  responsabilidades. 
La  diferencia  fundamental  entre  un  régimen  monár- 
quico y  un  régimen  republicano  es  que  la  soberanía 
sea  o  no  sea  responsable.  Y  yo  oí  de  labios  de  aquel 
a  quien  me  he  referido  que  estaba  dispuesto  a  renun- 
ciar a  todo  y  hacerse  responsable.  Era  un  pleito  de 
responsabilidades.  Para  defender  la  irresponsabilidad, 
la  trágica  irresponsabilidad,  vino  la  Dictadura.  No 
bien  se  estableció  en  nuestra  Patria,  me  encontraba  yo 
en  una  ciudad  castellana,  en  Falencia,  y  cuando  casi 
todo  el  mundo,  de  un  lado  y  de  otro,  la  recibía  con 
cierto  regocijo,  el  mismo  día  me  alcé  contra  ella.  Me 
bastó  ver  aquel  manifiesto  en  que  se  hablaba  de  orden 
y  de  castas.  Castas,  no.  Un  pueblo  libre  no  puede 
estar  sometido  al  dominio  o  la  dirección  de  una  casta 
cualquiera  o  de  una  clase  social,  económica  o  pro- 
fesional. Castas,  nunca.  Me  levanté  y  empecé  una  lu- 
cha contra  la  Dictadura,  que  pretendía  guardar  la 
responsabilidad  del  Monarca;  que  en  realidad,  trataba 
de  establecer  su  propia  irresponsabilidad. 

Y  vino  aquel  día,  para  mí  inolvidable,  en  que  salí 
de  esta  ciudad,  a  consecuencia  de  uno  de  aquellos  es- 
critos, en  que  procuraba  levantar  el  ánimo  de  los  ciu- 
dadanos españoles,  y  sobre  todo  de  la  juventud  es- 
pañola, en  la  que  esperaba  más  que  en  nadie,  porque 
sentía  dentro  de  mí  el  renacimiento,  el  renacimiento 
de  la  juventud,  ya  lejana.  Nunca  olvidaré  aquel  21 
de  febrero  de  1924,  cuando  fui  arrancado  de  mi  casa, 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


a  los  cincuenta  años  justos  del  día  en  que  también  en 
mi  hogar,  en  Bilbao,  caían  las  primeras  bombas  de  los 
carlistas.  Nunca  olvidaré  aquel  día...  Nevaba;  salía 
de  esta  ciudad,  de  esta  Universidad,  escoltado  por  el 
cariño  y  por  el  aplauso  de  los  estudiantes  de  Sala- 
manca, a  los  que  había  contribuido  a  formar  su  vida. 
Y  allí,  desde  el  destierro,  primero  en  aquella  bendita 
isla  de  Fuerteventura,  que  siempre  recordaré  con  gran 
emoción ;  después,  en  París ;  luego,  en  la  frontera, 
dando  vista  a  las  montañas  de  mi  nativa  tierra  vasca, 
y  más  tarde  aquí,  continué  esta  lucha,  continué  siem- 
pre esperando  en  vosotros,  esperando  siempre  aquel 
movimiento,  que  cayera  aquella  decoración.  Porque 
no  era  más  que  una  decoración. 

Bastó  la  voz  de  la  juventud  española  para  derribar 
completamente  aquella  decoración.  ¿  Quién  no  recuer- 
da las  luchas  estudiantiles  en  Madrid  y  en  toda  Es- 
paña ?  ;  Aquello  que  se  llamó  el  artículo  53,  en  que 
se  trataba  de  establecer,  no  la  libertad  de  la  enseñan- 
za, sino  un  privilegio? 

La  lucha  en  derredor  al  artículo  53,  en  que  se  for- 
mó la  división  entre  los  mal  llamados  estudiantes  ca- 
tólicos y  los  otros  (esto  de  los  estudiantes  católicos 
nació  en  tiempos  de  Silió,  cuando  se  trataba  de  la 
autonomía  universitaria,  entendida  de  un  modo  que 
acaso  hubiera  mantenido  la  verdadera  libertad  de  !<i 
Universidad  española) ;  aquella  lucha  tomó  algunas 
veces  caracteres  harto  violentos,  y  pasó  el  tiempo. 
Cayó  aquella  primera  Dictadura,  que  fué  sustituida 
por  otra,  más  blanda,  acaso  más  transigente.  No 
olvidaré  nunca  aquel  21  de  febrero  de  1924,  enlazado 
con  el  día  en  que  casi  por  la  misma  fecha  volvía  a 
entrar,  acompañado  por  el  latido  de  vuestros  corazo- 
nes y  vuestro  entusiasmo,  en  esta  ciudad,  en  esta 
santa  casa,  para  reintegrarme  a  mi  magisterio  de  la 
enseñanza.  Esta  casa,  en  la  que  se  habló  tanto  de 
tradición  —se  habla  muy  bien — ;  pero  la  tradición 


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1049 


de  esta  Universidad,  a  pesar  de  que  se  la  llamó,  por 
unos,  "fortaleza  de  la  ignorancia",  y  por  otros,  "uni- 
versidad fantasma",  la  tradición  de  esta  Universidad 
no  es  sino  de  lucha,  de  encuentro  de  opiniones. 

Aquí  fué  perseguido  por  la  Inquisición  fray  Luis 
de  León.  Aguí  hubo  enconadas  luchas  continuamente. 
Aquí  no  hubo  nunca  un  dominio  absoluto  de  ninguno 
de  los  bandos.  Aquí  — hay  que  decirlo —  no  se  con- 
siguió establecer  unificación.  Salió  de  aquí  un  Muñoz 
Torrero,  sacerdote,  que  fué  presidente  de  las  Cortes 
de  Cádiz  en  1812,  y  ésta  fué  siempre  una  cátedra, 
una  escuela  combatida  por  grandes  disensiones.  En 
la  antigua  capilla  de  la  Universidad,  las  pinturas  de 
cuyo  retablo  están  hoy  en  la  catedral  vieja,  vi  un 
cuadro  que  representa  a  Santa  Catalina,  y  está  toda 
ella  desgarrada  por  una  rueda  de  cuchillos  y  navajas. 
Así  es  la  vida  de  todo  lo  que  se  dedica  al  estudio  y  a 
la  investigación.  Así  es  la  lucha  de  todo  centro  donde 
hay  una  verdadera  vida  intelectual.  Hoy  también  hay 
una  lucha,  y  ahora  tengo  que  deciros  una  cosa,  que  es 
de  reconocimiento:  llevamos  un  año  de  régimen  re- 
publicano, y  aun  cuando  yo,  por  otros  deberes,  he 
estado  alejado  de  esta  casa  y  no  puedo  estar  aquí  con 
frecuencia  porque  estoy  difrutando  un  pequeño  en- 
chufe..., he  podido  enterarme  de  todo  lo  ocurrido  este 
año,  de  todo  cuanto  ha  pasado  en  este  primer  curso 
de  la  República. 

La  asiduidad,  la  regularidad,  la  asistencia  de  los 
estudiantes  ha  sido  ejemplar,  como  no  había  ocurrido 
nunca.  En  días  tradicionales,  en  que  por  retozos  de 
mocedad  se  iban  por  ahí  los  mozos,  a  jugar,  este  año 
se  ha  entrado  regularmente  en  clase. 

Y  aún  diré  más.  En  una  de  aquellas  alteraciones, 
tan  frecuentes  en  la  Facultad  de  Medicina,  una  vez 
un  poco  encolerizado,  me  revolví  contra  un  grupo  de 
estudiantes  y  les  dije  que  llevaban  zamarra  y  que  to- 
caban la  bandurria.  Y  casi  todos  ellos  eran  de  la 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


misma  región.  Pues  he  sabido  que  aquello  ha  des- 
aparecido hoy  y  que  de  aquella  región  son  los  que 
más  se  han  distinguido  por  su  amor  a  la  Universidad. 

Y  ahora  quiero  recordar  también  unas  palabras  que 
pronuncié  aquí  el  primer  dia  de  este  curso  y  que  tu- 
vieron una  cierta  repercusión  en  toda  España,  y  aun 
fuera  de  ella,  sobre  todo  en  los  oídos  de  cierto  se- 
ñor, al  que  me  consta  que  le  hicieron  impresión.  Aquí 
cuando  se  abrió  este  curso,  hablé  en  nombre  de  "Su 
Majestad  España",  y  como  las  gentes  se  apegan  a 
ciertas  palabras  nada  más  que  por  el  valor  tradicio- 
nal que  tienen,  no  entendieron  bien  lo  que  yo  quería 
decir  con  "Majestad".  Saben  los  que  tienen  algún 
conocimiento  de  Humanidades,  que  "majestad"  es 
"mayestad",  es  "mayoridad" ;  es  decir,  lo  que  está 
por  encima  de  todo  y  corresponde  a  la  soberanía.  Y 
al  decir  "Su  Majestad  España",  quería  decir  que  no 
hay  más  soberanía  que  la  de  España,  que  la  del  pue- 
blo español.  Es  lo  que  se  llama  la  soberanía  popu- 
lar, por  la  cual  todos,  en  cuanto  tengamos  conciencia 
de  ciudadanía  y  de  españolidad,  todos  seremos  sobe- 
ranos. 

Decía  Cristo :  "El  reino  de  Dios  está  en  vosotros." 
Y  yo  os  digo  que  la  República  de  España  está  en  vos- 
otros. No  está  fuera  de  nosotros,  ni  está  sobre  nos- 
otros, sino  que  está  en  nosotros. 

Pero  esta  soberanía  del  pueblo  español,  esta  sobe- 
ranía que  ha  recobrado  España,  no  es  irresponsable. 
Ninguno  de  nosotros  somos  irresponsables,  y  pesa 
sobre  todos  una  responsabilidad  muy  grande.  La  so- 
beranía es  responsabilidad  y  es  disciplina.  Disciplina 
— vosotros  lo  sabéis —  viene  de  "aprender".  Enseñan- 
do se  aprende...  ¡ah!,  ¡naturalmente!,  y  aprendiendo 
se  enseña.  Yo  he  enseñado  aquí  a  generaciones  de 
muchachos  de  esta  nuestra  España.  Pero  ellos  me 
han  enseñado  a  enseñarles,  me  han  enseñado  a  apren- 
der. 


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1051 


Yo,  pues,  que  he  aprendido  con  vosotros  a  enseñar, 
os  dig-Q  que  tenemos  en  nuestras  manos  a  España,  y 
no  podemos  entrecrarla  a  una  Dictadura  irresponsa- 
ble, o  a  una  oligarquía,  o  a  unas  castas,  o  a  una  cla- 
se, o  a  un  partido.  No ;  tenemos  que  hacer  que  se  sal-i 
ve.  No  salvándonos  nosotros,  sino  salvando  a  los  de- 
más. Todos  somos  corresponsables.  Todos  tenemos  la 
responsabilidad  del  momento.  Espero,  pues,  que  de 
esta  santa  casa  salga,  merced  al  régimen  republica- 
no, la  conciencia  de  la  responsabilidad  de  España 
ante  la  Historia.  A  nuestra  España  le  queda  todavía 
una  labor  que  hacer.  Vosotros,  cultivando  el  estudio 
y  la  ciencia,  haréis  que  se  ensalce  su  prestigio.  Yo 
espero  que  la  responsabilidad,  la  disciplina,  que  co- 
rresponden a  nuestro  deber,  hagan  que  España  cum- 
pla su  misión  de  difundir  la  libertad,  la  justicia,  la 
hermandad  y  la  fe  por  el  mundo  entero. 

Y  ahora,  refrescados  por  esta  fiesta,  volved  al  tra- 
bajo. Trabajar  es  orar.  El  que  da  con  el  mazo  ruega 
a  Dios.  Y  Dios  le  oye.  Asentemos  una  República  de 
hombres  libres,  responsables  y  disciplinados,  y  como 
decía  Cristo,  hágase  la  luz,  para  que  podamos  enca- 
minar al  fin  a  esta  España  por  un  camino  de  gloria. 


(Texto  aparecido  en  El  Sol,  Madrid.  15-IV-1932.) 


PALABRAS  EN  LA  SESION  DE  CLAUSURA 
DE  LA  SEMANA  DE  LA  HISTORIA  DEL  DE- 
RECHO ESPAÑOL  EN  LA  UNIVERSIDAD  DE 
SALAMANCA  EL  DIA  3  DE  MAYO  DE  1932 


No  más  de  cuatro  palabras,  señoras  y  señores,  para 
dar  a  los  congresistas,  a  la  vez  que  unas  palabras 
de  bienvenida,  otras  de  despedida  al  terminar  sus 
trabajos.  Unas  palabras  que  tienen,  naturalmente,  que 
ser  una  improvisación. 

Los  españoles  hemos  sido  siempre  improvisadores, 
improvisando  cosas  que  venimos  pensando  a  veces 
años  y  siglos ;  pero  cuando  llega  el  momento,  impro- 
visamos. Y  ahora  bien :  en  este  estado  actual  de  nues- 
tra Universidad,  la  Universidad  española,  en  que  es- 
tamos casi  todos  los  profesores  y  los  que  no  lo  son, 
nos  preocupamos  en  hacer  Historia,  no  en  escribirla 
ni  en  investigarla,  sino  en  hacerla.  Esto  de  investi- 
gar la  Historia  es  también  un  modo  de  hacerla,  y 
aquí  en  esta  vieja  Universidad,  donde  han  podido  ve- 
nir de  fuera  a  ver  en  esta  ciudad  un  paisaje,  y  el 
paisaje  es  una  cosa  humana,  y  los  que  conozcan  nues- 
tro lenguaje  conocerán  también  el  paisaje  de  nuestro 
espíritu.  Y  aqui  no  estamos  bajo  la  pesadumbre  de 
los  siglos,  sino  sobre  ellos,  que  lo  mismo  que  esta,  tie- 
rra está  a  más  de  800  metros  sobre  el  nivel  del  mar, 
nos  encontramos  aquí  a  más  de  ocho  siglos  de  la  His- 
toria. Yo  soy,  afortunada  o  desgraciadamente,  un  lego 
en  Derecho,  completamente  un  lego.  No  así  en  Histo- 
ria, porque  harto  papel  me  tocó  en  la  Historia  ac- 
tual de  España,  en  la  que  estamos  haciendo.  Cuando 


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se  habla  y  oigo  hablar  de  eso  que  llaman  la  concep- 
ción materialista  de  la  Historia,  que  yo  llamaría  la 
concepción  naturalista  de  la  Historia,  he  pensado  que 
si  yo  tuviera  tiempo  escribiría  algo  sobre  la  concep- 
ción histórica  de  la  materia.  Cuando  se  habla  de  esto, 
no  he  podido  nunca  comprender  la  naturaleza  ni  el 
sentido  material  fuera  de  la  Historia,  fuera  del  espí- 
1  itu  humano.  Y  cuando  me  he  encontrado  con  esas 
gentes  que  se  dedican  a  una  cosa  que  se  llama  dere- 
cho natural  — yo  no  sé  qué  es  derecho  natural — ,  les 
he  dicho  que  no  es  más  que  la  historia  crítica  de  las 
opiniones  o  teorías  sobre  la  historia  del  Derecho 
positivo.  Y  ahora  yo  quiero  que  lleven  los  que  aquí 
han  venido  una  idea  de  esa  España  que  está  reha- 
ciéndose y  rehaciendo  su  derecho,  pero  sobre  la  base 
del  que  ha  vivido.  Y  a  mí  me  cabe  alguna  parte, 
pobre  de  mí,  en  este  renacimiento.  He  intervenido 
como  legislador  en  fraguar  una  Constitución  nueva, 
y  algunas  veces  también  he  intervenido  como  autor 
de  hojas  volanderas  en  los  comentarios  históricos  so- 
bre esa  Constitución,  y  creo  que  cuando  lleguen  días 
futuros,  los  que  la  hemos  hecho  nos  quedaremos  por 
bajo  de  los  que  hicieron  las  antiguas,  muchos  de  los 
cuales  salieron  de  aquí  mismo. 

Uno  de  los  presidentes  de  las  Cortes  de  Cádiz  fué 
rector  de  esta  Universidad.  Y  ahora  yo,  aquí,  no  voy 
a  hacer  referencia  a  la  enseñanza  del  Derecho  en  la 
Universidad,  ni  he  de  repetir,  como  ya  se  ha  dicho, 
que  las  preocupaciones  de  los  estudiantes  son  de  un 
orden  práctico ;  pero  no  creo  en  nada  más  práctico 
que  la  Historia.  Dejó  a  un  lado,  naturalmente,  cier- 
tas cosas  de  los  estudiantes,  que  son.  por  ejemplo, 
una  especie  de  Sindicato  de  Estudiantes,  preparados 
para  el  atraco  del  aprobado.  Dejo  aparte  esto,  pues 
es  indudable  que  no  se  puede  enseñar  esa  Historia 
del  Derecho  como  una  cosa  pasada.  La  Historia  es 
una  cosa  de  cada  momento,  es  un  valor  de  eternidad, 


1054 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


no  de  temporalidad.  Cuántas  veces  me  han  dicho: 
"¿  Usted  cree  que  existió  Cristo  ?"  La  cuestión  no 
es  si  existió,  sino  si  existe.  La  cuestión,  por  ejem- 
plo, en  una  institución  o  corporación,  no  es  si  exis- 
tió, sino  si  existe  o  vive,  cuando  cada  vez  la  estamos 
interpretando  y  dando  una  nueva  forma.  Dispensad- 
me que  un  lego  en  Derecho,  al  que  ha  tocado  el 
grave  problema  de  ser  legislador  de  la  nueva  España, 
olvide  estas  cosas.  La  preocupación  de  la  Historia 
ha  sido  mi  mayor  preocupación.  El  hombre  no  vive 
más  que  en  la  Historia  y  por  la  Historia.  Acaso  la 
Historia  no  es  más  que  el  pensamiento  de  Dios  en 
la  tierra  de  los  hombres.  Y  ahora,  sean  bienvenidos 
y  vayan  con  Dios,  y  lleven  de  esta  España  nuestra 
idea  que  nos  permita  seguir  trabajando  por  el  bien 
de  toda  la  civilidad,  de  toda  la  justicia  y  de  toda  la 
libertad. 


(Texto  publicado  en  El  Sol,  Madrid,  4-V-19S2.) 


DISCURSO  EN  LAS  CORTES  DE  LA  REPU- 
BLICA EL  DIA  23  DE  JUNIO  DE  1932 


El  Estatuto  cataláx. 

Muy  bien,  señores  diputados ;  como  sé  muy  poco  de 
reglamento,  que  no  lo  he  leído  ni  una  sola  vez,  en  toda 
esta  discusión  o  pequeña  refriega  que  ha  habido  aquí 
sobre  si  se  presentó  una  enmienda  a  tiempo  o  no  se 
presentó  a  tiempo,  si  fué  antes  o  fué  después  de  otra, 
yo  no  entro  ni  salgo:  lo  único  que  quiero  hacer  es, 
en  apoyo  de  lo  que  he  de  decir,  leer  aquella  enmienda 
y  explicar  luego  cuáles  fueron  las  razones  que  nos  hi- 
cieron reformarla. 

La  enmienda,  que  no  pudo  ser  aceptada,  según  pa- 
rece, porque  se  presentó  después  que  ya  se  estaba  dis- 
cutiendo el  artículo,  la  firmaban  conmigo  los  señores 
Maura,  Azcárate,  Santa  Cruz,  Sánchez  Román,  Val- 
decasas,  Giner  de  los  Ríos  y  Sacristán.  No  fui  yo 
quien  la  redactó;  fué  uno  de  estos  señores.  La  en- 
mienda dice  así:  "Los  diputados  que  suscriben  tienen 
el  honor  de  proponer  la  siguiente  enmienda  al  artícu- 
lo 2.°  del  dictamen  sobre  el  Estatuto  de  Cataluña : 
Artículo  2°  El  idioma  catalán  es,  como  el  castella- 
no, lengua  oficial  de  Cataluña  para  las  relaciones  ofi- 
ciales de  Cataluña  con  el  resto  de  España,  así  como 
para  la  comunicación  de  las  autoridades  del  Estado 
con  las  de  Cataluña,  la  lengua  oficial  será  el  castella- 
no. Toda  disposición  o  resolución  oficial  dictada  por 
órganos  regionales  en  Cataluña  deberá  ser  publicada 
y  en  su  caso  notificada  en  ambos  idiomas.  Dentro  del 
territorio  catalán,  los  ciudadanos  tendrán  derecho  a 
elegir  el  idioma  oficial  que  prefieran  en  sus  relaciones 


1056 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


con  las  autoridades  y  funcionarios  de  la  Generalidad. 
De  los  documentos  públicos  autorizados  en  Cataluña 
se  expedirá  copia  en  catalán  a  instancia  de  parte." 

Digo  que  la  redacción  no  fué  mía  porque  estas  re- 
dacciones de  artículos  deben  ser  encomendadas  a  gen- 
te perita  en  jurisprudencia,  y  yo  no  es  que  no  sea 
abogado,  no  soy  ni  siquiera  licenciado  en  Derecho. 
Lo  único  que  yo  indiqué  fué  mi  deseo  de  oponerme 
a  una  parte  del  dictamen  de  la  Comisión,  que  es  la 
que  dice  así :  "Dentro  del  territorio  catalán,  los  ciu- 
dadanos, cualquiera  que  sea  su  lengua  materna,  ten- 
drán derecho  a  elegir  el  idioma  oficial  que  prefieran 
en  sus  relaciones  con  las  autoridades  y  funcionarios 
de  todas  clases,  tanto  de  la  Generalidad  como  de  la 
República."  Esto  implica  que  si  todos  los  ciudadanos 
tienen  derecho  a  elegir  el  idioma  oficial  que  prefieran 
en  sus  relaciones  con  las  autoridades  de  la  República, 
estas  autoridades  de  la  República  han  de  tener  la  obli- 
gación de  conocer  el  catalán.  Y  eso  no.  Que  les  con- 
venga es  otra  cosa,  es  una  cosa  completamente  distin- 
ta ;  pero  obligación,  de  ninguna  manera. 

Por  ejemplo :  aquí  se  ha  comentado  una  vez  el  caso 
de  un  gobernador  de  Cataluña  que  sabía  el  catalán 
porque  era  de  una  región  donde  se  hablaba,  y  al  di- 
rigírsele en  catalán  dijo:  "Eso  no  lo  entiendo  yo". 
Hizo  mal  en  decir  que  no  lo  entendía ;  pero  en  no 
admitirlo  hizo  bien ;  yo  habría  hecho  exactamente 
lo  mismo.  Como  funcionario  de  la  República,  del  Es- 
tado entonces,  yo  no  admito  que  se  me  dirijan  en 
catalán. 

Hay  que  tener  cuidado,  porque  se  habla  de  una  im- 
posición y  ahora  puede  venir  otra,  igualmente  inad- 
misible. Si  en  un  tiempo  hubo  aquello,  que  induda- 
blemente era  algo  más  que  grosero,  de  "Hable  us- 
ted en  cristiano",  ahora  puede  ser  a  la  inversa :  "¿  No 
sabe  usted  catalán?  Apréndalo,  y  si  no,  no  intente 
gobernar  aquí". 


OBRAS  COMPLETAS 


1057 


Hay  al^o  que  está  por  debajo  de  las  leyes,  y  a  mí 
lo  que  haya  en  el  fondo  en  el  orden  legislativo  no  me 
importa  grandemente.  Creo  saber  algo  de  la  forma  en 
que  van  los  idiomas  cuando  se  ponen  en  lucha  para 
fundirse;  porque  eso  de  las  asimilaciones  son  siempre 
mutuas :  no  hay  uno  que  asimila  al  otro ;  son  dos  que 
se  asimilan  el  uno  al  otro,  y  yo  tengo  mi  idea  de  lo 
que  haya  de  suceder.  Naturalmente  es  muy  lógico 
que  uno  que  vaya  a  vivir  en  Cataluña  intente  y  haga 
todos  sus  esfuerzos  para  poder  entenderse  en  la  len- 
gua de  allá,  entre  otras  cosas,  para  poder  penetrar 
mejor  en  el  espíritu  de  aquellos  con  quienes  tiene 
que  convivir;  pero  lo  que  no  se  puede  es  ponerle 
condiciones  de  que  tenga  que  hacerlo  por  obligación. 
Se  dice:  es  que  si  no  lo  hacen  son  inadaptables  o  in- 
adaptados. Perfectamente;  es  una  desgracia  que  un 
hombre  sea  inadaptado  o  inadaptable ;  pero  cuando 
hay  un  inadaptado  o  inadaptable,  hay  que  protegerle. 

Esto  no  ocurre  en  otras  partes.  Aquí  se  citaba,  por 
ejemplo,  el  caso  del  general  Joffre.  que  en  ima  oca- 
sión llegó  a  Cataluña  y  no  pudo  entenderse  con  no 
sé  qué  autoridad  que  no  sabía  francés,  y  como  él  era 
catalán  provenzal,  se  entendió  en  catalán.  Perfecta- 
mente ;  pero  ni  al  general  Joffre  ni  a  casi  ningún 
catalán  francés  ni  provenzal,  ni  paisano  mío  vasco,  se 
le  ocurrirá  jamás  en  Francia  pedir  que  su  lengua  sea 
oficial,  ni  siquiera  en  la  región  suya.  ¡  Ah !  Es  que 
Francia  — me  decía  cierto  día  uno —  es  una  Repú- 
blica monárquica.  Ya  entendí  bien,  claro  está,  lo  que 
quería  decir  esto  de  "monárquica",  y  en  ese  sentido 
también  lo  soy  yo ;  quería  decir  "unitaria".  Ahora  pa- 
rece que  se  trata  de  imponer  el  catalán,  y  a  mí  me| 
parecería  bien,  y  ojalá  trataran  de  catalanizar  a  toda 
España.  Aquí  se  hablaba  de  cuando  intentaron  esta 
obra  en  Galicia;  también  llegó  aquella  acción  a  Sala- 
manca, y  yo  dije  algunas  veces :  "¡  Ojalá,  ojalá  qui- 


UNAUUNO.  VII. 


34 


1058 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


sieran  ellos  dirigirnos !  Podría  ser  el  Piamonte  de 
España.'' 

Traigo  esto  a  relación  porque  un  publicista  catalán, 
que  es  de  los  que  más  influyen  en  su  pueblo,  al  hablar 
de  que  ellos  no  podían  ser  el  Piamonte,  decía  que 
el  Piamonte  se  puso  al  frente  de  la  unidad  italiana 
porque  no  había  cuestión  de  lenguas.  Estaba,  y  está, 
completamente  equivocado;  en  el  Piamonte  se  habla- 
ba, y  aún  sigue  hablándose,  como  vernácula,  una 
lengua  tan  distinta  de  la  toscana,  de  la  lengua  oficial 
italiana,  como  pueda  serlo  el  catalán  del  castellano. 
La  prueba  es  que  el  gran  poeta  piamontés  Alfieri  em- 
pezó hablando  francés;  luego,  en  su  casa,  con  los 
criados  y  la  gente  del  pueblo,  piamontés,  y  ya  muy 
tarde  aprendió  la  lengua  toscana.  Me  han  dicho  que 
ésta  es  una  lucha  de  abogados.  Perfectamente ;  supon- 
gamos que  son  luchas  de  abogados,  ¿es  que  se  puede 
hacer  nada  que  dificulte  o  imposibilite  el  ejercicio  de 
una  profesión  a  un  ciudadano  español,  castellano  o 
catalán?  Porque  puede  darse  el  caso,  por  absurdo  y 
monstruoso  que  parezca,  de  que  haya  un  catalán  que 
diga :  no  quiero  hablar  en  catalán.  ¿  Es  que  se  le  pue- 
de dificultar? 

Muchas  veces  debajo  de  esto  de  la  lengua  hay  un 
poco  de  lo  que  dice  la  Biblia  del  shibolet:  ¡Pronun- 
ciadlo bien  !  ¡  Cuidado !  Claro  que  no  es  que  se  quie- 
ra hacer  lo  mismo  que  se  hacía  con  los  quei  no  pro- 
nunciaban bien  el  shibolet,  que  era  quitarles  la  vida. 
Sabido  es  que  aquel  pueblo,  aunque  era  el  elegido  de 
Dios,  era  bastante  bárbaro,  y  aquí  no  llegamos  a  esa 
barbarie,  aunque  no  seamos  los  elegidos  de  Dios.  Pero 
¿es  que  eso  se  puede  dificultar  cuando  hay  dos  pue- 
blos, y  el  uno  admite,  no  como  imposición  ■ — eso  no 
lo  creo — ,  sino  libremente,  por  estimar  que  le  conviene, 
la  obligación  de  conocer  el  castellano?  Como  todos 
conocen  el  castellano,  es  natural.  Pero  ahora  viene  la 


OBRAS  COMPLETAS 


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segunda  parte:  ¿Obligación?  Para  nadie,  ni  allí,  de 
conocer  el  catalán.  Conveniencia,  es  otra  cosa. 

Claro  es  que  se  dirá :  hay  un  número  de  gentes 
que  todavía  no  saben  bien  el  castellano.  En  efecto, 
habrá  bastantes.  Hace  poco  me  decía  un  catalán  — y 
tenía  razón — :  "¡Hombre,  en  tantos  siglos,  los  maes- 
tros castellanos  no  han  sabido  enseñar  el  castellano 
en  Cataluña!"  Y  yo  decía:  "¿Cómo?  ¡  Xi  en  Cas- 
tilla!" ¡No  parece  sino  que  los  chiquillos  de  Casti- 
lla saben  el  castellano  porque  se  lo  han  enseñado  los 
maestros !  Lo  saben  por  otros  cauces,  y  algunas  ve- 
ces, a  pesar  de  los  maestros.  ;  Es  una  lucha  de  abo- 
gados ?  Yo  lo  único  que  digo  es  que  me  parece  in- 
admisible que  se  imponga  una  cosa  cualquiera  por 
fuerza,  como  eso  que  dice  el  artículo  de  "tanto  de  la 
Generalidad  como  de  la  República"  ;  es  decir,  que  el 
funcionario  de  la  República  tenga  que  verse  obligado 
a  entender  el  catalán.  Ahora  se  habla  de  cordialidad, 
se  habla  de  cortesía ;  pero  eso,  por  lo  visto,  no  reza 
con  esto  de  las  lenguas.  Que  el  que  viva  en  Catalu- 
ña aprenda  el  catalán,  a  mí  me  parece  bien.  Si  yo 
viviera  allí,  y  no  lo  supiera,  lo  aprendería.  ¡  Natural- 
mente !  No  he  vivido  en  Cataluña,  y  sin  vivir  en  Ca- 
taluña, me  he  interesado  en  aprender  catalán;  y  es 
porque  sacaba  en  ello  una  gran  ventaja  y  un  enri- 
quecimiento del  espíritu ;  porque  había  escritores  ca- 
talanes que  a  mí  me  decían  cosas  que  me  interesa- 
ban, me  convenían  y  hasta  me  recreaban,  y  era  natu- 
ral que  lo  aprendiera.  Pero  imposición  obligatoria, 
no.  Por  eso  si  se  me  dice:  ¿Qué  haría  usted  para  de- 
i\  líder  el  castellano  en  Cataluña  ?,  yo  diría  :  Aparte  de 
i|ue  no  necesita  defensa,  ¿qué  haría  yo  para  defender 
el  castellano  en  Cataluña?  No  votar  cosas  de  éstas, 
porque  yo  no  hago  mucho  caso  de  esto.  Es  como  lo 
de  la  Constitución:  ya  he  dicho  alguna  vez,  hablan- 
do de  la  Constitución,  que  me  parecía  una  cosa  de 
"papel",  y  nada  más.  Por  cierto,  que  hace  poco  me 


1060         MIGUEL  DE  UNAMUNO 


preguntaron  :  "¡  Pero,  hombre  !  ¿  Qué  ciempiés  es  ése 
que  hicieron  ustedes  ?"  Y  yo  dije  :  "No ;  cuatrocientos 
pies,  y  uno  el  que  yo  puse."  Pero,  ;  qué  he  hecho 
yo  para  defender  el  castellano  en  Cataluña  ?  Pues  una 
cosa  muy  sencilla:  decir  en  castellano  cosas  que  in- 
teresa y  arusta  a  los  catalanes  conocerlas  dichas  en  cas- 
tellano. Es  la  única  forma  noble  y  clara  de  defender 
una  lengua.  Respecto  a  la  suerte  que  hayan  de  correr 
la  lengua  castellana  y  la  lengua  catalana  en  Cataluña, 
yo  tengo  mis  ideas,  que  no  son  del  caso,  porque  éstas 
no  son  cosas  de  legisladores,  sino  cosas  de  biología 
lingüistica.  Creo  saber  algo  de  esto,  y  sé  que  pueblo, 
lo  que  se  llama  pueblo,  el  campesino,  no  hay  ninguno 
verdaderamente  bilingüe;  y  cuando  a  un  pueblo  se 
le  hace  bilingüe,  acaba,  primero,  por  mezclar  las  dos 
lenguas,  después  por  combinarlas  hasta  fundirlas  en 
una. 

Pero  esto  no  es  cosa  que  tiene  que  ver  con  lo  que 
examinamos;  de  eso  se  ha  hablado  muchas  veces,  y 
si  yo  he  venido  hoy  a  decir  esto  es  pornue  me  creía 
obligado  con  una  parte  de  opinión  española  que  es- 
pontáneamente (porque  estoy  recibiendo  todos  los  días 
cartas  y  excitaciones)  me  ha  querido  hacer  su  vocero. 
No  son  los  que  me  votaron,  aun  cuando  sé  que  los 
que  me  votaron  son  también  de  esta  opinión ;  no  son 
los  que  me  votaron.  Yo  no  he  venido  aquí,  afortu- 
nadamente para  mí  y  afortunadamente  para  los  parti- 
dos, representando  a  partido  ninguno,  absolutamente 
ninguno;  por  consiguiente,  no  podría  hablar  en  nin- 
guna forma  de  nada  que  se  parezca  a  un  voto  impe- 
rativo, que  además  no  le  hay.  Pero  (y  esto  es  lo 
que  principalmente  me  interesa  decir)  cuando  yo  oía 
hablar  aquí  hace  poco  a  alguien,  explicando  el  voto 
de  que  venía  a  expresar  la  voluntad  de  los  que  le 
habían  votado,  no  es  bastante.  Alguien  podría  decir- 
me que  no  admite  el  voto  imperativo.  En  efecto,  a 
alguno,  cuya  enmienda  se  ha  admitido,  le  he  dicho 


OBRAS    CO  Ai  FLETAS 


1061 


yo  que  la  mayoría,  la  inmensa  mayoría  de  los  de  la 
provincia  por  donde  ha  salido  diputado,  está  en  con- 
tra de  lo  que  él  traía. 

¡  Que  no  están  enterados !  Eso  de  si  están  o  no 
enterados...  Cuando  aquí  se  dice,  se  ha  dicho  alguna 
vez,  que  había  que  dar  a  conocer  el  Estatuto  a  los 
que  están  en  contra,  yo  he  pensado  muchas  veces  que 
había  que  darlo  a  conocer  a  los  que  lo  han  votado, 
porque  un  Estatuto  no  se  vota  por  articulado:  se 
vota  por  una  tendencia,  pero  por  articulado  no. 

Y  es  lo  que  quería  decir,  porque  todo  lo  demás 
está  discutido.  Hay  una  cosa  que  es  mucho  más 
grave:  no  que  uno  venga  a  exponer  la  doctrina,  que 
no  parece  correcta,  del  voto  imperativo.  He  leido,  y 
después  me  han  confirmado,  que  en  una  conversación 
que  el  señor  presidente  del  Consejo  de  ministros  tuvo 
con  el  señor  Maura,  hablando  de  si  tendrían  tantos  o 
cuantos  votos  — los  que  sean,  yo  no  me  acuerdo — , 
hubo  de  decirle  el  señor  Maura :  ";  Está  usted  se- 
guro? Porque  yo  sé  que  algunos  faltarán".  ;  Se  lo 
han  dicho?  A  mí  me  han  dicho,  más  de  imo  de  los 
que  van  a  votar,  no  que  faltarán,  sino  que  van  a  vo- 
tar no  contra  lo  que  creen  que  es  la  voluntad  de  sus 
electores,  sino  contra  su  conciencia,  y  eso  es  indigno. 
No  hay  disciplina  de  partido  que  pueda  someter  de 
esa  manera  la  conciencia  de  un  ciudadano ;  esto  es 
verdaderamente  indigno.  Lo  he  dicho  alguna  vez ;  vo- 
tarán contra  su  conciencia,  que  no  es  contra  el  pare- 
cer de  sus  electores,  sino  contra  su  conciencia.  No 
me  han  convencido. 

¡Ah!,  pero  voy  más  lejos.  En  una  ocasión  recuer- 
do que  algunos  amigos  catalanes  se  quejaban,  con 
muclia  razón,  con  muchísima  razón,  de  que  se  les  qui- 
sieran conceder  las  cosas  así  como  por  limosna,  para 
quitarse  de  encima  un  pedigüeño  inoportuno.  En  efec- 
to, de  ese  modo  no  se  puede  aceptar;  pero  yo  les 
digo,  si  es  que  se  pueden  aceptar  los  votos  de  gentes 


1062 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


que  rinden  la  conciencia  ante  no  sé  qué  esperanzas  o 
qué  temores.  Conseguir  de  esa  manera  una  victoria  es 
alg-o  que  yo  no  aceptaría  nunca.  No  se  rinden  por  el 
convencimiento,  sino  por  mantener  una  cierta  disci- 
plina. Y  no  hablemos  de  eso  de  si  corre  o  no  corre 
peligro  la  República,  porque  eso  no  son  más  que  ca- 
melos. En  el  fondo,  ya  he  dicho,  tengo  mi  opinión 
respecto  al  asunto.  Ahora,  respecto  a  lo  otro,  a  esa 
concepción  de  disciplina  de  partido.  La  disciplina  de 
partido  termina  siempre  donde  empieza  la  conciencia 
de  las  propias  convicciones,  y  yo  digo  que  tan  des- 
doroso es  para  los  que  rinden  asi  su  conciencia  con- 
tra su  convicción  (y  son  varios  los  que  me  lo  han 
dicho)  como  para  los  que  aceptan  este  voto.  No  ten- 
go más  que  decir. 

{Texto  reproducido  en  El  Sol,  Madrid,  24  de  ju- 
nio de  1932.) 


DISCURSO  EN  LAS  CORTES  DE  LA  REPU- 
BLICA EL  DIA  2  DE  AGOSTO  DE  1932 


El  Estatuto  catalán 

Me  levanto,  señores  diputados,  a  cumplir  en  estos 
momentos  un  deber  que  estimo  penoso;  pero  tengo 
un  compromiso  con  un  número  de  amigos  que  firma- 
ron conmigo  esa  enmienda  cuando  todavía  no  se 
había  incorporado  al  dictamen  la  del  señor  Barnés,  y 
otro  compromiso  con  una  parte  de  la  opinión,  creo 
que  muy  grande.  Digo  esto  porque  noto  bien  cuál  es 
el  ambiente  de  esta  Cámara,  cuál  es  el  ánimo,  o,  me- 
jor dicho,  el  desánimo  de  ella,  pues  hemos  llegado  a 
un  estado  tal  de  confusión  entre  votos,  dictamen,  en- 
miendas y  todo  lo  que  fuera  de  la  Cámara  pasa,  que 
ya  no  sabemos  a  qué  atenernos.  Yo  dije  aquí  una 
vez,  y  ello  produjo  una  cierta  impresión,  que  había 
en  este  punto  diputados  que  votaban,  por  lo  que  yo 
estimaba  de  conversaciones  tenidas  con  ellos,  contra 
su  conciencia,  y  no  hace  mucho  tiempo  que  nuestro 
compañero  y  buen  amigo  el  señor  Companys  dijo  aquí 
que  él  no  creía  que  hubiese  nadie  que  votase  contra 
su  conciencia.  Yo  lo  dejo  a  un  lado  y  manifiesto  que 
acaso  hay  algo  peor  que  votar  contra  la  conciencia  y 
es  votar  inconcientemente,  y  de  la  manera  que  se 
lleva  esto  todos  vamos  a  acabar  por  caer  en  una  espe- 
cie de  ínconciencia.  La  conciencia,  lo  mismo  que  la 
atención,  tienen,  como  el  corazón,  una  sístole  y  una 
diástole,  su  contracción  y  su  distracción,  y  de  tal  modo 
se  está  abusando  aquí  de  la  contracción  de  los  señores 
diputados,  que  la  mayor  parte  estamos  aquí  absoluta- 
mente distraídos,  porque  necesitamos  un  reposo  y  no 
nos  enteramos  de  lo  que  pasa. 


1064 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


CÓMO  HAY  QUE  VOTAR  ;  NO  QUÉ  HAY  QUE  VOTAR. 

Muchas  veces  ha  ocurrido,  al  oír  llamar  a  votar, 
entrar  en  la  Cámara  y  ver  que  un  compañero  pre- 
guntaba a  un  copartidario  — no  digo  correligionario, 
porque  nuestros  partidos  tienen  poco  de  religión — 
cómo  hay  que  votar ;  no  qué  es  lo  que  hay  que  votat, 
sino  cómo  hay  que  votar,  cuál  es  la  consigna.  Yo  no 
podía  preguntar  eso,  porque,  naturalmente,  no  tengo 
copartidarios ;  podría  decir  que  mi  mayoría  soy  yo 
mismo,  y  no  siempre  tomo  los  acuerdos  por  unani- 
midad. La  unanimidad  se  produce  cuando  hay  un 
ánimo;  pero  como  yo  quiero  tener  varios,  suelen  es- 
tar en  discordancia  unos  con  otros  y  tardo  mucho  en 
darme  cuenta  de  las  cosas.  Yo  preguntaba :  "¿  Qué  es 
lo  que  se  va  a  votar  ?",  y  casi  nadie  sabía  decirme  qué 
es  lo  que  se  iba  a  votar.  En  tales  circunstancias,  como 
todos  comprenderéis,  ésta  es  una  situación  no  muy 
apetecible;  pero  me  levanto  a  sostener,  lo  más  breve- 
mente posible,  esta  enmienda,  que  es,  más  que  otra 
cosa,  una  impugnación  del  dictamen.  Las  razones  que 
aquí  podría  yo  aducir  casi  coinciden  con  las  que,  al 
defender  su  voto,  expuso  el  señor  Lara,  con  lo  que 
dijo  en  aquella  ocasión  el  señor  Guerra  del  Río  y 
con  las  manifestaciones  que  hizo  nuestro  compañero 
don  José  Ortega  y  Gasset  el  día  que  impugnó  la  en- 
mienda del  señor  Barnés,  antes  que  éste  la  apoyara ; 
pero  como  no  se  trata  de  hacer  obstrucción  — y,  ade- 
más, habría  que  ver  quién  la  hace,  porque  puede  haber 
una  obstrucción  de  las  oposiciones  y  una  forma  espe- 
cial de  obstrucción  del  Gobierno — ,  yo,  como  no  soy 
de  la  oposición,  ni  soy  gubernamental,  voy  a  abreviar. 

Aquí  se  ha  dicho  que  muchos  han  cambiado.  Re- 
cuerdo que  en  una  ocasión,  uno  de  los  oradores  de 
entre  los  amigos  catalanes  echaba  en  cara  al  señor 
Lerroux  que  había  modificado  su  autonomismo  de 


OBRAS  COMPLETAS 


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antaño.  Probablemente  no  es  él  el  que  ha  modificado 
su  autonomismo;  es  que  hoy  lo  presentan  de  otro 
modo  que  entonces.  Hay  una  porción  de  gente  que 
hace,  no  años,  meses,  hubiera  estado  dispuesta  a  con- 
ceder cosas  que  hoy,  en  la  forma  en  que  se  piden,  se 
nieg-a  a  dar.  Tenía  mucha  razón  el  señor  Pittaluga 
cuando  hablaba  de  falta  de  tacto  y  de  falta  de  opor- 
tunidad. Y  quiero  también  dejar  a  un  lado  una  cosa 
que  me  parece  lamentable,  y  es  cierto  tono  de  senti- 
mentalidad  para  estas  cosas.  No  querría  que  di  jeran : 
entonó  un  himno,  cantó  a  la  lengup  castellana,  o  a  la 
catalana,  o  a  la  libertad,  o  a  la  autonomía:  cuando 
yo  quiero  hacer  un  himno,  lo  hago  en  casa  y  en  verso 
y  no  vengo  aquí  a  recitarlo.  Pero  hay  muchas  cosas 
peligrosas,  entre  ellas  — bien  lo  decía  un  día  el  señor 
presidente  del  Consejo — ,  el  abuso  que  se  ha  hecho 
de  la  cordialidad.  Palabra  terrible,  porque  cuando  la 
cordialidad,  que  es  algo  muy  noble  y  digno,  se  en- 
cuentra no  correspondida,  puede  herirse  y  cambiar 
fácilmente  en  "incordialidad". 

l.\  cultur.^,  ni  es  castellana  ni 
cat.alana:  es  cultura. 

Y  ahora,  entrando  acaso  en  el  fondo  de  ello,  no 
voy  a  repetir  palabras  que  aquí  se  han  dicho  sobre 
las  ventajas  o  desventajas  del  bilingüismo  y  todas 
esas  cosas  de  la  cultura.  La  cultura  ni  es  castellana 
ni  catalana:  es  cultura,  y  tanto  cabe  una  cultura  ca- 
talana en  castellano,  como  cabe  una  cultura  castella- 
na en  catalán.  Me  parece  que  la  cultura  que  pudo 
tener  Balmes  era  tan  catalana  como  la  de  cualquier 
otro  catalán  que  en  catalán  haya  escrito.  No  se  trata 
de  eso ;  en  el  fondo,  hay  algo  más. 

Cuando,  al  impugnar  el  señor  Ortega  y  Gasset  la 
enmienda  del  señor  Barnés,  habló  de  que  con  aquel 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


párrafo:  "Si  la  Generalidad  lo  propone,  el  Gobierno 
de  la  República  podrá  — ya  salió —  otorgar  a  la  Uni- 
versidad de  Barcelona  un  régimen  de  autonomía ;  en 
tal  caso,  ésta  se  organizará  como  Universidad  única, 
regida  por  un  Patronato  que  ofrezca  a  las  lenguas'  y 
a  las  culturas  castellana  y  catalana  las  garantías  re- 
cíprocas de  convivencia  en  igualdad  de  derechos  para 
profesores  y  alumnos" ;  al  impugnar  esto  y  decir,  con 
mucho  acierto,  el  señor  Ortega  y  Gasset  que  esto  era 
deshacer  lo  del  principio  de  la  enmienda  y  volver  a 
hacer  lo  que  allí  no  se  decía  (esto  es,  que  allí  se  pro- 
pugnaba por  las  dos  Universidades,  y  al  final  se  vol- 
vía a  la  única),  el  presidente  de  la  Comisión  de  Esta- 
tutos, mi  buen  amigo  el  señor  Bello,  afirmó  que  eso 
era  facultativo,  y  yo  repliqué:  "Peor".  Y,  en  efecto, 
lo  peor  es  lo  facultativo. 

Quiero  recordar  que  cuando  se  discutía  algo  de 
esto,  al  presentar  yo  con  otros  amigos  aquella  en- 
mienda a  la  Constitución  que  fué  votada  por  los  so- 
cialistas, y  de  la  que  ésta  no  es  más  que  reproducción, 
en  la  discusión  decía  el  señor  Azaña,  el  22  de  octu- 
bre de  1931,  contestando  al  señor  Maura:  "¿Cómo 
es  posible,  señor  Maura,  que  nosotros,  en  esta  situa- 
ción, al  discutirse  la  Constitución,  vayamos  a  adoptar 
un  texto  constitucional  que  haga  imposible  el  día  de 
mañana  la  votación  libre  del  Estatuto  de  Cataluña, 
o  del  de  otra  región  cualquiera,  prejuzgando  una 
cuestión  que  debe  resolverse  en  su  esencia  al  votarse 
esos  Estatutos,  y  no  la  Constitución?  Voy  a  votar 
el  texto  de  la  Comisión,  y  lo  voy  a  votar  por  esa 
razón,  porque  deja  libre  el  camino  del  Estatuto,  por- 
que no  prejuzga  el  Estatuto,  y  porque,  habiéndolo 
aceptado  los  diputados  catalanes,  de  cuya  vigilancia 
por  el  porvenir  de  sus  aspiraciones  no  creo  que  pue- 
da caber  ninguna  duda,  y  teniendo  nosotros,  hombres 
de  partido,  la  convicción  de  que  no  se  roza  para  nada 
ni  $e  mete  para  nada  con  el  porvenir  de  las  atribu- 


OBRAS  COMPLETAS 


1067 


ciones  del  Estado,  estamos  en  el  deber  de  transigir 
así  y  proponer  a  nuestros  amigos  y  correligionarios 
que  voten  la  enmienda  tal  como  la  ha  aceptado  la 
Comisión." 

El  problejia  de  la  capacidad. 

Es  decir  — ésta  es  otra  cosa  tan  fatídica  como  los 
programas — ,  vía  libre  entonces  y  vía  libre  ahora 
para  que  se  discuta  esto;  y  ahora,  otra  vez  vía  libre. 
Si  la  Generalidad  lo  propone,  el  Gobierno  de  la  Re- 
pública podrá  otorgar  a  la  Universidad  de  Barcelona 
un  régimen  de  autonomía.  ¡  El  Gobierno  de  la  Repú- 
blica !  i  No  !  ¡  Las  Cortes  !  ¡  Que  lo  pidan  a  ellas  !  ¿  Es 
que  no  tenemos  confianza?  Ni  en  ese  ni  en  ningún 
otro  Gobierno.  ¡  Ca !  ¡De  ninguna  manera !  Figuré- 
monos que  mañana,  después  que  eso  se  haya  votado 
— si  se  vota — ,  cuando  llegue  el  caso  de  proponerlo 
la  Generalidad,  ya  no  está  ahí  ese  Gobierno  y  está 
otro  que  dice  que  no :  "Yo  no  otorgo  esa  Universidad 
única,  regida  de  esa  manera;  no  admito  eso."'  Acaso 
entonces  podría  alguien  llamarse  a  engaño  y  citar 
compromisos  o  pactos  de  un  Gobierno,  con  los  cuales 
nosotros  no  tenemos  nada  que  ver,  sin  que  esto  quie- 
ra decir  que  en  aquel  caso  no  pudiéramos  aceptar  lo 
que  pedían.  No  es  eso.  Es  que  no  se  puede  delegar 
otra  vez  para  que  lo  hagan  ellos ;  no.  ¿  Qué  inconve- 
niente hay  en  lo  que  digo  ?  ¡  Sí  mañana  el  Gobierno 
de  la  Generalidad,  como  todo  el  mundo,  tiene  el  de- 
recho de  petición !  Después  que  esto  pase,  se  apruebe 
este  Estatuto  u  otro  — que  acaso  vengan  otras  Cor- 
tes con  distinta  conciencia  del  estado  del  país  respecto 
a  este  problema — ,  ¿qué  inconveniente  habría  en  que 
entonces  se  pidiera  eso  y  en  ese  momento  se  conce- 
diera o  no,  en  vista  de  lo  que  entre  tanto  habría  pasa- 
do? Oigo  decir  aquí  que  la  concesión  era  constitucio- 
nal y,  aparte  de  lo  de  constitucional,  que  si  ha  mostra- 


1068 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


do  capacidad  o  no.  Es  que  eso  de  la  capacidad  para 
ciertas  cosas  — y  esto  se  lo  digo  a  mi  buen  amigo  el 
señor  Santaló —  no  quiere  decir  capacidad  pedagógi- 
ca ;  quiere  decir  capacidad  política.  Puede  tenerse  per- 
fecta capacidad  pedagógica  para  organizar  esas  ense- 
ñanzas y,  sin  embargo,  estimar  muchas  personas,  con 
razón,  que  no  se  tiene  todavía  capacidad  política.  Eso 
depende  de  como  se  hagan  estas  cosas,  y,  franca- 
mente, las  noticias  que  tenemos,  algunas  de  ellas  ha 
expuesto  aquí  el  señor  Guerra  del  Río  y  yo  he  recibi- 
do muchas,  hacen  dudar  de  que  pueda  ser  prudente 
esa  concesión  mientras  no  se  aquieten  ciertas  pasio- 
nes y  no  se  ponga  freno  a  gentes  que  están  haciendo 
declaraciones  mucho  más  que  imprudentes,  con  las  cua- 
les no  se  consigue  nada.  Yo  declaro  que  si  hay  quien 
grita  en  Cataluña,  lo  hacen  también  en  mi  tierra  na- 
tiva :  ¡  Viva  Cataluña  libre !  Está  muy  bien ;  pero  yo 
preguntaría:  ¿Libre  de  qué?  Porque  eso,  como  el 
hablar  de  nacionalidades  oprimidas  - — perdonadme  la 
fuerza,  la  dureza  de  la  expresión —  es  sencillamente 
una  mentecatada;  no  ha  habido  nunca  semejante  opre- 
sión, y  lo  demás  es  envenenar  la  Historia  y  falsearla. 

Yo  SÉ  A  QUÉ  ATENERME  RESPECTO 
A  LA  AUTONOMÍA  UNIVERSITARIA. 

Pero,  esto  aparte,  a  mí  la  Universidad  de  Barce- 
lona me  parece  muy  bien,  pero  no  que  el  Gobierno 
resuelva  a  requerimientos  del  Gobierno  catalán ;  la 
podrá  otorgar  el  Estado,  estas  Cortes  u  otras;  pero 
no  el  Gobierno,  y  en  todo  caso,  un  organismo,  una 
Universidad  única,  regida  por  un  Patronato  que 
ofrezca  a  la  lengua  y  a  la  cultura  castellana  y  cata- 
lana la  garantía  política  de  la  igualdad  y  conviven- 
cia de  derechos  para  profesores  y  alumnos.  Yo  llevo, 
señores  diputados,  cuarenta  y  dos  años  de  profesor 
universitario;  de  estos  cuarenta  y  dos,  cerca  de  die- 


OBRAS  COMPLETAS 


1069 


ciocho  he  sido  en  tres  etapas  rector  de  una  Univer- 
sidad española ;  sé  a  qué  atenerme  respecto  a  la  auto- 
nomía universitaria;  sigo  sabiendo  también  a  qué 
atenerme  respecto  a  otras  autonomías.  Se  habla  de 
autonomía,  y  yo  todavía  no  sé  qué  es.  Yo,  a  la  auto- 
nomía universitaria  y  a  los  Patronatos  les  tengo 
verdadero  temor.  Preferiría  que  la  Universidad  fuera 
dirigida  políticamente  sólo  por  el  Estado  español, 
sólo  por  la  Generalidad,  que  no  por  un  Patronato 
mixto  o  mestizo,  que  es  una  de  las  cosas  más  perni- 
ciosas que  puede  haber. 

Por  lo  demás,  creo  que,  aunque  la  cosa  sea  triste, 
tiene  razón  nuestro  amigo  Ortega  y  Gasset  cuando 
dice  que  si  dos  Universidades  pueden  dar  lugar  a 
trastornos  y  refriegas  en  las  calles,  con  una  Univer- 
sidad de  esa  forma  se  daría  lugar  a  cosas  en  los  pa- 
sillos. Claro  que  ello  es  muy  triste.  Hay  que  partir, 
naturalmente,  de  que  la  enseñanza,  el  conocimiento 
del  castellano,  es  hoy  en  Cataluña  y  para  los  catala- 
nes obligatorio,  no  porque  se  les  haya  impuesto,  sino 
porque  lo  han  aceptado  voluntariamente  y  cordial- 
mente,  de  buena  voluntad;  pero,  en  cambio,  el  cono- 
cimiento del  catalán  no  es  obligatorio  ni  para  los 
catalanes;  es  natural  que  espontáneamente  lo  quie- 
ran, pero  no  es  obligatorio  para  los  catalanes,  y  el 
castellano,  sí. 

En  una  Universidad  en  donde  todos  deben  y  pue- 
den entender  una  lengua,  y  en  donde  no  todos,  no  es 
ningún  caso  de  imposición.  Ahora  bien :  se  pueden 
entender  en  la  otra,  la  cosa  es  muy  clara;  dicen  que 
en  la  mayor  parte  de  España  existe  con  respecto  a 
esto  un  recelo,  y  es  triste  que  este  recelo  exista,  por- 
que yo  lo  considero  injustificado :  el  de  que  más  que 
defender  y  afirmar  una  propia  lengua,  lo  cual  es  muy 
humano  — iba  a  decir  que  hasta  divino — ,  se  trata  de 
cerrar  el  paso,  de  impedir  la  competencia  de  otra. 

Claro  está  que  todos  los  catalanes  deben  tener  in- 


1070         MIGUEL  DE  UNAMUNO 


terés,  y  no  sólo  interés,  sino  amor,  en  enseñar  el  cas- 
tellano. Decía  aquí  un  día  el  señor  Lluhí  que  allí  se 
enseña  muy  bien  el  castellano.  Lo  creo;  y  si  todos 
fueran  como  el  señor  Lluhí,  yo  les  dejaría  a  ellos 
enteramente  encargados  de  enseñar  castellano.  Si  el 
señor  Lluhí  lo  enseñara  personalmente,  lo  haría  muy 
bien;  pero  ¿es  que  se  puede  responder  de  todos? 
Porque  podrían  ocurrir  cosas  lamentables.  No  sólo 
el  amor  a  la  propia  lengua,  sino  una  hostilidad  a  la 
ajena,  daría  lugar  a  que  vaya,  por  ejemplo,  un  pai- 
sano mió  a  hablarles  en  vascuence,  y  siendo  lo  cu- 
rioso que  no  se  entendiera  con  otro  que  también  ha- 
blase vascuence,  luego  tendría  que  ser  traducido  al 
catalán,  y  acaso  se  dirigiera,  no  en  catalán,  que  esta- 
ría muy  bien,  sino  en  francés,  a  alguien,  como  por 
ejemplo,  a  un  ciudadano  castellano;  lo  cual  ya  no 
sólo  es  defensivo,  sino  que  es  hasta  ofensivo. 


Las  facultades  que  se  den  al  Gobierno 
pueden  ser  pernictosas. 

Insisto  en  que,  mientras  este  estado  de  cosas  per- 
sista, todas  estas  concesiones,  todas  estas  facultades 
que  se  dan  al  Gobierno  pueden  ser  verdaderamente 
peligrosas.  ¿  Qué  inconveniente  hay  en  que  se  espere 
a  que  las  cosas  se  aclaren?  A  esto  se  contesta,  yo  lo 
he  oído  algunas  veces:  "¡Ah,  es  que  hay  un  com- 
promiso!" Y  cuenta  que  éstas  no  son  cosas,  natural- 
mente, de  partido  ni  de  obstrucción.  Cuando  defendió 
su  voto  particular  el  señor  Lara,  de  labios  de  unos 
diputados  socialistas,  catedráticos  naturalmente,  que 
son  los  que  pueden  tener  más  clara  conciencia  del 
problema,  no  apreciándolo  desde  el  punto  de  vista 
de  partido,  sino  desde  un  punto  de  vista  más  alto, 
les  oí  decir :  "Estamos  conformes  con  ese  voto ;  pero 
no  vamos  a  votarlo  porque  no  parezca  que  nos  uni- 


OBRAS  COMPLETAS 


1071 


mos  a  los  radicales  y  hacemos  oposición  al  Go- 
bierno." 

Esto  no  me  parece  una  razón.  No  se  trata  aquí  ni 
de  radicales,  ni  del  Gobierno,  ni  de  la  oposición;  se 
trata  de  otra  cosa.  Esa  no  es  una  posición  firme.  Y 
esto  se  dice  por  algunos  que  han  querido  defender 
una  posición  de  cambio  de  lo  que  ocurrió  otra  vez 
cuando  se  presentó  esta  enmienda.  Se  ha  hablado  ya 
de  que  hay  que  guiar  a  las  gentes,  y,  por  otros,  de 
que  éste  fué  un  compromiso  adquirido  con  el  cucpo 
electoral  al  presentarse.  Esto  no  es  cierto,  por  lo  me- 
nos donde  yo  lo  he  visto.  Cuando  se  hicieron  las  elec- 
ciones generales,  por  donde  yo  anduve  nadie  pre- 
sentó como  bandera  esta  cuestión  del  Estatuto,  y  me- 
nos de  un  Estatuto  especial.  Nadie  habló  de  seme- 
jante cosa.  Y,  además,  ¿  qué  hubiera  sido  eso  ?  ¿  Una 
especie,  como  si  dijéramos,  de  plebiscito  por  la  vota- 
ción a  favor  de  él?  Esto  no  se  podía  prever.  Al  pue- 
blo español  no  catalán  no  se  le  podía  entonces  haber 
pedido  esto,  por  una  razón  muy  sencilla :  porque  no 
sabía  lo  que  era  el  Estatuto,  ni  supieron  decírselo. 
No  sé  si  todos  los  que  votaron  lo  sabían.  ¿Qué  ha 
pasado  ? 

Ha  pasado  que  después  se  han  ido  enterando  de  la 
situación  actual,  y  hay  que  cerrar  los  ojos  a  la  ver- 
dad, a  la  evidencia,  para  no  ver  lo  que  ocurre  en  Es- 
paña, y  es  que  ahora  se  han  dado  cuenta  de  lo  que 
puede  significar  este  Estatuto,  un  Estatuto  especial, 
porque  uno  ha  de  salir;  ahora  es  cuando  se  han 
dado  cuenta,  tanto  por  el  fondo  de  él  como  por  la 
manera,  ¡qué  razón  tenía  el  amigo  Pittaluga!,  de 
querer  plantearlo  y  resolverlo.  No:  mientras  siga 
este  estado,  lo  mejor  sería  no  una  vacación  para  nos- 
otros, que  buena  falta  nos  hace,  sino  una  vacación  al 
espíritu  público,  y  que  se  aquieten  ciertos  hervores  y 
ciertas  prisas.  Hay  cosas  en  que  la  urgencia  suele  ser 
para  salir  a  trompicones  y  de  cualquier  manera.  Nada 


1072 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


se  pierde  muchas  veces  con  esperar,  y  entre  tanto 
que  se  vaya  ilustrando  la  gente. 

Estado  de  verdadera  confusión. 

Y  vuelvo  al  principio.  Nosotros,  yo,  por  lo  menos,  y 
creo  que  una  gran  parte  de  los  diputados  que  me  oyen 
es  probable  que  hace  algún  tiempo  tuviéramos  una 
idea  más  clara  acerca  de  todo  esto  que  la  que  tenemos 
hoy.  Hoy  estamos  todos  en  un  estado  de  verdadera 
confusión,  en  un  estado  de  distracción,  en  un  estado  de 
diástole,  que  ha  venido  de  querer  tenernos  en  un 
estado  de  distracción  que  nunca  puede  llevar  por 
buenos  caminos.  Pues  bien,  no  tengo  más  que  decir, 
porque  no  voy  a  repetir,  respecto  al  uso  de  las  len- 
guas, a  su  influencia,  a  su  valor,  a  la  relación  que 
tengan  con  la  personalidad  de  un  pueblo,  lo  que  he 
dicho  muchas  veces.  Sé,  creo  saber,  lo  que  con  el  tiem- 
po pasará,  votemos  aquí  lo  que  votemos.  Las  lenguas, 
como  todos  los  organismos  vivos,  tienen  un  desarrollo 
que  no  depende  de  leyes.  No  es  posible  ponerles  ro- 
drigones, no  se  les  puede  poner  corsé.  Ellas  creen,  .se 
desarrollan,  viven,  mueren,  cuando  tienen  que  morir, 
si  mueren,  y  se  funden.  ¿A  qué  viene,  pues,  todo 
esto? 

Pero  hay  algo  más,  y  es  que  yo  he  oído  decir: 
"Hay  que  darles  todo  lo  que  piden."  No ;  a  nadie  hay 
que  darle  todo  lo  que  pide,  porque  ese  es  un  mal  sis- 
tema. Hay  que  darles  lo  que  les  convenga  y  lo  que 
nos  convenga  a  todos,  y  no  creo  que  sea  uno  mismo 
el  que  en  todos  los  casos  sabe  lo  que  mejor  le  con- 
viene. Pero,  ¡  qué  más  da !  Con  las  lenguas  sucede  lo 
mismo  en  las  ciudades  que  en  el  campo,  y  acaso  refi- 
riéndose al  campo  tenía  mucha  razón  en  lo  que  decli 
el  amigo  Valera  ;  pero  más  aún  en  las  ciudades  las  len- 
guas se  mezclan  y  acaban  siempre  por  hacer  una  cosa 
nueva.  Todos  sabemos  lo  que  era  lo  que  en  Barce- 


OBRAS  COMPLETAS 


1073 


lona  llamaban  "el  parlar  municipal".  Comprendo  que 
quieran  defenderlo,  es  perfectamente  lógico ;  pero  eso 
suele  venir  casi  siempre  inevitablemente.  Y  no  vol- 
vamos, no  quiero  al  menos  volver  yo,  a  cosas  que 
estimo  académicas ;  ni  cosas  académicas,  ni  cosas 
líricas,  ni  odas  ni  disertaciones.  A  lo  que  vuelvo  otra 
vez,  y  siento  ser  machacón,  es  al  "podrá",  porque 
con  este  modo  de  proceder  hemos  hecho  entre  otras 
cosas,  una  Constitución  que  tiene  algo  peor  que  con- 
tradicciones, que  son  ambigüedades.  "Podrá",  no. 
Y  sobre  todo,  si  "podrá",  ni  este  Gobierno  ni  ningu- 
no de  los  que  le  sucedan,  para  casos  de  esta  entidad, 
de  esta  profundidad,  que  han  llegado  a  agitar  como 
han  agitado  pasiones,  unas  claras  y  otras  turbias, 
unas  nobles  y  otras  innobles,  ningún  Gobierno  debe 
merecer  al  Parlamento  soberano  confianza  ni  tener 
nada  que  sea  facultativo.  Cuando  llegue  el  caso,  pide 
quienquiera  que  sea.  Hará  muy  bien,  deberá  hacerlo 
la  Generalidad,  y  que  sean  las  Cortes,  éstas  u  otras, 
las  que  determinen  en  qué  forma  se  ha  de  establecer 
esa  Universidad  única  y  cómo  ha  de  funcionar; 
pero  no  un  Gobierno,  tenga  los  compromisos  que  qui- 
siere, que  él  podrá  tenerlos,  pero  el  país  no  tiene  com- 
promisos a  ese  respecto.  Y  no  tengo  más  que  decir. 

El  señor  Bello  (por  la  Comisión)  le  contesta.  Dice 
que  la  Comisión  ha  estudiado  con  gran  cariño  la  en- 
mienda presentada,  con  el  deseo  de  incorporarla  al 
Estatuto  de  Cataluña,  siquiera  un  párrafo  de  las  ideas 
expuestas  por  el  ilustre  Unamuno. 

Veamos  lo  que  ocurre  ahora  en  Cataluña,  donde 
quedarán  las  cosas  como  están  después  de  votado  el 
Estatuto,  y  no  podemos  decir  que  sea  peor  la  situa- 
ción actual  a  la  que  existía.  La  lucha  de  las  lenguas 
continuará,  y  creemos  con  el  señor  Unamuno  que 
vencerá  la  más  fuerte,  que  es  el  castellano. 

Si  se  hubiera  podido  conceder  a  Cataluña  la  auto- 


1074 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nomía  que  queríamos,  el  triunfo  del  castellano  sería 
seguro;  pero  se  han  interpuesto  en  el  camino  de  la 
cordialidad  las  actitudes  de  las  oposiciones. 

Deseamos  transformar  a  Cataluña,  como  deseamos 
transformar  todas  las  demás  escuelas  de  España.  Se 
ha  dicho  que  si  la  Generalidad  y  el  Estado  atienden 
a  las  escuelas  de  Cataluña,  éstas  saldrán  beneficiadas, 
en  perjuicio  de  las  del  resto  de  España;  pero  esto  no 
es  verdad.  Lo  cierto  es  que  aquellas  escuelas  signifi- 
carán una  carga  menor  para  el  Estado.  Para  mí.  el 
problema  de  la  Universidad  es  inferior.  Creo  que  cual- 
quier solución,  la  que  propone  el  dictamen  e  incluso 
la  cesión  completa  a  la  Generalidad,  será  mejor  que 
la  situación  actual,  en  que  se  tropieza  con  la  intran- 
sigencia de  algunos  estudiantes  a  estudiar  en  caste- 
llano. 

El  señor  Unamuno  :  Pido  la  palabra. 

El  señor  Presidente:  La  tiene  su  señoría. 

El  señor  Unamuno  :  Cuatro  palabras  nada  más 
para  rectificar,  y  empezaré  por  lo  último.  Yo  directa- 
mente no  sé  cómo  funciona  o  cómo  está  actualmente 
la  U^niversidad  de  Barcelona,  aunque  me  figuro  que 
estará,  poco  más  o  menos,  como  todas  las  demás ; 
pero  no  es  cuestión  de  profesores  castellanos  ni  de 
profesores  catalanes,  porque  estoy  harto  de  saber  que 
allí,  por  ejemplo,  hay  un  profesor  castellano  que  dice 
que  le  persiguen  por  castellano,  y  yo  puedo  asegu- 
rar que  no  es  verdad,  sino  que  le  persiguen  porque 
es  mal  profesor  en  Barcelona  y  en  todas  partes.  Lo 
que  hace  falta  es  que  enseñen  — iba  a  decir  sea  en 
una  o  en  otra  lengua —  en  la  lengua  que  tienen  obli- 
gación de  saber  todos  los  alumnos  y  no  en  una  len- 
gua que  es  quizá  la  de  la  mayoría.  Porque  hay  otra 
cosa :  se  hablaba  de  los  derechos  de  las  minorías  y 
de  la  minoría  étnica;  pero  allí  la  minoría  de  los 
alumnos  ■ — si  es  que  son  minoría —  de  lengua  caste- 
llana no  representa  una  minoría  étnica,  y  esto  lo  dijo 


OBRAS  COMPLETAS 


1075 


muy  bien  el  señor  Ortega  y  Gasset  ;  no  es  una  mino- 
ría étnica,  ni  hay  tal  cosa,  sino  que  allí  sigue  siendo 
una  representación  aparte  de  la  mayoría  de  la  na- 
ción. 

Por  lo  demás,  sólo  quiero  hacer  una  observación 
a  la  indicación  de  si  coincido  con  Fulano  o  Mengano. 
Eso  me  tiene  sin  cuidado ;  estoy  harto,  así  estoy  ya 
harto,  de  que  cuando  se  adopta  una  posición  que  está 
en  contra  de  la  directiva  del  Gobierno  o  de  la  mayo- 
ría se  diga  que  se  va  contra  la  República.  Eso  es  un 
verdadero  abuso.  Se  está  abusando  de  eso  de  la  Re- 
pública, como  se  está  abusando  de  esa  tontería  de 
los  cavernícolas.  Yo  tengo  mi  modo  de  pensar  en 
esto,  y  no  creo  que  el  ser  autonomista  represente  ser 
más  avanzado  que  quien  es  unitario.  Eso  es  otra  cosa 
que  no  tiene  sentido,  pues  esto  de  derechas  e  izquier- 
das es  algo  que  produce  una  confusión  lamentable. 
Nunca  he  creído  por  qué  un  jacobino  ha  de  ser  hom- 
bre más  de  izquierda,  y  en  esto  tampoco.  ¡  Que  tene- 
mos un  sentido  imperialista !  Es  posible  que  yo  lo 
tenga  personalmente,  no  lo  oculto;  un  sentido  repu- 
blicano a  la  francesa  de  República  unitaria  francesa ; 
pero  ¿de  cuándo  acá  es  una  cosa  de  derechas  ni  una 
cosa  antirrepublicana?  Todos  habréis  podido  obser- 
var qué  pocas  veces  sale  de  mi  boca  la  palabra  Re- 
pública, como  no  salía  antes  la  palabra  Monarquía. 
No  hay  que  jugar  con  ciertas  cosas,  ni  hay  que  jugar 
con  ciertos  símbolos.  Cada  uno  sabe  cuál  es  su  ca- 
mino, y  por  eso  habréis  visto  que  hablo  siempre  de 
otras  cosas,  y  entre  ellas  de  España.  Se  dice  que  hay 
que  salvar  ante  todo  la  República.  Efectivamente ;  hay 
que  salvarla  porque  es  el  medio  de  salvar  a  España, 
pero  no  como  un  fin,  sino  como  un  medio.  Xo  tengo 
más  que  decir. 

(Texto  publicado  en  el  diario  El  Sol,  Madrid,  3- 
VIIT1932.) 


DISCURSO  LEIDO  EN  LA  SOLEMNE  INAU- 
GURACION DEL  CURSO  ACADEMICO  DE 
1934  A  1935,  EN  LA  UNIVERSIDAD  DE  SALA- 
MANCA, EL  DIA  29  DE  SETIEMBRE  DE  1934, 
AL   SER  JUBILADO   COMO  CATEDRATICO 


Ultima  lección  académica. 

Compañeros  •  maestros  y  discípulos,  estudiantes 
todos : 

¡  Qué  de  recuerdos,  lejanos  unos  y  otros  recientes, 
al  venir  de  despedida,  a  repetirme  una  vez  más  aquí, 
en  este  paraninfo,  caja  de  resonancia  de  tantos  úz 
ellos !  Vengo  a  repetirme,  repito,  a  renovarme.  Una 
vida  espiritual  entrañada  es  repetición,  es  costum- 
bre, santo  cumplimiento  del  oficio  cotidiano,  del  des- 
tino y  de  la  vocación.  Día  a  día  he  venido  labrando 
mi  alma  y  labrando  la  de  otros,  jóvenes,  en  el  oficio 
profesional  de  la  enseñanza  universitaria  y  del  apren- 
dizaje. Que  enseñar  es,  ante  todo  y  sobre  todo,  apren- 
der. 

Comencé  mi  primer  curso  — de  Lengua  y  Litera- 
tura griegas  no  más  entonces —  en  1891,  hace  cua- 
renta y  tres  años,  venido  de  mi  nativa  Vizcaya  a  ro- 
bustecer en  la  alta  meseta,  toda  ella  cima,  los  huesos 
y  la  piel  que  el  aire  del  mar  y  de  la  montaña  nati- 
vos me  habían  fraguado.  Y  durante  cuarenta  y  tres 
cursos  — quiero  contar  entre  ellos  los  del  destierro 
a  que  me  sometí  por  defender  la  libertad  de  la  pala- 
bra y  en  que  con  mi  ausencia  enseñé — ,  he  venido 
colaborando  aquí,  en  esta  Universidad,  a  la  forja  de 


OBRAS  COMPLETAS 


1077 


la  España  universal  y  eterna.  Leí,  aquí  mismo,  el 
discurso  inaugural  ■ — "alocución  exhortativa"  le  lla- 
mé—  de  1900,  y  poco  después,  aquel  mismo  año,  se 
me  elevó  a  mi  primer  rectorado  de  esta  escuela  de  la 
tradición  española. 

Debería  hoy  y  aquí  callar  mi  acción  extrauniver- 
sitaria,  sobre  todo  la  política.  Dudo  que  me  sea  ha- 
cedero, porque  ;es  que  el  magisterio  público  se  ejerce 
sólo  en  el  aula  oficial  ?  En  aquella  "alocución  exhor- 
tativa" — que  no  disertación  investigativa —  de  hace 
treinta  y  cuatro  años  — parece  como  si  el  tiempo  se 
remansara  haciéndose  eternidad  histórica —  os  decía, 
jóvenes  estudiantes,  o  a  vuestros  padres,  que  viene  a 
ser  lo  mismo:  "¡Ojalá  vinieseis  todos  henchidos  de 
frescura,  sin  la  huella  que  os  han  dejado  quince  o 
veinte  exámenes,  y  trayendo  a  estos  claustros  no  an- 
sia de  notas,  sino  sed  de  verdad  y  anhelo  de  saber 
para  la  vida,  y  con  ellos  aire  de  la  plaza,  del  campo, 
del  pueblo,  de  la  gran  escuela  de  la  vida  espontánea 
y  libre !"  Os  lo  decía  al  cumplir  mis  treinta  y  seis 
años ;  os  lo  repito  hoy  al  cumplir  mis  setenta.  Y  venir 
a  examinarme  a  mi  vez. 

Al  enseñar  - — y  aprendiendo  al  enseñarlas —  la  len- 
gua y  las  letras  del  pueblo  heleno,  eternamente  joven 
y  eternamente  anciano  — la  antigüedad  es  la  niñez  de 
los  pueblos  y  la  niñez  es  la  antigüedad  del  alma — , 
fui  retemplando  mi  espíritu  rebelde  a  disciplina.  Te- 
nía que  disciplinar  a  discípulos.  Y  así  llegó  a  asistir- 
me el  ánimo  simbólico  de  Sócrates,  el  hijo  de  la 
partera,  el  gran  partero  que  se  llamó  a  sí  mismo,  el 
que  asistía  a  la  mocedad  ateniense  a  que  se  diera  a  luz, 
a  propia  clara  conciencia,  la  visión  del  mundo  y  así 
la  recreara  recreándose  en  ella.  Y  esto  por  la  pala- 
bra. Que  Sócrates,  como  el  Cristo,  el  Verbo,  no  nos 
('eji'i  escrito  nada;  no  se  enterró  en  letra. 

He  dicho  alguna  vez,  con  escándalo  acaso  de  cier- 
tos pedantes,  que  la  verdadera  universidad  popular 


1078         MIGUEL  DE  UNAMUNO 


española  han  sido  el  café  y  la  plaza  pública.  Los  usu- 
reros de  la  investigación  y  avaros  de  ella  suelen  que- 
jarse del  ingenio  que  se  ha  derrochado  en  España  en 
peñas  de  casino  o  de  café,  en  tertulias,  en  acciden- 
tales reuniones  de  amigos.  Lo  estiman  perdido.  ¿  Per- 
dido? ¿Por  qué?  Esos  ingenuos  e  ingeniosos  espíri- 
tus socráticos,  tan  castizos,  no  nos  han  legado  sus 
nombres,  pero  han  conservado  y  enriquecido  la  tradi- 
ción oral  y  las  leyendas  corrientes.  Han  hecho  soñar  y 
vivir  en  el  sueño  a  sus  hermanos.  Y  lo  han  hecho 
con  la  palabra,  ya  que  no  con  la  letra.  Con  oratoria 
familiar  y  privada,  no  con  literatura;  con  doctrina 
popular,  folklore,  que  en  inglés  se  dice. 

¡  La  Palabra !  Al  principio  del  cuarto  Evangelio, 
el  llamado  de  San  Juan,  se  nos  dejó  dicho  que  "en 
el  prmcipio  fué  el  Verbo",  la  Palabra,  y  que  la  "Pa- 
labra estaba  cabe  Dios,  y  Dios  era  la  Palabra",  y 
"todo  se  hizo  por  ella  y  sin  ella  no  se  hizo  nada  de 
lo  hecho".  Dios,  la  Cosa  de  las  cosas  — Causa  de  las 
causas —  Dios,  "cosa  la  más  excelente",  así  apren- 
dimos de  niños  en  el  Catecismo  del  padre  Astete,  lue- 
go desacertadamente  corregido  — me  dicen — ,  la  pala- 
bra, que  es  el  hecho,  pese  a  Fausto.  Que  no  hay  tre- 
cho de  lo  dicho  a  lo  hecho.  Y  en  el  principio  del 
Génesis,  que  Dios  creó  el  cielo  y  la  tierra  diciendo, 
y  llamó  al  firmamento,  cielo,  y  a  la  luz,  día,  y  a  las 
tinieblas,  noche,  y  a  la  seca,  tierra,  y  a  la  congre- 
gación de  las  aguas,  mar.  Y  luego,  que  llevó  a  Adán, 
al  primer  hombre,  todos  los  vivientes  de  la  tierra  y 
las  aves  del  cielo  para  que  les  diese  nombres,  y 
aquél  con  que  llamó  a  cada  viviente,  ése  es  su  nom- 
bre. Y  a  cada  nuevo  Adán  que  llega  a  nuestro  mun- 
do, a  cada  niño,  cuando  se  le  ha  enseñado  el  nombre 
de  una  cosa  la  ha  conocido,  la  ha  hecho  suya  y  una, 
la  ha  hecho  cosa  con  el  nombre.  Preguntar :  ";  Qué  es 
eso?",  quiere  decir:  "¿Cómo  se  le  llama?"  En  el 
principio  fué  la  palabra.  Y  en  el  fin  lo  será,  pues  a 


o  B  R  A  S    C  O  M  P  L  E  T  A  S 


1079 


ella  ha  de  volver  todo.  Que  no  es  sólo  un  por  qué, 
una  causa  — cosa — -  inicial,  sino  un  para  qué,  un  fin. 
Y  es  un  por  qué  por  ser  un  para  qué.  El  hombre 
deja  á  la  tierra  unos  huesos  y  el  aire  un  nombre,  un 
nombre  en  la  memoria  de  la  Palabra  creadora,  en  la 
Historia;  tejido  de  nombres:  un  nombre  — si  logra 
buena  ventura —  más  duradero  que  los  huesos,  más 
que  el  bronce.  Acre  pcrcnnius,  que  dijo  Horacio,  n 
quien  explicamos  en  nuestras  clases. 

¡La  palabra  y  el  nombre!  "Santificado  sea  el  tu 
nombre",  se  nos  ha  enseñado  a  rezar.  Y  es  que  el 
nombre  de  Dios  es  Dios,  es  divino.  "¡  Dime  tu  nom- 
bre!", suplicaba  anheloso  Jacob  al  ángel  con  quien 
luchó,  pasado  el  vado  de  Jaboc,  hasta  el  rayar  del 
alba.  "¡Dime  tu  nombre!"  Y  Jacob  le  dijo  el  suyo 
para  que  le  bendijera.  "¡Espíritu  sin  nombre!",  sus- 
piraba nuestro  pobre  poeta  Bécqner.  Y  cuando  nues- 
tro antiguo  compañero  el  reverendo  padre  maestro 
Fray  Luis  de  León,  doctor  de  esta  Escuela,  y  cuyo 
bronce  aún  nos  amonesta  en  su  nombre,  más  dura- 
dero que  él,  desde  el  adjunto  Patio  de  Escuelas, 
cuando  quiso  zahondar  en  los  misterios  de  la  fe  de 
su  pueblo,  dijo  con  su  pluma  los  Nombres  de  Cristo. 

i  El  nombre  es  el  hombre !  Se  nos  cuenta  en  el 
mismo  cuarto  Evangelio  cómo  el  Cristo,  al  estar  en 
Jerusalén,  en  la  fiesta  de  Pascua,  no  se  confió  en  los 
que  confiaban  en  su  nombre  por  las  señales  que  ha- 
cia, pues  no  necesitaba  que  atestiguaran  acerca  del 
hombre.  Pero  el  hombre  sustancial  y  esencial  es  el 
nombre,  es  la  persona.  ¿  Qué  es  definirse  — i  lo  que 
se  ha  pedido  esto ! —  sino  darse  nombre,  llamarse  ? 
"Me  llamo  así"  quiere  decir:  "quiero  ser  así".  Y 
lo  que  se  inmortaliza  es  el  nombre,  que  es  la  piel 
espiritual  y  el  pecho  por  que  transpira  y  aun  respira 
el  alma.  El  hombre  hecho  nombre  queda  hecho  per- 
sona. Y  ¿qué  es  la  llamada  persona  jurídica  sino  un 
nombre?  El  nombre,  la  palabra,  es  la  verdadera  ac- 


1080 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ción ;  el  dicho  es  el  hecho.  El  centurión  evangélico, 
sabiendo  que  con  sola  su  palabra  ordenaba  la  acción, 
pedía  a  Jesús  que  dijese  una  sola  palabra  y  a  dis- 
tancia, sin  entrar  en  su  casa,  para  sanar  a  su  criado 
perlático. 

Desde  aquí  mismo,  hace  tres  años,  al  abrir  el  curso 
1931  a  1932,  lo  abrí  en  nombre  de  Su  Majestad  Es- 
paña — en  su  nombre  y  paladeándolo  con  fervor  al 
pronunciarlo—,  y  mi  voz  resonó  en  ella.  Y  es  que 
la  palabra  es  acción.  El  espíritu,  la  respiración  so- 
nora, el  son,  hacen  el  Verbo,  la  Palabra,  y  la  palabra 
hace  la  visión,  la  idea.  Los  santos  Padres  de  la  Igle- 
sia griega  llamaron  al  Espíritu,  al  Soplo  nominador, 
Santa  Sofía,  Santa  Sabiduría.  Y  ella  hizo  el  Logos, 
el  Verbo.  Que  la  filosofía,  el  amor  del  saber,  brota 
de  la  filología,  del  amor  del  decir. 

Y  así,  apenas  nombrado  por  primera  vez  rector  de 
esta  Escuela,  en  octubre  de  1900,  días  después  de  mi 
otra  oración  inaugural,  se  me  encomendó,  además 
de  la  enseñanza  de  la  lengua  y  literaturas  griegas,  la 
de  lo  que  se  llamó  primero  "Filología  comparada 
del  latín  y  castellano"  y  después  "Historia  de  la 
lengua  castellana",  y  es  la  sola  disciplina  con  que 
me  quedé  a  la  vuelta  de  mi  destierro.  ¡  Denominacio- 
nes burocráticas,  rituales,  litúrgicas  casi !  Pero  la  se- 
gunda condice  }'a  mejor  con  la  cosa.  Primero,  filo- 
logia,  amor  de  la  palabra,  del  nombre;  después,  his- 
toria. Y  en  resolución,  lo  mismo.  Porque  la  histo- 
ria, la  tradición  viva,  queda  y  vive  en  la  palabra,  en 
el  verbo,  en  el  nombre,  siempre  presente.  Historia 
no  es  letra,  no  es  documento  escrito,  no  es  escritura, 
antes  bien,  lectura,  lección,  leyenda.  No  existe  his- 
tóricamente el  hombre  que  se  queda  en  la  letra,  sino 
el  que  vive  en  la  palabra,  el  que  obra  hoy  por  hoy, 
el  de  la  leyenda.  Y  hasta  los  nombres  de  ficción,  las 
creaciones  de  la  palabra  humana,  los  de  poema,  exis- 


OBRAS  COMPLETAS 


1081 


ten  históricamente  más  que  los  enterrados  sin  nom- 
bre. 

Era  mi  disciplina  "Historia  de  la  lengua",  no  de 
la  literatura,  no  de  la  letra  mientras  no  responda  a 
la  palabra.  Se  ha  dicho  que  todo  castizo  escritor  cas- 
tellano es  un  orador  por  escrito.  Mejor  que  ser  un 
escritor  por  habla.  No  hablar  como  un  libro,  sino  que 
el  libro  hable  como  Santa  Teresa  hablaba  con  su 
pluma,  como  un  hombre.  ¿Retórica?  ¿Y  por  qué  no? 
Lo  malo  de  la  gramática  es  lo  que  tiene  de  gramma, 
de  letra.  La  letra,  mata;  el  espíritu,  el  son,  vivifica. 
Y  aun  asi  es  inevitable  el  documento.  Y  menos  mal 
que,  gracias  al  fonógrafo,  se  empieza  a  pensar  en  el 
archivo  de  la  palabra.  Mas,  ¡  ay !  de  la  palabra  acaso 
en  conserva  de  lata.  Esta  misma  mi  segunda  oración 
inaugural  habría  yo  preferido  que  fuese  verdadera 
oración,  orada,  dicha  — no  recitada — ,  pero  me  he  te- 
nido que  rendir  a  la  liturgia  académica,  y  más  ante 
el  amago  de  la  taquigrafía.  Verba  volant;  pero  la  pa- 
labra misma  es  vuelo,  y  deja  su  vuelo  al  aire  el 
pensamiento  vivo  sin  dejarse  enjaular  y  menos  em- 
balsamar. 

"¿Historia?  — decía  a  vuestros  padres  desde  aquí 
mismo,  hace  treinta  y  cuatro  años,  y  os  lo  repito 
hoy — .  Historia  es  lo  que  en  torno  vuestro  ocurre, 
el  motín  de  ayer,  la  cosecha  de  hoy,  la  fiesta  de  ma- 
ñana. Sólo  con  el  hoy  aquí  entenderéis  rectamente 
el  ayer  allí,  y  no  a  la  inversa;  sólo  el  presente  es 
clave  del  pasado  y  sólo  lo  inmediatamente  próximo 
lo  es  de  lo  remoto.  Lo  que  no  descansa  de  una  ma- 
nera o  de  otra  en  el  presente,  ya  a  flor  de  él,  ya  en 
su  lecho  de  roca  sedimentado,  no  fué  más  que  fugi- 
tiva apariencia.  Es  el  presente  el  esfuerzo  del  pasado 
por  hacerse  porvenir,  y  lo  que  al  mañana  no  tienda, 
en  el  olvido  del  ayer  debe  quedarse." 

Y  hoy,  al  repetir  mi  lección  de  antaño,  he  de  de- 
ciros qiie  lo  viviente  es  el  esfuerzo  de  lo  vivido  por 


1082 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


hacerse  porvivir,  de  la  tradición,  por  hacerse  progre- 
so y  ventura.  Y  lo  aplicaba  entonces  a  la  historia  de 
que  empezaba  a  profesar,  a  la  de  la  lengua.  "¿Len- 
guas ?  — decía — .  Jamás  comprenderéis  con  compren- 
sión activa  y  fecunda,  no  pasiva  y  estéril,  cómo  una 
lengua  vive  mientras  no  abráis  los  oídos  a  la  que  en 
vuestro  derredor  suena,  prestándolos  atentos  y  fieles 
a  los  modismos  del  vulgo,  a  sus  dichos  y  decires,  a 
todo  lo  que  como  a  barbarismo  indigno  de  atención 
han  solido  desechar  los  que  hacen  del  lenguaje  un 
producto  de  pacto  literario  sujeto  a  académica  pres- 
cripción." Así  os  decía,  y  empecé  en  la  lengua  cas- 
tellana a  buscar  a  España,  tratar  de  descubrirla.  "Des- 
cubrirnos a  España  digo  — os  decía — ,  porque  si  es 
cierto,  como  por  muchos  se  nos  asegura,  que  su  ma- 
yor riqueza  material  en  su  subsuelo  se  esconde  es- 
quiva mientras  araña  el  labriego  con  el  tradicional 
arado  la  ligera  capa  que  la  recubre  y  vela,  en  su 
subsuelo  espiritual  también,  en  los  no  escudriñados 
soterraños  de  su  cotidiana  vida  colectiva  yace  tal  vez 
el  venero  de  su  renovación  futura  mientras  seguimos 
arañando  con  nuestra  crítica  y  apologética  en  las 
humosas  glorias  de  su  capa  histórica.  Tenéis  que 
descubrir  a  nuestro  pueblo  tal  como  por  debajo  de  la 
historia  vive,  trabaja,  espera,  ora,  sufre  y  goza." 
Sólo  tengo  que  rectificar  ahora  el  mal  sentido  que 
entonces  daba,  erradamente,  a  lo  histórico.  Lo  que 
en  uno  de  mis  ensayos  de  En  torno  al  catecismo  llamé 
la  intra-historia,  es  la  historia  misma,  su  entraña.  Y 
en  cuanto  a  la  lengua,  ya  Capmany  decía  que  lo  más 
del  romance  castellano  está  enterrado  en  la  entraña 
verbal  del  pueblo.  Hay  que  desenterrarlo,  pues,  mas 
no  para  desterrarlo. 

Y  es  lo  que  he  venido  haciendo  en  mi  cátedra  ofi- 
cial aquí,  con  mi  palabra  hablada,  en  mi  acción  pú- 
blica en  toda  España,  con  mi  palabra  escrita,  durante 
estos  treinta  y  cuatro  años,  y  aun  desde  antes.  Bus- 


OBRAS  COMPLETAS 


1083 


car  la  tradición  histórica  nacional,  fuente  de  su  pro- 
greso y  ventura,  y  hasta  de  sus  revoluciones,  en  el 
tesoro  del  habla,  del  lenguaje;  bregar  en  el  escudriño 
de  sus  entrañas,  a  desentrañarlas.  Toda  la  civiliza- 
ción, toda  la  economía,  todo  el  derecho,  todo  el  arte, 
toda  la  sabiduría,  toda  la  religión  española  están 
ahincados  en  los  entresijos  de  su  lenguaje  y  hasta 
laten  en  el  tuétano  de  sus  huesos. 

Querer  es  sentir,  sentir  es  pensar  y  pensar  es  ha- 
blar, hablarse  uno  a  sí  mismo  y  hablar  a  los  demás,  y 
con  Dios,  si  lo  logra.  Convivir  es  consentirse,  y  con- 
sentirse es  entenderse  unos  a  otros,  comprenderse.  Y 
esta  convivencia  social,  civil  y  religiosa,  esta  com- 
prensión que  es  la  patria,  la  nacionalidad,  nos  es  más 
que  preciosa  ahora,  en  esta  crisis  de  renacimiento 
— de  renación  la  llamé  un  día —  y  que  nos  entenda- 
mos y  comprendamos  unos  a  otros  y  cada  cual  a  sí 
mismo.  La  verdadera  comunidad  nace  de  comunión 
espiritual,  verbal,  y  ésta  de  entendimiento  común, 
de  verdadero  sentido  común  nacional.  Común  y  pro- 
pio a  la  vez.  La  lengua  viva,  de  veras  viva,  ha  de 
ser  individual,  nacional  y  universal.  Dialectal,  es 
decir,  de  diálogo,  de  conversación  y  de  concordia. 
Y  de  dialéctica.  Y  hasta  de  polémica,  que  es,  a  su 
modo,  una  concordia  entre  discordias.  Cada  uno  ha 
de  formarse  y  reformarse  y  trasformarse  su  propio 
dialecto,  individual  y  regional,  su  propio  idioma 
— idioma  quiere  decir  propiedad —  dentro  del  idioma 
común,  y  enriquecerse  de  él  y  enriquecerlo  enrique- 
ciéndose. Y  he  aquí  por  qué,  estudiantes  salmanti- 
nos, he  venido  estos  años  esforzándome,  socrática- 
mente, en  enseñaros  a  aprender  la  misma  lengua 
que  hablabais,  a  daros  clara  conciencia  de  ella,  a  que 
la  dierais  a  luz  y  aprenderla  yo  así  de  vosotros,  y 
todos  de  consuno  a  desentrañar  el  romance  castellano 
que  nos  está  haciendo  el  alma  española.  No  a  dise- 
carlo técnicamente  — lo  que  es  meritorio — ,  sino  a 


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MIGUEL  DE  UNAMUNO 


recrearlo.  A  alumbrar  su  vivo  manadero,  en  gran 
parte  soterraño. 

Y  esto  es  filología  viva,  amor  de  habla,  y  no  ex- 
clusivamente erudita  investigación  de  seminario  téc- 
nico, que  no  es,  a  lo  sumo,  sino  una  indispensable 
— que  no  podernos  ni  debemos  dispensarnos  de  ella — 
preparación  para  lo  otro.  Como  es  la  crítica  prepa- 
ración para  la  poética,  la  comprensión  camino  de 
creación.  ¿  Para  qué  comprender  si  no  se  ha  de  crear  ? 
La  misma  critica,  cuando  es  viva,  es  recreación  y  es 
desecho  de  poesía:  que  así  como  se  pulían  diaman- 
tes con  polvo  de  ellos,  se  ensaya  a  las  metáforas,  se 
las  pule  — y  clasifica  y  estudia —  con  polvo  de  ellas. 
Con  esa  filología,  con  ese  amor  del  habla  común  v 
propia  a  la  vez,  nacional  e  individual  a  la  par,  indi- 
vidual y  universal,  que  es  lo  mismo,  con  ella  cobra- 
remos el  heredado  patrimonio  espiritual  de  nuestra 
raza  histórica,  de  nuestra  cultura.  A  presión  de  siglos, 
encerrado  en  metáforas  seculares,  alienta  el  ánimo,  el 
espíritu,  el  soplo  verbal  que  nos  ha  hecho  lo  que  por 
la  gracia  de  Dios,  la  Palabra  suma,  somos :  españoles 
de  España.  Las  creencias  que  nos  consuelan,  las  es- 
peranzas que  nos  empujan  al  porvenir,  los  empeños 
y  los  ensueños  que  nos  mantienen  en  pie  de  marcha 
histórica  a  la  misión  de  nuestro  destino,  hasta  las 
discordias  que,  por  dialéctica  y  antitética  paradoja, 
nos  unen  en  íntima  guerra  civil,  arraigan  en  el  len- 
guaje común.  Cada  lengua  lleva  implícita,  mejor,  en- 
carnada en  sí,  una  concepción  de  la  vida  universal,  y 
con  ella  un  sentimiento  ■ — se  siente  con  palabras — , 
un  consentimiento,  una  filosofía  y  una  religión.  Las 
lleva  la  nuestra.  Y  el  enquisar,  el  desentrañar  esa 
filosofía,  es  obra  de  la  filología,  de  la  historia  de  la 
lengua.  La  llamada  filosofía  en  general,  ¿qué  es  sino 
la  historia  del  pensamiento  universal  humano  encar- 
nado en  la  palabra?  No  definición  silologística,  sino 
descripción  narrativa;  no  dogmas,  sino  leyendas,  per- 


OBRAS  COMPLETAS 


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sonas.  Los  genuinos  pensadores  son  los  poetas.  Las 
grandes  relig-iones  universales  viven  en  nombres  de 
personas,  no  de  ideas  abstractas.  La  fábula  se  ex- 
plica por  sí  misma,  y  sobra  la  moraleja.  Y  es  locura 
pretender  que  no  se  enseñe  a  nuestros  hijos  la  vi- 
sión, la  concepción  y  el  sentimiento  del  mundo  que 
se  encierra  en  el  son  del  habla  que  aprenden  de  la 
boca  de  sus  madres,  con  la  leche  que  maman  de  sus 
pechos.  Es  nuestro  mundo.  Ninguna  creencia,  nin- 
gún ensueño,  ninguna  leyenda,  ningún  mito,  si  fue- 
ron vivos,  mueren.  Y  no  será  español  quien  no  co- 
nozca, y  con  amor,  los  que  fraguaron  a  su  España. 
El  niño  nace  inconciente,  y  se  hace  su  conciencia 
en  el  seno  de  su  pueblo,  que  es  como  su  matriz  espi- 
ritual. ;  Respetar  la  conciencia  del  niño  ?  Pero  ¡  si  no 
la  tiene !  Recibe  el  habla  materna,  que  es  la  sangre 
del  espíritu,  y  con  ella  toda  la  visión  y  toda  la  con- 
cepción del  mundo  que  ella  encierra.  ¿Enseñanza 
objetiva?  ¿Y  qué  es  objeto?  El  individuo  es,  cier- 
tamente, un  producto  social :  pero  la  sociedad  es  un 
producto  humano  e  individual,  y  el  hombre  im  ani- 
mal racional  — civil,  político,  le  llamó  Aristóteles — . 
Racional  — de  razón,  ratio  y  éste  de  reri,  hablar — 
quiere  decir  verbal :  el  hombre  es  un  animal  que  ha- 
bla. El  español  que  no  piense  en  lengua  española,  si 
es  que  no  sabe  otra,  no  es  que  no  sea  español,  es 
que  no  piensa,  no  es  racional.  Y  pensar  en  lengua 
española  es  pensar  lo  que  esa  lengua  ha  pensado,  y 
creer  lo  que  ha  creído.  Porque  una  lengua,  alma  de 
un  pueblo,  piensa  y  cree.  Y  no  digamos  que  no  sien- 
te, porque  se  siente  en  pensamiento  — los  sentimien- 
tos son  pensamientos  en  conmoción — .  Lo  otro  son 
sensaciones  animales,  no  racionales,  no  humanas,  no 
personales.  Y  basta  observar,  por  otra  parte,  la  honda 
cultura  tradicional  de  tantos  analfabetos. 

Y  el  desentrañamiento  de  este  nuestro  romance 
castellano  me  llevó  a  rebuscar  en  su  raigambre,  que 


1086 


MIGUEL   DE  UNAMUNO 


se  enlaza  y  junta  y  une  con  las  de  los  otros  roman- 
ces de  nuestra  Iberia,  con  las  de  los  otros  dialectos 
de  la  común  habla  románica,  latina.  Y  así  me  vi  lle- 
vado a  enquisar  y  requisar  las  diversas  hablas  de 
nuestra  Iberia  y  su  recíproca  influencia.  En  mis  cla- 
ses universitarias  se  iniciaba  el  estudio  del  catalán 
y  valenciano,  del  gallego  y  el  portugués,  y  aun  de 
otros.  De  mi  cátedra  han  salido  no  pocos  enamora- 
dós  del  habla  y  de  la  literatura  catalano-lemosina  y 
galaico-portuguesa.  De  tales  diferencias  surge  la  in- 
tegración. Yo  espero  — y  lo  dije  en  ocasión  para  mí 
solemne  y  desde  otra  tribuna  pública —  que  la  veni- 
dera lengua  secular  de  nuestra  España  máxima,  de 
nuestra  Iberia,  se  haga  de  la  refundición  — mejor  que 
federación —  de  nuestros  romances.  Y  que  no  tenga- 
mos ya  en  adelante  que  traducirnos,  que  es  traicio- 
narnos. 

Tal  ha  sido  mi  labor,  de  que  por  despedida  de  cá- 
tedra oficial  me  creo  en  el  deber  de  venir  hoy  aquí 
a  daros  cuenta.  Tal  ha  sido  mi  obra.  La  inicié  sin 
programa,  sin  definición  previa.  Pues  tal  como  dijo 
atinadamente  Goethe,  con  el  tino  de  un  poeta,  el 
hacer  preceder  una  definición  a  una  obra,  a  un  tra- 
tado de  una  disciplina  cualquiera,  es  no  darse  cuenta 
de  que  hay  que  acabar  la  obra  para  poder  llegar  a 
la  definición.  Esto  que  hoy  os  digo  no  es  un  prólogo, 
sino  un  epílogo ;  no  un  programa,  sino  un  epigrama 
o  metagrama,  si  se  quiere.  No  lo  que  voy  a  hacer, 
sino  lo  que  llevo  ya  hecho.  ¡Esta  es  mi  obra!  ¿Jue- 
gos de  palabras?  Con  ellos  Quevedo,  nuestro  gran 
conceptista,  nuestro  gran  verbalista,  al  adentrarse  en 
las  entrañas  del  romance  castellano,  escudriñó  hur- 
gando en  el  alma  de  su  pueblo.  Y  lo  mismo  Calde- 
rón, y  Gracián,  y  los  místicos,  y  tantos  otros.  Esta 
fué  mi  obra,  y  obra  política  también.  Política,  es  de- 
cir: civil,  de  civilización.  Y  paso  por  alto  las  discor- 
dias estrictamente  políticas  que  en  nuestra  vida  uní- 


OBRAS  COMPLETAS 


1087 


versitaria  se  produjeron.  ¿Que  no  debe  entrar  la  polí- 
tica en  la  Universidad?  Según  a  qué  se  llame  política 
y  a  qué  se  llame  Universidad.  ¡  De  partidos,  no ! ;  ¡  de 
entereza,  sí !  ¡  Triste  y  menguado  el  porvenir  de  Es- 
paña si  estos  templos  civiles  de  la  cultura  patria  se 
achican  y  oscurecen  en  oficinas  de  facultades  pro- 
fesionales para  ganarse  la  vida  que  pasa  y  no  queda 
en  la  Historia  !  En  cada  ciencia  especial,  su  historia 
es  su  esencia  vivificante,  y  lo  otro,  la  técnica,  lo  co- 
dificado, no  pocas  veces  un  certificado  de  defunción. 
Hay  que  hacerse  mártires,  esto  es:  testigos  de  esa 
cultura ;  y  el  mártir  da  su  vida  por  la  palabra,  por 
la  libertad  de  la  palabra.  Da  su  vida,  pero  no  se  la 
quita  a  los  otros ;  se  deja  matar,  pero  no  mata.  Al 
recordar  todo  esto  creo  mostraros  el  hilo  de  la  pro- 
pia continuidad  de  toda  mi  obra,  y  que  este  hombre, 
a  quien  se  le  ha  supuesto  tan  versátil,  ha  seguido,  en 
su  profesión  académica,  como  en  la  popular,  una  lí- 
nea seguida. 

A  esta  mi  obra  responde,  creo,  vuestro  homenaje. 
Lo  acato.  Homenaje  — ¡siempre  el  filólogo! —  de- 
riva de  hominan,  de  hombre,  y  he  procurado  cum- 
plir mi  misión,  mi  destino,  de  hacerme  hombre 
universitario  de  la  España  universal.  Y  llevar  su  nom- 
bre, su  palabra,  no  sólo  a  las  naciones  a  que  se  ex- 
tendió nuestro  romance,  el  que  conquistó  la  mayor 
parte  de  América  y  porciones  de  las  otras  partidas 
del  mundo,  sino  a  las  otras  que  sienten  y  piensan  en 
otros  idiomas.  Se  conquista  con  la  palabra.  Más  ha 
ganado  para  España  el  Verbo  castellano  por  la  pluma 
de  Cervantes  en  su  Quijote,  hijo  de  palabra,  que  ganó 
Juan  de  Austria  con  su  espada  en  la  batalla  de  Le- 
pante. Me  he  esforzado  por  conocerme  mejor  para 
conocer  mejor  a  mi  pueblo  — en  el  espejo,  sobre  todo, 
de  su  lengua — ,  para  que  luego  nos  conozcan  mejor 
los  demás  pueblos  — y  conocerse  lleva  a  quererse —  y, 
sobre  todo,  para  ser  por  Dios  conocidos,  esto  es : 


1088 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


nombrados,  y  vivir  en  su  memoria,  que  es  la  Histo- 
ria, pensamiento  divino  en  nuestra  tierra  humana. 

Y  mis  últimas  palabras  de  despedida,  compañeros 
de  escuela,  maestros  y  estudiantes,  estudiosos  todos : 
Tened  fe  en  la  palabra,  que  es  cosa  vivida;  sed  hom- 
bres de  palabra,  hombres  de  Dios,  Suprema  Cosa  y 
Palabra  Suma,  y  que  El  nos  reconozca  a  todos  como 
suyos  en  España.  ¡Y  a  seguir  estudiando,  trabajan- 
do, hablando,  haciéndonos  y  haciendo  a  España,  su 
historia,  su  tradición,  su  porvivir,  su  ventura  !  Y  ¡  a 
Dios! 

{Texto  impreso  por  la  Universidad,  Salamanca, 
F.  Núñcz,  1934,  18  págs.) 

ADICION  (1) 

Estaba  ya  impreso  este  mi  discurso  inaugural  de 
este  nuevo  curso  académico,  cuando  me  vino  a  la 
memoria  — a  la  memoria  de  dolores,  que  es  la  más 
tenaz —  la  mayor  lección,  no  que  di,  sino  que  recibí, 
como  rector  de  esta  Escuela.  Fué  la  del  2  de  abril, 
viernes  de  Dolores,  de  1903,  cuando  por  una  de  esas 

1  Al  terminar  de  leer  el  discurso  que  antecede,  cuyo  texto  im- 
preso se  distribuyó  en  los  estrados  académicos,  como  es  uso  uni- 
versitario, don  Miguel  dió  lectura  a  unas  cuartillas,  que  a  pre- 
vención llevaba  y  que  eran  como  el  remate  o  colofón  de  aquél.  El 
entonces  Ministro  de  Instrucción  Pública  y  Bellas  Artes,  el  sal- 
mantino Dr.  Villalobos,  dispuso  que  su  contenido  fuese  publicado 
en  el  Boletín  Oficial  del  Ministerio,  que  su  texto  fuese  fijado  en 
los  tablones  de  anuncios  de  todos  los  centros  de  enseñanza  de  Es- 
paña, y  que  del  mismo  se  hiciese  una  tirada  aparte  costeada  por 
su  Departamento.  Dicho  folleto,  con  el  titulo  de  La  última  lección 
de  D.  Miguel  de  Unamuno,  logró  gran  difusión,  y  no  es  infre- 
cuente que  muchos  lo  consideren  como  tal,  olvidando,  acaso,  que 
era  remate,  adición  y  complemento,  de  su  discurso  académico.  La 
vida  nacional  de  aquel  verano  de  1934,  mientras  se  imprimía  aquél, 
se  encrespó  y  agrió  en  términos  tales  que  pocos  días  después  de 
la  jubilación  de  don  Miguel  tuvo  lugar  la  revolución  de  Asturias 
y  Cataluña;  y  aquella  patética  y  dolorosa  llamada  unamuniana  a 
la  concordia  y  a  la  calma,  contenida  en  sus  cuartillas  adicionales, 
aunque  no  lograsen  evitar  el  estallido,  conservan  !a  grandeza  de 
su  nobilísimo  impulso. 


OBRAS  COMPLETAS 


1089 


tristes  algaradas  estudiantiles  la  Guardia  Civil  hubo 
de  matar  a  dos  estudiantes,  a  uno  aquí  mismo,  en  un 
aula  de  aquí  arriba  — sus  ventanas  cerradas — ,  y  a 
otro  a  la  puerta  del  Instituto,  en  el  vecino  patio  de 
Escuelas  Menores.  No  he  de  historiar  ahora  aquel 
lamentable  suceso,  ni  ponerme  a  discernir  culpas  y 
disculpas.  Baste  decir  que  el  origen  de  la  algarada 
que  costó  aquellas  dos  vidas  inocentes  —eran  unos 
pobres  muchachos  pacíficos  y  sencillos —  fué  debido 
a  creer  el  relato  de  otro  pobre  estudiante  víctima  de 
alucinaciones.  Los  pobres  muchachos  no  se  detenían 
a  comprobar  las  afirmaciones  de  quien  se  soñaba 
agraviado. 

Después,  si  han  vuelto  alborotos,  han  sido  más 
inocentes,  y  aquí,  en  esta  Casa,  las  inevitables  — ni 
hay  por  qué  evitarlas —  disidencias  doctrinales  entre 
quienes  estudian  para  comparar  y  distinguir  y  esco- 
ger doctrinas,  esos  alborotos  se  han  mantenido  en  un 
campo  incruento.  En  un  campo  incruento,  no  pocas 
veces  de  una  especie  de  deporte  revoltoso  — no  revo- 
lucionario— ,  cuando  no  preguntón. 

Y  es  que  aquí,  España  sea  loada,  esas  contrapues- 
tas asociaciones  escolares  se  han  mantenido  en  terre- 
no de  convivencia  civil.  Y  aún  hay  más,  y  es  que 
ni  se  ha  llegado  a  privilegios  y  monopolios  de  favo- 
res oficiales.  Y  puesto  que  en  este  curso  se  han  su- 
primido las  aperturas  oficiales  de  las  Universidades 
excepto  en  ésta,  y  puesto  que  soy  yo  quien  desde 
ella,  donde  sigo  de  rector,  he  de  dirigir  la  palabra  de 
consejo  a  los  estudiantes  universitarios  de  toda  nues- 
tra España,  quiero  con  estas  palabras,  que  para  fijar- 
las mejor  he  escrito  no  hace  tres  horas,  quiero  con 
ellas  hacer  un  llamamiento  a  la  paz,  a  la  paz  en  la 
guerra.  Así  titulé  mi  primera  y  más  largamente 
pensada  y  sentida  obra,  en  que  narré  las  luchas  civi- 
les que  se  encendían  en  torno  a  mi  niñez. 

Aquí,  digo,  no  se  ha  privilegiado  a  ninguna  aso- 


UNAMUKO.  VII. 


35 


1090 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


ciación  escolar.  Una  ha  habido  que  presentó  sus  esta- 
tutos a  ser  aprobados  en  el  Gobierno  Civil,  y  lo  fue- 
ron, a  pesar  de  que  los  más  de  los  socios  eran 
menores  de  edad ;  lo  fueron  porque  esa  asociación  se 
ampara  en  un  Decreto  que  la  creó.  Mas  yo,  como 
rector,  no  quise  reconocerla  y  no  la  di  estado  en 
esta  Casa.  ¿  Que  no  era  política  ni  confesional  ?  Toda 
asociación  acaba  siéndolo.  Y  no  hay  otra  asociación 
estudiantil,  libre  de  sectarismo,  que  la  que  forman 
los  estudiantes  todos  debidamente  matriculados.  No  la 
reconocí.  Pesaba  sobre  mí  el  recuerdo  de  aquellos 
dos  pobres  mozos  — casi  niños —  que  aquí  fueron 
muertos,  de  bala,  antaño,  y  pesaba  sobre  todo  la 
impresión  de  la  barbarie  desatada  en  otros  centros 
de  enseñanza.  No,  ni  mis  estudiantes,  los  de  esta  Uni- 
versidad — y  la  llamo  mía  tanto  porque  ella  me  ha 
hecho  cuanto  por  cuanto  la  he  hecho  yo — ,  habían 
de  caer  o  aquí  o  en  esas  calles  bajo  las  balas  de  una 
pistola  que  acaso  se  esconde  dentro  de  un  libro  mon- 
dado, convertido  en  caja  del  más  repugnante  matute. 

El  que  de  semejante  artilugio  se  valga,  ni  es 
joven  — ya  que  presume  de  juventud — ,  ni  es  estu- 
diante, ni  tiene  conciencia  civil,  que  es  conciencia 
moral.  Es,  a  lo  menos,  malo,  víctima  de  esa  epidemia 
histérica,  de  esa  fatídica  apetencia  de  disolución  na- 
cional, civil  y  social  que  está  corrompiendo  a  una 
parte  de  nuestra  juventud.  Que  a  los  dieciocho  o 
veinte  añOs  vuelve  por  un  fenómeno  patológico  de 
involución,  no  a  la  dulce,  sonriente  y  creativa  men- 
talidad de  los  cinco  años,  cuando  el  niño  se  está 
creando  — y  con  la  palabra — ,  el  mundo,  su  mundo, 
sino  a  una  pavorosa  dementalidad  de  pobre  niño  aban- 
donado, sin  hogar  espiritual. 

Y  ahora,  estudiantes  míos,  tengo  que  deciros  otra 
cosa.  Sería  congojoso  que  os  ejercitarais  en  el  abuso 
de  las  armas  de  fuego  — o  de  las  llamadas  blancas — 
y  que  las  escondierais  en  el  mondado  libro  de  matute. 


OBRAS  COMPLETAS 


1091 


pero  más  congojoso  será  que  os  dejéis  ganar  del 
ejercicio  de  otras  armas  peores.  Me  refiero  a  las  de 
la  calumnia,  la  injuria,  la  insidia  y  el  insulto  de  que 
tanto  empiezan  a  abusar  vuestros  mayores.  Os  están 
enseñando  a  calumniar,  a  injuriar,  a  insultar  a  la 
generación  de  vuestros  padres  y  abuelos.  Os  están 
incitando  a  despreciarlos.  Os  están  incitando  a  re- 
negar de  los  que  os  dieron  vida. 

Vosotros,  estudiantes  españoles,  que  os  ejercitáis 
en  la  investigación  científica,  histórica  y  social,  en 
la  dialéctica  — escuela  de  tolerancia  y  de  comprensión 
de  la  concordancia  final  de  las  discordancias :  de  la 
coincidencia  de  las  oposiciones  que  dijo  el  Gusano — , 
vosotros  tenéis  que  enseñar  a  vuestros  padres  - — a 
nosotros —  que  esa  marea  de  insensateces  —de  in- 
jurias, de  calumnias,  de  burlas  impías,  de  sucios  esta- 
llidos de  resentimientos —  no  es  sino  el  síntoma  de 
una  mortal  gana  de  disolución.  De  disolución  nacio- 
nal, civil  y  social.  Salvadnos  de  ella,  hijos  míos.  Os 
lo  pide  al  entrar  en  los  setenta  años,  en  su  jubila- 
ción, quien  ve  en  horas  de  visiones  revelatorias  ro- 
jores  de  sangre  y  algo  peor:  livideces  de  bilis. 

Salvadnos,  jóvenes,  verdaderos  jóvenes,  los  que  no 
mancháis  las  páginas  de  vuestros  libros  de  estudio  ni 
con  sangre  ni  con  bilis.  Salvadnos  por  España,  por 
la  España  de  Dios,  por  Dios,  por  el  Dios  de  Es- 
paña, por  la  Suprema  Palabra  creadora  y  conserva- 
dora. 

Y  en  esa  Palabra,  que  es  la  Historia,  quedaremos 
en  paz  y  en  uno  y  en  nuestra  España  universal  y 
eterna. 

Adiós,  de  nuevo, 


PALABRAS  DE  AGRADECIMIENTO  POR  EL 
HOMENAJE  QUE  LA  CIUDAD  DE  SALAMAN- 
CA LE  TRIBUTO  AL  SER  JUBILADO 


Voy  a  dirigirme  más  que  a  nadie  al  pueblo  de 
Salamanca.  Hoy  día  27.  Venía  entero  y  completo  de 
Bilbao.  Yo  me  había  templado  en  aquella  tierra.  De 
niño  casi,  salí  de  ella  y  vine  con  todo  el  espíritu 
lleno  de  sosiego.  Llegué  aquí:  aquí  se  ha  templado 
mi  espíritu  con  mis  hijos;  uno  nació  en  Bilbao.  Aquí 
también  pasaron  sus  primeros  años,  y  todavía  re- 
cuerdo cuando  allá,  en  aquel  campo  de  San  Fran- 
cisco, donde  viví  primero,  le  daba  su  madre  la  leche, 
posando  su  mirada  sobre  su  cabecita. 

Vine  aquí,  como  digo,  en  época  de  luchas,  y  ape- 
nas llegué  a  la  ciudad,  me  encontré  con  que  ésta  se 
hallaba  también  en  momentos  de  lucha,  y  me  dispuse 
a  entrar  en  ella.  Acaso  algunas  veces,  debo  con- 
fesarlo, pude  cometer  alguna  injusticia,  porque  creo 
haber  cometido  algunas.  Me  duele  tanto  lo  que  está 
pasando,  que  creo  es  una  fiebre  de  cosas  en  que  no 
es  lo  peor,  no,  que  se  llegue  a  las  armas  a  cada 
momento,  sino  que  de  un  extremo  a  otro  vaya  la 
insidia  y  la  calumnia. 

Es  un  debate  de  malas  pasiones  que  no  tiene  que 
ver  con  la  guerra  civil.  Sobre  mi  cabeza  pasaron 
las  bombas. 

Vine  aquí,  y  como  digo,  tomé  inmediatamente 
puesto.  Entré  en  relación  con  personas,  algunas  de 
las  cuales  ya  han  muerto  y  otras  viven  en  sus  hijos, 
sus  herederos.  Tomé  inmediatamente  posesión:  aquí 


OBRAS    C  O  M  P  LET A S 


1093 


fué  donde  sentí  el  desastre  de  1898,  que  nunca  se  ha 
olvidado,  como  tampoco  lo  fueron,  y  menos  en  esta 
casa,  aquellas  campañas  mías,  no  las  de  la  Universi- 
dad que  pudiéramos  llamar  académicas,  sino  las  cam- 
pañas en  la  Federación  obrera,  que  hoy  llaman 
Casa  del  Pueblo,  que  es  a  la  que  debo  el  haber  ve- 
nido por  primera  vez  a  ser  concejal. 

Los  obreros  de  Salamanca  me  trajeron  por  prime- 
ra vez  aquí,  a  esta  Casa,  y  no  olvidaré  nunca  aquellas 
campañas  agrarias  que  en  compañía  de  algunos  que 
están  aquí  hicimos  por  esos  campos,  algunas  veces 
al  pie  de  encinas,  tan  sosegadas,  tranquilas  y  quietas. 
Ese  árbol  magnífico  de  hojas  siempre  perennes,  duro, 
recio  y,  además,  que  otras  muchas  veces  del  cora- 
zón de  él  se  hacen  las  dulzainas,  para  que  canten  los 
hombres.  Aquí,  a  esta  misma  casa,  me  trajeron  des- 
pués posteriormente  cuando  vino  la  República,  y  no 
debo  olvidar  cuando  toda  aquella  muchedumbre  que 
me  recibía  al  regreso  del  destierro,  que  ha  sido  una 
de  las  veces  que  he  sentido  más  apretado  el  corazón. 

Y  nunca  olvidaré  tampoco  el  día  de  la  proclama- 
ción de  la  República,  cuando  desde  este  mismo  balcón 
me  dirigí  a  la  muchedumbre  que  llenaba  esa  gran  pla- 
za, que  es  un  extraordinario  escenario,  un  ágora  ci- 
vil, un  verdadero  escenario  cerrado.  Ha  pasado  el 
tiempo,  no  quiero  recordar  más  cosas;  las  paso  por. 
alto  porque  no  sé  si  sabré  contenerme,  y  ahora  debo 
contestar  a  estas  frases  de  atención. 

Una  cosa  debo  de  confesar.  Cada  uno  tiene  su  de- 
bilidad ;  aquí  se  han  recordado  mis  poesías. 

Estando  una  vez  en  Santander  el  bonísimo  Torres 
Quevedo.  había  unos  hombres  de  campo  y  se  decían 
el  uno  al  otro:  "Ese  es  el  más  sabio  del  mundo",  y 
el  otro  "Es  inventor".  ¿Qué  ha  inventado?  El  bicar- 
bonato, confundiéndole  con  un  productor  de  dicho  me- 
dicamento cuyo  primer  apellido  coincide  con  el  de 
Torres  Quevedo.  Me  aconteció  con  un  buen  hombre 


1094         MIGUEL   DE  UNAMUNO 


otro  caso  curioso.  Había  uno  que  me  decía :  "Le  ven- 
go siguiendo  siempre  y  estoy  enterado  de  su  obra",  y 
después  de  decirme  otras  cuantas  cosas,  añadió: 

— Me  he  enterado  de  una  novedad :  que  también 
ha  hecho  usted  poesías. 

— ¿Cómo?  — le  repliqué — .  Lo  que  he  hecho  "tam- 
bién" es  todo  lo  otro. 

Como  he  visto  en  esa  placa,  se  ha  puesto  el  final 
de  una  oda  que  en  mis  tiempos  de  un  cierto  acade- 
micismo neoclásico  dediqué  a  Salamanca,  y  ya  que 
de  ella  hablo  me  vais  a  permitir  que  dé  lectura  a  ella. 

Alto  Soto  de  Torres... 

(La  Gaceta  Regional  (Jionicnajc  a  don  Miguel  de 
Unamuno).  Salamanca,  30-IX-1934.) 


^LOCUCION  A  LOS  NIÑOS  DE  ESPAÑA  EN 
EL  DIA  DE  REYES  (6  DE  ENERO  DE  1935), 
EN  NOMBRE  DEL  PRESIDENTE  DE  LA 
REPUBLICA  ESPAÑOLA 


Hoy,  el  día  en  que  se  celebra  en  el  mundo  cristiano 
la  Adoración  del  Niño  Dios  por  los  santos  Magos 
— llamados  después  Reyes —  Melchor,  Gaspar  y  Bal- 
tasar —fiesta  que  viene  de  abuelos  a  abuelos  y  de  nie- 
tos a  nietos  hace  siglos — ,  venimos  vuestros  mayores 
— padres,  tíos  y  abuelos —  a  regalaros  juguetes  de 
toda  clase  — menos  pistolas —  para  que  aprendáis  a 
jugar  en  paz  en  la  vida,  a  jugar  en  paz  la  vida.  Y, 
sobre  todo,  venimos  a  que  nos  perdonéis.  A  que  nos 
perdonéis  muchos  pecados  contra  vosotros  y,  sobre 
todo,  el  de  que  no  siempre  os  dejemos  jugar  en  paz. 

En  estos  regalos  o  aguinaldos  de  Re>es  ha  puesto 
su  parte  aquí,  en  Salamanca,  como  en  algunas  otras 
ciudades,  el  señor  presidente  de  la  República  de  Espa- 
ña, haciendo  de  mago  adorador  de  la  niñez,  pues  cuan- 
do visitó  esta  nuestra  ciudad,  fué  la  alegre  tropa 
pacífica  de  los  niños  lo  que  más  le  conmovió.  Y  yo, 
padre  y  abuelo  de  salmantinos,  he  de  deciros  por  su 
parte  — como  él,  por  mi  boca,  os  lo  dice  en  nombre 
de  nuestra  madre  España —  que  con  este  agasajo,  con 
esta  fiesta  queremos  ganar,  más  que  vuestro  agrade- 
cimiento,  vuestro  perdón.  Perdón,  niños  de  España 
para  vuestros  mayores. 

Son  muchos  los  padres  que  os  mandan  a  la  escut- 
la  para  que  no  deis  — dicen —  guerra  en  casa,  para 
que  los  dejéis  en  paz.  ¿En  paz?  La  guerra  que  dais 


1096 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


jugando  en  casa  ¡sí  que  es  paz!  La  guerra  conde- 
nada, la  del  demonio,  es  la  que  solemos  daros  nos- 
otros, los  mayores.  Hay  quien  se  queja  de  que  vos- 
otros, los  niños  de  verdad  — no  esos  chiquillos  mal 
educados  que  juegan  a  la  guerra  civil — ,  ocupáis  y 
tapáis  la  calle  con  vuestros  juegos  y  no  nos  dejáis 
taparla  con  los  nuestros.  Mejor  es  que  nos  echéis 
de  la  calle  que  no  el  que  nosotros  os  echemos  de  ella. 
Y  sois  vosotros  los  que  tenéis  que  enseñarnos  a  ju- 
gar. A  jugar  sin  preocuparnos  de  ganar  o  perder  el 
juego,  sino  a  jugar  bien.  Bien  y  en  paz. 

Os  hemos  dado  mal  ejemplo,  muy  mal  ejemplo,  y 
estamos  avergonzados  de  ello.  No  sé  si  también  arre- 
pentidos. Nos  figuramos  que  nuestros  juegos  son  más 
serios  que  los  vuestros  porque  en  los  nuestros  se  ma- 
tan los  jugadores.  Hay  muchos  de  nosotros  que  quie- 
ren enseñaros  nuestro  juegos.  ¡  Decidles  que  no !  Que 
si  os  divierte  despanzurrar  un  muñeco  para  ver  lo 
que  lleva  dentro,  os  da  rabia  y  asco  el  que  se  le  mate 
a  un  hombre,  a  un  hermano;  el  que  un  padre  mate 
a  otro  padre  por  lo  que  lleva,  o  no  lleva,  dentro.  Que 
si  os  divierte  leer  en  cuentos  — cuentos  con  bonitas 
estampas — ,  os  dan  rabia  y  asco  los  cuentos  con  que 
nos  insultamos  unos  a  otros  vuestros  padres  y  abue- 
los. Decidles  que  las  escuelas  de  España  deben  ser 
las  verdaderas  Casas  del  Pueblo,  y  que  no  queréis  que 
entren  en  ellas  nuestros  malditos  juegos  de  guerra 
civil. 

Y  ahora  voy  a  tomar  la  palabra  en  vuestro  nom- 
bre y  a  decir  a  mis  compañeros,  los  mayores,  a  de- 
cirles con  vosotros:  "Dejadnos  jugar  en  paz.  No 
queremos  estos  juguetes  si  es  que  no  hemos  de  jugar 
con  ellos  en  paz  y  en  alegría.  No  los  queremos  si  es 
que  han  de  ser  comprados  con  sangre  y  lágrimas  de 
nuestros  padres  y  de  nuestras  madres.  ¡  Con  leche  y 
con  sudor,  sí ;  con  sangre  y  lágrimas,  no !  No  que- 
remos que  nos  echéis  de  la  calle  y  nos  encerréis. 


OBRAS  COMPLETAS 


1097 


como  al  ganado,  en  las  escuelas  si  es  para  tapar  vos- 
otros las  calles  y  las  plazas  con  vuestros  juegos  de 
rabia  y  de  muerte.  No  dejaremos  de  daros  eso  que 
llamáis  nuestra  guerra  porque  queréis  que  lo  dejemos 
para  darnos  y  daros  vuestra  guerra.  Si  queréis  que 
juguemos,  que  soseguemos  vuestro  remordimiento,  re- 
nunciad a  vuestros  juegos  de  muerte.  Y  a  vuestros 
juguetes  de  destrucción.  Y  no  nos  enseñéis  a  ame- 
nazarnos unos  a  otros.  Enseñadnos  a  vivir  en  paz 
de  trabajo  en  casa  y  en  la  plaza  pública.  Que  Espa- 
ña sea  una  casa  de  familia.  Y  entonces  os  perdona- 
remos." 

Y  ahora  os  digo  yo,  niños  de  España,  y  os  lo  digo 
en  nombre  no  ya  sólo  del  presidente  de  la  República 
de  España,  de  la  gran  casa  nacional  de  la  familia  es- 
pañola, sino  en  nombre  de  ésta,  de  España,  que  no 
tendremos  nosotros,  vuestros  padres  y  abuelos,  per- 
dón de  Dios  mientras  no  tengamos  vuestro  perdón, 
mientras  El,  el  Padre  del  Niño  eterno,  no  nos  per- 
done. Queremos  merecer  de  vosotros  absolución  de 
nuestras  muchas  culpas.  Así  sea. 

(Texto  del  diario  Ahora,  Madrid,  6-1-1935.  Coteja- 
do con  el  manuscrito  original.) 


PALABRAS  DE  AGRADECIMIENTO  AL  SER 
NOMBRADO   CIUDADANO   DE   HONOR  DE 
LA  REPUBLICA,  EN  1935 


Al  venir,  ajjradecido,  a  aceptar  una  ciudadanía  de 
honor  que  la  República  española  me  confiere,  me 
siento  en  la  obligación  de  justificar  mi  aceptación, 
que  es  justificarme. 

El  año  pasado  dió  la  República  esa  distinción  a 
don  Manuel  Bartolomé  Cossío,  maestro  y  conductor 
de  almas,  apóstol  y  continuador  de  la  obra  de  don 
Francisco  Giner  de  los  Ríos,  el  de  la  Institución  Li- 
bre de  Enseñanza,  maestro  de  hombría  ciudadana. 
Elección  acertadísima,  pues  se  trata  de  un  hombre 
de  vida  recatada  y  densa,  apartado  de  candentes  lu- 
chas políticas,  sociales  y  religiosas ;  profesor  de  tole- 
rancia y  de  convivencia,  avanzado  ya  en  años  y  por 
éstos  postrado.  Yo,  en  cambio,  he  sido  y  sigo  siendo 
hombre  de  calle,  de  casino,  de  mitin  a  las  veces,  pero 
también  de  cátedra,  de  lección,  de  campo  y  de  mon- 
taña, mezclado  en  luchas  que  mellan,  aunque  alguna 
vez  agucen  el  espíritu.  Y  creo  que  lo  que  más  haya 
podido  mover  a  la  Junta  designadora  a  otorgarme  este 
honor  habrá  sido  mi  edad.  Y  que  es  confirmación  del 
homenaje  que  se  me  rindió  al  jubilarme  cuando  cum- 
plí, hace  siete  meses,  mis  cuarenta  y  tres  años  de 
enseñanza  oficial,  con  algunos  más  de  privada.  Y  no 
es  que  estime  que  se  me  recompensa  así  para  que  des- 
canse, pues  no  se  descansa  en  paz  más  que  en  el  seno 
íntimo  de  la  madre  tierra  patria.  Y  como  — repito — 
me  siento  obligado  a  justificarme,  justificando  mi 


OBRAS  COMPLETAS 


1099 


aceptación,  voy  a  confesarme  aquí  y  a  hacer  profe- 
sión de  fe  ante  el  Gobierno  de  nuestra  República 
española. 

Debo  partir  de  cuando  al  nombrarme  la  Reina 
Regente  doña  María  Cristina  rector  de  la  Universidad 
de  Salamanca,  a  mis  treinta  y  siete  años,  empezó  mi 
verdadera  vida  pública  nacional.  No  se  me  pidió  para 
ello  adhesión  doctrinal,  ni  implícita,  a  las  instituciones 
del  régimen  del  entonces  reino  de  España.  Años  des- 
pués, reinando  ya  de  hecho,  don  Alfonso  XIII  me 
tomó  por  amigo  personal  y  me  decoró  con  la  gran 
cruz  de  Alfonso  XII,  sin  pedírseme  tampoco  decla- 
ración monárquica.  Llega  con  la  Gran  Guerra  mun- 
dial mi  destitución  del  rectorado,  en  circunstancias 
que  quiero  callar  — tratábase  acaso  de  llevarme  a 
confesión  monárquica — ,  y  emprendí  con  una  vehe- 
mencia no  del  todo  normal  una  campaña,  de  una 
parte,  contra  la  causa  germánica,  y  de  otra,  contra 
la  monarquía,  o  mejor  contra  el  monarca.  Me  llamó 
éste  y  acudí  a  la  llamada  — lo  hago  a  todas — ,  lo  que 
me  valió  las  invectivas  de  los  que  tienden  a  monopoli- 
zarle a  uno  sin  consentir  que  dé  paso  alguno  sin  su 
pase.  Pero  es  que  nunca  he  aceptado  disciplina  algu- 
na de  partido,  y  menos  lo  haría  de  jefatura.  Llegó 
la  Dictadura,  y  arremetí  con  mi  peculiar  empuje  con- 
tra ella.  Y  debo  declarar  que  una  desordenada  pasión 
de  justicia  ha  solido  arrastrarme  a  verdaderas  injus- 
ticias a  las  veces.  Perseguí  a  la  Dictadura,  que  no 
ella  a  mí.  Y  de  tal  manera,  que  tuvo  que  confinárseme 
a  la  bendita  isla  de  Fuerteventura  — desértico  reman- 
so de  sosiego — .  y  lo  hizo  en  espera  de  que  yo  recla- 
mase y  me  pusiera  al  habla  con  aquel  Gobierno,  para 
ganárseme.  Me  esquivé  de  ello  y  decidí  hacer  de 
víctima  en  servicio  de  España,  con  lo  que  seguí  mí 
destino  y  mí  misión.  No  debía  quedarme  aquí,  pri- 
vado de  proclamar  a  todo  aire  y  a  toda  luz  las  ver- 
dades de  mi  verdad.  Y  al  partir  al  confinamiento,  me 


1100 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


llevé  — no  sin  cierta  sarcástica  burla —  la  gran  cruz 
de  Alfonso  XII  que  su  hijo  me  regaló  de  propia 
mano.  Y  allí,  en  la  isla,  la  dejé,  y  allí  está  guardada 
y  aguardándome.  Y  la  guardaré  con  esta  medalla 
de  honor,  prendas  de  que  he  procurado  servir  a  mi 
España  bajo  el  régimen  que  ella  haya  aceptado.  Li- 
bre del  confinamiento,  me  desterré  voluntariamente 
a  Francia,  donde  proseguí  mi  campaña  patriótica  con- 
tra la  Dictadura  y  contra  el  monarca,  encampanán- 
dome con  mis  consabidos  arrebatos.  Volvime  a  Es- 
paña cuando  aun  duraba,  agónica,  la  exhausta  mo- 
narquía. Y  apenas  pisé  suelo  español,  en  Irún,  volví 
a  arremeter  de  palabra  contra  el  régimen  de  entonces 
y  contra  la  realeza.  Lo  que  no  impidió,  ¡  claro !,  que 
se  me  repusiera  en  mí  cátedra  con  todas  sus  conse- 
cuencias, ya  que  aquellos  a  quienes  yo  combatía  se 
sentían  tan  españoles  como  yo,  y  sabemos  que  la  es- 
pañolidad quiere  decir  respeto  al  adversario. 

Vino  la  llamada  revolución  del  14  de  abril  de  1931, 
hecho  en  que  tomé  parte.  Proclamé  la  nueva  Repú- 
blica española  desde  el  balcón  de  la  Casa  Consistorial 
de  la  ciudad  de  Salamanca,  sobre  su  espaciosa  plaza 
Mayor  o  de  la  Constitución. 

Fui  elegido  luego  para  las  Cortes  Constituyentes 
como  diputado  liberal  republicano,  sin  más  adita- 
mento ni  por  partido.  Discutí  la  Constitución  y  la 
voté,  fueran  los  que  hubieran  sido  mis  disentimientos 
a  partes  de  su  contenido.  La  sabía  reformable,  y  que 
ni  hay  Constitución  consustancial  con  un  régimen  ni 
régimen  alguno  consustancial  con  la  patria.  Tal  es 
mi  profesión  de  fe  de  ciudadanía  española  — que  se 
me  da  de  honor — -,  sin  rendirme  a  dogmas  que  exclu- 
yan herejías  y  aun  negaciones.  Desde  muy  joven, 
frente  a  dogmas  políticos,  filosóficos  y  religiosos,  he 
mantenido  el  principio  liberal  del  libre  examen,  sin 
arredrarme  en  los  lindes  del  escepticismo  y  del  agnos- 
ticismo y  haciendo  de  la  rebusca  la  cura  de  la  espe- 


OBRAS  COMPLETAS 


1101 


ranza.  Por  creer  en  España  tal  como  su  historia  me 
la  enseña,  cómo  se  forma,  se  deforma,  se  reforma  y 
se  trasforma  arreo.  Y  profeso  que  lo  que  ciertos 
cuitados  han  dado  en  llamar  la  Anti-España  es  otra 
cara  de  la  misma  España  que  nos  une  a  todos  con 
nuestras  fecundas  adversidades  mutuas.  A  nadie,  suje- 
to o  partido,  grupo,  escuela  o  capilla,  le  reconozco  la 
autenticidad,  y  menos  la  exclusividad  del  patriotis- 
mo. En  todas  sus  formas,  aun  las  más  opuestas  y 
contradictorias  entre  si,  en  siendo  de  buena  fe  y  de 
amor,  cabe  salvación  civil. 

Por  lo  cual  llevaba  adelante,  aparte  de  mi  activi- 
dad propiamente  política,  otra  más  propia  mía  y  más 
intima,  una  labor  de  comprensión  y  de  consentimien- 
to y  de  convivencia  aun  en  medio  de  la  guerra  civil 
que  es  el  estado  íntimo  y  fecundo  de  nuestra  España. 
En  él  se  mecieron  mi  niñez  y  mi  mocedad ;  surgió  mi 
conciencia  civil  al  sentir  nacer  en  mi  la  patria  cuando 
nos  bombardeaban  en  mi  maternal  Bilbao  liberal  los 
carlistas.  Lo  he  narrado  en  mi  Paz  cti  la  Guerra, 
evangelio  de  mi  sentimiento  patrio.  Paz  en  la  guerra 
y  guerra  aun  en  la  paz. 

Cierto  que  he  infringido  a  las  veces  reglas  civiles 
de  la  apaciguadora  guerra  civil  misma,  pero  procu- 
rando comprender  —que  es  consentir —  y  estimar  la^ 
razones  y  los  sentimientos  del  adversario.  Y  nada  de 
machacarle  ni  de  anonadarle,  y  ni  vetos  ni  exclusio- 
nes. Guerra  civil  es  la  esencia  de  nuestro  genio.  Ya 
Esaú  y  Jacob,  mellizos,  luchaban  entre  sí  desde  el 
vientre  de  su  madre.  Mas  es  lucha  hermanal  que  bro- 
ta de  las  entrañas  de  la  hermandad  y  que  ésta  lleva. 
Que  a  quien  anonada  al  hermano  adversario  no  le 
queda  sino  el  suicidio. 

Se  me  acusa  de  ser  un  hombre  de  contradicciones. 
El  que  no  se  contradice  es  que  nada  dice.  Hombre 
de  contradicciones,  como  un  pueblo  de  contradicciones 
mi  pueblo  español.  Que  si  hacen  su  guerra,  hacen 


1102 


MIGUEL  DE  UNAMUNO 


también  su  honda  paz.  Y  ahora,  al  recibir  este  honor 
de  ciudadanía  española,  tengo  el  deber  de  aceptarlo 
en  reconocimiento  de  que  mi  prédica  es  reconocida 
por  lo  mejor  de  mi  madre  España,  y  con  ella,  el  prin- 
cipio dialéctico  fecundo  de  la  concordancia  de  las  dis- 
cordancias. Y  a  los  cuitados,  el  llamar  a  esto,  o  para- 
doja o  extravagancia,  o  suponer  exhibición,  capricho 
o  cuquería. 

Entre  mis  amores  patrióticos,  el  más  encendido  es 
el  del  habla  española,  siempre  en  marcha.  Y  hasta 
mediante  lucha  civil  también  entre  los  varios  dialec- 
tos hispánicos  — uno  de  ellos,  el  castellano  de  Casti- 
lla—  que  han  contribuido  a  integrar  en  mayor  per- 
fección esa  habla  común.  He  querido  mantenerla  im- 
perial, universal ;  me  he  esforzado  por  recrearla  a  mi 
modo  — con  timbre  vasco —  para  conquistar  con  ella 
almas  de  otros  pueblos  de  otras  hablas.  Y  más  que 
de  las  traducciones  que  de  mis  obras  se  han  hecho,  me 
envanezco  — execrar  de  vanidades  es  suma  vanidad — 
de  que  entre  los  motivos  que  hayan  podido  empujar 
a  espíritus  extranjeros  a  aprender  nuestra  habla  haya 
sido  uno  de  ellos  el  de  poder  leernos  en  nuestro  verbo 
a  los  que  formamos  el  actual  escuadrón  de  la  inte- 
lectualidad española.  Porque  sé  que  cuando  un  pue- 
blo renuncia  a  conquistar  territorios  ajenos  puede 
empezar  a  conquistar  campos  espirituales  de  cultura 
humana.  Nuestro  Cervantes  hizo  más  por  su  España 
— la  nuestra —  con  su  pluma  en  el  Quijote  que  con  su 
espada  en  Lepanto.  Que  habrá  paz  íntima  mientras 
en  la  guerra  nos  denostemos  con  el  mismo  verbo  y 
el  español  que  quiera  maldecir  de  España  tenga  que 
hacerlo  en  español. 

Por  todos  estos  sentimientos  — más  aún  que  razo- 
nes—  recojo  reconocido  de  manos  del  Gobierno  de 
nuestra  República,  régimen  que  libre  y  gozosamente 
se  dió  a  sí  misma  mi  patria,  esta  prenda,  figurándome 
que  es  ella,  mi  patria,  la  que  me  la  da.  Preveo  que 


OBRAS  COMPLETAS 


1103 


no  tendré  un  día  que  llevármela  al  destierro;  mas 
aunque  así  fuese,  la  guardaría  con  la  otra.  Y  ambas 
me  enseñan  a  recibir  con  humildad  pagos  de  mi  pueblo 
y  a  aprender  que  ellos  me  obligan  más  a  su  servicio. 
Y  quiera  Dios  que  me  dicta  este  mi  cristiano  evan- 
gelio de  guerra  en  la  paz  y  de  paz  en  la  guerra  — paz 
y  guerra  predicó  el  Cristo —  que  cuando  tenga  yo  que 
tomar  la  causa  de  uno  o  de  otro  partido  — neutral  no 
se  debe  ser,  y  altenitral  no  es,  por  desgracia,  siempre 
hacedero — ,  logre  dominar  la  desordenada  pasión  de 
justicia  que  a  injusticia  lleva,  ya  que  la  sentencia  de 
que  "quien  bien  te  quiere  te  hará  llorar",  más  que 
de  juez,  es  de  verdugo.  Aunque  mucho  me  temo  que 
siguiendo  la  tradición  popular  católica  española  vuel- 
va a  pecar  para  poder  arrepentirme,  y  vuelva  a  arre- 
pentirme  para  volver  a  pecar.  Y  hago  aquí  gracia, 
por  una  vez,  de  mi  .San  Pablo  cuando  se  sentía  hombre 
miserable  y  quería  liberarse  de  su  cuerpo  de  muerte. 

Gracias,  pues,  por  esta  lección  que  se  me  da.  Y 
que  al  enmudecer  en  mí  al  cabo,  por  ley  naturalmente 
fatal,  para  siempre  mi  verbo  español,  quepa  a  mis 
hermanos  y  a  sus  hijos  y  a  los  míos  decir  sobre  el 
terruño  patrio  que  me  abrigue :  Aquí  duerme  para 
siempre  en  Dios  un  español  que  quiso  a  su  patri:i 
con  todas  las  potencias  de  su  alma  toda  y  que  contri- 
buyó con  ésta  entera  a  dar  a  conocer  el  espíritu  del 
genio  de  España,  y  en  especial  a  conservar  y  a  re- 
crecer y  a  re-crear  el  habla  inmortal  con  que  íl'a 
soñaba  su  historia  y  su  destino. 

Y  nada  más.  Gracias.  Y  gracias  a  Dios,  a  la  Con- 
ciencia Universal,  sobrehumana,  y  que  El  os  lo  pague 
y  nos  guie  a  todos,  reconozcámosle  o  no. 

{Del  manuscrito  original  y  del  texto  publicado  en 
la  prensa  nacional,  abril  de  1935.) 


I         N         D         I         C  E 


Introducción    7 

I.  Los  PRÓLOGOS    7 

Prólogos  para  amigos  salmantinos    8 

Los  prólogos  bilbaínos   24 

Prólogos  a  poetas  españoles    30 

Tres  poetas  hispanoamericanos    34 

\'aria  prosística  americana   40 

Los  portugueses   44 

Los  catalanes   46 

Los  italianos   50 

Prólogos  a  otros  libros  españoles   52 

La  guerra  europea  de  1914   57 

Los   prólogos  a   traducciones   propias  y 

ajenas    59 

Noticia  de  otros  prólogos  que,  en  su  mayor 

parte,  no  lo  son  '   59 

II.  Las  conferencias  y  discursos   67 

Conferencias  y  discursos  académicos   69 

Homenajes  académicos  y  literarios    82 

Orador  de  Juegos  Florales   86 

Certámenes,  festivales  y  exposiciones   91 


1108  INDICE 


Conferencias  en  Ateneos  y  Círculos  lite- 
rarios   93 

Los  problemas  docentes  universitarios  ...  101 

Los  escenarios  locales.  Bilbao  y  Salamanca.  102 

Los  discursos  políticos  •    111 

Noticia  de  una  proyectada  edición  de  algu- 
nos discursos  unamunianos   118 

1.    Prólogos  (1894-1936) : 

Al  libro  de  Luis  Maldonado  Quere- 
llas del  Ciego  de  Robliza,  Sala- 
manca, 1894    129 

Al  de  José  Balcázar  y  Sabariegos 
Memorias  de  un  estudiante  de  Sa- 
lamanca [1894]    139 

Al  de  Juan  Arzadun  Poesía,  Bilbao, 

1897    140 

A  la  versión  española  del  de  G.  A. 
Hunter  Sutmrio  de  Derecho  Ro- 
mano, Madrid,  s.  a   148 

Al  libro  de  Salvador  Rueda  Fiiejüc 

de  Salud  [1900]   152 

Al  de  Bernardo  G.  de  Candamo  Es- 
trofas, Madrid,  1900    154 

Al  de  Arnaldo  Larrabure  Significa- 
ción del  seguro  sobre  la  vida  hu- 
mana, Salamanca,  1901   159 

AI  de  Manuel  Ugarte  Paisajes  pari- 
sienses, París,  1903  ■   170 

Al  de  Daniel  Ortiz  "Doys",  Chiri- 
gotas y  epigramas,  Madrid,  1902.  179 

Al  de  Luis  Romano  Horas  grises, 

Salamanca,  1902    185 

a1  de  José  Santos  Chocano  Alma 
América,  Poemas  indoespañoles, 
Madrid,  1906    189 


INDICE  1109 

Al  de  Manuel  Machado  Alma,  Mu- 
seo, Los  Cantares,  Madrid,   1907.  197 

Al  de  José  Asunción  Silva  Poesías, 

Barcelona,  1908    210 

Al  de  Luis  Ross  Mújica  Más  allá  del 

Atlántico.  Valencia,  1909    223 

A  la  traducción  italiana  de  Vida  de 

Don  Quijote  y  Sancho,  1913  ...  238 

A  la  versión  española  de!  de  Bene- 

detto  Croce  Estética,  Madrid,  1912.  242 

A  la  ídem  del  de  Richard  Bagot  Los 

italianos  de  hoy,  Barcelona,  1913.  265 

Al  de  Enrique  Pérez  Cirugía  política, 

París,  1913   '.   275 

Al  titulado  Cartas  de  Manuel  Laran- 

jeira  [1913],  Lisboa,  1943    281 

A  la  versión  castellana  del  poema  de 
Eugenio  de  Castro  Constanza,  Ma- 
drid, 1913    283 

Al  libro  de  Cándido  Rodríguez  Pini- 
Ua  El  poema  de  la  tierra,  Salaman- 
ca, 1914   289 

Al  de  Ernesto  A.  Guzmán  Poemas  de 
la  serenidad,  Santiago  de  Chile, 
1914    300 

Epílogo  al  de  Andrés  Pérez-Carde- 
nal Alpinismo  castellano,  Bilbao, 
1904    305 

Introducción  al  libro  Simón  Bolívar, 
libertador  de  América  del  Sur, 
Madrid,  1914   308 

Prólogo  al  de  "Alonso  Quesada"  El 
lino  de  los  sueños,  Madrid,  1915.  327 

Idem  a  la  versión  española  del  de 
Gabriel  Hanotaux  Historia  ilustra- 
da de  la  guerra,  1915   334 


1110  INDICE 


Al  titulado  Yo  acuso,  por  Un  Ale- 
mán, segunda  edición  española,  Va- 
lencia, 1916   352 

Al  de  Fernando  Iscar  Peyra  Los  pe- 
leles, Salamanca,  1916   359 

Al  de  Cayetano  Alcázar  La  juerga 

de  la  estudiantina,  Madrid,  1916.  365 

Al  de  Juan  Cueto  La  vida  y  la  raza 
a  través  del  "Quijote" ,  Luarca, 
1916  7.    368 

A  la  versión  española  del  de  Gastón 
Rioux  La  ciudad  doliente,  Diario 
de  un  soldado  raso,  París,  1916  ...  375 

Al  de  Ramón  Turró  Orígenes  del  co- 
noci)ǹnto.  El  hambre,  Madrid, 
1921  [fechado  en  1916]    384 

Al  de  Salvador  de  Madariaga  Ro- 
mances de  ciego,  Madrid,  1922  [fe- 
chado en  1919]    394 

Al  de  T.  Mendive  Linterna  mágica, 

Bilbao,  1919    398 

Al  de  Emiliano  Arriaga  Revoladas 

de  tm  chimbo,  Bilbao,  1920    402 

Al  de  Fernando  Felipe  Lengua  fran- 
cesa, Salamanca,  1922    409 

Al  de  Angel  Revilla  José  María  Ga- 
briel y  Galán.  Su  vida  y  sus  obras, 
Madrid,  1923   ."   414 

Al  de  Juan  Montalvo  Las  Catilinú- 

rias,  París,  1925    418 

Al  de  Victoriano  García  Martí  Del 
vivir  heroico,  Madrid,  1925,  se- 
gunda edición    429 

Al  de  Ariel  Bension  El  Zohar  en  la 
España  musulmana  v  cristiana, 
Madrid,  1931   434 


/       -V       D       I       C       E  1111 


Al  de  Gabriel  Miró  Las  ccrcaas  del 

cementerio,  Barcelona,  1932    438 

Al  de  Eugenia  Astur  Riego,  Madrid, 

1933   ■.   444 

Al  de  José  Camón  Aznar  El  Héroe, 

Madrid,  1934    449 

Al  de  José  Suárez  Cincuenta  fotos 

de  Salamanca,  Salamanca,  1934  ...  452 
Al  volumen  XVII  de  Obras  Comple- 
tas de  Joan   Maragall,  Barcelona, 

1934    454 

Al  de  Manuel  Llano  Retablo  infantil. 

Santander,  1935   464 

Al  de  José  Díaz  Morales  ¡Zas!.  Gii- 
lliver  en  el  país  de  la  calderilla, 
Madrid,  1936    468 

II.      COXFEREN'CI.XS   Y    DISCURSOS  (1896-1935). 

"Sobre  el  estudio  de  la  demótica", 
conferencia  en  el  Ateneo  de  Se- 
villa, diciembre  de  1896    473 

Oración  inaugural  del  Curso  1900- 
1901,  en  la  Universidad  de  Sala- 
manca   493 

En  el  Certamen  de  la  Academia  Ju- 
rídico-Escolar,  del  Ateneo  Cientí- 
fico, de  Valencia,  el  24  de  abril 
1902    505 

En  el  Palacio  de  la  Biblioteca  y  Mu- 
seos Nacionales,  de  Madrid,  el  24 
de  mayo  de  1906    518 

En  la  clausura  del  Certamen  Peda- 
gógico Regional  de  Orense,  junio 
de  1903    526 

En  el  teatro  Principal,  de  La  Coru- 

ña,  el  19  de  junio  de  1903    547 


1112  INDICE 
En  la  Reunión  de  Artesanos,  de  La 


Coruña,  el  20  de  junio  de  1903  ...  563 
En  los  Juegos  Florales  de  Almería, 

el  27  de  agosto  de  1903    568 

En  el  Círculo  Literario  de  Almería, 

el  30  de  agosto  de  1903    589 

En  la  inauguración  del  curso  1903- 

1904  en  la  Escuela  Superior  de  In- 
dustrias, de  Béjar   604 

En  el  Paraninfo  de  la  Universidad  de 
Salamanca,  el  1  de  octubre  de  1904, 
al  ser  inaugurado  el  curso  acadé- 
mico por  el  rey  don  Alfonso  XIIL  610 

Ponencia  presentada  a  la  II  Asam- 
blea Universitaria,  Barcelona,  ene- 
ro 1905    613 

Discurso  en  el  homenaje  a  Gabriel 
y  Galán,  en  Salamanca,  el  26  de 
marzo  de  1905    624 

"La  enseñanza  de  la  Gramática", 
conferencia  en  la  Exposición  Es- 
colar, Bilbao,  1905    632 

Discurso  en  los  Juegos  Florales  de 
Salamanca,  el  30  de  setiembre  de 

1905    654 

Conferencia  en  el  teatro  de  la  Zar- 
zuela, de  Madrid,  el  25  de  febrero 

de  1906    658 

Idem  en  el  teatro  Cervantes,  de  Má- 
laga, el  21  de  agosto  de  1906  ...  681 

idem  en  el  Círculo  Mercantil,  de  Má- 
laga, el  22  de  agosto  de  1906  ...  697 

Idem  en  la  Sociedad  de  Ciencias,  de 
Málaga,  el  23  de  agosto  de  1906.  715 

Idem  en  el  teatro  de  Novedades,  de 


INDICE  1113 

Barcelona,   el    15   de   octubre  de 

1906    729 

"La  conciencia  liberal  y  española  de 
Bilbao",  conferencia  en  la  Socie- 
dad "El  Sitio",  el  5  de  setiembre 
de  1908    756 

"La  esencia  del  liberalismo",  confe- 
rencia en  Valladolid,  el  3  de  ene- 
ro de  1909   777 

Discurso  en  el  homenaje  a  Darwin, 
en  la  Universidad  de  Valencia,  fe- 
brero de  1909    786 

Idem  en  el  Centenario  de  las  Cortes 
de  Cádiz,  Salamanca,  el  24  de  se- 
tiembre de  1910   810 

Idem  en  los  Juegos  Florales  de  Pon- 
tevedra, el  20  de  agosto  de  1912.  812 

idem  en  el  Ateneo  de  Vitoria,  se- 
tiembre 1912   824 

Idem  en  el  Círculo  Mercantil,  de  Sa- 
lamanca, el  11  de  noviembre  1912.  831 

"Lo  que  ha  de  ser  un  rector  en  Es- 
paña", conferencia  en  el  Ateneo 
de  Madrid  el  25  de  noviembre  de 
1914   853 

"Lo  que  puede  aprender  Castilla  de 
los  poetas  catalanes",  conferencia 
en  el  teatro  Lope  de  Vega,  de  Va- 
lladolid, el  8  de  mayo  de  1915  ...  884 

Discurso  al  ser  presentado  candidato 
a  concejal  en  Salamanca,  noviem- 
bre 1915   907 

Idem  a  la  memoria  de  don  Luis  Ro- 
dríguez Miguel,  en  Salamanca, 
marzo  1916    911 

'Autonomía  docente",  conferencia  en 
la  Real  Academia  de  Jurispruden- 


1114        I       N       D       I       C  L 

cia  y  Legislación,  de  Madrid,  el  3 

de  enero  de  1917   919 

Discurso  en  la  comida  anual  de  la 
revista  España,  Madrid,  el  28  de 
enero  1917   943 

ídem  en  memoria  de  Pérez  Galdós, 
en  el  Ateneo  de  Salamanca,  no- 
viembre 1920    958 

Conferencia  en  la  Casa  de  la  Demo- 
cracia, de  Valencia,  el  7  de  se- 
tiembre de  1922    962 

Discurso  en  el  homenaje  al  doctor 

Cañizo,  Salamanca,  17  mayo  1931.  986 

Idem  en  las  Cortes  de  la  República, 

el  25  de  setiembre  de  1931    990 

Idem  al  inaugurar  el  curso  académi- 
co 1931-32  en  la  Universidad  de 
Salamanca    1004 

Idem  en  las  Cortes  de  la  República 

el  22  de  octubre  de  1931    1012 

Conferencia  en  la  Asociación  de  Es- 
tudiantes de  Derecho,  en  Salaman- 
ca, el  29  de  noviembre  de  1931  ...  1019 

Discurso  sobre  Joaquín  Costa,  en  el 
Ateneo  de  Madrid,  el  8  de  febrero 
de  1932    1024 

Idem    en    los    Juegos    Florales  de 

Murcia,  el  27  de  marzo  de  1932.  1037 

Idem  en  la  Universidad  de  Sala- 
manca en  el  I  Aniversario  de  la 
República,  el  14  de  abril  de  1932.  1045 

Idem  en  la  clausura  de  la  Semana  de 
Historia  del  Derecho  español,  en 
Salamanca,  el  3  de  mayo  de  1932.  1052 

Idem  en  las  Cortes  de  la  República 

el  23  de  junio  de  1932    1055 


/        .V        D        I        C        E  1115 

Discurso  en  las  Cortes  el  2  de  agosto 

de  1932    1063 

Oración  inaugural  del  Curso  acadé- 
mico 1934-1935  en  la  Universidad 
de  Salamanca,  al  ser  jubilado  como 
catedrático    1076 

Palabras  con  el  mismo  motivo,  en  el 

Ayuntamiento  de  Salamanca    1092 

Alocución  a  los  niños  de  España  el 

día  de  Reyes  de  1935    1095 

Palabras  de  agradecimiento  al  ser 
nombrado  Ciudadano  de  honor  de 
la  República,  en  1935    109 


Esta  nueva  edición  de  las 
Obras  Completas  de  don  Mi- 
guel   DE    UnAMUNO    la  edita 

VERGA  RA  EDITORIAL 

POR     CONCESIÓN     ESPECIAL  DE 

'\FRODISIO  AGUADO,  S.  A. 

El  presente  tomo  séptimo  se 
terminó  de  imprimir  el  día 
quince  de  junio  de  mil  no- 
vecientos cincuenta  y  nueve 
en  los  talleres  gráficos  de 

ESCELICER,  S.  A.,  DE  MaDRID. 


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