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HISTORIA
DE L.A
GUERRA DEL PACIFICO
(1879-1881)
«ICdADeSdACiOCI
OBRñS COMPLETAS
DE
DIEGO BARROS ARANA
TOMO XVI
HISTORIA
DE l_A
GUERRA DEL PACIFICO
(^8794881)
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SANTIAGO DE CHILE
Imprenta, Litografía i Encuademación «Barcelona»
Calle Moneda, esquina de San Antonio
I9I4Q.
ADVERTENCIA DE LA EDICIÓN DE 1880
Este libro fué escrito para ser publicado en francés; i en
efecto, en estos momentos se imprime en Paris. Su autor se
propuso hacer una narración compendiosa pero completa de
los antecedentes i desarrollo de la guerra que sostiene Chile
contra las repúbhcas aliadas del Perú i de Bolivia, narración
destinada especialmente para los estranjeros que deseen co-
nocer estos sucesos sin necesidad de recurrir al inmenso déda-
lo de documentos que es difícil procurarse i mas difícil aun
consultar.
Se sabe que en el estranjero. i principalmente en Europa,
se han hecho en los diarios i revistas muchas publicaciones
concernientes a esta guerra, i que por falta de conocimiento
de los hechos i de la jeografía unas veces, i otras por las exaje-
r aciones i falsas noticias que han dado a luz los aj entes de las
repúblicas aliadas, esas pubhcaciones contienen errores de
toda naturaleza i las mas equivocadas apreciaciones. Solo una
que otra vez se han publicado algunas pajinas regularmente
PRELIMINAR
Al separarse de la España para constituirse en estados in-
dependientes, las repúblicas americanas adoptaron como prin-
cipio jeneral para la demarcación de sus límites territoriales
una regla que, a lo menos en apariencia, estaba destinada a
hacer desaparecer todas las dificultades. Los límites de los
nuevos estados, se dijo, serán los mismos que tenían bajo el
réjimen español los virreinatos, capitanías jenerales o provin-
cias que ahora forman las repúblicas independientes. Este
principio del derecho público americano es denominado el uti
possidetis de 1810, por haber sido éste el último año en que la
España ejerció sin trabas ni discusiones su soberanía sobre
estos vastos territorios. '
En teoría, nada había, pues, mas fácil que reglar todas las
cuestiones de límites en estos países. Cada estado reconocía
por demarcación de su territorio la que el soberano español
había dado a la provincia que había pasado a formar la nueva
república. En la práctica, ese principio debía ofrecer, i ha
ofrecido en efecto, las mas serias dificultades.
10 OUKRRA DKL PACifllX)
IVsdo liioiíi). lii Ainórica española, poca poblada ahora, lo
era mucho menos bajo el réjimen colonial. ICntre una provin-
cia i otra habia a veces grandes porciones de territorio mal
esploradas todavía, con frecuencia abandonadas a los saha-
jes. o despoblados, estériles o nó. jxm'o de los cuales el estado
nidimentario de la industria colonial hacia creer que no habia
provecho alguno cjue sacar. ICsas porciones territoriales po-
dian ser reclamadas ctuí títul»)s mas o menos razonables, por
las dos provincias colindantes.
El rei de España, por otra parte, no habia establecido siem-
pre límites precisos a las diversas provincias de su imperio
colonial. L;v^ disposiciones que dictó a este respecto eran por
lo jeneral sumamente latas, a \'eces vagas, sobiv todo cuando
se referían a rejione^ cuyo estudio jeogrático era incompleto.
Mas aun. siendo solx^ano de todos estos dilatados países, el
reí encomendaba indiferentemente a éste o a aquel funcionario
ciertos actos de jurisdicción sobre un territorio que podían
muí bien no estarle sometido; i esa comisión creaba un título
ajxiriMite de dominio que mas tarde ha podido ser invocado
en las discusiones de límites de los nuevos estados.
Ha resultado de aquí que a pesar de lo absoluto i definitivo
que parece el principio del uH possidetís de 1810. cada una de
las repúblicas hispano-americanas ha tenido tantas cuestio-
nes de límites como son los estados que tocan sus fronteras.
La mayor parte de esas cuestiones no han hallado todavía so-
lución; pero hai algunas que han producido serias complica-
ciones i han preparado verdaderos conflictos.
La cuestión que en Europa se ha denominado «la guerra del
Pacífico*, tiene su primer oríjen en estas dificultades. Al pre-
tender darla a conocer en sus causas i en su desarrollo, quere-
mos comenzar por esponei ciertos antecedentes que, según
creemos, servirán para su mejor i mas fácil comprensión.
PRIMERA PARTE
LA.S CAUSAS DE LA GUERRA
CAPITULO I
La república de Chile. — Pobreza i atraso de este pais bajo el réjimen colo-
nial.— Se adelanta, a todos los otros estados hispano -americanos en el
afianzamiento de la tranquilidad interior i de su organización adminis-
trativa.— Esplicacion que han dado de este hecho algunos publicistas
europeos. — Progresos alcanzados por esta república.
Aunque nacidos de un oríjen común, conquistados por una
misma raza, hablando el mismo idioma, practicando una re-
lijion igual, sometidos a una lejislacion uniforme, educados
en los mismos sentimientos i en las mismas ideas, los pueblos
hispano-americanos no han seguido el mismo camino al cons-
tituirse en repúblicas independientes. Su desarrollo no ha sido
igual, i sus progresos han sido mui diferentes. Al paso que al-
gunos han visto incrementarse en pocos años su población; su
12 GUERRA DEL PACÍFICO
riqueza i su cultura, otros han adelantado tan lentamente que
han podido discutirse si han ganado o si han perdido con su
independencia.
A este respecto, la república de Chile ofrece un ejemplo que
ha llamado con justicia la atención de algunos escritores del
antiguo mundo. El historiador alemán Gervinus, después de
referir con grande acopio de hechos i con una rara sagacidad
el nacimiento de estos nuevos estados, no vacila en colocar a
Chile en el rango de modelo de una república templada. «Vió-
se establecerse allí, agrega, una tranquilidad i un orden mas
grande que en los otros estados, sin que el país haya tenido
que sufrir el despotismo o una dinastía. El réjimen del orden
ha estado ademas favorecido por la feliz influencia de una
constitución moderada. Pues bien, este único ejemplo ha bas-
tado para que aun los repubhcanos hispano-americanos mas
desalentados después de tantos desengaños, no hayan perdido
toda esperanza de ver aparecer un dia un mejor porvenir en
aquellos vastos territorios» ^
A piimera vista parecía que ninguna de las antiguas colo-
nias de España era menos apta para llevar a cabo estos pro-
gresos, i para realizarlos destinos de república independiente.
Si talvez no era la mas pequeña de las provincias que forma-
ban el estenso imperio colonial de los españoles, era sin duda
alguna la mas pobre, i al mismo tiempo la mas atrasada. Su
población no pasaba de 500,000 habitantes. Su comercio con
las otras colonias se reducía a unos dos millones de pesos por
año, i las rentas públicas apenas alcanzaban a medio millón.
Un célebre jeógrafo español, particularmente conocedor de
la América, decia a principio de este siglo: «Esta posesión (Chi-
le) ha sido la menos útil a la metrópoli, la mas costosa i la mas
disputada» 2.
Ahora, desde el punto de vista de los intereses morales, el
atraso de Chile durante el réjimen colonial, era mucho mayor
todavía. Siendo la mas apartada i la mas pobre de las posesio-
1. G. G. Gervinus, Histoire du XIX Sude (trad. Minssen), tomo X, pa-
jina 336.
2. Torrente, Jeografia Universal, tom, II, páj. 380.
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 13
nes españolas del nuevo mundo, fué también la mas descui-
dada en el fomento de la instrucción. Chile tuvo mui pocas
escuelas, un modesto seminario, un colejio conventual i desde
mediados del siglo último una universidad, modelada bajo el
sistema de las de España, pero en pequeñas proporciones, i
mucho mas atrasada. Al terminarse la dominación española
no habia en todo el pais diez hombres que hubieran podido
comprender otro latin que el de los comentadores de las leyes
dé Castilla o de los tratados de teolojía i de derecho canónico,
ni que pudieran leer una pajina en francés o en cualquier otro
idioma moderno. Baste decir que mientras Méjico i el Perú
tuvieron imprenta desde el siglo XVI, i las otras colonias des-
de el siglo XVIII, Chile estuvo privado de este elemento de
propagación de las luces hasta 1812, dos años después de ha-
ber iniciado la revolución de su independencia.
Sin embargo, Chile venció estas, dificultades al parecer in-
superables, i estableció un gobierno regular i ordenado antes
que ninguna de sus hermanas. Su independencia se consumó
después de una lucha tenaz i encarnizada, pero con menos
conmociones i trastornos interiores que en los otros pueblos
del mismo oríjen. Apenas libre de los enemigos esteriores, en
1820, organizó una escuadra i un ejército que fué a llevar la
libertad al Perú. Desde entonces contrajo todo su empeño a
la organización interior del pais, al arreglo de su hacienda pú-
blica, al pago puntual de todas sus obligaciones, al fomento i
desai rollo de la instrucción pública, a la apertura de caminos,
a la reforma de su lejislacion, en una palabra, a todo lo que
constituye la grandeza i la prosperidad de los pueblos.
Estos afanes han sido coronados por un éxito que puede
llamarse feliz. Desde 1830, Chile ofrece el ejemplo único en la
América española, i poco común en el resto del mundo, de la
sucesión legal i ordenada de todos sus gobiernos. Desde 1830,
' todos los gobernantes se han sucedido en virtud de la lei, sin
que ninguno de ellos haya sido impuesto por una revolución ^.
3. El período presidencial dura cinco años, i la renovación del presidente
se hace el i8 de setiembre. Hasta 1871, la constitución permitía la reelección
i los cuatro primeros presidentes fueron reelejidos. Así, pues, Chile ha tenido
14 GUBBRA DEL PACIFICO
En este período de cincuenta años, solo ha habido dos con-
mociones que han alterado la paz púbhca en algunas provin-
cias durante tres o cuatro meses, pero que no han interrum-
pido el orden legal del pais. Durante los últimos veinte años,
sobre todo, después de la última de esas conmociones, no se
ha suspendido por un solo dia, en parte alguna del territorio,
el réjimen de garantías i de hbertad que asegura la constitu-
ción. En Chile han pasado para siempre los estados de sitio,
las disoluciones de congresos, la clausura de imprentas, los
procesos políticos, los golpes de autoridad.
He ahí, se dirá, un ejemplo bien raro en la América espa-
ñola, i aun en muchos otros países. El hecho en efecto es poco
común, i por esto mismo ha llamado la atención de muchos
observadores que han tratado de esplicárselo. Un ministro
diplomático de la Gran Bretaña, que ha habitado este pais
durante algunos años, que lo ha estudiado seriamente, i que
lo ha dado a conocer a su gobierno en un estenso informe ofi-
cial, M. Horacio Rumbold, después de esponer metódica i or-
denadamente este estado de cosas, pasa a esplicarse sus cau-
sas en los términos siguientes: «Las pajinas que preceden,
dice M. Rumbold, habrían sido escritas inútilmente si no .die-
sen al lector la idea de una nación sobria, práctica, laboriosa,
bien ordenada, gobernada prudentemente i formando un gran
contraste con los otros estados del mismo orí jen i de institu-
ciones semejantes que se estienden en el continente america-
no. Chile debe los beneficios de que goza a las tradiciones im-
plantadas en su administración por los fundadores de la Re-
pública; a la parte preponderante que la clase educada i aco-
modada ha tomado en la dirección de los negocios púbhcos;
a la feliz estincion del militarismo; al cultivo esmerado de los
instintos conservadores innatos en él, a la ausencia casi com-
pleta de esas fuentes accidentales de riqueza que la Providen-
desde esa época los mandatarios siguientes: Jeneral don Joaquin Prieto
(1831-1841). jeneral don Manuel Búlnes (1841-1851), don Manuel Montt
(1851-1861), don José Joaquin Pérez (1861-1871), don Federico Errázuriz
(1 871-1876) i don Aníbal Pinto, actual presidente, que comenzó a gobernar
el 18 de setiembre de 1876. Solo los dos primeros eran militares.
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 15
cia ha prodigado tan abundantemente en algunas de las na-
ciones vecinas; a la necesidad, por consiguiente, de recurrir
a un gran trabajo, rápidamente recompensado por un suelo
jeneroso; a la constancia paciente i a la aptitud para el tra-
bajo de su población; i sobre todo esto, quizá, a la neglijencia
de sus antiguos señores, que la obligó, cuando ñubo sacudido
el yugo a crearlo todo por sí misma, apelando a los esfuerzos
escepcionales de la nación.
«Todo esto puede resumirse en dos palabras, trabajo i cor-
dura.
«Conviene también no olvidar que Chile debe mucho a un
clima tan perfecto como es difícil encontrarlo en cualquier
otro punto del globo; a un cielo puro bajo el cual todo pros-
pera; alas montañas grandiosas que no solo han contribuido
a su riqueza por una provisión abundante de los metales maá
comunes, pero los mas útiles al hombre, sino que lo han pro-
tejido i aislado en el período crítico de su infancia, de un con-
tacto mui inmediato con las naciones turbulentas que lo ro-
dean.
«En realidad, su destino, semejante en algunos puntos al de
nuestro pais (la Inglaterra), ha sido materialmente influen-
ciado por condiciones de clima i de posición jeográfica. En ñn,
no debe poco, i Chile no debe olvidarlo, a la enerjía i a la ayu-
da de los estranjeros, principalmente de los ingleses; a las
j entes de otros países que han combatido por él, intruido a
sus hijos, construido sus ferrocarriles i llevado el comercio a
sus puertos i la mezcla bastante considerable de sangre es-
tranjera que corre en las venas de su población» *.
Un publicista francés, M. A. Rabutaux, que ha estudiado
la situación de Chile en un buen artículo del Dictionnaire gé-
4. El informe de M. Rumbold, presentado al gobierno de S. M. B. en di-
ciembre de 1875, ha sido traducido al francés i publicado con este título:
^'Le Chili, Rapport de M. Horace Rumbold, Ministre de la Grand Bretagne á
Santiago, sur le progrés et la condition genérale de la Repúblique, traduit du
hvre hleu presenté aux deux chambres par ordre de S. M.» Paris, 1877 en 8.^
Este libro es bajo todos aspectos uno de los mejores que se puedan consultar"
para conocer la situación política, financiera e industrial de Chile. Véanse
las pájs. 44 i siguientes de donde copiamos el fragmento reproducido arriba.
16 QUERRÁ DEL PACÍFICO
néral de politiqíie de M. Maurice Block, se esplica en los térmi-
nos siguientes las causas de su prosperidad actual. «Bajo la
firme administración del jeneral Prieto i de Portales (su mi-
nistro), la paz se consolidó, los hábitos de orden i de prudencia
política se establecieion en el pais; i Chile entró en una era de
progreso, cuya marcha, desde entonces, no ha tenido que su-
frir mas que raras i cortas interrupciones. Se ha preguntado
de dónde ha venido a la república de Chile este feliz privilejio,
i qué fa\-orables circunstancias le han vaHdo un destino tan
diferente del de las otras democracias del sur. Se han indicado
muchas causas ... la pureza de la sangre criolla, que se ha
mezclado poco con los indios, i por este medio ha conservado
su vigor i su superioridad moral — el carácter distintivo de
esta raza activa i seria, que desea igualarse a los mgleses, i que
un viajero compara con la famiha holandesa, — el profundo
sentimiento nacional de que está dotada, su gusto por los ne-
gocios i por el comercio — el aislamiento del pais que lo ha
protejido contra la ambición de sus vecinos — en fin, la dispo-
sición territorial de este mismo pais que no puede prestarse
a largas guerras civiles i donde toda querella debe decidirse
pronto» ^.
Podríamos señalar otras causas de esta situación escepcio-
nal de Chile; pero ello nos llevarla un poco lejos. Para nuestro
objeto nos basta dejar constancia de que esta pequeña repú-
blica, merced al orden que ahí existe i al espíritu trabajador i
emprendedor de sus hijos, ha sabido levantarse de la situación
lastimosa de la última i mas pobre colonia de la España a un
estado de prosperidad i de riqueza a que no han podido llegar
algunas de sus hermanas que fueron mas favorecidas por la
naturaleza i por la protección de sus antiguos soberanos. Chi-
le, en efecto, no solo se adelantó a las otras en la constitución
de un gobierno regular i en el establecimiento de la tranquili-
5. M. Maurice Block, Dictionnaire general de politique, tom. I, páj. 331.
Conceptos semejantes a éstos se hallan en casi todos los libros de historia
contemporánea, i en los mejores tratados o diccionarios de jeografía. Véanse
sobre todo la Encyclopedia Británica, el Grand Dictionnaire de Larouse i
el DíV/. rf« g^o^ríi/)Aí> de M. ViviEN DE San Martin.
LAS CAUSAS DE LA GUERRA
dad interior, sino que acometió antes que ninguna otra las
obras que representan el progreso de un pueblo. Fué la pri-
mera que abolió la esclavitud, la primera que organizó en
vasta escala la instrucción pública, i que sancionó la mas am-
plia libertad comercial, como fué la primera que tuvo ferro-
carriles i telégrafos en toda la América del sur. Tales son los
beneficios de la paz.
A la sombra de la paz, igualmente, Chile ha realizado otro
orden de progresos. Sus puertos, sus ciudades i sus campos
han estado abiertos a los estranjeros de todos los paises, i pai-
ticularmente a los europeos, a los alemanes que han poblado
las colonias del sur de Chile, a los ingleses que han hecho el
comercio en grande, a los franceses que negocian con los ar-
tículos de lujo i de elegancia o que ejercen diferentes profe-
siones e industrias. Para nadie han sido obstáculo sus creen-
cias, porque la lei chilena ha amparado no solo el ejercicio de
todos los cultos cristianos sino también la facultad de tener
escuelas i colé j ios donde se dé la enseñanza que prefiera cada
secta. Un antiguo diplomático decia hace poco años que Chile
era la nación en que la diplomacia tenia menos que ocuparse
en jestionar en defensa de sus nacionales, porque en este pais
eran desconocidos los atropellos de que los estranjeros son
con frecuencia víctimas en otros pueblos hispano-americanos
i porque en Chile el gobierno arreglaba rápida i amistosamen-
te cualquiera dificultad que se suscitara.
TOMO XVI.-
CAPITULO II
Progresos industriales de Chile. — Los mineros e industriales de Chile co-
mienzan a poblar el desierto de Atacama. — El gobierno de Bolivia re-
clama como suyo ese territorio. — Discusiones diplomáticas i amenazas
de guerra en 1863. — Tratado en 1866. — Bolivia no cumple este tratado.
— Rápido desarrollo de la industria chilena en el desierto. — La revolu-
ción ocurrida en Bolivia en 187 1 produce nuevos embarazos para el cum-
plimiento del tratado. — Se firma en La Paz el pacto complementario de
1872. — Nuevas concesiones que por él hacia Chile a Bolivia.
Alejados de la via de las revoluciones por la acción de la, lei
i por la templada firmeza de los gobernantes, los chilenos
contrajeron toda su actividad al desarrollo de la industria. Al
mismo tiempo que el gobierno hacia esplorar todo el territo-
rio, estudiar minuciosamente la fauna, la flora i la mineralojía
del pais, i levantar en grande escala la carta jeodésica i jeoló-
jica de su suelo ^ la población esplotaba el comercio i la agri-
I. Para conseguir este resultado, el gobierno habia llamado a Chile una
verdadera colonia de sabios europeos que han prestado los servicios mas im-
portantes. Nos limitaremos a recordar los nombres de Gay, mas tarde miem-
bro de la academia de ciencias de Paris, del jeólogo i mineralojista Domeyko,
del naturalista Philippi, del astrónomo Moesta i del jeógrafo Pissis, que ha
levantado, después de 24 años de trabajo, la carta del territorio. No tenemos
para qué hablar aquí de los profesores contratados en Francia i en Alemania
20 GUERRA DEL PACÍFICO
cultura en las provincias centrales, las minas de carbón de
piedra en las provincias del sur, i las de plata i cobre en las del
norte. Como consecuencia de esta iniciativa, la población se
ha quintuplicado, alcanzando en nuestros dias a cerca de dos
millones i medio; las rentas públicas que en 1810 alcanzaban
apenas a medio millón de pesos, hoi pasan de 16 millones; i el
comercio esterior que en esa época era de dos millones, hoi
alcanza a la cifra considerable de sesenta millones. El puerto
de Valparaiso, el cuarto o quinto del Pacífico por su impor-
tancia comercial en aquella época, i que solo tenia una pobla-
ción de tres mil habitantes, es hoi el primero de la América
española en estos mares, i encierra cien mil almas.
La esplotacion de las minas en la rejion del norte tomó,
sobre todo, un gran desarrollo. Sin hablar aquí de la plata,
conviene decir que en 1870 Chile producía mas de la mitad del
cobre que utilizaba la industria del mundo entero. Esa esplo-
tacion llevó a los chilenos a internarse poco a poco en el de-
sierto de Atacama que durante siglos enteros se había creído
inútil para toda industria, tierra maldita, de clima insoporta-
ble, privada de agua i de vejetacion por donde el hombre no
podía viajar sino a condición de llevar consigo el agua i los
alimentos para sí i para sus anímales. La actividad de los chi-
lenos halló allí, sin embargo, minas de cobre, depósitos de
guano i de salitre o nitrato de soda, de que la industria podía
sacar gran provecho. El gobierno de Chile hizo reconocer cien-
tíficamente aquella rejion por tierra i por mar, para favorecer
el incansable espíritu de empresa de sus nacionales. De este
modo, las caletas i otros puntos del árido desierto, situados
al sur del paralelo 23 de latitud, comenzaron a poblarse de
industriales i de trabajadores chilenos.
El gobierno de Bolívia, aun en medio de las constantes re-
voluciones en que ha vivido envuelto, no había mirado con
para enseñar la química, la medicina, la mecánica, la economía política, las
humanidades, las lenguas clásicas, etc., etc. Conviene, sin embargo, agregar
que Chile ha llamado igualmente a su servicio a algunos de los hombres mas
distinguidos de la América española.
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 21
indiferencia los progresos industriales de sus laboriosos veci-
nos. En breve tiempo inició las reclamaciones diplomáticas,
moderadas a veces, amenazadoras i belicosas en otras ocasio-
nes. Parece que esta cuestión servia a los intereses de sus par-
tidos interiores como un medio de tranquilizar la opinión con
el anuncio o el temor de complicaciones, esteriores. Bolivia
pretendia que el territorio que comenzaban a poblar los chile-
nos estaba comprendido dentro de sus límites según el princi-
pio del uti possidetis í?^ 1810.
Chile contestó a estas reclamaciones con templada firmeza,
desentendiéndose prudentemente de las provocaciones beli-
cosas. Ambas partes exhibieron sus documentos históricos, i
ambas manifestaban la mas absoluta confianza en la bondad
de sus títulos. Hubo un momento en que esta discusión estuvo
a punto de de j enerar en un rompimiento armado. El 5 de ju-
nio de 1863, la asamblea lejislativa de Bolivia dictó una lei
concebida en estos términos: «Se autoriza al poder ejecutivo
para declarar la guerra al gobierno de la república de Chile,
siempre que agotados los medios conciliatorios de la diploma-
cia, no obtuviere la reivindicación del territorio usurpado o
una solución pacífica, compatible con la dignidad nacional».
El gobierno de Chile oyó con calma i casi con indiferencia es-
ta provocación tan estemporánea i tan irregular. A pesar de
las exij encías de una parte de la prensa i de algunos dipu-
tados que querían que se suspendiese toda negociación con
Bolivia mientras no retirase aquella declaración, el gobierno
chileno continuó tratando i aun recibió en Santiago a un nue-
vo ministro plenipotenciario de ese país.
Por el momento, estas negociaciones no condujeron a nin-
gún resultado práctico; pero al fin, el 10 de agosto de 1866 se
firmó un tratado que parecía destinado a poner término a
todas esas cuestiones. En obsequio de la paz i de la buena ar-
monía entre dos estados vecinos, Chile limitaba su soberanía
efectiva hasta el grado 24 de latitud sur; pero en cambio se
convenia que los productos de los depósitos i el de los derechos
de aduana que hubieran de percibirse por la esportacion de
los minerales que pudieran estraerse del territorio compren-
22 GUERRA DEL PACÍFICO
dido entre los paralelos 23 i 25, serian repartidos por mitad
entre los dos gobiernos. Se estipuló ademas que ambos gobier-
nos pagarían igualmente por mitad una indemnización de
80,000 pesos debida a diversos particulares. Para que se com-
prenda mejor el espíritu de esta estipulación, debe decirse
que todas las industrias establecidas en el territorio compren- '
dido entre los grados 23 i 25 eran esplotadas por ciudadanos
i por capitales chilenos.
¿Fué éste un error del gobierno de Chile? El tiempo vino a
demostrar mui pionto que se habia equivocado confiando en
que un pacto de esta naturaleza podia afianzar la paz entre
ambos estados. Para que un tratado semejante produjera los
resultados que se buscaban, era necesario que los estados con-
tratantes, contando con gobiernos serios i estables, estuviesen
animados de un mismo respeto por las estipulaciones hechas,
i del propósito firme de cumphr lealmente los compromisos
financieros contraidos. Bajo todos estos aspectos, Chile estaba
perdido por el pacto de 1866.
En efecto, comenzó por pagar los 40,000 pesos que le co-
rrespondía por las estipulaciones del tratado. Bohvia no vol-
vió a acordarse de ese compromiso. Chile estaba espresamente
autorizado para nombrar interventores en las aduanas del
territorio comprendido entre los paralelos 23 i 24, en virtud
del artículo 3 del tratado que dice lo que sigue: «El gobierno
de Chile podrá nombrar uno o mas empleados fiscales que,
investidos de un perfecto derecho de vijilancia, intervengan
en las cuentas de las entradas de la referida aduana de Meji-
llones i perciban de la misma oficina, directamente i por tri-
mestre, o de la manera que se estipulare por ambos estados
la parte de beneficios coi respondientes a Chile. La misma fa-
cultad tendrá el gobierno de Bolivia, siempre que el de Chile,
para la recaudación i percepción de los productos de que ha-
bla el artículo anterior, estableciere alguna oficina fiscal en el
territorio comprendido entre los grados 24 i 25». A pesar de
una prescripción tan terminante, Bolivia no solo no pagó
jamas a Chile un solo centavo por la parte que le correspondía
en los derechos de aduana percibidos, sino que espresando que
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 23
el derecho de intervención por parte de Chile, lastimaba su so-
soberanía nacional, embarazó i resistió la injerencia de los
empleados de este pais en la inspección de las cuentas. La
esplicacion de esta conducta, que importaba la violación
flagrante de un pacto solemne, se hallaba en el hecho siguien-
.te consignado en los documentos oficiales de Bolivia. Hasta
principio de 1873 no se habia llevado libro alguno de conta-
bilidad en las aduanas de Antofagasta i de Mejillones, las
únicas que existían en todo el territorio entre los paralelos 23
i 24. Esas aduanas hablan percibido inj entes sumas de dinero
como derechos fiscales que correspondían por mitad a Chile i a
Bolivia; pero no habia un solo libro, un solo papel por el cual
constase a cuanto montaban esas sumas, ni mucho menos el
destino que se les habia dado. Solo habia dos hechos reales
e incuestionables: las arcas estaban vacías; a Chile no se le
habia pagado un centavo. ¿Qué burla mas cruel se podia ha-
cer de sus derechos?
Esta situación irregular vino a hacerse mas insostenible
todavía cuando las industrias chilenas planteadas en aquel
territorio tomaron un gran incremento. De 1866 a 1868 dos
ciudadanos chilenos descubrieron en aquellos lugares vastos
depósitos de nitrato de soda i de bórax. Queriendo esplotarlos,
obtuvieron del gobierno boliviano diversas concesiones de
terrenos salitreros bajo las condiciones siguientes: Los conce-
sionarios debían pagar al estado una patente de 10,000 pesos.
Debían construir a su costa un muelle en el puerto de Antofa-
gasta. Estaban obligados a abrir hacia el interior un camino
carretero de veinte i cinco leguas de largo, i ademas a estable-
cer, también a su costa, depósitos de agua i abrigo para los
viajeros. Estas condiciones fueron cumplidas con exceso por
los concesionarios. Se organizó en Chile para la esplot ación
de las salitreras una sociedad anónima; i los capitales chilenos
afluyeron a aquellos lugares. La compañía pagó puntualmente
la patente de 10,000 pesos, construyó el muelle de Antofagas-
ta, estableció los depósitos de agua i las posadas en los lugares
indicados; i por último, en lugar del camino carretero que es-
taba obligada a abrir, construyó un ferrocarril. La compañía
24 GUERRA DEL PACÍFifco
gastó en estas obras i en los trabajos necesarios para la esplo-
tacion, la suma de seis millones de pesos fuertes.
En aquella misma época, en 1870, otro industrial chileno
no menos emprendedor, penetró en el desierto de Atacama, i
después de trabajos i fatigas sin cuento, descubrió un poco al
sur del grado 23, en unos cerros áridos e inhospitalarios que
quizá no habia pisado nunca la planta del hombre, las ricas
minas de plata de Caracoles, a cuya esplotacion acudieron
bien pronto los capitales chilenos. Sin arredrarse por las difi-
cultades de tamaña empresa, llevando el agua, los viveres i
los forrajes para los hombres i para los animales, cargando las
maderas para construir sus habitaciones, soportando con igual
coraje el sol abrasador de los trópicos durante el dia, i el frió
intenso de las noches de los desiertos, los infatigables indus-
triales de Chile levantaron allí un pueblo que adquirió en bre-
ve cierta importancia. El comercio se desarrolló rápidamente
en aquellos lugares; i Caracoles, como el puerto de Antofagas-
ta, pasaron a ser el centro de grandes especulaciones mercan-
tiles e industriales. Los derechos percibidos desde entonces
por las aduanas establecidas en el territorio comprendido en-
tre los paralelos 23 i 25 fueron mucho mas considerables, i por
tanto mas flagrante la violación del tratado de 1866, violación
que privaba a Chile de la mitad de las rentas que le correspon-
dian.
Ocurrió entonces una nueva revolución en Bohvia. El go-
bierno que firmó aquel pacto, fué derrocado en 1871. La nue-
va administración, como todas las que nacen de un movimien-
to revolucionario, declaró que el gobierno caido habia dejado
funestos recuerdos en el pais, i por esta razón se preparaba a
anular todos sus actos, aun los que provenían de un pacto
mternacional, o de un contrato que constituía una propiedad
adquirida a título oneroso. Dos injenieros, nombrados, uno
por Chile, i otro por Bohvia habían demarcado la línea divi-
soria, en cumplimiento del tratado de 1866, i aquello era un
hecho sancionado i consumado: se dijo en Bohvia que esa de-
marcación estaba mal hecha i que era menester practicarla de
nuevo. El gobierno de Chile, sin embargo, no perdió su calma
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 25
en medio de estas dificultades, i de este desconocimiento de
sus derechos; i en vez de asumir una actitud resuelta i belico-
sa, prefirió entablar nuevas negociaciones. La compañía de
Antofagasta, por su parte, se sometió a hacer aprobar otra
vez su contrato por el nuevo gobierno de Bolivia.
Las negociaciones diplomáticas no marchaban, sin embar-
go, con la rapidez que Chile queria imprimirles. Otras i otras
revoluciones ocurridas en Boli^'ia venían a entorpecer a cada
paso los trabajos pacíficQS de la diplomacia. Un día el presi-
dente disolvía a mano armada la asamblea lejislativa de Boli-
via: tres días después, ese mismo presidente, al salir de un
festín en que había injuriado a algunos jefes militares, cayó
mtierto con el cuerpo traspasado por siete balazos. A pesar de
estos entorpecimientos, el ájente de Chile continuó negocian-
do con una perseverancia digna de mejor resultado; i al fin,
el 6 de diciembre de 1872, firmó en La Paz, capital de Bolivia,
un tratado de nueve artículos destinados a resolver, de acuer-
do con el pacto de 1866, las «cuestiones pasajeras» que habían
podido nacer.
Este convenio era una nueva concesión de Chile en favor
de la paz. Por el artículo 6 se estipulaba que antes de pagar la
mitad que le correspondía por su parte en los derechos de es-
portacion délos minerales esplotados en el territorio compren-
dido entre los paralelos 23 i 25, Bolivia apartase las sumas
que creyese necesarias para pagar los empleados que tuviera
en esa rejion. Esta república podía, pues, asignar los sueldos
i gratificaciones que quisiese, i a cuantos funcionarios se le
ocurriera, en la confianza de que Chile debía pagar la mitad
de esas sumas, i no mas que la mitad, suponiendo que se pro-
cediese con una lealtad que los antecedentes de este negocio
no daban lugar a esperar.
En Chile, la prensa i las cámaras conocieron los inconve-
nientes de este arreglo que obligaba a la república a pagar
empleados en cuyo nombramiento no tenia participación al-
guna. Sin embargo, deseando evitar toda causa de conflicto,
el congreso aprobó este convenio complementario en 8 de ene-
10 de 1873.
CAPITULO III
El Perú estimula las intransijencias de Bolivia. — Deplorable situación finan-
ciera del Perú en 1872. — Para salir de esa situación, el gobierno pretende
apoderarse de un modo u otro de las salitreras de Tarapacá. — Para im-
pedir la intervención de Chile en favor de sus nacionales, el Perú trata
de suscitar complicaciones esteriores a esta república. — El Perú i Bolivia
celebran un tratado secreto de alianza en febrero de 1873. — Esfuerzo^
de ambos estados para ocultar este pacto a Chile. — El gobierno del Perú
estanca la esportacion del salitre. — Limita en seguida la producción de
salitre. — Convencido del mal éxito de estas medidas, resuelve comprar
los establecimientos salitreros. — Los compra, pero no los paga. — Perjui-
cios que estas medidas causan a los capitalistas chilenos.
La moderación de Chile en la jestion de estos arreglos, era
mirada por sus turbulentos i belicosos vecinos del Pacífico
como una prueba de su debilidad. «No se puede negar, se de-
cía en Bolivia i en el Perú, que Chile ha hecho grandes progre-
sos en el afianzamiento de la paz interior, en la consolidación
de sus instituciones, en los trabajos materiales; pero estos
mismos progresos han enervado su espíritu militar. Un país
que como Chile, se agregaba, gasta mas en el ministerio de
instrucción pública que en el ministerio de la guerra, será todo
lo que se quiera, pero no es un pueblo que pueda hacerse res-
petar por el estranjero». Ante naciones que miden la prosperi-
28 GUERRA DEL PACÍFICO
dad de un pais por el número de sus soldados i de sus j enera-
Íes, Chile no podia contar con un gran prestijio.
Hasta entonces, sin embargo, el Perú no habia tomado par-
te alguna ostensible "en aquella cuestión. Hai motivos para
creer que privadamente estimulaba desde esa época las intran-
sijencias de Bolivia; pero en las apariencias se presentaba
como el amigo sincero de Chile, i cuidaba de cultivar las me-
jores relaciones posibles. Pero, la marcha de aquellas nego-
ciaciones, la templanza con que Chile buscaba un arregló pa-
cífico, aun sacrificando los derechos que creia mas lejitimos,
estimularon al gobierno del Perú a salir de aquella situación
en provecho de sus intereses.
Se sabe que el Perú, por las inmensas riquezas naturales de
su suelo, ha estado en posesión de recursos que, manejados
con intelijencia, con orden i con probidad, habrían hecho de
ese pais el mas próspero de la América meridional. Los depó-
sitos de guano, esplotados por el estado, le produjeron rentas
verdaderamente enormes; pero esas riquezas se gastaban con
la misma rapidez con quef se producian, a causa del derroche
de los dineros del estado, de las negociaciones fraudulentas, i
del sosten de una clase numerosa de funcionarios pródigamen-
te gratificados. «Este pais, dice un distinguido diplomático
belga, en posesión de productos naturales que encontraban
una salida fácil i lucrativa, se ha adormecido largo tiempo en
el olvido completo del porvenir. Cada nuevo gobierno lleva
tras de sí una muchedumbre de favoritos al poder. Estos, con-
vertidos en funcionarios, son retirados con buena renta por
el resto de sus dias: sus viudas i sus hijos continúan gozando
de pensiones ordinariamente mui subidas. Resulta de aquí
que cada ciudadano cree que el estado está obligado a darle
una renta, i la hacienda pública, minada por este lado, empe-
ñada por aquí i por allá en especulaciones aventuradas, quedó
bien pronto agotada.
«El Perú, lanzado bajo la presidencia del coronel Balta en
una serie de empresas aventuradas, ha visto construir ferro-
carriles, establecer diques, levantar monumentos públicos que
son pesadas cargas del tesoro mas bien que fuentes de entra-
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 29
das. Después de algunas sangrientas jornadas, don Manuel
Pardo, bajo pretesto de reformas necesarias, ha contribuido
a arruinar, no solamente el tesoro, sino también el crédito
público. La mejor prueba de ello es que la renta peruana, co-
tizada en Londres, hace cuatro años al 74, ha bajado en 1876
al 12! El papel moneda, único valor en circulación, pierde de
dia en dia: yo he visto caer el «sol» a 25 peniques, cuando a la
par estarla al 48. El comercio sufre naturalmente con este es-
tado de cosas; la importación disminuye, i parece imposible
que en poco tiempo mas, el Perú, falto de recursos i de espe-
dientes, no esperimentc una de esas crisis terribles de que un
pais se levanta con dificultad.
«No se crea, sin embargo, que Lima está en la postración:
la situación parece solo orijinal; i cada cual, despertándose
economista, desarrolla en los diarios un nuevo sistema para
salvar la patria. Por lo que toca a la revolución, ella está a la
orden del dia; i el primer pretendiente que aparezca, sea reac-
cionario o radical, se cree con derecho, si la ocasión se presen-
ta, de llevarlo todo a sangre i fuego para el mayor bien de sus
conciudadanos» 1 .
Esta situación financiera del Perú fué evidente desde 1872,
cuando don Manuel Pardo tomó las riendas del gobierno. A
los cincuenta dias de haber asumido el mando de la república,
el nuevo presidente se presentó en persona al congreso nacio-
nal para demostrarle que el Perú estaba próximo a una ban-
carrota, i que no podia cumplir las obligaciones contraidas,
ni atender a los inj entes gastos de la administración. Acordóse
entonces que todos los administradores del tesoro público
bajo el gobierno anterior, fuesen sometidos a juicio como de-
rrochadores de la fortuna 2. Este procedimiento, que no con-
1. Le comte Charles d'Ursel, Sud-Amérique/Séjours et voyages, Paris,
1879, páj. 291.
2. El acta de acusación, presentada el 13 de agosto de 1872 por siete se-
ñores diputados, comprendía a los siguientes ex-ministros del gobierno an-
terior, don Manuel Santa María, doctor don Nicolás de Piérola (después
jefe supremo del Perú), don Manuel Ángulo, don Camilo Carrillo, don Felipe
Masías, doctor don Jorje Loayza, doctor don José Araníbar, doctor don
Melchor García, don Juan Francisco Balta i don José Allende.
30 GUERRA DEL PACÍFICO
dujo a otro resultado práctico que a la preconización de los
escándalos cometidos por todos los gobiernos, no mejoraba
en nada una situación que cada dia se hacia mas angustiada.
La riqueza pasada habia sido el estímulo para la contrata-
ción de injentes empréstitos que gastados imprudentemente,
o invertidos en trabajos improductivos, pusieron al estado en
el caso de suspender el servicio de su deuda. Cuando las en-
tradas obtenidas por el guano comenzaban a desaparecer, el
gobierno del Perú trató de reemplazar los recursos que se le
escapaban, apoderándose bajo cualquier pretesto de los depó-
sitos de nitrato de soda que abundan en el sur de su territorio.
Pero aquí se suscitaba una nueva dificultad. Esos depósitos
de salitre eran esplotados en su mayor parte por brazos i por
capitales chilenos. Diversas compañías organizadas en San-
tiago i en Valparaíso i habilitadas por bancos de esas dos pla-
zas comerciales, habían establecido grandes elaboraciones de
nitrato en la provincia peruana de Tarapacá, i pagaban al
erario considerables derechos de aduana, que no satisfacían
sin embargo la escasez i la sed de nuevas entradas porque ne-
cesariamente pasaba entonces el Perú. El gobierno peruano
debió preguntarse en esos momentos: ¿consentirá Chile en
que sus ciudadanos sean despojados de sus propiedades?
¿aceptará tranquilamente que la leí peruana venga a privar-
los del producto de su industria i de sus capitales? ¿aceptará
Chile que la plaza comercial de Valparaíso, que ha sido el cen-
tro de donde han sahdo los capitales i el movimiento industrial
de Tarapacá, se vea de repente privada de los recursos que le
suministra la provisión de los establecimientos que ha funda-
do, el fletamento de sus buques, la venta del salitre ?
Para resolver esta situación embarazosa, el gobierno del
Perú recurrió entonces al espediente de fomentar las dificul-
tades internacionales de Chile, a estimular las resistencias de
los estados que consideraba sus adversarios, i a crearle una
situación ante la cual no debía quedarle otro arbitrio que re-
signarse a sufrir en silencio todos los ultrajes que quisieran
inferirle.
No le fué difícil hacer entrar a Bohvia en este plan. A prín-
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 31
cipios de 1873 se hallaba en Lima, en tránsito de Europa, don
Adolfo Ballivian que volvia a América para tomar el mando
de la república boliviana. La prensa peruana, acojiéndolo con
grandes aplausos, armó en esos momentos una estrepitosa
gritería contra Chile i contra las pretensiones invasoras que
se le atribuian. Por mas que entonces Chile no aspirase a otra
cosa que a que se cumpliese el tratado de 1866, i a que se apro-
base el pacto complementario de diciembre de 1872, que como
hemos visto, era una nueva concesión hecha a Bolivia, los
escritores i los estadistas del Perú, estaban empeñados en
presentarlo como un usurpador atrevido i desvergozado. Solo
el Perú, se decia, puede poner a raya la ambición de una repú-
blica que no tiene mas armas que su arrogancia, pues no cuen-
ta con soldados ni con cañones. El Perú es bastante poderoso
para esta obra, i es bastante jeneroso para acudir con sus re-
cursos, con sus ejércitos i con sus escuadras, en apoyo de una
hermana querida, cuya autonomía, por otra parte, conviene
mantener en nombre del equilibrio americano. No es difícil
imajinarse la manera como los gobernantes del Perú esplica-
ron el estado de los negocios entre Chile i Bolivia a aquel hués-
ped que no podia traer de Europa una idea cabal de lo que
estaba ocurriendo en su pais. Ballivian, hombre de vistas poco
sagaces, se dejó enredar en aquella intriga, i dio su aceptación
a la alianza que se le ofrecía. Parece que el gabinete de la Paz
no tuvo el menor conocimiento de aquella negociación, i que
el día menos pensado se encontró con que su ájente diplomá-
tico en Lima, por encargo de un mandatario que ni siquiera
habia entrado en sus funciones, acababa de celebrar un tra-
tado que aniarraba a la república a una alianza que al fin ha-
bia de ser funesta a las dos partes que la estipularon. A los
que conocen la manera irregular con que se dirijen los negocios
públicos en los pueblos que como Bolivia i el Perú, han vivido
envueltos en el desorden i las revoluciones, no debe sorpren-
derles esta conducta.
Sea de ello lo que se quiera, el hecho es que el 6 de febrero
de 1873 se firmaba en Lima un tratado secreto de alianza
ofensiva i defensiva, por el cual ambas partes contratantes se
32 GUERRA DEL PACÍFICO
comprometían a marchar unidas contra cualquier enemigo
esterior que amenazase su independencia, su soberanía, o su
integridad territorial. En esos momentos, ni Bolivia, ni el
Perú estaban en vísperas de una guerra esterior; i aunque en
aquel pacto no se nombraba para nada a Chile, a nadie, se le
podía ocurrir que él fuese arreglado contra cualquiera otro
estado. Pero otro hecho, secreto entonces, i hoi conocido, vie-
ne a demostrar mas claramente los propósitos que se tenían
en vista.
Chile sostiene desde años atrás una larga i comphcada cues-
tión de límites con la República Arjentina. En 1873 las .nego-
ciaciones diplomáticas habían tomado cierta vivacidad que
no habían tenido antes. El gobierno del Perú concibió la es-
peranza de hacer entrar a aquella república en sus planes; i al
efecto envió a Buenos Aires un ministro diplomático encar-
gado de negociar la adhesión arjentina al pacto de alianza
contra Chile. El gobierno arj entino oyó esas proposiciones; i
sin darles su aprobación, las sometió en consulta a las cáma-
ras lejíslativas. El congreso trató este asunto en sesiones se-
cretas; i por el momento no se supo nada de lo que allí pasó.
Después se ha sabido que el congreso arj entino, reconociendo
que el estado de la cuestión diplomática no justificaba en ma-
nera alguna la celebración de una ahanza, i que muí al con
trario ella podía producir las mas serias complicaciones, acor-
dó aplazar no solo la aprobación sino hasta la discusión de las
bases de aquel pacto. El Perú no logró, pues, hacer entrar a
la República Arjentina en sus planes secretos contra Chile.
Casi es innecesario repetir que las dos partes interesadas
en aquel convenio guardaron respecto de Chile la mas estu-
diada reserva. Mas aun, las relaciones entre esta república i
el Perú continuaron tan amistosas como antes; i sí algún ru-
mor de esa alianza llegó hasta Chile, el Perú supo desvanecer-
lo observando en sus relaciones diplomáticas la mas delicada
i amistosa cortesía.
Mientras tanto, el gobierno peruano, creyó que, aun sin
contar con la cooperación de la República Arjentina, la sola
alianza con Bolivia le bastaba para poner en obra sus planes
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 33
financieros. Comenzó entonces a ejecutar las reformas que
ban a herir de muerte a los industriales i a. los capitales chile-
inos que estaban haciendo de la provincia peruana de Tara-
pacá un emporio de riqueza i una fuente de recursos para el
tesoro del Perú, de que habría sabido aprovecharse otro go-
bierno mas provisor.
El i8 de enero de 1873, en los momentos en que terminaba
la formación del tratado de alianza con Bolivia, el gobierno
del Perú promulgó la lei por la cual se declaraba estancado el
salitre en toda la república. Como único negociante en todo
el pais para el comercio esterior, el estado se comprometia a
pagar a los productores de salitre dos pesos cuarenta centavos
por quintal puesto en el sitio del embarque, reservándose
como beneficio fiscal el mayor valor que obtuviera en la venta.
La esportacion de salitre por cualquiera otra persona seria
castigada con la pena de confiscación del artículo. Esta lei,
decia un artículo transitorio, comenzará a rejir dos meses des-
pués de su promulgación.
Fácilmente se comprenderá el disgusto que esperimentaron
todos los productores de salitre de la provincia de Tarapacá
cuando se vieron despojados así del derecho de negociar libre-
mente sus productos i sujetos a venderlos forzosamente a un
gobierno cuya moralidad i cuyos recursos ño inspiraban mu-
cha confianza. Aprovechando con una actividad asombrosa
los dos meses que se les daban de plazo para la ejecución de
la lei, aceleraron la esportacion al esterior; los depósitos de
este artículo se llenaron en Europa; i como primer resultado
de esta imprudente perturbación, el precio del salitre bajó
considerablemente. El gobierno peruano divisó las consecuen-
cias de sü error; pero en vez de adoptar el único remedio sal-
vador, que era la proclamación de la libertad comercial, agra-
vó el mal con medidas contrarias a todos los principios econó-
micos, i mas contrarias aun al réjimen liberal, sin el cual no
puede progresar ninguna industria. Por otra lei de 23 de abril
i por los decretos reglamentarios, el gobierno peruano limitó
la producción de salitre, buscando con esta medida absurda
que no bajase el precio del artículo. Durante el año que tras-
TOMO XVI.— 3
34 OÜBRRADEL apACÍFICO
curra desde el i.^ de setiembre de 1873 hasta el 31 de agosto
de 1874, el estado, dijo la lei, comprará solo 4.500,000 quin-
tales de salitre; i una comisión compuesta de cinco producto-
res nombrados por el prefecto de Tarapacá, fijará la propor-
ción en que debe hacerse esta compra, o mas claro cuanto
deba comprarse a cada productor. No se necesita de mucha
penetración para conocer el error de esta medida, ni el campo
que ella abría al favoritismo i a las especulaciones fraudulen-
tas. ¿Quiénes serian los favorecidos en aquellas compras? En
el Perú, i mediante el réjimen de corruptela que desgraciada-
mente ha subsistido durante tantos años, la contestación a
esta pregunta no podia ser mas que ésta: Venderán la mayor
cantidad de salitre los que por un medio o por otro sepan con-
graciarse con la autoridad que nombra la comisión i que pre-
side a la venta.
Las consecuencias de estos desaciertos no tardaron en de-
jarse sentir. El viajero belga, que hemos citado mas atrás,
visitó el Perú bajo el réjimen de aquellos errores económicos;
i ha comparado esa situación con la historia de la gallina que
ponia huevos de oro. El salitre esplotado por el principio de la
libertad, daba al tesoro del Perú un huevo de oro cada dia;
pero el gobierno quiso una buena mañana apoderarse de todos
los huevos de oro que quedaban, i estancó el salitre, es decir
mató la gallina. En efecto, aquel sistema financiero podia ser
mui útil a algunos traficantes que esplotaban al estado; pero
la situación del tesoro público marchaba de mal en peor. Las
trabas puestas a la libre producción del salitre en la provincia
peruana de Tarapacá, i que arruinaban a su comercio, habian
dado nueva vida a las salitreras que los chilenos esplotaban
en Antofagasta. En Chile mismo, en el territorio que nadie se
habia atrevido a disputarle, es decir al sur del grado 24, co-
menzaba a prepararse la producción del salitre, creando así
una nueva fuente de riqueza pública. El triste resultado de
aquel sistema debió hacer meditar al gobierno del Perú, pero
no bastó para curailo de su error. Así, pues, en vez de acudir
al remedio salvador de declarar la hbertad de la industria del
sahtre, persistió en la idea del estanco, modificando §olo su
forma.
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 35
El 28 de mayo de 1875 dictó una lei por la cual derogaba
las dos de 1873 que establecieron el estanco del salitre. Por el
artículo 3.*^ de esta lei «se autoriza al poder ejecutivo para ad-
<iuirir los terrenos i establecimientos salitrales de la provincia
de Tarapacá, adoptando con este objeto las medidas legales
necesarias. Se le autoriza igualmente para celebrar los con-
tratos convenientes para la elaboración i venta del salitre».
Los productores de salitre que no quisieran vender sus esta-
blecimientos al gobierno, podrían seguir esplotándolos por su
propia cuenta, pero debían pagar al estado un derecho de es-
portacion; i como el gobierno era dueño de fijar la cuota de
este impuesto, es claro que el día que quisiese podría obligar-
los indirectamente a renunciar a sus propiedades. El gobierno
pretendía ser el único productor de salitre para venderlo sin
competencia.
Pero ¿cómo pagaría el gobierno las salitreras i las fábricas
que comprase? El tesoro del Perú estaba exhausto: no solo se
habían paralizado las obras públicas, sino que el gobierno,
con gran sorpresa i con gran disgusto de sus numerosísimos
acreedores en Europa, había suspendido el pago de la deuda
esterior. La lei de mayo de 1875 había previsto esta dificultad.
Por su artículo 4.^ autorizaba al gobierno para contratar un
empréstito de siete millones de libras esterlinas. Cuatro millo-
nes debían invertirse en la compra de las salitreras, fábricas,
máquinas, etc., i los otros tres para concluir los trabajos de
los ferrocarriles contratados por el gobierno, i atender a las
necesidades jenerales del estado. Pero ¿podía hallar quién
prestase siete millones de libras esterlinas a un gobierno que
desde dos años atrás había suspendido el pago de su deuda?
¿Habría alguien que prestase millones al Perú para concluir
los ferrocarriles comenzados, cuando las declaraciones oficía-
les del presidente de la república i del congreso nacional en
1872 habían revelado que esos trabajos fueron el pretesto de
un espantoso derroche, hasta el punto de mandar someter a
juicio a todos los funcionarios que intervinieron en esos nego-
cios ? Casi es innecesario decir que el Perú no encontró en esos
momentos quien le hiciese préstamo alguno.
36 GUERRA DEL PACIFICO
Mientras tanto, los industriales productores de salitre, exas-
perados por aquella lejislacion que ponia sus fortunas a mer-
ced o al capricho de un gobierno que parecia no comprender
sus propios intereses, arruinados muchos de ellos, no querian
otra cosa que desembarazarse de sus propiedades. Al fin, mu-
chos se vieron en la necesidad de vender al gobierno del Perú
el fruto de su industria i de su trabajo, bajo las peores condi-
ciones del mundo. Entregaron sus establecimientos, sus fábri-
cas í sus depósitos en cambio de un papel por el que el estado
se comprometía a pagarles su valor en tal plazo. El plazo fija-
do llegó hace tiempo a su término, i los infelices vendedores
no han podido entrar en posesión de los capitales que se les
deben.
Esta serie de desaciertos i de violencias hirió principal-
mente a los capitalistas chilenos que hablan llevado su for-
tuna i su trabajo a la provincia peruana de Tarapacá. Ellos
fueron la primera causa de la crisis comercial por que tuvo
que pasar Chile en los años subsiguientes. El gobierno de esta
república, sin embargo, no salió un instante de la mas fria
moderación. Reconociendo en la soberanía del Perú el dere-
cho de arreglar como mejor quisiese sus cuestiones financie-
ras, no entabló ningún reclamo por los enormes perjuicios
que esas leyes inferían a sus nacionales.
En Chile se ha dicho en la prensa i quizá hasta en algún
documento oficial, que aquellas leyes estaban calculadas para
arruinar los intereses chilenos comprometidos en esas nego-
ciaciones. Nosotros no participamos completamente de esta
opinión. Es verdad que la conducta observada por el Perú en
este negocio autoriza a creer que su gobierno piensa que los
estranjeros que llevan a un pais su trabajo i sus capitales para
buscar la fortuna por medio de una industria honrada, enri-
queciendo al mismo tiempo al pueblo que los hospeda, son
malhechores a los cuales es permitido despojar por la astucia
o por la violencia. Pero, nosotros creemos que en toda la con-
ducta del gobierno del Perú en las cuestiones del salitre, tiene
tanta parte el odio a los chilenos como el desconocimiento de
sus propios intereses.
CAPITULO IV
Cambio producido en la actitud de Bolivia respecto de Chile después de es-
tipulado el tratado secreto. — El congreso boliviano aplaza la discusión
del tratado celebrado con Chile en 1872. — El gobierno de Chile entabla
nuevas negociaciones i celebra el tratado definitivo de 1874. — Concesio-
nes que Chile hacia por este pacto. »
El tratado secreto de alianza celebrado en Lima contra
Chile el 6 de febrero de- 1873 comenzó a producir en bieve sus
efectos en Bolivia. Se creyó allí que esa alianza ponia a la re-
pública chilena al borde de un abismo, ante el cual no le que-
daba mas salida posible que desistir de sus pretensiones si
no que ria precipitarse a su ruina.
En Bolivia se tomaba a lo serio el poder naval i militar del
Perú, se creia que las pretensiones de esta república al rango
de la primera potencia del Pacífico eran perfectamente fun-
dadas, i que no tenia mas que alzar un poco la voz para que
Chile, sin ejército i sin escuadra, doblase la cabeza i aceptase
las condiciones que se quisiera imponerle. La legación perua-
na en Bolivia fomentaba artificiosamente esta confianza i pa-
recía estimular abiertamente la intransijencia de sus secretos
aliados. A fines de 1872, i según lo espuso, por encargo espre-
so de su gobierno, esa legación dio un banquete en la ciudad
38 GUERRA DEL PACÍFICO
de La Paz, al representante de Chile i a los gobernantes de Bo-
livia para celebrar el desenlace pacífico de todas las cuestiones
pendientes, por medio del pacto complementario de 6 de di-
ciembre. Pocos meses mas tarde, esa misma legación se espre-
saba aun en documentos públicos, en términos tan inconve-
nientes contra Chile, que el gobierno peruano, que tenia el
mas vivo interés en mantener secreta la alianza contratada,
llegó a reconvenir a su ájente poí el exceso de celo con que
podia comprometer el resultado de toda aquella intriga.
Los gobernantes de Bolivia, por su parte, pasaron también
por iguales alternativas en su opinión respecto de Chile. An-
tes de celebrarse la alianza perú-boliviana, o mas propiamente
antes que la noticia de su celebración llegase a La Paz, la can-
cillería de este país se manifestaba altamente satisfecha de
haber hallado una solución amistosa a todas las dificultades.
Contestando la nota en que el gobierno de Chile le comunica-
ba la aprobación definitiva del pacto de diciembre, el ministro
de relaciones esteriores de Bolivia, doctor don Melchor Terra-
zas, decia lo que sigue: «De verdadera complacencia es para
Bohvia que el excelentísimo gobierno de Chile, inspirándose
de la elevada mira de consohdar la paz, la buena intelijencia
i fraternal unión que fehzmente liga a esa República con su
vecina i amiga, la nación boliviana, antes que tener en cuenta
transitorios intereses, haya prestado su plena aceptación a las
estipulaciones consignadas en el referido protocolo. No podia
esperarse menos de la altura de ideas i sentimientos que dis-
tinguen al ilustrado gobierno de Chile . . . Por lo demás, es mui
satisfactorio que el Excmo. gobierno de Chile conceptúe el
convenio consignado en el indicado protocolo, como obliga-
ción perfecta i se apresure a ejecutarlo; encontrándose en la
misma favorable disposición el de BoHvia, para darle cumpli-
do efecto por su parte».
Estas amistosas protestas fueron escritas el 6 de febrero de
1873. El ministro que las firmaba no debia tener la menor
noticia de que ese mismo dia i quizá a la misma hora, un fun-
cionario boliviano de su dependencia, el representante de
Bolivia en el Perú, estaba firmando en Lima un tratado de
LáS CAUSAS DE LA GUERRA 39
alianza ofensiva i defensiva contra Chile. Cuando este tratado
fué conocido por los gobernantes de La Paz, cuando creyeron
que Chile se iba a ver en la necesidad de seguir adelante en la
via de las concesiones, el tono del gabinete boliviano cambia
completamente. Con fecha 27 de marzo de 1873, poco mas de
mes i medio después de aquella comunicación, el mismo doc-
tor don Melchor Terrazas decia al gobierno de Chile en térmi-
nos secos i perentorios, no que Bolivia estaba dispuesta a dar
cumplimiento desde luego al protocolo de diciembre, sino que
iba a someterlo a la aprobación de los representantes de la na-
ción «conforme a los principios del sistema representativo que
rije en Bolivia» 1. El ministro anadia que la representación
nacional estaba convocada para el mes siguiente; i que a ella
le tocaba resolver este asunto. De su nota se desprendia cla-
ramente que el protocolo en cuestión no seria aprobado.
Esto fué lo que sucedió, en efecto. El congreso boliviano
acordó aplazar el conocimiento de este asunto hasta el año
de 1874. Mientras tanto, el 2 de julio de 1872 aprobaba en se-
siones secretas el tratado de alianza celebrado con el Perú.
Seguro ya de su poder, sancionaba después otras leyes para
gravar con nuevos impuestos las industrias chilenas estable-
cidas en el territorio de esplotacion común, acto que no podia
ejecutar sin el conocimiento i la aprobación de Chile.
I. Cuando leemos en la nota del ministro Terrazas este estemporáneo
respeto por el sistema representativo que rije en Bolivia, involuntariamente
se nos vienen a la memoria las palabras de un sabio mui distinguido,
M. Charles Wiener, que ha recorrido palmo a palmo esa república i la del
Perú en desempeño de una misión científica que le confió el gobierno francés.
<«En Bolivia, dice Mr. Ch. Wiener, el parlamento no existe, por decirlo así,
mas que como parágrafo olvidado en la constitución. Doscientos pretorianos,
conocidos bajo el nombre de <<el primer batallón», hacen i deshacen los pre-
sidentes de la república, de los cuales trece sobre catorce, desde la fundación
de la república, han muerto o desterrados o asesinados». Copio estas palabras
abreviándolas lijeramente, de una serie de importantes artículos que sobre
la guerra del Pacífico publicó M. Wiener en Le XIX Siécle, diario de París,
del 2 al 19 de junio de 1879. Recientemente, en 1880, acaba de publicar el
mismo autor el resultado de sus esploraciones en una obra monumental so-
bre esos países, con el título de Pérou et Bolivie. Récit de voy age, suivi d'étü-
des archéologiques et ethnographiques et de notes sur l'écriture et les langues des
populations indiennes, ouvrage contenant plus de iioo gravures, 21 caries et
18 plans, París; Hachette, 1880. Grand in 8P de 796 pages.
40 GUERRA DEL PACÍFICO
El gobierno chileno no sabia cómo esplicarse este cambio
en la actitud de Bolivia. Atribuíalo a las alternativas consi-
guientes a las jestiones i ajitaciones de los partidos políticos
de ese pais que ha vivido siempre en la revuelta. Ni por un
instante pasó por su mente la idea de que el Perú, que cada
dia se mostraba mas cortes i amistoso en sus comunicaciones
con Chile, fuese el verdadero i único autor de aquellas dificul-
tades, preparadas tan artificiosamente desde Lima por medio
del tratado secreto. Seguramente el rompimiento que ha esta-
llado en 1879, habría sobrevenido entonces, si Chile hubiera
conocido en esa época la trama urdida contra él; pero ignoran-
te de todo eso, creyó vencer las veleidades de Bolivia, que
atribuía simplemente a inesperiencia de algunos hombres pú-
blicos, i a mediados de 1873 hizo partir para La Paz una nue-
va legación.
Esta vez, el gobierno de Chile estaba dispuesto a hacer nue-
vas concesiones para asegurar de una manera definitiva la
situación de las industrias chilenas establecidas en el desierto
de Atacama. No buscaba en estas negociaciones ni mayor en-
sanche de su territorio, ni tampoco aumento de sus entradas
fiscales por medio de la imposición i la repartición de los im-
puestos que debían pagar aquellas industrias. Quería solo que
el réjimen de violencia i de instabilidad que con demasiada
frecuencia había impsrado en Bolivia, no se hiciese sentir en
aquella rejion por medio de exacciones i de impuestos exor-
bitantes contra las personas i los bienes de los chilenos esta-
blecidos alH.
Estos fueron los principios que sirvieron de fundamento al
tratado celebrado el 6 de agosto de 1874. Chile renunciaba en
favor de Bolivia a toda la parte que le correspondía por los
impuestos percibidos en aquellos lugares desde 1866. Iba mas
lejos todavía: renunciaba para siempre a todos los derechos
que en adelante se cobrasen allí, i de cuya mitad era dueño en
virtud de los tratados anteriores. En compensación de estas
concesiones, solo exijió una gaiantía que fué establecida en el
aitículo 4P del tratado en la forma siguiente: «Los derechos de
esportacion que se impongan sobre los minerales esplotados
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 41
entre los paralelos 23 i 25 no excederán la cuota que actual-
mente se cobra, i las personas, industrias i capitales chilenos
no quedarán sujetos a mas contribución, de cualquiera clase
que sea, que las que al presente existen. La estipulación con-
tenida en este artículo durará por el término de 25 años». El
gobierno contaba con que al cabo de estos veinticinco años,
el desarrollo de la industria, la marcha progresiva del movi-
miento comercial, i una mayor civilización, en fin, harían
comprender a Bolivia que los intereses del estado son los mis-
mos que los de los particulares, i que las medidas vejatorias,
los impuestos excesivos i arbitrarios, lejos de ser una fuente
de entradas para el erario, paralizan i aniquilan la industria,
como en esos mismos momentos lo estaba esperimentando el
Perú con el estanco del salitre. Para libertarse de nuevas com-
plicaciones diplomáticas con motivo de la interpretación i de
la aplicación de este tratado, Chile exijió i obtuvo en garantía
el siguiente principio: «Todas las cuestiones a que diere lugar
la intelijencia i ejecución del tratado, deberán someterse al
arbitraje».
La república de Bolivia no podia aspirar a bases mas favo-
rables que las que le acordaba Chile renunciando condicional-
mente a todos sus derechos sobre aquellos territorios. La di-
plomacia boliviana debia este triunfo a la disposición en que
se hallaba Chile de hacer las mas jenerosas concesiones para
dar bases sólidas al establecimiento de las industrias de sus
nacionales. Debíalo igualmente al carácter recto i a la eleva-
ción de miras del majistrado que entonces gobernaba en Boli-
via. Por muerte del presidente Ballivian, habia tomado el
mando supremo de la república, el señor don Tomás Frías, el
hombre público mas caracterizado de ese pais, por su inteli-
jencia i por su probidad. En posesión de un tratado secreto
de alianza ofensiva i defensiva contra Chile, oyendo las sujes-
tiones que contra esta república hacia el Perú, el gobierno del
señor Frías debió desconfiar de la sinceridad de este aliado,
que habia sido el enemigo tradicional de Bolivia, i prefirió
hacer una paz sólida i durable antes de entrar en la carrera de
aventuras 1 complicaciones cuyo desenlace no podia ser otro
42 GUBBBA DEL PACÍFICO
que el triunfo material i moral de Chile. El señor Frias trató
porque queria evitar a Bolivia los males que han sobrevenido
sobre ella cuando estuvo gobernada por manos mucho menos
puras i mucho menos intelij entes; i al tratar, supo conseguir
de Chile las condiciones mas favorables a que podia esperar
^^^^
CAPITULO V
Revolución ocurrida en Bolivia en iSy6. — Elevación del jeneral Daza a la
presidencia de la república. — Condición de los trabajadores chilenos en
el desierto de Atacama. — Violencias de que eran víctimas de parte de
las autoridades. — La administración de justicia boliviana. — Creación de
nuevos impuestos en violación de los tratados existentes.
El tratado de 1874 entre Chile i Bolivia no dejaba por re-
solver ninguna dificultad. Sin embargo, para que su cumpli-
miento no suscitase nuevas complicaciones se necesitaba que
las. dos partes contratantes estuviesen animadas del mismo
espíritu leal i justiciero. Bajo este aspecto, Chile no tenia nada
que temer de la administración honrada de don Tomas Frias,
sino los avances imprudentes de algún empleado subalterno,
que indudablemente seria reprimido por la acción del gobier-
no jeneral.
' Por desgracia para la prosperidad interior de Bolivia i para
la paz esterior de estas repúblicas, la administración del señor
Frias no fué de larga duración. En marzo de 1876 se apode-
raba del gobierno el jeneral don Hilarión Daza, después de
una revolución de cuartel con las tropas cuyo mando le habia
confiado el gobierno. A la administración honorable e ilustra-
44 GUERRA DEL PACÍFICO
da del señor Frias habia sucedido una dictadura violenta,
atrabiliaria, vergonzosa para Bolivia i compromitente para
la paz esterior. Se ha dicho alguna vez que esa revolución fué
fomentada por el gobierno del Perú, a quien ha gustado siem-
pre ausiliar los movimientos revolucionarios i subversivos en
los estados vecinos. Sea de ello lo que se quiera la verdad es
que sobraron en Bolivia jentes que levantaron arcos triunfa-
les en todas las ciudades para recibir al jeneral Daza en medio
de los mas estruendosos aplausos con que se le aclamaba «sal-
vador de la patria» i.
La numerosa colonia de laboriosos chilenos que habia lle-
vado al desierto de Atacama su industria i sus capitales, co-
menzó a sufrir desde aquel dia las consecuencias del réjimen
de violencias establecido por la nueva administración. Sobre
semejante estado de cosas, conviene oir el juicio de testigos
desapasionados i desinteresados. Un célebre sabio francés, M.
Charles Wiener, que en este tiempo recorrió esos lugares en
desempeño de una misión científica de su gobierno, nos ha
dado el cuadro compendioso pero animado de aquel estado
de cosas.
«La esplotacion de estos depósitos de guano i de nitrato de
soda, dice, es de una estremada dificultad, porque la costa
que termina la rejion del desierto, i que tiene su misma con-
figuración, carece absolutamente de agua. Los chilenos, me-
jor colocados que los bolivianos para sacar partido de este
territorio, puesto que su pais es la continuación natural de
ese litoral, han empleado mucha enerjía i mucha actividad
en estos lugares, han comprometido capitales considerables;
i las ciudades mineras que allí existen, los inmensos aparatos
que destilan el agua del mar para alimentar a los habitantes,
son ob"a suya.
«De cada veinte habitantes se pueden contar diecisiete chi-
I. Dos viajeros distinguidos, el conde d' Ursel, diplomático i escritor
belga, i M. Ch. Wiener, sabio francés, fueron testigos de las fiestas i ovacio-
nes grotescas de que fué objeto el jeneral Daza en esas circunstancias, i las
han descrito con el mismo buen humor. Véanse los caps. XIII i XIV del li-
bro titulado Swí Amérique (Paris. 1879) por el conde d'IJrsel.
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 45
leños, un peruano, un europeo i un coronel boliviano. El co-
ronel boliviano es la autoridad.
«Los chilenos trabajan, los europeos trafican, i él (el coronel
boliviano) manda. El aislamiento de la rejion que administra,
lo convierte en una especie de dictador; i por lo tanto un réji-
men de capricho i de mala voluntad, esencialmente vejatorio,
hace tan desagradable como difícil la posición de los chilenos» ^
En efecto, cada correo que llegaba del norte, llevaba a San-
tiago i a Valparaíso la noticia de alguna violencia, de algún
despojo, cuando no de algún asesinato perpetrado o ampara-
do por la policía boliviana en la persona de algún trabajador
chileno. Aquellos crímenes repetidos i dejados impunes por
la autoridad, hacían hervir la sangre de todas las personas
honradas por la indignación que producían. Chile, es verdad,
tenía cónsules en aquellos parajes; i esos cónsules tomaron
resueltamente mas de una vez la defensa de sus nacionales;
pero solo obtuvieron respuestas evasivas o esplícacíones que
eran una burla de toda justicia i de toda consideración. Una
sociedad de socorros mutuos fundada por los chilenos i por
otros estranjeros, fué particularmente el objeto de estas vio-
lencias, i fué el orí jen de una declaración que revela el caso
que se hcoia de las jestíones consulares.
En nota de ii de diciembre de 1876, el prefecto de Antofa-
gasta se desembarazaba de todas las quejas elevadas por el
consulado de Chile, declarando que los cónsules «no tenían
derecho para apoyar las reclamaciones de sus conciudadanos
contra los actos de la autoridad del país en que residen». El
prefecto de Antofagasta quería que esas reclamaciones se en-
tablasen por la legación de Chile, en la ciudad de La Paz, a
dieciocho días de viaje del teatro de los sucesos, a fin de que
la dificultad de aducir pruebas, la necesidad de pedir infor-
mes, i el trascurso del tiempo, sirviesen para hacer una burla
cruel de esas jestíones. Pero lo que hai de mas singular es que
2. Copiamos estas palabras de una serie de importantes artículos que
acerca de estos paises publicó el sabio viajero en Le XI X Suele de Paris del
2 al 19 de junio de 1879. Mas tarde, M. Wiener ha reunido sus observacio-
nes en la obra monumental que hemos citado en una nota anterior.
46 GUERRA DEL PACIFICO
un mes antes de la declaración del prefecto de Antofagasta
en que negaba a los cónsules el derecho de reclamar por los
atropellos que sufrían sus nacionales, el gobierno de La Paz
habia publicado una circular, con fechg. de i6 de noviembre,
a todos los cónsules de Bolivia recomendándoles que presta-
sen «la mas decidida protección a los ciudadanos bolivianos
que residan bajo su jurisdicción, haciendo en su favor, ante el
gobierno cerca del cual está acreditado el cónsul, todas las
reclamaciones que se juzguen necesarias en este caso». El pre-
fecto de Antofagasta, sin inquietarse por los vejámenes que
sufrian allí los chilenos, ponía, pues, en práctica principios
diametralmente opuestos a los que proclamaba su gobierno,
queriendo hbertarse así de toda reclamación.
Aquellos actos de arbitrariedad habrían sido en cierto modo
soportables sí los chilenos que daban industria i vida a las
poblaciones del desierto hubiesen hallado siquiera respeto por
US propiedades de parte de los tribunales bolivianos. Pero,
la justicia pasó a ser en aquella rejion la mas amarga burla de
todo lo que es derecho i honradez. Nos bastará recordar que
un juez de Caracoles, muí considerado por las autoridades
de Bojivia, era un reo salido de la cárcel pública, donde habia
sido procesado en 1874 por un intento de asesinato consuma-
do con heridas graves, i en 1875 por un robo de dinero i de
otras especies 3. En 1876, bajo la administración del jeneral
3. Este juez se llamaba don Bartolomé Rebollo, Cómo comprobante del
hecho, publicamos en seguida un certificado espedido en 1876 por las mis-
mas autoridades bolivianas, por la secretaría del juzgado del crimen de Co-
bija. Helo aquí:
«El secretario que suscribe, certifica que a f . 24 i a f . 30 del libro de tomas
de razón en lo criminal se rejistran dos decretos de acusación, espedidos por
la sala del crimen de este tribunal superior contra don Bartolomé Rebollo;
el primero por tentativa de asesinato i consiguiente herida inferida en la
persona de Sebastian López, su fecha 17 de diciembre de 1874; i el segundo
por robo de dinero i especies de la propiedad del doctor Manuel María Be_
rasain, en 20 de mayo de 1875; resultando de ambos haberse librado los res-
pectivos mandamientos de prisión contra el reo i ordenádose la inscripción
de su nombre en el rejistro de la cárcel pública. Es cuanto puedo certificar
en cumplimiento del anterior decreto i en obsequio de la verdad i justicia. —
(Firmado) — C. Suárez. — Lámar (Cobija), noviembre 6 de 1876.»
LAS CAUSAS DE LA GUEBBA 47
Daza, ese mismo hombre era convertido en juez, i adminis-
traba justicia ¡i qué justicia! a los laboriosos industriales chi-
lenos, algunos de los cuales fueron privados de una parte de
sus bienes de la maner^ mas inicua.
Como Chile toleraba estas vejaciones, o se limitaba a recla-
mar de ellas por la via diplomática, i con la mas esmerada
moderación, el gobierno boliviano se creyó autorizado para
pasar adelante. Creó en las poblaciones del litoral diversos
impuestos nuevos, bajo el nombre de derecho adicional, de
carguío, i de alumbrado, impuestos todos que recaian casi es-
clusiv amenté sobre los chilenos.
Para cohonestar esta violación del tratado de 1874, el go-
bierno boliviano alegó las necesidades del servicio local; i el
gobierno de Chile toleró los nuevos impuestos en el carácter
de contribuciones municipales. Pero, el primer paso de Bolivia
estaba dado.'La complacencia de Chile habia alentado la arro-
gancia de sus vecinos. Tras de aquellos impuestos habian de
venir otros, i luego la guerra si el gobierno chileno no consen-
tía en tolerar indefinidamente la violación de todos los pactos.
>^^
CAPITULO VI
Juzgando a Chile envuelto en las mas serias complicaciones, el congreso de
Bolivia grava con otros impuestos las industrias chilenas del litoral. —
El gobierno boliviano suspende los efectos de esta lei. — Poco mas tarde
la manda poner en vigor. — Reclamaciones diplomáticas de parte de Chi-
le.— Propone a Bolivia someter la cuestión a arbitraje. — El gobierno bo-
liviano responde a estas proposiciones decretando el despojo de la com-
pañía de salitres de Antofagasta. — Decreta la venta en remate público
de los bienes de esta compañía. — El desembarco de 500 soldados chile-
nos impide la ejecución del remate.
A poco de celebrado el tratado de 1874, el gobierno del Pe-
rú habia insinuado a los de Chile i Bolivia la conveniencia de
uniformar el réjimen tributario sobre los salitres en los tres
paises. Parece que en esos momentos el Perú desconfiaba de
la eficacia del tratado secreto de alianza con Bolivia, i preten-
dia ejecutar sus planes financieros por otros caminos. Chile,
sin embargo, se negó a ligarse con compromisos internaciona-
les que de un modo u otro pudieran llevarle a un réjimen con-
trario a la mas amplia libertad comercial, que ha sido siempre
el punto de partida de su sistema económico. Bolivia, por su
parte, no pudo aceptar estas proposiciones porque estaba su-
jeta al cumplimiento del tratado en virtud del cual Chile ha-
TOMO XVI.— 4
50 GUERRA DEL PACÍFICO
bia renunciado condicionalmente a su soberanía sobre la re-
jion salitrera. Las cosas quedaron así hasta que creyendo que
Chile estaba comprometido en las mas serias complicaciones,
juzgaron sus adversarios que era llegado el momento de pro-
ceder sin consideración alguna. '
En los últimos meses d 1877 se anunció en esos países que
Chile estaba próximo a un rompimiento con la República Ar-
j entina por causa de la cuestión de límites que sostiene desde
muchos años atrás. El deseo de los gobiernos del Perú i de
Bolivia de que aquellos rumores se realizaran, les hizo sin
duda dar crédito a cuanto se decía. Hasta ahora faltan las
noticias para conocer qué relaciones mediaron en esos mo-
mentos entre los gabinetes de Lima i de La Paz. Lo cierto es
que el 14 de febrero de 1878, la asamblea nacional de Bolivia
aprobaba una leí concebida en estos términos: «Se aprueba la
transacción celebrada por el ejecutivo en 27 de noviembre de
1873 con el apoderado de la compañía de salitres i ferrocarril
de Antofagasta a condición de hacer efectivo como mínimum
un impuesto de diez centavos por el quintal de salitre espor-
tado». El poder ejecutivo sancionó esta leí nueve días des-
pués.
El congreso boliviano, revisando i modificando por su sola
voluntad un contrato bilateral celebrado seis años antes entre
el gobierno de la repúbhca i una compañía industrial, cometía
al mismo tiempo la mas flagrante violación del tratado de
1874, por el cual se había comprometido a no imponer dentro
del término de veinticinco años, ningún nuevo derecho a las
industrias planteadas por los chilenos en el desierto de Ataca-
ma. Es verdad que la contribución establecida por las cáma-
ras boHvianas no era exhorbítante; pero la leí tuvo cuidado
de decir que ese derecho sería el mínimum, lo que equivalía a
declarar que mas tarde podía ser elevado.
El representante de Chile en La Paz reclamó del gobierno
boliviano, en nombre del tratado de 1874, por aquella viola
cien de un compromiso solemnemente contraído. Ese gobier-
no, persuadido al parecer de la justicia de la reclamación de
Chile, suspendió la ejecución de la leí, cuidando sin embar-
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 51
go de no resolver definitivamente la cuestión que habia dado
orí jen a la reclamación.
Lo que habia producido este cambio en la política agresiva
de Bolivia, no era en realidad el respeto por un solemne tra-
tado internacional. Los gobiernos de las condiciones de la
dictadura militar que entonces ultrajaba a ese pais, miran
con el mismo desprecio los compromisos internacionales que
las leyes que rijen la administración interior. Pero los rumores
de rompimiento entre Chile i la República Arjentina se habian
desvanecido, i el primero de estos estados parecia libre de
complicaciones esteriores. En una situación semejante no con-
venia, a juicio de los gobernantes de Bolivia, provocar a Chile.
La prudencia les aconsejaba esperar un momento mas pro-
picio.
En efecto, a fines de 1878 se repitió con mayor insistencia
todavía i con mayores visos de verdad el anuncio del rompi-
miento inevitable entre Chile i la República Arjentina. De-
cíase que ambos estados ponían en movimiento sus escuadras,
i que de un momento a otro debía hacerse la declaración de
guerra. El gobierno de Bolivia no quiso perder una oportuni-
dad que creía la mas favorable para violar impunemente el
compromiso que lo ligaba a Chile. Inútiles fueron los esfuer-
zos i las representaciones de la legación chilena para evitar
aquel acto de violencia. El gobierno boliviano estaba resuelto
a atropellarlo todo: desatiende las observaciones que se le ha-
cen en nombre del tratado, i haciendo alarde del mas inútil
rigor, manda que la compañía chilena de Antofagasta pague
90,000 pesos como importe de los derechos que habría debido
pagar después de la promulgación de la leí, cuyos efectos ha-
bian sido suspendidos. Pareciajque no habia nada que esperar
después de esta última violencia.
El gobierno de Chile i su representante no desesperaron sin
embargo. Entre esta repúblicafijla de Bolivia existia el com-
promiso formal de someter a arbitraje] cualquiera dificultad
a que diere lugar la intelíjencía^í la^ aplicación del tratado de
1874. Con el deseo de evitar un conflicto, Chile propuso con
grande insistencia que aquella cuestión se sometiese a un tri-
52 GUERRA DEL PACÍFICO
bunal arbitral. En consecuencia, reclamó que se suspendiesen
los procedimientos ejecutivos decretados contra la compañía
de salitres i de ferrocarril de Antofagasta hasta la resolución
del arbitro. Pero esta proposición fué el motivo de una nueva
burla, i de un atentado mucho mayor aun de parte de Bolivia.
En vez de aceptar con franqueza i sinceridad el arbitraje que
sale proponia, o de pronunciarse abiertamente contra él, el
gobierno boliviano prefirió mantener al representante de Chile
en la espectativa mientras él se preparaba para ejecutar sin
resistencia sus planes de despojo, i espedia con este objeto sus
instrucciones secretas a las autoridades de Antofagasta.
Por fin, el i.^ de febrero de 1879 ^^ gobierno boliviano resol-
vía perentoriamente la cuestión por un decreto definitivo,
cuya parte dispositiva dice testualmente como sigue: «Queda
rescindida i sin efecto la convención de 27 de noviembre de
1872, acordada entre el gobierno i la compañía de salitres de
Antofagasta; en su mérito suspéndense los efectos de la lei de
14 de febrero de 1878. El ministro del ramo dictará las órde-
nes convenientes para la reivindicación de las salitreras de-
tentadas por la compañía».
A primera vista no se comprende fácilmente todo el alcance
de este decreto atentatorio que iba a producir el rompimiento
definitivo. En él, el gobierno de Bolivia se desentendía por
completo del tratado que lo ligaba a Chile. Suspendía, sin em-
bargo, i aun podría decirse por vía de burla, la contribución
que había impuesto a la compañía chilena de salitres i del fe-
rrocarril de Antofagasta; pero al mismo tiempo anulaba los
títulos de propiedad de esa compañía, decretando la confisca-
ción de sus bienes. Se comprenderá mejor la importancia de
este despojo, recordando que el capital de esa sociedad im-
portaba seis millones de pesos, representados en edificios, en
máquinas, en la vía férrea, en muelles, en los almacenes de
depósito, en animales i en todos los enseres necesarios para
una vastísima esplotacion> La compañía chilena veía pues,
que por un simple decreto se le arrebataban todos sus bienes,
el fruto de inj entes capitales i de diez años de sacrificios i de
trabajo El gobierno de Chile, por su parte, veía que Bolivia,
LAS CAUSAS DE LA GUERRA 53
al paso que decretaba la abrogación del impuesto, contestaba
sus reclamaciones confiscando las propiedades de los chilenos.
I aquel decreto no era una vana amenaza. El prefecto de
Antofagasta, en cumplimiento de las órdenes que recibia de
La Paz, trabó embargo sobre los bienes déla compañía, i man-
dó suspender las faenas de esplotacion, dejando en un solo
dia privados de trabajo a mas de dos mil obreros chilenos que
estaban al servicio de la compañía. Decretó al mismo tiempo
la prisión^ del j érente de la compañía, el cual se vio obligado
a buscar un asilo en un buque chileno que habia en el puerto
Como si esto no bastara para desvanecer toda esperanza de
arreglo, el gobierno de Bolivia decretó que el 14 de febrero se
vendiesen en pública subasta i al mejor postor toda la pro-
piedades i enseres de la compañía chilena.
El gobierno de Chile tuvo noticia en un solo dia (11 de fe-
brero de 1879) ^^ todas estas violencias i de todos estos atro-
pellos. En el acto comprendió que la diplomacia no tenia ya
nada que hacer en esta cuestión. Todos los medios pacíficos
estaban agotados ante la intemperancia de Bolivia i ante el
hecho consumado de la ruptura de un pacto solemne i de la
violenta confiscación de las propiedades chilenas. El mismo
dia II de febrero dio orden a su representante en Bolivia de
dejar este pais. Habia llegado el momento doloroso para un
pueblo pacífico i trabajador, de hacerse justicia por sí mismo
con las armas en la mano.
Puesto que Bolivia rompía el pacto mediante el cual Chile
habia cedido una parte del territorio poblado i trabajado por
sus hijos, puesto que violaba las condiciones mediante las cua-
les se le habia hecho aquella cesión, el papel de esta república
no podía ser otro que retrotraer las cosas al estado que tenían
antes de los tratados por los cuales habia renunciado a una
parte de su soberanía en cambio de condiciones que no se que-
ría cumplir. Habia pasado el tiempo de las negociaciones, e
iba a comenzar la era de la lucha armada.
Chile habia esperado hasta la última hora para tomar esta
resolución suprema; pero cuando el despojo de sus nacionales
estaba para consumarse, el mismo dia en que las propiedades
54 GUERRA DEL PACÍFICO
de la compañía de salitres i de ferrocarril debian venderse en
remate público, el 14 de febrero de 1879, un cuerpo de qui-
nientos soldados chilenos desembarcaba en Antofagasta e
impedia la ejecución de aquel injustificable atentado.
SEGUNDA PARTE
hÉS OPERACIONES MILITARES
CAPITULO I
Antofagasta i Calama, febrero i marzo de 1879
Desembarca en Antofagasta una columna de 500 chilenos. — Las poblacio-
nes vecinas se pronuncian por la causa de Chile i espulsan a las autori-
dades bolivianas. — Todas ellas piden su incorporación a la república de
Chile. — El presidente de Bolivia recibe la noticia del desembarco de los
chilenos, i la oculta para no turbar las fiestas del carnaval. — Se decretan
la espulsion de los chilenos de Bolivia i la confiscación de sus bienes. —
El ejército boliviano se dispone a salir a campaña. — Los chilenos se apo-
deran de Calama después de un combate. — La escuadra chilena ocupa
todo el litoral hasta la frontera del Perú.
Desde que el empleo de las armas fué una necesidad inevi-
table, el gobierno de Chile desplegó una grande actividad. El
dia siguiente de aquel en que supo la confiscación de las pro-
piedades chilenas por mandato del gobierno de Bolivia i por
56 GUERRA DEL PACIFICO
Orden del prefecto de Antofagasta (el 12 de febrero), hizo salir
de Caldera dos buques de guerra con quinientos hombres de
desembarco, bajo el mando del coronel don Emilio Sotoma-
yor. Se quería que esas fuerzas llegasen a Antofagasta antes
que se efectuase el remate de las propiedades confiscadas,
para evitar así las compHcaciones que podian resultar de la
venta simulada a algún estranjero que hiciera intervenir en
favor de aquella negociación las reclamaciones de su gobierno.
El coronel Sotomayor desembarcó en Antofagasta en la
mañana del 14 de febrero sin hallar la menor resistencia. La
población de aquella ciudad, compuesta casi esclusivamente
de chilenos, recibió a sus compatriotas con los brazos abiertos,
en medio de los mayores trasportes de alegría. Para aquellos
laboriosos trabajadores, víctimas como hemos dicho de los
peores tratamientos de parte de las autoridades bolivianas,
el desembarco de sus compatriotas, importaba la suspensión,
cuando no la cesación definitiva de sus sufrimientos. El pre-
fecto del lugar, i los demás aj entes del gobierno boliviano, fue-
ron depuestqs de su funciones i dejados en co^ipleta libertad
para retirarse a donde quisiesen. Todos ellos se embarcaron
para los puertos del norte.
La noticia de este suceso llegó rápidamente a los pueblos
vecinos de Caracoles i de Mejillones i a los establecimientos
industriales de ese territorio. En todos esos lugares, los chile-
nos formaban a lo menos el ochenta por ciento de la población
i ellos así como los pocos europeos que allí residían en calidad
de comerciantes i de empleados de los industriales chilenos-
estaban hastiados de los atropellos i violencias de la domina,
cion boliviana. La acción de las tropas chilenas que llegaron
rápidamente a esos puntos, se limitó a protejer a las antiguas
autoridades de la saña del pueblo, que sin ese freno habría
querido tal vez vengarse de las crueldades i despojos de que
había sido víctima. En todas partes se dejó a las autoridades
i a las guarniciones bolivianas en libertad i se les permitió
replegarse al pequeño pueblo de Calama, situado a unas dieci-
seis leguas al norte del paralelo 23, i por tanto fuera del terri-
torio que había formado parte de Chile antes de la cesión he-
AS OPERACIONES MILITARES 57
cha a Bolivia por los tratados que esta república habia roto.
En algunos lugares, como en Caracoles, los comerciantes chi-
lenos hicieron una suscripción para comprar zapatos a los
soldados bolivianos a fin de que pudieran hacer la travesía
del desierto. ¡A tanta miseria los tenia reducido el abandono
la incuria de su gobierno!
Mientras tanto, las fuerzas chilenas se aumentaban cons
derablemente en Antofagasta i en otros puntos inmediatos
Ademas de los pequeños refuerzos que habían llegado de Val-
paraíso, para hacer frente a cualquier evento, los trabajadores
chilenos acudieron a organizarse en batallones de guardia na-
cional regularmente disciplinados i vestidos, i prontos a acudir,
a cualquiera parte. A mediados de marzo, esas fuerzas ascen-
dían ya a cerca de cuatro mil soldados, todos resueltos í ardo-
rosos. En todas aquellas poblaciones, los vecinos mas influ-
yentes i acaudalados, habían espontáneamente estendído
actas en que espresaban sus deseos i su propósito de reincor-
porarse a la república de Chile, bajo cuyas leyes habían pobla-
do el desierto, i bajo cuyo amparo querían vivir, para respeto
de sus propiedades i de sus personas. Esas actas, llenas de
firmas de chilenos de la mayor parte de los europeos estable-
cidos allí, eran elevadas al presidente de Chile, cuya autoridad
querían todos reconocer. La anexión de ese territorio a la re-
pública chilena, de que había estado temporalmente segrega-
do, era, pues, un hecho inevitable, resultado de la monstruosa
administración boliviana, i a que no habría podido resistir el
mismo gobierno de Chile.
El telégrafo comunicó inmediatamente a Tacna (en el Perú)
la noticia del desembarco de los chilenos en Antofagasta, i de
allí partió un emisario para trasmitirla al gobierno de Bolivia.
Las comunicaciones iban dirijidas al presidente Daza, porque
bajo el réjimen administrativo que éste había planteado, era
él i no los ministros, quien recibía los mas importantes despa-
chos oficiales. El presidente recibió esa comunicación el 20 de
febrero, pero no dio conocimiento a nadie de tan graves ocu-
rrencias.
En efecto, el jeneral Daza estaba ocupado en esos momen-
58 GUERRA DEL PACÍFICO
tos por otros negocios qu llamaban mas su atención. Desde
muchos dias atrás, i a pesar de que una hambre espantosa
diezmaba la población de algunas provincias del interior, a
consecuencia de una pésima cosecha, el gobierno de Bolivia
vivia en medio de fiestas en que de grado o por fuerza, tenian
que tomar parte todas las autoridades i todos los habitantes.
Festejóse primero durante algunos dias el aniversario del na-
tahcio del jefe supremo de la nación, «el natalicio del gobier-
no», decian algunos documentos oficiales; i luego el arribo de
un nuevo ministro plenipotenciario del Perú, que habia llega-
do a la ciudad de la Paz a fortificar al gobierno boliviano en
la actitud que desde fines del año anterior habia asumido con-
tra Chile. El 20 de febrero, cuando Daza recibió las comunica-
ciones que le anunciaban la ocupación de Antofagasta estaba
preparándose para celebrar el carnaval. Los periódicos decian
que el jefe supremo acababa de recibir de Europa unos lujosos
vestidos para aquella fiesta. En consecuencia, el carnaval de
1879 fué mas festejado que el de cualquier otro año; i el pre-
sidente de Bolivia pasó distraido de todos los cuidados de la
administración hasta el 26 de febrero, miéi coles de ceniza i
término de las orjías del carnaval.
Este dia convocó a sus ministros para darles conocimiento
de la ocupación del litoral por las fuerzas chilenas. Para recu-
perar el tiempo perdido, el presidente i sus ministros se pusie-
ron al trabajo con toda actividad. Sus primeros actos, sin em-
bargo, no debian ser mui eficaces para el objeto que se bus-
caba. El jeneral Daza pubhcó dos proclamas, una al pueblo i
otra al ejército, en que les anunciaba la guerra a Chile, decla-
rando que los hijos de este pais eran j entes depravadas por la
miseria i el vicio, bandidos cobardes, asesinos de puñal, ladro-
nes que se habian enriquecido con los tesoros robados a Bo-
livia. «El ejército bohviano, agregaba mas adelante, hará co-
nocer al mundo que la honra de Bohvia i la integridad de su
territorio están bajo la salvaguardia de sus bayonetas, i que
en esta ocasión, como en otras, sabrá castigar a sus cobardes
agresores. Camaradas! anadia dirijiéndose a sus soldados.
Todo lo espero de vuestro patriotismo, de vuestra serenidad
LAS OPERACIONES MILITARES 69
i disciplina. Si el gobierno que ha creido humillarnos ocupan-
do nuestras desiertas playas, no retracta honorablemente sus
actos vandálicos, quedará inaugurada para nosotros una glo-
riosa epopeya, porque todos cumpliremos a competencia el
santo deber de combatir sin tregua ni desaliento a los enemi-
gos de la autonomía nacional, a los usurpadores de nuestro
tenitorio». En seguida decretó laespulsion de todos los chile-
nos del territorio de la república, i el embargo, i en caso nece-
sario, la confiscación de sus propiedades. En virtud de estas
disposiciones consignadas en el decreto de declaración de gue-
rra de i.^ de marzo, se trabó el embargo de las propiedades
chilenas, en el rico mineral de plata de Huanchaca i en las
minas de cobre de Corocoro, causando a sus propietarios i a
los trabajadores daños de la mayor consideración.
El llamamiento a las armas fué, a lo menos en apariencias,
sumamente fácil. Dieciseis jenerales, cerca de cien coroneles,
i como setecientos oficiales inferiores que se hallaban en la
Paz, firmaron una acta por la cual se ofrecian a sellar con su
sangre el castigo de los desleales i bárbaros chilenos. «Los jefes
i oficiales del ejército permanente, decia ese documento, com-
prendemos toda la magnitud de los deberes que esta situación
nos impone. Antes de sellar con sangre el juramento prestado
a nuestras banderas, antes de cubrir con inscripciones i laure-
les estas sagradas insignias, protestamos contra el incalifica-
ble acto de deslealtad i de barbarie ejecutado por el gobierno
chileno en Antofagasta, Mejillones i Caracoles. Poseídos de
noble orgullo, los que tenemos al cinto una espada, que la pa-
tria nos ha confiado para defenderla i conservar incólume su
honra, juramos mil veces mas que no envainaremos estas es-
padas antes de vengar el ultraje que Chile ha inferido a Boli-
via. Que la posteridad nos juzgue! ¡Viva Bolivia! jAbajo el
salvaje gobierno de Chile»! i.
I. Un escritor que se firma «El conde de Valras», i que es un oficial fran-
cés, el conde de Lort-Serignan, ha publicado en la Revue de Frunce unos
artículos sobre la guerra del Pacífico, que, sea dicho de paso, contienen mu-
chos errores históricos, jeográficos i de toda especie. Allí ha traducido esta
curiosa acta de los jefes del ejército boliviano como muestra de «las costum-
60 GUERRA DEL PACÍFICO
Tan seguros estaban esos jefes i oficiales de las victorias
que iban a alcanzar en esta guerra, que ellos i el presidente
Daza anunciaban por todas partes que en el plazo de sesenta
dias habrían espulsado de su territorio a los invasores. Inme-
diatamente se dieron las órdenes para reunir el ejército efec-
tivo i para movilizar la guardia nacional. De los cuadros pu-
blicados con este motivo, se supo entonces que Bolivia con-
taba con un ejército permanente de 2,232 soldados, mandados
por poco mas de mil oficiales, esto es un oficial aproximativa-
mente para cada dos soldados. De esos oficiales, 22 eran jene-
rales, 135 coroneles i solo 72 subtenientes. Uno de esos bata-
llones que llevaba el nombre del jefe supiemo del estado, i que
por lo mismo era el cuerpo de preferencia, era compuesto de
540 hombres, de los cuales solo 173 eran soldados. El séquito
del presidente era compuesto de 20 edecanes, todos coroneles
o jenerales. Esta organización militar era el fruto necesario
de las constantes guerras civiles que han destrozado a Bolivia.
La movilización de este ejército ofreció desde luego las mas
serias dificultades por dos causas diferentes, la escasez de re-
cursos del erario público, i los obstáculos del terreno que era
preciso atravesar para llegar a los lugares que ocupaban los
chilenos, obstáculos perfectamente invencibles por las gran-
des distancias i por las asperezas de las montañas i de los des-
poblados. Mucho mas fácil habria sido al presidente Daza el
despachar a uno de sus ministros a Lima a reclamar del go-
bierno peruano el cumplimiento de su palabra empeñada en
el tratado secreto de alianza contra Chile.
Mientras tanto, los soldados bolivianos que antes guarne-
cian las poblaciones del litoral, permanecian reconcentrados
en el pueblo de Calama; i aunque no recibian los refuerzos que
esperaban del interior, eran bastante numerosos para intentar
bres militares dé este pais», i para que se vea que «la raza de los matamoros»
no está estinguida. Pudo haber agregado que esa pieza, así como las enfáti-
cas proclamas de Daza, i los otros escritos que en esos dias cirrcularon en
La Paz llamando a los chilenos «salvajes araucanos, miserables piratas del
Pacífico, cobardes, asesinos, etc., etc.*, no eran mas que el preludio de la
guerra de insultos ridículos e impotentes que los documentos públicos de
Bolivia i del Perú habían de dirijir a Chile.
LAS OPERACIONES MILITARES 61
una sorpresa sobre cualquiera de los puntos que ocupaban los
chilenos, i particularmente sobre el mineral de Caracoles que
era el mas inmediato. Un abogado boliviano, el doctor don
Ladislao Cabrera, hombre de empresa i de resolución, era el
inspirador de aquella resistencia. En el principio, el gobierno
de Chile no habia pensado en pisar una pulgada de terreno
mas allá del paralelo 23, que era lo que reclamaba como suyo
desde que Bolivia rompia el pacto por el cual se le habia he-
cho la cesión condicional de ese territoiio. Pero desde que el
jeneral Daza habia declarado la guerra a Chile, i anunciaba
que iba a mover sus ejércitos, fué necesario proceder mas re-
sueltamente.
A la cabeza de unos quinientos hombres de las tres armas
salió de Caracoles el coronel Sotomayor con rumbo hacia el
norte, ^sa pequeña columna pudo apreciar en esa ocasión la
dificultad de las operaciones militares en aquella porción del
desierto, donde la industria no habia fundado aun ningún es-
tablecimiento. Las tropas no hallaban abrigo contra el ardor
de un sol abrasador durante el dia, ni contra el frió intenso de
las noches en aquellos áridos arenales en que el termómetro
recorre una escala de 25 i 30 grados centígrados en el espacio
de las veinticuatro horas. Era preciso llevar los víveres, el
agua i los forrajes para los hombres i los animales, i abrirse
paso por las ásperas serranías que interrumpen por intervalos
la monotonía del desierto. Por fin, al amanecer del 23 de mar-
zo, el coronel vSotomayor estuvo enfrente de Calama.
Es ésta una pequeña población situada en un oasis del de-
sierto, a orillas del rio Loa, i como descanso i reparo de los
viajeros i de las recuas de muías que trafican entre Potosí i la
costa. El doctor Cabrera, que de antemano se habia negado
a entrar en capitulaciones, habia colocado sus tropas entre
las barrancas del rio, i detras de tapias i de espesos matorrales
que hacían invisibles sus soldados. El combate se empeñó en
esas condiciones; i a pesar de la superioridad de sus fuerzas i
de sus armas, los chilenos habrían podido sufrir un descalabro
sin su inquebrantable resolución de ocupar el pueblo. El paso
del rio presentó serias dificultades que al fin fueron vencidas.
62 ©UERRA DEL PACÍFICO
Después de haber perdido en una emboscada doce hombres
entre muertos i heridos, prendieron fuego a los montones de
pasco seco i a los matorrales que ocultaban al enemigo, car-
garon sobre él con un ímpetu irresistible, le mataron veinte
hombres, le tomaron treinta prisioneros, i entre ellos un coro-
nel i dos oficiales, i lo pusieron en completa fuga ^ El doctor
Cabrera se retiró con sus dispersos hasta Potosí.
En esos mismos dias, cuatro buques de la escuadra chilena,
con alguna tropa de desembarco, ocupaban sin resistencia de
ningim j enero los puertos bolivianos de Cobija i Tocopilla.
Los chilenos quedaron así dueños de todo el desierto de Ata-
cama hasta la frontera del Perú.
La guerra con Bolivia estaba terminada de hecho. Chile no
pretendía espedicionar en el interior de ese pais por el placer
de hacer una campaña dificultosísima i sin resultado ^alguno
práctico. Bolivia, por su parte, i a causa de la configuración
singular de su territorio, de las dificultades invencibles que le
oponían las montañas i los desiertos, no podía llevar sus tro-
pas hasta el htoral. Esta situación habría durado quién sabe
cuánto tiempo si la acción del Perú que vino a intervenir po-
niéndose de parte de uno de los belíjerantes.
2. En dos partes de esta jornada que dio a su gobierno el doctor Cabrera,
uno en Canchas Blancas, el zj de marzo, i otro en Potosí el 13 de abril, decia
que los chilenos, que lo atacaron en «interminables columnas» perdieron 128
hombres, de ellos 1 18 muertos i 10 heridos, siendo que en realidad la colum-
na chilena no tuvo mas que siete muertos i cinco heridos. En esos mismos
partes, da tales proporciones al pequeño combate en que habia sido derro
tado, que dice de él que «no tiene igual en la historia moderna».
El doctor Cabrera tenia gusto por este jénero de pomposas alusiones his-
tóricas al hablar de las modestísimas operaciones militares que le tocó diri-
jir. En una comunicación a uno de los ministros del presidente Daza, datada
desde Calama con fecha de 22 de febrero de 1879, le decia que este pueblo
como centro de resistencia, era «superior al cuadrilátero del Austria».
Las exajeraciones de los partes bolivianos referení;es a este combate se
apreciarán mejor por este otro hecho. La división chilena tenia en Calama
dos cañones de campaña que solo dispararon algunos tiros. El coronel don
Severino Zapata, el último prefecto boliviano de Antofagasta, el mismo que
habia ejecutado el embargo de las propiedades de la compañía salitrera, se
halló en ese combate como segundo jefe del doctor Cabrera. En el parte que
dio de la jornada, dice que los chilenos tenían once cañones i dos ametralla-
doras.
CAPITULO II
Declaración de guerra al Perú, marzo i abril de 1879.
Actitud de la prensa i del gobierno del Perú al saber la ocupación de Ánto-
fagasta por los chilenos. — El presidente Prado. — Envío a Chile de una
legación encargada de ofrecer la mediación del Perú. — Doblez de esta
política. — El plenipotenciario peruano niega la existencia del tratado
secreto de alianza entre el Perú i Bolivia. — Se descubre la existencia de
ese tratado.— rDeclaracion de guerra entre el Perú i Chile. — El gobierno
del Perú espulsa a los chilenos de su territorio.
El Perú atravesaba en esos momentos por una situación
p;oco favorable para embarcarse en aventuras de esa clase
Aparte de las dificultades financieras cada dia mas apremian-
tes, la paz interior, amenazaba poco antes por el asesinato del
ex-presidente Pardo en las puertas del senado, era tan poco
sólida que el gobierno creia no poder vivir sino bajo el réjimen
de las facultades estraordinarias i de la suspensión de la cons^
titucion. Sin embargo, desde que se vieron las dificultades que
ponia Bolivia al cumplimiento del tratado con Chile, i la proxi-
midad de un rompimiento entre los dos paises, una parte de
la prensa peruana, la mas adicta al gobierno, asumió un tono
belicoso i provocador. El Perú, se decia, no puede ser indifé-
64 GUERRA DEL PACIFICO
rente ante este conflicto; i sin tomar para nada en cuenta las
causas que lo producian, se agregaba que era llegado el mo-
mento de poner a raya la infundada arrogancia de Chile. Los
diarios que aconsejaron la neutralidad corno lo que mas im-
portaba al Perú, fueron ahogados, por decirlo así, por la
destemplada gritería de los que pedían otra actitud.
Esta exitacion fué mas violenta todavía cuando llegó a
Lima la noticia de la ocupación de Antofagasta por los chile-
nos. Ese suceso produjo mas impresión en el seno del gobierno
del Perú que la que había causado en los gobernantes de Bo-
livia. Los politiqueros de Lima se ajitaron como sí se tratase
de una cosa propia. En los portales, en los cafées, en todas
partes se hablaba de la necesidad de imponer a Chile, i en to-
das partes se repetía que para conseguir este resultado, el Perú
no tenia mas que levantar la voz, hacer un despliegue de su
gran poder naval i míHtar, e imponer las condiciones que qui-
siera. Chile debía anonadarse al saber que el Perú estaba re-
suelto a ponerse de parte de Bolívía. «Sí Chile hubiera sabido,
decía arrogantemente la prensa de Lima, que el Perú no tole-
raría que quede impune el ultraje inferido a Bolívía, Chile no
se habría lanzado a una espedicion en que podía atraerse la
enemistad del Perú».
Esta era también la conciencia del gobierno del Perú. Pero
queriendo ganar tiempo para hacer sus aprestos, disimuló sus
sentimientos; i antes de pronunciarse abiertamente, quiso em-
plear otros medios. Gobernaba entonces el Perú el jeneral don
Mariano Ignacio Prado que pasaba en esa república por afecto
a Chile, a causa de haber vivido en este país durante ocho años
desde 1867, en que una revolución militar lo había derrocado
del gobierno del Perú, hasta 1875, en que volvió a ser elejido
presidente. Prado, en efecto, no era precisamente hostil a
Chile; pero no estaba dotado de la entereza de carácter nece-
saria para evitar la complicación a que atolondradamente lo
precipitaban sus consejeros. Agregúese a esto que.su falta de
penetración, su indolencia i su falta de estudios de cualquiera
clase, no le habían permitido conocer i apreciar la situación
de Chile, a tal punto que sobre los recursos, el poder i los hom-
OPERACIONES MILITARES " 65
bres de esta república, las opiniones del presidente Prado eran
las mismas de los mas petulantes de sus compatriotas. Como
éstos, pensaba que Chile no podia hacer otra cosa que doble-
garse prontamente a cualquiera exijencia del Perú. En aque-
llos dias de efervescencia, creyó desarmar la tempestad diri*-
jiéndose a algunas personas que juzgaba influyentes en Chile
para manifestarles su deseo de evitar un rompimiento. «Si
Chile desocupa a Antofagasta, decia, yo aseguro que no habrá
guerra». Tanto equivalia decir que si Chile aceptaba en silen-
cio el ultraje que le habia inferido Bolivia, i la confiscación de
las propiedades de sus nacionales, la guerra no tendría lugar.
Este mismo era el pensamiento de su gobierno. El 22 de
febrero zarpó del Callao don José Antonio Lavalle con el ca-
rácter de ministro plenipotenciario del Perú cerca del gobierno
de Chile. Traia en su cartera el tratado secreto de alianza
ofensiva i defensiva que desde 1873 ligaba al Perú coA Bolivia;
pero no debia hacer uso de esta arma sino en el último momen-
to, como una amenaza decisiva en caso que no pudiera con-
seguir por otros medios el resultado que se buscaba. En su
carácter público, el plenipotenciario del Perú debia presentar-
se, no como parte interesada, i mucho menos como aliado se-
creto de Bolivia, sino como mediador amistoso que venia a
ofrecer sus buenos oficios a los belij erantes. No es necesario
comentar esta conducta que en todo pais civilizado no puede
dejar de ser considerada una perfidia; pero en el Perú, pais
desmoralizado por las revoluciones i por todos los males que
ellas traen consigo, fué calificada de habilidad. Meses mas tai-
de la prensa del Perú tejia una corona en honor de los que
inventaron este arbitrio. «Si la misión tenia buen éxito, decia
un diario de Lima, se habria evitado la guerra; i si la misión
no era aceptada, se habria ganado un tiempo precioso para
la defensa».
Las negociaciones entre el diplomático peruano i el gobier-
no de Chile se entablaron, pues, sin que a éste se le diese co-
nocimiento del tratado secreto. El representante del Perú
ofrecía la mediación de su gobierno, que Chile no tuvo ocasión
de rechazar; pero aquél exijia como primer paso que esta re-
TOMO XVI. — 5
66 . GUERRA DEL PACÍFICO
pública retirase sus tropas de Antofagasta para apaciguar así
a Bolivia a fin de que aceptase gustosa los buenos oficios del
mediador. Chile debia, en consecuencia, deshacer lo hecho, re-
tirar sus declaraciones, dejar subsistentes los actos depreda-
torios de Bolivia, antes de saber siquiera bajo qué bases acep-
taría esta república la mediación.
No era nada esto; mientras el plenipotenciario Lav. lie ini-
ciaba sus negociaciones en Chile, el gobierno del Perú daba
aliento a la animosidad que desplegaba la prensa de su pais,
reconcentraba su ejército, mandaba crear nuevos cuerpos de
tropas, reparaba sus naves, hacia partir para el sur del Perú
algunas divisiones bien amunicionadas a fin de se acercasen
al territorio que debia ser teatro de la guerra, i por último
alentaba con promesas de toda especie la actitud del gobierno
de Bolivia. En Lima i en otros pueblos del Perú se hacian ma-
nifestaciones belicosas contra Chile, paseando unidos los es-
tandartes de las dos repúblicas secretamente ahadas. En di-
versas partes, i sobre todo en Bolivia, se hablaba ya con cierta
franqueza del tratado secreto contra Chile i la prensa chilena
acojió esos rumores señalando el peligro de la situación.
El gobierno de Chile no salió, sin embargo, un solo instante
de la mas perfecta moderación, ni comprometió en nada su
carácter tradicional de gobierno serio que sabe lo que quiere
i a donde va. El presidente de la república, don Aníbal Pinto,
hombre ilustrado i circunspecto, el único de los supremos
mandatarios de las tres repúblicas que iban a entrar en lucha
que no fuese militar, imprimió a la acción de su gobierno, el
sello de templada firmeza que convenia asumir en aquella
solemne situación. Encargó al ministro de Chile en Lima que
exijiese del gobierno del Perú «que definiese su actitud, pues
no era compatible la misión de mediador que representaba
en Santiago con la precipitación que ponía en el alistamiento
de su escuadra, aumento de su ejército, movimiento de las
trop s hacia el sur, encaigos de buques, armamentos i pertre-
chos de guerra». I en seguida, abordando de frente al plenipo-
tenciario del Perú en Santiago, le hizo pedir que contestase
categóricamente si existia o no un tratado secreto de alianza'
OPERACIONES Mil ITARES 67
entre esa lepública i Bolivia. Se quería salir resueltamente de
aquella situación ambigua.
El gobierno de Chile, sin embargo, se engañaba cuando
creia que el Perú asumiria desde luego la actitud que corres-
pondia a la seriedad de un gobierno formal. En Lima se con-
testó evasivamente al representante de Chile, sin espresar por
entonces una declaración cualquiera. El ministro del Perú en
Santiago fué mas lejos todavía; i a la pregunta terminante
que se le hacia, respondió «que no tenia conocimiento del tra-
tado secreto, que creia que no existia, pero que como en Chile
habia oido hablar de este pacto, habia pedido informes a su
gobierno».
Pero ya no era posible mantener por mas tiempo aquel en-
gaño. Apremiado sin descanso por el representante de Chile,
el gobierno de Lima confesó que no podia hacer la declaración
de neutralidad que se le reclamaba, porque estando hgado a
Bolivia por un tratado de alianza, no le era posible tomar una
determinación sobre este punto sin consultar previamente al
congreso peruano que con este objeto debia reunirse a fines
de abril. El mismo representante del Perú en Santiago, que
habia negado la existencia de este pacto, recibió la orden de
ponerlo personalmente en conocimiento del gobierno de Chile.
Los gobernantes del Perú querían, sin embargo, aplazar
toda solución definitiva por un mes mas, para que el congreso,
decian, decidiese si era llegado el caso de hacer efectiva la
alianza. Pretendian así ganar tiempo para completar sus ar-
mamentos. Chile, por su parte^ no se dejó enredar en esta red,
declaró rotas las negociaciones, i el 5 de abril hizo, de acuerdo
con las cámaras nacionales, la solemne declaración de guerra.
El dia anterior, el gobierno del Perú, impuesto por el telégrafo
de la actitud de Chile, habia declarado en campaña el ejército
ila escuadra «por cuanto el Perú, decía el decreto, se halla en
estado de guerra con la república de Chile». Dos dias después,
el 6 de abril, el mismo gobierno hacia en Lima la publicación
solemne del tratado secreto, demostrando con el. hecho que no
necesitaba de la reunión del congreso para hacer efectiva la
alianza i para declarar la guerra.
68 GUERRA DEL PACÍFICO
Esta declaración fué acompañada de actos i de amenazas
que el éxito de la campaña no ha permitido ejecutar. En esos
dias el pueblo de Lima se reunia en meetings bulliciosos en
que se hablaba de Chile con el mas soberano desprecio, se
agolpaba a las puertas del palacio i pedia que el presidente de
la repúbhca hiciese oir su voz. «Chile quiere la guerra, decia el
presidente en una reunión popular que se efectuó en la esta-
ción de un ferrocarril; pues bien! la tendrá tremenda, terrible».
A pesar de estas enfáticas amenazas, el populacho de Lima
persistía en dudar de que el presidente Prado estuviera dis-
puesto a hacer a Chile una guerra enérjica i eficaz. Así, pues,
cuando pocos dias mas tarde llegó a Lima la noticia de las
primeras hostilidades ejecutadas por la escuadra chilena, de
que hablaremos mas adelante, la ajitacion popular tomó en
Lima un carácter alarmante. El presidente volvió a dirijirse
al pueblo por otra proclama en que repetía sus amenazas con
mayor ardor. «Confiad, compatriotas, decia el 8 de abril, en
que la hora de las represalias por nuestra parte, i de la espia-
cion de los chilenos, no se hará esperar mucho tiempo, i que
me veréis siempre en el puesto de mayor peligro».
El populacho no estaba dispuesto a tranquilizarse con estas
promesas. En las tumultuosas asonadas que tenian lugar cada
noche en las puertas mismas del palacio, pedian con gritos
amenazadores la espulsion de todos los chilenos del territorio
peruano. El gobierno no pudo resistir por largo tiempo a esta
exijencia; i por decretos de 15 i 17 de abril decretó esa espul-
sion que debia llevarse a efecto en el perentorio término de
ocho dias 1 . Aun este plazo fué reducido a solo dos dias en al-
gunos puntos i en diversos lugares del litoral a solo dos o tres
I. Seria menester llenar muchas pajinas para referir todas las peripecias
consiguientes a la espulsion de los chilenos del Perú en abril de 1879.
Por decreto del 1 5 de abril, el gobierno peruano sancionó la espulsion de
todos los chilenos en el término de ocho dias. Solo eran esceptuados los que
de antemano tuviesen carta de ciudadanía peruana, i los que habiendo resi-
dido mas de diez años en ese pais, fueren casados con peruana i propietarios
de bienes raices. Por otro decreto de 17 de abril, la espulsion se hizo esten-
siva en todos los chilenos sin escepcion alguna. En cumplimiento de la parte
penal de esos decretos, en Lima i el Callao fueron reducidos a prisión los chi-
OPERACIONES MILITARES 69
horas, con la particularidad de que no habiendo en algunos
de ellos buques en que embarcarse, esos infelices tuvieron que
emprender el viaje a pié por los estériles i abrazadores arena-
les de la costa. Se comprenderá mejor la dureza de estas me-
didas cuando se sepa que los chilenos que esplotaban alguna
industria o trabajaban como obreros en el Perú, formaban
una población de cerca de cuarenta mil almas, comprendidos
los ancianos, los niños i las mujeres.
En la forzada emigración que los chilenos tuvieron que em-
prender, habrían sucumbido muchos, o no habrían podido
continuar la marcha, sin el oportuno ausilio de los oficiales de
la marina real de la Gran Bretaña i de un buque de guerra
norte- americano que favorecieron su embarque. El gobierno
de Chile que veia en la guerra algo mucho mas serio que estas
insensatas hostilidades, no pensó nunca en espatriar a los pe-
ruanos i bolivianos que habitaban su territorio, i utilizó, por
otra parte, la imprudencia cometida por el gobierno del Perú.
Los trabajadores chilenos establecidos en la provincia perua-
na de Tarapacá, i en todo el sur de esta república, eran en su
lenes que por falta de recursos o por enfermedad, no pudieron embarcarse
pero se respetó el plazo acordado para salir del territorio,
Pero, en los departamentos del sur del Perú, i especialmente en las pobla-
ciones del litoral, donde se estaba reuniendo el ejército peruano, las autori-
dades locales acortaron a su antojo este plazo. Así, el prefecto de Arequipa,
que resolvió por sí solo la espulsion de los chilenos dos dias antes del primer
decreto del gobierno supremo, les concedió solo 48 horas para salir al estran-
jero. En la provincia de Tarapacá se les concedieron dos o tres horas. En
Iquique no habrían podido embarcarse sin la protección de los marinos in-
gleses i norte-americanos; i en Huanillos tuvieron que emprender su viaje a
pié, por los arenales del desierto, hasta llegar a las orillas del Loa, donde
fueron socorridos por las tropas chilenas que ocupaban estos lugares.
Como los diarios del Perú decían en esos dias que los chilenos espulsados
del territorio eran bandidos, asesinos, manchados con todos los crímenes
imajinables, conviene oír sobre este punto el juicio de los neutrales. El car
pitan Robínson, comandante de la fragata Turquoise de S. M. B., que se ha-
llaba entonces en Iquique, daba cuenta de estos sucesos al almirantazgo in-
gles en los términos siguientes: «Nos hemos ocupado aquí en embarcar a los
refujiados chilenos. Son jentes de la mejor condición, que han ocupado po-
siciones de confianza al lado de muchos estranjeros. Sus patrones sienten
mucho su partida, i pagan su pasaje a bordo de los vapores de la compañía
de navegación del Pacífico.»
70 GUERRA DEL PACÍFICO
mayoi parte trabajadores de una constitución de fierro i que
conocian palmo a palmo ese territorio. Llegados a Antofagas-
ta, se enrolaron en el ejército chileno que allí se organizaba, i
fueron los mejores i mas útiles soldados de las campañas sub-
siguientes.
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CAPITULO III
Los ejércitos de los belijerantes antes de la ^erra
Situacioii militar del Perú antes de la guerra. — El ejército i la marina de
Chüe. — Inferioridad numérica de las fuerzas de este pais. — En qué con-
sista su verdadera superioridad.
Antes de entrar a referir la historia de las operaciones mili-
tares, debemos consignar algunas notas sobre las fuerzas de
los dos estados, el Perú i Chile, en el momento de la declara-
ción de guerra, como ya lo hicimos respecto de Bolivia. Tra-
taremos de presentar estas noticias con toda brevedad.
A principios de 1879 el ejército del Perú se componía de
ocho mil hombres, esto es, de 4,200 soldados mandados por
3,870 oficiales de todas categorías, de los cuales 26 eran jene-
rales ^ Esta curiosa organización militar costaba al erario
cerca de cuatro millones de pesos por año, a causa de los fuer-
tes sueldos que era preciso pagar a un número tan crecido de
oficiales. Después de los triunfos de los alemanes en la guerra
I. En algunas reseñas estadísticas publicadas en Europa, se hace subir a
13,200 el personal del ejército permanente del Perú poco antes de la guerra,
pero en esta suma se incluian 5 .400 jendarmes o policiales armados.
72 GUERRA DEL PACÍFÍCO
de 1870-1871, el gobierno peruano habia adoptado para sus
tropas el traje prusiano en lugar del francés que antes usaban,
lo que habia ocasionado gastos considerables; pero cuidó tan
poco su verdadera organización que casi cada cuerpo tenia
armas de diverso sistema.
La marina de guerra del Perú era relativamente formidable,
i según los documentos oficiales de ese gobierno, se creia ade-
mas «la mejor organizada i la mejor disciplinada de las de
todos los estados del Pacífico» ^ . Constaba ésta de cuatro bu-
ques acorazados, la fragata Independencia de 18 cañones, i los
monitores Huáscar, Atahualpa i Manco Capac, de dos grandes
cañones cada uno, las corbetas de madera Union i Pilcomayo
de 13 cañones la primera i de 6 la segunda, i doce buques me-
nores, uno de los cuales era también encorazado. El sosteni-
miento de esta escuadra costaba al Perú cerca de cinco millo-
nes de pesos por año, es decir, casi tres veces mas de lo que
gastaba Chile en la suya.
Tanto en el ejército como en la marina del Perú dominaba
el sentimiento de su inmensa superioridad de instrucción so-
bre las fuerzas militares de sus vecinos, i en especial sobre las
de Chile. Las constantes revoluciones del Perú habian mili-
tarizado de tal manera a este pais que habría sido difícil hallar
un jefe del ejército o de la escuadra que no hubiese capitanea-
do o secundado un pronunciamiento revolucionario, con la
particularidad de que los jenerales que en una revolución figu-
raban como amigos i aliados, aparecían peleando uno o dos
años después en filas opuestas, o vice- versa. Allí, como en
Bolivia, se repetían estas palabras: «Nuestras revoluciones
nos han hecho mucho mas militares que los chilenos que han
vivido siempre en paz». La realidad era muí diferente, sin em-
bargo, porque las revoluciones que habian creado tantos jene-
rales í coroneles, no habían hecho mas que desmorahzarlo
todo.
Las fuerzas de Chile al comenzar la guerra eran muí infe-
riores. El ejército de tierra constaba de 2,440 hombres, de los
2. I;.e Perou en 1878. Notice Tiistorique el statistique. (Publicación oftcial
hecha con motivo de la esposicion universal de Paris), páj. 38.
OPERACIONES MILITARES 73
cuales 410 eran artilleros, 530 jinetes, i el resto infantes divi-
didos en cinco pequeños batallones de 300 plazas cada uno.
La marina chilena constaba de dos fragatas encorazadas (el
Blanco Encalada i el Almirante Cpchrane de 12 cañones cada
una) de dos corbetas de madera (la 0,Higgins i la Chacahuco)
de una cañonera de madera (la Magallanes) i de cuatro buques
menores o poco aptos para la guerra por su vejez.
En los años anteriores, el ejército permanente de' Chile, sin
ser verdaderamente considerable, era mas numeroso, puesto
que se elevaba a 3,500 hombres. El congreso habia tomado a
empeño el disminuir gradualmente esa fuerza al discutir cada
año los presupuestos de gastos jenerales de la administración,
hasta dejarla reducida al número estrictamente indispensable
para el servicio de guarnición. Tan distante estaba Chile de
pensar en la proximidad de una guerra, tan lejos se hallaba
de preparar un conflicto internacional, como han pretendido
hacerlo creer sus enemigos, que en diciembre de 1878, cuando
la discusión diplomática de las cuestiones con Bolivia tomaba
un carácter alarmante, las cámaras lejislativas al discutir el
presupuesto para el año siguiente, querían reducir mas aun
el número de las tropas: i en efecto hicieron supresiones im-
portantes en el ministerio de guerra i marina. No es de estra-
ñarse, pues, que el dia en que la guerra vino, Chile se hallase
con un ejército insignificante i con un armamento insuficiente
para la campaña a que era provocado contra los deseos i las
tendencias de pais.
Esas tropas tenian, como es fácil suponerlo, mucho menos
presunción que sus orgullosos enemigos. En Chile, donde las
revoluciones solo son conocidas por los lejanos recuerdos de
la historia, el ejército no prestaba otro servicio que el de guar-
nición; i la escuadra solo se ocupaba en los penosos i pacíficos
trabajos de reconocimientos jeográficos en la costa i en par-
ticular en los intrincados archipiélagos del sur. Ni el ejército
ni la escuadra habian tenido pronunciamientos que apoyar o
que combatir; pero en cambio habian tenido paz i tranquili-
dad para disciplinarse i para instruirse en las escuelas que
estaba obligado a mantener cada batallón i cada buque. La
74 GUERRA DEL PACÍFICO
moralidad, la disciplina i la mayor instrucción de los jefes i
de los soldados, compensaban la inferioridad de su número
respecto de los ejércitos contra los cuales iban a combatir.
Se hace mas evidente la inferioridad numérica de las fuer-
zas de Chile, recordando que el Perú estaba aliado a Bolivia,
i que esta república, aunque desprovista de marina, podia
poner sobre las armas un cuerpo respetable de tropas, i pa-
sarlo sin graves inconvenientes, como lo hizo en efecto, a las
provincias peruanas de Tacna i de Tarapacá, que iban a ser
el teatro de la guerra. Agregúese a esto que la población de
las dos repúblicas aliadas (Bolivia cerca de dos millones i el
Perú cerca de tres millones i medio) es superior en mas del
doble a la de Chile, i se comprenderá que ademas de que aque-
llas estaban mas habituadas al ejercicio de las armas por las
constantes revoluciones, podian poner en pié de guerra un
ejército mucho mas fuerte que el de su enemigo. Así, cuando
al iniciarse la guerra los diarios de América i Europa publica-
ban los cuadros estadísticos de las fuerzas de mar i tierra de
los estados belij erantes, i la suma de sus poblaciones respec-
tivas, las previsiones jenerales fueron las mismas que las que
se hicieron en el Perú i en Bolivia, esto es que antes de dos
meses Chile derrotado i arruinado, tendría que aceptar la paz
que se le impusiera. En Lima i en La Paz se hablaba de la gue-
rra como de una campaña de aparato, i se pronosticaba no
solo la anonadación segura de su arrogante i débil adversario,
sino la repartición de una parte de su territorio.
Sin embargo, Chile llevaba a sus dos enemigos una gran
ventaja. Tenia administración sólida i seria. La corrupción,
enjendrada por las revoluciones i por el derroche de los cau-
dales del estado, no habia llegado hasta él. La organización
política i social no estaba agangrenada por esas dolencias que
enervan el patriotimo verdadero, o que lo hacen consistir en
la gritería de la plaza pública. El triunfo podia ser tardío,
porque Chile no estaba preparado para la empresa a que se le
provocaba; pero no podia dejar de ser suyo.
CAPITULO IV
Iquique, mayo de 1879
La escuadra chilena establece el bloqueo de Iquique. — Sale al mar la primera
división de la escuadra peruana. — Es rechazada por la cañonera chilena
Magallanes. — Hostilidades ejercidas en la costa del Perú por las naves
chilenas. — El almirante de Chile se dirije al Callao a provocar a combate
a la escuadra del Perú. — El mismo dia éstahabia salido para los puer-
tos del sur conduciendo al presidente de la república. — Memorable
combate de Iquique el 21 de mayo. — Pérdida de la fragata encorazada
Independencia de los peruanos. — Aplausos que arrancó la conducta de
los chilenos. — El monitor peruano Huáscar trata en vano de bombar-
dear a Antofagasta. i se vuelve al Callao evitando el combate con una
fragata chilena.
Chile comenzó la guerra estableciendo el bloqueo de Iqui-
que, puerto principal de la provincia peruana de Tarapacá, i
plaza comercial importante por la esportacion de nitrato de
soda. Esa plaza tenia una guarnición de mas de 3,000 solda-
dos peruanos trasportados allí antes de la declaración de gue-
rra, i engrosados con continj entes que llegaban de Lima i de
todo el norte del Perú i que desembarcaban en los puertos ve-
cinos.
Habría podido Chile sin duda ejecutar entonces operaciones
mas atrevidas con plena confianza en el éxito. Desembarcan-
GUERRA DEL PACIFICO
do resueltamente su ejército en ese lugar, i enviando su escua-
dra a destruir la del Perú, que estaba concluyendo sus repara-
ciones en el Callao, habría conseguido en el primer mes los
resultados que alcanzó mas tarde con injentes sacrificios. Pa-
rece que este fué el primer plan del gobierno chileno; pero se
dio crédito a las bravatas del Perú, se pensó que el decantado
poder de esta república era realmente formidable, no se quiso
aventurar un ataque peligroso, prefiriendo marchar con pru-
dencia para llegar a un resultado plenamente seguro.
Durante el primer mes de la guerra las operaciones miHta-
res fueron de mui escasa importancia. El Perú continuaba
empeñosamente los trabajos que habia iniciado desde princi-
pios de año. El 7 de abril, apenas rotas las hostilidades, hizo
salir del Callao una división naval compuesta de las corbetas
Union i Pilcomayo que a mas de estar artilladas la primera
por 13 cañones i la segunda por 6, tenian en la rapidez de sus
movimientos las condiciones necesarias para una sorpresa.
Esta división salió bajo las órdenes del comandante don Aure-
lio García i García que gozaba de la reputación de primer ma-
rino del Perú. Debia operar entre la escuadra chilena que blo-
queaba a Iquique i el puerto de Antofagasta que servia de
cuartel jeneral al ejército de esta república. Según sus instruc-
ciones, esa división no debia empeñar combate con los enco-
razados chilenos, mucho mas poderosos que sus naves, pero sí
atacar los trasportes o buques menores que viajaban entre
Iquique i Antofagasta.
El 12 de abril la división peruana avistó un poco al norte
de la embocadura del rio Loa, a la cañonera chilena Magalla-
nes, mandada por el capitán don Juan José Latorre. Después
de diversos movimientos i evoluciones, i de un cañoneo a la
distancia de cerca de dos horas en que el buque chileno no su-
frió daño alguno, las corbetas peruanas se retiraban al Callao,
dejando el paso libre a su adversario. El éxito de este primer
combate, denominado de Chipana por haberse empeñado en-
frente de una punta de este nombre, solo ha podido ser espli-
cado por el hecho de haber sufrido una serie avería la máquina
de una de las naves peruanas.
OPEKACIOWES MILITARES 77
El jefe de la escuadra chilena, el almirante Williams Rebo-
lledo, permanecia, entre tanto, enfrente de Iquique a la ca-
beza de los buques de guerra i de algunos trasportes recien
adquiridos por el gobierno i armados del mejor modo posible.
Algunas naves salieron de allí a recorrer la costa vecina des-
truyendo los muelles i aparatos de embarque que el gobierno
del Perú tenia en esos lugares para el carguío del guano. En
algunos punto , como en Pisagua i Moliendo, las lanchas chi-
lenas fueron recibidas a balazos por las guarniciones de la
costa, i los buques tuvieron entonces que romper el fuego so-
bre esas tropas i los parapetos i edificios tras los cuales se
defendían ^ .
Después de estas primeras operaciones, el i6 de mayo, el
almirante chileno reunió su escuadra i marchó al Callao a
I. La prensa peruana al dar cuenta de estos hechos se empeñó en exaje-
rar los estragos causados por los chilenos, acusando a éstos de inhumanidad
por haber hecho fuego sobre poblaciones pacíficas e indefensas. El hecho
ocurrió de una manera diversa: los chilenos se limitaron a destruir las obras
de embarque de propiedad del gobierno i solo hicieron fuego donde las tro-
pas de tierra los provocaron a combate. Un periódico francés, el Journal du
Commerce maritime et des Colonies, en su número de 15 de junio de 1879,
refirió estos hechos con bastante exactitud agregando que desde tierra se
hizo fuego sobre los botes ocupados por parlamentarios. «La conducta del
almirante Rebolledo, dice ese periódico, ha sido, pues, la que habria obser-
vado en su lugar cualquier otro oficial, i aun deberian agradecérsele el haber
perdonado a Moliendo, que habria podido destruir completamente». El ca-
pitán Robinson, comandante de la Turquoise, de S. M. B., fondeada enton-
ces en Iquique, informaba de estos sucesos al almirantazgo ingles con fecha
6 de mayo en los términos siguientes: «Estamos aquí desde hace un mes. Soi
de opinión que durante este tiempo el almirante de Chile ha dado pruebas
de tolerancia i de buena voluntad, a tal punto que los neutrales que habitan
Iquique, deben estarle reconocidos. Durante este tiempo, la ciudad ha es-
tado llena de soldados, de suerte que no le han faltado razones para tomar
medidas enérjicas. Ni siquiera ha hecho requisiciones; i ha acordado toda
especie de facilidades a los neutrales, a las mujeres i a los niños peruanos
para salir de la ciudad».
Sin embargo, las exajeraciones de la prensa peruana, i las falsas noticias
propagadas para acusar a los chilenos, produjeron en Lima asonadas popu-
lares que alarmaron seriamente a la población. El presidente tuvo la debili-
dad de ceder ante esas asonadas; i firmó los decretos de espulsion de todos
los chilenos establecidos en el Perú, de que hemos hablado anteriormente,
medida imprudente que proporcionó mas de seis mil soldados al ejército que
se organizaba en Antofagasta.
QUERr.A DEL PACIFICO
provocar a combate a las naves peruanas. El bloqueo delqui-
que quedó a cargo de dos buques chilenos que por su poco
andar i por el mal estado de sus cascos i de sus máquinas, se
consideraban incapaces de entrar en combate. Eran éstas la
corbeta Esmeralda, barco que tenia veinticinco años de ser-
vicio i que, por el trascurso del tiempo i por haber sufrido
graves averías, estaba casi fuera de servicio; i la pequeña go-
leta Covadonga, quitada a los españoles en 1865. Al alejarse
de Iquique, el almirante Williams Rebolledo estaba persua-
dido de que esos buques no tendrían otra cosa que hacer que
conservar el bloqueo, impidiendo la entrada del puerto de
Iquique a los buques mercantes.
Cabalmente, en la noche del mismo 16 de mayo salia del
Callao la segunda división de la escuadra peruana convoyando
al presidente Prado, que marchaba a los puertos del sur con
una fuerte columna de tropas. Esa división era compuesta de
los encorazados Huáscar e Independencia, bajo las órdenes
de los comandantes don Miguel Grau i don Juan Guillermo
Moore. Tres buques menores, o simples- trasportes, completa-
ban esta división.
Las dos escuadras debieron encontrarse en su camino; i en
el caso de un combate todas las ventajas habrían estado a
favor de los chilenos, que ademas de sus dos fragatas encora-
zadas, llevaban tres buenos buques de madera. Pero éstos
navegaban lejos de tierra para ocultar sus movimientos, mien-
tras los peruanos viajaban apegados a la costa, de tal suerte
que se cruzaron en su marcha bin que ni los unos ni los otros
tuviesen noticia de la proximidad del enemigo.
La fortuna parecia, pues favorecer al Perú, presentándole
la ocasión de dar un golpe fácil i seguro. El capitán de un pa-
quete ingles, encontró al convoi peruano i le comunicó que la
escuadra chilena habia pasado para el norte, que el bloqueo
de Iquique quedaba confiado a dos débiles embarcaciones, i
que toda la costa de Chile estaba desguarnecida de naves de
guerra. El 20 de mayo, al desembarcar en Arica con los re-
fuerzos de hombres i de armas que llevaba para su ejército,
tuvo el presidente del Perú la confirmación de esta noticia.
OPERACIONES MILITARES 79
En el mismo dia se concertó un golpe de mano contra los
chilenos. El monitor Huáscar i la fragata encorazada Inde-
pendencia, aprovechándose del desamparo en que el enemigo
habia dejado esa costa, debian apoderarse de los dos buque-
cilios que bloqueaban a Iquique ^ , destrozar después el cam-
pamento de Antofagasta i los trasportes chilenos que se halla-
serb en este puerto, i en seguida recorrer las costas de Chile
haciendo daños análogos o superiores a los que acababa de
sufrir el litoral del sur del Perú. Todo hacia creer que aquel
plan seria ejecutado con completa felicidad, sin hallar resis-
tencia seria en ninguna parte.
Desde cuatro dias atrás, el bloqueo de Iquique estaba a
cargo de dos jóvenes oficiales de la marina de Chile, el capitán
de fragata don Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, i el
capitán de corbeta don Carlos Condefl, comandante de la Co-
vadonga. La misión de estos oficiales estaba reducida a cerrar
la entrada del puerto. Nada les hacia esperar un ataque del
enemigo, cuando en la mañana del 21 de mayo divisaron a lo
lejos dos embarcaciones que se dirijian hacia ellos. Eran los
dos buques mas poderosos de la marina del Perú que venian
seguros de hacer en ese dia una fácil presa.
En efecto, toda lucha parecia imposible; i lo habría sido en
realidad, para corazones menos animosos que los que allí de-
fendían la causa de Chile.
Sin vacilar un instante, los dos jefes chilenos convocaron a
consejo a sus oficiales, i allí resolvieron todos pelear hasta
2. Se comprenderá el poder relativo de las naves que van a entrar en com-
bate por las cifras siguientes:
Fragata encorazada Independencia, de 2,004 toneladas. Fuerza de 550
caballos. Tenia 22 cañones: de ellos dos de 150; 12 de 70; 4 de 9 "iflados, to
dos del sistema Armstrong. Los cnatro restantes de 32.
Monitor Huáscar, de 1,130 toneladas. Fuerza de 300 caballos. Tenia 4 ca-
ñones Armstrong, 2 de 300 en una torre jiratoria, i 2 de 40 en cubierta.
La fuerza i el poder de los buques chilenos eran los que siguen:
Corbeta de madera Esmeralda, lanzada al mar en 1854, deT85o toneladas
fuerza de 200 caballos, i con 8 cañones de 40.
Goleta de madera Covadonga, tomada a los españoles en 1865, de 412 to
neladas, fuerza de 140 caballos, i con 2 cañones de 70.
80 GUERRA DEL PACÍFICO
morir. «La bandera chilena no se rinde janicS», fué la voz de
orden impartida a las tripulaciones.
< El combate se empeñó luego. El Huáscar se dirije sobre la
Esmeralda que por el estado de su máquina apenas podia mo-
verse; i la Independencia se lanza sobre la Covadonga que se
retiraba hacia el sur manteniendo un certero fuego de artille-
ría. El pueblo de Iquique i el ejército peruano que lo guarne-
cía, presenciaban desde la playa este desigual combate. La
artillería de tierra rompió sus fuegos sobre la Esmeralda; i
Prat con una serenidad imperturbable, mandó contestarlos
también con sus cañones i con sus rifles. La lucha se continuó
así por mas de dos horas. El monitor peruano parecía invul-
nerable a los fuegos de la Esmeralda. vSu comandante esperaba
que los chilenos, convencidos de la esterilidad de su sacriñcio,
arriasen al fin la bandera tricolor que habían enarbolado en
el tope de su nave.
Pero Prat no pensaba en eso. El fuego persistente de sus
cañones reveló al enemigo que los chilenos no se rendían. El
jefe peruano dirije entonces su proa de acero sobre el viejo
casco de la Esmeralda para partirla con su espolón. El coman-
dante Prat aprovecha ese momento para saltar sobre la cu-
bierta del monitor enemigo dando a los suyos la voz de «¡al
abordaje»! Pero las naves se separan de nuevo. Solo han po-
dido seguirlo un sarjento apellidado i\ldea; i ambos sucumben
como héroes, bajo el fuego de rifle que el enemigo invisible le
dirije desde las escotillas del monitor.
La muerte heroica del comandante Prat exalta el ardor de
sus subalternos. La Esmeralda está sembrada de cadáveres
despedazados: su máquina, invadida por las aguas, no funcio-
na ya; pero nadie piensa sino en pelear. El teniente don Luis
Uribe toma el mando del buque al grito de «¡los chilenos no se
rinden»!
Mientras tanto, el Huáscar se precipita otra vez sobre la
corbeta chilena para acabar de destrozarla. El teniente 2.'=»
don Ignacio Serrano reúne un puñado de marinos, doce o ca-
torce, i se lanza con ellos sobre la cubierta del monitor, resuel-
tos a vencer o a vender caras sus vidas. Este empuje, sin em-
OPERACIONES MILITARES 81
bargo, no podia conducirlos mas que al sacrificio; i en efecto,
todos ellos sucumben heroicamente bajo una lluvia de fuego
de rifle dirijido desde la torre i los parapetos.
Pero la Esmeralda resiste todavía. I cuando el tercer golpe
del ariete enemigo la ha destrozado, i cuando se sumerje en el
mar, los artilleros mandados por el guardia-marina don Er-
nesto Riquelme, hacen su última descarga a la voz de «viva
Chile!» La bandera chilena fué lo último que desapareció bajo
las aguas después de cerca de cuatro horas de la mas sublime
resistencia.
El Huáscar acribillado de balazos de cañón i de rifle habia
sufrido pequeñas averías i la pérdida de un oficial; pero su
espeso blindaje estaba intacto. Por todo trofeo d^l combate
solo pudo recojer unos 6o marinos chilenos que flotaban to-
davía bobre las aguas. Pocas horas ánt.s, la tripulación de la
Esmeralda constaba de i8o hombres.
Este combate no era mas que la mitad del drama de ese dia.
Mas al sur, la fragata Independencia perseguía a la Covadonga,
i sus cañones habían agujereado en varias partes a este débil
barquichuelo. El comandante chileno, sin embargo, estaba
animado del mismo espíritu que sus heroicos compañeros que
acababan de sucumbir con la Esmeralda, i sostenía el combate
con igual resolución. El fuego de sus dos únicos cañones, diri-
jidos con una maestría admirable, barría a cada paso la cu-
bierta de la Independencia, y di que no podia romper su formi-
dable coraza de fierro. Evolucionando con pleno conocimiento
de la costa, i del poco calado de su buque, el comandante Con-
dell pasa audazmente sobre las rocas submarinas, i atrae ha-
cia ellas a la fragata peruana que va a encallarse en esos esco-
llos. A pesar de que su buque hace agua por todas partes,
vuelve entonces sobre la Independencia, i no se retira del sitio
del combate, sino cuando ve que la poderosa nave peruana
€stá completamente perdida, i que el Huáscar, después de
destrozar a la Esmeralda, se dirije a toda máquina a prestar
un ausilio tardío a su compañera. La Covadonga, haciendo
agua por todos lados, llegó fehzmente a Antofagasta a dar
noticias de las peripecias de aquel combate mas digno de la
TOMO XVI. — 6
82 GUERRA DEL PACIFICO
epopeya que de la historia 3. Allí remedió de cualquier modo
sus averías mediante algunos dias de trabajo, i luego siguió
viaje a Valparaíso para repararse seriamente.
El combate de Iquique tuvo para los chilenos una grande
influencia en la suerte de la campaña. Pocos dias después, el
i.^ de junio de 1879, el presidente de la repúbhca, don Aníbal
Pinto, abría el congreso de Chile i le anunciaba la victoria de
sus marinos con esa elocuencia sobria que caracteriza a los
documentos oficiales de un gobierno serio. «Allí hemos visto>
3. El combate de Iquique produjo una profunda impresión en todo el
mundo. La prensa de Europa i de América no hallaba palabras bastante
ardientes para pintar el heroismo de los chilenos; pero fueron los testigos de
la lucha, los mismos peruanos que la presenciaban desde el puerto, i los ma-
rinos neutrales que entonces recorrian esas aguas, los que han tributado
mayores aplausos a los marinos de la Esmeralda i de la Covadonga. «El Co-
mercio», diario peruano de Iquique, decia que «el enemigo habia desplegado
un heroismo espartano en este combate que no reconoce ejemplo en la histo
ria del mundo». Mr. Jewell, vice-cónsul ingles en Iquique, en una carta de
familia que ha visto la luz pública, decia con fecha 23 de mayo, lo que sigue:
«La Esmeralda se fué a pique después de uno de los combates mas audaces
i mas heroicos (sin esperanza alguna de salvación) que recuerdan los anales
de las guerras marítimas. . . Todo el mundo, peruanos i estranjeros, elojian
con los mas elevados términos la manera como lucharon los buques chilenos;
i aunque éstos han perdido la Esmeralda, eso no es nada en comparación de
la pérdida de la Independencia para los peruanos». Los marinos ingleses de
la Turquoise ocuparon sus buzos en recojer en la bahía de Iquique, algunos
restos de la Esmeralda, para guardarlos como recuerdo de tan memorable
combate. I por último, un oficial superior de la marina norte-americana,
escribía desde las costas del Perú la siguiente carta al cónsul de los Estados
Unidos en Valparaíso.
«Al presente, estamos llenos de admiración. No pensamos mas que en la
Esmeralda i la Covadonga. No se conoce combate naval que pueda compa-
rarse al que han sostenido esas dos naves. La nación que cuenta entre sus
hijos semejantes marinos, debe obtener necesariamente un triunfo com-
pleto. ,
«Si Ud. tiene ocasión de conversar con los oficiales chilenos de esos buques,
sírvase decirles que sus hermanos, los oficiales de la marina del mundo en-
tero, aprecian su brillante conducta, que servirá de estímulo i de mui d^gno
ejemplo a los siglos futuros; aunque dudo que vuelvan a repetirse talee he-
chos.
«Nuestras opiniones están basadas únicamente sobre los informes de los'
comandantes peruanos Grau i Moore; i espero que Ud. tenga la bondad de
enviarnos los partes oficiales de Chile tan pronto como se publiquen».
OPERACIONES MILITARES 83
decia, a los que montaban los mas débiles buques de nuestra
escuadra, sostener con gloria el honor de nuestras armas con-
tra los buques mas poderosos de la armada enemiga. Un pue-
blo que cuenta con hijos como los que han sabido morir glo-
riosamente en la Esmeralda o como los que con tanta entereza
i arrojo han combatido en la Covadonga, tiene sobrados mo-
tivos para confiar en que los reveses de la guerra no quebran-
tarán su valor, i que aun la superioridad del enemigo no le
arrebatará el triunfo».
Las palabras del presidente de la república eran la espresion
de la verdad. Después del combate de Iquique los soldados i
los marinos de Chile adquirieron mayor confianza en la victo-
ria, convencidos de que la fortuna debe ayudar al valor que
no toma en cuenta la superioridad numérica de los enemi
gos.
Aquella heroica i al parecer desesperada resistencia, habia
convertido en victoria una derrota que parecia inevitable Los
peruanos no solo perdieron su mejor nave de guerra, sino que
vieron malograrse el plan de operaciones con que habian pen-
sado dar un rudo golpe al poder de Chile, arrebatándole dos
de sus buques, destruyendo el campamento de Antofagasta i
sembrando el terror en la costa de Chile que en ese momento
no tenia un solo barquichuelo para su defensa.
El monitor Huáscar, cuyo activo comandante se sentia con
ánimo para ejecutar por sí solo este plan de campaña, perdió
un tiempo precioso en socorrer a los náufragos de la fragata
Independencia i en dejarlos en tierra i cuando siguió en per-
secución de la Covadonga, esta goleta, a pesar de ¿us averías,
le habia ganado la delantera i se habia sustraído a su persecu-
ción. Solo cuatro días después de aquel memorable combate,
el 25 de mayo, se presentó el Huáscar en el indefenso puerto
de Mejillones, i allí destruyó algunas lanchas. Pasó en seguida
a Antofagasta, donde estaba instalado el campamento chileno
que se quería bombardear; pero el Huáscar solo, era incapaz
de semejante empresa. Rompió, sin embargo, el fuego sobre
el puerto el 26 de mayo; pero los cañones que los chilenos te-
nían en la costa i los de la Covadonga que ocupaba el fondo de
84 GUERRA DEL PACÍFICO
la bahía, lo obligaron a alejarse al dia siguiente con li jeras
averías en su casco.
El monitor peruano tenia que evitar un peligro mucho ma-
yoT todavía, i era el encuentro con la escuadra chilena que en
esos momentos volvía al sur. Al saber en el Callao que las na-
ves peruanas se habían dirijido a Arica, el almirante WiUiams
Rebolledo ordenó inmediatamente la vuelta para presentarle
combate. En su marcha tuvo noticia del suceso de Iquique, i
marchó con su escuadra a restablecer el bloqueo de este puer-
to; i él con la fragata Blanco Encalada i la cañonera Magalla-
nes, se dispuso a dar caza al Huáscar en toda la estension de
la costa.
En esta operación, la fortuna vino a ponerse de part€ de los
peruanos. El comandante Grau estaba profundamente con-
vencido de que con su monitor no podía aceptar un combate
franco contra los encorazados de los chilenos. En consecuen-
cia, quería limitar toda su accioon a una guerra de sorpresas
sobre los buques menores, i a evitar a todo trance un encuen-
tro con alguna de las fragatas enemigas, para lo cual debía
servirle maravillosamente la mayor ajilidad i el mejor andar
del Huáscar. En esta primera retirada, el comandante Grau
desplegó toda la íntelíjente actividad de su espíiitu. Dos ve-
ces estuvo esa nave a la vista de los hílenos: una vez se cam-
biaron algunos cañonazos a gran distancia (3 de junio); pero
desde que la Blanco quiso acercarse el comandante Grau for-
zó de nuevo su máquina, arrojó al mar los objetos que podían
embarazar su marcha, i sin detenerse siguiera algunos minu-
tos para recojer a un tripulante que cayó al agua i que al fin
pereció ahogado *, se alejó a toda prisa para evitar el comba-
te, i el 7 de junio llegó sin contratiempo al Callao.
Esta feliz retirada, mas que el combate de Iquique, en que
4. Era éste un apreciable caballero de Lima llamado don Antonio Cuca-
lon, que se habia embarcado en el Huáscar por curiosidad o por patriotismo,
para asistir a las operaciones navales. Después de esta desgracia que le costó
la vida, el nombre de Cucalón ha sido dado en estos paises a los individuos
que sin ser militares, acompañan a los ejércitos para presenciar las bata-
llas; a los corresponsales de los diarios, etc., etc.
OPERACIONES MILITARES 85
a gloria no habia estado de parte del Huáscar, estableció la
reputación militar del comandante Grau. Las poblaciones del
Callao i de Lima, que deploraban la valiosa pérdida de la fra-
gata Independencia, recibieron al dilijente marino con los
honores de vencedor. La prensa lo saludó llamándolo el pri-
mero i mas ilustre de los defensores del Perú. Estos ardorosos
aplausos, al paso que servian para distraer al pueblo peruano
del dolor que produjo en todo el pais el desastre de Iquique,
estimularon al comandante Grau i a sus subalternos a ejecu-
tar otras espediciones que tendremos que referir mas adelante.
>^^^
CAPITULO V
Trabajos de reorganización militar de las tres repúblicas
belijerantes, de mayo a julio de 1879
Aprestos militares del gobierno- de Bolivia. — Espide patentes de corso sin
ningún resultado. — Imposición de empréstitos forzosos i confiscación de
las propiedades de los chilenos. — Desgobierno con que se manejan estos
fondos. — Reunión del ejército boliviano en La Paz — Su marcha a la pro-
vincia peruana de Tacna. — El ejército peruano de Tarapacá. — El pre-
sidente Prado se prepara para salir a campaña. — Trabajos del congreso
peruano. — El gobierno del Perú recibe los primeros refuerzos de arma-
mento mediante la complicidad del gobierno neutral de Panamá. — El
presidente Prado llega a Arica con un convoi considerable, i recorre toda
la provincia de Tarapacá lanzando las mas ardorosas proclamas contra
Chile. — Enerjía tranquila con que el gobierno chileno emprendió la crea-
ción i la organización de su ejército. — Cuidado con que atiende todos los
ramos del servicio militar. — Medidas financieras que le han permitido
hacer frente a todas sus. obligaciones i a los gastos de la guerra.
Mientras tanto, las operaciones de los ejércitos de tierra de
los tres pueblos belijerantes se limitaban solo a los trabajos
de organización militar. Bolivia, el Perú i Chile remontaban
sus tropas, creaban nuevos batallones i se disponian para abrir
la campaña.
La república de Bolivia, así como el Perú, se hallaba bajo
S8 GUERRA DEL PÁCÍFÍCO
el réjimen de la lei marcial. El jeneral Daza gobernaba ese
pais con la suma del poder público i bajo un sistema de cuya
violencia no se puede formar una idea aproximativa el lector
estranjero. Nacido de una revolución de cuartel, como casi
todos los gobiernos que ha tenido Bolivia, el del jeneral Daza
se habia entronizado en el poder persiguiendo i desterrando
a sus adversarios, i dando rienda suelta a las pasiones de sus
pretorianos. Al declarar la guerra a Chile, i al llamar a las ar-
mas a todos los bolivianos, tuvo el buen sentido de proclamar
una amnistía jeneral; i merced a ella acudieron a servir bajo
sus banderas muchos hombres que le habian sido desafectos.
Las otras medidas del gobierno boliviano fueron mucho
menos prácticas. Uno de los ministros de Daza inició un pro-
yecto de alianza con la República Arjentina, a la cual se le
habria pagado su cooperación en la guerra, con la cesión de
sesenta leguas de costa sobre el Pacífico, que se arrancarían
del territorio de Chile al fin de la campaña, esto es, desde el
paralelo 24 hasta el 27. Casi es inútil decir que la República
Arjentina ni siquiera oyó estas proposiciones, que ademas es-
taban sujetas a otras condiciones favorables solo para Bolivia.
Por decreto de 26 de marzo, el presidente Daza mandó dar
patentes de corso a todos los armadores, de cualquiera nacio-
nalidad que fuesen, que quisieran hostilizar el comercio ma-
rítimo de Chile, concediendo los derechos de ciudadanos boli-
vianos a los estranjeros que se embarcasen en los corsarios.
Este espediente, en que se esperaba hallar una rica fuente de
recursos pecuniarios, no produjoningun resultado. No se halló
en ninguna parte del mundo un solo individuo que quisiese
aceptar aquellas peligrosas patentes bolivianas, porque esta
nación no tenia un solo buque para defender sus corsarios, i
porque éstos no habian de tener puertos en que vender sus
presas, sino eran los del Perú, que a causa del estado de gue-
rra, podían ser hostilizados allí por la escuadra de Chile.
Con mayor eficacia, i con un resultado relativamente mejor,
se impuso a un banco la obligación de dar en préstamo 600,000
pesos; i se repartió en todos los pueblos de la república la im-
posición de un empréstito también forzoso, por un millón de
OPERACIONES MILITARES 89
pesos que, sin embargo, no produjo sino poco mas de la mitad
de esa suma, a pesar de la dureza que se empleó para recau-
darlo. En cambio, la confiscación de los bienes de ciudadanos
chilenos en los minerales de Corocoro i de Huanchaca llevaron
al esquilmado tesoro de Bolivia una buena entrada. Sin em-
bargo, aun en aquellos momentos de ardor patrio, en presen-
cia de una guerra estranjera, aquellos caudales fueron admi-
nistrados con el desgreño ordinario con que los coroneles i
jenerales que han gobernado ese pais, han derrochado la for-
tuna pública. Los mismos documentos oficiales de Bolivia ban
revelado mas tarde que una parte de esos capitales fué sus-
traída por algunos de los amigos i socios del presidente Daza.
Se cuenta que uno solo de éstos ganó en seis meses una fortuna
de 200,009 pesos.
Cuando se tomaban esas medidas, iban llegando a La Paz
los continj entes de tropas que el gobierno habia pedido a toda
las provincias. Venian éstos calzados de ojotas (especie de
sandalias de cuero), en su mayor parte vestidos de toscos ca-
potes de bayeta, armados con armas de diversas clases, mu-
chos con solo fusiles de chispa, una porción de la caballería
montados en muías; pero todos sumisos, pacientes para el
trabajo i para la marcha, i sino ardorosos para el combate,
resueltos a obedecer las órdenes de sus jefes. Seguíalos una
turba de mujeres, las rabonas de los ejércitos del Perú i de
Bolivia, i de niños de todas edades, que querían compartir las
penalidades de la campaña con sus hijos, con sus padres, con
sus maridos o con sus compañeros.
Ese primer ejército boliviano llegó a contar 4,500 hombres
reunidos con grande afán en todas las provincias de la repú-
blica. El 17 de abril rompió la marcha poi los senderos de la
montaña. El jeneral Daza, que dejaba organizado en la capi-
tal un gobierno provisorio que rijiese los destinos de la repú-
blica durante su ausencia, iba a la cabeza de sus tropas. Un
séquito considerable de jenerales, coroneles i edecanes forma-
ba su estado mayor. Sus secretarios preparaban periódica
mente las mas pomposas proclamas a los soldados para recor
darles que luego debían encontrar a los enemigos de su patria,
90 GUERRA DEL PACÍFICO
i que era menester que ese dia se mostrasen dignos nietos de
tales o cuales héroes de Bolivia.
La marcha por las cordilleras no ofreció ningún inconve-
niente. Los soldados bolivianos, en su jeneralidad de pura
raza indíjena, son excelentes andadores, infatigables para la
marcha, sufridos para todos los padecimientos, sobrios i obe-
dientes. Sin conocer la causa por que iban a pelear, sin entu-
siasmo pero sin abatimiento, marchaban resignado.^ al teatro
de la guerra; i el 30 de abril, después de un viaje de trece dias
que habria rendido a hombres menos pacientes que ellos, en-
traban silenciosos en la ciudad de Tacna, donde los esperaban
sus aliados los peruanos con mas curiosidad que satisfacción.
El ejército del Perú se agrupaba también en esos momentos
en aquellas provincias. A las tropas que el gobierno del j ene-
ral Prado habia hecho llegar allí antes de la declaración de
guerra, se hablan agregado diversos destacamentos venidos
de las provincias vecinas. Ademas de varios jefes militares,
habia llegado a] sur el jeneral don Juan Buendía que venia de
Lima con el carácter de jeneral en jefe del ejército de Tara-
pacá. Esos oficiales superiores dirijian los trabajos de defensa
de la costa, formaban los campamentos i atendían al servicio
militar con mas precipitación que eficacia. Faltaban armas i
municiones, escaseaban los víveres; i, por todas partes, se
hacia sentir el desgobierno precursor de una catástrofe. Cuan-
do los chilenos se apoderaron de esas provincias, cayeron en
sus manos los libros i los papeles del estado mayor de sus ene-
migos. Entonces se vio que si Chile hubiera ejecutado en esos
momentos un resuelto desembarco en esos lugares aun sin
contar con otro ejército que el que tenia en esa época, habria
obtenido fácilmente las mismas ventajas que alcanzó seis me-
ses mas tarde.
En verdad, el ejército peruano aguardaba lleno de zozobras
un desembarco de las tropas chilenas. Sus esperanzas estaban
cifradas en los refuerzos i en los ausilios que pudieran llegarle
de Lima, i particularmente en los que debia traerle el presi-
dente Prado, cuya próxima partida de la capital estaba anun-
ciada. En efecto, el gobierno aunque revestido de antemano
OPERACIDNES MILITARES 91
de facultades estraordinarias, habia convocado al congreso
peruano para arbitrar algunas medidas tendientes a la guerra,
a fin de repartir con él responsabilidad de la situación.
Habíase anunciado por todos los medios de publicidad ofi-
cial que tan luego como los cuerpos lejislativos sancionaran
ciertas leyes que reclamaba el estado de guerra, el presidente
de la república saldria a ponerse al frente del ejército. Desde
el 8 de abril, el jeneral Prado habia comunicado a sus compa-
triotas en una proel ma solemne que lo verian «siempre en el
sitio de mayor peligro ', para llevar a cabo el castigo de Chile.
En realidad, el móvil que estimulaba al presidente del Perú,
no era el de buscar el sitio de mayor peligro. Desde que se
anunció como inevitable el rompimiento entre los dos paises,
el populacho de Lima tomó una actitud poco tranquilizadora.
En las altas horas de la noche, tocábanse las campanas de la
iglesias, el pueblo se reunia en las calles i plazas, i en medio
de gritos amenazadores se acusaba al gobierno de flojedad en
la dirección de la guerra, i al presidente de la república de
abrigar simpatías secretas por Chile, donde habia residido
ocho años, i donde habiadejado algunas propiedades. Las be-
licosas proclamas del jefe supremo del estado eran para el
populacho de la capital i para el vulgo de los politiqueros, un
simple espediente para engañar la opinión. El presidente Pra-
do no tuvo valor para afrontar esta situación que cada día se
hacia mas amenazadora, i esperó solo que el congreso tomase
ciertas resoluciones para abandonar una ciudad donde no ha-
llaba ya seguridad para su persona.
Las resoluciones del congreso no fueron, sin embargo, de
grande alcance. Rechazáronse diversos proyectos de contri-
bución de guerra; i para satisfacer a los gastos que ésta iba a
ocasionar, se autorizó al gobierno para elevar hasta 25 millo-
nes de pesos la emisión del papel moneda que habia comen-
zado a hacerse ese año. Esta medida, ademas de un fraude
considerable a que dio lugar la emisión, produjo el resultado
inmediato de hacer bajar estraordinariamente la moneda de
papel i de hacer subir en mayor proporción aun la pérdida en
el cambio sobre Europa. El congreso facultó ademas al podre
92 GUERRA DEL PACÍFICO
ejecutivo para aumentar las fuerzas de mar i de tierra en
cuanto lo creyese oportuno para las necesidades de la guerra;
i por lei de 9 de mayo concedió al presidente de la república
licencia para «mandar personalmente la fuerza armada i salir
del territorio». Sin duda la mente de los congresales del Perú,
era facultar al jefe supremo para que efectuase la invasión a
Chile de que se hablaba entonces en los diarios, en las reunio-
nes populares i en los banquetes. Ya veremos mas adelante
en qué forma i con qué objeto usó el presidente Prado de esta
autorización ocho meses mas tarde.
En esos momentos, el gobierno del Perú comenzaba a reci-
bir los primeros refuerzos de armas i municiones que, desde
el mes de febrero, habia pedido a Europa i a los Estados Uni-
dos. Recibia estos elementos por la via mas corta, por el istmo
de Panamá, donde los ajentes consulares de Chile no pudieron
conseguir que las autoridades de Colombia pusiesen atajo a
un tráfico que importaba la mas escandalosa violación de la
neutralidad. La prensa de Bogotá, capital de la república co-
lombiana, recordando poco mas tarde estos hechos, i tratando
de esplicarlos, ha dicho que el gobernador del estado federal
de Panamá habia sido comprado con una gruesa cantidad de
dinero por los ajentes del Perú. Estos refuerzos permitieron
al jeneral Prado llevar al sur, junto con un buen continjente
de tropas, un valioso cargamento de armas i de municiones de
todas clases. El vice-presidente de la república, jeneral La
Puerta, se hizo cargo del gobierno.
Hemos dicho ya que el convoi que acompañaba al presi-
dente del Perú, llegó a Arica el 20 de mayo.
El jeneral Prado habria creido faltar a su deber de presi-
dente del Perú si al partir de Lima no hubiera dirijido al pue-
blo una de esas fantásticas proclamas que parecen ser mui del
gusto del pais. Después de anunciar allí de nuevo que iba a
castigar a los bárbaros i crueles chilenos, agregaba las pala-
bras siguientes: «Si la mas decidida abnegación, si la disposi-
ción al esfuerzo de todo j enero, incluso el sacrificio de la per-
sona, pueden servir de augurio del triunfo, yo os ofrezco que
nada escusaré en servicio de nuestra patria tan sin razón ul-
OPERACIONES MILITARES 93
trajada». Cuatro dias después, el 20 de mayo, al desembarcar
en Arica, el presidente lanzaba una nueva proclama para
anunciar a sus soldados que ya ha «desnudado la espada» para
castigar a los vándalos chilenos, «pueblo tránsfuga de la fra-
ternidad americana» 1, i para prometerles «que en toda oca-
sión, favorable o adversa, estará a su lado como amigo i her-
mano».
En Arica, el presidente del Perú fué recibido por el jeneral
Daza, jefe supremo de Bolivia. Fué aquel un dia de regocijo i
de fiestas para peruanos i bolivianos que veian engrosado su
ejército i que esperaban con la mas absoluta confianza la cap-
tura de los dos buquecillos chilenos que bloqueaban el vecino
puerto de Iquique. La fiesta, como se sabe, fué turbada el dia
siguiente por la noticia de la pérdida irreparable de la fragata
encorazada Independencia. En medio de la tristeza i de la
perturbación que produjo este suceso, se procedió activa-
mente al desembarco de las tropas, de las armas i de las mu-
niciones, i se dio un nuevo impulso a los trabajos de fortifica-
ción de Arica. En seguida, el presidente Prado se trasladó a
Pisagua para inspeccionar por sí mismo al ejército peruano de
Tarapacá, i para distribuirle los elementos militares que ha-
bia traido de Lima.
Diez dias duró esta escursion (25 de mayo a 3 de junio). El
presidente del Perú, i director de la guerra, recorrió los cam-
pamentos, recibió las salutaciones i aplausos de sus tropas,
repartió por todas partes nuevas i mas ardorosas proclamas,
i se volvió a Arica, dejando a sus jenerales el cuidado de arre-
glartodos los detalles déla defensa. Las tropas peruanas i boli-
vianas establecidas en la provincia de Tarapacá, en número de
ocho a nueve mil hombres, fueron distribuidas principalmen-
te en los puertos de Iquique i de Pisagua, donde se constru-
yeron fortificaciones respetables, artilladas por cañones de
I . Estos insultos prodigados cada dia al pueblo chileno no solo están con-
signados en las proclamas sino en los decretos i en los documentos del ca-
rácter mas serio. El vice-presidente La Puerta, en el discurso solemne de
clausura del congreso peruano, dijo pocos dias después que Chile era «la ver-
güenza de la América.»
04 GUERRA DEL PACÍFICO
grueso calibre. La defensa de esa importante provincia ganó
considerablemente con estos trabajos i con los refuerzos que
acababa de recibir; pero ellos no la ponian a salvo de un golpe
de audacia de los chilenos, que entonces mismo habrian po-
dido ejecutar con el mas completo buen éxito.
Pero el gobierno de Chile, por su parte, procedia con una
prudencia i una cautela que rayaba en la meticulosidad. Re-
suelto a no dejar nada a la fortuna, habia determinado no
abrir la campaña sino en el momento en que se supiera que
sus tropas estaban prontas, no para combatir sino para ven-
cer. Contra la impaciencia del pais, que anhelaba una solu-
ción inmediata confiado en el espíritu del ejército, el gobierno
chileno habia comenzado los aprestos bélicos con la mas fria
i tranquila resolución de no precipitar los sucesos para no
arriesgar nada, o para arriesgar lo menos posible en la cam-
paña a que habia sido arrastrado. Al revés de lo que en esos
momentos sucedía en el Perú i en Bolivia, donde el gobierno
estaba revestido de la suma del poder público, el presidente
de Chile mantuvo intacto el réjimen constitucional, sopor-
tando sereno e impasible la responsabilidad de la situación,
las censuras de la prensa i las acusaciones de algunos miem-
bros del congreso que pedian una acción mas rápida.
El puerto de Antofagasta, situado, como se sabe, en la costa
del desierto de Atacama, habia sido convertido en campa-
mento de las tropas chilenas. Allí fueron reuniéndose los di-
versos cuerpos que formaban el diminuto ejército permanente
con que contaba el pais, i se organizaron ademas algunos cuer-
pos de milicias con los trabajadores de aquella re j ion. El go-
bierno dispuso que los batallones que constaban de 300 plazas
cada uno, fuesen elevados a rejimientos de 1,200 hombres,
todo lo cual se consiguió sin dificultad, gracias a los impru-
dentes decretos del gobierno del Perú, que habia espulsado
de este pais a todos los chilenos. Las víctimas de esta persecu-
ción, hombres fuertes i vigorosos, acostumbrados a los mas
rudos trabajos, completaron en pocos dias el número de al-
gunos de esos rejimientos; i todavía los que habían seguido
su viaje hasta Valparaíso, formaron allí otro cuerpo.
OPERACIONES MILITARES 93
Con la misma resolución, organizáronse en todas las pro-
vincias cuerpos de guardia nacional movilizada; i se comenzó
la instrucción de éstos bajo el réjimen de la mas severa disci-
plina, i con un tesón que revelaba la seriedad de propósitos
de quien obedece a un plan fijo e inmutable. Los nuevos sol-
dados fueron vestidos enteramente a la europea, como lo es-
taba de antemano el ejército permanente, i armados con las
mejores armas; con rifles Comblain la infantería, con sables
franceses i carabinas Winchester la caballería, i con cañones
Krupp o ametralladoras del último sistema los cuerpos de
artillería. Como Chile habia vivido desde largos años en paz
interior i esterior, i como la guerra lo encontraba despreveni-
do, le faltaban armas, municiones, vestuarios, monturas i los
demás elementos para equipar todo el ejército que quería for-
mar. Con una actividad enérjica, el gobierno estableció maes-
tranzas en Santiago i Valparaíso para la fabricación de los
artículos que podían hacerse en el país ^, i por el telégrafo
pidió a Europa las armas i los demás objetos que solo pueden
construirse en talleres que no es posible improvisar. El gobier-
no no fijaba para estos encargos mas que una condición, i
ésta era que todo lo que se le envíase fuese de primera calidad
lo mejor que se fabrícase en Francia, en Béljíca, en Alemania
i en Inglaterra. Todo debía pagarse al contado para que no
hubiera el menor retardo, i para que el crédito de Chile no
sufriese ningún desdoro.
Con el mismo empeño se organizaba el cuerpo sanitario del
ejército, i se atendían las mil necesidades de la intendencia
míht arpara la provisión de las tropas. Organizóse igualmente
el servicio de injenieros, agregando a los pocos que servían en
el ejército permanente, algunos injenieros civiles. Para las
necesidades del campamento i de la campaña subsiguiente,
2. En la imposibilidad de dar a conocer con algunos detalles los inmensos
trabajos de organización a que tuvo que hacer frente el gobierno de Chile,
nos limitamos a recomendar la lectura de la Memoria pasada en 1880 al mi-
nisterio de la guerra i marina por la intendencia jeneral de ejército, i publi-
cada en un opúsculo de 44 pajinas en 4.^ Ese valioso docimiento da una idea
de la actividad que fué necesario desplegar para proveer al ejército i a la
marina de cuanto se necesitaba para la campaña.
96 GUERRA DEL PACÍFIí O
se reunieron también muchos carpinteros, herreros, mecáni-
cos i todos los mateiiales necesaiios para tender líneas tele-
gráficas, iluminar el campo, montar i desmontar máquinas,
para atender inmediatamente a las mil exijencias del servicio.
El gobierno queria aprovechar todos los inventos de la ciencia
moderna que simplifican i facilitan las operaciones militares,
la luz eléctrica, el telégrafo, el heliógrafo, etc., etc., i su em-
peño así como la actividad que desplegaron los jefes i subal-
ternos encargados de estos servicios, fueron coronados del
éxito mas feliz.
No fué esto todo. Desde años atrás existe en Chile una ofici-
na hidrográfica encargada de dirijir los reconocimientos jeo-
gráficos encomendados a la marina, i de reunir todas las cartas
i todas las noticias concernientes a la jeografía. Los trabajos
de esa oficina, justamente apreciados por el mundo sabio,
fueron temporalmente suspendidos, o mas propiamente con-
traidos esclusivamente al estudio del territorio que debia ser
el teatro de la guerra. La oficina hidrográfica preparó así exce-
lentes mapas de aquellos lugares, i tratados descriptivos de
la mas perfecta claridad en que, a manera de los libros llama-
dos «Guías del viajero», se agrupaban noticias acerca de los
accidentes del terreno, de sus recursos, de las dificultades que
había que vencer i de los medios de subsanarlas ^. Los autores
3. Por el interés que puedan tener nuestros lectores por conocer la jeogra-
fía del teatro de la guerra, damos a continuación una rápida noticia de las
publicaciones hechas por la Oficina Hidrográfica de Santiago.
1.3 Jeografía náutica de Bolivia, Santiago, marzo de 1879. Opúsculo de
35 pajinas en 8.^ acompañado de una carta de la parte del desierto de Ata-
cama comprendida entre los paralelos 22 i 25^ 35'.
2P Noticia del desierto de Atacama i sus recursos, opúsculo de 21 pajinas
con una carta, Santiago, marzo de 1879.
3.0 Jeografía náutica i derrotero de las costas del Perú, Santiago, abril de
1879. Un volumen de 191 pajinas.
4.0 Noticias del departamento litoral de Tarapacá i sus recursos, Santiago
abril de 1879. Opúsculo de 23 pajinas, con una carta jeográfica del territorio
comprendido entre los paralelos 24 i 19 '^^o'. De este opúsculo se hizo en
agosto del mismo año una segunda edición mui mejorada i mucho mas com-
pleta; i la carta jeográfica recibió también mejoras de consideración para
servir al ejército de tierra.
5,0 Noticias de los departamentos de Tacna, Moquegua i Arequipa i algo
OPEEACIQNES MILITARES 97
de esos escritos reunieron con este objeto todos los datos se-
guros que hallaban en Jos libros i en los documentos, i los com-
pletaron con las noticias que podian suministrar los injenieros
que habian recorrido ese territorio. Los escritos i los mapa
salidos de la oficina hidrográfica, que son ahora lo mejor que
existe sobre la jeografía de las costas del Perú, i de todo el
territorio vecino al litoral, fueron impresos en un considerable
número de ejemplares, i distribuidos en el ejército i la escua-
dra para que cada oficial, cada sarjento que tuviese que des-
empeñar alguna comisión, conociera de antemano i con bas-
tante exactitud las condiciones del terreno que tenia que re-
correr. De aquí resultó mas adelante que el ejército chileno
conocia el pais invadido mejor aun que los soldados que lo
defendian.
El gobierno de Chile quería hacer una guerra intelijente, tal
como la hacen las naciones mas civilizadas; i en efecto, como
lo demostró el éxito, no se equivocaba en sus previsiones, por-
que así pudo vencer dificultades enormes i llevar a buen tér-
sobre la hoya del lago Titicaca, Santiago, marzo de 1879. Opúsculo de 44 pa-
jinas, con una carta jeográfica del territorio comprendido entre los parale-
los 193 30' i 1 40 30'.
6.*^ Noticias sobre las provincias del litoral correspondientes al departamento
de Lima i de la provincia constitucional del Callao, Santiago, 1879. Opúsculo
de 75 pajinas, con un plano estratéjico del territorio comprendido entre los
paralelos 11° 3' i 12^^22'.
7.0 Noticias sobre las provincias litorales correspondientes a los departa-
mentos de Arequipa, lea, Huancavélica i Lima, Santiago, 1880. Opúsculo de
40 pajinas, con una carta jeográfica del territorio comprendido eijtre los
paralelos 17^1 13*5 30'.
8,0 Datos sobre los recursos i las vias de comunicación del litoral de las pro-
vincias de Chancai i de Lima, Santiago, 1880, con una carta del territorio a
■que se refiere.
9.0 Plano de Lima i sus alrededores, Santiago, 1880.
Todos estos trabajos se recomiendan por el grande acopio de datos que
contienen, i por su rigorosa exactitud.
Estando ocupada la escuadra en las operaciones de la guerra, la Oficina
Hidrográfica no ha podido disponer que se hagan nuevos reconocimientos
en todo el último año; i en este sentido decimos en el testo que ha suspen-
dido sus otros trabajos, Pero, aun en medio de estas ocupaciones, ha conti-
nuado los estudios comenzados anteriormente, i ha hecho otras publicacio-
nes jeográficas estrañas a las actuales necesidades militares. .
TOMO XVI. — 7
GUEBEA DEL PACÍFICO
mino i con rapidez las operaciones militares que parecian mas
difíciles. Pero al mismo tiempo quería hacer la guerra culta.
No le bastó para esto el declarar que se adhería a las resolu-
ciones del congreso de Jinebra sobre hospitales de sangre,
heridos i prisioneros, reglamentado conveniente i liberalmen-
te este servicio, como antes habia declarado que no emplearía
los corsarios en la guerra ^, sino que hizo recopilar en un pe-
queño libro todas las disposiciones i declaraciones con que en
los últimos veinticinco años se han querido limitar los horro-
res de la guerra. Ese libro fué igualmente distribuido a los
oficiales del ejército i de la escuadra para que en todo caso
reglasen su conducta a esas disposiciones s. El gobierno chi-
leno quería evitar todos los daños innecesarios, toda efusión
de sangie inútil, i su perseverancia ha conseguid^, como lo
veremos mas adelante, realizar casi siempre estos nobles pro-
pósitos.
La guerra iba a crear a Chile una situación embarazosa por
el estado de sus finanzas. Si bien es cierto que la república n
se hallaba en un estado de bancarrota como el que atravesaba
el Perú desde 1872, si no sufría tampoco una penuria crójjica
como la que siempre se ha hecho sentir en Bolivia por causa
de los trastornos i revoluciones, la situación de la hacienda
pública chilena distaba mucho de ser tan holgada como lo
habia sido, merced al orden i a la economía de sus adminis-
tradores, durante los últimos cuarenta años. La ejecución de
4. Chile i el Perú habían aceptado en años atrás las conclusiones del con-
greso de Paris de 1856; pero Bolivia no habia prestado su adhesión. Al prin
cipio de la presente guerra, el Perú sujirió a Bolivia la idea de dar patente-
de corso contra el comercio chileno. Felizmente, como ya dijimos, no se halló
quienes quisieran aceptarlas, i la causa de la civilización no ha tenido que
sufrir por esta causa.
5. El opúsculo a que nos referimos lleva este título: El derecho de la guerra
según los últimos progresos de la civilización, Santiago 1879; i contiene i.-^ Las
declaraciones del congreso internacional de Bruselas de 1874; 2.° La decla-
ración de San Petersburgo de 1868; 3.^ Las declaraciones de la convención
internacional de Jinebra de 1864, con los artículos adicionales de 1868; i
4.0 Las instrucciones para los ejércitos de los Estados Unidos en campaña.
Los jefes i oficiales del ejército de Chile tuvieron encargo de respetar estas
declaraciones como código de guerra.
OPERACIONES MILITARES 99
grandes trabajos públicos, tres años consecutivos de malas
cosechas, la baja del cobre en los mercados europeos, la pér-
dida de inmensos capitales en las salitreras del Perú por causa
de las leyes de despojo sancionadas por el gobierno de este
pais, hablan producido en Chile una fuerte crisis económica
seguida de una alarmante disminución en las rentas del esta-
do. El crédito del pais se conservaba sin embargo intacto en
los mercados europeos por el puntual cumplimiento de todas
las obligaciones esteriores; pero apelar al arbitrio de los em-
préstitos estranjeros en vísperas de una guerra que, a juzgar
por el número i por las amenazas del enemigo, debia ser rui-
nosa para Chile, era esponerse a tener que sufrir un rechazo o
que aceptar condiciones mui onerosas.
Fué necesario recurrir a otros medios. Comenzóse por esta-
blecer la mas estricta economía en los gastos jenerales i ordi-
narios de la administración, suprimiendo los servicios menos
necesarios, i reduciendo otros en proporción de su importan-
cia. Así, pues, el gobierno continuó pagando todos los sueldos
de la administración i los intereses de las deudas interior i
esterior; pero suspendió o redujo la construcción de obras
públicas, caminos i edificios, e introdujo muchas otras econo-
mías de detalle. El resultado de este plan fué que al cerrarse
el año de 1879, los gastos jenerales i ordinarios de la adminis-
tración eran inferiores en 2.610,000 pesos a la suma total del
presupuesto, es decir, 15.247,000 en lugar de 17.857,000.
Esta economía, así como el producto de una nueva contri-
bución sobre las trasferencias de capitales en las transaccio-
nes bancarias i comerciales, no podían bastar para hacer fren-
te a los gastos de la guerra. El gobierno fué autorizado para
hacer emisiones de papel moneda de curso forzoso. Ejecutóse
esta operación gradualmente i según las necesidades del era-
rio, cuidando de no recargar el mercado de moneda de papel
de un solo golpe, para mantener su valor en cuanto fuese po-
sible. Ese papel, garantido por el estado, que se obliga a con-
vertirlo mas tarde en moneda de plata o de oro, satisfizo las
exij encías de la situación, sin esperimentar una baja sensible
en su precio. Hoi, cuando las emisiones sucesivas han alean-
100 GUERRA DEL PACIFICO
zado a la suma de dieciseis millones de pesos, las leyes econó-
micas se han cumplido, pero en una eacala relativamente re-
ducida, de tal suerte, que su depreciación no ha pasado de un
veinte o un veinticinco por ciento.
Se debe en gran parte este resultado al orden i a la econo-
mía con que el gobierno de Chile ha hecho los gastos de la
guerra. Las cuentas de la tesorería revelan, en efecto, que los
gastos estraordinarios i fuera de presupuesto, incluyendo en
ellos el valor de las armas adquiíidas en Europa, así como ei
de los trasportes comprados o alquilados, i pagados todos
al contado, ha subido solo en el año de 1879 a la suma de
10.288,000 pesos, suma relativamente corta si se toman en
cuenta la importancia de los resultados alcanzados en ese año
i la magnitud de los aprestos militares.
El gobierno pudo contar también con los ausilios pecunia-
rios provenientes de las erogaciones particulares. Estos do-
nativos, hechos en dinero i en especies, fueron principalmente
destinados a la alimentación del ejército i de la escuadra o a
la formación de las ambulancias. Debe decirse también aquí
en honor de este pais, que después de los primeros combates
i cuando comenzaron a llegar a Chile los heridos, así amigos
como enemigos, los mas ricos capitalistas de Santiago i de
Valparaíso establecieron a su costa excelentes hospitales para
descargar al estado del gasto que este servicio debía impo-
nerle.
^^-^
CAPITULO VI
El Huáscar, de julio aoctubre.de 1379
Escursion de la corbeta Pilcomayo hasta Tocopilla, — Nueva campaña deF
Huáscar. — Sorpresa nocturna en la bahía de Iquique. — Tercera campa-
ña del Huáscar. — Daños causados en la costa setentrional de Chile. —
Captura del trasporte chileno Rimac. — Infructuosa espedicion de la cor-
beta peruana Union hasta Magallanes. — Suspéndese el bloqueo de Iqui-
que.— Bombardeo ineficaz de Antofagasta. — Reorganización de la es-
cuadra chilena. — Proyectado ataque de Arica. — Captura del Huáscar. —
Importancia de este hecho.
A pesar de los grandes i activos aprestos militares de las
tres repúblicas belijerantes, se pasaron seis meses sin combate
alguno entre los ejércitos de tierra; i aun las operaciones ma-
rítimas fueron por mucho tiempo de escasa importancia. La
escuadra chilena persistió en. el bloqueo del puerto peruano
de Iquique, mientras su ejército se completaba i disciplinaba-
en Antofagasta. Los peruanos, ' por su parte, pasaron este
tiempo fortificando los puertos de su costa, o preparando ata-
ques rápidos e imprevistos para sorprender a los trasportes
o a los buques menores de los enemigos.
El bloqueo de Iquique no producia mas que una ventaja, i
era privar al Perú de las entradas que sin esto le habría pro-
•í-*» "IrOS:' ! .- ?. ~; GUERRA DEL PACÍFICO
ducido la esport ación del nitrato. En cambio, esa operación,
al paso que paralizaba la acción de la escuadra, i permitia a
la de los enemigos concertar algunos golpes de mano, dejaba
libres los puertos vecinos de Pisagua i de Arica por donde el
gobierno peruano hacia llegar a su ejército del sur los ausilios
i los refuerzos que necesitaba.
Esta situación fué hábilmente aprovechada por algunos de
los marinos del Perú. En los primeros dias de julio, la corbeta
Pilcomayo llevaba desde el Callao a Arica un valioso carga-
mento de armas para el ejército de Bolivia. En seguida tras-
portaba a Pisagua una división de ese mismo ejército. I luego,
pasando a espaldas de la escuadra bloqueadora de Iquique,
fué al puerto de Tocopilla, ocupado por los chilenos, donde
destruyó una nave mercante i varias lanchas, para dar des-
pués de esto la vuelta al norte. Perseguida entonces por una
de las fragatas chilenas, la corbeta Pilcomayo evitó diestra-
mente el combate, i llegó a asilarse bajo los fuegos de las for-
tificaciones de Arica.
En esos momentos, el monitor Huáscar, el mas formidable
de los buques que entonces componian la escuadra del Perú,
terminaba sus reparaciones en el Callao para salir nuevamente
a campaña. Su intelijente comandante don Miguel Grau des-
plegó una actividad incansable para atender a todos los ramos
del servicio, reparar pequeñas averías, componer su máquina,
limpiar sus fondos, pintar su casco con un color claro que lo
hiciera menos visible al enemigo, renovar i cambiar una por-
ción del armamento, sobre todo los rifles, sustituir una parte
de su tripulación por los marineros mas esperimentados, así
nacionales como estranjeros, que pudo hallar en la costa del
Perú, i sobre todo para proveerse del mejor carbón que habia
en el Callao.
Terminados estos aprestos, el comandante Grau se hizo al
mar el 6 de julio; i después de cuatro dias de viaje llegaba a
Arica a ponerse al habla con el supremo director de la guerra,
para inquirir noticias de la escuadra enemiga, i para recibir
instrucciones militares. El presidente Prado se las dio en el
acto. Consistían ellas en el encargo de evitar siempre todo
OPERACIONES MILITARES 103
combate peligroso, i en sorprender a los trasportes i buques
menores de los chilenos siempre que pudiera hacerlo con ven-
taja i sin riesgo. Ahí supo también el comandante Grau que
algunos de los buques chilenos hablan marchado al sur, i que
los que bloqueaban a Iquique, incluso el buque encorazado
Cochrane, se alejaban un poco de la costa durante la noche, i
se mantenían voltejeando por los alrededores para evitar los
torpedos que pudieran dirij irles de tierra. Con estas noticias
i con esas instrucciones, el comandante Grau se hizo de nuevo
al mar el mismo dia 9 de julio.
Minutos después de media noche, estaba en Iquique. La
bahía se hallaba desierta. El jefe peruano pudo comunicarse
con las autoridades de tierra para saber el paradero de las na-
ves chilenas. En seguida, se dirijió al oeste a ver si se presenta-
ba la ocasión de dar un golpe de mano. En efecto, cerca de un
islote que hai en ese puerto, halló al Matías Cousiño, vapor
carbonero de la escuadra chilena, i le dirijió un cañonazo para
intimarle rendición. Esa nave no podia oponer resistencia
ninguna, porque no tenia a su bordo rrias armas que seis u
ocho fusiles; pero cuando su capitán hacia bajar a los botes
la jente de su mando para que no cayese prisionera, se pre-
sentó la cañonera Magallanes, bajo el mando del comandante
don Juan José Latorre, a disputar resueltamente al Huáscar
la presa que éste iba a cojer con tanta facilidad.
Aquel acto de audacia del oficial chileno perturbó por un
momento al comandante Grau. No acertando éste a compren-
der que un pequeño buque de madera viniese a provocar a
combate al poderoso monitor, se persuadió de que era atacado
por el buque encorazado Cochrane; i en cumplimiento de sus
instrucciones mas terminantes, emprendía su retirada cuando
a pesar de la oscuridad de la noche, percibió por el tamaño
de la nave que tenia enfrente que no era el encorazado chileno .
Volvió entonces contra la Magallanes a toda fuerza de máqui-
na para partirla con el formidable espolón; pero el coman-
dante Latorre, manejando su buque con la mas admirable
maestría, esquivó los golpes, sosteniendo al mismo tiempo un
vigoroso i bien dirij ido fuego de fusil i de cañón que si no al-
l04 GUERRA DEL PACÍFICO
canzó a romper el blindaje del monitor, le causó, al menos,
algunas averías. El combate se prolongó así largo rato; pero
la luna aparecía en el horizonte a las tres i media de la maña-
na, i a la débil claridad que despedía, el comandante Grau
pudo percibir que el Cochrane se acercaba atraído por el es-
tampido de la artillería, i que se hallaba a una distancia
aproximativa de dos 'quilómetros. Resuelto a evitar un com-
bate serio, puso su proa al norte i se dirijió a toda prisa a gua-
recerse bajo los fuertes de Arica, sin que la fragata chilena
hubiera podido darle alcance (lo de julio). El heroísmo del
joven comandante de la Magallanes había salvado un tras-
porte de la marina chilena.
Este combate nocturno, aunque no tuvo resultado alguno
definitivo, enalteció sobremanera el nombre de los dos cam-
peones principales. El joven comandante Latorre sentó esa
noche la reputación de valiente i de marino que había de
afianzar en breve con otros hechos de mas trascendencia sino
de mas peligro. El comandante Grau, elevado poco mas tarde
al rango de contra-almirante, fué el objeto de los aplausos de
la prensa peruana, aplausos que se hicieron repetir en los dia-
rios de Europa i de América, i que le constituyeron una aureo-
la de gloria. •' -
Alentado por estos aplausos, Grau se preparó con espíritu'
marcial para nuevas espediciones, es decir, para hostilizar al
enemigo siempre que pudiera hacerlo con plena confianza en
el éxito, pero sin comprometer jamas su nave en un combate
en que hubiera de correr el menor peligro. En esos días había
llegado a Arica la corbeta peruana Union; i como la rapidez
de este buque lo hacía muí aparente para la guerra de sorpre-
sas, fué puesto también bajo sus órdenes. El 17 de julio el
Huáscar i la Union salieron de Arica con rumbo al sur; i ale-
jándose de la costa para no encontrarse con la escuadra chí-'
lena, volvieron a acercarse a tierra cerca de Antofagasta, en
cuyas inmediaciones apresaron dos buques mercantes que
remitieron al Callao. En seguida, las naves peruanas recorrie-
ron la costa del sur destruyendo las lanchas que encontraron
6ri los puertos indefensos de Chañaral, Huasco, Carrizal i Pan
OPERACIONES MILITARES 105
de Azúcar. Solo en Caldera, donde existia una pequeña guar-
nición sobre las armas, no se atrevieron a hacer daño alguno.
A la vuelta de esta fácil correría, apresaron otra nave mercan-
te en la bahía de Chañaral. El activo comandante habia con-
seguido todos estos resultados en solo cuatro dias de continuo
movimiento, i sin hallar en ninguna parte la menor resisten-
cia. Su primea- elemento de éxito era, como se ve, el excelente
andar de sus buques.
Pero la buena estrella que lo acompañó en esta campaña
le iba a presentar la ocasión de hacer una presa mucho mas
valiosa, la mas importante que haya hecho el Perú en toda la
guerra. Al amanecer del 23 de julio, cuando el Huáscar i la
Union volvían al norte, divisaron a pocas millas de Antofa-
gasta, un vapor que parecía esforzarse por ganar este puerto.
No les fué difícil alcanzarlo i obligarlo a detenerse después de
dispararle algunos cañonazos, que apenas fueron contestados,
porque la nave perseguida solo contaba unas pocas piezas de
artilleiía de corto alcance i i^asi desmontadas. Era el vapor
mercante Rimac que el gobierno de Chile habia tomado en
arriendo para conducir sus tropas, i que en ese momento tras-
portaba a Antofagasta un escuadrón de caballería con 258
hombres i un número inferior de caballos. El trasporte chile-
no, sin poder hacer la menor resistencia, fué capturado por
las naves peruanas, i sus tripulantes llevados prisioneros a
Arica, donde desembarcaban dos dias después para ser en
seguida trasportados al Callao.
La captura del Rimac, hemos dicho, era la ventaja mayor
que los peruanos habían alcanzado en el curso de la campaña .
Así, fué celebrada en todas partes, i anunciada a los pueblos
americanos, i aun a los diarios de Europa como un gran desas-
tre de las armas chilenas. Los boletines militares del Perú
hablaban de esa presa como de una victoria que habia desper-
tado el mas vivo entusiasmo en el ejército aliado i en las po-
blaciones.
En efecto, ademas del buque, que era un buen trasporte, i
de los prisioneros i caballos capturados, el gobierno peruano
tomó posesión de muchas armas i municiones, i de la corres-
106 GUERRA DEL PACÍFICO
pondencia oficial i particular de que era portador el^Rtmac.
Por esta correspondencia se impusieron los directores de la
guerra de que Chile esperaba entonces dos cargamentos de
armas que venian de Europa, i supieron o infirieron que mien-
tras no llegase ese armamento, el ejército chileno de Antofa-
gasta no podria tomar la ofensiva. En el mismo momento se
preparó en Arica un nuevo golpe de mano. La corbeta Union,
bajólas órdenes del comandante García i García, partiría para
los mares del sur, i penetrando en el estrecho de Magallanes,
capturaría allí los dos cargamentos de armas que Chile espe-
raba con tanta ansiedad. El golpe parecía fácil i seguro, sobre
todo estando confiado a un hombre que gozaba de la repu-
tación del marino mas intelijente del Perú.
El comandante García i García desplegó, en efecto, la inte-
lijencia de un buen marino; pero la fortuna no secundó su ac-
ción. Venció felizmente las dificultades que los mares tempes-
tuosos del sur oponen a la navegación en los meses de invier-
no, i penetró en el estrecho de Magallanes cuando acababa de
salir de él el primer cargamento de armas, i cuando éste seguía
por el océano su viaje a Valparaíso. La corbeta peruana se
presentó con bandera francesa en la colonia de Punta Arenas
que Chile mantiene en el estrecho (i8 de agosto); i cuando vio
que allí no había cañones ni mas guarnición que unos treinta
o cuarenta fusileros, se apoderó del carbón que había en un
pequeño pontón, i exijió que se le vendieran algunos víveres.
El gobernador de la colonia chilena, imposibilitado para opo-
ner la menor resistencia, consiguió, sin embargo, burlar al
enemigo, induciéndolo a alejarse de aquellos lugares. Permitió
que se le vendieran víveres; pero le hizo entender que ya ha-
bían pasado los buques cargados con armas, uno de los cuales,
sin embargo, entraba en ese momento por la boca oriental del
estrecho. La Union, creyendo perdido su viaje, dio inmedia-
tamente la vuelta al Pacífico; i lo hizo con tal rapidez, que
dos buques despachados con toda actividad de Valparaíso
para darle caza en aquellos lugares, llegaron allí cuando ya
aquella nave los había dejado para no volver mas. Los buques
OPERACIOÍíEj MÍL'TARES 107
chilenos prestaron el buen servicio de convoyar hasta los
puertos de Chile los dos cargamentos de armas.
Pero este resultado de las operaciones marítimas, las corre-
rías que hacían impunemente las naves peruanas, la inefica-
cia de la acción de los buques chilenos, i sobre todo la pérdida
del trasporte Rimac, habían producido en Chile cierto descon-
tento, i una ajitacion de la opinión que en el Perú i en los pue-
blos vecinos se interpretaban como los síntomas precursores
de un movimiento revolucionario. Al paso que los gobiernos
del Perú i de Bolivia tenían en sus manos la suma del poder
público medíante el ejercicio de las facultades estraordínarias,
el de Chile rio había suspendido ni siquiera por una hora, nin-
guna de las garantías constitucionales. La prensa continuaba
gozando de la mas completa libertad, i el congreso funcionaba
con la misma aniplitud de atribuciones que en los días de mas
perfecta paz;. En las cámaras i en la prensa se hicieron oír las
quejas del patriotismo herido por aquellos accidentes, que
sin importar una derrota para las armas chilenas, alentaban
al enemigo dando cierto prestijio a su causa. Acusábase al
gobierno de no dar a las operaciones de la guerra una direc-
ción mas enérjica i mas activa, i a los jefes de la escuadra de
poco vigor o de poca fortuna en la persecución de las naves
peruanas. Esta situación de los espíritus, espresada con fran-
queza, dio lugar a que en el Perú se creyera i se repitiese en el
estranjero, que la tranquilidad incontrastable i tradicional
de Chile, iba a desaparecer bajo el peso de una tremenda con-
moción.
En lugar de esa revolución, solo sobrevino una modificación
parcial en el ministerio, i la designación de uno de sus miem-
bros, de don Rafael Sotomayor, como ministro de la guerra
en campaña (20 de agosto). El bloqueo de I quique suspendido
desde días atrás, fué definitivamente levantado. Se mandó
que las naves de la escuadra volviesen unas en pos de otras a
Valparaíso a limpiar sus fondos i a hacer todas las reparacio-
nes indispensables para una campaña mas eficaz. Solo algu-
nas de ellas debían quedar en los puertos del norte para de-
fender el campamento de Antofagasta.
108 GUERRA DEL PACÍFICO
Mientras tanto, el monitor Huáscar, alentado con el éxito
de sus anteriores correrías, se presentaba de nuevo en las cos-
tas del norte de Chile. El 7 de agosto se hallaba en el desguar-
necido puerto de Taltal, cuando se dejó ver uno de los encora-
zados de Chile, el buque Blanco Encalada. De nuevo también
el contra- almirante Grau supo eludir el combate; i utilizando
eficazmente la velocidad de su nave, se retiró al norte sin ser
incomodado.
Pocos dias mas tarde (22 de agosto), el jefe peruano salia
otra vez de Arica con el monitor Huáscar i dos rápidos tras-
portes, i después de destruir algunas lanchas en los puertos
indefensos de la costa, se presentó en la mañana del 28 de
agosto delante del puerto de Antofagasta, donde, según sabia,
no se hallaba ninguno de los encorazados de Chile. En el fon-
do de la bahía estaba la cañonera Magallanes, i otro pequeño
buque de guerra, la Abtao, cuya máquina estaba desarmada
i en reparación. En tierra habia ademas algunos cañones
prontos a romper el fuego. - '"
Según las instrucciones de su gobierno, el contra-almirante
peruano debía evitar resueltamente todo combate de éxito
dudoso. En consecuencia, se mantuvo a la distancia, i se limi-
tó a responder el fuego de los dos buques chilenos sin querer
acercarse mucho a ellos. En un momento en que entró un
poco mas adentro en el puerto, dos de sus bombas ocasionaron
algunas bajas i averías en la Abtao; pero también una bomba
de a 300 disparada desde la playa, atravesó la chimenea del
monitor peruano, i reventó sobre la cubierta haciendo gran-
des destrozos i causando la muerte de uno de sus mejores ofi-
ciales, el teniente don Carlos de los Heros, cuya muerte fué
muí sentida por el comandante Grau. En cambio, ni las bate-
rías de tierra, ni la población de Antofagasta habían sufrido
el menor daño por este ineficaz bombardeo. Visto este resul-
tado i temiendo el arribo de alguno de los encorazados chile-
nos, el Huáscar abandonó la bahía i se marchó al norte.
El Blanco Encalada llegó a Antofagasta cuando el monitor
peruano le llevaba cinco horas de delantera 1.
I. Hemos puesto particular interés en referir detenidamente las campa-
OPERACIONES MILITARES 109
Estas dos últimas campañas del Huáscar, aunque como se
ha visto, no produjeron ningún daño al ejército o a los buques
de Chile, i mui escaso a algunos comerciantes de los puertos
del norte, vinieron a estimular la actividad que el gobierno
ponia en reorganizar su escuadra. Las maestranzas estableci-
das en Valparaíso desplegaron un grande ardor para terminar
estos trabajos. Limpiáronse perfectamente los fondos de los
buques, reparáronse sus máquinas, dotando a algunas de ellas
de nuevos i mejores calderos, completáronse su armamento
i sus tripulaciones, i se introdujeron en todos los detalles de
la organización naval las reformas que la esperiencia de seis
meses de infructuosa campaña parecia aconsejar. El gobierno,
ademas, acababa de comprar o de tomar en arriendo algunos
vapores cómodos i espaciosos para hacerlos servir de traspor-
tes; i todos ellos fueron armados de poderosa artillería, i do-
tados de jefes i tripulantes de guerra para que no se repitiese
el accidente del Rimac, esto es, para que en el caso de un en-
cuentro, no estuvieran los trasportes obligados a entregarse
sin resistencia.
En esa misma época, el almirante Williams Rebolledo, cu-
ya salud estaba debilitada i cuyo espíritu se sentía fatigado
por el ningún éxito de las operaciones navales, dejó el mando
de la escuadra. Su puesto fué confiado al capitán de navio,
don Galvarino Riveros, marino antiguo que a causa de sus
enfermedades estaba separado del servicio, i que ahora vol-
vía a él lleno de enerjía i de resolución. Riveros debía man-
dar en persona una de los buques blindados, el Blanco En-
calada: la comandancia de la Cochrane fué dada al capitán
don Juan José Latorre, oficial joven, cuyo nombre había ad-
ñas del monitor peruano, porque ellas dieron mucho que hablar a los diarios
de América i de Europa, sin conocer, sin embargo, el encadenamiento i la
importancia verdadera de los sucesos. Para hacer la reseña de esas campa-
ñas, hemos tenido a la vista los documentos chilenos; pero nos ha servido
principalmente de guia el libro copiador de su correspondencia que llevaba
el comandante Grau, i el cual ha sido publicado íntegramente en Chile en
1880. Es una especie de diario completo de sus operaciones i de sus trabajos,
escrito con una digna seriedad, i sin las exajeraciones tan frecuentes en los
partes oficiales de los jefes peruanos.
lio GUERRA DEL PACÍFICO
quirido una justa nombradía después del heroico combate que
habia sostenido contra el Huáscar en la bahía de Iquique en
la noche del 9 al 10 de juHo.
En los momentos en que se hacían estos aprestos, llegaron
a Valparaíso los dos primeros cargamentos de armas compra-
dos en Europa por los ajentes de Chile. Componíanlos un nú-
mero considerable de rifles de los mejores sistemas, muchos
cañones Krupp, un repuesto abundante de municiones, ves-
tuarios para las tropas, en una palabra, todos los artículos
que se necesitan para completar el equipo del ejército. Mas
de 3,000 hombres estaban listos en Chile para entrar en cam-
paña, i solo esperaban este armamento para marchar al norte
a reunirse con el ejército acampado en Antofagasta. El 20 de
setiembre zarparon de Valparaíso en un convoí de doce bu-
ques entre naves de guerra i trasportes.
Pero antes de abrir la campaña terrestre convenia aniqui-
lar el poder naval del Perú, o a lo menos destruir el monitor
Huáscar que le daba vida. En Santiago, en los consejos de
gobierno, se habia resuelto esto mismo; i los marinos Ríveros
i Latorre, que habían tomado parte en estas deliberaciones,
manifestaron su firme resolución de no volver a Valparaíso
sin haber realizado aquel importante propósito. Una vez en
Antofagasta, prepararon las dos fragatas encorazadas, la cor-
beta O'Higgins, la goleta Covadonga i un trasporte; i el i.^ de
octubre zarparon para Arica, donde, según todos los informes,
debían hallarse los buques peruanos.
Arica era entonces una plaza militar verdaderamente for-
midable. Ademas de las fortificaciones de tierra, unas a flor
de agua i otras situadas sobre las alturas que rodean el puerto,
i todas provistas de gruesa artillería servida por una abun-
dante guarnición, había en el fondo de la bahía un monitor
de poco andar, pero terrible como máquina de defensa. El
Manco Capac, éste era su nombre, era una batería flotante
poderosa por sus cañones de a 500, i casi ínespugnable por su
construcción, pues en los momentos de combate apenas so-
bresalía de la superficie de las aguas. Los marinos chilenos
iban, sin embargo, resueltos a trabar el combate contra las
OPERACIONES MILITARES 111
naves peruanas dentro de aquel círculo de fuego. La suerte
de las armas podía muí bien serles adversa.
Por fortuna suya, al presentarse en Arica en la madrugada
del 4 de octubre, vieron que el Huáscar i la Union no se halla-
ban en el puerto. Por algunos pescg.dores cojidos en las inme-
diaciones, supieron que las dos naves peruanas habían salido
en los días anteriores para las costas de Chile, donde debían
estar haciendo alguna nueva correría. Los marinos dieron
entonces la vuelta al sur. Al llegar al puerto de Mejillones el
7 de octubre se informaron por las comunicaciones telegráfi-
cas del gobierno de Santiago, de que los dos buques peruanos,
después de recorrer la costa hasta la latitud de 30 grados,
destruyendo las lanchas que encontraban a su paso, volvían
a su abrigadero de Arica. En el mismo momento, los coman-
dantes Riveros i Latorre, poniéndose de acuerdo por el telé-
grafo con el ministro de la guerra, que se hallaba en Antofa-
gasta, combinaron un hábil plan de operaciones para dar caza
a las naves peruanas que durante cinco meses habían burlado
con tanta ajílídad la persecución de los buques chilenos.
El comandante Latorre, con el Cochrane, la O'Higgins i un
trasporte se quedó toda la noche voltejeando a la altura de
Mejillones. El comandante Riveros con la Blanco i la Cova-
donga, avanzó un poco mas al sur, i pasó la noche a la altura
de Antofagasta. Las naves peruanas debían necesariamente
encontrarse con una de esas dos divisiones, a menos que con-
tra su costumbre, se alejasen mucho de la costa. El lazo es-
taba bien tendido, i era difícil que el enemigo se líbrase de
caer en él.
Antes del amanecer del 8 de octubre el oficial que hacia la
guardia en el Blanco, alcanzó a divisar a la escasa luz de lá
luna en menguante los humos de dos vapores que parecían
inspeccionar las caletas de la costa en busca de alguna fácil
presa. Eran el Huáscar i la Union, que gracias a la oscuridad
de la prin^ta mitad de la noche, habían pasado hacía el norte
sin ser vistos por los que los esperaban a la altura de Antofa-
gasta. El comandante Riveros emprendió luego la caza de esas
naves que ya se hallaban a una distancia de cinco o seis millas.
1 12 GUERRA DEL PACÍFICO
El activo comandante Grau, tan hábil para evitar todo
combate serio, pensó sustraerse ahora, como se habia sustrai-
do tantas veces, a la persecución de las naves chilenas; i for-
zando la máquina de sus buques, siguió avanzando rápida-
mente hacia el norte hasta casi perder de vista a la fragata
chilena. Creíase libre de todo peligro, cuando divisa a lo lejos
tres nuevos buques que parecen querer cerrarle el camino.
Era la segunda división de la escuadra chilena, que a las órde-
nes del comandante Latorre venia a presentarle combate. Los
marinos peruanos pensaron siempre que podrían evitar la
lucha; i en efecto, la corbeta Union, mucho mas lijera que el
monitor Huáscar, tomó la fuga dejando atrás a su compañero.
El comandante Latorre despachó en el acto en su persecución
a la corbeta O'Higgins i al trasporte que lo seguían, i quedó
solo con el Cochrane. Fué inútil que el monitor peruano tra-
tase de huir, ya por un lado, ya por otro: la fragata chilena,
mucho mas rápida en sus movimientos después de las últimas
reparaciones, le cerraba el paso estrechando la distancia,, i lo
obligaba al fin a aceptar el combate.
Latorre i Grau se encontraban por segunda vez uno enfren-
te del otro. En las aguas de Iquique, en la noche del 9 al 10
de julio, el joven comandante chileno, montando una simple
cañonera de madera, habia sostenido un combate heroico con
e\ poderoso monitor que mandaba el comandante Grau. Aho-
ra las armas del primero eran mui diferentes. La lucha se iba
a empeñar entre dos naves revestidas por una espesa coraza
de fierro.
El Huáscar, sin abandonar el propósito de huir hacia el
norte, rompió sus fuegos en retirada a las nueve i cuarto de la
mañana, i a una distancia de mas de tres quilómetros. El Co-
chrane, por su parte, siguió avanzando con una tranquihdad
imperturbable; i solo cuando hubo acortado considerable-
mente la distancia, hizo sus primeros disparos sobre la nave
-enemiga. Jamas los fuegos de artillería fueron dirijidos con
mas precisión i con mas seguridad. Los primeros cañonazos
del Cochrane fueron a destrozar la torre blindada del Huáscar,
destrozando también al comandante Grau que desde adentro
OPERACIONES MILITARES 113
de ella dirijia la maniobra de su nave. Dos oficiales que fueron
en seguida a tomar el mando, cayeron uno en pos de otro en
el puesto de honor.
La derrota del monitor peruano parecia inevitable. Sin em-
bargo, el combate se mantuvo con toda enerjía cerca de una
hora mas, con un nutrido fuego de cañón i de las ametralla-
doras que el Huáscar tenia en su cofas. Hubo un momento en
que este buque arrió su bandera, i el combate pareció termi-
nado. Los fuegos se suspendieron durante algunos minutos;
pero el monitor volvió a izar el estandarte peruano i empren-
dió de nuevo su retirada. Inmediatamente, el comandante
Latorre mandó continuar el fuego acortando mas aun la dis-
tancia, i la lucha se prosiguió con mayor empeño i con movi-
mientos diversos de las dos naves como para destrozarse con
el espolón.
Mientras tanto, la fragata Blanco, forzando su máquina, se
acercaba al sitio del combate, rompia sus fuegos sobre el mo-
nitor peruano i seguia avanzando como para espolonearlo. La
lucha se estrechaba mas i mas, i la espesa humareda de los
cañones, de las ametralladoras i de los rifles, ocultaba a cada
instante la verdadera posición de cada nave. El comandante
Latorre, por medio de un movimiento bien ejecutado, coloca
al fin al Huáscar entre dos fuegos, i lo obligó a rendirse cinco
minutos antes de las once de la mañana. El combate habia
durado hora i media. Algunos de los tripulantes del monitor
peruano, creyendo sin duda que las naves chilenas querían
sepultarlo bajo las ondas, se precipitaron al agua en la mayor
confusión.
Los marinos chilenos no pensaban en cometer tamaño
error. El Huáscar, aunque estropeado i agujereado, era una
presa mui vahosa para que no quisieran aprovecharla. El co-
mandante Riveros despachó sus botes para recojer los náu-
fragos i para tomar posesión de la nave enemiga. La cubierta
estaba sembrada de cadáveres i de restos humanos, pero que-
daban vivos 28 personas entre jefes i oficiales, i mas de cien
individuos de todas nacionalidades de la tripulación del mo-
TOMO XVI — 8
114 QFBBBA DEL PACÍFICO
nitor. Todos ellos fueron hechos prisioneros ^ . Los peruangs
habian abierto las válvulas del monitor para sumerjirlo, i ^1
agua entraba en su casco en gran cantidad. Los asaltantes l^s
cerraron prontamente i así lograron salvarlo.
En este rudo combate, el Cochrane habia recibido en su
casco cinco balas de cañón que causaron, sin embargo, pocas
averías, i que hirieron a diez hombres, uno de los cuales murió
algunas horas después. El Blanco no habia sufrido el menor
daño. Parece que lo que mas sirvió a los encorazados chilenos,
aparte de los bien dirijidos fuegos de artillería, fué su doble
hélice, que les permitía jirar i evolucionar con mucha preci-
sión, evitando así los choques del monitor peruano que quería
espolonearlos.
Aunque la corbeta peruana Union habia huido antes de
comenzar el combate, i aunque las dos naves chilenas que 1^.
persiguieron casi todo el día no lograron alcanzarla, el poder
naval del Perú quedaba virtualmente destruido después de
la pérdida de su poderoso i rápido monitor, i de la muerte del
mas activo e intelijente de sus marinos. El combate de Anga-
mos, nombre que se dio a esta jornada por la denominación
de una punta o cabo enfrente del cual tuvo lugar el encuentro,
estableció, pues, de una manera definitiva la supremacía na-
val de Chile.
El Huáscar, reparado pocos días después de sus averías en
Valparaíso, i considerablemente mejorado por algunas obras
nuevas que en él se hicieron, pasó a ser uno de los mas pode-
2. Algunos diarios de Europa, inducidos en error por las noticias trasmi-
tidas del Perú, anunciaron que después de este combate, que según estos
informes, habia durado siete horas, solo sobrevivió un individuo de la tripu-
lación del Huáscar. Para desvanecer esta equivocación, bastará decir que
el monitor peruano tenia a su bordo el dia del combate, 205 hombres, i .que
el número total de prisioneros ascendió a 144, de manera que los muertos
fueron solo 61. Todos éstos fueron respetuosamente sepultados el dia siguien-
te en Antofagasta, tributándoles el ejército chileno los honores militares.
Son altamente honrosas para los marinos chilenos las siguientes palabras
del comandante Riveros en el parte oficial en que daba cuenta al gobierna
de la captura del Huáscar. «La muerte del contra-almirante peruano doá'
Miguel Grau, ha sido mui sentida en esta escuadra, cuyos jefes i oficiales
hacian amplia justicia al patriotismo i al valor de aquel notable marino».
OPERACIONES MILITARES 115
rosos buques de la escuadra chilena. Mas aun, el mismo dia
del combate de Angamos, llegaba a Valparaiso un vapor del
mas lijero andar, comprado en Europa por los ajenies de Chi-
le; i después de hacer en él las modificaciones aconsejadas por
hábiles injenieros, se colocaba sobre su puente una pieza de
la mas poderosa i formidable artillería que jamas se haya
conocido. Esa nave recibió el nombre de Angamos, en recuer-
do del dia en que habia llegado a las aguas chilenas. Desde
ese momento, Chile estuvo listo para imprimir a las operacio-
nes de la guerra una vigorosa actividad.
>^^^
CAPITULO VII
Pisagua, noviembre de 1879
Estado de la opinión en Chile después de la captura del Huáscar. — Activ i-
dad desplegada por el gobierno para preparar la marcha del ejército. — -
Embárcase éste en el puerto de Antofagasta. — Confianza de los aliados
perú-bolivianos en el poder de sus fuerzas. — Ventajas de su situación
para quedar a la defensiva. — Plan de ataque a Pisagua. — Topografía d^
esta plaza. — Desembarco de las fuerzas chilenas en medio de un reñido
combate. — Victoria completa de los chilenos. — Consecuencias inmediatas
de este triunfo. — Esploracion al interior: combate de Jermania. — Colo-
cación dada al ejército chileno. — Operaciones de la escuadra. — Captura
de la corbeta peruana Pilcomayo.
El triunfo de Angamos produjo en Chile el alborozo que
debe suponerse. El telégrafo que los chilenos habian tendido
sobre los arenales del desierto a principios de la guerra, comu-
nicaba desde Mejillones a Santiago, a 200 leguas de distancia,
e instante por instante, todas las peripecias del combate, que
los boletines de los diarios daban a conocer a las poblaciones^
ávidas por saber el desenlace. Cuando se anunció la captura
del Huáscar, se dejó sentir por todas partes im eco de simpa-
tía por el comandante Grau, cuyos méritos eran justamente
apreciados; i cuando en la tarde, el telégrafo anunciaba la
muerte del distinguido marino, comunicada por las naves
118 GUERRA DEL PACIFICO
chilenas que a esas horas volvían del combate, hubo una es-
pansion de dolor en medio de los trasportes de júbilo que pro-
ducía la victoria. La prensa de ese dia ha dejado estampada
con letras indelebles esta transición de impresiones en los
grandes centros de población.
El pueblo aplaudía en este triunfo no solo la satisfacción
del orgullo nacional i el reconocimiento de la superioridad mi-
litar de Chile, sino el término de una era de alarmas para la
industria, puesto que el comercio marítimo de la república se
había visto inquietado i perturbado por las correrías de las
naves enemigas, i se temía que esas perturbaciones pudiesen
ser mayores todavía. Así se comprenderá que después de aquel
combate todos los valores esperimentaron una rápida alza
en unos pocos días, i que el tipo del cambio sobre Europa pa-
sara por una modificación favorable a los intereses comercia-
les de Chile de mas de un veinticinco por ciento. Todo anun-
ciaba que el país volvía a entrar en la antigua era de prospe-
ridad de que lo habían apartado un momento, primero la cri-
sis económica cuyas causas ya hemos esplícado mas atrás, ^
i en seguida la guerra a que había sido arrastrado.
Sin dejarse embriagar por el contento de aquellos días, el
gobierno chileno redobló su actividad para preparar la espe-
dicion del ejército de tierra. Comenzó por enviar a Antofa-
gasta nuevos cuerpos de tropas reunidos i disciplinados en
diversas provincias, así como una gran cantidad de armas,
municiones, víveres, forrajes para la caballería, i de todos los
artículos que el ejército pudiera necesitar en la campaña.
Aumentó el servicio sanitario, engrosó el número de bestias
de carga para facilitar las operaciones en el desierto, remitió
lanchas para el desembarco, i puentes movibles para atracar-
los a la playa i hacerlos servir como muelles. Junto con estos
elementos, el ejército fué provisto de un nuevo repuesto de
instrumentos de carpintería i de herrería, de alambre i de
máquinas eléctricas para los telégrafos, de lámparas o linter-
nas para alumbrar los campamentos durante la noche, i de
V. final del cap. V de esta misma Parte II.
OPERACIONES MILITARES J 19
luces de bengala para las señales del ejército i de la escuadra.
.' El ejército de Antofagasta quedó compuesto de quince a
dieciseis mil hombres de las tres armas. Desde meses atrás se
habia confiado su mando al jeneral don Erasmo Escala, con
un estado mayor en que figuraban algunos injenieros distin-
guidos. El ministro de la guerra, don Rafael Sotomayor, hom-
bre estraño al servicio militar, pero dotado de mucho sentido
práctico i de una laboriosidad incansable, estaba a su lado
para resolver cualquiera dificultad, i para dar impulso a las
operaciones.
• Las tropas, después de ejercicios constantes durante varios
meses, hablan alcanzado al mas satisfactorio estado de disci-
plina. Perfectamente vestidas 2, armadas de las mejores ar-
maste precisión, provistas de cuanto podian necesitar, esta-
ban desde meses atrás impacientes con la vida de cuartel, i
ardiendo en deseos de romper cuanto antes la marcha. Al fin,
después de revistar prolijamente el estado de los diversos
cuerpos, de su instrucción i disciplina, se apartaron aquellos
que no dejaban nada que desear en número de cerca de diez
mil hombres de las tres armas, i el 26 de octubre se procedió
a su embarque en la escuadra, que estaba lista en la bahía.
2. En algunos diarios estranjeros se ha dicho que los chilenos que entra,
ron en esta campaña estaban mal vestidos, i aun poco menos que desnudos"
Nace esto de un error de lenguaje que conviene esplicar. Desde un tiempo
Inmemorial, las clases acaudaladas daban en Chile a las jentes del pueblo el
apodo de rotos. El pueblo, por su parte, se habituó de tal modo a este nom-
bre, que la palabra roto dejó de ser ofensiva. La prensa del Perú, en el pro-
pósito de insultar a los chilenos, les prodigaba a todos, soldados, oficiales,
diputados i gobernantes de Chile, este apodo con que creia insultarlos. Cier-
tos diarios estranjeros tradujeron esa palabra, i dijeron que los soldados
chilenos eran descamisados.
Muí lejos de eso, el ejército chileno está vestido con ropa de un conforta-
ble vecino al lujo. La mayor parte de su vestuario ha salido de las fábricas
mas acreditadas de Europa, de la de Godillot, de Paris, principalmente, o
ha sido trabajada en Chile sobre los mejores modelos europeos.
A este respecto, es curioso el dicho de un soldado chileno, que, viendo
desfilar, después de la batalla de Tacna, a una columna de cuatrocientos
o quinientos prisioneros peruanos i bolivianos vestidos de bayeta burda o
de harapos de todos colores, no pudo menos de esclamar: «¡I éstos son los
que nos llaman rotos!»
120 GUERRA DEL PACÍFICO
Componíase ésta de diecinueve buques de guerra o traspor-
tes mas o menos bien armados, i provistos de carbón para
una larga campaña. Los otros cuerpos, en número de cinco
a seis mil hombres, quedaron en Antofagasta formando la
reserva. Otros buques de la escuadra, el blindado Blanco i
el monitor Huáscar, quedaba en Valparaíso reparándose o
limpiando sus fondos para acudir al teatro de la guerra i tras-
portar la reserva tan luego como el telégrafo comunicase que
ésta era necesaria. El 28 de octubre zarpó la escuadra del
puerto de Antofagasta con el ejército de operaciones. El mi-
nistro de la guerra marchaba al lado del jeneral en jefe. Solo
ellos i los jefes superiores sabían cuál era el sitio designado
para el desembarco.
En el Perú se esperaba esta invasión, pero se tenia la «mas
absoluta confianza en que seria fácilmente rechazada. La pér-
dida del Huáscar, que importaba para ese pais la destrucción
de su poder naval, habia producido una profunda impresión,
pero no habia debilitado su arrogancia, ni la seguridad que
tenia en su poder.
Muí lejos de eso, la prensa de Lima proclamaba i repetía
que el combate de Angamos habia sido un triunfo moral del
Perú, puesto que él habia probado la superioridad del valor
peruano, sobre sus cobardes enemigos. Levantáronse suscrí-
cíones en todo el pais para comprar nuevos buques de guerra;
i mecidos por estas ilusiones, se mostraban todos contentos
con repartir i con leer un diluvio de ardorosas proclamas. «El
Huáscar ha sucumbido llenando de gloría a su patria, decía
el presidente Prado. La victoria en realidad es nuestra. Nos-
otros hemos ganado el honor i la gloría: nuestros enemigos
han ganado un casco destruido». El presidente Daza, por su
parte, lanzó nuevas proclamas en que llamaba a Chile «nido
de piratas cobardes, estigmatizados por la marca candente
de 1 a ignominia». En Tacna se hacían circular escritos conce-
bidos en estos términos: «Vosotras, todas las naciones del nue-
vo mundo; vosotros, todos los pueblos del antiguo continente!
¡descubrios! La pérdida del Huáscar es la pajina mas brillante
de todas las guerras marítimas ¡Chilenos! Raza de Caín! Co-
OPERACIONES MILITARES 121
bardes! Infames! Nó! el crimen de leso-americanismo que ha-
béis cometido no quedará impune: el mundo entero lo ha con-
denado ya. ¡Vamos! ¡Peruanos! al combate! El mundo nos
contempla! Adelante!» I los peruanos i bolivianos quedaban
mui satisfechos con esta inútil palabrería que concluía siem-
pre con un reto lanzado a los chilenos desafiándolos a que se
atreviesen a desembarcar en el suelo glorioso del Peiú. El go-
bierno i los gobernados creian firmemente que los chilenos
que osasen pisar el suelo peruano, encontrarían su tumba en
el sitio mismo de su desembarco.
Con el carácter de director de la guerra permanecía en Arica
el presidente de la república. El jeneral Prado, participando
por completo dé esa misma confianza, pasaba la mayor parte
de su tiempo, según sus propios compatriotas, en una mesa
de juego con los jenerales i coroneles que formaban su séquito.
El presidente de Bolivia, el jeneral Daza, por su parte, per-
manecía en la ciudad de Tacna, lanzando a su vez repetidas
proclamas contra Chile i los chilenos, a quienes llamaba la-
drones i cobardes; i ocupaba también la mayor parte de su
tiempo en fiestas i diversiones, algunas de las cuales tenían el
carácter tempestuoso de verdaderas orjías.
A pesar de este desgreño en la dirección de la guerra, la
situación militar de las provincias meridionales del Perú era
verdaderamente formidable. La alianza perú-boliviana tenia
allí sobre las armas unos dieciseis o dieciocho mil hombres
que con razón se juzgaban los mejores soldados de sus países
respectivos, como los numerosos jefes que los mandaban eran
los mas acreditados i prestijiosos. Esas tropas, conocedoras
del territorio i defendiendo su propio suelo, habrían podido,
siendo mandados con mediano acierto, rechazar cualquiera
invasión, i mucho mas una de solo diez mil hombres como la
que preparaba Chile.
Pero a estas circunstancias hai que agregar otras que ha-
cían mucho mas fácil la defensa de ese territorio. La costa que
se estiende desde la embocadura del Loa hasta la bahía de
Arica, batida por un mar de ordinario mui inclemente en la
proximidad de la playa, ofrece pocos lugares de desembarco.
122 GUERBA DEL PACÍFICO
i aun éstos tan poco aparentes para una operación militar,
que esas caletas en jeneral no tienen mas que un punto estre-
cho por donde pisar la tierra, de tal suerte que no es posible
desembarcar muchos hombres a la vez. Agregúese a ésto que
el ejército aliado ocupaba el litoral; i que los puertos mas
abordables de éste, Iquique al sur, Pisagua al centro i Arica
al norte, estaban defendidos por fortificaciones provistas de
poderosa artillería, i guarnecidas por fuertes destacamentos
de tropas.
El gobierno de Chile conocía perfectamente todas estas
dificultades. Sus marinos i sus oficiales del ejército de tierra
iban provistos de las mejores cartas hidrográficas i jeográficas
que existen sobre esos lugares, i llevaban en la mano un tra-
tado descriptivo de esa rejion, en que estaban prolijamente
consignadas todas las noticias que podian interesarles. Pero
se hallaban en la necesidad, no de buscar el desembarcadero
mas cómodo, sino el mas estratéjico. Con este objeto se habia
designado el puerto de Pisagua que, aunque de mui difícil
acceso, iba a ofrecerles la inapreciable ventaja de cortar en
dos partes a los ejércitos de la alianza establecidos en Iquique
i en Arica. El plan era perfectamente estratéjico, pero su eje-
cución exijia tropas excelentes i un espíritu resuelto a no re-
troceder ante ningún peligro .
El I. '3 de noviembre, hallándose lejos de la costa para no
ser percibidos de tierra, el jeneral chileno comunicó a los bu-
ques de la escuadra i a los comandantes de las tropas, el plan
minucioso i detallado con que debia efectuarse el desembarco.
Las naves de guerra debían batir las fortificaciones de tierra,
guarnecidas por una brigada de la artillería peruana, i en se-
guida marcharía a tierra un cuerpo de dos mil soldados de
desembarco, que empeñaría el combate contra los 1,200 boli-
vianos que allí había, resguardados, según se sabia, por nume-
rosos parapetos. Los cañones de los buques debían protejer
esta operación, que dirijia en persona el coronel don Emilio
Sotomayor, jefe de estado mayor. Mientras tanto, el jeneral
en jefe con los trasportes, iría a desembarcar en la vecina cale-
ta de Junin para acudir a atacarjpor la espalda a los defenso-
OPERACIONES MILITARES 123
res de Pisagua. Se suponía, con razón, que la guarnición de
aquella caleta, sabiendo que el combate estaba empeñado en
otra parte, dejaría mas o menos libre el desembarcadero, en
la confianza de que el combate no'iba a empeñarse por aquel
lado.
Como estaba ordenado, la escuadra chilena se presentó en
la bahía de Pisagua al amanecer del 2 de noviembre. Dos for-
tificaciones a flor de agua i regularmente artilladas, defendían
el puerto. A espaldas de ellas i del reducido caserío del pueblo,
se alzaba una cadena de cerros escarpados, de una altura de
150 a 200 metros, del mas difícil acceso, i en ellos estaban cons,
truidas las trincheras, tras de las cuales se hallaban colocados
los rifleros bolivianos. La vía del ferrocarril que comunica a
Pisagua con los distritos del interior, i que pasa por el costado
de aquellos cerros formando zig-zag, había sido convertida
en línea de defensa. A pesar de que los jefes chilenos tenían
noticia cabal de todos estos obstáculos, a la vista de ellos de-
berían parecerles imponentes; pero el paso estaba dado, i era
menester emprender el ataque con toda resolución.
Los cuatro buques de guerra que formaban la fuerza real
de la escuadrilla chilena, rompieron el fuego sobre las baterías
de tierra a las siete de la mañana; i lo hicieron con tal acierto,
que antes de una hora, los artilleros peruanos después de per-
der algunos de sus jefes i oficiales, suspendían sus disparos i
abandonaban sus cañones. En seguida, habiendo reconocido
los estrechos sitios que ofrece el puerto para el desembarco
por ser ellos los únicos puntos en que la playa no está sembra-
da de rocas inabordables, se desprendieron de los trasportes
diecisiete botes que llevaban al desembarcadero de mas al
norte 450 hombres tomados de un batallón de zapadores i de
un batallón denominado Atacama, compuesto de los vigoro-
sos i ajiles mineros de Copiapó. Esta primera división iba bajo
las órdenes del comandante don Ricardo Santa Cruz. A pesar
del nutrido fuego de rifle que se les dirijia de todas las rocas
vecinas, esos soldados pisaron tierra, plantaron en una pe-
queña altura el pabellón de Chile i emprendieron la persecu-
ción de las guerrillas enemigas que estaban alU cerca.
124 GUERRA DEL PACÍFICO
En esos mismos momentos, otro destacamento chileno,
mas numeroso aun, venciendo las grandes dificultades que
les oponia la reventazón de las olas, trataba de desembarcar
en otro pedazo de playa baja que está mas cerca de la pobla-
ción. El enemigo, protejido por las enormes rocas de la costa,
oculto detras de las sinuosidades del terreno o de los parape-
tos construidos de antemano, resguardado en las casas de la
ciudad, en la estación i en los carros del ferrocarril, en las zan-
jas que quedan a uno i otro lado de la línea, i detras de las
grandes rumas de sacos de salitre i de las pilas de carbón,
hacia sobre los botes de los asaltantes el mas vigoroso fuego
de rifle, i les causaban numerosas bajas. Los artilleros perua-
nos de las baterías, repuestos de su terror, i al parecer seguros
de rechazar el desembarco, volvieron a sus cañones i rompie-
ron de nuevo el fuego. A esa hora, la derrota de los chilenos
parecía inevitable, tanto mas cuanto que las municiones de
la primera columna que desembarcó, se habían agotado i que
su jente esperaba un refuerzo que tardaba en llegar.
Pero las cosas iban a cambiar de aspecto. Los cuatro bu-
ques de guerra rompieron de nuevo sus vigorosos fuegos sobre
las baterías enemigas, sobre los edificios i parapetos tras de
los cuales se ocultaban los bolivianos, i sobre los sacos de ni-
trato o los montones de carbón que le servían de trincheras; i
sus certeras bombas hacían destrozos por todas partes o pro-
ducían el incendio. Los ahados se vieron así obligados a aban-
donar su primera línea de fortificaciones i parapetos.
Esta operación facilita el desembarco; pero todavía era
menester desalojar al enemigo de las posiciones que ocupaba
en las laderas i en las alturas, i donde se replegaban los fujiti-
vos i dispersos de la ciudad. Este segundo ataque presentaba
las mayores dificultades por lo escarpado del terreno i lo in-
seguro i movedizo de su suelo. Los soldados chilenos trepa-
ron, sin embargo, por aquellas escabrosas laderas, recibiendo
el fuego que se les hacia de las alturas; pero cuando llegaron
arriba, arrollaron toda resistencia, saltando sobre los parape-
tos, plantando en ellos el pabellón chileno para que la escua-
dra suspendiese sus fuegos, i poniendo al enemigo en la mas
OPERACIONES MILITARES 125
completa dispersión. El combate habia durado en tierra cerca
de cinco horas. El jeneral Villamil, el coronel Granier, ambos
bolivianos, jefes de la guarnición de Pisagua, i el jeneral pe-
ruano Buendía, jeneral en jefe de todo el ejército aliado de
Tarapacá, que se hallaba ese dia en esa plaza, huyeron al in-
terior con los dispersos, dejando el campo sembrado de cadá-
veres, i en poder de los chilenos unos setenta prisioneros entre
oficiales i soldados. De los 2,000 hombres que hablan desem-
barcado, los vencedores hablan tenido una pérdida de 350
soldados entre muertos i heridos.
El mismo dia, cuando el combate estaba empeñado, el je-
neral en jefe del ejército chileno desembarcaba con sus tropas
en la vecina caleta de Junin, casi sin encontrar mas dificulta-
des que las que le oponia la braveza del mar. Las fuerzas que
guarnecian este punto, huyeron sin combatir. Entonces las
tropas chilenas avanzaron hacia Pisagua para tomar por la
retaguardia a los defensores de esta plaza; pero cuando llega-
ron a las alturas que rodean el puerto, la victoria se habia
pronunciado por los chilenos, i los aliados perú-bolivianos
habian tomado la* fuga.
Tan activo habia sido el ataque, que los aliados no tuvie-
ron tiempo para destruirlos elementos i recursos de que podia
aprovecharse el vencedor. Se sabe que en casi toda la provin-
cia de Tarapacá, como en el desierto de Atacama, son suma-
mente raras las aguadas, i que en las poblaciones de la costa
casi no se bebe otra agua que la que se saca de la destilación
del agua del mar, paia lo cual hai grandes máquinas i apara-
tos, como hai grandes cubas que sirven para trasportar este
articulo a algunos establecimientos del interior. Las tropas
que abandonaban a Pisagua, dejaron intactas estas máquinas
que desde luego fueron de grande utilidad al ejército chileno.
Las oficinas telegráficas, con todos sus aparatos i hasta con
los libros copiadores de la correspondencia militar, aun la del
mismo dia de la batalla; las estaciones del ferrocarril con las
locomotoras i los carros, todo, todo estaba en pié. Solo falta-
ban los operarios para utilizar esos elementos; pero el ejército
chileno tenia consigo maquinistas, fogoneros, telegrafistas; i
126 GUERRA DEL PACÍFICO
desde ese mismo dia comenzaron éstos a prestar sus servicios-
Las tropas chilenas ocuparon el campamento del Hospicio
que los aliados tenian en las alturas inmediatas. Las partidas
de esploracion que recorrieron los campos vecinos, los halla-
ron desiertos, pero se sabia que cada establecimiento de ela-
boración de salitre estaba o habia estado ocupado por cuerpos
enemigos. El teniente coronel don José Francisco Vergara,
secretario deljeneral en jefe, salió el dia 5 del campamento del
Hospicio con 175 cazadores a caballo, i avanzó hasta el tér-
mino de la via férrea, a sesenta quilómetros, sin encontrar
resistencia. Esa pequeña columna tomó posesión de diversos
puntos donde los aliados habian estado acampados, i en ellos
halló agua en abundancia, víveres i otros elementos que debia
aprovechar el ejército chileno. Solo en los establecimientos
mas lejanos, los fujitivos habian puesto fuego a sus almace-
nes, pero los cazadores del comandante Vergara pudieron sal-
var del incendio una parte de las provisiones.
En uno de esos establecimientos, denominado Jermania,
habia aun un fuerte destacamento peruano, que, viendo la
inferioridad numérica de la columna chilena, resolvió atacarla
(6 de noviembre). El comandante Vergara finjió replegarse
para reorganizar sus fuerzas, i para sacar al enemigo al campo
libre; i volviendo entonces los cazadores con un empuje irre-
sistible, dieron al destacamento peruano una tremenda carga
de sable que lo destruyó en poco rato. Los enemigos, espan-
tados con el vigor de este ataque, impotentes para resistir al
empuje de los fogosos caballos chilenos, ni al esforzado brazo
de los robustos cazadores, abandonaron el campo en completa
dispersión, dejando en él sesenta muertos, i entre ellos el jefe
que los mandaba, i algunos oficiales i soldados prisioneros. La
persecución de los fujitivos se continuó por tres leguas mas.
Esta jornada, aunque de cortas proporciones, dejó estableci-
da la superioridad de la caballería chilena, que fué el terror
de los aliados en toda la campaña subsiguiente.
La ocupación de toda la via férrea era de la mayor impor-
tancia para los chilenos. Pero aquella via tenia una escasa
dotación de locomotoras i de carros; i la movilización de las
OPERACIONES MILITARES 127
tropas, la conducción de los víveres i forrajes al través de un
pais que solo produce salitre, i donde no hai una sola mata
de pasto, no pudo hacerse con toda la rapidez que se quería.
Sin embargo, antes de muchos dias, una división de cerca de
6,000 hombres de las tres armas, bajo las órdenes del jefe de
estado mayor, coronel don Emilio Sotomayor, ocupó las im-
portantes posiciones de Dolores. En los puntos intermedios
entre ese lugar -i Pisagua, quedaron escalonadas otras divisio-
nes de menos fuerzas, prontas a marchar a donde fuese nece-
sario. '■
Mientras tanto, los buques i trasportes de la escuadra no
habian estado ociosos después de la toma de Pisagua. Comen-
zaron por conducir a Valparaíso los heridos i prisioneros del
combate, i por trasportar de Antofagasta nuevos cuerpos de
tropas. De Valparaíso i de Coquimbo partieron también en-
tonces otros batallones que fueron a guarnecer a Antofagasta
para terminar allí su instrucción militar antes de entrar en
campaña. A mediados de octubre, el ejército chileno en cam-
paña, incluyendo las fuerzas que guarnecían a Antofagasta,
en número de unos cinco mil soldados, montaba a cerca de
veinte mil hombres perfectamente armados i equipados.
A las ventajas alcanzadas en tierra por las tropas chilenas,
vino a agregarse otra no menos importante en aquellos
mismos dias. El buque blindado Blanco Encalada, después
de limpiar sus fondos en Valparaíso i de pasar por diversas
reparaciones en su máquina, volvió a saKr a campaña, siem-
pre bajo el mando de don Galvarino Riveros, elevado ahora
al rango de contra-almirante. Según sus instrucciones, debia
este jefe recorrer la costa del Perú al norte de Arica, para dar
caza a las naves enemigas que seguramente traficaban entre
este puerto i el Callao. En la mañana del i8 de noviembre,
hallándose un poco al norte de Moliendo, divisó, en efecto,
tres buques que navegaban un poco mas atrás, pero con su
mismo rumbo. Eran las corbetas Union i Pilcomayo, acom-
pañadas por un trasporte armado en guerra.
A pesar del mayor número de los enemigos, el almirante
chileno se dirijió rápidamente sobre ellos. La Union, seguida
128 GUERRA DEL PACÍFICO
del trasporte, hizo lo mismo que habia hecho el dia de la cap-
tura del Huáscar, es decir, huyó a toda prisa dejando sola a
la Pücomayo que no pudo sustraerse a la persecución del
Blanco. Los marinos peruanos estaban convencidos de que
toda lucha era imposible, pero en vez de imitar el ejemplo de
los tripulantes de la Esmeralda cuando este buque fué atacado
por el Huáscar en la bahía de Iquique, tomaron otra determi-
nación mucho mas cómoda i segura, pero en cambio mucho
menos honrosa. Dispararon algunos cañonazos por simple
aparato: en seguida pusieron fuego a la popa del buque, lejos
de la Santa Bárbara, para no esponerse a ningún peligro, i
tomando entonces los botes enarbolaron en ellos la bandera
blanca declarándose rendidos. El almirante recojió humana-
mente al comandante de la Pücomayo don Carlos Ferreiros i
a los i66 hombres, oficiales i marinos, que componian su tri-
pulación. En seguida tomó posesión del buque, haciendo enar-
bolar en él la bandera chilena.
Pero el incendio se habia pronunciado en esos momentos
en la nave capturada, i tomaba proporciones alarmantes por
la fuerza del viento sur que se hacia sentir. El contra-almi-
rante Riveros desplegó entonces una grande actividad. Des
preciando el peligro de una esplosion que parecia inminente,
desde que el fuego podia llegar mui pronto hasta el almacén
de las municiones, atracó la Pücomayo al costado del Blanco;
i usando de las poderosas bombas de este buque i haciendo
cortar el fuego con el agua i con las hachas, consiguió estin-
guir el incendio. Todavía habia que vencer otro peligro no
menos serio. Antes de rendirse, los peruanos habían abierto
las válvulas de su buque, i con uno de sus mismos cañones
habían abierto desde a bordo, una vía de agua en la línea de
flotación, para que la nave se sumerjiera si el incendio no al-
canzaba a reducirla a cenizas. Los buzos de la fragata chilena
cerraron esa abertura, i los marinos, después de cerrar las
válvulas, estrajeron el agua que inundaba el casco del buque
apresado. Esto» trabajos, ejecutados con gran prontitud, sal-
varon de su destrucción a la corbeta Pücomayo. Conveniente-
mente reparada poco después en los diques de Valparaíso, i
OPERACIONES MILITARES 129
mejorado su armamento, ese buque pasó a formar parte de la
escuadra chilena, incrementando así su poder naval.
Tales fueron los primeros resultados de la atrevida campaña
que Chile acababa de abrir. Dos semanas de guerra enérjica,
habian cimentado la confianza en el poder de sus armas, i lo
hablan puesto en camino de obtener en pocos dias otros triun-
fos mas importantes i decisivos.
s^-^
TOMO XVI. — 9
CAPITULO VIII
Batallas de Dolores i de Tarapacá, noviembre de 1879
Confianza de los aliados en su próximo triunfo. — Plan de campaña adoptada
contra los chilenos. — Ocupan éstos las cerranías de la Encañada. — Difi-
cultades de esta situación . — Batalla de Dolores. — Victoria de los chile-
nos: sus consecuencias inmediatas. — Los peruanos abandonan la ciudad
de Iquique que ocupan los chilenos. — Los restos del ejército peruano se
retiran a la ciudad de Tarapacá. — Marcha a atacarlos una corta división
chilena, — Sangriento combate de Tarapacá. — Resultados inmediatos de
este combate. — Las fuerzas peruanas emprenden la retirada. — Los chi-
lenos ocupan a Tarapacá. — Penosa marcha de los peruanos para llegar
a Arica. — Toda la provincia de Tarapacá queda sometida a las autori-
dades de la república de Chile.
Parecería natural que el desembarco de las tropas chilenas
hubiese producido una penosa impresión en el cuartel jeneral
de los ahados. Pero, a juzgar por las declaraciones de su pren-
sa i por las amenazas de sus proclamas, los peruanos i los boli-
vianos, en Iquique, en Tacna i en Arica, recibieron con viva
satisfacción la noticia del combate de Pisagua. Tanto los di-
rectores de la guerra como los soldados vivian mecidos por las
mas lisonjeras ilusiones respecto de su poder militar, i conti-
nuaban mirando con el mas altanero desprecio al ejército de
Chile.
132 GUERRA DEL PACÍFICO
Contribuyó poderosamente a formar esta opinión el parte
oficial que el jeneral Buendía dio al presidente del Perú, para
disculpar su derrota en aquel combate. Contaba alli^ue con
solo 900 hombres habia defendido la plaza durante siete horas
contra fuerzas cinco veces mayores, que habia rechazado dos
ataques de éstas, i que al fin se habia retirado en orden, con
entusiasmo i con bizarría. Ese combate, agregaba, habia in-
fundido en el soldado de la alianza el deseo de medir nueva-
mente sus armas, porque conocedor ahora de su inmensa su-
perioridad de valor i de disciplina sobre las tropas chilenas,
estaba seguro de alcanzar la victoria. «Grande es sin duda,
decia con este motivo, la diferencia del temple moral de nues-
tro ejército con el ejército chileno. . . Es nuestra fuerza moral
robustecida por la justicia de la causa que defiende la alianza;
es el brio i la serenidad de nuestros soldados acreditados ya
en numerosos combates, lo que hace indispensable nuestra
victoria i seguro el triunfo que en el primer encuentro sabre-
mos arrancar al enemigo». El jeneral boliviano don Pedro Vi-
llamil, aunque menos esplícito en sus amenazas, abrigaba la
misma confianza i daba seguridades análogas sobre un próxi-
mo triunfo.
Se sabe que en esos momentos se hallaba en Arica el jeneral
Prado, i que a su carácter de presidente del Perú, anadia el
de director jeneral de la guerra. En Tacna estaba acampada
una división de cerca de cuatro mil bolivianos bajo las órde-
nes del presidente de esta república, jeneral don Hilarión
Daza. Ambos jenerales, a juzgar por sus repetidas proclamas,
ardian desde tiempo atrás en el mas vivo deseo de volar a la
guerra, para tomar cerca del soldado el puesto de mayor peli-
gro. A pesar de este bullicioso entusiasmo, tantas veces anun-
ciado, los dos presidentes hablan encontrado pasatiempos
menos peligrosos i menos incómodos que los azares de los com-
bates o que las penalidades de la marchas. Los mismos alia-
dos han contado mas tarde, como dijimos en otra parte, que
mientras el jeneral Prado pasaba su tiempo en Arica en una
mesa de juego, el presidente de Bolivia habia hallado en Tac-
na distracciones menos inocentes aun, puesto que vivia en
OPERACIONES MILITARES 133
frecuentes i borrascosas bacanales. El desembarco de los chi-
lenos enPisagua vino a distraerlos de estas ocupaciones i a
llamar su atención hacia los negocios de la guerra.
El plan de defensa fué concertado con mucha rapidez. Des-
pués de la derrota, quedaba en pié en Iquique i sus alrededo-
res un ejército de cerca de catorce mil hombres entre peruanos
i bolivianos. El jeneral Buendía, testigo del desastre de Pisa-
gua, se habia retirado a aquellos lugares e iba a ponerse a la
cabeza de esas tropas. Con ellas debia volver al norte a colo-
carse en el antiguo campamento que los peruanos habian ocu-
pado en Dolores para esperar allí al ejército boliviano de Tac-
na, que a las órdenes del presidente Daza estaba encargado
de avanzar hacia el sur a marchas forzadas. Las fuerzas chile-
nas desembarcadas en Pisagua iban, pues, a encontrarse entre
dos ejércitos, i se creia que debian sucumbir sin remedio. El
presidente del Perú, que contra sus promesas tantas veces
repetidas, se quedaba en la plaza de Arica a pretesto de sus
numerosas atenciones i de los quebrantos de su salud, se apre-
suró a comunicar a Lima la próxima e inevitable destrucción
del ejército chileno. Ni en el Perú ni en Bolivia se puso por un
momento en duda el triunfo seguro i completo de los aliados.
Pero los jenerales peruanos i bolivianos no habian contado
con la enerjía i con la rapidez de los movimientos de las tropas
chilenas. Las primeras partidas de éstas que salieron de Pisa-
gua para el interior, se apoderaron de los telégrafos del ene-
migo, i en las oficinas que ocuparon hallaron las copias de sus
últimas comunicaciones. En los reconocimientos practicados
en seguida, pudieron recojer mas datos i noticias sobre los
planes de los aliados. Así, pues, aunque al principio habian
creído que tendrían que espedicionar por tierra hasta Iquique,
se vieron en el caso de aceptar una lucha que podía ser mas
peligrosa, pero que en cambio los eximia de las fatigas de una
marcha penosísima por los saHtrales de Tarapacá. De este
modo se esplica la actividad que empleó el estado mayor chi-
leno para ocupar las posiciones de Dolores, que a mas de po-
seer una aguada abundante, tenían una grande importancia
estratéjica. Allí se fueron reuniendo diversos cuerpos del ejér-
134 GUERRA DEL PACÍFICO
cito hasta formar; como dijimos en el capítulo anterior, una
división de cerca de seis milhombres, bajo el mando del coro-
nel don Emilio Sotomayor. El resto del ejército chileno quedó
escalonado en diversos puntos entre Dolores i Pisagua.
El campamento de Dolores, situado cerca de la estación de
este nombre, tiene a su espalda por el lado del sur, un pequeño
cordón de cerros que forman en su estremidad mas inmediata,
un morro de alguna elevación, denominado de San Francisco.
Mas adelante, esos cerros se abajan un poco, i solo en la estre-
midad austral del cordón, se levanta otro morro conocido con
el nombre de la Encañada. Esas alturas, desde donde se do-
mina con la vista una grande estension, fué el terreno elejido
por el coronel vSotomayor para dar colocación a sus tropas. Al
pié de ellas corre el ferrocarril que lo ponia en comunicación
con el cuartel jeneral; i según todas las noticias i conjeturas,
era allí también donde debían reunirse las tropas que el jeneral
Buendía debía traer de Iquique i las que llegasen del norte
con el presidente de Bolivia.
Los chilenos creían equivocadamente que serían éstas las
que se presentarían primero al teatro de la guerra; i en efecto,
desde los días anteriores se habían dejado ver por el norte al-
gunas partidas que se tomaron por avanzadas del ejército
boliviano, i que fué necesario dispersar. El coronel Sotomayor
tuvo que hacer avanzar por ese lado una columna de mas de
dos mil hombres para detener en su marcha al presidente Da-
za, si en efecto trataba de acercarse a su campamento.
Pero, por las causas de que hablarernos mas adelante, el
peligro no estaba por aquel lado. En efecto, luego se supo que
por el sur avanzaba una división enemiga, que parecía ser la
vanguardia del ejército del jeneral Buendía. ün cuerpo de
mas de dos mil chilenos, bajo el mando del comandante don
Domingo Amunátegui, tuvo que avanzar tres leguas adelante,
hasta la estación de Santa Catalina, para cerrar el paso a esa
división. Se comprenderá así cuan azarosa debía ser la situa-
ción del campamento chileno esperando el ataque, ora del
norte, ora del sur.
La división enemiga que el comandante Amunátegui se
OPERACIONES MILITARE? 1 35
proponía atajar en Santa Catalina, no había llegado a ese lu-
gar. En cambio, al anochecer del i8 de noviembre supo por
sus esploradores que todo el grueso del ejército de Buendía
venia forzando las marchas desde Iquique, que se había en-
grosado con los cuerpos destacados en los establecimientos
inmediatos a aqneiia ciudad hasta completar cerca de doce
mil hombres, i que en esa misma noche debía llegar a Santa
Catalina para seguir avanzando inmediatamente hasta Dolo-
res. El jefe chileno corría el riesgo inminente de verse cortado
por fuerzas seis veces superiores; pero supo vencer la dificul-
tad de esta situación. Después de avisar al coronel Sotomayor
la proximidad del enemigo, emprendió su retirada favorecido
por la oscuridad de la noche, i antes de amanecer llegaba al
campamento de su división. Había hecho una parte de su tra-
yecto por un sendero paralelo al que llevaba el enemigo, a
menos de una legua de éste; i sin embargo, era tan poco el
cuidado que en estas operaciones ponía el estado mayor pe-
ruano, que nadie en este ejército supo que con la misma di-
rección i a tan corta distancia, marchaba una columna enemi-
ga que habría sido muí fácil cortar i rendir.
Al amanecer del siguiente día, 19 de noviembre, toda la
división chilena del coronel Sotomayor estaba reconcentrada
en Dolores. A esa hora tomó este jefe las últimas disposiciones
para distribuir convenientemente sus tropas a fin de estar en
situación de rechazar cualquier ataque enemigo, i de dar tiem-'
po a que llegase el jeneral en jefe del ejército chileno con los
refuerzos necesarios. En efecto, esa misma mañana, antes de
amanecer, el jeneral Escala salla del campamento del Hospi-
cio a la cabeza de una gruesa división. La escasez del material
del ferrocarril de Pisagua hacia imposible que estas fuerzas
llegasen a Dolores antes de diez o doce horas. Mientras tanto,
la división estacionada en este lugar, se iba a hallar enfrente
de un ejército con el cual tendría que pelear en razón de uno
contra dos (de cinco a seis mil chilenos contra once a doce mil
perú-bolivianos).
El ejército de Buendía había llegado antes de amanecer
enfrente del campamento chileno, i con la primera luz del dia
136 GUERRA DEL PACÍFÍCX)
comenzó a tomar posiciones, tendiendo su línea con todo or-
den i tranquilidad, al son de las músicas militares i en medio
de un grande entusiasmo, que se dejaba sentir por las frecuen-
tes aclamaciones de «¡Viva el Perú! ¡viva Bolivia! ¡viva la
alianza! ¡mueran los chilenos cobardes i usurpadores!» A pe-
sar de que los dos ejércitos estaban separados solo por una
distancia de dos quilómetros, el jeneral peruano, de acuerdo
con el consejo de los jefes superiores, acordó no dar la batalla
hasta el dia siguiente, esperando, sin duda, que en la noche
llegase el jeneral Daza con los cuerpos bolivianos que hablan
salido de Tacna. El estado mayor de la alianza no se imajina-
ba que en esa misma tarde o en la noche debian llegar refuer-
zos a la división chilena, i que el dia siguiente podia hallarse
enfrente de un ejército de diez mil hombres en lugar de los
cinco a seis mil que entonces tenia el coronel Sotomayor.
Pero este jefe ni siquiera quiso esperar estos refuerzos. Con-
fiando en ]a buena calidad de sus tropas, i en las ventajas de
las posiciones que habia ele j ido, se resolvió a empeñar el com-
bate en la misma tarde, sin tomar en cuenta la inmensa supe-
rioridad numérica del enemigo.
A las tres de la tarde, una batería de cañones de montaña,
colocada en el centro de la línea chilena, i confiada al mando
del sarjento mayor don José de la C. Salvo, rompió el fuego
sobre una columna enemiga que avanzaba para cambiar de
• posición. Contra los propósitos del jeneral peruajio, esa co-
lumna empeñó el combate contestando los primeros disparos
de los chilenos con un nutridísimo fuego de rifle i de cañón.
No se necesitó de mas para quería pelea se hiciese bien
pronto jeneral. Los fuegos de los aliados caían sobre toda la
linea de los chilenos; pero la artillería de éstos, manejada con
una maestría admirable, rechazaba sin cesar el ataque del
enemigo. Un destacamento de diversos cuerpos peruanos, fa-
vorecido por las ondulaciones del terreno, consiguió, sin em-
bargo, avanzar sobre las baterías del centro de los chilenos.
Los cañones de éstas, colocados en la falda i en las alturas
del cerro, no podían ya dirijir sus fuegos sobre las tropas que
se hallaban al pié. Las fuerzas peruanas pudieron, pues, co-
OPERACIONES MILITARES 137
menzar a subir el cerro sin mayor peligro; pero cuando ya se
acercaban a las baterías, fueron recibidas por una carga vigo-
rosa a la bayoneta que vino a cambiar la faz del combate.
Algunas compañías de fusileros, sacadas de dos batallones
formados por los esforzados mineros de Copiapó i de Coquim-
bo, acometieron a los asaltantes con furor irresistible, los arro-
llaron tres veces consecutivas i barrieron con ellos hasta la
llanura. Parece que en esos momentos, los fuegos que los alia-
dos dirijian sobre los chilenos para secundar el asalto, hicie-
ron mayores destrozos en las fuerzas de los asaltantes, i con-
tribuyeron poderosamente a aumentar la confusión i el desor-
den del ejército aliado.
Mientras tanto, las baterías que guardaban los dos estremos
de la división chilena, mantenían el fuego con todo vigor, in-
troduciendo el desorden i el espanto en las filas enemigas. Fué
inútil que el ala derecha del ejército aliado pretendiese avan-
zar por ese lado para cambiar la faz de la batalla: la batería
chilena de cañones Krupp que habia enfrente, bajo el mando
del sarjento mayor don Benjamín Montoya, apoyada por el
fuego de algunas compañías de fusileros, hizo retroceder al
enemigo i dispersó por completo su caballería. Producido ese
desconcierto en este punto, introducida la confusión en el
centro de su línea por la dispersión i la fuga de los destaca-
mentos que habían pretendido subir al cerro, los aliados co-
menzaron a retroceder, i acabaron por abandonar el campo a
las cinco de la tarde ^
I. Como se ve por esta rápida reseña, el triunfo de los chilenos en Dolores
fué debido principalmente a la maestría de sus artilleros i al poder de sus
cañones; si bien la valiente Carga a la bayoneta de los batallones de Ataca-
ma i de Coquimbo rechazó un ataque que pudo haber cambiado la suerte
del" combate. Pero los jefes del ejército de la alianza han buscado muchas
razones para escusar una derrota que no entraba en su previsión, la derrota
de once a doce mil hombres por una división de solo cinco o seis mil. Según
unos, los culpables del desastre eran los cuerpos bolivianos que habian he-
cho fuego sobre los destacamentos peruanos rechazados por las bayonetas
chilenas en la subida del cerro. Según otros, la responsabilidad de la derrota
recala sobre el jeneral Buendía i su estado mayor, por no haber empeñado
la batalla por la mañana, como si ia hora hubiera tenido alguna importancia
para que los chilenos manejaran menos bien sus cañones. A juicio del estado
138 OÍTERRA DEL PACÍFICO
La retirada del ejército aliado se hizo al principio con cierto
orden a pesar délos fuegos de caüon que continuaban hacién-
doles los chilenos desde sus baterías, i de la persecución de
algunos cuerpos de infantería desplegados en guerrilla. Pero,
cuando hubo llegado la noche, i sobre todo cuando una nebli-
na espesa, frecuente en aquellos desiertos, donde se le conoce
con el nombre de camanchaca, hubo cubierto la tierra, fué tal
el desconcierto de los fujitivos, que nadie guardó formación,
ni oia, ni obedecía voz alguna de mando. Las tropas, que casi
no habían dormido la noche anterior para llegar al teatro del
combate antes de amanecer, i que en todo ese día solo habían
comido por la mañana algunos bocados, estaban estenuados
de cansancio i de fatiga, desmoralizadas por la derrota, i te-
miendo a cadarato verse acometidas por el enemigo. Si a esas
horas hubiese caído sobre ellas un rejimiento de caballería, o
si siquiera se hubiese hecho sentir el toque de carga, la disper-
sión de ese ejército habría sido completa i definitiva. Aun así,
sin ser eficazmente perseguidos, los aliados abandonaron en
la fuga sus heridos, tanto oficíales como soldados, toda su ar-
mayor, la batalla se perdió no solo por causa de los bolivianos que introdu-
jeron la confusión haciendo fuego sobre los peruanos, sino que por atolon-
dramiento de algunos jefes, se empeñó el combate en la tarde, sin querer
esperar el dia siguiente, como estaba pensado. Lo cierto es que los vencidos
no han querido dar la única esplicacion verdadera de su derrota, esto es, la
mejor calidad i organización del ejército chileno.
En enero de 1880, un'diario de Nueva York, deseando darse cuenta del
resultado de esta ^batalla, quiso aprovechar la residencia accidental del je-
neral Prado, el ex-director de esta guerra, en aquella ciudad; i al efecto se
recojieron de su boca las esplicaciones del caso, que el referido diario reveló
a sus lectores en la forma siguiente: «Los jenerales aliados querían dar una
batalla científica, según los principios de la estratejia, i que correspondiese
a la cultura i civilización del Perú i a la instrucción militar del ejército 4e
su mando. Con este objeto hablan designado el dia siguiente para tomar to-
das las medidas del caso, a ñn de dejar bien puesto el nombre del Perú en
un combate que debia asombrar a la América. Pero los chilenos que son
unos bárbaros ignorantes, incapaces de apreciar lo que vale la táctica mili-
tai*, anticiparon la batalla, i atacaron i destrozaron al ejército peruano sin
darle tiempo a acabar de combinar sus planes estraté jicos». Dejando a un
lado todo lo que hai de burla en esta esplicacion, queda sin embargo en ella
un gran fondo de verdad.
Conviene advertir aquí que los peruanos i boli\ianos llaman a esta batalla
de San Francisco, por el nombre de uno de los cerros en que tuvo lugar.
OPERACIONES MILITARES 139
tillería, sus pertrechos, sus víveres, sus muías de carga i un
numeroso armamento.
En la tarde de ese dia, i cuando los aliados habían empren-
dido ya la retirada, llegó al campamento chileno el jeneral
Escala; i tras de él algunos cuerpos del ejército chileno que
no habiendo alcanzado a entrar en combate, habrían podido
activar la persecución. Pero el jeneral en jefe casi no acertaba
a creer lo que veían sus ojos, i no podía comprender que un
ejército de once a doce mil hombres hubiera sido puesto en
fuga por una división que apenas contaba la mitad de ese nú-
mero.
Por un exceso de prudencia, muí comprensible sin embargo,
para quien conozca los antecedentes, i siendo entrada la no-
che, el jeneral en jefe suspendió la persecución, i contrajo toda
su vijilancia a impedir cualquiera sorpresa. Solo en la mañana
siguiente, cuando salieron del campamento las primeras par-
tidas a recojer noticias del enemigo, se supo por los dispersos
i por los heridos que la derrota de éste habia sido completa.
Esas partidas tomaron mas de cien prisioneros, i entre éstos
un jeneral i un coronel, doce cañones abandonados por los
fujitivos, i un número considerable de armas, de vestuario i
de municiones. En cuatro leguas a la redonda no habia un
solo enemigo en estado de oponer la menor resistencia. El
campo estaba sembrado de mas de quinientos cadáveres de
peruanos i bolivianos. En cambio, el ejército chileno solo ha-
bia tenido 62 muertos i 187 heridos, entre oficiales i soldados.
El dia siguiente de la batalla de Dolores, esto es el 20 de
noviembre, la desorganización del ejército aliado era comple-
ta. La caballería se había dispersado de tal suerte que no se
hallaba un solo soldado de esta arma. La artillería habia aban-
donado sus cañones. Los cuerpos bolivianos, aterrorizados con
la suerte del combate, i víctimas de las acusaciones que les
hacían los peruanos, no quisieron acompañar mas tiempo a
éstos, i marcharon hacia la cordillera para internarse en Boli-
vía. Una parte de las mismas tropas peruanas, desobedecien-
do a sus jefes, tomaron en dispersión los caminos del norte
para llegar a Arica.
140 GUERRA DEL PACÍFICO
En medio de aquel desorden, sin embargo, el jeneral Buen-
dia, o mas propiamente su jefe de estado mayor, el coronel
don BelisarioSuárez, consiguió reunir algunos cuerpos i mar-
char en ciertoórden ala pequeña ciudad de Tarapacá, capital
de la provincia del mismo nombre. El propósito de estos jefes
era reorganizar allí sus fuerzas, i en seguida marchar ordena-
damente a Arica. Antes de ponerse en camino, comunicaron
a las autoiidades de Iquique el desastre que acababan de su-
frir, disponiendo que una división del ejército peruano que
habia quedado en esta ciudad, avanzase a marchas forzadas
a reunirse con ellos en Tarapacá.
Ya habia llegado a Iquique la noticia de la derrota de las
armas aliadas; pero mui pocas personas querian darle crédito.
Parecia imposible que el ejército que algunos dias antes habia
salido tan seguro de la victoria, hubiese sido destrozado por
los chilenos. Toda duda desapareció cuando mas tarde se re-
cibió un mensaje del jeneral Buendía.
El 22 de noviembre se reunió un consejo a que asistieron
los jefes militares i las autoridades de la ciudad. Allí se decidió
abandonarla el mismo día después de inutilizar las armas que
no pudieran llevarse. A las tres de la tarde, salieron los bata-
llones que quedaban en la plaza en número de mas de 1,500
hombres, para marchar a reunirse en Tarapacá con el jeneral
Buendía. El prefecto de la provincia, jeneral López Lavalle,
no se halló con ánimo para correr las aventuras de esa cam-
paña, i buscó en la fragata de S. M. B. Turquoise un asilo que
los marinos ingleses le concedieron cortesmente. La ciudad
quedó guardada por las compañías de voluntarios bomberos,
compuestas en su casi totalidad de estranjeros.
Iquique estaba bloqueado en ese momento por dos buques
de la escuadra chilena. En la misma tarde, los cónsules de los
Estados Unidos, Alemania, Inglaterra e Italia pasaron a bor-
do del Cochrane a comunicar a su comandante que las auto-
ridades civiles i militares de la ciudad la habían abandonado
en manos del cuerpo consular estranjero, i que por tanto, el
jefe chileno podía tomar las medidas que considerase oportu-
nas. En consecuencia, el comandante Latorre impartió inme-
OPJ5RACIONES MILITARES l4l
diatamente aviso a Pisagua, i en la mañana siguiente hizo
desembarcar a uno de sus oficiales con 125 hombres que to-
maron posesión tranquila de la ciudad. Cuarenta i siete mari-
neros de la Esmeralda, salvados del naufrajio de este buque
el 21 de mayo, i retenidos alH como prisioneros de guerra, fue-
ron restituidos a la libertad.
Iquique quedó desde entonces en poder de los chilenos. El
mismo dia 23 de noviembre llegaba de Pisagua el ministro de
la guerra, trayendo por mar una guarnición considerable, i
restablecía la administración pública bajo el amparo de la
bandera victoriosa de Chile. Los nacionales no tuvieron nada
que sufrir con este cambio de dominación, porque se les deja-
ba la libertad de vivir en paz bajo las nuevas autoridades o de
salir de la provincia a donde mejor quisiesen. Los estranjeros,
por su parte, vieron en el nuevo orden de cosas la inaugura-
ción de un réjimen de honradez i de justicia bien diferente al
que constituia el fundamento de la administración peruana.
Hasta ese momento, sin embargo, no se apreciaba debida-
mente en el campamento chileno la importancia* de la victoria
de Dolores; i lo que fué un verdadero error de parte del jene-
ral en jefe, no solo no se habia emprendido la persecución for-
mal i efectiva de los restos dispersos del ejército enemigo, sino
que ni siquiera se habian hecho los reconocimientos conve-
nientes acerca del rumbo que llevaban los fujitivos.
Este error, que solo puede esplicarse por un exceso de pru-
dencia,, por el temor de esponer a las divisiones chilenas al
peligro de una sorpresa, permitió al jeneral peruano reorga-
nizar alguna parte de sus fuerzas i llegar por fin al pueblo de
Tarapacá en la mañana del 22 de noviembre. Las fatigas i
sufrimientos de esa marcha de dos dias exceden a toda des-
cripción. El cansancio, el insomnio, el hambre, el calor, habian
quebrantado de tal suerte el ánimo del soldado, que sin la
enerjía del coronel Suárez, jefe de estado mayor peruano, el
aniquilamiento de esas tropas habria sido completo. En Ta-
rapacá hallaron descanso i víveres, i allí debían esperar que
se les reuniese la división que había quedado en Iquique, parg.
continuar en seguida la retirada al norte.
142 GUERRA DEL PACÍFICO
La primera fuerza que salió del campamento chileno, fué
un cuerpo de 400 soldados de caballería bajo el marido del
coronel Sotomayor. Su encargo no era perseguir a los fujiti-
vos, sino marchar al sur a tomar posesión de todas las locali-
dades que hai al norte i a las inmediaciones de Iquique. El
coronel Sotomayor puso en el desempeño de esta comisión
toda la actividad i la enerjía que había desplegado desde el
principio de la campaña. Recorrió en cuatro dias toda aquella
rejion, estableciendo en diversos puntos las autoridades chile-
nas, capturando las armas i municiones del enemigo, i persi-
guiendo las últimas partidas que allí quedaban del ejército
peruano. A una de éstas quitó todo el archivo del estado ma-
yor peruano que habia sido sacado de Iquique para trasladar-
lo a Tarapacá. Por los prisioneros tomados al enemigo en esta
campaña, conoció el plan de retirada de los jefes peruanos^ i
el número de jente que reunían con este objeto. Inmediata-
mente dio el aviso de todo a las autoridades chilenas de Iqui-
que i al campamento del jeneral en jefe; pero sus comunica-
ciones no pudieron llegar con oportunidad para disponer las
operaciones subsiguientes de la guerra.
Mientras tanto, el 24 de noviembre había salido del campa-
mento chileno de Dolores, bajo las órdenes del teniente coro-
nel don José Francisco Vergara, un cuerpo de unos 400 espío -
radores. Se había adelantado hacía el pueblo de Tarapacá, i
recojió de los dispersos la noticia de que los enemigos refujia-
dos allí no pasaban de 1,500 a 2,000 hombres, i que éstos se
hallaban mas o menos desmoralizados. El comandante Ver-
gara detuvo su marcha para comunicar esta noticia al cam-
pamento i para recibir refuerzos. El jeneral en jefe hizo salir
el día 25 un cuerpo de i,8do hombres a las órdenes del coronel
don Luis Arteaga, que debía ponerse a la cabeza de toda la
división. Las'fuerzas de ésta, formaron un total de 2,285 hom-
bres de las tres armas con ocho piezas de artillería.
Pero el enemigo no se hallaba ya en situación de ser sor-
prendido impunemente por una fuerza como la que marchaba
a buscarlo. A las tropas que habían llegado allí en formación
junto con los jefes, se había reunido mas de un millar de dis-
OPERACIONES MILITARES - 143
persos que iban a buscar un asilo contra el hambre i la sed de
los áridos salitrales del desierto. Todos ellos preferian los ries-
gos de una retirada en masa a las fatigas i a la muerte por es-
tenuacion en aquellas inhospitalarias soledades, e iban a agre-
garse a sus batallones, movidos por el instinto de la propia
conservación.
' El dia 26 de noviembre se reunió también allí la otra divi-
sión que venia int>acta de Iquique, sin haberse batido una sola
vez, i sin haber sufrido mas quebrantos que el cansancio de
la marcha. El jeneral Buendía llegó a contar en Tarapacá mas
de cinco mil hombres. En ese pueblo hablan hallado agua en
abundancia, una regular provisión de víveres i el descanso
necesario contra las fatigas de las jornadas anteriores. Los
jefes peruanos sabían bien que con esas fuerzas no podían re-
comenzar la campaña contra el ejército chileno, i solo pensa-
ban en continuar su retirada hacía el norte para reunirse con
las tropas que quedaban en Tacna i Arica. Tan lejos estaban
de pensar que serian perseguidos, que el mismo dia 26 mandó
el jeneral Buendía que marchasen adelante dos destacamen-
tos con unos 1,400 hombres, i él se quedó en Tarapacá con
otros 3,600 que necesitaban todavía de una noche mas de des-
canso. Allí durmieron como en los días de mas perfecta paz,
sin siquiera colocar centinelas avanzadas en los alrededores, i
sin sospechar que el enemigo se hallaba en las inmediaciones.
Tarapacá es un villorio de 1,200 almas, situado a orillas de
un riachuelo que corre en el fondo de un estrecho valle que
desciende de las serranías de la cordillera hacía las llanuras
salitrosas del desierto. Ese valle, encerrado de uno i otro lado
por dos cordones de cerros, mide solo un quilómetro de ancho,
i forma una especie de oasis en el desierto, porque hai allí ve-
jet ación i cultivo. Este era el teatro en que se iba a desenvol-
ver uno de los mas sangrientos episodios de la guerra que
contamos.
La división chilena, después de caminar todo el dia por los
ásperos salitrales del desierto, se reunió a la avanzada que
maaidaba el comandante Vergara a las once de la noche, i tres
leguas antes de llegar a Tarapacá. Allí se dio un corto desean-
144 QUKERA DEL PACIFICO
SO a los soldados, mientras los jefes disponían el plan de ata-
que para sorprender al enemigo. Las tropas se dividirían en
tres columnas de fuerzas diferentes, según la importancia de
las operaciones encomendadas a cada una de ellas. Así, mien-
tras la mas numerosa, bajo las órdenes del comandante don
Eleuterio Ramírez atacaría de frente por el fondo del valle,
las otras dos ocuparían las alturas de los lados para encerrar
al enemigo i obligarlo a rendirse o a dispersarse. Esas colum-
nas debían ponerse en camino a las tres de la mañana, para
romper sus fuegos a la primera luz del día siguiente 27 de no-
viembre.
La primera columna de la división chilena, compuesta de
solo 400 hombres, bajo las órdenes del comandante don Ri-
cardo Santa Cruz, se estravió en su marcha por causa de la
espesa neblina que se levanta cada noche en aquellos lugares.
Llegó a los bordes de la barranca que cierra por el norte el
valle de Tarapacá, no antes de amanecer, como estaba pre-
visto, sino a las ocho de la mañana. Llevaba la orden de cru-
zar el valle i de ganar en seguida las alturas que lo encierran
por el lado del sur. Pero a esa hora, este movimiento ofrecía
las mayores díñcultades, porque el enemigo, aunque no espe-
raba el ataque, estaba en pié i había de empeñar un combate
cuyo éxito no debía ser dudoso, vista su inmensa superioridad
numérica sobre esa pequeña columna. La prudencia aconse-
jaba no bajar a la quebrada; i en efecto, sí cambiando de plan,
hubiera esperado en la altura al resto de la división chilena,
ésta, servida por sus cañones, habría podido desbaratar i dis-
persar desde allí las fuerzas peruanas que ocupaban el valle.
Pero pudo mas el principio de obediencia militar, apoyado
también por 1 a confianza que daban al soldado sus triunfos
anteriores; i la columna continuó su marcha por los estrechos
senderos de la barranca.
En esos instantes, los cuerpos peruanos comían descuida-
dos las provisiones que se acababan de distribuírseles para
continuar la retirada. A la vista de los chilenos que comenza-
ban a asomarse por las laderas del norte, los tambores tocaron
jenerala i todo el mundo corrió a formarse en sus cuerpos res-
OPERACIONES Mí LIT ARES Í45
pectivos. Bajo el impulso de los jefes i oficiales, los soldados
se precipitaron a su vez a las alturas por diversos senderos, i
^n poco rato colocaron a la columna chilena en la situación
desventajosa en que ellos se hallaban poco antes. Esa colum-
na, sin embargo, contestó los fuegos que por todas partes se
le hacian, i aunque sufriendo grandes pérdidas, sostuvo cuan-
to pudo el combate, dando tiempo a que entrasen en él las
otras dos columnas. Fué inútil que éstas tratasen de ejecutar
el plan convenido. La batalla se habia empeñado en circuns-
tancias en que era imposible llevarlo a cabo, i fué necesario
aceptar la lucha en esas condiciones.
Imposible es describir en sus pormenores las peripecias de
aquel rudísimo combate. Las relaciones de los actores solo
consignan los rasgos principales, o dan detalles aislados que
no bastan para encadenar todos los incidentes. Se peleaba en
la altura i en el valle, i se peleaba con un encarnizamiento sin
igual, cuerpo a cuerpo muchas veces, cambiando constante-
mente de frente, según las necesidades de la defensa, i por
destacamentos aislados.
En esos movimientos rápidos i repentinos, los chilenos se
vieron forzados a abandonar algunos de sus cañones, que por
lo demás no eran de ninguna utilidad en un combate empe-
ñado en estas condiciones. vSus tropas, agobiadas por el can-
sancio i por el insomnio, devoradas por una sed rabiosa, pare-
cian próximas a desfallecer ante él número doble de sus ene-
migos, i de enemigos repuestos de sus fatigas por uno o mas
dias de descanso, i libres de los tormentos del hambre i de la
•
sed. Pero el vigor físico i moral del soldado chileno, su orgullo
de vencedor en los combates anteriores, i la obediencia a los
jefes i oficiales, se sobrepusieron a todo. Esos hombres de fie-
rro, avezados a los mas duros trabajos de la industria, hasta
el dia que la patria reclamó el ausilio de sus brazos, resistían
con un heroísmo impetuoso que ni aun en un trance tan des-
favorable desesperaba de alcanzar la victoria. Los chilenos,
oficiales i soldados, cubrían el campo con sus cadáveres, pero
vendían caras sus vidas, i a cada rato abrían con el riñe i con
la bayoneta anchas brechas en las filas, enemigas.
TOMO XVI. — 10
146 GUEREA DEL PACÍFICO
A la una del dia, cuando su situación parecia mas desespe-
rada, la suerte de la batalla vino a cambiarse en su favor. La
división chilena tenia un cuerpo de caballería de 115 grana-
deros que por causa de las .condiciones del terreno no hablan
podido entrar en combate en las laderas del valle. A esa hora
hablan bajado a la llanura; i a la voz del sarjento mayor don
Jorje Wood, ayudante del jefe de la división, ese cuerpo de
jinetes se formó en batalla, reuniendo a su lado a los soldados
a quienes la confusión de la pelea habia separado de sus com-
pañeros. La caballería iba a hacer un último esfuerzo; i en
efecto, lanzada a galope sobre los pelotones enemigos, los
acometió, sable en mano, con ese vigor irresistible que ha he-
cho famosos en la guerra a los caballos i a los jinetes chilenos.
Aquella, mas que un combate, fué una carnicería espantosa.
Recobrados con este apoyo, los infantes estrechan de nuevo
sus filas, i cargan otra vez con un enemigo que comenzaba a
ceder. Poco mas de una hora de esta lucha bastó para que los
peruanos principiaran a batirse en retirada, abandonando el
campo a sus audaces vencedores. Los chilenos, aunque casi
quintados en la refriega, i estenuados de fatiga, pudieron can-
tar victoria. En el momento se diseminaron, por el valle para
beber en las aguas del riachuelo, para recojer a los heridos,
para tenderse a descansar a la sombra de los árboles o en las
chozas i enramadas que habia en el campo vecino.
Ese habría sido el momento de disponer una prudente i
segura retirada; i éste fué, según parece, el pensamiento de
los jefes. Pero la tropa no se sentía con fuerzas para contra-
marchar por los abrasadores salitrales del desierto, i no habría
habido peligro que la decidiese a privarse de algunos momen*
tos de descanso. Los caballos mismos necesitaban refrescarse;
i fué necesario dejarlos beber en las aguas del rio. A. las cuatro
de la tarde, solo unos 400 hombres habían ganado la altura:
el resto de la esquilmada división se hallaba todavía en el va-
lle, diseminado i sin la idea del menor peligro. Solo algunos
pelotones mantenían el fuego contra las partidas enemigas
que habían tardado mas en retirarse.
A esa hora cabalmente llegaba a éstas un refuerzo poderoso^
OPEEACIOIÍES MILITARES 147
Los dos destacamentos peruanos que en número de 1,400
hombres habían emprendido el dia anterior su marcha hacia
el norte, se hallaban en la mañana del dia de la batalla a dos
'leguas de Tarapacá. Al saber la primera aparición de los chi-
lenos en las alturas que dominan aquel pueblo, el jeneral
Buendía habia enviado la orden de hacer volver esas tropas;
ellas llegaban a las cuatro de la tarde a renovar el combate
contra los restos destrozados i estenuados de la división chile-
na, que después de cinco horas de la mas dura pelea hablan
quedado dueños del campo.
La faz del combate iba a cambiar. La aparición de estos
auxiliares que venian de refresco, renovó el aliento de los dis-
persos peruanos; i antes de mucho hablan entrado en batalla
cerca de cuatro mil hombres. Los chilenos que ocupaban el
valle resistieron todavía al empuje de esas fuerzas. Apodera-
dos de algunas casas i chozas, abrieron troneras en las pare-
des, i por ellas vomitaban verdaderas lluvias de fuego nutrido.
Los enemigos no hallaban otro medio de vencer esa tenaz re-
sistencia, que prender fuego a los techos de paja de esos edi-
ficios; i el incendio vino a hacer lo que no hablan podido eje-
cutar los hombres. En otros puntos del valle, la lucha se sos-
tenia cuerpo a cuerpo, uno contra tres, i solo los que podian
abrirse camino llegaban replegándose a las alturas. En el en-
carnizamiento de la lucha, los peruanos no querían hacer
prisioneros, que, por otra parte, los habrían embarazado en
la marcha que proyectaban, i mataban sin piedad a todos los
dispersos que velan a su paso i aun a los heridos que yacian
tirados en el campo. Las crueldades de esta última hora son
indescriptibles, i apenas salvaron de ellas unos pocos heridos
que fueron dejados por muertos, i unos cincuenta prisioneros
salvados por la humanidad de uno o dos jefeí.
Las descargas de fusilería eran mas débiles a cada rato, i a
las seis de la tarde se suspendió del todo el fuego. Los solda-
dos peruanos, en número de cerca de 4,000 hombres no se
atrevieron a moverse de su campamento, mientras los restos
de la división chilena, es decir 1,400 hombres estenuados de
hambre i de fatiga, se retiraban en orden, sin ser molestados
148 GUEBEA DEL PACIFICO
i llevándose algunos de sus cañones i todos los prisioneros que
habian quitado al enemigo.
¿De quién era la victoria en esta sangrienta jornada? Hé
aquí una pregunta que es mui difícil contestar, porque las
dos partes se han proclamado vencedores ^ Para resolver
esta cuestión conviene examinar las pérdidas respectivas i
las consecuencias finales del combate.
La división chilena había entrado a la pelea con 2,285 hom-
bres; i se retiraba dejando muertos en el campo tres jefes de
batallón, el mas célebre de los cuales era el comandante don
Eleuterio Ramírez, 18 oficiales i 525 soldados. Sus heridos
eran 21 oficiales i 191 soldados. Dejaban también algunos de
sus cañones i 56 prisioneros, de los cuales uno solo era oficial
En cambio, se retiraban llevando un número un poco inferior
de prisioneros, i entre éstos ocho oficiales.
En los despachos oficiales del estado mayor peruano no se
dice con fijeza el número de sus soldados que entraron en
combate. En el cuadro de las pérdidas de esa jornada, el je-
neral Buendía habla de 236 muertos, entre ellos 29 jefes i
oficiales, i de 261 heridos, i cuenta como dispersos a los ofi-
ciales i soldados que cayeron prisioneros en poder de los chi-
lenos. Hai en todo esto la misma exajeracion que siempre se
halla en los documentos peruanos; i no es difícil demostrar
que en las listas de los heridos peruanos faltan algunos oficia-
les que al día siguiente fueron recojidos por el ejército chileno.
Se sabe sí de positivo que el ejército de Buendía que se batió
en Tarapacá, incluyendo los cuerpos que en la tarde entraron
de refresco, pasaba de cinco mil hombres, i que el día siguien-
te el campo i sus alrededores estaban sembrados de mas de
ochocientos peruanos muertos o heridos de tal gravedad que
no habian podido seguir la retirada.
2. El gobierno del Perú hizo anunciar en Europa i Estados Unidos que
el combate de Tarapacá era una victoria espléndida i decisiva de sus armas ,
añadiendo que era la batalla mas estratéjica que se haya dado en la América
del Sur. La sumaria relación que dejamos hecha revelará cuánta exajeracion
hai en estas apreciaciones i cuan lejos estuvo de haber una regular estratejia
en este combate.
OPERACIONES MILITARES 149
Pero si aquel combate fué una victoria para las armas pe-
ruanas, como lo dijeron sus documentos oficiales i su prensa,
fué la victoria mas desastrosa i mas ineficaz que recuerden
los fastos de la historia. Es verdad que los peruanos habian
quedado dueños del campo, pero no solo no pudieron perse-
guir a los restos de la división chilena, sino que ni siquiera les
fué posible conservar sus posiciones.
En efecto, a las once de esa misma noche, i tan pronto
como la tropa hubo tomado algún descanso, el jeneral dictó
las medidas del caso para emprender la retirada. No pudien-
do llevarse los cañones que los chilenos habian abandonado,
los ocultaron cuidadosamente debajo de tierra para que no
volvieran a caer en manos de sus primeros dueños. Fueron
también abandonados algunos cajones de municiones i de
víveres que era difícil o penoso trasportar, así como una gran
cantidad de armas de los soldados muertos en el combate.
Nadie pensó en sepultar los cadáveres de los amigos i mucho
menos de los enemigos, que estaban tirados en todo el valle i
que embarazaban algunas de las calles del pueblo, o las casas
i chozas de las inmediaciones ^. Pero lo que mejor esplica las
circunstancias bajo las cuales se emprendía esta retirada,
fué el abandono de todos los heridos que no podían marchar
por sí mismos i entre los cuales habian unos i6 oficiales i cer-
ca de 200 soldados peruanos. Algunos de esos oficiales eran
de un rango elevado (uno de ellos era el coronel don Miguel
Ríos, jefe de la división que había llegado de Iquique el día
anterior), i gozaban de gran consideración en el ejército. Este
abandono era tanto mas cruel cuanto que nadie podia supo-
ner cuánto tiempo pasaría antes de que esos infelices fueran
socorridos. En Tarapacá no quedaban ni médicos, ni botiqui-
nes, ni nada de lo que podían necesitar los pobres heridos que
sus compatriotas abandonaban tan inhumanamente, por la
3. Los oficiales peruanos buscaron con el mayor empeño en las mochilas
de los soldados chilenos las cartas jeográficas que éstos llevaban para guiar-
se en sus marchas. Esas cartas les fueron de grande utilidad en la retirada
que emprendieron.
150 GUERRA DEL PACÍFICO
necesidad urjentísima de retirarse de ese lugar i de evitar un
nuevo combate.
Preciso es advertir que esta estraordinaria actividad que
los peruanos ponian en continuar su retirada era perfecta-
mente justificada. En la tarde del mismo dia 27 de noviembre
llegó al campamento chileno de Dolores un aviso remitido
del campo de batalla. Decíase allí que la división del coronel
Arteaga habia empeñado combate contra un ejército mas de
dos veces superior. Por ausencia accidental del jeneral en jefe,
mandaba allí el jeneral don Manuel Baquedano; i éste con
una prontitud admirable, se ponía en marcha en la misma
tarde a la cabeza de una división de mas de cinco mil infantes
i de tres baterías de artillería. En el camino debían juntársele
unos quinientos jinetes. Con esa división marcharon también
algunos cirujanos i todo el material necesario para los hospi-
tales. Se comprenderá fácilmente la suerte que habría cabido
a los restos del ejército peruano si hubiesen quedado algunas
horas mas en Tarapacá.
Pero el jeneral Baquedano no necesitó llegar a esa ciudad.
En las altas horas de la noche supo lo que habia ocurrido en
el combate, i sus esploradores le comunicaron en breve que
el enemigo habia abandonado el campo de batalla, i que debía
hallarse a muchas leguas de distancia, lo cual hacia imposible
su persecución por aquel lado. Limitóse en consecuencia, a
hacer avanzar algunas fuerzas hasta Tarapacá i a enviar dos
cirujanos i todo el material de ambulancias para atender a
los heridos.
Tarapacá ofrecía en esos momentos el cuadro de la desola-
ción mas espantosa. El pueblo se hallaba casi desierto porque
sus habitantes lo habían abandonado el dia del combate. Los
heridos estaban confundidos con los muertos, i algunos de
ellos habían perdido tanta sangre que fué imposible salvar-
los. Los cirujanos del ejército chileno hicieron todo lo que era
humanamente posible para curar a los amigos i a los enemi-
gos. La ambulancia hizo trasportar a aquellos heridos de me-
nos gravedad, i estableció en el mismo pueblo un hospital
para curar a los que no era posible mover. Sin ese pronto
OPERACIONES MILITARES 151
ausilio, muchos de aquellos infelices habrian perecido en el
mayor desamparo. Así se salvaron las vidas de algunos ofi-
ciales que los chilenos habian creido muertos, cuando vieron
que faltaban en las filas después del combate.
Las tropas se ocuparon igualmente en sepultar los cadáve-
res que yacian tirados en el campo i en las calles del pueblo.
Del mismo modo, se recojió un numeroso armamento, com-
puesto de mas de quinientos fusiles, algunas municiones i
otros objetos abandonados por los dos combatientes. Por úl-
timo, se descubrieron los lugares donde habian sido enterra-
dos los cañones, i se colocaron sobre las cureñas que estaban
tiradas en el campo.
La retirada de los restos del ejército peruano desde Tara-
pacá hasta Arica forma uno de los cuadros mas terribles i
conmovedores de toda esta campaña. Los fujitivos seguian
su marcha por las faldas de la cordillera para evitar todo en-
cuentre con las tropas chilenas que eran dueñas de las llanu-
ras, i tehian que andar sin descanso por laderas asperísimas,
sin abrigo contra los rayos de un sol abrasador durante el día,
i de un frió intenso durante las noches. Allí no habia ni árbo-
les ni verdura, ni mas camino que estrechas laderas, con fre-
cuencia bordeadas por despeñaderos horribles. Era preciso
andar jornadas enteras sin encontrar agua; i a veces cuando
se hallaba, era de mala calidad. En el camino se hallaban al-
gunos villorrios ríiiserables, poblados en mejores días por dos
o mas centenares de habitantes, casi desiertos ahora, i ade-
mas saqueados por los dispersos peruanos fujitivos de la ba-
talla de Dolores, que pocos dias antes habian pasado por allí
llevándose -los víveres i cuanto encontraban. Muchos solda-
dos murieron de estenuacion i de sed: otros se suicidaron con
sus propias armas para evitarse una muerte mas cruel. La
disciplina habría desaparecido completamente sin la enerjía
desplegada por algunos de los jefes; i aun así el soldado que
se apoderaba del caballo de un oficial, lo retenia para su uso,
amenos que el dueño lo defendiese con su revólver en la mano.
Se comprenderán mejor estas penalidades inauditas cuan-
do se recuerde que la marcha duró veinte dias, i que sin em-
152 GUERRA DEL PACÍFICO
bargo la distancia jeográfica que media entre Tarapacá i Ari-
ca, que era el término del viaje, no pasa de cuarenta leguas.
Pero a los inconvenientes que oponian la aspereza i las difi-
cultades del camino, el cansancio de la tropa, la carencia de
bestias de carga, i el mal estado de las pocas con que contaban
los fujitivos, hai que agregar otra no menos grave. Los restos
de la división peruana creian verse acometidos cada dia por
las avanzadas chilenas, sobre todo desde que se apartaron
de la falda de la montaña para dirijiíse a Arica. Para evitar
esos ataques, casi siempre imajinados por el miedo, era pre-
ciso retroceder, hacer un desvío i en definitiva, prolongar la
marcha con todas sus angustias i sus sufrimientos. Si los pe-
queños destacamentos de caballería chilena que entonces
estaban cerca del rio Camarones, hubieran conocido esa si-
tuación, habrían pedido algún refuerzo a Pisagua i habrían
dispersado casi sin combatir los últimos restos del ejército
peruano de Tarapacá.
Aquella sangrienta jornada pone término a la primera
campaña del ejército chileno en el territorio del Perú. Desde
entonces, toda la importante provincia de este nombre quedó
sometida al ejército de Chile, i bajo la jurisdicción de esta
república. Un mes escaso de campaña activa había bastado
para conseguir este resultado. Los puertos fueron abiertos al
comercio, i la industria, colocada bajo el amparo de iHia ad-
ministración mejor, comenzó a tomar un nuevo i mas vigo-
roso desenvolvimiento.
s^-^
CAPITULO IX
Caida de los presidentes del Perú i de Bolivia, diciembre de 1879
El presidente del Perú cede al de Bolivia el mando del ejército aliado para
que marche a atacar a los chilenos. — Sale a campaña el jeneral Daza. —
Retirada de Camarones, — Al saber las victorias de los chilenos el presi-
dente Prado abandona a Arica i se marcha a Lima. — La escuadra chile-
na establece el bloqueo de Arica i recorre toda la costa del Perú. — Des-
contento en Lima. — Don Nicolás de Piérola se niega a aceptar un minis-
terio.— Ajitacion política en Lima. — Fuga del presidente Prado. — Sus
causas. — Revolución en Lima i en el Callao. — Piérola asume la dic-
tadura.— Trabajos del contra-almirante Montero en Arica. — Desconten-
to de peruanos i bolivianos contra el jeneral Daza. — Propone éste un
nuevo plan de campaña que le permitida volver a Bolivia. — Deposición
de Daza por sus tropas i por el pueblo de La Paz.
La pérdida de la provincia de Tarapacá después de la de-
sastrosa campaña que acabamos de referir, fué causa de las
mas graves perturbaciones en el Perú i en Bolivia. Esas per-
turbaciones produjeron cambios trascendentales en el gobier-
no de los dos paises, sin llevar en realidad a la lucha nuevos
continjentes de poder para la resistencia.
Hemos contado que el mismo dia que el telégrafo comunicó
a Arica el desembarco de los chilenos en Pisaguá, los presi-
dentes del Perú i de Bolivia se preocuparon del plan de cam-
154 GUERRA DEL PACÍFICO
paña que con venia adoptar, i que este plan se redujo a atacar
a los invasores por el norte i por el sur, para destruirlos con
dos ejércitos que debian obrar en combinación. Según las es-
tipulaciones que existian entre los dos gobiernos aliados, en
caso de encontrarse en campaña los dos presidentes, el jeneral
en jefe seria aquel en cuyo territorio se combatía. Así, pues,
en esos momentos correspondía al jeneral Prado, presidente
del Perú, el mando supremo de los ejércitos de la alianza.
Pero, a la hora de salir a campaña, ese jeneral, que siempre
habia anunciado en sus proclamas la fiíme resolución de ha-
llarse siempre al lado de sus soldados i en el puesto de mayor
peligro, declinó este honor, manifestando que el estado de su
salud i las graves ocupaciones que lo rodeaban, no le permi-
tían dejar a Arica. El jeneral Daza, presidente de Bolivia,
asumió entonces el cargo de jeneral en jefe de todo el ejército
aliado.
Se sabe que las tropas peruanas i bolivianas que se halla-
ban en Iquique i sus inmediaciones subian a cerca de catorce
mil hombres, i que ellas emprendieron resueltamente la cam-
paña contra los chilenos. En el norte, es decir en Tacna i en
Arica, los aliados tenian mucho menos tropas. Adefnas, el
presidente Prado sosteniendo que necesitaba jente para de-
fender a Aiica de cualquier ataque por mai, dejó en esta pla-
za todas las fuerzas peruanas que formaban un efectivo de
cerca de cuatro mil hombres. El jeneral Daza, por su parte,
sacó de su campamento de Tacna todas las tropas bolivianas
que estaban en situación de emprender la marcha, i que mon-
taban a poco mas de 2,500 hombres. En Arica se les dio algún
dinero, que no habia de servirles de nada en la travesía del
despoblado, pero se les suministraron pocos víveres i pocos
elementos de trasporte, que habrían sido necesarios para la
campaña. Sin embargo, en la mañana del 11 de noviembre
rompieron la marcha llenos de entusiasmo i de fé en el resul-
tado de la guerra. Daza les habia prometido la victoria en
cien proclamas en que los chilenos eran llamados miserables,
ladrones i piratas cobardes.
La sed, el calor, la falta de medios de movilidad, hicieron
OPERACIONES MILITARES 155
SU efecto en aquellas tropas, de suerte que el i6 de noviembre
se hallaban solo un poco al sur del rio Camarones. El jeneraj
Daza, después de consultar a sus consejeros mas íntimos, no
quena pasar adelante. Tenia poca confianza en el resultado
de la campaña que iba a mandar en jefe, i estaba persuadido
de que un desastre cualquiera habia de ser funesto a su poder.
Desde tiempo atrás vivia preocupado por los temores de re-
vueltas i de trastornos que amenazaban la estabilidad de su
gobierno. Presumía que volviendo derrotado a Tacna, esta-
llarla en Bolivia i quizá en su propio campamento, una revo-
lución que habia de costarle la pérdida de la presidencia de
la república. Para él, entre la conservación del mando supre-
mo de su pais i la ruina de la alianza, no habia lugar a vacila-
ción; i por eso, mas que en la guerra que él mismo habia pro-
vocado, pensaba en mantenerse en el gobierno.
Durante la marcha, no habia cesado de telegrafiar al pre-
sidente del Perú para manifestarle las dificultades que en-
contraba en el camino, i la dificultad en que su división se
hallaba para seguir avanzando. El presidente Prado, seguro
del poder de sus tropas, i no queriendo que los bolivianos se
llevasen la gloria del triunfo que, según creia firmemente,
debia alcanzar el ejército peruano del sur, bajo el mando del
jeneral Buendía, previno a Daza que de acuerdo con una jun-
ta de guerra, habia resuelto que aquel jeneral atacase a los
chilenos sin esperar las tropas bolivianas que iban del norte,
i que por tanto seria inútil i hasta peligroso que éstas siguie-
ran avanzando. El presidente Daza dio conocimiento de este
despacho a los jefes de su ejército, i en la tarde del i6 de no-
viembre impartió a sus tropas la orden de contramarchar.
Por un momento, se dejaron sentir en los batallones boh-
vianos los síntomas del mas vivo descontento. Se habló de
deponer i hasta de fusilar a Daza, a quien acusaban de cobar-
día; pero con la intervención de algunos de los jefes, los áni-
mos se tranquilizaron, i el ejército emprendió la retirada hacia
Arica. Solo quedaron al sur del rio Camarones algunos cuer-
pos lijeros que avanzaron hasta inquietar a los chilenos cuan-
do, como hemos dicho atrás, tomaban sus posiciones. El pre-
156 GUERRA DEL PACIFICO
sidente Daza, que habia quedado en aquellas inmediaciones,
alcanzó a oir el cañoneo de la batalla del 19 de noviembre, i
se replegó precipitadamente a Arica cuando supo por los pri-
meros dispersos que los chilenos estaban vencedores.
La noticia de la victoria de las armas chilenas produjo en
Arica la impresión que es fácil suponer. El presidente del Perú
hacia mil conjeturas para esplicarse la causa del desastre de
su ejército, i acojia todas las escusas que le daban los prime-
ros dispersos de la batalla que llegaban hasta Arica. Los chi-
lenos, le decian unos, tenian doble número de tropas el dia
del combate. Los bolivianos, decian otros, hicieron fuego so-
bre los peruanos. La batalla debió empeñarse en la mañana,
a juicio de éstos: o el dia siguiente, según la opinión de los
otros. El presidente Prado lo aceptaba todo; pero se inclinaba
mas a atribuir toda la responsabilidad de la derrota a la im-
pericia del jeneral Buendía i de su estado mayor, esto es de
los mismos hombres a quienes él habia confiado la dirección
de la campaña, i a la retirada de las tropas bolivianas desde
Camarones, que él mismo habia autorizado i aconsejado.
La turbación de su espíritu producida por este desastre,
no le permitia tomar ninguna resolución; i para mayor des-
gracia suya, los consejeros que lo rodeaban no discurrieron
nada que revelase cordura ni conocimiento cabal de la situa-
ción. Así fué que las únicas medidas que adoptó fueron o in-
conducentes o erróneas. Mandó que el jeneral Buendía i su
estado mayor fuesen sometidos a juicio. En seguida, entregó
el mando de las tropas que le quedaban, al contra-almirante
don Lizardo Montero, hombre inquieto i turbulento que ha-
bia tomado parte en veinte revoluciones en que nunca habia
demostrado las dotes necesarias para el mando. Después de
esto, el presidente del Perú se embarcó el 26 de noviembre
en uno de los vapores de la compañía inglesa que recorren las
costas del Pacífico, i se dirijió al Callao para reasumir el go-
bierno de la república, que habia dejado siete meses antes en
manos del vice-presidente.
Creíase entonces que el jeneral Prado iba a reunir nuevos
ejércitos en la capital del Perú, i que luego llegarían a Arica
OPERACIONES MILITARES 157
Humerosos continj entes de tropas para organizar una vigo-
rosa resistencia, capaz no solo de defender esta plaza sino de
reconquistar la provincia de Tarapacá. Estas esperanzas no
fueron, sin embargo, de larga duración. Dos dias después de
la partida del presidente Prado, el 28 de noviembre, tres bu-
ques chilenos establecian el bloqueo de Arica, i otras naves
recorrian la costa hasta Moliendo para impedir que llegase a
los peruanos todo socorro que pudiera enviárseles por mar.
Al mismo tiempo, algunos destacamentos chilenos desembar-
caban en diversos puntos de esa costa para destruir los telé-
grafos e incomunicar asi al ejército de Arica con el gobierno
de Lima.
No se limitó a esto solo la acción de la escuadra chilena.
Mientras algunas de sus naves iban a cruzar enfrente del Ca-
llao i de los puertos del norte del Perú para perseguir a los
trasportes enemigos, otra destruia los elementos de carguío
de guano en las islas de Lobgs, en las de Chincha i en la bahía
Independencia, i apresaba una valiosa lancha-torpedo salida
de Panamá para los peruanos. La situación del Perú comen-
zaba a ser verdaderamente crítica.
En Lima, entre tanto, no se desconocían los embarazos de
esta situación, si bien se abrigaba todavía una confianza cie-
ga en los recursos i en el poder del Perú. La pérdida de la pro-
vincia de Tarapacá había producido la mas ardiente irrita-
ción. Acusábase al presidente de la república i a sus jenerales
de ser los autores de todos los males que caían sobre la nación.
Se les maldecía poco menos que como a traidores; i a favor
de las desgracias de la patria, comenzaron a ajitarse los an-
tiguos partidos políticos movidos por algunos ambiciosos que
querían escalar el poder aun en aquellas circunstancias. Sin
embargo, el presidente Prado fué recibido en Lima con frial-
dad, pero sin desacato; e inició en seguida los trabajos de
reorganización militar.
Su primer pensamiento fué aunar todas las voluntades para
continuar la guerra sin estorbos. Para esto, no bastaba el
aconsejar la confraternidad de todos los peruanos para re-
chazar al enemigo común, sino que era preciso atraerse a los
158 GUERRA DEL PACÍFICO
hombres que pasaban por los mas ardientes enemigos del go-
bierno.
En este número se hallaba el doctor don Nicolás de Piérola,
antiguo ministro de hacienda a quien el congreso peruano
habia mandado encausar en 1872 como malversador de los
caudales del estado. Desde entonces se habia hecho conspi-
rador franco i resuelto, i durante las administraciones de don
Manuel Pardo i del jeneral Prado habia dirijido diversas re-
voluciones que no lograron trastornar el gobierno establecido.
Se juzgará el terror que causaban sus maquinaciones recor-
dando el hecho siguiente. En 1878, cuando fué asesinado en
Lima el ex-presidente Pardo, Piérola se hallaba en Europa,
i no era posible suponer que él fuese el preparador de este
crimen. Sin embargo, se creyó que el complot habia sido fra-
guado en su casa, i su esposa fué reducida a prisión. Después
de esto, Piérola habia residido en Chile; i cuando estalló la
guerra con el Perú, condenaba la conducta del gobierno de
este pais por convicción honrada, según sus amigos, por un
obsecado espíritu de partido a juicio de sus adversarios. Sea
lo que se quiera, desde que su patria estuvo empeñada en la
guerra, i desde que ésta no se presentaba bajo un aspecto
favorable, se trasladó a Lima, para prestar a su manera el
continjente de su voluntad a la causa de la defensa nacional.
Su fama de conspirador audaz lo revestia del prestijio de
hombre de carácter de acero, i las turbas creian que solo él
podia salvar al Perú en su infortunio. Agregúese a esto que
en Lima habia tomado el mando de un batallón de la guardia
nacional con el titulo de coronel.
Para congraciarse con la opúnion popular, el presidente
Prado olvidó los antiguos odios de partido, i ofreció a Piérola
un puesto en su ministerio. Piérola se negó abiertamente a
aceptar este cargo, declarando que la salvación de la patria
no podia llevarse a cabo sin un cambio mucho mas radical en
el gobierno.
Al mismo tiempo, la prensa de Lima tomaba un tono de
censura verdaderamente amenazador. Se acusaba al gobierno
de ser la causa de todos los desastres del Perú. En una reu-
OPERACIONES MILITARES 159
nion de personajes notables de la capital, que tuvo lugar en
la noche del i6 de diciembre, a que asistieron un obispo i al-
gunos miembros de los tribunales, de justicia, i en que se pidió
el enjuiciamiento de los jenerales del ejército de Tarapacá i
la caida del ministerio, se habia hablado de fortificar la ac-
ción del presidente de la república rodeándolo de nuevos
consejeros; pero allí mismo se dejó ver que el supremo man-
datario no contaba con simpatías mui ardientes ni con par-
tidarios dispuestos a defenderlo resueltamente. Por otra parte,
en esa misma reunión se exijia del presidente de la república,
como «el deseo enérjico del pais», que- el gobierno espulsara
inmediatamente de la provincia de Tarapacá al ejército chi-
leno que acababa de afianzar su dominación en ese territorio
con las mas espléndidas victorias. Esta exijencia, mui fácil
sin duda de formularse, era de imposible realización. Ella im-
ponía al presidente de la república una responsabilidad que
era mui pehgroso aceptar.
Ante una situación semejante, el presidente Prado acabó
por creerse perdido; i temiendo ser descuartizado un día u
otro por el populacho de Lima, cuyos instintos son feroces en
los días de revuelta triunfante, no pensó mas que en tomar
una resolución suprema que lo pusiera a salvo de tamaño pe-
ligro.
El i8 de diciembre el jeneral Prado asistió, como siempre,
a su despacho en el palacio de Lima. Como ese era el día de
su cumpleaños, recibió la visita de muchos funcionarios ci-
viles i militares, i manifestó tanta tranquilidad como en los
mejores días de su gobierno. A las tres de la tarde tomó el
tren que partía para el Callao. Las personas que lo vieron
salir creyeron que el presidente iba a visitar las fortalezas i
los cuarteles; i nadie tuvo la menor inquietud.
En las primeras horas de la noche se leía en las calles de
Lima la siguiente proclama:
«El presidente constitucional de la república, a la nación i
al ejército:
«Conciudadanos: los grandes intereses de la patria exijen,
160 GUERRA DEL PACIFICO
que hoi parta para el estranjero, separándome temporalmente
de vosotros en los momentos en que consideraciones de otro
orden me aconsejaban permanecer a vuestro lado. Mui gran-
des i mui poderosos son con efecto los motivos que me indu-
cen a tomar esta resolución. Respetadla, que algún derecho
tiene para exijirlo así el hombre que como yo sirve al pais con
buena voluntad i completa abnegación.
«Soldados: Si nuestras armas sufrieren parciales desastres
en los primeros dias de noviembre, el 27 del mismo se cubrie-
ron de gloria en la provincia de Tarapacá. Seguro estoi de que
en cualquiera circunstancia imitareis el ejemplo de vuestros
hermanos del sur.
«Peruanos: S. E. el primer vice-presidente de la república
queda encargado del poder ejecutivo conforme a la lei. Os
recomiendo prestéis a sus actos toda vuestra cooperación.
«Al despedirme os dejo la seguridad de que estaré oportu-
namente en medio de vosotros.
«Tened fe en vuestro conciudadano i amigo.
Mariano Ignacio Prado. ^
«Lima, diciembre 18 de 1879.»
Junto con esta proclama circulaba impreso el decreto si-
guiente:
«Mariano Ignacio Prado, presidente constitucional de la
república.
«Por cuanto estoi autorizado para salir del pais, por la re-
solución lejislativa de 9 de mayo de 1879, i asuntos mui im-
portantes i urj entes demandan mi presencia en el estranjero,
i es mi deber i mi deseo hacer cuanto pueda en favor del pais,
«Decreto:
«Artículo único. Encargúese de la presidencia de la repú-
blica S. E. el vice-presidente, conforme a los artículos 90 i 93
de la constitución.
OPEEAOIONES MILITARES 161
«Imprímase, publíquese i circúlese para su debido cumpli-
miento.
«Dado en la casa del supremo gobierno, en Lima, a i8 de
diciembre de 1879. — Mariano Ignacio Prado. — Manuel G.
de la Colera. — B. Elguera. — Adolfo Quiroga. — F. M. Quim-
per.»
Esa proclama i ese decreto, leídos en todas partes con la
mayor avidez, revelaban a las poblaciones de Lima i del Ca-
llao un acontecimiento de la mayor gravedad, la fuga del pre-
sidente de la república. En efecto, el jeneral Prado llegó al
Callao cerca de las tres i media de la tarde, en compañía de
dos de sus ministros i de algunos de sus amigos mas íntimos.
Minutos después tomaba una chalupa de la capitanía del
puerto, i se dirijia a bordo de uno de los vapores de la compa-
ñía inglesa, del Paita, que en esa misma tarde seguía viaje
para Panamá. Allí mismo se despidió de sus compañeros, ase-
gurándoles que se dirijia a los Estados Unidos i a Europa a
comprar buques i armas para volver en pocos meses a casti-
gar a los cobardes chilenos. El Paita salió del Callao a las cua-
tro de la tarde; i solo una hora después comenzó a divulgarse
en el puerto la partida del presidente de la república.
Tan estraña determinación del jefe supremo del estado,
inspirada indudablemente por el deseo de sustraerse a la
enorme responsabilidad que le imponía la situación, habia
sido también aconsejada por sus ministros, que, como se ve
por el decreto que hemos copiado mas arriba, estaban en el
secreto de todo. Pero ¿qué podía inducir a los ministros del
jeneral Prado a aconsejarle que se ausentase del Perú en mo-
mentos tan solemnes? Es fácil comprender que lo menos en
que se pensaba era en que el presidente fuese capaz de adqui-
rir i de organizar una escuadra en el estranjero. Esa empresa
habría exijido muchos recursos de dinero i grandes dotes de
intelijencia i de actividad; i después de la campaña de Tara-
pacá, a nadie se le podía ocurrir que Prado poseía esas cuali-
dades.
Hai, pues, en este imprevisto desenlace de aquella situa-
TOMO XVI. — 1 1
162 GUBRKÁ DEL PACÍFICO
cioii, algún misterio que la historia no puede descubrir por
el momento, pero acerca del cual no tardarán, sin duda, en
aparecer las mas curiosas revelaciones. Es posible que los
ministros, conociendo la incapacidad del presidente para di-
rijir la guerra, quisieran alejarlo del Perú para organizar la
defensa del pais con mayor enerjía; pero es mas posible que
alguno de esos ministros, probablemente el jeneral don Ma-
nuel González de la Gotera, hombre de espíritu inquieto i
turbulento, q^e hábia tomado parte en otras revoluciones,
viera en aquel suceso la ocasión de apoderarse del mando su-
premo. Después de haber alejado del gobierno al jeneral Pra-^
do, nada era más fácil que hacer a un lado al jeneral La Puer-
ta, anciano valetudinario que no inspiraba confianza a nadie.
Sea lo que se quiera. El presidente Prado, que veia destro-
zado su ejército en el sur, i que comprendía los peligros de la
situación interior, cuando con discursos i proclamas se le exir
jia que arrojase a los chilenos de Tarapacá, tuvo razón para
persuadirse de que estaba perdido. Pero no la tuvo para aban-
donar el pais de la manera que lo hi^o. Se recordará que ocho
meses antes, en marzo de 1879, cuando en el Perú se hablaba
con la mayor confianza de invadir a Chile i de obligarlo a fir-
mar la paz en Santiago i bajo la presión de un ejército victo^
rioso, el congreso peruano habia autorizado al jeneral Prado
para tomar el mando en jefe de las tropas i para salir del te-
rritorio. Esa autorización era invocada ahora por el presidente
del Perú para embarcarse secretamente, i para abandonar el
gobierno i el pais en la situación terrible a que por falta de
intelijencia i de carácter habia dejado arrastrarlo, provocan-
do una guerra que un verdadero hombre de Estado habría
sabido i habría podido evitar 1.
¡ . I. A pocas leguas del Callao, el Paita fué detenido i visitado por dos cru-
^ceros chilenos. El jeneral Prado, creyendo que se le queria sacar a bordo, se
hizo ocultar cuidadosamente, i el Paita siguió su viaje sin otra novedad. Se
lia dicho, no sabemos con qué fundamento, que los marinos chilenos supier
•XQji que ese vapor trasportaba al presidente del Perú, i que se hicieron de-
sentendidos calculando que su prisión, sin producir ventaja alguna para
Chile, daria a ese alto personaje una parte del prestijio que habia pei'didó
'ton ia fuga.
OPERACIONES MILITARES 163
Tan luego como el pueblo de Lima tuvo noticia de la parti-
da del presidente, se hizo sentir en la ciudad una confusión
indescriptible. En la misma noche (i8 de noviembre) el pue-
blo tocó a rebato las campanas de la Catedral, i las calles i
plazas se llenaron de j entes de un aspecto amenazador. Por
todas partes no se oian mas que gritos de furor i de indigna-
ción, ¡Muera Prado! decian unos. ¡Mueran los chilenos que
gobiernan al Perú! ¡Mueran los traidores! gritaban otros. Dos
de los ministros de estado, seguidos de fuertes escoltas, reco-.
rrian las calles, e impidieron por el momento el estallido de
una revolución. La noche se pasó sin ningún suceso definitivo.
A la mañana siguiente, la ajitacion volvió a renacer. La
prensa alzó la voz para condenar en los términos mas enér ji-
cos la fuga del jeneral Prado. El vice-presidente de la repú-
blica, jeneral La Puerta, agregaban los diarios, no está en si-
tuación por su vejez i por sus enfermedades de asumir el go-
bierno supremo en estas circunstancias, i mucho menos de
mandar las tropas que deben operar contra Chile. En tal con-,
tinjencia, el jeneral Daza, el presidente de Bolivia, debe po-
nerse a la cabeza de los ejércitos ahados; i el Perú no puede
consentir en que sus batallones sean mandados por un Daza.
Los ajitadores indicaban la necesidad de confiar el gobierno
a un hombre de la mas probada enerjia, i comenzaron a seña-
lar a Piérola como el salvador de la situación. Sin embargo.
El jeneral Prado tocó en Guayaquil el 22 de diciembre, i desde allí dirijió
a Lima una larga carta destinada a justificar su conducta, esplicando lo^
móviles de su viaje i las razones que habia tenido para hacerlo clandestina-
mente. «Volveré pronto, decia allí, sea para sepultarme en el mar^ sea para
ofrecer al Perú una espléndida victoria». Esta carta fué publicada por toda
la prensa del Perú, i en todas partes no despertó mas que arranques de in-
dignación, o las burlas mas sangrientas.
Cuando los diarios de Estados Unidos publicaron en enero de 1880, un
telegrama que anunciaba la fuga del presidente Prado el 18 de diciembre,
el encargado de negocios del Perú en Washington hizo desmentir la noticia,
declarando que era una invención de los ajentes de Chile. El encargado de
negocios del Perú decia que él tenia comunicaciones de Lima del 20 de di_
ciembre, i que este dia el presidente Prado estaba tranquilamente a la ca-
beza del gobierno de su pais. Se comprenderá fácilmente el descrédito en qu«
después de ésta i otras aseveraciones análogas, cayeron en el estranjero las;
declaraciones oficiales de los ajentes diplomáticos del Perú.
164 GUERRA DEL PACÍFICO
el dia 19 de diciembre pasó en tranquilidad. Solo en la noche
volvió el pueblo a reunirse en las calles i plazas de la ciudad,
i fué necesario que de nuevo acudiese la tropa a dispersarlo.
Pero aquella situación no podia durar mucho tiempo. El
descontento del populacho iba en aumento; i la tropa comen-
zaba también a inquietarse. En la tarde del 21 de diciembre,
uno de los batallones que guarnecian a Lima, se pronunció
en abierta rebelión. El jeneral La Gotera, ministro de la gue-
rra, se puso a la cabeza de los otros cuerpos, i apoyado por
cuatro piezas de artillería, marchó a atacar en su cuartel al
batallón sublevado. Hubo allí un combate encarnizado que
duró cerca de dos horas sin resultado decisivo.
Mientras tanto, la revolución asomaba en otros barrios de
la ciudad. El jeneral La Gotera se vio obligado a suspender
el ataque del cuartel en que se defendían los rebeldes para ir
a resguardar el palacio de gobierno que se decía amenazado.
En efecto, otro batallón igualmente sublevado, se presentó
en la plaza principal de la ciudad, capitaneado por su coman-
dante Piérola. El combate se renovó allí, i duró hasta después
de las diez de la noche, sin que el triunfo se declarase por nin-
guno de los dos contendientes. Diversos piquetes de tropa se
habían agregado a los revolucionarios, desertando así de las
filas del gobierno. El populacho estaba armado, i se pronun-
ciaba abiertamente por la causa de la revolución; pero las
tropas resistían siempre, i disputaban el triunfo con bastante
ardor. A esas horas, las calles i plazas de Lima estaban sem-
bradas de mas de 300 muertos, entre ellos algunos jefes mili-
tares. Un número considerable de heridos era asistido en las
casas i en las boticas de las calles vecinas. La parte acomo-
dada de la población se hallaba sumida en la mayor conster-
nación en presencia de un combate cuyo término nadie p'odia
prever.
El coronel Piérola, temiendo que la prolongación del com-
bate pudiera producir el desaliento de sus partidarios, cambió
de plan. Reunió todos los cuerpos que lo acompañaban (que
a esas horas ya eran cuatro), i las turbas armadas que los se-
guían, i se puso en marcha para el Callao, cuya guarnición
OPERACIONES MILITARES 165
estaba preparada i convenida para apoyarlo. Las fuerzas del
jeneral La Gotera no se atrevieron a perseguirlo. El caudillo
revolucionario pudo así penetrar en esa ciudad al amanecer
del dia 22, i tomar posesión de los cuarteles, i poco mas tarde
de los fuertes, sin disparar un tiro. La revolución quedaba
triunfante en aquella importante plaza militar, mientras el
gobierno permanecía en Lima rodeado de una población cuya
mayoría le era hostil, i de un ejército que no le inspiraba mu-
cha confianza.
El aspecto que presentaba la capital en esa mañana era el
de un campamento. Las casas, los almacenes i las tiendas de
la ciudad permanecían cerrados, i la mayor intranquilidad
reinaba en todas partes. En las calles no se veían mas que
destacamentos de tropas armadas como para un combate. El
arzobispo i otros dos obispos que se hallaban en Lima, sim-
patizaban con la causa de Piérola, que siempre habia perte-
necido al partido devoto; pero disimulando sus sentimientos,
e invocando solo el interés de la patria i de la humanidad,
proponían que la revolución se terminase sin mas efusión de
sangre, dejando el jeneral La Puerta el gobierno de la repú-
blica en manos del caudillo revolucionario. Menos exijentes
que ellos fueron algunos vecinas respetables que se acercaron
al palacio a pedir solo que se entablasen negociaciones con los
jefes revolucionarios que mandaban en el Callao. El vice-pre-
sidente de la república, a pesar de su avanzada edad, mani-
festó grande entereza. Se negó a entrar en ningún arreglo con
los sublevados; i de acuerdo con sus secretarios dispuso que
el ministro de la guerra marchase a atacar el Callao a la cabe-
za de sus tropas.
El jeneral La Cotera parecía resuelto a ejecutar este acuer-
do; i aun salió de la ciudad con algunas fuerzas de caballería-
Pero sus tropas no estaban 'dispuestas a acompañarlo en esta
empresa. El pueblo había hecho fuego en la mañana contra
un destacamento de soldados en uno de los barrios de la ciu-
dad, i todo hacía creer que la situación era insostenible, i que
la población se sublevaría de nuevo tan pronto como el go-
bierno sacase las tropas para atacar al Callao. Los jefes mili-
166 GUERRA DEL PACÍFICO
tares desconfiando hasta de sus soldados, i sin ánimos para
seguir resistiendo a la conmoción popular, acordaron plegarse
al fin a ella, i en consecuencia declararon al ministro de la
guerra su firme resolución de no prolongar mas tiempo la lu-
cha. En vista de esta situación, uno de los obispos logró redu-
cir al vice-presidante La Puerta a dejar el mando. Antes de
anochecer, la revolución estaba terminada; i en la mañana
siguiente (23 de diciembre) Piérola hacia su entrada solemne
en la capital.
En el Perú se ha acostumbrado dar el título de jefe supre-
mo del estado a los caudillos que después de apoderarse del
mando por una revolución, invisten el carácter de dictadores.
El coronel Piérola tomó ese título,' i en consecuencia procedió
a organizar su poder con toda actividad i con toda enerjía.
Con'el nombre de estatuto provisorio, dictó el 27 de diciembre
una constitución de doce artículos que habrían podido refun-
dirse en uno solo que dijese: «La suma del poder público reside
en el jefe supremo del Estado, quien queda investido de facul-
tades omnímodas i absolutas» 2. Aunque el estatuto proviso-
rio creaba un consejo de estado, este cuerpo, ademas de ser
compuesto de funcionarios nombrados por el jefe supremo,
no tendrían mas que voto consultivo, de tal suerte que sus
2. Como documento curioso e importante para la historia, insertamos
aquí la constitución decretada por el dictador. Hela aquí:
«Nicolás de Piérola, jefe supremo de la república,
«Por cuanto es mi ánimo conciliar los respetos debidos a la justicia natu-
ral i a la tradición política de la república con la acción amplia i espedita,
que demandan la rejeneracion de nuestras instituciones i el definitivo i glo-
rioso triunfo de las armas nacionales.
«He venido en sancionar el siguiente estatuto provisorio:
Art. 1.3 La soberanía e independencia del Perú son el fundamento de su
vida política i social.
«Art. 2.0 La unidad de la familia peruana i la integridad del territorio
que histórica i jurídicamente le pertenecen, no pueden romperse, ni men
guarse sin cometer un atentado de lesa patria.
«Art. 3.° No se altera el artículo 4P de la antigua Constitución relativo a
la Telijion del Estado.
«Art. 4.0 El gobierno garantiza la instrucción primaria a todos los ciuda-
danos i fomenta la instrucción superior i facultativa.
«Art. 5.0 Queda sancionada la independencia del poder judicial; pero el
OPERACIONES MILITARES 1^67
acuerdos carecian de fuerza legal sin el beneplácito, del dicta^
dor. No ha sido la menor de las desgracias que han caido sot
bre el Perú en esta guerra, el ver constituido un pod,er de esta
naturaleza. •, , , .
. La dictadura comenzó por ejercer estas amplias atribucio-
nes con cierta moderación. Fuera de una corta prisión apli-
cada a todos los periodistas de Lima por no haber firmado
sus escritos, i de haberlos obligado a suscribir una declaración
humillante, no hubo en los primeros dias mas que uno que
otro acto de violencia. Piérola- guardó al principio algunos
miramientos a sus antiguos enemigos políticos; ,pero luego
cayeron sobre muchos de ellos providencias ultrajantes i ve^
jatorias. El ex-presidente Prado fué suprimido de la lista de
los jenerales de la nación, i privado de sus derechos de ciuda-
dano. Para congraciarse con la plebe, que hacia la fuerza de
gobierno se reserva el derecho dé velar eficazmente por la pronta i exacta
administración de justicia.
«Art. 6.3 Los códigos civiles i penales quedan en todo su vigor i fuerza
mientras se vayan haciendo en ellos las reformas necesarias.
«Art. 7;3 Quedan garantizados bajo la lealtad del gobierno: la seguridad
personal, la libertad i la propiedad, el derecho al honor, la igualdad ante la
lei, la libertad de imprenta, quedando proscrito el anónimo, que se persegui-
rá como pasquín.
«Los delitos cometidos por medio de la imprenta" no cambian su naturale-
za. En su consecuencia, serán juzgados por los tribunales respectivos.
«La libertad de industria, en cuanto no sea dañosa de modo alguno.
«La libertad de asociación.
«El derecho de pedir justicia o gracia individual o colectivamente; pero
guardando las formas i por los conductos regulares;
«Art. 8. o La traición a la patria, la cobardía e insubordinación militar, la
.deserción en campaña, el peculado, la prevaricación, el cohecho, la defrau-
dación de bienes públicos, el homicidio premeditado i alevoso, i el bandole-
rismo,.cualquiera que sea la condición del culpable, o el carácter que invista,
serán, durante la presente guerra, juzgados militarmente, i penados con la
pena capital.
«Los bienes de sociedades anónimas, de bancos industriales o mercantiles,,
serán considerados como bienes públicos para el juzgamiento i aplicación
de la pena.
«Art. 9.0 Las virtudes cívicas i las acciones distinguidas i heroicas seíán
premiadas por la munificencia de la nación, ejercitada por su jefe.
«Art. 10. Créase un consejo de estado compuesto del reverendísimo Me-
,tropolitanp, . del presidente actual del Congreso de juristas, del presidente
168 GUERRA DEL PACÍFICO
SU poder, el dictador agregó a su título de jefe supremo el de
^Protector de la raza indíjena.»
La moderación de los primeros dias de la dictadura habia
tenido por causa un cálculo político. El ejército del sur estaba
mandado por el contra-almirante Montero, espíritu inquieto
i revolucionario, enemigo irreconciliable de Piérola, i el mas
encarnizado de sus acusadores en el congreso de 1872. El dic-
tador temia que Montero desconociese su autoridad, i que
viniese a crearle una situación embarazosa i quizá insosteni-
ble. Pero en vista del peligró común, el jefe del ejército del
sur depuso sus odios, i reconoció al nuevo gobierno. Desde
ese momento, Piérola se creyó libre del peligro que lo amena-
zaba por ese lado.
Mientras tanto, en Arica se continuaba la reorganización
del ejército encargado de sostener la guerra contra los chile-
nos. El 17 de diciembre habían llegado allí los restos salvados
de la desastrosa campaña de Tarapacá. Montero los esperaba
afuera de la ciudad, i en el mismo lugar comunicó a sus jefes,
el jeneral Buendía i el coronel Suárez, que quedaban separa-
dos del mando i sometidos a juicio. Los dos jefes habrían que-
rido entrar al pueblo a la cabeza de sus tropas, para ahorrarse,
de la suprema corte de justicia, del presidente del tribunal mayor de cuen-
tas, del prior del consulado, del rector de la Universidad de Lima, i de seis
consejeros mas, nombrados por el jefe supremo de la república, entre los
cuales figurará un jeneral del ejército.
«Art. II. A este consejo pedirá el gobierno su voto consultivo respecto
de los asuntos que en su concepto lo requieran.
«Ejercerá igualmente las funciones de tribunal de apelaciones i última
instancia en los asuntos contenciosos administrativos.
«Art. 12. Este estatuto rejirá mientras se den las instituciones definitivas
a la república.
«Dado en la casa de gobierno, en Lima, a 27 dias del mes de diciembre del
año de 1879. — N. de Piérola.
«El secretario de Estado en el despacho de relaciones esteriores i culto en-
cargado accidentalmente del de gobierno i policía, Pedro José Calderón.
«El secretario de Estado en el despacho de justicia e instrucción, Federico
Famoso.
i«El secretario de Estado en el despacho de fomento, Mariano Echegarai.
«El secretario de Estado en el despacho de guerra, Miguel Iglesias.
«El secretario de Estado en el despacho de marina, Manuel Villar.
«El secretario de Estado en el despacho de hacienda, Manuel Barrinaga.*
OPEBACIONBS MILITARES 169
a lo menos, la vergüenza de verse degradados delante de ellas.
Montero no lo consintió, sin embargo, como si hubiera tenido
placer en humillar a esos dos militares que acababan de eje-
cutar con buen éxito la penosísima retirada de Tarapacá, i a
quienes al mismo tiempo se les proclamaba vencedores en el
último combate de la campaña, que la prensa i el gobierno
persistían en llamar una espléndida victoria de las armas del
Perú.
El contra-almirante peruano inició inmediatamente, con
,un grande aparato de proclamas i de decretos, los trabajos
necesarios para reorganizar su ejército i para concluir las for-
tificaciones de Arica. Pero, si la arrogancia natural de este
jefe habia cedido en nombre de la patria hasta reconocer el
gobierno de su antiguo enemigo Piérola, él no estaba dispues-
to a quedar sometido bajo las órdenes del presidente de So-
livia, a quien, en virtud de las anteriores estipulaciones, co-
rrespondía el mando de todo el ejército mientras no saliese
a campaña el jefe supremo del Perú.
El jeneral Daza se hallaba entonces en Tacna, i habia lle-
gado a ser un objeto de odio para peruanos i bolivianos. Acu-
sábanlo los primeros de cobardía i de traición, haciéndolo
responsable de los desastres de la campaña de Tarapacá, por
no haber acudido con sus tropas al teatro de la guerra. Los
bolivianos, hastiados con el despotismo grosero de un soldado
ignorante, que no veía en la guerra mas que un medio de con-
servarse en el poder, cansados de oírse llamar cobardes i trai-
dores por sus propios aliados, no se resignaban a tolerar por
mas tiempo aquella situación. Desde principios de diciembre
no se hablaba en el campamento boliviano mas que de pro-
yectos de revolución; i cada correo que llegaba del interior,
anunciaba también que el pueblo de Bolivia estaba resuelto
a darse un nuevo mandatario.
Estos rumores mantenían intranquilo al presidente Daza.
Para él, la guerra era cuestión secundaria. Su pensamiento
fijo e invariable, era volver a Bolivia con una parte de sus
tropas a castigar a sus adversarios i a consolidar su poder.
«Ya veremos si se ríen de mí cuando me vean llegar a la ca-
170 GUERRA DEL PACIFICO
beza de mis mas fieles soldados. Ya veremos lo que valen las
-fortificaciones i las trincheras que hagan en La Paz contra
los cañones Krupp con que ahora cuento. Solo deseo envolver
a los periodistas que me insultan, en los mismos papeles que
han escrito, para ponerlos de blanco a mis rifleros». Tales eran
Jas amenazas que a cada hora proferia delante de los hombres
que él creia sus mas decididos partidarios.
Pero, para regresar a Bolivia, el presidente Daza tenia que
inventar un pretesto que lo justificase ante áus aliados, los
peruanos, i ante sus propios soldados. Discurrió entonces un
plan de campaña, irrealizable a todas luces, i en que él mismo
no podia tener la menor confianza, pero con el cual creyó en-
gañar a los suyos i a sus aliados.
Consistia este proyecto en volver a Bolivia, para engrosar
allí su ejército, i en repasar en seguida las cordilleras mucho
mas al sur, para caer por la espalda sobre el ejército chileno
que ocupaba tranquilamente todo el litoral, desde Antofa-
gasta hasta el rio Camarones. Los jefes bolivianos oyeron con
disgusto la esposicion de este plan de campaña; i conociendo
perfectamente cuál era el verdadero propósito del presidente
,Daza, resolvieron deponerlo del mando para evitar a su pa-
tria la vergüenza de haber desertado de la alianza, i los nue-
vos dias de venganzas i de despotismo que se esperaban a
Bolivia en el interior.
Sin embargo, la deposición de Daza of recia las mas serias
dificultades. Los pueblos que no han tenido que sufrir el des-
potismo del caudillaje militar, comprenden difícilmente a
esos hombres ignorantes i viciosos que sin mérito verdadero
i hasta sin valor personal, tienen, sin embargo, la astucia ne-
cesaria para imponerse a los soldados, i captarse su voluntad,
estimulando todos sus malos instintos.
Bajo este aspecto, el presidente Daza era el tipo perfecto
del caudillo. Familiar con sus soldados, arrogante i altanero
.con los jefes i con sus ministros i consejeros, incapaz de con-
cebir nada grande ni nada recto, i hasta desprovisto de valor,,
sabia, sin embargo, imponerse a todos por su resolución para
tomar un partido o para impartir una orden, por su presencia
OPERACIONES MILITARES 171
arrogante i hasta por los bordados i plumeros de su traje. Sus
soldados, o a lo menos, algunos de sus batallones, lo amaban
con delirio; i a pesar de las decepciones de la campaña. Daza
mantenía su prestijio en una parte de su campamento. Los
jefes militares sabian bien que el dia en que se tratase de su
deposición, hablan de hallar una resistencia mas o menos for-
midable.
Fué necesario obviar esta dificultad. El contra-almirante
Montero, interesado como el que mas en la deposición de
Daza, i por otra parte mui avezado en este j enero de empresas
por una larga carrera de conspirador, facilitó el camino para
-Uevcirla a cabo. Llamó a Arica al presidente de Bolivia para
discutir su plan de campaña; i éste, sin sospechar el lazo que
se le tendia, se presentó allí en la mañana del 27 de diciembre.
Durante algunas horas el jefe peruano i el presidente de
Bolivia discutieron cordialmente las futuras operaciones de
la guerra. Daza espuso su proyecto para destruir al ejército
chileno. Montero lo aprobó en todas sus partes, declarando
que él mismo estaba pronto a secundarlo, atacando al enemi-
go por un lado, mientras los bolivianos lo atacaban por el
otro. Los dos jenerales se separaron a las cuatro de la tarde
como los mejores amigos.
Daza se dirijió entonces a la estación del ferrocarril. Habia
ya tomado el tren en que debia volver a Tacna, cuando un
oficial peruano le mostró un telegrama que en el acto lo obligó
a bajar de su asiento, como herido por un rayo. Ese telegrama
anunciaba que durante su ausencia, el ejército boliviano se
habia sublevado bajo la voz de algunos de sus jefes, i que sin
encontrar la menor resistencia, habia depuesto al presidente
Daza i reconocido como jefe al coronel don Eliodoro Cama-
cho 3.
3. El mismo jeneral Daza ha consignado estos hechos en una nota que ai
dia siguiente dirijió al contra-almirante Montero para pedirle que lo resta-
bleciese en el mando del ejército boliviano. El fragmento siguiente que co-
piamos de esa nota contiene la narración completa de esta bien urdida i bien"
ejecutada intriga. '
«Arica, diciembre 28 de 1879.— El presidente de Bolivia, capitán jeneral
de sus ejércitos- — A su señoría el señor contra-almirante dan Lizárdo Mon-
172 GUERRA DEL PACÍFICO
En efecto, la revolución se habia efectuado en el campa-
mento boliviano. A la una i cuarto del mismo dia 27 de di-
ciembre, dos batallones que estaban acantonados en la ciudad
de Tacna, se pronunciaron en abierta rebelión; i luego llega-
ron otros cuerpos que estaban en los alrededores i que venian
a segundar el movimiento, tomando las armas, i recorriendo
las calles al son de músicas militares.
Mientras tanto, los vecinos de la ciudad pasaron por algu-
nas horas de angustia. Se temia que dos batallones adictos a
Daza ocurriesen a presentar batalla a los revolucionarios; i
esperando un combate en las calles de Tacna, cada familia
cerraba las puertas de su casa en medio de la mayor confusión
i del mas alarmante desorden. Sin embargo, a las tres de la
tero, jefe superior político i militar de los departamentos del sur. — Presente
— Señor: Invitado por el señor prefecto, doctor Zapata, para venir a este
puerto a una conferencia privada con US. con el objeto de acordar opera-
ciones militares precisas sobre el enemigo de la alianza, vine ayer en el tren
ordinario de las nueve de la mañana.
«La conferencia se verificó entre los tres i en ella acordamos solemnemente
que US. con el ejército peruano avanzarla sobre el enemigo, por la via de
Camarones, i que yo, como capitán jeneral del ejército boliviano, lo haria
con dicho ejército por la via de Calama, entrando de paso a Bolivia.
«I habiendo observado que US. necesitaba de la ratificación del Excmo.
jefe supremo de esta república, para que dicho acuerdo se llevase en el acto
a cabo, US. aceptando mi observación, envió ayer mismo un estraordinario
a Lima, para recabar del gobierno esa ratificación.
«En esta virtud, regresaba a Tacna a disponer la marcha; i estando ya
embarcado en el tren, recibí un recado de US. i con sorpresa se me participó
al propio tiempo, que en Tacna habia tenido lugar un motín de cuartel con
el objeto de deponerme del mando de las fuerzas i poner en mi lugar al coro-
nel Eliodoro Camacho.
«Semejante nueva no la creí por el momento, porque jamas he podido
imajinarme siquiera que hubiesen tan perversos e infames bolivianos, para
complacerse en arrojar lodo al rostro de la patria i tratasen de hundirla en
semejante escándalo, por lo cual insistí en mi regreso que pudo impedirlo el
ilustrado razonamiento del cumplido comandante Maclean.
«Hoi, informado ya minuciosamente del suceso del dia de ayer i de la si-
tuación en la que se hallan, tanto el ejército boliviano como la población de
Tacna; i también en cumplimiento de mi deber, así como en resguardo de
mis derechos en el carácter que invisto de Representante constitucional de la
nación aliada, participo a US. de todo para que se digne remediar los graves
males que se precipitan vertí jinosamente, i que al no conjurarlos a su naci-
miento, serán de consecuencias sensibles».
OPERACIONES MILITARES 173
tarde, aquellos batallones, cuyas municiones hablan sido to-
madas por los revolucionarios, se creyeron imposibilitado.
^ para la resistencia, i acabaron por plegarse al movimiento; i
saludaban al coronel Camacho como jefe del ejército boli-
vianos.
La deposición del jeneral Daza quedó efectuada desde ese
instante, sin disparar un tiro. Era tal la irritación de algunos
de los oficiales contra el jefe supremo que los habia mandado
durante la campaña, que sin vacilación acordaron fusilarlo
el mismo dia. Con este objeto, salió de Tacna un destacamento
de unos cien hombres, i fué a colocarse a la vecina estación
del ferrocarril. El tren fué detenido allí: fué rejistrado todo él
con la mas esquisit a prolijidad, pero no se halló en quien eje-
cutar aquel acto de justicia revolucionaria. Daza habia que-
dado en Arica. El aviso que se le habia dado al partir, le salvó
la vida.
Pero ese caudillo no podia resignarse a verse privado del
mando supremo de Bolivia. A su juicio, el contra- almirante
Montero a la cabeza del ejército peruano i en nombre de la
alianza que ligaba a las dos repúblicas estaba obligado a re-
ponerlo en el poder, dominando a mano armada la revolución
que acababa de derrocarlo. Sin sospechar la burla de que ha-
bia sido víctima, el jeneral Daza se dirijió con esta pretensión
al jefe peruano.
«El motin escandaloso encabezado por el coronel Camacho
i apoyado por unos cuantos jefes desleales, decía en su nota
el jeneral Daza, ha sido una alevosa sorpresa al ejército i un
engaño perverso para sepultar en la vergüenza la honra de la
nación que me ha confiado sus destinos. Todos los cuerpos
de infantería se hallaban fuera de sus cuarteles en aseo, i por
consiguiente sin un cartucho de munición para castigar el
grito de rebelión que lanzaban aquéllos, a quienes ayer j ene-
roso, en lugar de castigar su cobardía e ineptitud, que han
desprest i jiado las armas bolivianas, les estreché la mano i los
arranqué de la picota de la vergüenza pública, en la que se
habían colocado. I por esto es, que actualmente los cuerpos
de línea, sin tener cómo hacerse respetar, se hallan no acuar-
174 GUERRA DEL PACIFICO
telados, sino custodiados por los que apoyan esa turba em-
briagada en su infamia i felonía, exasperando si al soldado
que con abnegado i verdadero patriotismo ha venido a defen-
der la honra i autonomía de la nación, i no a acechar ocasio-
nes para desmoralizar i pervertir los sanos instintos del ejér-
cito, porque sus almas son tan mezquinas que no se sobrepo-
nen a ruines ambiciones.
«Así, pues, i conociendo que este estado en el que se halla
el ejército, puede, no muí tarde, ocasionar un desborde que
podría poner en serios conflictos a la población de Tacna, es
que deseo que US. con el tino i sagacidad que le caracterizan,
restablezca el orden turbado, dejando que el ejército que cla-
ma por mi presencia, obre con absoluta libertad e indepen-
dencia i no sujestionado por los traidores a Bolivia.»
Las esperanzas del jeneral Daza se vieron muí pronto bur-
ladas. El contra-almirante peruano, guardando todas las fór-.
muías de la mas solemne seriedad, se negó en los términos
siguientes a apoyar las pretensiones del presidente de Bo-
livia.
«El acontecimiento de que me informa oficialmente ,V. E.,.
es de suyo tan grave i trascendental, que no es posible aven-
turar calificativo alguno sin que el supremo gobierno de Bo-
livia, a quien desde luego lo he participado por conducto del
encargado de negocios del Perú, se sirva dar a esta jefatura
superior las convenientes esplicaciones sobre un hecho, en el
que afortunadamente para el buen nombre de V. E. queda
por completo escluido de toda responsabilidad, por el acto
mismo de haberle negado obediencia el ejército que se ha su- •
bordinado al coronel don Eliodoro Camacho.
«Mientras tengo el honor, pues, de resolver con el gobierno
de Bolivia i con V. E. en la parte que le concierne, la situa-
ción éscepcional en que han venido a colocarse los intereses
de la alianza, he creído conveniente asegurar el orden de la
localidad, disponiendo que el ejército boliviano salga a ocu- .
par cantones; i una división del Perú se establezca mientras
tanto en la ciudad de Tacna.»
Todas estas espresiones de consideración i de respeto, ser-
OPERACIONES MILITARl S 175
vian apenas para encubrir una terminante negativa. Daza
no tenia, pues, nada que esperar de sus aliados *.
En el primer momento de despecho, solicitó asilo en algu-
nos de los buques de guerra neutrales que habia en el puerto.
Los comandantes de esos buques se negaron a recibirlo. No
queriendo permanecer mas largo tiempo en Arica, el 4 de
enero de 1880, Daza emprendió a caballo su viaje por los ca-
minos de la costa hasta Moliendo, i en este puerto tomó el
ferrocarril que lo condujo a Arequipa. En esta ciudad lo es-
peraba una nueva decepción: los pobladores lo recibieron con
una indiferencia vecina del desprecio; i cuando él creia que
su pasada grandeza le merecerla alguna consideración, solo
recibió los desdenes de los que lo acusaban, ora de cobarde
ora de traidor.
Parece que hasta entonces. Daza abrigaba alguna esperan-
za de verse repuesto en el gobierno de Bolivia. Creia que sus
partidarios reaccionarian contra la revolución operada por
el ejército, i que lo llamarían para confiarle de nuevo el man-
do del estado. Por eso habia ido a establecerse a Arequipa,
para tomar allí el ferrocarril que va hasta las orillas del lago
Titicaca, i volver a La Paz al primer llamamiento que se le
hiciera.
Pero en lugar de ese llamamiento recibió solo la noticia de
una revolución ocurrida en la misma ciudad de La Paz el dia
28 de diciembre. El pueblo habia depuesto a Daza del gobier-
4. El corresponsal que tenia en Arica el diario de Lima titulado El Co-
mercio, en una estensa carta de 30 de diciembre, le dio noticia minuciosa de
todos los hechos concernientes a la deposición de Daza. Al referir las preten-
ciones de este jeneral para que las tropas peruanas lo repusieran en el man-
do del ejército boliviano, se éspresa como sigue:
«El inocente jeneral Daza ha tenido el candor de dirijir una nota al con-
tra-almirante Montero pidiendo apoyo i ayuda para que nosotros le salve-
mos de la estrepitosa caída, hecho que manifiesta que su cerebro no está en
sus cabales, o que su astucia es mui atrevida.»
Este corresponsal, que se muestra ardiente partidario de Montero, i que
se da por hombre de su confianza, parece estar al corriente de todos los de-
talles dé la intriga que derribó del mando al presidente de Bolivia. Nosotros,
sin embargo, no podemos entrar en muchos detalles, i nos limitamos a con-
signar lós hechos que aparecen en los documentos mas serios i fidedignos.
176 GUERRA DEL PACÍFICO
no de la república i del mando del ejército, i habia nombrado
una junta de tres individuos para que desempeñase el mando
provisorio. El acta de esta resolución, cubierta por centena-
res de firmas, decia «que la ineptitud, cobardía i deslealtad
del jeneral en jefe del ejército boliviano don Hilarión Daza i
que el funesto sistema de desaciertos de su ominosa adminis-
tración, habian producido la ruina del pais en el interior, i la
deshonra nacional en la guerra, por causa de su bastarda
ambición, trayendo al mismo tiempo como consecuencia la
bancarrota de la hacienda pública i la violación de las garan-
tías sociales» ^. Cuando Daza leyó ese documento, se conven-
5. No entra en el cuadro de este libro el referir ésta i otras revoluciones
que se siguieron en Bolivia. Debemos, sí, decir que el hastío producido por la
dictadura de Daza habia llegado a su colmo, i que la prensa, a pesar del ré-
jimen de terror que reinaba en todas partes, se habia atrevido a alzar la voz
contra aquel estado de cosas. Se comprenderá el sistema de gobierno soste-
nido en Bolivia por los delegados del jeneral Daza, por el hecho siguiente. A
principios de diciembre de 1879, cuando llegaban al interior los fujitivos de
Pisagua i de Dolores contando los desastres espantosos que habia sufrido el
ejército aliado, la prensa, bajo la censura gubernamental, publicaba cada
dia despachos de Tacna que daban cuenta de las repetidas derrotas que ha-
bian sufrido los chilenos en cuatro o cinco batallas que ni siquiera habian
tenido lugar.
Como muestra del desprestijio a que habia llegado el jeneral Daza en Bo-
livia, publicamos en seguida el acta de su deposición por el pueblo de La Paz.
Hela aquí:
«El pueblo de La Paz, reunido en comicio popular, considerando:
«1.3 Que la ineptitud, cobardía i deslealtad del jeneral en jefe del ejército
boliviano, han llegado a afectar los vínculos de la alianza con la hermana la
república del Perú; alianza que Bolivia está resuelta a sostener, sin omitir
sacrificio alguno;
«2.3 Que el funesto sistema de desaciertos de la ominosa administración
del jeneral Hilarión Daza ha conducido la ruina del pais en el interior, el
descrédito en el esterior; a la deshonra nacional en la guerra que Bolivia sos-
tiene con la república de Chile, habiendo burlado las nobles aspiraciones del
pueblo boliviano, por la bastarda ambición de su dominador, cuya política
disolvente ha ocasionado la bancarrota de la hacienda pública i la violación
de las garantías sociales;
«3.3 Que el departamento de La Paz, consecuente al espíritu de fraterni
dad con los demás de la república, considera como primera necesidad la or-
ganización del poder público, para lo que desea i espera el concurso de todos
los pueblos, cuya voluntad respeta, declara:
«i.=» Que el pueblo de La Paz ratifica i sostiene la alianza perú-boliviana
OPERACIONES MILITARES 177
ció de que estaba perdido para siempre en su pais. Entonces
se trasladó a Moliendo, i tomó allí el vapor ingles para seguir
su viaje a Europa por la via de Panamá. Los documentos
públicos . de Bolivia han demostrado mas tarde que durante
toda la campaña habia estado sustrayendo fuertes sumas de
dinero de la caja del ejército; i que por el intermedio de un
comerciante estranjero, que habia sido su socio en muchos
negocios con el Estado, habia enviado a Inglaterra injentes
capitales. Bolivia quedaba arruinada, pero Daza se iba rico
a gozar de su fortuna en el estranjero.
Prado i Daza, el presidente del Perú i el presidente de Bo-
livia, los instrumentos, sino los verdaderos autores de la gue-
rra del Pacífico, habían perdido el poder con el intervalo de
unos cuantos días. Ambos caían de la manera mas vergon-
zosa de que puede caer un jeneral i un mandatario. Después
de pasar seis meses consecutivos anunciando que ya «han
desenvainado sus espadas, que van a buscar el puesto de ma-
yor peligro, que están resueltos a sacrificarlo todo, la fortuna
i la vida para castigar al enemigo», huyen cobardemente el
dia del combate, dejando tras de sí el desprecio de sus con-
ciudadanos.
Pero es menester decir unu palabra de justicia. Si bien es
cierto que ni Prado ni Daza estaban preparados para salir
airosos en la situación a que los arrastraron sus consejeros,
si no poseían ni la intelij encía, ni el carácter que las circuns-
para. hacer la guerra a Chile; i protesta seguir la suerte común hasta vencer
o sucumbir en la actual lucha.
«2 .o Que destituye al jeneral Hilarión Daza de la presidencia de la repú-
blica i del mando del ejército boliviano i nombra jeneral en jefe de éste al
jeneral Narciso Campero i ruega al señor contra-almirante jeneral Lizardo
Montero se haga cargo del mando del ejército boliviano hasta que el jeneral
Campero se constituya en el teatro de la guerra.
«3.^ Que nombra una junta de gobierno compuesta de los señores coronel
Uladislao Silva, doctor Rudecindo Carvajal i coronel Donato Vásquez, para
que, poniéndose de acuerdo con los otros departamentos, convoque a la bre-
vedad posible una convención nacional, quedando privados del voto pasivo
para la majistratura suprema los que hicieren la convocatoria. Mientras
tanto, la j unta de gobierno atenderá a las urjentes necesidades de la guerra.
«La Paz, diciembre 28 de 1879. — (Siguen las firmas).»
TOMO XVI. — 12
178 GUERRA DEL PACÍFICO
tancias requerían de su parte, también es verdad que la ma-
yor responsabilidad recae sobre¡sus paises respectivos, o mas
propiamente, sobre los hombres que desde tiempo atrás se
hablan apoderado de su dirección.
Son estos últimos los que, descuidando los intereses serios
del estado, sin querer comprender que la verdadera política
no puede apartarse de la moral i de la probidad, fomentaban
la corrupción administrativa enj^el interior. Son ellos los que
parodiando a ciertos políticos europeos, sin poseer la inteli-
j encía i la penetración de éstos, creaban complicaciones es-
teriores i celebraban alianzas secretas sin medir las conse-
cuencias de sus actos i sin mas guia que una estraviada va-
nidad nacional. Son ellos, en fin, los que no pudiendo mirar
sin rabiosa emulación los progresos alcanzados por un pueblo
hermano con el ausílío de la paz, del trabajo i de la honradez
preparaban contra este pueblo un pérfido complot en los mis-
mos momentos en que se afanaban por espresarle su amistad
i su adhesión. Prado i Daza, por grandes que hayan sido sus
defectos, no eran mas que los herederos de un réjimen de fal-
sía i de corrupción que había de arrastrarlos a su ruina.
Al estudiar el desenvolvimiento de esta guerra, preparada
con tanto anhelo por los enemigos de Chile, es justo también
reconocer que jamas resultados mas desastrosos correspon-
dieron a una política mas perversa; pero como sucede con
frecuencia, i en virtud de una leí histórica recordada en otras
ocasiones por eminentes historiadores, los simples instru-
mentos de esa perfidia fueron los primeros en sufrir ©1 peso
de la espiacion.
CAPITULO X
Moquegua i los Anjeles, de enero a marzo de 1880
Espedicion a Moquegua de una columna chilena. — Aprestos de Chile para
una nueva campaña. — Situación del ejército aliado en Tacna i Arica. —
Disensiones entre peruanos i bolivianos. — Provocaciones i amenazas di-
rijidas a Chile. — Plan de campaña adoptado por los chilenos. — Desem-
barca su ejército en Pacocha. — Impresión producida en Lima por este
suceso. — Espedicion de una división chilena a Moliendo. — Los peruanos
abandonan a Moquegua i se fortifican en la cuesta de los Anjeles. —
Descripción de estas posiciones. — Son asaltadas i tomadas por los chile
nos el 22 de marzo. — Importancia de esta ocupación para la marcha de
la campaña. — Operaciones marítimas. — Combates sin resultado en la
bahía de Arica.— Bloqueo del Callao.
Aun no se reponían las repúblicas aliadas de la perturba-
ción consiguiente a las dos revoluciones ocurridas en el Perú
i en Bolivia al cerrarse el año de 1879, cuando un suceso de
carácter alarmante vino a llamar su atención. Un corto des-
tacamento de soldados chilenos habia desembarcado en un
punto de la costa peruana, se habia apoderado de un ferroca-
rril i habia viajado hacia el interior, en un trascurso de mas
de cien quilómetros, poniendo en fuga a las autoridades i a
las guarniciones de los lugares de su tránsito. Este golpe au-
daz venia a revelar la desorganización a que habia llegado la
defensa de ese pais. Hé aquí los hechos.
180 GUERRA DEL PACÍFICO
El 30 de diciembre llegaron a la bahía de lio dos buques
de la escuadra chilena. Al amanecer del siguiente dia desem-
barcaron 550 soldados bajo las órdenes del comandante de
injenieros don Arístides Martínez, i sin hallar resistencia al-
guna, se apoderaron del pueblo de ese nombre i del vecino de
Pacocha, situado como aquél, en la misma rada.
El primer cuidado de los soldados invasores fué cortar los
telégrafos que comunican la costa con el interior, i posesio-
narse de la estación del ferrocarril i de todos los elementos de
trasporte. La espedicion llevaba consigo maquinistas i fogo-
neros, de tal suerte que antes de medio dia estaban listos dos
trenes. En ellos se acomodaron los soldados chilenos, colo-
cando también en los carros dos cañones bajados de los bu-
ques, i en seguida se pusieron en marcha para el interior con
la misma tranquilidad con que viajarían en su propio país, i
en los días de mas perfecta paz. En su viaje no tuvieron que
esperimentar el menor tropiezo ni la menor contrariedad.
Los espedicionarios caminaban al sur de un valle fértil,
cubierto de viñedos i de arboledas, i regularmente poblado,
i al oscurecerse llegaron a las inmediaciones de la ciudad de
Moquegua, que guarnecían 450 milicianos. Esta fuerza ha-
bría podido defender la ciudad, parapetándose en los edificios,
i ocupando las alturas inmediatas; pero prefirió huir, deján-
dola abierta a los chilenos. El comandante Martínez penetró
en ella en la mañana del i.'^ de enero de 1880, al son del him-
no nacional de Chile que tocaba su banda de música, i fué a
situarse en la plaza central de Moquegua. Como su propósito
no era el establecerse allí, i como tenia resuelto volverse a la
costa el mismo dia, se limitó a pedir algunos víveres para sus
tropas, los que le fueron entregados sin dificultad alguna.
Antes de abandonar el pueblo, organizó entre los vecinos
una junta que mantuviese el orden hasta la vuelta de las
autoridades i de la guarnición, que habían fugado la noche
antes, i a las cuatro de la tarde emprendió su viaje por el
ferrocarril. En dos puntos del camino las milicias peruanas
habían sacado algunos ríeles para trastornar los trenes; pero
las precauciones tomadas por el comandante Martínez evk^
OPERACIONES MILITARES 18^1
ron todo accidente. Sus rifleros persiguieron a los autores de
esos trabajos i dieron muerte a algunos de ellos, i sus zapado-
res restablecieron fácilmente la línea. El 2 de enero, después
de desmontar las locomotoras del ferrocarril, que eran pro-
piedad del gobierno peruano, los espedicionarios se embarca-
ron de nuevo, i volvieron a Pisagua.
Esta atrevida correría produjo, pues, el resultado que se
buscaba. Se quería reconocer una re j ion del territorio perua-
no donde los chilenos pensaban operar en breve; i merced a la.
sangre fria con qu se ejecutó el reconocimiento, la columna
espedicionaria no tuvo nada que sufrir, i los injenieros reco-
jieron todos los datos que podían interesar al estado mayor
para disponer los planes militares.
Preparábase entonces otra campaña de mas vastas pro-
porciones. El ejército chileno recibía nuevos continj entes de
tropas remitidos de Valparaíso, se acopiaban armas i pertre-
chos en Pisagua, se limpiaban los fondos de los buques de
guerra i de los trasportes, i se tomaban con mayor activi-
dad todas las medidas conducentes para continuar la guerra.
La esperiencía r eco j ida en la reciente campaña de Tarapacá.
había enseñado a los chilenos la manera de utilizar sus ele-
mentos i de mejorar la administración militar.
Empleando la mayor actividad, introdujéronse importan-
tes reformas en todos los ramos del servicio. El ejército en
campaña, que llegó a contar mas de veinte mil hombres, fué
distribuido en cuatro divisiones, aparte de una fuerte reserva
que debía quedar en los territorios recientemente ocupados
para atender a cualquier evento. Se aumentó el estado mayor
con algunos otros injenieros. La artillería i la caballería, que
constituían la indisputable superioridad del ejército de Chile,
fueron también engrosadas i provistas en todas sus necesi-
dades. Construyóse un número mucho mayor de carros para
conducir los víveres i pertrechos, i de toneles para trasportar
el agua, elemento indispensable en los desiertos i arenales del
sur del Perú, donde se hacen jornadas enteras sin encontrar
un arroyo o un pozo. Del mismo modo se aumentaron las
lanchas de desembarco, las bestias de carga i todos los ele-
Vi 2 6UERRA DEL PACÍFICO
mentos necesarios parala movilidad de las tropas i del parque.
El gobierno de Chile sabia perfectamente que los aliados
peruanos i bolivianos hablan reunido en Tacna i en Arica
entre nueve i diez mil hombres, i que allí se daba también un
poderoso impulso a la reorganización militar. El contra-almi-
rante Montero, jefe de las fuerzas peruanas, dictaba en Arica
numerosas órdenes de mero aparato, comenzaba trabajos que
luego abandonaba; i procediendo en todo con mas arrogancia
que cordura, molestaba a sus subalternos i suscitaba dificul-
tades con sus aliados. Pero a sus órdenes habia otros jefes
dotados de mas prudencia i de un espíritu paciente de tra-
bajo. Estos eran los que perfeccionaban i completaban las
fortificaciones del puerto, instruían las tropas, i hacian des-
aparecer en todo o en parte las dificultades que nacian cada
hora entre los ahados. Entre esos jefes figuraban en primera
línea el coronel don Francisco Bolognesi i el capitán de navio
don Juan Guillermo Moore, el mismo en cuyas manos se per-
dió la Independencia el día del combate con la Covadonga, el
21 de mayo del año anterior.
En Tacna se hallaban las fuerzas bolivianas bajo el mando
del coronel don Eliodoro Camacho, el mismo jefe que enca-
bezó el pronunciamiento contra Daza, el 27 de diciembre.
En esta época, la revolución triunfante en Bolivia habia con-
fiado el gobierno provisorio de la república al jeneral don
Narciso Campero, hombre culto, de orden i de enerjía, pero
dotado de cierto candor de carácter que lo hacia poco apto
para gobernar un país profundamente desmoralizado por el
mihtarismo i las revoluciones. Sin embargo, pudo contraer
toda su atención a reprimir con mano de fierro diversos mo-
tines, a depurar la administración de todos los vicios creados
o fomentados por el gobierno del jeneral Daza, i a remontar
su ejército para abrir una nueva campaña contra Chile. Cam-
pero tenia una confianza absoluta en el coronel Camacho, i
en consecuencia lo dejó al mando de las tropas bolivianas
acampadas en Tacna.
Conviene advertir que la confianza del presidente proviso-
rio de Bohvia era bastante fundada. El coronel Camacho
OPERACIONES MILITARES 183
reunía a una grande entereza, cierta ilustración i muchas de
la¿ dotes necesarias para el mando. Reorganizó sus tropas,
infundió en sus jefes i oficiales la esperanza en el triunfo en
una nueva campaña, obtuvo de su gobierno algunos refuer-
zos de hombres, i no descuidó medio para disciplinar su ejér-
cito. Sin embargo, las rivalidades entre peruanos i bolivianos
eran mas inquietantes cada dia. El coronel Camacho conocía
perfectamente las cualidades i defectos del contra-almirante
Montero, i no podia resignarse a estar sometido a sus órdenes.
Por eso, desde entonces pedia que el jeneral Campero que
saliese de Bolivia i que fuese a ponerse a la cabeza de todo el
ejército aliado, en su caHdad de jefe de una de las repúblicas
empeñadas en la lucha.
Estas diverjencias entre peruanos i bolivianos eran impru-
dentemente fomentadas por la prensa de Lima que publicaba
con frecuencia los escritos mas disolventes de la alianza. La
vanidad nacional no podia esplicarse los desastres de la cam-
paña de Tarapacá sino acusando, ora a los jefes peruanos
Buendía i Suárez, ora a las tropas bolivianas, que, según se
decia, no habian querido continuar la lucha, huyendo mise-
rablemente hacia el interior después del primer combate.
Llegóse a decir que la batalla de Dolores, o San Francisco no
habia sido tal batalla, sino simplemente una insurrección de
las tropas bolivianas del ejército aliado para abandonar a
éste i tomar la fuga. Fué un sarjento boliviano del batallón
Illimani, se decia, el que disparó el primer tiro para dar la
señal de la insurrección; i algunos jefes peruanos, creyeron
equivocadamente que se empeñaba un combate, i pusieron
en movimiento sus fuerzas sin pensar en que eran miserable-
mente traicionados i.
I. En una publicación hecha en Lima en esos dias por don R. Heredia,
con el título de Apuntes para la historia. El combate de San Francisco i la
victoria de Tarapacá, destinada toda ella a probar la traición de los bolivia-
nos, hallamos las líneas siguientes que han de parecer curiosas a los que co-
nocen la verdad sobre los hechos a que se refieren .
«Pocos momentos hacia que se habia separado el coronel Suárez a cumplir
las órdenes del jeneral en jefe (el 19 de noviembre de 1879), cuando se oyó
la detonación de un tiro (3 hs. 30 m. P. M.) disparado por un sarjento de la
184 GUERRA DEL PACÍFICO
A estas causas de inquietudes i de dificultades en el ejército
aliado, hai que agregar otra no menos grave. Algunos jefes i
oficiales peruanos, recordando la antigua i profunda enemis-
tad que existia entre el dictador Piérola i el contra-almirante
Montero, estaban profundamente convencidos de que aquel
tenia el plan fijo e invariable de no socorrer en manera algu^
na al ejército del sur, con el propósito de que éste no pudiera
constituir un peligro para la estabilidad de su gobierno. La
victoria posible de Montero, se decia, será una amenaza del
poder del jefe supremo que gobierna en Lima. En la capital
de la república habia muchas personas altamente colocadas
que pensaban esto mismo, i que así lo escribían a Montero en
cartas que fueron interceptadas por los marinos o por los sol-
dados de Chile.
El contra-almirante peruano, por su parte, no habia dejado
de manisfetar a las personas que lo rodeaban la magnitud
del sacrificio que él habia hecho en aras de la patria recono-
compañía del batallón Illimani, de la i.^^ columna lijera que estaba desple-
gada a seis pasos del lugar en que permanecía el jen eral en jefe i los demás
jefes mencionados anteriormente. Los esfuerzos del jeneral Buendía i de los
jefes que estaban con él, fueron inútiles para impedir que continuase el fue.
go. Los cornetas tocaban alto el fuego i los soldados bolivianos no obedecian-
El coronel Suárez que oyó la primera detonación, regresó inmediatamente
i procuraba "también impedir que continuase el fuego; pero todo en vano.
Era la señal convenida para la defección i ya no se podia evitar. El coronel
González, jefe del Illimani, preguntaba a su tropa de qué orden se hacia fue-
go, i los amenazaba i denostaba a fin de que lo suspendiesfen; pero nada con-
siguió, haciéndose así jeneral el tiroteo e improvisándose una batalla, para
la que nada habia preparado, ni acordado, pues en la noche de ese dia era
cuando debia discutirse i adoptarse el plan de combate.
«Es indudable, según se ha confirmado después, que el disparo hecho por
el sarjento del batallón Illimani, fué la señal acordada entre los cuerpos del
ejército boliviano para la defección vergonzosa del 19 de noviembre, que ha
proporcionado al enemigo las baladronadas de una gloria barata, pues no
ha habido la tan decantada batalla de San Francisco, ni hubo precipitación,
en el ataque, ni imprevisión en los jefes que, viéndose sorprendidos por una
traición inicua, tuvieron que aceptar las consecuencias de la culpable con-
ducta de algunos jefes i soldados del ejército boliviano, únicos responsables
del desastre del 19.
«Los jefes de las divisiones peruanas no recibieron orden para pelear, ni
tenian proyecto alguno de ataque; sin embargo, su ardor bélico i la ambición
opeHAciones militares 185
ciendo como gobierno de hecho la dictadura de su mas mor-
tal enemigo. El corresponsal que tenia en Tacna uno de los
diarios de Lima, que según se deja ver en sus escritos, gozaba
de la confianza absoluta de Montero, se encargó de ensalzar
el patriotismo de éste al prestar acatamiento al jefe supremo
que habia asaltado el poder.
«En cuanto al jeneral Montero, decia ese corresponsal, su
conducta ha sido digna i levantada, siguiéndolo todo el ejér-
cito acantonado en la plaza. Cualquiera otro hombre, en quien
la vanidad i la ambición hubieran ejercido una influencia fu-
nesta, capaz de sobreponerse a la honra del pais i al deber
individual, habria respondido con el desden, o habria retado
con las armas al ciudadano que le anunciaba la dictadura;
pero el jeneral Montero no es de aquellos a quienes puede ce-
gar el brillo de una gloria pasajera, después de la cual está la
infamia. Tras del rostro altivo de ese turbulento marino, se
ajita el alma noble de Arístides. Nosotros lo hemos oido de
imprudente de gloria los arrastró en la conflagración jeneral, tomando parte
en el improvisado encuentro que diezmaba a sus soldados.
«Es una lijereza decir que el 19 se dio batalla en San Francisco, i que el
ejército aliado obtuvo una derrota. No tal. No hubo ni podia haber batalla
formal; porque precisamente en la noche del 19 debian reunirse los jefes para
acordar el plan de ataque, i con este objeto se les habia citado. Debiendo
celebrarse previamente esa junta de guerra, es claro que no podia efectuarse
el combate sino al siguiente dia. Algunos jefes, es cierto, tomaron parte en
la refriega; pero lo hicieron sin orden del jeneral en jefe, siendo ellos los úni-
cos responsables de su temerario arrojo.
«Este es un punto que debe esclarecerse debidamente en el juicio que se
sigue en Arica, para apreciar la responsabilidad de los jefes que, sin previa
orden, comprometieron el honor de nuestras armas en un descabellado ata-
que a la inespugnable fortaleza de San Francisco, sin fijarse en que la inicia-
tiva del fuego de los cuerpos bolivianos no era sino la señal de un plan pre-
meditado en las ñlas del ejército aliado, para desbandarse i comprometer el
éxito de la batalla, como en efecto sucedió; pues al ponerse el sol del 19 de
noviembre, no habia ni un soldado boliviano en el campo de batalla, ni en
sus inmediaciones. Todos, absolutamente todos, hablan, como por encanto,
desaparecido.»
Aunque un poco menos esplícito, el coronel Suárez, jefe de estado mayor
del ejército aliado, daba esta misma esplicacion, es decir, la traición de los
bolivianos, como la. única causa del desastre de San Francisco o de Dolores,
en el parte oficial de esta jornada, firmado en Tarapacá el 23 de noviembre
de 1879.
186 GUERRA DEL PÁCIFrCO
cerca lamentar con el dolor profundo del patriotismo herido,
la suerte inmerecida de la patria i traducir en actos levanta-
dos sus aspiraciones para salvarla. El jeneral Montero lo sa-
crificará todo por ella, no solo en el puesto a que hoi lo han
llevado sus. méritos, sino en el de último soldado si se le seña-
lase. Ese bizarro guerrero es un creyente leal, que como los
caballeros de las cruzadas, cumplirá con la consigna que la
nación ha impuesto a sus hijos. El ejército ha seguido la con-
ducta de su capitán i marchará al combate llevándolo a su
cabeza. Para él, el cambio de gobierno no tiene otra signifi-
cación política, que la que la nación le ha dado.»
En medio de estas altisonantes alabanzas, no era difícil
ver en aquella situación un jérmen de desconfianzas que no
alcanzó a hacer desaparecer el tan aplaudido patriotismo del
contra-almirante Montero. Piérola i sus parciales quedaron
viendo en este jefe i en el partido político a que pertenecía,
un enemigo disimulado pero tenaz de la dictadura.
Pero estos recelos, cualesquiera que fuesen los fundamen-
tos, no hacían vacilar un solo instante la convicción jeneral
del Perú en los futuros triunfos de toda nueva campaña. Con
el propósito de «retemplar el patriotismo», frase consagrada
por la prensa i por los documentos oficiales del Perú, el go-
bierno de este país había cometido el mas funesto de los erro-
res políticos. Consistía éste en alentar la confianza ilimitada
de sus nacionales, haciéndoles creer la inmensa debilidad de
sus enemigos i el gran poder de los aliados. Con este fin, la
prensa i el gobierno se empeñaban en presentar cada comba-
te, aun las derrotas mas desastrosas, como una victoria de las
armas peruanas, o como un triunfo efímero e insignificante
del enemigo.
De la misma manera, tanto en los escritos de los diarios
como en las proclamas i documentos del gobierno, no se cesa-
ba de hablar de los grandiosos recursos militares del Perú,
del número de sus soldados i de la confianza absoluta que
debia abrigarse en la victoria. Como un medio de «retemplar
el patriotismo», se manifestaba el mas soberano desprecio por
el ejército i por la escuadra de Chile; i estas apreciaciones se
OPERACIONES MILITARES 187
comunicaban al estranjero como un augurio infalible de vic-
toria para el Perú.
A tal punto se llevaba adelante este errado sistema de en-
gaño, que a mediados de diciembre de 1879, cuando el jene-
ral Prado, convencido de su impotencia para resistir al ejér-
cito victorioso de Chile, se preparaba a abandonar el gobierno
i el pais, hablaba con la misma seguridad de los futuros triun-
fos de sus armas. Con fecha 15 de ese mes, don Adolfo Quiro-
ga, ministro de relaciones esteriores del presidente Prado,
habia dirijido una circular al cuerpo diplomático del Perú en
el estranjero para darle cuenta del estado de la guerra i de la
situación interior del pais. Decia allí que Chile habia obtenido
dos triunfos efímeros i de poca importancia; pero que el Perú
habia alcanzado la mas espléndida victoria de la campaña
el 27 de noviembre. «Después de esta victoria, agregaba el
ministro del jeneral Prado, el ejército peruano halló conve-
niente abandonar la provincia de Tarapacá»; pero según
aseguraba mas adelante, el Perú tenia un poderoso ejército
en Lima i otro en Arica; i los chilenos, no solo no podrían
avanzar un paso mas, sino que pronto serian arrojados dú
territorio que pisaban. «El Perú, decia en seguida, tiene po-
der suficiente, mas que suficiente, para lanzar a su enemigo
i sellar la presente guerra con una victoria decisiva.»
El gobierno de la dictadura sigiúó imperturbable en este
sistema de exajeraciones i de amenazas para engañar a sus
nacionales. Los diarios de Lima no cesaban de repetir que
Chile estaba perdido, que las victorias de su ejército eran
insignificantes i debidas a la casualidad, i que el día que aco-
metiese una nueva empresa sobre el Perú, encontraría su
tumba i su castigo. «Cuando los chilenos intenten atacar a
los bravos soldados peruanos que defienden a Arica, decían
con este motivo, se hallarán delante de un ejército de 20,000
hombres, a lo menos, que sabrán escarmentarlos con usura».
Con la misma confianza aseguraban que antes de cuatro me-
ses, el Perú tendría una escuadra poderosa, que, después de
destruir la de Chile, reconquistaría el dominio del Pacífico 2.
2. La prensa peruana, que como puede haberse visto en los cortos frag-
188 GUERRA DEL PACIFICO
Todas estas amenazas solo producían desden en Chile. El
gobÍ3rno de esta república estaba resuelto a abrir una segun-
da campaña para destruir el ejército aliado de Tacna i Arica.
Su pensamiento fué encerrarlo en la rejion que ocupaba, parB
impedirle toda comunicación con el resto del Perú, de donde
le podian venir recursos mas o menos importantes, i para cor-
tarle toda retirada i obligarlo a batirse. A fin de llevar a cabo
este plan, Chile tendría que trasportar su ejército al norte de
los campamentos enemigos, hacerlo emprender en seguida
las mas penosas marchas al través de arenales i despoblados
desprovistos de todo, paia empeñar al fin la batalla. El go-
bierno chileno i el estado mayor de su ejército no se hacian
ninguna ilusión sobre el particular. Uno i otro sabian de so-
bra que las dificultades de la nueva campaña no consistirían
en derrotar al enemigo, sino en llegar. hasta él, impidiéndole
que se dispersara antes de combatir.
Desde mediados de febrero de 1880 estaba hsto el ejército
de Chile para emprender esta segunda campaña. En el puerto
de Pisagua se habian reunido dieciseis buques de guerra i de
trasporte, i en ellos se embarcaron diez mil hombres el 24 de
ese mes. Dos dias después desembarcaron en lio, i se apode-
raron de este pueblo i del de Pacocha sin hallar la menor re-
sistencia. Los destacamentos peruanos que guarnecían esos
mentos que hemos reproducido, no habia cesado de amenazar a Chile desde
el principio de la guerra con la mas altanera arrogancia, se hizo quizá aun
mas provocadora al dia siguiente de constituida la dictadura de Piérola. En
medio de las lisonjas que prodigaba cada dia a éste, i de los ultrajes incesan-
tes al ex-presidente Prado, a quien llamaban imbécil, cobarde, jugador, etc.,
etc., se anunciaba enfáticamente que ya habia llegado la hora del tremendo
castigo de Chile; que Chile estaba temblando de miedo, i que en dos meses
mas los ejércitos de esta república serian arrojados de la provincia de Ta-
rapacá. En la imposibilidad de reproducir en las pajinas de este libro algu-
nos de esos artículos, a los cuales dio mayor publicidad la prensa de Chile
reproduciéndolos en son de burla, se nos permitirá copiar en seguida algunas
líneas de las correspondencias que se enviaban de Lima a La Raza latina,
periódico español de Nueva York, las cuales, aunque con mas moderación
en la forma, reflejan la misma arrogancia de la prensa de Lima. Helas aquí-
«Lima, enero de 1880. — La dictadura Piérola esla salvación del Perú i el
triunfo seguro sobre Chile, que contaba como útiles aliados con la torpeza,
fatuidad, indolencia i cobardía del ex-presidente jeneral Prado. Al saberse
OPERACIONES MILITARES 189
puntos, los habían abandonado al divisar los buques chilenos
dejando en pié los muelles, los telégrafos, las cañerías de agua
i todos los elementos que habían de servir al ejército invasor.
Solo faltaban las máquinas telegráficas i los libros copiadores
de la correspondencia, pero el estado mayor chileno llevaba
aparatos de esa naturaleza, i pudo restablecer inmediatamen-
te las comunicaciones.
Apenas ejecutado el desembarco de la primera división, los
trasportes volvieron a Pisagua, i condujeron otro cuerpo de
tres a cuatro mil hombres que no habían podido llevar en el
primea* viaje. En el acto se emprendió la esploracion i la ocu-
pación del valle regado por el rio lio, i del camino que con-
duce a Moquegua, es decir, de los mismos lugares que dos
meses antes había reconocido el comandante de injenieros
don Arístídes Martínez con tanta fortuna como audacia.
La primera noticia del desembarco del ejército chileno en
Pacocha se tuvo en Lima el 2 de marzo; pero era tal la per-
suacion de que Chile no se hallaba en situación de acometer
tales empresas, que pocas personas le dieron "crédito. Un dia-
en Chile que hoi está al frente de los destinos del Perú un hombre de talento,
enerjía, actividad i valor probado como don Nicolás de Piérola, ha entrado
el desconcierto en las operaciones de guerra i empezado a insinuarse en la
prensa de Santiago la idea de celebrar tratado de paz.
«En los veinte dias que lleva de gobierno el señor Piérola ha dado al ejér-
cito la buena organización de que carecía i provístolo de elementos que le
faltaban. El pais, en poquísimo tiempo mas, quedará en estado de defensa i
el ejército del sur espedito para emprender con ventaja operaciones sobre
Tarapacá, donde los chilenos reconcentran hoi sus fuerzas.
«Diversos arreglos i combinaciones con la casa Dreyfus de Paris i un con-
trato ajustado con la misma sobre venta i consignación de guano, han traido
al erario del Perú un anticipo de muchos millones que se aplicarán a los gas-
tos de la guerra. Mientras Chile se encuentra con su tesoro casi exhauto i
pobre de recursos {)ara mantener su escuadra i ejército, el Perú tiene hoi mas
de lo preciso para sostener la guerra i llegar a la victoria. No pasará el mes
de mayo sin que la preponderancia marítima que actualmente tiene el ene-
migo haya desaparecido, merced a la actividad i patriotismo del señor Pié-
rola. No conviene ser mas esplícito en este punto.
«El honrado i entusiasta dictador ha realizado en medio mes i en bien del
pais i de su independencia, lo que Prado encontraba irnposible. ¡Qué contras-
te de gobernantes!»
190 GUERRA DEL PACÍFICO
rio de la capital llegó a desmentirla solemnemente en los tér-
minos que siguen:
«Noticia relativa a desembarco chileno en lio no tiene fun-
damento fidedigno. El 27 circuló en Arica rumor de que 10,000
hombres habian desembarcado en Pacocha i en Camarones
3,000.
«Este rumor no se confirmó el 28.
«Esos desembarcos en Camarones i en Pacocha, i esos miles
de ciudadanos rotosos que se hacen aparecer aquí i allá, no
son mas que invenciones antojadizas.
«Así lo sabemos de un modo casi fidedigno, i así nos lo dice
nuestio corresponsal en el Callao que ha averiguado bastante
en el asunto.»
Pero no pudo mantenerse por largo tiempo esta incerti-
dumbre. El contra-aJmiíante Montero había comunicado por
la vía de tierra el desembarco de los chilenos, asegurando que
abrigaba la mas absoluta confianza de que el ejército invasor
encontraría su tumba i su castigo en Moquegua. La prensa de
Lima repitió en todos los tonos esa misma seguridad, agre-
gando los insultos i las provocaciones de costumbre a Chile
i a sus soldados.
A juzgar por los escritos de la prensa del Perú, i por lo^
documentos oficíales, aquella noticia no produjo mas que
contento i satisfacción. Los chilenos, se decia, son cobardes:
no se atreven a medirse con el ejército de Montero, i por eso
han ido a buscar para teatro de sus operaciones un lugar que
está lejos de aquel ejército. Para alentar la confianza de las
poblaciones, contaban i recontaban el número de los invaso-
res i concluían que mientras éstos eran apenas 12,000 hom-
bres, muchos de ellos reclutas en harapos, el Perú tenia allí
20,000 magníficos soldados, provistos de todo í que contaban
segura la victoria. El diario oficial de la dictadura, aunque
con menos arrogancia en sus provocaciones, asegura ha esto
mismo el día 4 de marzo.
«Nuestro ejército del sur, decía con este motivo, no se en-
cuentra felizmente desprevenido i nuestros enemigos tendrán
OPEBACIDNES MILITARES 191
que luchar esta vez con mas serias dificultades que en la pro-
vincia de Iquique.
«Las tropas aliadas, algunas de las cuales saben ya como
se triunfa de los chilenos, los esperan hace dos meses con el
arma al brazo, ansiando el momento de disputar, con su va-
lor, a la fortuna los favores que ha querido conceder antes a
nuestros tenaces enemigos.
«En esta vez tienen ellos que atravesar por poblaciones
orgullosas de haber sabido defender siempre la integridad del
territorio nacional, i hasta la inclemencia de la estación será
otro enemigo contra quien tengan que combatir nuestros in-
vasores.
«Bastante lo han conocido de antemano i de allí sus pro-
longadas vacilaciones para emprender su nueva campaña al
sur, que ha comenzado ya para ellos bajo malos auspicios.
«Con estos antecedentes no hai por qué desconfiar del triun-
fo.»
Esta fué la convicción jeneral en el Perú. Se sabia que era
difícil sino imposible hacer llegar hasta Tacna i Arica nuevos
cuerpos de tropas para ausiliarel ejército del contra-almiran-
te Montero; pero al mismo tiempo se creía i se anunciaba que
no solo era este ejército muí superior al de los chilenos, sino
que los departamentos del sur acudirían presurosos con nue-
vos confín j entes a defender el suelo de la patria i a rechazar
a los invasores. Esos departamentos, Puno, Arequipa, Mo-
quegua, eran las «poblaciones orgullosas de haber sabido de-
fender siempre la integridad del territorio nacional», i según
se decia, eran bastante poderosas para castigar a los chilenos,
aun sin contar con los 20,000 hombres que se daban al ejér-
cito de Tacna i de Arica.
Sabiendo el gobierno de Chile que los peruanos habían re-
concentrado tropas en Arequipa i que éstas inquietarían a
los chilenos que ocupasen a Moquegua, había resuelto que se
hiciera una espedicion por la costa para distraer su atención.
En efecto, del campamento de Pacocha, zarpó el 8 de marzo
una división de unos dos mil hombres bajo las órdenes del
coronel don Orozímbo Barbosa. Después de cortar el telégrafo
192 GUERRA DEL PACÍPrCO
en una caleta que existe entre los puertos de Islai i de Molien-
do, las tropas chilenas desembarcaron en el primero de esos
puertos, venciendo fácilmente la resistencia que les opuso
una corta guarnición desde las alturas vecinas, i tomándole
veinticinco prisioneros.
En seguida la división chilena marchó por tierra a Molien-
do. Los peruanos tenian alli algunos cañones para la defensa
del puerto, i una guarnición mas considerable; pero sabedores
del desembarco de los enemigos en el vecino puerto de Islai,
abandonaron a Moliendo retirándose por el ferrocarril hacia
el interior, i llevándose toda la artillería. La división chilena
se limitó a destruir tanto en este puerto como en Islai, los te-
légrafos, el ferrocarril, el muelle i los demás elementos de
propiedad del gobierno peruano que podian servirle para mo-
vilizar sus fuerzas. La prensa de Lima habló después de estas
destrucciones exaj erándolas estraordinariamente. De las in-
vestigaciones mandadas practicar por el gobierno de Chile,
resultó que la mayor parte de esas acusaciones eran falsas,
i que gran parte de los daños causados i de los robos per-
petrados allí, fueron cometidos por el populacho del mismo
lugar después de la retirada de los chilenos.
La espedicion del coronel Barbosa estuvo de vuelta en Pa-
cocha el 14 de marzo. Si no habia alcanzado todo el objeto
de su comisión, puesto que no consiguió sorprender a la guar-
nición de Moliendo, logió al menos distraer la atención de las
fuerzas peruanas de Arequipa. Una parte de ellas tuvo que
ocurrir a la costa, no para atacar a los chilenos, pero sí para
resguardar los caminos que conducen al interior del departa-
mento de Arequipa.
En esos momentos habia en Moquegua fuerzas peruanas
mucho mas considerables de las que dos meses antes habia
puesto en fuga el comandante Martínez. Esas fuerzas, man-
dadas por el coronel don Andrés Gamarra, no pensaban, sin
embargo, en defender esa ciudad ni el valle inmediato, pero
se habían fortificado un poco mas al norte, en una altura que
se creía inatacable.
Era aquella, en efecto, una ventajosa posición militar, cuya
OPERACIONES MILITARES 193
defensa presentaba grandes facilidades. Para pasar de Mo-
queguá a Torata, es necesario trasmontar una asperísima
cadena de cerros que solo ofrece un pasaje abordable por la
garganta o cuesta denominada de los Anjeles. Allí hai un ca-
mino abierto en zig-zag, pero siempre difícil i pendiente, i que
ningún ejército puede recorrer desde que las alturas estén
ocupadas por una fuerza cualquiera. Los cerros de los lados
son de tal manera escarpados que siempre se había creído
que era del todo imposible llegar a los Anjeles con un cuerpo
de ejército por otra parte que por el camino público. Las tro-
pas colocadas allí no tenían, pues, nada que temer por sus
flancos; i para la defensa del camino que conduce a las altu-
ras, bastaba un puñado de hombres.
La garganta de los Anjeles gozaba en la historia del Perú
una reputación tal, que había merecido el nombre de las Ter-
mopilas peruanas. En 1823, una división española había de-
rrotado allí al ejército independiente. En 1874, en una de
las interminables guerras civiles del Perú, el caudillo revo-
lucionario don Nicolás de Píérola, el mismo que mas tarde
ha sido dictador de esa república, se apoderó de esas altu-
ras i rechazó el ataque de los ejércitos del gobierno que man-
daban el presidente Pardo i el jeneral Buendía. Esplicando
esos sucesos, los jefes peruanos declararon oficialmente que
desde esas alturas «bastaban quinientos hombres para resistir
a un ejército de 10,000» 3. Se comprenderá la importancia
que el mismo Piérola daba a esas posiciones; i la confianza
con que el coronel Gamarra se había fortificado en ellas.
Los chilenos tenían conocimiento cabal de todo esto. Del
campamento de Pacocha salió primero una columna de ca-
3. Sobre ese ataque de las posiciones de los Anjeles en 1874, pueden
verse, ademas de las relaciones hechas por los mismos revolucionarios, los
documentos siguientes: i .^ Parte del jeneral Buendía de 6 de diciembre de
1874, en que dice que después de un ataque de nueve horas, sus tropas se
retiraron con elmayor entusiasmo, (el entusiasmo de la derrota). 2.^ Rela-
ción del coronel don José de la Torre, jefe de estado mayor de su ejercita
publicada en El Comercio de Lima del 13 de diciembre de ese año. 3.® El
parte oficial del presidente Pardo, fechado en Arequipa el 3 1 de diciem-
bre. Los tres declaran inespugnables las posiciones de la cuesta de los
Anjeles.
TOMO XVI.~13
194 GUERRA DEL PACÍFICO
ballena mandada por el jeneral don Manuel Baquedano, para
reconocer el camino que conduce al interior, temiendo que el
ferrocarril hubiese sido cortado. Establecida la comunicación
sin ninguna dificultad, avanzó en seguida la segunda división
del ejército; i en la mañana del 20 de marzo, las tropas chile-
nas tomaron posesión de Moquegua, acampando el grueso de
ellas en la ribera norte del rio, en el lugar denominado Alto
de la Villa, que es el punto terminal del ferrocarril. Desde el
mismo instante, los injenieros, bajo la dirección del coman-
dante Martínez, comenzaron a estudiar el terreno en todos
bus detalles.
En realidad, el ejército de Chile, que no pensaba en espe-
dicionar sobre Torata, sino penetrar hacia el sur a buscar al
ejército de Tacna, hasta habria podido desentenderse de las
fuerzas que el coronel peruano Gamarra tenia en la cuesta de
los Anjeles. Pero era peligroso dejar allí tropas enemigas^
tanto mas cuanto que ellas podrian ser el núcleo de un ejér-
cito que picase la retaguardia a los chilenos durante su mar-
cha al sur. El jeneral Baquedano resolvió inmediatamente el
ataque; i con pleno conocimiento del terreno, fué acordado
en su campamento el plan para llevarlo a cabo.
Por la derecha del enemigo, las serranías eran sumamente
escabrosas, i parecía que ni los hombres ni los animales po-
dían pasar por allí. Un batallón, compuesto por los robustos
i animosos mineros de Copiapó, bajo las órdenes de su enér-
jico comandante don Juan Martínez, aceptó el encargo de
escalar las alturas por ese lado. Por el flanco izquierdo de los
peruanos, el ataque presentaba dificultades de otro orden..
La falda de los cerros, aunque áspera i pendiente, era mas
transitable, pero se necesitaba hacer un rodeo de muchos
quilómetros, tanto mas difícil de ejecutar, cuanto que la ope-
ración debía practicarse de noche. El ataque debia darse al
amanecer del 22 de marzo.
En efecto, poco después de haberse oscurecido el día ante-
rior, salió de Moquegua una columna de cerca de mil hombres
de las tres armas, mandada por el coronel don Mauricio Mu-
ñoz, para ir a tomar por aquellos rodeos el flanco izquierda
OJERACIONES MILITARES 195
de los atrincheramientos peruanos. A media noches alió del
campamento del Alto de la Villa el batallón encargado de
escalar las serranías por los despeñaderos de la derecha ene-
miga. Poco mas tarde el jeneral Baquedano colocó su artille-
ría en un lugar del terreno bajo del valle, desde donde podia
romper sus fuegos sobre los caracoles del camino público i las
trincheras que coronaban las alturas.
En la noche se mantuvo la mayor vijilancia en los dos cam-
pamentos. A las dos de la mañana se sintió un nutrido tiroteo
producido por una partida peruana que protejida por la os-
curidad de la noche, bajó de las alturas para sorprender a las
avanzadas chilenas que estaban al pié, i que rechazaron al
enemigo. Pero nadie en el campamento del coronel Gamarra
sospechó siquiera el ataque que los chilenos llevaban en esos
momentos a cabo por los dos flancos.
Pero, al amanecer del dia 22 de marzo, los defensores de
los atrincheramientos de los Anjeles se .encontraron flanquea-
dos por su costado derecho. El batallón chileno que habia
trepado a las alturas caminando en medio de la oscuridad de
la noche por esas escarpadísimas laderas, llegó justamente a
tiempo para romper el fuego i para comenzar a disputar sus
atrincheramientos a los peruanos, con la primera luz del dia.
La columna mucho mas numerosa que debia atacarlos por la
izquierda, estaba algo atrasada a consecuencia de la larga
distancia que habia tenido que recorrer; pero encontró tam-
bién algunas compañías peruanas que estaban destacadas por
ese lado, i empeñó el combate contra ellas al amanecer. La
artillería chilena, que habia ocupado su puesto en el valle,
disparó al mismo tiempo una lluvia de granadas sobre las po-
siciones peruanas, i ayudó eficazmente a introducir en ellas
el espanto. •
Poco mas de una hora se mantuvo así el combate. Los pe-
ruanos comenzaron a ceder, i en seguida a abandonar el cam-
po con toda precipitación, dejando allí 28 muertos i un nú-
mero mayor de heridos. Cuando la bandera chilena flameaba
en los atrincheramientos que los peruanos habían ocupado
en las alturas, el jeneral Baquedano mandó suspender los
196 GUERRA DEL PACÍFICO
fuegos de su artillería i dispuso que el resto de su división
marchara a ocupar esas posiciones por el camino público que
habia quedado libre i espedito. La persecución de los fujitivos
se continuó cuanto fué posible, tomándoles 64 prisioneros, de
los cuales 8 eran oficiales, muchas armas i municiones. Tora-
ta, así como los otros pueblecitos i campos vecinos, cayeron
el mismo dia en poder de los chilenos.
La ocupación de aquellas ventajosas posiciones, que en el
Perú se creían absolutamente inespugnables, produjo en todo
el país una esplosion de rabia. En el principio la prensa negó
la efectividad del desastre; i cuando ya no se pudo ocultar la
verdad, el coronel Gamarra, que no habia podido resistir a
la audacia i al empuje de los chilenos, fué tratado poco menos
que como traidor a la patria. El dictador Piérola mandó so-
meterlo a juicio, del mismo modo que pocos meses antes lo
habían sido los jefes en cuyas manos se perdió la campaña de
Tarapacá.
Para los chilenos, el triunfo de los Anjeles no fué la satis-
facción de una simple vanidad militar. Conquistada aquella
posesión, i dispersadas las tropas que la defendían, quedaban
cerrados todos los caminos por los cuales el ejército peruano
del sur podia comunicarse con el centro i con el norte de la
república, i por donde podian también recibir refuerzos. Des-
de ese dia también, las tropas chilenas pudieron abrir la cam-
paña i emprender su marcha hacia el sur sin temor de ser hos-
tilizadas por la retaguardia.
Al mismo tiempo que por tierra se ejecutaban las operacio-
nes que dejamos referidas, la escuadra chilena continuaba las
hostilidades por mar. El bloqueo de Arica era sostenido por
el monitor Huáscar i por la cañonera Magallanes. El 27 de
febrerí?, el primero de estos buques se acercó a tierra para
reconocer los fuertes peruanos, i fué recibido por los fuegos
de las baterías i del monitor Manco Capac que, como hemos
dicho, era una formidable batería flotante colocada en el fon-
do de la bahía. El comandante del Huáscar don Manuel Thom-
son, murió destrozado por una bomba peruana; pero el co-
mandante Condell, que tomó el mando del bloqueo, sostuvo
OPERACIONES MILITARES 197
el combate con toda enerjía. Habiendo llegado allí el dia si-
guiente otros dos buques chilenos, continuaron el bombardeo
de la plaza causando en ella estragos de consideración.
El bloqueo de Arica se continuó por dos semanas mas sin
incidente alguno que viniese a interrumpir su monotonía.
Para defender la entrada de este puerto, no quedó allí mas
que el monitor Huáscar i un mal trasporte, fuerza insuficiente
para el caso, por ser la bahía de Arica sumamente abierta. En
la noche del i6 de marzo, la corbeta peruana Union, despa-
chada del Callao pocos días antes, burló el bloqueo i penetró
al puerto, favorecida por la oscuridad i por su estraordinaria
rapidez. Esa corbeta llevaba comunicaciones del gobierno
de Lima i algunos ausiHos para el ejército del contra-almiran-
te Montero.
El dia siguiente, cuando el Huáscar vio a la Union cerca
de tierra i bajo la protección de las baterías, rompió sus fue-
gos sobre ella no solo con el objeto de ofenderla sino de impe-
dir el desembarco de su carga. Luego llegaron al puerto otros
dos buques chilenos que reforzaron el ataque. Por una estra-
tajema bien ideada por el oficial peruano don Manuel Antonio
Villavicencio, que mandaba la Union, hizo salir de la máqui-
na de este buque una gran cantidad de vapor, como si hubie-
se sufrido una grande avería. Los marinos chilenos cayeron
en el engaño, suspendieron el ataque i en la tarde reunieron
sus naves en el norte de la bahía para acordar las medidas
que impidiesen a la nave salir del puerto durante la noche.
Favorecida por lo abierto de la bahía i por lo rápido de su
andar, la corbeta peruana se deslizó hacia el sur bajo la pro-
tección de los fuertes de tierra, i se alejó de Arica burlando
hábilmente a sus perseguidores que no pudieron darle alcance.
Esta audaz operación de la corbeta peruana no había te-
nido en realidad mas que ün objeto, el de satisfacer de algún
modo las exij encías del pueblo de Lima que reclamaba del
dictador que socorriese al ejército del sur, incomunicado en-
tonces por las tropas chilenas. Pero la Union no pudo llevar
a Arica mas que cuatrocientos pares de zapatos, algunos far-
dos de j enero para vestuario i dos ametralladoras desmonta-
198 GUERRA DEL PACÍFICO
das. Los oficiales peruanos de Tacna i de Arica, que veian a
sus soldados casi desnudos, i que conocian todas las necesi-
dades del ejército, se persuadieron de que las mezquinas ri-
validades de los hombres públicos del Perú, no se hablan
acallado en medio de los conflictos de la guerra esterior. A
juicio de ellos, el dictador Piérola estaba resuelto a sacrificar-
los para evitar un triunfo que debia de enaltecer a Montero,
i que podia ser una amenaza para el gobierno de la dictadura.
Así, pues, el viaje de la Union, sin importar un ausilio de me-
diana importancia para el ejército de Tacna i Arica, vino a
fomentar la desconfianza de los oficiales i aun a producir cier-
to desaliento en los espíritus.
Sea como se quiera, la empresa ejecutada con tanta fortu-
na por el comandante Villavicencio, fué celebrada en todo e
Perú como una .gran victoria, pero ella aceleró las operaciones
de la escuadra chilena para impedir todo movimiento de las
naves enemigas. En efecto, dejando subsistente el bloqueo
de Arica, de Moliendo i de las costas adyacentes, el buque
blindado Blanco Encalada, el monitor Huáscar, la corbeta
O'Higgins, dos cruceros i otros buques menores pusieron el
bloqueo efectivo al Callao i a los puertos vecinos el día lo de
abril. Después del plazo acordado a los buques mercantes de
bandera neutral para dejar el puerto, rompieron el cañoneo
contra los fuertes i contra los buques peruanos, que habían
sido guardados en la dársena. Esta operación venia a poner
un término a las escursiones que las naves de este país podían
hacer en las costas vecinas.
Desde ese dia, las naves chilenas quedaron recorriendo los
mares en todas direcciones, libres del peligro de cualquiera
sorpresa. Se comprende fácilmente que este bloqueo rigoro-
samente sostenido, iba a causar grandes perjuicios al comer-
cio del Perú, cerrándole sus puertos principales. La prensa
de Lima, sin embargo, aparentó celebrarlo casi como una vic-
toria, declarando que esta operación perjudicaba mas al co-
mercio de Chile que al del Perú. Por otra parte, la prensa i el
gobierno de este país creían ver en el bloqueo un orí jen de
infinitas comphcaciones internacionales para la escuadra chi-
OPERACIONES MILITARES 199
lena; i al efecto, pusieron todo su conato en estimular las que-
jas i reclamaciones de los neutrales, esperando encontrar en
estas dificultades un apoyo que les negaba la opinión pública
de las naciones europeas.
^^^^
CAPITULO XI
Campaña sobre Tacna, abril i mayo de 1880
Reorganización industrial i administrativa de la provincia de Tara paca. —
Liberales concesiones hechas por el gobierno de Chile a los acreedores
hipotecarios del Perú. — Disposiciones relativas a la esplotacion del sa-
litre.— Inútiles protestas del gobierno del Perú.— Medidas financieras
de éste para procurarse fondos.— Sus trabajos para organizar nuevos
ejércitos. — El ejército chileno se prepara a marchar sobre Tacna. —
Grandes dificultades que les oponen la naturaleza i la topografía de
aquellos lugares. — Reconocimientos practicados por la caballería chile-
na.— Combate de Buenavista. — Marcha del ejército chileno. — Trabajos
que impuso la conducción de la artillería. — Reunión de todo el ejército
en las márjenes del rio Sama.— Muerte repentina del ministro de
guerra don Rafael Sotomayor.
Al mismo tiempo que se emprendian las operaciones mili-
tares que hemos referido en el capítulo anterior, el gobierno
de Chile estaba empeñado en regularizar la administración
pública en la provincia de Tarapacá. Se sabe que la industria
de esta provincia, rejida desde 1873 por un errado sistema
económico, habia sufrido las mas serias perturbaciones du-
rante el primer año de guerra. La espulsion de los trabaja-
dores chilenos al dia siguiente de rotas las hostilidades, la
suspensión del comercio esterior, ocasionada por el bloqueo
202 GUERRA DEL PACÍFICO
de Iquique, la ocupación de la provincia por el ejército pe-,
ruano durante mas de seis meses, i por último, las operacio-
nes militares que dieron por resultado la posesión completa
por los chilenos, eran causas del desorden, o mas bien, del
desamparo industrial i administrativo en que habia caido.
El gobierno de Chile proveyó a esos lugares de empleados
civiles que vijilasen por su administración. Para dar facili-
dades al comercio, las aduanas fueron sometidas a un réjimen
mucho mas liberal del que hablan tenido antes. Con el mis-
mo celo, se establecieron nuevos tribunales de justicia, se or-
ganizó la policía de aseo i de seguridad, se crearon hospitales
para los enfermos desvalidos i se abrieron escuelas bajo el
mismo sistema establecido en Chile. Dos meses después de la
ocupación chilena, el orden i la regularidad administrativa
estaban satisfactoriamente establecidos. El comercio de Iqui-
que cobró nueva vida a la sombra de este estado de cosas.
Fundáronse alH nuevas imprentas, i la prensa periódica co-
menzó a funcionar bajo el réjimen de absoluta libertad que
existe en Chile.
Un número considerable de acreedores europeos del Perú
se habia dirijido desde meses atrás al gobierno chileno solici-
tando permiso para cargar guano en los depósitos de Tara-
pacá i en las islas de Lobos. Manifestaban ellos que este abo-
no estaba afectado preferentemente al pago de sus créditos;
pero que el gobierno del Perú, burlando los solemnes compro-
misos contraidos con ellos, habia suspendido desde algunos
años atrás el pago de estas obligaciones, lo que habia dado
orí jen a que los títulos de su deuda, sufriesen una deprecia-
ción de un noventa por ciento. En esta representación, el
gobierno de Chile no vio mas que una prueba de la confianza
que los prestamistas europeos tenían en la honradez con que
siempre habia pagado a todos sus acreedores.
Pero el gobierno de Chile no quería hacer promesas cuando
el estado de la guerra no lo habia puesto aun en posesión de
esos depósitos de guano; i si bien oyó favorablemente esas
proposiciones, esperó la ocupación de Tarapacá para resol-
ver esta cuestión en un sentido favorable para los acreedores
OPERACIONES MILITARES 203
del Perú. Quería también que el mayor número de éstos se
pusiera de acuerdo, para hacer mas efectiva las ventajas de
su resolución.
Esto fué lo que sucedió en diciembre de 1879 i ^^ enero de
1880. Los tenedores de bonos peruanos celebraron algunas
reuniones en Londres; i recordando allí la manera como ha-
bían sido cruelmente burlados en todas sus espectativas por
el gobierno del Perú, acordaron acojerse a la honorabilidad
del gobierno de Chile. Su confianza a este respecto, no era
infundada. Por decreto de 23 de febrero de 1880, Chile otorgó
a los acreedores hipotecarios del Perú, el permiso para cargar
guano de los depósitos de Tarapacá, mediante el pago de 30
chelines por la esportacion de cada tonelada. Los trabajos
para emprender el carguío comenzaron a ejecutarse desde
luego.
Las protestas del gobierno dictatorial del Perú contra esta
concesión, están consignadas en un decreto que lleva la fecha
de 15 de marzo. El dictador Píérola declara alH que el permi-
so concedido por el gobierno de Chile a los acreedores del go-
bierno del Perú, es atentatorio contra la soberanía de este
pais, que los acreedores que lo hubieran solicitado o que se
acojieren a él, han perdido ipso fado todos sus derechos, que
no podrían hacerlos valer en ningún tiempo i bajo ninguna
forma, i que el gobierno de este pais perseguiría las embarca-
ciones que esportaran guano, i las confiscaría, cualquiera que
fuere el pabellón que las cubriera. Como.es fácil comprender,
un decreto de esta clase, dado por un gobierno cuya escuadra
había sido destruida en la guerra, i que por tanto no podía
hacerlo cumplir, no debía ser tomado a lo serio.
La industria salitrera, la mas importante de la provincia
de Tarapacá, llamó también preferentemente la atención del
gobierno de Chile. Se recordará que el gobierno peruano, obe-
deciendo a una errada poHtíca, estableció en 1873 el mono-
poho del salitre, i luego trató de adquirir todos los estable-
cimientos, para ser el único elaborador i el único vendedor
de este artículo. Según este sistema, el gobierno del Perú ha-
bía celebrado con diversas personas contratos de elaboración,
204 GUERRA DEL PACÍFICO
según los cuales, estos empresarios elaboraban en las fábricas
del Estado una cantidad determinada de salitre que debian
entregar al fisco mediante el pago de 62 peniques por quintal,
como costo de elaboración. El Estado vendia i esportaba el
salitre elaborado de esta manera.
Este sistema, que convertía en negociante al gobierno del
Perú, con perjuicio de los intereses bien entendidos del co-
mercio i de la industria, repugnaba al gobierno de Chile. Ni
siquiera quiso exijir por entonces la entrega del salitre elabo-
rado por cuenta del Estado peruano por las personas que te-
man contratos pendientes, i el cual le correspondía de dere-
cho como propiedad quitada al gobierno enemigo. En vez de
seguir el pernicioso sistema de monopolio, decretó la libre
esportacion del salitre, mediante el pago de un impuesto mo-
derado de un peso cincuenta centavos por quintal.
Desgraciadamente, este réjimen liberal tardó mucho en
producir sus frutos. La esportacion voluntaria no se desarro-
llaba por causas fáciles de comprender. En primer lugar, la
perturbación consiguiente al estado de guerra no podia ase-
gurar el restablecimiento inmediato de la confianza entre los
industriales i entre los comerciantes. En segundo lugar, el
gobierno del Perú amenazaba hasta con la confiscación de los
bienes que tenian en las provincias de la república ocupadas
por sus armas, a aquellos contratistas con el Estado que res-
petasen la lei chilena i se hiciesen esportadores de salitre. En
tercer lugar, muchos especuladores creyeron que demorando
la esportacion, obligarían al gobierno chileno a rebajar mas
aun el impuesto con que habia sido gravada. Vióse, pues,
éste obligado a vender por su cuenta el salitre ya elaborado,
i a remitir una buena parte de él a Europa, para que fuese
allá vendido. Estas providencias, sin embargo, se dictaron
con un carácter transitorio. El gobierno de Chile, en posesión
de todos los terrenos productores'de salitre hasta el paralelo
19 de latitud sur, preparaba una lei para someterlos a un ré-
jimen económico uniforme, sobre las bases de la libertad co-
mercial i de la igualdad de impuesto.
Guando el gobierno del Perú supo que Chile comenzaba a
OPERACIONES MILITARES 205
beneficiar los depósitos de nitrato de la provincia de Tara-
pacá, hizo oir sus protestas. Esos depósitos, decia, son pro-
piedad del Perú; i Chile no puede esplotarlos sino por un acto
de piratería. Es cierto, agregaba, que Chile está en posesión
de esos territorios, pero esa posesión es instable, i se debe
mas que al poder de sus ejércitos, al error de los jenerales del
Perú. Las naves que carguen el salitre por cuenta del gobier-
no, como las que carguen guano por cuenta de los acreedores
del Perú, serán perseguidas en todas partes por las autorida-
des peruanas como naves piratas. Pero, esto era desconocer
en todas sus partes la efectividad de un hecho material i con-
sumado, como era la ocupación efectiva i eficaz del territorio
en cuestión, por las armas i por las autoridades de Chile, i el
hecho no menos real de que el Perú no tenia escuadra con que
impedir el embarque del salitre, ni con qué perseguir las na-
ves que lo condujesen a Europa. Ha resultado de aquí, que
las protestas peruanas han quedado escritas en el papel i no
han producido ningún resultado práctico.
El gobierno dictatorial del Perú dictaba al mismo tiempo
otras medidas de hacienda. Creaba por sí i ante sí, nuevos
impuestos que a pesar de ser mui onerosos, no produjeron las
entradas que se buscaban. Decretó que se suspendiese el pago
de todas las obligaciones que databan de una época anterior
al 24 de diciembre de 1879, es decir, del dia en que se inau-
guró la dictadura, a menos que esas obligaciones fueran cali-
ficadas según reglas que no se indicaban, i aun así no serian
pagadas sino mas tarde i con la aprobación especial del go-
bierno.
Esta medida tenia por objeto demostrar que en adelante
se cubrirían con las rentas del Estado las nuevas obligaciones
que se contrajesen, estimulando así que se hiciesen nuevos
préstamos al gobierno; pero el dictador parecía desconocer
que el establecimiento de este sistema acabaría por destruir
por completo el crédito interior i esterior del Perú, puesto
que dejaba establecido el hecho de que el gobierno podía fijar
cualquier dia, que las obligaciones contraidas por el Estado
antes de tal o cual fecha no tenían valor. Esta teoría era por
206 GUERRA DEL PACÍFICO
demás peligrosa en un pais en que los gobiernos revoluciona-
rios suelen sucederse con mucha rapidez; i en efecto, despertó
gran desconfianza en el Perú, lejos de producir el resultado
que se buscaba.
Se contrajo también el dictador Piérola a promover arre-
glos financieros con los acreedores estranjeros del Perú, para
distraerlos de tratar con Chile. Por decreto de 7 de enero de
1880, acordó la consolidación de la deuda esterior, la cual
seria pagada inmediatamente por medio de la cesión de los
ferrocarriles del Estado; i con la emisión de nuevas obligacio-
nes amortizables con intereses por las cantidades que no al-
canzasen a pagarse con las vías férreas 1. Pero como los acree-
I. Siendo este decreto demasiado estenso para insertarlo íntegro en esta
nota, vamos a copiar solo sus artículos principales.
«i.<^ Consolídanse en una sola las deudas contraidas en Europa en 1870,
la que lleva el nombre de 1872 i los bonos emitidos para el ferrocarril de
Pisco a lea.
«2.0 Adjudícase a los tenedores de la deuda esterna del Perú la propiedad
de los ferrocarriles nacionales de Moliendo al Cuzco, de lio a Moquegua, de
Pisco a lea, de Lima a Chancai i Huacho, del Callao a la Oroya, de Salave-
rri a Trujillo, de Chimbóte a Huaraz, de Pascamayo a Cajamarca i de Paita
a Piura, en el estado en que se hallan, por la suma de su costo en efectivo,
cambiando acciones por títulos de la deuda a la par.
«3.0 Cada tenedor de bonos recibirá en acciones de ferrocarriles i en nue-
vos títulos de deuda el valor total de sus actuales bonos, en la proporción en
que se hallan el valor en que se adjudican los ferrocarriles i el remanente de
bonos por canjear.
«4.0 Esta adjudicación es incondicional i real: por manera que el Estado
no ejercerá sobre dichas líneas férreas otras atribuciones que las que corres-
pondan sobre las construidas i esplotadas por la industria privada.
«5.3 Las compañías que se constituyan propietarias de estas líneas que-
dan autorizadas para llevarlas a su término i esplotarlas, gozando de un pri-
vilejio esclusivo de veinticinco años, contados desde la adjudicación, i de
libertad de derechos de importación para los materiales que demande la ter-
minación de las vias que no estuviesen enteramente concluidas.
«7.0 Hecha la adjudicación de que hablan los artículos precedentes, el re-
manente de títulos de deuda esterna será convertido en nuevos títulos a la
par i de igual denominación que los canjeados, los cuales gozarán de un ser-
vicio anual de cuatro por ciento acumulativo, aplicable al interés de dos i
medio por ciento en cada año, pagadero por semestres i de uno i medio por
ciento de amortización.
«8.0 Esta amortización se verificará semestralmente por propuestas ce-
rradas bajo la par, presentadas a la ajencia financiera, i por sorteo, a la par-
OPERACIONES MILITARES 207
dores sabían que esos ferrocarriles rendían una escasísima
producción, i que algunos de ellos no pagaban ni siquiera los
costos del tráfico, esta medida no produjo ningún resultado.
En la misma época el jefe supremo resolvía díctatorial-
mente todas las cuestiones que el gobierno del Perú tenia
en la parte en que no alcanzasen a llenar el fondo de amortización designado
«9.^ A este servicio el Perú afecta, desde que restablezca la esportacion
del guano, la cantidad de dos libras por cada tonelada que venda en los mer-
cados de Europa i sus colonias, con escepcion de los mercados de Francia i
Béljica, las cuales dos libras serán depositadas en el Banco de Inglaterra por
el vendedor del guano peruano en los predichos mercados, tomándose de
dicho fondo el servicio semestral de los bonos i reservando para el siguiente
el exceso, si lo hubiere.»
Los acreedores del Perú en el estranjero recibieron este decreto como la
mas amarga burla que el dictador Piérola podia hacer de sus derechos. Va-
mos a estractar en seguida algunas de las observaciones que se hicieron pa-
ra rechazar terminantemente tales bases de arreglo.
I .o Solo por una cruel ironía puede el gobierno peruano proponer la cesión
de los ferrocarriles del üstado para el pago de la deuda i por el precio de cos-
to. Se sabe que la construcción de cada una de esas vías férreas fué un nego-
cio escandaloso en que el Estado pagaba dos o mas veces lo que costaron los
trabajos, para enriquecer al presidente de la república, a los ministros de
Estado i a una turba de desvergonzados traficantes para quienes el tesoro
público fué el patrimonio del mas osado.
2.0 Una buena parte de esos ferrocarriles fué construida no para servir a
los intereses industriales del Perú, sino como un pretesto para hacer gran-
des negocios a espensas del Estado, i para autorizar toda especie de fraudes.
De aquí ha resultado que algunas de esas vías férreas no producen ni siquie-
ra para pagar el carbón que se consume en el tráfico. Los acreedores del Perú
que las aceptaren en pago de su deuda, harían el mismo negocio de aquel
individuo a quien le regalaron un elefante blanco, i que se vio arruinado en
poco tiempo por los gastos que le ocasionaba el mantenerlo.
3.0 La promesa de pagar con el producto del guano la amortización e in-
tereses de la parte de la deuda que no alcance a cubrirse con el importe de
los ferrocarriles, es una nueva i mas amarga burla. Este mismo compromiso
existia en años atrás, i entonces el Perú burló a sus acreedores suspendiendo
el servicio de su deuda. Hoi, que se encuentra mil veces mas arruinado que
en 1872, ¿pueden tomarse a lo serio sus ofrecimientos?
Así, pues, los acreedores del Perú rechazaron indignados tales proposicio-
nes; lo que no impidió que la prensa de Lima dijera que la dictadura había
arreglado todas las cuestiones financieras, i pagado la deuda esterior de una
manera ventajosa para el gobierno i para los acreedores del Perú; del mismo
modo que decía que el dictador Piérola habia adquirido una escuadra que
llegaría al Callao en el mes de mayo a destruir las naves chilenas i a recon-
quistar la supremacía del Perú en el Pacífico.
208 GUERRA DEL PACÍFICO
pendiente con los antiguos consignatarios del guano en Eu-
ropa, i las resolvia en favor de éstos, a quienes la opinión pú-
blica acusaba de haber sido los socios del mismo dictador,
cuando éste fué ministro de hacienda antes de 1872, i mas
tarde los proveedores de fondos para las revoluciones que
Piérola habia intentado contra las administraciones subsi-
guientes. La supresión de la libertad de imprenta bajo el ré-
jimen de la dictadura, ha sido causa de que hasta ahora no
se haya podido hacer toda la luz sobre estas negociaciones.
Un diario que se atrevió a insinuar algo sobre las cuestiones
financieras, fué suprimido inmediatamente, i fueron castiga-
dos sus editores.
vSi todas estas medidas no dieron un resultado mui positivo
para atender a las necesidades de la guerra, la actividad del
dictador Piérola encontró otro campo en que ejercerse. Hizo
un llamamiento jeneral a las armas a todos los peruanos, i
comenzó a organizar en la capital i en las provincias numero-
sos batallones a cuya instrucción militar se dio lUn grande
impulso. El gobierno peruano continuó recibiendo de Europa
i de Estados Unidos remesas de • armas i de pertrechos de
guerra que llegaban por la via de Panamá, de manera que su
ejército estaba suficientemente abastecido. Pero, por mas nu-
meroso que éste fuera, no habia posibilidad de hacer llegar
recursos al contra-almirante Montero que mandaba el ejér-
cito del sur. Por tierra era imposible hacer nada, no solo por
las grandes distancias, sino por cuanto los chilenos ocupaban
la provincia de Moquegua i cerraban todos los caminos. Por
mar, el bloqueo de las costas del sur hacia difícil toda tenta-
tiva emprendida con ese objeto.
Sin embargo, la opinión pública comenzaba a acusar al
gobierno de la dictadura de faltas que éste no pensaba talvez
en cometer. Sabiendo que Montero i Piérola hablan sido ene-
migos irreconciliables, se creia que el segundo tenia interés
en abandonar a aquél para que fuese derrotado, i para verse
asi libre de un rival peligroso. Los chilenos interceptaron,
como lo hemos dicho en otra parte, algunas cartas en que se
hablaba de estas rivalidades i de estas asechanzas como de
OPERACIONES MILITARES 209
una cosa positiva. Para acallar estas murmuraciones, i ya
que no le era posible hacer otra cosa, el dictador Piérola or-
denó el peligroso viaje de la corbeta Union di Arica, de que
hablamos en el capítulo anterior, i que llevó a cabo con rara
habilidad el comandante Villavicencio. Esta aventura tan
audaz como feliz, no mejoró la situación del ejército del sur,
puesto que solo recibió algún vestuario i mui pocas armas;
pero poco mas tarde, el bloqueo del Callao vino a cortar toda
esperanza de renovar las comunicaciones i de repetir el envío
de cualquier ausilio.
Mientras tanto, el ejército chileno que había ocupado a
Moquegua, se preparaba para abrir la campaña sobre Tacna.
El jeneral Escala había vuelto a Chile dejando el mando en
jefe de las tropas al jeneral don Manuel Baquedano, que aca-
baba de ilustrarse por el bien preparado ataque de la cuesta
de los Anjeles. En la dirección de las operaciones militares,
este jefe desplegó desde el primer día la mas enérjica activi-
dad. La distancia que tenía que atravesar para llegar hasta
el enemigo no era propiamente grande, i en otro pais un ejér-
cito regularmente organizado, habría podido recorrerla en
cuatro o seis días; pero en estos lugares la marcha exije de los
jefes i de los soldados un esfuerzo mucho mayor que el que se
necesitaba para derrotar al enemigo.
La rejion de la costa de la república peruana, es formada
por una serie de desiertos separados entre sí por estrechos
valles que riegan los ríos que se desprenden de las montañas.
En toda esta rejion, las lluvias son casi completamente des-
conocidas, i esos desiertos son llanuras secas i arenosas, inte-
rrumpidas a veces por ásperas serranías, o por colinas de te-
rreno movedizo que hacen mui penosa la marcha del viajero-
sobre todo durante el día cuando el sol de los trópicos callen,
ta el suelo i produce un calor abrasador. «La ausencia de hu-
medad deja perecer todo en el suelo, i da al paisaje el aspecto
mas desolado que se puede ver. La producción se aleja por
consecuencia de esos lugares; e inmensas estensiones de terre-
no que por su naturaleza podrían ser mui fértiles, permane-
TOMO XVI.— 14
210 GUERRA DEL PACÍFICO
cen inútiles para el mantenimiento de la riqueza i de la po-
blación 2 .
En cambio, en los angostos valles formados por los ríos,
allí donde hai riego i humedad, existe una vejet ación exube-
rante; i la industria del hombre ha implantado cultivos que
producen un pingüe resultado. Las plantaciones de cañas
de azúcar en unas partes, las viñas en otras, constituyen la
principal riqueza agrícola de esos lugares. En esos valles es-
tán situadas las ciudades que dan vida a toda la rejion de la
costa, Piura, Trujillo, Lima, lea, Arequipa, Moquegua, Tac-
na, etc.; pero aunque las distancias jeográñcas que separan
a unas de otras son muchas veces relativamente cortas, son
pocos los viajeros que se atreven a internarse por esos desier-
tos, prefiriendo siempre trasladarse a los puertos vecinos i
emprender el viaje por mar. Se comprenderá fácilmente que
estas dificultades son inmensamente mayores todavía para
la traslación de un ejército que tiene que trasportar bagajes i
artillería.
El trayecto de Moquegua a Tacna está sometido a estas
condiciones. El ejército chileno tenia que recorrer un desierto
seco,* estéril i escabroso, interrumpido solo por los estrechos
valles de Locumba i de Sama, donde podia encontrar agua
para los soldados i para las bestias. En cambio, debia pasar
por serranías i colinas de terreno suelto i movedizo, i por vas-
tos arenales en donde los hombres i los caballos no pueden
andar sin una fatiga abrumadora, i en donde no se encuentra
un arroyo, ni un pozo siquiera donde matar la sed del viajero.
Antes de emprender la marcha, fué necesario comenzar
por armar los carros que debían trasportar los bagajes, los
víveres, los forrajes i el agua, i disponer que éstos se adelan-
tasen protejidos por la caballería para que el soldado encon-
trase provisiones en cada punto de descanso. Para formarse
una idea de estas dificultades, baste decir que el ejército chi-
leno estaba obligado a trasportar una provisión de agua que
2. JouRDANET, Influence de la pression de Vair sur la vie de l'homme, toma
I, páj. lio.
OPERACIONES MILITASES 211
pudiese suministrar cada dia cuarenta mil litros para los
hombres i los animales.
El jeneral chileno i su estado mayor ejecutaron estos tra-
bajos con toda actividad; pero tuvieron que vencer dificul-
tades sin cuento. El valle de Moquegua, como la mayor parte
de los valles de aquella rejion del Perú, está sometido en esta
estación del año, a la influencia de fiebres intermitentes, co-
nocidas en el pais con el nombre de tercianas. Estas fiebres,
orijinadas por los miasmas desprendidos a causa del calor en
los terrenos regados o bañados por el rio, atacan principal-
mente a los estranjeros que por primera vez habitan esos
valles. El ejército chileno sufrió los efectos de esta cruel en-
fermedad, de tal suerte que los trasportes de la escuadra es-
tuvieron ocupados durante muchos dias en llevar cargamen-
tos de enfermos a los hospitales de Pisagua i de Iquique, don-
• de por la sequedad del aire no reinan las tercianas. En cambio,
de aquellos puertos salieron otros continj entes de tropa para
reemplazar a los enfermos. El jeneral Baquedano, de acuerdo
con el cuerpo médico del ejército, trasladó el campamento al
sitio denominado el Hospicio, situado en las alturas vecinas
al valle, i a cerca de medio camino entre lio i Moquegug,.
Desde allí donde sus tropas debian romper la marcha. Estos
variados afanes contribuyeron, como debe suponerse, a de-
morar cerca de un mes el progreso de las operaciones.
Durante este intervalo, la caballería chilena se ocupó en
hacer diversos reconocimientos. Se sabia que los peruanos
habían destacado de su campamento de Tacna algunas par-
tidas volantes, con encargo de hostilizar al ejército enemigo
o a sus avanzadas, durante su marcha. En efecto, un piquete
de 25 soldados chilenos que se habían adelantado en esplo-
racion, fué sjorprendído en el pueblo de Locumba, i perdió
entre muertos i prisioneros el mayor número de los suyos.
Pero a principios de abril (el dia 7) había salido del campa-
mento el coronel don José Francisco Vergara a la cabeza de
500 soldados de caballería, con encargo de reconocer todos
los caminos i de escarmentar a las avanzadas peruanas.
En el desempeño de esta comisión, el coronel Vergara se
212
GUERRA DEL PACIFICO
adelantó hasta el valle de Locumba sin encontrar la menor
resistencia. Esploró un camino que iba del mar hacia el valle
de Sama, camino que debia servir para el trasporte de la ar-
tillería. En seguida, se dirijió hacia la sierra en busca del ene-
migo, penetró por escarpados desfiladeros hasta Mirabe e
Ilabaya, donde halló víveres para su tropa i forraje para sus
animales. En ninguna parte se presentaban destacamentos
peruanos, ni se veía rastro alguno de ellos. Sin embargo, no
le fué difícil descubrir por sus esploradores que en el valle
formado por el rio Sama, i entre el pueblo de este nombre i
Buenavista, existia una columna peruana de avanzada, com-
puesta de unos 400 hombres entre infantes i jinetes. El jefe
de estas fuerzas era el coronel Albarracin, que gozaba en el
Perú de la reputación de montonero tan valiente como astu-
to. En el acto, resolvió el jefe chileno el ataque de esas tropas
enemigas.
Para ocultar sus movimientos, e impedir que el enemigo se
retirara, la columna del coronel Vergara hizo su marcha en
la noche de 17 de abril; i a las diez de la mañana siguiente
estaba sobre las fuerzas peruanas. La infantería de éstas pre-
tendió hacerse fuerte en los edificios, mientras la caballería
parecía dispuesta a defender el paso del rio. Las tropas chi-
lenas, sin embargo, flanquearon al enemigo, obligándolo a
abandonar sus posiciones, i en seguida cargaron sobre él con
un ímpetu tan irresistible que lo pusieron al poco rato en la
mas completa dispersión, con pérdida de cerca de ciento cin-
cuenta hombres entre muertos i heridos i un número consi-
derable de prisioneros. Los vencedores persiguieron a los fu-
jitivos hasta pocas leguas de Tacna, sin darles un instante
de descanso, i acuchillando a todos los que se ponían al alcan-
ce de sus sables. La jornada no les costaba mas que la pérdi-
da de tres hombres.
Este combate, a pesar de sus reducidas proporciones, pro-
dujo importantes consecuencias. El coronel Albarracin, el
hombre mas diestro del ejército peruano para esa clase de
esploraciones de guerra i de avanzadas, perdió casi por com-
pleto su prestijio. El contra-almirante Montero, con la indis-
OPERACIONES MILITARES ?13
creta arrogancia que ofendía a todos los jefes i oficiales que
estaban bajo sus órdenes trató a aquél de cobarde porque no
habia podido resistir al empuje vigoroso de los jinetes chile-
nos. Pero desde ese dia (i8 de abril) no volvió a desprenderse
del campamento de Tacna ninguna partida para reconocer
de cerca los movimientos del ejército chileno: tan grande era
el terror que habian producido sus cargas de caballería.
El ejército chileno, entre tanto, habia emprendido su mar-
cha desde el campamento del Hospicio, fraccionado en divi-
siones, para evitar así las dificultades consiguientes a la pro-
visión de víveres i de agua a grandes masas de tropas. Dos
de esos cuerpos se hallaban ya en Locumba el 27 de abril,
cuando salió del Hospicio otra división que marchaba a reu-
nírsele.
El camino, a través del desierto no debía encontrar mas
dificultades que las que oponía la naturaleza. Las avanzadas
de caballería, como dejamos referido mas atrás, se habian
encargado de desbaratar toda resistencia que pudieran opo-
ner los peruanos por la vanguardia. Tampoco podían temer
esas divisiones el ser atacadas por la retaguardia. Al empren-
der la marcha, el jeneral Baquedano había dejado dos mil
hombres entre Pacocha i Hospicio; i estas fuerzas, al mismo
tiempo que estaban encargadas de impedir el paso a cualquie-
ra división peruana que pretendiese avanzar por el norte para
hostilizar a los chilenos en su marcha, debían servir de centro
de apoyo para la reorganización de éstos en el caso improba-
ble de que sufriesen cualquier contraste en el camino. Como
se verá por estos pormenores, el estado mayor había previsto
todas las confín j encías que podían ocurrir, i habia atendido
a ellas con verdadera intelijencía.
Para la traslación completa del ejército se había suscitado
una dificultad que parecía insuperable. El estado mayor ha-
bia reconocido que el trasporte de la artillería de campaña,
era mas o menos posible en el desierto que se estiende entre
el Hospicio i Locumba; pero absolutamente impracticable
entre este últimol ugar i Sama. En la primera parte del ca-
mino, es decir, entre Hospicio i Locumba, había que afrontar
214 GUERRA DEL PACÍFICO
toda especie de obstáculos, desiertos de arena, barrancos,
precipicios; pero el trabajo del hombre podia vencerlo todo.
En la segunda sección, es decir, entre Locumba i Sama, los
arenales eran mucho mas grandes i mucho mas profundos,
de tal suerte que los cañones de montaña se habrían sumido
en ellos, i los hombres i los animales habrían sido impotentes
para hacerlos rodar algunos quilómetros.
Fué necesario buscar otro camino para llevar la artillería
al lugar denominado Buenavista, en las mar j enes del rio Sa-
ma, que debia ser el punto de reunión de todo el ejército. Al
efecto, se la remitió por mar desde Pacocha para desembar-
carla en la pequeña caleta de Ite, i para trasportarla de allí
por tierra al campamento chileno. El jefe de estado mayor,
coronel don José Velásquez, con un cuerpo de cerca de dos
mil hombres, siguió este mismo camino para dirijir i protejer
el desembarco de los cañones i de la porción mas pesada del
parque.
Nuevas dificultades, unas previstas i otras inesperadas, los
aguardaban allí. Durante los primeros días del mes de mayo,
el mar estuvo sumamente ajitado en aquellos lugares; i como
la caleta de Ite ofrece poco abrigo i carece de todo elemento
de desembarque, la bajada a tierra de las tropas i de la arti-
llería tuvo que hacerse con mucha lentitud i con precaucio-
nes infinitas. Pero era nada llegar a la playa. A espalda de ese
pequeño puerto se levanta una cadena de cerros escarpados
que no ofrecía ascenso alguno para los cañones i los carros.
El estado mayor conocía este obstáculo, i estaba prevenido
para vencerlo.
Fué necesario, pues, abrir una senda provisoria. Los solda-
dos, bajo la dirección de injenieros íntelijentes, i armados de
palas i azadones, desmontaron el terreno en algunos puntos,
cargaron en otros casi a pulso los cañones, construyeron grúas
en otros lugares para levantarlos a las alturas a donde no se
les podia llevar de otra manera, i después de cuatro dias del
mas penoso trabajo, ejecutado con una constancia infatiga-
ble, vencieron esta barrera i se hallaron en la parte llana del
desierto. El lo de mayo se reunieron, por fin, al ejército chi-
OPERACIONES MILITARES 215
leño en el campamento de Buenavista. Todavía fué necesario
emplear algunos dias del mas penoso e incesante trabajo para
la conducción de los víveres, i para establecer una comunica-
ción fácil i continua entre el campamento i las naves que que-
daban fondeadas en Ite.
El ejército chileno, reunido con tanta fatiga en aquellos
lugares, llegó acontar 13,372 hombres con los últimos refuer-
zos que le llegaron de Pisagua, i que desembarcaron igual-
mente en la caleta de Ite 3. Su artillería era compuesta de
cuarenta cañones de varios calibres, en su mayor parte del
sistema Krupp, i servida por 550 artilleros; i su caballería por
1,200 jinetes montados en excelentes caballos. Los 11,622
hombres restantes eran soldados de infantería, zapadores o
agregados al estado mayor. Este ejército permaneció acam-
pado algunos dias en las mar j enes del rio Sama, entre Bue-
navista i Yaras, dando descanso a los hombres i a los anima-
les, renovando su provisión de agua, i haciendo los últimos
aprestos para marchar sobre el enemigo. A pesar de que solo
estaban separados por unas cuantas leguas del campamento
de los peruanos, nadie inquietó a los espedicionarios mientras
estuvieron en aquellas posiciones.
En ese lugar esperimentó el ejército chileno una pérdida
bien dolorosa. En la tarde del 20 de mayo falleció el ministro
de guerra don Rafael Sotomayor. Un violento ataque de
apoplejía fulminante, le quitó la vida en pocos minutos. Des-
pués de haber tomado una parte activa en toda la campaña,
dando un poderoso impulso a los trabajos de organización
militar i allanando las dificultades que se presentaban a cada
paso, fallecía repentinamente cuando estaba a punto de ver
terminada la campaña, a cuya preparación había consagrado
su actividad incansable i su intelijencia tranquila i serena.
Al abrir pocos dias después sus sesiones ordinarias el congre-
so chileno, el presidente de la república chilena don Aníbal
Pinto, recordó esta desgracia en los términos siguientes, que
3. En esta cifra no está incluida la división de dos mü hombres que se
bia dejado en Pacocha i Hospicio.
216 GFERBA DEL PACÍFICO
constituyen el mas caracterizado elojio del ministro: «El se-
ñor Sotomayor ha desempeñado en el curso de esta guerra
comisiones tan importantes como ingratas, molestas i de gra-
vísima responsabilidad. Las desempeñó con la laboriosidad,
con la intelijencia, con la elevación de miras que siempre puso
en el cumplimiento de sus deberes en una vida consagrada
por entero al servicio del pais. Su muerte, en vísperas de una
victoria preparada en gran parte por sus desvelos, le privó
del único galardón que la nobleza de su alma- apetecía».
>^^
CAPITULO XII
Tacna, mayo de 1880
Situación de los aliados en Tacna i Arica. — Disidencias entre los jefes perua-
^los i bolivianos. — Llega el jeneral Campero a ponerse al mando del ejér-
cito aliado. — Sus afanes para reorganizar el ejército i para prepararlo
para la campaña. — Recibe un nuevo continjente boliviano. — Descripción
de las posiciones elejidas por el jeneral Campero. — Reconocimiento prac-
ticado por el estado mayor chileno. — Confianza que tenian en el triunfo
algunos de los jefes aliados. — El ejército chileno se acerca al campamento
de los aliados. — Sorpresa nocturna preparada por el jeneral Campero: se
frustra. — Plan de ataque de los chilenos. — Batalla de Tacna (26 de mayo,
— Resultados inmediatos de la batalla. — Los chilenos ocupan la ciudad
de Tacna. — Llega a Lima la noticia de la derrota del ejército aliado.
¿Qué hacia entre tanto el ejército aliado en sus posiciones
de Tacna i Arica, es decir a unas pocas leguas del campamen-
to de los chilenos ? Esto es lo que vamos a esplicar en seguida
con la' ayuda de los documentos i relaciones de los jefes pe-
ruanos i bolivianos.
A mediados de abril de 1880, los aliados tenian en esos lu-
gares una fuerza de poco mas de diez mil hombres entre pe-
ruanos i bolivianos. Por un pacto complementario del trata-
do secreto de alianza, los dos gobiernos habian estipulado en
mayo de 1879 Q^^ ^^ mando de ambos ejércitos correspondía
218 GUERRA DEL PACÍFICO
al presidente de la república en cuyo territorio operasen, i a
falta de éste al de la aliada que estuviese presente; pero no
se habia dispuesto nada para el caso en que no se hallase nin-
guno de ellos en el teatro de la guerra. En esos momentos, el
contra-almirante Montero era el jefe de las tropas peruanas,
i el coronel don Eleodoro Camacho mandaba a los bolivianos.
Pero una situación semejante no podia sostenerse hallándose
a poca distancia del enemigo; i el contra-almirante Montero,
en su calidad de jefe de mayor graduación, se habia arrogado
el mando. Su plan de campaña consistía en esperar al enemi-
go, tomando el puerto fortificado de Arica como punto de
retirada, para el caso de una derrota, que él creia mui impro-
bable. En esta ciudad hablan quedado mas de dos mil hom-
bres bajo el mando del coronel don Francisco Bolognesi.
El jefe boliviano, aunque se habia sometido a quedar bajo
las órdenes del contra-almirante Montero, no aprobaba este
plan. Creia que el ejército aliado debia marchar al encuentro
del enemigo para batirlo antes que hubiera podido reconcen-
trarse i reorganizarse de la perturbación consiguiente a una
espedicion como la que habia emprendido al través de los
ásperos desiertos que tenia que recorrer. A estas causas de
disidencia se agregaban naturalmente otras nacidas del or-
gullo nacional de cada ejército, i de la desconfianza que ins-
piraban a los bolivianos las aptitudes militares de Montero i.
1 I. La situación del contra-almirante Montero en el ejército aliado habia
llegado a hacerse sumamente delicada. Aparte de la arrogante i altanera
lijereza de carácter que no le permitía dar una orden ni siquiera una opinión
sin hacer sentir la superioridad de su rango, sus mismos antecedentes de
conspirador despertaban la desconfianza de los oficiales peruanos. Creian
éstos que Montero no esperaba mas que alcanzar el primer triunfo en el sur
para proclamarse a su vez jefe supremo del Perú, i marchar sobre Lima a
derrocar al otro jefe supremo (Piérola) que era su enemigo antiguo e irre-
conciliable. Los soldados chilenos interceptaron algunas cartas en que se
hablaba de esto con toda claridad. Conviene decir que la mayor parte de los
oficiales del ejército peruano de Tacna, estaba resuelta a no acompañar a
Montero en esta empresa.
El contra-almirante Montero, por otra parte, se habia enajenado la vo-
luntad de los vecinos de Tacna i de Arica, i hasta del comercio neutral de
esos lugares por la imposición de onerosas contribuciones en especies i dine-
ro; i de un fuerte empréstito forzoso que repartió entre nacionales i estran-
OPERACIONES MILITARES 219
Por estas razones, el coronel Camacho se habia dirijido al
presidente provisorio de Bolivia para pedirle empeñosamente
que se trasladase a Tacna a tomar el -mando de los ejércitos
de la alianza.
. Se sabe que poco después de la deposición del jeneral Daza
en diciembre de 1879, habia tomado el mando provisorio de
Bolivia el jeneral don Narciso Campero. Este jefe habia des-
plegado una grande enerjia para reprimir las revueltas en el
interior, i estaba firmemente decidido a continuar la guerra
contra Chile. Sabedor de lo que pasaba en el campamento de
los aliados, Campero se puso en marcha precipitada a Tacna,
i llegó a esta ciudad en la noche del 19 de abril. El dia siguien-
te se hacia reconocer en el rango de jeneral en jefe de los dos
ejércitos aliados, i todas las tropas lo recibian en medio de las
manifestaciones del mas ardoroso entusiasmo.
Desde ese momento inició los ti;abajos militares con la ma-
yor actividad. El 22 de abril pasó una revista jeneral a todo
el ejército, que por primera vez, según dice el mismo presi-
dente Campero, se formaba en línea i hacia los ejercicios com-
binados de batalla. «El espectáculo que presentaba el ejército
era magnífico i su estado i condiciones hicieron buena impre-
sión», dice el jeneral Campero en un estenso informe que
acerca de esta campaña dio al congreso de Bolivia. Pero, aun-
que la presencia de este jefe prestijioso estrechara los vínculos
que ligaban a ambos ejércitos, quedaba subsistente la diver-
jencia de opiniones sobre el plan de campaña que con venia
adoptar.
El jeneral Campero se decidió por el del coronel Camacho,
que consistía en marchar hasta el valle de Sama para esperar
allí al enemigo, en la confianza de que podría presentarle ba-
talla antes que éste se hubiera repuesto de las fatigas i de la
desorganización consiguiente a una marcha penosa en el de-
sierto, i cuando no hubiera podido reunir aun todas sus divi-
siones. Con este objeto, el ejército aliado emprendió la mar-
jeros para sostener sus tropas casi desnudas, i que no recibian ausilio alguno
de Lima.
220 QUEUl.A DEL PACÍFICO
cha hacia Sama el 27 de abril; pero apenas habia andado le-
gua i media, se reconoció que era imposible seguir adelante.
«Desde luego, dice el mismo jeneral Campero, carecíamos por
completo de elementos de movilidad i de trasporte, que no
se hablan procurado hasta entonces. No se podia movilizar
la lejion boliviana; era imposible llevar agua i víveres para
el ejército, sin lo que no podría aventurarse espedicion algu-
na por aquel desierto desprovisto de todo recurso; i, lo que
es mas, no se habia podido conducir el parque hasta el lugar
en que nos encontrábamos, ni aun se habia logrado sacarlo
de Tacna. Estaba, pues, visto que la marcha era imposible, i
que el ejército aliado estaba condenado, por decirlo así, a es-
perar al enemigo en su puesto, sin poder buscarlo».
Así, pues, mientras el ejército chileno recorría una gran
distancia por entre los arenales del desierto, llevando consigo
desde Chile todos los recnrsos necesarios para tan penosa
marcha, el ejército aliado, por su falta de organización i de
administración militar, no podia atravesar unas pocas leguas
de su propio país, porque no tenia ni carros, ni bestias de car-
ga para arrastrar sus trenes, ni para conducir el agua. Pero
no era esto todo: mientras los chilenos estaban al corriente
del número de los aliados i de las posiciones que ocupaban,
éstos ignoraban por completo la situación del enemigo, i la
fuerza con que contaba. Después de la jornada de Buenavis-
ta, el 18 de abril, las avanzadas esploradoras de los ahados
no se habían atrevido a ponerse a la vista de los chilenos; de
tal suerte que desde ese día los jefes peruanos i bolivianos
no volvieron a tener noticia alguna del enemigo, hasta que
éste se presentó a inquietarlo en su campamento de Tacna.
«En este campamento, dice francamente el mismo jeneral
Campero, toqué con el gravísimo inconveniente de no tener
noticia alguna del enemigo i de verme reducido a obrar por
meras conjeturas. No se habia organizado un buen servicio
de espionaje, siendo una cosa tan esencial en las circunstan-
cias en que nos encontrábamos. No recibíamos avisos de nin-
guna parte, que nos dieran alguna luz respecto al número i
situación del enemigo. No parecía sino que estábamos en un
OPERACIONES MELITABKS 221
territorio enteramente estraño, i que los vecinos del lugar no
se preocupaban de la suerte que tuviera la campaña. Ajitado
por estas consideraciones, hice los mayores esfuerzos para
organizar espionaje, valiéndome para ello del señor prefecto
de Tacna i del jeneral Montero, como personas influyentes;
pero nada serio se pudo conseguir i quedé condenado a la
misma incertidumbre» 2. Así se comprende que los jefes alia-
dos creyesen que el ejército chileno, que, como hemos dicho
en el capítulo anterior, apenas pasaba de 13,000 hombres,
contaba mas de 22,000, error que han repetido aun después
de la batalla.
El ejército aliado acampado en las inmediaciones de Tac-
na, montaba entonces a poco mas de 8,000 hombres, sin con-
tar los 2,000 que habían quedado en la costa para la defensa
de Arica. Luego recibieron esas tropas un nuevo continjente.
Al salir de La Paz, el 14 de abril, el presidente Campero habia
dejado orden de reunir en Bolivía el mayor número de tropas
que fuera posible, i de hacerlas marchar al teatro de la gue-
rra. En efecto, a principios de mayo llegaron a Tacna unos
mil quinientos soldados bolivianos, entre los cuales venia un
escuadrón de caballería, cuyos soldados, o al menos, la mayor
parte de ellos, estaban montados en muías. El ejército aliado
de Tacna contó entonces unos diez mil soldados 3.
2. El contra-almirante Montero ha rectificado después en Lima algunos
puntos del informe del jeneral Campero, declarando que I9.S circunstancias
de la guerra no le permiten todavía revelar los resortes que empleaba para
adquirir noticias acerca del enemigo. Pero la verdad incuestionable es que
en Tacna no se tuvieron nunca noticias exactas ni del número ni de los mo-
vimientos del ejército chileno.
3. El informe antes citado del jeneral Campero dice espresamente que e
ejército de la alianza que estuvo bajo su mando en Tacna, constaba de 9,300
hombres. La prensa del Perú, antes de la batalla, lo hacia subir ai 2 o 13 mil
soldados, de los cuales cuatro mil eran bolivianos, asi como poco antes habia
dicho que con los refuerzos de las provincias vecinas debia elevarse a 20 mil
hombres. Creemos que puede aceptarse la cifra dada por el jeneral Campero
como casi rigorosamente exacta.
Por lo demás, el informe del jeneral Campero es un documento escrito con
la mayor seriedad, i no contiene mas errores que los que provienen de su
falta de noticias sobre las fuerzas verdaderas i los movimientos del enemigo ,
i de las exajeraciones con que algunos de sus subalternos le refirieron los
222 GUEEEA DEL PACÍFICO
Anunciábase de Bolivia que pronto llegaría un nuevo con-
tinjente de tropas. Al efecto, se habían impartido órdenes
terminantes al jeneral don Nicanor Flores, que mandaba las
fuerzas militares de los departamentos del sur, para que acu-
diese con todas ellas a engrosar los ejércitos aliados. Ese jefe,
sin embargo, no pudo emprender su marcha, no tanto por
falta de recursos, cuanto porque en esos mismos momentos
temió una invasión de los chilenos en aquella parte del terri-
torio boliviano. Era efectivo que algunas partidas chilenas
se habian dejado ver en la cordillera, en el camino que con-
duce del litoral a Potosí, i fué cierto que de Calama salió en
esa dirección una pequeña división chilena; pero estas tropas
no tenian el propósito serio de ejecutar una invasión formal
en el sur de Bolivia. Su plan era simular un ataque por esa
rejion; i esa estratajema se logró por completo. El jeneral
Flores no se atrevió a abandonar esas provincias; i por aten-
der a su defensa, no pudo llevar ni enviar un soldado mas al
ejército aliado de Tacna. Así, pues. Campero no pudo recibir
otro continjente.
El jeneral boliviano, como hemos visto mas arriba, exaje-
raba estraordinariamente la superioridad numérica del ejér-
cito chileno; pero no desmayó en su empeño por organizar la
resistencia. Creyó que en su situación le era posible equilibrar
las fuerzas elijiendo una posición ventajosa para que su ejér-
cito, que estaba obligado a mantenerse a la defensiva, pu-
diera rechazar los ataques del enemigo. El terreno se prestaba
admirablemente para ello. La ciudad de Tacna está rodeada
por el noroeste por un número considerable de cerros áridos.
hechos que ejecutaron el dia de la batalla. Los fragmentos de ese informe
que publicamos en el testo, dejarán ver al lector que Campero era un militar
conocedor de su oficio. En efecto, los ejércitos de la alianza no tuvieron ja-
mas un jeneral mas serio, mas entendido, ni mas dilijente. El jeneral Cam-
pero es un hombre de cierta ilustración, que ha pasado muchos años de su
vida en Europa, i que ha hecho una parte de sus estudios en la escuela de
minas de Paris. En su patria es justamente estimado por la rectitud i la pro
bidad de su carácter; i hasta los mismos soldados peruanos tenian por él mu-
cho mas consideración que por su jefe inmediato, el contra-almirante Mon-
tero.
OPERACIONES MILITARES 223
desprovistos de vejetacion i de agua, de terreno arenoso i
movedizo que hace difícil su subida. En esas alturas era fácil
hallar posiciones ventajosas, casi inaccesibles para el enemi-
go, i sobre todo para su caballería, que era una arma en que
los chilenos tenían una superioridad real i efectiva.
Después de largos i detenidos reconocimientos, fijó su aten-
ción el jeneral Campero, en una meseta que dominaba toda
la llanura vecina, i acordé cambiar su campamento a ese si-
tio. «Una vez allí, dice él mismo en el informe antes citado,
me tranquilicé por completo, pues me convencí aun mas de
que en aquella situación, al mismo tiempo que evitaba un
peligro real, adquiría una posición verdaderamente militar.
En efecto, estábamos en una meseta bordeada hacia nuestro
frente por una ceja que la defendía, i de la que se desprendía
una especie de glacis hacía la llanura i otra igual hacia nues-
tra espalda, ocupando nosotros la cima que dominaba el llano
por ambos lados. Nuestros flancos se defendían conveniente-
mente por unas hondonadas profundas que limitaban la me-
seta a uno i otro costado.* Por otra parte, la posición indicada
estaba situada de tal modo, que podíamos impedir la entrada
del enemigo a Tacna, que era el objeto primordial que debía-
mos tener en vista. Aquella posición, sin embargo, ofrecía el
inconveniente de la falta de recursos, tanto para el ejército
como para las caballadas; pero resolví obviar este inconve-
niente enviando éstas a abrevar a alguna distancia en los
momentos en que no podía haber peligro, i proporcionándo-
nos de Tacna, a cualquier costo, los recursos necesarios para
el ejército, como agua, víveres, carbón de piedra i otros ar-
tículos.
«Permanecimos, pues, tranquilos allí i me contraje seria-
mente a tomar todas las disposiciones necesarias para espe-
rar al enemigo.»
Después de ocupada aquella altura, los jefes aliados se
contrajeron a formar fortificaciones pasajeras que hiciesen
mas difícil su acceso al enemigo, para lo cual se prestaba ad-
mirablemente la naturaleza del terreno, blando i movedizo.
Entre otras medidas que se tomaron con este objeto, cada
224 GUERRA DEL PACÍFICO
soldado fué provisto de un saco que debia llenar de arena
para servirse de él como de un parapeto contra las balas de
los rifles enemigas.
Se comprenderán mejor las ventajas de esta posición i la
confianza que allí adquirieron los aliados en alcanzar una es-
pléndida victoria, leyendo la descripción que hace de su cam-
pamento el mismo jeneral Campero en otra parte de su infor-
me. La copiamos en seguida.
«Estábamos situados en un paraje dominante i teníamos
perfectamente resguardados los flancos de nuestra línea de
batalla por unas hondonadas, que hubiera sido difícil flan-
quear, por lo medanoso del terreno. Así es que la caballería
enemiga no habría podido obrar en aquel terreno, por nues-
tros flancos, sin esponerse a un fracaso. Con una carga por
aquellos terrenos quebrados i medanosos, los caballos hubie-
ran llegado sumamente fatigados i no habrían podido resis-
tir el choque ni de una guerrilla. Por esto es que el enemigo
no podía obrar con la caballería, sino por nuestra ala izquier-
da i casi de frente, mas nunca de flanco i mucho menos por
nuestra retaguardia, que estaba igualmente resguardada.
«La artillería enemiga tampoco podía obrar a su satisfac-
ción, a lo menos en un principio. Ocupando nosotros la cima
de una meseta, con una ceja bastante pronunciada por de-
lante i con esplanadas o glacis al frente del enemigo i a nues-
tra retaguardia, nuestras dos hneas de batalla, i aun las .re-
servas eran invisibles 'para el enemigo; de manera que no
presentábamos blanco alguno pronunciado a los disparos del
enemigo, especialmente a los de su artillería, que, por su po-
der, habría bastado para deshacernos en cualquiera otra po-
sición.
«Estas condiciones contribuían también a favorecer nues-
tra retirada, porque, sin la protección del terreno le habría
sido muí fácil al enernigo rodearnos completamente con sus
nimiei osas huestes.
«Bajo el punto de vista estraté jico, la posición era, pues,
favorabilísima i satisfacía a las prescripciones fundamenta-
les del arte militar.
OPERACIONES MILITARES 225
«Otra circunstancia especial de que debo hacer mérito es
que la ceja donde estaba trazada nuestra línea de batalla,
presentaba una semi-curva, cuya parte convexa o saliente
dab^ al enemigo, i la cóncava a nuestra retaguardia. Habia
yo aprovechado de esta forma en consideración a la superio-
ridad numérica del enemigo, a fin de que tuviera él necesidad
de estender sus fuerzas en un espacio mucho mayor, debili-
tándolas, por consiguiente, si queria abarcar toda nuestra
curva. De este modo también nosotros podíamos obrar por
detras de nuestra línea con suma rapidez, mientras que ellos
tenían que hacer sus movimientos muí lentos i tardíos por
detras de la suya. Esto agregado al relieve de la ceja del te-
rreno, nos daba mucha ventaja, sea para mover la segunda
línea en cualquiera dirección, sea para trasladar reservas de
un lado a otro, libres del fuego enemigo i fuera de la vista de
aquel; al mismo tiempo que, dominando nosotros el declive
o glacis que se desprende de la meseta, no perdíamos ninguno
de sus moviniientos».
Como se ve, el jefe boliviano habia desplegado la pericia
d^ un verdadero jeneral en la elección del terreno en que de-
bía esperar al enemigo, i creía poder resistirle con ventajas
aun cuando el número de éste fuera, como creía equivocada-
mente, mas del doble superior al del ejército aliado. Pero,
por la condición de sus tropas, o mas bien por la falta de bue-
na caballería, no pudo mantener el conveniente servicio de
esploradores. Sus avanzadas no pasaron dos leguas mas allá
de su campamento.
A pesar de este aislamiento, los jefes peruanos mantenían
por los penosísimos caminos de la sierra, algunas comunica-
ciones con las autoridades de Puno, i de allí por el telégrafo
con la ciudad de Arequipa. Estas comunicaciones, sin embar-
go, lejos de serles de una verdadera utilidad, contribuyeron
a perturbarlos, infundiéndoles esperanzas que no debían rea-
lizarse. Se les anunciaba que de Arequipa salía un nuevo ejér-
cito peruano mandado por el coronel Leiva, que avanzaba
sobre Torata, i que luego atacaría a los chilenos por la reta-
guardia. El contra-almirante Montero i algunos de los jefes
TOMO XVI. — 15
226 OPERACIONES MILITARES
que estaban a sus órdenes, siempre dispuestos a dejarse en-
gañar por este j enero de ilusiones, aceptaron confiadamente
la existencia de ese ejército, i repitieron sus órdenes a Are-
quipa i a Torata a fin de que Leiva apurase la marcha^ para
concluir de un golpe con los chilenos. Pero el llamado ejército
de Leiva era una corta división de reclutas, que apenas habia
podido llegar a Arequipa, i que aun cuando intentó moverse
sobre Moquegua, le faltaron casi todos los elementos para
hacer una marcha medianamente rápida.
El ejército chileno, entre tanto, estaba acampado a seis
leguas de distancia de Tacna, en las mar j enes del rio Sama,
i hacia también los últimos aprestos para la batalla que iba
a empeñar bajo condiciones mucho menos favorables que las
de los ahados. El jeneral Baquedano dispuso que el estado
mayor de su ejército, se adelantase a reconocer prolijamente
las posiciones enemigas. Organizóse al efecto una pequeña
división de 400 hombres de caballería, 200 infantes montados
i 2 cañones Krupp de campaña. Estas fuerzas, a cuya cabeza
iba el jefe de estado mayor del ejército, acompañado por los
comandantes de todas las divisiones, llegaron después de al-
gunas horas de marcha, a la vista del enemigo a las diez de .
la mañana del 22 de mayo. Este reconocimiento fué practi-
cado con felicidad. El coronel Velásquez, jefe de estado ma-
yor chileno, se acercó al campamento de los aliados hasta
ponerse a tiro de cañón, i desde allí rompió sus fuegos para
conocer el alcance de la artillería enemiga, que era inferior al
de los cañones chilenos. Después de una hora de aparatoso
cañoneo i de destacar algunas partidas de caballería que re-
conocieran mas de cerca las posiciones de los aliados i la colo-
cación de sus cañones, sin poder apreciar convenientemente
sin embargo la situación de la infantería enemiga, oculta de-
tras de las cejas de las colinas, la división esploradora dio la
vuelta a su campamento sin perder un solo hombre. El esta-
do mayor chileno adquirió la convicción de que el ejercita
enemigo estaba resuelto a mantenerse a la defensiva.
. Este reconocimiento fué materia de mucha discusión en el^
estado mayor de los aliados. Algunos jefes creían que el ejér-
OPEBACIONES MILITARES 227
cito chileno no se atrevia a presentar batalla, i que el retro-
ceso de la división esploradora, importaba una verdadera re-
tirada. En esas conferencias, el contra-almirante Montero no
cesaba de manifestar su confianza absoluta en el resultado
de la batalla. A su juicio, los chilenos eran tan ineptos como
cobardes, i el jefe que los mandaba, a quien él habia conocido
en otro tiempo, era por su incapacidad una garantía de la
próxima victoria de sus enemigos *. El jeneral Campero, por
su parte, se mostraba mucho mas prudente. No dio al movi-
miento de las tropas chilenas otra importancia de la que real-
mente tenia, i se mantuvo firme en su resolución de no aban-
donar sus posiciones. Parece que estas discusiones no hicie-
ron mas que confirmarlo en la poca estimación que hacia de
las aptitudes militares de Montero, a quien habia confiado
solo el mando de su ala derecha. El mando del ala izquierda
i el del centro habian sido entregados a los coroneles bolivia-
nos Camacho i Castro Pinto, que merecian la entera confian-
za del jeneral en jefe.
Recojidas todas las informaciones necesarias, el ejército
chileno se puso en marcha el 25 de mayo, i fué a acampar en
el mejor orden a dos leguas de las posiciones enemigas. El
estado mayor habia elejido para pasar la noche, una hondo-
nada del terreno, en donde al mismo tiempo que se consul-
taba la seguridad del campo contra toda sorpresa, se conse-
guia ocultar, cuanto era posible, a los aliados, la proximidad
a que se hallaba el enemigo. En esta marcha, el ejército no
esperimentó mas que la pérdida de una recua de muías, que
trasportaban una considerable provisión de agua, i cuyos
conductores se adelantaron imprudentemente mas lejos del
sitio designado para acampar, i fueron cortados por las avan-
zadas del enemigo. Junto con las muías, cayeron prisioneros
dos de los arrieros que las conducian.
4. Tan seguros estaban los jefes peruanos de su próximo triunfo, que el
dia siguiente de aquel reconocimiento, el prefecto de Tacna enviaba a Are-
quipa, por la vía de Puno, el siguiente despacho:
«Tacna, 23 de mayo. — Ayer atacó vanguardia enemiga. Esperamos ma-
ñana definitiva. Triunfaremos. Mui conveniente si Leiva ataca, conforme
instrucciones, retaguardia enemiga. — Pedro A. del Solar.»
228 GUíRBA DEL PACÍFICO
Sin esta imprudencia, el jeneral Campero solo habria teni-
do una idea vaga de la proximidad a que se hallaba el ejército
chileno. Sin embargo, las declaraciones que hizo tomar a los
dos prisioneros contribuyeron a perturbarlo mas i mas. Los
arrieros, con esa astucia instintiva en los campesinos chilenos,
le dieron las noticias mas exaj eradas de las fuerzas que com-
ponian su ejército, ocultando artificiosamente toda noticia
acerca del lugar preciso donde debia acampar esa noche. El
jefe boliviano, por su parte, se exajeró los peligros de su si-
tuación; i creyéndose amenazado por un ejército mas de dos
veces superior al suyo, concibió el temor de que podria ser
vencido a pesar de las ventajas indisputables de sus posicio-
nes. Para equilibrar las fuerzas, haciendo desaparecer por un
golpe estratéjico la supuesta superioridad de los chilenos,
discurrió Campero el sorprender a éstos de improviso, creyen-
do que así le seria mas fácil derrotarlos.
Oigamos al mismo jeneral Campero referir el plan de ata-
que que concibió, i la manera cómo fué ejecutado. «Decidí,
dice, efectuar la marcha en aquella misma noche (25 de mayo)
i caer sobre el enemigo al amanecer, procurando tomarlo de
sorpresa, no dándole tiempo para desplegar en batalla sus
masas i quizá aun impedirle aprovechar de sus dos elementos
mas poderosos, su caballería i artillería, cuya acción podía
inutilizarse solo con una sorpresa afortunada. Comuniqué mi
pensamiento a los señores Montero i Camacho, quienes lo
aprobaron con entusiasmo, conviniendo con mis ideas.
«Acordado el plan, se tomaron las medidas convenientes, i
se emprendió la marcha a las doce de la noche con admirable
precisión i silencio, conservando todo el ejército el mismo
orden de batalla i guardando las distancias necesarias para
poder formar la línea con la rapidez posible al acercarse al
enemigo, el que no podria dejar de emplear un tiempo mui
largo en desplegar sus fuerzas, por lo mismo que eran tan
numerosas. Pero desgraciadamente, al cabo de dos horas de
viaje, principió a notarse cierto desconcierto e indecisión en
la marcha. Los coroneles Camacho i Castro Pinto me hicieron
advertir sucesiva i contradictoriamente que nos inclinaba-
OPERACIONES MILITARES 229
mos demasiado según el uno a la derecha i según el otro a la
izquierda. Ordené que se reunieran los guias de ambas alas i
el que dirijiael centro i que examinaran conjuntamente la si-
tuación eú que nos encontrábamos i la dirección que debíamos
seguir. Después de una larga discusión entre ellos, manifestaron
que estaban inciertos, que no podian ponerse de acuerdo res-
pecto a nuestra posición ni mucho menos orientarse, a causa
de la densa niebla que cubria el espacio i nos envolvia ya por
todas partes. En este estado noté que el desorden se habia
hecho mayor i que varios cuerpos aun hablan perdido sus
posiciones, apareciendo algunos de la derecha en la izquier-
da. Ordené que se hiciera alto, i temiendo en estas circuns-
tancias un encuentro con el enemigo, que nos hubiera ocasio-
nado un desastre irremediable, siendo nosotros los sorprendi-
dos en lugar de sorprenderlo, resolví volver al campamento,
enviando algunos individuos por delante, a fin de que se en-
cendieran allí algunas fogatas que nos guiaran. Hecho ésto
se verificó la contramarcha i llegamos al amanecer del 26,,
ocupando todo el ejército las mismas posiciones que antes».
Los aliados volvieron, pues, a formar precipitadamente su
línea de defensa tal como lo habia dispuesto los dias anterio-
res el jeneral Campero. Su ejército, compuesto de 9,300 hom-
bres, según el cómputo de este jefe, se habia engrosado con
750 policiales i voluntarios armados que habia llevado ese
dia al campamento el prefecto de Tacna, don Pedro A. del
Solar, i que fueron colocados en la reserva. Aquel ejército de
10,000 hombres, formidable por su número, lo era mas aun
por las ventajosas posiciones que ocupaba.
Mientras el ejército aliado se fatigaba la mayor parte de la
noche en esta frustrada operación, el ejército chileno se repo-
nía tranquilamente en su campamento del cansancio de la
marcha anterior. Allí se habían tomado todas las medidas de
precaución i de vijilancia para evitar una sorpresa. Las divi-
siones estaban convenientemente repartidas, i al primer aviso
de los centinelas avanzados, se habrían puesto sobre las ar-
mas i habrían rechazado victoriosamente cualquier ataque.
Antes de amanecer del 26 de mayo, todos los cuerpos estaban
230 GUERRA DEL PACÍFICO
en pié i amunicionados para marchar sobre el enemigo. La
tropa recibió el alimento necesario para resistir a las fatigas
del dia.
En el cuartel jeneral de los chilenos se habia discutido lar-
gamente el plan de batalla. Dos opiniones hablan sido parti-
cularmente el objeto de las deliberaciones. Según una de és-
tas, el ataque debia llevarse de frente, tratando primero de
obligar al enemigo a abandonar sus posiciones, i si esto no se
conseguía, marchando resueltamente sobre ellas para tomar-
las con la infantería. El segundo plan consistía en marchar
hacia el oriente a alguna distancia del flanco derecho del ene-
migo para colocarse detras de él, i obligarlo a aceptar el com-
bate en circunstancias en que no tuviera ninguna retirada
posible para el interior. A este plan se le hallaba un inconve-
niente: la batalla se habria retardado un dia mas; i se temia
que se agotase la provisión de agua, de tal suerte que en el
momento del combate, el soldado podia encontrarse despro-
visto de este elemento tan indispensable para reponerse de la
fatiga i del calor. El jeneral Baquedano se habia decidido por
el primero de esos planes, es decir, por el ataque inmediato i
de frente; i con arreglo a él se habían tomado todas las dispo-
siciones de la marcha.
Apenas el ejército chileno habia avanzado un poco, divisó
como a una legua de distancia los últimos cuerpos enemigos
que volvían a ocupar sus posiciones después de la inútil sali-
da de la noche anterior. La artillería lanzó sobre ellos algunas
granadas que los obligaron a acelerar su repliegue sobre las
alturas que formaban su campamento. El ejército chileno
formado en línea de batalla, i pro tejidos sus flancos i su frente
por guerrillas de rifleros, continuó marchando hasta colocar-
se cerca del punto hasta donde, según se habia observado
cuatro días antes, alcanzaban los cañones del enemigo.
Allí separó el jeneral Baquedano, según estaba dispuesto,
un cuerpo de poco mas de tres mil infantes de sus mejores
tropas, con orden de permanecer de reserva en ese lugar bajo
el marido del coronel don Mauricio Muñoz. Ese cuerpo no
debia entrar al combate sino en caso que las otras divisiones
OPETlACrONES MILITARES 231
sufriesen un serio descalabro; i entonces, cayendo de refresco
en la pelea, habia de asegurar el triunfo de las armas chilenas.
El resto del ejército continuó avanzando con la artillería que
debia comenzar el combate rompiendo sus fuegos simultá-
neamente sobre el frente i los flancos del enemigo.
A las diez de la mañana se inició el combate con un vivo
fuego de cañón. Por el número i por la calidad de sus caño-
nes, así como por la maestría de sus artilleros, los chilenos
tenían una indisputable superioridad; pero las condiciones
del terreno venían a favorecer a los aliados. «En efecto, dice .
el jeneral Campero, teníamos desde luego la ventaja de no
presentar blanco a sus tiros, pues nuestra primera línea se
hallaba oculta detras de la ceja de la meseta, i solo se distin-
guían las piezas de artillería, al paso que dominábamos nos-
otros toda la planicie que él ocupaba. Por otra parte, sus tiros
de canon no nos causaban daño alguno; porque, o bien caían
de tras de nuestras filas, por la parábola que describen los
proyectiles, o bien se enterraban las bombas en la arena, es-
tallando allí i produciendo una especie de ebullición en la
tierra, pero sin causarnos mayor mal. Esto dio lugar a que el
jeneral boliviano Pérez calificase cada disparo de «una onza
de oro perdida», aludiendo al costo de cada tiro i a su com-
pleta ineficacia ^. En consecuencia, ordene que no se aban-
donaran las posiciones, ni se saliera de ellas, debiendo evitar-
se el fuego de rifles mientras que el enemigo no se pusiera a
tiro».
Convencido el jeneral Baquedano de que no habia medio
de obligar al enemigo a abandonar sus posiciones, i de que la
artillería i la caballería no podían nada contra ellas en esos
momentos, mandó amortiguar el fuego de cañón, después de
una hora, i dispuso el ataque formal con sus infantes.
5. El jeneral Pérez murió, sin embargo, poco mas tarde, en las últimas
horas de la batalla, herido en la frente por el casco de una granada chilena.
Era un viejo soldado que sus compatriotas consideraban uno de los mas va-
lientes i honrados jefes del ejército de Bolivia. El dia de la batalla de Tacna,
era jefe de estado mayor de todo el ejército aliado.
232 • GUERRA DEL PACÍFICO
Sin contar los cuerpos de reserva que, como dijimos, que-
daron colocados un poco mas lejos, la infantería chilena es-
taba fraccionada en cuatro divisiones, cada una de las cuales
constaba aproximativamente de dos mil hombres, i compo-
nian entre todas un total de 8,500 soldados. Estas tropas re-
cibieron la orden de ir a desalojar a un enemigo superior en
número i colocado en posiciones verdaderamente formida-
bles. Aun, en el primer momento, solo entró en combate una
de esas divisiones de 2,380 hombres, que fué a atacar al ene-
migo por las posiciones de su flanco izquierdo. Luego entra-
ron en pelea otras dos divisiones con 4,200 hombres para
atacar al enemigo por su centro i por su derecha. La otra di-
visión quedó mas atrás, formando la primera reserva, para
acudir a donde fuese necesario, es decir, al punto en que los
aliados opusieran mas dura resistencia ^.
El punto mas accesible del campamento de los aliados, era
su flanco izquierdo; pero el jeneral Campero, que habia ob-
servado de antemano esto mismo, habia cuidado de reforzar
esta ala con mayor número de tropas, colocándolas bajo el
mando del coronel Camacho, que era el jefe de toda su con-
fianza. El jeneral Baquedano también habia enviado allí la
mas numerosa de sus divisiones, i ésta, como hemos dicho,
6. Para la mas cabal intelijencia de la batalla de Tacna, que estamos obli-
gados a referir en sus rasgos principales, vamos a dar alguna noticia acerca
de las divisiones chilenas que entraron en combate.
I. a división, formada por un Tejimiento i tres batallones, i con un total
efectivo de 2,380 hombres, bajo el mando del coronel don Santiago Amen-
gual, fué a atacar la izquierda de los aliados.
2.^ división, formada por dos Tejimientos i un batallón, con un total efec-
tivo de 2,100 hombres, bajo las órdenes del teniente coronel don Francisco
Barceló, fué a atacar el centro de las posiciones enemigas.
3.a división, formada por un Tejimiento i dos batallones, con un efectivo
de 1,600 hombres, bajo el mando del coronel don Domingo Amunátegui,
Quedó formando la primera reserva; pero luego entró en combate en apoyo
de las divisiones que formaban la derecha i el centro del ejército chileino.
4.<* división, formada por dos Tejimientos i un batallón, con un efectivo de
2,170 hombres, mandada por el coronel don Orozimbo Barbosa, fué a atacar
la derecha del enemigo.
La artillería estaba mandada por el teniente coronel don José Manuel
Novoa.
La caballería por el coronel don José Francisco Vergara. y
OPERACIONES MILI lAKliS 233
trabó la lucha antes que ninguna otra, i con la mayor decisión.
A mediodía, el combate se hizo jeneral en todo el eampa. Los
cuerpos de ataque seguían avanzando sobre las posiciones de
los aliados sin arredrarse por el vivo fuego de fusil i de cañón
que se les hacia de toda la linea enemiga. La artillería chilena,
que había quedado a retaguardia, protejia la impetuosa carga
de sus infantes dirijiendo sus fuegos por elevación. En el ala
izquierda, los cañones chilenos reconcentraron sus fuegos so-
bre un fortin en que^habia cinco piezas de artillería enemiga,
ventajosamente colocadas.
El vigoroso ataque de la división chilena que embistió con-
tra el flanco izquierdo de los aliados, produjo antes de una
hora una seria confusión en esa ala. A pesar del número ma-
yor de sus defensores i de las ventajas de su posición, la línea
se sintió vacilar, i un cuerpo peruano que había tomado el
arrogante nombre de «batallón Victoria», volteó caras i se
entregó a la fuga. Fué inútil que el jeneral Campero mandara
hacer fuego contra él: lo sfujitivos no querían volver al com-
bate, i continuaron corriendo en dispersión. Entonces fué
llamada la reserva, i con ella llegaron los mejores batallones
del ejército aHado, que fueron distribuidos en los dos flancos,
i principalmente en el ala izquierda. Con este refuerzo, los
defensores de las alturas cobraron mayor ánimo i sostuvieron
el combate con nuevo ardor. Hubo un instante en que dos de
los cuerpos chilenos que formaban la estremidad de su ala
derecha, horriblemente destrozados por el fuego enemigo, i
con sus municiones casi agotadas, parecían vacilar, hasta el
punto de tener que retroceder del lugar hasta donde habían
avanzado. Un cuerpo de caballería chilena que estaba desta-
cado en ese flanco, acudió a reforzarlos, mientras avanzaba
la otra división que formaba la primera reserva.
En efecto, esa división, mandada por el coronel Amunáte-
guí, compuesta solo de i,6oo hombres, llegaba a paso de car-
ga, para reforzar a los chilenos que atacaban de frente el
flanco izquierdo i el centro del enemigo. La artillería i las
ametralladoras acortaron también la distancia, i el ataque
de los infantes chilenos se hizo mas vigoroso i decisivo. Los
234 GUERRA DiSL PACÍFICO
aliados, después de pelear denodadamente durante dos ho-
ras, no se sentían con fuerzas para rechazar esta nueva i mas
impetuosa embestida. Resistieron, sin embargo, algún rato
mas; pero luego comenzaron a ceder, i su dispersión era com-
pleta a las dos de la tarde. La artillería chilena continuó sus
fuegos para consumar la desorganización del enemigo, mien-
tras la infantería ocupaba i recorría las alturas en persecución
de los fujitivos ''.
7. Las relaciones peruanas i bolivianas hacen una confusión completa de,
todos los hechos desde que comienzan a referir la segunda parte de la bata-
lla. El jeneral Campero atribuye lo mas glorioso de la jornada a las tropas
bolivianas que ocupaban el flanco izquierdo, en donde, sin embargo, fueron
abandonadas por el batallón peruano Victoria, hecho que él no olvida de
señalar. Según Campero, los bolivianos no solo hicieron retroceder a los chi-
lenos por aquel lado, sino que tomaron algunos prisioneros i algunas piezas
de artillería, que tuvieron que abandonar cuando se vieron atacados por
numerosísimas tropas de refresco. El contra-almirante Montero i el jefe del
estado mayor peruano, coronel don Manuel Velarde, atribuyen la mejor
parte de la defensa a las fuerzas peruanas que bajo el mando del primero,
ocupaban el flanco derecho. Montero va mas lejos todavía. Según él, la pro-
tección que fué necesario prestar a la división del coronel Camacho desde el
principio del combate, debilitó el resto de la línea, i no impidió que aquélla
fuera la primera en dispersarse. Debemos, sin embargo, advertir que la es-
posicion del contra-almirante Montero, en que rectiñca el informe del jene-
ral boliviano, es mui poco noticiosa, i que contiene incidentes de pura in-
vención, como una valiente carga de la caballería que estaba bajo su mando,
carga que según él contuvo a los batallones chilenos, i que sin embargo, és-
tos no vieron nunca.
No se puede decir lo mismo del informe del jeneral Campero, documento
serio i noticioso, en el cual se percibe claramente que los errores mismos que
contiene, sobre el número de las fuerzas chilenas i la captura momentánea
de los cañones enemigos, son consignados de buena fe i creyendo falsos in-
formes de sus subalternos. No estará de mas advertir que durante todo el
combate no hubo soldado alguno del ejército aliado que llegase a colocarse
a una distancia de 400 metros de los cañones chilenos.
Por parte de Chile se han publicado varias relaciones, ademas del parte
oficial del estado mayor. Algunas de esas relaciones discuerdan en diversos
detalles, pero todas sirven para formarse una idea cabal de la batalla,. Sin
embargo, la abundancia de pormenores de algunas de ellas es causa de que
el lector tenga que prestar mucha atención para comprender los rasgos prin-
cipales de la jornada.
Un diario de Santiago, El Ferrocarril del 8 de noviembre, dio a luz una
descripción de la batalla de Tacna, hecha por M. Raoul Duvision, antiguo
oficial francés que reside en esa ciudad, i que fué testigo de vista de la jor-
OPERACIONES MILITARES 235
La segunda reserva chilena, es decir, la división de poco
mas de tres mil hombres que el jeneral Baquedano habia de-
jado esa mañana a menos de una legua del teatro del comba-
te, bajo las órdenes del coronel Muñoz, habia permanecido
allí con el arma al brazo, esperando que sus servicios fuesen
necesarios, para avanzar sobre el enemigo, i haciendo solo un
despliegue de sus- fuerzas, después que entró en combate la
primera reserva. La batalla se terminó sin que entrase en
batalla aquella respetable división. Parece, sin embargo, que
su presencia contribuyó poderosamente a desalentar al ene-,
migo, que desde sus posiciones la divisaba como un segundo
ejército que habria venido a arrebatarle la victoria, si le hu-
biera sido dado rechazar el primer ataque de los chilenos.
nada. Esta corta relación es un cuadro sumario, pero de la mayor claridad;
i por este motivo no vacilamos en reproducirla en seguida:
«Desde que se avistaron ambos ejércitos, procuré hacerme cargo de la po-
sición i medidas tomadas en uno i otro campo. El ejército de la alianza es.
taba dividido en tres cuerpos, con una reserva colocada a retaguardia. Las
alas i centro no estaban desplegadas en linea regular de batalla, sino coloca-
das en columnas mas o menos unidas. Cada una de ellas desplegó a su frente
algunos tiradores, mas bien como descubierta que como guerrillas, aprove-
chando las ondulaciones del terreno, para permanecer ocultas a la vista del
adversario, i buscando el apoyo de sus baterías fijas.
«El ejército chileno hizo avanzar una línea de francos tiradores-guerrilla s,
perfectamente regular, i a distancia conveniente seguían los cuerpos que de-
bían iniciar el combate, en orden de batalla, de tal manera formada que, a
la distancia de donde yo observaba, no advertía el menor defecto. La mar-
cha en avance de estas líneas era bastante rápida, tomando en consideración
las dificultades i lo pesado del terreno en que operaban.
«Al mismo tiempo se vio avanzar hacia el ala derecha una segunda i nu -
merosa línea de infantería, dispuesta de tal modo que pudiese caer sobre el
centro o el estremo de esa ala, según lo exijiesen las peripecias del combate.
Seguía la reserva que miraba el centro del campo de la alianza, i mas a re-
taguardia numerosos cuerpos de caballería. Numerosa artillería apoyaba
casi los estremos, lo mismo que el centro de las líneas del ejército chileno.
«Junto con el avance de los cuerpos que debían iniciar la batalla, vi divi-
dirse la numerosa caballería chilena i marchar, formando un ángulo, cuyo
vértice era su posición primitiva, para reforzar las alas; i, según el concepto
que me formé, estas tropas eran destinadas a amagar al ejército de la alianza
en sus estremos derecho e izquierdo, como asimismo a precipitar su derrota ,
flanquearlo i perseguirlo,
«Momentos después, las guerrillas chilenas descubrieron al enemigo, i el
combate se inició con vigor por una i otra parte.
«Desde los primeros momentos, formé el mas alto concepto sobre la ins-
236 Guerra del pacífico
Tal fué el resultado de la batalla de Tacna. Para ocupar
las formidables posiciones en que los aliados se defendían,
los chilenos tuvieron que perder entre muertos i heridos, cer-
ca de la cuarta parte de las fuerzas de ataque, es decir, 2,128
hombres. Esas pérdidas consistían en 23 jefes i oficiales muer-
tos, i en 84 heridos; i en 463 soldados muertos i 1,558 heridos.
Las bajas del ejército vencedor se comprenden fácilmente,
recordando que los chilenos tenian que pelear a pecho descu-
bierto para escaladlas alturas, desde las cuales un enemigo
invisible i perfectamente colocado desde el principio del com-
bate, vomitaba sin cesar lluvias de balas i de metralla. De
esas pérdidas, la mas importante es la del comandante don
truccion, valor i disciplina de las tropas chilenas, por el perfecto orden con
que entraban en combate. En esas líneas no se veia cruzar de un punto a
otro ni un jinete, lo que me indicó que jefes, oficiales i soldados se mante-
nían con notable firmeza en sus puestos respectivos.
«En el ejército aliado, por el contrario, no se desplegaron sus líneas con
seguridad, i se advertía por las carreras de muchos en distintas direcciones,
que reinaban aquella vacilación i desorden tan perjudiciales en los graves
momentos de un combate.
«Una hora después de rotos los fuegos, el ejército de la alianza se había
visto precisado a echar mano de todos los cuerpos de su reserva, jeneralizan-
do la batalla en toda su línea mientras que el ejército chileno se mantenía
aun con solo las tropas con que inició el combate.
«El jeneral en jefe del ejército aliado comprendió que, teniendo compro-
metidas todas sus tropas, era necesario el último esfuerzo para hacer retro-
ceder i alcanzar algunas ventajas. Ordenó, en consecuencia, un ataque si-
multáneo en toda la línea, acumulando sus mejores cuerpos en el ala izquier-
da para flanquear i envolver a su adversario en su ala derecha, donde con-
siguió hacerlo retroceder, siendo rechazado a su vez con enerjía en su centro
i derecha, cuyas posiciones fueron ganadas a la bayoneta.
«El retroceso del ala derecha del ejército chileno, producido por el ímpetu
de algunos cuerpos bolivianos no fué duradero, pues en tal circunstancia la
caballería que reforzaba ese estremo, cargó sobre lo mas fuerte de su enemi-
go. Al mismo tiempo la segunda línea de los asaltantes avanzó con rapidez
para reforzar el centro i la derecha, entrando en combate con tal vigor que,
no solo estableció el equilibrio sino que principió a arrojar a los aliados de
sus posiciones, decidiendo por completo la batalla a favor de los chilenos,
que ya solo era sostenida en esa única parte de la línea.
«Para mí, desde los primeros momentos de la batalla, fué seguro el triunfo
de los chilenos. Todo me indicó en ellos una superioridad incontrastable; i
abrigo la convicción que, si los aliados hubiesen sido superiores en número
con los dos tercios de su tropa, solo habrían conseguido retardar un poco
mas su derrota.»
OPERACIONES MILITARES 237
Ricardo Santa Cruz, que se habia ilustrado brillantemente
en toda la guerra, desde el desembarco de Pisagua, en que le
tocó llevar a tierra las primeras columnas chilenas.
Pero las pérdidas de los aliados fueron mui superiores. Se
calcula en mas de 2,800 el número de sus muertos i heridos,
contando entre éstos solo a los que no pudieron retirarse del
campo de batalla i de sus alrededores; i entre ellos figuraban
muchos jefes de graduación, jenerales, coroneles, comandan-
tes 8. Según los informes de orijen boliviano, solo en la divi-
sión de esta nacionaUdad las pérdidas del combate subieron
a 1,200 muertos i a 900 heridos. Se habla en esos documentos
de dos batallones bolivianos que sucumbieron casi enteros
en la defensa del ala izquierda del ejército aliado, que los pe-
ruanos hablan comenzado a abandonar. El número de prisio-
neros tomados por los chilenos ascendía a 2,500 hombres,
entre los cuales habia un jeneral, diez coroneles i gran número
de jefes i oficiales. En el campo de batalla, los vencedores se
apoderaron de diez cañones en perfecto estado de servicio, i
mas adelante de otros dos que estaban desmontados, de cin-
co ametralladoras nuevas, de cinco a seis mil rifles, i de un
número inmenso de municiones de cañón i de fusil.
Los jenerales Campero i Montero salieron ilesos de la ba-
talla. Ambos se dirijieron con una parte de los dispersos a la
ciudad de Tacna, donde creian quizá poder organizar toda-
vía una segunda resistencia. Allí se reconoció que esto era
imposible; i ambos jefes continuaron su retirada con el ma-
8. Los aliados, a causa de la dispersión consiguiente a la derrota, no han
podido señalar exactamente las pérdidas que sufrieron en la batalla de Tac-
na, que ellos llaman del Campo de la Alianza. Sin embargo, en una publica-
ción hecha por el coronel don Manuel Velarde, jefe de estado mayor peruano
aparece que este solo ejército tuvo entre jefes i oficiales las siguientes pér-
didas: Muertos, 6 coroneles, 7 tenientes coroneles i 71 oficiales. Heridos, i co-
ronel, 8 tenientes coroneles i 92 oficiales. El coronel Velarde añade que la
pérdida de soldados fué relativa a la de los jefes i oficiales.
Las pérdidas de los bolivianos, entre las que se contaban dos jenerales,
muchos coroneles i oficiales, fueron comparativamente mayores. Dos bata-
llones bolivianos que defendieron valientemente el ala izquierda de los alia-
dos, fueron casi completamente destruidos por las balas i las bayonetas de
los chilenos en los momentos del asalto de esas posiciones.
238 GUERRA DEL PACÍFICO
yoi" número de dispersos que pudieron reunir. Del ejército de
diez mil hombres que tenian esa mañana, solo se les juntaron
en grupos desordenados, i eso después de algunos dias, unos
2,800 soldados que habian pertenecido al uno o al otro ejér-
cito aliado. Los peruanos siguieron el camino de Tarata i
Puno con el contra-almirante Montero, mientras los bolivia-
nos se dirijian a La Paz, trasmontando las cordilleras, bajo
las órdenes del jeneral Campero.
La ciudad de Tacna quedó entonces abandonada, o mas
propiamente ocupada por los heridos i contusos que no podian
o que no querian huir, i por numerosos dispersos que arroja-
ban sus arreos militares para ocultarse a los vencedores, re-
sueltos a no acompañar mas a sus jefes. Todo era allí confu-
sión i desorden: los vecinos cerraban las puertas de sus casas,
los dispersos comenzaban a saquear los despachos i bodego-
nes en busca de licores. En esos momentos se presentó en las
calles un parlamentario chileno que con bandera blanca iba
en busca de las autoridades para exijir la rendición de la ciu-
dad. Ese parlamentario fué recibido a balazos en. las calles, i
apenas pudo regresar ileso al campo de batalla.
Creyóse, pues, que habría una resistencia organizada en la
ciudad. En el momento el jeneral en jefe dispuso que avan-
zase sobre ella una división del ejército chileno. La artillería
que la acompañaba, hizo algunos disparos por elevación; i la
infantería se disponía a tomarla a viva fuerza cuando llega-
ron los cónsules estranjeros a prevenir que Tacna estaba
abandonada e indefensa, i que los chilenos podian ocuparla
sin resistencia para evitar mayores desórdenes. Según ellos,
os que habian hecho fuego sobre el parlamentario eran unos
Isoldados peruanos ebrios que también se habian dispersado.
La división chilena hizo en efecto su entrada en la ciudad; i
desde ese momento cesaron todos los desórdenes i se resta-
bleció la tranquilidad.
Mientras tanto, en la tarde de ese día i en los dias siguien-
tes, diversas partidas del ejército chileno continuaron la per-
secución de los fujitivos i de los dispersos; i cada una de ellas
volvía al campamento con grupos de soldados peruanos i bo-
OPI5BACIOIÍBS MILITARES 239
livianos, i con cargas del armamento abandonado. Muchos
de esos soldados habian cambiado de traje, i algunos pudie-
ron sustraerse así a ser capturados por los vencedores.
La noticia del desastre de Tacna corrió rápidamente en
todo el sur del Perú llevada por los fujitivos de la batalla. No
trataban éstos de ocultar la magnitud de su derrota, pero
persistían en esplicarla como el resultado natural de la in-
mensa superioridad numérica de los chilenos ^, cuyo ejército
se hacia subir a 22 o 24 mil hombres. Esto mismo, como debe
suponerse, contribuia a aumentar el sobresalto i la confusión.
En Lima circuló el primer rumor de la derrota el i.'^ de ju-
nio. Ese dia habia llegado al Callao un trasporte chileno que
llevaba al jefe de la escuadra bloqueadora la noticia cabal de
la batalla. El almirante mandó hacer las salvas de estilo; i
luego los comandantes de los buques neutrales se impusieron
de lo ocurrido. En tierra se conoció mas o menos la verdad
de todo; pero antes de dar crédito a la noticia del desastre ,
se prefirió buscar otra esplicacion a las salvas de la escuadra
chilena. Se dijo al efecto que ese dia habia llegado un nuevo
9. La prensa de esos lugares, así como la de Lima, habían dicho Hasta ei
cansancio que la segunda campaña de los chilenos, no debia causar el menor
temor, porque su ejército del sur, mandado por el contra-almirante Monteros
contaba con fuerzas mui superiores. Después de la derrota, se invirtieron las
cifras exagerándolas estraordinariamente. El ejércñto chileno, decian, cons-
taba de 22 o 24 mil hombres; i el ejército aliado de 8 a 9 mil hombres.
La verdad es que en la batalla de Tacna, los chilenos tenian por junto,
aun contando sus enfermos, que no eran muchos, 13,372 hombres, de los
cuales no tomó parte alguna en el combate un cuerpo de reserva compuesto
de 3,130, i mui escasa a consecuencia de las condiciones del terreno, los 1,200
soldados que formaban la caballería. Puede, pues, decirse que por pirte de
los vencedores solo pelearon 9,042. El ejército aliado que estabí a la defen-
siva, í colocado en posiciones formidables, tenia, según el jeneral Campero,
9,300 hombres. A esta última cifra hai que agregar unos 750 policiales i vo-
luntarios armados con que acudió ese dia al campo del combate el prefecto
de Tacna don Pedro A. del Solar.
Antes de la batalla de Tacna, las tropas aliadas eran denominadas en los
documentos públicos del Perú «el 2.^ ejército del sur», porque se llama «el
primero» al que fué destrozado por los chilenos en la campaña de Tarapacá
Después de la derrota, la prensa de Lima i los documentos oficiales, ha n
trastornado este orden dando la denominación de «primer ejército del sur»
al destruido en Tacna.
240 GUERRA DEL PACIFICO
almirante a relevar al que sostenía el bloqueo; i que como era
natural, era recibido con los honores de su rango,
No fué posible conservar esa ilusión mui largo tiempo. El
2 de junio tocó en Pisco un vapor ingles que iba al sur; i él
comunicó en el puerto las noticias que habia recojido en Ari-
ca, i que el telégrafo trasmitió inmediatamente a Lima. La
prensa, sometida al réjimen dictatorial, publicó boletines en
que los hechos estaban presentados de la manera siguiente:
— «Ha habido en el sur una batalla que ha durado tres dias,
i cuyo resultado no es decisivo. Los mismos chilenos confie-
san haber sufrido mas pérdidas que las de los aliados. Como
medida estratéjica, se dio a los chilenos paso para la ciudad
de Tacna, pero el ejército aliado se ha retirado en buen orden
i no ha dejado un solo prisionero. En cambio, Montero tiene
consigo mil prisioneros chilenos. El jeneral Montero se halla
en Palca con su ejército. El coronel Leiva estaba el 26 en To-
rata con otro ejército, i a la fecha debe hallarse en el teatro
de 1 a guerra. En Arica se encuentra Bolognesi con las divi-
siones de su mando. De manera que los restos del ejército
chileno deben hallarse a estas horas encerrados por un círculo
de fuego, i tienen que sucumbir indispensablemente».
I esta noticia circuló durante muchos dias en Lima i en
todo el norte del Perú i ser emitió a Europa i a Estados
Unidos por la vía d# Panamá, como si los descalabros de la
guerra pudieran remediarse con la publicación de tales bole-
tines. De todos esos detalles, no habia mas que uno verdade-
ro. En Arica quedaba en pié una división peruana bajo el
mando del coronel don Francisco Bolognesi. Todo el resto del
Perú, desde el valle de Moquegua al sur, quedaba en tranqui-
la posesión de los chilenos.
Para terminar la segunda campaña de esta guerra, el ejér-
cito chileno tenia aun que hacer un nuevo i mas vigoroso es-
fuerzo para apoderarse de las formidables posiciones de Arica.
-*^s^
CAPITULO XIII
Arica, junio de 1880
La plaza de Arica i sus fortificaciones. — Las minas de dinamita. — El moni-
tor Manco Capac. — La guarnición de la plaza. — Instrucciones dadas al
jefe de ésta. — Ignorancia en que quedó este jefe de los sucesos de Tacna.
— Concibe la esperanza de defenderse en Arica mientras le llegaban so-
corros.— Los chilenos restablecen el ferrocarril para marchar sobre Arica.
Frustrada esplosion de una mina de los peruanos. — Acampa enfrente
de Arica una división del ejército chileno — El jeneral chileno pone sitio
a la plaza i le intima rendición. — La ataca sin resultado con la artillería
de mar i tierra. — Resuelve asaltar con su infantería las fortificaciones
peruanas. — Los chilenos proponen nuevamente una capitulación al ene-
migo: éste la rechaza. — Asalto de Arica (7 de junio). — El ejército chileno
queda dueño de la plaza después de un combate encarnizado. — Los ma-
rinos peruanos echan a pique el monitor Manco Capac, i en seguida se
rinden. — Consecuencias de este combate.
La ciudad de Arica, mucho mas populosa antes de los gran-
des terremotos de 1868 i de 1877, contaba a principios de la
guerra un vecindario de unos 3,000 habitantes. A pesar de
esto, conservaba su prerrogativa de la plaza marítima mas
comercial del Perú después del Callao, i de puerto de entrada
i de salida de la mayor parte del comercio de Bolivia.
La guerra de 1879 '^^^^ también a convertirlo en el segundo
puerto militar del Perú, para lo cual se prestaba adniirable-
TOMO XVI. — 16
242 GüERRá. OEL PACÍFICO
mente la configuración de su terreno. La ciudad se levanta a
orillas del mar, resguardada por el sur por una serie de altu-
ras de ascenso mas o menos difícil que la mano del hombre
puede convertir en poco tiempo en formidables fortificacio-
nes. Al norte de la ciudad se estiende una llanura bañada por
el pequeño rio de Arica, que después de formar en su trascur-
so un valle estrecho, pero de abundante vejetacion, viene a
vaciar allí sus ^guas en el mar. En ese terreno bajo se habían
construido tres baterías a flor de agua, provista cada una de
dos cañones de a loo, 150 i 300 libras. Esos cañones defen-
dían a la ciudad de toda tentativa de desembarco, i domina-
ban también con sus fuegos todas las tierras bajas que cons-
tituyen la última porción del valle de que hemos hablado.
Al sur de la ciudad, en los puntos dominantes de esas altu-
ras, se habían construido otras tres fortificaciones mucho
mas poderosas. Esas fortificaciones habían sido resguardadas
con excelentes parapetos de sacos de arena, para defensa de
los artilleros, i estaban dotadas de catorce cañones, de los
cuales once eran también de a 100, 150 i 300 libras. Por su
disposición, estos fuertes se dominaban los unos a los otros,
de tal suerte que después de perdidos los que estaban situa-
dos mas lejos de la ciudad, quedaban éstos bajo el fuego de la
fortaleza del Morro, la mas poderosa de todas ellas. El Morro
es un cerro de 150 metros de elevación, cortado a escarpe so-
bre el mar, apegado a la ciudad por su lado sur, i del mas di-
fícil acceso. Ademas de que el declive del cerro es muí pen-
diente, está cubierto por una espesa capa de terreno arenoso
i movedizo donde el hombre no puede asentar el pié sino en
los estrechos i tortuosos senderos que se han abierto en sus
flancos. La fortaleza del Morro, servida por ocho cañones,
debía ser el último asilo de los defensores de la plaza; i desde
allí podían quemar i destruir fácilmente a los enemigos que
hubieran conseguido apoderarse de todos los otros fuertes.
Para ello, los peruanos contaban también con otro elemen^
to de resistencia. Todos los fuertes dominados por el Morro
habían sido minados con depósitos encubiertos de pólvora i
dinamita, i debían volar uno en pos de otro desde que fueran
OPER\CION8S MILITARKS 243
cayendo en manos del enemigo. Por una traza de guerra que
la moral no puede aplaudir, se habia colocado en un hospital
bajo el amparo de la Cruz Roja, i por tanto fuera de todo
peligro i de todo ataque del enemigo, la batería eléctrica de
donde partian los alambres ocultos que debian hacer saltar
esas minas.
Arica tenia ademas otra fortaleza no menos poderosa, el
monitor Manco Capac, verdadera batería flotante colocada
en el centro de la bahía i provista de dos grandes cañones de
a 500 libras, que por la movilidad del buque podían trasla-
darse de un punto a otro i hacer sus fuegos sobre tierra o so-
bre el mar, según las necesidades del combate. Hemos dicho
ya que este monitor, aunque muí pesado para andar, era una
máquina de guerra casi inatacable, porque en los momentos
del combate apenas sobresalía unos 50 centímetros de la su-
perñcie de las aguas.
La guarnición de la plaza, sin contar en ella a los marinos
del inonitor, se elevaba a poco mas de dos mil hombres. De
estos, 350 eran artilleros de los fuertes; i el resto, con escep-
cion de unos 70 jinetes, eran rifleros ejercitados en todo el
curso de la campaña. Esas fuerzas estaban mandadas por
mas de trescientos jefes i oficiales, doce de los cuales eran
coroneles o tenientes coroneles. Una parte de los rifleros es-
taba distribuida en los fuertes i baterías para defenderlos en
caso de una sorpresa. La otra, en previsión de un ataque de
la infantería enemiga por el valle que da entrada a la ciudad,
estaba destinada a la defensa de ésta desde una línea de atrin-
cheramientos de sacos de arena, construida en circunvalación,
que partiendo de las orillas del mar, encerraba las tres bate-
rías del norte i venia a apoyarse en los cerros en que se levan-
taban las fortificaciones del sur.
Los oficiales peruanos habían tenido mas de un año, desde
los principios de la guerra, para ejecutar estos trabajos, pero
en el principio se llevaron con mucha lentitud. La pérdida de
la provincia de Tarapacá en noviembre de 1879, ^^^^ ^^"^'
prender a los jefes peruanos que la fortificación de Arica era
una necesidad imprescindible, i luego, el desembarco áe los
244 GUERRA DEL P ACIFICO
chilenos en lio, en febrero de 1880, vino a estimularlos a po-
ner la mayor actividad en la conclusión de estas obras. A me-
diados de mayo, Arica estaba perfectamente fortificada, i
podia resistir ventajosamente por mar i por tierra a tropas
cinco veces superiores a las que la defendían.
El mando de la plaza habia sido confiado al coronel don
Francisco Bolognesi, soldado antiguo que habia adquirido
en sus viajes por Europa una instrucción militar mui superior
a la del mayor número de los jefes peruanos. Las formidables
baterías del Morro estaban mandadas por el capitán de navio
don Juan Guillermo Moore, en cuyas manos se habia perdido
la fragata encorazada Independencia en el combate naval de
Iquique, el 21 de mayo del año anterior, i que estaba resuelto
a hacer olvidar esa desgracia con la defensa heroica de aque-
lla fortaleza. A juzgar por las manifestaciones esteriores, los
otros jefes estaban animados de un espíritu igualmente re-
suelto i decidido. En efecto, cada vez que la escuadrilla chilena
que bloqueaba el puerto, habia roto los fuegos contra los fuer-
tes de tierra, éstos se hablan defendido con toda enerjía i con
no poco acierto.
Desde que el contra-almirante Montero salió de la plaza
para ocupar su puesto en el ejército de Tacna, Bolognesi, dio
mayor impulso a la instrucción de sus tropas temiendo verse
atacado allí mas tarde o mas temprano. Por el telégrafo supo
que los chilenos avanzaban sobre Tacna, i recibió también
la noticia mas o menos fantástica de que un nuevo ejército
peruano mandado por el coronel Leiva habia salido de Are-
quipa, de que marchaba hacia el sur i de que en breve picaría
la retaguardia a los enemigos. La derrota de estos parecía
inevitable; i así lo aseguraba el contra-almirante Montero en
todas sus comunicaciones.
Hemos contado en el capítulo anterior que cuatro días an-
tes de la batalla de Tacna, una división del ejército chileno
habia practicado un reconocimiento de las posiciones de los
aliados, i que en seguida se habia retirado tranquilamente
sin ser molestada. Montero comunicó a Arica por el telégrafo
este movimiento de los chilenos como una prueba de la debí-
OPKU ACIÓN ES MILITARES 245
lidad de éstos, i como una prenda de confianza en el próximo
i seguro triunfo de las armas aliadas. Solo la víspera de la
batalla, cuando, como se recordará, por las declaraciones de
unos arrieros chilenos se supuso en el campamento de Tacna
que el ejército de éstos pasaba de 22 mil hombres, i cuando
se vio que el anunciado ejército peruano de Arequipa tarda-
ba mucho en llegar, comenzó a creer Montero que entraba en
lo posible el sufrir una derrota. Sin manifestar, sin embargo,
esta desconfianza, telegrafió al jefe de la guarnición de Arica,
en estos términos: «Mañana será la batalla. Cualquiera que
sea su resultado, Ud. debe resistir a todo trance».
El dia 26, en efecto, se sintió en Arica el lejano cañoneo de
la batalla de Tacna. Desde las alturas se creia divisar la hu-
mareda del combate. La inquietud estaba retratada en todos
los semblantes; pero se pasó el dia entero, i se pasaron cuatro
mas sin que se recibiese ni por el telégrafo ni por ninguna
otra via, noticia segura del desenlace de' la jornada. En la
noche de ese mismo dia, los chilenos hablan despachado de
Ite un vapor aviso con comunicaciones acerca de la victoria
para el gobierno de Chile, i ese vapor a su paso por Arica,
habia trasmitido la noticia a las naves que bloqueaban el
puerto. Estas se empavezaron en señal de victoria, e hicieron
las salvas de estilo en los dias de triunfo. La guarnición pe-
ruana no dio entero crédito a estas manifestaciones. A su jui-
cio, eran probablemente trazas de los chilenos para disimular
un contraste. Se prefería esperar un aviso mas digno de fe.
Pero este aviso tardaba en llegar. Cuenta el contra-almi-
rante Montero que a su paso por Tacna, después de la derrota,
se dirijió al telégrafo para comunicar sus últimas órdenes a
los defensores de Arica, pero que el telégrafo habia sido cor-
tado por los chilenos. Sin duda, a causa de la confusión de la
fuga, descuidó despachar un espreso que llevase a aquéllos
la noticia del desastre. Parece también que muchos de las
dispersos de la derrota pensaron en retirarse a Arica; pero el
ferrocarril estaba también cortado, i los dispersos tuvieron
miedo de caer en manos de los chilenos si emprendían la mar-
cha a pié o a caballo. Lo cierto es que solo el 31 de mayo lie-
246 GUERRA DEL PACÍFICO
garon a Arica tres o cuatro fujitivos peruanos, que contaron
lo que habían visto, esto es la destrucción completa i defini-
tiva de los ejércitos de la alianza.
No quedó duda entonces de la realidad de la situación.
Pero se creyó que ésta estaba mui lejos de ser desesperada.
La plaza poseia los elementos i la guarnición necesaria para
rechazar cualquier ataque, tanto mas cuanto que los chilenos,
aunque vencedores, debian haber sufrido grandes pérdidas
en la batalla, que según los informes de los fujitivos perua-
nos, habia sido mui encarnizada. La ciudad estaba provista
de agua por unas vertientes que nacen dentro de la línea de
las fortificaciones, i poseia víveres abundantes para soportar
un largo sitio. Abundaban igualmente las municiones de gue-
rra, a tal punto que habían podido destinarse grandes canti-
dades de pólvora a las minas abiertas dentro i fuera de la
ciudad. El ataque del enemigo, a juicio de los defensores de
la plaza, debía reducirse a un sitio mas o menos largo; pero
antes de mucho podía llegar otro ejército peruano, el de Lei-
va, sobre todo, que según los informes recibidos debía haber
salido ya de Torata; i se creía que reuniendo éste en su mar-
cha los dispersos peruanos, podría presentar una nueva ba-
talla en que los chilenos habían de sucumbir.
Desde el siguiente día de la victoria de Tacna, i en medio
de los afanes consiguientes a la persecución de los fujitivos i
del establecimiento de hospitales en la ciudad para curar a
los heridos el jeneral Baquedano dictó las medidas del caso
para marchar sobre Arica. Un cuerpo de pontoneros salió a
reparar las destrucciones del ferrocarril bajo la dirección de
algunos de los injenieros del ejército, i protejido por una di-
visión de caballería. Estos trabajos fueran ejecutados con
tanta actividad que cinco días después la comunicación por
la vía férrea estaba restablecida hasta cerca del pequeño rio
de Chacalluta, pocos quilómetros al norte de Arica. El puente
que existe sobre ese rio, habia sido destruido por los perua-
nos, pero este punto era el designado para campamento del
ejército chileno; i de allí para adelante las tropas debian avan-
OPERACIONES MILITARES 247
zar en son de guerra, i con las precauciones que requería la
proximidad del enemigo.
En la tarde del i.*^ de junio casi al oscurecerse, llegaron a
esos lugares un rejimiento i un escuadrón de caballería chile-
na, i después de reconocer el campo en las inmediaciones del
puente destruido, los soldados comenzaron a bajar al rio por
secciones para dar de beber a sus caballos, siguiendo al efecto
el único sendero practicable. De repente se hace oír una es-
truendosa detonación, el suelo se conmueve i se levanta por
los aires una masa de piedras envueltas en una gruesa colum-
na de fuego i de humo. Los caballos se encabritan i tratan de
arrancar en todas direcciones aumentando la confusión de
aquella sorpresa. Era una mina de dinamita que acababa de
estallar.
El jefe del destacamento chileno, a cuyos pies había tenido
lugar la esplosíon, el sarjento mayor don Rafael Vargas, que
era considerado uno de los primeros sableadores de la caba-
llería chilena, estaba ileso i no perdió por un solo instante su
serenidad. El corneta que llevaba a su lado para impartir
sus órdenes, tenia un brazo quebrado, i otros dos soldados
habían recibido algunas heridas; pero éstos eran los únicos
daños que había causado la esplosíon. El mayor Vargas reu-
nió a los suyos; i habiendo distinguido a la última luz del día,
tres bultos que se alejaban a toda prisa de una casita de ma-
dera, situada en la orilla opuesta del rio, i que se ocultaban
entre los matorrales, emprendió resueltamente su persecu-
ción sin temer que pudieran estallar otras minas. Uno solo de
los fujitivos consiguió escaparse: los otios dos fueron toma-
dos prisioneros i salvados por el mayor Vargas de la muerte
que querían darles los soldados. Uno de ellos era un injeniero
peruano, encargado de dirijir los trabajos de minas de aque-
llos alrededores.
El plan de los peruanos para destruir o desconcertar al
ejército chileno en el paso del río de Chacalluta, quedaba,
pues, frustrado. En la casita de madera de que hemos habla-
do se encontró la batería eléctrica que debía comunicar el
fuego a las minas. Inmediatamente se cortaron los alambres;
248 GUERRA DEL PACÍFICJO
i el siguiente dia se continuaron los trabajos. En las mar j enes
del rio, en el punto por donde necesariamente debia pasar el
ejército chileno, los peruanos hablan construido diez minas
rellenas de dinamita, pedazos de fierro, piedras i tierra fuer-
temente comprimidas, i bastante bien dispuestas para hacer
los mas terribles estragos. Solo una de ellas habia hecho es-
plosion. Los injenieros peruanos creyeron que ésta bastarla
para aterrorizar a la columna enemiga que entonces tenian
a la vista, pensando hacer estallar las otras cuando se acerca-
sen mayores fuerzas. La serenidad de los soldados chilenos
se burló, como hemos visto, de esas previsiones. Todas esas
minas fueron desmontadas sin accidente alguno el dia 2 de
junio, de tal suerte que el terreno quedó libre para establecer
allí el campamento. El estado mayor chileno sabia que mas
adelante, en los alrededores de la ciudad, i en torno de los
fuertes que la defendían, existían otras minas, i que por lo
tanto era necesario avanzar con mucha precaución.
Ese mismo dia (2 de junio) estaba en movimiento el ferro-
carril que conduce a Tacna, i comenzaba el trasporte de las
tropas que debian atacar a Arica. En efecto, en la tarde lle-
garon al campamento de Chacalluta unos tres mil soldados
de infantería que por haber constituido la reserva del ejército
en la batalla de Tacna, no habían necesitado entrar en com-
bate. El 3 de junio llegaba también el jeneral Baquedano con
su estado mayor, con otro rejimiento de infantería i con cua-
tro baterías de cañones de campaña. Las fuerzas chilenas
acampadas al norte de Arica, se elevaron así a cerca de cinco
mil hombres.
Por mas que el jeneral chileno quisiera emprender el ata-
que con toda actividad, le fué forzoso retardarlo para reco-
nocer perfectamente el terreno, i para dar a sus tropas la me-
jor colocación. En efecto, el dia 4, mientras una parte de su
infantería, marchando por las faldas de los cerros arenosos
que se levantan al oriente de Arica, iba a guardar la entrada
del valle formado por el rio de ese nombre, los injenieros exa-
minaban todas las alturas i todos los bajos que podían apro-
vecharse militarmente. Estas operaciones se continuaron du-
OPERACIÓN líS MILITARES 249
rante la noche entera, de tal suerte que al amanecer del si-
guiente dia 5 de junio, la artillería chilena estaba estendida
en línea en las faldas de esos cerros, mientras la infantería i
la caballería, perfectamente distribuidas, cerraban el acceso
a la plaza dejándola sitiada por todos lados.
Deseando evitar una inútil efusión de sangre, el jeneral
Baquedano creyó que era llegado el caso de proponer una
capitulación a los defensores de Arica. Con este objeto, comi-
sionó al mayor de artillería don José de la Cruz Salvo para
que marchase a la plaza como parlamentario. El oficial chile-
no fué recibido por el coronel Bolognesi. Les espuso allí que
por el estado de la guerra después de la completa derrota del
ejército peruano de Tacna, era un deber de humanidad el po-
ner término a una resistencia inútil, desde que no pudiendo
recibir refuerzos de ninguna parte, la plaza tendría que su-
cumbir mas tarde o mas temprano. El coronel Bolognesi, des-
pués de conferenciar con los jefes que estaban bajo sus órde-
nes, contestó resueltamente que estaba determinado a salvar
el honor de su país quemando el último cartucho.
No quedaba mas que hacer que iniciar las hostilidades. En
efecto, la artillería chilena disparó algunos cañonazos a la
plaza, que fueron inmediatamente contestados por los fuertes
peruanos. Este ataque no produjo ningún daño a ninguna de
las dos partes, i solo sirvió para demostrar el poder de la ar-
tillería peruana. Los chilenos carecían de cañones de sitio, i
estaban espuestos al fuego de las poderosas piezas de ico, de
150 i de 300 libras de los enemigos.
El conocimiento de esta situación se completó por otros
medios. Aunque los jefes peruanos estaban seguros de poder
defender a Arica, i aunque estaban persuadidos de que no
tardarían en ser socorridos por el ejército que suponían en
marcha desde Torata, en la guarnición no faltaban oficiales i
soldados que viendo las cosas bajo un prisma diferente, te-
mían los horrores consiguientes a un asalto. Varios de ellos,
entre otros un sarjento mayor i un capitán, habían desertado.
Por las declaraciones tomadas a algunos de esos fujitivos,
supieron los jefes chilenos cual era el poder defensivo de la
250 GUERRA DEL PACÍFICO
plaza. Sin embargo, creyeron todavía que un ataque simul-
táneo i combinado con los buques de la escuadra podria de-
terminar al enemigo a aceptar una capitulación.
Emprendióse este ataque el dia 6 de junio. A las once de
la mañana rompieron el fuego los cañones de campaña del
ejército sitiador; i a la una i media se acercaron resueltamente
a las fortalezas del puerto los cuatro buques que mantenian
el bloqueo, i dirijieron contra ellas en el espacio de tres horas
unas ochenta bombas, que fueron igualmente contestadas
por las baterías de tierra i por los poderosos cañones del Man-
co Capac. Los resultados de este ataque no fueron apreciables:
no sabemos qué daños causó en tierra, pero sí consta que uno
de los buques chilenos recibió en su casco dos balazos, que
no le causaron ninguna pérdida de vidas, i que el bhndado
Cochrane fué alcanzado por una granada que chocó en el can-
to alto de una de sus portas. Un casco de ese proyectil pene-
tró en la batería, i cayó sobre el saquete de pólvora con que
los artilleros chilenos cargaban en ese momento uno de los
cañones. La esplosion de la pólvora, sin hacer daño alguno al
buque, hirió a veintisiete hombres, -algunos de los cuales mu-
rieron poco después.
En vista de este resultado, el jeneral Baquedano se decidió
a no demorar mas tiempo el asalto de la plaza. Había con-
fiado el mando inmediato de esta operación al coronel don
Pedro Lagos; i este jefe, eficazmente ayudado por algunos
injenieros, había desplegado la mayor actividad para recono-
cer el terreno i para estudiar las condiciones del ataque que
pensaba ejecutar. Se había comprendido que solo un golpe
de mano tan rápido como audaz podía decidir de la ocupa-
ción de la plaza; i el coronel Lagos conocía perfectamente las
dificultades de la empresa, i la manera de vencerlas.
Según el plan convenido, la artillería chilena debía conser-
varse en sus posiciones, sin tomar parte alguna en el comba-
te. La caballería limitaría su acción a perseguir a los soldados
peruanos que huyesen de los fuertes en los momentos del
ataque. Solo la infantería debía ejecutar el asalto simultáneo
de todas las baterías enemigas.
OFERACÍONKS MILITARES 251
La infantería chilena que estaba acampada en frente de
Arica ascendia a cuatro mil hombres. De ella se apartó una
división de 1,200 soldados que debia quedar de reserva de las
fuerzas de ataque, para acudir a los puntos en que su ausilio
fuese necesario. El resto de esas tropas, es decir, 2,800 hom-
bres, debian dar el asalto distribuidas en dos cuerpos, uno de
900 para atacar los tres fuertes situados en los bajos del norte
de la ciudad, i otro de 1,900 para trepar a los cerros i asaltar
las fortificaciones del sur, que eran las mas formidables. Esas
fuerzas iban a empeñar el combate contra una guarnición de
mas de dos mil hombres, colocada en posiciones casi inespug-
nables, defendida detras de parapetos excelentes, armados
de la mas poderosa artillería, i con minas de pólvora i dina-
mita para hacer volar a todos los que se acercasen a los fuer-
tes. Los soldados chilenos conocían perfectamente todas es-
tas dificultades; i sin embargo, se preparaban animosos i re-
sueltos para el combate. El analto debia efectuarse al amane-
cer del 7 de junio.
. Antes de tomar sus últimas disposiciones, el coronel Lagos
quiso evitar los horrores de un combate que debia ser suma-
mente sangriento. En la tarde del mismo dia 6 despachó a la
ciudad al injeniero peruano que había caído prisionero des-
pués de la esplosion de una mina de dinamita en el paso del
rio de Chacalluta. Llevaba éste el encargo de representar a
los defensores de la plaza la inutilidad de la resistencia, i el
peligro que corrían esponiéndose al furor del soldado chileno,
rabioso delante de un enemigo que no peleaba sino detras de
atrincheramientos formidables i empleando armas de defensa
como las minas. Pero los jefes peruanos estaban envalento-
nados con el ningún resultado del cañoneo de ese dia, que
ellos consideraban como una victoria de sus armas; creyeron
que estos ofrecimientos de capitulación no eran inspirados
como se decía, por el deseo de evitar nuevos horrores i nueva
sangre, sino por la impotencia i por el miedo ^ Así, pues, el
I. Tan convencidos estaban de esto los jefes peruanos que el santo dado
esa noche a los centinelas de la plaza eran las palabras siguientes: «Enemigó
cobarde tenemos».
252 GUERRA DKL PACIFICO
injeniero peruano volvió a media noche al campamento chi-
leno comunicando que los jefes de la plaza se negaban resuel-
tamente a capitular.
Entre tanto, a las siete de la tarde, i cuando las sombras
de la noche hablan cubierto todo el campo, avanzaron con el
mayor silencio las columnas de ataque que debian asaltar los
fuertes del sur, hasta colocarse a un quilómetro de ellos, i por
lo tanto bajo el fuego de sus poderosos cañones. Allí acompa-
ron para pasar la noche, i para tomar el descanso conveniente
antes del asalto. La caballería quedaba a retaguardia alimen-
tando el fuego del campamento de la tarde, a fin de engañar
mejor al enemigo. Esta operación se practicó con tanto orden
que los defensores de la plaza no tuvieron la menor sospecha
<ie la proximidad de las columnas chilenas. En uno i otro
campo se pasó la noche en la mayor tranquilidad.
Antes del amanecer del siguiente dia (7 de junio) los 1,900
hombres que debian atacar los fuertes del sur, se hallaban
listos para emprender la marcha, guiados por los oficiales del
estado mayor que habían estudiado el terreno. En efecto, a
la primera claridad del dia, se lanzan a paso de carga, i caen
como el rayo sobre las dos primeras fortificaciones. Sin cui-
darse del vivo fuego de fusil de los peruanos, rompen con sus
bayonetas los sacos de los parapetos; la arena se desparrama;
i una vez abierta la brecha, cargan sobre los defensores de los
fuertes con un ardor tal que en pocos minutos los destrozan i
los ponen en vergonzosa fuga. Todos los que escapan a la
muerte tratan de replegarse a las alturas del Morro, donde se
pensaba organizar la mas vigorosa resistencia.
La aparición de los chilenos en las alturas del sur, era la
señal convenida para que la columna de novecientos hombres
que había quedado al norte, cayese sobre los fuertes situados
en aquella parte. Sin cuidarse del fuego de cañón de esos fuer-
tes, ni de los que le dirijian desde el monitor Manco Capac,
esa columna avanzó resueltamente^ i trabó también el com-
bate con la misma decisión que habían mostrado los asaltan-
tes de las alturas. La resistencia de los peruanos no fué allí
CPERACÍONES MILITARES '253
de larga duración. Confiando mas que en todo en el poder de
sus minas, se resuelven prontamente a abandonar sus fuer-
tes para que los haga saltar la pólvora i la dinamita. En efec-
to, los injenieros peruanos encargados de dar fuego a las mi-
nas, sobrecojidos de pavor por aquel ataque tan rápido como
audaz, viendo al enemigo por todas partes, aplican indiscre-
tamente la electricidad a algunas de las guias, i saltan dos
minas en las baterías de los cerros i otras dos en los fuertes
de la llanura, levantando columnas de humo, de fuego i de
.piedras, i haciendo volar por los aires uno o dos centenares
de combatientes, peruanos en su mayor parte, de tal suerte
que el empleo de esta arma terrible venia en ausilio de los
asaltantes contra quienes se habia preparado.
Los soldados chilenos no se desanimaron un solo instante
por esas esplosiones, ni por el temor a las otras minas que
podian estallar mas adelante. Lejos de eso, cobran mas ardor;
i con una rapidez i una decisión inquebrantables, se lanzan
sobre las alturas del Morro, escalando por todas partes el em-
pinado cerro, i persiguiendo i matando con sus balas i sus
bayonetas a los soldados peruanos que corrían a reforzar la
guarnición de la cumbre. En su marcha reciben una lluvia
incesante de fuego que se les hace desde los parapetos de la
fortaleza. Cae allí herido de muerte el teniente coronel don
Juan José San Martin, que mandaba el asalto, por aquella
parte, i caen también numerosos soldados; pero a la voz del
segundo jefe del rejimiento, don Luis Solo Zaldívar, la tropa
llega a las trincheras enemigas, las asalta i penetra en el fuerte
arrollando en pocos minutos toda resistencia. El coronel Bo-
lognesi, comandante militar de la plaza, el comandante Moo-
re, jefe de aquellas baterías, i muchos jefes, oficiales i solda-
dos peruanos sucumben allí. Algunos de ellos se precipitan
de las alturas por las barrancas que miran al mar, prefiriendo
esta muerte horrible a la del combate.
En esos momentos de suprema ansiedad, llega al Morro la
noticia de que las baterías del norte han sido tomadas igual-
mente por asalto, de que los peruanos han hecho reventar los
cañones con dinamita antes de replegarse a las alturas, i de
254 GUERRA DEL PACÍFICO
que en un hospital, colocado bajo la salvaguardia de la Cruz
Roja, desde donde se ha hecho fuego sobre los chilenos, esta-
ban las baterías eléctricas que habian hecho saltar las minas.
Anunciase" ademas que existian muchos otros depósitos de
dinamita, i que los oficiales del estado mayor estaban ocupa-
dos en cortar las guias que partían de aquel hospital. «¡Hoi
no hai prisioneros!», gritaron los soldados chilenos; i cargan
rabiosos sobre los aterrorizados defensores del Morro. Los
jefes i los oficiales chilenos consiguieron con gran trabajo do-
minar el ardor de su tropa, i salvar en ese último atrinchera-
miento de los peruanos a mas de sesenta jefes i oficiales i a
mas de trescientos soldados enemigos. La bandera chilena
fué enarbolada en aquellas alturas cuando aun no habia ce-
sado el fuego del combate.
El combate habia .durado cincuenta i cinco minutos. La
actividad impetuosa e irresistible de las tropas chilenas se
habia apoderado de todos los fuertes i trincheras con que los
enemigos habian rodeado la plaza de Arica, casi en el mismo
espacio de tiempo que habrian necesitado para recorrer pa-
cíficamente esas posiciones.
La reserva, entre tanto, habia cerrado el paso a todos los
fujitivos, i una parte de la caballería chilena habia penetrado
por las calles de la ciudad recibiendo el fuego que se le hacia
desde los edificios. Esta resistencia exita el ardor de los sol-
dados chilenos. Allegan fuego a algunas de las casas en que se
parapetan los enemigos, sablean sin piedad a todos los hom-
bres armados que encuentran a su paso, i quedan en breve
dueños de la ciudad.
Pero, quedaba todavía en pié otra batería que no podían
asaltar las tropas de tierra, el poderoso monitor Manco Ca-
pac. A las seis de la mañana, cuando se hicieron oír los prime-
ros tiros del combate, esa batería flotante abandonaba su
fondeadero, i acercándose a la plaza, rompía sus fuegos sobre
la columna chilena que avanzaba a asaltar los fuertes del
norte. Cuando la bandera de los vencedores flotaba sobre las
alturas que habian ocupado los peruanos, se le vio alejarse
lentamente de tierra. Creíase que iba a dirijirse sobre las na-
OPERACIONES MíLITARKS 255
ves chilenas que bloqueaban el puerto, para estrellarse sobre
alguna de ellas, sucumbiendo así en un choque de suprema
desesperación i de verdadera gloria, que podia costar mui
sensibles pérdidas al enemigo. La ansiedad de los que obser-
vaban los movimientos del monitor peruano no fué de larga
duración. Vióse luego a los tripulantes de esta nave descen-
der del buque en dos lanchas de vapor, i remolcar algunos
botes cargados de jente para dirijirse a pedir asilo a los bu-
ques neutrales, mientras el Manco Capac, abandonado, sin
un solo hombre a su bordo, se hundia bajo las aguas del puer-
to a las ocho de la mañana. Los marinos peruanos habian li-
mitado su defensa a abrir las válvulas del buque i a aplicarle
algunos torpedos para sumerjirlo i perderlo en un punto del
mar cuya profundidad no permitiera volver a ponerlo a flote.
Este último episodio de la. defensa de Arica no tuvo, pues,
el heroismo que se aguardaba. Los marinos neutrales se ne-
garon resueltamente a dar asilo a los tripulantes del Manco
Capac. Desesperados por esta firme negativa, los fujitivos re-
suelven buscar su salvación entregándose rendidos i prisione-
ros en las naves chilenas que en esos momentos se acercaban
a la plaza conquistada por el ejército de tierra. Solo una lan-
cha que llevaba a su bordo unos cuantos marinos peruanos,
se dirije al norte a toda máquina i logra sustraerse por su
prodijiosa rapidez a la persecución de los chilenos. Creyén-
dose al fin libres de todo peligro, los fujitivos se acercan a
tierra en una caleta vecina al puerto de lio, i allí desembar-
can aplicando un torpedo a su propia embarcación, para ha-
cerla volar e impedir así que fuese presa del enemigo. Pero
los chilenos ocupaban esa costa desde meses atrás, i los solda-
dos que guarnecían esa caleta, capturaron i desarmaron a los
únicos militares peruanos que habian podido salvarse de
Arica.
La toma de la plaza costaba al ejército chileno las siguien-
tes pérdidas: Muertos, 30 oficiales i 114 soldados: heridos, 18
oficiales i 237 soldados; por todo 372 bajas. Pero las pérdidas
de los peruanos fueron cuatro veces superiores, en parte cau-
sadas por la imprudente i atropellada esplosion de las minas
266 GUERRA DEL PACIFICO
de los fuertes. El estado mayor chileno calcula que el enemi-
go tuvo mas de mil muertos i como doscientos heridos. El
número de prisioneros peruanos ascendía a 1,328 individuos,
de los cuales 118 eran jefes i oficiales/i el resto soldados i ma-
rineros. El material de guerra tomado por los vencedores era
también mui numeroso. Consistía en trece cañones de varios
calibres (nueve de a 100 i uno de a 300), en perfecto estado
de servicio; siete cañones destrozados por la dinamita; mas
de 1,500 balas i granadas para cañones; 1,500 rifles de diver-
sos sistemas con su respectiva dotación de municiones; i una
cantidad considerable de dinamita, guias, pólvora, herra-
mientas i útiles para el servicio de los fuertes. Los chilenos
hablan ejecutado con tanta rapidez la ocupación de la plaza
que el enemigo no habia alcanzado a destruir mas que una
parte reducida de su material de guerra, es decir, los siete ca-
ñones de que hemos hablado mas arriba. De la misma mane-
ra, volvemos a repetirlo, hablan conseguido que no se esca-
pase uno solo de los defensores de Arica. «El que no cayó pri-
sionero, rindió la vida», dice lacónicamente el parte del jefe
de estado mayor chileno.
Después de la victoria, desplegaron la misma actividad
para hacer cesar la confusión i el desorden consiguientes a
una batalla dada en estas condiciones. Instaláronse hospi-
tales para atender a los heridos. Los cirujanos chilenos des-
plegaron un gran celo en este trabajo; pero es justo recordar
que fueron eficazmente ayudados por el cuerpo médico de una
fragata de guerra alemana, la Hansa, que bajó a tierra con
vendajes i medicinas i que desplegó en esta obra humanitaria
tanto interés como intelijencia. En el cuartel jeneral de los
peruanos se halló un plano de las fortificaciones i de las minas
de la plaza. Por él se vio que esas minas eran 84, que quedaba
todavía intacta la mayor parte de ellas, i que éstas podian
estallar de un momento a otro, por un descuido cualquiera,
o por el incendio de algunos edificios. Los soldados emplea-
ron dos dias en desmontar esas minas, i lograron hacerlo sin
ningún accidente.
El estado mayor chileno tuvo también que atender a tra-
OPERACIONES MILITARES 257
bajos de otro orden. Al mismo tiempo que se disponia el envío
a Valparaiso de los prisioneros tomados en las dos últimas
batallas, i que se remitían a los hospitales de Iquique i de
Pisagua a los heridos que era posible trasportar, se equipaban
dos buques para que llevasen al Callao los heridos peruanos
que estando imposibihtados para tomar de nuevo las armas,
no habia peligro en dejar en libertad. Esta medida humani-
taria, al paso que descargaba considerablemente a las hospi-
tales militares, permitía a esos desgraciados volver al seno de
sus familias, i recibir atenciones que no es fácil prestar en el
campamento. Ellos, ademas, debian ser los mejores mensa-
jeros del desastre, i como tales hablan de desmentir las ver-
siones fantásticas con que el gobierno del Perú convertía en
victorias, o a lo mas en batallas sin importancia i sin conse-
cuencia, las espantosas derrotas de sus ejércitos.
Chile, por su parte, no necesitó exajerar la importancia de
los triunfos alcanzados por sus soldados. Al terminar la se-
gunda campaña de la guerra del Pacífico, quedaba en tran-
quila posesión de todo el territorio peruano que se estiende al
sur de lio; aJ paso que su escuadra, engrosada con dos naves
quitadas al enemigo, bloqueaba el Callao i los puertos veci-
nos, i recorría toda la costa del Perú sin hallar resistencia al-
guna. Habia tomado al enemigo en los campos de batalla
mas de tres mil prisioneros, mas de cuarenta cañones i ame-
tralladoras i mas de cinco mil riñes, i en mar i en tierra habia
asentado el poder i el prestijio de la República.
Después de estas grandes victorias del ejército chileno, la
guerra iba a cambiar de teatro.
^^^^^
TOMO XIII.— 17
^Mm^K
P'
TERCERA PARTE
LA CAMPAÑA A LIMA
CAPITULO I
Las repúblicas belijerantes después de Tacna i Arica,
junio de 1880
Confianza del Perú en el triunfo de sus armas. — Decretos del dictador Pié-
rola contra sus enemigos. — La prensa de la dictadura acusa a Montero
de ser el culpable de las últimas derrotas. — Se desiste de esta acusación.
— Exajeraciones i errores con que la prensa de Lima contaba las bata-
llas de Tacna i de Arica. — Algunas rectificaciones. — Seriedad de los do-
cumentos chilenos concernientes a la guerra. — La prensa estranjera
subvencionada por el Perú. — Belicosa proclama de Piérola. — Llega a
Bolivia la noticia de la derrota de su ejército. — Actitud del pueblo boli-
viano en los primeros dias que siguieron al desastre: Campero es confir-
mado en la presidencia de la república. — Las falsas noticias que llegan
al Perú alientan de nuevo a los bolivianos i los estimulan a proclamar
la continuación de la guerra. — La actitud de Bolivia en el curso de la
nueva ; campaña. — Establecimiento de la dominación chilena en Tacna
260 GUERRA DEL PACÍFICO
i en Arica. — Estado de la opinión en Chile después de las últimas vic-
torias.— La prensa pide la campaña sobre Lima.
El desenlace de la segunda campaña del ejército chileno
en el Perú, los espléndidos triunfos alcanzados por su ejército
sobre la alianza perú-boliviana en Tacna i en Arica, el bloqueo
del Callao por la escuadra chilena i la impotencia del enemigo
para resistirla, hacian esperar que la guerra del Pacífico en-
contraria su término. En Chile i en el estranjero se creyó así
durante algunos dias; pero luego se supo que aun no había
llegado la hora de cordura para los provocadores de esta san-
grienta lucha.
En efecto, a juzgar por el tono de la prensa i de los docu-
mentos oficiales, en Lima no se perdía allí la confianza amplia
i absoluta en el resultado definitivo de la guerra, en la supe-
rioridad del poder del Perú i en el aniquilamiento completo
en que se consideraba a Chile a pesar de sus victorias. Esta
confianza, como veremos en el curso de esta historia, no era
hija de esa resolución suprema del patriotismo que está dis-
puesto a los sacrificios de todo orden para salvar a un pueblo
de su desgracia. Nacía solo de una antigua vanidad nacional
que hacia estimar a Chile como un rival despreciable e insig-
nificante, de la ignorancia en que sistemáticamente se man-
tenía el pueblo sobre la marcha de la guerra i sobre la verda-
dera situación del Perú, i mas que todo quizá, de la esperanza
quimérica de hallar alianzas fantásticas que vinieran a encar-
garse de derrotar a los ejércitos victoriosos de Chile.
Antes de pasar adelante en la narración de los hechos, de-
bemos esplícar aquí cual era el estado de los ánimos en Lima
en los momentos en que la guerra preparaba en el sur los gran-
des desastres de las armar peruanas.
Durante los últimos días de la campaña de los chilenos so-
bre Tacna i Arica, es decir durante el mes de mayo de 1880,
la prensa i el gobierno de Lima no habían cesado de manifes-
tar la mas tranquila seguridad en el éxito de la guerra. Los
diarios, en cuyas columnas no podía escribirse sino la que era
del agrado del dictador, publicaban de vez en cuando corres-
CAMPANA A LIMA 261
pendencias finjidas, que se decían escritas en Tacna, en las
cuales se contaba algún combate de avanzadas en que los
chilenos habían sido derrotados i.
Un diario de Lima, El Nacional, decía a sus lectores el 22
de mayo que el ejército peruano de Tacna no tenia que temer
de los chilenos sino alguna sorpresa o alguna acechanza muí
poco probables: «Si hai un combate jeneral en debida forma,
agregaba, la que pudiéramos llamar una gran batalla, tene-
mos la convicción de que el triunfo se inclinará inevitable-
mente del lado de la alianza». El gobierno de la dictadura pe-
ruana, por su parte, haciendo alarde de no abrigar ningún
temor por la suerte de la campaña del sur, dictaba en esos
mismos dias numerosos decretos mas o menos relacionados
con la guerra, pero estraños a los peligros del momento.
El dictador Piérola habia instituido una Lejion de Mérito,
especie de orden de caballería con condecoraciones de tres
clases, para premiar a los heroicos defensores del Perú. Debía
también abrirse un rejistro denominado «El Gran Libro de la
República», en que se inscribirían las hazañas de aquéllos.
Por decreto de 28 de mayo mandó instruir un proceso sobre
la pérdida del monitor Huáscar en el combate de Angamos,
en octubre anterior, para inscribir en el rejistro referido la
historia de ese combate; i sin esperar el resultado de este es-
clarecimiento, distribuía por el mismo decreto las condeco-
raciones de la lejion a los oficiales muertos en la defensa de
esa nave 2,
Estas providencias, destinadas a exaltar la vanidad nacio-
nal, eran como se ve, del carácter mas inofensivo. No son así
1. Una de esas correspondencias, que se daba como escrita en Tacna el
23 de mayo, i publicada por la Patria de Lima, referia que el 12 de ese mes
habia sido derrotada una división chilena por la «gran guardia» peruana. Se
sabe que no solo no hubo tal derrota, pero que ni siquiera hubo mas combate
de divisiones que la desastrosa derrota de las avanzadas peruanas el 18 de
abril.
2. Llama la atención en este decreto el hecho de que mientras se concedía
al retrato o a la memoria de Grau la condecoración de z.'^ clase de la Lejion
de Mérito, se acordaba la de i.'^ clase a dos de sus subalternos. Justicia de
los partidos políticos, sin duda.
262 GUERRA DEL PACÍFICO
otros cinco decretos que llevan la fecha de 22 de mayo, i que
revelan el espíritu político que animaba al dictador. Por uno
de ellos se arrogaba el derecho de nombrar por sí solo su reem-
plazante o sucesor en el gobierno del Perú para el caso de
hallarse él impedido temporal o absolutamente para atender
ala administración del Estado. Poi otro declaraba unido a su
carácter de jefe supremo de la república el de «Protector de
la raza indíjena», «que ha sido i es aun en el país, dice el de-
creto, objeto de desafueros i exacciones contrarias a la justi-
cia i que reclaman eficaz reparación»; medida con la cual el
dictador creía afianzar su influencia sobre las clases inferio-
res de la sociedad, en las cuales estaba cimentado principal-
mente su poder. Finalmente, los otros tres decretos iban diri-
jidos contra sus enemigos políticos, el jeneral don Mariano
Ignacio Prado, a quien después de prodigarle todo j enero de
ultrajes, privaba para siempre del título i de los derechos de
ciudadano del Perú, condenándolo a degradación pública tan'
pronto como pueda ser habido ^; el jeneral López Lavalle i
3. El jeneral Prado se hallaba en Nueva York cuando tuvo noticia de este
ultrajante decreto. Inmediatamente firmó una violenta protesta que fué
publicada en español i en ingles, en que justificando su conducta por haber
abandonado el Perú en tan críticos momentos, repite que lo hizo con auto-
rización del congreso, con conocimiento de sus ministros, i con el propósito
de buscar en el estranjero elementos con que continuar la guerra contra Chi-
le. En esa protesta califica a Piérola de traidor a su patria por haberse apro_
vechado de las perturbaciones consiguientes a la guerra esterior para asaltar
el poder, de «pobre hombre, descarado i ruin», que aun en los grandes con-
flictos del Perú, «no olvida sus innobles i mezquinas pasiones», i que apela a
la persecución de sus enemigos para disimular su ineptitud i el descrédito
en que habia comenzado a caer en la opinión del pais. La protesta del jene-
ral Prado deja ver la convicción profunda que abrigaba éste de que Piérola
no era mas que un caudillo atolondrado i petulante, incapaz de salvar al
Perú de la situación en que se hallaba.
Esta protesta fué reproducida por los diarios de Chile, así como todos los
documentos relacionados directa o indirectamente con la guerra. (V. El Fe-
rrocarril de Santiago, de 15 de agosto de 1880).
Posteriormente, el jeneral Prado publicó un manifiesto mas estenso para
justificar su conducta i para hacer a Piérola la mas tremendas acusaciones.
Se nos permitirá reproducir aquí algunas palabras de ese manifiesto que re-
flejan la opinión de los adversarios de Piérola.
«¿Cuál ha sido el provecho i cuáles las ventajas que la guerra i la adminis-
CAMPAÑA A LIMA 263
otros oficiales que abandonaron a Iquique refujiándose en los
buques neutrales en noviembre anterior, a todos cuales de-
gradaba para siempre del rango militar; i por último, contra
los jefes i oficiales. que después del desastre de Dolores toma-
ron el camino de Arica, i contra algunos de los oficiales de la
escuadra.
Estas medidas, dictadas al parecer para cimentar la mora-
lidad del ejército peruano, pero recaídas todas ellas en hom-
bres que habian sido enemigos antiguos de Piérola, exaltaron,
como debe suponerse, al partido político que lo habia com-
batido antes i que ahora tenia que someterse a su domina-
ción. Acusaba éste a Piérola de no haberse levantado a la
altura de la situación solemne por que atravesaba el Perú,
de no haberse sacudido de sus antiguos odios en presencia del
peligro de la patria, i de querer sacrificar a Montero en el sur
para desembarazarse de un rival peligroso *. Para los hom-
bres-de ese partido, que en su mayor parte pertenecían a las
altas clases sociales, la campaña de Tacna iba a cerrarse con
un, nuevo desastre de las armas peruanas; pero esos hombres
tracion pública han reportado con la revolución de Piérola? Ninguna, abso-
lutamente ninguna. La guerra, de mal en peor cada dia, va llegando a un
término fatal. La administración pública es un fárrago de contradicciones
i de enredos, de ridiculeces i de desatinos, de injusticias i venganzas, de ini-
quidades i excesos. En verdad, no hai administración en el Perú: lo que hai
es la necia voluntad de un insensato. Sin una acción buena, sin un senti-
miento jeneroso, son incalculables los males que ha causado- i tiene que cau-
sar como necio i como malo. Este hombre (Piérola) nunca ha sido patriota
ni ha prestado servicio alguno; sin dignidad ni mérito propio, se empeña de
preferencia en hacer su negocio i en acumular sobre su persona títulos, oro-
peles i condecoraciones. Medrar a la sombra del poder, satisfacer ambiciones
i venganzas personales, es toda la política de su gobierno. El nombre de Pié-
rola será fatídico para el Perú. Sus hechos lo condenan: el castigo no tardará
en venir.»
Aunque el manifiesto del jeneral Prado no tiene fecha, de su contesto se
deduce que fué escrito en los últimos meses de 1880.
4. Como prueba de esta situación, vamos a copiar en seguida una carta
de una señora de la familia del contra-almirante Montero a otra señora pa-
riente suya que residía en una provincia vecina.
«Lima, marzo 8 de 1880. — Querida N: — Con mucho gusto contesto tu car-
ta i por ella veo estás bien lo mismo que N.
«No tienes una idea la vida tan angustiada que llevo hace mucho tiempo
264 GUERRA DEL PACÍFICO
no podían espresar en público sus temores i su desconfianza.
La dictadura les habia cerrado todos los caminos de la publi-
cidad; i el populacho, enteramente adicto a la dictadura, no
habría dejado de hacer sentir su venganza contra el que in-
tentara combatirla.
Tal era el estado de los ánimos en Lima cuando llegó allí
la noticia del desastre de Tacna. En otra parte hemos referido
que en el primer momento la prensa quiso esplicar éste el
suceso como una batalla que habia durado tres dias sin des-
enlace definitivo, pero en que todas las ventajas habian es-
tado por las armas peruanas, cuyo triunfo Icompleto no se
haria esperar largo tiempo. La verdad no pudo ocultarse por
muchos dias, i la misma prensa de la dictadura tuvo que de-
clarar con mas o menos franqueza que aquella habia sido una
derrota espantosa.
En esos momentos, los mas ardorosos partidarios de Pié-
rola quisieron atribuir al contra-almirante Montero toda la
responsabilidad del desastre. «Mientras no se pruebe lo con-
trario, decia La Patria de Lima el 8 de junio, toda derrota es
esperando por momentos una desgracia en Arica. Montero i su ejército ca-
rece de todo: está desnudo, sin víveres, ni dinero tampoco tiene. Este titu-
lado dictador no le hace la guerra a los chilenos sino a Montero: éste lleno,
de patriotismo i creyendo que Piérola lo tiene. Este, todo su deseo es enrir
quecerse con la fortuna de todo hombre honrado, como verás por sus últi-
mos decretos, i con ellos alucinar a este pueblo imbécil.
«Carlos indirectamente lo hace salir el gobierno: dicen que hai en lista
cuarenta, en los que figuran Candamo, Carranza, Alvarez, Miró i Riva Agüe-
ro i otros tantos. Aquí hai una odiosidad mui grande a este gobierno, como
nunca lo ha habido a ningún otro; pero no hacen sino hablar. El espionaje
es mui grande i con el mayor descaro.»
Los robos atribuidos al dictador a que alude esta carta, i de que también
habla el jeneral Prado en su manifiesto, son los arreglos sancionados por los
decretos a que ya hicimos referencia, (V. mas atrás, pat. II, cap. XI de esta
Historia). Con fecha de 1 8 de mayo, Piérola por sí i ante sí resolvía las cues-
tiones pendientes entre el tesoro del Perú i los antiguos consignatarios del
huano en Europa, a los cuales el tribunal mayor de cuentas de Lima hacia
cargos de la mayor consideración. El fallo del dictador peruano era en todo
favorable a los intereses de aquellos negociantes, amigos antiguos de Piéro-
la, i, según la opinión jeneral en ese país, los suministradores de fondos para
las diversas revoluciones que fraguó este caudillo durante las dos adminis-
traciones anteriores del Perú.
CAMPAÑA A LIMA 265
una falta gravísima, de la cual es responsable el jefe. Esa falta
necesita, pues, esclarecerse i repararse por la sanción. La de-
rrota es por sí misma una formidabie acusación para los que
presiden al desastre. Mientras no prueben su inculpabilidad,
la acusación gravita sobre ellos i los abruma con su peso . . .
Los jefes derrotados son i deben considerarse reos: el pueblo
tiene derecho para exijirles estricta cuenta! . . Na hai razón
para que el pueblo peruano, nobilísimo, patriota, abnegado
i confiado, soporte resignado las bofetadas que permiten se
le aplique en el rostro los que siendo sus adalides,, sus centi-
nelas guardianes del sagrado depósito de su decoro, no saben
quedar en el campo, o clavarse la espada en el pecho como
los vencidos de Roma . . . Justicia sea i castigo sin miramien-
tc. Esa es la única salvación».
Las amenazas que dejamos copiadas, iban dirijidas contra
Montero; porque si bien es cierto que él no habia mandado
en jefe la batalla de Tacna, en Lima se creia que él habia sido
el verdadero director de la campaña, i ademas que el jeneral
Campero se hallaba herido i casi moribundo. Pero esas ame-
nazas produjeron el mas funesto efecto contra la dictadura.
Montero pertenecía a un partido político muí numeroso i en
su mayor parte compuesto, como hemos dicho, de hombres
de posición i de fortuna. Sin voz en la prensa, sin medio algu-
no de protestar en público, ellos sin embargo, se indignaron
de esta venganza del dictador, i en sus círculos recargaron
mas que antes sus acusaciones contra éste. «El culpable del
desastre, decían, no es el jefe que ha mandado nuestras tro-
pas en la batalla, sino el gobierno que por un ruin espíritu de
partido, se obstinó en sacrificarlo, negándole los ausilios que
necesitaba».
Ante esta tempestad que nacía, Piérola se vio obligado a
ceder. Su prensa no volvió a hablar de los culpables de la
derrota ni del proceso terrible con que se les habia amenaza-
do. Al dia siguiente, el 9 de junio, el mismo diario La Patria
tenia otro tono. Después de protestar enérjicamente contra
los que aumentaban los obstáculos de la situación con malé-
volas críticas i con inútiles palabrerías, agregaba: «Nadie ha
266 GUERRA DEL PACÍFICO
puesto jamas en duda el valor de nuestras tropas». I en segui-
da, para distraer la atención de esas peligrosas acusaciones,
i para alentar las ilusiones populares, o para «retemplar el
patriotismo», según la frase consagrada, ese mismo diario i los
otros que se daban a luz en Lima, pasaban a demostrar que
después de la derrota, el Perú era mas poderoso que antes, i
que entonces como siempre era mas poderoso que Chile. «Aun
no están agotados los elementos para llegar hasta la victoria,
decia con este motivo. Tenemos mas elementos que ayer, i
con ellos llegaremos al fin a triunfar, como debemos triun-
far».— «Chile, decia otro artículo, no puede soportar la pro-
longación de la guerra. Si no le faltan recursos, le faltan hom-
bres; i hombres i recursos le sobran al Perú para llevar la
guerra hasta el triunfo definitivo».
Aun no salia la población de Lima del estupor que le habia
producido el desastre de Tacna, estupor tanto mas compren-
sible cuanto que la prensa de la dictadura le habia hecho es-
perar una espléndida victoria, cuando llegó allí la inesperada
noticia de que Arica, que se creía inespugnable, habia sido
tomada por los chilenos. Inmediatamente se inventaron tele-
gramas, correspondencias, i poco después declaraciones de
los 500 heridos peruanos que llevó al Callao un buque chileno,
como referimos al terminar el capítulo anterior. Las esplica-
ciones que dieron los diarios acerca de este último desastre
no solo eran absolutamente falsas por la estraordinaria exa-
jeracion, sino de todo punto inverosímiles i absurdas.
Refirióse que los soldados chilenos que asaltaron a Arica
pasaban de 9,000; i que aun así no se atrevieron a atacar sino
detras de parapetos, como si fuera posible asaltar una plaza
permaneciendo los asaltantes adentro de sus trincheras, que
como se sabe, los chilenos no podían tener en Arica. El asalto
habría sido infructuoso sin la traición de un oficial peruano
que habia vendido a los jefes chilenos los planos de las forti-
ficaciones i de las minas de la plaza. Bolognesi i Moore, que
murieron a bala defendiendo el Morro, habían sido degolla-
dos después de prisioneros, i sus cadáveres mutilados inhu-
manamente. Los jefes chilenos, sin esponerse a ningún peli-
CAMPAÑA A LIMA 267
gra, alentaban desde lejos la matanza de los que se rendían.
«Todos nuestros marinos, decían testualmente, los demás je-
fes, oficíales í tropas, han sido pasados a cuchillo después de
heridos i prisioneros en número de 2,500. En Arica pasaron
a cuchillo los infames chilenos a toda clase de estranjeros de
toda nacionalidad, en número considerable, la mayor parte
españoles e italianos, mujeres, ancianos i niños, saquearon i
robaron la población sin perdonar la vida a nadie». «Los chi-
lenos, decia ademas otro diario, asesinaron mas de 60 muje-
res después de profanarlas. A su ferocidad no escaparon es-
tranjeros ni estran jefas, ni I03 niños del lugar».
Se sabe la verdad sobre todos estos hechos. En Tacna, don-
de los dispersos peruanos habían hecho fuego sobre un parla-
mentario chileno, i donde habían comenzado el saqueo de las
tiendas i almacenes, el cuerpo consular estranjero se había
presentado a uno de los jefes vencedores para pedirle que
ocupase inmediatamente la ciudad, i pusiese atajo al robo i a
los excesos de una soldadesca desmoralizada por la derrota;
i en efecto, una división chilena restableció el orden en la
misma tarde.
En Arica, el soldado chileno, enfurecido contra un enemigo
que no combatía sino detras de fortificaciones formidables, i
que empleaba armas desleales i cobardes como las minas de
dinamita, habría querido ser inexorable en su castigo; pero
los jefes i oficíales contuvieron su ardor, i consiguieron su
jeneroso propósito a tal punto que de los 2,200 a 2,300 defen-
sores de la plaza, tomaron 1,328 prisioneros, de los cuales 118
eran jefes i oficíales. Las pérdidas de los peruanos en ese día
fué debida en no pequeña parte en la precipitación i la impe-
ricia con que sus mismos oficiales dieron fuego a las minas,
cuyas esplosiones causaron mas destrozos entre los defenso-
res de la plaza que entre los asaltantes. Todavía hubo algu-
nos jefes i oficíales peruanos que por huir de la refriega, se
arrojaron cerro abajo en el Morro, i perecieron desastrosa-
mente en su caída. Los marinos peruanos, que como se recor-
dará, se rindieron sin oponer la resistencia heroica de que
hablaba la prensa de Lima, fueron hechos prisioneros sin que
268 GUERRA DEL PACÍFICO
entre todos ellos hubiera un solo muerto ni un solo herido.
Los daños causados a la ciudad de Arica, fueron la consecuen-
ica natural i lójica del combate, en que algunos puñados de
defensores de la plaza, parapetados en edificios particulares,
hacian fuego sobre los chilenos desde las ventanas, obligando
a estos a incendiar las casas que se hablan convertido en for-
talezas peligrosas. Por último, los prisioneros i los heridos
fueron tratados jenerosamente por los vencedores.
Tales son los hechos que debe consignar la historia seria
de esta guerra. Los informes oficiales de los jefes vencedores,
revelaron a Chile estos hechos; i aquí debemos consignar la
circunstancia de que el gobierno de este pais habia encargado
siempre a sus subordinados que en ningún caso se le dijera
otra cosa que la verdad, sin disimulo i sin exajeraciones. A
esto se debe el que los ajentes de Chile, en el interior i en el
estranjero, no hayan publicado nunca una noticia falsa, un
solo triunfo inventado. De aquí ha provenido que después de
los primeros meses de la guerra, la prensa estranjera, i parti-
cularmente la de Europa i de Estados Unidos, haciendo
plena justicia a la lealtad chilena, hayan aceptado como ver-
dad incuestionable toda comunicación emanada de los ajen-
tes oficiales de este pais ^.
Pero el gobierno i la prensa del Perú, obedeciendo a un
errado sistema de publicidad, i creyendo, como decían, «re-
templar el patriotismo», publicaban a sabiendas esas falsas
noticias, anunciaban triunfos imajinarios, resistencias heroi-
cas que no habían existido, i crímenes i horrores que no se
habían cometido. La prensa de Chile, por un exceso de des-
5. En el estudio detenido que hemos estado obligados a hacer de todos los
documentos relativos a la guerra, no hemos hallado uno solo de un carácter
oficial, emanado del gobierno de Chile, que contenga un hecho que no sea
perfectamente exacto. En algunas ocasiones, los ajentes del gobierno comu-
nicaban noticias dudosas, recojidas de los escritos de la prensa peruana,
pero tenían cuidado de advertirlo, de tal suerte que esta misma reserva sirve
para esclarecer al historiador en sus investigaciones. En jeneral, la prensa
chilena, también tuvo este mismo empeño en no comunicar sino noticias
exentas de exajeraciones, i en rectificar los errores en que algunas veces la
hicieron caer los informes equivocados de los primeros momentos. . . -
CAMPAÑA A LIMA 269
den por esas noticias, les daba publicidad sin querer refutar-
las, i contribuia así a su mayor circulación.
El Perú tenia ademas otros medios de desarrollar este plan
de conducta. A pesar de las penurias de su tesoro, que no al-
canzaba para atender a las necesidades mas dremiosas del
ejército, sus a j entes en el estranjero tenian subvencionados
algunos diarios en Buenos Aires, en Guayaquil, en Panamá,
en la América Central, en Nueva York i hasta en Europa,
para publicar noticias desfavorables a los chilenos, derrotas
que éstos no hablan sufrido, o atrocidades que no hablan te-
nido lugar. Cuando los archivos del gobierno peruano caye-
ron en poder de los soldados, se vio con lástima la insensatez
de un gobierno cuyas escasas rentas eran presa de la codicia
de algunas empresas de publicidad que cobraban fuertes su-
mas por dar a luz cada una de esas falsas noticias, i aun por
retardar la publicación de las que no convenían al plan de la
dictadura peruana. Mas adelante tendremos ocasión de ha-
blar algo mas a este respecto.
El dictador del Perú, ante la situación embarazosa que le
creaban los nuevos desastres de sus ejércitos, quiso asumir
una actitud franca i resuelta, dando a luz el programa de su
conducta futura. Este fué el objeto de una arrogante procla-
ma lanzada desde Lima el 14 de junio de 1880. Se sabe que
os ejércitos peruanos derrotados i destruidos en Tacna i en
Arica, hablan pasado cinco meses fortificándose en sus atrin-
cheramientos sin alejarse nunca de ellos ni siquiera unas po-
cas leguas. Se recordará, ademas, que para llegar hasta los
campos fortificados en que se abrigaban los aliados, el ejér-
cito chileno tuvo que hacer la mas penosa campaña de tres
meses, que ocupar valles insalubres que diezmaban a sus sol-
dados, que atravesar desiertos horribles, que rendían de can-
sancio i de sed a los hombres i a los animales, que cargar todos
sus víveres i hasta el agua, que trasportar casi a manos sus
cañones para llevarlos a las alturas, i que sufrir todas las pe-
nalidades de esa marcha abrumadora sin que el enemigo hu-
biera intentado nunca oponerse a su camino. Piérola, tenien-
do que hablar a sus gobernados de los desastres de su ejército.
270 GUERRA DEL PACÍFICO
los refiere de una manera enteramente opuesta. Queremos
copiar sus propias palabras: «Esos desastres, dice su procla-
ma, solo pueden esplicarse por la impaciencia de nuestro
ejército de encontrar al enemigo, lo que ha dado a éste, con
grandes pérdidas, la inútil ocupación de Tacna i Arica des-
pués de la mas heroica i memorable resistencia».
Después de apreciar los hechos consumados con la verdad
que revelan esas palabras, el dictador pasa a dar a conocer
la situación de Chile, i a hacer sentir a este pais el peso de su
ira. «Chile, dice, labra con sus triunfos efímeros su propia
ruina, i gasta en cada uno de los golpes que nos infiere, la
fuerza que le podría servir para resistirnos mas tarde. Nues-
tros recursos están intactos. Los de ellos agotados, viven de
lo que piden prestado para su propia ruina i la de las incautas
personas que confian en sus estériles triunfos ^. Han jugado
todo en un golpe de fortuna que les es completamente inútil,
que los postra, i que nos hace levantarnos mas vigorosos i
resueltos que antes ... Mi deber es perseguir la recuperación
de nuestros derechos sin descanso; perseguirlos a cualquier
costo, perseguirlos hasta obtenerlos. Me sostienen seis millo-
nes de hombres».
Con esta amenazadora proclama, la actitud del dictador i
de la nación peruana, quedó bien definida. Se queria la guerra
a todo trance i se hacia alarde de la confianza absoluta en una
próxima victoria. En adelante, los diarios del Perú no habla-
rán de los triunfos de Chile sin acompañarlos de los califica-
tivos de «inútiles, efímeros, ridículos». Las amenazas de la
inmediata venganza fueron mas ardorosas que en los princi-
pios de la guerra.
La actitud de Bolivia delante de los últimos desastres de
la alianza, fué, a lo menos en los primeros momentos, mucho
6. Hemos referido en otra parte que el gobierno de Chile, desde los prime-
ros dias de la guerra, resolvió no solicitar en el esterior empréstito alguno
para no comprometer su crédito haciendo un anegociacion que necesaria-
mente debia ser mas o menos onerosa. Sin embargo, en el Perú el gobierno
i la prensa se obstinaban en creer que habia algunos negociantes de Londres
que en secreto suministraban fondos a Chile. A ellos hace referencia Piérolá'
en esta parte de su proclama. . . . ;
CAMPANA A LIMA 271
mas seria i mucho mas digna que la del Perú. Allí no se pre-
tendió engañar al pais con falsas noticias de batallas indeci-
sas i de triunfos parciales. Desde luego se anunció la verdad
entera i completa; i el pueblo la oyó con amargo dolor, sin
proferir baladronadas estériles ni amenazas ridiculas, i sin
hacer acusaciones injustas o aventuradas a los jefes o a los
aliados.
Bolivia habia hecho un esfuerzo supremo para reunir las
tropas que habia hecho marchar al sur del Perú, sacrificios
de dinero i de hombres, de tal suerte que si esas tropas no
formaban un ejército respetable, eran cuanto se podia exijir
del pais. Casi no habia familia regularmente acomodada en
la república que no tuviese uno o mas de sus hijos en el ejér-
cito. La ansiedad que reinaba en las poblaciones del interior,
era verdaderamente indescriptible; pero aunque, como era
natural todos deseaban la victoria, nadie se hacia grandes
ilusiones sobre el resultado de la campaña. Del campamento
de Tacna, al revés de lo que habia sucedido bajo el gobierno
de Daza, no se enviaban a Bolivia noticias de victorias ima-
jinarias en los fin j idos combates de vanguardia, como las que
se publicaban en Lima. Lejos de eso, las correspondencias
del teatro de la guerra que daban a luz los diarios de La Paz,
eran siempre exactas, i constituyen por esto mismo un valio-
so documento histórico que hemos consultado con provecho.
El 29 de mayo se esparció en la capital de Bolivia el rumor
vago de una derrota. ¿Quién la habia llevado? Nadie lo sabia,
i sin embargo, todo el mundo daba crédito a esa fatídica no-
ticia. El dia siguiente llegaron al fin por diversos conductos
informes circunstanciados, i luego el parte oficial del jeneral
Campero, escrito en medio pliego de papel, én uno de los lu-
gares en que pudo pararse a tomar algún descanso de las fati-
gas de la fuga. «El dia de ayer, decía ese parte, en una meseta
situada a dos leguas de Tacna, camino de Sama, después de
un reñido i sangriento combate de cuatro horas, fué deshe-
cho el ejército unido de mi mando». Todo en ese documento,
escepto la apreciación del número del ejército chileno, era la
espresion de la verdad. Campero terminaba esa corta comu-
272 GUERRA DEL PACÍFICO
nicacion asumiendo la responsabilidad de la dirección de la
campaña, i sometiendo su conducta al fallo de la convención
nacional. El contra-almirante Montero en su parte oficial al
gobierno de Lima, habia intentado achacar a la división bo-
liviana la culpa del desastre; i esta acusación injusta fué con-
signada con toda claridad i en los términos mas duros, por
otros oficiales peruanos 7. El jeneral Campero no acusaba a
nadie, i antes por el contrario hacia igual elojio de peruanos
i bolivianos.
La convención nacional se reunió el mismo dia 30 de mayo.
Después de dar lectura en medio de un respetuoso silencio a
los informes que hasta entonces se tenian acerca de la derro-
ta, acordó allí mismo por 46 votos, sobre 64 votantes, confir-
mar a Campero en el puesto de presidente de la república, i
en despachar una comisión de tres de sus miembros para re-
cibirlo en el camino. El pueblo de La Paz organizó a toda
prisa una especie de ambulancia para ir a Tacna a atender a
sus heridos i para trasladar a Bolivia a aquellos a quienes la
jenerosidad de los vencedores permitiera volver a sus hogares.
Campero entró a La Paz en la tarde del 10 de junio, acom-
pañado solo por sus edecanes. El pueblo salió a recibirlo tri-
butándole casi los honores de vencedor, tales eran las mues-
tras de respeto de que se le rodeaba. Los restos del ejército
derrotado en Tacna llegaron pocos dias después; pero la dis-
persión habia sido tan grande que el prefecto de La Paz tuvo
que emplear la pohcía en perseguir a los desertores en los
campos vecinos. Tanto los soldados como los heridos fueron
saludados con toda la efusión de sentimientos que debia ins-
pirar tan terrible desastre. En los discursos que entonces se
pronunciaron, i en los primeros escritos de la prensa, no se
hizo oir ninguna acusación contra nadie sino contra Daza,
que habia arrastrado al pais a esta funesta guerra.
Pero esa seriedad en la actitud de Bolivia no debia ser de
larga duración. Pasadas las primeras horas del dolor, como
7. Mas adelante publicaremos por via de nota una de esas acusaciones, la
carta dirijida a Piérola por el prefecto de Tacna don Pedro A. del Solar, so-
bre el resultado de la batalla, i la cobardía de Campero i de los bolivianos.
CáMPAÑA A LIMA 273
si con ellas hubiera pasado también la cordura de un momen-
to, la prensa volvió a dar crédito i a dar circulación a las no-
ticias mas fantásticas que llegaban del Perú. Montero, decian,
se ha reunido con Leiva en Locumba, i amenaza a los chilenos
que han ocupado a Tacna. El Perú ha puesto treinta, cuaren-
ta, cincuenta mil hombres sobre las armas. Los chilenos están
perdidos i deben sucumbir en pocos meses mas. La prolon-
gación de la campaña los arruina irremisiblemente, luego el
deber de la alianza es proclamar guerra, i guerra eterna a
Chile. Los periodistas bolivianos, mui aficionados a las refe-
rencias históricas, comenzaron de nuevo a hablar de griegos
i de romanos, de la Francia i de la Alemania; i en un tono
altisonante i a veces incomprensible, declararon que estaban
dispuestos a imitar a Mucio Scevola, que según ellos, prefirió
quemarse la mano antes que firmar la paz.
A pesar de la grande adhesión que demostraban por la
alianza, los estadistas bolivianos adoptaron un plan de gue-
rra que importaba tanto como abandonar resueltamente a
sus aliados del Perú a los nuevos desastres que se les espera-
ban. Ya desde antes de terminarse la última campaña, uno
de ellos habia propuesto como el mejor plan de guerra contra
Chile, el de abandonarle todo el litoral, i retirarse al interior
del pais, a donde el enemigo no podria llevar sus buques i
difícilmente sus cañones. Después de la derrota, este plan fué
seguido relijiosamente; i como vamos a verlo en las pajinas
siguientes, en todo el resto de la campaña el ejército chileno
no volvió a ver un solo soldado boliviano. El Perú en sus
mayores conflictos no ha recibido tampoco de su aliado la
menor cooperación. Así, pues, a pesar de las entusiastas pro-
clamas de Campero en que hablaba de hacer una guerra de
ocho siglos, como la que sostuvieron los españoles contra los
sarracenos, i de los escritos recargados de referencias histó-
ricaifcde sus periódicos, la paz de hecho ha existido entre Bo-
livia i Chile desde el dia en que los ejércitos de aquella fueron
destrozados en las alturas de Tacna.
Las ilusiones de los aliados de que se habia hecho eco la
prensa de Bolivia, carecían de todo fundamento serio. Los
TOMO XVI — 18
274 GUERRA DEL PACÍFICO
desastres de Tacna i de Arica habían sido de los mas abruma-
dores que recuerde la historia de estos paises. Los soldados
peruanos, fujitivos de la derrota de Tacna, llegaron en el
mayor desorden i quebranto al pequeño pueblo de Tarata, el
29 de mayo. Allí fueron reuniéndose unos 1,500 soldados, des-
truidos por la fatiga i el cansancio, i casi desarmados i desnu-
dos. Entre ellos habia un jeneral i veintitrés coroneles, pro-
porción inconcebible entre jefes i oficiales en otros ejércitos,
pero común en los del Perú. El 31 de mayo celebraron esos
jefes una junta de guerra; i reconociendo su absoluta imposi-
bilidad de permanecer mas largo tiempo en ese lugar, deter-
minaron continuar por las montañas su camino a Puno, i en
seguida dirijirse a Arequipa. Esta retirada los obligó a sopor-
tar los mayores sufrimientos. El contra-almirante Montero
se separó allí de los suyos, i siguiendo las marchas mas peno-
sas que eSj posible imajinar, se dirijió a Lima. En la montaña
inmediata a Tacna se organizaron algunas montoneras pe-
ruanas, pero las tropas chilenas dieron cuenta de ellas al cabo
de pocos dias, apresando a los cabecillas i dispersando a los
soldados. La dominación chilena en esas provincias quedó
tan tranquila como si nunca hubiese existido allí un solo ene-
migo. Arica fué abierto nuevamente al comercio, i Tacna
quedó convertida en cuartel jeneral de los vencedores, i en
centro de sus futuras operaciones.
En Chile, como es fácil suponer, la noticia de los triunfos
de su ejército en aquellas dos memorables jornadas, causó un
júbilo universal. Mas que la satisfacción del orgullo militar
de la república, sé veia en ellas la aproximación del término
de una larga guerra que habia venido a distraer al país de los
tranquilos trabajos de la paz a que estaba habituado. No se
quería creer que el enemigo llevase su insensatez hasta pro-
longar por mas tiempo una lucha estéril en que no habia co-
sechado mas que derrotas, i en que no debia recojer en^ade-
lante mas que nuevos i mayores desastres.
Pero la opinión pública de Chile se engañaba cuando creía
que la razón no habia abandonado del todo a los aliados. Un
día, el 29 de junio, el telégrafo de Iquíque comunicó a San^
CAMPANA A LIMA 275
tiago la arrogante proclama de Piérola de que hemos dado
cuenta mas atrás. Las amenazas del dictador del Perú pro-
dujeron las burlas de los diarios de Chile; pero ellas vinieron
a probar que no era llegado aun el momento de la cordura
para sus enemigos, i que era indispensable asestarlas otro
golpe mas duro i decisivo todavía.
¡A Lima! dijo la prensa i la parte mas ardorosa de la opinión
del pais. Solo en Lima obligaremos a nuestros enemigos a
firmar la paz. Otros creyeron; sin embargo, que no habría
necesidad de imponer al pais nuevos sacrificios de dinero i de
sangre, i que la paz vendría por otros caminos menos dispen-
diosos; pero nadie dudó del resultado feliz que debia tener
esa operación si llegaba a acometerse.
En previsión de cualquiera eventualidad, el gobierno man-
dó llenar las bajas que hablan sufrido los cuerpos del ejército
en la última campaña, movilizó nuevos cuerpos de guardia
nacional, i renovó sus encargos de armas i de material de
guerra a fin de estar prevenido para todo evento.
Ocurrió entonces en Chile una renovación ministerial que
por un momento pudo hacer creer a los aliados perú-bolivia-
nos un cambio en la marcha política de su enemigo, o el re-
sultado de algunas dificultades interiores. No había nada de
esto, sin embargo, El ministerio chileno, incompleto después
del repentino fallecimiento del ministro de guerra don Ra-
fael Sotomayor, renunció en masa a los pocos días de las vic-
torias de Tacna i de Arica, para dej ar al presidente de la repú-
blica en libertad de organizar su consejo de gobierno en la
forma que mas le conviniera. Los nuevos ministros que llamó
a su lado el presidente Pinto, estaban animados de los mis-
mos propósitos que los que bajaban del poder, i obedecían a
un programa idéntico, hacer una guerra seria a los enemigos
de su patria para llegar a una paz honrosa i duradera.
.*-^
CAPITULO II
El proyecto de Confederación Perú-Boliviana, junio 1880
El Perú solicita en vano la alianza de la República Arjentina.— Instruccio-
nes dadas al ministro plenipotenciario del Perú. — ^Mal éxito de estas ne-
gociaciones.— La legación peruana en Buenos Aires contrae sus trabajos
a exitar la prensa periódica contra Chile. — Buscando amigos contra Chi-
le, el Perú celebra un tratado con España. — Ineficacia de ese tratado
para los planes del Perú. — El dictador peruano propone entonces el pro-
yecto de Confederación Perú-Boliviana. — Antecedentes históricos de
esta Confederación. — Aun después de celebrado el pacto de alianza secre-
ta Bolivia i el Perú estuvieron a punto de declararse la guerra en 1878.
— El jeneral Daza hace proposiciones a Chile en 1879 para abandonar la
alianza. — Odios recíprocos de peruanos i bolivianos durante la guerra. —
Bases de la proyectada confederación. — El consejo de Estado de la dic.
tadura peruana aprueba el proyecto; pero la opinión pública lo recibe
mal. — En Bolivia es mal recibido. — Fracaso natural del proyecto.
Desde los primeros días de la guerra, las repúblicas coliga-
das del Perú i de Bolivia habian buscado por todas partes
nuevos aliados que arrastrar a sus planes contra Chile. He-
mos dicho en otra parte que apenas iniciado el rompimiento,
en Bolivia se habia propuesto el plan de ofrecer a la Repúbli-
ca Arjentina tres grados del territorio chileno, desde el para-
lelo 24 hasta el 27, asegurándole así sesenta leguas de Ktoral
278 GUERRA DEL PACÍFICO
sobre el Pacífico, en el caso de que marchase con sus ejércitos
a combatir hasta anonadar a los chilenos i. Este proyecto,
dijimos entonces, ni siquiera alcanzó a ser propuesto en de-
bida forma.
Pero desde que el Perú, descubriendo el tratado secreto
que los ligaba a Bolivia, tuvo que asumir el papel de belije-
rante, renovó estos esfuerzos en favor de nuevas alianzas, i
despachó misiones diplomáticas a varios Estados americanos.
Sus mas firmes esperanzas estaban cifradas en la República
Arjentina, que desde muchos años atrás sostenía con Chile
una enojosa cuestión de límites. Los estadistas peruanos es-
taban convencidos de que el gobierno arj entino no podía de-
jar de aprovecharse de los embarazos de Chile, empeñado en
una guerra contra dos repúblicas aliadas, para obligarlo a
aceptar las condiciones que se quisiera imponerle.
Este fué el objeto de una misión diplomática que el Perú,
gobernado entonces por el jeneral Prado, confió a don Aníbal
Víctor de la Torre; i removido éste por el dictador Piérola a
principios de 1880, fué reemplazado por don Evaristo Gómez
Sánchez. Ambos diplomáticos, antiguos ministros de Estado
en el Perú, llevaban el encargo de recabar del gobierno de
Buenos Aires que sa pusiera en armas contra Chile, o a lo me-
nos que simulase una actitud hostil que pudiera amedrentar
a este país.
Las instrucciones dadas a este último por el dictador Pié-
rola con fecha de enero de 1881, eran del carácter mas reser-
vado; pero ellas cayeron en poder de los soldados de Chile,
fueron publicadas, i nos permiten dar alguna luz sobre esta
negociación. Así, pues, comenzaremos por insertar íntegros
sus principales artículos. Helos aquí:
«i.'^ Lo primero que se esforzará en conseguir es la alianza
de la República Arjentina en la actual guerra que Bolivia i
el Perú sostienen contra Chile.
«2.^ A este intento, ofrecerá a dicha república el decidido
apoyo del Perú en las cuestiones de límites que aquella de-
I. Véase mas atrás, part. II, cap. V.
CAMPAÑA A LIMA 279
bate con Chile, i aun jestionará cerca de Bolivia la cesión a
la República Arjentina, por el lado del desierto de Atacama,
de la parte del territorio que el jeneral Melgarejo cedió a Chile
por el pacto de límites de 1866.
«3.a Si la ahanza pública sufriese objeciones de parte del
gobierno- arj entino,- propondrá que se celebre en secreto, mien-
tras se completan los preparativos bélicos que se están ha-
ciendo en aquella república i, si ni aun esto se aceptase, tra-
tará de obtener al menos la promesa formal de ajustar la re-
ferida alianza, una vez que los mencionados preparativos se
hallen terminados.
«9.'^ Encarecerá a nuestro representante en el Brasil, la ne-
cesidad de insistir, ahora mas que nunca, en el mantenimien-
to de la neutralidad del Imperio, aun en el caso de que la
República Arjentina, tome parte por el Perú i Bolivia, en
la actual contienda con Chile.
«El espíritu de las presentes instrucciones es que se adquie-
ra, en la mayor medida posible la cooperación política i social
de la República Arjentina, sin omitir medio ni sacrificio al-
guno, con tal de que dicha cooperación sea positiva i eficaz; i
que se proceda en este gran asunto sin tregua i con. cuanta
rapidez lo consienta la misma naturaleza de las cosas.»
Llaman la atención estas instrucciones tres hechos diferen-
tes que vamos a indicar: i.^ La ilusión de los mandatarios del
Perú de creer que podían hacer servir a sus planes al gobierno
del Brasil, al cual se le quería arrancar una declaración de
neutralidad que no tenia para qué hacer, i que en la forma en
que se la pedían i en el momento en que debía darla, habría
sido un estímulo para consolidar una nueva alianza contra
Chile. El gobierno serio i discreto del Brasil se abstuvo hábil-
mente, como debía esperarse, de comprometerse en los planes
i confabulaciones de la dictadura peruana. 2P El Perú no es-
carmentaba todavía de andar estipulando tratados secretos,
a pesar de que la lección que estaba recibiendo por haber
celebrado el de 1873 debía haberlo corre j ido para siempre de
esta peligrosa manía. 3.^ El territorio de que habla el artícu-
lo 2P lo poseía Chile no por cesión de Melgarejo ni de nadie.
280 GUERRA DEL PACÍFICO
sino por derecho propio, indisputable i reconocido en todo
tiempo i por todos los tratados i por todos los jeógrafos. El
Perú i Bolivia habian inventado esta forma de reivindicación
para justificar el proyecto que concibieron desde los primeros
dias de la guerra, como ya hemos referido, de quitar a Chile
tres grados de su territorio para dárselos .a la República Ar-
j entina en pago de la cooperación que le pedian para la gue-
rra en que se habian empeñado. Conviene advertir que este
ofrecimiento de territorio era de tal manera quimérico que
según creemos, ni siquiera fué formalmente propuesto al go-
bierno arj entino, que en todo evento, aun cuando hubiere
aceptado la alianza, lo habría mirado con desprecio.
Hasta ahora no se conocen todos los incidentes de esta ne-
gociación de carácter profundamente reservado; pero desde
que los archivos del ministerio de relaciones esteriores del
Perú han caido en manos del ejército de Chile, no tardarán
en aparecer las mas curiosas revelaciones. En el momento
en que escribimos se sabe con toda certidumbre que el gobier-
no arj entino no quiso tomar parte en la alianza perú-bolivia-
na, i que se negó a representar la comedia de finjir que pen-
saba ponerse a la cabeza de un movimiento contra Chile; i se
conocen las apreciaciones que esta conducta prescindente i
honrada mereció a la diplomacia peruana. He aquí lo que a
este respecto decia Gómez Sánchez a su gobierno en nota de
12 de noviembre de 1880:
«A medida que avanzo en el estudio de la política interna-
cional arjentina, veo con mas i mas claridad, no solo que es
egoista, sino, lo que es peor si cabe, que carece de plan, de
previsión, de sagacidad i firmeza. Su egoismo está de mani-
fiesto en la conducta que observó el gobierno Avellaneda con
el Perú i Bolivia.
«No solo no dijo a Chile una sola palabra contra la conquis-
ta, las hostilidades ilícitas, las crueldades i destrucciones in-
motivadas i bárbaras, pero ni siquiera encontró en mas de un
año un medio de conciliación que proponer a los belijerantes,
i lejos de ello, concibió i acarició la idea de sacar partido de
su exajerada neutralidad i de su silencio injustificable para
CAMPAÑA A LIMA 281
conseguir la solución ventajosa de las cuestiones de limites
que tiene pendiente con nuestro enemigo.
«La falta de las condiciones que caracterizan una hábil po-
lítica, se ha hecho patente en todo el curso de las negociacio-
nes que su diplomacia ha sostenido con la de Chile a propósito
de esas mismas cuestiones, durante la contienda del Pacífico.
«El gobierno arj entino pudo emplear el ardid de activar
los tratados de alianza con el Perú i Bolivia, o el de hacer
creer a Chile que iba a ponerse a la cabeza de un movimiento
americano, i permaneció inactivo i sin dar síntomas de que se
ocupaba de las cuestiones esteriores.
«Tuvo sobrado tiempo i oportunidad para esplotar la si-
tuación de Chile o para llevarle la guerra por honrosa causa
i con resultados seguros i gloriosos, i dejó pasar los días i des-
preció las ocasiones, i no solo el honor i la gloria, sino el pro-
vecho.
«En la imposibilidad, pues, de seguir negociando, me he
limitado en los últimos días a insistir en que se aumenten las
demostraciones bélicas que pudiera tomar Chile como sínto-
mas de una próxima invasión del ejército arjentino, i a instar
en que se activen los aprestos marítimos, pues he podido
apercibirme de que el estado de la escuadra llamada a defen-
der el Plata deja mucho que desear.
«Lo espuesto en este oficio, el conocimiento que voi adqui-
riendo de los hombres públicos mas eminentes, i aun la cir-
cunstancia de no estar terminados, pero ni siquiera bastan-
temente adelantados los armamentos, después de tan largo
período de preparativos, todo ello apoya los recelos i temores
que abrigo de fracaso en mi delicada i trascendental misión».
En todo el curso de su nota, el ministro Gómez Sánchez
califica de bisónos i egoístas a los estadistas arjentinos, sin
pretender siquiera suavizar sus espresiones. El crimen de que
los acusa es simplemente el de no prestarse a servir al Perú
en la realización de sus planes, i el de no cometer una desleal-
tad internacional aprovechando la situación de Chile para
arreglar sus cuestiones de límites.
Desilusionado en sus esperanzas de hacer entrar a la Re-
280 GUERRA DEL PACÍFICO
sino por derecho propio, indisputable i reconocido en todo
tiempo i por todos los tratados i por todos los jeógrafos. El
Perú i Bolivia habian inventado esta forma de reivindicación
para justificar el proyecto que concibieron desde los primeros
dias de la guerra, como ya hemos referido, de quitar a Chile
tres grados de su territorio para dárselos .a la República Ar-
j entina en pago de la cooperación que le pedian para la gue-
rra en que se habian empeñado. Conviene advertir que este
ofrecimiento de territorio era de tal manera quimérico que
según creemos, ni siquiera fué formalmente propuesto al go-
bierno arjentino, que en todo evento, aun cuando hubiere
aceptado la alianza, lo habria mirado con desprecio.
Hasta ahora no se conocen todos los incidentes de esta ne-
gociación de carácter profundamente reservado; pero desde
que los archivos del ministerio de relaciones esteriores del
Perú han caido en manos del ejército de Chile, no tardarán
en aparecer las mas curiosas revelaciones. En el momento
en que escribimos se sabe con toda certidumbre que el gobier-
no arjentino no quiso tomar parte en la alianza perú-bolivia-
na, i que se negó a representar la comedia de finjir que pen-
saba ponerse a la cabeza de un movimiento contra Chile; i se
conocen las apreciaciones que esta conducta prescindente i
honrada mereció a la diplomacia peruana. He aquí lo que a
este respecto decia Gómez Sánchez a su gobierno en nota de
12 de noviembre de 1880:
«A medida que avanzo en el estudio de la política interna-
cional arj entina, veo con mas i mas claridad, no solo que es
egoísta, sino, lo que es peor si cabe, que carece de plan, de
previsión, de sagacidad i firmeza. Su egoísmo está de mani-
fiesto en la conducta que observó el gobierno Avellaneda con
el Perú i Bolivia.
«No solo no dijo a Chile una sola palabra contra la conquis-
ta, las hostilidades ilícitas, las crueldades i destrucciones in-
motivadas i bárbaras, pero ni siquiera encontró en mas de un
año un medio de conciliación que proponer a los belij erantes,
i lejos de ello, concibió i acarició la idea de sacar partido de
su exaj erada neutralidad i de su silencio injustificable para
CAMPAÑA A LIMA 281
conseguir la solución ventajosa de las cuestiones de limites
que tiene pendiente con nuestro enemigo.
«La falta de las condiciones que caracterizan una hábil po-
lítica, se ha hecho patente en todo el curso de las negociacio-
nes que su diplomacia ha sostenido con la de Chile a propósito
de esas mismas cuestiones, durante la contienda del Pacífico.
«El gobierno arj entino pudo emplear el ardid de activar
los tratados de alianza con el Perú i Bolivia, o el de hacer
creer a Chile que iba a ponerse a la cabeza de un movimiento
americano, i permaneció inactivo i sin dar síntomas de que se
ocupaba de las cuestiones esteriores.
«Tuvo sobrado tiempo i oportunidad para esplotar la si-
tuación de Chile o para llevarle la guerra por honrosa causa
i con resultados seguros i gloriosos, i dejó pasar los días i des-
preció las ocasiones, i no solo el honor i la gloria, sino el pro-
vecho.
«En la imposibilidad, pues, de seguir negociando, me he
limitado en los últimos días a insistir en que se aumenten las
demostraciones bélicas que pudiera tomar Chile como sínto-
mas de una próxima invasión del ejército arjentino, i a instar
en que se activen los aprestos marítimos, pues he podido
apercibirme de que el estado de la escuadra llamada a defen-
der el Plata deja mucho que desear.
«Lo espuesto en este oficio, el conocimiento que voi adqui-
riendo de los hombres públicos mas eminentes, i aun la cir-
cunstancia de no estar terminados, pero ni siquiera bastan-
temente adelantados los armamentos, después de tan largo
periodo de preparativos, todo ello apoya los recelos i temores
que abrigo de fracaso en mi dehcada i trascendental misión».
En todo el curso de su nota, el ministro Gómez Sánchez
califica de bisónos i egoístas a los estadistas arjentinos, sin
pretender siquiera suavizar sus espresiones. El crimen de que
los acusa es simplemente el de no prestarse a servir al Perú
en la realización de sus planes, i el de no cometer una desleal-
tad internacional aprovechando la situación de Chile para
arreglar sus cuestiones de límites.
Desilusionado en sus esperanzas de hacer entrar a la Re-
282 GUERRA DEL PACÍFICO
pública Arj entina en la coalición contra Chile, convencido de
que el gobierno de este pais no se prestaba siquiera a aparen-
tar una actitud belicosa que no queria asumir, Gómez Sán-
chez se limitó a continuar en la misma línea de conducta que
se habia trazado su antecesor. Consistia ésta en hacer publi-
car en algunos diarios los artículos i las noticias que se escri-
bían i arreglaban en la legación del Perú, para que el tono
amenazador de esos escritos, ya que no la actitud del gobier-
no arj entino, amedrentase a Chile. Pero, la publicación de
esos artículos, tanto en ese pais como en los otros en que ha-
bia aj entes del Perú, costaba tanto mas caro cuanto mas
conminatorios eran; i llegó dia en que faltó el dinero para
mantener esta guerra. «Como el tiempo viene cada dia mas
estrecho para nosotros, decía tristemente con este motivo
Gómez Sánchez en una de sus notas, me desespera el no tener
en mis manos los recursos de que he menester» 2.
2. Estas premiosas exijencias de dinero para subvencionar la prensa, para
pagar banquetes i para otros objetos tan inútiles o superfinos como éstos,
es el tema obligado de una gran parte de la correspondencia oficial que la
legación peruana en Buenos Aires dirijia a su gobierno. Se nos permitirá
trascribir un pasaje de otra nota de Gómez Sánchez en que recaba de su go-
bierno que se provea a la legación <<de un fondo para gastos de imprenta»
para cubrirlos compromisos que tiene contraidos i para llevar al Brasil su
propaganda contra Chile. Dice así:
«En esta capital, donde hai numerosos diarios, aunque algunos de ellos
defiendan ya con entusiasmo nuestros intereses, hai otros, por cierto de mu-
cha circulación i crédito, que los dañan con una propaganda tan perseve-
rante contra la intervención de esta república en los asuntos del Pacífico,
que se hace indispensable combatirlos, momento a momento, no solo en un
diario enteramente nuestro, sino en otros que hasta hoi permanecen indife-
rentes o neutrales.
«Para que V. S. se penetre de mi situación a este respecto, debo agregar,
que en muchas ocasiones no he podido conseguir que se publiquen aquí los
escritos que para combatir aquella propaganda nociva se han redactado en
la legación, teniendo que mandarlos a Montevideo, o que pasar por el senti-
miento de que quedasen inéditos.
«Importada mucho que en el Brasil, especialmente en Rio de Janeiro, se
ajitasela prensa, pues en su totalidad permanece muda respecto de nuestros
asuntos. En aquel pais tan importante, i en el cual busca éste ayuda en el
presente i para las eventualidades del porvenir, la prensa, i consiguiente-
mente la opinión ha manifestado antes de ahora simpatías por Chile, i por
tanto, interesa, hoi mas que antes, trabajar mucho para atraernos aquel
CAMPANA A LIMA 283
Hasta ahora no se conocen con certidumbre las exijencias
que la diplomacia peruana llevó a otros pueblos americanos;
i si desde entonces quiso también que otros gobiernos hicie-
ran lo que pedia al gobierno arj entino, esto es la adhesión
franca i resuelta a la alianza perú-boliviana, o a lo menos una
manifestación oficial de tal naturaleza que bastase para inti-
midar a Chile. Si estos fueron sus propósitos, los resultados
de sus trabajos no correspondieron a sus deseos. En cambio,
los aj entes del Perú consiguieron, mediante fuertes desem-
bolsos de dinero, subvencionar muchos diarios en varias ciu-
dades, publicar las noticias de triunfos que no hablan existi-
do jamas, i aparentar en casi toda la América una opinión
decididamente hostil a Chile.
Pero el Perú, en los primeros meses de la guerra, llegó a
lisonjearse con la esperanza de hallar aliados en Europa. A
consecuencia déla guerra de 1865-1866, las cuatro repúblicas
riberanas del Pacífico del sur, se hallaban en estado de entre-
dicho con la España. En 1871, los representantes de Bolivia,
de Chile, del Ecuador i del Perú, celebraron en Washington
con el representante de España un pacto de tregua indefinida.
Las cuatro repúblicas americanas estaban acordes en creer
que solo de común acuerdo podian reanudar sus relaciones
con España.
El Perú, sin embargo, creyó que el estado de guerra con
elemento, que nos daria el de la opinión; i, con el apoyo de ésta, la decidida
cooperación del gobierno imperial.
«Ruego pues a V. S. se digne tomar en consideración este asunto, i remover
los obstáculos con que en esta parte, tropieza mi misión.»
Los obstáculos con que tropezaba la misión de Gómez Sánchez, provie-
nen, como lo dice en ésta i en otras notas, de la falta de fondos para subven-
cionar la prensa. Parece, sin embargo, que el gobierno del Perú, cuyos apu-
ros financieros eran cada dia mayores, no se dio mucha prisa para remitir
los fondos que se le pedian. Así se ve que en diciembre de 1880, Gómez Sán-
chez repetia que se hallaba acosado por el director de un periódico a quien
se le tenia insoluta una deuda que databa de mediados de 1879.
No sabemos si la diplomacia peruana intentó efectivamente subvencionar
algún diario en el Brasil para llevar adelante su propaganda contra Chile;
pero si lo hizo, sus proposiciones fueron desatendidas. La prensa brasilera
fué jeneralmente reservada en éstas materias i cuando llegó a espresar sus
simpatías, éstas fueron siempre francas i esplícitas en favor de Chile.
286 GUERRA DEL PACÍFICO
de Madrid, en que esa declaración estaba consignada con la
mas resuelta franqueza. En cumplimiento de esta promesa,
el gobierno español impidió poco mas tarde la salida de Bar-
celona de un buque cargado de armas para los enemigos de
Chile. Las esperanzas que el Perú habia concebido en sus ne-
gociaciones con España, quedaron así frustradas.
Dolorosamente desengañado en sus esperanzas de hallar
aliados en América o en Europa, el gobierno peruano tuvo
que reconcentrar su acción a los únicos elementos que podian
suministrar los dos países que mantenían la guerra contra
Chile. Pero el dictador del Perú creyó que era posible alarmar
profundamente a su victorioso enemigo i despertar la admi-
ración de la América entera con uña creación altamente pres-
tijiosa. Con este objeto, proclamó la Confederación Perú-Boli-
viana, que según los documentos públicos de esa época, estaba
destinada a constituir el estado mas fuerte i poderoso del Pa-
cífico.
Permítasenos, antes de pasar adelante, abandonar por un
momento nuestro plan de evitar en estas pajinas las digresio-
nes de cualquiera naturaleza que puedan interrumpir la ila-
ción de la crónica de la guerra que contamos. Nos vemos
obligados a agrupar aquí ciertos antecedentes que son indis-
pensables para comprender bien los hechos que vamos a re-
ferir en este capítulo.
El territorio que en nuestro siglo ha constituido la repú-
blica de Bolívia, formaba parte casi en su totalidad del virrei-
nato de Buenos Aires al terminarse la dominación española.
Aunque era conocido con el nombre de Alto Perú, entre él i
el Bajo Perú, a pesar de la antigua mancomunidad o aproxi-
mación de las razas índíjenas, los quichuas i los aimaraes, no
habia ningún vínculo de unión. Lejos de contribuir a unificar
a los dos pueblos, la guerra de la independencia vino a sepa-
rarlos mas i mas. Los habitantes del Alto Perú lanzaron el
grito revolucionario en 1809 i sostuvieron una lucha de quin-
ce años. Los del Bajo Perú, por el contrario, quedaron fieles
por largo tiempo al reí de España, se enrolaron en los ejérci-
tos que organizaba el virrei de Lima, e hicieron a sus vecinos
CAMPAÑA A LIMA 287
una guerra implacable que enjendró en ambos pueblos una
profunda i recíproca odiosidad.
Cuando el ejército colombiano consumó la independencia
de estos paises en la memorable jornada de Ayacucho, Bolí-
var tuvo el pensamiento de formar con ambos un solo Estado.
Los habitantes del Alto Perú, sin embargo, temiendo este
resultado, se adelantaron al libertador, i frustraron, sus pla-
nes con tanta decisión como habilidad. Una asamblea nacio-
nal reunida en Chuquisaca, declaró por unanimidad la inde-
pendencia i soberanía del Alto Perú bajo la forma republicana
el 6 de agosto de 1825, i dio al nuevo Estado el nombre de
Bolívar. El libertador no se dio por vencido con este respe-
tuoso rechazo de sus planes. Se presentó en persona en el Alto
Perú, recorrió algunas de sus provincias, fué recibido en todas
partes con las demostraciones mas entusiastas de admiración
i de aplauso, pero le fué forzoso convencerse de que era impo-
sible la unión de los dos pueblos en un solo estado. Su espada
victoriosa fijó los límites de las dos repúblicas, i les dio sus
primeras instituciones republicanas.
Bolivia i el Perú siguieron cada una por su lado la vida
tormentosa de casi todas las repúblicas hispano-americanas.
Una serie no interrumpida dé sangrientas revoluciones i de
escandalosos motines de cuartel que derrocaron del poder a
los mas ihistres de sus mandatarios, a Sucre en Bolivia i a La
Mar en el Perú, iniciaron esa cadena de borrascosos desórdenes
que aun no ha llegado a su término. Bolivia alcanzó antes que
su vecina un período de tranquilidad relativa bajo el gobierno
del jeneral Santa Cruz que se empeñó en organizar una admi-
nistración estable, i que realizó en parte sus propósitos. Pero
los motines i revueltas del Perú iban a despertar la ambición
de ese caudillo i a precipitarlo en una carrera de ruidosas
aventuras en que debía encontrar la tumba de su poder i de
su prestí] io.
Llamado al Perú en 1835 V^^ ^^^ ^^ Í^s partidos políticos
que se disputaban el mando de este país, Santa Cruz se pone
a la cabeza de su ejército, obtiene dos victorias decisivas que
empaña con injustificables fusilamientos, i sobre los cadáve-
2S8 GUERRA DEL PACIFICO
Tes de sus rivales funda la Confederación Perú-Boliviana (28
de octubre de 1836). La presidencia de ella quedó en manos
de Santa Cruz con el título de protector.
Chile se llenó de emigrados peruanos. Antiguos presidentes
de la república, ministros, jenerales i coroneles llegaban a pe-
dir al gobierno chileno que los ausiliase para derrocar un po-
der que 'avasallaba i que ultrajaba al Perú. En esos momen-
tos, la república chilena se ocupaba en afianzar la paz interior,
en reformar sus instituciones, en abrir caminos i en crear es-
cuelas; i por nada habria querido embarcarse en la empresa
de una guerra esterior por el solo gusto de mezclarse en las
cuestiones domésticas de sus vecinos i por complacer a los
emigrados peruanos. Pero el protector de la Confederación
Perú-Boliviana cometió la imprudencia de provocar a Chile.
Sus medidas financieras tenian por principal objeto el hosti-
lizar el comercio chileno. Pensando hacer el mismo juego que
habia jugado con el Perú, pretendió fomentar revoluciones
mihtares en esta otra República. Descubierta la trama, Chile
salió de su calma habitual, armó tropas; i después de una
corta i brillante campaña, destruyó para siempre la Confede-
ración perú-boliviana en los campos de Yungai, el 20 de enero
de 1839.
El tiempo vino a demostrar en breve que Chile no habia
hecho mas que anticipar uno o dos años una catástrofe fatal-
mente inevitable. «La Confederación, dice un distinguido his-
toriador, no era mas que un edificio sin base, una bella deco-
ración de teatro adaptada a un drama que debia terminar
pronto, puesto que ni los pueblos, ni los hombres que figura-
ban en la escena, contaban con los antecedentes i elementos
necesarios para dar consistencia i vida histórica a ese drama» *.
En efecto, en los momentos mismos en que Chile destruia el
ejército de Santa Cruz, en el Perú i en Bolivia asomaba la re-
volución que habria puesto término a la confederación aun
en el caso de una victoria sobre las armas chilenas. Cuarenta
años trascurrieron sin que nadie, aun en la vorájine revolu-
4. SoTOMAYOR Valdes, Estudio histórico sobre Bolivia, páj. J2.
CAMPAÑA A LIMA 289
cionaria en que se han ensayado tantas constituciones,, pre-
tendiera hacer revivir, i ni siquiera defender aquel réjimen
detestado. La Confederación, que ni siquiera alcanzó a cimen-
tarse medianamente, no habia dejado mas que recuerdos
odiosos i sangrientos en el Perú i en Bolivia.
Las mutuas rivalidades de esos dos pueblos se reagravaron
mucho mas después de aquellos sucesos. En medio de las gue-
rras civiles que ha sido la enfermedad crónica de ambos, Bo-
livia i el Perú se dieron tiempo para tenderse mutuamente
asechanzas i celadas, i para hacerse la guerra cada vez que
han tenido pretestos o medios para ello, como sucedió dos
años después, en 1841, cuando el Perú sufrió una de las mas
grandes derrotas que recuerde su historia; i como estuvo a
punto de suceder en 1860, cuando ambos pueblos se prepa-
raban de nuevo para recomenzar la lucha i crearon un estado
tirante de suspensión de relaciones que duró tres largos años.
No se crea que esta actitud de resistencias i de odios recí-
procos entre el Perú i Bolivia habia desaparecido con la cele-
bración del tratado secreto de 1873, que constituyó la alianza
de ambos pueblos contra Chile. Hubo un momento en 1878
en que la guerra pareció inevitable entre ellos. La mayor par-
te del comercio esterior de Bolivia se hacia por el puerto pe-
ruano de Arica. El gobierno del Perú percibia allí los derechos
de aduana, i daba anualmente a su aliada una cantidad que
ésta creia inferior a lo que a su juicio le correspondía. En el
año que dejamos indicado, el gobierno del jeneral Daza en-
tabló sobre este motivo tan premiosas reclamaciones para
modificar aquel estado de cosas, que en uno i otro país, se
hablaba seriamente de un próximo rompimiento. El Perú,
sin embargo, cedió a las exij encías de Bolivia, i se restablecie-
ron las buenas relaciones. Ambos países contrajeron entonces
sus maquinaciones para dañar a Chile en virtud del pacto se-
creto de 1873.
Aun después de perfeccionada la alianza con la declaración
de guerra a Chile, los gobiernos i los pueblos del Perú i de Bo-
livia, en medio de las manifestaciones de una fin j ida frater-
nidad, seguían detestándose tan cordíalmente como antes.
TOMO XVI. — 19
290 GUERRA DEL PACÍFICO
Relaciones recientes hechas por los mismos ajentes que el
presidente de Bolivia empleó en estas negociaciones, han
probado hasta qué punto eran débiles los vínculos de unión
entre esos pueblos. En mayo de 1879, ese presidente, jeneral
don Hilarión Daza, enviaba a Chile un ájente confidencial
que ofreciera a su nombre que Bólivia abandonaría a su alia-
do, i aun que volvería sus armas contra éste, si el gobierno
chileno aceptaba el plan siguiente. Bolivia tomaría posesión
definitiva de las provincias peruanas de Tacna i Arica. Chile
conservaría como territorio suyo indisputable hasta el para-
lelo 23 de latitud sur. La escuadra peruana seria distribuida
entre Chile i Bolivia, reservándose para ésta a lo menos dos
naves de guerra. Chile daría una cantidad de dinero, sin es-
presarse su monto, i sin indicarse si esa suma era para el te-
soro boliviano, o un simple premio personal para el presidente
Daza. El ájente confidencial tenia el encargo de no dejar nada
por escrito hasta que estuviesen convenidas i aprobadas to-
das las bases de la convención. El gobierno de Chile cometió
el grave error de entrar en tales negociaciones, que bajo todos
aspectos eran perjudiciales para él.
Ocurría esto en el mes de junio de 1879. Daza, visto el es-
tado de la guerra, i la ineficacia de la escuadra chilena para
dar caza al Huáscar, creyó que Chile estaba definitivamente
perdido i que iba a sucumbir en la lucha. Prefirió, entonces,
romper las negociaciones, i comunicarlas al Perú presentán-
dose ante este pais como su mas decidido amigo, que recha-
zaba indignado las proposiciones del enemigo ^. La diploma-
cia peruana no creyó talvez en la sinceridad de su aliado, pero
se apresuró- a dar una ostentosa publicidad a la negociación,
presentándola como una perfidia de Chile, i como un rechazo
de sus pretensiones ejecutado por la lealtad caballeresca e in-
contrastable del presidente Daza.
5. Véanse sobre este particular las revelaciones i documentos publicados,
en Bolivia a principios de 1881 por don Gabriel René-Moreno. No teniendo
a la vista el folleto que los contiene, he estado reducido a tomar estas noti-
cias, de los diarios de Chile que lo reprodujeron. Pueden hallarse en £/
Ferrocarril de Santiago, de 27 de febrero de 188 1.
CAMPANA A LIMA 291
En el curso de la guerra, i a pesar de las manifestaciones
ardorosas de la prensa i de algunos de los documentos oficia-
les de los dos pueblos, esos débiles vínculos de unión se rela-
jaron mucho mas. Peruanos i bolivianos se reprochaban re-
cíprocamente todos los desastres que sufrían. En los partes
délos jefes, estas inculpaciones estaban mas o menos veladas,
pero en los escritos de la prensa, la rivalidad i el odio se deja-
ban ver a cada paso; i en la correspondencia confidencial de
los jenerales, de los prefectos i de los mas caracterizados per-
sonajes, se daba rienda suelta a estas pasiones ^.
6. La publicación de los documentos tomados por los chilenos después de
sus victorias, ha de hacer las mas curiosas e importantes revelaciones. Creo
que el documento que publicamos a continuación dará bastante luz sobre
el particular.
(reservada)
Tarata, 29 de mayo de 1880.
«Señor don Nicolás de Piérola.
«Mi mui distinguido amigo:
«Oficialmente como prefecto doi al gobierno parte del desgraciado acon-
tecimiento del 26. Como comandante de una división, lo he pasado al jene-
ral en jefe del ejército por el conducto regular, i lo mando para que sea pu-
blicado.
«Haré a usted en ésta mis especiales apreciaciones e indicaciones.
«El número de nuestras fuerzas efectivas que entraron en batalla, ha sido
según el parte del dia anterior, 5000 hombres, i el de los bolivianos no llega-
ba a 4000.
«Las fuerzas enemigas según todos los datos recojidos de prisioneros i
cálculos de los intelijentes, fluctuaba de i8 a 20,000 hombres. Así es que nos
formaron con su primera línea un arco que excedía a nuestro frente. Solo
éste entró en combate; i las masas de sus tropas, su numerosa artillería i sus
formidables ametralladoras, nos destrozaron sin hacer uso de su reserva,
o «El número, pues, ha sido la primera causa de nuestros contrastes. Pero
no lo ha sido menos la mala dirección dada por Campero, la falta de plan, o
mas bien dicho, la no ejecución del plan acordado anticipadamente.
«En el campo han peleado nuestras fuerzas con valor heroico; pero los
cuerpos bolivianos se dispersaron antes de los diez minutos, de una manera
incontenible: yo los he hecho lancear i he tratado de contenerlos a riendazos
i con revólver en mano; era iniposible, nos hacían fuego. A un mayor boli-
viano llamado'^Marcial después de abofetearlo, para hacerlo regresar al com-
bate, se arrodilló suplicándome que no lo obligara, ni lo matara; le hice arran-
292 GUERRA DEL PACÍFICO
En los momentos en que estos odios eran mas profundos, en
que en todo el Perú se acusaba a los bolivianos de ser los cau-
santes del desastre de Tacna, i en que los mismos bolivianos
se retiraban al otro lado de sus montañas para no volver a
aparecer en la guerra, el dictador Piérola concibió el pensa-
car las presillas que conservo en mi poder i lo boté conteniendo a los que me
rodeaban de que lo mataran.
«El estupendo número de jefes muertos i heridos i el de oficiales peruanos,
con el de bolivianos que casi está reducido al jeneral Pérez muerto, i Cama-
cho mui mal herido, es el mejor argumento.
«Pero hai algo mucho mas grave. Cuatro dias antes del combate, practicó
el enemigo un reconocimiento bastante atrevido i desde ese dia mandó el
jeneral Campero llevar su equipaje i algunos víveres a Palca. El dia del com-
bate, él i los suyos, la primera orden que dieron fué poner a salvo sus carpas
i equipajes i hacerlos conducir en esa dirección. Terminado el combate, ha
abandonado el campo antes que yo i muchos otros; i cuando llegué a la po-
blación, todo su empeño era salir en esa dirección. Designó primero el alto
de Lima, luego PocoUay, cuando estuvieron allí, Pachía, i al llegar a este
punto, me manifestó su resolución de irse a Bolivia por Palca; entonces me
separé de él i seguí mi camino, con la fuerza que llevaba, para Tarata.
«Dos jefes lo acompañaron: hoi han regresado de Palca i ambos me afir-
man que cuando llegó Campero, lo esperaban sus mozos con un magnífico
equipaje i buenas provisiones.
«Las tropas bolivianas han hecho un saqueo devastador por donde han
pasado, se han llevado brigadas enteras, cargadas con cuanto encontraban,
i hacían fuego a los que se defendían. La segunda edición de ÍSan Francisco,
correjida i aumentada.
«La opinión unánime en el ejército i la mía, i la de todos, es no volver a
pelear mas juntos con los bolivianos.
«Esta causa i la falta de disposiciones militares, i la de recursos, que es
absoluta, ha hecho que no se reúna el ejército derrotado, i dificulto todavía
que no sea gran cosa.
«En cuanto a mí, yo estaré en el territorio de mi jurisdicción hasta que me
sea posible, i en último caso me retiraré por Puno.
«Se ha perdido la mayor parte del armamento, casi toda la artillería i mu-
niciones, i la desmoralización de la oficialidad i tropa es incalculable.
«Deseo que por allá las cosas marchen en otra forma i que sus resultados
correspondan a los esfuerzos de usted.
«Mis recuerdos a la señora i niños, al doctor Paniso i demás amigos, i usted
mande a su amigo. — P. A . del Solar».
El autor de esta carta es don Pedro Alejandrino del Solar, amigo de toda
la confianza de Piérola. Era prefecto de Tacna el dia de la batalla de este
nombre, i después fué nombrado por Piérola prefecto de Arequipa, uno de
los puestos mas importantes de la administración, al mismo tiempo que jefe
superior militar de los departamentos del sur del Perú. ^
CAMPANA A LIMA 293
miento de intimidar a Chile con la reconstrucción de la con-
federación perú-boliviana.
Por sujestiones de Piérola, en Bolivia se habia tratado esta
cuestión en los consejos de gobierno, en los meses anteriores;
pero parece que habia hallado grandes resistencias entre mu-
chos miembros influyentes de la asamblea nacional. Estas
resistencias, sin embargo, no tenian grande importancia para
el dictador peruano que no veia en su proyecto una obra rea-
lizable, sino simplemente un fantasma con que asustar al
enemigo.
En efecto, en la primera semana de junio habia llegado a
Lima un nuevo ministro plenipotenciario de Bohvia mui apa-
rente para prestarse a secundar los planes de Piérola. Era
éste el doctor don Melchor Terrazas, el ministro de relaciones
esteriores de Bolivia en 1873, en la época en que sin su cono-
cimiento se firmaba en Lima el tratado secreto de alianza que
ha traido tantos desastres para ambos paises 7. Dados estos
antecedentes, se comprenderá que no podia ser lenta la ela-
boración de las bases del proyecto. El 11 de junio todo estuvo
arrelgado, redactado i firmado.
Según este plan, BoHvia i el Perú pasarian a formar una
sola nación denominada Estados Unidos Perú-Bolivianos ^.
«Esta unión, dice el primer artículo del proyecto de constitu-
ción de la nueva Confederación, descansa sobre el derecho
público de América, i es formada para afianzar la indepen-
dencia i la inviolabilidad, la paz interior i la seguridad este-
rior de los estados comprendidos en ella, i para promover el
desenvolvimiento i la prosperidad de éstos». Cada uno de los
departamentos de BoHvia i del Perú pasarla a formar un es-
tado federalizado, con un gobierno propio i con una lejislatura
especial. Pero, en este punto se suscitó una grave dificultad.
7. Véase sobre este punto mas atrás, part. I, cap. I.
8. Bl plenipotenciario boliviano, dando cuenta a su gobierno de esta ne-
gociación, esplica en estos términos el oríjen del nombre dado a la proyec-
tada república: «Se ha adoptado la denominación de Estados Unidos Perú-
Bolivianos para la nueva entidad mista, desechando la de Confederación ,
marcada en nuestra historia con in(>ratas reminiscencias^.
294 CUJERRA DEL PAOÍFIC'J
Los departamentos de Tacna i de Tarapacá estaban ocupa-
dos por los chilenos; i éstos no habían de cederlos graciosa-
rnente a la proyectada Confederación. El jenio del dictador
peruano, fecundo e inventivo para esta clase de aparatosas
combinaciones, discurrió un arbitrio que los interventores en
esta negociación hallaron excelente, pero que en realidad era
mui poco eficaz. «Los departamentos de Tacna i de Oruro, de
Potosí i de Tarapacá, formarán los estados denominados Tac-
na de Oruro i Potosí de Tarapacá». De este modo se creia ami-
norar la importancia de los triunfos de Chile i la ocupación
por sus armas victoriosas de una estensa porción del territo-
rio peruano. Chile, se decia, no ocupa mas que una parte de
dos estados de los Estados Unidos Perú-Bolivianos. La cons-
titución, sin embargo, a pesar de la manera sencillísima que
había hallado de destruir todos los efectos i consecuencias
de la guerra, olvidó decir a cual de los estados federales per-
tenecían los vastos territorios que Chile ocupaba en todo el
desierto de Atacama.
Pero, fuera de esta notable omisión, aquél código lo había
previsto todo, i aun había fijado la forma, color i símbolos del
escudo de armas i de la bandera de la nueva Confederación.
El presidente provisorio de ella seria el del Perú, es decir,
Piérola; i el více-presídente, el jefe que gobernaba a Bolivia,
es decir. Campero. Tan seguro estaba el dictador peruano del
éxito de esta combinación, que en su proclama de 14 de junio,
que hemos recordado mas atrás, decía arrogantemente que
él estaba sostenido por seis millones de hombres.
Arreglados estos detalles, el dictador convocó el consejo
de estado el 16 de junio. Se presentó en persona en la sala de
sesiones a darle cuenta de «un acontecimiento de la mayor
trascendencia, decia un diario de Lima {La Patria), destinado
a cambiar la faz de las cosas, i a establecer en la historia pa-
tria i de América una nueva i brillante éra^>. El discurso de
Piérola, que abundaba en los mismos conceptos, es un ma-
nifiesto semi-personal, semi-poHtico que no sabríamos como
cahficar equitativamente. Recordando su carrera de diez años
de conspirador i de revolucionario, pide que no se le confunda
Campaña a lima 295
con «uno de tantos revoltosos de la América española», por-
que él está «desnudo de toda ambición que no sea el renaci-
miento de su patria». «Yo no soi ni he sido, agrega, sino el
instrumento de sus aspiraciones i el bien intencionado ejecu-
tor de sus propósitos». En la parte política de su discurso, i
en medio de frases de cuyo sentido no podemos darnos cuenta
cabal, el. dictador se felicita de los contrastes sufridos por los
aliados en la guerra contra Chile, porque esos contrastes han
dado nacimiento a los nuevos Estados Unidos. En seguida se
pronuncia ardientemente por la forma de gobierno federal,
como el único que ha dar buenos resultados en América i
que puede asegurar la libertad con el progreso. Previendo,
sin duda, la objeción que pudiera hacerse con el ejemplo de
Chile, república unitaria que de la nada se habia levantado
antes que ninguna de sus hermanas para fundar una nación
floreciente i libre, sin revoluciones ni motines, agrega está
observación: «La república central no puede ser sino el esta-
dio necesario del réjimen monárquico a la vida nueva de las
naciones».
Tres dias después de esta ceremonia, el 19 de junio, tuvo
lugar la solemne recepción del plenipotenciario boliviano.
«Chile sin haberlo previsto i a despecho suyo, dijo el doctor
Terrazas en su belicoso discurso, va a ser el providencial re-
sorte del nacimiento i de la grandeza de los Estados Unidoá
del Paciñco, a la vez que fautor predestinado de su propia
espiacion». Chile según ese diplomático, era el perturbador
del continente, porque tan a pesar suyo se habia decidido a
aceptar la guerra a que se le habia provocado por medio de
alianzas secretas celebradas desde siete años atrás; pero iba
a recibir en breve un castigo tremendo e inexorable. El dic-
tador, por su parte, le contestó anunciando los dias de efusión
i de júbilo que se iban a seguir a los grandes triunfos que de-
bían alcanzar muí pronto «bajo el estandarte victorioso de
los Estados Unidos Perú-Bohviano».
Aunque este pensamiento habia nacido profundamente
desprestijíado, todavía se volvió a hablar de él en algunos
documentos oñciales. El presidente del consejo de Estado del
296 GUERRA DEL PACÍFICO
Perú, que lo era el arzobispo de Lima, habia anunciado al
dictador que ese cuerpo se ocuparia de estudiar este asunto,
deliberando «lo que sea conforme a las exijencias del patrio-
tismo, a los intereses de la alianza i al triunfo de las armas
nacionales». En efecto, el 8 de julio, tres de los consejeros de
Estado presentaron a esta corporación un estenso informe,
lleno de referencias mas o menos incongruentes a la historia
antigua i moderna, i de alabanzas «a las luces i al patriotismo»
de Piérola. Allí se declaran ardientes partidarios del sistema
federal, opinan en favor de la confederación, sin entrar, sin
embargo, a examinar las bases del proyecto que habia sido
sometido a su estudio. Finjiendo desconocer por completo
la historia de esos paises, los consejeros de Estado de la dicta-
dura llegaban a esta conclusión: «El Perú i Bolivia han sido
una misma cosa: tienen que serlo en adelante sino caminan
al suicidio, o cuando menos a la lánguida postración del egoís-
mo».
Como en esa situación no podia producirse en el Perú nin-
gún documento público que no contuviese insultos a Chile,
los consejeros de Estado pagaban allí mismo su trijDuto a esta
moda. Chile, decían ellos, hace la guerra porque en su posición
solitaria i de tristísimo aislamiento, tiene envidia a los pue-
blos que como el Perú i Bolivia «lo aventajan en cuanto en-
grandecer puede a una nación». Estos pensamientos, aunque
muí del gusto del pueblo peruano, no dieron mas prestijio al
proyecto de Confederación. Se le siguió mirando como una
simple arma de guerra; i poco tiempo después nadie volvió a
hablar de él.
En Bohvia revivieron los recuerdos del pasado, i en jeneral
fué mal recibido el proyecto de confederación. Oigamos lo
que a este respecto dijo La Patria de La Paz en su número de
26 de julio:
«Creer, dice, que un protocolo de Confederación, es bastante
para unir dos naciones, es suponer que una tela de araña bien
urdida tenga bastante consistencia para unir dos fogosos cor-
celes. La unión de dos pueblos ya constituidos independiente-
mente, para formar una sola nación, no está librada a la di-
CAMPAÑA A LIMA 297
plomacia que forma pactos mas o menos atinados entre las
cuatro paredes de un gabinete. Así como la felicidad de dos
pueblos no se decreta en sus códigos, su unión no se realiza
por simples pactos firmados por los poderes que los rijen». I
mas adelante agregaba todavía: «La comunidad de orí jen i tra-
diciones del Perú i Bolivia i las condiciones topográficas de am-
bos territorios, no son bases seguras para levantar sobre ellas
una colosal República de las dos, — tanto mas si no se dejada
ver que, al través de esas tradiciones de unidad i de oríjen, co-
rren torrentes de amargura de una i otra parte, i que sobre ese
territorio silba un viento que quiera el cielo, no sea el precur-
sor de siniestras tempestades. Para salvar el porvenir de las
dos repúblicas por medio de la Confederación Perú-Boliviana,
preciso es correjir de antemano los vicios de ambas, destruir
los elementos disolventes que las corroen, i prepararlas por
medio de la educación, a su futuro enlace. Para hacerse jigan-
tes, no basta empinarse sobre la punta de los pies. Para for-
mar una colosal República, no basta recostar en el lecho común
de un «protocolo» de Confederación a dos naciones enfermas».
Estas sencillas i naturales observaciones que podía hacerse
todo el mundo, fomentaban la resistencia jeneral que habia
inspirado aquel proyecto. Sin embargo, se habia organizado
una asociación patriótica que tenia por presidente al doctor
don Ladislao Cabrera, el mismo que habia mandado las fuer-
zas bolivianas en el combate de Calama (marzo de 1879), ^
ella pretendía dar prestijio a la Confederación en odio a Chile,
creyendo que ese quimérico pensamiento iba a dar a la afian-
za perú-boliviana un poder maravilloso. En la convención
nacional, no se abrigaba la misma confianza, i aun existían
tenaces resistencias a que se avanzase mas en esta idea que a
ser realizable, habría sido funesta para Bolivia, a juicio de
muchos de sus hombres públicos. Pero no era posible desairar
en aquellas circunstancias al Perú, i se prefirió adoptar otro
camino. Con fecha de 13 de julio, una comisión de la asamblea
propuso la aprobación jeneral del proyecto, sin pronunciarse
por los detalles de organización, i pidió que en seguida se so-
metiera a la decisión de los ciudadanos inscritos en los rejís-
298 GUERRA DEL PACÍFICO
tros cívicos, si aceptaban o no la unión federal de los estados
perú-bolivianos. La convención, se decia, vendrá mas tarde
a discutir las bases orgánicas consideradas en los protocolos.
Sin embargo, el proyecto en que habia puesto tantas espe-
ranzas el dictador del Perú, estaba tan desprestijiado que ni
aun bajo esta forma mereció ser aprobado. Algunos meses
mas tarde nadie hablaba en Bolivia de la anunciada Confede-
ración; i la conducta observada por esta república en la últi-
ma parte de la guerra, curó por completo de sus ilusiones a
los pocos hombres que en el Perú esperaban algo de este pro-
yecto.
La Confederación Perú-Boliviana de 1836, hemos dicho mas
atrás, fué la decoración pintada para un drama sangriento
que se desenlazó de una manera que no esperaban sus auto-
res i protagonistas. El proyecto de Confederación de 1880 fué
una pobre comedia que ni siquiera alcanzó a representarse.
Ella tenia por objeto intimidar a Chile; i Chile la recibió con
una sonrisa del mas desdeñoso desprecio. «¿Qué valor, ni qué
significación puede tener para Chile, decia un diario de San-
tiago, ni para el desarrollo de las operaciones de la guerra, un
intento de Confederación que, lejos de dar fuerza i prestijio a
nuestros enemigos, seria solo una prueba mas de la postración
moral de Bolivia i de la insensatez incurable del Perú?» I en
efecto ¿qué fuerza nueva podia llevar a la alianza perú-boli-
viana la proyectada confederación?
En Chile no volvió a preocuparse nadie de ella; i la historia
por su parte, no tendria para qué mencionarla, puesto que
no dejó rastro ni huella en la marcha posterior de los sucesos,
sino í uera porque meses mas tarde la diplomacia chilena re-
cordó este proyecto en la primera ocasión en que tuvo que
proponer algunas bases para llegar al desenlace de la guerra.
'^dP^^
CAPITULO III
Bloqueo del Callao: combate delante de esta plaza abril a
setiembre de 1880
Las fortificaciones del Callao. — La escuadra chilena establece el bloqueo del
puerto. — Primer combate contra las fortalezas de tierra (22 de abril). —
Segundo combate (10 de mayo). — Bloqueo de los puertos vecinos. —
Combate de lanchas cañoneras (25 de mayo). — Conducta tranquila del
almirante chileno en estos combates. — Suspende los ataques a la plaza.
— Un torpedo peruano echa a pique al crucero Loa. — Llegan al Callao
los heridos peruanos de Arica. ^Tercer combate contra las fortalezas
(fines de agosto i principios de setiembre). — Naufrajio de la cañonera
Covadonga causado por un torpedo peruano (13 de setiembre). — Los pe-
ruanos intentan un desembarco nocturno en la isla de San Lorenzo i son
rechazados {16 de setiembre). — Nuevo combate de las lanchas cañoneras
(17 de setiembre). — Bombardeo de los puertos vecinos al Callao (22 de
setiembre.) — El gobierno i la prensa de Lima cantan victoria después de
cada uno de estos combates, i anuncian el aniquilamiento i la ruina de
Chile.
Durante los primeros meses que se siguieron a los triunfos
de los chilenos, las operaciones de la guerra estuvieron casi
esclusivamente limitadas al bloqueo del Callao. Como hemos
referido en otra parte 1, este puerto estaba cerrado por las
naves chilenas desde el mes de abril; i este bloqueo fué mas
I. Véase mas atrás, part. II, cap. X.
300 GUERRA DEL PACÍFICO
tarde el oríjen de una serie de peripecias mas o menos impor-
tantes, que nos proponemos referir en este capítulo.
El puerto del Callao, con una población de 35 a 40 mil ha-
bitantes, es como se sabe, la plaza marítima mas importante
del Perú bajo el punto de vista comercial. Como puerto de
guerra, era indudablemente el primero del Pacífico. Cerrado
por la pequeña isla de San Lorenzo, la naturaleza habla fa-
vorecido estraordinariamente el trabajo de los hombres para
convertirlo en una poderosa plaza militar, i bajo este respecto
ha sido justamente famoso en toda la historia de las guerras
civiles i esteriores de ese país. Los reyes de España lo habían
fortificado lujosamente con castillos formidables, con nume-
rosa artillería, con almacenes i casas-matas que lo hacían in-
tomable a viva fuerza, ya fuera por mar, ya por tierra. La
república destruyó algunas de esas fortificaciones, que habían
llegado a ser inútiles por los progresos alcanzados en la cons-
trucción de las modernas armas de ataque, i las había reem-
plazado por nuevas baterías provistas de artillería moderna
i de almacenes de municiones ricamente dotados. Las forta-
lezas del Callao costaron a los reyes de España incalculables
tesoros durante los tres siglos de la dominación colonial; la
república había gastado quizá mayores sumas para adaptar-
las alas necesidades de la guerra de nuestros tiempos.
Al declararse la guerra entre Chile i las repúblicas aliadas
del Perú i de Bolivia, el Callao era ya una plaza militar de
primer orden. Ademas de las baterías, se había construido
allí por una compañía industrial, i para servir a los intereses
del comercio, una costosísima obra que debía ser fácilmente
aprovechada para la defensa del puerto. Era ésta una mag-
nífica dársena de la mas grande solidez, i capaz de contener
cómodamente hasta veinticinco naves, i por lo tanto muí apta
para abrigar todas las embarcaciones de guerra que formaban
la escuadra del Perú 2. Desde los primeros rumores de rom-
pimiento, en febrero de 1879, el gobierno peruano había au-
2. La dársena del Callao tiene la forma rectangular, i mide 250 metros de
largo por 200 de ancho.
CAMPAÍÍA A LIMA 301
mentado las defensas del puerto, i habia engí osado su arma-
mento con las remesas considerables que recibía del estran-
jero por la via de Panamá 3. En abril de 1880, el Callao esta-
ba en situación de rechazar a una escuadra cuatro veces mas
poderosa que la chilena *.
Resuelto por el gobierno de Chile el bloqueo de aquella
formidable plaza militar, el 6 de abril zarpó del puerto de lio
3. Mas atrás (Part. II, cap. V) dijimos que según la prensa de Bogotá, el
gobernador del estado federal de Panamá habia sido comprado por el gobier-
no peruano para que permitiera pasar sus armamentos por la rejion del ist-
mo con abierta violación de la neutralidad. Mas tarde se han hallado en los
archivos de Lima los documentos irrefutables que prueban este cohecho. El
presidente del estado federal de Panamá, Casorla, recibió varias cantidades
de dinero del gobierno peruano en recompensa «de los importantes servicios
que ha prestado al Perú», dicen los decretos de pago a que aludimos. I no
fué éste el único funcionario estranjero que se vendió al Perú.
Los documentos de los archivos de Lima han demostrado este otro hecho
que prueba el espíritu desmoralizador que desde años atrás ha dominado en
la administración pública del Perú. La compañía inglesa de vapores del Pa-
cífico habia declarado su neutralidad, negándose resueltamente a conducir
armas o artículos de guerra para cualquiera de los belijerantes. El gobierno
cohechó a algunos de los capitanes de esos vapores, i éste se prestaba a ser-
vir al gobierno del Perú en estas dilij encías, desobedeciendo las órdenes de
los directores i administradores de la compañía.
4. Según los informes seguros que tenia el gobierno de Chile al disponer
el bloqueo del Callao, esta plaza estaba defendida de la manera siguiente:
I.» La Punta, batería de barbeta, 2 cañones Delgren de a 1,000.
2P Maipú, fuerte armado con seis cañones Armstrong de ánima lisa de
a 32.
3.° Merced, torre blindada jiratoria, dos cañones Armstrong rayados de
a 300.
4.0 Zepita, fuerte armado con seis cañones Armstrong de ánima lisa de
a 32.
5.3 Santa Rosa, batería con dos cañones Blakeley de a 500.
6.° Provisional, fuerte armado con diez cañones Armstrong, de ánima lisa
de a 32.
7,0 Abtao, fuerte armado con ocho cañones de ánima lisa de a 32.
8.0 Manco Capac, torreón armado con cuatro cañones Vavasseur de a 300.
9.*^ Independencia, torre armada con dos cañones Blakeley de a 500.
10. Independencia, fuerte con tres cañones Blakeley de a 500.
II. Ayacucho, batería, con dos cañones Blakeley de a 500.
12. Pichincha, fuerte, con cuatro cañones Blakeley de a 500.
13. Junin, torre blindada, con dos cañones Armstrong de a 300.
Cuando la escuadra chilena llegó al frente del Callao, encontró, en efecto,
todas estas fortificaciones que estaban marcadas en sus planos, i ademas
302 GUERRA DEL PACÍFICO
el contra-almirante Riveros con una división naval com-
puesta de el buque acorazado Blanco Encalada, el monitor
Huáscar, la corbeta O'Higgins, los cruceros Loa i Angamos,
dos lanchas porta-torpedos, la Janequeo i la Guacolda (nom-
bre de dos lejendarias heroinas araucanas), i un trasporte
carbonero. En la tarde del 9 de abril se hallaba en frente del
Callao, i allí dispuso que en la noche entraran al puerto las
dos lanchas, i que fuesen a aplicar sus terribles máquinas de
guerra a las naves peruanas que permanecían ancladas den-
tro de la bahía, i bastante cerca de tierra. Esta operación fué
ejecutada con toda audacia por el teniente don Luis A. Goñi,
comandante de la Guacolda, que penetró al puerto en medio
de las tinieblas de la noche, recorrió el fondeadero para bus-
car las naves enemigas en medio de los buques neutrales i
mercantes que allí había, i al fin llegó delante de la corbeta
Union, en los momentos en que se daba en tierra la alarma
de la presencia del enemigo, cornunicada por unos pescadores.
La lancha chilena aplicó el torpedo: éste hizo una terrible es-
plosion; pero la corbeta peruana estaba defendida detras de
una espesa palizada, i el golpe se malogró. Los buques perua-
nos hicieron un nutrido fuego sobre la Guacolda, pero ésta se
retiró sin haber recibido la menor lesión.
El bloqueo del puerto fué establecido en la mañana siguien-
te (10 de abril) con las formalidades de estilo, i dando a los
buques neutrales el plazo conveniente para que dejaran la
bahía, plazo que fué jenerosamente prorrogado por algunos
días mas, a petición del cuerpo consular estanjero. Las fami-
lias acomodadas del Callao, temiendo un próximo bombardeo,
abandonaron también sus casas i se retiraron a la vecina ciu-
dad de Lima. El terror se había esparcido por todas partes; i
otra batería nueva de reciente construcción. Durante el bloqueo aumenta-
ron todavía los peruanos las defensas de la plaza.
Ademas de estas baterías i fortificaciones, el Callao tenia otras defensas
que aumentaban estraordinariamente su poder. Dentro del puerto estaban
los buques de guerra que formaban los últimos restos de su escuadra, tres
de los cuales, la Union, el Oroya i el Rimac estaban en condiciones de inten-
tar una sorpresa, i otro, el monitor Atahualpa, aunque casi inútil para la
marcha, era una poderosa batería flotante armada de dos cañones de a 500.
CA MPAÑA DE LIMA 303
sin embargo, la prensa de Lima redoblando sus insultos a
Chile i los chilenos, anunciaba que el bloqueo del Callao iba a
ser la tumba del poder i del orgullo de éstos. En los primeros
dias, las naves bloqueadoras apresaron algunas embarcacio-
nes que quisieron entrar al puerto, i cuyos papeles no estaban
en regla.
Los buques chilenos que estaban enfrente del Callao tenian
el encargo de no empeñar un combate formal contra los fuer-
tes de tierra. Se sabia perfectamente que una lucha en esas
condiciones, debia serles funesta, o costarles a lo menos la
pérdida de una o dos naves sin conseguir una ventaja apre-
ciable sobre las numerosas i bien artilladas baterías del puer-
to. El contra-almirante chileno debia encerrar al enemigo,
cortarle toda comunicación por mar, i hostigarlo con frecuen-
tes ataques en que habia de usar sobre todo los pocos cañones
de largo tiro que cargaba algunas de sus naves. En cumph-
miento de este plan, Riveros colocó su escuadrilla fuera del
alcance de los fuertes, i esperó doce dias antes de acometer
cosa alguna.
Por fin, el 22 de abril, habiendo espirado el segundo plazo
concedido a los neutrales, i despejada la bahía de buques
mercantes, el contra-almirante Riveros dispuso el reconoci-
miento de los fuertes enemigos i de su artillería. Tres de sus
buques, armados de cañones de doble recámara, se avanza-
ron al puerto i rompieron los fuegos sobre las naves peruanas
que habían sido colocadas dentro de la dársena. El cañoneo,
contestado inmediatamente por los fuertes de tierra, se sos-
tuvo durante tres horas; pero los fuegos de éstos quedaban
cortos, de tal suerte que solo una bomba llegó cerca del Huás-
car, que se habia adelantado mas que los otros buques chile-
nos. Así, mientras éstos se retiraban sin haber sufrido daño
alguno, su poderosa artillería habia causado diversas averías
alas naves peruanas i la pérdida de catorce hombres.
La escuadra bloqueadora estaba espuesta a los torpedos
que podía dirijirseles de tierra. Los peruanos tenian en el Ca-
llao excelentes lanchas de vapor. Las noches siempre sombrías
i nebulosas durante las altas horas en aquellos mares, se pres-
304 0X7BRBA DEL PACÍFICO
taban admirablemente para intentar una empresa de esta
clase, que solo exijia un momento de audacia. Los directores
de la guerra, sin embargo, prefirieron otro espediente que no
ofrecía el menor peligro. Construyeron torpedos flotantes, en
forma de boyas, i los lanzaron al mar sin cuidarse de si podian
estallar cerca de los buques de guerra neutrales que perma-
necían en el puerto. El 5 de mayo, uno de los cruceros chile-
nos distinguió dos de esos torpedos; i con no poco peligro,
logró destruirlos sin recibir ningún daño.
Esta estratajema, aunque frustrada, provocó un nuevo
ataque a la plaza, que tuvo lugar el 10 de mayo. Los buques
chilenos rompieron sus fuegos sobre las baterías de tierra i
sobre las naves enemigas que permanecían dentro de la dar-,
sena, i sostuvieron durante algunas horas un vivo cañoneo.
El Huáscar, bajo las órdenes del osado comandante Condell,
se acercó mas que otro alguno de los buques chilenos a las
baterías enemigas, i recibió una bala bajo la línea de flota-
ción sin sufrir pérdida alguna de vidas. Los buques se retira-
ron a su apostadero sin tener otras averías. En tierta, los es-
tragos fueron mas formidables, i causaron la muerte o las
heridas de algunas personas, soldados, bomberos i paisanos.
El siguiente día 11 de mayo, la escuadra bloqueadora que
se habia engrosado con otras naves, estendió el bloqueo a los
otros puertos • vecinos al Callao. La corbeta O'Higgins, que
quedó en Ancón, impidió con sus cañones, después de algunos
dias, que funcionase el ferrocarril que corre por la playa en-
tre ese puerto i Lima. Las comunicaciones de la capital del
Perú con las provincias del norte i del sur, i aun con el estran-
jero, se hicieron desde entonces mucho mas difíciles, por las
condiciones de los ásperos i penosos caminos de tierra.
Antes de mucho tiempo se renovaron los combates en la
bahía del Callao. El 25 de mayo, notando los chilenos que se
movía en actitud hostil una lancha a vapor de los enemigos,
despacharon contra ella dos de sus embarcaciones menores,
i le aplicaron un torpedo que la destrozó i echó a pique con
pérdida de echo marineros. Los chilenos, por su parte, per-
dieron también una de sus lanchas en ese encuentro, i tuvie-
CAMPAÑA A LIMA 305
ron un hombre muerto; pero volvieron a reunirse a la escua-
dra llevando consigo siete prisioneros, uno de los cuales era
el oficial que mandaba la embarcación peruana. Estando éste
herido, el jefe enemigo tuvo la generosidad de mandarlo a
tierra para que fuera asistido por su familia.
Por un momento, los marinos peruanos se lisonjearon con
la esperanza de salvar la lancha chilena que se habia ido a
pique en este combate. Durante catorce dias trabajaron sus
buzos en ponerla a flote; i cuando creian haber conseguido el
resultado de sus afanes, i cuando la tenian amarrada a una
boya para concluir de suspenderla al dia siguiente, los chile-
nos, entrando al interior de la bahía en la noche del 7 de ju-
nio, acabaron .de destrozarla para que no cayera en manos
del enemigo.
Estos frecuentes ataques interrumpían la monotonía del
bloqueo, pero no podían tener un resultado medianamente
decisivo desde que la escuadra chilena no pensaba en prote-
jer un desembarco, ni siquiera en empeñar un combate for-
mal con las fortificaciones de la plaza, que como hemos dicho,
estaban preparadas para resistir con buen éxito a fuerzas
cuatro veces mas considerables. Ellas no dieron otro fruto
que causar algunos daños en tierra i echar a pique tres pon-
tones que tenian los peruanos cargados de carbón, i que
mantener a la guarnición del Callao en la mas constante alar-
ma. La escuadra chilena, como hemos visto, no sufrió en
todos ellos mas que averías insignificantes i la muerte de un
solo hombre.
Sin embargo, cada uno de estos combates era seguido de
una nueva recrudescencia de los insultos i provocaciones de
la prensa de Lima. Se forjaban las historias mas estraordina-
rias de los destrozos que habían sufrido los buques chilenos.
I esas noticias eran tanto mas singulares cuanto que en los
mismos escritos se decía que los enemigos del Perú, abusando
del alcance prodijioso de algunos de sus cañones, se mante-
nían cobardemente fuera del alcance de la artillería de tierra,
bien seguros de que no se les podía ofender. En efecto, los
cañones de doble recámara que poseían los chilenos, les per-
TOMO XVI. — 20
306 GUERRA DEL PACÍFICO
mitian alcanzar con sus bombas a las fortalezas del Callao,
sin que los de éstas llegaran hasta ellos. Pero esta superiori-
dad del material de guerra de sus enemigos, enfurecia de tal
suerte a los escritores peruanos que cada artículo de sus dia-
rios era la mas insultante provocación ^.
El contra-almirante Riveros, que en otros lances de esta
misma guerra habia probado que no economizaba su persona
cuando era necesario un golpe de audacia, no perdió un mo-
mento- su sangre fda. Su misión en esos momentos, no era
esponer sus buques en un combate que necesariamente debia
serle desastroso, sino estrechar al enemigo, cansarlo, fatigarlo
i preparar así las futuras operaciones de la campaña, bajo el
plan de atacar al Callao cuando llegase el caso por las fuerzas
combinadas de mai i tierra. Un gran combate contra las for-
tificaciones de ese puerto, habría sido una temeridad del todo
innecesaria, en que los chilenos llevaban noventa i cinco pro-
babilidades sobre ciento de ser completamente destrozados; i
no puede empeñarse la lucha en esas condiciones sino cuando
no queda otro recurso que pelear o dejarse matar, i no cuando
no hai necesidad alguna de combatir i se obedece a grandes
combinaciones que en poco tiempo mas han de llevar a una
victoria segura. El contra-almirante chileno sabia perfecta-
mente que la pérdida de una sola de sus naves de algún poder,
comprometía seriamente las operaciones posteriores de la
campaña. Por eso, contra las provocaciones de la prensa ene-
miga, i contra la impaciencia de los diarios chilenos, no aban-
donó un instante su calma serena, guardándose para hacer
sentir el arrojo de sus marinos cuando éste fuera necesario.
Todo el mes siguiente (junio) se pasó sin que se renovaran
los combates en la bahía del Callao. Los marinos chilenos.
5 . Las provocaciones i los insultos de la prensa de Lima habian adquirido
de tiempo atrás una justa celebridad en toda la América i aun en Europa.
El Daily Telegraph de Londres, en su número de 8 de julio de 1879 publica-
ba una correspondencia de Lima en que hallamos estas palabras: «La prensa
de Lima es incorrejible. Nos ha brindado el repugnante espectáculo de la
ignorancia i torpeza que caracteriza a estos diarios. Tratando de amenguar
las dotes verdaderas de sus enemigos, los insulta con el lenguaje mas deseo -
medido i a cada paso los llama cobardes».
CAMPANA A LIMA 307
después de los grandes triunfos de su ejército de tierra en
Tacna i en Arica, habian querido conceder al Perú algunos
dias de tregua a fin de que ellos le diesen la tranquilidad ne-
cesaria para apreciar su verdadera situación, i lo indujesen a
tomar un camino mas cuerdo que la insensata prolongación
de la guerra que ya le costaba tantos i tan inútiles sacrificios.
«La faz tranquila que ha tomado el bloqueo, no ofrece mate-
rial de ningún j enero que haga interesantes las cartas que de
aquí dirijo al Nacional», escribía a Lima el corresponsal de
ese diario con fecha de i.*^ de junio. Pero en esos momentos,
el gobierno del Perú preparaba contra los buques chilenos
una de esas celadas que tienen la ventaja de no esponer a pe-
ligro alguno al que las tiende.
En la tarde del dia 3 de julio, el crucero chileno Loa estaba
de servicio i voltejeaba en la bahía del Callao. Habiendo di-
visado cerca de la costa una lancha a la vela, se adelantó a
ese lugar i despachó un bote a reconocerla. La lancha estaba
fondeada, con sus velas izadas, cargada de comestibles i sin
un solo tripulante. Esta circunstancia infundió a algunos de
los oficiales chilenos la sospecha de que aquella fuese una
acechanza. El comandante del Loa, sin embargo, mandó atra-
car la lancha al costado de su buque i dio orden de que la
descargaran. Cuando se terminaba esta operación, se hizo
oir una terrible esplosion, i el Loa cuyo costado había sido
abierto, comenzó a hundirse inmediatamente, i acabó de se-
pultarse en el mar al cabo de cinco minutos. Fácil es suponer
la confusión de sus' tripulantes en esos momentos: muchos de
ellos, sin embargo, consiguieron mantenerse sobre las aguas
i dar tiempo a que se les socorriese. El contra-almirante Ri-
veros, cuyos buques estaban bastante lejos del lugar del de-
sastre, envió inmediatamente sus lanchas a socorrer a los
náufragos; pero los marinos neutrales, ingleses, franceses e
italianos, que estaban fondeados mucho mas cerca, acudie-
ron prontamente i pudieron salvar de la muerte a cincuenta
i cinco personas entre oficiales, marineros i soldados. El co-
mandante del buque, tres guardia marinas, dos injenieros i
cerca de cien marineros, perecieron en el naufrajio.
308 GUERRA DEL PACÍFICO
El Loa era un excelente buque mercante que el gobierno
de Chile habia tomado en arriendo i armado provisoriamente
para hacerlo servir de crucero con oficiales i marineros de la
marina nacional. La pérdida del buque, que fué necesario
pagar, i mas que todo la de los tripulantes, causaron una
profunda impresión en la escuadra, i la llenaron de dolor du-
rante algunos dias. El contra-almirante chileno, puso luego
en acción a sus buzos i trabajadores, i consiguió sacar del
fondo del mar los cañones, una parte de la carga, i muchos
objetos importantes del buque perdido.
La catástrofe del Loa, en cambio, fué durante dos dias ob-
jeto de las burlas en prosa i verso de algunos de los diarios de
Lima; pero el 5 de julio un suceso de diverso carácter vino a
llamar preferentemente su atención.
Hemos contado mas atrás que después de las victorias de
Tacna i de Arica, el jeneral en jefe del ejército chileno habia
enviado al Callao uno de sus buques con un número conside-
rable de heridos peruanos para que fueran atendidos por sus
familias. El arzobispo de Lima, presidente de las ambulan-
cias de la Cruz Roja en el Perú, solicitó del contra-almirante
Riveros que se permitiera salir del puerto al trasporte Limeña
para ir a traer los heridos que quedaban, i los cadáveres de
los jefes que habian muerto en la defensa de esa plaza. El
permiso fué concedido inmediatamente. El 5 de julio volvia
al Callao el trasporte peruano después de haber desempeñado
su comisión. En Moliendo habia dejado algunos heridos i va-
rias familias que deseaban trasladarse a Arequipa, i llegaba
al Callao con 140 enfermos i con los cadáveres de Bolognesi,
de Moore i de otros oficiales. El desembarco de los heridos, i
los honores fúnebres tributados a los muertos, preocuparon
por algunos dias a las poblaciones de Lima i el Callao, i dis-
trajeron por un momento la atención de los diarios de la pro-
paganda de insultos contra Chile. Mas aun: El Nacional de
Lima llegó a publicar estas palabras: «El jefe chileno de Arica
comandante Valdivieso, ordenó que se hiciesen los honores
debidos a los restos de nuestros héroes. Ademas proporcionó
todas las facilidades para el embarque de los heridos, acom-
CAMPAÑA A LIMA 309
pañándolos en persona a bordo, i enviando dos reses para que
pudiesen disfrutar de carne fresca durante el viaje. Lo valien-
te no quita lo cortes. La hidalguía aun entre enemigos siem-
pre será respetada i ennoblece a aquellos que la poseen/>.
Estos aplausos a la jenerosidad de los vencedores, los pri-
meros i quizá los únicos que hemos hallado en la prensa del
Perú, no fueron de larga duración. Pocos dias después, los
diarios peruanos renovaban la guerra de denuestos i de pro-
vocaciones que mantenían desde dieciocho meses atrás; i an-
tes de dos meses la lucha sangrienta i destructora habia re-
comenzado. Las operaciones bélicas enfrente del Callao, sus-
pendidas intencionalmente por la escuadra chilena durante
cerca de tres meses, aun después de ser nuevamente provo-
cada por los peruanos con la celada que produjo la pérdida
del Loa, volvieron a renovarse desde que Chile se convenció
de que su enemigo no creia llegada la hora de la cordura.
En efecto, en los dias 30 i 31 de agosto, i i 3 de setiembre,
el crucero chileno Angamos, armado de un cañón de largo
alcance, lanzó con calculados intervalos sobre la dársena i las
baterías de la plaza, hasta noventa bombas que destruyeron
un pontón, que causaron algunos daños i que mantuvieron a
la guarnición i a los habitantes del Callao en la mayor zozo-
bra. Los fuertes de tierra no podían contestar los fuegos del
crucero chileno; pero el último día de bombardeo, los marinos
de la plaza hicieron salir en contra de aquél, las lanchas ca-
ñoneras que tenían a su disposición. Uno de los buques blo-
queadores, la corbeta O'Higgins, se puso en movimiento so-
bre ellas, i las obligó a volver a guarecerse bajo el fuego de
los fuertes.
Mientras tanto, la escuadra chilena mantenía rigorosamen-
te bloqueados los puertos vecinos al Callao. La cañonera Co-
vadonga, que cerraba el de Chancaí, situado un poco mas al
norte, divisó en la tarde del 13 de setiembre una lancha i un
bote que estaban cerca de tierra. La lancha fué echada a
pique de un cañonazo; i el bote, que estaba abandonado, fué
conducido al lado de la Covadonga. El comandante de este
buque, dio la orden de izarlo; pero en el momento de ejecutar
310 GUERRA DEL PACÍFICO
esta operación, estalló un torpedo de dinamita. La cañonera
chilena, cuyo costado habia sido abierto, comenzó a sumer-
jirse en el acto dando apenas tiempo a veintinueve de sus
tripulantes para tomar uno de los botes del buque. Remando
activamente con rumbo al sur, a pesar de los fuegos de rifle
que se les dirijian de tierra, llegaron felizmente a Ancón, don-
de los tomó á su bordo la cañonera Pilcomayo que bloqueaba
este puerto. Veinte de los náufragos, i entre ellos el coman-
dante de la Covadonga, perecieron ahogados o muertos por
la fusilería peruana, i los restantes, en número de 43, alcan-
zaron a Ikgar a tierra i fueron tomados prisioneros.
La pérdida de la Covadonga tenia poca importancia en sí
misma. Era un buque viejo i pequeño, pero mui apreciado en
Chile por los gloriosos recuerdos que simbolizaba. El 21 de
mayo de 1879 había sostenido combate con la fragata enco-
razada Independencia, arrastrando a ésta a los escollos en que
se destrozó. La muerte de una parte de la tripulación de la
Covadonga, llevó nuevamente el duelo a las naves bloquea-
doras. Los buzos de la escuadra, apoyados por la cañonera
Pilcomayo que puso en fuga a las tropas de tierra que quisie-
ron impedir esta operación, estrajeron del fondo del mar en
los dias subsiguientes los cañones, los riñes i los sables de la
nave perdida.
Este trájico accidente fué celebrado en Lima i en el Callao
como una victoria. «Comienza a volverse la oración por pa-
siva, esclamaba El Nacional el 15 de setiembre. El carro triun-
al de Chile se detiene. ¡A las armas, pues, ciudadanos! ¡A las
armas! La Covadonga está sepultada para siempre. Con ella
comenzaron los triunfos pasajeros de Chile: con ella va a dar
principio la gloriosa campaña que pondrá término a tantos
crímenes, tanta farsa i tanta bambolla de heroísmo falsifica-
do» ^.
6. En esos mismos dias la prensa de Lima publicaba la noticia del nau-
frajio del monitor Huáscar que a la sazón se hallaba en Valparaíso limpiando
sus fondos i tomando cañones mas poderosos que los que hasta entonces
cargaba. Según La Opinión Nacional de Lima del 17 de setiembre, una bar-
ca sueca habia visto a la altura del puerto del Cobre unos mástiles flotantes;
CAMPAÑA A LIMA 311
Tanto entusiasmo produjo el efecto de envalentonar a los
marinos peruanos, i de incitarlos a acometer empresas mas
atrevidas que las que habian intentado hasta entonces. Los
chilenos habian desembarcado en la isla de San Lorenzo, que,
como dijimos, está situada enfrente del puerto, formando
entre ella i la tierra firme un canal de poco mas de dos millas
de ancho. En esa isla habian establecido sus almacenes de
depósito, custodiados por una pequeña guarnición. El i6 de
setiembre, algunas horas antes de amanecer unos doscientos
soldados peruanos, embarcados en algunas lanchas cañone-
ras, atravesaron el canal i tomaron tierra en la isla con el
mayor sijilo. La guarnición chilena, inferior en número, se
colocó inmediatamente en una altura cercana al lugar del
desembarco, i desde allí rompió de improviso el fuego sobre
los asaltantes. Sorprendidos éstos en su empresa, tomaron
en el acto la fuga abandonando algunas de sus armas, gana-
ron sus embarcaciones i se dirjieron rápidamente al Callao.
Las lanchas chilenas advertidas por las descargas de fusilería
del proyecto del enemigo, acudieron prontamente al sitio del
peligro, pero solo alcanzaron a disparar algunos cañonazos
sobre los fujitivos que corrían a colocarse bajo el amparo de
sus fuertes.
En la noche siguiente, las lanchas peruanas en número con-
siderable todavía, prepararon otra sorpresa sobre las naves
bloqueadoras, sin duda para aplicarles algunos torpedos, Pero
las embarcaciones menores de los chilenos, saliéndoles al en-
cuentro, las detuvieron en su camino, las acosaron por todos
lados con sus cañones i con sus rifles i las obligaron a retroce-
i como en los dias anteriores habia ocurrido allí una gran tempestad, i como
el Huáscar habia pasado por esos lugares en su viaje a Valparaíso, era seguro
que había naufragado i que los mástiles eran los últimos restos de su arbo-
ladura. El pueblo de Lima muí propenso a dejarse engañar por esas ilusio-
nes, creyó perfectamente la noticia del naufrajio del monitor chileno.
Un mes después, los plenipotenciarios peruanos que habian ido a Arica
para las negociaciones de que hablaremos mas adelante, vieron entrar al
puerto al monitor que creían perdido, i que sin embargo llegaba recién pin-
tado i con nueva artillería. No acertaban a creer que fuera una realidad lo
que estaban viendo, tan convencidos estaban de que el Huáscar habia nau-
fragado.
312 GUERRA DEL PACÍFICO
der a toda prisa para buscar su salvación cerca de tierra. Las
baterícLS del puerto rompieron también sus fuegos sobre las
lanchas chilenas; pero la oscuridad de la noche, si bien aumen-
taba la confusión del combate, fué causa de que éste produ-
jera tan pocos estragos que los chilenos no tuvieron mas que
un solo herido. Las pérdidas de los peruanos, que su prensa
ocultó obstinadamente, debieron ser superiores. Después de
este segundo fracaso, los defensores del Callao, convencidos
de que no podian burlar la vijilancia del enemigo, se abstu-
vieron de nuevos intentos de sorpresa de ese jénero.
La obstinada persistencia de los peruanos para prolongar
esta guerra a pesar de todos los desastres sufridos, la jactan-
cia de su prensa i de sus proclamas que no hablaban mas que
de ios triunfos que iban a alcanzar en breve tiempo, la apli-
cación de torpedos por medios reprobados en la guerra, puesto
que no esponian a sus autores a ningún peligro, hablan deci-
dido al gobierno chileno a proceder mas enérjicamente con-
tra el enemigo, como contaremos mas adelante. En esta vir-
tud, ordenó el bombardeo de los puertos vecinos al Callao,
que estaban resguardados por tropas peruanas, i desde los
cuales se organizaban esas acechanzas.
Para curnplir estas órdenes, el 22 de setiembre, la fragata
Cochrane se apostó enfrente de Chorrillos, la cañonera Pilco-
mayo, en Chancaii el blindado 5/awco Encalada en Ancón, i co-
menzaron el bombardeo de estos tres puertos. Los dos últimos
sufrieron averías de consideración, pero no así el primero que
era el mas importante^ de los tres. Situado éste sobre un alto
barranco, i resguardado al sur por un morro mas elevado
aun, el Cochrane, para precaverse contra los torpedos que se
decia haber en la bahía, tuvo que colocarse a una distancia
considerable de tierra, i que diiijir sus fuegos por elevación.
Por tanto, sus punterías fueron poco seguras: de las ochenta
bombas disparadas, solo trece cayeron en el pueblo i causaron
algunos daños. Los peruanos habían colocado en esas alturas
diez cañones de campaña; pero sus fuegos, aun mejor diriji-
dos de lo que eran, no podian causar grandes averías en un
buque de las condiciones de la encorazada chilena. Solo uno
CAMPAÑA A LIMA 313
de sus tiros tocó a ésta; i éste apenas le ocasionó un daño in-
significante en las obras de madera. : :.
Así, pues, el bombardeo del 22 de setiembre, no tuvo otro
resultado positivo que exaltar la vanidad nacional de los de-
fensores de esos puertos. Creyóse firmemente que los cañones
de campaña colocados en Chorrillos habian derrotado a la
fragata chilena; i la prensa de Lima, tan dispuesta a conver-
tir en grandes triunfes los mayores desastres de sus armas,
lanzó entonces el grito de ¡victoria! «La marina de Chile, decia
con este motivo el diario oficial de la dictadura peruana, ha
escrito ayer una pajina mas de vergüenza en su ignominiosa
historia de la presente guerra». I luego, atribuyendo a Piérola
est2 im ajinarlo triunfo, agregaba:
«Chorrillos debe su salvación a la enerjía i actividad del
jefe del Estado, circundado por nuestros marinos i nuestros
soldados, que han vuelto a demostrar todo lo que el pais tiene
qu i* esperar de ellos para castigar en un dia mui próximo la
insolencia i el crimen de nuestros tan pérfidos como gratuitos
enemigos».
«Eso que el gobierno concibió i ejecutó, decia otro diario.
La Patria de Lima, debe estimarlo el pais como una revela-
ción de lo que se concebirá i ejecutará en defensa suya cuando
llegue el dia de la venganza. — El pais debe, pues, mantener
firme su fe en la seguridad del triunfo definitivo, porque así
S2 le ha ofrecido i porque tal será el premio que reciban los
que no desconfiaron de su propio esfuerzo. Nó, el Perú no
puede ser vencido en la presente guerra, porque el Perú de-
fiende la justicia, i la justicia es Dios».
Las ilusiones del gobierno de la dictadura i del pueblo de
Lima después de este pretendido triunfo llegaron a rayar en
verdadera locura. El diario oficial de Piérola en su número
de 4 de octubre, profetizaba que a esas horas debia haber
caido ignominiosamente el presidente de Chile, víctima de
una revolución popular, i lo que era mas cómico todavía,
compadecía jenerosamente a «ese hombre infortunado». — «La
esplosion de tan justo sentimiento, decia con este motivo, ha
debido ser tremenda en Chile, i el bamboleante gobierno de
314 GUERRA DEL PACÍFICO
Pinto es mui difícil que haya podido resistirla. A esta hora,
el infortunado presidente Pinto habrá descendido las gradas
del palacio de Santiago, llevando el remordimiento de haber
desencadenado en su pais las tormentas populares de que él
ha sido la primera víctima. . . Chile se encuentra ahora en una
pendiente, en la que nada puede detenerlo ya. La hora del
desengaño i del castigo ha sonado ya para él . . . Si el arrepen-
timiento i un noble propósito de reparar los daños causados
por su insensata ambición, no hacen escuchar a Chile sus ad-
vertencias, mui pronto recibirá su merecido escarmiento».
El diario oficial del Perú acababa por recomendar a Chile que
aprovechase «los amistosos oficios de una nación amiga» para
implorar la clemencia de su afortunado rival.
Cuando esto se escribía en Lima en el diario oficial de la
dictadura ¿debe estrañarse que los aj entes del Perú en el es-
tranjero publicasen cada semana un triunfo fantástico de sus
ejércitos? ¿Habia la menor seriedad en un gobierno que se
había trazado esta línea de conducta? Los triunfos ilusorios
délas armas peruanas, por una parte, i las esperanzas en una
revolución que según anunciaban los diarios de Lima, debia
estallar en Chile, eran el tema constante de la prensa de esa
ciudad. I, lo que parece increíble, el populacho i mucha jente
de un rango mas elevado, se dejaban engañar con este siste-
ma de falsas noticias, destinado, según se decia, a «retemplar
el patriotismo». Así se comprenderá el efecto terrible que de-
bía producir en esa población cada uno de los desastres que
esperimentaba el Perú.
Después de estos combates, el bloqueo del Callao i de los
puertos inmediatos, volvió a un largo periodo de monotonía
i de calma, que no interrumpieron los nuevos esfuerzos de las
autoridades de tierra para aplicar torpedos a las naves chile-
nas. El 10 de octubre, el blindado Cochrane hizo estallar a 200
metros de su costado un torpedo automático lanzado contra
él. Dos días después, la cañonera Pilcomayo echaba a pique
en Ancón una balandra peruana que parecía ocultar una má-
quina de guerra de la misma especie. La vijilancia ínteh jente
CAMPANA A LIMA
3ié
de los maxinos chilenos iba a hacer imposible todas las ace-
chanzas que se fraguaban contra ellos 7.
En esos momentos, las operaciones de la guerra llamaban
también preferentemente la atención de los belij erantes hacia
otros puntos. De ellas vamos a hablar en los capítulos siguien-
tes.
7. Aunque la relación de todos estos incidentes del bloqueo del Callao
tenga poco interés, i aun con temor de fatigar la atención de nuestros lecto-
res, no hemos podido prescindir de referirlos para presentar el cuadro com-
pleto de las operaciones marítimas i militares de la guerra del Pacifico.
^^'^
CAPITULO IV
Operaciones i aprestos militares en tierra, de Julio a
setiembre de 1880
Una pequeña división chilena espediciona a Tarata, i aniquila i dispersa a
las montoneras peruanas. — El dictador del Perú llama a las armas a
toda la población de Lima i cr«a el ejército de reserva. — Entusiasmo cojí
que esta idea es recibida por la prensa. — El gobierno peruano anuncia
por todas partes su próxima victoria sobre los chilenos. — El arzobispo
de Lima ofrece al gobierno las joyas de los templos. — Importancia real
de este ofrecimiento. — Organizacion]^curiosa dada al ejército de reserva.
— Amenazas constantes contra Chile, recargadas después de la primera
revista de la reserva. — Organización del ejército de Arequipa. — Aprestos
de Chile para la campaña sobre Lima. — Falsas noticias que se haciau
circular en Lima sobre estos aprestos.
Después de las batallas de Tacna i de Arica, el ejército ven-
cedor quedó acampado en estas dos ciudades, tomando algún
descanso de las imponderables fatigas de la campaña ante-
rior. Las penosas marchas al través de los abrasadores are-
nales del desierto, las privaciones que habia sido preciso,
sufrir, i hasta el cansancio de las bestias de carga, exijian al-
gún tiempo de reposo bajo un clima que en esa estación (junio
i julio) era bastante benigno. El enemigo habia abandonado
318 QUEBRA DEL PACÍFICO
aquella r ejión, i todo hacia creer por el momento que mejor
aconsejado por sus últimos desastres, el gobierno peruano se
inclinaría a poner término a una guerra que le costaba tantos
i tan estériles sacrificios i tan repetidas derrotas.
Un dia se supo en el campamento de Tacna que una
montonera enemiga habia asaltado de improviso a cuatro
oficiales i un médico del ejército que viajaban desprevenidos
en las cerranías de la cordillera vecina. Dos de los oficiales
fueron hechos prisioneros; pero los que salvaron, pudieron
llevar la noticia de esta inesperada sorpresa. La tropa que
salió en persecución de aquella montonera, no consiguió darle
alcance. Pero luego se supo que en el pueblo de Tarata, en
medio de las montañas, se habian reunido algunas fuerzas
peruanas, i que preparaban otros ataques de la misma natu-
raleza.
El jeneral Baquedano dispuso inmediatamente que mar-
chase una pequeña división sobre aquel lugar. Un batallón
de infantería, 75 jinetes, dos cañones i dos cirujanos mihtares
formaron esta división. El 19 de julio se puso en marcha bajo
las órdenes del coronel don Orozimbo Barbosa. El viaje por
aquellos caminos era sumamente penoso i ademas lleno de
peligros. Las cerranías ofrecían a cada paso ásperos desfila-
deros en que era muí difícil marchar con artillería, i suma-
mente fácil al enemigo organizar la resistencia o preparar una
sorpresa. El coronel Barbosa, sin embargo, anduvo mas de
dos días sin encontrar otra cosa que los vestí j ios de los gue-
rrilleros peruanos que parecían huir replegándose hacia Ta-
rata.
El tercer dia de marcha, esto es el 21 de julio, i cuando ya
se hallaba a legua i media de ese pueblo, la división chilena
fué recibida por un vivo aunque desordenado fuego de fusil
que se le hacia desde lo alto de un portezuelo bastante escar-
pado. El enemigo ocupaba posiciones excelentes, detras de
rocas que lo hacían casi invisible, i cerraba perfectamente ej
camino que conduce a Tarata. La artillería no podía funcio-
nar en el lugar que ocupaba el coronel Barbosa, i fué preciso
intentar otro medio áb desalojar al enemigo. Una columna
CAMPAÑA A LIMA 319
de 200 infantes i de 50 jinetes, hizo una fatigosa vuelta por
aquellos cerros, fué a ocupar los alrededores de la ciudad,
para tomar al enemigo por la retaguardia. El resto de la di-
visión comenzó en seguida a trepar por el desfiladero. Des-
pués de un tiroteo de tres cuartos de hora, las fuerzas perua-
nas se desbandaron en precipitada fuga dejando en el campo
26 muertos, i 24 prisioneros, uno de los cuales era el jefe de
ellos, el coronel don Leoncio Prado, hijo del ex-presidente del
Perú, i un subteniente. Los restos de las fuerzas peruanas
lograron sustraerse a la persecución por lo escabroso de aque-
llos cerros, pero Tarata quedó abierta a los vencedores. Se
juzgará de la calidad de las tropcis peruanas que habia en este
lugar, diciendo que a pesar de las ventajosas posiciones que
ellas ocupaban, los chilenos no tuvieron mas que un muerto
en la refriega.
Ocupada Tarata el mismo dia, el coronel Barbosa avanzó
hasta Ticaco, envió partidas en diversas direcciones sin hallar
enemigos, i permaneció en esos lugares hasta que pudo con-
vencerse de que no habia en todos los alrededores un solo
hombre en estado de organizar ni de oponer la menor resis-
tencia 1. Desde ese dia no volvieron a aparecer montoneras
en muchas leguas a la redonda de los territorios que ocupa-
ban los chilenos. Las tropas peruanas que en esos momentos
trataban de reorganizarse, estaban mui lejos de esos lugares,
en Lima i en Arequipa.
En efecto, en esos mismos dias el dictador Piérola desple-
gaba una grande actividad para organizar un ejército formi-
dable en la capital del Perú. Habia llegado alli la noticia de
que en Chile se hablaba de una próxima e inevitable espedi-
cion a Lima, de que se formaban nuevos cuerpos de tropas
con este objeto, i de que la opinión pública pedia una acción
enérjica i decisiva en la marcha de las operaciones. Aunque
no se daba entero crédito a estas noticias, i aunque la prensa
I. En el cuadro que nos hemos trazado en este libro no podemos hacer
entrar mas pormenores sobre esta espedicion. El lector puede hallarlos en
una interesante relación publicada en El Ferrocarril de Santiago de 20 de
agosto de 1880.
320 GUERRA DEL PACÍFICO
peruana no cesaba de repetir que Chile no estaba en situación
de acometer una empresa de tamaña magnitud, er gobier-
no de la dictadura queria estar preparado contra todo
evento.
Habia en esos momentos entre Lima, el Callao i sus alrede-
dores un ejército disponible de nueve a diez mil hombres, que
podia elevarse fácilmente al doble o mas, con nuevas levas
hechas en esas ciudades o en las provincias vecinas. Induda-
blemente, para resistir a las tropas chilenas, que en el curso
de la guerra liabian desplegado a no caber duda las dotes de
solidez i disciplina, se necesitaba un ejército en regla, solda-
dos diestros en la maniobra i en el ejercicio de las armas, i
oficiales competentes i animados de un verdadero espíritu
militar. Pero, para esto se necesitaban recursos de dinero de
que no podia disponer el gobierno del Perú. La ocupación
por los chilenos de las salitreras de Tarapacá i de casi todos
los depósitos de guano por una parte, la ocupación o el blo-
queo de los principales puertos de esa república por otra,
hablan cegado casi por completo sus principales fuentes de
entradas. Agregúese a esto que el gobierno del Perú pagaba
entonces las consecuencias de treinta años de imprevisión i
de desórdenes financieros. Le era imposible levantar emprés-
titos en el esterior. Su papel moneda habia llegado al colmo
de la depreciación, i las nuevas emisiones habrían reagravado
mas aun si esto fuese posible, aquella desastrosa situación.
En el cambio sobre Europa, el peso se tasaba en 6 i 5 peni-
ques. El comercio pasaba por una crisis horrible, aumentada
por la guerra. Ante este estado de cosas, Piérola no podia
aumentar indefinidamente su ejército de línea, porque aun
sin pagar a los soldados, le habría ocasionado gastos que no
podia satisfacer. Se limitó, pues, a aumentar hasta donde le
fuera dable el número de sus tropas, i llamó a todo el mundo
alas armas, creando la institución que él llamó reserva.
Este fué el orí jen de un famoso decreto dado el 27 de junio
de 1880, que tenia por objeto llamar al servicio de las armas
a todos los habitantes de Lima. Pero era menester que este
llamamiento fuese acompañado de alguna pomposa declara-
CAMPAÑA A LIMA 321
cion del poder i de los recursos militares del Perú, i por eso
fué encabezado con las siguientes líneas:
«Nicolás de Piérola, jefe supremo de la república i protec-
tor de la raza indíjena. — Considerando: Que teniendo Lima
sobrados elementos para defenderse por sí sola contra cual-
quiera tentativa de agresión del enemigo, es conveniente
colocarla en condiciones de realizarlo sin esfuerzo; a fin de
ponerla a cubierto de ella i permitir al gobierno emplear el
ejército activo como lo aconseje la mas rápida prosecución
de la guerra; decreto etc., etc.»
Se declaraba en seguida a la ciudad i provincia de Lima en
pié de defensa militar, i se mandaba que todos los peruanos
habitantes de ella de i6 a 6o años, sin distinción de condición,
clase o empleo, procedieran a enrolarse en la reserva movili-
zada o sedentaria en el improrrogable plazo de quince dias.
Todos los reservistas quedaban obligados a concurrir diaria-
mente desde las diez de la mañana hasta las dos de la tarde a
los ejercicios doctrinales. Durante estas horas debían perma-
necer cerrados los almacenes, tiendas i casas industriales. La
penalidad aplicada a los infractores de este decreto debía ser
tremenda. Solo quedaban exceptos del servicio los eclesiásti-
cos, los médicos, farmacéuticos i empleados de los hospitales,
i algunos funcionarios de la administración pública. Por el
mismo decreto, el dictador exijia la entrega de todas las ar-
mas que se hallasen en poder de particulares, bajo conmina-
ción de ser considerados traidores a la patria i de quedar su-
jetos a las penas de tales «los que no cumplieren con entregar-
las o con no declarar su existencia en ajeno podep>. Esta
última medida era del todo innecesaria, porque el Perú tenia
abundantes depósitos de armas, i porque seguía recibiendo
nuevas remesas por los puertos del norte;
La prensa de Lima aplaudió este decreto con el mismo en-
tusiasmo con que habría celebrado la mas espléndida victoria
de sus armas. ¡El Perú está salvado! se decía por todas partes.
El diario oficial de la dictadura, dando cuenta de este entu-
siasmo, se espresaba en los términos que siguen: «El llama-
miento que el jefe supremo de la República ha hecho a los ve-
TOMO XVI. — 2í
322 GUERRA DEL PACÍFICO
cinos de la provincia de Lima para organizar la defensa de la
capital, ha sido acojido con todo el patriótico entusiasmo que
era de esperarse de las actuales circunstancias. . . La con-
fianza que su actitud inspira al gobierno, no solo deja espe-
dita su libertad de acción, sino que será un motivo mas de
reflexión i de duda para la realización de los quiméricos pro-
yectos de nuestros invasores. . . Este tierno e imponente
llamamiento satisface en gran parte las aspiraciones del pa-
triotismo, responde a las exijencias del presente i difunde el-
aliento allí, donde los reveses últimamente sufridos lo habian
atenuado o estinguido».
, Mas lejos, todavía, fueron los otros diarios en su confianza
en la victoria i en sus amenazas a Chile. «La guerra comienza
hoi, decia La Patria de Lima, puesto que se la mira con toda
la seriedad que ella reclamaba desde el principio». «Los chile-
nos, decían otros, encontrarán indefectiblemente su tumba
en Lima». Esos diarios parecian olvidar que esta misma ame-
naza, con las mismas palabras, habia sido hecha a los chilenos
antes de la campaña de Tarapacá, i repetida con particular
insistencia antes de la campaña de Tacna. «Nuestra firme
convicción en el próximo triunfo, decia jE^/ Nacional de Lima
con este motivo, vale mas que todas las escuadras i cañones
del enemigo».
Desde ese dia, el gobierno de la dictadura se mostró alen-
tado por la mas absoluta confianza en el poder de sus recur-
sos, i en la seguridad indeclinable de su próximo triunfo. De
allí se orijinó un verdadero diluvio de notas i de circulares
despachadas de las oficinas de gobierno, i destinadas a anun-
ciar a todas partes la inevitable derrota de los chilenos en la
próxima campaña 2. El ministro del culto se dirijió al arzo-
2. Parece que las monjas de Lima, viendo el estado de las cosas con mas
claridad que el gobierno peruano, no abrigaban la misma confianza en la^
victoria, i que creyendo al pié de la letra todas las absurdas exajeraciones
de la prensa, estaban persuadidas de que los chilenos iban a invadir i a sa-
quear sus claustros. El sub-prefecto de Lima quiso calmar su inquietud anun-
ciándoles la próxima i segura victoria de las armas peruanas; i al efecto di-
rijió a todas las abadesas de los monasterios la siguiente circular:
CAMPAÑA A LIMA 323
bispo de Lima para darle estas seguridades en los términos
siguientes:
«El gobierno, que tiene la indefectible convicción de nues-
tro triunfo, a medida de ella está resuelto a no detenerse ante
consideración, ni estorbo de ninguna especie, para realizar
la provisión de elementos de combate i proseguirla sin tregua,
hasta alcanzarlo, dure lo que dure i cueste lo que cueste.
Cualesquiera que sean nuestros contrastes, el único limite a
la resistencia puede ser la existencia de los peruanos, i, si el
enemigo quiere vencemos, ha de saber, desde ahora, que para
asentar su triunfo, necesita no dejar en pié un solo hombre
en el Perú.»
La confianza en la victoria habia llegado también hasta el
arzobispo de Lima. En su contestación a la nota del gobierno,
se felicita del inquebrantable propósito del jefe supremo del
estado, persuadido, dice, de que Dios otorgaría la victoria
definitivamente al Perú. Con este motivo, ofrecía al gobierno
las joyas de los templos; pero exijia también que las señoras
se desprendieran de sus alhajas i las personas acaudaladas de
una parte de su fortuna. «La iglesia ofrece las joyas de sus
templos, dice con este motivo, ¿qué mucho que las señoras
ofrezcan las suyas i los acaudalados una parte de su fortuna,
i todos algo, por pequeño que sea, para conservar limpia la
frente de la patria i circundarla de laureles al fin de la jorna-
«A la superiora del convento de . . . Reverenda madre: La maledicencia
que se ensaña con la jente inocente i virtuosa, viene esparciendo noticias
alarmantes que irritan e inquietan los espíritus, i éstas se propagan hasta
los claustros donde hai mas campo para darle crédito, en razón de la poca
facilidad de ponerse al corriente de la política. El deseo de tranquilizar el
ánimo de su R. i de las dignas esposas de Jesucristo que forman la comuni-
dad de ese inviolable convento, me ha decidido a dirijirme a su R. para en-
sancharla manifestándole que no debe abrigar temor alguno de la profana-
ción de sus claustros con la guerra, pues la capital se halla perfectamente
resguardada para contener al enemigo, caso que en su inicua alevosía inten-
tara atacarla. Nuestras desgracias del sur no se repetirán en Lima; confie su
•R. en ello, i siga tranquila junto con sus virtuosas hermanas, en sus prácti-
cas relijiosas, pidiendo al Todopoderoso por el rápido triunfo de nuestras
armas.
«Con sentimiento de respeto i consideración me es honroso suscribirme de
su R. mui atento i seguro servidor.. — Mariano C. Bustamante.»
324 GUERRA DEL PACÍFICO
da?» Mas tarde veremos repetirse estas mismas exijencias en
términos amenazadores. La prensa de Lima, alentando los
malos instintos de la plebe, que constituia la fuerza del poder
de la dictadura, llamó ladrones enriquecidos con la esplota-
cion del erario nacional a los capitalistas peruanos que en
aquella situación, no se desprendian de sus tesoros, i provo-
caba imprudentemente los crímenes i saqueos que debian se-
guirse a la derrota.
La misteriosa reserva con que el gobierno de la dictadura
peruana dirijia todo lo relativo a la administración de los
fondos públicos, no teniendo que dar cuenta a nadie de los
gastos que hacia, no nos permite apreciar la importancia del
ofrecimiento de las joyas de los templos, con que, sin embar-
go, se hizo mucho ruido para estimular nuevos donativos i
para infundir temor i desconfianza al enemigo. Pero tenemos
razones para creer que él no llevó un gran continjente de re-
cursos al tesoro peruano. Los templos de ese pais, mui ricos
en la época del coloniaje, habian caido mucho de su antigua
opulencia. La guerra de la independencia, primero, i luego
las constantes i prolongadas guerras civiles habian dado cuen-
ta de una gran parte de esos tesoros; pero el despilfarro que
desde muchos años atrás habia invadido todos los ramos de
la administración pública, habia sido su mas formidable ene-
migo. Creemos, sin embargo, que los bienes de las iglesias
suministraron alguna plata labrada que sirvió al dictador
para intentar una complicada e infructuosa operación finan-
ciera con que esperaba dar valor al papel moneda. Consistió
ésta en hacer acuñar algunos miles de pesos en monedas de
plata, del valor de veinte centavos de peso, con el nombre de
incas i con esta inscripción, alusiva a las circunstancias: Pros-
peridad i poder por la justicia ^.
3. Se comprenderá mejor la deplorable situación financiera del gobierno
de la dictadura por los dos hechos que pasamos a referir.
Habia entonces en Chile cerca de 3,000 prisioneros peruanos entre jefes,
oficiales, soldados i marinos, a todos los cuales les debia su gobierno muchos
meses de sueldo.'El gobierno chileno se habia encargado de hospedarlos i de
alimentarlos pagando doce pesos mensuales por soldado, 23 pesos por oficia-
les hasta capitán i 28 pesos por jefes de capitán para arriba, lo que le ocasio-
CAMPAÑA A LIMA 325
El cumplimiento de los decretos del dictador respecto a la
organización de la reserva no se hizo esperar largo tiempo.
Don Juan Martin Echeñique, «coronel de infantería de ejér-
cito, prefecto del departamento de Lima i comandante en
jefe del ejército de reserva», i don Julio Tenaud, jefe de estado
mayor de este mismo eiército, ordenaron con fecha de 9 de
julio, que desde el domingo 11 hasta el sábado 17 de ese mis-
mo mes se presentasen, bajo las penas mas severas, todos los
peruanos habitantes de Lima a inscribirse en sus cuerpos res-
pectivos. Debia darse principio a la inscripción, para «reves-
tirla de la mayor solemnidad», con una gran fiesta militar,
salvas de artillería, músicas, etc. Según las disposiciones de
este decreto, la reserva se distribuiría en diez divisiones i dos
brigadas, formada cada una de ellas por hombres de profesio-
nes u oficios análogos o semejantes *. «
naba un desembolso considerable. En cerca de un año que duró la detención
de los prisioneros de Tacna i de Arica i en mas de un año que duró la de los
que fueron tomados en la campaña de Tarapacá. no recibieron de su gobier-
no mas que una remesa de dos mil libras esterlinas con que no se alcanzó a
pagar ni siquiera medio mes de sueldo a cada uno de ellos. El gobierno de
Bolivia.por su parte, no envió jamas un solo peso a sus soldados i jefes pri-
sioneros.
Hé aquí el otro hecho. El antiguo arzobispo de Lima don José Sebastian
de Goyeneche, fallecido en 1872, habia dejado una fortuna colosal, de mu-
chos millones i habia legado 50 mil pesos a los establecimientos de benefi-
cencia de Lima, i 150 mil a los de Arequipa. El dictador Piérola, por decreto
cíe 6 de julio de 1880, i considerando, dice, que la inmensa fortuna de la fa-
milia del arzobispo se formó en el Perú, que este prelado usufructuó las dos
ricas mitras de Arequipa i de Lima, que el Perú tenia comprometida en la
guerra su integridad, su honra i su soberanía, i por último, que la dictadura
estaba investida de facultades omnímodas, i entre ellas de las de lejislador,
correspondiéndole por tanto el poder de «declarar la voluntad interpreta-
tiva de los testadores», manda que los 200 mil pesos de estos legados «se ha-
gan efectivos dentro de tercero día, computándolos en metálico, según el
valor de la circulación monetaria en la época del testamento, i se apliquen a
las necesidades de la guerra, por via de préstamo», i para pagarlos en mejo-
res tiempos. La entrega debia hacerse en oro o plata sellada, o en buenas
letra<^ sobre Londres, por un valor igual i sin pérdida en el cambio.
4. Para que se comprenda mejor esta curiosa distribución de los soldados
de los ejércitos de reserva del Perú, copiamos en seguida íntegros los arts.
2.0 i 3.0 del decreto dado por el prefecto de Lima el 9 de julio de 1880. Helo
aquí:
*Art. 2.3 Los ciudadanos de la i.** división, comandada por el señor coro-
326 GUERRA DEL PACÍFICO
La prensa de Lima entre tanto, no tenia palabras con que
encomiar a los autores de estas disposiciones. Según ella, esos
decretos, asi como los pasos dados para reconstruir la confe-
deración perú-boliviana, iban a producir el asombro i el te-
rror en Chile, demostrando a este pais cuan quimérico seria
el pensamiento de atacar a Lima. «El Perú, decia La Patria
de ese mismo dia, renace en cada revés, engrandeciendo su
causa, a la vez que arroja los cimientos de una revolución
nel don José Unánue, i que se formará de los señores vocales i jueces, abo-
gados i bachilleres, empleados judiciales, procuradores i escribanos, i ama-
nuenses de abogados i de escribanos, concurrirán al palacio de justicia.
«Los de la 2.^ división, comandada por el señor coronel don Pedro Correa i
Santiago, i que se formará de los propietarios, banqueros, jefes de casas de
comercio, de almacenes i empleados i dependencias de éstos, concurrirán a
la plaza de San Pedro.
«Los de la 3.^ división, comandada por el señor coronel don Serapio Orbe-
goso, i que se formará de los profesores i estudiantes, concurrirán a los claus-
tros de la Universidad.
«Los de la 4.^ división, comandada por el señor coronel don Juan de Aliaga
i Puente, i que se formará de los arquitectos, empresarios de obras públicas
carpinteros i albañiles, concurrirán a la plaza de Santa Ana.
«Los de la $:'^ división, comandada por el señor coronel don Juan Peña i
Coronel, i que se formará de los sastres, sombrereros, zapateros, talabarte-
ros i trenzadores, concurrirán a la plazuela de San Agustin.
«Los de la 6.^ división, comandada por el señor coronel don Ramón Mon-
tero, que se formará de los plateros, hojalateros, maquinistas, herreros, cal-
dereros, fundidores i molineros, concurrirán a la plaza de Bolívar.
«Los de la 7.^ división, comandada por el señor coronel don Dionisio Der-
teano, que se compondrá de los empleados de la administración pública i
beneficencia, periodistas, tipógrafos, i demás dependientes de imprentas,
concurrirán a la plaza principal.
«Los de la %.^ división, comandada por el señor coronel don Juan Arrieta,
i que será compuesta de los dulceros, biscocheros, pasteleros, panaderos,
sirvientes de casas i hoteles, i dueños de fondas i chinganas, concurrirán a la
plazuela del Teatro.
«Los de la g^ división, comandada por el señor coronel don Bartolomé Fi-
gari, que se compondrá de los tapiceros, pintores, empapeladores, barberos,
mercaderes ambulantes i los de oficios que no están especialmente determi-
nados en esta resolución, concurrirán a la plazuela de Santo Domingo.
«Los de la 10.^ división, comandada por el señor coronel don Antonio Ben-
tin que se formará de los empleados i operarios i peones de ferrocarril i tran-
vías, de los de las empresas del gas i del agua, lo mismo que los plomeros i
gasfiteros, concurrirán a inscribirse en la plazuela de Monserrate,
«Los ciudadanos de la brigada de artillería, comandada por el señor coro-'
CAMPANA A LIMA 327
colosal en la constitución internacional del continente . . .
Pero aun pudiera atribuirse esa actitud puramente al gobier-
no. Para que no quepa duda alguna respecto del verdadero
sentimiento el pais, el domingo próximo presentará Lima el
mas grandioso de los espectáculos acudiendo al llamamiento
de la autoridad para alistarse en las filas del ejército destina-
do a la defensa nacional. El bando promulgado señalando
lugar para el alistamiento, ha movido con un solo impulso a
toda la ciudad, i no queda entre sus habitantes ninguno que
nel don Adolfo Salmón, que se formará de la compañía de bomberos de Li-
ma, carroceros, compañía Cosmopolita, Cruz Roja, carreteros i aparejeros,
concurrirán a la plazuela de la Micheo.
«Los ciudadanos de la brigada de caballería, comandada por el señor co-
ronel don Juan Francisco Elizalde, que se formará de los aguadores, dueños
i peones de caballerizas, albeitares, cocheros i camaroneros, concurrirán a
la plazuela de San Lázaro.
«Art. 3.^ Todo ciudadano que no sea jefe u oficial de algunos de los cuer-
pos en organización, está inevitablemente obligado ainscribirse en el gremio
a que pertenezca, no pudiendo hacerlo ennigun otro.»
Los datos estadísticos que apuntamos a continuación servirán para dar
a conocer el número aproximativo de soldados con que podia contar el ejér-
cito de la reserva organizado en Lima.
Según el censo del Perú de 1876, el departamento de Lima tenia una po-
blación de 226,992 habitantes. Haciendo abstracción de los estranjeros, de
las mujeres, de los niños i de los ancianos de mas de sesenta años, la pobla-
ción viril del departamento, obligada a enrolarse en la reserva sin escusas
ni escepcion de ningún jénero, habría debido dar un ejército de 40,000 hom-
bres. Pero los decretos que recordamos solo se referían a la provincia de
Lima, esto es, a una de las seis secciones en que está dividido el departamen-
to del mismo nombre, cuya población, según el censo citado, era de 122,326:
habitantes. Así se comprenderá que el ejército de reserva no alcanzó a con-
tar mas que 18,000 individuos inscritos; i que mediante las licencias acorda-
das por favor, solo contó algo como la mitad de ese número en la víspera de
las batallas que tuvieron lugar en los alrededores de la capital.
En los diarios peruanos de esa época, se habla a veces de la población de
la ciudad de Lima haciéndola subir a 200,000 almas. Según el censo citado
de 1876, la ciudad no tenia mas que 100,156 habitantes, distribuidos en la
forma que sigue: estranjeros 15,378; indios 19,630; negros, 9,008; mestizos,
23,120; peruanos de raza blanca, 33,020.
Al leer el decreto del prefecto Echeñique de que hemos copiado las princi-
pales disposiciones, se creería que Lima era una especie de colmena en que
todos los habitantes tenían una, ocupación. Sin embargo, la estadística reve-
la que es muí difícil que haya en el mundo una ciudad de igual población con
un número mayor de vagos. Él censo lo estima en 62,243.
328 GUERRA DEL PACÍFICO
no tome puesto, cualquiera que sea la escala en que se sirva.
Hé aqui la repuesta mas elocuente a las ilusiones chilenas i a
su jactancia pretenciosa: la organización del espléndido ejér-
cito de reserva que en breve será una realidad precursora de
la buena fortuna que al cabo coronará la causa de la justicia,
en contraposición al acaso que hasta ahora ha dado triunfos
al enemigo».
Se habla anunciado por los diarios que la reserva se com-
pondría de 50,000 hombres. Sin embargo, las inscripciones
ejecutadas en virtud de estos decretos, alcanzaron a cerca de
18,000 hombres nominales, i a un efectivo que según los me-
jores cálculos, no pasaba de 15,000. Los ejercicios del ejército
denominado de la reserva comenzaron en Lima el 18 de julio.
Los soldados fueron provistos de buenas armas, i algunos
cuerpos llegaron a manejar regularmente; pero no pudo esta-
blecerse jamas la sólida disciplina a que no pueden alcanzar
las tropas organizadas en esas condiciones. La asistencia a
los ejercicios, que se efectuaban cada dia después de un toque
de campana en la catedral, fué exacta i formal en los prime-
ros tiempos; pero el entusiasmo de unos i el terror de otros a
las penas con que los amenazaban, comenzaron a desapare-
cer en breve. Las faltas fueron tan frecuentes i numerosas,
que el gobierno tuvo que conminar de nuevo a los soldados
de la reserva con los mas severos castigos, sin conseguir tam-
poco el resultado que buscaba con sus amenazas.
Sin embargo, dos meses mas tarde la opinión pública esta-
ba profundamente convencida de que el Perú estaba prepa-
rado i listo no ya para rechazar una invasión de los enemigos,
sino para invadir a Chile i ocupar militarmente a Santiago,
su capital. «Calcúlese, decia un diario de Lima el 22 de setiem-
bre, cuál habrá sido el despecho i furia de los chilenos, al con-
siderar que han malgastado tiempo, sangre i dinero en golpes
infructuosos, i que cuando creian tener vencido al Perú, se
alza éste mas altivo, mas imponente que nunca... Como
cuadrilla de bandoleros que acechan el momento oportuno
para lanzarse sobre Ja codiciada presa, los chilenos se creen a
las puertas de Lima; pero como la justicia, como fuerza ven-
CAMPANA A LIMA
gadora que persiguen al criminal hasta su escondite para ha-
cerle espiar sus crímenes, nosotros estamos mas cerca de San-
tiago que ellos de Lima».
Esta confianza ciega en el poder irresistible del Perú i en
el próximo triunfo de sus armas en la campaña inmediata,
fué todavía mucho mayor después del 24 de setiembre. Este
dia, aniversario de la patrona de las armas nacionales, pasó
el dictador una ostentosa revista que llenó de entusiasmo a
la población de Lima, i que, según decía un diario, «ostentó
su poder i la grandeza de su patrotismo». «Todo ciudadano,
agregaba mas adelante, es hoi un soldado que no tiene mas
objetivo que la guerra a muerte a las hordas invasoras. El
deseo de combatir es unánime, i solo se abriga el temor de
que nuestros alevosos contrarios no se aproximen jamas a las
puertas de la capital donde está ya preparado su hundimien-
to. Un pueblo que así piensa es un pueblo invencible. En él se
encierran todos los secretos de la victoria i todos los esplen-
dores de la libertad. Es el París de 93 que manda lo mejor de
sus hijos para aniquilar las aguerridas huestes del despotismo
en los campos de Jenmapes i Valmy. Es Moscow que con el
incendio de sus palacios detiene aterrado i estupefacto a Na-
poleón en medio de los triunfos. En la historia de la presente
campaña, no habrá pajina mas bella ni de mas fecunda ense-
ñanza que la ofrecida por Lima».
De estas arrogantes seguridades en el poder de sus ejércitos,
los periodistas peruanos, creciendo cada dia en entusiasmo,
pasaron luego a las mas violentas amenazas. «El Perú, decía
un diario el 25 de setiembre, se ha levantado como un solo
hombre, i la capital de la república ha visto realizarse el ma-
yor de los prodijios de la vida democrática: el pueblo que se
defiende por sí mismo. ¿Puede Chile, en desagravio de sus
crímenes, ofrecer al mundo un espectáculo semejante? ¿Po-
drá Chile, jamas, elevar a la alta categoría de ciudadano libre
ese tipo de perversión moral, que es su molde, i que se llama
el roto?. . . ¿Serian esas turbas de sacrilegos, violadores, in-
cendiarios i asesinos, que forman la crema de sus rejimientos,
las que Chile empuje hacia nosotros para ganar ese botin que
330 (JtJERRA DEL PACIFICO
•pregonan sus voceros, gritando: ¡A Lima! ¡A Lima!. . . Que
vengan, sí, los espera un castigo tremendo, histórico i ejem-
plaD>.
I reforzando el tono provocador i conminatorio, se escribia
el 30 de setiembre lo que sigue: «El sentimiento nacional quie-
re que la resistencia al enemigo sea sin tregua ni descanso,
que no se atienda al número, ni a los elementos bélicos; que
cada pueblo, cada villa, cada hombre se defienda contra Chile,
como se defiende el honor i la vida, como se defiende la civi-
lización contra la barbarie. El sentimiento nacional quiera
que en la presente guerra, el mundo vea la enorme superiori-
dad moral que ha existido siempre i existe del Perú a Chile.
«Es necesario castigar con mano vigorosa los atentados de
Chile contra todo derecho; es necesario no prodigarle mas una
jenerosidad que lo estimula a cometer crímenes mayores; es
necesario desplegar todo el vigor de la justicia vilmente es-
carnecida para que el castigo de Chile sea histórico, tremendo
i ejemplar. Para conseguir eso i mas, si fuere necesario, tene-
mos dos valerosos ejércitos que se han organizado en esta
misma capital con los continj entes venidos de los otros de-
partamentos; tenemos la reserva, i tenemos otro ejército en
el sur, nubecilla que dentro de poco descargará sobre las hues-
tes de Chile una tempestad de horrores» ^.
La nubecilla a que se alude en las líneas anteriores era un
cuerpo de unos cinco o seis mil soldados, organizados de cual-
quiera manera i reunidos en Arequipa.
En esos momentos, en efecto, el Perú completaba con me-
nos aparato, i también con menos resultado, otro ejército en
el territorio de Arequipa. Temíase que éste fuera en realidad
el teatro elejido por los chilenos para una nueva campaña, i
se creía alcanzar a poner esa ciudad i su provincia en estado
de resistir la invasión con las tropas salvadas de los anteriores
desastres i con los continj entes que pudieran suministrar las
5, Aun con temor de hastiar a nuestros lectores, hemos repetido estas cir
taciones i fragmentos de los diarios de Lima para dar a conocer por medio
de ellos el tono de arrogante amenaza, i la confianza que allí se abrigaba en
elpoderde sus ejércitos. . ^-
CAMPAAA A LIMA 331
provincias vecinas. Desde luego se acordó dar a esas .tropas
la denominación «de primer ejército del sur», nombre fatídico
en todo el curso de la guerra. Lo habia llevado el que bajo las
órdenes del jeneral Buendía habia sido derrotado en la cam-
paña de Tarapacá; i mas tarde se habia dado el mismo nom-
bre a las fuerzas aliadas perú-bolivianas que fueron destruidas
en la campaña de Tacna. Pero el gobierno de la dictadura
creia borar el recuerdo de esos desastres con estas puerilida-
des, i en vez de llamar a las tropas de Arequipa tercer ejército
del sur, se continuó designándolas con el nombre que dejamos
indicado.
Desde fines de junio habían ido llegando allí los fujitivos
de la derrota de Tacna, después del viaje mas penoso que es
posible imajinar, por los desfiladeros de la sierra, hasta que
pudieron tomar el ferrocarril que conduce de Puno a Arequi-
pa. Formaban unos 1,500 hombres en el mas lastimoso estado
de desnudez, desmoralizados por la derrota, estenuados por
la fatiga, i poco decididos a volver a entrar en combate.
La prensa de la locahdad, sin embargo, imitando el tono
enfático de los diaristas de Lima, tenia elojios para todos,
aun para los batallones que en Tacna habían vuelto caras al
comenzar el combate, i que por lo mismo eran los que llega-
ban mas completos a Arequipa; i a todos incitaba a volver
de nuevo a la pelea. «Estas fuerzas, sagradas reliquias de
nuestro primer ejército, decía con este motivo, están repa-
rando sus quebrantos para emprender nueva guerra, tan tre-
menda como lo es la sin par criminalidad chilena. Vosotros
que habéis jurado al pié del lábaro nacional defender la inte-
gridad, volved luego a afrontar las balas enemigas, hasta res-
catar nuestro territorio profanado por el ínvasoP>. El jefe de
las fuerzas derrotadas i cada uno de los veintitrés coroneles
que las acompañaban, tenían su parte en los pomposos aplau^
sos que se les tributaban. «Capitanes como el jeneral Montero,
decían, son el honor i el prestí jio de nuestras lej iones».
Antes de mucho tiempo, sin embargo. Montero i algunos
de los coroneles que lo acompañaban, siguieron su viaje a
Lima. Arequipa quedó con los restos del ejército derrotado.
332 GrERRA DEL PACÍFICO
i luego con los cuerpos que formaban la llamada división del
coronel Leiva, i sobre la cual hablan fundado tantas esperan-
zas los defensores de Tacna poco antes de su derrota. Allí se
reunieron también otros continjentes, que completaron el
número de poco mas de cinco mil hombres, si bien los diarios
de la ciudad hablaban de un número casi doble. Aunque ha-
bla en Arequipa muchos jefes militares, coroneles o tenientes
coroneles, el verdadero comandante era el prefecto del depar-
tamento, doctor don Pedro A. del Solar, amigo íntimo i par-
tidario acérrimo de Piérola.
En Arequipa también se provocaba al ejército de Chile en
los términos ardorosos i ultrajantes que empleaba la prensa
de Lima. Allí también se decia: <'Vengan cuando quieran los
chilenos, i aquí encontrarán su tumba», frase tantas veces
repetida, como ya dijimos, en Iquique, en Tacna, en Lima i
en todas las ciudades del Perú donde se publicaba un perió-
dico. Creíase en Arequipa que cuando llegase el momento del
peligro, el ferrocarril de Puno, que llega hasta cerca de las
fronteras de Bohvia, le traería de este país algunos millares
de soldados dispuestos a defender la alianza. Sin embargo,
cuando un poco mas tarde se anunció como cosa cierta que
los chilenos se proponían espedicionar sobre Arequipa, no solo
no se movió un solo hombre de Bolivia, sino que la prensa de
este país acusó al gobierno del Perú de imprevisión porque
los dejaba a ellos (los bolivianos) espuestos a sufrir las conse-
cuencias de una invasión.
Pero Chile no había pensado un solo momento en semejante
espedicion. Sabia perfectamente que ella, a pesar de las ame-
nazas de la prensa de esos lugares, no presentaba serias difi-
cultades; pero no quería hacer campañas que no habrían te-
nido otro objeto que satisfacer una vanidad pueril. Chile
buscaba en la guerra la manera de llegar a una paz sólida i
estable con los menos sacrificios posibles; i desechaba toda
empresa que no condujese a ese resultado.
Dos pareceres tenían dividida la opinión pública en Chile.
Querían los unos, i estos eran los mas numerosos, que se lle-
vara resueltamente la guerra a Lima, para desbaratar de un
( AMPAÑA A Liaíl o. 33
solo golpe, ti-emendo i decisivo, el centro del poder i de los
recursos del enemigo. La empresa, se decia, debe costar san-
gre i dinero; pero es menester acometerla pronto para evitar
mayores sacrificios i mayores gastos.
Otros pensaban que Chile debia quedarse en las posiciones
que habia conquistado en las dos campañas anteriores, hos-
tigar al enemigo con el bloqueo de sus puertos, demostrarle
su impotencia para moverse de sus atrincheramientos i para-
reconquistar las provincias que habia perdido, i obligarlo al
fin a pedir la paz. La dictadura peruana, decian éstos, ^e sos-
tiene porque el Perú abriga la esperanza de derrotar a los
ejércitos chilenos, si éstos van a buscarla en sus campos forti-
ficados. El dia en que Chile declare que no quiere ir a atacar-
la, ella comprenderá que no tiene poder ni recurso para salir
de sus posiciones i mucho menos para recuperar los territo-
rios perdidos. Este plan agregaban, será menos brillante, me-
nos rápido talvez; pero es mas seguro i mas económico.
El gobierno oyó estas opiniones; pero cuando vio que la
gran mayoría del pais, representada por la prensa i por las
cámaras, optaba por el primer arbitrio, se decidió por él con
toda resolución, i puso manos a la obra. Para llevarlo a cabo,
se necesitaba enviar a Lima un ejército de 25,000 hombres,
perfectamente armados i equipados, provistos de cuanto se
pudiera necesitar en la campaña, dejar entre Tarapacá, Tac-
na i Arica una división de 6,000 hombres para atender a cual-
quiera eventualidad, i tener en Chile una reserva de 10 a 12
mil soldados, listos a acudir a donde fuese necesario. Sin es-
trépito ni aparato, se dispuso la movilización de numerosos
batallones de guardia nacional, poniéndoles por primeros o
segundos jefes a oficiales probados en la campaña, se crearon
nuevos cuerpos, i se desplegó tal actividad en su instrucción
i disciplina que antes de tres meses estaban aptos para entrar
en combate. Todas las provincias rivalizaron en ardor para
enviar su continjente, sobre los que habian suministrado des-
de el principio de la guerra. Merced a este entusiasmo i a la
acción decidida de la administración pública, el personal re-
334 GUERRA DEL PACÍFICO
querido para ejecutar este plan, se completó en mui breve
plazo.
No faltaban las armas ni las municiones para esta empresa;
pero era necesario atender a los mil ramos del servicio de la
guerra i de la administración militar. El ministro de gue-
rra don José Francisco Vergara se trasladó a Tacna para dar
impulso a los aprestos de la campaña, i allí fueron llegando
los continj entes de tropas i de material que salian de Valpa-
raíso. El jeneral en jefe don Manuel Baquedano adiestraba
entre tanto el ejército a fin de tenerlo presto para el momento
en que fuera necesario partir.
Estos trabajos emprendidos i ejecutados con tan tranquila
seguridad, preocupaban como era natural, a la opinión pú-
blica, i fueron objeto de repetidas discusiones en el congreso
i en los diarios. La impaciencia llevaba a muchos a hacer
cargos al gobierno acusándolo de tardanza en la dirección de
las operaciones i en la terminación de los aprestos; i esas acu-
saciones fueron mas de una vez incómodas para el gobierno
que no podia resignarse a dar publicidad a sus aprestos ni a
los planes de campaña.
Todo aquello no tenia, en verdad, nada de estraordinario.
Era el libre ejercicio del réjimen parlamentario que en Chile
no habia sufrido la menor alteración por causa de la guerra.
La prensa i el congreso, como hemos dicho antes de ahora,
continuaban gozando de las mismas facultades i de las mis-
mas garantías que en las épocas de la mas perfecta paz. Sin
embargo, los gobernantes del Perú mecidos siempre por las
mas singulares ilusiones, dieron a estos hechos, como vimos
en el capítulo anterior, las mas estraviadas esplic aciones.
Creyeron que el gobierno chileno, impotente para llevar ade-
lante la guerra, iba a sucumbir bajo el peso de la indignación
del país que se veía engañado por sus administradores. El
misjno diario oficial de la dictadura peruana, daba pábulo a
esos rumores, obedeciendo al errado sistema de mantener en-
gañado al pais; i al fin llegó a dar crédito a las falsas noticias
que él mismo propalaba. «El pueblo chileno, se escribía ofi-
cialmente en Lima en los primeros dias de octubre de 1880,
CAMPAÑA A LIMA 335
se ha^levantado para exijir el cumplimiento de las promesas
con que se le habia pedido su sangre, i que el gobierno no
puede cumplip).
No era esto todo. El ejército chileno de Tacna estaba can-
sado de la vida de cuartel i de campamento, i ansiaba porque
se continuaran las operaciones militares. Cuando se anunció
alli que probablemente no se emprenderia la campaña sobre
Lima porque se pensaba seguir otra línea de conducta, algu-
nos jefes, muchos oficiales i muchísimos soldados, que habían
entrado al servicio obedeciendo solo a la voz del patriotismo,
solicitaron volver a sus hogares satisfechos de haber cumpli-
do su deber. Sin embargo, todos ellos renunciaron a este pro-
pósito cuando supieron que la espedicion a Lima tendría lu-
gar indefectiblemente.
Los aj entes que el Perú mantenía en Tacna, entre los po-
bladores peruanos de la ciudad, comunicaron a Lima este
movimiento de la opinión presentándolo bajo el prisma de
sus ilusiones. «Los oficiales i soldados chilenos, se decía, no
quieren hacer la campaña sobre Lima. Temen el resultado
de esta empresa, i solo piensan en volverse a sus casas». Así
se comprenderá que poco mas tarde, cuando llegó el caso de
embarcar las tropas i de emprender la marcha, se escribiese
seriamente en Lima, i que se creyese jeneralmente, que una
división del ejército chileno se había sublevado, negándose a
embarcarse.
Contra las esperanzas i las ilusiones del gobierno peruano,
la espedicion sobre Lima estaba resuelta en Chile desde el
mes de agosto. Se hacían pacientemente los aprestos necesa-
rios, i debía llevarse a cabo con toda regularidad, i con una
precisión verdaderamente matemática.
CAPITULO V
La espedicion Lynch, setiembre i octubre de 1880
Alístase una división chilena para espedicionar a las provincias del norte del
Perú. — Confíase su mando al capitán de navio don Patricio Lynch. —
Desembarca en el puerto de Chimbóte, penetra en el interior del territo-
rio enemigo e impone una contribución de guerra a una rica propiedad
de esa rejion. — Absurdo decreto de Piérola amenazando con fuertes pe-
nas a las personas que pagasen esa contribución. — Lynch hace destruir
• el establecimiento que se negaba al pago. — Marcha a Supe i se apodera
de una cantidad de pertrechos del enemigo. — Los capitalistas peruanos
hacen intervenir en su favor la diplomacia estranjera demostrando que
sus propiedades pertenecían a neutrales. — Lynch descubre el engaño en
que se habia hecho caer a los ministros diplomáticos estranjeros. — Cap-
tura siete millones de pesos en papel moneda del gobierno del Perú. —
Desembarco en Paita i destrucción de las propiedades del Estado. — Plan
de operaciones propuesto por la prensa de Lima para destruir a la divi-
sión del comandante Lynch. — Difícil desembarco en el puerto de Eten.
— Proclamas i amenazas del prefecto de Lambayeque. — A pesar de ellas,
los chilenos recorren todo el departamento sin encontrar resistencia en
ninguna parte. — Penetran en el departamento de La Libertad, cuyos
pobladores pagan puntualmente la contribución de guerra. — Desorgani-
zación i fuga de las fuerzas reunidas para resistir a los chilenos. — Los es-
pedicionarios vuelven al sur después de una campaña de dos meses. —
Resultados de esta espedicion. — Nueva espedicion a Moquegua. — Esta
ciudad paga la contribución de guerra. — ¿Sobre quién pesa la responsa-
bilidad de estas exacciones? — Violaciones del derecho de jentes cometi-
das por los peruanos.
TOMO XVI.— 22
338. GUERRA DEL PACIFICO
Cuando el gobierno de Chile adelantaba los aprestos de que
hemos hablado en el capítulo anterior, no habia perdido por
completo la esperanza de hacer entender al enemigo^ que -era
llegado el caso de poner término a una guerra tan funesta ya
para la alianza perú-boliviana. Creia entonces que todavía
era posible demostrar prácticamente al enemigo la imposibi-
lidad en que se hallaba para defen4^r el t^rwtorio peruano
no ya contra un ejército numeroso iSho contra pequeñas di-
visiones. Este fué el objeto de una espedicion que las quejas,
los insultos i las lamentaciones de los documentos oficiales
del Perú, i de los escritos de su prensa, han hecho famosa.
Esta misma circunstancia nos obliga a dar algunos porme-
nores.
A fines de agosto de 1880 estaban listas en los puertos de
Iquique i de Arica las fuerzas que debían formar esta divi-
sión. Componíanlas 1,900 hombres de infantería, 400 jinetes^
tres cañones Krupp de montaña con su respectiva dotación
de soldados i oficiales, una sección del cuerpo de injenieros
militares i una ambulancia completa con sus médicos, ciru-
janos i sirvientes. Formaba toda la división un total de 2,600
hombres. Dos grandes trasportes convoyados por las corbe-
tas de guerra Chacahuco i O'Higgins, debían conducir estas
tropas. El mando de ellas fué confiado al capitán de navio
don Patricio Lynch. Aparte de las indicaciones que se le hi-
cieron sobre los puntos en que convenia operar, el comandan-
te Lynch debía reglar su conducta a las instrucciones j enera-
Íes que constituían el código de guerra del ejército de Chile 1.
I. El gobierno de Chile habia distribuido desde el principio de la guerra a
todos sus oficiales, como dijimos en otra parte, las Instrucciones para los^
ejércitos de Estados Unidos en campaña, a fin de que ajustaran a ella su
conducta. Para que se conozca el carácter de estas reglas, nos parece conve-
niente reproducir aquí el juicio que acerca de ellas da Bluntschli en la in-
troducción de su Derecho internacional codificado. Dice así: «Aparecieron du-
rante la guerra civil que desoló a Estados -Unidos estas instrucciones que
se pueden considerar la primera codificación de las leyes de la guerra conti-
nental. El proyecto de estas instrucciones fué preparado por el profesor Lie-
ber, uno de los jurisconsultos i filósofos mas respetados de América, Este
proyecto fué revisado por una comisión de oficiales i ratificado por el presi-
dente Lincoln. Contiene prescripciones detalladas sobre los derechos del
CAMPAÑA A LIMA 339
Habiendo dicho muchas veces los escritores peruanos i sus
ajenies en el estranjero que el comandante Lynch es un sol-
dado grosero i brutal, debemos, contra nuestro sistema de no
distraernos con hechos estraños a la guerra, comenzar nues-
vencedor en país enemigo, sobre los limites de estos derechos, etc., etc., (en
una palabra, sobre todo lo concerniente a la guerra. , .) Son mucho mas
completas i desarrolladas que los reglamentos en uso en los ejércitos euro-
peos. Como desde el principio hasta el fin contienen reglas jenerales relativas
al derecho internacional en su conjunto, i como ademas guardan relación
con las ideas actuales de la humanidad i la manera de hacer la guerra entre
los paises civilizados, sus efectos se estenderán mas allá de las fronteras de
Estados Unidos i contribuirán poderosamente a fijar los principios del de_
recho de la guerra».
En la imposibilidad de reproducir aquí todas estas instrucciones, vamos
a copiar algunos de los artículos relacionados con las operaciones de la divi-
sión del comandante Lynch.
Art. i.^ Una ciudad, un distrito, un pais, ocupados por el enemigo, que-
dan sujetos, por el solo hecho de la ocupación, a la lei marcial del ejército
invasor su ocupante; no es necesario que se espida proclama o prevención
alguna que haga saber a los habitantes que quedan sujetos a la dicha lei.
«Art. jP La lei marcial se estiende a las propiedades i a las personas, sin
distinción de nacionalidad.
«Art. 8.0 Los cónsules de las naciones americanas i europeas no se consi-
deran como ajentes diplomáticos; sin embargo, sus personas i cancillerías
solo estarán sujetas a la lei marcial, si la necesidad lo exije; sus propiedades
i funciones no quedan exentas de ella. Toda infracción que cometan contra
el gobierno militar establecido, puede castigarse como si su autor fuese un
simple ciudadano, i tal infracción no puede servir de base a reclamación
internacional alguna.
«Art. I o. La lei marcial da al ocupante el derecho de percibir las rentas
públicas i los impuestos, ya.sea que éstos hayan sido decretados por el go-
bierno espulsado o por el invasor.
«Art. 1.3, La guerra autoriza para destruir toda especie de propiedades;
para cortar los caminos, canales u otras vias de comunicación; para intercep-
tar los víveres i municiones del enemigo; para apoderarse de todo lo que pue-
da suministrar el pais enemigo para la subsistencia i seguridad del ejército.
«Art. 21. Todo ciudadano o nativo de un pais enemigo es, él mismo, un
enemigo, por el solo hecho de que es miembro del Estado enemigo; i como
tal está sujeto a todas las calamidades de la guerra.
«Art. ^j. El invasor victorioso tiene derecho para imponer contribuciones
a los habitantes del territorio invadido o a sus propiedades, para decretar
préstamos forzosos, para exijir alojamientos; para usar temporalmente en
el servicio militar las propiedades.
Art. 45. Toda presa o botin pertenecen, según las leyes modernas de la
guerra, al gobierno del que ha hecho dicha presa o botin».
340 GUERRA DEL PACÍFICO
tra relación haciendo una rectificación a este respecto. Este
oficial después de haberse incorporado casi en su niñez en la
marina chilena i de haber servido en la guerra contra la Con-
federación Perú-Boliviana en 1838, completó sus estudios, por
recomendación del gobierno de Chile, en la marina de guerra
de la Gran Bretaña. Sirvió con lucimiento en la guerra contra
la China, i volvió a su pais con una sólida instrucción náuti-
ca, i con el grado de teniente de la marina inglesa 2. La dis-
tinción de sus modales i de su trato, su facilidad para hablar
idiomas estraños, i la franqueza i la tranquilidad de su carác-
ter, le granjearon amigos entusiastas entre los estranjeros i
entre los cónsules con los cuales tuvo que tratar en su espe-
dicion, i con algunos de los cuales, por otra parte, tuvo que
sostener serias discusiones. Después de la ocupación de Iqui-
que, en noviembre de 1879, habia desempeñado el cargo de
gobernador de esta plaza; i allí se habia hecho estimar de na-
cionales i estranjeros por su celo en el cumplimiento de sus
obligaciones i por la suavidad i por la rectitud de su adminis-
tración.
El 4 de setiembre partió de Arica la división espedicionaria.
Sabifendo que poco antes se hablan desembarcado armas para
el gobierno peruano en el puerto de Chimbóte, el comandante
2. De la foja de servicios del capitán de navio don Patricio Lynch, ascen-
dido a contra-almirante el 5 de abril de 1881, tomamos las palabras siguien-
tes:
«En 1838 salió de Valparaíso en la división naval destinada a bloquear el
puerto del Callao. Durante el bloqueo asistió a los ataques parciales contra
las fuerzas del Callao, bajo las órdenes del comandante don Leoncio Señoret
i tomó parte en el abordaje i toma de la Socabaya i destrucción del bergantín
Congreed, i navegó constantemente en las aguas de la república peruana
protejiendo las operaciones del ejército restaurador hasta su regreso a Val-
paraíso.
«En 1840 se embarcó en un buque de guerra de S. M. B. i partió a Ingla-
terra para instruirse en el servicio de la marina de esa nación.
«Fué trasbordado a un buque de la escuadra que la Inglaterra mandó
contra la China en la guerra que aquella nación sostuvo durante tres años,
i se halló en nueve combates i en la toma de Cantón, Chusart, Nanghoo i
Nankuto, llevando siempre la bandera inglesa, por lo que recibió una me-
dalla del gobierno de S. M. B.»
Posteriormente tuvo el mando de varios buques de la marina chilena, i
desempeñó el cargo de gobernador marítimo de Valparaíso.
CAMPAÑA A LIMA 341
Lynch se dirijió allí, i en efecto llegó en la mañana del dia lo.
Inmediatamente desembarcó una parte de sus fuerzas sin
hallar resistencia, por haber huido la corta fuerza que lo guar-
necía, tomó posesión del pueblo declarándolo centro de las
operaciones de su división, del ferrocarril i del telégrafo; i
despreciando los avisos que le dieron algunas personas de
hallarse cerca tropas peruanas, se internó el mismo dia a la
cabeza de unos 400 hombres hasta las haciendas del Puente
i Palo Seco. Estas hermosas estancias destinadas al cultivo
de la caña i a la fabricación de azúcar, para lo cual poseia
ricas maquinarias i depósitos, eran de propiedad de don Do-
nisio Derteano, amigo personal de Piérola, i comandante,
como hemos visto, de una de las divisiones de la reserva que
se organizaba en Lima. Allí impuso una contribución de gue-
rra por valor de cien mil pesos, dando al efecto tres días de
plazo para que los administradores se procurasen el dinero,
o a falta de éste, buenas letras sobre Londres o sobre Valpa-
raíso.
Mientras tanto, algunas partidas de caballería de la divi-
sión chilena recorrían los campos i pueblos inmediatos, sin
encontrar por ninguna parte la menor resistencia. Las auto-
ridades peruanas huían al interior, con el pretesto de organi-
zar la defensa. Una de esas partidas avanzó hasta Virú, a
once leguas de Trujillo. Aunque esta ciudad habría podido
defenderse contra los invasores, nadie pensó en otra cosa que
en huir al interior, dando el primer ejemplo de ello las auto-
ridades del departamento. El ferrocarril del estado fué puesto
gratuitamente al servicio de todos los que abandonaban la
ciudad en medio de la mas completa confusión. Los chilenos
habrían podido entrar a Trujillo sin disparar un tiro.
La noticia de estos hechos fué trasmitida a Lima por el
telégrafo. Produjo allí una honda impresión, i un despecho
indescriptible en el gobierno de la dictadura. Sin vacilar un
instante, dictó Piérola un decreto el 11 de setiembre cuya
parte dispositiva está consignada en estos términos: «La en-
trega de toda suma al enemigo por el hacendado del Puente,
cualquiera que sea la forma en que se verifique, será p?rse-
342 GUERRA DEL PACÍFICO
guida i penada como delito de traición a la república. Declá-
rase, ademas, ipso fado, de la pertenencia del Estado, toda
propiedad en la que se suministrase al enemigo, dinero o es-
pecies que no tomare éste a viva fuerza i por sí mismo».
Este decreto se presta a serias observaciones. Piérola pa-
recia desconocer por completo que según las doctrinas mas
elementales del derecho de j entes él no podia lejislar sobre el
territorio de que habia tomado posesión el enemigo, i que los
habitantes de ese territorio estaban obligados a obedecer al
jefe que lo ocupaba ^. El decreto de ii de setiembre, era bajo
este aspecto, la repetición testual de los decretos de marzo
de este mismo año, por los cuales habia pretendido impedir
la esportacion de guano, i de salitre de las provincias ocupadas
por el ejército de Chile, condenando a la pena de conñscacion
a las naves de cualquiera nacionalidad que esportaren ese
artículo ^. Por otra parte ¿tenia el dictador peruano derecho
para imponer por sí i ante sí la pena de confiscación contra
sus nacionales que pagasen la contribución de guerra bajo la
fuerza de la ocupación estranjera? Por mucho que se quieran
ampliar las facultades de la dictadura, ellas no alcanzan has-
ta violar el derecho de propiedad por un simple decreto. Así,
veremos mas tarde que después de las primeras operaciones
practicadas por el comandante Lynch, nadie se acordó del
decreto del dictador.
Parece que el propietario de las haciendas del Puente i
Palo Seco no tenia ninguna fe en la eficacia de la resolución
dictatorial. Contestando sobre este asunto a su administra-
dor, le dice que hai en esos establecimientos «valiosos intere-
ses de terceros neutrales comprometidos bajo la fe de su pala-
bra i por obligaciones comerciales, i que los ha impuesto dé
lo que pasa a fin de que los resguardaran hasta donde les sea
3. Bluntschli {Derecho internacional codificado) dice espresamente lo
que sigue: «Art. 544. Guando el enemigo ha tomado posesión efectiva de una
parte del territorio, el gobierno del otro Estado deja de ejercer allí el poder.
Los habitantes del territorio ocupado están eximidos de todos los deberes i
obligaciones respecto del gobierno anterior, i están obligados a obedecer a
los jefes del ejército de ocupación».
4. Véase mas atrás, part. II, cap. XI.
CAMPAÑA A LIMA 343
posible». Estas palabras significaban simplemente que el pro-
pietario tenia contraidas fuertes deudas a favor de neutrales-
i que esta circunstancia debia eximirlo de pagar la contribu-
ción de guerra. Pero, este espediente fué mui luego mas lata-
mente desarrollado por la astucia de los negociantes; de tal
suerte que pocos dias mas tarde no habia en el norte del Perú
una casa, una hacienda, un camino, un canal que no se dijera
propiedad de ingleses, de franceses o de italianos.
Espirado el plazo que fijó el comandante Lynch para el
pago de la primera contribución que habia impuesto, recibió.
del administrador de aquellas haciendas, que era uno de los
hijos del propietario, una carta que envolvía una negativa
absoluta. En defensa de ella alegaba dos razones, el decreto
de Piérola que prohibía pagar la contribución de guerra, i las
deudas que el interesado tenia a favor de neutrales. Pero, el
comandante Lynch no se dejó enredar por estas resistencias.
El mismo dia 13 de setiembre contestó al reclamante una
breve carta que contiene estas palabras: «En vista de su co-
municación, he dado ya las órdenes del caso para que se pro-
ceda a la destrucción de la propiedad de su señor padre. No
he tomado en consideración, como una atenuación a su resis-
tencia al pago de la contribución exijida, la orden del jefe
supremo de la república que me comunica en su carta, por-
que esa orden no tiene valor alguno según las prescripciones
del derecho de la guerra. El señor jefe supremo de la república
del Perú podrá disponer lo que estime conveniente en el terri-
torio sometido a su soberanía; pero no puede exijir obedien-
cia en la parte del territorio ocupado por nuestras armas. Su-
poner lo contrario seria hacer ilusorio el derecho de la guerra.
El jefe supremo del Perú no salva con su decreto los intereses
de su padre. Si con él pretendió impedir a nuestras fuerzas
obtener el pago de las contribuciones que tienen el derecho
de exijir, para su objeto, mas acertado habría sido que prote-
tiera con sus armas el territorio amagado por nuestras ar-
mas».
La orden de destrucción fué inexorablemente cumplida.
La tropa cargó una cantidad considerable de azúcar, de arroz
344 GUERRA DEL PACÍFICO
i de otras especies; i en seguida se hicieron saltar los edificios
con pólvora i dinamita. En uno de ellos habia encerrados
unos 200 trabajadores chinos, empleados en el cultivo de la
caña, algunos de ellos con grillos i cadenas en virtud de penas
discrecionales aplicadas por sus patrones, sin intervención
alguna de la justicia, i según las prácticas bárbaras ejercidas
con estos trabajadores, cuya condición era semejante sino
peor que la de los antiguos esclavos ^. Esos infelices fueron
restituidos a la libertad, i se declararon dispuestos a seguir a
los espedicionarios. Absolutamente inútiles para manejar las
armas, debian sin embargo, prestar útiles servicios como
hombres conocedores de las localidades.
Antes de pasar adelante, debemos consignar un hecho que
5. Un distinguido viajero francés que recorrió el Perú durante los años
de 1876 i 1877, ha consagrado dos pajinas de su libro a comparar la suerte
del esclavo negro con la del trabajador chino. Permítasenos estractar algu-
nas líneas para esplicar el levantamiento jeneral de estos últimos contra sus
opresores con motivo de esta guerra.
«El negro era esclavo por toda su vida: el chino no lo es mas que por un
tiempo determinado. Pero esta ventaja está contrabalanceada por un hecho
innegable: el nuevo sistema suprime la sola garantía que se poseía contra la
crueldad de los señores i el abuso de su autoridad. Esta garantía era el ínte-
res de prolongar las existencias útiles, de no debilitar por un exceso de tra-
bajo las constituciones que reproducen un capital considerable. Este cálculo,
por horrible que sea, era lójico i constituía una garantía en favor de la raza
negra. Con los chinos esta garantía desaparece. Que el chino resista a la ta-
rea durante ocho años hé allí todo lo que exije el ínteres. I que estos ocho
años se prolonguen mas allá de su límite legal, por cuentas fantásticas de
herramientas quebradas, de vestidos usados, etc., etc., hé ahí la principal
preocupación del que compra i emplea chinos. La estadística prueba que
apenas un tercio de estos hombres llega al fin del contrato: el resto sucum.
be. . .El chino deja su pais i, por una triste mistificación, firma un compro-
miso de ocho años durante los cuales está a la disposición absoluta de un
señor. Las estipulaciones de sueldo son ilusorias: los hacendados pagan ordi-
nariamente a los chinos en vestidos i en alimentos avaluados en precios fan-
tásticos. El gobierno del Celeste Imperio impide la esportacion de mujeres,
i por tanto los chinos no tienen compañera. Encerrados como rebaños, los
chinos viven en galpones bajo la amenaza del látigo i del revólver. Por des-
graciados que hayan sido en su país, es imposible que ninguno de ellos haya
soñado siquiera la espantosa miseria que le espera en la servidumbre perua-
na» Ch, Wiener, Pérou et Bolivie, récit de voyage etc., páj. 34.
M. Wiener ha previsto en su libro el peligro que envolvía para el Perú la
existencia de la esclavitud disimulada de los chinos.
CAMPAÑA A LIMA . 345
revela la poca eficacia que los hacendados del norte del Perú
atribuían a los decretos del dictador Piérola. El 14 de setiem-
bre, i por lo tanto el dia siguiente de consumada la destruc-
ción de aquellos establecimientos, llegaba a Chimbóte un bu-
que italiano, la Arquímedes. A su bordo iba un comisionado
con encargo de pagar la contribución de guerra impuesta a
las propiedades que acababan de ser destruidas. La actitud
asumida por Piérola era causa de que aquella proposición
llegase demasiado tarde.
El arrogante decreto del dictador del Perú no habia hecho
mas que agravar los males de la situación, provocando a los
espedicionarios a ejecutar otros actos en que talvez no pen-
saban al principio. El mismo dia 13 de setiembre, el coman-
dante Lynch hizo sacar de la aduana de Chimbóte las merca-
derías depositadas, que pertenecían a neutrales, i entregó a
las llamas el edificio que era de propiedad fiscal. Fuera de
estos actos de duro rigor militar, no se cometió allí otra vio-
lencia. Los soldados chilenos cumplieron las órdenes de sus
jefes sin ejecutar un solo desmán. Los estranjeros, i entre
ellos el cónsul de Estados Unidos, felicitaron al coman-
dante Lynch por la disciplina de su tropa, que se había abs-
tenido de cometer los excesos casi siempre consiguientes a la
ocupación de una ciudad.
En Chimbóte supo Lynch que en Supe, puerto del depar-
tamento de Lima, situado a treinta leguas de la capital, se
habia desembarcado en esos días una partida considerable
de armas i de pertrechos para el gobierno del Perú. Sin demo-
rarse un solo instante, se embarcó en la misma tarde (13 de
setiembre) con 400 hombres i se dirijió a ese puerto con un
trasporte i una corbeta de guerra, dejando en Chimbóte el
resto de sus fuerzas. Al desembarcar en Supe el 14 de setiem-
bre, descubrió que el dia anterior, los hacendados vecinos al
puerto habían retirado empeñosamente las armas i pertrechos
para dírfj irlos a Lima. Lynch se adelantó en la noche hasta
la hacienda de San Nicolás, i allí halló en efecfo 300 cajones
que contenían 200 mil tiros de ri^e, últimos restos de la reme-
sa de municiones que ya se habían remitido a la capital. No
346 GUERRA DEL PACÍFICO
siendo posible trasportarlos por carecer de bestias de carga,
los hizo destruir. Habria querido también imponer una con-
tribución de guerra a aquella propiedad, convertida así en
almacén de depósito del gobierno peruano; pero no hallando
con quien tratar, por haberse ocultado los dueños o los admi-
nistradores, mandó rápidamente destruir los establecimientos
i edificios, i en seguida, haciendo tomar en los campos vecinos
el ganado necesario para la mantención de sus tropas, volvió
a Supe, donde se embarcó de nuevo. El i6 de setiembre se
hallaba otra vez en Chimbóte ^.
Allí recibió el comandante Lynch dos noticias bien desa-
gradables. La cañonera chilena Covadonga habia sido echada
a pique en Chancai por un torpedo peruano, mediante una
estratajema que no aprueban las leyes de la guerra. En la
noche anterior, uno de sus soldados, que se alejó un poco del
campamento, habia sido cobardemente asesinado a puñala-
das i garrotazos. En el primer momento, apresó a tres indi-
viduos en quienes recaian sospechas de complicidad en este
asesinato, i estaba dispuesto a hacerlos fusilar; pero temeroso
de cometer una injusticia, se abstuvo de recurrir a este arbi-
trio estremo, i se limitó a recomendar a su tropa que evitase
en adelante el caer en celadas de esa naturaleza.
Ya no tenia objeto la permanencia de la división chilena
en Chimbóte. Así pues, después de haber destruido una parte
del material del ferrocarril que conduce a Huaraz, respetan-
do, sin embargo, el muelle i la estación, Lynch entregó al
cónsul de Estados Unidos las llaves de los almacenes en
que quedaban depositadas las mercaderías neutrales sacadas
de la aduana, encomendó a los estranjeros la policía de orden
6. Como hemos visto, Lynch habia ido a Supe con 400 hombres que no
encontraron la menor resistencia en todo aquel distrito, i que solo lo aban-
donaron cuando vieron que ya no tenian nada que hacer en esos lugares, i
sin que nadie los inquietara en lo menor. Dos meses después, el 9 de noviem-
bre, el diario oficial de la dictadura peruana, en su propósito de cantar vic-
torias en todas partes, publicaba un largo artículo para demostrar la cobar-
día de los chilenos en cada una de sus operaciones, i decia estas palabras:
«En Supe, los 3,000 hombres de Lynch huyen precipitadamente a solo la no-
ticia de la aproximación de fuerzas de esta capital».
CAMPAÑA A LIMA 3-1:7
déla población, abandonada, como ya dijimos, por sus auto-
ridades, i en la mañana del 17 de setiembre se hizo al mar con
todas sus fuerzas.
No se habia alejado mucho del puerto, cuando fué alcan-
zado por un buque de guerra norte-americano que le llevaba
comunicaciones de los ministros diplomáticos de Inglaterra,
de Francia i de Estados Unidos acreditados cerca del go-
bierno del Perú. Eran éstas reclamaciones o mas propiamente
representaciones en que se le pedia que eximiese del impuesto
de guerra a tales o cuales propiedades que pertenecian a neu-
trales, o cuyos propietarios debian grandes sumas de dinero
a tales o cuales estranjeros. Según algunas de estas reclama-
ciones, varios de esos establecimientos aparecían de propie-
dad esclusiva de un estranjero que era simplemente el ma-
yordomo o administrador. Al material rodante del ferrocarril
de Chimbóte a Huaraz, según otras, aunque propiedad del
gobierno peruano, se le daba por dueño a un norte-americano
que en realidad era el usufructuario de su esplotacion. El co-
mandante Lynch, pudo haber contestado que según las reglas
del derecho de jente, la propiedad de neutrales en un pais
enemigo corre los mismos riesgos de guerra que la de los ciu-
dadanos del pais enemigo '^ , principio que reconocía franca-
mente el ministro de Estados Unidos en su nota de 14 de
setiembre de 1880 i que no negaba ninguno de los reclaman-
tes. Pero, empleando una gran sagacidad, habia recojido en
los lugares que acababa de recorrer, todos los documentos
suficientes para probar el engaño a que se habia inducido a
los ajentes consulares i diplomáticos; i no quiso perder la
ocasión de revelar la verdad a esos funcionarios, presentando
7. «Están sujetos a pagar las contribuciones de guerra, dice Bello, no so-
lamente los ciudadanos, sino los propietarios de los bienes raices, aunque
sean estranjeros: porque siendo estos bienes una parte del territorio nacio-
nal, sus dueños se deben mirar como miembros de la asociación civil, sin em-
bargo de que bajo otros respectos no lo sean». Bello, Principios de derecho
internacional, part. II, cap. IV, núm. 3.
Véanse sobre esto el art. 7 de las instrucciones del gobierno de Estados
Unidos de que hemosdado cuenta en una nota anterior.
348 GUERRA DEL PACÍFICO
al efecto pruebas incontestables, que no dejaban lugar al me-
nor jénero de dudas.
Recibió también el comandante Lynch en ese lugar otra
comunicación del ministro de Estados Unidos, escrita sin
duda alguna a pedido del gobierno peruano. Decia en ella que
se hablan dado los primeros pasos para negociar la paz bajo
la mediación de su gobierno; i que en vista de estas circuns-
tancias, «seria prudente i favorable a la pronta conclusión de
la paz, evitar toda depredación, i causas de encono que no
sean obligatorias por sus órdenes>>. Lynch, sea que estuviese
al cabo de estos hechos, o que supiese ya bajo qué reservas
el gobierno de Chile habia indicado que no rechazarla la me-
diación (de que hablaremos en el capítulo siguiente), se limitó
a contestar cortesmente que mientras no recibiera otras ins-
trucciones superiores, tenia que obedecer las únicas que hasta
entonces se le hablan dado.
Al salir de Chimbóte, Lynch sabia, por las comunicaciones
sorprendidas al enemigo, que el gobierno del Perú esperaba
una valiosa carga que debia traerle de Panamá el vapor Islai
de la compañía inglesa, que estaba para llegar a ese puerto.
En esta seguridad, esperó a dicho buque no lejos de la costa,
lo detuvo el dia i8 de setiembre, i sacó de sus bodegas los 28
cajones que buscaba. Cuatro de ellos contenían estampillas
de franqueo postal fabricadas en Estados Unidos por va-
lor de 375,000 pesos, i los 24 restantes encerraban la suma
considerable de 7.290,000 pesos en billetes de papel mone-
da de diversos valores, igualmente fabricados en Estados
Unidos. Tenían éstos todos los requisitos i contramarcas ne-
cesarios para lanzarlos inmediatamente a la circulación. Pero
esos billetes, sin embargo, no estaban destinados a servir
para una nueva emisión legal, puesto, que tenian una fecha
anterior de algunos años, i que por su dibujo i por sus señales,
eran la reproducción de los que circulaban de tiempo atrás
en el Perú. Todo hacia creer que se les destinaba a una ope-
ración ilícita, a hacerlos circular como papel moneda de una
emisión anterior, ocultando al comercio i al país que se habia
aumentado en mas de siete millones de pesos la emisión auto-
C xMPAÑA A LIMA 340
rizada por las leyes anteriores. El comandante Lynch com-
prendió en el acto la importancia de la presa que acababa de
hacer; i poco mas tarde tuvo motivo para confirmarse en su
sospecha. Los billetes apresados circulaban en todo el Perú
como moneda corriente, depreciados es verdad, como todo el
papel moneda peruano, pero en las mismas condiciones que
el papel entonces circulante.
La efectividad de este pensamiento financiero de la dicta-
dura peruana se hizo evidente poco tiempo mas tarde. La
prensa de Lima, sometida al réjimen dictatorial, no daba mas
noticias que las que el gobierno queria hacer pubhcar. Desde
el primer desembarco de los chilenos en Chimbóte, publicaba
cada dia la noticia de todos los actos de éstos, exajerando
estraordinariamente las destrucciones, i lanzando al enemigo
los mayores insultos i las mas arrogantes provocaciones i
amenazas. Sin embargo, esa prensa guardó la mas estudiada
reserva sobre la captura de los siete millones de pesos en pa-
pel moneda; i el Perú no supo nada sobre el particular duran-
te meses enteros, hasta que revelaron este hecho los diarios
de Chile.
Efectuada esta importante presa, los espedicionarios se
dirijieron a las islas de Lobos, para impedir allí todo carguío
de guano por cuenta del Perú; i en la madrugada del 19 de
setiembre fondeaban en el puerto de Paita. Tampoco halla-
ron en este lugar la menor resistencia. Las autoridades habían
huido al interior llevándose el material rodante del ferroca-
rril. Antes de desembarcar, Lynch apresó casi en la misma
bahía el vaporcito Isluya, que trataba empeñosamente de
huir de la escuadrilla chilena. Los papeles de ese buquecillo
no estaban en regla; i, aunque llevaba indebidamente la ban-
dera norte-americana, habia estado empleado en el trasporte
de armas para el Perú. En seguida desembarcó en el puerto;
i dejando allí sus tropas, avanzó él mismo con la caballería
hasta la estación de Huaca, donde destruyó todo el material
rodante del ferrocarril que conduce a Piura, para aislar al
enemigo i para hacer imposibles o difíciles sus movimientos.
En Paita, impuso a la ciudad la contribución de guerra de
350 GUERRA DEL PACÍFICO
diez mil pesos, nombrando al efecto una comisión de comer-
ciantes con quien entenderse. Esta comisión espuso que los
vecinos se negaban a pagar el impuesto por temor a los casti-
gos con que los habia amenazado el gobierno del dictador.
Lynch hizo entonces sacar de la aduana las mercaderías que
pertenecían a neutrales, cargó en sus buques una parte con-
siderable de las que eran propiedad peruana, i mandó poner
fuego al edificio así como a la prefectura i a la estación del
ferrocarril que pertenecían al Estado. Se abstuvo de incendiar
las propiedades particulares porque una sola que hubiera ar-
dido habría comunicado el fuego a todo el pueblo, por ser
construido de materiales fácilmente combustibles.
¿Qué hacían entre tanto las autoridades peruanas de esa
rejion? Un coronel sub-prefecto de Paita, habia huido al
avistarse los chilenos en el puerto. El prefecto de Piura habia
hecho otro tanto, llevándose las fuerzas que allí habia, i de-
jando la ciudad a cargo del alcalde municipal. No hallamos
en los documentos rastro alguno de que los fujitívos prepa-
raran la menor resistencia. Por lo que toca al alcalde de Piu-
ra, el único acto suyo que hemos descubierto es una proclama
de 23 de setiembre en que anunciaba que los chilenos se ha-
bían retirado de Paita. Esta noticia volvió la tranquilidad a
la ciudad; pero sus habitantes que habían visto la fuga de
todas las autoridades de la provincia al anunciarse que los
chilenos estaban en el puerto vecino, no debieron quedar muí
confiados en las palabras con que se terminaba la proclama
aludida. «Piuranos, decía allí el alcalde don Manuel Antonio
Arca; podéis contar siempre con el apoyo de las autoridades
encargadas de velar por vuestros intereses». ¡Qué mas amar-
ga burla podía hacerse entonces a esas poblaciones que veían
huir a todas sus autoridades, al solo anuncio de que los chile-
nos estaban cerca!
En Lima, estos sucesos habían producido la mayor irrita-
ción; pero a juzgar por los escritos de la prensa i por los de-
cretos del gobierno, la opinión jeneral no quería comprender
que el Perú no se hallaba en situación de mantener la guerra,
i mucho menos de recuperar las provincias que habia perdido
CAMPAÑA A LIMA 361
en el sur, ni de espulsar a los chilenos de las provincias del
norte. Lejos de pensar en un avenimiento aceptable en aque-
llas circunstancias, la vanidad nacional seguia soñando en
triunfos por todas partes, i en la inmensidad de los recursos
nacionales para llevar las cosas a una victoria definitiva. Res-
pecto de las operaciones de que eran teatro las provincias del
norte, la prensa de Lima propuso un arbitrio que se conside-
raba excelente i eficaz. Los hacendados de esas provincias,
residentes en Lima, organizarían allí un comité central, i éste
otros comitées subalternos que armarian a todos sus habitan-
tes, hombres i mujeres, para hacer a los chilenos una guerra
implacable de esterminio, sin .piedad, sin mirarse en medios
de ningún j enero, guerra que debia destruir hasta el último
soldado de las huestes invasoras ^.
Estos consejos podian ser mui patrióticos i mui varoniles;
8. La Opinión Nacional de I>ima del 19 de setiembre, trazaba en los tér-
minos siguientes el plan de operaciones que debia seguirse.
«Es preciso en el dia, organizar las guerrillas i no dejar en tranquilidad a
las huestes enemigas.
«La sorpresa, la astucia, el engaño, todo, todo debe ponerse en práctica,
para concluir con los asaltantes.
«Cualquiera medio debe ponerse en acción para concluir, i no dejar ni la
menor huella de unas lejiones que dejan atrás en perversidad a las cafres i
beduinas.
«Nuestros guerrilleros, o mejor dicho, montoneros, organizados con los
elementos proporcionados por los agricultores, pueden prestar importantí-
simos servicios.
«Bien montados, regularmente armados i conocedores palmo a palmo de
nuestras comarcas, tendrán no solamente en jaque a nuestros enemigos, sino
que los diezmarán, sembrando en ellos el pánico.
«A favor de las sombras de la noche o de la espesura de nuestros bosques,
batirán a los enemigos.
«No es posible, repetimos, reparar en los medios.
«Nuestras miras, nuestro fin único no debe ser otro que acabar con los
chilenos.
«Que la bala, la lanza, el puñal, la piedra, el palo, el fuego, en fin, cuanto
pueda crear nuestro odio, nuestra venganza, sirvan para estirpar a la raza
maldita de la América!! . . .
«Que en las playas como en el desierto, que en las villas como en las ciu-
dades i en los bosques corrko en los valles, no encuentren los merodeadores
' otra cosa que la muerte! . . .
«Que nuestras mujeres se conviertan en otras tantas Judith, i que nuetros
OÜERBA DEL PAOIFICO
pero en aquellos momentos sobraban los consejeros i en cam-
bio faltaban quienes ejecutasen los planes -tan ardorosamente
recomendados. Así, pues los hacendados de las provincias del
norte, residentes entonces en Lima, en vez de apelar al peli-
groso arbitrio de organizar las guerrillas, que se creian tan
eficaces contra la espedicion Lynch, persistieron en otro plan
que juzgaban mas práctico. Consistía éste en simular trans-
ferencias de sus propiedades a nombre de algunos estranjeros,
i en colocarlas de esta manera bajo el amparo i la protección
de los ministros diplomáticos.
Mientras tanto, el comandante Lynch habia salido de Paita
el 22 de setiembre. Después de tocar otra vez en las islas de
Lobos, llegó al puerto de Eten en la mañana del dia 24. Es-
peraban hallar aquí una vigorosa resistencia, i creía que sus
tropas tendrían al fin que trabar uno. o^ muchos combates.
Desde días anteriores, el prefecto del departamento de Lam-
bayeque habia publicado una belicosa proclama en que des-
pués de insultar a los chilenos llamándolos «salvajes, ladro-
nes, hambrientos^), recordaba a sus gobernados que habiendo
«jurado sacrificarlo todo en aras de la patria», era llegado el
odio, nuestra venganza, nuestra vista sola, sean capaz de envenenar las aguas
que beban en los arroyos de nuestros valles! . . .
«Que los torpedos i máquinas infernales, destrocen en nuestros puertos sus
naves, i que en las playas o a donde quiera que sienten su planta impura.
no haya sino un laberinto de minas!! ...
«Que los injenieros i mecánicos i peones de nuestras haciendas, se convier-
tan en otros tantos zapadores!! . . .
«Es necesario volarles sus parques, arrebatarles o destruirles sus armas i
elementos de movilidad, degollarles sus caballos o envenenar el agua que
beban, i en fin, sembrar en las huestes chilenas la muerte, la desolación i el
espanto, poniendo en juego una astucia refinada i un valor espartano!
«Es preciso que no tengan hora ni momento seguro para morir! . . .
«Que caminen sobre un abismo, listo a tragarlos para siempre en su negro
seno.
«Que el techo que los cubre, el terreno que pisan, la luz que los rodea i el
aire que respiran, se infeste, corrompa i ponga fin a su negra existencia! . . .
«Debemos convertirnos en una especie de dioses vengadores e inventar
males i desgracias que los abrumen! . . .
«Que los jóvenes, las mujeres, los niños i hasta los ancianos, se conviertan
en verdaderas máquinas de destrucción»! . . .
CAMPANA A LIMA 353
momento de correr contra el enemigo. Su proclama se termi-
naba con estas enfáticas promesas:
«Fuerzas de reserva: El honor i el deber que el patriotismo
nos impone están a término de prueba. La invasión chilena
se acerca; i para tan supremo instante, reglemos nuestra con-
ducta por la que observaron nuestros hermanos del sur, que
con heroismo i valor inimitables supieron llenar su consigna
de morir por la patria. Para entonces i en todo caso, contad
siempre que ocupará la vanguardia vuestro conciudadano i
amigo.- — José Manuel Aguirre.»
Lynch esperaba, pues, ser atacado en este puerto o en sus
alrededores; i se confirmó en esta idea desde que se acercó al
fondeadero. El puerto de Eten ofrece por la marejada cons-
tante i formidable, el mas peligroso desembarcadero. Para
obviar esta dificultad, se habia construido allí- en años atrás
un estenso muelle por donde era posible llegar a tierra con
comodidad. Las escalas i pescantes de ese muelle, sobre el
cual flotaba la bandera inglesa, habian sido retirados con an-
ticipación. Las máquinas del ferrocarril que conduce al inte-
rior, comenzaron a alejarse arrastrando todo el material ro-
dante de la linea, a pesar de algunos cañonazos que le disparó
la corbeta Chacahuco. Todo hacia creer que los espediciona-
rios iban a encontrar allí una vigorosa resistencia, que era
mui fácil organizar en esos lugares para rechazar el desem-
barco.
Pero, el comandante Lynch no era hombre para arredrarse
por esas dificultades ni por las amenazantes proclamas del
prefecto de Lambayeque. Improvisó una escala, i con el ma-
yor peligro de su j ente, hizo trepar dos hombres al muelle, i
mandó comenzar el desembarco costara lo que costara, ha-
ciendo subir uno a uno a sus soldados. Apenas habian pisado
tierra los tripulantes de la primera lancha, 30 o 35 hombres,
apareció por el lado del pueblo una columna de unos 200 o
300 soldados de infantería i de caballería, que rompieron sus
fuegos a una gran distancia. Los chilenos se desplegaron in-
mediatamente en guerrilla, i se dispusieron a disputar palmo
a palmo el terreno que pisaban, dando tiempo a que desem-
TOMO XVI. — 23
364 GUERRA DEL PACÍFICO
barcaran algunas otras partidas. No fué, sin embargo, nece-
sario disparar un solo tiro. Al ver la actitud de los chilenos,
la columna del prefecto de Lambayeque huyó en el mas espan-
toso desorden, dejando libre el desembarcadero. La marejada
era tan violenta, con todo, que cuando llegó la tarde, solo
habia tomado tierra un batallón de 550 hombres, que pudo
ser sorprendido i destrozado durante la noche, i que, sin em-
bargo, permaneció en la mayor tranquilidad.
Una vez en tierra, el comandante Lynch envió una nota al
prefecto de Lambayeque en la cual le decia que resuelto a no
hacer daño alguno a las poblaciones de aquel departamento,
esperaba que se conservaran en su puesto las autoridades ci-
viles, i que se le pagase una contribución de guerra de ciento
cincuenta mil pesos para no tener que ejecutar acto alguno
de hostilidad. Le prevenia ademas que estaba resuelto a cas-
tigar con la mas rigorosa severidad cualquier acto de insidia
como aplicación de dinamita o materias esplosivas a los fe-
rrocarriles o a los lugares por donde transitaren sus tropas,
para lo cual habia decidido fusilar tres peruanos por cada
soldado chileno que perdiere por tales medios. El prefecto
contestó negativamente, declarando al jefe chileno en los tér-
minos mas arrogantes, que estaba resuelto a resistir con toda
enerjia a las pretensiones de los chilenos. Después de esta de-
claración, el prefecto Aguirre, que según se supo después, era
mui mal querido en el departamento de su mando, se retiró
al interior, alejándose mas i mas de los invasores a medida
que éstos comenzaron a avanzar.
El desembarco de las tropas en esas condiciones demoró,
tres dias de un trabajo continuo. Fué necesario construir pes-
cantes para levantar uno a uno a los soldados; i con este espe-
diente se facilitó la operación. En la tarde del 26 de setiem-
bre, cien soldados de infantería, llevando a su cabeza a don
Federico Stuven, jefe de los injenieros de la espedicion, em-
prendieron la marcha en busca de las máquinas i carros del
ferrocarril. Sin esperar que estos llegasen, el comandante
Lynch, con otros 600 hombres, se puso resueltamente en ca-
mino para Chiclayo, la capital i la ciudad nías importante del
CAMPAÑA A LIMA 355
departamento, i llegó a ella en la tarde del 27 de setiembre.
Allí fué recibido por los estranjeros que formaban la guardia
de propiedad, porque todas las autoridades habian huido.
Sus tropas, inclusos otro batallón, la caballería i la artillería
que llegaron luego a reunírsele, fueron convenientemente hos-
pedadas. Pero cuando impuso al pueblo la contribución de
guerra de 20,000, se le objetó que en virtud de los mandatos
del dictador, nadie podia pagar la menor suma de dinero.
Esta negativa produjo al dia siguiente la destrucción de va-
rios edificios públicos i particulares.
Este último escarmiento hizo desaparecer muchas resisten-
cias. El comandante Stuven, que a la cabeza de cien hombres,
se habia adelantado atrevidamente al interior en busca del
material rodante del ferrocarril, atravesó varios pueblos sin
que nadie se le opusiera, i por el contrario recibiendo víveres
para sus tropas. Desplegando una grande actividad, fué re-
cojiendo los carros i locomotivas; i aunque éstas se hallaban
desmontadas, i sus piezas ocultas en varios lugares, supo des-
cubrirlas i sus operarios pusieron en pocas horas las máquinas
en buen estado de servicio. En ninguna parte halló la menor
resistencia, que sin embargo habría sido fácil oponer a una
columna tan reducida. Lejos de eso, el pueblo de Lambaye-
que pagó sin la menor dificultad la contribución de 4,000 pe-
sos que se le habia impuestp, i 1,000 el de Ferriñafe. Muchos
hacendados de aquellas inmediaciones imitaron este ejemplo,
o entregaron especies de un valor correspondiente.
Las fuerzas chilenas volvieron a Eten el 4 de octubre tras-
portadas por el ferrocarril. En los ocho días que habian per-
manecido en el departamento de Lambayeque, habian espe-
rado en vano los efectos de las hostilidades con que las habia
amenazado en sus notas i en sus proclamas el prefecto Agui-
rre. Pequeñas partidas de tropa habian recorrido diversos
puntos del territorio; i en ninguna parte habian encontrado
contra quien disparar un tiro. En Eten, el comandante Lynch,
al devolver los carros i locomotivas, exijió de la empresa del
ferrocarril una contribución de guerra de 3,250 hbras esterh-
nas. El caso estaba previsto. Desde dias atrás los empresarios
356 GUERRA DEL PACIFICO
habían arreglado las cosas para presentar el ferrocarril como
propiedad de negociantes estranjeros, un italiano i un ingles,
buscando de este modo la protección de las referidas legacio-
nes. Pero Lynch se habia apoderado en Eten de los libros i
papeles de la empresa, i en ellos habia hallado el orijen de
estas falsas trasferencias, el plan de hostilizar a los chilenos
destruyendo los medios de desembarque, i retirando al inte-
rior el material rodante, i por último el contrato celebrado en
1867 con el gobierno del Perú para la construcción de la via,
mediante el cual la compañía se habia comprometido testual-
mente a no «cambiar jamas su carácter permanente de socie-
dad nacional, ni recurrir en ningún caso a reclamaciones di-
plomáticas». En vista de estas pruebas que destruían por
completo todo el plan de la empresa, tuvo ésta que pagar la
contribución exijida.
En la misma tarde del 4 de octubre, salieron de Eten por el
camino de tierra las fuerzas espedicionarias con dirección al
vecino departamento de La Libertad. Pasaron por Pueblo
Nuevo, Guadalupe i San Pedro, deteniéndose en cada lugar
para percibir las contribuciones de guerra impuestas a las
ricas haciendas de aquellos alrededores. Todos pagaban las
cuotas asignadas en buenas letras sobre Londres o sobre Val-
paraíso, en plata amonedada, en plata u oro de chafalonía, o
en especies. Por fin, el 16 de octubre se emprendió la marcha
sobre la ciudad de Trujillo. Un mes antes, cuando las fuerzas
espedicionarias se hallaban en Chimbóte i en sus alrededores,
i cuando algunas partidas chilenas avanzaron hasta Virú, las
autoridades de Trujillo, i un gran número de sus vecinos,
abandonaron desordenadamente la ciudad. Ahora se decía
que habia allí 4,000 hombres dispuestos a hacer una heroica
defensa, i aun se anunciaba que el mismo Píérola había salido
de Lima con un refuerzo de tropas para castigar ejemplar-
mente a los invasores. El prefecto del departamento de La
Libertad, coronel don Adolfo Salmón, había anunciado al
gobierno de Lima el 7 de octubre las medidas de defensa que
tomaba, i concluía con estas palabras: «El pueblo de Trujillo,
enterado de lo que pasa, permanece tranquilo, lo cual me
Campana a lima 357
prueba la confianza que tiene en que velo por su seguridad,
comprometiendo así mi gratitud personal». La prensa de Lima
habia publicado este telegrama como el anuncio de una próxi-
ma victoria.
El comandante Lynch llegó a creer que estos aprestos se-
rian formales, sobre todo cuando, al acercarse al valle de Chi-
cama, el 17 de octubre, fué recibida su división por seis tiros
de rifle que se le dispararon de un bosque vecino. En el acto
dio colocación a sus tropas; i como divisase sobre un cerro
inmediato a siete individuos armados que parecian estar de
avanzada, hizo disparar un cañonazo en esa dirección. Los
esploradores enemigos tomaron la fuga; i las guerrillas chile-
nas que salieron en su persecución, volvieron pronto con dos
prisioneros i con la noticia de que las fuerzas del prefecto Sal-
món se habian dispersado en todas direcciones al ver la divi-
sión chilena. El camino del valle de Chicama hasta la ciudad
de Trujillo, quedaba despejado. Los espedicionarios, en efec-
to, avanzaron tranquilamente hasta Paijan, desde donde el
comandante Lynch impuso las contribuciones que debian pa-
gársele.
A pesar de que toda resistencia era imposible, algunos pai-
sanos que estaban ocultos en un bosque de los alrededores
de ese pueblo, hicieron fuego sobre un grupo de soldados chi-
lenos que pasaban desprevenidos, sin herir a ninguno de ellos.
Contestados los tiros por éstos, cayó uno de los asaltantes i
los otros se dispersaron. En otra parte, algunos paisanos to-
maron descuidado a un soldado chileno que se habia separado
de sus compañeros, lo llevaron a un bosque, i habiéndolo
amarrado a un árbol, le dieron de garrotazos, i lo dejaron mal
herido. El comandante Lynch, apresó a dos de los instigado-
res de este crimen i les hizo dar 120 azotes. Después de este
castigo, no volvió a hacerse sentir ningún acto de hostilidad.
En esos dias, la prensa de Lima estaba en espectacion de
los sucesos de Trujillo a cuya probable resistencia daba al
mayor importancia. El 20 de octubre anunciaba que el pre-
fecto Salmón quedaba con sus fuerzas en Ascope, i amenaza-
ba el flanco de la división chilena que se hallaba a dos leguas
358 GUERRA DEL PACÍFICO
de distancia. La batalla, se decia, es inminente. El hecho era
cierto en cuanto a la distancia, pero toda batalla era imposi-
ble. Lynch ocupaba ese dia el pueblo de Chocope, i de alli hizo
sahr unos quinientos hombres para ocupar el pueblo de As-
cope. Este solo movimiento decidió la dispersión completa i
definitiva del enemigo. El prefecto Salrnon, que habia creido
poder organizar alguna resistencia, se habia visto solo i aban-
donado, i ya no tuvo mas arbitrio que tratar, haciendo valer
al efecto la amistad personal que en otro tiempo lo habia li-
gado al comandante Lynch.
Desde dias atrás, algunos estranjeros establecidos en esos
lugares hablan servido de mediadores en esos negocios, i ha-
blan conseguido que el comandante Lynch redujera la cuota
de las contribuciones impuestas a esas propiedades. Agregúe-
se a esto que en esos momentos hablan llegado al puerto del
Malabrigo algunos buques chilenos, i que éstos llevaban a
Lynch la orden de volver inmediatamente al sur del Perú a
fin de que estuviese listo para la nueva campaña que se iba
a abrir. Fué necesario detener la marcha a tres leguas de Tru-
jillo, con tanta mayor razón cuanto que esta ciudad i los ha-
cendados de los alrededores pagaban el todo o al menos una
buena parte de la cuota impuesta como contribución ^. Las
9. Nada demuestra mejor que el hecho siguiente el ningún caso que en-
tonces se hacia del decreto de Piérola de 1 1 de setiembre contra los que pa-
gasen la contribución de guerra. La hacienda de Mocan, propiedad de don
Nemesio Orbegoso, ministro de gobierno i policía del dictador, pagó la cuota
que se le habia impuesto. Cuando se tuvo noticia de este hecho en Lima, los
hacendados que habian sufrido perjuicios enormes por haber obedecido ese
decreto, alzaron el grito contra esta conducta de un ministro de estado. Or-
begoso declaró que él no tenia noticia de lo que habia ocurrido, i pidió infor-
me al prefecto de Trujillo, el cual a su vez manifestó que tampoco él sabia
nada. Pero luego se buscó «na esplicacion apropiada para el caso. Un respe-
table hacendado alemán, don Luis G. Albrecht, habia servido de mediador
en estas negociaciones entre el prefecto de Trujillo i el comandante Lynch, i
mediante su prestijio i su honorabilidad, habia conseguido de éste que re-
bajase el impuesto i que no ocupase la ciudad de Trujillo. Se dijo que este
caballero habia pagado por él i por todos los demás la contribución de gue-
rra. En nota de 2 de noviembre, el ministro Orbegoso esplicaba asi los hechos
al dictador, agregándole que como su hacienda debia fuertes sumas a una
casa alemana, era posible que Albrecht, sin comunicárselo al propietario i
CAMPAÑA A LIMA 359
fuerzas espedicionarias, después de destruir el puente del fe-
rrocarril que habia en el valle de Chicarna, para no ser moles-
tados en su marcha, dieron la vuelta a la costa, i se embarca-
ron en los puertos de Malabrigo i de Pacasmayo en los dias
26 i 27 de octubre. Su escuadrilla se habia reforzado con otros
buques que habianllegado de Chile, i pudieron embarcar, junto
con las mercaderías tomadas como contribución de guerra,
cerca de 400 chinos que les hablan servido de guias durante
la campaña, i que no querían quedar en esos lugares temero-
sos de los castigos i v-enganzas que no habrían tardado en caer
sobre ellos. El i.*^ de noviembre, los espedicionarios llegaban
ál puerto de Quilca, donde debian esperar órdenes de su go-
bierno.
Tal es la historia de la espedicion Lynch. Una división de
2,600 hombres habia recorrido durante dos meses los depar-
tamentos mas ricos i poblados del Perú, sin que en ninguna
parte se organizara una fuerza capaz de oponerle la menor
resistencia, i sin mas pérdidas que la de tres hombres, uno
asesinado en Chimbóte i dos que se ahogaron al .embarcarse
en el puerto de Pacasmayo, a consecuencia de la violenta re-
ventazón de las olas. Como producto financiero de la espedi-
cion, i como resultado de las contribuciones de guerra, los
espedicionarios volvían con 29,050 libras esterlinas, 11,428
pesos en moneda de plata, 5,000 pesos en papel mon^^da del
Perú, con algún oro i plata en barra i chafalonía i con una
carga considerable de mercaderías i productos de aquellas
provincias en que figuraban mas de 2,500 sacos de azúcar,
600 de arroz i muchos fardos de algodón, cascarilla, tabaco,
etc., etc. Deben contarse ademas como producto de la espe-
dicion, los siete millones de pesos en papel moneda captura-
dos al gobierno peruano, i que circularon fácilmente en el
resto de la guerra ^°.
a sus administradores, hubiera querido resguardar los intereses de esa casa
efectuando el pago. Así, pues, los hacendados peruanos hacian servir las deu-
das verdaderas o falsas a favor de los estranjeros, para escusarse de pagar
la contribución de guerra; o para escusarse de haberla pagado desobedecien-
do los decretos del dictador.
10. Al referir los sucesos coiioernientes a la espedicion Lynch, hemos te-
360 GUERRA DEL PACÍFICO
Las provincias del norte, aparte de aquellas pérdidas i de
las destrucciones consiguientes a los decretos lanzados por el
gobierno de la dictadura que no habia sabido o que no habia
podido defenderlas eficazmente, tuvieron que sufrir las con-
secuencias de la sublevación de los trabajadores chinos que
privaban de brazos a su agricultura.
La prensa de Lima que habia estado anunciando cada dia
la próxima derrota i destrucción de las fuerzas que mandaba
Lynch, reconoció al fin que las correrías de una división de
menos de tres mil hombres en aquellas provincias era una
mengua para ese pais. Entonces pidió un castigo tremendo i
ejemplar para los mandatarios de esos distritos, como si ellos
fuesen los responsables del abandono en que el gobierno de
la dictadura habia dejado las provincias para reconcentrar
todos los elementos de su poder en Lirría. Un diario de esta
ciudad. La Opinión Nacional trazaba con este motivo el i6 de
diciembre, el cuadro de esta campaña, con los insultos de
siempre a Chile i los chilenos, en los términos siguientes: «La
opinión pública ha devorado con el rubor de la vergüenza i el
jemido de la cólera, los detalles de la espedicion chilena al
norte del Perú: vergüenza i cólera que hasta hoi habia ocul-
tado con discreta misericordia, pero que ya manifiesta en toda
su fuerza, para coadyuvar a la acción represora del gobierno.
Estamos en presencia de lo increíble, de lo inesperado, de lo
inverosímil: una cuadrilla de salteadores ha recorrido nuestro
litoral desde Paita hasta Supe, ha penetrado a sus valles, ha
destruido valiosas riquezas, ha llenado sus buques de amplio
botín, lleva en sus carteras gruesos tesoros, i todo ello no le
nido siempre a la vista, como lo hemos hecho también al escribir las otras
partes de este libro, los documentos peruanos i los documentos chilenos. Los
partes oficiales del comandante Lynch i de los oficiales que operaban bajo
sus órdenes, han sido publicados en Santiago en el Boletín de la Guerra de
Pacífico, junto con la correspondencia de este jefe con las autoridades perua-
nas i con los cónsules i ministros diplomáticos estranjeros. Pero he utilizado
igualmente una estensa relación de toda la campaña consignada en una
carta familiar de don Clotario Salamanca, médico de la espedicion chilena.
Esta carta ocupa nueve columnas de El Ferrocarril de Santiago del 12 de
noviembre de 1880.
CAMPAÑA A LIMA 361
cuesta ni un hombre, ni una gota de sangre, ni siquiera un
amago de represalia. El espíritu tradicionalmente valeroso
de esas comarcas, se ha mostrado en esta vez indigna de su
historia i de su fama» ^^
Otra espedicion análoga a la anterior, aunque de menores
proporciones, se habia efectuado en esos dias en otra parte
del territorio peruano. El teatro de operaciones fué el valle
de Moquegua que los chilenos habian ocupado anteriormente.
Hemos referido en otra parte 12 que en abril de 1880, cuan-
do el ejército chileno emprendía la campaña sobre Tacna, las
tropas que debían quedar en esos lugares, evacuaron la ciu-
dad i el valle de Moquegua a causa de la insalubridad del cli-
ma. Se instalaron en efecto en el puerto de Pacocha, i allí
permanecieron meses enteros en la mas completa tranquili-
dad. Las fuerzas peruanas volvieron poco después a ocupar
a Moquegua, i aun apresaron a un oficial chileno que dirijia
la conducción de algunas cabezas de ganado. Pero mas tarde,
esa ciudad, en comunicación con las tropas peruanas de Are-
quipa, servia de objetivo de las ilusiones del dictador del Perú,
que creía que por allí se podia hostilizar por varios medios al
ejército chileno de Tacna. En efecto, en Moquegua se trataba
entre otras cosas de fomentar la deserción en el ejército chi-
leno, ofreciendo por carteles impresos 20 pesos a los soldados
que se presentasen con sus armas i 10 a los que llegasen desar-
mados, asegurándoles ademas que hallarían trabajo donde
les conviniera. Se creía, i la prensa de Lima lo repetía cada
día, que las tropas chilenas cansadas de la inacción en que se
1 1. Para calmar la irritación de los ánimos, Piérola mandó encausar ante
un consejo de guerra a los prefectos de Lambayeque i de La Libertad por
no haber «opuesto a las fuerzas invasoras la menor resistencia ni hostilidad
alguna como han podido i debido hacerlo con los elementos que tenian a su
disposición i en virtud de las órdenes que habian recibido». Este decreto,
idéntico a los que se daban en el Perú después de cada desastre, fué publi-
cado el 13 de diciembre, pero se le puso la fecha de i8 de noviembre para
que no se creyese que habia sido arrancado por la exitacion que produjo en
Lima la lectura de los partes del comandante Lynch publicados en los dia-
rios de Chile.
12. Véase mas atrás, part. II, cap. XI.
GUERRA DEL PACÍFÍCO
hallaban desde meses atrás, estaban desmoralizadas i pron-
tas a dispersarse.
Corr este motivo, se resolvió en el campamento de Tacna
el hacer una nueva espedicion a Moquegua. El i.^ de octubre
salió de Arica el comandante don José de la C. Salvo, i en la
mañana siguiente llegaba a Pacocha, i organizaba allí una
columna de cerca de 600 hombres sacados de los cuerpos que
guarnecian este puerto. Pocas horas mas tarde se ponia en
marcha para Moquegua. En el camino se le juntaron un es-
cuadrón de caballería, una batería de cañones de montaña i
las bestias de carga para la conducción de bagajes, que habían
salido de Tacna por el camino de tierra. Las avanzadas ene-
migas que los espedicionarios hallaron en su marcha, huyeron
precipitadamente dejando el camino completamente espedito.
El 6 de octubre, a medio día, entraban los espedicionarios
a Moquegua sin disparar un tiro. La guarnición peruana de
la ciudad había huido rápidamente, dejando por todas partes
carteles impresos destinados a fomentar la deserción en las
tropas enemigas i^. Inmediatamente hizo notificar al pueblo
que los propietarios i vecinos se reuniesen el siguiente día
para tratar de asuntos que interesaban a la localidad.
Verificada esta reunión el 7 de octubre, nombróse allí de-
positario de la autoridad pública al síndico de la municipali-
dad. En seguida, el coríiandante Salvo espuso que el pueblo
debía suministrar víveres a su división para ocho días, i pagar
ademas en el término de cuarenta i ocho horas una contribu-
ción de cien mil pesos. Cediendo, sin embargo, a las peticio-
nes de los vecinos que representaban las pérdidas que habían
sufrido en sus negocios por los bloqueos i por las operaciones
militares, rebajó la cuota a sesenta mil pesos. Por lo demás,
tanto a esa reunión como a una comisión de señoras que se le
13. Esos carteles decían testualmente como sigue:
<fAviso importante.
«La prefectura de la provincia litoral de Moquegua, ofrece dar a los deser
tores del ejército chileno que se presenten armados, una gratificación de
veinte soles, i sin armas diez; i ademas tendrán los mismos seguridad de tra-
bajo libremente donde les convenga».
CAMPAÑA A LIMA 363
acercó después, declaró que su tropa no cometería acto algu-
no contra las personas, i en efecto castigó con la mayor seve-
ridad los desmanes de tres soldados contra los cuales se que-
jaron unos vecinos.
El pago de la contribución comenzó a hacerse el dia siguien-
te; pero fué necesario ampliar el plazo hasta el 14 de octubre.
La suma fué al fin pagada íntegramente en dinero, en plata
labrada, i en algunas alhajas. Fueron entregados igualmente
el ganado i especies para la mantención de la tropa.
Entre tanto, se anunció en Moquegua que venían fuerzas
peruanas de Arequipa; i fué necesario colocar avanzadas en
todos los caminos, i dar aviso a Tacna. Salió de esta ciudad
el coronel don Pedro Lagos con los refuerzos necesarios para
rechazar cualquier ataque de los peruanos. Pero no habiendo
el menor peligro, esas tropas volvieron a Tacna de la mitad
del camino. Solo Lagos llegó a Moquegua en los momentos
en que la columna chilena dejaba esta plaza (14 de octubre)
después de haber desempeñado su comisión. Las tropas chi-
lenas regresaron tranquilamente unas a Pacocha, i otras a
Tacna.
Moquegua tuvo todavía que pasar por nuevos sacrificios
luego que se retiraron los chilenos. El prefecto de Arequipa,
como hemos visto, no había sabido defender esa ciudad en
los días que habia estado bajo el poder del enemigo, i cuando
imposibilitada para toda resistencia, tenia que pagar a éste
el impuesto de guerra. Cuando ya no habia chilenos a quienes
combatir, envió a Moquegua algunas tropas, e impuso a la
población otra contribución de 60,000 pesos en castigo de
haber pagado anteriormente igual suma al enemigo. Era aque-
llo el colmo de la injusticia.
Cuando se leen estas dolorosas pajinas de la historia de
nuestros días, se siente el corazón oprimido i amargado. Tan-
to Lynch en las provincias del norte del Perú como Salvo en
Moquegua, encargados de duras comisiones, habían tenido
empeño en evitar los ultrajes a las personas i los desmanes de
sus soldados, de donde resultó que los estranjeros, i entre
ellos los cónsules, informaron ventajosamente de la moralidad
364 GUERRA DEl>PACÍFICO
i disciplina de la tropa. Pero, la imposición de estas contribu-
ciones, recayendo muchas veces sobre personas ajenas a la
política, nos hacen condenar la guerra i sus inexorables leyes.
¿Quiénes son los responsables de estos males? No es difícil
dar contestacicn a esta pregunta. Los gobiernos que desaten-
diendo los verdaderos intereses de su pais, preparan las gue-
rras engañados por los cálculos mas erróneos, celebran alian-
zas secretas, i a la sombra de ellas perturban la paz de sus
vecinos, por pacíficos que éstos sean. El responsable de estos
daños era el mismo Perú que desde 1873 había preparado el
incendio que debía devorarlo; i que después de los grandes
desastres que había sufrido en la campaña, se obstinaba en
mantenei una guerra insensata que había de costarle nuevas
derrotas i nuevos sacrificios. Cuando el vencedor suspendién-
dolas hostilidades durante meses enteros, había querido darle
algunos días de calma para que pudiese meditar sobre su si-
tuación, el Perú había provocado de nuevo los rigores de la
guerra con sus arrogantes proclamas, con sus torpedos i con
sus proyectos de alianzas quiméricas. No era estraño que su-
friese las consecuencias de su errada obstinación 1*.
Los escritores peruanos, tanto en Lima como en el estran-
jero, se han empeñado en probar que las contribuciones im-
puestas por los chilenos son una violación de todas las leyes
14. Las contribuciones impuestas al enemigo en dinero, i las requisiciones
en especies, en víveres, etc., para atender a las necesidades de los ejércitos,
han sido en todo tiempo uno de los males mas terribles de las guerras. Según
un informe del ministro del interior a la Asamblea nacional de Francia poco
después de la última guerra con la Alemania ( 1 870-1871 ), los treinta i cuatro
departamentos de aquel pais que fueron invadidos por los alemanes, paga-
ron a éstos 39 millones de francos como contribuciones de guerra, impuestas
en diversos lugares; 49 millones como impuestos ordinarios percibidos por
las autoridades alemanas, i 327 millones como requisiciones para el sustento
del enemigo, en todo 415 millones de francos; i esto aparte del enorme res-
cate impuesto como indemnización en el tratado definitivo de paz. Véase e^
Journal des économistes, noviembre 1871, páj. 324.
En la jurisprudencia internacional, la contribución de guerra consiste en
lo que los habitantes del pais ocupado están obligados a pagar ordinaria-
mente en dinero, para el sostenimiento del ejército de ocupación i según una
cuota fijada; i la requisición es la petición hecha por la autoridad de poner a
su (Jisposicion caballos, ganados, carros, forrajes u otros objetos.
CAMPAÑA A LIMA 365
internacionales. Nos parece que esto es colocar la cuestión en
mal terreno. La facultad de imponer contribuciones de gue-
rra a los habitantes de un territorio enemigo por el jefe de
ejército que lo ocupa, i de exijir su pago con toda severidad
en caso de resistencia, será todo lo que se quiera, pero está
autorizada por el derecho internacional moderno i por la prác-
tica de todas las naciones. Esta lei no tiene mas que una me-
dida, i es la que dictan la humanidad i la prudencia. Chile fué
severo, quizá, con su enemigo, pero esa severidad fué provo-
cada por los imprudentes decretos del gobierno del Perú que
prohibian bajo las mas terribles penas el pagar esas contribu-
ciones, pretendiendo así lejislar contra todo derecho, sobre
un territorio que no estaba sujeto a su jurisdicción efectiva,
por hallarse ocupado por el enemigo, i que aquel gobierno no
podia defender. Los jefes chilenos no podian ni debian dejarse
burlar en sus operaciones, por los absurdos decretos que daba
el dictador del Perú.
Pero ya que hablamos de violaciones del derecho interna-
cional, queremos, antes de pasar adelante en la narración de
los hechos, recapitular sumariamente las que los chilenos han
sufrido de sus enemigos, algunas de las cuales merecen llamar
la atención.
El mismo dia en que Bolivia declaraba la guerra, el presi-
dente Daza disponia por un simple decreto la confiscación de
los bienes de los chilenos, medida que se ejecutó con todo ri-
gor, violando así los principios mas obvios del derecho de
jente ^^.
Las^estipulaciones hechas por dos Estados en previsión de
una guerra, i para reglar sus relaciones duiante la lucha, obh-
gan a las dos partes, i ninguna de ellas puede violarlas sin co-
15. «Los bienes poseídos en el territorio de una de las partes belijerantes
por los subditos del otro, continúan protejidos por las leyes, i no pueden
ser confiscados sin una violación del derecho internacional». Heffter^ Le
droit international de ¿'Europa (Berlin, 1873), § 125.
Los defensores déla alianza perú-boliviana han dicho que en 1865 Chile
confiscó los bienes de los españoles residentes en este pais; pero el hecho es
absolutamente. inexacto, porque jamaS se ejecutó, ni se decretó siquiera tal
confiscación.
366 GUBBKA DEL PACÍFICO
meter una infracción del derecho internacional ^^. El Perú
habia celebrado con Chile un tratado solemne en 1876; i por
el artículo 17 se habia estipulado testualmente lo que sigue:
«Si llegase el caso de una guerra entre las dos Repúblicas,
éstas, con el deseo de disminuir sus males estipulan desds
ahora i para entonces lo siguiente:
«i.'^ Rotas las hostilidades, los ciudadanos de cualquiera
de 1 as partes que residan en el territorio de la otra, tendrán
el privilejio de permanecer en él i continuar en su jiro i ocu-
paciones habituales, mientras se conduzcan pacíficamente i
no conculquen las leyes de la guerra. En caso de que su con-
ducta los hiciere justamente sospechosos i el gobierno del
pais juzgase conveniente hacerlos salir, les concederá el tér-
mino de doce meses contados desde la notificación de la orden
para que durante él puedan arreglar sus negocios i retirarse
con sus familias i sus bienes, para lo cual se les dará salvo-
conducto. Este favor no comprenderá a los que obrasen de
un modo hostil.»
Se recordará como cumplió el Perú este compromiso. De-
claró k guerra a Chile el 6 de abril de 1879, i nueve dias des-
pués decretó la espulsion, sin escepcion alguna, de todos los
chilenos residentes o establecidos en el -Perú, 'dándoles para
verificarlo, el plazo de ocho dias, que en algunos lugares fué
reducido a dos i*^.
El derecho de j entes condena en la guerra el empleo de los
medios de destrucción que por procedimientos mecánicos,
16. «Las convenciones hechas entre dos estados para regularizar sus rela-
ciones en previsión de una guerra, obligan a las partes contratantes, i nin-
guna de ellas puede dispensarse de cumplirlas». P. Fiore, Nouveau droit in-
íernaíional pnhlié suivant les besoins de la civilisation moderne. Part. II, libro
II, cap. III.
17. Véase mas atrás, part. II, cap. II.
Conviene advertir que el tratado de 1876, de que hemos copiado ese frag-
mento, habia sido ratificado por el congreso i el gobierno del Perú en febrero
de 1877; pero el congreso de Chile no le habia prestado todavía su sanción
cuando estalló la guerra. Sin embargo, el gobierno chileno cumplió por su
parte este compromiso, absteniéndose de tomar medida alguna contra los
ciudadanos peruanos que residían en éste pais, aun después de haber sido
espulsados los chilenos del Perú.
CAMPAÑA A LIMA 367
por decirlo así, destruyen masas enteras, sacrificando un gran
número de vidas ^^. Los peruanos usaron en Arica, i mas tar-
de en sus atrincheramientos en las inmediaciones de Lima,
las minas de dinamita, algunas de las cuales eran encendidas
por alambres eléctricos que partían de un hospital colocado
bajo el amparo de la cruz roja, lo que importaba también una
violación de la lealtad con que debe hacerse la guerra.
Por último, si el derecho de j entes moderno autoriza cier-
tos medios de destrucción aplicados a las naves de guerra,
como los torpedos, parece exijir que su aplicación importe
un acto de audacia, en que el que los maneja esponga su vida
i no proceda como el belij erante que envenena las aguas de
una fuente. Cuando los chilenos fueron a bloquear el Callao,
sus lanchas entraron audazmente al puerto i fueron a aplicar
torpedos a las naves enemigas, esponiéndose por tanto a to-
dos los peligros que podia envolver un acto semejante. Los
peruanos emplearon también los torpedos, pero en condicio-
nes bien diferentes, lanzándolos al mar como boyas flotantes,
o colocándolos artificiosamente en embarcaciones menores en
que no habia una sola persona, i en que por tanto nadie corrja
el menor peligro.
Si bien es cierto que en casi todas las guerras se ejecutan,
aun en las operaciones perfectamente lícitas, trasgresiones
mas o menos graves del derecho internacional, i que por lo
mismo merecen alguna atenuación, las violaciones del carác-
ter de las que acabamos de señalar, deben condenarse abso-
lutamente.
1 8. «Las leyes de la humanidad proscriben el uso de los medios de destruc-
ción que de un solo golpe, i por un medio mecánico, destruyen masas enteras
de tropas, i que reduciendo al hombre al rol de ser inerte, aumentan inútil-
mente la efusión de sangre». — Heffter, obra citada, § 125.
>^^^
CAPITULO VI
Las negociaciones de Arica, octubre de 1880
En los primeros dias de la guerra, la Gran Bretaña ofrece su mediación a les
belijerantes: Chile la acepta, i el Perú la rechaza. — Después de las repe-
tidas victorias de Chile, la ofrece el gobierno de los Estados Unidos. — El
ministro norte-americano cerca del gobierno del Perú, hace un viaje mis-
terioso a Chile. — La mediación es ofrecida a Bolivia. — El gobierno de
Chile acepta extra-oficialmente la mediación i propone las bases indecli-
nables bajo las cuales podia tratar. — Plan del dictador del Perú al acep-
tar la mediación. — El gobierno de Chile la acepta oficialmente i nombra
sus representantes. — Los plenipotenciarios de los aliados se resisten
al llegar a Arica. — Abrense al fin las conferencias en Arica. — Los repre-
sentantes de Chile presentan sus proposiciones. — Discusión a que ellas
dieron lugar. — Ruptura de las negociaciones. — Actitud de la prensa de
Lima durante las negociaciones. — El gobierno i la prensa del Perú apelan
a la América exijiendo su ayuda contra Chile. — Repetidos manifiestos
de las cancillerías peruana i boliviana para obtener nuevas alianzas.
Las potencias estranjeras que mantienen relaciones comer-
ciales con los tres paises belijerantes, habian seguido con vivo
interés el desenvolvimiento i la marcha de la guerra del Pa-
cífico. Esta guerra, en efecto, les causaba grandes inquietudes
por la paralización i por los perjuicios que sufría su comercio,
i mas de una vez se habian sentido estimuladas a ofrecer sus
TOMO XVI — 24
370 GUERRA DEL PACÍFICO
buenos oficios para llevar las cosas a un avenimiento. En los
primeros dias de la guerra, la Gran Bretafí^ hciJ^a^Jleg^do a
ofrecer su rnediácion. Chile recibió favorablepiente esta amis-
tosa proposición; pero el Perú, seguro como estaba dé obte-
ner la victoria, se negó perentoriamente a aceptar ese ofreci-
miento. Parecia, pues, que solo después del desenlace de las
operaciones militares, podrían las potencias amigas hacer va-
ler sus buenos propósitos en favor de la paz.
Cuando se supo en el estranjero el resultado de la segunda
campaña de la guerra, esto es la destrucción en Tacna i Arica
del segundo ejército de los aliados perú-bolivianos, se creyó
que era posible inducir a la paz a los belij erantes. Esta vez
tomó la iniciativa el gobierno de Estados Unidos, de acuer-
do según parece con algunos gobiernos europeos. Al efecto,
encargó a sus aj entes diplomáticos en Chile, en Bolivia i en
el Perú que ofreciesen simultáneamente a los gobiernos de
estos tres paises la mediación amistosa, i en forma de buenos
oficios, para llegar a una paz definitiva. Las instrucciones
concebidas en este sentido, fueron dadas por telégrafo por el
gabinete de Washington en los últimos dias de julio de 1880,
es decir poco tiempo después de tenerse en Europa i en Esta-
dos Unidos los informes positivos de los grandes desastres
sufridos por los aliados a fines de mayo i a principios de junio.
El 6 de agosto, el ministro plenipotenciario de Estados
Unidos en Chile, Mr. Tomas Osborn, comunicó al gabinete
de Santiago los sentimientos de su gobierno respecto de la
paz, ofreciendo su mediación en los términos que dejamos
indicados. El gobierno de Chile contestó por su parte que
creia también que era llegado el tiempo de poner término a
la guerra, que en este sentido estaba dispuesto a aceptar la
mediación; pero que vista la actitud asumida por el Perú
proclamando la guerra a todo trance, era de creerse que éste
se resistiera a entrar en negociaciones, i que aun en caso de
aceptar la mediación, era posible que los aliados se resistiesen
a aceptar las condiciones del pacto que naturalmente debia
imponerles la victoria.
En Lima, el representante de Estados Unidos Mr. Isaac P.
CAMPAÑA A LIMA 371
Christiancy, hacia en la misma época idénticas jestiones cerca
del gobierno de Piérola. Manifestó éste confidencialmente
que aceptaba la mediación; pero que antes de declararlo ofi-
cialmente, deseaba saber lo que a este respecto pensaba el
gobierno de Chile. Mr. Christiancy no vaciló un instante; i en
la madrugada del i6 de agosto zarpó del Callao en la corbeta
de guerra de su nación Wachusetts. Nadie supo en el primer
momento el objeto de este viaje, que era el tema de mil con-
jeturas. Las incurables ilusiones del pueblo peruano, tomaron
con este motivo mayor vuelo; i por todas partes se decia alr
ternativamente que el ministro americano venia a notificar
al gobierno de Chile, que Estados Unidos no consentía de
ninguna manera que la guerra del Pacífico se convirtiese en
guerra de conquista; o a exijir conminativamente a Chile re-
paración inmediata i terminante por los pretendidos ultrajes
que, según los diarios peruanos, habia sufrido el consulado
norte-americano en Arica. La Opinión Nacional de Lima del
21 de agosto, dando cuenta de estas dos versiones, se regoci-
jaba con la idea de los conflictos en que iba a verse envuelto
Chile, i concluía con estas palabras: «Sea lo uno o lo otro, lo
cierto es que Chile solo cuenta hoi con el cinismo de su petu-
lancia, i con el desprecio de los pueblos cultos i honrados que
han principiado ya a lanzar sobre él su terrible veredicto».
El dia siguiente de la partida de Mr. Christiancy, el 17 de
agosto, el dictador Piérola celebró en Lima una larga confe-
rencia con los ministros de Francia, de Inglaterra i de Italia,
igualmente interesados en la negociación de la paz. Esta con-
ferencia fué también objeto de muchos comentarios, sin que
nadie pudiera, sin embargo, esplicarse su verdadero objeto.
Allí les comunicó el dictador los pasos dados para llegar a la
negociación; i como los tres ministros diplomáticos deseaban
igualmente cooperar a ella, el dictador obtuvo que dos dias
mas tarde (19 de agosto) saliera para Arica la corbeta de gue-
rra francesa Hussard llevando comunicaciones para el gobier-
no de Bolivia referentes a este asunto. En efecto, el presiden-
te de este pais, sometiéndose en todo a las indicaciones que
se le hacían de Lima, aceptó en términos semejantes a los
372 GUERRA DEL PACIFICO
que habia usado el Perú, las propuestas de mediación que a
nombre de su gobierno le hizo el jeneral Carlos Adams, mi-
nistro de Estados Unidos en La Paz.
Entre tanto, Mr. Christiancy, procediendo con la mas es-
merada reserva, desempeñaba en Chile su comisión en los
últimos dias de agosto. Supo entonces que el gobierno chileno,
por su parte, estaba dispuesto a aceptar la mediación i a ha-
cer proposiciones de paz bajo condiciones indeclinables. Una
de ellas era la incorporación definitiva i absoluta de los terri-
torios de que estaba en posesión hasta el rio Camarones, esto
es de las provincias de Antofagasta i Tarapacá. Pero se le
manifestó también que, como en vista de la actitud del Perú,
parecia que este pais vacilaria talvez en tratar bajo estas con-
diciones, Chile estaba resuelto a continuar la guerra hasta
llegar a este resultado. Mr. Christiancy quiso saber si el go-
bierno de Chile estarla inclinado a suspender las hostilidades
mientras se negociaba la paz, o al menos hasta que el Perú
declarase si aceptaba o no estas bases de tratado, i se le con-
testó negativamente. Chile temia que la negociación fuese un
espediente de los políticos peruanos para ganar tiempo, i es-
taba resuelto a permanecer invariable en su plan de operacio-
nes. En virtud de esta franca declaración, casi en los mismos
dias de la partida de Valparaíso del ministro norte-americano
Christiancy, salia de Arica la espedicion chilena que llevaba
el comandante Lynch a los puertos del norte del Perú.
Aunque Mr. Christiancy habia visitado al presidente de
Chile i tratado a sus ministros, sus conversaciones no tuvie-
ron nada de estrictamente oficial. Pero por el órgano del mis-
mo presidente de Chile, don Aníbal Pinto, quedó impuesto
de la resolución de este gobierno. Supo ademas que en caso
de entrar en negociaciones, Chile convenia en que las confe-
rencias de los plenipotenciarios se celebrasen a bordo de un
buque de guerra norte-americano, i en presencia de los mi-
nistros de Estados Unidos en Chile, en Bolivia i en el Perú,
pero que exijia que ese buque estuviese fondeado en el puerto
de Arica, i que los plenipotenciarios del Perú i de Bolivia
fuesen allí precisamente en un trasporte desarmado, con un
CAMPAÑA A LIMA 373
pase libre que les daria el contra-almirante chileno que blo-
queaba el Callao. Antes de pasar adelante, debemos advertir
que esta exijencia del gobierno de Chile no era dictada por un
simple sentimiento de orgullo para obligar al enemigo a tra-
tar del-ante de un puerto en que flameaba la bandera chilena.
Arica estaba unida a Santiago por el telégrafo; i el gobierno
chileno no queria desprenderse de esta ventaja de estar al
corriente dia a dia i casi hora a hora, de la marcha de las ne-
gociaciones, i de dar a sus representantes todas las adverten-
cias que pudieran convenirles.
El diplomático norte-americano estaba de vuelta en Lima
el II de setiembre. El dia siguiente. La Opinión Nacional,
dando cuenta del viaje a Chile de ese alto funcionario, decia
lo que sigue: «Chile ha aceptado la mediación con el carácter
de buenos oficios; no sabemos si ha propuesto o nó bases con-
cretas de paz». Pero, lo que no sabia la prensa de Lima, lo
sabia el dictador Piérola. No podia dejar de conocer las bases
indeclinables que Chile habia propuesto para aceptar la paz;
i aunque estaba resuelto a rechazar esas bases perentoriamen-
te, quiso aceptar la mediación i adelantar las negociaciones,
obedeciendo a un plan que no carecia de habilidad, pero que
no tuvo mucha eficacia.
Vivian entonces los estadistas i diplomáticos peruanos so-
ñando con alianzas en todas partes. El tesoro del Perú pagaba
diarios en Buenos Aires, en Guayaquil, en Panamá; i esos dia-
rios disertaban en cada número sobre la necesidad imprescin-
dible en que se hallaba la América toda de aliarse con el Perú.
La causa de esta república, se decia, es la causa de América.
Chile hace guerra de conquista, i la América no puede tolerar
que se viole así el derecho público americano que, según las
doctrinas de Piérola, no reconoce el derecho de conquista ^.
I. Este horror a la conquista habia nacido en el Perú solo después de sus
derrotas. En los principios de la guerra, la prensa de Lima i todos sus hom-
bres públicos no hablaban mas que de la desmembración i repartición del
territorio chileno. El i6 de abril de 1879 se celebró en esa capital un gran
meeting a que concurrieron las autoridades civiles, militares i eclesiásticas-
i allí se declaró que el fin de la guerra debia reducir a Chile a la porción te-
rritorial comprendida entre los paralelos 27 i 47 de latitud sur, «territorio
374 GUERRA DEL PACÍFICO
Los a j entes del Perú en el estranjero, dejándose engañar por
los mismos escritos que ellos estimulaban i pagaban, mante-
nian las ilusiones del gobierno de la dictadura. Llegó a creer
éste que el dia en que Chile pronunciase oficialmente las pa-
labras de anexión o de conquista, la América se levantaría
como un solo hombre para ir a colocarse al lado del Perú.
Seguro de llegar a este resultado, el dictador Piérola aceptó
oficialmente la mediación con fecha de i6 de setiembre. En
la nota que dirijió con este motivo al representante de Esta-
dos Unidos, le decia que a pesar «de la completa seguridad
del Perú en el éxito final de la guerra, aceptaba la mediación»
solo por deferencia a aquel gobierno amigo, i por haber sido
ya aceptada por Chile. En este documento, como en todos los
que emanaban del gobierno peruano, el ministro de relacio-
nes esteriores de la dictadura, se habia empeñado en agrupar
todos los ultrajes posibles contra su enemigo. Mr. Christiancy
cometió el error de no devolver una nota de esa naturaleza
tan contraria a los usos diplomáticos i al objeto pacífico de la
negociación, i a la cual se le daba una lujosa publicidad en los
suficiente, se decia, para la escasa población de dos millones i medio escasos
con que cuenta esa republiquilla». Según esas declaraciones, el Perú debía
tomar posesión de los territorios que se estienden al sur del paralelo 47.<<E1
Perú, se decia con este motivo, encargado de rejir los destinos continentales,
debe poseer el Estrecho de Magallanes para mantener a Chile constante-
mente sometido a su vijilancia».
Mas tarde todavía, el Perú persistía siempre en sus proyectos de quitar a
Chile una parte de su territorio. Uno de los primeros actos de la dictadura
de Piérola fué el. enviar un nuevo ministro plenipotenciario del Perú á la
República Arjentina, a quien dio sus instrucciones con fecha de 21 de enero
de 1880. Esas instrucciones tomadas en Lima por los soldados chilenos, han
sido pubhcadas como lo hemos dicho mas atrás. El primer deber del nuevo
plenipotenciario seria «el conseguir la alianza de la República Arjentina en
la actual guerra que Bolivia i el Perú sostienen contra Chile». Para interesar
en esta empresa a aquella República, el Perú le ofrecía apoyarla para que
resolviese según su conveniencia la cuestión de límites que tiene pendiente
con Chile, i en caso necesario le ofrecía en cesión perpetua una porción del
territorio del norte de Chile (desde el paralelo 24 hasta el 27) para que tuvie-
ra costas i puertos en el Pacífico. Esta negociación estaba pendiente, es de-
cir todavía se esperaba que la República Arjentina entrase en la alianza bajo
esas condiciones, cuando la dictadura peruana mostraba tanto horror por
el derecho de conquista.
CAMPAÑA A LIMA 375
diarios de Lima. El gobierno de Chile pudo, i talvez debió,
suspender allí las negociaciones. No lo hizo, sin embargo, cre-
yendo, contra todas las apariencias de las cosas, que no debia
desesperarse de llegar a la paz.
El 6 de octubre supo oficialmente el gobierno de Chile que
los del Perú i de Bolivia habian aceptado la mediación en de-
bida forma. El siguiente dia, contestó al representante de
Estados Unidos en Santiago que habiéndose llenado este re-
quisito previo, Chile la aceptaba también por su parte, con
el carácter de buenos oficios, i sin que esto importase suspen-
sión de hostilidades. Inmediatamente dio el cargo de repre-
sentante, a don Ensebio Lillo, que desempeñaba el cargo de
gobernador civil de Tacna i Arica, al intendente de Valparaí-
so don Eulojio Altamirano, i al ministro de la guerra don
José Francisco Vergara, que, como hemos dicho mas atrás,
se hallaba en el campamento del ejército chileno del norte en
representación del gobierno. Según estaba pactado de ante-
mano, los tres se hallaron reunidos en Arica a mediados de
octubre, reunidos con Mr. Osborn, el ministro de Estados
Unidos en Chile, que debia asistir a las conferencias.
El presidente de Bolivia, movido también por un senti-
miento de orgullo nacional, se habia resistido a aceptar ofi-
cialmente la mediación, temiendo que ésta fuese rechazada
por Chile. Pero cuando supo por la legación norte-americana
que el gobierno de este pais convenia en concurrir a las con-
ferencias, se habia apresurado a nombrar sus plenipotencia-
rios. Encargó su representación a don Juan C. Carrillo, minis-
tro de relaciones esteriores, i a don Mariano Baptista, anti-
guo ministro de Estado. Ambos tomaron el ferrocarril de Pu-
no, en compañía de Mr. Adams, el ministro de Estados Uni-
dos en La Paz, i llegaron a Moliendo en tiempo oportuno.
Allí debían juntarse con los plenipotenciarios peruanos que
venían del Callao. Aunque el presidente Campero continuaba
cultivando frecuentes relaciones con el dictador del Perú,
éste le ocultó cuidadosamente las bases propuestas por Chile
para negociar la paz. El gobierno de Bolivia estaba entonces
persuadido de que la mediación de Estados Unidos era casi
376 GUERRA DEL PACÍFICO
una verdadera intervención, i de que las negociaciones se re-
solverian sometiendo a arbitraje todas las dificultades que
mantenian el estado de guerra. Los plenipotenciarios bolivia-
nos fueron, pues, a las conferencias bajo un engaño, pero de
buena fe.
Con fecha de 29 de setiembre habia nombrado también el
Perú sus representantes. Eran éstos don Antonio Arenas,
miembro de la corte suprema de justicia de Lima, i el capitán
de navio don Aurelio García i García 2. El i.*^ de octubre salió
del Callao la corbeta de guerra norte-americana Lackawanna,
llevando a su bordo al ministro Christiancy; i a su lado, i con
el competente permiso del contra-almirante que bloqueaba
el puerto, salió también el trasporte peruano Chalaco, con-
duciendo a los plenipotenciarios peruanos. Dando cuenta de
estos hechos, El Nacional de Lima decia lo que sigue: «Las
conferencias tendrán lugar a bordo del buque de guerra de
Estados Unidos que sale también hoi, llevando al honorable
Christiancy, i en un lugar de la costa entre Pacocha i Callao,
que designen los representantes de Norte América. Los ple-
nipotenciarios de los belij erantes acudirán al lugar que se
2. El nombramiento de éste último ofrecía alguna dificultad que el dic-
tador allanó con su fecunda inventiva para este jénero de detalles. El capi-
tán de navio García i García habia figurado en toda la guerra con poco luci-
miento. En Chipana (el 12 de abril de 1879), mandando dos buques de gue-
rra i montando él mismo la corbeta Union, habia huido delante de la caño-
nera chilena Magallanes. Enviado en seguida a los mares del sur en busca
de dos buques que venían de Europa con armas para el gobierno de Chile,
se habia vuelto sin conseguir su objeto. En Angamos (el 8 de octubre de
1879) habia abandonado al Huáscar, huyendo a toda prisa a Arica. Por úl-
timo, el 18 de noviembre del mismo año, marchando en convoi con la Pilco-
mayo, abandonó igualmente a este buque, que también cayó en poder de los
chilenos, i él huyó al Callao. Por esta serie de fugas i aun parece que por otras
en las guerras civiles, en el Perú se le llamaba comunmente Corria i Corria-
Como habia sido en tiempos anteriores enemigo político de Piérola. éste,
poco después de subir al poder, lo mandó encausar para que diera cuenta de
sus actos durante la guerra. García i García se hallaba, pues, procesado; pero
el iP de octubre publicaba El Nacional de Lima un decreto del dictador al
cual se le habia puesto la fecha de 30 de julio, i por el cual se le absolvía
♦definitivamente de todo cargo i responsabilidad, sin que el presente proceso
pueda en ningún tiempo ni circunstancia serle de nota en su carrera ni en
su nombre».
CAMPAÑA A LIMA 377
designe, en trasportes de guerra de sus respectivos paises,
desarmados. Los ministros de Estados Unidos en Lima, La
Paz i Santiago asistirán a las conferencias. El gobierno del
Perú ha declarado que, puesto que Chile no ha suspendido
como debió las hostilidades al aceptar la mediación, el Perú
las entiende continuadas, sin perjuicio de las negociaciones».
En estas líneas es fácil ver el propósito de eludir hasta en
sus mas mínimos detalles las condiciones bajo las cuales Chile
había aceptado la mediación. Había exijído que las conferen-
cias tuvieran lugar en la bahía de Arica. La circunstancia de
ir allí en un trasporte desarmado, no rejia mas que con los
plenipotenciarios de Bolivia i del Perú. El dictador peruano
se resistía tenazmente a someterse a esta condición, haciendo
de ella una cuestión de dignidad nacional ^.
Los plenipotenciarios del Perú salieron de Lima sin cono-
cer los planes de Piérola. No tenían siquiera noticia cierta de
los arreglos en que habían intervenido los diplomáticos norte
americanos para fijar el lugar en que debían verificarse las
conferencias. El gobierno peruano les había entregado un
pliego de instrucciones completadas por algunas notas suple-
3. El dictador Piérola, perfectamente al cabo de todas las condiciones
exijidas por el gobierno chileno al aceptar la mediación, anunciaba que éste
no había querido suspender las hostilidades durante las negociaciones; pero
guardaba la mas profunda reserva sobre las bases que con el carácter de
inamovibles, habia propuesto Chile para tratar. Al mismo tiempo, Piérola
se empeñaba, como se ve por los documentos publicados mas tarde, en elu-
dir el cumplimiento de las condiciones fijadas por Chile para celebrar las
(cnferencias. En nota de 29 de setiembre, el gobierno dictatorial decia lo
que sigue al ministro plenipotenciario de Estados Unidos: «Mi gobierno en-
tiende que las conferencias deben tener lugar en un punto de la costa entre
el Callao i Pacocha.que será designado por los plenipotenciarios de los Esta-
do Unidos i al cual conc rrirán los plenipotenciarios de los estados belij eran-
tes en trasportes desarmados». Mr. Cristiancy le objetó el dia siguiente que
no era eso lo convenido con el gobierno de Chile, el cual entendia quelas con-
ferencias debían verificarse en Arica, i le preguntaba qué debería hacerse
en el caso en que los representantes chilenos exijiesen el cumplimiento de
<sta condic on. El pcbierno de Piérola contestó el mismo dii 30 d • setiem-
bre las ]"alabras siguientes: «Mi 'O ierno da tal importancia a s te asunto
que en la hipótesis remotísima de exijir Chile que las negociaciones se cel**^
bren en Arica, el Perú se vería privado de asistir a esas conferencias». Sin
embargo, Piérola tuvo que desistir mas tard de este propósito.
378 Guerra del pacífico
mentarias; pero ellas estaban concebidas con una gran va-
guedad i en un espíritu tal que parecia que el Perú fuese el
vencedor en la guerra. Se limitaban a recomendar a los pleni-
potenciarios que sometiesen a arbitraje todas las dificultades
pendientes; i que en caso de tratarse del pago de indemniza-
ción de guerra, se autorizase al arbitro para que él designase
quien debia pagarla, si Chile o el Perú, i a cuanto debia mon-
tar. En ningún caso, decian las instrucciones, se someterá a
arbitraje por parte del Perú la menor cesión de territorio. Por
lo demás, allí no indicaban siquiera los otros puntos que de-
bían ser resueltos en un tratado de paz. Como los plenipoten-
ciarios peruanos comprendiesen que sobre aquellas bases no
podrían llegar a resultado alguno en las negociaciones, Pié-
rola les dio ademas otras instrucciones de carácter reservado
que hasta ahora no han visto la luz pública.
En el puerto de Moliendo se reunieron con los representan-
tes de Bolívia, i se detuvieron allí algunos días, esperando,
decian, a los plenipotenciarios chilenos. Estos, mientras tan-
to, permanecían en Arica, persuadidos de que en este puerto
tendrían lugar las conferencias, como estaba convenido. En
esta cuestión de amor propio, en que, como se ve, la razón no
estaba de parte del Perú, se perdió cerca de una semana. El
ministro Osborn, que como decano por antigüedad sobre sus
otros dos colegas, los ministros norte-americanos en Lima i
en La Paz, debia presidir las conferencias, resolvió al fin ter-
minantemente que se cumpliese lo acordado, es decir, que las
conferencias se celebrasen en Arica. El gobierno del Perú se
vio forzado a ceder; pero aun entonces encubrió este contraste
de sus pretensiones por medio de un espediente. Pasó una
nota a los representantes del Perú en que los autorizaba para
que fuesen a Arica, por cuanto, agregaba, se había compro-
metido a ello el gobierno de Bolívia.
Esta cuestión de simple vanidad nacional fué causa de que.
se retardara algunos días la apertura de las conferencias. Los
representantes de Chile aprovecharon esta lección, compren-
diendo que para luchar contra los artificios de sus adversa-
rios, debían adoptar una línea de conducta franca i resuelta,
CAMPAÑA A LIMA 379
i encaminar las cosas a una solución inmediata i definitiva.
En efecto, en la primera conferencia, celebrada el 22 de
octubre, a bordo de la corbeta norte-americana Lackawanna,
después de los discursos de estilo en que Mr. Osborn hizo oir
en un lenguaje honrado i sincero el anhelo de Estados Unidos
por el restablecimiento de la paz en estos paises, el represen-
tante de Chile don Eulojio Altamirano espuso que para facr-
litar i para acelerar el debate, habia apuntado en una minuta
las principales condiciones de la paz, convencido de que apro-
badas éstas, las restantes no ofrecerían la menor dificultad.
Ese documento decia testualmente como sigue:
«i.^ Cesión a Chile de los territorios del Perú i Bolivia que
se estienden al sur de la quebrada de Camarones i al oeste de
la línea que en la cordillera de los Andes separa al Perú i Bo-
livia hasta la quebrada de la Chacarilla, i al oeste también de
una línea que desde este punto se prolongaría hasta tocar en
la frontera Arj entina, pasando por el centro del lago de As-
cotan.
«2.^ Pago a Chile por el Perú i Bolivia, solidariamente, de
la suma de veinte millones de pesos, de los cuales cuatro mi-
llones serán cubiertos al contado.
«3.^^ Devolución de las propiedades de que han sido despo-
jadas las empresas i ciudadanos chilenos en el Perú i Bolivia.
«4.'*^ Devolución del trasporte Rimac.
«5.^ Abrogación del tratado secreto celebrado entre el Perú
i Bolivia el año 1873, dejando al mismo tiempo sin efecto ni
valor alguno las jestiones practicadas para procurar una Con-
federación entre ambas naciones.
«ó.*^ Retención por parte de Chile de los territorios de Mo-
quegua. Tacna i Arica, que ocupan las armas chilenas, hasta
tanto se haya dado cumplimiento a las obligaciones a que se
refieren las condiciones anteriores.
«7.^ Obligación de parte del Perú de no artillar el puerto de
Arica cuando le sea entregado, ni en ningún tiempo, i Com-
promiso de que en lo sucesivo será puerto esclusivamente co-
mercial.»
Los diplomáticos de la alianza no estaban autorizados para
380 GUERRA DEL PACÍFICO
aceptar estas condiciones. La política artificiosa del dictador
Piérola los habia tenido a ciegas de las bases que Chile habia
indicado de antemano para tratar. En vista de las proposi-
ciones que los plenipotenciarios chilenos presentaban como
indeclinables, habrían podido terminarse allí mismo las con-
ferencias de Arica. Pero los representantes de las repúblicas
aliadas, pidieron tiempo para estudiar esas proposiciones, i
se separaron quedando convenidos en celebrar una segunda
reunión.
Tuvo ésta lugar el 25 de octubre. Todo el debate versó so-
bre la primera de las bases que dejamos copiadas. Los repre-
sentantes del Perú i de Bolivia, en largos i estudiados discur-
sos, la rechazaron resuelta i terminantemente. Aunque hicie-
ron oir en su apoyo diversas razones, i entre ellas la de que
el Perú, si bien habia «sufrido algunas contrariedades en la
guerra>>, todavía no habia sido vencido, el principal argumen-
to de su defensa fué la condenación del derecho de conquista.
Para ello invocaban las teorías de derecho público americano
inventadas por el Perú después de sus recientes derrotas, teo-
rías según las cuales todas las repúblicas del mismo oríjen,
debían garantizarse mutuamente su integridad territorial *.
4. Uno de los plenipotenciarios peruanos, don Aurelio García i García,
sostuvo con grande aplomo que el Perú no habia intentado nunca apoderar-
se de los territorios estraños, porque siempre habia querido respetar lo que
él llamaba el derecho público americano. Su aseveración no fué aceptada
por los representantes de Chile; pero no quisieron éstos entrar en esta discu-
sión histórica. Un mes después, El Fénix, periódico de Quito, en su número
de 27 de noviembre de 1880, escribía las palabras siguientes juzgando las
conferencias de Arica:
«Una de las cosas mas notables de estas conferencias es la aseveración que
hace el señor García i García, ministro peruano, de que su gobierno ha res-
petado, posponiendo sus propios intereses, la integridad del territorio ecua-
toriano; sin embargo de que hasta ahora retiene sin título ni derecho alguno
la estensa i rica provincia de Jaén, de que se ha apoderado de Tquitos i de
que ha avanzado hasta Andoas. En 1858 el jeneral Castilla declaró la guerra
al Ecuador con el pretesto de reparar las injurias que dijo se habían irrogado
al representante del Perú; mas sin haber alcanzado victorias en ningún com-
bate, negoció con el jeneral Franco los ricos territorios de Canelos, invocan-
do una cédula rota por las armas de Colombia en los campos de Tarqui. El
pueblo ecuatoriano se levantó como un solo hombre contra esa inicua nego-
ciación, i el ejército i la escuadra peruana reg^eiaron a sus pliy.is sin haber
CAMPAÑA A LIMA 381
Los plenipotenciarios de Chile no sabian entonces, que en
esos mismos dias, mientras dos representantes del Perú os-
tentaban en Arióa su horror por la conquista, i su respeto por
la integridad territorial de los estados americanos, se hallaba
en Buenos Aires otro plenipotenciario del Perú solicitando
infructuosamente la alianza arj entina contra Chile, i ofre-
ciendo en pago de esa alianza la desmembración i mutilación
del territorio chileno. El gobierno de la dictadura, habia te-
nido, como se ve, mui buenas razones para mantener rodeado
del mas impenetrable secreto todo cuanto se referia a los in-
fructuosos trabajos de su legación en Buenos Aires.
Pero ya que no pudieron hacer valer. este argumento, que
habria venido a echar por tierra todo el sistema del derecho
público americano construido por los estadistas del Perú i de
Bolivia, los representantes de Chile defendieron cOn tanta
moderación como firmeza las proposiciones que hablan pre-
sentado. Seria largo i hasta inoficioso el reproducir aquí los
discursos que fueron pronunciados, i que rejistran los proto-
colos de las conferencias tantas veces publicados.
Los plenipotenciarios chilenos, sin salir de la mas estricta
moderación, recordaron los hechos que habia traido la gue-
rra, i esos hechos demostraban según ellos que la contienda
no podia tener mas que la solución propuesta. Chile habia
llevado antes que nadie la industria de sus hijos a los territo-
rios disputados, i ella habia descubierto riquezas que nadie
imajinaba. Lejos de ausiliar esas industrias dando paz i se-
guridad a los trabajadores chilenos, en uno i otro pais, en el
Perú i en Bolivia, se habia establecido un réjimen de mala
voluntad contra ellos que les habia causado los mayores per-
conseguido otro resultado que la pérdida de grandes capitales en una cam-
paña tan injusta como desatentada. Ha olvidado, por otra parte, el señor
García la conducta que observó el Perú con la gran República de Colombia,
los manejos que empleó para que Guayaquil se anexara al Perú, i la agresión
a mano armada que terminó con el tratado de Tarqui, en el cual dio el jene-
ral Sucre, vencedor, un claro testimonio de su jenerosidad i de los sentimien-
tos fraternales de Colombia en favor del Perú. Se fijaron las bases de la de-
marcación entre ambas repúblicas; mas el Perú no pensó nunca en el cum-
plimiento de lo estipulado; por lo que Bolívar dijo una ocasión, que Sucre
sabia vencer, pero no aprovechar de la victoria.»
382 GUERRA DEL PACÍFICO
juicios i que al fin habia llegado hasta despojarlos de sus pro-
piedades. Chile habia creido por largo tiempo vencer estas
dificultades por medio de tratados solemnes; pero esos pactos
no hablan sido cumplidos por sus contendores. Lejos de eso,
cuando mas interesado se mostraba en favor de la paz i en
vencer esas resistencias por la discusión tranquila, Bolivia i
el Perú hablan celebrado en 1873 una afianza secreta contra
Chile. Persuadidos de que éste no podria resistirles, consuma-
ron nuevas violencias, i pusieron a Chile en la dura necesidad
de tomar las armas a pesar de sus inveterados instintos de
evitar toda guerra i de mantener la paz a todo trance. Fuerte
sobre todo por la justicia de su causa, Chile habia aceptado
la guerra seriamente; i haciendo sacrificios sin cuento de di-
nero i de sangre, habia alcanzado la victoria i estaba en el
deber ineludible de indemnizarse de esos sacrificios i de colo-
carse en una situación que lo pusiera a cubierto de nuevas
dificultades i complicaciones como las que lo hablan rodeado
desde el primer dia en que la industria chilena comenzó a
esplotar la riqueza de esos territorios. Uno i otro objeto, la
indemnización de los enormes gastos de la guerra, i el afian-
zamiento de la tranquihdad i de la paz para el porvenir, no
podian alcanzarse mas que por un solo medio, entrando Chile
en posesión definitiva i absoluta de esos territorios que po-
blaban sus hijos desde muchos años antes que sus soldados
hubieran ido a plantar allí su bandera. Esta era la resolución
fija e invariable del gobierno i del pueblo de Chile; i si no po-
día conseguir este resultado por medio de las negociaciones
pacíficas, estaban determinados a seguir la guerra hasta al-
canzarlo. Aunque tal era la esencia de los discursos de los re-
presentantes de Chile, guardaron éstos las formas convenien-
tes para no envenenar la discusión.
Los representantes de Bolivia i del Perú habían previsto
esta respuesta, i aun habían intentado la defensa del tratado
secreto de 1873. Pero llevaban a la reunión otro plan con que
habían esperado envolver a los representantes de Chile en
serias dificultades. Consistió éste en proponer que todas las
dificultades pendientes se sometiesen a la resolución de un
CAMPAÑA A LIMA 383
arbitro, i que éste fuera el gobierno de Estados Unidos. Como
hemos dicho mas atrás, asistian a las conferencias de Arica
los plenipotenciarios de esta república en Chile, en Bolivia i
en el Perú, i aun el primero de ellos presidia la discusión; pero
los tres hablan declarado que según las instrucciones de su
gobierno, ellos debian limitarse a ejercitar sus buenos oficios
sin tomar parte alguna en el debate. El rechazo de la propo-
sición de arbitraje ofrecía, pues, algún embarazo; pero los
representantes de Chile combatieron esa proposición con ra-
zones oportunas. Chile habia invocado el arbitraje antes de
la guerra: lo habia estipulado por pactos anteriores, i apeló
a él cuando vio venir el peligro de una ruptura. Entonces no
se le hizo caso; . a sus jestiones para que un arbitro resolviera
las dificultades pendientes con Bolivia, en 1879, el gobierno
de este pais habia contestado decretando la confiscación de
las propiedades de la compañía chilena de Antofagasta ^.
Recordando lijeramente estos hechos, los plenipotenciarios
de Chile dijeron que el arbitraje que entonces no se quiso
aceptar, habría servido en esa época para impedir la guerra;
pero que era mal medio para ponerle término cuando la jus-
5. Todos estos hechos, a que se hizo alusión con la mayor templanza en
las conferencias de Arica, han sido referidos detenidamente en los capítulos
que forman la primera parte de este libro.
Debemos consignar aquí que los plenipotenciarios peruanos no tenían
ninguna fe en la proposición de arbitraje, que la hacían por mera fórmula; i
que si hubiese sido aceptada por Chile habría nacido la gravísima cuestión
de fijar la materia sobre la cual debía recaer el arbitraje. En las instrucciones
que Píérola les había dado con fecha 29 de setiembre de 1880, i que han sido
publicadas mas tarde, se encuentran estas palabras: «Es entendido que, en
el caso de arbitramento, no será jamas por nuestra parte materia de él, ni
en forma alguna, la adquisición de Chile de territorio nacional.»
I en una nota complementaría de esas instrucciones escritas el mismo día
29 de setiembre, el ministro de relaciones esteríores del Perú, fijaba las bases
del arbitraje en los términos siguientes: <<V. V. S. S. tendrán mui particular
cuidado al redactar el acta de compromiso, si a tal punto fuera dado arribar,
de que en lo relativo a indemnización quede categóricamente espresado que
se somete al arbitro la decisión de si debe o no haber indemnización entre los
aliados i Chile, i en el supuesto de haberlas quién debe pagarlas».
Se comprenderá, pues que los plenipotenciarios peruanos tuvieron razón
sobrada para manifestar a Píérola, como contamos mas atrás, que con tales
instrucciones era imposible llegar a la paz.
;iyP GUERRA DEL PACÍFICO
ticia i la victoria habian robustecido i confirmado los derechos
de una de las partes. Chile, por mas respeto que le mereciera
el gobierno de Estados Unidos, no podia someter a arbitraje
el valor de los sacrificios que le costaba la guerra, ni la sangre
de sus hijos.
Todavía se propuso otro arbitrio para arribar a la paz. Uno
de los plenipotenciarios bolivianos, reconociendo lealmente
que la victoria daba derecho a Chile para reclamar la indem-
nización correspondiente por los sacrificios que le costaba la
guerra, indicó que éste quedase en posesión de los territorios
ocupados mientras sus productos le pagasen todos los gastos
hechos hasta entonces. Este arbitrio habria dado lugar a un
semillero de nuevas i complicadísimas cuestiones para el por-
venir, que Chile quería evitar a todo trance. La esperiencia
de muchos años le había enseñado que con los políticos de las
repúblicas aliadas no se podían mantener situaciones transi-
torias, ni tratados que dejasen nada pendiente o por resolver.
El recuerdo de la conducta observada por Bolivia con los
pactos de 1866 i de 1874, le servia de lección para normar su
conducta futura. Pero, los plenipotenciarios chilenos no tu-
vieron siquiera necesidad de discutir esta base. Los represen-
tantes peruanos, cuyas instrucciones no le permitían aceptar-
la, guardaron sobre ella el mas estudiado silencio, dejando
entender así que no estaban de acuerdo con sus aliados sobre
este punto.
La proposición de arbitraje dio lugar a una franca declara-
ción de parte del ministro norte-americano que presidia la
conferencia. Dijo éste que el gobierno de Estados Unidos no
pretendía hacerse arbitro de la contienda, i que su mediación
se había reducido a acercar a las partes para que pudieran
entenderse en una discusión templada í conveniente. La con-
ferencia estaba, pues, terminada, i las negociaciones no po-
dían seguir adelante. Los plenipotenciarios se reunieron nue-
vamente el 27 de octubre, pero casi no hicieron otra cosa que
firmar los protocolos de las conferencias anteriores, i decla-
rarlas terminadas. En la misma tarde recibía el gobierno de
Chile el siguiente telegrarna:
CAMPANA A LIMA 385
«Arica, octubre 27 de 1880. — Señor ministro de relaciones
esteriores: Todo ha concluido en la conferencia de hoi. Los
plenipotenciarios del Perú i de Bolivia han insistido en el re-
chazo absoluto de nuestra primera base. En consecuencia,
las conferencias han terminado. Mañana parte el Chalaco con
los plenipotenciarios del Perú i de Bolivia, i* en el próximo
vapor partirá nuestro secretario llevando todos los documen-
tos.— Altamirano.>>
Este resultado no causó gran sorpresa en Chile, donde la
opinión pública no esperaba que las negociaciones conduje-
sen a la paz. El gobierno, por su parte, habia creido un mo-
mento que al enviar los aliados sus plenipotenciarios, el Perú
i Bolivia estaban resueltos a aceptar las condiciones trasmi-
tidas por el ministro norte-americano. Pero, desde que vio a
los plenipotenciarios del Perú detenerse en Moliendo, i bus-
car medios de eludir la condición de negociar en Arica, com-
prendió que se habia tratado de engañarlo burlando al mismo
tiempo la buena fe de la mediación de los Estados Unidos. Si
pudo abrigar todavía alguna ilusión sobre la lealtad de sus
enemigos, el tono de la prensa de Lima en esos mismos dias
debió convencerlo de que habia poco que esperar.
En efecto, desde que se iniciaron las negociaciones, los dia-
rios de Lima, que eran la espresion del gobierno dictatorial
del Perú, se mostraron mas ardientes i exaltados contra Chi-
le. Recrudeció la guerra de insultos i de provocaciones, lle-
vándola a un tono mas alto todavía del que se habia emplea-
do hasta entonces. «Mientras nuestros plenipotenciarios ha-
cen el sacrificio de escuchar las impertinencias de los de Chile,
en relación con una paz fementida, decia el 6 de octubre La
Patria de Lima, cumplamos con la obligación de aguardar
resueltos al enemigo de nuestra fortuna. ¡¡Para qué hacernos'
ilusiones! Las negociaciones de paz en las aguas de Islai, -se-
rán solo una quimera. Chile será siempre lo que fué desde su
oríjen. — La paz no es posible con la emulación dejenerada
en envidia. Chile no ha podido ver con ojo indiferente, ya que
no de estimación, la preponderancia, ni menos la prosperidad
positiva del Perú. L^na pasión de la peor lei le ha venido aji-
TOMO XVI. — 25
386 GUERRA DEL PACÍFICO
tando hasta hoi, i le ajitará mientras exista como pueblo en
América: Chile ha sido siempre envidioso: el Perú fué siempre
la causa de su desesperación, Chile juró ante la borrascosa
ajit ación de su espíritu envidioso, que esterminaria al Perú:
Cain no tuvo un discípulo mas aventajado. Para conseguir
su propósito, Chile se hizo mendigo del Perú; aparentó la
mas cordial fraternidad con él; esplotó hasta donde quiso la
jenerosidad del Perú. El mismo se redujo a la miseria, para
conseguir los medios de realizar su sueño de envilecimiento;
en una palabra, como su porvenir dependía de la ruina del
Perú, nada omitió de abominable con ese intento ... El gran
día se acerca. El día destinado por la Providencia para hacer
sentir a Chile, una vez por todas, toda la enormidad de su
crimen. Tal es nuestra fe i nuestra convicción». En medio de
este tejido de insultos i de amenazas, inspirado por el gobier-
no de la dictadura, i envuelto en frases cuyo sentido no es
fácil comprender, había un hecho claro i manifiesto. El go-
bierno del Perú estaba perfectamente seguro de que las ne-
gociaciones no conducirían a la paz.
Al fin, el 29 de octubre llegó a Lima la noticia de que las
negociaciones quedaban rotas; pero que Chile había declara-
do oficialmente sus propósitos respecto de los territorios dis-
putados. Fué aquel un día de alborozo para el gobierno i para
los periodistas del Perú que creían ver alianzas por todas par-
tes contra los planes de Chile. «Las repúblicas sud-ameríca-
ñas, decía ese mismo día La Patria de Lima, quedan notifi-
cadas por Chile de que la guerra de conquista, verdadera he-
rejía en el derecho público de América, es un hecho i amena-
za para todos. El equilibrio sud-amerícano ha sido roto por
Chile con pérfida mano, i el precedente histórico que su polí-
tica usurpadora proclama, no tardará mucho en volverse
contra su mismo autor».
La prensa de Lima habría debido declarar francamente
que en la presente crisis, el Perú estaba pagando las- conse-
cuencias del desgobiemo.de sesenta años, de las revueltas de
cada día, de las camorras i guerras insensatas con todos sus
vecinos, i de una política turbulenta i pendenciera que la
CAMPAÑA A LIMA 387
habia llevado hasta celebrar la alianza secreta de 1873. Sin
embargo, con la esperanza de alcanzar el apoyo de las otras
repúblicas americanas del nuevo mundo, llevó su locura hasta
proclamar que en la guerra del Pacífico defendía los intereses
americanos. «Ya no se trata de una cuestión de honra, decia
El Nacional el 30 de octubre. Se trata de salvar los intereses
americanos de la vorájine espantosa en que están espuestos
a zozobrar, si llegaran a lejitimarse i a codificarse con el triun-
fo de Chile, los principios que éste ha defendido en las confe-
rencias de Arica. El Perú que siempre ha sido el mas celoso i
avanzado defensor de los intereses sud-americanos, cuando
estuvieron comprometidos, tiene un nuevo motivo para no
rendir su espada a un enemigo mas baladron que osado, si no
para seguir defendiendo con brío los sagrados derechos de la
alianza, los trascendentales intereses de la América del sur i
los principios del derecho internacional moderno que Chile
ha intentado profanar.»
No se detuvo aquí la prensa peruana en esta proclamación
de la guerra americana. El 3 de noviembre otro diario de Li-
ma declaraba cómplices de Chile a los estados americanos
que no acudieren a ausiliar al Perú i a Bolivia en la contienda.
Se nos permitirá copiar todavía algunas líneas de este escrito
«El Perú, decia, ha sido siempre el centinela avanzado del
derecho público americano, el obrero infatigable, el sostene-
dor tenaz del equilibrio americano. El Perú ha sido inflexible-
mente celoso de la integridad territorial de las otras repúbli-
cas; el Perú ha sido el propagandista del derecho americano
Es, pues, indispensablemente necesario que la América se
levante para protestar airada contra la perversidad de Chile.
—El Perú lo exije, no para reprimir materialmente a Chile,
que cuenta para ello con los elementos necesarios, sino para
que caiga sobre él la sanción moral de América. . . No ven-
cerá Chile, pero es indispensable que antes sea juzgado, ven-
cido i condenado por la sanción espontánea i colectiva de las
secciones de América. Si Chile, amparado por la fuerza bruta,
amenaza hoi la existencia del Perú, i hai espectadores inertes
que presencian el sacrificio de la víctima por bandidos que
388 GUERRA DEL PACÍFICO
hacen el oficio del salteador, esa misma fuerza es una amena-
za V entra ellos, contra los que se hacen cómplices por omi-
sión» ^.
El gobierno dictatorial participando de estas ilusiones de
su prensa, llegó a creer que habia conseguido el objeto que
tuvo en vista al aceptar la mediación de Estados Unidos. El
diario oficial de la dictadura, en su número de 4 de noviem-
bre, se felicitaba del resultado de esas combinaciones en los
términos que siguen: «Las exorbitantes pretensiones de Chile,
que llevarán el escándalo i la alarma a todos los Estados de
América, no hablan revestido, sin embargo, una forma oficial;
i ésta es una de las ventajas de las negociaciones celebradas
en Arica. Hoi ya nadie se podrá engañar sobre los fines per-
seguidos por Chile en esta larga i sangrienta guerra».
Temiendo que estas ardorosas proclamaciones de la prensa
de Lima contra Chile no circulasen en toda la América, el
gobierno de la dictadura peruana recurrió a las comunicacio-
nes diplomáticas. Con fecha de 5 de noviembre, lanzó dos
circulares que merecen recordarse, la una dirijida a los repre-
sentantes de las potencias estranjeras en Lima i la otra a los
ministros i cónsules peruanos en el estranjero. El estilo des-
comedido e inconveniente de los escritos de la prensa diaria,
habia comunicado su contajio a todos los documentos públi-
cos del Perú, ya fueran decretos, comunicaciones i proclamas,
i habia penetrado hasta la correspondencia diplomática que
el gobierno dirijia a los ministros estranjeros. En esta ocasión,
el ministro de relaciones esteriores de la dictadura, don Pedro
José Calderón, se empeñó en esforzar un poco ese tono. La
circular a los representantes de las naciones amigas, tenia
por objeto, según sus palabras, el »denunciar a Chile ante la
comunidad de las naciones civilizadas, porque ya era tiempo
de refrenarlo ejemplarmente». La temeraria i fementida»
6. Como si no bastaran por sí solas todas las palabras insultantes que con-
tiene el diccionario de la lengua, los diaristas de I,ima se empeñaban en re-
forzarlas con los recursos de la tipografía, i hacían imprimir con itálica o con
mayúsculas aquellas voses o frases que tenían un significado mas duro i des-
templado.
CAMPAÑA A LIMA 3^9
conducta de Chile, anadia, hija del «enfermizo i febril delirio
de sus pasiones/) lo ha precipitado a «esta guerra fratricida
con afrenta de la civilización i de la humanidad», atropellan-
do «el derecho público americano» que sostiene el Perú; pero
«el mundo i principalmente la América juzgará definitiva-
mente» de las pretensiones de Chile. Probablemente, los mi-
nistros estranjeros se limitaron a acusar recibo de esta comu-
nicación; pero el de Bolivia, don Melchor Terrazas, contes-
taba pocos dias después mostrándose mui satisfecho de las
esplicaciones dadas por el gobierno del Perú, i esperando tam-
bién que la América entera se pronunciaría en poco tiempo
mas en contra de Chile.
En su nota a los representantes del Perú en el estranjero,
el ministro Calderón hacia nuevamente la historia, poco fiel
es verdad, de las causas de la guerra; i formaba un paralelo
entre «el Perú que se glorifica, dice, de haber iniciado, casi
desde su nacimiento a la vida independiente, con la«s mas
amplias i elevadas miras, la fraternidad real i efectiva de las
repúblicas americanas», i Chile, «repleto de odio i de envidia
contra el Perú, cuya superioridad no puede desconocer sin
borrar la historia i sin ahogar la voz de una fama que ha pa-
sado a proverbio universal; ebrio de sangre i devorado por la
hidrópica sed de nuestras fabulosas riquezas, que proclama
el asalto a esta capital, considerándola el último baluarte de
la defensa del Pg?ú».
Según el encargo espreso consignado en esa circular, los
representantes del Perú en el estranjero, debian dar lectura
de ella a las cancillerías ante las cuales estaban acreditados,
i aun dejarles copia de este tejido de insultos groseros contra
la república de Chile. El plenipotenciario peruano en Buenos
Aires, don Evaristo Gómez Sánchez, creyó sin embargo, que
ese documento no era tan conducente como convenia, i quiso
reforzarlo con otro manifiesto absolutamente suyo. A pretes-
to de impugnar la circular en que el gobierno de Chile daba
cuenta del fraca^so de las negociaciones de Arica, Gómez Sán-
chez escribió con fecha de 15 de diciembre un largo despacho
390 GUERRA DEL PACÍFICO
en que amontonaba contra Chile las mas vehementes acusa-
ciones.
El plenipotenciario peruano residía en un pais en que una
gran parte de los habitantes no podia estar al corriente de los
hechos que hablan producido la guerra del Pacífico. Se creyó
por esto autorizado para presentar esos hechos bajo una luz
que no era por cierto la de la verdad. Según él la industria i
el capital de los chilenos no habia tenido parte alguna en la
esplotacion de las salitreras de Tarapacá. El Perú, anadia,
no se hallaba en estado de insolvencia, porque mui lejos de
eso siempre habia pagado puntualmente sus obligaciones, ase-
veración que el diplomático, pudo corroborar con el hecho de
que desde 1872 el Perú habia suspendido el pago de los inte-
reses i de la amortización de su inmensa deuda esterior. Pero
la parte mas trascendental de su nota, era aquella en que
defendía el derecho público americano inventado por el Perú
después de sus derrotas. Como se sabe, desde un año atrás, el
diplomático peruano se hallaba empeñado en solicitar para
su patria la alianza arj entina sobre la base de despojar a Chile
de una porción de su territorio; i sin arredrarse por el cons-
tante rechazo de sus pretensiones, insistía aun con la mayor
obstinación por llegar a este resultado. Sin embargo, en la
nota a que nos referimos consagraba los mejores pasajes de
su elocuencia diplomática a condenar con toda enerjía el prin-
cipio «bárbaro i absurdo^) de que la victoria da derechos al
vencedor "' , i a implorar de nuevo que la República Arjentina
se pusiera de pié para ausiliar al Perú, cuya causa, según él,
habia llegado a ser la causa americana.
7. Según esta teoría, Chile, que habia sido arrastrado a la guerra por todo
jénero de maquinaciones, habia hecho grandes sacrificios de sangre i de di-
nero hasta obtener las mas brillantes victorias para dejar las cosas como es-
taban antes de la guerra, para dejar a sus enemigos en situación de volver a
ofenderlo al dia siguiente de firmada la paz, i sin poder ni aun reclamar de
ellos la indemnización de los sacrificios a que lo hablan obligado. Esta teo-
ría, hemos dicho, fué inventada por el Perú cuando sus constantes derrotas
no le permitian hacer valer las que habia proclamado en el principio de la
guerra, en los dias en que pensaba niutilar a Chile por el norte i por el sur,
para que «el Perú, encargado de rejir los destinos continentales, lo mantu-
viera constantemente sometido a su vijilancia». como se escribía en Lima
CAMPAÑA A LIMA 391
Todo esto era elocuencia i papel perdidos. Algunos diarios
apoyaban las pretensiones del ministro del Perú; pero los
hombres mas notables de la República Arj entina sabian de-
masiado bien lo que valia este americanismo invocado tan a.
destiempo, i se negaron a comprometer a su pais en una lucha
que no era suya. Así, pues, a pesar de tantos esfuerzos para
hallar nuevos aliados, el Perú debia encontrarse solo el dia
del peligro, i lo que era mas doloroso, abandonado por el
mismo aliado antiguo que lo precipitó a la guerra.
En efecto, el gobierno de Bolivia, desde la derrota de su
ejército en Tacna, parecía desligado de todas las obligaciones
de la guerra. No habia dado otro signo de continuar en su
alianza con el Perú, que el haber enviado sus representantes
alas conferencias de Arica. Se creyó también en deber de di-
rijirse en esta ocasión a las naciones americanas. Este fué el
objeto de una larga circular firmada por el ministro de rela-
ciones esteriores don Juan C. Carrillo el i.^ de diciembre de
1880. En ella desarrollaba latamente las teorías del derecho
público americano inventado por el Perú, i proclamaba que
la América debia acudir prontamente en ayuda de la alianza
perú-boliviana para destruir los planes de Chile ^.
Pero, si tal era, a juicio de los estadistas de La Paz, el de-
en abril de 1879. Un diario mui serio i prestijioso de Buenos Aires, La Na-
ción, en su número de 25 de enero de 1881, juzgaba esta teoría peruana en
los términos siguientes:
«Igualmente son insensatos i criminales los gobiernos que, después de com-
prometida la guerra i de haber alcanzado la costosa victoria, declaran a la
faz del pueblo que han hecho sacrificar, que esa victoria no da derechos, por-
que esto importa lo mismo que condenar la razón de la guerra, ofreciendo
en espiacion al vencido la sangre i el oro de los vencedores. Para eso no se
hace la guerra.»
8. Esta larga circular es curiosa por mas de un motivo. Ella es un testi-
monio del desconocimiento de los usos diplomáticos de la cancillería bolivia-
na. El ministro Carrillo consignaba allí algunos recuerdos históricos ultra-
jantes para la Gran Bretaña, i se permitía pronunciar una ardiente censura
contra la Alemania por su conducta en la guerra de 1 870-1 871, diciendo sin
qué ni para qué, las palabras siguientes: «La Prusia, llevada no obstante,
por sus excesos, se atrajo sobre sí, la reprobación universal». . . Probable-
mente, no habrá otro pais de la tierra donde la secretaría de relaciones este-
riores sea capaz de cometer inconveniencias de este calibre.
392 GUERRA DEL PACÍFICO
ber de todas las repúblicas americanas ¿cuál seria el deber de
Bolivia, aliada al Perú por el tratado secreto desde 1873, i
directamente provocadora de la guerra de 1879, ^^ Q^^ ^^
Perú habia tenido que sufrir tantos i tan abrumadores desas-
tres? El ministro Carrillo se guardaba bien de decirlo; pero el
gobierno de Bolivia se encargó de demostrar con el hecho de
que manera comprendia su misión de nación americana i de
aliada del Perú. En los momentos en que la cancillería de La
Paz firmaba esa circular, la guerra habia tomado proporcio-
nes colosales: 25,000 soldados de Chile marchaban sobre Lima^
i la América entera se obstinaba en no ver en la guerra del
Pacífico mas que una contienda provocada por las maquina-
ciones imprudentes de dos repúblicas que no pueden vivir sin
revueltas i enredos en el interior i en el esterior. Bolivia se
quedó encerrada en sus montañas, sin enviar un solo soldado
al teatro de las operaciones militares, sin hacer un solo es-
fuerzo por socorrer a un aliado que a esas horas imploraba
ausilios de cualquiera parte. Así era como Bolivia compren-
dia el deber de defensor de la que llamaba «causa americana»»
^^^^
CAPITULO VII
Marcha de la espedicion chilena sobre Lima, noviembre
i diciembre de 1880
El ejército chileno se aumenta con nuevos cuerpos de tropas. — Organización
dada al ejército de operaciones. — Auméntase la escuadra con nuevos
trasportes. — Actividad de los aprestos de la espedicion en Arica. — Par-
tida de la primera división del ejército chileno. — Su desembarco en Pa-
racas.— A pesar de las amenazas del jefe peruano de Pisco, los chilenos
se apoderan de esta ciudad sin disparar un tiro. — Ocupación de lea i su
valle. — Ocupación de Chincha i de Tambo de Mora. — En Lima se anun-
cia el desembarco de los chilenos en Pisco como una victoria del Perú. —
Arrogantes amenazas de la prensa peruana. — Zarpa de Arica el resto del
ejército chileno. — Toca en Pisco i va a desembarcar en Curayaco. — Una
división chilena avanza hasta Lurin, i ocupa un campamento apropiado
para operar la reunión de todo el ejército. — El ejército peruano, fortifi-
cado en los alrededores de Lima, no opone ningún embarazo a estos mo-
vimientos.— Marcha atrevida i feliz del comandante Lynch al través del
territorio enemigo. — Reconcentración de todo el ejército chileno. — Poder
i enerjia desplegados por Chile en estas circunstancias. — El ejército pe-
ruano de Arequipa.
En la tarde del 27 de octubre de 1880, cuando los represen-
tantes de Chile volvian de la última conferencia que habia
tenido lugar en la bahía de Arica, don Eulojio Altamirano
comunicó por el telégrafo al jefe del ejército chileno de Tacna
394 GUERRA DEL PACÍFICO
que las negociaciones diplomáticas quedaban rotas. «Está
bien! contestó lacónicamente el jeneral Baquedano; iremos a
Lima a buscar la paz». En esos momentos estaban reunidos
en Tacna i sus alrededores 20,000 soldados chilenos que con
frecuentes ejercicios i revistas, perfeccionaban su instrucción
militar.
En efecto, las negociaciones de Arica no habian suspendido
un instante los aprestos bélicos de Chile. Lejos de eso, en to-
das las provincias seguían organizándose nuevos cuerpos de
tropa, especialmente de infantería, elevándose a rejimientos
algunos batallones, i completando la dotación de los otros.
Cuando estos cuerpos, después de dos o tres meses del mas
empeñoso trabajo de toda hora, habian adquirido una regu-
lar práctica militar, se les enviaba al norte, a Tacna i a x\rica,
para que a la vista de los cuerpos perfectamente disciplina-
dos que habian hecho la campaña anterior, completaran su
instrucción i se adiestraran en grandes ejercicios i revistas, i
aprendieran las maniobras combinadas por divisiones. Estos
trabajos, ejecutados con un tesón incansable, i bajo la direc-
ción de oficiales intelij entes i activos, morahzaban al soldado
i lo preparaban para las fatigas de la nueva campaña.
El jeneral Baquedano no habia abandonado un solo dia el
campamento del norte. Después de las grandes victorias de
Tacna i Arica, en los meses de suspensión de hostilidades que
se siguieron a esos sucesos, le habria sido fácil volver a Chile
a tomar algunos dias de descanso en el seno de sus amigos i
relaciones. Sin embargo, se mantuvo invariablemente al fren-
te de sus soldados, velando sin cesar por su disciplina i por
su organización a fin de estar siempre prevenido para las fu-
turas eventualidades de la guerra. Desde que comenzaron a
llegar allí los nuevos cuerpos de tropas en los meses de setiem-
bre i de octubre, redobló su actividad. Los constantes ejerci-
cios militares los pusieron pronto en el pié de verdaderos
cuerpos veteranos. •
Elevado de esta manera el ejército de operaciones a un
efectivo de mas de 25,000 hombres, sin contar con las reseí^-
vas que debían quedar en Tacna i en Chile, el ministerio dtí
CAMPAÑA A LIMA 395
la guerra decretó, con fecha de 29 de setiembre, su distribu-
ción en tres grandes divisiones de las tres armas que debian
mandar los jenerales don José Antonio Villagran i don Emilio
Sotomayor i el coronel don Pedro Lagos. Cada una de estas
divisiones, era formada de dos brigadas bajo el mando de un
jefe especial. Las tres divisiones tenian su estado mayor i sus
injenieros particulares; pero todas ellas quedaban colocadas
bajo el mando del jeneral en jefe don Manuel Baquedano, i
del estado mayor del ejército. Púsose éste bajo la dirección
del jeneral de brigada don Marcos Maturana que hasta en-
tonces habia permanecido en Santiago como director de las
maestranzas militares, prestando en este carácter los servi-
cios mas constantes e inteli-j entes en el equipo de las tropas.
Aumentado así el ejército, se aumentó también por decreto
de 23 de setiembre el cuerpo médico del ejército, dándole una
nueva organización. Formáronse cuatro grandes ambulan-
cias, cada una de las cuales tendría para su servicio cuatro
médicos, seis practicantes, dos farmacéuticos, i la dotación
correspondiente de administradores i sirvientes. Se organizó
ademas un hospital volante con el mismo número de emplea-
dos.
Con igual actividad se atendia a las necesidades de la pro-
visión i equipo del ejército. La intendencia jeneral estableci-
da en Valparaíso remitía al norte los caballos, las bestias de
carga i de tiro, el vestuario, los víveres, los forrajes i todos
los artículos necesarios para una campaña emprendida en las
condiciones bajo las cuales era preciso espedicionar. El sol-
dado debía llevarlo todo desde su fusil i sus municiones hasta
el agua para él i sus animales. La previsión se llevó hasta los
mas pequeños detalles para que el ejército no careciera de
nada.
Aunque Chile estaba ya provisto de un abundante mate-
rial de guerra, continuaban llegando de Europa nuevas re-
mesas de armamento i de municiones elaboradas en las mejo-
res fábricas i según los últimos inventos. Eran trasportadas
de Inglaterra i de Alemania en buques de vapor fletados ex-
profeso. Como llegaban a los puertos de Chile en los días en
39G GUERRA DEL PACÍFICO
que se organizaba la nueva espedicion, el gobierno los tomó
en arriendo, i los convirtió en trasportes, como lo habia hecho
con todos los vapores que pudo procurarse en el Pacífico. Al-
gunos de éstos eran buques excelentes i espaciosos, capaces
de llevar mas ^e mil hombres. Pero no bastaban para la con-
ducción del ejército i para el carguío de los bagajes. Fué ne-
cesario comprar o alquilar naves de vela que debían ser con-
ducidas por los buques de vapor i por todos los vaporcitos
remolcadores que fué posible proporcionarse en la costa de
Chile. Los marineros chilenos de la marina mercante que se
hallaban en los diversos puertos, acudieron llenos de ardor i
de entusiasmo a completar las tripulaciones de estos nuevos
trasportes.
Para facilitar el desembarco de las tropas i el carguío del
material de guerra i de los bagajes, se habia construido un
número considerable de lanchas, de muelles portátiles, de
pescantes i de grúas, de carros de carga i de toneles para la
conducción del agua. Todos estos artículos, que se trabajaron
con una actividad incansable, se iban reuniendo gradualmen-
te en el puerto de Arica, punto designado para la partida de
la espedicion.
La ruptura de las negociaciones de paz el 27 de octubre,
dio nuevo impulso a todos estos trabajos. En los primeros
dias de noviembre, ya estaba reunido en Tacna casi todo el
ejército espedicionario; i en el vecino puerto se hacían los
aprestos para la partida. «El aspecto de la ciudad de Arica i
de su puerto, escribía el corresponsal de uno de los diarios
chilenos, forma en estos dias profundo contraste con el aire
de inacción que reinaba poco antes, cuando las negociaciones
de paz i el fastidio de un largo i monótono acuartelamiento
habían principiado a enervar algunos corazones. Ahora re-
nace el entusiasmo, porque al fin se ve aproximarse la desea-
da espedicion a Lima. Las tropas de la primera división, que
están designadas para marchar a vanguardia del ejército, lle-
gaban desde el 11 de noviembre a Arica en largos convoyes
de carros i en medio de la entusiasta algazara de los alegres
soldados. Las bandas de música llenaban los aires con los
CAMPAÑA A LIMA 397
acordes del himno nacional; las calles se veian sembradas de
afanosos militares que se dirijian a distintos puntos a com-
pletar sus preparativos o a desempeñar sus comisiones. En
los sitios de embarque se apiñaban los soldados, los caballos
los bagajes i la artillería, mientras el ministro de la guerra,
dando el ejemplo de la celeridad i del trabajo, presidia perso-
nalmente las engorrosas tareas del embarque. La rada ofrece
también un espectáculo de fiesta i de alegría. Los numerosos
vapores lanzan al cielo espesas columnas de humo con el tra-
bajo de sus pescantes i condensadoras. Los trasportes de vela
se ven rodeados de embarcaciones menores; i los remolcado'^
res, arrastrando largos rosarios de lanchas llenas de soldados,
de caballos i de toda clase de arreos, circulan por entre los
claros de los treinta i tantos buques que pueblan la bahía».
Al fin, en la mañana del 15 de noviembre zarpaba de Arica
la primera división compuesta de 8,600 hombres de desem-
barco i trasportada por diez buques de vapor i siete de vela.
Aunque algunos de los trasportes habían sido provistos de
buena artillería para resistir cualquier ataque inesperado du-
rante la navegación, el convoi iba ademas defendido por las
corbetas de guerra Chacahuco i O'Higgins. Se temía entonces
fundadamente que aprovechándose los peruanos de la rapi-
dez de algunos de los buques que tenían en el Callao, i de las
neblinas que en las altas horas de la noche envuelven este
puerto, burlasen el bloqueo i fuesen a hostilizar a los traspor-
tes chilenos. De allí habían nacido estas precauciones del es-
tado mayor chileno.
Después de cuatro dias de la mas tranquila navegación,
en la mañana del 19 de noviembre comenzaron a entrar los
buques de la escuadrilla espedicionaria al puerto de Paracas
situado a diez millas al sur de Pisco, i separado de él por una
pequeña península que se interna en el mar. Era aquel día el
primer aniversario de la victoria de Dolores o San Francisco
i los soldados consideraban esta circunstancia como un augu-
rio de triunfo en la nueva campaña. Era también ese el lugar
en que el jeneral San Martin, partido de Chile a la cabeza de
398 GUERRA DEL PACÍFICO
poco mas de cuatro mil hombres, habia desembarcado el 8 de
setiembre de 1820 para dar la libertad al Perú.
La escuadra largó sus anclas en la bahía de Paracas a las
diez de la mañana. Inmediatamente comenzó el desembarco
de las tropas. Desde allí se divisaba un estraordinario movi-
miento de los trenes del ferrocarril en el vecino puerto de Pis-
co, i el estallido de una mina de dinamita con que se habia
pretendido cortar el muelle que hai en él. Se decia ademas
que habia allí muchos torpedos, i que los alrededores del pue-
blo estaban sembrados de minas esplosivas. A pesar de todo,
uno de los buques de la escuadra, llevando a su bordo al co-
mandante Lynch, se trasladó en el acto a Pisco a intimarle
rendición, i una pequeña columna mandada por el teniente
coronel don Roberto Souper, avanzó resueltamente por el
camino de tierra, cortó el telégrafo e interrumpió toda comu-
nicación por el ferrocarril. En un cerrito vecino a la costa se
divisaba un cuerpo compacto de tropas peruanas de infante-
ría i de caballería; pero algunos cañonazos dirijidos por la
corbeta Chacahuco, las dispersaron en pocos minutos.
Sin embargo, el jefe militar de Pisco, coronel don Manuel A.
Zamudio, parecía determinado a resistir resueltamente. A la
intimación verbal que le hizo el comandante Lynch desde el
puerto, contestó por escrito las palabras siguientes: «Puede
V. S. proceder a tomar la plaza a viva fuerza: un solo perua-
no no arriará el pabellón a las huestes invasoras». Una res-
puesta semejante dio a otro parlamentario que por la via de
tierra envió el comandante Souper sin conocer el resultado
de la primera intimación. A pesar de esto, este jefe, dotado
de ese ardor que no conoce nunca peligro, quería ocupar a
Pisco esa misma tarde; pero el estado mayor de la división,
creyendo que en reahdad se hallaría allí una resistencia seria,
le dio orden de suspender el ataque hasta el día siguiente
cuando estuviesen en tierra todas las tropas. Souper pasó la
noche con sus fuerzas a corta distancia del pueblo. Aunque
por varios conductos se anunciaba que el coronel Zamudio
tenia a sus órdenes cerca de 2,000 hombres, Souper no fué
inquietado por nadie.
CAMPAÑA A LIMA 399
En la mañana siguiente avanzó el comandante don Patri-
cio Lynch a la cabeza de la primera brigada de la división,
resuelto a ocupar a Pisco a viva fuerza. No habia andado
mucho, cuando se presentaron algunos estranjeros que le hi-
cieron saber que durante la noche el coronel Zamudio habia
huido con todos sus soldados, que Pisco estaba abandonado,
i que si bien los fujitivos habian dejado algunas minas en la
ciudad i sus alrededores, era fácil desmontarlas. Las tropas
chilenas entraron, pues, a la ciudad sin disparar un tiro, se
hospedaron en las espaciosas bodegas del ferrocarril o en los
caseríos de las haciendas inmediatas, i recorrieron los campos
de 1 os alrededores, donde hallaron ganado, aves domésticas
para el alimento del soldado, i potreros de alfalfa para los
animales. De todas partes acudian los trabajadores chinos
que a la vista.del abandono de los campos por.los propietarios
i por sus administradores, creian que era llegado el momento
de recobrar su libertad. Algunos de ellos comenzaron el sa-
queo de varias casas, i fué necesario que los jefes chilenos los
reprimiesen con toda enerjía. Así, pues, la ocupación de Pisco
i sus inmediaciones, a pesar de las enfáticas amenazas del go-
bernador Zamudio, no habia costado una sola gota de sangre.
El día siguiente, 20 de noviembre, salía de Paracas para el
interior el jefe de la segunda brigada de la división, coronel
don Domingo Amunáteguí, a la cabeza de un rejimiento de
infantería i de un escuadrón de caballería. El objeto de esta
espedícion era ocupar a lea i sus alrededores, donde, según se
suponía, podían reunirse tropas peruanas. Aunque esta ciu-
dad estaba unida a Pisco por un ferrocarril, el enemigo había
retirado al interior el material rodante, i fué necesario hacer
la marcha a pié. Después de dos días i medio de penosa mar-
cha por el árido desierto llamado pampa de Chunchaga, las
tropas chilenas penetraron en lea sin disparar un tiro. Las
autoridades habían huido con anterioridad hacia la sierra, i
los estranjeros residentes en el pueblo se habian encargado
de conservar el orden. Allí se hallaron las locomotivas i los
carros del ferrocarril; pero los fujitivos las habian desarma-
do, ocultando algunas de sus piezas en lugares apartados.
400 GUERRA DEL PACÍFICO
llevándose al mismo tiempo los aparatos telegráficos. Los
maquinistas que llevaba la es pedición hicieron prodijios de
actividad, montaron las locomotivas, repusieron la via férrea
que habia sido cortada en tres partes, i el 25 de noviembre
quedaron establecidas las líneas del ferrocarril i del telégrafo.
La división que ocupaba a Pisco, pudo así contar para el caso
necesario con la abundancia de provisiones que podía sumi-
nistrarle el rico valle de lea. En todos aquellos contornos no
se hallaba nadie que quisiera oponer la menor resistencia.
Todos los soldados peruanos habían tomado la fuga.
Mientras el coronel Amunáteguí ejecutaba esta operación,
otro cuerpo chileno de solo 500 hombres bajo las órdenes del
comandante de caballería don Tomas Yávar, se había dirijí-
do al norte, a poca distancia de la costa, para ocupar las po-
blaciones de Chincha alta, Chincha baja i Tambo de Mora,
cuyos alrededores ofrecen abundantes recursos. Un buque de
la escuadra siguió también hacía este último puerto con unos
doscientos hombres de desembarco para socorrer a aquellas
fuerzas sí fuere necesario. Tampoco encontró resistencia al-
guna esta espedicion; ni costó mas sangre que la del sub-pre-
fecto de Tambo de Mora, don Agustín Matuti, que, según pa-
rece habia sido el terror de aquellos lugares. Apresado cuando
huía, se sintió dominado por el miedo, i acabó por perder el
juicio i por suicidarse degollándose con una navaja, dentro
de una casa que se le había dado por lugar de detención 1.
En estos lugares se hallaron también víveres i ganado en
regular abundancia. Tanto allí como en Pisco i en lea, los
I . Según se descubrió mas tarde por la correspondencia interceptada, este
funcionario estaba comprometido en un proyecto de envenenar las aguas
donde debian beber los soldados i los caballos del ejército chileno. Creyendo
que este plan estaba en conocimiento de los oficiales chilenos. Matuti no ce-
saba de pedirles perdón i de protestar su inocencia de todo acto de hostili-
dad. A pesar de que se le dijo que no tenia nada que temer por su vida, él no
cesaba de demostrar sus recelos de que lo fusilasen, i acabó por suicidarse.
Por lo demás, i aunque se sabia que por el interior habia fuerzas peruanas
los vecinos de aquellas localidades no ejercieron acto alguno de hostilidad.
Lejos de eso, suministraron víveres, vino i forrajes para las tropas chilenas^
ofreciendo esos artículos muchas veces gratuitamente, o pidiendo por ellos
precios muí moderados.
CAMPAÑA A LIMA 401
jefes chilenos compraban estos artículos a precios convenien-
tes, i los pagaban con los billetes capturados por Lynch a
bordo del vapor Islai. Ese papel moneda circulaba por todas
partes en las mismas condiciones que el que habia emitido en
años atrás el gobierno del Perú.
La noticia del desembarco de los chilenos llegó ■ a Lima el
mismo dia 19 de noviembre trasmitida por el telégrafo. El
público de la capital se imponía hora a hora de todas las ocu-
rrencias de Pisco; pero no se le contaba la verdad de lo que
estaba pasando. El coronel Zamudio anunciaba a las dos de
la tarde que se había resistido a capitular con el enemigo; i
poco después agregaba estas palabras: «Ha comenzado el
bombardeo. Todas las fuerzas están en sus puestos. Resisti-
remos hasta morir». Los diarios publicaban estos telegramas,
acompañados de comentarios destinados a probar que los
chilenos serian rechazados. Permítasenos copiar en seguida
lo que decía ese dia un boletín de La Patria de Lima:
«Al fin cumplen su promesa las vándalos de Sud-América:
nosotros cumpliremos también la nuestra. La resistencia de
Pisco será solo la voz de ¡atrás! que los defensores de la patria
den a sus enemigos; i esa resistencia será tan enérjica í san-
grienta como lo exije el patriotismo. No dudamos que los de-
fensores de Pisco cumplirán con su deber. Hai allí las fuerzas
necesarias para rechazar los ataques, i esas fuerzas irán au-
mentando sucesivamente con los contínj entes de soldados i
de armas que llegarán en momento oportuno. De pié ciuda-
danos! El dia que aguardábamos impacientes se acerca: la
América, el mundo esperan que el Perú será digno de la justa
i noble causa que defiende.»
Al fin, el día siguiente ya no era posible ocultar la verdad.
Los chilenos habían ocupado a Pisco i se hacían dueños de
toda la comarca sin hallar la menor resistencia. Pero, era ne-
cesario (retemplar el patriotismo» de la capital, i esplicar las
cosas de otra manera. Zamudio, decían los diarios de Lima,
se ha retirado batiéndose palmo a palmo i causando los ma-
yores estragos en las filas de los invasores. Estas noticias se
comunicaron inmediatamente a Panamá, i de allí se trasmi-
TOMO XVI.— 26
402 GUERRA DEL PACÍFICO
tieron a Europa i a Estados Unidos, presentando c .no
una señalada victoria de las armas peruanas el desembarco
de los chilenos en Pir>co 2. La entrega a discreción de ese puer-
to, donde casi no se habia disparado un solo tiro contra los
invasores, donde la guarnición i las autoridades habian huido
al menor amago de peligro, fué preconizada como una resis-
tencia heroica i noble, i sirvió durante muchos dias de tema
a los diarios de Lima para proclamar la resolución en que es-
taban de sucumbir antes que tolerar que los chilenos pisasen
el suelo sagrado de la patria.
Las versiones que se daban del desembarco de los chilenos
en Pisco, i que tanto se diferenciaban de la verdad, tenian
por objeto, levantar el espíritu público, «retemplar el patrio-
tismo», como entonces se decia. «No tenemos conocimiento
de los pormenores del desembarque de los chilenos en Para-
cas i del combate que han tenido necesidad de librar, con una
parte reducida de nuestras fuerzas, para tomar posesión de
Pisco, decia El Nacional de Lima el 22 de noviembre. Pero
hai un hecho cierto e incontestable: un hecho que debe reve-
lar al enemigo cuan erizado de dificultades i peligros está el
camino que conduce a Lima. Ese hecho es que en Pisco, el
patriotismo peruano, ha formulado, con las armas en la mano,
la mas vigorosa protesta contra la invasión chilena. Pisco
sabia demasiado que su resistencia seria infructuosa por la
inmensa superioridad de los invasores. Sin embargo, les ha
librado combate desigual i heroico. Les ha hecho comprender
que no impunemente se profana el suelo patrio cuando su
custodia está encomendada a ciudadanos de gran espíritu,
de alma templada i resueltos a llevar la guerra a la última es-
tremidad antes de consentir en la desmembración del terri-
torio nacional. Después de la impunidad con que las huestes
2. En el mes de diciembre Le Journal des Déhats de Paris publicaba las
líneas siguientes: «Según un despacho recibido de Panamá por la legación
del Perú, los peruanos se han opuesto al desembarco de los chilenos en Pisco.
Ellos han perdido 150 hombres i los chilenos 450». Volvemos a repetir lo que
hemos dicho en el testo. El desembarco i la ocupación de Pisco no costó la
vida a una sola persona en ninguno de los dos ejércitos, porque no hubo com-
bate ni resistencia.
CAMPAÑA A LIMA 403
chilenas se habían paseado en Moquegua, en Quilca, en los
departamentos de Huaraz, Lambayeque i Libertad, era ne-
cesaria la resistencia en Pisco para que se viera que aun el
Perú está en pié, defendiendo con brío sus derechos autonó-
micos i el equilibrio continental de la América del Sur. La
resistencia de Pisco ha venido, por otra parte, a dar razón al
sentimiento público. Todos han deseado que, desde los prime-
ros momentos del desembarque de las fuerzas chilenas, se
hiciese sentir sobre ellos todo el peso de nuestra indignación i
la fuerza de voluntad de que estamos poseídos para disputar-
les todos los pasos que conducen a Lima. La pérdida de Pisco
no debe sorprendernos en manera alguna. Por otra parte, en
la defensa de esa ciudad no han faltado los corazones. Ha
faltado el número simplemente. El alma del Perú no está
vencida. Sus facultades se han reconcentrado en Lima para
castigar ejemplarmente a los que han pisoteado con escán-
dalo los fueros sagrados de la humanidad. Siguiendo el ejem-
plo de Pisco, los pueblos, los caseríos i las haciendas disemi-
nadas en el trayecto de sesenta leguas que nos separan de
aquel puerto, deben convertir en un vía-crúcis todas las jor-
nadas del ejército chileno. Nada de contemplaciones con el
enemigo, aun en el caso de que éste ofrezca garantías a las
personas pacíficas» ^.
3. Los otros diarios de Lima fueron todavía mas ardorosos en sus arro-
gantes amenazas contra los chilenos. En la imposibilidad de reproducir ín-
tegros los largos escritos que entonces se dieron a luz, nos limitaremos a co-
piar algunos fragmentos.
La Patria del 20 de noviembre decia lo que sigue: «El pérfido enemigo que
pretende justificar sus crímenes con el éxito de sus armas, pisa ya con su
inmunda planta el departamento vecino a nuestra capital. Sesenta leguas
nos separan de él; sesenta leguas que deberán regar con su sangre antes que
reciba el ejemplar castigo que merece. Vienen azuzados por la codicia, vie-
nen repletos de envidia, vienen con el alma saturada de todos los apetitos
inmundos que forman su delicia . . . Vengan, pues; ahogaremos en su sangre
los estímulos de sus torpezas i de sus infamias. Importa sobremanera recon-
centrar en una sola todas nuestras voluntades. . .La guerra debe ser desde
este dia nuestra única i constante preocupación. Urje ya que empuñemos
todos el arma del soldado i que el aspecto marcial de la ciudad, a toda hora
i en todo momento, sea la manifestación auténtica de lo que preocupa nues-
tro espíritu i de la firme resolución que hemos adoptado. A otros toca el de-
404 GUERRA DEL PACÍFICO
Pasada la primera exitacion del momento, el diario oficial
de la dictadura, comenzó a examinar, en su número de 24 de
noviembre, la situación del Perú. «Chile, decia con este mo-
tivo, ha hecho esfuerzos deseperados, i solo ha conseguido
reunir las pocas fuerzas con que pretende atacar a uno de los
ejércitos del Perú, sin acordarse que este pais tiene todavía
dos ejércitos mas.
«Chile, anadia, es demasiado pequeño para sojuzgar, por
dos o tres victorias, a naciones como el Perú i Bolivia, que
disponen de inmensos elementos i del suficiente patriotismo
para defender su integridad i su honra. Si para alcanzar su
triunfo sobre sus invasores es preciso que corran todavía to-
rrentes de sangre, el Perú está resuelto a esos sacrificios, seña-
lando al anatema del mundo i de la historia a la pérfida e in-
grata nación chilena. Si Chile está unido por el vil sentimien-
to de la codicia, creyendo tener en esta vergonzosa unión un
ber de organizar la defensa para obtener la victoria; a nosotros corresponde
el deber de ejecutar obediente, lo que se nos mande, para hacernos dignos
del triunfo que esperamos. El rifle, el ejército, el cuartel; hé ahí, desde ahora,
nuestro ídolo, nuestro culto, nuestro templo».
La Opinión Nacional del mismo dia no era menos belicosa: «La deseada
espedicion chilena sobre Lima es ya un hecho, decia. El patriotismo va.
pues, a tener su suspirada hora de prueba i de venganza: va a traducir en
plomo i en metralla todo el odio, toda la indignación, toda la cólera que la
desgracia nos ha obligado hasta hoi a guardar en el alma, hasta que se ofre-
ciera la oportunidad de esteriorizarla con la altivez de la victoria. Ha llegado
esa oportunidad i nos encuentra, felizmente, retemplados en el fuego sagra-
do de esa noble consigna: la cumpliremos como la hemos cumplido en todas
partes. Pero Lima debe pensar mas en el triunfo que en el sacrificio. El triun-
fo es la promesa de su fuerza, de su valor, de su lejendario espíritu: el sacri-
ficio seria la estremidad improbable, inesperada, hasta inverosímil. I no hai
en ello jactancia: hai convicción. . . La perla del Rimac no ha sido, no es
solo la rica joya de Sud-América: se ha sabido trasformar en la Judit de la
Escritura. De su seno ha partido contra Chile el primer grito de guerra i de
aquí saldrá también el último grito de castigo . . . Nadie quedará atrás en
tal demanda: todos querrán el primer puesto. I cuando a eso estamos deci.
didos ¿podrá Chile penetrar en nuestros dominios? Nó: nunca, nunca! Al
menos no lo presenciará, no puede presenciarlo ningún peruano: antes la
muerte!»
Debe advertirse que en las sangrientas batallas que tuvieron lugar cerca
de Lima no sucumbió ninguno de estos vocingleros periodistas que habían
sido los principales provocadores de la guerra.
CAMPAÑA A LIMA 405
elemento de triunfo, Bolivia i el Perú lo están por el noble i
jeneroso sentimiento del amor a la patria i a la independen-
cia, que eleva a los hombres a la altura del heroísmo.»
Mientras tanto, en Chile se escribían muchas menos ame-
nazas i aun se dejaban sin contestación las que pubhcaban
los diarios de Lima o solo se reproducían en son de burla en
Santiago i Valparaíso; pero se marchaba directamente a la
realización de los planes militares. Así, pues, en esos mismos
dias, en vez de perder el tiempo en escribir i en leer arrogan-
tes proclamas, la primera división del ejército ocupaba, sin
disparar un tiro, todo el valle de Pisco i los distritos vecinos,
i el resto del ejército se preparaba para salir de Arica.
En este puerto se ejecutaban en esos momentos grandes
trabajos con la mayor actividad. Bajo la dirección de, los in-
jenieros del ejército, se hicieron nuevas construcciones en el
muelle para facilitar el embarco de la tropa i el carguío de los
cañones i demás bagajes pesados del ejército, se construyeron
para la conducción de los animales grandes balsas con capa-
cidad para cien caballos cada una, i se hicieron modificacio-
nes en los trasportes a fin de darles mas espacio para los hom-
bres i las bestias. Mediante estos esfuerzos, el 27 de noviem-
bre, aun sin esperar la vuelta de los trasportes que llevaron
la primera división, estaba embarcada i zarpaba del puerto
la primera brigada de la segunda división compuesta de 3,400
hombres. Este nuevo convoi era formado de seis naves, escol-
tadas por dos buques de guerra, las cañoneras Magallanes i
Ahtao. Esas tropas desembarcaron también en Pisco, espe-
rando allí la otra mitad del ejército que debía partir en breve
deLpuerto de Arica.
Pero, por mas actividad que desplegara el estado mayor
para hacer salir el resto del ejército espedicionario, fué nece-
sario esperar algunos dias mas para concluir los grandes apres-
tos i reunir todas las fuerzas i las naves que debían traspor-
tarlas. Algunos de los cuerpos del ejército llegaban en esos
momentos de Valparaíso; al mismo tiempo que se termina-
ban las reparaciones en los trasportes, i que se embarcaba el
parque de artillería i el inmenso tren de bagajes. Antes de
406 OUEfWlA DEL PACÍFIOO
mediados de diciembre, todos estos aprestos estaban termi-
nados, i la segunda mitad del ejército lista para zarpar al
norte.
El plan del jeneral Baquedano era desembarcar en Chilca,
a 45 quilómetros al sur de Lima, con la segunda i la tercera
división de su ejército, mientras la primera, a las órdenes del
jeneral Villagran, como ya hemos dicho, se dirijia por tierra
desde Pisco. Esta combinación tenia el doble objeto de faci-
litar el trasporte del ejército que por la escasez de naves no
podia ir todo embarcado desde Pisco, i de desembarazar los
alrededores del puerto de Chilca de cualquiera fuerza peruana
que intentara oponerse al desembarco de la segunda i de la
tercera división. En esta virtud, el jeneral en jefe impartió
sus instrucciones a Villagran el 7 de diciembre, recomendán-
dole que se pusiera en marcha antes del 14 para que el movi-
miento se ejecutase con toda regularidad. En Pisco no debia
quedar mas que la artillería de campaña i la primera brigada
de la segunda división para ser trasportadas por mar.
En la tarde del 14 de diciembre zarpaba de Arica la segun-
da mitad del ejército con todo el tren de bagajes i el estado
mayor del ejército. El convoi era compuesto de cinco naves
de guerra, los buques acorazados Blanco i Cochrane, la cor-
beta O'Higgins i las cañoneras Abtao i Magallanes, i veintio-
cho trasportes de vapor i de vela. La marcha de esta escua-
dra se hizo con toda regularidad, a pesar del embarazo que
producía el remolque de los quince buques de vela que acom-
pañaban al convoi. Después de cuatro dias de navegación,
18 de diciembre, entraba la escuadra en el puerto de Pisco
para embarcar la artillería i la brigada de la segunda división,
que según las instrucciones del jeneral en jefe debían hallarse
aUÍ.
En este lugar, esperimentó el jeneral Baquedano una gran
contrariedad. La primera división, que según sus órdenes de-
bia haber marchado a Chilca por tierra, había salido con esa
dirección el 13 de diciembre, i su primera brigada mandada
por el capitán de navio don Patricio Lynch, avanzaba resuel-
tamente con ese rumbo. Pero una parte de esa división, con
CAMPANA A LIMA 401
el jeneral Villagran a su cabeza, se hallaba todavía en Tambo
de Mora. El jeneral Baquedano, contrariado por esta tardan-
za, i sin querer buscar esplicaciones que la disculpasen, dis-
puso en el acto que esas fuerzas volviesen a Pisco para ser
reembarcadas, i poco después dio orden a su jefe de regresar
a Chile. Parece que la causa principal de esta determinación,
era el haber objetado el jeneral Villagran el movimiento que
se le ordenaba, declarando que lo ejecutarla dejando a salvo
su responsabilidad por las consecuencias. «Responsable de
una orden, decia Baquedano en una de sus notas, es única-
mente el jeneral en jefe que la im^parte, sin que tenga el eje-
cutor el derecho de calificarla, puesto que cumple con su de-
ber limitándose a obedecerla».
Mientras tanto, se ejecutaba en Pisco el embarco de las
tropas que estaban allílistas para marchar al norte. El 20 de
diciembre zarpaba de nuevo la escuadra, i el dia siguiente
entraba en la bahía de Chilca. Nada hacia presumir que el
desembarco del ejército encontraría en este puerto la menor
dificultad. La costa estaba desierta; i las primeras noticias
que se recibieron, revelaron que no había fuerzas enemigas
en los alrededores. Estos primeros informes que fueron con-
firmados por una descubierta de 25 hombres que bajó a tie-
rra, ocupó el pequeño pueblo de Chilca i cortó el telégrafo
que comunicaba con Lima. Dado este estado de cosas, el es-
tado mayor chileno creyó que convenia desembarcar algunas
leguas mas al norte todavía, para ahorrar a la tropa el can-
sancio consiguiente a la marcha por los abrasadores arenales
de aquella costa, que por otra parte ofrecían mucha dificul-
tad para el trasporte de la artillería.
Para realizar esta operación, una lancha a vapor, apoyada
por el buque acorazado Cochrane, emprendió el reconoci-
miento de la costa del norte en busca de un desembarcadero
cómodo. Halló en efecto una pequeña caleta llamada Cura-
yaco, enteramente desierta, en donde la tropa podía bajar a
tierra sin dificultad, si bien no se prestaba para la descarga
del parque i de los bagajes. En efecto, en la mañana del si-
guiente dia 22 de diciembre, comenzaba el desembarco del
408 GUERRA DEL PACÍFICO
ejército con todo orden, i sin hallar la menor resistencia. El
hilo telegráfico que comunicaba esos lugares con la capital
del Perú, fué cortado antes de medio dia por las primeras
tropas que llegaban a tierra.
El desembarco, ejecutado con gran rapidez, se continuó
todavía el dia siguiente con toda felicidad. La primera briga-
da de la segunda división, que fué la primera en llegar a tie-
rra, habia avanzado hacia el norte el mismo dia 22 de diciem-
bre bajo las órdenes del coronel don José Francisco Gana.
Después de un corto tiroteo de avanzadas en que los perua-
nos abandonaron su puesto casi sin combatir, ocupó el 23 las
márjenes del rio Lurin. Con este movimiento quedaba asegu-
rada la provisión de agua para el ejército, i establecido un
campamento cómodo para operar la reunión de todas las di-
visiones i para efectuar en la costa vecina, libre ya de enemi-
gos al sur de aquel rio, el desembarco de la artillería de cam-
paña i de los bagajes, víveres i municiones. El plan estricta-
mente defensivo que se habia impuesto el dictador Piérola,
sin querer sacar el ejército de sus trincheras i fortificaciones,
habia permitido, pues, a los chilenos colocarse en una buena
situación para terminar sus aprestos en aquellas localidades.
Faltaba todavía que llegase la primera división. Se recor-
dará que una parte de ella habia seguido el camino de tierra
bajo las órdenes del comandante Lynch. La otra porción se
embarcó en Pisco el 25 de diciembre, en dos buques de la es-
cuadra, i llegó a Curayaco el dia siguiente. Eran éstas las fuer-
zas que con el coronel Amunátegui habían hecho la espedicion
a lea, de que hemos hablado mas atrás, i que bajo el mando
del jeneral Villagran habían avanzado hacia el norte hasta
Tambo de Mora, de donde las habia hecho retroceder el je-
neral en jefe. En Pisco quedaron solo un batallón de infante-
ría i algunas partidas de jinetes.
La marcha de la brigada del comandante Lynch a través
del territorio enemigo, forma uno de los episodios mas inte-
resantes i mas audaces de toda esta campaña. Habia salido
de Pisco el 13 de diciembre con fuerza de cinco mil hombres.
Hasta Chincha i Tambo de Mora, la marcha no ofreció difi-
CAMPAÑA A LIMA 409
cuitad, porque no solo no habia enemigos que combatir, sino
porque el pais ofrecia agua, víveres i forrajes para los hom-
bres i los animales. Pasados estos lugares, las fuerzas chilenas
se dividieron en dos cuerpos porque los pozos que debian ha-
Har no ofrecian agua para toda la tropa. Aun así, fué necesa-
rio que se adelantase con una corta partida el injeniero don
Arturo Villarroel para ir abriendo nuevos pozos con que sur-
tir de agua a las tropas. Al acercarse al valle de Cañete, las
avanzadas chilenas fueron acometidas por fuerzas enemigas,
i aun perdieron un hombre que cayó prisionero por haberle,
muerto su caballo. El comandante Lynch avanzó entonces
con algunas tropas i dispersó fácilmente esas fuerzas; pero
supo entonces que el dictador Piérola habia hecho sahr tro-
pas de caballería de Lima a las órdenes del coronel don Pedro
José Sevilla, i que éste tenia encargo de armar montoneras
de paisanos i de hostilizar sin descanso a los invasores 4. El
gobierno de Lima, que sabia perfectamente que desde el de-
sembarco de los chilenos en Pisco no se les habia opuesto en
ninguna parte la menor resistencia, se lisonjeaba con la espe-
4. Se formará idea de las instrucciones del coronel Sevilla por los telegra-
mas siguientes firmados por el director jeneral de telégrafos del Perú, i que
cayeron en manos de los chilenos.
«(Recibido en Cañete el i8 de diciembre de 1880). — Telegrama de Lima. —
«Señor Romero: ¿Es positivo el avance del enemigo? Dile a Sevilla que lo
que ha perdido a todos en la opinión pública i del gobierno ha sido las reti-
radas vergonzosas, sin disparar un solo tiro. Que resista, que hostilice al ene-
migo, aunque solo le queden diez hombres i se limite a hacer guerra de moni-
tonero si no puede mas. Todos acá tenemos confianza en su conocida inteli-
jencia, valor i prudencia. Que sé que el gobierno está decidido a premiar a
todo el que se maneje con heroísmo, para que esto sirva de estímulo a oficia-
les i tropas. — Paz Saldan.
«(Recibido en Cañete el 18 de diciembre).— «Señor Romero: Dile a Sevilla
a mi nombre que todo el mundo tiene acá fijada su atención en él, i que es-
peran saldrá con honor nuestro pabellón i que procederá con la prudencia i
tino que todos se complacen en reconocer en él. Ojalá se les hostilice ahora
eficazmente. — Paz Soldán.
«(Recibido en Cañete el 18 de diciembre). — «Señor Romero: Me alegro de
resolución de coronel Sevilla; hazle presente que nadie espera combates cam
pales, ni triunfos, sino resistencia antes de retirarse, i que si logra tomar pri-
sioneros i mandarlos a Lima, se hará héroe i retemplará el entusiasmo que
hoi está en aumento en Lima. — Paz Soldán.»
410 GUEP.RA DEL PACÍFrCO
ranza de que el coronel Sevilla, que en las frecuentes guerras
civiles habia adquirido la reputación de héroe, defenderla en
esta ocasión la honra del Perú.
En efecto, en todo el curso de su marcha la brigada del co-
mandante Lynch halló las señales del plan de hostilidades
del enemigo. En los valles en que habia agua, los caminos
estaban empantanados e intransitables. En todos los bosques
habia montoneras que hacian fuego sobre sus soldados. Pero
estas resistencias estaban tan lejos del heroísmo que exijia el
gobierno del Perú, que en los diversos tiroteos que los chile-
nos tuvieron que sostener contra enemigos ocultos detras de
los árboles, i que con frecuencia atacaban en la noche, solo
perdieron dos hombres muertos i tres lijeramente heridos ^.
En cambio, el comandante Lynch no solo escarmentó resuel-
tamente a los montoneros, sino que castigó ejemplarmente a
los pueblos i haciendas en que aquéllos se organizaban, les
impuso contribuciones de guerra, sacó ganados para sus tro-
pas i para llevar al ejército, i acojió en sus filas a todos los
agricultores chinos que se sublevaban contra sus opresores.
Teniendo que marchar con mucha prudencia para evitar
las acechanzas del enemigo, que atravesar llanuras avenosas
i ardientes, laderas escarpadas, o terrenos intencionalmente
empantanados, que arrastrar su artillería i los bagajes, i sin
poder andar jamas sino al paso de sus infantes, la brigada del
comandante Lynch siguió avanzando con toda regularidad,
sin dejar un solo rezagado, i al amanecer del 25 de diciembre
llegaba a Curayaco. El jeneral Baquedano le dio allí mismo
el mando de toda la primera división, honor a que se habia
5. Conviene advertir que si la resistencia encomendada al coronel Sevilla
no tuvo el heroísmo que se le exijia, él no perdió oportunidad de comunicar
a Lima las noticias mas curiosas de las hazañas que estaba ejecutando. A
cada paso hacia retroceder i ponia en fuga vergonzosa a los chilenos. Leyen-
do en los diarios de Lima los telegramas que publicaban con la firma de Se-
villa, i en que están consignados estos repetidos combates, terminados siem-
pre por el triunfo de los peruanos, que en algunas ocasiones según decian,
habrían quitado sus banderas al enemigo, hemos creido que al darlos a luz,
los periodistas se complacían en adornarlos con rasgos de heroísmo de su in-
vención para «retemplar el patriotismo» de la capital.
CAMPAÑA A LIMA. 411
hecho particularmente acreedor por esta úhima operación.
En esta marcha de treinta leguas del territorio enemigo, i a
pesar de la aparatosa resistencia decretada por el gobierno
del Perú, solo habia perdido, como dijimos, tres hombres. En
cambio, llevaba consigo 200 bueyes, algunos caballos, 600
burros i mas de 1,000 chinos, todos los cuales fueron mui úti-
les en el resto de la campaña para el carguío i conducción de
los bagajes del ejército.
Con la reunión de esta primera división, el ejército chileno
acampado en Lurin contó 25,800 hombres de las tres armas,
con 80 cañones i 8 ametralladoras, i 361 empleados civiles,
médicos, cirujanos, proveedores, farmacéuticos i sirvientes
de ambulancias. Ya hemos dicho que en Pisco hablan que-
dado otros 800 hombres, de manera que el ejército espedicio-
nario sobre Lima i sus inmediaciones se puede avaluar en una
cifra aproximativa de 26,500 soldados.
Al emprender esta campaña, la república de Chile no habia
llevado, como se ha dicho, todo su poder i todos sus recursos
para esponerlos en un solo combate. Lejos de eso, si el ejér-
cito de operaciones hubiera sufrido cualquier contraste en los
alrededores de Lima, antes de quince dias habria recibido
refuerzos considerables para recomenzar las operaciones. En
esos momentos existia en Chile con el nombre de ejército del
centro, un cuerpo de cerca de diez mil hombres que bajo las
órdenes de jefes i oficiales entendidos i empeñosos, comple-
taban su instrucción militar. Componíanlo tres rejimientos i
doce batallones de infantería con un efectivo de 9,200 solda-
dos, una brigada de artillería i dos escuadrones de caballería.
Chile, por otra parte, no habia abandonado los territorios
que ocupó después de sus victorias anteriores. En Tacna, Ari-
ca, Pisagua, Iquique i Antofagasta, quedaban también, bajo
las órdenes del coronel don Luis A'rteaga, mas de cinco mil
soldados, que se consideraban mas que suficientes para de-
fender esos territorios de cualquier ataque que pudiera pre-
pararse en Bolivia o en Arequipa.
Los enemigos de Chile habían creído que por haber vivido
este país constantemente en paz, por no haber tenido cada
412 GUERRA DEL PACÍFICO
dia revoluciones i motines militares, no tendria poder ni ele-
mentos para defenderse de la coalición de peruanos i bolivia-
nos. Sin embargo, Chile, cuyo ejército permanente antes de
la guerra se elevaba a 2,440 hombres, habia desplegado re-
cursos abundantes para tener sobre las armas mas de cuaren-
ta mil soldados perfectamente vestidos i equipados, los habia
disciplinado con el mayor esmero i habia enviado al mayor
número de ellos al través de los mares a defender su honra i
su bandera a cerca de quinientas leguas de distancia.
Esta empresa, incomprensible para los pueblos que viven
sumidos en las borrascas de la guerra civil, juzgada imposible
por los enemigos de Chile, era sin embargo el fruto natural
de la paz, de la organización interior del pais, de la seriedad
i honradez de la administración. Estas condiciones habian
creado el verdadero patriotismo, no el que consiste en pro-
clamas i amenazas, en insultos i en provocaciones grotescas,
sino el que se funda en la abnegación para aceptar todos los
sacrificios en el nombre sagrado de la patria. Este patriotis-
mo, mui diferente por cierto del de los enemigos de Chile,
habia permitido al gobierno acometer esta empresa sin soli-
citar empréstitos esteriores, sin suspender el pago de los in-
tereses de su deuda estranjera, pagando al contado todo lo
que compraba, i lo que parece casi incomprensible sobre todo
en los pueblos hispano-americanos, manteniendo incólume
el réjimen constitucional, con prensa i con cámaras libres,
sin ajitarse ni conmoverse por la exaltación de algunos ora-
dores, ni por la intemperancia de algunos periodistas, porque
todos los chilenos, todos los oradores del congreso, todos los
escritores de la prensa, diverjentes en muchos detalles de po-
lítica interior o sobre el modo de dirijir la guerra, no tenian
mas que un móvil, el triunfo i la prosperidad de la patria.
Hemos dicho que los territorios ocupados por Chile des-
pués de sus anteriores victorias, quedaban defendidos por
mas de cinco mil soldados. En un principio se habia creido
que esas fuerzas serian insuficientes para ponerlos a cubierto
de un ataque combinado de las tropas que podian llegar de
Bolivia i del ejército peruano de Arequipa con que hacia tan-
CAMPAÑA A LIMA 4l;>
to ruido la prensa de Lima. El gobierno chileno habia recoji-
do las mejores noticias i sabia perfectamente que no tenia
nada que temer ni de uno ni de otro lado.
Bolivia no se hallaba en situación de acometer empresa
alguna. Faltaban soldados i armas; i la escasez de recursos
pecuniarios habia llegado a los últimos límites de la miseria.
Se pronunciaban muchos discursos, se escribían numerosas
proclamas, se hacian circular en el interior i en el esterior
frecuentes manifiestos en que se sostenía la necesidad de man-
tener la alianza perú-boliviana i de seguir haciendo la guerra
a Chile; pero se conservaba intacto el desbarajuste i el desgo-
bierno. Así se comprenderá que al paso que el gobierno de
Bolivia llamaba a las armas a todos los pueblos americanos
para que acudiesen a defender el Perú, él no le envió un solo
soldado, ni otro socorro que un torrente de escritos i de ame-
nazas contra Chile.
El ejército de Arequipa, organizado según la táctica crea-
da por las guerras civiles del Perú, no podía infundir muchos
temores. Habia allí diecisiete coroneles, pero faltaban los
soldados, o el número i la disciplina de éstos eran muí defi-
cientes, si bien formaban trece batallones nominales de in-
fantería, cinco escuadrones de caballería i un rejimiento de
artillería. El jefe de todas estas fuerzas era el coronel den Se-
gundo Leiva, el mismo que en mayo anterior habia hecho
concebir tantas esperanzas a los jenerales aliados del campa-
mento de Tacna.
A imitación de lo que entonces se hacia en Lima, en Are-
quipa se trató de organizar las reservas, llamando al servicio
militar a todos los hombres en estado de cargar las armas.
Esta medida produjo gran resistencia en algunos puntos del
departamento. En Quilca, según los telegramas sorprendidos
por los chilenos, hubo a mediados de octubre un levantamien-
to que casi costó la vida al gobernador local, apellidado Bri-
seño, que se empeñaba en dar cumplimiento a esas órdenes.
Mientras tanto, urjia organizar la resistencia porque en esa
época se creía, según un falso rumor esparcido por los a j entes
414 GUERRA DEL PACÍFICO
de Chile, que una división del ejército de este pais se propo-
nia operar sobre Arequipa.
Piérola dio entonces el cargo de jefe superior, político i mi-
litar de los departamentos del sur al doctor don Pedro Ale-
jandrino del Solar, hombre de toda su confianza; i éste volvió
a Arequipa a organizar la defensa de esas provincias. Leiva
fué separado ignominiosamente del mando de las tropas i
reemplazado por el coronel don José de La Torre. Solar dis-
tribuyó sus fuerzas en cinco divisiones, organizó i reunió de
las provincias vecinas nuevas fuerzas de caballería i de arti-
llería, creó una columna de guerrilleros que puso a las órde-
nes de un oficial cubano, dispuso que en todas las escuelas i
colejios se enseñase a los niños la jimnástica militar, i dio
principio a las fortificaciones de la ciudad, comenzando por
hacer abrir un ancho foso que, según se decia, iba a ser «la
tumba de los chilenos», palabras repetidas hasta el cansancio
en todos los lugares que amenazaba el ejército enemigo. De
Arequipa salieron en todas direcciones partidas de descubier-
ta para anunciar la aproximación del invasor.
Todas estas medidas que la prensa de la localidad i las co-
rrespondencias que se enviaban a los diarios de Lima, seña-
laban como la obra de un gran jenio militar, no habrían bas-
tado para poner a Arequipa a cubierto del ataque de una sola
división del ejército chileno. Pero éste no pretendía ejecutar
una operación enteramente inútil, que le habría impuesto el
sacrificio de marchas penosas al través de ásperas montañas
o de arenales abrasadores, i que le habría hecho perder un
tiempo precioso que debía aprovechar en otra campaña mas
importante. Le bastaba al jeneral chileno saber que el llama-
do ejército de Arequipa, compuesto de cinco a seis mil hom-
bres mal armados i peor vestidos, i que no recibían pago al-
guno, no podría salir de sus atrincheramientos i mucho me-
nos intentar una campaña contra Tacna. El ejército chileno
marchaba, pues, a Lima en la seguridad completa de que no
dejaba peligro alguno a sus espaldas.
-*^
CAPITULO VIII
Los aprestos de resistencia en Lima i el Callao, noviembre i
diciembre de 188C
Infructuosas dilij encías del gobierno peruano para aumentar su escuadra. — •
Un inventor norte-americano propone al Perú la construcción de buques
aéreos. — El dictador Piérola mantiene encerrados en el Callao los buques
que quedaban al Perú, permitiendo así a los trasportes chilenos recorrer
el mar sin el menor peligro. — Cañoneo del 3 de noviembre. — Nuevo com-
bate de las lanchas cañoneras en el Callao (6 de diciembre). — Bombardeo
de la plaza los días 9, 10 i 11 de diciembre: se rompe el ca,ñon del A ng amos.
El gobierno del Perú se atribuye la victoria en cada uno de estos com-
bates.— Organización del ejército de Lima. — El ejército de reserva queda
reducido a la mitad de su número por las licencias acordadas por el go-
bierno.— Plan defensivo de Piérola, — Fabricación de cañones, de minas
i de bombas automáticas. — Construcción de fortalezas en los contornos
de Lima. — Suntuosa inauguración de la cindadela Piérola. — Bendición
de la espada de Piérola. — Proclama singular del dictador del Perú. — El
nuevo bombardeo del Callao viene a turbar la fiesta. — Llega a Lima la
noticia del desembarco de los chilenos en Curayaco. — Piérola asume el
mando del ejército peruano i dicta numerosas providencias militares. —
Descripción de las líneas de fortificaciones peruanas de Chorrillos i Mira-
flores. — Confianza que estas fortificaciones inspiran al gobierno del Pe-
rú.— Perturbación producida en Lima por el estado de guerra. — La
prensa se desencadena contra los ricos acusándolos de ladrones. — Da
consejos militares para derrotar infaliblemente a los chilenos.
En esos momentos, la dictadura peruana habia terminado
también sus aprestos para defender a Lima, i creia estar per-
416 GÜERKA DEL PACÍFICO
fectamente segura de la victoria. Vamos a dar cuenta de es-
tos trabajos.
Durante muchos meses, el gobierno del Perú se habia al-
hagado con la esperanza de comprar buques en el estranjero
i de formar una escuadra respetable con que resistir a la de
Chile. Con este fin mantenía numerosos aj entes en Europa i
en América; i éstos aj entes que costaban al tesoro del Perú
un desembolso considerable, mantenían las ilusiones del go-
bierno. Piérola habia creído que podría organizar una escua-
dra con naves de guerra compradas en Portugal, en Italia,
en España, en Turquía, en Dinamarca i hasta en la China.
Sin duda, la empresa en que estaban empeñados los ajentes
de la dictadura, era de mui difícil realización, i apenas ha-
brían podido llevarla a cabo con el desembolso inmediato de
fondos mui considerables, de que el Perú no podía disponer.
La fama de mal pagador que se había conquistado por la
suspensión del servicio de su deuda, era causa de que en nin-
guna parte se quisiera venderle nada a plazo.
Aunque los afanes de los ajentes del Perú hubieran conse-
guido otro resultado, siempre habría existido la dificultad de
sacar esos buques de los puertos europeos. Don Francisco
Canevaro, comisionado con este objeto en Inglaterra, había
creído en meses atrás poder salvar este inconveniente usando
para el caso la bandera arj entina. Al efecto, en enero de 1880
solicitó del ministro arjentino en Londres, don Manuel R.
García, que prestase el nombre oficial de su legación a fin de
que las naves de guerra que saliesen para el Perú de los puer-
tos europeos, llevasen la bandera de aquella nación. El ájente
peruano se comprometía a manejar este negocio con la mas
esmerada reserva. .Su pretensión, sin embargo, fué perento-
riamente rechazada por el ministro arjentino, según aparece
en las propias comunicaciones de Canevaro (de 16 de enero
de ese año) que cayeron en poder de los chilenos. El gobierno
peruano se imajinó entonces que su representante en Buenos
Aires podría conseguir este resultado. Fueron tales sus ilusio-
nes a este respecto, que la prensa de Lima llegó a anunciar,
como dijimos en otra parte, que en el mes de mayo siguiente.
CAMPAÑA A LIMA 417
el Perú tendría una poderosa escuadra, capaz, se decia, de
reconquistar el dominio del Pacífico. El gobierno arj entino,
sin embargo, confirmó lo que habia hecho su ministro, esto
es, desechó redondamente la pretensión peruana.
Cuando el dictador Piérola habia perdido toda esperanza
de crear una nueva escuadra, recibió de Estados Unidos una
curiosa propuesta que era la mas amarga burla de su situa-
ción. Un ciudadano norte-americano, Mr. Blackmann, del
estado de Tennesee, se ofrecía a construir un buque aéreo,
especie de globo de guerra que navegando por la rejion de las
nubes, marcharla con la rapidez de 25 millas por hora, i lle-
garla a destruir la escuadra chilena. El proyecto tenia la ven-
taja de que el inventor no exijia anticipos de dinero. El go-
bierno del Perú tramitó este asunto en los últimos dias de
junio de 1880; pero ignoramos si aceptó la proposición.
Es verdad que el Perú no tenia una escuadra capaz de re-
comenzar la guerra marítima; pero conservaba en la bahía
del Callao once buques, tres de los cuales habrían podido, por
sulijereza i por sus condiciones, ser fácilmente aprovechados
para hostilizar a los chilenos. Mandados por oficiales enten-
didos i resueltos, habrían burlado el bloqueo favorecidos por
las neblinas frecuentes en esos lugares en las altas horas de la
noche, i habrían podido embarazar la acción de los traspor-
tes enemigos, que se ocupaban entonces en conducir tropas
sin hallar jamas la menor dificultad en esta operación. Piéro-
la, sin embargo, no quiso arriesgar una sola de sus naves. Las
mantuvo constantemente encerradas en el muelle dársena, i
por tanto espuestas a los fuegos de la escuadra chilena en los
frecuentes cañoneos de que era teatro la bahía.
En los primeros dias de noviembre, uno de los trasportes
chilenos encalló accidentalmente en la isla de San Lorenzo.
Las lanchas de la escuadra comenzaron a trabajar para po-
nerlo a note; i las baterías del puerto mas inmediatas a ese
lugar, rompieron sus fuegos el 3 de noviembre sobre las em-
barcaciones chilenas para impedir aquella operación. Esta
fué la señal de un pequeño combate. El monitor chileno Huás-
car se adelantó a las otras naves de la escuadra; i con los ca-
TOMO XVI. — 27
418 GUERRA DEL PACÍFICO
ñones de largo alcance con que había sido dotado últimamen-
te, hizo algunos disparos sobre las fortificaciones, que fueron
contestados inmediatamente. Este cañoneo, sin embargo, no
causó daño alguno a los buques chilenos; i entre tanto pudie-
ron adelantarse los trabajos hasta sacar el trasporte del lugar
en que estaba varado.
Después de este insignificante combate, se pasó un mes
entero sin accidente alguno en la bahía. Cada noche, las lan-
chas cañoneras de los chilenos rondaban escrupulosamente
el puerto para impedir que las naves peruanas intentasen
romper el bloqueo, e iban a colocarse cerca del muelle dárse-
na para vijilar a los buques que allí había. Al amanecer del
6 de diciembre, dos lanchas peruanas preparadas de antema-
no, salieron de improviso del dique, i protejídas por los fue-
gos de tierra, trabaron el combate contra las dos lanchas
chilenas que estaban de servicio. Reforzados pronto los pe-
ruanos por otras dos embarcaciones, salieron también de la
escuadra chilena otras dos lanchas. Se sostuvo la pelea en-
carnizadamente con los fuegos de rifle i de los pequeños ca-
ñones, sin ventajas apreciables para ninguno de los comba-
tientes, a pesar de que los peruanos estaban apoyados por la
artillería i por las ametralladoras de tierra. Pero en esas con-
diciones, la desventaja de los chilenos era muí grande; í fué
necesario que avanzasen algunos buques de la escuadra para
romper el fuego contra las fortificaciones de la plaza i para
favorecer la retirada de sus lanchas. Este pequeño combate,
que sin embargo había durado dos horas, costó la vida a dos
chilenos, uno de ellos aspirante de marina, i a un número ma-
yor de soldados peruanos que perecieron en las lanchas i en
uno de los buques estacionados dentro del dique. Una de las
lanchas chilenas, que había recibido una bala de cañón, se
fué a pique al llegar a la isla de San Lorenzo; pero luego se la
puso nuevamente a flote. Convenientemente reparada, siguió
sirviendo en el bloqueo del puerto.
El combate se renovó en la bahía del Callao el 9 de diciem-
bre. Ese dia los fuertes de tierra celebraban la inauguración
de una ciudadela en los alrededores de Lima. Los marinos
CAMPAÑA A LIMA 419
chilenos creyeron que las repetidas salvas de artillería eran
una provocación a combate. El crucero Angamos, aprove-
chando su cañón de largo alcance, mantuvo sus fuegos sobre
los buques peruanos que permanecían guardados en el muelle
dársena, i en dos de los cuales causó algunas averías. El caño-
neo se renovó el lo i el ii de diciembre. El último de esos
dias, el monitor peruano Atahualpa dejó su fondeadero acom-
pañado por cuatro lanchas cañoneras, como si quisiera pre-
sentar combate, pero con el verdadero propósito de atraer
hacia otro punto los tiros del crucero chileno. Algunos de los
buques bloqueadores, avanzaron también por su parte a la
bahía i sostuvieron el fuego contra esas embarcaciones i con-
tra los fuertes de tierra sin recibir daño alguno. El combate
no tuvo otras consecuencias; pero cuando el Angamos hacia
el último disparo, su cañón se partió por el medio, ocasionan-
do la muerte del teniente don Tomas Pérez, e hiriendo a tres
individuos. «El cañón, dice un escrito técnico que tenemos a
la vista, se dividió en el tubo interior de acero i en la media-
nía del anillo que sostiene a los muñones, lanzando hacia el
mar, por el lado de estribor, la parte anterior del cañón, i
también por babor la parte posterior o culata» i. Hasta el
momento en que escribimos, no se ha podido saber con fijeza
la causa de esta avería, si bien se ha hecho de ella el objeto
de un serio estudio.
Como es fácil comprender, estos combates no tenían una
grande importancia, ni podían dar un resultado de mediano
valer. Su único objeto era ocupar constantemente a la guar-
nición del Callao, e impedir que los buques peruanos inten-
tasen salir del puerto, como se decía que pensaban hacerlo
un día u otro. Sin embargo, la prensa de Lima daba cuenta
de estos sucesos como de otros tantos triunfos de sus armas.
r. El cañón del Angamos, construido en Inglaterra en las célebres maes-
tranzas de Armstrong, se cargaba con 90 libras de pólvora, i era el primer
ensayo de un descubrimiento reciente. En Inglaterra se le habia probado
cincuenta veces; i en la guerra del Pacífico hizo 271 disparos, inutilizándose
en el último. Los injenieros se encargaron de estudiar estos hechos para apro-
vechar las lecciones de la esperiencia en la construcción de las piezas de arti-
llería del mismo sistema.
420 GUERRA DEL PACÍFICO
Contábase que en cada cañoneo tales o cuales buques chile-
nos, que no habían sufrido el menor daño, llevaban rotos sus
cascos, o desmontados sus cañones i con un número conside-
rable de muertos i de heridos. Para que fuera mayor todavía
el entusiasmo que producían estas falsas noticias, después de
algunos de esos combates, el dictador Piérola decretaba pre-
mios i promociones para los oficiales i soldados que habían
tomado parte en ellos. I en seguida, se comunicaban al es-
tranjero las noticias mas fantásticas acerca de estos preten-
didos triunfos.
Refiriéndose al último combate, una correspondencia es-
crita en Lima el 19 de diciembre, i remitida a un diario de
Panamá que recibía una fuerte subvención del gobierno del
Perú, contaba que la cañonera Pilcomayo había sido aguje-
reada por una bomba que mató a varias personas, que uno
de los cañones del Huáscar había reventado causando la
muerte de mucha jente, i que el Angamos quedaba muí des-
trozado. «Dos lanchas peruanas que juntas apenas podrían
cargar dos toneladas, añadía resumiendo estas noticias, han
puesto en retirada a seis naves poderosas, una de ellas moni-
tor». No es, pues, estraño que el populacho de Lima que creía
firmemente estas noticias mandadas publicar por el gobierno,
estuviese persuadido de que cada uno de estos pequeños en-
cuentros en la bahía del Callao era un triunfo espléndido de
las armas peruanas; i que adquiriese la convicción de que el
enemigo, dominado ya por el miedo, se desbandaría cobar-
demente en el primer combate serio que tuviese lugar en tie-
rra o en mar. Esto era lo que anunciaba cada día la prensa de
Lima.
En esos mismos días, Piérola hacia los últimos aprestos
para la defensa de la capital. Con los continj entes de tropa
reunidos empeñosamente en toda la república, el ejército de
línea del Perú llegó a contar en noviembre de 1880 poco mas
de veintiséis mil hombres. Piérola los había distribuido en
tres cuerpos bautizados con los nombres de ejército del sur,
del centro i del norte. El primero de ellos era formado por los
cinco o seis mil hombres que, según dijimos en el capítulo
CAMPANA A LIMA 421
anterior, quedaban en Arequipa bajo las órdenes del coronel
don José de la Torre. El ejército del norte, mandado por el
jeneral don Ramón Vargas Machuca, no habia sido destina-
do, como parecia indicarlo su nombre, a la defensa de las
provincias setentrionales del Perú, que habia recorrido una
división chilena sin encontrar la menor resistencia. Lejos de
eso, permanecia en Lima junto con el denominado ejército
del centro que mandaba el coronel don Juan Nepomuceno
Vargas. Aunque cada uno de estos cuerpos no pasaba de un
efectivo de diez mil hombres, estaba distribuido en cinco di-
visiones compuestas de tropas de las tres armas. Solo la abun-
dancia de jefes que tenia el estado mayor del Perú i el deseo
de darles a todos colocaciones de honor, esplica el hecho de
fraccionar en diez divisiones un ejército de poco mas de veinte
mil hombres. Este ejército, aunque en jeneral mal vestido,
contaba con armas excelentes, i tenia una regular instrucción
militar.
Al lado de éste se hallaba el ejército llamado de reserva,
bajo las órdenes del coronel don Juan Martin Echeñique.
Formábanlo los cuerpos organizados en Lima con grande
aparato en el mes de julio. Su número, que habia alcanzado
a cerca de dieciocho mil hombres, no pasaba ahora de diez a
doce mil, pero distribuidos igualmente en diez divisiones. La
instrucción de estos cuerpos no correspondia a las esperanzas
que en ellos fundaba el gobierno de la dictadura. Aunque to-
dos los individuos de la reserva estaban obligados a concurrir
diariamente a los ejercicios doctrinales, i aunque los decretos
que organizaron estos cuerpos establecian que no habria es-
cepcion para nadie, se introdujo desde los primeros dias de
su creación, el mismo desorden que existia en todos los ramos
de la administración pública del Perú. El gobierno consintió
en que muchos reservistas abandonaran el pais, i los jefes de
los cuerpos dieron numerosas licencias para dejar de asistir
a los ejercicios. Resultaba de aquí que el mayor número de
los hombres de fortuna o de valimiento, quedó eximido del
servicio militar, i que éste fué obligatorio solo para las perso-
nas que no podian hacer valer influencias cerca del gobierno.
422 GüiSRRA DEL PACÍFICO
Esta irritante desigualdad llegó a producir un serio descon-
tento que se dejó traslucir hasta en la prensa, a pesar de estar
ésta sometida al réjimen dictatorial 2. Todo esto habia in-
fluido grandemente en la demoralizacion de la reserva, i en
la estraordinaria disminución de su número.
El ejército con que podia contar Piérola para la defensa
2. Véase lo que a este respecto decía El Nacional de Lima en su número
de 2 de diciembre de 1880 en un estenso articulo de que estractamos el frag-
mento siguiente:
«Una de las causas de no poco disgusto jeneral, ha sido la injusta conce-
sión de permisos con pretestos chicaneros para eludir el servicio militar en
las presentes circunstancias.
«Todo el mundo ha reprobado semejante hecho, porque todo el mundo
comprende estas dos verdades: que nadie se halla escluido para no prestar
el continjente de su fuerza; que necesitamos oponer toda la resistencia posi-
ble, todo el mayor número posible para tener seguro el triunfo.
«¿Cuántas licencias han sido concedidas?
«Al saber los demás que sacrificando todo j enero de comodidades, que te-
niendo familia ni mas ni menos que los fujitivos, que siendo tan peruanos
como éstos, se hallan todos los dias con el fusil al hombro, sufriendo los rigo-
res del sol, las nubes de polvo, i en fin, todo jénero de fatigas, al saberlo, de-
cimos, i ver que otros mui a sus anchas se iban cargando sus fortunas, sus
familias, ni mas ni menos que si ellos fueran los anios i los que quedaban los
criados, ¿qué se ha debido esperimentar en el espíritu?
«¿ Qué clase de sentimientos, qué juicio se ha debido formar en el alma de
los que agachando la cabeza eran testigos de semejante cosa?
«Unos a la fiesta i otros a la raspa; unos todos los dias al trabajo i otros
todos los dias acostados al sol.
«Unos sin poder faltar un solo día al ejercicio, i otros pudiendo largarse a
Guayaquil, a Europa, al interior, etc., etc.
«¿Cuál es el privilejio que tiene nadie sobre nadie?
«Su fortuna.
«Si se fueran i nunca mas regresaran a este Perú, muí en buena hora; pero
los primeros que han de venir i por bandadas a la noche buena del triunfo;
los primeros que han de tener el cinismo de regresar a pedir las plazas va-
cantes en los puestos públicos, plazas vacantes por los que morirán en el
combate; los primeros que han de regresar a especular con los que desnudos
o hambrientos hubiésemos quedado, han de ser aquellos que mediante in-
fluencias obtuvieron, so pretesto de pocos días, su licencia definitiva para
no asistir a la defensa de Lima.
«¿Quiénes son ellos para no servir a la patria?
«¿Cuáles sus privilejios?
«Mas tarde querrán tener derecho como los que espusieron su vida.
«Necesitamos saber cuántos fuimos los justos entre los doscientos mil ha-
bitantes que tiene Lima».
CAMPANA A LIMA 42 .'í
de Lima, montaba, pues, a poco mas de treinta mil hombres,
fuera de otros dos mil que guarnecian el Callao. Pero la pren-
sa de la capital i la de las provincias, así como los diarios que
el gobierno del Perú tenia subvencionados en el estranjero,
liablaban de cuarenta a cincuenta mil soldados. Esas tropas
tenian, como ya hemos dicho, un buen armamento; i si su
temple i su disciplina hubieran sido mejores, habrian podido
medirse con buen éxito en campo raso con el ejército que iba
a atacarlos. Pero el dictador del Perú estaba resuelto a apro-
vecharse de todas las ventajas de su posición, i queria man-
tenerse a la defensiva, i batirse detras de parapetos i trinche-
ras formidables para no dejar al enemigo ninguna probabiU-
dad de triunfo.
Al efecto, hizo estudiar por hombres competentes todo el
terreno de los alrededores de Lima para utilizar las alturas,
los canales, los cercados de los campos, con el objeto de con-
vertir en defensas militares todos los accidentes naturales i
todas las construcciones de los hombres. Aunque contaba con
una buena provisión de cañones i de ametralladoras, mandó
desembarcar la artillería de los buques de su escuadra, e hizo
construir nuevas piezas en un establecimiento industrial de
Lima. Los cañones fundidos allí, aunque de bronce, i faltas
de esa seguridad i precisión de movimientos de la artillería
délas grandes fábricas, dieron buen resultado, i permitieron
al gobierno peruano contar con mas de 300 piezas de todos
calibres para la defensa de la ciudad.
Lima tenia desde tiempo atrás magníficas maestranzas para
la elaboración de bombas, granadas, i cartuchos de fusil i de
ametralladoras. En ellas se fabricó un material de guerra que
unido al que se habia hecho venir del estranjero, habría ser-
vido para satisfacer las necesidades de un ejército dos veces
superior al que iba a entrar en campaña. Fabricáronse igual-
mente allí bombas automáticas para sembrar con ellas los
caminos que debía recorrer el enemigo. Por su construcción,
estas bombas debían hacer esplosion al primer choque, a la
simple presión del paso del hombre o de las patas de los caba-
llos. Ellas i las minas de dinamita, preparadas también para
424 GUERRA DEL PACÍFICO
estallar bajo los pies de los soldados que pasasen sobre ellas,
eran los medios de defensa que inspiraban mas confianza al
gobierno del Perú.
Al disponer la fortificación de los alrededores de Lima. Pié-
rola esperó conocer a punto fijo el rumbo que llevarían los
chilenos para reconcentrar allí el mayor número de sus ele-
mentos de defensa. Pero desde luego, dispuso la construcción
de varias fortalezas que según sus cálculos debian servirle
irremediablemente, cualquiera que fuese el punto por donde
atacasen los chilenos, i que sin embargo, fueron completa-
mente inútiles en los dias de prueba i de combate. Dos de esas
fortalezas fueron construidas en dos cerros que se alzan uno
al noreste de la ciudad, con el nombre de San Cristóbal, i otro
al oriente con el de San Bartolomé. El primero, sobre todo,
con una altura de 420 metros i con laderas escarpadas, fué
convertido en una formidable fortificación a la cual se dio el
nombre de «cindadela Piérola». La prensa de Lima, guardán-
dose escrupulosamente de dar noticia de sus elementos de
defensa, no trepidó en anunciar que ella seria el fundamento
déla rejeneracion del Perú i la tumba de los chilenos, pueblo
desgraciado, decian los diarios, que marcha irresistiblemente
a su ruina 3,
3 . El entusiasmo de los periodistas de Lima por la cindadela Piérola, que
al fin no prestó ningún servicio, rayó en el delirio, e inspiró los escritos mas
singulares en alabanza del dictador. Se nos permitirá reproducir un frag-
mento de un artículo del diario La Patria de 13 de diciembre. Helo aquí:
. «La rejeneracion no es la obra de un dia, ciertamente, pero en solo un año
se han colocado los colosales cimientos de granito que con asombrado entu-
siasmo hemos todos contemplado (La ciudadela Piérola).
«Esa colosal obra es, realmente, una esperanza; porque la rejeneracion es
intelijencia, actividad i moralidad: i lo grande, lo atrevido de la concepción,
i la increible rapidez con que se ha ejecutado, i la admirable economía con
que se ha realizado, exceden las mayores exijencias, i marcan el verdadero
deslinde, entre la antigua era de indolencia, descuido i derroches, i la nueva
era de rejeneracion.
«Ese espléndido monumento es, también, una revelación, altamente con-
soladora para el patriotismo; porque es la medida visible, tanjible, i concen-
trada en un solo punto, de lo que no se puede ver, ni tocar, ni concentrar en
un lugar dado.
«Es verdad que no todo está hecho, que entre el Perú de medio siglo i la
CAMPAÑA A LIMA 425
La inauguración de cada uno de estos trabajos, así como
cada revista de alguno de los cuerpos del ejército, era motivo
de una gran fiesta militar en que el dictador lanzaba a sus
soldados las mas ardorosas proclamas, llenas de amenazas
contra Chile. Desde que se tuvo noticia del desembarco de
los chilenos en Pisco, este movimiento de los espíritus fué mas
intenso todavía. Por fin, el i.*^ de diciembre, los diarios publi-
caban un decreto espedido por Piérola el dia anterior en el
cual mandaba que en seis dias mas quedasen acuartelados
todos los cuerpos de la reserva, bajo las mas severas penas
para los refractarios. Este fué el motivo de otra ostentosa
parada militar que se verificó el mismo dia i.*^ de diciembre
para dar lectura al mandato del jefe supremo. «Todo el mun-
do, decia El Nacional de Lima, recibió esta noticia con ma-
nifiesto regocijo i todos espresaron la idea de ver llevado a
cabo el acuartelamiento. La reserva de Lima está llamada a
ser como la famosa guardia imperial de Napoleón, mucho
mas que esa guardia imperial, i lo será siempre que a ello los
encargados de dirijirla con el ejemplo, la constancia i la asi-
duidad invencible contribuyan».
Pero la mas solemne fiesta de esta naturaleza tuvo lugar
era nueva, hai un abismo de sangre i lágrimas, no colmado aun, pero pode-
mos esperar que ese abismo se colmará con la sangre de 20 o 30 mil culpables
(los chilenos), e instrumentos ciegos del crimen, i con las lágrmas de un pue-
blo desgraciado, del Cain de Sud-América (Chile).
«El edificio del mal puede subsistir durante algún tiempo, pero llega un
momento en que la ola avanza i derriba todo lo que no se funda en la verdad
i en la moral, porque hai una lei de justicia que tiene que cumplirse, i esta
lei es el castigo de la iniquidad, en todas sus formas.
«Los ñancos de la montaña de granito están, ya, encargados de conservar
a los pósteros el nombre de Piérola; i, en los siglos venideros, la locomotora
partirá de ésta i atravesará la otra montaña, la del Amazonas, impulsada,
no; por los millones del derroche de la vieja era, sino por el sudor del trabajo
de la era nueva.
«I, cuando dentro de quinientos años, un ejército de un millón de enemigos
marche sobre la capital del nuevo Perú, ese ejército será detenido i sofocado
por los cien jigantes de granito que circundan la ciudad de los reyes, desde
la Punta Pancha hasta el morro Solar; i los ecos de la montaña llevarán de
una a otra América un nombre victorioso, el nombre victoriado por un pue-
blo agradecido, él nombre de Piérola».
426 GUERRA DEL PACÍFICO
el 9 de diciembre con motivo de la bendición de la cindadela
Piérola, i de la espada que iba a desenvainar el dictador. «Nun-
ca vio la capital peruana, decia La Patria de Lima, en los tres
siglos i medio que cuenta de existencia, un espectáculo tan
grandioso como éste, cuya realidad excede a cuanto pudiera
im ajinarse de estraordinario; nos oprime la majestuosa so-
lemnidad del acto que hemos visto ejecutarse. Ajita nuestro
espíritu el patriótico entusiasmo que la augusta ceremonia
ha hecho revivir en todos los peruanos: la palabra es impo-
tente para espresar lo que sentimos. Cien mil espectadores,
Lima entero que ha sido actor i testigo a la vez en esta gran-
diosa escena, ha esperimentado las indecibles emociones de
este memorable dia que fijará una pajina en los anales de su
historia».
En efecto, desde el amanecer la ciudad estaba engalanada
de banderas, como si se celebrara una gran victoria. Todas
las tropas estaban sobre las armas, i formaban calle desde el
palacio de gobierno hasta la cindadela Piérola. K las ocho de
la mañana todas las corporaciones eclesiásticas, civiles i mi-
litares salieron de los salones de palacio formando séquito al
dictador. Marchaba éste rodeado de un numeroso cuerpo de
edecanes, jenerales i coroneles, i se dirijia al cerro de San
Cristóbal. Al pié de él se habia construido una espaciosa ga-
lería donde tomaron asiento los funcionarios civiles i ecle-
siásticos, mientras Piérola i su estado mayor subian el cerro
para llegar a las fortalezas de la cumbre. Las bandas de mú-
sica atronaban los aires junto con las salvas de artillería, que
contestaban las lejanas baterías del Callao, de Chorrillos i de
Miraflores. En la cumbre del cerro estaban todos los estan-
dartes del ejército con sus escoltas respectivas. Allí, el vicario
jeneral castrense, doctor don Antonio García, abrió la cere-
monia con un largo i belicoso discurso en que en nombre del
cielo anunciaba la derrota inevitable de los chilenos.
La fiesta comenzó por lá bendición de las banderas i de las
armas del ejército. El doctor García tomó después en sus
manos la espada de Piérola, i la bendijo con el mayor recoji-
miento. Una vez bendita, la devolvió al dictador con toda la
CAMPAÑA A LIMA 427
solemnidad que la ceremonia requería. Pasóse de allí a la
bendición de los fuertes i del estandarte de la cindadela Pié-
rola, i entonces resonaron de nuevo las salvas de artillería i
las músicas militares. «No pueden espresarse en toda su es-
tension i sublimidad, decía un diario de Lima, las emociones
que esperimentaron en aquellos solemnes momentos, cuantos
presenciaban tan grandioso espectáculo». «La bendición de la
espada de Piérola, decía una correspondencia escrita en Lima
en esos días, ha llenado de confianza a esta ciudad que ve en
el jefe supremo al un j ido del Señor, encargado de defenderla
contra sus perversos enemigos».
La ceremonia no se terminó con esto solo. Tuvo lugar allí
mismo una misa solemne durante la cual el vicario castrense,
con la hostia sagrada en la mano, bendijo de nuevo a los ejér-
citos del Perú, en medio.de otra salva de artillería. Termina-
da la misa, el jefe supremo don Nicolás de Piérola pronunció
una proclama que conviene conocer íntegra. Hela aquí:
«Conciudadanos: El renacimiento de los pueblos está siem-
pre marcado por períodos de durísima prueba, tanto mas dura
cuanto mas radical i completa es la transformación a que dan
paso.
«Año i medio há que soportamos los dolores i las heridas
de esa prueba, a cuyo término se hallan la rejeneracion den-
tro i la victoria mas completa fuera.
«Entre el Perú de medio siglo i la era nueva abierta delante
de nosotros, hai un abismo de lágrimas i sangre no colmado
aun. ¡Atrás el viejo réjimen! la vida vieja, que nos ha traído
hasta mirar hollado nuestro suelo, bloqueados nuestros puer-
tos, saqueadas nuestras indefensas poblaciones, profanado
nuestro hogar por quien debiera temblar a nuestro enojo solo.
¡Adelante! el Perú que soñaron nuestros padres, el Perú que
alzaron sobre el soberbio pedestal de Ayacucho, dando la li-
bertad a un continente.
«Os hablo desde la improvisada ciudadela, levantada sobre
el coloso de granito a cuyas plantas se asienta la capital de
la República: coloso de granito que será de hoi mas el centi-
nela imperturbable de nuestros derechos soberanos: cifra ci-
428 GUERRA. DEL PACÍFICO
clópea del inmenso porvenir que nos aguarda, como el deslin-
de jigantesco de la era nueva.
«Os lo he dicho varias veces i no me cansaré de repetirlo
porque es mi convicción de toda hora: — el Perú para ser gran-
de en el continente i en la historia, no ha menester sino adqui-
rir la conciencia de su propia fuerza.
«Puede i debe serlo.
«Es preciso que lo sea. I lo será.
«Este mismo sol que alumbra la afanosa i sangrienta tarea
de hoi, es el que alumbró la lejendaria epopeya de Ayacucho.
I como entonces sellamos la emancipación de un continente;
como entonces consagraremos ahora el imperio de la justicia
i del derecho en América.
«Un pueblo fratricida, pueblo rebelde a la civilización cris-
tiana, pueblo sin la conciencia de los destinos del mundo de
Colon, aprovechó de nuestro descuido para apoderarse de
parte de nuestro suelo i de nuestros tesoros, llamando con-
quista alo que no es sino la cuitada ocupación del salteador,
juzgando duradera la criminal fortuna de una hora.
«En la ebriedad de un efímero éxito para nadie mas sor-
prendente que para él mismo, entregándose a atentados i des-
manes que afrentarán al siglo en que vivimos, ha caido en la
ceguedad del que corre en pos de su castigo.
«Ese pueblo está loco.
«Ha soñado ocupar la ciudad de Pizarro, la ciudad de los
titanes del año veintiuno e imponer desde ella la lei al Perú i
ala América del Sur.
«Ha soñado venir a Lima. I vendrá. Porque hai una lei de
justicia que tiene que cumplirse; porque es preciso que reciba
el escarmiento que merecen los que asaltan al indefenso i pa-
cifico labriego, los que arrancan como botin de un triunfo no
obtenido, las joyas de la prometida i la secular reliquia a la
anciana matrona que la guarda como recuerdo de familia.
Las lágrimas de nuestras matronas i de nuestras vírjenes re-
claman castigo, i la sangre de nuestros mártires está claman-
do venganza i escarmiento.
«Camaradas del ejército movilizado i de la reserva:
CAMPAÑA A LIMA 42i)
«A vosotros os toca ser los ejecutores de esa justicia; ins-
trumentos escojidos i benditos del renacimiento de un pueblo
i del escarmiento de los que le ultrajan por robarle.
«El Perú i la América os tienen confiados sus destinos. El
cielo acaba de bendecir vuestras armas, i los flancos de. esta
montaña de granito están esperando vuestros nombres para
conservarlos, con esa memoria que no pesa ni muere, al ató-
nito respeto de nuestros pósteros.
«Mostraos dignos de ellas; de la patria que os las ha con-
fiado, de los que en Ayacucho la hicieron libre, para que vos-
otros la hicieseis grande, respetada i feliz.
«Peruanos todos:
«Chile puede faltar a todas las leyes i a todos los respetos,
porque no tiene ayer ni tendrá mañana.
«Dice que va a llamarnos al combate. Corramos a él, como
acuden los leales i los buenos; como acuden los que guardan
las gloriosas tradiciones de tres imperios; los que se han sen-
tado en el trono de Manco Capac, de Pizarro, de los liberta-
dores de su continente.
«En la cima de esta montaña acabamos de enarbolar el glo-
rioso pabellón de la república. Jurad conmigo aquí que me
acompañareis, sin escepciones, a sacarle triunfante en la pelea
o a sucumbir defendiéndola *. — N. de Piérola. — Lima, di-
ciembre 9 de 1880.»
4. Esta curiosa proclama se presta a observaciones que solo nos es dado
indicar lijeramente en esta nota. Piérola, como la mayor parte de los caudi-
llejos que han escalado el poder después de un motin de cuartel, se creia se-
riamente el rejenerador del Perú. En éste, como en muchos otros documen-
tos de su gobierno, habla solemnemente de la nueva era inaugurada por él,
i que viene a poner término al abismo de lágrimas i sangre. Pero esta con-
ciencia de su importancia política, casi no merece fijar nuestra atención.
No sucede lo mismo en lo que respecta a las alusiones históricas que con-
tiene su proclama. En este punto es indispensable detenerse un momento.
Dice Piérola que Chile, el pueblo rebelde a la civilización, se habia apro-
vechado del descuido del Perú para apoderarse de una parte del territorio
de este último pais. No es posible concebir una adulteración mas audaz de
los hechos. Chile habia entrado en posesión de las provincias peruanas de
Tarapacá i de Tacna, no por una sorpresa sino después de dos penosas cam-
pañas en que destrozó en numerosas batallas, i en su propio territorio, a dos
ejércitos peruanos cuyos jefes hablan provocado desde muchos meses atrás
430 GUERRA DEL PACÍFICO
Después de pronunciar este discurso, el dictador bajó del
cerro, i acompañado por toda su comitiva, volvió al palacio
donde lo esperaba un suntuoso banquete. Cuando se brinda-
ba alli con un entusiasmo loco por los triunfos futuros del
Perú, llegó la noticia de que la escuadra chilena, creyendo
talvez que las salvas de ese dia eran una nueva provocación
a combate, habia recomenzado el bombardeo del Callao. Los
cañonazos que venian a turbar la ñesta de ese dia, sirvieron
para recordar al gobierno de la dictadura peruana que se ha-
bia adelantado mucho para celebrar victorias que no habia
alcanzado todavía.
a los soldados chilenos con los mismos insultos i las mismas amenazas que
ahora les dirijia Piérola. La ocupación de esas provincias después de un año
de guerra, no podia ser el resultado de una sorpresa.
Cualquiera persona que sin conocimiento de la historia americana, lea la
proclama de Piérola, creerá al ver la historia de los titanes del año 21, i las
demás alusiones a la época de la independencia hispano-americana, que el
Perú fué el vencedor de Ayacucho, i el libertador del nuevo mundo. En el
curso de esta proclama, Piérola repite tres veces esto mismo; sin embargo,
nada está mas distante de la verdad.
En 1 8 10 casi todas las colonias españolas que hoi constituyen las repú-
blicas americanas, se dieron gobiernos propios separándose de la metrópoli.
El Perú, sin embargo, no solo no trató de segregarse de España, sino que
hasta 1820 quedó siendo centro de los recursos i del poder de los opresores.
Fué necesario que la independencia estuviese afianzada en las otras colonias,
para que éstas llevasen allá el fuego revolucionario.
En ese año llegó al Perú una espedicion libertadora de poco mas de 4,000
hombres de desembarco. Habia sido organizada en Chile por la enerjía vigo-
rosa e incansable del director supremo de este pais, el jeneral don Bernardo
O'Higgins, i mandada por el almirante Cochrane, jefe de la escuadra chilena,
i por el ilustre San Martin, jeneral en jefe del ejército de tierra. Estos son los
titanes que en 1821 tomaron posesión de Lima i proclamaron la independe-
cia del Perú. Ninguno de esos titanes era peruano.
La admirable victoria de Ayacucho no es tampoco una gloria peruana.
Fué ganada el 9 de diciembre de 1824 por el ejército colombiano que man-
daba el jeneral venezolano don José Antonio Sucre sobre las tropas realistas
que, aunque dirijidas por jefes i oficiales españoles, eran compuestas casi en
su totalidad de soldados peruanos. Es cierto que en el ejército de Sucre habia
una columna peruana; pero fué ella la única que vaciló en el combate i que
comprometió la victoria.
El lector encontrará la confirmación de estos hechos en cualquier com-
pendio de historia de América; i si desea conocerlos en sus detalles puede
consultar las importantes Memorias del jeneral Miller, testigo i actor en
estos grandes sucesos.
Campaña a lima 48!
No pasaron muchos dias sin que las nuevas noticias que
llegaban del sur fueran a revelar al gobierno del Perú que se
aproximaba el momento de la prueba. Una parte de la divi-
sión chilena que habia desembarcado en Pisco, avanzaba re-
sueltamente hacia el norte recorriendo el territorio peruano
sin hallar en ninguna parte una resistencia formal. Aunque
la prensa de Lima publicaba cada dia las noticias de los triun-
fos que sobre esa división alcanzaban las columnas de mon-
toneros peruanos, el gobierno sabia que esos triunfos erau
simples invenciones de sus aj entes, destinadas a «retemplar
el patriotismo», como entonces se decia.
Por fin, en la tarde del 21 de diciembre, el telégrafo anun-
ció a Lima que la escuadra chilena estaba en la bahía de Chil-
ca, que reconocía la costa vecina i que se preparaba a comen-
zar el desembarco. Por un momento, se creyó todavía que
todo aquello no pasaría de un simple ardid de guerra desti-
nado a distraer la atención del enemigo; pero a la mañana
siguiente ya no hubo lugar a duda posible. Las tropas chile-
nas, decia el telégrafo, han comenzado a desembarcar su jente
en Curayaco sin hallar la menor resistencia. Antes de medio
dia se suspendió la trasmisión de noticias. Los chilenos se
hablan apoderado del telégrafo i dejaban incomunicada a la
capital del Perú.
Piérola desplegó inmediatamente una grande actividad. El
mismo dia 22 de diciembre espidió nueve decretos, relativos
todos a la organización de la defensa. El primero de ellos es-
taba concebido en los térmirtos siguientes:
«Nicolás de Piérola, jefe supremo de la república i protec-
tor de la raza indíjena. — Por cuanto ha llegado el caso de ve-
rificarlo, decreto:
«Asumo en la fecha el inmediato mando del ejército acan-
tonado en el departamento de Lima.
«Las órdenes en todo lo relativo al servicio militar serán
trasmitidas directamente por el estado mayor jeneral.
«Dado en la casa de gobierno en Lima, a los veintidós dias
del mes de diciembre de mil ochocientos ochenta. — Nicolás
DE Piérola. — Miguel Iglesias.»
432 GUERRA DE PACÍFICO
Por el segundo decreto dispuso el dictador que los dos ejér-
citos llamados del norte i del centro, en vez de las diez divi-
siones en que estaban distribuidos, formaran solo cuatro
grandes cuerpos a cargo de los coroneles don Miguel Iglesias,
ministro de la guerra, don Belisario Suárez, don Justo Pastor
Dávila i don Andrés A. Cáceres. Al mismo tiempo nombró
ayudantes de campo al jeneral Buendía, que aun estaba pro-
cesado desde un año atrás por su conducta en la campaña de
Tarapacá, al coronel Leiva, que acababa de ser separado del
mando del ejército de Arequipa, i al ministro de gobierno,,
coronel Orbegoso. Los otros decretos tenian por objeto mo-
vilizar el ejército de la reserva, reunir todos los caballos que
se encontrasen en la ciudad i sus inmediaciones, limitar a solo
dos trenes diarios el tranco público de los ferrocarriles para
que las vias estuviesen a disposición del gobierno, i a suspen-
der el tráfico de los tranvías a ñn de que sus caballadas sirvie-
sen para el uso de la reserva. Todas estas medidas debian eje-
cutarse dictatorialmente, sin dar lugar a reclamaciones de
ninguna clase. La defensa de la capital servia de razón para
justificar todas estas violencias.
Desde dias atrás estaba anunciada en Lima otra fiesta mi-
litar. El 24 de diciembre debia tener lugar una gran revista
del ejército de reserva. En vista del desembarco i de la mar-
cha de los chilenos hacia la capital, el dictador Piérola dio
contra-órden, i mandó que la reserva saliese de la ciudad a
tomar las posiciones que le estaban asignadas. Una corres-
pondencia enviada esos dias de Lima a un diario de Panamá,
daba cuenta de este movimiento en los términos siguientes:
«El entusiasmo en Lima es intenso. Por la primera vez he
oido aquí vítores espontáneos cuando salieron a su campa-
mento los batallones de reserva el 26 de diciembre. En él figu-
ran casi todos los jueces, abogados, médicos, banqueros, co-
merciantes, dependientes i artesanos de la ciudad. A los
miembros de ese ejército de reserva pertenecen la mitad de
las propiedades del país: por consiguiente saben por qué pe-
lean, i aunque bisónos, podrán ausiliar muí eficazmente al
CAMPAÑA A LIMA 433
ejército activo 5. Es posible que nunca llegue a oler la pól-
vora. El ejército de línea se encuentra en condiciones exce-
lentes i deseoso de pelear. Es tan numeroso o mas que los
invasores, i ha podido escojer sus posiciones, concurrencia de
circunstancias que debe asegurarle la victoria si el enemigo
pretende entrar a Lima inmediatamente».
Entonces, ya no cabia duda de que los chilenos atacarían
por el sur a la capital del Perú. Piérola, sin descuidar entera-
mente las trincheras i baterías que habia hecho construir al
norte de la ciudad, contrajo su atención a las del lado opuesto.
Aceleráronse con este motivo los trabajos de fortificación por
aquella parte, terminando rápidamente las obras comenza-
das. En ellas fueron colocadas casi toda la artillería, las ame-
tralladoras, las minas de dinamita i las bombas automáticas
que se tenían preparadas.
Las fortificaciones peruanas en la re j ion del sur de la capi-
tal, formaban dos magníficas líneas de defensa que debían
inspirar, como inspiraban en efecto, la mas absoluta confian-
za en que no podrían ser tomadas por los invasores. Se habían
aprovechado con rara habilidad todos los accidentes del te-
rreno, i se habían ejecutado allí grandes trabajos que hacían
casi inatacables esas posiciones. Como no es posible formarse
una idea cabal de ellas por una mera descripción, vamos solo
a dar algunas noticias que se comprenderán mejor sí se tiene
a la vista un plano detallado de Lima i de sus alrededores.
La primera de esas líneas, situada a unos doce quilómetros
de Lima, tenia una forma casi semí-circular, cuyo centro es-
taría al norte. Estaba formada por el coronamiento de una
cadena de cerros bajos, de terreno suelto i movedizo, que ro-
dea por el sur al valle de Chorrillos. Partiendo del morro Solar
que se levanta al sur del pueblo de Chorrillos, se estiende al
5. En un diario de Arequipa, La Bolsa de 7 de enero de 1881, leemos las
palabras siguientes: «En el batallón de los majistrados, abogados i doctores
de la reserva de Lima, se cuentan 32 ex-ministros de Estado». Este hecho,
revelaria solo la rapidez con que se cambiaban en el Perú los gobiernos. Cree-
mos que son pocos los paises de la tierra en que se cuentan 32 individuos que
hayan sido ministros de Estado, i que estén en edad de cargar las armas.
TOMO XVI. — 28
434 GUERRA DEL PACÍFICO
este, formando una curva, i luego se inclina bruscamente al
norte, sin ofrecer en toda su estension, mas que tres pasos
estrechos i por tanto de muí fácil defensa. En la cresta de
esta cadena de cerros, se habia abierto un ancho foso que la
recorria en toda su estension. Las tierras sueltas estraidas de
ese foso, formaban a espaldas de él un espeso parapeto, de-
tras del cual debia situarse la infantería para que pudiera
hacer fuego de mampuesto i sin presentar el cuerpo de los
soldados. De trecho en trecho, i sobre las eminencias mas
elevadas, se habian construido diversos reductos formados
de espesos murallones de sacos de arena. Allí estaban coloca-
dos cerca de 120 cañones de todos calibres, algunos de ellos
de a 500 libras, cuyos artilleros se hallaban suficientemente
defendidos contra los fuegos del enemigo. Como si estas obras
no bastasen para la defensa de esas posiciones, delante de
ellas, i casi en la falda de esos cerros i sobre todo en las obras
que dan paso al través de ellos, se habia abierto otro ancho
foso que embarazaría estraordinariamente el asalto. Se habia
ademas sembrado todo el terreno vecino de minas i de bom-
bas automáticas ocultas con una lijera capa de tierra, para
hacer volar a los cuerpos enemigos que intentaran acercarse
a las fortificaciones.
Para que los enemigos no encontrasen ningún punto en
que repararse, los zapadores peruanos habian destruido todas
las tapias i cercados del campo vecino. De este modo, para
acercarse a aquellas posiciones, tendrían los chilenos que re-
cibir desde lejos el fuego de cañón i de fusil que les dirijiese
un enemigo al cual no podrían ofender en manera alguna. En
cambio, detras de la línea de fortificaciones, en los alrededo-
res de las casas de la hacienda de San Juan, situadas a espal-
das del centro de esa línea, habia bosques tupidos, i se habia
dejado en pié los cercados i tapias para que, aun en el caso de
tener que abandonar sus trincheras i bastiones, los soldados
peruanos pudieran continuar batiéndose en esos lugares, o
retirarse cómodamente casi sin poder ser perseguidos por la
caballería chilena.
En esta linea de fortificaciones, que media una estension
CAMPAÑA A LIMA 435
de doce a trece quilómetros de largo, se colocaron las cuatro
divisiones del ejército de línea del Perú. Aunque muchos do-
cumentos chilenos, engañados por las mismas exajeraciones
de los diarios i de los documentos peruanos anteriores a las
batallas, hacen subir su número a 25 mil hombres, nosotros
creemos que en realidad no pasaba de 22 mil soldados, aun
contando los cuerpos llegados a Lima en los últimos dias ^.
La segunda linea de defensas estaba situada seis quilóme-
tros mas al norte, i por lo tanto en la mitad del camino que
media entre la primera línea i la capital. Estendíase en una
dirección de noroeste a sureste, mas o menos en una línea
recta de seis a siete quilómetros de prolongación. Las trin-
cheras eran formadas de sólidas tapias, construidas en otro
tiempo para deslindar las propiedades rurales, i aspilleradas
ahora convenientemente para convertirlas en bastiones, de-
tras de los cuales debía colocarse la infantería. En el curso de
esta línea se habían construido seis reductos para la artillería.
Eran formados éstos por anchos i profundos fosos llenos de
agua, i por parapetos levantados con la misma tierra suelta i
movediza que se había sacado de los fosos. En ellos podían
funcionar cómodamente 70 cañones, casi sin peligro para los
artilleros.
o. Una correspondencia peruana, fechada en Lima el 21 de enero de
188 1, i publicada por La Estrella de Panamá, describe prolijamente las for-
tificaciones de San Juan i Chorrillos, «detras de las cuales, dice, habia 24 o
26 mil hombres». — «Nadie de cuantos hablan visto estas fortificaciones an-
tes de la lucha, agrega, se imajinaba que hubiese en Sud-América ejército
capaz de tomarlas en pocas horas. Nadie creia que con semejantes obstácu-
los pudieran los chilenos llegar a Lima». Esta correspondencia, aunque mui
hostil a los chilenos, es mui noticiosa, i constituye un importante documento
histórico para conocer los combates subsiguientes por parte del Perú.
Hemos dicho arriba que la línea de fortificaciones peruanas tenia una es-
tension de trece a catoice quilómetros (mas de dos leguas i media). Esta cir_
cunstancia habria sido un motivo de debilidad, si esa estension hubiera for-
mado una línea mas o menos recta, de tal suerte que las divisiones hubieran
tenida que recorrer una gran distancia para ausiliarse mutuamente; pero
formaba una especie de semicírculo, cuyo interior estaba presentado al ene-
migo, de manera que aun sus puntos estremos no distaban uno de otro mas
de cinco quilómetros. Todo, pues, favorecía al ejército peruano en aquellas
ventajosas posiciones.
436 GUBRRV DEL PACÍFICO
El campo situado enfrente de esta línea, en una estension
de mas de un quilómetro, habia sido despejado de árboles i
de cercados, para que el enemigo no pudiera encontrar abrigo
alguno. Estaba también cubierto de minas i de bombas auto-
máticas, que reventarían bajo los pies de los que se atreviesen
a marchar al asalto. A espaldas de las fortificaciones, como
se habia hecho en la primera linea de defensa, se habian de-
jado en pié las tapias, para que en el caso poco probable de
tener que replegarse a Lima, fuese posible embarazar todavía
la marcha de los chilenos. En esta segunda serie de fortifica-
ciones fué colocado todo el ejército de reserva. Su efectivo no
pasaba de diez mil hombres, si bien la prensa peruana lo ha-
cia subir a un número mas de doble 7.
Estas dos líneas de defensas, aunque separadas por una
distancia que puede llamarse considerable, i destinadas a
servir una en pos de otra, podían ausiliarse en pocos minutos.
Estaban unidas entre sí i también con la capital, por el ferro-
carril que conduce de Chorrillos a Lima. Para el trasporte de
armas, de municiones i de soldados en las horas de la batalla,
7. Las exajeraciones de la prensa peruana i aun de los documentos ofi
cíales, sobre el número de los soldados con que se contaba para la defensa
de Lima, son capaces de estraviar el criterio del mas prolijo i circunspecto
historiador. Así, en una estensa correspondencia enviada de Lima el 19 de
diciembre a la Estrella de Panamá, diario subvencionado por el gobierno del
Perú, se da cuenta prolija de la parada militar que tuvo lugar el dia de la
bendición de la cindadela Piérola, i agrega lo que sigue: «Terminadas las ce-
remonias en el fuerte, el dictador regresó a palacio, i desde uno de sus balco-
nes presenció el desfile del ejército. Dicen los militares que solo 25,000 hom-
bres tomaron parte en la revista, pero creo que habia lo menos 30,000. Coma
en ella faltaron divisiones enteras del ejército de linea i solo concurrier una
tercera parte de las reservas, puede deducirse que en la batalla decisivsa to-
maron parte de 50 a 60,000 hombres».
Sin embargo, después de las batallas que se dieron en aquellas líneas forti-
ficadas, los peruanos han disminuido considerablemente el número de solda-
dos que tenian en cada una de ellas. Así, Piérola, en una carta escrita en
Jauja el 3 de febrero de 188 1 al jefe de estado mayor de la reservadon Julio
Tenaud, dice que en la primera de ellas habia 19 mil hombres i en la segun-
da estaba la reserva compuesta de 4 mil. Por nuestra prate creemos que
en uno i otro caso ha habido exajeracion; antes de las batallas aumentan-
do el número, i disminuyéndolo después de ellas, como se habia hecho res-
pecto de la campaña de Tacna.
CAMPAÑA A LIMA 337
se habían construido carros blindados, especie de fortalezas
rodantes, desde las cuales la tropa podria ir haciendo fuego
de fusil i de ametralladoras, casi sin peligro alguno.
La sumaria descripción que acabamos de hacer de las líneas
de defensa en que tendría que estrellarse el ejército invasor,
justifican la confianza absoluta que abrigaba el gobierno pe-
ruano en el éxito de la resistencia. Las correspondencias ofi-
ciales i particulares que en esos días salían de Lima para el
estranjero confirmaban esto mismo en los términos mas en-
fáticos i solemnes. «El jefe supremo del Perú, decía una de
ellas, ha jurado que Lima será la tumba de los chilenos que
no entren a ella en clase de prisioneros, i, a la verdad, juzgan-
do por el estado de las defensas i por la clase de armas i per-
trechos que aquí existen, deben necesitarse lo menos 200,00-
hombres para tomar la ciudad».
Mientras tanto, la capital del Perú iba quedando casi de-
sierta. Las familias acomodadas salían al estranjero, o se ha-
bían retirado a los pueblos de la sierra, a Tarma i a Jauja
principalmente. Otras habían buscado asilo en los monaste-
rios de monjas o en los buques neutrales. Lima no tenía mas
autoridad que el alcalde municipal, ni mas guardia de propie-
dad que la que voluntariamente hacían los estranjeros. El
comercio permanecía cerrado, a pesar de las órdenes repetidas
del dictador para que los pequeños negociantes, italianos i
chinos casi en su totalidad, abriesen al público sus despachos.
Los diarios mismos se publicaban con mucha irregularidad,
o estaban reducidos a pequeños boletines de noticias, llenos
de las mas estravagantes invenciones de triunfos parciales
sobre el enemigo, o de amenazas furibundas contra los intes-
nos. Agregúese a todo esto que los víveres, poco abundantes
desde tiempo atrás a causa del bloqueo de los puertos, se ha-
bían hecho mas escasos todavía en el último tiempo.
La guerra había producido, pues, en aquella ciudad una
horrible perturbación. Pero lo que se veía i se palpaba, no era
mas que una parte del mal que existia en realidad, i de las
amarguras que aguardaban al Perú. A la sombra de aquel
triste estado de cosas, habían jermínado las peores pasiones;
438 Guerra del pacífico
i el gobierno que sacaba su fuerza del apoyo del populacho
parecía interesado en estimularlas i en fomentarlas.
En efecto, desde dias atrás, la prensa se habia desencade-
nado contra las personas pudientes del Perú, a quienes hacia
las mas tremendas acusaciones. Hemos dicho ya que los dia-
rios acusaban con una gran violencia a los individuos que
hablan salido del pais, o que alegando enfermedades u otras
causas, hablan obtenido permiso para no formar en el ejér-
cito de la reserva. La prensa siguió repitiendo esas acusacio-
nes en términos que debian producir mas tarde las mas fu-
nestas consecuencias. «Los pobres, decia La Patria de Lima,
han contribuido con el todo, sacrificando gustosos hasta la
existencia. Los ricos han encontrado en su posición social, en
sus enfermedades, en el favor i hasta en su cobardía indecen-
te, razones que les impiden tomar parte en los ejercicios de la
reserva». — «Hai individuos, decia en otra ocasión el mismo
diario, quizás los mas obligados, aquellos a quienes la repú-
blica ha favorecido en otros tiempos con jenerosidad talvez
inmerecida, que en previsión de la suprema angustia, huyen
desde ahora, procuran poner en salvo sus personas i sus bie-
nes, quitándole a la patria eso mismo que le deben i de lo que
necesita para asegurar la victoria. . . I bien ¿qué podrá de-
cirse de los que ante ese espectáculo grandioso i digno de la
patria, abandonan su puesto, desertan cobardemente de las
filas ciudadanas, i huyen como reos a quienes persigue la jus-
ticia...? Nada puede salvarlos de la reprobación; porque
ellos no son dueños de sus vidas, ni de sus fortunas, pues todo
lo que son i lo que valen se lo deben a la patria, i es crimen
horrendo negarle a ella lo que necesita para salvarse. Repro-
bos son, i llevan sobre su frente la marca de Cain. Como a
Cain les perseguirá siempre el remordimiento, i esta sanción
justa i terrible la heredarán sus hijos i los hijos de sus hijos.
La patria que ellos abandonaron en tan solemnes momentos,
a su vez los abandonará también para que, como los hijos de
la raza maldita, vayan errantes sin Dios, sin patria i sin ho-
gar».
I El Nacional de Lima, haciéndose órgano de los mismos
CAMPAÑA A LIMA 43 í)
sentimientos, decia lo que sigue el 30 de noviembre: «Desgra-
ciados los que huyen del peligro, porque ellos arrastrarán por
toda su vida el desprecio de sus compatriotas, como el infa-
mante sambenito que merece su cobarde apostasía. Vosotros
que vais a morir, dejad escritos los nombres de los que os
abandonan en las postreras tribulaciones; ellos son los que
orgullosos antes, os salpicaban de lodo con las ruedas i caba-
llos de sus lujosos carruajes, i hoi se marchan en vergonzosa
retirada: quieren vivir para gozar de nuestros despojos. Mal-
ditos sean ellos!»
Una vez en este camino, la prensa de Lima llegó a los últi-
mos excesos. Habia exijido donativos de dinero para atender
a la defensa nacional. «Urje ya, decia un diario con este mo-
tivo, que demos a la patria cada cual lo que tiene, el pobre
su óbolo i el rico su riqueza, sus dineros i sus joyas. I urje
mas, porque es una gran vergüenza que no haya cobre para
la patria i haya oro i plata para el chileno». I cuando se vio
que las personas acaudaladas no acudían con sus fortunas a
socorrer el tesoro del gobierno de la dictadura, la prensa los
llamó ladrones, enriquecidos por los negocios fraudulentos
con el Estado, i pidió en alta voz que se les despojase de sus
bienes. La razón inmediata de esta rabia era porque los capi-
talistas se resistían a admitir el papel moneda de una nueva
emisión.
Este era el tema de un estenso artículo de El Nacional de
Lima, de que vamos a estractar el fragmento que sigue: «Ne-
cesita dinero la movilización de la gran masa de los ejércitos;
con dinero se da rancho a los soldados; dinero necesita el go-
bierno," i en Lima hai todavía muchos ricos que guardan sus
caudales, quizá para pagar su rescate en vil moneda al ene-
migo, cuando con noble honor no supieron ofrecerlos a la pa-
tria. Esos grandes negociadores fiscales, esos judíos de las
ferias financieras, aquellos que de las arcas nacionales hicie-
ron su caja de Pandora, llevándose los bienes i dejándonos
solo la . . . esperanza de morir de hambre, esos son los que
ahora deben reintegrar los valores que tomaron a crédito; i si
esperan que la policía les notifique, los peruanos ya tendré-
440 GUERRA DKL PACIFICO
mos el derecho de apuntarles con el dedo con que se señala a
los traidores. Aquellos egoístas, hombres de capitales i pro-
piedades, no podrán sacrificar una cuarta parte de sus bienes
para salvar de la ruina el total? ¡Ah, pobre patria! Cubre tu
frente i oculta tu rubor. Quizá los que te prostituyeron en las
horas de insensata bacanal, hoi en el dia de la honra i de la
reparación, se arrellenan con cinismo en sus butacas i te echan
una sonrisa de desden, como única limosna de su espiacion.
¡Miserables; la justicia será tremenda para ellos, i entonces
será el crujir de los dientes i el temblor del cuerpo i el frió de
la muerte! La patria, i el gobierno en su representación, tiene
el derecho i la necesidad de exij irles la cuota proporcional que
les corresponde. Como ciudadanos deben ofrecer su vida,
como negociantes sus caudales» . . .
Estas provocaciones imprudentes, repetidas en términos
mas o menos apasionados por los otros diarios, excitaban las
pasiones de la plebe, i preparaban a la ciudad de Lima dias
de luto i de vergüenza. Pero este ardor de los periodistas pe-
ruanos contra los hombres acaudalados de su propio pais, no
habia paralizado un solo instante su propaganda de odios i
de amenazas contra Chile. Mui lejos de eso, nunca la prensa
de Lima habia lanzado mas dicterios i provocaciones a su
enemigo, ni nunca habia mostrado mas confianza en el triun-
fo seguro e inevitable. El diario La Patria hacia la revista de
todos los elementos que poseia el Perú para alcanzar la vic-
toria. «Tenemos, decia, todo lo que se necesita para escarmen-
tar esas bandas de salteadores. Tenemos la fuerza necesaria
para esterminarlos; tenemos rifles que los diezmen, cañones
que los destrocen, minas esplosivas que esparzan al viento
sus despojos, i zanjas profundas que inundaremos con su
sangre i colmaremos con sus cadáveres. Tenemos eso i mas
que eso: el secreto de nuestra fuerza».
Sin embargo, parece que no todo el mundo abrigaban en
Lima la misma confianza en la disciplina i en la solidez del
soldado peruano. Se sabia por la esperiencia de Tacna i de
Arica que los parapetos i las trincheras servian de poca cosa
si faltaba la resolución de defenderlos bien. De aquí nació el
CAMPAÑA A LIMA 441
que en esos dias aparecieran muchos escritores que desde las
columnas de los diarios daban reglas seguras e infalibles para
derrotar a los chilenos. «Hagamos de cuenta que acudimos a
una gran cacería de tigres, decia el redactor mihtar de La Pa-
tria. Los araucanos (los chilenos) tienen la ajilidad nerviosa,
la ferocidad i la cobardía de estos animales. La salvación del
cazador depende únicamente de su serenidad. Que no le atur-
da el tremendo rujido ni la violencia del salto de la fiera; que
no cierre los ojos al dispararle el rifle o al clavarle el cuchillo
en las entrañas. Si retrocede un paso, si vuelve el rostro, está
perdido. I en trance tan infeliz, valdría mas que lo mataran
sus propios compañeros para ahorrarle una muerte lenta i
terrible bajo las garras d^l enemigo o su eterna agonía bajo el
desprecio de su patria. Los soldados chilenos vienen a Lima
aguijoneados por la codicia del saqueo, por la salvaje lubri-
cidad de las bestias i por el odio a nuestra raza: los fáciles
triunfos que han alcanzado hasta ahora, los alientan en la
nueva campaña; i esperan intimidarnos i vencernos con la
impetuosidad de sus ataques. Pero vienen con el inevitable
susto que se ampara del ladrón i del asesino antes de la ejecu-
ción de un crimen; vienen temblando con la idea de nuestra
fuerza i de nuestro coraje; vienen soñando con la esplosion
de nuestras minas. Una hora, una sola hora de valor reflexivo
i de firme i ordenada resistencia, i la victoria es nuestra. Pen-
dientes de nuestro valor i de nuestra serenidad están los lau-
reles de la victoria i la admiración del mundo».
En ios capítulos siguientes veremos cómo se cumplieron
estas reglas para derrotar infaliblemente a los chilenos.
N^-^
CAPITULO IX
San Juan i Chorrillos, 13 de er.ero de 1881
Desembarco del parque i bagajes del ejército chileno. — El jeneral Baqueda-
no hace reconocer las posiciones enemigas. — Combate de Pachacamac:
un rejimiento peruano es cortado i dispersado. — Una pequeña división
chilena reconoce con toda felicidad las fortificaciones situadas al oriente
de Lima. — El jeneral chileno resuelve el ataque de las posiciones enemi-
gas.— Estado de la opinión en el campamento peruano. — Se celebran
como victorias de sus armas todos los reconocimientos que practicaban
los chilenos. — En Lima i en el campamento peruano se anuncia que el
ejército chileno, acobardado i desmoralizado, se retiraba para reembar-
carse.— Proclama del jeneral Baquedano para anunciar a su ejército el
próximo ataque de las posiciones enemigas. — Marcha del ejército chile-
no.— Plan de asalto de las fortificaciones peruanas denominadas de San
Juan. — Reñida batalla en aquellas posiciones. — Victoria completa de
ios chilenos. — Ataque de morro Solar i de Chorrillos. — Derrota i destruc-
ción de las divisiones peruanas que defendían estas posiciones. — Desor-
den i perturbación que estas derrotas producen en la segunda línea de
fortificaciones peruanas. — Consecuencias inmediatas de aquellas batallas. '
Al terminarse el año de 1880 los ejércitos belijer antes de
Chile i del Perú estaban casi a la vista. No los separaba mas
que la distancia de catorce o quince quilómetros que median
entre Lurin i Chorrillos. Por una i otra parte se hacian los
últimos aprestos para el próximo combate.
444 GUERRA DEL PACÍFICO
Pero la situación de esos ejércitos era mui diferente. El del
Perú, acampado desde dias atrás delante de un valle fértil i
ameno, estaba colocado en excelentes posiciones, resguarda-
do por fortificaciones i parapetos formidables, i comunicado
con Lima por el ferrocarril. El de Chile, poi el contrario, acam-
paba recientemente en las márjenes del rio de Lurin, en cam-
po abierto i no tenia mas provisiones i forrajes que los que
habia podido llevar consigo después de un largo viaje. En
esos momentos no habia desembarcado mas que una parte
de su material de guerra, de sus víveres i de sus, municiones;
de tal suerte que si el enemigo hubiera tenido la audacia de
abandonar sus trincheras, i de llevar un ataque resuelto so-
bre los chilenos, las probabilidades de victoria, a lo menos en
apariencia, habrian estado de parte del Perú. El dictadoj
Piérola, jeneralísimo de los ejércitos de esta república, no
quiso salir un solo instante de la mas estricta defensiva, fir-
memente convencido de que este sistema conduciría a un
triunfo seguro e inevitable.
El desembarco del parque del ejército chileno, de sus ca-
ballos, de sus bestias de tiro i de carga, de la artillería de cam-
paña, de las municiones i de los víveres, se efectuaba en la
caleta de Curayaco i en la playa de Lurin, con la mas orde-
nada regularidad, a pesar de carecer esa costa de aparatos de
descarga. El trasporte de esos artículos desde la playa hasta
los lugares en que estaban acampadas las diferentes divisio-
nes, no sufrió tampoco entorpecimiento alguno, gracias al
orden con que todo se hacia, i a las medidas que se habían
tomado de antemano para regularizar este servicio. Pero tra-
tándose del material completo para un ejército de 25,000
hombres, esta operación no podía dejar de ocupar algunos
dias 1.
El estado mayor chileno habia cuidado de desembarcar en
los primeros momentos el material mas indispensable para
I. Se formará una idea aproximativa de este trabajo por las cifras siguien-
tes. Los bagajes del ejército chileno, sin contar los ciñones ni los arreos de
los animales, formaban un total de mas de 24 mil bultos o cajones. Solo las
municiones de la infantería ocupaban 10,026 cajones, la harina 2,530 sacos,
los fréjoles 1,664 sacos, el charqui 1,415 líos, el material de ambulancias
CAMPAÑA A LIMA 445
poner al ejército en estado de rechazar cualquier ataque, i de
satisfacer la as necesidades mas urj entes de su alimentación.
Pero antes de haber completado el equipo de sus tropas, no
se hallaba en situación de tomar la ofensiva. El jeneral Ba-
quedano ocupó este tiempo de forzosa inmovilidad, en reco-
nocer las posiciones enemigas, desplegando en este trabajo
tanta actividad como intelijencia. Su propósito no era solo
el de estudiar el terreno i conocer por qué punto habia de
atacar las fortificaciones peruanas, sino ahuyentar a las avan-
zadas esploradoras del enemigo para tener a éste completa-
mente a ciegas de los movimientos del ejército chileno. Las
diversas espediciones que hizo partir de su campamento, con-
siguieron por entero este resultado. Líneas telegráficas ten-
didas con grande actividad, servían para mantener al cuartel
jeneral chileno al corriente de lo que se hacia en todos los al-
rededores.
En efecto, el 24 de diciembre una columna de 500 hombres
de infantería i de caballería, mandada por el teniente coronel
don Baldomcro Dublé Almeida, siguiendo las orillas del rio
de Lurin hacia el oriente, ocupó el pueblo de Pachacamac i"
avanzó hasta Manchal, desalojando, después de un sostenido
tiroteo, a las avanzadas peruanas que ocupaban buenas po-
siciones, i tomándoles cuatro prisioneros. Desde ese dia, el
flanco derecho del ejército chileno quedó despejado de ene-
migos esploradores, o éstos no volvieron a dejarse ver sino a
una gran distancia.
El siguiente dia (25 de diciembre), el comandante don Am-
brosio Letelier con un escuadrón de caballería, siguiendo el
camino de la playa, avanzó hacia el norte hasta ponerse a la
vista de las fortificaciones peruanas que empezó a reconocer.
Sostuvo allí un corto tiroteo con las avanzadas enemigas, i se
retiró después de haber desempeñado su comisión.
1,400 bultos, el pan i galletas 1,387 sacos. Todo esto, así como los cañones,
los caballos i las muías, fué desembarcado en lugares que carecían de muelles
de descarga, í que solo eran frecuentados por los contrabandistas. Los mue-
lles portátiles, los pescantes í las grúas construidos en Chile, sirvieron para
facilitar esta operación que sin embargo tardó algunos días.
440 GUERRA DEL PACIFICO
^liéntras tanto, en el campamento chileno se tuvo noticia
de que un Tejimiento de caballería peruana venia del sur a
incorporarse al ejército de Lima. Sabiendo que los caminos
de la costa estaban ocupados por los invasores, las fuerzas
peruanas se dirijian a la capital por el camino de Pachaca-
mac, situado mucho mas al oriente. El coronel Barbosa, jefe
de una de las brigadas del ejército chileno, recibió el encargo
de cerrarles el paso; i en efecto, este jefe tomó tan acertadas
medidas, que en la noche del 27 de diciembre el enemigo des-
prevenido se encontró delante de algunas compañías de in-
fantería chilena, i tuvo que aceptar el combate. Era la colum-
na peruana que bajo las órdenes del coronel Sevilla habia
estado encargada de hostihzar en su marcha a la división
chilena del comandante Lynch, i que volvía a Lima sin haber
conseguido su objeto. El combate, sostenido en la oscuridad
de la noche, fué fatal a las fuerzas peruanas. Perdieron éstas
un jefe i quince soldados. El coronel Sevilla, catorce oficiales
i 97 soldados cayeron prisioneros. El resto de su tropa se dis-
persó en los bosques vecinos para no volver a reunirse mas.
"De parte de los chilenos solo hubo un jefe muerto, el coman-
dante don José Olano, i, cuatro soldados heridos.
Los reconocimientos de las posiciones peruanas se conti-
nuaron sin descanso en los dias subsiguientes. Las columnas
esploradoras, mandadas siempre por oficiales intelij entes,
avanzaban ya por un lado, ya por otro, i completaban el es-
tudio cabal del terreno donde tendrían que empeñar la lucha.
Dos de los jefes de división, don Patricio Lynch i don Pedro
Lagos, embarcados en la cañonera Magallanes, examinaron
prolijamente por el lado del mar la porción de aquellas forti-
ficaciones que estaba allegada a la costa. El mismo jeneral
en jefe, acompañado por su estado mayor i por una fuerte
columna de las tres annas, practicó el 6 de enero de 1881 un
gran reconocimiento en medio de un sostenido cañoneo que,
sin embargo, no produjo daño alguno entre sus soldados.
Una vez reconocida en toda su estension la primera línea
de defensa de los peruanos, i apreciándose perfectamente las
dificultades del ataque de frente de esas posiciones, quiso sa-
CAMPANA A LIMA 447
ber el jeneral Baquedano si seria posible embestir la ciudad
de Lima por el oriente, dando al efecto un gran rodeo para
inutilizar así las fortificaciones enemigas. El coronel Barbosa
recibió el encargo de hacer una esploracion por aquel lado, a
la cabeza de 2,000 hombres de las tres armas. Debia hacer su
viaje por el camino llamado de la Cieneguilla, caer al valle
de Lima por el pueblo de Ate i acercarse hasta el fuerte de
San Bartolomé, situado al sureste de la capital. En cumpli-
miento de esta comisión, el coronel Barbosa salió de Pacha-
camac en la tarde del 8 de enero, dio un corto descanso a su
tropa en Machai, i a la una de la mañana emprendió la mar-
cha, favorecido por la luz de la luna, para llegar al amanecer
a los lugares que debia reconocer.
Hé aquí como refiere esta esploracion el jefe de estado ma-
yor del ejército chileno en su prolijo parte oficial de toda esta
campaña: «Antes de bajar al valle (de Lima), aquella fuerza
encontró obstruido el camino por un considerable número de
minas automáticas que cubrían el campo i que estallaban
bajo los pies de la tropa, al mismo tiempo que algunas gue-
rrillas enemigas hacian fuego parapetadas tras de una triple
trinchera de fosos que cortaban en toda su anchura el abra
por donde jira el camino, mientras que otras coronaban las
alturas de uno i otro lado. La caballería enemiga aparecía en
el valle por retaguardia de la infantería; i los cañones de los
fuertes del sur de Lima (mas propiamente del sureste, esto
es del cerro de San Bartolomé) disparaba granadas sobre
nuestras filas. El coronel Barbosa ordenó inmediatamente el
ataque, haciendo avanzar por derecha e izquierda algunas
guerrillas de infantería para desalojar a las del enemigo que
ocupaban las alturas, i cargando a los que se ocultaban tras
de los fosos del frente con un pelotón de granaderos a caballo,
que en un momento las dispersó a filo de sable, matándoles
23 hombres, entre ellos tres oficiales. Rechazado el enemigo
de todas sus posiciones i puesto en completa fuga, el coronel
Barbosa desembarcó en el valle i cumplió el objeto de su mi-
sión, retirándose en seguida sin ser molestado. En aquel en-
cuentro el enemigo tuvo muchas bajas entre muertos i heri-
448 GUERRA DEL PACÍFICO
dos; por nuestra parte hubo 15 heridos por las balas i los pol-
vorazos de las minas, de los cuales murió solo un soldado» 2.
Este importante reconocimiento, ejecutado con toda feli-
cidad, reveló que el ataque i la ocupación de Lima por el lado
del oriente, era posible como operación miUtar. Aquella parte
de los alrededores de la capital estaba mal defendida. La pe-
queña división del coronel Barbosa, a pesar de las minas au-
tomáticas i del fuego de los fuertes, habia arrollado todas las
resistencias; i si sus instrucciones se lo hubiesen permitido,
habria podido entrar a la ciudad. Pero el ataque de Lima por
aquel lado, of recia graves inconvenientes que fueron perfec-
tamente reconocidos en el cuartel jeneral. La marcha de todo
el ejército por aquellos caminos, no podia hacerse con la mis-
ma rapidez con que los habia recorrido la pequeña división
del coronel Barbosa. Ese movimiento habria exijido a lo me-
nos cuatro o cinco dias; i en toda la estension de ese camino,
desde las orillas del rio Lurin hasta las del rio Surco, pequeño
afluente del Rimac, no se hallaba una sola gota de agua. El
ejército chileno habria necesitado ejecutar esta operación lle-
vando consigo todo su parque i todo sus bagajes, porque de
no hacerlo así, habrian caido éstos indefectiblemente en po-
der del enemigo. Por otra parte, esa operación dejaba al ejér-
2. No existen, o a lo menos no se han publicado partes oficiales referentes
a esta campaña por el lado del Perú. Para recojer las noticias de lo que pa-
saba en el campamento de Piérola, hemos tenido que limitarnos a la corres-
pondencia de La Estrella de Panamá de que hemos hablado en una nota an-
terior, que aunque mui apasionada e inexacta en muchos detalles, contiene
noticias que no se hallan en otra parte; i a una serie de artículos publicados
en marzo de 1881 en El Orden, diario de Lima, con el título siguiente: Lo qus
yo vi. Apuntes de una revista sobre las jornadas del 13 i 15 de enero de 1881.
Constituyen una relación interesante i nutrida de hechos, contados sin gran-
des exajeraciones i sin baladronadas. Hablando del reconocimiento practi-
cado por el coronel Barbosa, que los boletines de Piérola presentaban como
un triunfo espléndido de las armas peruanas, dice simplemente lo que sigue:
«El 9 hizo el enemigo un fuerte reconocimiento sobre nuestra estrema iz-
quierda. El batallón peruano de Pachacamac, fué destrozado. Las bombas
del fuerte de San Bartolomé contuvieron la marcha del enemigo; pero habia
éste conseguido su propósito». Debemos advertir que lo que contuvo a la
división del coronel Barbosa fué únicamente el cumplimiento de sus instruc-
ciones que lo autorizaban solo para reconocer las posiciones enemigas i no
para empeñar combate contra esas fortalezas.
CAMPAÑA A LIMA 449
cito chileno separado de la escuadra, cuya cooperación le era
indispensable, e iba a encerrarlo en Lima, incomunicándolo
con la costa por una porción de territorio en que estaba acam-
pado i fortificado todo el ejército enemigo. En vista de estas
dificultades, el jeneral Baquedano desechó resueltamente este
plan, i se determinó a atacar de frente las posiciones perua-
nas. La confianza que le inspiraban el vigor de sus soldados i
la decisión de sus jefes, lo alentaron para acometer esta em-
presa que un pecho menos animoso que el suyo habria consi-
derado quimérica. «Aunque mi resolución a este respecto era
inquebrantable, después de hechos los estudios necesarios,
dice él mismo, comuniqué mi plan a todos los jefes superiores
del ejército, i tuve la satisfacción de obtener su unánime apro-
bación».
Resuelto ya este plan de ataque, el jeneral Baquedano,
acompañado por el jefe de estado mayor i por los comandan-
tes de división, hizo en la mañana del lo de enero un último
reconocimiento de las posiciones que estaba dispuesto a to-
mar por asalto. A la vista del terreno, señaló con toda fijeza,
el camino que debia seguir cada división i los puntos que de-
bía atacar. De vuelta a su campamento, dio todas las órdenes
necesarias para que el ejército estuviera listo para emprender
su marcha en la tarde del dia 12, a fin de que al amanecer del
13 de enero cayese de improviso sobre las líneas fortificadas
del enemigo. Este aplazamiento de dos dias para efectuar el
ataque, estaba perfectamente calculado i correspondía a un
doble objeto. Servia a la vez para hacer cómodamente todos
los preparativos para el ataque, i para acabar de desorientar
al enemigo, que, como se sabia en el campamento chileno,
estaba mecido por las mas singulares ilusiones.
En efecto, en esos instantes supremos para el Perú, el go-
bierno i el pueblo de Lima se creian mas seguros que nunca
de la victoria. Pensaban que ni aun seria necesaria una bata-
lla, porque el ejército de Chile estaba acobardado i solo que-
ría tomar la fuga i dispersarse miserablemente. La prensa de
Lima contaba con la mayor seriedad que la tercera división
del ejército chileno se habia sublevado en Arica, negándose a
TOMO XVI.— 29
450 GUERRA DEL PACÍFICO
embarcarse para no hacer una campaña de que no se espera-
ba mas que un gran desastre. «Fué necesario, se decía, toda la
enérjica actividad del ministro de la guerra de Chile para so-
meter esa división i para hacerla salir de su campamento». I
esta absurda invención se hacia circular por todas partes para
retemplar el ardor i el patriotismo de los defensores de la ca-
pital, i para hacerles creer que el ejército chileno no se halla-
ba en estado de presentar una batalla.
Por fin, se supo en Lima que todo el ejército chileno, unido
i compacto, avanzaba resueltamente, que ocupaba a Lurin i
que establecía allí su campamento sin que nadie lo inquietara.
El diario La Patria contó al público de la capital estas graves
ocurrencias en los términos siguientes: «Los enemigos se en-
cuentran ya a dos jornadas de Lima: la tentativa de invasión
ha dado principio; los lobos araucanos, con las fauces dilata-
das, parecen percibir ya el olor de un festin próximo, que les
lleva desde aquí la brisa primaveral. Como el insecto que
percibe el fruto que ha de saciar su hambre, se arrastra hacia
nosotros la víbora chilena; pero aquí se encuentra la poderosa
planta que ha de aplastarla; aquí está el azote que ha de es-
carmentarla; aquí está el cuchillo que ha de rasgar de una
vez la grosera venda que cubre sus ojos. . .No estamos des-
prevenidos, no nos faltan elementos, tenemos buenos direc-
tores, el entusiasmo invade nuestras almas; adelante, pues, i
esperemos ansiosos el momento de la victoria. . . Gobierno:
guiad al pueblo con tino i sagacidad. . . Pueblo: marchad su-
miso, varonil i resuelto a defender vuestros derechos. . . Jefes
i soldados del ejército: cumplid con vuestro deber. . . Matro-
nas de Lima: preparad elementos para enjugar la sangre de
vuestros esposos, hijos, hermanos... Judíos sin conciencia
(los capitalistas), hijos espurios del Perú fuera del templo».
En Lima se publicaban cada día boletines de noticias acer-
ca de los reconocimientos practicados por las avanzadas chi-
lenas. Pero lejos de atribuir a estas operaciones su verdadera
importancia, se los pintaba como ataques proyectados i frus-
trados, i por lo tanto como victorias de las armas peruanas.
Contábase al efecto que en cada una de esas pequeñas esca-
CAMPANA A LIMA 451
ramuzas, el ejército chileno habia sufrido pérdidas conside-
rables, i que se habia visto obligado a retirarse apresurada-
mente. La opinión jeneral en Lima era que los jefes chilenos
estaban desalentados, que no sabian por donde atacar, i que
comenzaban a considerarse perdidos. El 4 de enero, uno de
los buques de la escuadra chilena bombardeó el puerto de
Ancón, situado al norte de Lima, echó a pique una lancha
peruana, hizo grandes destrozos en la población i ocasionó
algunas pérdidas en las tropas que la guarnecian. Este ata-
que contribuyó a perturbar mas la opinión de la capital. So-
braron j entes que creyesen que los chilenos, convencidos de
que no podrían hacer nada por el sur, pensaban talvez en
cambiar su plan de operaciones, i en ir a efectuar su desem-
barco por el lado del norte.
El reconocimiento practicado el 9 de enero por el coronel
Barbosa, fué motivo de preocupaciones mayores todavía. Se
creyó firmemente en Lima que aquel habia sido un ataque
formal acometido por una gran división chilena; i aunque los
jefes peruanos que defendian la ciudad por el lado del oriente,
sabian mui bien que aquella división habia destrozado las
fuerzas que encontró delante, los boletines de noticias publi-
caron que los invasores habian sufrido un gran desastre con
pérdida de 1,400 hombres, i con la desorganización completa
de su división. Estas noticias fueron comunicadas al estran-
jero i publicadas con las apariencias de una gran victoria del
Perú, en los diarios que el gobierno de este pais subvenciona-
ba en Guayaquil i en Panamá 3.
3. La Nación de Guayaquil, diario al servicio del Perú, publicó sobre esos
pequeños combates, las noticias siguientes, fechadas en Lima el 12 de
enero:
«Batalla del puente de Verrugas. — Una fuerte división chilena se destacó
del grueso del ejército para tomar la dirección del ferrocarril de la Oroya, i
destruir los principales puentes de esta obra.
«El movimiento de estadivision fué conocido por los peruanos. Se destacó
en su seguimiento unos cuantos batallones al mando del coronel Negron, los
cuales alcanzaron a los chilenos cerca del puente de Verrugas, donde tuvo
lugar un terrible choque, que puso fuera de combate 1,400 chilenos.
«El éxito mas completo coronó la bravura de las tropas peruanas en la
acción del Puente de Verrugas.»
452 GUERRA DEL PACIFICO
Los dias II i 12 de enero fueron de completa quietud en el
campo peruano. No se vieron por ninguna parte las avanza-
das esploradoras de los chilenos, i aun se llegó a creer que es-
tos desistian de todo proyecto de ataque. Un diario de Lima
publicólas líneas siguientes:
«Mas que satisfactorio, motivo de lejitimo orgullo para el
patriotismo es el entusiasmo que reina, así en las filas del
ejército activo como en la de los ciudadanos que forman la
reserva.
«Hemos decretado la victoria i venceremos; porque tal es
la decisión de todos los peruanos, porque el éxito no puede
abandonar a los que abrigan la firme decisión de no ceder sino
«Bafalla de San Bartolomé. — El cañoneo del 9 dio lugar a una batalla for-
mal. Muí temprano una división chilena compuesta de 4,000 hombres atacó
a una avanzada peruana compuesta de 150 hombres: después de un combate
de hora i media, i cuando iba a ceder el campo la corta fuerza peruana, apa-
reció el jefe supremo Piérola, con una división, tomando posiciones en los
contornos i cerros de San Bartolomé, i consiguiendo después de un largo i
bien librado combate, una completa victoria. El batallón Piura es uno de
los cuerpos que mas se han distinguido en la jornada. — Los chilenos, sin
embargo, tuvieron tiempo para dejar desnudo a uno de sus jefes que quedó
en el campo de batalla.»
I La Estrella de Panamá, con fecha de 22 de enero publicaba las siguien-
tes noticias que se le hablan trasmitido de Lima con fecha de diez dias atrás:
<<E1 domingo 9 del corriente, avanzó una parte del ejército chileno, que
fué derrotado con pérdidas grandes. Otros combates ha habido, favorables
al ejército peruano. El número de los derrotados chilenos pasa de 7,000 hom-
bres; i esto al par que ha fortalecido el entusiasmo i la confianza en el ejér-
cito peruano, ha causado el abatimiento en las filas contrarias.
«Sin embargo del terror que se ha apoderado de los chilenos; sin embargo
de su indecisión, fruto de ese sentimiento, la hora de las grandes soluciones
está próxima. Así lo quieren el patriotismo i el honor de los peruanos; así lo
tiene resuelto la enerjía indomable del jefe supremo.
«En prueba de aquel terror, basta citar un hecho. El jeneral chileno Villa-
gran se ha marchado para Santiago, a demostrar que es imposible que el
actual ejército de Chile pueda, no ya tomar a Lima, no ya alcanzar ventajas
siquiera precarias, pero ni aun salvar su honor-militar en una batalla.
«Un ciudadano neutral, recien llegado a Lima, escribe a un comerciante
de Panamá:
«Los chilenos están perdidos i sin esperanzas. Para tomar a Lima seria
necesario un ejército de 80,000 de los mejores cuerpos europeos.»
Por mas que ello parezca increíble, debemos decir que estas falsas noticias
eran las mismas que Piérola hacia circular en Lima i en todo su campamento
para «retemplar el patriotismo» de sus soldados.
CAMPANA A LIMA 453
con la vida una pulgada de terreno al invasor, cuyo amilana-
miento crece de hora en hora.
«Chile está arrepentido de la aventura a que se ha lanzado.
Dios ha permitido en su justicia, que la fatuidad ofusque a
nuestros adversarios hasta traerles a las puertas de Lima.
«Aquí los espera el castigo de todas sus iniquidades i van-
dalaje.
«Ellos tiemblan acobardados tras de sus parapetos de Lu-
rin, i si no se reembarcan para regresar a Chile o consagrarse
esclusivamente a empresas de fácil merodeo, como las reali-
zadas por Lynch, es por miedo a la universal rechifla.
«Vengan cuanto antes a estrellarse en las bayonetas de los
que deñenden la integridad i la honra de la América republi-
cana.»
Por momentos crecia entre los defensores de Lima la con-
fianza de que los chilenos se retiraban, convencidos de que
su situación era insostenible. «El 12 de enero, dice una de las
relaciones peruanas que hemos citado anteriormente, reinó
en el campamento la mas grande tranquilidad; no hubo falsa
alarma: llegó, por el contrario, la noticia de que el enemigo,
después de varias correrías, se había retirado muí adentro.
No faltaba quien asegurase que se habían vuelto a embarcar».
Parece casi inconcebible que estando los dos ejércitos sepa-
rados por una corta distancia, i hallándose el jeneralísímo
peruano en su propio territorio, no tuviese medios de cercio-
rarse de la verdadera posición del enemigo, llegando a creer
que éste se retiraba, i volvía a embarcarse, en los momentos
en que preparaba un ataque audaz i definitivo. Los jefes pe-
ruanos demostraron en esa ocasión la misma ineptitud que
habían desplegado en toda la campaña. Habituados a la des-
organización i al desorden de las contiendas civiles, no podían
comprender todavía que estaban obligados a luchar contra
un enemigo serio que en todas partes había probado que sa-
bia hacer la guerra.
Mientras tanto, en el campo chileno se tomaban tranquila
i reflexivamente todas las disposiciones del caso para el asalto
de las fortificaciones enemigas. El estado mayor contó las
454 GUERRA DEL PACÍFICO
tropas disponibles para el ataque. Formaban éstas 23,129
hombres útiles ^, distribuidos en tres divisiones, de las cuales
se sacó un cuerpo de reserva de tres mil infantes. A las doce
del dia 12 de enero, cuando todos los cuerpos del ejército es-
taban competentemente amunicionados i listos para marchar
a la primera orden, el jeneral Baquedano anunció la partida
en la siguiente proclama dirijida a sus oficiales i soldados:
«Vuestras largas fatigas tocan ya a su fin. En cerca de dos
años de guerra cruda, mas contra el desierto que contra los
hombres, habéis sabido resignaros a esperar tranquilos la hora
de los combates, sometidos a la rigorosa disciplina de los cam-
pamentos i a todas sus privaciones. En los ejercicios diarios i
en las penosas marchas a través de arenas quemadas por el
sol, donde os torturaba la sed, os habéis endurecido para la
lucha i aprendido a vencer.
«Por eso habéis podido recorrer con el arma al brazo casi
todo el inmenso territorio de esta república, que ni siquiera
procuraba embarazar vuestro camino. I cuando habéis en-
contrado ejércitos preparados para la resistencia detras de
fosos i de trincheras, albergados en alturas inaccesibles, o
protejidos por minas traidoras, habéis marchado al asalto,
firmes, imperturbables i resueltos, con paso de vencedores.
«Ahora el Perú se encuentra reducido a su capital, donde
está dando hace muchos meses el triste espectáculo de la ago-
nía de un pueblo. I como se ha negado a aceptar en hora opor-
tuna su condición de vencido, venimos a buscarlo en sus últi-
4. Hemos dicho mas atrás que el ejército espedicionario que partió de
Arica, era compuesto de cerca de 26,500 hombres. De ellos habian quedado
cerca de 800 en Pisco. Descontando los enfermos, i las guarniciones encar-
gadas de la custodia de los depósitos de víveres i municiones que fué preciso
dejar en Lurin, las fuerzas destinadas al ataque de las fortificaciones perua-
nas, componían 23,129 oficiales i soldados de las tres armas.
Seguían también al ejército chileno unos 1,000 chinos que habian reco-
brado su libertad i que estaban dispuestos a acompañar i a servir a sus liber-
tadores. Fueron, en efecto, muí útiles para recojer i trasportar heridos, dis-
tribuir víveres i municiones, dar indicaciones sobre las localidades, i para
atender a las mil necesidades del servicio del campamento. En I.urin, donde
había un templo chino, celebraron una fiesta relijiosa según sus ritos para
pedir la protección del cielo en favor de los chilenos.
CAMPANA A LIMA 455
mos atrincheramientos para darle en la cabeza el golpe de
gracia i matar allí, humillándolo para siempre, el jérmen de
aquella orgullosa envidia que ha sido la única pasión de los
eternos vencidos por el valor i la jenerosidad de Chile.
«Pues bien: que se haga lo que ha querido: si no lo han alec-
cionado bastante sus derrotas sucesivas en el mar i en la tie-
rra, donde quiera que sus soldados i marinos se han encon-
trado con los nuestros, que se resigne con su suerte i sufra el
último i supremo castigo.
«Vencedores de Pisagua, de San Francisco i de Tarapacá,
de Anjeles, de Tacna i de Arica: adelante!
«El enemigo que os aguarda es el mismo que los hijos de
Chile aprendieron a vencer en 1839, i Q^^ vosotros, los here-
deros de sus grandes tradiciones, habéis vencido también en
tantas gloriosas jornadas.
«Adelante! A cumplir la sagrada misión que nos ha impues-
to la patria! Allí, detras de esas trincheras, débil obstáculo
para vuestros brazos armados de bayonetas, os esperan el
triunfo i el descanso; i allá, en el suelo querido de Chile, os
aguardan vuestros hogares, donde viviréis perpetuamente
protejidos por vuestra gloria i por el amor i el respeto de vues-
tros conciudadanos.
«Mañana, al aclarar el alba, caeréis sobre el enemigo; i al
plantar sobre sus trincheras el hermoso tricolor chileno, ha-
llareis a vuestro lado a vuestro jeneral en jefe, que os acom-
pañará a enviar a la patria ausente el saludo del triunfo, di-
ciendo con vosotros: — ¡Viva Chile! — Manuel Baquedano.»
Alas cuatro i media de la tarde, todo el ejército chileno,
como movido por un solo resorte, estaba formado en divisio-
nes a las márjenes del rio de Lurin, i pronto para partir. Me-
dia hora mas tarde rompía la marcha la primera división, i
luego la seguían las otras en su orden numérico, llevando ca-
minos separados, pero paralelos. La caballería, sin embargo,
no debía salir hasta media noche a fin de evitar que las nubes
de polvo que levantan los caballos, sirviesen para indicar al
enemigo la proximidad del ataque. Después de mas de cinco
horas de marcha, favorecida por la luna llena, todo el ejército
456 GUERRA DEL PACÍFICO
tomó ordenadamente las posiciones que se le habian señalado
de antemano, en las faldas de una cerranías bajas denomina-
das La Tablada, que se alzan al sureste de las fortificaciones
enemigas, i a una distancia de cuatro quilómetros de ellas.
Allí las tropas tomaron algunas horas de descanso sin ser in-
quietadas un solo instante. El ejército peruano, tranquilo en
la confianza de que los chilenos no pensaban mas que en reti-
rarse i en ganar de nuevo sus buques, no tenia partidas esplo-
radoras, ni centinelas avanzadas, i pasó la noche ignorando
que el enemigo se encontraba casi a tiro de rifle de sus posi-
ciones.
Después de media noche, el cielo se cubrió completamente
con la espesa neblina que se levanta cada mañana en la costa
del Perú. A las tres i media de la mañana, todo el ejército se
ponia nuevamente en marcha para tomar el orden de ataque.
La primera división, mandada por el capitán de navio don
Patricio Lynch, i compuesta de poco mas de siete mil hom-
bres, se dirijió a atacar la derecha del enemigo. La segunda
división, mandada por el jeneral don Emilio Sotomayor, i
compuesta de seis mil hombres, debia asaltar el centro de las
posiciones peruanas. La tercera división, mandada por el co-
ronel don Pedro Lagos, i compuesta de poco mas de cinco mil
hombres, estaba encargada de situarse enfrente de la izquier-
da enemiga, i de impedir que las fuerzas de este flanco pudie-
ran socorrer al centro de los peruanos. La reserva, apoyada
por un rejimiento de artillería de campaña, quedó cerca del
estado mayor jeneral, para acudir a donde fuese necesario.
La oscuridad de la mañana facilitó en los primeros instan-
tes este movimiento; pero luego vino a embarazarlo. La se-
gunda división, que tuvo que hacer una marcha mas larga,
se atrasó en su camino. Un sirviente de las ambulancias, per-
dido en la oscuridad, cayó en manos de un piquete de solda-
dos peruanos que no estaba lejos de su línea fortificada; i este
accidente inesperado les hizo comprender que el enemigo
estaba cerca. En el momento se hicieron en las trincheras
peruanas las señales de alarma, i los soldados rompieron un
vivo fuego de fusil, de cañón i de ametralladoras.
CAMPAÑA A LIMA 457
Avanzaba entre tanto la primera división en un orden im-
perturbable, con sus guerrillas al frente, sin hacer caso de los
fuegos del enemigo. Cuando se halló a una distancia aproxi-
mativa de cuatrocientos metros de la línea de fortificaciones
peruanas, i cuando comenzó a trepar las alturas en que éstas
estaban colocadas, el comandante Lynch, mandó romper los
fuegos de fusil, marchando al paso de carga al asalto de las
trincheras. Las primeras luces del alba comenzaban a alum-
brar el campo de batalla, cuando los chilenos llegaban a los
fosos i bastiones del enemigo. Nada podia contener su ímpe-
tu: saltan los fosos, asaltan los bastiones, i calando la bayo-
neta sobre los defensores de las fortificaciones, destrozan sus
filas i les quitan una a una las posiciones que creían inespug-
nables. La escuadra chilena rompía también sus fuegos sobre
las fortificaciones del flanco derecho de los peruanos, i la ar-
tillería de tierra disparando por elevación para no ofender a
los asaltantes, contribuía a aumentar la confusión del enemi-
go. Pero. éste ocupaba aun otras alturas i otros parapetos, i
allí seguía oponiendo una tenaz resistencia. Del centro de la
línea peruana, que todavía no había sido atacada, comenza-
ban a llegar refuerzos, robusteciendo considerablemente la
resistencia. La primera división pudo hallarse seriamente
comprometida ante la superioridad numérica del enemigo;
pero ni el comandante Lynch ni sus soldados vacilaron un
instante. Lejos de eso, sostuvieron el combate con el mismo
ardor con que iniciaron el asalto.
Queriendo evitar que el enemigo pudiera rehacerse en aquel
punto de sus primeros quebrantos, el jeneral Baquedano man-
dó avanzar inmediatamente los cuerpos de reserva. El te-
niente coronel don Arístídes Martínez, que los capitaneaba,
los hace marchar a paso de carga, llega al teatro del combate,
i se reúne en momento oportuno a la primera división. Sal-
vando entonces fosos i trincheras, Lynch i Martínez se apo-
deran después de reñida pelea, de las posiciones en que la re-
sistencia había sido mas porfiada, i concluyen en dos horas
la dispersión del enemigo en esa parte de su línea de defensa.
Casi en los mismos momentos en que llegaba la reserva
458 aUEREA DEL PACÍFICO
(las seis de la mañana) entraba también en combate la segun-
da división. Estaba un poco atrasada por las dificultades del
camino; pero sus jefes i soldados querian indemnizarse de este
forzoso retardo embistiendo con todo ardor a las fortificacio-
nes que se les habia ordenado asaltar. La primera brigada
de esta división, mandada personalmente por el coronel don
José Francisco Gana, i protejida por los fuegos de la artille-
ría que quedaba a sus espaldas, cargó resueltamente en co-
lumna, por rejimientos desplegados, sobre las fuertes posi-
ciones del centro del enemigo. Esa columna llegó a las alturas
que ocupaban las trincheras i parapetos peruanos sin dispa-
rar un solo tiro. Rompiéndolos entonces con un empuje irre-
sistible, penetra en el campo enemigo. Por medio de un mo-
vimiento audaz i bien ejecutado, pasando sobre las minas i
las bombas automáticas de que estaba sembrado el suelo,
envuelve a los batallones peruanos que estaban al lado iz-
quierdo, los arrolla i los destroza completamente. La segunda
brigada de esta misma división, mandada por el coronel Bar-
bosa, llega también a tiempo para acabar de dispersar a los
batallones que defendían esas formidables posiciones.
La tercera división habia desempeñado puntualmente el
encargo que se le dio de caer sobre las posiciones del flanco
izquierdo de los peruanos si sus defensores trataban de soco-
rrer al centro en el momento del combate. Las guerrillas de
esta división, dirijidas por el coronel don Martiniano Urriola,
hablan mantenido el fuego por aquel lado, amagando al ene-
migo i obligándolo a no salir de sus trincheras.
Cuando el jeneral en jefe vio a las siete i media de la maña-
na que el centro de la línea enemiga estaba roto, dio orden al
comandante jeneral de caballería, coronel don Emeterio Le-
telier, que a la cabeza de dos rejimientos marchase en perse-
cusion de los fujitivos, e impidiese que éstos pudieran reha-
cerse. Aquella carga fué decisiva. A pesar de los obstáculos
del terreno, la caballería chilena cayó como un rayo sobre los
destrozados batallones que se retiraban a refujiarse en la se-
gunda línea de defensa, i los sableó sin darles un instante de
descanso hasta dispersarlos completamente, dejando el terre-
CAMPAÑA A LIMA 459
no cubierto de cadáveres. El enemigo habia sembrado de
bombas automáticas aquella parte del campo; i sus esplosio-
nes hicieron daños considerables a los soldados chilenos. Pero
estas hostilidades no produjeron otro resultado que exaltar
su ardor, i estimularlos a continuar la persecución de los fu-
jitivos con mayor encarnizamiento.
Alas nueve de la mañana, la batalla estaba terminada. Los
chilenos ocupaban toda la linea de fortificaciones peruanas,
cuyo centro eran las casas de la hacienda de San Juan, que
dio su nombre a esta jornada. Solo en su estremidad derecha
quedaba en pié la división que bajo las órdenes del coronel
Iglesias, ministro de la guerra de Piérola, defendía a Chorri-
llos i el morro Solar, cerro escarpado que se levanta al sur de
aquella población. Los soldados chilenos, estenuados de fa-
tiga después de aquel penoso combate, i de una noche de mar-
cha, en que no hablan podido tomar mas que dos o tres horas
de descanso, necesitaban algunos momentos de reposo. Sin
embargo, era necesario llevarlos al nuevo ataque para consu-
mar la victoria de aquel dia.
El dictador Piérola habia pasado la noche en Chorrillos. Al
oir por la mañana los primeros tiros, se trasladó a San Juan,
i llegó a tiempo para presenciar a la distancia la pérdida de
sus posiciones. Entonces se replegó de nuevo a Chorrillos con
los pelotones de fujitivos; i desde allí disponía la resistencia
de las poderosas fortificaciones vecinas a esa ciudad.
Al sur del pueblo de Chorrillos, corre una cadena de cerros
ásperos i cubiertos de tierra blanda i movediza, cuyo punto
culminante es el morro Solar, con una altura de 270 metros.
Esas alturas hablan sido fortificadas con seis reductos arma-
dos de ametralladoras i de gruesa artillería, i defendidas ade-
mas por un ancho foso de cerca de dos quilómetros de largo.
Esas posiciones se hallaban guarnecidas por la división del
coronel Iglesias, compuesta de 5,000 hombres, que todavía
no habían entrado en combate; i allí habia acudido un núme-
ro considerable de los dispersos i fujitivos de las otras trin-
cheras, que no habían podido tomar el camino de la capital.
El comandante Lynch, con una parte de la primera divi-
460 GUERRA DEL PACÍFICO
sion, se acercó a ellas, i las reconoció por el lado por donde
no habían podido ser esploradas anteriormente. A pesar de la
superioridad numérica del enemigo i de las ventajas de las
posiciones en que éste se defendía, se mantuvo en ese lugar,
pidiendo al cuartel jeneral los refuerzos que consideraba in-
dispensables para dar el asalto definitivo. La división perua-
na del coronel Iglesias hacia allí supremos esfuerzos de resis-
tencia. La gruesa artillería de que disponía i sus ametrallado-
ras, diezmaban desde las alturas las tropas de Lynch, i con-
tenían su empuje.
Pero no tardaron en llegar los refuerzos. Reuniéronse pri-
mero todos los cuerpos de la primera división, luego los de la
reserva con su comandante Martínez. El jefe de la tercera
división, coronel don Pedro Lagos, acudió con una de sus
brigadas, que mandaba inmediatamente el teniente coronel
don Francisco Barceló, i ésta comenzó a trepar esas serranías
en apoyo de las primeras fuerzas que habían empeñado el
combate. Otra brigada de la segunda división, mandada por
el coronel Gana, emprendía resueltamente el ataque del pue-
blo de Chorrillos. La escuadra chilena no podía ya batir con
sus cañones esas alturas por temor de herir a los soldados
que las escalaban; pero colocó ametralladoras en sus embar-
caciones menores, i pudiendo éstas acercarse a tierra, favo-
recieron cuanto era dable el asalto.
Allí fué el combate mas tenaz i encarnecido de lo que había
sido en las primeras horas de la mañana. La subida de aque-
llas empinadas crestas, bajo el fuego destructor que se hacía
de las alturas, presentaba dificultades casi insuperables. Sin
embargo, los soldados chilenos, alentados por sus jefes i ofi-
ciales, i ausíliados por el fuego de la artillería de montaña que
había sido convenientemente colocada, trepaban aquellas
ásperas laderas dejando montones de muertos i de heridos.
Pero desde que llegaron a las cumbres de los cerros, cayeron
sobre el enemigo con un ímpetu irresistible. Arrollándolo de
posición en posición, i de fuerte en fuerte, lo arrojaron a las
lomas del norte, las mas inmediatas a Chorrillos. Este punto
estaba dominado por la artillería de campaña del ejército de
CAMPAÑA A LIMA 461
tierra, que perfectamente situada en el llano, hacia un fuego
certero i tremendo sobre esas alturas. Rodeados de todas
partes por las tropas de infantería, los últimos restos de la
división peruana con el coronel Iglesias a su cabeza, hicieron
todavía allí una corta resistencia, pero tuvieron que rendirse
algunos minutos después de medio día.
Mientras tanto, la lucha se sostenía con igual encarniza-
miento en el pueblo de Chorrillos. Esta pequeña ciudad, de
cerca de cuatro mil habitantes, se levantaba a orillas del mar,
i servia de residencia de verano a las familias acomodadas,
de Lima. Sus calles eran estrechas i mas o menos tortuosas^
pero sus casas eran casi en su totalidad edificios suntuosos,
construidos con solidez i elegancia i amueblados con lujo. El
dictador Piérola había convertido en plaza militar aquella
ciudad de recreo, apoyando en ella la estrema derecha de su
línea de fortificaciones, i convirtiéndola en depósito de per-
trechos de guerra, i por fin en centro de la última i mas tenaz
resistencia de aquella larga i encarnizada batalla. Piérola,
cuyo papel en toda la jornada habia sido meramente pasivo,
se habia replegado, a ese pueblo, como ya dijimos, i organi-
zaba allí apresuradamente la defensa, convirtiendo las casas
de la ciudad en otras tantas fortalezas. Las ventanas, los
balcones, las azoteas estaban cuajadas de fusileros que de-
bían romper sus fuegos sobre los chilenos tan pronto como
éstos asomaran por las calles. El suelo estaba sembrado de
bombas automáticas encubiertas con tierra, que debían ha-
cer esplosion al primer choque de las pisadas del enemigo.
Cuando hubo tomado estas disposiciones, i cuando vio que
los chilenos avanzaban resueltamente a la ciudad, el dicta-
dor bajó ala playa con sus edecanes; i, por los despeñaderos
de la ribera, se dirijió a Mir aflores a reunirse con la reserva
que quedaba en la segunda línea de defensa. Al partir, en-
cargó a sus subalternos que se mantuvieran firmes en esa
posición, prometiéndoles que él mismo volvería pronto con
los refuerzos que iba a buscar.
El ataque de la ciudad de Chorrillos fué quizá el episodio
mas sangriento i terrible de los combates de aquel día. Desde
462 GUERRA DEL PACÍFICO
que las columnas chilenas comenzaron a penetrar en las calles
de la población, fueron recibidas por un diluvio de balas que
caian de todas partes, de las azoteas, de las ventanas i de los
balcones. Era necesario asaltar casa por casa, i cargar a la
bayoneta sobre sus defensores. En algunas de ellas habia
bombas automáticas que hacian esplosion al querer forzar
las puertas: en otras habian sido cortadas o destruidas las
escaleras, i los que intentaban asaltarla í sufrían el fuego con-
tinuo que se les dirijia desde arriba. Pero la artillería chilena
rompió el fuego sobre esos edificios, i las granadas, produ-
ciendo el incendio, venian a favorecer la acción de los asal-
tantes. Los chilenos avanzaban siempre, arrollando por todas
partes a los enemigos i dejando montones de cadáveres en
cada casa de que se apoderaban por asalto. El incendio, que
nadie trataba de cortar o de apagar, tomaba también gran-
des proporciones i quemaba junto con los edificios a los sol-
dados que los defendían.
A las dos de la tarde ya los chilenos no tenian enemigos
que combatir. La pelea habia durado en aquel lugar cerca de
cinco horas. El pueblo, tanto en las calles como en las casas,
estaba sembrado de cadáveres i de escombros, en medio de
los cuales hacian de cuando en cuando esplosion las bombas
automáticas de los peruanos. El incendio seguia su camino
destructor; i los que hubieran intentado detenerlo, habrían
corrido riesgo de perecer heridos por los cascos de las bombas
que reventaban. Por otra parte, los soldados chilenos, enfu-
recidos por aquellas hostilidades, no querían hacer nada para
contener el fuego, i aun parecían empeñados en que conclu-
yese su obra de destrucción. La población de Chorrillos ardió
toda la tarde i toda la noche. La rojiza luz del incendio alum-
braba hasta la mañana siguiente aquel cuadro de muerte, de
horror i de desolación. Solo tres casas del interior de la ciudad
se salvaron de las llamas.
¿Qué pasaba entre tanto en la segunda línea de fortifica-
ciones peruanas, es decir, a seis quilómetros del campo de
batalla, donde estaba acampado el ejército de reserva del
Perú? A falta de documentos oficiales, vamos a referirlo con
CAMPAÑA A LIMA 463
la ayuda de la relación de un ayudante de la reserva que con
manifiesta sinceridad ha contado cuanto vio. Trascribimos
fielmente su relato, suprimiendo solo algunos pormenores o
accidentes que carecen de importancia.
«Amanecia apenas el dia 13 de enero, dice, cuando el ten-
dido galope de los caballos, el paso precipitado de los tran-
seúntes, las carretas que se alejaban, i los gritos nos desper-
taron bruscamente.
«Un rumor sordo nos zumbaba al oido, a veces interrum-
pido por un ruido mas pronunciado — ¡la batalla ha comen-
zado! gritamos todos. En un minuto estuvimos vestidos. Eran
las cinco i media de la mañana. Recorrimos los cuatro reduc-
tos. Todos hacian preparativos para la marcha, la manta re-
pleta de cartuchos, los oficiales revólver a la cintura, algunas
carretas con municiones en movimiento. No se oian sino los
gritos de ¡viva el Perú! ¡viva el comandante jeneral! a Surco!
gritaban los oficiales, i repetian mil frenéticas voces. Esperá-
bamos la orden para emprender la marcha. Pero la orden no
llegaba i eran las siete i media de la mañana. El fuego del la-
do de San Juan se hacia mas violento cada vez.
«Sobre todo en la izquierda de nuestra línea, dos baterías
se hacian un fuego de los mas nutridos. La una cede, sin em-
bargo; al presente el combate arrecia en la derecha. De pron-
to, a nuestro frente, como a una legua, vemos levantarse la
columna de un humo denso i negro: San Juan estaba en lla-
mas. No se disputan ya sino a Chorrillos, pensamos todos a
un mismo tiempo. En efecto, los cuerpos de Dávila, Cáceres
i parte del de Suárez habían cedido el terreno. Iglesias, aban-
donado, se sostiene heroicamente en las posiciones de Chorri-
llos.
«El primer fujitivo que encontramos en el pueblo de Mira-
flores fué un soldado raso; «vamos bien», nos contestó con voz
desfalleciente, cuando le pedimos noticias del combate. Tres
o cuatro heiidos llegaron después. No tardamos en conocer
la triste realidad. El camino estaba sembrado de dispersos
que huían en el mas espantoso desorden, unos heridos arras-
trándose, otros pidiendo ausilio; unos con armas, otros sin
464 GUERRA DEL PACÍFICO
ellas, llenos de sangre i la ropa hecha pedazos, presentando el
espectáculo mas desgarrador.
«Por el terraplén de la via férrea avanzaba un largo cordón
de jente; por el medio de los potreros corrían soldados en
grupos. Se les llamaba, pero no hacían caso; no respetaban
las amenazas, sino los balazos. No era esa la actitud de un
ejército victorioso. Un amargo desaliento se apoderó de nos-
otros. Varias compañías de los batallones se desplegaron en
guerrilla i pequeñas fuerzas de caballería se escalonaron para
cortar el camino de Lima a los fujitívos.
«Pero, a medida que el tiempo trascurría, se hacia mas do-
loroso el cuadro de esa multitud que huía despavorida por
todas partes; la caballería llegaba a bandadas, las muías car-
gadas de cajas de municiones, los cañones i ametralladoras
rodados; caballos sin jinete a galope tendido; artilleros, co-
roneles, jefes de toda graduación inundaban las avenidas del
ferrocarril, formando una espantosa confusión. No era una
división desbandada, como habíamos oido decir; era todo un
ejército en fuga. Algunos batallones entraron íntegros en
nuestra linea, i gran parte de una división quedó formada a
la izquierda de la línea férrea.
«Serian las diez de la mañana cuando llegó Piérola con un
reducido estado mayor, en el que se notaba a los jenerales
Buendía i Segura i al coronel Suárez. Pasó a caballo por en
medio de los batallones que lo vivaban frenéticamente.
Mandó que desfilaran hacia los reductos i se parapetasen de-
tras de las tapias intermediarias entre cada uno de ellos. Es-
tos refuerzos vinieron a aumentar considerablemente nues-
tra línea. Mas de cinco mil dispersos habían sido recojidos a
las doce del día ya por la caballería, ya por los batallones de
la reserva; otros se habían presentado voluntariamente. Veía-
se, sin embargo, muchos que se escapaban. Se les hacia tiros
de rifle, pero se escondían en las zanjas i seguían huyendo.
«Atravesaba Piérola los rieles del tren cuando un soldado,
que suponemos ebrio, se adelantó hacia él i prorrumpió en
imprecaciones contra los jefes. «No me formen barullo», se
limitó a contestar Piérola. I se alejó apresuradamente.»
CAMPAÑA A LIMA 465
En medio de aquel espantoso desorden, todos se disputa-
ban sobre las causas del desastre, acusando unos a un jefe,
otros a otro, aquéllos a la tropa; pero pocos se resignaban a
creer que la batalla estuviese completamente perdida. Lle-
góse a contar que las posiciones de San Juan hablan sido re-
cuperadas por los peruanos; i todo el mundo creia estas ab-
surdas noticias. «No sabian los que de buena fe esparcían es-
tas nuevas, dice el mismo testigo, que los chilenos acababan
de plantar su bandera en el Morro de Chorrillos. Sin embar-
go, quien lo hubiera dicho, habria pasado por un visionario.
¿Cómo podria creerse que nuestra línea tan preparada de
antemano habia podido ser rota fácilmente, i que ocupando
tan buenas posiciones, hubiera sido arrollado i destrozado
nuestro ejército? No pudiendo cerrar ya los ojos a la realidad
del lesultado, unos esclamaban: «ha habido descuido: ha ha-
bido sorpresa».
Piérola i sus ayudantes se empeñaron en reunir los disper-
sos; i en darles colocación en las trincheras i reductos de la
segunda línea. Con gran trabajo pudo reorganizar un cuerpo
de dos mil hombres, para hacerlo volver al combate. Poco
después de medio dia lo hizo marchar a Chorrillos en un tren
de carros blindados, desde los cuales los soldados hacían fue-
go de cañón i de fusil. Eran los refuerzos que Piérola había
ofrecido a los defensores de esa plaza; pero cuando se dirijian
a ella, vieron de lejos que el ejército chileno estaba vencedor
en todas partes, i se volvieron apresuradamente a sus atrin-
cheramientos. Solo entonces desaparecieron por completo las
ilusiones de victoria que aun a la vista de tan gran desastre,
se habían alimentado en el campamento de la reserva pe-
ruana.
Tal fué el resultado de la batalla de Chorrillos, o mas pro-
piamente de la serie de batallas que tuvieron lugar el 13 de
enero. Después de ocho horas de combate, el ejército chileno
se habia apoderado a viva fuerza de aquellas poderosas posi-
ciones que el enemigo consideraba intomables. La esplosion
de las minas i de las bombas automáticas, aunque causó al-
gunos estragos, no correspondió a las esperanzas que en ellas
TOMO XVI. — 30
466 GUERRA DEL PACÍFICO
se cifraban. El asalto de aquella línea de fosos i fortificacio-
nes, defendidas por mas de cien cañones i mas de 22 mil hom-
bres, costaba a los chilenos pérdidas dolorosas i considera-
bles, 797 muertos i 2,512 heridos, i entre ellos se contaban al-
gunos jefes de alto mérito, los tenientes coroneles don Bal-
domcro Dublé Almeida, don Belisario Zañartu, don Tomas
Yávar i don Carlos Silva Renard, oficial joven i valiente que
se habia distinguido en toda la guerra, muertos o mortal-
mente heridos enfrente de sus soldados, i el ayudante de
estado mayor teniente coronel don Roberto Souper que ha-
bia hecho la campaña desde sus primeros dias, desplegando
en todos los combates el carácter de un héroe, i que cayó
herido en el asalto de una de las trincheras peruanas en los
primeros momentos de la batalla.
Pero las pérdidas del ejército peruano fueron incalculables.
Sus muertos pasaban de cinco mil hombres, en su mayor par-
te caidos en el morro Solar i en Chorrillos; i sus heridos, al
menos los que quedaban en el campo de batalla, formaban un
número poco menor. Hablan perdido cerca de dos mil prisio-
neros, i entre ellos once coroneles, ocho teniente-coroneles i
un gran número de oficiales. La dispersión de sus tropas fué
tan considerable, que de todo el ejército de veintidós mil pe-
ruanos que entraron en combate, solo alcanzaron a reunirse^
en la línea de defensa de Miraflores unos cinco o seis mil hom-
bres, de tal manera aterrorizados, que costó, como hemos
visto, un gran trabajo para contenerlos al pié de las fortifi-
caciones. P21 material de guerra perdido en la batalla era ver^
daderamente enorme. Un oficial peruano, de cuya relación
hemos copiado algunas líneas poco mas atrás, dice que el
ejército perdió ese día cerca de 120 cañones de todos calibres
o ametralladoras.
Si en los momentos en que terminaba la batalla, es decir,
a las dos de la tarde, hubiera sido posible hacer avanzar una'
parte del ejército chileno sobre la segunda línea fortificada
de los peruanos, la campaña se habría concluido ese día sin
grandes dificultades. El desorden que reinaba en aquella 11-'
nea no habría permitido oponer una resistencia formal. Este
CAMPAÑA A LIMA 467
habia sido el plan del jeneral Baquedano; pero a pesar del
empeño puesto por el estado mayor, i por causas estrañas a
toda previsión, no pudo lograrse ese objeto. El combate no
pudo ser empeñado en la mañana por todas las divisiones a
la vez, lo que permitió que algunas fuerzas peruanas alcan-
zaran a replegarse al pueblo de Chorrillos, donde opusieron
una resistencia que duró hasta la tarde. A esas horas, los sol-
dados chilenos, que apenas hablan tomado un corto descanso
en la noche anterior, i que hablan peleado durante ocho ho-
ras consecutivas, trepando cerros i asaltando trincheras, es-
taban estenuados de fatiga i no podian dar un paso mas. Fué
necesario darles tiempo a que repusieran sus fuerzas antes
de llevarlos a nuevos combates i nuevos asaltos. Este mo-
mentáneo aplazamiento iba a dar algunas horas mas de vida
a los últimos restos del poder militar del Perú.
'T<4ai
CAPITULO X
Batalla de Miraflores: ocupación de Lima^ del 14 al 17
de enero de 1881
Situación de Lima el dia de las batallas de San Juan i de Chorrillos. — Es-
pectativas de paz en la población. — Los boletines de la dictadura tratan
de engañar a los habitantes de Lima sobre el resultado de las batallas. —
El jeneral Baquedano envia a Piérola un parlamentario que no es reci-
bido.— El estado mayor chileno se dispone para empeñar una nueva ba-
talla.— Negociaciones amistosas del cuerpo diplomático de Lima. — El
jeneral Baquedano concede un armisticio que debia durar todo el dia
(15 de enero), para que el enemigo resolviese sobre sus proposiciones. —
Pérfido plan de Piérola. — Empeña la batalla violando el armisticio. —
Perturbación producida por este ataque en el ejército chileno. — La di-
visión del coronel Lagos, apoyada por los cañones de la escuadra, resiste
firmemente al ejército peruano. — Acuden otras divisiones chilenas i ob-
tienen la victoria decisiva de Miraflores. — Confusión i desorden en Lima.
— Fuga de Piérola. — El alcalde municipal de Lima estipula la entrega
incondicional de la ciudad. — El populacho se entrega al saqueo en la no-
che del 16 de enero, e incendia algunos barrios de la capital. — Se repiten
los mismos crímenes en el Callao. — El populacho incendia los buques
peruanos. — Una división chilena ocupa a Lima i restablece la tranquili-
dad.— Otra división ocupa la ciudad del Callao. — Vuelven a Lima mu-
chas de las familias que habian abandonado la ciudad. — Dispersión de-
finitiva i completa del ejército peruano. — El orden queda afianzado en
Lima i en el Callao. — Resultado jeneral de la campaña sobre Lima.
La capital del Perú pasaba en esos momentos por horas
de angustia i de amargura. Habian abandonado la ciudad
470 GUERRA DEL PACTÍFICO
casi todas las familias que tenian recursos i relaciones para
salir al estranjero, para trasladarse al interior, o para asilarse
a los buques neutrales en el Callao o en Ancón, pero queda-
ban muchas personas destinadas a presenciar el cuadro mas
desgarrador que es posible concebir.
A las ocho de la mañana del dia 13, comenzaron a llegar a
Lima los heridos de la batalla, i algunos grupos de dispersos
que no hablan podido ser detenidos en la segunda línea de
fortificaciones peruanas. Estos últimos, soldados i oficiales,
anunciaban la derrota de su ejército en los momentos en que
el frecuente estampido del cañón anunciaba que la batalla
no habia terminado todavía. Centenares de personas busca-
ban asilo en las legaciones estranjeras, que se encontraron
repletas de jente, o sahan apresuradamente de la ciudad para
refujiarse en los pueblos o aldeas inmediatos. Cuando se tuvo
la noticia cierta de la derrota, «la exitacion en Lima llegó a
ser intensa, dice la correspondencia que hemos citado en el
capítulo anterior; pero no hubo disturbios, aunque el popu-
lacho quería apedrear a las chilenas. Una murió de este mo-
do». Eran infelices mujeres, que estaban domiciliadas en Li-
ma desde años atrás, algunas de ellas casadas con ciudadanos
peruanos.
El populacho no podía esplicarse la derrota sino como un
efecto de traición, i acusaba de ella a los individuos afiliados
en el partido opuesto a Piérola. Según la correspondencia
referida, las autoridades locales participaron de esta opinión
i decretaron la prisión de algunos individuos, allanando la
efecto la legación francesa donde se decía que estaba asilado
uno de ellos. El jeneral González de La Cotera, antiguo mi-
nistro del presidente Prado durante los primeros meses de
la guerra, fué acusado ahora, sin razón ni fundamento, de
querer derrocar el gobierno de la dictadura en medio de la
perturbación producida por la derrota, i tuvo que trasladarse
al Callao i que buscar asilo en un buque de guerra ingles para
sustraerse a la furia del populacho. Fuera de estos incidentes,
la tranquilidad pública no estuvo seriamente comprometida,
CAMPAÑA A LIMA 471
si bien no fué difícil prever desde entonces que se esperaban
a la capital pruebas mas amargas i dolorosas.
Muchas personas hubieran querido evitar que se llegase a
estos estremos. La derrota del ejército peruano que defendía
las lineas fortificadas de San Juan i de Chorrillos, derrota que
no entraba en las previsiones de nadie, habia hecho com-
prender que era llegado el momento de tratar, i de someterse
a lalei del vencido. Se creia que todo conato de resistencia
era una insensatez que traerla indudablemente al Perú la
vergüenza de una nueva derrota, i las mas funestas conse-
cuencias para la ciudad de Lima. «Las mujeres, que antes
querían la continuación de la guerra hasta el último trance,
dice la correspondencia citada, perdieron de improviso toda
su confianza, i cambiaron de actitud, a causa sin duda de la
conducta que los desertores hablan observado en el campo.
De su nueva manera de pensar, i de su deseo de que se arre-
glara la paz a costa de cualquier sacrificio, participaban casi
todos los estranjeros».
Los que así pensaban, sufrieron luego un doloroso desen-
gaño. En la tarde del 13 de enero i en la mañana del 14, se
publicaban en Lima boletines de noticias, en que, contra lo
que todo el mundo veía i sabia, se trataba de presentar el
espantoso desastre, como una batalla de resultado indeciso,
en la cual el jefe supremo del Perú habia desplegado el mas
sublime heroísmo. Los chilenos, se decía, no han tomado por
asalto jas Kneas fortificadas de San Juan i de Chorrillos. Co-
mo medida estratéjica, se añadía, Píérola mandó replegar sus
tropas a las fortificaciones de Míraflores. Los defensores de
Morro Solar i de Chorrillos, de los cuales no había logrado
escapar uno solo, quedando todos muertos o prisioneros, ha-
bían roto a la bayoneta, según se contaba en Lima, las filas
chilenas abriéndose paso por en medio de ellas 1. Según al-
gunos de esos boletines, las pérdidas de los chilenos eran su-
I . Como muestra de estas audaces patrañas con que todavía'se pretendía
engañar a la población de Lima, que conocía a esas horas la espantosa de-
rrota del ejército peruano, copiamos en seguida uno de aquellos boletines.
«Lima, jueves 13 de enero. — Hemos abandonado el campamento por un
472 GUERRA DEL PACIFICO
periores a las de los peruanos. Estos últimos habían tomado
un número considerable de prisioneros al enemigo, i le habian
quitado muchas armas. Los boletines concluian, como siem-
pre, anunciando una próxima i definitiva victoria sobre los
chilenos, que se presentaban como mui quebrantados i des-
corto tiempo con el objeto de satisfacer, hasta donde sea posible, la justa
ansiedad en que está Lima, dando el presente número.
«A las cuatro i media de la mañana de hoi, grandes masas del ejército chi-
leno de las tres armas, atacaron nuestras posiciones de San Juan con un fue-
go nutrido de artillería.
«El combate duró hasta las 10.30 A. M,
«A esa hora S. E. el jefe supremo, ordenó que nuestras fuerzas se replega-
ran sobre las fortificaciones de Miraflores.
«Así se hizo, quedando una parte en el morro de Chorrillos.
«S. E., acompañado de su secretario señor capitán de navio don Aurelio
García i García, del cuerpo de ayudantes de campo i de varios jenerales, jefes
i oficiales, cuyos nombres no mencionamos por no resentir aquellos que pu-
diéramos omitir, S. E. decimos, quiso ver por sí mismo el repliegue, i estuvo
por algún rato bajo los fuegos enemigos.
«Corrió peligro de ser tomado, pues al dirijirse al cuartel, un batallón chi-
leno le hizo fuego, i al tomar la dirección opuesta, sucedió lo mismo.
«Felizmente su serenidad lo salvó, con dos ayudantes heridos; habiendo
caido un casco de bomba a su caballo i otro al de su señor hijo, subteniente
Nicolás de Piérola.
«Los batallones Cajamarca, Guardia Peruana i Ayacucho, se han batido
desde el morro Salto del fraile, contra todo el ejército chileno.
«Han alfombrado el malecón de Chorrillos con cadáveres del enemigo.
«A eso de las cinco, viéndose completamente cercados, dieron una carga
a la bayoneta i se abrieron paso por entre todo el ejército enemigo, llegando
hasta Miraflores, diezmados es verdad, pero después de haber hecho horro-
roso estrago en las huestes chilenas.
«Un ¡hurra! a esos valientes.
«La patria tiene que deplorar la pérdida de muchas i mui preciosas vidas.
«No nos es posible, sin embargo, dar una relación de los muertos i heridos.
«Nuestros ejércitos esperan tranquilos al enemigo en los recintos fortifi
cados que se estienden desde Miraflores hasta Vásquez.
«Nuestro intrépido e intelijente jefe supremo está a la cabeza i él nos lie
vara a la victoria. — Ernesto J. Casanave.»
Estas falsas noticias con que se pretendía engañar al pueblo sobre el re-
sultado de las batallas de San Juan i de Chorrillos, no eran, como podría
creerse, la obra esclusiva de los periodistas de Lima. En la tarde del 14 de
enero, el sub-secretario del ministerio de la guerra don Francisco J. Secada
comunicaba desde el palacio de gobierno el siguiente telegrama al prefecto
del Callao.
4Señor prefecto: Nuestra línea continúa sin novedad de Miraflores a Vas-
CAMPAÑA A LIMA 473
moralizados. «Ya el enemigo acerca su planta aleve, decia
uno de esos boletines. Mucho tiempo hemos estado esperan-
do estos momentos, i nuestra enerjía debe retemplarse al
aproximarse la hora de la venganza».
El ejército chileno, aunque habia sufrido dolorosas pérdi-
das, i aunque tenia sus ambulancias casi repletas de heridos,
se hallaba en la mañana del 14 de enero en estado de empeñar
inmediatamente un nuevo combate. Se sabia perfectamente
en el campamento chileno que las tropas que guarnecían la
segunda línea de fortificaciones peruanas, eran en jeneral
mui inferiores en número i en calidad a las que hablan sido
derrotadas el dia anterior; i aunque las partidas esploradoras
que fueron a reconocer esas posiciones, las describían como
mui favorables para resistir a un nuevo ataque, se tenia la
certidumbre de que los defensores no estaban en situación
de oponer una seria resistencia. Todas las noticias que llega-
ban al cuartel jeneral chileno, demostraban que la derrota
del enemigo habia sido completa, i hacian presumir que en el
campo de éste se quería la paz.
«Deseosos los vencedores de allanar el camino de las nego-
ciaciones, i de evitar demoras peligrosísimas, se despachó en
la mañana del 14 al secretario del ministro de la guerra, don
Isidoro Errázuriz, en compañía del coronel Iglesias, ex-mi-
nistro de 1 a guerra de Piérola, hecho prisionero el dia ante-
rior, con el encargo de declarar al jefe supremo del Perú que
el ejército de Chile reconocía la bravura de la resistencia que
se le habia opuesto en la batalla, i de invitarle a enviar al
campo de los vencedores personas autorizadas para negociar
la paz. El parlamentario chileno debía al mismo tiempo 11a-
quez. Nuestra segunda línea intacta. El enemigo impotente para atacar.
Esto lo prueba el haber solicitado la suspensión de hostilidades. Las pérdi-
das del enemigo mayores que las nuestras. Su fuerza de caballería i parque,
todo ha volado con las minas. Se sabe positivamente que el número de muer-
tos de ellos pasa de 9,000 hombres. — (Firmado). — Secada.»
Como lo hemos dicho mas atrás, las batallas de San Juan i de Chorrillos
solo costaban al ejército chileno la pérdida de 797 muertos i de 2,512 heridos.
Su parque estaba intacto, i engrosado ademas con mas de cien cañones qui
tados al enemigo. El gobierno de la dictadura peruana sabia perfectamente
todo esto cuando daba estas falsas noticias para «retemplar el patriotismo».
474 GLTBRílA DKL PACIFIC
mar la atención del gobernante peruano al peligro en que la
prosecución de las hostilidades a las puertas de Lima iba a
colocar a esta interesante ciudad, que peruanos i chilenos se
hallaban empeñados en salvar de suerte igual a la de Cho-
rrillos.
«El coronel Iglesias debia preparar i facilitar la entrevista
del secretario del ministro chileno con el presidente del Perú.
«La entrevista no tuvo, sin embargo, lugar. El dictador
peruano, que se encontraba en esa hora de la mañana visi-
tando la linea de Miraflores, segunda i formidable posición
del ejército peruano, desconocida todavía para los chilenos,
declaró que no recibirla el parlamentario mientras éste no se
presentase con poderes para negociar. I habiéndole sido tras-
mitido por el órgano de uno de sus principales jefes, el men-
saje de que era portador el secretario del ministro chileno,
contestó que deseaba la paz i que el ministro o cualquiera
otra persona, autorizadas por el gobierno de Chile para tra-
tar, podian pasar al campamento peruano o iniciar por medio
de una nota las negociaciones.
«Esta contestación, que revelaba completo desconocimien-
to de la situación militar, o pueril empecinamiento, destruía
de un golpe toda esperanza de paz i preparaba el camino a
nuevas trajedias i nuevos desastres. Colocado entre el campo
de una tremenda derrota, i su capital en peligro i bajo la in-
fluencia del terror, el jefe supremo del Perú no podia usar ese
lenguaje altivo sin faltar a su pais, sin faltar a su dignidad
de gobernante i sin faltar a la verdad de las cosas» 2.
Después de este desenlace de aquella tentativa de negocia-
ción, no quedaba a los chilenos que hacer otra cosa que pre-
pararse para un nuevo combate. En efecto, el mismo dia se
adelantó el reconocimiento de las líneas enemigas, i el estado
mayor tomó todas las disposiciones para ejecutar su asalto
el dia siguiente. El plan adoptado para el ataque se reducía
2. Copio este fragmento de una relación publicada en Lima pocos dias
después, con el título de La campaña del ejército chileno en Lima, dada a luz
en cinco idiomas diferentes. Aunque mui compendiosa, contiene un resu-
men claro i bien hecho de las operaciones de la campaña.
CAMPAÑA A LIMA 475
a amagar al enemigo de frente eon la primera división del
ejército, apoyada por la artillería; mientras la tercera divi-
sión, que habla sufrido mui pocas pérdidas en la batalla del
13, iria a atacarlo resueltamente por el flanco izquierdo, al
mismo tiempo que los cañones de la escuadra lo batian por
su derecha. El jeneral Baquedano, i su jefe de estado mayor,
jeneral Maturana, dieron las órdenes del caso, poniéndose de
acuerdo con el contra-almirante Riveros, jefe de la escua-
dra. El coronel Velásquez, comandante jeneral de artillería,
fué a colocar sus cañones enfrente de la línea enemiga, en las
posiciones menos desventajosas, «ya que era imposible en-
contrarlas buenas en un terreno plano i cortado a cada paso
por arboledas i tapias». El ataque formal i definitivo tendría
lugar a las doce del día siguiente.
Las tropas chilenas quedaron acampadas esa noche en San
Juan, i al norte de Chorrillos. Una parte de la tercera divi-
sión avanzó hasta los alrededores de Barranco, aldea de unos
150 o 200 habitantes, situada a medio camino de Chorrillos
a Miraflores, i lugar de baños concurrido en los meses de ve-
rano por algunas familias de Lima, pero completamente de-
sierta en esos momentos. Se sabia que esa aldea estaba sem-
brada de minas i de bombas automáticas, de tal suerte que
constituía un peligro inminente para los soldados despreve-
nidos que quisieran entrar al pueblo, i mayor todavía en el
caso probable de un nuevo combate. En la imposibilidad de
desmontar esas minas, los soldados chilenos, tomando todas
las precauciones del caso, allegaron fuego a los edificios poco
antes de amanecer, i el incendio hizo desaparecer en poco
tiempo esa pequeña población que el dictador peruano había
convertido en máquina esplosiva.
Habia, sin embargo, motivos para creer que no tendría
lugar un segundo combate. Era verdad que Piérola no habia
recibido al parlamentario enviado por el jeneral Baquedano
pero tampoco se habia negado a tratar. Lejos de eso, habia
declarado que estaba dispuesto a oír proposiciones de paz.
Pero se habia pasado el día entero sin que el dictador perua-
476 GUERRA DEL PACÍriCO
no quisiese manifestar que comprendia la verdad de su si-
tuación.
A media noche se presentó en el campamento chileno un
emisario con pliegos para el jeneral Baquedano. Lo enviaba
el ministro plenipotenciario de la república del Salvador, de-
cano del cuerpo diplomático de Lima. Decia en ellos que él i
los ministros de Francia i de Inglaterra tenian encargo de
sus colegas de pasar al cuartel jeneral a tratar un asunto ur-
jente e importante, i que, en consecuencia, pedian que se les
señalara la hora en que pudiesen pasar al campamento chile-
no a desempeñar aquella comisión. Siendo mui avanzada la
noche, el jeneral Baquedano contestó que la conferencia po-
dria tener lugar a las siete de la mañana siguiente.
Como se ve, los ministros diplomáticos iniciaban esta ne-
gociación, al parecer, por su propia cuenta i como si obraran
por su sola inspiración. Las cosas, sin embargo, habian pasa-
do de mui distinta manera, como vamos a referirlo con la
ayuda de las primeras revelaciones que se han hecho sobre
estos sucesos.
En el campamento peruano de Miraflores se habia pasado
la tarde del 13 de enero i todo el dia 14 en preparativos mili-
tares, distribuyendo las tropas salvadas de la derrota al lado
de 1 os cuerpos de la reserva, colocando mas artillería en los
bastiones, i tomando otras medidas para la resistencia. Se
sabia que el dictador se habia negado a recibir al parlamen-
tario chileno, pero en los corrillos de los oficiales no se habla-
ba mas que de la necesidad de capitular. «Lo cierto es, escri-
be un oficial de la reserva peruana, en la relación que hemos
citado en el capítulo anterior, que la voz jeneral estaba por-
que se llegase lo mas pronto a una solución pacífica, que de-
bíamos someternos a nuestra suerte de vencidos, que bastan-
te sangre habia corrido i que era locura sacrificar tan precio-
sas vidas.
«Oíanse en cada grupo estas consideraciones poco mas o
menos, cuando se esparció la noticia de que iba a reunirse
junta de comandantes jenerales esta tarde misma, para de-
cidir si se podía o no resistir con probabilidades de buen éxito.
CAMPAÑA A LIMA 477
Exifaba la curiosidad de todos, los juicios que de nuestra
situación iba a espresar cada uno de los jefes que habian en
parte contribuido a ella. Nos prometimos, pues, hacer lo po-
sible para presenciar la sesión, o por lo menos no perder nada
de lo que en ella se dijese.
«En efecto, no tardaron en llegar de sus divisiones i reunir-
se I os jenerales Montero, Buendía i Segura; los coroneles Dá-
vila. Montero, Cáceres, Suárez, Iglesias, Noriega, Figari, Pe-
reira, Derteano, Correa i Santiago, La Fuente, Echeñique i
muchos otros cuyos nombres se me escapan. (La conferencia
tuvo lugar en una casa del pueblo de Miraflores en que esta-
ba hospedado el dictador). Se formó en el salón un gran circu-
lo. Se mandó despejar los corredores i cerrar herméticamente
las puertas. De nuestro escondite, oíamos claramente la voz
de S. E.
«Comenzó por esponerles, que los habia reunido no para
conocer sus ideas personales sobre la situación, ni si estaban
listos para dar su vida si necesario fuera, de lo que no duda-
ba, sino para que le manifestaran el espíritu que animaba a
las tropas i si podían éstas hacer una seria resistencia; aña-
diendo que, como condición previa para entrar en negocia-
ciones de paz, exijia el jeneral chileno la entrega inmediata
de la línea de Miraflores, con todos sus reductos i defensas,
pero que él rechazaba tan humillante proposición. Tres o
cuatro de los jefes opinaron porque la tropa estaba muí des-
alentada e incapaz de sostener diez minutos de combate.»
Un coronel, entre otros, espresó con grande enerjía que
todo intento de resistencia seria dar un dia mas de vergüenza
a las armas peruanas, i al vencedor una fácil victoria. El tes-
tigo que ha hecho estas importantes revelaciones, no pudo
saber el resultado de aquella deliberación. La junta de gue-
rra se terminó a las siete de la noche. A esa hora habian lle-
gado a Miraflores algunos miembros del cuerpo diplomático
de Lima. Comieron éstos en la mesa del dictador, i quedaron
conferenciando con él sobre la situación de la capital. Es in-
dudable que ellos se ofrecieron para interponer sus buenos
oficios cerca del vencedor para evitar al Perú otro dia de san-
478 GUERRA. DEL PACÍF^C^
gre i de derrota, i es también indudable que Piérola aceptó
su jeneroso ofrecimiento a condición de que el enemigo no
supiese que él habia solicitado la mediación. Aun en medio
de aquel espantoso desastre, el dictador peruano queria con-
servar las apariencias de altanero orgullo que habia caracte-
rizado su desgraciada administración. Aunque no se conocen
los pormenores de aquella conferencia, se sabe que de allí
salió la nota que en esa misma noche dirijió al jeneral Baque-
dano el decano del cuerpo diplomático de Lima.
En la mañana siguiente (15 de enero), precisamente a la
hora convenida, llegaba al campamento del estado mayor
chileno, situado en las inmediaciones de Chorrillos, un tren
estraordinario llevando bandera blanca. Bajaron de él los
ministros plenipotenciarios del Salvador, de Francia i de In-
glaterra. El jeneral Baquedano los recibió en conferencia
particular, teniendo a su lado al ministro de la guerra don
José Francisco Vergara, al secretario jeneral de ejército don
Eulojio Altamirano, a don Joaquin Godoi i a don Máximo R.
Lira, que desempeñaban cargos de confianza cerca .del jene-
ral en jefe.
Durante los primeros momentos, la conferencia versó so-
bre asuntos estraños al verdadero objeto que la habia provo-
cado. Los diplomáticos estranjeros tenian el honroso propó-
sito de evitar mayor efusión de sangre, i de salvar al Perú de
una nueva i mas innecesaria derrota; pero quedan también
evitar todo paso que pudiera lastimar la vanidad nacional
de los vencidos. Comenzaron por manifestar que el propósito
que los llevaba alH, era pedir garantías para los muchos i
valiosos intereses estranjeros radicados en Lima, asi como
para las personas de los neutrales. El jeneral Baquedano
contestó que estaba dispuesto a respetar los intereses i per-
sonas délos neutrales, en cuanto fuese conciliable con las
necesidades de las operaciones militares i con el lejítimo ejer-
cicio de los derechos de belijerante. «Asi, dijo el jeneral chi-
leno, si el gobierno del Perú se obstina en hacer de la capital
un centro de resistencia, yo estoi autorizado i resuelto a rom-
per sobre ella las hostilidades sin conceder plazo alguno».
CAMPAÑA A LIMA 47íi
Pero este no era el objeto verdadero de la conferencia.
Cuando se hubo tratado este asunto, los plenipotenciarios
estranjeros indicaron que talvez les seria fácil inducir al go-
bierno peruano a abrir negociaciones. Al dar un paso de esta
naturaleza, ellos deseaban saber cuáles eran las condiciones
que exijiria Chile, para comunicarlas al dictador. A fin de
hacer provechosas i prácticas estas negociaciones, conven-
dría estipular un armisticio. En todo caso, se agregó, se po-
dria negociar bajo la mediación de la diplomacia estranjera.
Pero los chilenos no podian ni debian tratar en otro carác-
ter que el de vencedores. El jeneral Baquedano contestó in-
mediatamente a este ofrecimiento, con la rectitud i la ente-
reza que habia demostrado en toda la campaña, sin apelar o
ambigüedades ni a disimular sus intenciones. Declaró de toda
punto maceptable en aquellas circunstancias la mediación de
los diplomáticos de Lima. Manifestó que en ningún caso en-
traría a tratar con el enemigo si en el mismo dia no se le en-
tregaba incondicionalmente la plaza del Callao, i que no acor-
daba mas plazo para recomenzar las hostihdades, que hasta
las dos de la tarde de ese mismo dia, tiempo suficiente para
que el dictador del Perú resolviese si quería aceptar o no la
condición anterior. Instado nuevamente por los diplomáti-
cos estranjeros, el jeneral, por un acto de deferencia hacia
ellos, accedió a ampliar ese plazo hasta las doce de la noche.
Su compromiso se redujo a no romper los fuegos antes de esa
hora; pero esta simple suspensión de hostilidades no obliga-
ria a los ejércitos belij erantes a permanecer inmóviles en los
puntos que ocupaban. Lejos de eso, el jeneral Baquedano
declaró que cada uno de ellos podria efectuar los movimien-
tos de tropas que creyere convenientes. Los tres ministros
diplomáticos volvieron a Miraflores a las diez de la mañana,
después de prometer que trasmitirian a Piérola las condicio-
nes que exijia el jeneral chileno para entrar en negociaciones.
El dictador peruano seguia, entre tanto, tomando todas
las medidas convenientes para robustecer su línea de fortifi-
caciones. A las tropas que formaban la reserva, se habia uni-
do, como hemos dicho, los cinco o seis mil hombres salvados
440 GUERRA DKL PACIFICO
de la derrota del dia 13. Piérola, ademas, hizo salir del Callao
en esa mañana unos dos mil hombres de su guarnición, i pa-
recía resuelto a presentar una segunda batalla a pesar del
desaliento de algunos de los jefes que estaban bajo sus órde-
nes. Fuera de un corto tiroteo de avanzadas, provocado por
las tropas peruanas durante la conferencia que ya hemos re-
ferido, no hubo ningún acto de hostilidad; i en los dos campos
se creia jeneralmente que las negociaciones entabladas lleva-
rían las cosas a un arreglo pacífico.
Cuando los ministros estranjeros llegaron al campamento
de Mirañores, encontraron a Piérola acompañado por los al-
mirantes Sterlíng i Du Petit Thouars, jefes de las estaciones
navales de Inglaterra i de Francia, que parecían igualmente
interesados en recomendar que se evitara una nueva batalla.
Al saber la contestación que daba el jeneral chileno a las pro-
posiciones de los diplomáticos, Piérola se abstuvo de dar una
respuesta definitiva, pero siguió dictando sus órdenes milita-
res. «Lo positivo es, dice el oficial peruano que ha referido
estos hechos, que sí Piérola se hubiese dejado arrastrar por
consejos i opiniones que pocos tenían circunspección para si-
lenciar delante de él,, se habría hecho la paz en ese día». Dos
horas después, Piérola se retiraba a almorzar en compañía
de aquellos altos funcionarios estranjeros.
El jeneral Baquedano estaba persuadido de que sus pro-
posiciones serian aceptadas por el gobierno peruano. No po-
día imajinarse que éste quisiera esponer sus reservas al peli-
gro inminente de un seguro desastre, empeñando un nuevo
combate con el ejército vencedor, repuesto ya de sus fatigas
anteriores, i ademas engrosado con un pequeño continjente
de tropas de refresco 3. Sin embargo, queriendo estar preve-
nido para todo evento, poco después de terminada su confe-
3. El 14 de enero llegaron por mar al campamento chileno las tropas de
infantería i de caballería que en número de 800 hombres había dejado en
Pisco el jeneral Baquedano. Estas fuerzas, amenazadas a principios de enero
por las montoneras que el prefecto Zamudio había reunido en Humai, al in-
terior del valle de Pisco, salieron en su persecución i las destrozaron i dis
persaron, escarmentándolas severamente para que no volvieran a reunirse-
Pocos dias después, recibieron orden de marchar al norte a juntarse con el
CAMPANA A LIMA 481
rencia con los diplomáticos estranjeros, se adelantó con el
jefe de estado mayor a reconocer las posiciones enemigas i a
observar el terreno en que deberla estender la línea de bata-
lla del ejército chileno ^. Mandó en seguida que sus divisiones
se preparasen para tomar las nuevas posiciones; pero como
en virtud del armisticio concedido al enemigo, las hostilida-
des no se podian romper sino después de las doce de la noche,
se dejó ese movimiento para mas tarde, pensando sin duda
ocultar a los peruanos la situación definitiva que ocuparla el
ejército de- Chile. Solo unos 4,500 hombres de la tercera divi-
sión, avanzaron algo mas, i fueron a colocarse en línea en-
frente de la derecha de las posiciones peruanas. La artillería
de campaña se habia situado un poco mas a retaguardia.
Desde el lugar que ocupaba el jeneral Baquedano, se dis-
tinguía perfectamente un gran movimiento de tropas en el
campamento peruano. Llegaban de Lima trenes cargados de
soldados, que componían la guarnición del Callao, i éstos acu-
ejército que operaba sobre Lima, pero no alcanzaron a llegar a tiempo para
tomar parte en la batalla del dia 13.
4, Aunque en el capítulo VIII de este libro hemos hecho una descripción
sumaria de las posiciones de Miraflores, queremos reproducir aquí, para la
mas completa intelijencia, las líneas en que las describe con toda claridad
el parte oficial del jefe de estado mayor chileno don Marcos 2.0 Maturana,
Dice así:
«El ejército peruano se encontraba fuertemente establecido en el campo
atrincherado de Miraflores, apoyando su derecha al mar i estendiéndose ha-
ca su izquierda como cinco a seis quilómetros en dirección a Monterrico
Chico, donde tenia posiciones artilladas con cañones de grueso calibre. Toda
la línea formaba un cordón no interrumpido de trincheras hechas de los ta-
piales de cierro del campo, aspillerados en toda su estension para que la in-
fantería pudiese disparar sin ser vista, i apoyados fuertemente por formida-
bles reductos guarnecidos por artillería e infantería i situados de distancia
en distancia, a mil metros mas o menos uno de otro de derecha a izquierda.
Estos atrincheramientos estaban ademas defendidos por anchas i profundas
zanjas que impedían el acceso a las trincheras, sin contar todavía con las mi-
nas automáticas que aquí, como en el campo de Chorrillos, cubrían el frente
flancos i retaguardia de la posición. Finalmente, apoyaban también aquel
campo atrincherado la batería de costa de Miraflores, situada un poco a van-
guardia de la población del lado del mar, i las baterías altas de los cerros de
Monterrico, Valdivieso, San Bartolomé i San Cristóbal, todos armados de
gruesos cañones de largo alcance, cuyos fuegos dominaban la campiña en
toda su estension».
TOMO XVI.— 31
482 GUERRA DBL PACÍFICO
dian a 1 os bastiones i reductos a formar una línea de batalla
sólida i espesa. A la una del dia, el ejército peruano estaba
perfectamente preparado para el combate. De Lima se co-
municaba a esas horas al prefecto del Callao el siguiente des-
pacho telegráfico: «Del ferrocarril de Miraflores participan
que dentro de pocos momentos comenzará el combate. La
línea tendida solo espera la orden de hacer fuego. Mucho en-
tusiasmo. — Velasco.» Piérola habia querido equilibrar sus
fuerzas con las del enemigo atacando a éste de sorpresa, du-
rante un armisticio, i cuando creía que estando diseminadas
las divisiones del ejército chileno, seria fácil destrozarlas ais-
ladamente.
El jeneral Baquedano observaba impasible todos los mo-
vimientos del enemigo. Su alma honrada i leal no acertaba a
comprender que Piérola pudiera cometer la felonía de violar
un armisticio. Algunos de los jefes que acompañaban a Ba-
quedano, no cesaban de representarle el peligro que envol-
vían aquellos aprestos; pero él contestaba a todos comuni-
cándoles su confianza. «Los peruanos, decía a unos, toman
5us posiciones para la batalla de mañana. Mañana se las qui-
taremos». «Es posible, decia a otros, que el enemigo quiera
hacer ostentación de sus fuerzas para arrancarnos condicio-
nes mas favorables en la capitulación que de un momento a
otro tendrá que celebrar». I en esta confianza honorable, pero
de que era indigno el enemigo poco escrupuloso que tenia
delante, se limitó a seguir disponiendo lo conveniente para
la marcha de las otras divisiones de su ejército, a fin de tener-
las listas para el dia siguiente.
Hallábase el jeneral chileno a la derecha de la línea que
formábala tercera división, cuando poco después de las dos
déla tarde, de repente, i sin que nada anunciase la proximi-
dad del combate, cayó sobre esta línea una lluvia de balas de
rifle i de proyectiles de cañón lanzado de los bastiones i re-
ductos de los peruanos. Creyendo que aquel fuego de las po-
siciones enemigas fuese solo el efecto de una equivocación
momentánea, el jeneral Baquedano i los jefes que estaban a
su lado, dieron orden de no contestarlo, i aun hicieron cesar
CAMPAÑA A IJMA ' 4S3
el de algunas compañías que ya lo habían comenzado. Al cabo
de pocos minutos ya no cupo duda sobre la verdad de la si-
tuación. Las tropas peruanas que acababan de llegar del Ca-
llao, emprendían un combate en regla, i las seguía toda la
línea. Era aquella una verdadera batalla que se iniciaba para
los chilenos bajo las condiciones mas desfavorables i terribles,
la batalla de una división de 4,500 hombres escasos, contra
un ejército de quince mil soldados que ocupaban sólidos bas-
tiones i reductos ^.
5. Algunos dias después de la batalla, Piérola trató de justificar su con-
ducta sosteniendo en una nota dirijida a los diplomáticos de Lima, que fue-
ron los chilenos quienes rompieron los fuegos en la batalla. Para no aceptar
esta aseveración, que no descansa mas que en su propio testimonio, he teni-
do en cuenta algunas graves consideraciones que pesarán sin duda en el áni-
mo del lector, i.» A la una del dia, es decir, una hora antes del ataque, la
línea peruana estaba tendida i esperaba la orden de romper los fuegos, co-
mo se ve por el despacho telegráfico dirijido al prefecto del Callao, i que he-
mos insertado mas atrás. 2.» El jeneral Baquedano, sobre todo después de
su triunfo del dia 13, tenia tanta confianza en la superioridad desús tropas
que creia fundadamente que los restos del ejército del Perú no podrían n
siquiera presentarle una nueva batalla, i esperaba que éstos se rindieran sin
combatir. No es, pues, admisible que en esas condiciones hubiese querido
violar el armisticio que él mismo habia concedido al enemigo. 3.^ Aun da-
do el caso de que hubiera querido violar el armisticio, habria elejido para
ello un momento favorable, en que hubiese tenido reunido todo su ejército,
i no aquel en que solo podia disponer de poco mas de cuatro mil hombres,
es decir, el momento único en que el enemigo podia obtener una victoria,
como estuvo a punto de obtenerla por la sorpresa del ataque.
Conviene ademas advertir que la aseveración de Piérola atribuyendo al
ejército chileno la violación del armisticio, solo consta de su nota al cuerpo
diplomático de Lima, fechada en Canta el 20 de enero. Las relaciones perua-
nas que se han publicado hasta la fecha no contienen tal afirmación. Pero
hai mas todavía. Se han dado a luz dos cartas de Piérola en que refiere las
batallas que tuvieron lugar alrededor de Lima, i otros documentos en que
hace referencia a estos sucesos, i en ninguno de ellos atribuye a los chilenos
la violación del armisticio. Permítasenos reproducir aquí un fragmento de
una carta escrita por Piérola el 21 de enero, i publicada por La Estrella de
Panamá. Dice así:
«A pesar de haber reunido yo, de nuestro lado, cuantos elementos pude
i a pesar de que juzgué con ellos asegurado el triunfo, buena parte de nues-
tra tropass se vio envuelta en las colinas de Villa i San Juan, posiciones opor-
tunamente elejidas, i el 13 del presente fuimos batidos allí con enormes pér-
didas.
«Yo logré escapar milagrosamente, i, como fué posible, detener los restos
484 GUERRA DEL PACÍFICO
En efecto, hubo un momento en que las tropas que forma-
ban esa división, debieron creerse definitivamente perdidas
por aquel ataque tan desigual e inesperado. Pero el coronel
don Pedro Lagos, que mandaba allí desplegó en el peligro la
misma resolución i la misma sangre fria que habia demostra-
do en toda la campaña. Desde el primer momento, i a pesar
del vivo fuego que recibian sus soldados, tendió perfectamen-
te su línea, i organizó la resistencia, dispuesto a mantenerse
en ese lugar, sin retroceder un solo paso, i costara lo que cos-
tara, hasta el arribo de las otras divisiones del ejército chile-
no. El combate se empeñó, pues, resueltamente para impedir
todo avance del enemigo fuera de sus posiciones fortificadas.
La noticia del armisticio se habia comunicado a la escua-
dra, i su jefe, el contra-almirante Ri veros, habia bajado a
tierra, en la confianza de que ese dia no tendrían nada que
hacer los cañones de sus buques. Pero al saber que el armis-
ticio habia sido violado por los peruanos, volvió apresurada-
mente a bordo, i mandó que la artillería de mar batiese sin
descanso el naneo derecho de los agresores. Gracias a esta
eficaz ayuda, la batalla pudo equilibrarse un poco, i sostener-
se por mas de una hora.
Mientras tanto, el jeneral Baquedano redoblaba sus órde-
nes para que avanzasen las otras divisiones de su ejército i
para que acudieran en ausilio de las fuerzas empeñadas en el
combate. El enemigo salía de sus parapetos por la izquierda
de su línea, con intención de envolver por el flanco derecho
a la división chilena. Algunas compañías de tiradores de esta
división, mandadas por el coronel don Martiniano Urriola,
lograron contener este ataque, dando tiempo a que ese flanco
fuera reforzado. Al fin, llegaron los cuerpos de la reserva,
mandados por el teniente coronel don Arístides Martínez, i
luego algunos batallones de la primera división, que, bajo las
de nuestras desbandadas tropas en la línea de atrincheramientos de Mira-
flores a Ate. Con ellos i con la reserva de Lima, al mismo tiempo que cerrá-
bamos el paso a las fuerzas chilenas destacadas por la Rinconada, dimos el
15 una segunda batalla, entre Mirañores i la Calera, que duró desde poco
antes de las dos de la tarde hasta las seis».
CAMPAÑA A LIMA 485
Órdenes de Lynch, avanzaban de Chorrillos a paso de carga.
La defensa de la línea chilena se hizo desde entonces sólida i
resistente. Un rejimiento de caballería, mandado por el te-
niente coronel don Manuel Búlnes, hizo retroceder las fuer-
zas peruanas que amagaban el flanco derecho de los chilenos.
Pero no bastaba rechazar el desleal ataque del ejército pe-
ruano: era también necesario dar a éste el golpe mortal i de-
finitivo. El coronel Lagos reúne algunos de sus destrozados
batallones, i los lanza resueltamente al asalto de las fortiñca-
ciones enemigas. Hasta entonces era -la estrema derecha de
la línea peruana la que mas habia sufrido en las primeras ho-
ras de la refriega. Batida de frente por la división chilena, i
de flanco por los fuegos de la escuadra, esa ala parecía vací^
lar. La impetuosa carga ordenada por el coronel Lagos i eje-
cutada resueltamente por los comandantes Barceló i Fuen-
zalida, obligó al enemigo a ceder la primera línea de sus po-
siciones. Pero a espaldas de éstas quedaba todavía otra línea
de fortificaciones mas formidables aun, i que puso una resis-
tencia mucho mas tenaz. A una señal de Lagos, la escuadra
suspende sus fuegos para no dañar a los soldados chilenos; i
los infantes se lanzan a la bayoneta destruyendo todos los
obstáculos que encuentran a su paso i barriendo las fuerzas
peruanas que comenzaban a desmoralizarse. Ocupadas esas
importantes posiciones, los batallones de Lagos avanzan has-
ta el pueblo de Miraflores, donde habia estado el cuartel je-
neral del enemigo, i arrollan a su paso toda resistencia. Te-
miendo fundadamente que este pueblo pudiese convertirse
en lugar de retirada de los dispersos peruanos en las peripe-
cias subsiguientes del combate, i que llegase en la noche a ser
el teatro de una resistencia análoga a la de Chorrillos, los sol-
dados chilenos le prendieron fuego por varias partes; i, sin
darse un momento de descanso después de tantas fatigas,
marchan resueltamente a atacar por el flanco derecho el cen-
tro del enemigo.
Eran las cuatro i media de la tarde, i la faz de la batalla
habia cambiado casi por completo. Lagos, sin embargo, iba
a encontrarse en este segundo ataque con tropas que habían
4S6 Guerra del pacífico
sufrido menos, i que por su número habrían podido envolver
a la esquilmada división que los acometia. Pero los cuerpos
de la reserva i los que formaban la primera división chilena,
viendo que se acercaba el momento decisivo de la jornada,
se lanzan por el frente al ataque de las posiciones del centro
enemigo, con el empuje que sabian imprimirles los coman-
dantes Martínez i Lynch. Estas fuerzas, antes de llegar a los
parapetos de los peruanos, tenían que atravesar un terreno
sembrado de minas i de bombas automáticas. Muchas de ellas,
en efecto, estallan bajo sus pies; pero nada las detiene un ins-
tante; i saltando sobre las trincheras peruanas, arrollan en
pocos momentos a bala i bayoneta toda resistencia, i se apo-
deran de aquella parte de la línea. Las tropas enemigas, aco-
metidas por el flanco por la división de Lagos, i de frente por
los cuerpos de Martínez i de Lynch, no pudieron resistir largo
tiempo, i se vieron forzadas a abandonar sus parapetos i bas-
tiones dejando en ellos setenta cañones de todos calibres, i
un crecido número de fusiles. Dos rejimientos de caballería
chilena lanzados al ataque, terminaron la dispersión del ene-
migo hasta donde les permitieron avanzar las tapias que ce-
rraban los campos vecinos. A las seis de la tarde, todo el cam-
po de batalla estaba en poder de los chilenos.
En esta jornada, el dictador Piérola demostró la misma
incapacidad militar que había probado en Chorrillos. Al ini-
ciarse el combate, salió apresuradamente del pueblo de Mira-
flores; i dejando a los jefes que estaban a sus órdenes el cui-
dado de sostener la pelea en la derecha, fué a colocarse a la
izquierda de su línea de defensa, donde su persona no., corría
peligro. Sus subalternos lo han acusado mas tarde de haber
permanecido allí turbado i confundido, sin acertar a dar una
sola orden. En efecto, los esfuerzos hechos por los cuerpos
peruanos de esa ala para envolver al ejército chileno, fueron
débiles i mal diríjidos, dando tiempo a que entrasen en bata-
lla las divisiones de Lynch í de Martínez, que decidieron la
victoria.
Las fuerzas peruanas que habían sostenido el combate,
eran en su mayor parte las tropas de línea que habían llega-
CAMPAÑA A LIMA 487
do esa mañana del Callao, i los cineo o seis mil hombres que
salvaron de los desastres de San Juan i de Chorrillos. En esas
fuerzas estaban enrolados muchos jóvenes estraños antes de
ahora al servicio militar, i que en el peligro demostraron gran
valor. Los cuerpos de la reserva de Lima con que se habia
hecho tanto ruido desde seis meses atrás, estaban formados
en la estrema izquierda de las posiciones peruanas bajo las
órdenes del coronel Echeñique. Solo unos de mil hombres
de esa reserva entraron en la pelea, i se batieron con el mismo
denuedo que el ejército de línea. El dictador Piérola habia
creído notar ese dia que aquellos cuerpos tenian mas deseos
de volver a Lima que de combatir, i se abstuvo de hacerlos
marchar a la pelea, prefiriendo que guarneciesen aquella ala
de su línea, a una distancia considerable del teatro de la lu-
cha. El mismo dictador ha asumido la responsabilidad de
esta determinación, justificando así la conducta de los jefes
de esas fuerzas, a quienes se acusaba en Lima de cobardía i
casi de traición. Aquellos cuerpos, sin embargo, habrían tar-
dado mucho para llegar al lugar de la batalla, i probablemen-
te no habrían servido para otra cosa que para acelerar la dis-
persión del ejército, desmoralizado i quebrantado por el vi-
goroso ataque de las divisiones chilenas, que seguían engro-
sándose con las tropas que llegaban de San Juan i de Chorri-
llos. Así, pues, la mayor parte de la reserva se replegó sobre
Lima sin disparar un tiro.
Cuando la batalla estaba a punto de terminarse, i cuando
desaparecía la luz del dia, llegaba de Lima por la vía férrea
un tren de carros blindados. Conducían éstos tropas de re-
fresco con cañones i ametralladoras que hacían fuego desde
las plataformas. Este refuerzo alcanzó a llegar hasta cerca
del pueblo de Míraflores; pero el coronel Lagos, que se encon-
traba allí, tomó en el acto sus disposiciones para rechazar
este último i desesperado ataque. Algunos de sus cañones
rompieron de frente el fuego sobre el tren. Al mismo tiempo
mandó que unas cuantcis compañías de infantería corrieran
a colocarse por sus flancos para impedir que los asaltantes
pudieran bajar de los carros que ocupaban. A la vista de esta
488 QUBRRA DEL PACÍFICO
resistencia, el tren de carros blindados se volvió precipitada-
mente a Lima, como lo habia hecho en la batalla de Chorri-
llos. Así, pues, esta máquina de guerra, en. que se habian fun-
dado tantas esperanzas, no sirvió de nada en toda la cam-
paña.
La victoria de Miraflores costaba al ejército chileno dolo-
rosas pérdidas, 499 muertos i 1,625 heridos, pertenecientes
casi en su totalidad a las divisiones tercera i primera, que
eran las que habian tomado parte principal en la batalla.
Figuraban entre los muertos algunos oficiales de distinción,
el coronel don Juan Martínez, que habia hecho con gran lus-
tre toda la campaña al mando del rejimiento movilizado de
Atacama, i el comandante don José María Marchant, que
cayó peleando vahentemente al frente de sus soldados.
Pero estas pérdidas, por dolorosas que fuesen, estaban in-
demnizadas de sobra con el resultado de la jornada. El ejér-
cito de Chile, atacado por sorpresa i durante un armisticio,
habia revelado mas que en ninguna otra ocasión, su solidez
i su disciplina, i convirtió en la mas espléndida victoria una
batalla que según todos los antecedentes, debió haber sido
una desastrosa derrota. Aun puede decirse que jamas victo-
ria alguna fué mas absoluta i decisiva. El ejército derrotado,
como vamos a verlo, desapareció por completo, i para no
volver a juntarse mas. Dejaba en el campo de batalla mas de
dos mil muertos i heridos ^, un considerable número de pri-
6. No sabemos qué circunstancia dio oríjen a que en los dias subsiguien-
tes a estas batallas se contara que en el ejército peruano servia un batallón
de voluntarios italianos, i que este cuerpo habia sido pasado a cuchillo por
los soldados chilenos durante el combate, según unos, después de la victoria,
según otros. Esta noticia fué publicada en algunos diarios de Chile, i trasmi-
tida por el telégrafo a Buenos Aires donde los residentes italianos son mui
numerosos. Indignados éstos por la matanza de sus compatriotas, celebra,
ron una reunión para protestar contra la supuesta barbarie de los chilenos-
El ministro plenipotenciario del Perú aprovechó esta ocasión para pronun-
ciar un discurso lleno de los insultos mas atrabiliarios contra Chile i los chi-
lenos. Luego se supo que no habia habido tal cuerpo de voluntarios italianos^
i que por tanto la matanza de que se hablaba, i con que se habia hecho tanto
ruido en la prensa i en los meetings, era una pura invención esplotada por
los ajentes del Perú para buscar simpatías a su causa.
CAMPAÑA A LIMA 489
sioneros, toda su artillería i gran parte de sus fusiles. Los
fujitivos que salvaron de la derrota, aunque formaban la
mayoría del ejército, i aunque la oscuridad de la noche, i las
tapias que cerraban el campo en diversos sentidos no habían
permitido perseguirlos tenazmente, corrían penetrados de
que no había posibilidad de oponer una nueva resistencia al
ejército vencedor.
En Lima se esperaban con la mayor ansiedad las noticias
de la batalla empeñada a las puertas de la ciudad. Los bole-
tines que se repartían cada hora anunciaban los accidentes
del combate, o mas bien de un combate imajinario, en que
los chilenos perdían terreno i debían sufrir la mas espantosa
derrota. A las tres de la tarde se publicaban como telegrama
llegado de Miraflores las palabras siguientes: «Jeneral Baque-
dano prisionero. Todo va espléndidamente». Dos horas mas
tarde se anunciaban con la firma de don Aurelio García i Gar-
cía, secretario jeneral de Piérola, los progresos de la imajína-
ría victoria en estos términos: «El batallón de marina rompió
la línea enemiga. Paseó victorioso la quebrada de Barranco i
volvió a su puesto. Triunfamos. Tres veces rechazado el ene-
migo, i la tercera en completo desorden, para no volver. Re-
serva espléndida».
Cuando se apagaban los fuegos del combate, muchas jen-
tes que habían creído esos boletines de victoria, salieron de
la capital a saludar a los vencedores, i a gozar de la satisfac-
ción del triunfo. Momentos mas tarde volvían envueltos en
el desordenado torbellino de los fujitivos, i corrían a asilarse
en las legaciones estran jeras, en los conventos i en otros lu-
gares que, según pensaban, respetaría el vencedor. Las tropas
salvadas del desastre no obedecían a nadie. Dominadas por
el terror, no pensaban mas que en buscar su salvación en la
fuga. No habría habido poder humano capaz de darles alien-
to i cohesión, ni siquiera para retirarse en cuerpos ordenados.
Piérola llegó también a Lima a las siete de la noche. Aban-
donaba el campo de batalla en la mas espantosa confusión,
en medio del desordenado tropel de fujitivos que no recono-
cían a sus jefes ni obedecían a la voz de nadie. Aunque el jefe
490 GUERRA DEL PACÍFICO
supremo del Perú hubiese estado dotado de talentos milita-
res, de que carecia por completo, habria tenido que renunciar
a todo proyecto de una tercera resistencia. El mismo ha refe-
rido en el documento que hemos citado anteriormente, la im-
posibilidad en que se halló de organizar la defensa de la ca-
pital.
«Preparada tenia yo ciertamente i mui de antemano, dice
allí, una tercera línea de combate con el apoyo de San Cris-
tóbal, San Bartolomé, el Pino i la plaza del Callao. Pero tal
propósito se fundaba en el natural supuesto de que en las dos
anteriores líneas de Chorrillos i Miraflores (en el desgraciado,
aunque de todo punto inesperado caso, de ser en ellas venci-
dos) nos quedasen fuerzas suficientes para obrar con ellas so-
bre los restos del ejército vencedor, sea que éste se decidiese
a acometer el Callao, sea que prefiriese estacionar en el llano
su artillería para bombardear la capital. Semejante caso se
hizo evidentemente impracticable por la calidad i estado de
nuestras tropas ... La dolorosa esperiencia de las batallas del
13 i del 15, batallas que no se perderían en parte alguna del
mundo, i el estado de las fuerzas que quedaban en la noche
del 15, no peimitian pensar en una nueva resistencia.» Para
ser completamente exacto, Piérola debió decir que si él o al-
gún otro jefe hubiera querido defender a Lima, no habria
encontrado oficiales ni soldados que le obedeciesen: tan gran-
des eran el desorden i el desaliento que reinaban en la ciudad,
i tan espantosa i absoluta la desorganización de su ejército.
Refiere ademas Piérola en aquella carta que esa misma
noche tomó muchas medidas para el desarme de sus tropas,
para la destrucción de los buques que estaban en el Callao, i
de las fortificaciones de esta plaza i de Lima, i para la conduc-
ción de armas al interior. La verdad es que el dictador solo
permaneció cuatro horas en la capital; i que era tal el desor-
den i el desbarajuste que existia alrededor de él, que ni si-
quiera pudo recojer su correspondencia, ni los archivos pú-
blicos llenos de documentos secretos i mui compromitentes,
que dejó abandonados i que cayeron en manos del vencedor.
A las once de la noche salía de la capital acompañado por
CAMPAÑA A LIMA 491
mas de doscientas personas, casi todos empleados civiles i
militares, i se dirijia a caballo a Canta para buscar un asilo
en la sierra. Detras de él quedaban Lima i el Callao abando-
nados al enemigo, i mas aun que al enemigo, a un populacho
desenfrenado cuyas malas pasiones exitadas por la prensa de
la dictadura, iban a dar al Perú dias de lágrimas i de ver-
güenza.
Esa misma noche, i a las mismas horas, el jeneral Baque-
dano despachaba a Lima un emisario con pliegos para el de-
cano del cuerpo diplomático. Anunciábale que la ruptura del
armisticio por el ejército peruano lo desligaba de todo com-
promiso contraido en favor de la capital, i le devolvía su li-
bertad de acción para proceder rigorosamente contra ella.
En esta virtud, principiada en poco tiempo mas el bombar-
deo de la ciudad hasta obtener su rendición incondicional.
Pero antes que esta comunicación llegara a su destino, el
cuerpo diplomático residente en Lima pedia al jeneral chile-
no una nueva conferencia para tratar de la suerte de la capi-
tal. Accediendo a esta petición, el jeneral Baquedano acordó
que la entrevista tuviera lugar el i6 de enero a las doce del
dia, en el cuartel jeneral del ejército chileno, situado en los
alrededores de Chorrillos.
Poco mas tarde de la hora fijada, se presentaron en el cam-
pamento los ministros plenipotenciarios de Francia i de In-
glaterra, los almirantes de esas dos naciones, i el jefe de la
estación naval italiana, todos los cuales acompañaban a don
Rufino Torrico, alcalde de la municipalidad de Lima. El je-
neral Baquedano, por su parte, tenia a su lado al ministro de
guerra don José Francisco Vergara i al secretario jeneral
de ejército don Eulojio Altamirano. La conferencia, celebra-
da con toda dignidad, sin cargos ni recriminaciones de nin-
guna clase, condujo en poco tiempo a una solución definitiva.
El alcalde Torrico comenzó por esponer que la ciudad de
Lima no se hallaba en estado de defenderse, que sus habitan-
tes estaban convencidos de la inutilidad de cualquiera resis-
tencia, i que en representación de ellos venia a tratar de sü
entrega al jeneral vencedor. Pedia solo el plazo de veinticua-
492 GUERRA DEL PACÍFICO
tro horas para efectuar el desarme de los últimos restos del
ejército peruano. El jeneral Baquedano concedió ese plazo,
declarando que tomarla posesión de la ciudad sin someterse
a ninguna condición, pero que cuidarla de hacer conservar el
orden por medio de las tropas que la ocupasen. Esta estipu-
lación fué consignada en el acta que se levantó en el mismo
dia ". El alcalde Torrico, ademas, ofreció interponer su in-
fluencia personal cerca de la autoridad militar del Callao, a
fin de impedir una resistencia que no podria conducir a otro
resultado que a una inútil efusión de sangre.
Pero, desgraciadamente la entrega de aquellas dos ciuda-
des no pudo efectuarse sin que desórdenes mucho mas terri-
bles que los mismos combates hubieran ensangrentado sus
calles. Después de la derrota, algunos cuerpos del ejército
peruano hablan depuesto las armas; pero otros se hablan dis-
persado con sus fusiles, en Lima i en sus alrededores, come-
tiendo en todas partes algunas depredaciones. En la capital
i en el Callao, los soldados se quejaban de sus jefes acusán-
dolos de cobardía; i repitiendo en todas partes que en esta
desastrosa guerra solo el pueblo pobre se habia mostrado re-
suelto a sacrificarlo todo por la defensa de la patria. Las per-
sonas acaudaladas, se decia, se hablan sustraído al servicio
7. Hé aquí el acta en que se estipuló la entrega incondicional de Lima:
«En el cuartel jeneral del ejército chileno en Chorrillos, se presentaron el
16 de enero de 1881, a las dos de la tarde, el señor don Rufino Torrico, al-
calde municipal de Lima; S. E. el señor de Vorges, enviado estraordina-
rio i ministro plenipotenciario de Francia; S. E, el señor Spencer St. John,
ministro residente de su Majestad Británica; el señor Stirling, almirante bri-
tánico; el señor Du Petit Thouars, almirante francés, i el señor Sabrano, co-
mandante de las fuerzas navales italianas.
«El señor Torrico hizo presente que el vecindario de Lima, convencido de
la inutilidad de la resistencia de la plaza, le habia comisionado para enten-
derse con el señor jeneral en jefe del ejército chileno respecto de su entrega.
«El señor jeneral Baquedano manifestó que dicha entrega debia ser inco-
dicional en el plazo de 24 horas pedido por el señor Torrico para desarmar
las fuerzas que aun quedaban organizadas. Agregó que la ciudad seria ocu-
pada por fuerzas escojidas para conservar el orden. — (Firmados). — Manuel
Baquedano. — R. Torrico. — E. de Vorges. — /. F. Vergara. — B. du Petit Thouar*
— Spencer St. John. — E. Altamirano. — /. Sabrano. — /. H. Stirling. —
M. R. Lira, secretario».
CAMPAÑA A LIMA 493
militar, habian huido cobardemente, i habian negado a la
causa de la defensa nacional el concurso de sus tesoros mal
habidos. Era aquel el fruto natural de la propaganda insen-
sata que los escritores de la dictadura peruana habian hecho
contra las j entes de fortuna que, como hemos dicho antes, no
formaban en las filas del partido que apoyaba a Piérola.
«Al caer la tarde del i6 de enero, pudo presa jiarse la tor-
menta que iba a desatarse sobre Lima. Grupos siniestros co-
menzaban a recorrer las calles, amenazando a los transeúntes
i enrostrando a todos, los sacrificios que habian hecho por el
Perú.
«Alentados mas tarde por el licor que les daban sus cabe-
cillas, i sobre todo por la seguridad de quedar impunes, pues
las autoridades habian desaparecido dejando a la ciudad
abandonada a sus propios esfuerzos, el desorden no tuvo ya
barrera alguna durante toda esa noche del i6 al 17.
«Protestando tener hambre, se lanzaron sobre las tiendas
de víveres de los inermes asiáticos: las puertas fueron viola-
das a disparos de rifle o despedazadas a hachazos, saqueadas
i por último entregadas al fuego.
«De ahí pasaron a los grandes i valiosos almacenes que
acumulaban las joyas, telas i demás obras primorosas de ma-
nufactura china, los cuales fueron robados i quemados como
aquéllos.
«Del numeroso comercio de esta nación no han quedado en
Lima mas que rastros humeantes i ensangrentados, porque
al robo i al incendio se agregó necesariamente el asesinato
de los infelices que intentaron salvar sus propiedades. Cal-
cúlase que no menos de trescientos asiáticos fueron inmola-
dos en las calles de la ciudad i en las chacras circunvecinas.
«Uno de los mas acaudalados comerciantes chinos, cuando
vio que sus almacenes ardían, hizo sellar sus libros de negocio
en la legación inglesa, i hoi prueba que ha sido víctima de
una pérdida de ciento cuarenta mil libras esterlinas.
«Las calles de Bodegones, Melchormalo, Palacio, Polvos
Azules, Zavala, Capón, Albaquitas, Hoyos i casi todas las
494 GUERRA DEL PACÍFICO
que quedan abajo del Puente, fueron otros tantos teatros de
estas escenas de horror i desolación.
<<En esta última parte de la ciudad, no solo fueron asalta-
dos i saqueados los almacenes asiáticos, sino también los de
algunos italianos. En uno de ellos, perteneciente a subdito
de esta última nacionalidad, se encontró el cadáver de su
dueño en la puerta del almacén.
«La luz del sol del dia 17 vino a alumbrar tantos i tan fu-
nestos cuadros.
«La cuadra de Palacio se hallaba sembrada de cadáveres,
lo mismo que la de Polvos Azules, i las demás invadidas; pero
en donde habia campeado el crimen bajo todas sus faces,
habia sido en Hoyos, Albaquitas i abajo del Puente, en don-
de las turbas habian destrozado lo que no podian poseer.
«A las primeras horas del dia acudieron las bombas a los
lugares incendiados con el fin de estinguir el fuego; pero las
turbas comunistas, se oponían a viva fuerza a permitir que
las bombas funcionasen.
«Tan nutrido era el fuego que hacian sobre el cuerpo de
bomberos, que éste tuvo que abandonar el campo para sal-
var la vida, i entonces trataron de incendiar las bombas, lo-
grando su intento con algunos carros.
«Un bombero fué herido por bala de rifle.
«Las colonias estranjeras que constituyen la guardia urba-
na de bomberos i salvadores neutrales, en vista de tantos
crímenes i de que sus autores trataban de continuar su infa-
me tarea de desolación, asumieron en la mañana del 17 una
actitud enérjica. Solicitaron armas i municiones, que el señor
alcalde municipal don Rufino Torrico se encargó de propor-
cionarlas, e inmediatamente formaron algunas patrullas, que
partieron a los lugares invadidos a disipar los grupos aposta-
dos en las calles, logrando contener la sangrienta bacanal que
declinaba también por la fatiga del sueño i la embriaguez.
«Las colonias francesas, norte-americana, inglesa, españo-
la, suiza, colombiana i ecuatoriana, se distinguieron en este
servicio, trabajando desde las cinco de la mañana, especial-
mente en el lugar mas peligroso, la calle de Hoyos, en donde
CAMPAÑA A LIMA 495
las turbas se habían reconcentrado, tanto por ser éste el lu-
gar mas apartado del centro de la ciudad como por existir
allí muchos establecimientos de asiáticos.
«Se calcula en cerca de un millón de soles el valor de los
edificios destruidos, i en mas de cinco las especies robadas;
pues solo del almacén del asiático Kín-Ton han desaparecido
mas de dos millones en joyas i otros valores 8.>>
A la misma hora tenían lugar en el Callao escenas seme-
jantes o talvez mas deplorables. Después de la salida de las
tropas que guarnecían este puerto, para concurrir al campa-
mento de Miraflores, el Callao no tenia casi soldados para su
defensa, i apenas habían vuelto unos pocos después de la de-
rrota. Pero el populacho, devorado por los mismos odios que
los tumultuosos de Lima, estaba listo para ejecutar actos
análogos.
En la tarde del i6 de enero, centenares de hombres, mujey
res i niños, «armados hasta los dientes», según la espresion
de un periódico ingles de Lima, recorría las calles a los gritos
de ¡viva el Perú! desarrajando con hachas i con sus fusiles las
puertas de las tiendas i almacenes, i dejándolos enteramente
vacíos. En medio de este desorden, se oía el estampido de las
esplosiones de las minas con que se pretendía hacer saltar los
fuertes i las baterías. El populacho prendió fuego a los bu-
ques peruanos que estaban dentro del muelle dársena, i el
incendio duró toda la noche alumbrando aquel cuadro de
horror ^. Algunos marinos de esos buques se apoderaron de
las embarcaciones menores, i pretendieron salir del puerto;
pero atajados por las naves chilenas que lo bloqueaban, se
entregaron prisioneros, prefiriendo sin duda esta suerte a las
que podía caberles en tierra.
8. Copio esta relación del impreso titulado La campaña del ejército chi-
leno en Lima, citado anteriormente. No conozco ninguna descripción mas
completa de estos sangrientos disturbios en la capital del Perú.
9. Piérola ha contado, en la carta que hemos citado mas arriba, que antes
de partir de Lima en la noche del 1 5 de enero, él dio orden de quemar los
buques de guerra que quedaban al Perú, si no era posible hacerlos salir del
puerto. Creemos que esta aseveración es, como ya dijimos, completamente
falsa, i que los buques fueron quemados por el populacho del Callao sin or-
den alguna.
496 QUERRÁ DELPACÍPtCO
En efecto, las turbas amotinadas no se detenían ante nin-
gún crimen; i del saqueo de los almacenes i pulperías habían
pasado al asesinato de sus propietarios, chinos e italianos, en
su mayor parte. Las calles i plazas mas comerciales de la
ciudad fueron el teatro de estos atentados que se continua-
ron toda la noche i todo el día siguiente, sin que nadie pudie-
ra refrenarlos. Muchos estranjeros habían logrado huir de la
población para poner a salvo sus personas. Otros se habían
ocultado fehzmente; pero cuando vieron que el desorden to-
maba mayores proporciones todavía, que los muertos se
contaban por centenares, i que los asesinos, enajenados por
la ebriedad, se preparaban para cometer nuevos atentados,
se reunieron i formaron un cuerpo de guardia urbana para la
protección de la vida i de las propiedades «puesto peligroso
a la verdad, dice el periódico citado, i que desgraciadamente
le costó la pérdida de un gran número de vidas; pero ese cuer-
po produjo el efecto deseado de reprimir los robos i asesina-
tos que aun se cometían en la noche del día 17» i^. Aunque
hasta ahora no se han referido los pormenores de estos moti-
nes, se sabe que el del Callao fué mas sangriento i desastroso
que el de Lima.
El jeneral Baquedano tuvo el 17 de enero noticia, por una
nota del alcalde Torríco, de las tristes ocurrencias de esta
última ciudad. «A mi llegada ayer a esta capital, decía ese
funcionario, encontré que gran parte de las tropas se habían
disuelto, i que había un gran número de dispersos que con-
servaban sus armas, las que no había sido posible recojer.
La guardia urbana no estaba organizada todavía i no se ha
organizado ni armado hasta este momento. La consecuencia,
pues, ha sido que en la noche los soldados, desmoralizados i
armados, han atacado las propiedades i vidas de gran núme-
10. Los desórdenes de Lima i el Callao, i sobre todo estos últimos, no han
sido prolijamente referidos en todos sus pormenores, así es que ni siquiera
se puede decir a cuánto ascendió el número de las víctimas de esos vergon.
zosos motines. El periódico ingles de Lima The South Pacific Times de 26 de
enero, publicó una rápida reseña de las ocurrencias del Callao, i de allí hemos
tomado las pocas noticias que consignamos en el testo.
CAMPANA A LIMA 49*^
ro de ciudadanos, causando pérdidas sensibles con motivo
de los incendios i robos consumados. En estas condiciones,
creo de mi deber hacerlo presente a V. E. para que, aprecian-
do la situación, se digne disponer lo que juzgue conveniente».
No fué posible demorar por mas tiempo la ocupación de
Lima. En el momento mismo, el jeneral Baquedano organizó
una división de cuatro mil hombres, que puso bajo las órde-
nes del inspector jeneral de ejército don Cornelio Saavedra,
con encargo de marchar inmediatamente sobre la capital. A
las cuatro de la tarde del 17 de enero, la división del jeneral
Saavedra penetraba en columna por las calles de Lima, en
medio del mas profundo silencio. Millares de espectadores
contemplaban desde los balcones i ventanas, desde las bocas
calles i portales, el desfile de las tropas chilenas. Muchas per-
sonas temian que después de haber salvado sus vidas i pro-
piedades de la ferocidad de las turbas insurreccionadas, iban
a ser victimas de las matanzas i del saqueo por una soldades-
ca que la prensa de Lima habia pintado desde veinte meses
atrás como rebelde a toda discipUna, al mismo tiempo que
rapaz i sanguinaria. Un gran número de vecinos de la capital
habia puesto en el frente de sus casas grandes inscripciones
para espresar que eran propiedades de neutrales, creyendo
salvarlas así del anunciado saqueo de las tropas invasoras.
Sin embargo, la división chilena avanzaba en el mayor or-
den, i llegó a la plaza central de la ciudad sin lanzar un solo
grito de victoria. Allí desfiló delante del jeneral Saavedra; i
en seguida, cada cuerpo fué tranquilamente a hospedarse en
el cuartel que se le habia designado. Un batallón de infante-
ría, compuesto de antiguos policiales de Santiago, tomó a su
cargo la custodia de la ciudad; i desde esa noche mantuvo el
orden mas imperturbable en toda ella. Los revolucionarios
del dia anterior, que en medio del desenfreno, del saqueo i de
los asesinatos, gritaban ¡guerra sin cuartel a los chilenos! ha-
bían desaparecido. Lima, bajo la protección de las armas es-
tranjeras, pudo gozar de una tranquilidad de que no habia
disfrutado desde muchos meses atrás.
Uno de los primeros cuidados del nuevo jefe de policía fué
TOMO XVI. - 32
498 GUERRA DEL PACÍFICO
recojer en cuanto era posible las especies robadas en las ho-
ras de saqueo del dia i6. Esas especies fueron depositadas
cuidadosamente; i el 19 de enero se publicaba por orden de
la autoridad el siguiente aviso:
«En el cuartel que ocupa el batallón «Búlnes» (edificio de
la Prefectura), se encuentran las especies que se están reco-
jiendo, i que proceden de los robos perpetrados antes que el
ejército chileno tomara posesión de esta capital. Las perso-
nas interesadas pueden reclamar ante el señor comandante
de dicho cuerpo don José Echeverría.» La población de Lima
pudo comprender desde entonces que los soldados chilenos
no eran los bandidos de que hablaba la prensa peruana.
El pueblo del Callao necesitaba igualmente la protección
de los soldados chilenos para recobrar su paz perdida. El 18
de enero entró allí la primera división del ejército vencedor.
El coronel Lynch tomó el mando de la ciudad sin hallar la
menor resistencia. Los habitantes que en los dias anteriores
habían huido de la población para salvarse del cuchillo de las
turbas amotinadas, volvieron a sus casas, i contribuyeron al
restablecimiento del orden. El coronel Lynch, al paso que
aseguraba la confianza de las personas honradas, hizo apre-
sar a los malhechores mas comprometidos en los asesinatos
que habían ensangrentado esa ciudad, estableció fuerzas de
policía i afianzó definitivamente la tranquilidad en la pobla-
ción.
Los alrededores de Lima estaban llenos de jentes que ha-
bían abandonado sus casas en los dias anteriores, i que no
querían volver a ellas aun después de la ocupación chilena,,
temiendo los atropellos i ultrajes de las tropas que se les ha-
bían pintado animadas por las peores pasiones. El pueblo de
Ancón servía de asilo a mas de cinco mil personas, mujeres i
niños casi en su totalidad, que vivían hacinadas en estrechas
habitaciones, o en los arenales de la playa. De los buques de
guerra neutrales fondeados en el puerto, se les suministraban
algunos alimentos, i habían bajado varios piquetes de tropa
para servir de salvaguardia de esas infelices familias, contra
las turbas amotinadas de Lima, que, según se temía, podían
Campana a lima 499
llegar a esos lugares. El ministro de guerra don José Fran-
cisco Vergara llegó allí el 19 de enero, colocó una corta guar-
nición de soldados chilenos, e hizo demostrar a los fujitivos
la conveniencia de volver a la ciudad, donde seguirían vivien-
do en la mas completa tranquilidad. En el mismo dia comen-
zaron a regresar a Lima. Allí encontraron que el orden estaba
restablecido, i que los comerciantes abrian sus almacenes i
sus tiendas como en los tiempos de la mas perfecta paz.
Mientras tanto, el numeroso ejército peruano que se habia
organizado para la defensa de Lima habia desaparecido por
completo. El 18 de enero no habrían podido reunirse cien
hombres armados en ninguna parte de aquellos alrededores.
Los reservistas hablan vuelto a sus ocupaciones ordinarias, i
los soldados del ejército activo se hablan dispersado para no
reunirse mas. Muchos de ellos hablan tomado el camino de
las provincias de donde los habia sacado la guerra; i las noti-
cias que llegaban a Lima dejaban ver los robos i depredacio-
nes que esos dispersos iban cometiendo por los lugares de su
tránsito.
Quedaban también muchas armas en manos de particula-
res. Ellas podian ser no la base de una resistencia, que ya
habia llegado a ser imposible, sino la causa de algunos des-
órdenes. El jeneral Saavedra en Lima, i el coronel Lynch en
el Callao- dispusieron que en el término de dos dias se entre-
garan esas armas a las autoridades chilenas, i conminaron
con la pena de muerte a todos los individuos que cometiesen,
actos de depredación o de violencia. En Lima i en el Callao
residían muchos oficiales i soldados que hablan servido en el
ejército del Perú i que hablan tomado parte en la última
campaña. Las autoridades chilenas, dejaron salir libremente
al estranjero a los pocos individuos que solicitaron este per-
miso. Los restantes debían quedar en completa libertad des-
pués de firmar en la prefectura el compromiso de «no volver
a tomar las armas contra Chile en la presente guerra». Todo
el mundo creía entonces que era ya imposible organizar el
menor conato de resistencia en todo el Perú. Así se compren-
derá que el rejistro abierto en la prefectura se cubrió antes
500 GUERRA DEL PACIFÍCO
de doce dias con la firma de cinco jenerales, de noventa i cua-
tro coroneles, de sesenta i cinco tenientes coroneles, de cerca
de quinientos oficiales i de un número casi incalculable de
soldados. El gobierno de Chile, por su parte, devolvió la li-
bertad a todos los prisioneros que querían hacer igual decla-
ración, o que solo pretendían volver al Perú a residir en las
ciudades o provincias ocupadas por el ejército chileno.
Al mismo tiempo, los injenieros militares fueron encarga-
dos de desarmar las minas de dinamita i de recojer las bom-
bas automáticas que quedaban enterradas cerca de las forti-
ficaciones, sin haber hecho esplosion durante las batallas.
Esas máquinas de guerra eran un peligro para los transeún-
tes. Asi, una de esas bombas habia causado la muerte de un
médico peruano que viajaba a Chorrillos. En el Callao, un
torpedo colocado en el mar a poca distancia de la playa, mató
a unos cuantos individuos que se bañaban en ese lugar. Des-
pués de algunos dias de trabajo, desapareció todo motivo de
inquietud por esta causa.
Estas medidas contribuyeron a restablecer la confianza en
las ciudades de Lima i el Callao. Suspendido el bloqueo de
este puerto, i abierta su aduana bajo la administración de
empleados chilenos, el comercio, paralizado por la guerra
desde nueve meses atrás, principió a renacer, aunque bajo el
peso de una crisis horrible porque atravesaba el pais desde
algunos años atrás i que la guerra habia reagravado.
Tal fué el resultado de esta campaña dirijida con tanto
acierto i ejecutada con tanta rapidez i con tanta decisión.
Un mes después del desembarco de los chilenos en Curayaco,
los ejércitos peruanos que defendían a Lima i al Callao ha-
blan sido destruidos i dispersados por completo, i la paz i el
orden reinaban en esas poblaciones bajo la dominación de
los vencedores. El jeneral Baquedano, en su parte oficial,
después de hacer la historia clara i compendiosa de toda la
campaña, sin vanidad i sin baladronadas de ningún j enero
resume en los términos que siguen las dificultades vencidas i
las ventajas alcanzadas.
«No es fácil apreciar todavía el esfuerzo i la virilidad que
CAMPAÑA A LIMA 501
ha debido desplegar el ejército de mi mando para consumar
esta obra. En mas de seis meses de preparación, el gobierna
del Perú, poderosamente ausiliado por la nación entera, acu-
muló en torno de su capital i para su defensa todos los ele-
mentos necesarios para una resistencia tenaz, desesperada i
suprema. Reunió un ejército numeroso, lo proveyó de armas
escojidas, lo disciplinó i logró inculcarle el sentimiento de los
grandes deberes que impone la patria cuando está sometida
a la prueba de la desgracia. Rodeó a Lima con un doble cor-
don de fortalezas, aprovechando las defensas naturales del
suelo i utilizando todos los inventos del arte de la guerra.
Artilló todas las alturas i puso sus cañones i sus soldados al
abrigo de sólidos parapetos. En los pasos que los cerros deja-
ban, abrió fosos i construyó trincheras. Sembró todos los ca-
minos, todos los pasos accesibles, todos los lugares próximos
a las aguadas, todas las posiciones que pudieran servir al
enemigo, de minas automáticas que en ninguna parte permi-
tían asentar los pies con seguridad. En una palabra, rodeó a
Lima de fortificaciones formidables, i logró inspirar fe en la
victoria, duplicando de ese modo las fuerzas de su ejército.
«Basta, pues, conocer los elementos con que contaba para
su defensa la capital del Perú, para estimar debidamente la
grandeza del resultado obtenido. I hai aun que tener en cuen-
ta'que las posiciones de Chorrillos i los reductos de Miraflores
han sido tomados por un ejército inferior al enemigo en nú-
mero, después de marchas fatigosas i de dos batallas sucesi-
vas, sin tener tropas de refresco que presentar en el segundo
combate.
«El éxito ha sido completo. Del gran ejército enemigo no
quedaron organizados, después de Miraflores, mas de tres mil
hombres, i éstos se dispersaron, habiendo rendido previa-
mente sus armas. Por consiguiente, ese ejército desapareció
no sin haber sufrido mas de doce mil bajas.
«En nuestro poder dejó un inmenso material de guerra.
Nos hemos apoderado de doscientos veintidós cañones: en el
Callao, de cincuenta i siete, desde el calibre de a mil hasta el
de doscientas cincuenta; en los dos campos de batalla, de
602 OTJERRA DEL PACÍFICO
cuarenta i uno, desde el calibre de seiscientos hasta el de
treinta i dos; i de ciento veinticuatro piezas de campaña i de
montaña, comprendidas en éstas diecinueve ametralladoras.
Tenemos también recojidos hasta la fecha cerca de quince
mil rifles de diversos sistemas, mas de cuatro millones de ti-
ros i una buena cantidad de pólvora i de dinamita. Agregaré
a esto que el poder naval del Perú ha desaparecido tan com-
pletamente que no le queda ya en el mar ni el mas pequeño
falucho.»
Estas pocas líneas resumen toda la historia de la campaña
que acabamos de contar.
-*-s^
CAPITULO XI
Conclusión
Providencias gubernativas dictadas por Piérola en Canta. — Cent inua su
fuga al otro lado de los Andes. — Su entrada solemne a Jauja, — El pueblo
de Concepción lo proclama jeneral. — Estado social i aislamiento de los
pueblos del interior del Perú. — El almirante Montero en los dep arta-
tamentos del norte. — Se ve obligado a fugar de Trujillo. — Piérola pro-
pone iniciar negociaciones de paz con Chile. — Los representantes de Chile
en Lima se niegan a tratar con él. — Creación de un gobierno provisorio
en Lima. — Piérola se niega a reconocerlo. — Convoca por su parte un con-
greso.— Instalación del gobierno provisorio. — El ejército de Arequipa
desconoce este gobierno. — El prefecto de este departamento declara trai-
doies a la patria al gobierno de Lima i a los que reconozcan sus autori-
dades.— Anarquía i desorden en el Perú. — Piérola tiene que abandonar
a Jauja huyendo de una división chilena. — Bolivia. — Actitud de Chile.- —
Conclusión.
La batalla de Miraflores habia puesto fin al poder militar
del Perú. Razonablemente no se podia esperar que fuese po-
sible organizar un simulacro de resistencia al ejército vence-
dor, i en efecto todo hacia creer que la paz se firmarla en mui
poco tiempo mas. Sin embargo, la desorganización del Perú,
las ambiciones de sus caudillos, la ausencia casi jeneral del
verdadero sentimiento de patriotismo, han retardado el tér-
mino de una situación anormal i ruinosa para ese pais.
504 GUEBEA DEL PACÍFICO
Dijimos en el capítulo anterior que en la noche del 15 de
enero, cuatro horas después de consumada la derrota i la dis-
persión de su ejército, el dictador Piérola fugaba de Lima i
se dirijia a la sierra. Esperando que se le reunieran en Canta
los restos dispersos de sus tropas, desde el dia siguiente de la
derrota, comenzó a dictar mil providencias que mas que a
alargar la resistencia, tendian a perpetuar en sus manos el
mando supremo. Declaró que la capital del Perú i el asiento
del gobierno seria el lugar en que él se hallase. Nombró secre-
tario jeneral de la dictadura, encargado de todos los minis-
terios, al capitán de navio don Aurelio García i García. Dio
al coronel don Juan Martin Echeñique el título de jefe supe-
rior i político de los departamentos del centro; i despachó al
norte con un carácter análogo al contra-almirante don Lisar-
do Montero. Las otras providencias dictadas en Canta, te-
nían por objeto imponer contribuciones en esas localidades
para atender a los gastos de la dictadura.
Desde allí dirijió también al cuerpo diplomático de Lima
i alas autoridades eclesiásticas i judiciales de esa capital, las
notas en que anunciaba la subsistencia de su gobierno.
Aunque el pequeño pueblo de Canta 1 está situado en las
fragosidades de la sierra i rodeado de montañas que habrían
hecho muí difícil la marcha de las tropas que hubieran pre-
tendido perseguir a los fujitivos, Piérola no se creyó seguro
en ese lugar. El 22 de enero emprendía de nuevo la retirada,
i trasmontando la cadena principal de los Andes, se interna-
ba en el departamento de Junin, instalándose durante algu-
nos días en el pueblo de Tarma, desde donde lanzó nuevos
decretos sobre contribuciones. Con fecha de 27 de enero nom-
bró allí prefecto de Lima, al coronel don José Agustín Be-
doya, nombramiento irrisorio que no tenia mas objeto que
ocultar los desastres de la última campaña a las poblaciones
del otro lado de la cordillera. Por fin, de Tarma se dirijió el
I. Canta es la capital de la provincia del mismo nombre, una de las seis
que forman el departamento de Lima. La población de esta provincia es de
16,653 habitantes, casi todos indios.
CAMPAÑA A LIMA 505
31 de enero a la ciudad de Jauja, donde fué recibido por el
clero de la provincia con los honores de vencedor.
En Jauja encontró Piérola una pequeña imprenta que le
sirvió para hacer pubHcar un periódico con los decretos que
dictaba cada dia. El primer número de ese periódico contie-
ne la descripción de la entrada triunfal del dictador narrada
en los términos siguientes:
«Gran número de personas a caballo salió a recibirlo a dos
leguas de distancia sobre el camino, en donde el pueblo con
música, vítores i flores se precipitaba a su encuentro. La ciu-
dad se hallaba engalanada i materialmente cubiertos sus
afueras, piazas, calles i balcones por todos sus habitantes,
haciendo su trayecto bajo una verdadera lluvia de flores. Al
llegar a la plaza principal, el clero de la provincia, teniendo
a su cabeza al ilustrísimo señor arzobispo de Berito, reves-
tido con el traje de ceremonia, esperaba a S. E. el jefe supre-
mo, al secretario jeneral don Aurelio García i García, al jefe
político militar de los departamentos del centro, coronel don
Juan Martin Echeñique, i a las demás personas de su comi-
tiva, en el atrio del templo principal. Habiendo llegado a él,
el ilustrísimo señor Valle, con palabras tiernas i elocuentes,
pronunció una alocución, que sentimos no poder reproducir,
pero que revelaba la complacencia de todos, i especialmente
del clero, por la presencia de S. E. en ella, i por su hermosa
conducta antes i después de las batallas últimamente libra-
das.»
Pocos dias después recibía Piérola otra ovación de un ca-
rácter análogo en un pueblo vecino.
Los habitantes de Concepción, una pequeña aldea de la
sierra, reunidos para deliberar sobre la situación del país,
acordaron el 14 de febrero declarar nulos todos los actos eje-
cutados por el jeneral del ejército chileno, i traidores a la pa-
tria a los peruanos que se sometieran a su autoridad; i confe-
rir el grado de jeneral «al coronel don Nicolás de Piérola por
su digno comportamiento en las batallas de Chorrillos i Mi-
raflores», dándole ademas un voto especial de confianza.
No se comprende el entusiasmo con que después de las es-
506 GUERRA. DEL PACÍFICO
pantosas derrotas de enero, era recibido Piérola en las pro-
vincias del otro lado de la sierra, sino conociendo el estado
social de aquellas poblaciones. Indios sencillos e ignorantes,
que ni siquiera entienden el idioma castellano, forman la
gran mayoría de sus habitantes. Viven en aquella re j ion co-
mo vivian hacen dos siglos, completamente estraños al mo-
vimiento político i a los sucesos que se desenvuelven en las
provincias de la costa, con la cual tienen hasta ahora mui
escasas comunicaciones. Esos pueblos, gobernados absoluta-
mente por el alcalde i por el cura, como en los mejores tiem-
pos de la colonia, parecían creados espresamente para dar
ante los ojos del estranjero que no conoce esas provincias
mas que de nombre, las apariencias de brillo i de prestí jio al
poder de Piérola, que a su título de jefe supremo había aña-
dido el de protector de la raza indíjena. Agregúese a esto que
la topografía de aquella rejion, las ásperas montañas que la
cortan en todos sentidos, hacen mui difíciles las comunica-
ciones, i mas aun los movimientos de tropas; de tal suerte
que Piérola podía estar mas o menos seguro de que allí no
seria atacado. A fin de conservar intacto su poder en aquellos
lugares, el dictador ademas tomó las mas oportunas medidas
para incomunicarlos con las provincias de la costa i para im-
pedir que llegasen diarios i correspondencias de Lima, en que
se contase la verdad acerca de los grandes desastres del Perú.
Pero al mismo tiempo, le era imposible intentar empresa
alguna sobre las provincias situadas al occidente de los An-
des. El coronel Bedoya, nombrado prefecto de Lima, se guar-
dó bien de acercarse a la ciudad en que debía establecer su
gobierno. El coronel Echeñique, nombrado jefe político i mi-
litar de las provincias del centro, permaneció al otro lado de
los Andes; i las montoneras que se armaron en la sierra del
departamento de Lima, fueron destrozadas en breve por un
cuerpo de caballería chilena.
Solo el contra-almirante Montero había llegado al territo-
rio que se le encargaba gobernar. Saliendo de Canta el 20 de
enero, i recorriendo las montañas en compañía de algunos
oficiales i soldados, llegó hasta el departamento de la Líber-
CAMPAÑA A LIMA 507
tad, recojió los pocos fondos que halló en las tesorerías del
estado, e impuso contribuciones de guerra a Trujillo i a va-
rios otros pueblos. Aunque llevaba el propósito de estable-
cerse en esa re j ion i de organizar allí algunos cuerpos de tropa
no logró realizar su intento, i tuvo que correr pocos dias mas
tarde en la mas desordenada fuga. Del Callao habia salido
una pequeña división chilena mandada por el comandante
don Arístides Martínez. Habiendo desembarcado ésta en el
puerto de Chimbóte sin encontrar una resistencia seria. Mon-
tero i los suyos no pudieron hacer otra cosa que emprender
la fuga al interior llevándose el dinero recojido i los presos de
las cárceles para formar montoneras al otro lado de las mon-
tañas. Aquellos departamentos se sometieron a las autorida-
des chilenas. Estas les devolvieron la paz i la tranquilidad,
refrenando al populacho que habia comenzado a cometer sa-
queos i depredaciones análogos a los de Lima i el Callao.
Mientras tanto, Piérola no podia dejar de conocer la ver-
dad de su situación. El dinero recojido por las contribucio-
nes impuestas a los pueblos del interior, no bastaba en ma-
nera alguna para organizar la mas pequeña resistencia. Las
colectas reunidas por los curas de esa re j ion no eran mucho
mas considerables. En la ciudad de Huánuco, capital del dv-
partamento de Junin, los vecinos comenzaban a comprender
i a manifestar que los proyectos militares del dictador eran
una simple locura que iba a imponer el sacrificio mas estéril
a esas pobres poblaciones. En esta situación, Piérola se de-
terminó a entablar negociaciones de paz. Por encargo suyo,
el ministro diplomático de la Gran Bretaña en Lima, pregun-
tó a las autoridades chilenas que mandaban en esta ciudad,
si estarían dispuestas a recibir al doctor don Manuel Irigóyen
como plenipotenciario del dictador. El plan de éste era tratar
la paz bajo el amparo i la mediación del cuerpo diplomático
estranjero, reanudando las negociaciones iniciadas en Mira-
flores, e interrumpidas por el mismo Piérola, mediante la vio-
lación del armisticio i una batalla tan sangrienta como inne-
cesaria. Los representantes de Chile contestaron negativa-
mente a esta proposición.
508 GUERRA DEL PACÍFICO
Piérola llegó a creer que esta negativa importaba solu el
propósito de Chile de negociar la paz sin la intervención de
los representantes estranjeros. En su deseo de mantenerse
en el poder, no desesperó de llegar a entenderse con el enemi-
go para abrir las negociaciones. Con fecha de 8 de febrero,
nombró «plenipotenciarios para las negociaciones de paz que
deben poner término a la guerra con Chile, en que se halla
empeñada la república» a tres jurisconsultos peruanos resi-
dentes en Lima. Habiéndose negado uno de ellos a aceptar
el cargo, Piérola, por decreto de i8 de febrero, limitó el nom-
bramiento a los otros dos.
En esos momentos, la representación del gobierno de Chile
estaba desempeñada en Lima por el ministro de guerra
don José Francisco Vergara i por el secretario jeneral de ejér-
cito don Eulojio Altamirano. Estos funcionarios declararon
perentoriamente, el 22 de febrero, a los representantes de
Piérola, que el gobierno de Chile estaba resuelto a no entrar
en negociaciones con él. Las razones de este terminante re-
chazo eran de dos órdenes diferentes. Por una parte, Piérola
habia ostentado una arrogancia i una falsía tales en todas las
tentativas de tratos diplomáticos, que era imposible nego-
ciar con él. Después de violar el armisticio de Miraflores, Pié-
rola habia dirijido al cuerpo diplomático de Lima una circu-
lar llena de todos los insultos contra Chile i su gobierno que
la prensa peruana habia publicado cada dia desde el princi-
pio de la guerra. Por otra parte, el gobierno de Chile queria
celebrar una paz sólida i estable, i para ello deseaba enten-
derse con un poder que fuese la representación jenuina del
pais, i no con una dictadura nacida de un motin de cuartel i
desprestijiada por las últimas derrotas.
La opinión pública de Lima, o mas propiamente la opinión
de las clases acomodadas i cultas de la capital, se habia mos-
trado, en efecto, sumamente hostil al mantenimiento de la
dictadura. El mismo dia 22 de febrero, ciento catorce vecinos
de los mas acaudalados i respetables de la ciudad, hablan
celebrado una reunión en que acordaron formar un gobierno
provisorio del Perú, que seria sometido a la aprobación de
CAMPANA A LIMA 509
las provincias. Este gobierno debia ser unipersonal, i aunque
provisto de la suma del poder público que las circunstancias
parecían exijir, estarla obligado a hacer cesar el réjimen de
la dictadura, a restablecer el sistema constitucional i a con-
vocar un congreso que a la vez que sancionara el nuevo orden
de cosas, resolviese lo conveniente respecto de la paz este-
rior. La asamblea designó por 104 votos como presidente
provisorio del Perú, al doctor don Francisco García Calderón
jurisconsulto distinguido i hombre de alta posición social por
su fortuna i por su carácter. El primer propósito de éste era
negociar una tregua que debia durar hasta la reunión del con-
greso.
Piérola recibió al mismo tiempo en Jauja la noticia de dos
hechos que minaban su poder; la creación de un gobierno
provisorio en Lima i la negativa de los representantes de Chi-
le para tratar con él. El patriotismo le imponía el sagrado
deber de resignarse a la suerte de los acontecimientos, sea
renunciando definitiva i absolutamente el mando de que es-
taba investido, sea declarando que se someterla a las decisio-
nes del congreso nacional que iba a reunirse por la iniciativa
de los vecinos de Lima. Pero, cualquiera de estas resolucio-
nes exijia de su parte un acto de desprendimiento; i ya que
no le era posible reconquistar de lleno todo su antiguo poder,
prefirió convertirse en obstáculo de todo pensamiento de re-
constituir el Perú i de salvarlo del abismo a que tanto él como
los gobiernos anteriores lo hablan precipitado.
En esta resolución, espidió el i.*^ de marzo una serie de no-
tas i decretos que revelan la rabia i el despecho de que estaba
dominado. En unas, protestaba enérjicamente de la conducta
délos representantes de Chile, que desconocían su carácter
de jefe supremo del Perú; en otras, mandaba a los jefes polí-
ticos i militares sometidos a su dependencia, que negasen su
obediencia al gobierno provisorio que acababa de crearse en
Lima. Por un decreto de la misma fecha", convocaba una
asamblea de diputados provinciales que debia reunirse el 6
de junio siguiente en el lugar que él designase. Poco después
fué señalada para este objeto la ciudad de Huánuco.
510 GUEBRA DEL PACÍFICO
Entre tanto, en Lima i en el Callao se aumentaban las ad-
hesiones a la idea de fundar un gobierno provisorio. El 12 de
marzo instalóse éste en el pueblo de Magdalena, que no esta-
ba ocupado por las fuerzas chilenas. En medio de una sencilla
ceremonia, García Calderón prestó el juramento de estilo, i
pronunció un breve discurso en que recordando los desastres
sufridos por el Perú i la gravedad de las circunstancias por-
que atravesaba el pais anadia que no debia desalentar a los
buenos patriotas este triste espectáculo, porque aun era tiem-
po de conjurar la tormenta buscando en la paz i el trabajo el
remedio contra aquella situación. García Calderón organizó
su ministerio, e inició sus trabajos administrativos con reso-
lución de salvar al Perú de su ruina.
El primer acto del nuevo gobierno debia confirmarle la es-
timación del vecindario de Lima. El jefe chileno había im-
puesto a esta ciudad una contribución estraordinaria de gue-
rra por un millón de pesos para sostener el ejército de ocupa-
ción. Este impuesto debia ser pagado por los vecinos; pero el
presidente provisorio se ofreció a pagarlo por cuenta del Es-
tado, pidiendo solo que se le acordaran plazos para procurar-
se el dinero mediante un empréstito interior.
Para comunicar su instalación a las provincias, el gobierno
provisorio dirijió el 18 de marzo, una circular a los prefectos
de que queremos transcribir los fragmentos siguientes para
dar a conocer sus propósitos:
«El gobierno provisorio sabe que entra en el camino que
conduce al sacrificio, i no vacila en seguirlo, porque considera
que en cambio de personal peligro i sufrimiento para los miem-
bros que lo componen, puede haber salvación para el Perú.
«La guerra, después de los desastres imprevistos e inmere-
cidos de Chorrillos i Miraflores, sin elementos de ninguna cla-
se, es un delirio culpable, que sacrificaría las fuerzas que aun
quedan a la República, sin resultado positivo para la honra
de sus banderas, ni para el resguardo de sus bien entendidos
intereses.
«La paz, por dolorosa que sea, se impone hoí sin embargo
como imperiosa exijencia de la triste posición a que han re-
CAMPAÑA A LIMA 511
ducido al Perú, mas que la victoria de sus enemigos, los cul-
pables errores de sus gobernantes. Preciso es aceptarla con
la firmeza necesaria, para buscar, a la sombra de ella, el res-
tablecimiento de nuestra antigua prosperidad, levantando al
Perú de su actual postración. Ejemplo reciente nos ha dado
un gran pueblo de Europa, que hoi ve, después de diez años
de paciente i noble labor, su nombre estimado i respetado
hasta por sus adversarios.
«Para obra tan gloriosa, lo único que se necesita es que la
familia peruana olvide el pasado i piense solo en el porvenir,
aprovechando sesudamente de la ruda prueba a que la Pro-
videncia quiso someter a la República.
«La misión del nuevo gobierno es, pues, de paz, de orden i
de confraternidad.
«En tan patriótica tarea, apela al concurso de todos los
hombres bien intencionados; no pregunta a ninguno cuál ha
sido su bandera, i solo exije abnegación para asegurar el por-
venir del Perú, que aun puede ser halagüeño si sus hijos así
lo quieren.»
El gobierno provisorio fué reconocido en algunos departa-
mentos; pero halló en otros lamas obstinada resistencia. Los
partidarios de Piérola, i los prefectos que éste habia colocado
en las provincias, no podian aceptar que él fuera privado del
mando supremo del Perú. El jefe político i militar del sur,
don Pedro Alejandrino del Solar, fué el mas ardoroso de to-
dos los enemigos que se levantaron contra la creación de un
nuevo gobierno.
Sabemos que este funcionario tenia bajo sus órdenes en
Arequipa un cuerpo de tropas de cinco a seis mil hombres.
Durante la campaña sobre Lima, él se habia lisonjeado con
la idea de dirijir una campaña contra Tacna, que creía mal
defendida por los chilenos. Tuvo sin embargo que conven-
cerse de que su ejército no estaba preparado para tal empre-
sa i de que sus soldados no se hallaban dispuestos a acome-
terla. Las esperanzas de él i de los suyos, quedaron desde en-
tonces cifradas en los grandes triunfos que iba a alcanzar
Piérola en los alrededores de Lima. La prensa de Arequipa
512 GUERRA DEL PACIFICO
hablaba de esas victorias con la mas absoluta seguridad 2.
Desde principios de enero comenzó a publicar las noticias
mas antojadizas sobre las primeras operaciones de la campa-
ña. Contaba que en un combate parcial los chilenos hablan
sufrido una derrota espantosa, i que los buques de su escua-
dra estaban ocupados en trasportar a Valparaíso los cente-
nares de heridos. Era el mismo sistema de falsas noticias in-
ventado en Lima para «retemplar el patriotismo».
Al fin se supo que el ejército peruano habia sufrido las de-
rrotas decisivas de Chorrillos i de Miraflores. El jefe político
i militar de los departamentos del sur, hizo desmentir solem-
nemente esas noticias. Un diario de Arequipa declaraba el
22 de enero, que la 'derrota de las armas peruanas era una
farsa inverosímil inventada por los chilenos. Cuando ya no
fué posible negar la evidencia de los hechos, el mismo diario
hizo una descripción fantástica de esas batallas. Contábase
que los jefes de las estaciones navales estranjeras habían in-
tervenido en la pelea para poner a raya a los chilenos, i que
habían apresado a las naves de éstos para impedir que siguie-
ran destruyendo brutalmente los puertos del Perú. El pueblo
de Arequipa creía todas estas patrañas, i contaba como cosa
segura con la protección armada de la Francia i de la Ingla-
terra.
Sin embargo, la actitud de Arequipa fué simplemente es-
pectante. El jefe político i militar publicó las mas arrogantes
proclamas anunciando de nuevo que iba a abrir «la tumba
de los chilenos»; pero no movió un solo soldado, ni intentó
empresa alguna contra los enemigos que ocupaban a Tacna,
Sus tropas se mostraban tan poco dispuestas a entrar en cam-
paña, que la deserción de oficíales i soldados aumentó consi-
derablemente. Las autoridades de la provincia, enteramente
adictas a Piérola, parecían dispuestas a seguir a éste sea que
determinase continuar la guerra o que resolviese hacer la paz.
2. El 5 de enero de 1881 hubo en Arequipa una fiesta militar con salvas
de artillería para celebrar el aniversario del natalicio de Piérola, el cual, se-
gún la prensa de la localidad, estaba destinado a dar grandes dias de gloria
al Perú.
CAMPAÑA A LIMA 513
Lo que les importaba principalmente era el que Piérola se
conservase en el poder. Por lo demás, en Arequipa se tenia
la confianza completa en que el gobierno de Chile no habria
de querer perder tiempo i dinero en una espedicion absoluta-
mente estéril a esas provincias. En Chile, en efecto, se creia
fundadamente que tan pronto como se pusiera en marcha
sobre Arequipa una división de su ejército, las tropas perua-
nas que allí habia, se replegarían a la sierra evitando un com-
bate que no podian sostener. Como medida de hostilidad,
bastaba que algunas naves chilenas mantuviesen el bloqueo
délos puertos de esa re j ion.
Cuando se tuvo noticia en Arequipa de la formación del
gobierno provisorio de Lima, los parciales de Piérola no pu-
dieron dominar su cólera. El 13 de marzo, las tropas acuarte-
ladas en esa ciudad asistían a una revista. El jefe político i
militar les pronunció una ardorosa proclama contra «los am-
biciosos i corrompidos que pretendían arrogarse la dirección
del país». «Tenemos, decía, a la cabeza del gobierno al ilustre
ciudadano don Nicolás de Piérola, cuya firme i decidida vo-
luntad conocéis bien: él ha hecho i continuará haciendo los
milagros que opera el patriotismo: él nos llevará a la victo-
ria». Como plan de campaña contra los chilenos, proponía el
replegarse al otro lado de los Andes, donde los peruanos se-
rian invencibles. El mismo día los jefes militares firmaron
un acta en que declaraban que desconocían al gobierno de
Lima, i que solo aceptaban «como único gobierno legal al del
señor doctor don Nicolás de Piérola». El acta fué firmada
por veintisiete coroneles o tenientes coroneles, a cuyas órde-
nes estaban sometidos los seis mil hombres que formaban el
ejército del sur.
Estas declaraciones eran la obra esclusiva del jefe político
i militar de los departamentos del sur i de las tropas que es-
taban a sus órdenes. Cuando se quiso levantar una acta del
vecindario de Arequipa en apoyo de esa resolución, solo se
pudieron recojer las firmas de algunos individuos mas o me-
nos insignificantes i destituidos de toda representación. Los
habitantes notables de la ciudad no querían la prolongación
TOMO XVI. — 33
514 GUERRA DBl PACÍFICO
insensata de la resistencia a Chile, que no hacia mas que
ahondar la ruina del Perú, ni mucho menos estimular la gue-
rra civil que haría imposible la reparación de tantos males.
Sin embargo, avasallados por la fuerza militar, ellos eran
impotentes para hacer sentir la influencia de sus opiniones.
Asi, pues, el prefecto Solar, pudo espedir pocos dias después
un decreto cuya parte dispositiva dice lo que sigue:
«Artículo primero. Declárase traidores a la patria a los
• que componen el gobierno provisorio formado en la capital
de la república, i a los peruanos que le obedezcan o le pres-
ten apoyo directo o indirecto.
<'Art. 2P Las autoridades de la república capturarán a los
individuos a quienes comprenda el artículo anterior, i cual-
quiera que sea su clase, jerarquía o condición, los someterán
a un consejo de guerra verbal, i se les condenará a muerte
conforme al artículo %P del estatuto» 3.
De esta manera, después de los grandes desastres de la
patria, cuando todas las voluntades deberían aunarse para
salvarla de la ruina a que la arrastraron sus malos gobiernos,
el Perú presenta el estado mas anómalo que es posible ima-
jinar. El orden i la tranquilidad no existen mas que en las
provincias que dominan las armas de Chile, i que sin embar-
go están rejidas por la lei marcial. Los efectos de esta lei no
se han hecho sentir mas que para reprimir los robos, los sa-
queos i los incendios de un populacho desenfrenado. A su
sombra la propiedad i la vida de los habitantes de esas pro-
vincias, están regularmente garantidas. El comercio ha co-
menzado a revivir, i la mayoría de los habitantes aceptan
3. Poco tiempo después de la publicación de este decreto, la prensa anun-
ciaba que una partida de caballería del ejército de Arequipa, mandada por
un oficial de oríjen cubano, habia penetrado en el vecino departamento de
Ayacucho, i sorprendido en Lucanas a varios funcionarios nombrados por
el gobierno de Lima i que marchaban a hacerse cargo de sus destinos, i fusi-
lado allí mismo a siete de ellos. Esta noticia ha sido publicada por los dia-
rios, pero no salimos garantes de su autenticidad. Sabemos si que el prefecto
Solar ha apresado en Arequipa a algunas personas importantes de la locali-
dad, i aun a jefes militares porque no se mostraban partidarios ardorosos de
Piérola.
CAMPAÑA A UMA 515
esta situación como algo mucho mejor que el despotismo dic-
tatorial a que estuvieron sometidos durante el año anteíior.
Pero este réjimen provisorio, si bien asegura el presente, no
da garantía alguna para el porvenir. Mui lejos de eso, todo
el mundo comprende que el dia en que las tropas chilenas
evacúen las ciudades de Lima i del Callao, las turbas desen-
frenadas volverán a ejecutar los atroces desórdenes que se
siguieron a las últimas batallas.
Desde su refujio áe Jauja, Piérola imponia pesadas contri-
buciones a las provincias del interior, i mantenía en ellas el
réjimen dictatorial. Aun armó de cualquier modo partidas
de montoneros, con las cuales pretendió estender su domina-
ción hasta los pueblos de la sierra del departamento de Lima.
Canta fué convertido en centro de las operaciones de estos
montoneros. De allí bajaban por los valles vecinos a las mon-
tañas, i ejercían las mas violentas depredaciones sobre di-
versos villorios poblados en su mayor parte por indios. La
aspereza de aquellas serranías facilitaba las correrías de
aquellos montoneros.
El coronel don Pedro Lagos, que mandaba accidentalmen-
te el ejército chileno de Lima, envió en los primeros días de
abril algunas fuerzas de caballería contra esos montoneros.
Guarecidos éstos en las cumbres de los cerros, se defendieron
arrojando de las alturas grandes cantidades de piedras sobre
los soldados chilenos, i luego tomaban la fuga para ir a asi-
larse en otras alturas, de que a su vez eran desalojados. Las
tropas de caballería lograron al fin dispersarlos.
Pero esas montoneras podían reorganizarse mientras Pié-
rola permaneciese al otro lado de la sierra, ocupando los pue-
blos de Huánuco, Jauja, Tarma i Cerro de Pasco. El coronel
Lagos organizó una división de dos mil hombres que puso
bajólas órdenes del comandante don Ambrosio Letelier, i la
hizo partir para aquellos lugares. Esa pequeña división, sin
casi tener que vencer otras dificultades que la de las mar-
chas, fué tomando posesión de los diversos pueblos, estable-
ciéndose al fin en el de Cerro de Pasco, el mas importante de
ellos, i enviando guarniciones a los otros. Piérola i los pocos
516 GUERRA DEL PACIFICO
hombres que lo seguían, tomaron apresuradamente la fuga
al sur sin atreverse a oponer la mas lijera resistencia. Un co-
ronel Aduvire, titulado prefecto de Junin, huyó con algunos
soldados en dirección opuesta, dejando abandonada la ciu-
dad de Huánuco, capital del departamento, que ocuparon
los chilenos sin disparar un tiro.
A principios de mayo, todo ese vasto territorio estaba ocu-
pado por los vencedores. Algunas cortas partidas de éstos
habían perseguido a lo lejos a los últimos restos de las pocas
fuerzas que había podido reunir Piérola en el departamento
de Junin. Parece que en algunas de esas localidades no se te-
nia la menor noticia de las ocurrencias de Lima, de los acci-
dentes de la guerra i de las grandes derrotas de los ejércitos
peruanos, a tal punto que para sus sencillos habitantes, de
raza indíjena en su mayor parte, Piérola era el jefe recono-
cido de toda la nación, i Lima estaba sometida a su autori-
dad dictatorial.
En los valles de Pisco i de Cañete, i en otros puntos de don-
de habían huido las antiguas autoridades peruanas, los exce-
sos del desorden i del desgobierno, han rayado en lo increíble.
La prensa ha referido los crímenes perpetrados en aquellos
lugares, los robos, los incendios, las matanzas de infelices
asiáticos, con detalles i con colores que casi nos resistimos a
creer. Los jefes chilenos que mandan en Lima, se han visto
obligados a enviar fuerzas a esos lugares para restablecer la
tranquilidad i dar garantías de orden a los pobladores pací-
ficos i honrados que sufrían las consecuencias del desborda-
miento de las malas pasiones de un populacho desenfrenado,
Pero este desquiciamiento social acabará de arruinar al Perú,
si el patriotismo no se sobrepone a la anarquía que marcha
a destruirlo todo.
La situación de Bolívía no es mucho mas lisonjera. Cons-
tantes amagos de revuelta han hecho vivir al gobierno en
una no interrumpida inquietud. La escasez de recursos no le
ha permitido ausilíar al Perú en la crisis en que por causa de
la alianza de 1873 se ha visto sumido. Allí como en Arequipa,
de donde recibía las noticias de la guerra, la prensa boliviana
CAMPABA A LIMA 517
comenzó por negar la efectividad de los triunfos de los chile-
nos en los alrededores de Lima. I cuando ya no fué posible
resistir a la evidencia de los hechos, la prensa provocó a los
chilenos a que trasmontaran las montañas para batirse con
ellos. Este fué el tema de una proclama del presidente Cam-
pero en que amenazaba a los chilenos no con el poder de los
soldados de Bolivia, sino con las asperezas de la cordillera i
con la insalubridad de su clima. La espedicion de una divi-
sión chilena a aquellas localidades no ofrecía sin embargo
serias dificultades. Se sabia que su sola presencia bastaria
para poner en fuga a todo el gobierno de Bolivia i a los pocoss
soldados con que cuenta. Pero el de Chile no ha querido aco-
meter una empresa que debia costarle algún dinero i de la
cual no habia de reportar ventajas efectivas, ni siquiera glo-
ria militar, desde que sus tropas no hallarian con quien ba-
tirse.
Pero en Bolivia no han faltado algunos ciudadanos que se
hayan dado cuenta cabal de la situación del pais. En la pren-
sa i en los consejos de gobierno se han oido voces de cordura
que han representado la insensatez de prolongar por mas
tiempo una situación imposible en nombre de una guerra que
no se puede hacer, i que arruina inútilmente el pais. El go-
bierno, por su parte, ya que no le ha sido posible hacer nada
para ausiliar al Perú en la última campaña, ha creido cum-
plir sus deberes de aliado sometiéndose a las indicaciones del
gobierno peruano para mantener las apariencias de una alian-
za que se concluyó de hecho en la derrota de Tacna. En esta
virtud, i aprovechándose de las facultades estraordinarias
de que está revestido, ha desterrado fuera del pais a los indi-
viduos que en nombre de los mas altos intereses de la patria,
demostraban la necesidad de procurar la paz. El vice-presi-
dente de la república ha sido uno de los desterrados.
Chile, entre tanto, está en pacífica posesión no solo de los
territorios de que debe quedar dueño definitivo, sino de las
provincias mas ricas i pobladas del Perú. Al paso que sus tro-
pas mantienen allí la tranquilidad i la paz, percibe las con-
tribuciones bajo la administración de empleados chilenos i
518 <JUERRA DEL PACÍFICO
beneficia como propietario los recursos naturales del pais,
que formaban la riqueza de su gobierno. Las victorias le han
permitido aniquilar el poder militar del Perú, i quedar en
posesión de todas las provincias que ocupa sin temor de verse
inquietado. Aun ha podido reducir su ejército i su escuadra,
porque ya no les son necesarias todas las fuerzas que tenia
en el Perú. Dos meses después de las victorias de Chorrillos i
Miraflores, volvia a Chile el jeneral Baquedano con mas de
seis mil hombres de su ejército; i después de recibir las ova-
ciones a que los hacian acreedores sus triunfos, dejaban éstos
las armas para entrar de nuevo a las tranquilas ocupaciones
de la paz.
¿Cuál será el desenlace definitivo de esta situación? No es
difícil predecirlo. El ejército chileno ocupará a Lima mien-
tras haya esperanza de dejar un gobierno sólido i capaz de
firmar una paz definitiva i de afianzar la estabilidad del Perú.
El dia que el gobierno de Chile adquiera la convicción de que
la anarquía es incurable en aquel desgraciado pais, i de que
el patriotismo gastado por sesenta años de corrupción i de
desgobierno, ha desaparecido del todo, reconcentrará una
parte de sus tropas en los territorios que debe conservar como
indemnización de guerra, bien seguro de que nadie habrá de
disputarle su posesión, i dejará al Perú entregado a su desti-
no. Ese destino es, por desgracia, demasiado sombrío. Pero,
el patriotismo, manifestado no por las estériles declamaciones
de la prensa, sino por la honradez i el trabajo, pueden toda-
vía salvar al Perú de la ruina que le prepararon sus malos
gobiernos.
N^'^g*^
iív'dice:
Historia de la guerra del Pacífico (1879-1S81)
Advertencia de la edición de 1880 5
Preliminar > 9
PRIMERA PARTE
Las Cdusas de la gutria
CAPITULO PRIMERO
PAJS.
La República de Chile. — ^Pobreza i atraso de estepais bajo el
réjimen colonial. — Se adelanta a todos los otros estados
hispano-americanos en el afianzamiento de la tranquilidad
interior i de su organización administrativa. — Esplicacion
que han dado de este hecho algunos publicistas europeos.
— Progresos alcanzados por esta República 11
520 GUtRBv DEL PáCÍFICO
CAPITULO II
PÁJS.
Progresos industriales de Chile. — Los mineros e industriales
de Chile comienzan a poblar el desierto de Atacama. — El
gobierno de Bolivia reclama como suyo ese territorio. — Dis-
cusiones diplomáticas i amenazas de guerra en 1863. — Tra-
tado en 1866. — Bolivia no cumple este tratado. — Rápido
desarrollo de la industria chilena en el desierto. — La revo-
lución ocurrida en Bolivia en 1871 produce nuevos emba-
razos para el cumplimiento del tratado. — Se firma en La
Paz el pacto complementario de 1872. — Nuevas concesio-
nes que por él hacia Chile a Bolivia 19
CAPITULO III
El Perú estimula las intransijencias de Bolivia. — Deplorable
situación financiera del Perú en 1872. — Para salir de esa
situación, el gobierno pretende apoderarse de un modo u
otro de las salitreras de Tarapacá. — Para impedir la inter-
vención de Chile en favor de sus nacionales, el Perú trata
de suscitar complicaciones esteriores a esta República. — El
Perú i Bolivia celebran un tratado secreto de alianza en
febrero de 1873. — Esfuerzos de ambos Estados para ocultar
este pacto a Chile. — El gobierno del Perú estanca la espor- -
tacion del salitre. — Limita en seguida la producción de sa-
litre.— Convencido del mal éxito de estas medidas, resuel-
ve comprar los establecimientos salitreros. — Los compra,
pero no los paga. — Perjuicios que estas medidas causan a
los capitalistas chilenos 27
CAPITULO IV
Cambio producido en la actitud de Bolivia respecto de Chile
después de estipulado el tratado secreto. — El congreso bo-
liviano aplaza la discusión del tratado celebrado con Chile
en 1872. — El gobierno de Chile entabla nuevas negociacio-
nes i celebra el tratado definitivo de 1874. — Concesiones
que Chile hacia por este pacto 37
ÍNDICE 521
CAPITULO V
PÁJS,
Revolución ocurrida en Bolivia en 1876. — Elevación del je-
neral Daza a la presidencia de la República. — Condición de
los trabajadores chilenos en el desierto de Atacama. — ^Vio-
lencias de que eran víctimas de parte de las autoridades.
— La administración de justicia boliviana. — Creación de
nuevos impuestos en violación de los tratados existentes— 43
CAPITULO VI
Juzgando a Chile envuelto en las mas serias complicaciones,
el congreso de Bolivia grava con otros impuestos las indus-
trias chilenas del litoral. — El gobierno boliviano suspende
los efectos de esta lei. — Poco mas tarde la manda poner en
vigor. — Reclamaciones diplomáticas de parte de Chile. —
Propone a Bolivia someter la cuestión a arbitraje. — ^El go-
bierno boliviano responde a estas proposiciones decretan-
do el despojo de la compañía de salitres de Antofagasta. —
Decreta la venta en remate público de los bienes de esta
compañía. — El desembarco de 500 soldados chilenos impi-
de la ejecución del remate 49
SB&ÜNDA PARTE
Líis ope-aciontís militiie^
CAPITULO PRIMERO
ANTOFAGASTA I CALAMA, FEBRERO I MARZO DE 1879.
Desembarca en Antofagasta una columna de 500 chilenos. —
Las poblaciones vecinas se pronuncian por la causa de Chi-
522 GUERRA DEL PACIFICO
PAJS,
le i espulsan a las autoridades bolivianas. — Todas ellas
piden su incorporación a la república de Chile. — El presi-
dente de Bolivia recibe la noticia del desembarco de los
chilenos, i la oculta para no turbar las fiestas del carnaval.
— Se decretan la espulsion de los chilenos de Bolivia i la
confiscación de sus bienes. — ^El ejército boliviano se dispo-
ne a salir a campaña.— Los chilenos se apoderaron de Cala-
ma después de un combate. — La escuadra chilena ocupa
todo el litoral hasta la frontera del Perú 5;^
CAPITULO II
DECLARACIÓN DE GUERRA AL PERÚ, MARZO I ABRIL DE 1879.
Actitud de la prensa i del gobierno del Perú al saber la ocu-
pación de Antofagasta por los chilenos. — El presidente
Prado. — Envío a Chile de una legación encargada de ofre-
cer la mediación del Perú. — Doblez de esta política. — ^El
plenipotenciario peruano niega la existencia del tratado
secreto de alianza entre el Perú i Bolivia. — Se descubre la
existencia de ese tratado. — Declaración de guerra entre el
Perú i Chile. — El gobierno del Perú espulsa a los chilenos
de su territorio 63
CAPITULO III
LOS EJÉRCITOS DE LOS BELIjERANTES ANTES DE LA GUERRA.
Situación militar del Perú antes de la guerra. — El ejército i
la marina de Chile. — Inferioridad numérica de las fuerzas
de este país. — ^En qué consistía su verdadera superioridad. 71
CAPITULO IV
IQUIQUE, MAYO DE 1879.
La escuadra chilena establece el bloqueo de Iquique. — Sale
al mar la primera división de la escuadra peruana. — Es
rechazada por la cañonera chilena Magallanes. — Hostili-
dades ejercidas en la costa del Perú por las naves chilenas.
— ^El almirante de Chile se dirije al Callao a provocar a
combate a la escuadra del Perú. — El mismo día ésta había
ÍNDICE 523
PÁJS.
salido para los puertos del sur conduciendo al presidente
de la república. — Memorable combate de Iquique el 21 de
mayo. — Pérdida de la fragata encorazada Independencia
de los peruanos. — ^Aplausos que arrancó la conducta de los
chilenos. — El monitor peruano Huáscar trata en vano de
bombardear a Antofagasta, i se vuelve al Callao evitando
el combate con una fragata chilena 75
CAPITULO V
TRABAJOS DE REORGANIZACIÓN MILITAR DE LAS TRES REPÚBLICAS
BELIJERANTES, DE MAYO A JULIO DE 1879.
Aprestos militares del gobierno de Bolivia. — ^Espide paten-
tes de corso sin ningún resultado. — Imposición de emprés-
titos forzosos i confiscación de las propiedades de los chi-
lenos.— Desgobierno con que se manejan estos fondos. —
Reunión del ejército boliviano en La Paz. — Su marcha a
la provincia peruana de Tacna. — El ejército peruano de
Tarapacá. — ^El presidente Prado se prepara para salir a
campaña. — ^Trabajos del congreso peruano. — El gobierno
del Perú recibe los primeros refuerzos de armamento me-
diante la complicidad del gobierno neutral de Panamá. —
El presidente Prado llega a Arica con un convoi conside-
rable, i recorre toda la provincia de Tarapacá lanzando las
mas ardorosas proclamas contra Chile. — ^Enerjía tranquila
con que el gobierno chileno emprendió la creación i la or-
ganización de su ejército. — Cuidado con que atiende todos
los ramos del servicio militar. — Medidas financieras que le
han permitido hacer frente a todas sus obligaciones i a los
gastos de la guerra %y
CAPITULO VI
EL HUÁSCAR, DE JULIO A OCTUBRE DE 1879.
Escursion de la corbeta Pilcomayo hasta Tocopilla. — Nueva
campaña del Huáscar. — Sorpresa nocturna en la bahía de
Iquique. — Tercera campaña del Huáscar. — Daños causa-
dos en la costa setentrional de Chile. — Captura del tras-
524 GUERRA DEL PACÍFICO
PAJS.
porte chileno Rimac. — Infructuosa espedicion de la cor-
beta peruana Union hasta Magallanes. — Suspéndese el
bloqueo de Iquique. — Bombardeo ineficaz de Antofagas-
ta. — Reorganización de la escuadra chilena. — Proyectado
ataque de Arica. — Captura del Huáscar. — Importancia de
este hecho loi
CAPITULO VII
PISAGUA, NOVIEMBRE DE 1879.
Estado de la opinión en Chile después de la captura del Hííds-
car. — Actividad desplegada por el gobierno para preparar
la marcha del ejército. — Embárcase éste en el puerto de
Antofagasta. — Confianza de los aliados perú-bolivianos en
el poder de sus fuerzas. — Ventajas de su situación para
quedar a la defensiva. — Plan de ataque a Pisagua. — To-
pografía de esta plaza. — Desembarco de las fuerzas chile-
nas en medio de un reñido combate. — Victoria completa
de los chilenos. — Consecuencias inmediatas de este triun-
fo.— Esploracion al interior: combate de Jermania. — Colo-
cación dada al ejército chileno. — Operaciones de la escua-
dra.— Captura de la corbeta peruana Pilcomayo 117
CAPITULO VIII
BATALLAS DE DOLORES I DE TARAPACÁ, NOVIEMBRE DE 1879.
Confianza de los aliados en su próximo triunfo. — Plan de
campaña adoptado contra los chilenos. — Ocupan éstos las
serranías de la Encañada. — Dificultades de esta situación.
— Batalla de Dolores. — Victoria de los chilenos: sus con-
secuencias inmediatas. — Los peruanos abandonan la ciu-
dad de Iquique que ocupan los chilenos. — Los restos del
ejército peruano se retiran a la ciudad de Tarapacá. —
Marcha a atacarlos una corta división chilena. — Sangrien-
to combate de Tarapacá. — Resultados inmediatos de este
combate. — Las fuerzas peruanas emprenden la retirada. —
Los chilenos ocupan a Tarapacá. — Penosa marcha de los
peruanos pana llegar a Arica. — Toda la provincia de Tara-
pacá queda sometida a las autoridades de la República de
Chile 131
índice 525
CAPITULO IX
caída de los presidentes del perú i de bolivia,
diciembre de 1879.
PÁJS.
El presidente del Perú cede al de Bolivia el mando del ejér-
cito aliado para que marche a atacar a los chilenos. — Sale
a campaña el jeneral Daza. — Retirada de Camarones. — Al
saber las victorias de los chilenos, el presidente Prado aban-
dona a Arica i se marcha a Lima. — La escuadra chilena
establece el bloqueo de Arica i recorre toda la costa del
Perú. — Descontento en Lima. — Don Nicolás de Piérola se
niega a aceptar un ministerio. — Ajitacion política en Li-
ma.— Fuga del presidente Prado. — Sus causas. — Revolu-
ción en Lima i en el Callao. — Piérola asume la dictadura.
— ^Trabajos del contra-almirante Montero en Arica. — Des-
contento de peruanos i bolivianos contra el jeneral Daza. —
Propone éste un nuevo plan de campaña que le permitiera
volver a Bolivia. — Deposición de Daza por sus tropas i por
el pueblo de La Paz . . . . ; 153
CAPITULO X
MOQUEGUA I LOS ANJELES, DE ENERO A MARZO DE 1880.
Espedicion a Moquegua de una columna chilena. — ^Aprestos
de Chile para una nueva campaña. — Situación del ejército
aliado en Tacna i Arica. — Disensiones entre peruanos i bo-
livianos.— Provocaciones i amenazas dirijidas a Chile. ^
Plan de campaña adoptado por los chilenos. — Desembarca
su ejército en Pacocha. — Impresión producida en Lima
por este suceso. — Espedicion de una división chilena a Mo-
liendo.— Los peruanos abandonan a Moquegua i se for-
tifican en la cuesta de los Anjeles. — Descripción de estas
posiciones. — Son asaltadas i tomadas por los chilenos el
22 de marzo. — Importancia de esta ocupación para la mar-
cha de la campaña. — Operaciones marítimas. — Combates
sin resultado en la bahía de Arica. — Bloqueo del Callao .... 179
526 GUERRA DEL PACÍFICO
CAPITULO XI
CAMPAÑA SOBRE TACNA, ABRIL I MAYO DE 1880.
PÁJS.
Reorganización industrial i administrativa de la provincia de
Tarapacá. — Liberales concesiones hechas por el gobierno
de Chile a los acreedores hipotecarios del Perú. — ^Disposi-
ciones relativas a la esplotacion del salitre. — Inútiles pro-
testas del gobierno del Perú. — Medidas financieras de éste
para procurarse fondos. — Sus trabajos para organizar nue-
vos ejércitos. — El ejército chileno se prepara a marchar
sobre Tacna. — Grandes dificultades que les oponen la na-
turaleza i la topografía de aquellos lugares. — Reconoci-
mientos practicados por la caballería chilena. — Combate
de Buenavista. — Marcha del ejército chileno. — ^Trabajos
que impuso la conducción de la artillería. — Reunión de
todo el ejército en las márjenes del rio Sama. — Muerte re-
pentina del ministro de guerra don Rafael Sotomayor. . . . 201
CAPITULO XII
TACNA, MAYO DE 1880.
Situación de los aliados en Tacna i Arica. — Disidencias en-
tre los jefes peruanos i bolivianos. — Llega el jeneral Cam-
pero a ponerse al mando del ejército aliado. — Sus afanes
para reorganizar el ejército i para prepararlo para la cam-
paña.— Recibe un nuevo continjente boliviano. — ^Descrip-
ción de las posiciones ele j idas por el jeneral Campero. —
Reconocimiento practicado por el estado mayor chileno. —
Confianza que tenían en el triunfo algunos de los jefes alia-
dos.— El ejército chileno se acerca al campamento de los
aliados. — Sorpresa nocturna preparada por el jeneral Cam-
pero: se frustra. — Plan de ataque de los chilenos.— Batalla
de Tacna (26 de mayo). — Resultados inmediatos de la ba-
talla.— Los chilenos ocupan la ciudad de Tacna. — Llega a
Lima la noticia de la derrota del ejército aliado 217
ÍNDICE 527
CAPITULO XIII
ARICA, JUNIO DE 1880.
PÁJS.
La plaza de Arica i sus fortificaciones. — Las minas de dina-
mita.— ^El monitor Manco Capac. — La guarnición de la pla-
za.— Instrucciones dadas al jefe de ésta. — Ignorancia en
que quedó este jefe de los sucesos de Tacna. — Concibe la
esperanza de defenderse en Arica mientras le llegaban so-
corros.— Los chilenos restablecen el ferrocarril para mar-
char sobre Arica. — Frustrada esplosion de una mina de los
peruanos. — ^Acampa en frente de Arica una división del
ejército chileno. — El jeneral chileno pone sitio a la plaza
i le intima rendición. — La ataca sin resultado con la arti-
llería de mar i de tierra. — Resuelve asaltar con su infante-
ría las fortificaciones peruanas. — Los chilenos proponen
nuevamente una capitulación al enemigo: éste la rechaza.
— ^Asalto de Arica (7 de junio). — El ejército chileno queda
dueño de la plaza después de un combate encarnizado. —
Los marinos peruanos echan a pique el monitor Manco Ca-
pac, i en seguida se rinden. — Consecuencias de este com-
bate 241
TERCEEA PARTE
La campaña a Lima
CAPITULO PRIMERO
LAS REPÚBLICAS BELIJERANTES DESPUÉS DE TACNA I ARICA,
JUNIO DE 1880.
Confianza del Perú en el triunfo de sus armas. — Decreto del
dictador Piérola contra sus enemigos. — La prensa de la
dictadura acusa a Montero de ser el culpable de las últimas
528 GUEREA DEL PACÍFICO
PAJS.
derrotas. — Se desiste de esta acusación. — ^Exajeraciones i
errores con que la prensa de Lima contaba las batallas de
Tacna i de Arica. — Algunas rectificaciones. — Seriedad de
los documentos chilenos concernientes a la guerra. — La
prensa estranjera subvencionada por el Perú. — Belicosa
proclama de Piérola. — Llega a Bolivia la noticia de la de-
rrota de su ejército. — Actitud del pueblo boliviano en los
primeros dias que siguieron al desastre: Campero es confir-
mado en la presidencia déla república. — Las falsas noticias
que llegan del Perú alientan de nuevo a los bolivianos i los
estimulan a proclamar la continuación de la guerra. — ^La
actitud de Bolivia en el curso de la nueva campaña. — ^Es-
tablecimiento de la dominación chilena en Tacna i en Ari-
ca.— Estado de la opinión en Chile después de las últimas
victorias. — La prensa pide la campaña sobre Lima 259
CAPITULO II
EL PROYECTO DE CONFEDERACIÓN PERÚ-BOLIVIANA, JUNIO DE 1880
El Perú solicita en vano la alianza de la República Arj entina.
— Instrucciones dadas al ministro plenipotenciario del Pe-
rú.— Mal éxito de estas negociaciones. — La legación pe-
ruana en Buenos Aires contrae sus trabajos a exitar la
prensa periódica contra Chile. — Buscando amigos contra
Chile, el Perú celebra un tratado con España. — Ineficacia
de ese tratado para los planes del Perú. — El dictador pe-
ruano propone entonces el proyecto de Confederación Perú-
Boliviana. — Antecedentes históricos de esta Confederación.
— Aun después de celebrado el pacto de alianza secreta,
Bolivia i el Perú estuvieron a punto de declararse la gue-
rra en 1878. — ^El jeneral Daza hace proposiciones a Chile
en 1879 ps-ra abandonar la alianza. — Odios recíprocos de
peruanos i bolivianos durante la guerra. — ^Bases de la pro-
yectada confederación. — El consejo de Estado de la dicta-
dura peruana aprueba el proyecto; pero la opinión pública
lo recibe mal. — En Bolivia es mal recibido. — Fracaso na-
tural del proyecto 277
ÍNDICE 529
CAPITULO III
BLOQUEO DEL CALLAO: COMBATES DELANTE DE ESTA PLAZA,
DE ABRIL A SETIEMBRE DE 1880.
PÁJS.
Las fortificaciones del Callao. — La escuadra chilena establece
el bloqueo del puerto. — ^Primer combate contra las forta-
lezas de tierra (22 de abril). — Segundo combate (10 de ma-
yo).— ^Bloqueo de los puertos vecinos. — Combate de lan-
chas cañoneras (25 de mayo). — Conducta tranquila del
almirante chileno en estos combates. — Suspende los ata-
ques a la plaza. — Un torpedo peruano echa a pique al cru-
cero Loa. — Llegan al Callao los heridos peruanos de Arica.
— ^Tercer combate contra las fortalezas (fines de agosto i
principios de setiembre). — Naufrajio de la cañonera Cova-
donga causado por un torpedo peruano (13 de setiembre). —
Los peruanos intentan un desembarco nocturno en la isla
de San Lorenzo i son rechazados (16 de setiembre). — Nue-
vo combate de las lanchas cañoneras (17 de setiembre). —
Bombardeo de los puertos vecinos al Callao (22 de setiem-
bre).— El gobierno i la prensa de Lima cantan victorias
después de cada uno de estos combates, i anuncian el ani-
quilamiento i la ruina de Chile 299
CAPITULO IV
OPERACIONES I APRESTOS MILITARES EN TIERRA, DE JULIO A
SETIEMBRE DE 1880.
Una pequeña división chilena espediciona a Tarata, i aniquila
i dispersa a las montoneras peruanas. — ^El dictador del Pe-
rú llama a las armas a toda la población de Lima i crea el
ejército de reserva. — ^Entusiasmo con que esta idea es reci-
bida por la prensa. — El gobierno peruano anuncia por to-
das partes su próxima victoria sobre los chilenos. — ^El arzo-
bispo de Lima ofrece al gobierno las joyas de los templos.
— Importancia real de este ofrecimiento. — Organización
curiosa dada al ejército de reserva. — ^Amenazas constantes
contra Chile, recargadas después de la primera revista de
la reserva. — Organización del ejército de Arequipa. —
TOMO XVI. — 34
530 GUERRA DEL PACIFICO
PÁJS.
Aprestos de Chile para la campaña sobre Lima. — Falsas
noticias que se hacian circular en Lima sobre estos aprestos. 317
CAPITULO V
LA ESPEDICION LYNCH, SETIEMBRE I OCTUBRE DE 1880.
Alístase una división chilena para espedicionar a las provin-
cias del norte del Perú. — Confíase su mando al capitán de
navio don Patricio Lynch. — Desembarca en el puerto de
Chimbóte, penetra en el interior del territorio enemigo e
impone una contribución de guerra a una rica propiedad
de esa rejion. — Absurdo decreto de Piérola amenazando
con fuertes penas a las personas que pagasen esa contribu-
ción.— Lynch hace destruir el establecimiento que se ne-
gaba al pago. — Marcha a Supe i se apodera de una canti-
dad de pertrechos del enemigo. — Los capitalistas peruanos
hacen intervenir en su favor la diplomacia estranjera de-
mostrando que sus propiedades pertenecían a neutrales. —
Lynch descubre el engaño en que se había hecho caer a los
ministros diplomáticos es tranjeros.— Captura siete millo-
nes de pesos en papel moneda del gobierno del Perú. —Des-
embarco en Paita i destrucción de las propiedades del es-
tado.— Plan de operaciones propuesto por la prensa de
Lima para destruir a la división del comandante Lynch. —
Difícil desembarco en el puerto deEten. — ^Proclamas i ame-
nazas del prefecto de Lambayeque. — A pesar de ellas, los
chilenos recorren todo el departamento sin encontrar re-
sistencia en ninguna parte. — Penetran en el departamento
de La Libertad, cuyos pobladores pagan puntualmente la
contribución de guerra.— Desorganización i fuga de las
fuerzas reunidas para resistir a los chilenos. — Los espedi-
cionarios vuelven al sur después de una campaña de dos
meses. — Resultados de esta espedicion. — Nueva espedicion
a Moquegua. — Esta ciudad paga la contribución de gue-
rra.—¿Sobre quién pesa la responsabihdad de estas exac-
ciones?— Violaciones del derecho de jentes cometidas por
los peruanos 337
ÍNDICE 631
CAPITULO VI
LAS NEGOCIACIONES DE ARICA, OCTUBRE DE 1880
PÁJS.
En los primeros dias de la guerra, la Gran Bretaña ofrece su
mediación a los belij erantes: Chile la acepta, i el Perú la re-
chaza.— Después de las repetidas victorias de Chile, la ofre-
ce el gobierno de Estados Unidos. — El ministro norte-ame-
ricano cerca del gobierno del Perú, hace un viaje misterioso
a Chile. — La mediación es ofrecida a Bolivia. — El gobier-
no de Chile acepta extra-oficialmente la mediación i pro-
pone las bases indeclinables bajo las cuales podia tratar. —
Plan del dictador del Perú al aceptar la mediación. — El
gobierno de Chile la acepta oficialmente i nombra sus re-
presentantes.— Los plenipotenciarios de los aliados se resis-
ten a llegar a Arica. — ^Abrense al fin las conferencias en
Arica. — ^Los representantes de Chile presentan sus propo-
siciones.— Discusión a que ellas dieron lugar. — Ruptura de
las negociaciones. — ^Actitud de la prensa de Lima durante
las negociaciones. — El gobierno i la prensa del Perú apelan
a la América exijiendo su ayuda contra Chile. — Repetidos
manifiestos de las cancillerías peruana i boliviana para ob-
tener nuevas alianzas 369
CAPITULO VII
MARCHA DE LA ESPEDICION CHILENA SOBRE LIMA, NOVIEM-
BRE I DICIEMBRE DE 1880.
El ejército chileno se aumenta con nuevos cuerpos de tropas.
— Organización dada al ejército de operaciones. — Aumén-
tase la escuadra con nuevos trasportes. — ^Actividad de los
aprestos de la espedicion en Arica. — Partida de la primera
división del ejército chileno. — Su desembarco en Paracas.
— ^A pesar de las amenazas del jefe peruano de Pisco, los
chilenos se apoderan de esta ciudad sin disparar un tiro. —
Ocupación de lea i su valle. — Ocupación de Chincha i de
Tambo de Mora. — En Lima se anuncia el desembarco de
los chilenos en Pisco como una victoria del Perú. — Arro-
gantes amenazas de la prensa peruana. — Zarpa de Arica
632 GUERRA DEL PACÍFICO
PÁJS.
el resto del ejército chileno.— Toca en Pisco i va a desem-
barcar en Curayaco.— Una división chilena avanza hasta
Lurin, i ocupa un campamento apropiado para operar la
reunión de todo el ejército. — El ejército peruano, fortifica-
do en los alrededores de Lima, no opone ningún embarazo
a estos movimientos. — Marcha atrevida i feliz del coman-
dante Lynch al través del territorio enemigo. — Reconcen-
tración de todo el ejército chileno. — Poder i enerjía des-
plegados por Chile en estas circunstancias. — El ejército
peruano de Arequipa 393
CAPITULO VIII
LOS APRESTOS DE RESISTENCIA EN LIMA I EL CALLAO, NO-
VIEMBRE I DICIEMBRE DE 1880.
Infructuosas dilijencias del gobierno peruano para aumentar
su escuadra. — Un inventor norte-americano propone al
Perú la construcción de buques aéreos. — El dictador Pié-
rola mantiene encerrados en el Callao los buques que que-
daban al Perú, permitiendo así a los trasportes chilenos re-
correr el mar sin el menor peligro. — Cañoneo del 3 de no-
viembre.—Nuevo combate de las lanchas cañoneras en el
Callao (6 de diciembre). — Bombardeo de la plaza los dias
9, 10 i II de diciembre: se rompe el cañón del Angdmos. —
El gobierno del Perú se atribuye la victoria en cada uno de
estos combates. — Organización del ejército de Lima. — ^El
ejército de reserva queda reducido a la mitad de su núme-
ro por las licencias acordadas por el gobierno. — ^Plan de-
fensivo de Piérola. — Fabricación de cañones, de minas i
de bombas automáticas. — Construcción de fortalezas en los
contornos de Lima. — Suntuosa inauguración de la cinda-
dela Piérola. — Bendición de la espada de Piérola. — Procla-
ma singular del dictador del Perú. — El nuevo bombardeo
del Callao viene a turbar la fiesta. — Llega a Lima la noticia
del desembarco de los chilenos en Curayaco. — Piérola asu-
me el mando del ejército peruano i dicta numerosas provi-
dencias militares. — Descripción de las líneas de fortifica-
ciones peruanas de Chorrillos i Miraflores. — Confianza que
estas fortificaciones inspiran al gobierno del Perú. — Per-
ÍNDIOB 533
PÁJS.
turbación producida en Lima por el estado de guerra. — La
prensa se desencadena contra los ricos acusándolos de la-
drones.— Da consejos militares para derrotar infaliblemen-
te a los chilenos 415
CAPITULO ÍX
SAN JUAN I CHORRILLOS, 1 3 DE ENERO DE 1881.
Desembarco del parque i bagajes del ejército chileno. — El
jeneral Baquedano hace reconocer las posiciones enemigas.
— Combate de Pachacamac: un rejimiento peruano es cor-
tado i dispersado. — L^na pequeña división chilena reconoce
con toda felicidad las fortificaciones situadas al oriente de
Lima. — ^El jeneral chileno resuelve el ataque de las posi-
ciones enemigas. — Estado de la opinión en el campamento
peruano. — Se celebran como victorias de sus armas todos
los reconocimientos que practicaban los chilenos. — En Li-
ma i en el campamento peruano se anuncia que el ejército
chileno, acobardado i desmoralizado, se retiraba para re-
embarcarse.— Proclama del jeneral Baquedano para anun-
ciar a su ejército el próximo ataque de las posiciones ene-
migas.— Marcha del ejército chileno. — Plan de asalto de
las fortificaciones peruanas denominadas de San Juan. —
Reñida batalla en aquellas posiciones. — ^Victoria completa
de los chilenos. — Ataque de morro Solar i de Chorrillos. —
Derrota i destrucción de las divisiones peruanas que de-
fendian estas posiciones. — Desorden i perturbación que es-
tas derrotas producen en la segunda línea de fortificacio-
nes peruanas. — Consecuencias inmediatas de aquellas ba-
tallas 443
CAPITULO X
BATALLA DE MIRAFLORES: OCUPACIÓN DE LIMA, DEL I4 AL 17
DE ENERO DE 1881.
Situación de Lima el dia de las batallas de San Juan i de Cho-
rrillos.— ^Espectativas de paz en la población. — Los bole-
534 GUERRA DEL PACÍFICO
PÁJS.
tines de la dictadura tratan de engañar a los habitantes de
Lima sobre el resultado de las batallas. — El jeneral Baque-
dano envia a Piérola un parlamentario que no es recibido.
— El estado mayor chileno se dispone para empeñar una
nueva batalla. — Negociaciones amistosas del cuerpo diplo-
mático de Lima. — El jeneral Baquedano concede un ar-
misticio que debia durar todo el dia (15 de enero), para
que el enemigo resolviese sobre sus proposiciones. — Pér-
fido plan de Piérola. — Empeña la batalla violando el armis-
ticio.— Perturbación producida por este ataque en el ejér-
cito chileno. — La división del coronel Lagos, apoyada por
los cañones de la escuadra, resiste firmemente al ejército
peruano. — Acuden otras divisiones chilenas i obtienen la
victoria decisiva de Miraflores. — Confusión i desorden en
Lima. — Fuga de Piérola. — El alcalde municipal de Lima
estipula la entrega incondicional de la ciudad. — El popu-
lacho se entrega al saqueo en la noche del 16 de enero, e
incendia algunos barrios de la capital. — Se repiten los mis-
mos crímenes en el Callao. — El populacho incendia los bu-
ques peruanos. — Una división chilena ocupa a Lima i
restablece la tranquilidad. — Otra división ocupa la ciudad
del Callao. — Vuelven a Lima muchas de las familias que
habian abandonado la ciudad. — Dispersión definitiva i
completa del ejército peruano. — El orden queda afianzado
en Lima i en el Callao. — Resultado jeneral de la campaña
sobre Lima 469
CAPITULO XI
CONCLUSIÓN.
Providencias gubernativas dictadas por Piérola en Canta. —
Continúa su fuga al otro lado de los Andes. — Su entrada
solemne a Jauja. — El pueblo de Concepción lo proclama
jeneral. — Estado social i aislamiento de los pueblos del in-
terior del Perú. — El almirante Montero en los departa-
mentos del norte. — Se ve obligado a fugar de Trujillo. —
Piérola propone iniciar negociaciones de paz con Chile. —
Los representantes de Chile en Lima se niegan a tratar con
él. — Creación de un gobierno provisorio en Lima. — Piérola
se niega a reconocerlo. — Convoca por su parte un congre-
ÍNDICE 535
PAJS.
so. — Instalación del gobierno provisorio. — ^El ejército de
Arequipa desconoce este gobierno. — ^El prefecto de este de-
partamento declara traidores a la patria al gobierno de Li-
ma i a los que reconozcan sus autoridades. — ^Anarquía i
desorden en el Perú. — ^Piérola tiene que abandonar a Jau-
ja huyendo de una división chilena. — ^Bolivia. — ^Actitud de
Chile. — Conclusión 503
^<4»
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