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Full text of "Obras completas de Diego Barros Arana"

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UC  NRLF 

Li: 

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HISTORIA 


DE     L.A 


GUERRA     DEL     PACIFICO 

(1879-1881) 


«ICdADeSdACiOCI 


OBRñS  COMPLETAS 


DE 


DIEGO  BARROS  ARANA 

TOMO  XVI 


HISTORIA 


DE      l_A 


GUERRA     DEL     PACIFICO 

(^8794881) 


w^- 


SANTIAGO  DE  CHILE 
Imprenta,  Litografía  i  Encuademación  «Barcelona» 

Calle  Moneda,  esquina  de  San  Antonio 
I9I4Q. 


ADVERTENCIA  DE  LA  EDICIÓN  DE  1880 


Este  libro  fué  escrito  para  ser  publicado  en  francés;  i  en 
efecto,  en  estos  momentos  se  imprime  en  Paris.  Su  autor  se 
propuso  hacer  una  narración  compendiosa  pero  completa  de 
los  antecedentes  i  desarrollo  de  la  guerra  que  sostiene  Chile 
contra  las  repúbhcas  aliadas  del  Perú  i  de  Bolivia,  narración 
destinada  especialmente  para  los  estranjeros  que  deseen  co- 
nocer estos  sucesos  sin  necesidad  de  recurrir  al  inmenso  déda- 
lo de  documentos  que  es  difícil  procurarse  i  mas  difícil  aun 
consultar. 

Se  sabe  que  en  el  estranjero.  i  principalmente  en  Europa, 
se  han  hecho  en  los  diarios  i  revistas  muchas  publicaciones 
concernientes  a  esta  guerra,  i  que  por  falta  de  conocimiento 
de  los  hechos  i  de  la  jeografía  unas  veces,  i  otras  por  las  exaje- 
r aciones  i  falsas  noticias  que  han  dado  a  luz  los  aj entes  de  las 
repúblicas  aliadas,  esas  pubhcaciones  contienen  errores  de 
toda  naturaleza  i  las  mas  equivocadas  apreciaciones.  Solo  una 
que  otra  vez  se  han  publicado  algunas  pajinas  regularmente 


PRELIMINAR 


Al  separarse  de  la  España  para  constituirse  en  estados  in- 
dependientes, las  repúblicas  americanas  adoptaron  como  prin- 
cipio jeneral  para  la  demarcación  de  sus  límites  territoriales 
una  regla  que,  a  lo  menos  en  apariencia,  estaba  destinada  a 
hacer  desaparecer  todas  las  dificultades.  Los  límites  de  los 
nuevos  estados,  se  dijo,  serán  los  mismos  que  tenían  bajo  el 
réjimen  español  los  virreinatos,  capitanías  jenerales  o  provin- 
cias que  ahora  forman  las  repúblicas  independientes.  Este 
principio  del  derecho  público  americano  es  denominado  el  uti 
possidetis  de  1810,  por  haber  sido  éste  el  último  año  en  que  la 
España  ejerció  sin  trabas  ni  discusiones  su  soberanía  sobre 
estos  vastos  territorios.  ' 

En  teoría,  nada  había,  pues,  mas  fácil  que  reglar  todas  las 
cuestiones  de  límites  en  estos  países.  Cada  estado  reconocía 
por  demarcación  de  su  territorio  la  que  el  soberano  español 
había  dado  a  la  provincia  que  había  pasado  a  formar  la  nueva 
república.  En  la  práctica,  ese  principio  debía  ofrecer,  i  ha 
ofrecido  en  efecto,  las  mas  serias  dificultades. 


10  OUKRRA  DKL  PACifllX) 


IVsdo  liioiíi).  lii  Ainórica  española,  poca  poblada  ahora,  lo 
era  mucho  menos  bajo  el  réjimen  colonial.  ICntre  una  provin- 
cia i  otra  habia  a  veces  grandes  porciones  de  territorio  mal 
esploradas  todavía,  con  frecuencia  abandonadas  a  los  saha- 
jes.  o  despoblados,  estériles  o  nó.  jxm'o  de  los  cuales  el  estado 
nidimentario  de  la  industria  colonial  hacia  creer  que  no  habia 
provecho  alguno  cjue  sacar.  ICsas  porciones  territoriales  po- 
dian  ser  reclamadas  ctuí  títul»)s  mas  o  menos  razonables,  por 
las  dos  provincias  colindantes. 

El  rei  de  España,  por  otra  parte,  no  habia  establecido  siem- 
pre límites  precisos  a  las  diversas  provincias  de  su  imperio 
colonial.  L;v^  disposiciones  que  dictó  a  este  respecto  eran  por 
lo  jeneral  sumamente  latas,  a  \'eces  vagas,  sobiv  todo  cuando 
se  referían  a  rejione^  cuyo  estudio  jeogrático  era  incompleto. 
Mas  aun.  siendo  solx^ano  de  todos  estos  dilatados  países,  el 
reí  encomendaba  indiferentemente  a  éste  o  a  aquel  funcionario 
ciertos  actos  de  jurisdicción  sobre  un  territorio  que  podían 
muí  bien  no  estarle  sometido;  i  esa  comisión  creaba  un  título 
ajxiriMite  de  dominio  que  mas  tarde  ha  podido  ser  invocado 
en  las  discusiones  de  límites  de  los  nuevos  estados. 

Ha  resultado  de  aquí  que  a  pesar  de  lo  absoluto  i  definitivo 
que  parece  el  principio  del  uH  possidetís  de  1810.  cada  una  de 
las  repúblicas  hispano-americanas  ha  tenido  tantas  cuestio- 
nes de  límites  como  son  los  estados  que  tocan  sus  fronteras. 
La  mayor  parte  de  esas  cuestiones  no  han  hallado  todavía  so- 
lución; pero  hai  algunas  que  han  producido  serias  complica- 
ciones i  han  preparado  verdaderos  conflictos. 

La  cuestión  que  en  Europa  se  ha  denominado  «la  guerra  del 
Pacífico*,  tiene  su  primer  oríjen  en  estas  dificultades.  Al  pre- 
tender darla  a  conocer  en  sus  causas  i  en  su  desarrollo,  quere- 
mos comenzar  por  esponei  ciertos  antecedentes  que,  según 
creemos,  servirán  para  su  mejor  i  mas  fácil  comprensión. 


PRIMERA   PARTE 


LA.S  CAUSAS  DE   LA  GUERRA 


CAPITULO  I 

La  república  de  Chile. — Pobreza  i  atraso  de  este  pais  bajo  el  réjimen  colo- 
nial.— Se  adelanta,  a  todos  los  otros  estados  hispano -americanos  en  el 
afianzamiento  de  la  tranquilidad  interior  i  de  su  organización  adminis- 
trativa.— Esplicacion  que  han  dado  de  este  hecho  algunos  publicistas 
europeos. — Progresos  alcanzados  por  esta  república. 

Aunque  nacidos  de  un  oríjen  común,  conquistados  por  una 
misma  raza,  hablando  el  mismo  idioma,  practicando  una  re- 
lijion  igual,  sometidos  a  una  lejislacion  uniforme,  educados 
en  los  mismos  sentimientos  i  en  las  mismas  ideas,  los  pueblos 
hispano-americanos  no  han  seguido  el  mismo  camino  al  cons- 
tituirse en  repúblicas  independientes.  Su  desarrollo  no  ha  sido 
igual,  i  sus  progresos  han  sido  mui  diferentes.  Al  paso  que  al- 
gunos han  visto  incrementarse  en  pocos  años  su  población;  su 


12  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


riqueza  i  su  cultura,  otros  han  adelantado  tan  lentamente  que 
han  podido  discutirse  si  han  ganado  o  si  han  perdido  con  su 
independencia. 

A  este  respecto,  la  república  de  Chile  ofrece  un  ejemplo  que 
ha  llamado  con  justicia  la  atención  de  algunos  escritores  del 
antiguo  mundo.  El  historiador  alemán  Gervinus,  después  de 
referir  con  grande  acopio  de  hechos  i  con  una  rara  sagacidad 
el  nacimiento  de  estos  nuevos  estados,  no  vacila  en  colocar  a 
Chile  en  el  rango  de  modelo  de  una  república  templada.  «Vió- 
se  establecerse  allí,  agrega,  una  tranquilidad  i  un  orden  mas 
grande  que  en  los  otros  estados,  sin  que  el  país  haya  tenido 
que  sufrir  el  despotismo  o  una  dinastía.  El  réjimen  del  orden 
ha  estado  ademas  favorecido  por  la  feliz  influencia  de  una 
constitución  moderada.  Pues  bien,  este  único  ejemplo  ha  bas- 
tado para  que  aun  los  repubhcanos  hispano-americanos  mas 
desalentados  después  de  tantos  desengaños,  no  hayan  perdido 
toda  esperanza  de  ver  aparecer  un  dia  un  mejor  porvenir  en 
aquellos  vastos  territorios»  ^ 

A  piimera  vista  parecía  que  ninguna  de  las  antiguas  colo- 
nias de  España  era  menos  apta  para  llevar  a  cabo  estos  pro- 
gresos, i  para  realizarlos  destinos  de  república  independiente. 
Si  talvez  no  era  la  mas  pequeña  de  las  provincias  que  forma- 
ban el  estenso  imperio  colonial  de  los  españoles,  era  sin  duda 
alguna  la  mas  pobre,  i  al  mismo  tiempo  la  mas  atrasada.  Su 
población  no  pasaba  de  500,000  habitantes.  Su  comercio  con 
las  otras  colonias  se  reducía  a  unos  dos  millones  de  pesos  por 
año,  i  las  rentas  públicas  apenas  alcanzaban  a  medio  millón. 
Un  célebre  jeógrafo  español,  particularmente  conocedor  de 
la  América,  decia  a  principio  de  este  siglo:  «Esta  posesión  (Chi- 
le) ha  sido  la  menos  útil  a  la  metrópoli,  la  mas  costosa  i  la  mas 
disputada»  2. 

Ahora,  desde  el  punto  de  vista  de  los  intereses  morales,  el 
atraso  de  Chile  durante  el  réjimen  colonial,  era  mucho  mayor 
todavía.  Siendo  la  mas  apartada  i  la  mas  pobre  de  las  posesio- 

1.  G.  G.  Gervinus,  Histoire  du  XIX  Sude  (trad.  Minssen),  tomo  X,  pa- 
jina 336. 

2.  Torrente,  Jeografia  Universal,  tom,  II,  páj.  380. 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  13 

nes  españolas  del  nuevo  mundo,  fué  también  la  mas  descui- 
dada en  el  fomento  de  la  instrucción.  Chile  tuvo  mui  pocas 
escuelas,  un  modesto  seminario,  un  colejio  conventual  i  desde 
mediados  del  siglo  último  una  universidad,  modelada  bajo  el 
sistema  de  las  de  España,  pero  en  pequeñas  proporciones,  i 
mucho  mas  atrasada.  Al  terminarse  la  dominación  española 
no  habia  en  todo  el  pais  diez  hombres  que  hubieran  podido 
comprender  otro  latin  que  el  de  los  comentadores  de  las  leyes 
dé  Castilla  o  de  los  tratados  de  teolojía  i  de  derecho  canónico, 
ni  que  pudieran  leer  una  pajina  en  francés  o  en  cualquier  otro 
idioma  moderno.  Baste  decir  que  mientras  Méjico  i  el  Perú 
tuvieron  imprenta  desde  el  siglo  XVI,  i  las  otras  colonias  des- 
de el  siglo  XVIII,  Chile  estuvo  privado  de  este  elemento  de 
propagación  de  las  luces  hasta  1812,  dos  años  después  de  ha- 
ber iniciado  la  revolución  de  su  independencia. 

Sin  embargo,  Chile  venció  estas,  dificultades  al  parecer  in- 
superables, i  estableció  un  gobierno  regular  i  ordenado  antes 
que  ninguna  de  sus  hermanas.  Su  independencia  se  consumó 
después  de  una  lucha  tenaz  i  encarnizada,  pero  con  menos 
conmociones  i  trastornos  interiores  que  en  los  otros  pueblos 
del  mismo  oríjen.  Apenas  libre  de  los  enemigos  esteriores,  en 
1820,  organizó  una  escuadra  i  un  ejército  que  fué  a  llevar  la 
libertad  al  Perú.  Desde  entonces  contrajo  todo  su  empeño  a 
la  organización  interior  del  pais,  al  arreglo  de  su  hacienda  pú- 
blica, al  pago  puntual  de  todas  sus  obligaciones,  al  fomento  i 
desai  rollo  de  la  instrucción  pública,  a  la  apertura  de  caminos, 
a  la  reforma  de  su  lejislacion,  en  una  palabra,  a  todo  lo  que 
constituye  la  grandeza  i  la  prosperidad  de  los  pueblos. 

Estos  afanes  han  sido  coronados  por  un  éxito  que  puede 
llamarse  feliz.  Desde  1830,  Chile  ofrece  el  ejemplo  único  en  la 
América  española,  i  poco  común  en  el  resto  del  mundo,  de  la 
sucesión  legal  i  ordenada  de  todos  sus  gobiernos.  Desde  1830, 
'  todos  los  gobernantes  se  han  sucedido  en  virtud  de  la  lei,  sin 
que  ninguno  de  ellos  haya  sido  impuesto  por  una  revolución  ^. 

3.  El  período  presidencial  dura  cinco  años,  i  la  renovación  del  presidente 
se  hace  el  i8  de  setiembre.  Hasta  1871,  la  constitución  permitía  la  reelección 
i  los  cuatro  primeros  presidentes  fueron  reelejidos.  Así,  pues,  Chile  ha  tenido 


14  GUBBRA  DEL  PACIFICO 


En  este  período  de  cincuenta  años,  solo  ha  habido  dos  con- 
mociones que  han  alterado  la  paz  púbhca  en  algunas  provin- 
cias durante  tres  o  cuatro  meses,  pero  que  no  han  interrum- 
pido el  orden  legal  del  pais.  Durante  los  últimos  veinte  años, 
sobre  todo,  después  de  la  última  de  esas  conmociones,  no  se 
ha  suspendido  por  un  solo  dia,  en  parte  alguna  del  territorio, 
el  réjimen  de  garantías  i  de  hbertad  que  asegura  la  constitu- 
ción. En  Chile  han  pasado  para  siempre  los  estados  de  sitio, 
las  disoluciones  de  congresos,  la  clausura  de  imprentas,  los 
procesos  políticos,  los  golpes  de  autoridad. 

He  ahí,  se  dirá,  un  ejemplo  bien  raro  en  la  América  espa- 
ñola, i  aun  en  muchos  otros  países.  El  hecho  en  efecto  es  poco 
común,  i  por  esto  mismo  ha  llamado  la  atención  de  muchos 
observadores  que  han  tratado  de  esplicárselo.  Un  ministro 
diplomático  de  la  Gran  Bretaña,  que  ha  habitado  este  pais 
durante  algunos  años,  que  lo  ha  estudiado  seriamente,  i  que 
lo  ha  dado  a  conocer  a  su  gobierno  en  un  estenso  informe  ofi- 
cial, M.  Horacio  Rumbold,  después  de  esponer  metódica  i  or- 
denadamente este  estado  de  cosas,  pasa  a  esplicarse  sus  cau- 
sas en  los  términos  siguientes:  «Las  pajinas  que  preceden, 
dice  M.  Rumbold,  habrían  sido  escritas  inútilmente  si  no  .die- 
sen al  lector  la  idea  de  una  nación  sobria,  práctica,  laboriosa, 
bien  ordenada,  gobernada  prudentemente  i  formando  un  gran 
contraste  con  los  otros  estados  del  mismo  orí  jen  i  de  institu- 
ciones semejantes  que  se  estienden  en  el  continente  america- 
no. Chile  debe  los  beneficios  de  que  goza  a  las  tradiciones  im- 
plantadas en  su  administración  por  los  fundadores  de  la  Re- 
pública; a  la  parte  preponderante  que  la  clase  educada  i  aco- 
modada ha  tomado  en  la  dirección  de  los  negocios  púbhcos; 
a  la  feliz  estincion  del  militarismo;  al  cultivo  esmerado  de  los 
instintos  conservadores  innatos  en  él,  a  la  ausencia  casi  com- 
pleta de  esas  fuentes  accidentales  de  riqueza  que  la  Providen- 

desde  esa  época  los  mandatarios  siguientes:  Jeneral  don  Joaquin  Prieto 
(1831-1841).  jeneral  don  Manuel  Búlnes  (1841-1851),  don  Manuel  Montt 
(1851-1861),  don  José  Joaquin  Pérez  (1861-1871),  don  Federico  Errázuriz 
(1 871-1876)  i  don  Aníbal  Pinto,  actual  presidente,  que  comenzó  a  gobernar 
el  18  de  setiembre  de  1876.  Solo  los  dos  primeros  eran  militares. 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  15 

cia  ha  prodigado  tan  abundantemente  en  algunas  de  las  na- 
ciones vecinas;  a  la  necesidad,  por  consiguiente,  de  recurrir 
a  un  gran  trabajo,  rápidamente  recompensado  por  un  suelo 
jeneroso;  a  la  constancia  paciente  i  a  la  aptitud  para  el  tra- 
bajo de  su  población;  i  sobre  todo  esto,  quizá,  a  la  neglijencia 
de  sus  antiguos  señores,  que  la  obligó,  cuando  ñubo  sacudido 
el  yugo  a  crearlo  todo  por  sí  misma,  apelando  a  los  esfuerzos 
escepcionales  de  la  nación. 

«Todo  esto  puede  resumirse  en  dos  palabras,  trabajo  i  cor- 
dura. 

«Conviene  también  no  olvidar  que  Chile  debe  mucho  a  un 
clima  tan  perfecto  como  es  difícil  encontrarlo  en  cualquier 
otro  punto  del  globo;  a  un  cielo  puro  bajo  el  cual  todo  pros- 
pera; alas  montañas  grandiosas  que  no  solo  han  contribuido 
a  su  riqueza  por  una  provisión  abundante  de  los  metales  maá 
comunes,  pero  los  mas  útiles  al  hombre,  sino  que  lo  han  pro- 
tejido i  aislado  en  el  período  crítico  de  su  infancia,  de  un  con- 
tacto mui  inmediato  con  las  naciones  turbulentas  que  lo  ro- 
dean. 

«En  realidad,  su  destino,  semejante  en  algunos  puntos  al  de 
nuestro  pais  (la  Inglaterra),  ha  sido  materialmente  influen- 
ciado por  condiciones  de  clima  i  de  posición  jeográfica.  En  ñn, 
no  debe  poco,  i  Chile  no  debe  olvidarlo,  a  la  enerjía  i  a  la  ayu- 
da de  los  estranjeros,  principalmente  de  los  ingleses;  a  las 
j  entes  de  otros  países  que  han  combatido  por  él,  intruido  a 
sus  hijos,  construido  sus  ferrocarriles  i  llevado  el  comercio  a 
sus  puertos  i  la  mezcla  bastante  considerable  de  sangre  es- 
tranjera  que  corre  en  las  venas  de  su  población»  *. 

Un  publicista  francés,  M.  A.  Rabutaux,  que  ha  estudiado 
la  situación  de  Chile  en  un  buen  artículo  del  Dictionnaire  gé- 


4.  El  informe  de  M.  Rumbold,  presentado  al  gobierno  de  S.  M.  B.  en  di- 
ciembre de  1875,  ha  sido  traducido  al  francés  i  publicado  con  este  título: 
^'Le  Chili,  Rapport  de  M.  Horace  Rumbold,  Ministre  de  la  Grand  Bretagne  á 
Santiago,  sur  le  progrés  et  la  condition  genérale  de  la  Repúblique,  traduit  du 
hvre  hleu  presenté  aux  deux  chambres  par  ordre  de  S.  M.»  Paris,  1877  en  8.^ 
Este  libro  es  bajo  todos  aspectos  uno  de  los  mejores  que  se  puedan  consultar" 
para  conocer  la  situación  política,  financiera  e  industrial  de  Chile.  Véanse 
las  pájs.  44  i  siguientes  de  donde  copiamos  el  fragmento  reproducido  arriba. 


16  QUERRÁ  DEL  PACÍFICO 


néral  de  politiqíie  de  M.  Maurice  Block,  se  esplica  en  los  térmi- 
nos siguientes  las  causas  de  su  prosperidad  actual.  «Bajo  la 
firme  administración  del  jeneral  Prieto  i  de  Portales  (su  mi- 
nistro), la  paz  se  consolidó,  los  hábitos  de  orden  i  de  prudencia 
política  se  establecieion  en  el  pais;  i  Chile  entró  en  una  era  de 
progreso,  cuya  marcha,  desde  entonces,  no  ha  tenido  que  su- 
frir mas  que  raras  i  cortas  interrupciones.  Se  ha  preguntado 
de  dónde  ha  venido  a  la  república  de  Chile  este  feliz  privilejio, 
i  qué  fa\-orables  circunstancias  le  han  vaHdo  un  destino  tan 
diferente  del  de  las  otras  democracias  del  sur.  Se  han  indicado 
muchas  causas ...  la  pureza  de  la  sangre  criolla,  que  se  ha 
mezclado  poco  con  los  indios,  i  por  este  medio  ha  conservado 
su  vigor  i  su  superioridad  moral — el  carácter  distintivo  de 
esta  raza  activa  i  seria,  que  desea  igualarse  a  los  mgleses,  i  que 
un  viajero  compara  con  la  famiha  holandesa, — el  profundo 
sentimiento  nacional  de  que  está  dotada,  su  gusto  por  los  ne- 
gocios i  por  el  comercio — el  aislamiento  del  pais  que  lo  ha 
protejido  contra  la  ambición  de  sus  vecinos — en  fin,  la  dispo- 
sición territorial  de  este  mismo  pais  que  no  puede  prestarse 
a  largas  guerras  civiles  i  donde  toda  querella  debe  decidirse 
pronto»  ^. 

Podríamos  señalar  otras  causas  de  esta  situación  escepcio- 
nal  de  Chile;  pero  ello  nos  llevarla  un  poco  lejos.  Para  nuestro 
objeto  nos  basta  dejar  constancia  de  que  esta  pequeña  repú- 
blica, merced  al  orden  que  ahí  existe  i  al  espíritu  trabajador  i 
emprendedor  de  sus  hijos,  ha  sabido  levantarse  de  la  situación 
lastimosa  de  la  última  i  mas  pobre  colonia  de  la  España  a  un 
estado  de  prosperidad  i  de  riqueza  a  que  no  han  podido  llegar 
algunas  de  sus  hermanas  que  fueron  mas  favorecidas  por  la 
naturaleza  i  por  la  protección  de  sus  antiguos  soberanos.  Chi- 
le, en  efecto,  no  solo  se  adelantó  a  las  otras  en  la  constitución 
de  un  gobierno  regular  i  en  el  establecimiento  de  la  tranquili- 

5.  M.  Maurice  Block,  Dictionnaire  general  de  politique,  tom.  I,  páj.  331. 
Conceptos  semejantes  a  éstos  se  hallan  en  casi  todos  los  libros  de  historia 
contemporánea,  i  en  los  mejores  tratados  o  diccionarios  de  jeografía.  Véanse 
sobre  todo  la  Encyclopedia  Británica,  el  Grand  Dictionnaire  de  Larouse  i 
el  DíV/.  rf«  g^o^ríi/)Aí>  de  M.  ViviEN  DE  San  Martin. 


LAS    CAUSAS  DE  LA    GUERRA 


dad  interior,  sino  que  acometió  antes  que  ninguna  otra  las 
obras  que  representan  el  progreso  de  un  pueblo.  Fué  la  pri- 
mera que  abolió  la  esclavitud,  la  primera  que  organizó  en 
vasta  escala  la  instrucción  pública,  i  que  sancionó  la  mas  am- 
plia libertad  comercial,  como  fué  la  primera  que  tuvo  ferro- 
carriles i  telégrafos  en  toda  la  América  del  sur.  Tales  son  los 
beneficios  de  la  paz. 

A  la  sombra  de  la  paz,  igualmente,  Chile  ha  realizado  otro 
orden  de  progresos.  Sus  puertos,  sus  ciudades  i  sus  campos 
han  estado  abiertos  a  los  estranjeros  de  todos  los  paises,  i  pai- 
ticularmente  a  los  europeos,  a  los  alemanes  que  han  poblado 
las  colonias  del  sur  de  Chile,  a  los  ingleses  que  han  hecho  el 
comercio  en  grande,  a  los  franceses  que  negocian  con  los  ar- 
tículos de  lujo  i  de  elegancia  o  que  ejercen  diferentes  profe- 
siones e  industrias.  Para  nadie  han  sido  obstáculo  sus  creen- 
cias, porque  la  lei  chilena  ha  amparado  no  solo  el  ejercicio  de 
todos  los  cultos  cristianos  sino  también  la  facultad  de  tener 
escuelas  i  colé j  ios  donde  se  dé  la  enseñanza  que  prefiera  cada 
secta.  Un  antiguo  diplomático  decia  hace  poco  años  que  Chile 
era  la  nación  en  que  la  diplomacia  tenia  menos  que  ocuparse 
en  jestionar  en  defensa  de  sus  nacionales,  porque  en  este  pais 
eran  desconocidos  los  atropellos  de  que  los  estranjeros  son 
con  frecuencia  víctimas  en  otros  pueblos  hispano-americanos 
i  porque  en  Chile  el  gobierno  arreglaba  rápida  i  amistosamen- 
te cualquiera  dificultad  que  se  suscitara. 


TOMO  XVI.- 


CAPITULO  II 


Progresos  industriales  de  Chile. — Los  mineros  e  industriales  de  Chile  co- 
mienzan a  poblar  el  desierto  de  Atacama. — El  gobierno  de  Bolivia  re- 
clama como  suyo  ese  territorio. — Discusiones  diplomáticas  i  amenazas 
de  guerra  en  1863. — Tratado  en  1866. — Bolivia  no  cumple  este  tratado. 
— Rápido  desarrollo  de  la  industria  chilena  en  el  desierto. — La  revolu- 
ción ocurrida  en  Bolivia  en  187 1  produce  nuevos  embarazos  para  el  cum- 
plimiento del  tratado. — Se  firma  en  La  Paz  el  pacto  complementario  de 
1872. — Nuevas  concesiones  que  por  él  hacia  Chile  a  Bolivia. 

Alejados  de  la  via  de  las  revoluciones  por  la  acción  de  la,  lei 
i  por  la  templada  firmeza  de  los  gobernantes,  los  chilenos 
contrajeron  toda  su  actividad  al  desarrollo  de  la  industria.  Al 
mismo  tiempo  que  el  gobierno  hacia  esplorar  todo  el  territo- 
rio, estudiar  minuciosamente  la  fauna,  la  flora  i  la  mineralojía 
del  pais,  i  levantar  en  grande  escala  la  carta  jeodésica  i  jeoló- 
jica  de  su  suelo  ^  la  población  esplotaba  el  comercio  i  la  agri- 


I.  Para  conseguir  este  resultado,  el  gobierno  habia  llamado  a  Chile  una 
verdadera  colonia  de  sabios  europeos  que  han  prestado  los  servicios  mas  im- 
portantes. Nos  limitaremos  a  recordar  los  nombres  de  Gay,  mas  tarde  miem- 
bro de  la  academia  de  ciencias  de  Paris,  del  jeólogo  i  mineralojista  Domeyko, 
del  naturalista  Philippi,  del  astrónomo  Moesta  i  del  jeógrafo  Pissis,  que  ha 
levantado,  después  de  24  años  de  trabajo,  la  carta  del  territorio.  No  tenemos 
para  qué  hablar  aquí  de  los  profesores  contratados  en  Francia  i  en  Alemania 


20  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


cultura  en  las  provincias  centrales,  las  minas  de  carbón  de 
piedra  en  las  provincias  del  sur,  i  las  de  plata  i  cobre  en  las  del 
norte.  Como  consecuencia  de  esta  iniciativa,  la  población  se 
ha  quintuplicado,  alcanzando  en  nuestros  dias  a  cerca  de  dos 
millones  i  medio;  las  rentas  públicas  que  en  1810  alcanzaban 
apenas  a  medio  millón  de  pesos,  hoi  pasan  de  16  millones;  i  el 
comercio  esterior  que  en  esa  época  era  de  dos  millones,  hoi 
alcanza  a  la  cifra  considerable  de  sesenta  millones.  El  puerto 
de  Valparaiso,  el  cuarto  o  quinto  del  Pacífico  por  su  impor- 
tancia comercial  en  aquella  época,  i  que  solo  tenia  una  pobla- 
ción de  tres  mil  habitantes,  es  hoi  el  primero  de  la  América 
española  en  estos  mares,  i  encierra  cien  mil  almas. 

La  esplotacion  de  las  minas  en  la  rejion  del  norte  tomó, 
sobre  todo,  un  gran  desarrollo.  Sin  hablar  aquí  de  la  plata, 
conviene  decir  que  en  1870  Chile  producía  mas  de  la  mitad  del 
cobre  que  utilizaba  la  industria  del  mundo  entero.  Esa  esplo- 
tacion llevó  a  los  chilenos  a  internarse  poco  a  poco  en  el  de- 
sierto de  Atacama  que  durante  siglos  enteros  se  había  creído 
inútil  para  toda  industria,  tierra  maldita,  de  clima  insoporta- 
ble, privada  de  agua  i  de  vejetacion  por  donde  el  hombre  no 
podía  viajar  sino  a  condición  de  llevar  consigo  el  agua  i  los 
alimentos  para  sí  i  para  sus  anímales.  La  actividad  de  los  chi- 
lenos halló  allí,  sin  embargo,  minas  de  cobre,  depósitos  de 
guano  i  de  salitre  o  nitrato  de  soda,  de  que  la  industria  podía 
sacar  gran  provecho.  El  gobierno  de  Chile  hizo  reconocer  cien- 
tíficamente aquella  rejion  por  tierra  i  por  mar,  para  favorecer 
el  incansable  espíritu  de  empresa  de  sus  nacionales.  De  este 
modo,  las  caletas  i  otros  puntos  del  árido  desierto,  situados 
al  sur  del  paralelo  23  de  latitud,  comenzaron  a  poblarse  de 
industriales  i  de  trabajadores  chilenos. 

El  gobierno  de  Bolívia,  aun  en  medio  de  las  constantes  re- 
voluciones en  que  ha  vivido  envuelto,  no  había  mirado  con 


para  enseñar  la  química,  la  medicina,  la  mecánica,  la  economía  política,  las 
humanidades,  las  lenguas  clásicas,  etc.,  etc.  Conviene,  sin  embargo,  agregar 
que  Chile  ha  llamado  igualmente  a  su  servicio  a  algunos  de  los  hombres  mas 
distinguidos  de  la  América  española. 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  21 

indiferencia  los  progresos  industriales  de  sus  laboriosos  veci- 
nos. En  breve  tiempo  inició  las  reclamaciones  diplomáticas, 
moderadas  a  veces,  amenazadoras  i  belicosas  en  otras  ocasio- 
nes. Parece  que  esta  cuestión  servia  a  los  intereses  de  sus  par- 
tidos interiores  como  un  medio  de  tranquilizar  la  opinión  con 
el  anuncio  o  el  temor  de  complicaciones,  esteriores.  Bolivia 
pretendia  que  el  territorio  que  comenzaban  a  poblar  los  chile- 
nos estaba  comprendido  dentro  de  sus  límites  según  el  princi- 
pio del  uti  possidetis  í?^  1810. 

Chile  contestó  a  estas  reclamaciones  con  templada  firmeza, 
desentendiéndose  prudentemente  de  las  provocaciones  beli- 
cosas. Ambas  partes  exhibieron  sus  documentos  históricos,  i 
ambas  manifestaban  la  mas  absoluta  confianza  en  la  bondad 
de  sus  títulos.  Hubo  un  momento  en  que  esta  discusión  estuvo 
a  punto  de  de j enerar  en  un  rompimiento  armado.  El  5  de  ju- 
nio de  1863,  la  asamblea  lejislativa  de  Bolivia  dictó  una  lei 
concebida  en  estos  términos:  «Se  autoriza  al  poder  ejecutivo 
para  declarar  la  guerra  al  gobierno  de  la  república  de  Chile, 
siempre  que  agotados  los  medios  conciliatorios  de  la  diploma- 
cia, no  obtuviere  la  reivindicación  del  territorio  usurpado  o 
una  solución  pacífica,  compatible  con  la  dignidad  nacional». 
El  gobierno  de  Chile  oyó  con  calma  i  casi  con  indiferencia  es- 
ta provocación  tan  estemporánea  i  tan  irregular.  A  pesar  de 
las  exij encías  de  una  parte  de  la  prensa  i  de  algunos  dipu- 
tados que  querían  que  se  suspendiese  toda  negociación  con 
Bolivia  mientras  no  retirase  aquella  declaración,  el  gobierno 
chileno  continuó  tratando  i  aun  recibió  en  Santiago  a  un  nue- 
vo ministro  plenipotenciario  de  ese  país. 

Por  el  momento,  estas  negociaciones  no  condujeron  a  nin- 
gún resultado  práctico;  pero  al  fin,  el  10  de  agosto  de  1866  se 
firmó  un  tratado  que  parecía  destinado  a  poner  término  a 
todas  esas  cuestiones.  En  obsequio  de  la  paz  i  de  la  buena  ar- 
monía entre  dos  estados  vecinos,  Chile  limitaba  su  soberanía 
efectiva  hasta  el  grado  24  de  latitud  sur;  pero  en  cambio  se 
convenia  que  los  productos  de  los  depósitos  i  el  de  los  derechos 
de  aduana  que  hubieran  de  percibirse  por  la  esportacion  de 
los  minerales  que  pudieran  estraerse  del  territorio  compren- 


22  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


dido  entre  los  paralelos  23  i  25,  serian  repartidos  por  mitad 
entre  los  dos  gobiernos.  Se  estipuló  ademas  que  ambos  gobier- 
nos pagarían  igualmente  por  mitad  una  indemnización  de 
80,000  pesos  debida  a  diversos  particulares.  Para  que  se  com- 
prenda mejor  el  espíritu  de  esta  estipulación,  debe  decirse 
que  todas  las  industrias  establecidas  en  el  territorio  compren-  ' 
dido  entre  los  grados  23  i  25  eran  esplotadas  por  ciudadanos 
i  por  capitales  chilenos. 

¿Fué  éste  un  error  del  gobierno  de  Chile?  El  tiempo  vino  a 
demostrar  mui  pionto  que  se  habia  equivocado  confiando  en 
que  un  pacto  de  esta  naturaleza  podia  afianzar  la  paz  entre 
ambos  estados.  Para  que  un  tratado  semejante  produjera  los 
resultados  que  se  buscaban,  era  necesario  que  los  estados  con- 
tratantes, contando  con  gobiernos  serios  i  estables,  estuviesen 
animados  de  un  mismo  respeto  por  las  estipulaciones  hechas, 
i  del  propósito  firme  de  cumphr  lealmente  los  compromisos 
financieros  contraidos.  Bajo  todos  estos  aspectos,  Chile  estaba 
perdido  por  el  pacto  de  1866. 

En  efecto,  comenzó  por  pagar  los  40,000  pesos  que  le  co- 
rrespondía por  las  estipulaciones  del  tratado.  Bohvia  no  vol- 
vió a  acordarse  de  ese  compromiso.  Chile  estaba  espresamente 
autorizado  para  nombrar  interventores  en  las  aduanas  del 
territorio  comprendido  entre  los  paralelos  23  i  24,  en  virtud 
del  artículo  3  del  tratado  que  dice  lo  que  sigue:  «El  gobierno 
de  Chile  podrá  nombrar  uno  o  mas  empleados  fiscales  que, 
investidos  de  un  perfecto  derecho  de  vijilancia,  intervengan 
en  las  cuentas  de  las  entradas  de  la  referida  aduana  de  Meji- 
llones i  perciban  de  la  misma  oficina,  directamente  i  por  tri- 
mestre, o  de  la  manera  que  se  estipulare  por  ambos  estados 
la  parte  de  beneficios  coi  respondientes  a  Chile.  La  misma  fa- 
cultad tendrá  el  gobierno  de  Bolivia,  siempre  que  el  de  Chile, 
para  la  recaudación  i  percepción  de  los  productos  de  que  ha- 
bla el  artículo  anterior,  estableciere  alguna  oficina  fiscal  en  el 
territorio  comprendido  entre  los  grados  24  i  25».  A  pesar  de 
una  prescripción  tan  terminante,  Bolivia  no  solo  no  pagó 
jamas  a  Chile  un  solo  centavo  por  la  parte  que  le  correspondía 
en  los  derechos  de  aduana  percibidos,  sino  que  espresando  que 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  23 

el  derecho  de  intervención  por  parte  de  Chile,  lastimaba  su  so- 
soberanía  nacional,  embarazó  i  resistió  la  injerencia  de  los 
empleados  de  este  pais  en  la  inspección  de  las  cuentas.  La 
esplicacion  de  esta  conducta,  que  importaba  la  violación 
flagrante  de  un  pacto  solemne,  se  hallaba  en  el  hecho  siguien- 
.te  consignado  en  los  documentos  oficiales  de  Bolivia.  Hasta 
principio  de  1873  no  se  habia  llevado  libro  alguno  de  conta- 
bilidad en  las  aduanas  de  Antofagasta  i  de  Mejillones,  las 
únicas  que  existían  en  todo  el  territorio  entre  los  paralelos  23 
i  24.  Esas  aduanas  hablan  percibido  inj  entes  sumas  de  dinero 
como  derechos  fiscales  que  correspondían  por  mitad  a  Chile  i  a 
Bolivia;  pero  no  habia  un  solo  libro,  un  solo  papel  por  el  cual 
constase  a  cuanto  montaban  esas  sumas,  ni  mucho  menos  el 
destino  que  se  les  habia  dado.  Solo  habia  dos  hechos  reales 
e  incuestionables:  las  arcas  estaban  vacías;  a  Chile  no  se  le 
habia  pagado  un  centavo.  ¿Qué  burla  mas  cruel  se  podia  ha- 
cer de  sus  derechos? 

Esta  situación  irregular  vino  a  hacerse  mas  insostenible 
todavía  cuando  las  industrias  chilenas  planteadas  en  aquel 
territorio  tomaron  un  gran  incremento.  De  1866  a  1868  dos 
ciudadanos  chilenos  descubrieron  en  aquellos  lugares  vastos 
depósitos  de  nitrato  de  soda  i  de  bórax.  Queriendo  esplotarlos, 
obtuvieron  del  gobierno  boliviano  diversas  concesiones  de 
terrenos  salitreros  bajo  las  condiciones  siguientes:  Los  conce- 
sionarios debían  pagar  al  estado  una  patente  de  10,000  pesos. 
Debían  construir  a  su  costa  un  muelle  en  el  puerto  de  Antofa- 
gasta. Estaban  obligados  a  abrir  hacia  el  interior  un  camino 
carretero  de  veinte  i  cinco  leguas  de  largo,  i  ademas  a  estable- 
cer, también  a  su  costa,  depósitos  de  agua  i  abrigo  para  los 
viajeros.  Estas  condiciones  fueron  cumplidas  con  exceso  por 
los  concesionarios.  Se  organizó  en  Chile  para  la  esplot ación 
de  las  salitreras  una  sociedad  anónima;  i  los  capitales  chilenos 
afluyeron  a  aquellos  lugares.  La  compañía  pagó  puntualmente 
la  patente  de  10,000  pesos,  construyó  el  muelle  de  Antofagas- 
ta, estableció  los  depósitos  de  agua  i  las  posadas  en  los  lugares 
indicados;  i  por  último,  en  lugar  del  camino  carretero  que  es- 
taba obligada  a  abrir,  construyó  un  ferrocarril.  La  compañía 


24  GUERRA  DEL  PACÍFifco 


gastó  en  estas  obras  i  en  los  trabajos  necesarios  para  la  esplo- 
tacion,  la  suma  de  seis  millones  de  pesos  fuertes. 

En  aquella  misma  época,  en  1870,  otro  industrial  chileno 
no  menos  emprendedor,  penetró  en  el  desierto  de  Atacama,  i 
después  de  trabajos  i  fatigas  sin  cuento,  descubrió  un  poco  al 
sur  del  grado  23,  en  unos  cerros  áridos  e  inhospitalarios  que 
quizá  no  habia  pisado  nunca  la  planta  del  hombre,  las  ricas 
minas  de  plata  de  Caracoles,  a  cuya  esplotacion  acudieron 
bien  pronto  los  capitales  chilenos.  Sin  arredrarse  por  las  difi- 
cultades de  tamaña  empresa,  llevando  el  agua,  los  viveres  i 
los  forrajes  para  los  hombres  i  para  los  animales,  cargando  las 
maderas  para  construir  sus  habitaciones,  soportando  con  igual 
coraje  el  sol  abrasador  de  los  trópicos  durante  el  dia,  i  el  frió 
intenso  de  las  noches  de  los  desiertos,  los  infatigables  indus- 
triales de  Chile  levantaron  allí  un  pueblo  que  adquirió  en  bre- 
ve cierta  importancia.  El  comercio  se  desarrolló  rápidamente 
en  aquellos  lugares;  i  Caracoles,  como  el  puerto  de  Antofagas- 
ta,  pasaron  a  ser  el  centro  de  grandes  especulaciones  mercan- 
tiles e  industriales.  Los  derechos  percibidos  desde  entonces 
por  las  aduanas  establecidas  en  el  territorio  comprendido  en- 
tre los  paralelos  23  i  25  fueron  mucho  mas  considerables,  i  por 
tanto  mas  flagrante  la  violación  del  tratado  de  1866,  violación 
que  privaba  a  Chile  de  la  mitad  de  las  rentas  que  le  correspon- 
dian. 

Ocurrió  entonces  una  nueva  revolución  en  Bohvia.  El  go- 
bierno que  firmó  aquel  pacto,  fué  derrocado  en  1871.  La  nue- 
va administración,  como  todas  las  que  nacen  de  un  movimien- 
to revolucionario,  declaró  que  el  gobierno  caido  habia  dejado 
funestos  recuerdos  en  el  pais,  i  por  esta  razón  se  preparaba  a 
anular  todos  sus  actos,  aun  los  que  provenían  de  un  pacto 
mternacional,  o  de  un  contrato  que  constituía  una  propiedad 
adquirida  a  título  oneroso.  Dos  injenieros,  nombrados,  uno 
por  Chile,  i  otro  por  Bohvia  habían  demarcado  la  línea  divi- 
soria, en  cumplimiento  del  tratado  de  1866,  i  aquello  era  un 
hecho  sancionado  i  consumado:  se  dijo  en  Bohvia  que  esa  de- 
marcación estaba  mal  hecha  i  que  era  menester  practicarla  de 
nuevo.  El  gobierno  de  Chile,  sin  embargo,  no  perdió  su  calma 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  25 

en  medio  de  estas  dificultades,  i  de  este  desconocimiento  de 
sus  derechos;  i  en  vez  de  asumir  una  actitud  resuelta  i  belico- 
sa, prefirió  entablar  nuevas  negociaciones.  La  compañía  de 
Antofagasta,  por  su  parte,  se  sometió  a  hacer  aprobar  otra 
vez  su  contrato  por  el  nuevo  gobierno  de  Bolivia. 

Las  negociaciones  diplomáticas  no  marchaban,  sin  embar- 
go, con  la  rapidez  que  Chile  queria  imprimirles.  Otras  i  otras 
revoluciones  ocurridas  en  Boli^'ia  venían  a  entorpecer  a  cada 
paso  los  trabajos  pacíficQS  de  la  diplomacia.  Un  día  el  presi- 
dente disolvía  a  mano  armada  la  asamblea  lejislativa  de  Boli- 
via: tres  días  después,  ese  mismo  presidente,  al  salir  de  un 
festín  en  que  había  injuriado  a  algunos  jefes  militares,  cayó 
mtierto  con  el  cuerpo  traspasado  por  siete  balazos.  A  pesar  de 
estos  entorpecimientos,  el  ájente  de  Chile  continuó  negocian- 
do con  una  perseverancia  digna  de  mejor  resultado;  i  al  fin, 
el  6  de  diciembre  de  1872,  firmó  en  La  Paz,  capital  de  Bolivia, 
un  tratado  de  nueve  artículos  destinados  a  resolver,  de  acuer- 
do con  el  pacto  de  1866,  las  «cuestiones  pasajeras»  que  habían 
podido  nacer. 

Este  convenio  era  una  nueva  concesión  de  Chile  en  favor 
de  la  paz.  Por  el  artículo  6  se  estipulaba  que  antes  de  pagar  la 
mitad  que  le  correspondía  por  su  parte  en  los  derechos  de  es- 
portacion  délos  minerales  esplotados  en  el  territorio  compren- 
dido entre  los  paralelos  23  i  25,  Bolivia  apartase  las  sumas 
que  creyese  necesarias  para  pagar  los  empleados  que  tuviera 
en  esa  rejion.  Esta  república  podía,  pues,  asignar  los  sueldos 
i  gratificaciones  que  quisiese,  i  a  cuantos  funcionarios  se  le 
ocurriera,  en  la  confianza  de  que  Chile  debía  pagar  la  mitad 
de  esas  sumas,  i  no  mas  que  la  mitad,  suponiendo  que  se  pro- 
cediese con  una  lealtad  que  los  antecedentes  de  este  negocio 
no  daban  lugar  a  esperar. 

En  Chile,  la  prensa  i  las  cámaras  conocieron  los  inconve- 
nientes de  este  arreglo  que  obligaba  a  la  república  a  pagar 
empleados  en  cuyo  nombramiento  no  tenia  participación  al- 
guna. Sin  embargo,  deseando  evitar  toda  causa  de  conflicto, 
el  congreso  aprobó  este  convenio  complementario  en  8  de  ene- 
10  de  1873. 


CAPITULO  III 


El  Perú  estimula  las  intransijencias  de  Bolivia. — Deplorable  situación  finan- 
ciera del  Perú  en  1872. — Para  salir  de  esa  situación,  el  gobierno  pretende 
apoderarse  de  un  modo  u  otro  de  las  salitreras  de  Tarapacá. — Para  im- 
pedir la  intervención  de  Chile  en  favor  de  sus  nacionales,  el  Perú  trata 
de  suscitar  complicaciones  esteriores  a  esta  república. — El  Perú  i  Bolivia 
celebran  un  tratado  secreto  de  alianza  en  febrero  de  1873. — Esfuerzo^ 
de  ambos  estados  para  ocultar  este  pacto  a  Chile. — El  gobierno  del  Perú 
estanca  la  esportacion  del  salitre. — Limita  en  seguida  la  producción  de 
salitre. — Convencido  del  mal  éxito  de  estas  medidas,  resuelve  comprar 
los  establecimientos  salitreros. — Los  compra,  pero  no  los  paga. — Perjui- 
cios que  estas  medidas  causan  a  los  capitalistas  chilenos. 

La  moderación  de  Chile  en  la  jestion  de  estos  arreglos,  era 
mirada  por  sus  turbulentos  i  belicosos  vecinos  del  Pacífico 
como  una  prueba  de  su  debilidad.  «No  se  puede  negar,  se  de- 
cía en  Bolivia  i  en  el  Perú,  que  Chile  ha  hecho  grandes  progre- 
sos en  el  afianzamiento  de  la  paz  interior,  en  la  consolidación 
de  sus  instituciones,  en  los  trabajos  materiales;  pero  estos 
mismos  progresos  han  enervado  su  espíritu  militar.  Un  país 
que  como  Chile,  se  agregaba,  gasta  mas  en  el  ministerio  de 
instrucción  pública  que  en  el  ministerio  de  la  guerra,  será  todo 
lo  que  se  quiera,  pero  no  es  un  pueblo  que  pueda  hacerse  res- 
petar por  el  estranjero».  Ante  naciones  que  miden  la  prosperi- 


28  GUERRA    DEL  PACÍFICO 


dad  de  un  pais  por  el  número  de  sus  soldados  i  de  sus  j  enera- 
Íes,  Chile  no  podia  contar  con  un  gran  prestijio. 

Hasta  entonces,  sin  embargo,  el  Perú  no  habia  tomado  par- 
te alguna  ostensible  "en  aquella  cuestión.  Hai  motivos  para 
creer  que  privadamente  estimulaba  desde  esa  época  las  intran- 
sijencias  de  Bolivia;  pero  en  las  apariencias  se  presentaba 
como  el  amigo  sincero  de  Chile,  i  cuidaba  de  cultivar  las  me- 
jores relaciones  posibles.  Pero,  la  marcha  de  aquellas  nego- 
ciaciones, la  templanza  con  que  Chile  buscaba  un  arregló  pa- 
cífico, aun  sacrificando  los  derechos  que  creia  mas  lejitimos, 
estimularon  al  gobierno  del  Perú  a  salir  de  aquella  situación 
en  provecho  de  sus  intereses. 

Se  sabe  que  el  Perú,  por  las  inmensas  riquezas  naturales  de 
su  suelo,  ha  estado  en  posesión  de  recursos  que,  manejados 
con  intelijencia,  con  orden  i  con  probidad,  habrían  hecho  de 
ese  pais  el  mas  próspero  de  la  América  meridional.  Los  depó- 
sitos de  guano,  esplotados  por  el  estado,  le  produjeron  rentas 
verdaderamente  enormes;  pero  esas  riquezas  se  gastaban  con 
la  misma  rapidez  con  quef  se  producian,  a  causa  del  derroche 
de  los  dineros  del  estado,  de  las  negociaciones  fraudulentas,  i 
del  sosten  de  una  clase  numerosa  de  funcionarios  pródigamen- 
te gratificados.  «Este  pais,  dice  un  distinguido  diplomático 
belga,  en  posesión  de  productos  naturales  que  encontraban 
una  salida  fácil  i  lucrativa,  se  ha  adormecido  largo  tiempo  en 
el  olvido  completo  del  porvenir.  Cada  nuevo  gobierno  lleva 
tras  de  sí  una  muchedumbre  de  favoritos  al  poder.  Estos,  con- 
vertidos en  funcionarios,  son  retirados  con  buena  renta  por 
el  resto  de  sus  dias:  sus  viudas  i  sus  hijos  continúan  gozando 
de  pensiones  ordinariamente  mui  subidas.  Resulta  de  aquí 
que  cada  ciudadano  cree  que  el  estado  está  obligado  a  darle 
una  renta,  i  la  hacienda  pública,  minada  por  este  lado,  empe- 
ñada por  aquí  i  por  allá  en  especulaciones  aventuradas,  quedó 
bien  pronto  agotada. 

«El  Perú,  lanzado  bajo  la  presidencia  del  coronel  Balta  en 
una  serie  de  empresas  aventuradas,  ha  visto  construir  ferro- 
carriles, establecer  diques,  levantar  monumentos  públicos  que 
son  pesadas  cargas  del  tesoro  mas  bien  que  fuentes  de  entra- 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  29 

das.  Después  de  algunas  sangrientas  jornadas,  don  Manuel 
Pardo,  bajo  pretesto  de  reformas  necesarias,  ha  contribuido 
a  arruinar,  no  solamente  el  tesoro,  sino  también  el  crédito 
público.  La  mejor  prueba  de  ello  es  que  la  renta  peruana,  co- 
tizada en  Londres,  hace  cuatro  años  al  74,  ha  bajado  en  1876 
al  12!  El  papel  moneda,  único  valor  en  circulación,  pierde  de 
dia  en  dia:  yo  he  visto  caer  el  «sol»  a  25  peniques,  cuando  a  la 
par  estarla  al  48.  El  comercio  sufre  naturalmente  con  este  es- 
tado de  cosas;  la  importación  disminuye,  i  parece  imposible 
que  en  poco  tiempo  mas,  el  Perú,  falto  de  recursos  i  de  espe- 
dientes, no  esperimentc  una  de  esas  crisis  terribles  de  que  un 
pais  se  levanta  con  dificultad. 

«No  se  crea,  sin  embargo,  que  Lima  está  en  la  postración: 
la  situación  parece  solo  orijinal;  i  cada  cual,  despertándose 
economista,  desarrolla  en  los  diarios  un  nuevo  sistema  para 
salvar  la  patria.  Por  lo  que  toca  a  la  revolución,  ella  está  a  la 
orden  del  dia;  i  el  primer  pretendiente  que  aparezca,  sea  reac- 
cionario o  radical,  se  cree  con  derecho,  si  la  ocasión  se  presen- 
ta, de  llevarlo  todo  a  sangre  i  fuego  para  el  mayor  bien  de  sus 
conciudadanos»  1 . 

Esta  situación  financiera  del  Perú  fué  evidente  desde  1872, 
cuando  don  Manuel  Pardo  tomó  las  riendas  del  gobierno.  A 
los  cincuenta  dias  de  haber  asumido  el  mando  de  la  república, 
el  nuevo  presidente  se  presentó  en  persona  al  congreso  nacio- 
nal para  demostrarle  que  el  Perú  estaba  próximo  a  una  ban- 
carrota, i  que  no  podia  cumplir  las  obligaciones  contraidas, 
ni  atender  a  los  inj entes  gastos  de  la  administración.  Acordóse 
entonces  que  todos  los  administradores  del  tesoro  público 
bajo  el  gobierno  anterior,  fuesen  sometidos  a  juicio  como  de- 
rrochadores de  la  fortuna  2.  Este  procedimiento,  que  no  con- 


1.  Le  comte  Charles  d'Ursel,  Sud-Amérique/Séjours  et  voyages,  Paris, 
1879,  páj.  291. 

2.  El  acta  de  acusación,  presentada  el  13  de  agosto  de  1872  por  siete  se- 
ñores diputados,  comprendía  a  los  siguientes  ex-ministros  del  gobierno  an- 
terior, don  Manuel  Santa  María,  doctor  don  Nicolás  de  Piérola  (después 
jefe  supremo  del  Perú),  don  Manuel  Ángulo,  don  Camilo  Carrillo,  don  Felipe 
Masías,  doctor  don  Jorje  Loayza,  doctor  don  José  Araníbar,  doctor  don 
Melchor  García,  don  Juan  Francisco  Balta  i  don  José  Allende. 


30  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


dujo  a  otro  resultado  práctico  que  a  la  preconización  de  los 
escándalos  cometidos  por  todos  los  gobiernos,  no  mejoraba 
en  nada  una  situación  que  cada  dia  se  hacia  mas  angustiada. 

La  riqueza  pasada  habia  sido  el  estímulo  para  la  contrata- 
ción de  injentes  empréstitos  que  gastados  imprudentemente, 
o  invertidos  en  trabajos  improductivos,  pusieron  al  estado  en 
el  caso  de  suspender  el  servicio  de  su  deuda.  Cuando  las  en- 
tradas obtenidas  por  el  guano  comenzaban  a  desaparecer,  el 
gobierno  del  Perú  trató  de  reemplazar  los  recursos  que  se  le 
escapaban,  apoderándose  bajo  cualquier  pretesto  de  los  depó- 
sitos de  nitrato  de  soda  que  abundan  en  el  sur  de  su  territorio. 

Pero  aquí  se  suscitaba  una  nueva  dificultad.  Esos  depósitos 
de  salitre  eran  esplotados  en  su  mayor  parte  por  brazos  i  por 
capitales  chilenos.  Diversas  compañías  organizadas  en  San- 
tiago i  en  Valparaíso  i  habilitadas  por  bancos  de  esas  dos  pla- 
zas comerciales,  habían  establecido  grandes  elaboraciones  de 
nitrato  en  la  provincia  peruana  de  Tarapacá,  i  pagaban  al 
erario  considerables  derechos  de  aduana,  que  no  satisfacían 
sin  embargo  la  escasez  i  la  sed  de  nuevas  entradas  porque  ne- 
cesariamente pasaba  entonces  el  Perú.  El  gobierno  peruano 
debió  preguntarse  en  esos  momentos:  ¿consentirá  Chile  en 
que  sus  ciudadanos  sean  despojados  de  sus  propiedades? 
¿aceptará  tranquilamente  que  la  leí  peruana  venga  a  privar- 
los del  producto  de  su  industria  i  de  sus  capitales?  ¿aceptará 
Chile  que  la  plaza  comercial  de  Valparaíso,  que  ha  sido  el  cen- 
tro de  donde  han  sahdo  los  capitales  i  el  movimiento  industrial 
de  Tarapacá,  se  vea  de  repente  privada  de  los  recursos  que  le 
suministra  la  provisión  de  los  establecimientos  que  ha  funda- 
do, el  fletamento  de  sus  buques,  la  venta  del  salitre  ? 

Para  resolver  esta  situación  embarazosa,  el  gobierno  del 
Perú  recurrió  entonces  al  espediente  de  fomentar  las  dificul- 
tades internacionales  de  Chile,  a  estimular  las  resistencias  de 
los  estados  que  consideraba  sus  adversarios,  i  a  crearle  una 
situación  ante  la  cual  no  debía  quedarle  otro  arbitrio  que  re- 
signarse a  sufrir  en  silencio  todos  los  ultrajes  que  quisieran 
inferirle. 

No  le  fué  difícil  hacer  entrar  a  Bohvia  en  este  plan.  A  prín- 


LAS  CAUSAS  DE  LA    GUERRA  31 


cipios  de  1873  se  hallaba  en  Lima,  en  tránsito  de  Europa,  don 
Adolfo  Ballivian  que  volvia  a  América  para  tomar  el  mando 
de  la  república  boliviana.  La  prensa  peruana,  acojiéndolo  con 
grandes  aplausos,  armó  en  esos  momentos  una  estrepitosa 
gritería  contra  Chile  i  contra  las  pretensiones  invasoras  que 
se  le  atribuian.  Por  mas  que  entonces  Chile  no  aspirase  a  otra 
cosa  que  a  que  se  cumpliese  el  tratado  de  1866,  i  a  que  se  apro- 
base el  pacto  complementario  de  diciembre  de  1872,  que  como 
hemos  visto,  era  una  nueva  concesión  hecha  a  Bolivia,  los 
escritores  i  los  estadistas  del  Perú,  estaban  empeñados  en 
presentarlo  como  un  usurpador  atrevido  i  desvergozado.  Solo 
el  Perú,  se  decia,  puede  poner  a  raya  la  ambición  de  una  repú- 
blica que  no  tiene  mas  armas  que  su  arrogancia,  pues  no  cuen- 
ta con  soldados  ni  con  cañones.  El  Perú  es  bastante  poderoso 
para  esta  obra,  i  es  bastante  jeneroso  para  acudir  con  sus  re- 
cursos, con  sus  ejércitos  i  con  sus  escuadras,  en  apoyo  de  una 
hermana  querida,  cuya  autonomía,  por  otra  parte,  conviene 
mantener  en  nombre  del  equilibrio  americano.  No  es  difícil 
imajinarse  la  manera  como  los  gobernantes  del  Perú  esplica- 
ron  el  estado  de  los  negocios  entre  Chile  i  Bolivia  a  aquel  hués- 
ped que  no  podia  traer  de  Europa  una  idea  cabal  de  lo  que 
estaba  ocurriendo  en  su  pais.  Ballivian,  hombre  de  vistas  poco 
sagaces,  se  dejó  enredar  en  aquella  intriga,  i  dio  su  aceptación 
a  la  alianza  que  se  le  ofrecía.  Parece  que  el  gabinete  de  la  Paz 
no  tuvo  el  menor  conocimiento  de  aquella  negociación,  i  que 
el  día  menos  pensado  se  encontró  con  que  su  ájente  diplomá- 
tico en  Lima,  por  encargo  de  un  mandatario  que  ni  siquiera 
habia  entrado  en  sus  funciones,  acababa  de  celebrar  un  tra- 
tado que  aniarraba  a  la  república  a  una  alianza  que  al  fin  ha- 
bia de  ser  funesta  a  las  dos  partes  que  la  estipularon.  A  los 
que  conocen  la  manera  irregular  con  que  se  dirijen  los  negocios 
públicos  en  los  pueblos  que  como  Bolivia  i  el  Perú,  han  vivido 
envueltos  en  el  desorden  i  las  revoluciones,  no  debe  sorpren- 
derles esta  conducta. 

Sea  de  ello  lo  que  se  quiera,  el  hecho  es  que  el  6  de  febrero 
de  1873  se  firmaba  en  Lima  un  tratado  secreto  de  alianza 
ofensiva  i  defensiva,  por  el  cual  ambas  partes  contratantes  se 


32  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


comprometían  a  marchar  unidas  contra  cualquier  enemigo 
esterior  que  amenazase  su  independencia,  su  soberanía,  o  su 
integridad  territorial.  En  esos  momentos,  ni  Bolivia,  ni  el 
Perú  estaban  en  vísperas  de  una  guerra  esterior;  i  aunque  en 
aquel  pacto  no  se  nombraba  para  nada  a  Chile,  a  nadie, se  le 
podía  ocurrir  que  él  fuese  arreglado  contra  cualquiera  otro 
estado.  Pero  otro  hecho,  secreto  entonces,  i  hoi  conocido,  vie- 
ne a  demostrar  mas  claramente  los  propósitos  que  se  tenían 
en  vista. 

Chile  sostiene  desde  años  atrás  una  larga  i  comphcada  cues- 
tión de  límites  con  la  República  Arjentina.  En  1873  las  .nego- 
ciaciones diplomáticas  habían  tomado  cierta  vivacidad  que 
no  habían  tenido  antes.  El  gobierno  del  Perú  concibió  la  es- 
peranza de  hacer  entrar  a  aquella  república  en  sus  planes;  i  al 
efecto  envió  a  Buenos  Aires  un  ministro  diplomático  encar- 
gado de  negociar  la  adhesión  arjentina  al  pacto  de  alianza 
contra  Chile.  El  gobierno  arj entino  oyó  esas  proposiciones;  i 
sin  darles  su  aprobación,  las  sometió  en  consulta  a  las  cáma- 
ras lejíslativas.  El  congreso  trató  este  asunto  en  sesiones  se- 
cretas; i  por  el  momento  no  se  supo  nada  de  lo  que  allí  pasó. 
Después  se  ha  sabido  que  el  congreso  arj  entino,  reconociendo 
que  el  estado  de  la  cuestión  diplomática  no  justificaba  en  ma- 
nera alguna  la  celebración  de  una  ahanza,  i  que  muí  al  con 
trario  ella  podía  producir  las  mas  serias  complicaciones,  acor- 
dó aplazar  no  solo  la  aprobación  sino  hasta  la  discusión  de  las 
bases  de  aquel  pacto.  El  Perú  no  logró,  pues,  hacer  entrar  a 
la  República  Arjentina  en  sus  planes  secretos  contra  Chile. 

Casi  es  innecesario  repetir  que  las  dos  partes  interesadas 
en  aquel  convenio  guardaron  respecto  de  Chile  la  mas  estu- 
diada reserva.  Mas  aun,  las  relaciones  entre  esta  república  i 
el  Perú  continuaron  tan  amistosas  como  antes;  i  sí  algún  ru- 
mor de  esa  alianza  llegó  hasta  Chile,  el  Perú  supo  desvanecer- 
lo observando  en  sus  relaciones  diplomáticas  la  mas  delicada 
i  amistosa  cortesía. 

Mientras  tanto,  el  gobierno  peruano,  creyó  que,  aun  sin 
contar  con  la  cooperación  de  la  República  Arjentina,  la  sola 
alianza  con  Bolivia  le  bastaba  para  poner  en  obra  sus  planes 


LAS    CAUSAS  DE    LA  GUERRA  33 


financieros.  Comenzó  entonces  a  ejecutar  las  reformas  que 
ban  a  herir  de  muerte  a  los  industriales  i  a.  los  capitales  chile- 
inos  que  estaban  haciendo  de  la  provincia  peruana  de  Tara- 
pacá  un  emporio  de  riqueza  i  una  fuente  de  recursos  para  el 
tesoro  del  Perú,  de  que  habría  sabido  aprovecharse  otro  go- 
bierno mas  provisor. 

El  i8  de  enero  de  1873,  en  los  momentos  en  que  terminaba 
la  formación  del  tratado  de  alianza  con  Bolivia,  el  gobierno 
del  Perú  promulgó  la  lei  por  la  cual  se  declaraba  estancado  el 
salitre  en  toda  la  república.  Como  único  negociante  en  todo 
el  pais  para  el  comercio  esterior,  el  estado  se  comprometia  a 
pagar  a  los  productores  de  salitre  dos  pesos  cuarenta  centavos 
por  quintal  puesto  en  el  sitio  del  embarque,  reservándose 
como  beneficio  fiscal  el  mayor  valor  que  obtuviera  en  la  venta. 
La  esportacion  de  salitre  por  cualquiera  otra  persona  seria 
castigada  con  la  pena  de  confiscación  del  artículo.  Esta  lei, 
decia  un  artículo  transitorio,  comenzará  a  rejir  dos  meses  des- 
pués de  su  promulgación. 

Fácilmente  se  comprenderá  el  disgusto  que  esperimentaron 
todos  los  productores  de  salitre  de  la  provincia  de  Tarapacá 
cuando  se  vieron  despojados  así  del  derecho  de  negociar  libre- 
mente sus  productos  i  sujetos  a  venderlos  forzosamente  a  un 
gobierno  cuya  moralidad  i  cuyos  recursos  ño  inspiraban  mu- 
cha confianza.  Aprovechando  con  una  actividad  asombrosa 
los  dos  meses  que  se  les  daban  de  plazo  para  la  ejecución  de 
la  lei,  aceleraron  la  esportacion  al  esterior;  los  depósitos  de 
este  artículo  se  llenaron  en  Europa;  i  como  primer  resultado 
de  esta  imprudente  perturbación,  el  precio  del  salitre  bajó 
considerablemente.  El  gobierno  peruano  divisó  las  consecuen- 
cias de  sü  error;  pero  en  vez  de  adoptar  el  único  remedio  sal- 
vador, que  era  la  proclamación  de  la  libertad  comercial,  agra- 
vó el  mal  con  medidas  contrarias  a  todos  los  principios  econó- 
micos, i  mas  contrarias  aun  al  réjimen  liberal,  sin  el  cual  no 
puede  progresar  ninguna  industria.  Por  otra  lei  de  23  de  abril 
i  por  los  decretos  reglamentarios,  el  gobierno  peruano  limitó 
la  producción  de  salitre,  buscando  con  esta  medida  absurda 
que  no  bajase  el  precio  del  artículo.  Durante  el  año  que  tras- 

TOMO  XVI.—  3 


34  OÜBRRADEL  apACÍFICO 


curra  desde  el  i.^  de  setiembre  de  1873  hasta  el  31  de  agosto 
de  1874,  el  estado,  dijo  la  lei,  comprará  solo  4.500,000  quin- 
tales de  salitre;  i  una  comisión  compuesta  de  cinco  producto- 
res nombrados  por  el  prefecto  de  Tarapacá,  fijará  la  propor- 
ción en  que  debe  hacerse  esta  compra,  o  mas  claro  cuanto 
deba  comprarse  a  cada  productor.  No  se  necesita  de  mucha 
penetración  para  conocer  el  error  de  esta  medida,  ni  el  campo 
que  ella  abría  al  favoritismo  i  a  las  especulaciones  fraudulen- 
tas. ¿Quiénes  serian  los  favorecidos  en  aquellas  compras?  En 
el  Perú,  i  mediante  el  réjimen  de  corruptela  que  desgraciada- 
mente ha  subsistido  durante  tantos  años,  la  contestación  a 
esta  pregunta  no  podia  ser  mas  que  ésta:  Venderán  la  mayor 
cantidad  de  salitre  los  que  por  un  medio  o  por  otro  sepan  con- 
graciarse con  la  autoridad  que  nombra  la  comisión  i  que  pre- 
side a  la  venta. 

Las  consecuencias  de  estos  desaciertos  no  tardaron  en  de- 
jarse sentir.  El  viajero  belga,  que  hemos  citado  mas  atrás, 
visitó  el  Perú  bajo  el  réjimen  de  aquellos  errores  económicos; 
i  ha  comparado  esa  situación  con  la  historia  de  la  gallina  que 
ponia  huevos  de  oro.  El  salitre  esplotado  por  el  principio  de  la 
libertad,  daba  al  tesoro  del  Perú  un  huevo  de  oro  cada  dia; 
pero  el  gobierno  quiso  una  buena  mañana  apoderarse  de  todos 
los  huevos  de  oro  que  quedaban,  i  estancó  el  salitre,  es  decir 
mató  la  gallina.  En  efecto,  aquel  sistema  financiero  podia  ser 
mui  útil  a  algunos  traficantes  que  esplotaban  al  estado;  pero 
la  situación  del  tesoro  público  marchaba  de  mal  en  peor.  Las 
trabas  puestas  a  la  libre  producción  del  salitre  en  la  provincia 
peruana  de  Tarapacá,  i  que  arruinaban  a  su  comercio,  habian 
dado  nueva  vida  a  las  salitreras  que  los  chilenos  esplotaban 
en  Antofagasta.  En  Chile  mismo,  en  el  territorio  que  nadie  se 
habia  atrevido  a  disputarle,  es  decir  al  sur  del  grado  24,  co- 
menzaba a  prepararse  la  producción  del  salitre,  creando  así 
una  nueva  fuente  de  riqueza  pública.  El  triste  resultado  de 
aquel  sistema  debió  hacer  meditar  al  gobierno  del  Perú,  pero 
no  bastó  para  curailo  de  su  error.  Así,  pues,  en  vez  de  acudir 
al  remedio  salvador  de  declarar  la  hbertad  de  la  industria  del 
sahtre,  persistió  en  la  idea  del  estanco,  modificando  §olo  su 
forma. 


LAS    CAUSAS   DE     LA  GUERRA  35 

El  28  de  mayo  de  1875  dictó  una  lei  por  la  cual  derogaba 
las  dos  de  1873  que  establecieron  el  estanco  del  salitre.  Por  el 
artículo  3.*^  de  esta  lei  «se  autoriza  al  poder  ejecutivo  para  ad- 
<iuirir  los  terrenos  i  establecimientos  salitrales  de  la  provincia 
de  Tarapacá,  adoptando  con  este  objeto  las  medidas  legales 
necesarias.  Se  le  autoriza  igualmente  para  celebrar  los  con- 
tratos convenientes  para  la  elaboración  i  venta  del  salitre». 
Los  productores  de  salitre  que  no  quisieran  vender  sus  esta- 
blecimientos al  gobierno,  podrían  seguir  esplotándolos  por  su 
propia  cuenta,  pero  debían  pagar  al  estado  un  derecho  de  es- 
portacion;  i  como  el  gobierno  era  dueño  de  fijar  la  cuota  de 
este  impuesto,  es  claro  que  el  día  que  quisiese  podría  obligar- 
los indirectamente  a  renunciar  a  sus  propiedades.  El  gobierno 
pretendía  ser  el  único  productor  de  salitre  para  venderlo  sin 
competencia. 

Pero  ¿cómo  pagaría  el  gobierno  las  salitreras  i  las  fábricas 
que  comprase?  El  tesoro  del  Perú  estaba  exhausto:  no  solo  se 
habían  paralizado  las  obras  públicas,  sino  que  el  gobierno, 
con  gran  sorpresa  i  con  gran  disgusto  de  sus  numerosísimos 
acreedores  en  Europa,  había  suspendido  el  pago  de  la  deuda 
esterior.  La  lei  de  mayo  de  1875  había  previsto  esta  dificultad. 
Por  su  artículo  4.^  autorizaba  al  gobierno  para  contratar  un 
empréstito  de  siete  millones  de  libras  esterlinas.  Cuatro  millo- 
nes debían  invertirse  en  la  compra  de  las  salitreras,  fábricas, 
máquinas,  etc.,  i  los  otros  tres  para  concluir  los  trabajos  de 
los  ferrocarriles  contratados  por  el  gobierno,  i  atender  a  las 
necesidades  jenerales  del  estado.  Pero  ¿podía  hallar  quién 
prestase  siete  millones  de  libras  esterlinas  a  un  gobierno  que 
desde  dos  años  atrás  había  suspendido  el  pago  de  su  deuda? 
¿Habría  alguien  que  prestase  millones  al  Perú  para  concluir 
los  ferrocarriles  comenzados,  cuando  las  declaraciones  oficía- 
les del  presidente  de  la  república  i  del  congreso  nacional  en 
1872  habían  revelado  que  esos  trabajos  fueron  el  pretesto  de 
un  espantoso  derroche,  hasta  el  punto  de  mandar  someter  a 
juicio  a  todos  los  funcionarios  que  intervinieron  en  esos  nego- 
cios ?  Casi  es  innecesario  decir  que  el  Perú  no  encontró  en  esos 
momentos  quien  le  hiciese  préstamo  alguno. 


36  GUERRA  DEL  PACIFICO 


Mientras  tanto,  los  industriales  productores  de  salitre,  exas- 
perados por  aquella  lejislacion  que  ponia  sus  fortunas  a  mer- 
ced o  al  capricho  de  un  gobierno  que  parecia  no  comprender 
sus  propios  intereses,  arruinados  muchos  de  ellos,  no  querian 
otra  cosa  que  desembarazarse  de  sus  propiedades.  Al  fin,  mu- 
chos se  vieron  en  la  necesidad  de  vender  al  gobierno  del  Perú 
el  fruto  de  su  industria  i  de  su  trabajo,  bajo  las  peores  condi- 
ciones del  mundo.  Entregaron  sus  establecimientos,  sus  fábri- 
cas í  sus  depósitos  en  cambio  de  un  papel  por  el  que  el  estado 
se  comprometía  a  pagarles  su  valor  en  tal  plazo.  El  plazo  fija- 
do llegó  hace  tiempo  a  su  término,  i  los  infelices  vendedores 
no  han  podido  entrar  en  posesión  de  los  capitales  que  se  les 
deben. 

Esta  serie  de  desaciertos  i  de  violencias  hirió  principal- 
mente a  los  capitalistas  chilenos  que  hablan  llevado  su  for- 
tuna i  su  trabajo  a  la  provincia  peruana  de  Tarapacá.  Ellos 
fueron  la  primera  causa  de  la  crisis  comercial  por  que  tuvo 
que  pasar  Chile  en  los  años  subsiguientes.  El  gobierno  de  esta 
república,  sin  embargo,  no  salió  un  instante  de  la  mas  fria 
moderación.  Reconociendo  en  la  soberanía  del  Perú  el  dere- 
cho de  arreglar  como  mejor  quisiese  sus  cuestiones  financie- 
ras, no  entabló  ningún  reclamo  por  los  enormes  perjuicios 
que  esas  leyes  inferían  a  sus  nacionales. 

En  Chile  se  ha  dicho  en  la  prensa  i  quizá  hasta  en  algún 
documento  oficial,  que  aquellas  leyes  estaban  calculadas  para 
arruinar  los  intereses  chilenos  comprometidos  en  esas  nego- 
ciaciones. Nosotros  no  participamos  completamente  de  esta 
opinión.  Es  verdad  que  la  conducta  observada  por  el  Perú  en 
este  negocio  autoriza  a  creer  que  su  gobierno  piensa  que  los 
estranjeros  que  llevan  a  un  pais  su  trabajo  i  sus  capitales  para 
buscar  la  fortuna  por  medio  de  una  industria  honrada,  enri- 
queciendo al  mismo  tiempo  al  pueblo  que  los  hospeda,  son 
malhechores  a  los  cuales  es  permitido  despojar  por  la  astucia 
o  por  la  violencia.  Pero,  nosotros  creemos  que  en  toda  la  con- 
ducta del  gobierno  del  Perú  en  las  cuestiones  del  salitre,  tiene 
tanta  parte  el  odio  a  los  chilenos  como  el  desconocimiento  de 
sus  propios  intereses. 


CAPITULO  IV 


Cambio  producido  en  la  actitud  de  Bolivia  respecto  de  Chile  después  de  es- 
tipulado el  tratado  secreto. — El  congreso  boliviano  aplaza  la  discusión 
del  tratado  celebrado  con  Chile  en  1872. — El  gobierno  de  Chile  entabla 
nuevas  negociaciones  i  celebra  el  tratado  definitivo  de  1874. — Concesio- 
nes que  Chile  hacia  por  este  pacto.  » 

El  tratado  secreto  de  alianza  celebrado  en  Lima  contra 
Chile  el  6  de  febrero  de- 1873  comenzó  a  producir  en  bieve  sus 
efectos  en  Bolivia.  Se  creyó  allí  que  esa  alianza  ponia  a  la  re- 
pública chilena  al  borde  de  un  abismo,  ante  el  cual  no  le  que- 
daba mas  salida  posible  que  desistir  de  sus  pretensiones  si 
no  que  ria  precipitarse  a  su  ruina. 

En  Bolivia  se  tomaba  a  lo  serio  el  poder  naval  i  militar  del 
Perú,  se  creia  que  las  pretensiones  de  esta  república  al  rango 
de  la  primera  potencia  del  Pacífico  eran  perfectamente  fun- 
dadas, i  que  no  tenia  mas  que  alzar  un  poco  la  voz  para  que 
Chile,  sin  ejército  i  sin  escuadra,  doblase  la  cabeza  i  aceptase 
las  condiciones  que  se  quisiera  imponerle.  La  legación  perua- 
na en  Bolivia  fomentaba  artificiosamente  esta  confianza  i  pa- 
recía estimular  abiertamente  la  intransijencia  de  sus  secretos 
aliados.  A  fines  de  1872,  i  según  lo  espuso,  por  encargo  espre- 
so de  su  gobierno,  esa  legación  dio  un  banquete  en  la  ciudad 


38  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


de  La  Paz,  al  representante  de  Chile  i  a  los  gobernantes  de  Bo- 
livia  para  celebrar  el  desenlace  pacífico  de  todas  las  cuestiones 
pendientes,  por  medio  del  pacto  complementario  de  6  de  di- 
ciembre. Pocos  meses  mas  tarde,  esa  misma  legación  se  espre- 
saba aun  en  documentos  públicos,  en  términos  tan  inconve- 
nientes contra  Chile,  que  el  gobierno  peruano,  que  tenia  el 
mas  vivo  interés  en  mantener  secreta  la  alianza  contratada, 
llegó  a  reconvenir  a  su  ájente  poí  el  exceso  de  celo  con  que 
podia  comprometer  el  resultado  de  toda  aquella  intriga. 

Los  gobernantes  de  Bolivia,  por  su  parte,  pasaron  también 
por  iguales  alternativas  en  su  opinión  respecto  de  Chile.  An- 
tes de  celebrarse  la  alianza  perú-boliviana,  o  mas  propiamente 
antes  que  la  noticia  de  su  celebración  llegase  a  La  Paz,  la  can- 
cillería de  este  país  se  manifestaba  altamente  satisfecha  de 
haber  hallado  una  solución  amistosa  a  todas  las  dificultades. 
Contestando  la  nota  en  que  el  gobierno  de  Chile  le  comunica- 
ba la  aprobación  definitiva  del  pacto  de  diciembre,  el  ministro 
de  relaciones  esteriores  de  Bolivia,  doctor  don  Melchor  Terra- 
zas, decia  lo  que  sigue:  «De  verdadera  complacencia  es  para 
Bohvia  que  el  excelentísimo  gobierno  de  Chile,  inspirándose 
de  la  elevada  mira  de  consohdar  la  paz,  la  buena  intelijencia 
i  fraternal  unión  que  fehzmente  liga  a  esa  República  con  su 
vecina  i  amiga,  la  nación  boliviana,  antes  que  tener  en  cuenta 
transitorios  intereses,  haya  prestado  su  plena  aceptación  a  las 
estipulaciones  consignadas  en  el  referido  protocolo.  No  podia 
esperarse  menos  de  la  altura  de  ideas  i  sentimientos  que  dis- 
tinguen al  ilustrado  gobierno  de  Chile .  . .  Por  lo  demás,  es  mui 
satisfactorio  que  el  Excmo.  gobierno  de  Chile  conceptúe  el 
convenio  consignado  en  el  indicado  protocolo,  como  obliga- 
ción perfecta  i  se  apresure  a  ejecutarlo;  encontrándose  en  la 
misma  favorable  disposición  el  de  BoHvia,  para  darle  cumpli- 
do efecto  por  su  parte». 

Estas  amistosas  protestas  fueron  escritas  el  6  de  febrero  de 
1873.  El  ministro  que  las  firmaba  no  debia  tener  la  menor 
noticia  de  que  ese  mismo  dia  i  quizá  a  la  misma  hora,  un  fun- 
cionario boliviano  de  su  dependencia,  el  representante  de 
Bolivia  en  el  Perú,  estaba  firmando  en  Lima  un  tratado  de 


LáS    CAUSAS  DE  LA  GUERRA  39 

alianza  ofensiva  i  defensiva  contra  Chile.  Cuando  este  tratado 
fué  conocido  por  los  gobernantes  de  La  Paz,  cuando  creyeron 
que  Chile  se  iba  a  ver  en  la  necesidad  de  seguir  adelante  en  la 
via  de  las  concesiones,  el  tono  del  gabinete  boliviano  cambia 
completamente.  Con  fecha  27  de  marzo  de  1873,  poco  mas  de 
mes  i  medio  después  de  aquella  comunicación,  el  mismo  doc- 
tor don  Melchor  Terrazas  decia  al  gobierno  de  Chile  en  térmi- 
nos secos  i  perentorios,  no  que  Bolivia  estaba  dispuesta  a  dar 
cumplimiento  desde  luego  al  protocolo  de  diciembre,  sino  que 
iba  a  someterlo  a  la  aprobación  de  los  representantes  de  la  na- 
ción «conforme  a  los  principios  del  sistema  representativo  que 
rije  en  Bolivia»  1.  El  ministro  anadia  que  la  representación 
nacional  estaba  convocada  para  el  mes  siguiente;  i  que  a  ella 
le  tocaba  resolver  este  asunto.  De  su  nota  se  desprendia  cla- 
ramente que  el  protocolo  en  cuestión  no  seria  aprobado. 

Esto  fué  lo  que  sucedió,  en  efecto.  El  congreso  boliviano 
acordó  aplazar  el  conocimiento  de  este  asunto  hasta  el  año 
de  1874.  Mientras  tanto,  el  2  de  julio  de  1872  aprobaba  en  se- 
siones secretas  el  tratado  de  alianza  celebrado  con  el  Perú. 
Seguro  ya  de  su  poder,  sancionaba  después  otras  leyes  para 
gravar  con  nuevos  impuestos  las  industrias  chilenas  estable- 
cidas en  el  territorio  de  esplotacion  común,  acto  que  no  podia 
ejecutar  sin  el  conocimiento  i  la  aprobación  de  Chile. 

I.  Cuando  leemos  en  la  nota  del  ministro  Terrazas  este  estemporáneo 
respeto  por  el  sistema  representativo  que  rije  en  Bolivia,  involuntariamente 
se  nos  vienen  a  la  memoria  las  palabras  de  un  sabio  mui  distinguido, 
M.  Charles  Wiener,  que  ha  recorrido  palmo  a  palmo  esa  república  i  la  del 
Perú  en  desempeño  de  una  misión  científica  que  le  confió  el  gobierno  francés. 
<«En  Bolivia,  dice  Mr.  Ch.  Wiener,  el  parlamento  no  existe,  por  decirlo  así, 
mas  que  como  parágrafo  olvidado  en  la  constitución.  Doscientos  pretorianos, 
conocidos  bajo  el  nombre  de  <<el  primer  batallón»,  hacen  i  deshacen  los  pre- 
sidentes de  la  república,  de  los  cuales  trece  sobre  catorce,  desde  la  fundación 
de  la  república,  han  muerto  o  desterrados  o  asesinados».  Copio  estas  palabras 
abreviándolas  lijeramente,  de  una  serie  de  importantes  artículos  que  sobre 
la  guerra  del  Pacífico  publicó  M.  Wiener  en  Le  XIX  Siécle,  diario  de  París, 
del  2  al  19  de  junio  de  1879.  Recientemente,  en  1880,  acaba  de  publicar  el 
mismo  autor  el  resultado  de  sus  esploraciones  en  una  obra  monumental  so- 
bre esos  países,  con  el  título  de  Pérou  et  Bolivie.  Récit  de  voy  age,  suivi  d'étü- 
des  archéologiques  et  ethnographiques  et  de  notes  sur  l'écriture  et  les  langues  des 
populations  indiennes,  ouvrage  contenant  plus  de  iioo  gravures,  21  caries  et 
18  plans,  París;  Hachette,  1880.  Grand  in  8P  de  796  pages. 


40  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


El  gobierno  chileno  no  sabia  cómo  esplicarse  este  cambio 
en  la  actitud  de  Bolivia.  Atribuíalo  a  las  alternativas  consi- 
guientes a  las  jestiones  i  ajitaciones  de  los  partidos  políticos 
de  ese  pais  que  ha  vivido  siempre  en  la  revuelta.  Ni  por  un 
instante  pasó  por  su  mente  la  idea  de  que  el  Perú,  que  cada 
dia  se  mostraba  mas  cortes  i  amistoso  en  sus  comunicaciones 
con  Chile,  fuese  el  verdadero  i  único  autor  de  aquellas  dificul- 
tades, preparadas  tan  artificiosamente  desde  Lima  por  medio 
del  tratado  secreto.  Seguramente  el  rompimiento  que  ha  esta- 
llado en  1879,  habría  sobrevenido  entonces,  si  Chile  hubiera 
conocido  en  esa  época  la  trama  urdida  contra  él;  pero  ignoran- 
te de  todo  eso,  creyó  vencer  las  veleidades  de  Bolivia,  que 
atribuía  simplemente  a  inesperiencia  de  algunos  hombres  pú- 
blicos, i  a  mediados  de  1873  hizo  partir  para  La  Paz  una  nue- 
va legación. 

Esta  vez,  el  gobierno  de  Chile  estaba  dispuesto  a  hacer  nue- 
vas concesiones  para  asegurar  de  una  manera  definitiva  la 
situación  de  las  industrias  chilenas  establecidas  en  el  desierto 
de  Atacama.  No  buscaba  en  estas  negociaciones  ni  mayor  en- 
sanche de  su  territorio,  ni  tampoco  aumento  de  sus  entradas 
fiscales  por  medio  de  la  imposición  i  la  repartición  de  los  im- 
puestos que  debían  pagar  aquellas  industrias.  Quería  solo  que 
el  réjimen  de  violencia  i  de  instabilidad  que  con  demasiada 
frecuencia  había  impsrado  en  Bolivia,  no  se  hiciese  sentir  en 
aquella  rejion  por  medio  de  exacciones  i  de  impuestos  exor- 
bitantes contra  las  personas  i  los  bienes  de  los  chilenos  esta- 
blecidos alH. 

Estos  fueron  los  principios  que  sirvieron  de  fundamento  al 
tratado  celebrado  el  6  de  agosto  de  1874.  Chile  renunciaba  en 
favor  de  Bolivia  a  toda  la  parte  que  le  correspondía  por  los 
impuestos  percibidos  en  aquellos  lugares  desde  1866.  Iba  mas 
lejos  todavía:  renunciaba  para  siempre  a  todos  los  derechos 
que  en  adelante  se  cobrasen  allí,  i  de  cuya  mitad  era  dueño  en 
virtud  de  los  tratados  anteriores.  En  compensación  de  estas 
concesiones,  solo  exijió  una  gaiantía  que  fué  establecida  en  el 
aitículo  4P  del  tratado  en  la  forma  siguiente:  «Los  derechos  de 
esportacion  que  se  impongan  sobre  los  minerales  esplotados 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  41 


entre  los  paralelos  23  i  25  no  excederán  la  cuota  que  actual- 
mente se  cobra,  i  las  personas,  industrias  i  capitales  chilenos 
no  quedarán  sujetos  a  mas  contribución,  de  cualquiera  clase 
que  sea,  que  las  que  al  presente  existen.  La  estipulación  con- 
tenida en  este  artículo  durará  por  el  término  de  25  años».  El 
gobierno  contaba  con  que  al  cabo  de  estos  veinticinco  años, 
el  desarrollo  de  la  industria,  la  marcha  progresiva  del  movi- 
miento comercial,  i  una  mayor  civilización,  en  fin,  harían 
comprender  a  Bolivia  que  los  intereses  del  estado  son  los  mis- 
mos que  los  de  los  particulares,  i  que  las  medidas  vejatorias, 
los  impuestos  excesivos  i  arbitrarios,  lejos  de  ser  una  fuente 
de  entradas  para  el  erario,  paralizan  i  aniquilan  la  industria, 
como  en  esos  mismos  momentos  lo  estaba  esperimentando  el 
Perú  con  el  estanco  del  salitre.  Para  libertarse  de  nuevas  com- 
plicaciones diplomáticas  con  motivo  de  la  interpretación  i  de 
la  aplicación  de  este  tratado,  Chile  exijió  i  obtuvo  en  garantía 
el  siguiente  principio:  «Todas  las  cuestiones  a  que  diere  lugar 
la  intelijencia  i  ejecución  del  tratado,  deberán  someterse  al 
arbitraje». 

La  república  de  Bolivia  no  podia  aspirar  a  bases  mas  favo- 
rables que  las  que  le  acordaba  Chile  renunciando  condicional- 
mente  a  todos  sus  derechos  sobre  aquellos  territorios.  La  di- 
plomacia boliviana  debia  este  triunfo  a  la  disposición  en  que 
se  hallaba  Chile  de  hacer  las  mas  jenerosas  concesiones  para 
dar  bases  sólidas  al  establecimiento  de  las  industrias  de  sus 
nacionales.  Debíalo  igualmente  al  carácter  recto  i  a  la  eleva- 
ción de  miras  del  majistrado  que  entonces  gobernaba  en  Boli- 
via. Por  muerte  del  presidente  Ballivian,  habia  tomado  el 
mando  supremo  de  la  república,  el  señor  don  Tomás  Frías,  el 
hombre  público  mas  caracterizado  de  ese  pais,  por  su  inteli- 
jencia i  por  su  probidad.  En  posesión  de  un  tratado  secreto 
de  alianza  ofensiva  i  defensiva  contra  Chile,  oyendo  las  sujes- 
tiones  que  contra  esta  república  hacia  el  Perú,  el  gobierno  del 
señor  Frías  debió  desconfiar  de  la  sinceridad  de  este  aliado, 
que  habia  sido  el  enemigo  tradicional  de  Bolivia,  i  prefirió 
hacer  una  paz  sólida  i  durable  antes  de  entrar  en  la  carrera  de 
aventuras  1  complicaciones  cuyo  desenlace  no  podia  ser  otro 


42  GUBBBA  DEL  PACÍFICO 


que  el  triunfo  material  i  moral  de  Chile.  El  señor  Frias  trató 
porque  queria  evitar  a  Bolivia  los  males  que  han  sobrevenido 
sobre  ella  cuando  estuvo  gobernada  por  manos  mucho  menos 
puras  i  mucho  menos  intelij entes;  i  al  tratar,  supo  conseguir 
de  Chile  las  condiciones  mas  favorables  a  que  podia  esperar 


^^^^ 


CAPITULO  V 


Revolución  ocurrida  en  Bolivia  en  iSy6. — Elevación  del  jeneral  Daza  a  la 
presidencia  de  la  república. — Condición  de  los  trabajadores  chilenos  en 
el  desierto  de  Atacama. — Violencias  de  que  eran  víctimas  de  parte  de 
las  autoridades. — La  administración  de  justicia  boliviana. — Creación  de 
nuevos  impuestos  en  violación  de  los  tratados  existentes. 


El  tratado  de  1874  entre  Chile  i  Bolivia  no  dejaba  por  re- 
solver ninguna  dificultad.  Sin  embargo,  para  que  su  cumpli- 
miento no  suscitase  nuevas  complicaciones  se  necesitaba  que 
las.  dos  partes  contratantes  estuviesen  animadas  del  mismo 
espíritu  leal  i  justiciero.  Bajo  este  aspecto,  Chile  no  tenia  nada 
que  temer  de  la  administración  honrada  de  don  Tomas  Frias, 
sino  los  avances  imprudentes  de  algún  empleado  subalterno, 
que  indudablemente  seria  reprimido  por  la  acción  del  gobier- 
no jeneral. 

'  Por  desgracia  para  la  prosperidad  interior  de  Bolivia  i  para 
la  paz  esterior  de  estas  repúblicas,  la  administración  del  señor 
Frias  no  fué  de  larga  duración.  En  marzo  de  1876  se  apode- 
raba del  gobierno  el  jeneral  don  Hilarión  Daza,  después  de 
una  revolución  de  cuartel  con  las  tropas  cuyo  mando  le  habia 
confiado  el  gobierno.  A  la  administración  honorable  e  ilustra- 


44  GUERRA   DEL  PACÍFICO 


da  del  señor  Frias  habia  sucedido  una  dictadura  violenta, 
atrabiliaria,  vergonzosa  para  Bolivia  i  compromitente  para 
la  paz  esterior.  Se  ha  dicho  alguna  vez  que  esa  revolución  fué 
fomentada  por  el  gobierno  del  Perú,  a  quien  ha  gustado  siem- 
pre ausiliar  los  movimientos  revolucionarios  i  subversivos  en 
los  estados  vecinos.  Sea  de  ello  lo  que  se  quiera  la  verdad  es 
que  sobraron  en  Bolivia  jentes  que  levantaron  arcos  triunfa- 
les en  todas  las  ciudades  para  recibir  al  jeneral  Daza  en  medio 
de  los  mas  estruendosos  aplausos  con  que  se  le  aclamaba  «sal- 
vador de  la  patria»  i. 

La  numerosa  colonia  de  laboriosos  chilenos  que  habia  lle- 
vado al  desierto  de  Atacama  su  industria  i  sus  capitales,  co- 
menzó a  sufrir  desde  aquel  dia  las  consecuencias  del  réjimen 
de  violencias  establecido  por  la  nueva  administración.  Sobre 
semejante  estado  de  cosas,  conviene  oir  el  juicio  de  testigos 
desapasionados  i  desinteresados.  Un  célebre  sabio  francés,  M. 
Charles  Wiener,  que  en  este  tiempo  recorrió  esos  lugares  en 
desempeño  de  una  misión  científica  de  su  gobierno,  nos  ha 
dado  el  cuadro  compendioso  pero  animado  de  aquel  estado 
de  cosas. 

«La  esplotacion  de  estos  depósitos  de  guano  i  de  nitrato  de 
soda,  dice,  es  de  una  estremada  dificultad,  porque  la  costa 
que  termina  la  rejion  del  desierto,  i  que  tiene  su  misma  con- 
figuración, carece  absolutamente  de  agua.  Los  chilenos,  me- 
jor colocados  que  los  bolivianos  para  sacar  partido  de  este 
territorio,  puesto  que  su  pais  es  la  continuación  natural  de 
ese  litoral,  han  empleado  mucha  enerjía  i  mucha  actividad 
en  estos  lugares,  han  comprometido  capitales  considerables; 
i  las  ciudades  mineras  que  allí  existen,  los  inmensos  aparatos 
que  destilan  el  agua  del  mar  para  alimentar  a  los  habitantes, 
son  ob"a  suya. 

«De  cada  veinte  habitantes  se  pueden  contar  diecisiete  chi- 


I.  Dos  viajeros  distinguidos,  el  conde  d'  Ursel,  diplomático  i  escritor 
belga,  i  M.  Ch.  Wiener,  sabio  francés,  fueron  testigos  de  las  fiestas  i  ovacio- 
nes grotescas  de  que  fué  objeto  el  jeneral  Daza  en  esas  circunstancias,  i  las 
han  descrito  con  el  mismo  buen  humor.  Véanse  los  caps.  XIII  i  XIV  del  li- 
bro titulado  Swí  Amérique  (Paris.  1879)  por  el  conde  d'IJrsel. 


LAS   CAUSAS    DE  LA    GUERRA  45 

leños,  un  peruano,  un  europeo  i  un  coronel  boliviano.  El  co- 
ronel boliviano  es  la  autoridad. 

«Los  chilenos  trabajan,  los  europeos  trafican,  i  él  (el  coronel 
boliviano)  manda.  El  aislamiento  de  la  rejion  que  administra, 
lo  convierte  en  una  especie  de  dictador;  i  por  lo  tanto  un  réji- 
men  de  capricho  i  de  mala  voluntad,  esencialmente  vejatorio, 
hace  tan  desagradable  como  difícil  la  posición  de  los  chilenos»  ^ 

En  efecto,  cada  correo  que  llegaba  del  norte,  llevaba  a  San- 
tiago i  a  Valparaíso  la  noticia  de  alguna  violencia,  de  algún 
despojo,  cuando  no  de  algún  asesinato  perpetrado  o  ampara- 
do por  la  policía  boliviana  en  la  persona  de  algún  trabajador 
chileno.  Aquellos  crímenes  repetidos  i  dejados  impunes  por 
la  autoridad,  hacían  hervir  la  sangre  de  todas  las  personas 
honradas  por  la  indignación  que  producían.  Chile,  es  verdad, 
tenía  cónsules  en  aquellos  parajes;  i  esos  cónsules  tomaron 
resueltamente  mas  de  una  vez  la  defensa  de  sus  nacionales; 
pero  solo  obtuvieron  respuestas  evasivas  o  esplícacíones  que 
eran  una  burla  de  toda  justicia  i  de  toda  consideración.  Una 
sociedad  de  socorros  mutuos  fundada  por  los  chilenos  i  por 
otros  estranjeros,  fué  particularmente  el  objeto  de  estas  vio- 
lencias, i  fué  el  orí  jen  de  una  declaración  que  revela  el  caso 
que  se  hcoia  de  las  jestíones  consulares. 

En  nota  de  ii  de  diciembre  de  1876,  el  prefecto  de  Antofa- 
gasta  se  desembarazaba  de  todas  las  quejas  elevadas  por  el 
consulado  de  Chile,  declarando  que  los  cónsules  «no  tenían 
derecho  para  apoyar  las  reclamaciones  de  sus  conciudadanos 
contra  los  actos  de  la  autoridad  del  país  en  que  residen».  El 
prefecto  de  Antofagasta  quería  que  esas  reclamaciones  se  en- 
tablasen por  la  legación  de  Chile,  en  la  ciudad  de  La  Paz,  a 
dieciocho  días  de  viaje  del  teatro  de  los  sucesos,  a  fin  de  que 
la  dificultad  de  aducir  pruebas,  la  necesidad  de  pedir  infor- 
mes, i  el  trascurso  del  tiempo,  sirviesen  para  hacer  una  burla 
cruel  de  esas  jestíones.  Pero  lo  que  hai  de  mas  singular  es  que 


2.  Copiamos  estas  palabras  de  una  serie  de  importantes  artículos  que 
acerca  de  estos  paises  publicó  el  sabio  viajero  en  Le  XI X  Suele  de  Paris  del 
2  al  19  de  junio  de  1879.  Mas  tarde,  M.  Wiener  ha  reunido  sus  observacio- 
nes en  la  obra  monumental  que  hemos  citado  en  una  nota  anterior. 


46  GUERRA  DEL  PACIFICO 


un  mes  antes  de  la  declaración  del  prefecto  de  Antofagasta 
en  que  negaba  a  los  cónsules  el  derecho  de  reclamar  por  los 
atropellos  que  sufrían  sus  nacionales,  el  gobierno  de  La  Paz 
habia  publicado  una  circular,  con  fechg.  de  i6  de  noviembre, 
a  todos  los  cónsules  de  Bolivia  recomendándoles  que  presta- 
sen «la  mas  decidida  protección  a  los  ciudadanos  bolivianos 
que  residan  bajo  su  jurisdicción,  haciendo  en  su  favor,  ante  el 
gobierno  cerca  del  cual  está  acreditado  el  cónsul,  todas  las 
reclamaciones  que  se  juzguen  necesarias  en  este  caso».  El  pre- 
fecto de  Antofagasta,  sin  inquietarse  por  los  vejámenes  que 
sufrian  allí  los  chilenos,  ponía,  pues,  en  práctica  principios 
diametralmente  opuestos  a  los  que  proclamaba  su  gobierno, 
queriendo  hbertarse  así  de  toda  reclamación. 

Aquellos  actos  de  arbitrariedad  habrían  sido  en  cierto  modo 
soportables  sí  los  chilenos  que  daban  industria  i  vida  a  las 
poblaciones  del  desierto  hubiesen  hallado  siquiera  respeto  por 
US  propiedades  de  parte  de  los  tribunales  bolivianos.  Pero, 
la  justicia  pasó  a  ser  en  aquella  rejion  la  mas  amarga  burla  de 
todo  lo  que  es  derecho  i  honradez.  Nos  bastará  recordar  que 
un  juez  de  Caracoles,  muí  considerado  por  las  autoridades 
de  Bojivia,  era  un  reo  salido  de  la  cárcel  pública,  donde  habia 
sido  procesado  en  1874  por  un  intento  de  asesinato  consuma- 
do con  heridas  graves,  i  en  1875  por  un  robo  de  dinero  i  de 
otras  especies  3.  En  1876,  bajo  la  administración  del  jeneral 


3.  Este  juez  se  llamaba  don  Bartolomé  Rebollo,  Cómo  comprobante  del 
hecho,  publicamos  en  seguida  un  certificado  espedido  en  1876  por  las  mis- 
mas autoridades  bolivianas,  por  la  secretaría  del  juzgado  del  crimen  de  Co- 
bija. Helo  aquí: 

«El  secretario  que  suscribe,  certifica  que  a  f .  24  i  a  f .  30  del  libro  de  tomas 
de  razón  en  lo  criminal  se  rejistran  dos  decretos  de  acusación,  espedidos  por 
la  sala  del  crimen  de  este  tribunal  superior  contra  don  Bartolomé  Rebollo; 
el  primero  por  tentativa  de  asesinato  i  consiguiente  herida  inferida  en  la 
persona  de  Sebastian  López,  su  fecha  17  de  diciembre  de  1874;  i  el  segundo 
por  robo  de  dinero  i  especies  de  la  propiedad  del  doctor  Manuel  María  Be_ 
rasain,  en  20  de  mayo  de  1875;  resultando  de  ambos  haberse  librado  los  res- 
pectivos mandamientos  de  prisión  contra  el  reo  i  ordenádose  la  inscripción 
de  su  nombre  en  el  rejistro  de  la  cárcel  pública.  Es  cuanto  puedo  certificar 
en  cumplimiento  del  anterior  decreto  i  en  obsequio  de  la  verdad  i  justicia. — 
(Firmado) — C.  Suárez. — Lámar  (Cobija),  noviembre  6  de  1876.» 


LAS  CAUSAS    DE  LA    GUEBBA  47 

Daza,  ese  mismo  hombre  era  convertido  en  juez,  i  adminis- 
traba justicia  ¡i  qué  justicia!  a  los  laboriosos  industriales  chi- 
lenos, algunos  de  los  cuales  fueron  privados  de  una  parte  de 
sus  bienes  de  la  maner^  mas  inicua. 

Como  Chile  toleraba  estas  vejaciones,  o  se  limitaba  a  recla- 
mar de  ellas  por  la  via  diplomática,  i  con  la  mas  esmerada 
moderación,  el  gobierno  boliviano  se  creyó  autorizado  para 
pasar  adelante.  Creó  en  las  poblaciones  del  litoral  diversos 
impuestos  nuevos,  bajo  el  nombre  de  derecho  adicional,  de 
carguío,  i  de  alumbrado,  impuestos  todos  que  recaian  casi  es- 
clusiv amenté  sobre  los  chilenos. 

Para  cohonestar  esta  violación  del  tratado  de  1874,  el  go- 
bierno boliviano  alegó  las  necesidades  del  servicio  local;  i  el 
gobierno  de  Chile  toleró  los  nuevos  impuestos  en  el  carácter 
de  contribuciones  municipales.  Pero,  el  primer  paso  de  Bolivia 
estaba  dado.'La  complacencia  de  Chile  habia  alentado  la  arro- 
gancia de  sus  vecinos.  Tras  de  aquellos  impuestos  habian  de 
venir  otros,  i  luego  la  guerra  si  el  gobierno  chileno  no  consen- 
tía en  tolerar  indefinidamente  la  violación  de  todos  los  pactos. 


>^^ 


CAPITULO  VI 


Juzgando  a  Chile  envuelto  en  las  mas  serias  complicaciones,  el  congreso  de 
Bolivia  grava  con  otros  impuestos  las  industrias  chilenas  del  litoral. — 
El  gobierno  boliviano  suspende  los  efectos  de  esta  lei. — Poco  mas  tarde 
la  manda  poner  en  vigor. — Reclamaciones  diplomáticas  de  parte  de  Chi- 
le.— Propone  a  Bolivia  someter  la  cuestión  a  arbitraje. — El  gobierno  bo- 
liviano responde  a  estas  proposiciones  decretando  el  despojo  de  la  com- 
pañía de  salitres  de  Antofagasta. — Decreta  la  venta  en  remate  público 
de  los  bienes  de  esta  compañía. — El  desembarco  de  500  soldados  chile- 
nos impide  la  ejecución  del  remate. 


A  poco  de  celebrado  el  tratado  de  1874,  el  gobierno  del  Pe- 
rú habia  insinuado  a  los  de  Chile  i  Bolivia  la  conveniencia  de 
uniformar  el  réjimen  tributario  sobre  los  salitres  en  los  tres 
paises.  Parece  que  en  esos  momentos  el  Perú  desconfiaba  de 
la  eficacia  del  tratado  secreto  de  alianza  con  Bolivia,  i  preten- 
dia  ejecutar  sus  planes  financieros  por  otros  caminos.  Chile, 
sin  embargo,  se  negó  a  ligarse  con  compromisos  internaciona- 
les que  de  un  modo  u  otro  pudieran  llevarle  a  un  réjimen  con- 
trario a  la  mas  amplia  libertad  comercial,  que  ha  sido  siempre 
el  punto  de  partida  de  su  sistema  económico.  Bolivia,  por  su 
parte,  no  pudo  aceptar  estas  proposiciones  porque  estaba  su- 
jeta al  cumplimiento  del  tratado  en  virtud  del  cual  Chile  ha- 

TOMO  XVI.— 4 


50  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


bia  renunciado  condicionalmente  a  su  soberanía  sobre  la  re- 
jion  salitrera.  Las  cosas  quedaron  así  hasta  que  creyendo  que 
Chile  estaba  comprometido  en  las  mas  serias  complicaciones, 
juzgaron  sus  adversarios  que  era  llegado  el  momento  de  pro- 
ceder sin  consideración  alguna.    ' 

En  los  últimos  meses  d  1877  se  anunció  en  esos  países  que 
Chile  estaba  próximo  a  un  rompimiento  con  la  República  Ar- 
j  entina  por  causa  de  la  cuestión  de  límites  que  sostiene  desde 
muchos  años  atrás.  El  deseo  de  los  gobiernos  del  Perú  i  de 
Bolivia  de  que  aquellos  rumores  se  realizaran,  les  hizo  sin 
duda  dar  crédito  a  cuanto  se  decía.  Hasta  ahora  faltan  las 
noticias  para  conocer  qué  relaciones  mediaron  en  esos  mo- 
mentos entre  los  gabinetes  de  Lima  i  de  La  Paz.  Lo  cierto  es 
que  el  14  de  febrero  de  1878,  la  asamblea  nacional  de  Bolivia 
aprobaba  una  leí  concebida  en  estos  términos:  «Se  aprueba  la 
transacción  celebrada  por  el  ejecutivo  en  27  de  noviembre  de 
1873  con  el  apoderado  de  la  compañía  de  salitres  i  ferrocarril 
de  Antofagasta  a  condición  de  hacer  efectivo  como  mínimum 
un  impuesto  de  diez  centavos  por  el  quintal  de  salitre  espor- 
tado». El  poder  ejecutivo  sancionó  esta  leí  nueve  días  des- 
pués. 

El  congreso  boliviano,  revisando  i  modificando  por  su  sola 
voluntad  un  contrato  bilateral  celebrado  seis  años  antes  entre 
el  gobierno  de  la  repúbhca  i  una  compañía  industrial,  cometía 
al  mismo  tiempo  la  mas  flagrante  violación  del  tratado  de 
1874,  por  el  cual  se  había  comprometido  a  no  imponer  dentro 
del  término  de  veinticinco  años,  ningún  nuevo  derecho  a  las 
industrias  planteadas  por  los  chilenos  en  el  desierto  de  Ataca- 
ma.  Es  verdad  que  la  contribución  establecida  por  las  cáma- 
ras boHvianas  no  era  exhorbítante;  pero  la  leí  tuvo  cuidado 
de  decir  que  ese  derecho  sería  el  mínimum,  lo  que  equivalía  a 
declarar  que  mas  tarde  podía  ser  elevado. 

El  representante  de  Chile  en  La  Paz  reclamó  del  gobierno 
boliviano,  en  nombre  del  tratado  de  1874,  por  aquella  viola 
cien  de  un  compromiso  solemnemente  contraído.  Ese  gobier- 
no, persuadido  al  parecer  de  la  justicia  de  la  reclamación  de 
Chile,  suspendió  la  ejecución  de  la  leí,  cuidando  sin  embar- 


LAS   CAUSAS  DE  LA   GUERRA  51 


go  de  no  resolver  definitivamente  la  cuestión  que  habia  dado 
orí  jen  a  la  reclamación. 

Lo  que  habia  producido  este  cambio  en  la  política  agresiva 
de  Bolivia,  no  era  en  realidad  el  respeto  por  un  solemne  tra- 
tado internacional.  Los  gobiernos  de  las  condiciones  de  la 
dictadura  militar  que  entonces  ultrajaba  a  ese  pais,  miran 
con  el  mismo  desprecio  los  compromisos  internacionales  que 
las  leyes  que  rijen  la  administración  interior.  Pero  los  rumores 
de  rompimiento  entre  Chile  i  la  República  Arjentina  se  habian 
desvanecido,  i  el  primero  de  estos  estados  parecia  libre  de 
complicaciones  esteriores.  En  una  situación  semejante  no  con- 
venia, a  juicio  de  los  gobernantes  de  Bolivia,  provocar  a  Chile. 
La  prudencia  les  aconsejaba  esperar  un  momento  mas  pro- 
picio. 

En  efecto,  a  fines  de  1878  se  repitió  con  mayor  insistencia 
todavía  i  con  mayores  visos  de  verdad  el  anuncio  del  rompi- 
miento inevitable  entre  Chile  i  la  República  Arjentina.  De- 
cíase que  ambos  estados  ponían  en  movimiento  sus  escuadras, 
i  que  de  un  momento  a  otro  debía  hacerse  la  declaración  de 
guerra.  El  gobierno  de  Bolivia  no  quiso  perder  una  oportuni- 
dad que  creía  la  mas  favorable  para  violar  impunemente  el 
compromiso  que  lo  ligaba  a  Chile.  Inútiles  fueron  los  esfuer- 
zos i  las  representaciones  de  la  legación  chilena  para  evitar 
aquel  acto  de  violencia.  El  gobierno  boliviano  estaba  resuelto 
a  atropellarlo  todo:  desatiende  las  observaciones  que  se  le  ha- 
cen en  nombre  del  tratado,  i  haciendo  alarde  del  mas  inútil 
rigor,  manda  que  la  compañía  chilena  de  Antofagasta  pague 
90,000  pesos  como  importe  de  los  derechos  que  habría  debido 
pagar  después  de  la  promulgación  de  la  leí,  cuyos  efectos  ha- 
bian sido  suspendidos.  Pareciajque  no  habia  nada  que  esperar 
después  de  esta  última  violencia. 

El  gobierno  de  Chile  i  su  representante  no  desesperaron  sin 
embargo.  Entre  esta  repúblicafijla  de  Bolivia  existia  el  com- 
promiso formal  de  someter  a  arbitraje] cualquiera  dificultad 
a  que  diere  lugar  la  intelíjencía^í  la^ aplicación  del  tratado  de 
1874.  Con  el  deseo  de  evitar  un  conflicto,  Chile  propuso  con 
grande  insistencia  que  aquella  cuestión  se  sometiese  a  un  tri- 


52  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


bunal  arbitral.  En  consecuencia,  reclamó  que  se  suspendiesen 
los  procedimientos  ejecutivos  decretados  contra  la  compañía 
de  salitres  i  de  ferrocarril  de  Antofagasta  hasta  la  resolución 
del  arbitro.  Pero  esta  proposición  fué  el  motivo  de  una  nueva 
burla,  i  de  un  atentado  mucho  mayor  aun  de  parte  de  Bolivia. 
En  vez  de  aceptar  con  franqueza  i  sinceridad  el  arbitraje  que 
sale  proponia,  o  de  pronunciarse  abiertamente  contra  él,  el 
gobierno  boliviano  prefirió  mantener  al  representante  de  Chile 
en  la  espectativa  mientras  él  se  preparaba  para  ejecutar  sin 
resistencia  sus  planes  de  despojo,  i  espedia  con  este  objeto  sus 
instrucciones  secretas  a  las  autoridades  de  Antofagasta. 

Por  fin,  el  i.^  de  febrero  de  1879  ^^  gobierno  boliviano  resol- 
vía perentoriamente  la  cuestión  por  un  decreto  definitivo, 
cuya  parte  dispositiva  dice  testualmente  como  sigue:  «Queda 
rescindida  i  sin  efecto  la  convención  de  27  de  noviembre  de 
1872,  acordada  entre  el  gobierno  i  la  compañía  de  salitres  de 
Antofagasta;  en  su  mérito  suspéndense  los  efectos  de  la  lei  de 
14  de  febrero  de  1878.  El  ministro  del  ramo  dictará  las  órde- 
nes convenientes  para  la  reivindicación  de  las  salitreras  de- 
tentadas por  la  compañía». 

A  primera  vista  no  se  comprende  fácilmente  todo  el  alcance 
de  este  decreto  atentatorio  que  iba  a  producir  el  rompimiento 
definitivo.  En  él,  el  gobierno  de  Bolivia  se  desentendía  por 
completo  del  tratado  que  lo  ligaba  a  Chile.  Suspendía,  sin  em- 
bargo, i  aun  podría  decirse  por  vía  de  burla,  la  contribución 
que  había  impuesto  a  la  compañía  chilena  de  salitres  i  del  fe- 
rrocarril de  Antofagasta;  pero  al  mismo  tiempo  anulaba  los 
títulos  de  propiedad  de  esa  compañía,  decretando  la  confisca- 
ción de  sus  bienes.  Se  comprenderá  mejor  la  importancia  de 
este  despojo,  recordando  que  el  capital  de  esa  sociedad  im- 
portaba seis  millones  de  pesos,  representados  en  edificios,  en 
máquinas,  en  la  vía  férrea,  en  muelles,  en  los  almacenes  de 
depósito,  en  animales  i  en  todos  los  enseres  necesarios  para 
una  vastísima  esplotacion>  La  compañía  chilena  veía  pues, 
que  por  un  simple  decreto  se  le  arrebataban  todos  sus  bienes, 
el  fruto  de  inj  entes  capitales  i  de  diez  años  de  sacrificios  i  de 
trabajo  El  gobierno  de  Chile,  por  su  parte,  veía  que  Bolivia, 


LAS  CAUSAS  DE  LA  GUERRA  53 


al  paso  que  decretaba  la  abrogación  del  impuesto,  contestaba 
sus  reclamaciones  confiscando  las  propiedades  de  los  chilenos. 

I  aquel  decreto  no  era  una  vana  amenaza.  El  prefecto  de 
Antofagasta,  en  cumplimiento  de  las  órdenes  que  recibia  de 
La  Paz,  trabó  embargo  sobre  los  bienes  déla  compañía,  i  man- 
dó suspender  las  faenas  de  esplotacion,  dejando  en  un  solo 
dia  privados  de  trabajo  a  mas  de  dos  mil  obreros  chilenos  que 
estaban  al  servicio  de  la  compañía.  Decretó  al  mismo  tiempo 
la  prisión^  del  j érente  de  la  compañía,  el  cual  se  vio  obligado 
a  buscar  un  asilo  en  un  buque  chileno  que  habia  en  el  puerto 
Como  si  esto  no  bastara  para  desvanecer  toda  esperanza  de 
arreglo,  el  gobierno  de  Bolivia  decretó  que  el  14  de  febrero  se 
vendiesen  en  pública  subasta  i  al  mejor  postor  toda  la  pro- 
piedades i  enseres  de  la  compañía  chilena. 

El  gobierno  de  Chile  tuvo  noticia  en  un  solo  dia  (11  de  fe- 
brero de  1879)  ^^  todas  estas  violencias  i  de  todos  estos  atro- 
pellos. En  el  acto  comprendió  que  la  diplomacia  no  tenia  ya 
nada  que  hacer  en  esta  cuestión.  Todos  los  medios  pacíficos 
estaban  agotados  ante  la  intemperancia  de  Bolivia  i  ante  el 
hecho  consumado  de  la  ruptura  de  un  pacto  solemne  i  de  la 
violenta  confiscación  de  las  propiedades  chilenas.  El  mismo 
dia  II  de  febrero  dio  orden  a  su  representante  en  Bolivia  de 
dejar  este  pais.  Habia  llegado  el  momento  doloroso  para  un 
pueblo  pacífico  i  trabajador,  de  hacerse  justicia  por  sí  mismo 
con  las  armas  en  la  mano. 

Puesto  que  Bolivia  rompía  el  pacto  mediante  el  cual  Chile 
habia  cedido  una  parte  del  territorio  poblado  i  trabajado  por 
sus  hijos,  puesto  que  violaba  las  condiciones  mediante  las  cua- 
les se  le  habia  hecho  aquella  cesión,  el  papel  de  esta  república 
no  podía  ser  otro  que  retrotraer  las  cosas  al  estado  que  tenían 
antes  de  los  tratados  por  los  cuales  habia  renunciado  a  una 
parte  de  su  soberanía  en  cambio  de  condiciones  que  no  se  que- 
ría cumplir.  Habia  pasado  el  tiempo  de  las  negociaciones,  e 
iba  a  comenzar  la  era  de  la  lucha  armada. 

Chile  habia  esperado  hasta  la  última  hora  para  tomar  esta 
resolución  suprema;  pero  cuando  el  despojo  de  sus  nacionales 
estaba  para  consumarse,  el  mismo  dia  en  que  las  propiedades 


54  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


de  la  compañía  de  salitres  i  de  ferrocarril  debian  venderse  en 
remate  público,  el  14  de  febrero  de  1879,  un  cuerpo  de  qui- 
nientos soldados  chilenos  desembarcaba  en  Antofagasta  e 
impedia  la  ejecución  de  aquel  injustificable  atentado. 


SEGUNDA  PARTE 


hÉS  OPERACIONES   MILITARES 


CAPITULO  I 


Antofagasta  i  Calama,  febrero  i  marzo  de  1879 

Desembarca  en  Antofagasta  una  columna  de  500  chilenos. — Las  poblacio- 
nes vecinas  se  pronuncian  por  la  causa  de  Chile  i  espulsan  a  las  autori- 
dades bolivianas. — Todas  ellas  piden  su  incorporación  a  la  república  de 
Chile. — El  presidente  de  Bolivia  recibe  la  noticia  del  desembarco  de  los 
chilenos,  i  la  oculta  para  no  turbar  las  fiestas  del  carnaval. — Se  decretan 
la  espulsion  de  los  chilenos  de  Bolivia  i  la  confiscación  de  sus  bienes. — 
El  ejército  boliviano  se  dispone  a  salir  a  campaña. — Los  chilenos  se  apo- 
deran de  Calama  después  de  un  combate. — La  escuadra  chilena  ocupa 
todo  el  litoral  hasta  la  frontera  del  Perú. 


Desde  que  el  empleo  de  las  armas  fué  una  necesidad  inevi- 
table, el  gobierno  de  Chile  desplegó  una  grande  actividad.  El 
dia  siguiente  de  aquel  en  que  supo  la  confiscación  de  las  pro- 
piedades chilenas  por  mandato  del  gobierno  de  Bolivia  i  por 


56  GUERRA  DEL  PACIFICO 


Orden  del  prefecto  de  Antofagasta  (el  12  de  febrero),  hizo  salir 
de  Caldera  dos  buques  de  guerra  con  quinientos  hombres  de 
desembarco,  bajo  el  mando  del  coronel  don  Emilio  Sotoma- 
yor.  Se  quería  que  esas  fuerzas  llegasen  a  Antofagasta  antes 
que  se  efectuase  el  remate  de  las  propiedades  confiscadas, 
para  evitar  así  las  compHcaciones  que  podian  resultar  de  la 
venta  simulada  a  algún  estranjero  que  hiciera  intervenir  en 
favor  de  aquella  negociación  las  reclamaciones  de  su  gobierno. 

El  coronel  Sotomayor  desembarcó  en  Antofagasta  en  la 
mañana  del  14  de  febrero  sin  hallar  la  menor  resistencia.  La 
población  de  aquella  ciudad,  compuesta  casi  esclusivamente 
de  chilenos,  recibió  a  sus  compatriotas  con  los  brazos  abiertos, 
en  medio  de  los  mayores  trasportes  de  alegría.  Para  aquellos 
laboriosos  trabajadores,  víctimas  como  hemos  dicho  de  los 
peores  tratamientos  de  parte  de  las  autoridades  bolivianas, 
el  desembarco  de  sus  compatriotas,  importaba  la  suspensión, 
cuando  no  la  cesación  definitiva  de  sus  sufrimientos.  El  pre- 
fecto del  lugar,  i  los  demás  aj  entes  del  gobierno  boliviano,  fue- 
ron depuestqs  de  su  funciones  i  dejados  en  co^ipleta  libertad 
para  retirarse  a  donde  quisiesen.  Todos  ellos  se  embarcaron 
para  los  puertos  del  norte. 

La  noticia  de  este  suceso  llegó  rápidamente  a  los  pueblos 
vecinos  de  Caracoles  i  de  Mejillones  i  a  los  establecimientos 
industriales  de  ese  territorio.  En  todos  esos  lugares,  los  chile- 
nos formaban  a  lo  menos  el  ochenta  por  ciento  de  la  población 
i  ellos  así  como  los  pocos  europeos  que  allí  residían  en  calidad 
de  comerciantes  i  de  empleados  de  los  industriales  chilenos- 
estaban  hastiados  de  los  atropellos  i  violencias  de  la  domina, 
cion  boliviana.  La  acción  de  las  tropas  chilenas  que  llegaron 
rápidamente  a  esos  puntos,  se  limitó  a  protejer  a  las  antiguas 
autoridades  de  la  saña  del  pueblo,  que  sin  ese  freno  habría 
querido  tal  vez  vengarse  de  las  crueldades  i  despojos  de  que 
había  sido  víctima.  En  todas  partes  se  dejó  a  las  autoridades 
i  a  las  guarniciones  bolivianas  en  libertad  i  se  les  permitió 
replegarse  al  pequeño  pueblo  de  Calama,  situado  a  unas  dieci- 
seis leguas  al  norte  del  paralelo  23,  i  por  tanto  fuera  del  terri- 
torio que  había  formado  parte  de  Chile  antes  de  la  cesión  he- 


AS    OPERACIONES   MILITARES  57 


cha  a  Bolivia  por  los  tratados  que  esta  república  habia  roto. 
En  algunos  lugares,  como  en  Caracoles,  los  comerciantes  chi- 
lenos hicieron  una  suscripción  para  comprar  zapatos  a  los 
soldados  bolivianos  a  fin  de  que  pudieran  hacer  la  travesía 
del  desierto.  ¡A  tanta  miseria  los  tenia  reducido  el  abandono 
la  incuria  de  su  gobierno! 

Mientras  tanto,  las  fuerzas  chilenas  se  aumentaban  cons 
derablemente  en  Antofagasta  i  en  otros  puntos  inmediatos 
Ademas  de  los  pequeños  refuerzos  que  habían  llegado  de  Val- 
paraíso, para  hacer  frente  a  cualquier  evento,  los  trabajadores 
chilenos  acudieron  a  organizarse  en  batallones  de  guardia  na- 
cional regularmente  disciplinados  i  vestidos,  i  prontos  a  acudir, 
a  cualquiera  parte.  A  mediados  de  marzo,  esas  fuerzas  ascen- 
dían ya  a  cerca  de  cuatro  mil  soldados,  todos  resueltos  í  ardo- 
rosos. En  todas  aquellas  poblaciones,  los  vecinos  mas  influ- 
yentes i  acaudalados,  habían  espontáneamente  estendído 
actas  en  que  espresaban  sus  deseos  i  su  propósito  de  reincor- 
porarse a  la  república  de  Chile,  bajo  cuyas  leyes  habían  pobla- 
do el  desierto,  i  bajo  cuyo  amparo  querían  vivir,  para  respeto 
de  sus  propiedades  i  de  sus  personas.  Esas  actas,  llenas  de 
firmas  de  chilenos  de  la  mayor  parte  de  los  europeos  estable- 
cidos allí,  eran  elevadas  al  presidente  de  Chile,  cuya  autoridad 
querían  todos  reconocer.  La  anexión  de  ese  territorio  a  la  re- 
pública chilena,  de  que  había  estado  temporalmente  segrega- 
do, era,  pues,  un  hecho  inevitable,  resultado  de  la  monstruosa 
administración  boliviana,  i  a  que  no  habría  podido  resistir  el 
mismo  gobierno  de  Chile. 

El  telégrafo  comunicó  inmediatamente  a  Tacna  (en  el  Perú) 
la  noticia  del  desembarco  de  los  chilenos  en  Antofagasta,  i  de 
allí  partió  un  emisario  para  trasmitirla  al  gobierno  de  Bolivia. 
Las  comunicaciones  iban  dirijidas  al  presidente  Daza,  porque 
bajo  el  réjimen  administrativo  que  éste  había  planteado,  era 
él  i  no  los  ministros,  quien  recibía  los  mas  importantes  despa- 
chos oficiales.  El  presidente  recibió  esa  comunicación  el  20  de 
febrero,  pero  no  dio  conocimiento  a  nadie  de  tan  graves  ocu- 
rrencias. 

En  efecto,  el  jeneral  Daza  estaba  ocupado  en  esos  momen- 


58  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tos  por  otros  negocios  qu  llamaban  mas  su  atención.  Desde 
muchos  dias  atrás,  i  a  pesar  de  que  una  hambre  espantosa 
diezmaba  la  población  de  algunas  provincias  del  interior,  a 
consecuencia  de  una  pésima  cosecha,  el  gobierno  de  Bolivia 
vivia  en  medio  de  fiestas  en  que  de  grado  o  por  fuerza,  tenian 
que  tomar  parte  todas  las  autoridades  i  todos  los  habitantes. 
Festejóse  primero  durante  algunos  dias  el  aniversario  del  na- 
tahcio  del  jefe  supremo  de  la  nación,  «el  natalicio  del  gobier- 
no», decian  algunos  documentos  oficiales;  i  luego  el  arribo  de 
un  nuevo  ministro  plenipotenciario  del  Perú,  que  habia  llega- 
do a  la  ciudad  de  la  Paz  a  fortificar  al  gobierno  boliviano  en 
la  actitud  que  desde  fines  del  año  anterior  habia  asumido  con- 
tra Chile.  El  20  de  febrero,  cuando  Daza  recibió  las  comunica- 
ciones que  le  anunciaban  la  ocupación  de  Antofagasta  estaba 
preparándose  para  celebrar  el  carnaval.  Los  periódicos  decian 
que  el  jefe  supremo  acababa  de  recibir  de  Europa  unos  lujosos 
vestidos  para  aquella  fiesta.  En  consecuencia,  el  carnaval  de 
1879  fué  mas  festejado  que  el  de  cualquier  otro  año;  i  el  pre- 
sidente de  Bolivia  pasó  distraido  de  todos  los  cuidados  de  la 
administración  hasta  el  26  de  febrero,  miéi coles  de  ceniza  i 
término  de  las  orjías  del  carnaval. 

Este  dia  convocó  a  sus  ministros  para  darles  conocimiento 
de  la  ocupación  del  litoral  por  las  fuerzas  chilenas.  Para  recu- 
perar el  tiempo  perdido,  el  presidente  i  sus  ministros  se  pusie- 
ron al  trabajo  con  toda  actividad.  Sus  primeros  actos,  sin  em- 
bargo, no  debian  ser  mui  eficaces  para  el  objeto  que  se  bus- 
caba. El  jeneral  Daza  pubhcó  dos  proclamas,  una  al  pueblo  i 
otra  al  ejército,  en  que  les  anunciaba  la  guerra  a  Chile,  decla- 
rando que  los  hijos  de  este  pais  eran  j entes  depravadas  por  la 
miseria  i  el  vicio,  bandidos  cobardes,  asesinos  de  puñal,  ladro- 
nes que  se  habian  enriquecido  con  los  tesoros  robados  a  Bo- 
livia. «El  ejército  bohviano,  agregaba  mas  adelante,  hará  co- 
nocer al  mundo  que  la  honra  de  Bohvia  i  la  integridad  de  su 
territorio  están  bajo  la  salvaguardia  de  sus  bayonetas,  i  que 
en  esta  ocasión,  como  en  otras,  sabrá  castigar  a  sus  cobardes 
agresores.  Camaradas!  anadia  dirijiéndose  a  sus  soldados. 
Todo  lo  espero  de  vuestro  patriotismo,  de  vuestra  serenidad 


LAS  OPERACIONES  MILITARES  69 

i  disciplina.  Si  el  gobierno  que  ha  creido  humillarnos  ocupan- 
do nuestras  desiertas  playas,  no  retracta  honorablemente  sus 
actos  vandálicos,  quedará  inaugurada  para  nosotros  una  glo- 
riosa epopeya,  porque  todos  cumpliremos  a  competencia  el 
santo  deber  de  combatir  sin  tregua  ni  desaliento  a  los  enemi- 
gos de  la  autonomía  nacional,  a  los  usurpadores  de  nuestro 
tenitorio».  En  seguida  decretó  laespulsion  de  todos  los  chile- 
nos del  territorio  de  la  república,  i  el  embargo,  i  en  caso  nece- 
sario, la  confiscación  de  sus  propiedades.  En  virtud  de  estas 
disposiciones  consignadas  en  el  decreto  de  declaración  de  gue- 
rra de  i.^  de  marzo,  se  trabó  el  embargo  de  las  propiedades 
chilenas,  en  el  rico  mineral  de  plata  de  Huanchaca  i  en  las 
minas  de  cobre  de  Corocoro,  causando  a  sus  propietarios  i  a 
los  trabajadores  daños  de  la  mayor  consideración. 

El  llamamiento  a  las  armas  fué,  a  lo  menos  en  apariencias, 
sumamente  fácil.  Dieciseis  jenerales,  cerca  de  cien  coroneles, 
i  como  setecientos  oficiales  inferiores  que  se  hallaban  en  la 
Paz,  firmaron  una  acta  por  la  cual  se  ofrecian  a  sellar  con  su 
sangre  el  castigo  de  los  desleales  i  bárbaros  chilenos.  «Los  jefes 
i  oficiales  del  ejército  permanente,  decia  ese  documento,  com- 
prendemos toda  la  magnitud  de  los  deberes  que  esta  situación 
nos  impone.  Antes  de  sellar  con  sangre  el  juramento  prestado 
a  nuestras  banderas,  antes  de  cubrir  con  inscripciones  i  laure- 
les estas  sagradas  insignias,  protestamos  contra  el  incalifica- 
ble acto  de  deslealtad  i  de  barbarie  ejecutado  por  el  gobierno 
chileno  en  Antofagasta,  Mejillones  i  Caracoles.  Poseídos  de 
noble  orgullo,  los  que  tenemos  al  cinto  una  espada,  que  la  pa- 
tria nos  ha  confiado  para  defenderla  i  conservar  incólume  su 
honra,  juramos  mil  veces  mas  que  no  envainaremos  estas  es- 
padas antes  de  vengar  el  ultraje  que  Chile  ha  inferido  a  Boli- 
via.  Que  la  posteridad  nos  juzgue!  ¡Viva  Bolivia!  jAbajo  el 
salvaje  gobierno  de  Chile»!  i. 


I.  Un  escritor  que  se  firma  «El  conde  de  Valras»,  i  que  es  un  oficial  fran- 
cés, el  conde  de  Lort-Serignan,  ha  publicado  en  la  Revue  de  Frunce  unos 
artículos  sobre  la  guerra  del  Pacífico,  que,  sea  dicho  de  paso,  contienen  mu- 
chos errores  históricos,  jeográficos  i  de  toda  especie.  Allí  ha  traducido  esta 
curiosa  acta  de  los  jefes  del  ejército  boliviano  como  muestra  de  «las  costum- 


60  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Tan  seguros  estaban  esos  jefes  i  oficiales  de  las  victorias 
que  iban  a  alcanzar  en  esta  guerra,  que  ellos  i  el  presidente 
Daza  anunciaban  por  todas  partes  que  en  el  plazo  de  sesenta 
dias  habrían  espulsado  de  su  territorio  a  los  invasores.  Inme- 
diatamente se  dieron  las  órdenes  para  reunir  el  ejército  efec- 
tivo i  para  movilizar  la  guardia  nacional.  De  los  cuadros  pu- 
blicados con  este  motivo,  se  supo  entonces  que  Bolivia  con- 
taba con  un  ejército  permanente  de  2,232  soldados,  mandados 
por  poco  mas  de  mil  oficiales,  esto  es  un  oficial  aproximativa- 
mente para  cada  dos  soldados.  De  esos  oficiales,  22  eran  jene- 
rales,  135  coroneles  i  solo  72  subtenientes.  Uno  de  esos  bata- 
llones que  llevaba  el  nombre  del  jefe  supiemo  del  estado,  i  que 
por  lo  mismo  era  el  cuerpo  de  preferencia,  era  compuesto  de 
540  hombres,  de  los  cuales  solo  173  eran  soldados.  El  séquito 
del  presidente  era  compuesto  de  20  edecanes,  todos  coroneles 
o  jenerales.  Esta  organización  militar  era  el  fruto  necesario 
de  las  constantes  guerras  civiles  que  han  destrozado  a  Bolivia. 

La  movilización  de  este  ejército  ofreció  desde  luego  las  mas 
serias  dificultades  por  dos  causas  diferentes,  la  escasez  de  re- 
cursos del  erario  público,  i  los  obstáculos  del  terreno  que  era 
preciso  atravesar  para  llegar  a  los  lugares  que  ocupaban  los 
chilenos,  obstáculos  perfectamente  invencibles  por  las  gran- 
des distancias  i  por  las  asperezas  de  las  montañas  i  de  los  des- 
poblados. Mucho  mas  fácil  habria  sido  al  presidente  Daza  el 
despachar  a  uno  de  sus  ministros  a  Lima  a  reclamar  del  go- 
bierno peruano  el  cumplimiento  de  su  palabra  empeñada  en 
el  tratado  secreto  de  alianza  contra  Chile. 

Mientras  tanto,  los  soldados  bolivianos  que  antes  guarne- 
cian  las  poblaciones  del  litoral,  permanecian  reconcentrados 
en  el  pueblo  de  Calama;  i  aunque  no  recibian  los  refuerzos  que 
esperaban  del  interior,  eran  bastante  numerosos  para  intentar 

bres  militares  dé  este  pais»,  i  para  que  se  vea  que  «la  raza  de  los  matamoros» 
no  está  estinguida.  Pudo  haber  agregado  que  esa  pieza,  así  como  las  enfáti- 
cas proclamas  de  Daza,  i  los  otros  escritos  que  en  esos  dias  cirrcularon  en 
La  Paz  llamando  a  los  chilenos  «salvajes  araucanos,  miserables  piratas  del 
Pacífico,  cobardes,  asesinos,  etc.,  etc.*,  no  eran  mas  que  el  preludio  de  la 
guerra  de  insultos  ridículos  e  impotentes  que  los  documentos  públicos  de 
Bolivia  i  del  Perú  habían  de  dirijir  a  Chile. 


LAS  OPERACIONES  MILITARES  61 

una  sorpresa  sobre  cualquiera  de  los  puntos  que  ocupaban  los 
chilenos,  i  particularmente  sobre  el  mineral  de  Caracoles  que 
era  el  mas  inmediato.  Un  abogado  boliviano,  el  doctor  don 
Ladislao  Cabrera,  hombre  de  empresa  i  de  resolución,  era  el 
inspirador  de  aquella  resistencia.  En  el  principio,  el  gobierno 
de  Chile  no  habia  pensado  en  pisar  una  pulgada  de  terreno 
mas  allá  del  paralelo  23,  que  era  lo  que  reclamaba  como  suyo 
desde  que  Bolivia  rompia  el  pacto  por  el  cual  se  le  habia  he- 
cho la  cesión  condicional  de  ese  territoiio.  Pero  desde  que  el 
jeneral  Daza  habia  declarado  la  guerra  a  Chile,  i  anunciaba 
que  iba  a  mover  sus  ejércitos,  fué  necesario  proceder  mas  re- 
sueltamente. 

A  la  cabeza  de  unos  quinientos  hombres  de  las  tres  armas 
salió  de  Caracoles  el  coronel  Sotomayor  con  rumbo  hacia  el 
norte,  ^sa  pequeña  columna  pudo  apreciar  en  esa  ocasión  la 
dificultad  de  las  operaciones  militares  en  aquella  porción  del 
desierto,  donde  la  industria  no  habia  fundado  aun  ningún  es- 
tablecimiento. Las  tropas  no  hallaban  abrigo  contra  el  ardor 
de  un  sol  abrasador  durante  el  dia,  ni  contra  el  frió  intenso  de 
las  noches  en  aquellos  áridos  arenales  en  que  el  termómetro 
recorre  una  escala  de  25  i  30  grados  centígrados  en  el  espacio 
de  las  veinticuatro  horas.  Era  preciso  llevar  los  víveres,  el 
agua  i  los  forrajes  para  los  hombres  i  los  animales,  i  abrirse 
paso  por  las  ásperas  serranías  que  interrumpen  por  intervalos 
la  monotonía  del  desierto.  Por  fin,  al  amanecer  del  23  de  mar- 
zo, el  coronel  vSotomayor  estuvo  enfrente  de  Calama. 

Es  ésta  una  pequeña  población  situada  en  un  oasis  del  de- 
sierto, a  orillas  del  rio  Loa,  i  como  descanso  i  reparo  de  los 
viajeros  i  de  las  recuas  de  muías  que  trafican  entre  Potosí  i  la 
costa.  El  doctor  Cabrera,  que  de  antemano  se  habia  negado 
a  entrar  en  capitulaciones,  habia  colocado  sus  tropas  entre 
las  barrancas  del  rio,  i  detras  de  tapias  i  de  espesos  matorrales 
que  hacían  invisibles  sus  soldados.  El  combate  se  empeñó  en 
esas  condiciones;  i  a  pesar  de  la  superioridad  de  sus  fuerzas  i 
de  sus  armas,  los  chilenos  habrían  podido  sufrir  un  descalabro 
sin  su  inquebrantable  resolución  de  ocupar  el  pueblo.  El  paso 
del  rio  presentó  serias  dificultades  que  al  fin  fueron  vencidas. 


62  ©UERRA  DEL  PACÍFICO 


Después  de  haber  perdido  en  una  emboscada  doce  hombres 
entre  muertos  i  heridos,  prendieron  fuego  a  los  montones  de 
pasco  seco  i  a  los  matorrales  que  ocultaban  al  enemigo,  car- 
garon sobre  él  con  un  ímpetu  irresistible,  le  mataron  veinte 
hombres,  le  tomaron  treinta  prisioneros,  i  entre  ellos  un  coro- 
nel i  dos  oficiales,  i  lo  pusieron  en  completa  fuga  ^  El  doctor 
Cabrera  se  retiró  con  sus  dispersos  hasta  Potosí. 

En  esos  mismos  dias,  cuatro  buques  de  la  escuadra  chilena, 
con  alguna  tropa  de  desembarco,  ocupaban  sin  resistencia  de 
ningim  j enero  los  puertos  bolivianos  de  Cobija  i  Tocopilla. 
Los  chilenos  quedaron  así  dueños  de  todo  el  desierto  de  Ata- 
cama  hasta  la  frontera  del  Perú. 

La  guerra  con  Bolivia  estaba  terminada  de  hecho.  Chile  no 
pretendía  espedicionar  en  el  interior  de  ese  pais  por  el  placer 
de  hacer  una  campaña  dificultosísima  i  sin  resultado  ^alguno 
práctico.  Bolivia,  por  su  parte,  i  a  causa  de  la  configuración 
singular  de  su  territorio,  de  las  dificultades  invencibles  que  le 
oponían  las  montañas  i  los  desiertos,  no  podía  llevar  sus  tro- 
pas hasta  el  htoral.  Esta  situación  habría  durado  quién  sabe 
cuánto  tiempo  si  la  acción  del  Perú  que  vino  a  intervenir  po- 
niéndose de  parte  de  uno  de  los  belíjerantes. 

2.  En  dos  partes  de  esta  jornada  que  dio  a  su  gobierno  el  doctor  Cabrera, 
uno  en  Canchas  Blancas,  el  zj  de  marzo,  i  otro  en  Potosí  el  13  de  abril,  decia 
que  los  chilenos,  que  lo  atacaron  en  «interminables  columnas»  perdieron  128 
hombres,  de  ellos  1  18  muertos  i  10  heridos,  siendo  que  en  realidad  la  colum- 
na chilena  no  tuvo  mas  que  siete  muertos  i  cinco  heridos.  En  esos  mismos 
partes,  da  tales  proporciones  al  pequeño  combate  en  que  habia  sido  derro 
tado,  que  dice  de  él  que  «no  tiene  igual  en  la  historia  moderna». 

El  doctor  Cabrera  tenia  gusto  por  este  jénero  de  pomposas  alusiones  his- 
tóricas al  hablar  de  las  modestísimas  operaciones  militares  que  le  tocó  diri- 
jir.  En  una  comunicación  a  uno  de  los  ministros  del  presidente  Daza,  datada 
desde  Calama  con  fecha  de  22  de  febrero  de  1879,  le  decia  que  este  pueblo 
como  centro  de  resistencia,  era  «superior  al  cuadrilátero  del  Austria». 

Las  exajeraciones  de  los  partes  bolivianos  referení;es  a  este  combate  se 
apreciarán  mejor  por  este  otro  hecho.  La  división  chilena  tenia  en  Calama 
dos  cañones  de  campaña  que  solo  dispararon  algunos  tiros.  El  coronel  don 
Severino  Zapata,  el  último  prefecto  boliviano  de  Antofagasta,  el  mismo  que 
habia  ejecutado  el  embargo  de  las  propiedades  de  la  compañía  salitrera,  se 
halló  en  ese  combate  como  segundo  jefe  del  doctor  Cabrera.  En  el  parte  que 
dio  de  la  jornada,  dice  que  los  chilenos  tenían  once  cañones  i  dos  ametralla- 
doras. 


CAPITULO  II 


Declaración  de  guerra  al  Perú,  marzo  i  abril  de  1879. 

Actitud  de  la  prensa  i  del  gobierno  del  Perú  al  saber  la  ocupación  de  Ánto- 
fagasta  por  los  chilenos. — El  presidente  Prado. — Envío  a  Chile  de  una 
legación  encargada  de  ofrecer  la  mediación  del  Perú. — Doblez  de  esta 
política. — El  plenipotenciario  peruano  niega  la  existencia  del  tratado 
secreto  de  alianza  entre  el  Perú  i  Bolivia. — Se  descubre  la  existencia  de 
ese  tratado.— rDeclaracion  de  guerra  entre  el  Perú  i  Chile. — El  gobierno 
del  Perú  espulsa  a  los  chilenos  de  su  territorio. 


El  Perú  atravesaba  en  esos  momentos  por  una  situación 
p;oco  favorable  para  embarcarse  en  aventuras  de  esa  clase 
Aparte  de  las  dificultades  financieras  cada  dia  mas  apremian- 
tes, la  paz  interior,  amenazaba  poco  antes  por  el  asesinato  del 
ex-presidente  Pardo  en  las  puertas  del  senado,  era  tan  poco 
sólida  que  el  gobierno  creia  no  poder  vivir  sino  bajo  el  réjimen 
de  las  facultades  estraordinarias  i  de  la  suspensión  de  la  cons^ 
titucion.  Sin  embargo,  desde  que  se  vieron  las  dificultades  que 
ponia  Bolivia  al  cumplimiento  del  tratado  con  Chile,  i  la  proxi- 
midad de  un  rompimiento  entre  los  dos  paises,  una  parte  de 
la  prensa  peruana,  la  mas  adicta  al  gobierno,  asumió  un  tono 
belicoso  i  provocador.  El  Perú,  se  decia,  no  puede  ser  indifé- 


64  GUERRA   DEL  PACIFICO 


rente  ante  este  conflicto;  i  sin  tomar  para  nada  en  cuenta  las 
causas  que  lo  producian,  se  agregaba  que  era  llegado  el  mo- 
mento de  poner  a  raya  la  infundada  arrogancia  de  Chile.  Los 
diarios  que  aconsejaron  la  neutralidad  corno  lo  que  mas  im- 
portaba al  Perú,  fueron  ahogados,  por  decirlo  así,  por  la 
destemplada  gritería  de  los  que  pedían  otra  actitud. 

Esta  exitacion  fué  mas  violenta  todavía  cuando  llegó  a 
Lima  la  noticia  de  la  ocupación  de  Antofagasta  por  los  chile- 
nos. Ese  suceso  produjo  mas  impresión  en  el  seno  del  gobierno 
del  Perú  que  la  que  había  causado  en  los  gobernantes  de  Bo- 
livia.  Los  politiqueros  de  Lima  se  ajitaron  como  sí  se  tratase 
de  una  cosa  propia.  En  los  portales,  en  los  cafées,  en  todas 
partes  se  hablaba  de  la  necesidad  de  imponer  a  Chile,  i  en  to- 
das partes  se  repetía  que  para  conseguir  este  resultado,  el  Perú 
no  tenia  mas  que  levantar  la  voz,  hacer  un  despliegue  de  su 
gran  poder  naval  i  míHtar,  e  imponer  las  condiciones  que  qui- 
siera. Chile  debía  anonadarse  al  saber  que  el  Perú  estaba  re- 
suelto a  ponerse  de  parte  de  Bolívía.  «Sí  Chile  hubiera  sabido, 
decía  arrogantemente  la  prensa  de  Lima,  que  el  Perú  no  tole- 
raría que  quede  impune  el  ultraje  inferido  a  Bolívía,  Chile  no 
se  habría  lanzado  a  una  espedicion  en  que  podía  atraerse  la 
enemistad  del  Perú». 

Esta  era  también  la  conciencia  del  gobierno  del  Perú.  Pero 
queriendo  ganar  tiempo  para  hacer  sus  aprestos,  disimuló  sus 
sentimientos;  i  antes  de  pronunciarse  abiertamente,  quiso  em- 
plear otros  medios.  Gobernaba  entonces  el  Perú  el  jeneral  don 
Mariano  Ignacio  Prado  que  pasaba  en  esa  república  por  afecto 
a  Chile,  a  causa  de  haber  vivido  en  este  país  durante  ocho  años 
desde  1867,  en  que  una  revolución  militar  lo  había  derrocado 
del  gobierno  del  Perú,  hasta  1875,  en  que  volvió  a  ser  elejido 
presidente.  Prado,  en  efecto,  no  era  precisamente  hostil  a 
Chile;  pero  no  estaba  dotado  de  la  entereza  de  carácter  nece- 
saria para  evitar  la  complicación  a  que  atolondradamente  lo 
precipitaban  sus  consejeros.  Agregúese  a  esto  que.su  falta  de 
penetración,  su  indolencia  i  su  falta  de  estudios  de  cualquiera 
clase,  no  le  habían  permitido  conocer  i  apreciar  la  situación 
de  Chile,  a  tal  punto  que  sobre  los  recursos,  el  poder  i  los  hom- 


OPERACIONES  MILITARES  "  65 


bres  de  esta  república,  las  opiniones  del  presidente  Prado  eran 
las  mismas  de  los  mas  petulantes  de  sus  compatriotas.  Como 
éstos,  pensaba  que  Chile  no  podia  hacer  otra  cosa  que  doble- 
garse prontamente  a  cualquiera  exijencia  del  Perú.  En  aque- 
llos dias  de  efervescencia,  creyó  desarmar  la  tempestad  diri*- 
jiéndose  a  algunas  personas  que  juzgaba  influyentes  en  Chile 
para  manifestarles  su  deseo  de  evitar  un  rompimiento.  «Si 
Chile  desocupa  a  Antofagasta,  decia,  yo  aseguro  que  no  habrá 
guerra».  Tanto  equivalia  decir  que  si  Chile  aceptaba  en  silen- 
cio el  ultraje  que  le  habia  inferido  Bolivia,  i  la  confiscación  de 
las  propiedades  de  sus  nacionales,  la  guerra  no  tendría  lugar. 

Este  mismo  era  el  pensamiento  de  su  gobierno.  El  22  de 
febrero  zarpó  del  Callao  don  José  Antonio  Lavalle  con  el  ca- 
rácter de  ministro  plenipotenciario  del  Perú  cerca  del  gobierno 
de  Chile.  Traia  en  su  cartera  el  tratado  secreto  de  alianza 
ofensiva  i  defensiva  que  desde  1873  ligaba  al  Perú  coA  Bolivia; 
pero  no  debia  hacer  uso  de  esta  arma  sino  en  el  último  momen- 
to, como  una  amenaza  decisiva  en  caso  que  no  pudiera  con- 
seguir por  otros  medios  el  resultado  que  se  buscaba.  En  su 
carácter  público,  el  plenipotenciario  del  Perú  debia  presentar- 
se, no  como  parte  interesada,  i  mucho  menos  como  aliado  se- 
creto de  Bolivia,  sino  como  mediador  amistoso  que  venia  a 
ofrecer  sus  buenos  oficios  a  los  belij erantes.  No  es  necesario 
comentar  esta  conducta  que  en  todo  pais  civilizado  no  puede 
dejar  de  ser  considerada  una  perfidia;  pero  en  el  Perú,  pais 
desmoralizado  por  las  revoluciones  i  por  todos  los  males  que 
ellas  traen  consigo,  fué  calificada  de  habilidad.  Meses  mas  tai- 
de  la  prensa  del  Perú  tejia  una  corona  en  honor  de  los  que 
inventaron  este  arbitrio.  «Si  la  misión  tenia  buen  éxito,  decia 
un  diario  de  Lima,  se  habria  evitado  la  guerra;  i  si  la  misión 
no  era  aceptada,  se  habria  ganado  un  tiempo  precioso  para 
la  defensa». 

Las  negociaciones  entre  el  diplomático  peruano  i  el  gobier- 
no de  Chile  se  entablaron,  pues,  sin  que  a  éste  se  le  diese  co- 
nocimiento del  tratado  secreto.  El  representante  del  Perú 
ofrecía  la  mediación  de  su  gobierno,  que  Chile  no  tuvo  ocasión 
de  rechazar;  pero  aquél  exijia  como  primer  paso  que  esta  re- 

TOMO  XVI. — 5 


66  .  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


pública  retirase  sus  tropas  de  Antofagasta  para  apaciguar  así 
a  Bolivia  a  fin  de  que  aceptase  gustosa  los  buenos  oficios  del 
mediador.  Chile  debia,  en  consecuencia,  deshacer  lo  hecho,  re- 
tirar sus  declaraciones,  dejar  subsistentes  los  actos  depreda- 
torios  de  Bolivia,  antes  de  saber  siquiera  bajo  qué  bases  acep- 
taría esta  república  la  mediación. 

No  era  nada  esto;  mientras  el  plenipotenciario  Lav.  lie  ini- 
ciaba sus  negociaciones  en  Chile,  el  gobierno  del  Perú  daba 
aliento  a  la  animosidad  que  desplegaba  la  prensa  de  su  pais, 
reconcentraba  su  ejército,  mandaba  crear  nuevos  cuerpos  de 
tropas,  reparaba  sus  naves,  hacia  partir  para  el  sur  del  Perú 
algunas  divisiones  bien  amunicionadas  a  fin  de  se  acercasen 
al  territorio  que  debia  ser  teatro  de  la  guerra,  i  por  último 
alentaba  con  promesas  de  toda  especie  la  actitud  del  gobierno 
de  Bolivia.  En  Lima  i  en  otros  pueblos  del  Perú  se  hacian  ma- 
nifestaciones belicosas  contra  Chile,  paseando  unidos  los  es- 
tandartes de  las  dos  repúblicas  secretamente  ahadas.  En  di- 
versas partes,  i  sobre  todo  en  Bolivia,  se  hablaba  ya  con  cierta 
franqueza  del  tratado  secreto  contra  Chile  i  la  prensa  chilena 
acojió  esos  rumores  señalando  el  peligro  de  la  situación. 

El  gobierno  de  Chile  no  salió,  sin  embargo,  un  solo  instante 
de  la  mas  perfecta  moderación,  ni  comprometió  en  nada  su 
carácter  tradicional  de  gobierno  serio  que  sabe  lo  que  quiere 
i  a  donde  va.  El  presidente  de  la  república,  don  Aníbal  Pinto, 
hombre  ilustrado  i  circunspecto,  el  único  de  los  supremos 
mandatarios  de  las  tres  repúblicas  que  iban  a  entrar  en  lucha 
que  no  fuese  militar,  imprimió  a  la  acción  de  su  gobierno,  el 
sello  de  templada  firmeza  que  convenia  asumir  en  aquella 
solemne  situación.  Encargó  al  ministro  de  Chile  en  Lima  que 
exijiese  del  gobierno  del  Perú  «que  definiese  su  actitud,  pues 
no  era  compatible  la  misión  de  mediador  que  representaba 
en  Santiago  con  la  precipitación  que  ponía  en  el  alistamiento 
de  su  escuadra,  aumento  de  su  ejército,  movimiento  de  las 
trop  s  hacia  el  sur,  encaigos  de  buques,  armamentos  i  pertre- 
chos de  guerra».  I  en  seguida,  abordando  de  frente  al  plenipo- 
tenciario del  Perú  en  Santiago,  le  hizo  pedir  que  contestase 
categóricamente  si  existia  o  no  un  tratado  secreto  de  alianza' 


OPERACIONES  Mil  ITARES  67 


entre  esa  lepública  i  Bolivia.  Se  quería  salir  resueltamente  de 
aquella  situación  ambigua. 

El  gobierno  de  Chile,  sin  embargo,  se  engañaba  cuando 
creia  que  el  Perú  asumiria  desde  luego  la  actitud  que  corres- 
pondia  a  la  seriedad  de  un  gobierno  formal.  En  Lima  se  con- 
testó evasivamente  al  representante  de  Chile,  sin  espresar  por 
entonces  una  declaración  cualquiera.  El  ministro  del  Perú  en 
Santiago  fué  mas  lejos  todavía;  i  a  la  pregunta  terminante 
que  se  le  hacia,  respondió  «que  no  tenia  conocimiento  del  tra- 
tado secreto,  que  creia  que  no  existia,  pero  que  como  en  Chile 
habia  oido  hablar  de  este  pacto,  habia  pedido  informes  a  su 
gobierno». 

Pero  ya  no  era  posible  mantener  por  mas  tiempo  aquel  en- 
gaño. Apremiado  sin  descanso  por  el  representante  de  Chile, 
el  gobierno  de  Lima  confesó  que  no  podia  hacer  la  declaración 
de  neutralidad  que  se  le  reclamaba,  porque  estando  hgado  a 
Bolivia  por  un  tratado  de  alianza, no  le  era  posible  tomar  una 
determinación  sobre  este  punto  sin  consultar  previamente  al 
congreso  peruano  que  con  este  objeto  debia  reunirse  a  fines 
de  abril.  El  mismo  representante  del  Perú  en  Santiago,  que 
habia  negado  la  existencia  de  este  pacto,  recibió  la  orden  de 
ponerlo  personalmente  en  conocimiento  del  gobierno  de  Chile. 

Los  gobernantes  del  Perú  querían,  sin  embargo,  aplazar 
toda  solución  definitiva  por  un  mes  mas,  para  que  el  congreso, 
decian,  decidiese  si  era  llegado  el  caso  de  hacer  efectiva  la 
alianza.  Pretendian  así  ganar  tiempo  para  completar  sus  ar- 
mamentos. Chile,  por  su  parte^  no  se  dejó  enredar  en  esta  red, 
declaró  rotas  las  negociaciones,  i  el  5  de  abril  hizo,  de  acuerdo 
con  las  cámaras  nacionales,  la  solemne  declaración  de  guerra. 
El  dia  anterior,  el  gobierno  del  Perú,  impuesto  por  el  telégrafo 
de  la  actitud  de  Chile,  habia  declarado  en  campaña  el  ejército 
ila  escuadra  «por  cuanto  el  Perú,  decía  el  decreto,  se  halla  en 
estado  de  guerra  con  la  república  de  Chile».  Dos  dias  después, 
el  6  de  abril,  el  mismo  gobierno  hacia  en  Lima  la  publicación 
solemne  del  tratado  secreto,  demostrando  con  el.  hecho  que  no 
necesitaba  de  la  reunión  del  congreso  para  hacer  efectiva  la 
alianza  i  para  declarar  la  guerra. 


68  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Esta  declaración  fué  acompañada  de  actos  i  de  amenazas 
que  el  éxito  de  la  campaña  no  ha  permitido  ejecutar.  En  esos 
dias  el  pueblo  de  Lima  se  reunia  en  meetings  bulliciosos  en 
que  se  hablaba  de  Chile  con  el  mas  soberano  desprecio,  se 
agolpaba  a  las  puertas  del  palacio  i  pedia  que  el  presidente  de 
la  repúbhca  hiciese  oir  su  voz.  «Chile  quiere  la  guerra,  decia  el 
presidente  en  una  reunión  popular  que  se  efectuó  en  la  esta- 
ción de  un  ferrocarril;  pues  bien!  la  tendrá  tremenda,  terrible». 

A  pesar  de  estas  enfáticas  amenazas,  el  populacho  de  Lima 
persistía  en  dudar  de  que  el  presidente  Prado  estuviera  dis- 
puesto a  hacer  a  Chile  una  guerra  enérjica  i  eficaz.  Así,  pues, 
cuando  pocos  dias  mas  tarde  llegó  a  Lima  la  noticia  de  las 
primeras  hostilidades  ejecutadas  por  la  escuadra  chilena,  de 
que  hablaremos  mas  adelante,  la  ajitacion  popular  tomó  en 
Lima  un  carácter  alarmante.  El  presidente  volvió  a  dirijirse 
al  pueblo  por  otra  proclama  en  que  repetía  sus  amenazas  con 
mayor  ardor.  «Confiad,  compatriotas,  decia  el  8  de  abril,  en 
que  la  hora  de  las  represalias  por  nuestra  parte,  i  de  la  espia- 
cion  de  los  chilenos,  no  se  hará  esperar  mucho  tiempo,  i  que 
me  veréis  siempre  en  el  puesto  de  mayor  peligro». 

El  populacho  no  estaba  dispuesto  a  tranquilizarse  con  estas 
promesas.  En  las  tumultuosas  asonadas  que  tenian  lugar  cada 
noche  en  las  puertas  mismas  del  palacio,  pedian  con  gritos 
amenazadores  la  espulsion  de  todos  los  chilenos  del  territorio 
peruano.  El  gobierno  no  pudo  resistir  por  largo  tiempo  a  esta 
exijencia;  i  por  decretos  de  15  i  17  de  abril  decretó  esa  espul- 
sion que  debia  llevarse  a  efecto  en  el  perentorio  término  de 
ocho  dias  1 .  Aun  este  plazo  fué  reducido  a  solo  dos  dias  en  al- 
gunos puntos  i  en  diversos  lugares  del  litoral  a  solo  dos  o  tres 


I.  Seria  menester  llenar  muchas  pajinas  para  referir  todas  las  peripecias 
consiguientes  a  la  espulsion  de  los  chilenos  del  Perú  en  abril  de  1879. 

Por  decreto  del  1 5  de  abril,  el  gobierno  peruano  sancionó  la  espulsion  de 
todos  los  chilenos  en  el  término  de  ocho  dias.  Solo  eran  esceptuados  los  que 
de  antemano  tuviesen  carta  de  ciudadanía  peruana,  i  los  que  habiendo  resi- 
dido mas  de  diez  años  en  ese  pais,  fueren  casados  con  peruana  i  propietarios 
de  bienes  raices.  Por  otro  decreto  de  17  de  abril,  la  espulsion  se  hizo  esten- 
siva  en  todos  los  chilenos  sin  escepcion  alguna.  En  cumplimiento  de  la  parte 
penal  de  esos  decretos,  en  Lima  i  el  Callao  fueron  reducidos  a  prisión  los  chi- 


OPERACIONES  MILITARES  69 


horas,  con  la  particularidad  de  que  no  habiendo  en  algunos 
de  ellos  buques  en  que  embarcarse,  esos  infelices  tuvieron  que 
emprender  el  viaje  a  pié  por  los  estériles  i  abrazadores  arena- 
les de  la  costa.  Se  comprenderá  mejor  la  dureza  de  estas  me- 
didas cuando  se  sepa  que  los  chilenos  que  esplotaban  alguna 
industria  o  trabajaban  como  obreros  en  el  Perú,  formaban 
una  población  de  cerca  de  cuarenta  mil  almas,  comprendidos 
los  ancianos,  los  niños  i  las  mujeres. 

En  la  forzada  emigración  que  los  chilenos  tuvieron  que  em- 
prender, habrían  sucumbido  muchos,  o  no  habrían  podido 
continuar  la  marcha,  sin  el  oportuno  ausilio  de  los  oficiales  de 
la  marina  real  de  la  Gran  Bretaña  i  de  un  buque  de  guerra 
norte- americano  que  favorecieron  su  embarque.  El  gobierno 
de  Chile  que  veia  en  la  guerra  algo  mucho  mas  serio  que  estas 
insensatas  hostilidades,  no  pensó  nunca  en  espatriar  a  los  pe- 
ruanos i  bolivianos  que  habitaban  su  territorio,  i  utilizó,  por 
otra  parte,  la  imprudencia  cometida  por  el  gobierno  del  Perú. 
Los  trabajadores  chilenos  establecidos  en  la  provincia  perua- 
na de  Tarapacá,  i  en  todo  el  sur  de  esta  república,  eran  en  su 


lenes  que  por  falta  de  recursos  o  por  enfermedad,  no  pudieron  embarcarse 
pero  se  respetó  el  plazo  acordado  para  salir  del  territorio, 

Pero,  en  los  departamentos  del  sur  del  Perú,  i  especialmente  en  las  pobla- 
ciones del  litoral,  donde  se  estaba  reuniendo  el  ejército  peruano,  las  autori- 
dades locales  acortaron  a  su  antojo  este  plazo.  Así,  el  prefecto  de  Arequipa, 
que  resolvió  por  sí  solo  la  espulsion  de  los  chilenos  dos  dias  antes  del  primer 
decreto  del  gobierno  supremo,  les  concedió  solo  48  horas  para  salir  al  estran- 
jero.  En  la  provincia  de  Tarapacá  se  les  concedieron  dos  o  tres  horas.  En 
Iquique  no  habrían  podido  embarcarse  sin  la  protección  de  los  marinos  in- 
gleses i  norte-americanos;  i  en  Huanillos  tuvieron  que  emprender  su  viaje  a 
pié,  por  los  arenales  del  desierto,  hasta  llegar  a  las  orillas  del  Loa,  donde 
fueron  socorridos  por  las  tropas  chilenas  que  ocupaban  estos  lugares. 

Como  los  diarios  del  Perú  decían  en  esos  dias  que  los  chilenos  espulsados 
del  territorio  eran  bandidos,  asesinos,  manchados  con  todos  los  crímenes 
imajinables,  conviene  oír  sobre  este  punto  el  juicio  de  los  neutrales.  El  car 
pitan  Robínson,  comandante  de  la  fragata  Turquoise  de  S.  M.  B.,  que  se  ha- 
llaba entonces  en  Iquique,  daba  cuenta  de  estos  sucesos  al  almirantazgo  in- 
gles en  los  términos  siguientes:  «Nos  hemos  ocupado  aquí  en  embarcar  a  los 
refujiados  chilenos.  Son  jentes  de  la  mejor  condición,  que  han  ocupado  po- 
siciones de  confianza  al  lado  de  muchos  estranjeros.  Sus  patrones  sienten 
mucho  su  partida,  i  pagan  su  pasaje  a  bordo  de  los  vapores  de  la  compañía 
de  navegación  del  Pacífico.» 


70  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


mayoi  parte  trabajadores  de  una  constitución  de  fierro  i  que 
conocian  palmo  a  palmo  ese  territorio.  Llegados  a  Antofagas- 
ta,  se  enrolaron  en  el  ejército  chileno  que  allí  se  organizaba,  i 
fueron  los  mejores  i  mas  útiles  soldados  de  las  campañas  sub- 
siguientes. 


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CAPITULO   III 


Los  ejércitos  de  los  belijerantes  antes  de  la  ^erra 

Situacioii  militar  del  Perú  antes  de  la  guerra. — El  ejército  i  la  marina  de 
Chüe. — Inferioridad  numérica  de  las  fuerzas  de  este  pais. — En  qué  con- 
sista su  verdadera  superioridad. 


Antes  de  entrar  a  referir  la  historia  de  las  operaciones  mili- 
tares, debemos  consignar  algunas  notas  sobre  las  fuerzas  de 
los  dos  estados,  el  Perú  i  Chile,  en  el  momento  de  la  declara- 
ción de  guerra,  como  ya  lo  hicimos  respecto  de  Bolivia.  Tra- 
taremos de  presentar  estas  noticias  con  toda  brevedad. 

A  principios  de  1879  el  ejército  del  Perú  se  componía  de 
ocho  mil  hombres,  esto  es,  de  4,200  soldados  mandados  por 
3,870  oficiales  de  todas  categorías,  de  los  cuales  26  eran  jene- 
rales  ^  Esta  curiosa  organización  militar  costaba  al  erario 
cerca  de  cuatro  millones  de  pesos  por  año,  a  causa  de  los  fuer- 
tes sueldos  que  era  preciso  pagar  a  un  número  tan  crecido  de 
oficiales.  Después  de  los  triunfos  de  los  alemanes  en  la  guerra 


I.  En  algunas  reseñas  estadísticas  publicadas  en  Europa,  se  hace  subir  a 
13,200  el  personal  del  ejército  permanente  del  Perú  poco  antes  de  la  guerra, 
pero  en  esta  suma  se  incluian  5 .400  jendarmes  o  policiales  armados. 


72  GUERRA  DEL  PACÍFÍCO 


de  1870-1871,  el  gobierno  peruano  habia  adoptado  para  sus 
tropas  el  traje  prusiano  en  lugar  del  francés  que  antes  usaban, 
lo  que  habia  ocasionado  gastos  considerables;  pero  cuidó  tan 
poco  su  verdadera  organización  que  casi  cada  cuerpo  tenia 
armas  de  diverso  sistema. 

La  marina  de  guerra  del  Perú  era  relativamente  formidable, 
i  según  los  documentos  oficiales  de  ese  gobierno,  se  creia  ade- 
mas «la  mejor  organizada  i  la  mejor  disciplinada  de  las  de 
todos  los  estados  del  Pacífico»  ^ .  Constaba  ésta  de  cuatro  bu- 
ques acorazados,  la  fragata  Independencia  de  18  cañones,  i  los 
monitores  Huáscar,  Atahualpa  i  Manco  Capac,  de  dos  grandes 
cañones  cada  uno,  las  corbetas  de  madera  Union  i  Pilcomayo 
de  13  cañones  la  primera  i  de  6  la  segunda,  i  doce  buques  me- 
nores, uno  de  los  cuales  era  también  encorazado.  El  sosteni- 
miento de  esta  escuadra  costaba  al  Perú  cerca  de  cinco  millo- 
nes de  pesos  por  año,  es  decir,  casi  tres  veces  mas  de  lo  que 
gastaba  Chile  en  la  suya. 

Tanto  en  el  ejército  como  en  la  marina  del  Perú  dominaba 
el  sentimiento  de  su  inmensa  superioridad  de  instrucción  so- 
bre las  fuerzas  militares  de  sus  vecinos,  i  en  especial  sobre  las 
de  Chile.  Las  constantes  revoluciones  del  Perú  habian  mili- 
tarizado de  tal  manera  a  este  pais  que  habría  sido  difícil  hallar 
un  jefe  del  ejército  o  de  la  escuadra  que  no  hubiese  capitanea- 
do o  secundado  un  pronunciamiento  revolucionario,  con  la 
particularidad  de  que  los  jenerales  que  en  una  revolución  figu- 
raban como  amigos  i  aliados,  aparecían  peleando  uno  o  dos 
años  después  en  filas  opuestas,  o  vice- versa.  Allí,  como  en 
Bolivia,  se  repetían  estas  palabras:  «Nuestras  revoluciones 
nos  han  hecho  mucho  mas  militares  que  los  chilenos  que  han 
vivido  siempre  en  paz».  La  realidad  era  muí  diferente,  sin  em- 
bargo, porque  las  revoluciones  que  habian  creado  tantos  jene- 
rales í  coroneles,  no  habían  hecho  mas  que  desmorahzarlo 
todo. 

Las  fuerzas  de  Chile  al  comenzar  la  guerra  eran  muí  infe- 
riores. El  ejército  de  tierra  constaba  de  2,440  hombres,  de  los 

2.  I;.e  Perou  en  1878.  Notice  Tiistorique  el  statistique.  (Publicación  oftcial 
hecha  con  motivo  de  la  esposicion  universal  de  Paris),  páj.  38. 


OPERACIONES  MILITARES  73 


cuales  410  eran  artilleros,  530  jinetes,  i  el  resto  infantes  divi- 
didos en  cinco  pequeños  batallones  de  300  plazas  cada  uno. 
La  marina  chilena  constaba  de  dos  fragatas  encorazadas  (el 
Blanco  Encalada  i  el  Almirante  Cpchrane  de  12  cañones  cada 
una)  de  dos  corbetas  de  madera  (la  0,Higgins  i  la  Chacahuco) 
de  una  cañonera  de  madera  (la  Magallanes)  i  de  cuatro  buques 
menores  o  poco  aptos  para  la  guerra  por  su  vejez. 

En  los  años  anteriores,  el  ejército  permanente  de'  Chile,  sin 
ser  verdaderamente  considerable,  era  mas  numeroso,  puesto 
que  se  elevaba  a  3,500  hombres.  El  congreso  habia  tomado  a 
empeño  el  disminuir  gradualmente  esa  fuerza  al  discutir  cada 
año  los  presupuestos  de  gastos  jenerales  de  la  administración, 
hasta  dejarla  reducida  al  número  estrictamente  indispensable 
para  el  servicio  de  guarnición.  Tan  distante  estaba  Chile  de 
pensar  en  la  proximidad  de  una  guerra,  tan  lejos  se  hallaba 
de  preparar  un  conflicto  internacional,  como  han  pretendido 
hacerlo  creer  sus  enemigos,  que  en  diciembre  de  1878,  cuando 
la  discusión  diplomática  de  las  cuestiones  con  Bolivia  tomaba 
un  carácter  alarmante,  las  cámaras  lejislativas  al  discutir  el 
presupuesto  para  el  año  siguiente,  querían  reducir  mas  aun 
el  número  de  las  tropas:  i  en  efecto  hicieron  supresiones  im- 
portantes en  el  ministerio  de  guerra  i  marina.  No  es  de  estra- 
ñarse,  pues,  que  el  dia  en  que  la  guerra  vino,  Chile  se  hallase 
con  un  ejército  insignificante  i  con  un  armamento  insuficiente 
para  la  campaña  a  que  era  provocado  contra  los  deseos  i  las 
tendencias  de  pais. 

Esas  tropas  tenian,  como  es  fácil  suponerlo,  mucho  menos 
presunción  que  sus  orgullosos  enemigos.  En  Chile,  donde  las 
revoluciones  solo  son  conocidas  por  los  lejanos  recuerdos  de 
la  historia,  el  ejército  no  prestaba  otro  servicio  que  el  de  guar- 
nición; i  la  escuadra  solo  se  ocupaba  en  los  penosos  i  pacíficos 
trabajos  de  reconocimientos  jeográficos  en  la  costa  i  en  par- 
ticular en  los  intrincados  archipiélagos  del  sur.  Ni  el  ejército 
ni  la  escuadra  habian  tenido  pronunciamientos  que  apoyar  o 
que  combatir;  pero  en  cambio  habian  tenido  paz  i  tranquili- 
dad para  disciplinarse  i  para  instruirse  en  las  escuelas  que 
estaba  obligado  a  mantener  cada  batallón  i  cada  buque.  La 


74  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


moralidad,  la  disciplina  i  la  mayor  instrucción  de  los  jefes  i 
de  los  soldados,  compensaban  la  inferioridad  de  su  número 
respecto  de  los  ejércitos  contra  los  cuales  iban  a  combatir. 

Se  hace  mas  evidente  la  inferioridad  numérica  de  las  fuer- 
zas de  Chile,  recordando  que  el  Perú  estaba  aliado  a  Bolivia, 
i  que  esta  república,  aunque  desprovista  de  marina,  podia 
poner  sobre  las  armas  un  cuerpo  respetable  de  tropas,  i  pa- 
sarlo sin  graves  inconvenientes,  como  lo  hizo  en  efecto,  a  las 
provincias  peruanas  de  Tacna  i  de  Tarapacá,  que  iban  a  ser 
el  teatro  de  la  guerra.  Agregúese  a  esto  que  la  población  de 
las  dos  repúblicas  aliadas  (Bolivia  cerca  de  dos  millones  i  el 
Perú  cerca  de  tres  millones  i  medio)  es  superior  en  mas  del 
doble  a  la  de  Chile,  i  se  comprenderá  que  ademas  de  que  aque- 
llas estaban  mas  habituadas  al  ejercicio  de  las  armas  por  las 
constantes  revoluciones,  podian  poner  en  pié  de  guerra  un 
ejército  mucho  mas  fuerte  que  el  de  su  enemigo.  Así,  cuando 
al  iniciarse  la  guerra  los  diarios  de  América  i  Europa  publica- 
ban los  cuadros  estadísticos  de  las  fuerzas  de  mar  i  tierra  de 
los  estados  belij erantes,  i  la  suma  de  sus  poblaciones  respec- 
tivas, las  previsiones  jenerales  fueron  las  mismas  que  las  que 
se  hicieron  en  el  Perú  i  en  Bolivia,  esto  es  que  antes  de  dos 
meses  Chile  derrotado  i  arruinado,  tendría  que  aceptar  la  paz 
que  se  le  impusiera.  En  Lima  i  en  La  Paz  se  hablaba  de  la  gue- 
rra como  de  una  campaña  de  aparato,  i  se  pronosticaba  no 
solo  la  anonadación  segura  de  su  arrogante  i  débil  adversario, 
sino  la  repartición  de  una  parte  de  su  territorio. 

Sin  embargo,  Chile  llevaba  a  sus  dos  enemigos  una  gran 
ventaja.  Tenia  administración  sólida  i  seria.  La  corrupción, 
enjendrada  por  las  revoluciones  i  por  el  derroche  de  los  cau- 
dales del  estado,  no  habia  llegado  hasta  él.  La  organización 
política  i  social  no  estaba  agangrenada  por  esas  dolencias  que 
enervan  el  patriotimo  verdadero,  o  que  lo  hacen  consistir  en 
la  gritería  de  la  plaza  pública.  El  triunfo  podia  ser  tardío, 
porque  Chile  no  estaba  preparado  para  la  empresa  a  que  se  le 
provocaba;  pero  no  podia  dejar  de  ser  suyo. 


CAPITULO  IV 
Iquique,  mayo  de  1879 

La  escuadra  chilena  establece  el  bloqueo  de  Iquique. — Sale  al  mar  la  primera 
división  de  la  escuadra  peruana. — Es  rechazada  por  la  cañonera  chilena 
Magallanes. — Hostilidades  ejercidas  en  la  costa  del  Perú  por  las  naves 
chilenas. — El  almirante  de  Chile  se  dirije  al  Callao  a  provocar  a  combate 
a  la  escuadra  del  Perú. — El  mismo  dia  éstahabia  salido  para  los  puer- 
tos del  sur  conduciendo  al  presidente  de  la  república. — Memorable 
combate  de  Iquique  el  21  de  mayo. — Pérdida  de  la  fragata  encorazada 
Independencia  de  los  peruanos. — Aplausos  que  arrancó  la  conducta  de 
los  chilenos.  — El  monitor  peruano  Huáscar  trata  en  vano  de  bombar- 
dear a  Antofagasta.  i  se  vuelve  al  Callao  evitando  el  combate  con  una 
fragata  chilena. 

Chile  comenzó  la  guerra  estableciendo  el  bloqueo  de  Iqui- 
que, puerto  principal  de  la  provincia  peruana  de  Tarapacá,  i 
plaza  comercial  importante  por  la  esportacion  de  nitrato  de 
soda.  Esa  plaza  tenia  una  guarnición  de  mas  de  3,000  solda- 
dos peruanos  trasportados  allí  antes  de  la  declaración  de  gue- 
rra, i  engrosados  con  continj  entes  que  llegaban  de  Lima  i  de 
todo  el  norte  del  Perú  i  que  desembarcaban  en  los  puertos  ve- 
cinos. 

Habría  podido  Chile  sin  duda  ejecutar  entonces  operaciones 
mas  atrevidas  con  plena  confianza  en  el  éxito.  Desembarcan- 


GUERRA   DEL  PACIFICO 


do  resueltamente  su  ejército  en  ese  lugar,  i  enviando  su  escua- 
dra a  destruir  la  del  Perú,  que  estaba  concluyendo  sus  repara- 
ciones en  el  Callao,  habría  conseguido  en  el  primer  mes  los 
resultados  que  alcanzó  mas  tarde  con  injentes  sacrificios.  Pa- 
rece que  este  fué  el  primer  plan  del  gobierno  chileno;  pero  se 
dio  crédito  a  las  bravatas  del  Perú,  se  pensó  que  el  decantado 
poder  de  esta  república  era  realmente  formidable,  no  se  quiso 
aventurar  un  ataque  peligroso,  prefiriendo  marchar  con  pru- 
dencia para  llegar  a  un  resultado  plenamente  seguro. 

Durante  el  primer  mes  de  la  guerra  las  operaciones  miHta- 
res  fueron  de  mui  escasa  importancia.  El  Perú  continuaba 
empeñosamente  los  trabajos  que  habia  iniciado  desde  princi- 
pios de  año.  El  7  de  abril,  apenas  rotas  las  hostilidades,  hizo 
salir  del  Callao  una  división  naval  compuesta  de  las  corbetas 
Union  i  Pilcomayo  que  a  mas  de  estar  artilladas  la  primera 
por  13  cañones  i  la  segunda  por  6,  tenian  en  la  rapidez  de  sus 
movimientos  las  condiciones  necesarias  para  una  sorpresa. 
Esta  división  salió  bajo  las  órdenes  del  comandante  don  Aure- 
lio García  i  García  que  gozaba  de  la  reputación  de  primer  ma- 
rino del  Perú.  Debia  operar  entre  la  escuadra  chilena  que  blo- 
queaba a  Iquique  i  el  puerto  de  Antofagasta  que  servia  de 
cuartel  jeneral  al  ejército  de  esta  república.  Según  sus  instruc- 
ciones, esa  división  no  debia  empeñar  combate  con  los  enco- 
razados chilenos,  mucho  mas  poderosos  que  sus  naves,  pero  sí 
atacar  los  trasportes  o  buques  menores  que  viajaban  entre 
Iquique  i  Antofagasta. 

El  12  de  abril  la  división  peruana  avistó  un  poco  al  norte 
de  la  embocadura  del  rio  Loa,  a  la  cañonera  chilena  Magalla- 
nes, mandada  por  el  capitán  don  Juan  José  Latorre.  Después 
de  diversos  movimientos  i  evoluciones,  i  de  un  cañoneo  a  la 
distancia  de  cerca  de  dos  horas  en  que  el  buque  chileno  no  su- 
frió daño  alguno,  las  corbetas  peruanas  se  retiraban  al  Callao, 
dejando  el  paso  libre  a  su  adversario.  El  éxito  de  este  primer 
combate,  denominado  de  Chipana  por  haberse  empeñado  en- 
frente de  una  punta  de  este  nombre,  solo  ha  podido  ser  espli- 
cado  por  el  hecho  de  haber  sufrido  una  serie  avería  la  máquina 
de  una  de  las  naves  peruanas. 


OPEKACIOWES  MILITARES  77 


El  jefe  de  la  escuadra  chilena,  el  almirante  Williams  Rebo- 
lledo, permanecia,  entre  tanto,  enfrente  de  Iquique  a  la  ca- 
beza de  los  buques  de  guerra  i  de  algunos  trasportes  recien 
adquiridos  por  el  gobierno  i  armados  del  mejor  modo  posible. 
Algunas  naves  salieron  de  allí  a  recorrer  la  costa  vecina  des- 
truyendo los  muelles  i  aparatos  de  embarque  que  el  gobierno 
del  Perú  tenia  en  esos  lugares  para  el  carguío  del  guano.  En 
algunos  punto  ,  como  en  Pisagua  i  Moliendo,  las  lanchas  chi- 
lenas fueron  recibidas  a  balazos  por  las  guarniciones  de  la 
costa,  i  los  buques  tuvieron  entonces  que  romper  el  fuego  so- 
bre esas  tropas  i  los  parapetos  i  edificios  tras  los  cuales  se 
defendían  ^ . 

Después  de  estas  primeras  operaciones,  el  i6  de  mayo,  el 
almirante  chileno  reunió  su  escuadra  i  marchó   al  Callao  a 


I.  La  prensa  peruana  al  dar  cuenta  de  estos  hechos  se  empeñó  en  exaje- 
rar  los  estragos  causados  por  los  chilenos,  acusando  a  éstos  de  inhumanidad 
por  haber  hecho  fuego  sobre  poblaciones  pacíficas  e  indefensas.  El  hecho 
ocurrió  de  una  manera  diversa:  los  chilenos  se  limitaron  a  destruir  las  obras 
de  embarque  de  propiedad  del  gobierno  i  solo  hicieron  fuego  donde  las  tro- 
pas de  tierra  los  provocaron  a  combate.  Un  periódico  francés,  el  Journal  du 
Commerce  maritime  et  des  Colonies,  en  su  número  de  15  de  junio  de  1879, 
refirió  estos  hechos  con  bastante  exactitud  agregando  que  desde  tierra  se 
hizo  fuego  sobre  los  botes  ocupados  por  parlamentarios.  «La  conducta  del 
almirante  Rebolledo,  dice  ese  periódico,  ha  sido,  pues,  la  que  habria  obser- 
vado en  su  lugar  cualquier  otro  oficial,  i  aun  deberian  agradecérsele  el  haber 
perdonado  a  Moliendo,  que  habria  podido  destruir  completamente».  El  ca- 
pitán Robinson,  comandante  de  la  Turquoise,  de  S.  M.  B.,  fondeada  enton- 
ces en  Iquique,  informaba  de  estos  sucesos  al  almirantazgo  ingles  con  fecha 
6  de  mayo  en  los  términos  siguientes:  «Estamos  aquí  desde  hace  un  mes.  Soi 
de  opinión  que  durante  este  tiempo  el  almirante  de  Chile  ha  dado  pruebas 
de  tolerancia  i  de  buena  voluntad,  a  tal  punto  que  los  neutrales  que  habitan 
Iquique,  deben  estarle  reconocidos.  Durante  este  tiempo,  la  ciudad  ha  es- 
tado llena  de  soldados,  de  suerte  que  no  le  han  faltado  razones  para  tomar 
medidas  enérjicas.  Ni  siquiera  ha  hecho  requisiciones;  i  ha  acordado  toda 
especie  de  facilidades  a  los  neutrales,  a  las  mujeres  i  a  los  niños  peruanos 
para  salir  de  la  ciudad». 

Sin  embargo,  las  exajeraciones  de  la  prensa  peruana,  i  las  falsas  noticias 
propagadas  para  acusar  a  los  chilenos,  produjeron  en  Lima  asonadas  popu- 
lares que  alarmaron  seriamente  a  la  población.  El  presidente  tuvo  la  debili- 
dad de  ceder  ante  esas  asonadas;  i  firmó  los  decretos  de  espulsion  de  todos 
los  chilenos  establecidos  en  el  Perú,  de  que  hemos  hablado  anteriormente, 
medida  imprudente  que  proporcionó  mas  de  seis  mil  soldados  al  ejército  que 
se  organizaba  en  Antofagasta. 


QUERr.A    DEL  PACIFICO 


provocar  a  combate  a  las  naves  peruanas.  El  bloqueo  delqui- 
que  quedó  a  cargo  de  dos  buques  chilenos  que  por  su  poco 
andar  i  por  el  mal  estado  de  sus  cascos  i  de  sus  máquinas,  se 
consideraban  incapaces  de  entrar  en  combate.  Eran  éstas  la 
corbeta  Esmeralda,  barco  que  tenia  veinticinco  años  de  ser- 
vicio i  que,  por  el  trascurso  del  tiempo  i  por  haber  sufrido 
graves  averías,  estaba  casi  fuera  de  servicio;  i  la  pequeña  go- 
leta Covadonga,  quitada  a  los  españoles  en  1865.  Al  alejarse 
de  Iquique,  el  almirante  Williams  Rebolledo  estaba  persua- 
dido de  que  esos  buques  no  tendrían  otra  cosa  que  hacer  que 
conservar  el  bloqueo,  impidiendo  la  entrada  del  puerto  de 
Iquique  a  los  buques  mercantes. 

Cabalmente,  en  la  noche  del  mismo  16  de  mayo  salia  del 
Callao  la  segunda  división  de  la  escuadra  peruana  convoyando 
al  presidente  Prado,  que  marchaba  a  los  puertos  del  sur  con 
una  fuerte  columna  de  tropas.  Esa  división  era  compuesta  de 
los  encorazados  Huáscar  e  Independencia,  bajo  las  órdenes 
de  los  comandantes  don  Miguel  Grau  i  don  Juan  Guillermo 
Moore.  Tres  buques  menores,  o  simples-  trasportes,  completa- 
ban esta  división. 

Las  dos  escuadras  debieron  encontrarse  en  su  camino;  i  en 
el  caso  de  un  combate  todas  las  ventajas  habrían  estado  a 
favor  de  los  chilenos,  que  ademas  de  sus  dos  fragatas  encora- 
zadas, llevaban  tres  buenos  buques  de  madera.  Pero  éstos 
navegaban  lejos  de  tierra  para  ocultar  sus  movimientos,  mien- 
tras los  peruanos  viajaban  apegados  a  la  costa,  de  tal  suerte 
que  se  cruzaron  en  su  marcha  bin  que  ni  los  unos  ni  los  otros 
tuviesen  noticia  de  la  proximidad  del  enemigo. 

La  fortuna  parecia,  pues  favorecer  al  Perú,  presentándole 
la  ocasión  de  dar  un  golpe  fácil  i  seguro.  El  capitán  de  un  pa- 
quete ingles,  encontró  al  convoi  peruano  i  le  comunicó  que  la 
escuadra  chilena  habia  pasado  para  el  norte,  que  el  bloqueo 
de  Iquique  quedaba  confiado  a  dos  débiles  embarcaciones,  i 
que  toda  la  costa  de  Chile  estaba  desguarnecida  de  naves  de 
guerra.  El  20  de  mayo,  al  desembarcar  en  Arica  con  los  re- 
fuerzos de  hombres  i  de  armas  que  llevaba  para  su  ejército, 
tuvo  el  presidente  del  Perú  la  confirmación  de  esta  noticia. 


OPERACIONES    MILITARES  79 


En  el  mismo  dia  se  concertó  un  golpe  de  mano  contra  los 
chilenos.  El  monitor  Huáscar  i  la  fragata  encorazada  Inde- 
pendencia, aprovechándose  del  desamparo  en  que  el  enemigo 
habia  dejado  esa  costa,  debian  apoderarse  de  los  dos  buque- 
cilios  que  bloqueaban  a  Iquique  ^  ,  destrozar  después  el  cam- 
pamento de  Antofagasta  i  los  trasportes  chilenos  que  se  halla- 
serb  en  este  puerto,  i  en  seguida  recorrer  las  costas  de  Chile 
haciendo  daños  análogos  o  superiores  a  los  que  acababa  de 
sufrir  el  litoral  del  sur  del  Perú.  Todo  hacia  creer  que  aquel 
plan  seria  ejecutado  con  completa  felicidad,  sin  hallar  resis- 
tencia seria  en  ninguna  parte. 

Desde  cuatro  dias  atrás,  el  bloqueo  de  Iquique  estaba  a 
cargo  de  dos  jóvenes  oficiales  de  la  marina  de  Chile,  el  capitán 
de  fragata  don  Arturo  Prat,  comandante  de  la  Esmeralda,  i  el 
capitán  de  corbeta  don  Carlos  Condefl,  comandante  de  la  Co- 
vadonga.  La  misión  de  estos  oficiales  estaba  reducida  a  cerrar 
la  entrada  del  puerto.  Nada  les  hacia  esperar  un  ataque  del 
enemigo,  cuando  en  la  mañana  del  21  de  mayo  divisaron  a  lo 
lejos  dos  embarcaciones  que  se  dirijian  hacia  ellos.  Eran  los 
dos  buques  mas  poderosos  de  la  marina  del  Perú  que  venian 
seguros  de  hacer  en  ese  dia  una  fácil  presa. 

En  efecto,  toda  lucha  parecia  imposible;  i  lo  habría  sido  en 
realidad,  para  corazones  menos  animosos  que  los  que  allí  de- 
fendían la  causa  de  Chile. 

Sin  vacilar  un  instante,  los  dos  jefes  chilenos  convocaron  a 
consejo  a  sus  oficiales,  i  allí  resolvieron  todos  pelear  hasta 


2.  Se  comprenderá  el  poder  relativo  de  las  naves  que  van  a  entrar  en  com- 
bate por  las  cifras  siguientes: 

Fragata  encorazada  Independencia,  de  2,004  toneladas.  Fuerza    de  550 
caballos.  Tenia  22  cañones:  de  ellos  dos  de  150;  12  de  70;  4  de  9  "iflados,  to 
dos  del  sistema  Armstrong.  Los  cnatro  restantes  de  32. 

Monitor  Huáscar,  de  1,130  toneladas.  Fuerza  de  300  caballos.  Tenia  4  ca- 
ñones Armstrong,  2  de  300  en  una  torre  jiratoria,  i  2  de  40  en  cubierta. 

La  fuerza  i  el  poder  de  los  buques  chilenos  eran  los  que  siguen: 

Corbeta  de  madera  Esmeralda,  lanzada  al  mar  en  1854,  deT85o  toneladas 
fuerza  de  200  caballos,  i  con  8  cañones  de  40. 

Goleta  de  madera  Covadonga,  tomada  a  los  españoles  en  1865,  de  412  to 
neladas,  fuerza  de  140  caballos,  i  con  2  cañones  de  70. 


80  GUERRA    DEL   PACÍFICO 


morir.  «La  bandera  chilena  no  se  rinde  janicS»,  fué  la  voz  de 
orden  impartida  a  las  tripulaciones. 

<  El  combate  se  empeñó  luego.  El  Huáscar  se  dirije  sobre  la 
Esmeralda  que  por  el  estado  de  su  máquina  apenas  podia  mo- 
verse; i  la  Independencia  se  lanza  sobre  la  Covadonga  que  se 
retiraba  hacia  el  sur  manteniendo  un  certero  fuego  de  artille- 
ría. El  pueblo  de  Iquique  i  el  ejército  peruano  que  lo  guarne- 
cía, presenciaban  desde  la  playa  este  desigual  combate.  La 
artillería  de  tierra  rompió  sus  fuegos  sobre  la  Esmeralda;  i 
Prat  con  una  serenidad  imperturbable,  mandó  contestarlos 
también  con  sus  cañones  i  con  sus  rifles.  La  lucha  se  continuó 
así  por  mas  de  dos  horas.  El  monitor  peruano  parecía  invul- 
nerable a  los  fuegos  de  la  Esmeralda.  vSu  comandante  esperaba 
que  los  chilenos,  convencidos  de  la  esterilidad  de  su  sacriñcio, 
arriasen  al  fin  la  bandera  tricolor  que  habían  enarbolado  en 
el  tope  de  su  nave. 

Pero  Prat  no  pensaba  en  eso.  El  fuego  persistente  de  sus 
cañones  reveló  al  enemigo  que  los  chilenos  no  se  rendían.  El 
jefe  peruano  dirije  entonces  su  proa  de  acero  sobre  el  viejo 
casco  de  la  Esmeralda  para  partirla  con  su  espolón.  El  coman- 
dante Prat  aprovecha  ese  momento  para  saltar  sobre  la  cu- 
bierta del  monitor  enemigo  dando  a  los  suyos  la  voz  de  «¡al 
abordaje»!  Pero  las  naves  se  separan  de  nuevo.  Solo  han  po- 
dido seguirlo  un  sarjento  apellidado  i\ldea;  i  ambos  sucumben 
como  héroes,  bajo  el  fuego  de  rifle  que  el  enemigo  invisible  le 
dirije  desde  las  escotillas  del  monitor. 

La  muerte  heroica  del  comandante  Prat  exalta  el  ardor  de 
sus  subalternos.  La  Esmeralda  está  sembrada  de  cadáveres 
despedazados:  su  máquina,  invadida  por  las  aguas,  no  funcio- 
na ya;  pero  nadie  piensa  sino  en  pelear.  El  teniente  don  Luis 
Uribe  toma  el  mando  del  buque  al  grito  de  «¡los  chilenos  no  se 
rinden»! 

Mientras  tanto,  el  Huáscar  se  precipita  otra  vez  sobre  la 
corbeta  chilena  para  acabar  de  destrozarla.  El  teniente  2.'=» 
don  Ignacio  Serrano  reúne  un  puñado  de  marinos,  doce  o  ca- 
torce, i  se  lanza  con  ellos  sobre  la  cubierta  del  monitor,  resuel- 
tos a  vencer  o  a  vender  caras  sus  vidas.  Este  empuje,  sin  em- 


OPERACIONES   MILITARES  81 


bargo,  no  podia  conducirlos  mas  que  al  sacrificio;  i  en  efecto, 
todos  ellos  sucumben  heroicamente  bajo  una  lluvia  de  fuego 
de  rifle  dirijido  desde  la  torre  i  los  parapetos. 

Pero  la  Esmeralda  resiste  todavía.  I  cuando  el  tercer  golpe 
del  ariete  enemigo  la  ha  destrozado,  i  cuando  se  sumerje  en  el 
mar,  los  artilleros  mandados  por  el  guardia-marina  don  Er- 
nesto Riquelme,  hacen  su  última  descarga  a  la  voz  de  «viva 
Chile!»  La  bandera  chilena  fué  lo  último  que  desapareció  bajo 
las  aguas  después  de  cerca  de  cuatro  horas  de  la  mas  sublime 
resistencia. 

El  Huáscar  acribillado  de  balazos  de  cañón  i  de  rifle  habia 
sufrido  pequeñas  averías  i  la  pérdida  de  un  oficial;  pero  su 
espeso  blindaje  estaba  intacto.  Por  todo  trofeo  d^l  combate 
solo  pudo  recojer  unos  6o  marinos  chilenos  que  flotaban  to- 
davía bobre  las  aguas.  Pocas  horas  ánt.s,  la  tripulación  de  la 
Esmeralda  constaba  de  i8o  hombres. 

Este  combate  no  era  mas  que  la  mitad  del  drama  de  ese  dia. 
Mas  al  sur,  la  fragata  Independencia  perseguía  a  la  Covadonga, 
i  sus  cañones  habían  agujereado  en  varias  partes  a  este  débil 
barquichuelo.  El  comandante  chileno,  sin  embargo,  estaba 
animado  del  mismo  espíritu  que  sus  heroicos  compañeros  que 
acababan  de  sucumbir  con  la  Esmeralda,  i  sostenía  el  combate 
con  igual  resolución.  El  fuego  de  sus  dos  únicos  cañones,  diri- 
jidos  con  una  maestría  admirable,  barría  a  cada  paso  la  cu- 
bierta de  la  Independencia,  y  di  que  no  podia  romper  su  formi- 
dable coraza  de  fierro.  Evolucionando  con  pleno  conocimiento 
de  la  costa,  i  del  poco  calado  de  su  buque,  el  comandante  Con- 
dell  pasa  audazmente  sobre  las  rocas  submarinas,  i  atrae  ha- 
cia ellas  a  la  fragata  peruana  que  va  a  encallarse  en  esos  esco- 
llos. A  pesar  de  que  su  buque  hace  agua  por  todas  partes, 
vuelve  entonces  sobre  la  Independencia,  i  no  se  retira  del  sitio 
del  combate,  sino  cuando  ve  que  la  poderosa  nave  peruana 
€stá  completamente  perdida,  i  que  el  Huáscar,  después  de 
destrozar  a  la  Esmeralda,  se  dirije  a  toda  máquina  a  prestar 
un  ausilio  tardío  a  su  compañera.  La  Covadonga,  haciendo 
agua  por  todos  lados,  llegó  fehzmente  a  Antofagasta  a  dar 
noticias  de  las  peripecias  de  aquel  combate  mas  digno  de  la 

TOMO  XVI. — 6 


82  GUERRA    DEL  PACIFICO 


epopeya  que  de  la  historia  3.  Allí  remedió  de  cualquier  modo 
sus  averías  mediante  algunos  dias  de  trabajo,  i  luego  siguió 
viaje  a  Valparaíso  para  repararse  seriamente. 

El  combate  de  Iquique  tuvo  para  los  chilenos  una  grande 
influencia  en  la  suerte  de  la  campaña.  Pocos  dias  después,  el 
i.^  de  junio  de  1879,  el  presidente  de  la  repúbhca,  don  Aníbal 
Pinto,  abría  el  congreso  de  Chile  i  le  anunciaba  la  victoria  de 
sus  marinos  con  esa  elocuencia  sobria  que  caracteriza  a  los 
documentos  oficiales  de  un  gobierno  serio.  «Allí  hemos  visto> 


3.  El  combate  de  Iquique  produjo  una  profunda  impresión  en  todo  el 
mundo.  La  prensa  de  Europa  i  de  América  no  hallaba  palabras  bastante 
ardientes  para  pintar  el  heroismo  de  los  chilenos;  pero  fueron  los  testigos  de 
la  lucha,  los  mismos  peruanos  que  la  presenciaban  desde  el  puerto,  i  los  ma- 
rinos neutrales  que  entonces  recorrian  esas  aguas,  los  que  han  tributado 
mayores  aplausos  a  los  marinos  de  la  Esmeralda  i  de  la  Covadonga.  «El  Co- 
mercio», diario  peruano  de  Iquique,  decia  que  «el  enemigo  habia  desplegado 
un  heroismo  espartano  en  este  combate  que  no  reconoce  ejemplo  en  la  histo 
ria  del  mundo».  Mr.  Jewell,  vice-cónsul  ingles  en  Iquique,  en  una  carta  de 
familia  que  ha  visto  la  luz  pública,  decia  con  fecha  23  de  mayo,  lo  que  sigue: 
«La  Esmeralda  se  fué  a  pique  después  de  uno  de  los  combates  mas  audaces 
i  mas  heroicos  (sin  esperanza  alguna  de  salvación)  que  recuerdan  los  anales 
de  las  guerras  marítimas.  .  .  Todo  el  mundo,  peruanos  i  estranjeros,  elojian 
con  los  mas  elevados  términos  la  manera  como  lucharon  los  buques  chilenos; 
i  aunque  éstos  han  perdido  la  Esmeralda,  eso  no  es  nada  en  comparación  de 
la  pérdida  de  la  Independencia  para  los  peruanos».  Los  marinos  ingleses  de 
la  Turquoise  ocuparon  sus  buzos  en  recojer  en  la  bahía  de  Iquique,  algunos 
restos  de  la  Esmeralda,  para  guardarlos  como  recuerdo  de  tan  memorable 
combate.  I  por  último,  un  oficial  superior  de  la  marina  norte-americana, 
escribía  desde  las  costas  del  Perú  la  siguiente  carta  al  cónsul  de  los  Estados 
Unidos  en  Valparaíso. 

«Al  presente,  estamos  llenos  de  admiración.  No  pensamos  mas  que  en  la 
Esmeralda  i  la  Covadonga.  No  se  conoce  combate  naval  que  pueda  compa- 
rarse al  que  han  sostenido  esas  dos  naves.  La  nación  que  cuenta  entre  sus 
hijos  semejantes  marinos,  debe  obtener  necesariamente  un  triunfo  com- 
pleto. , 

«Si  Ud.  tiene  ocasión  de  conversar  con  los  oficiales  chilenos  de  esos  buques, 
sírvase  decirles  que  sus  hermanos,  los  oficiales  de  la  marina  del  mundo  en- 
tero, aprecian  su  brillante  conducta,  que  servirá  de  estímulo  i  de  mui  d^gno 
ejemplo  a  los  siglos  futuros;  aunque  dudo  que  vuelvan  a  repetirse  talee  he- 
chos. 

«Nuestras  opiniones  están  basadas  únicamente  sobre  los  informes  de  los' 
comandantes  peruanos  Grau  i  Moore;  i  espero  que  Ud.  tenga  la  bondad  de 
enviarnos  los  partes  oficiales  de  Chile  tan  pronto  como  se  publiquen». 


OPERACIONES  MILITARES  83 


decia,  a  los  que  montaban  los  mas  débiles  buques  de  nuestra 
escuadra,  sostener  con  gloria  el  honor  de  nuestras  armas  con- 
tra los  buques  mas  poderosos  de  la  armada  enemiga.  Un  pue- 
blo que  cuenta  con  hijos  como  los  que  han  sabido  morir  glo- 
riosamente en  la  Esmeralda  o  como  los  que  con  tanta  entereza 
i  arrojo  han  combatido  en  la  Covadonga,  tiene  sobrados  mo- 
tivos para  confiar  en  que  los  reveses  de  la  guerra  no  quebran- 
tarán su  valor,  i  que  aun  la  superioridad  del  enemigo  no  le 
arrebatará  el  triunfo». 

Las  palabras  del  presidente  de  la  república  eran  la  espresion 
de  la  verdad.  Después  del  combate  de  Iquique  los  soldados  i 
los  marinos  de  Chile  adquirieron  mayor  confianza  en  la  victo- 
ria, convencidos  de  que  la  fortuna  debe  ayudar  al  valor  que 
no  toma  en  cuenta  la  superioridad  numérica  de  los  enemi 
gos. 

Aquella  heroica  i  al  parecer  desesperada  resistencia,  habia 
convertido  en  victoria  una  derrota  que  parecia  inevitable  Los 
peruanos  no  solo  perdieron  su  mejor  nave  de  guerra,  sino  que 
vieron  malograrse  el  plan  de  operaciones  con  que  habian  pen- 
sado dar  un  rudo  golpe  al  poder  de  Chile,  arrebatándole  dos 
de  sus  buques,  destruyendo  el  campamento  de  Antofagasta  i 
sembrando  el  terror  en  la  costa  de  Chile  que  en  ese  momento 
no  tenia  un  solo  barquichuelo  para  su  defensa. 

El  monitor  Huáscar,  cuyo  activo  comandante  se  sentia  con 
ánimo  para  ejecutar  por  sí  solo  este  plan  de  campaña,  perdió 
un  tiempo  precioso  en  socorrer  a  los  náufragos  de  la  fragata 
Independencia  i  en  dejarlos  en  tierra  i  cuando  siguió  en  per- 
secución de  la  Covadonga,  esta  goleta,  a  pesar  de  ¿us  averías, 
le  habia  ganado  la  delantera  i  se  habia  sustraído  a  su  persecu- 
ción. Solo  cuatro  días  después  de  aquel  memorable  combate, 
el  25  de  mayo,  se  presentó  el  Huáscar  en  el  indefenso  puerto 
de  Mejillones,  i  allí  destruyó  algunas  lanchas.  Pasó  en  seguida 
a  Antofagasta,  donde  estaba  instalado  el  campamento  chileno 
que  se  quería  bombardear;  pero  el  Huáscar  solo,  era  incapaz 
de  semejante  empresa.  Rompió,  sin  embargo,  el  fuego  sobre 
el  puerto  el  26  de  mayo;  pero  los  cañones  que  los  chilenos  te- 
nían en  la  costa  i  los  de  la  Covadonga  que  ocupaba  el  fondo  de 


84  GUERRA   DEL   PACÍFICO 

la  bahía,  lo  obligaron  a  alejarse  al  dia  siguiente  con  li jeras 
averías  en  su  casco. 

El  monitor  peruano  tenia  que  evitar  un  peligro  mucho  ma- 
yoT  todavía,  i  era  el  encuentro  con  la  escuadra  chilena  que  en 
esos  momentos  volvía  al  sur.  Al  saber  en  el  Callao  que  las  na- 
ves peruanas  se  habían  dirijido  a  Arica,  el  almirante  WiUiams 
Rebolledo  ordenó  inmediatamente  la  vuelta  para  presentarle 
combate.  En  su  marcha  tuvo  noticia  del  suceso  de  Iquique,  i 
marchó  con  su  escuadra  a  restablecer  el  bloqueo  de  este  puer- 
to; i  él  con  la  fragata  Blanco  Encalada  i  la  cañonera  Magalla- 
nes, se  dispuso  a  dar  caza  al  Huáscar  en  toda  la  estension  de 
la  costa. 

En  esta  operación,  la  fortuna  vino  a  ponerse  de  part€  de  los 
peruanos.  El  comandante  Grau  estaba  profundamente  con- 
vencido de  que  con  su  monitor  no  podía  aceptar  un  combate 
franco  contra  los  encorazados  de  los  chilenos.  En  consecuen- 
cia, quería  limitar  toda  su  accioon  a  una  guerra  de  sorpresas 
sobre  los  buques  menores,  i  a  evitar  a  todo  trance  un  encuen- 
tro con  alguna  de  las  fragatas  enemigas,  para  lo  cual  debía 
servirle  maravillosamente  la  mayor  ajilidad  i  el  mejor  andar 
del  Huáscar.  En  esta  primera  retirada,  el  comandante  Grau 
desplegó  toda  la  íntelíjente  actividad  de  su  espíiitu.  Dos  ve- 
ces estuvo  esa  nave  a  la  vista  de  los  hílenos:  una  vez  se  cam- 
biaron algunos  cañonazos  a  gran  distancia  (3  de  junio);  pero 
desde  que  la  Blanco  quiso  acercarse  el  comandante  Grau  for- 
zó de  nuevo  su  máquina,  arrojó  al  mar  los  objetos  que  podían 
embarazar  su  marcha,  i  sin  detenerse  siguiera  algunos  minu- 
tos para  recojer  a  un  tripulante  que  cayó  al  agua  i  que  al  fin 
pereció  ahogado  *,  se  alejó  a  toda  prisa  para  evitar  el  comba- 
te, i  el  7  de  junio  llegó  sin  contratiempo  al  Callao. 

Esta  feliz  retirada,  mas  que  el  combate  de  Iquique,  en  que 


4.  Era  éste  un  apreciable  caballero  de  Lima  llamado  don  Antonio  Cuca- 
lon,  que  se  habia  embarcado  en  el  Huáscar  por  curiosidad  o  por  patriotismo, 
para  asistir  a  las  operaciones  navales.  Después  de  esta  desgracia  que  le  costó 
la  vida,  el  nombre  de  Cucalón  ha  sido  dado  en  estos  paises  a  los  individuos 
que  sin  ser  militares,  acompañan  a  los  ejércitos  para  presenciar  las  bata- 
llas; a  los  corresponsales  de  los  diarios,  etc.,  etc. 


OPERACIONES   MILITARES  85 


a  gloria  no  habia  estado  de  parte  del  Huáscar,  estableció  la 
reputación  militar  del  comandante  Grau.  Las  poblaciones  del 
Callao  i  de  Lima,  que  deploraban  la  valiosa  pérdida  de  la  fra- 
gata Independencia,  recibieron  al  dilijente  marino  con  los 
honores  de  vencedor.  La  prensa  lo  saludó  llamándolo  el  pri- 
mero i  mas  ilustre  de  los  defensores  del  Perú.  Estos  ardorosos 
aplausos,  al  paso  que  servian  para  distraer  al  pueblo  peruano 
del  dolor  que  produjo  en  todo  el  pais  el  desastre  de  Iquique, 
estimularon  al  comandante  Grau  i  a  sus  subalternos  a  ejecu- 
tar otras  espediciones  que  tendremos  que  referir  mas  adelante. 


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CAPITULO  V 

Trabajos  de  reorganización  militar  de  las  tres  repúblicas 
belijerantes,  de  mayo  a  julio  de  1879 

Aprestos  militares  del  gobierno-  de  Bolivia. — Espide  patentes  de  corso  sin 
ningún  resultado. — Imposición  de  empréstitos  forzosos  i  confiscación  de 
las  propiedades  de  los  chilenos. — Desgobierno  con  que  se  manejan  estos 
fondos. — Reunión  del  ejército  boliviano  en  La  Paz — Su  marcha  a  la  pro- 
vincia peruana  de  Tacna. — El  ejército  peruano  de  Tarapacá. — El  pre- 
sidente Prado  se  prepara  para  salir  a  campaña. — Trabajos  del  congreso 
peruano. — El  gobierno  del  Perú  recibe  los  primeros  refuerzos  de  arma- 
mento mediante  la  complicidad  del  gobierno  neutral  de  Panamá. — El 
presidente  Prado  llega  a  Arica  con  un  convoi  considerable,  i  recorre  toda 
la  provincia  de  Tarapacá  lanzando  las  mas  ardorosas  proclamas  contra 
Chile. — Enerjía  tranquila  con  que  el  gobierno  chileno  emprendió  la  crea- 
ción i  la  organización  de  su  ejército. — Cuidado  con  que  atiende  todos  los 
ramos  del  servicio  militar. — Medidas  financieras  que  le  han  permitido 
hacer  frente  a  todas  sus.  obligaciones  i  a  los  gastos  de  la  guerra. 


Mientras  tanto,  las  operaciones  de  los  ejércitos  de  tierra  de 
los  tres  pueblos  belijerantes  se  limitaban  solo  a  los  trabajos 
de  organización  militar.  Bolivia,  el  Perú  i  Chile  remontaban 
sus  tropas,  creaban  nuevos  batallones  i  se  disponian  para  abrir 
la  campaña. 

La  república  de  Bolivia,  así  como  el  Perú,  se  hallaba  bajo 


S8  GUERRA  DEL   PÁCÍFÍCO 


el  réjimen  de  la  lei  marcial.  El  jeneral  Daza  gobernaba  ese 
pais  con  la  suma  del  poder  público  i  bajo  un  sistema  de  cuya 
violencia  no  se  puede  formar  una  idea  aproximativa  el  lector 
estranjero.  Nacido  de  una  revolución  de  cuartel,  como  casi 
todos  los  gobiernos  que  ha  tenido  Bolivia,  el  del  jeneral  Daza 
se  habia  entronizado  en  el  poder  persiguiendo  i  desterrando 
a  sus  adversarios,  i  dando  rienda  suelta  a  las  pasiones  de  sus 
pretorianos.  Al  declarar  la  guerra  a  Chile,  i  al  llamar  a  las  ar- 
mas a  todos  los  bolivianos,  tuvo  el  buen  sentido  de  proclamar 
una  amnistía  jeneral;  i  merced  a  ella  acudieron  a  servir  bajo 
sus  banderas  muchos  hombres  que  le  habian  sido  desafectos. 

Las  otras  medidas  del  gobierno  boliviano  fueron  mucho 
menos  prácticas.  Uno  de  los  ministros  de  Daza  inició  un  pro- 
yecto de  alianza  con  la  República  Arjentina,  a  la  cual  se  le 
habria  pagado  su  cooperación  en  la  guerra,  con  la  cesión  de 
sesenta  leguas  de  costa  sobre  el  Pacífico,  que  se  arrancarían 
del  territorio  de  Chile  al  fin  de  la  campaña,  esto  es,  desde  el 
paralelo  24  hasta  el  27.  Casi  es  inútil  decir  que  la  República 
Arjentina  ni  siquiera  oyó  estas  proposiciones,  que  ademas  es- 
taban sujetas  a  otras  condiciones  favorables  solo  para  Bolivia. 

Por  decreto  de  26  de  marzo,  el  presidente  Daza  mandó  dar 
patentes  de  corso  a  todos  los  armadores,  de  cualquiera  nacio- 
nalidad que  fuesen,  que  quisieran  hostilizar  el  comercio  ma- 
rítimo de  Chile,  concediendo  los  derechos  de  ciudadanos  boli- 
vianos a  los  estranjeros  que  se  embarcasen  en  los  corsarios. 
Este  espediente,  en  que  se  esperaba  hallar  una  rica  fuente  de 
recursos  pecuniarios,  no  produjoningun  resultado.  No  se  halló 
en  ninguna  parte  del  mundo  un  solo  individuo  que  quisiese 
aceptar  aquellas  peligrosas  patentes  bolivianas,  porque  esta 
nación  no  tenia  un  solo  buque  para  defender  sus  corsarios,  i 
porque  éstos  no  habian  de  tener  puertos  en  que  vender  sus 
presas,  sino  eran  los  del  Perú,  que  a  causa  del  estado  de  gue- 
rra, podían  ser  hostilizados  allí  por  la  escuadra  de  Chile. 

Con  mayor  eficacia,  i  con  un  resultado  relativamente  mejor, 
se  impuso  a  un  banco  la  obligación  de  dar  en  préstamo  600,000 
pesos;  i  se  repartió  en  todos  los  pueblos  de  la  república  la  im- 
posición de  un  empréstito  también  forzoso,  por  un  millón  de 


OPERACIONES   MILITARES  89 


pesos  que,  sin  embargo,  no  produjo  sino  poco  mas  de  la  mitad 
de  esa  suma,  a  pesar  de  la  dureza  que  se  empleó  para  recau- 
darlo. En  cambio,  la  confiscación  de  los  bienes  de  ciudadanos 
chilenos  en  los  minerales  de  Corocoro  i  de  Huanchaca  llevaron 
al  esquilmado  tesoro  de  Bolivia  una  buena  entrada.  Sin  em- 
bargo, aun  en  aquellos  momentos  de  ardor  patrio,  en  presen- 
cia de  una  guerra  estranjera,  aquellos  caudales  fueron  admi- 
nistrados con  el  desgreño  ordinario  con  que  los  coroneles  i 
jenerales  que  han  gobernado  ese  pais,  han  derrochado  la  for- 
tuna pública.  Los  mismos  documentos  oficiales  de  Bolivia  ban 
revelado  mas  tarde  que  una  parte  de  esos  capitales  fué  sus- 
traída por  algunos  de  los  amigos  i  socios  del  presidente  Daza. 
Se  cuenta  que  uno  solo  de  éstos  ganó  en  seis  meses  una  fortuna 
de  200,009  pesos. 

Cuando  se  tomaban  esas  medidas,  iban  llegando  a  La  Paz 
los  continj  entes  de  tropas  que  el  gobierno  habia  pedido  a  toda 
las  provincias.  Venian  éstos  calzados  de  ojotas  (especie  de 
sandalias  de  cuero),  en  su  mayor  parte  vestidos  de  toscos  ca- 
potes de  bayeta,  armados  con  armas  de  diversas  clases,  mu- 
chos con  solo  fusiles  de  chispa,  una  porción  de  la  caballería 
montados  en  muías;  pero  todos  sumisos,  pacientes  para  el 
trabajo  i  para  la  marcha,  i  sino  ardorosos  para  el  combate, 
resueltos  a  obedecer  las  órdenes  de  sus  jefes.  Seguíalos  una 
turba  de  mujeres,  las  rabonas  de  los  ejércitos  del  Perú  i  de 
Bolivia,  i  de  niños  de  todas  edades,  que  querían  compartir  las 
penalidades  de  la  campaña  con  sus  hijos,  con  sus  padres,  con 
sus  maridos  o  con  sus  compañeros. 

Ese  primer  ejército  boliviano  llegó  a  contar  4,500  hombres 
reunidos  con  grande  afán  en  todas  las  provincias  de  la  repú- 
blica. El  17  de  abril  rompió  la  marcha  poi  los  senderos  de  la 
montaña.  El  jeneral  Daza,  que  dejaba  organizado  en  la  capi- 
tal un  gobierno  provisorio  que  rijiese  los  destinos  de  la  repú- 
blica durante  su  ausencia,  iba  a  la  cabeza  de  sus  tropas.  Un 
séquito  considerable  de  jenerales,  coroneles  i  edecanes  forma- 
ba su  estado  mayor.  Sus  secretarios  preparaban  periódica 
mente  las  mas  pomposas  proclamas  a  los  soldados  para  recor 
darles  que  luego  debían  encontrar  a  los  enemigos  de  su  patria, 


90  GUERRA  DEL    PACÍFICO 


i  que  era  menester  que  ese  dia  se  mostrasen  dignos  nietos  de 
tales  o  cuales  héroes  de  Bolivia. 

La  marcha  por  las  cordilleras  no  ofreció  ningún  inconve- 
niente. Los  soldados  bolivianos,  en  su  jeneralidad  de  pura 
raza  indíjena,  son  excelentes  andadores,  infatigables  para  la 
marcha,  sufridos  para  todos  los  padecimientos,  sobrios  i  obe- 
dientes. Sin  conocer  la  causa  por  que  iban  a  pelear,  sin  entu- 
siasmo pero  sin  abatimiento,  marchaban  resignado.^  al  teatro 
de  la  guerra;  i  el  30  de  abril,  después  de  un  viaje  de  trece  dias 
que  habria  rendido  a  hombres  menos  pacientes  que  ellos,  en- 
traban silenciosos  en  la  ciudad  de  Tacna,  donde  los  esperaban 
sus  aliados  los  peruanos  con  mas  curiosidad  que  satisfacción. 

El  ejército  del  Perú  se  agrupaba  también  en  esos  momentos 
en  aquellas  provincias.  A  las  tropas  que  el  gobierno  del  j ene- 
ral  Prado  habia  hecho  llegar  allí  antes  de  la  declaración  de 
guerra,  se  hablan  agregado  diversos  destacamentos  venidos 
de  las  provincias  vecinas.  Ademas  de  varios  jefes  militares, 
habia  llegado  a]  sur  el  jeneral  don  Juan  Buendía  que  venia  de 
Lima  con  el  carácter  de  jeneral  en  jefe  del  ejército  de  Tara- 
pacá.  Esos  oficiales  superiores  dirijian  los  trabajos  de  defensa 
de  la  costa,  formaban  los  campamentos  i  atendían  al  servicio 
militar  con  mas  precipitación  que  eficacia.  Faltaban  armas  i 
municiones,  escaseaban  los  víveres;  i,  por  todas  partes,  se 
hacia  sentir  el  desgobierno  precursor  de  una  catástrofe.  Cuan- 
do los  chilenos  se  apoderaron  de  esas  provincias,  cayeron  en 
sus  manos  los  libros  i  los  papeles  del  estado  mayor  de  sus  ene- 
migos. Entonces  se  vio  que  si  Chile  hubiera  ejecutado  en  esos 
momentos  un  resuelto  desembarco  en  esos  lugares  aun  sin 
contar  con  otro  ejército  que  el  que  tenia  en  esa  época,  habria 
obtenido  fácilmente  las  mismas  ventajas  que  alcanzó  seis  me- 
ses mas  tarde. 

En  verdad,  el  ejército  peruano  aguardaba  lleno  de  zozobras 
un  desembarco  de  las  tropas  chilenas.  Sus  esperanzas  estaban 
cifradas  en  los  refuerzos  i  en  los  ausilios  que  pudieran  llegarle 
de  Lima,  i  particularmente  en  los  que  debia  traerle  el  presi- 
dente Prado,  cuya  próxima  partida  de  la  capital  estaba  anun- 
ciada. En  efecto,  el  gobierno  aunque  revestido  de  antemano 


OPERACIDNES    MILITARES  91 


de  facultades  estraordinarias,  habia  convocado  al  congreso 
peruano  para  arbitrar  algunas  medidas  tendientes  a  la  guerra, 
a  fin  de  repartir  con  él  responsabilidad  de  la  situación. 

Habíase  anunciado  por  todos  los  medios  de  publicidad  ofi- 
cial que  tan  luego  como  los  cuerpos  lejislativos  sancionaran 
ciertas  leyes  que  reclamaba  el  estado  de  guerra,  el  presidente 
de  la  república  saldria  a  ponerse  al  frente  del  ejército.  Desde 
el  8  de  abril,  el  jeneral  Prado  habia  comunicado  a  sus  compa- 
triotas en  una  proel  ma  solemne  que  lo  verian  «siempre  en  el 
sitio  de  mayor  peligro ',  para  llevar  a  cabo  el  castigo  de  Chile. 

En  realidad,  el  móvil  que  estimulaba  al  presidente  del  Perú, 
no  era  el  de  buscar  el  sitio  de  mayor  peligro.  Desde  que  se 
anunció  como  inevitable  el  rompimiento  entre  los  dos  paises, 
el  populacho  de  Lima  tomó  una  actitud  poco  tranquilizadora. 
En  las  altas  horas  de  la  noche,  tocábanse  las  campanas  de  la 
iglesias,  el  pueblo  se  reunia  en  las  calles  i  plazas,  i  en  medio 
de  gritos  amenazadores  se  acusaba  al  gobierno  de  flojedad  en 
la  dirección  de  la  guerra,  i  al  presidente  de  la  república  de 
abrigar  simpatías  secretas  por  Chile,  donde  habia  residido 
ocho  años,  i  donde  habiadejado  algunas  propiedades.  Las  be- 
licosas proclamas  del  jefe  supremo  del  estado  eran  para  el 
populacho  de  la  capital  i  para  el  vulgo  de  los  politiqueros,  un 
simple  espediente  para  engañar  la  opinión.  El  presidente  Pra- 
do no  tuvo  valor  para  afrontar  esta  situación  que  cada  día  se 
hacia  mas  amenazadora,  i  esperó  solo  que  el  congreso  tomase 
ciertas  resoluciones  para  abandonar  una  ciudad  donde  no  ha- 
llaba ya  seguridad  para  su  persona. 

Las  resoluciones  del  congreso  no  fueron,  sin  embargo,  de 
grande  alcance.  Rechazáronse  diversos  proyectos  de  contri- 
bución de  guerra;  i  para  satisfacer  a  los  gastos  que  ésta  iba  a 
ocasionar,  se  autorizó  al  gobierno  para  elevar  hasta  25  millo- 
nes de  pesos  la  emisión  del  papel  moneda  que  habia  comen- 
zado a  hacerse  ese  año.  Esta  medida,  ademas  de  un  fraude 
considerable  a  que  dio  lugar  la  emisión,  produjo  el  resultado 
inmediato  de  hacer  bajar  estraordinariamente  la  moneda  de 
papel  i  de  hacer  subir  en  mayor  proporción  aun  la  pérdida  en 
el  cambio  sobre  Europa.  El  congreso  facultó  ademas  al  podre 


92  GUERRA  DEL    PACÍFICO 


ejecutivo  para  aumentar  las  fuerzas  de  mar  i  de  tierra  en 
cuanto  lo  creyese  oportuno  para  las  necesidades  de  la  guerra; 
i  por  lei  de  9  de  mayo  concedió  al  presidente  de  la  república 
licencia  para  «mandar  personalmente  la  fuerza  armada  i  salir 
del  territorio».  Sin  duda  la  mente  de  los  congresales  del  Perú, 
era  facultar  al  jefe  supremo  para  que  efectuase  la  invasión  a 
Chile  de  que  se  hablaba  entonces  en  los  diarios,  en  las  reunio- 
nes populares  i  en  los  banquetes.  Ya  veremos  mas  adelante 
en  qué  forma  i  con  qué  objeto  usó  el  presidente  Prado  de  esta 
autorización  ocho  meses  mas  tarde. 

En  esos  momentos,  el  gobierno  del  Perú  comenzaba  a  reci- 
bir los  primeros  refuerzos  de  armas  i  municiones  que,  desde 
el  mes  de  febrero,  habia  pedido  a  Europa  i  a  los  Estados  Uni- 
dos. Recibia  estos  elementos  por  la  via  mas  corta,  por  el  istmo 
de  Panamá,  donde  los  ajentes  consulares  de  Chile  no  pudieron 
conseguir  que  las  autoridades  de  Colombia  pusiesen  atajo  a 
un  tráfico  que  importaba  la  mas  escandalosa  violación  de  la 
neutralidad.  La  prensa  de  Bogotá,  capital  de  la  república  co- 
lombiana, recordando  poco  mas  tarde  estos  hechos,  i  tratando 
de  esplicarlos,  ha  dicho  que  el  gobernador  del  estado  federal 
de  Panamá  habia  sido  comprado  con  una  gruesa  cantidad  de 
dinero  por  los  ajentes  del  Perú.  Estos  refuerzos  permitieron 
al  jeneral  Prado  llevar  al  sur,  junto  con  un  buen  continjente 
de  tropas,  un  valioso  cargamento  de  armas  i  de  municiones  de 
todas  clases.  El  vice-presidente  de  la  república,  jeneral  La 
Puerta,  se  hizo  cargo  del  gobierno. 

Hemos  dicho  ya  que  el  convoi  que  acompañaba  al  presi- 
dente del  Perú,  llegó  a  Arica  el  20  de  mayo. 

El  jeneral  Prado  habria  creido  faltar  a  su  deber  de  presi- 
dente del  Perú  si  al  partir  de  Lima  no  hubiera  dirijido  al  pue- 
blo una  de  esas  fantásticas  proclamas  que  parecen  ser  mui  del 
gusto  del  pais.  Después  de  anunciar  allí  de  nuevo  que  iba  a 
castigar  a  los  bárbaros  i  crueles  chilenos,  agregaba  las  pala- 
bras siguientes:  «Si  la  mas  decidida  abnegación,  si  la  disposi- 
ción al  esfuerzo  de  todo  j enero,  incluso  el  sacrificio  de  la  per- 
sona, pueden  servir  de  augurio  del  triunfo,  yo  os  ofrezco  que 
nada  escusaré  en  servicio  de  nuestra  patria  tan  sin  razón  ul- 


OPERACIONES  MILITARES  93 


trajada».  Cuatro  dias  después,  el  20  de  mayo,  al  desembarcar 
en  Arica,  el  presidente  lanzaba  una  nueva  proclama  para 
anunciar  a  sus  soldados  que  ya  ha  «desnudado  la  espada»  para 
castigar  a  los  vándalos  chilenos,  «pueblo  tránsfuga  de  la  fra- 
ternidad americana»  1,  i  para  prometerles  «que  en  toda  oca- 
sión, favorable  o  adversa,  estará  a  su  lado  como  amigo  i  her- 
mano». 

En  Arica,  el  presidente  del  Perú  fué  recibido  por  el  jeneral 
Daza,  jefe  supremo  de  Bolivia.  Fué  aquel  un  dia  de  regocijo  i 
de  fiestas  para  peruanos  i  bolivianos  que  veian  engrosado  su 
ejército  i  que  esperaban  con  la  mas  absoluta  confianza  la  cap- 
tura de  los  dos  buquecillos  chilenos  que  bloqueaban  el  vecino 
puerto  de  Iquique.  La  fiesta,  como  se  sabe,  fué  turbada  el  dia 
siguiente  por  la  noticia  de  la  pérdida  irreparable  de  la  fragata 
encorazada  Independencia.  En  medio  de  la  tristeza  i  de  la 
perturbación  que  produjo  este  suceso,  se  procedió  activa- 
mente al  desembarco  de  las  tropas,  de  las  armas  i  de  las  mu- 
niciones, i  se  dio  un  nuevo  impulso  a  los  trabajos  de  fortifica- 
ción de  Arica.  En  seguida,  el  presidente  Prado  se  trasladó  a 
Pisagua  para  inspeccionar  por  sí  mismo  al  ejército  peruano  de 
Tarapacá,  i  para  distribuirle  los  elementos  militares  que  ha- 
bia  traido  de  Lima. 

Diez  dias  duró  esta  escursion  (25  de  mayo  a  3  de  junio).  El 
presidente  del  Perú,  i  director  de  la  guerra,  recorrió  los  cam- 
pamentos, recibió  las  salutaciones  i  aplausos  de  sus  tropas, 
repartió  por  todas  partes  nuevas  i  mas  ardorosas  proclamas, 
i  se  volvió  a  Arica,  dejando  a  sus  jenerales  el  cuidado  de  arre- 
glartodos  los  detalles  déla  defensa.  Las  tropas  peruanas  i  boli- 
vianas establecidas  en  la  provincia  de  Tarapacá,  en  número  de 
ocho  a  nueve  mil  hombres,  fueron  distribuidas  principalmen- 
te en  los  puertos  de  Iquique  i  de  Pisagua,  donde  se  constru- 
yeron fortificaciones  respetables,  artilladas  por  cañones  de 


I .  Estos  insultos  prodigados  cada  dia  al  pueblo  chileno  no  solo  están  con- 
signados en  las  proclamas  sino  en  los  decretos  i  en  los  documentos  del  ca- 
rácter mas  serio.  El  vice-presidente  La  Puerta,  en  el  discurso  solemne  de 
clausura  del  congreso  peruano,  dijo  pocos  dias  después  que  Chile  era  «la  ver- 
güenza de  la  América.» 


04  GUERRA    DEL   PACÍFICO 


grueso  calibre.  La  defensa  de  esa  importante  provincia  ganó 
considerablemente  con  estos  trabajos  i  con  los  refuerzos  que 
acababa  de  recibir;  pero  ellos  no  la  ponian  a  salvo  de  un  golpe 
de  audacia  de  los  chilenos,  que  entonces  mismo  habrian  po- 
dido ejecutar  con  el  mas  completo  buen  éxito. 

Pero  el  gobierno  de  Chile,  por  su  parte,  procedia  con  una 
prudencia  i  una  cautela  que  rayaba  en  la  meticulosidad.  Re- 
suelto a  no  dejar  nada  a  la  fortuna,  habia  determinado  no 
abrir  la  campaña  sino  en  el  momento  en  que  se  supiera  que 
sus  tropas  estaban  prontas,  no  para  combatir  sino  para  ven- 
cer. Contra  la  impaciencia  del  pais,  que  anhelaba  una  solu- 
ción inmediata  confiado  en  el  espíritu  del  ejército,  el  gobierno 
chileno  habia  comenzado  los  aprestos  bélicos  con  la  mas  fria 
i  tranquila  resolución  de  no  precipitar  los  sucesos  para  no 
arriesgar  nada,  o  para  arriesgar  lo  menos  posible  en  la  cam- 
paña a  que  habia  sido  arrastrado.  Al  revés  de  lo  que  en  esos 
momentos  sucedía  en  el  Perú  i  en  Bolivia,  donde  el  gobierno 
estaba  revestido  de  la  suma  del  poder  público,  el  presidente 
de  Chile  mantuvo  intacto  el  réjimen  constitucional,  sopor- 
tando sereno  e  impasible  la  responsabilidad  de  la  situación, 
las  censuras  de  la  prensa  i  las  acusaciones  de  algunos  miem- 
bros del  congreso  que  pedian  una  acción  mas  rápida. 

El  puerto  de  Antofagasta,  situado,  como  se  sabe,  en  la  costa 
del  desierto  de  Atacama,  habia  sido  convertido  en  campa- 
mento de  las  tropas  chilenas.  Allí  fueron  reuniéndose  los  di- 
versos cuerpos  que  formaban  el  diminuto  ejército  permanente 
con  que  contaba  el  pais,  i  se  organizaron  ademas  algunos  cuer- 
pos de  milicias  con  los  trabajadores  de  aquella  re j ion.  El  go- 
bierno dispuso  que  los  batallones  que  constaban  de  300  plazas 
cada  uno,  fuesen  elevados  a  rejimientos  de  1,200  hombres, 
todo  lo  cual  se  consiguió  sin  dificultad,  gracias  a  los  impru- 
dentes decretos  del  gobierno  del  Perú,  que  habia  espulsado 
de  este  pais  a  todos  los  chilenos.  Las  víctimas  de  esta  persecu- 
ción, hombres  fuertes  i  vigorosos,  acostumbrados  a  los  mas 
rudos  trabajos,  completaron  en  pocos  dias  el  número  de  al- 
gunos de  esos  rejimientos;  i  todavía  los  que  habían  seguido 
su  viaje  hasta  Valparaíso,  formaron  allí  otro  cuerpo. 


OPERACIONES    MILITARES  93 


Con  la  misma  resolución,  organizáronse  en  todas  las  pro- 
vincias cuerpos  de  guardia  nacional  movilizada;  i  se  comenzó 
la  instrucción  de  éstos  bajo  el  réjimen  de  la  mas  severa  disci- 
plina, i  con  un  tesón  que  revelaba  la  seriedad  de  propósitos 
de  quien  obedece  a  un  plan  fijo  e  inmutable.  Los  nuevos  sol- 
dados fueron  vestidos  enteramente  a  la  europea,  como  lo  es- 
taba de  antemano  el  ejército  permanente,  i  armados  con  las 
mejores  armas;  con  rifles  Comblain  la  infantería,  con  sables 
franceses  i  carabinas  Winchester  la  caballería,  i  con  cañones 
Krupp  o  ametralladoras  del  último  sistema  los  cuerpos  de 
artillería.  Como  Chile  habia  vivido  desde  largos  años  en  paz 
interior  i  esterior,  i  como  la  guerra  lo  encontraba  despreveni- 
do, le  faltaban  armas,  municiones,  vestuarios,  monturas  i  los 
demás  elementos  para  equipar  todo  el  ejército  que  quería  for- 
mar. Con  una  actividad  enérjica,  el  gobierno  estableció  maes- 
tranzas en  Santiago  i  Valparaíso  para  la  fabricación  de  los 
artículos  que  podían  hacerse  en  el  país  ^,  i  por  el  telégrafo 
pidió  a  Europa  las  armas  i  los  demás  objetos  que  solo  pueden 
construirse  en  talleres  que  no  es  posible  improvisar.  El  gobier- 
no no  fijaba  para  estos  encargos  mas  que  una  condición,  i 
ésta  era  que  todo  lo  que  se  le  envíase  fuese  de  primera  calidad 
lo  mejor  que  se  fabrícase  en  Francia,  en  Béljíca,  en  Alemania 
i  en  Inglaterra.  Todo  debía  pagarse  al  contado  para  que  no 
hubiera  el  menor  retardo,  i  para  que  el  crédito  de  Chile  no 
sufriese  ningún  desdoro. 

Con  el  mismo  empeño  se  organizaba  el  cuerpo  sanitario  del 
ejército,  i  se  atendían  las  mil  necesidades  de  la  intendencia 
míht arpara  la  provisión  de  las  tropas.  Organizóse  igualmente 
el  servicio  de  injenieros,  agregando  a  los  pocos  que  servían  en 
el  ejército  permanente,  algunos  injenieros  civiles.  Para  las 
necesidades  del  campamento  i  de  la  campaña  subsiguiente, 

2.  En  la  imposibilidad  de  dar  a  conocer  con  algunos  detalles  los  inmensos 
trabajos  de  organización  a  que  tuvo  que  hacer  frente  el  gobierno  de  Chile, 
nos  limitamos  a  recomendar  la  lectura  de  la  Memoria  pasada  en  1880  al  mi- 
nisterio de  la  guerra  i  marina  por  la  intendencia  jeneral  de  ejército,  i  publi- 
cada en  un  opúsculo  de  44  pajinas  en  4.^  Ese  valioso  docimiento  da  una  idea 
de  la  actividad  que  fué  necesario  desplegar  para  proveer  al  ejército  i  a  la 
marina  de  cuanto  se  necesitaba  para  la  campaña. 


96  GUERRA    DEL   PACÍFIí  O 


se  reunieron  también  muchos  carpinteros,  herreros,  mecáni- 
cos i  todos  los  mateiiales  necesaiios  para  tender  líneas  tele- 
gráficas, iluminar  el  campo,  montar  i  desmontar  máquinas, 
para  atender  inmediatamente  a  las  mil  exijencias  del  servicio. 
El  gobierno  queria  aprovechar  todos  los  inventos  de  la  ciencia 
moderna  que  simplifican  i  facilitan  las  operaciones  militares, 
la  luz  eléctrica,  el  telégrafo,  el  heliógrafo,  etc.,  etc.,  i  su  em- 
peño así  como  la  actividad  que  desplegaron  los  jefes  i  subal- 
ternos encargados  de  estos  servicios,  fueron  coronados  del 
éxito  mas  feliz. 

No  fué  esto  todo.  Desde  años  atrás  existe  en  Chile  una  ofici- 
na hidrográfica  encargada  de  dirijir  los  reconocimientos  jeo- 
gráficos  encomendados  a  la  marina,  i  de  reunir  todas  las  cartas 
i  todas  las  noticias  concernientes  a  la  jeografía.  Los  trabajos 
de  esa  oficina,  justamente  apreciados  por  el  mundo  sabio, 
fueron  temporalmente  suspendidos,  o  mas  propiamente  con- 
traidos esclusivamente  al  estudio  del  territorio  que  debia  ser 
el  teatro  de  la  guerra.  La  oficina  hidrográfica  preparó  así  exce- 
lentes mapas  de  aquellos  lugares,  i  tratados  descriptivos  de 
la  mas  perfecta  claridad  en  que,  a  manera  de  los  libros  llama- 
dos «Guías  del  viajero»,  se  agrupaban  noticias  acerca  de  los 
accidentes  del  terreno,  de  sus  recursos,  de  las  dificultades  que 
había  que  vencer  i  de  los  medios  de  subsanarlas  ^.  Los  autores 

3.  Por  el  interés  que  puedan  tener  nuestros  lectores  por  conocer  la  jeogra- 
fía del  teatro  de  la  guerra,  damos  a  continuación  una  rápida  noticia  de  las 
publicaciones  hechas  por  la  Oficina  Hidrográfica  de  Santiago. 

1.3  Jeografía  náutica  de  Bolivia,  Santiago,  marzo  de  1879.  Opúsculo  de 
35  pajinas  en  8.^  acompañado  de  una  carta  de  la  parte  del  desierto  de  Ata- 
cama  comprendida  entre  los  paralelos  22  i  25^  35'. 

2P  Noticia  del  desierto  de  Atacama  i  sus  recursos,  opúsculo  de  21  pajinas 
con  una  carta,  Santiago,  marzo  de  1879. 

3.0  Jeografía  náutica  i  derrotero  de  las  costas  del  Perú,  Santiago,  abril  de 
1879.  Un  volumen  de  191  pajinas. 

4.0  Noticias  del  departamento  litoral  de  Tarapacá  i  sus  recursos,  Santiago 
abril  de  1879.  Opúsculo  de  23  pajinas,  con  una  carta  jeográfica  del  territorio 
comprendido  entre  los  paralelos  24  i  19  '^^o'.  De  este  opúsculo  se  hizo  en 
agosto  del  mismo  año  una  segunda  edición  mui  mejorada  i  mucho  mas  com- 
pleta; i  la  carta  jeográfica  recibió  también  mejoras  de  consideración  para 
servir  al  ejército  de  tierra. 

5,0  Noticias  de  los  departamentos  de  Tacna,  Moquegua  i  Arequipa  i  algo 


OPEEACIQNES    MILITARES  97 


de  esos  escritos  reunieron  con  este  objeto  todos  los  datos  se- 
guros que  hallaban  en  Jos  libros  i  en  los  documentos,  i  los  com- 
pletaron con  las  noticias  que  podian  suministrar  los  injenieros 
que  habian  recorrido  ese  territorio.  Los  escritos  i  los  mapa 
salidos  de  la  oficina  hidrográfica,  que  son  ahora  lo  mejor  que 
existe  sobre  la  jeografía  de  las  costas  del  Perú,  i  de  todo  el 
territorio  vecino  al  litoral,  fueron  impresos  en  un  considerable 
número  de  ejemplares,  i  distribuidos  en  el  ejército  i  la  escua- 
dra para  que  cada  oficial,  cada  sarjento  que  tuviese  que  des- 
empeñar alguna  comisión,  conociera  de  antemano  i  con  bas- 
tante exactitud  las  condiciones  del  terreno  que  tenia  que  re- 
correr. De  aquí  resultó  mas  adelante  que  el  ejército  chileno 
conocia  el  pais  invadido  mejor  aun  que  los  soldados  que  lo 
defendian. 

El  gobierno  de  Chile  quería  hacer  una  guerra  intelijente,  tal 
como  la  hacen  las  naciones  mas  civilizadas;  i  en  efecto,  como 
lo  demostró  el  éxito,  no  se  equivocaba  en  sus  previsiones,  por- 
que así  pudo  vencer  dificultades  enormes  i  llevar  a  buen  tér- 


sobre  la  hoya  del  lago  Titicaca,  Santiago,  marzo  de  1879.  Opúsculo  de  44  pa- 
jinas, con  una  carta  jeográfica  del  territorio  comprendido  entre  los  parale- 
los 193  30'  i  1 40  30'. 

6.*^  Noticias  sobre  las  provincias  del  litoral  correspondientes  al  departamento 
de  Lima  i  de  la  provincia  constitucional  del  Callao,  Santiago,  1879.  Opúsculo 
de  75  pajinas,  con  un  plano  estratéjico  del  territorio  comprendido  entre  los 
paralelos  11°  3'  i  12^^22'. 

7.0  Noticias  sobre  las  provincias  litorales  correspondientes  a  los  departa- 
mentos de  Arequipa,  lea,  Huancavélica  i  Lima,  Santiago,  1880.  Opúsculo  de 
40  pajinas,  con  una  carta  jeográfica  del  territorio  comprendido  eijtre  los 
paralelos  17^1  13*5  30'. 

8,0  Datos  sobre  los  recursos  i  las  vias  de  comunicación  del  litoral  de  las  pro- 
vincias de  Chancai  i  de  Lima,  Santiago,  1880,  con  una  carta  del  territorio  a 
■que  se  refiere. 

9.0  Plano  de  Lima  i  sus  alrededores,  Santiago,  1880. 

Todos  estos  trabajos  se  recomiendan  por  el  grande  acopio  de  datos  que 
contienen,  i  por  su  rigorosa  exactitud. 

Estando  ocupada  la  escuadra  en  las  operaciones  de  la  guerra,  la  Oficina 
Hidrográfica  no  ha  podido  disponer  que  se  hagan  nuevos  reconocimientos 
en  todo  el  último  año;  i  en  este  sentido  decimos  en  el  testo  que  ha  suspen- 
dido sus  otros  trabajos,  Pero,  aun  en  medio  de  estas  ocupaciones,  ha  conti- 
nuado los  estudios  comenzados  anteriormente,  i  ha  hecho  otras  publicacio- 
nes jeográficas  estrañas  a  las  actuales  necesidades  militares.  . 

TOMO    XVI. — 7 


GUEBEA  DEL  PACÍFICO 


mino  i  con  rapidez  las  operaciones  militares  que  parecian  mas 
difíciles.  Pero  al  mismo  tiempo  quería  hacer  la  guerra  culta. 
No  le  bastó  para  esto  el  declarar  que  se  adhería  a  las  resolu- 
ciones del  congreso  de  Jinebra  sobre  hospitales  de  sangre, 
heridos  i  prisioneros,  reglamentado  conveniente  i  liberalmen- 
te  este  servicio,  como  antes  habia  declarado  que  no  emplearía 
los  corsarios  en  la  guerra  ^,  sino  que  hizo  recopilar  en  un  pe- 
queño libro  todas  las  disposiciones  i  declaraciones  con  que  en 
los  últimos  veinticinco  años  se  han  querido  limitar  los  horro- 
res de  la  guerra.  Ese  libro  fué  igualmente  distribuido  a  los 
oficiales  del  ejército  i  de  la  escuadra  para  que  en  todo  caso 
reglasen  su  conducta  a  esas  disposiciones  s.  El  gobierno  chi- 
leno quería  evitar  todos  los  daños  innecesarios,  toda  efusión 
de  sangie  inútil,  i  su  perseverancia  ha  conseguid^,  como  lo 
veremos  mas  adelante,  realizar  casi  siempre  estos  nobles  pro- 
pósitos. 

La  guerra  iba  a  crear  a  Chile  una  situación  embarazosa  por 
el  estado  de  sus  finanzas.  Si  bien  es  cierto  que  la  república  n 
se  hallaba  en  un  estado  de  bancarrota  como  el  que  atravesaba 
el  Perú  desde  1872,  si  no  sufría  tampoco  una  penuria  crójjica 
como  la  que  siempre  se  ha  hecho  sentir  en  Bolivia  por  causa 
de  los  trastornos  i  revoluciones,  la  situación  de  la  hacienda 
pública  chilena  distaba  mucho  de  ser  tan  holgada  como  lo 
habia  sido,  merced  al  orden  i  a  la  economía  de  sus  adminis- 
tradores, durante  los  últimos  cuarenta  años.  La  ejecución  de 


4.  Chile  i  el  Perú  habían  aceptado  en  años  atrás  las  conclusiones  del  con- 
greso de  Paris  de  1856;  pero  Bolivia  no  habia  prestado  su  adhesión.  Al  prin 
cipio  de  la  presente  guerra,  el  Perú  sujirió  a  Bolivia  la  idea  de  dar  patente- 
de  corso  contra  el  comercio  chileno.  Felizmente,  como  ya  dijimos,  no  se  halló 
quienes  quisieran  aceptarlas,  i  la  causa  de  la  civilización  no  ha  tenido  que 
sufrir  por  esta  causa. 

5.  El  opúsculo  a  que  nos  referimos  lleva  este  título:  El  derecho  de  la  guerra 
según  los  últimos  progresos  de  la  civilización,  Santiago  1879;  i  contiene  i.-^  Las 
declaraciones  del  congreso  internacional  de  Bruselas  de  1874;  2.°  La  decla- 
ración de  San  Petersburgo  de  1868;  3.^  Las  declaraciones  de  la  convención 
internacional  de  Jinebra  de  1864,  con  los  artículos  adicionales  de  1868;  i 
4.0  Las  instrucciones  para  los  ejércitos  de  los  Estados  Unidos  en  campaña. 
Los  jefes  i  oficiales  del  ejército  de  Chile  tuvieron  encargo  de  respetar  estas 
declaraciones  como  código  de  guerra. 


OPERACIONES   MILITARES  99 


grandes  trabajos  públicos,  tres  años  consecutivos  de  malas 
cosechas,  la  baja  del  cobre  en  los  mercados  europeos,  la  pér- 
dida de  inmensos  capitales  en  las  salitreras  del  Perú  por  causa 
de  las  leyes  de  despojo  sancionadas  por  el  gobierno  de  este 
pais,  hablan  producido  en  Chile  una  fuerte  crisis  económica 
seguida  de  una  alarmante  disminución  en  las  rentas  del  esta- 
do. El  crédito  del  pais  se  conservaba  sin  embargo  intacto  en 
los  mercados  europeos  por  el  puntual  cumplimiento  de  todas 
las  obligaciones  esteriores;  pero  apelar  al  arbitrio  de  los  em- 
préstitos estranjeros  en  vísperas  de  una  guerra  que,  a  juzgar 
por  el  número  i  por  las  amenazas  del  enemigo,  debia  ser  rui- 
nosa para  Chile,  era  esponerse  a  tener  que  sufrir  un  rechazo  o 
que  aceptar  condiciones  mui  onerosas. 

Fué  necesario  recurrir  a  otros  medios.  Comenzóse  por  esta- 
blecer la  mas  estricta  economía  en  los  gastos  jenerales  i  ordi- 
narios de  la  administración,  suprimiendo  los  servicios  menos 
necesarios,  i  reduciendo  otros  en  proporción  de  su  importan- 
cia. Así,  pues,  el  gobierno  continuó  pagando  todos  los  sueldos 
de  la  administración  i  los  intereses  de  las  deudas  interior  i 
esterior;  pero  suspendió  o  redujo  la  construcción  de  obras 
públicas,  caminos  i  edificios,  e  introdujo  muchas  otras  econo- 
mías de  detalle.  El  resultado  de  este  plan  fué  que  al  cerrarse 
el  año  de  1879,  los  gastos  jenerales  i  ordinarios  de  la  adminis- 
tración eran  inferiores  en  2.610,000  pesos  a  la  suma  total  del 
presupuesto,  es  decir,  15.247,000  en  lugar  de  17.857,000. 

Esta  economía,  así  como  el  producto  de  una  nueva  contri- 
bución sobre  las  trasferencias  de  capitales  en  las  transaccio- 
nes bancarias  i  comerciales,  no  podían  bastar  para  hacer  fren- 
te a  los  gastos  de  la  guerra.  El  gobierno  fué  autorizado  para 
hacer  emisiones  de  papel  moneda  de  curso  forzoso.  Ejecutóse 
esta  operación  gradualmente  i  según  las  necesidades  del  era- 
rio, cuidando  de  no  recargar  el  mercado  de  moneda  de  papel 
de  un  solo  golpe,  para  mantener  su  valor  en  cuanto  fuese  po- 
sible. Ese  papel,  garantido  por  el  estado,  que  se  obliga  a  con- 
vertirlo mas  tarde  en  moneda  de  plata  o  de  oro,  satisfizo  las 
exij encías  de  la  situación,  sin  esperimentar  una  baja  sensible 
en  su  precio.  Hoi,  cuando  las  emisiones  sucesivas  han  alean- 


100  GUERRA  DEL  PACIFICO 


zado  a  la  suma  de  dieciseis  millones  de  pesos,  las  leyes  econó- 
micas se  han  cumplido,  pero  en  una  eacala  relativamente  re- 
ducida, de  tal  suerte,  que  su  depreciación  no  ha  pasado  de  un 
veinte  o  un  veinticinco  por  ciento. 

Se  debe  en  gran  parte  este  resultado  al  orden  i  a  la  econo- 
mía con  que  el  gobierno  de  Chile  ha  hecho  los  gastos  de  la 
guerra.  Las  cuentas  de  la  tesorería  revelan,  en  efecto,  que  los 
gastos  estraordinarios  i  fuera  de  presupuesto,  incluyendo  en 
ellos  el  valor  de  las  armas  adquiíidas  en  Europa,  así  como  ei 
de  los  trasportes  comprados  o  alquilados,  i  pagados  todos 
al  contado,  ha  subido  solo  en  el  año  de  1879  a  la  suma  de 
10.288,000  pesos,  suma  relativamente  corta  si  se  toman  en 
cuenta  la  importancia  de  los  resultados  alcanzados  en  ese  año 
i  la  magnitud  de  los  aprestos  militares. 

El  gobierno  pudo  contar  también  con  los  ausilios  pecunia- 
rios provenientes  de  las  erogaciones  particulares.  Estos  do- 
nativos, hechos  en  dinero  i  en  especies,  fueron  principalmente 
destinados  a  la  alimentación  del  ejército  i  de  la  escuadra  o  a 
la  formación  de  las  ambulancias.  Debe  decirse  también  aquí 
en  honor  de  este  pais,  que  después  de  los  primeros  combates 
i  cuando  comenzaron  a  llegar  a  Chile  los  heridos,  así  amigos 
como  enemigos,  los  mas  ricos  capitalistas  de  Santiago  i  de 
Valparaíso  establecieron  a  su  costa  excelentes  hospitales  para 
descargar  al  estado  del  gasto  que  este  servicio  debía  impo- 
nerle. 


^^-^ 


CAPITULO  VI 


El  Huáscar,  de  julio  aoctubre.de  1379 

Escursion  de  la  corbeta  Pilcomayo  hasta  Tocopilla, — Nueva  campaña  deF 
Huáscar. — Sorpresa  nocturna  en  la  bahía  de  Iquique. — Tercera  campa- 
ña del  Huáscar. — Daños  causados  en  la  costa  setentrional  de  Chile. — 
Captura  del  trasporte  chileno  Rimac. — Infructuosa  espedicion  de  la  cor- 
beta peruana  Union  hasta  Magallanes. — Suspéndese  el  bloqueo  de  Iqui- 
que.— Bombardeo  ineficaz  de  Antofagasta. — Reorganización  de  la  es- 
cuadra chilena. — Proyectado  ataque  de  Arica. — Captura  del  Huáscar. — 
Importancia  de  este  hecho. 

A  pesar  de  los  grandes  i  activos  aprestos  militares  de  las 
tres  repúblicas  belijerantes,  se  pasaron  seis  meses  sin  combate 
alguno  entre  los  ejércitos  de  tierra;  i  aun  las  operaciones  ma- 
rítimas fueron  por  mucho  tiempo  de  escasa  importancia.  La 
escuadra  chilena  persistió  en.  el  bloqueo  del  puerto  peruano 
de  Iquique,  mientras  su  ejército  se  completaba  i  disciplinaba- 
en  Antofagasta.  Los  peruanos,  '  por  su  parte,  pasaron  este 
tiempo  fortificando  los  puertos  de  su  costa,  o  preparando  ata- 
ques rápidos  e  imprevistos  para  sorprender  a  los  trasportes 
o  a  los  buques  menores  de  los  enemigos. 

El  bloqueo  de  Iquique  no  producia  mas  que  una  ventaja,  i 
era  privar  al  Perú  de  las  entradas  que  sin  esto  le  habría  pro- 


•í-*»     "IrOS:'  !       .-     ?.         ~;  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


ducido  la  esport ación  del  nitrato.  En  cambio,  esa  operación, 
al  paso  que  paralizaba  la  acción  de  la  escuadra,  i  permitia  a 
la  de  los  enemigos  concertar  algunos  golpes  de  mano,  dejaba 
libres  los  puertos  vecinos  de  Pisagua  i  de  Arica  por  donde  el 
gobierno  peruano  hacia  llegar  a  su  ejército  del  sur  los  ausilios 
i  los  refuerzos  que  necesitaba. 

Esta  situación  fué  hábilmente  aprovechada  por  algunos  de 
los  marinos  del  Perú.  En  los  primeros  dias  de  julio,  la  corbeta 
Pilcomayo  llevaba  desde  el  Callao  a  Arica  un  valioso  carga- 
mento de  armas  para  el  ejército  de  Bolivia.  En  seguida  tras- 
portaba a  Pisagua  una  división  de  ese  mismo  ejército.  I  luego, 
pasando  a  espaldas  de  la  escuadra  bloqueadora  de  Iquique, 
fué  al  puerto  de  Tocopilla,  ocupado  por  los  chilenos,  donde 
destruyó  una  nave  mercante  i  varias  lanchas,  para  dar  des- 
pués de  esto  la  vuelta  al  norte.  Perseguida  entonces  por  una 
de  las  fragatas  chilenas,  la  corbeta  Pilcomayo  evitó  diestra- 
mente el  combate,  i  llegó  a  asilarse  bajo  los  fuegos  de  las  for- 
tificaciones de  Arica. 

En  esos  momentos,  el  monitor  Huáscar,  el  mas  formidable 
de  los  buques  que  entonces  componian  la  escuadra  del  Perú, 
terminaba  sus  reparaciones  en  el  Callao  para  salir  nuevamente 
a  campaña.  Su  intelijente  comandante  don  Miguel  Grau  des- 
plegó una  actividad  incansable  para  atender  a  todos  los  ramos 
del  servicio,  reparar  pequeñas  averías,  componer  su  máquina, 
limpiar  sus  fondos,  pintar  su  casco  con  un  color  claro  que  lo 
hiciera  menos  visible  al  enemigo,  renovar  i  cambiar  una  por- 
ción del  armamento,  sobre  todo  los  rifles,  sustituir  una  parte 
de  su  tripulación  por  los  marineros  mas  esperimentados,  así 
nacionales  como  estranjeros,  que  pudo  hallar  en  la  costa  del 
Perú,  i  sobre  todo  para  proveerse  del  mejor  carbón  que  habia 
en  el  Callao. 

Terminados  estos  aprestos,  el  comandante  Grau  se  hizo  al 
mar  el  6  de  julio;  i  después  de  cuatro  dias  de  viaje  llegaba  a 
Arica  a  ponerse  al  habla  con  el  supremo  director  de  la  guerra, 
para  inquirir  noticias  de  la  escuadra  enemiga,  i  para  recibir 
instrucciones  militares.  El  presidente  Prado  se  las  dio  en  el 
acto.  Consistían  ellas  en  el  encargo  de  evitar  siempre  todo 


OPERACIONES   MILITARES  103 


combate  peligroso,  i  en  sorprender  a  los  trasportes  i  buques 
menores  de  los  chilenos  siempre  que  pudiera  hacerlo  con  ven- 
taja i  sin  riesgo.  Ahí  supo  también  el  comandante  Grau  que 
algunos  de  los  buques  chilenos  hablan  marchado  al  sur,  i  que 
los  que  bloqueaban  a  Iquique,  incluso  el  buque  encorazado 
Cochrane,  se  alejaban  un  poco  de  la  costa  durante  la  noche,  i 
se  mantenían  voltejeando  por  los  alrededores  para  evitar  los 
torpedos  que  pudieran  dirij irles  de  tierra.  Con  estas  noticias 
i  con  esas  instrucciones,  el  comandante  Grau  se  hizo  de  nuevo 
al  mar  el  mismo  dia  9  de  julio. 

Minutos  después  de  media  noche,  estaba  en  Iquique.  La 
bahía  se  hallaba  desierta.  El  jefe  peruano  pudo  comunicarse 
con  las  autoridades  de  tierra  para  saber  el  paradero  de  las  na- 
ves chilenas. En  seguida,  se  dirijió  al  oeste  a  ver  si  se  presenta- 
ba la  ocasión  de  dar  un  golpe  de  mano.  En  efecto,  cerca  de  un 
islote  que  hai  en  ese  puerto,  halló  al  Matías  Cousiño,  vapor 
carbonero  de  la  escuadra  chilena,  i  le  dirijió  un  cañonazo  para 
intimarle  rendición.  Esa  nave  no  podia  oponer  resistencia 
ninguna,  porque  no  tenia  a  su  bordo  rrias  armas  que  seis  u 
ocho  fusiles;  pero  cuando  su  capitán  hacia  bajar  a  los  botes 
la  jente  de  su  mando  para  que  no  cayese  prisionera,  se  pre- 
sentó la  cañonera  Magallanes,  bajo  el  mando  del  comandante 
don  Juan  José  Latorre,  a  disputar  resueltamente  al  Huáscar 
la  presa  que  éste  iba  a  cojer  con  tanta  facilidad. 

Aquel  acto  de  audacia  del  oficial  chileno  perturbó  por  un 
momento  al  comandante  Grau.  No  acertando  éste  a  compren- 
der que  un  pequeño  buque  de  madera  viniese  a  provocar  a 
combate  al  poderoso  monitor,  se  persuadió  de  que  era  atacado 
por  el  buque  encorazado  Cochrane;  i  en  cumplimiento  de  sus 
instrucciones  mas  terminantes,  emprendía  su  retirada  cuando 
a  pesar  de  la  oscuridad  de  la  noche,  percibió  por  el  tamaño 
de  la  nave  que  tenia  enfrente  que  no  era  el  encorazado  chileno . 
Volvió  entonces  contra  la  Magallanes  a  toda  fuerza  de  máqui- 
na para  partirla  con  el  formidable  espolón;  pero  el  coman- 
dante Latorre,  manejando  su  buque  con  la  mas  admirable 
maestría,  esquivó  los  golpes,  sosteniendo  al  mismo  tiempo  un 
vigoroso  i  bien  dirij  ido  fuego  de  fusil  i  de  cañón  que  si  no  al- 


l04  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


canzó  a  romper  el  blindaje  del  monitor,  le  causó,  al  menos, 
algunas  averías.  El  combate  se  prolongó  así  largo  rato;  pero 
la  luna  aparecía  en  el  horizonte  a  las  tres  i  media  de  la  maña- 
na, i  a  la  débil  claridad  que  despedía,  el  comandante  Grau 
pudo  percibir  que  el  Cochrane  se  acercaba  atraído  por  el  es- 
tampido de  la  artillería,  i  que  se  hallaba  a  una  distancia 
aproximativa  de  dos 'quilómetros.  Resuelto  a  evitar  un  com- 
bate serio,  puso  su  proa  al  norte  i  se  dirijió  a  toda  prisa  a  gua- 
recerse bajo  los  fuertes  de  Arica,  sin  que  la  fragata  chilena 
hubiera  podido  darle  alcance  (lo  de  julio).  El  heroísmo  del 
joven  comandante  de  la  Magallanes  había  salvado  un  tras- 
porte de  la  marina  chilena. 

Este  combate  nocturno,  aunque  no  tuvo  resultado  alguno 
definitivo,  enalteció  sobremanera  el  nombre  de  los  dos  cam- 
peones principales.  El  joven  comandante  Latorre  sentó  esa 
noche  la  reputación  de  valiente  i  de  marino  que  había  de 
afianzar  en  breve  con  otros  hechos  de  mas  trascendencia  sino 
de  mas  peligro.  El  comandante  Grau,  elevado  poco  mas  tarde 
al  rango  de  contra-almirante,  fué  el  objeto  de  los  aplausos  de 
la  prensa  peruana,  aplausos  que  se  hicieron  repetir  en  los  dia- 
rios de  Europa  i  de  América,  i  que  le  constituyeron  una  aureo- 
la de  gloria.  •'  - 

Alentado  por  estos  aplausos,  Grau  se  preparó  con  espíritu' 
marcial  para  nuevas  espediciones,  es  decir,  para  hostilizar  al 
enemigo  siempre  que  pudiera  hacerlo  con  plena  confianza  en 
el  éxito,  pero  sin  comprometer  jamas  su  nave  en  un  combate 
en  que  hubiera  de  correr  el  menor  peligro.  En  esos  días  había 
llegado  a  Arica  la  corbeta  peruana  Union;  i  como  la  rapidez 
de  este  buque  lo  hacía  muí  aparente  para  la  guerra  de  sorpre- 
sas, fué  puesto  también  bajo  sus  órdenes.  El  17  de  julio  el 
Huáscar  i  la  Union  salieron  de  Arica  con  rumbo  al  sur;  i  ale- 
jándose de  la  costa  para  no  encontrarse  con  la  escuadra  chí-' 
lena,  volvieron  a  acercarse  a  tierra  cerca  de  Antofagasta,  en 
cuyas  inmediaciones  apresaron  dos  buques  mercantes  que 
remitieron  al  Callao.  En  seguida,  las  naves  peruanas  recorrie- 
ron la  costa  del  sur  destruyendo  las  lanchas  que  encontraron 
6ri  los  puertos  indefensos  de  Chañaral,  Huasco,  Carrizal  i  Pan 


OPERACIONES  MILITARES  105 


de  Azúcar.  Solo  en  Caldera,  donde  existia  una  pequeña  guar- 
nición sobre  las  armas,  no  se  atrevieron  a  hacer  daño  alguno. 
A  la  vuelta  de  esta  fácil  correría,  apresaron  otra  nave  mercan- 
te en  la  bahía  de  Chañaral.  El  activo  comandante  habia  con- 
seguido todos  estos  resultados  en  solo  cuatro  dias  de  continuo 
movimiento,  i  sin  hallar  en  ninguna  parte  la  menor  resisten- 
cia. Su  primea-  elemento  de  éxito  era,  como  se  ve,  el  excelente 
andar  de  sus  buques. 

Pero  la  buena  estrella  que  lo  acompañó  en  esta  campaña 
le  iba  a  presentar  la  ocasión  de  hacer  una  presa  mucho  mas 
valiosa,  la  mas  importante  que  haya  hecho  el  Perú  en  toda  la 
guerra.  Al  amanecer  del  23  de  julio,  cuando  el  Huáscar  i  la 
Union  volvían  al  norte,  divisaron  a  pocas  millas  de  Antofa- 
gasta,  un  vapor  que  parecía  esforzarse  por  ganar  este  puerto. 
No  les  fué  difícil  alcanzarlo  i  obligarlo  a  detenerse  después  de 
dispararle  algunos  cañonazos,  que  apenas  fueron  contestados, 
porque  la  nave  perseguida  solo  contaba  unas  pocas  piezas  de 
artilleiía  de  corto  alcance  i  i^asi  desmontadas.  Era  el  vapor 
mercante  Rimac  que  el  gobierno  de  Chile  habia  tomado  en 
arriendo  para  conducir  sus  tropas,  i  que  en  ese  momento  tras- 
portaba a  Antofagasta  un  escuadrón  de  caballería  con  258 
hombres  i  un  número  inferior  de  caballos.  El  trasporte  chile- 
no, sin  poder  hacer  la  menor  resistencia,  fué  capturado  por 
las  naves  peruanas,  i  sus  tripulantes  llevados  prisioneros  a 
Arica,  donde  desembarcaban  dos  dias  después  para  ser  en 
seguida  trasportados  al  Callao. 

La  captura  del  Rimac,  hemos  dicho,  era  la  ventaja  mayor 
que  los  peruanos  habían  alcanzado  en  el  curso  de  la  campaña . 
Así,  fué  celebrada  en  todas  partes,  i  anunciada  a  los  pueblos 
americanos,  i  aun  a  los  diarios  de  Europa  como  un  gran  desas- 
tre de  las  armas  chilenas.  Los  boletines  militares  del  Perú 
hablaban  de  esa  presa  como  de  una  victoria  que  habia  desper- 
tado el  mas  vivo  entusiasmo  en  el  ejército  aliado  i  en  las  po- 
blaciones. 

En  efecto,  ademas  del  buque,  que  era  un  buen  trasporte,  i 
de  los  prisioneros  i  caballos  capturados,  el  gobierno  peruano 
tomó  posesión  de  muchas  armas  i  municiones,  i  de  la  corres- 


106  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


pondencia  oficial  i  particular  de  que  era  portador  el^Rtmac. 
Por  esta  correspondencia  se  impusieron  los  directores  de  la 
guerra  de  que  Chile  esperaba  entonces  dos  cargamentos  de 
armas  que  venian  de  Europa,  i  supieron  o  infirieron  que  mien- 
tras no  llegase  ese  armamento,  el  ejército  chileno  de  Antofa- 
gasta  no  podria  tomar  la  ofensiva.  En  el  mismo  momento  se 
preparó  en  Arica  un  nuevo  golpe  de  mano.  La  corbeta  Union, 
bajólas  órdenes  del  comandante  García  i  García,  partiría  para 
los  mares  del  sur,  i  penetrando  en  el  estrecho  de  Magallanes, 
capturaría  allí  los  dos  cargamentos  de  armas  que  Chile  espe- 
raba con  tanta  ansiedad.  El  golpe  parecía  fácil  i  seguro,  sobre 
todo  estando  confiado  a  un  hombre  que  gozaba  de  la  repu- 
tación del  marino  mas  intelijente  del  Perú. 

El  comandante  García  i  García  desplegó,  en  efecto,  la  inte- 
lijencia  de  un  buen  marino;  pero  la  fortuna  no  secundó  su  ac- 
ción. Venció  felizmente  las  dificultades  que  los  mares  tempes- 
tuosos del  sur  oponen  a  la  navegación  en  los  meses  de  invier- 
no, i  penetró  en  el  estrecho  de  Magallanes  cuando  acababa  de 
salir  de  él  el  primer  cargamento  de  armas,  i  cuando  éste  seguía 
por  el  océano  su  viaje  a  Valparaíso.  La  corbeta  peruana  se 
presentó  con  bandera  francesa  en  la  colonia  de  Punta  Arenas 
que  Chile  mantiene  en  el  estrecho  (i8  de  agosto);  i  cuando  vio 
que  allí  no  había  cañones  ni  mas  guarnición  que  unos  treinta 
o  cuarenta  fusileros,  se  apoderó  del  carbón  que  había  en  un 
pequeño  pontón,  i  exijió  que  se  le  vendieran  algunos  víveres. 
El  gobernador  de  la  colonia  chilena,  imposibilitado  para  opo- 
ner la  menor  resistencia,  consiguió,  sin  embargo,  burlar  al 
enemigo,  induciéndolo  a  alejarse  de  aquellos  lugares.  Permitió 
que  se  le  vendieran  víveres;  pero  le  hizo  entender  que  ya  ha- 
bían pasado  los  buques  cargados  con  armas,  uno  de  los  cuales, 
sin  embargo,  entraba  en  ese  momento  por  la  boca  oriental  del 
estrecho.  La  Union,  creyendo  perdido  su  viaje,  dio  inmedia- 
tamente la  vuelta  al  Pacífico;  i  lo  hizo  con  tal  rapidez,  que 
dos  buques  despachados  con  toda  actividad  de  Valparaíso 
para  darle  caza  en  aquellos  lugares,  llegaron  allí  cuando  ya 
aquella  nave  los  había  dejado  para  no  volver  mas.  Los  buques 


OPERACIOÍíEj    MÍL'TARES  107 


chilenos  prestaron  el  buen  servicio  de  convoyar  hasta   los 
puertos  de  Chile  los  dos  cargamentos  de  armas. 

Pero  este  resultado  de  las  operaciones  marítimas,  las  corre- 
rías que  hacían  impunemente  las  naves  peruanas,  la  inefica- 
cia de  la  acción  de  los  buques  chilenos,  i  sobre  todo  la  pérdida 
del  trasporte  Rimac,  habían  producido  en  Chile  cierto  descon- 
tento, i  una  ajitacion  de  la  opinión  que  en  el  Perú  i  en  los  pue- 
blos vecinos  se  interpretaban  como  los  síntomas  precursores 
de  un  movimiento  revolucionario.  Al  paso  que  los  gobiernos 
del  Perú  i  de  Bolivia  tenían  en  sus  manos  la  suma  del  poder 
público  medíante  el  ejercicio  de  las  facultades  estraordínarias, 
el  de  Chile  rio  había  suspendido  ni  siquiera  por  una  hora,  nin- 
guna de  las  garantías  constitucionales.  La  prensa  continuaba 
gozando  de  la  mas  completa  libertad,  i  el  congreso  funcionaba 
con  la  misma  aniplitud  de  atribuciones  que  en  los  días  de  mas 
perfecta  paz;.  En  las  cámaras  i  en  la  prensa  se  hicieron  oír  las 
quejas  del  patriotismo  herido  por  aquellos  accidentes,  que 
sin  importar  una  derrota  para  las  armas  chilenas,  alentaban 
al  enemigo  dando  cierto  prestijio  a  su  causa.  Acusábase  al 
gobierno  de  no  dar  a  las  operaciones  de  la  guerra  una  direc- 
ción mas  enérjica  i  mas  activa,  i  a  los  jefes  de  la  escuadra  de 
poco  vigor  o  de  poca  fortuna  en  la  persecución  de  las  naves 
peruanas.  Esta  situación  de  los  espíritus,  espresada  con  fran- 
queza, dio  lugar  a  que  en  el  Perú  se  creyera  i  se  repitiese  en  el 
estranjero,  que  la  tranquilidad  incontrastable  i  tradicional 
de  Chile,  iba  a  desaparecer  bajo  el  peso  de  una  tremenda  con- 
moción. 

En  lugar  de  esa  revolución,  solo  sobrevino  una  modificación 
parcial  en  el  ministerio,  i  la  designación  de  uno  de  sus  miem- 
bros, de  don  Rafael  Sotomayor,  como  ministro  de  la  guerra 
en  campaña  (20  de  agosto).  El  bloqueo  de  I quique  suspendido 
desde  días  atrás,  fué  definitivamente  levantado.  Se  mandó 
que  las  naves  de  la  escuadra  volviesen  unas  en  pos  de  otras  a 
Valparaíso  a  limpiar  sus  fondos  i  a  hacer  todas  las  reparacio- 
nes indispensables  para  una  campaña  mas  eficaz.  Solo  algu- 
nas de  ellas  debían  quedar  en  los  puertos  del  norte  para  de- 
fender el  campamento  de  Antofagasta. 


108  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Mientras  tanto,  el  monitor  Huáscar,  alentado  con  el  éxito 
de  sus  anteriores  correrías,  se  presentaba  de  nuevo  en  las  cos- 
tas del  norte  de  Chile.  El  7  de  agosto  se  hallaba  en  el  desguar- 
necido puerto  de  Taltal,  cuando  se  dejó  ver  uno  de  los  encora- 
zados de  Chile,  el  buque  Blanco  Encalada.  De  nuevo  también 
el  contra- almirante  Grau  supo  eludir  el  combate;  i  utilizando 
eficazmente  la  velocidad  de  su  nave,  se  retiró  al  norte  sin  ser 
incomodado. 

Pocos  dias  mas  tarde  (22  de  agosto),  el  jefe  peruano  salia 
otra  vez  de  Arica  con  el  monitor  Huáscar  i  dos  rápidos  tras- 
portes, i  después  de  destruir  algunas  lanchas  en  los  puertos 
indefensos  de  la  costa,  se  presentó  en  la  mañana  del  28  de 
agosto  delante  del  puerto  de  Antofagasta,  donde,  según  sabia, 
no  se  hallaba  ninguno  de  los  encorazados  de  Chile.  En  el  fon- 
do de  la  bahía  estaba  la  cañonera  Magallanes,  i  otro  pequeño 
buque  de  guerra,  la  Abtao,  cuya  máquina  estaba  desarmada 
i  en  reparación.  En  tierra  habia  ademas  algunos  cañones 
prontos  a  romper  el  fuego.  -  '" 

Según  las  instrucciones  de  su  gobierno,  el  contra-almirante 
peruano  debía  evitar  resueltamente  todo  combate  de  éxito 
dudoso.  En  consecuencia,  se  mantuvo  a  la  distancia,  i  se  limi- 
tó a  responder  el  fuego  de  los  dos  buques  chilenos  sin  querer 
acercarse  mucho  a  ellos.  En  un  momento  en  que  entró  un 
poco  mas  adentro  en  el  puerto,  dos  de  sus  bombas  ocasionaron 
algunas  bajas  i  averías  en  la  Abtao;  pero  también  una  bomba 
de  a  300  disparada  desde  la  playa,  atravesó  la  chimenea  del 
monitor  peruano,  i  reventó  sobre  la  cubierta  haciendo  gran- 
des destrozos  i  causando  la  muerte  de  uno  de  sus  mejores  ofi- 
ciales, el  teniente  don  Carlos  de  los  Heros,  cuya  muerte  fué 
muí  sentida  por  el  comandante  Grau.  En  cambio,  ni  las  bate- 
rías de  tierra,  ni  la  población  de  Antofagasta  habían  sufrido 
el  menor  daño  por  este  ineficaz  bombardeo.  Visto  este  resul- 
tado i  temiendo  el  arribo  de  alguno  de  los  encorazados  chile- 
nos, el  Huáscar  abandonó  la  bahía  i  se  marchó  al  norte. 
El  Blanco  Encalada  llegó  a  Antofagasta  cuando  el  monitor 
peruano  le  llevaba  cinco  horas  de  delantera  1. 

I.  Hemos  puesto  particular  interés  en  referir  detenidamente  las  campa- 


OPERACIONES    MILITARES  109 


Estas  dos  últimas  campañas  del  Huáscar,  aunque  como  se 
ha  visto,  no  produjeron  ningún  daño  al  ejército  o  a  los  buques 
de  Chile,  i  mui  escaso  a  algunos  comerciantes  de  los  puertos 
del  norte,  vinieron  a  estimular  la  actividad  que  el  gobierno 
ponia  en  reorganizar  su  escuadra.  Las  maestranzas  estableci- 
das en  Valparaíso  desplegaron  un  grande  ardor  para  terminar 
estos  trabajos.  Limpiáronse  perfectamente  los  fondos  de  los 
buques,  reparáronse  sus  máquinas,  dotando  a  algunas  de  ellas 
de  nuevos  i  mejores  calderos,  completáronse  su  armamento 
i  sus  tripulaciones,  i  se  introdujeron  en  todos  los  detalles  de 
la  organización  naval  las  reformas  que  la  esperiencia  de  seis 
meses  de  infructuosa  campaña  parecia  aconsejar.  El  gobierno, 
ademas,  acababa  de  comprar  o  de  tomar  en  arriendo  algunos 
vapores  cómodos  i  espaciosos  para  hacerlos  servir  de  traspor- 
tes; i  todos  ellos  fueron  armados  de  poderosa  artillería,  i  do- 
tados de  jefes  i  tripulantes  de  guerra  para  que  no  se  repitiese 
el  accidente  del  Rimac,  esto  es,  para  que  en  el  caso  de  un  en- 
cuentro, no  estuvieran  los  trasportes  obligados  a  entregarse 
sin  resistencia. 

En  esa  misma  época,  el  almirante  Williams  Rebolledo,  cu- 
ya salud  estaba  debilitada  i  cuyo  espíritu  se  sentía  fatigado 
por  el  ningún  éxito  de  las  operaciones  navales,  dejó  el  mando 
de  la  escuadra.  Su  puesto  fué  confiado  al  capitán  de  navio, 
don  Galvarino  Riveros,  marino  antiguo  que  a  causa  de  sus 
enfermedades  estaba  separado  del  servicio,  i  que  ahora  vol- 
vía a  él  lleno  de  enerjía  i  de  resolución.  Riveros  debía  man- 
dar en  persona  una  de  los  buques  blindados,  el  Blanco  En- 
calada: la  comandancia  de  la  Cochrane  fué  dada  al  capitán 
don  Juan  José  Latorre,  oficial  joven,  cuyo  nombre  había  ad- 


ñas  del  monitor  peruano,  porque  ellas  dieron  mucho  que  hablar  a  los  diarios 
de  América  i  de  Europa,  sin  conocer,  sin  embargo,  el  encadenamiento  i  la 
importancia  verdadera  de  los  sucesos.  Para  hacer  la  reseña  de  esas  campa- 
ñas, hemos  tenido  a  la  vista  los  documentos  chilenos;  pero  nos  ha  servido 
principalmente  de  guia  el  libro  copiador  de  su  correspondencia  que  llevaba 
el  comandante  Grau,  i  el  cual  ha  sido  publicado  íntegramente  en  Chile  en 
1880.  Es  una  especie  de  diario  completo  de  sus  operaciones  i  de  sus  trabajos, 
escrito  con  una  digna  seriedad,  i  sin  las  exajeraciones  tan  frecuentes  en  los 
partes  oficiales  de  los  jefes  peruanos. 


lio  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


quirido  una  justa  nombradía  después  del  heroico  combate  que 
habia  sostenido  contra  el  Huáscar  en  la  bahía  de  Iquique  en 
la  noche  del  9  al  10  de  juHo. 

En  los  momentos  en  que  se  hacían  estos  aprestos,  llegaron 
a  Valparaíso  los  dos  primeros  cargamentos  de  armas  compra- 
dos en  Europa  por  los  ajentes  de  Chile.  Componíanlos  un  nú- 
mero considerable  de  rifles  de  los  mejores  sistemas,  muchos 
cañones  Krupp,  un  repuesto  abundante  de  municiones,  ves- 
tuarios para  las  tropas,  en  una  palabra,  todos  los  artículos 
que  se  necesitan  para  completar  el  equipo  del  ejército.  Mas 
de  3,000  hombres  estaban  listos  en  Chile  para  entrar  en  cam- 
paña, i  solo  esperaban  este  armamento  para  marchar  al  norte 
a  reunirse  con  el  ejército  acampado  en  Antofagasta.  El  20  de 
setiembre  zarparon  de  Valparaíso  en  un  convoí  de  doce  bu- 
ques entre  naves  de  guerra  i  trasportes. 

Pero  antes  de  abrir  la  campaña  terrestre  convenia  aniqui- 
lar el  poder  naval  del  Perú,  o  a  lo  menos  destruir  el  monitor 
Huáscar  que  le  daba  vida.  En  Santiago,  en  los  consejos  de 
gobierno,  se  habia  resuelto  esto  mismo;  i  los  marinos  Ríveros 
i  Latorre,  que  habían  tomado  parte  en  estas  deliberaciones, 
manifestaron  su  firme  resolución  de  no  volver  a  Valparaíso 
sin  haber  realizado  aquel  importante  propósito.  Una  vez  en 
Antofagasta,  prepararon  las  dos  fragatas  encorazadas,  la  cor- 
beta O'Higgins,  la  goleta  Covadonga  i  un  trasporte;  i  el  i.^  de 
octubre  zarparon  para  Arica,  donde,  según  todos  los  informes, 
debían  hallarse  los  buques  peruanos. 

Arica  era  entonces  una  plaza  militar  verdaderamente  for- 
midable. Ademas  de  las  fortificaciones  de  tierra,  unas  a  flor 
de  agua  i  otras  situadas  sobre  las  alturas  que  rodean  el  puerto, 
i  todas  provistas  de  gruesa  artillería  servida  por  una  abun- 
dante guarnición,  había  en  el  fondo  de  la  bahía  un  monitor 
de  poco  andar,  pero  terrible  como  máquina  de  defensa.  El 
Manco  Capac,  éste  era  su  nombre,  era  una  batería  flotante 
poderosa  por  sus  cañones  de  a  500,  i  casi  ínespugnable  por  su 
construcción,  pues  en  los  momentos  de  combate  apenas  so- 
bresalía de  la  superficie  de  las  aguas.  Los  marinos  chilenos 
iban,  sin  embargo,  resueltos  a  trabar  el  combate  contra  las 


OPERACIONES    MILITARES  111 


naves  peruanas  dentro  de  aquel  círculo  de  fuego.  La  suerte 
de  las  armas  podía  muí  bien  serles  adversa. 

Por  fortuna  suya,  al  presentarse  en  Arica  en  la  madrugada 
del  4  de  octubre,  vieron  que  el  Huáscar  i  la  Union  no  se  halla- 
ban en  el  puerto.  Por  algunos  pescg.dores  cojidos  en  las  inme- 
diaciones, supieron  que  las  dos  naves  peruanas  habían  salido 
en  los  días  anteriores  para  las  costas  de  Chile,  donde  debían 
estar  haciendo  alguna  nueva  correría.  Los  marinos  dieron 
entonces  la  vuelta  al  sur.  Al  llegar  al  puerto  de  Mejillones  el 
7  de  octubre  se  informaron  por  las  comunicaciones  telegráfi- 
cas del  gobierno  de  Santiago,  de  que  los  dos  buques  peruanos, 
después  de  recorrer  la  costa  hasta  la  latitud  de  30  grados, 
destruyendo  las  lanchas  que  encontraban  a  su  paso,  volvían 
a  su  abrigadero  de  Arica.  En  el  mismo  momento,  los  coman- 
dantes Riveros  i  Latorre,  poniéndose  de  acuerdo  por  el  telé- 
grafo con  el  ministro  de  la  guerra,  que  se  hallaba  en  Antofa- 
gasta,  combinaron  un  hábil  plan  de  operaciones  para  dar  caza 
a  las  naves  peruanas  que  durante  cinco  meses  habían  burlado 
con  tanta  ajílídad  la  persecución  de  los  buques  chilenos. 

El  comandante  Latorre,  con  el  Cochrane,  la  O'Higgins  i  un 
trasporte  se  quedó  toda  la  noche  voltejeando  a  la  altura  de 
Mejillones.  El  comandante  Riveros  con  la  Blanco  i  la  Cova- 
donga,  avanzó  un  poco  mas  al  sur,  i  pasó  la  noche  a  la  altura 
de  Antofagasta.  Las  naves  peruanas  debían  necesariamente 
encontrarse  con  una  de  esas  dos  divisiones,  a  menos  que  con- 
tra su  costumbre,  se  alejasen  mucho  de  la  costa.  El  lazo  es- 
taba bien  tendido,  i  era  difícil  que  el  enemigo  se  líbrase  de 
caer  en  él. 

Antes  del  amanecer  del  8  de  octubre  el  oficial  que  hacia  la 
guardia  en  el  Blanco,  alcanzó  a  divisar  a  la  escasa  luz  de  lá 
luna  en  menguante  los  humos  de  dos  vapores  que  parecían 
inspeccionar  las  caletas  de  la  costa  en  busca  de  alguna  fácil 
presa.  Eran  el  Huáscar  i  la  Union,  que  gracias  a  la  oscuridad 
de  la  prin^ta  mitad  de  la  noche,  habían  pasado  hacía  el  norte 
sin  ser  vistos  por  los  que  los  esperaban  a  la  altura  de  Antofa- 
gasta. El  comandante  Riveros  emprendió  luego  la  caza  de  esas 
naves  que  ya  se  hallaban  a  una  distancia  de  cinco  o  seis  millas. 


1 12  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


El  activo  comandante  Grau,  tan  hábil  para  evitar  todo 
combate  serio,  pensó  sustraerse  ahora,  como  se  habia  sustrai- 
do  tantas  veces,  a  la  persecución  de  las  naves  chilenas;  i  for- 
zando la  máquina  de  sus  buques,  siguió  avanzando  rápida- 
mente hacia  el  norte  hasta  casi  perder  de  vista  a  la  fragata 
chilena.  Creíase  libre  de  todo  peligro,  cuando  divisa  a  lo  lejos 
tres  nuevos  buques  que  parecen  querer  cerrarle  el  camino. 
Era  la  segunda  división  de  la  escuadra  chilena,  que  a  las  órde- 
nes del  comandante  Latorre  venia  a  presentarle  combate.  Los 
marinos  peruanos  pensaron  siempre  que  podrían  evitar  la 
lucha;  i  en  efecto,  la  corbeta  Union,  mucho  mas  lijera  que  el 
monitor  Huáscar,  tomó  la  fuga  dejando  atrás  a  su  compañero. 
El  comandante  Latorre  despachó  en  el  acto  en  su  persecución 
a  la  corbeta  O'Higgins  i  al  trasporte  que  lo  seguían,  i  quedó 
solo  con  el  Cochrane.  Fué  inútil  que  el  monitor  peruano  tra- 
tase de  huir,  ya  por  un  lado,  ya  por  otro:  la  fragata  chilena, 
mucho  mas  rápida  en  sus  movimientos  después  de  las  últimas 
reparaciones,  le  cerraba  el  paso  estrechando  la  distancia,,  i  lo 
obligaba  al  fin  a  aceptar  el  combate. 

Latorre  i  Grau  se  encontraban  por  segunda  vez  uno  enfren- 
te del  otro.  En  las  aguas  de  Iquique,  en  la  noche  del  9  al  10 
de  julio,  el  joven  comandante  chileno,  montando  una  simple 
cañonera  de  madera,  habia  sostenido  un  combate  heroico  con 
e\  poderoso  monitor  que  mandaba  el  comandante  Grau.  Aho- 
ra las  armas  del  primero  eran  mui  diferentes.  La  lucha  se  iba 
a  empeñar  entre  dos  naves  revestidas  por  una  espesa  coraza 
de  fierro. 

El  Huáscar,  sin  abandonar  el  propósito  de  huir  hacia  el 
norte,  rompió  sus  fuegos  en  retirada  a  las  nueve  i  cuarto  de  la 
mañana,  i  a  una  distancia  de  mas  de  tres  quilómetros.  El  Co- 
chrane, por  su  parte,  siguió  avanzando  con  una  tranquihdad 
imperturbable;  i  solo  cuando  hubo  acortado  considerable- 
mente la  distancia,  hizo  sus  primeros  disparos  sobre  la  nave 
-enemiga.  Jamas  los  fuegos  de  artillería  fueron  dirijidos  con 
mas  precisión  i  con  mas  seguridad.  Los  primeros  cañonazos 
del  Cochrane  fueron  a  destrozar  la  torre  blindada  del  Huáscar, 
destrozando  también  al  comandante  Grau  que  desde  adentro 


OPERACIONES    MILITARES  113 


de  ella  dirijia  la  maniobra  de  su  nave.  Dos  oficiales  que  fueron 
en  seguida  a  tomar  el  mando,  cayeron  uno  en  pos  de  otro  en 
el  puesto  de  honor. 

La  derrota  del  monitor  peruano  parecia  inevitable.  Sin  em- 
bargo, el  combate  se  mantuvo  con  toda  enerjía  cerca  de  una 
hora  mas,  con  un  nutrido  fuego  de  cañón  i  de  las  ametralla- 
doras que  el  Huáscar  tenia  en  su  cofas.  Hubo  un  momento  en 
que  este  buque  arrió  su  bandera,  i  el  combate  pareció  termi- 
nado. Los  fuegos  se  suspendieron  durante  algunos  minutos; 
pero  el  monitor  volvió  a  izar  el  estandarte  peruano  i  empren- 
dió de  nuevo  su  retirada.  Inmediatamente,  el  comandante 
Latorre  mandó  continuar  el  fuego  acortando  mas  aun  la  dis- 
tancia, i  la  lucha  se  prosiguió  con  mayor  empeño  i  con  movi- 
mientos diversos  de  las  dos  naves  como  para  destrozarse  con 
el  espolón. 

Mientras  tanto,  la  fragata  Blanco,  forzando  su  máquina,  se 
acercaba  al  sitio  del  combate,  rompia  sus  fuegos  sobre  el  mo- 
nitor peruano  i  seguia  avanzando  como  para  espolonearlo.  La 
lucha  se  estrechaba  mas  i  mas,  i  la  espesa  humareda  de  los 
cañones,  de  las  ametralladoras  i  de  los  rifles,  ocultaba  a  cada 
instante  la  verdadera  posición  de  cada  nave.  El  comandante 
Latorre,  por  medio  de  un  movimiento  bien  ejecutado,  coloca 
al  fin  al  Huáscar  entre  dos  fuegos,  i  lo  obligó  a  rendirse  cinco 
minutos  antes  de  las  once  de  la  mañana.  El  combate  habia 
durado  hora  i  media.  Algunos  de  los  tripulantes  del  monitor 
peruano,  creyendo  sin  duda  que  las  naves  chilenas  querían 
sepultarlo  bajo  las  ondas,  se  precipitaron  al  agua  en  la  mayor 
confusión. 

Los  marinos  chilenos  no  pensaban  en  cometer  tamaño 
error.  El  Huáscar,  aunque  estropeado  i  agujereado,  era  una 
presa  mui  vahosa  para  que  no  quisieran  aprovecharla.  El  co- 
mandante Riveros  despachó  sus  botes  para  recojer  los  náu- 
fragos i  para  tomar  posesión  de  la  nave  enemiga.  La  cubierta 
estaba  sembrada  de  cadáveres  i  de  restos  humanos,  pero  que- 
daban vivos  28  personas  entre  jefes  i  oficiales,  i  mas  de  cien 
individuos  de  todas  nacionalidades  de  la  tripulación  del  mo- 


TOMO  XVI — 8 


114  QFBBBA  DEL   PACÍFICO 


nitor.  Todos  ellos  fueron  hechos  prisioneros  ^  .  Los  peruangs 
habian  abierto  las  válvulas  del  monitor  para  sumerjirlo,  i  ^1 
agua  entraba  en  su  casco  en  gran  cantidad.  Los  asaltantes  l^s 
cerraron  prontamente  i  así  lograron  salvarlo. 

En  este  rudo  combate,  el  Cochrane  habia  recibido  en  su 
casco  cinco  balas  de  cañón  que  causaron,  sin  embargo,  pocas 
averías,  i  que  hirieron  a  diez  hombres,  uno  de  los  cuales  murió 
algunas  horas  después.  El  Blanco  no  habia  sufrido  el  menor 
daño.  Parece  que  lo  que  mas  sirvió  a  los  encorazados  chilenos, 
aparte  de  los  bien  dirijidos  fuegos  de  artillería,  fué  su  doble 
hélice,  que  les  permitía  jirar  i  evolucionar  con  mucha  preci- 
sión, evitando  así  los  choques  del  monitor  peruano  que  quería 
espolonearlos. 

Aunque  la  corbeta  peruana  Union  habia  huido  antes  de 
comenzar  el  combate,  i  aunque  las  dos  naves  chilenas  que  1^. 
persiguieron  casi  todo  el  día  no  lograron  alcanzarla,  el  poder 
naval  del  Perú  quedaba  virtualmente  destruido  después  de 
la  pérdida  de  su  poderoso  i  rápido  monitor,  i  de  la  muerte  del 
mas  activo  e  intelijente  de  sus  marinos.  El  combate  de  Anga- 
mos,  nombre  que  se  dio  a  esta  jornada  por  la  denominación 
de  una  punta  o  cabo  enfrente  del  cual  tuvo  lugar  el  encuentro, 
estableció,  pues,  de  una  manera  definitiva  la  supremacía  na- 
val de  Chile. 

El  Huáscar,  reparado  pocos  días  después  de  sus  averías  en 
Valparaíso,  i  considerablemente  mejorado  por  algunas  obras 
nuevas  que  en  él  se  hicieron,  pasó  a  ser  uno  de  los  mas  pode- 


2.  Algunos  diarios  de  Europa,  inducidos  en  error  por  las  noticias  trasmi- 
tidas del  Perú,  anunciaron  que  después  de  este  combate,  que  según  estos 
informes,  habia  durado  siete  horas,  solo  sobrevivió  un  individuo  de  la  tripu- 
lación del  Huáscar.  Para  desvanecer  esta  equivocación,  bastará  decir  que 
el  monitor  peruano  tenia  a  su  bordo  el  dia  del  combate,  205  hombres,  i  .que 
el  número  total  de  prisioneros  ascendió  a  144,  de  manera  que  los  muertos 
fueron  solo  61.  Todos  éstos  fueron  respetuosamente  sepultados  el  dia  siguien- 
te en  Antofagasta,  tributándoles  el  ejército  chileno  los  honores  militares. 

Son  altamente  honrosas  para  los  marinos  chilenos  las  siguientes  palabras 
del  comandante  Riveros  en  el  parte  oficial  en  que  daba  cuenta  al  gobierna 
de  la  captura  del  Huáscar.  «La  muerte  del  contra-almirante  peruano  doá' 
Miguel  Grau,  ha  sido  mui  sentida  en  esta  escuadra,  cuyos  jefes  i  oficiales 
hacian  amplia  justicia  al  patriotismo  i  al  valor  de  aquel  notable  marino». 


OPERACIONES     MILITARES  115 


rosos  buques  de  la  escuadra  chilena.  Mas  aun,  el  mismo  dia 
del  combate  de  Angamos,  llegaba  a  Valparaiso  un  vapor  del 
mas  lijero  andar,  comprado  en  Europa  por  los  ajenies  de  Chi- 
le; i  después  de  hacer  en  él  las  modificaciones  aconsejadas  por 
hábiles  injenieros,  se  colocaba  sobre  su  puente  una  pieza  de 
la  mas  poderosa  i  formidable  artillería  que  jamas  se  haya 
conocido.  Esa  nave  recibió  el  nombre  de  Angamos,  en  recuer- 
do del  dia  en  que  habia  llegado  a  las  aguas  chilenas.  Desde 
ese  momento,  Chile  estuvo  listo  para  imprimir  a  las  operacio- 
nes de  la  guerra  una  vigorosa  actividad. 


>^^^ 


CAPITULO  VII 


Pisagua,  noviembre  de  1879 

Estado  de  la  opinión  en  Chile  después  de  la  captura  del  Huáscar. — Activ  i- 
dad  desplegada  por  el  gobierno  para  preparar  la  marcha  del  ejército. — - 
Embárcase  éste  en  el  puerto  de  Antofagasta. — Confianza  de  los  aliados 
perú-bolivianos  en  el  poder  de  sus  fuerzas. — Ventajas  de  su  situación 
para  quedar  a  la  defensiva. — Plan  de  ataque  a  Pisagua. — Topografía  d^ 
esta  plaza. — Desembarco  de  las  fuerzas   chilenas  en   medio  de  un  reñido 
combate. — Victoria  completa  de  los  chilenos. — Consecuencias  inmediatas 
de  este  triunfo. — Esploracion  al  interior:  combate  de  Jermania. — Colo- 
cación dada  al  ejército  chileno. — Operaciones  de  la  escuadra. — Captura 
de  la  corbeta  peruana  Pilcomayo. 


El  triunfo  de  Angamos  produjo  en  Chile  el  alborozo  que 
debe  suponerse.  El  telégrafo  que  los  chilenos  habian  tendido 
sobre  los  arenales  del  desierto  a  principios  de  la  guerra,  comu- 
nicaba desde  Mejillones  a  Santiago,  a  200  leguas  de  distancia, 
e  instante  por  instante,  todas  las  peripecias  del  combate,  que 
los  boletines  de  los  diarios  daban  a  conocer  a  las  poblaciones^ 
ávidas  por  saber  el  desenlace.  Cuando  se  anunció  la  captura 
del  Huáscar,  se  dejó  sentir  por  todas  partes  im  eco  de  simpa- 
tía por  el  comandante  Grau,  cuyos  méritos  eran  justamente 
apreciados;  i  cuando  en  la  tarde,  el  telégrafo  anunciaba  la 
muerte  del  distinguido  marino,  comunicada   por  las  naves 


118  GUERRA  DEL  PACIFICO 


chilenas  que  a  esas  horas  volvían  del  combate,  hubo  una  es- 
pansion  de  dolor  en  medio  de  los  trasportes  de  júbilo  que  pro- 
ducía la  victoria.  La  prensa  de  ese  dia  ha  dejado  estampada 
con  letras  indelebles  esta  transición  de  impresiones  en  los 
grandes  centros  de  población. 

El  pueblo  aplaudía  en  este  triunfo  no  solo  la  satisfacción 
del  orgullo  nacional  i  el  reconocimiento  de  la  superioridad  mi- 
litar de  Chile,  sino  el  término  de  una  era  de  alarmas  para  la 
industria,  puesto  que  el  comercio  marítimo  de  la  república  se 
había  visto  inquietado  i  perturbado  por  las  correrías  de  las 
naves  enemigas,  i  se  temía  que  esas  perturbaciones  pudiesen 
ser  mayores  todavía.  Así  se  comprenderá  que  después  de  aquel 
combate  todos  los  valores  esperimentaron  una  rápida  alza 
en  unos  pocos  días,  i  que  el  tipo  del  cambio  sobre  Europa  pa- 
sara por  una  modificación  favorable  a  los  intereses  comercia- 
les de  Chile  de  mas  de  un  veinticinco  por  ciento.  Todo  anun- 
ciaba que  el  país  volvía  a  entrar  en  la  antigua  era  de  prospe- 
ridad de  que  lo  habían  apartado  un  momento,  primero  la  cri- 
sis económica  cuyas  causas  ya  hemos  esplícado  mas  atrás,  ^ 
i  en  seguida  la  guerra  a  que  había  sido  arrastrado. 

Sin  dejarse  embriagar  por  el  contento  de  aquellos  días,  el 
gobierno  chileno  redobló  su  actividad  para  preparar  la  espe- 
dicion  del  ejército  de  tierra.  Comenzó  por  enviar  a  Antofa- 
gasta  nuevos  cuerpos  de  tropas  reunidos  i  disciplinados  en 
diversas  provincias,  así  como  una  gran  cantidad  de  armas, 
municiones,  víveres,  forrajes  para  la  caballería,  i  de  todos  los 
artículos  que  el  ejército  pudiera  necesitar  en  la  campaña. 
Aumentó  el  servicio  sanitario,  engrosó  el  número  de  bestias 
de  carga  para  facilitar  las  operaciones  en  el  desierto,  remitió 
lanchas  para  el  desembarco,  i  puentes  movibles  para  atracar- 
los a  la  playa  i  hacerlos  servir  como  muelles.  Junto  con  estos 
elementos,  el  ejército  fué  provisto  de  un  nuevo  repuesto  de 
instrumentos  de  carpintería  i  de  herrería,  de  alambre  i  de 
máquinas  eléctricas  para  los  telégrafos,  de  lámparas  o  linter- 
nas para  alumbrar  los  campamentos  durante  la  noche,  i  de 


V.  final  del  cap.  V  de  esta  misma  Parte  II. 


OPERACIONES    MILITARES  J  19 


luces  de  bengala  para  las  señales  del  ejército  i  de  la  escuadra. 

.'  El  ejército  de  Antofagasta  quedó  compuesto  de  quince  a 
dieciseis  mil  hombres  de  las  tres  armas.  Desde  meses  atrás  se 
habia  confiado  su  mando  al  jeneral  don  Erasmo  Escala,  con 
un  estado  mayor  en  que  figuraban  algunos  injenieros  distin- 
guidos. El  ministro  de  la  guerra,  don  Rafael  Sotomayor,  hom- 
bre estraño  al  servicio  militar,  pero  dotado  de  mucho  sentido 
práctico  i  de  una  laboriosidad  incansable,  estaba  a  su  lado 
para  resolver  cualquiera  dificultad,  i  para  dar  impulso  a  las 
operaciones. 

•  Las  tropas,  después  de  ejercicios  constantes  durante  varios 
meses,  hablan  alcanzado  al  mas  satisfactorio  estado  de  disci- 
plina. Perfectamente  vestidas  2,  armadas  de  las  mejores  ar- 
maste precisión,  provistas  de  cuanto  podian  necesitar,  esta- 
ban desde  meses  atrás  impacientes  con  la  vida  de  cuartel,  i 
ardiendo  en  deseos  de  romper  cuanto  antes  la  marcha.  Al  fin, 
después  de  revistar  prolijamente  el  estado  de  los  diversos 
cuerpos,  de  su  instrucción  i  disciplina,  se  apartaron  aquellos 
que  no  dejaban  nada  que  desear  en  número  de  cerca  de  diez 
mil  hombres  de  las  tres  armas,  i  el  26  de  octubre  se  procedió 
a  su  embarque  en  la  escuadra,  que  estaba  lista  en  la  bahía. 


2.  En  algunos  diarios  estranjeros  se  ha  dicho  que  los  chilenos  que  entra, 
ron  en  esta  campaña  estaban  mal  vestidos,  i  aun  poco  menos  que  desnudos" 
Nace  esto  de  un  error  de  lenguaje  que  conviene  esplicar.  Desde  un  tiempo 
Inmemorial,  las  clases  acaudaladas  daban  en  Chile  a  las  jentes  del  pueblo  el 
apodo  de  rotos.  El  pueblo,  por  su  parte,  se  habituó  de  tal  modo  a  este  nom- 
bre, que  la  palabra  roto  dejó  de  ser  ofensiva.  La  prensa  del  Perú,  en  el  pro- 
pósito de  insultar  a  los  chilenos,  les  prodigaba  a  todos,  soldados,  oficiales, 
diputados  i  gobernantes  de  Chile,  este  apodo  con  que  creia  insultarlos.  Cier- 
tos diarios  estranjeros  tradujeron  esa  palabra,  i  dijeron  que  los  soldados 
chilenos  eran  descamisados. 

Muí  lejos  de  eso,  el  ejército  chileno  está  vestido  con  ropa  de  un  conforta- 
ble vecino  al  lujo.  La  mayor  parte  de  su  vestuario  ha  salido  de  las  fábricas 
mas  acreditadas  de  Europa,  de  la  de  Godillot,  de  Paris,  principalmente,  o 
ha  sido  trabajada  en  Chile  sobre  los  mejores  modelos  europeos. 

A  este  respecto,  es  curioso  el  dicho  de  un  soldado  chileno,  que,  viendo 
desfilar,  después  de  la  batalla  de  Tacna,  a  una  columna  de  cuatrocientos 
o  quinientos  prisioneros  peruanos  i  bolivianos  vestidos  de  bayeta  burda  o 
de  harapos  de  todos  colores,  no  pudo  menos  de  esclamar:  «¡I  éstos  son  los 
que  nos  llaman  rotos!» 


120  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Componíase  ésta  de  diecinueve  buques  de  guerra  o  traspor- 
tes mas  o  menos  bien  armados,  i  provistos  de  carbón  para 
una  larga  campaña.  Los  otros  cuerpos,  en  número  de  cinco 
a  seis  mil  hombres,  quedaron  en  Antofagasta  formando  la 
reserva.  Otros  buques  de  la  escuadra,  el  blindado  Blanco  i 
el  monitor  Huáscar,  quedaba  en  Valparaíso  reparándose  o 
limpiando  sus  fondos  para  acudir  al  teatro  de  la  guerra  i  tras- 
portar la  reserva  tan  luego  como  el  telégrafo  comunicase  que 
ésta  era  necesaria.  El  28  de  octubre  zarpó  la  escuadra  del 
puerto  de  Antofagasta  con  el  ejército  de  operaciones.  El  mi- 
nistro de  la  guerra  marchaba  al  lado  del  jeneral  en  jefe.  Solo 
ellos  i  los  jefes  superiores  sabían  cuál  era  el  sitio  designado 
para  el  desembarco. 

En  el  Perú  se  esperaba  esta  invasión,  pero  se  tenia  la  «mas 
absoluta  confianza  en  que  seria  fácilmente  rechazada.  La  pér- 
dida del  Huáscar,  que  importaba  para  ese  pais  la  destrucción 
de  su  poder  naval,  habia  producido  una  profunda  impresión, 
pero  no  habia  debilitado  su  arrogancia,  ni  la  seguridad  que 
tenia  en  su  poder. 

Muí  lejos  de  eso,  la  prensa  de  Lima  proclamaba  i  repetía 
que  el  combate  de  Angamos  habia  sido  un  triunfo  moral  del 
Perú,  puesto  que  él  habia  probado  la  superioridad  del  valor 
peruano,  sobre  sus  cobardes  enemigos.  Levantáronse  suscrí- 
cíones  en  todo  el  pais  para  comprar  nuevos  buques  de  guerra; 
i  mecidos  por  estas  ilusiones,  se  mostraban  todos  contentos 
con  repartir  i  con  leer  un  diluvio  de  ardorosas  proclamas.  «El 
Huáscar  ha  sucumbido  llenando  de  gloría  a  su  patria,  decía 
el  presidente  Prado.  La  victoria  en  realidad  es  nuestra.  Nos- 
otros hemos  ganado  el  honor  i  la  gloría:  nuestros  enemigos 
han  ganado  un  casco  destruido».  El  presidente  Daza,  por  su 
parte,  lanzó  nuevas  proclamas  en  que  llamaba  a  Chile  «nido 
de  piratas  cobardes,  estigmatizados  por  la  marca  candente 
de  1  a  ignominia».  En  Tacna  se  hacían  circular  escritos  conce- 
bidos en  estos  términos:  «Vosotras,  todas  las  naciones  del  nue- 
vo mundo;  vosotros,  todos  los  pueblos  del  antiguo  continente! 
¡descubrios!  La  pérdida  del  Huáscar  es  la  pajina  mas  brillante 
de  todas  las  guerras  marítimas  ¡Chilenos!  Raza  de  Caín!  Co- 


OPERACIONES   MILITARES  121 


bardes!  Infames!  Nó!  el  crimen  de  leso-americanismo  que  ha- 
béis cometido  no  quedará  impune:  el  mundo  entero  lo  ha  con- 
denado ya.  ¡Vamos!  ¡Peruanos!  al  combate!  El  mundo  nos 
contempla!  Adelante!»  I  los  peruanos  i  bolivianos  quedaban 
mui  satisfechos  con  esta  inútil  palabrería  que  concluía  siem- 
pre con  un  reto  lanzado  a  los  chilenos  desafiándolos  a  que  se 
atreviesen  a  desembarcar  en  el  suelo  glorioso  del  Peiú.  El  go- 
bierno i  los  gobernados  creian  firmemente  que  los  chilenos 
que  osasen  pisar  el  suelo  peruano,  encontrarían  su  tumba  en 
el  sitio  mismo  de  su  desembarco. 

Con  el  carácter  de  director  de  la  guerra  permanecía  en  Arica 
el  presidente  de  la  república.  El  jeneral  Prado,  participando 
por  completo  dé  esa  misma  confianza,  pasaba  la  mayor  parte 
de  su  tiempo,  según  sus  propios  compatriotas,  en  una  mesa 
de  juego  con  los  jenerales  i  coroneles  que  formaban  su  séquito. 
El  presidente  de  Bolivia,  el  jeneral  Daza,  por  su  parte,  per- 
manecía en  la  ciudad  de  Tacna,  lanzando  a  su  vez  repetidas 
proclamas  contra  Chile  i  los  chilenos,  a  quienes  llamaba  la- 
drones i  cobardes;  i  ocupaba  también  la  mayor  parte  de  su 
tiempo  en  fiestas  i  diversiones,  algunas  de  las  cuales  tenían  el 
carácter  tempestuoso  de  verdaderas  orjías. 

A  pesar  de  este  desgreño  en  la  dirección  de  la  guerra,  la 
situación  militar  de  las  provincias  meridionales  del  Perú  era 
verdaderamente  formidable.  La  alianza  perú-boliviana  tenia 
allí  sobre  las  armas  unos  dieciseis  o  dieciocho  mil  hombres 
que  con  razón  se  juzgaban  los  mejores  soldados  de  sus  países 
respectivos,  como  los  numerosos  jefes  que  los  mandaban  eran 
los  mas  acreditados  i  prestijiosos.  Esas  tropas,  conocedoras 
del  territorio  i  defendiendo  su  propio  suelo,  habrían  podido, 
siendo  mandados  con  mediano  acierto,  rechazar  cualquiera 
invasión,  i  mucho  mas  una  de  solo  diez  mil  hombres  como  la 
que  preparaba  Chile. 

Pero  a  estas  circunstancias  hai  que  agregar  otras  que  ha- 
cían mucho  mas  fácil  la  defensa  de  ese  territorio.  La  costa  que 
se  estiende  desde  la  embocadura  del  Loa  hasta  la  bahía  de 
Arica,  batida  por  un  mar  de  ordinario  mui  inclemente  en  la 
proximidad  de  la  playa,  ofrece  pocos  lugares  de  desembarco. 


122  GUERBA    DEL  PACÍFICO 


i  aun  éstos  tan  poco  aparentes  para  una  operación  militar, 
que  esas  caletas  en  jeneral  no  tienen  mas  que  un  punto  estre- 
cho por  donde  pisar  la  tierra,  de  tal  suerte  que  no  es  posible 
desembarcar  muchos  hombres  a  la  vez.  Agregúese  a  ésto  que 
el  ejército  aliado  ocupaba  el  litoral;  i  que  los  puertos  mas 
abordables  de  éste,  Iquique  al  sur,  Pisagua  al  centro  i  Arica 
al  norte,  estaban  defendidos  por  fortificaciones  provistas  de 
poderosa  artillería,  i  guarnecidas  por  fuertes  destacamentos 
de  tropas. 

El  gobierno  de  Chile  conocía  perfectamente  todas  estas 
dificultades.  Sus  marinos  i  sus  oficiales  del  ejército  de  tierra 
iban  provistos  de  las  mejores  cartas  hidrográficas  i  jeográficas 
que  existen  sobre  esos  lugares,  i  llevaban  en  la  mano  un  tra- 
tado descriptivo  de  esa  rejion,  en  que  estaban  prolijamente 
consignadas  todas  las  noticias  que  podian  interesarles.  Pero 
se  hallaban  en  la  necesidad,  no  de  buscar  el  desembarcadero 
mas  cómodo,  sino  el  mas  estratéjico.  Con  este  objeto  se  habia 
designado  el  puerto  de  Pisagua  que,  aunque  de  mui  difícil 
acceso,  iba  a  ofrecerles  la  inapreciable  ventaja  de  cortar  en 
dos  partes  a  los  ejércitos  de  la  alianza  establecidos  en  Iquique 
i  en  Arica.  El  plan  era  perfectamente  estratéjico,  pero  su  eje- 
cución exijia  tropas  excelentes  i  un  espíritu  resuelto  a  no  re- 
troceder ante  ningún  peligro . 

El  I. '3  de  noviembre,  hallándose  lejos  de  la  costa  para  no 
ser  percibidos  de  tierra,  el  jeneral  chileno  comunicó  a  los  bu- 
ques de  la  escuadra  i  a  los  comandantes  de  las  tropas,  el  plan 
minucioso  i  detallado  con  que  debia  efectuarse  el  desembarco. 
Las  naves  de  guerra  debían  batir  las  fortificaciones  de  tierra, 
guarnecidas  por  una  brigada  de  la  artillería  peruana,  i  en  se- 
guida marcharía  a  tierra  un  cuerpo  de  dos  mil  soldados  de 
desembarco,  que  empeñaría  el  combate  contra  los  1,200  boli- 
vianos que  allí  había,  resguardados,  según  se  sabia,  por  nume- 
rosos parapetos.  Los  cañones  de  los  buques  debían  protejer 
esta  operación,  que  dirijia  en  persona  el  coronel  don  Emilio 
Sotomayor,  jefe  de  estado  mayor.  Mientras  tanto,  el  jeneral 
en  jefe  con  los  trasportes,  iría  a  desembarcar  en  la  vecina  cale- 
ta de  Junin  para  acudir  a  atacarjpor  la  espalda  a  los  defenso- 


OPERACIONES    MILITARES  123 


res  de  Pisagua.  Se  suponía,  con  razón,  que  la  guarnición  de 
aquella  caleta,  sabiendo  que  el  combate  estaba  empeñado  en 
otra  parte,  dejaría  mas  o  menos  libre  el  desembarcadero,  en 
la  confianza  de  que  el  combate  no'iba  a  empeñarse  por  aquel 
lado. 

Como  estaba  ordenado,  la  escuadra  chilena  se  presentó  en 
la  bahía  de  Pisagua  al  amanecer  del  2  de  noviembre.  Dos  for- 
tificaciones a  flor  de  agua  i  regularmente  artilladas,  defendían 
el  puerto.  A  espaldas  de  ellas  i  del  reducido  caserío  del  pueblo, 
se  alzaba  una  cadena  de  cerros  escarpados,  de  una  altura  de 
150  a  200  metros,  del  mas  difícil  acceso,  i  en  ellos  estaban  cons, 
truidas  las  trincheras,  tras  de  las  cuales  se  hallaban  colocados 
los  rifleros  bolivianos.  La  vía  del  ferrocarril  que  comunica  a 
Pisagua  con  los  distritos  del  interior,  i  que  pasa  por  el  costado 
de  aquellos  cerros  formando  zig-zag,  había  sido  convertida 
en  línea  de  defensa.  A  pesar  de  que  los  jefes  chilenos  tenían 
noticia  cabal  de  todos  estos  obstáculos,  a  la  vista  de  ellos  de- 
berían parecerles  imponentes;  pero  el  paso  estaba  dado,  i  era 
menester  emprender  el  ataque  con  toda  resolución. 

Los  cuatro  buques  de  guerra  que  formaban  la  fuerza  real 
de  la  escuadrilla  chilena,  rompieron  el  fuego  sobre  las  baterías 
de  tierra  a  las  siete  de  la  mañana;  i  lo  hicieron  con  tal  acierto, 
que  antes  de  una  hora,  los  artilleros  peruanos  después  de  per- 
der algunos  de  sus  jefes  i  oficiales,  suspendían  sus  disparos  i 
abandonaban  sus  cañones.  En  seguida,  habiendo  reconocido 
los  estrechos  sitios  que  ofrece  el  puerto  para  el  desembarco 
por  ser  ellos  los  únicos  puntos  en  que  la  playa  no  está  sembra- 
da de  rocas  inabordables,  se  desprendieron  de  los  trasportes 
diecisiete  botes  que  llevaban  al  desembarcadero  de  mas  al 
norte  450  hombres  tomados  de  un  batallón  de  zapadores  i  de 
un  batallón  denominado  Atacama,  compuesto  de  los  vigoro- 
sos i  ajiles  mineros  de  Copiapó.  Esta  primera  división  iba  bajo 
las  órdenes  del  comandante  don  Ricardo  Santa  Cruz.  A  pesar 
del  nutrido  fuego  de  rifle  que  se  les  dirijia  de  todas  las  rocas 
vecinas,  esos  soldados  pisaron  tierra,  plantaron  en  una  pe- 
queña altura  el  pabellón  de  Chile  i  emprendieron  la  persecu- 
ción de  las  guerrillas  enemigas  que  estaban  alU  cerca. 


124  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


En  esos  mismos  momentos,  otro  destacamento  chileno, 
mas  numeroso  aun,  venciendo  las  grandes  dificultades  que 
les  oponia  la  reventazón  de  las  olas,  trataba  de  desembarcar 
en  otro  pedazo  de  playa  baja  que  está  mas  cerca  de  la  pobla- 
ción. El  enemigo,  protejido  por  las  enormes  rocas  de  la  costa, 
oculto  detras  de  las  sinuosidades  del  terreno  o  de  los  parape- 
tos construidos  de  antemano,  resguardado  en  las  casas  de  la 
ciudad,  en  la  estación  i  en  los  carros  del  ferrocarril,  en  las  zan- 
jas que  quedan  a  uno  i  otro  lado  de  la  línea,  i  detras  de  las 
grandes  rumas  de  sacos  de  salitre  i  de  las  pilas  de  carbón, 
hacia  sobre  los  botes  de  los  asaltantes  el  mas  vigoroso  fuego 
de  rifle,  i  les  causaban  numerosas  bajas.  Los  artilleros  perua- 
nos de  las  baterías,  repuestos  de  su  terror,  i  al  parecer  seguros 
de  rechazar  el  desembarco,  volvieron  a  sus  cañones  i  rompie- 
ron de  nuevo  el  fuego.  A  esa  hora,  la  derrota  de  los  chilenos 
parecía  inevitable,  tanto  mas  cuanto  que  las  municiones  de 
la  primera  columna  que  desembarcó,  se  habían  agotado  i  que 
su  jente  esperaba  un  refuerzo  que  tardaba  en  llegar. 

Pero  las  cosas  iban  a  cambiar  de  aspecto.  Los  cuatro  bu- 
ques de  guerra  rompieron  de  nuevo  sus  vigorosos  fuegos  sobre 
las  baterías  enemigas,  sobre  los  edificios  i  parapetos  tras  de 
los  cuales  se  ocultaban  los  bolivianos,  i  sobre  los  sacos  de  ni- 
trato o  los  montones  de  carbón  que  le  servían  de  trincheras;  i 
sus  certeras  bombas  hacían  destrozos  por  todas  partes  o  pro- 
ducían el  incendio.  Los  ahados  se  vieron  así  obligados  a  aban- 
donar su  primera  línea  de  fortificaciones  i  parapetos. 

Esta  operación  facilita  el  desembarco;  pero  todavía  era 
menester  desalojar  al  enemigo  de  las  posiciones  que  ocupaba 
en  las  laderas  i  en  las  alturas,  i  donde  se  replegaban  los  fujiti- 
vos  i  dispersos  de  la  ciudad.  Este  segundo  ataque  presentaba 
las  mayores  dificultades  por  lo  escarpado  del  terreno  i  lo  in- 
seguro i  movedizo  de  su  suelo.  Los  soldados  chilenos  trepa- 
ron, sin  embargo,  por  aquellas  escabrosas  laderas,  recibiendo 
el  fuego  que  se  les  hacia  de  las  alturas;  pero  cuando  llegaron 
arriba,  arrollaron  toda  resistencia,  saltando  sobre  los  parape- 
tos, plantando  en  ellos  el  pabellón  chileno  para  que  la  escua- 
dra suspendiese  sus  fuegos,  i  poniendo  al  enemigo  en  la  mas 


OPERACIONES    MILITARES  125 


completa  dispersión.  El  combate  habia  durado  en  tierra  cerca 
de  cinco  horas.  El  jeneral  Villamil,  el  coronel  Granier,  ambos 
bolivianos,  jefes  de  la  guarnición  de  Pisagua,  i  el  jeneral  pe- 
ruano Buendía,  jeneral  en  jefe  de  todo  el  ejército  aliado  de 
Tarapacá,  que  se  hallaba  ese  dia  en  esa  plaza,  huyeron  al  in- 
terior con  los  dispersos,  dejando  el  campo  sembrado  de  cadá- 
veres, i  en  poder  de  los  chilenos  unos  setenta  prisioneros  entre 
oficiales  i  soldados.  De  los  2,000  hombres  que  hablan  desem- 
barcado, los  vencedores  hablan  tenido  una  pérdida  de  350 
soldados  entre  muertos  i  heridos. 

El  mismo  dia,  cuando  el  combate  estaba  empeñado,  el  je- 
neral en  jefe  del  ejército  chileno  desembarcaba  con  sus  tropas 
en  la  vecina  caleta  de  Junin,  casi  sin  encontrar  mas  dificulta- 
des que  las  que  le  oponia  la  braveza  del  mar.  Las  fuerzas  que 
guarnecian  este  punto,  huyeron  sin  combatir.  Entonces  las 
tropas  chilenas  avanzaron  hacia  Pisagua  para  tomar  por  la 
retaguardia  a  los  defensores  de  esta  plaza;  pero  cuando  llega- 
ron a  las  alturas  que  rodean  el  puerto,  la  victoria  se  habia 
pronunciado  por  los  chilenos,  i  los  aliados  perú-bolivianos 
habian  tomado  la*  fuga. 

Tan  activo  habia  sido  el  ataque,  que  los  aliados  no  tuvie- 
ron tiempo  para  destruirlos  elementos  i  recursos  de  que  podia 
aprovecharse  el  vencedor.  Se  sabe  que  en  casi  toda  la  provin- 
cia de  Tarapacá,  como  en  el  desierto  de  Atacama,  son  suma- 
mente raras  las  aguadas,  i  que  en  las  poblaciones  de  la  costa 
casi  no  se  bebe  otra  agua  que  la  que  se  saca  de  la  destilación 
del  agua  del  mar,  paia  lo  cual  hai  grandes  máquinas  i  apara- 
tos, como  hai  grandes  cubas  que  sirven  para  trasportar  este 
articulo  a  algunos  establecimientos  del  interior.  Las  tropas 
que  abandonaban  a  Pisagua,  dejaron  intactas  estas  máquinas 
que  desde  luego  fueron  de  grande  utilidad  al  ejército  chileno. 
Las  oficinas  telegráficas,  con  todos  sus  aparatos  i  hasta  con 
los  libros  copiadores  de  la  correspondencia  militar,  aun  la  del 
mismo  dia  de  la  batalla;  las  estaciones  del  ferrocarril  con  las 
locomotoras  i  los  carros,  todo,  todo  estaba  en  pié.  Solo  falta- 
ban los  operarios  para  utilizar  esos  elementos;  pero  el  ejército 
chileno  tenia  consigo  maquinistas,  fogoneros,  telegrafistas;  i 


126  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


desde  ese  mismo  dia  comenzaron  éstos  a  prestar  sus  servicios- 
Las  tropas  chilenas  ocuparon  el  campamento  del  Hospicio 
que  los  aliados  tenian  en  las  alturas  inmediatas.  Las  partidas 
de  esploracion  que  recorrieron  los  campos  vecinos,  los  halla- 
ron desiertos,  pero  se  sabia  que  cada  establecimiento  de  ela- 
boración de  salitre  estaba  o  habia  estado  ocupado  por  cuerpos 
enemigos.  El  teniente  coronel  don  José  Francisco  Vergara, 
secretario  deljeneral  en  jefe,  salió  el  dia  5  del  campamento  del 
Hospicio  con  175  cazadores  a  caballo,  i  avanzó  hasta  el  tér- 
mino de  la  via  férrea,  a  sesenta  quilómetros,  sin  encontrar 
resistencia.  Esa  pequeña  columna  tomó  posesión  de  diversos 
puntos  donde  los  aliados  habian  estado  acampados,  i  en  ellos 
halló  agua  en  abundancia,  víveres  i  otros  elementos  que  debia 
aprovechar  el  ejército  chileno.  Solo  en  los  establecimientos 
mas  lejanos,  los  fujitivos  habian  puesto  fuego  a  sus  almace- 
nes, pero  los  cazadores  del  comandante  Vergara  pudieron  sal- 
var del  incendio  una  parte  de  las  provisiones. 

En  uno  de  esos  establecimientos,  denominado  Jermania, 
habia  aun  un  fuerte  destacamento  peruano,  que,  viendo  la 
inferioridad  numérica  de  la  columna  chilena,  resolvió  atacarla 
(6  de  noviembre).  El  comandante  Vergara  finjió  replegarse 
para  reorganizar  sus  fuerzas,  i  para  sacar  al  enemigo  al  campo 
libre;  i  volviendo  entonces  los  cazadores  con  un  empuje  irre- 
sistible, dieron  al  destacamento  peruano  una  tremenda  carga 
de  sable  que  lo  destruyó  en  poco  rato.  Los  enemigos,  espan- 
tados con  el  vigor  de  este  ataque,  impotentes  para  resistir  al 
empuje  de  los  fogosos  caballos  chilenos,  ni  al  esforzado  brazo 
de  los  robustos  cazadores,  abandonaron  el  campo  en  completa 
dispersión,  dejando  en  él  sesenta  muertos,  i  entre  ellos  el  jefe 
que  los  mandaba,  i  algunos  oficiales  i  soldados  prisioneros.  La 
persecución  de  los  fujitivos  se  continuó  por  tres  leguas  mas. 
Esta  jornada,  aunque  de  cortas  proporciones,  dejó  estableci- 
da la  superioridad  de  la  caballería  chilena,  que  fué  el  terror 
de  los  aliados  en  toda  la  campaña  subsiguiente. 

La  ocupación  de  toda  la  via  férrea  era  de  la  mayor  impor- 
tancia para  los  chilenos.  Pero  aquella  via  tenia  una  escasa 
dotación  de  locomotoras  i  de  carros;  i  la  movilización  de  las 


OPERACIONES    MILITARES  127 


tropas,  la  conducción  de  los  víveres  i  forrajes  al  través  de  un 
pais  que  solo  produce  salitre,  i  donde  no  hai  una  sola  mata 
de  pasto,  no  pudo  hacerse  con  toda  la  rapidez  que  se  quería. 
Sin  embargo,  antes  de  muchos  dias,  una  división  de  cerca  de 
6,000  hombres  de  las  tres  armas,  bajo  las  órdenes  del  jefe  de 
estado  mayor,  coronel  don  Emilio  Sotomayor,  ocupó  las  im- 
portantes posiciones  de  Dolores.  En  los  puntos  intermedios 
entre  ese  lugar -i  Pisagua,  quedaron  escalonadas  otras  divisio- 
nes de  menos  fuerzas,  prontas  a  marchar  a  donde  fuese  nece- 
sario. '■ 

Mientras  tanto,  los  buques  i  trasportes  de  la  escuadra  no 
habian  estado  ociosos  después  de  la  toma  de  Pisagua.  Comen- 
zaron por  conducir  a  Valparaíso  los  heridos  i  prisioneros  del 
combate,  i  por  trasportar  de  Antofagasta  nuevos  cuerpos  de 
tropas.  De  Valparaíso  i  de  Coquimbo  partieron  también  en- 
tonces otros  batallones  que  fueron  a  guarnecer  a  Antofagasta 
para  terminar  allí  su  instrucción  militar  antes  de  entrar  en 
campaña.  A  mediados  de  octubre,  el  ejército  chileno  en  cam- 
paña, incluyendo  las  fuerzas  que  guarnecían  a  Antofagasta, 
en  número  de  unos  cinco  mil  soldados,  montaba  a  cerca  de 
veinte  mil  hombres  perfectamente  armados  i  equipados. 

A  las  ventajas  alcanzadas  en  tierra  por  las  tropas  chilenas, 
vino  a  agregarse  otra  no  menos  importante  en  aquellos 
mismos  dias.  El  buque  blindado  Blanco  Encalada,  después 
de  limpiar  sus  fondos  en  Valparaíso  i  de  pasar  por  diversas 
reparaciones  en  su  máquina,  volvió  a  saKr  a  campaña,  siem- 
pre bajo  el  mando  de  don  Galvarino  Riveros,  elevado  ahora 
al  rango  de  contra-almirante.  Según  sus  instrucciones,  debia 
este  jefe  recorrer  la  costa  del  Perú  al  norte  de  Arica,  para  dar 
caza  a  las  naves  enemigas  que  seguramente  traficaban  entre 
este  puerto  i  el  Callao.  En  la  mañana  del  i8  de  noviembre, 
hallándose  un  poco  al  norte  de  Moliendo,  divisó,  en  efecto, 
tres  buques  que  navegaban  un  poco  mas  atrás,  pero  con  su 
mismo  rumbo.  Eran  las  corbetas  Union  i  Pilcomayo,  acom- 
pañadas por  un  trasporte  armado  en  guerra. 

A  pesar  del  mayor  número  de  los  enemigos,  el  almirante 
chileno  se  dirijió  rápidamente  sobre  ellos.  La  Union,  seguida 


128  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


del  trasporte,  hizo  lo  mismo  que  habia  hecho  el  dia  de  la  cap- 
tura del  Huáscar,  es  decir,  huyó  a  toda  prisa  dejando  sola  a 
la  Pücomayo  que  no  pudo  sustraerse  a  la  persecución  del 
Blanco.  Los  marinos  peruanos  estaban  convencidos  de  que 
toda  lucha  era  imposible,  pero  en  vez  de  imitar  el  ejemplo  de 
los  tripulantes  de  la  Esmeralda  cuando  este  buque  fué  atacado 
por  el  Huáscar  en  la  bahía  de  Iquique,  tomaron  otra  determi- 
nación mucho  mas  cómoda  i  segura,  pero  en  cambio  mucho 
menos  honrosa.  Dispararon  algunos  cañonazos  por  simple 
aparato:  en  seguida  pusieron  fuego  a  la  popa  del  buque,  lejos 
de  la  Santa  Bárbara,  para  no  esponerse  a  ningún  peligro,  i 
tomando  entonces  los  botes  enarbolaron  en  ellos  la  bandera 
blanca  declarándose  rendidos.  El  almirante  recojió  humana- 
mente al  comandante  de  la  Pücomayo  don  Carlos  Ferreiros  i 
a  los  i66  hombres,  oficiales  i  marinos,  que  componian  su  tri- 
pulación. En  seguida  tomó  posesión  del  buque,  haciendo  enar- 
bolar en  él  la  bandera  chilena. 

Pero  el  incendio  se  habia  pronunciado  en  esos  momentos 
en  la  nave  capturada,  i  tomaba  proporciones  alarmantes  por 
la  fuerza  del  viento  sur  que  se  hacia  sentir.  El  contra-almi- 
rante Riveros  desplegó  entonces  una  grande  actividad.  Des 
preciando  el  peligro  de  una  esplosion  que  parecia  inminente, 
desde  que  el  fuego  podia  llegar  mui  pronto  hasta  el  almacén 
de  las  municiones,  atracó  la  Pücomayo  al  costado  del  Blanco; 
i  usando  de  las  poderosas  bombas  de  este  buque  i  haciendo 
cortar  el  fuego  con  el  agua  i  con  las  hachas,  consiguió  estin- 
guir  el  incendio.  Todavía  habia  que  vencer  otro  peligro  no 
menos  serio.  Antes  de  rendirse,  los  peruanos  habían  abierto 
las  válvulas  de  su  buque,  i  con  uno  de  sus  mismos  cañones 
habían  abierto  desde  a  bordo,  una  vía  de  agua  en  la  línea  de 
flotación,  para  que  la  nave  se  sumerjiera  si  el  incendio  no  al- 
canzaba a  reducirla  a  cenizas.  Los  buzos  de  la  fragata  chilena 
cerraron  esa  abertura,  i  los  marinos,  después  de  cerrar  las 
válvulas,  estrajeron  el  agua  que  inundaba  el  casco  del  buque 
apresado.  Esto»  trabajos,  ejecutados  con  gran  prontitud,  sal- 
varon de  su  destrucción  a  la  corbeta  Pücomayo.  Conveniente- 
mente reparada  poco  después  en  los  diques  de  Valparaíso,  i 


OPERACIONES    MILITARES  129 


mejorado  su  armamento,  ese  buque  pasó  a  formar  parte  de  la 
escuadra  chilena,  incrementando  así  su  poder  naval. 

Tales  fueron  los  primeros  resultados  de  la  atrevida  campaña 
que  Chile  acababa  de  abrir.  Dos  semanas  de  guerra  enérjica, 
habian  cimentado  la  confianza  en  el  poder  de  sus  armas,  i  lo 
hablan  puesto  en  camino  de  obtener  en  pocos  dias  otros  triun- 
fos mas  importantes  i  decisivos. 


s^-^ 


TOMO   XVI. — 9 


CAPITULO  VIII 


Batallas  de  Dolores  i  de  Tarapacá,  noviembre  de  1879 

Confianza  de  los  aliados  en  su  próximo  triunfo. — Plan  de  campaña  adoptada 
contra  los  chilenos. — Ocupan  éstos  las  cerranías  de  la  Encañada. — Difi- 
cultades de  esta  situación  . — Batalla  de  Dolores. — Victoria  de  los  chile- 
nos: sus  consecuencias  inmediatas. — Los  peruanos  abandonan  la  ciudad 
de  Iquique  que  ocupan  los  chilenos. — Los  restos  del  ejército  peruano  se 
retiran  a  la  ciudad  de  Tarapacá. — Marcha  a  atacarlos  una  corta  división 
chilena, — Sangriento  combate  de  Tarapacá. — Resultados  inmediatos  de 
este  combate. — Las  fuerzas  peruanas  emprenden  la  retirada. — Los  chi- 
lenos ocupan  a  Tarapacá. — Penosa  marcha  de  los  peruanos  para  llegar 
a  Arica. — Toda  la  provincia  de  Tarapacá  queda  sometida  a  las  autori- 
dades de  la  república  de  Chile. 


Parecería  natural  que  el  desembarco  de  las  tropas  chilenas 
hubiese  producido  una  penosa  impresión  en  el  cuartel  jeneral 
de  los  ahados.  Pero,  a  juzgar  por  las  declaraciones  de  su  pren- 
sa i  por  las  amenazas  de  sus  proclamas,  los  peruanos  i  los  boli- 
vianos, en  Iquique,  en  Tacna  i  en  Arica,  recibieron  con  viva 
satisfacción  la  noticia  del  combate  de  Pisagua.  Tanto  los  di- 
rectores de  la  guerra  como  los  soldados  vivian  mecidos  por  las 
mas  lisonjeras  ilusiones  respecto  de  su  poder  militar,  i  conti- 
nuaban mirando  con  el  mas  altanero  desprecio  al  ejército  de 
Chile. 


132  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Contribuyó  poderosamente  a  formar  esta  opinión  el  parte 
oficial  que  el  jeneral  Buendía  dio  al  presidente  del  Perú,  para 
disculpar  su  derrota  en  aquel  combate.  Contaba  alli^ue  con 
solo  900  hombres  habia  defendido  la  plaza  durante  siete  horas 
contra  fuerzas  cinco  veces  mayores,  que  habia  rechazado  dos 
ataques  de  éstas,  i  que  al  fin  se  habia  retirado  en  orden,  con 
entusiasmo  i  con  bizarría.  Ese  combate,  agregaba,  habia  in- 
fundido  en  el  soldado  de  la  alianza  el  deseo  de  medir  nueva- 
mente sus  armas,  porque  conocedor  ahora  de  su  inmensa  su- 
perioridad de  valor  i  de  disciplina  sobre  las  tropas  chilenas, 
estaba  seguro  de  alcanzar  la  victoria.  «Grande  es  sin  duda, 
decia  con  este  motivo,  la  diferencia  del  temple  moral  de  nues- 
tro ejército  con  el  ejército  chileno.  . .  Es  nuestra  fuerza  moral 
robustecida  por  la  justicia  de  la  causa  que  defiende  la  alianza; 
es  el  brio  i  la  serenidad  de  nuestros  soldados  acreditados  ya 
en  numerosos  combates,  lo  que  hace  indispensable  nuestra 
victoria  i  seguro  el  triunfo  que  en  el  primer  encuentro  sabre- 
mos arrancar  al  enemigo».  El  jeneral  boliviano  don  Pedro  Vi- 
llamil,  aunque  menos  esplícito  en  sus  amenazas,  abrigaba  la 
misma  confianza  i  daba  seguridades  análogas  sobre  un  próxi- 
mo triunfo. 

Se  sabe  que  en  esos  momentos  se  hallaba  en  Arica  el  jeneral 
Prado,  i  que  a  su  carácter  de  presidente  del  Perú,  anadia  el 
de  director  jeneral  de  la  guerra.  En  Tacna  estaba  acampada 
una  división  de  cerca  de  cuatro  mil  bolivianos  bajo  las  órde- 
nes del  presidente  de  esta  república,  jeneral  don  Hilarión 
Daza.  Ambos  jenerales,  a  juzgar  por  sus  repetidas  proclamas, 
ardian  desde  tiempo  atrás  en  el  mas  vivo  deseo  de  volar  a  la 
guerra,  para  tomar  cerca  del  soldado  el  puesto  de  mayor  peli- 
gro. A  pesar  de  este  bullicioso  entusiasmo,  tantas  veces  anun- 
ciado, los  dos  presidentes  hablan  encontrado  pasatiempos 
menos  peligrosos  i  menos  incómodos  que  los  azares  de  los  com- 
bates o  que  las  penalidades  de  la  marchas.  Los  mismos  alia- 
dos han  contado  mas  tarde,  como  dijimos  en  otra  parte,  que 
mientras  el  jeneral  Prado  pasaba  su  tiempo  en  Arica  en  una 
mesa  de  juego,  el  presidente  de  Bolivia  habia  hallado  en  Tac- 
na distracciones  menos  inocentes  aun,  puesto  que  vivia  en 


OPERACIONES    MILITARES  133 


frecuentes  i  borrascosas  bacanales.  El  desembarco  de  los  chi- 
lenos enPisagua  vino  a  distraerlos  de  estas  ocupaciones  i  a 
llamar  su  atención  hacia  los  negocios  de  la  guerra. 

El  plan  de  defensa  fué  concertado  con  mucha  rapidez.  Des- 
pués de  la  derrota,  quedaba  en  pié  en  Iquique  i  sus  alrededo- 
res un  ejército  de  cerca  de  catorce  mil  hombres  entre  peruanos 
i  bolivianos.  El  jeneral  Buendía,  testigo  del  desastre  de  Pisa- 
gua,  se  habia  retirado  a  aquellos  lugares  e  iba  a  ponerse  a  la 
cabeza  de  esas  tropas.  Con  ellas  debia  volver  al  norte  a  colo- 
carse en  el  antiguo  campamento  que  los  peruanos  habian  ocu- 
pado en  Dolores  para  esperar  allí  al  ejército  boliviano  de  Tac- 
na, que  a  las  órdenes  del  presidente  Daza  estaba  encargado 
de  avanzar  hacia  el  sur  a  marchas  forzadas.  Las  fuerzas  chile- 
nas desembarcadas  en  Pisagua  iban,  pues,  a  encontrarse  entre 
dos  ejércitos,  i  se  creia  que  debian  sucumbir  sin  remedio.  El 
presidente  del  Perú,  que  contra  sus  promesas  tantas  veces 
repetidas,  se  quedaba  en  la  plaza  de  Arica  a  pretesto  de  sus 
numerosas  atenciones  i  de  los  quebrantos  de  su  salud,  se  apre- 
suró a  comunicar  a  Lima  la  próxima  e  inevitable  destrucción 
del  ejército  chileno.  Ni  en  el  Perú  ni  en  Bolivia  se  puso  por  un 
momento  en  duda  el  triunfo  seguro  i  completo  de  los  aliados. 

Pero  los  jenerales  peruanos  i  bolivianos  no  habian  contado 
con  la  enerjía  i  con  la  rapidez  de  los  movimientos  de  las  tropas 
chilenas.  Las  primeras  partidas  de  éstas  que  salieron  de  Pisa- 
gua para  el  interior,  se  apoderaron  de  los  telégrafos  del  ene- 
migo, i  en  las  oficinas  que  ocuparon  hallaron  las  copias  de  sus 
últimas  comunicaciones.  En  los  reconocimientos  practicados 
en  seguida,  pudieron  recojer  mas  datos  i  noticias  sobre  los 
planes  de  los  aliados.  Así,  pues,  aunque  al  principio  habian 
creído  que  tendrían  que  espedicionar  por  tierra  hasta  Iquique, 
se  vieron  en  el  caso  de  aceptar  una  lucha  que  podía  ser  mas 
peligrosa,  pero  que  en  cambio  los  eximia  de  las  fatigas  de  una 
marcha  penosísima  por  los  saHtrales  de  Tarapacá.  De  este 
modo  se  esplica  la  actividad  que  empleó  el  estado  mayor  chi- 
leno para  ocupar  las  posiciones  de  Dolores,  que  a  mas  de  po- 
seer una  aguada  abundante,  tenían  una  grande  importancia 
estratéjica.  Allí  se  fueron  reuniendo  diversos  cuerpos  del  ejér- 


134  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


cito  hasta  formar;  como  dijimos  en  el  capítulo  anterior,  una 
división  de  cerca  de  seis  milhombres,  bajo  el  mando  del  coro- 
nel don  Emilio  Sotomayor.  El  resto  del  ejército  chileno  quedó 
escalonado  en  diversos  puntos  entre  Dolores  i  Pisagua. 

El  campamento  de  Dolores,  situado  cerca  de  la  estación  de 
este  nombre,  tiene  a  su  espalda  por  el  lado  del  sur,  un  pequeño 
cordón  de  cerros  que  forman  en  su  estremidad  mas  inmediata, 
un  morro  de  alguna  elevación,  denominado  de  San  Francisco. 
Mas  adelante,  esos  cerros  se  abajan  un  poco,  i  solo  en  la  estre- 
midad austral  del  cordón,  se  levanta  otro  morro  conocido  con 
el  nombre  de  la  Encañada.  Esas  alturas,  desde  donde  se  do- 
mina con  la  vista  una  grande  estension,  fué  el  terreno  elejido 
por  el  coronel  vSotomayor  para  dar  colocación  a  sus  tropas.  Al 
pié  de  ellas  corre  el  ferrocarril  que  lo  ponia  en  comunicación 
con  el  cuartel  jeneral;  i  según  todas  las  noticias  i  conjeturas, 
era  allí  también  donde  debían  reunirse  las  tropas  que  el  jeneral 
Buendía  debía  traer  de  Iquique  i  las  que  llegasen  del  norte 
con  el  presidente  de  Bolivia. 

Los  chilenos  creían  equivocadamente  que  serían  éstas  las 
que  se  presentarían  primero  al  teatro  de  la  guerra;  i  en  efecto, 
desde  los  días  anteriores  se  habían  dejado  ver  por  el  norte  al- 
gunas partidas  que  se  tomaron  por  avanzadas  del  ejército 
boliviano,  i  que  fué  necesario  dispersar.  El  coronel  Sotomayor 
tuvo  que  hacer  avanzar  por  ese  lado  una  columna  de  mas  de 
dos  mil  hombres  para  detener  en  su  marcha  al  presidente  Da- 
za, si  en  efecto  trataba  de  acercarse  a  su  campamento. 

Pero,  por  las  causas  de  que  hablarernos  mas  adelante,  el 
peligro  no  estaba  por  aquel  lado.  En  efecto,  luego  se  supo  que 
por  el  sur  avanzaba  una  división  enemiga,  que  parecía  ser  la 
vanguardia  del  ejército  del  jeneral  Buendía.  ün  cuerpo  de 
mas  de  dos  mil  chilenos,  bajo  el  mando  del  comandante  don 
Domingo  Amunátegui,  tuvo  que  avanzar  tres  leguas  adelante, 
hasta  la  estación  de  Santa  Catalina,  para  cerrar  el  paso  a  esa 
división.  Se  comprenderá  así  cuan  azarosa  debía  ser  la  situa- 
ción del  campamento  chileno  esperando  el  ataque,  ora  del 
norte,  ora  del  sur. 

La  división  enemiga  que  el  comandante  Amunátegui    se 


OPERACIONES  MILITARE?  1 35 


proponía  atajar  en  Santa  Catalina,  no  había  llegado  a  ese  lu- 
gar. En  cambio,  al  anochecer  del  i8  de  noviembre  supo  por 
sus  esploradores  que  todo  el  grueso  del  ejército  de  Buendía 
venia  forzando  las  marchas  desde  Iquique,  que  se  había  en- 
grosado con  los  cuerpos  destacados  en  los  establecimientos 
inmediatos  a  aqneiia  ciudad  hasta  completar  cerca  de  doce 
mil  hombres,  i  que  en  esa  misma  noche  debía  llegar  a  Santa 
Catalina  para  seguir  avanzando  inmediatamente  hasta  Dolo- 
res. El  jefe  chileno  corría  el  riesgo  inminente  de  verse  cortado 
por  fuerzas  seis  veces  superiores;  pero  supo  vencer  la  dificul- 
tad de  esta  situación.  Después  de  avisar  al  coronel  Sotomayor 
la  proximidad  del  enemigo,  emprendió  su  retirada  favorecido 
por  la  oscuridad  de  la  noche,  i  antes  de  amanecer  llegaba  al 
campamento  de  su  división.  Había  hecho  una  parte  de  su  tra- 
yecto por  un  sendero  paralelo  al  que  llevaba  el  enemigo,  a 
menos  de  una  legua  de  éste;  i  sin  embargo,  era  tan  poco  el 
cuidado  que  en  estas  operaciones  ponía  el  estado  mayor  pe- 
ruano, que  nadie  en  este  ejército  supo  que  con  la  misma  di- 
rección i  a  tan  corta  distancia,  marchaba  una  columna  enemi- 
ga que  habría  sido  muí  fácil  cortar  i  rendir. 

Al  amanecer  del  siguiente  día,  19  de  noviembre,  toda  la 
división  chilena  del  coronel  Sotomayor  estaba  reconcentrada 
en  Dolores.  A  esa  hora  tomó  este  jefe  las  últimas  disposiciones 
para  distribuir  convenientemente  sus  tropas  a  fin  de  estar  en 
situación  de  rechazar  cualquier  ataque  enemigo,  i  de  dar  tiem-' 
po  a  que  llegase  el  jeneral  en  jefe  del  ejército  chileno  con  los 
refuerzos  necesarios.  En  efecto,  esa  misma  mañana,  antes  de 
amanecer,  el  jeneral  Escala  salla  del  campamento  del  Hospi- 
cio a  la  cabeza  de  una  gruesa  división.  La  escasez  del  material 
del  ferrocarril  de  Pisagua  hacia  imposible  que  estas  fuerzas 
llegasen  a  Dolores  antes  de  diez  o  doce  horas.  Mientras  tanto, 
la  división  estacionada  en  este  lugar,  se  iba  a  hallar  enfrente 
de  un  ejército  con  el  cual  tendría  que  pelear  en  razón  de  uno 
contra  dos  (de  cinco  a  seis  mil  chilenos  contra  once  a  doce  mil 
perú-bolivianos). 

El  ejército  de  Buendía  había  llegado  antes  de   amanecer 
enfrente  del  campamento  chileno,  i  con  la  primera  luz  del  dia 


136  GUERRA  DEL  PACÍFÍCX) 


comenzó  a  tomar  posiciones,  tendiendo  su  línea  con  todo  or- 
den i  tranquilidad,  al  son  de  las  músicas  militares  i  en  medio 
de  un  grande  entusiasmo,  que  se  dejaba  sentir  por  las  frecuen- 
tes aclamaciones  de  «¡Viva  el  Perú!  ¡viva  Bolivia!  ¡viva  la 
alianza!  ¡mueran  los  chilenos  cobardes  i  usurpadores!»  A  pe- 
sar de  que  los  dos  ejércitos  estaban  separados  solo  por  una 
distancia  de  dos  quilómetros,  el  jeneral  peruano,  de  acuerdo 
con  el  consejo  de  los  jefes  superiores,  acordó  no  dar  la  batalla 
hasta  el  dia  siguiente,  esperando,  sin  duda,  que  en  la  noche 
llegase  el  jeneral  Daza  con  los  cuerpos  bolivianos  que  hablan 
salido  de  Tacna.  El  estado  mayor  de  la  alianza  no  se  imajina- 
ba que  en  esa  misma  tarde  o  en  la  noche  debian  llegar  refuer- 
zos a  la  división  chilena,  i  que  el  dia  siguiente  podia  hallarse 
enfrente  de  un  ejército  de  diez  mil  hombres  en  lugar  de  los 
cinco  a  seis  mil  que  entonces  tenia  el  coronel  Sotomayor. 

Pero  este  jefe  ni  siquiera  quiso  esperar  estos  refuerzos.  Con- 
fiando en  ]a  buena  calidad  de  sus  tropas,  i  en  las  ventajas  de 
las  posiciones  que  habia  ele j ido,  se  resolvió  a  empeñar  el  com- 
bate en  la  misma  tarde,  sin  tomar  en  cuenta  la  inmensa  supe- 
rioridad numérica  del  enemigo. 

A  las  tres  de  la  tarde,  una  batería  de  cañones  de  montaña, 
colocada  en  el  centro  de  la  línea  chilena,  i  confiada  al  mando 
del  sarjento  mayor  don  José  de  la  C.  Salvo,  rompió  el  fuego 
sobre  una  columna  enemiga  que  avanzaba  para  cambiar  de 
•  posición.  Contra  los  propósitos  del  jeneral  peruajio,  esa  co- 
lumna empeñó  el  combate  contestando  los  primeros  disparos 
de  los  chilenos  con  un  nutridísimo  fuego  de  rifle  i  de  cañón. 

No  se  necesitó  de  mas  para  quería  pelea  se  hiciese  bien 
pronto  jeneral.  Los  fuegos  de  los  aliados  caían  sobre  toda  la 
linea  de  los  chilenos;  pero  la  artillería  de  éstos,  manejada  con 
una  maestría  admirable,  rechazaba  sin  cesar  el  ataque  del 
enemigo.  Un  destacamento  de  diversos  cuerpos  peruanos,  fa- 
vorecido por  las  ondulaciones  del  terreno,  consiguió,  sin  em- 
bargo, avanzar  sobre  las  baterías  del  centro  de  los  chilenos. 

Los  cañones  de  éstas,  colocados  en  la  falda  i  en  las  alturas 
del  cerro,  no  podían  ya  dirijir  sus  fuegos  sobre  las  tropas  que 
se  hallaban  al  pié.  Las  fuerzas  peruanas  pudieron,  pues,  co- 


OPERACIONES  MILITARES  137 


menzar  a  subir  el  cerro  sin  mayor  peligro;  pero  cuando  ya  se 
acercaban  a  las  baterías,  fueron  recibidas  por  una  carga  vigo- 
rosa a  la  bayoneta  que  vino  a  cambiar  la  faz  del  combate. 
Algunas  compañías  de  fusileros,  sacadas  de  dos  batallones 
formados  por  los  esforzados  mineros  de  Copiapó  i  de  Coquim- 
bo, acometieron  a  los  asaltantes  con  furor  irresistible,  los  arro- 
llaron tres  veces  consecutivas  i  barrieron  con  ellos  hasta  la 
llanura.  Parece  que  en  esos  momentos,  los  fuegos  que  los  alia- 
dos dirijian  sobre  los  chilenos  para  secundar  el  asalto,  hicie- 
ron mayores  destrozos  en  las  fuerzas  de  los  asaltantes,  i  con- 
tribuyeron poderosamente  a  aumentar  la  confusión  i  el  desor- 
den del  ejército  aliado. 

Mientras  tanto,  las  baterías  que  guardaban  los  dos  estremos 
de  la  división  chilena,  mantenían  el  fuego  con  todo  vigor,  in- 
troduciendo el  desorden  i  el  espanto  en  las  filas  enemigas.  Fué 
inútil  que  el  ala  derecha  del  ejército  aliado  pretendiese  avan- 
zar por  ese  lado  para  cambiar  la  faz  de  la  batalla:  la  batería 
chilena  de  cañones  Krupp  que  habia  enfrente,  bajo  el  mando 
del  sarjento  mayor  don  Benjamín  Montoya,  apoyada  por  el 
fuego  de  algunas  compañías  de  fusileros,  hizo  retroceder  al 
enemigo  i  dispersó  por  completo  su  caballería.  Producido  ese 
desconcierto  en  este  punto,  introducida  la  confusión  en  el 
centro  de  su  línea  por  la  dispersión  i  la  fuga  de  los  destaca- 
mentos que  habían  pretendido  subir  al  cerro,  los  aliados  co- 
menzaron a  retroceder,  i  acabaron  por  abandonar  el  campo  a 
las  cinco  de  la  tarde  ^ 


I.  Como  se  ve  por  esta  rápida  reseña,  el  triunfo  de  los  chilenos  en  Dolores 
fué  debido  principalmente  a  la  maestría  de  sus  artilleros  i  al  poder  de  sus 
cañones;  si  bien  la  valiente  Carga  a  la  bayoneta  de  los  batallones  de  Ataca- 
ma  i  de  Coquimbo  rechazó  un  ataque  que  pudo  haber  cambiado  la  suerte 
del" combate.  Pero  los  jefes  del  ejército  de  la  alianza  han  buscado  muchas 
razones  para  escusar  una  derrota  que  no  entraba  en  su  previsión,  la  derrota 
de  once  a  doce  mil  hombres  por  una  división  de  solo  cinco  o  seis  mil.  Según 
unos,  los  culpables  del  desastre  eran  los  cuerpos  bolivianos  que  habian  he- 
cho fuego  sobre  los  destacamentos  peruanos  rechazados  por  las  bayonetas 
chilenas  en  la  subida  del  cerro.  Según  otros,  la  responsabilidad  de  la  derrota 
recala  sobre  el  jeneral  Buendía  i  su  estado  mayor,  por  no  haber  empeñado 
la  batalla  por  la  mañana,  como  si  ia  hora  hubiera  tenido  alguna  importancia 
para  que  los  chilenos  manejaran  menos  bien  sus  cañones.  A  juicio  del  estado 


138  OÍTERRA  DEL  PACÍFICO 


La  retirada  del  ejército  aliado  se  hizo  al  principio  con  cierto 
orden  a  pesar  délos  fuegos  de  caüon  que  continuaban  hacién- 
doles los  chilenos  desde  sus  baterías,  i  de  la  persecución  de 
algunos  cuerpos  de  infantería  desplegados  en  guerrilla.  Pero, 
cuando  hubo  llegado  la  noche,  i  sobre  todo  cuando  una  nebli- 
na espesa,  frecuente  en  aquellos  desiertos,  donde  se  le  conoce 
con  el  nombre  de  camanchaca,  hubo  cubierto  la  tierra,  fué  tal 
el  desconcierto  de  los  fujitivos,  que  nadie  guardó  formación, 
ni  oia,  ni  obedecía  voz  alguna  de  mando.  Las  tropas,  que  casi 
no  habían  dormido  la  noche  anterior  para  llegar  al  teatro  del 
combate  antes  de  amanecer,  i  que  en  todo  ese  día  solo  habían 
comido  por  la  mañana  algunos  bocados,  estaban  estenuados 
de  cansancio  i  de  fatiga,  desmoralizadas  por  la  derrota,  i  te- 
miendo a  cadarato  verse  acometidas  por  el  enemigo.  Si  a  esas 
horas  hubiese  caído  sobre  ellas  un  rejimiento  de  caballería,  o 
si  siquiera  se  hubiese  hecho  sentir  el  toque  de  carga,  la  disper- 
sión de  ese  ejército  habría  sido  completa  i  definitiva.  Aun  así, 
sin  ser  eficazmente  perseguidos,  los  aliados  abandonaron  en 
la  fuga  sus  heridos,  tanto  oficíales  como  soldados,  toda  su  ar- 

mayor,  la  batalla  se  perdió  no  solo  por  causa  de  los  bolivianos  que  introdu- 
jeron la  confusión  haciendo  fuego  sobre  los  peruanos,  sino  que  por  atolon- 
dramiento de  algunos  jefes,  se  empeñó  el  combate  en  la  tarde,  sin  querer 
esperar  el  dia  siguiente,  como  estaba  pensado.  Lo  cierto  es  que  los  vencidos 
no  han  querido  dar  la  única  esplicacion  verdadera  de  su  derrota,  esto  es,  la 
mejor  calidad  i  organización  del  ejército  chileno. 

En  enero  de  1880,  un'diario  de  Nueva  York,  deseando  darse  cuenta  del 
resultado  de  esta  ^batalla,  quiso  aprovechar  la  residencia  accidental  del  je- 
neral  Prado,  el  ex-director  de  esta  guerra,  en  aquella  ciudad;  i  al  efecto  se 
recojieron  de  su  boca  las  esplicaciones  del  caso,  que  el  referido  diario  reveló 
a  sus  lectores  en  la  forma  siguiente:  «Los  jenerales  aliados  querían  dar  una 
batalla  científica,  según  los  principios  de  la  estratejia,  i  que  correspondiese 
a  la  cultura  i  civilización  del  Perú  i  a  la  instrucción  militar  del  ejército  4e 
su  mando.  Con  este  objeto  hablan  designado  el  dia  siguiente  para  tomar  to- 
das las  medidas  del  caso,  a  ñn  de  dejar  bien  puesto  el  nombre  del  Perú  en 
un  combate  que  debia  asombrar  a  la  América.  Pero  los  chilenos  que  son 
unos  bárbaros  ignorantes,  incapaces  de  apreciar  lo  que  vale  la  táctica  mili- 
tai*,  anticiparon  la  batalla,  i  atacaron  i  destrozaron  al  ejército  peruano  sin 
darle  tiempo  a  acabar  de  combinar  sus  planes  estraté  jicos».  Dejando  a  un 
lado  todo  lo  que  hai  de  burla  en  esta  esplicacion,  queda  sin  embargo  en  ella 
un  gran  fondo  de  verdad. 

Conviene  advertir  aquí  que  los  peruanos  i  boli\ianos  llaman  a  esta  batalla 
de  San  Francisco,  por  el  nombre  de  uno  de  los  cerros  en  que  tuvo  lugar. 


OPERACIONES  MILITARES  139 


tillería,  sus  pertrechos,  sus  víveres,  sus  muías  de  carga  i  un 
numeroso  armamento. 

En  la  tarde  de  ese  dia,  i  cuando  los  aliados  habían  empren- 
dido ya  la  retirada,  llegó  al  campamento  chileno  el  jeneral 
Escala;  i  tras  de  él  algunos  cuerpos  del  ejército  chileno  que 
no  habiendo  alcanzado  a  entrar  en  combate,  habrían  podido 
activar  la  persecución.  Pero  el  jeneral  en  jefe  casi  no  acertaba 
a  creer  lo  que  veían  sus  ojos,  i  no  podía  comprender  que  un 
ejército  de  once  a  doce  mil  hombres  hubiera  sido  puesto  en 
fuga  por  una  división  que  apenas  contaba  la  mitad  de  ese  nú- 
mero. 

Por  un  exceso  de  prudencia,  muí  comprensible  sin  embargo, 
para  quien  conozca  los  antecedentes,  i  siendo  entrada  la  no- 
che, el  jeneral  en  jefe  suspendió  la  persecución,  i  contrajo  toda 
su  vijilancia  a  impedir  cualquiera  sorpresa.  Solo  en  la  mañana 
siguiente,  cuando  salieron  del  campamento  las  primeras  par- 
tidas a  recojer  noticias  del  enemigo,  se  supo  por  los  dispersos 
i  por  los  heridos  que  la  derrota  de  éste  habia  sido  completa. 
Esas  partidas  tomaron  mas  de  cien  prisioneros,  i  entre  éstos 
un  jeneral  i  un  coronel,  doce  cañones  abandonados  por  los 
fujitivos,  i  un  número  considerable  de  armas,  de  vestuario  i 
de  municiones.  En  cuatro  leguas  a  la  redonda  no  habia  un 
solo  enemigo  en  estado  de  oponer  la  menor  resistencia.  El 
campo  estaba  sembrado  de  mas  de  quinientos  cadáveres  de 
peruanos  i  bolivianos.  En  cambio,  el  ejército  chileno  solo  ha- 
bia tenido  62  muertos  i  187  heridos,  entre  oficiales  i  soldados. 

El  dia  siguiente  de  la  batalla  de  Dolores,  esto  es  el  20  de 
noviembre,  la  desorganización  del  ejército  aliado  era  comple- 
ta. La  caballería  se  había  dispersado  de  tal  suerte  que  no  se 
hallaba  un  solo  soldado  de  esta  arma.  La  artillería  habia  aban- 
donado sus  cañones.  Los  cuerpos  bolivianos,  aterrorizados  con 
la  suerte  del  combate,  i  víctimas  de  las  acusaciones  que  les 
hacían  los  peruanos,  no  quisieron  acompañar  mas  tiempo  a 
éstos,  i  marcharon  hacia  la  cordillera  para  internarse  en  Boli- 
vía.  Una  parte  de  las  mismas  tropas  peruanas,  desobedecien- 
do a  sus  jefes,  tomaron  en  dispersión  los  caminos  del  norte 
para  llegar  a  Arica. 


140  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


En  medio  de  aquel  desorden,  sin  embargo,  el  jeneral  Buen- 
dia,  o  mas  propiamente  su  jefe  de  estado  mayor,  el  coronel 
don  BelisarioSuárez,  consiguió  reunir  algunos  cuerpos  i  mar- 
char en  ciertoórden  ala  pequeña  ciudad  de  Tarapacá,  capital 
de  la  provincia  del  mismo  nombre.  El  propósito  de  estos  jefes 
era  reorganizar  allí  sus  fuerzas,  i  en  seguida  marchar  ordena- 
damente a  Arica.  Antes  de  ponerse  en  camino,  comunicaron 
a  las  autoiidades  de  Iquique  el  desastre  que  acababan  de  su- 
frir, disponiendo  que  una  división  del  ejército  peruano  que 
habia  quedado  en  esta  ciudad,  avanzase  a  marchas  forzadas 
a  reunirse  con  ellos  en  Tarapacá. 

Ya  habia  llegado  a  Iquique  la  noticia  de  la  derrota  de  las 
armas  aliadas;  pero  mui  pocas  personas  querian  darle  crédito. 
Parecia  imposible  que  el  ejército  que  algunos  dias  antes  habia 
salido  tan  seguro  de  la  victoria,  hubiese  sido  destrozado  por 
los  chilenos.  Toda  duda  desapareció  cuando  mas  tarde  se  re- 
cibió un  mensaje  del  jeneral  Buendía. 

El  22  de  noviembre  se  reunió  un  consejo  a  que  asistieron 
los  jefes  militares  i  las  autoridades  de  la  ciudad.  Allí  se  decidió 
abandonarla  el  mismo  día  después  de  inutilizar  las  armas  que 
no  pudieran  llevarse.  A  las  tres  de  la  tarde,  salieron  los  bata- 
llones que  quedaban  en  la  plaza  en  número  de  mas  de  1,500 
hombres,  para  marchar  a  reunirse  en  Tarapacá  con  el  jeneral 
Buendía.  El  prefecto  de  la  provincia,  jeneral  López  Lavalle, 
no  se  halló  con  ánimo  para  correr  las  aventuras  de  esa  cam- 
paña, i  buscó  en  la  fragata  de  S.  M.  B.  Turquoise  un  asilo  que 
los  marinos  ingleses  le  concedieron  cortesmente.  La  ciudad 
quedó  guardada  por  las  compañías  de  voluntarios  bomberos, 
compuestas  en  su  casi  totalidad  de  estranjeros. 

Iquique  estaba  bloqueado  en  ese  momento  por  dos  buques 
de  la  escuadra  chilena.  En  la  misma  tarde,  los  cónsules  de  los 
Estados  Unidos,  Alemania,  Inglaterra  e  Italia  pasaron  a  bor- 
do del  Cochrane  a  comunicar  a  su  comandante  que  las  auto- 
ridades civiles  i  militares  de  la  ciudad  la  habían  abandonado 
en  manos  del  cuerpo  consular  estranjero,  i  que  por  tanto,  el 
jefe  chileno  podía  tomar  las  medidas  que  considerase  oportu- 
nas. En  consecuencia,  el  comandante  Latorre  impartió  inme- 


OPJ5RACIONES  MILITARES  l4l 


diatamente  aviso  a  Pisagua,  i  en  la  mañana  siguiente  hizo 
desembarcar  a  uno  de  sus  oficiales  con  125  hombres  que  to- 
maron posesión  tranquila  de  la  ciudad.  Cuarenta  i  siete  mari- 
neros de  la  Esmeralda,  salvados  del  naufrajio  de  este  buque 
el  21  de  mayo,  i  retenidos  alH  como  prisioneros  de  guerra,  fue- 
ron restituidos  a  la  libertad. 

Iquique  quedó  desde  entonces  en  poder  de  los  chilenos.  El 
mismo  dia  23  de  noviembre  llegaba  de  Pisagua  el  ministro  de 
la  guerra,  trayendo  por  mar  una  guarnición  considerable,  i 
restablecía  la  administración  pública  bajo  el  amparo  de  la 
bandera  victoriosa  de  Chile.  Los  nacionales  no  tuvieron  nada 
que  sufrir  con  este  cambio  de  dominación,  porque  se  les  deja- 
ba la  libertad  de  vivir  en  paz  bajo  las  nuevas  autoridades  o  de 
salir  de  la  provincia  a  donde  mejor  quisiesen.  Los  estranjeros, 
por  su  parte,  vieron  en  el  nuevo  orden  de  cosas  la  inaugura- 
ción de  un  réjimen  de  honradez  i  de  justicia  bien  diferente  al 
que  constituia  el  fundamento  de  la  administración  peruana. 

Hasta  ese  momento,  sin  embargo,  no  se  apreciaba  debida- 
mente en  el  campamento  chileno  la  importancia* de  la  victoria 
de  Dolores;  i  lo  que  fué  un  verdadero  error  de  parte  del  jene- 
ral  en  jefe,  no  solo  no  se  habia  emprendido  la  persecución  for- 
mal i  efectiva  de  los  restos  dispersos  del  ejército  enemigo,  sino 
que  ni  siquiera  se  habian  hecho  los  reconocimientos  conve- 
nientes acerca  del  rumbo  que  llevaban  los  fujitivos. 

Este  error,  que  solo  puede  esplicarse  por  un  exceso  de  pru- 
dencia,, por  el  temor  de  esponer  a  las  divisiones  chilenas  al 
peligro  de  una  sorpresa,  permitió  al  jeneral  peruano  reorga- 
nizar alguna  parte  de  sus  fuerzas  i  llegar  por  fin  al  pueblo  de 
Tarapacá  en  la  mañana  del  22  de  noviembre.  Las  fatigas  i 
sufrimientos  de  esa  marcha  de  dos  dias  exceden  a  toda  des- 
cripción. El  cansancio,  el  insomnio,  el  hambre,  el  calor,  habian 
quebrantado  de  tal  suerte  el  ánimo  del  soldado,  que  sin  la 
enerjía  del  coronel  Suárez,  jefe  de  estado  mayor  peruano,  el 
aniquilamiento  de  esas  tropas  habria  sido  completo.  En  Ta- 
rapacá hallaron  descanso  i  víveres,  i  allí  debían  esperar  que 
se  les  reuniese  la  división  que  había  quedado  en  Iquique,  parg. 
continuar  en  seguida  la  retirada  al  norte. 


142  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


La  primera  fuerza  que  salió  del  campamento  chileno,  fué 
un  cuerpo  de  400  soldados  de  caballería  bajo  el  marido  del 
coronel  Sotomayor.  Su  encargo  no  era  perseguir  a  los  fujiti- 
vos,  sino  marchar  al  sur  a  tomar  posesión  de  todas  las  locali- 
dades que  hai  al  norte  i  a  las  inmediaciones  de  Iquique.  El 
coronel  Sotomayor  puso  en  el  desempeño  de  esta  comisión 
toda  la  actividad  i  la  enerjía  que  había  desplegado  desde  el 
principio  de  la  campaña.  Recorrió  en  cuatro  dias  toda  aquella 
rejion,  estableciendo  en  diversos  puntos  las  autoridades  chile- 
nas, capturando  las  armas  i  municiones  del  enemigo,  i  persi- 
guiendo las  últimas  partidas  que  allí  quedaban  del  ejército 
peruano.  A  una  de  éstas  quitó  todo  el  archivo  del  estado  ma- 
yor peruano  que  habia  sido  sacado  de  Iquique  para  trasladar- 
lo a  Tarapacá.  Por  los  prisioneros  tomados  al  enemigo  en  esta 
campaña,  conoció  el  plan  de  retirada  de  los  jefes  peruanos^  i 
el  número  de  jente  que  reunían  con  este  objeto.  Inmediata- 
mente dio  el  aviso  de  todo  a  las  autoridades  chilenas  de  Iqui- 
que i  al  campamento  del  jeneral  en  jefe;  pero  sus  comunica- 
ciones no  pudieron  llegar  con  oportunidad  para  disponer  las 
operaciones  subsiguientes  de  la  guerra. 

Mientras  tanto,  el  24  de  noviembre  había  salido  del  campa- 
mento chileno  de  Dolores,  bajo  las  órdenes  del  teniente  coro- 
nel don  José  Francisco  Vergara,  un  cuerpo  de  unos  400  espío - 
radores.  Se  había  adelantado  hacía  el  pueblo  de  Tarapacá,  i 
recojió  de  los  dispersos  la  noticia  de  que  los  enemigos  refujia- 
dos  allí  no  pasaban  de  1,500  a  2,000  hombres,  i  que  éstos  se 
hallaban  mas  o  menos  desmoralizados.  El  comandante  Ver- 
gara  detuvo  su  marcha  para  comunicar  esta  noticia  al  cam- 
pamento i  para  recibir  refuerzos.  El  jeneral  en  jefe  hizo  salir 
el  día  25  un  cuerpo  de  i,8do  hombres  a  las  órdenes  del  coronel 
don  Luis  Arteaga,  que  debía  ponerse  a  la  cabeza  de  toda  la 
división.  Las'fuerzas  de  ésta,  formaron  un  total  de  2,285  hom- 
bres de  las  tres  armas  con  ocho  piezas  de  artillería. 

Pero  el  enemigo  no  se  hallaba  ya  en  situación  de  ser  sor- 
prendido impunemente  por  una  fuerza  como  la  que  marchaba 
a  buscarlo.  A  las  tropas  que  habían  llegado  allí  en  formación 
junto  con  los  jefes,  se  había  reunido  mas  de  un  millar  de  dis- 


OPERACIONES  MILITARES    -  143 


persos  que  iban  a  buscar  un  asilo  contra  el  hambre  i  la  sed  de 
los  áridos  salitrales  del  desierto.  Todos  ellos  preferian  los  ries- 
gos de  una  retirada  en  masa  a  las  fatigas  i  a  la  muerte  por  es- 
tenuacion  en  aquellas  inhospitalarias  soledades,  e  iban  a  agre- 
garse a  sus  batallones,  movidos  por  el  instinto  de  la  propia 
conservación. 

'  El  dia  26  de  noviembre  se  reunió  también  allí  la  otra  divi- 
sión que  venia  int>acta  de  Iquique,  sin  haberse  batido  una  sola 
vez,  i  sin  haber  sufrido  mas  quebrantos  que  el  cansancio  de 
la  marcha.  El  jeneral  Buendía  llegó  a  contar  en  Tarapacá  mas 
de  cinco  mil  hombres.  En  ese  pueblo  hablan  hallado  agua  en 
abundancia,  una  regular  provisión  de  víveres  i  el  descanso 
necesario  contra  las  fatigas  de  las  jornadas  anteriores.  Los 
jefes  peruanos  sabían  bien  que  con  esas  fuerzas  no  podían  re- 
comenzar la  campaña  contra  el  ejército  chileno,  i  solo  pensa- 
ban en  continuar  su  retirada  hacía  el  norte  para  reunirse  con 
las  tropas  que  quedaban  en  Tacna  i  Arica.  Tan  lejos  estaban 
de  pensar  que  serian  perseguidos,  que  el  mismo  dia  26  mandó 
el  jeneral  Buendía  que  marchasen  adelante  dos  destacamen- 
tos con  unos  1,400  hombres,  i  él  se  quedó  en  Tarapacá  con 
otros  3,600  que  necesitaban  todavía  de  una  noche  mas  de  des- 
canso. Allí  durmieron  como  en  los  días  de  mas  perfecta  paz, 
sin  siquiera  colocar  centinelas  avanzadas  en  los  alrededores,  i 
sin  sospechar  que  el  enemigo  se  hallaba  en  las  inmediaciones. 

Tarapacá  es  un  villorio  de  1,200  almas,  situado  a  orillas  de 
un  riachuelo  que  corre  en  el  fondo  de  un  estrecho  valle  que 
desciende  de  las  serranías  de  la  cordillera  hacía  las  llanuras 
salitrosas  del  desierto.  Ese  valle,  encerrado  de  uno  i  otro  lado 
por  dos  cordones  de  cerros,  mide  solo  un  quilómetro  de  ancho, 
i  forma  una  especie  de  oasis  en  el  desierto,  porque  hai  allí  ve- 
jet  ación  i  cultivo.  Este  era  el  teatro  en  que  se  iba  a  desenvol- 
ver uno  de  los  mas  sangrientos  episodios  de  la  guerra  que 
contamos. 

La  división  chilena,  después  de  caminar  todo  el  dia  por  los 
ásperos  salitrales  del  desierto,  se  reunió  a  la  avanzada  que 
maaidaba  el  comandante  Vergara  a  las  once  de  la  noche,  i  tres 
leguas  antes  de  llegar  a  Tarapacá.  Allí  se  dio  un  corto  desean- 


144  QUKERA  DEL  PACIFICO 


SO  a  los  soldados,  mientras  los  jefes  disponían  el  plan  de  ata- 
que para  sorprender  al  enemigo.  Las  tropas  se  dividirían  en 
tres  columnas  de  fuerzas  diferentes,  según  la  importancia  de 
las  operaciones  encomendadas  a  cada  una  de  ellas.  Así,  mien- 
tras la  mas  numerosa,  bajo  las  órdenes  del  comandante  don 
Eleuterio  Ramírez  atacaría  de  frente  por  el  fondo  del  valle, 
las  otras  dos  ocuparían  las  alturas  de  los  lados  para  encerrar 
al  enemigo  i  obligarlo  a  rendirse  o  a  dispersarse.  Esas  colum- 
nas debían  ponerse  en  camino  a  las  tres  de  la  mañana,  para 
romper  sus  fuegos  a  la  primera  luz  del  día  siguiente  27  de  no- 
viembre. 

La  primera  columna  de  la  división  chilena,  compuesta  de 
solo  400  hombres,  bajo  las  órdenes  del  comandante  don  Ri- 
cardo Santa  Cruz,  se  estravió  en  su  marcha  por  causa  de  la 
espesa  neblina  que  se  levanta  cada  noche  en  aquellos  lugares. 
Llegó  a  los  bordes  de  la  barranca  que  cierra  por  el  norte  el 
valle  de  Tarapacá,  no  antes  de  amanecer,  como  estaba  pre- 
visto, sino  a  las  ocho  de  la  mañana.  Llevaba  la  orden  de  cru- 
zar el  valle  i  de  ganar  en  seguida  las  alturas  que  lo  encierran 
por  el  lado  del  sur.  Pero  a  esa  hora,  este  movimiento  ofrecía 
las  mayores  díñcultades,  porque  el  enemigo,  aunque  no  espe- 
raba el  ataque,  estaba  en  pié  i  había  de  empeñar  un  combate 
cuyo  éxito  no  debía  ser  dudoso,  vista  su  inmensa  superioridad 
numérica  sobre  esa  pequeña  columna.  La  prudencia  aconse- 
jaba no  bajar  a  la  quebrada;  i  en  efecto,  sí  cambiando  de  plan, 
hubiera  esperado  en  la  altura  al  resto  de  la  división  chilena, 
ésta,  servida  por  sus  cañones,  habría  podido  desbaratar  i  dis- 
persar desde  allí  las  fuerzas  peruanas  que  ocupaban  el  valle. 
Pero  pudo  mas  el  principio  de  obediencia  militar,  apoyado 
también  por  1  a  confianza  que  daban  al  soldado  sus  triunfos 
anteriores;  i  la  columna  continuó  su  marcha  por  los  estrechos 
senderos  de  la  barranca. 

En  esos  instantes,  los  cuerpos  peruanos  comían  descuida- 
dos las  provisiones  que  se  acababan  de  distribuírseles  para 
continuar  la  retirada.  A  la  vista  de  los  chilenos  que  comenza- 
ban a  asomarse  por  las  laderas  del  norte,  los  tambores  tocaron 
jenerala  i  todo  el  mundo  corrió  a  formarse  en  sus  cuerpos  res- 


OPERACIONES  Mí  LIT  ARES  Í45 


pectivos.  Bajo  el  impulso  de  los  jefes  i  oficiales,  los  soldados 
se  precipitaron  a  su  vez  a  las  alturas  por  diversos  senderos,  i 
^n  poco  rato  colocaron  a  la  columna  chilena  en  la  situación 
desventajosa  en  que  ellos  se  hallaban  poco  antes.  Esa  colum- 
na, sin  embargo,  contestó  los  fuegos  que  por  todas  partes  se 
le  hacian,  i  aunque  sufriendo  grandes  pérdidas,  sostuvo  cuan- 
to pudo  el  combate,  dando  tiempo  a  que  entrasen  en  él  las 
otras  dos  columnas.  Fué  inútil  que  éstas  tratasen  de  ejecutar 
el  plan  convenido.  La  batalla  se  habia  empeñado  en  circuns- 
tancias en  que  era  imposible  llevarlo  a  cabo,  i  fué  necesario 
aceptar  la  lucha  en  esas  condiciones. 

Imposible  es  describir  en  sus  pormenores  las  peripecias  de 
aquel  rudísimo  combate.  Las  relaciones  de  los  actores  solo 
consignan  los  rasgos  principales,  o  dan  detalles  aislados  que 
no  bastan  para  encadenar  todos  los  incidentes.  Se  peleaba  en 
la  altura  i  en  el  valle,  i  se  peleaba  con  un  encarnizamiento  sin 
igual,  cuerpo  a  cuerpo  muchas  veces,  cambiando  constante- 
mente de  frente,  según  las  necesidades  de  la  defensa,  i  por 
destacamentos  aislados. 

En  esos  movimientos  rápidos  i  repentinos,  los  chilenos  se 
vieron  forzados  a  abandonar  algunos  de  sus  cañones,  que  por 
lo  demás  no  eran  de  ninguna  utilidad  en  un  combate  empe- 
ñado en  estas  condiciones.  vSus  tropas,  agobiadas  por  el  can- 
sancio i  por  el  insomnio,  devoradas  por  una  sed  rabiosa,  pare- 
cian  próximas  a  desfallecer  ante  él  número  doble  de  sus  ene- 
migos, i  de  enemigos  repuestos  de  sus  fatigas  por  uno  o  mas 

dias  de  descanso,  i  libres  de  los  tormentos  del  hambre  i  de  la 

• 

sed.  Pero  el  vigor  físico  i  moral  del  soldado  chileno,  su  orgullo 
de  vencedor  en  los  combates  anteriores,  i  la  obediencia  a  los 
jefes  i  oficiales,  se  sobrepusieron  a  todo.  Esos  hombres  de  fie- 
rro, avezados  a  los  mas  duros  trabajos  de  la  industria,  hasta 
el  dia  que  la  patria  reclamó  el  ausilio  de  sus  brazos,  resistían 
con  un  heroísmo  impetuoso  que  ni  aun  en  un  trance  tan  des- 
favorable desesperaba  de  alcanzar  la  victoria.  Los  chilenos, 
oficiales  i  soldados,  cubrían  el  campo  con  sus  cadáveres,  pero 
vendían  caras  sus  vidas,  i  a  cada  rato  abrían  con  el  riñe  i  con 
la  bayoneta  anchas  brechas  en  las  filas,  enemigas. 

TOMO  XVI. — 10 


146  GUEREA  DEL  PACÍFICO 


A  la  una  del  dia,  cuando  su  situación  parecia  mas  desespe- 
rada, la  suerte  de  la  batalla  vino  a  cambiarse  en  su  favor.  La 
división  chilena  tenia  un  cuerpo  de  caballería  de  115  grana- 
deros que  por  causa  de  las  .condiciones  del  terreno  no  hablan 
podido  entrar  en  combate  en  las  laderas  del  valle.  A  esa  hora 
hablan  bajado  a  la  llanura;  i  a  la  voz  del  sarjento  mayor  don 
Jorje  Wood,  ayudante  del  jefe  de  la  división,  ese  cuerpo  de 
jinetes  se  formó  en  batalla,  reuniendo  a  su  lado  a  los  soldados 
a  quienes  la  confusión  de  la  pelea  habia  separado  de  sus  com- 
pañeros. La  caballería  iba  a  hacer  un  último  esfuerzo;  i  en 
efecto,  lanzada  a  galope  sobre  los  pelotones  enemigos,  los 
acometió,  sable  en  mano,  con  ese  vigor  irresistible  que  ha  he- 
cho famosos  en  la  guerra  a  los  caballos  i  a  los  jinetes  chilenos. 
Aquella,  mas  que  un  combate,  fué  una  carnicería  espantosa. 
Recobrados  con  este  apoyo,  los  infantes  estrechan  de  nuevo 
sus  filas,  i  cargan  otra  vez  con  un  enemigo  que  comenzaba  a 
ceder.  Poco  mas  de  una  hora  de  esta  lucha  bastó  para  que  los 
peruanos  principiaran  a  batirse  en  retirada,  abandonando  el 
campo  a  sus  audaces  vencedores.  Los  chilenos,  aunque  casi 
quintados  en  la  refriega,  i  estenuados  de  fatiga,  pudieron  can- 
tar victoria.  En  el  momento  se  diseminaron,  por  el  valle  para 
beber  en  las  aguas  del  riachuelo,  para  recojer  a  los  heridos, 
para  tenderse  a  descansar  a  la  sombra  de  los  árboles  o  en  las 
chozas  i  enramadas  que  habia  en  el  campo  vecino. 

Ese  habría  sido  el  momento  de  disponer  una  prudente  i 
segura  retirada;  i  éste  fué,  según  parece,  el  pensamiento  de 
los  jefes.  Pero  la  tropa  no  se  sentía  con  fuerzas  para  contra- 
marchar  por  los  abrasadores  salitrales  del  desierto,  i  no  habría 
habido  peligro  que  la  decidiese  a  privarse  de  algunos  momen* 
tos  de  descanso.  Los  caballos  mismos  necesitaban  refrescarse; 
i  fué  necesario  dejarlos  beber  en  las  aguas  del  rio.  A. las  cuatro 
de  la  tarde,  solo  unos  400  hombres  habían  ganado  la  altura: 
el  resto  de  la  esquilmada  división  se  hallaba  todavía  en  el  va- 
lle, diseminado  i  sin  la  idea  del  menor  peligro.  Solo  algunos 
pelotones  mantenían  el  fuego  contra  las  partidas  enemigas 
que  habían  tardado  mas  en  retirarse. 

A  esa  hora  cabalmente  llegaba  a  éstas  un  refuerzo  poderoso^ 


OPEEACIOIÍES    MILITARES  147 


Los  dos  destacamentos  peruanos  que  en  número  de  1,400 
hombres  habían  emprendido  el  dia  anterior  su  marcha  hacia 
el  norte,  se  hallaban  en  la  mañana  del  dia  de  la  batalla  a  dos 
'leguas  de  Tarapacá.  Al  saber  la  primera  aparición  de  los  chi- 
lenos en  las  alturas  que  dominan  aquel  pueblo,  el  jeneral 
Buendía  habia  enviado  la  orden  de  hacer  volver  esas  tropas; 

ellas  llegaban  a  las  cuatro  de  la  tarde  a  renovar  el  combate 
contra  los  restos  destrozados  i  estenuados  de  la  división  chile- 
na, que  después  de  cinco  horas  de  la  mas  dura  pelea  hablan 
quedado  dueños  del  campo. 

La  faz  del  combate  iba  a  cambiar.  La  aparición  de  estos 
auxiliares  que  venian  de  refresco,  renovó  el  aliento  de  los  dis- 
persos peruanos;  i  antes  de  mucho  hablan  entrado  en  batalla 
cerca  de  cuatro  mil  hombres.  Los  chilenos  que  ocupaban  el 
valle  resistieron  todavía  al  empuje  de  esas  fuerzas.  Apodera- 
dos de  algunas  casas  i  chozas,  abrieron  troneras  en  las  pare- 
des, i  por  ellas  vomitaban  verdaderas  lluvias  de  fuego  nutrido. 
Los  enemigos  no  hallaban  otro  medio  de  vencer  esa  tenaz  re- 
sistencia, que  prender  fuego  a  los  techos  de  paja  de  esos  edi- 
ficios; i  el  incendio  vino  a  hacer  lo  que  no  hablan  podido  eje- 
cutar los  hombres.  En  otros  puntos  del  valle,  la  lucha  se  sos- 
tenia  cuerpo  a  cuerpo,  uno  contra  tres,  i  solo  los  que  podian 
abrirse  camino  llegaban  replegándose  a  las  alturas.  En  el  en- 
carnizamiento de  la  lucha,  los  peruanos  no  querían  hacer 
prisioneros,  que,  por  otra  parte,  los  habrían  embarazado  en 
la  marcha  que  proyectaban,  i  mataban  sin  piedad  a  todos  los 
dispersos  que  velan  a  su  paso  i  aun  a  los  heridos  que  yacian 
tirados  en  el  campo.  Las  crueldades  de  esta  última  hora  son 
indescriptibles,  i  apenas  salvaron  de  ellas  unos  pocos  heridos 
que  fueron  dejados  por  muertos,  i  unos  cincuenta  prisioneros 
salvados  por  la  humanidad  de  uno  o  dos  jefeí. 

Las  descargas  de  fusilería  eran  mas  débiles  a  cada  rato,  i  a 
las  seis  de  la  tarde  se  suspendió  del  todo  el  fuego.  Los  solda- 
dos peruanos,  en  número  de  cerca  de  4,000  hombres  no  se 
atrevieron  a  moverse  de  su  campamento,  mientras  los  restos 
de  la  división  chilena,  es  decir  1,400  hombres  estenuados  de 
hambre  i  de  fatiga,  se  retiraban  en  orden,  sin  ser  molestados 


148  GUEBEA  DEL  PACIFICO 


i  llevándose  algunos  de  sus  cañones  i  todos  los  prisioneros  que 
habian  quitado  al  enemigo. 

¿De  quién  era  la  victoria  en  esta  sangrienta  jornada?  Hé 
aquí  una  pregunta  que  es  mui  difícil  contestar,  porque  las 
dos  partes  se  han  proclamado  vencedores  ^  Para  resolver 
esta  cuestión  conviene  examinar  las  pérdidas  respectivas  i 
las  consecuencias  finales  del  combate. 

La  división  chilena  había  entrado  a  la  pelea  con  2,285  hom- 
bres; i  se  retiraba  dejando  muertos  en  el  campo  tres  jefes  de 
batallón,  el  mas  célebre  de  los  cuales  era  el  comandante  don 
Eleuterio  Ramírez,  18  oficiales  i  525  soldados.  Sus  heridos 
eran  21  oficiales  i  191  soldados.  Dejaban  también  algunos  de 
sus  cañones  i  56  prisioneros,  de  los  cuales  uno  solo  era  oficial 
En  cambio,  se  retiraban  llevando  un  número  un  poco  inferior 
de  prisioneros,  i  entre  éstos  ocho  oficiales. 

En  los  despachos  oficiales  del  estado  mayor  peruano  no  se 
dice  con  fijeza  el  número  de  sus  soldados  que  entraron  en 
combate.  En  el  cuadro  de  las  pérdidas  de  esa  jornada,  el  je- 
neral  Buendía  habla  de  236  muertos,  entre  ellos  29  jefes  i 
oficiales,  i  de  261  heridos,  i  cuenta  como  dispersos  a  los  ofi- 
ciales i  soldados  que  cayeron  prisioneros  en  poder  de  los  chi- 
lenos. Hai  en  todo  esto  la  misma  exajeracion  que  siempre  se 
halla  en  los  documentos  peruanos;  i  no  es  difícil  demostrar 
que  en  las  listas  de  los  heridos  peruanos  faltan  algunos  oficia- 
les que  al  día  siguiente  fueron  recojidos  por  el  ejército  chileno. 
Se  sabe  sí  de  positivo  que  el  ejército  de  Buendía  que  se  batió 
en  Tarapacá,  incluyendo  los  cuerpos  que  en  la  tarde  entraron 
de  refresco,  pasaba  de  cinco  mil  hombres,  i  que  el  día  siguien- 
te el  campo  i  sus  alrededores  estaban  sembrados  de  mas  de 
ochocientos  peruanos  muertos  o  heridos  de  tal  gravedad  que 
no  habian  podido  seguir  la  retirada. 


2.  El  gobierno  del  Perú  hizo  anunciar  en  Europa  i  Estados  Unidos  que 
el  combate  de  Tarapacá  era  una  victoria  espléndida  i  decisiva  de  sus  armas , 
añadiendo  que  era  la  batalla  mas  estratéjica  que  se  haya  dado  en  la  América 
del  Sur.  La  sumaria  relación  que  dejamos  hecha  revelará  cuánta  exajeracion 
hai  en  estas  apreciaciones  i  cuan  lejos  estuvo  de  haber  una  regular  estratejia 
en  este  combate. 


OPERACIONES  MILITARES  149 


Pero  si  aquel  combate  fué  una  victoria  para  las  armas  pe- 
ruanas, como  lo  dijeron  sus  documentos  oficiales  i  su  prensa, 
fué  la  victoria  mas  desastrosa  i  mas  ineficaz  que  recuerden 
los  fastos  de  la  historia.  Es  verdad  que  los  peruanos  habian 
quedado  dueños  del  campo,  pero  no  solo  no  pudieron  perse- 
guir a  los  restos  de  la  división  chilena,  sino  que  ni  siquiera  les 
fué  posible  conservar  sus  posiciones. 

En  efecto,  a  las  once  de  esa  misma  noche,  i  tan  pronto 
como  la  tropa  hubo  tomado  algún  descanso,  el  jeneral  dictó 
las  medidas  del  caso  para  emprender  la  retirada.  No  pudien- 
do  llevarse  los  cañones  que  los  chilenos  habian  abandonado, 
los  ocultaron  cuidadosamente  debajo  de  tierra  para  que  no 
volvieran  a  caer  en  manos  de  sus  primeros  dueños.  Fueron 
también  abandonados  algunos  cajones  de  municiones  i  de 
víveres  que  era  difícil  o  penoso  trasportar,  así  como  una  gran 
cantidad  de  armas  de  los  soldados  muertos  en  el  combate. 
Nadie  pensó  en  sepultar  los  cadáveres  de  los  amigos  i  mucho 
menos  de  los  enemigos,  que  estaban  tirados  en  todo  el  valle  i 
que  embarazaban  algunas  de  las  calles  del  pueblo,  o  las  casas 
i  chozas  de  las  inmediaciones  ^.  Pero  lo  que  mejor  esplica  las 
circunstancias  bajo  las  cuales  se  emprendía  esta  retirada, 
fué  el  abandono  de  todos  los  heridos  que  no  podían  marchar 
por  sí  mismos  i  entre  los  cuales  habian  unos  i6  oficiales  i  cer- 
ca de  200  soldados  peruanos.  Algunos  de  esos  oficiales  eran 
de  un  rango  elevado  (uno  de  ellos  era  el  coronel  don  Miguel 
Ríos,  jefe  de  la  división  que  había  llegado  de  Iquique  el  día 
anterior),  i  gozaban  de  gran  consideración  en  el  ejército.  Este 
abandono  era  tanto  mas  cruel  cuanto  que  nadie  podia  supo- 
ner cuánto  tiempo  pasaría  antes  de  que  esos  infelices  fueran 
socorridos.  En  Tarapacá  no  quedaban  ni  médicos,  ni  botiqui- 
nes, ni  nada  de  lo  que  podían  necesitar  los  pobres  heridos  que 
sus  compatriotas  abandonaban  tan  inhumanamente,  por   la 


3.  Los  oficiales  peruanos  buscaron  con  el  mayor  empeño  en  las  mochilas 
de  los  soldados  chilenos  las  cartas  jeográficas  que  éstos  llevaban  para  guiar- 
se en  sus  marchas.  Esas  cartas  les  fueron  de  grande  utilidad  en  la  retirada 
que  emprendieron. 


150  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


necesidad  urjentísima  de  retirarse  de  ese  lugar  i  de  evitar  un 
nuevo  combate. 

Preciso  es  advertir  que  esta  estraordinaria  actividad  que 
los  peruanos  ponian  en  continuar  su  retirada  era  perfecta- 
mente justificada.  En  la  tarde  del  mismo  dia  27  de  noviembre 
llegó  al  campamento  chileno  de  Dolores  un  aviso  remitido 
del  campo  de  batalla.  Decíase  allí  que  la  división  del  coronel 
Arteaga  habia  empeñado  combate  contra  un  ejército  mas  de 
dos  veces  superior.  Por  ausencia  accidental  del  jeneral  en  jefe, 
mandaba  allí  el  jeneral  don  Manuel  Baquedano;  i  éste  con 
una  prontitud  admirable,  se  ponía  en  marcha  en  la  misma 
tarde  a  la  cabeza  de  una  división  de  mas  de  cinco  mil  infantes 
i  de  tres  baterías  de  artillería.  En  el  camino  debían  juntársele 
unos  quinientos  jinetes.  Con  esa  división  marcharon  también 
algunos  cirujanos  i  todo  el  material  necesario  para  los  hospi- 
tales. Se  comprenderá  fácilmente  la  suerte  que  habría  cabido 
a  los  restos  del  ejército  peruano  si  hubiesen  quedado  algunas 
horas  mas  en  Tarapacá. 

Pero  el  jeneral  Baquedano  no  necesitó  llegar  a  esa  ciudad. 
En  las  altas  horas  de  la  noche  supo  lo  que  habia  ocurrido  en 
el  combate,  i  sus  esploradores  le  comunicaron  en  breve  que 
el  enemigo  habia  abandonado  el  campo  de  batalla,  i  que  debía 
hallarse  a  muchas  leguas  de  distancia,  lo  cual  hacia  imposible 
su  persecución  por  aquel  lado.  Limitóse  en  consecuencia,  a 
hacer  avanzar  algunas  fuerzas  hasta  Tarapacá  i  a  enviar  dos 
cirujanos  i  todo  el  material  de  ambulancias  para  atender  a 
los  heridos. 

Tarapacá  ofrecía  en  esos  momentos  el  cuadro  de  la  desola- 
ción mas  espantosa.  El  pueblo  se  hallaba  casi  desierto  porque 
sus  habitantes  lo  habían  abandonado  el  dia  del  combate.  Los 
heridos  estaban  confundidos  con  los  muertos,  i  algunos  de 
ellos  habían  perdido  tanta  sangre  que  fué  imposible  salvar- 
los. Los  cirujanos  del  ejército  chileno  hicieron  todo  lo  que  era 
humanamente  posible  para  curar  a  los  amigos  i  a  los  enemi- 
gos. La  ambulancia  hizo  trasportar  a  aquellos  heridos  de  me- 
nos gravedad,  i  estableció  en  el  mismo  pueblo  un  hospital 
para  curar  a  los  que  no  era  posible  mover.  Sin  ese   pronto 


OPERACIONES  MILITARES  151 


ausilio,  muchos  de  aquellos  infelices  habrian  perecido  en  el 
mayor  desamparo.  Así  se  salvaron  las  vidas  de  algunos  ofi- 
ciales que  los  chilenos  habian  creido  muertos,  cuando  vieron 
que  faltaban  en  las  filas  después  del  combate. 

Las  tropas  se  ocuparon  igualmente  en  sepultar  los  cadáve- 
res que  yacian  tirados  en  el  campo  i  en  las  calles  del  pueblo. 
Del  mismo  modo,  se  recojió  un  numeroso  armamento,  com- 
puesto de  mas  de  quinientos  fusiles,  algunas  municiones  i 
otros  objetos  abandonados  por  los  dos  combatientes.  Por  úl- 
timo, se  descubrieron  los  lugares  donde  habian  sido  enterra- 
dos los  cañones,  i  se  colocaron  sobre  las  cureñas  que  estaban 
tiradas  en  el  campo. 

La  retirada  de  los  restos  del  ejército  peruano  desde  Tara- 
pacá  hasta  Arica  forma  uno  de  los  cuadros  mas  terribles  i 
conmovedores  de  toda  esta  campaña.  Los  fujitivos  seguian 
su  marcha  por  las  faldas  de  la  cordillera  para  evitar  todo  en- 
cuentre con  las  tropas  chilenas  que  eran  dueñas  de  las  llanu- 
ras, i  tehian  que  andar  sin  descanso  por  laderas  asperísimas, 
sin  abrigo  contra  los  rayos  de  un  sol  abrasador  durante  el  día, 
i  de  un  frió  intenso  durante  las  noches.  Allí  no  habia  ni  árbo- 
les ni  verdura,  ni  mas  camino  que  estrechas  laderas,  con  fre- 
cuencia bordeadas  por  despeñaderos  horribles.  Era  preciso 
andar  jornadas  enteras  sin  encontrar  agua;  i  a  veces  cuando 
se  hallaba,  era  de  mala  calidad.  En  el  camino  se  hallaban  al- 
gunos villorrios  ríiiserables,  poblados  en  mejores  días  por  dos 
o  mas  centenares  de  habitantes,  casi  desiertos  ahora,  i  ade- 
mas saqueados  por  los  dispersos  peruanos  fujitivos  de  la  ba- 
talla de  Dolores,  que  pocos  dias  antes  habian  pasado  por  allí 
llevándose -los  víveres  i  cuanto  encontraban.  Muchos  solda- 
dos murieron  de  estenuacion  i  de  sed:  otros  se  suicidaron  con 
sus  propias  armas  para  evitarse  una  muerte  mas  cruel.  La 
disciplina  habría  desaparecido  completamente  sin  la  enerjía 
desplegada  por  algunos  de  los  jefes;  i  aun  así  el  soldado  que 
se  apoderaba  del  caballo  de  un  oficial,  lo  retenia  para  su  uso, 
amenos  que  el  dueño  lo  defendiese  con  su  revólver  en  la  mano. 

Se  comprenderán  mejor  estas  penalidades  inauditas  cuan- 
do se  recuerde  que  la  marcha  duró  veinte  dias,  i  que  sin  em- 


152  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


bargo  la  distancia  jeográfica  que  media  entre  Tarapacá  i  Ari- 
ca, que  era  el  término  del  viaje,  no  pasa  de  cuarenta  leguas. 
Pero  a  los  inconvenientes  que  oponian  la  aspereza  i  las  difi- 
cultades del  camino,  el  cansancio  de  la  tropa,  la  carencia  de 
bestias  de  carga,  i  el  mal  estado  de  las  pocas  con  que  contaban 
los  fujitivos,  hai  que  agregar  otra  no  menos  grave.  Los  restos 
de  la  división  peruana  creian  verse  acometidos  cada  dia  por 
las  avanzadas  chilenas,  sobre  todo  desde  que  se  apartaron 
de  la  falda  de  la  montaña  para  dirijiíse  a  Arica.  Para  evitar 
esos  ataques,  casi  siempre  imajinados  por  el  miedo,  era  pre- 
ciso retroceder,  hacer  un  desvío  i  en  definitiva,  prolongar  la 
marcha  con  todas  sus  angustias  i  sus  sufrimientos.  Si  los  pe- 
queños destacamentos  de  caballería  chilena  que  entonces 
estaban  cerca  del  rio  Camarones,  hubieran  conocido  esa  si- 
tuación, habrían  pedido  algún  refuerzo  a  Pisagua  i  habrían 
dispersado  casi  sin  combatir  los  últimos  restos  del  ejército 
peruano  de  Tarapacá. 

Aquella  sangrienta  jornada  pone  término  a  la  primera 
campaña  del  ejército  chileno  en  el  territorio  del  Perú.  Desde 
entonces,  toda  la  importante  provincia  de  este  nombre  quedó 
sometida  al  ejército  de  Chile,  i  bajo  la  jurisdicción  de  esta 
república.  Un  mes  escaso  de  campaña  activa  había  bastado 
para  conseguir  este  resultado.  Los  puertos  fueron  abiertos  al 
comercio,  i  la  industria,  colocada  bajo  el  amparo  de  iHia  ad- 
ministración mejor,  comenzó  a  tomar  un  nuevo  i  mas  vigo- 
roso desenvolvimiento. 


s^-^ 


CAPITULO  IX 


Caida  de  los  presidentes  del  Perú  i  de  Bolivia,  diciembre  de  1879 

El  presidente  del  Perú  cede  al  de  Bolivia  el  mando  del  ejército  aliado  para 
que  marche  a  atacar  a  los  chilenos. — Sale  a  campaña  el  jeneral  Daza. — 
Retirada  de  Camarones, — Al  saber  las  victorias  de  los  chilenos  el  presi- 
dente Prado  abandona  a  Arica  i  se  marcha  a  Lima. — La  escuadra  chile- 
na establece  el  bloqueo  de  Arica  i  recorre  toda  la  costa  del  Perú. — Des- 
contento en  Lima. — Don  Nicolás  de  Piérola  se  niega  a  aceptar  un  minis- 
terio.— Ajitacion  política  en  Lima. — Fuga  del  presidente  Prado. — Sus 
causas. — Revolución  en  Lima  i  en  el  Callao. — Piérola  asume  la  dic- 
tadura.— Trabajos  del  contra-almirante  Montero  en  Arica. — Desconten- 
to de  peruanos  i  bolivianos  contra  el  jeneral  Daza. — Propone  éste  un 
nuevo  plan  de  campaña  que  le  permitida  volver  a  Bolivia. — Deposición 
de  Daza  por  sus  tropas  i  por  el  pueblo  de  La  Paz. 


La  pérdida  de  la  provincia  de  Tarapacá  después  de  la  de- 
sastrosa campaña  que  acabamos  de  referir,  fué  causa  de  las 
mas  graves  perturbaciones  en  el  Perú  i  en  Bolivia.  Esas  per- 
turbaciones produjeron  cambios  trascendentales  en  el  gobier- 
no de  los  dos  paises,  sin  llevar  en  realidad  a  la  lucha  nuevos 
continjentes  de  poder  para  la  resistencia. 

Hemos  contado  que  el  mismo  dia  que  el  telégrafo  comunicó 
a  Arica  el  desembarco  de  los  chilenos  en  Pisaguá,  los  presi- 
dentes del  Perú  i  de  Bolivia  se  preocuparon  del  plan  de  cam- 


154  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


paña  que  con  venia  adoptar,  i  que  este  plan  se  redujo  a  atacar 
a  los  invasores  por  el  norte  i  por  el  sur,  para  destruirlos  con 
dos  ejércitos  que  debian  obrar  en  combinación.  Según  las  es- 
tipulaciones que  existian  entre  los  dos  gobiernos  aliados,  en 
caso  de  encontrarse  en  campaña  los  dos  presidentes,  el  jeneral 
en  jefe  seria  aquel  en  cuyo  territorio  se  combatía.  Así,  pues, 
en  esos  momentos  correspondía  al  jeneral  Prado,  presidente 
del  Perú,  el  mando  supremo  de  los  ejércitos  de  la  alianza. 
Pero,  a  la  hora  de  salir  a  campaña,  ese  jeneral,  que  siempre 
habia  anunciado  en  sus  proclamas  la  fiíme  resolución  de  ha- 
llarse siempre  al  lado  de  sus  soldados  i  en  el  puesto  de  mayor 
peligro,  declinó  este  honor,  manifestando  que  el  estado  de  su 
salud  i  las  graves  ocupaciones  que  lo  rodeaban,  no  le  permi- 
tían dejar  a  Arica.  El  jeneral  Daza,  presidente  de  Bolivia, 
asumió  entonces  el  cargo  de  jeneral  en  jefe  de  todo  el  ejército 
aliado. 

Se  sabe  que  las  tropas  peruanas  i  bolivianas  que  se  halla- 
ban en  Iquique  i  sus  inmediaciones  subian  a  cerca  de  catorce 
mil  hombres,  i  que  ellas  emprendieron  resueltamente  la  cam- 
paña contra  los  chilenos.  En  el  norte,  es  decir  en  Tacna  i  en 
Arica,  los  aliados  tenian  mucho  menos  tropas.  Adefnas,  el 
presidente  Prado  sosteniendo  que  necesitaba  jente  para  de- 
fender a  Aiica  de  cualquier  ataque  por  mai,  dejó  en  esta  pla- 
za todas  las  fuerzas  peruanas  que  formaban  un  efectivo  de 
cerca  de  cuatro  mil  hombres.  El  jeneral  Daza,  por  su  parte, 
sacó  de  su  campamento  de  Tacna  todas  las  tropas  bolivianas 
que  estaban  en  situación  de  emprender  la  marcha,  i  que  mon- 
taban a  poco  mas  de  2,500  hombres.  En  Arica  se  les  dio  algún 
dinero,  que  no  habia  de  servirles  de  nada  en  la  travesía  del 
despoblado,  pero  se  les  suministraron  pocos  víveres  i  pocos 
elementos  de  trasporte,  que  habrían  sido  necesarios  para  la 
campaña.  Sin  embargo,  en  la  mañana  del  11  de  noviembre 
rompieron  la  marcha  llenos  de  entusiasmo  i  de  fé  en  el  resul- 
tado de  la  guerra.  Daza  les  habia  prometido  la  victoria  en 
cien  proclamas  en  que  los  chilenos  eran  llamados  miserables, 
ladrones  i  piratas  cobardes. 

La  sed,  el  calor,  la  falta  de  medios  de  movilidad,  hicieron 


OPERACIONES  MILITARES  155 


SU  efecto  en  aquellas  tropas,  de  suerte  que  el  i6  de  noviembre 
se  hallaban  solo  un  poco  al  sur  del  rio  Camarones.  El  jeneraj 
Daza,  después  de  consultar  a  sus  consejeros  mas  íntimos,  no 
quena  pasar  adelante.  Tenia  poca  confianza  en  el  resultado 
de  la  campaña  que  iba  a  mandar  en  jefe,  i  estaba  persuadido 
de  que  un  desastre  cualquiera  habia  de  ser  funesto  a  su  poder. 
Desde  tiempo  atrás  vivia  preocupado  por  los  temores  de  re- 
vueltas i  de  trastornos  que  amenazaban  la  estabilidad  de  su 
gobierno.  Presumía  que  volviendo  derrotado  a  Tacna,  esta- 
llarla en  Bolivia  i  quizá  en  su  propio  campamento,  una  revo- 
lución que  habia  de  costarle  la  pérdida  de  la  presidencia  de 
la  república.  Para  él,  entre  la  conservación  del  mando  supre- 
mo de  su  pais  i  la  ruina  de  la  alianza,  no  habia  lugar  a  vacila- 
ción; i  por  eso,  mas  que  en  la  guerra  que  él  mismo  habia  pro- 
vocado, pensaba  en  mantenerse  en  el  gobierno. 

Durante  la  marcha,  no  habia  cesado  de  telegrafiar  al  pre- 
sidente del  Perú  para  manifestarle  las  dificultades  que  en- 
contraba en  el  camino,  i  la  dificultad  en  que  su  división  se 
hallaba  para  seguir  avanzando.  El  presidente  Prado,  seguro 
del  poder  de  sus  tropas,  i  no  queriendo  que  los  bolivianos  se 
llevasen  la  gloria  del  triunfo  que,  según  creia  firmemente, 
debia  alcanzar  el  ejército  peruano  del  sur,  bajo  el  mando  del 
jeneral  Buendía,  previno  a  Daza  que  de  acuerdo  con  una  jun- 
ta de  guerra,  habia  resuelto  que  aquel  jeneral  atacase  a  los 
chilenos  sin  esperar  las  tropas  bolivianas  que  iban  del  norte, 
i  que  por  tanto  seria  inútil  i  hasta  peligroso  que  éstas  siguie- 
ran avanzando.  El  presidente  Daza  dio  conocimiento  de  este 
despacho  a  los  jefes  de  su  ejército,  i  en  la  tarde  del  i6  de  no- 
viembre impartió  a  sus  tropas  la  orden  de  contramarchar. 

Por  un  momento,  se  dejaron  sentir  en  los  batallones  boh- 
vianos  los  síntomas  del  mas  vivo  descontento.  Se  habló  de 
deponer  i  hasta  de  fusilar  a  Daza,  a  quien  acusaban  de  cobar- 
día; pero  con  la  intervención  de  algunos  de  los  jefes,  los  áni- 
mos se  tranquilizaron,  i  el  ejército  emprendió  la  retirada  hacia 
Arica.  Solo  quedaron  al  sur  del  rio  Camarones  algunos  cuer- 
pos lijeros  que  avanzaron  hasta  inquietar  a  los  chilenos  cuan- 
do, como  hemos  dicho  atrás,  tomaban  sus  posiciones.  El  pre- 


156  GUERRA    DEL  PACIFICO 


sidente  Daza,  que  habia  quedado  en  aquellas  inmediaciones, 
alcanzó  a  oir  el  cañoneo  de  la  batalla  del  19  de  noviembre,  i 
se  replegó  precipitadamente  a  Arica  cuando  supo  por  los  pri- 
meros dispersos  que  los  chilenos  estaban  vencedores. 

La  noticia  de  la  victoria  de  las  armas  chilenas  produjo  en 
Arica  la  impresión  que  es  fácil  suponer.  El  presidente  del  Perú 
hacia  mil  conjeturas  para  esplicarse  la  causa  del  desastre  de 
su  ejército,  i  acojia  todas  las  escusas  que  le  daban  los  prime- 
ros dispersos  de  la  batalla  que  llegaban  hasta  Arica.  Los  chi- 
lenos, le  decian  unos,  tenian  doble  número  de  tropas  el  dia 
del  combate.  Los  bolivianos,  decian  otros,  hicieron  fuego  so- 
bre los  peruanos.  La  batalla  debió  empeñarse  en  la  mañana, 
a  juicio  de  éstos:  o  el  dia  siguiente,  según  la  opinión  de  los 
otros.  El  presidente  Prado  lo  aceptaba  todo;  pero  se  inclinaba 
mas  a  atribuir  toda  la  responsabilidad  de  la  derrota  a  la  im- 
pericia del  jeneral  Buendía  i  de  su  estado  mayor,  esto  es  de 
los  mismos  hombres  a  quienes  él  habia  confiado  la  dirección 
de  la  campaña,  i  a  la  retirada  de  las  tropas  bolivianas  desde 
Camarones,  que  él  mismo  habia  autorizado  i  aconsejado. 

La  turbación  de  su  espíritu  producida  por  este  desastre, 
no  le  permitia  tomar  ninguna  resolución;  i  para  mayor  des- 
gracia suya,  los  consejeros  que  lo  rodeaban  no  discurrieron 
nada  que  revelase  cordura  ni  conocimiento  cabal  de  la  situa- 
ción. Así  fué  que  las  únicas  medidas  que  adoptó  fueron  o  in- 
conducentes o  erróneas.  Mandó  que  el  jeneral  Buendía  i  su 
estado  mayor  fuesen  sometidos  a  juicio.  En  seguida,  entregó 
el  mando  de  las  tropas  que  le  quedaban,  al  contra-almirante 
don  Lizardo  Montero,  hombre  inquieto  i  turbulento  que  ha- 
bia tomado  parte  en  veinte  revoluciones  en  que  nunca  habia 
demostrado  las  dotes  necesarias  para  el  mando.  Después  de 
esto,  el  presidente  del  Perú  se  embarcó  el  26  de  noviembre 
en  uno  de  los  vapores  de  la  compañía  inglesa  que  recorren  las 
costas  del  Pacífico,  i  se  dirijió  al  Callao  para  reasumir  el  go- 
bierno de  la  república,  que  habia  dejado  siete  meses  antes  en 
manos  del  vice-presidente. 

Creíase  entonces  que  el  jeneral  Prado  iba  a  reunir  nuevos 
ejércitos  en  la  capital  del  Perú,  i  que  luego  llegarían  a  Arica 


OPERACIONES  MILITARES  157 


Humerosos  continj  entes  de  tropas  para  organizar  una  vigo- 
rosa resistencia,  capaz  no  solo  de  defender  esta  plaza  sino  de 
reconquistar  la  provincia  de  Tarapacá.  Estas  esperanzas  no 
fueron,  sin  embargo,  de  larga  duración.  Dos  dias  después  de 
la  partida  del  presidente  Prado,  el  28  de  noviembre,  tres  bu- 
ques chilenos  establecian  el  bloqueo  de  Arica,  i  otras  naves 
recorrian  la  costa  hasta  Moliendo  para  impedir  que  llegase  a 
los  peruanos  todo  socorro  que  pudiera  enviárseles  por  mar. 
Al  mismo  tiempo,  algunos  destacamentos  chilenos  desembar- 
caban en  diversos  puntos  de  esa  costa  para  destruir  los  telé- 
grafos e  incomunicar  asi  al  ejército  de  Arica  con  el  gobierno 
de  Lima. 

No  se  limitó  a  esto  solo  la  acción  de  la  escuadra  chilena. 
Mientras  algunas  de  sus  naves  iban  a  cruzar  enfrente  del  Ca- 
llao i  de  los  puertos  del  norte  del  Perú  para  perseguir  a  los 
trasportes  enemigos,  otra  destruia  los  elementos  de  carguío 
de  guano  en  las  islas  de  Lobgs,  en  las  de  Chincha  i  en  la  bahía 
Independencia,  i  apresaba  una  valiosa  lancha-torpedo  salida 
de  Panamá  para  los  peruanos.  La  situación  del  Perú  comen- 
zaba a  ser  verdaderamente  crítica. 

En  Lima,  entre  tanto,  no  se  desconocían  los  embarazos  de 
esta  situación,  si  bien  se  abrigaba  todavía  una  confianza  cie- 
ga en  los  recursos  i  en  el  poder  del  Perú.  La  pérdida  de  la  pro- 
vincia de  Tarapacá  había  producido  la  mas  ardiente  irrita- 
ción. Acusábase  al  presidente  de  la  república  i  a  sus  jenerales 
de  ser  los  autores  de  todos  los  males  que  caían  sobre  la  nación. 
Se  les  maldecía  poco  menos  que  como  a  traidores;  i  a  favor 
de  las  desgracias  de  la  patria,  comenzaron  a  ajitarse  los  an- 
tiguos partidos  políticos  movidos  por  algunos  ambiciosos  que 
querían  escalar  el  poder  aun  en  aquellas  circunstancias.  Sin 
embargo,  el  presidente  Prado  fué  recibido  en  Lima  con  frial- 
dad, pero  sin  desacato;  e  inició  en  seguida  los  trabajos  de 
reorganización  militar. 

Su  primer  pensamiento  fué  aunar  todas  las  voluntades  para 
continuar  la  guerra  sin  estorbos.  Para  esto,  no  bastaba  el 
aconsejar  la  confraternidad  de  todos  los  peruanos  para  re- 
chazar al  enemigo  común,  sino  que  era  preciso  atraerse  a  los 


158  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


hombres  que  pasaban  por  los  mas  ardientes  enemigos  del  go- 
bierno. 

En  este  número  se  hallaba  el  doctor  don  Nicolás  de  Piérola, 
antiguo  ministro  de  hacienda  a  quien  el  congreso  peruano 
habia  mandado  encausar  en  1872  como  malversador  de  los 
caudales  del  estado.  Desde  entonces  se  habia  hecho  conspi- 
rador franco  i  resuelto,  i  durante  las  administraciones  de  don 
Manuel  Pardo  i  del  jeneral  Prado  habia  dirijido  diversas  re- 
voluciones que  no  lograron  trastornar  el  gobierno  establecido. 
Se  juzgará  el  terror  que  causaban  sus  maquinaciones  recor- 
dando el  hecho  siguiente.  En  1878,  cuando  fué  asesinado  en 
Lima  el  ex-presidente  Pardo,  Piérola  se  hallaba  en  Europa, 
i  no  era  posible  suponer  que  él  fuese  el  preparador  de  este 
crimen.  Sin  embargo,  se  creyó  que  el  complot  habia  sido  fra- 
guado en  su  casa,  i  su  esposa  fué  reducida  a  prisión.  Después 
de  esto,  Piérola  habia  residido  en  Chile;  i  cuando  estalló  la 
guerra  con  el  Perú,  condenaba  la  conducta  del  gobierno  de 
este  pais  por  convicción  honrada,  según  sus  amigos,  por  un 
obsecado  espíritu  de  partido  a  juicio  de  sus  adversarios.  Sea 
lo  que  se  quiera,  desde  que  su  patria  estuvo  empeñada  en  la 
guerra,  i  desde  que  ésta  no  se  presentaba  bajo  un  aspecto 
favorable,  se  trasladó  a  Lima,  para  prestar  a  su  manera  el 
continjente  de  su  voluntad  a  la  causa  de  la  defensa  nacional. 
Su  fama  de  conspirador  audaz  lo  revestia  del  prestijio  de 
hombre  de  carácter  de  acero,  i  las  turbas  creian  que  solo  él 
podia  salvar  al  Perú  en  su  infortunio.  Agregúese  a  esto  que 
en  Lima  habia  tomado  el  mando  de  un  batallón  de  la  guardia 
nacional  con  el  titulo  de  coronel. 

Para  congraciarse  con  la  opúnion  popular,  el  presidente 
Prado  olvidó  los  antiguos  odios  de  partido,  i  ofreció  a  Piérola 
un  puesto  en  su  ministerio.  Piérola  se  negó  abiertamente  a 
aceptar  este  cargo,  declarando  que  la  salvación  de  la  patria 
no  podia  llevarse  a  cabo  sin  un  cambio  mucho  mas  radical  en 
el  gobierno. 

Al  mismo  tiempo,  la  prensa  de  Lima  tomaba  un  tono  de 
censura  verdaderamente  amenazador.  Se  acusaba  al  gobierno 
de  ser  la  causa  de  todos  los  desastres  del  Perú.  En  una  reu- 


OPERACIONES  MILITARES  159 


nion  de  personajes  notables  de  la  capital,  que  tuvo  lugar  en 
la  noche  del  i6  de  diciembre,  a  que  asistieron  un  obispo  i  al- 
gunos miembros  de  los  tribunales, de  justicia,  i  en  que  se  pidió 
el  enjuiciamiento  de  los  jenerales  del  ejército  de  Tarapacá  i 
la  caida  del  ministerio,  se  habia  hablado  de  fortificar  la  ac- 
ción del  presidente  de  la  república  rodeándolo  de  nuevos 
consejeros;  pero  allí  mismo  se  dejó  ver  que  el  supremo  man- 
datario no  contaba  con  simpatías  mui  ardientes  ni  con  par- 
tidarios dispuestos  a  defenderlo  resueltamente.  Por  otra  parte, 
en  esa  misma  reunión  se  exijia  del  presidente  de  la  república, 
como  «el  deseo  enérjico  del  pais»,  que-  el  gobierno  espulsara 
inmediatamente  de  la  provincia  de  Tarapacá  al  ejército  chi- 
leno que  acababa  de  afianzar  su  dominación  en  ese  territorio 
con  las  mas  espléndidas  victorias.  Esta  exijencia,  mui  fácil 
sin  duda  de  formularse,  era  de  imposible  realización.  Ella  im- 
ponía al  presidente  de  la  república  una  responsabilidad  que 
era  mui  pehgroso  aceptar. 

Ante  una  situación  semejante,  el  presidente  Prado  acabó 
por  creerse  perdido;  i  temiendo  ser  descuartizado  un  día  u 
otro  por  el  populacho  de  Lima,  cuyos  instintos  son  feroces  en 
los  días  de  revuelta  triunfante,  no  pensó  mas  que  en  tomar 
una  resolución  suprema  que  lo  pusiera  a  salvo  de  tamaño  pe- 
ligro. 

El  i8  de  diciembre  el  jeneral  Prado  asistió,  como  siempre, 
a  su  despacho  en  el  palacio  de  Lima.  Como  ese  era  el  día  de 
su  cumpleaños,  recibió  la  visita  de  muchos  funcionarios  ci- 
viles i  militares,  i  manifestó  tanta  tranquilidad  como  en  los 
mejores  días  de  su  gobierno.  A  las  tres  de  la  tarde  tomó  el 
tren  que  partía  para  el  Callao.  Las  personas  que  lo  vieron 
salir  creyeron  que  el  presidente  iba  a  visitar  las  fortalezas  i 
los  cuarteles;  i  nadie  tuvo  la  menor  inquietud. 

En  las  primeras  horas  de  la  noche  se  leía  en  las  calles  de 
Lima  la  siguiente  proclama: 

«El  presidente  constitucional  de  la  república,  a  la  nación  i 
al  ejército: 

«Conciudadanos:  los  grandes  intereses  de  la  patria   exijen, 


160  GUERRA    DEL  PACIFICO 


que  hoi  parta  para  el  estranjero,  separándome  temporalmente 
de  vosotros  en  los  momentos  en  que  consideraciones  de  otro 
orden  me  aconsejaban  permanecer  a  vuestro  lado.  Mui  gran- 
des i  mui  poderosos  son  con  efecto  los  motivos  que  me  indu- 
cen a  tomar  esta  resolución.  Respetadla,  que  algún  derecho 
tiene  para  exijirlo  así  el  hombre  que  como  yo  sirve  al  pais  con 
buena  voluntad  i  completa  abnegación. 

«Soldados:  Si  nuestras  armas  sufrieren  parciales  desastres 
en  los  primeros  dias  de  noviembre,  el  27  del  mismo  se  cubrie- 
ron de  gloria  en  la  provincia  de  Tarapacá.  Seguro  estoi  de  que 
en  cualquiera  circunstancia  imitareis  el  ejemplo  de  vuestros 
hermanos  del  sur. 

«Peruanos:  S.  E.  el  primer  vice-presidente  de  la  república 
queda  encargado  del  poder  ejecutivo  conforme  a  la  lei.  Os 
recomiendo  prestéis  a  sus  actos  toda  vuestra  cooperación. 

«Al  despedirme  os  dejo  la  seguridad  de  que  estaré  oportu- 
namente en  medio  de  vosotros. 

«Tened  fe  en  vuestro  conciudadano  i  amigo. 

Mariano  Ignacio  Prado. ^ 
«Lima,  diciembre  18  de  1879.» 


Junto  con  esta  proclama  circulaba  impreso  el  decreto  si- 
guiente: 

«Mariano  Ignacio  Prado,  presidente  constitucional  de  la 
república. 

«Por  cuanto  estoi  autorizado  para  salir  del  pais,  por  la  re- 
solución lejislativa  de  9  de  mayo  de  1879,  i  asuntos  mui  im- 
portantes i  urj entes  demandan  mi  presencia  en  el  estranjero, 
i  es  mi  deber  i  mi  deseo  hacer  cuanto  pueda  en  favor  del  pais, 
«Decreto: 

«Artículo  único.  Encargúese  de  la  presidencia  de  la  repú- 
blica S.  E.  el  vice-presidente,  conforme  a  los  artículos  90  i  93 
de  la  constitución. 


OPEEAOIONES   MILITARES  161 


«Imprímase,  publíquese  i  circúlese  para  su  debido  cumpli- 
miento. 

«Dado  en  la  casa  del  supremo  gobierno,  en  Lima,  a  i8  de 
diciembre  de  1879. — Mariano  Ignacio  Prado. — Manuel  G. 
de  la  Colera. — B.  Elguera. — Adolfo  Quiroga. — F.  M.  Quim- 
per.» 

Esa  proclama  i  ese  decreto,  leídos  en  todas  partes  con  la 
mayor  avidez,  revelaban  a  las  poblaciones  de  Lima  i  del  Ca- 
llao un  acontecimiento  de  la  mayor  gravedad,  la  fuga  del  pre- 
sidente de  la  república.  En  efecto,  el  jeneral  Prado  llegó  al 
Callao  cerca  de  las  tres  i  media  de  la  tarde,  en  compañía  de 
dos  de  sus  ministros  i  de  algunos  de  sus  amigos  mas  íntimos. 
Minutos  después  tomaba  una  chalupa  de  la  capitanía  del 
puerto,  i  se  dirijia  a  bordo  de  uno  de  los  vapores  de  la  compa- 
ñía inglesa,  del  Paita,  que  en  esa  misma  tarde  seguía  viaje 
para  Panamá.  Allí  mismo  se  despidió  de  sus  compañeros,  ase- 
gurándoles que  se  dirijia  a  los  Estados  Unidos  i  a  Europa  a 
comprar  buques  i  armas  para  volver  en  pocos  meses  a  casti- 
gar a  los  cobardes  chilenos.  El  Paita  salió  del  Callao  a  las  cua- 
tro de  la  tarde;  i  solo  una  hora  después  comenzó  a  divulgarse 
en  el  puerto  la  partida  del  presidente  de  la  república. 

Tan  estraña  determinación  del  jefe  supremo  del  estado, 
inspirada  indudablemente  por  el  deseo  de  sustraerse  a  la 
enorme  responsabilidad  que  le  imponía  la  situación,  habia 
sido  también  aconsejada  por  sus  ministros,  que,  como  se  ve 
por  el  decreto  que  hemos  copiado  mas  arriba,  estaban  en  el 
secreto  de  todo.  Pero  ¿qué  podía  inducir  a  los  ministros  del 
jeneral  Prado  a  aconsejarle  que  se  ausentase  del  Perú  en  mo- 
mentos tan  solemnes?  Es  fácil  comprender  que  lo  menos  en 
que  se  pensaba  era  en  que  el  presidente  fuese  capaz  de  adqui- 
rir i  de  organizar  una  escuadra  en  el  estranjero.  Esa  empresa 
habría  exijido  muchos  recursos  de  dinero  i  grandes  dotes  de 
intelijencia  i  de  actividad;  i  después  de  la  campaña  de  Tara- 
pacá,  a  nadie  se  le  podía  ocurrir  que  Prado  poseía  esas  cuali- 
dades. 

Hai,  pues,  en  este  imprevisto  desenlace   de  aquella  situa- 

TOMO  XVI. — 1 1 


162  GUBRKÁ   DEL  PACÍFICO 


cioii,  algún  misterio  que  la  historia  no  puede  descubrir  por 
el  momento,  pero  acerca  del  cual  no  tardarán,  sin  duda,  en 
aparecer  las  mas  curiosas    revelaciones.  Es  posible  que  los 
ministros,  conociendo  la  incapacidad  del  presidente  para  di- 
rijir  la  guerra,  quisieran  alejarlo  del  Perú  para  organizar  la 
defensa  del  pais  con  mayor  enerjía;  pero  es  mas  posible  que 
alguno  de  esos  ministros,  probablemente  el  jeneral  don  Ma- 
nuel González  de  la  Gotera,  hombre  de  espíritu   inquieto  i 
turbulento,  q^e  hábia  tomado  parte  en   otras  revoluciones, 
viera  en  aquel  suceso  la  ocasión  de  apoderarse  del  mando  su- 
premo. Después  de  haber  alejado  del  gobierno  al  jeneral  Pra-^ 
do,  nada  era  más  fácil  que  hacer  a  un  lado  al  jeneral  La  Puer- 
ta, anciano  valetudinario  que  no  inspiraba  confianza  a  nadie. 
Sea  lo  que  se  quiera.  El  presidente  Prado,  que  veia  destro- 
zado su  ejército  en  el  sur,  i  que  comprendía  los  peligros  de  la 
situación  interior,  cuando  con  discursos  i  proclamas  se  le  exir 
jia  que  arrojase  a  los  chilenos  de  Tarapacá,  tuvo  razón  para 
persuadirse  de  que  estaba  perdido.  Pero  no  la  tuvo  para  aban- 
donar el  pais  de  la  manera  que  lo  hi^o.  Se  recordará  que  ocho 
meses  antes,  en  marzo  de  1879,  cuando  en  el  Perú  se  hablaba 
con  la  mayor  confianza  de  invadir  a  Chile  i  de  obligarlo  a  fir- 
mar la  paz  en  Santiago  i  bajo  la  presión  de  un  ejército  victo^ 
rioso,  el  congreso  peruano  habia  autorizado  al  jeneral  Prado 
para  tomar  el  mando  en  jefe  de  las  tropas  i  para  salir  del  te- 
rritorio. Esa  autorización  era  invocada  ahora  por  el  presidente 
del  Perú  para  embarcarse  secretamente,  i  para  abandonar  el 
gobierno  i  el  pais  en  la  situación  terrible  a  que  por  falta  de 
intelijencia  i  de  carácter  habia  dejado  arrastrarlo,  provocan- 
do una  guerra  que  un  verdadero  hombre  de  Estado  habría 
sabido  i  habría  podido  evitar  1. 

¡  .  I.  A  pocas  leguas  del  Callao,  el  Paita  fué  detenido  i  visitado  por  dos  cru- 
^ceros  chilenos.  El  jeneral  Prado,  creyendo  que  se  le  queria  sacar  a  bordo,  se 
hizo  ocultar  cuidadosamente,  i  el  Paita  siguió  su  viaje  sin  otra  novedad.  Se 
lia  dicho,  no  sabemos  con  qué  fundamento,  que  los  marinos  chilenos  supier 
•XQji  que  ese  vapor  trasportaba  al  presidente  del  Perú,  i  que  se  hicieron  de- 
sentendidos calculando  que  su  prisión,  sin  producir  ventaja  alguna  para 
Chile,  daria  a  ese  alto  personaje  una  parte  del  prestijio  que  habia  pei'didó 
'ton  ia  fuga. 


OPERACIONES    MILITARES  163 


Tan  luego  como  el  pueblo  de  Lima  tuvo  noticia  de  la  parti- 
da del  presidente,  se  hizo  sentir  en  la  ciudad  una  confusión 
indescriptible.  En  la  misma  noche  (i8  de  noviembre)  el  pue- 
blo tocó  a  rebato  las  campanas  de  la  Catedral,  i  las  calles  i 
plazas  se  llenaron  de  j  entes  de  un  aspecto  amenazador.  Por 
todas  partes  no  se  oian  mas  que  gritos  de  furor  i  de  indigna- 
ción, ¡Muera  Prado!  decian  unos.  ¡Mueran  los  chilenos  que 
gobiernan  al  Perú!  ¡Mueran  los  traidores!  gritaban  otros.  Dos 
de  los  ministros  de  estado,  seguidos  de  fuertes  escoltas,  reco-. 
rrian  las  calles,  e  impidieron  por  el  momento  el  estallido  de 
una  revolución.  La  noche  se  pasó  sin  ningún  suceso  definitivo. 

A  la  mañana  siguiente,  la  ajitacion  volvió  a  renacer.  La 
prensa  alzó  la  voz  para  condenar  en  los  términos  mas  enér ji- 
cos la  fuga  del  jeneral  Prado.  El  vice-presidente  de  la  repú- 
blica, jeneral  La  Puerta,  agregaban  los  diarios,  no  está  en  si- 
tuación por  su  vejez  i  por  sus  enfermedades  de  asumir  el  go- 
bierno supremo  en  estas  circunstancias,  i  mucho  menos  de 
mandar  las  tropas  que  deben  operar  contra  Chile.  En  tal  con-, 
tinjencia,  el  jeneral  Daza,  el  presidente  de  Bolivia,  debe  po- 
nerse a  la  cabeza  de  los  ejércitos  ahados;  i  el  Perú  no  puede 
consentir  en  que  sus  batallones  sean  mandados  por  un  Daza. 
Los  ajitadores  indicaban  la  necesidad  de  confiar  el  gobierno 
a  un  hombre  de  la  mas  probada  enerjia,  i  comenzaron  a  seña- 
lar a  Piérola  como  el  salvador  de  la  situación.  Sin  embargo. 

El  jeneral  Prado  tocó  en  Guayaquil  el  22  de  diciembre,  i  desde  allí  dirijió 
a  Lima  una  larga  carta  destinada  a  justificar  su  conducta,  esplicando  lo^ 
móviles  de  su  viaje  i  las  razones  que  habia  tenido  para  hacerlo  clandestina- 
mente. «Volveré  pronto,  decia  allí,  sea  para  sepultarme  en  el  mar^  sea  para 
ofrecer  al  Perú  una  espléndida  victoria».  Esta  carta  fué  publicada  por  toda 
la  prensa  del  Perú,  i  en  todas  partes  no  despertó  mas  que  arranques  de  in- 
dignación, o  las  burlas  mas  sangrientas. 

Cuando  los  diarios  de  Estados  Unidos  publicaron  en  enero  de  1880,  un 
telegrama  que  anunciaba  la  fuga  del  presidente  Prado  el  18  de  diciembre, 
el  encargado  de  negocios  del  Perú  en  Washington  hizo  desmentir  la  noticia, 
declarando  que  era  una  invención  de  los  ajentes  de  Chile.  El  encargado  de 
negocios  del  Perú  decia  que  él  tenia  comunicaciones  de  Lima  del  20  de  di_ 
ciembre,  i  que  este  dia  el  presidente  Prado  estaba  tranquilamente  a  la  ca- 
beza del  gobierno  de  su  pais.  Se  comprenderá  fácilmente  el  descrédito  en  qu« 
después  de  ésta  i  otras  aseveraciones  análogas,  cayeron  en  el  estranjero  las; 
declaraciones  oficiales  de  los  ajentes  diplomáticos  del  Perú. 


164  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


el  dia  19  de  diciembre  pasó  en  tranquilidad.  Solo  en  la  noche 
volvió  el  pueblo  a  reunirse  en  las  calles  i  plazas  de  la  ciudad, 
i  fué  necesario  que  de  nuevo  acudiese  la  tropa  a  dispersarlo. 

Pero  aquella  situación  no  podia  durar  mucho  tiempo.  El 
descontento  del  populacho  iba  en  aumento;  i  la  tropa  comen- 
zaba también  a  inquietarse.  En  la  tarde  del  21  de  diciembre, 
uno  de  los  batallones  que  guarnecian  a  Lima,  se  pronunció 
en  abierta  rebelión.  El  jeneral  La  Gotera,  ministro  de  la  gue- 
rra, se  puso  a  la  cabeza  de  los  otros  cuerpos,  i  apoyado  por 
cuatro  piezas  de  artillería,  marchó  a  atacar  en  su  cuartel  al 
batallón  sublevado.  Hubo  allí  un  combate  encarnizado  que 
duró  cerca  de  dos  horas  sin  resultado  decisivo. 

Mientras  tanto,  la  revolución  asomaba  en  otros  barrios  de 
la  ciudad.  El  jeneral  La  Gotera  se  vio  obligado  a  suspender 
el  ataque  del  cuartel  en  que  se  defendían  los  rebeldes  para  ir 
a  resguardar  el  palacio  de  gobierno  que  se  decía  amenazado. 
En  efecto,  otro  batallón  igualmente  sublevado,  se  presentó 
en  la  plaza  principal  de  la  ciudad,  capitaneado  por  su  coman- 
dante Piérola.  El  combate  se  renovó  allí,  i  duró  hasta  después 
de  las  diez  de  la  noche,  sin  que  el  triunfo  se  declarase  por  nin- 
guno de  los  dos  contendientes.  Diversos  piquetes  de  tropa  se 
habían  agregado  a  los  revolucionarios,  desertando  así  de  las 
filas  del  gobierno.  El  populacho  estaba  armado,  i  se  pronun- 
ciaba abiertamente  por  la  causa  de  la  revolución;  pero  las 
tropas  resistían  siempre,  i  disputaban  el  triunfo  con  bastante 
ardor.  A  esas  horas,  las  calles  i  plazas  de  Lima  estaban  sem- 
bradas de  mas  de  300  muertos,  entre  ellos  algunos  jefes  mili- 
tares. Un  número  considerable  de  heridos  era  asistido  en  las 
casas  i  en  las  boticas  de  las  calles  vecinas.  La  parte  acomo- 
dada de  la  población  se  hallaba  sumida  en  la  mayor  conster- 
nación en  presencia  de  un  combate  cuyo  término  nadie  p'odia 
prever. 

El  coronel  Piérola,  temiendo  que  la  prolongación  del  com- 
bate pudiera  producir  el  desaliento  de  sus  partidarios,  cambió 
de  plan.  Reunió  todos  los  cuerpos  que  lo  acompañaban  (que 
a  esas  horas  ya  eran  cuatro),  i  las  turbas  armadas  que  los  se- 
guían, i  se  puso  en  marcha  para  el  Callao,  cuya  guarnición 


OPERACIONES     MILITARES  165 


estaba  preparada  i  convenida  para  apoyarlo.  Las  fuerzas  del 
jeneral  La  Gotera  no  se  atrevieron  a  perseguirlo.  El  caudillo 
revolucionario  pudo  así  penetrar  en  esa  ciudad  al  amanecer 
del  dia  22,  i  tomar  posesión  de  los  cuarteles,  i  poco  mas  tarde 
de  los  fuertes,  sin  disparar  un  tiro.  La  revolución  quedaba 
triunfante  en  aquella  importante  plaza  militar,  mientras  el 
gobierno  permanecía  en  Lima  rodeado  de  una  población  cuya 
mayoría  le  era  hostil,  i  de  un  ejército  que  no  le  inspiraba  mu- 
cha confianza. 

El  aspecto  que  presentaba  la  capital  en  esa  mañana  era  el 
de  un  campamento.  Las  casas,  los  almacenes  i  las  tiendas  de 
la  ciudad  permanecían  cerrados,  i  la  mayor  intranquilidad 
reinaba  en  todas  partes.  En  las  calles  no  se  veían  mas  que 
destacamentos  de  tropas  armadas  como  para  un  combate.  El 
arzobispo  i  otros  dos  obispos  que  se  hallaban  en  Lima,  sim- 
patizaban con  la  causa  de  Piérola,  que  siempre  habia  perte- 
necido al  partido  devoto;  pero  disimulando  sus  sentimientos, 
e  invocando  solo  el  interés  de  la  patria  i  de  la  humanidad, 
proponían  que  la  revolución  se  terminase  sin  mas  efusión  de 
sangre,  dejando  el  jeneral  La  Puerta  el  gobierno  de  la  repú- 
blica en  manos  del  caudillo  revolucionario.  Menos  exijentes 
que  ellos  fueron  algunos  vecinas  respetables  que  se  acercaron 
al  palacio  a  pedir  solo  que  se  entablasen  negociaciones  con  los 
jefes  revolucionarios  que  mandaban  en  el  Callao.  El  vice-pre- 
sidente  de  la  república,  a  pesar  de  su  avanzada  edad,  mani- 
festó grande  entereza.  Se  negó  a  entrar  en  ningún  arreglo  con 
los  sublevados;  i  de  acuerdo  con  sus  secretarios  dispuso  que 
el  ministro  de  la  guerra  marchase  a  atacar  el  Callao  a  la  cabe- 
za de  sus  tropas. 

El  jeneral  La  Cotera  parecía  resuelto  a  ejecutar  este  acuer- 
do; i  aun  salió  de  la  ciudad  con  algunas  fuerzas  de  caballería- 
Pero  sus  tropas  no  estaban 'dispuestas  a  acompañarlo  en  esta 
empresa.  El  pueblo  había  hecho  fuego  en  la  mañana  contra 
un  destacamento  de  soldados  en  uno  de  los  barrios  de  la  ciu- 
dad, i  todo  hacía  creer  que  la  situación  era  insostenible,  i  que 
la  población  se  sublevaría  de  nuevo  tan  pronto  como  el  go- 
bierno sacase  las  tropas  para  atacar  al  Callao.  Los  jefes  mili- 


166  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tares  desconfiando  hasta  de  sus  soldados,  i  sin  ánimos  para 
seguir  resistiendo  a  la  conmoción  popular,  acordaron  plegarse 
al  fin  a  ella,  i  en  consecuencia  declararon  al  ministro  de  la 
guerra  su  firme  resolución  de  no  prolongar  mas  tiempo  la  lu- 
cha. En  vista  de  esta  situación,  uno  de  los  obispos  logró  redu- 
cir al  vice-presidante  La  Puerta  a  dejar  el  mando.  Antes  de 
anochecer,  la  revolución  estaba  terminada;  i  en  la  mañana 
siguiente  (23  de  diciembre)  Piérola  hacia  su  entrada  solemne 
en  la  capital. 

En  el  Perú  se  ha  acostumbrado  dar  el  título  de  jefe  supre- 
mo del  estado  a  los  caudillos  que  después  de  apoderarse  del 
mando  por  una  revolución,  invisten  el  carácter  de  dictadores. 
El  coronel  Piérola  tomó  ese  título,'  i  en  consecuencia  procedió 
a  organizar  su  poder  con  toda  actividad  i  con  toda  enerjía. 
Con'el  nombre  de  estatuto  provisorio,  dictó  el  27  de  diciembre 
una  constitución  de  doce  artículos  que  habrían  podido  refun- 
dirse en  uno  solo  que  dijese:  «La  suma  del  poder  público  reside 
en  el  jefe  supremo  del  Estado,  quien  queda  investido  de  facul- 
tades omnímodas  i  absolutas»  2.  Aunque  el  estatuto  proviso- 
rio creaba  un  consejo  de  estado,  este  cuerpo,  ademas  de  ser 
compuesto  de  funcionarios  nombrados  por  el  jefe  supremo, 
no  tendrían  mas  que  voto  consultivo,  de  tal  suerte  que  sus 


2.  Como  documento  curioso  e  importante  para  la  historia,  insertamos 
aquí  la  constitución  decretada  por  el  dictador.  Hela  aquí: 

«Nicolás  de  Piérola,  jefe  supremo  de  la  república, 

«Por  cuanto  es  mi  ánimo  conciliar  los  respetos  debidos  a  la  justicia  natu- 
ral i  a  la  tradición  política  de  la  república  con  la  acción  amplia  i  espedita, 
que  demandan  la  rejeneracion  de  nuestras  instituciones  i  el  definitivo  i  glo- 
rioso triunfo  de  las  armas  nacionales. 

«He  venido  en  sancionar  el  siguiente  estatuto  provisorio: 

Art.  1.3  La  soberanía  e  independencia  del  Perú  son  el  fundamento  de  su 
vida  política  i  social. 

«Art.  2.0  La  unidad  de  la  familia  peruana  i  la  integridad  del  territorio 
que  histórica  i  jurídicamente  le  pertenecen,  no  pueden  romperse,  ni  men 
guarse  sin  cometer  un  atentado  de  lesa  patria. 

«Art.  3.°  No  se  altera  el  artículo  4P  de  la  antigua  Constitución  relativo  a 
la  Telijion  del  Estado. 

«Art.  4.0  El  gobierno  garantiza  la  instrucción  primaria  a  todos  los  ciuda- 
danos i  fomenta  la  instrucción  superior  i  facultativa. 

«Art.  5.0  Queda  sancionada  la  independencia  del  poder  judicial;  pero  el 


OPERACIONES      MILITARES  1^67 


acuerdos  carecian  de  fuerza  legal  sin  el  beneplácito,  del  dicta^ 
dor.  No  ha  sido  la  menor  de  las  desgracias  que  han  caido  sot 
bre  el  Perú  en  esta  guerra,  el  ver  constituido  un  pod,er  de  esta 
naturaleza.  •,      ,    ,     . 

.  La  dictadura  comenzó  por  ejercer  estas  amplias  atribucio- 
nes con  cierta  moderación.  Fuera  de  una  corta  prisión  apli- 
cada a  todos  los  periodistas  de  Lima  por  no  haber  firmado 
sus  escritos,  i  de  haberlos  obligado  a  suscribir  una  declaración 
humillante,  no  hubo  en  los  primeros  dias  mas  que  uno  que 
otro  acto  de  violencia.  Piérola- guardó  al  principio  algunos 
miramientos  a  sus  antiguos  enemigos  políticos;  ,pero  luego 
cayeron  sobre  muchos  de  ellos  providencias  ultrajantes  i  ve^ 
jatorias.  El  ex-presidente  Prado  fué  suprimido  de  la  lista  de 
los  jenerales  de  la  nación,  i  privado  de  sus  derechos  de  ciuda- 
dano. Para  congraciarse  con  la  plebe,  que  hacia  la  fuerza  de 


gobierno  se  reserva  el  derecho  dé  velar  eficazmente  por  la  pronta  i  exacta 
administración  de  justicia. 

«Art.  6.3  Los  códigos  civiles  i  penales  quedan  en  todo  su  vigor  i  fuerza 
mientras  se  vayan  haciendo  en  ellos  las  reformas  necesarias. 

«Art.  7;3  Quedan  garantizados  bajo  la  lealtad  del  gobierno:  la  seguridad 
personal,  la  libertad  i  la  propiedad,  el  derecho  al  honor,  la  igualdad  ante  la 
lei,  la  libertad  de  imprenta,  quedando  proscrito  el  anónimo,  que  se  persegui- 
rá como  pasquín. 

«Los  delitos  cometidos  por  medio  de  la  imprenta"  no  cambian  su  naturale- 
za. En  su  consecuencia,  serán  juzgados  por  los  tribunales  respectivos. 

«La  libertad  de  industria,  en  cuanto  no  sea  dañosa  de  modo  alguno. 

«La  libertad  de  asociación. 

«El  derecho  de  pedir  justicia  o  gracia  individual  o  colectivamente;  pero 
guardando  las  formas  i  por  los  conductos  regulares; 

«Art.  8. o  La  traición  a  la  patria,  la  cobardía  e  insubordinación  militar,  la 
.deserción  en  campaña,  el  peculado,  la  prevaricación,  el  cohecho,  la  defrau- 
dación de  bienes  públicos,  el  homicidio  premeditado  i  alevoso,  i  el  bandole- 
rismo,.cualquiera  que  sea  la  condición  del  culpable,  o  el  carácter  que  invista, 
serán,  durante  la  presente  guerra,  juzgados  militarmente,  i  penados  con  la 
pena  capital. 

«Los  bienes  de  sociedades  anónimas,  de  bancos  industriales  o  mercantiles,, 
serán  considerados  como  bienes  públicos  para  el  juzgamiento  i  aplicación 
de  la  pena. 

«Art.  9.0  Las  virtudes  cívicas  i  las  acciones  distinguidas  i  heroicas  seíán 
premiadas  por  la  munificencia  de  la  nación,  ejercitada  por  su  jefe. 

«Art.  10.  Créase  un  consejo  de  estado  compuesto  del  reverendísimo  Me- 
,tropolitanp, .  del  presidente  actual  del  Congreso  de  juristas,  del  presidente 


168  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


SU  poder,  el  dictador  agregó  a  su  título  de  jefe  supremo  el  de 
^Protector  de  la  raza  indíjena.» 

La  moderación  de  los  primeros  dias  de  la  dictadura  habia 
tenido  por  causa  un  cálculo  político.  El  ejército  del  sur  estaba 
mandado  por  el  contra-almirante  Montero,  espíritu  inquieto 
i  revolucionario,  enemigo  irreconciliable  de  Piérola,  i  el  mas 
encarnizado  de  sus  acusadores  en  el  congreso  de  1872.  El  dic- 
tador temia  que  Montero  desconociese  su  autoridad,  i  que 
viniese  a  crearle  una  situación  embarazosa  i  quizá  insosteni- 
ble. Pero  en  vista  del  peligró  común,  el  jefe  del  ejército  del 
sur  depuso  sus  odios,  i  reconoció  al  nuevo  gobierno.  Desde 
ese  momento,  Piérola  se  creyó  libre  del  peligro  que  lo  amena- 
zaba por  ese  lado. 

Mientras  tanto,  en  Arica  se  continuaba  la  reorganización 
del  ejército  encargado  de  sostener  la  guerra  contra  los  chile- 
nos. El  17  de  diciembre  habían  llegado  allí  los  restos  salvados 
de  la  desastrosa  campaña  de  Tarapacá.  Montero  los  esperaba 
afuera  de  la  ciudad,  i  en  el  mismo  lugar  comunicó  a  sus  jefes, 
el  jeneral  Buendía  i  el  coronel  Suárez,  que  quedaban  separa- 
dos del  mando  i  sometidos  a  juicio.  Los  dos  jefes  habrían  que- 
rido entrar  al  pueblo  a  la  cabeza  de  sus  tropas,  para  ahorrarse, 

de  la  suprema  corte  de  justicia,  del  presidente  del  tribunal  mayor  de  cuen- 
tas, del  prior  del  consulado,  del  rector  de  la  Universidad  de  Lima,  i  de  seis 
consejeros  mas,  nombrados  por  el  jefe  supremo  de  la  república,  entre  los 
cuales  figurará  un  jeneral  del  ejército. 

«Art.  II.  A  este  consejo  pedirá  el  gobierno  su  voto  consultivo  respecto 
de  los  asuntos  que  en  su  concepto  lo  requieran. 

«Ejercerá  igualmente  las  funciones  de  tribunal  de  apelaciones  i  última 
instancia  en  los  asuntos  contenciosos  administrativos. 

«Art.  12.  Este  estatuto  rejirá  mientras  se  den  las  instituciones  definitivas 
a  la  república. 

«Dado  en  la  casa  de  gobierno,  en  Lima,  a  27  dias  del  mes  de  diciembre  del 
año  de  1879. — N.  de  Piérola. 

«El  secretario  de  Estado  en  el  despacho  de  relaciones  esteriores  i  culto  en- 
cargado accidentalmente  del  de  gobierno  i  policía,  Pedro  José  Calderón. 

«El  secretario  de  Estado  en  el  despacho  de  justicia  e  instrucción,  Federico 
Famoso. 

i«El  secretario  de  Estado  en  el  despacho  de  fomento,  Mariano  Echegarai. 

«El  secretario  de  Estado  en  el  despacho  de  guerra,  Miguel  Iglesias. 

«El  secretario  de  Estado  en  el  despacho  de  marina,  Manuel  Villar. 

«El  secretario  de  Estado  en  el  despacho  de  hacienda,  Manuel  Barrinaga.* 


OPEBACIONBS   MILITARES  169 


a  lo  menos,  la  vergüenza  de  verse  degradados  delante  de  ellas. 
Montero  no  lo  consintió,  sin  embargo,  como  si  hubiera  tenido 
placer  en  humillar  a  esos  dos  militares  que  acababan  de  eje- 
cutar con  buen  éxito  la  penosísima  retirada  de  Tarapacá,  i  a 
quienes  al  mismo  tiempo  se  les  proclamaba  vencedores  en  el 
último  combate  de  la  campaña,  que  la  prensa  i  el  gobierno 
persistían  en  llamar  una  espléndida  victoria  de  las  armas  del 
Perú. 

El  contra-almirante  peruano  inició  inmediatamente,  con 
,un  grande  aparato  de  proclamas  i  de  decretos,  los  trabajos 
necesarios  para  reorganizar  su  ejército  i  para  concluir  las  for- 
tificaciones de  Arica.  Pero,  si  la  arrogancia  natural  de  este 
jefe  habia  cedido  en  nombre  de  la  patria  hasta  reconocer  el 
gobierno  de  su  antiguo  enemigo  Piérola,  él  no  estaba  dispues- 
to a  quedar  sometido  bajo  las  órdenes  del  presidente  de  So- 
livia, a  quien,  en  virtud  de  las  anteriores  estipulaciones,  co- 
rrespondía el  mando  de  todo  el  ejército  mientras  no  saliese 
a  campaña  el  jefe  supremo  del  Perú. 

El  jeneral  Daza  se  hallaba  entonces  en  Tacna,  i  habia  lle- 
gado a  ser  un  objeto  de  odio  para  peruanos  i  bolivianos.  Acu- 
sábanlo los  primeros  de  cobardía  i  de  traición,  haciéndolo 
responsable  de  los  desastres  de  la  campaña  de  Tarapacá,  por 
no  haber  acudido  con  sus  tropas  al  teatro  de  la  guerra.  Los 
bolivianos,  hastiados  con  el  despotismo  grosero  de  un  soldado 
ignorante,  que  no  veía  en  la  guerra  mas  que  un  medio  de  con- 
servarse en  el  poder,  cansados  de  oírse  llamar  cobardes  i  trai- 
dores por  sus  propios  aliados,  no  se  resignaban  a  tolerar  por 
mas  tiempo  aquella  situación.  Desde  principios  de  diciembre 
no  se  hablaba  en  el  campamento  boliviano  mas  que  de  pro- 
yectos de  revolución;  i  cada  correo  que  llegaba  del  interior, 
anunciaba  también  que  el  pueblo  de  Bolivia  estaba  resuelto 
a  darse  un  nuevo  mandatario. 

Estos  rumores  mantenían  intranquilo  al  presidente  Daza. 
Para  él,  la  guerra  era  cuestión  secundaria.  Su  pensamiento 
fijo  e  invariable,  era  volver  a  Bolivia  con  una  parte  de  sus 
tropas  a  castigar  a  sus  adversarios  i  a  consolidar  su  poder. 
«Ya  veremos  si  se  ríen  de  mí  cuando  me  vean  llegar  a  la  ca- 


170  GUERRA   DEL   PACIFICO 


beza  de  mis  mas  fieles  soldados.  Ya  veremos  lo  que  valen  las 
-fortificaciones  i  las  trincheras  que  hagan  en  La  Paz  contra 
los  cañones  Krupp  con  que  ahora  cuento.  Solo  deseo  envolver 
a  los  periodistas  que  me  insultan,  en  los  mismos  papeles  que 
han  escrito,  para  ponerlos  de  blanco  a  mis  rifleros».  Tales  eran 
Jas  amenazas  que  a  cada  hora  proferia  delante  de  los  hombres 
que  él  creia  sus  mas  decididos  partidarios. 

Pero,  para  regresar  a  Bolivia,  el  presidente  Daza  tenia  que 
inventar  un  pretesto  que  lo  justificase  ante  áus  aliados,  los 
peruanos,  i  ante  sus  propios  soldados.  Discurrió  entonces  un 
plan  de  campaña,  irrealizable  a  todas  luces,  i  en  que  él  mismo 
no  podia  tener  la  menor  confianza,  pero  con  el  cual  creyó  en- 
gañar a  los  suyos  i  a  sus  aliados. 

Consistia  este  proyecto  en  volver  a  Bolivia,  para  engrosar 
allí  su  ejército,  i  en  repasar  en  seguida  las  cordilleras  mucho 
mas  al  sur,  para  caer  por  la  espalda  sobre  el  ejército  chileno 
que  ocupaba  tranquilamente  todo  el  litoral,  desde  Antofa- 
gasta  hasta  el  rio  Camarones.  Los  jefes  bolivianos  oyeron  con 
disgusto  la  esposicion  de  este  plan  de  campaña;  i  conociendo 
perfectamente  cuál  era  el  verdadero  propósito  del  presidente 
,Daza,  resolvieron  deponerlo  del  mando  para  evitar  a  su  pa- 
tria la  vergüenza  de  haber  desertado  de  la  alianza,  i  los  nue- 
vos dias  de  venganzas  i  de  despotismo  que  se  esperaban  a 
Bolivia  en  el  interior. 

Sin  embargo,  la  deposición  de  Daza  of recia  las  mas  serias 
dificultades.  Los  pueblos  que  no  han  tenido  que  sufrir  el  des- 
potismo del  caudillaje  militar,  comprenden  difícilmente  a 
esos  hombres  ignorantes  i  viciosos  que  sin  mérito  verdadero 
i  hasta  sin  valor  personal,  tienen,  sin  embargo,  la  astucia  ne- 
cesaria para  imponerse  a  los  soldados,  i  captarse  su  voluntad, 
estimulando  todos  sus  malos  instintos. 

Bajo  este  aspecto,  el  presidente  Daza  era  el  tipo  perfecto 
del  caudillo.  Familiar  con  sus  soldados,  arrogante  i  altanero 
.con  los  jefes  i  con  sus  ministros  i  consejeros,  incapaz  de  con- 
cebir nada  grande  ni  nada  recto,  i  hasta  desprovisto  de  valor,, 
sabia,  sin  embargo,  imponerse  a  todos  por  su  resolución  para 
tomar  un  partido  o  para  impartir  una  orden,  por  su  presencia 


OPERACIONES   MILITARES  171 


arrogante  i  hasta  por  los  bordados  i  plumeros  de  su  traje.  Sus 
soldados,  o  a  lo  menos,  algunos  de  sus  batallones,  lo  amaban 
con  delirio;  i  a  pesar  de  las  decepciones  de  la  campaña.  Daza 
mantenía  su  prestijio  en  una  parte  de  su  campamento.  Los 
jefes  militares  sabian  bien  que  el  dia  en  que  se  tratase  de  su 
deposición,  hablan  de  hallar  una  resistencia  mas  o  menos  for- 
midable. 

Fué  necesario  obviar  esta  dificultad.  El  contra-almirante 
Montero,  interesado  como  el  que  mas  en  la  deposición  de 
Daza,  i  por  otra  parte  mui  avezado  en  este  j  enero  de  empresas 
por  una  larga  carrera  de  conspirador,  facilitó  el  camino  para 
-Uevcirla  a  cabo.  Llamó  a  Arica  al  presidente  de  Bolivia  para 
discutir  su  plan  de  campaña;  i  éste,  sin  sospechar  el  lazo  que 
se  le  tendia,  se  presentó  allí  en  la  mañana  del  27  de  diciembre. 

Durante  algunas  horas  el  jefe  peruano  i  el  presidente  de 
Bolivia  discutieron  cordialmente  las  futuras  operaciones  de 
la  guerra.  Daza  espuso  su  proyecto  para  destruir  al  ejército 
chileno.  Montero  lo  aprobó  en  todas  sus  partes,  declarando 
que  él  mismo  estaba  pronto  a  secundarlo,  atacando  al  enemi- 
go por  un  lado,  mientras  los  bolivianos  lo  atacaban  por  el 
otro.  Los  dos  jenerales  se  separaron  a  las  cuatro  de  la  tarde 
como  los  mejores  amigos. 

Daza  se  dirijió  entonces  a  la  estación  del  ferrocarril.  Habia 
ya  tomado  el  tren  en  que  debia  volver  a  Tacna,  cuando  un 
oficial  peruano  le  mostró  un  telegrama  que  en  el  acto  lo  obligó 
a  bajar  de  su  asiento,  como  herido  por  un  rayo.  Ese  telegrama 
anunciaba  que  durante  su  ausencia,  el  ejército  boliviano  se 
habia  sublevado  bajo  la  voz  de  algunos  de  sus  jefes,  i  que  sin 
encontrar  la  menor  resistencia,  habia  depuesto  al  presidente 
Daza  i  reconocido  como  jefe  al  coronel  don  Eliodoro  Cama- 
cho  3. 


3.  El  mismo  jeneral  Daza  ha  consignado  estos  hechos  en  una  nota  que  ai 
dia  siguiente  dirijió  al  contra-almirante  Montero  para  pedirle  que  lo  resta- 
bleciese en  el  mando  del  ejército  boliviano.  El  fragmento  siguiente  que  co- 
piamos de  esa  nota  contiene  la  narración  completa  de  esta  bien  urdida  i  bien" 
ejecutada  intriga.  ' 

«Arica,  diciembre  28  de  1879.— El  presidente  de  Bolivia,  capitán  jeneral 
de  sus  ejércitos- — A  su  señoría  el  señor  contra-almirante  dan  Lizárdo  Mon- 


172  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


En  efecto,  la  revolución  se  habia  efectuado  en  el  campa- 
mento boliviano.  A  la  una  i  cuarto  del  mismo  dia  27  de  di- 
ciembre, dos  batallones  que  estaban  acantonados  en  la  ciudad 
de  Tacna,  se  pronunciaron  en  abierta  rebelión;  i  luego  llega- 
ron otros  cuerpos  que  estaban  en  los  alrededores  i  que  venian 
a  segundar  el  movimiento,  tomando  las  armas,  i  recorriendo 
las  calles  al  son  de  músicas  militares. 

Mientras  tanto,  los  vecinos  de  la  ciudad  pasaron  por  algu- 
nas horas  de  angustia.  Se  temia  que  dos  batallones  adictos  a 
Daza  ocurriesen  a  presentar  batalla  a  los  revolucionarios;  i 
esperando  un  combate  en  las  calles  de  Tacna,  cada  familia 
cerraba  las  puertas  de  su  casa  en  medio  de  la  mayor  confusión 
i  del  mas  alarmante  desorden.  Sin  embargo,  a  las  tres  de  la 


tero,  jefe  superior  político  i  militar  de  los  departamentos  del  sur. — Presente 
— Señor:  Invitado  por  el  señor  prefecto,  doctor  Zapata,  para  venir  a  este 
puerto  a  una  conferencia  privada  con  US.  con  el  objeto  de  acordar  opera- 
ciones militares  precisas  sobre  el  enemigo  de  la  alianza,  vine  ayer  en  el  tren 
ordinario  de  las  nueve  de  la  mañana. 

«La  conferencia  se  verificó  entre  los  tres  i  en  ella  acordamos  solemnemente 
que  US.  con  el  ejército  peruano  avanzarla  sobre  el  enemigo,  por  la  via  de 
Camarones,  i  que  yo,  como  capitán  jeneral  del  ejército  boliviano,  lo  haria 
con  dicho  ejército  por  la  via  de  Calama,  entrando  de  paso  a  Bolivia. 

«I  habiendo  observado  que  US.  necesitaba  de  la  ratificación  del  Excmo. 
jefe  supremo  de  esta  república,  para  que  dicho  acuerdo  se  llevase  en  el  acto 
a  cabo,  US.  aceptando  mi  observación,  envió  ayer  mismo  un  estraordinario 
a  Lima,  para  recabar  del  gobierno  esa  ratificación. 

«En  esta  virtud,  regresaba  a  Tacna  a  disponer  la  marcha;  i  estando  ya 
embarcado  en  el  tren,  recibí  un  recado  de  US.  i  con  sorpresa  se  me  participó 
al  propio  tiempo,  que  en  Tacna  habia  tenido  lugar  un  motín  de  cuartel  con 
el  objeto  de  deponerme  del  mando  de  las  fuerzas  i  poner  en  mi  lugar  al  coro- 
nel Eliodoro  Camacho. 

«Semejante  nueva  no  la  creí  por  el  momento,  porque  jamas  he  podido 
imajinarme  siquiera  que  hubiesen  tan  perversos  e  infames  bolivianos,  para 
complacerse  en  arrojar  lodo  al  rostro  de  la  patria  i  tratasen  de  hundirla  en 
semejante  escándalo,  por  lo  cual  insistí  en  mi  regreso  que  pudo  impedirlo  el 
ilustrado  razonamiento  del  cumplido  comandante  Maclean. 

«Hoi,  informado  ya  minuciosamente  del  suceso  del  dia  de  ayer  i  de  la  si- 
tuación en  la  que  se  hallan,  tanto  el  ejército  boliviano  como  la  población  de 
Tacna;  i  también  en  cumplimiento  de  mi  deber,  así  como  en  resguardo  de 
mis  derechos  en  el  carácter  que  invisto  de  Representante  constitucional  de  la 
nación  aliada,  participo  a  US.  de  todo  para  que  se  digne  remediar  los  graves 
males  que  se  precipitan  vertí jinosamente,  i  que  al  no  conjurarlos  a  su  naci- 
miento, serán  de  consecuencias  sensibles». 


OPERACIONES  MILITARES  173 

tarde,  aquellos  batallones,  cuyas  municiones  hablan  sido  to- 
madas por  los  revolucionarios,  se  creyeron  imposibilitado. 
^  para  la  resistencia,  i  acabaron  por  plegarse  al  movimiento;  i 
saludaban  al  coronel  Camacho  como  jefe  del  ejército  boli- 
vianos. 

La  deposición  del  jeneral  Daza  quedó  efectuada  desde  ese 
instante,  sin  disparar  un  tiro.  Era  tal  la  irritación  de  algunos 
de  los  oficiales  contra  el  jefe  supremo  que  los  habia  mandado 
durante  la  campaña,  que  sin  vacilación  acordaron  fusilarlo 
el  mismo  dia.  Con  este  objeto,  salió  de  Tacna  un  destacamento 
de  unos  cien  hombres,  i  fué  a  colocarse  a  la  vecina  estación 
del  ferrocarril.  El  tren  fué  detenido  allí:  fué  rejistrado  todo  él 
con  la  mas  esquisit a  prolijidad,  pero  no  se  halló  en  quien  eje- 
cutar aquel  acto  de  justicia  revolucionaria.  Daza  habia  que- 
dado en  Arica.  El  aviso  que  se  le  habia  dado  al  partir,  le  salvó 
la  vida. 

Pero  ese  caudillo  no  podia  resignarse  a  verse  privado  del 
mando  supremo  de  Bolivia.  A  su  juicio,  el  contra- almirante 
Montero  a  la  cabeza  del  ejército  peruano  i  en  nombre  de  la 
alianza  que  ligaba  a  las  dos  repúblicas  estaba  obligado  a  re- 
ponerlo en  el  poder,  dominando  a  mano  armada  la  revolución 
que  acababa  de  derrocarlo.  Sin  sospechar  la  burla  de  que  ha- 
bia sido  víctima,  el  jeneral  Daza  se  dirijió  con  esta  pretensión 
al  jefe  peruano. 

«El  motin  escandaloso  encabezado  por  el  coronel  Camacho 
i  apoyado  por  unos  cuantos  jefes  desleales,  decía  en  su  nota 
el  jeneral  Daza,  ha  sido  una  alevosa  sorpresa  al  ejército  i  un 
engaño  perverso  para  sepultar  en  la  vergüenza  la  honra  de  la 
nación  que  me  ha  confiado  sus  destinos.  Todos  los  cuerpos 
de  infantería  se  hallaban  fuera  de  sus  cuarteles  en  aseo,  i  por 
consiguiente  sin  un  cartucho  de  munición  para  castigar  el 
grito  de  rebelión  que  lanzaban  aquéllos,  a  quienes  ayer  j ene- 
roso,  en  lugar  de  castigar  su  cobardía  e  ineptitud,  que  han 
desprest  i  jiado  las  armas  bolivianas,  les  estreché  la  mano  i  los 
arranqué  de  la  picota  de  la  vergüenza  pública,  en  la  que  se 
habían  colocado.  I  por  esto  es,  que  actualmente  los  cuerpos 
de  línea,  sin  tener  cómo  hacerse  respetar,  se  hallan  no  acuar- 


174  GUERRA  DEL  PACIFICO 


telados,  sino  custodiados  por  los  que  apoyan  esa  turba  em- 
briagada en  su  infamia  i  felonía,  exasperando  si  al  soldado 
que  con  abnegado  i  verdadero  patriotismo  ha  venido  a  defen- 
der la  honra  i  autonomía  de  la  nación,  i  no  a  acechar  ocasio- 
nes para  desmoralizar  i  pervertir  los  sanos  instintos  del  ejér- 
cito, porque  sus  almas  son  tan  mezquinas  que  no  se  sobrepo- 
nen a  ruines  ambiciones. 

«Así,  pues,  i  conociendo  que  este  estado  en  el  que  se  halla 
el  ejército,  puede,  no  muí  tarde,  ocasionar  un  desborde  que 
podría  poner  en  serios  conflictos  a  la  población  de  Tacna,  es 
que  deseo  que  US.  con  el  tino  i  sagacidad  que  le  caracterizan, 
restablezca  el  orden  turbado,  dejando  que  el  ejército  que  cla- 
ma por  mi  presencia,  obre  con  absoluta  libertad  e  indepen- 
dencia i  no  sujestionado  por  los  traidores  a  Bolivia.» 

Las  esperanzas  del  jeneral  Daza  se  vieron  muí  pronto  bur- 
ladas. El  contra-almirante  peruano,  guardando  todas  las  fór-. 
muías  de  la  mas  solemne  seriedad,  se  negó  en  los  términos 
siguientes  a  apoyar  las  pretensiones  del  presidente  de  Bo- 
livia. 

«El  acontecimiento  de  que  me  informa  oficialmente  ,V.  E.,. 
es  de  suyo  tan  grave  i  trascendental,  que  no  es  posible  aven- 
turar calificativo  alguno  sin  que  el  supremo  gobierno  de  Bo- 
livia, a  quien  desde  luego  lo  he  participado  por  conducto  del 
encargado  de  negocios  del  Perú,  se  sirva  dar  a  esta  jefatura 
superior  las  convenientes  esplicaciones  sobre  un  hecho,  en  el 
que  afortunadamente  para  el  buen  nombre  de  V.  E.  queda 
por  completo  escluido  de  toda  responsabilidad,  por  el  acto 
mismo  de  haberle  negado  obediencia  el  ejército  que  se  ha  su-  • 
bordinado  al  coronel  don  Eliodoro  Camacho. 

«Mientras  tengo  el  honor,  pues,  de  resolver  con  el  gobierno 
de  Bolivia  i  con  V.  E.  en  la  parte  que  le  concierne,  la  situa- 
ción éscepcional  en  que  han  venido  a  colocarse  los  intereses 
de  la  alianza,  he  creído  conveniente  asegurar  el  orden  de  la 
localidad,  disponiendo  que  el  ejército  boliviano  salga  a  ocu-  . 
par  cantones;  i  una  división  del  Perú  se  establezca  mientras 
tanto  en  la  ciudad  de  Tacna.» 

Todas  estas  espresiones  de  consideración  i  de  respeto,  ser- 


OPERACIONES    MILITARl  S  175 


vian  apenas  para  encubrir  una  terminante  negativa.   Daza 
no  tenia,  pues,  nada  que  esperar  de  sus  aliados  *. 

En  el  primer  momento  de  despecho,  solicitó  asilo  en  algu- 
nos de  los  buques  de  guerra  neutrales  que  habia  en  el  puerto. 
Los  comandantes  de  esos  buques  se  negaron  a  recibirlo.  No 
queriendo  permanecer  mas  largo  tiempo  en  Arica,  el  4  de 
enero  de  1880,  Daza  emprendió  a  caballo  su  viaje  por  los  ca- 
minos de  la  costa  hasta  Moliendo,  i  en  este  puerto  tomó  el 
ferrocarril  que  lo  condujo  a  Arequipa.  En  esta  ciudad  lo  es- 
peraba una  nueva  decepción:  los  pobladores  lo  recibieron  con 
una  indiferencia  vecina  del  desprecio;  i  cuando  él  creia  que 
su  pasada  grandeza  le  merecerla  alguna  consideración,  solo 
recibió  los  desdenes  de  los  que  lo  acusaban,  ora  de  cobarde 
ora  de  traidor. 

Parece  que  hasta  entonces.  Daza  abrigaba  alguna  esperan- 
za de  verse  repuesto  en  el  gobierno  de  Bolivia.  Creia  que  sus 
partidarios  reaccionarian  contra  la  revolución  operada  por 
el  ejército,  i  que  lo  llamarían  para  confiarle  de  nuevo  el  man- 
do del  estado.  Por  eso  habia  ido  a  establecerse  a  Arequipa, 
para  tomar  allí  el  ferrocarril  que  va  hasta  las  orillas  del  lago 
Titicaca,  i  volver  a  La  Paz  al  primer  llamamiento  que  se  le 
hiciera. 

Pero  en  lugar  de  ese  llamamiento  recibió  solo  la  noticia  de 
una  revolución  ocurrida  en  la  misma  ciudad  de  La  Paz  el  dia 
28  de  diciembre.  El  pueblo  habia  depuesto  a  Daza  del  gobier- 


4.  El  corresponsal  que  tenia  en  Arica  el  diario  de  Lima  titulado  El  Co- 
mercio, en  una  estensa  carta  de  30  de  diciembre,  le  dio  noticia  minuciosa  de 
todos  los  hechos  concernientes  a  la  deposición  de  Daza.  Al  referir  las  preten- 
ciones  de  este  jeneral  para  que  las  tropas  peruanas  lo  repusieran  en  el  man- 
do del  ejército  boliviano,  se  éspresa  como  sigue: 

«El  inocente  jeneral  Daza  ha  tenido  el  candor  de  dirijir  una  nota  al  con- 
tra-almirante Montero  pidiendo  apoyo  i  ayuda  para  que  nosotros  le  salve- 
mos de  la  estrepitosa  caída,  hecho  que  manifiesta  que  su  cerebro  no  está  en 
sus  cabales,  o  que  su  astucia  es  mui  atrevida.» 

Este  corresponsal,  que  se  muestra  ardiente  partidario  de  Montero,  i  que 
se  da  por  hombre  de  su  confianza,  parece  estar  al  corriente  de  todos  los  de- 
talles dé  la  intriga  que  derribó  del  mando  al  presidente  de  Bolivia.  Nosotros, 
sin  embargo,  no  podemos  entrar  en  muchos  detalles,  i  nos  limitamos  a  con- 
signar lós  hechos  que  aparecen  en  los  documentos  mas  serios  i  fidedignos. 


176  GUERRA   DEL  PACÍFICO 


no  de  la  república  i  del  mando  del  ejército,  i  habia  nombrado 
una  junta  de  tres  individuos  para  que  desempeñase  el  mando 
provisorio.  El  acta  de  esta  resolución,  cubierta  por  centena- 
res de  firmas,  decia  «que  la  ineptitud,  cobardía  i  deslealtad 
del  jeneral  en  jefe  del  ejército  boliviano  don  Hilarión  Daza  i 
que  el  funesto  sistema  de  desaciertos  de  su  ominosa  adminis- 
tración, habian  producido  la  ruina  del  pais  en  el  interior,  i  la 
deshonra  nacional  en  la  guerra,  por  causa  de  su  bastarda 
ambición,  trayendo  al  mismo  tiempo  como  consecuencia  la 
bancarrota  de  la  hacienda  pública  i  la  violación  de  las  garan- 
tías sociales»  ^.  Cuando  Daza  leyó  ese  documento,  se  conven- 


5.  No  entra  en  el  cuadro  de  este  libro  el  referir  ésta  i  otras  revoluciones 
que  se  siguieron  en  Bolivia.  Debemos,  sí,  decir  que  el  hastío  producido  por  la 
dictadura  de  Daza  habia  llegado  a  su  colmo,  i  que  la  prensa,  a  pesar  del  ré- 
jimen  de  terror  que  reinaba  en  todas  partes,  se  habia  atrevido  a  alzar  la  voz 
contra  aquel  estado  de  cosas.  Se  comprenderá  el  sistema  de  gobierno  soste- 
nido en  Bolivia  por  los  delegados  del  jeneral  Daza,  por  el  hecho  siguiente.  A 
principios  de  diciembre  de  1879,  cuando  llegaban  al  interior  los  fujitivos  de 
Pisagua  i  de  Dolores  contando  los  desastres  espantosos  que  habia  sufrido  el 
ejército  aliado,  la  prensa,  bajo  la  censura  gubernamental,  publicaba  cada 
dia  despachos  de  Tacna  que  daban  cuenta  de  las  repetidas  derrotas  que  ha- 
bian sufrido  los  chilenos  en  cuatro  o  cinco  batallas  que  ni  siquiera  habian 
tenido  lugar. 

Como  muestra  del  desprestijio  a  que  habia  llegado  el  jeneral  Daza  en  Bo- 
livia, publicamos  en  seguida  el  acta  de  su  deposición  por  el  pueblo  de  La  Paz. 
Hela  aquí: 

«El  pueblo  de  La  Paz,  reunido  en  comicio  popular,  considerando: 

«1.3  Que  la  ineptitud,  cobardía  i  deslealtad  del  jeneral  en  jefe  del  ejército 
boliviano,  han  llegado  a  afectar  los  vínculos  de  la  alianza  con  la  hermana  la 
república  del  Perú;  alianza  que  Bolivia  está  resuelta  a  sostener,  sin  omitir 
sacrificio  alguno; 

«2.3  Que  el  funesto  sistema  de  desaciertos  de  la  ominosa  administración 
del  jeneral  Hilarión  Daza  ha  conducido  la  ruina  del  pais  en  el  interior,  el 
descrédito  en  el  esterior;  a  la  deshonra  nacional  en  la  guerra  que  Bolivia  sos- 
tiene con  la  república  de  Chile,  habiendo  burlado  las  nobles  aspiraciones  del 
pueblo  boliviano,  por  la  bastarda  ambición  de  su  dominador,  cuya  política 
disolvente  ha  ocasionado  la  bancarrota  de  la  hacienda  pública  i  la  violación 
de  las  garantías  sociales; 

«3.3  Que  el  departamento  de  La  Paz,  consecuente  al  espíritu  de  fraterni 
dad  con  los  demás  de  la  república,  considera  como  primera  necesidad  la  or- 
ganización del  poder  público,  para  lo  que  desea  i  espera  el  concurso  de  todos 
los  pueblos,  cuya  voluntad  respeta,  declara: 

«i.=»  Que  el  pueblo  de  La  Paz  ratifica  i  sostiene  la  alianza  perú-boliviana 


OPERACIONES   MILITARES  177 


ció  de  que  estaba  perdido  para  siempre  en  su  pais.  Entonces 
se  trasladó  a  Moliendo,  i  tomó  allí  el  vapor  ingles  para  seguir 
su  viaje  a  Europa  por  la  via  de  Panamá.  Los  documentos 
públicos .  de  Bolivia  han  demostrado  mas  tarde  que  durante 
toda  la  campaña  habia  estado  sustrayendo  fuertes  sumas  de 
dinero  de  la  caja  del  ejército;  i  que  por  el  intermedio  de  un 
comerciante  estranjero,  que  habia  sido  su  socio  en  muchos 
negocios  con  el  Estado,  habia  enviado  a  Inglaterra  injentes 
capitales.  Bolivia  quedaba  arruinada,  pero  Daza  se  iba  rico 
a  gozar  de  su  fortuna  en  el  estranjero. 

Prado  i  Daza,  el  presidente  del  Perú  i  el  presidente  de  Bo- 
livia, los  instrumentos,  sino  los  verdaderos  autores  de  la  gue- 
rra del  Pacífico,  habían  perdido  el  poder  con  el  intervalo  de 
unos  cuantos  días.  Ambos  caían  de  la  manera  mas  vergon- 
zosa de  que  puede  caer  un  jeneral  i  un  mandatario.  Después 
de  pasar  seis  meses  consecutivos  anunciando  que  ya  «han 
desenvainado  sus  espadas,  que  van  a  buscar  el  puesto  de  ma- 
yor peligro,  que  están  resueltos  a  sacrificarlo  todo,  la  fortuna 
i  la  vida  para  castigar  al  enemigo»,  huyen  cobardemente  el 
dia  del  combate,  dejando  tras  de  sí  el  desprecio  de  sus  con- 
ciudadanos. 

Pero  es  menester  decir  unu  palabra  de  justicia.  Si  bien  es 
cierto  que  ni  Prado  ni  Daza  estaban  preparados  para  salir 
airosos  en  la  situación  a  que  los  arrastraron  sus  consejeros, 
si  no  poseían  ni  la  intelij encía,  ni  el  carácter  que  las  circuns- 


para.  hacer  la  guerra  a  Chile;  i  protesta  seguir  la  suerte  común  hasta  vencer 
o  sucumbir  en  la  actual  lucha. 

«2 .o  Que  destituye  al  jeneral  Hilarión  Daza  de  la  presidencia  de  la  repú- 
blica i  del  mando  del  ejército  boliviano  i  nombra  jeneral  en  jefe  de  éste  al 
jeneral  Narciso  Campero  i  ruega  al  señor  contra-almirante  jeneral  Lizardo 
Montero  se  haga  cargo  del  mando  del  ejército  boliviano  hasta  que  el  jeneral 
Campero  se  constituya  en  el  teatro  de  la  guerra. 

«3.^  Que  nombra  una  junta  de  gobierno  compuesta  de  los  señores  coronel 
Uladislao  Silva,  doctor  Rudecindo  Carvajal  i  coronel  Donato  Vásquez,  para 
que,  poniéndose  de  acuerdo  con  los  otros  departamentos,  convoque  a  la  bre- 
vedad posible  una  convención  nacional,  quedando  privados  del  voto  pasivo 
para  la  majistratura  suprema  los  que  hicieren  la  convocatoria.  Mientras 
tanto,  la  j  unta  de  gobierno  atenderá  a  las  urjentes  necesidades  de  la  guerra. 

«La  Paz,  diciembre  28  de  1879. — (Siguen  las  firmas).» 

TOMO  XVI. — 12 


178  GUERRA  DEL    PACÍFICO 


tancias  requerían  de  su  parte,  también  es  verdad  que  la  ma- 
yor responsabilidad  recae  sobre¡sus  paises  respectivos,  o  mas 
propiamente,  sobre  los  hombres  que  desde  tiempo  atrás  se 
hablan  apoderado  de  su  dirección. 

Son  estos  últimos  los  que,  descuidando  los  intereses  serios 
del  estado,  sin  querer  comprender  que  la  verdadera  política 
no  puede  apartarse  de  la  moral  i  de  la  probidad,  fomentaban 
la  corrupción  administrativa  enj^el  interior.  Son  ellos  los  que 
parodiando  a  ciertos  políticos  europeos,  sin  poseer  la  inteli- 
j encía  i  la  penetración  de  éstos,  creaban  complicaciones  es- 
teriores  i  celebraban  alianzas  secretas  sin  medir  las  conse- 
cuencias de  sus  actos  i  sin  mas  guia  que  una  estraviada  va- 
nidad nacional.  Son  ellos,  en  fin,  los  que  no  pudiendo  mirar 
sin  rabiosa  emulación  los  progresos  alcanzados  por  un  pueblo 
hermano  con  el  ausílío  de  la  paz,  del  trabajo  i  de  la  honradez 
preparaban  contra  este  pueblo  un  pérfido  complot  en  los  mis- 
mos momentos  en  que  se  afanaban  por  espresarle  su  amistad 
i  su  adhesión.  Prado  i  Daza,  por  grandes  que  hayan  sido  sus 
defectos,  no  eran  mas  que  los  herederos  de  un  réjimen  de  fal- 
sía i  de  corrupción  que  había  de  arrastrarlos  a  su  ruina. 

Al  estudiar  el  desenvolvimiento  de  esta  guerra,  preparada 
con  tanto  anhelo  por  los  enemigos  de  Chile,  es  justo  también 
reconocer  que  jamas  resultados  mas  desastrosos  correspon- 
dieron a  una  política  mas  perversa;  pero  como  sucede  con 
frecuencia,  i  en  virtud  de  una  leí  histórica  recordada  en  otras 
ocasiones  por  eminentes  historiadores,  los  simples  instru- 
mentos de  esa  perfidia  fueron  los  primeros  en  sufrir  ©1  peso 
de  la  espiacion. 


CAPITULO  X 


Moquegua  i  los  Anjeles,  de  enero  a  marzo  de   1880 


Espedicion  a  Moquegua  de  una  columna  chilena. — Aprestos  de  Chile  para 
una  nueva  campaña. — Situación  del  ejército  aliado  en  Tacna  i  Arica. — 
Disensiones  entre  peruanos  i  bolivianos. — Provocaciones  i  amenazas  di- 
rijidas  a  Chile. — Plan  de  campaña  adoptado  por  los  chilenos. — Desem- 
barca su  ejército  en  Pacocha. — Impresión  producida  en  Lima  por  este 
suceso. — Espedicion  de  una  división  chilena  a  Moliendo. — Los  peruanos 
abandonan  a  Moquegua  i  se  fortifican  en  la  cuesta  de  los  Anjeles. — 
Descripción  de  estas  posiciones. — Son  asaltadas  i  tomadas  por  los  chile 
nos  el  22  de  marzo. — Importancia  de  esta  ocupación  para  la  marcha  de 
la  campaña. — Operaciones  marítimas. — Combates  sin  resultado  en  la 
bahía  de  Arica.— Bloqueo  del  Callao. 

Aun  no  se  reponían  las  repúblicas  aliadas  de  la  perturba- 
ción consiguiente  a  las  dos  revoluciones  ocurridas  en  el  Perú 
i  en  Bolivia  al  cerrarse  el  año  de  1879,  cuando  un  suceso  de 
carácter  alarmante  vino  a  llamar  su  atención.  Un  corto  des- 
tacamento de  soldados  chilenos  habia  desembarcado  en  un 
punto  de  la  costa  peruana,  se  habia  apoderado  de  un  ferroca- 
rril i  habia  viajado  hacia  el  interior,  en  un  trascurso  de  mas 
de  cien  quilómetros,  poniendo  en  fuga  a  las  autoridades  i  a 
las  guarniciones  de  los  lugares  de  su  tránsito.  Este  golpe  au- 
daz venia  a  revelar  la  desorganización  a  que  habia  llegado  la 
defensa  de  ese  pais.  Hé  aquí  los  hechos. 


180  GUERRA   DEL   PACÍFICO 


El  30  de  diciembre  llegaron  a  la  bahía  de  lio  dos  buques 
de  la  escuadra  chilena.  Al  amanecer  del  siguiente  dia  desem- 
barcaron 550  soldados  bajo  las  órdenes  del  comandante  de 
injenieros  don  Arístides  Martínez,  i  sin  hallar  resistencia  al- 
guna, se  apoderaron  del  pueblo  de  ese  nombre  i  del  vecino  de 
Pacocha,  situado  como  aquél,  en  la  misma  rada. 

El  primer  cuidado  de  los  soldados  invasores  fué  cortar  los 
telégrafos  que  comunican  la  costa  con  el  interior,  i  posesio- 
narse de  la  estación  del  ferrocarril  i  de  todos  los  elementos  de 
trasporte.  La  espedicion  llevaba  consigo  maquinistas  i  fogo- 
neros, de  tal  suerte  que  antes  de  medio  dia  estaban  listos  dos 
trenes.  En  ellos  se  acomodaron  los  soldados  chilenos,  colo- 
cando también  en  los  carros  dos  cañones  bajados  de  los  bu- 
ques, i  en  seguida  se  pusieron  en  marcha  para  el  interior  con 
la  misma  tranquilidad  con  que  viajarían  en  su  propio  país,  i 
en  los  días  de  mas  perfecta  paz.  En  su  viaje  no  tuvieron  que 
esperimentar  el  menor  tropiezo  ni  la  menor  contrariedad. 

Los  espedicionarios  caminaban  al  sur  de  un  valle  fértil, 
cubierto  de  viñedos  i  de  arboledas,  i  regularmente  poblado, 
i  al  oscurecerse  llegaron  a  las  inmediaciones  de  la  ciudad  de 
Moquegua,  que  guarnecían  450  milicianos.  Esta  fuerza  ha- 
bría podido  defender  la  ciudad,  parapetándose  en  los  edificios, 
i  ocupando  las  alturas  inmediatas;  pero  prefirió  huir,  deján- 
dola abierta  a  los  chilenos.  El  comandante  Martínez  penetró 
en  ella  en  la  mañana  del  i.'^  de  enero  de  1880,  al  son  del  him- 
no nacional  de  Chile  que  tocaba  su  banda  de  música,  i  fué  a 
situarse  en  la  plaza  central  de  Moquegua.  Como  su  propósito 
no  era  el  establecerse  allí,  i  como  tenia  resuelto  volverse  a  la 
costa  el  mismo  dia,  se  limitó  a  pedir  algunos  víveres  para  sus 
tropas,  los  que  le  fueron  entregados  sin  dificultad  alguna. 

Antes  de  abandonar  el  pueblo,  organizó  entre  los  vecinos 
una  junta  que  mantuviese  el  orden  hasta  la  vuelta  de  las 
autoridades  i  de  la  guarnición,  que  habían  fugado  la  noche 
antes,  i  a  las  cuatro  de  la  tarde  emprendió  su  viaje  por  el 
ferrocarril.  En  dos  puntos  del  camino  las  milicias  peruanas 
habían  sacado  algunos  ríeles  para  trastornar  los  trenes;  pero 
las  precauciones  tomadas  por  el  comandante  Martínez  evk^ 


OPERACIONES   MILITARES  18^1 


ron  todo  accidente.  Sus  rifleros  persiguieron  a  los  autores  de 
esos  trabajos  i  dieron  muerte  a  algunos  de  ellos,  i  sus  zapado- 
res restablecieron  fácilmente  la  línea.  El  2  de  enero,  después 
de  desmontar  las  locomotoras  del  ferrocarril,  que  eran  pro- 
piedad del  gobierno  peruano,  los  espedicionarios  se  embarca- 
ron de  nuevo,  i  volvieron  a  Pisagua. 

Esta  atrevida  correría  produjo,  pues,  el  resultado  que  se 
buscaba.  Se  quería  reconocer  una  re j ion  del  territorio  perua- 
no donde  los  chilenos  pensaban  operar  en  breve;  i  merced  a  la. 
sangre  fria  con  qu  se  ejecutó  el  reconocimiento,  la  columna 
espedicionaria  no  tuvo  nada  que  sufrir,  i  los  injenieros  reco- 
jieron  todos  los  datos  que  podían  interesar  al  estado  mayor 
para  disponer  los  planes  militares. 

Preparábase  entonces  otra  campaña  de  mas  vastas  pro- 
porciones. El  ejército  chileno  recibía  nuevos  continj entes  de 
tropas  remitidos  de  Valparaíso,  se  acopiaban  armas  i  pertre- 
chos en  Pisagua,  se  limpiaban  los  fondos  de  los  buques  de 
guerra  i  de  los  trasportes,  i  se  tomaban  con  mayor  activi- 
dad todas  las  medidas  conducentes  para  continuar  la  guerra. 
La  esperiencía  r eco j  ida  en  la  reciente  campaña  de  Tarapacá. 
había  enseñado  a  los  chilenos  la  manera  de  utilizar  sus  ele- 
mentos i  de  mejorar  la  administración  militar. 

Empleando  la  mayor  actividad,  introdujéronse  importan- 
tes reformas  en  todos  los  ramos  del  servicio.  El  ejército  en 
campaña,  que  llegó  a  contar  mas  de  veinte  mil  hombres,  fué 
distribuido  en  cuatro  divisiones,  aparte  de  una  fuerte  reserva 
que  debía  quedar  en  los  territorios  recientemente  ocupados 
para  atender  a  cualquier  evento.  Se  aumentó  el  estado  mayor 
con  algunos  otros  injenieros.  La  artillería  i  la  caballería,  que 
constituían  la  indisputable  superioridad  del  ejército  de  Chile, 
fueron  también  engrosadas  i  provistas  en  todas  sus  necesi- 
dades. Construyóse  un  número  mucho  mayor  de  carros  para 
conducir  los  víveres  i  pertrechos,  i  de  toneles  para  trasportar 
el  agua,  elemento  indispensable  en  los  desiertos  i  arenales  del 
sur  del  Perú,  donde  se  hacen  jornadas  enteras  sin  encontrar 
un  arroyo  o  un  pozo.  Del  mismo  modo  se  aumentaron  las 
lanchas  de  desembarco,  las  bestias  de  carga  i  todos  los  ele- 


Vi  2  6UERRA    DEL   PACÍFICO 

mentos  necesarios  parala  movilidad  de  las  tropas  i  del  parque. 

El  gobierno  de  Chile  sabia  perfectamente  que  los  aliados 
peruanos  i  bolivianos  hablan  reunido  en  Tacna  i  en  Arica 
entre  nueve  i  diez  mil  hombres,  i  que  allí  se  daba  también  un 
poderoso  impulso  a  la  reorganización  militar.  El  contra-almi- 
rante Montero,  jefe  de  las  fuerzas  peruanas,  dictaba  en  Arica 
numerosas  órdenes  de  mero  aparato,  comenzaba  trabajos  que 
luego  abandonaba;  i  procediendo  en  todo  con  mas  arrogancia 
que  cordura,  molestaba  a  sus  subalternos  i  suscitaba  dificul- 
tades con  sus  aliados.  Pero  a  sus  órdenes  habia  otros  jefes 
dotados  de  mas  prudencia  i  de  un  espíritu  paciente  de  tra- 
bajo. Estos  eran  los  que  perfeccionaban  i  completaban  las 
fortificaciones  del  puerto,  instruían  las  tropas,  i  hacian  des- 
aparecer en  todo  o  en  parte  las  dificultades  que  nacian  cada 
hora  entre  los  ahados.  Entre  esos  jefes  figuraban  en  primera 
línea  el  coronel  don  Francisco  Bolognesi  i  el  capitán  de  navio 
don  Juan  Guillermo  Moore,  el  mismo  en  cuyas  manos  se  per- 
dió la  Independencia  el  día  del  combate  con  la  Covadonga,  el 
21  de  mayo  del  año  anterior. 

En  Tacna  se  hallaban  las  fuerzas  bolivianas  bajo  el  mando 
del  coronel  don  Eliodoro  Camacho,  el  mismo  jefe  que  enca- 
bezó el  pronunciamiento  contra  Daza,  el  27  de  diciembre. 
En  esta  época,  la  revolución  triunfante  en  Bolivia  habia  con- 
fiado el  gobierno  provisorio  de  la  república  al  jeneral  don 
Narciso  Campero,  hombre  culto,  de  orden  i  de  enerjía,  pero 
dotado  de  cierto  candor  de  carácter  que  lo  hacia  poco  apto 
para  gobernar  un  país  profundamente  desmoralizado  por  el 
mihtarismo  i  las  revoluciones.  Sin  embargo,  pudo  contraer 
toda  su  atención  a  reprimir  con  mano  de  fierro  diversos  mo- 
tines, a  depurar  la  administración  de  todos  los  vicios  creados 
o  fomentados  por  el  gobierno  del  jeneral  Daza,  i  a  remontar 
su  ejército  para  abrir  una  nueva  campaña  contra  Chile.  Cam- 
pero tenia  una  confianza  absoluta  en  el  coronel  Camacho,  i 
en  consecuencia  lo  dejó  al  mando  de  las  tropas  bolivianas 
acampadas  en  Tacna. 

Conviene  advertir  que  la  confianza  del  presidente  proviso- 
rio de  Bohvia  era  bastante  fundada.  El  coronel    Camacho 


OPERACIONES   MILITARES  183 


reunía  a  una  grande  entereza,  cierta  ilustración  i  muchas  de 
la¿  dotes  necesarias  para  el  mando.  Reorganizó  sus  tropas, 
infundió  en  sus  jefes  i  oficiales  la  esperanza  en  el  triunfo  en 
una  nueva  campaña,  obtuvo  de  su  gobierno  algunos  refuer- 
zos de  hombres,  i  no  descuidó  medio  para  disciplinar  su  ejér- 
cito. Sin  embargo,  las  rivalidades  entre  peruanos  i  bolivianos 
eran  mas  inquietantes  cada  dia.  El  coronel  Camacho  conocía 
perfectamente  las  cualidades  i  defectos  del  contra-almirante 
Montero,  i  no  podia  resignarse  a  estar  sometido  a  sus  órdenes. 
Por  eso,  desde  entonces  pedia  que  el  jeneral  Campero  que 
saliese  de  Bolivia  i  que  fuese  a  ponerse  a  la  cabeza  de  todo  el 
ejército  aliado,  en  su  caHdad  de  jefe  de  una  de  las  repúblicas 
empeñadas  en  la  lucha. 

Estas  diverjencias  entre  peruanos  i  bolivianos  eran  impru- 
dentemente fomentadas  por  la  prensa  de  Lima  que  publicaba 
con  frecuencia  los  escritos  mas  disolventes  de  la  alianza.  La 
vanidad  nacional  no  podia  esplicarse  los  desastres  de  la  cam- 
paña de  Tarapacá  sino  acusando,  ora  a  los  jefes  peruanos 
Buendía  i  Suárez,  ora  a  las  tropas  bolivianas,  que,  según  se 
decia,  no  habian  querido  continuar  la  lucha,  huyendo  mise- 
rablemente hacia  el  interior  después  del  primer  combate. 
Llegóse  a  decir  que  la  batalla  de  Dolores,  o  San  Francisco  no 
habia  sido  tal  batalla,  sino  simplemente  una  insurrección  de 
las  tropas  bolivianas  del  ejército  aliado  para  abandonar  a 
éste  i  tomar  la  fuga.  Fué  un  sarjento  boliviano  del  batallón 
Illimani,  se  decia,  el  que  disparó  el  primer  tiro  para  dar  la 
señal  de  la  insurrección;  i  algunos  jefes  peruanos,  creyeron 
equivocadamente  que  se  empeñaba  un  combate,  i  pusieron 
en  movimiento  sus  fuerzas  sin  pensar  en  que  eran  miserable- 
mente traicionados  i. 

I.  En  una  publicación  hecha  en  Lima  en  esos  dias  por  don  R.  Heredia, 
con  el  título  de  Apuntes  para  la  historia.  El  combate  de  San  Francisco  i  la 
victoria  de  Tarapacá,  destinada  toda  ella  a  probar  la  traición  de  los  bolivia- 
nos, hallamos  las  líneas  siguientes  que  han  de  parecer  curiosas  a  los  que  co- 
nocen la  verdad  sobre  los  hechos  a  que  se  refieren . 

«Pocos  momentos  hacia  que  se  habia  separado  el  coronel  Suárez  a  cumplir 
las  órdenes  del  jeneral  en  jefe  (el  19  de  noviembre  de  1879),  cuando  se  oyó 
la  detonación  de  un  tiro  (3  hs.  30  m.  P.  M.)  disparado  por  un  sarjento  de  la 


184  GUERRA    DEL  PACÍFICO 


A  estas  causas  de  inquietudes  i  de  dificultades  en  el  ejército 
aliado,  hai  que  agregar  otra  no  menos  grave.  Algunos  jefes  i 
oficiales  peruanos,  recordando  la  antigua  i  profunda  enemis- 
tad que  existia  entre  el  dictador  Piérola  i  el  contra-almirante 
Montero,  estaban  profundamente  convencidos  de  que  aquel 
tenia  el  plan  fijo  e  invariable  de  no  socorrer  en  manera  algu^ 
na  al  ejército  del  sur,  con  el  propósito  de  que  éste  no  pudiera 
constituir  un  peligro  para  la  estabilidad  de  su  gobierno.  La 
victoria  posible  de  Montero,  se  decia,  será  una  amenaza  del 
poder  del  jefe  supremo  que  gobierna  en  Lima.  En  la  capital 
de  la  república  habia  muchas  personas  altamente  colocadas 
que  pensaban  esto  mismo,  i  que  así  lo  escribían  a  Montero  en 
cartas  que  fueron  interceptadas  por  los  marinos  o  por  los  sol- 
dados de  Chile. 

El  contra-almirante  peruano,  por  su  parte,  no  habia  dejado 
de  manisfetar  a  las  personas  que  lo  rodeaban  la  magnitud 
del  sacrificio  que  él  habia  hecho  en  aras  de  la  patria  recono- 


compañía  del  batallón  Illimani,  de  la  i.^^  columna  lijera  que  estaba  desple- 
gada a  seis  pasos  del  lugar  en  que  permanecía  el  jen  eral  en  jefe  i  los  demás 
jefes  mencionados  anteriormente.  Los  esfuerzos  del  jeneral  Buendía  i  de  los 
jefes  que  estaban  con  él,  fueron  inútiles  para  impedir  que  continuase  el  fue. 
go.  Los  cornetas  tocaban  alto  el  fuego  i  los  soldados  bolivianos  no  obedecian- 
El  coronel  Suárez  que  oyó  la  primera  detonación,  regresó  inmediatamente 
i  procuraba  "también  impedir  que  continuase  el  fuego;  pero  todo  en  vano. 
Era  la  señal  convenida  para  la  defección  i  ya  no  se  podia  evitar.  El  coronel 
González,  jefe  del  Illimani,  preguntaba  a  su  tropa  de  qué  orden  se  hacia  fue- 
go, i  los  amenazaba  i  denostaba  a  fin  de  que  lo  suspendiesfen;  pero  nada  con- 
siguió, haciéndose  así  jeneral  el  tiroteo  e  improvisándose  una  batalla,  para 
la  que  nada  habia  preparado,  ni  acordado,  pues  en  la  noche  de  ese  dia  era 
cuando  debia  discutirse  i  adoptarse  el  plan  de  combate. 

«Es  indudable,  según  se  ha  confirmado  después,  que  el  disparo  hecho  por 
el  sarjento  del  batallón  Illimani,  fué  la  señal  acordada  entre  los  cuerpos  del 
ejército  boliviano  para  la  defección  vergonzosa  del  19  de  noviembre,  que  ha 
proporcionado  al  enemigo  las  baladronadas  de  una  gloria  barata,  pues  no 
ha  habido  la  tan  decantada  batalla  de  San  Francisco,  ni  hubo  precipitación, 
en  el  ataque,  ni  imprevisión  en  los  jefes  que,  viéndose  sorprendidos  por  una 
traición  inicua,  tuvieron  que  aceptar  las  consecuencias  de  la  culpable  con- 
ducta de  algunos  jefes  i  soldados  del  ejército  boliviano,  únicos  responsables 
del  desastre  del  19. 

«Los  jefes  de  las  divisiones  peruanas  no  recibieron  orden  para  pelear,  ni 
tenian  proyecto  alguno  de  ataque;  sin  embargo,  su  ardor  bélico  i  la  ambición 


opeHAciones  militares  185 


ciendo  como  gobierno  de  hecho  la  dictadura  de  su  mas  mor- 
tal enemigo.  El  corresponsal  que  tenia  en  Tacna  uno  de  los 
diarios  de  Lima,  que  según  se  deja  ver  en  sus  escritos,  gozaba 
de  la  confianza  absoluta  de  Montero,  se  encargó  de  ensalzar 
el  patriotismo  de  éste  al  prestar  acatamiento  al  jefe  supremo 
que  habia  asaltado  el  poder. 

«En  cuanto  al  jeneral  Montero,  decia  ese  corresponsal,  su 
conducta  ha  sido  digna  i  levantada,  siguiéndolo  todo  el  ejér- 
cito acantonado  en  la  plaza.  Cualquiera  otro  hombre,  en  quien 
la  vanidad  i  la  ambición  hubieran  ejercido  una  influencia  fu- 
nesta, capaz  de  sobreponerse  a  la  honra  del  pais  i  al  deber 
individual,  habria  respondido  con  el  desden,  o  habria  retado 
con  las  armas  al  ciudadano  que  le  anunciaba  la  dictadura; 
pero  el  jeneral  Montero  no  es  de  aquellos  a  quienes  puede  ce- 
gar el  brillo  de  una  gloria  pasajera,  después  de  la  cual  está  la 
infamia.  Tras  del  rostro  altivo  de  ese  turbulento  marino,  se 
ajita  el  alma  noble  de  Arístides.  Nosotros  lo  hemos  oido  de 


imprudente  de  gloria  los  arrastró  en  la  conflagración  jeneral,  tomando  parte 
en  el  improvisado  encuentro  que  diezmaba  a  sus  soldados. 

«Es  una  lijereza  decir  que  el  19  se  dio  batalla  en  San  Francisco,  i  que  el 
ejército  aliado  obtuvo  una  derrota.  No  tal.  No  hubo  ni  podia  haber  batalla 
formal;  porque  precisamente  en  la  noche  del  19  debian  reunirse  los  jefes  para 
acordar  el  plan  de  ataque,  i  con  este  objeto  se  les  habia  citado.  Debiendo 
celebrarse  previamente  esa  junta  de  guerra,  es  claro  que  no  podia  efectuarse 
el  combate  sino  al  siguiente  dia.  Algunos  jefes,  es  cierto,  tomaron  parte  en 
la  refriega;  pero  lo  hicieron  sin  orden  del  jeneral  en  jefe,  siendo  ellos  los  úni- 
cos responsables  de  su  temerario  arrojo. 

«Este  es  un  punto  que  debe  esclarecerse  debidamente  en  el  juicio  que  se 
sigue  en  Arica,  para  apreciar  la  responsabilidad  de  los  jefes  que,  sin  previa 
orden,  comprometieron  el  honor  de  nuestras  armas  en  un  descabellado  ata- 
que a  la  inespugnable  fortaleza  de  San  Francisco,  sin  fijarse  en  que  la  inicia- 
tiva del  fuego  de  los  cuerpos  bolivianos  no  era  sino  la  señal  de  un  plan  pre- 
meditado en  las  ñlas  del  ejército  aliado,  para  desbandarse  i  comprometer  el 
éxito  de  la  batalla,  como  en  efecto  sucedió;  pues  al  ponerse  el  sol  del  19  de 
noviembre,  no  habia  ni  un  soldado  boliviano  en  el  campo  de  batalla,  ni  en 
sus  inmediaciones.  Todos,  absolutamente  todos,  hablan,  como  por  encanto, 
desaparecido.» 

Aunque  un  poco  menos  esplícito,  el  coronel  Suárez,  jefe  de  estado  mayor 
del  ejército  aliado,  daba  esta  misma  esplicacion,  es  decir,  la  traición  de  los 
bolivianos,  como  la.  única  causa  del  desastre  de  San  Francisco  o  de  Dolores, 
en  el  parte  oficial  de  esta  jornada,  firmado  en  Tarapacá  el  23  de  noviembre 
de  1879. 


186  GUERRA  DEL   PÁCIFrCO 


cerca  lamentar  con  el  dolor  profundo  del  patriotismo  herido, 
la  suerte  inmerecida  de  la  patria  i  traducir  en  actos  levanta- 
dos sus  aspiraciones  para  salvarla.  El  jeneral  Montero  lo  sa- 
crificará todo  por  ella,  no  solo  en  el  puesto  a  que  hoi  lo  han 
llevado  sus.  méritos,  sino  en  el  de  último  soldado  si  se  le  seña- 
lase. Ese  bizarro  guerrero  es  un  creyente  leal,  que  como  los 
caballeros  de  las  cruzadas,  cumplirá  con  la  consigna  que  la 
nación  ha  impuesto  a  sus  hijos.  El  ejército  ha  seguido  la  con- 
ducta de  su  capitán  i  marchará  al  combate  llevándolo  a  su 
cabeza.  Para  él,  el  cambio  de  gobierno  no  tiene  otra  signifi- 
cación política,  que  la  que  la  nación  le  ha  dado.» 

En  medio  de  estas  altisonantes  alabanzas,  no  era  difícil 
ver  en  aquella  situación  un  jérmen  de  desconfianzas  que  no 
alcanzó  a  hacer  desaparecer  el  tan  aplaudido  patriotismo  del 
contra-almirante  Montero.  Piérola  i  sus  parciales  quedaron 
viendo  en  este  jefe  i  en  el  partido  político  a  que  pertenecía, 
un  enemigo  disimulado  pero  tenaz  de  la  dictadura. 

Pero  estos  recelos,  cualesquiera  que  fuesen  los  fundamen- 
tos, no  hacían  vacilar  un  solo  instante  la  convicción  jeneral 
del  Perú  en  los  futuros  triunfos  de  toda  nueva  campaña.  Con 
el  propósito  de  «retemplar  el  patriotismo»,  frase  consagrada 
por  la  prensa  i  por  los  documentos  oficiales  del  Perú,  el  go- 
bierno de  este  país  había  cometido  el  mas  funesto  de  los  erro- 
res políticos.  Consistía  éste  en  alentar  la  confianza  ilimitada 
de  sus  nacionales,  haciéndoles  creer  la  inmensa  debilidad  de 
sus  enemigos  i  el  gran  poder  de  los  aliados.  Con  este  fin,  la 
prensa  i  el  gobierno  se  empeñaban  en  presentar  cada  comba- 
te, aun  las  derrotas  mas  desastrosas,  como  una  victoria  de  las 
armas  peruanas,  o  como  un  triunfo  efímero  e  insignificante 
del  enemigo. 

De  la  misma  manera,  tanto  en  los  escritos  de  los  diarios 
como  en  las  proclamas  i  documentos  del  gobierno,  no  se  cesa- 
ba de  hablar  de  los  grandiosos  recursos  militares  del  Perú, 
del  número  de  sus  soldados  i  de  la  confianza  absoluta  que 
debia  abrigarse  en  la  victoria.  Como  un  medio  de  «retemplar 
el  patriotismo»,  se  manifestaba  el  mas  soberano  desprecio  por 
el  ejército  i  por  la  escuadra  de  Chile;  i  estas  apreciaciones  se 


OPERACIONES  MILITARES  187 


comunicaban  al  estranjero  como  un  augurio  infalible  de  vic- 
toria para  el  Perú. 

A  tal  punto  se  llevaba  adelante  este  errado  sistema  de  en- 
gaño, que  a  mediados  de  diciembre  de  1879,  cuando  el  jene- 
ral  Prado,  convencido  de  su  impotencia  para  resistir  al  ejér- 
cito victorioso  de  Chile,  se  preparaba  a  abandonar  el  gobierno 
i  el  pais,  hablaba  con  la  misma  seguridad  de  los  futuros  triun- 
fos de  sus  armas.  Con  fecha  15  de  ese  mes,  don  Adolfo  Quiro- 
ga,  ministro  de  relaciones  esteriores  del  presidente  Prado, 
habia  dirijido  una  circular  al  cuerpo  diplomático  del  Perú  en 
el  estranjero  para  darle  cuenta  del  estado  de  la  guerra  i  de  la 
situación  interior  del  pais.  Decia  allí  que  Chile  habia  obtenido 
dos  triunfos  efímeros  i  de  poca  importancia;  pero  que  el  Perú 
habia  alcanzado  la  mas  espléndida  victoria  de  la  campaña 
el  27  de  noviembre.  «Después  de  esta  victoria,  agregaba  el 
ministro  del  jeneral  Prado,  el  ejército  peruano  halló  conve- 
niente abandonar  la  provincia  de  Tarapacá»;  pero  según 
aseguraba  mas  adelante,  el  Perú  tenia  un  poderoso  ejército 
en  Lima  i  otro  en  Arica;  i  los  chilenos,  no  solo  no  podrían 
avanzar  un  paso  mas,  sino  que  pronto  serian  arrojados  dú 
territorio  que  pisaban.  «El  Perú,  decia  en  seguida,  tiene  po- 
der suficiente,  mas  que  suficiente,  para  lanzar  a  su  enemigo 
i  sellar  la  presente  guerra  con  una  victoria  decisiva.» 

El  gobierno  de  la  dictadura  sigiúó  imperturbable  en  este 
sistema  de  exajeraciones  i  de  amenazas  para  engañar  a  sus 
nacionales.  Los  diarios  de  Lima  no  cesaban  de  repetir  que 
Chile  estaba  perdido,  que  las  victorias  de  su  ejército  eran 
insignificantes  i  debidas  a  la  casualidad,  i  que  el  día  que  aco- 
metiese una  nueva  empresa  sobre  el  Perú,  encontraría  su 
tumba  i  su  castigo.  «Cuando  los  chilenos  intenten  atacar  a 
los  bravos  soldados  peruanos  que  defienden  a  Arica,  decían 
con  este  motivo,  se  hallarán  delante  de  un  ejército  de  20,000 
hombres,  a  lo  menos,  que  sabrán  escarmentarlos  con  usura». 
Con  la  misma  confianza  aseguraban  que  antes  de  cuatro  me- 
ses, el  Perú  tendría  una  escuadra  poderosa,  que,  después  de 
destruir  la  de  Chile,  reconquistaría  el  dominio  del  Pacífico  2. 

2.  La  prensa  peruana,  que  como  puede  haberse  visto  en  los  cortos  frag- 


188  GUERRA  DEL    PACIFICO 


Todas  estas  amenazas  solo  producían  desden  en  Chile.  El 
gobÍ3rno  de  esta  república  estaba  resuelto  a  abrir  una  segun- 
da campaña  para  destruir  el  ejército  aliado  de  Tacna  i  Arica. 
Su  pensamiento  fué  encerrarlo  en  la  rejion  que  ocupaba,  parB 
impedirle  toda  comunicación  con  el  resto  del  Perú,  de  donde 
le  podian  venir  recursos  mas  o  menos  importantes,  i  para  cor- 
tarle toda  retirada  i  obligarlo  a  batirse.  A  fin  de  llevar  a  cabo 
este  plan,  Chile  tendría  que  trasportar  su  ejército  al  norte  de 
los  campamentos  enemigos,  hacerlo  emprender  en  seguida 
las  mas  penosas  marchas  al  través  de  arenales  i  despoblados 
desprovistos  de  todo,  paia  empeñar  al  fin  la  batalla.  El  go- 
bierno chileno  i  el  estado  mayor  de  su  ejército  no  se  hacian 
ninguna  ilusión  sobre  el  particular.  Uno  i  otro  sabian  de  so- 
bra que  las  dificultades  de  la  nueva  campaña  no  consistirían 
en  derrotar  al  enemigo,  sino  en  llegar. hasta  él,  impidiéndole 
que  se  dispersara  antes  de  combatir. 

Desde  mediados  de  febrero  de  1880  estaba  hsto  el  ejército 
de  Chile  para  emprender  esta  segunda  campaña.  En  el  puerto 
de  Pisagua  se  habian  reunido  dieciseis  buques  de  guerra  i  de 
trasporte,  i  en  ellos  se  embarcaron  diez  mil  hombres  el  24  de 
ese  mes.  Dos  dias  después  desembarcaron  en  lio,  i  se  apode- 
raron de  este  pueblo  i  del  de  Pacocha  sin  hallar  la  menor  re- 
sistencia. Los  destacamentos  peruanos  que  guarnecían  esos 


mentos  que  hemos  reproducido,  no  habia  cesado  de  amenazar  a  Chile  desde 
el  principio  de  la  guerra  con  la  mas  altanera  arrogancia,  se  hizo  quizá  aun 
mas  provocadora  al  dia  siguiente  de  constituida  la  dictadura  de  Piérola.  En 
medio  de  las  lisonjas  que  prodigaba  cada  dia  a  éste,  i  de  los  ultrajes  incesan- 
tes al  ex-presidente  Prado,  a  quien  llamaban  imbécil,  cobarde,  jugador,  etc., 
etc.,  se  anunciaba  enfáticamente  que  ya  habia  llegado  la  hora  del  tremendo 
castigo  de  Chile;  que  Chile  estaba  temblando  de  miedo,  i  que  en  dos  meses 
mas  los  ejércitos  de  esta  república  serian  arrojados  de  la  provincia  de  Ta- 
rapacá.  En  la  imposibilidad  de  reproducir  en  las  pajinas  de  este  libro  algu- 
nos de  esos  artículos,  a  los  cuales  dio  mayor  publicidad  la  prensa  de  Chile 
reproduciéndolos  en  son  de  burla,  se  nos  permitirá  copiar  en  seguida  algunas 
líneas  de  las  correspondencias  que  se  enviaban  de  Lima  a  La  Raza  latina, 
periódico  español  de  Nueva  York,  las  cuales,  aunque  con  mas  moderación 
en  la  forma,  reflejan  la  misma  arrogancia  de  la  prensa  de  Lima.  Helas  aquí- 
«Lima,  enero  de  1880. — La  dictadura  Piérola  esla  salvación  del  Perú  i  el 
triunfo  seguro  sobre  Chile,  que  contaba  como  útiles  aliados  con  la  torpeza, 
fatuidad,  indolencia  i  cobardía  del  ex-presidente  jeneral  Prado.  Al  saberse 


OPERACIONES  MILITARES  189 


puntos,  los  habían  abandonado  al  divisar  los  buques  chilenos 
dejando  en  pié  los  muelles,  los  telégrafos,  las  cañerías  de  agua 
i  todos  los  elementos  que  habían  de  servir  al  ejército  invasor. 
Solo  faltaban  las  máquinas  telegráficas  i  los  libros  copiadores 
de  la  correspondencia,  pero  el  estado  mayor  chileno  llevaba 
aparatos  de  esa  naturaleza,  i  pudo  restablecer  inmediatamen- 
te las  comunicaciones. 

Apenas  ejecutado  el  desembarco  de  la  primera  división,  los 
trasportes  volvieron  a  Pisagua,  i  condujeron  otro  cuerpo  de 
tres  a  cuatro  mil  hombres  que  no  habían  podido  llevar  en  el 
primea*  viaje.  En  el  acto  se  emprendió  la  esploracion  i  la  ocu- 
pación del  valle  regado  por  el  rio  lio,  i  del  camino  que  con- 
duce a  Moquegua,  es  decir,  de  los  mismos  lugares  que  dos 
meses  antes  había  reconocido  el  comandante  de  injenieros 
don  Arístídes  Martínez  con  tanta  fortuna  como  audacia. 

La  primera  noticia  del  desembarco  del  ejército  chileno  en 
Pacocha  se  tuvo  en  Lima  el  2  de  marzo;  pero  era  tal  la  per- 
suacion  de  que  Chile  no  se  hallaba  en  situación  de  acometer 
tales  empresas,  que  pocas  personas  le  dieron  "crédito.  Un  dia- 


en  Chile  que  hoi  está  al  frente  de  los  destinos  del  Perú  un  hombre  de  talento, 
enerjía,  actividad  i  valor  probado  como  don  Nicolás  de  Piérola,  ha  entrado 
el  desconcierto  en  las  operaciones  de  guerra  i  empezado  a  insinuarse  en  la 
prensa  de  Santiago  la  idea  de  celebrar  tratado  de  paz. 

«En  los  veinte  dias  que  lleva  de  gobierno  el  señor  Piérola  ha  dado  al  ejér- 
cito la  buena  organización  de  que  carecía  i  provístolo  de  elementos  que  le 
faltaban.  El  pais,  en  poquísimo  tiempo  mas,  quedará  en  estado  de  defensa  i 
el  ejército  del  sur  espedito  para  emprender  con  ventaja  operaciones  sobre 
Tarapacá,  donde  los  chilenos  reconcentran  hoi  sus  fuerzas. 

«Diversos  arreglos  i  combinaciones  con  la  casa  Dreyfus  de  Paris  i  un  con- 
trato ajustado  con  la  misma  sobre  venta  i  consignación  de  guano,  han  traido 
al  erario  del  Perú  un  anticipo  de  muchos  millones  que  se  aplicarán  a  los  gas- 
tos de  la  guerra.  Mientras  Chile  se  encuentra  con  su  tesoro  casi  exhauto  i 
pobre  de  recursos  {)ara  mantener  su  escuadra  i  ejército,  el  Perú  tiene  hoi  mas 
de  lo  preciso  para  sostener  la  guerra  i  llegar  a  la  victoria.  No  pasará  el  mes 
de  mayo  sin  que  la  preponderancia  marítima  que  actualmente  tiene  el  ene- 
migo haya  desaparecido,  merced  a  la  actividad  i  patriotismo  del  señor  Pié- 
rola.  No  conviene  ser  mas  esplícito  en  este  punto. 

«El  honrado  i  entusiasta  dictador  ha  realizado  en  medio  mes  i  en  bien  del 
pais  i  de  su  independencia,  lo  que  Prado  encontraba  irnposible.  ¡Qué  contras- 
te de  gobernantes!» 


190  GUERRA   DEL    PACÍFICO 


rio  de  la  capital  llegó  a  desmentirla  solemnemente  en  los  tér- 
minos que  siguen: 

«Noticia  relativa  a  desembarco  chileno  en  lio  no  tiene  fun- 
damento fidedigno.  El  27  circuló  en  Arica  rumor  de  que  10,000 
hombres  habian  desembarcado  en  Pacocha  i  en  Camarones 
3,000. 

«Este  rumor  no  se  confirmó  el  28. 

«Esos  desembarcos  en  Camarones  i  en  Pacocha,  i  esos  miles 
de  ciudadanos  rotosos  que  se  hacen  aparecer  aquí  i  allá,  no 
son  mas  que  invenciones  antojadizas. 

«Así  lo  sabemos  de  un  modo  casi  fidedigno,  i  así  nos  lo  dice 
nuestio  corresponsal  en  el  Callao  que  ha  averiguado  bastante 
en  el  asunto.» 

Pero  no  pudo  mantenerse  por  largo  tiempo  esta  incerti- 
dumbre.  El  contra-aJmiíante  Montero  había  comunicado  por 
la  vía  de  tierra  el  desembarco  de  los  chilenos,  asegurando  que 
abrigaba  la  mas  absoluta  confianza  de  que  el  ejército  invasor 
encontraría  su  tumba  i  su  castigo  en  Moquegua.  La  prensa  de 
Lima  repitió  en  todos  los  tonos  esa  misma  seguridad,  agre- 
gando los  insultos  i  las  provocaciones  de  costumbre  a  Chile 
i  a  sus  soldados. 

A  juzgar  por  los  escritos  de  la  prensa  del  Perú,  i  por  lo^ 
documentos  oficíales,  aquella  noticia  no  produjo  mas  que 
contento  i  satisfacción.  Los  chilenos,  se  decia,  son  cobardes: 
no  se  atreven  a  medirse  con  el  ejército  de  Montero,  i  por  eso 
han  ido  a  buscar  para  teatro  de  sus  operaciones  un  lugar  que 
está  lejos  de  aquel  ejército.  Para  alentar  la  confianza  de  las 
poblaciones,  contaban  i  recontaban  el  número  de  los  invaso- 
res i  concluían  que  mientras  éstos  eran  apenas  12,000  hom- 
bres, muchos  de  ellos  reclutas  en  harapos,  el  Perú  tenia  allí 
20,000  magníficos  soldados,  provistos  de  todo  í  que  contaban 
segura  la  victoria.  El  diario  oficial  de  la  dictadura,  aunque 
con  menos  arrogancia  en  sus  provocaciones,  asegura  ha  esto 
mismo  el  día  4  de  marzo. 

«Nuestro  ejército  del  sur,  decía  con  este  motivo,  no  se  en- 
cuentra felizmente  desprevenido  i  nuestros  enemigos  tendrán 


OPEBACIDNES   MILITARES  191 


que  luchar  esta  vez  con  mas  serias  dificultades  que  en  la  pro- 
vincia de  Iquique. 

«Las  tropas  aliadas,  algunas  de  las  cuales  saben  ya  como 
se  triunfa  de  los  chilenos,  los  esperan  hace  dos  meses  con  el 
arma  al  brazo,  ansiando  el  momento  de  disputar,  con  su  va- 
lor, a  la  fortuna  los  favores  que  ha  querido  conceder  antes  a 
nuestros  tenaces  enemigos. 

«En  esta  vez  tienen  ellos  que  atravesar  por   poblaciones 

orgullosas  de  haber  sabido  defender  siempre  la  integridad  del 

territorio  nacional,  i  hasta  la  inclemencia  de  la  estación  será 

otro  enemigo  contra  quien  tengan  que  combatir  nuestros  in- 
vasores. 

«Bastante  lo  han  conocido  de  antemano  i  de  allí  sus  pro- 
longadas vacilaciones  para  emprender  su  nueva  campaña  al 
sur,  que  ha  comenzado  ya  para  ellos  bajo  malos  auspicios. 

«Con  estos  antecedentes  no  hai  por  qué  desconfiar  del  triun- 
fo.» 

Esta  fué  la  convicción  jeneral  en  el  Perú.  Se  sabia  que  era 
difícil  sino  imposible  hacer  llegar  hasta  Tacna  i  Arica  nuevos 
cuerpos  de  tropas  para  ausiliarel  ejército  del  contra-almiran- 
te Montero;  pero  al  mismo  tiempo  se  creía  i  se  anunciaba  que 
no  solo  era  este  ejército  muí  superior  al  de  los  chilenos,  sino 
que  los  departamentos  del  sur  acudirían  presurosos  con  nue- 
vos confín j  entes  a  defender  el  suelo  de  la  patria  i  a  rechazar 
a  los  invasores.  Esos  departamentos,  Puno,  Arequipa,  Mo- 
quegua,  eran  las  «poblaciones  orgullosas  de  haber  sabido  de- 
fender siempre  la  integridad  del  territorio  nacional»,  i  según 
se  decia,  eran  bastante  poderosas  para  castigar  a  los  chilenos, 
aun  sin  contar  con  los  20,000  hombres  que  se  daban  al  ejér- 
cito de  Tacna  i  de  Arica. 

Sabiendo  el  gobierno  de  Chile  que  los  peruanos  habían  re- 
concentrado tropas  en  Arequipa  i  que  éstas  inquietarían  a 
los  chilenos  que  ocupasen  a  Moquegua,  había  resuelto  que  se 
hiciera  una  espedicion  por  la  costa  para  distraer  su  atención. 
En  efecto,  del  campamento  de  Pacocha,  zarpó  el  8  de  marzo 
una  división  de  unos  dos  mil  hombres  bajo  las  órdenes  del 
coronel  don  Orozímbo  Barbosa.  Después  de  cortar  el  telégrafo 


192  GUERRA  DEL  PACÍPrCO 


en  una  caleta  que  existe  entre  los  puertos  de  Islai  i  de  Molien- 
do, las  tropas  chilenas  desembarcaron  en  el  primero  de  esos 
puertos,  venciendo  fácilmente  la  resistencia  que  les  opuso 
una  corta  guarnición  desde  las  alturas  vecinas,  i  tomándole 
veinticinco  prisioneros. 

En  seguida  la  división  chilena  marchó  por  tierra  a  Molien- 
do. Los  peruanos  tenian  alli  algunos  cañones  para  la  defensa 
del  puerto,  i  una  guarnición  mas  considerable;  pero  sabedores 
del  desembarco  de  los  enemigos  en  el  vecino  puerto  de  Islai, 
abandonaron  a  Moliendo  retirándose  por  el  ferrocarril  hacia 
el  interior,  i  llevándose  toda  la  artillería.  La  división  chilena 
se  limitó  a  destruir  tanto  en  este  puerto  como  en  Islai,  los  te- 
légrafos, el  ferrocarril,  el  muelle  i  los  demás  elementos  de 
propiedad  del  gobierno  peruano  que  podian  servirle  para  mo- 
vilizar sus  fuerzas.  La  prensa  de  Lima  habló  después  de  estas 
destrucciones  exaj  erándolas  estraordinariamente.  De  las  in- 
vestigaciones mandadas  practicar  por  el  gobierno  de  Chile, 
resultó  que  la  mayor  parte  de  esas  acusaciones  eran  falsas, 
i  que  gran  parte  de  los  daños  causados  i  de  los  robos  per- 
petrados allí,  fueron  cometidos  por  el  populacho  del  mismo 
lugar  después  de  la  retirada  de  los  chilenos. 

La  espedicion  del  coronel  Barbosa  estuvo  de  vuelta  en  Pa- 
cocha  el  14  de  marzo.  Si  no  habia  alcanzado  todo  el  objeto 
de  su  comisión,  puesto  que  no  consiguió  sorprender  a  la  guar- 
nición de  Moliendo,  logió  al  menos  distraer  la  atención  de  las 
fuerzas  peruanas  de  Arequipa.  Una  parte  de  ellas  tuvo  que 
ocurrir  a  la  costa,  no  para  atacar  a  los  chilenos,  pero  sí  para 
resguardar  los  caminos  que  conducen  al  interior  del  departa- 
mento de  Arequipa. 

En  esos  momentos  habia  en  Moquegua  fuerzas  peruanas 
mucho  mas  considerables  de  las  que  dos  meses  antes  habia 
puesto  en  fuga  el  comandante  Martínez.  Esas  fuerzas,  man- 
dadas por  el  coronel  don  Andrés  Gamarra,  no  pensaban,  sin 
embargo,  en  defender  esa  ciudad  ni  el  valle  inmediato,  pero 
se  habían  fortificado  un  poco  mas  al  norte,  en  una  altura  que 
se  creía  inatacable. 

Era  aquella,  en  efecto,  una  ventajosa  posición  militar,  cuya 


OPERACIONES   MILITARES  193 


defensa  presentaba  grandes  facilidades.  Para  pasar  de  Mo- 
queguá  a  Torata,  es  necesario  trasmontar  una  asperísima 
cadena  de  cerros  que  solo  ofrece  un  pasaje  abordable  por  la 
garganta  o  cuesta  denominada  de  los  Anjeles.  Allí  hai  un  ca- 
mino abierto  en  zig-zag,  pero  siempre  difícil  i  pendiente,  i  que 
ningún  ejército  puede  recorrer  desde  que  las  alturas  estén 
ocupadas  por  una  fuerza  cualquiera.  Los  cerros  de  los  lados 
son  de  tal  manera  escarpados  que  siempre  se  había  creído 
que  era  del  todo  imposible  llegar  a  los  Anjeles  con  un  cuerpo 
de  ejército  por  otra  parte  que  por  el  camino  público.  Las  tro- 
pas colocadas  allí  no  tenían,  pues,  nada  que  temer  por  sus 
flancos;  i  para  la  defensa  del  camino  que  conduce  a  las  altu- 
ras, bastaba  un  puñado  de  hombres. 

La  garganta  de  los  Anjeles  gozaba  en  la  historia  del  Perú 
una  reputación  tal,  que  había  merecido  el  nombre  de  las  Ter- 
mopilas peruanas.  En  1823,  una  división  española  había  de- 
rrotado allí  al  ejército  independiente.  En  1874,  en  una  de 
las  interminables  guerras  civiles  del  Perú,  el  caudillo  revo- 
lucionario don  Nicolás  de  Píérola,  el  mismo  que  mas  tarde 
ha  sido  dictador  de  esa  república,  se  apoderó  de  esas  altu- 
ras i  rechazó  el  ataque  de  los  ejércitos  del  gobierno  que  man- 
daban el  presidente  Pardo  i  el  jeneral  Buendía.  Esplicando 
esos  sucesos,  los  jefes  peruanos  declararon  oficialmente  que 
desde  esas  alturas  «bastaban  quinientos  hombres  para  resistir 
a  un  ejército  de  10,000»  3.  Se  comprenderá  la  importancia 
que  el  mismo  Piérola  daba  a  esas  posiciones;  i  la  confianza 
con  que  el  coronel  Gamarra  se  había  fortificado  en  ellas. 

Los  chilenos  tenían  conocimiento  cabal  de  todo  esto.  Del 
campamento  de  Pacocha  salió  primero  una  columna  de  ca- 

3.  Sobre  ese  ataque  de  las  posiciones  de  los  Anjeles  en  1874,  pueden 
verse,  ademas  de  las  relaciones  hechas  por  los  mismos  revolucionarios,  los 
documentos  siguientes:  i  .^  Parte  del  jeneral  Buendía  de  6  de  diciembre  de 
1874,  en  que  dice  que  después  de  un  ataque  de  nueve  horas,  sus  tropas  se 
retiraron  con  elmayor  entusiasmo,  (el  entusiasmo  de  la  derrota).  2.^  Rela- 
ción del  coronel  don  José  de  la  Torre,  jefe  de  estado  mayor  de  su  ejercita 
publicada  en  El  Comercio  de  Lima  del  13  de  diciembre  de  ese  año.  3.®  El 
parte  oficial  del  presidente  Pardo,  fechado  en  Arequipa  el  3 1  de  diciem- 
bre. Los  tres  declaran  inespugnables  las  posiciones  de  la  cuesta  de  los 
Anjeles. 

TOMO  XVI.~13 


194  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


ballena  mandada  por  el  jeneral  don  Manuel  Baquedano,  para 
reconocer  el  camino  que  conduce  al  interior,  temiendo  que  el 
ferrocarril  hubiese  sido  cortado.  Establecida  la  comunicación 
sin  ninguna  dificultad,  avanzó  en  seguida  la  segunda  división 
del  ejército;  i  en  la  mañana  del  20  de  marzo,  las  tropas  chile- 
nas tomaron  posesión  de  Moquegua,  acampando  el  grueso  de 
ellas  en  la  ribera  norte  del  rio,  en  el  lugar  denominado  Alto 
de  la  Villa,  que  es  el  punto  terminal  del  ferrocarril.  Desde  el 
mismo  instante,  los  injenieros,  bajo  la  dirección  del  coman- 
dante Martínez,  comenzaron  a  estudiar  el  terreno  en  todos 
bus  detalles. 

En  realidad,  el  ejército  de  Chile,  que  no  pensaba  en  espe- 
dicionar  sobre  Torata,  sino  penetrar  hacia  el  sur  a  buscar  al 
ejército  de  Tacna,  hasta  habria  podido  desentenderse  de  las 
fuerzas  que  el  coronel  peruano  Gamarra  tenia  en  la  cuesta  de 
los  Anjeles.  Pero  era  peligroso  dejar  allí  tropas  enemigas^ 
tanto  mas  cuanto  que  ellas  podrian  ser  el  núcleo  de  un  ejér- 
cito que  picase  la  retaguardia  a  los  chilenos  durante  su  mar- 
cha al  sur.  El  jeneral  Baquedano  resolvió  inmediatamente  el 
ataque;  i  con  pleno  conocimiento  del  terreno,  fué  acordado 
en  su  campamento  el  plan  para  llevarlo  a  cabo. 

Por  la  derecha  del  enemigo,  las  serranías  eran  sumamente 
escabrosas,  i  parecía  que  ni  los  hombres  ni  los  animales  po- 
dían pasar  por  allí.  Un  batallón,  compuesto  por  los  robustos 
i  animosos  mineros  de  Copiapó,  bajo  las  órdenes  de  su  enér- 
jico  comandante  don  Juan  Martínez,  aceptó  el  encargo  de 
escalar  las  alturas  por  ese  lado.  Por  el  flanco  izquierdo  de  los 
peruanos,  el  ataque  presentaba  dificultades  de  otro  orden.. 
La  falda  de  los  cerros,  aunque  áspera  i  pendiente,  era  mas 
transitable,  pero  se  necesitaba  hacer  un  rodeo  de  muchos 
quilómetros,  tanto  mas  difícil  de  ejecutar,  cuanto  que  la  ope- 
ración debía  practicarse  de  noche.  El  ataque  debia  darse  al 
amanecer  del  22  de  marzo. 

En  efecto,  poco  después  de  haberse  oscurecido  el  día  ante- 
rior, salió  de  Moquegua  una  columna  de  cerca  de  mil  hombres 
de  las  tres  armas,  mandada  por  el  coronel  don  Mauricio  Mu- 
ñoz, para  ir  a  tomar  por  aquellos  rodeos  el  flanco  izquierda 


OJERACIONES  MILITARES  195 


de  los  atrincheramientos  peruanos.  A  media  noches  alió  del 
campamento  del  Alto  de  la  Villa  el  batallón  encargado  de 
escalar  las  serranías  por  los  despeñaderos  de  la  derecha  ene- 
miga. Poco  mas  tarde  el  jeneral  Baquedano  colocó  su  artille- 
ría en  un  lugar  del  terreno  bajo  del  valle,  desde  donde  podia 
romper  sus  fuegos  sobre  los  caracoles  del  camino  público  i  las 
trincheras  que  coronaban  las  alturas. 

En  la  noche  se  mantuvo  la  mayor  vijilancia  en  los  dos  cam- 
pamentos. A  las  dos  de  la  mañana  se  sintió  un  nutrido  tiroteo 
producido  por  una  partida  peruana  que  protejida  por  la  os- 
curidad de  la  noche,  bajó  de  las  alturas  para  sorprender  a  las 
avanzadas  chilenas  que  estaban  al  pié,  i  que  rechazaron  al 
enemigo.  Pero  nadie  en  el  campamento  del  coronel  Gamarra 
sospechó  siquiera  el  ataque  que  los  chilenos  llevaban  en  esos 
momentos  a  cabo  por  los  dos  flancos. 

Pero,  al  amanecer  del  dia  22  de  marzo,  los  defensores  de 
los  atrincheramientos  de  los  Anjeles  se  .encontraron  flanquea- 
dos por  su  costado  derecho.  El  batallón  chileno  que  habia 
trepado  a  las  alturas  caminando  en  medio  de  la  oscuridad  de 
la  noche  por  esas  escarpadísimas  laderas,  llegó  justamente  a 
tiempo  para  romper  el  fuego  i  para  comenzar  a  disputar  sus 
atrincheramientos  a  los  peruanos,  con  la  primera  luz  del  dia. 
La  columna  mucho  mas  numerosa  que  debia  atacarlos  por  la 
izquierda,  estaba  algo  atrasada  a  consecuencia  de  la  larga 
distancia  que  habia  tenido  que  recorrer;  pero  encontró  tam- 
bién algunas  compañías  peruanas  que  estaban  destacadas  por 
ese  lado,  i  empeñó  el  combate  contra  ellas  al  amanecer.  La 
artillería  chilena,  que  habia  ocupado  su  puesto  en  el  valle, 
disparó  al  mismo  tiempo  una  lluvia  de  granadas  sobre  las  po- 
siciones peruanas,  i  ayudó  eficazmente  a  introducir  en  ellas 
el  espanto.  • 

Poco  mas  de  una  hora  se  mantuvo  así  el  combate.  Los  pe- 
ruanos comenzaron  a  ceder,  i  en  seguida  a  abandonar  el  cam- 
po con  toda  precipitación,  dejando  allí  28  muertos  i  un  nú- 
mero mayor  de  heridos.  Cuando  la  bandera  chilena  flameaba 
en  los  atrincheramientos  que  los  peruanos  habían  ocupado 
en  las  alturas,  el  jeneral  Baquedano  mandó  suspender   los 


196  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


fuegos  de  su  artillería  i  dispuso  que  el  resto  de  su  división 
marchara  a  ocupar  esas  posiciones  por  el  camino  público  que 
habia  quedado  libre  i  espedito.  La  persecución  de  los  fujitivos 
se  continuó  cuanto  fué  posible,  tomándoles  64  prisioneros,  de 
los  cuales  8  eran  oficiales,  muchas  armas  i  municiones.  Tora- 
ta,  así  como  los  otros  pueblecitos  i  campos  vecinos,  cayeron 
el  mismo  dia  en  poder  de  los  chilenos. 

La  ocupación  de  aquellas  ventajosas  posiciones,  que  en  el 
Perú  se  creían  absolutamente  inespugnables,  produjo  en  todo 
el  país  una  esplosion  de  rabia.  En  el  principio  la  prensa  negó 
la  efectividad  del  desastre;  i  cuando  ya  no  se  pudo  ocultar  la 
verdad,  el  coronel  Gamarra,  que  no  habia  podido  resistir  a 
la  audacia  i  al  empuje  de  los  chilenos,  fué  tratado  poco  menos 
que  como  traidor  a  la  patria.  El  dictador  Piérola  mandó  so- 
meterlo a  juicio,  del  mismo  modo  que  pocos  meses  antes  lo 
habían  sido  los  jefes  en  cuyas  manos  se  perdió  la  campaña  de 
Tarapacá. 

Para  los  chilenos,  el  triunfo  de  los  Anjeles  no  fué  la  satis- 
facción de  una  simple  vanidad  militar.  Conquistada  aquella 
posesión,  i  dispersadas  las  tropas  que  la  defendían,  quedaban 
cerrados  todos  los  caminos  por  los  cuales  el  ejército  peruano 
del  sur  podia  comunicarse  con  el  centro  i  con  el  norte  de  la 
república,  i  por  donde  podian  también  recibir  refuerzos.  Des- 
de ese  dia  también,  las  tropas  chilenas  pudieron  abrir  la  cam- 
paña i  emprender  su  marcha  hacia  el  sur  sin  temor  de  ser  hos- 
tilizadas por  la  retaguardia. 

Al  mismo  tiempo  que  por  tierra  se  ejecutaban  las  operacio- 
nes que  dejamos  referidas,  la  escuadra  chilena  continuaba  las 
hostilidades  por  mar.  El  bloqueo  de  Arica  era  sostenido  por 
el  monitor  Huáscar  i  por  la  cañonera  Magallanes.  El  27  de 
febrerí?,  el  primero  de  estos  buques  se  acercó  a  tierra  para 
reconocer  los  fuertes  peruanos,  i  fué  recibido  por  los  fuegos 
de  las  baterías  i  del  monitor  Manco  Capac  que,  como  hemos 
dicho,  era  una  formidable  batería  flotante  colocada  en  el  fon- 
do de  la  bahía.  El  comandante  del  Huáscar  don  Manuel  Thom- 
son, murió  destrozado  por  una  bomba  peruana;  pero  el  co- 
mandante Condell,  que  tomó  el  mando  del  bloqueo,  sostuvo 


OPERACIONES  MILITARES  197 


el  combate  con  toda  enerjía.  Habiendo  llegado  allí  el  dia  si- 
guiente otros  dos  buques  chilenos,  continuaron  el  bombardeo 
de  la  plaza  causando  en  ella  estragos  de  consideración. 

El  bloqueo  de  Arica  se  continuó  por  dos  semanas  mas  sin 
incidente  alguno  que  viniese  a  interrumpir  su  monotonía. 
Para  defender  la  entrada  de  este  puerto,  no  quedó  allí  mas 
que  el  monitor  Huáscar  i  un  mal  trasporte,  fuerza  insuficiente 
para  el  caso,  por  ser  la  bahía  de  Arica  sumamente  abierta.  En 
la  noche  del  i6  de  marzo,  la  corbeta  peruana  Union,  despa- 
chada del  Callao  pocos  días  antes,  burló  el  bloqueo  i  penetró 
al  puerto,  favorecida  por  la  oscuridad  i  por  su  estraordinaria 
rapidez.  Esa  corbeta  llevaba  comunicaciones  del  gobierno 
de  Lima  i  algunos  ausiHos  para  el  ejército  del  contra-almiran- 
te Montero. 

El  dia  siguiente,  cuando  el  Huáscar  vio  a  la  Union  cerca 
de  tierra  i  bajo  la  protección  de  las  baterías,  rompió  sus  fue- 
gos sobre  ella  no  solo  con  el  objeto  de  ofenderla  sino  de  impe- 
dir el  desembarco  de  su  carga.  Luego  llegaron  al  puerto  otros 
dos  buques  chilenos  que  reforzaron  el  ataque.  Por  una  estra- 
tajema  bien  ideada  por  el  oficial  peruano  don  Manuel  Antonio 
Villavicencio,  que  mandaba  la  Union,  hizo  salir  de  la  máqui- 
na de  este  buque  una  gran  cantidad  de  vapor,  como  si  hubie- 
se sufrido  una  grande  avería.  Los  marinos  chilenos  cayeron 
en  el  engaño,  suspendieron  el  ataque  i  en  la  tarde  reunieron 
sus  naves  en  el  norte  de  la  bahía  para  acordar  las  medidas 
que  impidiesen  a  la  nave  salir  del  puerto  durante  la  noche. 
Favorecida  por  lo  abierto  de  la  bahía  i  por  lo  rápido  de  su 
andar,  la  corbeta  peruana  se  deslizó  hacia  el  sur  bajo  la  pro- 
tección de  los  fuertes  de  tierra,  i  se  alejó  de  Arica  burlando 
hábilmente  a  sus  perseguidores  que  no  pudieron  darle  alcance. 

Esta  audaz  operación  de  la  corbeta  peruana  no  había  te- 
nido en  realidad  mas  que  ün  objeto,  el  de  satisfacer  de  algún 
modo  las  exij encías  del  pueblo  de  Lima  que  reclamaba  del 
dictador  que  socorriese  al  ejército  del  sur,  incomunicado  en- 
tonces por  las  tropas  chilenas.  Pero  la  Union  no  pudo  llevar 
a  Arica  mas  que  cuatrocientos  pares  de  zapatos,  algunos  far- 
dos de  j enero  para  vestuario  i  dos  ametralladoras  desmonta- 


198  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


das.  Los  oficiales  peruanos  de  Tacna  i  de  Arica,  que  veian  a 
sus  soldados  casi  desnudos,  i  que  conocian  todas  las  necesi- 
dades del  ejército,  se  persuadieron  de  que  las  mezquinas  ri- 
validades de  los  hombres  públicos  del  Perú,  no  se  hablan 
acallado  en  medio  de  los  conflictos  de  la  guerra  esterior.  A 
juicio  de  ellos,  el  dictador  Piérola  estaba  resuelto  a  sacrificar- 
los para  evitar  un  triunfo  que  debia  de  enaltecer  a  Montero, 
i  que  podia  ser  una  amenaza  para  el  gobierno  de  la  dictadura. 
Así,  pues,  el  viaje  de  la  Union,  sin  importar  un  ausilio  de  me- 
diana importancia  para  el  ejército  de  Tacna  i  Arica,  vino  a 
fomentar  la  desconfianza  de  los  oficiales  i  aun  a  producir  cier- 
to desaliento  en  los  espíritus. 

Sea  como  se  quiera,  la  empresa  ejecutada  con  tanta  fortu- 
na por  el  comandante  Villavicencio,  fué  celebrada  en  todo  e 
Perú  como  una  .gran  victoria,  pero  ella  aceleró  las  operaciones 
de  la  escuadra  chilena  para  impedir  todo  movimiento  de  las 
naves  enemigas.  En  efecto,  dejando  subsistente  el  bloqueo 
de  Arica,  de  Moliendo  i  de  las  costas  adyacentes,  el  buque 
blindado  Blanco  Encalada,  el  monitor  Huáscar,  la  corbeta 
O'Higgins,  dos  cruceros  i  otros  buques  menores  pusieron  el 
bloqueo  efectivo  al  Callao  i  a  los  puertos  vecinos  el  día  lo  de 
abril.  Después  del  plazo  acordado  a  los  buques  mercantes  de 
bandera  neutral  para  dejar  el  puerto,  rompieron  el  cañoneo 
contra  los  fuertes  i  contra  los  buques  peruanos,  que  habían 
sido  guardados  en  la  dársena.  Esta  operación  venia  a  poner 
un  término  a  las  escursiones  que  las  naves  de  este  país  podían 
hacer  en  las  costas  vecinas. 

Desde  ese  dia,  las  naves  chilenas  quedaron  recorriendo  los 
mares  en  todas  direcciones,  libres  del  peligro  de  cualquiera 
sorpresa.  Se  comprende  fácilmente  que  este  bloqueo  rigoro- 
samente sostenido,  iba  a  causar  grandes  perjuicios  al  comer- 
cio del  Perú,  cerrándole  sus  puertos  principales.  La  prensa 
de  Lima,  sin  embargo,  aparentó  celebrarlo  casi  como  una  vic- 
toria, declarando  que  esta  operación  perjudicaba  mas  al  co- 
mercio de  Chile  que  al  del  Perú.  Por  otra  parte,  la  prensa  i  el 
gobierno  de  este  país  creían  ver  en  el  bloqueo  un  orí  jen  de 
infinitas  comphcaciones  internacionales  para  la  escuadra  chi- 


OPERACIONES  MILITARES  199 


lena;  i  al  efecto,  pusieron  todo  su  conato  en  estimular  las  que- 
jas i  reclamaciones  de  los  neutrales,  esperando  encontrar  en 
estas  dificultades  un  apoyo  que  les  negaba  la  opinión  pública 
de  las  naciones  europeas. 


^^^^ 


CAPITULO  XI 
Campaña  sobre  Tacna,  abril  i  mayo  de  1880 

Reorganización  industrial  i  administrativa  de  la  provincia  de  Tara  paca. — 
Liberales  concesiones  hechas  por  el  gobierno  de  Chile  a  los  acreedores 
hipotecarios  del  Perú. — Disposiciones  relativas  a  la  esplotacion  del  sa- 
litre.— Inútiles  protestas  del  gobierno  del  Perú.— Medidas  financieras 
de  éste  para  procurarse  fondos.— Sus  trabajos  para  organizar  nuevos 
ejércitos. — El  ejército  chileno  se  prepara  a  marchar  sobre  Tacna. — 
Grandes  dificultades  que  les  oponen  la  naturaleza  i  la  topografía  de 
aquellos  lugares. — Reconocimientos  practicados  por  la  caballería  chile- 
na.— Combate  de  Buenavista. — Marcha  del  ejército  chileno. — Trabajos 
que  impuso  la  conducción  de  la  artillería. —  Reunión  de  todo  el  ejército 
en  las  márjenes  del  rio  Sama.—  Muerte  repentina  del  ministro  de 
guerra  don  Rafael  Sotomayor. 

Al  mismo  tiempo  que  se  emprendian  las  operaciones  mili- 
tares que  hemos  referido  en  el  capítulo  anterior,  el  gobierno 
de  Chile  estaba  empeñado  en  regularizar  la  administración 
pública  en  la  provincia  de  Tarapacá.  Se  sabe  que  la  industria 
de  esta  provincia,  rejida  desde  1873  por  un  errado  sistema 
económico,  habia  sufrido  las  mas  serias  perturbaciones  du- 
rante el  primer  año  de  guerra.  La  espulsion  de  los  trabaja- 
dores chilenos  al  dia  siguiente  de  rotas  las  hostilidades,  la 
suspensión  del  comercio  esterior,  ocasionada  por  el  bloqueo 


202  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


de  Iquique,  la  ocupación  de  la  provincia  por  el  ejército  pe-, 
ruano  durante  mas  de  seis  meses,  i  por  último,  las  operacio- 
nes militares  que  dieron  por  resultado  la  posesión  completa 
por  los  chilenos,  eran  causas  del  desorden,  o  mas  bien,  del 
desamparo  industrial  i  administrativo  en  que  habia  caido. 

El  gobierno  de  Chile  proveyó  a  esos  lugares  de  empleados 
civiles  que  vijilasen  por  su  administración.  Para  dar  facili- 
dades al  comercio,  las  aduanas  fueron  sometidas  a  un  réjimen 
mucho  mas  liberal  del  que  hablan  tenido  antes.  Con  el  mis- 
mo celo,  se  establecieron  nuevos  tribunales  de  justicia,  se  or- 
ganizó la  policía  de  aseo  i  de  seguridad,  se  crearon  hospitales 
para  los  enfermos  desvalidos  i  se  abrieron  escuelas  bajo  el 
mismo  sistema  establecido  en  Chile.  Dos  meses  después  de  la 
ocupación  chilena,  el  orden  i  la  regularidad  administrativa 
estaban  satisfactoriamente  establecidos.  El  comercio  de  Iqui- 
que cobró  nueva  vida  a  la  sombra  de  este  estado  de  cosas. 
Fundáronse  alH  nuevas  imprentas,  i  la  prensa  periódica  co- 
menzó a  funcionar  bajo  el  réjimen  de  absoluta  libertad  que 
existe  en  Chile. 

Un  número  considerable  de  acreedores  europeos  del  Perú 
se  habia  dirijido  desde  meses  atrás  al  gobierno  chileno  solici- 
tando permiso  para  cargar  guano  en  los  depósitos  de  Tara- 
pacá  i  en  las  islas  de  Lobos.  Manifestaban  ellos  que  este  abo- 
no estaba  afectado  preferentemente  al  pago  de  sus  créditos; 
pero  que  el  gobierno  del  Perú,  burlando  los  solemnes  compro- 
misos contraidos  con  ellos,  habia  suspendido  desde  algunos 
años  atrás  el  pago  de  estas  obligaciones,  lo  que  habia  dado 
orí  jen  a  que  los  títulos  de  su  deuda,  sufriesen  una  deprecia- 
ción de  un  noventa  por  ciento.  En  esta  representación,  el 
gobierno  de  Chile  no  vio  mas  que  una  prueba  de  la  confianza 
que  los  prestamistas  europeos  tenían  en  la  honradez  con  que 
siempre  habia  pagado  a  todos  sus  acreedores. 

Pero  el  gobierno  de  Chile  no  quería  hacer  promesas  cuando 
el  estado  de  la  guerra  no  lo  habia  puesto  aun  en  posesión  de 
esos  depósitos  de  guano;  i  si  bien  oyó  favorablemente  esas 
proposiciones,  esperó  la  ocupación  de  Tarapacá  para  resol- 
ver esta  cuestión  en  un  sentido  favorable  para  los  acreedores 


OPERACIONES  MILITARES  203 


del  Perú.  Quería  también  que  el  mayor  número  de  éstos  se 
pusiera  de  acuerdo,  para  hacer  mas  efectiva  las  ventajas  de 
su  resolución. 

Esto  fué  lo  que  sucedió  en  diciembre  de  1879  i  ^^  enero  de 
1880.  Los  tenedores  de  bonos  peruanos  celebraron  algunas 
reuniones  en  Londres;  i  recordando  allí  la  manera  como  ha- 
bían sido  cruelmente  burlados  en  todas  sus  espectativas  por 
el  gobierno  del  Perú,  acordaron  acojerse  a  la  honorabilidad 
del  gobierno  de  Chile.  Su  confianza  a  este  respecto,  no  era 
infundada.  Por  decreto  de  23  de  febrero  de  1880,  Chile  otorgó 
a  los  acreedores  hipotecarios  del  Perú,  el  permiso  para  cargar 
guano  de  los  depósitos  de  Tarapacá,  mediante  el  pago  de  30 
chelines  por  la  esportacion  de  cada  tonelada.  Los  trabajos 
para  emprender  el  carguío  comenzaron  a  ejecutarse  desde 
luego. 

Las  protestas  del  gobierno  dictatorial  del  Perú  contra  esta 
concesión,  están  consignadas  en  un  decreto  que  lleva  la  fecha 
de  15  de  marzo.  El  dictador  Píérola  declara  alH  que  el  permi- 
so concedido  por  el  gobierno  de  Chile  a  los  acreedores  del  go- 
bierno del  Perú,  es  atentatorio  contra  la  soberanía  de  este 
pais,  que  los  acreedores  que  lo  hubieran  solicitado  o  que  se 
acojieren  a  él,  han  perdido  ipso  fado  todos  sus  derechos,  que 
no  podrían  hacerlos  valer  en  ningún  tiempo  i  bajo  ninguna 
forma,  i  que  el  gobierno  de  este  pais  perseguiría  las  embarca- 
ciones que  esportaran  guano,  i  las  confiscaría,  cualquiera  que 
fuere  el  pabellón  que  las  cubriera.  Como.es  fácil  comprender, 
un  decreto  de  esta  clase,  dado  por  un  gobierno  cuya  escuadra 
había  sido  destruida  en  la  guerra,  i  que  por  tanto  no  podía 
hacerlo  cumplir,  no  debía  ser  tomado  a  lo  serio. 

La  industria  salitrera,  la  mas  importante  de  la  provincia 
de  Tarapacá,  llamó  también  preferentemente  la  atención  del 
gobierno  de  Chile.  Se  recordará  que  el  gobierno  peruano,  obe- 
deciendo a  una  errada  poHtíca,  estableció  en  1873  el  mono- 
poho  del  salitre,  i  luego  trató  de  adquirir  todos  los  estable- 
cimientos, para  ser  el  único  elaborador  i  el  único  vendedor 
de  este  artículo.  Según  este  sistema,  el  gobierno  del  Perú  ha- 
bía celebrado  con  diversas  personas  contratos  de  elaboración, 


204  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


según  los  cuales,  estos  empresarios  elaboraban  en  las  fábricas 
del  Estado  una  cantidad  determinada  de  salitre  que  debian 
entregar  al  fisco  mediante  el  pago  de  62  peniques  por  quintal, 
como  costo  de  elaboración.  El  Estado  vendia  i  esportaba  el 
salitre  elaborado  de  esta  manera. 

Este  sistema,  que  convertía  en  negociante  al  gobierno  del 
Perú,  con  perjuicio  de  los  intereses  bien  entendidos  del  co- 
mercio i  de  la  industria,  repugnaba  al  gobierno  de  Chile.  Ni 
siquiera  quiso  exijir  por  entonces  la  entrega  del  salitre  elabo- 
rado por  cuenta  del  Estado  peruano  por  las  personas  que  te- 
man contratos  pendientes,  i  el  cual  le  correspondía  de  dere- 
cho como  propiedad  quitada  al  gobierno  enemigo.  En  vez  de 
seguir  el  pernicioso  sistema  de  monopolio,  decretó  la  libre 
esportacion  del  salitre,  mediante  el  pago  de  un  impuesto  mo- 
derado de  un  peso  cincuenta  centavos  por  quintal. 

Desgraciadamente,  este  réjimen  liberal  tardó  mucho  en 
producir  sus  frutos.  La  esportacion  voluntaria  no  se  desarro- 
llaba por  causas  fáciles  de  comprender.  En  primer  lugar,  la 
perturbación  consiguiente  al  estado  de  guerra  no  podia  ase- 
gurar el  restablecimiento  inmediato  de  la  confianza  entre  los 
industriales  i  entre  los  comerciantes.  En  segundo  lugar,  el 
gobierno  del  Perú  amenazaba  hasta  con  la  confiscación  de  los 
bienes  que  tenian  en  las  provincias  de  la  república  ocupadas 
por  sus  armas,  a  aquellos  contratistas  con  el  Estado  que  res- 
petasen la  lei  chilena  i  se  hiciesen  esportadores  de  salitre.  En 
tercer  lugar,  muchos  especuladores  creyeron  que  demorando 
la  esportacion,  obligarían  al  gobierno  chileno  a  rebajar  mas 
aun  el  impuesto  con  que  habia  sido  gravada.  Vióse,  pues, 
éste  obligado  a  vender  por  su  cuenta  el  salitre  ya  elaborado, 
i  a  remitir  una  buena  parte  de  él  a  Europa,  para  que  fuese 
allá  vendido.  Estas  providencias,  sin  embargo,  se  dictaron 
con  un  carácter  transitorio.  El  gobierno  de  Chile,  en  posesión 
de  todos  los  terrenos  productores'de  salitre  hasta  el  paralelo 
19  de  latitud  sur,  preparaba  una  lei  para  someterlos  a  un  ré- 
jimen económico  uniforme,  sobre  las  bases  de  la  libertad  co- 
mercial i  de  la  igualdad  de  impuesto. 

Guando  el  gobierno  del  Perú  supo  que  Chile  comenzaba  a 


OPERACIONES  MILITARES  205 


beneficiar  los  depósitos  de  nitrato  de  la  provincia  de  Tara- 
pacá,  hizo  oir  sus  protestas.  Esos  depósitos,  decia,  son  pro- 
piedad del  Perú;  i  Chile  no  puede  esplotarlos  sino  por  un  acto 
de  piratería.  Es  cierto,  agregaba,  que  Chile  está  en  posesión 
de  esos  territorios,  pero  esa  posesión  es  instable,  i  se  debe 
mas  que  al  poder  de  sus  ejércitos,  al  error  de  los  jenerales  del 
Perú.  Las  naves  que  carguen  el  salitre  por  cuenta  del  gobier- 
no, como  las  que  carguen  guano  por  cuenta  de  los  acreedores 
del  Perú,  serán  perseguidas  en  todas  partes  por  las  autorida- 
des peruanas  como  naves  piratas.  Pero,  esto  era  desconocer 
en  todas  sus  partes  la  efectividad  de  un  hecho  material  i  con- 
sumado, como  era  la  ocupación  efectiva  i  eficaz  del  territorio 
en  cuestión,  por  las  armas  i  por  las  autoridades  de  Chile,  i  el 
hecho  no  menos  real  de  que  el  Perú  no  tenia  escuadra  con  que 
impedir  el  embarque  del  salitre,  ni  con  qué  perseguir  las  na- 
ves que  lo  condujesen  a  Europa.  Ha  resultado  de  aquí,  que 
las  protestas  peruanas  han  quedado  escritas  en  el  papel  i  no 
han  producido  ningún  resultado  práctico. 

El  gobierno  dictatorial  del  Perú  dictaba  al  mismo  tiempo 
otras  medidas  de  hacienda.  Creaba  por  sí  i  ante  sí,  nuevos 
impuestos  que  a  pesar  de  ser  mui  onerosos,  no  produjeron  las 
entradas  que  se  buscaban.  Decretó  que  se  suspendiese  el  pago 
de  todas  las  obligaciones  que  databan  de  una  época  anterior 
al  24  de  diciembre  de  1879,  es  decir,  del  dia  en  que  se  inau- 
guró la  dictadura,  a  menos  que  esas  obligaciones  fueran  cali- 
ficadas según  reglas  que  no  se  indicaban,  i  aun  así  no  serian 
pagadas  sino  mas  tarde  i  con  la  aprobación  especial  del  go- 
bierno. 

Esta  medida  tenia  por  objeto  demostrar  que  en  adelante 
se  cubrirían  con  las  rentas  del  Estado  las  nuevas  obligaciones 
que  se  contrajesen,  estimulando  así  que  se  hiciesen  nuevos 
préstamos  al  gobierno;  pero  el  dictador  parecía  desconocer 
que  el  establecimiento  de  este  sistema  acabaría  por  destruir 
por  completo  el  crédito  interior  i  esterior  del  Perú,  puesto 
que  dejaba  establecido  el  hecho  de  que  el  gobierno  podía  fijar 
cualquier  dia,  que  las  obligaciones  contraidas  por  el  Estado 
antes  de  tal  o  cual  fecha  no  tenían  valor.  Esta  teoría  era  por 


206  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


demás  peligrosa  en  un  pais  en  que  los  gobiernos  revoluciona- 
rios suelen  sucederse  con  mucha  rapidez;  i  en  efecto,  despertó 
gran  desconfianza  en  el  Perú,  lejos  de  producir  el  resultado 
que  se  buscaba. 

Se  contrajo  también  el  dictador  Piérola  a  promover  arre- 
glos financieros  con  los  acreedores  estranjeros  del  Perú,  para 
distraerlos  de  tratar  con  Chile.  Por  decreto  de  7  de  enero  de 
1880,  acordó  la  consolidación  de  la  deuda  esterior,  la  cual 
seria  pagada  inmediatamente  por  medio  de  la  cesión  de  los 
ferrocarriles  del  Estado;  i  con  la  emisión  de  nuevas  obligacio- 
nes amortizables  con  intereses  por  las  cantidades  que  no  al- 
canzasen a  pagarse  con  las  vías  férreas  1.  Pero  como  los  acree- 


I.  Siendo  este  decreto  demasiado  estenso  para  insertarlo  íntegro  en  esta 
nota,  vamos  a  copiar  solo  sus  artículos  principales. 

«i.<^  Consolídanse  en  una  sola  las  deudas  contraidas  en  Europa  en  1870, 
la  que  lleva  el  nombre  de  1872  i  los  bonos  emitidos  para  el  ferrocarril  de 
Pisco  a  lea. 

«2.0  Adjudícase  a  los  tenedores  de  la  deuda  esterna  del  Perú  la  propiedad 
de  los  ferrocarriles  nacionales  de  Moliendo  al  Cuzco,  de  lio  a  Moquegua,  de 
Pisco  a  lea,  de  Lima  a  Chancai  i  Huacho,  del  Callao  a  la  Oroya,  de  Salave- 
rri  a  Trujillo,  de  Chimbóte  a  Huaraz,  de  Pascamayo  a  Cajamarca  i  de  Paita 
a  Piura,  en  el  estado  en  que  se  hallan,  por  la  suma  de  su  costo  en  efectivo, 
cambiando  acciones  por  títulos  de  la  deuda  a  la  par. 

«3.0  Cada  tenedor  de  bonos  recibirá  en  acciones  de  ferrocarriles  i  en  nue- 
vos títulos  de  deuda  el  valor  total  de  sus  actuales  bonos,  en  la  proporción  en 
que  se  hallan  el  valor  en  que  se  adjudican  los  ferrocarriles  i  el  remanente  de 
bonos  por  canjear. 

«4.0  Esta  adjudicación  es  incondicional  i  real:  por  manera  que  el  Estado 
no  ejercerá  sobre  dichas  líneas  férreas  otras  atribuciones  que  las  que  corres- 
pondan sobre  las  construidas  i  esplotadas  por  la  industria  privada. 

«5.3  Las  compañías  que  se  constituyan  propietarias  de  estas  líneas  que- 
dan autorizadas  para  llevarlas  a  su  término  i  esplotarlas,  gozando  de  un  pri- 
vilejio  esclusivo  de  veinticinco  años,  contados  desde  la  adjudicación,  i  de 
libertad  de  derechos  de  importación  para  los  materiales  que  demande  la  ter- 
minación de  las  vias  que  no  estuviesen  enteramente  concluidas. 

«7.0  Hecha  la  adjudicación  de  que  hablan  los  artículos  precedentes,  el  re- 
manente de  títulos  de  deuda  esterna  será  convertido  en  nuevos  títulos  a  la 
par  i  de  igual  denominación  que  los  canjeados,  los  cuales  gozarán  de  un  ser- 
vicio anual  de  cuatro  por  ciento  acumulativo,  aplicable  al  interés  de  dos  i 
medio  por  ciento  en  cada  año,  pagadero  por  semestres  i  de  uno  i  medio  por 
ciento  de  amortización. 

«8.0  Esta  amortización  se  verificará  semestralmente  por  propuestas  ce- 
rradas bajo  la  par,  presentadas  a  la  ajencia  financiera,  i  por  sorteo,  a  la  par- 


OPERACIONES  MILITARES  207 


dores  sabían  que  esos  ferrocarriles  rendían  una  escasísima 
producción,  i  que  algunos  de  ellos  no  pagaban  ni  siquiera  los 
costos  del  tráfico,  esta  medida  no  produjo  ningún  resultado. 
En  la  misma  época  el  jefe  supremo  resolvía  díctatorial- 
mente  todas  las  cuestiones  que  el  gobierno  del  Perú  tenia 


en  la  parte  en  que  no  alcanzasen  a  llenar  el  fondo  de  amortización  designado 
«9.^  A  este  servicio  el  Perú  afecta,  desde  que  restablezca  la  esportacion 
del  guano,  la  cantidad  de  dos  libras  por  cada  tonelada  que  venda  en  los  mer- 
cados de  Europa  i  sus  colonias,  con  escepcion  de  los  mercados  de  Francia  i 
Béljica,  las  cuales  dos  libras  serán  depositadas  en  el  Banco  de  Inglaterra  por 
el  vendedor  del  guano  peruano  en  los  predichos  mercados,  tomándose  de 
dicho  fondo  el  servicio  semestral  de  los  bonos  i  reservando  para  el  siguiente 
el  exceso,  si  lo  hubiere.» 

Los  acreedores  del  Perú  en  el  estranjero  recibieron  este  decreto  como  la 
mas  amarga  burla  que  el  dictador  Piérola  podia  hacer  de  sus  derechos.  Va- 
mos a  estractar  en  seguida  algunas  de  las  observaciones  que  se  hicieron  pa- 
ra rechazar  terminantemente  tales  bases  de  arreglo. 

I  .o  Solo  por  una  cruel  ironía  puede  el  gobierno  peruano  proponer  la  cesión 
de  los  ferrocarriles  del  üstado  para  el  pago  de  la  deuda  i  por  el  precio  de  cos- 
to. Se  sabe  que  la  construcción  de  cada  una  de  esas  vías  férreas  fué  un  nego- 
cio escandaloso  en  que  el  Estado  pagaba  dos  o  mas  veces  lo  que  costaron  los 
trabajos,  para  enriquecer  al  presidente  de  la  república,  a  los  ministros  de 
Estado  i  a  una  turba  de  desvergonzados  traficantes  para  quienes  el  tesoro 
público  fué  el  patrimonio  del  mas  osado. 

2.0  Una  buena  parte  de  esos  ferrocarriles  fué  construida  no  para  servir  a 
los  intereses  industriales  del  Perú,  sino  como  un  pretesto  para  hacer  gran- 
des negocios  a  espensas  del  Estado,  i  para  autorizar  toda  especie  de  fraudes. 
De  aquí  ha  resultado  que  algunas  de  esas  vías  férreas  no  producen  ni  siquie- 
ra para  pagar  el  carbón  que  se  consume  en  el  tráfico.  Los  acreedores  del  Perú 
que  las  aceptaren  en  pago  de  su  deuda,  harían  el  mismo  negocio  de  aquel 
individuo  a  quien  le  regalaron  un  elefante  blanco,  i  que  se  vio  arruinado  en 
poco  tiempo  por  los  gastos  que  le  ocasionaba  el  mantenerlo. 

3.0  La  promesa  de  pagar  con  el  producto  del  guano  la  amortización  e  in- 
tereses de  la  parte  de  la  deuda  que  no  alcance  a  cubrirse  con  el  importe  de 
los  ferrocarriles,  es  una  nueva  i  mas  amarga  burla.  Este  mismo  compromiso 
existia  en  años  atrás,  i  entonces  el  Perú  burló  a  sus  acreedores  suspendiendo 
el  servicio  de  su  deuda.  Hoi,  que  se  encuentra  mil  veces  mas  arruinado  que 
en  1872,  ¿pueden  tomarse  a  lo  serio  sus  ofrecimientos? 

Así,  pues,  los  acreedores  del  Perú  rechazaron  indignados  tales  proposicio- 
nes; lo  que  no  impidió  que  la  prensa  de  Lima  dijera  que  la  dictadura  había 
arreglado  todas  las  cuestiones  financieras,  i  pagado  la  deuda  esterior  de  una 
manera  ventajosa  para  el  gobierno  i  para  los  acreedores  del  Perú;  del  mismo 
modo  que  decía  que  el  dictador  Piérola  habia  adquirido  una  escuadra  que 
llegaría  al  Callao  en  el  mes  de  mayo  a  destruir  las  naves  chilenas  i  a  recon- 
quistar la  supremacía  del  Perú  en  el  Pacífico. 


208  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


pendiente  con  los  antiguos  consignatarios  del  guano  en  Eu- 
ropa, i  las  resolvia  en  favor  de  éstos,  a  quienes  la  opinión  pú- 
blica acusaba  de  haber  sido  los  socios  del  mismo  dictador, 
cuando  éste  fué  ministro  de  hacienda  antes  de  1872,  i  mas 
tarde  los  proveedores  de  fondos  para  las  revoluciones  que 
Piérola  habia  intentado  contra  las  administraciones  subsi- 
guientes. La  supresión  de  la  libertad  de  imprenta  bajo  el  ré- 
jimen  de  la  dictadura,  ha  sido  causa  de  que  hasta  ahora  no 
se  haya  podido  hacer  toda  la  luz  sobre  estas  negociaciones. 
Un  diario  que  se  atrevió  a  insinuar  algo  sobre  las  cuestiones 
financieras,  fué  suprimido  inmediatamente,  i  fueron  castiga- 
dos sus  editores. 

vSi  todas  estas  medidas  no  dieron  un  resultado  mui  positivo 
para  atender  a  las  necesidades  de  la  guerra,  la  actividad  del 
dictador  Piérola  encontró  otro  campo  en  que  ejercerse.  Hizo 
un  llamamiento  jeneral  a  las  armas  a  todos  los  peruanos,  i 
comenzó  a  organizar  en  la  capital  i  en  las  provincias  numero- 
sos batallones  a  cuya  instrucción  militar  se  dio  lUn  grande 
impulso.  El  gobierno  peruano  continuó  recibiendo  de  Europa 
i  de  Estados  Unidos  remesas  de  •  armas  i  de  pertrechos  de 
guerra  que  llegaban  por  la  via  de  Panamá,  de  manera  que  su 
ejército  estaba  suficientemente  abastecido.  Pero,  por  mas  nu- 
meroso que  éste  fuera,  no  habia  posibilidad  de  hacer  llegar 
recursos  al  contra-almirante  Montero  que  mandaba  el  ejér- 
cito del  sur.  Por  tierra  era  imposible  hacer  nada,  no  solo  por 
las  grandes  distancias,  sino  por  cuanto  los  chilenos  ocupaban 
la  provincia  de  Moquegua  i  cerraban  todos  los  caminos.  Por 
mar,  el  bloqueo  de  las  costas  del  sur  hacia  difícil  toda  tenta- 
tiva emprendida  con  ese  objeto. 

Sin  embargo,  la  opinión  pública  comenzaba  a  acusar  al 
gobierno  de  la  dictadura  de  faltas  que  éste  no  pensaba  talvez 
en  cometer.  Sabiendo  que  Montero  i  Piérola  hablan  sido  ene- 
migos irreconciliables,  se  creia  que  el  segundo  tenia  interés 
en  abandonar  a  aquél  para  que  fuese  derrotado,  i  para  verse 
asi  libre  de  un  rival  peligroso.  Los  chilenos  interceptaron, 
como  lo  hemos  dicho  en  otra  parte,  algunas  cartas  en  que  se 
hablaba  de  estas  rivalidades  i  de  estas  asechanzas  como  de 


OPERACIONES  MILITARES  209 


una  cosa  positiva.  Para  acallar  estas  murmuraciones,  i  ya 
que  no  le  era  posible  hacer  otra  cosa,  el  dictador  Piérola  or- 
denó el  peligroso  viaje  de  la  corbeta  Union  di  Arica,  de  que 
hablamos  en  el  capítulo  anterior,  i  que  llevó  a  cabo  con  rara 
habilidad  el  comandante  Villavicencio.  Esta  aventura  tan 
audaz  como  feliz,  no  mejoró  la  situación  del  ejército  del  sur, 
puesto  que  solo  recibió  algún  vestuario  i  mui  pocas  armas; 
pero  poco  mas  tarde,  el  bloqueo  del  Callao  vino  a  cortar  toda 
esperanza  de  renovar  las  comunicaciones  i  de  repetir  el  envío 
de  cualquier  ausilio. 

Mientras  tanto,  el  ejército  chileno  que  había  ocupado  a 
Moquegua,  se  preparaba  para  abrir  la  campaña  sobre  Tacna. 
El  jeneral  Escala  había  vuelto  a  Chile  dejando  el  mando  en 
jefe  de  las  tropas  al  jeneral  don  Manuel  Baquedano,  que  aca- 
baba de  ilustrarse  por  el  bien  preparado  ataque  de  la  cuesta 
de  los  Anjeles.  En  la  dirección  de  las  operaciones  militares, 
este  jefe  desplegó  desde  el  primer  día  la  mas  enérjica  activi- 
dad. La  distancia  que  tenía  que  atravesar  para  llegar  hasta 
el  enemigo  no  era  propiamente  grande,  i  en  otro  pais  un  ejér- 
cito regularmente  organizado,  habría  podido  recorrerla  en 
cuatro  o  seis  días;  pero  en  estos  lugares  la  marcha  exije  de  los 
jefes  i  de  los  soldados  un  esfuerzo  mucho  mayor  que  el  que  se 
necesitaba  para  derrotar  al  enemigo. 

La  rejion  de  la  costa  de  la  república  peruana,  es  formada 
por  una  serie  de  desiertos  separados  entre  sí  por  estrechos 
valles  que  riegan  los  ríos  que  se  desprenden  de  las  montañas. 
En  toda  esta  rejion,  las  lluvias  son  casi  completamente  des- 
conocidas, i  esos  desiertos  son  llanuras  secas  i  arenosas,  inte- 
rrumpidas a  veces  por  ásperas  serranías,  o  por  colinas  de  te- 
rreno movedizo  que  hacen  mui  penosa  la  marcha  del  viajero- 
sobre  todo  durante  el  día  cuando  el  sol  de  los  trópicos  callen, 
ta  el  suelo  i  produce  un  calor  abrasador.  «La  ausencia  de  hu- 
medad deja  perecer  todo  en  el  suelo,  i  da  al  paisaje  el  aspecto 
mas  desolado  que  se  puede  ver.  La  producción  se  aleja  por 
consecuencia  de  esos  lugares;  e  inmensas  estensiones  de  terre- 
no que  por  su  naturaleza  podrían  ser  mui  fértiles,  permane- 


TOMO  XVI.— 14 


210  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


cen  inútiles  para  el  mantenimiento  de  la  riqueza  i  de  la  po- 
blación 2  . 

En  cambio,  en  los  angostos  valles  formados  por  los  ríos, 
allí  donde  hai  riego  i  humedad,  existe  una  vejet ación  exube- 
rante; i  la  industria  del  hombre  ha  implantado  cultivos  que 
producen  un  pingüe  resultado.  Las  plantaciones  de  cañas 
de  azúcar  en  unas  partes,  las  viñas  en  otras,  constituyen  la 
principal  riqueza  agrícola  de  esos  lugares.  En  esos  valles  es- 
tán situadas  las  ciudades  que  dan  vida  a  toda  la  rejion  de  la 
costa,  Piura,  Trujillo,  Lima,  lea,  Arequipa,  Moquegua,  Tac- 
na, etc.;  pero  aunque  las  distancias  jeográñcas  que  separan 
a  unas  de  otras  son  muchas  veces  relativamente  cortas,  son 
pocos  los  viajeros  que  se  atreven  a  internarse  por  esos  desier- 
tos, prefiriendo  siempre  trasladarse  a  los  puertos  vecinos  i 
emprender  el  viaje  por  mar.  Se  comprenderá  fácilmente  que 
estas  dificultades  son  inmensamente  mayores  todavía  para 
la  traslación  de  un  ejército  que  tiene  que  trasportar  bagajes  i 
artillería. 

El  trayecto  de  Moquegua  a  Tacna  está  sometido  a  estas 
condiciones.  El  ejército  chileno  tenia  que  recorrer  un  desierto 
seco,*  estéril  i  escabroso,  interrumpido  solo  por  los  estrechos 
valles  de  Locumba  i  de  Sama,  donde  podia  encontrar  agua 
para  los  soldados  i  para  las  bestias.  En  cambio,  debia  pasar 
por  serranías  i  colinas  de  terreno  suelto  i  movedizo,  i  por  vas- 
tos arenales  en  donde  los  hombres  i  los  caballos  no  pueden 
andar  sin  una  fatiga  abrumadora,  i  en  donde  no  se  encuentra 
un  arroyo,  ni  un  pozo  siquiera  donde  matar  la  sed  del  viajero. 

Antes  de  emprender  la  marcha,  fué  necesario  comenzar 
por  armar  los  carros  que  debían  trasportar  los  bagajes,  los 
víveres,  los  forrajes  i  el  agua,  i  disponer  que  éstos  se  adelan- 
tasen protejidos  por  la  caballería  para  que  el  soldado  encon- 
trase provisiones  en  cada  punto  de  descanso.  Para  formarse 
una  idea  de  estas  dificultades,  baste  decir  que  el  ejército  chi- 
leno estaba  obligado  a  trasportar  una  provisión  de  agua  que 

2.  JouRDANET,  Influence  de  la  pression  de  Vair  sur  la  vie  de  l'homme,  toma 
I,  páj.  lio. 


OPERACIONES  MILITASES  211 


pudiese  suministrar  cada  dia  cuarenta  mil  litros    para  los 
hombres  i  los  animales. 

El  jeneral  chileno  i  su  estado  mayor  ejecutaron  estos  tra- 
bajos con  toda  actividad;  pero  tuvieron  que  vencer  dificul- 
tades sin  cuento.  El  valle  de  Moquegua,  como  la  mayor  parte 
de  los  valles  de  aquella  rejion  del  Perú,  está  sometido  en  esta 
estación  del  año,  a  la  influencia  de  fiebres  intermitentes,  co- 
nocidas en  el  pais  con  el  nombre  de  tercianas.  Estas  fiebres, 
orijinadas  por  los  miasmas  desprendidos  a  causa  del  calor  en 
los  terrenos  regados  o  bañados  por  el  rio,  atacan  principal- 
mente a  los  estranjeros  que  por  primera  vez  habitan  esos 
valles.  El  ejército  chileno  sufrió  los  efectos  de  esta  cruel  en- 
fermedad, de  tal  suerte  que  los  trasportes  de  la  escuadra  es- 
tuvieron ocupados  durante  muchos  dias  en  llevar  cargamen- 
tos de  enfermos  a  los  hospitales  de  Pisagua  i  de  Iquique,  don- 
•  de  por  la  sequedad  del  aire  no  reinan  las  tercianas.  En  cambio, 
de  aquellos  puertos  salieron  otros  continj entes  de  tropa  para 
reemplazar  a  los  enfermos.  El  jeneral  Baquedano,  de  acuerdo 
con  el  cuerpo  médico  del  ejército,  trasladó  el  campamento  al 
sitio  denominado  el  Hospicio,  situado  en  las  alturas  vecinas 
al  valle,  i  a  cerca  de  medio  camino  entre  lio  i  Moquegug,. 
Desde  allí  donde  sus  tropas  debian  romper  la  marcha.  Estos 
variados  afanes  contribuyeron,  como  debe  suponerse,  a  de- 
morar cerca  de  un  mes  el  progreso  de  las  operaciones. 

Durante  este  intervalo,  la  caballería  chilena  se  ocupó  en 
hacer  diversos  reconocimientos.  Se  sabia  que  los  peruanos 
habían  destacado  de  su  campamento  de  Tacna  algunas  par- 
tidas volantes,  con  encargo  de  hostilizar  al  ejército  enemigo 
o  a  sus  avanzadas,  durante  su  marcha.  En  efecto,  un  piquete 
de  25  soldados  chilenos  que  se  habían  adelantado  en  esplo- 
racion,  fué  sjorprendído  en  el  pueblo  de  Locumba,  i  perdió 
entre  muertos  i  prisioneros  el  mayor  número  de  los  suyos. 
Pero  a  principios  de  abril  (el  dia  7)  había  salido  del  campa- 
mento el  coronel  don  José  Francisco  Vergara  a  la  cabeza  de 
500  soldados  de  caballería,  con  encargo  de  reconocer  todos 
los  caminos  i  de  escarmentar  a  las  avanzadas  peruanas. 

En  el  desempeño  de  esta  comisión,  el  coronel  Vergara  se 


212 


GUERRA  DEL  PACIFICO 


adelantó  hasta  el  valle  de  Locumba  sin  encontrar  la  menor 
resistencia.  Esploró  un  camino  que  iba  del  mar  hacia  el  valle 
de  Sama,  camino  que  debia  servir  para  el  trasporte  de  la  ar- 
tillería. En  seguida,  se  dirijió  hacia  la  sierra  en  busca  del  ene- 
migo, penetró  por  escarpados  desfiladeros  hasta  Mirabe  e 
Ilabaya,  donde  halló  víveres  para  su  tropa  i  forraje  para  sus 
animales.  En  ninguna  parte  se  presentaban  destacamentos 
peruanos,  ni  se  veía  rastro  alguno  de  ellos.  Sin  embargo,  no 
le  fué  difícil  descubrir  por  sus  esploradores  que  en  el  valle 
formado  por  el  rio  Sama,  i  entre  el  pueblo  de  este  nombre  i 
Buenavista,  existia  una  columna  peruana  de  avanzada,  com- 
puesta de  unos  400  hombres  entre  infantes  i  jinetes.  El  jefe 
de  estas  fuerzas  era  el  coronel  Albarracin,  que  gozaba  en  el 
Perú  de  la  reputación  de  montonero  tan  valiente  como  astu- 
to. En  el  acto,  resolvió  el  jefe  chileno  el  ataque  de  esas  tropas 
enemigas. 

Para  ocultar  sus  movimientos,  e  impedir  que  el  enemigo  se 
retirara,  la  columna  del  coronel  Vergara  hizo  su  marcha  en 
la  noche  de  17  de  abril;  i  a  las  diez  de  la  mañana  siguiente 
estaba  sobre  las  fuerzas  peruanas.  La  infantería  de  éstas  pre- 
tendió hacerse  fuerte  en  los  edificios,  mientras  la  caballería 
parecía  dispuesta  a  defender  el  paso  del  rio.  Las  tropas  chi- 
lenas, sin  embargo,  flanquearon  al  enemigo,  obligándolo  a 
abandonar  sus  posiciones,  i  en  seguida  cargaron  sobre  él  con 
un  ímpetu  tan  irresistible  que  lo  pusieron  al  poco  rato  en  la 
mas  completa  dispersión,  con  pérdida  de  cerca  de  ciento  cin- 
cuenta hombres  entre  muertos  i  heridos  i  un  número  consi- 
derable de  prisioneros.  Los  vencedores  persiguieron  a  los  fu- 
jitivos  hasta  pocas  leguas  de  Tacna,  sin  darles  un  instante 
de  descanso,  i  acuchillando  a  todos  los  que  se  ponían  al  alcan- 
ce de  sus  sables.  La  jornada  no  les  costaba  mas  que  la  pérdi- 
da de  tres  hombres. 

Este  combate,  a  pesar  de  sus  reducidas  proporciones,  pro- 
dujo importantes  consecuencias.  El  coronel  Albarracin,  el 
hombre  mas  diestro  del  ejército  peruano  para  esa  clase  de 
esploraciones  de  guerra  i  de  avanzadas,  perdió  casi  por  com- 
pleto su  prestijio.  El  contra-almirante  Montero,  con  la  indis- 


OPERACIONES  MILITARES  ?13 


creta  arrogancia  que  ofendía  a  todos  los  jefes  i  oficiales  que 
estaban  bajo  sus  órdenes  trató  a  aquél  de  cobarde  porque  no 
habia  podido  resistir  al  empuje  vigoroso  de  los  jinetes  chile- 
nos. Pero  desde  ese  dia  (i8  de  abril)  no  volvió  a  desprenderse 
del  campamento  de  Tacna  ninguna  partida  para  reconocer 
de  cerca  los  movimientos  del  ejército  chileno:  tan  grande  era 
el  terror  que  habian  producido  sus  cargas  de  caballería. 

El  ejército  chileno,  entre  tanto,  habia  emprendido  su  mar- 
cha desde  el  campamento  del  Hospicio,  fraccionado  en  divi- 
siones, para  evitar  así  las  dificultades  consiguientes  a  la  pro- 
visión de  víveres  i  de  agua  a  grandes  masas  de  tropas.  Dos 
de  esos  cuerpos  se  hallaban  ya  en  Locumba  el  27  de  abril, 
cuando  salió  del  Hospicio  otra  división  que  marchaba  a  reu- 
nírsele. 

El  camino,  a  través  del  desierto  no  debía  encontrar  mas 
dificultades  que  las  que  oponía  la  naturaleza.  Las  avanzadas 
de  caballería,  como  dejamos  referido  mas  atrás,  se  habian 
encargado  de  desbaratar  toda  resistencia  que  pudieran  opo- 
ner los  peruanos  por  la  vanguardia.  Tampoco  podían  temer 
esas  divisiones  el  ser  atacadas  por  la  retaguardia.  Al  empren- 
der la  marcha,  el  jeneral  Baquedano  había  dejado  dos  mil 
hombres  entre  Pacocha  i  Hospicio;  i  estas  fuerzas,  al  mismo 
tiempo  que  estaban  encargadas  de  impedir  el  paso  a  cualquie- 
ra división  peruana  que  pretendiese  avanzar  por  el  norte  para 
hostilizar  a  los  chilenos  en  su  marcha,  debían  servir  de  centro 
de  apoyo  para  la  reorganización  de  éstos  en  el  caso  improba- 
ble de  que  sufriesen  cualquier  contraste  en  el  camino.  Como 
se  verá  por  estos  pormenores,  el  estado  mayor  había  previsto 
todas  las  confín j encías  que  podían  ocurrir,  i  habia  atendido 
a  ellas  con  verdadera  intelijencía. 

Para  la  traslación  completa  del  ejército  se  había  suscitado 
una  dificultad  que  parecía  insuperable.  El  estado  mayor  ha- 
bia reconocido  que  el  trasporte  de  la  artillería  de  campaña, 
era  mas  o  menos  posible  en  el  desierto  que  se  estiende  entre 
el  Hospicio  i  Locumba;  pero  absolutamente  impracticable 
entre  este  últimol  ugar  i  Sama.  En  la  primera  parte  del  ca- 
mino, es  decir,  entre  Hospicio  i  Locumba,  había  que  afrontar 


214  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


toda  especie  de  obstáculos,  desiertos  de  arena,  barrancos, 
precipicios;  pero  el  trabajo  del  hombre  podia  vencerlo  todo. 
En  la  segunda  sección,  es  decir,  entre  Locumba  i  Sama,  los 
arenales  eran  mucho  mas  grandes  i  mucho  mas  profundos, 
de  tal  suerte  que  los  cañones  de  montaña  se  habrían  sumido 
en  ellos,  i  los  hombres  i  los  animales  habrían  sido  impotentes 
para  hacerlos  rodar  algunos  quilómetros. 

Fué  necesario  buscar  otro  camino  para  llevar  la  artillería 
al  lugar  denominado  Buenavista,  en  las  mar j  enes  del  rio  Sa- 
ma, que  debia  ser  el  punto  de  reunión  de  todo  el  ejército.  Al 
efecto,  se  la  remitió  por  mar  desde  Pacocha  para  desembar- 
carla en  la  pequeña  caleta  de  Ite,  i  para  trasportarla  de  allí 
por  tierra  al  campamento  chileno.  El  jefe  de  estado  mayor, 
coronel  don  José  Velásquez,  con  un  cuerpo  de  cerca  de  dos 
mil  hombres,  siguió  este  mismo  camino  para  dirijir  i  protejer 
el  desembarco  de  los  cañones  i  de  la  porción  mas  pesada  del 
parque. 

Nuevas  dificultades,  unas  previstas  i  otras  inesperadas,  los 
aguardaban  allí.  Durante  los  primeros  días  del  mes  de  mayo, 
el  mar  estuvo  sumamente  ajitado  en  aquellos  lugares;  i  como 
la  caleta  de  Ite  ofrece  poco  abrigo  i  carece  de  todo  elemento 
de  desembarque,  la  bajada  a  tierra  de  las  tropas  i  de  la  arti- 
llería tuvo  que  hacerse  con  mucha  lentitud  i  con  precaucio- 
nes infinitas.  Pero  era  nada  llegar  a  la  playa.  A  espalda  de  ese 
pequeño  puerto  se  levanta  una  cadena  de  cerros  escarpados 
que  no  ofrecía  ascenso  alguno  para  los  cañones  i  los  carros. 
El  estado  mayor  conocía  este  obstáculo,  i  estaba  prevenido 
para  vencerlo. 

Fué  necesario,  pues,  abrir  una  senda  provisoria.  Los  solda- 
dos, bajo  la  dirección  de  injenieros  íntelijentes,  i  armados  de 
palas  i  azadones,  desmontaron  el  terreno  en  algunos  puntos, 
cargaron  en  otros  casi  a  pulso  los  cañones,  construyeron  grúas 
en  otros  lugares  para  levantarlos  a  las  alturas  a  donde  no  se 
les  podia  llevar  de  otra  manera,  i  después  de  cuatro  dias  del 
mas  penoso  trabajo,  ejecutado  con  una  constancia  infatiga- 
ble, vencieron  esta  barrera  i  se  hallaron  en  la  parte  llana  del 
desierto.  El  lo  de  mayo  se  reunieron,  por  fin,  al  ejército  chi- 


OPERACIONES  MILITARES  215 


leño  en  el  campamento  de  Buenavista.  Todavía  fué  necesario 
emplear  algunos  dias  del  mas  penoso  e  incesante  trabajo  para 
la  conducción  de  los  víveres,  i  para  establecer  una  comunica- 
ción fácil  i  continua  entre  el  campamento  i  las  naves  que  que- 
daban fondeadas  en  Ite. 

El  ejército  chileno,  reunido  con  tanta  fatiga  en  aquellos 
lugares,  llegó  acontar  13,372  hombres  con  los  últimos  refuer- 
zos que  le  llegaron  de  Pisagua,  i  que  desembarcaron  igual- 
mente en  la  caleta  de  Ite  3.  Su  artillería  era  compuesta  de 
cuarenta  cañones  de  varios  calibres,  en  su  mayor  parte  del 
sistema  Krupp,  i  servida  por  550  artilleros;  i  su  caballería  por 
1,200  jinetes  montados  en  excelentes  caballos.  Los  11,622 
hombres  restantes  eran  soldados  de  infantería,  zapadores  o 
agregados  al  estado  mayor.  Este  ejército  permaneció  acam- 
pado algunos  dias  en  las  mar j enes  del  rio  Sama,  entre  Bue- 
navista i  Yaras,  dando  descanso  a  los  hombres  i  a  los  anima- 
les, renovando  su  provisión  de  agua,  i  haciendo  los  últimos 
aprestos  para  marchar  sobre  el  enemigo.  A  pesar  de  que  solo 
estaban  separados  por  unas  cuantas  leguas  del  campamento 
de  los  peruanos,  nadie  inquietó  a  los  espedicionarios  mientras 
estuvieron  en  aquellas  posiciones. 

En  ese  lugar  esperimentó  el  ejército  chileno  una  pérdida 
bien  dolorosa.  En  la  tarde  del  20  de  mayo  falleció  el  ministro 
de  guerra  don  Rafael  Sotomayor.  Un  violento  ataque  de 
apoplejía  fulminante,  le  quitó  la  vida  en  pocos  minutos.  Des- 
pués de  haber  tomado  una  parte  activa  en  toda  la  campaña, 
dando  un  poderoso  impulso  a  los  trabajos  de  organización 
militar  i  allanando  las  dificultades  que  se  presentaban  a  cada 
paso,  fallecía  repentinamente  cuando  estaba  a  punto  de  ver 
terminada  la  campaña,  a  cuya  preparación  había  consagrado 
su  actividad  incansable  i  su  intelijencia  tranquila  i  serena. 
Al  abrir  pocos  dias  después  sus  sesiones  ordinarias  el  congre- 
so chileno,  el  presidente  de  la  república  chilena  don  Aníbal 
Pinto,  recordó  esta  desgracia  en  los  términos  siguientes,  que 


3.  En  esta  cifra  no  está  incluida  la  división  de  dos    mü  hombres  que  se 
bia  dejado  en  Pacocha  i  Hospicio. 


216  GFERBA  DEL  PACÍFICO 


constituyen  el  mas  caracterizado  elojio  del  ministro:  «El  se- 
ñor Sotomayor  ha  desempeñado  en  el  curso  de  esta  guerra 
comisiones  tan  importantes  como  ingratas,  molestas  i  de  gra- 
vísima responsabilidad.  Las  desempeñó  con  la  laboriosidad, 
con  la  intelijencia,  con  la  elevación  de  miras  que  siempre  puso 
en  el  cumplimiento  de  sus  deberes  en  una  vida  consagrada 
por  entero  al  servicio  del  pais.  Su  muerte,  en  vísperas  de  una 
victoria  preparada  en  gran  parte  por  sus  desvelos,  le  privó 
del  único  galardón  que  la  nobleza  de  su  alma- apetecía». 


>^^ 


CAPITULO  XII 


Tacna,  mayo  de  1880 

Situación  de  los  aliados  en  Tacna  i  Arica. — Disidencias  entre  los  jefes  perua- 
^los  i  bolivianos. — Llega  el  jeneral  Campero  a  ponerse  al  mando  del  ejér- 
cito aliado. — Sus  afanes  para  reorganizar  el  ejército  i  para  prepararlo 
para  la  campaña. — Recibe  un  nuevo  continjente  boliviano. — Descripción 
de  las  posiciones  elejidas  por  el  jeneral  Campero. — Reconocimiento  prac- 
ticado por  el  estado  mayor  chileno. — Confianza  que  tenian  en  el  triunfo 
algunos  de  los  jefes  aliados. — El  ejército  chileno  se  acerca  al  campamento 
de  los  aliados. — Sorpresa  nocturna  preparada  por  el  jeneral  Campero:  se 
frustra. — Plan  de  ataque  de  los  chilenos. — Batalla  de  Tacna  (26  de  mayo, 
— Resultados  inmediatos  de  la  batalla. — Los  chilenos  ocupan  la  ciudad 
de  Tacna. — Llega  a  Lima  la  noticia  de  la  derrota  del  ejército  aliado. 


¿Qué  hacia  entre  tanto  el  ejército  aliado  en  sus  posiciones 
de  Tacna  i  Arica,  es  decir  a  unas  pocas  leguas  del  campamen- 
to de  los  chilenos  ?  Esto  es  lo  que  vamos  a  esplicar  en  seguida 
con  la' ayuda  de  los  documentos  i  relaciones  de  los  jefes  pe- 
ruanos i  bolivianos. 

A  mediados  de  abril  de  1880,  los  aliados  tenian  en  esos  lu- 
gares una  fuerza  de  poco  mas  de  diez  mil  hombres  entre  pe- 
ruanos i  bolivianos.  Por  un  pacto  complementario  del  trata- 
do secreto  de  alianza,  los  dos  gobiernos  habian  estipulado  en 
mayo  de  1879  Q^^  ^^  mando  de  ambos  ejércitos  correspondía 


218  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


al  presidente  de  la  república  en  cuyo  territorio  operasen,  i  a 
falta  de  éste  al  de  la  aliada  que  estuviese  presente;  pero  no 
se  habia  dispuesto  nada  para  el  caso  en  que  no  se  hallase  nin- 
guno de  ellos  en  el  teatro  de  la  guerra.  En  esos  momentos,  el 
contra-almirante  Montero  era  el  jefe  de  las  tropas  peruanas, 
i  el  coronel  don  Eleodoro  Camacho  mandaba  a  los  bolivianos. 
Pero  una  situación  semejante  no  podia  sostenerse  hallándose 
a  poca  distancia  del  enemigo;  i  el  contra-almirante  Montero, 
en  su  calidad  de  jefe  de  mayor  graduación,  se  habia  arrogado 
el  mando.  Su  plan  de  campaña  consistía  en  esperar  al  enemi- 
go, tomando  el  puerto  fortificado  de  Arica  como  punto  de 
retirada,  para  el  caso  de  una  derrota,  que  él  creia  mui  impro- 
bable. En  esta  ciudad  hablan  quedado  mas  de  dos  mil  hom- 
bres bajo  el  mando  del  coronel  don  Francisco  Bolognesi. 

El  jefe  boliviano,  aunque  se  habia  sometido  a  quedar  bajo 
las  órdenes  del  contra-almirante  Montero,  no  aprobaba  este 
plan.  Creia  que  el  ejército  aliado  debia  marchar  al  encuentro 
del  enemigo  para  batirlo  antes  que  hubiera  podido  reconcen- 
trarse i  reorganizarse  de  la  perturbación  consiguiente  a  una 
espedicion  como  la  que  habia  emprendido  al  través  de  los 
ásperos  desiertos  que  tenia  que  recorrer.  A  estas  causas  de 
disidencia  se  agregaban  naturalmente  otras  nacidas  del  or- 
gullo nacional  de  cada  ejército,  i  de  la  desconfianza  que  ins- 
piraban a  los  bolivianos  las  aptitudes  militares  de  Montero  i. 


1  I.  La  situación  del  contra-almirante  Montero  en  el  ejército  aliado  habia 
llegado  a  hacerse  sumamente  delicada.  Aparte  de  la  arrogante  i  altanera 
lijereza  de  carácter  que  no  le  permitía  dar  una  orden  ni  siquiera  una  opinión 
sin  hacer  sentir  la  superioridad  de  su  rango,  sus  mismos  antecedentes  de 
conspirador  despertaban  la  desconfianza  de  los  oficiales  peruanos.  Creian 
éstos  que  Montero  no  esperaba  mas  que  alcanzar  el  primer  triunfo  en  el  sur 
para  proclamarse  a  su  vez  jefe  supremo  del  Perú,  i  marchar  sobre  Lima  a 
derrocar  al  otro  jefe  supremo  (Piérola)  que  era  su  enemigo  antiguo  e  irre- 
conciliable. Los  soldados  chilenos  interceptaron  algunas  cartas  en  que  se 
hablaba  de  esto  con  toda  claridad.  Conviene  decir  que  la  mayor  parte  de  los 
oficiales  del  ejército  peruano  de  Tacna,  estaba  resuelta  a  no  acompañar  a 
Montero  en  esta  empresa. 

El  contra-almirante  Montero,  por  otra  parte,  se  habia  enajenado  la  vo- 
luntad de  los  vecinos  de  Tacna  i  de  Arica,  i  hasta  del  comercio  neutral  de 
esos  lugares  por  la  imposición  de  onerosas  contribuciones  en  especies  i  dine- 
ro; i  de  un  fuerte  empréstito  forzoso  que  repartió  entre  nacionales  i  estran- 


OPERACIONES  MILITARES  219 


Por  estas  razones,  el  coronel  Camacho  se  habia  dirijido  al 
presidente  provisorio  de  Bolivia  para  pedirle  empeñosamente 
que  se  trasladase  a  Tacna  a  tomar  el -mando  de  los  ejércitos 
de  la  alianza. 

.  Se  sabe  que  poco  después  de  la  deposición  del  jeneral  Daza 
en  diciembre  de  1879,  habia  tomado  el  mando  provisorio  de 
Bolivia  el  jeneral  don  Narciso  Campero.  Este  jefe  habia  des- 
plegado una  grande  enerjia  para  reprimir  las  revueltas  en  el 
interior,  i  estaba  firmemente  decidido  a  continuar  la  guerra 
contra  Chile.  Sabedor  de  lo  que  pasaba  en  el  campamento  de 
los  aliados,  Campero  se  puso  en  marcha  precipitada  a  Tacna, 
i  llegó  a  esta  ciudad  en  la  noche  del  19  de  abril.  El  dia  siguien- 
te se  hacia  reconocer  en  el  rango  de  jeneral  en  jefe  de  los  dos 
ejércitos  aliados,  i  todas  las  tropas  lo  recibian  en  medio  de  las 
manifestaciones  del  mas  ardoroso  entusiasmo. 

Desde  ese  momento  inició  los  ti;abajos  militares  con  la  ma- 
yor actividad.  El  22  de  abril  pasó  una  revista  jeneral  a  todo 
el  ejército,  que  por  primera  vez,  según  dice  el  mismo  presi- 
dente Campero,  se  formaba  en  línea  i  hacia  los  ejercicios  com- 
binados de  batalla.  «El  espectáculo  que  presentaba  el  ejército 
era  magnífico  i  su  estado  i  condiciones  hicieron  buena  impre- 
sión», dice  el  jeneral  Campero  en  un  estenso  informe  que 
acerca  de  esta  campaña  dio  al  congreso  de  Bolivia.  Pero,  aun- 
que la  presencia  de  este  jefe  prestijioso  estrechara  los  vínculos 
que  ligaban  a  ambos  ejércitos,  quedaba  subsistente  la  diver- 
jencia  de  opiniones  sobre  el  plan  de  campaña  que  con  venia 
adoptar. 

El  jeneral  Campero  se  decidió  por  el  del  coronel  Camacho, 
que  consistía  en  marchar  hasta  el  valle  de  Sama  para  esperar 
allí  al  enemigo,  en  la  confianza  de  que  podría  presentarle  ba- 
talla antes  que  éste  se  hubiera  repuesto  de  las  fatigas  i  de  la 
desorganización  consiguiente  a  una  marcha  penosa  en  el  de- 
sierto, i  cuando  no  hubiera  podido  reunir  aun  todas  sus  divi- 
siones. Con  este  objeto,  el  ejército  aliado  emprendió  la  mar- 


jeros  para  sostener  sus  tropas  casi  desnudas,  i  que  no  recibian  ausilio  alguno 
de  Lima. 


220  QUEUl.A  DEL  PACÍFICO 


cha  hacia  Sama  el  27  de  abril;  pero  apenas  habia  andado  le- 
gua i  media,  se  reconoció  que  era  imposible  seguir  adelante. 
«Desde  luego,  dice  el  mismo  jeneral  Campero,  carecíamos  por 
completo  de  elementos  de  movilidad  i  de  trasporte,  que  no 
se  hablan  procurado  hasta  entonces.  No  se  podia  movilizar 
la  lejion  boliviana;  era  imposible  llevar  agua  i  víveres  para 
el  ejército,  sin  lo  que  no  podría  aventurarse  espedicion  algu- 
na por  aquel  desierto  desprovisto  de  todo  recurso;  i,  lo  que 
es  mas,  no  se  habia  podido  conducir  el  parque  hasta  el  lugar 
en  que  nos  encontrábamos,  ni  aun  se  habia  logrado  sacarlo 
de  Tacna.  Estaba,  pues,  visto  que  la  marcha  era  imposible,  i 
que  el  ejército  aliado  estaba  condenado,  por  decirlo  así,  a  es- 
perar al  enemigo  en  su  puesto,  sin  poder  buscarlo». 

Así,  pues,  mientras  el  ejército  chileno  recorría  una  gran 
distancia  por  entre  los  arenales  del  desierto,  llevando  consigo 
desde  Chile  todos  los  recnrsos  necesarios  para  tan  penosa 
marcha,  el  ejército  aliado,  por  su  falta  de  organización  i  de 
administración  militar,  no  podia  atravesar  unas  pocas  leguas 
de  su  propio  país,  porque  no  tenia  ni  carros,  ni  bestias  de  car- 
ga para  arrastrar  sus  trenes,  ni  para  conducir  el  agua.  Pero 
no  era  esto  todo:  mientras  los  chilenos  estaban  al  corriente 
del  número  de  los  aliados  i  de  las  posiciones  que  ocupaban, 
éstos  ignoraban  por  completo  la  situación  del  enemigo,  i  la 
fuerza  con  que  contaba.  Después  de  la  jornada  de  Buenavis- 
ta,  el  18  de  abril,  las  avanzadas  esploradoras  de  los  ahados 
no  se  habían  atrevido  a  ponerse  a  la  vista  de  los  chilenos;  de 
tal  suerte  que  desde  ese  día  los  jefes  peruanos  i  bolivianos 
no  volvieron  a  tener  noticia  alguna  del  enemigo,  hasta  que 
éste  se  presentó  a  inquietarlo  en  su  campamento  de  Tacna. 

«En  este  campamento,  dice  francamente  el  mismo  jeneral 
Campero,  toqué  con  el  gravísimo  inconveniente  de  no  tener 
noticia  alguna  del  enemigo  i  de  verme  reducido  a  obrar  por 
meras  conjeturas.  No  se  habia  organizado  un  buen  servicio 
de  espionaje,  siendo  una  cosa  tan  esencial  en  las  circunstan- 
cias en  que  nos  encontrábamos.  No  recibíamos  avisos  de  nin- 
guna parte,  que  nos  dieran  alguna  luz  respecto  al  número  i 
situación  del  enemigo.  No  parecía  sino  que  estábamos  en  un 


OPERACIONES   MELITABKS  221 


territorio  enteramente  estraño,  i  que  los  vecinos  del  lugar  no 
se  preocupaban  de  la  suerte  que  tuviera  la  campaña.  Ajitado 
por  estas  consideraciones,  hice  los  mayores  esfuerzos  para 
organizar  espionaje,  valiéndome  para  ello  del  señor  prefecto 
de  Tacna  i  del  jeneral  Montero,  como  personas  influyentes; 
pero  nada  serio  se  pudo  conseguir  i  quedé  condenado  a  la 
misma  incertidumbre»  2.  Así  se  comprende  que  los  jefes  alia- 
dos creyesen  que  el  ejército  chileno,  que,  como  hemos  dicho 
en  el  capítulo  anterior,  apenas  pasaba  de  13,000  hombres, 
contaba  mas  de  22,000,  error  que  han  repetido  aun  después 
de  la  batalla. 

El  ejército  aliado  acampado  en  las  inmediaciones  de  Tac- 
na, montaba  entonces  a  poco  mas  de  8,000  hombres,  sin  con- 
tar los  2,000  que  habían  quedado  en  la  costa  para  la  defensa 
de  Arica.  Luego  recibieron  esas  tropas  un  nuevo  continjente. 
Al  salir  de  La  Paz,  el  14  de  abril,  el  presidente  Campero  habia 
dejado  orden  de  reunir  en  Bolivía  el  mayor  número  de  tropas 
que  fuera  posible,  i  de  hacerlas  marchar  al  teatro  de  la  gue- 
rra. En  efecto,  a  principios  de  mayo  llegaron  a  Tacna  unos 
mil  quinientos  soldados  bolivianos,  entre  los  cuales  venia  un 
escuadrón  de  caballería,  cuyos  soldados,  o  al  menos,  la  mayor 
parte  de  ellos,  estaban  montados  en  muías.  El  ejército  aliado 
de  Tacna  contó  entonces  unos  diez  mil  soldados  3. 


2.  El  contra-almirante  Montero  ha  rectificado  después  en  Lima  algunos 
puntos  del  informe  del  jeneral  Campero,  declarando  que  I9.S  circunstancias 
de  la  guerra  no  le  permiten  todavía  revelar  los  resortes  que  empleaba  para 
adquirir  noticias  acerca  del  enemigo.  Pero  la  verdad  incuestionable  es  que 
en  Tacna  no  se  tuvieron  nunca  noticias  exactas  ni  del  número  ni  de  los  mo- 
vimientos del  ejército  chileno. 

3.  El  informe  antes  citado  del  jeneral  Campero  dice  espresamente  que  e 
ejército  de  la  alianza  que  estuvo  bajo  su  mando  en  Tacna,  constaba  de  9,300 
hombres.  La  prensa  del  Perú,  antes  de  la  batalla,  lo  hacia  subir  ai 2  o  13  mil 
soldados,  de  los  cuales  cuatro  mil  eran  bolivianos,  asi  como  poco  antes  habia 
dicho  que  con  los  refuerzos  de  las  provincias  vecinas  debia  elevarse  a  20  mil 
hombres.  Creemos  que  puede  aceptarse  la  cifra  dada  por  el  jeneral  Campero 
como  casi  rigorosamente  exacta. 

Por  lo  demás,  el  informe  del  jeneral  Campero  es  un  documento  escrito  con 
la  mayor  seriedad,  i  no  contiene  mas  errores  que  los  que  provienen  de  su 
falta  de  noticias  sobre  las  fuerzas  verdaderas  i  los  movimientos  del  enemigo , 
i  de  las  exajeraciones  con  que  algunos  de  sus  subalternos  le  refirieron  los 


222  GUEEEA  DEL  PACÍFICO 


Anunciábase  de  Bolivia  que  pronto  llegaría  un  nuevo  con- 
tinjente  de  tropas.  Al  efecto,  se  habían  impartido  órdenes 
terminantes  al  jeneral  don  Nicanor  Flores,  que  mandaba  las 
fuerzas  militares  de  los  departamentos  del  sur,  para  que  acu- 
diese con  todas  ellas  a  engrosar  los  ejércitos  aliados.  Ese  jefe, 
sin  embargo,  no  pudo  emprender  su  marcha,  no  tanto  por 
falta  de  recursos,  cuanto  porque  en  esos  mismos  momentos 
temió  una  invasión  de  los  chilenos  en  aquella  parte  del  terri- 
torio boliviano.  Era  efectivo  que  algunas  partidas  chilenas 
se  habian  dejado  ver  en  la  cordillera,  en  el  camino  que  con- 
duce del  litoral  a  Potosí,  i  fué  cierto  que  de  Calama  salió  en 
esa  dirección  una  pequeña  división  chilena;  pero  estas  tropas 
no  tenian  el  propósito  serio  de  ejecutar  una  invasión  formal 
en  el  sur  de  Bolivia.  Su  plan  era  simular  un  ataque  por  esa 
rejion;  i  esa  estratajema  se  logró  por  completo.  El  jeneral 
Flores  no  se  atrevió  a  abandonar  esas  provincias;  i  por  aten- 
der a  su  defensa,  no  pudo  llevar  ni  enviar  un  soldado  mas  al 
ejército  aliado  de  Tacna.  Así,  pues.  Campero  no  pudo  recibir 
otro  continjente. 

El  jeneral  boliviano,  como  hemos  visto  mas  arriba,  exaje- 
raba  estraordinariamente  la  superioridad  numérica  del  ejér- 
cito chileno;  pero  no  desmayó  en  su  empeño  por  organizar  la 
resistencia.  Creyó  que  en  su  situación  le  era  posible  equilibrar 
las  fuerzas  elijiendo  una  posición  ventajosa  para  que  su  ejér- 
cito, que  estaba  obligado  a  mantenerse  a  la  defensiva,  pu- 
diera rechazar  los  ataques  del  enemigo.  El  terreno  se  prestaba 
admirablemente  para  ello.  La  ciudad  de  Tacna  está  rodeada 
por  el  noroeste  por  un  número  considerable  de  cerros  áridos. 


hechos  que  ejecutaron  el  dia  de  la  batalla.  Los  fragmentos  de  ese  informe 
que  publicamos  en  el  testo,  dejarán  ver  al  lector  que  Campero  era  un  militar 
conocedor  de  su  oficio.  En  efecto,  los  ejércitos  de  la  alianza  no  tuvieron  ja- 
mas un  jeneral  mas  serio,  mas  entendido,  ni  mas  dilijente.  El  jeneral  Cam- 
pero es  un  hombre  de  cierta  ilustración,  que  ha  pasado  muchos  años  de  su 
vida  en  Europa,  i  que  ha  hecho  una  parte  de  sus  estudios  en  la  escuela  de 
minas  de  Paris.  En  su  patria  es  justamente  estimado  por  la  rectitud  i  la  pro 
bidad  de  su  carácter;  i  hasta  los  mismos  soldados  peruanos  tenian  por  él  mu- 
cho mas  consideración  que  por  su  jefe  inmediato,  el  contra-almirante  Mon- 
tero. 


OPERACIONES  MILITARES  223 


desprovistos  de  vejetacion  i  de  agua,  de  terreno  arenoso  i 
movedizo  que  hace  difícil  su  subida.  En  esas  alturas  era  fácil 
hallar  posiciones  ventajosas,  casi  inaccesibles  para  el  enemi- 
go, i  sobre  todo  para  su  caballería,  que  era  una  arma  en  que 
los  chilenos  tenían  una  superioridad  real  i  efectiva. 

Después  de  largos  i  detenidos  reconocimientos,  fijó  su  aten- 
ción el  jeneral  Campero,  en  una  meseta  que  dominaba  toda 
la  llanura  vecina,  i  acordé  cambiar  su  campamento  a  ese  si- 
tio. «Una  vez  allí,  dice  él  mismo  en  el  informe  antes  citado, 
me  tranquilicé  por  completo,  pues  me  convencí  aun  mas  de 
que  en  aquella  situación,  al  mismo  tiempo  que  evitaba  un 
peligro  real,  adquiría  una  posición  verdaderamente  militar. 
En  efecto,  estábamos  en  una  meseta  bordeada  hacia  nuestro 
frente  por  una  ceja  que  la  defendía,  i  de  la  que  se  desprendía 
una  especie  de  glacis  hacía  la  llanura  i  otra  igual  hacia  nues- 
tra espalda,  ocupando  nosotros  la  cima  que  dominaba  el  llano 
por  ambos  lados.  Nuestros  flancos  se  defendían  conveniente- 
mente por  unas  hondonadas  profundas  que  limitaban  la  me- 
seta a  uno  i  otro  costado.*  Por  otra  parte,  la  posición  indicada 
estaba  situada  de  tal  modo,  que  podíamos  impedir  la  entrada 
del  enemigo  a  Tacna,  que  era  el  objeto  primordial  que  debía- 
mos tener  en  vista.  Aquella  posición,  sin  embargo,  ofrecía  el 
inconveniente  de  la  falta  de  recursos,  tanto  para  el  ejército 
como  para  las  caballadas;  pero  resolví  obviar  este  inconve- 
niente enviando  éstas  a  abrevar  a  alguna  distancia  en  los 
momentos  en  que  no  podía  haber  peligro,  i  proporcionándo- 
nos de  Tacna,  a  cualquier  costo,  los  recursos  necesarios  para 
el  ejército,  como  agua,  víveres,  carbón  de  piedra  i  otros  ar- 
tículos. 

«Permanecimos,  pues,  tranquilos  allí  i  me  contraje  seria- 
mente a  tomar  todas  las  disposiciones  necesarias  para  espe- 
rar al  enemigo.» 

Después  de  ocupada  aquella  altura,  los  jefes  aliados  se 
contrajeron  a  formar  fortificaciones  pasajeras  que  hiciesen 
mas  difícil  su  acceso  al  enemigo,  para  lo  cual  se  prestaba  ad- 
mirablemente la  naturaleza  del  terreno,  blando  i  movedizo. 
Entre  otras  medidas  que  se  tomaron  con  este  objeto,  cada 


224  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


soldado  fué  provisto  de  un  saco  que  debia  llenar  de  arena 
para  servirse  de  él  como  de  un  parapeto  contra  las  balas  de 
los  rifles  enemigas. 

Se  comprenderán  mejor  las  ventajas  de  esta  posición  i  la 
confianza  que  allí  adquirieron  los  aliados  en  alcanzar  una  es- 
pléndida victoria,  leyendo  la  descripción  que  hace  de  su  cam- 
pamento el  mismo  jeneral  Campero  en  otra  parte  de  su  infor- 
me. La  copiamos  en  seguida. 

«Estábamos  situados  en  un  paraje  dominante  i  teníamos 
perfectamente  resguardados  los  flancos  de  nuestra  línea  de 
batalla  por  unas  hondonadas,  que  hubiera  sido  difícil  flan- 
quear, por  lo  medanoso  del  terreno.  Así  es  que  la  caballería 
enemiga  no  habría  podido  obrar  en  aquel  terreno,  por  nues- 
tros flancos,  sin  esponerse  a  un  fracaso.  Con  una  carga  por 
aquellos  terrenos  quebrados  i  medanosos,  los  caballos  hubie- 
ran llegado  sumamente  fatigados  i  no  habrían  podido  resis- 
tir el  choque  ni  de  una  guerrilla.  Por  esto  es  que  el  enemigo 
no  podía  obrar  con  la  caballería,  sino  por  nuestra  ala  izquier- 
da i  casi  de  frente,  mas  nunca  de  flanco  i  mucho  menos  por 
nuestra  retaguardia,  que  estaba  igualmente  resguardada. 

«La  artillería  enemiga  tampoco  podía  obrar  a  su  satisfac- 
ción, a  lo  menos  en  un  principio.  Ocupando  nosotros  la  cima 
de  una  meseta,  con  una  ceja  bastante  pronunciada  por  de- 
lante i  con  esplanadas  o  glacis  al  frente  del  enemigo  i  a  nues- 
tra retaguardia,  nuestras  dos  hneas  de  batalla,  i  aun  las  .re- 
servas eran  invisibles  'para  el  enemigo;  de  manera  que  no 
presentábamos  blanco  alguno  pronunciado  a  los  disparos  del 
enemigo,  especialmente  a  los  de  su  artillería,  que,  por  su  po- 
der, habría  bastado  para  deshacernos  en  cualquiera  otra  po- 
sición. 

«Estas  condiciones  contribuían  también  a  favorecer  nues- 
tra retirada,  porque,  sin  la  protección  del  terreno  le  habría 
sido  muí  fácil  al  enernigo  rodearnos  completamente  con  sus 
nimiei osas  huestes. 

«Bajo  el  punto  de  vista  estraté  jico,  la  posición  era,  pues, 
favorabilísima  i  satisfacía  a  las  prescripciones  fundamenta- 
les del  arte  militar. 


OPERACIONES  MILITARES  225 


«Otra  circunstancia  especial  de  que  debo  hacer  mérito  es 
que  la  ceja  donde  estaba  trazada  nuestra  línea  de  batalla, 
presentaba  una  semi-curva,  cuya  parte  convexa  o  saliente 
dab^  al  enemigo,  i  la  cóncava  a  nuestra  retaguardia.  Habia 
yo  aprovechado  de  esta  forma  en  consideración  a  la  superio- 
ridad numérica  del  enemigo,  a  fin  de  que  tuviera  él  necesidad 
de  estender  sus  fuerzas  en  un  espacio  mucho  mayor,  debili- 
tándolas, por  consiguiente,  si  queria  abarcar  toda  nuestra 
curva.  De  este  modo  también  nosotros  podíamos  obrar  por 
detras  de  nuestra  línea  con  suma  rapidez,  mientras  que  ellos 
tenían  que  hacer  sus  movimientos  muí  lentos  i  tardíos  por 
detras  de  la  suya.  Esto  agregado  al  relieve  de  la  ceja  del  te- 
rreno, nos  daba  mucha  ventaja,  sea  para  mover  la  segunda 
línea  en  cualquiera  dirección,  sea  para  trasladar  reservas  de 
un  lado  a  otro,  libres  del  fuego  enemigo  i  fuera  de  la  vista  de 
aquel;  al  mismo  tiempo  que,  dominando  nosotros  el  declive 
o  glacis  que  se  desprende  de  la  meseta,  no  perdíamos  ninguno 
de  sus  moviniientos». 

Como  se  ve,  el  jefe  boliviano  habia  desplegado  la  pericia 
d^  un  verdadero  jeneral  en  la  elección  del  terreno  en  que  de- 
bía esperar  al  enemigo,  i  creía  poder  resistirle  con  ventajas 
aun  cuando  el  número  de  éste  fuera,  como  creía  equivocada- 
mente, mas  del  doble  superior  al  del  ejército  aliado.  Pero, 
por  la  condición  de  sus  tropas,  o  mas  bien  por  la  falta  de  bue- 
na caballería,  no  pudo  mantener  el  conveniente  servicio  de 
esploradores.  Sus  avanzadas  no  pasaron  dos  leguas  mas  allá 
de  su  campamento. 

A  pesar  de  este  aislamiento,  los  jefes  peruanos  mantenían 
por  los  penosísimos  caminos  de  la  sierra,  algunas  comunica- 
ciones con  las  autoridades  de  Puno,  i  de  allí  por  el  telégrafo 
con  la  ciudad  de  Arequipa.  Estas  comunicaciones,  sin  embar- 
go, lejos  de  serles  de  una  verdadera  utilidad,  contribuyeron 
a  perturbarlos,  infundiéndoles  esperanzas  que  no  debían  rea- 
lizarse. Se  les  anunciaba  que  de  Arequipa  salía  un  nuevo  ejér- 
cito peruano  mandado  por  el  coronel  Leiva,  que  avanzaba 
sobre  Torata,  i  que  luego  atacaría  a  los  chilenos  por  la  reta- 
guardia. El  contra-almirante  Montero  i  algunos  de  los  jefes 

TOMO  XVI. — 15 


226  OPERACIONES  MILITARES 


que  estaban  a  sus  órdenes,  siempre  dispuestos  a  dejarse  en- 
gañar por  este  j enero  de  ilusiones,  aceptaron  confiadamente 
la  existencia  de  ese  ejército,  i  repitieron  sus  órdenes  a  Are- 
quipa i  a  Torata  a  fin  de  que  Leiva  apurase  la  marcha^  para 
concluir  de  un  golpe  con  los  chilenos.  Pero  el  llamado  ejército 
de  Leiva  era  una  corta  división  de  reclutas,  que  apenas  habia 
podido  llegar  a  Arequipa,  i  que  aun  cuando  intentó  moverse 
sobre  Moquegua,  le  faltaron  casi  todos  los  elementos  para 
hacer  una  marcha  medianamente  rápida. 

El  ejército  chileno,  entre  tanto,  estaba  acampado  a  seis 
leguas  de  distancia  de  Tacna,  en  las  mar j enes  del  rio  Sama, 
i  hacia  también  los  últimos  aprestos  para  la  batalla  que  iba 
a  empeñar  bajo  condiciones  mucho  menos  favorables  que  las 
de  los  ahados.  El  jeneral  Baquedano  dispuso  que  el  estado 
mayor  de  su  ejército,  se  adelantase  a  reconocer  prolijamente 
las  posiciones  enemigas.  Organizóse  al  efecto  una  pequeña 
división  de  400  hombres  de  caballería,  200  infantes  montados 
i  2  cañones  Krupp  de  campaña.  Estas  fuerzas,  a  cuya  cabeza 
iba  el  jefe  de  estado  mayor  del  ejército,  acompañado  por  los 
comandantes  de  todas  las  divisiones,  llegaron  después  de  al- 
gunas horas  de  marcha,  a  la  vista  del  enemigo  a  las  diez  de . 
la  mañana  del  22  de  mayo.  Este  reconocimiento  fué  practi- 
cado con  felicidad.  El  coronel  Velásquez,  jefe  de  estado  ma- 
yor chileno,  se  acercó  al  campamento  de  los  aliados  hasta 
ponerse  a  tiro  de  cañón,  i  desde  allí  rompió  sus  fuegos  para 
conocer  el  alcance  de  la  artillería  enemiga,  que  era  inferior  al 
de  los  cañones  chilenos.  Después  de  una  hora  de  aparatoso 
cañoneo  i  de  destacar  algunas  partidas  de  caballería  que  re- 
conocieran mas  de  cerca  las  posiciones  de  los  aliados  i  la  colo- 
cación de  sus  cañones,  sin  poder  apreciar  convenientemente 
sin  embargo  la  situación  de  la  infantería  enemiga,  oculta  de- 
tras de  las  cejas  de  las  colinas,  la  división  esploradora  dio  la 
vuelta  a  su  campamento  sin  perder  un  solo  hombre.  El  esta- 
do mayor  chileno  adquirió  la  convicción  de  que  el  ejercita 
enemigo  estaba  resuelto  a  mantenerse  a  la  defensiva. 

.  Este  reconocimiento  fué  materia  de  mucha  discusión  en  el^ 
estado  mayor  de  los  aliados.  Algunos  jefes  creían  que  el  ejér- 


OPEBACIONES  MILITARES  227 

cito  chileno  no  se  atrevia  a  presentar  batalla,  i  que  el  retro- 
ceso de  la  división  esploradora,  importaba  una  verdadera  re- 
tirada. En  esas  conferencias,  el  contra-almirante  Montero  no 
cesaba  de  manifestar  su  confianza  absoluta  en  el  resultado 
de  la  batalla.  A  su  juicio,  los  chilenos  eran  tan  ineptos  como 
cobardes,  i  el  jefe  que  los  mandaba,  a  quien  él  habia  conocido 
en  otro  tiempo,  era  por  su  incapacidad  una  garantía  de  la 
próxima  victoria  de  sus  enemigos  *.  El  jeneral  Campero,  por 
su  parte,  se  mostraba  mucho  mas  prudente.  No  dio  al  movi- 
miento de  las  tropas  chilenas  otra  importancia  de  la  que  real- 
mente tenia,  i  se  mantuvo  firme  en  su  resolución  de  no  aban- 
donar sus  posiciones.  Parece  que  estas  discusiones  no  hicie- 
ron mas  que  confirmarlo  en  la  poca  estimación  que  hacia  de 
las  aptitudes  militares  de  Montero,  a  quien  habia  confiado 
solo  el  mando  de  su  ala  derecha.  El  mando  del  ala  izquierda 
i  el  del  centro  habian  sido  entregados  a  los  coroneles  bolivia- 
nos Camacho  i  Castro  Pinto,  que  merecian  la  entera  confian- 
za del  jeneral  en  jefe. 

Recojidas  todas  las  informaciones  necesarias,  el  ejército 
chileno  se  puso  en  marcha  el  25  de  mayo,  i  fué  a  acampar  en 
el  mejor  orden  a  dos  leguas  de  las  posiciones  enemigas.  El 
estado  mayor  habia  elejido  para  pasar  la  noche,  una  hondo- 
nada del  terreno,  en  donde  al  mismo  tiempo  que  se  consul- 
taba la  seguridad  del  campo  contra  toda  sorpresa,  se  conse- 
guia  ocultar,  cuanto  era  posible,  a  los  aliados,  la  proximidad 
a  que  se  hallaba  el  enemigo.  En  esta  marcha,  el  ejército  no 
esperimentó  mas  que  la  pérdida  de  una  recua  de  muías,  que 
trasportaban  una  considerable  provisión  de  agua,  i  cuyos 
conductores  se  adelantaron  imprudentemente  mas  lejos  del 
sitio  designado  para  acampar,  i  fueron  cortados  por  las  avan- 
zadas del  enemigo.  Junto  con  las  muías,  cayeron  prisioneros 
dos  de  los  arrieros  que  las  conducian. 

4.  Tan  seguros  estaban  los  jefes  peruanos  de  su  próximo  triunfo,  que  el 
dia  siguiente  de  aquel  reconocimiento,  el  prefecto  de  Tacna  enviaba  a  Are- 
quipa, por  la  vía  de  Puno,  el  siguiente  despacho: 

«Tacna,  23  de  mayo. — Ayer  atacó  vanguardia  enemiga.  Esperamos  ma- 
ñana definitiva.  Triunfaremos.  Mui  conveniente  si  Leiva  ataca,  conforme 
instrucciones,  retaguardia  enemiga. — Pedro  A.  del  Solar.» 


228  GUíRBA    DEL   PACÍFICO 


Sin  esta  imprudencia,  el  jeneral  Campero  solo  habria  teni- 
do una  idea  vaga  de  la  proximidad  a  que  se  hallaba  el  ejército 
chileno.  Sin  embargo,  las  declaraciones  que  hizo  tomar  a  los 
dos  prisioneros  contribuyeron  a  perturbarlo  mas  i  mas.  Los 
arrieros,  con  esa  astucia  instintiva  en  los  campesinos  chilenos, 
le  dieron  las  noticias  mas  exaj  eradas  de  las  fuerzas  que  com- 
ponian  su  ejército,  ocultando  artificiosamente  toda  noticia 
acerca  del  lugar  preciso  donde  debia  acampar  esa  noche.  El 
jefe  boliviano,  por  su  parte,  se  exajeró  los  peligros  de  su  si- 
tuación; i  creyéndose  amenazado  por  un  ejército  mas  de  dos 
veces  superior  al  suyo,  concibió  el  temor  de  que  podria  ser 
vencido  a  pesar  de  las  ventajas  indisputables  de  sus  posicio- 
nes. Para  equilibrar  las  fuerzas,  haciendo  desaparecer  por  un 
golpe  estratéjico  la  supuesta  superioridad  de  los  chilenos, 
discurrió  Campero  el  sorprender  a  éstos  de  improviso,  creyen- 
do que  así  le  seria  mas  fácil  derrotarlos. 

Oigamos  al  mismo  jeneral  Campero  referir  el  plan  de  ata- 
que que  concibió,  i  la  manera  cómo  fué  ejecutado.  «Decidí, 
dice,  efectuar  la  marcha  en  aquella  misma  noche  (25  de  mayo) 
i  caer  sobre  el  enemigo  al  amanecer,  procurando  tomarlo  de 
sorpresa,  no  dándole  tiempo  para  desplegar  en  batalla  sus 
masas  i  quizá  aun  impedirle  aprovechar  de  sus  dos  elementos 
mas  poderosos,  su  caballería  i  artillería,  cuya  acción  podía 
inutilizarse  solo  con  una  sorpresa  afortunada.  Comuniqué  mi 
pensamiento  a  los  señores  Montero  i  Camacho,  quienes  lo 
aprobaron  con  entusiasmo,  conviniendo  con  mis  ideas. 

«Acordado  el  plan,  se  tomaron  las  medidas  convenientes,  i 
se  emprendió  la  marcha  a  las  doce  de  la  noche  con  admirable 
precisión  i  silencio,  conservando  todo  el  ejército  el  mismo 
orden  de  batalla  i  guardando  las  distancias  necesarias  para 
poder  formar  la  línea  con  la  rapidez  posible  al  acercarse  al 
enemigo,  el  que  no  podria  dejar  de  emplear  un  tiempo  mui 
largo  en  desplegar  sus  fuerzas,  por  lo  mismo  que  eran  tan 
numerosas.  Pero  desgraciadamente,  al  cabo  de  dos  horas  de 
viaje,  principió  a  notarse  cierto  desconcierto  e  indecisión  en 
la  marcha.  Los  coroneles  Camacho  i  Castro  Pinto  me  hicieron 
advertir  sucesiva  i  contradictoriamente  que  nos  inclinaba- 


OPERACIONES  MILITARES  229 


mos  demasiado  según  el  uno  a  la  derecha  i  según  el  otro  a  la 
izquierda.  Ordené  que  se  reunieran  los  guias  de  ambas  alas  i 
el  que  dirijiael  centro  i  que  examinaran  conjuntamente  la  si- 
tuación eú  que  nos  encontrábamos  i  la  dirección  que  debíamos 
seguir.  Después  de  una  larga  discusión  entre  ellos,  manifestaron 
que  estaban  inciertos,  que  no  podian  ponerse  de  acuerdo  res- 
pecto a  nuestra  posición  ni  mucho  menos  orientarse,  a  causa 
de  la  densa  niebla  que  cubria  el  espacio  i  nos  envolvia  ya  por 
todas  partes.  En  este  estado  noté  que  el  desorden  se  habia 
hecho  mayor  i  que  varios  cuerpos  aun  hablan  perdido  sus 
posiciones,  apareciendo  algunos  de  la  derecha  en  la  izquier- 
da. Ordené  que  se  hiciera  alto,  i  temiendo  en  estas  circuns- 
tancias un  encuentro  con  el  enemigo,  que  nos  hubiera  ocasio- 
nado un  desastre  irremediable,  siendo  nosotros  los  sorprendi- 
dos en  lugar  de  sorprenderlo,  resolví  volver  al  campamento, 
enviando  algunos  individuos  por  delante,  a  fin  de  que  se  en- 
cendieran allí  algunas  fogatas  que  nos  guiaran.  Hecho  ésto 
se  verificó  la  contramarcha  i  llegamos  al  amanecer  del  26,, 
ocupando  todo  el  ejército  las  mismas  posiciones  que  antes». 

Los  aliados  volvieron,  pues,  a  formar  precipitadamente  su 
línea  de  defensa  tal  como  lo  habia  dispuesto  los  dias  anterio- 
res el  jeneral  Campero.  Su  ejército,  compuesto  de  9,300  hom- 
bres, según  el  cómputo  de  este  jefe,  se  habia  engrosado  con 
750  policiales  i  voluntarios  armados  que  habia  llevado  ese 
dia  al  campamento  el  prefecto  de  Tacna,  don  Pedro  A.  del 
Solar,  i  que  fueron  colocados  en  la  reserva.  Aquel  ejército  de 
10,000  hombres,  formidable  por  su  número,  lo  era  mas  aun 
por  las  ventajosas  posiciones  que  ocupaba. 

Mientras  el  ejército  aliado  se  fatigaba  la  mayor  parte  de  la 
noche  en  esta  frustrada  operación,  el  ejército  chileno  se  repo- 
nía tranquilamente  en  su  campamento  del  cansancio  de  la 
marcha  anterior.  Allí  se  habían  tomado  todas  las  medidas  de 
precaución  i  de  vijilancia  para  evitar  una  sorpresa.  Las  divi- 
siones estaban  convenientemente  repartidas,  i  al  primer  aviso 
de  los  centinelas  avanzados,  se  habrían  puesto  sobre  las  ar- 
mas i  habrían  rechazado  victoriosamente  cualquier  ataque. 
Antes  de  amanecer  del  26  de  mayo,  todos  los  cuerpos  estaban 


230  GUERRA   DEL    PACÍFICO 


en  pié  i  amunicionados  para  marchar  sobre  el  enemigo.  La 
tropa  recibió  el  alimento  necesario  para  resistir  a  las  fatigas 
del  dia. 

En  el  cuartel  jeneral  de  los  chilenos  se  habia  discutido  lar- 
gamente el  plan  de  batalla.  Dos  opiniones  hablan  sido  parti- 
cularmente el  objeto  de  las  deliberaciones.  Según  una  de  és- 
tas, el  ataque  debia  llevarse  de  frente,  tratando  primero  de 
obligar  al  enemigo  a  abandonar  sus  posiciones,  i  si  esto  no  se 
conseguía,  marchando  resueltamente  sobre  ellas  para  tomar- 
las con  la  infantería.  El  segundo  plan  consistía  en  marchar 
hacia  el  oriente  a  alguna  distancia  del  flanco  derecho  del  ene- 
migo para  colocarse  detras  de  él,  i  obligarlo  a  aceptar  el  com- 
bate en  circunstancias  en  que  no  tuviera  ninguna  retirada 
posible  para  el  interior.  A  este  plan  se  le  hallaba  un  inconve- 
niente: la  batalla  se  habria  retardado  un  dia  mas;  i  se  temia 
que  se  agotase  la  provisión  de  agua,  de  tal  suerte  que  en  el 
momento  del  combate,  el  soldado  podia  encontrarse  despro- 
visto de  este  elemento  tan  indispensable  para  reponerse  de  la 
fatiga  i  del  calor.  El  jeneral  Baquedano  se  habia  decidido  por 
el  primero  de  esos  planes,  es  decir,  por  el  ataque  inmediato  i 
de  frente;  i  con  arreglo  a  él  se  habían  tomado  todas  las  dispo- 
siciones de  la  marcha. 

Apenas  el  ejército  chileno  habia  avanzado  un  poco,  divisó 
como  a  una  legua  de  distancia  los  últimos  cuerpos  enemigos 
que  volvían  a  ocupar  sus  posiciones  después  de  la  inútil  sali- 
da de  la  noche  anterior.  La  artillería  lanzó  sobre  ellos  algunas 
granadas  que  los  obligaron  a  acelerar  su  repliegue  sobre  las 
alturas  que  formaban  su  campamento.  El  ejército  chileno 
formado  en  línea  de  batalla,  i  pro  tejidos  sus  flancos  i  su  frente 
por  guerrillas  de  rifleros,  continuó  marchando  hasta  colocar- 
se cerca  del  punto  hasta  donde,  según  se  habia  observado 
cuatro  días  antes,  alcanzaban  los  cañones  del  enemigo. 

Allí  separó  el  jeneral  Baquedano,  según  estaba  dispuesto, 
un  cuerpo  de  poco  mas  de  tres  mil  infantes  de  sus  mejores 
tropas,  con  orden  de  permanecer  de  reserva  en  ese  lugar  bajo 
el  marido  del  coronel  don  Mauricio  Muñoz.  Ese  cuerpo  no 
debia  entrar  al  combate  sino  en  caso  que  las  otras  divisiones 


OPETlACrONES  MILITARES  231 


sufriesen  un  serio  descalabro;  i  entonces,  cayendo  de  refresco 
en  la  pelea,  habia  de  asegurar  el  triunfo  de  las  armas  chilenas. 
El  resto  del  ejército  continuó  avanzando  con  la  artillería  que 
debia  comenzar  el  combate  rompiendo  sus  fuegos  simultá- 
neamente sobre  el  frente  i  los  flancos  del  enemigo. 

A  las  diez  de  la  mañana  se  inició  el  combate  con  un  vivo 
fuego  de  cañón.  Por  el  número  i  por  la  calidad  de  sus  caño- 
nes, así  como  por  la  maestría  de  sus  artilleros,  los  chilenos 
tenían  una  indisputable   superioridad;  pero  las  condiciones 
del  terreno  venían  a  favorecer  a  los  aliados.  «En  efecto,  dice  . 
el  jeneral  Campero,  teníamos  desde  luego  la  ventaja  de  no 
presentar  blanco  a  sus  tiros,  pues  nuestra  primera  línea  se 
hallaba  oculta  detras  de  la  ceja  de  la  meseta,  i  solo  se  distin- 
guían las  piezas  de  artillería,  al  paso  que  dominábamos  nos- 
otros toda  la  planicie  que  él  ocupaba.  Por  otra  parte,  sus  tiros 
de  canon  no  nos  causaban  daño  alguno;  porque,  o  bien  caían 
de  tras  de  nuestras  filas,  por  la  parábola  que  describen  los 
proyectiles,  o  bien  se  enterraban  las  bombas  en  la  arena,  es- 
tallando allí  i  produciendo  una  especie  de  ebullición  en  la 
tierra,  pero  sin  causarnos  mayor  mal.  Esto  dio  lugar  a  que  el 
jeneral  boliviano  Pérez  calificase  cada  disparo  de  «una  onza 
de  oro  perdida»,  aludiendo  al  costo  de  cada  tiro  i  a  su  com- 
pleta ineficacia  ^.  En  consecuencia,  ordene  que  no  se   aban- 
donaran las  posiciones,  ni  se  saliera  de  ellas,  debiendo  evitar- 
se el  fuego  de  rifles  mientras  que  el  enemigo  no  se  pusiera  a 
tiro». 

Convencido  el  jeneral  Baquedano  de  que  no  habia  medio 
de  obligar  al  enemigo  a  abandonar  sus  posiciones,  i  de  que  la 
artillería  i  la  caballería  no  podían  nada  contra  ellas  en  esos 
momentos,  mandó  amortiguar  el  fuego  de  cañón,  después  de 
una  hora,  i  dispuso  el  ataque  formal  con  sus  infantes. 


5.  El  jeneral  Pérez  murió,  sin  embargo,  poco  mas  tarde,  en  las  últimas 
horas  de  la  batalla,  herido  en  la  frente  por  el  casco  de  una  granada  chilena. 
Era  un  viejo  soldado  que  sus  compatriotas  consideraban  uno  de  los  mas  va- 
lientes i  honrados  jefes  del  ejército  de  Bolivia.  El  dia  de  la  batalla  de  Tacna, 
era  jefe  de  estado  mayor  de  todo  el  ejército  aliado. 


232    •  GUERRA    DEL    PACÍFICO 


Sin  contar  los  cuerpos  de  reserva  que,  como  dijimos,  que- 
daron colocados  un  poco  mas  lejos,  la  infantería  chilena  es- 
taba fraccionada  en  cuatro  divisiones,  cada  una  de  las  cuales 
constaba  aproximativamente  de  dos  mil  hombres,  i  compo- 
nian  entre  todas  un  total  de  8,500  soldados.  Estas  tropas  re- 
cibieron la  orden  de  ir  a  desalojar  a  un  enemigo  superior  en 
número  i  colocado  en  posiciones  verdaderamente  formida- 
bles. Aun,  en  el  primer  momento,  solo  entró  en  combate  una 
de  esas  divisiones  de  2,380  hombres,  que  fué  a  atacar  al  ene- 
migo por  las  posiciones  de  su  flanco  izquierdo.  Luego  entra- 
ron en  pelea  otras  dos  divisiones  con  4,200  hombres  para 
atacar  al  enemigo  por  su  centro  i  por  su  derecha.  La  otra  di- 
visión quedó  mas  atrás,  formando  la  primera  reserva,  para 
acudir  a  donde  fuese  necesario,  es  decir,  al  punto  en  que  los 
aliados  opusieran  mas  dura  resistencia  ^. 

El  punto  mas  accesible  del  campamento  de  los  aliados,  era 
su  flanco  izquierdo;  pero  el  jeneral  Campero,  que  habia  ob- 
servado de  antemano  esto  mismo,  habia  cuidado  de  reforzar 
esta  ala  con  mayor  número  de  tropas,  colocándolas  bajo  el 
mando  del  coronel  Camacho,  que  era  el  jefe  de  toda  su  con- 
fianza. El  jeneral  Baquedano  también  habia  enviado  allí  la 
mas  numerosa  de  sus  divisiones,  i  ésta,  como  hemos  dicho, 


6.  Para  la  mas  cabal  intelijencia  de  la  batalla  de  Tacna,  que  estamos  obli- 
gados a  referir  en  sus  rasgos  principales,  vamos  a  dar  alguna  noticia  acerca 
de  las  divisiones  chilenas  que  entraron  en  combate. 

I. a  división,  formada  por  un  Tejimiento  i  tres  batallones,  i  con  un  total 
efectivo  de  2,380  hombres,  bajo  el  mando  del  coronel  don  Santiago  Amen- 
gual,  fué  a  atacar  la  izquierda  de  los  aliados. 

2.^  división,  formada  por  dos  Tejimientos  i  un  batallón,  con  un  total  efec- 
tivo de  2,100  hombres,  bajo  las  órdenes  del  teniente  coronel  don  Francisco 
Barceló,  fué  a  atacar  el  centro  de  las  posiciones  enemigas. 

3.a  división,  formada  por  un  Tejimiento  i  dos  batallones,  con  un  efectivo 
de  1,600  hombres,  bajo  el  mando  del  coronel  don  Domingo  Amunátegui, 
Quedó  formando  la  primera  reserva;  pero  luego  entró  en  combate  en  apoyo 
de  las  divisiones  que  formaban  la  derecha  i  el  centro  del  ejército  chileino. 

4.<*  división,  formada  por  dos  Tejimientos  i  un  batallón,  con  un  efectivo  de 
2,170  hombres,  mandada  por  el  coronel  don  Orozimbo  Barbosa,  fué  a  atacar 
la  derecha  del  enemigo. 

La  artillería  estaba  mandada  por  el  teniente  coronel  don  José  Manuel 
Novoa. 

La  caballería  por  el  coronel  don  José  Francisco  Vergara.  y 


OPERACIONES  MILI  lAKliS  233 


trabó  la  lucha  antes  que  ninguna  otra,  i  con  la  mayor  decisión. 
A  mediodía,  el  combate  se  hizo  jeneral  en  todo  el  eampa.  Los 
cuerpos  de  ataque  seguían  avanzando  sobre  las  posiciones  de 
los  aliados  sin  arredrarse  por  el  vivo  fuego  de  fusil  i  de  cañón 
que  se  les  hacia  de  toda  la  linea  enemiga.  La  artillería  chilena, 
que  había  quedado  a  retaguardia,  protejia  la  impetuosa  carga 
de  sus  infantes  dirijiendo  sus  fuegos  por  elevación.  En  el  ala 
izquierda,  los  cañones  chilenos  reconcentraron  sus  fuegos  so- 
bre un  fortin  en  que^habia  cinco  piezas  de  artillería  enemiga, 
ventajosamente  colocadas. 

El  vigoroso  ataque  de  la  división  chilena  que  embistió  con- 
tra el  flanco  izquierdo  de  los  aliados,  produjo  antes  de  una 
hora  una  seria  confusión  en  esa  ala.  A  pesar  del  número  ma- 
yor de  sus  defensores  i  de  las  ventajas  de  su  posición,  la  línea 
se  sintió  vacilar,  i  un  cuerpo  peruano  que  había  tomado  el 
arrogante  nombre  de  «batallón  Victoria»,  volteó  caras  i  se 
entregó  a  la  fuga.  Fué  inútil  que  el  jeneral  Campero  mandara 
hacer  fuego  contra  él:  lo  sfujitivos  no  querían  volver  al  com- 
bate, i  continuaron  corriendo  en  dispersión.  Entonces  fué 
llamada  la  reserva,  i  con  ella  llegaron  los  mejores  batallones 
del  ejército  aHado,  que  fueron  distribuidos  en  los  dos  flancos, 
i  principalmente  en  el  ala  izquierda.  Con  este  refuerzo,  los 
defensores  de  las  alturas  cobraron  mayor  ánimo  i  sostuvieron 
el  combate  con  nuevo  ardor.  Hubo  un  instante  en  que  dos  de 
los  cuerpos  chilenos  que  formaban  la  estremidad  de  su  ala 
derecha,  horriblemente  destrozados  por  el  fuego  enemigo,  i 
con  sus  municiones  casi  agotadas,  parecían  vacilar,  hasta  el 
punto  de  tener  que  retroceder  del  lugar  hasta  donde  habían 
avanzado.  Un  cuerpo  de  caballería  chilena  que  estaba  desta- 
cado en  ese  flanco,  acudió  a  reforzarlos,  mientras  avanzaba 
la  otra  división  que  formaba  la  primera  reserva. 

En  efecto,  esa  división,  mandada  por  el  coronel  Amunáte- 
guí,  compuesta  solo  de  i,6oo  hombres,  llegaba  a  paso  de  car- 
ga, para  reforzar  a  los  chilenos  que  atacaban  de  frente  el 
flanco  izquierdo  i  el  centro  del  enemigo.  La  artillería  i  las 
ametralladoras  acortaron  también  la  distancia,  i  el  ataque 
de  los  infantes  chilenos  se  hizo  mas  vigoroso  i  decisivo.  Los 


234  GUERRA     DiSL    PACÍFICO 


aliados,  después  de  pelear  denodadamente  durante  dos  ho- 
ras, no  se  sentían  con  fuerzas  para  rechazar  esta  nueva  i  mas 
impetuosa  embestida.  Resistieron,  sin  embargo,  algún  rato 
mas;  pero  luego  comenzaron  a  ceder,  i  su  dispersión  era  com- 
pleta a  las  dos  de  la  tarde.  La  artillería  chilena  continuó  sus 
fuegos  para  consumar  la  desorganización  del  enemigo,  mien- 
tras la  infantería  ocupaba  i  recorría  las  alturas  en  persecución 
de  los  fujitivos ''. 


7.  Las  relaciones  peruanas  i  bolivianas  hacen  una  confusión  completa  de, 
todos  los  hechos  desde  que  comienzan  a  referir  la  segunda  parte  de  la  bata- 
lla. El  jeneral  Campero  atribuye  lo  mas  glorioso  de  la  jornada  a  las  tropas 
bolivianas  que  ocupaban  el  flanco  izquierdo,  en  donde,  sin  embargo,  fueron 
abandonadas  por  el  batallón  peruano  Victoria,  hecho  que  él  no  olvida  de 
señalar.  Según  Campero,  los  bolivianos  no  solo  hicieron  retroceder  a  los  chi- 
lenos por  aquel  lado,  sino  que  tomaron  algunos  prisioneros  i  algunas  piezas 
de  artillería,  que  tuvieron  que  abandonar  cuando  se  vieron  atacados  por 
numerosísimas  tropas  de  refresco.  El  contra-almirante  Montero  i  el  jefe  del 
estado  mayor  peruano,  coronel  don  Manuel  Velarde,  atribuyen  la  mejor 
parte  de  la  defensa  a  las  fuerzas  peruanas  que  bajo  el  mando  del  primero, 
ocupaban  el  flanco  derecho.  Montero  va  mas  lejos  todavía.  Según  él,  la  pro- 
tección que  fué  necesario  prestar  a  la  división  del  coronel  Camacho  desde  el 
principio  del  combate,  debilitó  el  resto  de  la  línea,  i  no  impidió  que  aquélla 
fuera  la  primera  en  dispersarse.  Debemos,  sin  embargo,  advertir  que  la  es- 
posicion  del  contra-almirante  Montero,  en  que  rectiñca  el  informe  del  jene- 
ral boliviano,  es  mui  poco  noticiosa,  i  que  contiene  incidentes  de  pura  in- 
vención, como  una  valiente  carga  de  la  caballería  que  estaba  bajo  su  mando, 
carga  que  según  él  contuvo  a  los  batallones  chilenos,  i  que  sin  embargo,  és- 
tos no  vieron  nunca. 

No  se  puede  decir  lo  mismo  del  informe  del  jeneral  Campero,  documento 
serio  i  noticioso,  en  el  cual  se  percibe  claramente  que  los  errores  mismos  que 
contiene,  sobre  el  número  de  las  fuerzas  chilenas  i  la  captura  momentánea 
de  los  cañones  enemigos,  son  consignados  de  buena  fe  i  creyendo  falsos  in- 
formes de  sus  subalternos.  No  estará  de  mas  advertir  que  durante  todo  el 
combate  no  hubo  soldado  alguno  del  ejército  aliado  que  llegase  a  colocarse 
a  una  distancia  de  400  metros  de  los  cañones  chilenos. 

Por  parte  de  Chile  se  han  publicado  varias  relaciones,  ademas  del  parte 
oficial  del  estado  mayor.  Algunas  de  esas  relaciones  discuerdan  en  diversos 
detalles,  pero  todas  sirven  para  formarse  una  idea  cabal  de  la  batalla,.  Sin 
embargo,  la  abundancia  de  pormenores  de  algunas  de  ellas  es  causa  de  que 
el  lector  tenga  que  prestar  mucha  atención  para  comprender  los  rasgos  prin- 
cipales de  la  jornada. 

Un  diario  de  Santiago,  El  Ferrocarril  del  8  de  noviembre,  dio  a  luz  una 
descripción  de  la  batalla  de  Tacna,  hecha  por  M.  Raoul  Duvision,  antiguo 
oficial  francés  que  reside  en  esa  ciudad,  i  que  fué  testigo  de  vista  de  la  jor- 


OPERACIONES  MILITARES  235 


La  segunda  reserva  chilena,  es  decir,  la  división  de  poco 
mas  de  tres  mil  hombres  que  el  jeneral  Baquedano  habia  de- 
jado esa  mañana  a  menos  de  una  legua  del  teatro  del  comba- 
te, bajo  las  órdenes  del  coronel  Muñoz,  habia  permanecido 
allí  con  el  arma  al  brazo,  esperando  que  sus  servicios  fuesen 
necesarios,  para  avanzar  sobre  el  enemigo,  i  haciendo  solo  un 
despliegue  de  sus-  fuerzas,  después  que  entró  en  combate  la 
primera  reserva.  La  batalla  se  terminó  sin  que  entrase  en 
batalla  aquella  respetable  división.  Parece,  sin  embargo,  que 
su  presencia  contribuyó  poderosamente  a  desalentar  al  ene-, 
migo,  que  desde  sus  posiciones  la  divisaba  como  un  segundo 
ejército  que  habria  venido  a  arrebatarle  la  victoria,  si  le  hu- 
biera sido  dado  rechazar  el  primer  ataque  de  los  chilenos. 

nada.  Esta  corta  relación  es  un  cuadro  sumario,  pero  de  la  mayor  claridad; 
i  por  este  motivo  no  vacilamos  en  reproducirla  en  seguida: 

«Desde  que  se  avistaron  ambos  ejércitos,  procuré  hacerme  cargo  de  la  po- 
sición i  medidas  tomadas  en  uno  i  otro  campo.  El  ejército  de  la  alianza  es. 
taba  dividido  en  tres  cuerpos,  con  una  reserva  colocada  a  retaguardia.  Las 
alas  i  centro  no  estaban  desplegadas  en  linea  regular  de  batalla,  sino  coloca- 
das en  columnas  mas  o  menos  unidas.  Cada  una  de  ellas  desplegó  a  su  frente 
algunos  tiradores,  mas  bien  como  descubierta  que  como  guerrillas,  aprove- 
chando las  ondulaciones  del  terreno,  para  permanecer  ocultas  a  la  vista  del 
adversario,  i  buscando  el  apoyo  de  sus  baterías  fijas. 

«El  ejército  chileno  hizo  avanzar  una  línea  de  francos  tiradores-guerrilla  s, 
perfectamente  regular,  i  a  distancia  conveniente  seguían  los  cuerpos  que  de- 
bían iniciar  el  combate,  en  orden  de  batalla,  de  tal  manera  formada  que,  a 
la  distancia  de  donde  yo  observaba,  no  advertía  el  menor  defecto.  La  mar- 
cha en  avance  de  estas  líneas  era  bastante  rápida,  tomando  en  consideración 
las  dificultades  i  lo  pesado  del  terreno  en  que  operaban. 

«Al  mismo  tiempo  se  vio  avanzar  hacia  el  ala  derecha  una  segunda  i  nu  - 
merosa  línea  de  infantería,  dispuesta  de  tal  modo  que  pudiese  caer  sobre  el 
centro  o  el  estremo  de  esa  ala,  según  lo  exijiesen  las  peripecias  del  combate. 
Seguía  la  reserva  que  miraba  el  centro  del  campo  de  la  alianza,  i  mas  a  re- 
taguardia numerosos  cuerpos  de  caballería.  Numerosa  artillería  apoyaba 
casi  los  estremos,  lo  mismo  que  el  centro  de  las  líneas  del  ejército  chileno. 

«Junto  con  el  avance  de  los  cuerpos  que  debían  iniciar  la  batalla,  vi  divi- 
dirse la  numerosa  caballería  chilena  i  marchar,  formando  un  ángulo,  cuyo 
vértice  era  su  posición  primitiva,  para  reforzar  las  alas;  i,  según  el  concepto 
que  me  formé,  estas  tropas  eran  destinadas  a  amagar  al  ejército  de  la  alianza 
en  sus  estremos  derecho  e  izquierdo,  como  asimismo  a  precipitar  su  derrota , 
flanquearlo  i  perseguirlo, 

«Momentos  después,  las  guerrillas  chilenas  descubrieron  al  enemigo,  i  el 
combate  se  inició  con  vigor  por  una  i  otra  parte. 

«Desde  los  primeros  momentos,  formé  el  mas  alto  concepto  sobre  la  ins- 


236  Guerra   del    pacífico 


Tal  fué  el  resultado  de  la  batalla  de  Tacna.  Para  ocupar 
las  formidables  posiciones  en  que  los  aliados  se  defendían, 
los  chilenos  tuvieron  que  perder  entre  muertos  i  heridos,  cer- 
ca de  la  cuarta  parte  de  las  fuerzas  de  ataque,  es  decir,  2,128 
hombres.  Esas  pérdidas  consistían  en  23  jefes  i  oficiales  muer- 
tos, i  en  84  heridos;  i  en  463  soldados  muertos  i  1,558  heridos. 
Las  bajas  del  ejército  vencedor  se  comprenden  fácilmente, 
recordando  que  los  chilenos  tenian  que  pelear  a  pecho  descu- 
bierto para  escaladlas  alturas,  desde  las  cuales  un  enemigo 
invisible  i  perfectamente  colocado  desde  el  principio  del  com- 
bate, vomitaba  sin  cesar  lluvias  de  balas  i  de  metralla.  De 
esas  pérdidas,  la  mas  importante  es  la  del  comandante  don 

truccion,  valor  i  disciplina  de  las  tropas  chilenas,  por  el  perfecto  orden  con 
que  entraban  en  combate.  En  esas  líneas  no  se  veia  cruzar  de  un  punto  a 
otro  ni  un  jinete,  lo  que  me  indicó  que  jefes,  oficiales  i  soldados  se  mante- 
nían con  notable  firmeza  en  sus  puestos  respectivos. 

«En  el  ejército  aliado,  por  el  contrario,  no  se  desplegaron  sus  líneas  con 
seguridad,  i  se  advertía  por  las  carreras  de  muchos  en  distintas  direcciones, 
que  reinaban  aquella  vacilación  i  desorden  tan  perjudiciales  en  los  graves 
momentos  de  un  combate. 

«Una  hora  después  de  rotos  los  fuegos,  el  ejército  de  la  alianza  se  había 
visto  precisado  a  echar  mano  de  todos  los  cuerpos  de  su  reserva,  jeneralizan- 
do  la  batalla  en  toda  su  línea  mientras  que  el  ejército  chileno  se  mantenía 
aun  con  solo  las  tropas  con  que  inició  el  combate. 

«El  jeneral  en  jefe  del  ejército  aliado  comprendió  que,  teniendo  compro- 
metidas todas  sus  tropas,  era  necesario  el  último  esfuerzo  para  hacer  retro- 
ceder i  alcanzar  algunas  ventajas.  Ordenó,  en  consecuencia,  un  ataque  si- 
multáneo en  toda  la  línea,  acumulando  sus  mejores  cuerpos  en  el  ala  izquier- 
da para  flanquear  i  envolver  a  su  adversario  en  su  ala  derecha,  donde  con- 
siguió hacerlo  retroceder,  siendo  rechazado  a  su  vez  con  enerjía  en  su  centro 
i  derecha,  cuyas  posiciones  fueron  ganadas  a  la  bayoneta. 

«El  retroceso  del  ala  derecha  del  ejército  chileno,  producido  por  el  ímpetu 
de  algunos  cuerpos  bolivianos  no  fué  duradero,  pues  en  tal  circunstancia  la 
caballería  que  reforzaba  ese  estremo,  cargó  sobre  lo  mas  fuerte  de  su  enemi- 
go. Al  mismo  tiempo  la  segunda  línea  de  los  asaltantes  avanzó  con  rapidez 
para  reforzar  el  centro  i  la  derecha,  entrando  en  combate  con  tal  vigor  que, 
no  solo  estableció  el  equilibrio  sino  que  principió  a  arrojar  a  los  aliados  de 
sus  posiciones,  decidiendo  por  completo  la  batalla  a  favor  de  los  chilenos, 
que  ya  solo  era  sostenida  en  esa  única  parte  de  la  línea. 

«Para  mí,  desde  los  primeros  momentos  de  la  batalla,  fué  seguro  el  triunfo 
de  los  chilenos.  Todo  me  indicó  en  ellos  una  superioridad  incontrastable;  i 
abrigo  la  convicción  que,  si  los  aliados  hubiesen  sido  superiores  en  número 
con  los  dos  tercios  de  su  tropa,  solo  habrían  conseguido  retardar  un  poco 
mas  su  derrota.» 


OPERACIONES  MILITARES  237 


Ricardo  Santa  Cruz,  que  se  habia  ilustrado  brillantemente 
en  toda  la  guerra,  desde  el  desembarco  de  Pisagua,  en  que  le 
tocó  llevar  a  tierra  las  primeras  columnas  chilenas. 

Pero  las  pérdidas  de  los  aliados  fueron  mui  superiores.  Se 
calcula  en  mas  de  2,800  el  número  de  sus  muertos  i  heridos, 
contando  entre  éstos  solo  a  los  que  no  pudieron  retirarse  del 
campo  de  batalla  i  de  sus  alrededores;  i  entre  ellos  figuraban 
muchos  jefes  de  graduación,  jenerales,  coroneles,  comandan- 
tes 8.  Según  los  informes  de  orijen  boliviano,  solo  en  la  divi- 
sión de  esta  nacionaUdad  las  pérdidas  del  combate  subieron 
a  1,200  muertos  i  a  900  heridos.  Se  habla  en  esos  documentos 
de  dos  batallones  bolivianos  que  sucumbieron  casi  enteros 
en  la  defensa  del  ala  izquierda  del  ejército  aliado,  que  los  pe- 
ruanos hablan  comenzado  a  abandonar.  El  número  de  prisio- 
neros tomados  por  los  chilenos  ascendía  a  2,500  hombres, 
entre  los  cuales  habia  un  jeneral,  diez  coroneles  i  gran  número 
de  jefes  i  oficiales.  En  el  campo  de  batalla,  los  vencedores  se 
apoderaron  de  diez  cañones  en  perfecto  estado  de  servicio,  i 
mas  adelante  de  otros  dos  que  estaban  desmontados,  de  cin- 
co ametralladoras  nuevas,  de  cinco  a  seis  mil  rifles,  i  de  un 
número  inmenso  de  municiones  de  cañón  i  de  fusil. 

Los  jenerales  Campero  i  Montero  salieron  ilesos  de  la  ba- 
talla. Ambos  se  dirijieron  con  una  parte  de  los  dispersos  a  la 
ciudad  de  Tacna,  donde  creian  quizá  poder  organizar  toda- 
vía una  segunda  resistencia.  Allí  se  reconoció  que  esto  era 
imposible;  i  ambos  jefes  continuaron  su  retirada  con  el  ma- 


8.  Los  aliados,  a  causa  de  la  dispersión  consiguiente  a  la  derrota,  no  han 
podido  señalar  exactamente  las  pérdidas  que  sufrieron  en  la  batalla  de  Tac- 
na, que  ellos  llaman  del  Campo  de  la  Alianza.  Sin  embargo,  en  una  publica- 
ción hecha  por  el  coronel  don  Manuel  Velarde,  jefe  de  estado  mayor  peruano 
aparece  que  este  solo  ejército  tuvo  entre  jefes  i  oficiales  las  siguientes  pér- 
didas: Muertos,  6  coroneles,  7  tenientes  coroneles  i  71  oficiales.  Heridos,  i  co- 
ronel, 8  tenientes  coroneles  i  92  oficiales.  El  coronel  Velarde  añade  que  la 
pérdida  de  soldados  fué  relativa  a  la  de  los  jefes  i  oficiales. 

Las  pérdidas  de  los  bolivianos,  entre  las  que  se  contaban  dos  jenerales, 
muchos  coroneles  i  oficiales,  fueron  comparativamente  mayores.  Dos  bata- 
llones bolivianos  que  defendieron  valientemente  el  ala  izquierda  de  los  alia- 
dos, fueron  casi  completamente  destruidos  por  las  balas  i  las  bayonetas  de 
los  chilenos  en  los  momentos  del  asalto  de  esas  posiciones. 


238  GUERRA    DEL    PACÍFICO 


yoi"  número  de  dispersos  que  pudieron  reunir.  Del  ejército  de 
diez  mil  hombres  que  tenian  esa  mañana,  solo  se  les  juntaron 
en  grupos  desordenados,  i  eso  después  de  algunos  dias,  unos 
2,800  soldados  que  habian  pertenecido  al  uno  o  al  otro  ejér- 
cito aliado.  Los  peruanos  siguieron  el  camino  de  Tarata  i 
Puno  con  el  contra-almirante  Montero,  mientras  los  bolivia- 
nos se  dirijian  a  La  Paz,  trasmontando  las  cordilleras,  bajo 
las  órdenes  del  jeneral  Campero. 

La  ciudad  de  Tacna  quedó  entonces  abandonada,  o  mas 
propiamente  ocupada  por  los  heridos  i  contusos  que  no  podian 
o  que  no  querian  huir,  i  por  numerosos  dispersos  que  arroja- 
ban sus  arreos  militares  para  ocultarse  a  los  vencedores,  re- 
sueltos a  no  acompañar  mas  a  sus  jefes.  Todo  era  allí  confu- 
sión i  desorden:  los  vecinos  cerraban  las  puertas  de  sus  casas, 
los  dispersos  comenzaban  a  saquear  los  despachos  i  bodego- 
nes en  busca  de  licores.  En  esos  momentos  se  presentó  en  las 
calles  un  parlamentario  chileno  que  con  bandera  blanca  iba 
en  busca  de  las  autoridades  para  exijir  la  rendición  de  la  ciu- 
dad. Ese  parlamentario  fué  recibido  a  balazos  en.  las  calles,  i 
apenas  pudo  regresar  ileso  al  campo  de  batalla. 

Creyóse,  pues,  que  habría  una  resistencia  organizada  en  la 
ciudad.  En  el  momento  el  jeneral  en  jefe  dispuso  que  avan- 
zase sobre  ella  una  división  del  ejército  chileno.  La  artillería 
que  la  acompañaba,  hizo  algunos  disparos  por  elevación;  i  la 
infantería  se  disponía  a  tomarla  a  viva  fuerza  cuando  llega- 
ron los  cónsules  estranjeros  a  prevenir  que  Tacna  estaba 
abandonada  e  indefensa,  i  que  los  chilenos  podian  ocuparla 
sin  resistencia  para  evitar  mayores  desórdenes.  Según  ellos, 
os  que  habian  hecho  fuego  sobre  el  parlamentario  eran  unos 
Isoldados  peruanos  ebrios  que  también  se  habian  dispersado. 
La  división  chilena  hizo  en  efecto  su  entrada  en  la  ciudad;  i 
desde  ese  momento  cesaron  todos  los  desórdenes  i  se  resta- 
bleció la  tranquilidad. 

Mientras  tanto,  en  la  tarde  de  ese  día  i  en  los  dias  siguien- 
tes, diversas  partidas  del  ejército  chileno  continuaron  la  per- 
secución de  los  fujitivos  i  de  los  dispersos;  i  cada  una  de  ellas 
volvía  al  campamento  con  grupos  de  soldados  peruanos  i  bo- 


OPI5BACIOIÍBS  MILITARES  239 


livianos,  i  con  cargas  del  armamento  abandonado.  Muchos 
de  esos  soldados  habian  cambiado  de  traje,  i  algunos  pudie- 
ron sustraerse  así  a  ser  capturados  por  los  vencedores. 

La  noticia  del  desastre  de  Tacna  corrió  rápidamente  en 
todo  el  sur  del  Perú  llevada  por  los  fujitivos  de  la  batalla.  No 
trataban  éstos  de  ocultar  la  magnitud  de  su  derrota,  pero 
persistían  en  esplicarla  como  el  resultado  natural  de  la  in- 
mensa superioridad  numérica  de  los  chilenos  ^,  cuyo  ejército 
se  hacia  subir  a  22  o  24  mil  hombres.  Esto  mismo,  como  debe 
suponerse,  contribuia  a  aumentar  el  sobresalto  i  la  confusión. 

En  Lima  circuló  el  primer  rumor  de  la  derrota  el  i.'^  de  ju- 
nio. Ese  dia  habia  llegado  al  Callao  un  trasporte  chileno  que 
llevaba  al  jefe  de  la  escuadra  bloqueadora  la  noticia  cabal  de 
la  batalla.  El  almirante  mandó  hacer  las  salvas  de  estilo;  i 
luego  los  comandantes  de  los  buques  neutrales  se  impusieron 
de  lo  ocurrido.  En  tierra  se  conoció  mas  o  menos  la  verdad 
de  todo;  pero  antes  de  dar  crédito  a  la  noticia  del  desastre , 
se  prefirió  buscar  otra  esplicacion  a  las  salvas  de  la  escuadra 
chilena.  Se  dijo  al  efecto  que  ese  dia  habia  llegado  un  nuevo 


9.  La  prensa  de  esos  lugares,  así  como  la  de  Lima,  habían  dicho  Hasta  ei 
cansancio  que  la  segunda  campaña  de  los  chilenos,  no  debia  causar  el  menor 
temor,  porque  su  ejército  del  sur,  mandado  por  el  contra-almirante  Monteros 
contaba  con  fuerzas  mui  superiores.  Después  de  la  derrota,  se  invirtieron  las 
cifras  exagerándolas  estraordinariamente.  El  ejércñto  chileno,  decian,  cons- 
taba de  22  o  24  mil  hombres;  i  el  ejército  aliado  de  8  a  9  mil  hombres. 

La  verdad  es  que  en  la  batalla  de  Tacna,  los  chilenos  tenian  por  junto, 
aun  contando  sus  enfermos,  que  no  eran  muchos,  13,372  hombres,  de  los 
cuales  no  tomó  parte  alguna  en  el  combate  un  cuerpo  de  reserva  compuesto 
de  3,130,  i  mui  escasa  a  consecuencia  de  las  condiciones  del  terreno,  los  1,200 
soldados  que  formaban  la  caballería.  Puede,  pues,  decirse  que  por  pirte  de 
los  vencedores  solo  pelearon  9,042.  El  ejército  aliado  que  estabí  a  la  defen- 
siva, í  colocado  en  posiciones  formidables,  tenia,  según  el  jeneral  Campero, 
9,300  hombres.  A  esta  última  cifra  hai  que  agregar  unos  750  policiales  i  vo- 
luntarios armados  con  que  acudió  ese  dia  al  campo  del  combate  el  prefecto 
de  Tacna  don  Pedro  A.  del  Solar. 

Antes  de  la  batalla  de  Tacna,  las  tropas  aliadas  eran  denominadas  en  los 
documentos  públicos  del  Perú  «el  2.^  ejército  del  sur»,  porque  se  llama  «el 
primero»  al  que  fué  destrozado  por  los  chilenos  en  la  campaña  de  Tarapacá 
Después  de  la  derrota,  la  prensa  de  Lima  i  los  documentos  oficiales,  ha  n 
trastornado  este  orden  dando  la  denominación  de  «primer  ejército  del  sur» 
al  destruido  en  Tacna. 


240  GUERRA    DEL    PACIFICO 


almirante  a  relevar  al  que  sostenía  el  bloqueo;  i  que  como  era 
natural,  era  recibido  con  los  honores  de  su  rango, 

No  fué  posible  conservar  esa  ilusión  mui  largo  tiempo.  El 
2  de  junio  tocó  en  Pisco  un  vapor  ingles  que  iba  al  sur;  i  él 
comunicó  en  el  puerto  las  noticias  que  habia  recojido  en  Ari- 
ca, i  que  el  telégrafo  trasmitió  inmediatamente  a  Lima.  La 
prensa,  sometida  al  réjimen  dictatorial,  publicó  boletines  en 
que  los  hechos  estaban  presentados  de  la  manera  siguiente: 
— «Ha  habido  en  el  sur  una  batalla  que  ha  durado  tres  dias, 
i  cuyo  resultado  no  es  decisivo.  Los  mismos  chilenos  confie- 
san haber  sufrido  mas  pérdidas  que  las  de  los  aliados.  Como 
medida  estratéjica,  se  dio  a  los  chilenos  paso  para  la  ciudad 
de  Tacna,  pero  el  ejército  aliado  se  ha  retirado  en  buen  orden 
i  no  ha  dejado  un  solo  prisionero.  En  cambio,  Montero  tiene 
consigo  mil  prisioneros  chilenos.  El  jeneral  Montero  se  halla 
en  Palca  con  su  ejército.  El  coronel  Leiva  estaba  el  26  en  To- 
rata  con  otro  ejército,  i  a  la  fecha  debe  hallarse  en  el  teatro 
de  1  a  guerra.  En  Arica  se  encuentra  Bolognesi  con  las  divi- 
siones de  su  mando.  De  manera  que  los  restos  del  ejército 
chileno  deben  hallarse  a  estas  horas  encerrados  por  un  círculo 
de  fuego,  i  tienen  que  sucumbir  indispensablemente». 

I  esta  noticia  circuló  durante  muchos  dias  en  Lima  i  en 
todo  el  norte  del  Perú  i  ser  emitió  a  Europa  i  a  Estados 
Unidos  por  la  vía  d#  Panamá,  como  si  los  descalabros  de  la 
guerra  pudieran  remediarse  con  la  publicación  de  tales  bole- 
tines. De  todos  esos  detalles,  no  habia  mas  que  uno  verdade- 
ro. En  Arica  quedaba  en  pié  una  división  peruana  bajo  el 
mando  del  coronel  don  Francisco  Bolognesi.  Todo  el  resto  del 
Perú,  desde  el  valle  de  Moquegua  al  sur,  quedaba  en  tranqui- 
la posesión  de  los  chilenos. 

Para  terminar  la  segunda  campaña  de  esta  guerra,  el  ejér- 
cito chileno  tenia  aun  que  hacer  un  nuevo  i  mas  vigoroso  es- 
fuerzo para  apoderarse  de  las  formidables  posiciones  de  Arica. 


-*^s^ 


CAPITULO  XIII 


Arica,  junio  de  1880 

La  plaza  de  Arica  i  sus  fortificaciones. — Las  minas  de  dinamita. — El  moni- 
tor Manco  Capac. — La  guarnición  de  la  plaza. — Instrucciones  dadas  al 
jefe  de  ésta. — Ignorancia  en  que  quedó  este  jefe  de  los  sucesos  de  Tacna. 
— Concibe  la  esperanza  de  defenderse  en  Arica  mientras  le  llegaban  so- 
corros.— Los  chilenos  restablecen  el  ferrocarril  para  marchar  sobre  Arica. 
Frustrada  esplosion  de  una  mina  de  los  peruanos. — Acampa  enfrente 
de  Arica  una  división  del  ejército  chileno — El  jeneral  chileno  pone  sitio 
a  la  plaza  i  le  intima  rendición. — La  ataca  sin  resultado  con  la  artillería 
de  mar  i  tierra. — Resuelve  asaltar  con  su  infantería  las  fortificaciones 
peruanas. — Los  chilenos  proponen  nuevamente  una  capitulación  al  ene- 
migo: éste  la  rechaza. — Asalto  de  Arica  (7  de  junio). — El  ejército  chileno 
queda  dueño  de  la  plaza  después  de  un  combate  encarnizado. — Los  ma- 
rinos peruanos  echan  a  pique  el  monitor  Manco  Capac,  i  en  seguida  se 
rinden. — Consecuencias  de  este  combate. 


La  ciudad  de  Arica,  mucho  mas  populosa  antes  de  los  gran- 
des terremotos  de  1868  i  de  1877,  contaba  a  principios  de  la 
guerra  un  vecindario  de  unos  3,000  habitantes.  A  pesar  de 
esto,  conservaba  su  prerrogativa  de  la  plaza  marítima  mas 
comercial  del  Perú  después  del  Callao,  i  de  puerto  de  entrada 
i  de  salida  de  la  mayor  parte  del  comercio  de  Bolivia. 

La  guerra  de  1879  '^^^^  también  a  convertirlo  en  el  segundo 
puerto  militar  del  Perú,  para  lo  cual  se  prestaba  adniirable- 

TOMO   XVI.  — 16 


242  GüERRá.   OEL  PACÍFICO 


mente  la  configuración  de  su  terreno.  La  ciudad  se  levanta  a 
orillas  del  mar,  resguardada  por  el  sur  por  una  serie  de  altu- 
ras de  ascenso  mas  o  menos  difícil  que  la  mano  del  hombre 
puede  convertir  en  poco  tiempo  en  formidables  fortificacio- 
nes. Al  norte  de  la  ciudad  se  estiende  una  llanura  bañada  por 
el  pequeño  rio  de  Arica,  que  después  de  formar  en  su  trascur- 
so un  valle  estrecho,  pero  de  abundante  vejetacion,  viene  a 
vaciar  allí  sus  ^guas  en  el  mar.  En  ese  terreno  bajo  se  habían 
construido  tres  baterías  a  flor  de  agua,  provista  cada  una  de 
dos  cañones  de  a  loo,  150  i  300  libras.  Esos  cañones  defen- 
dían a  la  ciudad  de  toda  tentativa  de  desembarco,  i  domina- 
ban también  con  sus  fuegos  todas  las  tierras  bajas  que  cons- 
tituyen la  última  porción  del  valle  de  que  hemos  hablado. 

Al  sur  de  la  ciudad,  en  los  puntos  dominantes  de  esas  altu- 
ras, se  habían  construido  otras  tres  fortificaciones  mucho 
mas  poderosas.  Esas  fortificaciones  habían  sido  resguardadas 
con  excelentes  parapetos  de  sacos  de  arena,  para  defensa  de 
los  artilleros,  i  estaban  dotadas  de  catorce  cañones,  de  los 
cuales  once  eran  también  de  a  100,  150  i  300  libras.  Por  su 
disposición,  estos  fuertes  se  dominaban  los  unos  a  los  otros, 
de  tal  suerte  que  después  de  perdidos  los  que  estaban  situa- 
dos mas  lejos  de  la  ciudad,  quedaban  éstos  bajo  el  fuego  de  la 
fortaleza  del  Morro,  la  mas  poderosa  de  todas  ellas.  El  Morro 
es  un  cerro  de  150  metros  de  elevación,  cortado  a  escarpe  so- 
bre el  mar,  apegado  a  la  ciudad  por  su  lado  sur,  i  del  mas  di- 
fícil acceso.  Ademas  de  que  el  declive  del  cerro  es  muí  pen- 
diente, está  cubierto  por  una  espesa  capa  de  terreno  arenoso 
i  movedizo  donde  el  hombre  no  puede  asentar  el  pié  sino  en 
los  estrechos  i  tortuosos  senderos  que  se  han  abierto  en  sus 
flancos.  La  fortaleza  del  Morro,  servida  por  ocho  cañones, 
debía  ser  el  último  asilo  de  los  defensores  de  la  plaza;  i  desde 
allí  podían  quemar  i  destruir  fácilmente  a  los  enemigos  que 
hubieran  conseguido  apoderarse  de  todos  los  otros  fuertes. 

Para  ello,  los  peruanos  contaban  también  con  otro  elemen^ 
to  de  resistencia.  Todos  los  fuertes  dominados  por  el  Morro 
habían  sido  minados  con  depósitos  encubiertos  de  pólvora  i 
dinamita,  i  debían  volar  uno  en  pos  de  otro  desde  que  fueran 


OPER\CION8S  MILITARKS  243 


cayendo  en  manos  del  enemigo.  Por  una  traza  de  guerra  que 
la  moral  no  puede  aplaudir,  se  habia  colocado  en  un  hospital 
bajo  el  amparo  de  la  Cruz  Roja,  i  por  tanto  fuera  de  todo 
peligro  i  de  todo  ataque  del  enemigo,  la  batería  eléctrica  de 
donde  partian  los  alambres  ocultos  que  debian  hacer  saltar 
esas  minas. 

Arica  tenia  ademas  otra  fortaleza  no  menos  poderosa,  el 
monitor  Manco  Capac,  verdadera  batería  flotante  colocada 
en  el  centro  de  la  bahía  i  provista  de  dos  grandes  cañones  de 
a  500  libras,  que  por  la  movilidad  del  buque  podían  trasla- 
darse de  un  punto  a  otro  i  hacer  sus  fuegos  sobre  tierra  o  so- 
bre el  mar,  según  las  necesidades  del  combate.  Hemos  dicho 
ya  que  este  monitor,  aunque  muí  pesado  para  andar,  era  una 
máquina  de  guerra  casi  inatacable,  porque  en  los  momentos 
del  combate  apenas  sobresalía  unos  50  centímetros  de  la  su- 
perñcie  de  las  aguas. 

La  guarnición  de  la  plaza,  sin  contar  en  ella  a  los  marinos 
del  inonitor,  se  elevaba  a  poco  mas  de  dos  mil  hombres.  De 
estos,  350  eran  artilleros  de  los  fuertes;  i  el  resto,  con  escep- 
cion  de  unos  70  jinetes,  eran  rifleros  ejercitados  en  todo  el 
curso  de  la  campaña.  Esas  fuerzas  estaban  mandadas  por 
mas  de  trescientos  jefes  i  oficiales,  doce  de  los  cuales  eran 
coroneles  o  tenientes  coroneles.  Una  parte  de  los  rifleros  es- 
taba distribuida  en  los  fuertes  i  baterías  para  defenderlos  en 
caso  de  una  sorpresa.  La  otra,  en  previsión  de  un  ataque  de 
la  infantería  enemiga  por  el  valle  que  da  entrada  a  la  ciudad, 
estaba  destinada  a  la  defensa  de  ésta  desde  una  línea  de  atrin- 
cheramientos de  sacos  de  arena,  construida  en  circunvalación, 
que  partiendo  de  las  orillas  del  mar,  encerraba  las  tres  bate- 
rías del  norte  i  venia  a  apoyarse  en  los  cerros  en  que  se  levan- 
taban las  fortificaciones  del  sur. 

Los  oficiales  peruanos  habían  tenido  mas  de  un  año,  desde 
los  principios  de  la  guerra,  para  ejecutar  estos  trabajos,  pero 
en  el  principio  se  llevaron  con  mucha  lentitud.  La  pérdida  de 
la  provincia  de  Tarapacá  en  noviembre  de  1879,  ^^^^  ^^"^' 
prender  a  los  jefes  peruanos  que  la  fortificación  de  Arica  era 
una  necesidad  imprescindible,  i  luego,  el  desembarco  áe  los 


244  GUERRA  DEL  P  ACIFICO 


chilenos  en  lio,  en  febrero  de  1880,  vino  a  estimularlos  a  po- 
ner la  mayor  actividad  en  la  conclusión  de  estas  obras.  A  me- 
diados de  mayo,  Arica  estaba  perfectamente  fortificada,  i 
podia  resistir  ventajosamente  por  mar  i  por  tierra  a  tropas 
cinco  veces  superiores  a  las  que  la  defendían. 

El  mando  de  la  plaza  habia  sido  confiado  al  coronel  don 
Francisco  Bolognesi,  soldado  antiguo  que  habia  adquirido 
en  sus  viajes  por  Europa  una  instrucción  militar  mui  superior 
a  la  del  mayor  número  de  los  jefes  peruanos.  Las  formidables 
baterías  del  Morro  estaban  mandadas  por  el  capitán  de  navio 
don  Juan  Guillermo  Moore,  en  cuyas  manos  se  habia  perdido 
la  fragata  encorazada  Independencia  en  el  combate  naval  de 
Iquique,  el  21  de  mayo  del  año  anterior,  i  que  estaba  resuelto 
a  hacer  olvidar  esa  desgracia  con  la  defensa  heroica  de  aque- 
lla fortaleza.  A  juzgar  por  las  manifestaciones  esteriores,  los 
otros  jefes  estaban  animados  de  un  espíritu  igualmente  re- 
suelto i  decidido.  En  efecto,  cada  vez  que  la  escuadrilla  chilena 
que  bloqueaba  el  puerto,  habia  roto  los  fuegos  contra  los  fuer- 
tes de  tierra,  éstos  se  hablan  defendido  con  toda  enerjía  i  con 
no  poco  acierto. 

Desde  que  el  contra-almirante  Montero  salió  de  la  plaza 
para  ocupar  su  puesto  en  el  ejército  de  Tacna,  Bolognesi,  dio 
mayor  impulso  a  la  instrucción  de  sus  tropas  temiendo  verse 
atacado  allí  mas  tarde  o  mas  temprano.  Por  el  telégrafo  supo 
que  los  chilenos  avanzaban  sobre  Tacna,  i  recibió  también 
la  noticia  mas  o  menos  fantástica  de  que  un  nuevo  ejército 
peruano  mandado  por  el  coronel  Leiva  habia  salido  de  Are- 
quipa, de  que  marchaba  hacia  el  sur  i  de  que  en  breve  picaría 
la  retaguardia  a  los  enemigos.  La  derrota  de  estos  parecía 
inevitable;  i  así  lo  aseguraba  el  contra-almirante  Montero  en 
todas  sus  comunicaciones. 

Hemos  contado  en  el  capítulo  anterior  que  cuatro  días  an- 
tes de  la  batalla  de  Tacna,  una  división  del  ejército  chileno 
habia  practicado  un  reconocimiento  de  las  posiciones  de  los 
aliados,  i  que  en  seguida  se  habia  retirado  tranquilamente 
sin  ser  molestada.  Montero  comunicó  a  Arica  por  el  telégrafo 
este  movimiento  de  los  chilenos  como  una  prueba  de  la  debí- 


OPKU ACIÓN  ES  MILITARES  245 


lidad  de  éstos,  i  como  una  prenda  de  confianza  en  el  próximo 
i  seguro  triunfo  de  las  armas  aliadas.  Solo  la  víspera  de  la 
batalla,  cuando,  como  se  recordará,  por  las  declaraciones  de 
unos  arrieros  chilenos  se  supuso  en  el  campamento  de  Tacna 
que  el  ejército  de  éstos  pasaba  de  22  mil  hombres,  i  cuando 
se  vio  que  el  anunciado  ejército  peruano  de  Arequipa  tarda- 
ba mucho  en  llegar,  comenzó  a  creer  Montero  que  entraba  en 
lo  posible  el  sufrir  una  derrota.  Sin  manifestar,  sin  embargo, 
esta  desconfianza,  telegrafió  al  jefe  de  la  guarnición  de  Arica, 
en  estos  términos:  «Mañana  será  la  batalla.  Cualquiera  que 
sea  su  resultado,  Ud.  debe  resistir  a  todo  trance». 

El  dia  26,  en  efecto,  se  sintió  en  Arica  el  lejano  cañoneo  de 
la  batalla  de  Tacna.  Desde  las  alturas  se  creia  divisar  la  hu- 
mareda del  combate.  La  inquietud  estaba  retratada  en  todos 
los  semblantes;  pero  se  pasó  el  dia  entero,  i  se  pasaron  cuatro 
mas  sin  que  se  recibiese  ni  por  el  telégrafo  ni  por  ninguna 
otra  via,  noticia  segura  del  desenlace  de' la  jornada.  En  la 
noche  de  ese  mismo  dia,  los  chilenos  hablan  despachado  de 
Ite  un  vapor  aviso  con  comunicaciones  acerca  de  la  victoria 
para  el  gobierno  de  Chile,  i  ese  vapor  a  su  paso  por  Arica, 
habia  trasmitido  la  noticia  a  las  naves  que  bloqueaban  el 
puerto.  Estas  se  empavezaron  en  señal  de  victoria,  e  hicieron 
las  salvas  de  estilo  en  los  dias  de  triunfo.  La  guarnición  pe- 
ruana no  dio  entero  crédito  a  estas  manifestaciones.  A  su  jui- 
cio, eran  probablemente  trazas  de  los  chilenos  para  disimular 
un  contraste.  Se  prefería  esperar  un  aviso  mas  digno  de  fe. 

Pero  este  aviso  tardaba  en  llegar.  Cuenta  el  contra-almi- 
rante Montero  que  a  su  paso  por  Tacna,  después  de  la  derrota, 
se  dirijió  al  telégrafo  para  comunicar  sus  últimas  órdenes  a 
los  defensores  de  Arica,  pero  que  el  telégrafo  habia  sido  cor- 
tado por  los  chilenos.  Sin  duda,  a  causa  de  la  confusión  de  la 
fuga,  descuidó  despachar  un  espreso  que  llevase  a  aquéllos 
la  noticia  del  desastre.  Parece  también  que  muchos  de  las 
dispersos  de  la  derrota  pensaron  en  retirarse  a  Arica;  pero  el 
ferrocarril  estaba  también  cortado,  i  los  dispersos  tuvieron 
miedo  de  caer  en  manos  de  los  chilenos  si  emprendían  la  mar- 
cha a  pié  o  a  caballo.  Lo  cierto  es  que  solo  el  31  de  mayo  lie- 


246  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


garon  a  Arica  tres  o  cuatro  fujitivos  peruanos,  que  contaron 
lo  que  habían  visto,  esto  es  la  destrucción  completa  i  defini- 
tiva de  los  ejércitos  de  la  alianza. 

No  quedó  duda  entonces  de  la  realidad  de  la  situación. 
Pero  se  creyó  que  ésta  estaba  mui  lejos  de  ser  desesperada. 
La  plaza  poseia  los  elementos  i  la  guarnición  necesaria  para 
rechazar  cualquier  ataque,  tanto  mas  cuanto  que  los  chilenos, 
aunque  vencedores,  debian  haber  sufrido  grandes  pérdidas 
en  la  batalla,  que  según  los  informes  de  los  fujitivos  perua- 
nos, habia  sido  mui  encarnizada.  La  ciudad  estaba  provista 
de  agua  por  unas  vertientes  que  nacen  dentro  de  la  línea  de 
las  fortificaciones,  i  poseia  víveres  abundantes  para  soportar 
un  largo  sitio.  Abundaban  igualmente  las  municiones  de  gue- 
rra, a  tal  punto  que  habían  podido  destinarse  grandes  canti- 
dades de  pólvora  a  las  minas  abiertas  dentro  i  fuera  de  la 
ciudad.  El  ataque  del  enemigo,  a  juicio  de  los  defensores  de 
la  plaza,  debía  reducirse  a  un  sitio  mas  o  menos  largo;  pero 
antes  de  mucho  podía  llegar  otro  ejército  peruano,  el  de  Lei- 
va,  sobre  todo,  que  según  los  informes  recibidos  debía  haber 
salido  ya  de  Torata;  i  se  creía  que  reuniendo  éste  en  su  mar- 
cha los  dispersos  peruanos,  podría  presentar  una  nueva  ba- 
talla en  que  los  chilenos  habían  de  sucumbir. 

Desde  el  siguiente  día  de  la  victoria  de  Tacna,  i  en  medio 
de  los  afanes  consiguientes  a  la  persecución  de  los  fujitivos  i 
del  establecimiento  de  hospitales  en  la  ciudad  para  curar  a 
los  heridos  el  jeneral  Baquedano  dictó  las  medidas  del  caso 
para  marchar  sobre  Arica.  Un  cuerpo  de  pontoneros  salió  a 
reparar  las  destrucciones  del  ferrocarril  bajo  la  dirección  de 
algunos  de  los  injenieros  del  ejército,  i  protejido  por  una  di- 
visión de  caballería.  Estos  trabajos  fueran  ejecutados  con 
tanta  actividad  que  cinco  días  después  la  comunicación  por 
la  vía  férrea  estaba  restablecida  hasta  cerca  del  pequeño  rio 
de  Chacalluta,  pocos  quilómetros  al  norte  de  Arica.  El  puente 
que  existe  sobre  ese  rio,  habia  sido  destruido  por  los  perua- 
nos, pero  este  punto  era  el  designado  para  campamento  del 
ejército  chileno;  i  de  allí  para  adelante  las  tropas  debian  avan- 


OPERACIONES  MILITARES  247 


zar  en  son  de  guerra,  i  con  las  precauciones  que  requería  la 
proximidad  del  enemigo. 

En  la  tarde  del  i.*^  de  junio  casi  al  oscurecerse,  llegaron  a 
esos  lugares  un  rejimiento  i  un  escuadrón  de  caballería  chile- 
na, i  después  de  reconocer  el  campo  en  las  inmediaciones  del 
puente  destruido,  los  soldados  comenzaron  a  bajar  al  rio  por 
secciones  para  dar  de  beber  a  sus  caballos,  siguiendo  al  efecto 
el  único  sendero  practicable.  De  repente  se  hace  oír  una  es- 
truendosa detonación,  el  suelo  se  conmueve  i  se  levanta  por 
los  aires  una  masa  de  piedras  envueltas  en  una  gruesa  colum- 
na de  fuego  i  de  humo.  Los  caballos  se  encabritan  i  tratan  de 
arrancar  en  todas  direcciones  aumentando  la  confusión  de 
aquella  sorpresa.  Era  una  mina  de  dinamita  que  acababa  de 
estallar. 

El  jefe  del  destacamento  chileno,  a  cuyos  pies  había  tenido 
lugar  la  esplosíon,  el  sarjento  mayor  don  Rafael  Vargas,  que 
era  considerado  uno  de  los  primeros  sableadores  de  la  caba- 
llería chilena,  estaba  ileso  i  no  perdió  por  un  solo  instante  su 
serenidad.  El  corneta  que  llevaba  a  su  lado  para  impartir 
sus  órdenes,  tenia  un  brazo  quebrado,  i  otros  dos  soldados 
habían  recibido  algunas  heridas;  pero  éstos  eran  los  únicos 
daños  que  había  causado  la  esplosíon.  El  mayor  Vargas  reu- 
nió a  los  suyos;  i  habiendo  distinguido  a  la  última  luz  del  día, 
tres  bultos  que  se  alejaban  a  toda  prisa  de  una  casita  de  ma- 
dera, situada  en  la  orilla  opuesta  del  rio,  i  que  se  ocultaban 
entre  los  matorrales,  emprendió  resueltamente  su  persecu- 
ción sin  temer  que  pudieran  estallar  otras  minas.  Uno  solo  de 
los  fujitivos  consiguió  escaparse:  los  otios  dos  fueron  toma- 
dos prisioneros  i  salvados  por  el  mayor  Vargas  de  la  muerte 
que  querían  darles  los  soldados.  Uno  de  ellos  era  un  injeniero 
peruano,  encargado  de  dirijir  los  trabajos  de  minas  de  aque- 
llos alrededores. 

El  plan  de  los  peruanos  para  destruir  o  desconcertar  al 
ejército  chileno  en  el  paso  del  río  de  Chacalluta,  quedaba, 
pues,  frustrado.  En  la  casita  de  madera  de  que  hemos  habla- 
do se  encontró  la  batería  eléctrica  que  debía  comunicar  el 
fuego  a  las  minas.  Inmediatamente  se  cortaron  los  alambres; 


248  GUERRA  DEL  PACÍFICJO 


i  el  siguiente  dia  se  continuaron  los  trabajos.  En  las  mar j enes 
del  rio,  en  el  punto  por  donde  necesariamente  debia  pasar  el 
ejército  chileno,  los  peruanos  hablan  construido  diez  minas 
rellenas  de  dinamita,  pedazos  de  fierro,  piedras  i  tierra  fuer- 
temente comprimidas,  i  bastante  bien  dispuestas  para  hacer 
los  mas  terribles  estragos.  Solo  una  de  ellas  habia  hecho  es- 
plosion.  Los  injenieros  peruanos  creyeron  que  ésta  bastarla 
para  aterrorizar  a  la  columna  enemiga  que  entonces  tenian 
a  la  vista,  pensando  hacer  estallar  las  otras  cuando  se  acerca- 
sen mayores  fuerzas.  La  serenidad  de  los  soldados  chilenos 
se  burló,  como  hemos  visto,  de  esas  previsiones.  Todas  esas 
minas  fueron  desmontadas  sin  accidente  alguno  el  dia  2  de 
junio,  de  tal  suerte  que  el  terreno  quedó  libre  para  establecer 
allí  el  campamento.  El  estado  mayor  chileno  sabia  que  mas 
adelante,  en  los  alrededores  de  la  ciudad,  i  en  torno  de  los 
fuertes  que  la  defendían,  existían  otras  minas,  i  que  por  lo 
tanto  era  necesario  avanzar  con  mucha  precaución. 

Ese  mismo  dia  (2  de  junio)  estaba  en  movimiento  el  ferro- 
carril que  conduce  a  Tacna,  i  comenzaba  el  trasporte  de  las 
tropas  que  debian  atacar  a  Arica.  En  efecto,  en  la  tarde  lle- 
garon al  campamento  de  Chacalluta  unos  tres  mil  soldados 
de  infantería  que  por  haber  constituido  la  reserva  del  ejército 
en  la  batalla  de  Tacna,  no  habían  necesitado  entrar  en  com- 
bate. El  3  de  junio  llegaba  también  el  jeneral  Baquedano  con 
su  estado  mayor,  con  otro  rejimiento  de  infantería  i  con  cua- 
tro baterías  de  cañones  de  campaña.  Las  fuerzas  chilenas 
acampadas  al  norte  de  Arica,  se  elevaron  así  a  cerca  de  cinco 
mil  hombres. 

Por  mas  que  el  jeneral  chileno  quisiera  emprender  el  ata- 
que con  toda  actividad,  le  fué  forzoso  retardarlo  para  reco- 
nocer perfectamente  el  terreno,  i  para  dar  a  sus  tropas  la  me- 
jor colocación.  En  efecto,  el  dia  4,  mientras  una  parte  de  su 
infantería,  marchando  por  las  faldas  de  los  cerros  arenosos 
que  se  levantan  al  oriente  de  Arica,  iba  a  guardar  la  entrada 
del  valle  formado  por  el  rio  de  ese  nombre,  los  injenieros  exa- 
minaban todas  las  alturas  i  todos  los  bajos  que  podían  apro- 
vecharse militarmente.  Estas  operaciones  se  continuaron  du- 


OPERACIÓN líS  MILITARES  249 


rante  la  noche  entera,  de  tal  suerte  que  al  amanecer  del  si- 
guiente dia  5  de  junio,  la  artillería  chilena  estaba  estendida 
en  línea  en  las  faldas  de  esos  cerros,  mientras  la  infantería  i 
la  caballería,  perfectamente  distribuidas,  cerraban  el  acceso 
a  la  plaza  dejándola  sitiada  por  todos  lados. 

Deseando  evitar  una  inútil  efusión  de  sangre,  el  jeneral 
Baquedano  creyó  que  era  llegado  el  caso  de  proponer  una 
capitulación  a  los  defensores  de  Arica.  Con  este  objeto,  comi- 
sionó al  mayor  de  artillería  don  José  de  la  Cruz  Salvo  para 
que  marchase  a  la  plaza  como  parlamentario.  El  oficial  chile- 
no fué  recibido  por  el  coronel  Bolognesi.  Les  espuso  allí  que 
por  el  estado  de  la  guerra  después  de  la  completa  derrota  del 
ejército  peruano  de  Tacna,  era  un  deber  de  humanidad  el  po- 
ner término  a  una  resistencia  inútil,  desde  que  no  pudiendo 
recibir  refuerzos  de  ninguna  parte,  la  plaza  tendría  que  su- 
cumbir mas  tarde  o  mas  temprano.  El  coronel  Bolognesi,  des- 
pués de  conferenciar  con  los  jefes  que  estaban  bajo  sus  órde- 
nes, contestó  resueltamente  que  estaba  determinado  a  salvar 
el  honor  de  su  país  quemando  el  último  cartucho. 

No  quedaba  mas  que  hacer  que  iniciar  las  hostilidades.  En 
efecto,  la  artillería  chilena  disparó  algunos  cañonazos  a  la 
plaza,  que  fueron  inmediatamente  contestados  por  los  fuertes 
peruanos.  Este  ataque  no  produjo  ningún  daño  a  ninguna  de 
las  dos  partes,  i  solo  sirvió  para  demostrar  el  poder  de  la  ar- 
tillería peruana.  Los  chilenos  carecían  de  cañones  de  sitio,  i 
estaban  espuestos  al  fuego  de  las  poderosas  piezas  de  ico,  de 
150  i  de  300  libras  de  los  enemigos. 

El  conocimiento  de  esta  situación  se  completó  por  otros 
medios.  Aunque  los  jefes  peruanos  estaban  seguros  de  poder 
defender  a  Arica,  i  aunque  estaban  persuadidos  de  que  no 
tardarían  en  ser  socorridos  por  el  ejército  que  suponían  en 
marcha  desde  Torata,  en  la  guarnición  no  faltaban  oficiales  i 
soldados  que  viendo  las  cosas  bajo  un  prisma  diferente,  te- 
mían los  horrores  consiguientes  a  un  asalto.  Varios  de  ellos, 
entre  otros  un  sarjento  mayor  i  un  capitán,  habían  desertado. 
Por  las  declaraciones  tomadas  a  algunos  de  esos  fujitivos, 
supieron  los  jefes  chilenos  cual  era  el  poder  defensivo  de  la 


250  GUERRA  DEL  PACÍFICO 

plaza.  Sin  embargo,  creyeron  todavía  que  un  ataque  simul- 
táneo i  combinado  con  los  buques  de  la  escuadra  podria  de- 
terminar al  enemigo  a  aceptar  una  capitulación. 

Emprendióse  este  ataque  el  dia  6  de  junio.  A  las  once  de 
la  mañana  rompieron  el  fuego  los  cañones  de  campaña  del 
ejército  sitiador;  i  a  la  una  i  media  se  acercaron  resueltamente 
a  las  fortalezas  del  puerto  los  cuatro  buques  que  mantenian 
el  bloqueo,  i  dirijieron  contra  ellas  en  el  espacio  de  tres  horas 
unas  ochenta  bombas,  que  fueron  igualmente  contestadas 
por  las  baterías  de  tierra  i  por  los  poderosos  cañones  del  Man- 
co Capac.  Los  resultados  de  este  ataque  no  fueron  apreciables: 
no  sabemos  qué  daños  causó  en  tierra,  pero  sí  consta  que  uno 
de  los  buques  chilenos  recibió  en  su  casco  dos  balazos,  que 
no  le  causaron  ninguna  pérdida  de  vidas,  i  que  el  bhndado 
Cochrane  fué  alcanzado  por  una  granada  que  chocó  en  el  can- 
to alto  de  una  de  sus  portas.  Un  casco  de  ese  proyectil  pene- 
tró en  la  batería,  i  cayó  sobre  el  saquete  de  pólvora  con  que 
los  artilleros  chilenos  cargaban  en  ese  momento  uno  de  los 
cañones.  La  esplosion  de  la  pólvora,  sin  hacer  daño  alguno  al 
buque,  hirió  a  veintisiete  hombres,  -algunos  de  los  cuales  mu- 
rieron poco  después. 

En  vista  de  este  resultado,  el  jeneral  Baquedano  se  decidió 
a  no  demorar  mas  tiempo  el  asalto  de  la  plaza.  Había  con- 
fiado el  mando  inmediato  de  esta  operación  al  coronel  don 
Pedro  Lagos;  i  este  jefe,  eficazmente  ayudado  por  algunos 
injenieros,  había  desplegado  la  mayor  actividad  para  recono- 
cer el  terreno  i  para  estudiar  las  condiciones  del  ataque  que 
pensaba  ejecutar.  Se  había  comprendido  que  solo  un  golpe 
de  mano  tan  rápido  como  audaz  podía  decidir  de  la  ocupa- 
ción de  la  plaza;  i  el  coronel  Lagos  conocía  perfectamente  las 
dificultades  de  la  empresa,  i  la  manera  de  vencerlas. 

Según  el  plan  convenido,  la  artillería  chilena  debía  conser- 
varse en  sus  posiciones,  sin  tomar  parte  alguna  en  el  comba- 
te. La  caballería  limitaría  su  acción  a  perseguir  a  los  soldados 
peruanos  que  huyesen  de  los  fuertes  en  los  momentos  del 
ataque.  Solo  la  infantería  debía  ejecutar  el  asalto  simultáneo 
de  todas  las  baterías  enemigas. 


OFERACÍONKS  MILITARES  251 


La  infantería  chilena  que  estaba  acampada  en  frente  de 
Arica  ascendia  a  cuatro  mil  hombres.  De  ella  se  apartó  una 
división  de  1,200  soldados  que  debia  quedar  de  reserva  de  las 
fuerzas  de  ataque,  para  acudir  a  los  puntos  en  que  su  ausilio 
fuese  necesario.  El  resto  de  esas  tropas,  es  decir,  2,800  hom- 
bres, debian  dar  el  asalto  distribuidas  en  dos  cuerpos,  uno  de 
900  para  atacar  los  tres  fuertes  situados  en  los  bajos  del  norte 
de  la  ciudad,  i  otro  de  1,900  para  trepar  a  los  cerros  i  asaltar 
las  fortificaciones  del  sur,  que  eran  las  mas  formidables.  Esas 
fuerzas  iban  a  empeñar  el  combate  contra  una  guarnición  de 
mas  de  dos  mil  hombres,  colocada  en  posiciones  casi  inespug- 
nables,  defendida  detras  de  parapetos  excelentes,  armados 
de  la  mas  poderosa  artillería,  i  con  minas  de  pólvora  i  dina- 
mita para  hacer  volar  a  todos  los  que  se  acercasen  a  los  fuer- 
tes. Los  soldados  chilenos  conocían  perfectamente  todas  es- 
tas dificultades;  i  sin  embargo,  se  preparaban  animosos  i  re- 
sueltos para  el  combate.  El  analto  debia  efectuarse  al  amane- 
cer del  7  de  junio. 

.  Antes  de  tomar  sus  últimas  disposiciones,  el  coronel  Lagos 
quiso  evitar  los  horrores  de  un  combate  que  debia  ser  suma- 
mente sangriento.  En  la  tarde  del  mismo  dia  6  despachó  a  la 
ciudad  al  injeniero  peruano  que  había  caído  prisionero  des- 
pués de  la  esplosion  de  una  mina  de  dinamita  en  el  paso  del 
rio  de  Chacalluta.  Llevaba  éste  el  encargo  de  representar  a 
los  defensores  de  la  plaza  la  inutilidad  de  la  resistencia,  i  el 
peligro  que  corrían  esponiéndose  al  furor  del  soldado  chileno, 
rabioso  delante  de  un  enemigo  que  no  peleaba  sino  detras  de 
atrincheramientos  formidables  i  empleando  armas  de  defensa 
como  las  minas.  Pero  los  jefes  peruanos  estaban  envalento- 
nados con  el  ningún  resultado  del  cañoneo  de  ese  dia,  que 
ellos  consideraban  como  una  victoria  de  sus  armas;  creyeron 
que  estos  ofrecimientos  de  capitulación  no  eran  inspirados 
como  se  decía,  por  el  deseo  de  evitar  nuevos  horrores  i  nueva 
sangre,  sino  por  la  impotencia  i  por  el  miedo  ^  Así,  pues,  el 

I.  Tan  convencidos  estaban  de  esto  los  jefes  peruanos  que  el  santo  dado 
esa  noche  a  los  centinelas  de  la  plaza  eran  las  palabras  siguientes:  «Enemigó 
cobarde  tenemos». 


252  GUERRA  DKL  PACIFICO 


injeniero  peruano  volvió  a  media  noche  al  campamento  chi- 
leno comunicando  que  los  jefes  de  la  plaza  se  negaban  resuel- 
tamente a  capitular. 

Entre  tanto,  a  las  siete  de  la  tarde,  i  cuando  las  sombras 
de  la  noche  hablan  cubierto  todo  el  campo,  avanzaron  con  el 
mayor  silencio  las  columnas  de  ataque  que  debian  asaltar  los 
fuertes  del  sur,  hasta  colocarse  a  un  quilómetro  de  ellos,  i  por 
lo  tanto  bajo  el  fuego  de  sus  poderosos  cañones.  Allí  acompa- 
ron  para  pasar  la  noche,  i  para  tomar  el  descanso  conveniente 
antes  del  asalto.  La  caballería  quedaba  a  retaguardia  alimen- 
tando el  fuego  del  campamento  de  la  tarde,  a  fin  de  engañar 
mejor  al  enemigo.  Esta  operación  se  practicó  con  tanto  orden 
que  los  defensores  de  la  plaza  no  tuvieron  la  menor  sospecha 
<ie  la  proximidad  de  las  columnas  chilenas.  En  uno  i  otro 
campo  se  pasó  la  noche  en  la  mayor  tranquilidad. 

Antes  del  amanecer  del  siguiente  dia  (7  de  junio)  los  1,900 
hombres  que  debian  atacar  los  fuertes  del  sur,  se  hallaban 
listos  para  emprender  la  marcha,  guiados  por  los  oficiales  del 
estado  mayor  que  habían  estudiado  el  terreno.  En  efecto,  a 
la  primera  claridad  del  dia,  se  lanzan  a  paso  de  carga,  i  caen 
como  el  rayo  sobre  las  dos  primeras  fortificaciones.  Sin  cui- 
darse del  vivo  fuego  de  fusil  de  los  peruanos,  rompen  con  sus 
bayonetas  los  sacos  de  los  parapetos;  la  arena  se  desparrama; 
i  una  vez  abierta  la  brecha,  cargan  sobre  los  defensores  de  los 
fuertes  con  un  ardor  tal  que  en  pocos  minutos  los  destrozan  i 
los  ponen  en  vergonzosa  fuga.  Todos  los  que  escapan  a  la 
muerte  tratan  de  replegarse  a  las  alturas  del  Morro,  donde  se 
pensaba  organizar  la  mas  vigorosa  resistencia. 

La  aparición  de  los  chilenos  en  las  alturas  del  sur,  era  la 
señal  convenida  para  que  la  columna  de  novecientos  hombres 
que  había  quedado  al  norte,  cayese  sobre  los  fuertes  situados 
en  aquella  parte.  Sin  cuidarse  del  fuego  de  cañón  de  esos  fuer- 
tes, ni  de  los  que  le  dirijian  desde  el  monitor  Manco  Capac, 
esa  columna  avanzó  resueltamente^  i  trabó  también  el  com- 
bate con  la  misma  decisión  que  habían  mostrado  los  asaltan- 
tes de  las  alturas.  La  resistencia  de  los  peruanos  no  fué  allí 


CPERACÍONES  MILITARES  '253 


de  larga  duración.  Confiando  mas  que  en  todo  en  el  poder  de 
sus  minas,  se  resuelven  prontamente  a  abandonar  sus  fuer- 
tes para  que  los  haga  saltar  la  pólvora  i  la  dinamita.  En  efec- 
to, los  injenieros  peruanos  encargados  de  dar  fuego  a  las  mi- 
nas, sobrecojidos  de  pavor  por  aquel  ataque  tan  rápido  como 
audaz,  viendo  al  enemigo  por  todas  partes,  aplican  indiscre- 
tamente la  electricidad  a  algunas  de  las  guias,  i  saltan  dos 
minas  en  las  baterías  de  los  cerros  i  otras  dos  en  los  fuertes 
de  la  llanura,  levantando  columnas  de  humo,  de  fuego  i  de 
.piedras,  i  haciendo  volar  por  los  aires  uno  o  dos  centenares 
de  combatientes,  peruanos  en  su  mayor  parte,  de  tal  suerte 
que  el  empleo  de  esta  arma  terrible  venia  en  ausilio  de  los 
asaltantes  contra  quienes  se  habia  preparado. 

Los  soldados  chilenos  no  se  desanimaron  un  solo  instante 
por  esas  esplosiones,  ni  por  el  temor  a  las  otras  minas  que 
podian  estallar  mas  adelante.  Lejos  de  eso,  cobran  mas  ardor; 
i  con  una  rapidez  i  una  decisión  inquebrantables,  se  lanzan 
sobre  las  alturas  del  Morro,  escalando  por  todas  partes  el  em- 
pinado cerro,  i  persiguiendo  i  matando  con  sus  balas  i  sus 
bayonetas  a  los  soldados  peruanos  que  corrían  a  reforzar  la 
guarnición  de  la  cumbre.  En  su  marcha  reciben  una  lluvia 
incesante  de  fuego  que  se  les  hace  desde  los  parapetos  de  la 
fortaleza.  Cae  allí  herido  de  muerte  el  teniente  coronel  don 
Juan  José  San  Martin,  que  mandaba  el  asalto,  por  aquella 
parte,  i  caen  también  numerosos  soldados;  pero  a  la  voz  del 
segundo  jefe  del  rejimiento,  don  Luis  Solo  Zaldívar,  la  tropa 
llega  a  las  trincheras  enemigas,  las  asalta  i  penetra  en  el  fuerte 
arrollando  en  pocos  minutos  toda  resistencia.  El  coronel  Bo- 
lognesi,  comandante  militar  de  la  plaza,  el  comandante  Moo- 
re,  jefe  de  aquellas  baterías,  i  muchos  jefes,  oficiales  i  solda- 
dos peruanos  sucumben  allí.  Algunos  de  ellos  se  precipitan 
de  las  alturas  por  las  barrancas  que  miran  al  mar,  prefiriendo 
esta  muerte  horrible  a  la  del  combate. 

En  esos  momentos  de  suprema  ansiedad,  llega  al  Morro  la 
noticia  de  que  las  baterías  del  norte  han  sido  tomadas  igual- 
mente por  asalto,  de  que  los  peruanos  han  hecho  reventar  los 
cañones  con  dinamita  antes  de  replegarse  a  las  alturas,  i  de 


254  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


que  en  un  hospital,  colocado  bajo  la  salvaguardia  de  la  Cruz 
Roja,  desde  donde  se  ha  hecho  fuego  sobre  los  chilenos,  esta- 
ban las  baterías  eléctricas  que  habian  hecho  saltar  las  minas. 
Anunciase"  ademas  que  existian  muchos  otros  depósitos  de 
dinamita,  i  que  los  oficiales  del  estado  mayor  estaban  ocupa- 
dos en  cortar  las  guias  que  partían  de  aquel  hospital.  «¡Hoi 
no  hai  prisioneros!»,  gritaron  los  soldados  chilenos;  i  cargan 
rabiosos  sobre  los  aterrorizados  defensores  del  Morro.  Los 
jefes  i  los  oficiales  chilenos  consiguieron  con  gran  trabajo  do- 
minar el  ardor  de  su  tropa,  i  salvar  en  ese  último  atrinchera- 
miento de  los  peruanos  a  mas  de  sesenta  jefes  i  oficiales  i  a 
mas  de  trescientos  soldados  enemigos.  La  bandera  chilena 
fué  enarbolada  en  aquellas  alturas  cuando  aun  no  habia  ce- 
sado el  fuego  del  combate. 

El  combate  habia  .durado  cincuenta  i  cinco  minutos.  La 
actividad  impetuosa  e  irresistible  de  las  tropas  chilenas  se 
habia  apoderado  de  todos  los  fuertes  i  trincheras  con  que  los 
enemigos  habian  rodeado  la  plaza  de  Arica,  casi  en  el  mismo 
espacio  de  tiempo  que  habrian  necesitado  para  recorrer  pa- 
cíficamente esas  posiciones. 

La  reserva,  entre  tanto,  habia  cerrado  el  paso  a  todos  los 
fujitivos,  i  una  parte  de  la  caballería  chilena  habia  penetrado 
por  las  calles  de  la  ciudad  recibiendo  el  fuego  que  se  le  hacia 
desde  los  edificios.  Esta  resistencia  exita  el  ardor  de  los  sol- 
dados chilenos.  Allegan  fuego  a  algunas  de  las  casas  en  que  se 
parapetan  los  enemigos,  sablean  sin  piedad  a  todos  los  hom- 
bres armados  que  encuentran  a  su  paso,  i  quedan  en  breve 
dueños  de  la  ciudad. 

Pero,  quedaba  todavía  en  pié  otra  batería  que  no  podían 
asaltar  las  tropas  de  tierra,  el  poderoso  monitor  Manco  Ca- 
pac.  A  las  seis  de  la  mañana,  cuando  se  hicieron  oír  los  prime- 
ros tiros  del  combate,  esa  batería  flotante  abandonaba  su 
fondeadero,  i  acercándose  a  la  plaza,  rompía  sus  fuegos  sobre 
la  columna  chilena  que  avanzaba  a  asaltar  los  fuertes  del 
norte.  Cuando  la  bandera  de  los  vencedores  flotaba  sobre  las 
alturas  que  habian  ocupado  los  peruanos,  se  le  vio  alejarse 
lentamente  de  tierra.  Creíase  que  iba  a  dirijirse  sobre  las  na- 


OPERACIONES  MíLITARKS  255 


ves  chilenas  que  bloqueaban  el  puerto,  para  estrellarse  sobre 
alguna  de  ellas,  sucumbiendo  así  en  un  choque  de  suprema 
desesperación  i  de  verdadera  gloria,  que  podia  costar  mui 
sensibles  pérdidas  al  enemigo.  La  ansiedad  de  los  que  obser- 
vaban los  movimientos  del  monitor  peruano  no  fué  de  larga 
duración.  Vióse  luego  a  los  tripulantes  de  esta  nave  descen- 
der del  buque  en  dos  lanchas  de  vapor,  i  remolcar  algunos 
botes  cargados  de  jente  para  dirijirse  a  pedir  asilo  a  los  bu- 
ques neutrales,  mientras  el  Manco  Capac,  abandonado,  sin 
un  solo  hombre  a  su  bordo,  se  hundia  bajo  las  aguas  del  puer- 
to a  las  ocho  de  la  mañana.  Los  marinos  peruanos  habian  li- 
mitado su  defensa  a  abrir  las  válvulas  del  buque  i  a  aplicarle 
algunos  torpedos  para  sumerjirlo  i  perderlo  en  un  punto  del 
mar  cuya  profundidad  no  permitiera  volver  a  ponerlo  a  flote. 

Este  último  episodio  de  la.  defensa  de  Arica  no  tuvo,  pues, 
el  heroismo  que  se  aguardaba.  Los  marinos  neutrales  se  ne- 
garon resueltamente  a  dar  asilo  a  los  tripulantes  del  Manco 
Capac.  Desesperados  por  esta  firme  negativa,  los  fujitivos  re- 
suelven buscar  su  salvación  entregándose  rendidos  i  prisione- 
ros en  las  naves  chilenas  que  en  esos  momentos  se  acercaban 
a  la  plaza  conquistada  por  el  ejército  de  tierra.  Solo  una  lan- 
cha que  llevaba  a  su  bordo  unos  cuantos  marinos  peruanos, 
se  dirije  al  norte  a  toda  máquina  i  logra  sustraerse  por  su 
prodijiosa  rapidez  a  la  persecución  de  los  chilenos.  Creyén- 
dose al  fin  libres  de  todo  peligro,  los  fujitivos  se  acercan  a 
tierra  en  una  caleta  vecina  al  puerto  de  lio,  i  allí  desembar- 
can aplicando  un  torpedo  a  su  propia  embarcación,  para  ha- 
cerla volar  e  impedir  así  que  fuese  presa  del  enemigo.  Pero 
los  chilenos  ocupaban  esa  costa  desde  meses  atrás,  i  los  solda- 
dos que  guarnecían  esa  caleta,  capturaron  i  desarmaron  a  los 
únicos  militares  peruanos  que  habian  podido  salvarse  de 
Arica. 

La  toma  de  la  plaza  costaba  al  ejército  chileno  las  siguien- 
tes pérdidas:  Muertos,  30  oficiales  i  114  soldados:  heridos,  18 
oficiales  i  237  soldados;  por  todo  372  bajas.  Pero  las  pérdidas 
de  los  peruanos  fueron  cuatro  veces  superiores,  en  parte  cau- 
sadas por  la  imprudente  i  atropellada  esplosion  de  las  minas 


266  GUERRA  DEL  PACIFICO 


de  los  fuertes.  El  estado  mayor  chileno  calcula  que  el  enemi- 
go tuvo  mas  de  mil  muertos  i  como  doscientos  heridos.  El 
número  de  prisioneros  peruanos  ascendía  a  1,328  individuos, 
de  los  cuales  118  eran  jefes  i  oficiales/i  el  resto  soldados  i  ma- 
rineros. El  material  de  guerra  tomado  por  los  vencedores  era 
también  mui  numeroso.  Consistía  en  trece  cañones  de  varios 
calibres  (nueve  de  a  100  i  uno  de  a  300),  en  perfecto  estado 
de  servicio;  siete  cañones  destrozados  por  la  dinamita;  mas 
de  1,500  balas  i  granadas  para  cañones;  1,500  rifles  de  diver- 
sos sistemas  con  su  respectiva  dotación  de  municiones;  i  una 
cantidad  considerable  de  dinamita,  guias,  pólvora,  herra- 
mientas i  útiles  para  el  servicio  de  los  fuertes.  Los  chilenos 
hablan  ejecutado  con  tanta  rapidez  la  ocupación  de  la  plaza 
que  el  enemigo  no  habia  alcanzado  a  destruir  mas  que  una 
parte  reducida  de  su  material  de  guerra,  es  decir,  los  siete  ca- 
ñones de  que  hemos  hablado  mas  arriba.  De  la  misma  mane- 
ra, volvemos  a  repetirlo,  hablan  conseguido  que  no  se  esca- 
pase uno  solo  de  los  defensores  de  Arica.  «El  que  no  cayó  pri- 
sionero, rindió  la  vida»,  dice  lacónicamente  el  parte  del  jefe 
de  estado  mayor  chileno. 

Después  de  la  victoria,  desplegaron  la  misma  actividad 
para  hacer  cesar  la  confusión  i  el  desorden  consiguientes  a 
una  batalla  dada  en  estas  condiciones.  Instaláronse  hospi- 
tales para  atender  a  los  heridos.  Los  cirujanos  chilenos  des- 
plegaron un  gran  celo  en  este  trabajo;  pero  es  justo  recordar 
que  fueron  eficazmente  ayudados  por  el  cuerpo  médico  de  una 
fragata  de  guerra  alemana,  la  Hansa,  que  bajó  a  tierra  con 
vendajes  i  medicinas  i  que  desplegó  en  esta  obra  humanitaria 
tanto  interés  como  intelijencia.  En  el  cuartel  jeneral  de  los 
peruanos  se  halló  un  plano  de  las  fortificaciones  i  de  las  minas 
de  la  plaza.  Por  él  se  vio  que  esas  minas  eran  84,  que  quedaba 
todavía  intacta  la  mayor  parte  de  ellas,  i  que  éstas  podian 
estallar  de  un  momento  a  otro,  por  un  descuido  cualquiera, 
o  por  el  incendio  de  algunos  edificios.  Los  soldados  emplea- 
ron dos  dias  en  desmontar  esas  minas,  i  lograron  hacerlo  sin 
ningún  accidente. 

El  estado  mayor  chileno  tuvo  también  que  atender  a  tra- 


OPERACIONES  MILITARES  257 


bajos  de  otro  orden.  Al  mismo  tiempo  que  se  disponia  el  envío 
a  Valparaiso  de  los  prisioneros  tomados  en  las  dos  últimas 
batallas,  i  que  se  remitían  a  los  hospitales  de  Iquique  i  de 
Pisagua  a  los  heridos  que  era  posible  trasportar,  se  equipaban 
dos  buques  para  que  llevasen  al  Callao  los  heridos  peruanos 
que  estando  imposibihtados  para  tomar  de  nuevo  las  armas, 
no  habia  peligro  en  dejar  en  libertad.  Esta  medida  humani- 
taria, al  paso  que  descargaba  considerablemente  a  las  hospi- 
tales militares,  permitía  a  esos  desgraciados  volver  al  seno  de 
sus  familias,  i  recibir  atenciones  que  no  es  fácil  prestar  en  el 
campamento.  Ellos,  ademas,  debian  ser  los  mejores  mensa- 
jeros del  desastre,  i  como  tales  hablan  de  desmentir  las  ver- 
siones fantásticas  con  que  el  gobierno  del  Perú  convertía  en 
victorias,  o  a  lo  mas  en  batallas  sin  importancia  i  sin  conse- 
cuencia, las  espantosas  derrotas  de  sus  ejércitos. 

Chile,  por  su  parte,  no  necesitó  exajerar  la  importancia  de 
los  triunfos  alcanzados  por  sus  soldados.  Al  terminar  la  se- 
gunda campaña  de  la  guerra  del  Pacífico,  quedaba  en  tran- 
quila posesión  de  todo  el  territorio  peruano  que  se  estiende  al 
sur  de  lio;  aJ  paso  que  su  escuadra,  engrosada  con  dos  naves 
quitadas  al  enemigo,  bloqueaba  el  Callao  i  los  puertos  veci- 
nos, i  recorría  toda  la  costa  del  Perú  sin  hallar  resistencia  al- 
guna. Habia  tomado  al  enemigo  en  los  campos  de  batalla 
mas  de  tres  mil  prisioneros,  mas  de  cuarenta  cañones  i  ame- 
tralladoras i  mas  de  cinco  mil  riñes,  i  en  mar  i  en  tierra  habia 
asentado  el  poder  i  el  prestijio  de  la  República. 

Después  de  estas  grandes  victorias  del  ejército  chileno,  la 
guerra  iba  a  cambiar  de  teatro. 


^^^^^ 


TOMO    XIII.— 17 


^Mm^K 


P' 


TERCERA  PARTE 


LA  CAMPAÑA  A  LIMA 


CAPITULO  I 


Las  repúblicas  belijerantes  después  de  Tacna  i  Arica, 
junio  de  1880 


Confianza  del  Perú  en  el  triunfo  de  sus  armas. — Decretos  del  dictador  Pié- 
rola  contra  sus  enemigos. — La  prensa  de  la  dictadura  acusa  a  Montero 
de  ser  el  culpable  de  las  últimas  derrotas. — Se  desiste  de  esta  acusación. 
— Exajeraciones  i  errores  con  que  la  prensa  de  Lima  contaba  las  bata- 
llas de  Tacna  i  de  Arica. — Algunas  rectificaciones. — Seriedad  de  los  do- 
cumentos chilenos  concernientes  a  la  guerra. — La  prensa  estranjera 
subvencionada  por  el  Perú. — Belicosa  proclama  de  Piérola. — Llega  a 
Bolivia  la  noticia  de  la  derrota  de  su  ejército. — Actitud  del  pueblo  boli- 
viano en  los  primeros  dias  que  siguieron  al  desastre:  Campero  es  confir- 
mado en  la  presidencia  de  la  república. — Las  falsas  noticias  que  llegan 
al  Perú  alientan  de  nuevo  a  los  bolivianos  i  los  estimulan  a  proclamar 
la  continuación  de  la  guerra. — La  actitud  de  Bolivia  en  el  curso  de  la 
nueva ;  campaña. — Establecimiento  de  la  dominación  chilena  en  Tacna 


260  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


i  en  Arica. — Estado  de  la  opinión   en    Chile  después  de  las  últimas  vic- 
torias.— La  prensa  pide  la  campaña  sobre  Lima. 


El  desenlace  de  la  segunda  campaña  del  ejército  chileno 
en  el  Perú,  los  espléndidos  triunfos  alcanzados  por  su  ejército 
sobre  la  alianza  perú-boliviana  en  Tacna  i  en  Arica,  el  bloqueo 
del  Callao  por  la  escuadra  chilena  i  la  impotencia  del  enemigo 
para  resistirla,  hacian  esperar  que  la  guerra  del  Pacífico  en- 
contraria  su  término.  En  Chile  i  en  el  estranjero  se  creyó  así 
durante  algunos  dias;  pero  luego  se  supo  que  aun  no  había 
llegado  la  hora  de  cordura  para  los  provocadores  de  esta  san- 
grienta lucha. 

En  efecto,  a  juzgar  por  el  tono  de  la  prensa  i  de  los  docu- 
mentos oficiales,  en  Lima  no  se  perdía  allí  la  confianza  amplia 
i  absoluta  en  el  resultado  definitivo  de  la  guerra,  en  la  supe- 
rioridad del  poder  del  Perú  i  en  el  aniquilamiento  completo 
en  que  se  consideraba  a  Chile  a  pesar  de  sus  victorias.  Esta 
confianza,  como  veremos  en  el  curso  de  esta  historia,  no  era 
hija  de  esa  resolución  suprema  del  patriotismo  que  está  dis- 
puesto a  los  sacrificios  de  todo  orden  para  salvar  a  un  pueblo 
de  su  desgracia.  Nacía  solo  de  una  antigua  vanidad  nacional 
que  hacia  estimar  a  Chile  como  un  rival  despreciable  e  insig- 
nificante, de  la  ignorancia  en  que  sistemáticamente  se  man- 
tenía el  pueblo  sobre  la  marcha  de  la  guerra  i  sobre  la  verda- 
dera situación  del  Perú,  i  mas  que  todo  quizá,  de  la  esperanza 
quimérica  de  hallar  alianzas  fantásticas  que  vinieran  a  encar- 
garse de  derrotar  a  los  ejércitos  victoriosos  de  Chile. 

Antes  de  pasar  adelante  en  la  narración  de  los  hechos,  de- 
bemos esplícar  aquí  cual  era  el  estado  de  los  ánimos  en  Lima 
en  los  momentos  en  que  la  guerra  preparaba  en  el  sur  los  gran- 
des desastres  de  las  armar  peruanas. 

Durante  los  últimos  días  de  la  campaña  de  los  chilenos  so- 
bre Tacna  i  Arica,  es  decir  durante  el  mes  de  mayo  de  1880, 
la  prensa  i  el  gobierno  de  Lima  no  habían  cesado  de  manifes- 
tar la  mas  tranquila  seguridad  en  el  éxito  de  la  guerra.  Los 
diarios,  en  cuyas  columnas  no  podía  escribirse  sino  la  que  era 
del  agrado  del  dictador,  publicaban  de  vez  en  cuando  corres- 


CAMPANA    A  LIMA  261 


pendencias  finjidas,  que  se  decían  escritas  en  Tacna,  en  las 
cuales  se  contaba  algún  combate  de  avanzadas  en  que  los 
chilenos  habían  sido  derrotados  i. 

Un  diario  de  Lima,  El  Nacional,  decía  a  sus  lectores  el  22 
de  mayo  que  el  ejército  peruano  de  Tacna  no  tenia  que  temer 
de  los  chilenos  sino  alguna  sorpresa  o  alguna  acechanza  muí 
poco  probables:  «Si  hai  un  combate  jeneral  en  debida  forma, 
agregaba,  la  que  pudiéramos  llamar  una  gran  batalla,  tene- 
mos la  convicción  de  que  el  triunfo  se  inclinará  inevitable- 
mente del  lado  de  la  alianza».  El  gobierno  de  la  dictadura  pe- 
ruana, por  su  parte,  haciendo  alarde  de  no  abrigar  ningún 
temor  por  la  suerte  de  la  campaña  del  sur,  dictaba  en  esos 
mismos  dias  numerosos  decretos  mas  o  menos  relacionados 
con  la  guerra,  pero  estraños  a  los  peligros  del  momento. 

El  dictador  Piérola  habia  instituido  una  Lejion  de  Mérito, 
especie  de  orden  de  caballería  con  condecoraciones  de  tres 
clases,  para  premiar  a  los  heroicos  defensores  del  Perú.  Debía 
también  abrirse  un  rejistro  denominado  «El  Gran  Libro  de  la 
República»,  en  que  se  inscribirían  las  hazañas  de  aquéllos. 
Por  decreto  de  28  de  mayo  mandó  instruir  un  proceso  sobre 
la  pérdida  del  monitor  Huáscar  en  el  combate  de  Angamos, 
en  octubre  anterior,  para  inscribir  en  el  rejistro  referido  la 
historia  de  ese  combate;  i  sin  esperar  el  resultado  de  este  es- 
clarecimiento, distribuía  por  el  mismo  decreto  las  condeco- 
raciones de  la  lejion  a  los  oficiales  muertos  en  la  defensa  de 
esa  nave  2, 

Estas  providencias,  destinadas  a  exaltar  la  vanidad  nacio- 
nal, eran  como  se  ve,  del  carácter  mas  inofensivo.  No  son  así 


1.  Una  de  esas  correspondencias,  que  se  daba  como  escrita  en  Tacna  el 
23  de  mayo,  i  publicada  por  la  Patria  de  Lima,  referia  que  el  12  de  ese  mes 
habia  sido  derrotada  una  división  chilena  por  la  «gran  guardia»  peruana.  Se 
sabe  que  no  solo  no  hubo  tal  derrota,  pero  que  ni  siquiera  hubo  mas  combate 
de  divisiones  que  la  desastrosa  derrota  de  las  avanzadas  peruanas  el  18  de 
abril. 

2.  Llama  la  atención  en  este  decreto  el  hecho  de  que  mientras  se  concedía 
al  retrato  o  a  la  memoria  de  Grau  la  condecoración  de  z.'^  clase  de  la  Lejion 
de  Mérito,  se  acordaba  la  de  i.'^  clase  a  dos  de  sus  subalternos.  Justicia  de 
los  partidos  políticos,  sin  duda. 


262  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


otros  cinco  decretos  que  llevan  la  fecha  de  22  de  mayo,  i  que 
revelan  el  espíritu  político  que  animaba  al  dictador.  Por  uno 
de  ellos  se  arrogaba  el  derecho  de  nombrar  por  sí  solo  su  reem- 
plazante o  sucesor  en  el  gobierno  del  Perú  para  el  caso  de 
hallarse  él  impedido  temporal  o  absolutamente  para  atender 
ala  administración  del  Estado.  Poi  otro  declaraba  unido  a  su 
carácter  de  jefe  supremo  de  la  república  el  de  «Protector  de 
la  raza  indíjena»,  «que  ha  sido  i  es  aun  en  el  país,  dice  el  de- 
creto, objeto  de  desafueros  i  exacciones  contrarias  a  la  justi- 
cia i  que  reclaman  eficaz  reparación»;  medida  con  la  cual  el 
dictador  creía  afianzar  su  influencia  sobre  las  clases  inferio- 
res de  la  sociedad,  en  las  cuales  estaba  cimentado  principal- 
mente su  poder.  Finalmente,  los  otros  tres  decretos  iban  diri- 
jidos  contra  sus  enemigos  políticos,  el  jeneral  don  Mariano 
Ignacio  Prado,  a  quien  después  de  prodigarle  todo  j enero  de 
ultrajes,  privaba  para  siempre  del  título  i  de  los  derechos  de 
ciudadano  del  Perú,  condenándolo  a  degradación  pública  tan' 
pronto  como  pueda  ser  habido  ^;  el  jeneral  López  Lavalle  i 


3.  El  jeneral  Prado  se  hallaba  en  Nueva  York  cuando  tuvo  noticia  de  este 
ultrajante  decreto.  Inmediatamente  firmó  una  violenta  protesta  que  fué 
publicada  en  español  i  en  ingles,  en  que  justificando  su  conducta  por  haber 
abandonado  el  Perú  en  tan  críticos  momentos,  repite  que  lo  hizo  con  auto- 
rización del  congreso,  con  conocimiento  de  sus  ministros,  i  con  el  propósito 
de  buscar  en  el  estranjero  elementos  con  que  continuar  la  guerra  contra  Chi- 
le. En  esa  protesta  califica  a  Piérola  de  traidor  a  su  patria  por  haberse  apro_ 
vechado  de  las  perturbaciones  consiguientes  a  la  guerra  esterior  para  asaltar 
el  poder,  de  «pobre  hombre,  descarado  i  ruin»,  que  aun  en  los  grandes  con- 
flictos del  Perú,  «no  olvida  sus  innobles  i  mezquinas  pasiones»,  i  que  apela  a 
la  persecución  de  sus  enemigos  para  disimular  su  ineptitud  i  el  descrédito 
en  que  habia  comenzado  a  caer  en  la  opinión  del  pais.  La  protesta  del  jene- 
ral Prado  deja  ver  la  convicción  profunda  que  abrigaba  éste  de  que  Piérola 
no  era  mas  que  un  caudillo  atolondrado  i  petulante,  incapaz  de  salvar  al 
Perú  de  la  situación  en  que  se  hallaba. 

Esta  protesta  fué  reproducida  por  los  diarios  de  Chile,  así  como  todos  los 
documentos  relacionados  directa  o  indirectamente  con  la  guerra.  (V.  El  Fe- 
rrocarril de  Santiago,  de  15  de  agosto  de  1880). 

Posteriormente,  el  jeneral  Prado  publicó  un  manifiesto  mas  estenso  para 
justificar  su  conducta  i  para  hacer  a  Piérola  la  mas  tremendas  acusaciones. 
Se  nos  permitirá  reproducir  aquí  algunas  palabras  de  ese  manifiesto  que  re- 
flejan la  opinión  de  los  adversarios  de  Piérola. 

«¿Cuál  ha  sido  el  provecho  i  cuáles  las  ventajas  que  la  guerra  i  la  adminis- 


CAMPAÑA  A  LIMA  263 


otros  oficiales  que  abandonaron  a  Iquique  refujiándose  en  los 
buques  neutrales  en  noviembre  anterior,  a  todos  cuales  de- 
gradaba para  siempre  del  rango  militar;  i  por  último,  contra 
los  jefes  i  oficiales. que  después  del  desastre  de  Dolores  toma- 
ron el  camino  de  Arica,  i  contra  algunos  de  los  oficiales  de  la 
escuadra. 

Estas  medidas,  dictadas  al  parecer  para  cimentar  la  mora- 
lidad del  ejército  peruano,  pero  recaídas  todas  ellas  en  hom- 
bres que  habian  sido  enemigos  antiguos  de  Piérola,  exaltaron, 
como  debe  suponerse,  al  partido  político  que  lo  habia  com- 
batido antes  i  que  ahora  tenia  que  someterse  a  su  domina- 
ción. Acusaba  éste  a  Piérola  de  no  haberse  levantado  a  la 
altura  de  la  situación  solemne  por  que  atravesaba  el  Perú, 
de  no  haberse  sacudido  de  sus  antiguos  odios  en  presencia  del 
peligro  de  la  patria,  i  de  querer  sacrificar  a  Montero  en  el  sur 
para  desembarazarse  de  un  rival  peligroso  *.  Para  los  hom- 
bres-de ese  partido,  que  en  su  mayor  parte  pertenecían  a  las 
altas  clases  sociales,  la  campaña  de  Tacna  iba  a  cerrarse  con 
un,  nuevo  desastre  de  las  armas  peruanas;  pero  esos  hombres 


tracion  pública  han  reportado  con  la  revolución  de  Piérola?  Ninguna,  abso- 
lutamente ninguna.  La  guerra,  de  mal  en  peor  cada  dia,  va  llegando  a  un 
término  fatal.  La  administración  pública  es  un  fárrago  de  contradicciones 
i  de  enredos,  de  ridiculeces  i  de  desatinos,  de  injusticias  i  venganzas,  de  ini- 
quidades i  excesos.  En  verdad,  no  hai  administración  en  el  Perú:  lo  que  hai 
es  la  necia  voluntad  de  un  insensato.  Sin  una  acción  buena,  sin  un  senti- 
miento jeneroso,  son  incalculables  los  males  que  ha  causado- i  tiene  que  cau- 
sar como  necio  i  como  malo.  Este  hombre  (Piérola)  nunca  ha  sido  patriota 
ni  ha  prestado  servicio  alguno;  sin  dignidad  ni  mérito  propio,  se  empeña  de 
preferencia  en  hacer  su  negocio  i  en  acumular  sobre  su  persona  títulos,  oro- 
peles i  condecoraciones.  Medrar  a  la  sombra  del  poder,  satisfacer  ambiciones 
i  venganzas  personales,  es  toda  la  política  de  su  gobierno.  El  nombre  de  Pié- 
rola  será  fatídico  para  el  Perú.  Sus  hechos  lo  condenan:  el  castigo  no  tardará 
en  venir.» 

Aunque  el  manifiesto  del  jeneral  Prado  no  tiene  fecha,  de  su  contesto  se 
deduce  que  fué  escrito  en  los  últimos  meses  de  1880. 

4.  Como  prueba  de  esta  situación,  vamos  a  copiar  en  seguida  una  carta 
de  una  señora  de  la  familia  del  contra-almirante  Montero  a  otra  señora  pa- 
riente suya  que  residía  en  una  provincia  vecina. 

«Lima,  marzo  8  de  1880. — Querida  N: — Con  mucho  gusto  contesto  tu  car- 
ta i  por  ella  veo  estás  bien  lo  mismo  que  N. 

«No  tienes  una  idea  la  vida  tan  angustiada  que  llevo  hace  mucho  tiempo 


264  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


no  podían  espresar  en  público  sus  temores  i  su  desconfianza. 
La  dictadura  les  habia  cerrado  todos  los  caminos  de  la  publi- 
cidad; i  el  populacho,  enteramente  adicto  a  la  dictadura,  no 
habría  dejado  de  hacer  sentir  su  venganza  contra  el  que  in- 
tentara combatirla. 

Tal  era  el  estado  de  los  ánimos  en  Lima  cuando  llegó  allí 
la  noticia  del  desastre  de  Tacna.  En  otra  parte  hemos  referido 
que  en  el  primer  momento  la  prensa  quiso  esplicar  éste  el 
suceso  como  una  batalla  que  habia  durado  tres  dias  sin  des- 
enlace definitivo,  pero  en  que  todas  las  ventajas  habian  es- 
tado por  las  armas  peruanas,  cuyo  triunfo  Icompleto  no  se 
haria  esperar  largo  tiempo.  La  verdad  no  pudo  ocultarse  por 
muchos  dias,  i  la  misma  prensa  de  la  dictadura  tuvo  que  de- 
clarar con  mas  o  menos  franqueza  que  aquella  habia  sido  una 
derrota  espantosa. 

En  esos  momentos,  los  mas  ardorosos  partidarios  de  Pié- 
rola  quisieron  atribuir  al  contra-almirante  Montero  toda  la 
responsabilidad  del  desastre.  «Mientras  no  se  pruebe  lo  con- 
trario, decia  La  Patria  de  Lima  el  8  de  junio,  toda  derrota  es 

esperando  por  momentos  una  desgracia  en  Arica.  Montero  i  su  ejército  ca- 
rece de  todo:  está  desnudo,  sin  víveres,  ni  dinero  tampoco  tiene.  Este  titu- 
lado dictador  no  le  hace  la  guerra  a  los  chilenos  sino  a  Montero:  éste  lleno, 
de  patriotismo  i  creyendo  que  Piérola  lo  tiene.  Este,  todo  su  deseo  es  enrir 
quecerse  con  la  fortuna  de  todo  hombre  honrado,  como  verás  por  sus  últi- 
mos decretos,  i  con  ellos  alucinar  a  este  pueblo  imbécil. 

«Carlos  indirectamente  lo  hace  salir  el  gobierno:  dicen  que  hai  en  lista 
cuarenta,  en  los  que  figuran  Candamo,  Carranza,  Alvarez,  Miró  i  Riva  Agüe- 
ro i  otros  tantos.  Aquí  hai  una  odiosidad  mui  grande  a  este  gobierno,  como 
nunca  lo  ha  habido  a  ningún  otro;  pero  no  hacen  sino  hablar.  El  espionaje 
es  mui  grande  i  con  el  mayor  descaro.» 

Los  robos  atribuidos  al  dictador  a  que  alude  esta  carta,  i  de  que  también 
habla  el  jeneral  Prado  en  su  manifiesto,  son  los  arreglos  sancionados  por  los 
decretos  a  que  ya  hicimos  referencia,  (V.  mas  atrás,  pat.  II,  cap.  XI  de  esta 
Historia).  Con  fecha  de  1 8  de  mayo,  Piérola  por  sí  i  ante  sí  resolvía  las  cues- 
tiones pendientes  entre  el  tesoro  del  Perú  i  los  antiguos  consignatarios  del 
huano  en  Europa,  a  los  cuales  el  tribunal  mayor  de  cuentas  de  Lima  hacia 
cargos  de  la  mayor  consideración.  El  fallo  del  dictador  peruano  era  en  todo 
favorable  a  los  intereses  de  aquellos  negociantes,  amigos  antiguos  de  Piéro- 
la, i,  según  la  opinión  jeneral  en  ese  país,  los  suministradores  de  fondos  para 
las  diversas  revoluciones  que  fraguó  este  caudillo  durante  las  dos  adminis- 
traciones anteriores  del  Perú. 


CAMPAÑA  A  LIMA  265 


una  falta  gravísima,  de  la  cual  es  responsable  el  jefe.  Esa  falta 
necesita,  pues,  esclarecerse  i  repararse  por  la  sanción.  La  de- 
rrota es  por  sí  misma  una  formidabie  acusación  para  los  que 
presiden  al  desastre.  Mientras  no  prueben  su  inculpabilidad, 
la  acusación  gravita  sobre  ellos  i  los  abruma  con  su  peso . . . 
Los  jefes  derrotados  son  i  deben  considerarse  reos:  el  pueblo 
tiene  derecho  para  exijirles  estricta  cuenta! . .  Na  hai  razón 
para  que  el  pueblo  peruano,  nobilísimo,  patriota,  abnegado 
i  confiado,  soporte  resignado  las  bofetadas  que  permiten  se 
le  aplique  en  el  rostro  los  que  siendo  sus  adalides,,  sus  centi- 
nelas guardianes  del  sagrado  depósito  de  su  decoro,  no  saben 
quedar  en  el  campo,  o  clavarse  la  espada  en  el  pecho  como 
los  vencidos  de  Roma .  . .  Justicia  sea  i  castigo  sin  miramien- 
tc.  Esa  es  la  única  salvación». 

Las  amenazas  que  dejamos  copiadas,  iban  dirijidas  contra 
Montero;  porque  si  bien  es  cierto  que  él  no  habia  mandado 
en  jefe  la  batalla  de  Tacna,  en  Lima  se  creia  que  él  habia  sido 
el  verdadero  director  de  la  campaña,  i  ademas  que  el  jeneral 
Campero  se  hallaba  herido  i  casi  moribundo.  Pero  esas  ame- 
nazas produjeron  el  mas  funesto  efecto  contra  la  dictadura. 
Montero  pertenecía  a  un  partido  político  muí  numeroso  i  en 
su  mayor  parte  compuesto,  como  hemos  dicho,  de  hombres 
de  posición  i  de  fortuna.  Sin  voz  en  la  prensa,  sin  medio  algu- 
no de  protestar  en  público,  ellos  sin  embargo,  se  indignaron 
de  esta  venganza  del  dictador,  i  en  sus  círculos  recargaron 
mas  que  antes  sus  acusaciones  contra  éste.  «El  culpable  del 
desastre,  decían,  no  es  el  jefe  que  ha  mandado  nuestras  tro- 
pas en  la  batalla,  sino  el  gobierno  que  por  un  ruin  espíritu  de 
partido,  se  obstinó  en  sacrificarlo,  negándole  los  ausilios  que 
necesitaba». 

Ante  esta  tempestad  que  nacía,  Piérola  se  vio  obligado  a 
ceder.  Su  prensa  no  volvió  a  hablar  de  los  culpables  de  la 
derrota  ni  del  proceso  terrible  con  que  se  les  habia  amenaza- 
do. Al  dia  siguiente,  el  9  de  junio,  el  mismo  diario  La  Patria 
tenia  otro  tono.  Después  de  protestar  enérjicamente  contra 
los  que  aumentaban  los  obstáculos  de  la  situación  con  malé- 
volas críticas  i  con  inútiles  palabrerías,  agregaba:  «Nadie  ha 


266  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


puesto  jamas  en  duda  el  valor  de  nuestras  tropas».  I  en  segui- 
da, para  distraer  la  atención  de  esas  peligrosas  acusaciones, 
i  para  alentar  las  ilusiones  populares,  o  para  «retemplar  el 
patriotismo»,  según  la  frase  consagrada,  ese  mismo  diario  i  los 
otros  que  se  daban  a  luz  en  Lima,  pasaban  a  demostrar  que 
después  de  la  derrota,  el  Perú  era  mas  poderoso  que  antes,  i 
que  entonces  como  siempre  era  mas  poderoso  que  Chile.  «Aun 
no  están  agotados  los  elementos  para  llegar  hasta  la  victoria, 
decia  con  este  motivo.  Tenemos  mas  elementos  que  ayer,  i 
con  ellos  llegaremos  al  fin  a  triunfar,  como  debemos  triun- 
far».— «Chile,  decia  otro  artículo,  no  puede  soportar  la  pro- 
longación de  la  guerra.  Si  no  le  faltan  recursos,  le  faltan  hom- 
bres; i  hombres  i  recursos  le  sobran  al  Perú  para  llevar  la 
guerra  hasta  el  triunfo  definitivo». 

Aun  no  salia  la  población  de  Lima  del  estupor  que  le  habia 
producido  el  desastre  de  Tacna,  estupor  tanto  mas  compren- 
sible cuanto  que  la  prensa  de  la  dictadura  le  habia  hecho  es- 
perar una  espléndida  victoria,  cuando  llegó  allí  la  inesperada 
noticia  de  que  Arica,  que  se  creía  inespugnable,  habia  sido 
tomada  por  los  chilenos.  Inmediatamente  se  inventaron  tele- 
gramas, correspondencias,  i  poco  después  declaraciones  de 
los  500  heridos  peruanos  que  llevó  al  Callao  un  buque  chileno, 
como  referimos  al  terminar  el  capítulo  anterior.  Las  esplica- 
ciones  que  dieron  los  diarios  acerca  de  este  último  desastre 
no  solo  eran  absolutamente  falsas  por  la  estraordinaria  exa- 
jeracion,  sino  de  todo  punto  inverosímiles  i  absurdas. 

Refirióse  que  los  soldados  chilenos  que  asaltaron  a  Arica 
pasaban  de  9,000;  i  que  aun  así  no  se  atrevieron  a  atacar  sino 
detras  de  parapetos,  como  si  fuera  posible  asaltar  una  plaza 
permaneciendo  los  asaltantes  adentro  de  sus  trincheras,  que 
como  se  sabe,  los  chilenos  no  podían  tener  en  Arica.  El  asalto 
habría  sido  infructuoso  sin  la  traición  de  un  oficial  peruano 
que  habia  vendido  a  los  jefes  chilenos  los  planos  de  las  forti- 
ficaciones i  de  las  minas  de  la  plaza.  Bolognesi  i  Moore,  que 
murieron  a  bala  defendiendo  el  Morro,  habían  sido  degolla- 
dos después  de  prisioneros,  i  sus  cadáveres  mutilados  inhu- 
manamente. Los  jefes  chilenos,  sin  esponerse  a  ningún  peli- 


CAMPAÑA  A  LIMA  267 


gra,  alentaban  desde  lejos  la  matanza  de  los  que  se  rendían. 
«Todos  nuestros  marinos,  decían  testualmente,  los  demás  je- 
fes, oficíales  í  tropas,  han  sido  pasados  a  cuchillo  después  de 
heridos  i  prisioneros  en  número  de  2,500.  En  Arica  pasaron 
a  cuchillo  los  infames  chilenos  a  toda  clase  de  estranjeros  de 
toda  nacionalidad,  en  número  considerable,  la  mayor  parte 
españoles  e  italianos,  mujeres,  ancianos  i  niños,  saquearon  i 
robaron  la  población  sin  perdonar  la  vida  a  nadie».  «Los  chi- 
lenos, decia  ademas  otro  diario,  asesinaron  mas  de  60  muje- 
res después  de  profanarlas.  A  su  ferocidad  no  escaparon  es- 
tranjeros ni  estran jefas,  ni  I03  niños  del  lugar». 

Se  sabe  la  verdad  sobre  todos  estos  hechos.  En  Tacna,  don- 
de los  dispersos  peruanos  habían  hecho  fuego  sobre  un  parla- 
mentario chileno,  i  donde  habían  comenzado  el  saqueo  de  las 
tiendas  i  almacenes,  el  cuerpo  consular  estranjero  se  había 
presentado  a  uno  de  los  jefes  vencedores  para  pedirle  que 
ocupase  inmediatamente  la  ciudad,  i  pusiese  atajo  al  robo  i  a 
los  excesos  de  una  soldadesca  desmoralizada  por  la  derrota; 
i  en  efecto,  una  división  chilena  restableció  el  orden  en  la 
misma  tarde. 

En  Arica,  el  soldado  chileno,  enfurecido  contra  un  enemigo 
que  no  combatía  sino  detras  de  fortificaciones  formidables,  i 
que  empleaba  armas  desleales  i  cobardes  como  las  minas  de 
dinamita,  habría  querido  ser  inexorable  en  su  castigo;  pero 
los  jefes  i  oficíales  contuvieron  su  ardor,  i  consiguieron  su 
jeneroso  propósito  a  tal  punto  que  de  los  2,200  a  2,300  defen- 
sores de  la  plaza,  tomaron  1,328  prisioneros,  de  los  cuales  118 
eran  jefes  i  oficíales.  Las  pérdidas  de  los  peruanos  en  ese  día 
fué  debida  en  no  pequeña  parte  en  la  precipitación  i  la  impe- 
ricia con  que  sus  mismos  oficiales  dieron  fuego  a  las  minas, 
cuyas  esplosiones  causaron  mas  destrozos  entre  los  defenso- 
res de  la  plaza  que  entre  los  asaltantes.  Todavía  hubo  algu- 
nos jefes  i  oficíales  peruanos  que  por  huir  de  la  refriega,  se 
arrojaron  cerro  abajo  en  el  Morro,  i  perecieron  desastrosa- 
mente en  su  caída.  Los  marinos  peruanos,  que  como  se  recor- 
dará, se  rindieron  sin  oponer  la  resistencia  heroica  de  que 
hablaba  la  prensa  de  Lima,  fueron  hechos  prisioneros  sin  que 


268  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


entre  todos  ellos  hubiera  un  solo  muerto  ni  un  solo  herido. 
Los  daños  causados  a  la  ciudad  de  Arica,  fueron  la  consecuen- 
ica  natural  i  lójica  del  combate,  en  que  algunos  puñados  de 
defensores  de  la  plaza,  parapetados  en  edificios  particulares, 
hacian  fuego  sobre  los  chilenos  desde  las  ventanas,  obligando 
a  estos  a  incendiar  las  casas  que  se  hablan  convertido  en  for- 
talezas peligrosas.  Por  último,  los  prisioneros  i  los  heridos 
fueron  tratados  jenerosamente  por  los  vencedores. 

Tales  son  los  hechos  que  debe  consignar  la  historia  seria 
de  esta  guerra.  Los  informes  oficiales  de  los  jefes  vencedores, 
revelaron  a  Chile  estos  hechos;  i  aquí  debemos  consignar  la 
circunstancia  de  que  el  gobierno  de  este  pais  habia  encargado 
siempre  a  sus  subordinados  que  en  ningún  caso  se  le  dijera 
otra  cosa  que  la  verdad,  sin  disimulo  i  sin  exajeraciones.  A 
esto  se  debe  el  que  los  ajentes  de  Chile,  en  el  interior  i  en  el 
estranjero,  no  hayan  publicado  nunca  una  noticia  falsa,  un 
solo  triunfo  inventado.  De  aquí  ha  provenido  que  después  de 
los  primeros  meses  de  la  guerra,  la  prensa  estranjera,  i  parti- 
cularmente la  de  Europa  i  de  Estados  Unidos,  haciendo 
plena  justicia  a  la  lealtad  chilena,  hayan  aceptado  como  ver- 
dad incuestionable  toda  comunicación  emanada  de  los  ajen- 
tes  oficiales  de  este  pais  ^. 

Pero  el  gobierno  i  la  prensa  del  Perú,  obedeciendo  a  un 
errado  sistema  de  publicidad,  i  creyendo,  como  decían,  «re- 
templar el  patriotismo»,  publicaban  a  sabiendas  esas  falsas 
noticias,  anunciaban  triunfos  imajinarios,  resistencias  heroi- 
cas que  no  habían  existido,  i  crímenes  i  horrores  que  no  se 
habían  cometido.  La  prensa  de  Chile,  por  un  exceso  de  des- 


5.  En  el  estudio  detenido  que  hemos  estado  obligados  a  hacer  de  todos  los 
documentos  relativos  a  la  guerra,  no  hemos  hallado  uno  solo  de  un  carácter 
oficial,  emanado  del  gobierno  de  Chile,  que  contenga  un  hecho  que  no  sea 
perfectamente  exacto.  En  algunas  ocasiones,  los  ajentes  del  gobierno  comu- 
nicaban noticias  dudosas,  recojidas  de  los  escritos  de  la  prensa  peruana, 
pero  tenían  cuidado  de  advertirlo,  de  tal  suerte  que  esta  misma  reserva  sirve 
para  esclarecer  al  historiador  en  sus  investigaciones.  En  jeneral,  la  prensa 
chilena,  también  tuvo  este  mismo  empeño  en  no  comunicar  sino  noticias 
exentas  de  exajeraciones,  i  en  rectificar  los  errores  en  que  algunas  veces  la 
hicieron  caer  los  informes  equivocados  de  los  primeros  momentos.        .       .   - 


CAMPAÑA   A  LIMA  269 


den  por  esas  noticias,  les  daba  publicidad  sin  querer  refutar- 
las, i  contribuia  así  a  su  mayor  circulación. 

El  Perú  tenia  ademas  otros  medios  de  desarrollar  este  plan 
de  conducta.  A  pesar  de  las  penurias  de  su  tesoro,  que  no  al- 
canzaba para  atender  a  las  necesidades  mas  dremiosas  del 
ejército,  sus  a j entes  en  el  estranjero  tenian  subvencionados 
algunos  diarios  en  Buenos  Aires,  en  Guayaquil,  en  Panamá, 
en  la  América  Central,  en  Nueva  York  i  hasta  en  Europa, 
para  publicar  noticias  desfavorables  a  los  chilenos,  derrotas 
que  éstos  no  hablan  sufrido,  o  atrocidades  que  no  hablan  te- 
nido lugar.  Cuando  los  archivos  del  gobierno  peruano  caye- 
ron en  poder  de  los  soldados,  se  vio  con  lástima  la  insensatez 
de  un  gobierno  cuyas  escasas  rentas  eran  presa  de  la  codicia 
de  algunas  empresas  de  publicidad  que  cobraban  fuertes  su- 
mas por  dar  a  luz  cada  una  de  esas  falsas  noticias,  i  aun  por 
retardar  la  publicación  de  las  que  no  convenían  al  plan  de  la 
dictadura  peruana.  Mas  adelante  tendremos  ocasión  de  ha- 
blar algo  mas  a  este  respecto. 

El  dictador  del  Perú,  ante  la  situación  embarazosa  que  le 
creaban  los  nuevos  desastres  de  sus  ejércitos,  quiso  asumir 
una  actitud  franca  i  resuelta,  dando  a  luz  el  programa  de  su 
conducta  futura.  Este  fué  el  objeto  de  una  arrogante  procla- 
ma lanzada  desde  Lima  el  14  de  junio  de  1880.  Se  sabe  que 
os  ejércitos  peruanos  derrotados  i  destruidos  en  Tacna  i  en 
Arica,  hablan  pasado  cinco  meses  fortificándose  en  sus  atrin- 
cheramientos sin  alejarse  nunca  de  ellos  ni  siquiera  unas  po- 
cas leguas.  Se  recordará,  ademas,  que  para  llegar  hasta  los 
campos  fortificados  en  que  se  abrigaban  los  aliados,  el  ejér- 
cito chileno  tuvo  que  hacer  la  mas  penosa  campaña  de  tres 
meses,  que  ocupar  valles  insalubres  que  diezmaban  a  sus  sol- 
dados, que  atravesar  desiertos  horribles,  que  rendían  de  can- 
sancio i  de  sed  a  los  hombres  i  a  los  animales,  que  cargar  todos 
sus  víveres  i  hasta  el  agua,  que  trasportar  casi  a  manos  sus 
cañones  para  llevarlos  a  las  alturas,  i  que  sufrir  todas  las  pe- 
nalidades de  esa  marcha  abrumadora  sin  que  el  enemigo  hu- 
biera intentado  nunca  oponerse  a  su  camino.  Piérola,  tenien- 
do que  hablar  a  sus  gobernados  de  los  desastres  de  su  ejército. 


270  GUERRA  DEL  PACÍFICO 

los  refiere  de  una  manera  enteramente  opuesta.  Queremos 
copiar  sus  propias  palabras:  «Esos  desastres,  dice  su  procla- 
ma, solo  pueden  esplicarse  por  la  impaciencia  de  nuestro 
ejército  de  encontrar  al  enemigo,  lo  que  ha  dado  a  éste,  con 
grandes  pérdidas,  la  inútil  ocupación  de  Tacna  i  Arica  des- 
pués de  la  mas  heroica  i  memorable  resistencia». 

Después  de  apreciar  los  hechos  consumados  con  la  verdad 
que  revelan  esas  palabras,  el  dictador  pasa  a  dar  a  conocer 
la  situación  de  Chile,  i  a  hacer  sentir  a  este  pais  el  peso  de  su 
ira.  «Chile,  dice,  labra  con  sus  triunfos  efímeros  su  propia 
ruina,  i  gasta  en  cada  uno  de  los  golpes  que  nos  infiere,  la 
fuerza  que  le  podría  servir  para  resistirnos  mas  tarde.  Nues- 
tros recursos  están  intactos.  Los  de  ellos  agotados,  viven  de 
lo  que  piden  prestado  para  su  propia  ruina  i  la  de  las  incautas 
personas  que  confian  en  sus  estériles  triunfos  ^.  Han  jugado 
todo  en  un  golpe  de  fortuna  que  les  es  completamente  inútil, 
que  los  postra,  i  que  nos  hace  levantarnos  mas  vigorosos  i 
resueltos  que  antes ...  Mi  deber  es  perseguir  la  recuperación 
de  nuestros  derechos  sin  descanso;  perseguirlos  a  cualquier 
costo,  perseguirlos  hasta  obtenerlos.  Me  sostienen  seis  millo- 
nes de  hombres». 

Con  esta  amenazadora  proclama,  la  actitud  del  dictador  i 
de  la  nación  peruana,  quedó  bien  definida.  Se  queria  la  guerra 
a  todo  trance  i  se  hacia  alarde  de  la  confianza  absoluta  en  una 
próxima  victoria.  En  adelante,  los  diarios  del  Perú  no  habla- 
rán de  los  triunfos  de  Chile  sin  acompañarlos  de  los  califica- 
tivos de  «inútiles,  efímeros,  ridículos».  Las  amenazas  de  la 
inmediata  venganza  fueron  mas  ardorosas  que  en  los  princi- 
pios de  la  guerra. 

La  actitud  de  Bolivia  delante  de  los  últimos  desastres  de 
la  alianza,  fué,  a  lo  menos  en  los  primeros  momentos,  mucho 

6.  Hemos  referido  en  otra  parte  que  el  gobierno  de  Chile,  desde  los  prime- 
ros dias  de  la  guerra,  resolvió  no  solicitar  en  el  esterior  empréstito  alguno 
para  no  comprometer  su  crédito  haciendo  un  anegociacion  que  necesaria- 
mente debia  ser  mas  o  menos  onerosa.  Sin  embargo,  en  el  Perú  el  gobierno 
i  la  prensa  se  obstinaban  en  creer  que  habia  algunos  negociantes  de  Londres 
que  en  secreto  suministraban  fondos  a  Chile.  A  ellos  hace  referencia  Piérolá' 
en  esta  parte  de  su  proclama.  .      .       .  ; 


CAMPANA  A   LIMA  271 


mas  seria  i  mucho  mas  digna  que  la  del  Perú.  Allí  no  se  pre- 
tendió engañar  al  pais  con  falsas  noticias  de  batallas  indeci- 
sas i  de  triunfos  parciales.  Desde  luego  se  anunció  la  verdad 
entera  i  completa;  i  el  pueblo  la  oyó  con  amargo  dolor,  sin 
proferir  baladronadas  estériles  ni  amenazas  ridiculas,  i  sin 
hacer  acusaciones  injustas  o  aventuradas  a  los  jefes  o  a  los 
aliados. 

Bolivia  habia  hecho  un  esfuerzo  supremo  para  reunir  las 
tropas  que  habia  hecho  marchar  al  sur  del  Perú,  sacrificios 
de  dinero  i  de  hombres,  de  tal  suerte  que  si  esas  tropas  no 
formaban  un  ejército  respetable,  eran  cuanto  se  podia  exijir 
del  pais.  Casi  no  habia  familia  regularmente  acomodada  en 
la  república  que  no  tuviese  uno  o  mas  de  sus  hijos  en  el  ejér- 
cito. La  ansiedad  que  reinaba  en  las  poblaciones  del  interior, 
era  verdaderamente  indescriptible;  pero  aunque,  como  era 
natural  todos  deseaban  la  victoria,  nadie  se  hacia  grandes 
ilusiones  sobre  el  resultado  de  la  campaña.  Del  campamento 
de  Tacna,  al  revés  de  lo  que  habia  sucedido  bajo  el  gobierno 
de  Daza,  no  se  enviaban  a  Bolivia  noticias  de  victorias  ima- 
jinarias  en  los  fin j  idos  combates  de  vanguardia,  como  las  que 
se  publicaban  en  Lima.  Lejos  de  eso,  las  correspondencias 
del  teatro  de  la  guerra  que  daban  a  luz  los  diarios  de  La  Paz, 
eran  siempre  exactas,  i  constituyen  por  esto  mismo  un  valio- 
so documento  histórico  que  hemos  consultado  con  provecho. 

El  29  de  mayo  se  esparció  en  la  capital  de  Bolivia  el  rumor 
vago  de  una  derrota.  ¿Quién  la  habia  llevado?  Nadie  lo  sabia, 
i  sin  embargo,  todo  el  mundo  daba  crédito  a  esa  fatídica  no- 
ticia. El  dia  siguiente  llegaron  al  fin  por  diversos  conductos 
informes  circunstanciados,  i  luego  el  parte  oficial  del  jeneral 
Campero,  escrito  en  medio  pliego  de  papel,  én  uno  de  los  lu- 
gares en  que  pudo  pararse  a  tomar  algún  descanso  de  las  fati- 
gas de  la  fuga.  «El  dia  de  ayer,  decía  ese  parte,  en  una  meseta 
situada  a  dos  leguas  de  Tacna,  camino  de  Sama,  después  de 
un  reñido  i  sangriento  combate  de  cuatro  horas,  fué  deshe- 
cho el  ejército  unido  de  mi  mando».  Todo  en  ese  documento, 
escepto  la  apreciación  del  número  del  ejército  chileno,  era  la 
espresion  de  la  verdad.  Campero  terminaba  esa  corta  comu- 


272  GUERRA  DEL  PACÍFICO 

nicacion  asumiendo  la  responsabilidad  de  la  dirección  de  la 
campaña,  i  sometiendo  su  conducta  al  fallo  de  la  convención 
nacional.  El  contra-almirante  Montero  en  su  parte  oficial  al 
gobierno  de  Lima,  habia  intentado  achacar  a  la  división  bo- 
liviana la  culpa  del  desastre;  i  esta  acusación  injusta  fué  con- 
signada con  toda  claridad  i  en  los  términos  mas  duros,  por 
otros  oficiales  peruanos  7.  El  jeneral  Campero  no  acusaba  a 
nadie,  i  antes  por  el  contrario  hacia  igual  elojio  de  peruanos 
i  bolivianos. 

La  convención  nacional  se  reunió  el  mismo  dia  30  de  mayo. 
Después  de  dar  lectura  en  medio  de  un  respetuoso  silencio  a 
los  informes  que  hasta  entonces  se  tenian  acerca  de  la  derro- 
ta, acordó  allí  mismo  por  46  votos,  sobre  64  votantes,  confir- 
mar a  Campero  en  el  puesto  de  presidente  de  la  república,  i 
en  despachar  una  comisión  de  tres  de  sus  miembros  para  re- 
cibirlo en  el  camino.  El  pueblo  de  La  Paz  organizó  a  toda 
prisa  una  especie  de  ambulancia  para  ir  a  Tacna  a  atender  a 
sus  heridos  i  para  trasladar  a  Bolivia  a  aquellos  a  quienes  la 
jenerosidad  de  los  vencedores  permitiera  volver  a  sus  hogares. 
Campero  entró  a  La  Paz  en  la  tarde  del  10  de  junio,  acom- 
pañado solo  por  sus  edecanes.  El  pueblo  salió  a  recibirlo  tri- 
butándole casi  los  honores  de  vencedor,  tales  eran  las  mues- 
tras de  respeto  de  que  se  le  rodeaba.  Los  restos  del  ejército 
derrotado  en  Tacna  llegaron  pocos  dias  después;  pero  la  dis- 
persión habia  sido  tan  grande  que  el  prefecto  de  La  Paz  tuvo 
que  emplear  la  pohcía  en  perseguir  a  los  desertores  en  los 
campos  vecinos.  Tanto  los  soldados  como  los  heridos  fueron 
saludados  con  toda  la  efusión  de  sentimientos  que  debia  ins- 
pirar tan  terrible  desastre.  En  los  discursos  que  entonces  se 
pronunciaron,  i  en  los  primeros  escritos  de  la  prensa,  no  se 
hizo  oir  ninguna  acusación  contra  nadie  sino  contra  Daza, 
que  habia  arrastrado  al  pais  a  esta  funesta  guerra. 

Pero  esa  seriedad  en  la  actitud  de  Bolivia  no  debia  ser  de 
larga  duración.  Pasadas  las  primeras  horas  del  dolor,  como 

7.  Mas  adelante  publicaremos  por  via  de  nota  una  de  esas  acusaciones,  la 
carta  dirijida  a  Piérola  por  el  prefecto  de  Tacna  don  Pedro  A.  del  Solar,  so- 
bre el  resultado  de  la  batalla,  i  la  cobardía  de  Campero  i  de  los  bolivianos. 


CáMPAÑA  A  LIMA  273 


si  con  ellas  hubiera  pasado  también  la  cordura  de  un  momen- 
to, la  prensa  volvió  a  dar  crédito  i  a  dar  circulación  a  las  no- 
ticias mas  fantásticas  que  llegaban  del  Perú.  Montero,  decian, 
se  ha  reunido  con  Leiva  en  Locumba,  i  amenaza  a  los  chilenos 
que  han  ocupado  a  Tacna.  El  Perú  ha  puesto  treinta,  cuaren- 
ta, cincuenta  mil  hombres  sobre  las  armas.  Los  chilenos  están 
perdidos  i  deben  sucumbir  en  pocos  meses  mas.  La  prolon- 
gación de  la  campaña  los  arruina  irremisiblemente,  luego  el 
deber  de  la  alianza  es  proclamar  guerra,  i  guerra  eterna  a 
Chile.  Los  periodistas  bolivianos,  mui  aficionados  a  las  refe- 
rencias históricas,  comenzaron  de  nuevo  a  hablar  de  griegos 
i  de  romanos,  de  la  Francia  i  de  la  Alemania;  i  en  un  tono 
altisonante  i  a  veces  incomprensible,  declararon  que  estaban 
dispuestos  a  imitar  a  Mucio  Scevola,  que  según  ellos,  prefirió 
quemarse  la  mano  antes  que  firmar  la  paz. 

A  pesar  de  la  grande  adhesión  que  demostraban  por  la 
alianza,  los  estadistas  bolivianos  adoptaron  un  plan  de  gue- 
rra que  importaba  tanto  como  abandonar  resueltamente  a 
sus  aliados  del  Perú  a  los  nuevos  desastres  que  se  les  espera- 
ban. Ya  desde  antes  de  terminarse  la  última  campaña,  uno 
de  ellos  habia  propuesto  como  el  mejor  plan  de  guerra  contra 
Chile,  el  de  abandonarle  todo  el  litoral,  i  retirarse  al  interior 
del  pais,  a  donde  el  enemigo  no  podria  llevar  sus  buques  i 
difícilmente  sus  cañones.  Después  de  la  derrota,  este  plan  fué 
seguido  relijiosamente;  i  como  vamos  a  verlo  en  las  pajinas 
siguientes,  en  todo  el  resto  de  la  campaña  el  ejército  chileno 
no  volvió  a  ver  un  solo  soldado  boliviano.  El  Perú  en  sus 
mayores  conflictos  no  ha  recibido  tampoco  de  su  aliado  la 
menor  cooperación.  Así,  pues,  a  pesar  de  las  entusiastas  pro- 
clamas de  Campero  en  que  hablaba  de  hacer  una  guerra  de 
ocho  siglos,  como  la  que  sostuvieron  los  españoles  contra  los 
sarracenos,  i  de  los  escritos  recargados  de  referencias  histó- 
ricaifcde  sus  periódicos,  la  paz  de  hecho  ha  existido  entre  Bo- 
livia  i  Chile  desde  el  dia  en  que  los  ejércitos  de  aquella  fueron 
destrozados  en  las  alturas  de  Tacna. 

Las  ilusiones  de  los  aliados  de  que  se  habia  hecho  eco  la 
prensa  de  Bolivia,  carecían  de  todo  fundamento  serio.  Los 

TOMO  XVI — 18 


274  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


desastres  de  Tacna  i  de  Arica  habían  sido  de  los  mas  abruma- 
dores que  recuerde  la  historia  de  estos  paises.  Los  soldados 
peruanos,  fujitivos  de  la  derrota  de  Tacna,  llegaron  en  el 
mayor  desorden  i  quebranto  al  pequeño  pueblo  de  Tarata,  el 
29  de  mayo.  Allí  fueron  reuniéndose  unos  1,500  soldados,  des- 
truidos por  la  fatiga  i  el  cansancio,  i  casi  desarmados  i  desnu- 
dos. Entre  ellos  habia  un  jeneral  i  veintitrés  coroneles,  pro- 
porción inconcebible  entre  jefes  i  oficiales  en  otros  ejércitos, 
pero  común  en  los  del  Perú.  El  31  de  mayo  celebraron  esos 
jefes  una  junta  de  guerra;  i  reconociendo  su  absoluta  imposi- 
bilidad de  permanecer  mas  largo  tiempo  en  ese  lugar,  deter- 
minaron continuar  por  las  montañas  su  camino  a  Puno,  i  en 
seguida  dirijirse  a  Arequipa.  Esta  retirada  los  obligó  a  sopor- 
tar los  mayores  sufrimientos.  El  contra-almirante  Montero 
se  separó  allí  de  los  suyos,  i  siguiendo  las  marchas  mas  peno- 
sas que  eSj  posible  imajinar,  se  dirijió  a  Lima.  En  la  montaña 
inmediata  a  Tacna  se  organizaron  algunas  montoneras  pe- 
ruanas, pero  las  tropas  chilenas  dieron  cuenta  de  ellas  al  cabo 
de  pocos  dias,  apresando  a  los  cabecillas  i  dispersando  a  los 
soldados.  La  dominación  chilena  en  esas  provincias  quedó 
tan  tranquila  como  si  nunca  hubiese  existido  allí  un  solo  ene- 
migo. Arica  fué  abierto  nuevamente  al  comercio,  i  Tacna 
quedó  convertida  en  cuartel  jeneral  de  los  vencedores,  i  en 
centro  de  sus  futuras  operaciones. 

En  Chile,  como  es  fácil  suponer,  la  noticia  de  los  triunfos 
de  su  ejército  en  aquellas  dos  memorables  jornadas,  causó  un 
júbilo  universal.  Mas  que  la  satisfacción  del  orgullo  militar 
de  la  república,  sé  veia  en  ellas  la  aproximación  del  término 
de  una  larga  guerra  que  habia  venido  a  distraer  al  país  de  los 
tranquilos  trabajos  de  la  paz  a  que  estaba  habituado.  No  se 
quería  creer  que  el  enemigo  llevase  su  insensatez  hasta  pro- 
longar por  mas  tiempo  una  lucha  estéril  en  que  no  habia  co- 
sechado mas  que  derrotas,  i  en  que  no  debia  recojer  en^ade- 
lante  mas  que  nuevos  i  mayores  desastres. 

Pero  la  opinión  pública  de  Chile  se  engañaba  cuando  creía 
que  la  razón  no  habia  abandonado  del  todo  a  los  aliados.  Un 
día,  el  29  de  junio,  el  telégrafo  de  Iquíque  comunicó  a  San^ 


CAMPANA  A  LIMA  275 


tiago  la  arrogante  proclama  de  Piérola  de  que  hemos  dado 
cuenta  mas  atrás.  Las  amenazas  del  dictador  del  Perú  pro- 
dujeron las  burlas  de  los  diarios  de  Chile;  pero  ellas  vinieron 
a  probar  que  no  era  llegado  aun  el  momento  de  la  cordura 
para  sus  enemigos,  i  que  era  indispensable  asestarlas  otro 
golpe  mas  duro  i  decisivo  todavía. 

¡A  Lima!  dijo  la  prensa  i  la  parte  mas  ardorosa  de  la  opinión 
del  pais.  Solo  en  Lima  obligaremos  a  nuestros  enemigos  a 
firmar  la  paz.  Otros  creyeron;  sin  embargo,  que  no  habría 
necesidad  de  imponer  al  pais  nuevos  sacrificios  de  dinero  i  de 
sangre,  i  que  la  paz  vendría  por  otros  caminos  menos  dispen- 
diosos; pero  nadie  dudó  del  resultado  feliz  que  debia  tener 
esa  operación  si  llegaba  a  acometerse. 

En  previsión  de  cualquiera  eventualidad,  el  gobierno  man- 
dó llenar  las  bajas  que  hablan  sufrido  los  cuerpos  del  ejército 
en  la  última  campaña,  movilizó  nuevos  cuerpos  de  guardia 
nacional,  i  renovó  sus  encargos  de  armas  i  de  material  de 
guerra  a  fin  de  estar  prevenido  para  todo  evento. 

Ocurrió  entonces  en  Chile  una  renovación  ministerial  que 
por  un  momento  pudo  hacer  creer  a  los  aliados  perú-bolivia- 
nos un  cambio  en  la  marcha  política  de  su  enemigo,  o  el  re- 
sultado de  algunas  dificultades  interiores.  No  había  nada  de 
esto,  sin  embargo,  El  ministerio  chileno,  incompleto  después 
del  repentino  fallecimiento  del  ministro  de  guerra  don  Ra- 
fael Sotomayor,  renunció  en  masa  a  los  pocos  días  de  las  vic- 
torias de  Tacna  i  de  Arica,  para  dej  ar  al  presidente  de  la  repú- 
blica en  libertad  de  organizar  su  consejo  de  gobierno  en  la 
forma  que  mas  le  conviniera.  Los  nuevos  ministros  que  llamó 
a  su  lado  el  presidente  Pinto,  estaban  animados  de  los  mis- 
mos propósitos  que  los  que  bajaban  del  poder,  i  obedecían  a 
un  programa  idéntico,  hacer  una  guerra  seria  a  los  enemigos 
de  su  patria  para  llegar  a  una  paz  honrosa  i  duradera. 


.*-^ 


CAPITULO  II 


El  proyecto  de  Confederación  Perú-Boliviana,  junio  1880 

El  Perú  solicita  en  vano  la  alianza  de  la  República  Arjentina.— Instruccio- 
nes dadas  al  ministro  plenipotenciario  del  Perú. — ^Mal  éxito  de  estas  ne- 
gociaciones.— La  legación  peruana  en  Buenos  Aires  contrae  sus  trabajos 
a  exitar  la  prensa  periódica  contra  Chile. — Buscando  amigos  contra  Chi- 
le, el  Perú  celebra  un  tratado  con  España. — Ineficacia  de  ese  tratado 
para  los  planes  del  Perú. — El  dictador  peruano  propone  entonces  el  pro- 
yecto de  Confederación  Perú-Boliviana. — Antecedentes  históricos  de 
esta  Confederación. — Aun  después  de  celebrado  el  pacto  de  alianza  secre- 
ta Bolivia  i  el  Perú  estuvieron  a  punto  de  declararse  la  guerra  en  1878. 
— El  jeneral  Daza  hace  proposiciones  a  Chile  en  1879  para  abandonar  la 
alianza. — Odios  recíprocos  de  peruanos  i  bolivianos  durante  la  guerra. — 
Bases  de  la  proyectada  confederación. — El  consejo  de  Estado  de  la  dic. 
tadura  peruana  aprueba  el  proyecto;  pero  la  opinión  pública  lo  recibe 
mal. — En  Bolivia  es  mal  recibido. — Fracaso  natural  del  proyecto. 

Desde  los  primeros  días  de  la  guerra,  las  repúblicas  coliga- 
das del  Perú  i  de  Bolivia  habian  buscado  por  todas  partes 
nuevos  aliados  que  arrastrar  a  sus  planes  contra  Chile.  He- 
mos dicho  en  otra  parte  que  apenas  iniciado  el  rompimiento, 
en  Bolivia  se  habia  propuesto  el  plan  de  ofrecer  a  la  Repúbli- 
ca Arjentina  tres  grados  del  territorio  chileno,  desde  el  para- 
lelo 24  hasta  el  27,  asegurándole  así  sesenta  leguas  de  Ktoral 


278  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


sobre  el  Pacífico,  en  el  caso  de  que  marchase  con  sus  ejércitos 
a  combatir  hasta  anonadar  a  los  chilenos  i.  Este  proyecto, 
dijimos  entonces,  ni  siquiera  alcanzó  a  ser  propuesto  en  de- 
bida forma. 

Pero  desde  que  el  Perú,  descubriendo  el  tratado  secreto 
que  los  ligaba  a  Bolivia,  tuvo  que  asumir  el  papel  de  belije- 
rante,  renovó  estos  esfuerzos  en  favor  de  nuevas  alianzas,  i 
despachó  misiones  diplomáticas  a  varios  Estados  americanos. 
Sus  mas  firmes  esperanzas  estaban  cifradas  en  la  República 
Arjentina,  que  desde  muchos  años  atrás  sostenía  con  Chile 
una  enojosa  cuestión  de  límites.  Los  estadistas  peruanos  es- 
taban convencidos  de  que  el  gobierno  arj entino  no  podía  de- 
jar de  aprovecharse  de  los  embarazos  de  Chile,  empeñado  en 
una  guerra  contra  dos  repúblicas  aliadas,  para  obligarlo  a 
aceptar  las  condiciones  que  se  quisiera  imponerle. 

Este  fué  el  objeto  de  una  misión  diplomática  que  el  Perú, 
gobernado  entonces  por  el  jeneral  Prado,  confió  a  don  Aníbal 
Víctor  de  la  Torre;  i  removido  éste  por  el  dictador  Piérola  a 
principios  de  1880,  fué  reemplazado  por  don  Evaristo  Gómez 
Sánchez.  Ambos  diplomáticos,  antiguos  ministros  de  Estado 
en  el  Perú,  llevaban  el  encargo  de  recabar  del  gobierno  de 
Buenos  Aires  que  sa  pusiera  en  armas  contra  Chile,  o  a  lo  me- 
nos que  simulase  una  actitud  hostil  que  pudiera  amedrentar 
a  este  país. 

Las  instrucciones  dadas  a  este  último  por  el  dictador  Pié- 
rola  con  fecha  de  enero  de  1881,  eran  del  carácter  mas  reser- 
vado; pero  ellas  cayeron  en  poder  de  los  soldados  de  Chile, 
fueron  publicadas,  i  nos  permiten  dar  alguna  luz  sobre  esta 
negociación.  Así,  pues,  comenzaremos  por  insertar  íntegros 
sus  principales  artículos.  Helos  aquí: 

«i.'^  Lo  primero  que  se  esforzará  en  conseguir  es  la  alianza 
de  la  República  Arjentina  en  la  actual  guerra  que  Bolivia  i 
el  Perú  sostienen  contra  Chile. 

«2.^  A  este  intento,  ofrecerá  a  dicha  república  el  decidido 
apoyo  del  Perú  en  las  cuestiones  de  límites  que  aquella  de- 


I.  Véase  mas  atrás,  part.  II,  cap.  V. 


CAMPAÑA  A  LIMA  279 


bate  con  Chile,  i  aun  jestionará  cerca  de  Bolivia  la  cesión  a 
la  República  Arjentina,  por  el  lado  del  desierto  de  Atacama, 
de  la  parte  del  territorio  que  el  jeneral  Melgarejo  cedió  a  Chile 
por  el  pacto  de  límites  de  1866. 

«3.a  Si  la  ahanza  pública  sufriese  objeciones  de  parte  del 
gobierno-  arj entino,-  propondrá  que  se  celebre  en  secreto,  mien- 
tras se  completan  los  preparativos  bélicos  que  se  están  ha- 
ciendo en  aquella  república  i,  si  ni  aun  esto  se  aceptase,  tra- 
tará de  obtener  al  menos  la  promesa  formal  de  ajustar  la  re- 
ferida alianza,  una  vez  que  los  mencionados  preparativos  se 
hallen  terminados. 

«9.'^  Encarecerá  a  nuestro  representante  en  el  Brasil,  la  ne- 
cesidad de  insistir,  ahora  mas  que  nunca,  en  el  mantenimien- 
to de  la  neutralidad  del  Imperio,  aun  en  el  caso  de  que  la 
República  Arjentina,  tome  parte  por  el  Perú  i  Bolivia,  en 
la  actual  contienda  con  Chile. 

«El  espíritu  de  las  presentes  instrucciones  es  que  se  adquie- 
ra, en  la  mayor  medida  posible  la  cooperación  política  i  social 
de  la  República  Arjentina,  sin  omitir  medio  ni  sacrificio  al- 
guno, con  tal  de  que  dicha  cooperación  sea  positiva  i  eficaz;  i 
que  se  proceda  en  este  gran  asunto  sin  tregua  i  con.  cuanta 
rapidez  lo  consienta  la  misma  naturaleza  de  las  cosas.» 

Llaman  la  atención  estas  instrucciones  tres  hechos  diferen- 
tes que  vamos  a  indicar:  i.^  La  ilusión  de  los  mandatarios  del 
Perú  de  creer  que  podían  hacer  servir  a  sus  planes  al  gobierno 
del  Brasil,  al  cual  se  le  quería  arrancar  una  declaración  de 
neutralidad  que  no  tenia  para  qué  hacer,  i  que  en  la  forma  en 
que  se  la  pedían  i  en  el  momento  en  que  debía  darla,  habría 
sido  un  estímulo  para  consolidar  una  nueva  alianza  contra 
Chile.  El  gobierno  serio  i  discreto  del  Brasil  se  abstuvo  hábil- 
mente, como  debía  esperarse,  de  comprometerse  en  los  planes 
i  confabulaciones  de  la  dictadura  peruana.  2P  El  Perú  no  es- 
carmentaba todavía  de  andar  estipulando  tratados  secretos, 
a  pesar  de  que  la  lección  que  estaba  recibiendo  por  haber 
celebrado  el  de  1873  debía  haberlo  corre j  ido  para  siempre  de 
esta  peligrosa  manía.  3.^  El  territorio  de  que  habla  el  artícu- 
lo 2P  lo  poseía  Chile  no  por  cesión  de  Melgarejo  ni  de  nadie. 


280  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


sino  por  derecho  propio,  indisputable  i  reconocido  en  todo 
tiempo  i  por  todos  los  tratados  i  por  todos  los  jeógrafos.  El 
Perú  i  Bolivia  habian  inventado  esta  forma  de  reivindicación 
para  justificar  el  proyecto  que  concibieron  desde  los  primeros 
dias  de  la  guerra,  como  ya  hemos  referido,  de  quitar  a  Chile 
tres  grados  de  su  territorio  para  dárselos  .a  la  República  Ar- 
j  entina  en  pago  de  la  cooperación  que  le  pedian  para  la  gue- 
rra en  que  se  habian  empeñado.  Conviene  advertir  que  este 
ofrecimiento  de  territorio  era  de  tal  manera  quimérico  que 
según  creemos,  ni  siquiera  fué  formalmente  propuesto  al  go- 
bierno arj entino,  que  en  todo  evento,  aun  cuando  hubiere 
aceptado  la  alianza,  lo  habría  mirado  con  desprecio. 

Hasta  ahora  no  se  conocen  todos  los  incidentes  de  esta  ne- 
gociación de  carácter  profundamente  reservado;  pero  desde 
que  los  archivos  del  ministerio  de  relaciones  esteriores  del 
Perú  han  caido  en  manos  del  ejército  de  Chile,  no  tardarán 
en  aparecer  las  mas  curiosas  revelaciones.  En  el  momento 
en  que  escribimos  se  sabe  con  toda  certidumbre  que  el  gobier- 
no arj  entino  no  quiso  tomar  parte  en  la  alianza  perú-bolivia- 
na, i  que  se  negó  a  representar  la  comedia  de  finjir  que  pen- 
saba ponerse  a  la  cabeza  de  un  movimiento  contra  Chile;  i  se 
conocen  las  apreciaciones  que  esta  conducta  prescindente  i 
honrada  mereció  a  la  diplomacia  peruana.  He  aquí  lo  que  a 
este  respecto  decia  Gómez  Sánchez  a  su  gobierno  en  nota  de 
12  de  noviembre  de  1880: 

«A  medida  que  avanzo  en  el  estudio  de  la  política  interna- 
cional arjentina,  veo  con  mas  i  mas  claridad,  no  solo  que  es 
egoista,  sino,  lo  que  es  peor  si  cabe,  que  carece  de  plan,  de 
previsión,  de  sagacidad  i  firmeza.  Su  egoismo  está  de  mani- 
fiesto en  la  conducta  que  observó  el  gobierno  Avellaneda  con 
el  Perú  i  Bolivia. 

«No  solo  no  dijo  a  Chile  una  sola  palabra  contra  la  conquis- 
ta, las  hostilidades  ilícitas,  las  crueldades  i  destrucciones  in- 
motivadas i  bárbaras,  pero  ni  siquiera  encontró  en  mas  de  un 
año  un  medio  de  conciliación  que  proponer  a  los  belijerantes, 
i  lejos  de  ello,  concibió  i  acarició  la  idea  de  sacar  partido  de 
su  exajerada  neutralidad  i  de  su  silencio  injustificable  para 


CAMPAÑA  A  LIMA  281 


conseguir  la  solución  ventajosa  de  las  cuestiones  de  limites 
que  tiene  pendiente  con  nuestro  enemigo. 

«La  falta  de  las  condiciones  que  caracterizan  una  hábil  po- 
lítica, se  ha  hecho  patente  en  todo  el  curso  de  las  negociacio- 
nes que  su  diplomacia  ha  sostenido  con  la  de  Chile  a  propósito 
de  esas  mismas  cuestiones,  durante  la  contienda  del  Pacífico. 

«El  gobierno  arj  entino  pudo  emplear  el  ardid  de  activar 
los  tratados  de  alianza  con  el  Perú  i  Bolivia,  o  el  de  hacer 
creer  a  Chile  que  iba  a  ponerse  a  la  cabeza  de  un  movimiento 
americano,  i  permaneció  inactivo  i  sin  dar  síntomas  de  que  se 
ocupaba  de  las  cuestiones  esteriores. 

«Tuvo  sobrado  tiempo  i  oportunidad  para  esplotar  la  si- 
tuación de  Chile  o  para  llevarle  la  guerra  por  honrosa  causa 
i  con  resultados  seguros  i  gloriosos,  i  dejó  pasar  los  días  i  des- 
preció las  ocasiones,  i  no  solo  el  honor  i  la  gloria,  sino  el  pro- 
vecho. 

«En  la  imposibilidad,  pues,  de  seguir  negociando,  me  he 
limitado  en  los  últimos  días  a  insistir  en  que  se  aumenten  las 
demostraciones  bélicas  que  pudiera  tomar  Chile  como  sínto- 
mas de  una  próxima  invasión  del  ejército  arjentino,  i  a  instar 
en  que  se  activen  los  aprestos  marítimos,  pues  he  podido 
apercibirme  de  que  el  estado  de  la  escuadra  llamada  a  defen- 
der el  Plata  deja  mucho  que  desear. 

«Lo  espuesto  en  este  oficio,  el  conocimiento  que  voi  adqui- 
riendo de  los  hombres  públicos  mas  eminentes,  i  aun  la  cir- 
cunstancia de  no  estar  terminados,  pero  ni  siquiera  bastan- 
temente adelantados  los  armamentos,  después  de  tan  largo 
período  de  preparativos,  todo  ello  apoya  los  recelos  i  temores 
que  abrigo  de  fracaso  en  mi  delicada  i  trascendental  misión». 

En  todo  el  curso  de  su  nota,  el  ministro  Gómez  Sánchez 
califica  de  bisónos  i  egoístas  a  los  estadistas  arjentinos,  sin 
pretender  siquiera  suavizar  sus  espresiones.  El  crimen  de  que 
los  acusa  es  simplemente  el  de  no  prestarse  a  servir  al  Perú 
en  la  realización  de  sus  planes,  i  el  de  no  cometer  una  desleal- 
tad internacional  aprovechando  la  situación  de  Chile  para 
arreglar  sus  cuestiones  de  límites. 

Desilusionado  en  sus  esperanzas  de  hacer  entrar  a  la  Re- 


280  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


sino  por  derecho  propio,  indisputable  i  reconocido  en  todo 
tiempo  i  por  todos  los  tratados  i  por  todos  los  jeógrafos.  El 
Perú  i  Bolivia  habian  inventado  esta  forma  de  reivindicación 
para  justificar  el  proyecto  que  concibieron  desde  los  primeros 
dias  de  la  guerra,  como  ya  hemos  referido,  de  quitar  a  Chile 
tres  grados  de  su  territorio  para  dárselos  .a  la  República  Ar- 
j entina  en  pago  de  la  cooperación  que  le  pedian  para  la  gue- 
rra en  que  se  habian  empeñado.  Conviene  advertir  que  este 
ofrecimiento  de  territorio  era  de  tal  manera  quimérico  que 
según  creemos,  ni  siquiera  fué  formalmente  propuesto  al  go- 
bierno arjentino,  que  en  todo  evento,  aun  cuando  hubiere 
aceptado  la  alianza,  lo  habria  mirado  con  desprecio. 

Hasta  ahora  no  se  conocen  todos  los  incidentes  de  esta  ne- 
gociación de  carácter  profundamente  reservado;  pero  desde 
que  los  archivos  del  ministerio  de  relaciones  esteriores  del 
Perú  han  caido  en  manos  del  ejército  de  Chile,  no  tardarán 
en  aparecer  las  mas  curiosas  revelaciones.  En  el  momento 
en  que  escribimos  se  sabe  con  toda  certidumbre  que  el  gobier- 
no arjentino  no  quiso  tomar  parte  en  la  alianza  perú-bolivia- 
na, i  que  se  negó  a  representar  la  comedia  de  finjir  que  pen- 
saba ponerse  a  la  cabeza  de  un  movimiento  contra  Chile;  i  se 
conocen  las  apreciaciones  que  esta  conducta  prescindente  i 
honrada  mereció  a  la  diplomacia  peruana.  He  aquí  lo  que  a 
este  respecto  decia  Gómez  Sánchez  a  su  gobierno  en  nota  de 
12  de  noviembre  de  1880: 

«A  medida  que  avanzo  en  el  estudio  de  la  política  interna- 
cional arj entina,  veo  con  mas  i  mas  claridad,  no  solo  que  es 
egoísta,  sino,  lo  que  es  peor  si  cabe,  que  carece  de  plan,  de 
previsión,  de  sagacidad  i  firmeza.  Su  egoísmo  está  de  mani- 
fiesto en  la  conducta  que  observó  el  gobierno  Avellaneda  con 
el  Perú  i  Bolivia. 

«No  solo  no  dijo  a  Chile  una  sola  palabra  contra  la  conquis- 
ta, las  hostilidades  ilícitas,  las  crueldades  i  destrucciones  in- 
motivadas i  bárbaras,  pero  ni  siquiera  encontró  en  mas  de  un 
año  un  medio  de  conciliación  que  proponer  a  los  belij erantes, 
i  lejos  de  ello,  concibió  i  acarició  la  idea  de  sacar  partido  de 
su  exaj erada  neutralidad  i  de  su  silencio  injustificable  para 


CAMPAÑA  A  LIMA  281 


conseguir  la  solución  ventajosa  de  las  cuestiones  de  limites 
que  tiene  pendiente  con  nuestro  enemigo. 

«La  falta  de  las  condiciones  que  caracterizan  una  hábil  po- 
lítica, se  ha  hecho  patente  en  todo  el  curso  de  las  negociacio- 
nes que  su  diplomacia  ha  sostenido  con  la  de  Chile  a  propósito 
de  esas  mismas  cuestiones,  durante  la  contienda  del  Pacífico. 

«El  gobierno  arj entino  pudo  emplear  el  ardid  de  activar 
los  tratados  de  alianza  con  el  Perú  i  Bolivia,  o  el  de  hacer 
creer  a  Chile  que  iba  a  ponerse  a  la  cabeza  de  un  movimiento 
americano,  i  permaneció  inactivo  i  sin  dar  síntomas  de  que  se 
ocupaba  de  las  cuestiones  esteriores. 

«Tuvo  sobrado  tiempo  i  oportunidad  para  esplotar  la  si- 
tuación de  Chile  o  para  llevarle  la  guerra  por  honrosa  causa 
i  con  resultados  seguros  i  gloriosos,  i  dejó  pasar  los  días  i  des- 
preció las  ocasiones,  i  no  solo  el  honor  i  la  gloria,  sino  el  pro- 
vecho. 

«En  la  imposibilidad,  pues,  de  seguir  negociando,  me  he 
limitado  en  los  últimos  días  a  insistir  en  que  se  aumenten  las 
demostraciones  bélicas  que  pudiera  tomar  Chile  como  sínto- 
mas de  una  próxima  invasión  del  ejército  arjentino,  i  a  instar 
en  que  se  activen  los  aprestos  marítimos,  pues  he  podido 
apercibirme  de  que  el  estado  de  la  escuadra  llamada  a  defen- 
der el  Plata  deja  mucho  que  desear. 

«Lo  espuesto  en  este  oficio,  el  conocimiento  que  voi  adqui- 
riendo de  los  hombres  públicos  mas  eminentes,  i  aun  la  cir- 
cunstancia de  no  estar  terminados,  pero  ni  siquiera  bastan- 
temente adelantados  los  armamentos,  después  de  tan  largo 
periodo  de  preparativos,  todo  ello  apoya  los  recelos  i  temores 
que  abrigo  de  fracaso  en  mi  dehcada  i  trascendental  misión». 

En  todo  el  curso  de  su  nota,  el  ministro  Gómez  Sánchez 
califica  de  bisónos  i  egoístas  a  los  estadistas  arjentinos,  sin 
pretender  siquiera  suavizar  sus  espresiones.  El  crimen  de  que 
los  acusa  es  simplemente  el  de  no  prestarse  a  servir  al  Perú 
en  la  realización  de  sus  planes,  i  el  de  no  cometer  una  desleal- 
tad internacional  aprovechando  la  situación  de  Chile  para 
arreglar  sus  cuestiones  de  límites. 

Desilusionado  en  sus  esperanzas  de  hacer  entrar  a  la  Re- 


282  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


pública  Arj entina  en  la  coalición  contra  Chile,  convencido  de 
que  el  gobierno  de  este  pais  no  se  prestaba  siquiera  a  aparen- 
tar una  actitud  belicosa  que  no  queria  asumir,  Gómez  Sán- 
chez se  limitó  a  continuar  en  la  misma  línea  de  conducta  que 
se  habia  trazado  su  antecesor.  Consistia  ésta  en  hacer  publi- 
car en  algunos  diarios  los  artículos  i  las  noticias  que  se  escri- 
bían i  arreglaban  en  la  legación  del  Perú,  para  que  el  tono 
amenazador  de  esos  escritos,  ya  que  no  la  actitud  del  gobier- 
no arj  entino,  amedrentase  a  Chile.  Pero,  la  publicación  de 
esos  artículos,  tanto  en  ese  pais  como  en  los  otros  en  que  ha- 
bia aj entes  del  Perú,  costaba  tanto  mas  caro  cuanto  mas 
conminatorios  eran;  i  llegó  dia  en  que  faltó  el  dinero  para 
mantener  esta  guerra.  «Como  el  tiempo  viene  cada  dia  mas 
estrecho  para  nosotros,  decía  tristemente  con  este  motivo 
Gómez  Sánchez  en  una  de  sus  notas,  me  desespera  el  no  tener 
en  mis  manos  los  recursos  de  que  he  menester»  2. 


2.  Estas  premiosas  exijencias  de  dinero  para  subvencionar  la  prensa,  para 
pagar  banquetes  i  para  otros  objetos  tan  inútiles  o  superfinos  como  éstos, 
es  el  tema  obligado  de  una  gran  parte  de  la  correspondencia  oficial  que  la 
legación  peruana  en  Buenos  Aires  dirijia  a  su  gobierno.  Se  nos  permitirá 
trascribir  un  pasaje  de  otra  nota  de  Gómez  Sánchez  en  que  recaba  de  su  go- 
bierno que  se  provea  a  la  legación  <<de  un  fondo  para  gastos  de  imprenta» 
para  cubrirlos  compromisos  que  tiene  contraidos  i  para  llevar  al  Brasil  su 
propaganda  contra  Chile.  Dice  así: 

«En  esta  capital,  donde  hai  numerosos  diarios,  aunque  algunos  de  ellos 
defiendan  ya  con  entusiasmo  nuestros  intereses,  hai  otros,  por  cierto  de  mu- 
cha circulación  i  crédito,  que  los  dañan  con  una  propaganda  tan  perseve- 
rante contra  la  intervención  de  esta  república  en  los  asuntos  del  Pacífico, 
que  se  hace  indispensable  combatirlos,  momento  a  momento,  no  solo  en  un 
diario  enteramente  nuestro,  sino  en  otros  que  hasta  hoi  permanecen  indife- 
rentes o  neutrales. 

«Para  que  V.  S.  se  penetre  de  mi  situación  a  este  respecto,  debo  agregar, 
que  en  muchas  ocasiones  no  he  podido  conseguir  que  se  publiquen  aquí  los 
escritos  que  para  combatir  aquella  propaganda  nociva  se  han  redactado  en 
la  legación,  teniendo  que  mandarlos  a  Montevideo,  o  que  pasar  por  el  senti- 
miento de  que  quedasen  inéditos. 

«Importada  mucho  que  en  el  Brasil,  especialmente  en  Rio  de  Janeiro,  se 
ajitasela  prensa,  pues  en  su  totalidad  permanece  muda  respecto  de  nuestros 
asuntos.  En  aquel  pais  tan  importante,  i  en  el  cual  busca  éste  ayuda  en  el 
presente  i  para  las  eventualidades  del  porvenir,  la  prensa,  i  consiguiente- 
mente la  opinión  ha  manifestado  antes  de  ahora  simpatías  por  Chile,  i  por 
tanto,  interesa,  hoi  mas  que  antes,  trabajar  mucho    para  atraernos  aquel 


CAMPANA  A  LIMA  283 


Hasta  ahora  no  se  conocen  con  certidumbre  las  exijencias 
que  la  diplomacia  peruana  llevó  a  otros  pueblos  americanos; 
i  si  desde  entonces  quiso  también  que  otros  gobiernos  hicie- 
ran lo  que  pedia  al  gobierno  arj entino,  esto  es  la  adhesión 
franca  i  resuelta  a  la  alianza  perú-boliviana,  o  a  lo  menos  una 
manifestación  oficial  de  tal  naturaleza  que  bastase  para  inti- 
midar a  Chile.  Si  estos  fueron  sus  propósitos,  los  resultados 
de  sus  trabajos  no  correspondieron  a  sus  deseos.  En  cambio, 
los  aj entes  del  Perú  consiguieron,  mediante  fuertes  desem- 
bolsos de  dinero,  subvencionar  muchos  diarios  en  varias  ciu- 
dades, publicar  las  noticias  de  triunfos  que  no  hablan  existi- 
do jamas,  i  aparentar  en  casi  toda  la  América  una  opinión 
decididamente  hostil  a  Chile. 

Pero  el  Perú,  en  los  primeros  meses  de  la  guerra,  llegó  a 
lisonjearse  con  la  esperanza  de  hallar  aliados  en  Europa.  A 
consecuencia  déla  guerra  de  1865-1866,  las  cuatro  repúblicas 
riberanas  del  Pacífico  del  sur,  se  hallaban  en  estado  de  entre- 
dicho con  la  España.  En  1871,  los  representantes  de  Bolivia, 
de  Chile,  del  Ecuador  i  del  Perú,  celebraron  en  Washington 
con  el  representante  de  España  un  pacto  de  tregua  indefinida. 
Las  cuatro  repúblicas  americanas  estaban  acordes  en  creer 
que  solo  de  común  acuerdo  podian  reanudar  sus  relaciones 
con  España. 

El  Perú,  sin  embargo,  creyó  que  el  estado  de  guerra  con 

elemento,  que  nos  daria  el  de  la  opinión;  i,  con  el  apoyo  de  ésta,  la  decidida 
cooperación  del  gobierno  imperial. 

«Ruego  pues  a  V.  S.  se  digne  tomar  en  consideración  este  asunto,  i  remover 
los  obstáculos  con  que  en  esta  parte,  tropieza  mi  misión.» 

Los  obstáculos  con  que  tropezaba  la  misión  de  Gómez  Sánchez,  provie- 
nen, como  lo  dice  en  ésta  i  en  otras  notas,  de  la  falta  de  fondos  para  subven- 
cionar la  prensa.  Parece,  sin  embargo,  que  el  gobierno  del  Perú,  cuyos  apu- 
ros financieros  eran  cada  dia  mayores,  no  se  dio  mucha  prisa  para  remitir 
los  fondos  que  se  le  pedian.  Así  se  ve  que  en  diciembre  de  1880,  Gómez  Sán- 
chez repetia  que  se  hallaba  acosado  por  el  director  de  un  periódico  a  quien 
se  le  tenia  insoluta  una  deuda  que  databa  de  mediados  de  1879. 

No  sabemos  si  la  diplomacia  peruana  intentó  efectivamente  subvencionar 
algún  diario  en  el  Brasil  para  llevar  adelante  su  propaganda  contra  Chile; 
pero  si  lo  hizo,  sus  proposiciones  fueron  desatendidas.  La  prensa  brasilera 
fué  jeneralmente  reservada  en  éstas  materias  i  cuando  llegó  a  espresar  sus 
simpatías,  éstas  fueron  siempre  francas  i  esplícitas  en  favor  de  Chile. 


286  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


de  Madrid,  en  que  esa  declaración  estaba  consignada  con  la 
mas  resuelta  franqueza.  En  cumplimiento  de  esta  promesa, 
el  gobierno  español  impidió  poco  mas  tarde  la  salida  de  Bar- 
celona de  un  buque  cargado  de  armas  para  los  enemigos  de 
Chile.  Las  esperanzas  que  el  Perú  habia  concebido  en  sus  ne- 
gociaciones con  España,  quedaron  así  frustradas. 

Dolorosamente  desengañado  en  sus  esperanzas  de  hallar 
aliados  en  América  o  en  Europa,  el  gobierno  peruano  tuvo 
que  reconcentrar  su  acción  a  los  únicos  elementos  que  podian 
suministrar  los  dos  países  que  mantenían  la  guerra  contra 
Chile.  Pero  el  dictador  del  Perú  creyó  que  era  posible  alarmar 
profundamente  a  su  victorioso  enemigo  i  despertar  la  admi- 
ración de  la  América  entera  con  uña  creación  altamente  pres- 
tijiosa.  Con  este  objeto,  proclamó  la  Confederación  Perú-Boli- 
viana, que  según  los  documentos  públicos  de  esa  época,  estaba 
destinada  a  constituir  el  estado  mas  fuerte  i  poderoso  del  Pa- 
cífico. 

Permítasenos,  antes  de  pasar  adelante,  abandonar  por  un 
momento  nuestro  plan  de  evitar  en  estas  pajinas  las  digresio- 
nes de  cualquiera  naturaleza  que  puedan  interrumpir  la  ila- 
ción de  la  crónica  de  la  guerra  que  contamos.  Nos  vemos 
obligados  a  agrupar  aquí  ciertos  antecedentes  que  son  indis- 
pensables para  comprender  bien  los  hechos  que  vamos  a  re- 
ferir en  este  capítulo. 

El  territorio  que  en  nuestro  siglo  ha  constituido  la  repú- 
blica de  Bolívia,  formaba  parte  casi  en  su  totalidad  del  virrei- 
nato de  Buenos  Aires  al  terminarse  la  dominación  española. 
Aunque  era  conocido  con  el  nombre  de  Alto  Perú,  entre  él  i 
el  Bajo  Perú,  a  pesar  de  la  antigua  mancomunidad  o  aproxi- 
mación de  las  razas  índíjenas,  los  quichuas  i  los  aimaraes,  no 
habia  ningún  vínculo  de  unión.  Lejos  de  contribuir  a  unificar 
a  los  dos  pueblos,  la  guerra  de  la  independencia  vino  a  sepa- 
rarlos mas  i  mas.  Los  habitantes  del  Alto  Perú  lanzaron  el 
grito  revolucionario  en  1809  i  sostuvieron  una  lucha  de  quin- 
ce años.  Los  del  Bajo  Perú,  por  el  contrario,  quedaron  fieles 
por  largo  tiempo  al  reí  de  España,  se  enrolaron  en  los  ejérci- 
tos que  organizaba  el  virrei  de  Lima,  e  hicieron  a  sus  vecinos 


CAMPAÑA  A  LIMA  287 


una  guerra  implacable  que  enjendró  en  ambos  pueblos  una 
profunda  i  recíproca  odiosidad. 

Cuando  el  ejército  colombiano  consumó  la  independencia 
de  estos  paises  en  la  memorable  jornada  de  Ayacucho,  Bolí- 
var tuvo  el  pensamiento  de  formar  con  ambos  un  solo  Estado. 
Los  habitantes  del  Alto  Perú,  sin  embargo,  temiendo  este 
resultado,  se  adelantaron  al  libertador,  i  frustraron,  sus  pla- 
nes con  tanta  decisión  como  habilidad.  Una  asamblea  nacio- 
nal reunida  en  Chuquisaca,  declaró  por  unanimidad  la  inde- 
pendencia i  soberanía  del  Alto  Perú  bajo  la  forma  republicana 
el  6  de  agosto  de  1825,  i  dio  al  nuevo  Estado  el  nombre  de 
Bolívar.  El  libertador  no  se  dio  por  vencido  con  este  respe- 
tuoso rechazo  de  sus  planes.  Se  presentó  en  persona  en  el  Alto 
Perú,  recorrió  algunas  de  sus  provincias,  fué  recibido  en  todas 
partes  con  las  demostraciones  mas  entusiastas  de  admiración 
i  de  aplauso,  pero  le  fué  forzoso  convencerse  de  que  era  impo- 
sible la  unión  de  los  dos  pueblos  en  un  solo  estado.  Su  espada 
victoriosa  fijó  los  límites  de  las  dos  repúblicas,  i  les  dio  sus 
primeras  instituciones  republicanas. 

Bolivia  i  el  Perú  siguieron  cada  una  por  su  lado  la  vida 
tormentosa  de  casi  todas  las  repúblicas  hispano-americanas. 
Una  serie  no  interrumpida  dé  sangrientas  revoluciones  i  de 
escandalosos  motines  de  cuartel  que  derrocaron  del  poder  a 
los  mas  ihistres  de  sus  mandatarios,  a  Sucre  en  Bolivia  i  a  La 
Mar  en  el  Perú,  iniciaron  esa  cadena  de  borrascosos  desórdenes 
que  aun  no  ha  llegado  a  su  término.  Bolivia  alcanzó  antes  que 
su  vecina  un  período  de  tranquilidad  relativa  bajo  el  gobierno 
del  jeneral  Santa  Cruz  que  se  empeñó  en  organizar  una  admi- 
nistración estable,  i  que  realizó  en  parte  sus  propósitos.  Pero 
los  motines  i  revueltas  del  Perú  iban  a  despertar  la  ambición 
de  ese  caudillo  i  a  precipitarlo  en  una  carrera  de  ruidosas 
aventuras  en  que  debía  encontrar  la  tumba  de  su  poder  i  de 
su  prestí]  io. 

Llamado  al  Perú  en  1835  V^^  ^^^  ^^  Í^s  partidos  políticos 
que  se  disputaban  el  mando  de  este  país,  Santa  Cruz  se  pone 
a  la  cabeza  de  su  ejército,  obtiene  dos  victorias  decisivas  que 
empaña  con  injustificables  fusilamientos,  i  sobre  los  cadáve- 


2S8  GUERRA  DEL  PACIFICO 


Tes  de  sus  rivales  funda  la  Confederación  Perú-Boliviana  (28 
de  octubre  de  1836).  La  presidencia  de  ella  quedó  en  manos 
de  Santa  Cruz  con  el  título  de  protector. 

Chile  se  llenó  de  emigrados  peruanos.  Antiguos  presidentes 
de  la  república,  ministros,  jenerales  i  coroneles  llegaban  a  pe- 
dir al  gobierno  chileno  que  los  ausiliase  para  derrocar  un  po- 
der que 'avasallaba  i  que  ultrajaba  al  Perú.  En  esos  momen- 
tos, la  república  chilena  se  ocupaba  en  afianzar  la  paz  interior, 
en  reformar  sus  instituciones,  en  abrir  caminos  i  en  crear  es- 
cuelas; i  por  nada  habria  querido  embarcarse  en  la  empresa 
de  una  guerra  esterior  por  el  solo  gusto  de  mezclarse  en  las 
cuestiones  domésticas  de  sus  vecinos  i  por  complacer  a  los 
emigrados  peruanos.  Pero  el  protector  de  la  Confederación 
Perú-Boliviana  cometió  la  imprudencia  de  provocar  a  Chile. 
Sus  medidas  financieras  tenian  por  principal  objeto  el  hosti- 
lizar el  comercio  chileno.  Pensando  hacer  el  mismo  juego  que 
habia  jugado  con  el  Perú,  pretendió  fomentar  revoluciones 
mihtares  en  esta  otra  República.  Descubierta  la  trama,  Chile 
salió  de  su  calma  habitual,  armó  tropas;  i  después  de  una 
corta  i  brillante  campaña,  destruyó  para  siempre  la  Confede- 
ración perú-boliviana  en  los  campos  de  Yungai,  el  20  de  enero 
de  1839. 

El  tiempo  vino  a  demostrar  en  breve  que  Chile  no  habia 
hecho  mas  que  anticipar  uno  o  dos  años  una  catástrofe  fatal- 
mente inevitable.  «La  Confederación,  dice  un  distinguido  his- 
toriador, no  era  mas  que  un  edificio  sin  base,  una  bella  deco- 
ración de  teatro  adaptada  a  un  drama  que  debia  terminar 
pronto,  puesto  que  ni  los  pueblos,  ni  los  hombres  que  figura- 
ban en  la  escena,  contaban  con  los  antecedentes  i  elementos 
necesarios  para  dar  consistencia  i  vida  histórica  a  ese  drama»  *. 

En  efecto,  en  los  momentos  mismos  en  que  Chile  destruia  el 
ejército  de  Santa  Cruz,  en  el  Perú  i  en  Bolivia  asomaba  la  re- 
volución que  habria  puesto  término  a  la  confederación  aun 
en  el  caso  de  una  victoria  sobre  las  armas  chilenas.  Cuarenta 
años  trascurrieron  sin  que  nadie,  aun  en  la  vorájine  revolu- 


4.  SoTOMAYOR  Valdes,  Estudio  histórico  sobre  Bolivia,  páj.  J2. 


CAMPAÑA  A  LIMA  289 


cionaria  en  que  se  han  ensayado  tantas  constituciones,,  pre- 
tendiera hacer  revivir,  i  ni  siquiera  defender  aquel  réjimen 
detestado.  La  Confederación,  que  ni  siquiera  alcanzó  a  cimen- 
tarse medianamente,  no  habia  dejado  mas  que  recuerdos 
odiosos  i  sangrientos  en  el  Perú  i  en  Bolivia. 

Las  mutuas  rivalidades  de  esos  dos  pueblos  se  reagravaron 
mucho  mas  después  de  aquellos  sucesos.  En  medio  de  las  gue- 
rras civiles  que  ha  sido  la  enfermedad  crónica  de  ambos,  Bo- 
livia i  el  Perú  se  dieron  tiempo  para  tenderse  mutuamente 
asechanzas  i  celadas,  i  para  hacerse  la  guerra  cada  vez  que 
han  tenido  pretestos  o  medios  para  ello,  como  sucedió  dos 
años  después,  en  1841,  cuando  el  Perú  sufrió  una  de  las  mas 
grandes  derrotas  que  recuerde  su  historia;  i  como  estuvo  a 
punto  de  suceder  en  1860,  cuando  ambos  pueblos  se  prepa- 
raban de  nuevo  para  recomenzar  la  lucha  i  crearon  un  estado 
tirante  de  suspensión  de  relaciones  que  duró  tres  largos  años. 

No  se  crea  que  esta  actitud  de  resistencias  i  de  odios  recí- 
procos entre  el  Perú  i  Bolivia  habia  desaparecido  con  la  cele- 
bración del  tratado  secreto  de  1873,  que  constituyó  la  alianza 
de  ambos  pueblos  contra  Chile.  Hubo  un  momento  en  1878 
en  que  la  guerra  pareció  inevitable  entre  ellos.  La  mayor  par- 
te del  comercio  esterior  de  Bolivia  se  hacia  por  el  puerto  pe- 
ruano de  Arica.  El  gobierno  del  Perú  percibia  allí  los  derechos 
de  aduana,  i  daba  anualmente  a  su  aliada  una  cantidad  que 
ésta  creia  inferior  a  lo  que  a  su  juicio  le  correspondía.  En  el 
año  que  dejamos  indicado,  el  gobierno  del  jeneral  Daza  en- 
tabló sobre  este  motivo  tan  premiosas  reclamaciones  para 
modificar  aquel  estado  de  cosas,  que  en  uno  i  otro  país,  se 
hablaba  seriamente  de  un  próximo  rompimiento.  El  Perú, 
sin  embargo,  cedió  a  las  exij encías  de  Bolivia,  i  se  restablecie- 
ron las  buenas  relaciones.  Ambos  países  contrajeron  entonces 
sus  maquinaciones  para  dañar  a  Chile  en  virtud  del  pacto  se- 
creto de  1873. 

Aun  después  de  perfeccionada  la  alianza  con  la  declaración 
de  guerra  a  Chile,  los  gobiernos  i  los  pueblos  del  Perú  i  de  Bo- 
livia, en  medio  de  las  manifestaciones  de  una  fin j ida  frater- 
nidad, seguían  detestándose  tan  cordíalmente  como  antes. 

TOMO  XVI. — 19 


290  GUERRA  DEL    PACÍFICO 


Relaciones  recientes  hechas  por  los  mismos  ajentes  que  el 
presidente  de  Bolivia  empleó  en  estas  negociaciones,  han 
probado  hasta  qué  punto  eran  débiles  los  vínculos  de  unión 
entre  esos  pueblos.  En  mayo  de  1879,  ese  presidente,  jeneral 
don  Hilarión  Daza,  enviaba  a  Chile  un  ájente  confidencial 
que  ofreciera  a  su  nombre  que  Bólivia  abandonaría  a  su  alia- 
do, i  aun  que  volvería  sus  armas  contra  éste,  si  el  gobierno 
chileno  aceptaba  el  plan  siguiente.  Bolivia  tomaría  posesión 
definitiva  de  las  provincias  peruanas  de  Tacna  i  Arica.  Chile 
conservaría  como  territorio  suyo  indisputable  hasta  el  para- 
lelo 23  de  latitud  sur.  La  escuadra  peruana  seria  distribuida 
entre  Chile  i  Bolivia,  reservándose  para  ésta  a  lo  menos  dos 
naves  de  guerra.  Chile  daría  una  cantidad  de  dinero,  sin  es- 
presarse su  monto,  i  sin  indicarse  si  esa  suma  era  para  el  te- 
soro boliviano,  o  un  simple  premio  personal  para  el  presidente 
Daza.  El  ájente  confidencial  tenia  el  encargo  de  no  dejar  nada 
por  escrito  hasta  que  estuviesen  convenidas  i  aprobadas  to- 
das las  bases  de  la  convención.  El  gobierno  de  Chile  cometió 
el  grave  error  de  entrar  en  tales  negociaciones,  que  bajo  todos 
aspectos  eran  perjudiciales  para  él. 

Ocurría  esto  en  el  mes  de  junio  de  1879.  Daza,  visto  el  es- 
tado de  la  guerra,  i  la  ineficacia  de  la  escuadra  chilena  para 
dar  caza  al  Huáscar,  creyó  que  Chile  estaba  definitivamente 
perdido  i  que  iba  a  sucumbir  en  la  lucha.  Prefirió,  entonces, 
romper  las  negociaciones,  i  comunicarlas  al  Perú  presentán- 
dose ante  este  pais  como  su  mas  decidido  amigo,  que  recha- 
zaba indignado  las  proposiciones  del  enemigo  ^.  La  diploma- 
cia peruana  no  creyó  talvez  en  la  sinceridad  de  su  aliado,  pero 
se  apresuró-  a  dar  una  ostentosa  publicidad  a  la  negociación, 
presentándola  como  una  perfidia  de  Chile,  i  como  un  rechazo 
de  sus  pretensiones  ejecutado  por  la  lealtad  caballeresca  e  in- 
contrastable del  presidente  Daza. 


5.  Véanse  sobre  este  particular  las  revelaciones  i  documentos  publicados, 
en  Bolivia  a  principios  de  1881  por  don  Gabriel  René-Moreno.  No  teniendo 
a  la  vista  el  folleto  que  los  contiene,  he  estado  reducido  a  tomar  estas  noti- 
cias, de  los  diarios  de  Chile  que  lo  reprodujeron.  Pueden  hallarse  en  £/ 
Ferrocarril  de  Santiago,  de  27  de  febrero  de  188 1. 


CAMPANA  A  LIMA  291 


En  el  curso  de  la  guerra,  i  a  pesar  de  las  manifestaciones 
ardorosas  de  la  prensa  i  de  algunos  de  los  documentos  oficia- 
les de  los  dos  pueblos,  esos  débiles  vínculos  de  unión  se  rela- 
jaron mucho  mas.  Peruanos  i  bolivianos  se  reprochaban  re- 
cíprocamente todos  los  desastres  que  sufrían.  En  los  partes 
délos  jefes,  estas  inculpaciones  estaban  mas  o  menos  veladas, 
pero  en  los  escritos  de  la  prensa,  la  rivalidad  i  el  odio  se  deja- 
ban ver  a  cada  paso;  i  en  la  correspondencia  confidencial  de 
los  jenerales,  de  los  prefectos  i  de  los  mas  caracterizados  per- 
sonajes, se  daba  rienda  suelta  a  estas  pasiones  ^. 


6.  La  publicación  de  los  documentos  tomados  por  los  chilenos  después  de 
sus  victorias,  ha  de  hacer  las  mas  curiosas  e  importantes  revelaciones.  Creo 
que  el  documento  que  publicamos  a  continuación  dará  bastante  luz  sobre 
el  particular. 

(reservada) 

Tarata,  29  de  mayo  de  1880. 

«Señor  don  Nicolás  de  Piérola. 

«Mi  mui  distinguido  amigo: 

«Oficialmente  como  prefecto  doi  al  gobierno  parte  del  desgraciado  acon- 
tecimiento del  26.  Como  comandante  de  una  división,  lo  he  pasado  al  jene- 
ral  en  jefe  del  ejército  por  el  conducto  regular,  i  lo  mando  para  que  sea  pu- 
blicado. 

«Haré  a  usted  en  ésta  mis  especiales  apreciaciones  e  indicaciones. 

«El  número  de  nuestras  fuerzas  efectivas  que  entraron  en  batalla,  ha  sido 
según  el  parte  del  dia  anterior,  5000  hombres,  i  el  de  los  bolivianos  no  llega- 
ba a  4000. 

«Las  fuerzas  enemigas  según  todos  los  datos  recojidos  de  prisioneros  i 
cálculos  de  los  intelijentes,  fluctuaba  de  i8  a  20,000  hombres.  Así  es  que  nos 
formaron  con  su  primera  línea  un  arco  que  excedía  a  nuestro  frente.  Solo 
éste  entró  en  combate;  i  las  masas  de  sus  tropas,  su  numerosa  artillería  i  sus 
formidables  ametralladoras,  nos  destrozaron  sin  hacer  uso  de  su  reserva, 
o  «El  número,  pues,  ha  sido  la  primera  causa  de  nuestros  contrastes.  Pero 
no  lo  ha  sido  menos  la  mala  dirección  dada  por  Campero,  la  falta  de  plan,  o 
mas  bien  dicho,  la  no  ejecución  del  plan  acordado  anticipadamente. 

«En  el  campo  han  peleado  nuestras  fuerzas  con  valor  heroico;  pero  los 
cuerpos  bolivianos  se  dispersaron  antes  de  los  diez  minutos,  de  una  manera 
incontenible:  yo  los  he  hecho  lancear  i  he  tratado  de  contenerlos  a  riendazos 
i  con  revólver  en  mano;  era  iniposible,  nos  hacían  fuego.  A  un  mayor  boli- 
viano llamado'^Marcial  después  de  abofetearlo,  para  hacerlo  regresar  al  com- 
bate, se  arrodilló  suplicándome  que  no  lo  obligara,  ni  lo  matara;  le  hice  arran- 


292  GUERRA   DEL   PACÍFICO 

En  los  momentos  en  que  estos  odios  eran  mas  profundos,  en 
que  en  todo  el  Perú  se  acusaba  a  los  bolivianos  de  ser  los  cau- 
santes del  desastre  de  Tacna,  i  en  que  los  mismos  bolivianos 
se  retiraban  al  otro  lado  de  sus  montañas  para  no  volver  a 
aparecer  en  la  guerra,  el  dictador  Piérola  concibió  el  pensa- 


car  las  presillas  que  conservo  en  mi  poder  i  lo  boté  conteniendo  a  los  que  me 
rodeaban  de  que  lo  mataran. 

«El  estupendo  número  de  jefes  muertos  i  heridos  i  el  de  oficiales  peruanos, 
con  el  de  bolivianos  que  casi  está  reducido  al  jeneral  Pérez  muerto,  i  Cama- 
cho  mui  mal  herido,  es  el  mejor  argumento. 

«Pero  hai  algo  mucho  mas  grave.  Cuatro  dias  antes  del  combate,  practicó 
el  enemigo  un  reconocimiento  bastante  atrevido  i  desde  ese  dia  mandó  el 
jeneral  Campero  llevar  su  equipaje  i  algunos  víveres  a  Palca.  El  dia  del  com- 
bate, él  i  los  suyos,  la  primera  orden  que  dieron  fué  poner  a  salvo  sus  carpas 
i  equipajes  i  hacerlos  conducir  en  esa  dirección.  Terminado  el  combate,  ha 
abandonado  el  campo  antes  que  yo  i  muchos  otros;  i  cuando  llegué  a  la  po- 
blación, todo  su  empeño  era  salir  en  esa  dirección.  Designó  primero  el  alto 
de  Lima,  luego  PocoUay,  cuando  estuvieron  allí,  Pachía,  i  al  llegar  a  este 
punto,  me  manifestó  su  resolución  de  irse  a  Bolivia  por  Palca;  entonces  me 
separé  de  él  i  seguí  mi  camino,  con  la  fuerza  que  llevaba,  para  Tarata. 

«Dos  jefes  lo  acompañaron:  hoi  han  regresado  de  Palca  i  ambos  me  afir- 
man que  cuando  llegó  Campero,  lo  esperaban  sus  mozos  con  un  magnífico 
equipaje  i  buenas  provisiones. 

«Las  tropas  bolivianas  han  hecho  un  saqueo  devastador  por  donde  han 
pasado,  se  han  llevado  brigadas  enteras,  cargadas  con  cuanto  encontraban, 
i  hacían  fuego  a  los  que  se  defendían.  La  segunda  edición  de  ÍSan  Francisco, 
correjida  i  aumentada. 

«La  opinión  unánime  en  el  ejército  i  la  mía,  i  la  de  todos,  es  no  volver  a 
pelear  mas  juntos  con  los  bolivianos. 

«Esta  causa  i  la  falta  de  disposiciones  militares,  i  la  de  recursos,  que  es 
absoluta,  ha  hecho  que  no  se  reúna  el  ejército  derrotado,  i  dificulto  todavía 
que  no  sea  gran  cosa. 

«En  cuanto  a  mí,  yo  estaré  en  el  territorio  de  mi  jurisdicción  hasta  que  me 
sea  posible,  i  en  último  caso  me  retiraré  por  Puno. 

«Se  ha  perdido  la  mayor  parte  del  armamento,  casi  toda  la  artillería  i  mu- 
niciones, i  la  desmoralización  de  la  oficialidad  i  tropa  es  incalculable. 

«Deseo  que  por  allá  las  cosas  marchen  en  otra  forma  i  que  sus  resultados 
correspondan  a  los  esfuerzos  de  usted. 

«Mis  recuerdos  a  la  señora  i  niños,  al  doctor  Paniso  i  demás  amigos,  i  usted 
mande  a  su  amigo. — P.  A .  del  Solar». 

El  autor  de  esta  carta  es  don  Pedro  Alejandrino  del  Solar,  amigo  de  toda 
la  confianza  de  Piérola.  Era  prefecto  de  Tacna  el  dia  de  la  batalla  de  este 
nombre,  i  después  fué  nombrado  por  Piérola  prefecto  de  Arequipa,  uno  de 
los  puestos  mas  importantes  de  la  administración,  al  mismo  tiempo  que  jefe 
superior  militar  de  los  departamentos  del  sur  del  Perú.  ^ 


CAMPANA  A  LIMA  293 


miento  de  intimidar  a  Chile  con  la  reconstrucción  de  la  con- 
federación perú-boliviana. 

Por  sujestiones  de  Piérola,  en  Bolivia  se  habia  tratado  esta 
cuestión  en  los  consejos  de  gobierno,  en  los  meses  anteriores; 
pero  parece  que  habia  hallado  grandes  resistencias  entre  mu- 
chos miembros  influyentes  de  la  asamblea  nacional.  Estas 
resistencias,  sin  embargo,  no  tenian  grande  importancia  para 
el  dictador  peruano  que  no  veia  en  su  proyecto  una  obra  rea- 
lizable, sino  simplemente  un  fantasma  con  que  asustar  al 
enemigo. 

En  efecto,  en  la  primera  semana  de  junio  habia  llegado  a 
Lima  un  nuevo  ministro  plenipotenciario  de  Bohvia  mui  apa- 
rente para  prestarse  a  secundar  los  planes  de  Piérola.  Era 
éste  el  doctor  don  Melchor  Terrazas,  el  ministro  de  relaciones 
esteriores  de  Bolivia  en  1873,  en  la  época  en  que  sin  su  cono- 
cimiento se  firmaba  en  Lima  el  tratado  secreto  de  alianza  que 
ha  traido  tantos  desastres  para  ambos  paises  7.  Dados  estos 
antecedentes,  se  comprenderá  que  no  podia  ser  lenta  la  ela- 
boración de  las  bases  del  proyecto.  El  11  de  junio  todo  estuvo 
arrelgado,  redactado  i  firmado. 

Según  este  plan,  BoHvia  i  el  Perú  pasarian  a  formar  una 
sola  nación  denominada  Estados  Unidos  Perú-Bolivianos  ^. 
«Esta  unión,  dice  el  primer  artículo  del  proyecto  de  constitu- 
ción de  la  nueva  Confederación,  descansa  sobre  el  derecho 
público  de  América,  i  es  formada  para  afianzar  la  indepen- 
dencia i  la  inviolabilidad,  la  paz  interior  i  la  seguridad  este- 
rior  de  los  estados  comprendidos  en  ella,  i  para  promover  el 
desenvolvimiento  i  la  prosperidad  de  éstos».  Cada  uno  de  los 
departamentos  de  BoHvia  i  del  Perú  pasarla  a  formar  un  es- 
tado federalizado,  con  un  gobierno  propio  i  con  una  lejislatura 
especial.  Pero,  en  este  punto  se  suscitó  una  grave  dificultad. 


7.  Véase  sobre  este  punto  mas  atrás,  part.  I,  cap.  I. 

8.  Bl  plenipotenciario  boliviano,  dando  cuenta  a  su  gobierno  de  esta  ne- 
gociación, esplica  en  estos  términos  el  oríjen  del  nombre  dado  a  la  proyec- 
tada república:  «Se  ha  adoptado  la  denominación  de  Estados  Unidos  Perú- 
Bolivianos  para  la  nueva  entidad  mista,  desechando  la  de  Confederación , 
marcada  en  nuestra  historia  con  in(>ratas  reminiscencias^. 


294  CUJERRA    DEL    PAOÍFIC'J 


Los  departamentos  de  Tacna  i  de  Tarapacá  estaban  ocupa- 
dos por  los  chilenos;  i  éstos  no  habían  de  cederlos  graciosa- 
rnente  a  la  proyectada  Confederación.  El  jenio  del  dictador 
peruano,  fecundo  e  inventivo  para  esta  clase  de  aparatosas 
combinaciones,  discurrió  un  arbitrio  que  los  interventores  en 
esta  negociación  hallaron  excelente,  pero  que  en  realidad  era 
mui  poco  eficaz.  «Los  departamentos  de  Tacna  i  de  Oruro,  de 
Potosí  i  de  Tarapacá,  formarán  los  estados  denominados  Tac- 
na de  Oruro  i  Potosí  de  Tarapacá».  De  este  modo  se  creia  ami- 
norar la  importancia  de  los  triunfos  de  Chile  i  la  ocupación 
por  sus  armas  victoriosas  de  una  estensa  porción  del  territo- 
rio peruano.  Chile,  se  decia,  no  ocupa  mas  que  una  parte  de 
dos  estados  de  los  Estados  Unidos  Perú-Bolivianos.  La  cons- 
titución, sin  embargo,  a  pesar  de  la  manera  sencillísima  que 
había  hallado  de  destruir  todos  los  efectos  i  consecuencias 
de  la  guerra,  olvidó  decir  a  cual  de  los  estados  federales  per- 
tenecían los  vastos  territorios  que  Chile  ocupaba  en  todo  el 
desierto  de  Atacama. 

Pero,  fuera  de  esta  notable  omisión,  aquél  código  lo  había 
previsto  todo,  i  aun  había  fijado  la  forma,  color  i  símbolos  del 
escudo  de  armas  i  de  la  bandera  de  la  nueva  Confederación. 
El  presidente  provisorio  de  ella  seria  el  del  Perú,  es  decir, 
Piérola;  i  el  více-presídente,  el  jefe  que  gobernaba  a  Bolivia, 
es  decir.  Campero.  Tan  seguro  estaba  el  dictador  peruano  del 
éxito  de  esta  combinación,  que  en  su  proclama  de  14  de  junio, 
que  hemos  recordado  mas  atrás,  decía  arrogantemente  que 
él  estaba  sostenido  por  seis  millones  de  hombres. 

Arreglados  estos  detalles,  el  dictador  convocó  el  consejo 
de  estado  el  16  de  junio.  Se  presentó  en  persona  en  la  sala  de 
sesiones  a  darle  cuenta  de  «un  acontecimiento  de  la  mayor 
trascendencia,  decia  un  diario  de  Lima  {La  Patria),  destinado 
a  cambiar  la  faz  de  las  cosas,  i  a  establecer  en  la  historia  pa- 
tria i  de  América  una  nueva  i  brillante  éra^>.  El  discurso  de 
Piérola,  que  abundaba  en  los  mismos  conceptos,  es  un  ma- 
nifiesto semi-personal,  semi-poHtico  que  no  sabríamos  como 
cahficar  equitativamente.  Recordando  su  carrera  de  diez  años 
de  conspirador  i  de  revolucionario,  pide  que  no  se  le  confunda 


Campaña  a  lima  295 


con  «uno  de  tantos  revoltosos  de  la  América  española»,  por- 
que él  está  «desnudo  de  toda  ambición  que  no  sea  el  renaci- 
miento de  su  patria».  «Yo  no  soi  ni  he  sido,  agrega,  sino  el 
instrumento  de  sus  aspiraciones  i  el  bien  intencionado  ejecu- 
tor de  sus  propósitos».  En  la  parte  política  de  su  discurso,  i 
en  medio  de  frases  de  cuyo  sentido  no  podemos  darnos  cuenta 
cabal,  el.  dictador  se  felicita  de  los  contrastes  sufridos  por  los 
aliados  en  la  guerra  contra  Chile,  porque  esos  contrastes  han 
dado  nacimiento  a  los  nuevos  Estados  Unidos.  En  seguida  se 
pronuncia  ardientemente  por  la  forma  de  gobierno  federal, 
como  el  único  que  ha  dar  buenos  resultados  en  América  i 
que  puede  asegurar  la  libertad  con  el  progreso.  Previendo, 
sin  duda,  la  objeción  que  pudiera  hacerse  con  el  ejemplo  de 
Chile,  república  unitaria  que  de  la  nada  se  habia  levantado 
antes  que  ninguna  de  sus  hermanas  para  fundar  una  nación 
floreciente  i  libre,  sin  revoluciones  ni  motines,  agrega  está 
observación:  «La  república  central  no  puede  ser  sino  el  esta- 
dio necesario  del  réjimen  monárquico  a  la  vida  nueva  de  las 
naciones». 

Tres  dias  después  de  esta  ceremonia,  el  19  de  junio,  tuvo 
lugar  la  solemne  recepción  del  plenipotenciario  boliviano. 
«Chile  sin  haberlo  previsto  i  a  despecho  suyo,  dijo  el  doctor 
Terrazas  en  su  belicoso  discurso,  va  a  ser  el  providencial  re- 
sorte del  nacimiento  i  de  la  grandeza  de  los  Estados  Unidoá 
del  Paciñco,  a  la  vez  que  fautor  predestinado  de  su  propia 
espiacion».  Chile  según  ese  diplomático,  era  el  perturbador 
del  continente,  porque  tan  a  pesar  suyo  se  habia  decidido  a 
aceptar  la  guerra  a  que  se  le  habia  provocado  por  medio  de 
alianzas  secretas  celebradas  desde  siete  años  atrás;  pero  iba 
a  recibir  en  breve  un  castigo  tremendo  e  inexorable.  El  dic- 
tador, por  su  parte,  le  contestó  anunciando  los  dias  de  efusión 
i  de  júbilo  que  se  iban  a  seguir  a  los  grandes  triunfos  que  de- 
bían alcanzar  muí  pronto  «bajo  el  estandarte  victorioso  de 
los  Estados  Unidos  Perú-Bohviano». 

Aunque  este  pensamiento  habia  nacido  profundamente 
desprestijíado,  todavía  se  volvió  a  hablar  de  él  en  algunos 
documentos  oñciales.  El  presidente  del  consejo  de  Estado  del 


296  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Perú,  que  lo  era  el  arzobispo  de  Lima,  habia  anunciado  al 
dictador  que  ese  cuerpo  se  ocuparia  de  estudiar  este  asunto, 
deliberando  «lo  que  sea  conforme  a  las  exijencias  del  patrio- 
tismo, a  los  intereses  de  la  alianza  i  al  triunfo  de  las  armas 
nacionales».  En  efecto,  el  8  de  julio,  tres  de  los  consejeros  de 
Estado  presentaron  a  esta  corporación  un  estenso  informe, 
lleno  de  referencias  mas  o  menos  incongruentes  a  la  historia 
antigua  i  moderna,  i  de  alabanzas  «a  las  luces  i  al  patriotismo» 
de  Piérola.  Allí  se  declaran  ardientes  partidarios  del  sistema 
federal,  opinan  en  favor  de  la  confederación,  sin  entrar,  sin 
embargo,  a  examinar  las  bases  del  proyecto  que  habia  sido 
sometido  a  su  estudio.  Finjiendo  desconocer  por  completo 
la  historia  de  esos  paises,  los  consejeros  de  Estado  de  la  dicta- 
dura llegaban  a  esta  conclusión:  «El  Perú  i  Bolivia  han  sido 
una  misma  cosa:  tienen  que  serlo  en  adelante  sino  caminan 
al  suicidio,  o  cuando  menos  a  la  lánguida  postración  del  egoís- 
mo». 

Como  en  esa  situación  no  podia  producirse  en  el  Perú  nin- 
gún documento  público  que  no  contuviese  insultos  a  Chile, 
los  consejeros  de  Estado  pagaban  allí  mismo  su  trijDuto  a  esta 
moda.  Chile,  decían  ellos,  hace  la  guerra  porque  en  su  posición 
solitaria  i  de  tristísimo  aislamiento,  tiene  envidia  a  los  pue- 
blos que  como  el  Perú  i  Bolivia  «lo  aventajan  en  cuanto  en- 
grandecer puede  a  una  nación».  Estos  pensamientos,  aunque 
muí  del  gusto  del  pueblo  peruano,  no  dieron  mas  prestijio  al 
proyecto  de  Confederación.  Se  le  siguió  mirando  como  una 
simple  arma  de  guerra;  i  poco  tiempo  después  nadie  volvió  a 
hablar  de  él. 

En  Bohvia  revivieron  los  recuerdos  del  pasado,  i  en  jeneral 
fué  mal  recibido  el  proyecto  de  confederación.  Oigamos  lo 
que  a  este  respecto  dijo  La  Patria  de  La  Paz  en  su  número  de 
26  de  julio: 

«Creer,  dice,  que  un  protocolo  de  Confederación,  es  bastante 
para  unir  dos  naciones,  es  suponer  que  una  tela  de  araña  bien 
urdida  tenga  bastante  consistencia  para  unir  dos  fogosos  cor- 
celes. La  unión  de  dos  pueblos  ya  constituidos  independiente- 
mente, para  formar  una  sola  nación,  no  está  librada  a  la  di- 


CAMPAÑA  A  LIMA  297 


plomacia  que  forma  pactos  mas  o  menos  atinados  entre  las 
cuatro  paredes  de  un  gabinete.  Así  como  la  felicidad  de  dos 
pueblos  no  se  decreta  en  sus  códigos,  su  unión  no  se  realiza 
por  simples  pactos  firmados  por  los  poderes  que  los  rijen».  I 
mas  adelante  agregaba  todavía:  «La  comunidad  de  orí  jen  i  tra- 
diciones del  Perú  i  Bolivia  i  las  condiciones  topográficas  de  am- 
bos territorios,  no  son  bases  seguras  para  levantar  sobre  ellas 
una  colosal  República  de  las  dos, — tanto  mas  si  no  se  dejada 
ver  que,  al  través  de  esas  tradiciones  de  unidad  i  de  oríjen,  co- 
rren torrentes  de  amargura  de  una  i  otra  parte,  i  que  sobre  ese 
territorio  silba  un  viento  que  quiera  el  cielo,  no  sea  el  precur- 
sor de  siniestras  tempestades.  Para  salvar  el  porvenir  de  las 
dos  repúblicas  por  medio  de  la  Confederación  Perú-Boliviana, 
preciso  es  correjir  de  antemano  los  vicios  de  ambas,  destruir 
los  elementos  disolventes  que  las  corroen,  i  prepararlas  por 
medio  de  la  educación,  a  su  futuro  enlace.  Para  hacerse  jigan- 
tes,  no  basta  empinarse  sobre  la  punta  de  los  pies.  Para  for- 
mar una  colosal  República,  no  basta  recostar  en  el  lecho  común 
de  un  «protocolo»  de  Confederación  a  dos  naciones  enfermas». 
Estas  sencillas  i  naturales  observaciones  que  podía  hacerse 
todo  el  mundo,  fomentaban  la  resistencia  jeneral  que  habia 
inspirado  aquel  proyecto.  Sin  embargo,  se  habia  organizado 
una  asociación  patriótica  que  tenia  por  presidente  al  doctor 
don  Ladislao  Cabrera,  el  mismo  que  habia  mandado  las  fuer- 
zas bolivianas  en  el  combate  de  Calama  (marzo  de  1879),  ^ 
ella  pretendía  dar  prestijio  a  la  Confederación  en  odio  a  Chile, 
creyendo  que  ese  quimérico  pensamiento  iba  a  dar  a  la  afian- 
za perú-boliviana  un  poder  maravilloso.  En  la  convención 
nacional,  no  se  abrigaba  la  misma  confianza,  i  aun  existían 
tenaces  resistencias  a  que  se  avanzase  mas  en  esta  idea  que  a 
ser  realizable,  habría  sido  funesta  para  Bolivia,  a  juicio  de 
muchos  de  sus  hombres  públicos.  Pero  no  era  posible  desairar 
en  aquellas  circunstancias  al  Perú,  i  se  prefirió  adoptar  otro 
camino.  Con  fecha  de  13  de  julio,  una  comisión  de  la  asamblea 
propuso  la  aprobación  jeneral  del  proyecto,  sin  pronunciarse 
por  los  detalles  de  organización,  i  pidió  que  en  seguida  se  so- 
metiera a  la  decisión  de  los  ciudadanos  inscritos  en  los  rejís- 


298  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tros  cívicos,  si  aceptaban  o  no  la  unión  federal  de  los  estados 
perú-bolivianos.  La  convención,  se  decia,  vendrá  mas  tarde 
a  discutir  las  bases  orgánicas  consideradas  en  los  protocolos. 

Sin  embargo,  el  proyecto  en  que  habia  puesto  tantas  espe- 
ranzas el  dictador  del  Perú,  estaba  tan  desprestijiado  que  ni 
aun  bajo  esta  forma  mereció  ser  aprobado.  Algunos  meses 
mas  tarde  nadie  hablaba  en  Bolivia  de  la  anunciada  Confede- 
ración; i  la  conducta  observada  por  esta  república  en  la  últi- 
ma parte  de  la  guerra,  curó  por  completo  de  sus  ilusiones  a 
los  pocos  hombres  que  en  el  Perú  esperaban  algo  de  este  pro- 
yecto. 

La  Confederación  Perú-Boliviana  de  1836,  hemos  dicho  mas 
atrás,  fué  la  decoración  pintada  para  un  drama  sangriento 
que  se  desenlazó  de  una  manera  que  no  esperaban  sus  auto- 
res i  protagonistas.  El  proyecto  de  Confederación  de  1880  fué 
una  pobre  comedia  que  ni  siquiera  alcanzó  a  representarse. 
Ella  tenia  por  objeto  intimidar  a  Chile;  i  Chile  la  recibió  con 
una  sonrisa  del  mas  desdeñoso  desprecio.  «¿Qué  valor,  ni  qué 
significación  puede  tener  para  Chile,  decia  un  diario  de  San- 
tiago, ni  para  el  desarrollo  de  las  operaciones  de  la  guerra,  un 
intento  de  Confederación  que,  lejos  de  dar  fuerza  i  prestijio  a 
nuestros  enemigos,  seria  solo  una  prueba  mas  de  la  postración 
moral  de  Bolivia  i  de  la  insensatez  incurable  del  Perú?»  I  en 
efecto  ¿qué  fuerza  nueva  podia  llevar  a  la  alianza  perú-boli- 
viana la  proyectada  confederación? 

En  Chile  no  volvió  a  preocuparse  nadie  de  ella;  i  la  historia 
por  su  parte,  no  tendria  para  qué  mencionarla,  puesto  que 
no  dejó  rastro  ni  huella  en  la  marcha  posterior  de  los  sucesos, 
sino  í  uera  porque  meses  mas  tarde  la  diplomacia  chilena  re- 
cordó este  proyecto  en  la  primera  ocasión  en  que  tuvo  que 
proponer  algunas  bases  para  llegar  al  desenlace  de  la  guerra. 


'^dP^^ 


CAPITULO  III 


Bloqueo  del  Callao:  combate  delante  de  esta  plaza  abril  a 
setiembre  de  1880 

Las  fortificaciones  del  Callao. — La  escuadra  chilena  establece  el  bloqueo  del 
puerto. — Primer  combate  contra  las  fortalezas  de  tierra  (22  de  abril). — 
Segundo  combate  (10  de  mayo). — Bloqueo  de  los  puertos  vecinos. — 
Combate  de  lanchas  cañoneras  (25  de  mayo). — Conducta  tranquila  del 
almirante  chileno  en  estos  combates. — Suspende  los  ataques  a  la  plaza. 
— Un  torpedo  peruano  echa  a  pique  al  crucero  Loa. — Llegan  al  Callao 
los  heridos  peruanos  de  Arica. ^Tercer  combate  contra  las  fortalezas 
(fines  de  agosto  i  principios  de  setiembre). — Naufrajio  de  la  cañonera 
Covadonga  causado  por  un  torpedo  peruano  (13  de  setiembre). — Los  pe- 
ruanos intentan  un  desembarco  nocturno  en  la  isla  de  San  Lorenzo  i  son 
rechazados  {16  de  setiembre). — Nuevo  combate  de  las  lanchas  cañoneras 
(17  de  setiembre). — Bombardeo  de  los  puertos  vecinos  al  Callao  (22  de 
setiembre.) — El  gobierno  i  la  prensa  de  Lima  cantan  victoria  después  de 
cada  uno  de  estos  combates,  i  anuncian  el  aniquilamiento  i  la  ruina  de 
Chile. 


Durante  los  primeros  meses  que  se  siguieron  a  los  triunfos 
de  los  chilenos,  las  operaciones  de  la  guerra  estuvieron  casi 
esclusivamente  limitadas  al  bloqueo  del  Callao.  Como  hemos 
referido  en  otra  parte  1,  este  puerto  estaba  cerrado  por  las 
naves  chilenas  desde  el  mes  de  abril;  i  este  bloqueo  fué  mas 


I.  Véase  mas  atrás,  part.  II,  cap.  X. 


300  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tarde  el  oríjen  de  una  serie  de  peripecias  mas  o  menos  impor- 
tantes, que  nos  proponemos  referir  en  este  capítulo. 

El  puerto  del  Callao,  con  una  población  de  35  a  40  mil  ha- 
bitantes, es  como  se  sabe,  la  plaza  marítima  mas  importante 
del  Perú  bajo  el  punto  de  vista  comercial.  Como  puerto  de 
guerra,  era  indudablemente  el  primero  del  Pacífico.  Cerrado 
por  la  pequeña  isla  de  San  Lorenzo,  la  naturaleza  habla  fa- 
vorecido estraordinariamente  el  trabajo  de  los  hombres  para 
convertirlo  en  una  poderosa  plaza  militar,  i  bajo  este  respecto 
ha  sido  justamente  famoso  en  toda  la  historia  de  las  guerras 
civiles  i  esteriores  de  ese  país.  Los  reyes  de  España  lo  habían 
fortificado  lujosamente  con  castillos  formidables,  con  nume- 
rosa artillería,  con  almacenes  i  casas-matas  que  lo  hacían  in- 
tomable a  viva  fuerza,  ya  fuera  por  mar,  ya  por  tierra.  La 
república  destruyó  algunas  de  esas  fortificaciones,  que  habían 
llegado  a  ser  inútiles  por  los  progresos  alcanzados  en  la  cons- 
trucción de  las  modernas  armas  de  ataque,  i  las  había  reem- 
plazado por  nuevas  baterías  provistas  de  artillería  moderna 
i  de  almacenes  de  municiones  ricamente  dotados.  Las  forta- 
lezas del  Callao  costaron  a  los  reyes  de  España  incalculables 
tesoros  durante  los  tres  siglos  de  la  dominación  colonial;  la 
república  había  gastado  quizá  mayores  sumas  para  adaptar- 
las alas  necesidades  de  la  guerra  de  nuestros  tiempos. 

Al  declararse  la  guerra  entre  Chile  i  las  repúblicas  aliadas 
del  Perú  i  de  Bolivia,  el  Callao  era  ya  una  plaza  militar  de 
primer  orden.  Ademas  de  las  baterías,  se  había  construido 
allí  por  una  compañía  industrial,  i  para  servir  a  los  intereses 
del  comercio,  una  costosísima  obra  que  debía  ser  fácilmente 
aprovechada  para  la  defensa  del  puerto.  Era  ésta  una  mag- 
nífica dársena  de  la  mas  grande  solidez,  i  capaz  de  contener 
cómodamente  hasta  veinticinco  naves,  i  por  lo  tanto  muí  apta 
para  abrigar  todas  las  embarcaciones  de  guerra  que  formaban 
la  escuadra  del  Perú  2.  Desde  los  primeros  rumores  de  rom- 
pimiento, en  febrero  de  1879,  el  gobierno  peruano  había  au- 


2.  La  dársena  del  Callao  tiene  la  forma  rectangular,  i  mide  250  metros  de 
largo  por  200  de  ancho. 


CAMPAÍÍA  A  LIMA  301 


mentado  las  defensas  del  puerto,  i  habia  engí osado  su  arma- 
mento con  las  remesas  considerables  que  recibía  del  estran- 
jero  por  la  via  de  Panamá  3.  En  abril  de  1880,  el  Callao  esta- 
ba en  situación  de  rechazar  a  una  escuadra  cuatro  veces  mas 
poderosa  que  la  chilena  *. 

Resuelto  por  el  gobierno  de  Chile  el  bloqueo  de  aquella 
formidable  plaza  militar,  el  6  de  abril  zarpó  del  puerto  de  lio 

3.  Mas  atrás  (Part.  II,  cap.  V)  dijimos  que  según  la  prensa  de  Bogotá,  el 
gobernador  del  estado  federal  de  Panamá  habia  sido  comprado  por  el  gobier- 
no peruano  para  que  permitiera  pasar  sus  armamentos  por  la  rejion  del  ist- 
mo con  abierta  violación  de  la  neutralidad.  Mas  tarde  se  han  hallado  en  los 
archivos  de  Lima  los  documentos  irrefutables  que  prueban  este  cohecho.  El 
presidente  del  estado  federal  de  Panamá,  Casorla,  recibió  varias  cantidades 
de  dinero  del  gobierno  peruano  en  recompensa  «de  los  importantes  servicios 
que  ha  prestado  al  Perú»,  dicen  los  decretos  de  pago  a  que  aludimos.  I  no 
fué  éste  el  único  funcionario  estranjero  que  se  vendió  al  Perú. 

Los  documentos  de  los  archivos  de  Lima  han  demostrado  este  otro  hecho 
que  prueba  el  espíritu  desmoralizador  que  desde  años  atrás  ha  dominado  en 
la  administración  pública  del  Perú.  La  compañía  inglesa  de  vapores  del  Pa- 
cífico habia  declarado  su  neutralidad,  negándose  resueltamente  a  conducir 
armas  o  artículos  de  guerra  para  cualquiera  de  los  belijerantes.  El  gobierno 
cohechó  a  algunos  de  los  capitanes  de  esos  vapores,  i  éste  se  prestaba  a  ser- 
vir al  gobierno  del  Perú  en  estas  dilij encías,  desobedeciendo  las  órdenes  de 
los  directores  i  administradores  de  la  compañía. 

4.  Según  los  informes  seguros  que  tenia  el  gobierno  de  Chile  al  disponer 
el  bloqueo  del  Callao,  esta  plaza  estaba  defendida  de  la  manera  siguiente: 

I.»  La  Punta,  batería  de  barbeta,  2  cañones  Delgren  de  a  1,000. 

2P  Maipú,  fuerte  armado  con  seis  cañones  Armstrong  de  ánima  lisa  de 
a  32. 

3.°  Merced,  torre  blindada  jiratoria,  dos  cañones  Armstrong  rayados  de 
a  300. 

4.0  Zepita,  fuerte  armado  con  seis  cañones  Armstrong  de  ánima  lisa  de 
a  32. 

5.3  Santa  Rosa,  batería  con  dos  cañones  Blakeley  de  a  500. 

6.°  Provisional,  fuerte  armado  con  diez  cañones  Armstrong,  de  ánima  lisa 
de  a  32. 

7,0  Abtao,  fuerte  armado  con  ocho  cañones  de  ánima  lisa  de  a  32. 

8.0  Manco  Capac,  torreón  armado  con  cuatro  cañones  Vavasseur  de  a  300. 

9.*^  Independencia,  torre  armada  con  dos  cañones  Blakeley  de  a  500. 

10.  Independencia,  fuerte  con  tres  cañones  Blakeley  de  a  500. 
II.  Ayacucho,  batería,  con  dos  cañones  Blakeley  de  a  500. 

12.  Pichincha,  fuerte,  con  cuatro  cañones  Blakeley  de  a  500. 

13.  Junin,  torre  blindada,  con  dos  cañones  Armstrong  de  a  300. 
Cuando  la  escuadra  chilena  llegó  al  frente  del  Callao,  encontró,  en  efecto, 

todas  estas  fortificaciones  que  estaban  marcadas  en  sus  planos,  i  ademas 


302  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


el  contra-almirante  Riveros  con  una  división  naval  com- 
puesta de  el  buque  acorazado  Blanco  Encalada,  el  monitor 
Huáscar,  la  corbeta  O'Higgins,  los  cruceros  Loa  i  Angamos, 
dos  lanchas  porta-torpedos,  la  Janequeo  i  la  Guacolda  (nom- 
bre de  dos  lejendarias  heroinas  araucanas),  i  un  trasporte 
carbonero.  En  la  tarde  del  9  de  abril  se  hallaba  en  frente  del 
Callao,  i  allí  dispuso  que  en  la  noche  entraran  al  puerto  las 
dos  lanchas,  i  que  fuesen  a  aplicar  sus  terribles  máquinas  de 
guerra  a  las  naves  peruanas  que  permanecían  ancladas  den- 
tro de  la  bahía,  i  bastante  cerca  de  tierra.  Esta  operación  fué 
ejecutada  con  toda  audacia  por  el  teniente  don  Luis  A.  Goñi, 
comandante  de  la  Guacolda,  que  penetró  al  puerto  en  medio 
de  las  tinieblas  de  la  noche,  recorrió  el  fondeadero  para  bus- 
car las  naves  enemigas  en  medio  de  los  buques  neutrales  i 
mercantes  que  allí  había,  i  al  fin  llegó  delante  de  la  corbeta 
Union,  en  los  momentos  en  que  se  daba  en  tierra  la  alarma 
de  la  presencia  del  enemigo,  cornunicada  por  unos  pescadores. 
La  lancha  chilena  aplicó  el  torpedo:  éste  hizo  una  terrible  es- 
plosion;  pero  la  corbeta  peruana  estaba  defendida  detras  de 
una  espesa  palizada,  i  el  golpe  se  malogró.  Los  buques  perua- 
nos hicieron  un  nutrido  fuego  sobre  la  Guacolda,  pero  ésta  se 
retiró  sin  haber  recibido  la  menor  lesión. 

El  bloqueo  del  puerto  fué  establecido  en  la  mañana  siguien- 
te (10  de  abril)  con  las  formalidades  de  estilo,  i  dando  a  los 
buques  neutrales  el  plazo  conveniente  para  que  dejaran  la 
bahía,  plazo  que  fué  jenerosamente  prorrogado  por  algunos 
días  mas,  a  petición  del  cuerpo  consular  estanjero.  Las  fami- 
lias acomodadas  del  Callao,  temiendo  un  próximo  bombardeo, 
abandonaron  también  sus  casas  i  se  retiraron  a  la  vecina  ciu- 
dad de  Lima.  El  terror  se  había  esparcido  por  todas  partes;  i 


otra  batería  nueva  de  reciente  construcción.  Durante  el  bloqueo  aumenta- 
ron todavía  los  peruanos  las  defensas  de  la  plaza. 

Ademas  de  estas  baterías  i  fortificaciones,  el  Callao  tenia  otras  defensas 
que  aumentaban  estraordinariamente  su  poder.  Dentro  del  puerto  estaban 
los  buques  de  guerra  que  formaban  los  últimos  restos  de  su  escuadra,  tres 
de  los  cuales,  la  Union,  el  Oroya  i  el  Rimac  estaban  en  condiciones  de  inten- 
tar una  sorpresa,  i  otro,  el  monitor  Atahualpa,  aunque  casi  inútil  para  la 
marcha,  era  una  poderosa  batería  flotante  armada  de  dos  cañones  de  a  500. 


CA  MPAÑA  DE  LIMA  303 


sin  embargo,  la  prensa  de  Lima  redoblando  sus  insultos  a 
Chile  i  los  chilenos,  anunciaba  que  el  bloqueo  del  Callao  iba  a 
ser  la  tumba  del  poder  i  del  orgullo  de  éstos.  En  los  primeros 
dias,  las  naves  bloqueadoras  apresaron  algunas  embarcacio- 
nes que  quisieron  entrar  al  puerto,  i  cuyos  papeles  no  estaban 
en  regla. 

Los  buques  chilenos  que  estaban  enfrente  del  Callao  tenian 
el  encargo  de  no  empeñar  un  combate  formal  contra  los  fuer- 
tes de  tierra.  Se  sabia  perfectamente  que  una  lucha  en  esas 
condiciones,  debia  serles  funesta,  o  costarles  a  lo  menos  la 
pérdida  de  una  o  dos  naves  sin  conseguir  una  ventaja  apre- 
ciable  sobre  las  numerosas  i  bien  artilladas  baterías  del  puer- 
to. El  contra-almirante  chileno  debia  encerrar  al  enemigo, 
cortarle  toda  comunicación  por  mar,  i  hostigarlo  con  frecuen- 
tes ataques  en  que  habia  de  usar  sobre  todo  los  pocos  cañones 
de  largo  tiro  que  cargaba  algunas  de  sus  naves.  En  cumph- 
miento  de  este  plan,  Riveros  colocó  su  escuadrilla  fuera  del 
alcance  de  los  fuertes,  i  esperó  doce  dias  antes  de  acometer 
cosa  alguna. 

Por  fin,  el  22  de  abril,  habiendo  espirado  el  segundo  plazo 
concedido  a  los  neutrales,  i  despejada  la  bahía  de  buques 
mercantes,  el  contra-almirante  Riveros  dispuso  el  reconoci- 
miento de  los  fuertes  enemigos  i  de  su  artillería.  Tres  de  sus 
buques,  armados  de  cañones  de  doble  recámara,  se  avanza- 
ron al  puerto  i  rompieron  los  fuegos  sobre  las  naves  peruanas 
que  habían  sido  colocadas  dentro  de  la  dársena.  El  cañoneo, 
contestado  inmediatamente  por  los  fuertes  de  tierra,  se  sos- 
tuvo durante  tres  horas;  pero  los  fuegos  de  éstos  quedaban 
cortos,  de  tal  suerte  que  solo  una  bomba  llegó  cerca  del  Huás- 
car, que  se  habia  adelantado  mas  que  los  otros  buques  chile- 
nos. Así,  mientras  éstos  se  retiraban  sin  haber  sufrido  daño 
alguno,  su  poderosa  artillería  habia  causado  diversas  averías 
alas  naves  peruanas  i  la  pérdida  de  catorce  hombres. 

La  escuadra  bloqueadora  estaba  espuesta  a  los  torpedos 
que  podía  dirijirseles  de  tierra.  Los  peruanos  tenian  en  el  Ca- 
llao excelentes  lanchas  de  vapor.  Las  noches  siempre  sombrías 
i  nebulosas  durante  las  altas  horas  en  aquellos  mares,  se  pres- 


304  0X7BRBA    DEL  PACÍFICO 


taban  admirablemente  para  intentar  una  empresa  de  esta 
clase,  que  solo  exijia  un  momento  de  audacia.  Los  directores 
de  la  guerra,  sin  embargo,  prefirieron  otro  espediente  que  no 
ofrecía  el  menor  peligro.  Construyeron  torpedos  flotantes,  en 
forma  de  boyas,  i  los  lanzaron  al  mar  sin  cuidarse  de  si  podian 
estallar  cerca  de  los  buques  de  guerra  neutrales  que  perma- 
necían en  el  puerto.  El  5  de  mayo,  uno  de  los  cruceros  chile- 
nos distinguió  dos  de  esos  torpedos;  i  con  no  poco  peligro, 
logró  destruirlos  sin  recibir  ningún  daño. 

Esta  estratajema,  aunque  frustrada,  provocó  un  nuevo 
ataque  a  la  plaza,  que  tuvo  lugar  el  10  de  mayo.  Los  buques 
chilenos  rompieron  sus  fuegos  sobre  las  baterías  de  tierra  i 
sobre  las  naves  enemigas  que  permanecían  dentro  de  la  dar-, 
sena,  i  sostuvieron  durante  algunas  horas  un  vivo  cañoneo. 
El  Huáscar,  bajo  las  órdenes  del  osado  comandante  Condell, 
se  acercó  mas  que  otro  alguno  de  los  buques  chilenos  a  las 
baterías  enemigas,  i  recibió  una  bala  bajo  la  línea  de  flota- 
ción sin  sufrir  pérdida  alguna  de  vidas.  Los  buques  se  retira- 
ron a  su  apostadero  sin  tener  otras  averías.  En  tierta,  los  es- 
tragos fueron  mas  formidables,  i  causaron  la  muerte  o  las 
heridas  de  algunas  personas,  soldados,  bomberos  i  paisanos. 

El  siguiente  día  11  de  mayo,  la  escuadra  bloqueadora  que 
se  habia  engrosado  con  otras  naves,  estendió  el  bloqueo  a  los 
otros  puertos  •  vecinos  al  Callao.  La  corbeta  O'Higgins,  que 
quedó  en  Ancón,  impidió  con  sus  cañones,  después  de  algunos 
dias,  que  funcionase  el  ferrocarril  que  corre  por  la  playa  en- 
tre ese  puerto  i  Lima.  Las  comunicaciones  de  la  capital  del 
Perú  con  las  provincias  del  norte  i  del  sur,  i  aun  con  el  estran- 
jero,  se  hicieron  desde  entonces  mucho  mas  difíciles,  por  las 
condiciones  de  los  ásperos  i  penosos  caminos  de  tierra. 

Antes  de  mucho  tiempo  se  renovaron  los  combates  en  la 
bahía  del  Callao.  El  25  de  mayo,  notando  los  chilenos  que  se 
movía  en  actitud  hostil  una  lancha  a  vapor  de  los  enemigos, 
despacharon  contra  ella  dos  de  sus  embarcaciones  menores, 
i  le  aplicaron  un  torpedo  que  la  destrozó  i  echó  a  pique  con 
pérdida  de  echo  marineros.  Los  chilenos,  por  su  parte,  per- 
dieron también  una  de  sus  lanchas  en  ese  encuentro,  i  tuvie- 


CAMPAÑA  A  LIMA  305 


ron  un  hombre  muerto;  pero  volvieron  a  reunirse  a  la  escua- 
dra llevando  consigo  siete  prisioneros,  uno  de  los  cuales  era 
el  oficial  que  mandaba  la  embarcación  peruana.  Estando  éste 
herido,  el  jefe  enemigo  tuvo  la  generosidad  de  mandarlo  a 
tierra  para  que  fuera  asistido  por  su  familia. 

Por  un  momento,  los  marinos  peruanos  se  lisonjearon  con 
la  esperanza  de  salvar  la  lancha  chilena  que  se  habia  ido  a 
pique  en  este  combate.  Durante  catorce  dias  trabajaron  sus 
buzos  en  ponerla  a  flote;  i  cuando  creian  haber  conseguido  el 
resultado  de  sus  afanes,  i  cuando  la  tenian  amarrada  a  una 
boya  para  concluir  de  suspenderla  al  dia  siguiente,  los  chile- 
nos, entrando  al  interior  de  la  bahía  en  la  noche  del  7  de  ju- 
nio, acabaron  .de  destrozarla  para  que  no  cayera  en  manos 
del  enemigo. 

Estos  frecuentes  ataques  interrumpían  la  monotonía  del 
bloqueo,  pero  no  podían  tener  un  resultado  medianamente 
decisivo  desde  que  la  escuadra  chilena  no  pensaba  en  prote- 
jer  un  desembarco,  ni  siquiera  en  empeñar  un  combate  for- 
mal con  las  fortificaciones  de  la  plaza,  que  como  hemos  dicho, 
estaban  preparadas  para  resistir  con  buen  éxito  a  fuerzas 
cuatro  veces  mas  considerables.  Ellas  no  dieron  otro  fruto 
que  causar  algunos  daños  en  tierra  i  echar  a  pique  tres  pon- 
tones que  tenian  los  peruanos  cargados  de  carbón,  i  que 
mantener  a  la  guarnición  del  Callao  en  la  mas  constante  alar- 
ma. La  escuadra  chilena,  como  hemos  visto,  no  sufrió  en 
todos  ellos  mas  que  averías  insignificantes  i  la  muerte  de  un 
solo  hombre. 

Sin  embargo,  cada  uno  de  estos  combates  era  seguido  de 
una  nueva  recrudescencia  de  los  insultos  i  provocaciones  de 
la  prensa  de  Lima.  Se  forjaban  las  historias  mas  estraordina- 
rias  de  los  destrozos  que  habían  sufrido  los  buques  chilenos. 
I  esas  noticias  eran  tanto  mas  singulares  cuanto  que  en  los 
mismos  escritos  se  decía  que  los  enemigos  del  Perú,  abusando 
del  alcance  prodijioso  de  algunos  de  sus  cañones,  se  mante- 
nían cobardemente  fuera  del  alcance  de  la  artillería  de  tierra, 
bien  seguros  de  que  no  se  les  podía  ofender.  En  efecto,  los 
cañones  de  doble  recámara  que  poseían  los  chilenos,  les  per- 

TOMO  XVI. — 20 


306  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


mitian  alcanzar  con  sus  bombas  a  las  fortalezas  del  Callao, 
sin  que  los  de  éstas  llegaran  hasta  ellos.  Pero  esta  superiori- 
dad del  material  de  guerra  de  sus  enemigos,  enfurecia  de  tal 
suerte  a  los  escritores  peruanos  que  cada  artículo  de  sus  dia- 
rios era  la  mas  insultante  provocación  ^. 

El  contra-almirante  Riveros,  que  en  otros  lances  de  esta 
misma  guerra  habia  probado  que  no  economizaba  su  persona 
cuando  era  necesario  un  golpe  de  audacia,  no  perdió  un  mo- 
mento- su  sangre  fda.  Su  misión  en  esos  momentos,  no  era 
esponer  sus  buques  en  un  combate  que  necesariamente  debia 
serle  desastroso,  sino  estrechar  al  enemigo,  cansarlo,  fatigarlo 
i  preparar  así  las  futuras  operaciones  de  la  campaña,  bajo  el 
plan  de  atacar  al  Callao  cuando  llegase  el  caso  por  las  fuerzas 
combinadas  de  mai  i  tierra.  Un  gran  combate  contra  las  for- 
tificaciones de  ese  puerto,  habría  sido  una  temeridad  del  todo 
innecesaria,  en  que  los  chilenos  llevaban  noventa  i  cinco  pro- 
babilidades sobre  ciento  de  ser  completamente  destrozados;  i 
no  puede  empeñarse  la  lucha  en  esas  condiciones  sino  cuando 
no  queda  otro  recurso  que  pelear  o  dejarse  matar,  i  no  cuando 
no  hai  necesidad  alguna  de  combatir  i  se  obedece  a  grandes 
combinaciones  que  en  poco  tiempo  mas  han  de  llevar  a  una 
victoria  segura.  El  contra-almirante  chileno  sabia  perfecta- 
mente que  la  pérdida  de  una  sola  de  sus  naves  de  algún  poder, 
comprometía  seriamente  las  operaciones  posteriores  de  la 
campaña.  Por  eso,  contra  las  provocaciones  de  la  prensa  ene- 
miga, i  contra  la  impaciencia  de  los  diarios  chilenos,  no  aban- 
donó un  instante  su  calma  serena,  guardándose  para  hacer 
sentir  el  arrojo  de  sus  marinos  cuando  éste  fuera  necesario. 

Todo  el  mes  siguiente  (junio)  se  pasó  sin  que  se  renovaran 
los  combates  en  la  bahía  del  Callao.  Los  marinos  chilenos. 


5 .  Las  provocaciones  i  los  insultos  de  la  prensa  de  Lima  habian  adquirido 
de  tiempo  atrás  una  justa  celebridad  en  toda  la  América  i  aun  en  Europa. 
El  Daily  Telegraph  de  Londres,  en  su  número  de  8  de  julio  de  1879  publica- 
ba una  correspondencia  de  Lima  en  que  hallamos  estas  palabras:  «La  prensa 
de  Lima  es  incorrejible.  Nos  ha  brindado  el  repugnante  espectáculo  de  la 
ignorancia  i  torpeza  que  caracteriza  a  estos  diarios.  Tratando  de  amenguar 
las  dotes  verdaderas  de  sus  enemigos,  los  insulta  con  el  lenguaje  mas  deseo  - 
medido  i  a  cada  paso  los  llama  cobardes». 


CAMPANA  A  LIMA  307 


después  de  los  grandes  triunfos  de  su  ejército  de  tierra  en 
Tacna  i  en  Arica,  habian  querido  conceder  al  Perú  algunos 
dias  de  tregua  a  fin  de  que  ellos  le  diesen  la  tranquilidad  ne- 
cesaria para  apreciar  su  verdadera  situación,  i  lo  indujesen  a 
tomar  un  camino  mas  cuerdo  que  la  insensata  prolongación 
de  la  guerra  que  ya  le  costaba  tantos  i  tan  inútiles  sacrificios. 
«La  faz  tranquila  que  ha  tomado  el  bloqueo,  no  ofrece  mate- 
rial de  ningún  j  enero  que  haga  interesantes  las  cartas  que  de 
aquí  dirijo  al  Nacional»,  escribía  a  Lima  el  corresponsal  de 
ese  diario  con  fecha  de  i.*^  de  junio.  Pero  en  esos  momentos, 
el  gobierno  del  Perú  preparaba  contra  los  buques  chilenos 
una  de  esas  celadas  que  tienen  la  ventaja  de  no  esponer  a  pe- 
ligro alguno  al  que  las  tiende. 

En  la  tarde  del  dia  3  de  julio,  el  crucero  chileno  Loa  estaba 
de  servicio  i  voltejeaba  en  la  bahía  del  Callao.  Habiendo  di- 
visado cerca  de  la  costa  una  lancha  a  la  vela,  se  adelantó  a 
ese  lugar  i  despachó  un  bote  a  reconocerla.  La  lancha  estaba 
fondeada,  con  sus  velas  izadas,  cargada  de  comestibles  i  sin 
un  solo  tripulante.  Esta  circunstancia  infundió  a  algunos  de 
los  oficiales  chilenos  la  sospecha  de  que  aquella  fuese  una 
acechanza.  El  comandante  del  Loa,  sin  embargo,  mandó  atra- 
car la  lancha  al  costado  de  su  buque  i  dio  orden  de  que  la 
descargaran.  Cuando  se  terminaba  esta  operación,  se  hizo 
oir  una  terrible  esplosion,  i  el  Loa  cuyo  costado  había  sido 
abierto,  comenzó  a  hundirse  inmediatamente,  i  acabó  de  se- 
pultarse en  el  mar  al  cabo  de  cinco  minutos.  Fácil  es  suponer 
la  confusión  de  sus' tripulantes  en  esos  momentos:  muchos  de 
ellos,  sin  embargo,  consiguieron  mantenerse  sobre  las    aguas 
i  dar  tiempo  a  que  se  les  socorriese.  El  contra-almirante  Ri- 
veros,  cuyos  buques  estaban   bastante  lejos  del  lugar  del  de- 
sastre, envió  inmediatamente  sus  lanchas  a  socorrer  a  los 
náufragos;  pero  los  marinos  neutrales,  ingleses,  franceses  e 
italianos,  que  estaban  fondeados  mucho  mas  cerca,  acudie- 
ron prontamente  i  pudieron  salvar  de  la  muerte  a  cincuenta 
i  cinco  personas  entre  oficiales,  marineros  i  soldados.  El  co- 
mandante del  buque,  tres  guardia  marinas,  dos  injenieros  i 
cerca  de  cien  marineros,  perecieron  en  el  naufrajio. 


308  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


El  Loa  era  un  excelente  buque  mercante  que  el  gobierno 
de  Chile  habia  tomado  en  arriendo  i  armado  provisoriamente 
para  hacerlo  servir  de  crucero  con  oficiales  i  marineros  de  la 
marina  nacional.  La  pérdida  del  buque,  que  fué  necesario 
pagar,  i  mas  que  todo  la  de  los  tripulantes,  causaron  una 
profunda  impresión  en  la  escuadra,  i  la  llenaron  de  dolor  du- 
rante algunos  dias.  El  contra-almirante  chileno,  puso  luego 
en  acción  a  sus  buzos  i  trabajadores,  i  consiguió  sacar  del 
fondo  del  mar  los  cañones,  una  parte  de  la  carga,  i  muchos 
objetos  importantes  del  buque  perdido. 

La  catástrofe  del  Loa,  en  cambio,  fué  durante  dos  dias  ob- 
jeto de  las  burlas  en  prosa  i  verso  de  algunos  de  los  diarios  de 
Lima;  pero  el  5  de  julio  un  suceso  de  diverso  carácter  vino  a 
llamar  preferentemente  su  atención. 

Hemos  contado  mas  atrás  que  después  de  las  victorias  de 
Tacna  i  de  Arica,  el  jeneral  en  jefe  del  ejército  chileno  habia 
enviado  al  Callao  uno  de  sus  buques  con  un  número  conside- 
rable de  heridos  peruanos  para  que  fueran  atendidos  por  sus 
familias.  El  arzobispo  de  Lima,  presidente  de  las  ambulan- 
cias de  la  Cruz  Roja  en  el  Perú,  solicitó  del  contra-almirante 
Riveros  que  se  permitiera  salir  del  puerto  al  trasporte  Limeña 
para  ir  a  traer  los  heridos  que  quedaban,  i  los  cadáveres  de 
los  jefes  que  habian  muerto  en  la  defensa  de  esa  plaza.  El 
permiso  fué  concedido  inmediatamente.  El  5  de  julio  volvia 
al  Callao  el  trasporte  peruano  después  de  haber  desempeñado 
su  comisión.  En  Moliendo  habia  dejado  algunos  heridos  i  va- 
rias familias  que  deseaban  trasladarse  a  Arequipa,  i  llegaba 
al  Callao  con  140  enfermos  i  con  los  cadáveres  de  Bolognesi, 
de  Moore  i  de  otros  oficiales.  El  desembarco  de  los  heridos,  i 
los  honores  fúnebres  tributados  a  los  muertos,  preocuparon 
por  algunos  dias  a  las  poblaciones  de  Lima  i  el  Callao,  i  dis- 
trajeron por  un  momento  la  atención  de  los  diarios  de  la  pro- 
paganda de  insultos  contra  Chile.  Mas  aun:  El  Nacional  de 
Lima  llegó  a  publicar  estas  palabras:  «El  jefe  chileno  de  Arica 
comandante  Valdivieso,  ordenó  que  se  hiciesen  los  honores 
debidos  a  los  restos  de  nuestros  héroes.  Ademas  proporcionó 
todas  las  facilidades  para  el  embarque  de  los  heridos,  acom- 


CAMPAÑA  A  LIMA  309 


pañándolos  en  persona  a  bordo,  i  enviando  dos  reses  para  que 
pudiesen  disfrutar  de  carne  fresca  durante  el  viaje.  Lo  valien- 
te no  quita  lo  cortes.  La  hidalguía  aun  entre  enemigos  siem- 
pre será  respetada  i  ennoblece  a  aquellos  que  la  poseen/>. 

Estos  aplausos  a  la  jenerosidad  de  los  vencedores,  los  pri- 
meros i  quizá  los  únicos  que  hemos  hallado  en  la  prensa  del 
Perú,  no  fueron  de  larga  duración.  Pocos  dias  después,  los 
diarios  peruanos  renovaban  la  guerra  de  denuestos  i  de  pro- 
vocaciones que  mantenían  desde  dieciocho  meses  atrás;  i  an- 
tes de  dos  meses  la  lucha  sangrienta  i  destructora  habia  re- 
comenzado. Las  operaciones  bélicas  enfrente  del  Callao,  sus- 
pendidas intencionalmente  por  la  escuadra  chilena  durante 
cerca  de  tres  meses,  aun  después  de  ser  nuevamente  provo- 
cada por  los  peruanos  con  la  celada  que  produjo  la  pérdida 
del  Loa,  volvieron  a  renovarse  desde  que  Chile  se  convenció 
de  que  su  enemigo  no  creia  llegada  la  hora  de  la  cordura. 

En  efecto,  en  los  dias  30  i  31  de  agosto,  i  i  3  de  setiembre, 
el  crucero  chileno  Angamos,  armado  de  un  cañón  de  largo 
alcance,  lanzó  con  calculados  intervalos  sobre  la  dársena  i  las 
baterías  de  la  plaza,  hasta  noventa  bombas  que  destruyeron 
un  pontón,  que  causaron  algunos  daños  i  que  mantuvieron  a 
la  guarnición  i  a  los  habitantes  del  Callao  en  la  mayor  zozo- 
bra. Los  fuertes  de  tierra  no  podían  contestar  los  fuegos  del 
crucero  chileno;  pero  el  último  día  de  bombardeo,  los  marinos 
de  la  plaza  hicieron  salir  en  contra  de  aquél,  las  lanchas  ca- 
ñoneras que  tenían  a  su  disposición.  Uno  de  los  buques  blo- 
queadores,  la  corbeta  O'Higgins,  se  puso  en  movimiento  so- 
bre ellas,  i  las  obligó  a  volver  a  guarecerse  bajo  el  fuego  de 
los  fuertes. 

Mientras  tanto,  la  escuadra  chilena  mantenía  rigorosamen- 
te bloqueados  los  puertos  vecinos  al  Callao.  La  cañonera  Co- 
vadonga,  que  cerraba  el  de  Chancaí,  situado  un  poco  mas  al 
norte,  divisó  en  la  tarde  del  13  de  setiembre  una  lancha  i  un 
bote  que  estaban  cerca  de  tierra.  La  lancha  fué  echada  a 
pique  de  un  cañonazo;  i  el  bote,  que  estaba  abandonado,  fué 
conducido  al  lado  de  la  Covadonga.  El  comandante  de  este 
buque,  dio  la  orden  de  izarlo;  pero  en  el  momento  de  ejecutar 


310  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


esta  operación,  estalló  un  torpedo  de  dinamita.  La  cañonera 
chilena,  cuyo  costado  habia  sido  abierto,  comenzó  a  sumer- 
jirse  en  el  acto  dando  apenas  tiempo  a  veintinueve  de  sus 
tripulantes  para  tomar  uno  de  los  botes  del  buque.  Remando 
activamente  con  rumbo  al  sur,  a  pesar  de  los  fuegos  de  rifle 
que  se  les  dirijian  de  tierra,  llegaron  felizmente  a  Ancón,  don- 
de los  tomó  á  su  bordo  la  cañonera  Pilcomayo  que  bloqueaba 
este  puerto.  Veinte  de  los  náufragos,  i  entre  ellos  el  coman- 
dante de  la  Covadonga,  perecieron  ahogados  o  muertos  por 
la  fusilería  peruana,  i  los  restantes,  en  número  de  43,  alcan- 
zaron a  Ikgar  a  tierra  i  fueron  tomados  prisioneros. 

La  pérdida  de  la  Covadonga  tenia  poca  importancia  en  sí 
misma.  Era  un  buque  viejo  i  pequeño,  pero  mui  apreciado  en 
Chile  por  los  gloriosos  recuerdos  que  simbolizaba.  El  21  de 
mayo  de  1879  había  sostenido  combate  con  la  fragata  enco- 
razada Independencia,  arrastrando  a  ésta  a  los  escollos  en  que 
se  destrozó.  La  muerte  de  una  parte  de  la  tripulación  de  la 
Covadonga,  llevó  nuevamente  el  duelo  a  las  naves  bloquea- 
doras.  Los  buzos  de  la  escuadra,  apoyados  por  la  cañonera 
Pilcomayo  que  puso  en  fuga  a  las  tropas  de  tierra  que  quisie- 
ron impedir  esta  operación,  estrajeron  del  fondo  del  mar  en 
los  dias  subsiguientes  los  cañones,  los  riñes  i  los  sables  de  la 
nave  perdida. 

Este  trájico  accidente  fué  celebrado  en  Lima  i  en  el  Callao 
como  una  victoria.  «Comienza  a  volverse  la  oración  por  pa- 
siva, esclamaba  El  Nacional  el  15  de  setiembre.  El  carro  triun- 
al  de  Chile  se  detiene.  ¡A  las  armas,  pues,  ciudadanos!  ¡A  las 
armas!  La  Covadonga  está  sepultada  para  siempre.  Con  ella 
comenzaron  los  triunfos  pasajeros  de  Chile:  con  ella  va  a  dar 
principio  la  gloriosa  campaña  que  pondrá  término  a  tantos 
crímenes,  tanta  farsa  i  tanta  bambolla  de  heroísmo  falsifica- 
do» ^. 


6.  En  esos  mismos  dias  la  prensa  de  Lima  publicaba  la  noticia  del  nau- 
frajio  del  monitor  Huáscar  que  a  la  sazón  se  hallaba  en  Valparaíso  limpiando 
sus  fondos  i  tomando  cañones  mas  poderosos  que  los  que  hasta  entonces 
cargaba.  Según  La  Opinión  Nacional  de  Lima  del  17  de  setiembre,  una  bar- 
ca sueca  habia  visto  a  la  altura  del  puerto  del  Cobre  unos  mástiles  flotantes; 


CAMPAÑA  A  LIMA  311 


Tanto  entusiasmo  produjo  el  efecto  de  envalentonar  a  los 
marinos  peruanos,  i  de  incitarlos  a  acometer  empresas  mas 
atrevidas  que  las  que  habian  intentado  hasta  entonces.  Los 
chilenos  habian  desembarcado  en  la  isla  de  San  Lorenzo,  que, 
como  dijimos,  está  situada  enfrente  del  puerto,  formando 
entre  ella  i  la  tierra  firme  un  canal  de  poco  mas  de  dos  millas 
de  ancho.  En  esa  isla  habian  establecido  sus  almacenes  de 
depósito,  custodiados  por  una  pequeña  guarnición.  El  i6  de 
setiembre,  algunas  horas  antes  de  amanecer  unos  doscientos 
soldados  peruanos,  embarcados  en  algunas  lanchas  cañone- 
ras, atravesaron  el  canal  i  tomaron  tierra  en  la  isla  con  el 
mayor  sijilo.  La  guarnición  chilena,  inferior  en  número,  se 
colocó  inmediatamente  en  una  altura  cercana  al  lugar  del 
desembarco,  i  desde  allí  rompió  de  improviso  el  fuego  sobre 
los  asaltantes.  Sorprendidos  éstos  en  su  empresa,  tomaron 
en  el  acto  la  fuga  abandonando  algunas  de  sus  armas,  gana- 
ron sus  embarcaciones  i  se  dirjieron  rápidamente  al  Callao. 
Las  lanchas  chilenas  advertidas  por  las  descargas  de  fusilería 
del  proyecto  del  enemigo,  acudieron  prontamente  al  sitio  del 
peligro,  pero  solo  alcanzaron  a  disparar  algunos  cañonazos 
sobre  los  fujitivos  que  corrían  a  colocarse  bajo  el  amparo  de 
sus  fuertes. 

En  la  noche  siguiente,  las  lanchas  peruanas  en  número  con- 
siderable todavía,  prepararon  otra  sorpresa  sobre  las  naves 
bloqueadoras,  sin  duda  para  aplicarles  algunos  torpedos,  Pero 
las  embarcaciones  menores  de  los  chilenos,  saliéndoles  al  en- 
cuentro, las  detuvieron  en  su  camino,  las  acosaron  por  todos 
lados  con  sus  cañones  i  con  sus  rifles  i  las  obligaron  a  retroce- 

i  como  en  los  dias  anteriores  habia  ocurrido  allí  una  gran  tempestad,  i  como 
el  Huáscar  habia  pasado  por  esos  lugares  en  su  viaje  a  Valparaíso,  era  seguro 
que  había  naufragado  i  que  los  mástiles  eran  los  últimos  restos  de  su  arbo- 
ladura. El  pueblo  de  Lima  muí  propenso  a  dejarse  engañar  por  esas  ilusio- 
nes, creyó  perfectamente  la  noticia  del  naufrajio  del  monitor  chileno. 

Un  mes  después,  los  plenipotenciarios  peruanos  que  habian  ido  a  Arica 
para  las  negociaciones  de  que  hablaremos  mas  adelante,  vieron  entrar  al 
puerto  al  monitor  que  creían  perdido,  i  que  sin  embargo  llegaba  recién  pin- 
tado i  con  nueva  artillería.  No  acertaban  a  creer  que  fuera  una  realidad  lo 
que  estaban  viendo,  tan  convencidos  estaban  de  que  el  Huáscar  habia  nau- 
fragado. 


312  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


der  a  toda  prisa  para  buscar  su  salvación  cerca  de  tierra.  Las 
baterícLS  del  puerto  rompieron  también  sus  fuegos  sobre  las 
lanchas  chilenas;  pero  la  oscuridad  de  la  noche,  si  bien  aumen- 
taba la  confusión  del  combate,  fué  causa  de  que  éste  produ- 
jera tan  pocos  estragos  que  los  chilenos  no  tuvieron  mas  que 
un  solo  herido.  Las  pérdidas  de  los  peruanos,  que  su  prensa 
ocultó  obstinadamente,  debieron  ser  superiores.  Después  de 
este  segundo  fracaso,  los  defensores  del  Callao,  convencidos 
de  que  no  podian  burlar  la  vijilancia  del  enemigo,  se  abstu- 
vieron de  nuevos  intentos  de  sorpresa  de  ese  jénero. 

La  obstinada  persistencia  de  los  peruanos  para  prolongar 
esta  guerra  a  pesar  de  todos  los  desastres  sufridos,  la  jactan- 
cia de  su  prensa  i  de  sus  proclamas  que  no  hablaban  mas  que 
de  ios  triunfos  que  iban  a  alcanzar  en  breve  tiempo,  la  apli- 
cación de  torpedos  por  medios  reprobados  en  la  guerra,  puesto 
que  no  esponian  a  sus  autores  a  ningún  peligro,  hablan  deci- 
dido al  gobierno  chileno  a  proceder  mas  enérjicamente  con- 
tra el  enemigo,  como  contaremos  mas  adelante.  En  esta  vir- 
tud, ordenó  el  bombardeo  de  los  puertos  vecinos  al  Callao, 
que  estaban  resguardados  por  tropas  peruanas,  i  desde  los 
cuales  se  organizaban  esas  acechanzas. 

Para  curnplir  estas  órdenes,  el  22  de  setiembre,  la  fragata 
Cochrane  se  apostó  enfrente  de  Chorrillos,  la  cañonera  Pilco- 
mayo,  en  Chancaii  el  blindado  5/awco  Encalada  en  Ancón,  i  co- 
menzaron el  bombardeo  de  estos  tres  puertos.  Los  dos  últimos 
sufrieron  averías  de  consideración,  pero  no  así  el  primero  que 
era  el  mas  importante^  de  los  tres.  Situado  éste  sobre  un  alto 
barranco,  i  resguardado  al  sur  por  un  morro  mas  elevado 
aun,  el  Cochrane,  para  precaverse  contra  los  torpedos  que  se 
decia  haber  en  la  bahía,  tuvo  que  colocarse  a  una  distancia 
considerable  de  tierra,  i  que  diiijir  sus  fuegos  por  elevación. 
Por  tanto,  sus  punterías  fueron  poco  seguras:  de  las  ochenta 
bombas  disparadas,  solo  trece  cayeron  en  el  pueblo  i  causaron 
algunos  daños.  Los  peruanos  habían  colocado  en  esas  alturas 
diez  cañones  de  campaña;  pero  sus  fuegos,  aun  mejor  diriji- 
dos  de  lo  que  eran,  no  podian  causar  grandes  averías  en  un 
buque  de  las  condiciones  de  la  encorazada  chilena.  Solo  uno 


CAMPAÑA  A  LIMA  313 


de  sus  tiros  tocó  a  ésta;  i  éste  apenas  le  ocasionó  un  daño  in- 
significante en  las  obras  de  madera.    :  :. 

Así,  pues,  el  bombardeo  del  22  de  setiembre,  no  tuvo  otro 
resultado  positivo  que  exaltar  la  vanidad  nacional  de  los  de- 
fensores de  esos  puertos.  Creyóse  firmemente  que  los  cañones 
de  campaña  colocados  en  Chorrillos  habian  derrotado  a  la 
fragata  chilena;  i  la  prensa  de  Lima,  tan  dispuesta  a  conver- 
tir en  grandes  triunfes  los  mayores  desastres  de  sus  armas, 
lanzó  entonces  el  grito  de  ¡victoria!  «La  marina  de  Chile,  decia 
con  este  motivo  el  diario  oficial  de  la  dictadura  peruana,  ha 
escrito  ayer  una  pajina  mas  de  vergüenza  en  su  ignominiosa 
historia  de  la  presente  guerra».  I  luego,  atribuyendo  a  Piérola 
est2  im ajinarlo  triunfo,  agregaba: 

«Chorrillos  debe  su  salvación  a  la  enerjía  i  actividad  del 
jefe  del  Estado,  circundado  por  nuestros  marinos  i  nuestros 
soldados,  que  han  vuelto  a  demostrar  todo  lo  que  el  pais  tiene 
qu  i*  esperar  de  ellos  para  castigar  en  un  dia  mui  próximo  la 
insolencia  i  el  crimen  de  nuestros  tan  pérfidos  como  gratuitos 
enemigos». 

«Eso  que  el  gobierno  concibió  i  ejecutó,  decia  otro  diario. 
La  Patria  de  Lima,  debe  estimarlo  el  pais  como  una  revela- 
ción de  lo  que  se  concebirá  i  ejecutará  en  defensa  suya  cuando 
llegue  el  dia  de  la  venganza. —  El  pais  debe,  pues,  mantener 
firme  su  fe  en  la  seguridad  del  triunfo  definitivo,  porque  así 
S2  le  ha  ofrecido  i  porque  tal  será  el  premio  que  reciban  los 
que  no  desconfiaron  de  su  propio  esfuerzo.  Nó,  el  Perú  no 
puede  ser  vencido  en  la  presente  guerra,  porque  el  Perú  de- 
fiende la  justicia,  i  la  justicia  es  Dios». 

Las  ilusiones  del  gobierno  de  la  dictadura  i  del  pueblo  de 
Lima  después  de  este  pretendido  triunfo  llegaron  a  rayar  en 
verdadera  locura.  El  diario  oficial  de  Piérola  en  su  número 
de  4  de  octubre,  profetizaba  que  a  esas  horas  debia  haber 
caido  ignominiosamente  el  presidente  de  Chile,  víctima  de 
una  revolución  popular,  i  lo  que  era  mas  cómico  todavía, 
compadecía  jenerosamente  a  «ese  hombre  infortunado». — «La 
esplosion  de  tan  justo  sentimiento,  decia  con  este  motivo,  ha 
debido  ser  tremenda  en  Chile,  i  el  bamboleante  gobierno  de 


314  GUERRA    DEL  PACÍFICO 


Pinto  es  mui  difícil  que  haya  podido  resistirla.  A  esta  hora, 
el  infortunado  presidente  Pinto  habrá  descendido  las  gradas 
del  palacio  de  Santiago,  llevando  el  remordimiento  de  haber 
desencadenado  en  su  pais  las  tormentas  populares  de  que  él 
ha  sido  la  primera  víctima.  . .  Chile  se  encuentra  ahora  en  una 
pendiente,  en  la  que  nada  puede  detenerlo  ya.  La  hora  del 
desengaño  i  del  castigo  ha  sonado  ya  para  él . . .  Si  el  arrepen- 
timiento i  un  noble  propósito  de  reparar  los  daños  causados 
por  su  insensata  ambición,  no  hacen  escuchar  a  Chile  sus  ad- 
vertencias, mui  pronto  recibirá  su  merecido  escarmiento». 
El  diario  oficial  del  Perú  acababa  por  recomendar  a  Chile  que 
aprovechase  «los  amistosos  oficios  de  una  nación  amiga»  para 
implorar  la  clemencia  de  su  afortunado  rival. 

Cuando  esto  se  escribía  en  Lima  en  el  diario  oficial  de  la 
dictadura  ¿debe  estrañarse  que  los  aj entes  del  Perú  en  el  es- 
tranjero  publicasen  cada  semana  un  triunfo  fantástico  de  sus 
ejércitos?  ¿Habia  la  menor  seriedad  en  un  gobierno  que  se 
había  trazado  esta  línea  de  conducta?  Los  triunfos  ilusorios 
délas  armas  peruanas,  por  una  parte,  i  las  esperanzas  en  una 
revolución  que  según  anunciaban  los  diarios  de  Lima,  debia 
estallar  en  Chile,  eran  el  tema  constante  de  la  prensa  de  esa 
ciudad.  I,  lo  que  parece  increíble,  el  populacho  i  mucha  jente 
de  un  rango  mas  elevado,  se  dejaban  engañar  con  este  siste- 
ma de  falsas  noticias,  destinado,  según  se  decia,  a  «retemplar 
el  patriotismo».  Así  se  comprenderá  el  efecto  terrible  que  de- 
bía producir  en  esa  población  cada  uno  de  los  desastres  que 
esperimentaba  el  Perú. 

Después  de  estos  combates,  el  bloqueo  del  Callao  i  de  los 
puertos  inmediatos,  volvió  a  un  largo  periodo  de  monotonía 
i  de  calma,  que  no  interrumpieron  los  nuevos  esfuerzos  de  las 
autoridades  de  tierra  para  aplicar  torpedos  a  las  naves  chile- 
nas. El  10  de  octubre,  el  blindado  Cochrane  hizo  estallar  a  200 
metros  de  su  costado  un  torpedo  automático  lanzado  contra 
él.  Dos  días  después,  la  cañonera  Pilcomayo  echaba  a  pique 
en  Ancón  una  balandra  peruana  que  parecía  ocultar  una  má- 
quina de  guerra  de  la  misma  especie.  La  vijilancia  ínteh jente 


CAMPANA     A    LIMA 


3ié 


de  los  maxinos  chilenos  iba  a  hacer  imposible  todas  las  ace- 
chanzas que  se  fraguaban  contra  ellos  7. 

En  esos  momentos,  las  operaciones  de  la  guerra  llamaban 
también  preferentemente  la  atención  de  los  belij erantes  hacia 
otros  puntos.  De  ellas  vamos  a  hablar  en  los  capítulos  siguien- 
tes. 


7.  Aunque  la  relación  de  todos  estos  incidentes  del  bloqueo  del  Callao 
tenga  poco  interés,  i  aun  con  temor  de  fatigar  la  atención  de  nuestros  lecto- 
res, no  hemos  podido  prescindir  de  referirlos  para  presentar  el  cuadro  com- 
pleto de  las  operaciones  marítimas  i  militares  de  la  guerra  del  Pacifico. 


^^'^ 


CAPITULO  IV 


Operaciones  i  aprestos  militares  en  tierra,  de  Julio  a 
setiembre  de  1880 


Una  pequeña  división  chilena  espediciona  a  Tarata,  i  aniquila  i  dispersa  a 
las  montoneras  peruanas. — El  dictador  del  Perú  llama  a  las  armas  a 
toda  la  población  de  Lima  i  cr«a  el  ejército  de  reserva. — Entusiasmo  cojí 
que  esta  idea  es  recibida  por  la  prensa. — El  gobierno  peruano  anuncia 
por  todas  partes  su  próxima  victoria  sobre  los  chilenos. — El  arzobispo 
de  Lima  ofrece  al  gobierno  las  joyas  de  los  templos. — Importancia  real 
de  este  ofrecimiento. — Organizacion]^curiosa  dada  al  ejército  de  reserva. 
— Amenazas  constantes  contra  Chile,  recargadas  después  de  la  primera 
revista  de  la  reserva. — Organización  del  ejército  de  Arequipa. — Aprestos 
de  Chile  para  la  campaña  sobre  Lima. — Falsas  noticias  que  se  haciau 
circular  en  Lima  sobre  estos  aprestos. 


Después  de  las  batallas  de  Tacna  i  de  Arica,  el  ejército  ven- 
cedor quedó  acampado  en  estas  dos  ciudades,  tomando  algún 
descanso  de  las  imponderables  fatigas  de  la  campaña  ante- 
rior. Las  penosas  marchas  al  través  de  los  abrasadores  are- 
nales del  desierto,  las  privaciones  que  habia  sido  preciso, 
sufrir,  i  hasta  el  cansancio  de  las  bestias  de  carga,  exijian  al- 
gún tiempo  de  reposo  bajo  un  clima  que  en  esa  estación  (junio 
i  julio)  era  bastante  benigno.  El  enemigo  habia  abandonado 


318  QUEBRA  DEL  PACÍFICO 


aquella  r ejión,  i  todo  hacia  creer  por  el  momento  que  mejor 
aconsejado  por  sus  últimos  desastres,  el  gobierno  peruano  se 
inclinaría  a  poner  término  a  una  guerra  que  le  costaba  tantos 
i  tan  estériles  sacrificios  i  tan  repetidas  derrotas. 

Un  dia  se  supo  en  el  campamento  de  Tacna  que  una 
montonera  enemiga  habia  asaltado  de  improviso  a  cuatro 
oficiales  i  un  médico  del  ejército  que  viajaban  desprevenidos 
en  las  cerranías  de  la  cordillera  vecina.  Dos  de  los  oficiales 
fueron  hechos  prisioneros;  pero  los  que  salvaron,  pudieron 
llevar  la  noticia  de  esta  inesperada  sorpresa.  La  tropa  que 
salió  en  persecución  de  aquella  montonera,  no  consiguió  darle 
alcance.  Pero  luego  se  supo  que  en  el  pueblo  de  Tarata,  en 
medio  de  las  montañas,  se  habian  reunido  algunas  fuerzas 
peruanas,  i  que  preparaban  otros  ataques  de  la  misma  natu- 
raleza. 

El  jeneral  Baquedano  dispuso  inmediatamente  que  mar- 
chase una  pequeña  división  sobre  aquel  lugar.  Un  batallón 
de  infantería,  75  jinetes,  dos  cañones  i  dos  cirujanos  mihtares 
formaron  esta  división.  El  19  de  julio  se  puso  en  marcha  bajo 
las  órdenes  del  coronel  don  Orozimbo  Barbosa.  El  viaje  por 
aquellos  caminos  era  sumamente  penoso  i  ademas  lleno  de 
peligros.  Las  cerranías  ofrecían  a  cada  paso  ásperos  desfila- 
deros en  que  era  muí  difícil  marchar  con  artillería,  i  suma- 
mente fácil  al  enemigo  organizar  la  resistencia  o  preparar  una 
sorpresa.  El  coronel  Barbosa,  sin  embargo,  anduvo  mas  de 
dos  días  sin  encontrar  otra  cosa  que  los  vestí j ios  de  los  gue- 
rrilleros peruanos  que  parecían  huir  replegándose  hacia  Ta- 
rata. 

El  tercer  dia  de  marcha,  esto  es  el  21  de  julio,  i  cuando  ya 
se  hallaba  a  legua  i  media  de  ese  pueblo,  la  división  chilena 
fué  recibida  por  un  vivo  aunque  desordenado  fuego  de  fusil 
que  se  le  hacia  desde  lo  alto  de  un  portezuelo  bastante  escar- 
pado. El  enemigo  ocupaba  posiciones  excelentes,  detras  de 
rocas  que  lo  hacían  casi  invisible,  i  cerraba  perfectamente  ej 
camino  que  conduce  a  Tarata.  La  artillería  no  podía  funcio- 
nar en  el  lugar  que  ocupaba  el  coronel  Barbosa,  i  fué  preciso 
intentar  otro  medio  áb  desalojar  al  enemigo.  Una  columna 


CAMPAÑA  A  LIMA  319 


de  200  infantes  i  de  50  jinetes,  hizo  una  fatigosa  vuelta  por 
aquellos  cerros,  fué  a  ocupar  los  alrededores  de  la  ciudad, 
para  tomar  al  enemigo  por  la  retaguardia.  El  resto  de  la  di- 
visión comenzó  en  seguida  a  trepar  por  el  desfiladero.  Des- 
pués de  un  tiroteo  de  tres  cuartos  de  hora,  las  fuerzas  perua- 
nas se  desbandaron  en  precipitada  fuga  dejando  en  el  campo 
26  muertos,  i  24  prisioneros,  uno  de  los  cuales  era  el  jefe  de 
ellos,  el  coronel  don  Leoncio  Prado,  hijo  del  ex-presidente  del 
Perú,  i  un  subteniente.  Los  restos  de  las  fuerzas  peruanas 
lograron  sustraerse  a  la  persecución  por  lo  escabroso  de  aque- 
llos cerros,  pero  Tarata  quedó  abierta  a  los  vencedores.  Se 
juzgará  de  la  calidad  de  las  tropcis  peruanas  que  habia  en  este 
lugar,  diciendo  que  a  pesar  de  las  ventajosas  posiciones  que 
ellas  ocupaban,  los  chilenos  no  tuvieron  mas  que  un  muerto 
en  la  refriega. 

Ocupada  Tarata  el  mismo  dia,  el  coronel  Barbosa  avanzó 
hasta  Ticaco,  envió  partidas  en  diversas  direcciones  sin  hallar 
enemigos,  i  permaneció  en  esos  lugares  hasta  que  pudo  con- 
vencerse de  que  no  habia  en  todos  los  alrededores  un  solo 
hombre  en  estado  de  organizar  ni  de  oponer  la  menor  resis- 
tencia 1.  Desde  ese  dia  no  volvieron  a  aparecer  montoneras 
en  muchas  leguas  a  la  redonda  de  los  territorios  que  ocupa- 
ban los  chilenos.  Las  tropas  peruanas  que  en  esos  momentos 
trataban  de  reorganizarse,  estaban  mui  lejos  de  esos  lugares, 
en  Lima  i  en  Arequipa. 

En  efecto,  en  esos  mismos  dias  el  dictador  Piérola  desple- 
gaba una  grande  actividad  para  organizar  un  ejército  formi- 
dable en  la  capital  del  Perú.  Habia  llegado  alli  la  noticia  de 
que  en  Chile  se  hablaba  de  una  próxima  e  inevitable  espedi- 
cion  a  Lima,  de  que  se  formaban  nuevos  cuerpos  de  tropas 
con  este  objeto,  i  de  que  la  opinión  pública  pedia  una  acción 
enérjica  i  decisiva  en  la  marcha  de  las  operaciones.  Aunque 
no  se  daba  entero  crédito  a  estas  noticias,  i  aunque  la  prensa 


I.  En  el  cuadro  que  nos  hemos  trazado  en  este  libro  no  podemos  hacer 
entrar  mas  pormenores  sobre  esta  espedicion.  El  lector  puede  hallarlos  en 
una  interesante  relación  publicada  en  El  Ferrocarril  de  Santiago  de  20  de 
agosto  de  1880. 


320  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


peruana  no  cesaba  de  repetir  que  Chile  no  estaba  en  situación 
de  acometer  una  empresa  de  tamaña  magnitud,  er gobier- 
no de  la  dictadura  queria  estar  preparado  contra  todo 
evento. 

Habia  en  esos  momentos  entre  Lima,  el  Callao  i  sus  alrede- 
dores un  ejército  disponible  de  nueve  a  diez  mil  hombres,  que 
podia  elevarse  fácilmente  al  doble  o  mas,  con  nuevas  levas 
hechas  en  esas  ciudades  o  en  las  provincias  vecinas.  Induda- 
blemente, para  resistir  a  las  tropas  chilenas,  que  en  el  curso 
de  la  guerra  liabian  desplegado  a  no  caber  duda  las  dotes  de 
solidez  i  disciplina,  se  necesitaba  un  ejército  en  regla,  solda- 
dos diestros  en  la  maniobra  i  en  el  ejercicio  de  las  armas,  i 
oficiales  competentes  i  animados  de  un  verdadero  espíritu 
militar.  Pero,  para  esto  se  necesitaban  recursos  de  dinero  de 
que  no  podia  disponer  el  gobierno  del  Perú.  La  ocupación 
por  los  chilenos  de  las  salitreras  de  Tarapacá  i  de  casi  todos 
los  depósitos  de  guano  por  una  parte,  la  ocupación  o  el  blo- 
queo de  los  principales  puertos  de  esa  república  por  otra, 
hablan  cegado  casi  por  completo  sus  principales  fuentes  de 
entradas.  Agregúese  a  esto  que  el  gobierno  del  Perú  pagaba 
entonces  las  consecuencias  de  treinta  años  de  imprevisión  i 
de  desórdenes  financieros.  Le  era  imposible  levantar  emprés- 
titos en  el  esterior.  Su  papel  moneda  habia  llegado  al  colmo 
de  la  depreciación,  i  las  nuevas  emisiones  habrían  reagravado 
mas  aun  si  esto  fuese  posible,  aquella  desastrosa  situación. 
En  el  cambio  sobre  Europa,  el  peso  se  tasaba  en  6  i  5  peni- 
ques. El  comercio  pasaba  por  una  crisis  horrible,  aumentada 
por  la  guerra.  Ante  este  estado  de  cosas,  Piérola  no  podia 
aumentar  indefinidamente  su  ejército  de  línea,  porque  aun 
sin  pagar  a  los  soldados,  le  habría  ocasionado  gastos  que  no 
podia  satisfacer.  Se  limitó,  pues,  a  aumentar  hasta  donde  le 
fuera  dable  el  número  de  sus  tropas,  i  llamó  a  todo  el  mundo 
alas  armas,  creando  la  institución  que  él  llamó  reserva. 

Este  fué  el  orí  jen  de  un  famoso  decreto  dado  el  27  de  junio 
de  1880,  que  tenia  por  objeto  llamar  al  servicio  de  las  armas 
a  todos  los  habitantes  de  Lima.  Pero  era  menester  que  este 
llamamiento  fuese  acompañado  de  alguna  pomposa  declara- 


CAMPAÑA     A     LIMA  321 


cion  del  poder  i  de  los  recursos  militares  del  Perú,  i  por  eso 
fué  encabezado  con  las  siguientes  líneas: 

«Nicolás  de  Piérola,  jefe  supremo  de  la  república  i  protec- 
tor de  la  raza  indíjena. — Considerando:  Que  teniendo  Lima 
sobrados  elementos  para  defenderse  por  sí  sola  contra  cual- 
quiera tentativa  de  agresión  del  enemigo,  es  conveniente 
colocarla  en  condiciones  de  realizarlo  sin  esfuerzo;  a  fin  de 
ponerla  a  cubierto  de  ella  i  permitir  al  gobierno  emplear  el 
ejército  activo  como  lo  aconseje  la  mas  rápida  prosecución 
de  la  guerra;  decreto  etc.,  etc.» 

Se  declaraba  en  seguida  a  la  ciudad  i  provincia  de  Lima  en 
pié  de  defensa  militar,  i  se  mandaba  que  todos  los  peruanos 
habitantes  de  ella  de  i6  a  6o  años,  sin  distinción  de  condición, 
clase  o  empleo,  procedieran  a  enrolarse  en  la  reserva  movili- 
zada o  sedentaria  en  el  improrrogable  plazo  de  quince  dias. 
Todos  los  reservistas  quedaban  obligados  a  concurrir  diaria- 
mente desde  las  diez  de  la  mañana  hasta  las  dos  de  la  tarde  a 
los  ejercicios  doctrinales.  Durante  estas  horas  debían  perma- 
necer cerrados  los  almacenes,  tiendas  i  casas  industriales.  La 
penalidad  aplicada  a  los  infractores  de  este  decreto  debía  ser 
tremenda.  Solo  quedaban  exceptos  del  servicio  los  eclesiásti- 
cos, los  médicos,  farmacéuticos  i  empleados  de  los  hospitales, 
i  algunos  funcionarios  de  la  administración  pública.  Por  el 
mismo  decreto,  el  dictador  exijia  la  entrega  de  todas  las  ar- 
mas que  se  hallasen  en  poder  de  particulares,  bajo  conmina- 
ción de  ser  considerados  traidores  a  la  patria  i  de  quedar  su- 
jetos a  las  penas  de  tales  «los  que  no  cumplieren  con  entregar- 
las o  con  no  declarar  su  existencia  en  ajeno  podep>.  Esta 
última  medida  era  del  todo  innecesaria,  porque  el  Perú  tenia 
abundantes  depósitos  de  armas,  i  porque  seguía  recibiendo 
nuevas  remesas  por  los  puertos  del  norte; 

La  prensa  de  Lima  aplaudió  este  decreto  con  el  mismo  en- 
tusiasmo con  que  habría  celebrado  la  mas  espléndida  victoria 
de  sus  armas.  ¡El  Perú  está  salvado!  se  decía  por  todas  partes. 
El  diario  oficial  de  la  dictadura,  dando  cuenta  de  este  entu- 
siasmo, se  espresaba  en  los  términos  que  siguen:  «El  llama- 
miento que  el  jefe  supremo  de  la  República  ha  hecho  a  los  ve- 

TOMO  XVI. — 2í 


322  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


cinos  de  la  provincia  de  Lima  para  organizar  la  defensa  de  la 
capital,  ha  sido  acojido  con  todo  el  patriótico  entusiasmo  que 
era  de  esperarse  de  las  actuales  circunstancias. . .  La  con- 
fianza que  su  actitud  inspira  al  gobierno,  no  solo  deja  espe- 
dita  su  libertad  de  acción,  sino  que  será  un  motivo  mas  de 
reflexión  i  de  duda  para  la  realización  de  los  quiméricos  pro- 
yectos de  nuestros  invasores.  . .  Este  tierno  e  imponente 
llamamiento  satisface  en  gran  parte  las  aspiraciones  del  pa- 
triotismo, responde  a  las  exijencias  del  presente  i  difunde  el- 
aliento  allí,  donde  los  reveses  últimamente  sufridos  lo  habian 
atenuado  o  estinguido». 

,  Mas  lejos,  todavía,  fueron  los  otros  diarios  en  su  confianza 
en  la  victoria  i  en  sus  amenazas  a  Chile.  «La  guerra  comienza 
hoi,  decia  La  Patria  de  Lima,  puesto  que  se  la  mira  con  toda 
la  seriedad  que  ella  reclamaba  desde  el  principio».  «Los  chile- 
nos, decían  otros,  encontrarán  indefectiblemente  su  tumba 
en  Lima».  Esos  diarios  parecian  olvidar  que  esta  misma  ame- 
naza, con  las  mismas  palabras,  habia  sido  hecha  a  los  chilenos 
antes  de  la  campaña  de  Tarapacá,  i  repetida  con  particular 
insistencia  antes  de  la  campaña  de  Tacna.  «Nuestra  firme 
convicción  en  el  próximo  triunfo,  decia  jE^/  Nacional  de  Lima 
con  este  motivo,  vale  mas  que  todas  las  escuadras  i  cañones 
del  enemigo». 

Desde  ese  dia,  el  gobierno  de  la  dictadura  se  mostró  alen- 
tado por  la  mas  absoluta  confianza  en  el  poder  de  sus  recur- 
sos, i  en  la  seguridad  indeclinable  de  su  próximo  triunfo.  De 
allí  se  orijinó  un  verdadero  diluvio  de  notas  i  de  circulares 
despachadas  de  las  oficinas  de  gobierno,  i  destinadas  a  anun- 
ciar a  todas  partes  la  inevitable  derrota  de  los  chilenos  en  la 
próxima  campaña  2.  El  ministro  del  culto  se  dirijió  al  arzo- 


2.  Parece  que  las  monjas  de  Lima,  viendo  el  estado  de  las  cosas  con  mas 
claridad  que  el  gobierno  peruano,  no  abrigaban  la  misma  confianza  en  la^ 
victoria,  i  que  creyendo  al  pié  de  la  letra  todas  las  absurdas  exajeraciones 
de  la  prensa,  estaban  persuadidas  de  que  los  chilenos  iban  a  invadir  i  a  sa- 
quear sus  claustros.  El  sub-prefecto  de  Lima  quiso  calmar  su  inquietud  anun- 
ciándoles la  próxima  i  segura  victoria  de  las  armas  peruanas;  i  al  efecto  di- 
rijió a  todas  las  abadesas  de  los  monasterios  la  siguiente  circular: 


CAMPAÑA  A    LIMA  323 


bispo  de  Lima  para  darle  estas  seguridades  en  los  términos 
siguientes: 

«El  gobierno,  que  tiene  la  indefectible  convicción  de  nues- 
tro triunfo,  a  medida  de  ella  está  resuelto  a  no  detenerse  ante 
consideración,  ni  estorbo  de  ninguna  especie,  para  realizar 
la  provisión  de  elementos  de  combate  i  proseguirla  sin  tregua, 
hasta  alcanzarlo,  dure  lo  que  dure  i  cueste  lo  que  cueste. 
Cualesquiera  que  sean  nuestros  contrastes,  el  único  limite  a 
la  resistencia  puede  ser  la  existencia  de  los  peruanos,  i,  si  el 
enemigo  quiere  vencemos,  ha  de  saber,  desde  ahora,  que  para 
asentar  su  triunfo,  necesita  no  dejar  en  pié  un  solo  hombre 
en  el  Perú.» 

La  confianza  en  la  victoria  habia  llegado  también  hasta  el 
arzobispo  de  Lima.  En  su  contestación  a  la  nota  del  gobierno, 
se  felicita  del  inquebrantable  propósito  del  jefe  supremo  del 
estado,  persuadido,  dice,  de  que  Dios  otorgaría  la  victoria 
definitivamente  al  Perú.  Con  este  motivo,  ofrecía  al  gobierno 
las  joyas  de  los  templos;  pero  exijia  también  que  las  señoras 
se  desprendieran  de  sus  alhajas  i  las  personas  acaudaladas  de 
una  parte  de  su  fortuna.  «La  iglesia  ofrece  las  joyas  de  sus 
templos,  dice  con  este  motivo,  ¿qué  mucho  que  las  señoras 
ofrezcan  las  suyas  i  los  acaudalados  una  parte  de  su  fortuna, 
i  todos  algo,  por  pequeño  que  sea,  para  conservar  limpia  la 
frente  de  la  patria  i  circundarla  de  laureles  al  fin  de  la  jorna- 


«A  la  superiora  del  convento  de .  .  .  Reverenda  madre:  La  maledicencia 
que  se  ensaña  con  la  jente  inocente  i  virtuosa,  viene  esparciendo  noticias 
alarmantes  que  irritan  e  inquietan  los  espíritus,  i  éstas  se  propagan  hasta 
los  claustros  donde  hai  mas  campo  para  darle  crédito,  en  razón  de  la  poca 
facilidad  de  ponerse  al  corriente  de  la  política.  El  deseo  de  tranquilizar  el 
ánimo  de  su  R.  i  de  las  dignas  esposas  de  Jesucristo  que  forman  la  comuni- 
dad de  ese  inviolable  convento,  me  ha  decidido  a  dirijirme  a  su  R.  para  en- 
sancharla manifestándole  que  no  debe  abrigar  temor  alguno  de  la  profana- 
ción de  sus  claustros  con  la  guerra,  pues  la  capital  se  halla  perfectamente 
resguardada  para  contener  al  enemigo,  caso  que  en  su  inicua  alevosía  inten- 
tara atacarla.  Nuestras  desgracias  del  sur  no  se  repetirán  en  Lima;  confie  su 
•R.  en  ello,  i  siga  tranquila  junto  con  sus  virtuosas  hermanas,  en  sus  prácti- 
cas relijiosas,  pidiendo  al  Todopoderoso  por  el  rápido  triunfo  de  nuestras 
armas. 

«Con  sentimiento  de  respeto  i  consideración  me  es  honroso  suscribirme  de 
su  R.  mui  atento  i  seguro  servidor.. — Mariano  C.  Bustamante.» 


324  GUERRA    DEL  PACÍFICO 


da?»  Mas  tarde  veremos  repetirse  estas  mismas  exijencias  en 
términos  amenazadores.  La  prensa  de  Lima,  alentando  los 
malos  instintos  de  la  plebe,  que  constituia  la  fuerza  del  poder 
de  la  dictadura,  llamó  ladrones  enriquecidos  con  la  esplota- 
cion  del  erario  nacional  a  los  capitalistas  peruanos  que  en 
aquella  situación,  no  se  desprendian  de  sus  tesoros,  i  provo- 
caba imprudentemente  los  crímenes  i  saqueos  que  debian  se- 
guirse a  la  derrota. 

La  misteriosa  reserva  con  que  el  gobierno  de  la  dictadura 
peruana  dirijia  todo  lo  relativo  a  la  administración  de  los 
fondos  públicos,  no  teniendo  que  dar  cuenta  a  nadie  de  los 
gastos  que  hacia,  no  nos  permite  apreciar  la  importancia  del 
ofrecimiento  de  las  joyas  de  los  templos,  con  que,  sin  embar- 
go, se  hizo  mucho  ruido  para  estimular  nuevos  donativos  i 
para  infundir  temor  i  desconfianza  al  enemigo.  Pero  tenemos 
razones  para  creer  que  él  no  llevó  un  gran  continjente  de  re- 
cursos al  tesoro  peruano.  Los  templos  de  ese  pais,  mui  ricos 
en  la  época  del  coloniaje,  habian  caido  mucho  de  su  antigua 
opulencia.  La  guerra  de  la  independencia,  primero,  i  luego 
las  constantes  i  prolongadas  guerras  civiles  habian  dado  cuen- 
ta de  una  gran  parte  de  esos  tesoros;  pero  el  despilfarro  que 
desde  muchos  años  atrás  habia  invadido  todos  los  ramos  de 
la  administración  pública,  habia  sido  su  mas  formidable  ene- 
migo. Creemos,  sin  embargo,  que  los  bienes  de  las  iglesias 
suministraron  alguna  plata  labrada  que  sirvió  al  dictador 
para  intentar  una  complicada  e  infructuosa  operación  finan- 
ciera con  que  esperaba  dar  valor  al  papel  moneda.  Consistió 
ésta  en  hacer  acuñar  algunos  miles  de  pesos  en  monedas  de 
plata,  del  valor  de  veinte  centavos  de  peso,  con  el  nombre  de 
incas  i  con  esta  inscripción,  alusiva  a  las  circunstancias:  Pros- 
peridad i  poder  por  la  justicia  ^. 


3.  Se  comprenderá  mejor  la  deplorable  situación  financiera  del  gobierno 
de  la  dictadura  por  los  dos  hechos  que  pasamos  a  referir. 

Habia  entonces  en  Chile  cerca  de  3,000  prisioneros  peruanos  entre  jefes, 
oficiales,  soldados  i  marinos,  a  todos  los  cuales  les  debia  su  gobierno  muchos 
meses  de  sueldo.'El  gobierno  chileno  se  habia  encargado  de  hospedarlos  i  de 
alimentarlos  pagando  doce  pesos  mensuales  por  soldado,  23  pesos  por  oficia- 
les hasta  capitán  i  28  pesos  por  jefes  de  capitán  para  arriba,  lo  que  le  ocasio- 


CAMPAÑA  A  LIMA  325 


El  cumplimiento  de  los  decretos  del  dictador  respecto  a  la 
organización  de  la  reserva  no  se  hizo  esperar  largo  tiempo. 
Don  Juan  Martin  Echeñique,  «coronel  de  infantería  de  ejér- 
cito, prefecto  del  departamento  de  Lima  i  comandante  en 
jefe  del  ejército  de  reserva»,  i  don  Julio  Tenaud,  jefe  de  estado 
mayor  de  este  mismo  eiército,  ordenaron  con  fecha  de  9  de 
julio,  que  desde  el  domingo  11  hasta  el  sábado  17  de  ese  mis- 
mo mes  se  presentasen,  bajo  las  penas  mas  severas,  todos  los 
peruanos  habitantes  de  Lima  a  inscribirse  en  sus  cuerpos  res- 
pectivos. Debia  darse  principio  a  la  inscripción,  para  «reves- 
tirla de  la  mayor  solemnidad»,  con  una  gran  fiesta  militar, 
salvas  de  artillería,  músicas,  etc.  Según  las  disposiciones  de 
este  decreto,  la  reserva  se  distribuiría  en  diez  divisiones  i  dos 
brigadas,  formada  cada  una  de  ellas  por  hombres  de  profesio- 
nes u  oficios  análogos  o  semejantes  *.  « 

naba  un  desembolso  considerable.  En  cerca  de  un  año  que  duró  la  detención 
de  los  prisioneros  de  Tacna  i  de  Arica  i  en  mas  de  un  año  que  duró  la  de  los 
que  fueron  tomados  en  la  campaña  de  Tarapacá.  no  recibieron  de  su  gobier- 
no mas  que  una  remesa  de  dos  mil  libras  esterlinas  con  que  no  se  alcanzó  a 
pagar  ni  siquiera  medio  mes  de  sueldo  a  cada  uno  de  ellos.  El  gobierno  de 
Bolivia.por  su  parte,  no  envió  jamas  un  solo  peso  a  sus  soldados  i  jefes  pri- 
sioneros. 

Hé  aquí  el  otro  hecho.  El  antiguo  arzobispo  de  Lima  don  José  Sebastian 
de  Goyeneche,  fallecido  en  1872,  habia  dejado  una  fortuna  colosal,  de  mu- 
chos millones  i  habia  legado  50  mil  pesos  a  los  establecimientos  de  benefi- 
cencia de  Lima,  i  150  mil  a  los  de  Arequipa.  El  dictador  Piérola,  por  decreto 
cíe  6  de  julio  de  1880,  i  considerando,  dice,  que  la  inmensa  fortuna  de  la  fa- 
milia del  arzobispo  se  formó  en  el  Perú,  que  este  prelado  usufructuó  las  dos 
ricas  mitras  de  Arequipa  i  de  Lima,  que  el  Perú  tenia  comprometida  en  la 
guerra  su  integridad,  su  honra  i  su  soberanía,  i  por  último,  que  la  dictadura 
estaba  investida  de  facultades  omnímodas,  i  entre  ellas  de  las  de  lejislador, 
correspondiéndole  por  tanto  el  poder  de  «declarar  la  voluntad  interpreta- 
tiva de  los  testadores»,  manda  que  los  200  mil  pesos  de  estos  legados  «se  ha- 
gan efectivos  dentro  de  tercero  día,  computándolos  en  metálico,  según  el 
valor  de  la  circulación  monetaria  en  la  época  del  testamento,  i  se  apliquen  a 
las  necesidades  de  la  guerra,  por  via  de  préstamo»,  i  para  pagarlos  en  mejo- 
res tiempos.  La  entrega  debia  hacerse  en  oro  o  plata  sellada,  o  en  buenas 
letra<^  sobre  Londres,  por  un  valor  igual  i  sin  pérdida  en  el  cambio. 

4.  Para  que  se  comprenda  mejor  esta  curiosa  distribución  de  los  soldados 
de  los  ejércitos  de  reserva  del  Perú,  copiamos  en  seguida  íntegros  los  arts. 
2.0  i  3.0  del  decreto  dado  por  el  prefecto  de  Lima  el  9  de  julio  de  1880.  Helo 
aquí: 

*Art.  2.3  Los  ciudadanos  de  la  i.**  división,  comandada  por  el  señor  coro- 


326  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


La  prensa  de  Lima  entre  tanto,  no  tenia  palabras  con  que 
encomiar  a  los  autores  de  estas  disposiciones.  Según  ella,  esos 
decretos,  asi  como  los  pasos  dados  para  reconstruir  la  confe- 
deración perú-boliviana,  iban  a  producir  el  asombro  i  el  te- 
rror en  Chile,  demostrando  a  este  pais  cuan  quimérico  seria 
el  pensamiento  de  atacar  a  Lima.  «El  Perú,  decia  La  Patria 
de  ese  mismo  dia,  renace  en  cada  revés,  engrandeciendo  su 
causa,  a  la  vez  que  arroja  los  cimientos  de  una  revolución 


nel  don  José  Unánue,  i  que  se  formará  de  los  señores  vocales  i  jueces,  abo- 
gados i  bachilleres,  empleados  judiciales,  procuradores  i  escribanos,  i  ama- 
nuenses de  abogados  i  de  escribanos,  concurrirán  al  palacio  de  justicia. 

«Los  de  la  2.^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Pedro  Correa  i 
Santiago,  i  que  se  formará  de  los  propietarios,  banqueros,  jefes  de  casas  de 
comercio,  de  almacenes  i  empleados  i  dependencias  de  éstos,  concurrirán  a 
la  plaza  de  San  Pedro. 

«Los  de  la  3.^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Serapio  Orbe- 
goso,  i  que  se  formará  de  los  profesores  i  estudiantes,  concurrirán  a  los  claus- 
tros de  la  Universidad. 

«Los  de  la  4.^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Juan  de  Aliaga 
i  Puente,  i  que  se  formará  de  los  arquitectos,  empresarios  de  obras  públicas 
carpinteros  i  albañiles,  concurrirán  a  la  plaza  de  Santa  Ana. 

«Los  de  la  $:'^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Juan  Peña  i 
Coronel,  i  que  se  formará  de  los  sastres,  sombrereros,  zapateros,  talabarte- 
ros i  trenzadores,  concurrirán  a  la  plazuela  de  San  Agustin. 

«Los  de  la  6.^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Ramón  Mon- 
tero, que  se  formará  de  los  plateros,  hojalateros,  maquinistas,  herreros,  cal- 
dereros, fundidores  i  molineros,  concurrirán  a  la  plaza  de  Bolívar. 

«Los  de  la  7.^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Dionisio  Der- 
teano,  que  se  compondrá  de  los  empleados  de  la  administración  pública  i 
beneficencia,  periodistas,  tipógrafos,  i  demás  dependientes  de  imprentas, 
concurrirán  a  la  plaza  principal. 

«Los  de  la  %.^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Juan  Arrieta, 
i  que  será  compuesta  de  los  dulceros,  biscocheros,  pasteleros,  panaderos, 
sirvientes  de  casas  i  hoteles,  i  dueños  de  fondas  i  chinganas,  concurrirán  a  la 
plazuela  del  Teatro. 

«Los  de  la  g^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Bartolomé  Fi- 
gari,  que  se  compondrá  de  los  tapiceros,  pintores,  empapeladores,  barberos, 
mercaderes  ambulantes  i  los  de  oficios  que  no  están  especialmente  determi- 
nados en  esta  resolución,  concurrirán  a  la  plazuela  de  Santo  Domingo. 

«Los  de  la  10.^  división,  comandada  por  el  señor  coronel  don  Antonio  Ben- 
tin  que  se  formará  de  los  empleados  i  operarios  i  peones  de  ferrocarril  i  tran- 
vías, de  los  de  las  empresas  del  gas  i  del  agua,  lo  mismo  que  los  plomeros  i 
gasfiteros,  concurrirán  a  inscribirse  en  la  plazuela  de  Monserrate, 

«Los  ciudadanos  de  la  brigada  de  artillería,  comandada  por  el  señor  coro-' 


CAMPANA  A  LIMA  327 


colosal  en  la  constitución  internacional  del  continente .  . . 
Pero  aun  pudiera  atribuirse  esa  actitud  puramente  al  gobier- 
no.  Para  que  no  quepa  duda  alguna  respecto  del  verdadero 
sentimiento  el  pais,  el  domingo  próximo  presentará  Lima  el 
mas  grandioso  de  los  espectáculos  acudiendo  al  llamamiento 
de  la  autoridad  para  alistarse  en  las  filas  del  ejército  destina- 
do a  la  defensa  nacional.  El  bando  promulgado  señalando 
lugar  para  el  alistamiento,  ha  movido  con  un  solo  impulso  a 
toda  la  ciudad,  i  no  queda  entre  sus  habitantes  ninguno  que 


nel  don  Adolfo  Salmón,  que  se  formará  de  la  compañía  de  bomberos  de  Li- 
ma, carroceros,  compañía  Cosmopolita,  Cruz  Roja,  carreteros  i  aparejeros, 
concurrirán  a  la  plazuela  de  la  Micheo. 

«Los  ciudadanos  de  la  brigada  de  caballería,  comandada  por  el  señor  co- 
ronel don  Juan  Francisco  Elizalde,  que  se  formará  de  los  aguadores,  dueños 
i  peones  de  caballerizas,  albeitares,  cocheros  i  camaroneros,  concurrirán  a 
la  plazuela  de  San  Lázaro. 

«Art.  3.^  Todo  ciudadano  que  no  sea  jefe  u  oficial  de  algunos  de  los  cuer- 
pos en  organización,  está  inevitablemente  obligado  ainscribirse  en  el  gremio 
a  que  pertenezca,  no  pudiendo  hacerlo  ennigun  otro.» 

Los  datos  estadísticos  que  apuntamos  a  continuación  servirán  para  dar 
a  conocer  el  número  aproximativo  de  soldados  con  que  podia  contar  el  ejér- 
cito de  la  reserva  organizado  en  Lima. 

Según  el  censo  del  Perú  de  1876,  el  departamento  de  Lima  tenia  una  po- 
blación de  226,992  habitantes.  Haciendo  abstracción  de  los  estranjeros,  de 
las  mujeres,  de  los  niños  i  de  los  ancianos  de  mas  de  sesenta  años,  la  pobla- 
ción viril  del  departamento,  obligada  a  enrolarse  en  la  reserva  sin  escusas 
ni  escepcion  de  ningún  jénero,  habría  debido  dar  un  ejército  de  40,000  hom- 
bres. Pero  los  decretos  que  recordamos  solo  se  referían  a  la  provincia  de 
Lima,  esto  es,  a  una  de  las  seis  secciones  en  que  está  dividido  el  departamen- 
to del  mismo  nombre,  cuya  población,  según  el  censo  citado,  era  de  122,326: 
habitantes.  Así  se  comprenderá  que  el  ejército  de  reserva  no  alcanzó  a  con- 
tar mas  que  18,000  individuos  inscritos;  i  que  mediante  las  licencias  acorda- 
das por  favor,  solo  contó  algo  como  la  mitad  de  ese  número  en  la  víspera  de 
las  batallas  que  tuvieron  lugar  en  los  alrededores  de  la  capital. 

En  los  diarios  peruanos  de  esa  época,  se  habla  a  veces  de  la  población  de 
la  ciudad  de  Lima  haciéndola  subir  a  200,000  almas.  Según  el  censo  citado 
de  1876,  la  ciudad  no  tenia  mas  que  100,156  habitantes,  distribuidos  en  la 
forma  que  sigue:  estranjeros  15,378;  indios  19,630;  negros,  9,008;  mestizos, 
23,120;  peruanos  de  raza  blanca,  33,020. 

Al  leer  el  decreto  del  prefecto  Echeñique  de  que  hemos  copiado  las  princi- 
pales disposiciones,  se  creería  que  Lima  era  una  especie  de  colmena  en  que 
todos  los  habitantes  tenían  una, ocupación.  Sin  embargo,  la  estadística  reve- 
la que  es  muí  difícil  que  haya  en  el  mundo  una  ciudad  de  igual  población  con 
un  número  mayor  de  vagos.  Él  censo  lo  estima  en  62,243. 


328  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


no  tome  puesto,  cualquiera  que  sea  la  escala  en  que  se  sirva. 
Hé  aqui  la  repuesta  mas  elocuente  a  las  ilusiones  chilenas  i  a 
su  jactancia  pretenciosa:  la  organización  del  espléndido  ejér- 
cito de  reserva  que  en  breve  será  una  realidad  precursora  de 
la  buena  fortuna  que  al  cabo  coronará  la  causa  de  la  justicia, 
en  contraposición  al  acaso  que  hasta  ahora  ha  dado  triunfos 
al  enemigo». 

Se  habla  anunciado  por  los  diarios  que  la  reserva  se  com- 
pondría de  50,000  hombres.  Sin  embargo,  las  inscripciones 
ejecutadas  en  virtud  de  estos  decretos,  alcanzaron  a  cerca  de 
18,000  hombres  nominales,  i  a  un  efectivo  que  según  los  me- 
jores cálculos,  no  pasaba  de  15,000.  Los  ejercicios  del  ejército 
denominado  de  la  reserva  comenzaron  en  Lima  el  18  de  julio. 
Los  soldados  fueron  provistos  de  buenas  armas,  i  algunos 
cuerpos  llegaron  a  manejar  regularmente;  pero  no  pudo  esta- 
blecerse jamas  la  sólida  disciplina  a  que  no  pueden  alcanzar 
las  tropas  organizadas  en  esas  condiciones.  La  asistencia  a 
los  ejercicios,  que  se  efectuaban  cada  dia  después  de  un  toque 
de  campana  en  la  catedral,  fué  exacta  i  formal  en  los  prime- 
ros tiempos;  pero  el  entusiasmo  de  unos  i  el  terror  de  otros  a 
las  penas  con  que  los  amenazaban,  comenzaron  a  desapare- 
cer en  breve.  Las  faltas  fueron  tan  frecuentes  i  numerosas, 
que  el  gobierno  tuvo  que  conminar  de  nuevo  a  los  soldados 
de  la  reserva  con  los  mas  severos  castigos,  sin  conseguir  tam- 
poco el  resultado  que  buscaba  con  sus  amenazas. 

Sin  embargo,  dos  meses  mas  tarde  la  opinión  pública  esta- 
ba profundamente  convencida  de  que  el  Perú  estaba  prepa- 
rado i  listo  no  ya  para  rechazar  una  invasión  de  los  enemigos, 
sino  para  invadir  a  Chile  i  ocupar  militarmente  a  Santiago, 
su  capital.  «Calcúlese,  decia  un  diario  de  Lima  el  22  de  setiem- 
bre, cuál  habrá  sido  el  despecho  i  furia  de  los  chilenos,  al  con- 
siderar que  han  malgastado  tiempo,  sangre  i  dinero  en  golpes 
infructuosos,  i  que  cuando  creian  tener  vencido  al  Perú,  se 
alza  éste  mas  altivo,  mas  imponente  que  nunca...  Como 
cuadrilla  de  bandoleros  que  acechan  el  momento  oportuno 
para  lanzarse  sobre  Ja  codiciada  presa,  los  chilenos  se  creen  a 
las  puertas  de  Lima;  pero  como  la  justicia,  como  fuerza  ven- 


CAMPANA    A    LIMA 


gadora  que  persiguen  al  criminal  hasta  su  escondite  para  ha- 
cerle espiar  sus  crímenes,  nosotros  estamos  mas  cerca  de  San- 
tiago que  ellos  de  Lima». 

Esta  confianza  ciega  en  el  poder  irresistible  del  Perú  i  en 
el  próximo  triunfo  de  sus  armas  en  la  campaña  inmediata, 
fué  todavía  mucho  mayor  después  del  24  de  setiembre.  Este 
dia,  aniversario  de  la  patrona  de  las  armas  nacionales,  pasó 
el  dictador  una  ostentosa  revista  que  llenó  de  entusiasmo  a 
la  población  de  Lima,  i  que,  según  decía  un  diario,  «ostentó 
su  poder  i  la  grandeza  de  su  patrotismo».  «Todo  ciudadano, 
agregaba  mas  adelante,  es  hoi  un  soldado  que  no  tiene  mas 
objetivo  que  la  guerra  a  muerte  a  las  hordas  invasoras.  El 
deseo  de  combatir  es  unánime,  i  solo  se  abriga  el  temor  de 
que  nuestros  alevosos  contrarios  no  se  aproximen  jamas  a  las 
puertas  de  la  capital  donde  está  ya  preparado  su  hundimien- 
to. Un  pueblo  que  así  piensa  es  un  pueblo  invencible.  En  él  se 
encierran  todos  los  secretos  de  la  victoria  i  todos  los  esplen- 
dores de  la  libertad.  Es  el  París  de  93  que  manda  lo  mejor  de 
sus  hijos  para  aniquilar  las  aguerridas  huestes  del  despotismo 
en  los  campos  de  Jenmapes  i  Valmy.  Es  Moscow  que  con  el 
incendio  de  sus  palacios  detiene  aterrado  i  estupefacto  a  Na- 
poleón en  medio  de  los  triunfos.  En  la  historia  de  la  presente 
campaña,  no  habrá  pajina  mas  bella  ni  de  mas  fecunda  ense- 
ñanza que  la  ofrecida  por  Lima». 

De  estas  arrogantes  seguridades  en  el  poder  de  sus  ejércitos, 
los  periodistas  peruanos,  creciendo  cada  dia  en  entusiasmo, 
pasaron  luego  a  las  mas  violentas  amenazas.  «El  Perú,  decía 
un  diario  el  25  de  setiembre,  se  ha  levantado  como  un  solo 
hombre,  i  la  capital  de  la  república  ha  visto  realizarse  el  ma- 
yor de  los  prodijios  de  la  vida  democrática:  el  pueblo  que  se 
defiende  por  sí  mismo.  ¿Puede  Chile,  en  desagravio  de  sus 
crímenes,  ofrecer  al  mundo  un  espectáculo  semejante?  ¿Po- 
drá Chile,  jamas,  elevar  a  la  alta  categoría  de  ciudadano  libre 
ese  tipo  de  perversión  moral,  que  es  su  molde,  i  que  se  llama 
el  roto?. . .  ¿Serian  esas  turbas  de  sacrilegos,  violadores,  in- 
cendiarios i  asesinos,  que  forman  la  crema  de  sus  rejimientos, 
las  que  Chile  empuje  hacia  nosotros  para  ganar  ese  botin  que 


330  (JtJERRA    DEL   PACIFICO 

•pregonan  sus  voceros,  gritando:  ¡A  Lima!  ¡A  Lima!.  . .  Que 
vengan,  sí,  los  espera  un  castigo  tremendo,  histórico  i  ejem- 
plaD>. 

I  reforzando  el  tono  provocador  i  conminatorio,  se  escribia 
el  30  de  setiembre  lo  que  sigue:  «El  sentimiento  nacional  quie- 
re que  la  resistencia  al  enemigo  sea  sin  tregua  ni  descanso, 
que  no  se  atienda  al  número,  ni  a  los  elementos  bélicos;  que 
cada  pueblo,  cada  villa,  cada  hombre  se  defienda  contra  Chile, 
como  se  defiende  el  honor  i  la  vida,  como  se  defiende  la  civi- 
lización contra  la  barbarie.  El  sentimiento  nacional  quiera 
que  en  la  presente  guerra,  el  mundo  vea  la  enorme  superiori- 
dad moral  que  ha  existido  siempre  i  existe  del  Perú  a  Chile. 

«Es  necesario  castigar  con  mano  vigorosa  los  atentados  de 
Chile  contra  todo  derecho;  es  necesario  no  prodigarle  mas  una 
jenerosidad  que  lo  estimula  a  cometer  crímenes  mayores;  es 
necesario  desplegar  todo  el  vigor  de  la  justicia  vilmente  es- 
carnecida para  que  el  castigo  de  Chile  sea  histórico,  tremendo 
i  ejemplar.  Para  conseguir  eso  i  mas,  si  fuere  necesario,  tene- 
mos dos  valerosos  ejércitos  que  se  han  organizado  en  esta 
misma  capital  con  los  continj entes  venidos  de  los  otros  de- 
partamentos; tenemos  la  reserva,  i  tenemos  otro  ejército  en 
el  sur,  nubecilla  que  dentro  de  poco  descargará  sobre  las  hues- 
tes de  Chile  una  tempestad  de  horrores»  ^. 

La  nubecilla  a  que  se  alude  en  las  líneas  anteriores  era  un 
cuerpo  de  unos  cinco  o  seis  mil  soldados,  organizados  de  cual- 
quiera manera  i  reunidos  en  Arequipa. 

En  esos  momentos,  en  efecto,  el  Perú  completaba  con  me- 
nos aparato,  i  también  con  menos  resultado,  otro  ejército  en 
el  territorio  de  Arequipa.  Temíase  que  éste  fuera  en  realidad 
el  teatro  elejido  por  los  chilenos  para  una  nueva  campaña,  i 
se  creía  alcanzar  a  poner  esa  ciudad  i  su  provincia  en  estado 
de  resistir  la  invasión  con  las  tropas  salvadas  de  los  anteriores 
desastres  i  con  los  continj  entes  que  pudieran  suministrar  las 

5,  Aun  con  temor  de  hastiar  a  nuestros  lectores,  hemos  repetido  estas  cir 
taciones  i  fragmentos  de  los  diarios  de  Lima  para  dar  a  conocer  por  medio 
de  ellos  el  tono  de  arrogante  amenaza,  i  la  confianza  que  allí  se  abrigaba  en 
elpoderde  sus  ejércitos.  .        ^- 


CAMPAAA  A   LIMA  331 


provincias  vecinas.  Desde  luego  se  acordó  dar  a  esas  .tropas 
la  denominación  «de  primer  ejército  del  sur»,  nombre  fatídico 
en  todo  el  curso  de  la  guerra.  Lo  habia  llevado  el  que  bajo  las 
órdenes  del  jeneral  Buendía  habia  sido  derrotado  en  la  cam- 
paña de  Tarapacá;  i  mas  tarde  se  habia  dado  el  mismo  nom- 
bre a  las  fuerzas  aliadas  perú-bolivianas  que  fueron  destruidas 
en  la  campaña  de  Tacna.  Pero  el  gobierno  de  la  dictadura 
creia  borar  el  recuerdo  de  esos  desastres  con  estas  puerilida- 
des, i  en  vez  de  llamar  a  las  tropas  de  Arequipa  tercer  ejército 
del  sur,  se  continuó  designándolas  con  el  nombre  que  dejamos 
indicado. 

Desde  fines  de  junio  habían  ido  llegando  allí  los  fujitivos 
de  la  derrota  de  Tacna,  después  del  viaje  mas  penoso  que  es 
posible  imajinar,  por  los  desfiladeros  de  la  sierra,  hasta  que 
pudieron  tomar  el  ferrocarril  que  conduce  de  Puno  a  Arequi- 
pa. Formaban  unos  1,500  hombres  en  el  mas  lastimoso  estado 
de  desnudez,  desmoralizados  por  la  derrota,  estenuados  por 
la  fatiga,  i  poco  decididos  a  volver  a  entrar  en  combate. 

La  prensa  de  la  locahdad,  sin  embargo,  imitando  el  tono 
enfático  de  los  diaristas  de  Lima,  tenia  elojios  para  todos, 
aun  para  los  batallones  que  en  Tacna  habían  vuelto  caras  al 
comenzar  el  combate,  i  que  por  lo  mismo  eran  los  que  llega- 
ban mas  completos  a  Arequipa;  i  a  todos  incitaba  a  volver 
de  nuevo  a  la  pelea.  «Estas  fuerzas,  sagradas  reliquias  de 
nuestro  primer  ejército,  decía  con  este  motivo,  están  repa- 
rando sus  quebrantos  para  emprender  nueva  guerra,  tan  tre- 
menda como  lo  es  la  sin  par  criminalidad  chilena.  Vosotros 
que  habéis  jurado  al  pié  del  lábaro  nacional  defender  la  inte- 
gridad, volved  luego  a  afrontar  las  balas  enemigas,  hasta  res- 
catar nuestro  territorio  profanado  por  el  ínvasoP>.  El  jefe  de 
las  fuerzas  derrotadas  i  cada  uno  de  los  veintitrés  coroneles 
que  las  acompañaban,  tenían  su  parte  en  los  pomposos  aplau^ 
sos  que  se  les  tributaban.  «Capitanes  como  el  jeneral  Montero, 
decían,  son  el  honor  i  el  prestí jio  de  nuestras  lej iones». 

Antes  de  mucho  tiempo,  sin  embargo.  Montero  i  algunos 
de  los  coroneles  que  lo  acompañaban,  siguieron  su  viaje  a 
Lima.  Arequipa  quedó  con  los  restos  del  ejército  derrotado. 


332  GrERRA  DEL    PACÍFICO 


i  luego  con  los  cuerpos  que  formaban  la  llamada  división  del 
coronel  Leiva,  i  sobre  la  cual  hablan  fundado  tantas  esperan- 
zas los  defensores  de  Tacna  poco  antes  de  su  derrota.  Allí  se 
reunieron  también  otros  continjentes,  que  completaron  el 
número  de  poco  mas  de  cinco  mil  hombres,  si  bien  los  diarios 
de  la  ciudad  hablaban  de  un  número  casi  doble.  Aunque  ha- 
bla en  Arequipa  muchos  jefes  militares,  coroneles  o  tenientes 
coroneles,  el  verdadero  comandante  era  el  prefecto  del  depar- 
tamento, doctor  don  Pedro  A.  del  Solar,  amigo  íntimo  i  par- 
tidario acérrimo  de  Piérola. 

En  Arequipa  también  se  provocaba  al  ejército  de  Chile  en 
los  términos  ardorosos  i  ultrajantes  que  empleaba  la  prensa 
de  Lima.  Allí  también  se  decia:  <'Vengan  cuando  quieran  los 
chilenos,  i  aquí  encontrarán  su  tumba»,  frase  tantas  veces 
repetida,  como  ya  dijimos,  en  Iquique,  en  Tacna,  en  Lima  i 
en  todas  las  ciudades  del  Perú  donde  se  publicaba  un  perió- 
dico. Creíase  en  Arequipa  que  cuando  llegase  el  momento  del 
peligro,  el  ferrocarril  de  Puno,  que  llega  hasta  cerca  de  las 
fronteras  de  Bohvia,  le  traería  de  este  país  algunos  millares 
de  soldados  dispuestos  a  defender  la  alianza.  Sin  embargo, 
cuando  un  poco  mas  tarde  se  anunció  como  cosa  cierta  que 
los  chilenos  se  proponían  espedicionar  sobre  Arequipa,  no  solo 
no  se  movió  un  solo  hombre  de  Bolivia,  sino  que  la  prensa  de 
este  país  acusó  al  gobierno  del  Perú  de  imprevisión  porque 
los  dejaba  a  ellos  (los  bolivianos)  espuestos  a  sufrir  las  conse- 
cuencias de  una  invasión. 

Pero  Chile  no  había  pensado  un  solo  momento  en  semejante 
espedicion.  Sabia  perfectamente  que  ella,  a  pesar  de  las  ame- 
nazas de  la  prensa  de  esos  lugares,  no  presentaba  serias  difi- 
cultades; pero  no  quería  hacer  campañas  que  no  habrían  te- 
nido otro  objeto  que  satisfacer  una  vanidad  pueril.  Chile 
buscaba  en  la  guerra  la  manera  de  llegar  a  una  paz  sólida  i 
estable  con  los  menos  sacrificios  posibles;  i  desechaba  toda 
empresa  que  no  condujese  a  ese  resultado. 

Dos  pareceres  tenían  dividida  la  opinión  pública  en  Chile. 
Querían  los  unos,  i  estos  eran  los  mas  numerosos,  que  se  lle- 
vara resueltamente  la  guerra  a  Lima,  para  desbaratar  de  un 


(  AMPAÑA   A  Liaíl  o. 33 


solo  golpe,  ti-emendo  i  decisivo,  el  centro  del  poder  i  de  los 
recursos  del  enemigo.  La  empresa,  se  decia,  debe  costar  san- 
gre i  dinero;  pero  es  menester  acometerla  pronto  para  evitar 
mayores  sacrificios  i  mayores  gastos. 

Otros  pensaban  que  Chile  debia  quedarse  en  las  posiciones 
que  habia  conquistado  en  las  dos  campañas  anteriores,  hos- 
tigar al  enemigo  con  el  bloqueo  de  sus  puertos,  demostrarle 
su  impotencia  para  moverse  de  sus  atrincheramientos  i  para- 
reconquistar  las  provincias  que  habia  perdido,  i  obligarlo  al 
fin  a  pedir  la  paz.  La  dictadura  peruana,  decian  éstos,  ^e  sos- 
tiene porque  el  Perú  abriga  la  esperanza  de  derrotar  a  los 
ejércitos  chilenos,  si  éstos  van  a  buscarla  en  sus  campos  forti- 
ficados. El  dia  en  que  Chile  declare  que  no  quiere  ir  a  atacar- 
la, ella  comprenderá  que  no  tiene  poder  ni  recurso  para  salir 
de  sus  posiciones  i  mucho  menos  para  recuperar  los  territo- 
rios perdidos.  Este  plan  agregaban,  será  menos  brillante,  me- 
nos rápido  talvez;  pero  es  mas  seguro  i  mas  económico. 

El  gobierno  oyó  estas  opiniones;  pero  cuando  vio  que  la 
gran  mayoría  del  pais,  representada  por  la  prensa  i  por  las 
cámaras,  optaba  por  el  primer  arbitrio,  se  decidió  por  él  con 
toda  resolución,  i  puso  manos  a  la  obra.  Para  llevarlo  a  cabo, 
se  necesitaba  enviar  a  Lima  un  ejército  de  25,000  hombres, 
perfectamente  armados  i  equipados,  provistos  de  cuanto  se 
pudiera  necesitar  en  la  campaña,  dejar  entre  Tarapacá,  Tac- 
na i  Arica  una  división  de  6,000  hombres  para  atender  a  cual- 
quiera eventualidad,  i  tener  en  Chile  una  reserva  de  10  a  12 
mil  soldados,  listos  a  acudir  a  donde  fuese  necesario.  Sin  es- 
trépito ni  aparato,  se  dispuso  la  movilización  de  numerosos 
batallones  de  guardia  nacional,  poniéndoles  por  primeros  o 
segundos  jefes  a  oficiales  probados  en  la  campaña,  se  crearon 
nuevos  cuerpos,  i  se  desplegó  tal  actividad  en  su  instrucción 
i  disciplina  que  antes  de  tres  meses  estaban  aptos  para  entrar 
en  combate.  Todas  las  provincias  rivalizaron  en  ardor  para 
enviar  su  continjente,  sobre  los  que  habian  suministrado  des- 
de el  principio  de  la  guerra.  Merced  a  este  entusiasmo  i  a  la 
acción  decidida  de  la  administración  pública,  el  personal  re- 


334  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


querido  para  ejecutar  este  plan,  se  completó  en  mui  breve 
plazo. 

No  faltaban  las  armas  ni  las  municiones  para  esta  empresa; 
pero  era  necesario  atender  a  los  mil  ramos  del  servicio  de  la 
guerra  i  de  la  administración  militar.  El  ministro  de  gue- 
rra don  José  Francisco  Vergara  se  trasladó  a  Tacna  para  dar 
impulso  a  los  aprestos  de  la  campaña,  i  allí  fueron  llegando 
los  continj entes  de  tropas  i  de  material  que  salian  de  Valpa- 
raíso. El  jeneral  en  jefe  don  Manuel  Baquedano  adiestraba 
entre  tanto  el  ejército  a  fin  de  tenerlo  presto  para  el  momento 
en  que  fuera  necesario  partir. 

Estos  trabajos  emprendidos  i  ejecutados  con  tan  tranquila 
seguridad,  preocupaban  como  era  natural,  a  la  opinión  pú- 
blica, i  fueron  objeto  de  repetidas  discusiones  en  el  congreso 
i  en  los  diarios.  La  impaciencia  llevaba  a  muchos  a  hacer 
cargos  al  gobierno  acusándolo  de  tardanza  en  la  dirección  de 
las  operaciones  i  en  la  terminación  de  los  aprestos;  i  esas  acu- 
saciones fueron  mas  de  una  vez  incómodas  para  el  gobierno 
que  no  podia  resignarse  a  dar  publicidad  a  sus  aprestos  ni  a 
los  planes  de  campaña. 

Todo  aquello  no  tenia,  en  verdad,  nada  de  estraordinario. 
Era  el  libre  ejercicio  del  réjimen  parlamentario  que  en  Chile 
no  habia  sufrido  la  menor  alteración  por  causa  de  la  guerra. 
La  prensa  i  el  congreso,  como  hemos  dicho  antes  de  ahora, 
continuaban  gozando  de  las  mismas  facultades  i  de  las  mis- 
mas garantías  que  en  las  épocas  de  la  mas  perfecta  paz.  Sin 
embargo,  los  gobernantes  del  Perú  mecidos  siempre  por  las 
mas  singulares  ilusiones,  dieron  a  estos  hechos,  como  vimos 
en  el  capítulo  anterior,  las  mas  estraviadas  esplic aciones. 
Creyeron  que  el  gobierno  chileno,  impotente  para  llevar  ade- 
lante la  guerra,  iba  a  sucumbir  bajo  el  peso  de  la  indignación 
del  país  que  se  veía  engañado  por  sus  administradores.  El 
misjno  diario  oficial  de  la  dictadura  peruana,  daba  pábulo  a 
esos  rumores,  obedeciendo  al  errado  sistema  de  mantener  en- 
gañado al  pais;  i  al  fin  llegó  a  dar  crédito  a  las  falsas  noticias 
que  él  mismo  propalaba.  «El  pueblo  chileno,  se  escribía  ofi- 
cialmente en  Lima  en  los  primeros  dias  de  octubre  de  1880, 


CAMPAÑA  A  LIMA  335 


se  ha^levantado  para  exijir  el  cumplimiento  de  las  promesas 
con  que  se  le  habia  pedido  su  sangre,  i  que  el  gobierno  no 
puede  cumplip). 

No  era  esto  todo.  El  ejército  chileno  de  Tacna  estaba  can- 
sado de  la  vida  de  cuartel  i  de  campamento,  i  ansiaba  porque 
se  continuaran  las  operaciones  militares.  Cuando  se  anunció 
alli  que  probablemente  no  se  emprenderia  la  campaña  sobre 
Lima  porque  se  pensaba  seguir  otra  línea  de  conducta,  algu- 
nos jefes,  muchos  oficiales  i  muchísimos  soldados,  que  habían 
entrado  al  servicio  obedeciendo  solo  a  la  voz  del  patriotismo, 
solicitaron  volver  a  sus  hogares  satisfechos  de  haber  cumpli- 
do su  deber.  Sin  embargo,  todos  ellos  renunciaron  a  este  pro- 
pósito cuando  supieron  que  la  espedicion  a  Lima  tendría  lu- 
gar indefectiblemente. 

Los  aj entes  que  el  Perú  mantenía  en  Tacna,  entre  los  po- 
bladores peruanos  de  la  ciudad,  comunicaron  a  Lima  este 
movimiento  de  la  opinión  presentándolo  bajo  el  prisma  de 
sus  ilusiones.  «Los  oficiales  i  soldados  chilenos,  se  decía,  no 
quieren  hacer  la  campaña  sobre  Lima.  Temen  el  resultado 
de  esta  empresa,  i  solo  piensan  en  volverse  a  sus  casas».  Así 
se  comprenderá  que  poco  mas  tarde,  cuando  llegó  el  caso  de 
embarcar  las  tropas  i  de  emprender  la  marcha,  se  escribiese 
seriamente  en  Lima,  i  que  se  creyese  jeneralmente,  que  una 
división  del  ejército  chileno  se  había  sublevado,  negándose  a 
embarcarse. 

Contra  las  esperanzas  i  las  ilusiones  del  gobierno  peruano, 
la  espedicion  sobre  Lima  estaba  resuelta  en  Chile  desde  el 
mes  de  agosto.  Se  hacían  pacientemente  los  aprestos  necesa- 
rios, i  debía  llevarse  a  cabo  con  toda  regularidad,  i  con  una 
precisión  verdaderamente  matemática. 


CAPITULO  V 


La  espedicion  Lynch,  setiembre  i  octubre  de  1880 

Alístase  una  división  chilena  para  espedicionar  a  las  provincias  del  norte  del 
Perú. — Confíase  su  mando  al  capitán  de  navio  don  Patricio  Lynch. — 
Desembarca  en  el  puerto  de  Chimbóte,  penetra  en  el  interior  del  territo- 
rio enemigo  e  impone  una  contribución  de  guerra  a  una  rica  propiedad 
de  esa  rejion. — Absurdo  decreto  de  Piérola  amenazando  con  fuertes  pe- 
nas a  las  personas  que  pagasen  esa  contribución. — Lynch  hace  destruir 

•  el  establecimiento  que  se  negaba  al  pago. — Marcha  a  Supe  i  se  apodera 
de  una  cantidad  de  pertrechos  del  enemigo. — Los  capitalistas  peruanos 
hacen  intervenir  en  su  favor  la  diplomacia  estranjera  demostrando  que 
sus  propiedades  pertenecían  a  neutrales. — Lynch  descubre  el  engaño  en 
que  se  habia  hecho  caer  a  los  ministros  diplomáticos  estranjeros. — Cap- 
tura siete  millones  de  pesos  en  papel  moneda  del  gobierno  del  Perú. — 
Desembarco  en  Paita  i  destrucción  de  las  propiedades  del  Estado. — Plan 
de  operaciones  propuesto  por  la  prensa  de  Lima  para  destruir  a  la  divi- 
sión del  comandante  Lynch. — Difícil  desembarco  en  el  puerto  de  Eten. 
— Proclamas  i  amenazas  del  prefecto  de  Lambayeque. — A  pesar  de  ellas, 
los  chilenos  recorren  todo  el  departamento  sin  encontrar  resistencia  en 
ninguna  parte. — Penetran  en  el  departamento  de  La  Libertad,  cuyos 
pobladores  pagan  puntualmente  la  contribución  de  guerra. — Desorgani- 
zación i  fuga  de  las  fuerzas  reunidas  para  resistir  a  los  chilenos. — Los  es- 
pedicionarios  vuelven  al  sur  después  de  una  campaña  de  dos  meses. — 
Resultados  de  esta  espedicion. — Nueva  espedicion  a  Moquegua. — Esta 
ciudad  paga  la  contribución  de  guerra. — ¿Sobre  quién  pesa  la  responsa- 
bilidad de  estas  exacciones? — Violaciones  del  derecho  de  jentes  cometi- 
das por  los  peruanos. 
TOMO  XVI.— 22 


338.  GUERRA  DEL   PACIFICO 


Cuando  el  gobierno  de  Chile  adelantaba  los  aprestos  de  que 
hemos  hablado  en  el  capítulo  anterior,  no  habia  perdido  por 
completo  la  esperanza  de  hacer  entender  al  enemigo^  que -era 
llegado  el  caso  de  poner  término  a  una  guerra  tan  funesta  ya 
para  la  alianza  perú-boliviana.  Creia  entonces  que  todavía 
era  posible  demostrar  prácticamente  al  enemigo  la  imposibi- 
lidad en  que  se  hallaba  para  defen4^r  el  t^rwtorio  peruano 
no  ya  contra  un  ejército  numeroso  iSho  contra  pequeñas  di- 
visiones. Este  fué  el  objeto  de  una  espedicion  que  las  quejas, 
los  insultos  i  las  lamentaciones  de  los  documentos  oficiales 
del  Perú,  i  de  los  escritos  de  su  prensa,  han  hecho  famosa. 
Esta  misma  circunstancia  nos  obliga  a  dar  algunos  porme- 
nores. 

A  fines  de  agosto  de  1880  estaban  listas  en  los  puertos  de 
Iquique  i  de  Arica  las  fuerzas  que  debían  formar  esta  divi- 
sión. Componíanlas  1,900  hombres  de  infantería,  400  jinetes^ 
tres  cañones  Krupp  de  montaña  con  su  respectiva  dotación 
de  soldados  i  oficiales,  una  sección  del  cuerpo  de  injenieros 
militares  i  una  ambulancia  completa  con  sus  médicos,  ciru- 
janos i  sirvientes.  Formaba  toda  la  división  un  total  de  2,600 
hombres.  Dos  grandes  trasportes  convoyados  por  las  corbe- 
tas de  guerra  Chacahuco  i  O'Higgins,  debían  conducir  estas 
tropas.  El  mando  de  ellas  fué  confiado  al  capitán  de  navio 
don  Patricio  Lynch.  Aparte  de  las  indicaciones  que  se  le  hi- 
cieron sobre  los  puntos  en  que  convenia  operar,  el  comandan- 
te Lynch  debía  reglar  su  conducta  a  las  instrucciones  j  enera- 
Íes  que  constituían  el  código  de  guerra  del  ejército  de  Chile  1. 


I.  El  gobierno  de  Chile  habia  distribuido  desde  el  principio  de  la  guerra  a 
todos  sus  oficiales,  como  dijimos  en  otra  parte,  las  Instrucciones  para  los^ 
ejércitos  de  Estados  Unidos  en  campaña,  a  fin  de  que  ajustaran  a  ella  su 
conducta.  Para  que  se  conozca  el  carácter  de  estas  reglas,  nos  parece  conve- 
niente reproducir  aquí  el  juicio  que  acerca  de  ellas  da  Bluntschli  en  la  in- 
troducción de  su  Derecho  internacional  codificado.  Dice  así:  «Aparecieron  du- 
rante la  guerra  civil  que  desoló  a  Estados  -Unidos  estas  instrucciones  que 
se  pueden  considerar  la  primera  codificación  de  las  leyes  de  la  guerra  conti- 
nental. El  proyecto  de  estas  instrucciones  fué  preparado  por  el  profesor  Lie- 
ber,  uno  de  los  jurisconsultos  i  filósofos  mas  respetados  de  América,  Este 
proyecto  fué  revisado  por  una  comisión  de  oficiales  i  ratificado  por  el  presi- 
dente Lincoln.  Contiene  prescripciones  detalladas  sobre  los  derechos   del 


CAMPAÑA  A  LIMA  339 


Habiendo  dicho  muchas  veces  los  escritores  peruanos  i  sus 
ajenies  en  el  estranjero  que  el  comandante  Lynch  es  un  sol- 
dado grosero  i  brutal,  debemos,  contra  nuestro  sistema  de  no 
distraernos  con  hechos  estraños  a  la  guerra,  comenzar  nues- 


vencedor  en  país  enemigo,  sobre  los  limites  de  estos  derechos,  etc.,  etc.,  (en 
una  palabra,  sobre  todo  lo  concerniente  a  la  guerra.  ,  .)  Son  mucho  mas 
completas  i  desarrolladas  que  los  reglamentos  en  uso  en  los  ejércitos  euro- 
peos. Como  desde  el  principio  hasta  el  fin  contienen  reglas  jenerales  relativas 
al  derecho  internacional  en  su  conjunto,  i  como  ademas  guardan  relación 
con  las  ideas  actuales  de  la  humanidad  i  la  manera  de  hacer  la  guerra  entre 
los  paises  civilizados,  sus  efectos  se  estenderán  mas  allá  de  las  fronteras  de 
Estados  Unidos  i  contribuirán  poderosamente  a  fijar  los  principios  del  de_ 
recho  de  la  guerra». 

En  la  imposibilidad  de  reproducir  aquí  todas  estas  instrucciones,  vamos 
a  copiar  algunos  de  los  artículos  relacionados  con  las  operaciones  de  la  divi- 
sión del  comandante  Lynch. 

Art.  i.^  Una  ciudad,  un  distrito,  un  pais,  ocupados  por  el  enemigo,  que- 
dan sujetos,  por  el  solo  hecho  de  la  ocupación,  a  la  lei  marcial  del  ejército 
invasor  su  ocupante;  no  es  necesario  que  se  espida  proclama  o  prevención 
alguna  que  haga  saber  a  los  habitantes  que  quedan  sujetos  a  la  dicha  lei. 

«Art.  jP  La  lei  marcial  se  estiende  a  las  propiedades  i  a  las  personas,  sin 
distinción  de  nacionalidad. 

«Art.  8.0  Los  cónsules  de  las  naciones  americanas  i  europeas  no  se  consi- 
deran como  ajentes  diplomáticos;  sin  embargo,  sus  personas  i  cancillerías 
solo  estarán  sujetas  a  la  lei  marcial,  si  la  necesidad  lo  exije;  sus  propiedades 
i  funciones  no  quedan  exentas  de  ella.  Toda  infracción  que  cometan  contra 
el  gobierno  militar  establecido,  puede  castigarse  como  si  su  autor  fuese  un 
simple  ciudadano,  i  tal  infracción  no  puede  servir  de  base  a  reclamación 
internacional  alguna. 

«Art.  I  o.  La  lei  marcial  da  al  ocupante  el  derecho  de  percibir  las  rentas 
públicas  i  los  impuestos,  ya.sea  que  éstos  hayan  sido  decretados  por  el  go- 
bierno espulsado  o  por  el  invasor. 

«Art.  1.3,  La  guerra  autoriza  para  destruir  toda  especie  de  propiedades; 
para  cortar  los  caminos,  canales  u  otras  vias  de  comunicación;  para  intercep- 
tar los  víveres  i  municiones  del  enemigo;  para  apoderarse  de  todo  lo  que  pue- 
da suministrar  el  pais  enemigo  para  la  subsistencia  i  seguridad  del  ejército. 

«Art.  21.  Todo  ciudadano  o  nativo  de  un  pais  enemigo  es,  él  mismo,  un 
enemigo,  por  el  solo  hecho  de  que  es  miembro  del  Estado  enemigo;  i  como 
tal  está  sujeto  a  todas  las  calamidades  de  la  guerra. 

«Art.  ^j.  El  invasor  victorioso  tiene  derecho  para  imponer  contribuciones 
a  los  habitantes  del  territorio  invadido  o  a  sus  propiedades,  para  decretar 
préstamos  forzosos,  para  exijir  alojamientos;  para  usar  temporalmente  en 
el  servicio  militar  las  propiedades. 

Art.  45.  Toda  presa  o  botin  pertenecen,  según  las  leyes  modernas  de  la 
guerra,  al  gobierno  del  que  ha  hecho  dicha  presa  o  botin». 


340  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tra  relación  haciendo  una  rectificación  a  este  respecto.  Este 
oficial  después  de  haberse  incorporado  casi  en  su  niñez  en  la 
marina  chilena  i  de  haber  servido  en  la  guerra  contra  la  Con- 
federación Perú-Boliviana  en  1838,  completó  sus  estudios,  por 
recomendación  del  gobierno  de  Chile,  en  la  marina  de  guerra 
de  la  Gran  Bretaña.  Sirvió  con  lucimiento  en  la  guerra  contra 
la  China,  i  volvió  a  su  pais  con  una  sólida  instrucción  náuti- 
ca, i  con  el  grado  de  teniente  de  la  marina  inglesa  2.  La  dis- 
tinción de  sus  modales  i  de  su  trato,  su  facilidad  para  hablar 
idiomas  estraños,  i  la  franqueza  i  la  tranquilidad  de  su  carác- 
ter, le  granjearon  amigos  entusiastas  entre  los  estranjeros  i 
entre  los  cónsules  con  los  cuales  tuvo  que  tratar  en  su  espe- 
dicion,  i  con  algunos  de  los  cuales,  por  otra  parte,  tuvo  que 
sostener  serias  discusiones.  Después  de  la  ocupación  de  Iqui- 
que,  en  noviembre  de  1879,  habia  desempeñado  el  cargo  de 
gobernador  de  esta  plaza;  i  allí  se  habia  hecho  estimar  de  na- 
cionales i  estranjeros  por  su  celo  en  el  cumplimiento  de  sus 
obligaciones  i  por  la  suavidad  i  por  la  rectitud  de  su  adminis- 
tración. 

El  4  de  setiembre  partió  de  Arica  la  división  espedicionaria. 
Sabifendo  que  poco  antes  se  hablan  desembarcado  armas  para 
el  gobierno  peruano  en  el  puerto  de  Chimbóte,  el  comandante 

2.  De  la  foja  de  servicios  del  capitán  de  navio  don  Patricio  Lynch,  ascen- 
dido a  contra-almirante  el  5  de  abril  de  1881,  tomamos  las  palabras  siguien- 
tes: 

«En  1838  salió  de  Valparaíso  en  la  división  naval  destinada  a  bloquear  el 
puerto  del  Callao.  Durante  el  bloqueo  asistió  a  los  ataques  parciales  contra 
las  fuerzas  del  Callao,  bajo  las  órdenes  del  comandante  don  Leoncio  Señoret 
i  tomó  parte  en  el  abordaje  i  toma  de  la  Socabaya  i  destrucción  del  bergantín 
Congreed,  i  navegó  constantemente  en  las  aguas  de  la  república  peruana 
protejiendo  las  operaciones  del  ejército  restaurador  hasta  su  regreso  a  Val- 
paraíso. 

«En  1840  se  embarcó  en  un  buque  de  guerra  de  S.  M.  B.  i  partió  a  Ingla- 
terra para  instruirse  en  el  servicio  de  la  marina  de  esa  nación. 

«Fué  trasbordado  a  un  buque  de  la  escuadra  que  la  Inglaterra  mandó 
contra  la  China  en  la  guerra  que  aquella  nación  sostuvo  durante  tres  años, 
i  se  halló  en  nueve  combates  i  en  la  toma  de  Cantón,  Chusart,  Nanghoo  i 
Nankuto,  llevando  siempre  la  bandera  inglesa,  por  lo  que  recibió  una  me- 
dalla del  gobierno  de  S.  M.  B.» 

Posteriormente  tuvo  el  mando  de  varios  buques  de  la  marina  chilena,  i 
desempeñó  el  cargo  de  gobernador  marítimo  de  Valparaíso. 


CAMPAÑA  A     LIMA  341 


Lynch  se  dirijió  allí,  i  en  efecto  llegó  en  la  mañana  del  dia  lo. 
Inmediatamente  desembarcó  una  parte  de  sus  fuerzas  sin 
hallar  resistencia,  por  haber  huido  la  corta  fuerza  que  lo  guar- 
necía, tomó  posesión  del  pueblo  declarándolo  centro  de  las 
operaciones  de  su  división,  del  ferrocarril  i  del  telégrafo;  i 
despreciando  los  avisos  que  le  dieron  algunas  personas  de 
hallarse  cerca  tropas  peruanas,  se  internó  el  mismo  dia  a  la 
cabeza  de  unos  400  hombres  hasta  las  haciendas  del  Puente 
i  Palo  Seco.  Estas  hermosas  estancias  destinadas  al  cultivo 
de  la  caña  i  a  la  fabricación  de  azúcar,  para  lo  cual  poseia 
ricas  maquinarias  i  depósitos,  eran  de  propiedad  de  don  Do- 
nisio  Derteano,  amigo  personal  de  Piérola,  i  comandante, 
como  hemos  visto,  de  una  de  las  divisiones  de  la  reserva  que 
se  organizaba  en  Lima.  Allí  impuso  una  contribución  de  gue- 
rra por  valor  de  cien  mil  pesos,  dando  al  efecto  tres  días  de 
plazo  para  que  los  administradores  se  procurasen  el  dinero, 
o  a  falta  de  éste,  buenas  letras  sobre  Londres  o  sobre  Valpa- 
raíso. 

Mientras  tanto,  algunas  partidas  de  caballería  de  la  divi- 
sión chilena  recorrían  los  campos  i  pueblos  inmediatos,  sin 
encontrar  por  ninguna  parte  la  menor  resistencia.  Las  auto- 
ridades peruanas  huían  al  interior,  con  el  pretesto  de  organi- 
zar la  defensa.  Una  de  esas  partidas  avanzó  hasta  Virú,  a 
once  leguas  de  Trujillo.  Aunque  esta  ciudad  habría  podido 
defenderse  contra  los  invasores,  nadie  pensó  en  otra  cosa  que 
en  huir  al  interior,  dando  el  primer  ejemplo  de  ello  las  auto- 
ridades del  departamento.  El  ferrocarril  del  estado  fué  puesto 
gratuitamente  al  servicio  de  todos  los  que  abandonaban  la 
ciudad  en  medio  de  la  mas  completa  confusión.  Los  chilenos 
habrían  podido  entrar  a  Trujillo  sin  disparar  un  tiro. 

La  noticia  de  estos  hechos  fué  trasmitida  a  Lima  por  el 
telégrafo.  Produjo  allí  una  honda  impresión,  i  un  despecho 
indescriptible  en  el  gobierno  de  la  dictadura.  Sin  vacilar  un 
instante,  dictó  Piérola  un  decreto  el  11  de  setiembre  cuya 
parte  dispositiva  está  consignada  en  estos  términos:  «La  en- 
trega de  toda  suma  al  enemigo  por  el  hacendado  del  Puente, 
cualquiera  que  sea  la  forma  en  que  se  verifique,  será  p?rse- 


342  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


guida  i  penada  como  delito  de  traición  a  la  república.  Declá- 
rase, ademas,  ipso  fado,  de  la  pertenencia  del  Estado,  toda 
propiedad  en  la  que  se  suministrase  al  enemigo,  dinero  o  es- 
pecies que  no  tomare  éste  a  viva  fuerza  i  por  sí  mismo». 

Este  decreto  se  presta  a  serias  observaciones.  Piérola  pa- 
recia  desconocer  por  completo  que  según  las  doctrinas  mas 
elementales  del  derecho  de  j  entes  él  no  podia  lejislar  sobre  el 
territorio  de  que  habia  tomado  posesión  el  enemigo,  i  que  los 
habitantes  de  ese  territorio  estaban  obligados  a  obedecer  al 
jefe  que  lo  ocupaba  ^.  El  decreto  de  ii  de  setiembre,  era  bajo 
este  aspecto,  la  repetición  testual  de  los  decretos  de  marzo 
de  este  mismo  año,  por  los  cuales  habia  pretendido  impedir 
la  esportacion  de  guano,  i  de  salitre  de  las  provincias  ocupadas 
por  el  ejército  de  Chile,  condenando  a  la  pena  de  conñscacion 
a  las  naves  de  cualquiera  nacionalidad  que  esportaren  ese 
artículo  ^.  Por  otra  parte  ¿tenia  el  dictador  peruano  derecho 
para  imponer  por  sí  i  ante  sí  la  pena  de  confiscación  contra 
sus  nacionales  que  pagasen  la  contribución  de  guerra  bajo  la 
fuerza  de  la  ocupación  estranjera?  Por  mucho  que  se  quieran 
ampliar  las  facultades  de  la  dictadura,  ellas  no  alcanzan  has- 
ta violar  el  derecho  de  propiedad  por  un  simple  decreto.  Así, 
veremos  mas  tarde  que  después  de  las  primeras  operaciones 
practicadas  por  el  comandante  Lynch,  nadie  se  acordó  del 
decreto  del  dictador. 

Parece  que  el  propietario  de  las  haciendas  del  Puente  i 
Palo  Seco  no  tenia  ninguna  fe  en  la  eficacia  de  la  resolución 
dictatorial.  Contestando  sobre  este  asunto  a  su  administra- 
dor, le  dice  que  hai  en  esos  establecimientos  «valiosos  intere- 
ses de  terceros  neutrales  comprometidos  bajo  la  fe  de  su  pala- 
bra i  por  obligaciones  comerciales,  i  que  los  ha  impuesto  dé 
lo  que  pasa  a  fin  de  que  los  resguardaran  hasta  donde  les  sea 


3.  Bluntschli  {Derecho  internacional  codificado)  dice  espresamente  lo 
que  sigue:  «Art.  544.  Guando  el  enemigo  ha  tomado  posesión  efectiva  de  una 
parte  del  territorio,  el  gobierno  del  otro  Estado  deja  de  ejercer  allí  el  poder. 
Los  habitantes  del  territorio  ocupado  están  eximidos  de  todos  los  deberes  i 
obligaciones  respecto  del  gobierno  anterior,  i  están  obligados  a  obedecer  a 
los  jefes  del  ejército  de  ocupación». 

4.  Véase  mas  atrás,  part.  II,  cap.  XI. 


CAMPAÑA  A  LIMA  343 


posible».  Estas  palabras  significaban  simplemente  que  el  pro- 
pietario tenia  contraidas  fuertes  deudas  a  favor  de  neutrales- 
i  que  esta  circunstancia  debia  eximirlo  de  pagar  la  contribu- 
ción de  guerra.  Pero,  este  espediente  fué  mui  luego  mas  lata- 
mente desarrollado  por  la  astucia  de  los  negociantes;  de  tal 
suerte  que  pocos  dias  mas  tarde  no  habia  en  el  norte  del  Perú 
una  casa,  una  hacienda,  un  camino,  un  canal  que  no  se  dijera 
propiedad  de  ingleses,  de  franceses  o  de  italianos. 

Espirado  el  plazo  que  fijó  el  comandante  Lynch  para  el 
pago  de  la  primera  contribución  que  habia  impuesto,  recibió. 
del  administrador  de  aquellas  haciendas,  que  era  uno  de  los 
hijos  del  propietario,  una  carta  que  envolvía  una  negativa 
absoluta.  En  defensa  de  ella  alegaba  dos  razones,  el  decreto 
de  Piérola  que  prohibía  pagar  la  contribución  de  guerra,  i  las 
deudas  que  el  interesado  tenia  a  favor  de  neutrales.  Pero,  el 
comandante  Lynch  no  se  dejó  enredar  por  estas  resistencias. 
El  mismo  dia  13  de  setiembre  contestó  al  reclamante  una 
breve  carta  que  contiene  estas  palabras:  «En  vista  de  su  co- 
municación, he  dado  ya  las  órdenes  del  caso  para  que  se  pro- 
ceda a  la  destrucción  de  la  propiedad  de  su  señor  padre.  No 
he  tomado  en  consideración,  como  una  atenuación  a  su  resis- 
tencia al  pago  de  la  contribución  exijida,  la  orden  del  jefe 
supremo  de  la  república  que  me  comunica  en  su  carta,  por- 
que esa  orden  no  tiene  valor  alguno  según  las  prescripciones 
del  derecho  de  la  guerra.  El  señor  jefe  supremo  de  la  república 
del  Perú  podrá  disponer  lo  que  estime  conveniente  en  el  terri- 
torio sometido  a  su  soberanía;  pero  no  puede  exijir  obedien- 
cia en  la  parte  del  territorio  ocupado  por  nuestras  armas.  Su- 
poner lo  contrario  seria  hacer  ilusorio  el  derecho  de  la  guerra. 
El  jefe  supremo  del  Perú  no  salva  con  su  decreto  los  intereses 
de  su  padre.  Si  con  él  pretendió  impedir  a  nuestras  fuerzas 
obtener  el  pago  de  las  contribuciones  que  tienen  el  derecho 
de  exijir,  para  su  objeto,  mas  acertado  habría  sido  que  prote- 
tiera  con  sus  armas  el  territorio  amagado  por  nuestras  ar- 
mas». 

La  orden  de  destrucción  fué  inexorablemente  cumplida. 
La  tropa  cargó  una  cantidad  considerable  de  azúcar,  de  arroz 


344  GUERRA  DEL  PACÍFICO 

i  de  otras  especies;  i  en  seguida  se  hicieron  saltar  los  edificios 
con  pólvora  i  dinamita.  En  uno  de  ellos  habia  encerrados 
unos  200  trabajadores  chinos,  empleados  en  el  cultivo  de  la 
caña,  algunos  de  ellos  con  grillos  i  cadenas  en  virtud  de  penas 
discrecionales  aplicadas  por  sus  patrones,  sin  intervención 
alguna  de  la  justicia,  i  según  las  prácticas  bárbaras  ejercidas 
con  estos  trabajadores,  cuya  condición  era  semejante  sino 
peor  que  la  de  los  antiguos  esclavos  ^.  Esos  infelices  fueron 
restituidos  a  la  libertad,  i  se  declararon  dispuestos  a  seguir  a 
los  espedicionarios.  Absolutamente  inútiles  para  manejar  las 
armas,  debian  sin  embargo,  prestar  útiles  servicios  como 
hombres  conocedores  de  las  localidades. 

Antes  de  pasar  adelante,  debemos  consignar  un  hecho  que 


5.  Un  distinguido  viajero  francés  que  recorrió  el  Perú  durante  los  años 
de  1876  i  1877,  ha  consagrado  dos  pajinas  de  su  libro  a  comparar  la  suerte 
del  esclavo  negro  con  la  del  trabajador  chino.  Permítasenos  estractar  algu- 
nas líneas  para  esplicar  el  levantamiento  jeneral  de  estos  últimos  contra  sus 
opresores  con  motivo  de  esta  guerra. 

«El  negro  era  esclavo  por  toda  su  vida:  el  chino  no  lo  es  mas  que  por  un 
tiempo  determinado.  Pero  esta  ventaja  está  contrabalanceada  por  un  hecho 
innegable:  el  nuevo  sistema  suprime  la  sola  garantía  que  se  poseía  contra  la 
crueldad  de  los  señores  i  el  abuso  de  su  autoridad.  Esta  garantía  era  el  ínte- 
res de  prolongar  las  existencias  útiles,  de  no  debilitar  por  un  exceso  de  tra- 
bajo las  constituciones  que  reproducen  un  capital  considerable.  Este  cálculo, 
por  horrible  que  sea,  era  lójico  i  constituía  una  garantía  en  favor  de  la  raza 
negra.  Con  los  chinos  esta  garantía  desaparece.  Que  el  chino  resista  a  la  ta- 
rea durante  ocho  años  hé  allí  todo  lo  que  exije  el  ínteres.  I  que  estos  ocho 
años  se  prolonguen  mas  allá  de  su  límite  legal,  por  cuentas  fantásticas  de 
herramientas  quebradas,  de  vestidos  usados,  etc.,  etc.,  hé  ahí  la  principal 
preocupación  del  que  compra  i  emplea  chinos.  La  estadística  prueba  que 
apenas  un  tercio  de  estos  hombres  llega  al  fin  del  contrato:  el  resto  sucum. 
be. .  .El  chino  deja  su  pais  i,  por  una  triste  mistificación,  firma  un  compro- 
miso de  ocho  años  durante  los  cuales  está  a  la  disposición  absoluta  de  un 
señor.  Las  estipulaciones  de  sueldo  son  ilusorias:  los  hacendados  pagan  ordi- 
nariamente a  los  chinos  en  vestidos  i  en  alimentos  avaluados  en  precios  fan- 
tásticos. El  gobierno  del  Celeste  Imperio  impide  la  esportacion  de  mujeres, 
i  por  tanto  los  chinos  no  tienen  compañera.  Encerrados  como  rebaños,  los 
chinos  viven  en  galpones  bajo  la  amenaza  del  látigo  i  del  revólver.  Por  des- 
graciados que  hayan  sido  en  su  país,  es  imposible  que  ninguno  de  ellos  haya 
soñado  siquiera  la  espantosa  miseria  que  le  espera  en  la  servidumbre  perua- 
na» Ch,  Wiener,  Pérou  et  Bolivie,  récit  de  voyage  etc.,  páj.  34. 

M.  Wiener  ha  previsto  en  su  libro  el  peligro  que  envolvía  para  el  Perú  la 
existencia  de  la  esclavitud  disimulada  de  los  chinos. 


CAMPAÑA   A  LIMA  .  345 


revela  la  poca  eficacia  que  los  hacendados  del  norte  del  Perú 
atribuían  a  los  decretos  del  dictador  Piérola.  El  14  de  setiem- 
bre, i  por  lo  tanto  el  dia  siguiente  de  consumada  la  destruc- 
ción de  aquellos  establecimientos,  llegaba  a  Chimbóte  un  bu- 
que italiano,  la  Arquímedes.  A  su  bordo  iba  un  comisionado 
con  encargo  de  pagar  la  contribución  de  guerra  impuesta  a 
las  propiedades  que  acababan  de  ser  destruidas.  La  actitud 
asumida  por  Piérola  era  causa  de  que  aquella  proposición 
llegase  demasiado  tarde. 

El  arrogante  decreto  del  dictador  del  Perú  no  habia  hecho 
mas  que  agravar  los  males  de  la  situación,  provocando  a  los 
espedicionarios  a  ejecutar  otros  actos  en  que  talvez  no  pen- 
saban al  principio.  El  mismo  dia  13  de  setiembre,  el  coman- 
dante Lynch  hizo  sacar  de  la  aduana  de  Chimbóte  las  merca- 
derías depositadas,  que  pertenecían  a  neutrales,  i  entregó  a 
las  llamas  el  edificio  que  era  de  propiedad  fiscal.  Fuera  de 
estos  actos  de  duro  rigor  militar,  no  se  cometió  allí  otra  vio- 
lencia. Los  soldados  chilenos  cumplieron  las  órdenes  de  sus 
jefes  sin  ejecutar  un  solo  desmán.  Los  estranjeros,  i  entre 
ellos  el  cónsul  de  Estados  Unidos,  felicitaron  al  coman- 
dante Lynch  por  la  disciplina  de  su  tropa,  que  se  había  abs- 
tenido de  cometer  los  excesos  casi  siempre  consiguientes  a  la 
ocupación  de  una  ciudad. 

En  Chimbóte  supo  Lynch  que  en  Supe,  puerto  del  depar- 
tamento de  Lima,  situado  a  treinta  leguas  de  la  capital,  se 
habia  desembarcado  en  esos  días  una  partida  considerable 
de  armas  i  de  pertrechos  para  el  gobierno  del  Perú.  Sin  demo- 
rarse un  solo  instante,  se  embarcó  en  la  misma  tarde  (13  de 
setiembre)  con  400  hombres  i  se  dirijió  a  ese  puerto  con  un 
trasporte  i  una  corbeta  de  guerra,  dejando  en  Chimbóte  el 
resto  de  sus  fuerzas.  Al  desembarcar  en  Supe  el  14  de  setiem- 
bre, descubrió  que  el  dia  anterior,  los  hacendados  vecinos  al 
puerto  habían  retirado  empeñosamente  las  armas  i  pertrechos 
para  dírfj irlos  a  Lima.  Lynch  se  adelantó  en  la  noche  hasta 
la  hacienda  de  San  Nicolás,  i  allí  halló  en  efecfo  300  cajones 
que  contenían  200  mil  tiros  de  ri^e,  últimos  restos  de  la  reme- 
sa de  municiones  que  ya  se  habían  remitido  a  la  capital.  No 


346  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


siendo  posible  trasportarlos  por  carecer  de  bestias  de  carga, 
los  hizo  destruir.  Habria  querido  también  imponer  una  con- 
tribución de  guerra  a  aquella  propiedad,  convertida  así  en 
almacén  de  depósito  del  gobierno  peruano;  pero  no  hallando 
con  quien  tratar,  por  haberse  ocultado  los  dueños  o  los  admi- 
nistradores, mandó  rápidamente  destruir  los  establecimientos 
i  edificios,  i  en  seguida,  haciendo  tomar  en  los  campos  vecinos 
el  ganado  necesario  para  la  mantención  de  sus  tropas,  volvió 
a  Supe,  donde  se  embarcó  de  nuevo.  El  i6  de  setiembre  se 
hallaba  otra  vez  en  Chimbóte  ^. 

Allí  recibió  el  comandante  Lynch  dos  noticias  bien  desa- 
gradables. La  cañonera  chilena  Covadonga  habia  sido  echada 
a  pique  en  Chancai  por  un  torpedo  peruano,  mediante  una 
estratajema  que  no  aprueban  las  leyes  de  la  guerra.  En  la 
noche  anterior,  uno  de  sus  soldados,  que  se  alejó  un  poco  del 
campamento,  habia  sido  cobardemente  asesinado  a  puñala- 
das i  garrotazos.  En  el  primer  momento,  apresó  a  tres  indi- 
viduos en  quienes  recaian  sospechas  de  complicidad  en  este 
asesinato,  i  estaba  dispuesto  a  hacerlos  fusilar;  pero  temeroso 
de  cometer  una  injusticia,  se  abstuvo  de  recurrir  a  este  arbi- 
trio estremo,  i  se  limitó  a  recomendar  a  su  tropa  que  evitase 
en  adelante  el  caer  en  celadas  de  esa  naturaleza. 

Ya  no  tenia  objeto  la  permanencia  de  la  división  chilena 
en  Chimbóte.  Así  pues,  después  de  haber  destruido  una  parte 
del  material  del  ferrocarril  que  conduce  a  Huaraz,  respetan- 
do, sin  embargo,  el  muelle  i  la  estación,  Lynch  entregó  al 
cónsul  de  Estados  Unidos  las  llaves  de  los  almacenes  en 
que  quedaban  depositadas  las  mercaderías  neutrales  sacadas 
de  la  aduana,  encomendó  a  los  estranjeros  la  policía  de  orden 


6.  Como  hemos  visto,  Lynch  habia  ido  a  Supe  con  400  hombres  que  no 
encontraron  la  menor  resistencia  en  todo  aquel  distrito,  i  que  solo  lo  aban- 
donaron cuando  vieron  que  ya  no  tenian  nada  que  hacer  en  esos  lugares,  i 
sin  que  nadie  los  inquietara  en  lo  menor.  Dos  meses  después,  el  9  de  noviem- 
bre, el  diario  oficial  de  la  dictadura  peruana,  en  su  propósito  de  cantar  vic- 
torias en  todas  partes,  publicaba  un  largo  artículo  para  demostrar  la  cobar- 
día de  los  chilenos  en  cada  una  de  sus  operaciones,  i  decia  estas  palabras: 
«En  Supe,  los  3,000  hombres  de  Lynch  huyen  precipitadamente  a  solo  la  no- 
ticia de  la  aproximación  de  fuerzas  de  esta  capital». 


CAMPAÑA  A  LIMA  3-1:7 


déla  población,  abandonada,  como  ya  dijimos,  por  sus  auto- 
ridades, i  en  la  mañana  del  17  de  setiembre  se  hizo  al  mar  con 
todas  sus  fuerzas. 

No  se  habia  alejado  mucho  del  puerto,  cuando  fué  alcan- 
zado por  un  buque  de  guerra  norte-americano  que  le  llevaba 
comunicaciones  de  los  ministros  diplomáticos  de  Inglaterra, 
de  Francia  i  de  Estados  Unidos  acreditados  cerca  del  go- 
bierno del  Perú.  Eran  éstas  reclamaciones  o  mas  propiamente 
representaciones  en  que  se  le  pedia  que  eximiese  del  impuesto 
de  guerra  a  tales  o  cuales  propiedades  que  pertenecian  a  neu- 
trales, o  cuyos  propietarios  debian  grandes  sumas  de  dinero 
a  tales  o  cuales  estranjeros.  Según  algunas  de  estas  reclama- 
ciones, varios  de  esos  establecimientos  aparecían  de  propie- 
dad esclusiva  de  un  estranjero  que  era  simplemente  el  ma- 
yordomo o  administrador.  Al  material  rodante  del  ferrocarril 
de  Chimbóte  a  Huaraz,  según  otras,  aunque  propiedad  del 
gobierno  peruano,  se  le  daba  por  dueño  a  un  norte-americano 
que  en  realidad  era  el  usufructuario  de  su  esplotacion.  El  co- 
mandante Lynch,  pudo  haber  contestado  que  según  las  reglas 
del  derecho  de  jente,  la  propiedad  de  neutrales  en  un  pais 
enemigo  corre  los  mismos  riesgos  de  guerra  que  la  de  los  ciu- 
dadanos del  pais  enemigo  '^ ,  principio  que  reconocía  franca- 
mente el  ministro  de  Estados  Unidos  en  su  nota  de  14  de 
setiembre  de  1880  i  que  no  negaba  ninguno  de  los  reclaman- 
tes. Pero,  empleando  una  gran  sagacidad,  habia  recojido  en 
los  lugares  que  acababa  de  recorrer,  todos  los  documentos 
suficientes  para  probar  el  engaño  a  que  se  habia  inducido  a 
los  ajentes  consulares  i  diplomáticos;  i  no  quiso  perder  la 
ocasión  de  revelar  la  verdad  a  esos  funcionarios,  presentando 


7.  «Están  sujetos  a  pagar  las  contribuciones  de  guerra,  dice  Bello,  no  so- 
lamente los  ciudadanos,  sino  los  propietarios  de  los  bienes  raices,  aunque 
sean  estranjeros:  porque  siendo  estos  bienes  una  parte  del  territorio  nacio- 
nal, sus  dueños  se  deben  mirar  como  miembros  de  la  asociación  civil,  sin  em- 
bargo de  que  bajo  otros  respectos  no  lo  sean».  Bello,  Principios  de  derecho 
internacional,  part.  II,  cap.  IV,  núm.  3. 

Véanse  sobre  esto  el  art.  7  de  las  instrucciones  del  gobierno  de  Estados 
Unidos  de  que  hemosdado  cuenta  en  una  nota  anterior. 


348  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


al  efecto  pruebas  incontestables,  que  no  dejaban  lugar  al  me- 
nor jénero  de  dudas. 

Recibió  también  el  comandante  Lynch  en  ese  lugar  otra 
comunicación  del  ministro  de  Estados  Unidos,  escrita  sin 
duda  alguna  a  pedido  del  gobierno  peruano.  Decia  en  ella  que 
se  hablan  dado  los  primeros  pasos  para  negociar  la  paz  bajo 
la  mediación  de  su  gobierno;  i  que  en  vista  de  estas  circuns- 
tancias, «seria  prudente  i  favorable  a  la  pronta  conclusión  de 
la  paz,  evitar  toda  depredación,  i  causas  de  encono  que  no 
sean  obligatorias  por  sus  órdenes>>.  Lynch,  sea  que  estuviese 
al  cabo  de  estos  hechos,  o  que  supiese  ya  bajo  qué  reservas 
el  gobierno  de  Chile  habia  indicado  que  no  rechazarla  la  me- 
diación (de  que  hablaremos  en  el  capítulo  siguiente),  se  limitó 
a  contestar  cortesmente  que  mientras  no  recibiera  otras  ins- 
trucciones superiores,  tenia  que  obedecer  las  únicas  que  hasta 
entonces  se  le  hablan  dado. 

Al  salir  de  Chimbóte,  Lynch  sabia,  por  las  comunicaciones 
sorprendidas  al  enemigo,  que  el  gobierno  del  Perú  esperaba 
una  valiosa  carga  que  debia  traerle  de  Panamá  el  vapor  Islai 
de  la  compañía  inglesa,  que  estaba  para  llegar  a  ese  puerto. 
En  esta  seguridad,  esperó  a  dicho  buque  no  lejos  de  la  costa, 
lo  detuvo  el  dia  i8  de  setiembre,  i  sacó  de  sus  bodegas  los  28 
cajones  que  buscaba.  Cuatro  de  ellos  contenían  estampillas 
de  franqueo  postal  fabricadas  en  Estados  Unidos  por  va- 
lor de  375,000  pesos,  i  los  24  restantes  encerraban  la  suma 
considerable  de  7.290,000  pesos  en  billetes  de  papel  mone- 
da de  diversos  valores,  igualmente  fabricados  en  Estados 
Unidos.  Tenían  éstos  todos  los  requisitos  i  contramarcas  ne- 
cesarios para  lanzarlos  inmediatamente  a  la  circulación.  Pero 
esos  billetes,  sin  embargo,  no  estaban  destinados  a  servir 
para  una  nueva  emisión  legal,  puesto,  que  tenian  una  fecha 
anterior  de  algunos  años,  i  que  por  su  dibujo  i  por  sus  señales, 
eran  la  reproducción  de  los  que  circulaban  de  tiempo  atrás 
en  el  Perú.  Todo  hacia  creer  que  se  les  destinaba  a  una  ope- 
ración ilícita,  a  hacerlos  circular  como  papel  moneda  de  una 
emisión  anterior,  ocultando  al  comercio  i  al  país  que  se  habia 
aumentado  en  mas  de  siete  millones  de  pesos  la  emisión  auto- 


C  xMPAÑA  A  LIMA  340 


rizada  por  las  leyes  anteriores.  El  comandante  Lynch  com- 
prendió en  el  acto  la  importancia  de  la  presa  que  acababa  de 
hacer;  i  poco  mas  tarde  tuvo  motivo  para  confirmarse  en  su 
sospecha.  Los  billetes  apresados  circulaban  en  todo  el  Perú 
como  moneda  corriente,  depreciados  es  verdad,  como  todo  el 
papel  moneda  peruano,  pero  en  las  mismas  condiciones  que 
el  papel  entonces  circulante. 

La  efectividad  de  este  pensamiento  financiero  de  la  dicta- 
dura peruana  se  hizo  evidente  poco  tiempo  mas  tarde.  La 
prensa  de  Lima,  sometida  al  réjimen  dictatorial,  no  daba  mas 
noticias  que  las  que  el  gobierno  queria  hacer  pubhcar.  Desde 
el  primer  desembarco  de  los  chilenos  en  Chimbóte,  publicaba 
cada  dia  la  noticia  de  todos  los  actos  de  éstos,  exajerando 
estraordinariamente  las  destrucciones,  i  lanzando  al  enemigo 
los  mayores  insultos  i  las  mas  arrogantes  provocaciones  i 
amenazas.  Sin  embargo,  esa  prensa  guardó  la  mas  estudiada 
reserva  sobre  la  captura  de  los  siete  millones  de  pesos  en  pa- 
pel moneda;  i  el  Perú  no  supo  nada  sobre  el  particular  duran- 
te meses  enteros,  hasta  que  revelaron  este  hecho  los  diarios 
de  Chile. 

Efectuada  esta  importante  presa,  los  espedicionarios  se 
dirijieron  a  las  islas  de  Lobos,  para  impedir  allí  todo  carguío 
de  guano  por  cuenta  del  Perú;  i  en  la  madrugada  del  19  de 
setiembre  fondeaban  en  el  puerto  de  Paita.  Tampoco  halla- 
ron en  este  lugar  la  menor  resistencia.  Las  autoridades  habían 
huido  al  interior  llevándose  el  material  rodante  del  ferroca- 
rril. Antes  de  desembarcar,  Lynch  apresó  casi  en  la  misma 
bahía  el  vaporcito  Isluya,  que  trataba  empeñosamente  de 
huir  de  la  escuadrilla  chilena.  Los  papeles  de  ese  buquecillo 
no  estaban  en  regla;  i,  aunque  llevaba  indebidamente  la  ban- 
dera norte-americana,  habia  estado  empleado  en  el  trasporte 
de  armas  para  el  Perú.  En  seguida  desembarcó  en  el  puerto; 
i  dejando  allí  sus  tropas,  avanzó  él  mismo  con  la  caballería 
hasta  la  estación  de  Huaca,  donde  destruyó  todo  el  material 
rodante  del  ferrocarril  que  conduce  a  Piura,  para  aislar  al 
enemigo  i  para  hacer  imposibles  o  difíciles  sus  movimientos. 

En  Paita,  impuso  a  la  ciudad  la  contribución  de  guerra  de 


350  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


diez  mil  pesos,  nombrando  al  efecto  una  comisión  de  comer- 
ciantes con  quien  entenderse.  Esta  comisión  espuso  que  los 
vecinos  se  negaban  a  pagar  el  impuesto  por  temor  a  los  casti- 
gos con  que  los  habia  amenazado  el  gobierno  del  dictador. 
Lynch  hizo  entonces  sacar  de  la  aduana  las  mercaderías  que 
pertenecían  a  neutrales,  cargó  en  sus  buques  una  parte  con- 
siderable de  las  que  eran  propiedad  peruana,  i  mandó  poner 
fuego  al  edificio  así  como  a  la  prefectura  i  a  la  estación  del 
ferrocarril  que  pertenecían  al  Estado.  Se  abstuvo  de  incendiar 
las  propiedades  particulares  porque  una  sola  que  hubiera  ar- 
dido habría  comunicado  el  fuego  a  todo  el  pueblo,  por  ser 
construido  de  materiales  fácilmente  combustibles. 

¿Qué  hacían  entre  tanto  las  autoridades  peruanas  de  esa 
rejion?  Un  coronel  sub-prefecto  de  Paita,  habia  huido  al 
avistarse  los  chilenos  en  el  puerto.  El  prefecto  de  Piura  habia 
hecho  otro  tanto,  llevándose  las  fuerzas  que  allí  habia,  i  de- 
jando la  ciudad  a  cargo  del  alcalde  municipal.  No  hallamos 
en  los  documentos  rastro  alguno  de  que  los  fujitívos  prepa- 
raran la  menor  resistencia.  Por  lo  que  toca  al  alcalde  de  Piu- 
ra, el  único  acto  suyo  que  hemos  descubierto  es  una  proclama 
de  23  de  setiembre  en  que  anunciaba  que  los  chilenos  se  ha- 
bían retirado  de  Paita.  Esta  noticia  volvió  la  tranquilidad  a 
la  ciudad;  pero  sus  habitantes  que  habían  visto  la  fuga  de 
todas  las  autoridades  de  la  provincia  al  anunciarse  que  los 
chilenos  estaban  en  el  puerto  vecino,  no  debieron  quedar  muí 
confiados  en  las  palabras  con  que  se  terminaba  la  proclama 
aludida.  «Piuranos,  decía  allí  el  alcalde  don  Manuel  Antonio 
Arca;  podéis  contar  siempre  con  el  apoyo  de  las  autoridades 
encargadas  de  velar  por  vuestros  intereses».  ¡Qué  mas  amar- 
ga burla  podía  hacerse  entonces  a  esas  poblaciones  que  veían 
huir  a  todas  sus  autoridades,  al  solo  anuncio  de  que  los  chile- 
nos estaban  cerca! 

En  Lima,  estos  sucesos  habían  producido  la  mayor  irrita- 
ción; pero  a  juzgar  por  los  escritos  de  la  prensa  i  por  los  de- 
cretos del  gobierno,  la  opinión  jeneral  no  quería  comprender 
que  el  Perú  no  se  hallaba  en  situación  de  mantener  la  guerra, 
i  mucho  menos  de  recuperar  las  provincias  que  habia  perdido 


CAMPAÑA    A    LIMA  361 


en  el  sur,  ni  de  espulsar  a  los  chilenos  de  las  provincias  del 
norte.  Lejos  de  pensar  en  un  avenimiento  aceptable  en  aque- 
llas circunstancias,  la  vanidad  nacional  seguia  soñando  en 
triunfos  por  todas  partes,  i  en  la  inmensidad  de  los  recursos 
nacionales  para  llevar  las  cosas  a  una  victoria  definitiva.  Res- 
pecto de  las  operaciones  de  que  eran  teatro  las  provincias  del 
norte,  la  prensa  de  Lima  propuso  un  arbitrio  que  se  conside- 
raba excelente  i  eficaz.  Los  hacendados  de  esas  provincias, 
residentes  en  Lima,  organizarían  allí  un  comité  central,  i  éste 
otros  comitées  subalternos  que  armarian  a  todos  sus  habitan- 
tes, hombres  i  mujeres,  para  hacer  a  los  chilenos  una  guerra 
implacable  de  esterminio,  sin  .piedad,  sin  mirarse  en  medios 
de  ningún  j enero,  guerra  que  debia  destruir  hasta  el  último 
soldado  de  las  huestes  invasoras  ^. 

Estos  consejos  podian  ser  mui  patrióticos  i  mui  varoniles; 


8.  La  Opinión  Nacional  de  I>ima  del  19  de  setiembre,  trazaba  en  los  tér- 
minos siguientes  el  plan  de  operaciones  que  debia  seguirse. 

«Es  preciso  en  el  dia,  organizar  las  guerrillas  i  no  dejar  en  tranquilidad  a 
las  huestes  enemigas. 

«La  sorpresa,  la  astucia,  el  engaño,  todo,  todo  debe  ponerse  en  práctica, 
para  concluir  con  los  asaltantes. 

«Cualquiera  medio  debe  ponerse  en  acción  para  concluir,  i  no  dejar  ni  la 
menor  huella  de  unas  lejiones  que  dejan  atrás  en  perversidad  a  las  cafres  i 
beduinas. 

«Nuestros  guerrilleros,  o  mejor  dicho,  montoneros,  organizados  con  los 
elementos  proporcionados  por  los  agricultores,  pueden  prestar  importantí- 
simos servicios. 

«Bien  montados,  regularmente  armados  i  conocedores  palmo  a  palmo  de 
nuestras  comarcas,  tendrán  no  solamente  en  jaque  a  nuestros  enemigos,  sino 
que  los  diezmarán,  sembrando  en  ellos  el  pánico. 

«A  favor  de  las  sombras  de  la  noche  o  de  la  espesura  de  nuestros  bosques, 
batirán  a  los  enemigos. 

«No  es  posible,  repetimos,  reparar  en  los  medios. 

«Nuestras  miras,  nuestro  fin  único  no  debe  ser  otro  que  acabar  con  los 
chilenos. 

«Que  la  bala,  la  lanza,  el  puñal,  la  piedra,  el  palo,  el  fuego,  en  fin,  cuanto 
pueda  crear  nuestro  odio,  nuestra  venganza,  sirvan  para  estirpar  a  la  raza 
maldita  de  la  América!! .  . . 

«Que  en  las  playas  como  en  el  desierto,  que  en  las  villas  como  en  las  ciu- 
dades i  en  los  bosques  corrko  en  los  valles,  no  encuentren  los  merodeadores 
'  otra  cosa  que  la  muerte! .  .  . 

«Que  nuestras  mujeres  se  conviertan  en  otras  tantas  Judith,  i  que  nuetros 


OÜERBA  DEL  PAOIFICO 


pero  en  aquellos  momentos  sobraban  los  consejeros  i  en  cam- 
bio faltaban  quienes  ejecutasen  los  planes -tan  ardorosamente 
recomendados.  Así,  pues  los  hacendados  de  las  provincias  del 
norte,  residentes  entonces  en  Lima,  en  vez  de  apelar  al  peli- 
groso arbitrio  de  organizar  las  guerrillas,  que  se  creian  tan 
eficaces  contra  la  espedicion  Lynch,  persistieron  en  otro  plan 
que  juzgaban  mas  práctico.  Consistía  éste  en  simular  trans- 
ferencias de  sus  propiedades  a  nombre  de  algunos  estranjeros, 
i  en  colocarlas  de  esta  manera  bajo  el  amparo  i  la  protección 
de  los  ministros  diplomáticos. 

Mientras  tanto,  el  comandante  Lynch  habia  salido  de  Paita 
el  22  de  setiembre.  Después  de  tocar  otra  vez  en  las  islas  de 
Lobos,  llegó  al  puerto  de  Eten  en  la  mañana  del  dia  24.  Es- 
peraban hallar  aquí  una  vigorosa  resistencia,  i  creía  que  sus 
tropas  tendrían  al  fin  que  trabar  uno. o^ muchos  combates. 
Desde  días  anteriores,  el  prefecto  del  departamento  de  Lam- 
bayeque  habia  publicado  una  belicosa  proclama  en  que  des- 
pués de  insultar  a  los  chilenos  llamándolos  «salvajes,  ladro- 
nes, hambrientos^),  recordaba  a  sus  gobernados  que  habiendo 
«jurado  sacrificarlo  todo  en  aras  de  la  patria»,  era  llegado  el 


odio,  nuestra  venganza,  nuestra  vista  sola,  sean  capaz  de  envenenar  las  aguas 
que  beban  en  los  arroyos  de  nuestros  valles! .  .  . 

«Que  los  torpedos  i  máquinas  infernales,  destrocen  en  nuestros  puertos  sus 
naves,  i  que  en  las  playas  o  a  donde  quiera  que  sienten  su  planta  impura. 
no  haya  sino  un  laberinto  de  minas!! ... 

«Que  los  injenieros  i  mecánicos  i  peones  de  nuestras  haciendas,  se  convier- 
tan en  otros  tantos  zapadores!! .  .  . 

«Es  necesario  volarles  sus  parques,  arrebatarles  o  destruirles  sus  armas  i 
elementos  de  movilidad,  degollarles  sus  caballos  o  envenenar  el  agua  que 
beban,  i  en  fin,  sembrar  en  las  huestes  chilenas  la  muerte,  la  desolación  i  el 
espanto,  poniendo  en  juego  una  astucia  refinada  i  un  valor  espartano! 

«Es  preciso  que  no  tengan  hora  ni  momento  seguro  para  morir! .  .  . 

«Que  caminen  sobre  un  abismo,  listo  a  tragarlos  para  siempre  en  su  negro 
seno. 

«Que  el  techo  que  los  cubre,  el  terreno  que  pisan,  la  luz  que  los  rodea  i  el 
aire  que  respiran,  se  infeste,  corrompa  i  ponga  fin  a  su  negra  existencia! .  . . 

«Debemos  convertirnos  en  una  especie  de  dioses  vengadores  e  inventar 
males  i  desgracias  que  los  abrumen! .  . . 

«Que  los  jóvenes,  las  mujeres,  los  niños  i  hasta  los  ancianos, se  conviertan 
en  verdaderas  máquinas  de  destrucción»! .  . . 


CAMPANA  A  LIMA  353 


momento  de  correr  contra  el  enemigo.  Su  proclama  se  termi- 
naba con  estas  enfáticas  promesas: 

«Fuerzas  de  reserva:  El  honor  i  el  deber  que  el  patriotismo 
nos  impone  están  a  término  de  prueba.  La  invasión  chilena 
se  acerca;  i  para  tan  supremo  instante,  reglemos  nuestra  con- 
ducta por  la  que  observaron  nuestros  hermanos  del  sur,  que 
con  heroismo  i  valor  inimitables  supieron  llenar  su  consigna 
de  morir  por  la  patria.  Para  entonces  i  en  todo  caso,  contad 
siempre  que  ocupará  la  vanguardia  vuestro  conciudadano  i 
amigo.- — José  Manuel  Aguirre.» 

Lynch  esperaba,  pues,  ser  atacado  en  este  puerto  o  en  sus 
alrededores;  i  se  confirmó  en  esta  idea  desde  que  se  acercó  al 
fondeadero.  El  puerto  de  Eten  ofrece  por  la  marejada  cons- 
tante i  formidable,  el  mas  peligroso  desembarcadero.  Para 
obviar  esta  dificultad,  se  habia  construido  allí- en  años  atrás 
un  estenso  muelle  por  donde  era  posible  llegar  a  tierra  con 
comodidad.  Las  escalas  i  pescantes  de  ese  muelle,  sobre  el 
cual  flotaba  la  bandera  inglesa,  habian  sido  retirados  con  an- 
ticipación. Las  máquinas  del  ferrocarril  que  conduce  al  inte- 
rior, comenzaron  a  alejarse  arrastrando  todo  el  material  ro- 
dante de  la  linea,  a  pesar  de  algunos  cañonazos  que  le  disparó 
la  corbeta  Chacahuco.  Todo  hacia  creer  que  los  espediciona- 
rios  iban  a  encontrar  allí  una  vigorosa  resistencia,  que  era 
mui  fácil  organizar  en  esos  lugares  para  rechazar  el  desem- 
barco. 

Pero,  el  comandante  Lynch  no  era  hombre  para  arredrarse 
por  esas  dificultades  ni  por  las  amenazantes  proclamas  del 
prefecto  de  Lambayeque.  Improvisó  una  escala,  i  con  el  ma- 
yor peligro  de  su  j ente,  hizo  trepar  dos  hombres  al  muelle,  i 
mandó  comenzar  el  desembarco  costara  lo  que  costara,  ha- 
ciendo subir  uno  a  uno  a  sus  soldados.  Apenas  habian  pisado 
tierra  los  tripulantes  de  la  primera  lancha,  30  o  35  hombres, 
apareció  por  el  lado  del  pueblo  una  columna  de  unos  200  o 
300  soldados  de  infantería  i  de  caballería,  que  rompieron  sus 
fuegos  a  una  gran  distancia.  Los  chilenos  se  desplegaron  in- 
mediatamente en  guerrilla,  i  se  dispusieron  a  disputar  palmo 
a  palmo  el  terreno  que  pisaban,  dando  tiempo  a  que  desem- 

TOMO   XVI. — 23 


364  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


barcaran  algunas  otras  partidas.  No  fué,  sin  embargo,  nece- 
sario disparar  un  solo  tiro.  Al  ver  la  actitud  de  los  chilenos, 
la  columna  del  prefecto  de  Lambayeque  huyó  en  el  mas  espan- 
toso desorden,  dejando  libre  el  desembarcadero.  La  marejada 
era  tan  violenta,  con  todo,  que  cuando  llegó  la  tarde,  solo 
habia  tomado  tierra  un  batallón  de  550  hombres,  que  pudo 
ser  sorprendido  i  destrozado  durante  la  noche,  i  que,  sin  em- 
bargo, permaneció  en  la  mayor  tranquilidad. 

Una  vez  en  tierra,  el  comandante  Lynch  envió  una  nota  al 
prefecto  de  Lambayeque  en  la  cual  le  decia  que  resuelto  a  no 
hacer  daño  alguno  a  las  poblaciones  de  aquel  departamento, 
esperaba  que  se  conservaran  en  su  puesto  las  autoridades  ci- 
viles, i  que  se  le  pagase  una  contribución  de  guerra  de  ciento 
cincuenta  mil  pesos  para  no  tener  que  ejecutar  acto  alguno 
de  hostilidad.  Le  prevenia  ademas  que  estaba  resuelto  a  cas- 
tigar con  la  mas  rigorosa  severidad  cualquier  acto  de  insidia 
como  aplicación  de  dinamita  o  materias  esplosivas  a  los  fe- 
rrocarriles o  a  los  lugares  por  donde  transitaren  sus  tropas, 
para  lo  cual  habia  decidido  fusilar  tres  peruanos  por  cada 
soldado  chileno  que  perdiere  por  tales  medios.  El  prefecto 
contestó  negativamente,  declarando  al  jefe  chileno  en  los  tér- 
minos mas  arrogantes,  que  estaba  resuelto  a  resistir  con  toda 
enerjia  a  las  pretensiones  de  los  chilenos.  Después  de  esta  de- 
claración, el  prefecto  Aguirre,  que  según  se  supo  después,  era 
mui  mal  querido  en  el  departamento  de  su  mando,  se  retiró 
al  interior,  alejándose  mas  i  mas  de  los  invasores  a  medida 
que  éstos  comenzaron  a  avanzar. 

El  desembarco  de  las  tropas  en  esas  condiciones  demoró, 
tres  dias  de  un  trabajo  continuo.  Fué  necesario  construir  pes- 
cantes para  levantar  uno  a  uno  a  los  soldados;  i  con  este  espe- 
diente se  facilitó  la  operación.  En  la  tarde  del  26  de  setiem- 
bre, cien  soldados  de  infantería,  llevando  a  su  cabeza  a  don 
Federico  Stuven,  jefe  de  los  injenieros  de  la  espedicion,  em- 
prendieron la  marcha  en  busca  de  las  máquinas  i  carros  del 
ferrocarril.  Sin  esperar  que  estos  llegasen,  el  comandante 
Lynch,  con  otros  600  hombres,  se  puso  resueltamente  en  ca- 
mino para  Chiclayo,  la  capital  i  la  ciudad  nías  importante  del 


CAMPAÑA    A  LIMA  355 


departamento,  i  llegó  a  ella  en  la  tarde  del  27  de  setiembre. 
Allí  fué  recibido  por  los  estranjeros  que  formaban  la  guardia 
de  propiedad,  porque  todas  las  autoridades  habian  huido. 
Sus  tropas,  inclusos  otro  batallón,  la  caballería  i  la  artillería 
que  llegaron  luego  a  reunírsele,  fueron  convenientemente  hos- 
pedadas. Pero  cuando  impuso  al  pueblo  la  contribución  de 
guerra  de  20,000,  se  le  objetó  que  en  virtud  de  los  mandatos 
del  dictador,  nadie  podia  pagar  la  menor  suma  de  dinero. 
Esta  negativa  produjo  al  dia  siguiente  la  destrucción  de  va- 
rios edificios  públicos  i  particulares. 

Este  último  escarmiento  hizo  desaparecer  muchas  resisten- 
cias. El  comandante  Stuven,  que  a  la  cabeza  de  cien  hombres, 
se  habia  adelantado  atrevidamente  al  interior  en  busca  del 
material  rodante  del  ferrocarril,  atravesó  varios  pueblos  sin 
que  nadie  se  le  opusiera,  i  por  el  contrario  recibiendo  víveres 
para  sus  tropas.  Desplegando  una  grande  actividad,  fué  re- 
cojiendo  los  carros  i  locomotivas;  i  aunque  éstas  se  hallaban 
desmontadas,  i  sus  piezas  ocultas  en  varios  lugares,  supo  des- 
cubrirlas i  sus  operarios  pusieron  en  pocas  horas  las  máquinas 
en  buen  estado  de  servicio.  En  ninguna  parte  halló  la  menor 
resistencia,  que  sin  embargo  habría  sido  fácil  oponer  a  una 
columna  tan  reducida.  Lejos  de  eso,  el  pueblo  de  Lambaye- 
que  pagó  sin  la  menor  dificultad  la  contribución  de  4,000  pe- 
sos que  se  le  habia  impuestp,  i  1,000  el  de  Ferriñafe.  Muchos 
hacendados  de  aquellas  inmediaciones  imitaron  este  ejemplo, 
o  entregaron  especies  de  un  valor  correspondiente. 

Las  fuerzas  chilenas  volvieron  a  Eten  el  4  de  octubre  tras- 
portadas por  el  ferrocarril.  En  los  ocho  días  que  habian  per- 
manecido en  el  departamento  de  Lambayeque,  habian  espe- 
rado en  vano  los  efectos  de  las  hostilidades  con  que  las  habia 
amenazado  en  sus  notas  i  en  sus  proclamas  el  prefecto  Agui- 
rre.  Pequeñas  partidas  de  tropa  habian  recorrido  diversos 
puntos  del  territorio;  i  en  ninguna  parte  habian  encontrado 
contra  quien  disparar  un  tiro.  En  Eten,  el  comandante  Lynch, 
al  devolver  los  carros  i  locomotivas,  exijió  de  la  empresa  del 
ferrocarril  una  contribución  de  guerra  de  3,250  hbras  esterh- 
nas.  El  caso  estaba  previsto.  Desde  dias  atrás  los  empresarios 


356  GUERRA  DEL  PACIFICO 


habían  arreglado  las  cosas  para  presentar  el  ferrocarril  como 
propiedad  de  negociantes  estranjeros,  un  italiano  i  un  ingles, 
buscando  de  este  modo  la  protección  de  las  referidas  legacio- 
nes. Pero  Lynch  se  habia  apoderado  en  Eten  de  los  libros  i 
papeles  de  la  empresa,  i  en  ellos  habia  hallado  el  orijen  de 
estas  falsas  trasferencias,  el  plan  de  hostilizar  a  los  chilenos 
destruyendo  los  medios  de  desembarque,  i  retirando  al  inte- 
rior el  material  rodante,  i  por  último  el  contrato  celebrado  en 
1867  con  el  gobierno  del  Perú  para  la  construcción  de  la  via, 
mediante  el  cual  la  compañía  se  habia  comprometido  testual- 
mente  a  no  «cambiar  jamas  su  carácter  permanente  de  socie- 
dad nacional,  ni  recurrir  en  ningún  caso  a  reclamaciones  di- 
plomáticas». En  vista  de  estas  pruebas  que  destruían  por 
completo  todo  el  plan  de  la  empresa,  tuvo  ésta  que  pagar  la 
contribución  exijida. 

En  la  misma  tarde  del  4  de  octubre,  salieron  de  Eten  por  el 
camino  de  tierra  las  fuerzas  espedicionarias  con  dirección  al 
vecino  departamento  de  La  Libertad.  Pasaron  por  Pueblo 
Nuevo,  Guadalupe  i  San  Pedro,  deteniéndose  en  cada  lugar 
para  percibir  las  contribuciones  de  guerra  impuestas  a  las 
ricas  haciendas  de  aquellos  alrededores.  Todos  pagaban  las 
cuotas  asignadas  en  buenas  letras  sobre  Londres  o  sobre  Val- 
paraíso, en  plata  amonedada,  en  plata  u  oro  de  chafalonía,  o 
en  especies.  Por  fin,  el  16  de  octubre  se  emprendió  la  marcha 
sobre  la  ciudad  de  Trujillo.  Un  mes  antes,  cuando  las  fuerzas 
espedicionarias  se  hallaban  en  Chimbóte  i  en  sus  alrededores, 
i  cuando  algunas  partidas  chilenas  avanzaron  hasta  Virú,  las 
autoridades  de  Trujillo,  i  un  gran  número  de  sus  vecinos, 
abandonaron  desordenadamente  la  ciudad.  Ahora  se  decía 
que  habia  allí  4,000  hombres  dispuestos  a  hacer  una  heroica 
defensa,  i  aun  se  anunciaba  que  el  mismo  Píérola  había  salido 
de  Lima  con  un  refuerzo  de  tropas  para  castigar  ejemplar- 
mente a  los  invasores.  El  prefecto  del  departamento  de  La 
Libertad,  coronel  don  Adolfo  Salmón,  había  anunciado  al 
gobierno  de  Lima  el  7  de  octubre  las  medidas  de  defensa  que 
tomaba,  i  concluía  con  estas  palabras:  «El  pueblo  de  Trujillo, 
enterado  de  lo  que  pasa,  permanece  tranquilo,  lo  cual   me 


Campana  a  lima  357 


prueba  la  confianza  que  tiene  en  que  velo  por  su  seguridad, 
comprometiendo  así  mi  gratitud  personal».  La  prensa  de  Lima 
habia  publicado  este  telegrama  como  el  anuncio  de  una  próxi- 
ma victoria. 

El  comandante  Lynch  llegó  a  creer  que  estos  aprestos  se- 
rian formales,  sobre  todo  cuando,  al  acercarse  al  valle  de  Chi- 
cama,  el  17  de  octubre,  fué  recibida  su  división  por  seis  tiros 
de  rifle  que  se  le  dispararon  de  un  bosque  vecino.  En  el  acto 
dio  colocación  a  sus  tropas;  i  como  divisase  sobre  un  cerro 
inmediato  a  siete  individuos  armados  que  parecian  estar  de 
avanzada,  hizo  disparar  un  cañonazo  en  esa  dirección.  Los 
esploradores  enemigos  tomaron  la  fuga;  i  las  guerrillas  chile- 
nas que  salieron  en  su  persecución,  volvieron  pronto  con  dos 
prisioneros  i  con  la  noticia  de  que  las  fuerzas  del  prefecto  Sal- 
món se  habian  dispersado  en  todas  direcciones  al  ver  la  divi- 
sión chilena.  El  camino  del  valle  de  Chicama  hasta  la  ciudad 
de  Trujillo,  quedaba  despejado.  Los  espedicionarios,  en  efec- 
to, avanzaron  tranquilamente  hasta  Paijan,  desde  donde  el 
comandante  Lynch  impuso  las  contribuciones  que  debian  pa- 
gársele. 

A  pesar  de  que  toda  resistencia  era  imposible,  algunos  pai- 
sanos que  estaban  ocultos  en  un  bosque  de  los  alrededores 
de  ese  pueblo,  hicieron  fuego  sobre  un  grupo  de  soldados  chi- 
lenos que  pasaban  desprevenidos,  sin  herir  a  ninguno  de  ellos. 
Contestados  los  tiros  por  éstos,  cayó  uno  de  los  asaltantes  i 
los  otros  se  dispersaron.  En  otra  parte,  algunos  paisanos  to- 
maron descuidado  a  un  soldado  chileno  que  se  habia  separado 
de  sus  compañeros,  lo  llevaron  a  un  bosque,  i  habiéndolo 
amarrado  a  un  árbol,  le  dieron  de  garrotazos,  i  lo  dejaron  mal 
herido.  El  comandante  Lynch,  apresó  a  dos  de  los  instigado- 
res de  este  crimen  i  les  hizo  dar  120  azotes.  Después  de  este 
castigo,  no  volvió  a  hacerse  sentir  ningún  acto  de  hostilidad. 

En  esos  dias,  la  prensa  de  Lima  estaba  en  espectacion  de 
los  sucesos  de  Trujillo  a  cuya  probable  resistencia  daba  al 
mayor  importancia.  El  20  de  octubre  anunciaba  que  el  pre- 
fecto Salmón  quedaba  con  sus  fuerzas  en  Ascope,  i  amenaza- 
ba el  flanco  de  la  división  chilena  que  se  hallaba  a  dos  leguas 


358  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


de  distancia.  La  batalla,  se  decia,  es  inminente.  El  hecho  era 
cierto  en  cuanto  a  la  distancia,  pero  toda  batalla  era  imposi- 
ble. Lynch  ocupaba  ese  dia  el  pueblo  de  Chocope,  i  de  alli  hizo 
sahr  unos  quinientos  hombres  para  ocupar  el  pueblo  de  As- 
cope.  Este  solo  movimiento  decidió  la  dispersión  completa  i 
definitiva  del  enemigo.  El  prefecto  Salrnon,  que  habia  creido 
poder  organizar  alguna  resistencia,  se  habia  visto  solo  i  aban- 
donado, i  ya  no  tuvo  mas  arbitrio  que  tratar,  haciendo  valer 
al  efecto  la  amistad  personal  que  en  otro  tiempo  lo  habia  li- 
gado al  comandante  Lynch. 

Desde  dias  atrás,  algunos  estranjeros  establecidos  en  esos 
lugares  hablan  servido  de  mediadores  en  esos  negocios,  i  ha- 
blan conseguido  que  el  comandante  Lynch  redujera  la  cuota 
de  las  contribuciones  impuestas  a  esas  propiedades.  Agregúe- 
se a  esto  que  en  esos  momentos  hablan  llegado  al  puerto  del 
Malabrigo  algunos  buques  chilenos,  i  que  éstos  llevaban  a 
Lynch  la  orden  de  volver  inmediatamente  al  sur  del  Perú  a 
fin  de  que  estuviese  listo  para  la  nueva  campaña  que  se  iba 
a  abrir.  Fué  necesario  detener  la  marcha  a  tres  leguas  de  Tru- 
jillo,  con  tanta  mayor  razón  cuanto  que  esta  ciudad  i  los  ha- 
cendados de  los  alrededores  pagaban  el  todo  o  al  menos  una 
buena  parte  de  la  cuota  impuesta  como  contribución  ^.  Las 


9.  Nada  demuestra  mejor  que  el  hecho  siguiente  el  ningún  caso  que  en- 
tonces se  hacia  del  decreto  de  Piérola  de  1 1  de  setiembre  contra  los  que  pa- 
gasen la  contribución  de  guerra.  La  hacienda  de  Mocan,  propiedad  de  don 
Nemesio  Orbegoso,  ministro  de  gobierno  i  policía  del  dictador,  pagó  la  cuota 
que  se  le  habia  impuesto.  Cuando  se  tuvo  noticia  de  este  hecho  en  Lima,  los 
hacendados  que  habian  sufrido  perjuicios  enormes  por  haber  obedecido  ese 
decreto,  alzaron  el  grito  contra  esta  conducta  de  un  ministro  de  estado.  Or- 
begoso declaró  que  él  no  tenia  noticia  de  lo  que  habia  ocurrido,  i  pidió  infor- 
me al  prefecto  de  Trujillo,  el  cual  a  su  vez  manifestó  que  tampoco  él  sabia 
nada.  Pero  luego  se  buscó  «na  esplicacion  apropiada  para  el  caso.  Un  respe- 
table hacendado  alemán,  don  Luis  G.  Albrecht,  habia  servido  de  mediador 
en  estas  negociaciones  entre  el  prefecto  de  Trujillo  i  el  comandante  Lynch,  i 
mediante  su  prestijio  i  su  honorabilidad,  habia  conseguido  de  éste  que  re- 
bajase el  impuesto  i  que  no  ocupase  la  ciudad  de  Trujillo.  Se  dijo  que  este 
caballero  habia  pagado  por  él  i  por  todos  los  demás  la  contribución  de  gue- 
rra. En  nota  de  2  de  noviembre,  el  ministro  Orbegoso  esplicaba  asi  los  hechos 
al  dictador,  agregándole  que  como  su  hacienda  debia  fuertes  sumas  a  una 
casa  alemana,  era  posible  que  Albrecht,  sin  comunicárselo  al   propietario  i 


CAMPAÑA  A  LIMA  359 


fuerzas  espedicionarias,  después  de  destruir  el  puente  del  fe- 
rrocarril que  habia  en  el  valle  de  Chicarna,  para  no  ser  moles- 
tados en  su  marcha,  dieron  la  vuelta  a  la  costa,  i  se  embarca- 
ron en  los  puertos  de  Malabrigo  i  de  Pacasmayo  en  los  dias 
26  i  27  de  octubre.  Su  escuadrilla  se  habia  reforzado  con  otros 
buques  que  habianllegado  de  Chile,  i  pudieron  embarcar,  junto 
con  las  mercaderías  tomadas  como  contribución  de  guerra, 
cerca  de  400  chinos  que  les  hablan  servido  de  guias  durante 
la  campaña,  i  que  no  querían  quedar  en  esos  lugares  temero- 
sos de  los  castigos  i  v-enganzas  que  no  habrían  tardado  en  caer 
sobre  ellos.  El  i.*^  de  noviembre,  los  espedicionarios  llegaban 
ál  puerto  de  Quilca,  donde  debian  esperar  órdenes  de  su  go- 
bierno. 

Tal  es  la  historia  de  la  espedicion  Lynch.  Una  división  de 
2,600  hombres  habia  recorrido  durante  dos  meses  los  depar- 
tamentos mas  ricos  i  poblados  del  Perú,  sin  que  en  ninguna 
parte  se  organizara  una  fuerza  capaz  de  oponerle  la  menor 
resistencia,  i  sin  mas  pérdidas  que  la  de  tres  hombres,  uno 
asesinado  en  Chimbóte  i  dos  que  se  ahogaron  al  .embarcarse 
en  el  puerto  de  Pacasmayo,  a  consecuencia  de  la  violenta  re- 
ventazón de  las  olas.  Como  producto  financiero  de  la  espedi- 
cion, i  como  resultado  de  las  contribuciones  de  guerra,  los 
espedicionarios  volvían  con  29,050  libras  esterlinas,  11,428 
pesos  en  moneda  de  plata,  5,000  pesos  en  papel  mon^^da  del 
Perú,  con  algún  oro  i  plata  en  barra  i  chafalonía  i  con  una 
carga  considerable  de  mercaderías  i  productos  de  aquellas 
provincias  en  que  figuraban  mas  de  2,500  sacos  de  azúcar, 
600  de  arroz  i  muchos  fardos  de  algodón,  cascarilla,  tabaco, 
etc.,  etc.  Deben  contarse  ademas  como  producto  de  la  espe- 
dicion, los  siete  millones  de  pesos  en  papel  moneda  captura- 
dos al  gobierno  peruano,  i  que  circularon  fácilmente  en  el 
resto  de  la  guerra  ^°. 

a  sus  administradores,  hubiera  querido  resguardar  los  intereses  de  esa  casa 
efectuando  el  pago.  Así,  pues,  los  hacendados  peruanos  hacian  servir  las  deu- 
das verdaderas  o  falsas  a  favor  de  los  estranjeros,  para  escusarse  de  pagar 
la  contribución  de  guerra;  o  para  escusarse  de  haberla  pagado  desobedecien- 
do los  decretos  del  dictador. 

10.  Al  referir  los  sucesos  coiioernientes  a  la  espedicion  Lynch,  hemos  te- 


360  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Las  provincias  del  norte,  aparte  de  aquellas  pérdidas  i  de 
las  destrucciones  consiguientes  a  los  decretos  lanzados  por  el 
gobierno  de  la  dictadura  que  no  habia  sabido  o  que  no  habia 
podido  defenderlas  eficazmente,  tuvieron  que  sufrir  las  con- 
secuencias de  la  sublevación  de  los  trabajadores  chinos  que 
privaban  de  brazos  a  su  agricultura. 

La  prensa  de  Lima  que  habia  estado  anunciando  cada  dia 
la  próxima  derrota  i  destrucción  de  las  fuerzas  que  mandaba 
Lynch,  reconoció  al  fin  que  las  correrías  de  una  división  de 
menos  de  tres  mil  hombres  en  aquellas  provincias  era  una 
mengua  para  ese  pais.  Entonces  pidió  un  castigo  tremendo  i 
ejemplar  para  los  mandatarios  de  esos  distritos,  como  si  ellos 
fuesen  los  responsables  del  abandono  en  que  el  gobierno  de 
la  dictadura  habia  dejado  las  provincias  para  reconcentrar 
todos  los  elementos  de  su  poder  en  Lirría.  Un  diario  de  esta 
ciudad.  La  Opinión  Nacional  trazaba  con  este  motivo  el  i6  de 
diciembre,  el  cuadro  de  esta  campaña,  con  los  insultos  de 
siempre  a  Chile  i  los  chilenos,  en  los  términos  siguientes:  «La 
opinión  pública  ha  devorado  con  el  rubor  de  la  vergüenza  i  el 
jemido  de  la  cólera,  los  detalles  de  la  espedicion  chilena  al 
norte  del  Perú:  vergüenza  i  cólera  que  hasta  hoi  habia  ocul- 
tado con  discreta  misericordia,  pero  que  ya  manifiesta  en  toda 
su  fuerza,  para  coadyuvar  a  la  acción  represora  del  gobierno. 
Estamos  en  presencia  de  lo  increíble,  de  lo  inesperado,  de  lo 
inverosímil:  una  cuadrilla  de  salteadores  ha  recorrido  nuestro 
litoral  desde  Paita  hasta  Supe,  ha  penetrado  a  sus  valles,  ha 
destruido  valiosas  riquezas,  ha  llenado  sus  buques  de  amplio 
botín,  lleva  en  sus  carteras  gruesos  tesoros,  i  todo  ello  no  le 


nido  siempre  a  la  vista,  como  lo  hemos  hecho  también  al  escribir  las  otras 
partes  de  este  libro,  los  documentos  peruanos  i  los  documentos  chilenos.  Los 
partes  oficiales  del  comandante  Lynch  i  de  los  oficiales  que  operaban  bajo 
sus  órdenes,  han  sido  publicados  en  Santiago  en  el  Boletín  de  la  Guerra  de 
Pacífico,  junto  con  la  correspondencia  de  este  jefe  con  las  autoridades  perua- 
nas i  con  los  cónsules  i  ministros  diplomáticos  estranjeros.  Pero  he  utilizado 
igualmente  una  estensa  relación  de  toda  la  campaña  consignada  en  una 
carta  familiar  de  don  Clotario  Salamanca,  médico  de  la  espedicion  chilena. 
Esta  carta  ocupa  nueve  columnas  de  El  Ferrocarril  de  Santiago  del  12  de 
noviembre  de  1880. 


CAMPAÑA   A   LIMA  361 


cuesta  ni  un  hombre,  ni  una  gota  de  sangre,  ni  siquiera  un 
amago  de  represalia.  El  espíritu  tradicionalmente  valeroso 
de  esas  comarcas,  se  ha  mostrado  en  esta  vez  indigna  de  su 
historia  i  de  su  fama»  ^^ 

Otra  espedicion  análoga  a  la  anterior,  aunque  de  menores 
proporciones,  se  habia  efectuado  en  esos  dias  en  otra  parte 
del  territorio  peruano.  El  teatro  de  operaciones  fué  el  valle 
de  Moquegua  que  los  chilenos  habian  ocupado  anteriormente. 

Hemos  referido  en  otra  parte  12  que  en  abril  de  1880,  cuan- 
do el  ejército  chileno  emprendía  la  campaña  sobre  Tacna,  las 
tropas  que  debían  quedar  en  esos  lugares,  evacuaron  la  ciu- 
dad i  el  valle  de  Moquegua  a  causa  de  la  insalubridad  del  cli- 
ma. Se  instalaron  en  efecto  en  el  puerto  de  Pacocha,  i  allí 
permanecieron  meses  enteros  en  la  mas  completa  tranquili- 
dad. Las  fuerzas  peruanas  volvieron  poco  después  a  ocupar 
a  Moquegua,  i  aun  apresaron  a  un  oficial  chileno  que  dirijia 
la  conducción  de  algunas  cabezas  de  ganado.  Pero  mas  tarde, 
esa  ciudad,  en  comunicación  con  las  tropas  peruanas  de  Are- 
quipa, servia  de  objetivo  de  las  ilusiones  del  dictador  del  Perú, 
que  creía  que  por  allí  se  podia  hostilizar  por  varios  medios  al 
ejército  chileno  de  Tacna.  En  efecto,  en  Moquegua  se  trataba 
entre  otras  cosas  de  fomentar  la  deserción  en  el  ejército  chi- 
leno, ofreciendo  por  carteles  impresos  20  pesos  a  los  soldados 
que  se  presentasen  con  sus  armas  i  10  a  los  que  llegasen  desar- 
mados, asegurándoles  ademas  que  hallarían  trabajo  donde 
les  conviniera.  Se  creía,  i  la  prensa  de  Lima  lo  repetía  cada 
día,  que  las  tropas  chilenas  cansadas  de  la  inacción  en  que  se 


1 1.  Para  calmar  la  irritación  de  los  ánimos,  Piérola  mandó  encausar  ante 
un  consejo  de  guerra  a  los  prefectos  de  Lambayeque  i  de  La  Libertad  por 
no  haber  «opuesto  a  las  fuerzas  invasoras  la  menor  resistencia  ni  hostilidad 
alguna  como  han  podido  i  debido  hacerlo  con  los  elementos  que  tenian  a  su 
disposición  i  en  virtud  de  las  órdenes  que  habian  recibido».  Este  decreto, 
idéntico  a  los  que  se  daban  en  el  Perú  después  de  cada  desastre,  fué  publi- 
cado el  13  de  diciembre,  pero  se  le  puso  la  fecha  de  i8  de  noviembre  para 
que  no  se  creyese  que  habia  sido  arrancado  por  la  exitacion  que  produjo  en 
Lima  la  lectura  de  los  partes  del  comandante  Lynch  publicados  en  los  dia- 
rios de  Chile. 

12.  Véase  mas  atrás,  part.  II,  cap.  XI. 


GUERRA  DEL  PACÍFÍCO 


hallaban  desde  meses  atrás,  estaban  desmoralizadas  i  pron- 
tas a  dispersarse. 

Corr  este  motivo,  se  resolvió  en  el  campamento  de  Tacna 
el  hacer  una  nueva  espedicion  a  Moquegua.  El  i.^  de  octubre 
salió  de  Arica  el  comandante  don  José  de  la  C.  Salvo,  i  en  la 
mañana  siguiente  llegaba  a  Pacocha,  i  organizaba  allí  una 
columna  de  cerca  de  600  hombres  sacados  de  los  cuerpos  que 
guarnecian  este  puerto.  Pocas  horas  mas  tarde  se  ponia  en 
marcha  para  Moquegua.  En  el  camino  se  le  juntaron  un  es- 
cuadrón de  caballería,  una  batería  de  cañones  de  montaña  i 
las  bestias  de  carga  para  la  conducción  de  bagajes,  que  habían 
salido  de  Tacna  por  el  camino  de  tierra.  Las  avanzadas  ene- 
migas que  los  espedicionarios  hallaron  en  su  marcha,  huyeron 
precipitadamente  dejando  el  camino  completamente  espedito. 

El  6  de  octubre,  a  medio  día,  entraban  los  espedicionarios 
a  Moquegua  sin  disparar  un  tiro.  La  guarnición  peruana  de 
la  ciudad  había  huido  rápidamente,  dejando  por  todas  partes 
carteles  impresos  destinados  a  fomentar  la  deserción  en  las 
tropas  enemigas  i^.  Inmediatamente  hizo  notificar  al  pueblo 
que  los  propietarios  i  vecinos  se  reuniesen  el  siguiente  día 
para  tratar  de  asuntos  que  interesaban  a  la  localidad. 

Verificada  esta  reunión  el  7  de  octubre,  nombróse  allí  de- 
positario de  la  autoridad  pública  al  síndico  de  la  municipali- 
dad. En  seguida,  el  coríiandante  Salvo  espuso  que  el  pueblo 
debía  suministrar  víveres  a  su  división  para  ocho  días,  i  pagar 
ademas  en  el  término  de  cuarenta  i  ocho  horas  una  contribu- 
ción de  cien  mil  pesos.  Cediendo,  sin  embargo,  a  las  peticio- 
nes de  los  vecinos  que  representaban  las  pérdidas  que  habían 
sufrido  en  sus  negocios  por  los  bloqueos  i  por  las  operaciones 
militares,  rebajó  la  cuota  a  sesenta  mil  pesos.  Por  lo  demás, 
tanto  a  esa  reunión  como  a  una  comisión  de  señoras  que  se  le 


13.  Esos  carteles  decían  testualmente  como  sigue: 
<fAviso  importante. 

«La  prefectura  de  la  provincia  litoral  de  Moquegua,  ofrece  dar  a  los  deser 
tores  del  ejército  chileno    que   se   presenten  armados,  una  gratificación  de 
veinte  soles,  i  sin  armas  diez;  i  ademas  tendrán  los  mismos  seguridad  de  tra- 
bajo libremente  donde  les  convenga». 


CAMPAÑA  A  LIMA  363 


acercó  después,  declaró  que  su  tropa  no  cometería  acto  algu- 
no contra  las  personas,  i  en  efecto  castigó  con  la  mayor  seve- 
ridad los  desmanes  de  tres  soldados  contra  los  cuales  se  que- 
jaron unos  vecinos. 

El  pago  de  la  contribución  comenzó  a  hacerse  el  dia  siguien- 
te; pero  fué  necesario  ampliar  el  plazo  hasta  el  14  de  octubre. 
La  suma  fué  al  fin  pagada  íntegramente  en  dinero,  en  plata 
labrada,  i  en  algunas  alhajas.  Fueron  entregados  igualmente 
el  ganado  i  especies  para  la  mantención  de  la  tropa. 

Entre  tanto,  se  anunció  en  Moquegua  que  venían  fuerzas 
peruanas  de  Arequipa;  i  fué  necesario  colocar  avanzadas  en 
todos  los  caminos,  i  dar  aviso  a  Tacna.  Salió  de  esta  ciudad 
el  coronel  don  Pedro  Lagos  con  los  refuerzos  necesarios  para 
rechazar  cualquier  ataque  de  los  peruanos.  Pero  no  habiendo 
el  menor  peligro,  esas  tropas  volvieron  a  Tacna  de  la  mitad 
del  camino.  Solo  Lagos  llegó  a  Moquegua  en  los  momentos 
en  que  la  columna  chilena  dejaba  esta  plaza  (14  de  octubre) 
después  de  haber  desempeñado  su  comisión.  Las  tropas  chi- 
lenas regresaron  tranquilamente  unas  a  Pacocha,  i  otras  a 
Tacna. 

Moquegua  tuvo  todavía  que  pasar  por  nuevos  sacrificios 
luego  que  se  retiraron  los  chilenos.  El  prefecto  de  Arequipa, 
como  hemos  visto,  no  había  sabido  defender  esa  ciudad  en 
los  días  que  habia  estado  bajo  el  poder  del  enemigo,  i  cuando 
imposibilitada  para  toda  resistencia,  tenia  que  pagar  a  éste 
el  impuesto  de  guerra.  Cuando  ya  no  habia  chilenos  a  quienes 
combatir,  envió  a  Moquegua  algunas  tropas,  e  impuso  a  la 
población  otra  contribución  de  60,000  pesos  en  castigo  de 
haber  pagado  anteriormente  igual  suma  al  enemigo.  Era  aque- 
llo el  colmo  de  la  injusticia. 

Cuando  se  leen  estas  dolorosas  pajinas  de  la  historia  de 
nuestros  días,  se  siente  el  corazón  oprimido  i  amargado.  Tan- 
to Lynch  en  las  provincias  del  norte  del  Perú  como  Salvo  en 
Moquegua,  encargados  de  duras  comisiones,  habían  tenido 
empeño  en  evitar  los  ultrajes  a  las  personas  i  los  desmanes  de 
sus  soldados,  de  donde  resultó  que  los  estranjeros,  i  entre 
ellos  los  cónsules,  informaron  ventajosamente  de  la  moralidad 


364  GUERRA  DEl>PACÍFICO 


i  disciplina  de  la  tropa.  Pero,  la  imposición  de  estas  contribu- 
ciones, recayendo  muchas  veces  sobre  personas  ajenas  a  la 
política,  nos  hacen  condenar  la  guerra  i  sus  inexorables  leyes. 

¿Quiénes  son  los  responsables  de  estos  males?  No  es  difícil 
dar  contestacicn  a  esta  pregunta.  Los  gobiernos  que  desaten- 
diendo los  verdaderos  intereses  de  su  pais,  preparan  las  gue- 
rras engañados  por  los  cálculos  mas  erróneos,  celebran  alian- 
zas secretas,  i  a  la  sombra  de  ellas  perturban  la  paz  de  sus 
vecinos,  por  pacíficos  que  éstos  sean.  El  responsable  de  estos 
daños  era  el  mismo  Perú  que  desde  1873  había  preparado  el 
incendio  que  debía  devorarlo;  i  que  después  de  los  grandes 
desastres  que  había  sufrido  en  la  campaña,  se  obstinaba  en 
mantenei  una  guerra  insensata  que  había  de  costarle  nuevas 
derrotas  i  nuevos  sacrificios.  Cuando  el  vencedor  suspendién- 
dolas hostilidades  durante  meses  enteros,  había  querido  darle 
algunos  días  de  calma  para  que  pudiese  meditar  sobre  su  si- 
tuación, el  Perú  había  provocado  de  nuevo  los  rigores  de  la 
guerra  con  sus  arrogantes  proclamas,  con  sus  torpedos  i  con 
sus  proyectos  de  alianzas  quiméricas.  No  era  estraño  que  su- 
friese las  consecuencias  de  su  errada  obstinación  1*. 

Los  escritores  peruanos,  tanto  en  Lima  como  en  el  estran- 
jero,  se  han  empeñado  en  probar  que  las  contribuciones  im- 
puestas por  los  chilenos  son  una  violación  de  todas  las  leyes 

14.  Las  contribuciones  impuestas  al  enemigo  en  dinero,  i  las  requisiciones 
en  especies,  en  víveres,  etc.,  para  atender  a  las  necesidades  de  los  ejércitos, 
han  sido  en  todo  tiempo  uno  de  los  males  mas  terribles  de  las  guerras.  Según 
un  informe  del  ministro  del  interior  a  la  Asamblea  nacional  de  Francia  poco 
después  de  la  última  guerra  con  la  Alemania  ( 1 870-1871 ),  los  treinta  i  cuatro 
departamentos  de  aquel  pais  que  fueron  invadidos  por  los  alemanes,  paga- 
ron a  éstos  39  millones  de  francos  como  contribuciones  de  guerra,  impuestas 
en  diversos  lugares;  49  millones  como  impuestos  ordinarios  percibidos  por 
las  autoridades  alemanas,  i  327  millones  como  requisiciones  para  el  sustento 
del  enemigo,  en  todo  415  millones  de  francos;  i  esto  aparte  del  enorme  res- 
cate impuesto  como  indemnización  en  el  tratado  definitivo  de  paz.  Véase  e^ 
Journal  des  économistes,  noviembre  1871,  páj.  324. 

En  la  jurisprudencia  internacional,  la  contribución  de  guerra  consiste  en 
lo  que  los  habitantes  del  pais  ocupado  están  obligados  a  pagar  ordinaria- 
mente en  dinero,  para  el  sostenimiento  del  ejército  de  ocupación  i  según  una 
cuota  fijada;  i  la  requisición  es  la  petición  hecha  por  la  autoridad  de  poner  a 
su  (Jisposicion  caballos,  ganados,  carros,  forrajes  u  otros  objetos. 


CAMPAÑA  A  LIMA  365 


internacionales.  Nos  parece  que  esto  es  colocar  la  cuestión  en 
mal  terreno.  La  facultad  de  imponer  contribuciones  de  gue- 
rra a  los  habitantes  de  un  territorio  enemigo  por  el  jefe  de 
ejército  que  lo  ocupa,  i  de  exijir  su  pago  con  toda  severidad 
en  caso  de  resistencia,  será  todo  lo  que  se  quiera,  pero  está 
autorizada  por  el  derecho  internacional  moderno  i  por  la  prác- 
tica de  todas  las  naciones.  Esta  lei  no  tiene  mas  que  una  me- 
dida, i  es  la  que  dictan  la  humanidad  i  la  prudencia.  Chile  fué 
severo,  quizá,  con  su  enemigo,  pero  esa  severidad  fué  provo- 
cada por  los  imprudentes  decretos  del  gobierno  del  Perú  que 
prohibian  bajo  las  mas  terribles  penas  el  pagar  esas  contribu- 
ciones, pretendiendo  así  lejislar  contra  todo  derecho,  sobre 
un  territorio  que  no  estaba  sujeto  a  su  jurisdicción  efectiva, 
por  hallarse  ocupado  por  el  enemigo,  i  que  aquel  gobierno  no 
podia  defender.  Los  jefes  chilenos  no  podian  ni  debian  dejarse 
burlar  en  sus  operaciones,  por  los  absurdos  decretos  que  daba 
el  dictador  del  Perú. 

Pero  ya  que  hablamos  de  violaciones  del  derecho  interna- 
cional, queremos,  antes  de  pasar  adelante  en  la  narración  de 
los  hechos,  recapitular  sumariamente  las  que  los  chilenos  han 
sufrido  de  sus  enemigos,  algunas  de  las  cuales  merecen  llamar 
la  atención. 

El  mismo  dia  en  que  Bolivia  declaraba  la  guerra,  el  presi- 
dente Daza  disponia  por  un  simple  decreto  la  confiscación  de 
los  bienes  de  los  chilenos,  medida  que  se  ejecutó  con  todo  ri- 
gor, violando  así  los  principios  mas  obvios  del  derecho  de 
jente  ^^. 

Las^estipulaciones  hechas  por  dos  Estados  en  previsión  de 
una  guerra,  i  para  reglar  sus  relaciones  duiante  la  lucha,  obh- 
gan  a  las  dos  partes,  i  ninguna  de  ellas  puede  violarlas  sin  co- 


15.  «Los  bienes  poseídos  en  el  territorio  de  una  de  las  partes  belijerantes 
por  los  subditos  del  otro,  continúan  protejidos  por  las  leyes,  i  no  pueden 
ser  confiscados  sin  una  violación  del  derecho  internacional».  Heffter^  Le 
droit  international  de  ¿'Europa  (Berlin,  1873),  §  125. 

Los  defensores  déla  alianza  perú-boliviana  han  dicho  que  en  1865  Chile 
confiscó  los  bienes  de  los  españoles  residentes  en  este  pais;  pero  el  hecho  es 
absolutamente. inexacto,  porque  jamaS  se  ejecutó,  ni  se  decretó  siquiera  tal 
confiscación. 


366  GUBBKA  DEL  PACÍFICO 


meter  una  infracción  del  derecho  internacional  ^^.  El  Perú 
habia  celebrado  con  Chile  un  tratado  solemne  en  1876;  i  por 
el  artículo  17  se  habia  estipulado  testualmente  lo  que  sigue: 

«Si  llegase  el  caso  de  una  guerra  entre  las  dos  Repúblicas, 
éstas,  con  el  deseo  de  disminuir  sus  males  estipulan  desds 
ahora  i  para  entonces  lo  siguiente: 

«i.'^  Rotas  las  hostilidades,  los  ciudadanos  de  cualquiera 
de  1  as  partes  que  residan  en  el  territorio  de  la  otra,  tendrán 
el  privilejio  de  permanecer  en  él  i  continuar  en  su  jiro  i  ocu- 
paciones habituales,  mientras  se  conduzcan  pacíficamente  i 
no  conculquen  las  leyes  de  la  guerra.  En  caso  de  que  su  con- 
ducta los  hiciere  justamente  sospechosos  i  el  gobierno  del 
pais  juzgase  conveniente  hacerlos  salir,  les  concederá  el  tér- 
mino de  doce  meses  contados  desde  la  notificación  de  la  orden 
para  que  durante  él  puedan  arreglar  sus  negocios  i  retirarse 
con  sus  familias  i  sus  bienes,  para  lo  cual  se  les  dará  salvo- 
conducto. Este  favor  no  comprenderá  a  los  que  obrasen  de 
un  modo  hostil.» 

Se  recordará  como  cumplió  el  Perú  este  compromiso.  De- 
claró k  guerra  a  Chile  el  6  de  abril  de  1879,  i  nueve  dias  des- 
pués decretó  la  espulsion,  sin  escepcion  alguna,  de  todos  los 
chilenos  residentes  o  establecidos  en  el -Perú, 'dándoles  para 
verificarlo,  el  plazo  de  ocho  dias,  que  en  algunos  lugares  fué 
reducido  a  dos  i*^. 

El  derecho  de  j  entes  condena  en  la  guerra  el  empleo  de  los 
medios  de  destrucción  que  por  procedimientos  mecánicos, 


16.  «Las  convenciones  hechas  entre  dos  estados  para  regularizar  sus  rela- 
ciones en  previsión  de  una  guerra,  obligan  a  las  partes  contratantes,  i  nin- 
guna de  ellas  puede  dispensarse  de  cumplirlas».  P.  Fiore,  Nouveau  droit  in- 
íernaíional  pnhlié  suivant  les  besoins  de  la  civilisation  moderne.  Part.  II,  libro 
II,  cap.  III. 

17.  Véase  mas  atrás,  part.  II,  cap.  II. 

Conviene  advertir  que  el  tratado  de  1876,  de  que  hemos  copiado  ese  frag- 
mento, habia  sido  ratificado  por  el  congreso  i  el  gobierno  del  Perú  en  febrero 
de  1877;  pero  el  congreso  de  Chile  no  le  habia  prestado  todavía  su  sanción 
cuando  estalló  la  guerra.  Sin  embargo,  el  gobierno  chileno  cumplió  por  su 
parte  este  compromiso,  absteniéndose  de  tomar  medida  alguna  contra  los 
ciudadanos  peruanos  que  residían  en  éste  pais,  aun  después  de  haber  sido 
espulsados  los  chilenos  del  Perú. 


CAMPAÑA  A  LIMA  367 


por  decirlo  así,  destruyen  masas  enteras,  sacrificando  un  gran 
número  de  vidas  ^^.  Los  peruanos  usaron  en  Arica,  i  mas  tar- 
de en  sus  atrincheramientos  en  las  inmediaciones  de  Lima, 
las  minas  de  dinamita,  algunas  de  las  cuales  eran  encendidas 
por  alambres  eléctricos  que  partían  de  un  hospital  colocado 
bajo  el  amparo  de  la  cruz  roja,  lo  que  importaba  también  una 
violación  de  la  lealtad  con  que  debe  hacerse  la  guerra. 

Por  último,  si  el  derecho  de  j  entes  moderno  autoriza  cier- 
tos medios  de  destrucción  aplicados  a  las  naves  de  guerra, 
como  los  torpedos,  parece  exijir  que  su  aplicación  importe 
un  acto  de  audacia,  en  que  el  que  los  maneja  esponga  su  vida 
i  no  proceda  como  el  belij erante  que  envenena  las  aguas  de 
una  fuente.  Cuando  los  chilenos  fueron  a  bloquear  el  Callao, 
sus  lanchas  entraron  audazmente  al  puerto  i  fueron  a  aplicar 
torpedos  a  las  naves  enemigas,  esponiéndose  por  tanto  a  to- 
dos los  peligros  que  podia  envolver  un  acto  semejante.  Los 
peruanos  emplearon  también  los  torpedos,  pero  en  condicio- 
nes bien  diferentes,  lanzándolos  al  mar  como  boyas  flotantes, 
o  colocándolos  artificiosamente  en  embarcaciones  menores  en 
que  no  habia  una  sola  persona,  i  en  que  por  tanto  nadie  corrja 
el  menor  peligro. 

Si  bien  es  cierto  que  en  casi  todas  las  guerras  se  ejecutan, 
aun  en  las  operaciones  perfectamente  lícitas,  trasgresiones 
mas  o  menos  graves  del  derecho  internacional,  i  que  por  lo 
mismo  merecen  alguna  atenuación,  las  violaciones  del  carác- 
ter de  las  que  acabamos  de  señalar,  deben  condenarse  abso- 
lutamente. 


1 8.  «Las  leyes  de  la  humanidad  proscriben  el  uso  de  los  medios  de  destruc- 
ción que  de  un  solo  golpe,  i  por  un  medio  mecánico,  destruyen  masas  enteras 
de  tropas,  i  que  reduciendo  al  hombre  al  rol  de  ser  inerte,  aumentan  inútil- 
mente la  efusión  de  sangre». — Heffter,  obra  citada,  §  125. 


>^^^ 


CAPITULO  VI 
Las  negociaciones  de  Arica,  octubre  de  1880 


En  los  primeros  dias  de  la  guerra,  la  Gran  Bretaña  ofrece  su  mediación  a  les 
belijerantes:  Chile  la  acepta,  i  el  Perú  la  rechaza. — Después  de  las  repe- 
tidas victorias  de  Chile,  la  ofrece  el  gobierno  de  los  Estados  Unidos. — El 
ministro  norte-americano  cerca  del  gobierno  del  Perú,  hace  un  viaje  mis- 
terioso a  Chile. — La  mediación  es  ofrecida  a  Bolivia. — El  gobierno  de 
Chile  acepta  extra-oficialmente  la  mediación  i  propone  las  bases  indecli- 
nables bajo  las  cuales  podia  tratar. — Plan  del  dictador  del  Perú  al  acep- 
tar la  mediación. — El  gobierno  de  Chile  la  acepta  oficialmente  i  nombra 
sus  representantes. — Los  plenipotenciarios  de  los  aliados  se  resisten 
al  llegar  a  Arica. — Abrense  al  fin  las  conferencias  en  Arica. — Los  repre- 
sentantes de  Chile  presentan  sus  proposiciones. — Discusión  a  que  ellas 
dieron  lugar. — Ruptura  de  las  negociaciones. — Actitud  de  la  prensa  de 
Lima  durante  las  negociaciones. — El  gobierno  i  la  prensa  del  Perú  apelan 
a  la  América  exijiendo  su  ayuda  contra  Chile. — Repetidos  manifiestos 
de  las  cancillerías  peruana  i  boliviana  para    obtener  nuevas  alianzas. 

Las  potencias  estranjeras  que  mantienen  relaciones  comer- 
ciales con  los  tres  paises  belijerantes,  habian  seguido  con  vivo 
interés  el  desenvolvimiento  i  la  marcha  de  la  guerra  del  Pa- 
cífico. Esta  guerra,  en  efecto,  les  causaba  grandes  inquietudes 
por  la  paralización  i  por  los  perjuicios  que  sufría  su  comercio, 
i  mas  de  una  vez  se  habian  sentido  estimuladas  a  ofrecer  sus 

TOMO  XVI — 24 


370  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


buenos  oficios  para  llevar  las  cosas  a  un  avenimiento.  En  los 
primeros  dias  de  la  guerra,  la  Gran  Bretafí^  hciJ^a^Jleg^do  a 
ofrecer  su  rnediácion.  Chile  recibió  favorablepiente  esta  amis- 
tosa proposición;  pero  el  Perú,  seguro  como  estaba  dé  obte- 
ner la  victoria,  se  negó  perentoriamente  a  aceptar  ese  ofreci- 
miento. Parecia,  pues,  que  solo  después  del  desenlace  de  las 
operaciones  militares,  podrían  las  potencias  amigas  hacer  va- 
ler sus  buenos  propósitos  en  favor  de  la  paz. 

Cuando  se  supo  en  el  estranjero  el  resultado  de  la  segunda 
campaña  de  la  guerra,  esto  es  la  destrucción  en  Tacna  i  Arica 
del  segundo  ejército  de  los  aliados  perú-bolivianos,  se  creyó 
que  era  posible  inducir  a  la  paz  a  los  belij erantes.  Esta  vez 
tomó  la  iniciativa  el  gobierno  de  Estados  Unidos,  de  acuer- 
do según  parece  con  algunos  gobiernos  europeos.  Al  efecto, 
encargó  a  sus  aj entes  diplomáticos  en  Chile,  en  Bolivia  i  en 
el  Perú  que  ofreciesen  simultáneamente  a  los  gobiernos  de 
estos  tres  paises  la  mediación  amistosa,  i  en  forma  de  buenos 
oficios,  para  llegar  a  una  paz  definitiva.  Las  instrucciones 
concebidas  en  este  sentido,  fueron  dadas  por  telégrafo  por  el 
gabinete  de  Washington  en  los  últimos  dias  de  julio  de  1880, 
es  decir  poco  tiempo  después  de  tenerse  en  Europa  i  en  Esta- 
dos Unidos  los  informes  positivos  de  los  grandes  desastres 
sufridos  por  los  aliados  a  fines  de  mayo  i  a  principios  de  junio. 

El  6  de  agosto,  el  ministro  plenipotenciario  de  Estados 
Unidos  en  Chile,  Mr.  Tomas  Osborn,  comunicó  al  gabinete 
de  Santiago  los  sentimientos  de  su  gobierno  respecto  de  la 
paz,  ofreciendo  su  mediación  en  los  términos  que  dejamos 
indicados.  El  gobierno  de  Chile  contestó  por  su  parte  que 
creia  también  que  era  llegado  el  tiempo  de  poner  término  a 
la  guerra,  que  en  este  sentido  estaba  dispuesto  a  aceptar  la 
mediación;  pero  que  vista  la  actitud  asumida  por  el  Perú 
proclamando  la  guerra  a  todo  trance,  era  de  creerse  que  éste 
se  resistiera  a  entrar  en  negociaciones,  i  que  aun  en  caso  de 
aceptar  la  mediación,  era  posible  que  los  aliados  se  resistiesen 
a  aceptar  las  condiciones  del  pacto  que  naturalmente  debia 
imponerles  la  victoria. 

En  Lima,  el  representante  de  Estados  Unidos  Mr.  Isaac  P. 


CAMPAÑA  A   LIMA  371 


Christiancy,  hacia  en  la  misma  época  idénticas  jestiones  cerca 
del  gobierno  de  Piérola.  Manifestó  éste  confidencialmente 
que  aceptaba  la  mediación;  pero  que  antes  de  declararlo  ofi- 
cialmente, deseaba  saber  lo  que  a  este  respecto  pensaba  el 
gobierno  de  Chile.  Mr.  Christiancy  no  vaciló  un  instante;  i  en 
la  madrugada  del  i6  de  agosto  zarpó  del  Callao  en  la  corbeta 
de  guerra  de  su  nación  Wachusetts.  Nadie  supo  en  el  primer 
momento  el  objeto  de  este  viaje,  que  era  el  tema  de  mil  con- 
jeturas. Las  incurables  ilusiones  del  pueblo  peruano,  tomaron 
con  este  motivo  mayor  vuelo;  i  por  todas  partes  se  decia  alr 
ternativamente  que  el  ministro  americano  venia  a  notificar 
al  gobierno  de  Chile,  que  Estados  Unidos  no  consentía  de 
ninguna  manera  que  la  guerra  del  Pacífico  se  convirtiese  en 
guerra  de  conquista;  o  a  exijir  conminativamente  a  Chile  re- 
paración inmediata  i  terminante  por  los  pretendidos  ultrajes 
que,  según  los  diarios  peruanos,  habia  sufrido  el  consulado 
norte-americano  en  Arica.  La  Opinión  Nacional  de  Lima  del 
21  de  agosto,  dando  cuenta  de  estas  dos  versiones,  se  regoci- 
jaba con  la  idea  de  los  conflictos  en  que  iba  a  verse  envuelto 
Chile,  i  concluía  con  estas  palabras:  «Sea  lo  uno  o  lo  otro,  lo 
cierto  es  que  Chile  solo  cuenta  hoi  con  el  cinismo  de  su  petu- 
lancia, i  con  el  desprecio  de  los  pueblos  cultos  i  honrados  que 
han  principiado  ya  a  lanzar  sobre  él  su  terrible  veredicto». 

El  dia  siguiente  de  la  partida  de  Mr.  Christiancy,  el  17  de 
agosto,  el  dictador  Piérola  celebró  en  Lima  una  larga  confe- 
rencia con  los  ministros  de  Francia,  de  Inglaterra  i  de  Italia, 
igualmente  interesados  en  la  negociación  de  la  paz.  Esta  con- 
ferencia fué  también  objeto  de  muchos  comentarios,  sin  que 
nadie  pudiera,  sin  embargo,  esplicarse  su  verdadero  objeto. 
Allí  les  comunicó  el  dictador  los  pasos  dados  para  llegar  a  la 
negociación;  i  como  los  tres  ministros  diplomáticos  deseaban 
igualmente  cooperar  a  ella,  el  dictador  obtuvo  que  dos  dias 
mas  tarde  (19  de  agosto)  saliera  para  Arica  la  corbeta  de  gue- 
rra francesa  Hussard  llevando  comunicaciones  para  el  gobier- 
no de  Bolivia  referentes  a  este  asunto.  En  efecto,  el  presiden- 
te de  este  pais,  sometiéndose  en  todo  a  las  indicaciones  que 
se  le  hacían  de  Lima,  aceptó  en  términos  semejantes  a  los 


372  GUERRA  DEL  PACIFICO 


que  habia  usado  el  Perú,  las  propuestas  de  mediación  que  a 
nombre  de  su  gobierno  le  hizo  el  jeneral  Carlos  Adams,  mi- 
nistro de  Estados  Unidos  en  La  Paz. 

Entre  tanto,  Mr.  Christiancy,  procediendo  con  la  mas  es- 
merada reserva,  desempeñaba  en  Chile  su  comisión  en  los 
últimos  dias  de  agosto.  Supo  entonces  que  el  gobierno  chileno, 
por  su  parte,  estaba  dispuesto  a  aceptar  la  mediación  i  a  ha- 
cer proposiciones  de  paz  bajo  condiciones  indeclinables.  Una 
de  ellas  era  la  incorporación  definitiva  i  absoluta  de  los  terri- 
torios de  que  estaba  en  posesión  hasta  el  rio  Camarones,  esto 
es  de  las  provincias  de  Antofagasta  i  Tarapacá.  Pero  se  le 
manifestó  también  que,  como  en  vista  de  la  actitud  del  Perú, 
parecia  que  este  pais  vacilaria  talvez  en  tratar  bajo  estas  con- 
diciones, Chile  estaba  resuelto  a  continuar  la  guerra  hasta 
llegar  a  este  resultado.  Mr.  Christiancy  quiso  saber  si  el  go- 
bierno de  Chile  estarla  inclinado  a  suspender  las  hostilidades 
mientras  se  negociaba  la  paz,  o  al  menos  hasta  que  el  Perú 
declarase  si  aceptaba  o  no  estas  bases  de  tratado,  i  se  le  con- 
testó negativamente.  Chile  temia  que  la  negociación  fuese  un 
espediente  de  los  políticos  peruanos  para  ganar  tiempo,  i  es- 
taba resuelto  a  permanecer  invariable  en  su  plan  de  operacio- 
nes. En  virtud  de  esta  franca  declaración,  casi  en  los  mismos 
dias  de  la  partida  de  Valparaíso  del  ministro  norte-americano 
Christiancy,  salia  de  Arica  la  espedicion  chilena  que  llevaba 
el  comandante  Lynch  a  los  puertos  del  norte  del  Perú. 

Aunque  Mr.  Christiancy  habia  visitado  al  presidente  de 
Chile  i  tratado  a  sus  ministros,  sus  conversaciones  no  tuvie- 
ron nada  de  estrictamente  oficial.  Pero  por  el  órgano  del  mis- 
mo presidente  de  Chile,  don  Aníbal  Pinto,  quedó  impuesto 
de  la  resolución  de  este  gobierno.  Supo  ademas  que  en  caso 
de  entrar  en  negociaciones,  Chile  convenia  en  que  las  confe- 
rencias de  los  plenipotenciarios  se  celebrasen  a  bordo  de  un 
buque  de  guerra  norte-americano,  i  en  presencia  de  los  mi- 
nistros de  Estados  Unidos  en  Chile,  en  Bolivia  i  en  el  Perú, 
pero  que  exijia  que  ese  buque  estuviese  fondeado  en  el  puerto 
de  Arica,  i  que  los  plenipotenciarios  del  Perú  i  de  Bolivia 
fuesen  allí  precisamente  en  un  trasporte  desarmado,  con  un 


CAMPAÑA    A    LIMA  373 


pase  libre  que  les  daria  el  contra-almirante  chileno  que  blo- 
queaba el  Callao.  Antes  de  pasar  adelante,  debemos  advertir 
que  esta  exijencia  del  gobierno  de  Chile  no  era  dictada  por  un 
simple  sentimiento  de  orgullo  para  obligar  al  enemigo  a  tra- 
tar del-ante  de  un  puerto  en  que  flameaba  la  bandera  chilena. 
Arica  estaba  unida  a  Santiago  por  el  telégrafo;  i  el  gobierno 
chileno  no  queria  desprenderse  de  esta  ventaja  de  estar  al 
corriente  dia  a  dia  i  casi  hora  a  hora,  de  la  marcha  de  las  ne- 
gociaciones, i  de  dar  a  sus  representantes  todas  las  adverten- 
cias que  pudieran  convenirles. 

El  diplomático  norte-americano  estaba  de  vuelta  en  Lima 
el  II  de  setiembre.  El  dia  siguiente.  La  Opinión  Nacional, 
dando  cuenta  del  viaje  a  Chile  de  ese  alto  funcionario,  decia 
lo  que  sigue:  «Chile  ha  aceptado  la  mediación  con  el  carácter 
de  buenos  oficios;  no  sabemos  si  ha  propuesto  o  nó  bases  con- 
cretas de  paz».  Pero,  lo  que  no  sabia  la  prensa  de  Lima,  lo 
sabia  el  dictador  Piérola.  No  podia  dejar  de  conocer  las  bases 
indeclinables  que  Chile  habia  propuesto  para  aceptar  la  paz; 
i  aunque  estaba  resuelto  a  rechazar  esas  bases  perentoriamen- 
te, quiso  aceptar  la  mediación  i  adelantar  las  negociaciones, 
obedeciendo  a  un  plan  que  no  carecia  de  habilidad,  pero  que 
no  tuvo  mucha  eficacia. 

Vivian  entonces  los  estadistas  i  diplomáticos  peruanos  so- 
ñando con  alianzas  en  todas  partes.  El  tesoro  del  Perú  pagaba 
diarios  en  Buenos  Aires,  en  Guayaquil,  en  Panamá;  i  esos  dia- 
rios disertaban  en  cada  número  sobre  la  necesidad  imprescin- 
dible en  que  se  hallaba  la  América  toda  de  aliarse  con  el  Perú. 
La  causa  de  esta  república,  se  decia,  es  la  causa  de  América. 
Chile  hace  guerra  de  conquista,  i  la  América  no  puede  tolerar 
que  se  viole  así  el  derecho  público  americano  que,  según  las 
doctrinas  de  Piérola,  no  reconoce  el  derecho  de  conquista  ^. 

I.  Este  horror  a  la  conquista  habia  nacido  en  el  Perú  solo  después  de  sus 
derrotas.  En  los  principios  de  la  guerra,  la  prensa  de  Lima  i  todos  sus  hom- 
bres públicos  no  hablaban  mas  que  de  la  desmembración  i  repartición  del 
territorio  chileno.  El  i6  de  abril  de  1879  se  celebró  en  esa  capital  un  gran 
meeting  a  que  concurrieron  las  autoridades  civiles,  militares  i  eclesiásticas- 
i  allí  se  declaró  que  el  fin  de  la  guerra  debia  reducir  a  Chile  a  la  porción  te- 
rritorial comprendida  entre  los  paralelos  27  i  47  de  latitud  sur,  «territorio 


374  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Los  a j entes  del  Perú  en  el  estranjero,  dejándose  engañar  por 
los  mismos  escritos  que  ellos  estimulaban  i  pagaban,  mante- 
nian  las  ilusiones  del  gobierno  de  la  dictadura.  Llegó  a  creer 
éste  que  el  dia  en  que  Chile  pronunciase  oficialmente  las  pa- 
labras de  anexión  o  de  conquista,  la  América  se  levantaría 
como  un  solo  hombre  para  ir  a  colocarse  al  lado  del  Perú. 

Seguro  de  llegar  a  este  resultado,  el  dictador  Piérola  aceptó 
oficialmente  la  mediación  con  fecha  de  i6  de  setiembre.  En 
la  nota  que  dirijió  con  este  motivo  al  representante  de  Esta- 
dos Unidos,  le  decia  que  a  pesar  «de  la  completa  seguridad 
del  Perú  en  el  éxito  final  de  la  guerra,  aceptaba  la  mediación» 
solo  por  deferencia  a  aquel  gobierno  amigo,  i  por  haber  sido 
ya  aceptada  por  Chile.  En  este  documento,  como  en  todos  los 
que  emanaban  del  gobierno  peruano,  el  ministro  de  relacio- 
nes esteriores  de  la  dictadura,  se  habia  empeñado  en  agrupar 
todos  los  ultrajes  posibles  contra  su  enemigo.  Mr.  Christiancy 
cometió  el  error  de  no  devolver  una  nota  de  esa  naturaleza 
tan  contraria  a  los  usos  diplomáticos  i  al  objeto  pacífico  de  la 
negociación,  i  a  la  cual  se  le  daba  una  lujosa  publicidad  en  los 


suficiente,  se  decia,  para  la  escasa  población  de  dos  millones  i  medio  escasos 
con  que  cuenta  esa  republiquilla».  Según  esas  declaraciones,  el  Perú  debía 
tomar  posesión  de  los  territorios  que  se  estienden  al  sur  del  paralelo  47.<<E1 
Perú,  se  decia  con  este  motivo,  encargado  de  rejir  los  destinos  continentales, 
debe  poseer  el  Estrecho  de  Magallanes  para  mantener  a  Chile  constante- 
mente sometido  a  su  vijilancia». 

Mas  tarde  todavía,  el  Perú  persistía  siempre  en  sus  proyectos  de  quitar  a 
Chile  una  parte  de  su  territorio.  Uno  de  los  primeros  actos  de  la  dictadura 
de  Piérola  fué  el.  enviar  un  nuevo  ministro  plenipotenciario  del  Perú  á  la 
República  Arjentina,  a  quien  dio  sus  instrucciones  con  fecha  de  21  de  enero 
de  1880.  Esas  instrucciones  tomadas  en  Lima  por  los  soldados  chilenos,  han 
sido  pubhcadas  como  lo  hemos  dicho  mas  atrás.  El  primer  deber  del  nuevo 
plenipotenciario  seria  «el  conseguir  la  alianza  de  la  República  Arjentina  en 
la  actual  guerra  que  Bolivia  i  el  Perú  sostienen  contra  Chile».  Para  interesar 
en  esta  empresa  a  aquella  República,  el  Perú  le  ofrecía  apoyarla  para  que 
resolviese  según  su  conveniencia  la  cuestión  de  límites  que  tiene  pendiente 
con  Chile,  i  en  caso  necesario  le  ofrecía  en  cesión  perpetua  una  porción  del 
territorio  del  norte  de  Chile  (desde  el  paralelo  24  hasta  el  27)  para  que  tuvie- 
ra costas  i  puertos  en  el  Pacífico.  Esta  negociación  estaba  pendiente,  es  de- 
cir todavía  se  esperaba  que  la  República  Arjentina  entrase  en  la  alianza  bajo 
esas  condiciones,  cuando  la  dictadura  peruana  mostraba  tanto  horror  por 
el  derecho  de  conquista. 


CAMPAÑA   A  LIMA  375 


diarios  de  Lima.  El  gobierno  de  Chile  pudo,  i  talvez  debió, 
suspender  allí  las  negociaciones.  No  lo  hizo,  sin  embargo,  cre- 
yendo, contra  todas  las  apariencias  de  las  cosas,  que  no  debia 
desesperarse  de  llegar  a  la  paz. 

El  6  de  octubre  supo  oficialmente  el  gobierno  de  Chile  que 
los  del  Perú  i  de  Bolivia  habian  aceptado  la  mediación  en  de- 
bida forma.  El  siguiente  dia,  contestó  al  representante  de 
Estados  Unidos  en  Santiago  que  habiéndose  llenado  este  re- 
quisito previo,  Chile  la  aceptaba  también  por  su  parte,  con 
el  carácter  de  buenos  oficios,  i  sin  que  esto  importase  suspen- 
sión de  hostilidades.  Inmediatamente  dio  el  cargo  de  repre- 
sentante, a  don  Ensebio  Lillo,  que  desempeñaba  el  cargo  de 
gobernador  civil  de  Tacna  i  Arica,  al  intendente  de  Valparaí- 
so don  Eulojio  Altamirano,  i  al  ministro  de  la  guerra  don 
José  Francisco  Vergara,  que,  como  hemos  dicho  mas  atrás, 
se  hallaba  en  el  campamento  del  ejército  chileno  del  norte  en 
representación  del  gobierno.  Según  estaba  pactado  de  ante- 
mano, los  tres  se  hallaron  reunidos  en  Arica  a  mediados  de 
octubre,  reunidos  con  Mr.  Osborn,  el  ministro  de  Estados 
Unidos  en  Chile,  que  debia  asistir  a  las  conferencias. 

El  presidente  de  Bolivia,  movido  también  por  un  senti- 
miento de  orgullo  nacional,  se  habia  resistido  a  aceptar  ofi- 
cialmente la  mediación,  temiendo  que  ésta  fuese  rechazada 
por  Chile.  Pero  cuando  supo  por  la  legación  norte-americana 
que  el  gobierno  de  este  pais  convenia  en  concurrir  a  las  con- 
ferencias, se  habia  apresurado  a  nombrar  sus  plenipotencia- 
rios. Encargó  su  representación  a  don  Juan  C.  Carrillo,  minis- 
tro de  relaciones  esteriores,  i  a  don  Mariano  Baptista,  anti- 
guo ministro  de  Estado.  Ambos  tomaron  el  ferrocarril  de  Pu- 
no, en  compañía  de  Mr.  Adams,  el  ministro  de  Estados  Uni- 
dos en  La  Paz,  i  llegaron  a  Moliendo  en  tiempo  oportuno. 
Allí  debían  juntarse  con  los  plenipotenciarios  peruanos  que 
venían  del  Callao.  Aunque  el  presidente  Campero  continuaba 
cultivando  frecuentes  relaciones  con  el  dictador  del  Perú, 
éste  le  ocultó  cuidadosamente  las  bases  propuestas  por  Chile 
para  negociar  la  paz.  El  gobierno  de  Bolivia  estaba  entonces 
persuadido  de  que  la  mediación  de  Estados  Unidos  era  casi 


376  GUERRA    DEL  PACÍFICO 


una  verdadera  intervención,  i  de  que  las  negociaciones  se  re- 
solverian  sometiendo  a  arbitraje  todas  las  dificultades  que 
mantenian  el  estado  de  guerra.  Los  plenipotenciarios  bolivia- 
nos fueron,  pues,  a  las  conferencias  bajo  un  engaño,  pero  de 
buena  fe. 

Con  fecha  de  29  de  setiembre  habia  nombrado  también  el 
Perú  sus  representantes.  Eran  éstos  don  Antonio  Arenas, 
miembro  de  la  corte  suprema  de  justicia  de  Lima,  i  el  capitán 
de  navio  don  Aurelio  García  i  García  2.  El  i.*^  de  octubre  salió 
del  Callao  la  corbeta  de  guerra  norte-americana  Lackawanna, 
llevando  a  su  bordo  al  ministro  Christiancy;  i  a  su  lado,  i  con 
el  competente  permiso  del  contra-almirante  que  bloqueaba 
el  puerto,  salió  también  el  trasporte  peruano  Chalaco,  con- 
duciendo a  los  plenipotenciarios  peruanos.  Dando  cuenta  de 
estos  hechos,  El  Nacional  de  Lima  decia  lo  que  sigue:  «Las 
conferencias  tendrán  lugar  a  bordo  del  buque  de  guerra  de 
Estados  Unidos  que  sale  también  hoi,  llevando  al  honorable 
Christiancy,  i  en  un  lugar  de  la  costa  entre  Pacocha  i  Callao, 
que  designen  los  representantes  de  Norte  América.  Los  ple- 
nipotenciarios de  los  belij  erantes   acudirán  al  lugar  que  se 


2.  El  nombramiento  de  éste  último  ofrecía  alguna  dificultad  que  el  dic- 
tador allanó  con  su  fecunda  inventiva  para  este  jénero  de  detalles.  El  capi- 
tán de  navio  García  i  García  habia  figurado  en  toda  la  guerra  con  poco  luci- 
miento. En  Chipana  (el  12  de  abril  de  1879),  mandando  dos  buques  de  gue- 
rra i  montando  él  mismo  la  corbeta  Union,  habia  huido  delante  de  la  caño- 
nera chilena  Magallanes.  Enviado  en  seguida  a  los  mares  del  sur  en  busca 
de  dos  buques  que  venían  de  Europa  con  armas  para  el  gobierno  de  Chile, 
se  habia  vuelto  sin  conseguir  su  objeto.  En  Angamos  (el  8  de  octubre  de 
1879)  habia  abandonado  al  Huáscar,  huyendo  a  toda  prisa  a  Arica.  Por  úl- 
timo, el  18  de  noviembre  del  mismo  año,  marchando  en  convoi  con  la  Pilco- 
mayo,  abandonó  igualmente  a  este  buque,  que  también  cayó  en  poder  de  los 
chilenos,  i  él  huyó  al  Callao.  Por  esta  serie  de  fugas  i  aun  parece  que  por  otras 
en  las  guerras  civiles,  en  el  Perú  se  le  llamaba  comunmente  Corria  i  Corria- 
Como  habia  sido  en  tiempos  anteriores  enemigo  político  de  Piérola.  éste, 
poco  después  de  subir  al  poder,  lo  mandó  encausar  para  que  diera  cuenta  de 
sus  actos  durante  la  guerra.  García  i  García  se  hallaba,  pues,  procesado;  pero 
el  iP  de  octubre  publicaba  El  Nacional  de  Lima  un  decreto  del  dictador  al 
cual  se  le  habia  puesto  la  fecha  de  30  de  julio,  i  por  el  cual  se  le  absolvía 
♦definitivamente  de  todo  cargo  i  responsabilidad,  sin  que  el  presente  proceso 
pueda  en  ningún  tiempo  ni  circunstancia  serle  de  nota  en  su  carrera  ni  en 
su  nombre». 


CAMPAÑA    A    LIMA  377 


designe,  en  trasportes  de  guerra  de  sus  respectivos  paises, 
desarmados.  Los  ministros  de  Estados  Unidos  en  Lima,  La 
Paz  i  Santiago  asistirán  a  las  conferencias.  El  gobierno  del 
Perú  ha  declarado  que,  puesto  que  Chile  no  ha  suspendido 
como  debió  las  hostilidades  al  aceptar  la  mediación,  el  Perú 
las  entiende  continuadas,  sin  perjuicio  de  las  negociaciones». 

En  estas  líneas  es  fácil  ver  el  propósito  de  eludir  hasta  en 
sus  mas  mínimos  detalles  las  condiciones  bajo  las  cuales  Chile 
había  aceptado  la  mediación.  Había  exijído  que  las  conferen- 
cias tuvieran  lugar  en  la  bahía  de  Arica.  La  circunstancia  de 
ir  allí  en  un  trasporte  desarmado,  no  rejia  mas  que  con  los 
plenipotenciarios  de  Bolivia  i  del  Perú.  El  dictador  peruano 
se  resistía  tenazmente  a  someterse  a  esta  condición,  haciendo 
de  ella  una  cuestión  de  dignidad  nacional  ^. 

Los  plenipotenciarios  del  Perú  salieron  de  Lima  sin  cono- 
cer los  planes  de  Piérola.  No  tenían  siquiera  noticia  cierta  de 
los  arreglos  en  que  habían  intervenido  los  diplomáticos  norte 
americanos  para  fijar  el  lugar  en  que  debían  verificarse  las 
conferencias.  El  gobierno  peruano  les  había  entregado  un 
pliego  de  instrucciones  completadas  por  algunas  notas  suple- 


3.  El  dictador  Piérola,  perfectamente  al  cabo  de  todas  las  condiciones 
exijidas  por  el  gobierno  chileno  al  aceptar  la  mediación,  anunciaba  que  éste 
no  había  querido  suspender  las  hostilidades  durante  las  negociaciones;  pero 
guardaba  la  mas  profunda  reserva  sobre  las  bases  que  con  el  carácter  de 
inamovibles,  habia  propuesto  Chile  para  tratar.  Al  mismo  tiempo,  Piérola 
se  empeñaba,  como  se  ve  por  los  documentos  publicados  mas  tarde,  en  elu- 
dir el  cumplimiento  de  las  condiciones  fijadas  por  Chile  para  celebrar  las 
(cnferencias.  En  nota  de  29  de  setiembre,  el  gobierno  dictatorial  decia  lo 
que  sigue  al  ministro  plenipotenciario  de  Estados  Unidos:  «Mi  gobierno  en- 
tiende que  las  conferencias  deben  tener  lugar  en  un  punto  de  la  costa  entre 
el  Callao  i  Pacocha.que  será  designado  por  los  plenipotenciarios  de  los  Esta- 
do Unidos  i  al  cual  conc  rrirán  los  plenipotenciarios  de  los  estados  belij eran- 
tes en  trasportes  desarmados».  Mr.  Cristiancy  le  objetó  el  dia  siguiente  que 
no  era  eso  lo  convenido  con  el  gobierno  de  Chile,  el  cual  entendia  quelas  con- 
ferencias debían  verificarse  en  Arica,  i  le  preguntaba  qué  debería  hacerse 
en  el  caso  en  que  los  representantes  chilenos  exijiesen  el  cumplimiento  de 
<sta  condic  on.  El  pcbierno  de  Piérola  contestó  el  mismo  dii  30  d  •  setiem- 
bre las  ]"alabras  siguientes:  «Mi  'O  ierno  da  tal  importancia  a  s te  asunto 
que  en  la  hipótesis  remotísima  de  exijir  Chile  que  las  negociaciones  se  cel**^ 
bren  en  Arica,  el  Perú  se  vería  privado  de  asistir  a  esas  conferencias».  Sin 
embargo,  Piérola  tuvo  que  desistir  mas  tard    de  este  propósito. 


378  Guerra  del  pacífico 


mentarias;  pero  ellas  estaban  concebidas  con  una  gran  va- 
guedad i  en  un  espíritu  tal  que  parecia  que  el  Perú  fuese  el 
vencedor  en  la  guerra.  Se  limitaban  a  recomendar  a  los  pleni- 
potenciarios que  sometiesen  a  arbitraje  todas  las  dificultades 
pendientes;  i  que  en  caso  de  tratarse  del  pago  de  indemniza- 
ción de  guerra,  se  autorizase  al  arbitro  para  que  él  designase 
quien  debia  pagarla,  si  Chile  o  el  Perú,  i  a  cuanto  debia  mon- 
tar. En  ningún  caso,  decian  las  instrucciones,  se  someterá  a 
arbitraje  por  parte  del  Perú  la  menor  cesión  de  territorio.  Por 
lo  demás,  allí  no  indicaban  siquiera  los  otros  puntos  que  de- 
bían ser  resueltos  en  un  tratado  de  paz.  Como  los  plenipoten- 
ciarios peruanos  comprendiesen  que  sobre  aquellas  bases  no 
podrían  llegar  a  resultado  alguno  en  las  negociaciones,  Pié- 
rola  les  dio  ademas  otras  instrucciones  de  carácter  reservado 
que  hasta  ahora  no  han  visto  la  luz  pública. 

En  el  puerto  de  Moliendo  se  reunieron  con  los  representan- 
tes de  Bolívia,  i  se  detuvieron  allí  algunos  días,  esperando, 
decian,  a  los  plenipotenciarios  chilenos.  Estos,  mientras  tan- 
to, permanecían  en  Arica,  persuadidos  de  que  en  este  puerto 
tendrían  lugar  las  conferencias,  como  estaba  convenido.  En 
esta  cuestión  de  amor  propio,  en  que,  como  se  ve,  la  razón  no 
estaba  de  parte  del  Perú,  se  perdió  cerca  de  una  semana.  El 
ministro  Osborn,  que  como  decano  por  antigüedad  sobre  sus 
otros  dos  colegas,  los  ministros  norte-americanos  en  Lima  i 
en  La  Paz,  debia  presidir  las  conferencias,  resolvió  al  fin  ter- 
minantemente que  se  cumpliese  lo  acordado,  es  decir,  que  las 
conferencias  se  celebrasen  en  Arica.  El  gobierno  del  Perú  se 
vio  forzado  a  ceder;  pero  aun  entonces  encubrió  este  contraste 
de  sus  pretensiones  por  medio  de  un  espediente.  Pasó  una 
nota  a  los  representantes  del  Perú  en  que  los  autorizaba  para 
que  fuesen  a  Arica,  por  cuanto,  agregaba,  se  había  compro- 
metido a  ello  el  gobierno  de  Bolívia. 

Esta  cuestión  de  simple  vanidad  nacional  fué  causa  de  que. 
se  retardara  algunos  días  la  apertura  de  las  conferencias.  Los 
representantes  de  Chile  aprovecharon  esta  lección,  compren- 
diendo que  para  luchar  contra  los  artificios  de  sus  adversa- 
rios, debían  adoptar  una  línea  de  conducta  franca  i  resuelta, 


CAMPAÑA    A    LIMA  379 


i  encaminar  las  cosas  a  una  solución  inmediata  i  definitiva. 

En  efecto,  en  la  primera  conferencia,  celebrada  el  22  de 
octubre,  a  bordo  de  la  corbeta  norte-americana  Lackawanna, 
después  de  los  discursos  de  estilo  en  que  Mr.  Osborn  hizo  oir 
en  un  lenguaje  honrado  i  sincero  el  anhelo  de  Estados  Unidos 
por  el  restablecimiento  de  la  paz  en  estos  paises,  el  represen- 
tante de  Chile  don  Eulojio  Altamirano  espuso  que  para  facr- 
litar  i  para  acelerar  el  debate,  habia  apuntado  en  una  minuta 
las  principales  condiciones  de  la  paz,  convencido  de  que  apro- 
badas éstas,  las  restantes  no  ofrecerían  la  menor  dificultad. 
Ese  documento  decia  testualmente  como  sigue: 

«i.^  Cesión  a  Chile  de  los  territorios  del  Perú  i  Bolivia  que 
se  estienden  al  sur  de  la  quebrada  de  Camarones  i  al  oeste  de 
la  línea  que  en  la  cordillera  de  los  Andes  separa  al  Perú  i  Bo- 
livia hasta  la  quebrada  de  la  Chacarilla,  i  al  oeste  también  de 
una  línea  que  desde  este  punto  se  prolongaría  hasta  tocar  en 
la  frontera  Arj entina,  pasando  por  el  centro  del  lago  de  As- 
cotan. 

«2.^  Pago  a  Chile  por  el  Perú  i  Bolivia,  solidariamente,  de 
la  suma  de  veinte  millones  de  pesos,  de  los  cuales  cuatro  mi- 
llones serán  cubiertos  al  contado. 

«3.^^  Devolución  de  las  propiedades  de  que  han  sido  despo- 
jadas las  empresas  i  ciudadanos  chilenos  en  el  Perú  i  Bolivia. 

«4.'*^  Devolución  del  trasporte  Rimac. 

«5.^  Abrogación  del  tratado  secreto  celebrado  entre  el  Perú 
i  Bolivia  el  año  1873,  dejando  al  mismo  tiempo  sin  efecto  ni 
valor  alguno  las  jestiones  practicadas  para  procurar  una  Con- 
federación entre  ambas  naciones. 

«ó.*^  Retención  por  parte  de  Chile  de  los  territorios  de  Mo- 
quegua.  Tacna  i  Arica,  que  ocupan  las  armas  chilenas,  hasta 
tanto  se  haya  dado  cumplimiento  a  las  obligaciones  a  que  se 
refieren  las  condiciones  anteriores. 

«7.^  Obligación  de  parte  del  Perú  de  no  artillar  el  puerto  de 
Arica  cuando  le  sea  entregado,  ni  en  ningún  tiempo,  i  Com- 
promiso de  que  en  lo  sucesivo  será  puerto  esclusivamente  co- 
mercial.» 

Los  diplomáticos  de  la  alianza  no  estaban  autorizados  para 


380  GUERRA  DEL  PACÍFICO 

aceptar  estas  condiciones.  La  política  artificiosa  del  dictador 
Piérola  los  habia  tenido  a  ciegas  de  las  bases  que  Chile  habia 
indicado  de  antemano  para  tratar.  En  vista  de  las  proposi- 
ciones que  los  plenipotenciarios  chilenos  presentaban  como 
indeclinables,  habrían  podido  terminarse  allí  mismo  las  con- 
ferencias de  Arica.  Pero  los  representantes  de  las  repúblicas 
aliadas,  pidieron  tiempo  para  estudiar  esas  proposiciones,  i 
se  separaron  quedando  convenidos  en  celebrar  una  segunda 
reunión. 

Tuvo  ésta  lugar  el  25  de  octubre.  Todo  el  debate  versó  so- 
bre la  primera  de  las  bases  que  dejamos  copiadas.  Los  repre- 
sentantes del  Perú  i  de  Bolivia,  en  largos  i  estudiados  discur- 
sos, la  rechazaron  resuelta  i  terminantemente.  Aunque  hicie- 
ron oir  en  su  apoyo  diversas  razones,  i  entre  ellas  la  de  que 
el  Perú,  si  bien  habia  «sufrido  algunas  contrariedades  en  la 
guerra>>,  todavía  no  habia  sido  vencido,  el  principal  argumen- 
to de  su  defensa  fué  la  condenación  del  derecho  de  conquista. 
Para  ello  invocaban  las  teorías  de  derecho  público  americano 
inventadas  por  el  Perú  después  de  sus  recientes  derrotas,  teo- 
rías según  las  cuales  todas  las  repúblicas  del  mismo  oríjen, 
debían  garantizarse  mutuamente  su  integridad  territorial  *. 

4.  Uno  de  los  plenipotenciarios  peruanos,  don  Aurelio  García  i  García, 
sostuvo  con  grande  aplomo  que  el  Perú  no  habia  intentado  nunca  apoderar- 
se de  los  territorios  estraños,  porque  siempre  habia  querido  respetar  lo  que 
él  llamaba  el  derecho  público  americano.  Su  aseveración  no  fué  aceptada 
por  los  representantes  de  Chile;  pero  no  quisieron  éstos  entrar  en  esta  discu- 
sión histórica.  Un  mes  después,  El  Fénix,  periódico  de  Quito,  en  su  número 
de  27  de  noviembre  de  1880,  escribía  las  palabras  siguientes  juzgando  las 
conferencias  de  Arica: 

«Una  de  las  cosas  mas  notables  de  estas  conferencias  es  la  aseveración  que 
hace  el  señor  García  i  García,  ministro  peruano,  de  que  su  gobierno  ha  res- 
petado, posponiendo  sus  propios  intereses,  la  integridad  del  territorio  ecua- 
toriano; sin  embargo  de  que  hasta  ahora  retiene  sin  título  ni  derecho  alguno 
la  estensa  i  rica  provincia  de  Jaén,  de  que  se  ha  apoderado  de  Tquitos  i  de 
que  ha  avanzado  hasta  Andoas.  En  1858  el  jeneral  Castilla  declaró  la  guerra 
al  Ecuador  con  el  pretesto  de  reparar  las  injurias  que  dijo  se  habían  irrogado 
al  representante  del  Perú;  mas  sin  haber  alcanzado  victorias  en  ningún  com- 
bate, negoció  con  el  jeneral  Franco  los  ricos  territorios  de  Canelos,  invocan- 
do una  cédula  rota  por  las  armas  de  Colombia  en  los  campos  de  Tarqui.  El 
pueblo  ecuatoriano  se  levantó  como  un  solo  hombre  contra  esa  inicua  nego- 
ciación, i  el  ejército  i  la  escuadra  peruana  reg^eiaron  a  sus  pliy.is    sin  haber 


CAMPAÑA  A  LIMA  381 


Los  plenipotenciarios  de  Chile  no  sabian  entonces,  que  en 
esos  mismos  dias,  mientras  dos  representantes  del  Perú  os- 
tentaban en  Arióa  su  horror  por  la  conquista,  i  su  respeto  por 
la  integridad  territorial  de  los  estados  americanos,  se  hallaba 
en  Buenos  Aires  otro  plenipotenciario  del  Perú  solicitando 
infructuosamente  la  alianza  arj entina  contra  Chile,  i  ofre- 
ciendo en  pago  de  esa  alianza  la  desmembración  i  mutilación 
del  territorio  chileno.  El  gobierno  de  la  dictadura,  habia  te- 
nido, como  se  ve,  mui  buenas  razones  para  mantener  rodeado 
del  mas  impenetrable  secreto  todo  cuanto  se  referia  a  los  in- 
fructuosos trabajos  de  su  legación  en  Buenos  Aires. 

Pero  ya  que  no  pudieron  hacer  valer. este  argumento,  que 
habria  venido  a  echar  por  tierra  todo  el  sistema  del  derecho 
público  americano  construido  por  los  estadistas  del  Perú  i  de 
Bolivia,  los  representantes  de  Chile  defendieron  cOn  tanta 
moderación  como  firmeza  las  proposiciones  que  hablan  pre- 
sentado. Seria  largo  i  hasta  inoficioso  el  reproducir  aquí  los 
discursos  que  fueron  pronunciados,  i  que  rejistran  los  proto- 
colos de  las  conferencias  tantas  veces  publicados. 

Los  plenipotenciarios  chilenos,  sin  salir  de  la  mas  estricta 
moderación,  recordaron  los  hechos  que  habia  traido  la  gue- 
rra, i  esos  hechos  demostraban  según  ellos  que  la  contienda 
no  podia  tener  mas  que  la  solución  propuesta.  Chile  habia 
llevado  antes  que  nadie  la  industria  de  sus  hijos  a  los  territo- 
rios disputados,  i  ella  habia  descubierto  riquezas  que  nadie 
imajinaba.  Lejos  de  ausiliar  esas  industrias  dando  paz  i  se- 
guridad a  los  trabajadores  chilenos,  en  uno  i  otro  pais,  en  el 
Perú  i  en  Bolivia,  se  habia  establecido  un  réjimen  de  mala 
voluntad  contra  ellos  que  les  habia  causado  los  mayores  per- 
conseguido  otro  resultado  que  la  pérdida  de  grandes  capitales  en  una  cam- 
paña tan  injusta  como  desatentada.  Ha  olvidado,  por  otra  parte,  el  señor 
García  la  conducta  que  observó  el  Perú  con  la  gran  República  de  Colombia, 
los  manejos  que  empleó  para  que  Guayaquil  se  anexara  al  Perú,  i  la  agresión 
a  mano  armada  que  terminó  con  el  tratado  de  Tarqui,  en  el  cual  dio  el  jene- 
ral  Sucre,  vencedor,  un  claro  testimonio  de  su  jenerosidad  i  de  los  sentimien- 
tos fraternales  de  Colombia  en  favor  del  Perú.  Se  fijaron  las  bases  de  la  de- 
marcación entre  ambas  repúblicas;  mas  el  Perú  no  pensó  nunca  en  el  cum- 
plimiento de  lo  estipulado;  por  lo  que  Bolívar  dijo  una  ocasión,  que  Sucre 
sabia  vencer,  pero  no  aprovechar  de  la  victoria.» 


382  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


juicios  i  que  al  fin  habia  llegado  hasta  despojarlos  de  sus  pro- 
piedades. Chile  habia  creido  por  largo  tiempo  vencer  estas 
dificultades  por  medio  de  tratados  solemnes;  pero  esos  pactos 
no  hablan  sido  cumplidos  por  sus  contendores.  Lejos  de  eso, 
cuando  mas  interesado  se  mostraba  en  favor  de  la  paz  i  en 
vencer  esas  resistencias  por  la  discusión  tranquila,  Bolivia  i 
el  Perú  hablan  celebrado  en  1873  una  afianza  secreta  contra 
Chile.  Persuadidos  de  que  éste  no  podria  resistirles,  consuma- 
ron nuevas  violencias,  i  pusieron  a  Chile  en  la  dura  necesidad 
de  tomar  las  armas  a  pesar  de  sus  inveterados  instintos  de 
evitar  toda  guerra  i  de  mantener  la  paz  a  todo  trance.  Fuerte 
sobre  todo  por  la  justicia  de  su  causa,  Chile  habia  aceptado 
la  guerra  seriamente;  i  haciendo  sacrificios  sin  cuento  de  di- 
nero i  de  sangre,  habia  alcanzado  la  victoria  i  estaba  en  el 
deber  ineludible  de  indemnizarse  de  esos  sacrificios  i  de  colo- 
carse en  una  situación  que  lo  pusiera  a  cubierto  de  nuevas 
dificultades  i  complicaciones  como  las  que  lo  hablan  rodeado 
desde  el  primer  dia  en  que  la  industria  chilena  comenzó  a 
esplotar  la  riqueza  de  esos  territorios.  Uno  i  otro  objeto,  la 
indemnización  de  los  enormes  gastos  de  la  guerra,  i  el  afian- 
zamiento de  la  tranquihdad  i  de  la  paz  para  el  porvenir,  no 
podian  alcanzarse  mas  que  por  un  solo  medio,  entrando  Chile 
en  posesión  definitiva  i  absoluta  de  esos  territorios  que  po- 
blaban sus  hijos  desde  muchos  años  antes  que  sus  soldados 
hubieran  ido  a  plantar  allí  su  bandera.  Esta  era  la  resolución 
fija  e  invariable  del  gobierno  i  del  pueblo  de  Chile;  i  si  no  po- 
día conseguir  este  resultado  por  medio  de  las  negociaciones 
pacíficas,  estaban  determinados  a  seguir  la  guerra  hasta  al- 
canzarlo. Aunque  tal  era  la  esencia  de  los  discursos  de  los  re- 
presentantes de  Chile,  guardaron  éstos  las  formas  convenien- 
tes para  no  envenenar  la  discusión. 

Los  representantes  de  Bolivia  i  del  Perú  habían  previsto 
esta  respuesta,  i  aun  habían  intentado  la  defensa  del  tratado 
secreto  de  1873.  Pero  llevaban  a  la  reunión  otro  plan  con  que 
habían  esperado  envolver  a  los  representantes  de  Chile  en 
serias  dificultades.  Consistió  éste  en  proponer  que  todas  las 
dificultades  pendientes  se  sometiesen  a  la  resolución  de  un 


CAMPAÑA  A  LIMA  383 


arbitro,  i  que  éste  fuera  el  gobierno  de  Estados  Unidos.  Como 
hemos  dicho  mas  atrás,  asistian  a  las  conferencias  de  Arica 
los  plenipotenciarios  de  esta  república  en  Chile,  en  Bolivia  i 
en  el  Perú,  i  aun  el  primero  de  ellos  presidia  la  discusión;  pero 
los  tres  hablan  declarado  que  según  las  instrucciones  de  su 
gobierno,  ellos  debian  limitarse  a  ejercitar  sus  buenos  oficios 
sin  tomar  parte  alguna  en  el  debate.  El  rechazo  de  la  propo- 
sición de  arbitraje  ofrecía,  pues,  algún  embarazo;  pero  los 
representantes  de  Chile  combatieron  esa  proposición  con  ra- 
zones oportunas.  Chile  habia  invocado  el  arbitraje  antes  de 
la  guerra:  lo  habia  estipulado  por  pactos  anteriores,  i  apeló 
a  él  cuando  vio  venir  el  peligro  de  una  ruptura.  Entonces  no 
se  le  hizo  caso;  .  a  sus  jestiones  para  que  un  arbitro  resolviera 
las  dificultades  pendientes  con  Bolivia,  en  1879,  el  gobierno 
de  este  pais  habia  contestado  decretando  la  confiscación  de 
las  propiedades  de  la  compañía  chilena  de  Antofagasta  ^. 
Recordando  lijeramente  estos  hechos,  los  plenipotenciarios 
de  Chile  dijeron  que  el  arbitraje  que  entonces  no  se  quiso 
aceptar,  habría  servido  en  esa  época  para  impedir  la  guerra; 
pero  que  era  mal  medio  para  ponerle  término  cuando  la  jus- 


5.  Todos  estos  hechos,  a  que  se  hizo  alusión  con  la  mayor  templanza  en 
las  conferencias  de  Arica,  han  sido  referidos  detenidamente  en  los  capítulos 
que  forman  la  primera  parte  de  este  libro. 

Debemos  consignar  aquí  que  los  plenipotenciarios  peruanos  no  tenían 
ninguna  fe  en  la  proposición  de  arbitraje,  que  la  hacían  por  mera  fórmula;  i 
que  si  hubiese  sido  aceptada  por  Chile  habría  nacido  la  gravísima  cuestión 
de  fijar  la  materia  sobre  la  cual  debía  recaer  el  arbitraje.  En  las  instrucciones 
que  Píérola  les  había  dado  con  fecha  29  de  setiembre  de  1880,  i  que  han  sido 
publicadas  mas  tarde,  se  encuentran  estas  palabras:  «Es  entendido  que,  en 
el  caso  de  arbitramento,  no  será  jamas  por  nuestra  parte  materia  de  él,  ni 
en  forma  alguna,  la  adquisición  de  Chile  de  territorio  nacional.» 

I  en  una  nota  complementaría  de  esas  instrucciones  escritas  el  mismo  día 
29  de  setiembre,  el  ministro  de  relaciones  esteríores  del  Perú,  fijaba  las  bases 
del  arbitraje  en  los  términos  siguientes:  <<V.  V.  S.  S.  tendrán  mui  particular 
cuidado  al  redactar  el  acta  de  compromiso,  si  a  tal  punto  fuera  dado  arribar, 
de  que  en  lo  relativo  a  indemnización  quede  categóricamente  espresado  que 
se  somete  al  arbitro  la  decisión  de  si  debe  o  no  haber  indemnización  entre  los 
aliados  i  Chile,  i  en  el  supuesto  de  haberlas  quién  debe  pagarlas». 

Se  comprenderá,  pues  que  los  plenipotenciarios  peruanos  tuvieron  razón 
sobrada  para  manifestar  a  Píérola,  como  contamos  mas  atrás,  que  con  tales 
instrucciones  era  imposible  llegar  a  la  paz. 


;iyP  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


ticia  i  la  victoria  habian  robustecido  i  confirmado  los  derechos 
de  una  de  las  partes.  Chile,  por  mas  respeto  que  le  mereciera 
el  gobierno  de  Estados  Unidos,  no  podia  someter  a  arbitraje 
el  valor  de  los  sacrificios  que  le  costaba  la  guerra,  ni  la  sangre 
de  sus  hijos. 

Todavía  se  propuso  otro  arbitrio  para  arribar  a  la  paz. Uno 
de  los  plenipotenciarios  bolivianos,  reconociendo  lealmente 
que  la  victoria  daba  derecho  a  Chile  para  reclamar  la  indem- 
nización correspondiente  por  los  sacrificios  que  le  costaba  la 
guerra,  indicó  que  éste  quedase  en  posesión  de  los  territorios 
ocupados  mientras  sus  productos  le  pagasen  todos  los  gastos 
hechos  hasta  entonces.  Este  arbitrio  habria  dado  lugar  a  un 
semillero  de  nuevas  i  complicadísimas  cuestiones  para  el  por- 
venir, que  Chile  quería  evitar  a  todo  trance.  La  esperiencia 
de  muchos  años  le  había  enseñado  que  con  los  políticos  de  las 
repúblicas  aliadas  no  se  podían  mantener  situaciones  transi- 
torias, ni  tratados  que  dejasen  nada  pendiente  o  por  resolver. 
El  recuerdo  de  la  conducta  observada  por  Bolivia  con  los 
pactos  de  1866  i  de  1874,  le  servia  de  lección  para  normar  su 
conducta  futura.  Pero,  los  plenipotenciarios  chilenos  no  tu- 
vieron siquiera  necesidad  de  discutir  esta  base.  Los  represen- 
tantes peruanos,  cuyas  instrucciones  no  le  permitían  aceptar- 
la, guardaron  sobre  ella  el  mas  estudiado  silencio,  dejando 
entender  así  que  no  estaban  de  acuerdo  con  sus  aliados  sobre 
este  punto. 

La  proposición  de  arbitraje  dio  lugar  a  una  franca  declara- 
ción de  parte  del  ministro  norte-americano  que  presidia  la 
conferencia.  Dijo  éste  que  el  gobierno  de  Estados  Unidos  no 
pretendía  hacerse  arbitro  de  la  contienda,  i  que  su  mediación 
se  había  reducido  a  acercar  a  las  partes  para  que  pudieran 
entenderse  en  una  discusión  templada  í  conveniente.  La  con- 
ferencia estaba,  pues,  terminada,  i  las  negociaciones  no  po- 
dían seguir  adelante.  Los  plenipotenciarios  se  reunieron  nue- 
vamente el  27  de  octubre,  pero  casi  no  hicieron  otra  cosa  que 
firmar  los  protocolos  de  las  conferencias  anteriores,  i  decla- 
rarlas terminadas.  En  la  misma  tarde  recibía  el  gobierno  de 
Chile  el  siguiente  telegrarna: 


CAMPANA  A  LIMA  385 


«Arica,  octubre  27  de  1880. — Señor  ministro  de  relaciones 
esteriores:  Todo  ha  concluido  en  la  conferencia  de  hoi.  Los 
plenipotenciarios  del  Perú  i  de  Bolivia  han  insistido  en  el  re- 
chazo absoluto  de  nuestra  primera  base.  En  consecuencia, 
las  conferencias  han  terminado.  Mañana  parte  el  Chalaco  con 
los  plenipotenciarios  del  Perú  i  de  Bolivia,  i*  en  el  próximo 
vapor  partirá  nuestro  secretario  llevando  todos  los  documen- 
tos.— Altamirano.>> 

Este  resultado  no  causó  gran  sorpresa  en  Chile,  donde  la 
opinión  pública  no  esperaba  que  las  negociaciones  conduje- 
sen a  la  paz.  El  gobierno,  por  su  parte,  habia  creido  un  mo- 
mento que  al  enviar  los  aliados  sus  plenipotenciarios,  el  Perú 
i  Bolivia  estaban  resueltos  a  aceptar  las  condiciones  trasmi- 
tidas por  el  ministro  norte-americano.  Pero,  desde  que  vio  a 
los  plenipotenciarios  del  Perú  detenerse  en  Moliendo,  i  bus- 
car medios  de  eludir  la  condición  de  negociar  en  Arica,  com- 
prendió que  se  habia  tratado  de  engañarlo  burlando  al  mismo 
tiempo  la  buena  fe  de  la  mediación  de  los  Estados  Unidos.  Si 
pudo  abrigar  todavía  alguna  ilusión  sobre  la  lealtad  de  sus 
enemigos,  el  tono  de  la  prensa  de  Lima  en  esos  mismos  dias 
debió  convencerlo  de  que  habia  poco  que  esperar. 

En  efecto,  desde  que  se  iniciaron  las  negociaciones,  los  dia- 
rios de  Lima,  que  eran  la  espresion  del  gobierno  dictatorial 
del  Perú,  se  mostraron  mas  ardientes  i  exaltados  contra  Chi- 
le. Recrudeció  la  guerra  de  insultos  i  de  provocaciones,  lle- 
vándola a  un  tono  mas  alto  todavía  del  que  se  habia  emplea- 
do hasta  entonces.  «Mientras  nuestros  plenipotenciarios  ha- 
cen el  sacrificio  de  escuchar  las  impertinencias  de  los  de  Chile, 
en  relación  con  una  paz  fementida,  decia  el  6  de  octubre  La 
Patria  de  Lima,  cumplamos  con  la  obligación  de  aguardar 
resueltos  al  enemigo  de  nuestra  fortuna.  ¡¡Para  qué  hacernos' 
ilusiones!  Las  negociaciones  de  paz  en  las  aguas  de  Islai, -se- 
rán solo  una  quimera.  Chile  será  siempre  lo  que  fué  desde  su 
oríjen. — La  paz  no  es  posible  con  la  emulación  dejenerada 
en  envidia.  Chile  no  ha  podido  ver  con  ojo  indiferente,  ya  que 
no  de  estimación,  la  preponderancia,  ni  menos  la  prosperidad 
positiva  del  Perú.  L^na  pasión  de  la  peor  lei  le  ha  venido  aji- 

TOMO  XVI. — 25 


386  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tando  hasta  hoi,  i  le  ajitará  mientras  exista  como  pueblo  en 
América:  Chile  ha  sido  siempre  envidioso:  el  Perú  fué  siempre 
la  causa  de  su   desesperación,  Chile  juró  ante  la  borrascosa 
ajit ación  de  su  espíritu  envidioso,  que  esterminaria  al  Perú: 
Cain  no  tuvo  un  discípulo  mas  aventajado.   Para  conseguir 
su  propósito,  Chile  se  hizo  mendigo  del  Perú;  aparentó  la 
mas  cordial  fraternidad  con  él;  esplotó  hasta  donde  quiso  la 
jenerosidad  del  Perú.  El  mismo  se  redujo  a  la  miseria,  para 
conseguir  los  medios  de  realizar  su  sueño  de  envilecimiento; 
en  una  palabra,  como  su  porvenir  dependía  de  la  ruina  del 
Perú,  nada  omitió  de  abominable  con  ese  intento ...  El  gran 
día  se  acerca.  El  día  destinado  por  la  Providencia  para  hacer 
sentir  a  Chile,  una  vez  por  todas,  toda  la  enormidad  de  su 
crimen.  Tal  es  nuestra  fe  i  nuestra  convicción».  En  medio  de 
este  tejido  de  insultos  i  de  amenazas,  inspirado  por  el  gobier- 
no de  la  dictadura,  i  envuelto  en  frases   cuyo  sentido  no  es 
fácil  comprender,  había  un  hecho  claro  i  manifiesto.   El  go- 
bierno del  Perú  estaba  perfectamente  seguro  de  que  las  ne- 
gociaciones no  conducirían  a  la  paz. 

Al  fin,  el  29  de  octubre  llegó  a  Lima  la  noticia  de  que  las 
negociaciones  quedaban  rotas;  pero  que  Chile  había  declara- 
do oficialmente  sus  propósitos  respecto  de  los  territorios  dis- 
putados. Fué  aquel  un  día  de  alborozo  para  el  gobierno  i  para 
los  periodistas  del  Perú  que  creían  ver  alianzas  por  todas  par- 
tes contra  los  planes  de  Chile.  «Las  repúblicas  sud-ameríca- 
ñas,  decía  ese  mismo  día  La  Patria  de  Lima,  quedan  notifi- 
cadas por  Chile  de  que  la  guerra  de  conquista,  verdadera  he- 
rejía en  el  derecho  público  de  América,  es  un  hecho  i  amena- 
za para  todos.  El  equilibrio  sud-amerícano  ha  sido  roto  por 
Chile  con  pérfida  mano,  i  el  precedente  histórico  que  su  polí- 
tica usurpadora  proclama,  no  tardará  mucho  en    volverse 
contra  su  mismo  autor». 

La  prensa  de  Lima  habría  debido  declarar  francamente 
que  en  la  presente  crisis,  el  Perú  estaba  pagando  las-  conse- 
cuencias del  desgobiemo.de  sesenta  años,  de  las  revueltas  de 
cada  día,  de  las  camorras  i  guerras  insensatas  con  todos  sus 
vecinos,  i  de  una  política  turbulenta  i   pendenciera  que  la 


CAMPAÑA  A  LIMA  387 


habia  llevado  hasta  celebrar  la  alianza  secreta  de  1873.  Sin 
embargo,  con  la  esperanza  de  alcanzar  el  apoyo  de  las  otras 
repúblicas  americanas  del  nuevo  mundo,  llevó  su  locura  hasta 
proclamar  que  en  la  guerra  del  Pacífico  defendía  los  intereses 
americanos.  «Ya  no  se  trata  de  una  cuestión  de  honra,  decia 
El  Nacional  el  30  de  octubre.  Se  trata  de  salvar  los  intereses 
americanos  de  la  vorájine  espantosa  en  que  están  espuestos 
a  zozobrar,  si  llegaran  a  lejitimarse  i  a  codificarse  con  el  triun- 
fo de  Chile,  los  principios  que  éste  ha  defendido  en  las  confe- 
rencias de  Arica.  El  Perú  que  siempre  ha  sido  el  mas  celoso  i 
avanzado  defensor  de  los  intereses  sud-americanos,  cuando 
estuvieron  comprometidos,  tiene  un  nuevo  motivo  para  no 
rendir  su  espada  a  un  enemigo  mas  baladron  que  osado,  si  no 
para  seguir  defendiendo  con  brío  los  sagrados  derechos  de  la 
alianza,  los  trascendentales  intereses  de  la  América  del  sur  i 
los  principios  del  derecho  internacional  moderno  que  Chile 
ha  intentado  profanar.» 

No  se  detuvo  aquí  la  prensa  peruana  en  esta  proclamación 
de  la  guerra  americana.  El  3  de  noviembre  otro  diario  de  Li- 
ma declaraba  cómplices  de  Chile  a  los  estados  americanos 
que  no  acudieren  a  ausiliar  al  Perú  i  a  Bolivia  en  la  contienda. 
Se  nos  permitirá  copiar  todavía  algunas  líneas  de  este  escrito 
«El  Perú,  decia,  ha  sido  siempre  el  centinela  avanzado  del 
derecho  público  americano,  el  obrero  infatigable,  el  sostene- 
dor tenaz  del  equilibrio  americano.  El  Perú  ha  sido  inflexible- 
mente celoso  de  la  integridad  territorial  de  las  otras  repúbli- 
cas; el  Perú  ha  sido  el  propagandista  del  derecho  americano 
Es,  pues,  indispensablemente  necesario  que  la  América  se 
levante  para  protestar  airada  contra  la  perversidad  de  Chile. 
—El  Perú  lo  exije,  no  para  reprimir  materialmente  a  Chile, 
que  cuenta  para  ello  con  los  elementos  necesarios,  sino  para 
que  caiga  sobre  él  la  sanción  moral  de  América. . .  No  ven- 
cerá Chile,  pero  es  indispensable  que  antes  sea  juzgado,  ven- 
cido i  condenado  por  la  sanción  espontánea  i  colectiva  de  las 
secciones  de  América.  Si  Chile,  amparado  por  la  fuerza  bruta, 
amenaza  hoi  la  existencia  del  Perú,  i  hai  espectadores  inertes 
que  presencian  el  sacrificio  de  la  víctima  por  bandidos  que 


388  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


hacen  el  oficio  del  salteador,  esa  misma  fuerza  es  una  amena- 
za V  entra  ellos,  contra  los  que  se  hacen  cómplices  por  omi- 
sión» ^. 

El  gobierno  dictatorial  participando  de  estas  ilusiones  de 
su  prensa,  llegó  a  creer  que  habia  conseguido  el  objeto  que 
tuvo  en  vista  al  aceptar  la  mediación  de  Estados  Unidos.  El 
diario  oficial  de  la  dictadura,  en  su  número  de  4  de  noviem- 
bre, se  felicitaba  del  resultado  de  esas  combinaciones  en  los 
términos  que  siguen:  «Las  exorbitantes  pretensiones  de  Chile, 
que  llevarán  el  escándalo  i  la  alarma  a  todos  los  Estados  de 
América,  no  hablan  revestido,  sin  embargo,  una  forma  oficial; 
i  ésta  es  una  de  las  ventajas  de  las  negociaciones  celebradas 
en  Arica.  Hoi  ya  nadie  se  podrá  engañar  sobre  los  fines  per- 
seguidos por  Chile  en  esta  larga  i  sangrienta  guerra». 

Temiendo  que  estas  ardorosas  proclamaciones  de  la  prensa 
de  Lima  contra  Chile  no  circulasen  en  toda  la  América,  el 
gobierno  de  la  dictadura  peruana  recurrió  a  las  comunicacio- 
nes diplomáticas.  Con  fecha  de  5  de  noviembre,  lanzó  dos 
circulares  que  merecen  recordarse,  la  una  dirijida  a  los  repre- 
sentantes de  las  potencias  estranjeras  en  Lima  i  la  otra  a  los 
ministros  i  cónsules  peruanos  en  el  estranjero.  El  estilo  des- 
comedido e  inconveniente  de  los  escritos  de  la  prensa  diaria, 
habia  comunicado  su  contajio  a  todos  los  documentos  públi- 
cos del  Perú,  ya  fueran  decretos,  comunicaciones  i  proclamas, 
i  habia  penetrado  hasta  la  correspondencia  diplomática  que 
el  gobierno  dirijia  a  los  ministros  estranjeros.  En  esta  ocasión, 
el  ministro  de  relaciones  esteriores  de  la  dictadura,  don  Pedro 
José  Calderón,  se  empeñó  en  esforzar  un  poco  ese  tono.  La 
circular  a  los  representantes  de  las  naciones  amigas,  tenia 
por  objeto,  según  sus  palabras,  el  »denunciar  a  Chile  ante  la 
comunidad  de  las  naciones  civilizadas,  porque  ya  era  tiempo 
de  refrenarlo   ejemplarmente».     La    temeraria  i  fementida» 


6.  Como  si  no  bastaran  por  sí  solas  todas  las  palabras  insultantes  que  con- 
tiene el  diccionario  de  la  lengua,  los  diaristas  de  I,ima  se  empeñaban  en  re- 
forzarlas con  los  recursos  de  la  tipografía,  i  hacían  imprimir  con  itálica  o  con 
mayúsculas  aquellas  voses  o  frases  que  tenían  un  significado  mas  duro  i  des- 
templado. 


CAMPAÑA    A    LIMA  3^9 


conducta  de  Chile,  anadia,  hija  del  «enfermizo  i  febril  delirio 
de  sus  pasiones/)  lo  ha  precipitado  a  «esta  guerra  fratricida 
con  afrenta  de  la  civilización  i  de  la  humanidad»,  atropellan- 
do  «el  derecho  público  americano»  que  sostiene  el  Perú;  pero 
«el  mundo  i  principalmente  la  América  juzgará  definitiva- 
mente» de  las  pretensiones  de  Chile.  Probablemente,  los  mi- 
nistros estranjeros  se  limitaron  a  acusar  recibo  de  esta  comu- 
nicación; pero  el  de  Bolivia,  don  Melchor  Terrazas,  contes- 
taba pocos  dias  después  mostrándose  mui  satisfecho  de  las 
esplicaciones  dadas  por  el  gobierno  del  Perú,  i  esperando  tam- 
bién que  la  América  entera  se  pronunciaría  en  poco  tiempo 
mas  en  contra  de  Chile. 

En  su  nota  a  los  representantes  del  Perú  en  el  estranjero, 
el  ministro  Calderón  hacia  nuevamente  la  historia,  poco  fiel 
es  verdad,  de  las  causas  de  la  guerra;  i  formaba  un  paralelo 
entre  «el  Perú  que  se  glorifica,  dice,  de  haber  iniciado,  casi 
desde  su  nacimiento  a  la  vida  independiente,  con  la«s  mas 
amplias  i  elevadas  miras,  la  fraternidad  real  i  efectiva  de  las 
repúblicas  americanas»,  i  Chile,  «repleto  de  odio  i  de  envidia 
contra  el  Perú,  cuya  superioridad  no  puede  desconocer  sin 
borrar  la  historia  i  sin  ahogar  la  voz  de  una  fama  que  ha  pa- 
sado a  proverbio  universal;  ebrio  de  sangre  i  devorado  por  la 
hidrópica  sed  de  nuestras  fabulosas  riquezas,  que  proclama 
el  asalto  a  esta  capital,  considerándola  el  último  baluarte  de 
la  defensa  del  Pg?ú». 

Según  el  encargo  espreso  consignado  en  esa  circular,  los 
representantes  del  Perú  en  el  estranjero,  debian  dar  lectura 
de  ella  a  las  cancillerías  ante  las  cuales  estaban  acreditados, 
i  aun  dejarles  copia  de  este  tejido  de  insultos  groseros  contra 
la  república  de  Chile.  El  plenipotenciario  peruano  en  Buenos 
Aires,  don  Evaristo  Gómez  Sánchez, creyó  sin  embargo,  que 
ese  documento  no  era  tan  conducente  como  convenia,  i  quiso 
reforzarlo  con  otro  manifiesto  absolutamente  suyo.  A  pretes- 
to  de  impugnar  la  circular  en  que  el  gobierno  de  Chile  daba 
cuenta  del  fraca^so  de  las  negociaciones  de  Arica,  Gómez  Sán- 
chez escribió  con  fecha  de  15  de  diciembre  un  largo  despacho 


390  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


en  que  amontonaba  contra  Chile  las  mas  vehementes  acusa- 
ciones. 

El  plenipotenciario  peruano  residía  en  un  pais  en  que  una 
gran  parte  de  los  habitantes  no  podia  estar  al  corriente  de  los 
hechos  que  hablan  producido  la  guerra  del  Pacífico.  Se  creyó 
por  esto  autorizado  para  presentar  esos  hechos  bajo  una  luz 
que  no  era  por  cierto  la  de  la  verdad.  Según  él  la  industria  i 
el  capital  de  los  chilenos  no  habia  tenido  parte  alguna  en  la 
esplotacion  de  las  salitreras  de  Tarapacá.  El  Perú,  anadia, 
no  se  hallaba  en  estado  de  insolvencia,  porque  mui  lejos  de 
eso  siempre  habia  pagado  puntualmente  sus  obligaciones,  ase- 
veración que  el  diplomático,  pudo  corroborar  con  el  hecho  de 
que  desde  1872  el  Perú  habia  suspendido  el  pago  de  los  inte- 
reses i  de  la  amortización  de  su  inmensa  deuda  esterior.  Pero 
la  parte  mas  trascendental  de  su  nota,  era  aquella  en  que 
defendía  el  derecho  público  americano  inventado  por  el  Perú 
después  de  sus  derrotas.  Como  se  sabe,  desde  un  año  atrás,  el 
diplomático  peruano  se  hallaba  empeñado  en  solicitar  para 
su  patria  la  alianza  arj entina  sobre  la  base  de  despojar  a  Chile 
de  una  porción  de  su  territorio;  i  sin  arredrarse  por  el  cons- 
tante rechazo  de  sus  pretensiones,  insistía  aun  con  la  mayor 
obstinación  por  llegar  a  este  resultado.  Sin  embargo,  en  la 
nota  a  que  nos  referimos  consagraba  los  mejores  pasajes  de 
su  elocuencia  diplomática  a  condenar  con  toda  enerjía  el  prin- 
cipio «bárbaro  i  absurdo^)  de  que  la  victoria  da  derechos  al 
vencedor  "' ,  i  a  implorar  de  nuevo  que  la  República  Arjentina 
se  pusiera  de  pié  para  ausiliar  al  Perú,  cuya  causa,  según  él, 
habia  llegado  a  ser  la  causa  americana. 


7.  Según  esta  teoría,  Chile,  que  habia  sido  arrastrado  a  la  guerra  por  todo 
jénero  de  maquinaciones,  habia  hecho  grandes  sacrificios  de  sangre  i  de  di- 
nero hasta  obtener  las  mas  brillantes  victorias  para  dejar  las  cosas  como  es- 
taban antes  de  la  guerra,  para  dejar  a  sus  enemigos  en  situación  de  volver  a 
ofenderlo  al  dia  siguiente  de  firmada  la  paz,  i  sin  poder  ni  aun  reclamar  de 
ellos  la  indemnización  de  los  sacrificios  a  que  lo  hablan  obligado.  Esta  teo- 
ría, hemos  dicho,  fué  inventada  por  el  Perú  cuando  sus  constantes  derrotas 
no  le  permitian  hacer  valer  las  que  habia  proclamado  en  el  principio  de  la 
guerra,  en  los  dias  en  que  pensaba  niutilar  a  Chile  por  el  norte  i  por  el  sur, 
para  que  «el  Perú,  encargado  de  rejir  los  destinos  continentales,  lo  mantu- 
viera constantemente  sometido  a  su  vijilancia».  como  se  escribía   en  Lima 


CAMPAÑA    A  LIMA  391 


Todo  esto  era  elocuencia  i  papel  perdidos.  Algunos  diarios 
apoyaban  las  pretensiones  del  ministro  del  Perú;  pero  los 
hombres  mas  notables  de  la  República  Arj entina  sabian  de- 
masiado bien  lo  que  valia  este  americanismo  invocado  tan  a. 
destiempo,  i  se  negaron  a  comprometer  a  su  pais  en  una  lucha 
que  no  era  suya.  Así,  pues,  a  pesar  de  tantos  esfuerzos  para 
hallar  nuevos  aliados,  el  Perú  debia  encontrarse  solo  el  dia 
del  peligro,  i  lo  que  era  mas  doloroso,  abandonado  por  el 
mismo  aliado  antiguo  que  lo  precipitó  a  la  guerra. 

En  efecto,  el  gobierno  de  Bolivia,  desde  la  derrota  de  su 
ejército  en  Tacna,  parecía  desligado  de  todas  las  obligaciones 
de  la  guerra.  No  habia  dado  otro  signo  de  continuar  en  su 
alianza  con  el  Perú,  que  el  haber  enviado  sus  representantes 
alas  conferencias  de  Arica.  Se  creyó  también  en  deber  de  di- 
rijirse  en  esta  ocasión  a  las  naciones  americanas.  Este  fué  el 
objeto  de  una  larga  circular  firmada  por  el  ministro  de  rela- 
ciones esteriores  don  Juan  C.  Carrillo  el  i.^  de  diciembre  de 
1880.  En  ella  desarrollaba  latamente  las  teorías  del  derecho 
público  americano  inventado  por  el  Perú,  i  proclamaba  que 
la  América  debia  acudir  prontamente  en  ayuda  de  la  alianza 
perú-boliviana  para  destruir  los  planes  de  Chile  ^. 

Pero,  si  tal  era,  a  juicio  de  los  estadistas  de  La  Paz,  el  de- 


en  abril  de  1879.  Un  diario  mui  serio  i  prestijioso  de  Buenos  Aires,  La  Na- 
ción, en  su  número  de  25  de  enero  de  1881,  juzgaba  esta  teoría  peruana  en 
los  términos  siguientes: 

«Igualmente  son  insensatos  i  criminales  los  gobiernos  que,  después  de  com- 
prometida la  guerra  i  de  haber  alcanzado  la  costosa  victoria,  declaran  a  la 
faz  del  pueblo  que  han  hecho  sacrificar,  que  esa  victoria  no  da  derechos,  por- 
que esto  importa  lo  mismo  que  condenar  la  razón  de  la  guerra,  ofreciendo 
en  espiacion  al  vencido  la  sangre  i  el  oro  de  los  vencedores.  Para  eso  no  se 
hace  la  guerra.» 

8.  Esta  larga  circular  es  curiosa  por  mas  de  un  motivo.  Ella  es  un  testi- 
monio del  desconocimiento  de  los  usos  diplomáticos  de  la  cancillería  bolivia- 
na. El  ministro  Carrillo  consignaba  allí  algunos  recuerdos  históricos  ultra- 
jantes para  la  Gran  Bretaña,  i  se  permitía  pronunciar  una  ardiente  censura 
contra  la  Alemania  por  su  conducta  en  la  guerra  de  1 870-1 871,  diciendo  sin 
qué  ni  para  qué,  las  palabras  siguientes:  «La  Prusia,  llevada  no  obstante, 
por  sus  excesos,  se  atrajo  sobre  sí,  la  reprobación  universal».  .  .  Probable- 
mente, no  habrá  otro  pais  de  la  tierra  donde  la  secretaría  de  relaciones  este- 
riores sea  capaz  de  cometer  inconveniencias  de  este  calibre. 


392  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


ber  de  todas  las  repúblicas  americanas  ¿cuál  seria  el  deber  de 
Bolivia,  aliada  al  Perú  por  el  tratado  secreto  desde  1873,  i 
directamente  provocadora  de  la  guerra  de  1879,  ^^  Q^^  ^^ 
Perú  habia  tenido  que  sufrir  tantos  i  tan  abrumadores  desas- 
tres? El  ministro  Carrillo  se  guardaba  bien  de  decirlo;  pero  el 
gobierno  de  Bolivia  se  encargó  de  demostrar  con  el  hecho  de 
que  manera  comprendia  su  misión  de  nación  americana  i  de 
aliada  del  Perú.  En  los  momentos  en  que  la  cancillería  de  La 
Paz  firmaba  esa  circular,  la  guerra  habia  tomado  proporcio- 
nes colosales:  25,000  soldados  de  Chile  marchaban  sobre  Lima^ 
i  la  América  entera  se  obstinaba  en  no  ver  en  la  guerra  del 
Pacífico  mas  que  una  contienda  provocada  por  las  maquina- 
ciones imprudentes  de  dos  repúblicas  que  no  pueden  vivir  sin 
revueltas  i  enredos  en  el  interior  i  en  el  esterior.  Bolivia  se 
quedó  encerrada  en  sus  montañas,  sin  enviar  un  solo  soldado 
al  teatro  de  las  operaciones  militares,  sin  hacer  un  solo  es- 
fuerzo por  socorrer  a  un  aliado  que  a  esas  horas  imploraba 
ausilios  de  cualquiera  parte.  Así  era  como  Bolivia  compren- 
dia el  deber  de  defensor  de  la  que  llamaba  «causa  americana»» 


^^^^ 


CAPITULO  VII 


Marcha  de  la  espedicion  chilena  sobre  Lima,  noviembre 
i  diciembre  de  1880 


El  ejército  chileno  se  aumenta  con  nuevos  cuerpos  de  tropas. — Organización 
dada  al  ejército  de  operaciones. — Auméntase  la  escuadra  con  nuevos 
trasportes. — Actividad  de  los  aprestos  de  la  espedicion  en  Arica. — Par- 
tida de  la  primera  división  del  ejército  chileno. — Su  desembarco  en  Pa- 
racas.— A  pesar  de  las  amenazas  del  jefe  peruano  de  Pisco,  los  chilenos 
se  apoderan  de  esta  ciudad  sin  disparar  un  tiro. — Ocupación  de  lea  i  su 
valle. — Ocupación  de  Chincha  i  de  Tambo  de  Mora. — En  Lima  se  anun- 
cia el  desembarco  de  los  chilenos  en  Pisco  como  una  victoria  del  Perú. — 
Arrogantes  amenazas  de  la  prensa  peruana. — Zarpa  de  Arica  el  resto  del 
ejército  chileno. — Toca  en  Pisco  i  va  a  desembarcar  en  Curayaco. — Una 
división  chilena  avanza  hasta  Lurin,  i  ocupa  un  campamento  apropiado 
para  operar  la  reunión  de  todo  el  ejército. — El  ejército  peruano,  fortifi- 
cado en  los  alrededores  de  Lima,  no  opone  ningún  embarazo  a  estos  mo- 
vimientos.— Marcha  atrevida  i  feliz  del  comandante  Lynch  al  través  del 
territorio  enemigo. — Reconcentración  de  todo  el  ejército  chileno. — Poder 
i  enerjia  desplegados  por  Chile  en  estas  circunstancias. — El  ejército  pe- 
ruano de  Arequipa. 

En  la  tarde  del  27  de  octubre  de  1880,  cuando  los  represen- 
tantes de  Chile  volvian  de  la  última  conferencia  que  habia 
tenido  lugar  en  la  bahía  de  Arica,  don  Eulojio  Altamirano 
comunicó  por  el  telégrafo  al  jefe  del  ejército  chileno  de  Tacna 


394  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


que  las  negociaciones  diplomáticas  quedaban  rotas.  «Está 
bien!  contestó  lacónicamente  el  jeneral  Baquedano;  iremos  a 
Lima  a  buscar  la  paz».  En  esos  momentos  estaban  reunidos 
en  Tacna  i  sus  alrededores  20,000  soldados  chilenos  que  con 
frecuentes  ejercicios  i  revistas,  perfeccionaban  su  instrucción 
militar. 

En  efecto,  las  negociaciones  de  Arica  no  habian  suspendido 
un  instante  los  aprestos  bélicos  de  Chile.  Lejos  de  eso,  en  to- 
das las  provincias  seguían  organizándose  nuevos  cuerpos  de 
tropa,  especialmente  de  infantería,  elevándose  a  rejimientos 
algunos  batallones,  i  completando  la  dotación  de  los  otros. 
Cuando  estos  cuerpos,  después  de  dos  o  tres  meses  del  mas 
empeñoso  trabajo  de  toda  hora,  habian  adquirido  una  regu- 
lar práctica  militar,  se  les  enviaba  al  norte,  a  Tacna  i  a  x\rica, 
para  que  a  la  vista  de  los  cuerpos  perfectamente  disciplina- 
dos que  habian  hecho  la  campaña  anterior,  completaran  su 
instrucción  i  se  adiestraran  en  grandes  ejercicios  i  revistas,  i 
aprendieran  las  maniobras  combinadas  por  divisiones.  Estos 
trabajos,  ejecutados  con  un  tesón  incansable,  i  bajo  la  direc- 
ción de  oficiales  intelij entes  i  activos,  morahzaban  al  soldado 
i  lo  preparaban  para  las  fatigas  de  la  nueva  campaña. 

El  jeneral  Baquedano  no  habia  abandonado  un  solo  dia  el 
campamento  del  norte.  Después  de  las  grandes  victorias  de 
Tacna  i  Arica,  en  los  meses  de  suspensión  de  hostilidades  que 
se  siguieron  a  esos  sucesos,  le  habria  sido  fácil  volver  a  Chile 
a  tomar  algunos  dias  de  descanso  en  el  seno  de  sus  amigos  i 
relaciones.  Sin  embargo,  se  mantuvo  invariablemente  al  fren- 
te de  sus  soldados,  velando  sin  cesar  por  su  disciplina  i  por 
su  organización  a  fin  de  estar  siempre  prevenido  para  las  fu- 
turas eventualidades  de  la  guerra.  Desde  que  comenzaron  a 
llegar  allí  los  nuevos  cuerpos  de  tropas  en  los  meses  de  setiem- 
bre i  de  octubre,  redobló  su  actividad.  Los  constantes  ejerci- 
cios militares  los  pusieron  pronto  en  el  pié  de  verdaderos 
cuerpos  veteranos.  • 

Elevado  de  esta  manera  el  ejército  de  operaciones  a  un 
efectivo  de  mas  de  25,000  hombres,  sin  contar  con  las  reseí^- 
vas  que  debían  quedar  en  Tacna  i  en  Chile,  el  ministerio  dtí 


CAMPAÑA  A   LIMA  395 


la  guerra  decretó,  con  fecha  de  29  de  setiembre,  su  distribu- 
ción en  tres  grandes  divisiones  de  las  tres  armas  que  debian 
mandar  los  jenerales  don  José  Antonio  Villagran  i  don  Emilio 
Sotomayor  i  el  coronel  don  Pedro  Lagos.  Cada  una  de  estas 
divisiones,  era  formada  de  dos  brigadas  bajo  el  mando  de  un 
jefe  especial.  Las  tres  divisiones  tenian  su  estado  mayor  i  sus 
injenieros  particulares;  pero  todas  ellas  quedaban  colocadas 
bajo  el  mando  del  jeneral  en  jefe  don  Manuel  Baquedano,  i 
del  estado  mayor  del  ejército.  Púsose  éste  bajo  la  dirección 
del  jeneral  de  brigada  don  Marcos  Maturana  que  hasta  en- 
tonces habia  permanecido  en  Santiago  como  director  de  las 
maestranzas  militares,  prestando  en  este  carácter  los  servi- 
cios mas  constantes  e  inteli-j entes  en  el  equipo  de  las  tropas. 

Aumentado  así  el  ejército,  se  aumentó  también  por  decreto 
de  23  de  setiembre  el  cuerpo  médico  del  ejército,  dándole  una 
nueva  organización.  Formáronse  cuatro  grandes  ambulan- 
cias, cada  una  de  las  cuales  tendría  para  su  servicio  cuatro 
médicos,  seis  practicantes,  dos  farmacéuticos,  i  la  dotación 
correspondiente  de  administradores  i  sirvientes.  Se  organizó 
ademas  un  hospital  volante  con  el  mismo  número  de  emplea- 
dos. 

Con  igual  actividad  se  atendia  a  las  necesidades  de  la  pro- 
visión i  equipo  del  ejército.  La  intendencia  jeneral  estableci- 
da en  Valparaíso  remitía  al  norte  los  caballos,  las  bestias  de 
carga  i  de  tiro,  el  vestuario,  los  víveres,  los  forrajes  i  todos 
los  artículos  necesarios  para  una  campaña  emprendida  en  las 
condiciones  bajo  las  cuales  era  preciso  espedicionar.  El  sol- 
dado debía  llevarlo  todo  desde  su  fusil  i  sus  municiones  hasta 
el  agua  para  él  i  sus  animales.  La  previsión  se  llevó  hasta  los 
mas  pequeños  detalles  para  que  el  ejército  no  careciera  de 
nada. 

Aunque  Chile  estaba  ya  provisto  de  un  abundante  mate- 
rial de  guerra,  continuaban  llegando  de  Europa  nuevas  re- 
mesas de  armamento  i  de  municiones  elaboradas  en  las  mejo- 
res fábricas  i  según  los  últimos  inventos.  Eran  trasportadas 
de  Inglaterra  i  de  Alemania  en  buques  de  vapor  fletados  ex- 
profeso. Como  llegaban  a  los  puertos  de  Chile  en  los  días  en 


39G  GUERRA    DEL   PACÍFICO 


que  se  organizaba  la  nueva  espedicion,  el  gobierno  los  tomó 
en  arriendo,  i  los  convirtió  en  trasportes,  como  lo  habia  hecho 
con  todos  los  vapores  que  pudo  procurarse  en  el  Pacífico.  Al- 
gunos de  éstos  eran  buques  excelentes  i  espaciosos,  capaces 
de  llevar  mas  ^e  mil  hombres.  Pero  no  bastaban  para  la  con- 
ducción del  ejército  i  para  el  carguío  de  los  bagajes.  Fué  ne- 
cesario comprar  o  alquilar  naves  de  vela  que  debían  ser  con- 
ducidas por  los  buques  de  vapor  i  por  todos  los  vaporcitos 
remolcadores  que  fué  posible  proporcionarse  en  la  costa  de 
Chile.  Los  marineros  chilenos  de  la  marina  mercante  que  se 
hallaban  en  los  diversos  puertos,  acudieron  llenos  de  ardor  i 
de  entusiasmo  a  completar  las  tripulaciones  de  estos  nuevos 
trasportes. 

Para  facilitar  el  desembarco  de  las  tropas  i  el  carguío  del 
material  de  guerra  i  de  los  bagajes,  se  habia  construido  un 
número  considerable  de  lanchas,  de  muelles  portátiles,  de 
pescantes  i  de  grúas,  de  carros  de  carga  i  de  toneles  para  la 
conducción  del  agua.  Todos  estos  artículos,  que  se  trabajaron 
con  una  actividad  incansable,  se  iban  reuniendo  gradualmen- 
te en  el  puerto  de  Arica,  punto  designado  para  la  partida  de 
la  espedicion. 

La  ruptura  de  las  negociaciones  de  paz  el  27  de  octubre, 
dio  nuevo  impulso  a  todos  estos  trabajos.  En  los  primeros 
dias  de  noviembre,  ya  estaba  reunido  en  Tacna  casi  todo  el 
ejército  espedicionario;  i  en  el  vecino  puerto  se  hacían  los 
aprestos  para  la  partida.  «El  aspecto  de  la  ciudad  de  Arica  i 
de  su  puerto,  escribía  el  corresponsal  de  uno  de  los  diarios 
chilenos,  forma  en  estos  dias  profundo  contraste  con  el  aire 
de  inacción  que  reinaba  poco  antes,  cuando  las  negociaciones 
de  paz  i  el  fastidio  de  un  largo  i  monótono  acuartelamiento 
habían  principiado  a  enervar  algunos  corazones.  Ahora  re- 
nace el  entusiasmo,  porque  al  fin  se  ve  aproximarse  la  desea- 
da espedicion  a  Lima.  Las  tropas  de  la  primera  división,  que 
están  designadas  para  marchar  a  vanguardia  del  ejército,  lle- 
gaban desde  el  11  de  noviembre  a  Arica  en  largos  convoyes 
de  carros  i  en  medio  de  la  entusiasta  algazara  de  los  alegres 
soldados.  Las   bandas  de  música  llenaban  los  aires  con  los 


CAMPAÑA  A    LIMA  397 


acordes  del  himno  nacional;  las  calles  se  veian  sembradas  de 
afanosos  militares  que  se  dirijian  a  distintos  puntos  a  com- 
pletar sus  preparativos  o  a  desempeñar  sus  comisiones.  En 
los  sitios  de  embarque  se  apiñaban  los  soldados,  los  caballos 
los  bagajes  i  la  artillería,  mientras  el  ministro  de  la  guerra, 
dando  el  ejemplo  de  la  celeridad  i  del  trabajo,  presidia  perso- 
nalmente las  engorrosas  tareas  del  embarque.  La  rada  ofrece 
también  un  espectáculo  de  fiesta  i  de  alegría.  Los  numerosos 
vapores  lanzan  al  cielo  espesas  columnas  de  humo  con  el  tra- 
bajo de  sus  pescantes  i  condensadoras.  Los  trasportes  de  vela 
se  ven  rodeados  de  embarcaciones  menores;  i  los  remolcado'^ 
res,  arrastrando  largos  rosarios  de  lanchas  llenas  de  soldados, 
de  caballos  i  de  toda  clase  de  arreos,  circulan  por  entre  los 
claros  de  los  treinta  i  tantos  buques  que  pueblan  la  bahía». 

Al  fin,  en  la  mañana  del  15  de  noviembre  zarpaba  de  Arica 
la  primera  división  compuesta  de  8,600  hombres  de  desem- 
barco i  trasportada  por  diez  buques  de  vapor  i  siete  de  vela. 
Aunque  algunos  de  los  trasportes  habían  sido  provistos  de 
buena  artillería  para  resistir  cualquier  ataque  inesperado  du- 
rante la  navegación,  el  convoi  iba  ademas  defendido  por  las 
corbetas  de  guerra  Chacahuco  i  O'Higgins.  Se  temía  entonces 
fundadamente  que  aprovechándose  los  peruanos  de  la  rapi- 
dez de  algunos  de  los  buques  que  tenían  en  el  Callao,  i  de  las 
neblinas  que  en  las  altas  horas  de  la  noche  envuelven  este 
puerto,  burlasen  el  bloqueo  i  fuesen  a  hostilizar  a  los  traspor- 
tes chilenos.  De  allí  habían  nacido  estas  precauciones  del  es- 
tado mayor  chileno. 

Después  de  cuatro  dias  de  la  mas  tranquila  navegación, 
en  la  mañana  del  19  de  noviembre  comenzaron  a  entrar  los 
buques  de  la  escuadrilla  espedicionaria  al  puerto  de  Paracas 
situado  a  diez  millas  al  sur  de  Pisco,  i  separado  de  él  por  una 
pequeña  península  que  se  interna  en  el  mar.  Era  aquel  día  el 
primer  aniversario  de  la  victoria  de  Dolores  o  San  Francisco 
i  los  soldados  consideraban  esta  circunstancia  como  un  augu- 
rio de  triunfo  en  la  nueva  campaña.  Era  también  ese  el  lugar 
en  que  el  jeneral  San  Martin,  partido  de  Chile  a  la  cabeza  de 


398  GUERRA   DEL  PACÍFICO 


poco  mas  de  cuatro  mil  hombres,  habia  desembarcado  el  8  de 
setiembre  de  1820  para  dar  la  libertad  al  Perú. 

La  escuadra  largó  sus  anclas  en  la  bahía  de  Paracas  a  las 
diez  de  la  mañana.  Inmediatamente  comenzó  el  desembarco 
de  las  tropas.  Desde  allí  se  divisaba  un  estraordinario  movi- 
miento de  los  trenes  del  ferrocarril  en  el  vecino  puerto  de  Pis- 
co, i  el  estallido  de  una  mina  de  dinamita  con  que  se  habia 
pretendido  cortar  el  muelle  que  hai  en  él.  Se  decia  ademas 
que  habia  allí  muchos  torpedos,  i  que  los  alrededores  del  pue- 
blo estaban  sembrados  de  minas  esplosivas.  A  pesar  de  todo, 
uno  de  los  buques  de  la  escuadra,  llevando  a  su  bordo  al  co- 
mandante Lynch,  se  trasladó  en  el  acto  a  Pisco  a  intimarle 
rendición,  i  una  pequeña  columna  mandada  por  el  teniente 
coronel  don  Roberto  Souper,  avanzó  resueltamente  por  el 
camino  de  tierra,  cortó  el  telégrafo  e  interrumpió  toda  comu- 
nicación por  el  ferrocarril.  En  un  cerrito  vecino  a  la  costa  se 
divisaba  un  cuerpo  compacto  de  tropas  peruanas  de  infante- 
ría i  de  caballería;  pero  algunos  cañonazos  dirijidos  por  la 
corbeta  Chacahuco,  las  dispersaron  en  pocos  minutos. 

Sin  embargo,  el  jefe  militar  de  Pisco,  coronel  don  Manuel  A. 
Zamudio,  parecía  determinado  a  resistir  resueltamente.  A  la 
intimación  verbal  que  le  hizo  el  comandante  Lynch  desde  el 
puerto,  contestó  por  escrito  las  palabras  siguientes:  «Puede 
V.  S.  proceder  a  tomar  la  plaza  a  viva  fuerza:  un  solo  perua- 
no no  arriará  el  pabellón  a  las  huestes  invasoras».  Una  res- 
puesta semejante  dio  a  otro  parlamentario  que  por  la  via  de 
tierra  envió  el  comandante  Souper  sin  conocer  el  resultado 
de  la  primera  intimación.  A  pesar  de  esto,  este  jefe,  dotado 
de  ese  ardor  que  no  conoce  nunca  peligro,  quería  ocupar  a 
Pisco  esa  misma  tarde;  pero  el  estado  mayor  de  la  división, 
creyendo  que  en  reahdad  se  hallaría  allí  una  resistencia  seria, 
le  dio  orden  de  suspender  el  ataque  hasta  el  día  siguiente 
cuando  estuviesen  en  tierra  todas  las  tropas.  Souper  pasó  la 
noche  con  sus  fuerzas  a  corta  distancia  del  pueblo.  Aunque 
por  varios  conductos  se  anunciaba  que  el  coronel  Zamudio 
tenia  a  sus  órdenes  cerca  de  2,000  hombres,  Souper  no  fué 
inquietado  por  nadie. 


CAMPAÑA    A    LIMA  399 


En  la  mañana  siguiente  avanzó  el  comandante  don  Patri- 
cio Lynch  a  la  cabeza  de  la  primera  brigada  de  la  división, 
resuelto  a  ocupar  a  Pisco  a  viva  fuerza.  No  habia  andado 
mucho,  cuando  se  presentaron  algunos  estranjeros  que  le  hi- 
cieron saber  que  durante  la  noche  el  coronel  Zamudio  habia 
huido  con  todos  sus  soldados,  que  Pisco  estaba  abandonado, 
i  que  si  bien  los  fujitivos  habian  dejado  algunas  minas  en  la 
ciudad  i  sus  alrededores,  era  fácil  desmontarlas.  Las  tropas 
chilenas  entraron,  pues,  a  la  ciudad  sin  disparar  un  tiro,  se 
hospedaron  en  las  espaciosas  bodegas  del  ferrocarril  o  en  los 
caseríos  de  las  haciendas  inmediatas,  i  recorrieron  los  campos 
de  1  os  alrededores,  donde  hallaron  ganado,  aves  domésticas 
para  el  alimento  del  soldado,  i  potreros  de  alfalfa  para  los 
animales.  De  todas  partes  acudian  los  trabajadores  chinos 
que  a  la  vista.del  abandono  de  los  campos  por.los  propietarios 
i  por  sus  administradores,  creian  que  era  llegado  el  momento 
de  recobrar  su  libertad.  Algunos  de  ellos  comenzaron  el  sa- 
queo de  varias  casas,  i  fué  necesario  que  los  jefes  chilenos  los 
reprimiesen  con  toda  enerjía.  Así,  pues,  la  ocupación  de  Pisco 
i  sus  inmediaciones,  a  pesar  de  las  enfáticas  amenazas  del  go- 
bernador Zamudio,  no  habia  costado  una  sola  gota  de  sangre. 

El  día  siguiente,  20  de  noviembre,  salía  de  Paracas  para  el 
interior  el  jefe  de  la  segunda  brigada  de  la  división,  coronel 
don  Domingo  Amunáteguí,  a  la  cabeza  de  un  rejimiento  de 
infantería  i  de  un  escuadrón  de  caballería.  El  objeto  de  esta 
espedícion  era  ocupar  a  lea  i  sus  alrededores,  donde,  según  se 
suponía,  podían  reunirse  tropas  peruanas.  Aunque  esta  ciu- 
dad estaba  unida  a  Pisco  por  un  ferrocarril,  el  enemigo  había 
retirado  al  interior  el  material  rodante,  i  fué  necesario  hacer 
la  marcha  a  pié.  Después  de  dos  días  i  medio  de  penosa  mar- 
cha por  el  árido  desierto  llamado  pampa  de  Chunchaga,  las 
tropas  chilenas  penetraron  en  lea  sin  disparar  un  tiro.  Las 
autoridades  habían  huido  con  anterioridad  hacia  la  sierra,  i 
los  estranjeros  residentes  en  el  pueblo  se  habian  encargado 
de  conservar  el  orden.  Allí  se  hallaron  las  locomotivas  i  los 
carros  del  ferrocarril;  pero  los  fujitivos  las  habian  desarma- 
do, ocultando  algunas  de  sus   piezas  en  lugares  apartados. 


400  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


llevándose  al  mismo  tiempo  los  aparatos  telegráficos.  Los 
maquinistas  que  llevaba  la  es  pedición  hicieron  prodijios  de 
actividad,  montaron  las  locomotivas,  repusieron  la  via  férrea 
que  habia  sido  cortada  en  tres  partes,  i  el  25  de  noviembre 
quedaron  establecidas  las  líneas  del  ferrocarril  i  del  telégrafo. 
La  división  que  ocupaba  a  Pisco,  pudo  así  contar  para  el  caso 
necesario  con  la  abundancia  de  provisiones  que  podía  sumi- 
nistrarle el  rico  valle  de  lea.  En  todos  aquellos  contornos  no 
se  hallaba  nadie  que  quisiera  oponer  la  menor  resistencia. 
Todos  los  soldados  peruanos  habían  tomado  la  fuga. 

Mientras  el  coronel  Amunáteguí  ejecutaba  esta  operación, 
otro  cuerpo  chileno  de  solo  500  hombres  bajo  las  órdenes  del 
comandante  de  caballería  don  Tomas  Yávar,  se  había  dirijí- 
do  al  norte,  a  poca  distancia  de  la  costa,  para  ocupar  las  po- 
blaciones de  Chincha  alta,  Chincha  baja  i  Tambo  de  Mora, 
cuyos  alrededores  ofrecen  abundantes  recursos.  Un  buque  de 
la  escuadra  siguió  también  hacía  este  último  puerto  con  unos 
doscientos  hombres  de  desembarco  para  socorrer  a  aquellas 
fuerzas  sí  fuere  necesario.  Tampoco  encontró  resistencia  al- 
guna esta  espedicion;  ni  costó  mas  sangre  que  la  del  sub-pre- 
fecto  de  Tambo  de  Mora,  don  Agustín  Matuti,  que,  según  pa- 
rece habia  sido  el  terror  de  aquellos  lugares.  Apresado  cuando 
huía,  se  sintió  dominado  por  el  miedo,  i  acabó  por  perder  el 
juicio  i  por  suicidarse  degollándose  con  una  navaja,  dentro 
de  una  casa  que  se  le  había  dado  por  lugar  de  detención  1. 

En  estos  lugares  se  hallaron  también  víveres  i  ganado  en 
regular  abundancia.  Tanto  allí  como  en  Pisco  i  en  lea,  los 


I .  Según  se  descubrió  mas  tarde  por  la  correspondencia  interceptada,  este 
funcionario  estaba  comprometido  en  un  proyecto  de  envenenar  las  aguas 
donde  debian  beber  los  soldados  i  los  caballos  del  ejército  chileno.  Creyendo 
que  este  plan  estaba  en  conocimiento  de  los  oficiales  chilenos.  Matuti  no  ce- 
saba de  pedirles  perdón  i  de  protestar  su  inocencia  de  todo  acto  de  hostili- 
dad. A  pesar  de  que  se  le  dijo  que  no  tenia  nada  que  temer  por  su  vida,  él  no 
cesaba  de  demostrar  sus  recelos  de  que  lo  fusilasen,  i  acabó  por  suicidarse. 

Por  lo  demás,  i  aunque  se  sabia  que  por  el  interior  habia  fuerzas  peruanas 
los  vecinos  de  aquellas  localidades  no  ejercieron  acto  alguno  de  hostilidad. 
Lejos  de  eso,  suministraron  víveres,  vino  i  forrajes  para  las  tropas  chilenas^ 
ofreciendo  esos  artículos  muchas  veces  gratuitamente,  o  pidiendo  por  ellos 
precios  muí  moderados. 


CAMPAÑA  A  LIMA  401 


jefes  chilenos  compraban  estos  artículos  a  precios  convenien- 
tes, i  los  pagaban  con  los  billetes  capturados  por  Lynch  a 
bordo  del  vapor  Islai.  Ese  papel  moneda  circulaba  por  todas 
partes  en  las  mismas  condiciones  que  el  que  habia  emitido  en 
años  atrás  el  gobierno  del  Perú. 

La  noticia  del  desembarco  de  los  chilenos  llegó  ■  a  Lima  el 
mismo  dia  19  de  noviembre  trasmitida  por  el  telégrafo.  El 
público  de  la  capital  se  imponía  hora  a  hora  de  todas  las  ocu- 
rrencias de  Pisco;  pero  no  se  le  contaba  la  verdad  de  lo  que 
estaba  pasando.  El  coronel  Zamudio  anunciaba  a  las  dos  de 
la  tarde  que  se  había  resistido  a  capitular  con  el  enemigo;  i 
poco  después  agregaba  estas  palabras:  «Ha  comenzado  el 
bombardeo.  Todas  las  fuerzas  están  en  sus  puestos.  Resisti- 
remos hasta  morir».  Los  diarios  publicaban  estos  telegramas, 
acompañados  de  comentarios  destinados  a  probar  que  los 
chilenos  serian  rechazados.  Permítasenos  copiar  en  seguida 
lo  que  decía  ese  dia  un  boletín  de  La  Patria  de  Lima: 

«Al  fin  cumplen  su  promesa  las  vándalos  de  Sud-América: 
nosotros  cumpliremos  también  la  nuestra.  La  resistencia  de 
Pisco  será  solo  la  voz  de  ¡atrás!  que  los  defensores  de  la  patria 
den  a  sus  enemigos;  i  esa  resistencia  será  tan  enérjica  í  san- 
grienta como  lo  exije  el  patriotismo.  No  dudamos  que  los  de- 
fensores de  Pisco  cumplirán  con  su  deber.  Hai  allí  las  fuerzas 
necesarias  para  rechazar  los  ataques,  i  esas  fuerzas  irán  au- 
mentando sucesivamente  con  los  contínj entes  de  soldados  i 
de  armas  que  llegarán  en  momento  oportuno.  De  pié  ciuda- 
danos! El  dia  que  aguardábamos  impacientes  se  acerca:  la 
América,  el  mundo  esperan  que  el  Perú  será  digno  de  la  justa 
i  noble  causa  que  defiende.» 

Al  fin,  el  día  siguiente  ya  no  era  posible  ocultar  la  verdad. 
Los  chilenos  habían  ocupado  a  Pisco  i  se  hacían  dueños  de 
toda  la  comarca  sin  hallar  la  menor  resistencia.  Pero,  era  ne- 
cesario (retemplar  el  patriotismo»  de  la  capital,  i  esplicar  las 
cosas  de  otra  manera.  Zamudio,  decían  los  diarios  de  Lima, 
se  ha  retirado  batiéndose  palmo  a  palmo  i  causando  los  ma- 
yores estragos  en  las  filas  de  los  invasores.  Estas  noticias  se 
comunicaron  inmediatamente  a  Panamá,  i  de  allí  se  trasmi- 

TOMO   XVI.— 26 


402  GUERRA  DEL    PACÍFICO 


tieron  a  Europa  i  a  Estados  Unidos,  presentando  c  .no 
una  señalada  victoria  de  las  armas  peruanas  el  desembarco 
de  los  chilenos  en  Pir>co  2.  La  entrega  a  discreción  de  ese  puer- 
to, donde  casi  no  se  habia  disparado  un  solo  tiro  contra  los 
invasores,  donde  la  guarnición  i  las  autoridades  habian  huido 
al  menor  amago  de  peligro,  fué  preconizada  como  una  resis- 
tencia heroica  i  noble,  i  sirvió  durante  muchos  dias  de  tema 
a  los  diarios  de  Lima  para  proclamar  la  resolución  en  que  es- 
taban de  sucumbir  antes  que  tolerar  que  los  chilenos  pisasen 
el  suelo  sagrado  de  la  patria. 

Las  versiones  que  se  daban  del  desembarco  de  los  chilenos 
en  Pisco,  i  que  tanto  se  diferenciaban  de  la  verdad,  tenian 
por  objeto,  levantar  el  espíritu  público,  «retemplar  el  patrio- 
tismo», como  entonces  se  decia.  «No  tenemos  conocimiento 
de  los  pormenores  del  desembarque  de  los  chilenos  en  Para- 
cas i  del  combate  que  han  tenido  necesidad  de  librar,  con  una 
parte  reducida  de  nuestras  fuerzas,  para  tomar  posesión  de 
Pisco,  decia  El  Nacional  de  Lima  el  22  de  noviembre.  Pero 
hai  un  hecho  cierto  e  incontestable:  un  hecho  que  debe  reve- 
lar al  enemigo  cuan  erizado  de  dificultades  i  peligros  está  el 
camino  que  conduce  a  Lima.  Ese  hecho  es  que  en  Pisco,  el 
patriotismo  peruano,  ha  formulado,  con  las  armas  en  la  mano, 
la  mas  vigorosa  protesta  contra  la  invasión  chilena.  Pisco 
sabia  demasiado  que  su  resistencia  seria  infructuosa  por  la 
inmensa  superioridad  de  los  invasores.  Sin  embargo,  les  ha 
librado  combate  desigual  i  heroico.  Les  ha  hecho  comprender 
que  no  impunemente  se  profana  el  suelo  patrio  cuando  su 
custodia  está  encomendada  a  ciudadanos  de  gran  espíritu, 
de  alma  templada  i  resueltos  a  llevar  la  guerra  a  la  última  es- 
tremidad  antes  de  consentir  en  la  desmembración  del  terri- 
torio nacional.  Después  de  la  impunidad  con  que  las  huestes 


2.  En  el  mes  de  diciembre  Le  Journal  des  Déhats  de  Paris  publicaba  las 
líneas  siguientes:  «Según  un  despacho  recibido  de  Panamá  por  la  legación 
del  Perú,  los  peruanos  se  han  opuesto  al  desembarco  de  los  chilenos  en  Pisco. 
Ellos  han  perdido  150  hombres  i  los  chilenos  450».  Volvemos  a  repetir  lo  que 
hemos  dicho  en  el  testo.  El  desembarco  i  la  ocupación  de  Pisco  no  costó  la 
vida  a  una  sola  persona  en  ninguno  de  los  dos  ejércitos,  porque  no  hubo  com- 
bate ni  resistencia. 


CAMPAÑA  A  LIMA  403 


chilenas  se  habían  paseado  en  Moquegua,  en  Quilca,  en  los 
departamentos  de  Huaraz,  Lambayeque  i  Libertad,  era  ne- 
cesaria la  resistencia  en  Pisco  para  que  se  viera  que  aun  el 
Perú  está  en  pié,  defendiendo  con  brío  sus  derechos  autonó- 
micos i  el  equilibrio  continental  de  la  América  del  Sur.  La 
resistencia  de  Pisco  ha  venido,  por  otra  parte,  a  dar  razón  al 
sentimiento  público.  Todos  han  deseado  que,  desde  los  prime- 
ros momentos  del  desembarque  de  las  fuerzas  chilenas,  se 
hiciese  sentir  sobre  ellos  todo  el  peso  de  nuestra  indignación  i 
la  fuerza  de  voluntad  de  que  estamos  poseídos  para  disputar- 
les todos  los  pasos  que  conducen  a  Lima.  La  pérdida  de  Pisco 
no  debe  sorprendernos  en  manera  alguna.  Por  otra  parte,  en 
la  defensa  de  esa  ciudad  no  han  faltado  los  corazones.  Ha 
faltado  el  número  simplemente.  El  alma  del  Perú  no  está 
vencida.  Sus  facultades  se  han  reconcentrado  en  Lima  para 
castigar  ejemplarmente  a  los  que  han  pisoteado  con  escán- 
dalo los  fueros  sagrados  de  la  humanidad.  Siguiendo  el  ejem- 
plo de  Pisco,  los  pueblos,  los  caseríos  i  las  haciendas  disemi- 
nadas en  el  trayecto  de  sesenta  leguas  que  nos  separan  de 
aquel  puerto,  deben  convertir  en  un  vía-crúcis  todas  las  jor- 
nadas del  ejército  chileno.  Nada  de  contemplaciones  con  el 
enemigo,  aun  en  el  caso  de  que  éste  ofrezca  garantías  a  las 
personas  pacíficas»  ^. 


3.  Los  otros  diarios  de  Lima  fueron  todavía  mas  ardorosos  en  sus  arro- 
gantes amenazas  contra  los  chilenos.  En  la  imposibilidad  de  reproducir  ín- 
tegros los  largos  escritos  que  entonces  se  dieron  a  luz,  nos  limitaremos  a  co- 
piar algunos  fragmentos. 

La  Patria  del  20  de  noviembre  decia  lo  que  sigue:  «El  pérfido  enemigo  que 
pretende  justificar  sus  crímenes  con  el  éxito  de  sus  armas,  pisa  ya  con  su 
inmunda  planta  el  departamento  vecino  a  nuestra  capital.  Sesenta  leguas 
nos  separan  de  él;  sesenta  leguas  que  deberán  regar  con  su  sangre  antes  que 
reciba  el  ejemplar  castigo  que  merece.  Vienen  azuzados  por  la  codicia,  vie- 
nen repletos  de  envidia,  vienen  con  el  alma  saturada  de  todos  los  apetitos 
inmundos  que  forman  su  delicia .  . .  Vengan,  pues;  ahogaremos  en  su  sangre 
los  estímulos  de  sus  torpezas  i  de  sus  infamias.  Importa  sobremanera  recon- 
centrar en  una  sola  todas  nuestras  voluntades.  .  .La  guerra  debe  ser  desde 
este  dia  nuestra  única  i  constante  preocupación.  Urje  ya  que  empuñemos 
todos  el  arma  del  soldado  i  que  el  aspecto  marcial  de  la  ciudad,  a  toda  hora 
i  en  todo  momento,  sea  la  manifestación  auténtica  de  lo  que  preocupa  nues- 
tro espíritu  i  de  la  firme  resolución  que  hemos  adoptado.  A  otros  toca  el  de- 


404  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Pasada  la  primera  exitacion  del  momento,  el  diario  oficial 
de  la  dictadura,  comenzó  a  examinar,  en  su  número  de  24  de 
noviembre,  la  situación  del  Perú.  «Chile,  decia  con  este  mo- 
tivo, ha  hecho  esfuerzos  deseperados,  i  solo  ha  conseguido 
reunir  las  pocas  fuerzas  con  que  pretende  atacar  a  uno  de  los 
ejércitos  del  Perú,  sin  acordarse  que  este  pais  tiene  todavía 
dos  ejércitos  mas. 

«Chile,  anadia,  es  demasiado  pequeño  para  sojuzgar,  por 
dos  o  tres  victorias,  a  naciones  como  el  Perú  i  Bolivia,  que 
disponen  de  inmensos  elementos  i  del  suficiente  patriotismo 
para  defender  su  integridad  i  su  honra.  Si  para  alcanzar  su 
triunfo  sobre  sus  invasores  es  preciso  que  corran  todavía  to- 
rrentes de  sangre,  el  Perú  está  resuelto  a  esos  sacrificios,  seña- 
lando al  anatema  del  mundo  i  de  la  historia  a  la  pérfida  e  in- 
grata nación  chilena.  Si  Chile  está  unido  por  el  vil  sentimien- 
to de  la  codicia,  creyendo  tener  en  esta  vergonzosa  unión  un 


ber  de  organizar  la  defensa  para  obtener  la  victoria;  a  nosotros  corresponde 
el  deber  de  ejecutar  obediente,  lo  que  se  nos  mande,  para  hacernos  dignos 
del  triunfo  que  esperamos.  El  rifle,  el  ejército,  el  cuartel;  hé  ahí,  desde  ahora, 
nuestro  ídolo,  nuestro  culto,  nuestro  templo». 

La  Opinión  Nacional  del  mismo  dia  no  era  menos  belicosa:  «La  deseada 
espedicion  chilena  sobre  Lima  es  ya  un  hecho,  decia.  El  patriotismo  va. 
pues,  a  tener  su  suspirada  hora  de  prueba  i  de  venganza:  va  a  traducir  en 
plomo  i  en  metralla  todo  el  odio,  toda  la  indignación,  toda  la  cólera  que  la 
desgracia  nos  ha  obligado  hasta  hoi  a  guardar  en  el  alma,  hasta  que  se  ofre- 
ciera la  oportunidad  de  esteriorizarla  con  la  altivez  de  la  victoria.  Ha  llegado 
esa  oportunidad  i  nos  encuentra,  felizmente,  retemplados  en  el  fuego  sagra- 
do de  esa  noble  consigna:  la  cumpliremos  como  la  hemos  cumplido  en  todas 
partes.  Pero  Lima  debe  pensar  mas  en  el  triunfo  que  en  el  sacrificio.  El  triun- 
fo es  la  promesa  de  su  fuerza,  de  su  valor,  de  su  lejendario  espíritu:  el  sacri- 
ficio seria  la  estremidad  improbable,  inesperada,  hasta  inverosímil.  I  no  hai 
en  ello  jactancia:  hai  convicción. .  .  La  perla  del  Rimac  no  ha  sido,  no  es 
solo  la  rica  joya  de  Sud-América:  se  ha  sabido  trasformar  en  la  Judit  de  la 
Escritura.  De  su  seno  ha  partido  contra  Chile  el  primer  grito  de  guerra  i  de 
aquí  saldrá  también  el  último  grito  de  castigo .  .  .  Nadie  quedará  atrás  en 
tal  demanda:  todos  querrán  el  primer  puesto.  I  cuando  a  eso  estamos  deci. 
didos  ¿podrá  Chile  penetrar  en  nuestros  dominios?  Nó:  nunca,  nunca!  Al 
menos  no  lo  presenciará,  no  puede  presenciarlo  ningún  peruano:  antes  la 
muerte!» 

Debe  advertirse  que  en  las  sangrientas  batallas  que  tuvieron  lugar  cerca 
de  Lima  no  sucumbió  ninguno  de  estos  vocingleros  periodistas  que  habían 
sido  los  principales  provocadores  de  la  guerra. 


CAMPAÑA    A     LIMA  405 


elemento  de  triunfo,  Bolivia  i  el  Perú  lo  están  por  el  noble  i 
jeneroso  sentimiento  del  amor  a  la  patria  i  a  la  independen- 
cia, que  eleva  a  los  hombres  a  la  altura  del  heroísmo.» 

Mientras  tanto,  en  Chile  se  escribían  muchas  menos  ame- 
nazas i  aun  se  dejaban  sin  contestación  las  que  pubhcaban 
los  diarios  de  Lima  o  solo  se  reproducían  en  son  de  burla  en 
Santiago  i  Valparaíso;  pero  se  marchaba  directamente  a  la 
realización  de  los  planes  militares.  Así,  pues,  en  esos  mismos 
dias,  en  vez  de  perder  el  tiempo  en  escribir  i  en  leer  arrogan- 
tes proclamas,  la  primera  división  del  ejército  ocupaba,  sin 
disparar  un  tiro,  todo  el  valle  de  Pisco  i  los  distritos  vecinos, 
i  el  resto  del  ejército  se  preparaba  para  salir  de  Arica. 

En  este  puerto  se  ejecutaban  en  esos  momentos  grandes 
trabajos  con  la  mayor  actividad.  Bajo  la  dirección  de, los  in- 
jenieros  del  ejército,  se  hicieron  nuevas  construcciones  en  el 
muelle  para  facilitar  el  embarco  de  la  tropa  i  el  carguío  de  los 
cañones  i  demás  bagajes  pesados  del  ejército,  se  construyeron 
para  la  conducción  de  los  animales  grandes  balsas  con  capa- 
cidad para  cien  caballos  cada  una,  i  se  hicieron  modificacio- 
nes en  los  trasportes  a  fin  de  darles  mas  espacio  para  los  hom- 
bres i  las  bestias.  Mediante  estos  esfuerzos,  el  27  de  noviem- 
bre, aun  sin  esperar  la  vuelta  de  los  trasportes  que  llevaron 
la  primera  división,  estaba  embarcada  i  zarpaba  del  puerto 
la  primera  brigada  de  la  segunda  división  compuesta  de  3,400 
hombres.  Este  nuevo  convoi  era  formado  de  seis  naves,  escol- 
tadas por  dos  buques  de  guerra,  las  cañoneras  Magallanes  i 
Ahtao.  Esas  tropas  desembarcaron  también  en  Pisco,  espe- 
rando allí  la  otra  mitad  del  ejército  que  debía  partir  en  breve 
deLpuerto  de  Arica. 

Pero,  por  mas  actividad  que  desplegara  el  estado  mayor 
para  hacer  salir  el  resto  del  ejército  espedicionario,  fué  nece- 
sario esperar  algunos  dias  mas  para  concluir  los  grandes  apres- 
tos i  reunir  todas  las  fuerzas  i  las  naves  que  debían  traspor- 
tarlas. Algunos  de  los  cuerpos  del  ejército  llegaban  en  esos 
momentos  de  Valparaíso;  al  mismo  tiempo  que  se  termina- 
ban las  reparaciones  en  los  trasportes,  i  que  se  embarcaba  el 
parque  de  artillería  i  el  inmenso  tren  de  bagajes.  Antes  de 


406  OUEfWlA  DEL  PACÍFIOO 


mediados  de  diciembre,  todos  estos  aprestos  estaban  termi- 
nados, i  la  segunda  mitad  del  ejército  lista  para  zarpar  al 
norte. 

El  plan  del  jeneral  Baquedano  era  desembarcar  en  Chilca, 
a  45  quilómetros  al  sur  de  Lima,  con  la  segunda  i  la  tercera 
división  de  su  ejército,  mientras  la  primera,  a  las  órdenes  del 
jeneral  Villagran,  como  ya  hemos  dicho,  se  dirijia  por  tierra 
desde  Pisco.  Esta  combinación  tenia  el  doble  objeto  de  faci- 
litar el  trasporte  del  ejército  que  por  la  escasez  de  naves  no 
podia  ir  todo  embarcado  desde  Pisco,  i  de  desembarazar  los 
alrededores  del  puerto  de  Chilca  de  cualquiera  fuerza  peruana 
que  intentara  oponerse  al  desembarco  de  la  segunda  i  de  la 
tercera  división.  En  esta  virtud,  el  jeneral  en  jefe  impartió 
sus  instrucciones  a  Villagran  el  7  de  diciembre,  recomendán- 
dole que  se  pusiera  en  marcha  antes  del  14  para  que  el  movi- 
miento se  ejecutase  con  toda  regularidad.  En  Pisco  no  debia 
quedar  mas  que  la  artillería  de  campaña  i  la  primera  brigada 
de  la  segunda  división  para  ser  trasportadas  por  mar. 

En  la  tarde  del  14  de  diciembre  zarpaba  de  Arica  la  segun- 
da mitad  del  ejército  con  todo  el  tren  de  bagajes  i  el  estado 
mayor  del  ejército.  El  convoi  era  compuesto  de  cinco  naves 
de  guerra,  los  buques  acorazados  Blanco  i  Cochrane,  la  cor- 
beta O'Higgins  i  las  cañoneras  Abtao  i  Magallanes,  i  veintio- 
cho trasportes  de  vapor  i  de  vela.  La  marcha  de  esta  escua- 
dra se  hizo  con  toda  regularidad,  a  pesar  del  embarazo  que 
producía  el  remolque  de  los  quince  buques  de  vela  que  acom- 
pañaban al  convoi.  Después  de  cuatro  dias  de  navegación, 
18  de  diciembre,  entraba  la  escuadra  en  el  puerto  de  Pisco 
para  embarcar  la  artillería  i  la  brigada  de  la  segunda  división, 
que  según  las  instrucciones  del  jeneral  en  jefe  debían  hallarse 
aUÍ. 

En  este  lugar,  esperimentó  el  jeneral  Baquedano  una  gran 
contrariedad.  La  primera  división,  que  según  sus  órdenes  de- 
bia haber  marchado  a  Chilca  por  tierra,  había  salido  con  esa 
dirección  el  13  de  diciembre,  i  su  primera  brigada  mandada 
por  el  capitán  de  navio  don  Patricio  Lynch,  avanzaba  resuel- 
tamente con  ese  rumbo.  Pero  una  parte  de  esa  división,  con 


CAMPANA  A  LIMA  401 


el  jeneral  Villagran  a  su  cabeza,  se  hallaba  todavía  en  Tambo 
de  Mora.  El  jeneral  Baquedano,  contrariado  por  esta  tardan- 
za, i  sin  querer  buscar  esplicaciones  que  la  disculpasen,  dis- 
puso en  el  acto  que  esas  fuerzas  volviesen  a  Pisco  para  ser 
reembarcadas,  i  poco  después  dio  orden  a  su  jefe  de  regresar 
a  Chile.  Parece  que  la  causa  principal  de  esta  determinación, 
era  el  haber  objetado  el  jeneral  Villagran  el  movimiento  que 
se  le  ordenaba,  declarando  que  lo  ejecutarla  dejando  a  salvo 
su  responsabilidad  por  las  consecuencias.  «Responsable  de 
una  orden,  decia  Baquedano  en  una  de  sus  notas,  es  única- 
mente el  jeneral  en  jefe  que  la  im^parte,  sin  que  tenga  el  eje- 
cutor el  derecho  de  calificarla,  puesto  que  cumple  con  su  de- 
ber limitándose  a  obedecerla». 

Mientras  tanto,  se  ejecutaba  en  Pisco  el  embarco  de  las 
tropas  que  estaban  allílistas  para  marchar  al  norte.  El  20  de 
diciembre  zarpaba  de  nuevo  la  escuadra,  i  el  dia  siguiente 
entraba  en  la  bahía  de  Chilca.  Nada  hacia  presumir  que  el 
desembarco  del  ejército  encontraría  en  este  puerto  la  menor 
dificultad.  La  costa  estaba  desierta;  i  las  primeras  noticias 
que  se  recibieron,  revelaron  que  no  había  fuerzas  enemigas 
en  los  alrededores.  Estos  primeros  informes  que  fueron  con- 
firmados por  una  descubierta  de  25  hombres  que  bajó  a  tie- 
rra, ocupó  el  pequeño  pueblo  de  Chilca  i  cortó  el  telégrafo 
que  comunicaba  con  Lima.  Dado  este  estado  de  cosas,  el  es- 
tado mayor  chileno  creyó  que  convenia  desembarcar  algunas 
leguas  mas  al  norte  todavía,  para  ahorrar  a  la  tropa  el  can- 
sancio consiguiente  a  la  marcha  por  los  abrasadores  arenales 
de  aquella  costa,  que  por  otra  parte  ofrecían  mucha  dificul- 
tad para  el  trasporte  de  la  artillería. 

Para  realizar  esta  operación,  una  lancha  a  vapor,  apoyada 
por  el  buque  acorazado  Cochrane,  emprendió  el  reconoci- 
miento de  la  costa  del  norte  en  busca  de  un  desembarcadero 
cómodo.  Halló  en  efecto  una  pequeña  caleta  llamada  Cura- 
yaco,  enteramente  desierta,  en  donde  la  tropa  podía  bajar  a 
tierra  sin  dificultad,  si  bien  no  se  prestaba  para  la  descarga 
del  parque  i  de  los  bagajes.  En  efecto,  en  la  mañana  del  si- 
guiente dia  22  de  diciembre,  comenzaba  el  desembarco  del 


408  GUERRA   DEL   PACÍFICO 


ejército  con  todo  orden,  i  sin  hallar  la  menor  resistencia.  El 
hilo  telegráfico  que  comunicaba  esos  lugares  con  la  capital 
del  Perú,  fué  cortado  antes  de  medio  dia  por  las  primeras 
tropas  que  llegaban  a  tierra. 

El  desembarco,  ejecutado  con  gran  rapidez,  se  continuó 
todavía  el  dia  siguiente  con  toda  felicidad.  La  primera  briga- 
da de  la  segunda  división,  que  fué  la  primera  en  llegar  a  tie- 
rra, habia  avanzado  hacia  el  norte  el  mismo  dia  22  de  diciem- 
bre bajo  las  órdenes  del  coronel  don  José  Francisco  Gana. 
Después  de  un  corto  tiroteo  de  avanzadas  en  que  los  perua- 
nos abandonaron  su  puesto  casi  sin  combatir,  ocupó  el  23  las 
márjenes  del  rio  Lurin.  Con  este  movimiento  quedaba  asegu- 
rada la  provisión  de  agua  para  el  ejército,  i  establecido  un 
campamento  cómodo  para  operar  la  reunión  de  todas  las  di- 
visiones i  para  efectuar  en  la  costa  vecina,  libre  ya  de  enemi- 
gos al  sur  de  aquel  rio,  el  desembarco  de  la  artillería  de  cam- 
paña i  de  los  bagajes,  víveres  i  municiones.  El  plan  estricta- 
mente defensivo  que  se  habia  impuesto  el  dictador  Piérola, 
sin  querer  sacar  el  ejército  de  sus  trincheras  i  fortificaciones, 
habia  permitido,  pues,  a  los  chilenos  colocarse  en  una  buena 
situación  para  terminar  sus  aprestos  en  aquellas  localidades. 

Faltaba  todavía  que  llegase  la  primera  división.  Se  recor- 
dará que  una  parte  de  ella  habia  seguido  el  camino  de  tierra 
bajo  las  órdenes  del  comandante  Lynch.  La  otra  porción  se 
embarcó  en  Pisco  el  25  de  diciembre,  en  dos  buques  de  la  es- 
cuadra, i  llegó  a  Curayaco  el  dia  siguiente.  Eran  éstas  las  fuer- 
zas que  con  el  coronel  Amunátegui  habían  hecho  la  espedicion 
a  lea,  de  que  hemos  hablado  mas  atrás,  i  que  bajo  el  mando 
del  jeneral  Villagran  habían  avanzado  hacia  el  norte  hasta 
Tambo  de  Mora,  de  donde  las  habia  hecho  retroceder  el  je- 
neral en  jefe.  En  Pisco  quedaron  solo  un  batallón  de  infante- 
ría i  algunas  partidas  de  jinetes. 

La  marcha  de  la  brigada  del  comandante  Lynch  a  través 
del  territorio  enemigo,  forma  uno  de  los  episodios  mas  inte- 
resantes i  mas  audaces  de  toda  esta  campaña.  Habia  salido 
de  Pisco  el  13  de  diciembre  con  fuerza  de  cinco  mil  hombres. 
Hasta  Chincha  i  Tambo  de  Mora,  la  marcha  no  ofreció  difi- 


CAMPAÑA  A  LIMA  409 


cuitad,  porque  no  solo  no  habia  enemigos  que  combatir,  sino 
porque  el  pais  ofrecia  agua,  víveres  i  forrajes  para  los  hom- 
bres i  los  animales.  Pasados  estos  lugares,  las  fuerzas  chilenas 
se  dividieron  en  dos  cuerpos  porque  los  pozos  que  debian  ha- 
Har  no  ofrecian  agua  para  toda  la  tropa.  Aun  así,  fué  necesa- 
rio que  se  adelantase  con  una  corta  partida  el  injeniero  don 
Arturo  Villarroel  para  ir  abriendo  nuevos  pozos  con  que  sur- 
tir de  agua  a  las  tropas.  Al  acercarse  al  valle  de  Cañete,  las 
avanzadas  chilenas  fueron  acometidas  por  fuerzas  enemigas, 
i  aun  perdieron  un  hombre  que  cayó  prisionero  por  haberle, 
muerto  su  caballo.  El  comandante  Lynch  avanzó  entonces 
con  algunas  tropas  i  dispersó  fácilmente  esas  fuerzas;  pero 
supo  entonces  que  el  dictador  Piérola  habia  hecho  sahr  tro- 
pas de  caballería  de  Lima  a  las  órdenes  del  coronel  don  Pedro 
José  Sevilla,  i  que  éste  tenia  encargo  de  armar  montoneras 
de  paisanos  i  de  hostilizar  sin  descanso  a  los  invasores  4.  El 
gobierno  de  Lima,  que  sabia  perfectamente  que  desde  el  de- 
sembarco de  los  chilenos  en  Pisco  no  se  les  habia  opuesto  en 
ninguna  parte  la  menor  resistencia,  se  lisonjeaba  con  la  espe- 


4.  Se  formará  idea  de  las  instrucciones  del  coronel  Sevilla  por  los  telegra- 
mas siguientes  firmados  por  el  director  jeneral  de  telégrafos  del  Perú,  i  que 
cayeron  en  manos  de  los  chilenos. 

«(Recibido  en  Cañete  el  i8  de  diciembre  de  1880). — Telegrama  de  Lima. — 
«Señor  Romero:  ¿Es  positivo  el  avance  del  enemigo?  Dile  a  Sevilla  que  lo 
que  ha  perdido  a  todos  en  la  opinión  pública  i  del  gobierno  ha  sido  las  reti- 
radas vergonzosas,  sin  disparar  un  solo  tiro.  Que  resista,  que  hostilice  al  ene- 
migo, aunque  solo  le  queden  diez  hombres  i  se  limite  a  hacer  guerra  de  moni- 
tonero  si  no  puede  mas.  Todos  acá  tenemos  confianza  en  su  conocida  inteli- 
jencia,  valor  i  prudencia.  Que  sé  que  el  gobierno  está  decidido  a  premiar  a 
todo  el  que  se  maneje  con  heroísmo,  para  que  esto  sirva  de  estímulo  a  oficia- 
les i  tropas. — Paz  Saldan. 

«(Recibido  en  Cañete  el  18  de  diciembre).— «Señor  Romero:  Dile  a  Sevilla 
a  mi  nombre  que  todo  el  mundo  tiene  acá  fijada  su  atención  en  él,  i  que  es- 
peran saldrá  con  honor  nuestro  pabellón  i  que  procederá  con  la  prudencia  i 
tino  que  todos  se  complacen  en  reconocer  en  él.  Ojalá  se  les  hostilice  ahora 
eficazmente. — Paz  Soldán. 

«(Recibido  en  Cañete  el  18  de  diciembre). — «Señor  Romero:  Me  alegro  de 
resolución  de  coronel  Sevilla;  hazle  presente  que  nadie  espera  combates  cam 
pales,  ni  triunfos,  sino  resistencia  antes  de  retirarse,  i  que  si  logra  tomar  pri- 
sioneros i  mandarlos  a  Lima,  se  hará  héroe  i  retemplará  el  entusiasmo  que 
hoi  está  en  aumento  en  Lima. — Paz  Soldán.» 


410  GUEP.RA  DEL  PACÍFrCO 


ranza  de  que  el  coronel  Sevilla,  que  en  las  frecuentes  guerras 
civiles  habia  adquirido  la  reputación  de  héroe,  defenderla  en 
esta  ocasión  la  honra  del  Perú. 

En  efecto,  en  todo  el  curso  de  su  marcha  la  brigada  del  co- 
mandante Lynch  halló  las  señales  del  plan  de  hostilidades 
del  enemigo.  En  los  valles  en  que  habia  agua,  los  caminos 
estaban  empantanados  e  intransitables.  En  todos  los  bosques 
habia  montoneras  que  hacian  fuego  sobre  sus  soldados.  Pero 
estas  resistencias  estaban  tan  lejos  del  heroísmo  que  exijia  el 
gobierno  del  Perú,  que  en  los  diversos  tiroteos  que  los  chile- 
nos tuvieron  que  sostener  contra  enemigos  ocultos  detras  de 
los  árboles,  i  que  con  frecuencia  atacaban  en  la  noche,  solo 
perdieron  dos  hombres  muertos  i  tres  lijeramente  heridos  ^. 
En  cambio,  el  comandante  Lynch  no  solo  escarmentó  resuel- 
tamente a  los  montoneros,  sino  que  castigó  ejemplarmente  a 
los  pueblos  i  haciendas  en  que  aquéllos  se  organizaban,  les 
impuso  contribuciones  de  guerra,  sacó  ganados  para  sus  tro- 
pas i  para  llevar  al  ejército,  i  acojió  en  sus  filas  a  todos  los 
agricultores  chinos  que  se  sublevaban  contra  sus  opresores. 

Teniendo  que  marchar  con  mucha  prudencia  para  evitar 
las  acechanzas  del  enemigo,  que  atravesar  llanuras  avenosas 
i  ardientes,  laderas  escarpadas,  o  terrenos  intencionalmente 
empantanados,  que  arrastrar  su  artillería  i  los  bagajes,  i  sin 
poder  andar  jamas  sino  al  paso  de  sus  infantes,  la  brigada  del 
comandante  Lynch  siguió  avanzando  con  toda  regularidad, 
sin  dejar  un  solo  rezagado,  i  al  amanecer  del  25  de  diciembre 
llegaba  a  Curayaco.  El  jeneral  Baquedano  le  dio  allí  mismo 
el  mando  de  toda  la  primera  división,  honor  a  que  se  habia 


5.  Conviene  advertir  que  si  la  resistencia  encomendada  al  coronel  Sevilla 
no  tuvo  el  heroísmo  que  se  le  exijia,  él  no  perdió  oportunidad  de  comunicar 
a  Lima  las  noticias  mas  curiosas  de  las  hazañas  que  estaba  ejecutando.  A 
cada  paso  hacia  retroceder  i  ponia  en  fuga  vergonzosa  a  los  chilenos.  Leyen- 
do en  los  diarios  de  Lima  los  telegramas  que  publicaban  con  la  firma  de  Se- 
villa, i  en  que  están  consignados  estos  repetidos  combates,  terminados  siem- 
pre por  el  triunfo  de  los  peruanos,  que  en  algunas  ocasiones  según  decian, 
habrían  quitado  sus  banderas  al  enemigo,  hemos  creido  que  al  darlos  a  luz, 
los  periodistas  se  complacían  en  adornarlos  con  rasgos  de  heroísmo  de  su  in- 
vención para  «retemplar  el  patriotismo»  de  la  capital. 


CAMPAÑA  A  LIMA.  411 


hecho  particularmente  acreedor  por  esta  úhima  operación. 
En  esta  marcha  de  treinta  leguas  del  territorio  enemigo,  i  a 
pesar  de  la  aparatosa  resistencia  decretada  por  el  gobierno 
del  Perú,  solo  habia  perdido,  como  dijimos,  tres  hombres.  En 
cambio,  llevaba  consigo  200  bueyes,  algunos  caballos,  600 
burros  i  mas  de  1,000  chinos,  todos  los  cuales  fueron  mui  úti- 
les en  el  resto  de  la  campaña  para  el  carguío  i  conducción  de 
los  bagajes  del  ejército. 

Con  la  reunión  de  esta  primera  división,  el  ejército  chileno 
acampado  en  Lurin  contó  25,800  hombres  de  las  tres  armas, 
con  80  cañones  i  8  ametralladoras,  i  361  empleados  civiles, 
médicos,  cirujanos,  proveedores,  farmacéuticos  i  sirvientes 
de  ambulancias.  Ya  hemos  dicho  que  en  Pisco  hablan  que- 
dado otros  800  hombres,  de  manera  que  el  ejército  espedicio- 
nario  sobre  Lima  i  sus  inmediaciones  se  puede  avaluar  en  una 
cifra  aproximativa  de  26,500  soldados. 

Al  emprender  esta  campaña,  la  república  de  Chile  no  habia 
llevado,  como  se  ha  dicho,  todo  su  poder  i  todos  sus  recursos 
para  esponerlos  en  un  solo  combate.  Lejos  de  eso,  si  el  ejér- 
cito de  operaciones  hubiera  sufrido  cualquier  contraste  en  los 
alrededores  de  Lima,  antes  de  quince  dias  habria  recibido 
refuerzos  considerables  para  recomenzar  las  operaciones.  En 
esos  momentos  existia  en  Chile  con  el  nombre  de  ejército  del 
centro,  un  cuerpo  de  cerca  de  diez  mil  hombres  que  bajo  las 
órdenes  de  jefes  i  oficiales  entendidos  i  empeñosos,  comple- 
taban su  instrucción  militar.  Componíanlo  tres  rejimientos  i 
doce  batallones  de  infantería  con  un  efectivo  de  9,200  solda- 
dos, una  brigada  de  artillería  i  dos  escuadrones  de  caballería. 
Chile,  por  otra  parte,  no  habia  abandonado  los  territorios 
que  ocupó  después  de  sus  victorias  anteriores.  En  Tacna,  Ari- 
ca, Pisagua,  Iquique  i  Antofagasta,  quedaban  también,  bajo 
las  órdenes  del  coronel  don  Luis  A'rteaga,  mas  de  cinco  mil 
soldados,  que  se  consideraban  mas  que  suficientes  para  de- 
fender esos  territorios  de  cualquier  ataque  que  pudiera  pre- 
pararse en  Bolivia  o  en  Arequipa. 

Los  enemigos  de  Chile  habían  creído  que  por  haber  vivido 
este  país  constantemente  en  paz,  por  no  haber  tenido  cada 


412  GUERRA  DEL   PACÍFICO 


dia  revoluciones  i  motines  militares,  no  tendria  poder  ni  ele- 
mentos para  defenderse  de  la  coalición  de  peruanos  i  bolivia- 
nos. Sin  embargo,  Chile,  cuyo  ejército  permanente  antes  de 
la  guerra  se  elevaba  a  2,440  hombres,  habia  desplegado  re- 
cursos abundantes  para  tener  sobre  las  armas  mas  de  cuaren- 
ta mil  soldados  perfectamente  vestidos  i  equipados,  los  habia 
disciplinado  con  el  mayor  esmero  i  habia  enviado  al  mayor 
número  de  ellos  al  través  de  los  mares  a  defender  su  honra  i 
su  bandera  a  cerca  de  quinientas  leguas  de  distancia. 

Esta  empresa,  incomprensible  para  los  pueblos  que  viven 
sumidos  en  las  borrascas  de  la  guerra  civil,  juzgada  imposible 
por  los  enemigos  de  Chile,  era  sin  embargo  el  fruto  natural 
de  la  paz,  de  la  organización  interior  del  pais,  de  la  seriedad 
i  honradez  de  la  administración.  Estas  condiciones  habian 
creado  el  verdadero  patriotismo,  no  el  que  consiste  en  pro- 
clamas i  amenazas,  en  insultos  i  en  provocaciones  grotescas, 
sino  el  que  se  funda  en  la  abnegación  para  aceptar  todos  los 
sacrificios  en  el  nombre  sagrado  de  la  patria.  Este  patriotis- 
mo, mui  diferente  por  cierto  del  de  los  enemigos  de  Chile, 
habia  permitido  al  gobierno  acometer  esta  empresa  sin  soli- 
citar empréstitos  esteriores,  sin  suspender  el  pago  de  los  in- 
tereses de  su  deuda  estranjera,  pagando  al  contado  todo  lo 
que  compraba,  i  lo  que  parece  casi  incomprensible  sobre  todo 
en  los  pueblos  hispano-americanos,  manteniendo  incólume 
el  réjimen  constitucional,  con  prensa  i  con  cámaras  libres, 
sin  ajitarse  ni  conmoverse  por  la  exaltación  de  algunos  ora- 
dores, ni  por  la  intemperancia  de  algunos  periodistas,  porque 
todos  los  chilenos,  todos  los  oradores  del  congreso,  todos  los 
escritores  de  la  prensa,  diverjentes  en  muchos  detalles  de  po- 
lítica interior  o  sobre  el  modo  de  dirijir  la  guerra,  no  tenian 
mas  que  un  móvil,  el  triunfo  i  la  prosperidad  de  la  patria. 

Hemos  dicho  que  los  territorios  ocupados  por  Chile  des- 
pués de  sus  anteriores  victorias,  quedaban  defendidos  por 
mas  de  cinco  mil  soldados.  En  un  principio  se  habia  creido 
que  esas  fuerzas  serian  insuficientes  para  ponerlos  a  cubierto 
de  un  ataque  combinado  de  las  tropas  que  podian  llegar  de 
Bolivia  i  del  ejército  peruano  de  Arequipa  con  que  hacia  tan- 


CAMPAÑA     A    LIMA  4l;> 


to  ruido  la  prensa  de  Lima.  El  gobierno  chileno  habia  recoji- 
do  las  mejores  noticias  i  sabia  perfectamente  que  no  tenia 
nada  que  temer  ni  de  uno  ni  de  otro  lado. 

Bolivia  no  se  hallaba  en  situación  de  acometer  empresa 
alguna.  Faltaban  soldados  i  armas;  i  la  escasez  de  recursos 
pecuniarios  habia  llegado  a  los  últimos  límites  de  la  miseria. 
Se  pronunciaban  muchos  discursos,  se  escribían  numerosas 
proclamas,  se  hacian  circular  en  el  interior  i  en  el  esterior 
frecuentes  manifiestos  en  que  se  sostenía  la  necesidad  de  man- 
tener la  alianza  perú-boliviana  i  de  seguir  haciendo  la  guerra 
a  Chile;  pero  se  conservaba  intacto  el  desbarajuste  i  el  desgo- 
bierno. Así  se  comprenderá  que  al  paso  que  el  gobierno  de 
Bolivia  llamaba  a  las  armas  a  todos  los  pueblos  americanos 
para  que  acudiesen  a  defender  el  Perú,  él  no  le  envió  un  solo 
soldado,  ni  otro  socorro  que  un  torrente  de  escritos  i  de  ame- 
nazas contra  Chile. 

El  ejército  de  Arequipa,  organizado  según  la  táctica  crea- 
da por  las  guerras  civiles  del  Perú,  no  podía  infundir  muchos 
temores.  Habia  allí  diecisiete  coroneles,  pero  faltaban  los 
soldados,  o  el  número  i  la  disciplina  de  éstos  eran  muí  defi- 
cientes, si  bien  formaban  trece  batallones  nominales  de  in- 
fantería, cinco  escuadrones  de  caballería  i  un  rejimiento  de 
artillería.  El  jefe  de  todas  estas  fuerzas  era  el  coronel  den  Se- 
gundo Leiva,  el  mismo  que  en  mayo  anterior  habia  hecho 
concebir  tantas  esperanzas  a  los  jenerales  aliados  del  campa- 
mento de  Tacna. 

A  imitación  de  lo  que  entonces  se  hacia  en  Lima,  en  Are- 
quipa se  trató  de  organizar  las  reservas,  llamando  al  servicio 
militar  a  todos  los  hombres  en  estado  de  cargar  las  armas. 
Esta  medida  produjo  gran  resistencia  en  algunos  puntos  del 
departamento.  En  Quilca,  según  los  telegramas  sorprendidos 
por  los  chilenos,  hubo  a  mediados  de  octubre  un  levantamien- 
to que  casi  costó  la  vida  al  gobernador  local,  apellidado  Bri- 
seño,  que  se  empeñaba  en  dar  cumplimiento  a  esas  órdenes. 
Mientras  tanto,  urjia  organizar  la  resistencia  porque  en  esa 
época  se  creía,  según  un  falso  rumor  esparcido  por  los  a j  entes 


414  GUERRA    DEL  PACÍFICO 


de  Chile,  que  una  división  del  ejército  de  este  pais  se  propo- 
nia  operar  sobre  Arequipa. 

Piérola  dio  entonces  el  cargo  de  jefe  superior,  político  i  mi- 
litar de  los  departamentos  del  sur  al  doctor  don  Pedro  Ale- 
jandrino del  Solar,  hombre  de  toda  su  confianza;  i  éste  volvió 
a  Arequipa  a  organizar  la  defensa  de  esas  provincias.  Leiva 
fué  separado  ignominiosamente  del  mando  de  las  tropas  i 
reemplazado  por  el  coronel  don  José  de  La  Torre.  Solar  dis- 
tribuyó sus  fuerzas  en  cinco  divisiones,  organizó  i  reunió  de 
las  provincias  vecinas  nuevas  fuerzas  de  caballería  i  de  arti- 
llería, creó  una  columna  de  guerrilleros  que  puso  a  las  órde- 
nes de  un  oficial  cubano,  dispuso  que  en  todas  las  escuelas  i 
colejios  se  enseñase  a  los  niños  la  jimnástica  militar,  i  dio 
principio  a  las  fortificaciones  de  la  ciudad,  comenzando  por 
hacer  abrir  un  ancho  foso  que,  según  se  decia,  iba  a  ser  «la 
tumba  de  los  chilenos»,  palabras  repetidas  hasta  el  cansancio 
en  todos  los  lugares  que  amenazaba  el  ejército  enemigo.  De 
Arequipa  salieron  en  todas  direcciones  partidas  de  descubier- 
ta para  anunciar  la  aproximación  del  invasor. 

Todas  estas  medidas  que  la  prensa  de  la  localidad  i  las  co- 
rrespondencias que  se  enviaban  a  los  diarios  de  Lima,  seña- 
laban como  la  obra  de  un  gran  jenio  militar,  no  habrían  bas- 
tado para  poner  a  Arequipa  a  cubierto  del  ataque  de  una  sola 
división  del  ejército  chileno.  Pero  éste  no  pretendía  ejecutar 
una  operación  enteramente  inútil,  que  le  habría  impuesto  el 
sacrificio  de  marchas  penosas  al  través  de  ásperas  montañas 
o  de  arenales  abrasadores,  i  que  le  habría  hecho  perder  un 
tiempo  precioso  que  debía  aprovechar  en  otra  campaña  mas 
importante.  Le  bastaba  al  jeneral  chileno  saber  que  el  llama- 
do ejército  de  Arequipa,  compuesto  de  cinco  a  seis  mil  hom- 
bres mal  armados  i  peor  vestidos,  i  que  no  recibían  pago  al- 
guno, no  podría  salir  de  sus  atrincheramientos  i  mucho  me- 
nos intentar  una  campaña  contra  Tacna.  El  ejército  chileno 
marchaba,  pues,  a  Lima  en  la  seguridad  completa  de  que  no 
dejaba  peligro  alguno  a  sus  espaldas. 


-*^ 


CAPITULO  VIII 


Los  aprestos  de  resistencia  en  Lima  i  el  Callao,  noviembre  i 
diciembre  de  188C 

Infructuosas  dilij encías  del  gobierno  peruano  para  aumentar  su  escuadra. — • 
Un  inventor  norte-americano  propone  al  Perú  la  construcción  de  buques 
aéreos. — El  dictador  Piérola  mantiene  encerrados  en  el  Callao  los  buques 
que  quedaban  al  Perú,  permitiendo  así  a  los  trasportes  chilenos  recorrer 
el  mar  sin  el  menor  peligro. — Cañoneo  del  3  de  noviembre. — Nuevo  com- 
bate de  las  lanchas  cañoneras  en  el  Callao  (6  de  diciembre). — Bombardeo 
de  la  plaza  los  días  9,  10  i  11  de  diciembre:  se  rompe  el  ca,ñon  del  A  ng  amos. 
El  gobierno  del  Perú  se  atribuye  la  victoria  en  cada  uno  de  estos  com- 
bates.— Organización  del  ejército  de  Lima. — El  ejército  de  reserva  queda 
reducido  a  la  mitad  de  su  número  por  las  licencias  acordadas  por  el  go- 
bierno.— Plan  defensivo  de  Piérola, — Fabricación  de  cañones,  de  minas 
i  de  bombas  automáticas. — Construcción  de  fortalezas  en  los  contornos 
de  Lima. — Suntuosa  inauguración  de  la  cindadela  Piérola. — Bendición 
de  la  espada  de  Piérola. — Proclama  singular  del  dictador  del  Perú. — El 
nuevo  bombardeo  del  Callao  viene  a  turbar  la  fiesta. — Llega  a  Lima  la 
noticia  del  desembarco  de  los  chilenos  en  Curayaco. — Piérola  asume  el 
mando  del  ejército  peruano  i  dicta  numerosas  providencias  militares. — 
Descripción  de  las  líneas  de  fortificaciones  peruanas  de  Chorrillos  i  Mira- 
flores. — Confianza  que  estas  fortificaciones  inspiran  al  gobierno  del  Pe- 
rú.— Perturbación  producida  en  Lima  por  el  estado  de  guerra. — La 
prensa  se  desencadena  contra  los  ricos  acusándolos  de  ladrones. — Da 
consejos  militares  para  derrotar  infaliblemente  a  los  chilenos. 

En  esos  momentos,  la  dictadura  peruana  habia  terminado 
también  sus  aprestos  para  defender  a  Lima,  i  creia  estar  per- 


416  GÜERKA  DEL  PACÍFICO 


fectamente  segura  de  la  victoria.  Vamos  a  dar  cuenta  de  es- 
tos trabajos. 

Durante  muchos  meses,  el  gobierno  del  Perú  se  habia  al- 
hagado  con  la  esperanza  de  comprar  buques  en  el  estranjero 
i  de  formar  una  escuadra  respetable  con  que  resistir  a  la  de 
Chile.  Con  este  fin  mantenía  numerosos  aj entes  en  Europa  i 
en  América;  i  éstos  aj  entes  que  costaban  al  tesoro  del  Perú 
un  desembolso  considerable,  mantenían  las  ilusiones  del  go- 
bierno. Piérola  habia  creído  que  podría  organizar  una  escua- 
dra con  naves  de  guerra  compradas  en  Portugal,  en  Italia, 
en  España,  en  Turquía,  en  Dinamarca  i  hasta  en  la  China. 
Sin  duda,  la  empresa  en  que  estaban  empeñados  los  ajentes 
de  la  dictadura,  era  de  mui  difícil  realización,  i  apenas  ha- 
brían podido  llevarla  a  cabo  con  el  desembolso  inmediato  de 
fondos  mui  considerables,  de  que  el  Perú  no  podía  disponer. 
La  fama  de  mal  pagador  que  se  había  conquistado  por  la 
suspensión  del  servicio  de  su  deuda,  era  causa  de  que  en  nin- 
guna parte  se  quisiera  venderle  nada  a  plazo. 

Aunque  los  afanes  de  los  ajentes  del  Perú  hubieran  conse- 
guido otro  resultado,  siempre  habría  existido  la  dificultad  de 
sacar  esos  buques  de  los  puertos  europeos.  Don  Francisco 
Canevaro,  comisionado  con  este  objeto  en  Inglaterra,  había 
creído  en  meses  atrás  poder  salvar  este  inconveniente  usando 
para  el  caso  la  bandera  arj entina.  Al  efecto,  en  enero  de  1880 
solicitó  del  ministro  arjentino  en  Londres,  don  Manuel  R. 
García,  que  prestase  el  nombre  oficial  de  su  legación  a  fin  de 
que  las  naves  de  guerra  que  saliesen  para  el  Perú  de  los  puer- 
tos europeos,  llevasen  la  bandera  de  aquella  nación.  El  ájente 
peruano  se  comprometía  a  manejar  este  negocio  con  la  mas 
esmerada  reserva.  .Su  pretensión,  sin  embargo,  fué  perento- 
riamente rechazada  por  el  ministro  arjentino,  según  aparece 
en  las  propias  comunicaciones  de  Canevaro  (de  16  de  enero 
de  ese  año)  que  cayeron  en  poder  de  los  chilenos.  El  gobierno 
peruano  se  imajinó  entonces  que  su  representante  en  Buenos 
Aires  podría  conseguir  este  resultado.  Fueron  tales  sus  ilusio- 
nes a  este  respecto,  que  la  prensa  de  Lima  llegó  a  anunciar, 
como  dijimos  en  otra  parte,  que  en  el  mes  de  mayo  siguiente. 


CAMPAÑA  A  LIMA  417 


el  Perú  tendría  una  poderosa  escuadra,  capaz,  se  decia,  de 
reconquistar  el  dominio  del  Pacífico.  El  gobierno  arj entino, 
sin  embargo,  confirmó  lo  que  habia  hecho  su  ministro,  esto 
es,  desechó  redondamente  la  pretensión  peruana. 

Cuando  el  dictador  Piérola  habia  perdido  toda  esperanza 
de  crear  una  nueva  escuadra,  recibió  de  Estados  Unidos  una 
curiosa  propuesta  que  era  la  mas  amarga  burla  de  su  situa- 
ción. Un  ciudadano  norte-americano,  Mr.  Blackmann,  del 
estado  de  Tennesee,  se  ofrecía  a  construir  un  buque  aéreo, 
especie  de  globo  de  guerra  que  navegando  por  la  rejion  de  las 
nubes,  marcharla  con  la  rapidez  de  25  millas  por  hora,  i  lle- 
garla a  destruir  la  escuadra  chilena.  El  proyecto  tenia  la  ven- 
taja de  que  el  inventor  no  exijia  anticipos  de  dinero.  El  go- 
bierno del  Perú  tramitó  este  asunto  en  los  últimos  dias  de 
junio  de  1880;  pero  ignoramos  si  aceptó  la  proposición. 

Es  verdad  que  el  Perú  no  tenia  una  escuadra  capaz  de  re- 
comenzar la  guerra  marítima;  pero  conservaba  en  la  bahía 
del  Callao  once  buques,  tres  de  los  cuales  habrían  podido,  por 
sulijereza  i  por  sus  condiciones,  ser  fácilmente  aprovechados 
para  hostilizar  a  los  chilenos.  Mandados  por  oficiales  enten- 
didos i  resueltos,  habrían  burlado  el  bloqueo  favorecidos  por 
las  neblinas  frecuentes  en  esos  lugares  en  las  altas  horas  de  la 
noche,  i  habrían  podido  embarazar  la  acción  de  los  traspor- 
tes enemigos,  que  se  ocupaban  entonces  en  conducir  tropas 
sin  hallar  jamas  la  menor  dificultad  en  esta  operación.  Piéro- 
la, sin  embargo,  no  quiso  arriesgar  una  sola  de  sus  naves.  Las 
mantuvo  constantemente  encerradas  en  el  muelle  dársena,  i 
por  tanto  espuestas  a  los  fuegos  de  la  escuadra  chilena  en  los 
frecuentes  cañoneos  de  que  era  teatro  la  bahía. 

En  los  primeros  dias  de  noviembre,  uno  de  los  trasportes 
chilenos  encalló  accidentalmente  en  la  isla  de  San  Lorenzo. 
Las  lanchas  de  la  escuadra  comenzaron  a  trabajar  para  po- 
nerlo a  note;  i  las  baterías  del  puerto  mas  inmediatas  a  ese 
lugar,  rompieron  sus  fuegos  el  3  de  noviembre  sobre  las  em- 
barcaciones chilenas  para  impedir  aquella  operación.  Esta 
fué  la  señal  de  un  pequeño  combate.  El  monitor  chileno  Huás- 
car se  adelantó  a  las  otras  naves  de  la  escuadra;  i  con  los  ca- 

TOMO  XVI. — 27 


418  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


ñones  de  largo  alcance  con  que  había  sido  dotado  últimamen- 
te, hizo  algunos  disparos  sobre  las  fortificaciones,  que  fueron 
contestados  inmediatamente.  Este  cañoneo,  sin  embargo,  no 
causó  daño  alguno  a  los  buques  chilenos;  i  entre  tanto  pudie- 
ron adelantarse  los  trabajos  hasta  sacar  el  trasporte  del  lugar 
en  que  estaba  varado. 

Después  de  este  insignificante    combate,  se  pasó  un  mes 
entero  sin  accidente  alguno  en  la  bahía.  Cada  noche,  las  lan- 
chas cañoneras  de  los  chilenos  rondaban    escrupulosamente 
el  puerto   para  impedir  que  las  naves  peruanas  intentasen 
romper  el  bloqueo,  e  iban  a  colocarse  cerca  del  muelle  dárse- 
na para  vijilar  a  los  buques  que  allí  había.  Al  amanecer  del 
6  de  diciembre,  dos  lanchas  peruanas  preparadas  de  antema- 
no, salieron  de  improviso  del  dique,  i  protejídas  por  los  fue- 
gos de  tierra,  trabaron  el  combate  contra  las    dos  lanchas 
chilenas  que  estaban  de  servicio.  Reforzados  pronto  los  pe- 
ruanos por  otras  dos  embarcaciones,  salieron  también  de  la 
escuadra  chilena  otras  dos  lanchas.  Se  sostuvo  la  pelea  en- 
carnizadamente con  los  fuegos  de  rifle  i  de  los  pequeños  ca- 
ñones, sin  ventajas  apreciables  para  ninguno  de  los  comba- 
tientes, a  pesar  de  que  los  peruanos  estaban  apoyados  por  la 
artillería  i  por  las  ametralladoras  de  tierra.  Pero  en  esas  con- 
diciones, la  desventaja  de  los  chilenos  era  muí  grande;  í  fué 
necesario  que  avanzasen  algunos  buques  de  la  escuadra  para 
romper  el  fuego  contra  las  fortificaciones  de  la  plaza  i  para 
favorecer  la  retirada  de  sus  lanchas.  Este  pequeño  combate, 
que  sin  embargo  había  durado  dos  horas,  costó  la  vida  a  dos 
chilenos,  uno  de  ellos  aspirante  de  marina,  i  a  un  número  ma- 
yor de  soldados  peruanos  que  perecieron  en  las  lanchas  i  en 
uno  de  los  buques  estacionados  dentro  del  dique.  Una  de  las 
lanchas  chilenas,  que  había  recibido  una  bala  de  cañón,  se 
fué  a  pique  al  llegar  a  la  isla  de  San  Lorenzo;  pero  luego  se  la 
puso  nuevamente  a  flote.  Convenientemente  reparada,  siguió 
sirviendo  en  el  bloqueo  del  puerto. 

El  combate  se  renovó  en  la  bahía  del  Callao  el  9  de  diciem- 
bre. Ese  dia  los  fuertes  de  tierra  celebraban  la  inauguración 
de  una  ciudadela  en  los  alrededores  de  Lima.    Los  marinos 


CAMPAÑA  A  LIMA  419 


chilenos  creyeron  que  las  repetidas  salvas  de  artillería  eran 
una  provocación  a  combate.  El  crucero  Angamos,  aprove- 
chando su  cañón  de  largo  alcance,  mantuvo  sus  fuegos  sobre 
los  buques  peruanos  que  permanecían  guardados  en  el  muelle 
dársena,  i  en  dos  de  los  cuales  causó  algunas  averías.  El  caño- 
neo se  renovó  el  lo  i  el  ii  de  diciembre.  El  último  de  esos 
dias,  el  monitor  peruano  Atahualpa  dejó  su  fondeadero  acom- 
pañado por  cuatro  lanchas  cañoneras,  como  si  quisiera  pre- 
sentar combate,  pero  con  el  verdadero  propósito  de  atraer 
hacia  otro  punto  los  tiros  del  crucero  chileno.  Algunos  de  los 
buques  bloqueadores,  avanzaron  también  por  su  parte  a  la 
bahía  i  sostuvieron  el  fuego  contra  esas  embarcaciones  i  con- 
tra los  fuertes  de  tierra  sin  recibir  daño  alguno.  El  combate 
no  tuvo  otras  consecuencias;  pero  cuando  el  Angamos  hacia 
el  último  disparo,  su  cañón  se  partió  por  el  medio,  ocasionan- 
do la  muerte  del  teniente  don  Tomas  Pérez,  e  hiriendo  a  tres 
individuos.  «El  cañón,  dice  un  escrito  técnico  que  tenemos  a 
la  vista,  se  dividió  en  el  tubo  interior  de  acero  i  en  la  media- 
nía del  anillo  que  sostiene  a  los  muñones,  lanzando  hacia  el 
mar,  por  el  lado  de  estribor,  la  parte  anterior  del  cañón,  i 
también  por  babor  la  parte  posterior  o  culata»  i.  Hasta  el 
momento  en  que  escribimos,  no  se  ha  podido  saber  con  fijeza 
la  causa  de  esta  avería,  si  bien  se  ha  hecho  de  ella  el  objeto 
de  un  serio  estudio. 

Como  es  fácil  comprender,  estos  combates  no  tenían  una 
grande  importancia,  ni  podían  dar  un  resultado  de  mediano 
valer.  Su  único  objeto  era  ocupar  constantemente  a  la  guar- 
nición del  Callao,  e  impedir  que  los  buques  peruanos  inten- 
tasen salir  del  puerto,  como  se  decía  que  pensaban  hacerlo 
un  día  u  otro.  Sin  embargo,  la  prensa  de  Lima  daba  cuenta 
de  estos  sucesos  como  de  otros  tantos  triunfos  de  sus  armas. 


r.  El  cañón  del  Angamos,  construido  en  Inglaterra  en  las  célebres  maes- 
tranzas de  Armstrong,  se  cargaba  con  90  libras  de  pólvora,  i  era  el  primer 
ensayo  de  un  descubrimiento  reciente.  En  Inglaterra  se  le  habia  probado 
cincuenta  veces;  i  en  la  guerra  del  Pacífico  hizo  271  disparos,  inutilizándose 
en  el  último.  Los  injenieros  se  encargaron  de  estudiar  estos  hechos  para  apro- 
vechar las  lecciones  de  la  esperiencia  en  la  construcción  de  las  piezas  de  arti- 
llería del  mismo  sistema. 


420  GUERRA   DEL   PACÍFICO 


Contábase  que  en  cada  cañoneo  tales  o  cuales  buques  chile- 
nos, que  no  habían  sufrido  el  menor  daño,  llevaban  rotos  sus 
cascos,  o  desmontados  sus  cañones  i  con  un  número  conside- 
rable de  muertos  i  de  heridos.  Para  que  fuera  mayor  todavía 
el  entusiasmo  que  producían  estas  falsas  noticias,  después  de 
algunos  de  esos  combates,  el  dictador  Piérola  decretaba  pre- 
mios i  promociones  para  los  oficiales  i  soldados  que  habían 
tomado  parte  en  ellos.  I  en  seguida,  se  comunicaban  al  es- 
tranjero  las  noticias  mas  fantásticas  acerca  de  estos  preten- 
didos triunfos. 

Refiriéndose  al  último  combate,  una  correspondencia  es- 
crita en  Lima  el  19  de  diciembre,  i  remitida  a  un  diario  de 
Panamá  que  recibía  una  fuerte  subvención  del  gobierno  del 
Perú,  contaba  que  la  cañonera  Pilcomayo  había  sido  aguje- 
reada por  una  bomba  que  mató  a  varias  personas,  que  uno 
de  los  cañones  del  Huáscar  había  reventado  causando  la 
muerte  de  mucha  jente,  i  que  el  Angamos  quedaba  muí  des- 
trozado. «Dos  lanchas  peruanas  que  juntas  apenas  podrían 
cargar  dos  toneladas,  añadía  resumiendo  estas  noticias,  han 
puesto  en  retirada  a  seis  naves  poderosas,  una  de  ellas  moni- 
tor». No  es,  pues,  estraño  que  el  populacho  de  Lima  que  creía 
firmemente  estas  noticias  mandadas  publicar  por  el  gobierno, 
estuviese  persuadido  de  que  cada  uno  de  estos  pequeños  en- 
cuentros en  la  bahía  del  Callao  era  un  triunfo  espléndido  de 
las  armas  peruanas;  i  que  adquiriese  la  convicción  de  que  el 
enemigo,  dominado  ya  por  el  miedo,  se  desbandaría  cobar- 
demente en  el  primer  combate  serio  que  tuviese  lugar  en  tie- 
rra o  en  mar.  Esto  era  lo  que  anunciaba  cada  día  la  prensa  de 

Lima. 

En  esos  mismos  días,  Piérola  hacia  los  últimos  aprestos 

para  la  defensa  de  la  capital.  Con  los  continj entes  de  tropa 

reunidos  empeñosamente  en  toda  la  república,  el  ejército  de 

línea  del  Perú  llegó  a  contar  en  noviembre  de  1880  poco  mas 

de  veintiséis  mil  hombres.  Piérola  los  había  distribuido  en 

tres  cuerpos  bautizados  con  los  nombres  de  ejército  del  sur, 

del  centro  i  del  norte.  El  primero  de  ellos  era  formado  por  los 

cinco  o  seis  mil  hombres  que,  según  dijimos  en  el  capítulo 


CAMPANA  A  LIMA  421 


anterior,  quedaban  en  Arequipa  bajo  las  órdenes  del  coronel 
don  José  de  la  Torre.  El  ejército  del  norte,  mandado  por  el 
jeneral  don  Ramón  Vargas  Machuca,  no  habia  sido  destina- 
do, como  parecia  indicarlo  su  nombre,  a  la  defensa  de  las 
provincias  setentrionales  del  Perú,  que  habia  recorrido  una 
división  chilena  sin  encontrar  la  menor  resistencia.  Lejos  de 
eso,  permanecia  en  Lima  junto  con  el  denominado  ejército 
del  centro  que  mandaba  el  coronel  don  Juan  Nepomuceno 
Vargas.  Aunque  cada  uno  de  estos  cuerpos  no  pasaba  de  un 
efectivo  de  diez  mil  hombres,  estaba  distribuido  en  cinco  di- 
visiones compuestas  de  tropas  de  las  tres  armas.  Solo  la  abun- 
dancia de  jefes  que  tenia  el  estado  mayor  del  Perú  i  el  deseo 
de  darles  a  todos  colocaciones  de  honor,  esplica  el  hecho  de 
fraccionar  en  diez  divisiones  un  ejército  de  poco  mas  de  veinte 
mil  hombres.  Este  ejército,  aunque  en  jeneral  mal  vestido, 
contaba  con  armas  excelentes,  i  tenia  una  regular  instrucción 
militar. 

Al  lado  de  éste  se  hallaba  el  ejército  llamado  de  reserva, 
bajo  las  órdenes  del  coronel  don  Juan  Martin  Echeñique. 
Formábanlo  los  cuerpos  organizados  en  Lima  con  grande 
aparato  en  el  mes  de  julio.  Su  número,  que  habia  alcanzado 
a  cerca  de  dieciocho  mil  hombres,  no  pasaba  ahora  de  diez  a 
doce  mil,  pero  distribuidos  igualmente  en  diez  divisiones.  La 
instrucción  de  estos  cuerpos  no  correspondia  a  las  esperanzas 
que  en  ellos  fundaba  el  gobierno  de  la  dictadura.  Aunque  to- 
dos los  individuos  de  la  reserva  estaban  obligados  a  concurrir 
diariamente  a  los  ejercicios  doctrinales,  i  aunque  los  decretos 
que  organizaron  estos  cuerpos  establecian  que  no  habria  es- 
cepcion  para  nadie,  se  introdujo  desde  los  primeros  dias  de 
su  creación,  el  mismo  desorden  que  existia  en  todos  los  ramos 
de  la  administración  pública  del  Perú.  El  gobierno  consintió 
en  que  muchos  reservistas  abandonaran  el  pais,  i  los  jefes  de 
los  cuerpos  dieron  numerosas  licencias  para  dejar  de  asistir 
a  los  ejercicios.  Resultaba  de  aquí  que  el  mayor  número  de 
los  hombres  de  fortuna  o  de  valimiento,  quedó  eximido  del 
servicio  militar,  i  que  éste  fué  obligatorio  solo  para  las  perso- 
nas que  no  podian  hacer  valer  influencias  cerca  del  gobierno. 


422  GüiSRRA   DEL    PACÍFICO 


Esta  irritante  desigualdad  llegó  a  producir  un  serio  descon- 
tento que  se  dejó  traslucir  hasta  en  la  prensa,  a  pesar  de  estar 
ésta  sometida  al  réjimen  dictatorial  2.  Todo  esto  habia  in- 
fluido grandemente  en  la  demoralizacion  de  la  reserva,  i  en 
la  estraordinaria  disminución  de  su  número. 

El  ejército  con  que  podia  contar  Piérola  para  la  defensa 


2.  Véase  lo  que  a  este  respecto  decía  El  Nacional  de  Lima  en  su  número 
de  2  de  diciembre  de  1880  en  un  estenso  articulo  de  que  estractamos  el  frag- 
mento siguiente: 

«Una  de  las  causas  de  no  poco  disgusto  jeneral,  ha  sido  la  injusta  conce- 
sión de  permisos  con  pretestos  chicaneros  para  eludir  el  servicio  militar  en 
las  presentes  circunstancias. 

«Todo  el  mundo  ha  reprobado  semejante  hecho,  porque  todo  el  mundo 
comprende  estas  dos  verdades:  que  nadie  se  halla  escluido  para  no  prestar 
el  continjente  de  su  fuerza;  que  necesitamos  oponer  toda  la  resistencia  posi- 
ble, todo  el  mayor  número  posible  para  tener  seguro  el  triunfo. 

«¿Cuántas  licencias  han  sido  concedidas? 

«Al  saber  los  demás  que  sacrificando  todo  j enero  de  comodidades,  que  te- 
niendo familia  ni  mas  ni  menos  que  los  fujitivos,  que  siendo  tan  peruanos 
como  éstos,  se  hallan  todos  los  dias  con  el  fusil  al  hombro,  sufriendo  los  rigo- 
res del  sol,  las  nubes  de  polvo,  i  en  fin,  todo  jénero  de  fatigas,  al  saberlo,  de- 
cimos, i  ver  que  otros  mui  a  sus  anchas  se  iban  cargando  sus  fortunas,  sus 
familias,  ni  mas  ni  menos  que  si  ellos  fueran  los  anios  i  los  que  quedaban  los 
criados,  ¿qué  se  ha  debido  esperimentar  en  el  espíritu? 

«¿  Qué  clase  de  sentimientos,  qué  juicio  se  ha  debido  formar  en  el  alma  de 
los  que  agachando  la  cabeza  eran  testigos  de  semejante  cosa? 

«Unos  a  la  fiesta  i  otros  a  la  raspa;  unos  todos  los  dias  al  trabajo  i  otros 
todos  los  dias  acostados  al  sol. 

«Unos  sin  poder  faltar  un  solo  día  al  ejercicio,  i  otros  pudiendo  largarse  a 
Guayaquil,  a  Europa,  al  interior,  etc.,  etc. 

«¿Cuál  es  el  privilejio  que  tiene  nadie  sobre  nadie? 

«Su  fortuna. 

«Si  se  fueran  i  nunca  mas  regresaran  a  este  Perú,  muí  en  buena  hora;  pero 
los  primeros  que  han  de  venir  i  por  bandadas  a  la  noche  buena  del  triunfo; 
los  primeros  que  han  de  tener  el  cinismo  de  regresar  a  pedir  las  plazas  va- 
cantes en  los  puestos  públicos,  plazas  vacantes  por  los  que  morirán  en  el 
combate;  los  primeros  que  han  de  regresar  a  especular  con  los  que  desnudos 
o  hambrientos  hubiésemos  quedado,  han  de  ser  aquellos  que  mediante  in- 
fluencias obtuvieron,  so  pretesto  de  pocos  días,  su  licencia  definitiva  para 
no  asistir  a  la  defensa  de  Lima. 

«¿Quiénes  son  ellos  para  no  servir  a  la  patria? 

«¿Cuáles  sus  privilejios? 

«Mas  tarde  querrán  tener  derecho  como  los  que  espusieron  su  vida. 

«Necesitamos  saber  cuántos  fuimos  los  justos  entre  los  doscientos  mil  ha- 
bitantes que  tiene  Lima». 


CAMPANA  A  LIMA  42  .'í 


de  Lima,  montaba,  pues,  a  poco  mas  de  treinta  mil  hombres, 
fuera  de  otros  dos  mil  que  guarnecian  el  Callao.  Pero  la  pren- 
sa de  la  capital  i  la  de  las  provincias,  así  como  los  diarios  que 
el  gobierno  del  Perú  tenia  subvencionados  en  el  estranjero, 
liablaban  de  cuarenta  a  cincuenta  mil  soldados.  Esas  tropas 
tenian,  como  ya  hemos  dicho,  un  buen  armamento;  i  si  su 
temple  i  su  disciplina  hubieran  sido  mejores,  habrian  podido 
medirse  con  buen  éxito  en  campo  raso  con  el  ejército  que  iba 
a  atacarlos.  Pero  el  dictador  del  Perú  estaba  resuelto  a  apro- 
vecharse de  todas  las  ventajas  de  su  posición,  i  queria  man- 
tenerse a  la  defensiva,  i  batirse  detras  de  parapetos  i  trinche- 
ras formidables  para  no  dejar  al  enemigo  ninguna  probabiU- 
dad  de  triunfo. 

Al  efecto,  hizo  estudiar  por  hombres  competentes  todo  el 
terreno  de  los  alrededores  de  Lima  para  utilizar  las  alturas, 
los  canales,  los  cercados  de  los  campos,  con  el  objeto  de  con- 
vertir en  defensas  militares  todos  los  accidentes  naturales  i 
todas  las  construcciones  de  los  hombres.  Aunque  contaba  con 
una  buena  provisión  de  cañones  i  de  ametralladoras,  mandó 
desembarcar  la  artillería  de  los  buques  de  su  escuadra,  e  hizo 
construir  nuevas  piezas  en  un  establecimiento  industrial  de 
Lima.  Los  cañones  fundidos  allí,  aunque  de  bronce,  i  faltas 
de  esa  seguridad  i  precisión  de  movimientos  de  la  artillería 
délas  grandes  fábricas,  dieron  buen  resultado,  i  permitieron 
al  gobierno  peruano  contar  con  mas  de  300  piezas  de  todos 
calibres  para  la  defensa  de  la  ciudad. 

Lima  tenia  desde  tiempo  atrás  magníficas  maestranzas  para 
la  elaboración  de  bombas,  granadas,  i  cartuchos  de  fusil  i  de 
ametralladoras.  En  ellas  se  fabricó  un  material  de  guerra  que 
unido  al  que  se  habia  hecho  venir  del  estranjero,  habría  ser- 
vido para  satisfacer  las  necesidades  de  un  ejército  dos  veces 
superior  al  que  iba  a  entrar  en  campaña.  Fabricáronse  igual- 
mente allí  bombas  automáticas  para  sembrar  con  ellas  los 
caminos  que  debía  recorrer  el  enemigo.  Por  su  construcción, 
estas  bombas  debían  hacer  esplosion  al  primer  choque,  a  la 
simple  presión  del  paso  del  hombre  o  de  las  patas  de  los  caba- 
llos. Ellas  i  las  minas  de  dinamita,  preparadas  también  para 


424  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


estallar  bajo  los  pies  de  los  soldados  que  pasasen  sobre  ellas, 
eran  los  medios  de  defensa  que  inspiraban  mas  confianza  al 
gobierno  del  Perú. 

Al  disponer  la  fortificación  de  los  alrededores  de  Lima.  Pié- 
rola  esperó  conocer  a  punto  fijo  el  rumbo  que  llevarían  los 
chilenos  para  reconcentrar  allí  el  mayor  número  de  sus  ele- 
mentos de  defensa.  Pero  desde  luego,  dispuso  la  construcción 
de  varias  fortalezas  que  según  sus  cálculos  debian  servirle 
irremediablemente,  cualquiera  que  fuese  el  punto  por  donde 
atacasen  los  chilenos,  i  que  sin  embargo,  fueron  completa- 
mente inútiles  en  los  dias  de  prueba  i  de  combate.  Dos  de  esas 
fortalezas  fueron  construidas  en  dos  cerros  que  se  alzan  uno 
al  noreste  de  la  ciudad,  con  el  nombre  de  San  Cristóbal,  i  otro 
al  oriente  con  el  de  San  Bartolomé.  El  primero,  sobre  todo, 
con  una  altura  de  420  metros  i  con  laderas  escarpadas,  fué 
convertido  en  una  formidable  fortificación  a  la  cual  se  dio  el 
nombre  de  «cindadela  Piérola».  La  prensa  de  Lima,  guardán- 
dose escrupulosamente  de  dar  noticia  de  sus  elementos  de 
defensa,  no  trepidó  en  anunciar  que  ella  seria  el  fundamento 
déla  rejeneracion  del  Perú  i  la  tumba  de  los  chilenos,  pueblo 
desgraciado,  decian  los  diarios,  que  marcha  irresistiblemente 
a  su  ruina  3, 


3 .  El  entusiasmo  de  los  periodistas  de  Lima  por  la  cindadela  Piérola,  que 
al  fin  no  prestó  ningún  servicio,  rayó  en  el  delirio,  e  inspiró  los  escritos  mas 
singulares  en  alabanza  del  dictador.  Se  nos  permitirá  reproducir  un  frag- 
mento de  un  artículo  del  diario  La  Patria  de  13  de  diciembre.  Helo  aquí: 
.  «La  rejeneracion  no  es  la  obra  de  un  dia,  ciertamente,  pero  en  solo  un  año 
se  han  colocado  los  colosales  cimientos  de  granito  que  con  asombrado  entu- 
siasmo hemos  todos  contemplado  (La  ciudadela  Piérola). 

«Esa  colosal  obra  es,  realmente,  una  esperanza;  porque  la  rejeneracion  es 
intelijencia,  actividad  i  moralidad:  i  lo  grande,  lo  atrevido  de  la  concepción, 
i  la  increible  rapidez  con  que  se  ha  ejecutado,  i  la  admirable  economía  con 
que  se  ha  realizado,  exceden  las  mayores  exijencias,  i  marcan  el  verdadero 
deslinde,  entre  la  antigua  era  de  indolencia,  descuido  i  derroches,  i  la  nueva 
era  de  rejeneracion. 

«Ese  espléndido  monumento  es,  también,  una  revelación,  altamente  con- 
soladora para  el  patriotismo;  porque  es  la  medida  visible,  tanjible,  i  concen- 
trada en  un  solo  punto,  de  lo  que  no  se  puede  ver,  ni  tocar,  ni  concentrar  en 
un  lugar  dado. 

«Es  verdad  que  no  todo  está  hecho,  que  entre  el  Perú  de  medio  siglo  i  la 


CAMPAÑA  A  LIMA  425 


La  inauguración  de  cada  uno  de  estos  trabajos,  así  como 
cada  revista  de  alguno  de  los  cuerpos  del  ejército,  era  motivo 
de  una  gran  fiesta  militar  en  que  el  dictador  lanzaba  a  sus 
soldados  las  mas  ardorosas  proclamas,  llenas  de  amenazas 
contra  Chile.  Desde  que  se  tuvo  noticia  del  desembarco  de 
los  chilenos  en  Pisco,  este  movimiento  de  los  espíritus  fué  mas 
intenso  todavía.  Por  fin,  el  i.*^  de  diciembre,  los  diarios  publi- 
caban un  decreto  espedido  por  Piérola  el  dia  anterior  en  el 
cual  mandaba  que  en  seis  dias  mas  quedasen  acuartelados 
todos  los  cuerpos  de  la  reserva,  bajo  las  mas  severas  penas 
para  los  refractarios.  Este  fué  el  motivo  de  otra  ostentosa 
parada  militar  que  se  verificó  el  mismo  dia  i.*^  de  diciembre 
para  dar  lectura  al  mandato  del  jefe  supremo.  «Todo  el  mun- 
do, decia  El  Nacional  de  Lima,  recibió  esta  noticia  con  ma- 
nifiesto regocijo  i  todos  espresaron  la  idea  de  ver  llevado  a 
cabo  el  acuartelamiento.  La  reserva  de  Lima  está  llamada  a 
ser  como  la  famosa  guardia  imperial  de  Napoleón,  mucho 
mas  que  esa  guardia  imperial,  i  lo  será  siempre  que  a  ello  los 
encargados  de  dirijirla  con  el  ejemplo,  la  constancia  i  la  asi- 
duidad invencible  contribuyan». 

Pero  la  mas  solemne  fiesta  de  esta  naturaleza  tuvo  lugar 


era  nueva,  hai  un  abismo  de  sangre  i  lágrimas,  no  colmado  aun,  pero  pode- 
mos esperar  que  ese  abismo  se  colmará  con  la  sangre  de  20  o  30  mil  culpables 
(los  chilenos),  e  instrumentos  ciegos  del  crimen,  i  con  las  lágrmas  de  un  pue- 
blo desgraciado,  del  Cain  de  Sud-América  (Chile). 

«El  edificio  del  mal  puede  subsistir  durante  algún  tiempo,  pero  llega  un 
momento  en  que  la  ola  avanza  i  derriba  todo  lo  que  no  se  funda  en  la  verdad 
i  en  la  moral,  porque  hai  una  lei  de  justicia  que  tiene  que  cumplirse,  i  esta 
lei  es  el  castigo  de  la  iniquidad,  en  todas  sus  formas. 

«Los  ñancos  de  la  montaña  de  granito  están,  ya,  encargados  de  conservar 
a  los  pósteros  el  nombre  de  Piérola;  i,  en  los  siglos  venideros,  la  locomotora 
partirá  de  ésta  i  atravesará  la  otra  montaña,  la  del  Amazonas,  impulsada, 
no;  por  los  millones  del  derroche  de  la  vieja  era,  sino  por  el  sudor  del  trabajo 
de  la  era  nueva. 

«I,  cuando  dentro  de  quinientos  años,  un  ejército  de  un  millón  de  enemigos 
marche  sobre  la  capital  del  nuevo  Perú,  ese  ejército  será  detenido  i  sofocado 
por  los  cien  jigantes  de  granito  que  circundan  la  ciudad  de  los  reyes,  desde 
la  Punta  Pancha  hasta  el  morro  Solar;  i  los  ecos  de  la  montaña  llevarán  de 
una  a  otra  América  un  nombre  victorioso,  el  nombre  victoriado  por  un  pue- 


blo agradecido,  él  nombre  de  Piérola». 


426  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


el  9  de  diciembre  con  motivo  de  la  bendición  de  la  cindadela 
Piérola,  i  de  la  espada  que  iba  a  desenvainar  el  dictador.  «Nun- 
ca vio  la  capital  peruana,  decia  La  Patria  de  Lima,  en  los  tres 
siglos  i  medio  que  cuenta  de  existencia,  un  espectáculo  tan 
grandioso  como  éste,  cuya  realidad  excede  a  cuanto  pudiera 
im ajinarse  de  estraordinario;  nos  oprime  la  majestuosa  so- 
lemnidad del  acto  que  hemos  visto  ejecutarse.  Ajita  nuestro 
espíritu  el  patriótico  entusiasmo  que  la  augusta  ceremonia 
ha  hecho  revivir  en  todos  los  peruanos:  la  palabra  es  impo- 
tente para  espresar  lo  que  sentimos.  Cien  mil  espectadores, 
Lima  entero  que  ha  sido  actor  i  testigo  a  la  vez  en  esta  gran- 
diosa escena,  ha  esperimentado  las  indecibles  emociones  de 
este  memorable  dia  que  fijará  una  pajina  en  los  anales  de  su 
historia». 

En  efecto,  desde  el  amanecer  la  ciudad  estaba  engalanada 
de  banderas,  como  si  se  celebrara  una  gran  victoria.  Todas 
las  tropas  estaban  sobre  las  armas,  i  formaban  calle  desde  el 
palacio  de  gobierno  hasta  la  cindadela  Piérola.  K  las  ocho  de 
la  mañana  todas  las  corporaciones  eclesiásticas,  civiles  i  mi- 
litares salieron  de  los  salones  de  palacio  formando  séquito  al 
dictador.  Marchaba  éste  rodeado  de  un  numeroso  cuerpo  de 
edecanes,  jenerales  i  coroneles,  i  se  dirijia  al  cerro  de  San 
Cristóbal.  Al  pié  de  él  se  habia  construido  una  espaciosa  ga- 
lería donde  tomaron  asiento  los  funcionarios  civiles  i  ecle- 
siásticos, mientras  Piérola  i  su  estado  mayor  subian  el  cerro 
para  llegar  a  las  fortalezas  de  la  cumbre.  Las  bandas  de  mú- 
sica atronaban  los  aires  junto  con  las  salvas  de  artillería,  que 
contestaban  las  lejanas  baterías  del  Callao,  de  Chorrillos  i  de 
Miraflores.  En  la  cumbre  del  cerro  estaban  todos  los  estan- 
dartes del  ejército  con  sus  escoltas  respectivas.  Allí,  el  vicario 
jeneral  castrense,  doctor  don  Antonio  García,  abrió  la  cere- 
monia con  un  largo  i  belicoso  discurso  en  que  en  nombre  del 
cielo  anunciaba  la  derrota  inevitable  de  los  chilenos. 

La  fiesta  comenzó  por  lá  bendición  de  las  banderas  i  de  las 
armas  del  ejército.  El  doctor  García  tomó  después  en  sus 
manos  la  espada  de  Piérola,  i  la  bendijo  con  el  mayor  recoji- 
miento.  Una  vez  bendita,  la  devolvió  al  dictador  con  toda  la 


CAMPAÑA   A  LIMA  427 


solemnidad  que  la  ceremonia  requería.  Pasóse  de  allí  a  la 
bendición  de  los  fuertes  i  del  estandarte  de  la  cindadela  Pié- 
rola,  i  entonces  resonaron  de  nuevo  las  salvas  de  artillería  i 
las  músicas  militares.  «No  pueden  espresarse  en  toda  su  es- 
tension  i  sublimidad,  decía  un  diario  de  Lima,  las  emociones 
que  esperimentaron  en  aquellos  solemnes  momentos,  cuantos 
presenciaban  tan  grandioso  espectáculo».  «La  bendición  de  la 
espada  de  Piérola,  decía  una  correspondencia  escrita  en  Lima 
en  esos  días,  ha  llenado  de  confianza  a  esta  ciudad  que  ve  en 
el  jefe  supremo  al  un j ido  del  Señor,  encargado  de  defenderla 
contra  sus  perversos  enemigos». 

La  ceremonia  no  se  terminó  con  esto  solo.  Tuvo  lugar  allí 
mismo  una  misa  solemne  durante  la  cual  el  vicario  castrense, 
con  la  hostia  sagrada  en  la  mano,  bendijo  de  nuevo  a  los  ejér- 
citos del  Perú,  en  medio.de  otra  salva  de  artillería.  Termina- 
da la  misa,  el  jefe  supremo  don  Nicolás  de  Piérola  pronunció 
una  proclama  que  conviene  conocer  íntegra.  Hela  aquí: 

«Conciudadanos:  El  renacimiento  de  los  pueblos  está  siem- 
pre marcado  por  períodos  de  durísima  prueba,  tanto  mas  dura 
cuanto  mas  radical  i  completa  es  la  transformación  a  que  dan 
paso. 

«Año  i  medio  há  que  soportamos  los  dolores  i  las  heridas 
de  esa  prueba,  a  cuyo  término  se  hallan  la  rejeneracion  den- 
tro i  la  victoria  mas  completa  fuera. 

«Entre  el  Perú  de  medio  siglo  i  la  era  nueva  abierta  delante 
de  nosotros,  hai  un  abismo  de  lágrimas  i  sangre  no  colmado 
aun.  ¡Atrás  el  viejo  réjimen!  la  vida  vieja,  que  nos  ha  traído 
hasta  mirar  hollado  nuestro  suelo,  bloqueados  nuestros  puer- 
tos, saqueadas  nuestras  indefensas  poblaciones,  profanado 
nuestro  hogar  por  quien  debiera  temblar  a  nuestro  enojo  solo. 
¡Adelante!  el  Perú  que  soñaron  nuestros  padres,  el  Perú  que 
alzaron  sobre  el  soberbio  pedestal  de  Ayacucho,  dando  la  li- 
bertad a  un  continente. 

«Os  hablo  desde  la  improvisada  ciudadela,  levantada  sobre 
el  coloso  de  granito  a  cuyas  plantas  se  asienta  la  capital  de 
la  República:  coloso  de  granito  que  será  de  hoi  mas  el  centi- 
nela imperturbable  de  nuestros  derechos  soberanos:  cifra  ci- 


428  GUERRA.   DEL  PACÍFICO 


clópea  del  inmenso  porvenir  que  nos  aguarda,  como  el  deslin- 
de jigantesco  de  la  era  nueva. 

«Os  lo  he  dicho  varias  veces  i  no  me  cansaré  de  repetirlo 
porque  es  mi  convicción  de  toda  hora: — el  Perú  para  ser  gran- 
de en  el  continente  i  en  la  historia,  no  ha  menester  sino  adqui- 
rir la  conciencia  de  su  propia  fuerza. 

«Puede  i  debe  serlo. 

«Es  preciso  que  lo  sea.  I  lo  será. 

«Este  mismo  sol  que  alumbra  la  afanosa  i  sangrienta  tarea 
de  hoi,  es  el  que  alumbró  la  lejendaria  epopeya  de  Ayacucho. 
I  como  entonces  sellamos  la  emancipación  de  un  continente; 
como  entonces  consagraremos  ahora  el  imperio  de  la  justicia 
i  del  derecho  en  América. 

«Un  pueblo  fratricida,  pueblo  rebelde  a  la  civilización  cris- 
tiana, pueblo  sin  la  conciencia  de  los  destinos  del  mundo  de 
Colon,  aprovechó  de  nuestro  descuido  para  apoderarse  de 
parte  de  nuestro  suelo  i  de  nuestros  tesoros,  llamando  con- 
quista alo  que  no  es  sino  la  cuitada  ocupación  del  salteador, 
juzgando  duradera  la  criminal  fortuna  de  una  hora. 

«En  la  ebriedad  de  un  efímero  éxito  para  nadie  mas  sor- 
prendente que  para  él  mismo,  entregándose  a  atentados  i  des- 
manes que  afrentarán  al  siglo  en  que  vivimos,  ha  caido  en  la 
ceguedad  del  que  corre  en  pos  de  su  castigo. 

«Ese  pueblo  está  loco. 

«Ha  soñado  ocupar  la  ciudad  de  Pizarro,  la  ciudad  de  los 
titanes  del  año  veintiuno  e  imponer  desde  ella  la  lei  al  Perú  i 
ala  América  del  Sur. 

«Ha  soñado  venir  a  Lima.  I  vendrá.  Porque  hai  una  lei  de 
justicia  que  tiene  que  cumplirse;  porque  es  preciso  que  reciba 
el  escarmiento  que  merecen  los  que  asaltan  al  indefenso  i  pa- 
cifico labriego,  los  que  arrancan  como  botin  de  un  triunfo  no 
obtenido,  las  joyas  de  la  prometida  i  la  secular  reliquia  a  la 
anciana  matrona  que  la  guarda  como  recuerdo  de  familia. 
Las  lágrimas  de  nuestras  matronas  i  de  nuestras  vírjenes  re- 
claman castigo,  i  la  sangre  de  nuestros  mártires  está  claman- 
do venganza  i  escarmiento. 

«Camaradas  del  ejército  movilizado  i  de  la  reserva: 


CAMPAÑA    A    LIMA  42i) 


«A  vosotros  os  toca  ser  los  ejecutores  de  esa  justicia;  ins- 
trumentos escojidos  i  benditos  del  renacimiento  de  un  pueblo 
i  del  escarmiento  de  los  que  le  ultrajan  por  robarle. 

«El  Perú  i  la  América  os  tienen  confiados  sus  destinos.  El 
cielo  acaba  de  bendecir  vuestras  armas,  i  los  flancos  de. esta 
montaña  de  granito  están  esperando  vuestros  nombres  para 
conservarlos,  con  esa  memoria  que  no  pesa  ni  muere,  al  ató- 
nito respeto  de  nuestros  pósteros. 

«Mostraos  dignos  de  ellas;  de  la  patria  que  os  las  ha  con- 
fiado, de  los  que  en  Ayacucho  la  hicieron  libre,  para  que  vos- 
otros la  hicieseis  grande,  respetada  i  feliz. 

«Peruanos  todos: 

«Chile  puede  faltar  a  todas  las  leyes  i  a  todos  los  respetos, 
porque  no  tiene  ayer  ni  tendrá  mañana. 

«Dice  que  va  a  llamarnos  al  combate.  Corramos  a  él,  como 
acuden  los  leales  i  los  buenos;  como  acuden  los  que  guardan 
las  gloriosas  tradiciones  de  tres  imperios;  los  que  se  han  sen- 
tado en  el  trono  de  Manco  Capac,  de  Pizarro,  de  los  liberta- 
dores de  su  continente. 

«En la  cima  de  esta  montaña  acabamos  de  enarbolar  el  glo- 
rioso pabellón  de  la  república.  Jurad  conmigo  aquí  que  me 
acompañareis,  sin  escepciones,  a  sacarle  triunfante  en  la  pelea 
o  a  sucumbir  defendiéndola  *. — N.  de  Piérola. —  Lima,  di- 
ciembre 9  de  1880.» 

4.  Esta  curiosa  proclama  se  presta  a  observaciones  que  solo  nos  es  dado 
indicar  lijeramente  en  esta  nota.  Piérola,  como  la  mayor  parte  de  los  caudi- 
llejos  que  han  escalado  el  poder  después  de  un  motin  de  cuartel,  se  creia  se- 
riamente el  rejenerador  del  Perú.  En  éste,  como  en  muchos  otros  documen- 
tos de  su  gobierno,  habla  solemnemente  de  la  nueva  era  inaugurada  por  él, 
i  que  viene  a  poner  término  al  abismo  de  lágrimas  i  sangre.  Pero  esta  con- 
ciencia de  su  importancia  política,  casi  no  merece  fijar  nuestra  atención. 

No  sucede  lo  mismo  en  lo  que  respecta  a  las  alusiones  históricas  que  con- 
tiene su  proclama.  En  este  punto  es  indispensable  detenerse  un  momento. 

Dice  Piérola  que  Chile,  el  pueblo  rebelde  a  la  civilización,  se  habia  apro- 
vechado del  descuido  del  Perú  para  apoderarse  de  una  parte  del  territorio 
de  este  último  pais.  No  es  posible  concebir  una  adulteración  mas  audaz  de 
los  hechos.  Chile  habia  entrado  en  posesión  de  las  provincias  peruanas  de 
Tarapacá  i  de  Tacna,  no  por  una  sorpresa  sino  después  de  dos  penosas  cam- 
pañas en  que  destrozó  en  numerosas  batallas,  i  en  su  propio  territorio,  a  dos 
ejércitos  peruanos  cuyos  jefes  hablan  provocado  desde  muchos  meses  atrás 


430  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Después  de  pronunciar  este  discurso,  el  dictador  bajó  del 
cerro,  i  acompañado  por  toda  su  comitiva,  volvió  al  palacio 
donde  lo  esperaba  un  suntuoso  banquete.  Cuando  se  brinda- 
ba alli  con  un  entusiasmo  loco  por  los  triunfos  futuros  del 
Perú,  llegó  la  noticia  de  que  la  escuadra  chilena,  creyendo 
talvez  que  las  salvas  de  ese  dia  eran  una  nueva  provocación 
a  combate,  habia  recomenzado  el  bombardeo  del  Callao.  Los 
cañonazos  que  venian  a  turbar  la  ñesta  de  ese  dia,  sirvieron 
para  recordar  al  gobierno  de  la  dictadura  peruana  que  se  ha- 
bia adelantado  mucho  para  celebrar  victorias  que  no  habia 
alcanzado  todavía. 


a  los  soldados  chilenos  con  los  mismos  insultos  i  las  mismas  amenazas  que 
ahora  les  dirijia  Piérola.  La  ocupación  de  esas  provincias  después  de  un  año 
de  guerra,  no  podia  ser  el  resultado  de  una  sorpresa. 

Cualquiera  persona  que  sin  conocimiento  de  la  historia  americana,  lea  la 
proclama  de  Piérola,  creerá  al  ver  la  historia  de  los  titanes  del  año  21,  i  las 
demás  alusiones  a  la  época  de  la  independencia  hispano-americana,  que  el 
Perú  fué  el  vencedor  de  Ayacucho,  i  el  libertador  del  nuevo  mundo.  En  el 
curso  de  esta  proclama,  Piérola  repite  tres  veces  esto  mismo;  sin  embargo, 
nada  está  mas  distante  de  la  verdad. 

En  1 8 10  casi  todas  las  colonias  españolas  que  hoi  constituyen  las  repú- 
blicas americanas,  se  dieron  gobiernos  propios  separándose  de  la  metrópoli. 
El  Perú,  sin  embargo,  no  solo  no  trató  de  segregarse  de  España,  sino  que 
hasta  1820  quedó  siendo  centro  de  los  recursos  i  del  poder  de  los  opresores. 
Fué  necesario  que  la  independencia  estuviese  afianzada  en  las  otras  colonias, 
para  que  éstas  llevasen  allá  el  fuego  revolucionario. 

En  ese  año  llegó  al  Perú  una  espedicion  libertadora  de  poco  mas  de  4,000 
hombres  de  desembarco.  Habia  sido  organizada  en  Chile  por  la  enerjía  vigo- 
rosa e  incansable  del  director  supremo  de  este  pais,  el  jeneral  don  Bernardo 
O'Higgins,  i  mandada  por  el  almirante  Cochrane,  jefe  de  la  escuadra  chilena, 
i  por  el  ilustre  San  Martin,  jeneral  en  jefe  del  ejército  de  tierra.  Estos  son  los 
titanes  que  en  1821  tomaron  posesión  de  Lima  i  proclamaron  la  independe- 
cia  del  Perú.  Ninguno  de  esos  titanes  era  peruano. 

La  admirable  victoria  de  Ayacucho  no  es  tampoco  una  gloria  peruana. 
Fué  ganada  el  9  de  diciembre  de  1824  por  el  ejército  colombiano  que  man- 
daba el  jeneral  venezolano  don  José  Antonio  Sucre  sobre  las  tropas  realistas 
que,  aunque  dirijidas  por  jefes  i  oficiales  españoles,  eran  compuestas  casi  en 
su  totalidad  de  soldados  peruanos.  Es  cierto  que  en  el  ejército  de  Sucre  habia 
una  columna  peruana;  pero  fué  ella  la  única  que  vaciló  en  el  combate  i  que 
comprometió  la  victoria. 

El  lector  encontrará  la  confirmación  de  estos  hechos  en  cualquier  com- 
pendio de  historia  de  América;  i  si  desea  conocerlos  en  sus  detalles  puede 
consultar  las  importantes  Memorias  del  jeneral  Miller,  testigo  i  actor  en 
estos  grandes  sucesos. 


Campaña  a  lima  48! 


No  pasaron  muchos  dias  sin  que  las  nuevas  noticias  que 
llegaban  del  sur  fueran  a  revelar  al  gobierno  del  Perú  que  se 
aproximaba  el  momento  de  la  prueba.  Una  parte  de  la  divi- 
sión chilena  que  habia  desembarcado  en  Pisco,  avanzaba  re- 
sueltamente hacia  el  norte  recorriendo  el  territorio  peruano 
sin  hallar  en  ninguna  parte  una  resistencia  formal.  Aunque 
la  prensa  de  Lima  publicaba  cada  dia  las  noticias  de  los  triun- 
fos que  sobre  esa  división  alcanzaban  las  columnas  de  mon- 
toneros peruanos,  el  gobierno  sabia  que  esos  triunfos  erau 
simples  invenciones  de  sus  aj entes,  destinadas  a  «retemplar 
el  patriotismo»,  como  entonces  se  decia. 

Por  fin,  en  la  tarde  del  21  de  diciembre,  el  telégrafo  anun- 
ció a  Lima  que  la  escuadra  chilena  estaba  en  la  bahía  de  Chil- 
ca,  que  reconocía  la  costa  vecina  i  que  se  preparaba  a  comen- 
zar el  desembarco.  Por  un  momento,  se  creyó  todavía  que 
todo  aquello  no  pasaría  de  un  simple  ardid  de  guerra  desti- 
nado a  distraer  la  atención  del  enemigo;  pero  a  la  mañana 
siguiente  ya  no  hubo  lugar  a  duda  posible.  Las  tropas  chile- 
nas, decia  el  telégrafo,  han  comenzado  a  desembarcar  su  jente 
en  Curayaco  sin  hallar  la  menor  resistencia.  Antes  de  medio 
dia  se  suspendió  la  trasmisión  de  noticias.  Los  chilenos  se 
hablan  apoderado  del  telégrafo  i  dejaban  incomunicada  a  la 
capital  del  Perú. 

Piérola  desplegó  inmediatamente  una  grande  actividad.  El 
mismo  dia  22  de  diciembre  espidió  nueve  decretos,  relativos 
todos  a  la  organización  de  la  defensa.  El  primero  de  ellos  es- 
taba concebido  en  los  térmirtos  siguientes: 

«Nicolás  de  Piérola,  jefe  supremo  de  la  república  i  protec- 
tor de  la  raza  indíjena. — Por  cuanto  ha  llegado  el  caso  de  ve- 
rificarlo, decreto: 

«Asumo  en  la  fecha  el  inmediato  mando  del  ejército  acan- 
tonado en  el  departamento  de  Lima. 

«Las  órdenes  en  todo  lo  relativo  al  servicio  militar  serán 
trasmitidas  directamente  por  el  estado  mayor  jeneral. 

«Dado  en  la  casa  de  gobierno  en  Lima,  a  los  veintidós  dias 
del  mes  de  diciembre  de  mil  ochocientos  ochenta. — Nicolás 
DE  Piérola. — Miguel  Iglesias.» 


432  GUERRA     DE    PACÍFICO 


Por  el  segundo  decreto  dispuso  el  dictador  que  los  dos  ejér- 
citos llamados  del  norte  i  del  centro,  en  vez  de  las  diez  divi- 
siones en  que  estaban  distribuidos,  formaran  solo  cuatro 
grandes  cuerpos  a  cargo  de  los  coroneles  don  Miguel  Iglesias, 
ministro  de  la  guerra,  don  Belisario  Suárez,  don  Justo  Pastor 
Dávila  i  don  Andrés  A.  Cáceres.  Al  mismo  tiempo  nombró 
ayudantes  de  campo  al  jeneral  Buendía,  que  aun  estaba  pro- 
cesado desde  un  año  atrás  por  su  conducta  en  la  campaña  de 
Tarapacá,  al  coronel  Leiva,  que  acababa  de  ser  separado  del 
mando  del  ejército  de  Arequipa,  i  al  ministro  de  gobierno,, 
coronel  Orbegoso.  Los  otros  decretos  tenian  por  objeto  mo- 
vilizar el  ejército  de  la  reserva,  reunir  todos  los  caballos  que 
se  encontrasen  en  la  ciudad  i  sus  inmediaciones,  limitar  a  solo 
dos  trenes  diarios  el  tranco  público  de  los  ferrocarriles  para 
que  las  vias  estuviesen  a  disposición  del  gobierno,  i  a  suspen- 
der el  tráfico  de  los  tranvías  a  ñn  de  que  sus  caballadas  sirvie- 
sen para  el  uso  de  la  reserva.  Todas  estas  medidas  debian  eje- 
cutarse dictatorialmente,  sin  dar  lugar  a  reclamaciones  de 
ninguna  clase.  La  defensa  de  la  capital  servia  de  razón  para 
justificar  todas  estas  violencias. 

Desde  dias  atrás  estaba  anunciada  en  Lima  otra  fiesta  mi- 
litar. El  24  de  diciembre  debia  tener  lugar  una  gran  revista 
del  ejército  de  reserva.  En  vista  del  desembarco  i  de  la  mar- 
cha de  los  chilenos  hacia  la  capital,  el  dictador  Piérola  dio 
contra-órden,  i  mandó  que  la  reserva  saliese  de  la  ciudad  a 
tomar  las  posiciones  que  le  estaban  asignadas.  Una  corres- 
pondencia enviada  esos  dias  de  Lima  a  un  diario  de  Panamá, 
daba  cuenta  de  este  movimiento  en  los  términos  siguientes: 
«El  entusiasmo  en  Lima  es  intenso.  Por  la  primera  vez  he 
oido  aquí  vítores  espontáneos  cuando  salieron  a  su  campa- 
mento los  batallones  de  reserva  el  26  de  diciembre.  En  él  figu- 
ran casi  todos  los  jueces,  abogados,  médicos,  banqueros,  co- 
merciantes, dependientes  i  artesanos  de  la  ciudad.  A  los 
miembros  de  ese  ejército  de  reserva  pertenecen  la  mitad  de 
las  propiedades  del  país:  por  consiguiente  saben  por  qué  pe- 
lean, i  aunque  bisónos,  podrán   ausiliar  muí  eficazmente  al 


CAMPAÑA  A  LIMA  433 


ejército  activo  5.  Es  posible  que  nunca  llegue  a  oler  la  pól- 
vora. El  ejército  de  línea  se  encuentra  en  condiciones  exce- 
lentes i  deseoso  de  pelear.  Es  tan  numeroso  o  mas  que  los 
invasores,  i  ha  podido  escojer  sus  posiciones,  concurrencia  de 
circunstancias  que  debe  asegurarle  la  victoria  si  el  enemigo 
pretende  entrar  a  Lima  inmediatamente». 

Entonces,  ya  no  cabia  duda  de  que  los  chilenos  atacarían 
por  el  sur  a  la  capital  del  Perú.  Piérola,  sin  descuidar  entera- 
mente las  trincheras  i  baterías  que  habia  hecho  construir  al 
norte  de  la  ciudad,  contrajo  su  atención  a  las  del  lado  opuesto. 
Aceleráronse  con  este  motivo  los  trabajos  de  fortificación  por 
aquella  parte,  terminando  rápidamente  las  obras  comenza- 
das. En  ellas  fueron  colocadas  casi  toda  la  artillería,  las  ame- 
tralladoras, las  minas  de  dinamita  i  las  bombas  automáticas 
que  se  tenían  preparadas. 

Las  fortificaciones  peruanas  en  la  re j  ion  del  sur  de  la  capi- 
tal, formaban  dos  magníficas  líneas  de  defensa  que  debían 
inspirar,  como  inspiraban  en  efecto,  la  mas  absoluta  confian- 
za en  que  no  podrían  ser  tomadas  por  los  invasores.  Se  habían 
aprovechado  con  rara  habilidad  todos  los  accidentes  del  te- 
rreno, i  se  habían  ejecutado  allí  grandes  trabajos  que  hacían 
casi  inatacables  esas  posiciones.  Como  no  es  posible  formarse 
una  idea  cabal  de  ellas  por  una  mera  descripción,  vamos  solo 
a  dar  algunas  noticias  que  se  comprenderán  mejor  sí  se  tiene 
a  la  vista  un  plano  detallado  de  Lima  i  de  sus  alrededores. 

La  primera  de  esas  líneas,  situada  a  unos  doce  quilómetros 
de  Lima,  tenia  una  forma  casi  semí-circular,  cuyo  centro  es- 
taría al  norte.  Estaba  formada  por  el  coronamiento  de  una 
cadena  de  cerros  bajos,  de  terreno  suelto  i  movedizo,  que  ro- 
dea por  el  sur  al  valle  de  Chorrillos.  Partiendo  del  morro  Solar 
que  se  levanta  al  sur  del  pueblo  de  Chorrillos,  se  estiende  al 


5.  En  un  diario  de  Arequipa,  La  Bolsa  de  7  de  enero  de  1881,  leemos  las 
palabras  siguientes:  «En  el  batallón  de  los  majistrados,  abogados  i  doctores 
de  la  reserva  de  Lima,  se  cuentan  32  ex-ministros  de  Estado».  Este  hecho, 
revelaria  solo  la  rapidez  con  que  se  cambiaban  en  el  Perú  los  gobiernos.  Cree- 
mos que  son  pocos  los  paises  de  la  tierra  en  que  se  cuentan  32  individuos  que 
hayan  sido  ministros  de  Estado,  i  que  estén  en  edad  de  cargar  las  armas. 

TOMO  XVI. — 28 


434  GUERRA    DEL    PACÍFICO 


este,  formando  una  curva,  i  luego  se  inclina  bruscamente  al 
norte,  sin  ofrecer  en  toda  su  estension,  mas  que  tres  pasos 
estrechos  i  por  tanto  de  muí  fácil  defensa.  En  la  cresta  de 
esta  cadena  de  cerros,  se  habia  abierto  un  ancho  foso  que  la 
recorria  en  toda  su  estension.  Las  tierras  sueltas  estraidas  de 
ese  foso,  formaban  a  espaldas  de  él  un  espeso  parapeto,  de- 
tras del  cual  debia  situarse  la  infantería  para  que  pudiera 
hacer  fuego  de  mampuesto  i  sin  presentar  el  cuerpo  de  los 
soldados.  De  trecho  en  trecho,  i  sobre  las  eminencias  mas 
elevadas,  se  habian  construido  diversos  reductos  formados 
de  espesos  murallones  de  sacos  de  arena.  Allí  estaban  coloca- 
dos cerca  de  120  cañones  de  todos  calibres,  algunos  de  ellos 
de  a  500  libras,  cuyos  artilleros  se  hallaban  suficientemente 
defendidos  contra  los  fuegos  del  enemigo.  Como  si  estas  obras 
no  bastasen  para  la  defensa  de  esas  posiciones,  delante  de 
ellas,  i  casi  en  la  falda  de  esos  cerros  i  sobre  todo  en  las  obras 
que  dan  paso  al  través  de  ellos,  se  habia  abierto  otro  ancho 
foso  que  embarazaría  estraordinariamente  el  asalto.  Se  habia 
ademas  sembrado  todo  el  terreno  vecino  de  minas  i  de  bom- 
bas automáticas  ocultas  con  una  lijera  capa  de  tierra,  para 
hacer  volar  a  los  cuerpos  enemigos  que  intentaran  acercarse 
a  las  fortificaciones. 

Para  que  los  enemigos  no  encontrasen  ningún  punto  en 
que  repararse,  los  zapadores  peruanos  habian  destruido  todas 
las  tapias  i  cercados  del  campo  vecino.  De  este  modo,  para 
acercarse  a  aquellas  posiciones,  tendrían  los  chilenos  que  re- 
cibir desde  lejos  el  fuego  de  cañón  i  de  fusil  que  les  dirijiese 
un  enemigo  al  cual  no  podrían  ofender  en  manera  alguna.  En 
cambio,  detras  de  la  línea  de  fortificaciones,  en  los  alrededo- 
res de  las  casas  de  la  hacienda  de  San  Juan,  situadas  a  espal- 
das del  centro  de  esa  línea,  habia  bosques  tupidos,  i  se  habia 
dejado  en  pié  los  cercados  i  tapias  para  que,  aun  en  el  caso  de 
tener  que  abandonar  sus  trincheras  i  bastiones,  los  soldados 
peruanos  pudieran  continuar  batiéndose  en  esos  lugares,  o 
retirarse  cómodamente  casi  sin  poder  ser  perseguidos  por  la 
caballería  chilena. 

En  esta  linea  de  fortificaciones,  que  media  una  estension 


CAMPAÑA    A    LIMA  435 


de  doce  a  trece  quilómetros  de  largo,  se  colocaron  las  cuatro 
divisiones  del  ejército  de  línea  del  Perú.  Aunque  muchos  do- 
cumentos chilenos,  engañados  por  las  mismas  exajeraciones 
de  los  diarios  i  de  los  documentos  peruanos  anteriores  a  las 
batallas,  hacen  subir  su  número  a  25  mil  hombres,  nosotros 
creemos  que  en  realidad  no  pasaba  de  22  mil  soldados,  aun 
contando  los  cuerpos  llegados  a  Lima  en  los  últimos  dias  ^. 
La  segunda  linea  de  defensas  estaba  situada  seis  quilóme- 
tros mas  al  norte,  i  por  lo  tanto  en  la  mitad  del  camino  que 
media  entre  la  primera  línea  i  la  capital.  Estendíase  en  una 
dirección  de  noroeste  a  sureste,  mas  o  menos  en  una  línea 
recta  de  seis  a  siete  quilómetros  de  prolongación.  Las  trin- 
cheras eran  formadas  de  sólidas  tapias,  construidas  en  otro 
tiempo  para  deslindar  las  propiedades  rurales,  i  aspilleradas 
ahora  convenientemente  para  convertirlas  en  bastiones,  de- 
tras de  los  cuales  debía  colocarse  la  infantería.  En  el  curso  de 
esta  línea  se  habían  construido  seis  reductos  para  la  artillería. 
Eran  formados  éstos  por  anchos  i  profundos  fosos  llenos  de 
agua,  i  por  parapetos  levantados  con  la  misma  tierra  suelta  i 
movediza  que  se  había  sacado  de  los  fosos.  En  ellos  podían 
funcionar  cómodamente  70  cañones,  casi  sin  peligro  para  los 
artilleros. 


o.  Una  correspondencia  peruana,  fechada  en  Lima  el  21  de  enero  de 
188 1,  i  publicada  por  La  Estrella  de  Panamá,  describe  prolijamente  las  for- 
tificaciones de  San  Juan  i  Chorrillos,  «detras  de  las  cuales,  dice,  habia  24  o 
26  mil  hombres». — «Nadie  de  cuantos  hablan  visto  estas  fortificaciones  an- 
tes de  la  lucha,  agrega,  se  imajinaba  que  hubiese  en  Sud-América  ejército 
capaz  de  tomarlas  en  pocas  horas.  Nadie  creia  que  con  semejantes  obstácu- 
los pudieran  los  chilenos  llegar  a  Lima».  Esta  correspondencia,  aunque  mui 
hostil  a  los  chilenos,  es  mui  noticiosa,  i  constituye  un  importante  documento 
histórico  para  conocer  los  combates  subsiguientes  por  parte  del  Perú. 

Hemos  dicho  arriba  que  la  línea  de  fortificaciones  peruanas  tenia  una  es- 
tension  de  trece  a  catoice  quilómetros  (mas  de  dos  leguas  i  media).  Esta  cir_ 
cunstancia  habria  sido  un  motivo  de  debilidad,  si  esa  estension  hubiera  for- 
mado una  línea  mas  o  menos  recta,  de  tal  suerte  que  las  divisiones  hubieran 
tenida  que  recorrer  una  gran  distancia  para  ausiliarse  mutuamente;  pero 
formaba  una  especie  de  semicírculo,  cuyo  interior  estaba  presentado  al  ene- 
migo, de  manera  que  aun  sus  puntos  estremos  no  distaban  uno  de  otro  mas 
de  cinco  quilómetros.  Todo,  pues,  favorecía  al  ejército  peruano  en  aquellas 
ventajosas  posiciones. 


436  GUBRRV    DEL    PACÍFICO 


El  campo  situado  enfrente  de  esta  línea,  en  una  estension 
de  mas  de  un  quilómetro,  habia  sido  despejado  de  árboles  i 
de  cercados,  para  que  el  enemigo  no  pudiera  encontrar  abrigo 
alguno.  Estaba  también  cubierto  de  minas  i  de  bombas  auto- 
máticas, que  reventarían  bajo  los  pies  de  los  que  se  atreviesen 
a  marchar  al  asalto.  A  espaldas  de  las  fortificaciones,  como 
se  habia  hecho  en  la  primera  linea  de  defensa,  se  habian  de- 
jado en  pié  las  tapias,  para  que  en  el  caso  poco  probable  de 
tener  que  replegarse  a  Lima,  fuese  posible  embarazar  todavía 
la  marcha  de  los  chilenos.  En  esta  segunda  serie  de  fortifica- 
ciones fué  colocado  todo  el  ejército  de  reserva.  Su  efectivo  no 
pasaba  de  diez  mil  hombres,  si  bien  la  prensa  peruana  lo  ha- 
cia subir  a  un  número  mas  de  doble  7. 

Estas  dos  líneas  de  defensas,  aunque  separadas  por  una 
distancia  que  puede  llamarse  considerable,  i  destinadas  a 
servir  una  en  pos  de  otra,  podían  ausiliarse  en  pocos  minutos. 
Estaban  unidas  entre  sí  i  también  con  la  capital,  por  el  ferro- 
carril que  conduce  de  Chorrillos  a  Lima.  Para  el  trasporte  de 
armas,  de  municiones  i  de  soldados  en  las  horas  de  la  batalla, 


7.  Las  exajeraciones  de  la  prensa  peruana  i  aun  de  los  documentos  ofi 
cíales,  sobre  el  número  de  los  soldados  con  que  se  contaba  para  la  defensa 
de  Lima,  son  capaces  de  estraviar  el  criterio  del  mas  prolijo  i  circunspecto 
historiador.  Así,  en  una  estensa  correspondencia  enviada  de  Lima  el  19  de 
diciembre  a  la  Estrella  de  Panamá,  diario  subvencionado  por  el  gobierno  del 
Perú,  se  da  cuenta  prolija  de  la  parada  militar  que  tuvo  lugar  el  dia  de  la 
bendición  de  la  cindadela  Piérola,  i  agrega  lo  que  sigue:  «Terminadas  las  ce- 
remonias en  el  fuerte,  el  dictador  regresó  a  palacio,  i  desde  uno  de  sus  balco- 
nes presenció  el  desfile  del  ejército.  Dicen  los  militares  que  solo  25,000  hom- 
bres tomaron  parte  en  la  revista,  pero  creo  que  habia  lo  menos  30,000.  Coma 
en  ella  faltaron  divisiones  enteras  del  ejército  de  linea  i  solo  concurrier  una 
tercera  parte  de  las  reservas,  puede  deducirse  que  en  la  batalla  decisivsa  to- 
maron parte  de  50  a  60,000  hombres». 

Sin  embargo,  después  de  las  batallas  que  se  dieron  en  aquellas  líneas  forti- 
ficadas, los  peruanos  han  disminuido  considerablemente  el  número  de  solda- 
dos que  tenian  en  cada  una  de  ellas.  Así,  Piérola,  en  una  carta  escrita  en 
Jauja  el  3  de  febrero  de  188 1  al  jefe  de  estado  mayor  de  la  reservadon  Julio 
Tenaud,  dice  que  en  la  primera  de  ellas  habia  19  mil  hombres  i  en  la  segun- 
da estaba  la  reserva  compuesta  de  4  mil.  Por  nuestra  prate  creemos  que 
en  uno  i  otro  caso  ha  habido  exajeracion;  antes  de  las  batallas  aumentan- 
do el  número,  i  disminuyéndolo  después  de  ellas,  como  se  habia  hecho  res- 
pecto de  la  campaña  de  Tacna. 


CAMPAÑA  A  LIMA  337 


se  habían  construido  carros  blindados,  especie  de  fortalezas 
rodantes,  desde  las  cuales  la  tropa  podria  ir  haciendo  fuego 
de  fusil  i  de  ametralladoras,  casi  sin  peligro  alguno. 

La  sumaria  descripción  que  acabamos  de  hacer  de  las  líneas 
de  defensa  en  que  tendría  que  estrellarse  el  ejército  invasor, 
justifican  la  confianza  absoluta  que  abrigaba  el  gobierno  pe- 
ruano en  el  éxito  de  la  resistencia.  Las  correspondencias  ofi- 
ciales i  particulares  que  en  esos  días  salían  de  Lima  para  el 
estranjero  confirmaban  esto  mismo  en  los  términos  mas  en- 
fáticos i  solemnes.  «El  jefe  supremo  del  Perú,  decía  una  de 
ellas,  ha  jurado  que  Lima  será  la  tumba  de  los  chilenos  que 
no  entren  a  ella  en  clase  de  prisioneros,  i,  a  la  verdad,  juzgan- 
do por  el  estado  de  las  defensas  i  por  la  clase  de  armas  i  per- 
trechos que  aquí  existen,  deben  necesitarse  lo  menos  200,00- 
hombres  para  tomar  la  ciudad». 

Mientras  tanto,  la  capital  del  Perú  iba  quedando  casi  de- 
sierta. Las  familias  acomodadas  salían  al  estranjero,  o  se  ha- 
bían retirado  a  los  pueblos  de  la  sierra,  a  Tarma  i  a  Jauja 
principalmente.  Otras  habían  buscado  asilo  en  los  monaste- 
rios de  monjas  o  en  los  buques  neutrales.  Lima  no  tenía  mas 
autoridad  que  el  alcalde  municipal,  ni  mas  guardia  de  propie- 
dad que  la  que  voluntariamente  hacían  los  estranjeros.  El 
comercio  permanecía  cerrado,  a  pesar  de  las  órdenes  repetidas 
del  dictador  para  que  los  pequeños  negociantes,  italianos  i 
chinos  casi  en  su  totalidad,  abriesen  al  público  sus  despachos. 
Los  diarios  mismos  se  publicaban  con  mucha  irregularidad, 
o  estaban  reducidos  a  pequeños  boletines  de  noticias,  llenos 
de  las  mas  estravagantes  invenciones  de  triunfos  parciales 
sobre  el  enemigo,  o  de  amenazas  furibundas  contra  los  intes- 
nos.  Agregúese  a  todo  esto  que  los  víveres,  poco  abundantes 
desde  tiempo  atrás  a  causa  del  bloqueo  de  los  puertos,  se  ha- 
bían hecho  mas  escasos  todavía  en  el  último  tiempo. 

La  guerra  había  producido,  pues,  en  aquella  ciudad  una 
horrible  perturbación.  Pero  lo  que  se  veía  i  se  palpaba,  no  era 
mas  que  una  parte  del  mal  que  existia  en  realidad,  i  de  las 
amarguras  que  aguardaban  al  Perú.  A  la  sombra  de  aquel 
triste  estado  de  cosas,  habían  jermínado  las  peores  pasiones; 


438  Guerra  del  pacífico 


i  el  gobierno  que  sacaba  su  fuerza  del  apoyo  del  populacho 
parecía  interesado  en  estimularlas  i  en  fomentarlas. 

En  efecto,  desde  dias  atrás,  la  prensa  se  habia  desencade- 
nado contra  las  personas  pudientes  del  Perú,  a  quienes  hacia 
las  mas  tremendas  acusaciones.  Hemos  dicho  ya  que  los  dia- 
rios acusaban  con  una  gran  violencia  a  los  individuos  que 
hablan  salido  del  pais,  o  que  alegando  enfermedades  u  otras 
causas,  hablan  obtenido  permiso  para  no  formar  en  el  ejér- 
cito de  la  reserva.  La  prensa  siguió  repitiendo  esas  acusacio- 
nes en  términos  que  debian  producir  mas  tarde  las  mas  fu- 
nestas consecuencias.  «Los  pobres,  decia  La  Patria  de  Lima, 
han  contribuido  con  el  todo,  sacrificando  gustosos  hasta  la 
existencia.  Los  ricos  han  encontrado  en  su  posición  social,  en 
sus  enfermedades,  en  el  favor  i  hasta  en  su  cobardía  indecen- 
te, razones  que  les  impiden  tomar  parte  en  los  ejercicios  de  la 
reserva». — «Hai  individuos,  decia  en  otra  ocasión  el  mismo 
diario,  quizás  los  mas  obligados,  aquellos  a  quienes  la  repú- 
blica ha  favorecido  en  otros  tiempos  con  jenerosidad  talvez 
inmerecida,  que  en  previsión  de  la  suprema  angustia,  huyen 
desde  ahora,  procuran  poner  en  salvo  sus  personas  i  sus  bie- 
nes, quitándole  a  la  patria  eso  mismo  que  le  deben  i  de  lo  que 
necesita  para  asegurar  la  victoria.  . .  I  bien  ¿qué  podrá  de- 
cirse de  los  que  ante  ese  espectáculo  grandioso  i  digno  de  la 
patria,  abandonan  su  puesto,  desertan  cobardemente  de  las 
filas  ciudadanas,  i  huyen  como  reos  a  quienes  persigue  la  jus- 
ticia...? Nada  puede  salvarlos  de  la  reprobación;  porque 
ellos  no  son  dueños  de  sus  vidas,  ni  de  sus  fortunas,  pues  todo 
lo  que  son  i  lo  que  valen  se  lo  deben  a  la  patria,  i  es  crimen 
horrendo  negarle  a  ella  lo  que  necesita  para  salvarse.  Repro- 
bos son,  i  llevan  sobre  su  frente  la  marca  de  Cain.  Como  a 
Cain  les  perseguirá  siempre  el  remordimiento,  i  esta  sanción 
justa  i  terrible  la  heredarán  sus  hijos  i  los  hijos  de  sus  hijos. 
La  patria  que  ellos  abandonaron  en  tan  solemnes  momentos, 
a  su  vez  los  abandonará  también  para  que,  como  los  hijos  de 
la  raza  maldita,  vayan  errantes  sin  Dios,  sin  patria  i  sin  ho- 
gar». 

I  El  Nacional   de  Lima,  haciéndose  órgano  de  los  mismos 


CAMPAÑA  A  LIMA  43  í) 


sentimientos,  decia  lo  que  sigue  el  30  de  noviembre:  «Desgra- 
ciados los  que  huyen  del  peligro,  porque  ellos  arrastrarán  por 
toda  su  vida  el  desprecio  de  sus  compatriotas,  como  el  infa- 
mante sambenito  que  merece  su  cobarde  apostasía.  Vosotros 
que  vais  a  morir,  dejad  escritos  los  nombres  de  los  que  os 
abandonan  en  las  postreras  tribulaciones;  ellos  son  los  que 
orgullosos  antes,  os  salpicaban  de  lodo  con  las  ruedas  i  caba- 
llos de  sus  lujosos  carruajes,  i  hoi  se  marchan  en  vergonzosa 
retirada:  quieren  vivir  para  gozar  de  nuestros  despojos.  Mal- 
ditos sean  ellos!» 

Una  vez  en  este  camino,  la  prensa  de  Lima  llegó  a  los  últi- 
mos excesos.  Habia  exijido  donativos  de  dinero  para  atender 
a  la  defensa  nacional.  «Urje  ya,  decia  un  diario  con  este  mo- 
tivo, que  demos  a  la  patria  cada  cual  lo  que  tiene,  el  pobre 
su  óbolo  i  el  rico  su  riqueza,  sus  dineros  i  sus  joyas.  I  urje 
mas,  porque  es  una  gran  vergüenza  que  no  haya  cobre  para 
la  patria  i  haya  oro  i  plata  para  el  chileno».  I  cuando  se  vio 
que  las  personas  acaudaladas  no  acudían  con  sus  fortunas  a 
socorrer  el  tesoro  del  gobierno  de  la  dictadura,  la  prensa  los 
llamó  ladrones,  enriquecidos  por  los  negocios  fraudulentos 
con  el  Estado,  i  pidió  en  alta  voz  que  se  les  despojase  de  sus 
bienes.  La  razón  inmediata  de  esta  rabia  era  porque  los  capi- 
talistas se  resistían  a  admitir  el  papel  moneda  de  una  nueva 
emisión. 

Este  era  el  tema  de  un  estenso  artículo  de  El  Nacional  de 
Lima,  de  que  vamos  a  estractar  el  fragmento  que  sigue:  «Ne- 
cesita dinero  la  movilización  de  la  gran  masa  de  los  ejércitos; 
con  dinero  se  da  rancho  a  los  soldados;  dinero  necesita  el  go- 
bierno," i  en  Lima  hai  todavía  muchos  ricos  que  guardan  sus 
caudales,  quizá  para  pagar  su  rescate  en  vil  moneda  al  ene- 
migo, cuando  con  noble  honor  no  supieron  ofrecerlos  a  la  pa- 
tria. Esos  grandes  negociadores  fiscales,  esos  judíos  de  las 
ferias  financieras,  aquellos  que  de  las  arcas  nacionales  hicie- 
ron su  caja  de  Pandora,  llevándose  los  bienes  i  dejándonos 
solo  la . . .  esperanza  de  morir  de  hambre,  esos  son  los  que 
ahora  deben  reintegrar  los  valores  que  tomaron  a  crédito;  i  si 
esperan  que  la  policía  les  notifique,  los  peruanos  ya  tendré- 


440  GUERRA  DKL  PACIFICO 


mos  el  derecho  de  apuntarles  con  el  dedo  con  que  se  señala  a 
los  traidores.  Aquellos  egoístas,  hombres  de  capitales  i  pro- 
piedades, no  podrán  sacrificar  una  cuarta  parte  de  sus  bienes 
para  salvar  de  la  ruina  el  total?  ¡Ah,  pobre  patria!  Cubre  tu 
frente  i  oculta  tu  rubor.  Quizá  los  que  te  prostituyeron  en  las 
horas  de  insensata  bacanal,  hoi  en  el  dia  de  la  honra  i  de  la 
reparación,  se  arrellenan  con  cinismo  en  sus  butacas  i  te  echan 
una  sonrisa  de  desden,  como  única  limosna  de  su  espiacion. 
¡Miserables;  la  justicia  será  tremenda  para  ellos,  i  entonces 
será  el  crujir  de  los  dientes  i  el  temblor  del  cuerpo  i  el  frió  de 
la  muerte!  La  patria,  i  el  gobierno  en  su  representación,  tiene 
el  derecho  i  la  necesidad  de  exij irles  la  cuota  proporcional  que 
les  corresponde.  Como  ciudadanos  deben  ofrecer  su  vida, 
como  negociantes  sus  caudales» . . . 

Estas  provocaciones  imprudentes,  repetidas  en  términos 
mas  o  menos  apasionados  por  los  otros  diarios,  excitaban  las 
pasiones  de  la  plebe,  i  preparaban  a  la  ciudad  de  Lima  dias 
de  luto  i  de  vergüenza.  Pero  este  ardor  de  los  periodistas  pe- 
ruanos contra  los  hombres  acaudalados  de  su  propio  pais,  no 
habia  paralizado  un  solo  instante  su  propaganda  de  odios  i 
de  amenazas  contra  Chile.  Mui  lejos  de  eso,  nunca  la  prensa 
de  Lima  habia  lanzado  mas  dicterios  i  provocaciones  a  su 
enemigo,  ni  nunca  habia  mostrado  mas  confianza  en  el  triun- 
fo seguro  e  inevitable.  El  diario  La  Patria  hacia  la  revista  de 
todos  los  elementos  que  poseia  el  Perú  para  alcanzar  la  vic- 
toria. «Tenemos,  decia,  todo  lo  que  se  necesita  para  escarmen- 
tar esas  bandas  de  salteadores.  Tenemos  la  fuerza  necesaria 
para  esterminarlos;  tenemos  rifles  que  los  diezmen,  cañones 
que  los  destrocen,  minas  esplosivas  que  esparzan  al  viento 
sus  despojos,  i  zanjas  profundas  que  inundaremos  con  su 
sangre  i  colmaremos  con  sus  cadáveres.  Tenemos  eso  i  mas 
que  eso:  el  secreto  de  nuestra  fuerza». 

Sin  embargo,  parece  que  no  todo  el  mundo  abrigaban  en 
Lima  la  misma  confianza  en  la  disciplina  i  en  la  solidez  del 
soldado  peruano.  Se  sabia  por  la  esperiencia  de  Tacna  i  de 
Arica  que  los  parapetos  i  las  trincheras  servian  de  poca  cosa 
si  faltaba  la  resolución  de  defenderlos  bien.  De  aquí  nació  el 


CAMPAÑA     A    LIMA  441 


que  en  esos  dias  aparecieran  muchos  escritores  que  desde  las 
columnas  de  los  diarios  daban  reglas  seguras  e  infalibles  para 
derrotar  a  los  chilenos.  «Hagamos  de  cuenta  que  acudimos  a 
una  gran  cacería  de  tigres,  decia  el  redactor  mihtar  de  La  Pa- 
tria. Los  araucanos  (los  chilenos)  tienen  la  ajilidad  nerviosa, 
la  ferocidad  i  la  cobardía  de  estos  animales.  La  salvación  del 
cazador  depende  únicamente  de  su  serenidad.  Que  no  le  atur- 
da el  tremendo  rujido  ni  la  violencia  del  salto  de  la  fiera;  que 
no  cierre  los  ojos  al  dispararle  el  rifle  o  al  clavarle  el  cuchillo 
en  las  entrañas.  Si  retrocede  un  paso,  si  vuelve  el  rostro,  está 
perdido.  I  en  trance  tan  infeliz,  valdría  mas  que  lo  mataran 
sus  propios  compañeros  para  ahorrarle  una  muerte  lenta  i 
terrible  bajo  las  garras  d^l  enemigo  o  su  eterna  agonía  bajo  el 
desprecio  de  su  patria.  Los  soldados  chilenos  vienen  a  Lima 
aguijoneados  por  la  codicia  del  saqueo,  por  la  salvaje  lubri- 
cidad de  las  bestias  i  por  el  odio  a  nuestra  raza:  los  fáciles 
triunfos  que  han  alcanzado  hasta  ahora,  los  alientan  en  la 
nueva  campaña;  i  esperan  intimidarnos  i  vencernos  con  la 
impetuosidad  de  sus  ataques.  Pero  vienen  con  el  inevitable 
susto  que  se  ampara  del  ladrón  i  del  asesino  antes  de  la  ejecu- 
ción de  un  crimen;  vienen  temblando  con  la  idea  de  nuestra 
fuerza  i  de  nuestro  coraje;  vienen  soñando  con  la  esplosion 
de  nuestras  minas.  Una  hora,  una  sola  hora  de  valor  reflexivo 
i  de  firme  i  ordenada  resistencia,  i  la  victoria  es  nuestra.  Pen- 
dientes de  nuestro  valor  i  de  nuestra  serenidad  están  los  lau- 
reles de  la  victoria  i  la  admiración  del  mundo». 

En  ios  capítulos  siguientes   veremos  cómo  se  cumplieron 
estas  reglas  para  derrotar  infaliblemente  a  los  chilenos. 


N^-^ 


CAPITULO  IX 


San  Juan  i  Chorrillos,  13  de  er.ero  de  1881 

Desembarco  del  parque  i  bagajes  del  ejército  chileno. — El  jeneral  Baqueda- 
no  hace  reconocer  las  posiciones  enemigas. — Combate  de  Pachacamac: 
un  rejimiento  peruano  es  cortado  i  dispersado. — Una  pequeña  división 
chilena  reconoce  con  toda  felicidad  las  fortificaciones  situadas  al  oriente 
de  Lima. — El  jeneral  chileno  resuelve  el  ataque  de  las  posiciones  enemi- 
gas.— Estado  de  la  opinión  en  el  campamento  peruano. — Se  celebran 
como  victorias  de  sus  armas  todos  los  reconocimientos  que  practicaban 
los  chilenos. — En  Lima  i  en  el  campamento  peruano  se  anuncia  que  el 
ejército  chileno,  acobardado  i  desmoralizado,  se  retiraba  para  reembar- 
carse.— Proclama  del  jeneral  Baquedano  para  anunciar  a  su  ejército  el 
próximo  ataque  de  las  posiciones  enemigas. — Marcha  del  ejército  chile- 
no.— Plan  de  asalto  de  las  fortificaciones  peruanas  denominadas  de  San 
Juan. — Reñida  batalla  en  aquellas  posiciones. — Victoria  completa  de 
ios  chilenos. — Ataque  de  morro  Solar  i  de  Chorrillos. — Derrota  i  destruc- 
ción de  las  divisiones  peruanas  que  defendían  estas  posiciones. — Desor- 
den i  perturbación  que  estas  derrotas  producen  en  la  segunda  línea  de 
fortificaciones  peruanas. — Consecuencias  inmediatas  de  aquellas  batallas. ' 

Al  terminarse  el  año  de  1880  los  ejércitos  belijer antes  de 
Chile  i  del  Perú  estaban  casi  a  la  vista.  No  los  separaba  mas 
que  la  distancia  de  catorce  o  quince  quilómetros  que  median 
entre  Lurin  i  Chorrillos.  Por  una  i  otra  parte  se  hacian  los 
últimos  aprestos  para  el  próximo  combate. 


444  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Pero  la  situación  de  esos  ejércitos  era  mui  diferente.  El  del 
Perú,  acampado  desde  dias  atrás  delante  de  un  valle  fértil  i 
ameno,  estaba  colocado  en  excelentes  posiciones,  resguarda- 
do por  fortificaciones  i  parapetos  formidables,  i  comunicado 
con  Lima  por  el  ferrocarril.  El  de  Chile,  poi  el  contrario,  acam- 
paba recientemente  en  las  márjenes  del  rio  de  Lurin,  en  cam- 
po abierto  i  no  tenia  mas  provisiones  i  forrajes  que  los  que 
habia  podido  llevar  consigo  después  de  un  largo  viaje.  En 
esos  momentos  no  habia  desembarcado  mas  que  una  parte 
de  su  material  de  guerra,  de  sus  víveres  i  de  sus, municiones; 
de  tal  suerte  que  si  el  enemigo  hubiera  tenido  la  audacia  de 
abandonar  sus  trincheras,  i  de  llevar  un  ataque  resuelto  so- 
bre los  chilenos,  las  probabilidades  de  victoria,  a  lo  menos  en 
apariencia,  habrian  estado  de  parte  del  Perú.  El  dictadoj 
Piérola,  jeneralísimo  de  los  ejércitos  de  esta  república,  no 
quiso  salir  un  solo  instante  de  la  mas  estricta  defensiva,  fir- 
memente convencido  de  que  este  sistema  conduciría  a  un 
triunfo  seguro  e  inevitable. 

El  desembarco  del  parque  del  ejército  chileno,  de  sus  ca- 
ballos, de  sus  bestias  de  tiro  i  de  carga,  de  la  artillería  de  cam- 
paña, de  las  municiones  i  de  los  víveres,  se  efectuaba  en  la 
caleta  de  Curayaco  i  en  la  playa  de  Lurin,  con  la  mas  orde- 
nada regularidad,  a  pesar  de  carecer  esa  costa  de  aparatos  de 
descarga.  El  trasporte  de  esos  artículos  desde  la  playa  hasta 
los  lugares  en  que  estaban  acampadas  las  diferentes  divisio- 
nes, no  sufrió  tampoco  entorpecimiento  alguno,  gracias  al 
orden  con  que  todo  se  hacia,  i  a  las  medidas  que  se  habían 
tomado  de  antemano  para  regularizar  este  servicio.  Pero  tra- 
tándose del  material  completo  para  un  ejército  de  25,000 
hombres,  esta  operación  no  podía  dejar  de  ocupar  algunos 
dias  1. 

El  estado  mayor  chileno  habia  cuidado  de  desembarcar  en 
los  primeros  momentos  el  material  mas  indispensable  para 

I.  Se  formará  una  idea  aproximativa  de  este  trabajo  por  las  cifras  siguien- 
tes. Los  bagajes  del  ejército  chileno,  sin  contar  los  ciñones  ni  los  arreos  de 
los  animales,  formaban  un  total  de  mas  de  24  mil  bultos  o  cajones.  Solo  las 
municiones  de  la  infantería  ocupaban  10,026  cajones,  la  harina  2,530  sacos, 
los  fréjoles  1,664  sacos,  el  charqui  1,415  líos,  el  material  de  ambulancias 


CAMPAÑA    A    LIMA  445 


poner  al  ejército  en  estado  de  rechazar  cualquier  ataque,  i  de 
satisfacer  la  as  necesidades  mas  urj entes  de  su  alimentación. 
Pero  antes  de  haber  completado  el  equipo  de  sus  tropas,  no 
se  hallaba  en  situación  de  tomar  la  ofensiva.  El  jeneral  Ba- 
quedano  ocupó  este  tiempo  de  forzosa  inmovilidad,  en  reco- 
nocer las  posiciones  enemigas,  desplegando  en  este  trabajo 
tanta  actividad  como  intelijencia.  Su  propósito  no  era  solo 
el  de  estudiar  el  terreno  i  conocer  por  qué  punto  habia  de 
atacar  las  fortificaciones  peruanas,  sino  ahuyentar  a  las  avan- 
zadas esploradoras  del  enemigo  para  tener  a  éste  completa- 
mente a  ciegas  de  los  movimientos  del  ejército  chileno.  Las 
diversas  espediciones  que  hizo  partir  de  su  campamento,  con- 
siguieron por  entero  este  resultado.  Líneas  telegráficas  ten- 
didas con  grande  actividad,  servían  para  mantener  al  cuartel 
jeneral  chileno  al  corriente  de  lo  que  se  hacia  en  todos  los  al- 
rededores. 

En  efecto,  el  24  de  diciembre  una  columna  de  500  hombres 
de  infantería  i  de  caballería,  mandada  por  el  teniente  coronel 
don  Baldomcro  Dublé  Almeida,  siguiendo  las  orillas  del  rio 
de  Lurin  hacia  el  oriente,  ocupó  el  pueblo  de  Pachacamac  i" 
avanzó  hasta  Manchal,  desalojando,  después  de  un  sostenido 
tiroteo,  a  las  avanzadas  peruanas  que  ocupaban  buenas  po- 
siciones, i  tomándoles  cuatro  prisioneros.  Desde  ese  dia,  el 
flanco  derecho  del  ejército  chileno  quedó  despejado  de  ene- 
migos esploradores,  o  éstos  no  volvieron  a  dejarse  ver  sino  a 
una  gran  distancia. 

El  siguiente  dia  (25  de  diciembre),  el  comandante  don  Am- 
brosio Letelier  con  un  escuadrón  de  caballería,  siguiendo  el 
camino  de  la  playa,  avanzó  hacia  el  norte  hasta  ponerse  a  la 
vista  de  las  fortificaciones  peruanas  que  empezó  a  reconocer. 
Sostuvo  allí  un  corto  tiroteo  con  las  avanzadas  enemigas,  i  se 
retiró  después  de  haber  desempeñado  su  comisión. 


1,400  bultos,  el  pan  i  galletas  1,387  sacos.  Todo  esto,  así  como  los  cañones, 
los  caballos  i  las  muías,  fué  desembarcado  en  lugares  que  carecían  de  muelles 
de  descarga,  í  que  solo  eran  frecuentados  por  los  contrabandistas.  Los  mue- 
lles portátiles,  los  pescantes  í  las  grúas  construidos  en  Chile,  sirvieron  para 
facilitar  esta  operación  que  sin  embargo  tardó  algunos  días. 


440  GUERRA  DEL  PACIFICO 


^liéntras  tanto,  en  el  campamento  chileno  se  tuvo  noticia 
de  que  un  Tejimiento  de  caballería  peruana  venia  del  sur  a 
incorporarse  al  ejército  de  Lima.  Sabiendo  que  los  caminos 
de  la  costa  estaban  ocupados  por  los  invasores,  las  fuerzas 
peruanas  se  dirijian  a  la  capital  por  el  camino  de  Pachaca- 
mac,  situado  mucho  mas  al  oriente.  El  coronel  Barbosa,  jefe 
de  una  de  las  brigadas  del  ejército  chileno,  recibió  el  encargo 
de  cerrarles  el  paso;  i  en  efecto,  este  jefe  tomó  tan  acertadas 
medidas,  que  en  la  noche  del  27  de  diciembre  el  enemigo  des- 
prevenido se  encontró  delante  de  algunas  compañías  de  in- 
fantería chilena,  i  tuvo  que  aceptar  el  combate.  Era  la  colum- 
na peruana  que  bajo  las  órdenes  del  coronel  Sevilla  habia 
estado  encargada  de  hostihzar  en  su  marcha  a  la  división 
chilena  del  comandante  Lynch,  i  que  volvía  a  Lima  sin  haber 
conseguido  su  objeto.  El  combate,  sostenido  en  la  oscuridad 
de  la  noche,  fué  fatal  a  las  fuerzas  peruanas.  Perdieron  éstas 
un  jefe  i  quince  soldados.  El  coronel  Sevilla,  catorce  oficiales 
i  97  soldados  cayeron  prisioneros.  El  resto  de  su  tropa  se  dis- 
persó en  los  bosques  vecinos  para  no  volver  a  reunirse  mas. 
"De  parte  de  los  chilenos  solo  hubo  un  jefe  muerto,  el  coman- 
dante don  José  Olano,  i, cuatro  soldados  heridos. 

Los  reconocimientos  de  las  posiciones  peruanas  se  conti- 
nuaron sin  descanso  en  los  dias  subsiguientes.  Las  columnas 
esploradoras,  mandadas  siempre  por  oficiales  intelij entes, 
avanzaban  ya  por  un  lado,  ya  por  otro,  i  completaban  el  es- 
tudio cabal  del  terreno  donde  tendrían  que  empeñar  la  lucha. 
Dos  de  los  jefes  de  división,  don  Patricio  Lynch  i  don  Pedro 
Lagos,  embarcados  en  la  cañonera  Magallanes,  examinaron 
prolijamente  por  el  lado  del  mar  la  porción  de  aquellas  forti- 
ficaciones que  estaba  allegada  a  la  costa.  El  mismo  jeneral 
en  jefe,  acompañado  por  su  estado  mayor  i  por  una  fuerte 
columna  de  las  tres  annas,  practicó  el  6  de  enero  de  1881  un 
gran  reconocimiento  en  medio  de  un  sostenido  cañoneo  que, 
sin  embargo,  no  produjo  daño  alguno  entre  sus  soldados. 

Una  vez  reconocida  en  toda  su  estension  la  primera  línea 
de  defensa  de  los  peruanos,  i  apreciándose  perfectamente  las 
dificultades  del  ataque  de  frente  de  esas  posiciones,  quiso  sa- 


CAMPANA  A  LIMA  447 


ber  el  jeneral  Baquedano  si  seria  posible  embestir  la  ciudad 
de  Lima  por  el  oriente,  dando  al  efecto  un  gran  rodeo  para 
inutilizar  así  las  fortificaciones  enemigas.  El  coronel  Barbosa 
recibió  el  encargo  de  hacer  una  esploracion  por  aquel  lado,  a 
la  cabeza  de  2,000  hombres  de  las  tres  armas.  Debia  hacer  su 
viaje  por  el  camino  llamado  de  la  Cieneguilla,  caer  al  valle 
de  Lima  por  el  pueblo  de  Ate  i  acercarse  hasta  el  fuerte  de 
San  Bartolomé,  situado  al  sureste  de  la  capital.  En  cumpli- 
miento de  esta  comisión,  el  coronel  Barbosa  salió  de  Pacha- 
camac  en  la  tarde  del  8  de  enero,  dio  un  corto  descanso  a  su 
tropa  en  Machai,  i  a  la  una  de  la  mañana  emprendió  la  mar- 
cha, favorecido  por  la  luz  de  la  luna,  para  llegar  al  amanecer 
a  los  lugares  que  debia  reconocer. 

Hé  aquí  como  refiere  esta  esploracion  el  jefe  de  estado  ma- 
yor del  ejército  chileno  en  su  prolijo  parte  oficial  de  toda  esta 
campaña:  «Antes  de  bajar  al  valle  (de  Lima),  aquella  fuerza 
encontró  obstruido  el  camino  por  un  considerable  número  de 
minas  automáticas  que  cubrían  el  campo  i  que  estallaban 
bajo  los  pies  de  la  tropa,  al  mismo  tiempo  que  algunas  gue- 
rrillas enemigas  hacian  fuego  parapetadas  tras  de  una  triple 
trinchera  de  fosos  que  cortaban  en  toda  su  anchura  el  abra 
por  donde  jira  el  camino,  mientras  que  otras  coronaban  las 
alturas  de  uno  i  otro  lado.  La  caballería  enemiga  aparecía  en 
el  valle  por  retaguardia  de  la  infantería;  i  los  cañones  de  los 
fuertes  del  sur  de  Lima  (mas  propiamente  del  sureste,  esto 
es  del  cerro  de  San  Bartolomé)  disparaba  granadas  sobre 
nuestras  filas.  El  coronel  Barbosa  ordenó  inmediatamente  el 
ataque,  haciendo  avanzar  por  derecha  e  izquierda  algunas 
guerrillas  de  infantería  para  desalojar  a  las  del  enemigo  que 
ocupaban  las  alturas,  i  cargando  a  los  que  se  ocultaban  tras 
de  los  fosos  del  frente  con  un  pelotón  de  granaderos  a  caballo, 
que  en  un  momento  las  dispersó  a  filo  de  sable,  matándoles 
23  hombres,  entre  ellos  tres  oficiales.  Rechazado  el  enemigo 
de  todas  sus  posiciones  i  puesto  en  completa  fuga,  el  coronel 
Barbosa  desembarcó  en  el  valle  i  cumplió  el  objeto  de  su  mi- 
sión, retirándose  en  seguida  sin  ser  molestado.  En  aquel  en- 
cuentro el  enemigo  tuvo  muchas  bajas  entre  muertos  i  heri- 


448  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


dos;  por  nuestra  parte  hubo  15  heridos  por  las  balas  i  los  pol- 
vorazos  de  las  minas,  de  los  cuales  murió  solo  un  soldado»  2. 
Este  importante  reconocimiento,  ejecutado  con  toda  feli- 
cidad, reveló  que  el  ataque  i  la  ocupación  de  Lima  por  el  lado 
del  oriente,  era  posible  como  operación  miUtar.  Aquella  parte 
de  los  alrededores  de  la  capital  estaba  mal  defendida.  La  pe- 
queña división  del  coronel  Barbosa,  a  pesar  de  las  minas  au- 
tomáticas i  del  fuego  de  los  fuertes,  habia  arrollado  todas  las 
resistencias;  i  si  sus  instrucciones  se  lo  hubiesen  permitido, 
habria  podido  entrar  a  la  ciudad.  Pero  el  ataque  de  Lima  por 
aquel  lado,  of recia  graves  inconvenientes  que  fueron  perfec- 
tamente reconocidos  en  el  cuartel  jeneral.  La  marcha  de  todo 
el  ejército  por  aquellos  caminos,  no  podia  hacerse  con  la  mis- 
ma rapidez  con  que  los  habia  recorrido  la  pequeña  división 
del  coronel  Barbosa.  Ese  movimiento  habria  exijido  a  lo  me- 
nos cuatro  o  cinco  dias;  i  en  toda  la  estension  de  ese  camino, 
desde  las  orillas  del  rio  Lurin  hasta  las  del  rio  Surco,  pequeño 
afluente  del  Rimac,  no  se  hallaba  una  sola  gota  de  agua.  El 
ejército  chileno  habria  necesitado  ejecutar  esta  operación  lle- 
vando consigo  todo  su  parque  i  todo  sus  bagajes,  porque  de 
no  hacerlo  así,  habrian  caido  éstos  indefectiblemente  en  po- 
der del  enemigo.  Por  otra  parte,  esa  operación  dejaba  al  ejér- 

2.  No  existen,  o  a  lo  menos  no  se  han  publicado  partes  oficiales  referentes 
a  esta  campaña  por  el  lado  del  Perú.  Para  recojer  las  noticias  de  lo  que  pa- 
saba en  el  campamento  de  Piérola,  hemos  tenido  que  limitarnos  a  la  corres- 
pondencia de  La  Estrella  de  Panamá  de  que  hemos  hablado  en  una  nota  an- 
terior, que  aunque  mui  apasionada  e  inexacta  en  muchos  detalles,  contiene 
noticias  que  no  se  hallan  en  otra  parte;  i  a  una  serie  de  artículos  publicados 
en  marzo  de  1881  en  El  Orden,  diario  de  Lima,  con  el  título  siguiente:  Lo  qus 
yo  vi.  Apuntes  de  una  revista  sobre  las  jornadas  del  13  i  15  de  enero  de  1881. 
Constituyen  una  relación  interesante  i  nutrida  de  hechos,  contados  sin  gran- 
des exajeraciones  i  sin  baladronadas.  Hablando  del  reconocimiento  practi- 
cado por  el  coronel  Barbosa,  que  los  boletines  de  Piérola  presentaban  como 
un  triunfo  espléndido  de  las  armas  peruanas,  dice  simplemente  lo  que  sigue: 
«El  9  hizo  el  enemigo  un  fuerte  reconocimiento  sobre  nuestra  estrema  iz- 
quierda. El  batallón  peruano  de  Pachacamac,  fué  destrozado.  Las  bombas 
del  fuerte  de  San  Bartolomé  contuvieron  la  marcha  del  enemigo;  pero  habia 
éste  conseguido  su  propósito».  Debemos  advertir  que  lo  que  contuvo  a  la 
división  del  coronel  Barbosa  fué  únicamente  el  cumplimiento  de  sus  instruc- 
ciones que  lo  autorizaban  solo  para  reconocer  las  posiciones  enemigas  i  no 
para  empeñar  combate  contra  esas  fortalezas. 


CAMPAÑA  A    LIMA  449 


cito  chileno  separado  de  la  escuadra,  cuya  cooperación  le  era 
indispensable,  e  iba  a  encerrarlo  en  Lima,  incomunicándolo 
con  la  costa  por  una  porción  de  territorio  en  que  estaba  acam- 
pado i  fortificado  todo  el  ejército  enemigo.  En  vista  de  estas 
dificultades,  el  jeneral  Baquedano  desechó  resueltamente  este 
plan,  i  se  determinó  a  atacar  de  frente  las  posiciones  perua- 
nas. La  confianza  que  le  inspiraban  el  vigor  de  sus  soldados  i 
la  decisión  de  sus  jefes,  lo  alentaron  para  acometer  esta  em- 
presa que  un  pecho  menos  animoso  que  el  suyo  habria  consi- 
derado quimérica.  «Aunque  mi  resolución  a  este  respecto  era 
inquebrantable,  después  de  hechos  los  estudios  necesarios, 
dice  él  mismo,  comuniqué  mi  plan  a  todos  los  jefes  superiores 
del  ejército,  i  tuve  la  satisfacción  de  obtener  su  unánime  apro- 
bación». 

Resuelto  ya  este  plan  de  ataque,  el  jeneral  Baquedano, 
acompañado  por  el  jefe  de  estado  mayor  i  por  los  comandan- 
tes de  división,  hizo  en  la  mañana  del  lo  de  enero  un  último 
reconocimiento  de  las  posiciones  que  estaba  dispuesto  a  to- 
mar por  asalto.  A  la  vista  del  terreno,  señaló  con  toda  fijeza, 
el  camino  que  debia  seguir  cada  división  i  los  puntos  que  de- 
bía atacar.  De  vuelta  a  su  campamento,  dio  todas  las  órdenes 
necesarias  para  que  el  ejército  estuviera  listo  para  emprender 
su  marcha  en  la  tarde  del  dia  12,  a  fin  de  que  al  amanecer  del 
13  de  enero  cayese  de  improviso  sobre  las  líneas  fortificadas 
del  enemigo.  Este  aplazamiento  de  dos  dias  para  efectuar  el 
ataque,  estaba  perfectamente  calculado  i  correspondía  a  un 
doble  objeto.  Servia  a  la  vez  para  hacer  cómodamente  todos 
los  preparativos  para  el  ataque,  i  para  acabar  de  desorientar 
al  enemigo,  que,  como  se  sabia  en  el  campamento  chileno, 
estaba  mecido  por  las  mas  singulares  ilusiones. 

En  efecto,  en  esos  instantes  supremos  para  el  Perú,  el  go- 
bierno i  el  pueblo  de  Lima  se  creian  mas  seguros  que  nunca 
de  la  victoria.  Pensaban  que  ni  aun  seria  necesaria  una  bata- 
lla, porque  el  ejército  de  Chile  estaba  acobardado  i  solo  que- 
ría tomar  la  fuga  i  dispersarse  miserablemente.  La  prensa  de 
Lima  contaba  con  la  mayor  seriedad  que  la  tercera  división 
del  ejército  chileno  se  habia  sublevado  en  Arica,  negándose  a 

TOMO  XVI.— 29 


450  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


embarcarse  para  no  hacer  una  campaña  de  que  no  se  espera- 
ba mas  que  un  gran  desastre.  «Fué  necesario,  se  decía,  toda  la 
enérjica  actividad  del  ministro  de  la  guerra  de  Chile  para  so- 
meter esa  división  i  para  hacerla  salir  de  su  campamento».  I 
esta  absurda  invención  se  hacia  circular  por  todas  partes  para 
retemplar  el  ardor  i  el  patriotismo  de  los  defensores  de  la  ca- 
pital, i  para  hacerles  creer  que  el  ejército  chileno  no  se  halla- 
ba en  estado  de  presentar  una  batalla. 

Por  fin,  se  supo  en  Lima  que  todo  el  ejército  chileno,  unido 
i  compacto,  avanzaba  resueltamente,  que  ocupaba  a  Lurin  i 
que  establecía  allí  su  campamento  sin  que  nadie  lo  inquietara. 
El  diario  La  Patria  contó  al  público  de  la  capital  estas  graves 
ocurrencias  en  los  términos  siguientes:  «Los  enemigos  se  en- 
cuentran ya  a  dos  jornadas  de  Lima:  la  tentativa  de  invasión 
ha  dado  principio;  los  lobos  araucanos,  con  las  fauces  dilata- 
das, parecen  percibir  ya  el  olor  de  un  festin  próximo,  que  les 
lleva  desde  aquí  la  brisa  primaveral.  Como  el  insecto  que 
percibe  el  fruto  que  ha  de  saciar  su  hambre,  se  arrastra  hacia 
nosotros  la  víbora  chilena;  pero  aquí  se  encuentra  la  poderosa 
planta  que  ha  de  aplastarla;  aquí  está  el  azote  que  ha  de  es- 
carmentarla; aquí  está  el  cuchillo  que  ha  de  rasgar  de  una 
vez  la  grosera  venda  que  cubre  sus  ojos.  .  .No  estamos  des- 
prevenidos, no  nos  faltan  elementos,  tenemos  buenos  direc- 
tores, el  entusiasmo  invade  nuestras  almas;  adelante,  pues,  i 
esperemos  ansiosos  el  momento  de  la  victoria. . .  Gobierno: 
guiad  al  pueblo  con  tino  i  sagacidad.  . .  Pueblo:  marchad  su- 
miso, varonil  i  resuelto  a  defender  vuestros  derechos. . .  Jefes 
i  soldados  del  ejército:  cumplid  con  vuestro  deber. . .  Matro- 
nas de  Lima:  preparad  elementos  para  enjugar  la  sangre  de 
vuestros  esposos,  hijos,  hermanos...  Judíos  sin  conciencia 
(los  capitalistas),  hijos  espurios  del  Perú  fuera  del  templo». 

En  Lima  se  publicaban  cada  día  boletines  de  noticias  acer- 
ca de  los  reconocimientos  practicados  por  las  avanzadas  chi- 
lenas. Pero  lejos  de  atribuir  a  estas  operaciones  su  verdadera 
importancia,  se  los  pintaba  como  ataques  proyectados  i  frus- 
trados, i  por  lo  tanto  como  victorias  de  las  armas  peruanas. 
Contábase  al  efecto  que  en  cada  una  de  esas  pequeñas  esca- 


CAMPANA  A  LIMA  451 


ramuzas,  el  ejército  chileno  habia  sufrido  pérdidas  conside- 
rables, i  que  se  habia  visto  obligado  a  retirarse  apresurada- 
mente. La  opinión  jeneral  en  Lima  era  que  los  jefes  chilenos 
estaban  desalentados,  que  no  sabian  por  donde  atacar,  i  que 
comenzaban  a  considerarse  perdidos.  El  4  de  enero,  uno  de 
los  buques  de  la  escuadra  chilena  bombardeó  el  puerto  de 
Ancón,  situado  al  norte  de  Lima,  echó  a  pique  una  lancha 
peruana,  hizo  grandes  destrozos  en  la  población  i  ocasionó 
algunas  pérdidas  en  las  tropas  que  la  guarnecian.  Este  ata- 
que contribuyó  a  perturbar  mas  la  opinión  de  la  capital.  So- 
braron j entes  que  creyesen  que  los  chilenos,  convencidos  de 
que  no  podrían  hacer  nada  por  el  sur,  pensaban  talvez  en 
cambiar  su  plan  de  operaciones,  i  en  ir  a  efectuar  su  desem- 
barco por  el  lado  del  norte. 

El  reconocimiento  practicado  el  9  de  enero  por  el  coronel 
Barbosa,  fué  motivo  de  preocupaciones  mayores  todavía.  Se 
creyó  firmemente  en  Lima  que  aquel  habia  sido  un  ataque 
formal  acometido  por  una  gran  división  chilena;  i  aunque  los 
jefes  peruanos  que  defendian  la  ciudad  por  el  lado  del  oriente, 
sabian  mui  bien  que  aquella  división  habia  destrozado  las 
fuerzas  que  encontró  delante,  los  boletines  de  noticias  publi- 
caron que  los  invasores  habian  sufrido  un  gran  desastre  con 
pérdida  de  1,400  hombres,  i  con  la  desorganización  completa 
de  su  división.  Estas  noticias  fueron  comunicadas  al  estran- 
jero  i  publicadas  con  las  apariencias  de  una  gran  victoria  del 
Perú,  en  los  diarios  que  el  gobierno  de  este  pais  subvenciona- 
ba en  Guayaquil  i  en  Panamá  3. 


3.  La  Nación  de  Guayaquil,  diario  al  servicio  del  Perú,  publicó  sobre  esos 
pequeños  combates,  las  noticias  siguientes,  fechadas  en  Lima  el  12  de 
enero: 

«Batalla  del  puente  de  Verrugas. — Una  fuerte  división  chilena  se  destacó 
del  grueso  del  ejército  para  tomar  la  dirección  del  ferrocarril  de  la  Oroya,  i 
destruir  los  principales  puentes  de  esta  obra. 

«El  movimiento  de  estadivision  fué  conocido  por  los  peruanos.  Se  destacó 
en  su  seguimiento  unos  cuantos  batallones  al  mando  del  coronel  Negron,  los 
cuales  alcanzaron  a  los  chilenos  cerca  del  puente  de  Verrugas,  donde  tuvo 
lugar  un  terrible  choque,  que  puso  fuera  de  combate  1,400  chilenos. 

«El  éxito  mas  completo  coronó  la  bravura  de  las  tropas  peruanas  en  la 
acción  del  Puente  de  Verrugas.» 


452  GUERRA  DEL  PACIFICO 


Los  dias  II  i  12  de  enero  fueron  de  completa  quietud  en  el 
campo  peruano.  No  se  vieron  por  ninguna  parte  las  avanza- 
das esploradoras  de  los  chilenos,  i  aun  se  llegó  a  creer  que  es- 
tos desistian  de  todo  proyecto  de  ataque.  Un  diario  de  Lima 
publicólas  líneas  siguientes: 

«Mas  que  satisfactorio,  motivo  de  lejitimo  orgullo  para  el 
patriotismo  es  el  entusiasmo  que  reina,  así  en  las  filas  del 
ejército  activo  como  en  la  de  los  ciudadanos  que  forman  la 
reserva. 

«Hemos  decretado  la  victoria  i  venceremos;  porque  tal  es 
la  decisión  de  todos  los  peruanos,  porque  el  éxito  no  puede 
abandonar  a  los  que  abrigan  la  firme  decisión  de  no  ceder  sino 


«Bafalla  de  San  Bartolomé. — El  cañoneo  del  9  dio  lugar  a  una  batalla  for- 
mal. Muí  temprano  una  división  chilena  compuesta  de  4,000  hombres  atacó 
a  una  avanzada  peruana  compuesta  de  150  hombres:  después  de  un  combate 
de  hora  i  media,  i  cuando  iba  a  ceder  el  campo  la  corta  fuerza  peruana,  apa- 
reció el  jefe  supremo  Piérola,  con  una  división,  tomando  posiciones  en  los 
contornos  i  cerros  de  San  Bartolomé,  i  consiguiendo  después  de  un  largo  i 
bien  librado  combate,  una  completa  victoria.  El  batallón  Piura  es  uno  de 
los  cuerpos  que  mas  se  han  distinguido  en  la  jornada. — Los  chilenos,  sin 
embargo,  tuvieron  tiempo  para  dejar  desnudo  a  uno  de  sus  jefes  que  quedó 
en  el  campo  de  batalla.» 

I  La  Estrella  de  Panamá,  con  fecha  de  22  de  enero  publicaba  las  siguien- 
tes noticias  que  se  le  hablan  trasmitido  de  Lima  con  fecha  de  diez  dias  atrás: 

<<E1  domingo  9  del  corriente,  avanzó  una  parte  del  ejército  chileno,  que 
fué  derrotado  con  pérdidas  grandes.  Otros  combates  ha  habido,  favorables 
al  ejército  peruano.  El  número  de  los  derrotados  chilenos  pasa  de  7,000  hom- 
bres; i  esto  al  par  que  ha  fortalecido  el  entusiasmo  i  la  confianza  en  el  ejér- 
cito peruano,  ha  causado  el  abatimiento  en  las  filas  contrarias. 

«Sin  embargo  del  terror  que  se  ha  apoderado  de  los  chilenos;  sin  embargo 
de  su  indecisión,  fruto  de  ese  sentimiento,  la  hora  de  las  grandes  soluciones 
está  próxima.  Así  lo  quieren  el  patriotismo  i  el  honor  de  los  peruanos;  así  lo 
tiene  resuelto  la  enerjía  indomable  del  jefe  supremo. 

«En  prueba  de  aquel  terror,  basta  citar  un  hecho.  El  jeneral  chileno  Villa- 
gran  se  ha  marchado  para  Santiago,  a  demostrar  que  es  imposible  que  el 
actual  ejército  de  Chile  pueda,  no  ya  tomar  a  Lima,  no  ya  alcanzar  ventajas 
siquiera  precarias,  pero  ni  aun  salvar  su  honor-militar  en  una  batalla. 

«Un  ciudadano  neutral,  recien  llegado  a  Lima,  escribe  a  un  comerciante 
de  Panamá: 

«Los  chilenos  están  perdidos  i  sin  esperanzas.  Para  tomar  a  Lima  seria 
necesario  un  ejército  de  80,000  de  los  mejores  cuerpos  europeos.» 

Por  mas  que  ello  parezca  increíble,  debemos  decir  que  estas  falsas  noticias 
eran  las  mismas  que  Piérola  hacia  circular  en  Lima  i  en  todo  su  campamento 
para  «retemplar  el  patriotismo»  de  sus  soldados. 


CAMPANA  A  LIMA  453 


con  la  vida  una  pulgada  de  terreno  al  invasor,  cuyo  amilana- 
miento  crece  de  hora  en  hora. 

«Chile  está  arrepentido  de  la  aventura  a  que  se  ha  lanzado. 
Dios  ha  permitido  en  su  justicia,  que  la  fatuidad  ofusque  a 
nuestros  adversarios  hasta  traerles  a  las  puertas  de  Lima. 

«Aquí  los  espera  el  castigo  de  todas  sus  iniquidades  i  van- 
dalaje. 

«Ellos  tiemblan  acobardados  tras  de  sus  parapetos  de  Lu- 
rin,  i  si  no  se  reembarcan  para  regresar  a  Chile  o  consagrarse 
esclusivamente  a  empresas  de  fácil  merodeo,  como  las  reali- 
zadas por  Lynch,  es  por  miedo  a  la  universal  rechifla. 

«Vengan  cuanto  antes  a  estrellarse  en  las  bayonetas  de  los 
que  deñenden  la  integridad  i  la  honra  de  la  América  republi- 
cana.» 

Por  momentos  crecia  entre  los  defensores  de  Lima  la  con- 
fianza de  que  los  chilenos  se  retiraban,  convencidos  de  que 
su  situación  era  insostenible.  «El  12  de  enero,  dice  una  de  las 
relaciones  peruanas  que  hemos  citado  anteriormente,  reinó 
en  el  campamento  la  mas  grande  tranquilidad;  no  hubo  falsa 
alarma:  llegó,  por  el  contrario,  la  noticia  de  que  el  enemigo, 
después  de  varias  correrías,  se  había  retirado  muí  adentro. 
No  faltaba  quien  asegurase  que  se  habían  vuelto  a  embarcar». 
Parece  casi  inconcebible  que  estando  los  dos  ejércitos  sepa- 
rados por  una  corta  distancia,  i  hallándose  el  jeneralísímo 
peruano  en  su  propio  territorio,  no  tuviese  medios  de  cercio- 
rarse de  la  verdadera  posición  del  enemigo,  llegando  a  creer 
que  éste  se  retiraba,  i  volvía  a  embarcarse,  en  los  momentos 
en  que  preparaba  un  ataque  audaz  i  definitivo.  Los  jefes  pe- 
ruanos demostraron  en  esa  ocasión  la  misma  ineptitud  que 
habían  desplegado  en  toda  la  campaña.  Habituados  a  la  des- 
organización i  al  desorden  de  las  contiendas  civiles,  no  podían 
comprender  todavía  que  estaban  obligados  a  luchar  contra 
un  enemigo  serio  que  en  todas  partes  había  probado  que  sa- 
bia hacer  la  guerra. 

Mientras  tanto,  en  el  campo  chileno  se  tomaban  tranquila 
i  reflexivamente  todas  las  disposiciones  del  caso  para  el  asalto 
de  las  fortificaciones  enemigas.    El  estado  mayor  contó  las 


454  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tropas  disponibles  para  el  ataque.  Formaban  éstas  23,129 
hombres  útiles  ^,  distribuidos  en  tres  divisiones,  de  las  cuales 
se  sacó  un  cuerpo  de  reserva  de  tres  mil  infantes.  A  las  doce 
del  dia  12  de  enero,  cuando  todos  los  cuerpos  del  ejército  es- 
taban competentemente  amunicionados  i  listos  para  marchar 
a  la  primera  orden,  el  jeneral  Baquedano  anunció  la  partida 
en  la  siguiente  proclama  dirijida  a  sus  oficiales  i  soldados: 

«Vuestras  largas  fatigas  tocan  ya  a  su  fin.  En  cerca  de  dos 
años  de  guerra  cruda,  mas  contra  el  desierto  que  contra  los 
hombres,  habéis  sabido  resignaros  a  esperar  tranquilos  la  hora 
de  los  combates,  sometidos  a  la  rigorosa  disciplina  de  los  cam- 
pamentos i  a  todas  sus  privaciones.  En  los  ejercicios  diarios  i 
en  las  penosas  marchas  a  través  de  arenas  quemadas  por  el 
sol,  donde  os  torturaba  la  sed,  os  habéis  endurecido  para  la 
lucha  i  aprendido  a  vencer. 

«Por  eso  habéis  podido  recorrer  con  el  arma  al  brazo  casi 
todo  el  inmenso  territorio  de  esta  república,  que  ni  siquiera 
procuraba  embarazar  vuestro  camino.  I  cuando  habéis  en- 
contrado ejércitos  preparados  para  la  resistencia  detras  de 
fosos  i  de  trincheras,  albergados  en  alturas  inaccesibles,  o 
protejidos  por  minas  traidoras,  habéis  marchado  al  asalto, 
firmes,  imperturbables  i  resueltos,  con  paso  de  vencedores. 

«Ahora  el  Perú  se  encuentra  reducido  a  su  capital,  donde 
está  dando  hace  muchos  meses  el  triste  espectáculo  de  la  ago- 
nía de  un  pueblo.  I  como  se  ha  negado  a  aceptar  en  hora  opor- 
tuna su  condición  de  vencido,  venimos  a  buscarlo  en  sus  últi- 


4.  Hemos  dicho  mas  atrás  que  el  ejército  espedicionario  que  partió  de 
Arica,  era  compuesto  de  cerca  de  26,500  hombres.  De  ellos  habian  quedado 
cerca  de  800  en  Pisco.  Descontando  los  enfermos,  i  las  guarniciones  encar- 
gadas de  la  custodia  de  los  depósitos  de  víveres  i  municiones  que  fué  preciso 
dejar  en  Lurin,  las  fuerzas  destinadas  al  ataque  de  las  fortificaciones  perua- 
nas, componían  23,129  oficiales  i  soldados  de  las  tres  armas. 

Seguían  también  al  ejército  chileno  unos  1,000  chinos  que  habian  reco- 
brado su  libertad  i  que  estaban  dispuestos  a  acompañar  i  a  servir  a  sus  liber- 
tadores. Fueron,  en  efecto,  muí  útiles  para  recojer  i  trasportar  heridos,  dis- 
tribuir víveres  i  municiones,  dar  indicaciones  sobre  las  localidades,  i  para 
atender  a  las  mil  necesidades  del  servicio  del  campamento.  En  I.urin,  donde 
había  un  templo  chino,  celebraron  una  fiesta  relijiosa  según  sus  ritos  para 
pedir  la  protección  del  cielo  en  favor  de  los  chilenos. 


CAMPANA  A  LIMA  455 


mos  atrincheramientos  para  darle  en  la  cabeza  el  golpe  de 
gracia  i  matar  allí,  humillándolo  para  siempre,  el  jérmen  de 
aquella  orgullosa  envidia  que  ha  sido  la  única  pasión  de  los 
eternos  vencidos  por  el  valor  i  la  jenerosidad  de  Chile. 

«Pues  bien:  que  se  haga  lo  que  ha  querido:  si  no  lo  han  alec- 
cionado bastante  sus  derrotas  sucesivas  en  el  mar  i  en  la  tie- 
rra, donde  quiera  que  sus  soldados  i  marinos  se  han  encon- 
trado con  los  nuestros,  que  se  resigne  con  su  suerte  i  sufra  el 
último  i  supremo  castigo. 

«Vencedores  de  Pisagua,  de  San  Francisco  i  de  Tarapacá, 
de  Anjeles,  de  Tacna  i  de  Arica:  adelante! 

«El  enemigo  que  os  aguarda  es  el  mismo  que  los  hijos  de 
Chile  aprendieron  a  vencer  en  1839,  i  Q^^  vosotros,  los  here- 
deros de  sus  grandes  tradiciones,  habéis  vencido  también  en 
tantas  gloriosas  jornadas. 

«Adelante!  A  cumplir  la  sagrada  misión  que  nos  ha  impues- 
to la  patria!  Allí,  detras  de  esas  trincheras,  débil  obstáculo 
para  vuestros  brazos  armados  de  bayonetas,  os  esperan  el 
triunfo  i  el  descanso;  i  allá,  en  el  suelo  querido  de  Chile,  os 
aguardan  vuestros  hogares,  donde  viviréis  perpetuamente 
protejidos  por  vuestra  gloria  i  por  el  amor  i  el  respeto  de  vues- 
tros conciudadanos. 

«Mañana,  al  aclarar  el  alba,  caeréis  sobre  el  enemigo;  i  al 
plantar  sobre  sus  trincheras  el  hermoso  tricolor  chileno,  ha- 
llareis a  vuestro  lado  a  vuestro  jeneral  en  jefe,  que  os  acom- 
pañará a  enviar  a  la  patria  ausente  el  saludo  del  triunfo,  di- 
ciendo con  vosotros: — ¡Viva  Chile! — Manuel   Baquedano.» 

Alas  cuatro  i  media  de  la  tarde,  todo  el  ejército  chileno, 
como  movido  por  un  solo  resorte,  estaba  formado  en  divisio- 
nes a  las  márjenes  del  rio  de  Lurin,  i  pronto  para  partir.  Me- 
dia hora  mas  tarde  rompía  la  marcha  la  primera  división,  i 
luego  la  seguían  las  otras  en  su  orden  numérico,  llevando  ca- 
minos separados,  pero  paralelos.  La  caballería,  sin  embargo, 
no  debía  salir  hasta  media  noche  a  fin  de  evitar  que  las  nubes 
de  polvo  que  levantan  los  caballos,  sirviesen  para  indicar  al 
enemigo  la  proximidad  del  ataque.  Después  de  mas  de  cinco 
horas  de  marcha,  favorecida  por  la  luna  llena,  todo  el  ejército 


456  GUERRA  DEL   PACÍFICO 


tomó  ordenadamente  las  posiciones  que  se  le  habian  señalado 
de  antemano,  en  las  faldas  de  una  cerranías  bajas  denomina- 
das La  Tablada,  que  se  alzan  al  sureste  de  las  fortificaciones 
enemigas,  i  a  una  distancia  de  cuatro  quilómetros  de  ellas. 
Allí  las  tropas  tomaron  algunas  horas  de  descanso  sin  ser  in- 
quietadas un  solo  instante.  El  ejército  peruano,  tranquilo  en 
la  confianza  de  que  los  chilenos  no  pensaban  mas  que  en  reti- 
rarse i  en  ganar  de  nuevo  sus  buques,  no  tenia  partidas  esplo- 
radoras,  ni  centinelas  avanzadas,  i  pasó  la  noche  ignorando 
que  el  enemigo  se  encontraba  casi  a  tiro  de  rifle  de  sus  posi- 
ciones. 

Después  de  media  noche,  el  cielo  se  cubrió  completamente 
con  la  espesa  neblina  que  se  levanta  cada  mañana  en  la  costa 
del  Perú.  A  las  tres  i  media  de  la  mañana,  todo  el  ejército  se 
ponia  nuevamente  en  marcha  para  tomar  el  orden  de  ataque. 
La  primera  división,  mandada  por  el  capitán  de  navio  don 
Patricio  Lynch,  i  compuesta  de  poco  mas  de  siete  mil  hom- 
bres, se  dirijió  a  atacar  la  derecha  del  enemigo.  La  segunda 
división,  mandada  por  el  jeneral  don  Emilio  Sotomayor,  i 
compuesta  de  seis  mil  hombres,  debia  asaltar  el  centro  de  las 
posiciones  peruanas.  La  tercera  división,  mandada  por  el  co- 
ronel don  Pedro  Lagos,  i  compuesta  de  poco  mas  de  cinco  mil 
hombres,  estaba  encargada  de  situarse  enfrente  de  la  izquier- 
da enemiga,  i  de  impedir  que  las  fuerzas  de  este  flanco  pudie- 
ran socorrer  al  centro  de  los  peruanos.  La  reserva,  apoyada 
por  un  rejimiento  de  artillería  de  campaña,  quedó  cerca  del 
estado  mayor  jeneral,  para  acudir  a  donde  fuese  necesario. 

La  oscuridad  de  la  mañana  facilitó  en  los  primeros  instan- 
tes este  movimiento;  pero  luego  vino  a  embarazarlo.  La  se- 
gunda división,  que  tuvo  que  hacer  una  marcha  mas  larga, 
se  atrasó  en  su  camino.  Un  sirviente  de  las  ambulancias,  per- 
dido en  la  oscuridad,  cayó  en  manos  de  un  piquete  de  solda- 
dos peruanos  que  no  estaba  lejos  de  su  línea  fortificada;  i  este 
accidente  inesperado  les  hizo  comprender  que  el  enemigo 
estaba  cerca.  En  el  momento  se  hicieron  en  las  trincheras 
peruanas  las  señales  de  alarma,  i  los  soldados  rompieron  un 
vivo  fuego  de  fusil,  de  cañón  i  de  ametralladoras. 


CAMPAÑA  A  LIMA  457 


Avanzaba  entre  tanto  la  primera  división  en  un  orden  im- 
perturbable, con  sus  guerrillas  al  frente,  sin  hacer  caso  de  los 
fuegos  del  enemigo.  Cuando  se  halló  a  una  distancia  aproxi- 
mativa  de  cuatrocientos  metros  de  la  línea  de  fortificaciones 
peruanas,  i  cuando  comenzó  a  trepar  las  alturas  en  que  éstas 
estaban  colocadas,  el  comandante  Lynch,  mandó  romper  los 
fuegos  de  fusil,  marchando  al  paso  de  carga  al  asalto  de  las 
trincheras.  Las  primeras  luces  del  alba  comenzaban  a  alum- 
brar el  campo  de  batalla,  cuando  los  chilenos  llegaban  a  los 
fosos  i  bastiones  del  enemigo.  Nada  podia  contener  su  ímpe- 
tu: saltan  los  fosos,  asaltan  los  bastiones,  i  calando  la  bayo- 
neta sobre  los  defensores  de  las  fortificaciones,  destrozan  sus 
filas  i  les  quitan  una  a  una  las  posiciones  que  creían  inespug- 
nables.  La  escuadra  chilena  rompía  también  sus  fuegos  sobre 
las  fortificaciones  del  flanco  derecho  de  los  peruanos,  i  la  ar- 
tillería de  tierra  disparando  por  elevación  para  no  ofender  a 
los  asaltantes,  contribuía  a  aumentar  la  confusión  del  enemi- 
go. Pero. éste  ocupaba  aun  otras  alturas  i  otros  parapetos,  i 
allí  seguía  oponiendo  una  tenaz  resistencia.  Del  centro  de  la 
línea  peruana,  que  todavía  no  había  sido  atacada,  comenza- 
ban a  llegar  refuerzos,  robusteciendo  considerablemente  la 
resistencia.  La  primera  división  pudo  hallarse  seriamente 
comprometida  ante  la  superioridad  numérica  del  enemigo; 
pero  ni  el  comandante  Lynch  ni  sus  soldados  vacilaron  un 
instante.  Lejos  de  eso,  sostuvieron  el  combate  con  el  mismo 
ardor  con  que  iniciaron  el  asalto. 

Queriendo  evitar  que  el  enemigo  pudiera  rehacerse  en  aquel 
punto  de  sus  primeros  quebrantos,  el  jeneral  Baquedano  man- 
dó avanzar  inmediatamente  los  cuerpos  de  reserva.  El  te- 
niente coronel  don  Arístídes  Martínez,  que  los  capitaneaba, 
los  hace  marchar  a  paso  de  carga,  llega  al  teatro  del  combate, 
i  se  reúne  en  momento  oportuno  a  la  primera  división.  Sal- 
vando entonces  fosos  i  trincheras,  Lynch  i  Martínez  se  apo- 
deran después  de  reñida  pelea,  de  las  posiciones  en  que  la  re- 
sistencia había  sido  mas  porfiada,  i  concluyen  en  dos  horas 
la  dispersión  del  enemigo  en  esa  parte  de  su  línea  de  defensa. 

Casi  en  los   mismos  momentos  en  que  llegaba  la  reserva 


458  aUEREA    DEL  PACÍFICO 


(las  seis  de  la  mañana)  entraba  también  en  combate  la  segun- 
da división.  Estaba  un  poco  atrasada  por  las  dificultades  del 
camino;  pero  sus  jefes  i  soldados  querian  indemnizarse  de  este 
forzoso  retardo  embistiendo  con  todo  ardor  a  las  fortificacio- 
nes que  se  les  habia  ordenado  asaltar.  La  primera  brigada 
de  esta  división,  mandada  personalmente  por  el  coronel  don 
José  Francisco  Gana,  i  protejida  por  los  fuegos  de  la  artille- 
ría que  quedaba  a  sus  espaldas,  cargó  resueltamente  en  co- 
lumna, por  rejimientos  desplegados,  sobre  las  fuertes  posi- 
ciones del  centro  del  enemigo.  Esa  columna  llegó  a  las  alturas 
que  ocupaban  las  trincheras  i  parapetos  peruanos  sin  dispa- 
rar un  solo  tiro.  Rompiéndolos  entonces  con  un  empuje  irre- 
sistible, penetra  en  el  campo  enemigo.  Por  medio  de  un  mo- 
vimiento audaz  i  bien  ejecutado,  pasando  sobre  las  minas  i 
las  bombas  automáticas  de  que  estaba  sembrado  el  suelo, 
envuelve  a  los  batallones  peruanos  que  estaban  al  lado  iz- 
quierdo, los  arrolla  i  los  destroza  completamente.  La  segunda 
brigada  de  esta  misma  división,  mandada  por  el  coronel  Bar- 
bosa, llega  también  a  tiempo  para  acabar  de  dispersar  a  los 
batallones  que  defendían  esas  formidables  posiciones. 

La  tercera  división  habia  desempeñado  puntualmente  el 
encargo  que  se  le  dio  de  caer  sobre  las  posiciones  del  flanco 
izquierdo  de  los  peruanos  si  sus  defensores  trataban  de  soco- 
rrer al  centro  en  el  momento  del  combate.  Las  guerrillas  de 
esta  división,  dirijidas  por  el  coronel  don  Martiniano  Urriola, 
hablan  mantenido  el  fuego  por  aquel  lado,  amagando  al  ene- 
migo i  obligándolo  a  no  salir  de  sus  trincheras. 

Cuando  el  jeneral  en  jefe  vio  a  las  siete  i  media  de  la  maña- 
na que  el  centro  de  la  línea  enemiga  estaba  roto,  dio  orden  al 
comandante  jeneral  de  caballería,  coronel  don  Emeterio  Le- 
telier,  que  a  la  cabeza  de  dos  rejimientos  marchase  en  perse- 
cusion  de  los  fujitivos,  e  impidiese  que  éstos  pudieran  reha- 
cerse. Aquella  carga  fué  decisiva.  A  pesar  de  los  obstáculos 
del  terreno,  la  caballería  chilena  cayó  como  un  rayo  sobre  los 
destrozados  batallones  que  se  retiraban  a  refujiarse  en  la  se- 
gunda línea  de  defensa,  i  los  sableó  sin  darles  un  instante  de 
descanso  hasta  dispersarlos  completamente,  dejando  el  terre- 


CAMPAÑA  A  LIMA  459 


no  cubierto  de  cadáveres.  El  enemigo  habia  sembrado  de 
bombas  automáticas  aquella  parte  del  campo;  i  sus  esplosio- 
nes  hicieron  daños  considerables  a  los  soldados  chilenos.  Pero 
estas  hostilidades  no  produjeron  otro  resultado  que  exaltar 
su  ardor,  i  estimularlos  a  continuar  la  persecución  de  los  fu- 
jitivos  con  mayor  encarnizamiento. 

Alas  nueve  de  la  mañana,  la  batalla  estaba  terminada.  Los 
chilenos  ocupaban  toda  la  linea  de  fortificaciones  peruanas, 
cuyo  centro  eran  las  casas  de  la  hacienda  de  San  Juan,  que 
dio  su  nombre  a  esta  jornada.  Solo  en  su  estremidad  derecha 
quedaba  en  pié  la  división  que  bajo  las  órdenes  del  coronel 
Iglesias,  ministro  de  la  guerra  de  Piérola,  defendía  a  Chorri- 
llos i  el  morro  Solar,  cerro  escarpado  que  se  levanta  al  sur  de 
aquella  población.  Los  soldados  chilenos,  estenuados  de  fa- 
tiga después  de  aquel  penoso  combate,  i  de  una  noche  de  mar- 
cha, en  que  no  hablan  podido  tomar  mas  que  dos  o  tres  horas 
de  descanso,  necesitaban  algunos  momentos  de  reposo.  Sin 
embargo,  era  necesario  llevarlos  al  nuevo  ataque  para  consu- 
mar la  victoria  de  aquel  dia. 

El  dictador  Piérola  habia  pasado  la  noche  en  Chorrillos.  Al 
oir  por  la  mañana  los  primeros  tiros,  se  trasladó  a  San  Juan, 
i  llegó  a  tiempo  para  presenciar  a  la  distancia  la  pérdida  de 
sus  posiciones.  Entonces  se  replegó  de  nuevo  a  Chorrillos  con 
los  pelotones  de  fujitivos;  i  desde  allí  disponía  la  resistencia 
de  las  poderosas  fortificaciones  vecinas  a  esa  ciudad. 

Al  sur  del  pueblo  de  Chorrillos,  corre  una  cadena  de  cerros 
ásperos  i  cubiertos  de  tierra  blanda  i  movediza,  cuyo  punto 
culminante  es  el  morro  Solar,  con  una  altura  de  270  metros. 
Esas  alturas  hablan  sido  fortificadas  con  seis  reductos  arma- 
dos de  ametralladoras  i  de  gruesa  artillería,  i  defendidas  ade- 
mas por  un  ancho  foso  de  cerca  de  dos  quilómetros  de  largo. 
Esas  posiciones  se  hallaban  guarnecidas  por  la  división  del 
coronel  Iglesias,  compuesta  de  5,000  hombres,  que  todavía 
no  habían  entrado  en  combate;  i  allí  habia  acudido  un  núme- 
ro considerable  de  los  dispersos  i  fujitivos  de  las  otras  trin- 
cheras, que  no  habían  podido  tomar  el  camino  de  la  capital. 

El  comandante  Lynch,  con  una  parte  de  la  primera  divi- 


460  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


sion,  se  acercó  a  ellas,  i  las  reconoció  por  el  lado  por  donde 
no  habían  podido  ser  esploradas  anteriormente.  A  pesar  de  la 
superioridad  numérica  del  enemigo  i  de  las  ventajas  de  las 
posiciones  en  que  éste  se  defendía,  se  mantuvo  en  ese  lugar, 
pidiendo  al  cuartel  jeneral  los  refuerzos  que  consideraba  in- 
dispensables para  dar  el  asalto  definitivo.  La  división  perua- 
na del  coronel  Iglesias  hacia  allí  supremos  esfuerzos  de  resis- 
tencia. La  gruesa  artillería  de  que  disponía  i  sus  ametrallado- 
ras, diezmaban  desde  las  alturas  las  tropas  de  Lynch,  i  con- 
tenían su  empuje. 

Pero  no  tardaron  en  llegar  los  refuerzos.  Reuniéronse  pri- 
mero todos  los  cuerpos  de  la  primera  división,  luego  los  de  la 
reserva  con  su  comandante  Martínez.  El  jefe  de  la  tercera 
división,  coronel  don  Pedro  Lagos,  acudió  con  una  de  sus 
brigadas,  que  mandaba  inmediatamente  el  teniente  coronel 
don  Francisco  Barceló,  i  ésta  comenzó  a  trepar  esas  serranías 
en  apoyo  de  las  primeras  fuerzas  que  habían  empeñado  el 
combate.  Otra  brigada  de  la  segunda  división,  mandada  por 
el  coronel  Gana,  emprendía  resueltamente  el  ataque  del  pue- 
blo de  Chorrillos.  La  escuadra  chilena  no  podía  ya  batir  con 
sus  cañones  esas  alturas  por  temor  de  herir  a  los  soldados 
que  las  escalaban;  pero  colocó  ametralladoras  en  sus  embar- 
caciones menores,  i  pudiendo  éstas  acercarse  a  tierra,  favo- 
recieron cuanto  era  dable  el  asalto. 

Allí  fué  el  combate  mas  tenaz  i  encarnecido  de  lo  que  había 
sido  en  las  primeras  horas  de  la  mañana.  La  subida  de  aque- 
llas empinadas  crestas,  bajo  el  fuego  destructor  que  se  hacía 
de  las  alturas,  presentaba  dificultades  casi  insuperables.  Sin 
embargo,  los  soldados  chilenos,  alentados  por  sus  jefes  i  ofi- 
ciales, i  ausíliados  por  el  fuego  de  la  artillería  de  montaña  que 
había  sido  convenientemente  colocada,  trepaban  aquellas 
ásperas  laderas  dejando  montones  de  muertos  i  de  heridos. 
Pero  desde  que  llegaron  a  las  cumbres  de  los  cerros,  cayeron 
sobre  el  enemigo  con  un  ímpetu  irresistible.  Arrollándolo  de 
posición  en  posición,  i  de  fuerte  en  fuerte,  lo  arrojaron  a  las 
lomas  del  norte,  las  mas  inmediatas  a  Chorrillos.  Este  punto 
estaba  dominado  por  la  artillería  de  campaña  del  ejército  de 


CAMPAÑA  A  LIMA  461 


tierra,  que  perfectamente  situada  en  el  llano,  hacia  un  fuego 
certero  i  tremendo  sobre  esas  alturas.  Rodeados  de  todas 
partes  por  las  tropas  de  infantería,  los  últimos  restos  de  la 
división  peruana  con  el  coronel  Iglesias  a  su  cabeza,  hicieron 
todavía  allí  una  corta  resistencia,  pero  tuvieron  que  rendirse 
algunos  minutos  después  de  medio  día. 

Mientras  tanto,  la  lucha  se  sostenía  con  igual  encarniza- 
miento en  el  pueblo  de  Chorrillos.  Esta  pequeña  ciudad,  de 
cerca  de  cuatro  mil  habitantes,  se  levantaba  a  orillas  del  mar, 
i  servia  de  residencia  de  verano  a  las  familias  acomodadas, 
de  Lima.  Sus  calles  eran  estrechas  i  mas  o  menos  tortuosas^ 
pero  sus  casas  eran  casi  en  su  totalidad  edificios  suntuosos, 
construidos  con  solidez  i  elegancia  i  amueblados  con  lujo.  El 
dictador  Piérola  había  convertido  en  plaza  militar  aquella 
ciudad  de  recreo,  apoyando  en  ella  la  estrema  derecha  de  su 
línea  de  fortificaciones,  i  convirtiéndola  en  depósito  de  per- 
trechos de  guerra,  i  por  fin  en  centro  de  la  última  i  mas  tenaz 
resistencia  de  aquella  larga  i  encarnizada  batalla.  Piérola, 
cuyo  papel  en  toda  la  jornada  habia  sido  meramente  pasivo, 
se  habia  replegado,  a  ese  pueblo,  como  ya  dijimos,  i  organi- 
zaba allí  apresuradamente  la  defensa,  convirtiendo  las  casas 
de  la  ciudad  en  otras  tantas  fortalezas.  Las  ventanas,  los 
balcones,  las  azoteas  estaban  cuajadas  de  fusileros  que  de- 
bían romper  sus  fuegos  sobre  los  chilenos  tan  pronto  como 
éstos  asomaran  por  las  calles.  El  suelo  estaba  sembrado  de 
bombas  automáticas  encubiertas  con  tierra,  que  debían  ha- 
cer esplosion  al  primer  choque  de  las  pisadas  del  enemigo. 
Cuando  hubo  tomado  estas  disposiciones,  i  cuando  vio  que 
los  chilenos  avanzaban  resueltamente  a  la  ciudad,  el  dicta- 
dor bajó  ala  playa  con  sus  edecanes;  i,  por  los  despeñaderos 
de  la  ribera,  se  dirijió  a  Mir aflores  a  reunirse  con  la  reserva 
que  quedaba  en  la  segunda  línea  de  defensa.  Al  partir,  en- 
cargó a  sus  subalternos  que  se  mantuvieran  firmes  en  esa 
posición,  prometiéndoles  que  él  mismo  volvería  pronto  con 
los  refuerzos  que  iba  a  buscar. 

El  ataque  de  la  ciudad  de  Chorrillos  fué  quizá  el  episodio 
mas  sangriento  i  terrible  de  los  combates  de  aquel  día.  Desde 


462  GUERRA   DEL   PACÍFICO 

que  las  columnas  chilenas  comenzaron  a  penetrar  en  las  calles 
de  la  población,  fueron  recibidas  por  un  diluvio  de  balas  que 
caian  de  todas  partes,  de  las  azoteas,  de  las  ventanas  i  de  los 
balcones.  Era  necesario  asaltar  casa  por  casa,  i  cargar  a  la 
bayoneta  sobre  sus  defensores.  En  algunas  de  ellas  habia 
bombas  automáticas  que  hacian  esplosion  al  querer  forzar 
las  puertas:  en  otras  habian  sido  cortadas  o  destruidas  las 
escaleras,  i  los  que  intentaban  asaltarla  í  sufrían  el  fuego  con- 
tinuo que  se  les  dirijia  desde  arriba.  Pero  la  artillería  chilena 
rompió  el  fuego  sobre  esos  edificios,  i  las  granadas,  produ- 
ciendo el  incendio,  venian  a  favorecer  la  acción  de  los  asal- 
tantes. Los  chilenos  avanzaban  siempre,  arrollando  por  todas 
partes  a  los  enemigos  i  dejando  montones  de  cadáveres  en 
cada  casa  de  que  se  apoderaban  por  asalto.  El  incendio,  que 
nadie  trataba  de  cortar  o  de  apagar,  tomaba  también  gran- 
des proporciones  i  quemaba  junto  con  los  edificios  a  los  sol- 
dados que  los  defendían. 

A  las  dos  de  la  tarde  ya  los  chilenos  no  tenian  enemigos 
que  combatir.  La  pelea  habia  durado  en  aquel  lugar  cerca  de 
cinco  horas.  El  pueblo,  tanto  en  las  calles  como  en  las  casas, 
estaba  sembrado  de  cadáveres  i  de  escombros,  en  medio  de 
los  cuales  hacian  de  cuando  en  cuando  esplosion  las  bombas 
automáticas  de  los  peruanos.  El  incendio  seguia  su  camino 
destructor;  i  los  que  hubieran  intentado  detenerlo,  habrían 
corrido  riesgo  de  perecer  heridos  por  los  cascos  de  las  bombas 
que  reventaban.  Por  otra  parte,  los  soldados  chilenos,  enfu- 
recidos por  aquellas  hostilidades,  no  querían  hacer  nada  para 
contener  el  fuego,  i  aun  parecían  empeñados  en  que  conclu- 
yese su  obra  de  destrucción.  La  población  de  Chorrillos  ardió 
toda  la  tarde  i  toda  la  noche.  La  rojiza  luz  del  incendio  alum- 
braba hasta  la  mañana  siguiente  aquel  cuadro  de  muerte,  de 
horror  i  de  desolación.  Solo  tres  casas  del  interior  de  la  ciudad 
se  salvaron  de  las  llamas. 

¿Qué  pasaba  entre  tanto  en  la  segunda  línea  de  fortifica- 
ciones peruanas,  es  decir,  a  seis  quilómetros  del  campo  de 
batalla,  donde  estaba  acampado  el  ejército  de  reserva  del 
Perú?  A  falta  de  documentos  oficiales,  vamos  a  referirlo  con 


CAMPAÑA    A    LIMA  463 


la  ayuda  de  la  relación  de  un  ayudante  de  la  reserva  que  con 
manifiesta  sinceridad  ha  contado  cuanto  vio.  Trascribimos 
fielmente  su  relato,  suprimiendo  solo  algunos  pormenores  o 
accidentes  que  carecen  de  importancia. 

«Amanecia  apenas  el  dia  13  de  enero,  dice,  cuando  el  ten- 
dido galope  de  los  caballos,  el  paso  precipitado  de  los  tran- 
seúntes, las  carretas  que  se  alejaban,  i  los  gritos  nos  desper- 
taron bruscamente. 

«Un  rumor  sordo  nos  zumbaba  al  oido,  a  veces  interrum- 
pido por  un  ruido  mas  pronunciado — ¡la  batalla  ha  comen- 
zado! gritamos  todos.  En  un  minuto  estuvimos  vestidos.  Eran 
las  cinco  i  media  de  la  mañana.  Recorrimos  los  cuatro  reduc- 
tos. Todos  hacian  preparativos  para  la  marcha,  la  manta  re- 
pleta de  cartuchos,  los  oficiales  revólver  a  la  cintura,  algunas 
carretas  con  municiones  en  movimiento.  No  se  oian  sino  los 
gritos  de  ¡viva  el  Perú!  ¡viva  el  comandante  jeneral!  a  Surco! 
gritaban  los  oficiales,  i  repetian  mil  frenéticas  voces.  Esperá- 
bamos la  orden  para  emprender  la  marcha.  Pero  la  orden  no 
llegaba  i  eran  las  siete  i  media  de  la  mañana.  El  fuego  del  la- 
do de  San  Juan  se  hacia  mas  violento  cada  vez. 

«Sobre  todo  en  la  izquierda  de  nuestra  línea,  dos  baterías 
se  hacian  un  fuego  de  los  mas  nutridos.  La  una  cede,  sin  em- 
bargo; al  presente  el  combate  arrecia  en  la  derecha.  De  pron- 
to, a  nuestro  frente,  como  a  una  legua,  vemos  levantarse  la 
columna  de  un  humo  denso  i  negro:  San  Juan  estaba  en  lla- 
mas. No  se  disputan  ya  sino  a  Chorrillos,  pensamos  todos  a 
un  mismo  tiempo.  En  efecto,  los  cuerpos  de  Dávila,  Cáceres 
i  parte  del  de  Suárez  habían  cedido  el  terreno.  Iglesias,  aban- 
donado, se  sostiene  heroicamente  en  las  posiciones  de  Chorri- 
llos. 

«El  primer  fujitivo  que  encontramos  en  el  pueblo  de  Mira- 
flores  fué  un  soldado  raso;  «vamos  bien»,  nos  contestó  con  voz 
desfalleciente,  cuando  le  pedimos  noticias  del  combate.  Tres 
o  cuatro  heiidos  llegaron  después.  No  tardamos  en  conocer 
la  triste  realidad.  El  camino  estaba  sembrado  de  dispersos 
que  huían  en  el  mas  espantoso  desorden,  unos  heridos  arras- 
trándose, otros   pidiendo  ausilio;  unos  con  armas,  otros  sin 


464  GUERRA  DEL    PACÍFICO 


ellas,  llenos  de  sangre  i  la  ropa  hecha  pedazos,  presentando  el 
espectáculo  mas  desgarrador. 

«Por  el  terraplén  de  la  via  férrea  avanzaba  un  largo  cordón 
de  jente;  por  el  medio  de  los  potreros  corrían  soldados  en 
grupos.  Se  les  llamaba,  pero  no  hacían  caso;  no  respetaban 
las  amenazas,  sino  los  balazos.  No  era  esa  la  actitud  de  un 
ejército  victorioso.  Un  amargo  desaliento  se  apoderó  de  nos- 
otros. Varias  compañías  de  los  batallones  se  desplegaron  en 
guerrilla  i  pequeñas  fuerzas  de  caballería  se  escalonaron  para 
cortar  el  camino  de  Lima  a  los  fujitívos. 

«Pero,  a  medida  que  el  tiempo  trascurría,  se  hacia  mas  do- 
loroso el  cuadro  de  esa  multitud  que  huía  despavorida  por 
todas  partes;  la  caballería  llegaba  a  bandadas,  las  muías  car- 
gadas de  cajas  de  municiones,  los  cañones  i  ametralladoras 
rodados;  caballos  sin  jinete  a  galope  tendido;  artilleros,  co- 
roneles, jefes  de  toda  graduación  inundaban  las  avenidas  del 
ferrocarril,  formando  una  espantosa  confusión.  No  era  una 
división  desbandada,  como  habíamos  oido  decir;  era  todo  un 
ejército  en  fuga.  Algunos  batallones  entraron  íntegros  en 
nuestra  linea,  i  gran  parte  de  una  división  quedó  formada  a 
la  izquierda  de  la  línea  férrea. 

«Serian  las  diez  de  la  mañana  cuando  llegó  Piérola  con  un 
reducido  estado  mayor,  en  el  que  se  notaba  a  los  jenerales 
Buendía  i  Segura  i  al  coronel  Suárez.  Pasó  a  caballo  por  en 
medio  de  los  batallones  que  lo  vivaban  frenéticamente. 
Mandó  que  desfilaran  hacia  los  reductos  i  se  parapetasen  de- 
tras de  las  tapias  intermediarias  entre  cada  uno  de  ellos.  Es- 
tos refuerzos  vinieron  a  aumentar  considerablemente  nues- 
tra línea.  Mas  de  cinco  mil  dispersos  habían  sido  recojidos  a 
las  doce  del  día  ya  por  la  caballería,  ya  por  los  batallones  de 
la  reserva;  otros  se  habían  presentado  voluntariamente.  Veía- 
se, sin  embargo,  muchos  que  se  escapaban.  Se  les  hacia  tiros 
de  rifle,  pero  se  escondían  en  las  zanjas  i  seguían  huyendo. 

«Atravesaba  Piérola  los  rieles  del  tren  cuando  un  soldado, 
que  suponemos  ebrio,  se  adelantó  hacia  él  i  prorrumpió  en 
imprecaciones  contra  los  jefes.  «No  me  formen  barullo»,  se 
limitó  a  contestar  Piérola.  I  se  alejó  apresuradamente.» 


CAMPAÑA  A  LIMA  465 


En  medio  de  aquel  espantoso  desorden,  todos  se  disputa- 
ban sobre  las  causas  del  desastre,  acusando  unos  a  un  jefe, 
otros  a  otro,  aquéllos  a  la  tropa;  pero  pocos  se  resignaban  a 
creer  que  la  batalla  estuviese  completamente  perdida.  Lle- 
góse a  contar  que  las  posiciones  de  San  Juan  hablan  sido  re- 
cuperadas por  los  peruanos;  i  todo  el  mundo  creia  estas  ab- 
surdas noticias.  «No  sabian  los  que  de  buena  fe  esparcían  es- 
tas nuevas,  dice  el  mismo  testigo,  que  los  chilenos  acababan 
de  plantar  su  bandera  en  el  Morro  de  Chorrillos.  Sin  embar- 
go, quien  lo  hubiera  dicho,  habria  pasado  por  un  visionario. 
¿Cómo  podria  creerse  que  nuestra  línea  tan  preparada  de 
antemano  habia  podido  ser  rota  fácilmente,  i  que  ocupando 
tan  buenas  posiciones,  hubiera  sido  arrollado  i  destrozado 
nuestro  ejército?  No  pudiendo  cerrar  ya  los  ojos  a  la  realidad 
del  lesultado,  unos  esclamaban:  «ha  habido  descuido:  ha  ha- 
bido sorpresa». 

Piérola  i  sus  ayudantes  se  empeñaron  en  reunir  los  disper- 
sos; i  en  darles  colocación  en  las  trincheras  i  reductos  de  la 
segunda  línea.  Con  gran  trabajo  pudo  reorganizar  un  cuerpo 
de  dos  mil  hombres,  para  hacerlo  volver  al  combate.  Poco 
después  de  medio  dia  lo  hizo  marchar  a  Chorrillos  en  un  tren 
de  carros  blindados,  desde  los  cuales  los  soldados  hacían  fue- 
go de  cañón  i  de  fusil.  Eran  los  refuerzos  que  Piérola  había 
ofrecido  a  los  defensores  de  esa  plaza;  pero  cuando  se  dirijian 
a  ella,  vieron  de  lejos  que  el  ejército  chileno  estaba  vencedor 
en  todas  partes,  i  se  volvieron  apresuradamente  a  sus  atrin- 
cheramientos. Solo  entonces  desaparecieron  por  completo  las 
ilusiones  de  victoria  que  aun  a  la  vista  de  tan  gran  desastre, 
se  habían  alimentado  en  el  campamento  de  la  reserva  pe- 
ruana. 

Tal  fué  el  resultado  de  la  batalla  de  Chorrillos,  o  mas  pro- 
piamente de  la  serie  de  batallas  que  tuvieron  lugar  el  13  de 
enero.  Después  de  ocho  horas  de  combate,  el  ejército  chileno 
se  habia  apoderado  a  viva  fuerza  de  aquellas  poderosas  posi- 
ciones que  el  enemigo  consideraba  intomables.  La  esplosion 
de  las  minas  i  de  las  bombas  automáticas,  aunque  causó  al- 
gunos estragos,  no  correspondió  a  las  esperanzas  que  en  ellas 

TOMO  XVI. — 30 


466  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


se  cifraban.  El  asalto  de  aquella  línea  de  fosos  i  fortificacio- 
nes, defendidas  por  mas  de  cien  cañones  i  mas  de  22  mil  hom- 
bres, costaba  a  los  chilenos  pérdidas  dolorosas  i  considera- 
bles, 797  muertos  i  2,512  heridos,  i  entre  ellos  se  contaban  al- 
gunos jefes  de  alto  mérito,  los  tenientes  coroneles  don  Bal- 
domcro Dublé  Almeida,  don  Belisario  Zañartu,  don  Tomas 
Yávar  i  don  Carlos  Silva  Renard,  oficial  joven  i  valiente  que 
se  habia  distinguido  en  toda  la  guerra,  muertos  o  mortal- 
mente  heridos  enfrente  de  sus  soldados,  i  el  ayudante  de 
estado  mayor  teniente  coronel  don  Roberto  Souper  que  ha- 
bia hecho  la  campaña  desde  sus  primeros  dias,  desplegando 
en  todos  los  combates  el  carácter  de  un  héroe,  i  que  cayó 
herido  en  el  asalto  de  una  de  las  trincheras  peruanas  en  los 
primeros  momentos  de  la  batalla. 

Pero  las  pérdidas  del  ejército  peruano  fueron  incalculables. 
Sus  muertos  pasaban  de  cinco  mil  hombres,  en  su  mayor  par- 
te caidos  en  el  morro  Solar  i  en  Chorrillos;  i  sus  heridos,  al 
menos  los  que  quedaban  en  el  campo  de  batalla,  formaban  un 
número  poco  menor.  Hablan  perdido  cerca  de  dos  mil  prisio- 
neros, i  entre  ellos  once  coroneles,  ocho  teniente-coroneles  i 
un  gran  número  de  oficiales.  La  dispersión  de  sus  tropas  fué 
tan  considerable,  que  de  todo  el  ejército  de  veintidós  mil  pe- 
ruanos que  entraron  en  combate,  solo  alcanzaron  a  reunirse^ 
en  la  línea  de  defensa  de  Miraflores  unos  cinco  o  seis  mil  hom- 
bres, de  tal  manera  aterrorizados,  que  costó,  como  hemos 
visto,  un  gran  trabajo  para  contenerlos  al  pié  de  las  fortifi- 
caciones. P21  material  de  guerra  perdido  en  la  batalla  era  ver^ 
daderamente  enorme.  Un  oficial  peruano,  de  cuya  relación 
hemos  copiado  algunas  líneas  poco  mas  atrás,  dice  que  el 
ejército  perdió  ese  día  cerca  de  120  cañones  de  todos  calibres 
o  ametralladoras. 

Si  en  los  momentos  en  que  terminaba  la  batalla,  es  decir, 
a  las  dos  de  la  tarde,  hubiera  sido  posible  hacer  avanzar  una' 
parte  del  ejército  chileno  sobre  la  segunda  línea  fortificada 
de  los  peruanos,  la  campaña  se  habría  concluido  ese  día  sin 
grandes  dificultades.  El  desorden  que  reinaba  en  aquella  11-' 
nea  no  habría  permitido  oponer  una  resistencia  formal.  Este 


CAMPAÑA    A    LIMA  467 


habia  sido  el  plan  del  jeneral  Baquedano;  pero  a  pesar  del 
empeño  puesto  por  el  estado  mayor,  i  por  causas  estrañas  a 
toda  previsión,  no  pudo  lograrse  ese  objeto.  El  combate  no 
pudo  ser  empeñado  en  la  mañana  por  todas  las  divisiones  a 
la  vez,  lo  que  permitió  que  algunas  fuerzas  peruanas  alcan- 
zaran a  replegarse  al  pueblo  de  Chorrillos,  donde  opusieron 
una  resistencia  que  duró  hasta  la  tarde.  A  esas  horas,  los  sol- 
dados chilenos,  que  apenas  hablan  tomado  un  corto  descanso 
en  la  noche  anterior,  i  que  hablan  peleado  durante  ocho  ho- 
ras consecutivas,  trepando  cerros  i  asaltando  trincheras,  es- 
taban estenuados  de  fatiga  i  no  podian  dar  un  paso  mas.  Fué 
necesario  darles  tiempo  a  que  repusieran  sus  fuerzas  antes 
de  llevarlos  a  nuevos  combates  i  nuevos  asaltos.  Este  mo- 
mentáneo aplazamiento  iba  a  dar  algunas  horas  mas  de  vida 
a  los  últimos  restos  del  poder  militar  del  Perú. 


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CAPITULO  X 


Batalla  de  Miraflores:  ocupación  de  Lima^  del  14  al  17 
de  enero  de  1881 

Situación  de  Lima  el  dia  de  las  batallas  de  San  Juan  i  de  Chorrillos. — Es- 
pectativas  de  paz  en  la  población. — Los  boletines  de  la  dictadura  tratan 
de  engañar  a  los  habitantes  de  Lima  sobre  el  resultado  de  las  batallas. — 
El  jeneral  Baquedano  envia  a  Piérola  un  parlamentario  que  no  es  reci- 
bido.— El  estado  mayor  chileno  se  dispone  para  empeñar  una  nueva  ba- 
talla.— Negociaciones  amistosas  del  cuerpo  diplomático  de  Lima. — El 
jeneral  Baquedano  concede  un  armisticio  que  debia  durar  todo  el  dia 
(15  de  enero),  para  que  el  enemigo  resolviese  sobre  sus  proposiciones. — 
Pérfido  plan  de  Piérola. — Empeña  la  batalla  violando  el  armisticio. — 
Perturbación  producida  por  este  ataque  en  el  ejército  chileno. — La  di- 
visión del  coronel  Lagos,  apoyada  por  los  cañones  de  la  escuadra,  resiste 
firmemente  al  ejército  peruano. — Acuden  otras  divisiones  chilenas  i  ob- 
tienen la  victoria  decisiva  de  Miraflores. — Confusión  i  desorden  en  Lima. 
— Fuga  de  Piérola. — El  alcalde  municipal  de  Lima  estipula  la  entrega 
incondicional  de  la  ciudad. — El  populacho  se  entrega  al  saqueo  en  la  no- 
che del  16  de  enero,  e  incendia  algunos  barrios  de  la  capital. — Se  repiten 
los  mismos  crímenes  en  el  Callao. — El  populacho  incendia  los  buques 
peruanos. — Una  división  chilena  ocupa  a  Lima  i  restablece  la  tranquili- 
dad.— Otra  división  ocupa  la  ciudad  del  Callao. — Vuelven  a  Lima  mu- 
chas de  las  familias  que  habian  abandonado  la  ciudad. — Dispersión  de- 
finitiva i  completa  del  ejército  peruano. — El  orden  queda  afianzado  en 
Lima  i  en  el  Callao. — Resultado  jeneral  de  la  campaña  sobre  Lima. 

La  capital  del  Perú  pasaba  en  esos  momentos  por  horas 
de  angustia  i  de  amargura.  Habian  abandonado  la  ciudad 


470  GUERRA  DEL  PACTÍFICO 


casi  todas  las  familias  que  tenian  recursos  i  relaciones  para 
salir  al  estranjero,  para  trasladarse  al  interior,  o  para  asilarse 
a  los  buques  neutrales  en  el  Callao  o  en  Ancón,  pero  queda- 
ban muchas  personas  destinadas  a  presenciar  el  cuadro  mas 
desgarrador  que  es  posible  concebir. 

A  las  ocho  de  la  mañana  del  dia  13,  comenzaron  a  llegar  a 
Lima  los  heridos  de  la  batalla,  i  algunos  grupos  de  dispersos 
que  no  hablan  podido  ser  detenidos  en  la  segunda  línea  de 
fortificaciones  peruanas.  Estos  últimos,  soldados  i  oficiales, 
anunciaban  la  derrota  de  su  ejército  en  los  momentos  en  que 
el  frecuente  estampido  del  cañón  anunciaba  que  la  batalla 
no  habia  terminado  todavía.  Centenares  de  personas  busca- 
ban asilo  en  las  legaciones  estranjeras,  que  se  encontraron 
repletas  de  jente,  o  sahan  apresuradamente  de  la  ciudad  para 
refujiarse  en  los  pueblos  o  aldeas  inmediatos.  Cuando  se  tuvo 
la  noticia  cierta  de  la  derrota,  «la  exitacion  en  Lima  llegó  a 
ser  intensa,  dice  la  correspondencia  que  hemos  citado  en  el 
capítulo  anterior;  pero  no  hubo  disturbios,  aunque  el  popu- 
lacho quería  apedrear  a  las  chilenas.  Una  murió  de  este  mo- 
do». Eran  infelices  mujeres,  que  estaban  domiciliadas  en  Li- 
ma desde  años  atrás,  algunas  de  ellas  casadas  con  ciudadanos 
peruanos. 

El  populacho  no  podía  esplicarse  la  derrota  sino  como  un 
efecto  de  traición,  i  acusaba  de  ella  a  los  individuos  afiliados 
en  el  partido  opuesto  a  Piérola.  Según  la  correspondencia 
referida,  las  autoridades  locales  participaron  de  esta  opinión 
i  decretaron  la  prisión  de  algunos  individuos,  allanando  la 
efecto  la  legación  francesa  donde  se  decía  que  estaba  asilado 
uno  de  ellos.  El  jeneral  González  de  La  Cotera,  antiguo  mi- 
nistro del  presidente  Prado  durante  los  primeros  meses  de 
la  guerra,  fué  acusado  ahora,  sin  razón  ni  fundamento,  de 
querer  derrocar  el  gobierno  de  la  dictadura  en  medio  de  la 
perturbación  producida  por  la  derrota,  i  tuvo  que  trasladarse 
al  Callao  i  que  buscar  asilo  en  un  buque  de  guerra  ingles  para 
sustraerse  a  la  furia  del  populacho.  Fuera  de  estos  incidentes, 
la  tranquilidad  pública  no  estuvo  seriamente  comprometida, 


CAMPAÑA  A  LIMA  471 


si  bien  no  fué  difícil  prever  desde  entonces  que  se  esperaban 
a  la  capital  pruebas  mas  amargas  i  dolorosas. 

Muchas  personas  hubieran  querido  evitar  que  se  llegase  a 
estos  estremos.  La  derrota  del  ejército  peruano  que  defendía 
las  lineas  fortificadas  de  San  Juan  i  de  Chorrillos,  derrota  que 
no  entraba  en  las  previsiones  de  nadie,  habia  hecho  com- 
prender que  era  llegado  el  momento  de  tratar,  i  de  someterse 
a  lalei  del  vencido.  Se  creia  que  todo  conato  de  resistencia 
era  una  insensatez  que  traerla  indudablemente  al  Perú  la 
vergüenza  de  una  nueva  derrota,  i  las  mas  funestas  conse- 
cuencias para  la  ciudad  de  Lima.  «Las  mujeres,  que  antes 
querían  la  continuación  de  la  guerra  hasta  el  último  trance, 
dice  la  correspondencia  citada,  perdieron  de  improviso  toda 
su  confianza,  i  cambiaron  de  actitud,  a  causa  sin  duda  de  la 
conducta  que  los  desertores  hablan  observado  en  el  campo. 
De  su  nueva  manera  de  pensar,  i  de  su  deseo  de  que  se  arre- 
glara la  paz  a  costa  de  cualquier  sacrificio,  participaban  casi 
todos  los  estranjeros». 

Los  que  así  pensaban,  sufrieron  luego  un  doloroso  desen- 
gaño. En  la  tarde  del  13  de  enero  i  en  la  mañana  del  14,  se 
publicaban  en  Lima  boletines  de  noticias,  en  que,  contra  lo 
que  todo  el  mundo  veía  i  sabia,  se  trataba  de  presentar  el 
espantoso  desastre,  como  una  batalla  de  resultado  indeciso, 
en  la  cual  el  jefe  supremo  del  Perú  habia  desplegado  el  mas 
sublime  heroísmo.  Los  chilenos,  se  decía,  no  han  tomado  por 
asalto  jas  Kneas  fortificadas  de  San  Juan  i  de  Chorrillos.  Co- 
mo medida  estratéjica,  se  añadía,  Píérola  mandó  replegar  sus 
tropas  a  las  fortificaciones  de  Míraflores.  Los  defensores  de 
Morro  Solar  i  de  Chorrillos,  de  los  cuales  no  había  logrado 
escapar  uno  solo,  quedando  todos  muertos  o  prisioneros,  ha- 
bían roto  a  la  bayoneta,  según  se  contaba  en  Lima,  las  filas 
chilenas  abriéndose  paso  por  en  medio  de  ellas  1.  Según  al- 
gunos de  esos  boletines,  las  pérdidas  de  los  chilenos  eran  su- 


I .  Como  muestra  de  estas  audaces  patrañas  con  que  todavía'se  pretendía 
engañar  a  la  población  de  Lima,  que  conocía  a  esas  horas  la  espantosa  de- 
rrota del  ejército  peruano,  copiamos  en  seguida  uno  de  aquellos  boletines. 

«Lima,  jueves  13  de  enero. — Hemos  abandonado  el  campamento  por  un 


472  GUERRA  DEL    PACIFICO 


periores  a  las  de  los  peruanos.  Estos  últimos  habían  tomado 
un  número  considerable  de  prisioneros  al  enemigo,  i  le  habian 
quitado  muchas  armas.  Los  boletines  concluian,  como  siem- 
pre, anunciando  una  próxima  i  definitiva  victoria  sobre  los 
chilenos,  que  se  presentaban  como  mui  quebrantados  i  des- 


corto tiempo  con  el  objeto  de  satisfacer,  hasta  donde  sea  posible,  la  justa 
ansiedad  en  que  está  Lima,  dando  el  presente  número. 

«A  las  cuatro  i  media  de  la  mañana  de  hoi,  grandes  masas  del  ejército  chi- 
leno de  las  tres  armas,  atacaron  nuestras  posiciones  de  San  Juan  con  un  fue- 
go nutrido  de  artillería. 

«El  combate  duró  hasta  las  10.30  A.  M, 

«A  esa  hora  S.  E.  el  jefe  supremo,  ordenó  que  nuestras  fuerzas  se  replega- 
ran sobre  las  fortificaciones  de  Miraflores. 

«Así  se  hizo,  quedando  una  parte  en  el  morro  de  Chorrillos. 

«S.  E.,  acompañado  de  su  secretario  señor  capitán  de  navio  don  Aurelio 
García  i  García,  del  cuerpo  de  ayudantes  de  campo  i  de  varios  jenerales,  jefes 
i  oficiales,  cuyos  nombres  no  mencionamos  por  no  resentir  aquellos  que  pu- 
diéramos omitir,  S.  E.  decimos,  quiso  ver  por  sí  mismo  el  repliegue,  i  estuvo 
por  algún  rato  bajo  los  fuegos  enemigos. 

«Corrió  peligro  de  ser  tomado,  pues  al  dirijirse  al  cuartel,  un  batallón  chi- 
leno le  hizo  fuego,  i  al  tomar  la  dirección  opuesta,  sucedió  lo  mismo. 

«Felizmente  su  serenidad  lo  salvó,  con  dos  ayudantes  heridos;  habiendo 
caido  un  casco  de  bomba  a  su  caballo  i  otro  al  de  su  señor  hijo,  subteniente 
Nicolás  de  Piérola. 

«Los  batallones  Cajamarca,  Guardia  Peruana  i  Ayacucho,  se  han  batido 
desde  el  morro  Salto  del  fraile,  contra  todo  el  ejército  chileno. 

«Han  alfombrado  el  malecón  de  Chorrillos  con  cadáveres  del  enemigo. 

«A  eso  de  las  cinco,  viéndose  completamente  cercados,  dieron  una  carga 
a  la  bayoneta  i  se  abrieron  paso  por  entre  todo  el  ejército  enemigo,  llegando 
hasta  Miraflores,  diezmados  es  verdad,  pero  después  de  haber  hecho  horro- 
roso estrago  en  las  huestes  chilenas. 

«Un  ¡hurra!  a  esos  valientes. 

«La  patria  tiene  que  deplorar  la  pérdida  de  muchas  i  mui  preciosas  vidas. 

«No  nos  es  posible,  sin  embargo,  dar  una  relación  de  los  muertos  i  heridos. 

«Nuestros  ejércitos  esperan  tranquilos  al  enemigo  en  los  recintos  fortifi 
cados  que  se  estienden  desde  Miraflores  hasta  Vásquez. 

«Nuestro  intrépido  e  intelijente  jefe  supremo  está  a  la  cabeza  i  él  nos  lie 
vara  a  la  victoria. — Ernesto  J.  Casanave.» 

Estas  falsas  noticias  con  que  se  pretendía  engañar  al  pueblo  sobre  el  re- 
sultado de  las  batallas  de  San  Juan  i  de  Chorrillos,  no  eran,  como  podría 
creerse,  la  obra  esclusiva  de  los  periodistas  de  Lima.  En  la  tarde  del  14  de 
enero,  el  sub-secretario  del  ministerio  de  la  guerra  don  Francisco  J.  Secada 
comunicaba  desde  el  palacio  de  gobierno  el  siguiente  telegrama  al  prefecto 
del  Callao. 

4Señor  prefecto:  Nuestra  línea  continúa  sin  novedad  de  Miraflores  a  Vas- 


CAMPAÑA  A   LIMA  473 


moralizados.  «Ya  el  enemigo  acerca  su  planta  aleve,  decia 
uno  de  esos  boletines.  Mucho  tiempo  hemos  estado  esperan- 
do estos  momentos,  i  nuestra  enerjía  debe  retemplarse  al 
aproximarse  la  hora  de  la  venganza». 

El  ejército  chileno,  aunque  habia  sufrido  dolorosas  pérdi- 
das, i  aunque  tenia  sus  ambulancias  casi  repletas  de  heridos, 
se  hallaba  en  la  mañana  del  14  de  enero  en  estado  de  empeñar 
inmediatamente  un  nuevo  combate.  Se  sabia  perfectamente 
en  el  campamento  chileno  que  las  tropas  que  guarnecían  la 
segunda  línea  de  fortificaciones  peruanas,  eran  en  jeneral 
mui  inferiores  en  número  i  en  calidad  a  las  que  hablan  sido 
derrotadas  el  dia  anterior;  i  aunque  las  partidas  esploradoras 
que  fueron  a  reconocer  esas  posiciones,  las  describían  como 
mui  favorables  para  resistir  a  un  nuevo  ataque,  se  tenia  la 
certidumbre  de  que  los  defensores  no  estaban  en  situación 
de  oponer  una  seria  resistencia.  Todas  las  noticias  que  llega- 
ban al  cuartel  jeneral  chileno,  demostraban  que  la  derrota 
del  enemigo  habia  sido  completa,  i  hacian  presumir  que  en  el 
campo  de  éste  se  quería  la  paz. 

«Deseosos  los  vencedores  de  allanar  el  camino  de  las  nego- 
ciaciones, i  de  evitar  demoras  peligrosísimas,  se  despachó  en 
la  mañana  del  14  al  secretario  del  ministro  de  la  guerra,  don 
Isidoro  Errázuriz,  en  compañía  del  coronel  Iglesias,  ex-mi- 
nistro  de  1  a  guerra  de  Piérola,  hecho  prisionero  el  dia  ante- 
rior, con  el  encargo  de  declarar  al  jefe  supremo  del  Perú  que 
el  ejército  de  Chile  reconocía  la  bravura  de  la  resistencia  que 
se  le  habia  opuesto  en  la  batalla,  i  de  invitarle  a  enviar  al 
campo  de  los  vencedores  personas  autorizadas  para  negociar 
la  paz.  El  parlamentario  chileno  debía  al  mismo  tiempo  11a- 

quez.  Nuestra  segunda  línea  intacta.  El  enemigo  impotente  para  atacar. 
Esto  lo  prueba  el  haber  solicitado  la  suspensión  de  hostilidades.  Las  pérdi- 
das del  enemigo  mayores  que  las  nuestras.  Su  fuerza  de  caballería  i  parque, 
todo  ha  volado  con  las  minas.  Se  sabe  positivamente  que  el  número  de  muer- 
tos de  ellos  pasa  de  9,000  hombres. — (Firmado). — Secada.» 

Como  lo  hemos  dicho  mas  atrás,  las  batallas  de  San  Juan  i  de  Chorrillos 
solo  costaban  al  ejército  chileno  la  pérdida  de  797  muertos  i  de  2,512  heridos. 
Su  parque  estaba  intacto,  i  engrosado  ademas  con  mas  de  cien  cañones  qui 
tados  al  enemigo.  El  gobierno  de  la  dictadura  peruana  sabia  perfectamente 
todo  esto  cuando  daba  estas  falsas  noticias  para  «retemplar  el  patriotismo». 


474  GLTBRílA  DKL  PACIFIC 


mar  la  atención  del  gobernante  peruano  al  peligro  en  que  la 
prosecución  de  las  hostilidades  a  las  puertas  de  Lima  iba  a 
colocar  a  esta  interesante  ciudad,  que  peruanos  i  chilenos  se 
hallaban  empeñados  en  salvar  de  suerte  igual  a  la  de  Cho- 
rrillos. 

«El  coronel  Iglesias  debia  preparar  i  facilitar  la  entrevista 
del  secretario  del  ministro  chileno  con  el  presidente  del  Perú. 

«La  entrevista  no  tuvo,  sin  embargo,  lugar.  El  dictador 
peruano,  que  se  encontraba  en  esa  hora  de  la  mañana  visi- 
tando la  linea  de  Miraflores,  segunda  i  formidable  posición 
del  ejército  peruano,  desconocida  todavía  para  los  chilenos, 
declaró  que  no  recibirla  el  parlamentario  mientras  éste  no  se 
presentase  con  poderes  para  negociar.  I  habiéndole  sido  tras- 
mitido por  el  órgano  de  uno  de  sus  principales  jefes,  el  men- 
saje de  que  era  portador  el  secretario  del  ministro  chileno, 
contestó  que  deseaba  la  paz  i  que  el  ministro  o  cualquiera 
otra  persona,  autorizadas  por  el  gobierno  de  Chile  para  tra- 
tar, podian  pasar  al  campamento  peruano  o  iniciar  por  medio 
de  una  nota  las  negociaciones. 

«Esta  contestación,  que  revelaba  completo  desconocimien- 
to de  la  situación  militar,  o  pueril  empecinamiento,  destruía 
de  un  golpe  toda  esperanza  de  paz  i  preparaba  el  camino  a 
nuevas  trajedias  i  nuevos  desastres.  Colocado  entre  el  campo 
de  una  tremenda  derrota,  i  su  capital  en  peligro  i  bajo  la  in- 
fluencia del  terror,  el  jefe  supremo  del  Perú  no  podia  usar  ese 
lenguaje  altivo  sin  faltar  a  su  pais,  sin  faltar  a  su  dignidad 
de  gobernante  i  sin  faltar  a  la  verdad  de  las  cosas»  2. 

Después  de  este  desenlace  de  aquella  tentativa  de  negocia- 
ción, no  quedaba  a  los  chilenos  que  hacer  otra  cosa  que  pre- 
pararse para  un  nuevo  combate.  En  efecto,  el  mismo  dia  se 
adelantó  el  reconocimiento  de  las  líneas  enemigas,  i  el  estado 
mayor  tomó  todas  las  disposiciones  para  ejecutar  su  asalto 
el  dia  siguiente.  El  plan  adoptado  para  el  ataque  se  reducía 


2.  Copio  este  fragmento  de  una  relación  publicada  en  Lima  pocos  dias 
después,  con  el  título  de  La  campaña  del  ejército  chileno  en  Lima,  dada  a  luz 
en  cinco  idiomas  diferentes.  Aunque  mui  compendiosa,  contiene  un  resu- 
men claro  i  bien  hecho  de  las  operaciones  de  la  campaña. 


CAMPAÑA  A    LIMA  475 


a  amagar  al  enemigo  de  frente  eon  la  primera  división  del 
ejército,  apoyada  por  la  artillería;  mientras  la  tercera  divi- 
sión, que  habla  sufrido  mui  pocas  pérdidas  en  la  batalla  del 
13,  iria  a  atacarlo  resueltamente  por  el  flanco  izquierdo,  al 
mismo  tiempo  que  los  cañones  de  la  escuadra  lo  batian  por 
su  derecha.  El  jeneral  Baquedano,  i  su  jefe  de  estado  mayor, 
jeneral  Maturana,  dieron  las  órdenes  del  caso,  poniéndose  de 
acuerdo  con  el  contra-almirante  Riveros,  jefe  de  la  escua- 
dra. El  coronel  Velásquez,  comandante  jeneral  de  artillería, 
fué  a  colocar  sus  cañones  enfrente  de  la  línea  enemiga,  en  las 
posiciones  menos  desventajosas,  «ya  que  era  imposible  en- 
contrarlas buenas  en  un  terreno  plano  i  cortado  a  cada  paso 
por  arboledas  i  tapias».  El  ataque  formal  i  definitivo  tendría 
lugar  a  las  doce  del  día  siguiente. 

Las  tropas  chilenas  quedaron  acampadas  esa  noche  en  San 
Juan,  i  al  norte  de  Chorrillos.  Una  parte  de  la  tercera  divi- 
sión avanzó  hasta  los  alrededores  de  Barranco,  aldea  de  unos 
150  o  200  habitantes,  situada  a  medio  camino  de  Chorrillos 
a  Miraflores,  i  lugar  de  baños  concurrido  en  los  meses  de  ve- 
rano por  algunas  familias  de  Lima,  pero  completamente  de- 
sierta en  esos  momentos.  Se  sabia  que  esa  aldea  estaba  sem- 
brada de  minas  i  de  bombas  automáticas,  de  tal  suerte  que 
constituía  un  peligro  inminente  para  los  soldados  despreve- 
nidos que  quisieran  entrar  al  pueblo,  i  mayor  todavía  en  el 
caso  probable  de  un  nuevo  combate.  En  la  imposibilidad  de 
desmontar  esas  minas,  los  soldados  chilenos,  tomando  todas 
las  precauciones  del  caso,  allegaron  fuego  a  los  edificios  poco 
antes  de  amanecer,  i  el  incendio  hizo  desaparecer  en  poco 
tiempo  esa  pequeña  población  que  el  dictador  peruano  había 
convertido  en  máquina  esplosiva. 

Habia,  sin  embargo,  motivos  para  creer  que  no  tendría 
lugar  un  segundo  combate.  Era  verdad  que  Piérola  no  habia 
recibido  al  parlamentario  enviado  por  el  jeneral  Baquedano 
pero  tampoco  se  habia  negado  a  tratar.  Lejos  de  eso,  habia 
declarado  que  estaba  dispuesto  a  oír  proposiciones  de  paz. 
Pero  se  habia  pasado  el  día  entero  sin  que  el  dictador  perua- 


476  GUERRA  DEL  PACÍriCO 


no  quisiese  manifestar  que  comprendia  la  verdad  de  su  si- 
tuación. 

A  media  noche  se  presentó  en  el  campamento  chileno  un 
emisario  con  pliegos  para  el  jeneral  Baquedano.  Lo  enviaba 
el  ministro  plenipotenciario  de  la  república  del  Salvador,  de- 
cano del  cuerpo  diplomático  de  Lima.  Decia  en  ellos  que  él  i 
los  ministros  de  Francia  i  de  Inglaterra  tenian  encargo  de 
sus  colegas  de  pasar  al  cuartel  jeneral  a  tratar  un  asunto  ur- 
jente  e  importante,  i  que,  en  consecuencia,  pedian  que  se  les 
señalara  la  hora  en  que  pudiesen  pasar  al  campamento  chile- 
no a  desempeñar  aquella  comisión.  Siendo  mui  avanzada  la 
noche,  el  jeneral  Baquedano  contestó  que  la  conferencia  po- 
dria  tener  lugar  a  las  siete  de  la  mañana  siguiente. 

Como  se  ve,  los  ministros  diplomáticos  iniciaban  esta  ne- 
gociación, al  parecer,  por  su  propia  cuenta  i  como  si  obraran 
por  su  sola  inspiración.  Las  cosas,  sin  embargo,  habian  pasa- 
do de  mui  distinta  manera,  como  vamos  a  referirlo  con  la 
ayuda  de  las  primeras  revelaciones  que  se  han  hecho  sobre 
estos  sucesos. 

En  el  campamento  peruano  de  Miraflores  se  habia  pasado 
la  tarde  del  13  de  enero  i  todo  el  dia  14  en  preparativos  mili- 
tares, distribuyendo  las  tropas  salvadas  de  la  derrota  al  lado 
de  1  os  cuerpos  de  la  reserva,  colocando  mas  artillería  en  los 
bastiones,  i  tomando  otras  medidas  para  la  resistencia.  Se 
sabia  que  el  dictador  se  habia  negado  a  recibir  al  parlamen- 
tario chileno,  pero  en  los  corrillos  de  los  oficiales  no  se  habla- 
ba mas  que  de  la  necesidad  de  capitular.  «Lo  cierto  es,  escri- 
be un  oficial  de  la  reserva  peruana,  en  la  relación  que  hemos 
citado  en  el  capítulo  anterior,  que  la  voz  jeneral  estaba  por- 
que se  llegase  lo  mas  pronto  a  una  solución  pacífica,  que  de- 
bíamos someternos  a  nuestra  suerte  de  vencidos,  que  bastan- 
te sangre  habia  corrido  i  que  era  locura  sacrificar  tan  precio- 
sas vidas. 

«Oíanse  en  cada  grupo  estas  consideraciones  poco  mas  o 
menos,  cuando  se  esparció  la  noticia  de  que  iba  a  reunirse 
junta  de  comandantes  jenerales  esta  tarde  misma,  para  de- 
cidir si  se  podía  o  no  resistir  con  probabilidades  de  buen  éxito. 


CAMPAÑA    A     LIMA  477 


Exifaba  la  curiosidad  de  todos,  los  juicios  que  de  nuestra 
situación  iba  a  espresar  cada  uno  de  los  jefes  que  habian  en 
parte  contribuido  a  ella.  Nos  prometimos,  pues,  hacer  lo  po- 
sible para  presenciar  la  sesión,  o  por  lo  menos  no  perder  nada 
de  lo  que  en  ella  se  dijese. 

«En  efecto,  no  tardaron  en  llegar  de  sus  divisiones  i  reunir- 
se I  os  jenerales  Montero,  Buendía  i  Segura;  los  coroneles  Dá- 
vila.  Montero,  Cáceres,  Suárez,  Iglesias,  Noriega,  Figari,  Pe- 
reira,  Derteano,  Correa  i  Santiago,  La  Fuente,  Echeñique  i 
muchos  otros  cuyos  nombres  se  me  escapan.  (La  conferencia 
tuvo  lugar  en  una  casa  del  pueblo  de  Miraflores  en  que  esta- 
ba hospedado  el  dictador).  Se  formó  en  el  salón  un  gran  circu- 
lo. Se  mandó  despejar  los  corredores  i  cerrar  herméticamente 
las  puertas.  De  nuestro  escondite,  oíamos  claramente  la  voz 
de  S.  E. 

«Comenzó  por  esponerles,  que  los  habia  reunido  no  para 
conocer  sus  ideas  personales  sobre  la  situación,  ni  si  estaban 
listos  para  dar  su  vida  si  necesario  fuera,  de  lo  que  no  duda- 
ba, sino  para  que  le  manifestaran  el  espíritu  que  animaba  a 
las  tropas  i  si  podían  éstas  hacer  una  seria  resistencia;  aña- 
diendo que,  como  condición  previa  para  entrar  en  negocia- 
ciones de  paz,  exijia  el  jeneral  chileno  la  entrega  inmediata 
de  la  línea  de  Miraflores,  con  todos  sus  reductos  i  defensas, 
pero  que  él  rechazaba  tan  humillante  proposición.  Tres  o 
cuatro  de  los  jefes  opinaron  porque  la  tropa  estaba  muí  des- 
alentada e  incapaz  de  sostener  diez  minutos  de  combate.» 

Un  coronel,  entre  otros,  espresó  con  grande  enerjía  que 
todo  intento  de  resistencia  seria  dar  un  dia  mas  de  vergüenza 
a  las  armas  peruanas,  i  al  vencedor  una  fácil  victoria.  El  tes- 
tigo que  ha  hecho  estas  importantes  revelaciones,  no  pudo 
saber  el  resultado  de  aquella  deliberación.  La  junta  de  gue- 
rra se  terminó  a  las  siete  de  la  noche.  A  esa  hora  habian  lle- 
gado a  Miraflores  algunos  miembros  del  cuerpo  diplomático 
de  Lima.  Comieron  éstos  en  la  mesa  del  dictador,  i  quedaron 
conferenciando  con  él  sobre  la  situación  de  la  capital.  Es  in- 
dudable que  ellos  se  ofrecieron  para  interponer  sus  buenos 
oficios  cerca  del  vencedor  para  evitar  al  Perú  otro  dia  de  san- 


478  GUERRA.     DEL     PACÍF^C^ 


gre  i  de  derrota,  i  es  también  indudable  que  Piérola  aceptó 
su  jeneroso  ofrecimiento  a  condición  de  que  el  enemigo  no 
supiese  que  él  habia  solicitado  la  mediación.  Aun  en  medio 
de  aquel  espantoso  desastre,  el  dictador  peruano  queria  con- 
servar las  apariencias  de  altanero  orgullo  que  habia  caracte- 
rizado su  desgraciada  administración.  Aunque  no  se  conocen 
los  pormenores  de  aquella  conferencia,  se  sabe  que  de  allí 
salió  la  nota  que  en  esa  misma  noche  dirijió  al  jeneral  Baque- 
dano  el  decano  del  cuerpo  diplomático  de  Lima. 

En  la  mañana  siguiente  (15  de  enero),  precisamente  a  la 
hora  convenida,  llegaba  al  campamento  del  estado  mayor 
chileno,  situado  en  las  inmediaciones  de  Chorrillos,  un  tren 
estraordinario  llevando  bandera  blanca.  Bajaron  de  él  los 
ministros  plenipotenciarios  del  Salvador,  de  Francia  i  de  In- 
glaterra. El  jeneral  Baquedano  los  recibió  en  conferencia 
particular,  teniendo  a  su  lado  al  ministro  de  la  guerra  don 
José  Francisco  Vergara,  al  secretario  jeneral  de  ejército  don 
Eulojio  Altamirano,  a  don  Joaquin  Godoi  i  a  don  Máximo  R. 
Lira,  que  desempeñaban  cargos  de  confianza  cerca  .del  jene- 
ral en  jefe. 

Durante  los  primeros  momentos,  la  conferencia  versó  so- 
bre asuntos  estraños  al  verdadero  objeto  que  la  habia  provo- 
cado. Los  diplomáticos  estranjeros  tenian  el  honroso  propó- 
sito de  evitar  mayor  efusión  de  sangre,  i  de  salvar  al  Perú  de 
una  nueva  i  mas  innecesaria  derrota;  pero  quedan  también 
evitar  todo  paso  que  pudiera  lastimar  la  vanidad  nacional 
de  los  vencidos.  Comenzaron  por  manifestar  que  el  propósito 
que  los  llevaba  alH,  era  pedir  garantías  para  los  muchos  i 
valiosos  intereses  estranjeros  radicados  en  Lima,  asi  como 
para  las  personas  de  los  neutrales.  El  jeneral  Baquedano 
contestó  que  estaba  dispuesto  a  respetar  los  intereses  i  per- 
sonas délos  neutrales,  en  cuanto  fuese  conciliable  con  las 
necesidades  de  las  operaciones  militares  i  con  el  lejítimo  ejer- 
cicio de  los  derechos  de  belijerante.  «Asi,  dijo  el  jeneral  chi- 
leno, si  el  gobierno  del  Perú  se  obstina  en  hacer  de  la  capital 
un  centro  de  resistencia,  yo  estoi  autorizado  i  resuelto  a  rom- 
per sobre  ella  las  hostilidades  sin  conceder  plazo  alguno». 


CAMPAÑA  A    LIMA  47íi 


Pero  este  no  era  el  objeto  verdadero  de  la  conferencia. 
Cuando  se  hubo  tratado  este  asunto,  los  plenipotenciarios 
estranjeros  indicaron  que  talvez  les  seria  fácil  inducir  al  go- 
bierno peruano  a  abrir  negociaciones.  Al  dar  un  paso  de  esta 
naturaleza,  ellos  deseaban  saber  cuáles  eran  las  condiciones 
que  exijiria  Chile,  para  comunicarlas  al  dictador.  A  fin  de 
hacer  provechosas  i  prácticas  estas  negociaciones,  conven- 
dría estipular  un  armisticio.  En  todo  caso,  se  agregó,  se  po- 
dria  negociar  bajo  la  mediación  de  la  diplomacia  estranjera. 

Pero  los  chilenos  no  podian  ni  debian  tratar  en  otro  carác- 
ter que  el  de  vencedores.  El  jeneral  Baquedano  contestó  in- 
mediatamente a  este  ofrecimiento,  con  la  rectitud  i  la  ente- 
reza que  habia  demostrado  en  toda  la  campaña,  sin  apelar  o 
ambigüedades  ni  a  disimular  sus  intenciones.  Declaró  de  toda 
punto  maceptable  en  aquellas  circunstancias  la  mediación  de 
los  diplomáticos  de  Lima.  Manifestó  que  en  ningún  caso  en- 
traría a  tratar  con  el  enemigo  si  en  el  mismo  dia  no  se  le  en- 
tregaba incondicionalmente  la  plaza  del  Callao,  i  que  no  acor- 
daba mas  plazo  para  recomenzar  las  hostihdades,  que  hasta 
las  dos  de  la  tarde  de  ese  mismo  dia,  tiempo  suficiente  para 
que  el  dictador  del  Perú  resolviese  si  quería  aceptar  o  no  la 
condición  anterior.  Instado  nuevamente  por  los  diplomáti- 
cos estranjeros,  el  jeneral,  por  un  acto  de  deferencia  hacia 
ellos,  accedió  a  ampliar  ese  plazo  hasta  las  doce  de  la  noche. 
Su  compromiso  se  redujo  a  no  romper  los  fuegos  antes  de  esa 
hora;  pero  esta  simple  suspensión  de  hostilidades  no  obliga- 
ria  a  los  ejércitos  belij erantes  a  permanecer  inmóviles  en  los 
puntos  que  ocupaban.  Lejos  de  eso,  el  jeneral  Baquedano 
declaró  que  cada  uno  de  ellos  podria  efectuar  los  movimien- 
tos de  tropas  que  creyere  convenientes.  Los  tres  ministros 
diplomáticos  volvieron  a  Miraflores  a  las  diez  de  la  mañana, 
después  de  prometer  que  trasmitirian  a  Piérola  las  condicio- 
nes que  exijia  el  jeneral  chileno  para  entrar  en  negociaciones. 

El  dictador  peruano  seguia,  entre  tanto,  tomando  todas 
las  medidas  convenientes  para  robustecer  su  línea  de  fortifi- 
caciones. A  las  tropas  que  formaban  la  reserva,  se  habia  uni- 
do, como  hemos  dicho,  los  cinco  o  seis  mil  hombres  salvados 


440  GUERRA  DKL  PACIFICO 


de  la  derrota  del  dia  13.  Piérola,  ademas,  hizo  salir  del  Callao 
en  esa  mañana  unos  dos  mil  hombres  de  su  guarnición,  i  pa- 
recía resuelto  a  presentar  una  segunda  batalla  a  pesar  del 
desaliento  de  algunos  de  los  jefes  que  estaban  bajo  sus  órde- 
nes. Fuera  de  un  corto  tiroteo  de  avanzadas,  provocado  por 
las  tropas  peruanas  durante  la  conferencia  que  ya  hemos  re- 
ferido, no  hubo  ningún  acto  de  hostilidad;  i  en  los  dos  campos 
se  creia  jeneralmente  que  las  negociaciones  entabladas  lleva- 
rían las  cosas  a  un  arreglo  pacífico. 

Cuando  los  ministros  estranjeros  llegaron  al  campamento 
de  Mirañores,  encontraron  a  Piérola  acompañado  por  los  al- 
mirantes Sterlíng  i  Du  Petit  Thouars,  jefes  de  las  estaciones 
navales  de  Inglaterra  i  de  Francia,  que  parecían  igualmente 
interesados  en  recomendar  que  se  evitara  una  nueva  batalla. 
Al  saber  la  contestación  que  daba  el  jeneral  chileno  a  las  pro- 
posiciones de  los  diplomáticos,  Piérola  se  abstuvo  de  dar  una 
respuesta  definitiva,  pero  siguió  dictando  sus  órdenes  milita- 
res. «Lo  positivo  es,  dice  el  oficial  peruano  que  ha  referido 
estos  hechos,  que  sí  Piérola  se  hubiese  dejado  arrastrar  por 
consejos  i  opiniones  que  pocos  tenían  circunspección  para  si- 
lenciar delante  de  él,,  se  habría  hecho  la  paz  en  ese  día».  Dos 
horas  después,  Piérola  se  retiraba  a  almorzar  en  compañía 
de  aquellos  altos  funcionarios  estranjeros. 

El  jeneral  Baquedano  estaba  persuadido  de  que  sus  pro- 
posiciones serian  aceptadas  por  el  gobierno  peruano.  No  po- 
día imajinarse  que  éste  quisiera  esponer  sus  reservas  al  peli- 
gro inminente  de  un  seguro  desastre,  empeñando  un  nuevo 
combate  con  el  ejército  vencedor,  repuesto  ya  de  sus  fatigas 
anteriores,  i  ademas  engrosado  con  un  pequeño  continjente 
de  tropas  de  refresco  3.  Sin  embargo,  queriendo  estar  preve- 
nido para  todo  evento,  poco  después  de  terminada  su  confe- 

3.  El  14  de  enero  llegaron  por  mar  al  campamento  chileno  las  tropas  de 
infantería  i  de  caballería  que  en  número  de  800  hombres  había  dejado  en 
Pisco  el  jeneral  Baquedano.  Estas  fuerzas,  amenazadas  a  principios  de  enero 
por  las  montoneras  que  el  prefecto  Zamudio  había  reunido  en  Humai,  al  in- 
terior del  valle  de  Pisco,  salieron  en  su  persecución  i  las  destrozaron  i  dis 
persaron,  escarmentándolas  severamente  para  que  no  volvieran  a  reunirse- 
Pocos  dias  después,  recibieron  orden  de  marchar  al  norte  a  juntarse  con  el 


CAMPANA    A    LIMA  481 


rencia  con  los  diplomáticos  estranjeros,  se  adelantó  con  el 
jefe  de  estado  mayor  a  reconocer  las  posiciones  enemigas  i  a 
observar  el  terreno  en  que  deberla  estender  la  línea  de  bata- 
lla del  ejército  chileno  ^.  Mandó  en  seguida  que  sus  divisiones 
se  preparasen  para  tomar  las  nuevas  posiciones;  pero  como 
en  virtud  del  armisticio  concedido  al  enemigo,  las  hostilida- 
des no  se  podian  romper  sino  después  de  las  doce  de  la  noche, 
se  dejó  ese  movimiento  para  mas  tarde,  pensando  sin  duda 
ocultar  a  los  peruanos  la  situación  definitiva  que  ocuparla  el 
ejército  de-  Chile.  Solo  unos  4,500  hombres  de  la  tercera  divi- 
sión, avanzaron  algo  mas,  i  fueron  a  colocarse  en  línea  en- 
frente de  la  derecha  de  las  posiciones  peruanas.  La  artillería 
de  campaña  se  habia  situado  un  poco  mas  a  retaguardia. 

Desde  el  lugar  que  ocupaba  el  jeneral  Baquedano,  se  dis- 
tinguía perfectamente  un  gran  movimiento  de  tropas  en  el 
campamento  peruano.  Llegaban  de  Lima  trenes  cargados  de 
soldados,  que  componían  la  guarnición  del  Callao,  i  éstos  acu- 


ejército  que  operaba  sobre  Lima,  pero  no  alcanzaron  a  llegar  a  tiempo  para 
tomar  parte  en  la  batalla  del  dia  13. 

4,  Aunque  en  el  capítulo  VIII  de  este  libro  hemos  hecho  una  descripción 
sumaria  de  las  posiciones  de  Miraflores,  queremos  reproducir  aquí,  para  la 
mas  completa  intelijencia,  las  líneas  en  que  las  describe  con  toda  claridad 
el  parte  oficial  del  jefe  de  estado  mayor  chileno  don  Marcos  2.0  Maturana, 
Dice  así: 

«El  ejército  peruano  se  encontraba  fuertemente  establecido  en  el  campo 
atrincherado  de  Miraflores,  apoyando  su  derecha  al  mar  i  estendiéndose  ha- 
ca su  izquierda  como  cinco  a  seis  quilómetros  en  dirección  a  Monterrico 
Chico,  donde  tenia  posiciones  artilladas  con  cañones  de  grueso  calibre.  Toda 
la  línea  formaba  un  cordón  no  interrumpido  de  trincheras  hechas  de  los  ta- 
piales de  cierro  del  campo,  aspillerados  en  toda  su  estension  para  que  la  in- 
fantería pudiese  disparar  sin  ser  vista,  i  apoyados  fuertemente  por  formida- 
bles reductos  guarnecidos  por  artillería  e  infantería  i  situados  de  distancia 
en  distancia,  a  mil  metros  mas  o  menos  uno  de  otro  de  derecha  a  izquierda. 
Estos  atrincheramientos  estaban  ademas  defendidos  por  anchas  i  profundas 
zanjas  que  impedían  el  acceso  a  las  trincheras,  sin  contar  todavía  con  las  mi- 
nas automáticas  que  aquí,  como  en  el  campo  de  Chorrillos,  cubrían  el  frente 
flancos  i  retaguardia  de  la  posición.  Finalmente,  apoyaban  también  aquel 
campo  atrincherado  la  batería  de  costa  de  Miraflores,  situada  un  poco  a  van- 
guardia de  la  población  del  lado  del  mar,  i  las  baterías  altas  de  los  cerros  de 
Monterrico,  Valdivieso,  San  Bartolomé  i  San  Cristóbal,  todos  armados  de 
gruesos  cañones  de  largo  alcance,  cuyos  fuegos  dominaban  la  campiña  en 
toda  su  estension». 

TOMO  XVI.— 31 


482  GUERRA    DBL  PACÍFICO 


dian  a  1  os  bastiones  i  reductos  a  formar  una  línea  de  batalla 
sólida  i  espesa.  A  la  una  del  dia,  el  ejército  peruano  estaba 
perfectamente  preparado  para  el  combate.  De  Lima  se  co- 
municaba a  esas  horas  al  prefecto  del  Callao  el  siguiente  des- 
pacho telegráfico:  «Del  ferrocarril  de  Miraflores  participan 
que  dentro  de  pocos  momentos  comenzará  el  combate.  La 
línea  tendida  solo  espera  la  orden  de  hacer  fuego.  Mucho  en- 
tusiasmo. —  Velasco.»  Piérola  habia  querido  equilibrar  sus 
fuerzas  con  las  del  enemigo  atacando  a  éste  de  sorpresa,  du- 
rante un  armisticio,  i  cuando  creía  que  estando  diseminadas 
las  divisiones  del  ejército  chileno,  seria  fácil  destrozarlas  ais- 
ladamente. 

El  jeneral  Baquedano  observaba  impasible  todos  los  mo- 
vimientos del  enemigo.  Su  alma  honrada  i  leal  no  acertaba  a 
comprender  que  Piérola  pudiera  cometer  la  felonía  de  violar 
un  armisticio.  Algunos  de  los  jefes  que  acompañaban  a  Ba- 
quedano, no  cesaban  de  representarle  el  peligro  que  envol- 
vían aquellos  aprestos;  pero  él  contestaba  a  todos  comuni- 
cándoles su  confianza.  «Los  peruanos,  decía  a  unos,  toman 
5us  posiciones  para  la  batalla  de  mañana.  Mañana  se  las  qui- 
taremos». «Es  posible,  decia  a  otros,  que  el  enemigo  quiera 
hacer  ostentación  de  sus  fuerzas  para  arrancarnos  condicio- 
nes mas  favorables  en  la  capitulación  que  de  un  momento  a 
otro  tendrá  que  celebrar».  I  en  esta  confianza  honorable,  pero 
de  que  era  indigno  el  enemigo  poco  escrupuloso  que  tenia 
delante,  se  limitó  a  seguir  disponiendo  lo  conveniente  para 
la  marcha  de  las  otras  divisiones  de  su  ejército,  a  fin  de  tener- 
las listas  para  el  dia  siguiente. 

Hallábase  el  jeneral  chileno  a  la  derecha  de  la  línea  que 
formábala  tercera  división,  cuando  poco  después  de  las  dos 
déla  tarde,  de  repente,  i  sin  que  nada  anunciase  la  proximi- 
dad del  combate,  cayó  sobre  esta  línea  una  lluvia  de  balas  de 
rifle  i  de  proyectiles  de  cañón  lanzado  de  los  bastiones  i  re- 
ductos de  los  peruanos.  Creyendo  que  aquel  fuego  de  las  po- 
siciones enemigas  fuese  solo  el  efecto  de  una  equivocación 
momentánea,  el  jeneral  Baquedano  i  los  jefes  que  estaban  a 
su  lado,  dieron  orden  de  no  contestarlo,  i  aun  hicieron  cesar 


CAMPAÑA  A    IJMA  '    4S3 

el  de  algunas  compañías  que  ya  lo  habían  comenzado.  Al  cabo 
de  pocos  minutos  ya  no  cupo  duda  sobre  la  verdad  de  la  si- 
tuación. Las  tropas  peruanas  que  acababan  de  llegar  del  Ca- 
llao, emprendían  un  combate  en  regla,  i  las  seguía  toda  la 
línea.  Era  aquella  una  verdadera  batalla  que  se  iniciaba  para 
los  chilenos  bajo  las  condiciones  mas  desfavorables  i  terribles, 
la  batalla  de  una  división  de  4,500  hombres  escasos,  contra 
un  ejército  de  quince  mil  soldados  que  ocupaban  sólidos  bas- 
tiones i  reductos  ^. 


5.  Algunos  dias  después  de  la  batalla,  Piérola  trató  de  justificar  su  con- 
ducta sosteniendo  en  una  nota  dirijida  a  los  diplomáticos  de  Lima,  que  fue- 
ron los  chilenos  quienes  rompieron  los  fuegos  en  la  batalla.  Para  no  aceptar 
esta  aseveración,  que  no  descansa  mas  que  en  su  propio  testimonio,  he  teni- 
do en  cuenta  algunas  graves  consideraciones  que  pesarán  sin  duda  en  el  áni- 
mo del  lector,  i.»  A  la  una  del  dia,  es  decir,  una  hora  antes  del  ataque,  la 
línea  peruana  estaba  tendida  i  esperaba  la  orden  de  romper  los  fuegos,  co- 
mo se  ve  por  el  despacho  telegráfico  dirijido  al  prefecto  del  Callao,  i  que  he- 
mos insertado  mas  atrás.  2.»  El  jeneral  Baquedano,  sobre  todo  después  de 
su  triunfo  del  dia  13,  tenia  tanta  confianza  en  la  superioridad  desús  tropas 
que  creia  fundadamente  que  los  restos  del  ejército  del  Perú  no  podrían  n 
siquiera  presentarle  una  nueva  batalla,  i  esperaba  que  éstos  se  rindieran  sin 
combatir.  No  es,  pues,  admisible  que  en  esas  condiciones  hubiese  querido 
violar  el  armisticio  que  él  mismo  habia  concedido  al  enemigo.  3.^  Aun  da- 
do el  caso  de  que  hubiera  querido  violar  el  armisticio,  habria  elejido  para 
ello  un  momento  favorable,  en  que  hubiese  tenido  reunido  todo  su  ejército, 
i  no  aquel  en  que  solo  podia  disponer  de  poco  mas  de  cuatro  mil  hombres, 
es  decir,  el  momento  único  en  que  el  enemigo  podia  obtener  una  victoria, 
como  estuvo  a  punto  de  obtenerla  por  la  sorpresa  del  ataque. 

Conviene  ademas  advertir  que  la  aseveración  de  Piérola  atribuyendo  al 
ejército  chileno  la  violación  del  armisticio,  solo  consta  de  su  nota  al  cuerpo 
diplomático  de  Lima,  fechada  en  Canta  el  20  de  enero.  Las  relaciones  perua- 
nas que  se  han  publicado  hasta  la  fecha  no  contienen  tal  afirmación.  Pero 
hai  mas  todavía.  Se  han  dado  a  luz  dos  cartas  de  Piérola  en  que  refiere  las 
batallas  que  tuvieron  lugar  alrededor  de  Lima,  i  otros  documentos  en  que 
hace  referencia  a  estos  sucesos,  i  en  ninguno  de  ellos  atribuye  a  los  chilenos 
la  violación  del  armisticio.  Permítasenos  reproducir  aquí  un  fragmento  de 
una  carta  escrita  por  Piérola  el  21  de  enero,  i  publicada  por  La  Estrella  de 
Panamá.  Dice  así: 

«A  pesar  de  haber  reunido  yo,  de  nuestro  lado,  cuantos  elementos  pude 
i  a  pesar  de  que  juzgué  con  ellos  asegurado  el  triunfo,  buena  parte  de  nues- 
tra tropass  se  vio  envuelta  en  las  colinas  de  Villa  i  San  Juan,  posiciones  opor- 
tunamente elejidas,  i  el  13  del  presente  fuimos  batidos  allí  con  enormes  pér- 
didas. 

«Yo  logré  escapar  milagrosamente,  i,  como  fué  posible,  detener  los  restos 


484  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


En  efecto,  hubo  un  momento  en  que  las  tropas  que  forma- 
ban esa  división,  debieron  creerse  definitivamente  perdidas 
por  aquel  ataque  tan  desigual  e  inesperado.  Pero  el  coronel 
don  Pedro  Lagos,  que  mandaba  allí  desplegó  en  el  peligro  la 
misma  resolución  i  la  misma  sangre  fria  que  habia  demostra- 
do en  toda  la  campaña.  Desde  el  primer  momento,  i  a  pesar 
del  vivo  fuego  que  recibian  sus  soldados,  tendió  perfectamen- 
te su  línea,  i  organizó  la  resistencia,  dispuesto  a  mantenerse 
en  ese  lugar,  sin  retroceder  un  solo  paso,  i  costara  lo  que  cos- 
tara, hasta  el  arribo  de  las  otras  divisiones  del  ejército  chile- 
no. El  combate  se  empeñó,  pues,  resueltamente  para  impedir 
todo  avance  del  enemigo  fuera  de  sus  posiciones  fortificadas. 

La  noticia  del  armisticio  se  habia  comunicado  a  la  escua- 
dra, i  su  jefe,  el  contra-almirante  Ri veros,  habia  bajado  a 
tierra,  en  la  confianza  de  que  ese  dia  no  tendrían  nada  que 
hacer  los  cañones  de  sus  buques.  Pero  al  saber  que  el  armis- 
ticio habia  sido  violado  por  los  peruanos,  volvió  apresurada- 
mente a  bordo,  i  mandó  que  la  artillería  de  mar  batiese  sin 
descanso  el  naneo  derecho  de  los  agresores.  Gracias  a  esta 
eficaz  ayuda,  la  batalla  pudo  equilibrarse  un  poco,  i  sostener- 
se por  mas  de  una  hora. 

Mientras  tanto,  el  jeneral  Baquedano  redoblaba  sus  órde- 
nes para  que  avanzasen  las  otras  divisiones  de  su  ejército  i 
para  que  acudieran  en  ausilio  de  las  fuerzas  empeñadas  en  el 
combate.  El  enemigo  salía  de  sus  parapetos  por  la  izquierda 
de  su  línea,  con  intención  de  envolver  por  el  flanco  derecho 
a  la  división  chilena.  Algunas  compañías  de  tiradores  de  esta 
división,  mandadas  por  el  coronel  don  Martiniano  Urriola, 
lograron  contener  este  ataque,  dando  tiempo  a  que  ese  flanco 
fuera  reforzado.  Al  fin,  llegaron  los  cuerpos  de  la  reserva, 
mandados  por  el  teniente  coronel  don  Arístides  Martínez,  i 
luego  algunos  batallones  de  la  primera  división,  que,  bajo  las 


de  nuestras  desbandadas  tropas  en  la  línea  de  atrincheramientos  de  Mira- 
flores  a  Ate.  Con  ellos  i  con  la  reserva  de  Lima,  al  mismo  tiempo  que  cerrá- 
bamos el  paso  a  las  fuerzas  chilenas  destacadas  por  la  Rinconada,  dimos  el 
15  una  segunda  batalla,  entre  Mirañores  i  la  Calera,  que  duró  desde  poco 
antes  de  las  dos  de  la  tarde  hasta  las  seis». 


CAMPAÑA  A  LIMA  485 


Órdenes  de  Lynch,  avanzaban  de  Chorrillos  a  paso  de  carga. 
La  defensa  de  la  línea  chilena  se  hizo  desde  entonces  sólida  i 
resistente.  Un  rejimiento  de  caballería,  mandado  por  el  te- 
niente coronel  don  Manuel  Búlnes,  hizo  retroceder  las  fuer- 
zas peruanas  que  amagaban  el  flanco  derecho  de  los  chilenos. 

Pero  no  bastaba  rechazar  el  desleal  ataque  del  ejército  pe- 
ruano: era  también  necesario  dar  a  éste  el  golpe  mortal  i  de- 
finitivo. El  coronel  Lagos  reúne  algunos  de  sus  destrozados 
batallones,  i  los  lanza  resueltamente  al  asalto  de  las  fortiñca- 
ciones  enemigas.  Hasta  entonces  era -la  estrema  derecha  de 
la  línea  peruana  la  que  mas  habia  sufrido  en  las  primeras  ho- 
ras de  la  refriega.  Batida  de  frente  por  la  división  chilena,  i 
de  flanco  por  los  fuegos  de  la  escuadra,  esa  ala  parecía  vací^ 
lar.  La  impetuosa  carga  ordenada  por  el  coronel  Lagos  i  eje- 
cutada resueltamente  por  los  comandantes  Barceló  i  Fuen- 
zalida,  obligó  al  enemigo  a  ceder  la  primera  línea  de  sus  po- 
siciones. Pero  a  espaldas  de  éstas  quedaba  todavía  otra  línea 
de  fortificaciones  mas  formidables  aun,  i  que  puso  una  resis- 
tencia mucho  mas  tenaz.  A  una  señal  de  Lagos,  la  escuadra 
suspende  sus  fuegos  para  no  dañar  a  los  soldados  chilenos;  i 
los  infantes  se  lanzan  a  la  bayoneta  destruyendo  todos  los 
obstáculos  que  encuentran  a  su  paso  i  barriendo  las  fuerzas 
peruanas  que  comenzaban  a  desmoralizarse.  Ocupadas  esas 
importantes  posiciones,  los  batallones  de  Lagos  avanzan  has- 
ta el  pueblo  de  Miraflores,  donde  habia  estado  el  cuartel  je- 
neral  del  enemigo,  i  arrollan  a  su  paso  toda  resistencia.  Te- 
miendo fundadamente  que  este  pueblo  pudiese  convertirse 
en  lugar  de  retirada  de  los  dispersos  peruanos  en  las  peripe- 
cias subsiguientes  del  combate,  i  que  llegase  en  la  noche  a  ser 
el  teatro  de  una  resistencia  análoga  a  la  de  Chorrillos,  los  sol- 
dados chilenos  le  prendieron  fuego  por  varias  partes;  i,  sin 
darse  un  momento  de  descanso  después  de  tantas  fatigas, 
marchan  resueltamente  a  atacar  por  el  flanco  derecho  el  cen- 
tro del  enemigo. 

Eran  las  cuatro  i  media  de  la  tarde,  i  la  faz  de  la  batalla 
habia  cambiado  casi  por  completo.  Lagos,  sin  embargo,  iba 
a  encontrarse  en  este  segundo  ataque  con  tropas  que  habían 


4S6  Guerra  del  pacífico 


sufrido  menos,  i  que  por  su  número  habrían  podido  envolver 
a  la  esquilmada  división  que  los  acometia.  Pero  los  cuerpos 
de  la  reserva  i  los  que  formaban  la  primera  división  chilena, 
viendo  que  se  acercaba  el  momento  decisivo  de  la  jornada, 
se  lanzan  por  el  frente  al  ataque  de  las  posiciones  del  centro 
enemigo,  con  el  empuje  que  sabian  imprimirles  los  coman- 
dantes Martínez  i  Lynch.  Estas  fuerzas,  antes  de  llegar  a  los 
parapetos  de  los  peruanos,  tenían  que  atravesar  un  terreno 
sembrado  de  minas  i  de  bombas  automáticas.  Muchas  de  ellas, 
en  efecto,  estallan  bajo  sus  pies;  pero  nada  las  detiene  un  ins- 
tante; i  saltando  sobre  las  trincheras  peruanas,  arrollan  en 
pocos  momentos  a  bala  i  bayoneta  toda  resistencia,  i  se  apo- 
deran de  aquella  parte  de  la  línea.  Las  tropas  enemigas,  aco- 
metidas por  el  flanco  por  la  división  de  Lagos,  i  de  frente  por 
los  cuerpos  de  Martínez  i  de  Lynch,  no  pudieron  resistir  largo 
tiempo,  i  se  vieron  forzadas  a  abandonar  sus  parapetos  i  bas- 
tiones dejando  en  ellos  setenta  cañones  de  todos  calibres,  i 
un  crecido  número  de  fusiles.  Dos  rejimientos  de  caballería 
chilena  lanzados  al  ataque,  terminaron  la  dispersión  del  ene- 
migo hasta  donde  les  permitieron  avanzar  las  tapias  que  ce- 
rraban los  campos  vecinos.  A  las  seis  de  la  tarde,  todo  el  cam- 
po de  batalla  estaba  en  poder  de  los  chilenos. 

En  esta  jornada,  el  dictador  Piérola  demostró  la  misma 
incapacidad  militar  que  había  probado  en  Chorrillos.  Al  ini- 
ciarse el  combate,  salió  apresuradamente  del  pueblo  de  Mira- 
flores;  i  dejando  a  los  jefes  que  estaban  a  sus  órdenes  el  cui- 
dado de  sostener  la  pelea  en  la  derecha,  fué  a  colocarse  a  la 
izquierda  de  su  línea  de  defensa,  donde  su  persona  no.,  corría 
peligro.  Sus  subalternos  lo  han  acusado  mas  tarde  de  haber 
permanecido  allí  turbado  i  confundido,  sin  acertar  a  dar  una 
sola  orden.  En  efecto,  los  esfuerzos  hechos  por  los  cuerpos 
peruanos  de  esa  ala  para  envolver  al  ejército  chileno,  fueron 
débiles  i  mal  diríjidos,  dando  tiempo  a  que  entrasen  en  bata- 
lla las  divisiones  de  Lynch  í  de  Martínez,  que  decidieron  la 
victoria. 

Las  fuerzas  peruanas  que  habían  sostenido  el  combate, 
eran  en  su  mayor  parte  las  tropas  de  línea  que  habían  llega- 


CAMPAÑA  A  LIMA  487 


do  esa  mañana  del  Callao,  i  los  cineo  o  seis  mil  hombres  que 
salvaron  de  los  desastres  de  San  Juan  i  de  Chorrillos.  En  esas 
fuerzas  estaban  enrolados  muchos  jóvenes  estraños  antes  de 
ahora  al  servicio  militar,  i  que  en  el  peligro  demostraron  gran 
valor.  Los  cuerpos  de  la  reserva  de  Lima  con  que  se  habia 
hecho  tanto  ruido  desde  seis  meses  atrás,  estaban  formados 
en  la  estrema  izquierda  de  las  posiciones  peruanas  bajo  las 
órdenes  del  coronel  Echeñique.  Solo  unos  de  mil  hombres 
de  esa  reserva  entraron  en  la  pelea,  i  se  batieron  con  el  mismo 
denuedo  que  el  ejército  de  línea.  El  dictador  Piérola  habia 
creído  notar  ese  dia  que  aquellos  cuerpos  tenian  mas  deseos 
de  volver  a  Lima  que  de  combatir,  i  se  abstuvo  de  hacerlos 
marchar  a  la  pelea,  prefiriendo  que  guarneciesen  aquella  ala 
de  su  línea,  a  una  distancia  considerable  del  teatro  de  la  lu- 
cha. El  mismo  dictador  ha  asumido  la  responsabilidad  de 
esta  determinación,  justificando  así  la  conducta  de  los  jefes 
de  esas  fuerzas,  a  quienes  se  acusaba  en  Lima  de  cobardía  i 
casi  de  traición.  Aquellos  cuerpos,  sin  embargo,  habrían  tar- 
dado mucho  para  llegar  al  lugar  de  la  batalla,  i  probablemen- 
te no  habrían  servido  para  otra  cosa  que  para  acelerar  la  dis- 
persión del  ejército,  desmoralizado  i  quebrantado  por  el  vi- 
goroso ataque  de  las  divisiones  chilenas,  que  seguían  engro- 
sándose con  las  tropas  que  llegaban  de  San  Juan  i  de  Chorri- 
llos. Así,  pues,  la  mayor  parte  de  la  reserva  se  replegó  sobre 
Lima  sin  disparar  un  tiro. 

Cuando  la  batalla  estaba  a  punto  de  terminarse,  i  cuando 
desaparecía  la  luz  del  dia,  llegaba  de  Lima  por  la  vía  férrea 
un  tren  de  carros  blindados.  Conducían  éstos  tropas  de  re- 
fresco con  cañones  i  ametralladoras  que  hacían  fuego  desde 
las  plataformas.  Este  refuerzo  alcanzó  a  llegar  hasta  cerca 
del  pueblo  de  Míraflores;  pero  el  coronel  Lagos,  que  se  encon- 
traba allí,  tomó  en  el  acto  sus  disposiciones  para  rechazar 
este  último  i  desesperado  ataque.  Algunos  de  sus  cañones 
rompieron  de  frente  el  fuego  sobre  el  tren.  Al  mismo  tiempo 
mandó  que  unas  cuantcis  compañías  de  infantería  corrieran 
a  colocarse  por  sus  flancos  para  impedir  que  los  asaltantes 
pudieran  bajar  de  los  carros  que  ocupaban.  A  la  vista  de  esta 


488  QUBRRA  DEL  PACÍFICO 


resistencia,  el  tren  de  carros  blindados  se  volvió  precipitada- 
mente a  Lima,  como  lo  habia  hecho  en  la  batalla  de  Chorri- 
llos. Así,  pues,  esta  máquina  de  guerra,  en.  que  se  habian  fun- 
dado tantas  esperanzas,  no  sirvió  de  nada  en  toda  la  cam- 
paña. 

La  victoria  de  Miraflores  costaba  al  ejército  chileno  dolo- 
rosas  pérdidas,  499  muertos  i  1,625  heridos,  pertenecientes 
casi  en  su  totalidad  a  las  divisiones  tercera  i  primera,  que 
eran  las  que  habian  tomado  parte  principal  en  la  batalla. 
Figuraban  entre  los  muertos  algunos  oficiales  de  distinción, 
el  coronel  don  Juan  Martínez,  que  habia  hecho  con  gran  lus- 
tre toda  la  campaña  al  mando  del  rejimiento  movilizado  de 
Atacama,  i  el  comandante  don  José  María  Marchant,  que 
cayó  peleando  vahentemente  al  frente  de  sus  soldados. 

Pero  estas  pérdidas,  por  dolorosas  que  fuesen,  estaban  in- 
demnizadas de  sobra  con  el  resultado  de  la  jornada.  El  ejér- 
cito de  Chile,  atacado  por  sorpresa  i  durante  un  armisticio, 
habia  revelado  mas  que  en  ninguna  otra  ocasión,  su  solidez 
i  su  disciplina,  i  convirtió  en  la  mas  espléndida  victoria  una 
batalla  que  según  todos  los  antecedentes,  debió  haber  sido 
una  desastrosa  derrota.  Aun  puede  decirse  que  jamas  victo- 
ria alguna  fué  mas  absoluta  i  decisiva.  El  ejército  derrotado, 
como  vamos  a  verlo,  desapareció  por  completo,  i  para  no 
volver  a  juntarse  mas.  Dejaba  en  el  campo  de  batalla  mas  de 
dos  mil  muertos  i  heridos  ^,  un  considerable  número  de  pri- 


6.  No  sabemos  qué  circunstancia  dio  oríjen  a  que  en  los  dias  subsiguien- 
tes a  estas  batallas  se  contara  que  en  el  ejército  peruano  servia  un  batallón 
de  voluntarios  italianos,  i  que  este  cuerpo  habia  sido  pasado  a  cuchillo  por 
los  soldados  chilenos  durante  el  combate,  según  unos,  después  de  la  victoria, 
según  otros.  Esta  noticia  fué  publicada  en  algunos  diarios  de  Chile,  i  trasmi- 
tida por  el  telégrafo  a  Buenos  Aires  donde  los  residentes  italianos  son  mui 
numerosos.  Indignados  éstos  por  la  matanza  de  sus  compatriotas,  celebra, 
ron  una  reunión  para  protestar  contra  la  supuesta  barbarie  de  los  chilenos- 
El  ministro  plenipotenciario  del  Perú  aprovechó  esta  ocasión  para  pronun- 
ciar un  discurso  lleno  de  los  insultos  mas  atrabiliarios  contra  Chile  i  los  chi- 
lenos. Luego  se  supo  que  no  habia  habido  tal  cuerpo  de  voluntarios  italianos^ 
i  que  por  tanto  la  matanza  de  que  se  hablaba,  i  con  que  se  habia  hecho  tanto 
ruido  en  la  prensa  i  en  los  meetings,  era  una  pura  invención  esplotada  por 
los  ajentes  del  Perú  para  buscar  simpatías  a  su  causa. 


CAMPAÑA  A  LIMA  489 


sioneros,  toda  su  artillería  i  gran  parte  de  sus  fusiles.  Los 
fujitivos  que  salvaron  de  la  derrota,  aunque  formaban  la 
mayoría  del  ejército,  i  aunque  la  oscuridad  de  la  noche,  i  las 
tapias  que  cerraban  el  campo  en  diversos  sentidos  no  habían 
permitido  perseguirlos  tenazmente,  corrían  penetrados  de 
que  no  había  posibilidad  de  oponer  una  nueva  resistencia  al 
ejército  vencedor. 

En  Lima  se  esperaban  con  la  mayor  ansiedad  las  noticias 
de  la  batalla  empeñada  a  las  puertas  de  la  ciudad.  Los  bole- 
tines que  se  repartían  cada  hora  anunciaban  los  accidentes 
del  combate,  o  mas  bien  de  un  combate  imajinario,  en  que 
los  chilenos  perdían  terreno  i  debían  sufrir  la  mas  espantosa 
derrota.  A  las  tres  de  la  tarde  se  publicaban  como  telegrama 
llegado  de  Miraflores  las  palabras  siguientes:  «Jeneral  Baque- 
dano  prisionero.  Todo  va  espléndidamente».  Dos  horas  mas 
tarde  se  anunciaban  con  la  firma  de  don  Aurelio  García  i  Gar- 
cía, secretario  jeneral  de  Piérola,  los  progresos  de  la  imajína- 
ría  victoria  en  estos  términos:  «El  batallón  de  marina  rompió 
la  línea  enemiga.  Paseó  victorioso  la  quebrada  de  Barranco  i 
volvió  a  su  puesto.  Triunfamos.  Tres  veces  rechazado  el  ene- 
migo, i  la  tercera  en  completo  desorden,  para  no  volver.  Re- 
serva espléndida». 

Cuando  se  apagaban  los  fuegos  del  combate,  muchas  jen- 
tes  que  habían  creído  esos  boletines  de  victoria,  salieron  de 
la  capital  a  saludar  a  los  vencedores,  i  a  gozar  de  la  satisfac- 
ción del  triunfo.  Momentos  mas  tarde  volvían  envueltos  en 
el  desordenado  torbellino  de  los  fujitivos,  i  corrían  a  asilarse 
en  las  legaciones  estran jeras,  en  los  conventos  i  en  otros  lu- 
gares que,  según  pensaban,  respetaría  el  vencedor.  Las  tropas 
salvadas  del  desastre  no  obedecían  a  nadie.  Dominadas  por 
el  terror,  no  pensaban  mas  que  en  buscar  su  salvación  en  la 
fuga.  No  habría  habido  poder  humano  capaz  de  darles  alien- 
to i  cohesión,  ni  siquiera  para  retirarse  en  cuerpos  ordenados. 

Piérola  llegó  también  a  Lima  a  las  siete  de  la  noche.  Aban- 
donaba el  campo  de  batalla  en  la  mas  espantosa  confusión, 
en  medio  del  desordenado  tropel  de  fujitivos  que  no  recono- 
cían a  sus  jefes  ni  obedecían  a  la  voz  de  nadie.  Aunque  el  jefe 


490  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


supremo  del  Perú  hubiese  estado  dotado  de  talentos  milita- 
res, de  que  carecia  por  completo,  habria  tenido  que  renunciar 
a  todo  proyecto  de  una  tercera  resistencia.  El  mismo  ha  refe- 
rido en  el  documento  que  hemos  citado  anteriormente,  la  im- 
posibilidad en  que  se  halló  de  organizar  la  defensa  de  la  ca- 
pital. 

«Preparada  tenia  yo  ciertamente  i  mui  de  antemano,  dice 
allí,  una  tercera  línea  de  combate  con  el  apoyo  de  San  Cris- 
tóbal, San  Bartolomé,  el  Pino  i  la  plaza  del  Callao.  Pero  tal 
propósito  se  fundaba  en  el  natural  supuesto  de  que  en  las  dos 
anteriores  líneas  de  Chorrillos  i  Miraflores  (en  el  desgraciado, 
aunque  de  todo  punto  inesperado  caso,  de  ser  en  ellas  venci- 
dos) nos  quedasen  fuerzas  suficientes  para  obrar  con  ellas  so- 
bre los  restos  del  ejército  vencedor,  sea  que  éste  se  decidiese 
a  acometer  el  Callao,  sea  que  prefiriese  estacionar  en  el  llano 
su  artillería  para  bombardear  la  capital.  Semejante  caso  se 
hizo  evidentemente  impracticable  por  la  calidad  i  estado  de 
nuestras  tropas ...  La  dolorosa  esperiencia  de  las  batallas  del 
13  i  del  15,  batallas  que  no  se  perderían  en  parte  alguna  del 
mundo,  i  el  estado  de  las  fuerzas  que  quedaban  en  la  noche 
del  15,  no  peimitian  pensar  en  una  nueva  resistencia.»  Para 
ser  completamente  exacto,  Piérola  debió  decir  que  si  él  o  al- 
gún otro  jefe  hubiera  querido  defender  a  Lima,  no  habria 
encontrado  oficiales  ni  soldados  que  le  obedeciesen:  tan  gran- 
des eran  el  desorden  i  el  desaliento  que  reinaban  en  la  ciudad, 
i  tan  espantosa  i  absoluta  la  desorganización  de  su  ejército. 

Refiere  ademas  Piérola  en  aquella  carta  que  esa  misma 
noche  tomó  muchas  medidas  para  el  desarme  de  sus  tropas, 
para  la  destrucción  de  los  buques  que  estaban  en  el  Callao,  i 
de  las  fortificaciones  de  esta  plaza  i  de  Lima,  i  para  la  conduc- 
ción de  armas  al  interior.  La  verdad  es  que  el  dictador  solo 
permaneció  cuatro  horas  en  la  capital;  i  que  era  tal  el  desor- 
den i  el  desbarajuste  que  existia  alrededor  de  él,  que  ni  si- 
quiera pudo  recojer  su  correspondencia,  ni  los  archivos  pú- 
blicos llenos  de  documentos  secretos  i  mui  compromitentes, 
que  dejó  abandonados  i  que  cayeron  en  manos  del  vencedor. 
A  las  once  de  la  noche  salía  de  la  capital  acompañado  por 


CAMPAÑA    A    LIMA  491 


mas  de  doscientas  personas,  casi  todos  empleados  civiles  i 
militares,  i  se  dirijia  a  caballo  a  Canta  para  buscar  un  asilo 
en  la  sierra.  Detras  de  él  quedaban  Lima  i  el  Callao  abando- 
nados al  enemigo,  i  mas  aun  que  al  enemigo,  a  un  populacho 
desenfrenado  cuyas  malas  pasiones  exitadas  por  la  prensa  de 
la  dictadura,  iban  a  dar  al  Perú  dias  de  lágrimas  i  de  ver- 
güenza. 

Esa  misma  noche,  i  a  las  mismas  horas,  el  jeneral  Baque- 
dano  despachaba  a  Lima  un  emisario  con  pliegos  para  el  de- 
cano del  cuerpo  diplomático.  Anunciábale  que  la  ruptura  del 
armisticio  por  el  ejército  peruano  lo  desligaba  de  todo  com- 
promiso contraido  en  favor  de  la  capital,  i  le  devolvía  su  li- 
bertad de  acción  para  proceder  rigorosamente  contra  ella. 
En  esta  virtud,  principiada  en  poco  tiempo  mas  el  bombar- 
deo de  la  ciudad  hasta  obtener  su  rendición  incondicional. 
Pero  antes  que  esta  comunicación  llegara  a  su  destino,  el 
cuerpo  diplomático  residente  en  Lima  pedia  al  jeneral  chile- 
no una  nueva  conferencia  para  tratar  de  la  suerte  de  la  capi- 
tal. Accediendo  a  esta  petición,  el  jeneral  Baquedano  acordó 
que  la  entrevista  tuviera  lugar  el  i6  de  enero  a  las  doce  del 
dia,  en  el  cuartel  jeneral  del  ejército  chileno,  situado  en  los 
alrededores  de  Chorrillos. 

Poco  mas  tarde  de  la  hora  fijada,  se  presentaron  en  el  cam- 
pamento los  ministros  plenipotenciarios  de  Francia  i  de  In- 
glaterra, los  almirantes  de  esas  dos  naciones,  i  el  jefe  de  la 
estación  naval  italiana,  todos  los  cuales  acompañaban  a  don 
Rufino  Torrico,  alcalde  de  la  municipalidad  de  Lima.  El  je- 
neral Baquedano,  por  su  parte,  tenia  a  su  lado  al  ministro  de 
guerra  don  José  Francisco  Vergara  i  al  secretario  jeneral 
de  ejército  don  Eulojio  Altamirano.  La  conferencia,  celebra- 
da con  toda  dignidad,  sin  cargos  ni  recriminaciones  de  nin- 
guna clase,  condujo  en  poco  tiempo  a  una  solución  definitiva. 

El  alcalde  Torrico  comenzó  por  esponer  que  la  ciudad  de 
Lima  no  se  hallaba  en  estado  de  defenderse,  que  sus  habitan- 
tes estaban  convencidos  de  la  inutilidad  de  cualquiera  resis- 
tencia, i  que  en  representación  de  ellos  venia  a  tratar  de  sü 
entrega  al  jeneral  vencedor.  Pedia  solo  el  plazo  de  veinticua- 


492  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


tro  horas  para  efectuar  el  desarme  de  los  últimos  restos  del 
ejército  peruano.  El  jeneral  Baquedano  concedió  ese  plazo, 
declarando  que  tomarla  posesión  de  la  ciudad  sin  someterse 
a  ninguna  condición,  pero  que  cuidarla  de  hacer  conservar  el 
orden  por  medio  de  las  tropas  que  la  ocupasen.  Esta  estipu- 
lación fué  consignada  en  el  acta  que  se  levantó  en  el  mismo 
dia  ".  El  alcalde  Torrico,  ademas,  ofreció  interponer  su  in- 
fluencia personal  cerca  de  la  autoridad  militar  del  Callao,  a 
fin  de  impedir  una  resistencia  que  no  podria  conducir  a  otro 
resultado  que  a  una  inútil  efusión  de  sangre. 

Pero,  desgraciadamente  la  entrega  de  aquellas  dos  ciuda- 
des no  pudo  efectuarse  sin  que  desórdenes  mucho  mas  terri- 
bles que  los  mismos  combates  hubieran  ensangrentado  sus 
calles.  Después  de  la  derrota,  algunos  cuerpos  del  ejército 
peruano  hablan  depuesto  las  armas;  pero  otros  se  hablan  dis- 
persado con  sus  fusiles,  en  Lima  i  en  sus  alrededores,  come- 
tiendo en  todas  partes  algunas  depredaciones.  En  la  capital 
i  en  el  Callao,  los  soldados  se  quejaban  de  sus  jefes  acusán- 
dolos de  cobardía;  i  repitiendo  en  todas  partes  que  en  esta 
desastrosa  guerra  solo  el  pueblo  pobre  se  habia  mostrado  re- 
suelto a  sacrificarlo  todo  por  la  defensa  de  la  patria.  Las  per- 
sonas  acaudaladas,  se  decia,  se  hablan  sustraído  al  servicio 


7.  Hé  aquí  el  acta  en  que  se  estipuló  la  entrega  incondicional  de  Lima: 

«En  el  cuartel  jeneral  del  ejército  chileno  en  Chorrillos,  se  presentaron  el 
16  de  enero  de  1881,  a  las  dos  de  la  tarde,  el  señor  don  Rufino  Torrico,  al- 
calde municipal  de  Lima;  S.  E.  el  señor  de  Vorges,  enviado  estraordina- 
rio  i  ministro  plenipotenciario  de  Francia;  S.  E,  el  señor  Spencer  St.  John, 
ministro  residente  de  su  Majestad  Británica;  el  señor  Stirling,  almirante  bri- 
tánico; el  señor  Du  Petit  Thouars,  almirante  francés,  i  el  señor  Sabrano,  co- 
mandante de  las  fuerzas  navales  italianas. 

«El  señor  Torrico  hizo  presente  que  el  vecindario  de  Lima,  convencido  de 
la  inutilidad  de  la  resistencia  de  la  plaza,  le  habia  comisionado  para  enten- 
derse con  el  señor  jeneral  en  jefe  del  ejército  chileno  respecto  de  su  entrega. 

«El  señor  jeneral  Baquedano  manifestó  que  dicha  entrega  debia  ser  inco- 
dicional  en  el  plazo  de  24  horas  pedido  por  el  señor  Torrico  para  desarmar 
las  fuerzas  que  aun  quedaban  organizadas.  Agregó  que  la  ciudad  seria  ocu- 
pada por  fuerzas  escojidas  para  conservar  el  orden. — (Firmados). — Manuel 
Baquedano. — R.  Torrico. — E.  de  Vorges. — /.  F.  Vergara. — B.  du  Petit  Thouar* 
— Spencer  St.  John. — E.  Altamirano. — /.  Sabrano. — /.  H.  Stirling. — 
M.  R.  Lira,  secretario». 


CAMPAÑA    A   LIMA  493 


militar,  habian  huido  cobardemente,  i  habian  negado  a  la 
causa  de  la  defensa  nacional  el  concurso  de  sus  tesoros  mal 
habidos.  Era  aquel  el  fruto  natural  de  la  propaganda  insen- 
sata que  los  escritores  de  la  dictadura  peruana  habian  hecho 
contra  las  j entes  de  fortuna  que,  como  hemos  dicho  antes,  no 
formaban  en  las  filas  del  partido  que  apoyaba  a  Piérola. 

«Al  caer  la  tarde  del  i6  de  enero,  pudo  presa jiarse  la  tor- 
menta que  iba  a  desatarse  sobre  Lima.  Grupos  siniestros  co- 
menzaban a  recorrer  las  calles,  amenazando  a  los  transeúntes 
i  enrostrando  a  todos,  los  sacrificios  que  habian  hecho  por  el 
Perú. 

«Alentados  mas  tarde  por  el  licor  que  les  daban  sus  cabe- 
cillas, i  sobre  todo  por  la  seguridad  de  quedar  impunes,  pues 
las  autoridades  habian  desaparecido  dejando  a  la  ciudad 
abandonada  a  sus  propios  esfuerzos,  el  desorden  no  tuvo  ya 
barrera  alguna  durante  toda  esa  noche  del  i6  al  17. 

«Protestando  tener  hambre,  se  lanzaron  sobre  las  tiendas 
de  víveres  de  los  inermes  asiáticos:  las  puertas  fueron  viola- 
das a  disparos  de  rifle  o  despedazadas  a  hachazos,  saqueadas 
i  por  último  entregadas  al  fuego. 

«De  ahí  pasaron  a  los  grandes  i  valiosos  almacenes  que 
acumulaban  las  joyas,  telas  i  demás  obras  primorosas  de  ma- 
nufactura china,  los  cuales  fueron  robados  i  quemados  como 
aquéllos. 

«Del  numeroso  comercio  de  esta  nación  no  han  quedado  en 
Lima  mas  que  rastros  humeantes  i  ensangrentados,  porque 
al  robo  i  al  incendio  se  agregó  necesariamente  el  asesinato 
de  los  infelices  que  intentaron  salvar  sus  propiedades.  Cal- 
cúlase que  no  menos  de  trescientos  asiáticos  fueron  inmola- 
dos en  las  calles  de  la  ciudad  i  en  las  chacras  circunvecinas. 

«Uno  de  los  mas  acaudalados  comerciantes  chinos,  cuando 
vio  que  sus  almacenes  ardían,  hizo  sellar  sus  libros  de  negocio 
en  la  legación  inglesa,  i  hoi  prueba  que  ha  sido  víctima  de 
una  pérdida  de  ciento  cuarenta  mil  libras  esterlinas. 

«Las  calles  de  Bodegones,  Melchormalo,  Palacio,  Polvos 
Azules,  Zavala,  Capón,  Albaquitas,  Hoyos  i  casi  todas  las 


494  GUERRA  DEL  PACÍFICO 

que  quedan  abajo  del  Puente,  fueron  otros  tantos  teatros  de 
estas  escenas  de  horror  i  desolación. 

<<En  esta  última  parte  de  la  ciudad,  no  solo  fueron  asalta- 
dos i  saqueados  los  almacenes  asiáticos,  sino  también  los  de 
algunos  italianos.  En  uno  de  ellos,  perteneciente  a  subdito 
de  esta  última  nacionalidad,  se  encontró  el  cadáver  de  su 
dueño  en  la  puerta  del  almacén. 

«La  luz  del  sol  del  dia  17  vino  a  alumbrar  tantos  i  tan  fu- 
nestos cuadros. 

«La  cuadra  de  Palacio  se  hallaba  sembrada  de  cadáveres, 
lo  mismo  que  la  de  Polvos  Azules,  i  las  demás  invadidas;  pero 
en  donde  habia  campeado  el  crimen  bajo  todas  sus  faces, 
habia  sido  en  Hoyos,  Albaquitas  i  abajo  del  Puente,  en  don- 
de las  turbas  habian  destrozado  lo  que  no  podian  poseer. 

«A  las  primeras  horas  del  dia  acudieron  las  bombas  a  los 
lugares  incendiados  con  el  fin  de  estinguir  el  fuego;  pero  las 
turbas  comunistas,  se  oponían  a  viva  fuerza  a  permitir  que 
las  bombas  funcionasen. 

«Tan  nutrido  era  el  fuego  que  hacian  sobre  el  cuerpo  de 
bomberos,  que  éste  tuvo  que  abandonar  el  campo  para  sal- 
var la  vida,  i  entonces  trataron  de  incendiar  las  bombas,  lo- 
grando su  intento  con  algunos  carros. 

«Un  bombero  fué  herido  por  bala  de  rifle. 

«Las  colonias  estranjeras  que  constituyen  la  guardia  urba- 
na de  bomberos  i  salvadores  neutrales,  en  vista  de  tantos 
crímenes  i  de  que  sus  autores  trataban  de  continuar  su  infa- 
me tarea  de  desolación,  asumieron  en  la  mañana  del  17  una 
actitud  enérjica.  Solicitaron  armas  i  municiones,  que  el  señor 
alcalde  municipal  don  Rufino  Torrico  se  encargó  de  propor- 
cionarlas, e  inmediatamente  formaron  algunas  patrullas,  que 
partieron  a  los  lugares  invadidos  a  disipar  los  grupos  aposta- 
dos en  las  calles,  logrando  contener  la  sangrienta  bacanal  que 
declinaba  también  por  la  fatiga  del  sueño  i  la  embriaguez. 

«Las  colonias  francesas,  norte-americana,  inglesa,  españo- 
la, suiza,  colombiana  i  ecuatoriana,  se  distinguieron  en  este 
servicio,  trabajando  desde  las  cinco  de  la  mañana,  especial- 
mente en  el  lugar  mas  peligroso,  la  calle  de  Hoyos,  en  donde 


CAMPAÑA  A  LIMA  495 


las  turbas  se  habían  reconcentrado,  tanto  por  ser  éste  el  lu- 
gar mas  apartado  del  centro  de  la  ciudad  como  por  existir 
allí  muchos  establecimientos  de  asiáticos. 

«Se  calcula  en  cerca  de  un  millón  de  soles  el  valor  de  los 
edificios  destruidos,  i  en  mas  de  cinco  las  especies  robadas; 
pues  solo  del  almacén  del  asiático  Kín-Ton  han  desaparecido 
mas  de  dos  millones  en  joyas  i  otros  valores  8.>> 

A  la  misma  hora  tenían  lugar  en  el  Callao  escenas  seme- 
jantes o  talvez  mas  deplorables.  Después  de  la  salida  de  las 
tropas  que  guarnecían  este  puerto,  para  concurrir  al  campa- 
mento de  Miraflores,  el  Callao  no  tenia  casi  soldados  para  su 
defensa,  i  apenas  habían  vuelto  unos  pocos  después  de  la  de- 
rrota. Pero  el  populacho,  devorado  por  los  mismos  odios  que 
los  tumultuosos  de  Lima,  estaba  listo  para  ejecutar  actos 
análogos. 

En  la  tarde  del  i6  de  enero,  centenares  de  hombres,  mujey 
res  i  niños,  «armados  hasta  los  dientes»,  según  la  espresion 
de  un  periódico  ingles  de  Lima,  recorría  las  calles  a  los  gritos 
de  ¡viva  el  Perú!  desarrajando  con  hachas  i  con  sus  fusiles  las 
puertas  de  las  tiendas  i  almacenes,  i  dejándolos  enteramente 
vacíos.  En  medio  de  este  desorden,  se  oía  el  estampido  de  las 
esplosiones  de  las  minas  con  que  se  pretendía  hacer  saltar  los 
fuertes  i  las  baterías.  El  populacho  prendió  fuego  a  los  bu- 
ques peruanos  que  estaban  dentro  del  muelle  dársena,  i  el 
incendio  duró  toda  la  noche  alumbrando  aquel  cuadro  de 
horror  ^.  Algunos  marinos  de  esos  buques  se  apoderaron  de 
las  embarcaciones  menores,  i  pretendieron  salir  del  puerto; 
pero  atajados  por  las  naves  chilenas  que  lo  bloqueaban,  se 
entregaron  prisioneros,  prefiriendo  sin  duda  esta  suerte  a  las 
que  podía  caberles  en  tierra. 

8.  Copio  esta  relación  del  impreso  titulado  La  campaña  del  ejército  chi- 
leno en  Lima,  citado  anteriormente.  No  conozco  ninguna  descripción  mas 
completa  de  estos  sangrientos  disturbios  en  la  capital  del  Perú. 

9.  Piérola  ha  contado,  en  la  carta  que  hemos  citado  mas  arriba,  que  antes 
de  partir  de  Lima  en  la  noche  del  1 5  de  enero,  él  dio  orden  de  quemar  los 
buques  de  guerra  que  quedaban  al  Perú,  si  no  era  posible  hacerlos  salir  del 
puerto.  Creemos  que  esta  aseveración  es,  como  ya  dijimos,  completamente 
falsa,  i  que  los  buques  fueron  quemados  por  el  populacho  del  Callao  sin  or- 
den alguna. 


496  QUERRÁ  DELPACÍPtCO 


En  efecto,  las  turbas  amotinadas  no  se  detenían  ante  nin- 
gún crimen;  i  del  saqueo  de  los  almacenes  i  pulperías  habían 
pasado  al  asesinato  de  sus  propietarios,  chinos  e  italianos,  en 
su  mayor  parte.  Las  calles  i  plazas  mas  comerciales  de  la 
ciudad  fueron  el  teatro  de  estos  atentados  que  se  continua- 
ron toda  la  noche  i  todo  el  día  siguiente,  sin  que  nadie  pudie- 
ra refrenarlos.  Muchos  estranjeros  habían  logrado  huir  de  la 
población  para  poner  a  salvo  sus  personas.  Otros  se  habían 
ocultado  fehzmente;  pero  cuando  vieron  que  el  desorden  to- 
maba mayores  proporciones  todavía,  que  los  muertos  se 
contaban  por  centenares,  i  que  los  asesinos,  enajenados  por 
la  ebriedad,  se  preparaban  para  cometer  nuevos  atentados, 
se  reunieron  i  formaron  un  cuerpo  de  guardia  urbana  para  la 
protección  de  la  vida  i  de  las  propiedades  «puesto  peligroso 
a  la  verdad,  dice  el  periódico  citado,  i  que  desgraciadamente 
le  costó  la  pérdida  de  un  gran  número  de  vidas;  pero  ese  cuer- 
po produjo  el  efecto  deseado  de  reprimir  los  robos  i  asesina- 
tos que  aun  se  cometían  en  la  noche  del  día  17»  i^.  Aunque 
hasta  ahora  no  se  han  referido  los  pormenores  de  estos  moti- 
nes, se  sabe  que  el  del  Callao  fué  mas  sangriento  i  desastroso 
que  el  de  Lima. 

El  jeneral  Baquedano  tuvo  el  17  de  enero  noticia,  por  una 
nota  del  alcalde  Torríco,  de  las  tristes  ocurrencias  de  esta 
última  ciudad.  «A  mi  llegada  ayer  a  esta  capital,  decía  ese 
funcionario,  encontré  que  gran  parte  de  las  tropas  se  habían 
disuelto,  i  que  había  un  gran  número  de  dispersos  que  con- 
servaban sus  armas,  las  que  no  había  sido  posible  recojer. 
La  guardia  urbana  no  estaba  organizada  todavía  i  no  se  ha 
organizado  ni  armado  hasta  este  momento.  La  consecuencia, 
pues,  ha  sido  que  en  la  noche  los  soldados,  desmoralizados  i 
armados,  han  atacado  las  propiedades  i  vidas  de  gran  núme- 


10.  Los  desórdenes  de  Lima  i  el  Callao,  i  sobre  todo  estos  últimos,  no  han 
sido  prolijamente  referidos  en  todos  sus  pormenores,  así  es  que  ni  siquiera 
se  puede  decir  a  cuánto  ascendió  el  número  de  las  víctimas  de  esos  vergon. 
zosos  motines.  El  periódico  ingles  de  Lima  The  South  Pacific  Times  de  26  de 
enero,  publicó  una  rápida  reseña  de  las  ocurrencias  del  Callao,  i  de  allí  hemos 
tomado  las  pocas  noticias  que  consignamos  en  el  testo. 


CAMPANA  A  LIMA  49*^ 


ro  de  ciudadanos,  causando  pérdidas  sensibles  con  motivo 
de  los  incendios  i  robos  consumados.  En  estas  condiciones, 
creo  de  mi  deber  hacerlo  presente  a  V.  E.  para  que,  aprecian- 
do la  situación,  se  digne  disponer  lo  que  juzgue  conveniente». 

No  fué  posible  demorar  por  mas  tiempo  la  ocupación  de 
Lima.  En  el  momento  mismo,  el  jeneral  Baquedano  organizó 
una  división  de  cuatro  mil  hombres,  que  puso  bajo  las  órde- 
nes del  inspector  jeneral  de  ejército  don  Cornelio  Saavedra, 
con  encargo  de  marchar  inmediatamente  sobre  la  capital.  A 
las  cuatro  de  la  tarde  del  17  de  enero,  la  división  del  jeneral 
Saavedra  penetraba  en  columna  por  las  calles  de  Lima,  en 
medio  del  mas  profundo  silencio.  Millares  de  espectadores 
contemplaban  desde  los  balcones  i  ventanas,  desde  las  bocas 
calles  i  portales,  el  desfile  de  las  tropas  chilenas.  Muchas  per- 
sonas temian  que  después  de  haber  salvado  sus  vidas  i  pro- 
piedades de  la  ferocidad  de  las  turbas  insurreccionadas,  iban 
a  ser  victimas  de  las  matanzas  i  del  saqueo  por  una  soldades- 
ca que  la  prensa  de  Lima  habia  pintado  desde  veinte  meses 
atrás  como  rebelde  a  toda  discipUna,  al  mismo  tiempo  que 
rapaz  i  sanguinaria.  Un  gran  número  de  vecinos  de  la  capital 
habia  puesto  en  el  frente  de  sus  casas  grandes  inscripciones 
para  espresar  que  eran  propiedades  de  neutrales,  creyendo 
salvarlas  así  del  anunciado  saqueo  de  las  tropas  invasoras. 

Sin  embargo,  la  división  chilena  avanzaba  en  el  mayor  or- 
den, i  llegó  a  la  plaza  central  de  la  ciudad  sin  lanzar  un  solo 
grito  de  victoria.  Allí  desfiló  delante  del  jeneral  Saavedra;  i 
en  seguida,  cada  cuerpo  fué  tranquilamente  a  hospedarse  en 
el  cuartel  que  se  le  habia  designado.  Un  batallón  de  infante- 
ría, compuesto  de  antiguos  policiales  de  Santiago,  tomó  a  su 
cargo  la  custodia  de  la  ciudad;  i  desde  esa  noche  mantuvo  el 
orden  mas  imperturbable  en  toda  ella.  Los  revolucionarios 
del  dia  anterior,  que  en  medio  del  desenfreno,  del  saqueo  i  de 
los  asesinatos,  gritaban  ¡guerra  sin  cuartel  a  los  chilenos!  ha- 
bían desaparecido.  Lima,  bajo  la  protección  de  las  armas  es- 
tranjeras,  pudo  gozar  de  una  tranquilidad  de  que  no  habia 
disfrutado  desde  muchos  meses  atrás. 

Uno  de  los  primeros  cuidados  del  nuevo  jefe  de  policía  fué 

TOMO   XVI.  -  32 


498  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


recojer  en  cuanto  era  posible  las  especies  robadas  en  las  ho- 
ras de  saqueo  del  dia  i6.  Esas  especies  fueron  depositadas 
cuidadosamente;  i  el  19  de  enero  se  publicaba  por  orden  de 
la  autoridad  el  siguiente  aviso: 

«En  el  cuartel  que  ocupa  el  batallón  «Búlnes»  (edificio  de 
la  Prefectura),  se  encuentran  las  especies  que  se  están  reco- 
jiendo,  i  que  proceden  de  los  robos  perpetrados  antes  que  el 
ejército  chileno  tomara  posesión  de  esta  capital.  Las  perso- 
nas interesadas  pueden  reclamar  ante  el  señor  comandante 
de  dicho  cuerpo  don  José  Echeverría.»  La  población  de  Lima 
pudo  comprender  desde  entonces  que  los  soldados  chilenos 
no  eran  los  bandidos  de  que  hablaba  la  prensa  peruana. 

El  pueblo  del  Callao  necesitaba  igualmente  la  protección 
de  los  soldados  chilenos  para  recobrar  su  paz  perdida.  El  18 
de  enero  entró  allí  la  primera  división  del  ejército  vencedor. 
El  coronel  Lynch  tomó  el  mando  de  la  ciudad  sin  hallar  la 
menor  resistencia.  Los  habitantes  que  en  los  dias  anteriores 
habían  huido  de  la  población  para  salvarse  del  cuchillo  de  las 
turbas  amotinadas,  volvieron  a  sus  casas,  i  contribuyeron  al 
restablecimiento  del  orden.  El  coronel  Lynch,  al  paso  que 
aseguraba  la  confianza  de  las  personas  honradas,  hizo  apre- 
sar a  los  malhechores  mas  comprometidos  en  los  asesinatos 
que  habían  ensangrentado  esa  ciudad,  estableció  fuerzas  de 
policía  i  afianzó  definitivamente  la  tranquilidad  en  la  pobla- 
ción. 

Los  alrededores  de  Lima  estaban  llenos  de  jentes  que  ha- 
bían abandonado  sus  casas  en  los  dias  anteriores,  i  que  no 
querían  volver  a  ellas  aun  después  de  la  ocupación  chilena,, 
temiendo  los  atropellos  i  ultrajes  de  las  tropas  que  se  les  ha- 
bían pintado  animadas  por  las  peores  pasiones.  El  pueblo  de 
Ancón  servía  de  asilo  a  mas  de  cinco  mil  personas,  mujeres  i 
niños  casi  en  su  totalidad,  que  vivían  hacinadas  en  estrechas 
habitaciones,  o  en  los  arenales  de  la  playa.  De  los  buques  de 
guerra  neutrales  fondeados  en  el  puerto,  se  les  suministraban 
algunos  alimentos,  i  habían  bajado  varios  piquetes  de  tropa 
para  servir  de  salvaguardia  de  esas  infelices  familias,  contra 
las  turbas  amotinadas  de  Lima,  que,  según  se  temía,  podían 


Campana  a  lima  499 


llegar  a  esos  lugares.  El  ministro  de  guerra  don  José  Fran- 
cisco Vergara  llegó  allí  el  19  de  enero,  colocó  una  corta  guar- 
nición de  soldados  chilenos,  e  hizo  demostrar  a  los  fujitivos 
la  conveniencia  de  volver  a  la  ciudad,  donde  seguirían  vivien- 
do en  la  mas  completa  tranquilidad.  En  el  mismo  dia  comen- 
zaron a  regresar  a  Lima.  Allí  encontraron  que  el  orden  estaba 
restablecido,  i  que  los  comerciantes  abrian  sus  almacenes  i 
sus  tiendas  como  en  los  tiempos  de  la  mas  perfecta  paz. 

Mientras  tanto,  el  numeroso  ejército  peruano  que  se  habia 
organizado  para  la  defensa  de  Lima  habia  desaparecido  por 
completo.  El  18  de  enero  no  habrían  podido  reunirse  cien 
hombres  armados  en  ninguna  parte  de  aquellos  alrededores. 
Los  reservistas  hablan  vuelto  a  sus  ocupaciones  ordinarias,  i 
los  soldados  del  ejército  activo  se  hablan  dispersado  para  no 
reunirse  mas.  Muchos  de  ellos  hablan  tomado  el  camino  de 
las  provincias  de  donde  los  habia  sacado  la  guerra;  i  las  noti- 
cias que  llegaban  a  Lima  dejaban  ver  los  robos  i  depredacio- 
nes que  esos  dispersos  iban  cometiendo  por  los  lugares  de  su 
tránsito. 

Quedaban  también  muchas  armas  en  manos  de  particula- 
res. Ellas  podian  ser  no  la  base  de  una  resistencia,  que  ya 
habia  llegado  a  ser  imposible,  sino  la  causa  de  algunos  des- 
órdenes. El  jeneral  Saavedra  en  Lima,  i  el  coronel  Lynch  en 
el  Callao-  dispusieron  que  en  el  término  de  dos  dias  se  entre- 
garan esas  armas  a  las  autoridades  chilenas,  i  conminaron 
con  la  pena  de  muerte  a  todos  los  individuos  que  cometiesen, 
actos  de  depredación  o  de  violencia.  En  Lima  i  en  el  Callao 
residían  muchos  oficiales  i  soldados  que  hablan  servido  en  el 
ejército  del  Perú  i  que  hablan  tomado  parte  en  la  última 
campaña.  Las  autoridades  chilenas,  dejaron  salir  libremente 
al  estranjero  a  los  pocos  individuos  que  solicitaron  este  per- 
miso. Los  restantes  debían  quedar  en  completa  libertad  des- 
pués de  firmar  en  la  prefectura  el  compromiso  de  «no  volver 
a  tomar  las  armas  contra  Chile  en  la  presente  guerra».  Todo 
el  mundo  creía  entonces  que  era  ya  imposible  organizar  el 
menor  conato  de  resistencia  en  todo  el  Perú.  Así  se  compren- 
derá que  el  rejistro  abierto  en  la  prefectura  se  cubrió  antes 


500  GUERRA  DEL  PACIFÍCO 


de  doce  dias  con  la  firma  de  cinco  jenerales,  de  noventa  i  cua- 
tro coroneles,  de  sesenta  i  cinco  tenientes  coroneles,  de  cerca 
de  quinientos  oficiales  i  de  un  número  casi  incalculable  de 
soldados.  El  gobierno  de  Chile,  por  su  parte,  devolvió  la  li- 
bertad a  todos  los  prisioneros  que  querían  hacer  igual  decla- 
ración, o  que  solo  pretendían  volver  al  Perú  a  residir  en  las 
ciudades  o  provincias  ocupadas  por  el  ejército  chileno. 

Al  mismo  tiempo,  los  injenieros  militares  fueron  encarga- 
dos de  desarmar  las  minas  de  dinamita  i  de  recojer  las  bom- 
bas automáticas  que  quedaban  enterradas  cerca  de  las  forti- 
ficaciones, sin  haber  hecho  esplosion  durante  las  batallas. 
Esas  máquinas  de  guerra  eran  un  peligro  para  los  transeún- 
tes. Asi,  una  de  esas  bombas  habia  causado  la  muerte  de  un 
médico  peruano  que  viajaba  a  Chorrillos.  En  el  Callao,  un 
torpedo  colocado  en  el  mar  a  poca  distancia  de  la  playa,  mató 
a  unos  cuantos  individuos  que  se  bañaban  en  ese  lugar.  Des- 
pués de  algunos  dias  de  trabajo,  desapareció  todo  motivo  de 
inquietud  por  esta  causa. 

Estas  medidas  contribuyeron  a  restablecer  la  confianza  en 
las  ciudades  de  Lima  i  el  Callao.  Suspendido  el  bloqueo  de 
este  puerto,  i  abierta  su  aduana  bajo  la  administración  de 
empleados  chilenos,  el  comercio,  paralizado  por  la  guerra 
desde  nueve  meses  atrás,  principió  a  renacer,  aunque  bajo  el 
peso  de  una  crisis  horrible  porque  atravesaba  el  pais  desde 
algunos  años  atrás  i  que  la  guerra  habia  reagravado. 

Tal  fué  el  resultado  de  esta  campaña  dirijida  con  tanto 
acierto  i  ejecutada  con  tanta  rapidez  i  con  tanta  decisión. 
Un  mes  después  del  desembarco  de  los  chilenos  en  Curayaco, 
los  ejércitos  peruanos  que  defendían  a  Lima  i  al  Callao  ha- 
blan sido  destruidos  i  dispersados  por  completo,  i  la  paz  i  el 
orden  reinaban  en  esas  poblaciones  bajo  la  dominación  de 
los  vencedores.  El  jeneral  Baquedano,  en  su  parte  oficial, 
después  de  hacer  la  historia  clara  i  compendiosa  de  toda  la 
campaña,  sin  vanidad  i  sin  baladronadas  de  ningún  j enero 
resume  en  los  términos  que  siguen  las  dificultades  vencidas  i 
las  ventajas  alcanzadas. 

«No  es  fácil  apreciar  todavía  el  esfuerzo  i  la  virilidad  que 


CAMPAÑA  A  LIMA  501 


ha  debido  desplegar  el  ejército  de  mi  mando  para  consumar 
esta  obra.  En  mas  de  seis  meses  de  preparación,  el  gobierna 
del  Perú,  poderosamente  ausiliado  por  la  nación  entera,  acu- 
muló en  torno  de  su  capital  i  para  su  defensa  todos  los  ele- 
mentos necesarios  para  una  resistencia  tenaz,  desesperada  i 
suprema.  Reunió  un  ejército  numeroso,  lo  proveyó  de  armas 
escojidas,  lo  disciplinó  i  logró  inculcarle  el  sentimiento  de  los 
grandes  deberes  que  impone  la  patria  cuando  está  sometida 
a  la  prueba  de  la  desgracia.  Rodeó  a  Lima  con  un  doble  cor- 
don  de  fortalezas,  aprovechando  las  defensas  naturales  del 
suelo  i  utilizando  todos  los  inventos  del  arte  de  la  guerra. 
Artilló  todas  las  alturas  i  puso  sus  cañones  i  sus  soldados  al 
abrigo  de  sólidos  parapetos.  En  los  pasos  que  los  cerros  deja- 
ban, abrió  fosos  i  construyó  trincheras.  Sembró  todos  los  ca- 
minos, todos  los  pasos  accesibles,  todos  los  lugares  próximos 
a  las  aguadas,  todas  las  posiciones  que  pudieran  servir  al 
enemigo,  de  minas  automáticas  que  en  ninguna  parte  permi- 
tían asentar  los  pies  con  seguridad.  En  una  palabra,  rodeó  a 
Lima  de  fortificaciones  formidables,  i  logró  inspirar  fe  en  la 
victoria,  duplicando  de  ese  modo  las  fuerzas  de  su  ejército. 

«Basta,  pues,  conocer  los  elementos  con  que  contaba  para 
su  defensa  la  capital  del  Perú,  para  estimar  debidamente  la 
grandeza  del  resultado  obtenido.  I  hai  aun  que  tener  en  cuen- 
ta'que  las  posiciones  de  Chorrillos  i  los  reductos  de  Miraflores 
han  sido  tomados  por  un  ejército  inferior  al  enemigo  en  nú- 
mero, después  de  marchas  fatigosas  i  de  dos  batallas  sucesi- 
vas, sin  tener  tropas  de  refresco  que  presentar  en  el  segundo 
combate. 

«El  éxito  ha  sido  completo.  Del  gran  ejército  enemigo  no 
quedaron  organizados,  después  de  Miraflores,  mas  de  tres  mil 
hombres,  i  éstos  se  dispersaron,  habiendo  rendido  previa- 
mente sus  armas.  Por  consiguiente,  ese  ejército  desapareció 
no  sin  haber  sufrido  mas  de  doce  mil  bajas. 

«En  nuestro  poder  dejó  un  inmenso  material  de  guerra. 
Nos  hemos  apoderado  de  doscientos  veintidós  cañones:  en  el 
Callao,  de  cincuenta  i  siete,  desde  el  calibre  de  a  mil  hasta  el 
de  doscientas  cincuenta;  en  los  dos   campos  de  batalla,  de 


602  OTJERRA  DEL  PACÍFICO 


cuarenta  i  uno,  desde  el  calibre  de  seiscientos  hasta  el  de 
treinta  i  dos;  i  de  ciento  veinticuatro  piezas  de  campaña  i  de 
montaña,  comprendidas  en  éstas  diecinueve  ametralladoras. 
Tenemos  también  recojidos  hasta  la  fecha  cerca  de  quince 
mil  rifles  de  diversos  sistemas,  mas  de  cuatro  millones  de  ti- 
ros i  una  buena  cantidad  de  pólvora  i  de  dinamita.  Agregaré 
a  esto  que  el  poder  naval  del  Perú  ha  desaparecido  tan  com- 
pletamente que  no  le  queda  ya  en  el  mar  ni  el  mas  pequeño 
falucho.» 

Estas  pocas  líneas  resumen  toda  la  historia  de  la  campaña 
que  acabamos  de  contar. 


-*-s^ 


CAPITULO  XI 


Conclusión 

Providencias  gubernativas  dictadas  por  Piérola  en  Canta. — Cent  inua  su 
fuga  al  otro  lado  de  los  Andes. — Su  entrada  solemne  a  Jauja, — El  pueblo 
de  Concepción  lo  proclama  jeneral. — Estado  social  i  aislamiento  de  los 
pueblos  del  interior  del  Perú. — El  almirante  Montero  en  los  dep  arta- 
tamentos  del  norte. — Se  ve  obligado  a  fugar  de  Trujillo. — Piérola  pro- 
pone iniciar  negociaciones  de  paz  con  Chile. — Los  representantes  de  Chile 
en  Lima  se  niegan  a  tratar  con  él. — Creación  de  un  gobierno  provisorio 
en  Lima. — Piérola  se  niega  a  reconocerlo. — Convoca  por  su  parte  un  con- 
greso.— Instalación  del  gobierno  provisorio. — El  ejército  de  Arequipa 
desconoce  este  gobierno. — El  prefecto  de  este  departamento  declara  trai- 
doies  a  la  patria  al  gobierno  de  Lima  i  a  los  que  reconozcan  sus  autori- 
dades.— Anarquía  i  desorden  en  el  Perú. — Piérola  tiene  que  abandonar 
a  Jauja  huyendo  de  una  división  chilena. — Bolivia. — Actitud  de  Chile.- — 
Conclusión. 

La  batalla  de  Miraflores  habia  puesto  fin  al  poder  militar 
del  Perú.  Razonablemente  no  se  podia  esperar  que  fuese  po- 
sible organizar  un  simulacro  de  resistencia  al  ejército  vence- 
dor, i  en  efecto  todo  hacia  creer  que  la  paz  se  firmarla  en  mui 
poco  tiempo  mas.  Sin  embargo,  la  desorganización  del  Perú, 
las  ambiciones  de  sus  caudillos,  la  ausencia  casi  jeneral  del 
verdadero  sentimiento  de  patriotismo,  han  retardado  el  tér- 
mino de  una  situación  anormal  i  ruinosa  para  ese  pais. 


504  GUEBEA     DEL  PACÍFICO 


Dijimos  en  el  capítulo  anterior  que  en  la  noche  del  15  de 
enero,  cuatro  horas  después  de  consumada  la  derrota  i  la  dis- 
persión de  su  ejército,  el  dictador  Piérola  fugaba  de  Lima  i 
se  dirijia  a  la  sierra.  Esperando  que  se  le  reunieran  en  Canta 
los  restos  dispersos  de  sus  tropas,  desde  el  dia  siguiente  de  la 
derrota,  comenzó  a  dictar  mil  providencias  que  mas  que  a 
alargar  la  resistencia,  tendian  a  perpetuar  en  sus  manos  el 
mando  supremo.  Declaró  que  la  capital  del  Perú  i  el  asiento 
del  gobierno  seria  el  lugar  en  que  él  se  hallase.  Nombró  secre- 
tario jeneral  de  la  dictadura,  encargado  de  todos  los  minis- 
terios, al  capitán  de  navio  don  Aurelio  García  i  García.  Dio 
al  coronel  don  Juan  Martin  Echeñique  el  título  de  jefe  supe- 
rior i  político  de  los  departamentos  del  centro;  i  despachó  al 
norte  con  un  carácter  análogo  al  contra-almirante  don  Lisar- 
do  Montero.  Las  otras  providencias  dictadas  en  Canta,  te- 
nían por  objeto  imponer  contribuciones  en  esas  localidades 
para  atender  a  los  gastos  de  la  dictadura. 

Desde  allí  dirijió  también  al  cuerpo  diplomático  de  Lima 
i  alas  autoridades  eclesiásticas  i  judiciales  de  esa  capital,  las 
notas  en  que  anunciaba  la  subsistencia  de  su  gobierno. 

Aunque  el  pequeño  pueblo  de  Canta  1  está  situado  en  las 
fragosidades  de  la  sierra  i  rodeado  de  montañas  que  habrían 
hecho  muí  difícil  la  marcha  de  las  tropas  que  hubieran  pre- 
tendido perseguir  a  los  fujitivos,  Piérola  no  se  creyó  seguro 
en  ese  lugar.  El  22  de  enero  emprendía  de  nuevo  la  retirada, 
i  trasmontando  la  cadena  principal  de  los  Andes,  se  interna- 
ba en  el  departamento  de  Junin,  instalándose  durante  algu- 
nos días  en  el  pueblo  de  Tarma,  desde  donde  lanzó  nuevos 
decretos  sobre  contribuciones.  Con  fecha  de  27  de  enero  nom- 
bró allí  prefecto  de  Lima,  al  coronel  don  José  Agustín  Be- 
doya, nombramiento  irrisorio  que  no  tenia  mas  objeto  que 
ocultar  los  desastres  de  la  última  campaña  a  las  poblaciones 
del  otro  lado  de  la  cordillera.  Por  fin,  de  Tarma  se  dirijió  el 


I.  Canta  es  la  capital  de  la  provincia  del  mismo  nombre,  una  de  las  seis 
que  forman  el  departamento  de  Lima.  La  población  de  esta  provincia  es  de 
16,653  habitantes,  casi  todos  indios. 


CAMPAÑA  A  LIMA  505 


31  de  enero  a  la  ciudad  de  Jauja,  donde  fué  recibido  por  el 
clero  de  la  provincia  con  los  honores  de  vencedor. 

En  Jauja  encontró  Piérola  una  pequeña  imprenta  que  le 
sirvió  para  hacer  pubHcar  un  periódico  con  los  decretos  que 
dictaba  cada  dia.  El  primer  número  de  ese  periódico  contie- 
ne la  descripción  de  la  entrada  triunfal  del  dictador  narrada 
en  los  términos  siguientes: 

«Gran  número  de  personas  a  caballo  salió  a  recibirlo  a  dos 
leguas  de  distancia  sobre  el  camino,  en  donde  el  pueblo  con 
música,  vítores  i  flores  se  precipitaba  a  su  encuentro.  La  ciu- 
dad se  hallaba  engalanada  i  materialmente  cubiertos  sus 
afueras,  piazas,  calles  i  balcones  por  todos  sus  habitantes, 
haciendo  su  trayecto  bajo  una  verdadera  lluvia  de  flores.  Al 
llegar  a  la  plaza  principal,  el  clero  de  la  provincia,  teniendo 
a  su  cabeza  al  ilustrísimo  señor  arzobispo  de  Berito,  reves- 
tido con  el  traje  de  ceremonia,  esperaba  a  S.  E.  el  jefe  supre- 
mo, al  secretario  jeneral  don  Aurelio  García  i  García,  al  jefe 
político  militar  de  los  departamentos  del  centro,  coronel  don 
Juan  Martin  Echeñique,  i  a  las  demás  personas  de  su  comi- 
tiva, en  el  atrio  del  templo  principal.  Habiendo  llegado  a  él, 
el  ilustrísimo  señor  Valle,  con  palabras  tiernas  i  elocuentes, 
pronunció  una  alocución,  que  sentimos  no  poder  reproducir, 
pero  que  revelaba  la  complacencia  de  todos,  i  especialmente 
del  clero,  por  la  presencia  de  S.  E.  en  ella,  i  por  su  hermosa 
conducta  antes  i  después  de  las  batallas  últimamente  libra- 
das.» 

Pocos  dias  después  recibía  Piérola  otra  ovación  de  un  ca- 
rácter análogo  en  un  pueblo  vecino. 

Los  habitantes  de  Concepción,  una  pequeña  aldea  de  la 
sierra,  reunidos  para  deliberar  sobre  la  situación  del  país, 
acordaron  el  14  de  febrero  declarar  nulos  todos  los  actos  eje- 
cutados por  el  jeneral  del  ejército  chileno,  i  traidores  a  la  pa- 
tria a  los  peruanos  que  se  sometieran  a  su  autoridad;  i  confe- 
rir el  grado  de  jeneral  «al  coronel  don  Nicolás  de  Piérola  por 
su  digno  comportamiento  en  las  batallas  de  Chorrillos  i  Mi- 
raflores»,  dándole  ademas  un  voto  especial  de  confianza. 

No  se  comprende  el  entusiasmo  con  que  después  de  las  es- 


506  GUERRA.  DEL  PACÍFICO 


pantosas  derrotas  de  enero,  era  recibido  Piérola  en  las  pro- 
vincias del  otro  lado  de  la  sierra,  sino  conociendo  el  estado 
social  de  aquellas  poblaciones.  Indios  sencillos  e  ignorantes, 
que  ni  siquiera  entienden  el  idioma  castellano,  forman  la 
gran  mayoría  de  sus  habitantes.  Viven  en  aquella  re j ion  co- 
mo vivian  hacen  dos  siglos,  completamente  estraños  al  mo- 
vimiento político  i  a  los  sucesos  que  se  desenvuelven  en  las 
provincias  de  la  costa,  con  la  cual  tienen  hasta  ahora  mui 
escasas  comunicaciones.  Esos  pueblos,  gobernados  absoluta- 
mente por  el  alcalde  i  por  el  cura,  como  en  los  mejores  tiem- 
pos de  la  colonia,  parecían  creados  espresamente  para  dar 
ante  los  ojos  del  estranjero  que  no  conoce  esas  provincias 
mas  que  de  nombre,  las  apariencias  de  brillo  i  de  prestí jio  al 
poder  de  Piérola,  que  a  su  título  de  jefe  supremo  había  aña- 
dido el  de  protector  de  la  raza  indíjena.  Agregúese  a  esto  que 
la  topografía  de  aquella  rejion,  las  ásperas  montañas  que  la 
cortan  en  todos  sentidos,  hacen  mui  difíciles  las  comunica- 
ciones, i  mas  aun  los  movimientos  de  tropas;  de  tal  suerte 
que  Piérola  podía  estar  mas  o  menos  seguro  de  que  allí  no 
seria  atacado.  A  fin  de  conservar  intacto  su  poder  en  aquellos 
lugares,  el  dictador  ademas  tomó  las  mas  oportunas  medidas 
para  incomunicarlos  con  las  provincias  de  la  costa  i  para  im- 
pedir que  llegasen  diarios  i  correspondencias  de  Lima,  en  que 
se  contase  la  verdad  acerca  de  los  grandes  desastres  del  Perú. 

Pero  al  mismo  tiempo,  le  era  imposible  intentar  empresa 
alguna  sobre  las  provincias  situadas  al  occidente  de  los  An- 
des. El  coronel  Bedoya,  nombrado  prefecto  de  Lima,  se  guar- 
dó bien  de  acercarse  a  la  ciudad  en  que  debía  establecer  su 
gobierno.  El  coronel  Echeñique,  nombrado  jefe  político  i  mi- 
litar de  las  provincias  del  centro,  permaneció  al  otro  lado  de 
los  Andes;  i  las  montoneras  que  se  armaron  en  la  sierra  del 
departamento  de  Lima,  fueron  destrozadas  en  breve  por  un 
cuerpo  de  caballería  chilena. 

Solo  el  contra-almirante  Montero  había  llegado  al  territo- 
rio que  se  le  encargaba  gobernar.  Saliendo  de  Canta  el  20  de 
enero,  i  recorriendo  las  montañas  en  compañía  de  algunos 
oficiales  i  soldados,  llegó  hasta  el  departamento  de  la  Líber- 


CAMPAÑA  A  LIMA  507 


tad,  recojió  los  pocos  fondos  que  halló  en  las  tesorerías  del 
estado,  e  impuso  contribuciones  de  guerra  a  Trujillo  i  a  va- 
rios otros  pueblos.  Aunque  llevaba  el  propósito  de  estable- 
cerse en  esa  re j  ion  i  de  organizar  allí  algunos  cuerpos  de  tropa 
no  logró  realizar  su  intento,  i  tuvo  que  correr  pocos  dias  mas 
tarde  en  la  mas  desordenada  fuga.  Del  Callao  habia  salido 
una  pequeña  división  chilena  mandada  por  el  comandante 
don  Arístides  Martínez.  Habiendo  desembarcado  ésta  en  el 
puerto  de  Chimbóte  sin  encontrar  una  resistencia  seria.  Mon- 
tero i  los  suyos  no  pudieron  hacer  otra  cosa  que  emprender 
la  fuga  al  interior  llevándose  el  dinero  recojido  i  los  presos  de 
las  cárceles  para  formar  montoneras  al  otro  lado  de  las  mon- 
tañas. Aquellos  departamentos  se  sometieron  a  las  autorida- 
des chilenas.  Estas  les  devolvieron  la  paz  i  la  tranquilidad, 
refrenando  al  populacho  que  habia  comenzado  a  cometer  sa- 
queos i  depredaciones  análogos  a  los  de  Lima  i  el  Callao. 

Mientras  tanto,  Piérola  no  podia  dejar  de  conocer  la  ver- 
dad de  su  situación.  El  dinero  recojido  por  las  contribucio- 
nes impuestas  a  los  pueblos  del  interior,  no  bastaba  en  ma- 
nera alguna  para  organizar  la  mas  pequeña  resistencia.  Las 
colectas  reunidas  por  los  curas  de  esa  re j ion  no  eran  mucho 
mas  considerables.  En  la  ciudad  de  Huánuco,  capital  del  dv- 
partamento  de  Junin,  los  vecinos  comenzaban  a  comprender 
i  a  manifestar  que  los  proyectos  militares  del  dictador  eran 
una  simple  locura  que  iba  a  imponer  el  sacrificio  mas  estéril 
a  esas  pobres  poblaciones.  En  esta  situación,  Piérola  se  de- 
terminó a  entablar  negociaciones  de  paz.  Por  encargo  suyo, 
el  ministro  diplomático  de  la  Gran  Bretaña  en  Lima,  pregun- 
tó a  las  autoridades  chilenas  que  mandaban  en  esta  ciudad, 
si  estarían  dispuestas  a  recibir  al  doctor  don  Manuel  Irigóyen 
como  plenipotenciario  del  dictador.  El  plan  de  éste  era  tratar 
la  paz  bajo  el  amparo  i  la  mediación  del  cuerpo  diplomático 
estranjero,  reanudando  las  negociaciones  iniciadas  en  Mira- 
flores,  e  interrumpidas  por  el  mismo  Piérola,  mediante  la  vio- 
lación del  armisticio  i  una  batalla  tan  sangrienta  como  inne- 
cesaria. Los  representantes  de  Chile  contestaron  negativa- 
mente a  esta  proposición. 


508  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


Piérola  llegó  a  creer  que  esta  negativa  importaba  solu  el 
propósito  de  Chile  de  negociar  la  paz  sin  la  intervención  de 
los  representantes  estranjeros.  En  su  deseo  de  mantenerse 
en  el  poder,  no  desesperó  de  llegar  a  entenderse  con  el  enemi- 
go para  abrir  las  negociaciones.  Con  fecha  de  8  de  febrero, 
nombró  «plenipotenciarios  para  las  negociaciones  de  paz  que 
deben  poner  término  a  la  guerra  con  Chile,  en  que  se  halla 
empeñada  la  república»  a  tres  jurisconsultos  peruanos  resi- 
dentes en  Lima.  Habiéndose  negado  uno  de  ellos  a  aceptar 
el  cargo,  Piérola,  por  decreto  de  i8  de  febrero,  limitó  el  nom- 
bramiento a  los  otros  dos. 

En  esos  momentos,  la  representación  del  gobierno  de  Chile 
estaba  desempeñada  en  Lima  por  el  ministro  de  guerra 
don  José  Francisco  Vergara  i  por  el  secretario  jeneral  de  ejér- 
cito don  Eulojio  Altamirano.  Estos  funcionarios  declararon 
perentoriamente,  el  22  de  febrero,  a  los  representantes  de 
Piérola,  que  el  gobierno  de  Chile  estaba  resuelto  a  no  entrar 
en  negociaciones  con  él.  Las  razones  de  este  terminante  re- 
chazo eran  de  dos  órdenes  diferentes.  Por  una  parte,  Piérola 
habia  ostentado  una  arrogancia  i  una  falsía  tales  en  todas  las 
tentativas  de  tratos  diplomáticos,  que  era  imposible  nego- 
ciar con  él.  Después  de  violar  el  armisticio  de  Miraflores,  Pié- 
rola  habia  dirijido  al  cuerpo  diplomático  de  Lima  una  circu- 
lar llena  de  todos  los  insultos  contra  Chile  i  su  gobierno  que 
la  prensa  peruana  habia  publicado  cada  dia  desde  el  princi- 
pio de  la  guerra.  Por  otra  parte,  el  gobierno  de  Chile  queria 
celebrar  una  paz  sólida  i  estable,  i  para  ello  deseaba  enten- 
derse con  un  poder  que  fuese  la  representación  jenuina  del 
pais,  i  no  con  una  dictadura  nacida  de  un  motin  de  cuartel  i 
desprestijiada  por  las  últimas  derrotas. 

La  opinión  pública  de  Lima,  o  mas  propiamente  la  opinión 
de  las  clases  acomodadas  i  cultas  de  la  capital,  se  habia  mos- 
trado, en  efecto,  sumamente  hostil  al  mantenimiento  de  la 
dictadura.  El  mismo  dia  22  de  febrero,  ciento  catorce  vecinos 
de  los  mas  acaudalados  i  respetables  de  la  ciudad,  hablan 
celebrado  una  reunión  en  que  acordaron  formar  un  gobierno 
provisorio  del  Perú,  que  seria  sometido  a  la  aprobación  de 


CAMPANA    A  LIMA  509 


las  provincias.  Este  gobierno  debia  ser  unipersonal,  i  aunque 
provisto  de  la  suma  del  poder  público  que  las  circunstancias 
parecían  exijir,  estarla  obligado  a  hacer  cesar  el  réjimen  de 
la  dictadura,  a  restablecer  el  sistema  constitucional  i  a  con- 
vocar un  congreso  que  a  la  vez  que  sancionara  el  nuevo  orden 
de  cosas,  resolviese  lo  conveniente  respecto  de  la  paz  este- 
rior.  La  asamblea  designó  por  104  votos  como  presidente 
provisorio  del  Perú,  al  doctor  don  Francisco  García  Calderón 
jurisconsulto  distinguido  i  hombre  de  alta  posición  social  por 
su  fortuna  i  por  su  carácter.  El  primer  propósito  de  éste  era 
negociar  una  tregua  que  debia  durar  hasta  la  reunión  del  con- 
greso. 

Piérola  recibió  al  mismo  tiempo  en  Jauja  la  noticia  de  dos 
hechos  que  minaban  su  poder;  la  creación  de  un  gobierno 
provisorio  en  Lima  i  la  negativa  de  los  representantes  de  Chi- 
le para  tratar  con  él.  El  patriotismo  le  imponía  el  sagrado 
deber  de  resignarse  a  la  suerte  de  los  acontecimientos,  sea 
renunciando  definitiva  i  absolutamente  el  mando  de  que  es- 
taba investido,  sea  declarando  que  se  someterla  a  las  decisio- 
nes del  congreso  nacional  que  iba  a  reunirse  por  la  iniciativa 
de  los  vecinos  de  Lima.  Pero,  cualquiera  de  estas  resolucio- 
nes exijia  de  su  parte  un  acto  de  desprendimiento;  i  ya  que 
no  le  era  posible  reconquistar  de  lleno  todo  su  antiguo  poder, 
prefirió  convertirse  en  obstáculo  de  todo  pensamiento  de  re- 
constituir el  Perú  i  de  salvarlo  del  abismo  a  que  tanto  él  como 
los  gobiernos  anteriores  lo  hablan  precipitado. 

En  esta  resolución,  espidió  el  i.*^  de  marzo  una  serie  de  no- 
tas i  decretos  que  revelan  la  rabia  i  el  despecho  de  que  estaba 
dominado.  En  unas,  protestaba  enérjicamente  de  la  conducta 
délos  representantes  de  Chile,  que  desconocían  su  carácter 
de  jefe  supremo  del  Perú;  en  otras,  mandaba  a  los  jefes  polí- 
ticos i  militares  sometidos  a  su  dependencia,  que  negasen  su 
obediencia  al  gobierno  provisorio  que  acababa  de  crearse  en 
Lima.  Por  un  decreto  de  la  misma  fecha",  convocaba  una 
asamblea  de  diputados  provinciales  que  debia  reunirse  el  6 
de  junio  siguiente  en  el  lugar  que  él  designase.  Poco  después 
fué  señalada  para  este  objeto  la  ciudad  de  Huánuco. 


510  GUEBRA  DEL  PACÍFICO 


Entre  tanto,  en  Lima  i  en  el  Callao  se  aumentaban  las  ad- 
hesiones a  la  idea  de  fundar  un  gobierno  provisorio.  El  12  de 
marzo  instalóse  éste  en  el  pueblo  de  Magdalena,  que  no  esta- 
ba ocupado  por  las  fuerzas  chilenas.  En  medio  de  una  sencilla 
ceremonia,  García  Calderón  prestó  el  juramento  de  estilo,  i 
pronunció  un  breve  discurso  en  que  recordando  los  desastres 
sufridos  por  el  Perú  i  la  gravedad  de  las  circunstancias  por- 
que atravesaba  el  pais  anadia  que  no  debia  desalentar  a  los 
buenos  patriotas  este  triste  espectáculo,  porque  aun  era  tiem- 
po de  conjurar  la  tormenta  buscando  en  la  paz  i  el  trabajo  el 
remedio  contra  aquella  situación.  García  Calderón  organizó 
su  ministerio,  e  inició  sus  trabajos  administrativos  con  reso- 
lución de  salvar  al  Perú  de  su  ruina. 

El  primer  acto  del  nuevo  gobierno  debia  confirmarle  la  es- 
timación del  vecindario  de  Lima.  El  jefe  chileno  había  im- 
puesto a  esta  ciudad  una  contribución  estraordinaria  de  gue- 
rra por  un  millón  de  pesos  para  sostener  el  ejército  de  ocupa- 
ción. Este  impuesto  debia  ser  pagado  por  los  vecinos;  pero  el 
presidente  provisorio  se  ofreció  a  pagarlo  por  cuenta  del  Es- 
tado, pidiendo  solo  que  se  le  acordaran  plazos  para  procurar- 
se el  dinero  mediante  un  empréstito  interior. 

Para  comunicar  su  instalación  a  las  provincias,  el  gobierno 
provisorio  dirijió  el  18  de  marzo,  una  circular  a  los  prefectos 
de  que  queremos  transcribir  los  fragmentos  siguientes  para 
dar  a  conocer  sus  propósitos: 

«El  gobierno  provisorio  sabe  que  entra  en  el  camino  que 
conduce  al  sacrificio,  i  no  vacila  en  seguirlo,  porque  considera 
que  en  cambio  de  personal  peligro  i  sufrimiento  para  los  miem- 
bros que  lo  componen,  puede  haber  salvación  para  el  Perú. 

«La  guerra,  después  de  los  desastres  imprevistos  e  inmere- 
cidos de  Chorrillos  i  Miraflores,  sin  elementos  de  ninguna  cla- 
se, es  un  delirio  culpable,  que  sacrificaría  las  fuerzas  que  aun 
quedan  a  la  República,  sin  resultado  positivo  para  la  honra 
de  sus  banderas,  ni  para  el  resguardo  de  sus  bien  entendidos 
intereses. 

«La  paz,  por  dolorosa  que  sea,  se  impone  hoí  sin  embargo 
como  imperiosa  exijencia  de  la  triste  posición  a  que  han  re- 


CAMPAÑA  A  LIMA  511 


ducido  al  Perú,  mas  que  la  victoria  de  sus  enemigos,  los  cul- 
pables errores  de  sus  gobernantes.  Preciso  es  aceptarla  con 
la  firmeza  necesaria,  para  buscar,  a  la  sombra  de  ella,  el  res- 
tablecimiento de  nuestra  antigua  prosperidad,  levantando  al 
Perú  de  su  actual  postración.  Ejemplo  reciente  nos  ha  dado 
un  gran  pueblo  de  Europa,  que  hoi  ve,  después  de  diez  años 
de  paciente  i  noble  labor,  su  nombre  estimado  i  respetado 
hasta  por  sus  adversarios. 

«Para  obra  tan  gloriosa,  lo  único  que  se  necesita  es  que  la 
familia  peruana  olvide  el  pasado  i  piense  solo  en  el  porvenir, 
aprovechando  sesudamente  de  la  ruda  prueba  a  que  la  Pro- 
videncia quiso  someter  a  la  República. 

«La  misión  del  nuevo  gobierno  es,  pues,  de  paz,  de  orden  i 
de  confraternidad. 

«En  tan  patriótica  tarea,  apela  al  concurso  de  todos  los 
hombres  bien  intencionados;  no  pregunta  a  ninguno  cuál  ha 
sido  su  bandera,  i  solo  exije  abnegación  para  asegurar  el  por- 
venir del  Perú,  que  aun  puede  ser  halagüeño  si  sus  hijos  así 
lo  quieren.» 

El  gobierno  provisorio  fué  reconocido  en  algunos  departa- 
mentos; pero  halló  en  otros  lamas  obstinada  resistencia.  Los 
partidarios  de  Piérola,  i  los  prefectos  que  éste  habia  colocado 
en  las  provincias,  no  podian  aceptar  que  él  fuera  privado  del 
mando  supremo  del  Perú.  El  jefe  político  i  militar  del  sur, 
don  Pedro  Alejandrino  del  Solar,  fué  el  mas  ardoroso  de  to- 
dos los  enemigos  que  se  levantaron  contra  la  creación  de  un 
nuevo  gobierno. 

Sabemos  que  este  funcionario  tenia  bajo  sus  órdenes  en 
Arequipa  un  cuerpo  de  tropas  de  cinco  a  seis  mil  hombres. 
Durante  la  campaña  sobre  Lima,  él  se  habia  lisonjeado  con 
la  idea  de  dirijir  una  campaña  contra  Tacna,  que  creía  mal 
defendida  por  los  chilenos.  Tuvo  sin  embargo  que  conven- 
cerse de  que  su  ejército  no  estaba  preparado  para  tal  empre- 
sa i  de  que  sus  soldados  no  se  hallaban  dispuestos  a  acome- 
terla. Las  esperanzas  de  él  i  de  los  suyos,  quedaron  desde  en- 
tonces cifradas  en  los  grandes  triunfos  que  iba  a  alcanzar 
Piérola  en  los  alrededores  de  Lima.  La  prensa  de  Arequipa 


512  GUERRA  DEL  PACIFICO 


hablaba  de  esas  victorias  con  la  mas  absoluta  seguridad  2. 
Desde  principios  de  enero  comenzó  a  publicar  las  noticias 
mas  antojadizas  sobre  las  primeras  operaciones  de  la  campa- 
ña. Contaba  que  en  un  combate  parcial  los  chilenos  hablan 
sufrido  una  derrota  espantosa,  i  que  los  buques  de  su  escua- 
dra estaban  ocupados  en  trasportar  a  Valparaíso  los  cente- 
nares de  heridos.  Era  el  mismo  sistema  de  falsas  noticias  in- 
ventado en  Lima  para  «retemplar  el  patriotismo». 

Al  fin  se  supo  que  el  ejército  peruano  habia  sufrido  las  de- 
rrotas decisivas  de  Chorrillos  i  de  Miraflores.  El  jefe  político 
i  militar  de  los  departamentos  del  sur,  hizo  desmentir  solem- 
nemente esas  noticias.  Un  diario  de  Arequipa  declaraba  el 
22  de  enero,  que  la 'derrota  de  las  armas  peruanas  era  una 
farsa  inverosímil  inventada  por  los  chilenos.  Cuando  ya  no 
fué  posible  negar  la  evidencia  de  los  hechos,  el  mismo  diario 
hizo  una  descripción  fantástica  de  esas  batallas.  Contábase 
que  los  jefes  de  las  estaciones  navales  estranjeras  habían  in- 
tervenido en  la  pelea  para  poner  a  raya  a  los  chilenos,  i  que 
habían  apresado  a  las  naves  de  éstos  para  impedir  que  siguie- 
ran destruyendo  brutalmente  los  puertos  del  Perú.  El  pueblo 
de  Arequipa  creía  todas  estas  patrañas,  i  contaba  como  cosa 
segura  con  la  protección  armada  de  la  Francia  i  de  la  Ingla- 
terra. 

Sin  embargo,  la  actitud  de  Arequipa  fué  simplemente  es- 
pectante.  El  jefe  político  i  militar  publicó  las  mas  arrogantes 
proclamas  anunciando  de  nuevo  que  iba  a  abrir  «la  tumba 
de  los  chilenos»;  pero  no  movió  un  solo  soldado,  ni  intentó 
empresa  alguna  contra  los  enemigos  que  ocupaban  a  Tacna, 
Sus  tropas  se  mostraban  tan  poco  dispuestas  a  entrar  en  cam- 
paña, que  la  deserción  de  oficíales  i  soldados  aumentó  consi- 
derablemente. Las  autoridades  de  la  provincia,  enteramente 
adictas  a  Piérola,  parecían  dispuestas  a  seguir  a  éste  sea  que 
determinase  continuar  la  guerra  o  que  resolviese  hacer  la  paz. 


2.  El  5  de  enero  de  1881  hubo  en  Arequipa  una  fiesta  militar  con  salvas 
de  artillería  para  celebrar  el  aniversario  del  natalicio  de  Piérola,  el  cual,  se- 
gún la  prensa  de  la  localidad,  estaba  destinado  a  dar  grandes  dias  de  gloria 
al  Perú. 


CAMPAÑA   A   LIMA  513 


Lo  que  les  importaba  principalmente  era  el  que  Piérola  se 
conservase  en  el  poder.  Por  lo  demás,  en  Arequipa  se  tenia 
la  confianza  completa  en  que  el  gobierno  de  Chile  no  habria 
de  querer  perder  tiempo  i  dinero  en  una  espedicion  absoluta- 
mente estéril  a  esas  provincias.  En  Chile,  en  efecto,  se  creia 
fundadamente  que  tan  pronto  como  se  pusiera  en  marcha 
sobre  Arequipa  una  división  de  su  ejército,  las  tropas  perua- 
nas que  allí  habia,  se  replegarían  a  la  sierra  evitando  un  com- 
bate que  no  podian  sostener.  Como  medida  de  hostilidad, 
bastaba  que  algunas  naves  chilenas  mantuviesen  el  bloqueo 
délos  puertos  de  esa  re j ion. 

Cuando  se  tuvo  noticia  en  Arequipa  de  la  formación  del 
gobierno  provisorio  de  Lima,  los  parciales  de  Piérola  no  pu- 
dieron dominar  su  cólera.  El  13  de  marzo,  las  tropas  acuarte- 
ladas en  esa  ciudad  asistían  a  una  revista.  El  jefe  político  i 
militar  les  pronunció  una  ardorosa  proclama  contra  «los  am- 
biciosos i  corrompidos  que  pretendían  arrogarse  la  dirección 
del  país».  «Tenemos,  decía,  a  la  cabeza  del  gobierno  al  ilustre 
ciudadano  don  Nicolás  de  Piérola,  cuya  firme  i  decidida  vo- 
luntad conocéis  bien:  él  ha  hecho  i  continuará  haciendo  los 
milagros  que  opera  el  patriotismo:  él  nos  llevará  a  la  victo- 
ria». Como  plan  de  campaña  contra  los  chilenos,  proponía  el 
replegarse  al  otro  lado  de  los  Andes,  donde  los  peruanos  se- 
rian invencibles.  El  mismo  día  los  jefes  militares  firmaron 
un  acta  en  que  declaraban  que  desconocían  al  gobierno  de 
Lima,  i  que  solo  aceptaban  «como  único  gobierno  legal  al  del 
señor  doctor  don  Nicolás  de  Piérola».  El  acta  fué  firmada 
por  veintisiete  coroneles  o  tenientes  coroneles,  a  cuyas  órde- 
nes estaban  sometidos  los  seis  mil  hombres  que  formaban  el 
ejército  del  sur. 

Estas  declaraciones  eran  la  obra  esclusiva  del  jefe  político 
i  militar  de  los  departamentos  del  sur  i  de  las  tropas  que  es- 
taban a  sus  órdenes.  Cuando  se  quiso  levantar  una  acta  del 
vecindario  de  Arequipa  en  apoyo  de  esa  resolución,  solo  se 
pudieron  recojer  las  firmas  de  algunos  individuos  mas  o  me- 
nos insignificantes  i  destituidos  de  toda  representación.  Los 
habitantes  notables  de  la  ciudad  no  querían  la  prolongación 

TOMO  XVI. — 33 


514  GUERRA  DBl  PACÍFICO 


insensata  de  la  resistencia  a  Chile,  que  no  hacia  mas  que 
ahondar  la  ruina  del  Perú,  ni  mucho  menos  estimular  la  gue- 
rra civil  que  haría  imposible  la  reparación  de  tantos  males. 
Sin  embargo,  avasallados  por  la  fuerza  militar,  ellos  eran 
impotentes  para  hacer  sentir  la  influencia  de  sus  opiniones. 
Asi,  pues,  el  prefecto  Solar,  pudo  espedir  pocos  dias  después 
un  decreto  cuya  parte  dispositiva  dice  lo  que  sigue: 

«Artículo  primero.  Declárase  traidores  a  la  patria  a  los 
•  que  componen  el  gobierno  provisorio  formado  en  la  capital 
de  la  república,  i  a  los  peruanos  que  le  obedezcan  o  le  pres- 
ten apoyo  directo  o  indirecto. 

<'Art.  2P  Las  autoridades  de  la  república  capturarán  a  los 
individuos  a  quienes  comprenda  el  artículo  anterior,  i  cual- 
quiera que  sea  su  clase,  jerarquía  o  condición,  los  someterán 
a  un  consejo  de  guerra  verbal,  i  se  les  condenará  a  muerte 
conforme  al  artículo  %P  del  estatuto»  3. 

De  esta  manera,  después  de  los  grandes  desastres  de  la 
patria,  cuando  todas  las  voluntades  deberían  aunarse  para 
salvarla  de  la  ruina  a  que  la  arrastraron  sus  malos  gobiernos, 
el  Perú  presenta  el  estado  mas  anómalo  que  es  posible  ima- 
jinar. El  orden  i  la  tranquilidad  no  existen  mas  que  en  las 
provincias  que  dominan  las  armas  de  Chile,  i  que  sin  embar- 
go están  rejidas  por  la  lei  marcial.  Los  efectos  de  esta  lei  no 
se  han  hecho  sentir  mas  que  para  reprimir  los  robos,  los  sa- 
queos i  los  incendios  de  un  populacho  desenfrenado.  A  su 
sombra  la  propiedad  i  la  vida  de  los  habitantes  de  esas  pro- 
vincias, están  regularmente  garantidas.  El  comercio  ha  co- 
menzado a  revivir,  i  la  mayoría  de  los  habitantes  aceptan 


3.  Poco  tiempo  después  de  la  publicación  de  este  decreto,  la  prensa  anun- 
ciaba que  una  partida  de  caballería  del  ejército  de  Arequipa,  mandada  por 
un  oficial  de  oríjen  cubano,  habia  penetrado  en  el  vecino  departamento  de 
Ayacucho,  i  sorprendido  en  Lucanas  a  varios  funcionarios  nombrados  por 
el  gobierno  de  Lima  i  que  marchaban  a  hacerse  cargo  de  sus  destinos,  i  fusi- 
lado allí  mismo  a  siete  de  ellos.  Esta  noticia  ha  sido  publicada  por  los  dia- 
rios, pero  no  salimos  garantes  de  su  autenticidad.  Sabemos  si  que  el  prefecto 
Solar  ha  apresado  en  Arequipa  a  algunas  personas  importantes  de  la  locali- 
dad, i  aun  a  jefes  militares  porque  no  se  mostraban  partidarios  ardorosos  de 
Piérola. 


CAMPAÑA  A  UMA  515 


esta  situación  como  algo  mucho  mejor  que  el  despotismo  dic- 
tatorial a  que  estuvieron  sometidos  durante  el  año  anteíior. 
Pero  este  réjimen  provisorio,  si  bien  asegura  el  presente,  no 
da  garantía  alguna  para  el  porvenir.  Mui  lejos  de  eso,  todo 
el  mundo  comprende  que  el  dia  en  que  las  tropas  chilenas 
evacúen  las  ciudades  de  Lima  i  del  Callao,  las  turbas  desen- 
frenadas volverán  a  ejecutar  los  atroces  desórdenes  que  se 
siguieron  a  las  últimas  batallas. 

Desde  su  refujio  áe  Jauja,  Piérola  imponia  pesadas  contri- 
buciones a  las  provincias  del  interior,  i  mantenía  en  ellas  el 
réjimen  dictatorial.  Aun  armó  de  cualquier  modo  partidas 
de  montoneros,  con  las  cuales  pretendió  estender  su  domina- 
ción hasta  los  pueblos  de  la  sierra  del  departamento  de  Lima. 
Canta  fué  convertido  en  centro  de  las  operaciones  de  estos 
montoneros.  De  allí  bajaban  por  los  valles  vecinos  a  las  mon- 
tañas, i  ejercían  las  mas  violentas  depredaciones  sobre  di- 
versos villorios  poblados  en  su  mayor  parte  por  indios.  La 
aspereza  de  aquellas  serranías  facilitaba  las  correrías  de 
aquellos  montoneros. 

El  coronel  don  Pedro  Lagos,  que  mandaba  accidentalmen- 
te el  ejército  chileno  de  Lima,  envió  en  los  primeros  días  de 
abril  algunas  fuerzas  de  caballería  contra  esos  montoneros. 
Guarecidos  éstos  en  las  cumbres  de  los  cerros,  se  defendieron 
arrojando  de  las  alturas  grandes  cantidades  de  piedras  sobre 
los  soldados  chilenos,  i  luego  tomaban  la  fuga  para  ir  a  asi- 
larse en  otras  alturas,  de  que  a  su  vez  eran  desalojados.  Las 
tropas  de  caballería  lograron  al  fin  dispersarlos. 

Pero  esas  montoneras  podían  reorganizarse  mientras  Pié- 
rola  permaneciese  al  otro  lado  de  la  sierra,  ocupando  los  pue- 
blos de  Huánuco,  Jauja,  Tarma  i  Cerro  de  Pasco.  El  coronel 
Lagos  organizó  una  división  de  dos  mil  hombres  que  puso 
bajólas  órdenes  del  comandante  don  Ambrosio  Letelier,  i  la 
hizo  partir  para  aquellos  lugares.  Esa  pequeña  división,  sin 
casi  tener  que  vencer  otras  dificultades  que  la  de  las  mar- 
chas, fué  tomando  posesión  de  los  diversos  pueblos,  estable- 
ciéndose al  fin  en  el  de  Cerro  de  Pasco,  el  mas  importante  de 
ellos,  i  enviando  guarniciones  a  los  otros.  Piérola  i  los  pocos 


516  GUERRA  DEL  PACIFICO 


hombres  que  lo  seguían,  tomaron  apresuradamente  la  fuga 
al  sur  sin  atreverse  a  oponer  la  mas  lijera  resistencia.  Un  co- 
ronel Aduvire,  titulado  prefecto  de  Junin,  huyó  con  algunos 
soldados  en  dirección  opuesta,  dejando  abandonada  la  ciu- 
dad de  Huánuco,  capital  del  departamento,  que  ocuparon 
los  chilenos  sin  disparar  un  tiro. 

A  principios  de  mayo,  todo  ese  vasto  territorio  estaba  ocu- 
pado por  los  vencedores.  Algunas  cortas  partidas  de  éstos 
habían  perseguido  a  lo  lejos  a  los  últimos  restos  de  las  pocas 
fuerzas  que  había  podido  reunir  Piérola  en  el  departamento 
de  Junin.  Parece  que  en  algunas  de  esas  localidades  no  se  te- 
nia la  menor  noticia  de  las  ocurrencias  de  Lima,  de  los  acci- 
dentes de  la  guerra  i  de  las  grandes  derrotas  de  los  ejércitos 
peruanos,  a  tal  punto  que  para  sus  sencillos  habitantes,  de 
raza  indíjena  en  su  mayor  parte,  Piérola  era  el  jefe  recono- 
cido de  toda  la  nación,  i  Lima  estaba  sometida  a  su  autori- 
dad dictatorial. 

En  los  valles  de  Pisco  i  de  Cañete,  i  en  otros  puntos  de  don- 
de habían  huido  las  antiguas  autoridades  peruanas,  los  exce- 
sos del  desorden  i  del  desgobierno,  han  rayado  en  lo  increíble. 
La  prensa  ha  referido  los  crímenes  perpetrados  en  aquellos 
lugares,  los  robos,  los  incendios,  las  matanzas  de  infelices 
asiáticos,  con  detalles  i  con  colores  que  casi  nos  resistimos  a 
creer.  Los  jefes  chilenos  que  mandan  en  Lima,  se  han  visto 
obligados  a  enviar  fuerzas  a  esos  lugares  para  restablecer  la 
tranquilidad  i  dar  garantías  de  orden  a  los  pobladores  pací- 
ficos i  honrados  que  sufrían  las  consecuencias  del  desborda- 
miento de  las  malas  pasiones  de  un  populacho  desenfrenado, 
Pero  este  desquiciamiento  social  acabará  de  arruinar  al  Perú, 
si  el  patriotismo  no  se  sobrepone  a  la  anarquía  que  marcha 
a  destruirlo  todo. 

La  situación  de  Bolívía  no  es  mucho  mas  lisonjera.  Cons- 
tantes amagos  de  revuelta  han  hecho  vivir  al  gobierno  en 
una  no  interrumpida  inquietud.  La  escasez  de  recursos  no  le 
ha  permitido  ausilíar  al  Perú  en  la  crisis  en  que  por  causa  de 
la  alianza  de  1873  se  ha  visto  sumido.  Allí  como  en  Arequipa, 
de  donde  recibía  las  noticias  de  la  guerra,  la  prensa  boliviana 


CAMPABA  A    LIMA  517 


comenzó  por  negar  la  efectividad  de  los  triunfos  de  los  chile- 
nos en  los  alrededores  de  Lima.  I  cuando  ya  no  fué  posible 
resistir  a  la  evidencia  de  los  hechos,  la  prensa  provocó  a  los 
chilenos  a  que  trasmontaran  las  montañas  para  batirse  con 
ellos.  Este  fué  el  tema  de  una  proclama  del  presidente  Cam- 
pero en  que  amenazaba  a  los  chilenos  no  con  el  poder  de  los 
soldados  de  Bolivia,  sino  con  las  asperezas  de  la  cordillera  i 
con  la  insalubridad  de  su  clima.  La  espedicion  de  una  divi- 
sión chilena  a  aquellas  localidades  no  ofrecía  sin  embargo 
serias  dificultades.  Se  sabia  que  su  sola  presencia  bastaria 
para  poner  en  fuga  a  todo  el  gobierno  de  Bolivia  i  a  los  pocoss 
soldados  con  que  cuenta.  Pero  el  de  Chile  no  ha  querido  aco- 
meter una  empresa  que  debia  costarle  algún  dinero  i  de  la 
cual  no  habia  de  reportar  ventajas  efectivas,  ni  siquiera  glo- 
ria militar,  desde  que  sus  tropas  no  hallarian  con  quien  ba- 
tirse. 

Pero  en  Bolivia  no  han  faltado  algunos  ciudadanos  que  se 
hayan  dado  cuenta  cabal  de  la  situación  del  pais.  En  la  pren- 
sa i  en  los  consejos  de  gobierno  se  han  oido  voces  de  cordura 
que  han  representado  la  insensatez  de  prolongar  por  mas 
tiempo  una  situación  imposible  en  nombre  de  una  guerra  que 
no  se  puede  hacer,  i  que  arruina  inútilmente  el  pais.  El  go- 
bierno, por  su  parte,  ya  que  no  le  ha  sido  posible  hacer  nada 
para  ausiliar  al  Perú  en  la  última  campaña,  ha  creido  cum- 
plir sus  deberes  de  aliado  sometiéndose  a  las  indicaciones  del 
gobierno  peruano  para  mantener  las  apariencias  de  una  alian- 
za que  se  concluyó  de  hecho  en  la  derrota  de  Tacna.  En  esta 
virtud,  i  aprovechándose  de  las  facultades  estraordinarias 
de  que  está  revestido,  ha  desterrado  fuera  del  pais  a  los  indi- 
viduos que  en  nombre  de  los  mas  altos  intereses  de  la  patria, 
demostraban  la  necesidad  de  procurar  la  paz.  El  vice-presi- 
dente  de  la  república  ha  sido  uno  de  los  desterrados. 

Chile,  entre  tanto,  está  en  pacífica  posesión  no  solo  de  los 
territorios  de  que  debe  quedar  dueño  definitivo,  sino  de  las 
provincias  mas  ricas  i  pobladas  del  Perú.  Al  paso  que  sus  tro- 
pas mantienen  allí  la  tranquilidad  i  la  paz,  percibe  las  con- 
tribuciones bajo  la  administración  de  empleados  chilenos  i 


518  <JUERRA  DEL  PACÍFICO 


beneficia  como  propietario  los  recursos  naturales  del  pais, 
que  formaban  la  riqueza  de  su  gobierno.  Las  victorias  le  han 
permitido  aniquilar  el  poder  militar  del  Perú,  i  quedar  en 
posesión  de  todas  las  provincias  que  ocupa  sin  temor  de  verse 
inquietado.  Aun  ha  podido  reducir  su  ejército  i  su  escuadra, 
porque  ya  no  les  son  necesarias  todas  las  fuerzas  que  tenia 
en  el  Perú.  Dos  meses  después  de  las  victorias  de  Chorrillos  i 
Miraflores,  volvia  a  Chile  el  jeneral  Baquedano  con  mas  de 
seis  mil  hombres  de  su  ejército;  i  después  de  recibir  las  ova- 
ciones a  que  los  hacian  acreedores  sus  triunfos,  dejaban  éstos 
las  armas  para  entrar  de  nuevo  a  las  tranquilas  ocupaciones 
de  la  paz. 

¿Cuál  será  el  desenlace  definitivo  de  esta  situación?  No  es 
difícil  predecirlo.  El  ejército  chileno  ocupará  a  Lima  mien- 
tras haya  esperanza  de  dejar  un  gobierno  sólido  i  capaz  de 
firmar  una  paz  definitiva  i  de  afianzar  la  estabilidad  del  Perú. 
El  dia  que  el  gobierno  de  Chile  adquiera  la  convicción  de  que 
la  anarquía  es  incurable  en  aquel  desgraciado  pais,  i  de  que 
el  patriotismo  gastado  por  sesenta  años  de  corrupción  i  de 
desgobierno,  ha  desaparecido  del  todo,  reconcentrará  una 
parte  de  sus  tropas  en  los  territorios  que  debe  conservar  como 
indemnización  de  guerra,  bien  seguro  de  que  nadie  habrá  de 
disputarle  su  posesión,  i  dejará  al  Perú  entregado  a  su  desti- 
no. Ese  destino  es,  por  desgracia,  demasiado  sombrío.  Pero, 
el  patriotismo,  manifestado  no  por  las  estériles  declamaciones 
de  la  prensa,  sino  por  la  honradez  i  el  trabajo,  pueden  toda- 
vía salvar  al  Perú  de  la  ruina  que  le  prepararon  sus  malos 
gobiernos. 


N^'^g*^ 


iív'dice: 


Historia  de  la  guerra  del  Pacífico  (1879-1S81) 

Advertencia  de  la  edición  de  1880 5 

Preliminar >      9 


PRIMERA  PARTE 

Las   Cdusas  de  la  gutria 
CAPITULO  PRIMERO 


PAJS. 

La  República  de  Chile. — ^Pobreza  i  atraso  de  estepais  bajo  el 
réjimen  colonial. — Se  adelanta  a  todos  los  otros  estados 
hispano-americanos  en  el  afianzamiento  de  la  tranquilidad 
interior  i  de  su  organización  administrativa. — Esplicacion 
que  han  dado  de  este  hecho  algunos  publicistas  europeos. 
— Progresos  alcanzados  por  esta  República 11 


520  GUtRBv    DEL    PáCÍFICO 


CAPITULO  II 

PÁJS. 


Progresos  industriales  de  Chile. — Los  mineros  e  industriales 
de  Chile  comienzan  a  poblar  el  desierto  de  Atacama. — El 
gobierno  de  Bolivia  reclama  como  suyo  ese  territorio. — Dis- 
cusiones diplomáticas  i  amenazas  de  guerra  en  1863. — Tra- 
tado en  1866. — Bolivia  no  cumple  este  tratado. — Rápido 
desarrollo  de  la  industria  chilena  en  el  desierto. — La  revo- 
lución ocurrida  en  Bolivia  en  1871  produce  nuevos  emba- 
razos para  el  cumplimiento  del  tratado. — Se  firma  en  La 
Paz  el  pacto  complementario  de  1872. — Nuevas  concesio- 
nes que  por  él  hacia  Chile  a  Bolivia 19 

CAPITULO  III 


El  Perú  estimula  las  intransijencias  de  Bolivia. — Deplorable 
situación  financiera  del  Perú  en  1872. — Para  salir  de  esa 
situación,  el  gobierno  pretende  apoderarse  de  un  modo  u 
otro  de  las  salitreras  de  Tarapacá. — Para  impedir  la  inter- 
vención de  Chile  en  favor  de  sus  nacionales,  el  Perú  trata 
de  suscitar  complicaciones  esteriores  a  esta  República. — El 
Perú  i  Bolivia  celebran  un  tratado  secreto  de  alianza  en 
febrero  de  1873. — Esfuerzos  de  ambos  Estados  para  ocultar 
este  pacto  a  Chile. — El  gobierno  del  Perú  estanca  la  espor-  - 
tacion  del  salitre. — Limita  en  seguida  la  producción  de  sa- 
litre.— Convencido  del  mal  éxito  de  estas  medidas,  resuel- 
ve comprar  los  establecimientos  salitreros. — Los  compra, 
pero  no  los  paga. — Perjuicios  que  estas  medidas  causan  a 
los  capitalistas  chilenos 27 


CAPITULO  IV 

Cambio  producido  en  la  actitud  de  Bolivia  respecto  de  Chile 
después  de  estipulado  el  tratado  secreto. — El  congreso  bo- 
liviano aplaza  la  discusión  del  tratado  celebrado  con  Chile 
en  1872. — El  gobierno  de  Chile  entabla  nuevas  negociacio- 
nes i  celebra  el  tratado  definitivo  de  1874. — Concesiones 
que  Chile  hacia  por  este  pacto 37 


ÍNDICE  521 


CAPITULO  V 

PÁJS, 


Revolución  ocurrida  en  Bolivia  en  1876. — Elevación  del  je- 
neral  Daza  a  la  presidencia  de  la  República. — Condición  de 
los  trabajadores  chilenos  en  el  desierto  de  Atacama. — ^Vio- 
lencias de  que  eran  víctimas  de  parte  de  las  autoridades. 
— La  administración  de  justicia  boliviana. — Creación  de 
nuevos  impuestos  en  violación  de  los  tratados  existentes—     43 


CAPITULO  VI 

Juzgando  a  Chile  envuelto  en  las  mas  serias  complicaciones, 
el  congreso  de  Bolivia  grava  con  otros  impuestos  las  indus- 
trias chilenas  del  litoral. — El  gobierno  boliviano  suspende 
los  efectos  de  esta  lei. — Poco  mas  tarde  la  manda  poner  en 
vigor. — Reclamaciones  diplomáticas  de  parte  de  Chile. — 
Propone  a  Bolivia  someter  la  cuestión  a  arbitraje. — ^El  go- 
bierno boliviano  responde  a  estas  proposiciones  decretan- 
do el  despojo  de  la  compañía  de  salitres  de  Antofagasta. — 
Decreta  la  venta  en  remate  público  de  los  bienes  de  esta 
compañía. — El  desembarco  de  500  soldados  chilenos  impi- 
de la  ejecución  del  remate 49 


SB&ÜNDA   PARTE 

Líis  ope-aciontís  militiie^ 
CAPITULO  PRIMERO 

ANTOFAGASTA  I  CALAMA,  FEBRERO  I  MARZO  DE  1879. 

Desembarca  en  Antofagasta  una  columna  de  500  chilenos. — 
Las  poblaciones  vecinas  se  pronuncian  por  la  causa  de  Chi- 


522  GUERRA    DEL  PACIFICO 


PAJS, 

le  i  espulsan  a  las  autoridades  bolivianas. — Todas  ellas 
piden  su  incorporación  a  la  república  de  Chile. — El  presi- 
dente de  Bolivia  recibe  la  noticia  del  desembarco  de  los 
chilenos,  i  la  oculta  para  no  turbar  las  fiestas  del  carnaval. 
— Se  decretan  la  espulsion  de  los  chilenos  de  Bolivia  i  la 
confiscación  de  sus  bienes. — ^El  ejército  boliviano  se  dispo- 
ne a  salir  a  campaña.— Los  chilenos  se  apoderaron  de  Cala- 
ma  después  de  un  combate. — La  escuadra  chilena  ocupa 
todo  el  litoral  hasta  la  frontera  del  Perú 5;^ 

CAPITULO  II 

DECLARACIÓN  DE  GUERRA  AL  PERÚ,  MARZO  I  ABRIL  DE  1879. 

Actitud  de  la  prensa  i  del  gobierno  del  Perú  al  saber  la  ocu- 
pación de  Antofagasta  por  los  chilenos. — El  presidente 
Prado. — Envío  a  Chile  de  una  legación  encargada  de  ofre- 
cer la  mediación  del  Perú. — Doblez  de  esta  política. — ^El 
plenipotenciario  peruano  niega  la  existencia  del  tratado 
secreto  de  alianza  entre  el  Perú  i  Bolivia. — Se  descubre  la 
existencia  de  ese  tratado. — Declaración  de  guerra  entre  el 
Perú  i  Chile. — El  gobierno  del  Perú  espulsa  a  los  chilenos 
de  su  territorio 63 

CAPITULO  III 

LOS   EJÉRCITOS   DE  LOS   BELIjERANTES   ANTES  DE  LA   GUERRA. 

Situación  militar  del  Perú  antes  de  la  guerra. — El  ejército  i 
la  marina  de  Chile. — Inferioridad  numérica  de  las  fuerzas 
de  este  país. — ^En  qué  consistía  su  verdadera  superioridad.     71 

CAPITULO  IV 

IQUIQUE,  MAYO  DE  1879. 

La  escuadra  chilena  establece  el  bloqueo  de  Iquique. — Sale 
al  mar  la  primera  división  de  la  escuadra  peruana. — Es 
rechazada  por  la  cañonera  chilena  Magallanes. — Hostili- 
dades ejercidas  en  la  costa  del  Perú  por  las  naves  chilenas. 
— ^El  almirante  de  Chile  se  dirije  al  Callao  a  provocar  a 
combate  a  la  escuadra  del  Perú. — El  mismo  día  ésta  había 


ÍNDICE  523 


PÁJS. 

salido  para  los  puertos  del  sur  conduciendo  al  presidente 
de  la  república. — Memorable  combate  de  Iquique  el  21  de 
mayo. — Pérdida  de  la  fragata  encorazada  Independencia 
de  los  peruanos. — ^Aplausos  que  arrancó  la  conducta  de  los 
chilenos. — El  monitor  peruano  Huáscar  trata  en  vano  de 
bombardear  a  Antofagasta,  i  se  vuelve  al  Callao  evitando 
el  combate  con  una  fragata  chilena 75 


CAPITULO  V 

TRABAJOS  DE  REORGANIZACIÓN  MILITAR  DE  LAS  TRES  REPÚBLICAS 
BELIJERANTES,  DE  MAYO  A  JULIO  DE  1879. 

Aprestos  militares  del  gobierno  de  Bolivia. — ^Espide  paten- 
tes de  corso  sin  ningún  resultado. — Imposición  de  emprés- 
titos forzosos  i  confiscación  de  las  propiedades  de  los  chi- 
lenos.— Desgobierno  con  que  se  manejan  estos  fondos. — 
Reunión  del  ejército  boliviano  en  La  Paz. — Su  marcha  a 
la  provincia  peruana  de  Tacna. — El  ejército  peruano  de 
Tarapacá. — ^El  presidente  Prado  se  prepara  para  salir  a 
campaña. — ^Trabajos  del  congreso  peruano. — El  gobierno 
del  Perú  recibe  los  primeros  refuerzos  de  armamento  me- 
diante la  complicidad  del  gobierno  neutral  de  Panamá. — 
El  presidente  Prado  llega  a  Arica  con  un  convoi  conside- 
rable, i  recorre  toda  la  provincia  de  Tarapacá  lanzando  las 
mas  ardorosas  proclamas  contra  Chile. — ^Enerjía  tranquila 
con  que  el  gobierno  chileno  emprendió  la  creación  i  la  or- 
ganización de  su  ejército. — Cuidado  con  que  atiende  todos 
los  ramos  del  servicio  militar. — Medidas  financieras  que  le 
han  permitido  hacer  frente  a  todas  sus  obligaciones  i  a  los 
gastos  de  la  guerra %y 

CAPITULO  VI 

EL  HUÁSCAR,  DE  JULIO  A  OCTUBRE  DE  1879. 

Escursion  de  la  corbeta  Pilcomayo  hasta  Tocopilla. — Nueva 
campaña  del  Huáscar. — Sorpresa  nocturna  en  la  bahía  de 
Iquique. — Tercera  campaña  del  Huáscar. — Daños  causa- 
dos en  la  costa  setentrional  de  Chile. — Captura  del  tras- 


524  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


PAJS. 

porte  chileno  Rimac. — Infructuosa  espedicion  de  la  cor- 
beta peruana  Union  hasta  Magallanes. — Suspéndese  el 
bloqueo  de  Iquique. — Bombardeo  ineficaz  de  Antofagas- 
ta. — Reorganización  de  la  escuadra  chilena. — Proyectado 
ataque  de  Arica. — Captura  del  Huáscar. — Importancia  de 
este  hecho loi 


CAPITULO  VII 

PISAGUA,  NOVIEMBRE  DE  1879. 

Estado  de  la  opinión  en  Chile  después  de  la  captura  del  Hííds- 
car. — Actividad  desplegada  por  el  gobierno  para  preparar 
la  marcha  del  ejército. — Embárcase  éste  en  el  puerto  de 
Antofagasta. — Confianza  de  los  aliados  perú-bolivianos  en 
el  poder  de  sus  fuerzas. — Ventajas  de  su  situación  para 
quedar  a  la  defensiva. — Plan  de  ataque  a  Pisagua. — To- 
pografía de  esta  plaza. — Desembarco  de  las  fuerzas  chile- 
nas en  medio  de  un  reñido  combate. — Victoria  completa 
de  los  chilenos. — Consecuencias  inmediatas  de  este  triun- 
fo.— Esploracion  al  interior:  combate  de  Jermania. — Colo- 
cación dada  al  ejército  chileno. — Operaciones  de  la  escua- 
dra.— Captura  de  la  corbeta  peruana  Pilcomayo 117 

CAPITULO  VIII 

BATALLAS   DE   DOLORES  I  DE   TARAPACÁ,  NOVIEMBRE   DE   1879. 

Confianza  de  los  aliados  en  su  próximo  triunfo. — Plan  de 
campaña  adoptado  contra  los  chilenos. — Ocupan  éstos  las 
serranías  de  la  Encañada. — Dificultades  de  esta  situación. 
— Batalla  de  Dolores. — Victoria  de  los  chilenos:  sus  con- 
secuencias inmediatas. — Los  peruanos  abandonan  la  ciu- 
dad de  Iquique  que  ocupan  los  chilenos. — Los  restos  del 
ejército  peruano  se  retiran  a  la  ciudad  de  Tarapacá. — 
Marcha  a  atacarlos  una  corta  división  chilena. — Sangrien- 
to combate  de  Tarapacá. — Resultados  inmediatos  de  este 
combate. — Las  fuerzas  peruanas  emprenden  la  retirada. — 
Los  chilenos  ocupan  a  Tarapacá. — Penosa  marcha  de  los 
peruanos  pana  llegar  a  Arica. — Toda  la  provincia  de  Tara- 
pacá queda  sometida  a  las  autoridades  de  la  República  de 
Chile 131 


índice  525 


CAPITULO  IX 

caída  de  los  presidentes  del  perú  i  de  bolivia, 
diciembre  de  1879. 

PÁJS. 


El  presidente  del  Perú  cede  al  de  Bolivia  el  mando  del  ejér- 
cito aliado  para  que  marche  a  atacar  a  los  chilenos. — Sale 
a  campaña  el  jeneral  Daza. — Retirada  de  Camarones. — Al 
saber  las  victorias  de  los  chilenos,  el  presidente  Prado  aban- 
dona a  Arica  i  se  marcha  a  Lima. — La  escuadra  chilena 
establece  el  bloqueo  de  Arica  i  recorre  toda  la  costa  del 
Perú. — Descontento  en  Lima. — Don  Nicolás  de  Piérola  se 
niega  a  aceptar  un  ministerio. — Ajitacion  política  en  Li- 
ma.— Fuga  del  presidente  Prado. — Sus  causas. — Revolu- 
ción en  Lima  i  en  el  Callao. — Piérola  asume  la  dictadura. 
— ^Trabajos  del  contra-almirante  Montero  en  Arica. — Des- 
contento de  peruanos  i  bolivianos  contra  el  jeneral  Daza. — 
Propone  éste  un  nuevo  plan  de  campaña  que  le  permitiera 
volver  a  Bolivia. — Deposición  de  Daza  por  sus  tropas  i  por 
el  pueblo  de  La  Paz . . . .  ; 153 


CAPITULO  X 

MOQUEGUA  I  LOS  ANJELES,   DE  ENERO  A  MARZO   DE   1880. 

Espedicion  a  Moquegua  de  una  columna  chilena. — ^Aprestos 
de  Chile  para  una  nueva  campaña. — Situación  del  ejército 
aliado  en  Tacna  i  Arica. — Disensiones  entre  peruanos  i  bo- 
livianos.— Provocaciones  i  amenazas  dirijidas  a  Chile. ^ 
Plan  de  campaña  adoptado  por  los  chilenos. — Desembarca 
su  ejército  en  Pacocha. — Impresión  producida  en  Lima 
por  este  suceso. — Espedicion  de  una  división  chilena  a  Mo- 
liendo.— Los  peruanos  abandonan  a  Moquegua  i  se  for- 
tifican en  la  cuesta  de  los  Anjeles. — Descripción  de  estas 
posiciones. — Son  asaltadas  i  tomadas  por  los  chilenos  el 
22  de  marzo. — Importancia  de  esta  ocupación  para  la  mar- 
cha de  la  campaña. — Operaciones  marítimas. — Combates 
sin  resultado  en  la  bahía  de  Arica. — Bloqueo  del  Callao ....   179 


526  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


CAPITULO  XI 

CAMPAÑA  SOBRE  TACNA,  ABRIL  I  MAYO  DE  1880. 

PÁJS. 

Reorganización  industrial  i  administrativa  de  la  provincia  de 
Tarapacá. — Liberales  concesiones  hechas  por  el  gobierno 
de  Chile  a  los  acreedores  hipotecarios  del  Perú. — ^Disposi- 
ciones relativas  a  la  esplotacion  del  salitre. — Inútiles  pro- 
testas del  gobierno  del  Perú. — Medidas  financieras  de  éste 
para  procurarse  fondos. — Sus  trabajos  para  organizar  nue- 
vos ejércitos. — El  ejército  chileno  se  prepara  a  marchar 
sobre  Tacna. — Grandes  dificultades  que  les  oponen  la  na- 
turaleza i  la  topografía  de  aquellos  lugares. — Reconoci- 
mientos practicados  por  la  caballería  chilena. — Combate 
de  Buenavista. — Marcha  del  ejército  chileno. — ^Trabajos 
que  impuso  la  conducción  de  la  artillería. — Reunión  de 
todo  el  ejército  en  las  márjenes  del  rio  Sama. — Muerte  re- 
pentina del  ministro  de  guerra  don  Rafael  Sotomayor. . . .   201 


CAPITULO    XII 

TACNA,  MAYO  DE  1880. 

Situación  de  los  aliados  en  Tacna  i  Arica. — Disidencias  en- 
tre los  jefes  peruanos  i  bolivianos. — Llega  el  jeneral  Cam- 
pero a  ponerse  al  mando  del  ejército  aliado. — Sus  afanes 
para  reorganizar  el  ejército  i  para  prepararlo  para  la  cam- 
paña.— Recibe  un  nuevo  continjente  boliviano. — ^Descrip- 
ción de  las  posiciones  ele j idas  por  el  jeneral  Campero. — 
Reconocimiento  practicado  por  el  estado  mayor  chileno. — 
Confianza  que  tenían  en  el  triunfo  algunos  de  los  jefes  alia- 
dos.— El  ejército  chileno  se  acerca  al  campamento  de  los 
aliados. — Sorpresa  nocturna  preparada  por  el  jeneral  Cam- 
pero: se  frustra. — Plan  de  ataque  de  los  chilenos.— Batalla 
de  Tacna  (26  de  mayo). — Resultados  inmediatos  de  la  ba- 
talla.— Los  chilenos  ocupan  la  ciudad  de  Tacna. — Llega  a 
Lima  la  noticia  de  la  derrota  del  ejército  aliado 217 


ÍNDICE  527 


CAPITULO  XIII 

ARICA,  JUNIO  DE   1880. 


PÁJS. 


La  plaza  de  Arica  i  sus  fortificaciones. — Las  minas  de  dina- 
mita.— ^El  monitor  Manco  Capac. — La  guarnición  de  la  pla- 
za.— Instrucciones  dadas  al  jefe  de  ésta. — Ignorancia  en 
que  quedó  este  jefe  de  los  sucesos  de  Tacna. — Concibe  la 
esperanza  de  defenderse  en  Arica  mientras  le  llegaban  so- 
corros.— Los  chilenos  restablecen  el  ferrocarril  para  mar- 
char sobre  Arica. — Frustrada  esplosion  de  una  mina  de  los 
peruanos. — ^Acampa  en  frente  de  Arica  una  división  del 
ejército  chileno. — El  jeneral  chileno  pone  sitio  a  la  plaza 
i  le  intima  rendición. — La  ataca  sin  resultado  con  la  arti- 
llería de  mar  i  de  tierra. — Resuelve  asaltar  con  su  infante- 
ría las  fortificaciones  peruanas. — Los  chilenos  proponen 
nuevamente  una  capitulación  al  enemigo:  éste  la  rechaza. 
— ^Asalto  de  Arica  (7  de  junio). — El  ejército  chileno  queda 
dueño  de  la  plaza  después  de  un  combate  encarnizado. — 
Los  marinos  peruanos  echan  a  pique  el  monitor  Manco  Ca- 
pac, i  en  seguida  se  rinden. — Consecuencias  de  este  com- 
bate     241 


TERCEEA  PARTE 

La    campaña    a    Lima 
CAPITULO  PRIMERO 

LAS    REPÚBLICAS   BELIJERANTES   DESPUÉS   DE   TACNA  I  ARICA, 

JUNIO  DE  1880. 

Confianza  del  Perú  en  el  triunfo  de  sus  armas. — Decreto  del 
dictador  Piérola  contra  sus  enemigos. — La  prensa  de  la 
dictadura  acusa  a  Montero  de  ser  el  culpable  de  las  últimas 


528  GUEREA   DEL  PACÍFICO 


PAJS. 

derrotas. — Se  desiste  de  esta  acusación. — ^Exajeraciones  i 
errores  con  que  la  prensa  de  Lima  contaba  las  batallas  de 
Tacna  i  de  Arica. — Algunas  rectificaciones. — Seriedad  de 
los  documentos  chilenos  concernientes  a  la  guerra. — La 
prensa  estranjera  subvencionada  por  el  Perú. — Belicosa 
proclama  de  Piérola. — Llega  a  Bolivia  la  noticia  de  la  de- 
rrota de  su  ejército. — Actitud  del  pueblo  boliviano  en  los 
primeros  dias  que  siguieron  al  desastre:  Campero  es  confir- 
mado en  la  presidencia  déla  república. — Las  falsas  noticias 
que  llegan  del  Perú  alientan  de  nuevo  a  los  bolivianos  i  los 
estimulan  a  proclamar  la  continuación  de  la  guerra. — ^La 
actitud  de  Bolivia  en  el  curso  de  la  nueva  campaña. — ^Es- 
tablecimiento de  la  dominación  chilena  en  Tacna  i  en  Ari- 
ca.— Estado  de  la  opinión  en  Chile  después  de  las  últimas 
victorias. — La  prensa  pide  la  campaña  sobre  Lima 259 


CAPITULO  II 

EL  PROYECTO  DE  CONFEDERACIÓN  PERÚ-BOLIVIANA,  JUNIO  DE  1880 

El  Perú  solicita  en  vano  la  alianza  de  la  República  Arj entina. 
— Instrucciones  dadas  al  ministro  plenipotenciario  del  Pe- 
rú.— Mal  éxito  de  estas  negociaciones. — La  legación  pe- 
ruana en  Buenos  Aires  contrae  sus  trabajos  a  exitar  la 
prensa  periódica  contra  Chile. — Buscando  amigos  contra 
Chile,  el  Perú  celebra  un  tratado  con  España. — Ineficacia 
de  ese  tratado  para  los  planes  del  Perú. — El  dictador  pe- 
ruano propone  entonces  el  proyecto  de  Confederación  Perú- 
Boliviana. — Antecedentes  históricos  de  esta  Confederación. 
— Aun  después  de  celebrado  el  pacto  de  alianza  secreta, 
Bolivia  i  el  Perú  estuvieron  a  punto  de  declararse  la  gue- 
rra en  1878. — ^El  jeneral  Daza  hace  proposiciones  a  Chile 
en  1879  ps-ra  abandonar  la  alianza. — Odios  recíprocos  de 
peruanos  i  bolivianos  durante  la  guerra. — ^Bases  de  la  pro- 
yectada confederación. — El  consejo  de  Estado  de  la  dicta- 
dura peruana  aprueba  el  proyecto;  pero  la  opinión  pública 
lo  recibe  mal. — En  Bolivia  es  mal  recibido. — Fracaso  na- 
tural del  proyecto 277 


ÍNDICE  529 


CAPITULO  III 

BLOQUEO   DEL  CALLAO:   COMBATES   DELANTE    DE   ESTA   PLAZA, 
DE  ABRIL  A  SETIEMBRE  DE  1880. 

PÁJS. 

Las  fortificaciones  del  Callao. — La  escuadra  chilena  establece 
el  bloqueo  del  puerto. — ^Primer  combate  contra  las  forta- 
lezas de  tierra  (22  de  abril). — Segundo  combate  (10  de  ma- 
yo).— ^Bloqueo  de  los  puertos  vecinos. — Combate  de  lan- 
chas cañoneras  (25  de  mayo). — Conducta  tranquila  del 
almirante  chileno  en  estos  combates. — Suspende  los  ata- 
ques a  la  plaza. — Un  torpedo  peruano  echa  a  pique  al  cru- 
cero Loa. — Llegan  al  Callao  los  heridos  peruanos  de  Arica. 
— ^Tercer  combate  contra  las  fortalezas  (fines  de  agosto  i 
principios  de  setiembre). — Naufrajio  de  la  cañonera  Cova- 
donga  causado  por  un  torpedo  peruano  (13  de  setiembre). — 
Los  peruanos  intentan  un  desembarco  nocturno  en  la  isla 
de  San  Lorenzo  i  son  rechazados  (16  de  setiembre). — Nue- 
vo combate  de  las  lanchas  cañoneras  (17  de  setiembre). — 
Bombardeo  de  los  puertos  vecinos  al  Callao  (22  de  setiem- 
bre).— El  gobierno  i  la  prensa  de  Lima  cantan  victorias 
después  de  cada  uno  de  estos  combates,  i  anuncian  el  ani- 
quilamiento i  la  ruina  de  Chile 299 


CAPITULO  IV 

OPERACIONES  I  APRESTOS  MILITARES  EN  TIERRA,  DE  JULIO  A 
SETIEMBRE  DE  1880. 

Una  pequeña  división  chilena  espediciona  a  Tarata,  i  aniquila 
i  dispersa  a  las  montoneras  peruanas. — ^El  dictador  del  Pe- 
rú llama  a  las  armas  a  toda  la  población  de  Lima  i  crea  el 
ejército  de  reserva. — ^Entusiasmo  con  que  esta  idea  es  reci- 
bida por  la  prensa. — El  gobierno  peruano  anuncia  por  to- 
das partes  su  próxima  victoria  sobre  los  chilenos. — ^El  arzo- 
bispo de  Lima  ofrece  al  gobierno  las  joyas  de  los  templos. 
— Importancia  real  de  este  ofrecimiento. — Organización 
curiosa  dada  al  ejército  de  reserva. — ^Amenazas  constantes 
contra  Chile,  recargadas  después  de  la  primera  revista  de 
la    reserva. — Organización    del   ejército    de    Arequipa. — 

TOMO  XVI. — 34 


530  GUERRA  DEL  PACIFICO 


PÁJS. 


Aprestos  de  Chile  para  la  campaña  sobre  Lima. — Falsas 
noticias  que  se  hacian  circular  en  Lima  sobre  estos  aprestos.  317 


CAPITULO  V 

LA   ESPEDICION    LYNCH,    SETIEMBRE  I  OCTUBRE    DE    1880. 

Alístase  una  división  chilena  para  espedicionar  a  las  provin- 
cias del  norte  del  Perú. — Confíase  su  mando  al  capitán  de 
navio  don  Patricio  Lynch. — Desembarca  en  el  puerto  de 
Chimbóte,  penetra  en  el  interior  del  territorio  enemigo  e 
impone  una  contribución  de  guerra  a  una  rica  propiedad 
de  esa  rejion. — Absurdo  decreto  de  Piérola  amenazando 
con  fuertes  penas  a  las  personas  que  pagasen  esa  contribu- 
ción.— Lynch  hace  destruir  el  establecimiento  que  se  ne- 
gaba al  pago. — Marcha  a  Supe  i  se  apodera  de  una  canti- 
dad de  pertrechos  del  enemigo. — Los  capitalistas  peruanos 
hacen  intervenir  en  su  favor  la  diplomacia  estranjera  de- 
mostrando que  sus  propiedades  pertenecían  a  neutrales. — 
Lynch  descubre  el  engaño  en  que  se  había  hecho  caer  a  los 
ministros  diplomáticos  es tranjeros.— Captura  siete  millo- 
nes de  pesos  en  papel  moneda  del  gobierno  del  Perú. —Des- 
embarco en  Paita  i  destrucción  de  las  propiedades  del  es- 
tado.— Plan  de  operaciones  propuesto  por  la  prensa  de 
Lima  para  destruir  a  la  división  del  comandante  Lynch. — 
Difícil  desembarco  en  el  puerto  deEten. — ^Proclamas  i  ame- 
nazas del  prefecto  de  Lambayeque. — A  pesar  de  ellas,  los 
chilenos  recorren  todo  el  departamento  sin  encontrar  re- 
sistencia en  ninguna  parte. — Penetran  en  el  departamento 
de  La  Libertad,  cuyos  pobladores  pagan  puntualmente  la 
contribución  de  guerra.— Desorganización  i  fuga  de  las 
fuerzas  reunidas  para  resistir  a  los  chilenos. — Los  espedi- 
cionarios  vuelven  al  sur  después  de  una  campaña  de  dos 
meses. — Resultados  de  esta  espedicion. — Nueva  espedicion 
a  Moquegua. — Esta  ciudad  paga  la  contribución  de  gue- 
rra.—¿Sobre  quién  pesa  la  responsabihdad  de  estas  exac- 
ciones?— Violaciones  del  derecho  de  jentes  cometidas  por 
los  peruanos 337 


ÍNDICE  631 

CAPITULO  VI 

LAS  NEGOCIACIONES  DE  ARICA,  OCTUBRE  DE   1880 

PÁJS. 

En  los  primeros  dias  de  la  guerra,  la  Gran  Bretaña  ofrece  su 
mediación  a  los  belij erantes:  Chile  la  acepta,  i  el  Perú  la  re- 
chaza.— Después  de  las  repetidas  victorias  de  Chile,  la  ofre- 
ce el  gobierno  de  Estados  Unidos. — El  ministro  norte-ame- 
ricano cerca  del  gobierno  del  Perú,  hace  un  viaje  misterioso 
a  Chile. — La  mediación  es  ofrecida  a  Bolivia. — El  gobier- 
no de  Chile  acepta  extra-oficialmente  la  mediación  i  pro- 
pone las  bases  indeclinables  bajo  las  cuales  podia  tratar. — 
Plan  del  dictador  del  Perú  al  aceptar  la  mediación. — El 
gobierno  de  Chile  la  acepta  oficialmente  i  nombra  sus  re- 
presentantes.— Los  plenipotenciarios  de  los  aliados  se  resis- 
ten a  llegar  a  Arica. — ^Abrense  al  fin  las  conferencias  en 
Arica. — ^Los  representantes  de  Chile  presentan  sus  propo- 
siciones.— Discusión  a  que  ellas  dieron  lugar. — Ruptura  de 
las  negociaciones. — ^Actitud  de  la  prensa  de  Lima  durante 
las  negociaciones. — El  gobierno  i  la  prensa  del  Perú  apelan 
a  la  América  exijiendo  su  ayuda  contra  Chile. — Repetidos 
manifiestos  de  las  cancillerías  peruana  i  boliviana  para  ob- 
tener nuevas  alianzas 369 

CAPITULO  VII 

MARCHA  DE  LA  ESPEDICION  CHILENA  SOBRE  LIMA,  NOVIEM- 
BRE I  DICIEMBRE  DE  1880. 

El  ejército  chileno  se  aumenta  con  nuevos  cuerpos  de  tropas. 
— Organización  dada  al  ejército  de  operaciones. — Aumén- 
tase la  escuadra  con  nuevos  trasportes. — ^Actividad  de  los 
aprestos  de  la  espedicion  en  Arica. — Partida  de  la  primera 
división  del  ejército  chileno. — Su  desembarco  en  Paracas. 
— ^A  pesar  de  las  amenazas  del  jefe  peruano  de  Pisco,  los 
chilenos  se  apoderan  de  esta  ciudad  sin  disparar  un  tiro. — 
Ocupación  de  lea  i  su  valle. — Ocupación  de  Chincha  i  de 
Tambo  de  Mora. — En  Lima  se  anuncia  el  desembarco  de 
los  chilenos  en  Pisco  como  una  victoria  del  Perú. — Arro- 
gantes amenazas  de  la  prensa  peruana. — Zarpa  de  Arica 


632  GUERRA  DEL  PACÍFICO 


PÁJS. 

el  resto  del  ejército  chileno.— Toca  en  Pisco  i  va  a  desem- 
barcar en  Curayaco.— Una  división  chilena  avanza  hasta 
Lurin,  i  ocupa  un  campamento  apropiado  para  operar  la 
reunión  de  todo  el  ejército. — El  ejército  peruano,  fortifica- 
do en  los  alrededores  de  Lima,  no  opone  ningún  embarazo 
a  estos  movimientos. — Marcha  atrevida  i  feliz  del  coman- 
dante Lynch  al  través  del  territorio  enemigo. — Reconcen- 
tración de  todo  el  ejército  chileno. — Poder  i  enerjía  des- 
plegados por  Chile  en  estas  circunstancias. — El  ejército 
peruano  de  Arequipa 393 


CAPITULO  VIII 

LOS  APRESTOS  DE  RESISTENCIA  EN  LIMA  I  EL  CALLAO,  NO- 
VIEMBRE I  DICIEMBRE  DE  1880. 

Infructuosas  dilijencias  del  gobierno  peruano  para  aumentar 
su  escuadra. — Un  inventor  norte-americano  propone  al 
Perú  la  construcción  de  buques  aéreos. — El  dictador  Pié- 
rola  mantiene  encerrados  en  el  Callao  los  buques  que  que- 
daban al  Perú,  permitiendo  así  a  los  trasportes  chilenos  re- 
correr el  mar  sin  el  menor  peligro. — Cañoneo  del  3  de  no- 
viembre.—Nuevo  combate  de  las  lanchas  cañoneras  en  el 
Callao  (6  de  diciembre). — Bombardeo  de  la  plaza  los  dias 
9,  10  i  II  de  diciembre:  se  rompe  el  cañón  del  Angdmos. — 
El  gobierno  del  Perú  se  atribuye  la  victoria  en  cada  uno  de 
estos  combates. — Organización  del  ejército  de  Lima. — ^El 
ejército  de  reserva  queda  reducido  a  la  mitad  de  su  núme- 
ro por  las  licencias  acordadas  por  el  gobierno. — ^Plan  de- 
fensivo de  Piérola. — Fabricación  de  cañones,  de  minas  i 
de  bombas  automáticas. — Construcción  de  fortalezas  en  los 
contornos  de  Lima. — Suntuosa  inauguración  de  la  cinda- 
dela Piérola. — Bendición  de  la  espada  de  Piérola. — Procla- 
ma singular  del  dictador  del  Perú. — El  nuevo  bombardeo 
del  Callao  viene  a  turbar  la  fiesta. — Llega  a  Lima  la  noticia 
del  desembarco  de  los  chilenos  en  Curayaco. — Piérola  asu- 
me el  mando  del  ejército  peruano  i  dicta  numerosas  provi- 
dencias militares. — Descripción  de  las  líneas  de  fortifica- 
ciones peruanas  de  Chorrillos  i  Miraflores. — Confianza  que 
estas  fortificaciones  inspiran  al  gobierno  del  Perú. — Per- 


ÍNDIOB  533 


PÁJS. 

turbación  producida  en  Lima  por  el  estado  de  guerra. — La 
prensa  se  desencadena  contra  los  ricos  acusándolos  de  la- 
drones.— Da  consejos  militares  para  derrotar  infaliblemen- 
te a  los  chilenos 415 


CAPITULO  ÍX 

SAN  JUAN  I  CHORRILLOS,  1 3  DE  ENERO  DE  1881. 

Desembarco  del  parque  i  bagajes  del  ejército  chileno. — El 
jeneral  Baquedano  hace  reconocer  las  posiciones  enemigas. 
— Combate  de  Pachacamac:  un  rejimiento  peruano  es  cor- 
tado i  dispersado. — L^na  pequeña  división  chilena  reconoce 
con  toda  felicidad  las  fortificaciones  situadas  al  oriente  de 
Lima. — ^El  jeneral  chileno  resuelve  el  ataque  de  las  posi- 
ciones enemigas. — Estado  de  la  opinión  en  el  campamento 
peruano. — Se  celebran  como  victorias  de  sus  armas  todos 
los  reconocimientos  que  practicaban  los  chilenos. — En  Li- 
ma i  en  el  campamento  peruano  se  anuncia  que  el  ejército 
chileno,  acobardado  i  desmoralizado,  se  retiraba  para  re- 
embarcarse.— Proclama  del  jeneral  Baquedano  para  anun- 
ciar a  su  ejército  el  próximo  ataque  de  las  posiciones  ene- 
migas.— Marcha  del  ejército  chileno. — Plan  de  asalto  de 
las  fortificaciones  peruanas  denominadas  de  San  Juan. — 
Reñida  batalla  en  aquellas  posiciones. — ^Victoria  completa 
de  los  chilenos. — Ataque  de  morro  Solar  i  de  Chorrillos. — 
Derrota  i  destrucción  de  las  divisiones  peruanas  que  de- 
fendian  estas  posiciones. — Desorden  i  perturbación  que  es- 
tas derrotas  producen  en  la  segunda  línea  de  fortificacio- 
nes peruanas. — Consecuencias  inmediatas  de  aquellas  ba- 
tallas     443 


CAPITULO  X 

BATALLA  DE  MIRAFLORES:  OCUPACIÓN  DE  LIMA,  DEL  I4  AL  17 
DE  ENERO  DE  1881. 

Situación  de  Lima  el  dia  de  las  batallas  de  San  Juan  i  de  Cho- 
rrillos.— ^Espectativas  de  paz  en  la  población. — Los  bole- 


534  GUERRA    DEL    PACÍFICO 


PÁJS. 

tines  de  la  dictadura  tratan  de  engañar  a  los  habitantes  de 
Lima  sobre  el  resultado  de  las  batallas. — El  jeneral  Baque- 
dano  envia  a  Piérola  un  parlamentario  que  no  es  recibido. 
— El  estado  mayor  chileno  se  dispone  para  empeñar  una 
nueva  batalla. — Negociaciones  amistosas  del  cuerpo  diplo- 
mático de  Lima. — El  jeneral  Baquedano  concede  un  ar- 
misticio que  debia  durar  todo  el  dia  (15  de  enero),  para 
que  el  enemigo  resolviese  sobre  sus  proposiciones. — Pér- 
fido plan  de  Piérola. — Empeña  la  batalla  violando  el  armis- 
ticio.— Perturbación  producida  por  este  ataque  en  el  ejér- 
cito chileno. — La  división  del  coronel  Lagos,  apoyada  por 
los  cañones  de  la  escuadra,  resiste  firmemente  al  ejército 
peruano. — Acuden  otras  divisiones  chilenas  i  obtienen  la 
victoria  decisiva  de  Miraflores. — Confusión  i  desorden  en 
Lima. — Fuga  de  Piérola. — El  alcalde  municipal  de  Lima 
estipula  la  entrega  incondicional  de  la  ciudad. — El  popu- 
lacho se  entrega  al  saqueo  en  la  noche  del  16  de  enero,  e 
incendia  algunos  barrios  de  la  capital. — Se  repiten  los  mis- 
mos crímenes  en  el  Callao. — El  populacho  incendia  los  bu- 
ques peruanos. — Una  división  chilena  ocupa  a  Lima  i 
restablece  la  tranquilidad. — Otra  división  ocupa  la  ciudad 
del  Callao. — Vuelven  a  Lima  muchas  de  las  familias  que 
habian  abandonado  la  ciudad. — Dispersión  definitiva  i 
completa  del  ejército  peruano. — El  orden  queda  afianzado 
en  Lima  i  en  el  Callao. — Resultado  jeneral  de  la  campaña 
sobre  Lima 469 


CAPITULO  XI 

CONCLUSIÓN. 

Providencias  gubernativas  dictadas  por  Piérola  en  Canta. — 
Continúa  su  fuga  al  otro  lado  de  los  Andes. — Su  entrada 
solemne  a  Jauja. — El  pueblo  de  Concepción  lo  proclama 
jeneral. — Estado  social  i  aislamiento  de  los  pueblos  del  in- 
terior del  Perú. — El  almirante  Montero  en  los  departa- 
mentos del  norte. — Se  ve  obligado  a  fugar  de  Trujillo. — 
Piérola  propone  iniciar  negociaciones  de  paz  con  Chile. — 
Los  representantes  de  Chile  en  Lima  se  niegan  a  tratar  con 
él. — Creación  de  un  gobierno  provisorio  en  Lima. — Piérola 
se  niega  a  reconocerlo. — Convoca  por  su  parte  un  congre- 


ÍNDICE  535 


PAJS. 

so. — Instalación  del  gobierno  provisorio. — ^El  ejército  de 
Arequipa  desconoce  este  gobierno. — ^El  prefecto  de  este  de- 
partamento declara  traidores  a  la  patria  al  gobierno  de  Li- 
ma i  a  los  que  reconozcan  sus  autoridades. — ^Anarquía  i 
desorden  en  el  Perú. — ^Piérola  tiene  que  abandonar  a  Jau- 
ja huyendo  de  una  división  chilena. — ^Bolivia. — ^Actitud  de 
Chile. — Conclusión 503 


^<4» 


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