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Full text of "Obras completas de Diego Barros Arana .."

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Iel^dStanfordJ» 

UNIVERSITV 


OBRAS  COMPLETAS 


I)K 


DIEGO  BARROS  ARANA 


OBRAS  COMPLETAS 


DIEGO  BARROS  ARANA 


OBRAS  COMPLETAS 


DK 


DMO  BARBOS  ÁBÁM 


TOMO  I 

HISTORIA  DE  AMÉRICA 


PARTES  I  I  II 

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SANTIAGO  DE  CHILE 

XM3P3Rl3BlSrrtit    C3E3EtVAlíT3BS 

BANDEHA,    50 

10OS 

J^o 

1849aí) 


D.    DIEGO    BARROS   ARANA 

(1830- 1907) 


liNTRODUCnON  A  LA  EDICIÓN  DE  ISC.o. 


I)e  algunos  anos  a  esta  parte  se  ha  desarrollado  en  el 
mundo  literario  un  gusto  particular  por  el  estudio  de  la 
historia  americana.  líscritores  distinguidos,  prolijos  inves- 
tigadores se  han  ocupado  en  estudiar  concienzudamente  di- 
A'ersos  pi>ríodos  de  la  historia  del  nuevo  mundo  i  han  dado 
a  luz  algunas  ol)ras  llenas  de  ciencia,  verdaderos  monu- 
mentos del  arte,  (¡ue  han  llamado  la  atención  de  los  hom- 
bres ilustrados  de  todos  lo."«  i)aises. 

Hasta  ahora,  los  historiadores  han  trazado  sólo  cua- 
dros preciosos,  pero  limitados  a  ciertos  períodos  i  a  deter- 
minados pueblos.  Como  es  fácil  comprender,  se  han  busca- 
do con  preferencia  los  sucesos  mas  interesantes  o  dramáti- 
cos para  formar  obras  de  lectura  agradable  a  la  vez  que 
instructiva.  A  este  jcnero  de  trabajos  pertenecen,  entre 
otros,  los  de  Prescott,  Irving,  Bancroft,  Alaman,  Restrepo, 
Barait,  Amunátegui,  Mitre,  Varnhagen,  etc. 

Ilai  otra  especie  di  estudios  de  menos  agrado  tal  vez, 
pero  no  de  menor  importancia.  Forman  ésta  las  diserta- 
ciones de  erudición  histórica,  contraidas  a  discutir  i  escla- 
recer diversas  cuestiones  poco  conocidas  o  mal  estudiadas. 
Fil  barón  de  Humboldt  puede  ser  considerado  el  primero 
entre  los  trabajadores  de  este  jcnero.  A  su  lado,  aunque  en 
un  rango  inferior,  deben  colocárselos  coleccionistas  i  edito- 


2  HISTORIA  DB   AMÉRICA 


res  de  documentos  que,  como  Navarrete,  Temaux  Com- 
pans,  Kingsborough  i  otros,  han  contribuido  a  ilustrar  la 
historia  americana. 

Pero  las  principales  fuentes  históricas  son  todavía  los 
historiadores  primitivos,  testigos  i  actores  muchas  veces 
de  los  sucesos  que  narran,  o  instruidos  de  ellos  por  la  tra- 
dición reciente,  cuando  el  tiempo  no  los  habia  adulterado. 
El  lector  encuentra  en  ellos  ese  colorido  especial  de  la  épo- 
ca, esa  animación  casi  inimitable  i  ese  interés  que  forman  el 
principal  atractivo  de  la  historia. 

Desgraciadamente,  no  existe  todavía  una  historia  jene- 
ral  i  uniforme  de  todos  los  pueblos  americanos.  Falta  una 
obra  que  abreviar  para  componer  un  compendio.  La  obra 
de  Robertson,  la  mejor  sin  duda  en  su  jénero,  está  limitada 
sólo  al  descubrimiento  i  conquista  de  algunos  paises.  Para 
escribir  un  testo  destinado  a  la  enseñanza  de  la  historia 
americana,  es  necesario  que  el  autor  consulte  i  estudie  gran 
variedad  de  obras,  i  que  en  muchas  ocasiones  haga  por  sí 
mismo  la  investigación  que  cumple  hacer  a  los  trabajado- 
res de  primera  mano.  ^ 

Esta  es  la  principal  dificultad  que  tiene  que  vencer  el  que 
trabaja  un  compendio  para  la  enseñanza.  Estractar  hechos 
i  noticias  de  varios  libros,  sin  haberlos  sometido  a  un  exa- 
men rigoroso,  es  esponerse  al  peligro  seguro  e  inevitable  de 
copiar  errores  de  toda  especie.  Se  puede  asegurar  que  no 
hai  materia  alguna  sobre  la  cual  se  hayan  escrito  mayores 
desaciertos  que  sobre  la  historia  americana.  Es  por  lo  tan- 
to indispensable  que  el  autor  de  un  testo  de  enseñanza  co- 
mience por  apartar  a  un  lado  esos  libros  superficiales  e  in- 
exactos en  que  con  el  título  de  historias  jenerales,  o  de  algu- 
nos paises  americanos,  se  han  agrupado  errores  enormes  e 
injustificables. 

Me  ha  sido  forzoso  apartarme  de  este  mal  camino,  i  con- 
traerme  a  hacer  un  estudio'prolijo  de  los  sucesos  que  queria 
referir  en  este  compendio.  He  consultado  los  mejores  his- 
toriadores, i  particularmente  los  primitivos,  he  examinado 
los  documentos  que  he  tenido  a  la  mano,  i  he  escrito  todo 


INTRODUCCIÓN  3 


lo  que  parecía  verdad  prubada.  Esto  no  quiere  decir  que 
esté  persuadido  de  que  mi  libro  está  exento  de  errores. 
Lejos  de  eso,  creo  que  es  imposible  que  no  se  hayan  esca- 
pado algunos,  ya  por  causa  de  la  oscuridad  i  confusión  de 
ciertos  puntos  de  la  historia  del  nuevo  mundo,  ya  por  la 
precipitación  con  que,  en  medio  de  variados  afanes,  he 
redactado  este  compendio.  Esos  errores,  sin  embargo,  no  se- 
rán de  grande  importancia,  i  podrán  correjirse  en  una  edi- 
ción subsiguiente,  si  mi  libro  alcanza  a  obtener  los  honores 
de  la  reimpresión. 

Réstame  sólo  advertir  el  objeto  que  me  he  propuesto  al 
componer  esta  obra. 

El  estudio  de  la  historia  americana  no  ha  adquirido  en 
nuestros  colejios  la  importancia  que  parece  reclamar.  AI 
paso  que  se  ha  dado  gran  desarrollo  a  la  enseñanza  de  los 
otros  ramos  de  historia,  la  de  América  ha  quedado  reduci- 
da a  nociones  mui  elementales. 

Este  libro  tiene  por  objeto  remediar  este  mal.  Aunque  su 
redacción  se  resiente  de  la  precipitación  con  que  ha  sido  es- 
crito, contiene  las  noticias  que  conviene  comunicar  al  estu- 
diante, junto  con  la  indicación  de  los  libros  que  pueden  con- 
sultarse para  ensancharlas.  He  tratado  de  esponer  esas 
nociones  con  toda  sencillez  i  bajo  un  plan  claro  i  metódico. 
No  sé  si  habré  conseguido  mi  propósito. 


DiE<;o  Barros  Arana. 


bibliografía 


Estando  destinado  este  libro  a  servir  de  auxiliar  a  los 
profesores  encargados  de  la  enseñanza  de  la  historia  de 
América  i  de  Chile  en  nuestros  colejios,  nos  ha  parecido 
conveniente  agregar  aquí  una  reducida  lista  de  obras  his- 
tóricas en  que  pueden  hallar  mas  estensas  noticias,  ya  que 
no  era  posible  dar  mayor  desenvolvimiento  a  nuestro  com- 
pendio. En  esta  lista,  que  hemos  reducido  a  un  centenar  de 
artículos,  no  se  debe  buscar  nada  que  se  parezca  a  una  bi- 
bliografía medianamente  completa  de  la  historia  america- 
na, desde  que  ha  llegado  éstíi  asertanestraordinariamente 
rica,  que  para  darla  a  conocer  regularmente  habria  sido  ne- 
cesario llenar  algunos  volúmenes. 

A HRKi;  K  Lima  (José  Ignacio).    Compendio  dn   historia   do 
Brasil,  2  v.,  Rio  de  Janeiro,  184»3. 

Resumen  ordenado  i  claro  de  la  historia  brasilera  hasta 
el  año  184?!,  acompañada  de  algunos  documentos.  Aun- 
que la  literatura  histórica  del  Brasil  posee  numerosas  mo- 
nografías, algunas  de  ellas  de  un  mérito  sobresaliente,  i 


i  Esta  reseña  bibliográfi:a  fue  preparada  en  1894?  para  una 
reimpresión  de  la  segunda  mitad  del  tomo  segundo  de  la  Historia 
de  América.  Así  se  esplica  que  llevando  éste  la  fecha  de  1865,  épo- 
ca de  la  publicación  de  esta  obra,  anote  en  su  bibliografía  libros 
que  han  sido  impresos  mucho  después. 


HISTORIA   nn   AMÉRICA 


varios  compendios  de  historia  jeneral  (Macedo,  Saade  Me- 
neses,  Americo  Brasilense,  etc.,  etc.),  en  esta  reseña  biblio- 
gráfíca  nos  vemos  obligados  ano  anotar  mas  que  algunas 
de  esas  obras. 

Agosta  (Joaquín).  Compendio  histórico  riel  descubrimien- 
to i  colonización  de  la  Nueva  Granada  en  el  siglo  dé- 
simo  sesto,  1  v.,  París,  1856. 

Libro  que  deja  ver  un  buen  estudio  del  asunto,  i  que  está 
bien  ordenado  i  escrito. 

Agosta  (P.  José  de).  Historia  natural  i  moral  de  las  Indias, 
1  V.,  Sevilla,  1590. 

Este  libro,  varias  veces  reimpreso,  traducido  a  diversos 
idiomas,  i  mascpnocido  por  la  sesta  edición  castellana  he- 
cha en  Madrid  en  1792  en  2  vols.,  no  es  una  historia  narra- 
tiva, pero  contiene  sobre  la  naturaleza  del  nuevo  mundo  i 
sobre  el  estado  social  de  estos  paises  a  la  época  de  la  con- 
quista, noticias  muí  interesantes  i  que  revelan  un  notable 
espíritu  de  observación. 

Albman  (Lúeas).  Historia  de  Méjico  desde  los  primeros 
movimientos  que  prepararon  su  independencia  en 
1808  hasta  la  época  presente,  5  v.,  Méjico,  1849- 
1853. 

Obra  de  grande  investigación,  metódica  i  ordenada,  i  ca- 
pital para  el  estudio  de  la  revolución  de  la  independencia 
de  Méjico. 

Amunátegui  (Miguel  Luis).  La  Dictadura  de  O'Higgins,  1 
V.,  Santiago,  1853.  , 

Libro  reimpreso  en  otras  dos  ediciones. 

—      La  Reconquista  española  {18l4í'18l7),   1  v.,  San- 
tiago, 1852. 

Libro  reimpreso  en  la  colección  de  memorias  históricas 
presentadas  a  la  universidad  de  Chile,  que  lleva  el  títu- 
lo de  Historia  jeneral,  etc.  Véase  mas  adelante  el  artículo 
de  este  nombre. 


BIBLIOGRAFÍA 


—  Descubrimiento  i  conquista  de  Chile,  1  v.,  Santiago, 
1862. 

Existe  ademas  una  reimpresión  de  este  libro  notable,  he- 
cha en  Leipzig. 

—  Los  precursores  de  la  independencia  de  Chile,  3  v., 
Santiago,  18(>1-18Ü9. 

—  La  crónica  de  1810^  2  v.,  Santiago,  1875. 

An(;eus  (Pedro  de).  Colección  de  obras  i  documentos  tela- 
ti  vos  a  la  historia  antigua  i  moderna  de  las  provin- 
cias del  Rio  de  Ja  Plata,  6  v.,  Buenos  Aires,  1836- 
1837. 

Valiosa  compilación  de  memorias,  relaciones  i  documen- 
tos sobre  la  historia  i  la  jeografía  de  esas  provincias,  del 
Paraguai  i  del  Uruguai. 

Armitage  (John).  The  history  o/'J5ra2/7(  1808-1831),  2  v., 
London,  1837. 

Este  libro,  publicado  con  la  apariencia  de  continuación 
de  la  historia  inglesa  del  Brasil  de  Southey  (obra  impor- 
tante pero  sobrepujada  por  los  trabajos  mas  modernos) 
refiere  con  claridad, 'buen  método  i  regular  exactitud,  la 
historia  de  la  revolución  de  la  independencia  de  ese  país 
desde  el  establecimiento  en  él  de  los  soberanos  de  Portu- 
gal en  1808  hasta  la  abdicación  de  su  primer  emperador 
en  1831.  Mas  que  la  obra  de  un  escritor  insoles,  de  quien 
no  se  tienen  noticias  biográficas,  parece  ser  la  de  algún  pu« 
blicista  liberal  brasilero  que  ha  ocultado  su  nombre,  oque 
ha  suministrado  las  noticias.  Existe  de  esta  obra  una  tra- 
ducción portuguesa  publicada  sin  nombre  de  traductor  en 
Rio  de  Janeiro  en  1837.  Aunque  existe  también  una  esten- 
sa Historia  de  la  fundación  del  imperio  brasilero  por  Pe- 
reira  de  Silva,  la  ({ue  lleva  el  nombre,  talvez  supuesto,  de 
Armitage,  conserva  su  valor  i  merece  consultarse. 

AsENCio  (José  María).  Cristóbal  Colon,  su  vida,  sus  viajes, 
sus  descubrimientos,  2  v.,  Barcelona,  sin  año  de  im- 
presión. 


HISTORIA   DE   AllÉEICA 


Biografía  estensa,  bien  estudiada  i  la  mejor  que  existe 
de  oríjen  español,  impresa  con  lujo,  probablemente  en 
1889  o  1890. 

Ayon  (Tomas).  Historia  de  Nicaragua  desde  los  tiempos 
mas  remotos  hasta  1852 ,  3  v.,  Granada  (Nicara- 
gua), 1882. 

Obra  regularmente  dispuesta  i  estudiada,  i  acompaña- 
da de  algunos  documentos  importantes.  Alcanza  sólo  has- 
ta la  declaración  de  la  independencia., 

Bancroft  (George).  History  oftbe  United  States,  from  the 
discovery  ofthe  amcrícan  continent  to  the  present 
time,  12  V.,  Boston,  1834-1874. 

Obra  capital,  por  la  prolijidad  de  la  investigación  i  por 
el  arte  de  la  composición,  muchas  veces  reimpresa  i  trg,du- 
cida  al  francés.  No  alcanza  mas  que  hasta  el  ñn  de  la  gue- 
rra de  la  independencia. 

Baralt  (Rafael  María).  Resumen  de  la  historia  de  Vene- 
zuela,  3  v.,  París,  1841. 

El  mejor  libro  que  existe  sobre  historia  jeneral  de  ese 
pais.  Hai  ademas  una  segunda  edición  hecha  en  Curazao. 

• 
Barros  Arana  (Diego).  Historia  jeneral  de  Chile,  16   v., 
Santiago,  1884-1902. 

—  Vida  i  viajes  de  Hernando  de  Magallanes,  1  v.,  San- 
tiago, 1864. 

—  Proceso  de  Pedro  de  Valdivia  i  otros  documentos 
inéditos  concernientes  a  este  conquistador,  1  v., 
Santiago,  1873. 

—  Un  decenio  de  la  historia  de  Chile  (1841-1851),  2 
V.,  Santiago,  1905  i  1906. 

Benedetti  (Carlos).  Historia  de  Colombia,  1  v.,  Lima, 
1887. 


lUniJOdRAKlA 


Compendio  de  9í)0  pajinas  de  la  historia  de  las  tres  re- 
públicas colombianas,  Nueva  Granada,  Venezuela  i  Ecua- 
dor, que  alcanza  casi  hasta  la  época  de  la  publicación  del 
libro.  Aunque  desproporcionado  i  desigual  entre  sus  diver- 
sas partes,  tiene  algunas  de  ellas  útiles. 

Bkrra  (F.  a.)  Bosquejo  histórico  de  ¡a  República  orieatal 
del  Uruffiíai,  1  v.,  Montevideo,  1881. 

BuLNES  (Gonzalo).  Historia  de  la  espcdicion  libertadora 
del  Perú,  2  v.,  Santiago,  (1887-1888). 

Bi^STAMANTE  (Cárlos  María).  Cuadro  histórico  de  la  revo- 
lución de  la  América  mejicana,  2  v.,  Méjico,  1823. 

Esta  obra  fué  escrita  en  forma  de  cartas»  i  sin  un  verda- 
dero plan  histórico.  Un  literato  español  de  cierto  mérito, 
don  Pablo  de  Mendivil,  la  arregló  en  un  volumen  publica- 
do en  Londres  en  1828  con  el  título  de  **Resúmen  histórico 
de  la  revolución  de  los  estados  unidos  mejicanos.**  El  mis- 
mo Bustamante,  autor  de  muchas  obras  concernientes  a 
la  historia  de  Méjico,  estendió  i  completó  su  **Cuadro  his- 
tórico** en  una  segunda  edición  en  O  tomos  hecha  en  la  ciu- 
dad de  ese  nombre  en  1843-1847. 

Casas  (Frai  Bartolomé  de  las).  Historia  de  las  Indias,  5 
V.,  Madrid,  1873  i  1876. 

Crónica  mui  prolija  pero  poco  ordenada,  de  los  prime- 
ros tiempos  del  descubrimiento  i  conquista  del  Nuevo 
Mundo,  escrita  por  un  testigo  de  aquellos  sucesos,  conser 
vada  inédita  mas  de  tres  siglos,  aunque  utilizada  por  va- 
rios historiadores,  i  dada  a  luz  sólo  en  nuestros  dias. 

Chiiai-I-OS  (Pedro  Fermín).  Resumen  de  la  historia  del  Ecua- 
dor desde  su  oríjen  hasta  1845,  G  v.,   Guayaquil, 

188G-1887. 

Esta  obra,  publicada  algunos  años  ¿íntes  en  Lima,  es, 
como  lo  dice  su  título,  una  historia  de  la  presidencia  de 
Quito,  i  de  la  república  del  E'^uador  que  allí  se  formó. 
Aunque  regularmente  escrita,  no  se  recomienda  ni  por  su 
plan  ni  por  la  investigación  histórica,  lo  que  hace  que  sea 


10  HISTORIA    DB  AMÉRICA 


mucho  menos  noticiosa  i  útil  de  lo  que  debiera  esperarse - 
Véase  mas  adelante  González  Snárez. 

Charlevoix  (P.  Fran^ois  X.)  Historia  de  Pisle  Espagnoler 
ou  de  S.  Domingae,  2  v.,  París,  1730-1731. 

—  Histoire  du  Paraguay,  3  y.,  Paris,  1756. 

—  Histoire  et  description  de  la  Nouvelle  France,  3  v.^ 
Paris,  1744. 

De  todas  estas  obras  del  P.  Charlevoix  existen  una  se- 
gunda edición,  i  traducciones  a  otros  idiomas,  pero  no  al 
castellano. 

Clavijero  (Francisco  J.)  Historia  antigua  de  Méjico,  sa- 
cada de  los  mejores  historiadores  españoles  i  de  los 
manuscritos  i  pinturas  antiguas  de  los  indios,  2  y., 
Londres,  1826. 

Esta  obra  fué  escrita  en  italiano  i  publicada  en  Cesena 
en  1780-1781;  i  ha  sido  traducida  a  varios  idiomas.  La 
traducción  castellana  fué  hecha  por  el  célebre  literato  don 
José  Joaquín  de  Mora.  Hai  de  ella  otra  edición  de  Méjico, 
1844.  El  crédito  de  esta  obra  ha  decaído  mucho  en  nues- 
tro tiempo,  a  causa  de  los  grandes  progresos  de  los  estu- 
dios científicos  e  históricos. 

Colección  de  historiadores  de  Chile  i  documentos  relativos 
a  la  historia  nacional,  11  y.,  Santiago,  1863-1878. 

Vasta  compilación  de  crónicas  i  relaciones  sobre  la  his* 
toria  de  la  conquista  i  colonización  de  Chile.  Aunque  al- 
gunas de  ellas  son  de  escaso  valor,  hai  otras  de  grande 
importancia  i  todas  son  útiles  para  el  cabal  conocimiento 
de  aquellos  tiempos. 

Cortes  (Hernán).  Cartas  i  relaciones  al  emperador  Carlos 
V,  colejidas  e  ilustradas  por  P.  de  Gayangos,  1  v., 
Paris,  1866. 

Las  cartas  de  Hernán  Cortes  forman  una  historia  de  la 
conquista  de  Méjico.  En  este  sentido  han  sido  colecciona* 


bibliografía  ]  1 


das  en  varias  ocasiones,  i  reimpresas  entre  "los  historia- 
dores primitivos  de  Indias'*  de  la  Biblioteca  de  autores 
españoles  de  Rivadeneira.  La  edición  mas  completa  i  es- 
merada de  ellas  es  la  que  señalamos  aquí,  dispuesta  por 
don  Pascual  de  Gayangos. 

Cortes  (José  Manuel).  Ensayo  sobre  la  historia  de Bolivia^ 
1  V.,  Sucre,  1861. 

Bosquejo  histórico  de  cierto  valor  literario,  que  comien- 
za con  la  revolución  de  la  independencia,  i  termina  con  los 
sucesos  próximamente  inmediatos  a  la  publicación  del 
libro. 

Cronau  (Rodolfo).  América,  Historia  de  su  descubrimiento 
desde  los  tiempos  primitivos  basta  Jos  mas  modcr- 
nosy  3  V.,  Barcelona,  1892. 

Obra  alemana,  traducida  al  castellano  para  conmemo- 
rar al  cuarto  centenario  del  descubrimiento  de  América, 
impresa  con  esmero  i  con  muchas  láminas  útiles.  Sin  ser 
precisamente  una  obra  de  alta  ciencia  histórica,  contiene 
i  populariza  muchos  de  los  resultados  de  la  investigación 
moderna  sobre  la  antigua  civilización  americana,  i  sobre 
algunos  puntos  del  descubrimiento  i  conquista. 

Díaz  DEL  Castillo  (Bernal).  Historia  verdadera  de  la  con- 
quista de  Nueva  España,  1  v.,  Madrid,  1632. 

LiJ^ro  admirable,  escrito  por  un  capitán  de  la  conquista, 
traducido  a  diversos  idiomas,  i  varias  veces  reimpreso  en 
castellano.  Está  incluido  en  el  tomo  26  de  la  Biblioteca 
de  autores  españoles  de  Rivadeneira,  entre  **los  historia- 
dores primitivos  de  Indias." 

Domínguez  (Luis  L.)  Historia  arjentina  (1492-1820),  1  v., 
Buenos  Aires,  1820. 

De  este  compendio  se  han  hecho  a  lo  menos  otras  tres 
ediciones;  pero  en  ellas  se  ha  dado  mayor  desarrollo  a  la 
historia  del  descubri mentó,  conquista  i  colonización,  al 
paso  que  se  ha  suprimido  toda  la  parte  relativa  a  la  revo- 
lución de  la  independencia  de  las  provincias  arjentinas,  de 
manera  que  en  estas  últimas  el  volumen  termina  con  los 
sucesos  de  1807. 


12  HISTORIA   DB  AMÉRICA 


Ercilla  (Alonso).  La  Araucana, 

Este  célebre  poema,  tantas  veces  reimpreso  como  la  me- 
jor obra  en  sa  jénero  de  la  literatura  española,  es  la  histo- 
ria poética  del  descubrimiento  i  conquista  de  Chile,  conta- 
da por  uno  de  loi  capitanes  que  tomaron  parte  en  ella. 
Separando  lo  que  en  este  poema  es  puramente  obra  de  la 
imajinacion,  se  hallan  allí  abundantes  noticias  de  carác- 
ter histórico. 

Errázuriz  (Crescente).  Los  oríjenes  de  la  Iglesia   chilena 
(1540-1603),  1  V.,  Santiago,  1873. 

—      Seis  años  de  la  historia  de  Chile  (1598-1605),  2  v., 
Santiago,  1881-1882. 

Estas  dos  obra?  recomendables  por  la  seriedad  de  hi  in- 
vestigación, son  de  grande  utilidad.  La  primera  es  la  his- 
toria eclesiástica  de  Chile  del  tiempo  de  la  conquista  i  de 
los  primeros  años  de  la  colonia.  La  segunda  es  la  historia 
de  la  gran  sublevación  de  los  indíjenas  que  dio  por  resul- 
tado la  desastrosa  despoblación  de  las  ciudades  fundadas 
en  el  territorio  araucano. 

García  Camba  (Andrés).  Memorias  para  la  historia  de  las 
armas  españolas  en  el  Perú,  2  v.,  Madrid,  1846. 

Este  libro,  escrito  por  un  distinguido  jefe  español  que 
tomó  parte  en  aquellas  guerras,  contiene  un  caudal  ina- 
gotable de  noticias  jeneral mente  exactas,  espuestas  con 
claridad,  i  con  menos  pasión  de  lo  que  debia  suponerse  en 
un  hombre  que  combatió  con  ardorosa  obstinación  por 
la  causa  del  rei,  i  que  ademas  estuvo  aBliado  en  uno  de 
los  bandos  que  dividieron  a  los  realistas. 

Garcilaso  de  la  Vega.  Primara  parte  de  los  comentarios 
reales  que  tratan  del  oríjen  de  los  incas,  reyes  que 
fueron  del  Perú,  etc.,  1  v.,  Lisboa,  1609. 

—      Historia  jeneral  del  Perú.  Trata  de!  descubrimiento 
de  él,  i  como  lo  ganaron  los  españoles,  etc.,  1  v.,  Cór- 
doba, 1617. 
Estas  dos  obras  que  se  completan  entre  sí,  han  sido  :uu- 


r.ir.T.ionnAi'íA  13 


chas  veces  reimpresas  i  traducidas  a  varios  idiomas.  El 
hecho  de  ser  su  autor,  por  su  madre,  descendiente  de  la  fa- 
milia de  los  incas  del  Pera,  les  daba  un  gran  prestijio,  i 
hacia  creer  que  todo  o  una  gran  parte  del  contenido  de 
esos  libros,  era  el  fruto  de  observación  propia.  La  crítica 
razonada  demuestra,  por  el  contrario,  que  la  mayor  par- 
te de  sus  noticias  ha  sido  tomada  de  otros  libros  impre- 
sos o  manuscritos 

NEAU  (F.  X.)  Histoirc  du  Cnnnda  depuis  sa  découverte 
jusqu^a  nos JotirSy  3  v.,  Quebec,  1845-1852. 

Esta  obra,  de  un  verdadero  valor  histórico,  ha  sido 
reimpresa  a  lo  menos  dos  veces  mas  con  pequeñas  modifi- 
caciones o  correcciones,  i  traducida  al  ingles. 

(Claudio).  Historia  física  i  política  de  Chile,  etc. 

La  parte  relativa  a  la  historia  política  de  esta  estensa  i 
conocida  obra,  forma  ocho  volúmenes,  i  se  estiende  desde 
el  descubrimiento  hasta  1831.  Los  acompañan  dos  tomos 
de  documentos,  muchos  de  ellos  del  mas  alto  interés. 

\RA  (Francisco  López  de).  Historia  jeneral  de  las  In- 
dias 1  V.,  Medina  del  Campo,  1553. 

Conquista  de  Méjico,  1  v.,  Madrid,  1553. 

Estas  dos  obras,  muchas  veces  reimpresas,  i  traducidas 
a  varios  idiomas,  son  interesantes  i  bajo  muchos  concep- 
tos, útiles;  pero  su  valor  real  es  inferior  a  su  reputación. 
Se  hallan  reproducidas  en  el  tomo  XXII  de  la  Biblioteca 
de  autores  españoles,  de  Rivadeneira,  entre  "los  histo- 
riadores primitivos  de  Indias.'' 

;oRA  Marmolejo  (Alonso).  Historia  de  Chile  desde  su 
descubrimiento  hasta  el  año  1575,  1  v.,  Madrid, 
1852. 

Esta  crónica  interesantísima  i  de  un  valor  inapreciable, 
escrita  por  uno  de  los  conquistadores,  fué  publicada  por 
primera  vez  por  don  Pascual  de  Gayangos  en  el  tomo  IV 
de  una  colección  de  documentos  titulada  Memorial  histó- 
rico español.  Se  halla  reproducida  en  la  Colección  de  bis- 
toríadojcs  de  Chile  citada  mas  atrás. 


14  HISTORIA    DB  AMÉRICA 


González  SuÁREZ  (Federico).  Historia  jeaeral  de  la  RepiS  - 
blica  del  Ecuador,  7  v.,  i  2  de  Altas  arqveolójicc^  ^ 
Quito,  1890-1894. 

Esta  obra,  que  abarca  hasta  el  año  1809,  está  fnndau— 
da  no  sólo  en  el  estudio  de  los  antii^uos  cronistas,  sino  d^s 
los  documentos  de  los  archivos,  i,  por  estos  motivos,  sasrm 
como  por  el  arte  literario,  es  inmensamente  superior  a  1^^ 
de  Ceballos,  que  hemos  anotado  antes. 

Herrera  (Antonio  de).  Historia  jeneral  de  los  hechos  cf^s 
los  castellanos  en  las  islas  i  Tierra  Firme  del  m&^m 
océano,  8  v.,  Madrid,  1601-1615. 

Esta  obra,  reimpresa  dos  veces  mas,  i  traducida  en  pai — - 
te  a  otros  idiomas,  es  un  monumento  de  laboriosidad, 
la  compilación  mas  rica  de  noticias  acerca  de¡  descubr 
miento  i  conquista  del  nuevo  mundo  hasta  el  año  d« 
1552;  i  aunque  en  muchos  puntos  ha  adelantado  sobr 
manera  la  investigación  moderna,  conserva  aquella  su  va^- — 
lor  por  su  conjunto,  i  constituye  un  arsena  del  informa  — 
ciones  abundantísimas  i  casi  siempre  seguras,  recojidas  ei^*" 
los  mejores  documentos  que  el  autor  reproduce  o  estracta^.^ 
Es  conocida  por  la  esmerada  reimpresión  hecha  en  Ma- — 
drid  en  1730,  acompañada  de  un  copiosísimo  índice  alfa^ 
hético  que  facilita  considerablemente  toda  consulta. 

HiLDRETH  (Richard).  The  history  of  the  United  States  oi 
America,  from  the  discovery  oí  the  continent  to  the 
organizátion  of  government  under  the  federal  cons- 
titution,  3  V.,  New  York,  1849. 

—  The  history  o f  the  United  States  of  America,  from 
the  adoption  ofthe  federal  constitution  to  the  end 
of  thesixteenthcongress,  3  v.,  New  York,  1851-1852. 

Estas  dos  obras  forman  una  interesante  i  amena  histo* 
ria  jeneral  de  Estados  Unidos. 

HisrroRiA  jeneral  de  la  República  de  Chile,  5  v.,  Santiago, 
1866-1882. 

Colección  de  memorias  históricas  reunidas  i  anotadas 
por  don  Benjamín    Vicuña  Mackenua.   Estas  memorias, 


bibltogtiafía  15 


contraidas  a  asuntos  determinados  o  a  períodos  aislados, 
se  complttan  entre  si.  Algunas  de  ellas  son  de  grande  inte- 
rés, i  poseen  un  mérito  duradero. 

UMBOLDT  (Alexandre  de).  Examen  critique  de  Phistoire 
de  la  géographie  du  nouveau  continent  et  des  pro- 
gres  de  r astronomie  nautiqne,  5  v.,  París,  1836- 
1839. 

Obra  de  grande  erudición  i  de  un  notable  poder  crítico; 
útilísima  para  estudiar  la  historia  del  descubrimiento  de 
América,  pero  poco  ordenada  en  su  plan,  falta  de  índices, 
i  por  tanto  de  difícil  consulta.  En  1892  se  publicó  en  Ma- 
drid, en  dos  volúmenes,  i  con  el  título  de  **Crist6bal  Co- 
lon i  el  descubrimiento  de  América"  la  traducción  caste- 
llana de  la  mayor  parte  de  esta  obra  de  Humboldt;  i  por 
la  distribución  que  allí  se  ha  hecho  de  la  materia  en  capí- 
tulos mas  cortos,  i  con  títulos  especiales,  esta  traducción 
facilita  la  consulta  de  las  muchas  materias  allí  tratadas. 

Irying  (Washington).  The  history  of  the  Ufe  and  voyages 
ofChristophe  Colomhus,  4  v.,  London,  1828. 

Hasta  ahora  la  mejor,  la  mas  completa  i  la  mas  intere- 
sante historia  de  Colon,  por  mas  que  en  muchos  puntos 
haya  adelantado  estraordinariamente  la  investigación. 
Existen  de  ella  numerosísimas  ediciones  i  traducciones  a 
casi  todos  los  idiomas  de  Europa.  En  Chile  se  han  hecho 
dos  ediciones  de  la  traducción  castellana.  El  mismo  autor 
preparó  un  compendio  de  esta  obra  para  el  uso  de  la  ju- 
ventud, del  cual  se  hizo  en  Chile  una  traducción  castella- 
na, publicada  en  1893. 

—  Voyages  and  discoveries  of  tbe  companions  of  Co- 
lonibus,  1  V.,  London,  1833. 

Complemento  de  la  obra  anterior,  igualmente  reimpresa 
muchas  veces  i  traducida  al  castellano  i  a  otros  idiomas. 

—        Life  oí  George  Washington,  5  v.,  New  York,  1855.a 

1859. 

Libro  de  mui  interesante  lectura,  pero  sin  novedad  par- 
ticular en  la  investigación,  que  ha  sido  muchas  veces  reim- 


16  inSTOKIA    1)H    AMKRICA 


preso,  i  traducido  a  varios  idiomas,  pero  no  al  castellaao, 
ni  al  francés. 

Larrazábal  (Felipe).   Vida  del  Uhertndor  Simón  Bolívnr,  2 
V.,  Nueva  York,  1865-1875. 

La  mejor  historia  de  Bolívar  publicada  hasta  ahora,  i 
destinada  a  servir  de  introducción  a  una  colección  de  do- 
cumentos  sobre  este  celebre  personaje.  Esta  compilación 
que  quedó  en  proyecto  por  muerte  del  autor  en  un  naufra- 
jio,  está  ampliamente  reemplazada  por  la  voluminosa  Co- 
lección de  documentos  para  la  vida  pública  del  libertador^ 
dada  a  luz  en  Caracas,  1875-1877,  en  catorce  tomos  en 
folio,  i  que  es  segunda  edición  mui  completada  de  otra 
compilación  de  un  título  análogo. 

LoRENTE  (Sebastian).  Historia  del  Perú,  1860-1876. 

Esta  obra  consta  de  seis  volúmenes  publicados  los  pri- 
meros en  Francia  i  los  otros  en  Lirfia,  todos  con  títulos 
diferentes  según  el  período  que  tratan;  pero  en  su  conjunto 
forman  una  historia  jeneral  del  Perú  desde  el  tiempo  de  los 
incas  hasta  1827,  preparada  sin  grande  investigación, 
pero  dispuesta  con  método  i  escrita  con  arte  i  talento. 

Lozano  (P.  Pedro).  Ilistorin  de  la  compañía  de  Jesús  en  la 
provincia  del  Paraguai,  2  v.,  Madrid,  1574-1755. 

Aunque  contraída  especialmente  a  la  historia  de  los  je- 
suítas en  esta  rejion  de  la  América,  esta  obra,  que  deja  ver 
que  es  tn  su  mayor  parte  una  compilación  formada  sobre 
trabajos  anteriores  que  han  quedado  inéditos,  contiene 
muchas  noticias  utilizables  para  la  historia  civil  de  las 
provincias  arjentinas  i  de  Chile  en  la  época  de  intentada 
conquista  pacífica  por  medio  del  sistema  de  misiones  pro- 
puesto por  el  padre  Luis  de  Valdivia.  Casi  es  innecesa:  io 
decir  que  el  padre  Lozano  defiende  ese  sistema  que  produ- 
jo los  mas  desastrosos  resultados,  i  que  su  obra  se  aparta 
mucho  de  la  verdad  histórica;  pero  contiene  noticias  i  do- 
cumentos utilizables. 

—      Historia  de  la  conquista  del  Paragaai,  Rio  de  la 
Plata  i  Tucumany  5  v.,  Buenos  Aires,  1874-1875. 
Crónica  mediocre  de  aquellos  sucesos,  que  por  mas  de  un 


BIBLIOGRAFÍA  17 


siglo  se  conservó  inédita,  si  bien  fué  conocida  i  esplotada 
por  varios  escritores. 

Malo  (Charles).  Histoire  de  Tile  de  Saint  Domiague  depuis 
sa  décou verte  jusqu'á  cejour,  1  v.,  Paris,  1819. 

Libro  abundante  de  noticias  ordenadamente  espuestas- 
Una  segunda  edición  hecha  en  1825  lleva  la  relación  histó- 
rica hasta  1824'. 

Makcre  (Alejandro).  Bosquejo  histórico  de  las  revolucio- 
nes de  Centro  América,  desde  1S21  haata  1834,  2 
V.,  Guatemala,  ISS*. 

Esta  obra  debía  constar  de  tres  volúmenes;  pero  sólo  se 
han  publicado  dos  que  llevan  la  historia  hasta  1828. 

AIedina  (José  Toribio).  Los  aboríjenes  de  Chile,  1  v.,  San- 
tiago, 1882. 

—      Historia   de  la  literatura  colonial  de  Chile,  3   v., 
Santiago,  1878-1879. 

MiLi-ER  (John).  Memorias  del  ¡enera  1  Miller,  2  v.,  Londres, 
1829. 

Traducción  castellana  hecha  por  el  célebre  jeneral  esi)a— 
ñol  Torrijos  de  esta  obra  escrita  i  pubHcada  en  ingles,  en 
cuyo  idioma  hai  dos  ediciones.  Bajo  la  forma  de  vida  del 
jeneral  don  Guillermo  Miller,  se  han  reunido  allí  interesan- 
tísimas noticias  sobre  la  revolución  hispano-americana,  i 
especialmente  sobre  la  del  Perú;  i  esas  noticias  dispuesta» 
con  orden  i  referidas  con  una  notable  sencillez,  forman  un 
libro  de  una  agradable  lectura,  i  siempre  instructivo. 

Mitre   (Bartolomé).   Historia  de  Belgrano,  3  v.,   Buenos 
Aires,  1876-1877. 

—       Historia  de  San  Martin,  4  v.,  Buenos  Aires,  1889- 
1890. 

Estas  dos  obras,  de  título  i  de  carácter  biográfico,  cons- 
tituyen, sin  embargo,  el  mejor  arsenal  de  noticias  acerca 
TOMO   I  2 


l'^  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


de  la  historia  de  la  revolución  de  la  independencia  de  la 
Repúhiica  Aijentina.  La  se^nda  de  ellas,  siguiendo  a  San 
Martin  a  Chile  i  al  Peiú.  trata  extensamente  de  la  revolu- 
ción de  estos  paises. 

Molina  'Juan  Ignacio).  Compendio  de  la  historia  jeográñ- 
ca,  natural  i  civil  del  reino  de  Chile,  2  v.,  Madrid, 
1788  a  1795. 

Esta  obra,  compuesta  de  dos  partes  diferentes,  1*  his- 
toria natural  i  2^  historia  civil,  publicadas  ambas  en  ita- 
liano, i  traducidas  al  castellano  i  a  otros  idiomas,  fué  muí 
notable  en  sií  tiempo;  i  aunque  los  nuevos  estudios  sobre 
todas  esas  cuestiones  la  hayan  hecho  mucho  menos  útil, 
se  lee  siempre  con  interés  i  con  agrado. 

Montero  Barrantes  (Francisco).  Elementos  de  historia  de 
Costa  Rica,  2  v.,  San  José  de  Costa  Rica,  1892. 

Compendio  escrito  para  la  enseñanza  de  la  historia  pa- 
tria en  ese  país.  Es  una  compilación  cronolójica  de  hechos, 
con  documentos  intercalaJos  en  el  texto,  pero  sin  unidad 
o  encadenamiento. 

MoNTÍ'FAR  (Lorenzo).  Reseña  histórica  de  Centro  América^ 
7  V.,  Guatemala,  1878. 

Compilación  un  poco  irregular,  pero  abundante  en  do- 
cumentos históricos  referentes  a  los  años  de  1826  para 
adelante 

MiNoz  (Juan  IJautista».  Historia  del  Suevo  MundOj  1  v., 
Madrid,  1 793. 

Es  el  primer  tomo  de  una  historia  jeneral  de  .\mérica 
preparada  con  un  vastísimo  estudio,  concebida  con  un 
notable  espíritu  crítico  i  escrita  con  arte  i  elegancia.  Com- 
prende sólo  la  historia  del  descubrimiento  hasta  el  año 
1500.  La  muerte  impidió  al  autor  aprovechar  el  caudal 
inmenso  de  materiales  que  habia  reunido,  i  terminar  una 
obra  que  habría  sido  un  monumento  en  su  jénero. 

Nadaillac  (Marquis  de).  UAmerique  préhistorique,  1  v., 
Paris,  1883. 


BIBLIOGRAFÍA  19 


Nayarrete  (Martín  Fernández  de).  Colección  de  los  viajes 
i  descubrimientos  que  hicieron  pormnr  los  españoles 
desde  ñnes  del  siglo  X\\  5  v.,  Madrid,  1825-1837. 

Valiosa  compilación  de  documentos  para  la  historia  del 
descubrimiento  de  América  i  de  los  grandes  viajes  maríti- 
mos que  se  le  siguieron.  Grandes  porciones  de  esta  colec- 
ción han  sido  traducidas  a  otros  idiomas,  i  los  dos  prime- 
ros volúmenes  han  sido  reimpresos. 

OvALi.E  (P.  Alonso  de).  Histórica  relación  del  reino  de  Chi- 
le^ 1  V.,  Roma,  IG-t-l-. 

Este  libro,  publicado  al  mismo  tiempo  en  italiano,  i  tra- 
ducido después  al  ingles,  no  es  precisamente  una  crónica 
de  la  conquista,  que  sin  embargo  está  contada  sin  gran 
desarrollo  i  sin  mucha  exactitud,  sino  una  descripción  je- 
neral  del  paiá  i  de  su  estado  social  un  siglo  después  de  la 
conquista,  descripción  interesante,  instructiva  i  amena, 
que  en  medio  de  la  naturalidad  i  sencillez  con  que  ha  sido 
trazada,  deja  ver  en  el  autor  un  notable  talento  de  escri- 
tor. Ha  sido  ¡reimpresa  en  Santiago,  sin  fecha  de  impre- 
sión, pero  aproximativamente  en  1888. 

Oviedo  i  Baños  (José).  Historia  de  la  conquista  i  población 
de  la  provincia  de  Venezuela,   1  v.,  Madrid,  1723. 

Es  la  primera  parte  de  una  crónica  de  cierto  valor  his- 
tórico, que  ha  sido  reimpresa  en  Caracas  en  1824?.  La  se- 
gunda parte  no  ha  sido  publicada  nunca  i  parece  perdida. 

Oviedo  i  Valdes  (Gonzalo  Fernández  de).  Historia  jeneral 
i  natural  de  las  Indias,  islas  i  Tierra  Firme  del  mar 
océano,  4  v.,  Madrid,  1851-1855. 

Única  edición  completa  de  la  grande  obra  de  este  cro- 
nista, hecha  por  la  academia  de  la  historia  de  Madrid, 
bajo  el  cuidado  de  don  José  Amador  de  los  Rios.  Las  par- 
tes de  esta  obra  publicada  anteriormente  i  traducidas  a 
varios  idiomas,  le  habían  dado  gran  notoriedad  que  ha 
sido  confírmada  cuando  se  ha  conocido  completa. 

Paz  Soldán  (Mariano  Felipe).   Historia  del  Perú  indepen^ 
diente,  3  v..  Lima,  1868-1874. 


20  HISTORIA   Dfl   AMÉRICA 


Historia  prolija  de  la  guerra  de  la  independencia  del  Perú, 
poco  ordenada,  i  en  muchas  de  sus  partes  falta  de  impar- 
cialidad i  de  espíritu  crítico;  pero  mui  noticiosa  i  apoyada 
jeneralmente  en  documentos  útiles,  algunos  d^  ellos  des- 
conocidos antes.  Posteriormente  el  autor  ha  publicado  un 
IV  tomo  que  cuenta  la  historia  de  la  República. 

Pela KZ  (Francisco  [de 'Paula  García).   Memorias  para  la 
historia  del  antiguo  reino  de  Guatemala^  3  v.,  Gua- 
temala, 1851-52. 
Obra  mui  noticiosa,  pero  sin  orden  i  método  histórico. 

PiEDR AHITA  (Lúcas  Fernández).  Historia  jeneral  de  las 
conquistas  del  Nuevo  reino  de  Granada,  1  v.,  Ambe- 
res,  1688. 

Obra  importante  para  la  historia  de  la  conquista  de  ese 
pais,  por  estar  fundada  en  las  relaciones  de  los  mismos 
conquistadores,  pero  desgraciadamente  no  llega  mas  que 
hasta  el  año  1565,  siendo  que,  según  parece,  el  autor  ha- 
bia  preparado  la  continuación  que  no  se  conoce.  En  los 
últimos  años  se  ha  hecho  una  reimpresión  de  esta  obra. 

Plaza  (José  Antonio),  Memorias  para  la  historia  de  la  Nue- 
va Granada  desde  su  descubrimiento  hasta  ISIO, 
1  V.,  Bogotá,  1850. 

Resumen  ordenado  de  la  historia  de  la  conquista  i  colo- 
nización de  ese  pais  hasta  la  época  de  la  revolución  de  la 
independencia. 

Prescott  (WilHam  H.)  History  of  the  reign  oí  Ferdinand 
and  Isabella  the  catholic,  3  v.,  Boston,  1838. 

—  History  ofthe  conquest  of  México,  3  v.,  New  York, 
1843.  " 

—  History  ofthe  conquest  o  f  Perú,  2  v.,  New  York, 
1847. 

Estas  tres  obras,  reimpresas  muchas  veces,  traducidas 
a  numerosos  idiomas  (en  Chile  se  han  hecho  dos  ediciones 


\ 


BlBLIOORAFiA  21 


de  la  Conquista  del  Perú  i  una  de  la  Conquista  de  Méjico) 
i  muí  aplaudidas  por  la  crítica  ilustrada,  son  el  fruto  de 
un  gran  trabajo  de  investigación;  i  por  el  arte  de  la  com- 
posición i  las  formas  literarias,  constituyen  verdaderos 
modelos  del  buen  jénero  histórico.  La  primera  de  ellas,  si 
bien  no  está  precisamente  contraida  a  la  historia  de  Amé- 
rica, refiere  con  estudio  i  con  criterio  el  descubrimiento 
del  nuevo  mundo  i  los  primeros  progresos  de  la  coloni- 
zación. 

QrijANo  Otero  (I.  M.)  Compendio  de  la  historia  patria, 
1  V.,  Bogotá.  1883. 

Resumen  elemental  de  la  historia  de  Nueva  Granada, 
que  alcanza  hasta  1863.  Las  noticias  están  espuesjas  en 
forma  sumaria.  La  parte  mas  noticiosa  es  la  que  se  refiere 
a  la  revolución  de  la  independencia. 

Rengger  (L  R.)  et  Longchamp  (M.)  Essai  historique  sur 
la  révolution  du  Pnra^ay  et  la  gouvernement  dic- 
tatorial du  docteur  Francia,  1  v.,  Paris,  1827. 

Este  librito,  escrito  por  dos  viajeros  suizos  que  vivieron 
en  el  Paraguai  i  bajo  la  dictadura  del  doctor  Francia,  es 
sumamente  instructivo  e  interesante.  Ha  sido  reimpreso 
varias  veces,  i  traducido  a  diversos  idiomas.  Una  de  las 
ediciones  castellanas  tiene  notas  ilustrativas  sobre  varios 
puntos. 

Restrepo  (José  Manuel).  Historia  de  la  revohicion^de  la 
república  de  Colombia,  4  v.,  Besanzon,  1858. 

Segunda  edición  de  una  obra  publicada  en  1827,  pero 
tan  desarrollada  i  completada  que  se  puede  considerar 
una  obra  absolutamente  nueva.  Comprende  la  historia  de 
la  revolución  de  la  independencia  en  Nueva  Granada,  Ve- 
nezuela i  Quito,  i  la  historia  de  la  república  dejColombia 
hasta  su  disolución  en  1831.  Si  se  le  puede  reprochar  que 
su  plan  no  es  suficientemente  apropiado  pata  formarse 
con  una  sola  lectura  una  idea  clara  de  aquellos  aconteci- 
mientos, no  se  le  puede  desconocer  su  valor  como  fuentes 
de  noticias  abundantes,  jeneralmente  exactas,  i  espuestas 
con  bastante  imparcialidad. 


22  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


Rosales  (P.  Diego  de).  Historia  jeneral  del  reino  de  Chilc^ 
3  V.,  Valparaíso,  1877-1878. 

Crónica  estensa,  de  un  valor  mui  desigual  i  en  todo  caso 
inferior  al  crédito  que  se  ha  pretendido  darle.  Cuenta  los 
sucesos  relativos  a  la  conquista  i  a  la  colonia  hasta  me- 
diados del  siglo  XVII.  La  parte  concerniente  a  la  conquis- 
ta i  años  subsiguientes,  no  vale  casi  nada;  pero  al  narrar 
los  sucesos  de  su  tiempo,  el  padre  Rosales  ha  podido  dar 
alguna  luz  sobre  ellos,  i  utilizar  los  escritos  de  otros  cro- 
nistas, a  quienes  toma,  sin  citarlos,  largas  pajinas.  Bl  pa- 
dre  Rosales,  aunque  escritor  abundante,  jeneralmente  co- 
rrecto, no  sabe  dar  relieve  a  los  acontecimientos  i  no  tiene 
suficiente  criterio  para  juzgarlos. 

RoBBRTSON  (William).  The  bistory  o  f  America  y  2  v.,  Lon- 
don,  1777. 

Obra  completada  en  las  ediciones  subsiguientes,  tradu- 
cida a  muchos  idiomas,  i  acreditada  por  el  aplauso  de  la 
crítica  por  centenares  de  reimpresiones.  Aunque  circuns- 
crita a  dar  a  conocer  el  estado  social  de  los  antiguos  pue- 
blos americanos,  el  descubrimiento  i  conquista  sólo  de 
algunos  de  estos  paises,  i  el  sistema  colonial  de  los  euro- 
peos, i  aunque  sobre  muchos  de  estos  puntos  la  investiga- 
ción moderna  haya  modificado  mucho  lo  que  se  sabia  en 
tiempo  de  Robertson,  la  obra  dé  éste  conserva  junto  con 
su  valor  literario,  el  que  le  ha  impreso  un  alto  i  razonado 
espíritu  de  crítica  i  el  estudie  concienzudo  de  todas  las 
fuentes  de  informaciones  que  era  posible  conocer  entonces. 
La  lectura  de  esta  obra,  átil  por  su  fondo  histórico,  lo  es 
igualmente  como  un  modelo  del  arte  de  la  narración. 

Ruge  (Sophus).  Historia  de  la  época  de  los  descubrimientos 
jeográñcos,  1  v.,  Barcelona,  1890. 

Forma  parte  de  la  célebre  "Historia  Universal'*  (tomo 
VII)  preparada  por  varios  profesores  alemanes  bajo  la  di- 
rección del  doctor  Guillermo  Oncken,  i  con  ella  ha  sido 
traducida  al  castellano  i  publicada  con  las  mismas  lámi- 
nas de  la  edición  orijinal,  que  son  mui  instructivas. 
Cuenta  la  historia  del  descubrimiento  i  conquista  de  Amé- 
rica, conjuntamente  con  la  de  la  India  Oriental.  Por  la 
solidez  de  la  preparación  del  autor,  por  la  seriedad  de  la 
crítica  histórica  i  por  la  utilización  de  los  trabajos  mas 


BIBLIOGRAFÍA  23 


recientes  de  la  erudición  moderna,  el  libro  de  Ruge  debe 
ser  conocido  i  estudiado;  pero  no  es  en  manera  alguna 
una  historia  popuHr,  es  decir,  exije  que  el  lector  tenga 
algún  conocimiento  de  la  materia,  para  aprovechar  las 
útiles  nociones  que  contiene. 

Simón  (Frai  Pedro).  Primera  parte  de  las  noticias  historia- 
les de  las  conquistas  de  Tierra  Firme  de  las  Indias 
Occidentales,  1  v.,  Cuenca,  1627. 

Crónica  mui  abundante  en  noticias  para  la  historia  de 
la  conquista  i  colonización  de  la  Nueva  Granada.  Ha  sido 
reimpresa  en  Bogotá  en  1882;  pero  aunque  se  ha  anun- 
ciado la  publicación  de  otras  dos  partes  que  el  autor  dejó 
inéditas,  ignoro  si  se  haya  hecho. 

SoLis  (Antonio  de).  Historia  de  lá,  conquista,  población  i 
progresos  de  la  América  septentrional  conocida  con 
el  nombre  de  Nueva  España,  1  v.,  Madrid,  1684. 

Esta  obra,  mas  conocida  con  el  título  de  "Historia  de 
la  conquista  de  Méjico"  es  un  monumento  de  la  literatura 
histórica  i  de  la  buena  lengua  de  España,  i  como  tal  ha 
sido  reimpresa  muchas  veces  i  traducida  a  varios  idiomas. 
Si  por  el  arte  de  la  composición  i  por  su  valor  literario 
merece  el  aplauso  que  se  le  ha  tributado,  deja  mucho  que 
desear  por  la  falta  de  rigorosa  verdad,  i  por  el  carácter 
jeneral  de  la  crítica  histórica  a  que  obedece  el  autor. 

S0TO.MAYOR  Valdes  (Ramón). ///síor/a  de  Chile  durante  los 
cuarenta  años  trascurridos  desde  J831  hasta  1871, 
2  V.,  Santiago,  1875-1876. 

Estudio  histórico  tan  valioso  por  su  fondo  como  por  su 
forma'  literaria.  Esos  dos  volúmenes  alcanzan  sólo  hasta 
1837. 

—  Campaña  del  Ejército  chileno  contra  la  confedera^ 
cion  Peruboliviana  en  1837,  1  v.,  Santiago,  1896. 

—  Estudio  histórico  de  Bolivia  bajo  la  administración 
del  jeneral  don  José  María  de  Achá,  1  v.,  Santiago, 
1874. 


HISTORIA   DB   AMáRICA 


Está  precedido  de  una  introducción  de  125  grandes  pa- 
jinas que  forma  un  compendio  ordenado  i  noticioso  de  la 
historia  de  Bolivia  desde  los  principios  de  la  revolución  de 
la  independencia  hasta  1861. 

Sparks  (Jared).  Thelife  ofGeorge  Washingtoiiy  1  v.,  Boston, 
1839. 

Escelen  te  vida  de  Washington,  preparada  como  intro- 
ducción a  una  colección  de  documentos  sobre  este  ilustre 
personaje,  varias  veces  reimpresa  i  traducida  al  francés. 
En  ella  se  puede  estudiar  la  historia  de  la  revolución  de  la 
independencia  de  los  Estados  Unidos  de  América. 

Toledo  (Fernando  Alvarez  de).  Paren  Indómito^  1  v., 
Leipzig,  1861. 

Poema,  o  mas  bien,  crónica  rimada  sobre  el  levanta- 
miento de  los  indios  i  destrucción  de  las  ciudades  de  Chile 
a  fines  del  siglo  XVI. 

Torrente  (Mariano).  Historia  de  la  revolución  hispano- 
americana, 3  V.,  Madrid,  1829-1830. 

Aunque  concebida  con  el  mas  apasionado  espíritu  espa- 
ñol, preparada  con  los  informes  i  escritos  de  los  jefes  rea- 
listas, i  muí  incompleta  en  ciertos  puntos,  esta  obra  es  un 
trabajo  considerable  de  perseverancia;  contiene  noticias 
acerca  de  la  revolución  de  todos  los  pueblos  hispano-ame- 
ricanos,  es  de  suma  utilidad  en  algunas  de  sus  partes  en 
que  el  autor  ha  podido  recojer  datos  abundantes,  está  tra- 
zada en  rigoroso  orden  cronolójico  i  escrita  con  perfecta 
claridad  i  en  ocasiones  con  verdadero  interés.  Fué  mui  leí- 
da en  años  atrás;  i  aunque  las  nuevas  investigaciones  la 
hayan  hecho  caer  en  cierto  olvido,  vale  mucho  mas  de  lo 
que  podria  creerse  por  la  escasa  estimación  que  de  ella  se 
hace  al  presente. 

Vallejo  (Antonio  R.)  Compendio  de  la  historia  social  i  po- 
lítica de  Honduras,  aumentada  con  los  principales 
acontecimientos  de  la  Centro  América,  2  v.,  Teguci- 
galpa,  1882. 

Libro  elemental  dispuesto  en  preguntas  i  respuestas,  con 
documentos  intercalados  en  el  testo,  que  alcanza  en  la  na- 


bibliografía  25 


rracion  de  los  hechos  hasta  el  año  de  la  publicación.  Bl  se- 
gundo volumen  está  formado  por  otros  documentos. 

Varnhagen  (Francisco  Adolfo).  Historia  geral  do  Brasil, 
2  V.,  Rio  de  Janeiro,  sin  año  de  impresión. 

El  autor  de  este  libro,  que  al  frente  de  él  ha  puesto,  no 
su  nombre,  sino  su  título  de  Vizconde  do  Porto  Seguro, 
habia  hecho  la  primera  edición  en  Madrid  en  1854.  La  se- 
gunda, llamada  de  Rio  de  Janeiro,  fué  impresa  en  Yiena  en 
1875,  i  contiene  notables  modificaciones  sobre  la  primera. 
Esta  historia,  la  mejor  que  existe  sobre  el  período  colonial 
del  Brasil,  i  fruto  de  un  largo  estudio  en  bibliotecas  i  en 
archivos,  se  detiene  al  iniciarse  la  revolución  de  la  inde- 
pendencia. La  primera  edición  contaba  los  primeros  pasos 
de  ésta,  hasta  setiembre  de  1822.  El  autor  dejó  escrita 
una  continuación  o  historia  déla  revolución  c  independen- 
cia del  Brasil  que  no  se  ha  publicado. 

ViDAi'RRE  (Felipe  Gómez  de).   Historia  jeográ fien,  natural 
i  civil  del  reino  de  Chile,  2  .v.,  Santiago,  1889. 

Esta  obra,  escrita  en  Italia  a  fines  del  siglo  anterior  por 
un  ex— ¡esuita  chileno  sobre  el  mismo  plan  de  la  de  Molina, 
que  hemos  mencionado  antes,  pero  mui  inferior  a  ella  bajo 
todos  conceptos,  ha  merecido  el  honor  de  ser  publicada  un 
siglo  mas  tarde;  pero  no  puede  sacarse  grande  utilidad  de 
su  estudio. 

Vici'ÑA  Mackenna  (Benjamin). 

Este  fecundo  escritor  ha  dejado  numerosos  libros  sobre 
historia  de  Chile,  todos  ellos  animados  por  una  forma  li- 
teraria agradable  i  llena  de  colorido.  A  pesar  de  los  descui- 
dos de  detalle,  hai  siempre  en  esos  libros  noticias  i  docu- 
mentos nuevos  o  desconocidos  anteriormente.  De  entre 
ellos  señalaremos  sólo  los  que  llevan  por  título  El  Ostra- 
cismo  de  los  Carreras,  El  ostracismo  de  O^Hi^gins,  La  gue- 
rra  a  muerte  (historia  délas  últimas  campañas  de  la  inde- 
pendencia, o  guerra  contra  los  montoneros  que  se  denomi- 
naban últimos  defensores  de  los  derechos  del  rei  de  Espa- 
ña) i  Don  Üie^o  Portales, 

ZARATE  (Agustín  de).  Historia  del  descubrimiento  i  conquis- 


26  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


ta  de  la  provincia  del  Perú,  i  de  las  guerras  i  cosas 
señaladas  en  ella,  1  v.,  Araberes,  1555. 

Crónica  ordenada  i  bien  escrita  por  un  testigo  de  mu- 
chos de  los  acontecimientos  que  refiere,  varias  veces  reim- 
presa i  traducida  a  otros  idiomas;  pero  de  un  mérito  his- 
tórico inferior  al  que  ha  solido  atribuírsele.  Se  halla  repro- 
ducida en  la  Biblioteca  de  autores  esipañoles,  de  Rivade- 
neira,  tomo  XVI,  segundo  de  "Los  historiadores  primitivos 
de  Indias'\ 


PARTE  PRIMERA. 

AMÉRICA  INDIJENA. 


CAPÍTULO  PRIMERO. 

Primitivon  habitantefi  de  América. 

1.  Oscuridad  del  oríjen  de  los  primitivos  habitantes  de  América. — 
2.  Hipótesis  mas  probable. — 3.  Etnografía  de  los  pueblos  ame- 
ricanos.—4.  Lenguas.— 5.  Naciones  civilizadas  de  América.— 6. 
(Nota). 

1.  Oscuridad  del  oríjen  de  los  primitivos  habitan- 
tes de  América.— **E1  problema  de  la  primera  población 
de  la  América  no  es  del  resorte  de  la  historia,  así  como 
ias  cuestiones  sobre  el  oríjen  de  las  plantas  i  de  los  anima- 
les, i  sobre  la  distribución  de  los  jérmenes  orgánicos  no 
son  del  resorte  de  las  ciencias  naturales.  La  historia,  re- 
montándose a  las  épocas  mas  remotas,  nos  muestra  casi 
todas  las  partes  del  globo  ocupadas  por  hombres  que  se 
creen  aboríjenes  porque  ignoran  su  filiación.  En  medio  de 
una  multitud  de  pueblos  que  se  han  sucedido  mezclándose 
unos  con  otros,  es  imposible  reconocer  con  exactitud  la 
primera  base  de  la  población,  este  oríjen  primitivo  mas  allá 


2)  HISTORIA    DB    AMÉRICA 


del  cual  comienza  el  dominio  de  las  tradiciones  cosmogó- 
nicas*' ^. 

A  pesar  de  la  profunda  verdad  que  encierra  esta  opinión 
de  un  ilustre  sabio,  la  historia  se  ha  ocupado  con  frecuen- 
cia de  averiguar  cómo  i  cuándo  fué  poblada  la  América. 
Consultáronse  primeramente  las  tradiciones  de  los  indíje- 
nas:  fueron  estudiadas  sus  costumbres  e  instituciones,  i 
comparándolas  con  las  de  los  pueblos  del  antiguo  conti- 
nente se  crevó  hallar  la  filiación  de  los  primitivos  america- 
nos. Este  me.Jio  de  investigación  mui  poco  seguro,  en  que 
se  toman  como  coincidencias  nacidas  de  un  mismo  oríjen 
las  prácticas,  preocupaciones  i  usos  que  st)n  inherentes  a 
cierto  estado  de  civilización,  llevó  a  los  historiadores  a 
fundar  las  teorías  mas  opuestas.  Se  ha  escrito  que  los  ame- 
ricanos dcscendian  de  los  judíos  dispersados  después  de  la 
destrucción  de  Jerusalen;  que  provenían  de  los  fenicios  i 
cartajineses  arrojados  a  las  costas  de  América  por  una 
temi>cstad,  o  que  traian  su  oríjen  de  los  tártaros  i  mon- 
goles, fijando  al  efecto  hasta  la  época  en  que  debian  aque- 
llos haber  hecho  su  emigración.  Otros  supusieron  que  el 
continente  americano  habia  estado  unido  antiguamente  al 
Asia,  i  que  violentas  convulsiones  volcánicas  habían  roto 
las  tierras  de  comunicación,  formando  así  los  innumerables 
archipiélagos  de  la  Oceanía  *. 

2.  Hipótesis  mas  probable.—  Sólo  en  los  últimos  años 
se  ha  aplicado  al  estudio  de  esta  cuestión  elementos  mas 
•seguros  de  investigación,  la  filolojía  i  la  antropolojía.  Las 
escavacií)nes  jeolójicas  practicadas  en  el  sur  del  Brasil  i  en 
los  valles  del  Ohío,  del  Mississipí  i  de  la  Florida  i  los  restos 
humanos  hallados  en  estado  fósil  -  ,  dieron  al  hombre 
americano  una  antigüedad  que  no  se  sospechaba.  í*or  al- 


1  Hi'MBOLDT,  Vaes  des  coráílJeres  et  monuments  des  peuples  in- 
digenes  de  V Amériquc,  toni.  1.  Introduction. 

*  Casi  todas  estas  hipótesis  están  fundadas  en  quimeras  histó- 
ricas que  no  pueden  resistir  a  la  luz  de  la  verdadera  crítica. 

2  Lyell,   Uancienneté    de  Vhomme  prourée  par  la  géolosiic. 
traduit  par  Chapcr,  París,  1864,  chap.  III,  páj.  40,  ed.  s. 


PARTB   PRIMERA.— CAPITULO   I  29 

^tin  tiempo  creyeron  algunos  sabios  que  el  nuevo  mundo 

liabia  sido  la  cuna  del  jénero  humano;  pero  las  investiga- 

criones  subsiguientes  revelaron  que  en  otras  rejiones  del 

^lobo  existían  restos  humanos  de  la  misma  antigüedad. 

Jibara  hallar  una  solución  al  problema  del  oríjen  de  los  pri- 

x^ciitivos  habitantes  de  América,  se  ha  apelado  al  estudio  de 

^  mis  lenguas  i  de  la  fisiolojía.  La  investigación  científica  ha 

c:r  ^^nducido  a  los  sabios  a  asentar  como  verdad  probada  la 

z:m.  miidad  del  jénero  humano,  i  se  ha  señalado  al  Asia  como 

s  -«.j  patria  común,  de  donde  han  salido  las  tribus  humanas 

jj:>  .^ira  poblar  las  soledades  mas  remotas. 

Pero  ¿cómo  han  podido  efectuarse  estas    emigraciones? 
¿  CZZómo  el  hombre,  desprovisto   de  los  elementos  que  le  ha 
S'»-»  ministrado  la  civilización  moderna,  ha  podido  cruzar  los 
tr:^  ^res?    **Pickering,   miembro  de  una  comisión  científica 
n  <i>rte-americana,   se  pregunta  dónde  comienzan  i  dónde 
a  Ciaban  el  Asia  i  la  América;  i  en  efecto,  el  navegante  que 
c*  >steando  las  islas  Aleuciíinas  pasa  de   Kamtchatka  a  la 
p^:nínsula  de  Alaska,   se  encuentra  mui  embarazado   para 
dtiterminar  el  límite  de  ambos  continentes.   La  población 
d^  América  por  el  noroeste  fué,  pues,  mui  fácil.   Al  noreste, 
porla  Islandia  i  la  Groenlandia,   las  inmigraciones  de  Eu- 
ropa en  América  ni)  eran  mas  difíciles. 

**Pero  estos  dos  puntos  no  son  los  únicos  por  donde  ha 
debido  efectuarse  la  población  del  nuevo  mundo.  Se  conoce 
hoi  mejor  que  antes  la  marcha,  la  complicación  de  los  mo- 
vimientos de  la  atmósfera  i  de  los  mares.  Donde  nuestros 
predecesores  no  vieron  mas  que  la  gran  corriente  ecuato- 
rial, que  iba  directamente  del  este  al  oeste,  sabemos  ahora 
que  existen  contra  corrientes  dirijidas  en  sentido  contrario. 
•    Los  marinos  modernos  han  descubierto  nuevos  rios  que  c«;- 
rren  en  el  seno  de  los  mares,  i  en  particular  han  encontrado 
uno  que  pasando  por  el  sur  del  Japón  se  dirije  a  las  costas 
de  América.  La  corriente  de  Tressan  ha  arrastrado  hasta 
las  costas  de  California  algunos  juncos,  o  naves  chinescas, 
abandonados,  así  como  el  Gulf  stream  habia  arrojado  a  la 
playa  de  las  Azores  los  frutos,  los  maderos  labrados,  i  las 


HO  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


canoas  destrozadas  que  llevaron  al  corazón  de  Colon  la 
convicción  de  que  era  posible  hallar  tierras  navegando  ha- 
cia el  occidente  de  Europa.  Esta  corriente,  si  ha  sido  cono- 
cida de  una  nación  de  navegantes,  ha  podido  i  debido  con- 
ducir sus  naves  de  Asia  a  América,  así  como  ha  podido 
arrastrar  a  California  las  embarcaciones  imperfectas  de  al- 
gunos pueblos  menos  hábiles  para  lucharcontra  el  mar.  En 
fin,  la  gran  corriente  ecuatorial  del  Atlántico  ha  podido 
mui  bien  llevar  a  la  América  meridional  i  al  golfo  de  Méjico 
cierto  número  de  hombres  arrancados  a  las  costas  de  Áfri- 
ca; pero  en  todo  caso,  estos  hechos  han  debido  ser  mucho 
mas  raros,  porque  la  mayor  parte  de  las  poblaciones  lito- 
rales del  África  parece  haberse  dedicado  mui  poco  a  la  na- 
vegación.'* 3 

De  estas  observaciones  se  deduce  que  la  América  ha  debi- 
do ser  poblada  por  inmigraciones  sucesivas,  conclusión  que 
está  hasta  cierto  punto  conforme  con  las  primitivas  tradi- 
ciones de  los  pueblos  mas  adelantados  del  nuevo  mundo. 
Sin  embargo,  en  este  oríjen  probable  de  la  población  ameri- 
cana parece  haber  predominado  el  elemento  asiático.  '*Las 
naciones  de  América  dice  Humboldt,  a  escepcion  de  las  que 
pueblan  las  inmediaciones  del  círculo  polar,  forman  una 
sola  raza,  caracterizada  por  la  conformación  del  cráneo, 
por  el  color  del  cutis,  i  por  los  cabellos  lisos  i  lacios.  La  raza 
americana  tiene  relaciones  mui  sensibles  con  la  de  los  pue- 
blos mongoles;  sin  embargo,  los  pueblos  indíjenas  del  nue- 
vo continente  ofrecen  en  sus  facciones,  en  su  color,  mas  o 
menos  subido,  i  en  la  altura  de  su  talla,  diferencias  tan 
marcadas  como  los  que  se  notan  entre  muchas  naciones  de 
la  misma  raza  en  el  antiguo  mundo.'*  * 


•*  A.  De  Quatrefagks,  Unité  de  Véspcce  humaine,  chap.  XXII, 

páj.  406 Brasseur   de  BiíUrbourg,  Popo!  Vuh,  Je  íivre  sacre  de 

V antiquite  americainey  introduction,  §  III,  consigna  algunas  noti- 
cias de  viajes  efectuados  de  esta  manera. 

*  Los  resultados  obtenidos  por  este  camino,  por  mas  injeniosos 
i  atrayentes  que  parezcan,  distan  mucho  de  ser  definitivos  i  de  so- 
lucionar regularmente  las  infinitas  dificultades  que  suscita  la  cues- 
tión. 


PARTB    PRIMERA. CAPÍTILO  I  31 

3.— Etnografía  de  los  pueblos  amerícanos.— Los  con- 
quistadores europeos  del  nuevo  mundo  encontraron,  sin 
embargo,  una  gran  variedad  entre  sus  habitantes.  Vivian 
estos  individuos  en  tribus  mas  o  menos  numerosas,  casi 
siempre  aisladas  eutre  sí,  hablando  diversas  lenguas  i  ob- 
servando prácticas  diferentes.  La  ciencia  moderna  ha  que- 
rido clasificar  en  diversas  ramas  a  los  primitivos  habitan- 
tes de  América:  i  tomando  por  punto  de  partida  las  lenguas 
i  las  costumbres,  ha  encontrado  una  inmensa  multitud  de 
pueblos  a  los  cuales,  si  bien  ha  atribuido  un  oríjen  común, 
no  ha  podido  aun  agrupar  definitivamente  en  diferentes  fa- 
milias. ** Desde  el  polo  norte  hasta  la  Tierra  del  Fuego,  casi 
no  hai  un  matiz  de  color  humano  que  no  se  manifieste  en 
América,  desde  el  negro  hasta  el  amarillo.  Los  indíjenas, 
según  su  nacionalidad,  aparecen  de  cí)lor  moreno  aceituna- 
do, moreno  subido,  bronceado,  amarillo  pálido,  amarillo 
cobrizo,  rojos,  blancos,  morenos,  etc.  Su  estatura  no  varia 
menos.  Entre  la  talla  no  diremos  jigantesca,  pero  elevada 
del  patagón^  i  la  pequenez  de  \oschangos,  se  encuentra  una 
multitud  de  estaturas  intermediarias.  Las  proporciones'del 
cuerpo  presentan  las  mismas  diferencias:  algunos  pueblos 
tienen  el  rostro  largo,  como  las  tribus  délas  pampas, otros 
corto  i  ancho  como  los  habitantes  de  los  Andes  peruanos. 
Ix>  mismo  se  observa  en  la  forma  i  el  volumen  de  la  calveza. 
Sin  embargo,  se  nota  entre  los  diferentes  pueblos  america- 
nos un  aire  de  parentesco,  i  ciertos  rasgos  jenerales  que  los 
distinguen  de  las  razas  del  antiguo  mundo.**  ^ 

Estas  diferencias  han  dado  lugar  a  las  variadas  clasifi- 
caciones etnográficas  de  los  aboríjenes  de  América.  Hasta 
ahora,  como  hechos  dicho,  no  se  ha  llegado  a  hacer  una 
distribución  definitiva;  pero  los  estudios  especiales  que  se 
han  hecho  en  las  dos  Américas,  han  probado  la  variedad 
de  tribus  i  de  familias  que.constituian  su  primitiva  pobla- 
ción cobriza.  Separando  a  los  habitantes  de  las  rejiones 
circumpolares,  los  esquimales,  como  hombres  de  raza  dife- 


*  Maüry,  La  terre  etVhomme,  chap.  7*^,  páj.  368. 


32  HISTORIA   DE   AMÉRICA 


rente,  se  ha  dividido  al  resto  de  los  indíjenas  americanos  en 
ocho  grandes  ramas  que  a  su  vez  han  sido  subdivididas  en 
infinitas  familias.  Son  éstas:  1*  La  roja,  que  abraza  todas 
las  tribus  estendidas  en  otro  tiempo  sobre  el  territorio  de 
Estados  Unidos;  2*  La  califomiana,  qu?  ocupaba  la  rejion 
occidental  de  la  América  del  norte;  3*  La  nahua  en  Méjico; 
4*  La  maya-quiché  en  la  América  Central;  5*  La  caribe, 
que  se  estendia  en  las  Antillas  i  en  las  rejiones  septentrio- 
nales de  la  América  del  sur;  6*  La  guaraní,  pobladora  de 
una  gran  parte  del  Brasil;  1^  La  peruana  de  los  Andes,  que 
formaba  el  vasto  imperio  de  los  incas;  8*  La  pampa,  que 
se  dilataba  en  la  rejion  oriental  de  la  parte  meridional  de 
la  América  del  sur;  9*^  La  araucana  que  poblaba  los  dos 
lados  de  la  cstreniidad  meridional  de  la  cordillera  de  los 
Andes.  Esta  clasificación»  por  jeneral  que  sea,  dista  mucho 
de  ser  definitiva.  ^^ 

4. — Lenguas.— Estas  ramas  se  dividen  i  se  subilividen 
hasta  lo  infinito  cuando  se  estudian  i  clasifican  las  lenguas 
i  dialectos  americanos.  Losfilólogos  han  contado  en  el  nue 
vo  mundo  mas  de  500  lenguas  diferentes,  i  mas  de  2,000  dia- 
lectos *5. 

**Las  lenguas  americanas  ofrecen  sin  duda  una  gran  desi- 
gualdad de  desarrollo  i  de  riqueza,  según  el  estado  mas  o 
menos  avanzado  de  los  pueblos  que  las  hablan;  pero  nunca 
aun  tomando  las  formas  mas  complejas  i  eng^rosanílo  su 
vocabulario,  estas  lenguas  pierden  un  carácter  de  aglutina- 
ción. Por  elaborado  que  sea  un  idioma  americano,  guarda 


Entre  la  multitud  de  trabajos  que  existen  sobre  la  etnografía 
americana  se  distinguen:  L'hommt  amcricain  de  VAmcriq  w  me- 
ridionales par  Alcide  D*Orbigny,  2  vol.,  i  North  americain  indians 
by  Geo.  Clatin,  2  vol.,  notable  particularmente  por  el  primor  de 
sus  grabados. 

6  Véase  el  At/as  ethnographique  du  globe,  par  A.  Balbi,  Paris 
1826.— El  mas  completo  de  los  catálogos  de  las  lenguas  america- 
nas que  se  haya  publicado  jamas  es  el  del  erudito  profesor  alemán 
Hermann  K.  Luüwig,  dado  a  luz  con  el  título  de  The  líterature  of 
american  aboriginal  langvage,  London,  1858. 


PARTE    PRIMERA.- -CA1'ÍTÜT.0    I  33 


siempre  su  sello  especial,  lo  que  le  quita  toda  +lexib¡Hdad;  i 

Hace  mui  incómodo  su  uso.  Es  incapaz  de  espresar  las  ideas 

finas,  sutiles  i  delicadas:  puede  ser  rico  en  espresiones,  pero 

carece  de  flexibilidad  i  de  claridad.    La  persistencia  de  este 

carácter  tan  distintivo  en  las  lenguas  americanas  es  uno  fie 

los  indicios  menos  equívocos  de  que  las  poblaciones  que  los 

iiaWan  están  unidas  por  un  parentesco  común.  En  lugar  de 

dtísligar  su  pensamiento  de  la  concepción  confusa  bajo  !a 

cual  se  liabia   presentado,  los  indios  americanos  no  han 

hecho  mas  que  insistir  sobre  la  primera  tendencia.   No  sólo 

se   lian  aglutinado  las  palabras  sino  <juc  estas   han  sufrido 

Cíimbios  que  las  handestigurado  completamenLC.  El  empico 

constante  déla  aglutinación  da  a  las  lenguas  de  la  America 

la,  apariencia  de  tener  j)alal)ras   mui  largas,  ;iunc|ue  los  ele- 

inciitos  que  componen   esas   palabras   sean  nionc^sílabos  o 

disílabos.''  7 

A  pesar  de  estas  coincidencias,  las  lenguas  americanas 
ofrecen  infinitas  variedades,  no  tanto  en  su  construcción 
corno  en  sus  vocabularios.  En  los  primeros  tiempos  de  la 
conquista,  los  castellanos  buscaban  un  intérprete  entre  los 
iadíjenas,  o  alguno  de  ellos  estudiaba  ciertas  palabras  para 
darse  a  entender  en  las  espediciones  subsiguientes;  pero 
luego  notaban  con  sorpresa  (jue  apenas  habían  andado 
unas  cuantas  leguas,  o  se  habian  trasladado  de  una  isla  a 
otra,  encontraban  pueblos  cuyo  idioma  les  era  completa- 
mente desconocido.  Este  fenómeno  de  la  inmensa  variedad 
de  idiomas,  único  en  el  mundo,  llamó  la  atención  de  los  tos- 


'  '  MAUH\,La  tcrrc  et  /'/zomríit*. chap.  VIII,|)áj.  4-l<).  — Para  com- 
prender irn-jor  este  sistema  de  aglutinación,  basta  citar  un  ejemplo. 
Sicakhihuíí  significa  en  mejicano  yo  construyo  mi  casa,  i  se  compo- 
ne den/,  cal  i  chthuü,  que  significa  yo,  casa,  hago.  VA  nombre  del 
emperador  Moteuhzoma  (vulgarmente  Moctezuma)  es  compuesto 
de  un  modo  análogo  de  mo-^o/wa,  que  significa  el  se  enfada  i  de 
TheuliqvLt  significa  señor,  se  enfada  como  señor.  Véase  la  diserta- 
ción que  sobre  este  punto  ha  hecho  D'Okbignv,  L'/ior/inje  nnn-r'^ 
ta/fl,  tom.  I,  chap.  III. 

TíHIO   1  8 


í31  IIISTOUIA    \)K   AMKRICA 


eos  soldados  castellanos,  i  ha  preocupado  seriamente  a  los 
sabios  modernos  ^, 

5.  Naciones  civilizadas  de  América.— En  medio  de  ese 
conjunto  de  tribus  bárbaras  que  constituian  la  población 
indíjeníi  de  América,  se  habian  formado  lentamente  socie- 
dades i  estados  que  alcanzaron  á  cierto  «^rado  de  civiliza- 
ción. A  pí)ca  distancia  de  los  bosques  donde  se  ocultaban 
salvajes  desnudos  i  feroces,  se  habian  levantado  imperios 
poderosos  en  que  las  artes  i  la  industria  eran  cultivadas 
con  esmero  i  en  que  comenzaban  a  aparecer  los  primeros 
jérmenes  de  las  ciencias.  La  civilización  naciente  estaba  re- 
concentrada en  tres  puntos  del  inmenso  territorio  de  la 
América;  pero  en  los  tres  habia  tomado  caracteres  esencial- 
mente orijinales,  i  mui  diferentes  de  los  que  distint^ruen  la 
civilización  europea. 

En  el  valle  de  Anahuac  se  levantaba  el  imperio  mejicano 
poderoso  por  su  organización  i  sus  ricjuezas,  i  pequeños  es 
tados  confederados  que  robustecian  su  poder.  En  la  Améri 
ca  del  sur  se  habia  formado  el  estenso  imperio  de  los  incas 
que  después  de  grandiosas  conquistas,  se  estendia  rápida 
mente.  Estos  dos  grandes  imperios,  estaban  aislados,  ]>oi 
decirlo  así,  por  elevadas  montañas  i  por  climas  mortíferos 
Ambos  habian  crecido  i  desarrollad  ose  sin  tener  noticias 
de  la  nación  rival  de  su  grandeza  i  de  su  poder  (pie  se  levan 
taba  en  el  mismo  continente.  En  medio  de  ellos,  en  las  re 
jiones  (pie  hoi  forman  la  república  de  Colombia,  existia  uní 
nación  menos  poderosa  i  menos  civilizada,  la  de  los  chíb 
chas  o  niuiscas  que  tenia  tam])ien  una  civilización  propia 
pero  cpie  liabria  sido  absorbida  jjor  los  poderosas  scñoreí 
del  Viivú  si  la  existencia  del  imperio  de  éstos  se  hubiera  pro 
longado  algunos  siglos  mas. 

Al  rededor  de  estas  tres  naciones,  s(')lo  habia  tril)us  sal 


"^  ICntrc  los  cstuflios  que  se  han  hecho  sfíbre  las  len/jiias  aboríje 
nes  ílc  la  América  puede  consultarse  con  provecho  el  artículo  titu 
laclo  Lniií*tns  /tnicricaincs.  publicado  por  M.  Aubin  en  la  Encvcla 
¡jcdic  (Iii  XIX  sicclc. 


PARTE    PRIMERA. — CAPÍTULO    I  35 


vajes,  mas  o  menos  groseras,  que  parecían  destinadas'a  vi- 
^"ir  perpetuamente  en  la  ]>arbarie  cuando  los  conquistado- 
ircs  europeos  pisaron  las  playas  del  nuevo  mundo.  * 


*  En  la  edición  del  Compendio  de  Historia  de  América  (de  1894-) 
cl  ice  el  señor  Barros  Arana  lo  siguiente  acerca  de  las  materias  de 
críste  capítulo:  **La  existencia  del  continente  americano  eradescono- 
crida  a  los  ejipcios,  a  los  chinos,  a  los  fenicios,  a  los  griegos  i  a  los 
i-o manos.  Los  historiadores  de  estas  diversas  naciones  no  hacen  la 
n^enor  mención  de  esta  vasta  porción  de  nuestro  globo;  i  los  pri- 
meros conocimientos  serios  Cjue  acerca  de  ella  tuvieron  los  europeos, 
<i¿3.ta.n  de  la  conquista  española  comenzada  al  terminar  el  siglo  XY 
de   nuestra  era.  En  ese  momento  la  America  estaba  habitada  desde 
el   océano  Ártico  hasta  el   cabo  de   Hornos,  desde   las  riberas  del 
At:  I  ¿Íntico  hasta  las  del  Pacífico,  por  millones  de  hombres  que  pre- 
sen tiaban,  por  su  aspecto  físico  i  por  su  estado  social,  rasgos  carac- 
te-rís  ticos  en  contraste  completo  con  los  que  habitaban  cl  antiguo 
con  tiinente.  Hablaban  centenares  de  dialectos  mas  o  menos  seme- 
jar! t:  es  en  su  estructura,  diferentes  en  sus  vocabularios,  ])ero  todos 
tJJ^Uí^Imente  estraños  a  las  lenguas  de  Europa  i  del  Asia.  Su  manera 
de  numeración,  su  sistema  astronómico,  el  modo  de  contar  el  tiem- 
po, diferian  igualmente  de  los  que  usaban  los  europeos.   Todo  era 
nuevo  para  éstos"  (Xadaili  ac,  Les  prcmiers  hommes,  chap.  VUI). 
Ignoranrlo  la  existencia  de  este  continente,  los  primeros  europeos 
<iue  arribaron  a  él  en  el  siglo  XV,  creían  haber  llegado  a  las  rejio- 
nes  mas  apartadas  del  Asia,  i  lo  llamaron  Indiu,  i  a  sus  poblado- 
res, indios.  Sólo  algunos  años  mas  tarde  descubrieron  que  era  un 
continente  desconocido  hasta  entonces;  i  se  le  designó  con  los  nom- 
^>res  de  América  i  de  Nuevo  Mundo. 

Los  trabajos  de  la  lingüística  comparada,  en  que  muchos  espí- 
1"! tus  cultos  creyeron  hallar  el    camino   para  descubrir  la  verdad 
P^r  la  filiación  de  las  lengua?,  no  ha  dado  frutos  mas  satisfacto- 
rios.   El  continente  americano  ofrccia  a  este  respecto  un  cuadro 
qne  con  justicia  ha  llamado  la  atención  de  los  sabios.  Se  hablaban 
^n  él  mas   lenguas  diferentes  que  en  cualquiera  otro  continente. 
Cerca  de  quinientas  de  ellas  son  conocidas  por  medio  de  gramáti- 
<^as  mas  o  menos  razonadas,  o  estudios  de  cierto  valor,   i  proba- 
blemente pasan  de  otras  tantas  las  lenguas  americanas  menos  co- 
nocidas o  del  todo  desconocidas.    La  lingüística  moderna,  sin  lle- 
í;íirtodavía  a  conclusiones  definitivas,  cree  poder  asentar  que  todas 
ellas  pueden  reducirse   a  unas  veintiséis  lenguas  matrices,  esen- 
cialmente diferentes  entre  sí;  i  que  las  demás,  que  se  habían  tomado 
como  idiomas  diversos,  son  sólo  dialectos  derivados  de  aquéllas. 


36  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


La  combinación  de  estos  diferentes  estudios,  el  examen  de  las 
tradiciones  históricas  i  los  monumentos  i  ruinas  que  los  conquista- 
dores europeos  hallaron  en  América,  la  observación  de  los  caracte- 
res fisiolójicos  de  los  americanos,  la  comparación  cientifíca  de  las 
lenguas  que  éstos  hablaban,  coordinado  con  las  conquistas  de  la 
jeolojía  i  de  la  paleontolojía,  que  han  hallado  los  vestijios  déla 
presencia  del  hombre  en  una  época  mui  remota,  han  permitido  lle- 
gar a  conclusiones  que  en  manera  alguna  resuelven  la  cuestión  de- 
oríjenes  de  la  población  americana,  o  mas  bifn  que  alejan  la  difi- 
cultad, haciéndonos  comprender  que,  alo  menos  hasta  ahora,  ea=? 
imposible  llegar  a  una  solución  efectiva.   Estas  conclusiones  puc^" 
den  formularse  de  la  manera  siguiente: 

1*  El  hombre  habita  la  América  desde  tiempos  tan  remotos  qufc=:=^ 
no  siendo  posible  encuadrarlos  en  ningún   sistema  cronolójico,  í^= 
les  ha  dado  la  denominación  de  prehistóricos,  i  sólo  pueden  comb  ' 
narse  con  los  períodos  jeolójicos 

2^  La  civilización  americana,  tan   vieja  en   su  oríjen   como  la    -* 
mas  antiguas  civilizaciones  conocidas  de  los  otros  continentes,  n» 
es  exótica.   Se  ha  formado  i  desarrollado  en  su  suelo,  i  ha  pasada 
por  alternativas  de  adelanto  i  retroceso  que  produjeron  en  un  lar — ^ 
go  trascurso  de  siglos,  la  grandeza,  la  caida  i  la  reconstrucción  d»- 
vastos  i  poderosos  imperios. 

3"  Las  lenguas  americanas  parecen  igualmente  formadas  en  est^ 
continente;  i  no  sólo  no  pueden  asimilarse  o  acercarse  a  las  de  los 
otros  continentes  a  cuyas  poblaciones  se  le  atribuía  un  oríjen  co  -^ 
mun,  sino  que  estaban  divididas  en  lenguas  enteramente  diversa^í 
entre  sí,  e  irreductibles  a  un  centro  lingüístico  único. 

Las  tradiciones  históricas  de  los  pueblos  americanos,  conserva-  - 
das  muchas  de  ellas  en  pinturas  o  escrituras  jeroglíficas  casi  det 
todo  indescifrables,  o  en  instrumentos  de  mas  difícil  interpretación,,-- 
i  la  existencia  de  ruinas  de  palacios,  fortalezas,  templos  i  ciudades-^== 
enteras,  ruinas  misteriosas  para  los  hombres  que  habitaban  este  ^ 
continente  a  l<i  época  de  la  conquista  europea,  no  bastan  para  for- 
mar la  historia  ordenada  de  las  antiguas  naciones  del  Nuevo  Mun-    - 
do,  sino  un  cuadro  vago  i  jeneral  de  las  trasform aciones  por  que 
éstas  habian   pasado.   Todo   demuestra  que  los  imperios  que  los 
europeos  encontraron  en   América  al   terminar  el  siglo  XV,  eran 
relativamente  modernos,  pero  que  ellos  reemplazaban  a  otros  mu- 
cho mas  antiguos,  i  que  jirobableniente  fueron  un  tiempo  mas  po- 
derosos.  **La  trajedia  que  en  el  viejo  mundo  tuvo  por  desenlace  la 
caida  del  imperio  romano,  dice  un  célebre  americanista,  se  repitió 
en  el  Nuevo  Mundo;  i  los  godos,  los  hunos  i  los  vándalos  de  Amé- 
rica consiguieron  destruir  una  civilización  que  podía  rivalizar  con 
las  de  Roma,  de  Nínive,  del  Ejipto  i  de  la  India*'.  Puede  añadirse 


PARTE    PRIMERA. CAPÍTL-LO    I  37 

411c  así  como  los  invasores  del  imperio  romano  fueron  los  instru- 
mentos de  la  formación  de  las  nuevas  nacionalidades  europeas,  la 
<lestruccion  de  la  antigua  cultura  americana  fue  seguida,  (les[)ues 
tle  algunos  siglos  de  perturbación,  del  nacimiento  de  las  sociedades 
civilizadas  que  hallaron  en  este  continente  los  conquistadores 
europeos. 


CAPITULO  II. 

El  antig^iio  Méjico. 

1  -  Oríjen  de  la  civilización  mejicana. — 2  Los  chichimecas.— 3.  Nue- 
vas invasiones;  los  aztecas  o  mejicanos.-  4?.  Gobierno  de  los 
mejicanos.— 5.  Jerarquía  social.— 6.  Rentas  públicas. — 7.  Ins- 
tituciones militares — 8.  Industria  i  comercio.— 9.  Artes,  cien- 
cías  i  letras.— 10-  Relijion. — 11.  Costumbres. 

1.  Oríjrn  de  La  civilización  mkjicaxa. -- "La  civiliza- 
ción primitiva  de  la  América  septentrional  parece  haber  es- 
tendido sus  beneficios,  en  los  primeros  tiempos  de  su  exis- 
tencia, a  las  diversas  comarcas  conocidas  hoi  con  el  nom- 
bfede  estados  de  Tabasco,   de  Chiapas,   de  Oajaca  i  de 
^  ucatan,  así  como  a  las  repúblicas  actuales  de  Guatemala, 
Salvador  i  Honduras.  La  multitud  i  la  variedad  de  las  rui- 
nas que  se  encuentran  en  estas  diversas  comarcas,  unidas 
^^  estudio  de  las  tradiciones  que  se  ligan  a  su  pasado,  han 
itispirado  el  pensamiento  de  buscar  allí  las  primeras  huellas 
deesas  antiguas  naciones  que  rivalizan,  por  su  cultura  i  su 
civilización,  con  los  reinos  del  Asia  antigua.  Según  las  tra- 
diriones  tzendales,  las  orillas  del  rio  Tabasco  i  del  Uzuma- 
cínta  habrían  sido  testigos,  muchos  siglos  antes  de  la  era 
cristiana,  de  las  maravillas  operadas  por  Votan,  el  mas  an- 
tiguo de  los  lejisladores  americanos.  Votan  apareció  acom- 
pañado de  aquellos  a    quienes  la  providencia  destinaba 
para  ser  los  fundadores  de  esa  civilización.  Votan,  dice  la 


\ 


40  HISTORIA    1>E   AMKllICA 


n 


tradición,  es  el  primer  hombre  que  Dios  envió  para  dividir       • 
i  distribuir  estas  tierras.   Esta  repartición  anuncia  unaMBiB. 
conquista  o  una  colonización,  i  de  todos  modos  la  divisior=     ^ 
del  suelo,  que  es  una  de  las  ])rinieras  condiciones  de  la  pro     '^- 
piedad  i  por  consií^uienio  de  la  civilización.  Votan  no  venia    -^, 
pues,  a  poblar  el  continente  americano,  (jue  ya  se  hallabf.:^  'i 
poblado'*  ^. 

La  historia  de  los  fundadores  de  la  civilización  de  aíjuc-  -^^^■ 
Has  reji(ínes,  está  envuelta  en  las  mas  oscuras  tinieblas.  El  — ^^ 
estudio  de  las  grandiosas  ruinas  que  quedan  todavía  ei" 
pié,  hace  creer  (|ue  la  construcción  de  los  templos  i  monu- 
mentos de  Yucatán  i  las  rejiones  vecinas,  i  por  tanto  la  ci- 
vilización de  aquellos  paises  son  coetáneas  con  la  del  anti- 
<ruo  Kjipto. 

La  dominación  de  los  sucesores  de  Votan  duró  sin  dud 
muchos  siglos,  hasta  que  llegaron  del  oriente  pueblos  d< 
distinta  raza,  los  toltecas,  que  entraron  en  el  territorio  d 
Anahuac,  operando  en  él  una  transformación  completa. 
Los  toltecas  practicaban  la  agricultura  i  las  artes  útiles, 
trabajaban  los  metales  e  inventaron  un  complicado  pero 
curioso  sistema  cronolójico  -. 

2.   Los  CHiCHiMHCAS.—  Los  toItccas  establecieron  su  ca- 


1  Brasskur  I)p:  Boukboitrg,  Histoire  des  nations  ctvi/isées  áu 
Mexiquc  ct  de  V Amóriquc-Ccntrnlc,  toin.  I,  chap.  II.  Bste  erudito 
viajero  e  historiador  lia  escrito  cuatro  gruesos  volúmenes  sobre  la 
histoiia  antigua  de  Méjico,  tres  de  los  cuales  están  destinados  a 
la  investigación  de  la  oscura  historia  de  sus  primitivos  habitantes, 
consultando  al  efecto  los  monumentos  i  pinturas  mejicanos  que  se 
conservan,  i  las  tradiciones  de  los  indíjenas.  Sus  investigaciones, 
por  prolijas  i  juiciosas  que  parezcan,  no  constituyen  t:.davía  la 
historia  definitiva. 

-  Como  una  prueba  de  la  oscuridad  de  la  historia  primitiva  de 
Méjico,  señalaremos  la  fecha  asignada  al  arribo  de  los  toltecas  al 
valle  de  Anahuac  por  dos  prolijos  historiadores.  El  abate  Clavi- 
jero fija  el  año  684  de  la  era  cristiana;  mientras  el  abate  Brasseur 
de  Bourbourg  indica  el  año  279  antes  de  J.  C.  La  comparación  de 
estas  fechas  revela  mejor  que  una  disertación,  las  tinieblas  en  que 
•stá  envuelta  aquella  parte  de  la  historia  americana. 


PARTB    PRIMBRA. — CAPÍTrLO    II  41 


pital  en  Tollan,  o  Tula  como  escriben  los  españoles.  Her- 
moseáronla con  suntuosos  monumentos,  i  llegaron  a  for- 
mar un  estado  respetable,  rejido  teocráticamente.  Pero  su 
flominacion  nofuc  durable:  pueblos  nuevos,  los  chichimecfis, 
venidos  del  norte,  invadí. mou  el  valle  de  Analiuac  i  se  esta- 
blecieron en  el.  Entre  estas  naciones  había  al^^unas  cjue 
desde  tiempo  atrás  se  encontraban  en  posesión  de  todos  los 
elementos  de  la  civilización,  i  que  mostra])an  haber  perte- 
necido a  pueblos  ajj^rícolas,  avanzados  en  las  artes  i  en  las 
ciencias.  Otros,  auncjue  nómades  i  eazailores,  estaban  unidos 
entre  sí  por  los  lazos  déla  sociabilidad  i  de  instituciones  que 
denotaban  un  estado  anterior  mui  superior  a  la  vida  or- 
dinaria de  los  salvajes.  Por  mas  (jue  los  antiguos  poblado- 
res los  consideraran  como  bárbaros,  ellos  se  juzgíiron  su- 
periores a  los  conquistados,  i  por  mucho  tiempo  se  negaron 
a  mezclar  su  raza  para  no  alterar  la  pureza  de  su  sangre  3. 
Siguiéronse  largas  guerras  a  la  invasión  de  estos  estranje- 
ros,  que  los  historiadores  han  querido  esplicar  buscando 
inútilmente  la  verdad  en  las  tradiciones  fabulosas  de  los 
indíjenas  i  en  las  pinturas  de  jeroglíficos  de  sus  monumen- 
tos. En  esta  lucha,  la  causa  de  la  civilización  obtuvo  al  fin 
un  triunfo  definitivo. 

3.~NiTEVAS  invasiones;  los  aztecas  o  mejicanos.— Nue- 
vas invasiones  de  pueblos  desconocidos  vinieron  mas  tarde 
a  aumentar  el  níímero  de  las  naciones  que  poblaban  el  va- 
lle de  Anahuac.  Los  mas  conocidos  de  los  pueblos  invaso- 
resfueron  los  azíecas  o  mejicanos  i  los  aco/Auaca/j os,  llama- 
dos mas  jeneralmente  tezcucanos.  del  nombre  de  su  capital 
Tezcuco.  Después  de  largas  luchas,  llegaron  estos  a  formar 
una  monarquía  que  existia  aun  a  la  época  de  la  conquista 
española. 

El  oríjen  i  las  primeras  espediciones  de  los  aztecas  o  me- 
jicanos están  envueltos  en  fábulas  que  no  es  posible  acep- 
tar. Parece,  sin  embargo,  que  llegaron  a  *los  confines  de 
Anahuac  a  principios  del  siglo  XIII;  i  que  durante  muchos 


»  Brasseur  dk  Boürbourg,  tom.  I,  liv.  II,  chap.  III,  páj.  192. 


42  HISTOIUA    DE    AMÍÍRICA 


años  no  tuvieron  residencia  fija,  estableciéndose  sucesiva- 
mente en  diversos  puntos  de  las  inmediaciones  del  lago  de 
Méjico.  La  necesidad  los  hizo  industriosos.  Porórden  de  sus 
jefes,  cortaron  una  gran  cantidad  de  bambúes  i  otras  cañas 
i  construyeron  balsas  espaciosas  (pie  cubrieron  de  plantasi 
de  yerbas  secas.  Cada  familia  construyó  sobre  su  balsa  una 
choza  que  le  servia  de  abrigo.  A  medida  que  se  acababa  el 
trabajo  de  una  canoa,  la  retiraban  de  la  ribera  hacia  el  in- 
terior del  lago  para  que  sus  habitantes  no  tuviesen  que  te- 
mer ninguna  violencia  inmediata  de  parte  de  sus  enemigos. 
En  seguida  construyeron  nuevas  balsas,  i  cubriéndolas  con 
una  lijera  capa  de  tierra,  sembraron  legumbres  i  otras  plan- 
tas alimenticias (juecrecieron  prontamente.  Tal  fué  el  oríjen 
de  los  chirmnifjíis  o  jardines  flotantes  de  los  mejicanos.  Es- 
tas poblííciones  no  tuvieron,  sin  embargo,  un  estableci- 
miento fijo;  pero  aumentándose  considerablemente,  los  az- 
tecas o  mejicanos  se  vieron  obligados  a  buscar  una  residencia 
estable;  i  determinaron  asentarse  en  el  terreno  mas  elevado, 
i  por  tanto  menos  espuesto  al  desborde  de  las  aguas.  í^ueblo 
i  guerreros  rivalizaron  en  ardor  para  dar  a  esta  localidad 
la  apariencia  de  una  ciudad.  Desde  luego,  tomó  el  nombre 
de  Mejico-Tenochtitlan,  palabras  que  en  la  lengua  azteca 
tenian  un  significado  conmemorativo.  La  primera  era  el 
nombre  de  un  ídolo  que  representaba  al  dios  de  la  guerra; 
la  segunda,  que  es  el  nombre  mas  usado  en  los  anales  meji- 
canos, recordaba  según  unos  la  multitud  de  nopales  que 
crecian  en  aquellos  pantanos,  según  otros  el  nombre  del 
jefe  azteca,  Tenoch,  que  también  significa  nopal  ^.  La  ciu- 
dad, tan  humilde  en  sus  principios,  se  acrecentó  lentamen- 


^  Según  una  tradición  mejicana,  aquel  lugar  recordaba  a  los 
aztecas  las  proezas  de  uno  de  sus  antiguos  jefes;  i  en  él  descubrie 
ron  un  nopal,  i  al  momento  de  su  arribo  una  águila  parada  sobn 
esta  planta  maravillosa  oprimiendo  con  sus  garras  una  serpiente 
que  destrozaba  con  su  pico.  Brasseur  de  Bourbourg,  liv.  VII,  chap 
IV,  tom.  II,  páj.  44-5  i  siguientes,  reúne  hábilmente  ésta  i  muchas 
otras  tradiciones,  consignadas  ya  en  su  mayor  parte  en  la  obra 
del  padre  Torquemada  que  lleva  por  título  Monarquía  Indiana, 


PARTE    PRIMERA  — CAPÍTr'LO    II  l*^» 


te:  construyéronse  espaciosos  palacios  i  templos  mo- 
numentales, i  se  estableció  un  orden  admirable  en  su 
administración. 

El  naciente  estado  no  tenia  siquiera  asegui'ada  su  inde- 
pendencia cuando  los  tepanecas,  i)ueblos  situadcxs  al   sur, 
después  de  ocupar  el  vecino  estado  de  Tezcuco,  fueron  a  si- 
tiar la  ciudad  de  Méjico.  El  peli<^ro  común  unió  a  estas  dos 
naciones.  La  lucha  fué  tenaz:  al  ca))o  de  ella,  los  tezcucanos 
habian  arrojado  a  los  enemigos  de  su  territorio,  i  los  meji- 
canos liabian  ensanchado  las  fronteras  de  su   imperio  con 
los  estados  de  los  pueblos  vencidos.  La  verdadera  grandeza 
de  Méjico  omenzó  con  sus   victorias.  Afortunadamente, 
sus  reyes  celebrarí)n  una  alianza  ofensiva   i   defensiva  con 
los  señores  de  Tezcuco;  i  a  la  sombra  de  esa  alianza  que 
siempre  fué  respetada,  los  mejicanas  dilataron  su  domina- 
ción de  uno  a  otro  mar,  i  estendieron  sus  coníjuistas  id  sur 
h^sta  los  confines  de  Guatemala  i  Nicaragua.  Merced  a  la 
"ohilidad  de  sus  reyes,  i  al  carácter  guerrero  del  pueblo  me- 
J^oano.  la  tribu  que  dos  siglos  atrás  habia  llegado  errante 
^1  valle  de  Anahuac,  i  habia  construido  sus  primeras  caba- 
^^sen  medio  de  los  pantanos  para  sustraerse  a  la  persecu- 
^•<^^n  de  sus  enemigos,  formaba  a   principios  del  siglo  XVI 
^O  poderoso  imperio. 

4.  GoBiKRNO  DE  LOS  MEJICANOS.— La  historia  del  imperio 
íí^ejicano  propiamente  dicho,  es  mucho  mas  segura  que  la 
4^  las  naciones  que  lo  precedieron  en  la  dominación  del  te- 
rritorio de  Anahuac.  No  está  exenta,  sin  embargo,  de  fábu- 
l^Xs  i  de  vacíos;  pero  su  organización  política  i  social  nos  es 
c^si  perfectamente  conocida. 

El  imperio  mejicano  era  una  federación  de  tres  reinos, 
c^da  uno  de  los  cuales  se  habia  formado  por  la  aglomera- 
ción voluntaria  o  forzada  de  muchas  tribus  de  una  misma 
familia.  Estos  reinos  eran  el  de  los  aztecas,  cuya  capital  es- 
taba en  Tenochtitlan  (Méjico);  el  de  los  tezcucanos,  cuyo 
í^i  residia  en  Tezcuco,  al  lado  oriental  de)  lago;  i  en  fin  el 
pequeño  reino  de  Tlacopan,  llamado  por  los  españoles  Ta- 
ctiba.  En  su  oríjen,  estos  tres  reinos  tenían  una  categoría 


^  HISTORIA    1)B    AMÉRICA 


gual;  pero  al  arribo  de  los  conquistadores  europeos,  el  eia.  - 
perador  mejicano  ejercia  sobre  los  príncipes  confederados 
una  supremacía  incontestable.  Consultábalos  en  las  cii— - 
cunstancias  difíciles,  pero  se  puede  decir  que  ellos  no  eraK^ 
mas  que  los  primeros  de  sus  vasallos. 

El  gobierno  de  los  aztecas  era  una  monarquía  electiva^ 
Cuatro  de  los  señores  principalcvS,  elejidos  entre  la  noblezs^ - 
desde  el  reinado  precedente,  desempeñaban  las  funciones  d^fc 
electores  en  unión  de  los  dos  soberanos  aliados.  El  sobera 
no  era  elcjido  entre  los  hermanos  del  rei  muerto,  i  a  faltí  - 
de  éstos  entre  sus  sobrinos,  de  manera  que  la  elección  recai^F^ 
siempre  en  una  misma  familia,  i  en  un  individuo  que  se  hu    - 
biera  distinguido  en  la  guerra.  De  este  sistema  de  eleccioi't^ 
resultaba  que  los  candidatos  habian  recibido  una  educaciot^ 
que  los  hacia  aparentes  para  la  dignidad  real  i  que  la  edacfl 
de  los  elejidos  garantizaba  al  estado  de  los  inconveniente^^ 
de  una  minoridad,  permitiendo,  ademas,  apreciar  de  ante — 
mano  la  capacidad  del  nuevo  reí.  El  elejido  era  instalado  en 
medio  de  grandes  ceremonias  relijiosas;  pero  para  esto  se- 
esf)eraba  que  en  una  campaña  se  hubiera  cojido  suficiente 
número  de  cautivos  para  celebrar  su  entrada  triunfal,  i 
para  ofrecer  a  los  dioses  las  víctimas  que  exijian  las  sangui- 
narias supersticiones  de  los  aztecas. 

Los  reyes  eran  ausi liados  en  la  dirección  de  los  negocios 
por  diferentes  consejos,  el  primero  de  los  cuales  era  com- 
puesto de  los  cuatro  electores.  Este  consejo  privado  daba 
su  parecer  sobre  el  gobierno  de  las  provincias,  la  adminis- 
tración de  las  rentas  i  los  otros  asuntos  de  interés  público. 
El  poder  lejislativo,  sin  embargo,  pertenecia  esclusivaniente 
al  monarca. 

Este  rasgo  de  despotismo  estaba  contrapesado  en  cierto 
modo  por  la  organización  de  los  tribunales.  Cada  uno  de 
los  principales  distritos  estaba  sometido  a  un  juez  supre- 
mo, nombrado  por  el  rei  i  que  pronunciaba  sus  sentencias 
en  última  instancia  en  las  causcis  civiles  i  criminales.  De  sus 
fallos  no  se  podia  apelar  ante  ningún  tribunal  i  ni  aun  ante 
el  mismo  rei.  Sus  funciones  eran  vitalicias;  i  el  que  usurpa- 


PARTE   PRIMERA. — CAPItULO    II  45 


ba  las  insignias  de  su  cargo  era  castigado  con  la  pena  ca- 
pital. Una  corte,  compuesta  de  tres  miembros  i  dependien- 
tes de  ese  juez,  estaba  establecida  en  cada  provincia.   Pro- 
nunciaba sus  fallos  en  las  causas  civiles;  pero  en  las  causas 
criminales  se  podia  apelar  de  sus  decisiones  ante  el  juez  su- 
perior. Ademas    un  cuerpo  de  majistrados  inferiores,  eleji- 
do  por  el  pueblo  mismo,   estaba  estendido  en  todo  el  pais. 
El  juez  culpable  de  haber  recibido   presentes,  o  de  haberse 
dejado  influenciar  de  alguna  manera  por  las  partes,  era 
castigado  con  la  pena  capital.  La  misma  pena  recaia  sobre 
el   asesino,   nun  cuando  la  víctima   fuese  un  esclavo.    Los 
adúlteros,  como  entre  los  judíos,  eran  apedreados;  i  el  robo 
según  la  gravedad,  era  castigado  con   la  esclavitud  o  la 
muerte.  La  sentencia  capital  se  trazaba  dibujando  una  fle- 
cha sobre  el  retrato  del  acusado. 

Los  mejicanos  habian  inventado  el  empleo  de  los  correos 
para  mantener  sus  comunicaciones  con  las  provincias  mas 
remotas  del  imperio  i  vijilar  su  administración.  En  los  ca- 
í^inos  reales  habia  caséis  de  posta;  i  el  correo  que  conducia 
las  noticias  bajo  la  forma   de  jeroglíficos,   corría  con  ellas 
l^asta  la  primera  posta.   Ahí  las  entregaba  a  otro   correo, 
^luien  las  llevaba  hasta  la   posta  siguiente;  i  de  este  modo 
eran  trasmitidas  a  la  capital.   Los  correos,  educados  desde 
su  infancia  para  este  oficio,  caminaban  con  increible  veloci- 
dad, de  tal  modo  que  en  menos  de  veinte  i  cuatro  horas  re- 
cibia  el  emjíerador  las  noticias  de  la  costa  oriental  de  sus 
estados.  Con  el  desarrollo  de  la  riqueza  i  del  lujo,  el  servi- 
cio de  los  correos  fué  aplicado  en  breve  a  otros  objetos.  Por 
medio  de  ellos,  el  emperador  comia  en  la  capital  el  pescado 
fresco  de  la  costa,  i  recibia  de  otras   provincias  los  presen- 
tes que  podian  halagar  el  sibaritismo  de  la  familia  real. 

5.  Jerarquía  social. —  La  fórmula  acreditada  para  de- 
signar la  población  del  imperio  mejicano  era  que  el  empe- 
rador contaba  treinta  vasallos,  cada  uno  de  los  cuales  po- 
día, poner  sóbrelas  armas  cien  mil  hombres.  Por  hiperbólica 
que  sea  esta  espresion,  es  preciso  reconocer  que  los  estados 


46  HISTORIA    I>K    AMÉRICA 


de  Anahuac  tenian  una  población  comparable  (juizá  a  la  de 
algunas  comarcas  del  Asia. 

La  población  estaba  dividida  en  castas  o  jerarquías  per- 
fectamente demarcadas.  La  nobleza  componia  un  cuerpo 
político  investido  de  importantes  prerrogativas.  Ocupaban 
el  primer  ])uesto  los  treinta  grandes  vasallos  de  primera 
cíitegoría  que  formaban  el  consejo  del  monarca.  Algunos 
de  éstos,  contaban  en  sus  dominios  mas  de  cien  mil  ciuda- 
danos i  algunos  centenares  de  nobles  de  una  clase  inferior. 
Estos  altos  i  poderosos  señores  ejercian  una  completa  ju- 
risdicción territorial,  levanta1)an  impuestos,  i  no  estaban 
sometidos  al  pago  de  contribuciones;  pero  en  cambio  ayu- 
daban al  soberano  con  sus  bienes  i  los  de  sus  subditos  en 
caso  de  guerra. 

La  nobleza  era  de  varias  clases,  i  los  reyes  habian  creado 
diversas  gradaciones  con  insignias  particulares  i  privilejios 
especiales;  pero  estas  distinciones,  así  como  los  grados  de 
nobleza,  eran  accesibles  a  tocios  sin  diferencia  de  nacimien- 
to. El  (jue  se  habia  distinguido  en  la  guerra  obtenía  este 
honor  después  de  pruebas  que  nos  hacen  recordar  la  caba- 
llería de  la  edad  media.  Los  nobles  no  se  creian  degradados 
porque  se  dedicaban  a  la  industria;  i  antes  al  contrario, 
juzgaban  profesión  honorable  el  cultivo  de  los  campos  i 
aun  las  artes  manuales.  La  política  recelosa  de  los  reyes 
exijia  la  residencia  de  estos  poderosos  señores  en  la  capital; 
i  cuando  se  ausentaban, estaban  obligados  a  dejar  rehenes*. 
Algunos  nobles  j)oseian  pro])iedades  territoriales  ganadas 
por  sus  servicios  militares  o  civiles;  otros  eran  simples  feu- 
datarios cuyos  bienes  eran  trasmisibles  a  sus  herederos  va- 
rones, a  falta  de  los  cuales  volvian  a  la  corona.  Los  propie- 
tarios, sin  embargo,  no  podian  vender  sus  bienes  raices  a 
los  individuos  que  no  pertenecian  a  la  nobleza. 

La  propiedad  territorrial  era  inaccesible  para  los  hom- 
bres del  estado  llano.  Se  designíd)a  bajo  el  nombre  de  capa- 
lli  la  tierra  del  pueblo  o  de  la  comunidad.  Los  poseedores 
de  un  capulli  eran  todos  miembros  de  una  misma  tribu;  i 
las  tierras  que  lo  componían  formaban  la  propiedad  inalie. 


PARTE    PKlMKnA.-CAPÍTrLO    II  47 


nable  de  toda  la  tribu.  El  individuo  que  eultivaba  una  par- 
te tenia  derecho,  a  ella  mientras  la  trabajaba;  pero  si  la  des- 
cuidaba durante  dos  años  consecutivos  el  jefe  del  capulli 
disponia  de  ella  en  favor  de  otro.  Ln  dirección  del  capulli 
era  compuesta  por  los  ancianos  de  la. tribu,  cjuienes  ekjian 
por  jefe  a  uno  de  ellos. 

Los  mejicanos  tenian  una  tercera  escala  en  la  jerarquía 
social.  Formaban  ésta  los  esclavos.  Los  prisií)neros  toma- 
dos en  la  guerra,  cuando  no  eran  destinados  a  los  sacrifi- 
cios, los  criminales,  los  deudores  públicos,  las  personas  que 
por  su  excesiva  pobreza  renunciaban  a  la  libertad,  i  los  ni- 
iios  vendidos  por  sus  padres  por  idéntica  causa,  formaban 
la  esclavitud  mejicana.  El  esclavo  estaba  amparado  por  la 
lei  contra  la  opresión  de  su  amo.  Podia  tener  una  familia^ 
poseer  l)ienes  i  hasta  tener  esclavos;  i  sólo  se  le  podia  obli- 
gar a  trabajar  en  aquello  para  que  se  habiíi  vendido,  o  a 
que  se  le  habia  destinado.  Los  hijos  de  los  esclaví)s  nacian 
Hbres. 

6.  Rentas  púhlicas.— Las  rentas  públicas  tenian  un  orí- 
j^n  vario;   pero  la  cobranza  de  los  impuestos  se  hacia  con 
exactitud  i  rijidez.  La  corona  se  habia  reservado  estensos 
dominios  de  tierras;  i  sus  productoseran  pagados  en  frutos. 
Los  distritos  inmediatos  a  la  corte  estaban  obligados  a  su- 
ministrar los  operarios  i  los  materiales  necesarios  para  la 
Construcción  i  reparación  de  los  sitios  reales.  Otros  tenian 
a  su  cargo  la  provisión  del  ])alacio  real,  que  era  nu:i  costo- 
sa. Las  provincias  estaban  distribuidas  en  distritos,  a  cada 
uno  de  los  cuales  se  señalaba  una  porción  de  tierra  para  su 
cultivo,  quedando  obligados  sus  pobladores  a  pagar  al  es- 
tado una  parte  de  sus  productos.  Los  mismos  vasallos  de 
los  grandes  señores  no  esta])an  exentos  del  pago  de  las  con- 
tribuciones. 

**Ademas  de  este  impuesto  sobre  la  agricultura,  habia 
otro  sobre  las  manufacturas.  La  naturaleza  i  variedad  de 
los  tributos  se  conocen  por  la  enumeración  de  sus  principa- 
les artículos,  Estos  eran  particularmente  vCvStidos  de  algo- 
don  i  capas  de  plumas,  primorosamente  trabajadas;  arma- 


48  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


duras  de  lujo,  vasijas  de  oro,  brazaletes,  cinturones  i  polvo 
de  oro;  cristal,  vasos  i  copas  dorados  i  barnizados,  campa- 
nas, armas  i  utensilios  de  cobre,  resmas  de  papel,  semillas^. 
frutas,  copal,  ámbar,  cochinilla,  cacao,  animales  i  pájaros^ 
cal,  madera,  esteras,  etc.  Es  mui  singular  que  entre  esta  v^  • 
riedad  de  objetos  de  comodidad  doméstica  i  de  lujo  supéar"- 
fluo,  no  se  haga  mención  de  la  plata,  la  gran  mercancía  A  < 
los  tiempos  modernos,  cuyo  uso  no  era  ciertamente  deseen^- 
nocido  a  los  aztecas".  •* 

La  percepción  de  estos  impuestos  se  hacia  con  toda  regu-ra- 
laridad.  lin  la  capital  residia  un  alto  funcionario  que  teni  íi 
a  su  cargo  la  administración  jeneral  de  las  rentas,  i  de  quie  " 
dependían  los  receptores  de  contribuciones  repartidos  e  ^^ 
todo  el  imperio.  Esto  jefe  [>oseia  un  mapa  del  estado,  enqu —  ^ 

estaban  escrupulosamente  señaladas   las  tierras  pertent ^' 

cientes  a  la  corona,  las  de  la  nobleza  i  las  de  la  comunidac^^í 
i  los  diferentes  impuestos  con   que  debían  contribuir  cads=^   ^ 
una  de  ellas.  Tenia  ademas  en  la  capital  espaciosos  grane — 
ros  para  depositar  los  tributos;  i  su  autoridad  estaba  apo 
yada  por  vigorosas  disposiciones  para  evitar  los  fraudes    — 
El  que   no  pagaba   puntualmente  la  parte  de  impuesto  quL-=:^ 
lecorrcs])oi]dia,  |)odiaser  aprehendidol  vendido  como  escla — ' 
vo.  El  tanstodelacorteilosgastos  de  la  administración  cre-^ 
cientescada  (lia  aumentaron  considerablemente  el  gravamen 
de  los  im])uestos.  Los  sueldos  de  los  empleados,   (|ue   de  or- 
dinario no  eran  fijos,  se  juagaban  igualmente  en  especies. 

7.  Institucionks  militares. — La  profesión  mas  jonside- 
rada  entre  los  aztecas  era  líide  las  armas.  Su  divinidad  pro- 
tectora era  el  dios  de  la  guerra:  uno  de  los  grandes  objetos 
de  sus  esjiediciones  era  reunir  cautivos  para  los  sacrificios 
de  sus  altares.  W  soldado  (jue  sucumbia  en  el  campo  de  ba- 
talla se  le  había  prometido  una  felicidad  eterna  en  las  bri- 
llantes rejiones  del  sol.  Animados  por  un  entusiasmo  relijio- 
so,  los  aztecas  no  sólo  despreciaban  el   peligro  sino  que  co- 


•'»  pRKSCüTT,  Historia  de  la  conquistn  de  Méjico,  part.  I,  cap.  IL 


PARTE    PUIMEUA.-  -TAPÍTULO    II  4í> 


rrían   tras  de  él   para  adquirir  la  corona  inmarcesible  del 
martirio. 

Las  declaraciones  de  guerra  eran  discutidas  en  un  conse- 
jo compuesto  por  el  rei  i  los  principales  nobles;  pero  antes 
se  despachaban  embajadores  para  intimar  al  enemigo  a 
que  recibiera  los  dioses  mejicanos  i  a  que  pagase  los  tribu- 
tos acostumbrados.  Las  personas  de  estos  embajadores 
eran  sagradas:  en  todas  partes  se  les  recibía  con  respeto  i 
se  les  hospedaba  i  mantenia  a  costa  del  estado.  Sólo  en  ca- 
so que  no  fueran  aceptadas  las  propuestas  de  paz,  se  daba 
principio  a  las  hostilidades. 

Entonces  el  soberano  pedia  nuevos  impuestos  i  llamaba 
a.  las  armas  a  los  soldados  del  imperio.  El  ejército  real,  for- 
mado por  los  continjentes  de  las  diversas  provincias,   era 
de  ordinario  mandado  por  el  mismo  emperador.  El  traje  de 
los  principales  guerreros  era  pintoresco  i  magnífico.  Su  cuer- 
po estaba  cubierto  con  una  cota  de  algodón  que  las  flechas 
iiopodian  penetrar.  Los  jefes  mas  ricos  usaban  una  coraza 
íbrmada  de  láminas  delgadas  de  oro,  i  se  cubrian  con  una 
^apa  de  hermosísimas  plumas.  Sus  yelmos  eran  ordinaria- 
íiiente  de  madera  i  repTiresentaban  cabezas  de  fieras,   rema- 
tando en  penachos  de  variadas  plumas.  Las  tropas  usaban 
escudos  de  junco  flexibles  i  cubiertos  de  plumas,   mientras 
los  jefes. los  empleaban  de  cobre  o  de  oro.   Las  flechas,  las 
picas,  la  honda,  la  maza,  la  espada  de  madera  i  el  lazo  de 
ínallas,  que  se  arrojaba  sobre  la  cabeza  del  enemigo,  cons- 
tittiian  sus  armas  ofensivas.  Los  guerreros  guarnecian  sus  fle- 
chas de  huesos  o  de  piedras  aguzadas  i  las  lanzaban  con  una 
uicomparable  destreza.  Sus  espadas,  mui  largas  i  hechas  de 
Qoa  madera  mui  sólida,  estaban  provistas  en  su  filo  de  ])ie- 
dradura  pegada  con  una  goma  indestructible:  las  usaban 
a  dos  manos;  i  un  soldado  de  laconquista  declara  que  reem- 
plazaban bien  las  buenas  hojas  de  Toledo.  Sus  picas  tenían 
hasta  dieciseis  pies  de  largo,  terminadas  en  una  punta  de  co- 
bre mui  afilada.  Sus  javelinas  de  tres  puntas  eran  arrojadas 
con  gran  fuerza  para  traspasar  a  un  hombre;  i  los  soldados 
las  recojian  prontamente  por  medio  de  un  cordón  para  dis- 

TOMO   I  4 


50  mSTOIilA   DE    AMÉRICA 


pararlas  de  nuevo.  Los  mejicanos  ademas  habían  inventa- 
do  algunas  máquinas  de  sitio,  para  arrojar  piedras  sobre 
las  murallas  de  la  ciudad  sitiada  o  para  acercarse  a  ellas 
sin  ser  ofendidos. 

Los  ejércitos  estaban  divididos  en  cuerpos  de  8,000  hom- 
bres, i  estos  en  compañía  de  300  o  400  con  sus  jefes  respec- 
tivos. Cada  cuerpo  tenia  su  estandarte,   así  como  lo  tenia 
.también  cada  compañía.  **Los  estandartes  mejicanos  se  ase- 
mejaban mas  al  antiguo  signum  délos  romanos  que  a  núes, 
tras  banderas  modernas:  de  ordinario  eran  picas  de  ocho  a 
diez  pies  de  alto,  adornadas  de  plumas  de  garza  o  de  otras 
aves,  i  alguna  figura  de  animal  de  oro  i  pedrerías,   según  el 
estado  o  ciudad  que  representaban.  El  estandarte  de  los  re 
yes  mejicanos  ofrecia   la  imájen  de  un  águila  arrojándose? 
sobre  un  tigre*'.  '^ 

Los  mejicanos  no  habian  alcanzado  todavía  a  ese  estado 
de  pericia  militar  en  que  la  guerra  llega  a  ser  una  ciencia. 
En  las  batallas  avanzaban  cantando  i  prorrumpiendo  en 
gritos  bélicos;  pero  el  primer  choque  era  de  una  impetuosi- 
dad inaudita.  Después  de  la  primera  descarga  de  piedras  i 
de  flechas,  se  empeñaba  el  combate  cuerpo  a  cuerpo.  Casi 
siempre  dejaban  tropas  de  reserva,  i  frecuentemente  finjían 
una  retirada  para  atraer  al  enemigo  a  emboscadas  hábil' 
mente  preparadas.  La  sumisión  a  las  órdenes  de  los  jefcí' 
formaba  la  base  mas  sólida  de  su  organización  militar. 

Por  mortíferas  que  fuertm  las  batallas  de  los  mejicanos? 
el  fin  ])rincipal  de  sus  soldados  era  hacer  prisioneros  paríJ- 
sus  sacrificios  relijiosos.  El  valor  de  un  guerrero  se  estima- 
ba por  el  número  de  cautivos  (jue  hacia;  i  este  era  el  primer 
antecedente  (|ue  tomaba  en  cuenta  el  soberano  para  la  dis- 
tribución de  los  premios  acordados  a  los  í|ue  se  distinguian 
en  el  combate. 

Com)   los  reyes  mejicanos  estal)an  constantemente  eii 
guerra,  alcanzaron  en   poc  )  tiempo  a  regularizar  la  admi- 


•'»  B:<Assi  i'K  i)K   H()i'Kn<u'R(;,  liv.  XII,  chíij).  IV,  toin.  III,  pajina 


PARTE    PRIMERA. — CAPÍTl'LO    II  51 

nis  tracion  militar  aun  en  medio  de  ejércitos  numerosos  en 
que  de  ordinario  se  contaban  tantos  soldados  como  hom- 
bres habia  en  cada  provincia  en  estado  de  cargar  las  ar- 
mas. Hicieron  mas  todavía:  crearon  hospitales  militares 
donde  los  heridos  eran  curados  por  cirujanos  bastante  dies- 
tros, i  asilos  de  inválidos  donde  vivian  a  espensas  del  esta- 
do los  militares  inutilizados  en  la  guerra. 

8.    ÍNDUSTRiA  I  COMERCIO.— Mas  notables  todavía  eran 
los  progresos  que  los  mejicanos  habian  hecho  en  las  pacífi- 
cas artes  de  la  industria.    La  primera  de  todas,  la  agricul- 
tura, se  hallaba  floreciente.  Por  efecto  de  la  elevación  gra- 
dual del  terreno  desde  el  nivel  del  mar  hasta  las  cimas  co- 
ronadas de  nieves  eternas,  el  territorio  de  Anahuac  presen- 
ta bajo  la  zona  tórrida,  en  un  espacio  limitado,  la  sucesión 
(le  todos  los  climas,  desde  las  llanuras  ardientes  de  la  costa 
que  producen  el  añil  hasta  las  alturas  en  que  crece  el  liquen 
i  la  vejetacion  de  la  Islandia. 

La    flora  mejicana  es  por  esta  razón   sumamente  rica. 
Junto  con  el  maiz  i  los  plátanos,  que  les  daban  un  alimen- 
to abundante,  los  mejicanos  cultivaban  el  algodón  que  sa- 
•    bian  tejer  con  primor  i  teñir  con  vistosos  colores,  i  tenian 
el  cacao  con  que  hacian  el  chocolate  (cAí^co/z/í/ en  el  idioma 
délos  aztecas).  Cultivaban  las  plantas  medicinales.  Una  de 
las  enredaderas  de  sus  selvas   producía  la  vainilla.  En  sus 
i*actus  criaban  la  cochinilla,  que   les  daba  una  tinta  para 
dar  color  a  sus  telas.  Pero  el  cultivo  mas  curioso  era  el  del 
maguei  (agave)  que  les  daba  una  bebida  mui  apetecida  (el 
pulque);  sus  hojas   reducidas  a  pasta  les  suministraba  un 
papel  blanco  que  usaban  en  sus  pinturas,  talvez  antes  que 
los  europeos  hubieran  conocido  un   invento  análogo.   Las 
fibras  de  sus  hojas  servian  para  fabricar  cuerdas:  sus  pun- 
tas reemplazaban  las  agujas,  i  enteras  servian  para  cubrir 
los  techos  de  sus  casas:  sus  raices  constituían  un  alimento 
ag^radable  i  nutritivo.  De  la  caña  del  maiz  sacaban  adem.is 
lina  especie  de  azúcar.  Los   mejicanos  conocían  también  el 
re.^adío  por  medio  de  canales  hábilmente  dirijidos  que  pro- 
porcionaban a  sus  tierras  una  admirable  fertilidad.  El  uso 


52  HISTORIA    I)B   AMÉRICA 


de  los  bosques  i  el  corte  de  la  madera  estaba  reglamentado. 

Los  mejicanos  habían  hecho  progresos  admirables  en  el 
cultivode  los  jardines.  Reuniancon  grandes  costos  las  plan- 
tas que  crecían  en  los  diversos  climas  del  imperio,  ya  fuera 
por  la  belleza  i  fragancia  de  sus  flores  o  por  el  uso  medici- 
nal que  de  ellas  hacian;  i  junto  con  los  arbustos  notables 
por  su  follaje  o  por  áus  frutos,  i  con  los  árboles  de  aspecto 
majestuoso  o  elegante,  formaban  hermosísimos  jardines 
hábilmente  distribuidos,  i  adornados  ademas  con  aves  de 
variado  plumaje  i  con  animales  de  sus  bosques  que  man  te-  ] 
nian  encerrados  en  espaciosas  jaulas.  Los  europeos  no  co- 
nocían, en  la  misma  época,  jardines  de  esta  naturaleza.  En 
el  lago  de  Méjico  ademas  existían  los  chinampas,  jardiners 
flotantes  construidos  sobre  balsas,  que  hicieron  pensar  ^ 
los  castellanos  de  la  conquista  que  habían  sido  trasportín- 
dos  a  una  rejion  encantada,  semejante  a  lasque  habían  vi  2^- 
to  descritas  en  los  libros  de  caballerías. 

Pero  sí  los  antiguos  mejicanos  poseían  tantas  i  tan  vs«-' 
riadas  riquezas  vejetalcs,  eran  sumamente  pobres  de  ganr^* 
dos  i  de  aves  caseras,  puesto  que  sólo  habían  domesticad  ^ 
el  pavo.  No  poseían  anímales  de  carga,  de  modo  que  el  Jion'^" 
bre  tenia  que  desempeñar  sus  funciones,  lo  que  hacía  sumr»-' 
mente  gravosa  la  vida  de  las  clases  serviles.  De  ellas  salía  ^^ 

los  tamanes  que  cargaban   las  literas  de  sus  jefes,  los  con 

ductores  de  las  piedras  para  los  edificios,  de  las  maderas  * 
los  víveres,  i  los  correos  que  con  admirable  celeridad  man  ^ 
tenían  las  comunicaciones  de  los  puntos  mas  remotos  de  t 
imperio. 

Las  riquezas  del  reino  mineral   no  eran  desconocidas  d^ 
los  mejicanos.  No  sólo  recojian  el  oro  que  se  encontraba  en 
las  arenas  de  los  ríos,  sino  que  lo   buscaban  así  como  la' 
plata,  el  cobre  i  el  plomo,   en  las  entrañas  de  la  tierra  por 
medio  de  pozos  i  galerías,  siguiendo  las  vetas,  i  construían 
los  hornos  en  que  purificaban  estos  metales.  Desconocieron, 
sin  embargo,  la  esplotacíon  i  el  uso  del  fierro,  pero  suplieron     ; 
esta  falta  con  instrumentos  de  cobre  ligado  que  les  servían     I 
para  labrar  los  otros  metales  i  aun  las  piedras  mas  duras. 


l'AItTK    I'HIMEKA. — CAPiTt'LO    II  53 


Fabricaban  igualmente  vasos  de  oro  i  plata  primorosamen- 
te cincelados;  e  imitaban  los  pájaros  i  animales  ligando  los 
metales  artificiosamente  para  figurar  su  colorido.  Parece 
también  que  conocieron  el  secreto  de  esmaltar  los  metales; 
l)ero  de  todos  modos  sus  trabajos  de  este  jénero  aventaja- 
ban en  mucho  a  las  obras  de  los  joyeros  españoles  del  tiem- 
po de  la  conquista. 

usaban  también  de  otros  instrumentos  hechos  de  pie- 
dras volcánicas,  a  los  que  daban  la  forma  de  cuchillos  o 
sierras  con  que  pulian  las  piedras  de  sus  edificios  i  trabaja- 
ban sus  estatuas.  Estas  últimas,  es  verdad,  eran  monstruo- 
sas cuando  se  trataba  de  representar  el  cuerpo  humano; 
pero  los  mejicanos  alcanzaron  a  copiar  con  gusto  los  ani- 
males. 

En  cambio,  la  arquitectura  habia  llegado  a  ser  monu- 
mental. El  suelo  mejicano  suministraba  una  piedra  ])orosa 
i  liviana,  aunque  dura  e  inalterable,  que  era  mui  cómoda 
para  la  construcción.  Los  palacios  eran  espaciosos,  aunque 
de  un  solo  piso,  artesonados  de  maderas  olorosas,   hábil- 
niente  esculpidas.   Esteriormente  estaban  cubiertos  de  un 
estuco  blanco,  i  por  dentro  adornados  de  mármoles  o  de 
tapices  de  pluma.  Los  templos  eran  grandes  pirámides  de 
ladrillos  o  de  tierra,  en  cuya  cima  estaban  los  santuarios. 
Allíardian  constantemente  fuegos  luminosos  que  en  la  os- 
curidad de  las  largas  noches  tropicales  daban  a  la  ciudad 
«n  aspecto  misterioso  e  imponente.   Esos  fuegos  eran  pro- 
ducidos por  maderas  resinosas:  los  mejicanos  no  conocie- 
ron el  uso  dé  la  cera  ni  del  aceite. 

Fabricaban  también  utensilios  de  barro,  i  vasos  de  ma- 
dera hábilmente  pintada;  pero  el  arte  en  que  mas  sobresa- 
lían era  en  el  trabajo  de  las  plumas.  Con  ellas  producían 
los  efectos  del  mas  variado  mosaico,  matizando  artística- 
mente sus  telas  con  los  ricos  colores  del  plumaje  desús  aves. 
Ninguno  de  los  productos  de  la  industria  azteca,  fué  mas 
admirado  por  los  conquistadores. 

Para  el  espendio  de  estas  mercaderías,  el  comercio  se  ha- 
bia  organizado  lentamente  de  un  modo  bastante  orijina 


54  HISTOIUA    DK    AMKRICA 


Habíase  formado  una  inmensa  corporación  de  mercaderes 
de  los  reinos  aliados,  que  tenia  su  asiento  en  la  ciudad  me- 
jicana de  Tlatilolco,  con  prlvilejio  esclusivo  de  negociar 
fuera  del  valle  de  Anahuac  i  de  suministrar  a  sus  habitan- 
tes las  producciones  estranjeras.  La  profesión  de  comercian- 
te se  habia  dividido  al  fin  en  tres  jerarquías  diferentes:  lf>s 
capitalistas  que  residian  en  aquella  ciudad;  los  mercaderes 
ambulantes  que  entraban  a  los  países  vecinos  i  enemigos  a 
negociar  sus  productos;  i  los  traficantes  de  esclavos.  La 
corporación  tenia  un  tribunal  propio  como  su  templo  par- 
ticular: mandaba  ejércitos;  i  con  la  autorización  del  sobe- 
rano, hacia  la  guerra  si  sus  mercaderes  encontraban  resis- 
tencia armada.  Los  emperadores  mejicanos  ennoblecieron 
la  profesión  del  comerciante,  de  tal  manera  que  muchos 
grandes  señores  formaban  parce  de  aquella  corporación . 

Los  mercaderes  ambulantes  se  reunian  en  número  de  qui- 
nientos o  mil  para  salir  a  sus  espediciones  seguidos  de  los 
servidores  o  esclavos  que  cargaban  sus  mercaderías.  Las 
caravanas  seguian  reunidas  hasta  llegar  a  las  fronteras  del 
imperio  i  entonces  se  disfrazaban,  tomaban  sus  armas  i  se 
dispersaban  cadíi  uno  por  el  lado  donde  lo  llamaba  sus  ne- 
gocios para  correr  peligrosas  aventuras.  Los  mercaderes  se 
reunian  de  nuevo  a  su  vuelta  trayendo  los  productos  que 
habian  obtenido  en  cambio  de  sus  manufacturas.  Estos 
mercaderes  fueron,  puede  decirse  así  la  vanguardia  de  los 
ejércitos  Cv>nqu¡stadores  del  imperio.  Ellos  daban  cuenta  de 
las  riíjuezas  de  los  paises  tjue  habian  visitado,  de  sus  recur- 
sos i  de  su  estension,  i  preparaban  así  las  futuras  conquis- 
tas de  los  aztecas. 

En  las  ciudades  del  imperio,  el  comercio  se  hacia,  como 
es  natural,  de  un  modo  mui  diferente.  Para  esto  no  habia 
tiendas  espe<'iales:  his  manufacturas  i  los  productos  de  la 
agricultura  eran  llevados  para  su  venta  a  los  merc¿idos  de 
las  ciudades  principales.  Cada  cinco  dias  habia  ferias,  a  las 
que  concurría  a  comprar  i  vender  una  multitud  de  perso- 
nas de  lascercanías.  El  comercio  se  hacia  pormedio  de  cam- 
bios o  de  monedas  de  diferentes   valores.    Las   principales 


^ 


PAUTE    PRIMERA. — CAPÍTrLO    II  55 

eran  tubos  de  plumas  de  aves  llenos  de  polvo  de  oro,  peda- 
zos de  estaño  en  forma  de  una  T,  i  saquillos  de  cacao  que 
contenían  determinado  número  de  granos. 

9.  Artes,  ciencias  i  letras Los  mejicanos  no  hicieron 

grandes  progresos  en  la  escultura,  pero  se  ejercitaron  mu- 
cho mas  en  la  pintura,  aunque  no  con  mejor  éxito.  Pinta- 
ban sobre  tela  de  algodón,  sobre  cueros  de  animales  i  sobre 
papel  de  maguei.  Sus  tintas  eran  variadas  i  de  vivos  colo- 
res. Esas  hojas  diversas  se  doblaban  de  ordinario  como  los 
mapas  de  nuestros  libros,  i  así  eran  conservadas. 

Las  pinturas  mejicanas  eran  de  diferentes  especies.  Unas 
tenían  por  objeto  la  representación  propia  de  los  dioses,  de 
los  reyes,  de  los  hombres  notables  o  simplemente  de  los  ani- 
males o  las  plantas;  otras  eran  verdaderas  cartas  topo^ná- 
ficas,  en  que  con  una  fidehdad  casi  desconocida  de  los  euro- 
peos, estaban  representados  los  accidentes  del  terreno  de 
una  provincia  o  de  una  localidad.  Estas  eran  las  mas  pri- 
morosamente trabajadas;  pero  las  mas  numerosas  de  todas 
estaban  destinadas  a  representar  simbólicamente  los  he- 
chos i  las  ideas  para  perpetuar  el  recuerdo  de  los  aconteci- 
mientos pasados  o  presentes.  Esos  dibujos  suplían  la  escri- 
tura con  el  bosquejo  de  un  incidente  histórico  o  por  medio 
de  signos  convencionales  que  representaban  un  hecho,  un 
lugar  o  una  tribu.  *'La  escritura  mejicana,  dice  un  distin- 
guido sabio  francés  muí  versado  en  la  interpretación  de  los 
jeroglíficos  ejipcios,  es  una  pintura  que  muestra  a  los  ojos 
una  acción,  pero  que  no  trasmite  las  espresiones  de  una  na- 
rración. Creo  que  el  sentido  de  los  libros  históricos  no  po 
día  comprenderse  sino  con  la  a\'uda  de  una  interpretación 
trasmitida  tradicionalmente.  La  porcioir  mas  considerable 
de  los  manuscritos  aztecas  ofrece  a  la  vista  una  indicación 
directa  ¡  compendiada  de  un  hecho  visible.  Cuando  Hernán 
Cortes  llegó  a  Méjico,  los  enviados  de  Moctezuma  dibuja- 
ron los  hombres,  los  caballos  i  las  naves:  esta  era  su  mane- 
ra de  dar  su  informe.  No  sé  como  Moctezuma  lo  íuibria 
comprendido  sin   una  esplicacion'\  ^  Los  historiadores  se 


J.  J.  Ampare,  Promenadc  en  AmeriquCy  tom.  II,  chap.  XVII,  pa- 


5f)  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


han  ocupado  de  su  estudio,  i  han  obtenido  a  veces  resulta- 
dos verdaderamente  admirables. 

Las  tradiciones  estaban  ademas  consignadas  en  los  can- 
tos populares.  Algunos  de  estos  recordaban  las  leyendas 
niitolójicas  e  historias  de  los  tiempos  heroicos;  pero  había 
también  cantos  guerreros  e  idilios  de  amor.  Se  ha  dicho 
también  que  los  antiguos  mejicanos  conocieron  las  repre- 
sentaciones dramáticas,  pero  nada  de  este  jéneroha  llegado 
hasta  nosotros.  Los  historiadores  de  la  conquista  nos  han 
conservado  algunas  poesías  i  otras  producciones  de  un  rei 
de  Tezcuco,  que  respiran  una  filosofía  dulce  i  melancólica, 
pero  llena  de  confianza  en  la  vida  futura.    ' 

Sus  progresos  científicos  fueron  sin  duda  inferiores.  La 
mecánica  estaba  en  su  infancia,  a  tal  punto  que  no  hai  no^ 
ticia  de  que  emplearan  otro  elemento  que  la  fuerza  de  sus 
brazos  para  el  trasporte  de  las  inmensas  moles  de  piedra 
que  usaban  en  sus  monumentos.  Su  sistema  de  numeración 
era  mui  sencillo:  su  base  era  el  número  veinte,  representado 
por  un  estandarte,  de  modo  que  era  divisible  no  sólo  por 
cinco  sino  también  por  cuatro  i  por  dos.  La  escritura  de 
esta  numeración  no  era  mas  complicada  que  la  que  usaron 
los  romanos. 

Sus  conocimientos  astronómicos  eran  también  reducidos: 
no  conocían  mas  instrumento  de  observación  que  el  cua- 
drante solar;  pero  en  la  medida  del  tiempo  habían  llegado 
a  un  grado  de  perfección  de  que  carecian  los  calendarios 
europeos  anteriores  a  la  reforma  gregoriana.  Su  año  civil 
estaba  ajustado  al  año  solar,  i  dividido  en  dieciocho  meses 
de  veinte  dias  cada  uno.  Habia  ademas  cinco  dias  suple- 
mentarios que  no  perten^cian  a  ningún  mes  i  que  eran  re- 
putados aciagos.  El  mes  estaba  dividido  en  cuatro  sema- 
nas de  a  cinco  dias,  el  último   de  los  cuales  era  de  fiesta  i 


i¡na  272.  l'n  ilustrado  anticuario  mejicano,  don  Josc  F.  Ramírez, 
(pie  ha  hecho  un  serio  estudio  de  aquella  pintura,  ha  tratado  de 
probar  que  ellas  bastan  para  fundar  la  historia  antigua  de  Méjico. 
Véanse  las  notas  que  sobre  esta  materia  ha  puesto  al  final  de  la 
edición  mejicana  de  la  célebre  historia  de  Prescott. 


PARTE    PllIMKUA.  -CAPÍTULO    11  57 


de  mercado.  De  esta  manera,  cada  mes  tenia  un  número 
igual  de  dias  i  de  semanas.  Los  mejicanos  no  tenian  años 
bisiestos,  pero  a  cada  siglo  suyo,  que  constaba  de  cincuenta 
i  dos  años,  le  agregaban  doce  dias  i  medio,  de  tal  modo  que 
era  necesario  que  pasaran  mas  de  quinientos  años  para  que 
ocurriera  un  error  de  un  dia  entero.  *^  **Cuando  se  conside- 
ra la  dificultad  de  llegar  a  una  determinación  tan  exacta 
(le  la  lonjitud  dei  año,  dice  un  eminente  astrónomo  moder- 
no, nos  sentimos  inclinados  a  creer  que  no  es  obra  suya,  i 
que  su  conocimiento  les  liabia  llegado  del  antiguo  continen- 
te*'. '*  Una  inmensa  mole  circular  en  que  se  h^lla  cincelado 
el  calendario,  cuyos  meses  estaban  representados  por  figu- 
ras simbólicas,  prueba  ademas  que  los  mejicanos  tenian 
procedimientos  científicos  i)ara  conocer  la  hora  del  dia,  la 
época  de  los  solsticios  i  de  los  equinoccios  i  el  momento  pre- 
ciso del  tránsito  del  sol  por  el  cénit. 

10.   Relijion La  relijion  de  los  antiguos  mejicanos  era 

unaespeciedepoliteismo  análogo  al  de  los  griegos  en  cuanto 
al  fondo  de  las  creencias,  pero  que  se  acercaba  a  las  relijio- 
n es  del  Asia  en  cuanto   al  culto.    Creian  ellos  en  un  Dios, 
supremo  creador  i  señor  del  universo.  Bajo  este  ser  superior 
es  taban  colocadas  trece  grandes  divinidades  i  mas  de  dos- 
cientas de  menor  importancia,  cada  una  de  las  cuáles  tenia 
lan  di  a  consagrado.  Los  aztecas  honraban  con  preferencia 
al   dios  de  la  guerra,  Huitzilopochtli  o  Alexitli,  cuya  imájen 
híi^bian  llevado  consigo  en  su  larga  peregrinación,   hasta 
cixae  echaron  los  cimientos  de  la  ciudad  deTenochtitlan,que 
vino  a  ser  la  capital  de  su  imperio.  Otra  divinidad  por  que 
tenian  una  profunda  veneración  era  Quetzalcoatl,  dios  del 
aire,  de  quien  creian  que  habia  residido  en  la  tierra  para  en- 
señar a  los  hombres  el  cultivo  de  los  campos,  el  laboreo  de 
^os  metales  i  la  ciencia  del  gobierno.  Suponian  que  este  dios 


^  Don  Antonio  Gama.  Descripción  de  las  piedms  del  calendario 
bolladas  en  Méjico  en  1 790, 

^  Lv  Plack,  Exposition  du  svsteme  du  monde,  liv.  V.,  chap.  III, 
Pííj  398. 


5  8  HISTORIA    DE    AMÉKKA 

era  completamente  pacífico  i  que  se  tapaba  los  oídos  ouat 
do  se  hablaba  de  guerra.  Los  mejicanos  decían  que  Que 
zalcoatl  era  de  alta  estatura,  que  tenia  cutis  blanco,  cj 
bellos  negros  í  barba  larga;  i  que  al  alejarse  de  la  tierr 
había  prometido  volver.  Otra  tradición  mejicana  esplicah 
la  confusión  de  las  lenguas  por  una  leyenda  semejante  a  1 
historia  de  la  torre  de  Babel  de  las  sagradas  escrituras. 

La  relijion  de  los  aztecas  tenia  algunos  puntos  de  co 
acto  con  el  dogma  católico.  Creían  en  la  caída  del  prim« 
hombre,  en  el  pecado  orijinal  i  en  la  rcjeneracion  por  med 
de  abluciones  que  recuerdan  el  bautismo.  Consideraban  qi 
la  especie  humana  había  sido  arrojada  a  la  tierra  por  ca 
tigo,  i  en  sus  oraciones  imploraban  la  misericordia  divín 
Entre  los  objetos  de  su  culto  figurab¿i  la  cruz,  (jue  enco: 
traron  los  castellanos  en  Yucatán  i  en  otras  provincia 
Los  mejicanos  tenían,  ademas,  la  confesión  que  los  puríf 
caba  de  los  crímenes  cometidos  anteriormente;  i  una  cer 
monia  semejante  a  la  eucaristía,  en  que  los  sacerdot( 
distribuían  a  los  fieles  prosternados  los  fragmentos  de  un 
imájen  del  dios. 

La  moral  que  enseñaba  la  relijion  mejicana,  era  jenerfí 
mente  pura.  Sus  oraciones  revelaban  sentimientos  de  un 
caridad  sincera,  el  perdón  i  el  olvido  de  las  injurias,  i 
propósito  de  inspirar  la  benevolencia  hacia  el  prójimo.  L 
poligamia  no  era  admitida  mas  que  para  los  jefes.  Las  ni 
jeres  ocupaban  una  condición  social  mui  superior  a  la  cp 
les  señalaban  las  costumbres  í  relijiones  del  Asia;  i  partit 
paban  de  las  funciones  sacerdotales.  Habia  sacerdotisa 
pero  no  tenían  intervención  alguna  en  los  sacrificios. 

Cuando  los  misioneros 'españoles  se  impusieron  de  U 
dogmas  i  del  culto  de  la  relijion  de  los  mejicanos,  quedan 
sorprendidos  a  la  vista  de  tantas  coincidencias  con  sus  pr 
pias  creencias.  Supusieron  entonces  que  el  evanjelio  hab 
sido  predicado  en  .América  por  los  apóstoles,  i  que  aquell; 
prácticas  nacían  de  las  doctrinas  de  su  predicación  confu 
didas  con  el  paganismo.  Algunos  escritores  han  pensai 
que  ellas  habían  sido  importadas  del    viejo  mundo  por  h 


PARTE    PRIMERA.-     «    vPITI  l.O     II 


primititros  pobladores  de  América.  Pero  si  la  relijion  de  los 
mejicanos  tenia  estos  puntos  de  contacto  con  la  nuestra, 
había  en  cambio  una  profunda  separación  en  la  esencia  del 
dogma  i  mas  que  todo  en  los  sacrificios.  En  los  templos  se 
inmolaban  solemnemente  las  víctimas  humanas  sobre  los 
altares,  i  en  seguida  se  devoraban  sus  cuerpos  en  los  ban* 
quetes  con  grande  aparato  *^.  Este  uso  abominable  es- 
taba lejitimado  por  las  creencias  del  pueblo,  que  miraba 
la  mansión  del  hombre  en  la  tierra  como  una  espiacion  i 
una  prueba.  Los  mejicanos  estaban  persuadidos  que  la  di- 
vinidad se  apaciguaba  con  la  sangre.  Sin  embargo,  no  to- 
das las  tribus  mejicanas  observaron  la  práctica  de  los  sa- 
crificios humanos;  lejos  de  eso,  los  aztecas  los  usaron  sólo 
desde  doscientos  años  antes  de  la  conquista,  i  durante  mu- 
cho tiempo  encontraron  mucha  resistencia  para  introducir- 
los en  las  tribus  vecinas.  Algunos  de  los  reyes  de  Tezcuco 
trataron  de  prohibirlos  definitivamente  en  sus  estados. 

Los  aztecas  creían  en  la  inmortalidad  del  alma.  La  opi- 
nión jeneralmente  admitida  era  que  las  almas  al  salir  del 
cuerpo  bajaban  a  un  lugar  denominado  Mitlan,  o  mansión 
de  los  muertos.  Era  ésta  una  rejion  tenebrosa  dividida 
como  el  cielo  en  diversas  categorías,  en  (jue  Uis  almas  enuí 
sometidas  a  una  especie  de  juicio,  cuyo  fallo  estaba  encar- 
gado a  dos  dioses.  Solo  después  de  haberse  purificado  en 
aquellos  lugares,  las  almas  tomaban  el  camino  de  Tlalo- 
can,  especie  de  paraiso,  donde  se  incorporaban  entre  los 
astros.  Para  esplicarse  la  eternidad  habian  supuesto  que 
estaba  dividida  en  cuatro  ciclos,  i  que  al  terminar  cada 
uno  de  ellos,  el  jénero  humano  debia  ser  arrojado  de  la 
tierra  por  medio  de  una  revolución  de  todos  los  elementos, 
desapareciendo  al  efecto  el  sol  para  renacer  en  el  ciclo  si- 
guiente. Los  mejicanos  estaban  persuadidos  (jue  la  conclu- 
sión del  ciclo  en  que  ellos  vivian  debia  coincidir  con  el  tér- 
mino de  uno  de   los   siglos  de  cincuenta  i  dos  años  en  (jue 


*^    HuMBOLDT  en  las    Vucs  des  conlillcrvs,  etc.,  p.'ij.  94- i  sív^.^'h 
ha  esplicado  el  oríjen  de  estos  sacriticios  humanos. 


60  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


habían  dividido  el  tiempo.  Al  acercarse  el  fin  de  ese  período, 
se  abandonaban  a  todos  los  estreñios  de  la  desesperación, 
apagaban  el  fuego  sagrado  en  los  templos,  i  a  nadie  permi- 
tian  encender  lumbre  en  su  casa;  destruían  los  muebles  i 
utensilios  domésticos,  desgarraban  las  vestiduras,  í  lo  po- 
nían todo  en  completo  desorden,  porque  creían  próxima  la 
devastación  de  la  tierra.  En  la  última  noche  se  encamina- 
ban los  pobladores  de  la  capital,  a  unas  montanas  inme- 
diatas en  medio  de  una  procesión  presidida  por  sus  sacer- 
dote s.  Allí  esperaban  que  las  estrellas  del  cielo  les  anuncia- 
ran que  ya  era  media  noche,  para  que,  cre\'éndose  libres 
del  peligro  que  los  había  amenázalo, sacrificaran  una  vícti- 
ma escojida  i  prendieran  de  nuevo  el  fuego  sagrado,  por 
medio  de  la  fricción  de  dos  estacas.  Inmediatamente,  i  en 
medio  del  alborozo  de  les  multitudes,  se  despachaban  emisa- 
rios a  todas  las  provincias  anunciando  a  sus  hermanos  que 
el  cíelo  habia  dispuesto  la  conservación  del  mundo.  Sólo 
entonces  volvían  los  mejicanos  a  su  vida  habitual. 

El  número  de  los  sacerdotes  era  muí  considerable,  pues- 
to que  sólo  el  templo  principal  de  la  capital  estaba  servido 
por  cinco  mil.  Las  funciones  de  cada  uno  de  ellos  estaban 
determinadas  con  rigorosa  exactitud.  Unos  dirijian  el  canto 
de  los  templos,  otros  disponían  las  fiestas  con  arreglo  al 
calendario;  estos  cuidaban  de  la  educación  de  la  juventud, 
aquellos  de  las  pinturas  jeroglíficas,  i  de  conservar  las  tra- 
diciones orales.  Los  ritos  del  sacrificio  estaban  reservados 
a  las  principales  dignidades.  A  la  cabeza  de  todos  estaban 
dos  sumos  sacerdotes  electos  por  el  reií  los  primeros  nobles, 
iguales  en  dignidad  i  sólo  inferiores  en  autoridad  al  sobera- 
no mismo.  Uno  de  los  principales  cargos  del  sacerdocio  era 
la  educación  de  la  juventud  en  escuelas  a  propósito,  en  que 
entraban  los  jóvenes  de  ambos  sexos  desde  la  mas  tierna 
edad.  Se  les  enseñaba  el  culto  de  los  dioses,  i  tomaban  par- 
te en  los  cánticos  i  fiestas  relijiosas.  Los  niños  de  las  escue- 
las superiores  aprendían  ademas  l«ns  tradiciones  históricas  i 
relijiosas,  la  interpretación  de  los  jeroglíficos  i  los  escasos 
rudimentos  de  la  ciencia  de  los  aztecas.  A  las  niñas  se  les 


PAUTE    PRIMERA. — rAPÍTl'LO    11  61 

enseñaba  a  coser  i  bardar  ornamentos  para  el  servicio  de 
los  altares  i  la  moral  de  su  relijion.  Unos  i  otros  salían  de 
la  escuela  cuando  estaban  en  estado  de  casarse  i  de  desem- 
peñar las  funciones  del  servicio  público. 

Los  templos  mejicanos,  llamados  Teocali,  (o  teucali,  de 
teutl,  dios,  i  calí,  casa)  casas  de  Dios,  eran  mui  numerosos. 
Estaban  construidos  sobre  bases  piramidales  de  tierra  i 
piedra,  en  cuya  cima  se  levantaba  el  templo.  La  mas  eleva- 
da de  esas  pirámides  era  la  de  Cholula.  **EI  aspecto  de  la 
pirámide  de  Cholula,  dice  un  ilustre  viajero,  nos  recuerda 
el  aspecto  de  la  gran  pirámide  de  Ejipto.  Esta  es  una  masa 
de  piedra  a  que  se  sube  por  medio  de  los  derrumbamientos 
de  sus  ángulos.  La  gran  pirámide  de  Cholula  es  una  colina 
a  cuya  cima  se  puede  llegar  a  caballo  i  aun  en  carruaje.  Se 
creería  que  no  se  tiene  delante  de  los  ojos  la  obra  de  los 
hombres,  sino  la  obra  de  la  naturaleza.  Sin  embargo,  es  fá- 
oil  ver  que  esta  montaña  ha  sido  construida,  a  lo  menos  en 
parte,  con  adobes.  La  cuestión  es  de  saber  si  la  albañilería 
forma  el  cuerpo  del   monumento  o  si  sólo  envuelve,  lo  que 
e^s  mas  probable,  la  montaña  cortada  en  forma  piramidal. 
^En  jeneral,  las  pirámides  mejicanas  están   orientadas,  es 
<:lccir,  que  sus  faces  están  vueltas  hacia  los  cuatros  puntos 
cardinales**  ^^. 

Los  templos  estaban  dispuestos  en  cuatro  o  cinco  pisos, 
o^da  uno  de  ellos  de  menores  dimensiones  que  el  de  abajo. 
Sxi  ornamentación  era  mui  rica,  i  en  el  centro  de  ellos  se  le- 
v^ untaban  las  estatuas  de  los  dioses  cinceladas  en  piedm. 
En  esas  formas  fantásticas,  dice  Humboldt,  el  carácter 
í3e  la  figura  humana  desaparecia  bajo  el  peso  de  los  vesti- 
dos, de  los  cascos  en  forma  de  cabezas  de  animales  carnívo- 
ros, i  de  las  serpientes  que  envuelven  el  cuerpo."  **La  inten- 
ción del  escultor,  dice  otro  viajero,  parece  haber  sidoexitar 
el  terror"  ^^.  Delante  de  esos  ídolos  tenian  lugar  los  sacrifi- 
cios humanos. 


^1.  J.  J.  Amperb,  Promenade  en  Amerique,  tom.  II,  chap.  XXVI, 
Páj.  376. 
^2.  SiHEPHfcNS,  Central  America,  vol.  I,  páj.  152. 


r»2  HISTORIA    I>B    AMÉRICA 


Las  víctimas  del  sacrificio  eran  de  varias  esjjecics;  pero 
de  ordinario  se  destinaban  a  él  los  prisioneros  cojidos  al 
enemigo  en  el  campo  de  batalla.  El  número  de  ellas  varia 
según  los  historiadores,  pero  algunos  las  hacen  subir  hasta 
dos  mil  cada  año.  El  pueblo  las  miraba  como  mensajeros 
enviados  cerca  de  los  dioses,  i  les  encargaba  que  hicieran 
presente  a  la  divinidad  sus  necesjdadcs  i  reclamaciones.  En 
jeneral,  se  las  trataba  con  todo  jénero  de  consideraciones,  i 
eran  conducidas  al  sacrificio  por  los  sacerdotes  en  proce- 
sión, a  pasos  lentos,  al  son  de  música  i  en  medio  de  los  can- 
tos del  ritual.  La  piedra  del  sacrificio  estaba  colocada  en  la 
parte  superior,  a  todo  aire,  entre  los  dos  altares  en  que  ar- 
dia  a  toda  hora  el  fuego  sagrado.  El  pueblo,  reunido  a  lo 
lejos,  lo  contemplaba  todo  en  un  silencio  profundo.  En  fin, 
después  de  haber  recitado  ciercas  oraciones,  i  de  habérsele 
hecho  los  últimos  encargos  para  la  divinidad,  la  víctima 
era  tendida  sobre  la  piedra  fatal.  El  sacrificador  cambiaba 
la  capa  ntgra  flotante  por  otra  de  color  rojo,  i  se  acercaba 
a  la  víctima  armado  de  un  cuchillo  de  piedra,  le  abria  el 
pecho,  arrancaba  de  él  el  corazón  humeante,  rociaba  con 
!a  sangre  las  imájenes  de  los  dioses,  i  la  vertia  a  su  alrede- 
dor, o  hacia  de  ella  unacspecie  de  masa  con  harina  de  maiz. 
El  cadáver  era  entregado  al  guerrero  que  habia  cojido  a  la 
víctima  en  la  batalla,  el  cual  después  de  guisarlo  lo  ofrecía 
a  sus  amigos  en  un  espléndido  banquete.  Estos  sacrificios 
eran  mas  numerosos  cuando  se  celebraba  la  coronación  de 
un  rei  o  la  consagración  de  un  templo. 

Algunos  prisioneros,  sin  embargo,  escapaban^  de  este  sa- 
crificio si  tcnian  la  re|)ntaci()n  de  valientes  i  esforzados, 
f)ero  entonces  les  estaba  deparada  otra  suerte.  En  el  centro 
de  todas  las  ])lazas  de  Méjico  habia  construcciones  cir- 
culares de  cal  i  piedra  en  cuya  cima  habia  una  plataforma 
redonda.  L)es])ues  de  ciertas  ceremonias,  el  prisionero  subia 
a  esta  ]:>lc'itaforma,  se  le  amarraba  por  un  pié  a  la  piedra 
del  centro,  i  se  le  daba  una  esprul;)  de  madera  i  una  rodela 
par¿i  que  luchara  con  el  guerrero  que  lo  habia  capturado. 
Ivl  combate  era  terrible:  si  el  pri.sionero  obtenia  la  victoria 


PARTE    PRIMERA. — CAPÍTULO    II  03 

sobre  su  adversario  i  sobre  otros  seis  combatientes  que  se 
presentaban  sucesivamente,  era  puesto  en  libertad  i  se  le 
devolvia  lo  que  había  perdido  en  la  guerra.  Si  era  vencido, 
su  adversario  obtenia  los  honores  del  triunfo. 

Las  ceremonias  del  culto  tenían  lugar  cada  día  porque 
cada  día  también  estaba  consagrado  a  alguna  divinidad. 
El  pueblo  asistía  a  ellas^con  recojimento  i  respeto,  i  guar- 
daba alta  consideración  a  los  vsacerdotes.  Estos,  por  su 
parte,  estaban  revestidos  de  grande  autoridad  i  poseían 
rentas  considerables  que  les  producían  las  tierras  asigna- 
das por  la  corona  para  el  servicio  del  culto,  i  que  eran  tra- 
bajadas por  una  especie  de  arrendatarios. 

11.  Costumbres.— La  educación  de  la  juventud  estaba 
confiada,  como  hemos  dicho,  a  los  sacerdotes.  Los  niños, 
de  cualquier  rango  que  fueran,  adquirían  los  mismos  cono- 
cimientos i  se  ejercitabíin  en  las  mismas  artes,  pero  de  or- 
dinario los  hijos  seguían  la  profesión  del  padre.  Se  casaban 
en  1^  primera  juventud,  en  medio  de  una  ceremonia  domés- 
tica, i  entraban  a  formar  una  familia  separada. 

El  sacerdocio  tenía  poca  intervención  en  los  matrimo- 
nios, pero  no  sucedía  así  en  los  funerales.  Dos  sacerdotes 
de  categoría  inferior  se  encargaban  de  lavar  el  cadáver,  de 
envolverlo  en  bandas  de  papel  i  de  vestirlo  con  un  traje  es- 
pecial correspondiente  al  que  suponían  que  llevaba  el  dios 
protector  de  la  profesión  o  de  la  familia  del  muerto.  Colo- 
caban a  su  lado  un  jarro  lleno  de  agua  i  papeles  cubiertos 
de  pinturas  jeroglíficas,  que  debían  servirle  de  pasaporte  en 
la  vida  futura,  i  en  seguida  encendían  fuego  para  quemar- 
lo. De  ordinario,  esta  operación  tenía  lugar  en  un  hornillo 
especial.  Un  sacerdote  recojia  las  cenizas  en  una  urna  i  las 
sepultaba  en  la  tierra  en  medio  del  canto  de  los  asistentes. 
Las  ceremonias  que  se  seguían  a  la  muerte  de  un  monarca 
eran  semejantes,  pero  mucho  mas  ostentosas.  Su  cadáver 
se  esponía  al  público;  i  cuando  llegaba  el  caso  de  sepultar 
sus  cenizas  eran  sacrificados  algunas  de  sus  mujeres  i  aque- 
llos de  sus  servidores  (|ue  debían  formar  «u  corte  en  el  otro 
mundo. 


64  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


Rl  traje  de  los  mejicanos  era  mui  sencillo:  el  clima  tem- 
plado de  aquellas  rejiones  no  exijia  vestidos  de  mucho  abri- 
go. Los  hombres  usaban  una  especie  de  calzón  i  una  tela 
suelta  hacia  sus  espaldas  que  les  servia  de  capa:  las  muje- 
res llevaban  una  túnica  sin  mangas  recojida  en  la  cintura. 
Los  nobles  usaban  trajes  idénticos,  pero  formados  de  telas 
preciosas,  cubiertas  de  plumas  i  de  bordados. 

Los  antiguos  mejicanos  tenian  fiestas  i  diversiones  de  di- 
ferentes especies:  (!onocian  muchos  juegos  de  ajilidad  i  de 
industria  en  que  eran  diestrísimos;  celebraban  ostentosos 
banquetes  en  que  se  les  servian  delicados  manjares;  pero 
una  tristeza  casi  constante  formaba  el  fondo  del  carácter 
nacional.  En  medio  del  brillo  de  las  riquezas,  de  la  gloria 
de  sus  conquistas,  el  mejicano  vivia  aterrorizado  por  sus 
preocupaciones  relijiosas,  i  abatido  no  tanto  por  el  despo- 
tismo del  gobierno  de  la  tierra  cuanto  por  el  temor  a  sus 
horribles  i  sanguinarios  dioses.  No  debe  estrañarse,  pues, 
que,  un  pueblo  semejante,  después  de  vencido  por  los  con- 
quistadores, aceptara  una  dominación  dura  i  talvez  cruel, 
pero  que  estaba  exenta  de  tan  terribles  preocupaciones  ^^. 


i'^  Las  costumbres  e  instituciones  de  los  mejicanos  han  sido  es- 
tudiadas, así  como  su  historia,  por  varios  escritores  i  particular- 
mente por  Boturini,  italiano  establecido  en  Méjico  en  el  siglo  pa- 
sado, i  por  los  padres  Torquemada  i  Clavijero,  cuyas  obras  hemos 
consultado  para  escribir  este  capítulo.  Pero  nos  han  servido  par- 
ticularmente la  prolija  historia  del  abate  Brasseur  de  Bourbourg, 
casi  constantemente  estractada  i)or  el  vizconde  de  Bussierre,  en  su 
obra  titulada  Uempire  wtxicain,  la  estensa  introducción  de  la 
historia  de  la  conquista  de  Méjico  de  Prescott,  i  un  noticioso  ar- 
ticulo que  acerca  de  esta  obra  ])ublicó  M.  Michel  Chevalier  en  la 
Revue  des  dtux  Mondes  del  1*^  de  Marzo  de  1845.  De  estos  auto- 
res he  recojido  infinitas  noticias  tomándolas  muchas  veces  con  sus 
mismas  palabras,  aunque  para  evitar  la  repetición  de  citaciones 
hava  omitido  a  veces  señalarlo  al  pié  de  estas  pajinas.  He  consul- 
tado también  con  provecho  la  Relatione  di  algune  cose  della  Nova 
Spagnia  fatta  per  uno  gentil  uomo  de  F.  Córtese^  publicada  en  el 
III  volumen  de  las  Navigatione  et  viaggi  á^  Ramussio,  pñj.  104-  i 
sig.  Venecia,  1554. 


CAPITULO   III. 

Kl  Perú  anticuo 

-     Civilización  primitiva  del  Pera.   -2.  Los  incae.— 3.  Gobierno; 
_^rarquía  social. — 4».  Distribución  de  las  tierras  i  del  trabajo.— 
ó.  Organización  de  la  tarailia.— 6.  Conquistas  militares.— 7.  Re- 
lijion.— 8.  Ciencias  i  letras.-— 9.  Artes.— 10.  Industria --11    Cos- 
tumbres. 

1.  Civilización  primitiva  del  Perú.— El  oríjen  de   la 
primitiva  civilización  peruana,  está  envuelto  en  las    mas 
oscuras  tinieblas.  Las  tradiciones  de  los  indíjenas  al  tiem- 
po de  la  llegada  de  los  españoles  recordaban  hordas  de  sal- 
vajes que  invadieron  a  las  anteriormente  establecidas,  per- 
sonajes misteriosos,  jigantes  a  veces,  pigmeos  otras,  que 
sembraban  el  terror  en  sus  conquistas  o  que  eran  destroza- 
das al  pisar  aquellas  rejiones.  Esas  tribus  vivieron,  según 
la  tradición,  sumidas  en  la  mas  completa  barbarie,  hasta 
que  apareció  en  el  Cuzco  un  jenio  benéfico  que  se  denomi- 
naba hijo  del  sol,  que  civilizó  a  los  bárbaros  i  fundó  un  po- 
deroso imperio. 

La  razón  no  puede  aceptar  esta  tradición.  No  es  posible 
que  un  solo  hombre  haya  podido  llevar  a  cabo  una  obra  tan 
grandiosa;  i  las  investigaciones  modernas  han  revelado  que 
los  primeros  jérmenes  de  la  cultura  peruana  eran  anteriores 
a  la  época  que  se  les  asignaba.  Existen  en  diversos  puntos 
del  sur  del  territorio  peruano  ruinas  monumentales  que 

TOMO   I  5 


66  HISTORIA    DB   AMÉRICA 


revelan  una  antigüedad  de  muchos  siglos;  i  se  han  obser- 
vado los  rastros  de  una  civilización  anterior  a  la  época  en 
que  se  supone  fundado  el  imperio  de  los  incas. 

Parece  fuera  de  duda  que  el  Perú  fué  poblado  por  inmi- 
graciones sucesivas  de  diversas  tribus,  éntrelas  cuales  habia 
algunas  que  conocian  el  cultivo  de  los  campos,  que  tenían 
nociones  de  un  ser  supremo  creador  del  universo  i  que  sa- 
bian  construir  sus  habitaciones  i  sus  templos  i  gobernarse 
bajo  ciertos  principios.  Las  prácticas  comunes  del  culto, 
las  reuniones  i  fiestas,  las  relaciones  comerciales  i  las  repe- 
tidas guerras,  tan  frecuentes  cuando  la  sociedad  no  está  ci- 
mentada sobre  el  derecho,  pusieron  en  contacto  a  las  fami- 
lias i  a  las  tribus.  De  este  modo  algunas  de  ellas  adquirieron 
un  carácter  dóc^,  bondadoso  i  dispuesto    a  aceptar  un  go- 
bierno regular.   Levantáronse  grandes  poderes,  i  se  jenera- 
lizaron  algunas  instituciones  civiles;  pero  el  antagonismo 
de  aquellos  centros  de  civilización  impedia  que  uno  de  ello^ 
irradiase  sobre  todas  las  tribus. 

2.  Los  INCAS. — En  esas  circunstancias  apareció  en  el  valle 
del  Cuzco  un  jenio  benéfico,  que  se  presentó  a  sus  compa- 
triotas con  el  carácter  de  hijo  del  sol,  enviado  por  su  divino 
padre  para  dominar  a  los  pueblos  con  los  beneficios  de  una 
civilización  superior.  Su  propaganda  fué  pacífica:  encontró- 
sectarios  i  discípulos  entre  sus  compatriotas  mas  inmedia- 
tos, predicó  doctrinas  sabias  i  aceptables  para  la  mayoría- 
que  estaba  sumida  bajo  el  despotismo  de  los  curacas  o  se- 
ñores de  las  tribus,  i  echó  las  bases  del  imperio  que  engran^ 
decieron  sus  sucesores.   Ese  misionero  pacífico  se  llamaba 
Manco   Capac:  en  sus  trabajos  fué  ayudado  por  su  esposa 
Mama  Oello. 

Desde  esta  época  la  historia  comienza  a  despejarse  de  fá- 
bulas groseras,  si  bien  la  crítica  moderna  no  se  encuentra 
completamente  satisfecha.  Cinchi  Roca,  hijo  de  Manco  Ca- 
pac, a  quien  los  historiadores  llaman  el  primer  inca,  conso- 
lidó la  obra  de  su  padre  continuando  la  misma  política 
suave  i  benéfica.  Lloque  Yupanqui,  de  carácter  belicoso, 
creyó  fortalecido  el  naciente  im()er¡o   i  comenzó  a  ensan- 


PARTH    PRIMERA.  -CAPÍTULO    III  67 

charlo  con  conquistas  militares.  Su  sucesor  Maita  Capac 
dilató  sus  fronteras  con  nuevas  guerras  i  con  el  prestijio  de 
grandes  obras.  Capac  Yupanqui  ocupó  su  reinado  en  some- 
ter a  los  pueblos  conquistados  por  su  padre,  que  querían 
sacudir  el  yugo  de  su  dominación.  Inca  Roca,  príncipe  de 
conducta  viciosa,  perdió  gran  parte  déla  veneración  de 
que  gozó  su  raza,  i  dejó  el  imperio  en  gran  peligro  porque 
sus  conquistas  imprudentes  armaron  a  tribus  esforzadas  i 
celosas  de  su  independencia.  Yaguar  Huacac.  monarca  débil 
i  cuitado,  que  no  supo  gobernar  el  imperio  de  sus  mayores, 
puso  su  dinastía  al  borde  de  un  abismo.  Su  hijo  Viracocha, 
jeneral  esperimentado,  salvó  el  imperio  de  sus  numerosos 
enemigos,  destituyó  a  su  padre  i  subió  al  solio  imperial  pa- 
ra emprender  nuevas  i  mas  importantes  conquistas.  Pa- 
chacutec  es  el  reformador  del  imperio:  dio  nueva  forma  a  la 
monarquía,  mejoró  la  organización  política  del  Perú,  i  lo 
ensanchó  con  importantes  conquistas  en  las  provincias  del 
norte.  Inca  Yupanqui  i  Tupac  Inca  Yupanqui,  que  algunos 
consideran  dos  soberanos  distintos  i  otros  uno  solo,  en- 
cuentran el  imperio  poderoso,  i  acrecientan  sus  dominios 
al  norte  i  al  sur  con  las  provincias  de  Quito  i  Chile.  Huaina 
Capac,  jenio  emprendedor,  consuma  la  sumisión  de  aquel 
reino,  acaba  las  grandiosas  obras  comenzadas  por  sus  an- 
tepasados i  eleva  el  imperio  a  la  cumbre  de  su  grandeza  i  de 
su  poder.  Al  morir  cometió  un  error  contrario  a  los  princi- 
pios de  su  raza:  dividió  el  imperio  entre  sus  dos  hijos  Huás- 
car i  Atahualpa,  quienes  se  empeñaron  en  una  horrorosa 
guerra  civil  para  conquistar  el  señorío  absoluto.  La  suerte 
de  las  armas  fué  favorable  al  segundo,  pero  el  imperio  que- 
dó ajitado  por  la  discordia,  cansados  sus  guerreros  i  abier- 
to el  camino  a  la  conquista  estranjera. 

Según  los  mejores  cómputos,  la  monarquía  de  los  incas 
tuvo  tres  o  cuatro  siglos  de  existencia.  Al  cabo  de  este 
tiempo,  su  dominación  se  estendia  por  la  costa  del  Pacífico 
desde  el  segundo  grado  de  latitud  norte  hasta  el  treinta  i 
siete  de  latitud  sur.  Por  el  oriente  se  dilataba  al  otro  lado 
de  las  cordilleras,  hasta  los  confines  de  las  tribus  bárbaras 


68  niRTOKlA    I)K    AMÉRICA 


cuyos  nombres,  consignados  tn  la  historia,  nos  son  desco- 
nocidos. Ivl  prolijo  historiador  de  h)s  incas  dice  sólo  que  la 
mayor  anchura  del  imperií^  no  pasaba  de  ciento  veinte  le- 
guas ^.  Su  nombre  era  Tavantisuyo,  que  significa  las  cua- 
tro partes  del  mundo:  los  altaneros  incas,  que  creian  que 
sus  subditos  formaban  la  única  nación  civilizada  de  la  tie- 
rra, pensaron  talvez  que  no  era  necesario  dar  un  nombre  a 
su  imperio  puesto  que  no  era  preciso  distinguirlo  de  ningún 
otro.  Su  denominación  actual  fué  puesta  por  los  españoles, 
quizá  por  el  nombre  de  un  pequeño  rio  del  norte. 

3.  Gobierno;  jerarquía  social La  grandeza  del  impe- 
rio de  los  incas  se  debió  principalmente  a  un  sistema  de  po- 
lítica tan  uniformecomo  si  durante  doce  reinados  no  hubie- 
ra gobernado  mas  que  un  solo  hombre.  Nacia  esto  de  que 
la  individualidad  de  todos  habia  desaparecido  i  de  que  la 
sociedad  marchaba  por  el  solo  impulso  de  las  instituciones 
i  aun  contra  la  inconstancia  de  sus  jefes. 

Los  primeros  incas  hicieron  del  imperio  una  sola  familia 
por  la  solidaridad  de  sus  destinos,  i  un  convento  por  la  re- 
gularidad de  vida.  Ninguno  de  sus  subditos  estuvo  es- 
puesto a  los  sufrimientos  de  la  mendicidad,  i  ninguno  a  los 
peligros  de  la  holgazanería,  porque  todos  tuvieron  asegu- 
rada su  subsistencia  i  a  todos  se  prescribió  una  tarea  social. 
La  relijion  suavizó  las  costumbres.  Sus  artes  se  perfeccio- 
naron con  la  paz.  Obras  colosales  de  interés  público  se 
levantaron  mediante  el  trabajo  secular  de  ejércitos  de  ope- 
rarios. I  mientras  se  hacia  sentir  la  acción  previsora  del 
gobierno,  se  propagaba  a  lo  lejos  la  civilización  imperial 
por  la  razón  i  la  fuerza. 

El  inca  o  emperador  habia  rodeado  su  persona  de  la 
pompa  necesaria  para  fascinar  al  sencillo  pueblo.  Pesados 
pendientes  de  oro  alargal)an  sus  orejas  hasta  los  hombros, 
deformidad  que  se  admiraba  como  una  bella  prerrogativa 
de  su  raza.  El  rico  llauto  o  diadema  que  rodeaba  su  cabeza 
adornada  de  dos  plumas  de  una  ave  misteriosa,  esparcia  en 


1  Gakci.  aso  dk  la  V»ga,  Comentarios  Reales,  part.  I,  cap.  YIII. 


PARTB   PRIMHRA.^CAPITÜLO    III  69 


tora  >  de  su  faz  una  aureola  de  gloria.  Su  traje  de  pieles  i 
telas  Snísimas,  sembradas  de  oro  i  pedrería,  i  preciosas  jo- 
yas daban  a  su  persona  un  aire  de  verdadera  majesta  1.  La 
réjia  servidumbre  se  componiade  mas  de  ocho  rail  hombres. 
Nadie  p  idia  tocar  la  sagrada  persona  del  inca,  nadie  osaba 
alzar  los  ojos  al  hablarle,  i  a  nadie  se  permitía  acercarse 
sino  descalso  i  llevando  una  pequeña  carga  a  la  espalda  en 
señal  de  acatamiento. 

El  poder  del  inca  guardaba  relación  con  el  fausto  de  la 
corte  i  el  respeto  de  sus  goljernados.  Soberano  i  pontífice  a 
la  voz,  absorbía  en  su  persona  la  plenitud  del  mando;  el  po- 
der i  la  riqueza,  el  trabajo  i  los  goces,  las  relaciones  domés- 
ticas i  hasta  el  derecho  de  vivir,  todo  emanaba  de  él.  La 
historia  sin  embargo  ha  recordado  mas  actos  de  prudencia 
i  de  bondad  que  de  abusos  de  poder. 

Una  lejislacion  excesivamente  dura  fijaba  el  castigo  de 
los  delincuentes.  La  pena  capital  se  aplicaba  por  delitos  de 
poca  entidad,  i  la  vijilancia  del  gobierno  dejaba  pocas  veces 
burlada  la  justicia,  i  contribuía  quizá  mas  que  la  severidad 
•de  las  leyes  a  evitar  los  crímenes  de  los  gobernados.  En  las 
provincias  habia  empleados  superiores  que  velaban  inme- 
diatamente sobre  ctxáa.  uno  de  los  grupos  de  la  comunidad; 
i  el  inca,  ademas,  despachaba  periódicamente  ciertos  visita- 
dores encargados  de  informarle  de  la  conducta  de  sus  fun- 
cionarios. 

El  mismo  soberano  emprendia  cada  cierto  número  de 
años,  una  ostentosa  visita  para  reconocer  su  imperio.  Algu- 
nos indios  recomendados  por  la  igualdad  del  paso,  lleva- 
ban sobre  sus  hombros  la  litera  imperial  mientras  el  pueblo 
se  disputaba  el  honor  de  cargar  su  equi|)ajc,  de  limpiar  el 
camino  i  de  cubrirlo  de  flores  i  de  ofrecerle  sus  obsequios. 
Al  descorrerse  el  velo  que  ocultaba  al  soberano,  las  estre- 
pitosas aclamaciones  de  la  muchedumbre  podian  hacer  caer 
aturdidas  a  las  aves  del  ciclo.  La  marcha  de  la  gran  comi- 
tiva era  un  triunfo  no  interrumpido;  i  el  inca,  para  corres- 
ponder al  amor  de  su  pueblo,  trataba  de  remediar  sus  neccr 
sidades  i  los  males  que  se  le  señalaban. 


10  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


El  inca,  sin  embargo,  no  necesitaba  salir  del  Cuzco  para 
estar  al  corriente  de  la  situación  del  imperio.  Por  medio  de 
quipos  o  cordones,  en  que  se  hacian  ciertos  nudos  simbóli- 
cos se  le  enviaba  el  censo  de  la  población  i  los  demás  datos 
estadísticos  que  podian  conducir  a  regularizar  el  gobierno, 
i  recibia  ademas  informes  detallados  de  la  marcha  adminis- 
trativa de  todas  sus  provincias.  Cuando  ocurria  alguna 
novedad  importante  en  cualquier  punto  del  territorio,  se 
comunicaba  su  noticia  a  la  corte  ya  por  signos  telegráficos 
hechos  por  medio  de  fuegos,  ya  por  el  correo  de  posta  o 
cAasqfü/ que  marchaba  contal  velocidad  que  en  veinticua- 
tro horas  andaba  cincuenta  leguas.  Las  órdenes  reales  se 
espedian  con  igual  prontitud. 

La  sociedad  estaba  dividida  en  tres  órdenes  principales. 
Pertenecian  al  primero  la  familia  del  inca,  al  segundo  la 
nobleza,  i  al  tercero  el  pueblo.  Los  miembros  de  la  familia 
real,  que  era  mui  numerosa,  vivian  de  ordinario  en  la  cor- 
te, desempeñábanlas  altas  dignidades  del  sacerdocio,  man- 
daban los  ejércitos  i  las  provincias  lejanas  i  estaban  fuera 
del  alcance  de  las  leyes.  Los  nobles  poseian  mas  o  menos 
poder  según  la  estcnsion  de  sus  patrimonios  i  el  número  de 
sus  vasallos.  Su  autoridad  se  trasmitía  jeneralmente  de 
padres  a  hijos.  No  ocupaban  los  empleos  mas  elevados 
del  estado,  ni  los  que  estaban  mas  próximos  a  la  persona 
del  monarca;  i  su  autoridad,  que  sólo  era  local,  estaba  su- 
bordinada a  la  jurisdicción  de  los  gobernadores  de  provin- 
cia, que  siempre  eran  miembros  de  la  familia  real. 

Al  pueblo  no  cabia  otra  suerte  que  trabajar  mientras 
pudiera,  i  obedecer  cuanto  se  le  mandase.  Para  que  no  tur- 
bara el  orden  establecido  con  aspiraciones  mas  altas,  se 
le  dividió  en  parcialidades  que,  reunidas  para  la  marcha  de 
la  sociedad  i  la  defensa  del  gobierno,  estaban  tan  profun- 
damente separadas  que  no  podian  oponer  ninguna  resis- 
tencia temible.  La  población  del  imperio  fué  dividida  en 
grupos  de  diez  mil  habitantes,  cada  uno  de  estos  grupos  en 
diez  de  mil,  los  de  mil  en  dos  de  quinientos:  estos  en  cinco 
de  ciento,  los  de  ciento  en  dos  de  cincuenta,  i  finalmente  és- 


PARTEJ   PRIMERA. — CAPITULO    III  ti 

tos  en  cinco  de  diez.  Cada  uno  de  los  últimos  tenia  un  jefe 
inmediato  que  daba  cuenta  de  todo  a  su  jefe,  i  éste  a  su  vez 
al  superior  hasta  llegar  así  sucesivamer»te  hasta  el  gober- 
nador de  la  provincia  i  luego  al  mismo  soberano. 

Del  pueblo  salían  por  privilejio  los  sefvidores  del  palacio 
i  del  templo;  i  por  castigo  talvez  los  yanaconas^  encarga- 
do^ de  servicios  humildes. 

4.   Distribución  de  las  tierras  i  del  trabajo.—  Los 
bienes  i  el  trabajo  debian  ante  todo  servir  a  las  necesida- 
des del  estado,  i  se  hallaban  organizados  conforme  a    su 
destino  social.   El  único  propietario  que  habia  en  el  Perú 
era  el  inca,  quien  dividia  la  tierra  en  cuatro  porciones,  la 
del  sol,  destinada  al  culto  de  la  divinidad,  la  del  inca,  la  de 
los  curacaSy  señores  de  parcialidades,  i  la  de  la  comunidad. 
En  esta  última  parte,  cada    matrimonio  rccibia  un  topOy 
medida  que  variaba  según  los  lugares,  otro  topo  por  cada 
hijo,  i  sólo  medio  por  una  hija.  Simples  usufructuarios  de 
la  tierra,  ellos  no  podian  enajenarla  i   ni  aun  legarla  a  sus 
herederos,  debiendo  todos  someterse  a  las  subdivisiones  que 
sehacian  periódicamente  según  el  rango  numérico  i  las  ne- 
cesidades de  cada  familia.  Las  posesiones  asignadas  a  los 
curacas,  si  bien  dependientes  del  inca,  constituian  por  su 
estension  cierta  espejiede  vinculaciones  perpetuadas  en  los 
jefes  de  las  familias.   Un   reparto  análogo  se  habia  hecho 
de  los  ganados;  pero  en  jcneral   los  derechos  particulares 
no  llegaban  hasta  poder  matar  los  llamas:  su  uso  se  limi- 
taba a  trasquilarlos  para  aprovechar  la  lana.  Los  anima- 
les monteses  fueron  también  de  uso  jeneral;  los  huanacos, 
vicuñas  i  venados  se  reservaban  para  las  caserías  del  inca. 
Las  minas  pertenecian  igualmente  al  estado,  si  bien  a  ve- 
ces se  permitia  a  los  curacas  la  estraccion  de  algunos  me- 
tales i  se  toleraba  que  los  particulares  sacasen  oro  de  los 
lavaderos.  Solo  eran  del  dominio  de  todos  las  yerbas  de  los 
campos  i  los  peces  del  agua. 

El  trabajo  se  hallaba  organizado  escrupulosamente,  no 
sólo  como  fuente  jeneral  de  la  riqueza,  sino  también  como 
un  tributo  que  se  pagaba   al  soberano.   Las  faenas  de  los 


72  HISTORIA   DB   AMÉRICA 


campos  se  emprendían  en  medio  de  fiestas  i  cantos  que  ani- 
maban al  trabajo.  El  tiempo  que  la  comunidad  quedaba 
libre  de  sus  tareas  domésticas,  debia  emplearlo  en  trabajar 
en  las  posesiones  del  inca,  en  fabricar  vestuarios  para  el 
ejército,  en  la  construcción  de  los  caminos,  en  la  esplota- 
cion  de  las  minas  i  en  el  servicio  del  soberano.  Nadie,  ni 
aun  el  niño  o  el  anciano,  estaba  escusado  de  trabajar. 

Este  tributo  de  trabajo  era  tanto  mas  oneroso,  cuanto 
que  sólo  pesaba  sobre  el  pueblo.  Merced  a  él,  se  llevaron  a  ca- 
bo obras  colosales  que  hoi  se  creerian  irrealizables.  Se  tras- 
portaron arenas  del  mar  para  las  plazas  del  Cuzco,  e  in- 
mensas moles  de  piedra  para  la  construcción  de  edificios  en 
apartadas  provincias. 

El  soberano  exijia,  ademas,  de  sus  vasallos  un  tributo 
de  sangre,  no  sólo  en  el  campo  de  batalla  sino  también  en 
los  funerales  i  en  los  sacrificios.  A  la  muerte  del  inca  eran 
sacrificados  muchos  indios  para  continuar  sus  servicios 
mas  allá  del  sepulcro,  prerrogativa  cruel  que  también  exi- 
jian  algunos  curacas.  En  los  grandes  peligros,  en  las  en- 
fermedades de  los  señores,  al  advenimiento  del  soberano,  o 
en  celebración  de  una  victoria  o  de  otro  suceso  plausible 
se  inmolaban  niños  tiernos  o  doncellas  escojidas.  Era  tal  el 
espíritu  de  obediencia  i  sumisión  de  los  antiguos  peruanos 
que  las  víctimas  señaladas  para  el  sacrificio  acudian  pre« 
surosas  i  casi  contentas  para  ser  inmoladas. 

5.  Organización  de  la  familia.— Esta  distribución  del 
territorio,  así  como  la  manera  de  cultivarlo,  grababa  en  el 
espíritu  de  cada  uno  la  idea  de  un  interés  nacional  i  la  nece- 
sidad de  un  socorro  mutuo.  El  Estado  constituia  así  una 
gran  familia  en  que  todos  sus  miembros  se  hallaban  estre- 
chamente ligados  al  mantenimiento  del  orden  social  i  de  las 
instituciones. 

De  esta  manera  la  familia  fué  también  enteramente  ab- 
sorbida por  el  Estado.  De  dieciocho  a  veinte  años  las  don- 
cellas, i  de  veinticuatro  a  veinticinco  los  mancebos,  debian 
casarse  por  orden  i  conforme  a  la  elección  del  Gobierno.  El 
dia  del  matrimonio  jeneral,  los  jóvenes  de  ambos  sexos  se 


fARTH   PEIMHRA, — CAPITüU)    111  73 

colocaban  en  dos  hileras,  los  hombres  enfrente  a  las  muje- 
res. En  la  corte,  el  inca  enlazaba  la  mano  de  sus  parientes, 
i  los  majistrados  superiores  desempeñaban  sus  funciones  en 
toda  la  estension  del  imperio.    La  comunidad  construía  la 
casa  de  los  desposados.  Todos  debían  casarse  en  su  parcia- 
lidad, conservar  el  vestido  de  sus  mayores  i  permanecer  en 
el  mismo  dorailio.  La  autoridad  del  padre  era  mui  poderosa; 
la  mujer  era  casi  su  esclava,  encargada  de  llevar  la  carga 
en  el  camino;  i  los  hijos,  en  vez  de  ser  considerados  como  las 
delicias  del  matrimonio,  eran  su  principal  riqueza. 

Las  familias  vivian  en  cierto  aislamiento;  pero  la  lei  or- 
denaba reuniones  periódicas,  que  estrecharan  las  relaciones 
délos  pueblos  i  de  los  individuos  mediante  los  cambios,  las 
fiestas,  los  trabajos  i  los  banquetes  que  debia  presidir  siem- 
pre el  curaca.  Los  pobres  tenian  en  esos  banquetes  el  mismo 
lugar  que  las  personas  acomodadas.  Aun  los  espósitos  eran 
cuidados  por  el  gobierno  i  formaban  parte  de  la  comitiva 
del  inca. 

Este  espíritu  de  orden  reglamentaba  minuciosamente  las 
acciones  mas  indiferentes  de  la  vida  i  absorbía  el  jérmen  de 
li  libertad  individual.  Bajo  una  organización  semejante,  no 
era  posible  tener  iniciativa  ni  señalarse  en  ninguna  de  las 
esferas  de  la  actividad  humana.  Las  tradiciones  históricas 
del  imperio,  estensamente  referidas  por  un  historiador  des- 
cendiente de  los  incas  ^^,  casi  no  contienen  mas  nombres  pro- 
pios que  los  de  los  soberano?.  Esta  carencia  de  acción  indi- 
vidual, mui  aparente  para  la  conservación  de  aquel  orden 
de  cosas,  impedia  el  desarrrollo  de  la  cultura  con  la  adqui- 
sición de  nuevas  invenciones  o  el  perfeccionamiento  de  las 
que  existían. 

6.  Conquistas  mili  tares.— Pero  si  la  civilización  perua» 
na  estaba  condenada  a  quedar  siempre  estacionaria,  en 
cambio  era  espansiva,  i  se  dilataba  rápidamente  por  una 


^  Garcilaso  de  la  Vega,  hijo  de  uno  de  los  conquistadores  espa- 
ñoles i  de  una  sobrina  del  inca  Huaina  Capac,  nacido  en  el  Cuzco 
efa  1540,  i  muerto  en  España,  en  la  ciudad  de  Córdoba,  en  1616. 


74  HISTORIA    DB   AMÉRICA 


grande  estension  de  territorio.  Una  organización  social  tan 
robusta  i  tan  superior  a  la  cultura  de  las  demás  naciones 
vecinas,  tenia  en  sí  misma  suficientes  elementos  para  esten- 
derse mui  lejos.  Por  eso,  desde  que  los  incas  pudieron  apo- 
yar su  misión  civilizadora  en  un  ejército  respetable,  entra- 
ron en  una  carrera  ilimitada  de  conquistas.  La  fe  no  les 
daba  tregua  en  su  propaganda  guerrera:  a  ella  eran  arras- 
trados por  el  deseo  de  no  faltar  a  su  misión  i  comprometer 
el  prestijio  de  la  dinastía,  por  la  necesidad  de  conservar  la 
estimación  de  la  nobleza,  i  por  la  mas  imperiosa  todavía  de 
prevenir  el  ataque  de  los  señores  vecinos,  quienes,  para  sal- 
var su  independencia,  no  dejaban  en  reposo  a  los  soberanos 
del  Cuzco.  Lais  conquistas  fueron,  pues,  el  movimiento  que 
variaba  la  regularidad  i  la  inercia  de  la  vida  social  de  los 
peruanos. 

El  heredero  del  imperio  se  educaba  para  la  guerra,  i  a  los 
dieciseis  años  recibía  la  solemne  investidura  militar.  El  i  los 
nobles  de  su  raza  tenianque  soportar  un  penoso  noviciado: 
en  el  período  de  una  luna  dormian  en  el  suelo,  comian  mal, 
vestían  pobremente  i  sufrían  en  los  últimos  seis  dias  un  ri- 
goroso ayuno;  pero  vigorizados  con  buenos  alimentos  ha- 
cían penosos  ejercicios  militares,  atacaban  i  defendían  al- 
ternativamente la  fortalezu  del  Cuzco,  luchaban  i  corrían 
para  hacer  alarde  de  pujanza  i  ajilidad.  Para  conocer  su 
resistencia,  se  les  obligaba  a  estar  de  guardia  duran  te  algu" 
ñas  noches,  i  para  probar  su  serenidad,  se  les  e.YÍjia  que  no 
se  estremecieran  ni  movieran  los  ojos  cuando  se  les  atacara 
de  improviso,  o  se  blandían  sobre  su  cabeza  i  en  torno  de 
su  cuerpo  picas  i  lanzas.  Los  que  habian  salido  airosos  de 
estas  pruebas  eran  armados  caballeros  con  gran  solem- 
nidad. 

El  pueblo  suministraba  excelentes  soldados,  sobrios, 
obedientes,  sufridos  para  las  marchas  i  dotados  de  ese  va- 
lor tranquilo  que  hace  mirar  el  peligro  con  indiferencia. 
Frecuentemente  tenían  lugar  ciertos  ejercicios  militares;  i 
la  rotación  en  el  servicio  jeneralizaba  en  las  diversas  pro- 
vincias la  destreza  en  el  manejo  de  las  armas.  Eran  éstas 


PARTBJ   PBTMBRA. — CAPITULO   III  75 

las  flechas,  hachas,  picas  i  mazas  de  madera  durísima  o  de 
cobre,  i  la  honda  i  el  lazo;  pero  usaban  ademas  cascos  de 
madera,  rodelas  de  cuero  i  espesas  corazas  de  algodón. 
Como  debe  suponerse,  la  táctica  era  muí  imperfecta:  los 
movimientos  se  regularizaban  con  el  toque  de  trompetas  i 
tambores;  pero  se  peleaba  en  tropel,  sin  hábiles  combina- 
ciones, de  modo  que  sólo  el  número  o  el  valor  decidian  la 
victoria. 

**Los  incas  hacian  la  guerra  para  civilizar  a  los  vencidos 
i  para  estender  el  conocimiento  desús  propias  instituciones 
i  de  las  artes.  Tomaban  bajo  su  protección  los  pueblos  que 
habían  sido  sometidos,  i  los  hacian  partícipes  de  todas  las 
ventajas  de  que  gozaban  sus  antiguos  subditos.  Los  ídolos 
délos  pueblos  conquistados  eran  llevados  en  triunfo  al 
gran  templo  del  Cuzco,  i  colocados  allí  como  trofeos  que 
mostraban  el  poder  superior  de  la  divinidad  protectora  del 
imperio.  El  pueblo  vencido  era  tratado  con  dulzura,  e  ins- 
truido en  la  relijion  de  sus  nuevos  señores,  a  fin  de  que  el 
nuevo  conquistador  tuviese  la  gloria  de  haber  aumentado 
el  número  de  los  adoradores  del  sol**  3. 

7.  Relijion.—  El  sol  era  el  Dios  i  el  alma  del  imperio. 
Manco  Capac  dio  principio  a  su  misión  llamándose  el  hijo 
i  el  instrumento  del  sol,  i  echando  en  el  Cuzco  los  cimientos 
de  un  templo  destinado  al  culto  de  su  padre,  cuyas  rique- 
zas le  dieron  el  nombre  de  Coricancha,  casa  de  oro.  Al  con- 
quistar cada  provincia,  sus  sucesores  tuvieron  cuidado  de 
erijir  un  santuario  a  su  celestial  projenitor.  Para  el  servi- 
cio de  esos  templos  habia  un  verdadero  ejército  de  sacerdo- 
tes. El  del  Cuzco  tenia  cuatro  mil,  todos  de  estirpe  réjia,  i 
presididos  por  el  villac-uma  o  sumo  sacerdote,  hermano  o 
tiodel  inca,  i  cuyas  funciones  eran  vitalicias.  De  la  misma 
familia  salían  los  jefes  del  culto  en  todos  los  templos  del 
imperio.  Los  sacerdotes  inferiores  i  la  servidumbre  pertene- 
cían a  la  nobleza  subalterna  o  al  pueblo. 
Los  peruanos  tuvieron  también  sacerdotisas  para  el  cul- 


'  RoBERTSON,  Historia  de  América ^  lib.  VIL 


76  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


to  del  sol.  En  el  monasterio  del  Cuzco  sólo  entraban  niñas 
de  sangre  imperial  o  de  singular  hermosura;  i  en  los  de  las 
provincias  sólo  eran  admitidas  las  hijas  de  loa  nobles,  o 
vírjenes  escojidas  por  su  estraordinaria  bi^Heza.  Desde  que 
ponían  el  pié  en  el  claustro,  rompian  sus  relaciones  con  el 
mundo.  Sus  casas  eran  especies  de  pueblos  rodeados  de  al- 
tos muros,  donde  se  encv*rraban  a  veces  mas  de  rail  quinien- 
tas con  numerosas  criadas  i  las  institutoras  que  las  guar- 
daban. Como  las  vestales  de  la  antigua  Roma,  las  escojidas 
cuidaban  de  la  conservación  del  fuego  sagrado,  i  en  su  cali- 
dad de  esposas  del  sol,  espiaban  un  adulterio  sacrilego  con 
el  horrible  suplicio  de  ser  enterradas  vivas.  Ningún  hombre, ' 
fuera  del  inca,  podia  penetrar  en  el  sagrado  asilo  de  las  sa- 
cerdotizas.  En  su  categoría  de  hijo  del  sol,  tenia  aquel  el 
derecho  de  sacar  del  claustro  las  sacerdotisas  que  le  agra- 
daban para  aumentar  el  número  considerable  de  sus  espo- 
sas. Las  escojidas  tejían  finísimas  telas  de  vicuña  para  el 
sol  i  para  el  inca  i  pre()araban  la  chicha  i  los  panecillos 
(zanco)  que  se  distribuían  en  las  grandes  festividades. 

Las  fiestas  del  sol  tenían  lugar  todo  el  año.  En  cada  lu- 
na se  sacrificaban  cíen  llamas  cuyo  color  variaba,  según  la 
especie  de  holocausto.  Al  principio  de  las  estaciones  se  cele- 
braban cuatro  grandes  solemnidades  de  las  cuales  la  de 
capac  raimí,  que  tenia  lugar  en  el  solsticio  de  diciembre, 
era  la  mas  notable  e  imponente.  Concurrían  a  ella  los  no- 
bles de  todo  el  imperio  con  grandes  comitivas,  i  se  reunia 
en  el  Cuzco  la  inmensa  población  de  las  cercanías.  La  fiesta 
era  precedida  de  un  ayuno  rigoroso;  i  al  amanecer  el  día  del 
solsticio  esperaban  la  salida  del  sol  el  inca  i  su  familia  en 
las  plazas  de  la  ciudad.  Cada  cual  se  presentaba  con  sus 
mas  ricos  trajes,  i  con  los  adornos  emblemáticos  de  su  tri- 
bu, o  vestido  con  disfraces  de  leones,  cóndores  u  otros  ani- 
males. Cuando  el  sol  doraba  las  altas  cumbres,  el  estrépito 
de  los  instrumentos  i  de  las  aclamaciones  de  los  hombres 
se  confundían  en  una  sola  esplosion  jeneral  de  bendiciones. 
El  inca  presentaba  al  astro  del  día  dos  copas  llenas  de  chi- 
cha, derramaba  una  en  una  tinaja  de  oro  que  por  un  canal 


PAUTE    PRIMERA.  -  CAPlTrLO    III 


oculto  conducía  el  licor  al  templo,  i  con  la  otra  copa  daba 
de  beber  a  los  grandes  personajes,  quienes  cebándola  opor- 
tunamente, la  pasaban  al  resto  de  la  nobleza.   La  familia 
imperial  entraba  en  el  templo  con  los  pies  descalzos,  mien- 
tras el  pueblo,  descalzo  también,  quedaba  a  una  respetuosa 
distancia  de  aquel  santuario  venerado.  Matábanse  cente- 
nares de  llamas  en  cuyas  entrañas  palpitantes  se  pretendia 
adivinar  el  porvenir,  i  se  distribuía  su  carne  entre  los  con- 
currentes.  Igual  distribución  se  hacia  del  zanco:  i  en  un 
banquete  público  se  prodigaba  la  chicha  prolongándose  la 
fivsta  semanas  enteras  en  medio  del  baile  i  de  las  bebidas. 
Solemnidades  análogas,  aunque  de  variada  significación, 
tenían  lugar  al  principio  de  cada  estación. 

El  sol  recibía  en  ofrenda  toda  clase  de  objetos.  Del  reino 
mineral  se  le  ofrecían  piedrecitas  pintadas,  un  poco  de  tie- 
rra, cobre,  plata  o  piedras  preciosas:  del  reino  vejetal,  el 
maiz  preparado  de  diversas  maneras,  aromas  que  se  que- 
iníiban  en  los  holocaustos  i  coca,  cuyo  humo  era  consíde- 
r¿iJo  como  el  perfume  mas  grato  a  la  divinidad;  del  reino 
aaiiLal,  llamas  i  otros  animales,  i  en  las  ocasiones  mas  so- 
lemnes una  o  muchas  víctimas  humanas.  En  la  corona- 
ción del  inca,  se  inmolaba  un  niño  de  seis  años  para  alean - 
z  ir  la  protección  del  cielo  durante  su  gobierno. 

El  culto  del  sol  traía  consigo  el  de  la  luna,  su  esposa  i 
Irrraana,  el  de  las  estrellas  que  formaban  su  celeste  comi- 
tiva, el  del  planeta  Venus,  que  se  consideraba  su  paje,  el 
«leí  terrible  Illapa,  nombre  jenérico  de  los  truenos,  rayos  y 
relámpagos,  i  el  del  arco  iris,  su  mensajero.  La  política  de 
los  incas  aceptaba  a  los  dioses  de  las  tribus  conquistadas 
que  encontraban  un  asilo  en  el  templo  del  Cuzco  i  en  los 
santuarios  de  las  provincias.  Las  intelijencias  privilejiadas 
concebían  un  Supremo  Hacedor  de  toda  la  creación,  a  que 
daban  el  nombre  de  Pachacamac. 

La  superstición  trajo,  como  en  todas  partes,  oráculos, 
adivinos  i  presajios  de  todo  jénero.  En  algunos  templos  se 
daban  los  vaticinios  con  sorprendente  aparato;  pero  el  pue- 
blo creía  penetrar  el  porvenir  en  los  ensueños,  en  las  cir- 


78  HISTORIA    DB   AMÉRICA 


cunstancias  mas  vulgares  de  la  vida  i  en  los  fenómenos 
fisiolójicos  mas  comunes. 

Los  historiadores  españoles  déla  conquista  han  cuidado 
de  consignar  en  sus  obras  ciertas  prácticas  en  que  creían 
hallar  alguna  analojía  con  la  relijion  cristiana.  Señalan  i 
entre  otras,  la  veneración  que  se  profesaba  en  el  Cuzco  a  j 
una  hermosa  cruz  de  piedra,  i  cierta  confesión  que  podia 
hacerse  con  cualquier  individuo  sin  especialidad  de  sexo,  i 
a  la  que  se  seguian  grandes  espiaciones. 

8.  Ciencias  i  letras.— Si  se  hubiera  de  juzgar  de  la  civi- 
lización peruana  por  los  conocimientos  científicos  quepo- 
seian  los  vasallos  del  inca,  seria  preciso  colocarlos  casi  al 
nivel  de  la  barbarie.  Es  verdad  que  había  ciertas  escuelas 
que  el  soberano  honraba  a  veces  con  su  presencia;  pero  és- 
tas servían  sólo  para  las  clases  privilejiadas,  i  ademas  sólo 
se  enseñaba  en  ellas  las  máximas  de  la  guerra,  las  prácticas 
del  gobierno,  las  ceremonias  de  la  relijion,  el  uso  de  los  qui- 
pos i  la  historia  de  los  incas.  Si  bien  conocieron  el  sistema 
decimal  para  sus  cálculos,  sus  ideas  se  confundian  pasando 
mas  allá  de  cien  mil.  La  rutina,  sin  embargo,  les  había  en- 
señado ciertas  prácticas  mui  útiles  para  la  mensura  i  divi- 
sión de  las  tierras,  la  apertura  de  canales  de  riego  i  la  cons- 
trucción de  mapas  o  planos  jeográficos  trabajados  de  re- 
lieve, en  que  se  ponian  de  manifiesto  todos  los  detalles  im- 
portantes de  la  localidad;  pero  los  peruanos  no  tenían  co- 
nocimientos de  la  jeografía  del  imperio,  i  esos  planos  ser- 
vían sólo  para  el  inca. 

En  la  astronomía  parecen  haber  hecho  pocos  adelantos. 
Dividian  el  año  en  doce  meses  lunares,  cada  uno  de  los  cua- 
les tenia  su  nombre  propio.  Como  este  año  era  menor  que 
el  tiempo  verdadero,  rectificaban  su  calendario  por  medio 
de  observaciones  solares  hechas  con   muchas  columnas  ci- 
lindricas que  habian  construido  en   los  terrenos  elevados 
que  rodean  el  Cuzco,  i  que  le  servían  para  tomar  el  azimut, 
i  midiendo  su   sombra  descubrían  el  período  exacto  de  los 
solsticios  ^. 


4  Pu  ESCOTT,  Historia  de  la  conquista  del  Perú,  Hb.  I,  cap.  lY. 


PARTE   PRIMERA.  -CAPITULO    III  79 

Por  un  sistema  análogo  conocieron  los  equinoccios  i  pu- 
dieron dividir  las  estaciones  del  año;  pero  dieron  a  la  me- 
cánica celeste  una  esplicacion  alegórica  monstruosamente 
absurda,  que  se  hermanaba  con  sus  creencias  relijiosas.  En 
medicina,  conocieron  el  uso  de  las  medicina?  parciales  i  el 
empleo  de  muchas  plantas,  pero  no  alcanzaron  a  formular 
reglas,  porque  ejercida  por  viejas  i  otras  personas  inhábiles, 
la  ciencia  fué  sólo  la  ocupación  de  los  que  eran  infitiles  pa- 
ra los  demás  trabajos. 

Pocos  adelantos  literarios  podian  hacer  los  incas  faltos 
de  un  sistema  de  escritura  verbal.   Los  quipos,  compuestos 
de  manojos  de  cuerdas,  no  bastaron  a  suplir  esta  falta.  Los 
nudos  hechos  en  esas  cuerdas  espresaban  unidades  si  eran 
simples,  decenas  si  eran  dobles,  i  así  aumentaban  como  los 
ceros  en  la  numeración  llamada  impropiamente  arábiga,  si 
bien  nunca  alcanzaron  a  millones.  Con  la  variedad  de  colo- 
res se  denotaba  la  diversidad  de  ideas,  ya  fuesen  abstrac- 
tas o  materiales:  el  blanco  significaba  la  plata  i  la  paz.  Hi- 
litos  accesorios  recordaban  circunstancias  particulares;  i  la 
lonjitud  de  las  cuerdas  permitia  colocar  los  objetos,  según 
su  importancia:  en  el  censo,  primero  los  hombres  i  después 
las  mujeres.   Comentarios  particulares  que  se  confiaban  a 
la  memoria  de  los  quipocomayos  (conservadores  de  la  cien- 
cia de  los  quipos),  aclaraban  el  sentido  de  esta  escritura;  i 
mediante  la  asociación  de  ideas  podia  el  quipo  facilitar  el 
recuerdo  de  los  objetos  a  cuya  espresion  directa  no  se  ha- 
bría prestado  fácilmente.   Los  quipos  pudieron  satisfacer 
todas  las  necesidades  de  la  estadística,  i  llegaron  a  consti- 
tuir, con  los  comentarios  que  sujerian,  los  verdaderos  ana- 
les del  imperio.  La  fidelidad  de  los  quipocomayos  quedaba 
garantida  de  algún  modo  multiplicando  en  las  provincias 
el  número  de  estos  empleados.  El  quipo,  con  todo,  se  pres- 
taba mui  poco  para  la  trasmisión  de  nociones  científicas; 
i  aun  para  los  que  no  estaban  en  el  secreto  del  comenta- 
rio verbal,   su  significación  es  un  misterio.   Hai  que  re- 
nunciar  a    toda   esperanza  de  que  el  descubrimiento    de 


80  HISTORIA    DB    AMKRK'A 


algunos  quipos  disipe  las  tinieblas  de  las  antigüedades  pe- 
ruanas. 

En  literatura,  los  vasallos  del  inca  hicieron  mayores  pro- 
gresos. La  lengua  quechua,  que  era  la  de  los  emperadores, 
es  talvex  la  mas  rica  i  una  de  las  mas  armoniosas  del 
continente  americano,  sin  estar  por  esto  exenta  de  las  agre- 
gaciones de  partículas  para  la  formación  de  las  palabras, 
que  es  lo  que  forma  el  carácter  distintivo  de  todas  ellas. 
La  prosa  hablada  se  perfeccionó  en  los  frecuentes  discursos 
a  que  daban  ocasión  las  fiestas;  en  la  poesía  los  peruanos 
aventajaron  talvez  a  cualquiera  otro  pueblo  de  América. 
Hubo  romances  en  que  se  referían  los  sucesos  mitolójicos  i 
las  hazañas  de  los  héroes,  odas  en  que  se  cantaron  las  pa- 
siones, i  verdaderos  dramas,  ya  sobre  grandes  infortunios, 
ya  sobre  acontecimientos  vulgares  que  eran  representados 
en  las  festividades.  Se  conoce  una  composición  de  arte  dra 
mático,  Ollantai,  escrita  en  lengua  peruana  o  quechua,  que 
por  su  disposición  i  hasta  por  la  estructura  de  sus  verso* 
tiene  gran  semqanzacon  los  dramas  españoles.  Esto  mismo 
ha  rebelado  a  la  crítica  ilustrada  que  es  una  obra  de  inven- 
ción moderna,  talvez  de  la  segunda  mitad  del  siglo  XVIII  *. 

9.  Artes. — Enjeneral,  ios  antiguos  }>eruanos  hicieron 
pocos  progresos  en  las  bellas  artes.  La  melancolía  era  el 
carácter  dominante  de  la  música  peruana,  '*pues  los  indi- 
jenas,  como  dice  un  observador,  ya  se  lamenten,  ya  rían,  sea 
que  bailen,  sea  que  representen,  parece  que  lloran.'*  El  mas 
triste  de  sus  instrumentos  era  la  quena,  compuesta  de  varías 
cañ¡tas;pero  conocieron  una  especie  de  flauta,  unos  tambor- 
cilios  i  otros  instrumentos.  Por  lo  común  no  buscaban  la 
armonía  sino  el  hacer  mucho  ruido  con  la  multiplicación 
de  los  sonidos.  El  dibujo  no  estaba  mas  adelantado  que  la 
música.  Apenas  se  hallan  mas  pinturas  que  las  destinadas 


5  El  señor  Riykro  ha  analizado  detenidamenfe  en  sus  Antigüe- 
dades  Peruanas  la  trajedia  de  O///?  wí a/. — Un  viajero  alemán  Tschu- 
Di  ha  reproducido  esta  composición  en  su  obra  titulada  Díe  Kechün 
Sprache^  Viena,  1853. 


PARTE    PRIMERA. — CAPÍTULO    III  81 

a  adornar  las  paredes  de  ciertos  edificios,  las  grabadas  en 
algunos  útiles  i  las  diseñadas  en  los  tejidos.  Las  estatuas 
son  por  lo  común  informes,  pues  dan  a  la  cabeza  un  volu- 
men monstruoso,  i  las  estremidades  están  mal  bos({uejadas 
i  casi  en  rudimento. 

En  la  arquitectura,  en  cambio,  aparece  im  gusto  forma- 
do, no  por  cierto  en  las  casas  del  pueblo,  que  en  jcneral 
eran  pobres  chozas,  sino  en  los  palacios,  los  templos,  las  ca- 
zas de  las  escojidas,  los  caminos,  los  acueductos  i  las  forta- 
lezas. Estos  edificios  eran  bajos,  pero  cubrian  una  grande 
estension  de  terreno:  sus  paredes  estallan  construidas  con 
grandes  trozos  de  piedras.  **En  jeneral  son  menos  notables 
estas  piedras  por  su  tamaño  que  por  la  estrema  l)elleza  de 
su  corte.  La  mayor  parte  de  éstas  están  unidas  sin  ningu- 
na apariencia  de  cimiento,  pero  se  encuentra  esta  mezcla 
en  algunos  edificios**  ^. 

No  obstante  la  perfección  relativa  de  la  arquitectura, 
choca  ver  en  los  edificios  mas  notables  que  los  techos  son 
depaja,  las  ventanas  mui  raras,  las  puertas  mui  chicas  i  las 
piezas  casi  siempre  sin  comunicación  entre  sí.  Faltan  las 
columnas  i  los  arcos;  i  las  maderas  en  vez  de  empalmarse, 
están  atadas  con  cuerdas. 

Son  notables,  también,  los  caminos  construidos  por  los 
inccts.  **Me  he  sorprendido,  dice  Humboldt,  al  encontrar  en 
el  llano  de  Pullal,  i  en  alturas  que  sobrepujan  en  muiho  la 
cima  del  pico  de  Tenerife,  los  restos  miigníficos  de  un  cami 
no  construido  por  los  incas  del  Perú.  Esta  calzada,  limita- 
da por  grandes  piedras  de  corte,  puede  ser  comparada  a  las 
mas  hermosas  vías  de  los  romanos  que  yo  haya  visto  en 
Italia,  en  Francia  i  en  España:  es  perfectamente   recta,   i 
conserva  la  misma  dirección  a  seis  u  ocho   mil   metros  de 
lonjitud.  Hemos  observado  la  continuación  cerca  de  Caja- 
marca,   a  ciento  veinte  leguas  del  .\suai,  i  se  cree  que  este 
camino  conducia  hasta  la  ciudad  del  Cuzco.'*   Este  mismo 
camino  se  continuaba  todavía  desde  la  capital  del  imperio 


6  HüMBOLDT,  Vues  des  CordilléreSy  t.  I,  páj.  399. 

TOMO   I 


82  HTSTOUIA    I)K   AMÉRICA 


hasta  los  primeros  valles  de  Chile  al  través  de  las  cordille- 
ras i  del  desierto.  En  esta  obra,  así  como  en  la  construc- 
ción de  los  edificios  públicos,  trabajaban  a  la  vez  muchos 
millares  de  operarios  durante  cincuenta  i  mas  años.  En  los 
sitios  que  en  los  caminos  eran  cortados  por  los  ríos,  se 
habian  construido  puentes  de  cuerdas  o  mimbres,  asegura- 
dos en  sus  estremi  Indes  i  defendidos  por  una  barandilla, 
que  ofrecían  un  paso  seguro  al  viajero  '.  Los  peruanos,  co- 
mo los  mejicanos,  no  tuvieron  carros,  ni  conocieron  las  rue- 
das para  facilitar  el  trasporte  de  la  carga. 

10.   IndüsTkia. — La  industria  de  los  antiguos  peruanos 
no  pudo  desarrollarse  rápidamente  por  la  falta   de  instru- 
mentos, de  concurrencia,   de  moneda  i  de  crédito.  En  la 
agricultura  hicieron,  es  verdad,  grandes  progresos:  cono« 
cieron  el  abono  de  las  tierras  i  el  regadío;  pero  no  usaron 
otro  arado  que  una  estaca  puntiaguda  <|ue  empujada  por 
el  hombre,  rasguñaba  lijeramente  el  suelo  destinado  a  la 
siembra.  La  feracidad  de  éste  suplia  la  falta  de  mejores  ins- 
trumentos i  rendia  abundantes  cosechas.   La   formación 
misma  del  territorio  i  su  inclinación  gradual  desrle  las  al- 
turas de  las  montañas,  permitia  una  gran  variedad  de  cul- 
tivos. Cosecharon  la  yuca,  el  maiz,  la  coca,  el  raaguei,  la 
quinoa,  el  plátano  i  la  papa. 

Los  peruanos  domesticaron   algunos  animales,  como  el 
llama,  (pie  les  servia  de  bestia  de  carga,  i  fueron   diestrísi- 
mos  cazadores  i  pescadores.  Tuvieron   pocos  conocimien- 
tos en  la  esplotacion  de  las  minas,  pero  estrajeron  de  ellas, 
casi  de  la  superficie  de  la  tierra,  grandes  cantidades  de  pla- 
ta, de  oro  i  de  cobre,  que  beneficiaban  en  hornos  colocados 
en   las  alturas  i  abiertos   por  los  cuatro  costados,   para 
aprovechar  la  fuerza  del  viento.  El  hierro  no  fué  trabajado, 
pero   su   uso  era  reemplazado  por  el  cobre  i  el  estaño.  Los 
artesanos  doblegaban  los  metales  a  las  mas  atrevidas  con- 
cepciones: los  estiraban  en  hilos  para  imitar  los  filamentos 


"  HuMBOLDT,    Vues  des  CordiUércs  tom.  II,  plan  33,  ha  dado 
una  vista  i  una  descripción  de  estos  puentes. 


PARTE    PRIMERA. — CAPItULO    III  83 

del   maíz  o  de  las  flores,  los  reducían  a  láminas  tenues  que 
reemplazaban   al  mas  perfecto  dorado,   los  soldaban  de 
modo  que  no  quedara  vestijio  de  juntura  i  los  embutían 
hábilmente.  La  falta  de  sierras  impidió  el  desarrollo  de  la 
ebanistería;  pero  en  cambio  hubo  espertos  alfareros  i  dies 
trísimos  tejedores  en  cuyas  telas  no  se  sabe  qué  admirar 
mas,  si  la  delicadeza  de  los  hilos,  los  primores  de  la  finísima 
labor  o  el  brillo  de  los  colores  que   parecen   indelebles  des- 
pués de  halxr  estado  las  telas  enterradas  durante  algunos 
siglos. 

Entre  otras  maravillas  de  la  industria  peruana,  notába- 
se la  manera  misteriosa  con  que  a  fuerza  de  destreza  i  de 
constancia  pulían  las  piedras  durísimas.  Entre  los  monu- 
mentos de  HatunCañar  se  veia  algunos  animales  cuyos 
labios  estaban  atravesados  por  argollas  movibles,^  aunque 
todo,  argollas  i  cabeza,  estaba  formado  por  un  solo  trozo 
de  granito.  Rsa  misma  constancia  es  la  que  caracteriza 
toda  la  industria  de  los  peruanos.  Si  hubieran  conocido  la 
división  del  trabajo,  i  si  se  les  hubiera  permitido  alguna 
iniciativa,  talvez  los  peruanos  habrian  aprovechado  esas 
dotes  i  creado  una  verdadera  industria. 

11.  Costumbres.  —  Perdido  todo  sentimiento  de  inde- 
pendencia,  dejaron  los  peruanos  de  ser  hombres   para  con- 
vertirse en  máquinas.  Instrumentos  pasivos    del  poder,  re- 
cibíanlos bienes  orno  un   don   gratuito  i  los  males  como 
tina  fatalidad  irresistible.  Tan  natural  creían  la  obligación 
de  servir,   que  no  osaban  acercarse  a  la  autoridíid,  ni  sí- 
quiera  para  demandar  justicia,  sin  llevar  algún  obsequio;  i 
temian  haber  caído  en  su  desagrado  si  por  no  serles  gravo- 
sa, ésta  rehusaba  sus  dádivas.  Como  la  sumisión  completa 
traia  consigo  la  inercia  jeneral,   todo  lo  había  de  hacer  el 
gobierno,  i  en  el  momento  en  que  se  suspendía  la  acción  ad- 
ministrativa se  interrum|)ia  también  el  movimiento  social. 
Una  sociedad   tan   discipliníida  debía  distinguirse  por  el 
apego  a  las  formas;  i  en  efecto,   los  peruanos  se  pagaban 
como  los  niños  mas  de   la  esterioridad   que  del  fondo.  Sus 
fiestas  se  hacian  con  gran  pompa;  el  culto  mismo,  mas  que 


84  HISTORIA   DE   AMÉRICA 


una  enseñanza,  era  un  espectáculo.  Sus  fiestas,  acompaña- 
das siempre  de  borracheras  i  bailes,  eran  mui  ceremonio- 
sas; i  aun  en  medio  de  ellas  el  pueblo  conservaba  su  mora- 
lidad característica.  El  testimonio  de  ello  lo  di6  uno  de 
los  conquistadores  españoles,  Mancio  Sierra  Lejesanna,  en 
su  testamento  estei^dido  en  setiembre  de  1587.  **Los  incas, 
decia,  los  tenían  gobernados  de  tal  manera  que  no  habia 
un  ladrón,  ni  hombre  vicioso,  ni  holgazán,  ni  una  mujer 
adúltera  ni  mala;  ni  se  permitía  entre  ellos  jente  de  mal  vi- 
vir en  lo  moral;  los  hombres  tenian  sus  ocupaciones  hones- 
tas i  provechosas." 

Los  actos  cardinales  de  la  vida  tenian  su  carácter  de 
fiesta.  El  corte  del  primer  cabello  del  niño,  su  entrada  en  la 
pubertad,  i  el  matrimonio,   que  se  celebraba  simultánea- 
mente en  todo  el  imperio,  daban  lugar  a  fiestas  solemnes. 
El  duelo  i  el  entierro  de  los  cadáveres  era  también  celebra- 
do en  medio  de  fiestas  i  borracheras.  Es  todavía  un   miste- 
rio la  manera  cómo  los  peruanos  embalsamaban  los  cadá- 
veres de  los  incas,  cuyas  momias  favorecidas  por  la  seque- 
dad del  clima,  si  se  ha  de  creer  a  los  que  las  vieron,  presen- 
taban   después  de  algunos    siglos  las  carnes    llenas,  las 
facciones  sin  alteración  i  el  cutis  blando  i  suave.  El  entierro 
de  los  subditos,  aunque  menos  ostentoso,  era  también  so- 
lemne. Habia,  ademas,  una  gran  conmemoración  de  difun- 
tos, en  la  que  los  vivos  se  alegraban  con   opíparos  banquc-    \ 
tes  i  se  ponían  en  los  huacas   manjares  para   los  muertos. 
Era  bastante  frecuente  el  recordar,   así  en  este  día  como  en 
el  del  entierro,  con  cantares  mezclados  de  risas  i  llantos,  la 
vida  de  los  finados,  sus  buenas  i  malas  acciones,  los  servi- 
cios que  prestaron  i  la  falta  que  hacían. 

Tan  admirables  como  los  campos  que  labraron  para  sos- 
tener su  vida,  son  las  huacas  que  construyeron  los  indios 
para  reposar  después  de  su  muerte.  Se  encuentran  siempre 
cerca  de  las  poblaciones,  a  veces  en  la  campiña  inmediata, 
a  veces  en  la  misma  casa,  como  si  los  hijos  no  hubieran 
querido  separarse  de  las  cenizas  de  sus  padres.  Están  en  los 
valles  encantados  donde  reina  el  deleite,  como  para  dcsva- 


PARTE    PRIMERA.  —  CAPItULO    III  85 

necer  las  májicas  ilusiones  de  los  sentidos,  i  por  lo  común 
en  alguna  eminencia.  Los  cadáveres  se  hallan  sentados  con 
las  rodillas  juntas  i  echadas  sobre  el  vientre,  los  brazos 
traidos  sobre  el  pecho,  i  las  manos  unidas  sobre  el  rostro 
como  la  criatura  que  se  desarrolla  en  el  seno  materno.  Se 
les  tomaría  por  viajeros  que  descansan  algunos  instantes 
para  proseguir  una  larga  marcha.  I  no  creian  ellos  que  su 
letargo  fuese  duradero;  por  eso  se  descubren  junto  a  las 
momias,  vestidos,  utensilios,  maiz,  chicha  i  objetos  de  lujo 
que  les  habrían  de  servir  en  su  nueva  existencia.  La  histo- 
ria puede  sacar  mucha  luz  de  éntrelas  sombras  de  estas 
.  tumbas;  pero  hasta  hoi  el  indíjena  teme  acercarse  a  ellas 
mas  que  al  aliento  del  ipestado;  i  los  que  se  atreven  a 
cscavar  las  huacas,  lo  que  buscan  son  tesoros,  nó  rela- 
ciones ^. 


8  Las  antigüedades  peruanas  han  sido  niuclio  menos  estudiadas 
que  las  de  Méjico.  La  obra  citada  de  Garcilaso  ha  sido  a  csie  res- 
pecto una  de  las  autoridades  fundamentales,  pero  algunos  docu- 
mentos contemporáneos  de  la  conquista  han  venido  a  dar  mas  lus; 
ala  historia  primitiva  del  P;;rú.  Las  obras  especiales  sobre  esas 
antigüedades,  como  la  de  los  señores  Rivero  i  Tschudi,  i  la  del  via- 
jero ingles  BoUacrt,  dejan  mucho  que  desear  en  su  investigación. 
Hemos  preferido  guiarnos  en  este  capítulo  por  la  Historia  de  ia 
conquista  de!  Perú,  de  Pekscott,  lib.  I,  i  la  Historia  anticua  del 
^eródedon  Sebastian  Lorerente.  De  ambas  obrashe  tomado  mil 
noticias,  de  ordinario  con  sus  mismas  palabras,  i  sólo  para  omitir 
la  repetición  de  citaciones  he  dejado  de  ponerlo  al  pié  de  estas  pa- 
jinas. 


CAPITULO  IV. 
liOn  otro»  indioM  de  América 

1.  Incertirlumbre  acerca  de  la  civilización  de  los  americanos  a  la 
época  de  la  conquista.  —2.   Sus  facultades  intelectuales. — 3.  Es- 

^  tado  social. — 4-.  Organización  civil.— 5.  Sistema  de  guerra. — 
6.  Industria.— 7.  Ideas  relijiosas  _8.   Costumbres. 

1.  Lncertidu.mbke  acerca  de  la  civilización  de  los 
AMERICANOS  A  LA  ÉPOCA   DE  LA  CONQUISTA .  — Al  rededor 
de  los  dos  grandes  imperios  americanos  que  habian  lleo^ado 
a  cierto  grado  de  cultura,  existían  tribus  numerosas,  dise- 
niinadas  en   los  bos  |ues.  o  agrupadas  en  caseríos,   que  o 
no  habian  alcanzado  a  un  grado  ni  siquiera  aproximativo 
de  civilización  o  vacian  en  la  mas  espantosa  barbarie.  Esas 
tribus,  imperfectamente  conocidas   i  mal  clasificadas  toda. 
vía,  tenian  entre  sí  diferencias  notables  en  sus  hábitos,  en 
sus  |)reociipaciont'S  i  en  su  carácter;  así  como  en  las  lenguas 
que  hablaban  i  hasta  en  su  fisonomía.  Las  primeras  noti- 
c¡a>  (|ue  acerca  de  ellos  rccojieron  los  conquistadores  eran 
vfjo^as  j  contradictorias.  Cad.-i  cual  se  referia  a  las  tribus 
que  habia  conocido;  i  tratándose  de  amalgamar  esas  noti- 
cias, resultaba  una  natural  confusión  que  se  descubre  en  los 
primeros  libros  descriptivos  del  nuevo  continente. 

Los  con(|UÍstadores,  ademas,  no  se  hallaban  en  estado 
de  estudiar  prolijamente  la  civilización  délos  americanos. 
Rodeados  constantemente  de  peligros,   i  luchando  contra 


88  HISTORIA   DB   AMÉRICA 

toda  clase  de  dificultades,  no  tenían  tiempo  ni  voluntad 
para  empeñarse  en  estudios  de  ese  jénero;  ni  los  conocimien- 
tos que  habían  adquirido  podían  ayudarlos  en  esta  tarea. 

Por  otra  parte,  desde  los  primeros  tiempos  de  la  conquis- 
ta surjieron  entre  los  invasores  apasionadas  discusiones 
que  han  contribuido  a  hacer  mas  confusas  i  enredadas  las 
noticias  que  nos  han  dejado  sobre  los  pobladores  de  Amé- 
rica. Decían  unos,  que  estos  eran  salvajes  feroces,  incapa- 
ces de  recibir  la  civilización,  a  quienes  se  podía  esterminar 
o  reducir  a  la  esclavitud,  ne^^ando  al  efecto  que  fueran  de  Iíl 
misma  naturaleza  que  la  especie  humana.  Sus  adversarios^ 

por  el  contrario,  presentaban  a  los  americanos  como  hom 

bres  dotados  de  intelijencía  i  de  un  carácter  suave,  suscep 

tibies  de  civilización  i  de  cultura.  De  los  escritos  de  esa  con 

troversia,  no  es  posible  sacar  la  verdad. 

Sin  embargo,  interesaba  a  la  historia  adquirir  el  conocí — 
miento  del  estado  i  del  carácter  de  estas  naciones,  no  sólc 
para  poderlas  apreciar  en  sí  mismas,  sino  para  deducir  de 

ahí  las  diversas  gradaciones  por  que  la  humanidad  ha  pasa 

do  lentamente  antes  de  adquirir  la  civilización.  De  este  jéne 

ro  de  estudios  especulativos  han  nacido  las  apreciaciones^^ 

sistemáticas  sobte  los  primitivos  americanos,  basadas  en: '- 

la  observación  de  los  viajeros  i  de  los  escritores  que  estu —    • 
diaban  una  o  varias  localidades.  Estcestudio,  con  todo,  no^^o 

ha  dadíí  aun  sus  últimos  frutos.   Los  mismos   viajeros  en 

contraban  entre  los   pobladores  del   nuevo  mundo  costura— — 
bres  e  ideas  adquiridas  posteriormente,  cuya    filiación  no*   ' 
podían  distinguir,  i  de  las  cuales  no   podian  deducirse  acer- 
tadas consecuencias     Las  noticias  recojídas  hasta  ahora, 
forman  un  conjunto  informe  de  datos  de  que  es  necesario 
hacer  una  separación   previa  antes  de  bosquejar  el  estado 
en  que  los  indíjenas  americanos  se  hallaban   a  la  época  en 
que  fueron  cí)nocidos  por  los  europeos. 

2.  Srs  FAcrLTADHS  i.NTKLECTUALES.— En  los  prímcros 
tiempos  de  la  conquista,  como  ya  hemos  dicho,  se  discutió 
sériíi mente  si  los  indios  americanos  tenían  intelijencía  o  si 
eran  animales  de  una  especie  inferior  a  los  hombres;  pero 


\ 


PARTE    PRIMERA. —  CAPÍTULO    IV  89 

desde  que  los  castellanos  encontráronlas  prinreras naciones 
civilizadas  del  nuevo  mundo,   toda  duda  desapareció.  El 
papa  Paulo  III  declaró,  en  una  bula  de  1537,  que  los  indios 
eran  capaces  de  recibir  los  sacramentos.   Uno  de  los  mas 
ilustrados  entre  los  conquistadores,  notando  gran  variedad 
en  las  dotes  intelectuales  de  los  indíjenas,  advirtió  que  en 
Amética  los  habitantes  de  las  tierras  calientes  eran  mas 
despejados  que   los  que   poblaban  las  tierras  templadas  i 
frias;  si  bien  entre  aquellos  eran  mas  torpes  los  de  las  pla- 
nicies i  páramos  que  los  que  habitaban  las  montañas  ^  Esta 
distinción  nació  de  que  los  pueblos  mas  civilizados  del  nue- 
^o  mundo  ocupaban  las  alturas  o  mesetas  de  las  rejiones 
-tropicales.   En  cambio,  los  habitantes  de  los  climas  templa" 
¿los  eran  jeneralmente  mas  fuertes,  mas  activos  i  vigorosos. 
Estas  diferencias  en  las  dotes  intelectuales  i  en  su  desa- 
rrollo eran  mui  notables.   Las  tribus  guaraníes,  que  pobla- 
ban cerca  de  un  tercio  de  la  América  meridional,  así  como 
muchas  otras,  no  tenian  idea  alguna  de  cálculo,  i  ni  siquiera 
pasaban  en  sus  cuentas  mas  allá  de  cinco  ^.  Los  chibchas  o 
wnuíscaSy  que  habitaban  los   valles  inmediatos  a  Bogotá, 
liabian  inventado  un  minucioso  calendario,   dividienrlo  el 
año  en  meses  lunares;  i  haciendo  en  él  las  intercalaciones 
necesarias  para  suplir  las  diferencias,  habían  distribuido  los 
anos  en  ciclos  con  una  grande  exactitud^.  Mientras  unas 
tribus  habian  imajinado  una  cosmogonía  injeniosa  i  hasta 
poética,  otras  no  tenian  noción  alguna  de  un  ser  superior  a 
la  naturaleza  humana. 

Lator(>eza  que  los  viajeros  han  observado  en  los  indíje- 
nas de  América,  nacia  en  gran  parte  de  su  indolencia  i  de 
su  inercia.    En  jeneral,  los  indios  no  eonocian  una  felicidad 


*  Vargas  Machuca,  Milicia  i  descripción  de  las  Indias,  fol.  131. 
-  Varnhagen,   Historia  ^tral  do  Brazil,  tom.  1*^,  sec.  IX,  páj. 
109 

^  DüQUKSNH,  Disertación  sobre  el  calendario  de  los  muiscas,  pu- 
blicado por  el  coronel  Acosta  en  el  apéndice  de  su  Compendio  his- 
tórico de  la  conquista  de  la  Niwva  C'ranar/a.— Humboldt,  Vues  des 
cordilléres,  tom.  2,  pl.  XLIV. 


90  HISTORIA    1)B    AMÉRICA 


mayor  que  la  de  verse  libres  de  todo  trabajo.  En  aquellas 
rejiones  en  que  la  riqueza  de  la  vejetacion,  la  abundancia  de 
la  pesca  i  de  la  caza  les  suministraban  el  alimento  preciso 
para  la  satisfacción  de  sus  necesidades,  el  salvaje  se  diferen- 
ciaba mui  poco  de  los  animales.  Pero  en  los  climas  mas  ri- 
gorosos, donde  las  producciones  naturales  no  bastaban 
para  la  subsistencia  del  hombre,  los  indíjenas  tuvieron  que 
pensar  en  el  trabajo,  hicieron  sus  plantaciones  i  estimula- 
ron el  desarrollo  de  su  intelijencia  aplicándola  a  la  indus— 
tria. 

Los  pueblos  que  no  han   dado  los  primeros  pasos  en  eL 
sendero  de  la  civilización,   se  distinguen  particularmente- 
por  una  imprevisión  que  parece  revelar  la  falta  de  pensa — 
miento  i  de  intelijencia.    En  este  estado  se  hallaban  muchas* 
de  las  tribus  americanas  cuando  los  españoles  pisanuí  su. 
territorio.  Aquellos  indios  que  con  un  trabajo  mui  limitado 
alcanzaban  a  satisfacer  sus  necesidades,  vivian   en  una  si- 
tuación de  complet(i  barbarie,  distraidos  con  el  presente  i 
olvidados  del  porvenir.  **Cuando  al  acercársela  noche  se 
siente  un  caribe  dispuesto  a  dormir,   dice  un  historiador, 
ninguna  reflexión  le  induce  a  vender  su  hamaca,  mas  luego 
que  se  levanta  por  la  mañana,  cambia  esta  misma  hamaca 
por  la  bagatela  mas  despreciable  que  llegue  a  herir  su  imn- 
jinacion.    Al  fin  del  invierno,  el  salvaje  de  América  se  ocupa 
con  actividad  en  preparar   m^^tcriales   para  construir  una 
choza  cómoda  cpie  lo  ponga  al  abrigo  de  la  inclemencia  en 
la  estación  siguiente,  pero  así  (jue  el  tiempo  se  presenta  me- 
nos rigoroso,  olvida  sus   sufrimientos  i  abandona  sus  tra- 
bajos hasta  que  la  vuelta  del  frió  le   obliga  a  comenzarlos 
de  nuevo"  K 

3.  Estado  social. — La  organización  social  de  los  pue- 
blos que  se  hallan  en  este  estado  de  atraso  ofrece  caractért-s 
mui  curiosos.  Aun  entre  las  tribus  mas  bárbaras,  la  unión 
del  hombre  i  de  la  mujer  estaba  sujeta  a  ciertas  reglas,  i  el 
matrimonio  tenia  sus  derechos  reconocidos  i  permanentes. 


•*  R()BKRTSí)N,  Hist.  (Je  América,  lib.  4*^. 


PARTE    PRIMERA. — CAPÍTULO    IV  91 

En  las  rejiones  en  que  escaseaban  los  medios  de  alimentar- 
se, i  en  que  las  dificultades  de  criar  la  familia  eran  por  con- 
siguiente mui  grandes,  el  hombre  se  limitaba  a  una  sola 
mujer;  pero  en  los  climas  mas  fértiles,  cada  hombre,  según 
su  importancia,  solia  tencír  una  o  muchas  mujeres.  En  al- 
gunos paises  el  matrimonio  duraba  toda  la  vida;  en  otros 
el  capricho  o  el  odio  por  toda  especie  de  sujeción  hacia  rorn- 
per  el  lazo  matrimonial.  Jeneralmente,  sin  embargo,  la  pri- 
mera mujer,  aunque  desdeñada  i  vieja,  era  siempre  conside- 
rada como  superior  a  las  otras. 

Pero,  sea  que  considerasen  el  matrimonio  como  una 
unión  pasajera  o  como  un  contrato  perpetuo,  la  humilla- 
ción i  los  trabajos  eran  la  porción  de  la  mujer.  Servia  a  su 
marido  como  esclava,  i  lo  acompañaba  en  sus  lejanas  jor- 
nadas i  a  veces  hasta  en  las  espediciones  guerreras.  En  mu- 
chos pueblos  el  matrimonio  era  un  contrato  de  venta,  en 
que  el  hombre  compraba  a  la  mujer,  ya  prestando  a  sus 
padres  los  servicios  que  solicitaban  durante  cierto  tiempo, 
cultivando  sus  campos  o  acompañándolos  a  la  caza,  ya 
dando  en  cambio  de  ellas  a(|uellos  objetos  que  eran  tenidos 
en  estimación.  Otras  veces  la  mujer  era  adquirida  en  la 
guerra,  formaba  parte  de  la  presa  quitada  al  enemigo  i  era 
adjudicada  al  aprehensor.  De  este  modo,  el  salvaje  ameri- 
cano llegaba  a  convencerse  que  la  mujer  era  una  propiedad 
deque  podia  ílisponer  libremente.  En  las  marchas,  la  mu- 
jer, como  sucedía  también  entre  los  peruanos,  servia  para 
conducir  la  carga.  En  el  hogar  no  le  era  permitido  acercar- 
se a  sus  amos  sino  con  el  mas  profundo  res|)eto,  i  miran- 
do a  los  hombres  como  seres  superiores.  Los  cuidados  do- 
mésticos le  estaban  también  encomendados;  i  niiéntrns  el 
hombre  perdia  el  tiempo  en  la  inacción  o  la  disipación,  la 
mujer  estaba  condenada  a  un  trabajo  continuo. 

Los  historiadores  han  atribuido  a  esta  opresión  la  poca 
fecundidad  de  las  mujeres  en  las  naciones  sa'vajes.  El  exce- 
sivo trabajo  agotaba  el  vigor  fie  la  constitución  física,  al 
mismo  tiempo  que  la  escasez  de  los  alimentos  no  les  permi- 
tia  recuperar  las  fuerzas.    De  aíjuí   provenian,  sin  duda,  las 


92  HISTORIA    DB   AMÉRICA 


prácticas  jeneralizadas  en  estos  pueblos  de  no  criar  mas 
que  uno  o  dos  hijos,  obligando  a  las  madres  a  abandonar 
aquellos  que  no  podian  alimentar. 

Aunque  la  necesidad  redujera  a  los  indios  de  América  a 
limitar  el  aumento  de  sus  familias,  no  por  esto  carecían  de 
afecto  a  sus  hijos.  Mientras  la  debilidad  de  los  niños  exijia 
sus  ausilios,  los  padres  se  los  prodigaban  con  particular 
amor;  pero  desde  que  el  niño  pasaba  de  esa  edad  débil  en 
que  podia  satisfacer  sus  propias  necesidades,  quedaba  en 
completa  libertad.  El  hijo  vivia  con  los  padres  en  la  misma 
choza,  adquiría  sus  mismos  hábitos,  los  acompañaba  a  la 
caza,  recibia  a  su  lado  la  única  educación  de  los  pueblos 
salvajes;  pero  desde  que  habia  llegado  a  la  edad  viril,  due- 
ño de  su  independencia  i  de  su  libertad,  se  desligaba  de  la 
familia  i  pasaba  a  ser  el  jefe  de  una  nueva  choza.  Sólo  en 
ciertas  tribus,  en  que  los  trabajos  agrícolas  habian  adqui- 
rido mpyor  desarrollo,  se  conservaban  por  mas  largo  tiem- 
po los  vínculos  de  la  familia. 

4.  Organización  civil. — Muchas  tribus  americanas  no 
tenian  una  residencia  fija.  Sus  miembros  vivian  de  la  caza 
o  de  la  pesca,  i  establecian  sus  chozas  a  orillas  de  los  rios, 
de  los  lagos  o  del  mar,  o  en  los  bosquts  donde  podian  ha- 
llar los  animales  que  servian  para  la  satisfacción  de  sus 
necesidades.  Pertenecian  a  este  rango,  entre  otros,  los  sal- 
vajes que  poblaban  la  ma3'or  parte  del  Brasil,  el  Paraguai, 
las  pampas,  i  la  estremidad  meridional  de  la  América.  En- 
tre esas  tribus,  el  amor  de  la  patria  i  de  la  comunidad,  ese 
instinto  que  constituye  la  primera  base  de  la  civilización, 
no  existia.  La  tribu  misma  carecia  de  toda  organización, 
sólo  tenia  jefe  cuando  era  necesario  emprender  una  espedi- 
cion  o  atacar  al  enemigo. 

Otros  pueblos  se  haPal)an  en  una  situación  mas  ade- 
lantada. La  necesidad  los  habian  hecho  agricultores  i  cul- 
tivaban la  tierra  para  obtener  de  ella  el  alimento  indisjien- 
sable.  Los  indios  americanos,  sin  embargo,  no  conocieron 
la  propiedad  territorial.  Las  tribus  agricultoras  que  ha- 
bian llegado  a  domiciliarse  en  un  punto  fijo,  cuUivaban  la 


PARTE    PRIMERA. CAPÍTULO    IV  93 

tierra  en  común,  i  cada  familia  gozaba  de  la  posesión  acci- 
dental de  una  parte  del  terreno  i  disfrutaba  de  la  propie- 
dad de  sus  productos.  En  esas  tribus  se  había  establecido 
al  fin  cierta  mancomunidad  de  intereses  i  cierta  organiza- 
ción social  lejana,  sin  duda,  de  la  verdadera  civilización, 
pero  que  ya  suponia  sus  primeros  pasos.  Aun  entre  estas 
hahia  grandes  variedades,  según  el  desarrollo  mora!  de  sus 
individuos;  pero  esas  diferencias,  que  eran  tan  repetidas 
como  la  numerosa  diversidad  de  tribus,  son  hasta  ahora 
imperfectamente  conocidas. 

En  la  Florida,  la  autoridad  de  los  caciques  era  no  sólo 
permanente  sino  hereditaria.  Se  distinguian  de  los  demás 
por  trajes  particulares  i  por  prerrogativas  de  varios  jéne- 
ner  js.  Sus  subditos  no  se  les  acercaban  sino  con  las  demos- 
traciones de  respeto  i  de  veneración  debidas  al  jefe. 

Los  natcbes,  nación  que  habitaba  las  orillas  del  Missi- 
ssippí,  conocian  las  diferencias  de  las  clíises  privilejiadas. 
Las  familias  que  se  reputaban  nobles  gozaban  de  muchas 
dignidades  hereditarias,  mientras  el  pueblo  estaba  destina- 
do a  la  servidumbre.  El  primer  jefe,  en  quien  residía  la  au- 
toridad suprema,  era  mirado  como  un  ser  de  naturaleza 
superior,  como  hijo  del  sol,  único  objeto  de  sus  adoracio- 
nes. Su  voluntad  era  una  lei  a  que  se  debia  ciega  obedien- 
cia; i  la  vida  de  sus  subditos  estaba  sometida  a  su  depen- 
dencia. Su  autoridad  no  acababa  con  su  vida,  pues  debian 
acompañarle  en  el  otro  mundo.  Muchos  de  sus  criados,  sus 
principales  oficiales  i  la  mas  querida  de  sus  mujeres  eran 
sacrificados  sobre  su  tumba:  las  víctimas  acudian  gusto- 
sas al  sacrificio  i  lo  aceptaban  como  una  distinción  hon- 
rosa i  como  el  premio  de  su  fidelidad. 

En  las  Antillas,  los  jefes  gozaban  igualmente  de  gran  po- 
der, que  se  trasraitia  por  derecho  hereditario  de  padres  a 
hijos.  Distinguíanse  por  sus  ornamentos  particulares,  i 
conservaban  I9.  veneración  de  sus  vasallos,  llamando  a  la 
sui>ersticion  en  ausilio  de  su  autoridad.  El  pueblo  creia  que 
sus  mandatos  eran  oráculos  de  los  dioses. 

En  la  altiplanicie  central   de  la  república  actual  de  Co- 


94  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


lotnbia  que  rodea  a  su  capital,  existia  una  nación  numero- 
sa de  indios  semi-civilizados  que  se  denominaban  chibchas 
o  maiscas.  Las  tradiciones  fabulosas  de  este  pueblo  alcan- 
zan a  una  época  mui  remota  en   que  la  luna  no  acompaña- 
ba todavía  a  la  tierra  ^  ,  i  en  (jue,  por  las  inmediaciones, 
de  los  rios  inmediatos,  la  meseta  de   Bogotá  formaba  un 
lago  de  estension  considerable.  Un  hombre  maravilloso, 
conocido  con  el  nombre  de  Bochica,  abrió  un  paso  a  las 
aguas  de  ese  lago,  reunió  en  sociedad  a  los  hombres  que 
vivian  esparcidos,  introdujo  el  culto  del  sol  i  se  constituyó 
en  lejislador  de  los  muiscas.  Bstas  mismas  tradiciones  di- 
cen que  Bochica,  viendo  a  los  jefes  de  las  tribus  vecinas 
disputarse  la  autoridad  suprema,  les  aconsejó  que  escojie- 
ran  por  zaque   o  soberano  a  uno  de  ellos  llamado  Hunca- 
hua,  reverenciado  a  causa  de  su  justicia  i  de  su  prudencia. 
El  consejo  del  gran  sacerdote  fué  universalmente  seguido;  i 
Huncahua,que  reinó  durante  250  años,  llegó  a  someter  to- 
do el  pais  que  se  estiende  desde  las  sabanas  de  San  Juan  de 
los  Llanos  hasta  las  montañas  de  Opon.   El  hijo  del  sol  de- 
sapareció misteriosamente  de  la  tierra  después  de  una  exis- 
tencia de  2,000  años.  Huncahua  fundó  la  populosa  ciudad 
de  Hunca,  llamada  Tunca  o  Tunja  por  los  españoles,  i  fun- 
dó la  dinastía  de  los  zaques  que  reinaban  en  aquellas  rejio- 
nes  a  la  época  de  la  conquista.    El   misterioso  organizador 
de  aquella  nación,  fué  también  su  lejislador.    Esos  pueblos 
tenian  una  forma  regular  de  gobierno,  un  tribunal  estable- 
cido para  juzgar  i  castigar  los  crímenes,  i  leves  que  conser- 
vaba la  tradición.  El  soberano  gobernaba  con  poder  abso- 
luto, era  mirado    con  gran   veneración,   conducido  por  sus 
subditos  en  andas  por  medio  de  caminos  cubiertos  de  flores 
i  respetado  como  un   ser  de  naturaleza  superior.  Los  jefes 
de  algunas  tribus  vecinas  eran  sus  tributarios;  i  la  civiliza- 


r>  Los  arcaflio'í  fie  l;i  atni«íii:i  Greoia  tenían,  sjgun  Ovidio  i  Lu- 
ciano, una  tradieion  mui  semejante.  Wnse  Akacío,  Astronomie  l\j' 
pulüirCf  liv.  XXI,  chap.  XXII,  tom    11 1,  pñj  455. 


PARTE    PRIMERA. — CAPÍTULO    IV  95 

cion  naciente   de  aquel  estado  comenzaba  a  irradiar  lenta- 
mente sobre  los  paises  comarcanos  ^* . 

Mas  al  sur  se  había  formado  también  un  poderoso  esta- 
do cuyo  gobierno  era  bastante  regular.  Los  historiadores 
hablan  de  una  antiquísima  dinastía  de  reyes,  el  último  de 
los  cuales  llamado  Quitu,  dio  su  nombre  al  estado.  Refie- 
ren una  invasión  de  estranjeros  consumada  en  el  octavo  si- 
glo de  la  era  cristiana,  que  acabó  de  cimentar  la  organiza- 
ción civil  del  pais.  Formóse  una  monarquía  hereditaria 
sujeta  a  una  junta  de  señores  bajo  cuyo  gobierno  prospera- 
ron las  artes,  se  des  ir  rolló  la  industria  i  se  dilatáronlos 
limites  del  estado  7.  Esta  monarquía  fué  incorporada,  des- 
pués de  muchos  siglos  de  existencia,  al  poderoso  imperio  de 
los  incas. 

Los  naturales  de  Chile  se  habian  establecido  también  en 
tribus  sujetas  a  la  autoridad  de  jefes  aclamados  por  su 
valor,  i  si  bien  no  formaban  un  estado  poderoso,  esas  di- 
versas tribus  se  unian  entre  sí  para  combatir  a  los  invaso- 
res. Esto  fué  lo  que  sucedió  a  los  incas  peruanos  cuando, 
llevados  por  su  espíritu  de  conquista,  atravesaron  los  de- 
siertos i  las  montañas  para  es  tender  su  dominación.  Una 
parte  de  la  familia  chilena  fué  reducida  al  vasallaje,  pero  la 
otra  habia  conservado  su  independencia  i  su  organización 
en  tribus  aisladas  que  se  confederaban  ante  el  peligro  co- 
mún ^. 

5.  SisTLMA  DE  GUERRA. —  Las  naciones  americanas,  cual- 
quiera que  fuera  el  estado  de  su  civilización,  vivian  en  cons- 
tantes guerras.  Aunque  no  tuvieran  idea  de  una  propiedad 
especial  perteneciente  a  un  solo  individuo,  los  indios  ameri- 
canos, aun  los  mas  groseros,  conocían  el  derecho  que  cada 


6  AcosTA,  Compendio  histórico  de  la  conquista  de  la  Nueva  Gra- 
nada, cap.  IX.*— PiBDRAHiTA,  Híst.  de  la  cotiq.  del  Nuevo  remo  de 
Granada,  lib.  I  i  II. 

7  Padre  Juan  de  Vklasco,  Historia  del  reino  de  Quito^  parte 
2^  Hb.  I. 

8  La  or<janízacion  social  atribuida  a  los  primitivos  chilenos  por 
;]  jesuíta  Molina  i  por  otros  escritores,  no  pasa  de  ser  una  ficción. 


96  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


comunidad  tenia  sobre  sus  propios  dominios,  i  se  creian  au 

torizados  para  rechazar  por  la  fuerza  la  usurpación  inten 

tada  por  las  tribus  vecinas.  Pero  el  interés  no  era  el  móviLH~ 
mas  común  de  aquellas  luchas   Los  salvajes  combatian  no^nz 
para  conquistar  sino  para  destruir.  Comenzaban  las  hosti- 
lidades i  continuaban  la  gu*írra  con  un  odio  tenaz.  ''Pode—   - 
mos  sentar,  dice  un  historiador  del   Brasil,  que  la  úniccrr^ 

creencia  fuerte  i  radicada  que  tenian   los  indios  era  la  de  1^ = 

obligación  de  vengarse  de  los  estraños  que  ofendian  a  cual 
quiera  de  su  tribu.  Este  espíritu  de  venganza  llevado  al  ex 
ceso,  era  su  verdadera  fe'*  ^.  El  deseo  de  venganza  es  el  pri 
mero  i  casi  el  único  principio  que  un  salvaje  procura  infun.     - 
dir  en  el  alma  de  sus  hijos.  Este  sentimiento  crece  con  elloa^ 
a  proporción  que  adelantan  en  edad,  i  en  la  reducida  esferas» 
de  sus  pensamientos,  adquiere  una  fuerza  que  no  conocec^ 
los  otros  hombres.  Si  un  salvaje  se  heria  casualmente  coi::» 
una  piedra,  la  cojia  con   ira  i  trataba  de  saciar  en  ella  st^ 
resentimiento    rompiéndola.    Esta  cólera  se  manifestabas, 
igualmente  contra  todo  animal  que  los  molestara  aunqu^^ 
sólo  fuese  una  sabandija.  Si  combatiendo  eran  heridos  d^¿= 
una  flecha,  la  arrancaban,  la  hacia  pedazos  con  los  diente^^ 
i  la  arrojaban.  Respecto  a  sus  enemigos,  la  rabia  no  cono  — 
cia  límites;  i  las  guerras  tomaban  luego  un  carácter  fero&  — 
En  los  aprestos  bélicos  los  ancianos  alentaban  á  la  juven- — 
tud  excitándola  a  la  venganza. 

No  se  necesitaba  sin  embargo  de  una  agresión  armadas, 
para  producir  la  guerra.  Entre  muchos  de  estos  pueblos  s^ 
creinn  que  la  muerte  natural  de  los  enfermos  era  causada 
por  hechizos  de  supuestos  enemigos;  i  de  ahí  nacia  el  deseo 
de  vengar  al  muerto  En  estos  casos,  la  venganza  era  to- 
mada por  uno  o  varios  individuos  de  su  tribu.  **He  conoci- 
do indios,  dice  un  autor  mui  versado  en  sus  costumbres, 
que  por  vengarse  han  caminado  mil  leguas  éspuestos  a  la 
intemperie  del  aire,  a  la  humedad  i  a  la  sed"  ^^.  A  veces,  al- 


^  Varnhagkn,  Historia  gcnil  do  Brazil,  tom.  I,  sec  IV,  páj.  121. 
10  Adair,  History  ofamcrican  indians,  páj.  150. 


r.ARTH    PRIMERA. — CAPÍTULO    TV 


g^unos  guerreros  reunían  pequeñas  masas  de  jente,  i  a  su 
cabeza  marchaban  a  atacar  a  una  tribu  enemiga  sin  con- 
sultar a  los  jefes  de  la  horda. 

Cuando  se  emprendía  una  guerra  nacional,  sus  delibera- 
ciones tomaban  un  carácter  mas  arreglado.  Reuníanse  los 
ancianos,  manifestaban  sus  opiniones  en  discursos  solem- 
•  nes,  consultábase  a  los  adivinos  i  hasta  a  las  mujeres,  i  una 
vez  acordada  la  guerra,  la  tribu  se  ponia  en  movimiento 
para  dar  principio  a  las  hostilidades.  Aun  los  pueblos  mas 
atrasados  nombraban  un  jefe  en  estas  circunstancias;  pero 
no  se  crea  que  sus  tropas  entraban  en  campaña  como  un 
ejército  regularizado.   Cada  guerrero   llevaba  consigo  las 
provisiones    necesarias    para    su  sustento;   i  de  ordinario 
marchaban    todos  ellos  por  distintos  caminos,  tratando 
siempre  de  reunirse  antes  de  entrar  al  territorio  enemigo. 
Sólo  los  pueblos  de  Chile  i  algunas  tribus  de  Brasil  acos- 
tumbraban presentar  batalla  campal;  los  demás  trataban 
sólo  de  sorprender  al  enemigo  i  de  hacerle  los  mayores  ma- 
les posibles.  En  la  guerra  ponían  en  juego  los  ardides  que 
habían  ejercitado  en  la  caza.  Para  sorprender  a  sus  contra- 
rios se  deslizaban  en  los  bosques,  arrastrándose  muchas 
veces  por  el  suelo  i  después  de  pintarse  los  cuerpos  de  modo 
que  parecían  montones  de  hojas  secas.  Si  encontraban  al 
enemigo  desprevenido,  incendiaban  sus  chozas  i  mataban 
atrozmente  a  sus  habitantes,   arrancándoles  la  cabellera; 
pero  si  estaban  seguros  de  no  ser  perseguidos,  recojian  al- 
gunos prisioneros  que  destinaban  a  un  horrible  suplicio.  Si 
antes  de  dar  el  ataque  eran  sorprendidos  por  el  enemigo, 
preferían  retirarse  antes  que  empeñar  un  combate  que  pu- 
diera costar  la  vida  de  algunos  compañeros.  Muchas  tri- 
bns  consideraban  como  derrota  el  triunfo  mas  brillante  si 
en  él  perdían  a  algunos  de  los  suyos. 

La  suerte  de  los  cautivos  era  casi  siempre  trájica.  Sus 
familias  lloraban  su  pérdida  desde  que  caían  en  poder  del 
enemigo,  i  aun  antes  que  fueran  sacrificados.  Los  ancianos 
de  la  tribu  vencedora  decidían  de  su  suerte:  los  mas  valien- 
tes eran  destinados  a  reemplazar  a  los  muertos  en  la  guc- 

TOMO   1  7 


98  HISTORIA   DB   AMÉRICA 


rra  i  conducidos  a  la  choza  del  difunto,  cuya  mujer  era  li- 
bre de  recibirlos  o  rechazarlos.  Si  sucedia  esto  último,  los 
guerreros  vencidos  eran  conducidos  al  sacrificio:  en  caso 
contrario  tomaban  el  nombre  del  muerto  i  eran  tratados 
conla  ternura  debida  a  un  padre,  a  un  hermano,  a  un  ma- 
rido o  a  un  amigo. 

En  jeneral,  el  cautivo  destinado  al  sacrificio,  recibía  un 
tratamiento  benigno  hasta  que  se  daba  su  sentencia.  El 
salvaje  americano  la  oia  sin  la  menor  emoción,  i  se  prepa- 
raba para  recibir  la  muerte  entonando  fúnebres  canciones. 
Los  vencedores  se  reunian  como  si  se  tratara  de  celebrar 
una  fiesta  solemne  al  rededor  del  prisionero,  que  permane- 
cia  atado  a  un  árbol.  Los  concurrentes,  hombres,  mujeres  i 
niños,  se  arrojaban  sobre  él  i  ponian  en  juego  todos  los  tor- 
mentos que  puede  inventar  la  venganza.  Unos  le  quemaban 
el  cuerpo  con  piedras  enrojecidas  al  fuego,  otros  le  hacian 
grandes  tajos  o  separaban  las  carnes  de  los  huesos,  arran- 
cándoles los  nervios  i  esforzándose  todos  en  exederse  en  su 
crueldad.  Por  temor  de  abreviarla  venganza  evitaban  el 
hacer  heridas  mortales,  prolongando  así,  durante  algunos 
dias,  las  angustias  de  la  víctima.  El  infeliz  preso,  en  medio 
de  sus  tormentos,  cantaba  sus  hazañas  con  voz  entera  pro- 
vocando a  sus  verdugos  con  insultos  i  amenazas.  El  mas 
hermoso  triunfo  del  guerrero  a  quien  su  mala  fortuna  ha- 
bia  deparado  tan  triste  suerte,  era  desplegar  en  el  tormen- 
to el  valor  sereno  de  los  héroes.  De  ordinario  recibía  inme- 
diatamente la  muerte  el  que,  en  medio  de  sus  angustias, 
dejaba  escapar  un  quejido.  Los  tormentos  se  prolongaban 
sin  que  la  rabia  de  los  sacrificadores  fuera  apaciguada  por 
la  constancia  heroica  de  la  víctima,  hasta  que  algunos  de 
los  jefes  ponía  término  a  la  vida  i  a  los  sufrimientos  del 
cautivo  con  un  golpe  de  maza. 

En  algunas  tribus  sucedian  a  estas  bárbaras  escenas 
otras  muchos  mas  horribles.  El  cadáver  del  prisionero  era 
asado  al  fuego  i  devorado  por  sus  enemigos  en  medio  de 
una  fiesta.  Esta  costumbre  bárbara,  que  también  existia 
en  medio  déla  civilización  del  antiguo   imperio  mejicano 


PARTE   PRIMERA. — CAPÍTULO   IV  99 

no  era,  sin  duda,  un  efecto  de  la  gula  o  del  deseo  de  satisfa- 
cer el  hambre,  sino  el  fruto  de  una  venganza  brutal  con  que 
lavaban  pasadas  injurias.  Era  tan  arraigado  el  pensa- 
miento de  desquite  i  de  espiacion  que  dominaba  en  estos 
sacrificios,  que  al  cabo  de  muchos  años  desenterraban  el 
cadáver  de  un  enemigo  para  tomar  venganza  en  él,  que- 
brándole la  calavera  i  juntando  otros  trofeos.  El  sacrifica- 
dor  de  un  cautivo,  consideraba  este  acto  como  un  título  de 
gloria  1^ 

Como  no  habia  guerrero  que  no  estuviera  espuesto  a  pa- 
sar por  un  trance  semejante,  el  grande  objeto  de  la  educa, 
cion  militar  era  prepararlo  a  sufrir  con  firmeza  estos  tor- 
mentos. Los  salvajes  americanos  no  se  aplicaban  tanto  a 
los  ejercicios  que  exijen  fuerza  i  actividad  como  a  sufrir  sin 
quejarse  los  mas  agudos  dolores  i  los  mayores  sufrimientos. 
Era  jeneral  entre  ellos  la  convicción  de  que  esta  inalterable 
fortaleza  formaba  la  mas  alta  perfección  del  guerrero. 

Las  armas  usadas  en  estas  guerras  eran  las  mismas  que 
empleaban  los  salvajes  en  la  caza:  flechas  i  picas,  mazas  i 
hondas  para  disparar  las  piedras.  Las  primeras  eran  cons- 
truidas de  maderas  endurecidas  al  fuego  cuyas  puntas  agu- 
zadas penetraban  fácilmente  en  el  cuerpo  humano.  Otras 
veces,  sus  puntas  eran  formadas  con  piedras  duras,  espinas 
de  peces  o  huesos  de  animales  perfectamente  ligados  con 
cuerdas  que  formaban  de  las  cortezas  de  los  árboles  o  de 
los  nervios  de  los  animales  que  cazaban.  Algunas  tribus 
conocian,  ademas,  las  cualidades  de  ciertas  plantas  cuyo 
jugo  venenoso  les  servia  para  emponzoñar  sus  dardos. 
Otros  los  disparaban  con  materias  inflamadas  para  incen- 
diar las  chozas  enemigas.  Pero  las  armas  como  los  demás 
espedientes  de  guerra  variaban  algo  en  los  diferentes  pue- 
blos. Las  tribus  que  poblaban  la  estremidad  de  la  América 
meridional  uSaban  una  arma  que  les  era  peculiarísima  i  que 
tenia  el  nombre  de  laque,  Consistia  ésta  en  una  correa  de 
cuero  en  cuyas  estremidades  amarraban  piedras  gruesas 


íí  Varnuagen,  Historia  geral  do  Brazil^  tom.  I,  sec.  X,  páj.  122. 


100 


iiiSToiuA  ri;  AMiomcA 


como  un  puño,  i  que  disparadas  al  aire  iban  a  herir  o  a  en- 
redar al  enemi<2^o. 

G.  Industria. — Las  tribus  americanas  se  hallaban  en  un 
grande  estado  de  atraso  en  todo  lo  que  respecta  a  la  indus- 
tria. Algunas  de  ellas,  como  hemos  dicho  ya,  vivian  sólo 
de  la  caza  i  de  la  pesca.  En  ambos  ejercicios,  es  verdad,  ha- 
bían hecho  progresos  admirables:  habian  inventado  los  ins- 
trumentos necesarios,  i  descubierto  algunas  yerbas  que  les 
permitían  adormecer  los  peces  o  envenenar  los  otros  ani- 
males por  medio  de  sus  flechas,  sin  que  su  carne  sufriera  el 
mas  leve  daño.  El  salvaje  permanecía  muchos  días  sin  impa- 
cientarse a  las  orillas  de  un  lago  o  de  un  rio  esperando  com- 
pletar su  provisión  de  pescado;  pero  era  en  las  cacerías  don- 
de desplegaba  una  actividad  i  una  intelijencia  de  que  ordi- 
nariamente parecía  desprovisto.  Un  cazador  animoso  i 
audaz  era  considerado  en  la  misma  categoría  que  un  va- 
liente guerrero.  La  indolencia  natural  del  indíjena  desapa- 
recía, sus  sentidos  adquirían  un  grado  de  finura  que  no  co- 
nocían los  europeos.  Descubría  las  huellas  de  los  animales 
por  las  pisadas  sobre  las  yerbas  de  los  campos,  i  les  seguía 
el  rastro  con  toda  seguridad.  Cuando  atacaba  su  presa,  su 
flecha  rara  vez  erraba  el  blanco;  cuando  le  armaba  lazos 
casi  nunca  escapaba  el  animal.  En  algunas  tribus  no  era 
permitido  a  los  jóvenes  casarse  antes  de  haber  dado  prue- 
ba de  destreza  en  la  caza,  i  de  haber  manifestado  así  (jue 
eran  capaces  de  proveer  a  las  necesidades  de  una  familia. 

Otras  tribus,  obligadas  ])or  la  necesidad,  habian  dado  un 
paso  mas  adclantíulo,  i  cultivaban  la  tierra  para  sacíii  de 
ella  un  alimento  mas  seguro.  La  feracidad  del  terreno,  co- 
mo la  benignidad  del  clima,  favorecían  prodijiosamciite  el 
desarrollo  de  esta  industria,  i  los  americanos,  con  poquísi- 
mo trabajo,  recojian  un  alimento  abundcinte.  La  papa  i  el 
maiz,  (|ue  se  cultivaban  en  casi  todos  los  climas,  así  como 
la  yuca  i  el  plátano,  (jue  solamente  crecen  en  las  rejiones 
tropicales,  eran  sus  princip.alcs  proiluctos  de  su  industria 
agrícola. 

Sin  embargo,   la  agricultura  americana  no  podia  hacer 


PARTE    PRIMBKA. — CAPÍTULO    IV  101 


muí  rápidos  progresos.  Los  indíjenas  carecian  casi  de  aní- 
males domésticos;  i  ni  aun  las  tribus  mas  avanzadas  sabían 
estraer  los  metales.  La  fauna  americana  era  jeneralmente 
pobre  en  animales  aplicables  a  la  industria;  i  los  indios  en 
vez  de  pensar  en  domesticarlos  trataban,  por  el  contra- 
rio, de  destruirlos  para  aprovechar  sus  carnes  como  ali- 
mento. 

No  sucedia  otro  tanto  con  el  reino  mineral:  el  suelo  ame- 
ricano encerraba  riquezas  inmensas,  que  únicamente  los  me- 
jicanos i  peruanos  habian comenzado  a  esplotar.  Las  otras 
tribus  recojian  sólo  el  oro  que  arrastraban  los  torrentes  en 
pequeñas  cantidades.  Los  demás  metales  les  eran  completa- 
mente desconocidos.  Para  cortar  las  árboles  se  veian  obliga- 
dos a  usar  hachas  de  piedra,  i  en  esta  operación  empleaban 
mesesenteros.  Consumían  un  año  en  ahuecar  un  tronco  para 
construir  una  piragua,  i  con  frecuencia  llegaba  a  podrirse 
antes  que  la  obra  quedara  concluida.  Sus  labores  agrícolas 
eran  igualmente  lentas  e  imperfectas.   En  las  comarcas  cu- 
biertas de  montes  eran  necesarios  los  esfuerzos  de  una  tri- 
bu entera  i  de  mucho  tiempo  para  limpiar  el  campo  que  se 
destinaba  al  cultivo.   Los  hombres  creían  concluida  su  ta- 
rea con  este  trabajen;  i  entonces  las  mujeres,  encargadas  del 
resto  del  cultivo,  cavaban  la   tierra,  o  por  lo  menos  la  re- 
movían con  azadas  de  madera,  i  en  seguida  sembraban   o 
plantaban.   Este  era  el  término  de  sus  faenas:  lo  demás  de- 
bia  hacerlo  la  fertilidad  del  suelo. 

Algunas  tribus  meridionales  poseían  el  arte  de  hacer  va- 
sijas de  tierra,  que  cosidas  al  sol  podían  soportar  el  fuego. 
Los  habitan  tes  de  algunas  rejiones  de  la  América  setentrio- 
nal  ahuecaban  un  pedazo  de  madera  dura  en  forma  de  olla, 
i  lo  llenaban  de  agua  que  hacían  hervir  echando  en  ella  pie- 
dras enrojecidas  al  fuego,  i  se  servían  de  estas  vasijas  para 
preparar  una  parte  de  sus  alimentos.  Otras  tribus  tejían 
con  gran  paciencia  las  telas  que  usaban  para  sus  vestua- 
rios, i  aun  conocían  el  secreto  de  darles  color  medíante  el 
wpleo  de  ciertas  yerbas. 
La  obra  maestra  del  arte  entre  los  salvajes  del  nuevo 


102*'  .'•.'*'  HISTORIA  DB  AMÉRICA 


•' 'ipViíido,  era  la  construcción  de  sus  embarcaciones.  Los  na- 
*f  Urales  del  Canadá  hacían  largos  viajes  en  canoas  forma- 
das de  cortezas  de  árboles  tan  lijeras  que  podían  ser  carga- 
das por  dos  hombres.  Las  piraguas  construidas  de  un  sólo 
tronco  de  árbol  que  servían  a  los  pobladores  de  las  Antillas 
i  de  gran  parte  de  las  costas  del  continente,  podian  llevar 
hastacuarenta  o  cincuenta  personas;  y  la  forma  que  se  les 
daba,  las  hacia  mui  aparentes  para  imprimirles  rapidez  en 
los  movimientos  i  en  las  evoluciones. 

7.  Ideas  relijios  as.— Ninguna  de  las  cuestiones  relativas 
a  la  civilización  de  los  indíjenas  americanos  ha  llamado 
tanto  la  atención  de  los  viajeros  i  observadores  como  sus — 
ideas  relijiosas.  Los  misioneros  cristianos  que  penetraron 
en  su  territorio  a  predicar  el  Evanjelio,  han  tratado  de  in — 
vestigar  las  creencias  de  los  salvajes,  i  han  ido  hasta  inter — 
pretar  sus  ceremonias  i  ciertas  espresiones  que  les  oian.  Es — 
te  medio  de  observación  los  ha  llevado  a  los  mas  curiosos 
errores;  i  no  es  raro  encontrar  en  sus  obras  la  noticia  d^- 
que  muchas  de  sus  tribus  tenian  noción  del  misterio  de  la^ 
Trinidad,  de  la  encarnación  del  hijo  de  Dios,  del  pecado  ori- 
jinal  i  de  otros  dogmas  de  la  relijion  cristiana.  Talvez,  mu- 
chas de  las  coincidencias  que  hemos  notado  entre  las  creen- 
cias de  los  mejicanos  i  las  de  los  conquistadores  europeos 
nacian  de  un  error  semejante. 

Sin  embargo,  muchas  de  las  tribus  americanas  no  teniaiL 
noticia  alguna  de  la  divinidad.  Un  misionero  que  recorrisu 
la  Araucanía  decia  en  un  informe  que  la  propaganda  evan- 
jélica  no  presentaba  allí  las  dificultades  que  ofrece  entre 
pueblos  paganos;  que  no  era  preciso  arrancar  la  mala  se- 
milla para  plantar  la  buena,  porque  no  existian  creencias 
de  ningún  jénero  que  se  opusieran  a  la  introducción  del  ver- 
dadero dogma.  1'-^ 


1*^  Frai  Melchor  Martínez,  Memoria  sobre  las  misiones  viajeras 

en  la  Araucanía **Bste  es  el  caso,  dice  un  célebre  viajero,  que  yo 

me  burle  de  aquel  que  ha  sido  tan  temerario  que  se  gloria  de  haber 
hecho  un  libro  sobre  la  relijion  que  tienen  estos  salvajes*^  Thbvet, 
Cosmographie  du  levanta  fol.  910,  Lyon,  ISS-i-, 


PARTE   PRIMERA. — CAPItULO  IV  103 

Este  mismo  estado  de  atraso  moral  existia  en  una  gran 
parte  del  continente.  ^^ 

A  pesar  de  la  frecuencia  de  las  tempestades  en  la  mayor 
parte  del  continente  americano,  sus  pobladores  no  se  ha- 
bian  familiarizado  con  sus  terribles  efectos.  Los  truenos, 
los  relámpagos  i  los  rayos,  así  como  las  lluvias  continuadas 
i  las  pestes  eran  considerados  por  ellos  como  una  manifes- 
tación de  ira  del  firmamento.  Sus  ideas  no  pasaban  mas 
allá  de  este  innato  terror;  i  en  sus  diferentes  lenguas  sólo 
se  encuentra  una  palabra  con  que  era  designado  el  ser  mis- 
terioso que  producia  esos  fenómenos.  Eran  pocas  las  tribus 
que  suponian  la  existencia  de  seres  buenos  que  se  compla- 
cian  en  hacer  el  bien  i  de  otros  malignos  que  se  ocupaban 
en  hacer  el  mal;  pero  aun  en  ellas,  la  superstición  era  fruto 
del  temor,  i  todos  sus  esfuerzos  se  dirijian  a  alejar  las  des- 
gracias. 

Otras  tribus  estaban  mucho  mas  avanzadas  en  ideas  re- 
lijiosas.  El  sol  era  el  principal  objeto  de  culto  entre  los  nat- 
ches:  mantenian  en  sus  templos  un  fuego  perpetuo  como  el 
emblema  de  su  dignidad;  i  estos  templos  estaban  construi- 
dos con  gran  magnificencia  i  adornados  conforme  al  estado 
de  su  grosera  arquitectura.  Tenian  sacerdotes  encargados 
de  la  conservación  del  fuego  sagrado,  i  el  primer  deber  del 
jefe  de  la  nación  era  tributar  un  acto  de  homenaje  al  sol  to- 
das las  mañanas.  Los  natcheSy  ademas,  tenian  fiestas  esta- 
blecidas que  se  celebraban  en  ciertos  dias  por  todo  el  pue- 
blo, sin  los  sacrificios  humanos  que  practicaban  otras  na- 
ciones mas  avanzadas. 

Los  muiscas  adoraban  igualmente  al  sol.  Su  cosmogo- 
nía era  muí  complicada,  i  tenia  su  oríjen  en  las  doctrinas 
que,  según  ellos,  había  predicado  Bochica  en  la  tierra.  Ra- 
bian construido  templos  en  que  vivian  sus  sacerdotes,  i  que 
por  lo  jeneral  no  eran  suntuosos  porque  preferian  hacer  sus 


13  Azara  i  otros  muchos  viajeros  que  han  recorrido  el  Brasil, 
las  Guayanas  i  la  estreraidad  meridional  de  la  América  son  de  esta 
misma  opinión. 


104  HISTORIA    DE  AMÉRICA 


adoraciones  al  aire  libre.  En  esos  templos  los  sacerdotes 
recibían  las  ofrendas  que  el  pueblo  hacia  a  su  dios.  El  gran 
sacerdote  residía  en  Iraca;  i  este  lugar  llegó  a  ser  una  espe — 
cíe  de  santuario  frecuentado  por  los  peregrinos  de  las  tribus 
cercanas  aun  en  medio  de  las  guerras  mas  horrorosas.  LasHi 
fíestas  relíjiosas  se  hacían  con  gran  pompa;  i  en  ellas  eran^ 
sacríñcados  los  prisioneros  jóvenes,  salpicando  con  su  san — 
gre  las  piedras  que  doraban  los  primeros  rayos  del  sol  na- 
ciente. Cada  quince  años,  ademas,  tenia  lugar  otro  sacrifi 
cío  mucho  mas  solemne.  La  víctima  era  un  niño  que  debi^^ 
ser  arrancado  de  su  casa  paterna  en  algún  lugar  de  los  Ha  - 
nos;  i  era  criado  con  mucho  cuidado  en  el  templo  del  so!^ 
hasta  la  edad  de  diez  años.  Entonces  se  le  paseaba  por  loa» 
lugares  que  había  visitado  Bochíca  i  que  había  hecho  cele  -= 
bres  por  sus  milagros.  Su  sacrificio,  que  tenía  lugar  coc« 
mucha  solemnidad,  coincidía  con  el  principio  de  un  ciclo  d^ 
ciento  ochenta  i  cinco  lunas.  Sus  ceremonias  relíjiosas  sólcn 
son  inferiores  a  las  que  usaban  los  peruanos  i  mejicanos  i*. 

Pero  si  los  americanos  estaban  tan  atrasados  en  idea^ 
relíjiosas,  tenían,  en  cambio,  la  conciencia  de  una  vida  futu- 
ra, creían  que  la  muerteera  sólo  el  principio  de  un  viaje  are-  " 
jiones  desconocidas,  que  la  imajinacíon  de  las  diversas  tri- 
bus se  pintaba  de  diferentes  maneras.  De  ahí  nacían  las  cos- 
tumbres observadas  en  todas  ellas  de  enterrar  los  muerto^ 
con  sus  flechas,  sus  armas,  sus  vestidos  i  algunos  alimentos-^ 
En  aquellas  naciones  en  que  la  autoridad  del  cacique  había 
echado  raíces  mas  profundas,  eran  sacrificados  en  el  sepul- 
cro del  jefe  algunos  de  sus  vasallos  para  que  le  sirvieran  i 
acompañaran  en  la  otra  vida. 

Otra  creencia  igualmente  jeneralízada  entre  los  salvajes 
de  todas  las  tribus  era  la  de  los  agüeros  i  adivinaciones.  El 
canto  de  algunas  aves,  la  muerte  dada  en  la  caza  a  la  hem- 
bra de  un  animal  en  estarlo  de  preñez  i  otras  circunstancias 
enteramente  naturales,  tenían,  según  ellos,  una  significación 

1^  PiKDRAHiTA,  CoiKjtiistíi  (Jcl  Titicvo  rciiio  flc  Gtanafléi,  lib.  I, 
cap.  III  i  IV. 


PARTE   PRIMBRA. — CAPÍTULO    IV  105 


l)ara  conocer  el  porvenir.  En  las  tribus  mas  adelantadas, 
los  sacerdotes  eran  también  adivinos,  i  sus  oráculos  jene- 
ralmente  respetados;  pero  en  aquellas  que  no  conocian  culto 
alguno,  existian  también  ciertos  hombres  que  vivían  aleja* 
dos  de  toda  sociedad  i  que  creian  poseer  el  don  de  la  adivi- 
nación. Eran  éstos  los  médicos  ordinarios  de  los  enfermos, 
a  quienes  curaban  con  ceremonias  estrañas  i  ridiculas.  De 
ordinario,  los  indios  creian  que  las  enfermedades  eran  pro- 
ducidas por  hechizos  de  sus  enemigos;  i  la  primera  obligación 
del  médico  o  adivino  era  alejar  ese  hechizo  si  su  poder  lle- 
gaba hasta  allá,  i  descubrir  al  autor  del  mal.  Esta  preocu- 
pación, jeneralizada  entre  los  salvajes  de  todas  las  rejiones 
del  mundo,  daba  oríjen  a  terribles  venganzas  i  muchas  veces 
a  «g^uerras. 

8.  CosTUMBRtís. — Casi  no  es  posible  reunir  en  un  cua- 
dro jeneral  las  costumbres  de  tan  diversas  tribus;  pero  ha- 
bía ciertos  rasgos  comunes  a  todas  que  no  es  difícil  dar  a 
conocer. 

Los  habitantes  de  las  islas  i  de  gran  parte  del  continente 
vivian  casi  completamente  desnudos.  Los  pobladores  délas 
rejiones  templadas  o  frias  se  abrigaban  con  cueros  de  ani- 
males o  con  toscos  tejidos  de  lana  de  algunos  animales  o 
de  yerbas  de  los  campos.  Casi  todos  ellos,  sin  embargo,  usa- 
ban adornos  de  oro,  de  conchas,  de  perlas  o  piedras  brillan- 
tes en  las  orejas  i  en  las  narices.  Una  tribu  del  Brasil  se 
abria  el  labio  inferior  con  un  trozo  de  madera  para  prolon- 
garlo dos  o  tres  pulg¿idas.  Muchos  se  pintaban  el  cuerpo 
con  las  figuras  mas  estrañas,  no  tanto  para  hermosearse 
cuanto  para  infundir  terror  a  sus  enemigos:  algunos  se  cu- 
brian  la  cara  con  la  cabeza  de  los  animales  muertos  en  la 
caza,  i  otros  se  adornaban  la  cabera  con  vistosas  plumas. 
Algunos  se  hacían  rasgaduras  en  el  cuerpo  con  piedras  afila- 
das, i  en  ellas  aplicaban  vistosos  colores  para  que  las  pin- 
turas de  su  cuerpo  fuesen  durables.  Muchas  veces  esas  pin- 
turas estaban  cubiertas  con  grasa  de  animales,  goma  de 
ciertos  árboles,  o  aceites  de  diversas  especies,  que  formaban 
al  rededor  del  cuerpo  un  espeso  barniz.  Con  este  arbitrioi 


106  HISTORIA  DB  AMÉRICA 


trataban  no  sólo  de  defenderse  de  los  rayos  del  sol,  sino 
también  de  las  picaduras  de  los  enjambres  de  mosquitos  i 
otros  insectos  que  abundan  en  casi  todo  el  continente  i  par'- 
ticularmente  en  las  rej iones  tropicales. 

Las  casas  de  los  salvajes  eran  de  diferentes  especies,  segurx 
el  grado  de  su  cultura.  Las  tribus  cazadoras  vivían  en  tol  — 
derías  que  abandonaban  frecuentemente.  Las  que  habíamn 
alcanzado  mayor  grado  de  civilización  poseian  chozas  ord ig- 
uarias, construidas  de  madera  i  barro  i  cubiertas  de  paja  ^j 
de  ramas  de  árboles.  En  algunas  partes,  estas  chozas  estF=^- 
ban  agrupadas  como  formando  un  villorrio,  aunque  lo  msm^s 
frecuente  era  que  estuviesen  diseminadas  en  los  campos.  C  n 
casi  todas  ellas  se  veian  casi  siempre  altas  picas  de  madcr—  a 
en  cuyas  puntas  estaban  puestas  las  cabezas  de  los  eneiim.  i- 
gos  muertos  en  la  guerra  por  el  jefe  de  la  familia. 

A  pesar  de  la  tristeza  jeneral,  que  era  el  carácter  disti^m- 
tivo  de  esta  especie  de  sociedades,  los  indios  americanos  c^^' 
lebraban  frecuentes  reuniones  en  que  desplegaban  una  p^^ 
sion  singular  por  el  baile  i  el  juego.  El  baile  era  para  ellcn^' 
una  ocupación  importante  que  se  ponia  en  ejercicio  en  Ic^^* 
principales  actos  de  su  vida  pública  i  privada.  Tenian  bailer-  -^ 
especiales  para  cada  una  de  las  circunstancias  de  la  vidíK-  -^ 
pero  las  mujeres  rara  vez  tomaban  parte  en  ellos.  Su  pasior^ 
por  el  juego  era  también  desenfrenada.   Habian  inventada 
juegos  de  diversas  especies,  i  en  ellos  comprometian  sus  ves- 
tidos, sus  armas  i  hasta  su  misma  libertad.  Estas  fíestas  es- 
taban  mezcladas  con  el  desorden  que  se  seguia  a  una  es. 
pantosa  borrachera.  Los  indíjenas  habian  inventado  el  me- 
dio de  fabricar  licores  fuertes  del  fruto  del  maiz  o  de  his 
semillas  de  diversas  plantas  i  árboles. 

La  monotonía  consiguiente  a  la  vida  de  los  salvajes  sólo 
era  interrumpida  por  la  guerra  o  por  estas  fiestas.  Los  pla- 
ceres de  la  vida  de  familia  les  eran  casi  completamente  des- 
conocidos; i  desde  que  el  indio,  agobiado  por  los  años,  se 
encontraba  en  la  imposibilidad  de  tomar  parte  en  las  fiestas 
o  en  las  espediciones  guerreras,  pedia  a  los  suyos  como  un 
favor  que  le  quitaran  la  vida.  Esto  succdia  con  frecuencia; 


PARTB  PRIMHRA.— CAPITULO  IV  107 

í  el  cadáver  del  anciano  era  sepultado  en  las  alturas  inme- 
diatas a  su  choza  en  medio  de  las  lágrimas  de  sus  mujeres  í 
de  sus  hijos,  i^ 


15  Para  trazar  este  bosquejo  de  las  costumbres  e  instituciones  de 
las  diversas  tribus  americanas,  he  consultado  muchas  obras  espe- 
ciales acerca  de  algunas  de  ellas;  pero  he  seguido  el  plan  i  casi  siem- 
pre las  noticias  i  muchas  veces  hasta  las  palabras  i  frases  deRoBKRT- 
SON  en  el  lib,  IV  de  su  Historia  de  América,  Esta  parte  de  su  obra, 
a  pesar  de  las  críticas  amargas  i  muchas  veces  injustas  que  se  le  han 
hecho,  es  el  cuadro  mas  bien  trazado,  mas  noticioso  i  filosófico  que 
sobre  esta  materia  se  haya  escrito  jamas. 


PARTE  SEGUNDA. 

DESCUBRIMIENTO    I    CONQTJISTA. 


CAPITULO    I. 

Eiiploraciones  de  lo»  noriiiando»  al  norte  de  la  Amé- 
rlea.-^^íavegaclon  de  los  portan^aeses  al  rededor  del 
Afriea. 

(983-1492) 

1.  Los  normandos;  descubrimiento  de  Islandia  — 2.  Descubrimien- 
to íle  la  Groenlandia  i  de  las  costas  de  América.— 3.  Comercio 
de  los  europeos  con  el  oriente  en  los  últimos  siglos  de  la  edad 
media. — 4t,  Viajes  de  los  portugueses  en  la  costa  de  África. 

1.  Los  normandos;  descubrimiento  de  Islandia.— En 
tina  época  en  que  las  naciones  del  mediodía  de  la  Europa 
navegaban  sólo  en  el  mar  Mediterráneo,  sin  atreverse  a  se- 
pararse de  las  costas,  los  marinos  del  norte  se  confiaban  a 
la  merced  de  los  vientos,  recorrían  mares  desconocidos  i  es- 
ploraban países  ignorados.  Los  piratas  normandos  salían 
cada  aflo  de  los  puertos  de  la  Noruega,  de  la  Suecía  í  de  la 
Dinamarca,  i  en  tres  días  sus  barcos  eran  llevados  a  las 
costas  de  Inglaterra  o  a  la  embocadura  del  Sena.  Cada  es- 
cuadrilla obedecía  a  un  konung  o  reí,  que  sólo  era  jefe  en  el 


lio  HISTORIA    DB  AMÉRICA 

mar  o  en  los  combates,  pero  igual  a  sus  soldados  a  la  hora 
del  festín.  "Sabía  conducir  el  bajel  como  un  buen  jinete  ma- 
neja su  caballo:  corría  durante  la  maniobra  sobre  los  mo- 
vibles remos,  lanzaba  jugando  tres  picas  a  lo  alto  del  palo 
mayor,  i  alternativamente  las  recibía  en  la  mano."  Iguales 
bajo  semejante  jefe,  sus  soldados  sufrían  sin  incomodidad 
su  voluntaria  sumisión  i  el  peso  de  sus  armaduras  de  malla 
que  se  prometían  cambiar  por  un  peso  igual  de  oro,  i  mar- 
chaban alegremente  por  el  camino  de  los  cisnes,  como  dicen 
sus  antiguas  poesías.  Ya  costeaban  la  tierra,  ya  acechaban 
a  sus  enemigos  en  los  estrechos,  las  bahías  i  las  caletas,  ya 
se  lanzaban  en  su  persecución  al  través  del  océano.  Las  vio- 
lentas tempestades  de  los  mares  del  norte  dispersaban  i  1 
rompían  sus  débiles  embarcaciones;  no  todos  se  reunían  ala  j 
nave  de  su  jefe,  cuando  daban  la  señal  convenida;  pero  los  J 
que  sobrevivían  al  naufrajio  no  tenían  ni  menos  confianza 
ni  mas  pesar.  Se  reían  de  los  vientos  i  de  las  olas  que  no 
habían  podido  hacerles  daño.  **La  fuerza  de  la  tempestad, 
decían  en  sus  cantos,  ayuda  el  brazo  de  nuestros  remeros; 
el  huracán  está  a  nuestro  servicio  i  nos  arroja  donde  quere- 
mos ir''  1. 

Arrastrado  por  la  tempestad,  un  pirata  noruego,  llama- 
do Naddord,  descubrió  en  las  rejiones  del  norte  un  país  des- 
conocido que  llamó  Snowland,   tierra  cubierta  de  nieve 
(861).  Dos  años  después,  otro  pirata  llamado  Gardar,  re- 
conoció que  aquella  tierra  era  una  isla  que  muchos  años  an- 
tes habian  visitado  unos  anacoretas  irlandeses.  Sólo  en 
874,  se  dio  principio  a  la  colonización  de  este  país.  La  tie- 
rra recien  descubierta  fué  llamada  Islandia  (Iceland,  tierra 
del  hielo).  En  ella  se  establecieron  muchos  colonos  de  las 
familias  mas  distinguidas  e  ilustres  del  norte  i  se  fundó  un 
estado  floreciente. 

2.    DESCUnRIMIENTO     DE    I.A   GROENLANDIA  I   DE  LAS  COS- 
TAS DE  AMÉRICA.— La  situacíon  de  aquella  isla  í  las  relacio- 


1.   AuG.  Thierry,  Hístoirv  de  laconqucte  de  V Angletcrre  par  les 
ttormands,  Hv.  II. 


PARTE   SEGUNDA. —  CAPÍTULO   I  111 

nes  que  tuvo  que  mantener  durante  algunos  años  con  diver- 
sos pueblos,  desenvolvieron,  sin  duda,  en  ella  el  arte  de  la 
navegación,  e  inspiraron  en  sus  hijos  el  deseo  de  descubrir 
otros  paises  mas  allá  del  océano.  En  877,  un  navegante  is- 
landés llamado  Gumbiorn,  descubrió  por  primera  vez  una 
costa  montañosa  que  se  estendia  al  poniente. 

Mas  de  cien  años  pasaron  sin  que  se  volviera  a  hablar 
de  aquellos  paises;  pero  en  983  un  aventurero,  llamado  Eri- 
co  el  Rojo,  desterrado  de  Islandia  por  un  asesinato,  las  vi- 
sitó por  primera  vez,  les  dio  el  nombre  de  Groenlandia,  tie- 
rra verde,  para  atraer  los  aventureros,  i  estableció  una  co- 
lonia en  la  costa  suroeste  del  pais,  en  el  golfo  a  que  dio  su 
nombre.  Mas  tarde,  en  1124,  se  creó  un  obispado  que  sub- 
sistió mas  de  trescientos  años. 

Los  descubrimientos  no  se  detuvieron  allí.  Biarne,  hijo 
de  uno  de  los  compañeros  de  Erico  el  Rojo,  salió  de  Islán" 
día  para  unirse  a  su  padre;  pero  una  tempestad  lo  echó  al 
suroeste,  i  pudo  ver  que  la  costa  se  estendia  mucho  mas  al 
sur  de  lo  que  creian  sus  compatriotas.  Un  hijo  de  Erico  el 
Rojo,  llamado  Leif,  emprendió  entonces  un  viaje  de  recono- 
cimiento, i  descubrió  rejiones  inesploradas  (1000).  Dióles 
el  nombre  de  Helluland,  por  las  piedras  chatas  que  allí  ha- 
lló (hoi  la  isla  de  Terra- Nova),  Markland  o  tierra  de  la 
madera  (la  Nueva  Escocia),  i  una  rejion  donde  crecian  las 
vides  silvestres  i  que  reiconoció  un  alemán  que  iba  en  la 
cspedicion.  Este  pais  fué  denominado  Vinland  o  tierra  del 
vino  (la  Nueva  Inglaterra).  Dos  anos  después,  otro  jefe, 
hermano  de  Leif,  visitó  también  estas  rejiones  i  dispuso 
jue  se  hiciera  un  viaje  de  esploracion  hacia  el  mediodía 
iguiendo  la  prolongación  de  la  costa.  Este  jefe  pereció  po- 
o  mas  tarde  en  un  combate  contra  los  indíjenas. 

Pero  el  mas  célebre  de  los  primeros  esploradores  de  Amé- 
ica  fué  Thorfinn,  rico  comerciante  islandés  que  visitó  la 
rocnlandia  i  se  casó  con  una  hija  de  Erico  el  Rojo.  A  ins- 
mcias  de  su  esposa,  Thorfinn  preparó  tres  naves  para 
lelantar  los  reconocimientos.  La  escuadrilla  tenia  160 
^mbres  de  tripulación:  llevaba  consigo  ganados  de  toda 


112  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


especie  con  el  objeto  de  establecerse  en  el  país  que  iba  a 
visitar.  Los  espedicionarios  siguieron  el  camino  reconoci- 
do por  sus  predecesores,  i  avanzaron  en  seguida  hasta  un 
lugar  en  que  el  mar  formaba  una  bahía  profunda.  Rápidas 
corrientes  los  arrastraron   hacia  una  isla  poblada  por  infi- 
nitas aves.  En  aquellos  lugares  pasaron  los  espedicionarios 
el  invierno  ocupados  en  reconocer  las  tierras  inmediatas. 
Talvez  habrían  seguido  sus  reconocimientos  hacia  el  sur,  si 
la  discordia  no  los  hubiera  dividido.  Parece,  sin  embargo, 
que  en  aquellos  lugares  se  establecieron  colonias;  i  se  sabe   . 
que  el  primer  obispo  de  Groenlandia  las  visitó  para  predi-   \ 
car  en  ellas  el  cristianismo.  Los  colonos  negociaban  sus  \ 
mercaderías  con  los  indíjcnas  i  obtenian  en  retorno  valio- 
sas pieles;  mandaban  a  las  áridas  rejiones  del  norte  costo 
sos  cargamentos  de  madera,  i  mantenian  sus  comunica- 
ciones con  sus  compatriotas  de  Islandia.  La  última  men- 
ción de  esas  colonias  que  se  haya  conservado  en  los  anales 
históricos  de  los  anales  escandinavos,   se  refiere  al  año  de 
1347.  Un  siglo  después,  el  papa  Nicolás  V  nombró  un  obis- 
po de  Groenlandia;   j^ero  es  de  creerse  que  no  se  volvieran 
pensar  mas  en  aquellas  remotas  colonias.  Sometida  la  !«•  ■■ 
landia  por  los  reyes  de  Noruega,  ésto.s  arruinaron  sus  liber- 
tades municipales  i  prohibieron  el  comercio  con  los  estran- 
jeros.  Es  probable  que  esta  fuera  la  causa  de  su  decaden- 
cia i  abandono  ^. 

3.  Comercio  de  los  europeos  con  el  oriente  ex  los 
ÚLTLMOS  SIGLOS  DE  LA  EDAD  MEDIA.— Estos  descubrimientos 
fueron  completamente  ignorados  por  las  naciones  del  me- 
diodía de  la  Euro|)a.  "En  el  siglo  XII,  los  mares  medite- 
rráneos que  se  estienden  desde  el  estrecho  de  Jibraltar  has- 
ta  la  desembocadura  del  Don  1  bañan  la  costa  meridional 
de  la  Europa  i  la  setjntrional  de  África  con   parte  de  la  del 

•^  C.  C.  Rafn,  Mcmoirc  :^ur  ¡n  (Jccouvcrtc  de  PAmcricjiíc  au  dixtc 
me  siécic.  Copenhague,  IS^.'^.— Fíl'mholdt,  Cosmos,  tom.  II,  liv. 
11,  paj.  282  et  sui.  — Chaklks  RdmonM).  Voynoe  (íans  les  mers  du 
nord,  üv.  IV,  ha  hecho  una  narración  llena  de  ínteres  i  de  anini  i- 
ciou  de  estos  viajes. 


PARTEJ    SEGUNDA. — CAPÍTULO    T  llS 

íisia,  formaban  el  principal  i  podría  decirse  el  único  teatro 
3e  la  navegación.  El   Mediterráneo,  propiamente  dicho,  el 
Mriático,  el  Ejeo,  el  mar  de  Mármara,  el  mar  Negro  i  el 
Ílzoí,  eran  las  grandes  vias  marítimas  del  comercio  euro- 
peo. Los  dos  grandes  caminos  del  Asia  occidental,  el  mar 
Rojo  i  el  golfo  Pérsico,  no  eran  mas  que  los  apéndices  i  los 
canales.  Los  mercaderes  del  oriente  i  de  la  India,  entrando 
por  el  estrecho  de  Ormuz  en  el   Eritreo,  remontaban  por 
ahí  el  Eufrates  i  el  Tigris,  i  volvían  por  el  mercado  de  Tre- 
bizonda  al  mar  Negro  o  por  el  de  Alepo  al  Mediterráneo. 
Otros,  pasando  por  el  estrecho  de  Bab-el-Mandeb,  entra- 
ban al  mar  Rojo,  i  después  de  un  corto  viaje  de  tierra,  lle- 
gaban a  Alejandría  a  buscar  las  naves  europeas.  Las  ciu» 
dades  marítimas  de  Italia,  así  como  algunas  de  Francia  i 
de  España,   recibian  en  sus  puertos  los  productos  traspcr» 
tados  por  aquellas  dos  vias,  i  los  enviaban  a  los  paises 
continentales.  Una  gran  zona  mercantil  se  estendia  entre 
el  Ródano  i  el  Pó,  los  lagos  alpinos  i  el  Rhin  hasta  Colo- 
nia, donde  se  repartia,   mandando  una  parte  a  la  Inglate- 
n-apor  Flándes,  i  la  otra  al  Báltico  por  Lübeck,  Bremen 
i  Hamburgo.  De  aquí  nacieron,  casi  por  necesidad  jeográ- 
fica,  la  prosperidad  i  grandeza  de  las  ciudades  a  que  afluia 
este  comercio  i  que  gozaron  de  un  estraordinarío  esplen- 
dor" '\ 

Por  medio  de  este  comercio,  las  naciones  europeas  se 
proveían  de  los  valiosos  productos  del  Asia,  que  obtenian 
en  cambio  de  sus  mercaderías.  El  algodón,  la  azúcar,  di- 
versas materias  empleadas  en  el  tinte  de  las  telas,  las  per- 
las, el  coral  i  el  ámbar,  maderas  i  gomas  odoríficas,  el 
6pio,  el  ruibarbo  i  diversas  medicinas,  i  sobre  todo  la  cane- 
k,  el  jenjibre,  la  pimienta,  las  nueces  moscadas  i  el  clavo 
le  olor,  dieron  lugar  a  un  valioso  comercio  interior  en  casi 
odos  los  paises  de  Europa  ^. 

3  G.  Bogar  DO,  Manuale  di  storía  riel  Commercio,  lib.  II,  cap.  I, 
áj.  111. 

*  G.  B.  Dhppixg,  Hístoire  du  commercc  entre  íe  levant  et  FEuro- 
e,  tom.  I,  chap.  II,  páj.  145  i  sigtc 

TOMO    I  8 


114  HISTORIA    DB   AMÉRICA 

Este  comercio  constituía  el  único  lazo  de  unión  entre  los 
europeos  i  los  asiáticos.  Sus  relaciones  no  se  estendian  mas 
allá  de  los  puertos  en  que  cambiaban  sus  productos,  de 
modo  que  las  rejiones  centrales  i  orientales  del  Asia  eran 
tan  completamente  desconocidas  de  los  europeos,  como  la 
Francia  i  la  Inglaterra  lo  eran  de  los  asiáticos.  A  mediados 
del  siglo  XII,  sin  embargo,  un  judío  español,  llamado  Ben- 
jamin  de  Tudela,  hizo  un  viaje  hasta  la  Tartaria  china,  vi- 
sitó la  India  i  volvió  a  Europa  por  el  Ejipto.  Su  derrotero 
fué  seguido  por  otros  peregrinos;  pero  sólo  a  mediados  del 
siglo  siguiente  fueron  visitadas  las  rejiones  interiores  del 
Asia  por  un  viajero  europeo.  Era  éste,  Marco  Polo,  noble 
veneciano,  dedicado  al  comercio  desde  su  juventud.  Recorrió 
el  Asia  durante  veinticuatro  años,  i  fué  el  primer  viajero  que 
penetrara  en  la  China,  en  la  India  del  otro  lado  del  Gánjes, 
í  en  las  islas  situadas  al  sur  del  Asia,  que  hasta  entonces 
estaban  envueltas  en  oscuras  fábulas.  Marco  Polo  hizo  , 
escribir  la  relación  de  sus  viajes.  La  descripción  que  en  ella 
se  hacia  de  aquellas  rejiones,  cuyos  nombres  ignoraba  la 
Europa,  de  su  fertilidad, de  su  abundante  población,  desús 
variadas  manufacturas  i  mas  que  todo  de  sus  inmensas 
riquezas,  produjo  entre  los  europeos  una  grande  impre- 
sión 5.  Desde  entonces,  varios  aventureros  emprendieron 
viajes  semejantes  para  visitar  i  reconocer  aquellos  maravi- 
llosos paises. 

4.  Viaje  de  los  portugueses  en  la  costa  de  África.— 
A  medida  que  se  conocia  mejor  la  situación  relativa  de  las 
diversas  partes  del  globo  i  que  se  trataba  de  abreviar  los 
viajes  marítimos,  el  arte  de  la  navegación   se  perfeccionó 
rápidamente  por  la  aplicación  de  las  matemáticas  i  de  la 
astronomía,  i  por  el  uso  de  la  brújula  que  permitia  a  los 
navegantes  hacer  reconocimientos  en  todas  partes  i  en  to- 
das las  estaciones,  en  el  norte  i  en  el  sur.   Gradualmente  se 
abandonó  el  método  lento  de  costear;  i  los  marinos,  fiados 
en  su  nuevo  guía,  se  arrojaron  valerosamente  mar  aden- 


0  Malte-Brun,  Histoire  de  la  geographivy  liv.  XX. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO   T  115 


:írs 


tro,  í  navegaron  en  la  noche  mas  oscura  con  la  seguridad 
de  que  conocían  su  rumbo.  Entonces  comenzaron  a  salir  de 
las  aguas  del  Mediterráneo,  ¡  los  marinos  italianos  pene- 
traron en  el  canal  de  la  Mancha  con  gran  sorpresa  de  sus 
contemporáneos. 

En  el  siglo  XIV,  los  comerciantes  del  Mediterráneo,  es- 
ploraban lentamente  las  costas  occidentales  del  África.  No 
habian  olvidado  las  nociones  que  los  antiguos  habian  ad- 
quirido sobre  aquellas  costas,  ni  la  tradición  de  la  existen- 
cia de  un  grupo  de  islas  encantadoras  que  la  poesía  de  los 
escritores  o  ^la  credulidad  de  los  pueblos  designaba  con  el 
nombre  de  Afortunadas.  El  Portugal,  recien  libertado  del 
yugo  de  los  moros,  estaba  justamente  orgulloso  de  su  inde- 
pendencia, i  comenzaba  a  aumentar  su  marina  i  a  tomar 
parte  en  el  comercio  marítimo.  La  situación  de  sus  puertos 
sobre  el  océano  le  habian  permitido  conocerlo  mejor  que 
los  estados  del  Mediterráneo.  Una  compañía  de  Lisboa  en- 
vió en  1341  una  espedicion  al  descubrimiento  de  e^as  islas. 
Los  esploradores  hallaron  las  Canarias  i  llamaron  la  aten- 
'  cion  de  otros  aventureros  hacia  las  rejiones  desconocidas 
del  África. 

En  efecto,  nuevas  espediciones  siguieron  el  camino  tra- 
tado por  los  descubridores  de  las  Canarias;  pero  sólo  a 
prindpios  del  siglo  siguiente  recibieron  esas  empresas  la  fir- 
me i  acertada  dirección  que  supo  imprimirles  el  hijo  del  rei 
de  Portugal,  el  infante  don   Enrique.   Deseoso  de  alentar  a 
los  subditos  de  su  padre  para  que  emprendieran  ardua%  na- 
vegaciones, fijó  su  residencia  en  el  pueblo  de  Sagres  sobre 
el  cabo  de  San  Vicente,  donde  la  vista  del  inmenso  océano 
alimentaba  en  él  el  ardor  i  la  esperanza  de  conocer  sus  se- 
cretos. Desde  ahí  prometia  premios  i  honores  a  los  capita- 
nes que  quisieran  aventurarse  a  pasar  mas  adelante  del 
cabo  Non,  que  era  el  término  del  mundo  esplorado  en  las 
anteriores  espediciones. 

La  primera  tentativa  no  se  hizo  esperar.  En  1419  se 
aprestó  una  sola  nave  en  la  cual  dos  aventureros,  Juan 
González  Zarco  i  Tristan  Vas,  reconocieron  una  isla  deseo- 


llfi  TTISTOTíTA    DR    /  M ERICA 


nocida  que  denominaron  Puerto  Santo.  El  año  siguiente, 
los  dos  capitanes  asociados  a  Bartolomé  Perestrello,  em- 
prendieron con  tres  naves  una  nueva  espedicion  que  dio  por 
resultado  el  descubrimiento  de  la  isla  de  Madera.  Después 
de  estos  primeros  triunfos,  los  navegantes  portugueses  co- 
braron nuevo  arder;  i  en  1433,  Jil  Yáñez  dobló  el  cabo  Bo- 
jador  i  visitó  la  costa  que  se  estiende  detras  del  Cabo  Ver- 
de hasta  el  río  Senegal. 

El  vulgo  creia  que  la  zona  tórrida  no  era  habitable;  que 
el  aire  que  ahí  se  respira  era  mortífero  al  hombre  i  que  pre- 
tender acercarse  a  ella  era  un  delito  i  casi  un  sacrilejio  con  • 
tra  las  disposiciones  de  Dios.  Para  imponer  silencio  a  esta^ 
quejas  i  tranquilizar  los  espíritus  vulgares,  el  príncipe   dor^^^ 

Enrique  se  dirijió  a  la  mris  alta  autoridad  que  hubiese  en 

tónces  en  la  tierra,  al  papa  Eujenio  IV,  Cediendo  éste  a  lo^=^ 
ruegos  del  jeneroso  príncipe,  aseguró  a  los  navegantes  por  — 
tugueses  el  dominio  de  todas  las  tierras  descubiertas  i  po^^ 
descubrir  desde  el  cabo  Verde  hasta  el  Senegal. 

Desde  aquel  dia,  el  ardor  i  la  sed  de  conquista,   reforza    — 
dos  ahora  por  el  sentimiento  relijioso,  se  consagraron   cor—a 
nuevo  vigor  a  los  descubrimientos  marítimos.  Muchos  ma 
rinos   venecianos  i  jenoveses  se  pusieron  al  servicio  de  Por    — 
tugal  para  tomar  parte  en  aquellas  gloriosas  espedicione^^ 

que  revelaban  la  existencia  de  paises  desconocidos.  Dos  ita 

lianos  descubrieron  el  archipiélago  del  cabo  Verde,  visita  — 
ron  el  Senegal,  la  Gambia  i  el  rio  Grande,  i  escribieron   un?:^^ 

relación  de  su  viaje.  Pedro  de  Escalona  pasó  la  línea  equi  

noccial;  Fernando  Po  descubrió  tres  islas,  a  una  de  las  cua        ^ 
les   puso  su  nombre;   Martin    Behaim   de   Nürenberg  i   Al 
fonso  de   Aveiro  reconocieron   la  costa   de  Congo  i  de  Be 
niño. 

Aunque  los  descubrimientos  se  hubiesen  detenido  allí,  ha —  — 
brian  cambiado  mucho  la  dirección  del  comercio  i  dado  un^'  ^^ 
golpe  sensible  a  la  supremacía  de  las  ciudades  del  Medite^ — -  ^^ 
rráneo.  En  efecto,  podia  sacarse  en  adelante  de  las  costas 
AA  África,  el  oro,  el  marhl,  las  jj^omas  i  el  algodón:  las  vi- 
ñas que  el  infante  don    Enrique  habia  hecho   trasplantar  a- 


PARTB   RHfUTNDA. — CAPÍTULO    I  117 


la  ¡sla  de  Madera  producían  un  vino  delicioso;  i  en  esta  isla 
ademas  se  encontraban  manieras  excelente*.  Las  Cananas 
producían  sustancias  para  ti  a  tes,  pieles  de  cabra,  cera  i 
otros  artículos.  Se  podia  trasportar  a  esto»  paises  las  pro* 
ducjiones  vejetales  del  oriente,  i  desde  entonces  no  era  nece* 
sario  irlos  a  buscar  en  el  Mediterráneo.  Pero  las  luces  i  los 
seatimientos  del  siglo  no  servian  para  acometer  una  em- 
presa tan  considerable.  Los  portugueses  en  sus  descubri- 
mientos buscaban  sobre  todo  negros  que  reducir  a  la  escla- 
vitud i  oro  que  llevar  a  su  patria;  i  por  entonces  no  pensa- 
ban en  los  lentos  trabajos  industriales. 

Su  ambición  no  se  satisfizo  con  aquellos  descubrimientos. 
En  agosto  de  1486  Bartolomé  Díaz  partió  de  Lisboa;  i  na- 
vegando hacia  el  sur  pasó  adelante  de  los  paises  esplorados 
i  dobló  la  estreniidad  meridional  del  África.  La  tripulación, 
no  viendo  el  término  de  este  peligroso  viaje,  pidió  la  vuelta 
^  gritos.  Díaz  tuvo  que  ceder;  i  a  causa  de  las  tempestades 
cjue  sufrió  en  frente  de  la  punta  africana,  la  nombró  cabo 
Tormentoso.  Cuando  el  rei  de  Portugal  don  Juan  II  oyó  la 
irclacion  de  su  capitán,  cambió  el  nombre  siniestro  de  aquel 
promontorio  i  le  dio  el  de  cabo  de  Buena  Esperanza.  El  mo- 
narca se  habia  formado  una  idea  de  la  verdadera  configu- 
ríicion  del  África  i  creia  en  la  posibilidad  de  llegar  por  esta 
vía  a  las  rejiones  de  la  India  i  hacerse  dueño  de  su  comercio. 
Para  mayor  seguridad,  don  Juan  II  envió  por  tierra  dos 
viajeros  a  la  Arabia,  la  Etiopía  i  la  India  para  informarse 
^^  sus  producciones,  riqueza  i  comercio,  i  de  la  configura- 
^'lon  de  la  tierra.  De  los  informes  de  éstos  apareció  en  efecto 
9^e  dando  una  vuelta  al  rededor  del  África  debia  encon- 
trarse un  camino  seguro  para  las  Indias  orientales  ^. 

Adiéntras  el  rei  don  Juan  se  ocupaba  en  llevar  a  cabo  sus 
Provectos,  i  mientras  sus  marinos  se  esforzaban  por  dar 
^'^elta  al  África  i  llegar  a  los  mares  de  hi  India,  con   gran 


**    Depping,   Histoire  du  commerce  entre  le  levant  et  rEurope, 
^^^y..  11,  chap  XII  —BoccAUDO,  Storia  del commercio,  lib.  III,  cap, 
^•■"^Lafitau,  Histoire  des  decou\rerts  des portugais^  tom.  I, 


\ 


118  HISTORIA   DB  AMÉRIOA 


asombro  de  sus  contemperáneos,  un  suceso  mucho  mas  im- 
portante vino  a  llamar  la  atención  de  la  Europa.  Un  oscu- 
ro aventurero  al  servicio  de  la  España  habia  emprendido 
un  viaje  con  dirección  opuesta  i  encontrado  un  nuevo 
mundo. 


CAPÍTULO  II. 
Cristóbal  Colon. ' 

(1436—1492) 

1.  Primeros  años  de  Cristóbal  Colon. —2.  Sus  proyectos — 3.  Teo- 
rías en  que  los  fundaba 4.  Colon  espone  inútilmente  su  proyec- 
to al  rei  de  Portugal.— 5.  Colon  en  Bspaña 6.  Vuelve  Colon  a 

Portugal 7.  Negociaciones  de  Colon  con  la  corte  de  España. — 

8.  Salida  de  la  espedicion  descubridora. 

1.  Primeros   años   de  Cristóbal   Colon.  — Entre  los 
aventureros  que  el  renombre  de  los  descubrimientos  de  los 
portugueses  retenia  en  Lisboa,  se  encontraba  un  jenoves 
llamado  Cristóbal  Colon.  Largo  tiempo  se  ha  discutido 
sobre  la  época  i  el  lugar  de  su  nacimiento.   Es  evidente, 
sin  embargo,  que  nació  en  los  estados  de  la  república  de  Jé- 
nova,  i  talvez  en  la  misma  capital;  pero  no  hai  nada  de  se- 
guro sobre  la  fecha  de  su  nacimiento.  La  opinión  mas  pro- 
bable es  la  que  lo  fija  en  1446.  ^ 

El  padre  de  Colon  se  llamaba  Domingo,  i  ejercía  el  oficio 
de  cardador  de  lanas.  Su  madre  se  nombraba  Susana  Fon- 


I  Bernáldez,  cura  de  los  Palacios,  Navarrete,  Humboldt  i  Na- 
pione  lo  fijan  en  1436,  Los  tres  últimos  han  discutido  esta  fecha 
con  grande  erudición. — Sin  embargo,  la  mayoría  de  los  historia- 
dores críticos  de  nuestro  tiempo  ha  fijado  el  dia  del  nacimiento  de 
Colon  entre  el  25  de  Marzo  de  1446  i  el  20  de  Marzo  de  1447, 


120  HISTORIA    DE   AMÉRICA 

tanarrosa.  **Querian  algunos,  dice  su  primer  historiador, 
que  yo  me  detuviese  en  decir  que  descendia  de  sangre  ilus- 
tre i  que  sus  padres,  por  mala  fortuna,  habian  llegado  a  la 
última  estrechez;  pero  yo  me  escusé  de  estos  afanes  creyen- 
do que  fué  elejido  por  nuestro  Señor  para  una  cosa  tan 
grande  como  la  que  hizo,  i  porque  habia  de  ser  verdadero 
apóstol,  quiso  que  en  este  caso  imitase  a  los  otros,  a  los 
cuales,  para  publicar  su  nombre,  elijió  en  las  oriljas  i  en  e' 
mar,  i  no  en  los  palacios  i  grandezas"  - 

Casi  nada  se  sabe  acerca  de  la  infancia  de  Cristóbal  Co- 
lon. El  hijo  del  humilde  cardador  de  lanas,  aprendió  a  leer 
i  a  escribir,  instrucción  que  en  aquella  época  no  recibia  la 
mayor  parte  de  los  grandes  señores,  i  pasó  en  seguida  a  es- 
tudiar en  la  célebre  universidad  de  Pavía  el  dibujo,  la  jeo- 
graffa,  la  cosmografía,  la  jeometría  i  la  astronomía,  cien- 
cias que  tenian  para  él  un  grande  atractivo  i  que  lo  inclina- 
ron a  abrazar  la  carrera  de  marino.  *'Entré  a  navegar  en  eL 
mar  de  mui  tierna  edad,  i  lo  he  continuado  hasta  hoi,  decia 
a  los  reyes  católicos,  en  una  carta  de  1501,  pues  el  mismo 
arte  inclina  a  quien  lo  sigue  a  desear  saber  los  secretos  de 
este  mundo;  i  ya  pasan  de  cuarenta  los  años  que  le  estoi 
usando  en  todas  las  partes  que  hoi  se  navegan.  Mis  tratos 
i  conversaciones  han  sido  con  jente  sabia,  latinos,  griegos, 
indios,  moros  i  otras  diferentes  sectas,  i  siempre  he  hallado 
a  Dios  nuestro  Señor  mui  propicio  a  este  deseo  mió;  i  se  sir- 
vió darme  espíritu  de  inteiijencia;  hízome  estender  mucho 
de  la  navegación;  dióme  a  entender  lo  que  bastaba  de  la  as- 
trolojía,  jeometría  i  aritmética;  me  dio  el  ánimo  injenioso  i 
las  manos  hábiles  para  pintar  la  esfera  i  las  ciudades,  mon- 
tes, ríos,  islas  i  todos  los  puertos  con  los  sitios  convenientes 
de  ella;  de  manera  que  Dios  nuestro  Señor  me  abrió  el  en- 
tendimiento con  mano  palpable  paraque  yo  vaya  de  aquí  a 
las  Indias,  i  me  puso  gran  voluntail  en  ejecutarlo'*. 

Desgraciadamente,  no  tenemos  muchas  mas  noticias  so- 


2  Don  Fernando  Colon,  Historin  del  Almirante,  cap.  I,  en  Bar- 
cia,  Historiadores  primitivos  de  Indias^  toiii.  I, 


PAHTH    SBíUrNDA. — CAPÍTULO    II  121 


bre  la  historia  de  la  juventud  de  Colon.  (*)  Algunos  escrito- 
res suponen  que  formó  parte  de  la  espedicion  que  en  1459 
hizo  Juan  de  Calabria  para  reconquistar  el  reino  de  Ñapó- 
les. Si  esta  aserción  carece  de  pruebas,  no  es  inverosímil, 
puesto  que  él  mismo  declara  en  una  carta  escrita  en  enero 
de  1495  que  habia  servido  en  la  escuadra  del  reí  Renato  de 
Anjou,  padre  de  Juan  de  Calabria.  **A  mí  me  sucedió,  dice, 
que  el  rei  Reinel  (que  ya  le  llevó  Dios)  me  envió  a  Tíinez  pa- 
ra  tomar  la  galeota  Fernandina;  i  habiendo  llegado  cerca 
de  la  isla  de  San  Pedro,  en  Cerdeña.  me  dijeron  que  habia 
dos  navios  i  una  carraca  con  la  referida  galeaza;  por  lo  cual 
se  turbó  mi  jente  i  determinó  no  pasar  adelante,  sino  vol- 
verse atrás  a  Marsella  por  otro  navio  i  mas  jente.  Yo  que 
con  ningún  arte  podia  forzar  su  voluntad, convine  en  loque 
querían;  i  mudando  la  punta  de  la  brújula,   hice  desplegar 
las  velas,   siendo  por  la  tarde;  i  al  dia  siguiente  al  salir  el 
sol,  nos  hallamos  dentro  del  cabo  de  Cartajena,  estando  to- 
dos en  concepto  firme  de  que  íbamos  a  Marsella''.   En  este 
rasgo  de  audacia  se  deja  entrever  al  que  mas  tarde  habia 
de  hacer  los  mas  admirables  viajes  marítimos.   Cristóbal 
Colon  sirvió  en  seguida  en  la  escuadra  de  Jénova  durante 
la  guerra  que  esta  República  tuvo  que  sostener  con  Vcnecia. 
Se  ha  dicho  también  que  mandó  una  escuadrilla  de  Luis  XI, 
reí  de  Francia,  i  que  con  olla  atacó  a  las  naves  españolas 
en  la  costa  del  Rosellon;  pero  si  este  hecho  no  está  perfecta- 
mente probado,  se  sabe  a  lo  meaos  que  recorrió  los  mares 
deleA^ante  i  visitó  la  isla  de  Scio.  En  1470  servia  en  una  flo- 
tilla de  corsarios  que  mandaba  un  sobrino  del  almirante 
jenovés  Colon,  con  quien  se  le  ha  confundido  algunas  veces. 


(*)  El  señor  Barros  Arana  en  el  Compendio  de  Historia  de  Amé- 
'"^ca.de  1894,  espresa  que  "casi  todo  lo  que  se  cuenta  sobre  los  años 
dejuventud  de  Colon,  sobre  sus  primeras  navegaciones,  i  aun  so- 
hresus  servicios  en  las  guerras  marítimas,  está  lleno  de  vacióse 
incertidumbres,  de  tal  suerte  que  la  historia  seria  tiene  que  dese- 
char muchas  de  esas  noticias.  Lo  que  hai  de  cierto  es  que  después 
de  muchas  aventuras,  i  probablemente  después  de  un  naufrajio,  se 
lallaba  en  Lisboa  allá  por  los  años  de  1470", 


122  HISTORIA   DB   AMÉRICA 


Teniendo  que  dar  caza  a  cuatro  galeras  venecianas  que  ve- 
nian  de  Flándes  ricamente  cargadas,  la  escuadrilla  jenovesa 
empeñó  el  combate  en  las  costas  de  Portugal  entre  Lisboa  i 
San  Vicente.  Los  navios  se  aferraron  con  ganchos  i  cadenas 
de  fierro,  i  las  jentes  de  la  tripulación  se  batieron  cuerpo  a 
cuerpo  todo  el  dia.  Dos  de  esas  naves,  una  jenovesa,  en  que 
navegaba  Colon,  i  otra  veneciana,  se  incendiaron  en  el  com- 
bate. **No  pudo  ser  socorrida  una  ni  otra  por  lo  mezcladas 
que  estaban,  i  por  el  asombro  del  fuego  que  en  poco  tiempo 
creció  tanto  que  no  hubo  mas  remedio  que  echarse  al  agua 
para  morir  mas  presto;  pero  siendo  Colon  grandísimo  na- 
dador i  viéndose  dos  leguas  distante  de  tierra,  tomando 
un  remo  i  ayudándose  de  él,  quiso  Dios  darle  fuerzas  para 
llegar  a  tierra,  aunque  tan  débil  i  trabajado  del  agua  que 
tardó  muchos  dias  en  repararse".  ^ 

En  Lisboa  residian  entonces  muchos  jenoveses,  atraidos 
por  la  fama  de  las  empresas  navales  de  los  portugueses* 
Colon  se  trasladó  a  esa  ciudad,  donde  fué  bien  acojido 
por  sus  compatriotas.  La  misma  oscuridad  que  rodea  la 
historia  de  la  juventud  del  célebre  marino,  envuelve  los 
primeros  años  de  su  residencia  en  Portugal.  En  una  me- 
moria que  escribió  para  probar  que  todas  las  zonas  son 
habitables,  habla  de  algunos  viajes  emprendidos  por  él  en 
este  tiempo.  **E1  año  1477,  dice,  por  febrero,  navegué  mas 
allá  de  Thule  (Islandia)  cien  leguas,  cuya  parte  austral  dis- 
ta de  la  equinoccial  setenta  i  tres  grados.  Cuando  yo  fui 
allá  no  estaba  helado  el  mar'*.  ^  En  Lisboa,  ademas,  Co- 
lon se  casó  con  Felipa  Muñiz  de  Perestrello,  que  estaba  do- 
miciliada en  el  convento  de  Todos  los  Santos,  a  cuj'a  capilla 
asistia  Colon  para  oir  la  misa.  Felipa  era  hija  del  caballero 


3  Don  Fernando  Colon,  Historia  del  Almirante^  cap.  V. 

4  Algunos  escritores  han  puesto  en  duda  que  Colon  hubiera  he- 
cho este  viaje,  i  al  efecto  han  negado  la  autenticidad  de  la  memo- 
ria citada.  Lo  que  es  evidente  es  que  ni  Colon  ni  sus  contemporá- 
neos tuvieron  la  mas  remota  noticia  de  los  viajes  de  los  norman- 
dos a  la  Groenlandia  i  a  las  costas  del  norte  de  América,  que  habían 
sido  completamente  olvidados.  Pero,  aunque  en  la  Islandia  hubie- 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO   U  123 

italiano  Bartolomé  Perestrello,  que  bajo  la  protección  del 
príncipe  don  Enrique  de  Portugal,  había  fundado  una  colo- 
nia en  Puerto  Santo,  donde  residía  con  el  resto  de  su  fami- 
lia. Durante  algunos  años,  Colon  **hÍ2o  repetidos  viajes  a 
los  nuevos  descubrimientos,  i  por  este  medio  i  el  ejercicio  de 
hacer  cartas  de  navegar,  adquirió  muí  presto  con  que  vivir 
honradamente,  socorrer  a  sus  padres  necesitados  i  ayudar 
ala  crianza  de  sus  hermanos  menores**.  & 

2.  Sus  PROYECTOS. — El  sucgro  de  Colon  murió  al  poco 
tiempo  del  matrimonio  de  éste.  El  marino  jeno vés  pasó  en- 
tonces a  Puerto  Santo  a  reunirse  a  la  familia  de  su  esposa, 
compuesta  de  su  suegra  i  de  una  hija  de  ésta  casada  con  un 
célebre  navegante  portugués  llamado  Pedro  Correa.  Esta 
familia  poseía  algunos  bienes  de  fortuna,  pero  tenia  ademas 
un  tesoro  mucho  mas  valioso  para  Colon:  los  papeles,  dia- 
rios, cartas  e  instrumentos  de  marina  que  Perestrello  ha- 
bia  dejado  al  morir.  En  la  intimidad  de  la  vida  doméstica,  los 
dos  navegantes  se  contaban  sus  viajes  i  se  comunicaban  sus 
¡deas  i  sus  impresiones.  Correa  referia  que  había  visto  un 
madero  labrado  arrojado  a  aquella  isla  por  un  viento  del 
oeste.  Otros  pilotos  habían  visto  maderos  semejantes  como 
también  cañas  inmensas  que  llegaban  hasta  las  Canarias  i 
aun  hasta  el  cabo  de  San  Vicente.  Los  pobladores  de  las 
Azores  hablaban  de  enormes  troncos  de  pino  de  una  especie 
desconocida,  arrastrados  por  los  vientos  del  oeste,  i  daban 
detalles  de  los  cadáveres  dedos  hombres  arrojados  sobre  la 
playa  de  la  isla  de  Flores  (una  de  las  Azores)  que  no  se  ase- 
mejaban a  los  de  ninguna  raza  conocida.  Aquellos  objetos 


9e  recibido  estas  noticias,  eso  no  probaria  nada  contra  la  gloría 
de  Colon,  Su  viaje  a  aquella  isla  fue  en  1477,  i  tres  años  antes,  en 
1474,  ya  hablaba  de  sus  proyectos  í  consultaba  la  opinión  del  físi- 
co Toscanelli. 

»  Muñoz,  Historia  del  nuevo  mando,  líb.  II,  páj,  44. — Oviedo, 
Historia  jeneral  i  natural  de  las  Indias^  islas  i  Tierra  Firme  del 
mar  océano,  líb.  II,  cap.II,  páj,  13.  En  adelante  citaré  la  edición  de 
esta  historía  hecha  por  la  Real  academia  de  la  historia,  por  ser  la 
mas  conocida  i  la  mas  completa.  (Madrid,  1851-55,  fol.  4  vols). 


124  mBTORlA    DE    AMÉRICA 


debían  haber  sido  arrastrados  por  las  corrientes  del  mar, 
cuya  existencia  era  entonces  desconocida.  Creian  algunos 
que  en  ciertos  dias  mui  despejados  se  distinguían  en  el  océa- 
no tres  islas  misteriosas,  que  llamaban  de  San  Brandan  o 
de  las  Siete  Ciudades,  cuya  existencia  estaba  basada  en 
tradiciones  fabulosas  de  la  edad  media.  El  gobierno  de  Por- 
tugal no  había  podido  resistir  a  las  exijencias  de  algunoj 
aventureros  para  descubrir  aquellas  islas,  i  encargó  a  uno 
de  los  colonos  de  las  Azores  nombrado  P'ernando  de  Ulrao 
que  hiciera  un  viaje  de  esploracion  en  busca  de  ellas.  Juan 
Alfonso  de  Estreito  emprendió  este  viaje  en  1486;  pero  no 
se  hallan  noticias  de  su  resultado,  i  tal  vez  este  espío  rador 
pereció  en  un  naufrajio.  6 

Por  desastroso  que  fuera  el  termino  de  estos  viajes,  los 
marinos  de  fines  del  siglo  XV  creian  en  la  existencia  de  esas 
islas;  i  se  apoyaban  al  efecto  en  la  autoridad  de  algunos  es- 
critores antiguos.  Aristóteles  i  Diadoro  de  Sicilia  habían 
consignado  la  noticia  de  una  isla  grande  que  habían  descu- 
bierto los  cartajineses,  i  Platón  refería  que  en  esa  isla,  a  la 
cual  dio  el  nombre  de  Atlántída,  reinaban  reyes  de  grande 
i  maravilloso  poder.  La  tradición  conservaba  estas  noti- 
cias revestidas  de  vagos  rumores  sobre  las  predicaciones 
evanjélicas  de  algunos  santos,  o  la  persecución  de  ciertos 
cristianos  por  los  moros. 

Todos  estos  antecedentes  suponían  la  existencia  de  un 
continente  o  de  algunas  islas  en  el  mar  incógnito  de  los  an- 
tiguos; pero  Colon,  amalgamando  estas  noticias,  se  preo- 
cupaba sobre  todo  de  buscar  un  camino  nuevo  para  llegar 
a  los  países  que  producían  la  especiería,  el  oro  i  el  marfil, 
de  que  se  contaban  tantas  maravilUis  después  del  viaje  de 
Marco  Polo.  ^  Este  mismo  era  el  pensamiento  que  guiaba 


^  Véanse  los  documentos  publicados  por  clon  F.  A.  de  Vakxha- 
GBN  en  la  páj.  106  i  siguientes  del  opúsculo  titulado  La  verdadera 
Guanahani  de  Colon, 

'  El  barón  de  Humboldt  ha  demostrado,  sin  embargo,  que  Co- 
lon no  conocia,  o  a  lo  menos  que  estimaba  en  poco  la  relación  del 
célebre  viajero  veneciano  i  de  sus  imitadores,  i  que  sus  nociones  so- 


PARTR    flEOTTM)A.  — CAPÍrrLO    II  125 


a  los  portugueses  en  sus  empresas:  trataban  sólo  de  dar  la 
vuelta  al  África  para  llegar  a  Ins  rejiones  de  la  India  i  de  la 
China. 

Pero  la  idea  que  concibió  Colon  era  mucho  mas  atrevi- 
da. Confiándose  en  la  brújula  i  en  la  Providencia,  de  la  que 
él  se  crcia  un  simple  instrumento,  quería  atravesar  el  mar 
incógnito,  tenebroso,  en  que  las  fábulas  de  la  antigüedad 
colocaban  la  mansión  de  los  muertos,  i  llegar»  como  él  mis- 
rao  lo  decia,  al  levante  por  el  poniente.  Colon  creia  que  en 
un  viaje  semejante  debía  encontrar  muchas  islas;  pero  no 
era  eso  lo  que  le  interesaba,  sino  llegar  a  las  rejiones  del 
.\«ia  por  un  camino  mas  corto  que  el  que  conocian  sus  con- 
temporáneos i  que  el  que  buscaban  los  portugueses. 

3.  Tkürías  en  que  Colon  fundaba  sus  proyectos.— 
Los  proyectos  de  Cristóbal  Colon  estaban  fundados  en  teo- 
rías conocidas  por  algunos  filósofos  i  jeógrafos  de  la  anti- 
güedad i  de  la  edad  media.  Aristóteles»  en  su  tratado  del 
cielo,  habia  dicho:  *'La  tierra  no  solamentees  redonda  sino 
í|tíe  no  es  mui  grande,  i  el  mar  que  baña  el  litoral  mas  allá 
délas  columnas  de  Hércules  (el  estrecho  de  Jibraltar),  baña 
también  las  costas  vecinas  de  la  India.**  Séneca  habia  indi- 
cado que  **cn  mui  pocos  dias,  si  el  viento  era  favorable,  po- 
diallegar  una  nave  (le  España  a  la  India.**  En  los  siglos 
XII  i  XIII,  en  los  primeros  albores  de  un  renacimiento  de 
las  letras  i  de  las  ciencias,  se  repitieron  estas  mismas  opi- 
niones por  algunos  sabios  cpie  gozaban  de  gran  nombradía 
en  el  tiempo  de  Colon.  Un  jeógrafo  árabe  llamado  Edrisi 
espone  que  al  océano  se  le  llamaba  **mar  tenebroso  porque 
liasta  el  presente  no  se  ha  podido  procurar  ninguna  noticia 
ncerca  de  él,  i  porque  su  navegación  es  difícil  por  los  vien- 
tos que  allí  reinan.  Se  sabe,  sin  embargo,  que  encierra  mu- 
<^-ms  islas,  habitadas  las  unas,  desiertas  las  otras.  Comuni- 
^'fieste  mar  con  el  de  Sin,  que  baña  las  tierras  de  Gog  i  de 


■»^elos  países  del  Asia  estuban  tomadas  de  la  jeo>jrafTa  de  aquellas 
''nioncs  escrita  por  yEneas  Silvius  (el  Papa  I^io  11),  quien  sin 
«luda  habia  recojido  sus  noticias  en  los  escritos  de  los  viajeros. 


126  mSTORIA    DB    AMÉRICA 


Magog  (las  costas  orientales  de  la  China).'*  Alberto  el 
grande,  célebre  teólogo  i  filósofo  del  siglo  XIII,  sostenía 
que  todo  el  mundo  era  habitado,  i  que  sólo  por  la  ignoran- 
cia popular  se  creía  que  los  antípodas  no  podían  sostenerse 
sobre  la  tierra.  Rojerío  Bacon  i  Pedro  de  Aílly  (el  Pedro 
Aliaco  citado  por  Cristóbal  Colon  en  su  correspondencia), 
sus  contemporáneos,  defendían  doctrinas  semejantes:  **De 
un  polo  al  otro,  decían  ^,  el  marseestíendeentre  los  últimos 
límites  de  la  Bspaña  i  el  principio  de  la  India:  el  agua  cubre 
los  tres  cuartos  de  la  tierra  porque  el  oriente  está  cerca  del 
occidente"  * 

Cristóbal  Colon  tenia  un  conocimiento  mas  o  menos  com- 
pleto de  todas  estas  doctrinas.  En  su  estudio,  í  después  de 
haber  recojido  los  datos  suministrados  por  la  observación 
de  sus  contemporáneos  i  por  su  propia  esperiencía,  se  for- 
mó una  teoría  suya  en  que  estaban  mezclados  la  verdad 
con  el  error.  Sentó  como  principio  fundamental  que  la  tie- 
rra era  redonda,  que  cada  pais  tenia  sus  antípodas,  í  que 
era  posible  dar  vuelta  el  globo  navegando  de  oriente  a  po- 
niente como  de  poniente  a  oriente.  Estas  eran  las  verdades 
de  su  teoría,  que  revelan  la  grandeza  i  la  majestad  del  je. 
nío.  En  seguida  venían  los  errores.  Aristóteles  había  dichc 


^  HiTMBc>LDT  ha  consagrado  casi  dos  volúmenes  enteros  de  si 
Examen  critique  de  V historie  de  la  ^éoi*raphie  dn  noiivcaa  conti- 
nente a  estudiar  con  una  erudición  asombrosa  i  una  sagacidad  ad 
raírable  la  influencia  (juc  estos  i  otros  escritores  ejercieron  sobre  e 
espíritu  de  Colon.  M.  F.  IIoefkr,  en  una  excelente  biografía  de  Co 
Ion  (París,  1855),  que  tengo  a  la  vista  i  de  que  tomo  algunas  no 
ticias,  ha  reunido  en  pocas  pajinas  las  pruebas  del  ilustre  sabio, 
las  ha  completado  con  su  propio  estudio.  Me  ha  parecido  fuera  d 
camino  el  estenderme  sobre  este  punto  en  un  libro  como  el  presen 
te.  Basta,  a  mi  juicio,  apuntar  los  hechos  principales  i  señalar  la 
fuentes  donde  puede  estudiarse  su  desarrollo. 

*  Esta  misma  opinión  había  sido  repetida  por  algunos  jeógra 
fos  de  la  edad  medía.  Un  célebre  físico  i  astrónomo  llamado  Pabl 
Toscantflli,  que  vivía  en  Florencia  a  mediados  del  siglo  XV,  esplic« 
a  Colon  esas  doctrinas  cosmográficas.  Véase  Stkffen,   Colon 
Toscanclli,  (Santiago  1892). 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    II  127 

que  el  mundo  era  una  esfera  mas  pequeña  délo  que  se  creía. 
Plinio  asentó  que  la  India  sola  ocup.'iba  la  tercera  parte  de 
la  tierra.  De  ambas  opiniones  dedujo  Colon  que  la  estremi- 
dad  oriental  del  Asia  no  podia  estar  mui  distante  de  las 
costas  occidentales  de  Europa. 

Al  lado  de  las  razones  en  que  fundaba  su  sistema,  Colon 
habia  agrupado  consideraciones  especiales.  La  sabiduría 
del  autor  de  la  naturaleza,  decia,  no  ha  podido  permitir 
que  los  vastos  espacios  desconocidos  hasta  ahora  estén  cu- 
biertos por  las  aguas  de  un  estéril  océano.  Ademas,  habia 
reunido  ciertos  fragpentos  de  poetas  antiguos  en  que  creia 
hallar  una  profesía  de  sus  futuros  descubrimientos.  Con 
esos  fragmentos  compuso  un  libro  que  ha  llegado  incom- 
pleto hasta  nosotros.  El  pronóstico  mas  terminante  se  en- 
cuentra en  una  trajedia  latina  de  Séneca  titulada  Medea: 
"Siglo  vendrá,  decia  el  poeta,  en  que  el  océano,  rompien- 
do sus  lazos,  hará  ver  una  vasta  rejion:  Tétis  descubrirá 
nuevas  tierras,  i  Thule  no  será  el  fin  del  mundo   ^, 

Por  profundo  que  fuera  el  convencimiento  que  Colon 
tenia  en  su  teoría,  creyó  desde  el  principio  que  debía,  con- 
sultar la  opinión  de  algunos  sabios  i  de  los  hombres  prácti- 
cos de  su  siglo.  En  Florencia  residia  un  célebre  físico  as- 
trómono   nombrado  Pablo  Toscanelli,  a  quien  el  rei  de 
Portugal  consultaba  acerca  de  los  viajes  marítimos  que  en 
aquella  época  emprendían  sus  vasallos.   Colon  se  dirijió  a 
él  descubriéndole  sus    proyectos   i  pidiéndole  su  parecer. 
**Alabo  vuestro  designio  de  navegar  a  occidente,  le  contes- 
tó aquel  sabio;  estoi  persuadido  que  el  viaje  que  deseáis 
emprender  no  es  tan  difícil  como  se  piensa;  antes  al  contra- 
rio la  derrota  es  segura  por  los  parajes  que  he  señalado: 


Venient  annis 
Soecula  seris,  quibus  Occeanus, 
Vincula  rerum  laxet,  et  ingens 
Pateat  tellu?,  Tethisque  novos 
Detegat  orbes,  neo  sit  terris 
Ultima  Thule. 

(SÉNECA,  Mcclea,  acto  2^,  coro). 


128  mSTORTA    f>R    AMÉRICA 


quedaríais  persuadido  enteramente  si  hubieseis  comunica- 
do como  yo  con  muclias  personas  que  han  estado  en  esos 
paises  (el  Asia;;  i  estad  seguro  de  ver  reinos  poderosos,  can- 
tidad de  ciudades  pobladas  i  ricas  provincias  que  abundan 
de  toda  suerte  de  pedrerías"  ^^.  Pocas  noticias  se  tienen 
de  los  informes  que  debió  recibir  Colon  de  las  otras  perso- 
nas a  quienes  comunicó  sus  proyectos. 

Cualesquiera  que  sean  los  errores  que  encerraba  la  teo- 
ría de  Colon,  i  por  grande  que  haya  sido  la  influencia  que 
sobre  su  espíritu  ejercieron  los  escritos  de  algunos  filósofos, 
es  preciso  reconocer  que  se  necesitaba  un  gran  carácter 
para  sustentar  i  para  poner  en  ejecución  ese  proyecto.  La 
idea  de  encontrar  la  tierra  navegando  directamente  hacia 
el  occidente,  i  aun  de  dar  la  vuelta  al  globo,  nos  es  ahora 
tan  familiar  que  apenas  podemos  comprender  la  grandeza 
de  la  primera  concepción  i  la  audacia  de  la  primera  tenta- 
tiva. En  el  siglo  de  Colon  no  se  conocia  la  circunsferencia 
de  la  tierra,  i  aun  !a  teoría  de  su  redondez  no  constaba 
mas  que  de  las  opiniones  de  algunos  filósofos.  Nadie  cono- 
cia la  estension  del  océano,  ni  si  era  navegable  mas  allá  de 
las  islas  descubiertas,  i  nadie  sosj)echaba  las  leyes  de  la 
gravitación  que  hace  posible  la  circunnavegación  de  la  tie- 
rra, aun  admitiendo,  como  creian  algunos,  que  era  re- 
donda. 

4.  Colon  espone  inútilmente  su  proyecto  al  reí  de 
Portugal. — Lo  que  para  muchos  filósofos  habia  sido  una 
opinión  mas  o  menos  fundada,  fué  para  Colon  una  verdad 
evidente  que  llevó  a  su  espíritu  un  profundo  convencimien- 
to. Las  meditaciones  i  el  estudio  le  infundieron  fe  en  sus 
proyectos,  i  lo  estimularon  a  buscar  un  protector.  El  ma- 
rino jenovés  era  pobre;  carccia  de   los  recursos  necesarios 


i<J  Esta  carta,  así  como  otra  de  Toscanelü  sobre  el  misrao 
asunto,  fueron  insertadas  por  don  Fernando  Colon  en  el  cap.  7*^ 
de  la  histori.'i  de  su  padre.— Véase  lo  que  acerca  de  Toscanelü  dice 
MoNTiTCLA  en  su  /rtstoirc  ^/t-.s  mnthémutiqucíi^  part.  III,  lib.  11, 
toni.  1^,  p/íj.  583. 


PARTB   SEOrXDA. — CAPÍTULO    II  129 

para  acometer  por  sí  mismo  la  empresa,  i  se  vio  obligado 
a  mendigar  la  protección  de  los  poderosos  de  la  tierra.  Se 
ha  contado  sin  fundamento  serio  que  se  acordó  primero  de 
su  patria  natal,  i  que  pidió  a  Jénova  los  medios  para  hacer 
el  viaje,  pero  que  su  proposición  fué  desatendida  ^^.  En- 
tonces pensó  en  dirijirse  al  rei  de  Portugal. 

Colon  se  hallaba  entonces  en  aquella  edad  próxima  a  la 
vejez  en  que  el  cuerpo  ha  adquirido  todo  su  desarrollo  así 
como  el  espíritu  toda  su  madurez.   **Su  hijo  Fernando,  Las 
Casas  i  otros  contemporáneos  han  dado  minuciosas  des- 
cripciones de  su  persona.  Según  éstas,  era  alto,  bien  for- 
mado, muscular  i  de  un  continente  majestuoso  i  noble.  Te- 
nia el  rostro  largo,  i  ni  lleno  ni  enjuto;  era  blanco,  pecoso  i 
algo  colorado;  la  nariz  aguileña,  altos  los  huesos  de  las 
mejillas,  los  ojos  grises  claros,  fácilmente  animados,  el  con- 
junto del  semblante  lleno  de  autoridad.   Los  cabellos  ru- 
bios en  su  juventud;  pero  los  cuidados  i  desazones,   según 
Las  Casas,  se  los  hablan  vuelto  canos  prematuramente, 
tanto  que  a  los  treinta  años  ya  estaban  del   todo  blanco?. 
Vestia  i  comia  con  suma  sencillez;  era  elocuente  sin  afecta- 
ción, afable  con  todos  i  tan  cariñoso  i  suave  en  la  vida  do- 
méstica, que  lo  idolatraban  los  que  vivian  a  sus  órdenes. 
La  magnanimidad  de  su  ánimo  subyugó  su  jenio  irritable;  i 
le  hizo  adquirir  un  comportamiento  urbano  i  una  plácida 
gravedad,  que  no  le  pcrmitian  el  uso  de  la  menor  intem- 
perancia en  sus  palabras.  Se  distinguió  toda  su  vida  por 
su  devoción  relijiosa,  tan  distante  del  fanatismo  como  de 
la  hipocresía  ^2»». 

Gobernaba  entonces  en  Portugal  don  Juan  II,  monarca 
notable  por  su  intelijencia  i  por  su  carácter,  que  habia  da- 


11  Se  ha  puesto  en  duda  que  Colon  hubiera  hecho  sus  prime- 
ros ofrecimientos  a  Jénova;  pero  se  sabe  que  de  Portugal  hizo  va- 
rios viajes  a  su  patria  natal  a  ver  a  su  padre.  Véase  Rosklly  db 
IvOROUKS,  C hristophe  Colonib,  liv.  I,  chap.  II,  tom  I,  pág. 
101  et  s. 

12  Washington  Ir  vino,  Vida  i  viajes  ác  Cristóbal  Colon, 
cap.  4^. 

TOMO    I  9 


130  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


do  grande  impulso  a  los  viajes  marítimos  de  esploracion. 
Colon  le  participó  sus  proyectos  con  aquella  buena  fe  i  pro- 
fundo convencimiento  que  lo  caracterizaban;  i  no  le  fué  difí- 
cil comunicarle  una  parte  de  su  entusiasmo  en  favor  de  la 
grandiosa  empresa  en  que  pensaba.  Pero  don  Juan  no  se 
resolvió  a  hacer  estipulación  alguna  antes  de  oir  la  opinión 
de  un  consejo  especial  encargado  de  la  dirección  de  los  ne- 
gocios marítimos  i  compuesto  de  astrónomos  i  navegantes. 
Ese  consejo  rechazó  el  proyecto  de  Colon  como  quimérico  i 
estravagante.  El  rei,  sin  embargo,  no  aceptó  simplemente 
ese  parecer:  quiso  oir  otros  informes,  i  llevó  el  negocio  ante 
su  consejo  privado  que  contaba  entre  sus  miembros  a  los 
obispos  mas  Ilustrados  de  Portugal.  El  proyecto  de  Colon 
recibió  allí  un  nuevo  rechazo:  sólo  uno  de  sus  miembros, 
Pedro  de  Noroña,  conde  de  Villarreal,se  pronunció  en  su  fa- 
vor. **Lo  que  propone  Colon,  dijo  en  aquella  célebre  junta, 
es  dudoso,  peligroso  también;  pero  esto  no  debe  hacernos 
abandonar  el  designio  de  llevar  hasta  el  Asia  la  gloria  de 
nuestras  armas.  Creo  que  será  justo,  glorioso  i  útil  el  ir  al 
descubrimiento  de  camino  desconocido,  trabajar  en  la  con- 
versión de  tantos  pueblos,  establecer  un  sólido  comercio 
con  ellos  i  no  alarmarnos  por  todas  las  dificultades  que 
podamos  esperimentar  en  la  ejecución  de  semejante  ( m- 
presa.** 

Don  Juan  II  aprobó  este  parecer  que  estaba  conforme 
con  sus  propios  sentimientos  i  con  su  noble  ambición  de 
ilustrar  su  reinado  con  grandes  descubrimientos.  Se  prepa- 
raba, talvez,  a  disponer  la  ejecución  de  la  empresa  cuando 
el  artificio  de  algunos  de  sus  cortesanos  vino  a  desacreditar 
el  proyecto  de  Colon.  Diego  Ortiz  de  Calzadilla,  obispo  de 
Ceuta  i  confesor  del  rei,  habia  condenado  en  el  consejo  las 
teorías  del  marino  jenovcs;  i  queriendo  desacreditarlas 
completamente,  habia  conseguido  que  se  despachara  una 
carabela  en  busca  de  las  tierras  anunciadas  por  Colon, 
mientras  éste  estaba  distraido  en  sus  negociaciones.  La  na- 
ve salió  de  Lisboa  a  prctesto  de  llevar  víveres  a  las  islas  del 
Cabo  Verde;  pero  una  vez  fuera  del  puerto,  hizo  rumbo  al 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTrLO    II  131 


i:)este.  El  cielo  quiso  castigar  esta  perfidia,  en  que  talvez 
era  estraño  el  caballeroso  rei  don  Juan.  Una  horrible  tem- 
pestad espantó  a  los  pilotos  después  de  muchos  dias  de  na- 
vegación; i  faltos  de  fe  en  la  empresa  que  se  les  habia  enco- 
mendado, volvieron  a  Portugal  asegurando** que  era  impo- 
sible hallar  tierra  alguna  en  los  mares  por  donde  queria 
navegar  Colon"  i^.  Desde  entonces  quedó  rota  la  iniciada 
negociación. 

Fl  célebre  marino  acababa  de  perder  a  su  esposa,  i  tenia 
a  su  lado  un  hijo  de  pocos  años  llamado  Diego,  nacido  du- 
rante su  residencia  en  Puerto  Santo.  Nada  lo  ligaba  ya  al 
Portugal;  antes  por  el  contrario,  el  último  desengaño  que 
acababa  de  sufrir  lo  alejaba  de  la  corte  donde  se  habia  que- 
rido burlarlo  en  sus  esperanzas  i  en  sus  proyectos.  Temien- 
do que  el  rei  tratara  de  embarazar  su  viaje,  Colon  se  em- 
barcó secretamente  en  Lisboa,  a  fines  de  1484-. 

En  la  primavera  del  año  siguiente  se  hallaba  en  Jénova: 
habia  vuelto  a  su  patria  a  ofrecerle  sus  servicios  i  sus  pro- 
yectos 1^;  pero  de  nuevo  fueron  desatendidos  por  el  senado 
de  la  República.  Colon  aprovechó  esta  opoitunidad  para 
ver  a  su  anciano  padre  i  a  sus  hermanos  menores  que  vi- 
vian  retirados  en  Savona.  Entonces  se  acordó  de  los  reyes 
de  España  i  se  embarcó  con  dirección  a  las  costas  de  Anda- 
lucía. 

5.  Colon  en  España.— A  poca  distancia  del  puerto  de 
Palos,  sobre  una  colina  batida  por  las  brisas  del  mar,  se  le- 
vantaba un  convento  de  frailes  franciscanos  consagrado  a 
Santa  María  de  la  Rábida.  En  una  tarde  de  1485,  un  ancia- 
no de  noble  aspecto,  encorvado  mas  por  la  fatiga  i  el  dolor 
que  por  los  años,  llevando  de  la  mano  a  un  niño,  se  acerca- 
ba a  la  puerta  de  ese  convento  a  pedir  al  portero  un  poco 
de  pan  i  agua.  Cuando  recibía  este  escaso  socorro,  pasó  por 
ahí  el  prior  del  convento  frai  Juan  Pérez,  i  el  porte  noble  i 


13.  Don  Frrnani  o  Colon, ///síor/a  del  Almirante^  cap.  X. 

1^.  Muñoz,    Hist.  del  nuevo  mundo,  lib.  II.  §  21 IIumiioldt, 

Uist.  de  la  gcographte  du  nouveau  continente  tom.  I,  páj.  19. 


182  HISTORIA    DB    AMÉRIÜA 


digno  del  mendigo  llamó  su  atención.  Notando  su  presencia 
i  por  su  acento  que  era  un  estranjero,  el  prior  entró  en  con- 
versación con  él,  i  conoció  las  peripecias  de  su  historia.  El 
estranjero  era  Cristóbal  Colon  que  iba  con  su  hijo  a  buscar 
en  España  un  hombre  poderoso  que  comprendiera  sus  pro- 
yectos i  le  prestara  su  protección. 

Frai   Juan   Pérez  era  un  fraile  instruido,  versado  en  la 
jeografía  i  que  mostraba  un  vivo  interés  por  las  e&pedicio- 
nes  lejanas  que  entonces  acometian  los  marinos  de  Palos. 
La  conversación  que  tuvo  con  Colon  le  reveló  la  grandeza 
de  su  pensamiento,  i  sintió  nacer  en  su  corazón  una  simpa- 
tía profunda  por  el  desgraciado  estranjero.  Colon  iba  a 
liuelva,  a  buscar  a  un  oscuro  vecino  apellidado  Muliar  que 
se  habia  casado  con  una  hermana  de  su  mujer;  pero  la  bue- 
na acojida  que  le  hizo  el  prior  de  la  Rábida  lo  distrajo  de 
su  propósito.  En  aquel  convento  permaneció  algunos  dias 
en  constantes  conferencias  con  el  prior  i  con  algunos  mari- 
nos de  Palos,  cuyos  informes  lo  fortificaron  en  la  fe  profun- 
da que  ya  tenia  en  sus  proyectos.  La  hospitalidad  de  Pérez 
se  convirtió  en  breve  en  una  amistad  viva  i  sincera  por  Co- 
lon. Lleno  de  entusiasmo  por  la  empresa  del  estranjero,  le 
dio  una  carta  para  frai  Feí-nando  de  Talavera,  confesor  de 
la  reina,  en  que  le  pedia  que  sirviese  a  Colon  de  intermedia- 
rio para  entablar  sus  negociaciones  con  los  reyes.  Todavía 
hizo  mas  aquel   noble  i  bondadoso   sacerdote:  dejó  al  niño 
en  el  convento  para  encargarse  él  mismo  de  su  cuidado  i  de 
su  educación   mientras  su  padre  seguia  su  viaje  a  la  corte 
en  busca  «le  la  protección  que  solicitaba.  **De  este  modo,  di- 
ce un  escritor  moderno,  en  ese  pacífico  convento  de  francis- 
canos la  mas  grandiosa  concepción  de  la  humanidad    fué 
desarrollada  por  el  jenio  i  acojida  por  el  entusiasmo''  ^'». 


i'>  RüSELiA'  i)K  Lt)KGLrKS,  Cristophc  Colomh,  lib.  I,  chnp.  IV, 
toni.  I,  pág.  162.— El  convento  de  la  Rábida  fué  convertido  en  cuar- 
tel (le  inválidos  después  de  la  supresión  de  las  órdenes  monásticas 
cu  llspaña,  i  estaba  casi  arruinado  cuando  los  duques  de  Mont- 
pensier  levantaron,  en  el  año  de  1854- una  suscripción  para  repa- 
rarlo. Ahora,  los  destrozos  causados  por  el  tiempo,  i  mas  que  todo 


PARTE    SEGUNDA. — CAPITITLO   II  133 


Reinaban  entonces  en  España  Fernando  e  Isabel,  los  so- 
beranos de  Aragón  i  de  Castilla  que  por  su  enlace  habían 
unido  las  dos  coronas  i  organizado  la  monarquía  española. 
En  el  momento  en  que  Colon  se  presentaba  en  sus  estados, 
los  reyes  se  hallaban  en  Córdoba  i  se  ocupaban  con  grande 
actividad  en  llevar  la  guerra  contra  los  moros  de  Granada. 
Colon  se  presentó  en  esa  ciudad  con  su  carta  para  el  confe- 
sor de  \a  reina;  pero  aquí  sufrió  una  nueva  decepción:  frai 
Fernando  de  Talavera  lo  trató  de  visionario  i  desatendió 
la  recomendación  que  le  presentaba. 

Su  alma  superior  no  se  desalentó  por  esta  decepción.  Se 
quedó  en  Córdoba  pintando  globos  i  cartasjeográficas  para 
ganar  la  vida,  i  cultivando  relaciones  con  todos  los  hom- 
bres que  podia  interesar  en  favor  de  sus  proyectos.  Se  con- 
taban entre  estos,  Alonso  de  Quintanilla,  contador  de  la 
corona  de  Castilla,  Antonio  Geraldini,  nuncio  del  papa,  i 
su  hermano  Alejandro  preceptor  de  los  hijos  de  los  reyes. 
Estos  amigos  lo  presentaron  a  don  Pedro  González  de  Men- 
doza, arzobispo  de  Toledo  i  gran  cardenal  de  España,  que 
gozaba  toda  la  confianza  de  Fernando  e  Isabel.  La  primera 


por  el  descuido  de  los  hombres,  han  desaparecido:  el  edificio  ha  si- 
do techado  casi  de  nuevo,  reparada  la  iglesia  i  adornada  con  cua- 
dros de  limitado  mérito  artístico,  es  verdad,  pero  que  recuerdan 
los  principales  sucesos  de  la  vida  de  Colon.  Antes  i  después  de  la 
reparación,  el  convento  de  la  Rál)ida  era  visitado  por  muchos  via- 
jeros. Ahora  hai  un  álbum  en  que  escriben  sus  nombres  algunos 
de  ellos:  antes  lo  dejaban  trazado  en  la  pared  con  algunas  pala- 
bras de  censura  al  pueblo  español  por  el  abandono  en  que  dejaba 
un  edificio  que  simboliza  tantos  recuerdos  i  tanta  gloria.  De  esas 
inscripciones  tomamos  nosotros  las  dos  siguientes: 

^'Ruinas  del  tiempo  son: 

Mas  que  del  tiempo  del  hombre." 

**De  aquí  un  mundo  nació:  ¡santa  memoria! 
¿I  es  posible  que  ocupe  pobre  espacio 
Del  augusto  Colon  la  excelsa  gloria? 
En  templo  de  zafir,  de  oro  i  topacio 
Guardara  otra  nación  tan  alta  gloria." 


134  BISTO&IA    DB   AMÉRICA 


vez  que  este  prelado  oyó  las  teorías  del  marino  jenovés,  cre- 
yó encontrar  opiniones  impías,  incompatibles  con  las  sagra- 
das escrituras;  pero  después  de  algunas esplicaciones,  cuan- 
do reconoció  que  una  empresa  cuyo  fin  era  dilatar  los  lími- 
tes de  los  conocimientos  humanos  i  descubrir  las  maravillas 
ocultas  todavía  de  la  creación,  sus  escrúpulos  se  desvane- 
cieron, i  el  gran  cardenal  lo  presentó  al  fin  a  los  reyes. 

Colon  compareció  delante  de  Fernando  e  Isabel  con  un 
aire  modesto,  pero  sin  embarazo.  Habló  con  la  confianza 
que  enjendra  en  los  espíritus  superiores  una  convicción  pro- 
funda, i  supo  interesar  al  monarca.  Fernando  comprendió 
que  aquellos  proyectos  descansaban  sobre  una  base  cien  tí- 
fica,  i  que  podrian  dar  por  resultado  descubrimientos  mas 
importantes  que  los  que  habian  granjeado  tanta  gloria  al 
Portugal;  pero  circunspecto  i  desconfiado  por  carácter,  no 
aventuró  una  sola  promesa  hasta  no  oir  el  parecer  de  una 
junta  de  astrónomos  i  de  jeógrafos.  Frai  Fernando  de  Ta- 
lavera  fué  encargado  de  reunir  ese  consejo  de  sabios  en  que 
se  iban  a  poner  en  tela  de  juicio  las  opiniones  i  proyectos  de 
Colon. 

El  consejo  se  instaló  en  Salamanca  (otros  sostienen  que 
fué  en  Córdoba)  en  un  convento  de  dominicanos,  donde  Co- 
lon recibió  una  benévola  hospitalidad.  Muchos  frailes  i  erudi- 
tos i  altos  dignatarios  de  la  iglesia  se  habian  reunido  en  aque- 
llaciudad.  Los  doctores  no  quisieron  aceptar  la  discusión  en 
un  terreno  científico.  A  los  planes  de  Colon,  contestaban 
con  citaciones  truncas  de  la  Biblia  i  de  los  santos  padres. 
Se  le  negó  que  hul)iera  antípodas  que  marcharan  con  la  ca- 
beza para  abajo  sin  caer  en  los  espacios  sin  límites;  que  la 
tierra  fuese  redonda;  i  en  caso  de  serlo,  que  fuese  posible 
navegar  mas  allá  de  las  rejiones  conocidas  por  ser  inhabi- 
table la  zona  tórrida,  i  porque  la  circunsferencia  del  globo 
debia  ser  tan  grande  (|ue  su  navegación  no  podría  hacerse 
en  menos  de  tres  años,  debiendo  perecer  de  hambre  los  que 
trataban  de  emprender  tan  largo  viaje.  Los  sabios  de  Sala- 
manca fueron  mas  lejos  todavía:  dando  por  sentado  que 
Colon  pudiera  llegar  a  la  India,  ellos  pensaban  que  no  vol- 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO  II  135 

Vv.T¡a  a  Europa  porque  la  convexidad  del  globo  opondría  a 
sus  naves  una  especie  de  montaña  que  no  podria  remontar 
ni  aun  con  el  viento  mas  favorable.  Pero  la  desconfianza 
principal  de  aquella  junta  de  doctores  nacia  de  la  duda  que 
ellos  abrigaban  de  que  la  ciencia  de  los  siglos  precedentes 
hubiera  dejado  por  resolver  el  problema  que  ahora  preten- 
día esplicar  un  oscuro  navegante.  Colon  tuvo  que  contestar 
a  estos  argumentos  con  la  autoridad  délos  filósofos  en  que 
habia  encontrado  la  corroboración  de  su  pensamiento  i  que 
apelar  a  la  esperiencia  que  habia  recojido  en  sus  propias 
navegaciones.  Su  argumentación  sirvió  de  muí  poca  cosa: 
solo  uno  que  otro  de  los  doctores  que  lo  oian  tomaron  ín- 
teres por  sus  proyectos  í  le  dispensaron  su  protección.  De 
este  número  fué  frai  Diego  de  Deza,  profesor  de  teolojía  en 
Salamanca,  í  mas  tarde  arzobispo  de  Toledo. 

6.  VuBLVB  Colon  a  Portugal.— A  pesar  de  estas  con- 
trariedades, la  situación  de  Colon  habia  cambiado  conside- 
rablemente. Habiendo  vuelto  a  Córdoba  a  principios  de 
l+ST,  se  reunió  a  los  reyes  i  los  siguió  en  la  campaña  que 
preparaban  contra  Málaga,  gozando  de  consideraciones  í 
favores  a  que  no  estaba  acostumbrado  el  pobre  marino. 
Sin  embargo,  se  demoraba  mucho  todavía  la  resolución  del 
negocio  que  lo  había  llevado  a  España,  cuando  a  fines  de 
marzo  de  1488  recibió  una  carta  del  rei  don  Juan  de  Portu- 
gal en  que  lo  llamaba  a  Lisboa,  "Si  por  ventura,  decia  el 
rei,  tenéis  algún  recelo  de  nuestra  justicia  por  razón  de  al- 
gunas cosas  a  que  estéis  obligado,  Nos  por  ésta  nuestra 
carta  os  damos  seguridad  por  la  venida,  estadía  i  vuelta 
que  no  ¿eréis  preso,  retenido,  acusado,  citado  ni  demanda- 
do por  ninguna  causa,  ya  sea  civil,  criminal,  o  de  cualquie- 
ra calidad'*. 

Ix)s  términos  afectuosos  en  que  estaba  concebida  esta 
carta  hicieron  creer  a  Colon  de  que  su  viaje  a  Portugal  iba 
a  dar  cima  a  la  realización  de  sus  proyectos.  El  rei  le  decía 
en  ella  que  necesitaba  de  su  industria  i  de  su  injenio,  lo  que 
casi  significaba  un  llamamiento  para  confiarle  una  flotilla 
en  que  emprendiera  su  deseado  viaje.  Colon,  en  efecto,  se 


13G  HISTORIA    DB   AHÉRICA 


puso  en  marcha  para  Lisboa.  Se  hallaba  en  esta  ciudad  en 
diciembre  de  1488  cuando  llegó  Bartolomé  Díaz  de  vuelta 
de  su  célebre  esploracion  hasta  la  estremidad  meridional 
del  África;  **el  cual  viaje,  dice  Colon,  delineó  i  describió  de 
legua  en  legua  en  una  carta  de  navegación  que  con  mis  ojos 
se  la  vi  mostrar  al  serenísimo  rei  de  Portugal"  ^^.  Después 
de  esta  feliz  tentativa,  don  Juan  II  no  pensó  mas  que  en 
adelantar  los  descubrimientos  prosiguiendo  la  circunnave- 
gación de  aquel  continente. 

Colon  vio  de  nuevo  desvanecidas  sus  esperanzas  en  Por- 
tugal. Las  atenciones  que  le  dispensaba  el  rei  don  Juan  no 
bastaron  a  detenerlo  mucho  tiempo  mas, 

7.  Negociaciones  de  Colon  con  la  corte  de  España. — 
Las  negociaciones  del  célebre  marino  con  los  monarcas  es- 
pañoles estaban  pendientes  todavía,  i  talvez  la  guerra  con 
los  moros  de  Granada  era  la  única  causa  que  retardaba  la 
realización  de  sus  proyectos.  Colon  volvió  a  Córdoba  a 
principios  del  año  siguiente.  En  esta  ciudad  habia  fijado  su 
residencia,  i  en  ella  mantenía  relaciones  con  una  dama  prin- 
cipal llamada  Beatriz  Enríquez,  de  que  habia  nacido  un  hijo 
que  estaba  destinado  a  ser  su  historiador  i^.  Allí  aguardó 
el  arribo  de  los  reyes,  que  cada  primavera  pasaban  por  Cór- 
doba para  activar  las  operaciones  militares  contra  los  de- 
fensores de  Granada.  Se  ha  creido  que  Colon  pasó  en  las  an- 
tesalas de  palacio  los  años  que  empleó  en  sus  fatigosas  pre- 
tensiones; pero  al  contrario  se  o:upó  en  aventuras  milita- 


i<i  Este  viaje  ha  sido  desconocido  a  todos  los  historiadores  de 
Cristóf)al  Colon;  pero  en  una  nota  marjinal  escrita  en  latin  de  su 
puño  i  letra  en  el  ejemplar  del  Ima^omundi  de  Pedro  de  Ailly  de  su 
propiedad,  que  se  conserva  en  la  biblioteca  colombina  de  Sevilla, 
dice  él  mismo  que  se  hallaba  en  Lisboa  cuando  llegó  Bartolomé 
Díaz  i  que  lo  vio  presentar  al  rei  la  carta  de  su  viaje.  Véase  Yarn- 
HAGES,  La  verdadera  Guanahani,  páj.  109. 

n  RosRLLY  DE  LoRGUKS,  Christophe  Colomby  introduc.  se  ha 
empeñado  inútilmente  en  probar  que  el  marino  jenovés  se  casó  en 
segundas  nupcias  con  Beatriz  Enríquez,  i  que  por  lo  tanto  don  Fer- 
nando Colon,  que  escribió  la  historia  de  su  padre,  era  su  hijo  lejí- 
timo. 


PARTE    SKXllNDA. — CAPÍTULO    11  137 

res  i  se  halló  en  las  mas  importantes  situaciones  de  aquella 
áspera  guerra  de  montañas.  En  este  tiempo,  es  verdad,  es- 
perimentó  las  motas  de  los  ignorantes  que  lo  llamaban  loco 
i  aventurero  indijente. 

Cuando  la  campaña  contra  los  moros  daba  algún  inter- 
valo de  descanso,  Colon  reanimaba  las  interrumpidas  ne- 
gociaciones con  los  reyes;  pero  luego  volvia  la  ajitacion  i 
la  tempestad  a  distraer  su  espíritu  i  a  interrumpir  las  confe- 
rencias. En  febrero  de  1490,  Fernando  e  Isabel  hicieron 
su  entrada  en  Sevilla,  a  fín  de  disponer  desde  allí  los  últi- 
mos aprestos  para  poner  sitio  a  la  ciudad  de  Granada;  i 
cuando  estaban  próximos  a  marcharse  para  dirijir  en  per- 
sona las  operaciones,  llegó  a  sus  manos  la  resolución  del 
consejo  de  Salamanca.  Los  doctores  habian  discutido  lar- 
gamente las  teorías  de  Colon,  i  después  de  muchas  confe- 
rencias celebradas  en  un  espacio  de  mas  de  dos  años,  habian 
resuelto  que  el  proyecto  era  quimérico  e  irrealizable  i  que 
no  convenia  comprometerse  en  una  empresa  de  este  jénero 
con  tan  débiles  fundamentos  como  los  que  se  habian  pre- 
sentado. Frai  Fernando  de  Talavera  fué  encargado  de  ce 
municar  a  Colon  esta  decisión. 

El  marino  jenovés  se  hallaba  entonces  en  Córdoba.  Su 
constancia  estuvo  a  punto  de  doblegarse  ante  tan  dura 
prueba;  pero  halló  todavía  fuerzas  en  su  corazón  i  se  enca- 
minó a  Sevilla  para  hablar  personalmente  con  los  reyes.  De 
su  boca  recojió  sólo  la  misma  negativa,  endulzada  con  la 
promesa  de  que  tal  vez  mas  tarde  se  volveria  a  pensaren 
sus  proyectos.  Cuando  Colon  salió  del  alcázar  de  Sevilla, 
en  que  habitaban  los  reyes,  atravesó  un  pasadizo  en  cuyas 
paredes  habia  un  busto  de  la  vírjen.  La  tradición  refiere 
que  el  futuro  descubridor  del  nuevo  mundo  se  dejó  caer  de 
rodillas  ante  la  imájen  de  la  santa  madre  de  Dios  para  pe- 
dirle con  las  lágrimas  en  los  ojos  que  iluminara  laintelijen- 
cia  de  los  hombres  para  que  pudieran  comprender  sus  pro- 
yectos. 

Desde  ese  dia  Colon  sé  dirijió  a  algunos  señores  castella- 
nos para  obtener  de  ellos  la  protección  que  le  negaban  los 


13*)  HISTORIA   DB  AMÉRIOA 


reyes.  Entre  los  grandes  había  algunos  que  por  la  estension 
desús  posesiones  i  sus  prerrogativas  feudales  eran  mas  bien 
pequeños  soberanos  que  simples  vasallos.  Dos  de  éstos,  el 
duquedeMedina-Celi  iel  de  Medina-Sidonia  oyeron  sus  pro- 
posiciones, i  aun  el  primero  estuvo  a  punto  de  prestarle  la 
protección  que  pedia;  pero  sea  que  no  tuviera  fe  en  las  teo- 
rías de  Colon  o  que  temiera  desagradar  a  los  reyes,  rehusó 
favorecer  su  empresa  i  se  contentó  con  ofrecerle  el  apoyo 
de  su  influjo. 

Pero  Colon  no  se  hallaba  con  ánimo  para  recomenzar  sus 
afanes  y  solicitudes.  Se  sentia  viejo,  i  sus  planes  sin  embar- 
go no  habian  adelantado  nada  desde  que  dieciocho  años 
antes  los  habia  concebido.  Desde  tiempo  atrás,  uno  de  sus 
hermanos,  Bartolomé  Colon,  habia  marchado  a  Inglaterra 
a  ofrecer  a  Enrique  VII,  los  servicios  de  Cristóbal  para  em- 
prender un  viaje  de  esp! oración  en  el  occidente.  El  mismo, 
desesperado  de  alcanzar  la  protección  que  pedia,  se  puso  en 
marcha  para  el  convento  de  la  Rábida  con  el  propósito  de 
sacar  a  su  hijo  mayor  para  dejarlo  en  Córdoba,  i  en  segui- 
da pasar  a  Francia  a  hacer  sus  proposiciones  a  Carlos 
VIH,  rei  joven  i  entusiasta,  que  poco  antes  le  habia  escrito 
una  carta  alentándolo  para  proseguiren  la  iniciada  empre- 
sa. Cuando  frai  Juan  Pérez  vio  llegar  a  su  protejido  en  la 
misma  situación  que  seis  años  atrás,  i  cuando  supo  que 
desesperado  por  el  mal  éxito  de  sus  esfuerzos  quería  aban- 
donar la  España,  se  sintió  dominado  por  un  profundo 
pesar.  Deseando  impedir  su  viaje,  pidió  a  Colon  que  demo- 
rara su  partida  i  que  le  permitiera  hacer  una  nueva  tentati- 
va. Inmediatamente  escribió  una  carta  a  la  reina  interpo- 
niendo para  con  ella  el  valimiento  que  le  daba  el  haber  sido 
antes  su  confesor.  Colon  no  pudo  negarse  a  la  solicitud  del 
mas  noble  de  sus  amigos  i  del  mas  jeneroso  de  sus  protec- 
tores. 

Esta  vez  parocia  que  el  empeño  del  prior  de  la  Rábida  no 
iba  a  ser  infructuoso.  La  reina  contestó  su  carta,  dicién- 
dole  que  pasara  inmediatamente  a  la  corte.  El  prior  se  pre- 
sentó en  el  campamento  de  Santa  Fe,  donde  los  reyes  esta- 


PARTE   8B6UNOA. — CAPÍTULO  II  139 

ban  ocupados  en  activar  el  sitio  de  Granada.  En  presencia 
de  la  reina  defendió  el  proyecto  de  su  amigo  con  tanta  elo- 
cuencia i  con  tanto  entusiasmo,  que  Isabel,  cuyo  carácter 
era  ardiente  i  decidido,  se  sintió  penetrada  de  la  mismacon- 
viccion  que  su  antiguo  confesor  e  impresionada  en  favor  de 
la  empresa  de  Colon.  En  el  momento  le  pidió  que  llamara 
a  éste  a  la  corte;  i  recordando  la  pobreza  de  sus  vestidos  i 
la  miseria  que  habia  sufrido,  dispuso  que  se  le  enviaran 
veinte  mil  maravedises.  Colon  cambió  su  modesto  vestido 
por  un  traje  mas  decente,  compró  una  muía  i  marchó  para 
el  campo  de  los  reyes  católicos  situado  en  frente  de  Gra- 
nada. 

Cuando  se  presentó  en  la  corte,  fué  hospedado  en  casa 
del  contador  Alonso  de  Quintanilla.  Llegó  a  tiempo  de 
presenciar  la  rendición  de  Granada  (2  de  enero  de  1492)  i 
pudo  tomar  parte  en  las  fiestas  con  que  se  celebraba  este 
grande  triunfo.  Esas  celebraciones  tenian  para  Colon  un 
doble  motivo  de  regocijo,  puesto  que  junto  con  la  ruina  del 
poder  musulmán  en  la  península  ibérica  veia  que  era  llega- 
do el  momento  propicio  para  que  los  reyes  le  cumplieran  su 
promesa.  En  efecto,  antes  de  muchos  dias  fueron  nombra- 
dos los  comisarios  para  entrar  en  negociaciones,  i  en  el  nú- 
mero de  ellos  se  encontraba  frai  Fernando  de  Talayera, 
que  acababa  de  ser  nombrado  arzobispo  de  Granada.  En- 
tonces no  se  trató  de  las  teorías  científicas  de  Colon  sino 
sólo  de  las  bases  de  un  tratado  en  que  se  estipulaban  los 
títulos  i  privilejios  que  debian  concedérsele  si  realizaba  sus 
proyectos.  Los  comisarios  creyeron  que  las  pretensiones 
de  Colon  eran  cxajeradas  cuando  pedia  los  títulos  de  almi- 
rante i  virrei  de  los  paises  que  descubriese  i  la  décima  parte 
de  sus  beneficios.  De  ahí  surjieron  irritantes  altercados  de 
que  resultó  la  ruptura  de  la  negociación. 

Entonces  perdió  Colon  todas  sus  esperanzas  i  no  pensó 
mas  que  en  pasar  a  Francia.  Parecía  que- un  poder  miste- 
rioso contrariaba  su  suerte  en  los  momentos  en  que  se  creía 
próximo  a  recojer  el  fruto  de  tantas  fatigas,  afanes  i  con- 
tradicciones. A  principios  de  febrero  de  1492,  Coloii  partió 


140  HISTORIA    OB   AMÉRICA 


de  Santa  Fe:  pero  al  saber  esta  noticia,  las  pocas  personas 
que  se  habian  interesado  por  él  i  por  sus  proyectos,  resol- 
vieron impedir  su  marcha.  Luis  de  Santánjel,  receptor  de 
las  rentas  eclesiásticas  de  Aragón,  i  Alonso  de  Quintanilla 
se  presentaron  a  la  reina.  El  peligro  que  corria  la  grande 
empresa  del  marino  jenovés  les  dio  audacia  i  elocuencia. 
No  se  limitaron  a  súplicas,  sino  que  llegaron  a  reconvenir 
a  la  reina  por  la  terquedad  con  que  sus  comisarios  se  ha- 
bian negado  a  conceder  a  Colon  lo  que  pedia.  La  grande 
alma  de  Isabel  se  sintió  conmovida;  i  como  el  rei  vacilara 
ante  la  idea  de  los  gastos  que  la  empresa  iba  a  orijinar,  su 
esposa  esclamó:  **Yo  la  acepto  por  la  corona  de  Castilla, 
aun  cuando  fuese  necesario  empeñar  mis  joyas  para  sufra- 
gar sus  gastos."  Inmediatamente  partió  un  correo  en  bus- 
ca de  Colon,  que  se  hallaba  ya  a  diez  leguas  de  Granada. 
La  reina  lo  recibió  con  una  jenerosa  bondad,  capaz  de  ha- 
cerle olvidar  sus  pasados  dolores,  i  ordenó  que  su  secreta- 
rio Juan  de  Coloma  estendiese  las  capitulaciones. 

Según  ellas.  Colon  debía  tener  para  sí  i  sus  sucesores  el 
título  de  almirante  de  todas  las  islas  i  tierras  que  descu- 
briese, así  como  su  gobierno  con  el  cargo  de  virrei,  i  la  dé- 
cima parte  de  sus  productos.  Estipuló,  ademas,  que  él  sería 
el  único  juez  de  todos  los  asuntos  contenciosos  que  pudie* 
ran  nacer  sobre  materias  comerciales  entre  la  España  i  los 
paises  que  descubriese.  Los  reyes  aceptaron  el  tratado  i  lo 
firmaron  en  Granada  el  17  de  abril  de  1492.  Por  una  carta 
de  privilejio  concedieron  ademas  a  Colon  el  título  de  don, 
reservado  esclusivamente  a  los  personajes  de  alta  cate- 
goría. 

Tan  profunda  era  la  fe  que  Colon  tenia  en  su  proyecto, 
i  era  tanta  su  piedad  cristiana  que  en  sus  negociaciones  con 
los  reyes  hablaba  de  las  riquezas  que  iban  a  producirle  sus 
descubrimientos  i  las  destinaba  a  la  conquista  de  Jerusalen 
i  rescate  del  Santo  Sepulcro.  Hasta  los  últimos  años  de  su 
vida  estuvo  Colon  halagado  con  este  pensamiento. 

Salida  de  la  espedicion  descuhridoka.— Al  fin,  Colon 
veia  acercarse  el  término  de  sus  angustias.  En  esos  momeu- 


PAUTE   SROrXDA. — CAPItT^LO    II  141 


tos  desplegó  una  grande  actividad  para  organizar  los 
aprestos  de  la  espedicion,  i  la  reina  ayudó  a  la  obra  con  las 
medidas  mas  prontas  i  enérjicas.  Mandó  que  se  permitiese 
estraer  de  Sevilla  i  su  provincia,  libres  de  derechos,  las  vi- 
tuallas, armas  i  demás  pertrechos  necesarios.  El  puerto  de 
Palos  estaba  obligado  a  suministrar  cada  año  dos  naves  a 
la  corona  de  Castilla.  La  reina  dispuso  que  se  entregaran  a 
Colon  esas  dos  naves:  i  mandó  ademas  que  se  le  suminis* 
trase  los  recursos  pecuniarios  para  facilitar  el  equipo  de 
otra.  El  12  de  mayo  se  despidió  Colon  de  la  corte  contento 
i  reconocido.  La  reina  acababa  de  disponer  que  sus  dos  hi- 
jos quedasen  en  Córdoba,  atendiendo  ella  a  su  subsistencia 
i  educación. 

Colon  se  presentó  en  Pillos  con  los  despachos  reales.  Hi- 
zo publicarlos  en  el  puerto  para  reclutar  lajéate.  La  reina 
ofrecia  pagar  a  los  marineros  el  mismo  sueldo  que  se  les 
daba  en  los  navios  de  guerra,  i  adelantarles  el  salario  de 
cuatro  meses.  Pero  por  lisonjeras  que  fuesen  estas  prome- 
í^as,  los  marinos  del  puerto  se  resistían  a  enrolarse  para 
una  espedicion  que  todos  creian  sembrada  de  peligros,  i  de 
la  cual  pocos  esperaban  un  próspero  resultado.  Fué  nece* 
sario  que  la  reina  dictase  nuevos  decretos  en  que  autoriza- 
ba a  los  majistrados  de  las  costas  de  Andalucía  para  que 
reunieran  marineros  aun  cuando  fuese  preciso  arrancarlos 
por  la  fuerza  de  cualquiera  nave  que  llevase  la  bandera  es- 
pañola. Un  oficial  de  la  casa  real  llamado  Juan  de  Peñaloza 
fué  encargado  de  hacer  cumplir  estas  órdenes. 

Bl  entusiasta  i  bondadoso  prior  del  convento  de  la  Rá- 
bida tomaba  parte  en  todos  estos  aprestos.  Comunicaba  a 
unos  su  convicción  en  favor  de  los  proyectos  del  marino  je- 
novés,  exhortaba  a  otros  en  nombre  de  la  relijion  i  de  la 
reina  para  que  apoyasen  una  empresa  que  iba  a  dilatar  los 
dominios  de  España  i  del  cristianismo,  i  alentaba  a  todos 
con  su  ardor  i  entusiasmo.  Dos  ricos  armadores  de  Palos» 
Martin  Alonso  Pinzón  i  su  hermano  Vicente  Yáñez  Pinzón, 
con  quienes  el  prior  mantenía  relaciones  de  amistad,  die- 
ron el  ejemplo.  Suplieron  una  parte  de  los  gastos,  atraje- 


142  HISTORIA   DB    AMÉRICA 


ron  a  muchos  de  sus  parientes  i  amigos,  i  aceleraron  el  ar- 
mamento de  las  naves.  A  fines  de  julio,  las  tres  carabelas 
estaban  listas.  Colon  arboló  su  pabellón  en  la  Santa  Ala- 
ría, que  era  la  mayor  de  ellas  i  la  única  que  tenia  cubierta. 
Martin  Alonso  Pinzón  se  embarcó  en  la  segunda  llamada 
la  Pinta,  i  su  hermano  Vicente  fué  reconocido  por  capitán 
de  la  tercera  nombrada  la  Niña.  Esta  frájil  escuadrilla  te- 
nia sólo  noventa  marineros  para  su  servicio,  i  algunos  em- 
pleados de  la  corona.  Rodrigo  Sánchez  de  Segovia  era  su 
inspector  jeneral,  Diego  de  Arana  su  aguacil  mayor,  i  Ro- 
drigo de  Escobar  su  escribano,  encargado  de  estender  los 
tratados  que  se  hiciesen  con  los  reyes  de  las  rejiones  que 
Colon  iba  a  esplorar,  i  para  los  cuales  llevaba  cartas  espe- 
ciales de  los  monarcas  españoles.  El  total  de  la  jente  em- 
barcada en  las  tres  carabelas  se  elevaba  a  ciento  veinte 
hombres. 

Todo  quedó  dispuesto  para  la  partida  de  la  escuadrilla. 
Colon  se  confesó  i  comulgó  antes  de  embarcarse,  i  a  su 
ejemplo  hicieron  lo  mismo  los  demás  marinos.  Al  amanecer 
del  viernes  3  de  agosto  de  1492,  Colon  se  dirijió  a  la  ribera 
acompañado  por  frai  Juan  Pérez  i  otros  relijiosos  de  su 
convento.  Se  despidió  de  ellos  i  de  su  hijo,  recibió  la  bendi- 
ción de  su  amigo  i  protector,  i  se  embarcó.  El  pueblo  veía 
desde  la  playa  con  un  profundo  sentimiento  en  el  coraion  i 
con  las  lágrimas  en  los  ojos,  la  partida  de  una  espedicion 
de  que  sólo  esperaba  desgracias  para  los  que  tomaban  par- 
te en  ella.  *'Era  ésta,  dice  Lamartine,  una  comitiva  de  due- 
lo mas  que  una  salutación  de  feliz  viaje,  en  que  habia  mas 
tristeza  que  esperanza,  mas  lágrimas  que  aclamaciones''^^. 

i«  La  historia  de  Colon  ha  sido  objeto  de  los  mas  cuidados  es- 
tudios i  de  la  mas  prolija  investigación.  Para  formar  este  capítu- 
lo hemos  consultado  las  mejores  obras  que  se  han  escrito  sobre  el 
particular,  que  hemos  citado  al  pié  de  estas  pajinas,  i  en  las  cuales 
se  encontrarán  los  pormenores  que  no  hemos  podido  hacer  entrar 
en  un  libro  de  la  naturaleza  del  presente. 


CAPÍTULO  III 


Descubrimiento  del  Naevo-.nando:  primeros  viajes 

de  Colon 


(1492-14.96) 

1.  Primer  viaje  de  Cristóbal  Colon.— 2.  Descubrimiento  del  Nue- 
vo Mundo.— 3.  Vuelta  de  Colon.— 4.  El  Papá  deslinda  las  po- 
sesiones ultramarinas  de  los  españoles  i  de  los  portugueses 

5.  Segundo  viaje  de  Colon.— 6.   Fundación  de  la  primera  ciu- 
dad; esploracion  de  la  Española.— 7.  Nuevos  descubrimientos; 

Jamaica 8.   Primera  guerra  con  los  indíjenas.— 9.  Vuelta  de 

Colon  a  España. 

1.  Primer  yiajk  de  Cristóhal  Colon.— Al  emprender 
8u  viaje,  Cristóbal  Colon  no  llevaba  mas  guia  que  su  pro- 
pio jenio.  Habíase  provisto  de  todos  los  instrumentos  náu- 
ticos conocidos  hasta  entonces  i  de  una  carta  del  océano 
levantada  según  las  indicaciones  del  físico  i  astrónomo 
Toscanelli.  Esos  instrumentos  eran  una  brújula  para  fijar 
su  rumbo  i  un  astrolabio  para  observar  la  altura  del  polo 
i  de  los  astros.  La  carta  no  indicaba  mas  que  un  vasto 
océano  en  cuya  estreniidad  aparecían  las  costas  orientales 
del  Asia  dibujadas  por  las  vagas  noticias  de  los  viajeros. 

Colon,  sin  embargo,  se  habia  embarcado  contento  con 
un  guia  tan  incierto.  Temía  sólo  que  los  marineros,  dudan- 
do del  éxito  del  viaje,  rehusasen  acompañarlo  mas  adelan- 


144  HISTORIA    DB   AMÉRICA 


te.  El  tercer  dia  de  r.avegacion,  el  timón  de  la  Pinta  se 
rompió.  Mientras  Colon  atribuía  este  accidente  a  la  mala 
voluntad  de  alguno  de  los  marinos,  las  tripulaciones  vie- 
ron ert  él  un  pronóstico  del  mal  resultado  de  la  espedicion. 
Sus  naves  que  no  estaban  preparadas  para  largos  viajes, 
sufrieron  algunos  quebrantos,  i  fué  necesario  tocar  en  las 
islas  Canarias  para  reparar  el  daño.  La  escuadrilla  se  de- 
tuvo allí  mas  de  tres  semanas.  Durante  este  tiempo,  los 
marineros  creyeron  notar  otro  signo  de  mal  agüero  en  los 
torrentes  de  llamas  que  vomitaba  el  volcan  de  Tenerife. 
Fué  necesario  que  Colon  disipara  su  miedo  espHcándoles 
las  causas  naturales  de  este  jénero  de  fenómenos,  tales 
como  se  comprendian  en  su  época. 

La  escuadrilla  salió  al  fin  de  la  isla  Gomera  el  9  de  se- 
tiembre, después  de  hal>er  refrescado  sus  provisiones.  Co- 
lon dirijió  entonces  su  rumbo  al  oeste  i  se  arrojY)  en  el  mar 
desconocido.  Desde  que  se  perdió  de  vista  la  tierra,  los  ma- 
rineros empezaron  a  manifestar  su  arrepentimiento.  Con  el 
objeto  de  ocultarles  una  parte  del  camino  que  andaban, 
Colon  hacia  dos  apuntes  de  la  navegación,  uno  exacto  que 
guardaba  para  sí,  i  otro  intencionalmente  equivocado  en 
que  señalaba  una  distancia  menor  que  la  que  habian  reco- 
rrido cada  dia.  Este  era  el  único  que  podian  consultar  los 
marineros. 

El  temor  de  las  tripulaciones  no  se  calmó  con  esto.  El 
11  de  setiembre  se  vio  flotar  sobre  las  olas  un  mástil  des- 
trozado, resto  de  algún  naufrajio.  Los  navegantes  creyeron 
que  aquel  era  un  aviso  del  cielo  que  les  indicaba  que  debian 
volver  atrás.  Dos  dias  después,  Colon  mismo  se  sintió  asal- 
tado por  el  temor.  La  brújula  habia  cambiado  de  dirección. 
En  lugar  de  permanecer  invariablemente  dirijida  hacíala 
estrella  polar,  la  aguja  se  inclinó  de  repente  hacia  el  nor- 
oeste; i  esta  variación  aumentó  en  los  dias  siguientes.  Una 
profunda  consternación  se  apoderó  de  las  tripulaciones 
cuando  percibieron  este  fenómeno.  Para  calmarlos.  Colon 
les  dijo  que  la  aguja  iumantada  no  se  dirijía  a  la  estrella 
polar  sino  a  un  punto  fijo  e  invisible,  i  que  por  consiguiente 


PARTE   SEGUNDA.— CAPÍTULO    III  145 


la  variación  no  pro  venia  de  defecto  de  la  brújula  sino  del 
movimento  de  la  misma  estrella  polar  que,  como  todos  los 
astros,  describia  cada  dia  un  círculo.  Talvez  Colon  creia 
en  esta  esplicacion  de  un  fenómeno  cuya  causa  no  ha  podi- 
do ser  conocida  hasta  ahora.  Los  marineros,  dominados 
por  el  prestijio  de  la  ciencia  de  su  jefe,  aceptaron  esta  es 
plicacion. 

Las  naves  proseguían  el  viaje  con  la  proa  hacia  el  ponien- 
te. En  breve  encontraron  los  vientos  que  soplan  constante- 
mente de  este  a  oeste  entre  los  trópicos  i  bajo  algunos  gra- 
dos de  latitud  fuera  de  ellos.  Estos  vientos  siempre  fijos,  las 
impclian  con   una  rapidez  tan  sostenida  que  mui  rara  vez 
fue  necesario  mudar  alguna  vela.  De  repente,  el  mar  se  cu- 
brió de  tal  cantidad  de  yerbas  que  parecia  una  vasta  pra- 
dera, i  aun  en  algunos  puntos  era  tal   su  abundancia  que 
embarazaba  la  marcha  de  la  escuadrilla.   Este  fenómeno, 
perfectamente  conocido  ahora  con  el  nombre  Aíar  de  Sarga- 
so  i  cuyas  causas  esplica  la  jeografía  física,  era  nuevo  para 
los  navegantes  de  esa  época.  A  su  vista  renacieron  las  al.-ir- 
raas  e  inquietudes  en  las  tripulaciones.  Los  marineros  creian 
quehabian  llegado  a  los  límites  del  océano  navegable,  i  que 
esas  yerbas  ocultaban  escollos  peligrosos  o  una  grande  es- 
tension  de  tierras  sumerjidas.   Colon,  por  el  contrario,  les 
demostró  que  la  abundancia  de  vejetacion  sólo  significaba 
la  inmediación  de  alguna  tierra.   Una  fuerte  brisa  vino  a 
deshacer  esos  enjambres  de  yerbas;  i  al  mismo  tiempo  se 
vieron  manadas  de  aves  que  revoleteaban  al  rededor  de  los 
baques  i  que  se  dirijian  en  seguida  hacia  el  oeste.  Los  mas 
tímidos  cobraron  aliento  i  concibieron  alguna  esperanza. 

Sin  embargo,  la  navegación  se  prolongaba,  i  el  descon . 
tentó  de  los'marineros  se  aumentaba  cada  dia.  Creian  que 
después  de  haber  avanzado  tanto  por  un  camino  cuyo  tér- 
mino les  era  desconocido,  habian  cumplido  ya  con  su  del:)er 
idebian  pensar  en  la  vuelta  antes  que  el  mal  estado  de  las 
naves  la  hiciera  imposible.  En  su  desesperación  creyeron 
que  estaban  autorizados  para  obligar  a  Colon  a  darla 
vuelta  a  España,  o  para  arrojarlo  al  mar  en  caso  que  se 

TOMO  I  10 


14f)  HI8TOBIA   DB  AMÉRICA 


obstinase  en  su  negativa.  Los  marineros  pensaban  que  la 
muerte  de  un  oscuro  aventurero  no  exitaría  ni  interés  ni 
curiosidad. 

Colon  coboció  el  peligro  de  su  situación.  Conservó,  sin 
embargo,  toda  su  presencia  de  ánimo,  i  fínjió  ignorar  el 
complot.  En  medio  de  la  natural  inquietud  de  su  espíritu, 
manifestó  siempre  un  semblante  alegre  i  aparentó  la  satis* 
facción  de  un  hombre  que  ha  conseguido  el  resultado  que 
deseaba.  Calmó  la  irritación  de  los  ánimos  con  promesas! 
amenazas  e  hizo  renacer  en  el  corazón  de  sus  subalternos 
las  esperanzas  ya  casi  desvanecidas. 

A  medida  que  avanzaban,  las  apariencias  de  la  proximi- 
dad de  tierra  parecian  mas  seguras.  Cada  dia  eran  mas  nu- 
merosas las  bandadas  de  aves  que  se  veian  dirijir  su  vuelo 
hacia  el  suroeste.  Martin  Alonso  Pinzón  no  tuvo  confianza 
en  el  rumbo  seguido  hasta  entonces;  i  pidió  a  Colon  que  di- 
rijiese  sus  naves  hacia  el  punto  a  donde  parecian  ir  las  nu- 
bes de  pájaros,  haciéndole  presente  que  los  portugueses  ha-  , 
bian  seguido  esos  guias  en  sus  descubrimientos.  '*E1  vuelo 
de  esas  aves,  decia  el  Capitán,  es  una  inspiración  que  me 
alumbra  i  me  muestra  el  camino  que  debemos  seguir."  Colon 
adoptó  este  consejo;  i  en  su  virtud  inclinó  la  escuadrilla  un 
poco  al  sur.  **Jamas,  dice  Humboldt,  el  vuelo  de  las  aves 
tuvo  ma^'^ores  consecuencias'*  ^  Sin  esta  desviación,  loses- 
pañoles  habrian  llegado  a  la  Florida  i  habrían  fundado  sus 
primeras  colonias  en  aquella  parte  del  continente. 

2.  Descubrimiento  del  Nuevo  Mundo.— Al  terminarel 
primer  mes  de  navegación,  todos  los  signos  do  tierra  pró- 
xima se  hicieron  mas  frecuentes.  Los  marinos  encontraban 
bandadas  de  gaviotas  i  de  unas  avecillas  pequeñas  que  se 
alejan  poco  de  las  costa.  Se  veian  flotar  sobre  las  aguas 
algunas  yerbas  de  tierra,  i  la  sonda  tocaba  fondo. 

Sin  embargo,  las  tripulaciones  miraban  esos  signos  con 
una  muda  indiferencia,  cuando  no  con  rabia  i  desesperación. 
El  11  de  octubre  se  vio  un  junco  verde  cerca  de  la  carabela 


1  Cosmos,  tom.  II,  páy  319 


PARTB   SBOUNDil. CAPÍTULO   lU  147 

Santa  María;  los  marineros  de  \a Pinta  divisaron  una  caña, 
una  tabla  i  un  madero  labrado:  la  tripulación  de  la  Niña- 
sacó  una  rama  de  árbol  con  frutitas  rojas  perfectamente 
frescas.  Las  nubes  que  rodeaban  el  sol  tomaban  un  distinto 
aspecto»  i  el  aire  mismo  era  mas  suave  i  caliente.  Bstas  se- 
ñales hicieron  renacer  la  alegría.  Colon  cambió  el  rumbo  al 
oeste,  i  en  la  tarde  reunió  en  su  nave  a  todos  los  pilotos 
para  cantar  la  Salve.  Recomendóles  que  arrollaran  el  vela- 
men después  de  la  media  noche  porque  era  probable  que 
antes  de  amanecer  divisaran  la  tierra,  i  les  mandó  que  per- 
manecieran en  vela.  Un  grande  entusiasmo  habia  sucedido 
al  abatimiento  jeneral.  Colon  se  plantó  en  el  castillo  de 
proa  pata  observar  el  sombrío  horizonte. 

A  las  diez  de  la  noche  creyó  distinguir  a  lo  lejos  un  punto 
luminoso.  Temiendo  que  lo  engañase  el  ardor  de  sus  deseos, 
llamó  a  dos  marinos,  i  les  preguntó  si  veian  una  luz  en  la 
dirección  que  les  indicaba.  Su  contestación  fué  afirmativa: 
ellos  veian  con  ciertos  intervalos  pasar  i  repasar  por  el  ho- 
rizonte una  especie  de  antorcha  que  al  parecer  alumbraba 
una  chalupa  de  pescadores.  Pocas  horas  mas  tarde  se  oyó 
gritar  ¡tierra!  ¡tierra!  a  la  jente  de  la  Pinta,  que  como  mas 
relera  abría  la  marcha.  El  primero  que  la  habia  percibido 
era  un  marinero  llamado  Rodrigo  Berguemo,  natural  de 
Triana,  arrabal  de  la  ciudad  de  Sevilla. 

Martin  Alonso  Pinzón  mandó  disparar  un  cañonazo 
para  anunciar  a  la  escuadrilla  tan  feliz  noticia.  Al  lado  del 
aorte,  i  como  a  una  distancia  de  dos  leguas,  se  distinguían 
m  medio  de  la  oscuridad  de  la  noche  las  ondulaciones  de 
una  costa  vecina.  Al  amanecer  del  viernes  12  de  octubre  de 
1492  se  vio  claramente  una  isla  llana,  cubierta  de  bosques 
regada  por  muchos  arroyos.  Los  marineros  de  la  Pinta 
ntonaron  un  Te  Deum  para  dar  gracias  a  Dios,  i  las  tripu-. 
iciones  de  las  otras  naves  unieron  sus  cánticos.  Colon 
landó  adelantar  su  escuadrilla  e  hizo  echar  el  unclri  a  una 
gaa  de  tierra.  Inmediatamente  se  vio  la  ribera  cubrirse 
:  hombres  desn;adosque  querían  presenciar  un  espectáculo 
n  ntiévo  para  ellos.   Colon,  vestido  con  sa  mas  rico  traje 


148  HISTORIA   DB   AMÉRICA 


i  llevando  en  la  mano  el  estandarte  real,  bajó  a  tierra  en 
tina  chalupa  acompañado  de  los  otros  dos  capitanes  i  se- 
guido de  una  numerosa  comitiva.  Todos  besaron  la  tierra 
al  desembarcar.  Alzaron  un  crucifijo,  i  doblando  la  rodilla 
delante  de  él,  dieron  gracias  a  Dios  por  el  feliz  éxito  de  su 
viaje.  En  seguida,  tomaron  posesión  del  pais  a  nombre  de 
la  corona  de  Castilla  i  con  todas  las  formalidades  que  ob- 
servaban los  portugueses  en  sus  descubrimientos. 

Los  naturales,  entre  tanto,  se  mantenian  a  una  distancia 
respetuosa;  pero  pronto  se  familiarizaron  con  los  españoles, 
i  se  acercaron  a  tocarles  sus  vestidos,  sus  barbas  i  sus  ar- 
mas, que  eran  para  ellos  objetos  de  la  mas  viva  curiosidad. 
Colon  les  distribuyó  bonetes  de  color,  cuentas  de  vidrio  i 
otras  bagatelas  porque  manifestaban  mucha  estimación;  i 
ellos  correspondieron  a  sus  obsequios  con  algunas  frutas  i 
algodón  hilado,  que  era  lo  único  que  podian  ofrecer. 

Los  naturales  llamaban  Guanahani  la  isla  en  que  acaba- 
ban de  desembarcar  los  europeos.  Colon  le  dio  el  nombre 
de  San  Salvador.  Hoi  no  se  puede  fijar  con  seguridad  cuál 
sea  esta  isla,  pero  sí  se  sabe  que  es  una  de  las  que  forman  el 
archipiélago  de  las  Lucayas  '^. 

El  dia  siguiente  desembarcaron  de  nuevo  los  españoles  i 
recorrieron  la  isla  en  todas  direcciones.   Quedaron  admira- 


-  Una  de  las  opiniones  mas  probables  es  laque  concede  este  ha* 
ñor  a  la  Mayaguana.  Los  jeógrafos  e  historiadores  del  nuevo  mun- 
do han  discutido  largamente  sobre  cuál  de  las  islas  de  los  archipic* 
lagos  de  las  Antillas  fué  la  primera  que  visitó  Colon.  Existen  a  cst^ 
respecto  cuatro  opiniones  principales  basadas  todas  ellas  sobre  laá 
noticias  contenidas  en  el  diario  de  Colon  que  ha  llegado  hasta  no- 
sotros por  un  estracto  que  de  él  hizo  el  obispo  Las-Casas.  No  eS 
éste  el  lugar  de  discutir  estas  opiniones;  pero  después  de  haberlas 
estudiado  con  alguna  detención,  damos  la  preferencia  a  la  emitida 
por  don  F.  A.  de  Varnhagen  en  un  interesante  opúsculo  denomina 
do  La  Guanahani  de  Colon^  i  ajustamos  nuestra  relación  al  derro 
tero  trazado  por  este  autor.  Según  el  señor  Varnhagen,  los  fuego 
vistos  por  Colon  la  noche  anterior  al  descubrimiento  eran  de  la 
islas  de  los  Caicos,  que  están  situadas  un  poco  al  oriente  de  Mays 
guana. 


PARTE    SEGUNDA.  — CAPÍTULO    111  140 

dos  de  la  fertilidad  de  su  suelo,  pero  noencontraron  señales 
de  cultivo,  ni  las  riquezas  que  Colon  se  prometia  hallar. 
Pensando  siempre  que  habia  llegado  a  las  rejiones  orienta- 
es  del  Asia,  el  jefe  de  la  espedicion  creyó  que  adelantando 
ms  reconocimientos  hacia  el  occidente  descubriria  pueblos 
ñas  civilizados  i  mas  ricos. 

Desde  el  14  hasta  el  24  de  octubre  descubrió  diversas 
islas  al  occidente  de  aquella  isla.  Visitó  la  de  Acklin,  que 
denominó  Concepción,  la  Crocked,  que  llamó  Isabela,  i  en 
seguida  una  angosta  i  larga  faja  de  tierra  denominada  aho- 
ra Long-Island,  que  circunnavegó  para  reconocer  si  era  la 
estremidad  de  un  continente,  i  le  dio  el  nombre  de  Fernan- 
dina.  En  todas  partes  los  cnstellanos  encontraron  habitan- 
tes mas  o  menos  bárbaros  que  los  recibiancon  igual  sorpre- 
sa, pero  que  al  fin  se  mostraban  afables  i  afectuosos.  En 
esasisias  vieron  que  los  naturales  usaban  en  sus  adornos 
algún:  s  planchitas  de  oro;  i  como  les  preguntaran  de  dónde 
sacaban  ese  metal,  todos  ellos  señalaban  el  sur.  Colon  re- 
solvió dirijir  su  rumbo  hacia  esa  parte;  i  en  efecto  el  28  de 
octubre  tocó  en  la  isla  de  Cuba,  que  denominó  Juana  en  ho- 
nor del  príncipe  heredero  de  la  corona  española.  La  tierra 
aquehabia  abordado  (sin  duda  el  puerto  de  Jibara),  era 
desigual,  cubierta  de  colinas  i  de  montañas,  de  rios,  bosques 
¡llanuras,  todo  lo  que  hizo  creer  a  Colon  que  habia  llegado 
al  continente,  i  que  ese  territorio  formaba  parte  del  Asia. 
Las  primeras  esploraciones  que  mandó  hacer  en  el  interior, 
lo  confirmaron  en  esta  convicción.  Sus  enviados  encontra- 
ron pueblos  mas  civilizados  c|ue  en  las  otras  islas  que  vivían 
en  unas  especies  de  aldeas  hasta  de  mil  almas  i  que  cultiva- 
ban la  tierra  para  procurarse  algunos  alimentos.  Entonces, 
por  primera  vez,  conocieron  los  europeos  el  maiz,cuyo  gra- 
no suplia  en  el  nuevo  mundo  la  falta  del  trigo.  En  cambio, 
los  españoles  encontraron  poquísimo  oro;  pero  por  las  señas 
délos  naturales,  supieron  c^ue  en  una  isla  grande  que  ha- 
bia al  occidente  de  Cuba  se  hallaba  en  mayor  abundancia. 
2olon  siguió  su  viaje  sin  alejarse  mucho  de  la  costa,  i  aun 
ocando  en  algunos  de  sus  puertos  para  reconocer  el  pais. 


150  HISTORIA    DB    AMRRIGA 

Martín  Alonso  Pinzón,  que  mandaba  la  PintHj  queriend 
tomar  posesión  antes  que  nadie  de  los  tesoron  de  la  isla  ii 
dicada  se  separó  de  la  escuadrilla  despreciando  las  señaU 
que  Colon  le  hacia  para  que  se  reuniese  a  las  otras  nave 

Esta  deserción  cambió  los  planes  del  jefe  espedicionaric 
Queriendo  dar  tiempo  a  que  la  Pinta  pudiera  reunirse!» 
Colon  avanzó  lentamente  por  aquella  costa,  i  sólo  el  5  d 
Diciembre  avistó  la  isla  de  Haití,  a  que  dio  el  nombre  d 
Española.  Reconoció  una  parte  de  la  costa  setentrional  d 
esta  isla,  i  entróen  tratoscon  los  naturales.  Tenian,  en  efe< 
to,  mas  oro  que  los  pobladores  de  las  otras  islas,  i  se  apn 
suraban  a  cambiarlo  por  cascabeles,  avalónos  i  alfileres 
Por  ellos  supo  Colon  que  el  oro  que  tenian  los  isleños  s 
hallaba  en  abundancia  en  un  pais  montañoso  llamado  Ci 
bao  i  situado  un  poco  mas  al  este.  Inmediatamente  qu¡S( 
adelantar  los  reconocimientos  por  esa  parte  de  la  isla,  i  fu 
en  efecto  a  fondear  a  una  ensenada  a  que  dio  el  nombre  d 
Santo  Tomas. 

Pistaba  esta  rejion  de  la  isla  sujeta  a  la  autoridad  de  ui 
poderoso  jefe  llamado  Guacanagari,  a  quien  sus  vasallo 
daban  el  título  de  cacique  ^.   Los  primeros  españoles  qu 


3  El  nombre  de  cacique  sólo  lo  usaban  los  señores  de  alguna 
de  las  islas.  Colon  supo  en  Haití  que  al  reí  llamaban  cacique  (La 
Casas,  Hist,,  t.  I,  p.  382)  Los  españoles  lo  estendieron  mas  tard 
en  toda  la  América  para  designar  a  los  jefes  de  las  tril)us  indíje 
ñas.  Igual  cosa  ha  sucedido  con  la  palabra  ma/z,  con  que  era  ce 
nocido  en  las  Antillas  el  grano  designado  ahora  con  este  nombn 
Los  españoles  estendieron  en  toda  la  América  el  uso  de  esta  pah 
bra,  como  el  de  otra  ( i^uazabara),  que  significa  combate;  i  la  ve 
hurtcan  con  que  esos  isleños  designaban  las  grandes  tempestad* 
i  que  luego  se  jeneralizó  en  nuestra  lengua  como  en  otras  de  E\ 
ropa. 

Debemos  agregar  que  "desde  el  primer  viaje  de  Colon  se  con< 
cieron  en  España  voces  del  Nuevo  Mundo,  como  canoa,  que  puec 
decirse  la  primojénita  de  ellas,  pues  que  Nebrija  le  dio  cabida  < 
su  diccionario  castellano,  que  se  impriniióen  1493'*  (^ukkvo,  Apu, 
tacioncs  críticas  sobre  el  lem^uaíe  bo^otano^  5.*  ed.  París,  190 
páj.  G37. 


PARTB  8BGUNDA. -CAPÍTULO  HI  151 

desembarcaron  en  aquella  isla  hicieron  a  Colon  una  pintu- 
ra taa  lisonjera  del  paia  i  de  sus  habitantes  que  iiimedia- 
-tamente  se  puso  en  viaje  para  otro  punto  de  la  costa  en  que 
podia   celebrar  una  entrevista  con  el  cacique.  En  la  noche 
del   24  de   diciembre,  la  Santa  María,  arrastrada  por  una 
corriente,  chocó  contra  un  escollo,  se  abrió  cerca  de  la  qui- 
lla i  fué  inundada  por  el  agua  con  tanta  rapidez  que  su 
pérdida   se  hizo  inevitable.  En  esos  momentos  de  jeneral 
conflicto,  Colon  conservó  su  sangre  fria  i  aun  dictó  las  me- 
dilas  que  parecían  necesarias  para  salvar  la  nave.  Todo  fué 
inútil.  Felizmente  la  calma  del  mar  i  el  socorro  de  las  cha- 
lupas de  la  Niña  que  llegaron  oportunamente,  impidieron 
que  alguien  pereciese.  Tan  luego  como  los  isleños  advirtie- 
ron esta  desgracia,  corrieron  en  tropel  a  la  ribera  con  Gua- 
canagari  a  su  cabeza;  i  en  lugar  de  aprovecharse  de  la  si- 
tuación   de  los  españoles  para  deshacerse  de  ellos,  se  em- 
barcaron en  gran  número  de  canoas  i  les  ayudaron  a  salvar 
todo  lo  que  pudo  sacarse  de  la  embarcación.  Al  dia  siguien- 
te, el  mismo  cacique  pasó  a  bordo  de  la  Niña  para  consolar 
a  Colon  de  su  pérdida  i  para  ofrecerle   los  auxilios  que  pu- 
diera suministrarle. 

La  situación  de  Colon  habia  llegado  a  hacerse  muí  difícil. 
Su  escuadrilla  se  hallaba  reducida  a  una  sola  nave.  Era  de 
temerse  que  Pinzón    se  hubiese  adelantado  para  llevar  a 
España  la  noticia  de  sus  descubrimientos  i  reclamar  para 
él  los  premios  acordados  por  la  corona.  El  almirante  pensó 
en  dejar  en  aquella  isla  una  parte  de  sus  compañeros,  i  dar 
la  vuelta  a  Europa  con  el  resto,  aunque  la  tiave  que  le  que- 
daba era  la  peor  i  la  mas  estropeada  de  su  escuadrilla.  Este 
plan  fué  aceptado  por  sus  subalternos,  esperanzados  tai- 
vez  en  recojer  las  grandes  riquezas  que  encerraba  aquella 
isla.  Guacanagari  mismo    aplaudió  este  pensamiento  cre- 
yendo hallar  en  los  españoles  poderosos  ausiliares  contra 
los  caribes,  naturales  de  las  islas  vecinas,  que  hácian  fre- 
cuentes ¡nvasií)nes  en  sus  dominios,  sembrando  en  ellos  la 
consternación  i  el  espanto.  Colon  construyó  un  fortin,  hizo 
abrir  un  foso  profundo  i  levantar  parapetos  guarnecidos 


152  HISTORIA   Dü   AMÉRICA 


de  palizadas  en  que  fueron  colocados  los  cañones  salvados 
del  naufrajio.  En  diez  dias  la  obra  quedó  terminada  pacías 
al  ardor  que  en  los  trabajos  desplegaron  los  indíjenas. 
Aquella  fortaleza  recibió  el  nombre  de  Navidad:  cuarenta 
españoles  a  las  órdenes  de  Diego  de  Arana,  formaban  su 
guarnición. 

En  estas  esploraciones,  Colon  observaba  atentamente 
cuanto  veia.  **Entre  los  rasgos  característicos  del  célebre 
navegante,  merecen  sobre  todo  señalarse  la  penetración  i 
seguridad  con  que  abraza  i  combina  los  fenómenos  del 
mundo  esterior.  Observa  prolijamente  la  configuración  de 
los  paises,  la  fisonomía  de  las  formas  vejetales,  las  costum- 
bres de  los  animales,  la  distribución  del  calor  i  las  varia- 
ciones del  magnetismo  terrestre.  Obstinándose  en  descubrir 
las  producciones  de  la  India,  observaba  con  un  cuidado 
escrupuloso  las  raices,  los  frutos  i  las  hojas  de  las  plantas. 
En  el  diario  marítimo  de  Colon  i  en  sus  relaciones  de  viaje 
se  encuentran  establecidas  todas  las  cuestiones  hacia  las 
cuales  se  dirijió  la  actividad  científica  en  la  última  mitad 
del  siglo  XV  i  en  toda  la  duración  del  siguiente"   **. 

Antes  de  partir  de  la  isla  de  Haití,  Colon  se  empeñó  en 
fortificar  la  opinión  que  los  isleños  se  habian  formado  del 
poder  i  de  la  benevolencia  de  los  europeos.  Con  este  objeto, 
repitió  sus  obsequios  i  dispuso  su  jente  en  orden  de  batalla, 
para  mostrar  su  organización   militar  i  las  ventajas  de  sus 
armas.  Tomadas  estas  precauciones,  embarcó  muchos  ha- 
bitantes de  las  islas  que  habian  recorrido  i  las  muestras  de 
los  productos   naturales  que  podian  ser    objeto  del  comer- 
cio o  exitar  la  curiosidad  de  los  europeos,  i  se  dio  a  la  vela 
el  4  de  enero  de  1493.  Dirijióse  primero  al  este  a  fin  de  com- 
pletar la  esploracion  de  aíjuella  costa.  En  su  camino  encon- 
tró a  la  Pinta.  Elc¿ipitnn  Pinzón  hal)ia  reconocido  algunas 
islas  sin  rumbo   ni   concierto,  i  se  hallaba  perdido  en  íicjue- 
llos  mares  sin  sal)er  a  dónde   dirijirse.  El  jefe  lo  recibió  con 


4.   Hi'MBOLT,  Cosmos,  toni.  11,  páj.  320. 


PARTE    SEGUNDA.  —  CAPITULO    III  153 

bondad  i  finjió  creer  las  escusas  que  el  desertor  daba  para 
disculpar  su  perfidia. 

3.  Vuelta  de  Colon.— Reunidas  las  dos  naves,  se  pu- 
sieron en  camino  para  España  el  16  de  enero.  Colon  volvia 
a  Europa  con  la  convicción  profunda  de  que  acababa  de 
descubrir  la  estremidad  oriental  del  Asia.  Cibao,  según  él, 
era  el  Cipango  (Japón)  de  los  jeógrafos  de  la  edad  media,  i 
Cuba,  o  Cubagan,  formaba  parte  del  continente  i  era  el 
Catai  (China),  Halagado  con  la  idea  de  sus  descubrimien- 
tos, i  favorecido  por  los  vientos,  habia  hecho  mas  de  dos 
tercios  de  la  navegación  cuando  se  levantó  una  formidable 
tempestad  que  separó  a  la  Pintay  i  puso  a  la  Niña  en  el  ma- 
yor peligro.  Todos  los  recursos  que  pudo  inventar  la  espe- 
riencia  de  Colon,  se  pusieron  en  práctica  para  libertar  la 
nave;  pero  nada  podia  resistir  a  la  violencia  de  la  tempes- 
tad; i  como  se  hallaban  todavía  mui  distantes  de  Europa, 
creyó  que  su  pérdida  era  inevitable.  En  tan  angustiosos 
momentos,  i  cuan  Jo  todo  hacia  creer  que  la  noticia  de  sus 
descubrimientos  no  Ucgaria  a  Europa,  Colon  escribió  en 
dos  pergaminos  ¡a  relación  abreviada  de  su  viaje,  los  en- 
volvió cuidadosamente  en  encerados  i  los  puso  en  dos  to- 
neles; uno  fué  arrojado  al  mar  con  la  esperanza  de  que 
algún  feliz  accidente  salvase  un  depósito  tan  precioso.  El 
otro  quedó  en  la  nave  pata  ser  arrojado  al  agua  en  el  mo- 
mento del  naufrajio. 

Pero  i  a  providencia  velaba  por  la  salvación  de  aquel 
puñado  de  aventureros  que  volvia  a  Europa  a  anunciar 
tan  portentoso  descubrimiento.  El  viento  calmó,  las  olas 
se  aplacaron,  i  el  15  de  febrero  se  divisó  tierra.  Era  la  isla 
de  Santa  María,  una  de  las  que  componen  el  archipiélago 
de  las  Azores.  Colon  sufrió  allí  un  nuevo  contratiempo:  el 
gobernador  portugués  de  la  isla,  creyendo  servir  a  los  inte- 
reses de  su  gobierno,  apresó  á  los  marineros  españoles  que 
habian  desembarcado  a  cumplir  un  voto  relijioso  que  hi- 
cieron en  el  momento  del  peligro;  i  sólo  después  de  mu- 
chas dilijencias  obtuvieron  su  libertad.  Al  partir  de  las 
Azores,  los  marinos  españ  /..s  sufrieron  una  nueva  tempes- 


154  HISTORIA    DB  AMÉRICA 


tad  que  destrozó  las  velrs  de  la  nave  i  la  puso  a  punto  de 
perderse.  El  viento  los  arrojó  mucho  mas  lejos  de  lo  que 
pensaban;  i  el  3  de  marzo  se  encontraron  enfrente  de  las 
costas  de  Europa,  pero  no  cerca  de  los  puertos  de  España, 
como  hubieran  querido,  sino  a  inmediaciones  de  la  embo- 
cadura del  Tajo,  a  donde  pudieron  arribar  con  gran  difi- 
cultad. 

Colon  se  apresuró  a  escribir  una  carta  anunciando  su 
arribo  a  los  monarcas  de  España,  i  a  pedir  al  rei  de  Por- 
tugal permiso  para  desembarcar  en  Lisboa.  Don  Juan  II  lo 
recibió  con  particular  ajorado,  i  supo  de  su  boca  las  inci- 
dencias del  viaje  maravilloso  que  habia  llevado  a  cabo  el 
hábil  marino  a  quien  sus  consejeros,  pocos  Antes,  acusaron 
de  loco.  Algunos  señores  de  la  corte,  con  todo,  no  pudieron 
mirar  sin  envidia  los  descubrimientos  que  acababa  de  hacer 
Colon  para  la  corona  de  Castilla,  i  trataron  de  la  conve- 
niencia que  resultaria  al  Portugal  del  asesinato  de  aquel 
glorioso  huésped.  El  noble  i  caballeroso  rei  don  Juan  re- 
chazó esta  proposición,  i  aunque  pesaroso  de  que  ese  viaje 
no  se  hubiere  hecho  por  cuenta  de  sa  patria,  facilitó  la 
vuelta  de  Colon  a  España. 

El  viernes  15  de  marzo  de  1493,  a  eso  de  medio  dia,  la 
nave  de  Colon  entró  al  puerto  de  Palos.  Sus  habitantes 
creian  que  la  escuadrilla  espedicionariahabriá  desaparecido 
en  el  océano,  i  habian  perdido  la  esperanza  de  ver  la  vuelta 
de  sus  deudos  i  amigos.  El  arribo  de  la  Niñít  fué  saludado 
por  el  pueblo  con  las  mas  espléndidas  manifestaciones  de 
entusiasmo.  Se  echaron  a  vuelo  todas  las  campanas;  i  los 
raajistrados  seguidos  de  casi  todos  los  habitantes,  fueron  a 
recibir  a  Colon  a  la  ribera.  Su  admiración  subió  de  punto 
cuando  supieron  que  habia  descubierto  dilatadas  rejiones  i 
cuando  vieron  los  habitantes  de  acjuellos  paises  i  las  mues- 
tras de  sus  producciones.  El  regocijo  del  pueblo  sólo  era  tur- 
bado por  la  incertidumbre  en  que  estaba  sobre  la  suerte  de 
la  Pinta;  pero  en  la  tarde  de  e-e  mismo  dia  entró  al  puerto. 
El  capitán  Pinzón,  que  se  habia  separado  de  su  jefe  en  me- 
dio de  una  tempestad,  para  llegar  antes  que  él  a  España  i 


PARTK   8BOCNOA. — CAP1TUI-0   HI  155 

comunicar  la  noticia  del  descubrimiento,  se  había  visto  obli- 
gado a  recalar  a  un  puerto  de  Galicia,  i  llegaba  turbado  i 
confundido  al  encontrar  a  Colon  en  Palos,  aplaudido  por 
el  pueblo  i  aclamado  por  sus  descubrimientos.  Bn  su  despe- 
cho, Pinzón  no  quiso  bajar  a  tierra;  pero  pocos  dias  des- 
pués desembarcó  i  murió,  víctima  de  la  envidia  i  de  los  re- 
mordimientos ^  . 

Los  reyes  de  España  se  hallaban  entonces  en  Barcelona. 
Al  saber  el  arribo  de  Colon,  le  escribieron  una  afectuosa 
carta  pidiéndole  que  fuera  a  darles  cuenta  de  su  espedicion. 
El  almirante,  porque  este  era  el  título  con  que  desde  enton- 
ces se  le  conoció,  recojió  en  el  camino  los  mas  brillantes  tes- 
timonios de  la  admiración  pública,  e  hizo  en  Barcelona  una 
entrada  triunfal.  Toda  la  ciudad  salió  a  recibirlo.  Colon 
marchaba  en  medio  de  los  isleños  que  traia  de  los  paises  re- 
cien descubiertos,  i  que  conservaban  sus  trajes  nacionales. 
El  oro  i  los  demás  productos  de  aquellas  rejiones  eran  lle- 
vados delante  de  él  en  canastos  i  jarros  descubiertos.  Acom- 
pañado de  un  inmenso  pueblo,  llegó  hasta  el  palacio  donde 
lo  esperaban  Fernando  e  Isabel.  El  almirante  quiso  arrodi- 
llarse a  sus  pies,  pero  ellos  le  mandaron  que  se  sentara  en 
su  presencia.  Después  de  manifestarles  su  gratitud  por  los 
favores  que  habia  recibido,  Colon  les  hizo  una  relación  de 
su  viaje  i  de  sus  descubrimientos,  i  les  presentó  los  indios 
que  los  acompañaban  i  los  objetos  preciosos  que  habia  lle- 
vado. En  seguida  toda  la  comitiva  se  puso  de  rodillas  en  la 
misma  sala  del  trono,  i  entonó  el  Te  Deum.  Fernando  con- 
firmó a  Colon  todos  sus  privilejios;  i  la  reina  le  i)ermítió 
que  usara  en  su  escudo  las  armas  de  Castilla  i  de  León,  con 
otros  emblemas  de  sus  títulos  i  alusivos  a  sus  descubri- 
mientos. 

4.  El  papa  deslinda  las  posbsiones  ultramarinas  de 
LOS  españoles  i  de  los  portugueses.— La  noticia  de  la 
vuelta  de  Colon  se  estendió  rápidamente  en  Europa,  i  produjo 
en  todas  partes  sorpresa  i  entusiasmo.  Pedro  Martyr  de 


^  Muñoz,  Hist.  del  nuevo  mundo,  lib.  IV;  páj.  150. 


lf>tí  HISTORIA   DE   AMÉRICA 

Anglería,  célebre  erudito  italiano  que  entonces  residía  en 
España,  decia  en  una  carta:  *'Yo  no  dejíiria  este  pais  por- 
que estoi  a  la  espera  de  las  noticias  que  nos  llegan  de  las  re- 
jiones  recien  descubiertas,  i  porque  puedo  aguardar  que  ha- 
ciéndome el  historiador  de  tan  grandes  sucesos,  podré  legar 
mi  nombre  a  la  posteridad.**  Los  sabios  se  preguntaron  si 
los  países  descubiertos  por  Colon  eran  un  nuevo  mundo  o 
si  pertenecían  a  algunas  de  las  divisiones  ya  conocidas  de 
la  tierra.  El  almirante  sostenía  su  primera  idea,  esto  es  que 
las  tierras  esploradas  eran  las  rejiones  orientales  del  Asia, 
denominadas  Indias.  Comparáronse  las  producciones,  los 
animales  i  los  hombres  traídos  por  Colon  con  aquellos  que 
los  viajeros  habían  hallado  en  Asia;  i  la  semejanza  que  se 
notaba  entre  ambos  di6  lugar  a  que  la  Europa  entera  cre- 
yera que  lo?  países  esplorados  por  Colon  eran  los  mismos 
que  algunos  siglos  antes  habia  descrito  Marco  Polo.  Las 
rejiones  recien  visitadas  recibieron  el  nombre  de  Indias. 
Cuando  mas  adelante  se  descubrió  el  error,  estos  países 
fueron  llamados  Indias  occidentales^  i  sus  habitantes  coa- 
servan  hasta  ahora  el  nombre  de  indios. 

De  aquí  surjió  una  nueva  dificultad.  En  años  atrás,  el 
Papa  habia  concedido  a  los  portugueses  la  propiedad  í  po- 
sesión de  los  países  que  descubrieran;  i  yendo  los  navegan- 
tes de  cada  nación  en  busca  de  las  Indias,  podían  encon- 
trarse en  sus  conquistas,  de  donde  habían  de  nacer  infini- 
tas dificultades.  Los  reyes  españoles  recurrieron  al  papa 
para  obtener  la  soberanía  de  sus  futuras  conquistas. 

Ocupaba  entonces  la  sede  pontificia  Alejandro  VI,  espa- 
ñol de  nacimiento,  i  ligado  al  reí  Fernando  por  relaciones 
políticas.  Este  publicó  una  bula  (3  de  mayo  de  1493)  ")orla 
que  concedia  a  los  monarcas  españoles  '*los  mismos  dere- 
chos, privilejios  e  induljencias  respecto  de  las  rejiones  nue- 
vamente halladas,  que  los  que  hablan  sido  concedidos  a  los 
portugueses  para  sus  descubrimientos  en  África,  bajo  la 
misma  condición  de  propagar  la  fe  católica.*'  A  fin  de  evitar 
toda  disputa  entre  los  dos  estados,  el  papa  trazó  por  otra 
bula  (4  de  mayo  de  1498)  una  línea  de  demarcación  de  un 


PARTB    SEGUNDA. — CAPÍTCLO    III  157 

polo  a  otro  i  a  cien  leguas  al  oeste  de  las  islas  Azores.  Los 
españoles  eran  reconocidos  como  dueños  de  todas  las  tie- 
rras de  infieles  que  conquistasen  al  occidente  deesa  línea: 
los  portugueses  conservaban  igual  derecho  al  oriente  de 
ella. 

Se  puede  creer  que  el  almirante  fué  consultado  en  estas 
negociaciones,  i  que  según  las  impresiones  que  habia  reci- 
bido en  su  primer  viaje,  Colon  deseaba  que  la  demarcación 
física  se  convirtiese  en  demarcación  política.  Esa  línea  pa- 
saba por  la  lonjitud  en  que  Colon  habia  visto  el  mar  cu- 
bierto de  yerbas,  i  en  que  habia  notado  las  variaciones  de 
la  brújula,  i  que  según  él,  dividia  naturalmente  al  globo  en 
dos  climas  diferentes  ^. 

El  rei  de  Portugal  no  aceptó  la  división  hecha  por  el  so- 
berano pontífice,  i  aun  pareció  dispuesto  a  entorpecer  los 
descubrimientos  de  los  españoles.  Don  Juan  II  hubiera  que- 
rido que  la  línea  divisoria  se  trazara  de  oriente  a  poniente 
por  el  paralelo  de  las  Canarias,  i  que  los  descubrimientos 
hechos  al  sur  fuesen  para  su  corona,  dejando  el  norte  libre 
a  los  españoles.  Mientras  entablaba  negociaciones  diplo- 
máticas con  este  objeto,  los  soberanos  de  Castilla  i  Aragón 
activaron  los  aprestos  de  una  nueva  espedicion  descubrido- 
ra que  zarpó  de  Cádiz  en  aquel  mismo  año.  Don  Juan  II  se 
conformó  mas  tarde  con  que  se  tirase  la  línea  divisoria  a 
370  leguas  al  occidente  de  las  Azores.  Esto  fué  lo  que  se  es- 
tipuló por  el  tratado  de  Tordesillas,  con  fecha  7 de  junio  de 
1494.  Ni  en  la  bula  de  donación,  ni  en  este  tratado,  los  so- 
beranos previeron  una  grave  dificultad:  navegando  con  di- 
recciones opuestas  al  rededor  del  globo,  los  españoles  i  los 
portugueses  debian  encontrarse  mas  tarde  en  los  mares  de 
la  India  i  envolverse  en  nuevos  embarazos. 

5.  Segundo  viaje  de  Colon.— A  pesar  de  todo  el  empeño 
que  pusieron  los  reyes  para  disponer  la  segunda  espedicion 
del  almirante,  los  preparativos  duraron  mas  de  cinco  me- 


6  HüMBOLDT.  Htstoire  de  la  géographtc  de  notiveau  Continent 
tom.  III,  páj.  64  i  s.— Id.  Tableau  de  la  naturc^  tom.  I,  páj.  84. 


158  HISTORIA   DB  AMÉRICA 


ses.  En  este  tiempo  aprestaron  diecisiete  naves,  tres  de  las 
caales  eran  de  alto  bordo,  i  se  habian  reunido  mil  quinien- 
tas personas,  entre  las  que  se  contaban  algunos  jentiles 
hombres  que  habian  obtenido  el  permiso  de  establecerse  en 
los  paises  recien  descubiertos.  Colon  habia  embarcado  mu- 
chos artesanos,  algunos  caballos,  vacas,  ovejas,  cabras, 
cerdos  i  aves,  herramientas  de  todo  jénero,  semillas  de 
varías  especies,  víveres  en  abundancia  i  los  demás  ob- 
jetos que  se  creian  útiles  para  la  fundación  de  una  colo- 
nia. Los  monarcas  pusieron  a  su  lado  a  frai  Bernardo  Boil, 
monje  benedictino,  con  el  cargo  de  vicario  apostólico,  i  otros 
relijiosos  encargados  de  propagar  el  cristianismo  en  las  re- 
jiones  occidentales.  Parece  también  que  frai  Juan  Pérez,  el 
prior  de  la  Rábida  que  habia  protejido  a  Colon  en  su  des- 
gracia, fué  nombrado  astrónomo  de  la  espedicion,  i  que  en 
este  rango  acompañó  al  almirante  en  su  segando  viaje  '*. 
Iba  también  con  él  su  hermano  menor  don  Diego  Colon. 

No  sólo  estos  aprestos  retardaron  la  salida  de  la  espedi- 
cion. Los  reyes  crearon  un  consejo  especial  para  entender 
en  los  negocios  de  las  Indias,  i  comenzaron  a  reglamentar 
el  comercio  con  esos  paises.  La  presidencia  de  ese  consejo 
fué  dada  a  don  Juan  Rodríguez  de  Fonseca,  arcedean  de  la 
catedral  de  Sevilla,  el  cual  por  su  posición  debia  comuni- 
carse frecuentemente  con  Colon.  Estas  relaciones,  sin  em- 
bargo, no  fueron  nunca  cordiales:  desde  el  primer  tiempo  de 
la  fundación  del  Consejo  de  Indias,  Fonscca  i  sus  subal- 
ternos pusieron  dificultades  i  dilaciones  a  los  proyectos  del 
almirante,  aun  contra  las  instrucciones  de  los  soberanos 
que  querían  que  en  todo  se  consultasen  los  deseos  de  éste. 

Por  fin,  los  aprestos  quedaron  terminados,  i  Colon  pudo 
salir  de  Cádiz  el  25  de  setiembre  de  1498.  En  los  primeros 
dias  de  octubre  tocó  en  las  Canarias,  donde  aumentó  su 
provisión  de  víveres  i  de  agua.  En  lugar  de  seguir  el  para- 
lelo de  estas  islas,  como  en  su  primer  viaje,  se  inclinó  un 


7  Muñoz,  Historia  del  Nuevo  Mundo,  Hb.  IV,  páj.  167  — Rosb- 
Li  Y  DK  LüKGUES,  Christophe  Coíomb,  liv  I,  cap.  XIL 


PASTB   SBOrNDA. CAPÍTULO   UI  159 

poco  al  sur,  i  luego  diríjió  su  rumbo  al  oeste  para  buscar 
los  vientos  tropicales.  En  efecto,  su  navegación  fué  com- 
pletamente feliz;  i  después  de  veintiséis  dias  de  viaje 
descubrió,  el  3  de  noviembre,  la  isla  de  la  Dominica,  situada 
enel  archipiélago  de  las  Antillas.  En  seguida  diríjió  su  rum- 
bo al  norte  i  reconoció  la  Guadalupe,  la  Antigua  i  la  de 
San  Cristóbal,  a  las  cuales  denominó  islas  del  Viento.  En 
todas  ellas  encontró  los  pueblos  feroces  de  que  le  habia  ha- 
blado el  cacique  Guacanagarí,  que  comian  carne  humana 
i  que  adornaban  sus  habitaciones  con  ios  restos  de  sus  ho- 
rribles banquetes. 

Impaciente  por  conocer  el  estado  de  la  colonia  de  Navi- 
dad, el  almirante  descuidó  la  esploracion  de  aquellas  islas; 
i  navegando  al  sur  de  la  de  Puerto-Rico,  llegó  a  la  estremi- 
dad  oriental  de  la  Española.  El  fuerte  que  habia  hecho 
construir  estaba  demolido:  de  la  guarnición  que  habia  de- 
jado sólo  quedaban  algunos  huesos  esparcidos  i  diversos 
restos  de  vestuarios.  Los  mismos  naturales  refirieron  á 
Colon  lo  que  habia  pasado.  Los  españoles  por  sus  violen- 
cias i  por  sus  querellas  entre  ellos  mismos,  habian  perdido 
el  respeto  de  los  isleños  i  provocado  su  rabia  con  los  malos 
tratamientos  para  quitarles  el  oro  i  las  mujeres.  El  coman- 
dante Arana  habia  sido  impotente  para  contener  a  sus 
subalternos.  El  cacique  de  Cibao  encabezó  la  resistencia, 
mató  a  algunos  españoles  que  habian  llegado  hasta  su  te- 
rritorio, i  fué  en  seguida  a  destruir  el  fuerte  de  Navidad  i  a 
esterminar  el  resto  de  su  guarnición.  Los  que  escaparon  de 
las  manos  de  sus  enemigos  se  arrojaron  al  mar  para  po- 
nerse en  salvo  i  perecieron  ahogados.  El  cacique  Guacana- 
garí i  sus  vasallos,  tan  afectuosos  antes  con  los  europeos, 
losrecibieron  ahora  con  frialdad,  o  mas  bien  con  un  enco- 
no mal  encubierto  ®. 


^  BsRNÁLDRZ.  cura  de  los  Palacios.  Cr'mica  de  los  reyes  cató- 
¡¡eos,  cap.  CXX.  tom.  I,  pá¡.  293  i  siguientes.  Este  autor  ha  con- 
signado en  su  crónica  las  prolijas  noticias  acerca  del  seguado  via- 
je de  Colon,  recojtdas  de  boca  de  los  testigos  i  actores  de  aquellos 
SQcesop. 


160  HISTORIA    DB    AMÉRICA 


6.  Fundación  de  la  primera  ciudad:  esploracion  de 
LA  Española— Los  castellanos  habrían  querído  vengar 
la  muerte  de  sus  compatríotas;  pero  el  almirante  se  opuso 
a  ello  no  sólo  porque  creía  que  las  represalias  eran  injus- 
tas sino  porque  esperaba  ganarse  a  los  isleños  por  medio 
de  halagos  i  cariños.  Sin  embargo,  no  pudo  vencer  su  des- 
confianza, i  llegó  a  prever  el  odio  profundo  en  que  se  iba  ^^ 

a  convertir  la  anterior  benevolencia  de  aquellos  salvajes 

Después  de  adelantar  sus  reconocimientos.  Colon  hallóle 
en  aquella  costa  un  lugar  que  le  pareció  a  propósito  par^^ 
fundar  una  colonia.  **Tenia  junto  un  rio  principal,  dice  e?^ 
cronista  Bemáldez.  Allí  comenzó  a  edificar  una  ciudad,  ^^ 
la  cual  puso  nombre  Isal^ela;  comenzóse  a  edificar  una  ^^  ; 
lia  sobre  la  la  ribera  del  mar  en  mui  lindo  lugar.  Es  ta^^ 
verde  que  en  ningún  tiempo  fuego  le  podia  quemar;  comer^^ 
zaron  a  sembrar  hortalizas  e  muchas  cosas  de  las  de  ac^^. 
crecían  mas  allá  en  ocho  días  que  acá  en  Castilla  e^^ 
veinte." 

La  colonia,  sin  embargo,  fué  fundada  bajo  los  peor^í"  s 
auspici  )s.   Cuando  los  compañeros  de  Colon,  que  creía  '^^ 
recojer  sin  trabajo  alguno  grandes  cantidades  de  oro,  v¡«=rr- 
ron  que  se  alejaba  esta  brillante  perspectiva,  no  sólo  po*^^' 
que  el  país  era  menos  rico  de  lo  que  se  les  había  anunciad  ^ 
sino  también  por  la  malquerencia  de  los  indios,  se  dejaro  '^^ 
dominar  por  la  desesperación  i  el  descontento.   El  almirar*  ' 
te  ademas  quería  que  la   nueva  ciudad  fuese  rodeada  d  ^^ 
trincheras  para  ponerlas  a  salvo  contra  los  ataques  de  lo  ^ 
índijenas.  i  oblisjó  a  todos  los  colonos  a  trabajar  en  est^^ 
obra;  ])ero  muchos  de  ellos,   que    se  creían   mui  elevado^^ 
para  tomar  parte  en  esos  trabajos,  se  irritaron   contra  sv^ 
jefe.  Antes  de   mucho  tiempo,   se    hicieron  sentir  diversa^ 
enfermedades  en  la  colonia  causadas   por  el  cambio  de  cli^ 
ma  i  por  el  desarreglo  de  sus  pobladores.   Colon  reconoció 
con  el  mas  profundo  pesar  que  los  n-í veres  embarcados  en 
Cádiz  eran  de  mala  calidad  i  mas  escasos  de  lo  que  él  mis- 
mo había  creído.   Los  comisarios  de  la  corona  lo  habían 
engañado. 


PARTB    fiEOüNDA. — CAPÍTULO    III  ICl 


Colon  trataba  de  mandar. a   España  una  parte  de  su  es- 
cuadra para  comunicar  noticias  de  sus  descubrimientos  i 
pGciW  nuevos  víveres  i  algunas  medicinas.   Quería,  sin  em- 
b^i^Tgo,  comunicar  a  la  corte  noticias  menos  tristes  que  la 
de'Struccion  de  la  primera  colonia  i  el  deplorable  estado  en 
q-cic  se  hallaban  los  habitantes  de  Isabela,  i  deseaba  remitir 
algunas  muestras  de  la  riqueza  de  aquellas  rejiones.  Con  el 
objeto  de  procurárselas,  despachó  a  dos  caballeros  jóvenes 
e  intrépidos  para  que  por  diversos  caminos  fueran  a  exa- 
minar el  interior  de  la  isla. 

Ambos  emisarios  hicieron  penosas  marchas  para  descu- 
brir los  ricos  minerales  de  que  liabian  oido  hablar.  Alonso 
de  Ojeda,  que  era  uno  de  ellos,  descubrió  no  sólo  los  arro- 
yos que  arrastraban  en  sus  corrientes  pedacitos  de  oro  sino 
también  las  montañas  que  encerraban  piedras  jaspeadas  con 
venas  de  rico  metal.  Entonces  el   almirante  reunió  algunas 
muestras  de  aquellas  producciones,  i  comunicó  a  los  reyes 
sus  descubrimientos  haciéndoles  una  lijera  pintura  del  pais 
en  que  habia  fundado   la  colonia.   Embarcó  en  la  escua- 
dra a  los  indios  aprehendidos  en   las  islas  que  visitó  antes 
de  llejrar  a  la  Española  i  los   remitió  a  Castilla  para  que 
fueran  instruidos  en  la   rclijion  cristiana  i  en  el  idioma  de 
los  descubridores,  a  fin  de  convertirlos   mas  tarde  en  ins- 
trumento de  propaganda  civilizadora  i  en  intérpretes  de 
los  españoles.  El  2  de  febrero  de  1494  zarparon  de  Isabela 
doce  naves,  que  llevaban  a  España  noticias  de  Colon. 

El  constante  trabajo,  las  repetidas  fatigas,  i  masque  to- 
do, la  insalubridad  del  clima  postraron  a  Colon  durante 
algunos  días.  En  este  tiempo,  el  contador  de  la  espedicion 
Bernal  Díaz  de  Pisa  formó  una  facción  entre  los  desconten- 
tos y  propuso  que  se  aprovechasen  de  la  enfermedad  del 
Jefe  para  apoderarse  de  uno  o  de  los  cinco  buques  que  que- 
daban en  el   puerto,  i  marchar  a  España.   Por  fortuna,  el 
motin,  antes  de  ponerse  en  ejecución,  fué  descubierto,  como 
también  un  memorial,  escrito  por  el  contador,  que  contenia 
Jas  mas  graves  e  injustas  acusaciones  contra  el  almirante. 
Colon  se  condujo  con  ejemplar  moderación:  por  respeto  al 

TOMO  I  11 


1G2  IIIRTOTIIA    DE    AMÉRICA 


rango  de  Bernal  Díaz,  lo  puso  a  bordo  de  un  buque  para 
que  se  le  procesase  en  España,  i  castigó  a  los  demíis  conju- 
rados según  el  grado  de  su  culpabilidad.  Trasbordó  en  se-    - 
guida  a  la  nave  capitana  las  armas  i  municiones  de  los  ^ 
otros  buques,  i  dejándolas  a  cargo  de  personas  de  su  con — 
fianza,  creyó  remediado  el  daño  i  evitados  nuevos  movi — 
mientos  ^. 

El  almirante  pensó  entonces  en  hacer  una  esploracion  etmr^. 
el  interior  de  la  isla  para  examinar  prolijamente  sus  rique—  ^ 
zas  i  alentar  las  desfallecientes  esperanzas  de  los  colonos  .^ 

Dejó  en  la  Isabela  a  su  hermanó  menor  don  Diego  encarga i 

do  del  gobierno;  i  él  partió  para  Cibao  el  12  de  marzo  coh^ 
cerca  de  400  hombres  armados,  los  caballos  i  algún  numf— r 
ro  de  indios.  El  almirante  conoció  que  la  descripción  que  1 
habian  hecho  los  isleños  era  verdadera.  El  interior  de  1= 

isla,  aunque  poco  cultivado,  era  hermosísimo;  i  las  mina 

de  la  provincia  de  Cibao,  aunque  no  esplotadas  todavía^^ 

anunciaban  una  gran  riqueza.   Para  asegurar  la  posesio -■ 

de  estos  paises,   Colon  determinó  construir  una  fortalez     — 
en  un  sitio  ventajoso  cerca  de  un  rio  que  casi  le  servia  d 


9  Todos  los  historiadores  refieren  la  conspiración  de  Berní==5^ 
Díaz  de  Pisa  como  ocurrida  después  de  la  partida  de  las  naves  q«     ^ 
salieron  de  Isabela  el  2  de  febrero  de  1494,  i  así  lo  he  asentado  e  ^^ 
el  texto  por  no  separarme  de  autoridades  tan   respetables  com  '^^ 
don  Fernando  Colon,  Herrera  i  Muñoz;  pero  creo  que  tuvo  luga^  '^ 
¿íntes  de  la  salida  de  dichas  naves.   Lo  infiero  así  porque  en  cart-^^ 
de  los  re\'es  a  Colon  de  13  de  abril  de  1494,  en  que  le  acusan  rcc:^^ 
ho  de  la  relación  de  su  segunda  espedicion,  le  dicen:  **En  el   prime-    ^ 
viaje  que  para  acá  se  ficiere  enviad  a  Bernal  de  Pisa,  al  cual  No    ^ 
enviamos  mandar  que  ponga  en  obra  su  venida"  (Navarkktk,  C(^ 
lección,  etc.,  tom.  II,  pAj.  115).  Desgraciadamente,  faltan  losdocic 
mentos  referentes  al  segundo  viaje  de  Colon,  i  no  seria  estraño  qu^^ 
los  autores  indicados  hubiesen  caido  en   un  error  que  puede  consi  — 
derarsc  de  poca  importancia.  Herrera,  que  sin  duda  conoció  \a,$^ 
cartas  de  los  reyes  al   almirante  en  que  pedían  el  envió  de  fterna^- 
de  Pisa,  dice  que  esta  carta  fue  traida  a  las  Indias  por  don  l^arto^ 
lome  Colon;  pero,  ¿quién  pudo  llevar  a  l'^spaña  con  tanta  pronti- 
tud la  noticia  de  la  conspiración? 


PARTE    SEGUNDA.— CAPÍTULO   III  163 


cercado.  **Llam6se  la  fortaleza  de  Santo  Tomas,  porque  la 
jente  no  creía  que  hubiese  oro  en  aquella  isla  hasta  que  lo 
vio*'  ^^.  Allí  dejó  ^cincuenta  i  seis  hombres  a  las  órdenes  de 
Pedro  Marguerite,  para  la  defensa  de  los  trabajos  de  esplo- 
tacion. 

El  almirante  volvió  entonces  a  la  colonia.  La  falta  de 
provisiones  i  la  insalubridad  del  clima  habian  aumentado 
las  enfermedades  i  producido  un  jeneral  descontento,  que 
fomentaba  el  padre  Boil.el  cual  por  su  rango  desempeñaba 
funciones  superiores.  A  estos  males  se  agregaron  en  breve 
muchos  otros.  Los  isleños  del  interior,  a  quienes  Margante 
quería  forzar  al  trabajo  de  las  minas,  abandonaban  sus 
hogares,  i  aun  se  preparaban  para  la  resistencia.  Colon,  te- 
miendo que  de  ahí  nac¡e.«e  una  insurrección  jeneral,  despa- 
chó setenta  hombres  armados,  i  luego  hizo  salir  al  esfor- 
zado capitán  Alonso  de  Ojeda  con  un  destacamento  de  mas 
de  cuatrocientos  soldados.  La  vista  de  los  caballos  produ- 
jo entre  los  indios  una  impresión  singular  de  terror:  pensa- 
ron que  el  jinete  i  el  animal  formaban  un  solo  cuerpo,  i  que 
era  un  ser  dotado  de  razón,  puesto  que  lo  veian  maniobrar 
con  tanta  destreza  i  oportunidad.  Los  españoles  se  apro- 
vecharon de  este  temor  para  hacerse  respetar  i  establecer 
la  paz  en  sus  posesiones. 

7.  Nuevos  descubrimientos;  Jamaica.— El  almirante  qui- 
so aprovecharse  de  la  paz  paraíidelantar  los  descubrimien- 
tos. Dejó  el  mando  de  líi  Isabela  a  su  hermano  don  Diego, 
auxiliado  de  un  consejo  de  los  funcionarios  mas  caracteri- 
zados de  la  colonia;  i  el  24-  de  abril  zarpó  del  puerto  con 
una  nave  i  dos  carabeáis.  Visitó  de  nuevo  la  costa  se  ten - 
trional  de  la  isla,  i  pasando  por  el  canal  que  separa  a  ésta 
de  la  de  Cuba,  comenzó  la  esploracion  de  la  costa  meridio- 
nal de  esta  última.  Determinó  en  seguida  dar  una  vuelta 
hacia  el  sur,  i  el  14  de  mayo  descubrió  la  isla  de  Jamaica, 
que  le  pareció  la  mas  hermosa  de  cuantas  habia  visto.  Cos- 


ío Herrera,   Hist.  fie    Ins  Indias  occidentales^  dcc.  I,  libro  TI, 
cap  XII. 


101  II161ÓUIA    DM    AMÉRICA 


teando  después  el  sur  de  Cuba,  se  encontró  en  un  laberinto  de 
islotes  cubiertos  de  vejetacion,que  denominó  Jardines  de  la 
reina.  **Esta  navegación  por  entre  tantos  bancos  o  islas, 
causaba  gran  trabajo  al  almirante  porque  algunas  veces  se 
veia  precisado  a  volver  a  oriente,  otras  al  norte,  otras  al 
mediodía  según  la  disposición  de  los  canales,  porque  sin 
embargo  de  toda  la  dilijencia  i  aviso  que  empleaba  en  ha- 
cer sondar  el  fondo  i  que  se  pusiesen  hombres  en  la  gabia 
para  descubrir  el  mar,  tocaba  en  tierra  la  nave  muchas  ve- 
C39  porque  por  todas  partes  habia  innumerables  bancos  de 
arena''  n. 

Desembarazado  de  estos  obstáculos,  el  almirante  siguió 
reconociendo  la  costa  meridional  de  Cuba.  Durante  esta 
esploracion  esperimentó  gran  falta  de  víveres  i  tuvo  que 
sufrir  todo  jénero  de  padecimientos;  pero  Colon  los  sopor- 
taba con  paciencia  porque  creía  reconocer  los  mares  de  la 
India  i  esplorar  las  costas  de  la  China.  Sospechó  de  que 
Cuba  era  una  isla;  pero  pensando  que  andando  un  poco 
hacia  el  poniente,  llegaría  a  la  Quersoneso  Áurea  de  los 
antiguos  (Malaca)  i  podria  volver  a  España  por  el  Oriente 
llegando  al  Ganjes,  i  de  allí  al  golfo  Arábigo,  Etiopía  i  Jc- 
rusalem  i  entrar  en  Cádiz  por  el  Mediterráneo  i*-.  Sólo  la 
escasez  de  bastimentos  i  el  mal  estado  de  sus  buques  pudie- 
ron determinarlo  volver  a  la  Española.  El  almirante  entró 
al  puerto  de  Isabela  el  29  de  setiembre.  Las  fatigas  de  esta 
penosa  espedicionja  constante  vijilia  i  los  malos  alimentos 
habian  estenuado  sus  fuerzas,  de  tal  modo  que  al  llegar  a 
la  colonia  aloleciadc  un  profundo  letargo  i  se  hallaba  en 
un  estado  de  completa  insensibilidad. 

8.  Primera  oukrra  con  los  indíjrn'as.  — Durante  su 
ausencia,  la  colonia  habia  sido  el  teatro  de  lamentables 
escenas.  El  comandante  Mar;jjarite,  dcsprc'ciando  las  ins- 
trucciones que  le  dejó  el  almirante,  hal)ia   descuidado  los 


11  Don  Fernando  Colon,  líistorin  del  Alminwtc,  cap.  LVI. 

12  BüKNÁLDKZ,    Cróütcíi  (Ic  los  tcycs  cfitúlicos,  cap.   C'XXIII, 
tom.  I,  páj.  307. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    111  165 


trabajos  i  dejado  a  su  tropa  vivir  a  discreción  en  la  isla  i 
maltratar  a  los  naturales.  La  lucha  entre  éstos  i  los  con- 
quistadores habia  comenzado;  i  ni  el  comandante  de  la  fuer- 
za militar,  ni  el  padre  Boil  que  era  el  consejero  dejado  por 
Colon  pcara  ayudar  a  su  hermano  don  Diego,  habian  hecho 
cosa  alguna  para  evitar  estos  males,  i  aun  por  el  contrario 
parecían  haberlos  estimulado. 

En  este  tiempo  llegaron  a  la  Isabela  tres  navios  carga- 
dos de  víveres  que  los  reyes  remitian  al  almirante.  Man- 
daba estas  naves  don  Bartolomé  Colon,  marino  esperimen- 
tado  que  después  de  haber  hecho  algunas  navegaciones  con 
los  portugueses,  fué  comisionado  por  el  almirante  para  so- 
licitar del  rei  de  Inglaterra  los  recursos  con  que  hacer  su 
célebre  espedicion.  Don  Bartolomé  Colon  se  hallaba  en  Pa- 
rís cuando  supo  que  su  hermano  habia  realizado  su  empre- 
sa i  estaba  de  vuelta  en  Esjjaña.  Se  puso  en  marcha  para 
reunírsele,  pero  llegó  cuando  el  almirante  acababa  de  salir 
de  Cádiz  en  su  segundo  viaje.  Los  reyes  le  recibieron  con 
particular  cariño;  i  teniendo  que  mandar  algunos  auxilios 
a  la  Española  le  confiaron  el  mando  de  esas  tres  naves.  El 
hermano  del  almiriiute  era  un  hombre  hábil,  valiente  i  do- 
tado de  un  carácter  firme  i  enérjico. 

El  arribo  de  estas  tres  naves  proporcionó  a  los  descon- 
tentos una  oportunidad  de  volver  a  España.  El  padre  Boil, 
el  comandante  Margarite  i  algunas  otras  personas  de  su 
bando,  se  embarcaron  en  ellas  i  fueron  a  publicar  en  la 
corte  las  mas  duras  e  injustas  acusaciones  contra  el  almi- 
rante 1-^  Los  soldados,  hallándose  sin  jefe,  se  abandona- 
ron a  todo  jénero  de  excesos.  Los  isleños,  por  su  parte,  d(i- 
ban  muerte  a  todos  los  castellanos  que  encontraban  fuera 
de  las  fortificaciones. 

En  este  estado  encontró  el  almirante  la  colonia  cuando 


1^  Presumo  que  entonces  partió  para  España  Bernal  Díaz  de 
Pisa,  que  se  hallaba  en  Andalucía  en  abril  de  1495,  i  que  fué  lla- 
mado por  los  reyes  para  pedirle  cuenta  de  su  conducta. 


TAUTB    SKGUNDA. — CAPÍTULO    III  167 


regularizarla  para  sacar  de  ahí  una  renta  segura  con  que 
atender  al  mantenimiento  de  la  colonia  ^^. 

El  almirante  ademas  impuso  a  los  isleños  un  tributo  de 
>r'o  i  algodón  que  debian    pagar  cada  tres   meses.  Talvez 
l^cDlon  hubiera  querido  tratar  a  los  vencidos  con  mayor  in- 
Itjljencia:  pero  la  necesidad  en  que  se  veia  de  remitir  oro  a 
España  para  acallar  las  acusaciones  que  comenzaban  a  ha- 
cerle sus  enemigos,  lo  obligó  a  aceptar  un  arbitrio  que  re- 
cliíizaba  su  conciencia.  Esta  medida  ademas  produjo  desde 
luego  funestos  resultados.  Los  isleños,  acostumbrados  a  la 
ociosidad,  o  a  un  trabajo  mui  lijero,  no  podian  avenirse  a 
la  esplotacion  de  las  minas  o   de  los  lavaderos,  i  ofrecieron 
pajear  su  tributo  en   producciones  de  su   agricultura;  pero 
como  no   se  les  aceptaran  sus   proposiciones,  resolvieron 
suspender  sus  siembras  con  la  esperanza  de  que  los  españo- 
les sucumbieran  agobiados  por  el  hambre  o  abandonaran 
la  isla.  El  resultado  de  esta  hostilidad  fué  mas  desfavora- 
ble a  los  indíjenas  que  a  los  mismos  españoles.  Tuvieron 
que  vagar  por  los  bosques;  i  como  eran  perseguidos  sin  dar- 
les lugar  ])ara  cazar,   pescar  o  buscar  otros  alimentos,  el 
hambre  i  las  enfermedades  hicieron  en  ellos  horribles  estra- 
gos, *'de  tal  manera,  dice  el  cronista  Herrera,  que  por  esto 
i  por  las  guerras  hasta  el  año  de  149G  faltó  la  tercera  par- 
te de  la  jente  de  la  isla.'' 


^^  PRKSCOTT,  Historia  de  los  reyes  católicos^  parte  II,  cap. 
VlII.  Los  primeros  indios  que  llegaron  a  España  para  ser  vendi- 
dos como  esclavos  arribaron  en  1495,  en  las  naves  que  conducian 
al  padre  Boil  i  al  comandante  Margarite.  En  carta  de  12  de  abril 
de  14-95,  los  reyes  decían  al  presidente  del  consejo  de  Indias  Rodrí- 
guez de  Fonseca,  lo  que  sigue:  *'Cerca  de  lo  que  nos  escribiste  de 
los  indios  que  vienen  en  las  carabelas,  ])aréceuos  que  se  podrán 
vender  allá  mejor  en  esa  Andalucía  que  en  otra  parte,  debeilos  fa- 
cer vender  como  mejor  os  pareciere."  El  cronista  Bernáldcz,  con- 
temporáneo de  este  infame  tráfico,  refiere  que  lo?  cautivos  envia- 
dos a  España  i  vendidos  en  Sevilla  no  pudieron  soportar  el  cam- 
bio de  clima  i  murieron  al  poco  tiempo.  En  1501  la  reina  prohibió 
la  venta  de  los  indios  como  esclavos. 


168  HISTORIA    I>E    AMÉRICA 


9.  Vuelta  de  Colon  a  España.— Mientras  Colon  traba- 
jaba con  tanto  anhelo  por  engrandecer  esta  coíonia,  sus 
enemigos  minaban  su  crédito  en  España.  El  padre  Boil  i  el 
comandante  Margante  se  habían  constituido  en  sus  mas 
ardientes  detractores,  i  lo  acusaban  no  sólo  de  falsario  por 
haber  dado  noticias  de  las  Indias  que  no  correspondiau  a 
la  realidad,  sino  de  imprudente  i  ambicioso  que  desatendia 
los  intereses  de  la  colonia  por  ir  a  hacer  nuevos  descubri- 
mientos, i  de  cruel  por  haber  castigado  a  los  que  trataron 
de  sublevarse.  Por  grande  que  fuese  el  afecto  que  los  reyes 
profesaran  a  Colon,  estas  acusaciones  que  eran  apoyadas 
por  altos  personajes  de  la  corte,  despertaron  su  descon- 
fianza i  los  indujeron  a  despachar  un  emisario  encargado 
de  inquirir  la  verdad  de  lo  ocurrido.  Recayó  el  nombra- 
miento en  Juan  de  Aguado,  camarero  de  los  reyes,  hombre 
lijero  i  vanidoso  que  habia  de  empeorar  la  situación. 

Juan  de  Aguado  llegó  a  la  Isabela  en  el  mes  de  octubre 
1495.  El  almirante,  que  se  hallaba  en  campaña,  volvió  lue- 
go a  la  colonia  para  saludar  al  comisario.  Mientras  tanto. 
Aguado  se  habia  apresurado  a  levantar  un  sumario  contra 
Colon,  i  a  recojer  las  declaraciones  de  todos,  así  españoles 
como  indios,  que  quisieran  acusarlo  de  alguna  falta.  Fo- 
mentaba, al  efecto,  el  espíritu  de  seilicion,  anunciando  a  to- 
dos que  sus  poderes  eran  iliniitalos.  Resultó  de  aquí  (jue 
aquel  sumario  no  era  mas  que  el  eco  de  las  calumnias  forja- 
das contra  el  almirante. 

Colon  tenia  demasiado  juicio  para  no  conocer  su  situa- 
ción. Supuso  que  toda  defensa  (jue  intentara  ante  el  petu- 
lante comisario  seria  completamente  inútil,  i  confiado  cu  la 
rectitud  de  sus  actos,  resolvió  volver  a  España  i  presen- 
tarse a  la  corte  para  justificar  su  conducta.  Tomó  algunas 
medidas  militares,  guarneció  la  fortaleza  que  habia  comen- 
zado a  construir,  i  dio  a  su  hermano  don  Bartolomé  el  car- 
go de  gobernador  de  la  colonia  durante  su  ausencia.  A  mío 
de  los  alcaldes  de  la  Isabela,  nombradv>  Francisco  Roldan, 
confió  el  cargo  de  alcalde  de  toda  la  isla  para  ijue  adminis- 
trase justicia  en  su  reemplazo. 


PARTE    SEGUNDA.—  CAPÍTULO   III  IGD 


Poco  antes  de  embarcarse,  sobrevino  en  el  puerto  una  de 
esas  terribles  tormentas  conocidas  en  los  trópicos  con  el 
nombre  de  huracanes.  Las  cuatro  naves  que  habia  llevado 
.'\guado  se  perdieron,  i  sólo  quedó  una  carabelaque  el  almi- 
rante tenia  para  su  servicio,  i  los  restos  de  las  demás  que 
sirvieron  para  construir  otra.  Colon  cedió  una  al  comisario 
i  él  se  embarcó  en  la  otra  con  algunos  enfermos  de  la  colo- 
nia que  querían  volver  a  España.  El  10  de  marzo  de  1496 
salieron  ambos  del  puerto;  i  después  de  haber  tocado  en  las 
islas  de  Marigalante  i  Guadalupe  para  proveerse  de  algu- 
nos víveres,  se  dirijieron  a  Europa.  Como  los  marinos  no 
conocían  todavía  la  navegación  del  océano,  Colon  navegó 
sin  separarse  de  los  trópicos,  i  tuvo  que  sufrir  casi  constan- 
temente vientos  contrarios.  El  viaje  fué  por  esto  mui  peno- 
so i  largo;  el  hambre  llegó  a  tal  estremo  que  los  españoles 
trataron  de  dar  muerte  a  los  indios  que  iban  a  bordo  i  ali- 
mentarse con  sus  carnes,  o  a  lo  menos  pensaron  en  arrojar: 
los  al  mar  para  minorar  el  consumo  de  los  otros  alimentos; 
pero  Colon  se  opuso  resueltamente  a  ambas  cosas  repre- 
sentando a  sus  compañeros  que  aquellos  salvajes  eran  sus 
iguales  a  quienes  debian  miramientos  i  consideraciones. 

Después  de  tres  meses  de  navegación,  el  11  de  junio,  llegó 
al  puerto  de  Cádiz,  A  los  pocos  dias  se  puso  en  marcha  para 
Burgos,  donde  se  hallaba  reunida  la  Corte.  El  almirante 
iha  a  desvanecer  con  sni  presencia  las  acusaciones  que  ha- 
bian  forjado  sus  enemigos. 


CAPITULO  IV. 
Tercer  viaje  de  Colon:  %'iajefii  menores. 

(149G-1502) 

1.    Aprestos  para  una  nueva  esperlicion — 2.  Tercer  viaje  de  Colon. 
— 3.   Desórdenes  en  la  colonia.-  4.   Colon  es  conducido  preso  a 

España.— 5.  Amcrico  Vespucio— G.   Los  Cabot 7.   Viaje  de 

( )jeda  i  de  Vespucio 8.   Viajes  de  Niño  i  de  Pinzón 9.  Viajes 

de  Lepe  i  de  Bastidas;  segundo  viaje  de  Ojeda. 

1.  Aprestos  PARA  una  nueva  espedicion.— Al  llegar  a 
España,  Colon  se  habia  dejado  crecer  la  barba,  i  vestía  el 
hábito  de  fraile  franciscano,  talvezpara  cumplir  algún  voto 
hecho  en  el  momento  del  peligro  o  simplemente  por  humil- 
dad i  por  desengaño  de  las  cosas  del  mundo  i.  En  este  es- 
tado se, presentó  en  la  corte  que  se  hallaba  reunida  en  Bur- 
gos, celebrando  el  enlace  del  príncipe  don  Juan. 

El  almirante  fué  recibido  favorablemente  por  los  reyes. 
Isabel  sobre  todo  lo  trató  con  particular  distinción,  i  oyó 


1  Oviedo,  Hhtoría  jeneraí  i  natural  de  las  Indias^  lib.  II,  cap. 
XIII,  tom.  I,  páj.  54.— BiíRNALDEZ,  Crónica  de  los  reyes  católicos^ 
cap.  CXXXI,  tom.  I,  páj.  331.  Este  cronista  refiere  que  tuvo  hos- 
pedado en  su  casa  al  almirante  cuando  pasaba  a  la  corte.  De  su 
boca  supo  las  noticias  referentes  al  segundo  viaje  que  ha  consig 
nsuáo  en  su  obra. 


172  I1I8T01UA    DR    AMÉRICA 


con  agrado  la  relación  de  sus  viajes  que  formaban  la  mas 
completa  justificación  de  su  conducta.  Como  Colon  lo  ha- 
hia  prev^isto  al  partir  de  la  Española,  su  presencia  era  su 
mejor  defensa.  Sin  embargo,  el  almirante  notó  con  profun- 
do pesar  que  se  había  operado  en  la  opinión  una  reacción 
violenta  contra  las  empresas  lejanas  i  los  descubrimientos 
marítimos.  Se  habia  creído  jeneralmente  que  lasrejiones  re- 
cien esploradas  producirían  el  oro  por  cargamentos,  i  las 
muestras  llevadas  a  España  no  satisfacían  tan  lisonjeras 
esperanzas.  Los  primeros  colonos  del  nuevo  mundoque  vol- 
vieron a  la  madre  patria,  contribuyeron  con  sus  relaciones 
a  efectuar  este  cambio  en  la  opinión.  El  cronista  Bernáldez 
dice  que  se  creia  jeneralmente  que  habia  muí  poco  o  ningún 
oro  en  aquellos  países. 

La  reina  no  participaba  de  estas  desconfianzas.  Su  alma 
noble  e  impresionable  habia  comprendido  a  Colon,  i  estaba 
dispuesta  a  ayudarlo  en  sus  futuras  empresas,  a  pesar  de 
que  los  recursos  de  la  corona  eran  entonces  mui  limitados. 
Acordó  darle  ocho  naves,  dos  de  ellas  para  trasportar  pro- 
visiones a  la  colonia,  i  las  otras  seis  para  adelantarlos  des- 
cubrimientos. Dispuso  que  hubiese  siempre  en  la  Española 
trescientos  treinta  hombres  a  sueldo,  i  dio  licencia  para  pa- 
sar a  las  Indias  a  todos  los  que  quisiesen  hacerlo,  como 
también  a  las  mujeres  que  desearan  establecerse  en  la  nueva 
colonia.  Pero  el  descrédito  en  que  ésta  había  caído  era  ya 
tan  grande  que  para  buscarle  pobladores  fué  necesario  au- 
torizar la  traslación  de  malhechores  condenados  a  galeras 
o  a  muerte,  con  tal  de  que  sus  delitos  no  fuesen  de  una  na- 
turaleza atroz.  Esta  medida,  dictada  por  la  necesidad  de 
las  circunstancias  i  con  el  acuerdo  de  Colon,  fué  un  error 
político  de  (jue  se  orijinaron  males  de  la  mayor  trascen- 
dencia. 

Los  reyes  autorizaron  al  almirante  para  repartir  entre 
los  colonos  las  tierras  descubiertas,  reservando  siempre 
j)ara  la  corona  el  oro,  la  plata,  cualquiera  metal  i  la  ma- 
dera de  tinte  dominada  brasil.  Hiciéronle,  ademas,  las  mas 
honrosas  concesiones,  confirmándole  sus    privilejios  i  per- 


PARTE    SEOrNI>A.     -CAPÍTrLO    IV  I?.*» 

mitíéndole  establecer  un  mnyorazgo  que  pasase  a  sus  here- 
deros con  sus  títulos  de  nobleza,  el  primero  de  los  cuales 
era  de  almirante  que  debian  usar  siempre  Antes  de  su  nom- 
bre, rx  su  hermano  don  Bartolomé  se  le  dio  el  título  real  de 
adelantado,  que  Colon  le  habia  conferido  accidentalmente. 
A  pesar  de  estas  concesiones,  los  aprestos  para  el  nuevo 
viaje  no  se  hicieron  con   la  actividad   que  Colon  hubiera 
(leseado.  El  presidente  del  consejo  de  Indias,  Juan  Rodríguez 
de  Fonseca,  habia  sido  elevado  al  rango  de  obispo  de  Ba- 
dajoz, i  ponia  en  ejercicio  su  influencia  para  demorar  estos 
preparativos,  ya  que  no  le  era  posible  embarazarlos  -.  Solo 
en  febrero  de  1498  salieron   de  España  las  dos  naves  que 
llevaban  provisiones  a  la  colonia;  i  el  equipo  de  las  restan- 
tes demoró  todavía  algún   tiempo  mas.   Ocurrieron,   por 
otra  parte,  algunos  cambios  en  el  personal  de  los  emplea- 
dos que  entendian  en  los  negocios  de  las  Indias,  lo  que  re- 
tardó la  ejecución  de  los  proyectos  de  la  reina.  A  fines  de 
mayo  de  ese  mismo  año  se  hallaron  listas  para  partir  seis 
naves  de  mediano  porte  i  escasamente  provistas  para  un 
\iaje  tan  largo  i  peligroso. 

2.  Tercer  viaje  dk  Colon.  —  El  30  de  mayo  zarpó  el 
almirante  del  puerto  de  San  LúcardeBarrameda,  i  después 
de  veinte  dias  de  navegación  llegó  a  la  Gomera.  Desde  allí 
despachó  tres  de  sus  naves  conduciendo  víveres  para  la 
I^spañola;  i  él  siguió  navegando  hacia  el  sur  con  las  restan- 
tes para  acercarse  a  la  línea  e(|uinoccial.  Un  hábil  lapidario 
de  Burgos,  llamado  Jaime  Ferrer,  que  habia  viajado  en  el 
oriente,  le  habia  asegurado  que  los  objetos  valiosos  de  co- 
mercio tales  como  el  oro,  piedras  preciosas  i  la  especiería, 
se  encontraban  bajo  el  Ecuador  o  en  sus  inmediaciones;  i 
Colon  siguiendo  sus  consejos,  llevaba  el  propósito  de  des- 
cubrir tierras  por  esa  parte.  En  efecto,  tocó  en  las  islas  del 
Cabo  Verde,  i  de  allí  siguió  su  viaje  hacia  el  sur  oeste. 

La  navegación  fué  completamente  feliz  en  los  primeros 
dias;  pero  desde  que  los  españoles  se  hallaron  a  cinco  gra- 


2  Don  Femando  Colon,  Historia  riel  Almirante ^  cap,  LXIV. 


174  HISTORIA    DH    AMÉRICA 


dos  al  norte  de  la  línea  equinoccional,  principiaron  a  sufrir 
las  calmas  i  los  fuertes  calores  (|ue  reinan  en  aquellas  lati- 
tudes. Los  víveres  comenzaron  a  corromperse,  las  pipas  de 
vino  i  de  agua  se  abrían  por  sus  costados  i  los  españoles, 
recordando  una  antigua  preocupación,  creian  que  era  una 
imprudencia  acercarse  a  la  zona  tórrida  donde  el  hombre 
no  podia  subsistir.  El  almirante  se  sintió  aquejado  de  dolo- 
res de  gota;  i  aunque  superior  a  sus  sufrimientos,  tuvo  (|ue 
ceder  a  las  exijencias  de  sus  compañeros  que  pedían  que  se 
cambiase  el  rumbo.  Felizmente,  sobrevinieron  abundantes 
lluvias  que  refrescaron  algo  la  atmósfera  i  permitieron  a  los 
navegantes  renovar  la  provisión  de  agua. 

Estos  padecimientos,  aumentados  por  el  terror,  se  acer- 
caron a  su  término  el  1.°  de  agosto  de  14-98.  Los  castella- 
nos descubrieron  ese  dia  una  isla  grande  a  la  cual  dieron  el 
nombre  de  Trinidad,  i  siguieron  navegando  hacia  el  sur  en 
busca  de  una  tierra  baja  que  se  descubría  a  lo  lejos.  La  es- 
cuadrilla se  encontró  entonces  en  la  embocadura  de  un  rio 
tan  ancho  i  tan  impetuoso  que  arrastraba  sus  aguas  tres 
leguas  adentro  del  océano  sin  mezclarla  con  él.  La  corrien- 
te puso  en  peligro  las  naves  de  Colon;  pero  este  siguió  avan- 
zando en  la  seguridad  de  que  una  masa  de  agua  tan  gran- 
de no  podia  provenir  de  una  isla  sino  de  un  vasto  continente. 
El  almirante  no  se  engañaba:  el  rio  que  acababa  de  descu- 
brir era  el  Orinoco,  que  baña  una  estensa  porción  del  con- 
tinente americano. 

La  ilusión  en  (|ue  estaba  Colon  de  que  habia  esplorado 
las  costas  orientales  del  Asia,  se  confirmó  mas  ahora  a  la 
vista  del  continente,  con  cuyos  pobladores  entró  en  rela- 
ciones cambiando  algunos  obsequios.  La  abundancia  de 
oro  i  de  perlas  que  obtuvo  en  estos  cambios,  la  belleza  i  la 
fertilidad  del  pais,  la  riqueza  de  la  vejetacion  i  la  abundan- 
cia i  variedad  de  aves  de  hermosísimo  plumaje,  lo  confir- 
maron en  su  antigua  opinión.  Pero  la  imajinacion  del  almi- 
rante no  se  detuvo  allí:  habia  leido  en  las  obras  de  algunos 
santos  p«idres  de  la  edad  media  que  en  el  oriente  estuvo 
situado  el  paraiso  terrenal,  primera  residencia  del  hombre 


PARTH    SEfUTNDA. —  CAPÍTULO    IV  175 

ípoes  de  su  creación,  i  llegó  a  persuadirse  fácilmente  que 
aba  colocado  en  las  inmediaciones  de  las  hermosas  rejio- 
<qiie  acababa  de  descubrir,  en  una  prominencia  que,  se- 
ü  él,  debia  tener  el  globo  en  esa  parte  como  "la  figura 
pezón  de  la  pera,  1  que  poco  a  poco  andando  hacia  allí 

.de  muí  lejos  se  va  subiendo  a  él Grandes  indicios 

i  estos  del  paraiso  terrenal,  agrega,  porque  el  sitio  es 
iforme  a  la  opinión  de  estos  santos  i  sanos  teólogos,  i 
mismo  las  señales  son  mui  conformes'*  ^. 
^olon  continuó  sus  esploraciones  en  el  golfo  de  Paria.  A 
angostura  que  separa  la  isla  de  Trinidad  del  continente 
H6  el  nombre  de  Boca  del  Dragón,  por  el  peligro  que  allí 
bian  corrido  sus  naves;  i  lleno  de  entusiasmo  por  sus 
evos  descubrimientos,  reconoció  la  costa  de  Cunianá  ha- 
ado  en  ellas  frecuentes  desembarcos,  para  negociar  con 
j  naturales  algún  oro  i  las  finísimas  perlas  que  ostenta- 
nen  sus  adornos.  Habría  querido  adelantar  sus  recono- 
nientos  hacia  el  occidente,  pero  el  mal  estado  de  sus  na- 
Bf  la  escasez  de  víveres,  la  impaciencia  de  sus  compañeros 
lasta  sus  mismas  enfermedades,  reagravadas  ahora  con 
la  flucción  a  los  ojos,  lo  obligaban  a  dejar  para  mas  tar- 
d  pensamiento  de  continuar  su  viaje.  Habiendo  cambia- 
)cl  rumbo  para  dirijirse  a  la  Española,  Colon  descubrió 
irias  islas  cuyos  habitantes  recojian  las  perlas  en  grande 
landancia.  Por  este  motivo,  dio  a  la  mayor  de  ellas  el 
wnbre  de  Margarita;  pero  no  se  detuvo  mucho  tiempo 
K.  En  los  tíltimos  dias  de  agosto  sus  naves  se  hallaban 
(rteando  el  sur  de  la  isla  Española,  i  a  pesar  de  la  contra- 
ídad  de  vientos  i  corrientes,  entraron  el  30  de  ese  mes  al 
«rto  de  Santo  Domingo. 

3.  Desórdenes  en  la  colonia.— El  almirante  se  encon- 
)  allí  con   su  hermano,  i  supo  de  su  boca  las  desgracias 


^  Carta  relación  del  tercer  viaje  de  Colon  en  el  tomo  I  de  la 
cccion  de  Navarkktk. — Puede  verse  en  l»i  Revue  des  deiix  mon- 
del  año  1834,  un  curioso  artículo  sobre  las  ideas  cosmogr/í  • 
3  de  la  edad  media,  por  M.  Letronne. 


170  inSTORTA    DE   AMÉRICA 

que  habían  ocurrido  en  la  colonia-  durante  su  ausencia, 
consecuencia  de  las  instrucciones  que  desde  España  hab 
dirijido  al  adelantado  don  Bartolomé  Colon,  éste  recorr 
diversos  puntos  de  la  isla,  i  particularmente  la  costa  me 
dional,  i  estableció  una  fortificación  i  algunas  habitación 
cerca  de  un  puerto  mui  seguro. en  *'unacolina,  a  la  cual  ci 
dadela,  dice  el  historiador  Pedro  Mártyr,  llamó  Santo  D 
mingo,  porque  en  dia  domingo  llegó  a  aquel  lugar.  Al  f 
de  dicha  colina  corre  i  desemboca  en  el  puerto  un  rio  ancl 
i  hermosísimo  de  claras  aguas,  abundante  de  diversas  es[ 
cies  de  peces,  con  riberas  amenísimas  por  la  diversidad  • 
yerbas  i  de  árboles  frutales"  **.  La  colonia  Isabela  hab 
perdido  cerca  de  doscientos  hombres  a  causa  de  las  enfi 
medades.  Por  disposición  del  adelantado,  quedó  casi  enl 
ramente  abandonada:  sus  pobladores  se  trasladaron 
Santo  Domingo  cuyo  clima  parecia  mas  sano  (l'iGG). 

El  adelantado  emprendió  algunas espediciones a  aquell 
partes  de  la  isla  que  su  hermano   no  habia  visitado,  con 
propósito  de  dar  ocupación  a  los  colonos  i  evitar  así  ni 
vos  disturbios.  Los  indíjenas,  imposibilitados  para  opon 
una  resistencia  seria,  se  sometieron  fácilmente  al  pago 
los  tributos.  Pero  mientras  .don  Bartolomé  se  hallaba  ol 
pado  en  estos  trabajos,  se  hizo  sentir  una  insurrección 
mui  distinto  carácter.  El  alcalde  mayor,  F'rancisco  Koldí 
hombre  turbulento  y  ambicioso,  a  quien  el  almirante  lud 
colocado  en  una  alta  posición,  fomentó   la  desobedienc 
forjnndo   terribles   acusaciones  contra  el   adelantado  i 
hermano  don  Diego.  Acusábalos' de  querer  formar  un  esl 
do  independiente  de   líspaña  i  de   tratar  a  los  castellan 
con  insolencia  i  arrogancia,   obligándolos  a  trabajar  coi 
esclavos  en  sus  casas  i  fortalezas.  Para  no  dar   la  cara 
esta  sublevación,   hizo   (jue  sus  adictos  cstendieran   en 
Isabela  una   acta  sediciosa  [)idioado  el  pronto  envío  a  1 
paña  de  una  carabela  en  (jue  debian  embarcarse  algunos 


**  Pctri  MÁKTYK,  De  rc})us  nccnnicis,  dec.    I,   lih.  I  Y.  páj.  57, 
de  Colonia,  1574-. 


PAKTE    SBOINDA.  —  CAPÍTrLO    IV  177 


ellos  para  anunciar  las  desgracias  de  su  situación  i  pedir 
ausilio  de  víveres.  Don  Diego  Colon,  que  gobernaba  allí, 
supo  hacerse  respetar  á  pesar  de  la  insolencia  de  los  amo- 
tinados; pero  creyendo  poner  término  a  estas  inquietudes, 
cometió  la  imprudencia  de  confiar  a  Roldan  una  compañía 
de  cuarenta  soldados  para  apaciguar  algunos  disturbios 
de  los  indígenas.  Vuelto  a  Isabela,  Roldan  pensó  en  suble- 
varse abiertamente  i  en  asesinar  al  adelantado;  i  no  pudien- 
do  dar  este  golpe,  se  retiró  a  la  provincia  de  Jaragua,  al 
oeste  de  la  isla,  para  reunir  bajo  las  banderas  de  la  rebe- 
lión los  destacamentos  de  españoles  distribuidos  en  varios 
puntos  del  territorio  e  incitar  a  los  indios  a  la  desobe- 
diencia. 

Sus  tro|)as  se  engrosaron  poco  mas  tarde.  Las  naves 
que  Cristóbal  Colon  habia  despachado  desde  las  islas  Ca- 
narias para  llevar  víveres  a  la  Española,  recalaron  en  la 
costa  de  Jaragua,  por  impericia  de  los  pilotos.  Roldan  con- 
siguió que  desembarcara  una  parte  considerable  de  la  jente; 
i  como  su  mayor  número  era  compuesto  de  malhechores 
sacados  de  las  cárceles  e  indultados  por  los  reyes,  encontró 
entre  ellos  decididos  ausiliares  de  su  empresa. 

Tal  era  el  estado  de  la  colonia  cuando  llegó  el  almirante. 
A  pesar  de  la  irritación  que  estos  sucesos  debieron   produ- 
cir en  su  ánimo,  triitó  de  llegar  a  un  avenimiento  con  los 
sublevados,   deseando  evitar  así  la  guerra  civil  que  iba  a 
debilitar  a  los  dos  partidos  i  a  alentar  a  los  indíjenas  auna 
sublevación  jeneral    Colon,  por  otra  parte,  habia  sufrido 
tantas  decepciones  que  ya  no  tenia  confianza  alguna  en  sus 
propios  servidores.  Comenzó  por  publicar  una  amnistía  je- 
neral para   todos  los  que  quisieran  deponer  las  armas,  i 
ofreció  enviar  a  España  a  los  que  quisiesen   volverse.   El 
mismo  Roldan,  al  observar  que  estas  medidas  de  prudencia 
coinenzaban  a  alejarle  algunos  partidarios,  se  avino  al  fin 
a  presentarse  en  Santo  Domingo  a  condición  de  que  se  le 
repusiera  en  el  cargo  que  desempeñaba  (noviembre  de  14-98). 
De  esta  manera,  el  almirante  desarmóla  insurrección  sin 
derramar  una  gota  de  sangre;  pero,  mientras  él  i  su  herma- 

TOMO  I  12 


178  HISTORIA    DM    AMÉRICA 


no,  superiores  a  los  odios  i  a  las  pasiones  que  jerminaban 
en  la  colonia,  trataban  de  calmar  la  irritación  de  los  espí- 
ritus con  noble  olvido  de  los  disturbios  pasados,  Roldan  i 
sus  compañeros  se  mostraban  insolentes  i  desconfiados.  Co- 
lon cumplió  fielmente  lo  prometido,  i  permitió  a  los  rebeldes 
volver  a  España  en  las  primeras  naves  que  despachó.  Ellos 
iban  a  forjarle  en  la  corte  nuevas  acusaciones.  El  almirante 
se  contentó  con  mandar  a  los  reyes  una  relación  sumaria 
de  la  rebelión  de  Roldan,  i  a  pedirles  que  resolvieran  lo  que 
juzgaran  conveniente. 

En  seguida,  haciendo  uso  de  los  poderes  que  los  sobera- 
nos le  habian  conferido,  repartió  las  tierras  entre  los  colo- 
nos, imponiendo  a  los indíjenas pobladores  de  cada  porción, 
el  deber  de  cultivar  el  terreno  en  beneficio  de  su  poseedor. 
Este  fué  el  oríjen  del  sistema  de  repartimientos  de  la  tierra 
i  sus  habitantes,  introducido  por  los  conquistadores  espa- 
ñoles en  el  nuevo  mundo.  Los  indíjenas,  reducidos  de  esta 
manera  a  una  especie  de  esclavitud,  quedaron  libres  del  an- 
tiguo tributo  que  sólo  debian  pagar  los  que  no  habian  sido 
adjudicados  a  un  amo;  pero  su  situación  personal  empeoró 
tal  vez  mucho  con  este  nuevo  arreglo. 

4.  Colon  es  conducido  preso  a  España.— Mientras  el 
almirante  se  afanaba  en  cicatrizar  las  llagas  causadas  por  ' 
aquellos  disturbios,  i  se  preparaba  para  hacer  adelantar 
los  reconocimientos  de  la  costa  que  habia  visitado  en  su 
tercer  viaje,  sus  enemigos  trabajaban  en  España  por  arrui- 
nar su  crédito.  Los  reyes  se  veian  asediados  a  toda  hora  de 
memoriales  i  representaciones  contra  Colon,  Algunos  aven- 
túrelos que  habian  creído  hartarse  de  oro  en  sus  primeros 
viajes,  i  que  habian  visto  burladas  sus  espectativas,  acusa- 
ban al  almirante  de  haberles  engañado  con  pomposas  pro- 
mesas; mientras  (fue  otros  se  quejaban  de  los  trastornos  de 
la  colonia,  de  la  ambición  de  su  jefe  i  de  la  crueldad  que  con 
tanta  injusticia  le  atribuían.  Reclamaron,  ademas,  el  pago 
de  las  pensiones  ofrecidas:  **Tantaera su  desvergüenza,  dice 
don  Fernando  Colon,  que  cuando  el  rei  salia  le  rodeaban 
todos,  diciendo:  ¡paga!  ¡paga!  i  si  acaso  yo  i  mi  hermano 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    IV  179 

pasábamos  por  donde  estaban,  levantaban  el  grito  hasta 
los  cielos  diciendo: — Mirad  los  hijos  del  almirante  que  ha 
hallado  tierra  de  vanidad  i  engaño  para  sepulcro  i  miseria 
de  los  hidalgos  castellanos  ^. 

La  reina,  que  había  sido  protectora  constante  de  Colon, 
se  dejó  impresionar  por  estas  acusaciones.  Su  alma  noble  i 
jenerosa  no  había  podido  aceptar  con  gusto  la  venta  que  se 
ha:ia  en  los  mercados  españoles  de  los  indios  que  llegaban 
de  las  nuevas  colonias,  i  aun  habia  manifestado  su  indigna- 
ción preguntando  a  sus  cortesanos:  **¿Cómo  se  atreve  Co- 
lon a  disponer  así  de  mis  subditos?'*  Algunos  personajes  de 
elevada  posición  fomentaban  este  descrédito  del  almirante 
porque  los  últimos  descubrimientos,  i  sobre  todo  el  hallaz- 
go de  las  perlas  en  la  costa  de  Paria,  hacían  que  el  gobierno 
de  esos  países  fuera  una  joya  que  tentaba  la  codicia  de  los 
mas  poderosos  señores. 

No  fué  difícil  al  fin  su  resistencia  para  tomar  medidas 
contra  Colon.  Los  reyes  dispusieron  el  envío  de  un  comisio- 
nado que  investigase  el  estado  de  las  cosas  en  la  colonia, 
revistiéronlo  de  suprema  jurisdicción  en  lo  civil  i  en  lo  cri- 
minal para  procesar  a  cuantos  hubiesen  conspirado  i  lo  au- 
torizaron para  que  ocupara  la  fortaleza,  dispusiera  de  todos 
los  empleos  i  remitiera  a  Bspaña  a  las  personas  cuyo  aleja- 
miento se  creyere  necesario  para  la  tranquilidad  de  la  isla. 
El  comisionado  elejido  fué  don  Francisco  de  Bobadilla,  ca- 
ballero de  laórdendcCalatrava,  i  hombre  torpe  i  orgulloso 
que  estaba  destinado  a  echar  un  baldón  a  la  memoria  de 
los  reyes  que  lo  ocupaban. 

Después  de  hecho  el  nombramiento,  los  monarcas  demo- 
raron todavía  un  año  entero  antes  de  disponer  la  partida 
del  comisionado,  esperando  sin  duda  nuevos  informes  de  la 
colonia  que  hicieran  innecesario  su  envío.  Afines  dejunio  de 
1500,  salió  Bobadilla  de  Cádiz  acompañado  de  una  escolta 
que  los  reyes  habían  puesto  a  su  lado  para  su  seguridad. 

lil  almirante  se  hallaba  ocupado  en  sofocar  los  últimos 


•'>  Don  Fernando  Colon,  Historia  del  Almirante^  cap.  LXXXVI. 


180  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


jérnienes  de  rebelión  cuando  llegó  Bobadilla  al  puerto  de 
Santo  Domingo  (23  de  agosto).  Sus  primeros  actos  revela- 
ron la  violencia  de  su  carácter  i  el  propósito  que  traia  de 
ajar  a  Colon.  Hizo  publicar  ostentosamente  su?  credencia- 
les, tomó  posesión  de  la  casa  del  almirante,  se  apoderó  vio- 
lentamente de  los  fuertes  i  almacenes  reales,  i  puso  en  liber- 
tad a  los  individuos  que  se  hallaban  presos,  i  que  en  su  nía 
yor  parte  eran  malhechores  que  se  habian  aprovechado  de 
las  pasadas  disensiones  para  dar  libre  curso  a  sus  malos 
instintos.  En  seguida  citó  a  Colon  para  responder  de  su 
conducta,  enviándole  una  carta  de  los  reyes.  **Nos  habemos 
mandado  al  comendador  Francisco  de  Bobadilla,  decia  esta 
carta,  que  vos  hable  de  nuestra  parte  cosas  que  él  dirá:  ro- 
gamos que  le  deis  fe  i  creencia  i  aquello  pongáis  en  obra". 

El  arribo  del  comisario  habia  producido  desde  los  prime- 
ros momentos  una  profunda  impresión  en  la  colonia.  Se 
creia  jeneralmente  que  Bobadilla  iba  a  castigar  a  Roldan  i 
a  sus  compañeros;  pero  en  breve  se  vio  que  sus  propósitos 
eran  diversos.  Recojia  los  rumores  i  denuncios  contra  el  al- 
mirante, repartia  dádivas  i  favores  a  todos  los  que  se  los 
pedian,  i  ostentaba  su  poder  para  granjearse  crédito  i  po- 
pularidad. 

Al  recibir  la  intimación  de  Bobadilla,  Colon  se  puso  en 
marcha  para  Santo  Domingo.  Su  hermano  don  Diego,  (jue 
habia  quedado  de  gobernador  de  esta  ciudad,  fué  apresada 
i  sumido  en  el  fondo  de  una  de  las  carabelas  con  una  barra 
de  grillos.  Igual  suerte  cupo  al  almirante,  al  presentarse 
al  comisario  pesquisador.  por  todo  recibimiento  mandó 
éste  que  se  le  pusieran  grillos  i  lo  encerraran  en  una  fortale- 
za bajo  la  mas  estricta  incomunicación,  sin  dignarse  verle  i 
sin  querer  oir  sus  descargos.  La  grandeza  de  alma  de  Colon 
no  lo  abandonó  en  este  terrible  momento.  Descansando  en 
la  tranquilidad  de  su  conciencia,  i  mas  aun  en  el  recuerdo 
de  las  grandes  empresas  que  habia  consumado,  el  descubri. 
dor  del  nuevo  mundo  sufrió  este  ultraje  con  dignidad,  sin 
quejarse  de  su  suerte  ni  de  sus  perseguidores.  Temiendo  (jue 
sus  parcicdes  trataran  de  hacer  alguna  resistencia,  desde  su 


i 


PARTE    SEGrXOA. — CAPÍTri.O    IV  181 

\bozo  les  ordenó  que  cumplieran   las  órdenes  del  comi-. 
¡o. 

i^obadilla  comenzó  entonces  a  instruir  un  proceso  contra 
on.  El  adelantado  don  Bartolomé  Colon  fue  también 
esado,  i  los  tres  hermanos  fueron  trasladados  a  bordo 
as  carabelas,  encargando  que  se  les  mantuviera  incomu- 
idos.  Bobadilla  entregó  al  capitán  Alonso  de  Vallejos 
rocoso  que  habia  levantado,  i  le  mandó  que  lo  presen- 
a  junto  con  los  tres  hermanos,  a  Rodríguez  de  Fonseca, 
residente  del  consejo  de  Indias  que  habia  preparado  la 
«ecucion  del  almirante.  Las  naves  salieron  de  Santo  Do. 
go  a  principios  de  octubre  de  1500. 

Estando  en  el  mar  i  conocida  la  malignidad  de  Bobadi- 
dice  don  Fernando  Colon  el  hijo  del  célebre  descubridor» 
^o  el  capitán  (|uitar  los  grillos  al  almirante;  pero  él  ja- 
s  lo  consintió,  diciendo  que  pues  los  reyes  mandaban  lo 
en  su  nombre  le  mandase  Bobadilla  i  que  por  su  auto- 
id  i  comisión  se  los  habia  puesto,  no  queria  que  otras 
sonas  se  los  quitasen,  pues  tenia  determinado  guardar- 
para  memoria  del  premio  de  sus  muchos  servicios.  Así 
lizo,  ])()r(iue  yo  los  vi  siempre  en  su  retrete,  i  quiso  que 
íen  enterrados  con  éV  ^. 

';Miseria  de  las  cosas  humanas!  ¡memorable  ejemplo  de 
mudanzas!  esclama  un  historiador.  El,  que  poco  antes 
tba  en  la  cumbre  de  los  honores  cerca  de  un  rei  podero- 
despues  de  haber  hallado  por  su  propio  valor  i  sn  excelso 
niu  nuevas  i  ricas  rejiones;  él,  a  quien  si  hubiese  vivido 
¡empo  de  los  antiguos  griegos  i  romanos  o  entre  jentes 
Tosas  i  liberales,  se  le  habrian  levantado  estatuas  iqui- 
emplos  i  se  le  habrian  tributado  honores  divinos;  él,  re- 
),  era  conducido  ahora  humillado  i  encadenado  por  la 
ignidad  i  la'envidia  de  los  hombres''  ^. 
'clizmente,  el  viaje  fué  corto;  las  carabelas  entraron  a 
liz  el  25  de  novieml)re;  i  Colon  escribió  inmediatamente 


Don  Fcriiariílo  Colon,  Historia  del  Almirante,  ca]>.  LXXXVI. 
Bknzoxi,  Xovne  novi  orhis  historix,  lib.  I,  cap.   XII,  páj.  50. 


182  HIST<)KIA    DE    AXÉRICA 

al  re¡  dándole  cuenta  de  su  prisión  i  de  sa  viaje.  La  noticia 
de  que  Colon  volvia  cautivo  i  encadenado  délas  rejioncs 
que  habia  descubierto,  se  estendió  en  toda  la  España  c»n 
gran  rapidez  i  despertó  en  todas  partes  la  mas  viva  indig- 
nación. Nadie  se  detuvo  en  investigarla  causa  de  su  pri- 
sión, pero  en  el  momento  se  operó  en  el  espíritu  público  una 
reacción  violenta  (|ue  sólo  puede  esplicarse  por  lo  estrema- 
do de  la  persecución.  Los  mismos  que  poco  antes  lanzaban 
contra  el  almirante  los  gritos  mas  frenéticos  se  pronuncia- 
ron ahora  con  igual  vehemencia  contra  el  indigno  trata- 
miento de  que  habia  sido  víctima. 

Los  reyes  fueron  justos  intérpretes  del  sentimiento  pú- 
blico.  Xo  sólo  dieron  la  orden  de  ponerlo  en  libertad,  sino 
que  lo  llamaron  a  Granada,  donde  se  hallaba  la  corte,  i  le 
enviaron  dinero  para  que  se  presentara  ante  ellos  con  la 
decencia  que  convenia  a  su  rango  i  a  sus  servicios.  La  en- 
trevista tuvo  lugar  el  17  de  diciembre.   Colon  se  arrojó  a 
los  pies  de  los  reyes;  i  dejándose  arrastrar  de  los  sentimien- 
tos que  lo  dominaban,  no  pudo  contener  el  llanto  ni  espre- 
sar una  palabra.  Femando  lo  recibió  con  cortesía,  la  reina 
con  ternura,  pero  ambos  le  manifestaron  el   pesar  que  Ic^ 
causaban  sus  infortunios  i  le  prometieron  su   afecto  i  pi"í>' 
teccion.  La  defensa  del  almirante  fué  corta  i  sencilla,  per*^ 
su  justificación  fué  completa.   Para  reparar  la  injustici^^ 
cometida,  los  reyes  destituyeron   inmediatamente  al  tofl'^ 
comisario,  i  prometieron  a  Colon  la  devolución  de  los  deí*^' 
chos  i  privilejios  que  le  habian  conferido. 

A  pesar  de  estas  promesas,  los  reyes  juzgaron  queco^ 
venia  demorar  la  reposición  del  almirante  enelgobien^^ 
de  la  colonia  hasta  que  desapareciesen  los  disturbios.  K-* 
solvieron  entre  tanto  despachar  un  comisionado  real  pr^ 
visto  de  amplios  poderes  i  encargado  de  restablecer  sólid-^ 
mente  la  tranquilidad.  Al  efecto,  fué  elejido  don  Nicolás  (% 
Ovando,  comendador  de  Alcántara.  Diéronsele  treinta 
dos  naves  con  dos  mil  quinientos  hombres;  i  se  le  confió  ^ 
encargo  de  remitir  a  España  a  Bobadilla,  de  restituir  a  Co 
Ion  i  a  sus  hermanos  los  bienes  de  que  hubiesen  sido  de^^" 


PARTE    SBCilTNDA, — CAPÍTULO    IV  183 

pojados  i  de  impedir  la  venta  de  indíjenas  en  calidad  de  es- 
clavos. Los  aprestos  de  esta  escuadra,  que  fueron  mui  con- 
siderables, retardaron  su  partida  hasta  el  15  de  febrero  de 
1502. 

5.  Américo  VkspüCIO. — En  esa  época,  muchos  navegan- 
tes, así  españoles  como  estranjeros,    habian  adelantado 
considerablemente  los  descubrimientos  marítimos  siguiendo 
las  huellas  trazadas  por  Colon.  El  mas  notable  de  todos 
éstos,  sino  por  la  grandeza  de  sus  empresa  a  los  menos 
por  haber  legado  su  nombre  al  nuevo  mundo,  fué  un  co- 
merciante florentino  establecido  en  S>e villa,  llamado  Amé- 
rico  Vespucio.   Aparece  por  primera  vez  en  la  historia  entre 
los  mercaderes  encargados  por  los  reyes  de  preparar  la  flo- 
ta con  que  Colon  hizo  su  segundo  viaje. 

Por  real  provisión  de  10  de  abril  de  1495,  los  monarcas 
dieron  licencia  jeneral  para  pasar  a  las  Indias,  i  aun  para 
equipar  escuadrillas  a  fin  de  adelantar  los  descubrimientos 
i  de  comerciar  en  las  nuevas  rejiones.  Vespucio  se  aprove- 
chó de  este  permiso.  Armó  cuatro  naves,  i  con  ellas  salió 
de  Cádiz  el  20  de  mayo  de  1497  ®  .  Después  de  haber 
tocado  en  las  Canarias,  que  era  la  escala  obligada  de  los 
que  navegaban  a  las  Indias,  Vespucio  dirijió  su  rumbo  al 
^ste,  i  a  los  treinta  í  siete  días  de  viaje  encontró  una  tierra 


^  Este  primer  viaje  de  Vespucio  consta  sólo  de  una  relación 
^^  sus  cuatro  navegaciones  escrita  por  el  mismo.  El  célebre  cro- 
'^•sta  Antonio  de  Herrera  negó  su  autenticidad,  i  trató  de  aplicar 
*os  detalles  de  su  relación  a  un  viaje  posterior  hecho  por  Vespasio 
^Oii  Alonso  de  Ojeda.  Homboldt  {Hisiotre  de  la  gé'ographie  du  nou- 
^^^n  continente  tom.  IV),  declara  problemático  este  viaje,  i  Was- 
'^íngton  Irving  lo  considera  pura  invención.  De  este  áltimo  pare- 
ar son  Muñoz,  Navarrete  i  el  vizconde  de  Santarem,  erudito 
Portugués  que  ha  hecho  prolijos  estudios  sobre  Vespucio.  Los 
autores  que  han  creído  en  este  viaje  señalan  la  costa  de  Paria 
i^uayana),  reconocida  por  Colon  en  1498,  como  el  teatro  de  los 
^«acnhriraiento^  de  Vespucio;  i  al  efecto  han  correjido  su  testo  pa- 
^H  darle  esta  esplicacion.  El  historiador  brasilero  don  F.  A  de 
^  ASNHAGBN  ha  consagrado  un  intesante  folleto  ( Vespuce  et  son 
premier  voyage^  París,  1858)  a  sostener  el  viaje  del  navegante  flo- 


184  HISTORIA    DE    AMÉKKíA 


situada  en  los  IG  grados  -^  de  latitud  norte,  i  a  los  75  de 
lonjitud  de  las  Canarias.  Los  buques  anclaron  en  estos 
parajes.  Vespucio  encontró  indios  desnudos  con  quienes 
quiso  entrar  en  comunicación,  pero  (|ue  huyeron  a  la  vista 
de  las  naves.  Los  navegantes  continuaron  su  viaje  hacia 
el  noreste  sin  apartarse  mucho  de  la  costa.  Tres  dias  des- 
pués fondeó  en  un  lugar  seguro,  desembarcó  40  hombres, 
hizo  algunos  cambios  con  los  indíjenas  i  tuvo  ocasión  de 
estudiar  sus  costumbres.  Los  espedicionarios  siguieron  na- 
vegando durante  muchos  dias  i  haciendo  frecuentes  desem- 
barcos. Al  fin  llegaron  a  un  puerto  en  medio  del  cual  en- 
contraron una  especie  de  pueblo  cuyas  casas  estaban  cons- 
truidas sobre  el  agua  i  con  puentes  levadizos.  Vespucio  fijó 
la  latitud  de  este  pueblo  a  80  leguas  al  sur  del  trópico  de 
Cáncer  ^^\  Los  esploradores  se  interiorizaron  algo  en  a(|uel 
territorio,  entraron  en  relaciones  con  sus  habitantes  i  ob- 
servaron sus  costumbres.  De  allí  dirijieron  su  rumbo  hacia 
el  norte  i  llegaron  a  otro  puerto  regado  por  muchos  rios, 
abundante  en  peces  i  aves  i  situado  bajo  el  trópico.  Allí 
supieron   que    aquella    tierra    se  denominaban   Lariab   ^K 


rentino  i  a  probar  con  su  testo  intacto  que  este  recorrió  mui  di- 
versas latitudes  en  su  primera  esploracion.  Sc^un  él  demuestra, 
Vespucio  es  el  primer  descubridor  del  golfo  de  Mcjico.  Sin  querer 
nos  pronunciar  en  esta  cuestión,  nosotros  asentamos  solamente 
los  hechos. 

•♦  Para  ajustar  la  relación  de  Vespucio  a  un  viaje  en  la  costa  de 
Paria  o  Guayana,  Navarrete  cree  ver  un  error  en  la  designación 
de  esta  latitud,  i  fija  ()  grados  en  lugar  de  ICV 

I"  Los  editores  de  las  relaciones  de  los  viajes  de  Vespucio  han 
creido  (pie  se  hahia  e(juivocado  al  fijar  la  situación  de  aíjuel  pue- 
blo, i  han  sostenido  que  se  referia  a  Coquibacoa,  que  los  es[)ario- 
les  llamaron  Venezuela  por  su  semejíinza  con  V'enecia.  Varnha- 
gcn  acepta  la  noticia  jeo'^ráfica  del  diario  de  Vespucio,  i  dice 
que  aquel  puerto  no  era  ctro  que  el  de  Veracruz,  en  el  golfo 
mejicano.  Sin  embariijo,  la  descripción  que  hace  Vespucio  de  la 
localidad  i  de  las  costumbres  de  sus  pobladores,  no  corresponde 
perfectamente  con  estos   países 

>>  Algunos  editores  escriben  Paria,  aunque  en  la  edición  oriji- 
nal  se  halla   publicado  Lariab.  Varnhagen   presume  que  debe  ser 


PARTE    SEÍirNDA.-rAlMTrLO    IV  \Sl) 


Vespucio  prosiguió  su  camino  hacia  el  norte  recorriendo 
una  estension  que  calculó  en   mas  de  800  leji^uas.  Después 
de  una  navegación  de  tres  meses,  en  junio  de  1498.  se  en- 
contró cerca  de  un  puerto  que  juzgaba  el  mejor  del  mundo. 
Allí  recalaron  sus  naves   para  hacerles  algunas  reparacio- 
nes, i  entró  en  trato  con   los  indíjenas  que  lo  tecibieion  fa- 
vorablemente.  Queriendo   volver  a  líuropa,  tocó  en    una 
isla  llamada  Ití  ^■- donde  hizo  algunos  prisioneros,   i  llegó 
a.   Cádiz  en  el  mes  de  octubre  de  14-98. 

Esta  navegación  que,  como  ya  hemos  dicho,  algunos  po- 
non  en  duda  i  otros  niegan  absolutamente,  fue  el  tínico  que 
ser  emprendió  en  virtud  de  la  autorización  de  los  reyes  de 
Hspaña.  Estando  Colon  de  vuelta  de  su  segundo  viaje,  re 
clamó  contra  ese  permiso  que  atacaba  sus  privilejios,  i  ob- 
tvivo  su  revocación  -2  de  junio  de  1497).  Pero  su  poder  no 
se  cstcndia  a  otras  naciones  de  Europa  (juc  en  esa  misma 
época  prepíiraban  lejanas  espediciones. 

6.  Los  Cabot.— Residiacnel  puerto  de  Brístol  en  Inglate- 
rra, un  mercader  veneciano  llamado  Juan  Cabot,  que  alen- 
tado por  los  descubrimientos  de  Colon,  solicitó  de  Enri- 
^|ue  VII  permiso  para  hacer  esploraciones  marítimas  en  las 
"uevas  rejiones.  Cabot  poseía  sólidos  conocimientos  de  cos- 
^^ografía,  i  pensaba  que  partiendo  de  Inglaterra  habia  de 
"^gar  mas  pronto  a  las  tierras  del  occidente  a  causa  de  la 
configuración  del  globo,  que  debia  ser  m<^*nos ancho  enacjue- 
'1^  liarte  que  bajo  las  latitudes  esploradas  por  Colon. 

^''^n'ah,  en  la  parte  de  la  costa    He  Méjico  en    que  est«4  situado 
^^nipico  poco  mas  o  menos.   Sin  embargo,  hi  provincia  de  Caria, 

^^^otiocida  por    Colon    en  su    cuarto    viaje,  está    mucho   mas  al 

sur. 

^'-  Algunos  confunden  esta  isla  con  la  de  Haití.  Varnhagen,  i 
^"esta  parte  se  apoya  en  la  opinión  de  Ilumboldt,  sostiene  que 
^s  Hila  isla  muí  diferente  i  que  ta!vez  es  alguna  de  las  que  están 
iniriediatas  a  la  de  Terra  Nova,  i  aun  presume  que  el  puerto  don- 
"^  ^'^cspucio  reparó  sus  naves  estaba  en  la  desembocadura  del  rio 
^1^  ^an  Lorenzo  Las  pruebas  en  que  este  autor  se  apoya  para 
sost^íner  este  viaje  tienen  gran  fuerza;  pero  creemos  que  todavía 
no  puede  considerarse  definitivamente  resuelta  esta  cuestión. 


186  HISTORIA    I>B   AMÉBK'A 


En  1496  ^5  de  marzo;,  el  reidíó  a  Cabot  i  a  sastres  hijos 
Luis,  Sebastian  i  Sancho  autorización  para  osar  el  estan- 
darte real,  ocupar  i  tomar  posesión  en  nombre  del  rei  délas 
tierras  que  descubriese  i  de  utilizar  la  quinta  parte  de  sus 
productos.  Una  escuadrilla  compuesta  de  una  nave  man- 
dada por  Sebastian  Cabot  i  tres  o  cuatro  boques  pequeños 
partió  de  Brístol  a  principios  de  mayo  de  1497,  i  a  fines  de 
junio  descubrió  la  costa  del  Labrador,  i  una  parte  de  la  isla 
de  New  Fouland  (Terra-Nova».  Tomó  posesión  de  estas  re- 
jiones  a  nombre  del  rei  de  Inglaterra;  i  después  de  haber  es- 
plorado un  poco  hacia  el  norte  buscando  un  paso  para  la 
China,  bajó  con  dirección  al  ecuador  i  llegó  hasta  el  cabo 
Florida,  en  la  península  de  este  nombre.  La  falta  de  víveres 
lo  obligó  a  volver  a  Inglaterra  donde  se  hallaba  de  vuelta 
en  agosto  del  mismo  año. 

El  año  siguiente  se  organizó  una  nueva  espedicion.  El 
rei  autorizó  a  Juan  Cabot  o  a  sus  ajen  tes  para  hacer  una 
nueva  esploracion  con  seis  buques  escojidos  a  sú  agrado  •  3 
de  febrero).  Poco  tiempo  después  murió  Juan  Cabot,  pero 
su  hijo  Sebastian  acometió  la  empresa  i  salió  de  Brístol  en 
la  primavera  de  1498.  El  resultado  de  esta  espedicion  ha 
quedado  en  la  mayor  oscuridad.  Se  ha  dicho  que  visitó  las 
rejiones  circumpolares,  i  que  el  mal  resultado  de  esta  esplo- 
racion desalentó  a  los  ingleses  i  los  alejó  por  entonces  de 
todo  pro\'ecto  de  lejanas  conquistas.  Otros  han  insinuado 
que  Cabot  bajó  en  su  segundo  viaje  hasta  las  costas  de  la 
América  meridional,  i  que  allí  se  encontró  con  los  navegan- 
tes españoles.  ^^  Investigaciones  recientes  comienzan  a  dar 
luz  sobre  estas  esploraciones. 


1-*  Son  tan  poco  conccidas  estas  espedíciones,  que  frecaen te- 
mente  se  confunde  al  veneciano  Juan  Cabot  con  su  hijo  Sebastian, 
que  era  natural  de  Brístol.  No  es  seguro  que  el  primero  hiciera  la 
primera  de  estas  navegaciones,  pero  se  sabe  que  su  hijo  mandaba 
¡a  nave  principal  de  la  escuadrilla.  Las  mejores  noticias  acerca  de 
estos  viajes,  aunque  mui  escuras  c  incompletas  por  la  escasez  de 
documentos,  se  encuentran  en  la  primera  parte  de  un  libro  anóni- 
mo titulado,  Memoir  oí  Sebastain  Cabot,  Londres,  1831. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPItULO    IV  187 

7.  Viaje  de  Ojeda  i  de  Vespucio.-— Estos  viajes  de  los  ingle  • 
ses  contribuyeron  sin  duda  a  alentar  a  la  corte  de  España 
en  sus  proyectos  de  descubrimientos  i  conquistas.  En  efecto, 
a  fines  de  1498,  cuando  se  tuvo  noticia  del  resultado  del 
tercer  viaje  de  Colon,  los  reyes  renovaron  el  permiso  jene- 
ral  que  antes  habian  concedido  para  hacer  esploracionesen 
lasrejiones  occidentales.  Fueron  los  primeros  en  aprestarse 
el  capitán  Alonso  de  Ojeda  i  el  piloto  Juan  de  la  Cosa,  que 
habian  acompañado  al  almirante  en  su  segundo  viaje.  Agre- 
gáronseles  también  Américo  Vespucio  i  otros  marinos  i 
aventureros.  Su  escuadrilla  se  componia  de  cuatro  naves,  i 
con  ellas  zarparon  del  puerto  de  Santa  María,  el  18  de  ma- 
yo de  1499. 

Después  de  tocar  en  las  Canarias  para  proveerle  de  al- 
gunos víveres,  Ojeda  dirijió  el  rumbo  hacia  el  occidente; 
pero  arrastrados  talvez  por  los  vientos,  pasó  la  línea  equi- 
noccial i  se  encontró  sin  esperarlo  con  una  tierra  cubierta 
<íe  lagos  a  los  cinco  grados  de  latitud  sur  ^^.  Deseaba  se- 
guir costeando  hacia  el  sur,  pero  no  pudiendo  vencer  la 
^ucrza  de  las  corrientes,  se  vio  obligado  a  tomar  el  rumbo 
apuesto  i  a  pasar  otra  vez  la  línea  con  dirección  al  norte. 
La  primera  tierra  poblada  que  hallaron  fué  la  isla  de  la 
T^rinidad  donde  desembarcaron;  i  después  de  haber  recono- 
cidos el  golfo  de  Paria,  adelantaron  su  esploracion  sin  ale- 
jarse mucho  de  la  costa,  desembarcaado  frecuentemente  i 
Sosteniendo  con  los  naturales^  terribles  refriegas. 

Los  navegantes  llegaron  a  la  isla  de  Curazao,  que  Ves- 
pucio suponia  habitada  por  una  razade  jigantes:  pero  ade- 
lantando sus  descubrimientos  a  lo  largo  de  la  costa,  arri- 
baron a  un  golfo  que  parecia  un  tranquilo  lago.  Entraron 
en  él  i  quedaron  serprendidos  al  ver  una  población,  com- 
puesta de  casas  grandes  construidas  sobre  estacas  clava- 
das en  el  fondo,  i  comunicadas  por  puentes  levadizos  i  ca- 


14  Así  aparece  de  las  relaciones  de  Vespucio,  aunque  la  jenera- 
lídad  de  los  historiadores  supone  que  los  espedicionarios  no  ^pasa- 
ron la  línea  eqninaccíal. 


188  IIISTOUIA    VK   AMÉRICA 


noas.  Ojeda  le  d¡6  el  nombre  de  golfo  de  Venecía,  por  su  se- 
mejanza con  esta  ciudad,  de  donde  nació  el  de  Venezuela 
con  que  ahora  es  conocida  toda  la  comarca.  Los  indios  la 
llamaban  Coquibacoa.  Los  pobladores  de  aquellaciudad  se 
ocultaron  en  los  bosques  o  levantaron  los  puentes  levadi- 
zos de  sus  casas  al  acercarse  los  castellanos.  Repuesto.s  de 
la  sorpresa,  dispusieron  un  ataque  contra  las  naves;  pero 
antes  trataron  de  engañarlos  con  finjidos  halagos  de  amis- 
tad. Ojeda,  sin  embargo,  rechazó  el  ataque  con  ventaja,  es- 
parció el  terror  entre  sus  enemigos  i  pudo  reconocer  su  po- 
blación. Los  esploradores  no  se  limitaron  a  esto  sólo:  inte- 
riorizándose en  aquel  golfo  entraron  hasta  un  puerto  al 
cual  dieron  el  nombre  de  San  Bartolomé,  i  (jue  sin  duda  es 
el  que  ahora  se  denomina  Maracaibo.  Los  indios  los  reci- 
bieron aquí  amistosamente;  les  permitieron  reconocer  el  in- 
terior del  pais  i  les  obsequiaron  aves  i  animales  de  varias 
clases,  plumas  de  muchos  colores  i  algunas  armas.  Ojéela  a 
pesar  de  tan  favorable  acojida,  resolvió  adelantar  el  reco- 
nocimiento de  la  costa  occidental,  i  llegó  en  efecto  hasta  un 
cabo  que  denominó  de  la  Vela  ^-^  El  mal  estado  de  sus  bu- 
ques, el  pobre  resultado  de  la  espedicion  i  el  consancio  na- 
tural después  de  tan  largo  viaje,  obligaron  a  Ojeda  a  vol- 
ver atrás  en  busca  de  la  isla  Española  que  había  visitado 
anteriormente. 

Gobernaba  en  ésta  todavía  Cristóbal  Colon.  Al  saber 
que  luibicín  desembarcado  en  Yaquimo.en  la  costa  occiden- 
tal de  la  isla,  algunos  avcnturerosespañolcs, despachó  con- 
tra ellos  al  alcalde  Roldan,  con  quien  acababa  de  capitular 
una  transacción  para  poner  término  a  las  pasadas  desave- 
nencias. Ojeda  manifestó  sus  buenas  intenciones  en  favor 
de  Colon  i  se  reembarcó  en  sus  naves;  pero  poco  nías  ade- 


1'»  Ojeda  informó  al  reí  de  haber  encontrado  algunos  viajeros 
ingleses  en  aquellos  mares.  ¿Eran  éstos  Cabot  i  sus  compañeros, 
que  en  esa  misma  época  se  hallaban  empeñados  en  una  segunda 
espedicion  cuyos  pormenores  se  desconocen?  ¿Eran  otros  viajeros 
que  habían  seguido  sus  huellas?  Faltan  los  documentos  para  resol- 
ver esta  cuestión. 


PARTH    SKOUNlíA.—  í'APÍTÜI/)    IV  189 

lante  bajó  de  nuevo  a  tierra  en  la  costa  de  Jaragua,  i  trató 
allí  de  reunir  jen  te  i  encabezar  una  rebelión  contra  la  auto- 
ridad del  almirante.  Necesario  fué  que  Roldan  saliera  de 
nuevo  en  su  alcance  con  intención  de  atacarlo  en  caso  nece- 
sario. Ojeda  no  tenia  fuerzas  para  resistir  a  Roldan,  i  se 
contentó  con  capitular  i  con  darse  de  nuevo  a  la  vela. 

Los  viajeros  se  dirijieron  entonces  hacia  el  norte.  Descu- 
brieron muchas  islas  en  el  archipiélago  de  las  Lucayas,  en 
que  tomaron  mas  de  doscientos  indios  para  vender  como 
esclavos  en  España;  i  cambiando  el  rumbo  hacia  el  este, 
llegaron  a  Cádiz  a  mediados  de  junio  de  1500  **'. 

8.  Viajes  dk  Niño  i  de  Pinzón.— Pocos  dias  después  de 
haber  salido  del  puerto  de  Santa  María  la  espedicion  de 
Ojeda,  zarpó  de  Palos  una  carabela  con  el  mismo  rumbo. 
Dirijíala  Pedro  Alonso  Niño,  piloto  atrevido  que  habia 
acompañado  a  Colon  en  sus  primeros  A'iajes.  Un  comer- 
ciante de  Sevilla  llamado  Luis  Guerra,  le  habia  suministra- 
do la  nave  a  condición  de  (|ue  el  mando  de  ésta  estuviera  a 
eargo  de  su  hermano  Cristóbal.  Reunieron  treinta  i  tres 
hombres;  i  provistos  de  los  datos  que  arrojaba  la  carta  del 
último  viaje  de  Colon,  se  dieron  a  la  vela  a  mediados  de 
junio  de  1499. 

Este  puñado  de  valientes  aventureros  se  engolfó  en  el 
océano  siguiendo  el  rumbo  que  habia  llevado  Colon,  i  lle- 
gó al  continente  al  sur  del  golfo  de  Paria,  pocos  dias  des- 
pués de  haber  recorrido  Ojeda  esas  mismas  costas.  Como 
éste,  continuaron  navegando  hacia  el  norte,  i  desembarca- 
ron en  aquel  golfo  para  cortar  madera  de  tinte  con  con  sen- 
timiento de  los  naturales.  Saliendo  de  él,  por  la  angostura 
que  Colon  habia  llamado  Boca  del   Dragón,  encontraron 


í»'  Navarrete,  Introducción  a  los  documentos  reunidos  en  el 
JIÍ  tomo  de  su  célebre  Colección.  Hsta  introducción,  que  contiene 
Ja  noticia  mas  completa  de  los  viajes  que  se  siguieron  a  los  descu- 
brimientos de  Colon,  está  formada  en  gran  parte  sobre  el  libro 
Vil  de  la  Historia  del  Nuevo  Mundo  de  don  J.  B.  Muñoz  que  que- 
dó inédito  por  muerte  del  autor.  Véanse  también  los  Viajes  i  des- 
cuhrjmientos  de  los  compañeros  de  Colon ^  por  W.  Irving. 


190  HISTORIA   DE   AMÉRICA 


dieciocho  canoas  de  caribes  que  sin  asustarse  por  la  vist 
de  la  nave,  trataban  de  asaltarla  con  una  lluvia  de  fl' 
chas.  Los  castellanos  los  aterrorizaron  con  algunas  deí 
cargas  de  artillería,  i  apresaron  una  canoa  con  un  caril 
i  un  indio  maniatado,  que  estaba  destinado  a  un  horrib 
banquete  de  sus  apresadores. 

Niño  siguió  reconociendo  la  costa  i  desembarcó  en  la  isl 
Margarita,  donde  sus  compañeros  negociaron  gran  cant 
dad  de  perlas.  Se  dirijieron  en  seguida  hacia  Cumaná, 
navegaron  por  esa  costa  negociando  con  los  naturales  ce 
gran  cautela,  i  desembarcando  sólo  cuando  no  había  pe. 
gro.  El  reducido  número  de  los  castellanos  los  obligaba 
tomar  estas  precauciones.  Tres  meses  se  detuvieron  c 
aquellos  lugares.  Durante  este  tiempo  observaron  aqu 
lias  hermosas  rejiones  i  cambiaron  sus  mercancías  obt 
niendo  de  los  indios  abundantes  víveres, poco  oro  i  basta 
tes  perlas. 

Navegando  hacia  el  oeste,  Niño  i  sus  compañeros  lleg' 
ron  a  un  país  llamado  Cauchito  el  1*^  de  noviembre  c 
1499.  Los  naturales  los  recibieron  sin  desconfianza,  ofr 
ciéndoles  el  oro  i  las  perlas  que  con  tanta  avidez  buscabas 
los  castellanos.  Niño  habría  adelantado  mucho  mas  si 
esploraciones;  pero  en  un  puerto  situado  un  poco  mas  i 
oeste,  en  que  encontraron  una  especie  de  fortaleza  que  pr< 
tejia  las  chozas  i  los  sembradíos  de  los  indios,  se  le  presen 
taron  cerca  de  mil  de  éstos  armados  de  arcos,  flechas  i  m¿i 
zas,  resueltos  al  parecer  a  impedir  todo  desembarco.  Lo¡ 
esploradores  no  se  atrevieron  a  entrar  en  combate;  i  des 
haciendo  el  camino  que  habían  andado,  visitaron  de  nueve 
aquellas  costas  para  rescatar  oro  i  perlas,  i  dieron  la  vuel 
ta  a  España.  A  mediados  de  abril  de  1500  arribaron  a 
puerto  de  Bayona  en  Galicia,  cargados  de  perlas,  como  s 
fueran  paja  ^•. 

En  esa  época  acababa  de  salir  del  puerto  de  Palos  ( prir 


17  Accedunt    tándem  nautae    union¡l)us,   uti    paleís,  onusti.  I 
M\RTVR,  De  rchus  oceanicis  dec.  I,  lib.  VIII,  p.  94. 


PARTE    SECUNDA. — CAPÍTULO    IV  llU 

cipios  de  diciembre  de  1499)  una  escuadrila  espedicionaria 
compuesta  de  cuatro  carabelas,  que  estaban  destinadas  a 
tlilatar  el  reconocimiento  del  continente  americano.  La 
mandaba  Vicente  Yáñez  Pinzón,  el  capitán  de  una  de  las 
naves  con  que  hizo  Colon  su  primer  viaje,  i  lo  acompaña- 
ban muchos  marinos  que  habian  seguido  al  almirante  en 
las  esploraciones  subsiguientes. 

Pinzón  dirijió  su  rumbo  hacia  el  suroeste,  i  pasó  la  lí- 
nea equinoccial  en  medio  de  una  tempestad  deshecha.  El  20 
de  enero  de  1500  descubrió  tierra  a  los  ocho  grados  de  la- 
titud sur,  en  un  cabo  que  denominó  de  Santa  María  de  la 
Consolación.  Allí  desembarcó  con  escribano  i  testigos 
para  tomar  posesión  solemne  de  aquellas  rejiones  a  nom- 
bre de  la  corona  de  Castilla.  Queriendo,  sin  embargo,  ha- 
cer un  reconocimiento  en  el  p^is,  sus  soldados  encontra- 
ron los  guerreros  indios  dispuestos  al  combate,  pero  los 
castellanos  evitaron  la  lucha,  i  el  siguiente  dia  comenza- 
ron la  esploracion  de  la  costa  dirijiéndose  hacia  el  nor- 
oeste. 

No  tardó  Pinzón  en  hallar  la  desembocadura  de  un  rio 
Cjiíe  le  ofrccia  c«)modo  i  seguro  fondeadero.  Desembarcaron 
í^llí  algunos  de  los  suyos,  pero  luego  se  vieron  acosados 
por  un  inmenso  número  de  indios  desnudos  que  los  persi- 
guió hasta  las  chalupas.  Trabóse  entonces  una  cruel  re- 
friega: los  salvajes  rodeaban  los  botes  nadando  o  con  el 
agua  hasta  la  cintura,  sin  que  las  armas  ni  el  coraje  de  los 
castellanos  les  causaran  el  mas  lijero  pavor.  AI  fin  logra- 
ron llevarse  una  chalupa,  dar  muerte  a  ocho  o  diez  caste- 
llanos i  herir  a  casi  todos  los  que  se  atrevieron  a  desem- 
barcar. 

Este  combate  importaba  una  derrota  para  los  descubri- 
dores. Pinzón  no  creyó  prudente  permanecer  en  aquel  lu- 
gar, i  siguió  su  navegación  hasta  encontrar,  en  las  cerca- 
nías de  la  línea  equinoccial,  dulces  i  frescas  las  aguas  del 
mar,  fenómeno  que  no  podia  esplicarse  sino  por  la  inme- 
diíicion  de  un  gran  rio.  Se  dirijió  hacia  tierra,  i  reconoció 
en  efecto  el  caudaloso  Marañon,  llamado  mas  tarde  Ama- 


192  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


zonas  o  de  Orellana.  En  su  embocadura,  encontró  un  gri 
po  de  islas  verdes  i  pintorescas,  pobladas  por  indios  pac 
fieos  que  lo  recibieron  amistosamente;  pero  sin  deteners 
mucho  tiempo  allí,  navegó  hasta  el  golfo  de  Paria  sin  atn 
verse  a  desembarcar.  Los  indios  de  aquellas  tierras,  ta 
pacíficos  con  los  primeros  españoles  que  las  abordaror 
estaban  ahora  embravecidos,  i  desde  la  playa  desafiaba 
resueltamente  a  los  esploradores.  Pinzón  continuó  al  fií 
su  viaje  por  la  Boca  del  Dragón,  e  hizo  rumbo  a  la  Espc\ 
ñola,  a  donde  llegó  el  23  de  junio  de  1500. 

El  resto  de  su  navegación  fué  una  serie  no  interrumpid.' 
de  desgracias  superiores  a  las  que  hasta  entonces  habiíii 
sufrido  los  castellanos  en  aquellos  mares.  Queriendo  rece 
hocer  las  islas  del  archipiélago  de  Bahama,  perdió  dos  na 
ves  con  sus  tripulaciones  completas,  i  después  de  haber  su 
frido  muchas  averías  en  las  otras  dos,  volvió  al  puerto  d» 
Palos  el  30  de  setiembre  de  1500.  A  pesar  de  estas  des 
gracias  i  de  la  poca  utilidad  comercial  de  esta  esploracion 
Pinzón  volvia  a  España  satisfecho  de  su  viaje,  i  convencí 
do  de  que  las  tierras  que  acababa  de  visitar  formaban  paa 
te  de  un  vasto  continente.  Hasta  entonces  ningún  viajer 
habia  adelantado  tanto  como  él  los  reconocimientos  hT 
cia  el  sur. 

9.  Viaje  de  Lepe  i  de  Bastídas;  secundo  viaje  de  Oji 
DA. — Diego  de  Lepe,  vecino  de  Palos,  emprendió  un  virij 
de  reconocimiento  casi  inmediatamente  después  de  haber* 
partido  Pinzón  para  el  nuevo  mundo.  Siguiendo  las  luit 
lias  de  su  predecesor,  Lepe  arribó  como  el  al  cabo  de  Sm 
Agustin,  en  la  parte  mas  sobresaliente  de  la  costa  orientri 
de  la  América  del  Sur.  Su  viaje  no  ofrece  de  notable  maí 
que  una  sola  circunstancia:  Lej)c  dobló  el  cabo  al  sur,  i  no 
tó  que  la  costa  se  dirijia  violentamente  hacia  el  sur  oeste, 
lo  que  era  el  primer  anuncio  de  que  este  continente  j)odic 
tener  una  forma  piramidal,  como  el  África.  Se  tienen  ])o 
cas  noticias  acerca  de  este  viaje;  pero  se  sabe  que  antes  (1< 
mediados  de  lóOO  estaba  de  vuelta  en  España,  i  cpie  ])re 
sentó  al  obispo  Fonscca  un  mapa  de  aquella  costa  (}ue  du 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    lY  198 

rante  muchos  años  fué  considerado  como  un  importante 
documento  jeográfico. 

ün  escribano  de  Sevilla  llamado  Rodrigo  de  Bastidas, 
emprendió  en  octubre  de  1500  un  nuevo  viaje  de  esplora- 
cion  en  busca  del  oro  i  de  las  perlas  que  habian  enriquecido 
a  algunos  de  sus  predecesores.  Llevaba  en  su  compañía  al 
célebre  piloto  vizcaíno  Juan  de  la  Cosa,  que  después  de  al- 
gunos viajes  anteriores  acababa  de  construir  una  magní- 
fica carta  de  las  rejiones  esploradas  del  nuevo  mundo  ^^.  Al 
revés  de  Lepe,  Bastidas  estendió  los  descubrimientos  en 
la  parte  norte  del  continente,  desde  el  cabo  de  la  Vela,  a 
donde  habia  llegado  Ojeda,  hasta  el  puerto  de  Nombre  de 
Dios,  reconociendo  al  efecto  las  costas  de  Santa  Marta, 
desembocadura  del  rio  Magdalena,  golfo  de  Darien  i  la 
rejion  oriental  del  istmo,  hasta  mas  adelante  del  cabo  de 
San  Blas.  Bastidas  negociaba  lealmente  con  los  natura- 
les; i  recojió  una  abundante  cosecha  de  oro  i  perlas;  pero 
tuvo  que  sufrir  contrariedades  de  los  elementos  ¡  de  los 
hombres.  Sus  buques  fueron  agujereados  por  el  broma,  gu- 
sano de  mar  que  destruye  fácilmente  la  tablazón  de  las 
embarcaciones;  i  al  llegar  a  la  Española  para  reparar  sus 
buques,  Bobadilia,  que  gobernaba  allí,  lo  sometió  a  juicio 
i  lo  mandó  preso  a  España.  Las  tempestades  destru^^eron 
algunas  de  las  naves  que  volvían  a  Europa  en  esta  oca- 
sión; pero  una  vez  llegado  a  Eíspaña  (setiembre  de  1502), 
los  reyes  decretaron  su  libertad  i  aun  le  asignaron  una 
pensión  vitalicia  por  sus  descubrimientos. 

El  capitán  Alonso  de  Ojeda  no  habia  olvidado  el  prove- 
cho que  obtuvo  en  su  viaje  anterior;  i  animado  no  sólo  por 
su  espíritu  aventurero  sino  también  por  el  deseo  de  recojer 
oro  i  perlas,  solicitó  permiso  para  proseguir  los  descubri- 
os Esta  carta  orijinal  era  de  propiedad  de  un  sabio  francés, 
el  barón  de  Walckenaer.  Después  de  su  muerte  fué  comprada  por 
el  gobierno  español,  i  forma  hoi  una  de  las  mayores  precipsida- 
des  del  Museo  Naval  de  Madrid.  ÍIitmbolüt  la  ha  reproducido 
en  el  tomo  Y  de  su  Ilistoirc  fie  la  q6o<j^rnphíe  dii  nouvenu  cotJ' 
tínent. 

TOMO   I  13 


194  HISTORIA   DB   AMÉRICA 


mientos  í  para  establecer  una  población  en  la  provincia  de 
Coquibacoa.  Los  reyes  le  concedieron  lo  que  pedia,  i  aun 
el  gobierno  de  aquella  rejion;  pero  Ojeda  no  pudo  apres- 
tar mas  que  cuatro  naves  con  que  salió  de  Cádiz  en  enero 
de  1502. 

Su  espedicion  fué  una  serie  no  interrumpida  de  aventu- 
ras señaladas  por  las  violencias  cometidas  contra  los  na- 
turales. Ojeda  costeó  una  parte  del  norte  del  continente 
rescatando  de  los  indíjenas  perlas  i  telas  de  algodón,  i  lle- 
gó a  una  tierra  que  los  indios  llamaban  Curiana,  mas  al 
occidente  de  otra  que  con  el  mismo  nombre  estaba  situa- 
da al  frente  de  la  isla  Margarita.  Allí  resolvió  proveerse 
de  víveres  acuchillando  a  los  indios  por  sorpresa.  Después 
de  consumada  esta  maldad,  se  encontró  en  el  mismo  esta- 
do de  escasez  de  provisiones,  i  siguió  su  viaje  hacia  el  oeste 
hasta  un  puerto  que  denominó  de  Santa  Cruz,  en  las  in- 
mediaciones del  cabo  de  La  Vela,  donde  trató  de  estable- 
cer una  colonia.  Sin  embargo,  escasearon  tanto  los  víve- 
res que  sus  subalternos,  exasperados  por  las  privaciones 
i  por  el  despotismo  i  la  codicia  de  Ojeda,  se  sublevaron  con- 
tra él,  lo  prendieron  y  lo  llevaron  cargado  de  cadenas  a  la 
Española  (setiembre  de  1502),  para  seguirle  un  proceso 
de  que  sólo  se  vio  libre  un  año  después,  i  esto  sólo  por  el 
favor  de  que  gozaba  en  la  corte  su  protector  el  obispo  Fon- 
seca.  Como  se  ve,  este  viaje  de  Ojeda  no  adelantó  en  nada 
los  descubrimientos. 

De  este  modo,  los  españoles  después  de  diez  años  de  via- 
jes i  esploraciones  habian  reconocido  casi  todas  las  islas  de 
las  Antillas  i  una  grande  estension  de  la  costa  de  la  Améri- 
ca del  Sur.  La  empresa  que  en  1492  parecia  el  sueño  absur- 
do de  un  loco  jeno  vés,  habla  revelado  en  1 502  rejiones  abun- 
dantes de  oro,  perlas  i  otras  valiosas  producciones;  i  se 
anunciaban  todavía  nuevos  i  mas  importantes  descubri- 
mientos. 


CAPITULO  V. 


DeffcnbrimieiitOH   de  Ion  portufi^neiieii.— mtimo    viaje 
de  Colon.  -SSn  muerte. 


(1497-1506) 


1.  Vasco  de  Gama:  descubrímíentoálel  camino  marítimo  a  la  In- 
dia.— 2.  Pedro  Alvarez  Cabral;  descubrimiento  del  Brasil.— 3. 
Viajes  de  Vespucio  al  servicio  del  Portugal.— 4'.  Cuarto  viaje 

de  Colon 5.  Padecimientos  de  Colon  en  [iimaica.— 6.  Vuelta 

de  Colon  a  España. — 7.  Su  muerte 8.  ¿Quién  dio  a  la  Amé- 
rica su  nombre  actual? 


1.  Vasco  de  Gama:  descubrimiento  del  camino  marí- 
Ti  Mo  A  la  India.— Al  mismc  tiempo  que  Colon  i  sus  compa- 
ne r-os  adelantaban  sus  descubrimientos,  los  portugueses 
Pt"oseguian  sus  navegaciones  al  oriente  por  el  mismo  cami- 
nc>  que  buscaban  desde  tanto  tiempo  atrás.   Después  del 
^í^inbo  de  Bartolomé  Díaz  en  1488  trayendo  la  noticia  de 
"^ber  doblado  la  estremídad  del  África,  el  rei  don  Juan  II 
^o  había  cesado  de  estimular  los  viajes  de  reconocimientos 
Pc>r  mar  i  por  tierra.   Los  descubrimientos  de  los  españoles, 
^^jos  de  disminuir  su  entusiasmo,  lo  indujeron  a  redoblar 
^^s  esfuerzos.  Seguro  de  que  bastaba  circunnavegar  aquel 
^^ntinente  para  llegar  a  la  India,  preparó  un  gran  viaje  de 
^sploracion  que  no  pudo  llevar  a  término.   La  muerte  lo 
^^^i^prendió  en   1495   antes  de  haber  dado  cima  a  aquella 


ion  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


grande  empresa.  Su  sucesor  don  Manuel,  heredero  de  sus 
estados  i  de  su  entusiasmo  i)or  los  descubrimientos  marí- 
timos, preparó  la  escuadrilla  que  habia  de  consumar  esta 
obra. 

Vasco  de  Gama,  hidalgo  portugués  que  se  habia  distin- 
guido en  los  reconocimientos  en  las  costas  de  África,  fué 
destinado  para  hacer  este  viaje.  Su  escuadrilla  se  compo- 
nía sólo  de  cuatro  naves,  i  con  ella  salió  de  Lisboa  el  8  de 
julio  de  1407.  Gama  dirijió  su  rumbo  al  sur  sin  apartarse 
mucho  de  la  costa  de  África,  tocando  en  las  islas  de  Cabo 
Verde  para  refrescar  sus  víveres  i  sufriendo  frecuentes  con- 
trariedades por  los  vientos  i  las  tempestades.  El  4?  de  no- 
viembre entró  a  la  bahía  de  Santa  Elena,  situada  en  las 
inmediaciones  del  cabo  de  Buena  Esperanza,  para  repo- 
nerse de  las  fatigas  del  viaje.  Los  navegantes  doblaron  el 
cabo  con  buen  tiempo  i  prosiguieron  éu  navegación  por  la 
costad  oriental  del  África,  desembarcando  con  frecuencia 
en  algunos  puertos  i  observando  en  ellos  una  civilización 
que  no  esperaban  hallar,  i  que  era  mas  refinada  así  que 
adelantaban  al  norte.  De  Melinde  dirijieron  el  rumbo  al 
través  del  océano  asiático,  i  el  22  de  mayo  de  1498  fondea- 
ron en  la  bahía  de  Calicut,  en  la  costa  occidental  del  In- 
dostan. 

La  ricjueza  de  estepais,  su  civilización  i  su  industria  aven- 
tajaban en  mucho  a  la  idea  que  los  portugueses  se  habian 
formado  de  la  India.  Gama  habria  querido  establecerse  en 
aquella  costa  en  nombre  del  rei  de  Portugal;  pero  le  faltaba 
jente  para  sostener  una  colonia,  i  mercancías  para  nego- 
ciar con  los  indíjenas.  Apresuróse  por  tanto  a  volver  a 
Portugal  a  anunciar  el  resultado  de  su  viaje  i  a  pedir  recur- 
sos con  (|uc  acometer  otra  espedicion  i  asentar  el  dominio 
de  los  i)ortugueses  en  los  mares  de  la  India.  El  14  de  setiem- 
bre de  1499,  los  esploradores  entraron  en  Lisboa.  El  anun- 
cio de  susdcscubrimieiitosfiu's'ilu  la  lo  coa  solemics  fiestas. 

2.  Pkdi^í)  Alvvkrz  Carral;  DFscrnRiMiE.NTO  dkl  Bra- 
sil.—La  crirte  de  Portugal  recibió  con  grande  entusiasmo 
la  noticia  de  los  descubrimientos  de  Gama-   El   rei  mandó 


PA&TB   SEGUNDA. — CAPÍTULO   V  19? 

preparar  con  la  mayor  actividad  una  escuadra  que  fuera  a 
establecer  factorías  a  las  costas  de  la  India.  Algunos  nego- 
ciantes se  asociaron  a  esta  empresa;  i  se  alcanzaron  a  equi- 
par por  todo  once  naves.  El  mando  de  todas  ellas  fué  con- 
fiado a  Pedro  AlvarezCabral,  caballero  de  noble  cuna,  pero 
que  no  se  había  ilustrado  aun  por  hechos  anteriores.  La 
escuadrilla  salió  de  Lisboa  el  9  de  marzo  de  1500. 

Por  consejo  de  Vasco  de  Gama,  el  rei  encargó  a  Cabral 
que  en  la  altura  de  Guinea  se  apartase  cuanto  pudiese  de 
las  costas  de  África  para  evitar  las  calmas  constantes  que 
allí  reinan.  Obedeciendo  esas  instrucciones  ^  i  arrastrado 
talvez  por  los  vientos,  a  los  cuarenta  i  tres  dias  de  viaje,  el 
22  de  abril,  Cabral  avistó  al  oeste,  en  una  tierra  descono- 
cida, un  monte  «nlto  al  cual  llamó  Pascual,  en  atención  a  la 
fiesta  de  pascua  que  acababa  de  celebrar  a  bordo.  La  es- 
cuadrilla se  acercó  a  la  costa  el  dia  siguiente;  i  bajaron  a 
tierra  los  intérpretes  de  lenguas  africanas  i  asiáticas  que 
llevaba  Cabral,  para  comunicarse  en  sus  viajes.  Sus  esfuer- 
zos fueron  completamente  inútiles:  los  portugueses  acaba- 
ban de  descubrir  la  costa  del  Brasil  a  17  grados  de  latitud 
austral,  i  encontraron  en  ella  indios  que  los  recibieron  hos- 
pitalariamente, pero  que  perteiiecian  a  una  familia  mui  di- 
ferente de  las  que  habia  hallado  Gama  en  sus  espediciones. 
Cabral  se  encaminó  hacia  el  norte,  i  fondeó  con  sus  naves 
en  una  bahía  que  denominó  Porto  Seguro.  Allí  desembarcó 
para  reconocer  las  tierras  inmediatas  i  tomar  posesión  de 
ellas  en  nombre  del  rei  de  Portugal,  levantando  al  efecto 
una  cruz  de  madera  con  las  armas  del  monarca.  Cabral 
cfeia  haber  descubierto  una  isla,  i  las  señas  de  los  indíjenas 
lo  confirmaron  en  este  error.  Dióle  el  nombre  de  isla  de  Ve- 
ra-Cruz, con  que  fué  conocida  durante  mucho  tiempo  aque- 
lla costa  2. 


1  Don  Francisco  A.  de  Vannhagkn  ha  publicado  al  fin  del  pri- 
mer tomo  de  su  Historia  ffencrnl  do  Bnizií  el  facsímile  de  una 
parte  del  informe  que  Gama  habia  dado  para  fijar  las  instrijccio- 
ntrs  de  Alyarez  de  Cabral. 

2  El  Brasil  fué  llamado  durante  mucho  tiempo  tierra  de  la  San- 


198  mSTOEIA    DB   AMÉRICA 


De  acuerdo  con  los  otros  capitanes,  Cabral  despachó 
para  el  Portugal  una  carabela  con  la  feliz  noticia;  i  para 
comprobarla  remitía  vestuarios,  armas  i  utensilios  deaque 
líos  indios,  Ordenó  en  seguida  que  dos  criminales  que  lleva 
ba  en  su  escuadra  fuesen  dejados  en  tierra  para  que  se  im 
pusiesen  de  la  lengua  de  aquel  pais  i  pudieran  mas  tarde 
.  servir  de  intérpretes.  Hecho  esto,  se  dio  a  la  vela  para  e! 
oriente  el  2  de  mayo  de  1500. 

3.  Viajes  de  Vlspucio  al  servicio  del  Portugal.— La 
noticia  de  este  descubrimiento  no  causó  gran  satisfaccior 
al  re¡  del  Portugal,  que  se  hallaba  preocupado  con  el  grar 
proyecto  de  asentar  su  dominación  en  la  India.  Por  otrs 
parte,  los  informes  suministrados  por  los  descubridores  nc 
eran  mui  lisonjeros  para  los  que  tenian  la  espectativa  de 
conquistar  las  ricas  rejiones  del  Asia.  '*Hasta  ahora,  decis 
Yaz  de  Caminha  en  su  célebre  carta,  no  podemos  saber  s 
hai  oro,  plata,  o  alguna  cosa  de  metal  i  ni  aun  de  fierro 
pero  la  tierra  en  sí  es  de  buenos  aires  así  frios  i  templados 

como  los  de  Entre  Duero  i  Miño Pero  el  mejor  frute 

que  en  ella  se  puede  recojer  me  parece  que  será  salvar  est£ 
jente;  i  esta  debe  ser  la  principal  semilla  que  V.  A.  deb( 
plantar  en  ella.'*  Todo  esto  no  era,  pues,  mui  halagüeño 
para  los  que  soñaban  con  ser  señores  de  la  especiería,  de 
oro  i  de  las  piedras  preciosas  del  oriente. 

Sin  embargo,  hallábase  entonces  en  Lisboa  Amcrico  Ves 
pucio,  aquel  piloto  florentino  que  habia  acompañado  f 
Ojeda  en  su  viaje  a  la  costa  de  Paria.  El  rei  de  Portugal  le 


ta  Cruz  Cambiósele  este  nombre  por  la  abundancia  de  una  iiia 
dera  tíntoria  semejante  a  otra  que  los  europeos  recibían  desde  Ií 
edad  media  de  la  India  oriental,  i  que  denominaban  palo  brasil 
La  relación  del  viaje  de  Cabral  consta  de  una  carta  estensa  i  pro 
lija  del  escribano  de  la  escuadra  Pedro  Vaz  de  Caminha,  publica 
da  por  Ayrrs  dk  Cazal  en  la  introducción  de  su  Corof^rnjthii 
DrasíUca  i  de  otros  documentos  dados  a  \m  en  el  tomo  II  de  h 
Cohcqao  de  noticias  para  a  historia  e  geo^raphia  das  n¿i(^'os  ultra 
marinas,  impresa  en  Lisboa.  Bn  el  tomo  IV  de  esta  misma  colee 
cion  ha  sido  publicada  la  célebre  carta  de  Vaz  de  Caminha. 


PARTE   SEGUNDA.— KJ A PÍTULO       V  199 

había  llamado  a  la  corte  con  la  idea,  sin  duda,  de  utilizar 
sos  vastos  conocimientos  cosmográficos.  Embarcóse  en 
una  escuadrilla  de  tres  carabelas  que  zarpó  de  Lisboa  el  10 
de  mayo  de  1501;  i  habiendo  tocado  en  la  costa  de  África 
para  renovar  sus  provisiones,  encontró  las  naves  con  que 
Pedro  Alvarez  de  Cabral  volvia  de  la  India.  En  su  viaje  por 
el  Atlántico  sufrieron  los  portugueses  horribles  tempesta- 
des; pero  calmadas  éstas,  descubrieron  el  7  de  agosto  el 
cabo  de  San  Roque,  situado  a  los  5^  de  latitud  sur,  i  por 
lo  tanto  en  la  costa  que  habian  visitado  los  castellanos. 
De  allí,  dirijieron  su  rumbo  al  sur.  A  esta  escuadrilla  se  de- 
ben atribuir  los  nombres  puestos  no  sólo  al  mencionado 
cabo  sino  también  a  los  parajes  situados  mas  al  sur  a  que 
iban  llegando  los  navegantes,  i  que  corresponden  con  las 
fiestas  del  calendario  romano,  a  saber  cabo  de  San  Agus- 
tín, rio  de  San  Francisco,  cabo  de  Santo  Tomas,  Rio  de  Ja- 
neiro (enero),  caleta  de  los  Reyes,  isla  de  San  Sebastian, 
puerto  de  San  Vicente  i  de  la  Cananea  i  cabo  de  Santa  Ma- 
ría. En  este  viaje,  los  esploradores  recorrieron  una  consi- 
derable estension  de  costa  talvez  hasta  inmediaciones  del 
estuario  del  Plata;  i  después  de  haberse  provisto  de  leña, 
agua  i  algunos  víveres,  dieron  vuelta  a  Europa  el  13  de  fe- 
brero de  1502.  En  su  viaje  tocaron  de  nuevo  en  la  costa  de 
África  para  repararse,  i  llegaron  a  Portugal  en  agosto  del 
mismo  año. 

A  principios  de  1503,  partió  de  Lisboa  con  el  mismo 
rumbo  otra  escuadrilla  de  seis  naves,  a  la  cual  acompaña- 
ba de  nuevt>  el  mismo  Américo  Vespucio.  Se  cree  que  el  ver- 
dadero fin  de  esta  espedicion  era  buscar  por  el  occidente  un 
paso  para  los  mares  del  oriente,  como  pensaba  Cristóbal 
Colon.  A  las  naves  de  esta  escuadrilla,  cuyo  éxito  fué  ma- 
logrado en  virtud  de  la  pérdida  o  dispersión  de  una  parte 
de  ella,  se  debió  el  descubrimiento  de  la  Bahía  de  todos  los 
Santos  i  la  fundación  de  la  primera  factoría  portuguesa  en 
el  Brasil,  la  cual  tuvo  lugar  no  lejos  de  Porto  Seguro  que 
habia  visitado  Cabral.  Dejaron  ahí  veinticuatro  portugue- 
ses i  doce  piezas  de  artillería  con  otras  muchas  armas  i  pro- 


2Ó0  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


visiones  para  seis  meses.  Entonces  dieron  la  vuelta  a  Euro- 
pa; i  el  28  de  junio  de  1504?  entraron  por  fin  a  Lisboa  ^. 

4.  Cuarto  viaje  de  Colok.— Los  descubrimientos  de  los 
portugueses  produjeron  en  España  nuevo  entusiasmo  por 
los  viajes  marítimos.  Los  reyes  de  Castilla  i  de  Aragón  esta- 
ban persuadidos  de  que  era  menester  entender  los  reconoci- 
mientos antes  que  una  nación estraña  se  enseñoreara  de  las 
ricas  rejiones  del  nuevo  mundo.  Para  esta  obra  tenian  en 
España  a  Cristóbal  Colon,  que  en  cada  uno  de  sus  viajes  ha- 
bía hecho  descubrimientos  importantes  i  los  habia  adelan- 
tado de  una  manera  tan  rápida  i  admirable.  El  almirante 
también,  recordando  los  paisesque  habia  visitado  en  su  ter- 
cer viaje,  creia  que  con  mui  poco  trabajo  podia  hallar  un  ca- 
mino mas  corto  a  la  India  i  llegar  a  tiempo  de  disputar  a 
los  portugueses  el  comercio  i  las  riquezas  de  aquellas  ma- 
ravillosas comarcas. 

Los  reyes  desplegaron  mucho  ardor  para  la  ejecu<?ion  de 
este  pensamiento:  pero  sólo  pusieron  a  disposición  del  al- 
mirante dos  naves  i  dos  carabelas.  En  ellas  se  embarcaron 
poco  mas  de  cien  hombres,  el  hermano  de  Colon  don  Bar- 
tolomé i  su  hijo  Fernando,  niño  entonces  de  14  años,  pero 
que  manifestaba  ya  la  intelijeacia  clara  i  el  corazón  eleva- 
do con  que  mas  tarde  habia  de  trazar  la  historia  de  su  ilus- 
tre padre.  Los  reyes,  tomando  por  protesto  la  necesidad  de 
no  perder  tiempo,  le  previnieron  que  en  su  viaje  no  tocase 
en  la  isla   Española  que  suponían  ajilada  todavía  por  las 


-i  Varnhagen,  Historiíi  gcral  do  Brazil,  toin.  I,  sec.  II.— Vcspu- 
ció,  Quator  navii^ationcs,  publicadas  en  130 !•  en  italiano,  1503  en 
latin,  1506  en  alemán  i  1507  en  italiano,  i  traducidas  al  castella- 
no en  el  III  vohiinen  de  la  Colección  de  NavarkRTK.  Este  libro  del 
célebre  navegante  ílorentino,  impreso  i  reimpreso  con  muchos  erro- 
res en  los  nombres  i  en  las  cifras,  ha  dado  lugar  a  estudios  j)roU- 
jos  de  erudición  histórica  que  no  es  del  caso  analizar  aquí.  En 
nuestra  narración  aceptamos  la  apreciación  que  de  él  hace  Varn- 
hagen,  el  cual  se  aparta  mui  [)oco  de  las  que  ha  emitido  el  barón 
de  Humboldt.  Faltan  los  datos  para  fijar  los  nombres  de  los  jefes 
de  las  espediciones  en  que  Vcspucio  tomó  parte  i  que  contó  en  su 
libro. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    V  201 


convulsiones  anteriores,  pudiendo  hacerlo  a  la  vuelta  en 
caso  necesario  ^.  **No  habéis  de  traer  esclavos,  agregaban 
en  su  instrucción;  pero  si  buenamente  quiere  venir  alguno 
por  lengua  con  propósito  de  volver,  traedle/' 

Colon  no  vaciló  en  tomar  el  mando  de  una  escuadrilla 
tan  débil  para  consumar  la  grandiosa  empresa  que  proyec- 
taba. El  9  de  mayo  de  1502,  salió  del  puerto  de  Cádiz;  i 
después  de  tocar  en  las  Canarias,  dirijió  su  rumbo  hacia  las 
tierras  que  liabia  esplorado  en  su  tercer  viaje.  Desgracia- 
damente, la  nave  mayor  de  su  flota  tenia  tan  mal  andar  i 
se  hallaba  en  tan  mal  estado  que  se  vio  en  la  necesidad  de 
acercarse  a  la  Española  para  cambiarla  por  otra.  Gober- 
naba allí  todavía  don  Nicolás  de  Ovando,  aquel  alto  fun- 
cionario que  los  reyes  enviaron  para  tranquilizar  la  colo- 
nia después  de  la  prisión  del  almirante,  i  reparar  los  agra- 
vios inferidos  a  éste.  Ovando  habia  hallado  el  gobierno  de- 
la  isla  en  el  mas  espantoso  desorden  por  las  debilidades  i 
torpezas  de  Bobadilla,  i  habia  embarcado  a  éste  para  remi- 
tirlo a  España  en  una  flota  de  dieciocho  naves  que  estaba 
apunto  de  hacerse  a  la  vela  el  19  de  junio  de  1500,  cuando 
Colon,  desde  la  entrada  del  puerto,  mandó  a  tierra  un  men- 
sajero. Pedia  a  Ovando  permiso  para  resguardarse  de  un 
furioso  temporal  que  creia  próximo,  i  le  suplicaba  que  le 


*  Lafuünte,  (Hist.  jcneral  de  España^  tom.  X,  páj.  153,  en  la 
nota)  crítica  a  Prescott,   mang  i  Lamartine  por  cuanto  escribie- 
ron que  los  reyes  no  habian  permitido  a  Colon   que  se  acercara  a 
la  isla  Española  en  su  cuarto  viaje,  i  cita  en  su  apoyo  las  instruc- 
cionesdadas  al  almirante  en  que  no  se  encuentra  tal  negativa.  Has- 
taaquí,  el  historiador  español  parece  tener  razón;  pero  se  olvidó  de 
consultar  la  carta  con  que  los  reyes  remitieron  a  Colon  sus  ins- 
trucciones, en  la  cual  se  encuentran  las  palabras  que  siguen:  **I  a 
Jo  que  decis  para  este  viaje  a  que  vais  querriades  pasar  por  la  Es- 
pañola, ya  os  dijimos  que  porque  no  es  razón  que  para  este  viaje  a 
que  agora  vais  se  pierda  tiempo   alguno,  en  todo  caso  vais  por 
este  otro  camino,  que  a  la  vuelta,  placiendo  a  Dios,  si  os  pareciere 
que  será  necesario,  podréis  volver  por  allí  de  pasada  para  detene- 
ros poco."  Carta  de  Valencia  de   14  de  marzo  de  1502,  en  Nava- 
naETi?,  tom.  I,  páj.  277. 


202  HISTORIA   DB  AMArICA 


permitiese  cambiar  sn  nave  por  otra  en  mejor  estado  para 
proseguir  sus  descubrimientos. 

Su  rápida  elevación  habia  ensoberbecido  a  Ovando.  En 
lugar  de  atender  la  súplica  del  almirante,  le  dio  por  única 
contestación  la  orden  de  alejarse  del  puerto.  Así  lo  hizo  Co- 
lon; pero  antes  de  retirarse,  envió  a  Ovando  un  nuevo  men. 
saje  en  que  le  suplicaba  que  no  {permitiese  s¿ilir  los  buques 
del  puerto  porque  habia  indicios  indudables  de  una  terrible 
tempestad.   El  gobernador  despreció  este  aviso;  e  instado 
por  los  enemigos  de  Colon,  mandó  salir  las  naves  cargadas 
déjente  i  de  oro  que  enviaba  a  los  reyes  como  muestras  de 
su  administración.   Ix>s  pronósticos  del  almirante  se  reali- 
zaron. Dos  días  después  estalló  una  de  esas  violentas  tem- 
pestades con  que  se  anuncia  en  el  mar  de  la  Antillas  el  paso 
de  una  estación  a  otra.  La  mayor  parte  de  las  naves  que 
que  componían  la  escuadra  fué  sumerjida  por  las  olas;  i  con 
ellas  perecieron   Bobadilla,   Roldan  i  muchos  otros  enemi- 
gos de  CoUíU,  con  los  tesoros  que  habían  aglomerado. 
"Aquí  es  del  caso  advertir,  esclama  un  historiador,  cuanto 
poder  tiene  la  justicia  de  Dios  en  el  castigo  de  los  crímenes 
de  los  hombres  i  reflexionar  seriamente  que  todos  nuestros 
tesoros  i  riquezas  en  que  con  tanto  afán  fijamos  nuestra 
esperanza  i  nuestra  fe  son  sombras  i  sueños"  ^.  Las  naves 
que  salvaron  del  naufrajio  volvieron  muí  averiadas  a  San- 
to Domingo,  i  sólo  una,  la  mas  frájil  de  todas,  según  don 
Fernando  Colon,  siguió  sin  interrupción  su  viaje  a  España. 
Era  ésta  la  que  conducía  los  tesoros  del  almirante,  confis- 
cados por  Bobadilla  i  devueltos  a  su  dueño  por  una  orden 
de  los  reyes. 

Colon, entretanto,  pasó  la  tormenta  resguardado  en  una 
caleta  de  la  costa,  espuesto  es  verdad  al  peligro,  pero  sin 
sufrir  jx'rdida  alguna  en  su  escuadrilla.  Calmado  el  tiempo, 
se  dirijió  con  sus  naves  hacia  el  continente  (14- de  julio); 
i  después  de  una  navegación  de  sesenta  días,  en  que  vientos 
contrarios  i  nuevas  tempestades  lo  arrastraron  a  la  isla  de 


¿  Be^zoni,  Xovie  novi  orbis  htstoriac,   lib.  I.  cap.  XII,  páj.  52. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO   V  203 

Jamaica  i  al  grupo  de  islas  situadas  al  sur  de  Cuba  i  que 
habia  llamado  Jardines  de  la  Reina,   descubrió  la  isla  de 
Guanaja,  que  está  próxima  a  la  costa  de  Honduras.  De  allí 
pasó  al  continente,  i  desembarcó  en  un  puerto  que  llamó  de 
Cajinas,  i  que  ahora  es  conocido  con  el  nombre  de  Trujillo. 
En  esta  parte,  Colon  encontró  indios  mas  civilizados  que  le 
dieron  a  entender  que  al  oeste  existia  una  nación  rica  i  po* 
derosa  en  que  abundaba  el  oro  i  en  que  habiagrandes  cons- 
trucciones. En  vez  de  aprovecharse  de  esta  indicación  que 
lo  habria  llevado  á  las  costas  de  Yucatán  i  de  Méjico,  don" 
de  existia  en  efecto  un  grande  i  poderoso  imperio,  el   almi' 
rante,  persuadido  siempre  de  que  visitaba  las  costas  del 
Asia  i  de  que  a  poca  distancia  de  aquellos  sitios  habria  de 
encontrar  el  rio  Gánjes,  dio  la  vuelta  al   oeste  i  comenzó  la 
esploracion  de  la  costa  de  Honduras  hasta  el  cabo  de  Gracias 
a  Dios  (15  de  setiembre).  Durante  esta  navegación  tuvo  que 
luchar  con  los  vientos  i  las  corrientes;  pero  en  ese  cabo  el 
tiempo  i  el  mar  parecian  favorables.  A  pesar  de  que  sus  na- 
ves se  hallaban  en  mal  estado,  i  de  que  sus  tripulaciones  se 
manifestaban  enfermas  i  cansadas  con  tan  largo  viaje,  Co. 
Ion  siguió  su  rumbo  al  sur  para  adelantar  sus  reconoci- 
mientos. 

En  esta  esploracion, el  almirante  alcanzó  hasta  el  puerto 
de  Escribanos,  cerca  de  la  punta  de  San  Blas,  a  donde  ha- 
bia llegado  Bastidas  en  1501.  En  su  viaje  esploró  prolija- 
mente toda  la  costa  i  aun  desembarcó  en  algunos  puntos. 
Buscaba  un  estrecho  que  lo  llevara  al  occidente,  i  con  este 
objeto  reconocia  los  golfos  i  los  rios.  El  9  de  enero  de  1503 
fondeó  en  la  desembocadura  de  un  rio  que  llamó  Belén,  i 
desde  ahí  mandó  a  su  hermano  don  Bartolomé  que  recono- 
ciera con  alguna  jente  el  interior  del  pais.  El  adelantado 
talló  ricos  lavaderos  en  que  recojió  sin  gran  trabajo  una 
considerable  cantidad  de  oro.  Colon  concibió  la  idea  de 
fundar  allí  una  colonia.  **Yo  tenia  mucho  aparejo  para  edi- 
ficar i  muchos  bastimentos,  dice  el  almirante.  Asenté  pue- 
blo i  di  muchas  dádivas  al  Quibian,  que  así  llaman  al  señor 
de  la  tierra;  i  bien  sabia  que  no  habiade  durar  la  concordia: 


201  HISTORIA    DK   AMÉRICA 


los  indios  eran  muí  rústicos  i  nuestra  jent:e  mui  importu- 
na'* ^ .  Sucedió  en  efecto  lo  que  habia  previsto:  las  violencias 
de  los  españoles  produjeron  una  jeneral  sublevación  de  los 
indíjenas.  El  mayor  número  de  éstos  triunfó  al  fin  sobre 
sus  enemigos.  Muchos  de  los  castellanos  fueron  asesinados 
por  los  indios;  i  Colon  mismo,  atacado  de  una  fuerte  fiebre 
que  le  habian  producido  los  desvelos  i  la  insalubribad  del 
clima,  se  vio  forzado  a  abandonar  una  colonia  que  no  podia 
sostener. 

Kefiere  Colon  que  rendido  de  fiebre  i  de  fatiga,  i  casi  sin 
esperanzas  de  escaparse  de  una  muerte  inevitable,  subió  a 
una  altura  para  ver  si  divisaba  algún  socorro.  *'Cansado, 
dice,  me  dcrmecí  jimiendorunavoz  mui  piadosa  oí  diciendo: 
¡O  estulto  i  tardo  a  creer  i  a  servir  a  tu  Dios,  Dios  de  todos! 
¿Qué  hizo  él  mas  por  Moisés  i  por  David  su  siervo?  Desque 
naciste,  siempre  él  tuvo  de  ti  mui  grande  cargo.  Cuando  te 
vido  en  edad  de  que  él  fué  contento,  maravillosamente  hizo 
sonar  tu  nombre  en  la  tierra.  Las  Indias,  i|uc  son  parte  del 
mundo,  tan  ricas,  te  las  dio  por  tuyas:  tú  las  repartiste  á 
donde  te  plugo  i  te  dio  poder  para  ello.  De  los  atamientos 
de  la  mar  océana,  que  estaban  cerrados  con  cadenas  tan 
fuertes,  te  dio  las  llaves,  i  fuiste  obedecido  en  tantas  tierras, 
i  de  los  cristianos  cobraste  tan  honrada  fama,  ¿Qné  hizo  él 
mas  por  el  alto  pueblo  de  Israel  cuando  le  sacó  de  líjipto? 
Ni  por  David,  que  de  pastor  hizo  rei  en  Judca?  Tórnate  a  él, 
i  conoce  ya  tu  yerro;  su  misericordia  es  infinita:  tu  vejez  no 
impedirá   a  toda  cosa  grande:  muchas  heredades  tiene  él 
grandísimas.  Abraham  pasabii  de  cien  años  cuando  enjen- 
dró  a  Isaac,  ¿ni  Sara  era  moza?  Tú  llamas  por  socorro  in- 
cierto, i  responde  ¿(juién  te  ha  aflijido  tanto  i  tantas  veces, 
Dios  o  el  mundo?  Los  privilejios  i  promesas  que  da  Dios,  no 
las  quebrantíi,  ni  da  después  de  hciber  recibido  el   servicio, 
que  su  intención  no  era  ésta,  i  que  se  entiende  de  otra  ma- 
nera, ni  del  martirios  ])or  dar  color  a  la  fuerza:  él  va  al  pié 


G  Carta  (le  Colon  a  los  reyes,   escrita  en  Jamaica  el  7  de  julio 
de  1503. 


PAUTE   SBOITNDA.  -CAPITULO   V  205 


déla  letra:  todo  lo  que  él  promete  cumple  con  acrecenta- 
miento ¿esto  es  uso?  Dicho  tengo  lo  que  tu  Criador  ha  fe- 
cho por  ti  i  hace  con  todos.  Ahora  medio  muestra  el  galar- 
dón de  estos  afanes  i  peligros  que  has  pasado  sirviendo  a 
otros**    * . 

Le  barra  del  rio  se  habia  cerrado,  i  con  grandes  dificul- 
tades pudo  Colon  sacar  de  él  tres  de  sus  naves,  dejando 
abandonada  la  cuarta.  En  Portobelo,  donde  recaló  en 
seguida  (abril  de  1503),  abandonó  otra  que  por  estar  mui 
agujereada  por  el  broma,  apenas  podia  mantenerse  a  flote. 
Desde  este  puerto  siguió  su  viaje  hacia  el  sureste  con  di- 
rección al  golfo  de  Darien;  pero  el  mal  estado  de  sus  naves  i 
el  espanto  i  aflicción  de  sus  tripulaciones,  lo  obligaron  a 
cambiar  el  rumbo  hacia  el  norte  i  fué  a  recalar  al  sur  de 
Cuba,  que  el  almirante  persistia  en  llamar  Catai,  estoes,  la 
China  de  los  viajeros  de  ía  edad-media.  De  allí  se  encaminó 
ala  Española,  donde  él  i  sujente  esperaban  hallar  algún 
reparo.  Los  peligros  de  este  viaje  son  superiores  a  toda 
descripción.  "Fué  maravilla,  dice  Colon,  como  no  nos  aca- 
bamos de  hacer  rajas Perdido  del  todo  el  aparejo  i  con 

los  navios  horadados  de  gusanos  mas  que  un  panal  de  abe- 
jas, i  la  jente  tan  acorbadada  i  perdida,  pasé  algo  adelan- 
te de  donde  yo  habia  llegado  antes. ..Llegué  a  Jamaica  en 
fin  de  junio  (23  de  junio  de  1503)  siempre  con  vientos  ma- 
los i  los  navios  en  peor  estado:  con  tres  bombas,  tinas  i 
calderas  no  podia  con  toda  la  jente  vencer  el  agua  que  en- 
traba en  el  navio,  ni  para  este  mal  de  broma  hai  otra  cura." 
El  lugar  a  que  arribó  fué  llamado  Puerto  Bueno:  hoi  es  co- 
nocido con  el  nombre  de  Dry  Harbour. 
5.  Padecimiento  de  Colon  en  Jamaica.— La  situación 


7  El  sueño  de  Colon,  que  copiamos  testualmcnte  de  su  carta  de 
7jaKo  de  1503,  es  admirado  por  Humboldt  como  un  hermoso  ras- 
go de  inspiración.  Véase  a  Villhmain  Tahlcau  de  la  littérature  au 
moyen  ñge,  XXIII  Ic^on,  donde  el  celebre  crítico  hace  un  juicio  de 
este  fragmento  de  la  correspondencia  del  gran  descubridor. 


206  HISTORIA    r>i9   AMÉRICA 


del  almirante  en  aquella  isla  llegó  a  ser  mui  angustiada. 
Al  principio,  sus  compañeros  celebraron  como  un  fortuna 
el  haber  podido  arribar  a  ella  para  salvar  de  un  eminente 
naufrajio.  Atracaron  a  tierra  las  naves  que  estaban  casi 
completamente  destruidas  para  guarecerse  de  la  intenif>erie. 
Pero  luego  comenzaron  a  sufrir  los  efectos  del  hambre,  i 
tuvieron  que  entrar  en  relaciones  con  los  indijenas  para 
proveerse  de  algunos  víveres.  Los  castellanos  estaban  aba- 
tidos ante  la  idea  de  quedar  abandonados  en  aquella  isla, 
i  perecer  ahí  de  hambre  o  a  manos  de  los  indijenas. 

En  estas  circunstancias  se  le  ocurrió  a  Colon  el  único 
espediente  que  podia  salvarlo  á  él  i  a  los  suyos.  Pidió  a  los 
indios  dos  embarcaciones  construidas  de  un  solo  tronco  de 
madera,  i  dispuso  el  enviar  en  ellas  un  mensaje  a  la  Espa- 
ñola para  obtener  el  envío  de  una  nave  en  que  volver  a 
Europa.  Dos  de  sus  compañeros,  el  jenovés  Bartolomé 
Fieschi  i  el  castellano  Diego  Méndez,  aceptaron  el  encargo 
de  acompañar  a  los  indios  en  aquella  difícil  travesía.  Los 
emisarios  llevaban  también  una  carta  de  Colon  a  los  reyes 
en  que  les  daba  cuenta  de  sus  esploraciones  i  de  sus  des- 
gracias. 

La  situación  de  los  que  quedaban  en  la  isla  no  mejoró 
mucho  con  esto  solo.   Antes  de  mucho  tiempo,  los  indijenas 
se  cansaron  de  suministrar  víveres  a  Colon  i  a  sus  compa- 
ñeros.  Determinados  a  deshacerse  de  tan  incómodos  hués- 
pedes, los  indios   resolvieron  negarles  las  provisiones  que 
hasta  entonces  les  habian   obsequiado.   En  esos  momentos 
de  jeneral  conflicto,  el   almirante  discurrió  un  arbitrio  que 
puso  luego  en  ejecución.   Dos  dias  después  debia  tener  lu- 
gar un  eclipse  de  luna.   Colon  reunió  los  indios  principales, 
i  les  dijo  que  los  europeos  eran  servidores  del  espíritu  que 
presidí  al  universo    desde    los  cielos,   i  que  ellos  por  su  in- 
constancia i  por  la  conspiración  en   que  tomaron  parte  se 
habian  atraido  la  cólera  celeste.   En   seguida  les  anunció 
que  en  breve  la  luna  pcrderia  su  luz,  que  tomaría  un  color 
de  sangre,  i  que  esa  seria  la   señal   de  las  desgracias  que 
iban  a  caer  sobre  ellos.   Los   indios  recibieron  esta  noticia 


PARTB   8BOUNDA. — CAPÍTirLO   V  207 

con  incrédula  indiferencia;  pero  llegó  el  dia  anunciado  ^,  i 
la  luna;  como  lo  habia  predicho  el  almirante,  comenzó  a 
oscurecerse  hasta  ponerse  completamente  roja  (6  de  setiem- 
bre de  1503).  Entonces  corrieron  a  buscar  a  Colon,  carga- 
dos de  víveres,  para  pedirle  humildemente  que  intercediera 
con  el  espíritu  celeste  para  que  se  calmara  su  saña  i  los  li- 
brase del  castigo  a  que  se  habian  hecho  acreedores.  Colon 
se  los  prometió;  el  eclipse  comenzó  a  disiparse,  la  luna  re- 
cobró al  fin  su  resplandor  natural;  pero  los  indíjenas  no 
volvieron  a  negar  las  provisiones  a  los  castellanos. 

Pero  si  la  situación  de  los  españoles  mejoró  algo  mei  ced 
a  esta  estratajema,  no  tardaron  en  asomar  nuevos  conflic- 
tos. Aunque  la  desgracia  era  cómun,  habia  algunos  de  los 
detenidos  en  Jamaica  que  acusaban  a  Colon  de  aquel  con- 
tratiempo i  que  tramaban  una  conspiración.  Francisco 
de  Porras,  capitán  de  una  de  las  naves,  i  su  hermano 
Diego,  escribano  de  la  escuadrilla,  fueron  los  instigado- 
res de  este  infame  complot.  El  2  de  enero  de  1504  se  ha- 
llaba Colon  enfermo  en  cama  cuando  estalló  el  movi- 
miento. Porras  se  apersonó  al  almirante  para  acusarlo 
de  no  permitir  que  sus  compatriotas  volvieran  a  España;  i 
sordo  a  la  razón,  se  dirijió  a  las  tripulaciones  preguntando 
quiénes  querían  dar  la  vuelta  a  Castilla.  En  medio  de  la 
confusión,  los  sublevados  ganaron  prosélitos  con  tan  hala- 
güeña esperanza;  i  tomaron  algunas  canoas  de  los  indios 
para  emprender  su  viaje  a  la  Española.  Sin  embargo,  no 
les  fué  posible  conseguir  este  resultado;  i  después  de  inútiles 
trabajos  que  agotaron  sus  fuerzas,  se  vieron  obligados  a 
asilarse  en  la  estremidad  oriental  de  la  isla.  Colon  i  su  her- 
mano quedaron  en  el  mismo  puerto  con  los  marinos  que  les 
eran  fíeles  i  con  los  enfermos  que  no  podian  moverse  de  las 


^  PiNGRÉ  en  su  Chronolgie  des  eclipses,  señala  uno  que  tuvo 
hgarelGde  setiembre  de  1503.  Esta  fecha  corresponde  a  la  de- 
tención de  Colon  en  Jamaica,  i  debe  fijar  el  dia  en  «que  su  situación 
cambió  en  parte,  merced  a  su  estratajema.  Bsta  fecha  no  se  en- 
enentra  señalada  en  los  historiadores. 


208  HISTORIA    I)K   AMÉRICA 


naves.  Los  cuidados  (juccn  estas  circunstancias  les  prodigó, 
aumentaron  la  estimación  que  aquellos  abrigaban  por  el 
almirante. 

Sin  embargo,  esta  situación  se  prolongaba  mas  de  loque 
habia  esperado  Colon.  Habian  trascurrido  once  meses  des- 
de la  salida  de  Méndez  i  Fieschi  sin  que  se  tuviera  noticia 
alguna.  El  descontento  cundia  por  instantes,  i  los  desafec- 
tos al  almirante  hacian  circular  rumores  siniestros,  conioel 
de  haberse  visto  un  buque  náufrago  que  talvez  se  habia 
acercado  a  la  isla  para  socorrerlos.  Preparábase  ya  un  rao- 
vimiento  contra  la  autoridad  de  Colon,  cuando  una  tarde 
al  oscurecerse  se  vio  en  el  mar  una  vela  lejana,  infundiendo 
esperanzas  hasta  en  el  corazón  de  los  mas  desalentados. 
Era  un  bajel  pequeño  que  mandaba  Ovando  no  para  soco- 
rrer a  los  náufragos  sino  para  espiarlos.  Sh  capitán  era 
Diego  de  Escobar,  enemigo  inveterado  de  Colon  que  habia 
tomado  parte  en  la  rebelión  de  Roldan  i  estuvo  a  punto  de 
ser  ahorcado  por  el  almirante.  Escobar  se  acercó  a  la  costa, 
i  después  de  observar  la  situación  de  los  españoles  entregó 
a  Colon  una  carta  de  Ovando  llena  de  vanos  cumplimien- 
tos; i  tan  luego  como  hubo  recibido  la  respuesta,  se  dio  de 
nuevo  a  la  vela. 

La  deses])cracion  de  los  náufragos  después  de  este  sucoso 
llegó  a  su  colmo.   Se   veían    burlados  en  sus  espectativa^^ 
cuando  crcian   (jue  iban  a  embarcarse  para  salir  de  aíjiie-** 
espantoso  destierro  i  volver  a  la  Española.  Sólo  Colon  coix" 
servó  su  calma:  temiendo  tanto  de  la  exasperación  de  lo^ 
suyos  como  de  la  perfidia  de  Ovando,   creyó  (pie  convenif»- 
disimular  su  descontento  ante  sus  compañeros  de  desgra^ 
cia.  Les  dijo  que  la  nave  de  líscobar  era  pequeña  para  tras- 
portarlos a  todos,  i  que  él  mismo  no  habia  querido  embar- 
carse esperando  (pie  volviera  pronto  con  un  navio  niavora 
llevarlos  a  todos  a  la  Española.  Las   esperanzas  <le  acpic- 
llos  desgraciados  revivieron  (lcs¡)nes  de  aquella  esposicion. 

La  verdad  de  lo  ocurrido,  como  ya  Sc'ii)emos,  era  nuii  di- 
ferente. Ovando  parecia  interesado  en  ha  ruina  del  íilniiran- 
te,  i  habi.i  (lesaLendido  la  solicitud  de  los  emisarios  cpiepar- 


PARTE    SI3f;rNI>A.  — CAPÍTULO    V  200 


tieron  de  Jamaica.   Oigamos  al  fiel  Méndez  referir  sus  dili- 
¡encías  i  sus  avecturas.  **Encomendéme  a  Dios  i  a  nuestra 
Señora  del  Antigua,  dice,  i  navegué  cinco  dias  i  cuatro  no- 
:hes  que  jamás  perdí  el  remo  de  la  mano  gobernando  la  ca- 
noa, i  los  compañeros  remando.  Plugo  a  Dios  nuestro  señor 
que  en  cabo  de  cinco  dias  yo  arribé  a  la  isla  Española,  ha- 
biendo dos  dias  que  no  comíamos  ni  bebíamos  por  no  tene- 
llo,  i  entré  con  mi  canoa  en  una  ribera  mui  hermosa  i  estuve 
allí  dos  dias  descansando.  Tomé  seis  indios  i  comencé  a  na- 
vegar por  la  costa  hasta  la  ciudad  de  Santo  Domingo;  i  ha- 
biendo andado  ochenta   leguas,  no  sin  grandes  peligros  i 
trabajos,  supe  como  el  gobernador  era  partido  a  la  provin- 
cia de  Jaragua.  Esto  sabido,  dejémicanoa  i  toméel  camino 
por  tierra,  donde  hallé  al  gobernador,  el  cual  rae  detuvo 
allí  siete  meses  hasta  que  hizo  quemar  i  ahorcar  ochenta  i 
cuatro  caciques.  I  esto  acabado,  vine  de  pié  a  Santo  Do- 
mingo i  estuve  esperando  que  viniesen  naos  de  Castilla,  que 
habia  mas  de  un  año  que  no  habian  venido.  I  en  este  come- 
dio plugo  a  Dios  que  vinieron  tres  naos,  de  las  cuales  yo 
compré  la  una  i  la  cargué  de  vituallas,  de  pan  i  vino  i  carne 
i  puercos  i  carneros  i  frutas,  i  la  envié  donde  estaba  el  almi- 
rante para  en  que  viniese  él  i  toda  la  jente.  E  yo  me  vine  a 
Castilla  delante  en  las  otras  dos  naos  a  hacer  relación  al 
rei  i  a  la  reina  de  todo  lo  sucedido  ^. 

La  tardanza  de  este  socorro  produjo  nuevas  ajitaciones 
{disturbios  entre  los  mismos  castellanos.  Francisco  de  Po- 
rras i  sus  parciales  se  mantenian  en  otra  parte  de  la  isla,  i 
en  vez  de  aceptar  el  mensaje  que  les  mandó    Colon  para 
anunciarles  que  sus  compatriotas  de  la  Española  sabian 
su  desgracia  i  se  preparaban  a  socorrerlos,  se  armaron  i  se 
pusieron  en  marcha  para  atacar  a  los  castellanos  que  que- 
daban fieles  al  almirante.  Colon  se  hallaba  en  cama,  aque- 
jado de  la  gota,  cuando  supo  esta  nueva  desgracia.  Encar- 


•J  Testamento  de  Diego  Méndez  hecho  en  Valladolid  a  6  de  junio 
de  1536,  publicado  por  Xavarkkte  en  el  tom.  I,  páj.  314  i  siguien- 
tes de  su  Coicccioa, 

TOMO   I  11 


210  HISTORIA   DE   AMÉRICA 


gó  a  SU  hermano  don  Bartolomé  que  marchara  al  encuen- 
tro de  los  insurrectos  para  capitularcon  ellos,  o  para  com- 
batirlos en  caso  que  no  fuera  posible  ningún  avenimiento. 
El  adelantado  salió  en  efecto  a  campaña;  pero  no  pudiendo 
pacificar  a  los  sublevados,  tuvo  que  empeñar  un  combate- 
Muchos  de  ellos  sucumbieron  en  la  lucha.  El  mismo  Porras 
cayó  herido  por  don  Bartolomé,  i  el  resto  se  dispersó  o  se 
rindió  al  vencedor  (19  de  mayo  de  1504). 

6.  Vhelta  de  Colon  a  España.— Después  de  este  com 
bate,  se  pasó  todavía  un  mes  sin  que  los  náufragos  recibie 
ran  los  deseados  ausilios.  Colon  empleó  este  tiempo  en  res 
tablecer  la  tranquilidad,  acabar  de  someter  a  los  facciosos 
i  curar  a  los  heridos.  Fn  los  últimos  dias  de  junio,  por  fin 
se  avistó  una  nave.  Era  la  que  habia  comprado  el  fiel  Mén 
dez  en  la  isla  Española,  que  venia  a  libertar  a  los  castella 
nos  de  aquel  penoso  destierro.  Poco  después  llegó  otra  que 
mandaba  Ovando,  cediendo  a  la  fuerza  de  la  opinión  con 
que  los  colonos  de  Santo  Domingo  reprobaban  su  injustifi* 
cable  conducta.  En  ellas  se  embarcaron  los  náufragos  el  28 
de  junio,  i  se  dieron  a  la  vela  para  Santo  Domingo. 

Los  resentimiento?  que  en  aquel  puerto  habían  existido 
contra  Colon,  estaban  acallados  con  la  noticia  de  sus  últi- 
mas desgracias.  La  consideración  que  se  habia  negado  a 
su  mérito  se  concedió  a  su  infortunio;  i  el  13  de  agosto,  al 
desembarcar  en  el  puerto,  el  gobernador  i  sus  principales 
pobladores  salieron  a  recibirlo  con  las  mas  señaladas  mues- 
tras de  estimación.  El  almirante  aceptó  con  cortesía  estas 
atenciones,  pero  no  creyó  en  la  sinceridad  de  Ovando  que 
lo  habia  dejado  abandonado  por  mas  de  un  año  en  la  isla 
de  Jamaica.  En  efecto,  luego  se  pudo  conocer  que  el  gober- 
nador tenia  interés  en  el  descrédito  de  Colon.  Ovando  puso 
en  libertad  a  los  facciosos  que  aquel  habia  apresado,  i  con 
mucha  urbanidad  combatió  las  pretensiones  de  Colon  al 
gobierno  de  aquellos  países. 

El  almirante  no  tenia  tampoco  muchos  deseos  de  perma- 
necer mas  tiempo  en  la  colonia.  La  administración  de  Ovan, 
do  habia  cambiado/le  tal  modo  el  estado  de  la  isla,(|ue  Co- 


PARTE   SEGUNDA. — CAPItULO    V  •  211 

Ion  no  la  reconocía.  El  nuevo  gobernador  había  hecho  una 
guerra  de  esterminío  a  los  infelices  indios,  i  los    que  no  ha- 
bían muerto  en  la   resistencia  sucumbieron  agobiados  por 
las  fatigas  causadas  por  penosos  trabajos  a  que  no  estaba 
acostumbrada  su  débil  constitución.  La  colonia,  ademas, 
estaba  poblada  por  españoles  desafectos  a  su  persona  o 
a  lo  menos  indiferentes  a  su  gloría  i  a  su  prestijio.   El  al- 
mirante resolvió  al  fin  volver  a  España  para   obtener  de 
los  reyes  la  protección  a  que  lo    hacían    merecedor  sus 
servicios  i  la  reparación  de  las  injusticias  de  que  había  sí- 
do  víctima.  El  12  de  setiembre  de  1504,  enfermo  i  abatido 
se  ausentó  por  última  vez  de  las  playas  del  Nuevo  Mundo, 
Frecuentes  tempestades  estropearon  sus    naves  durante  el 
viaje;  pero  al  fin  el  7  de  noviembre  fondeó  en  el  puerto  de 
San  Lúcar.  Colon  esperaba  hallar  el  término  de  tantas  pe- 
nalidades, el  fin  de  tan  grandes  infortunios,  i  pasarlos  últi- 
mos (lias  de  su  vida  en  la  paz  i  en  el  descanso. 

7.  Muerte  DE  Colon.— El  almirante  se  hizo  trasportar 
a  Sevilla  para  recobrar  su  salud  i  atender  sus  intereses  que 
durante  tanto  tiempo  habian  estado  en  el  mas  completo 
abandono.  Colon  tenia  familia  por  cuyo  porvenir  debia  ve- 
lar, i  poseía  una  alta  representación  en  el  mundo  que  era 
necesario  conservar.  El  almirante  que  siempre  había  maní- 
festado'gran  desapego  a  las  riquezas,  i  que  habría  llevado 
gustoso  una  vida  modesta,  tuvo  que  pensar  en  sus  intere- 
ses privados  i  que  reclamar  en  la  corte  la  posesión  de  sus 
títulos  i  honores,  i  las  rentas  que  le  correspondían. 

En  Sevilla  esperaba  encontrar  el  descanso  que  tanto  ne- 
cesitaba su  salud  debilitada  i  su  espíritu  abatido.  Creía  ob- 
tener de  la  reina,  que  siempre  habia  sido  su  ardiente  pro- 
tectora, la  restitución  de  sus  títulos    i  de  sus  rentas.  Des- 
graciadamente, cuando  llegó  a  Sevilla  supo  que  la  reina  se 
hallaba  gravemente  enferma  í  casi  a  punto  de  espirar,  i  po- 
cos días  después  recibió  la  noticia  de  su  muerte  (26    de  no- 
viembre de  1504).  El  sentimiento  del  almirante  al  saber  es- 
ta desgracia  está  consignado  en  un  memorial  que  dirijió  a 
su  hijo  don  Diego  recomendándole  lo  que  debia  hacer  para 


212  HISTOniA    T»H    AMÉRICA 

llevar  adelante  sus  reclamaciones.  "Lo  principal,  dice,  es 
de  encomendar  arectuosamcnie  con  muclia  devoción  el  áni- 
ma de  la  reina  nuestra  señora  a  Dios.  Su  vida  siempre  fué 
católica  i  santa  i  pronta  a  todas  las  cosas  de  sus  santos 
servicios;  i  por  esto  se  debe  creer  que  está  en  su  santa  «rio- 
ria,  fuera  del  deseo  de  este  áspero  i  fatigoso  mundo"  ^^  **E1 
almirante,  dice  su  hijo,  sintió  estíi  infelicidad  con  grandes 
demostraciones,  porque  era  la  reina  quien  lo  mantenía  i  fa- 
vorecia,  habiendo  hallado  siempre  al  rei  poco  apacible  i 
aun  contrario  a  sus  negocios.*'  '^ 

Sus  enfcrmcílades  lo  retuvieron  en  Sevilla  hasta  m^yo 
de  1505.  Durante  este  tiempo,  el  almirante  habia  entabla- 
do sus  jestiones  ante  el  rei  por  medio  de  su  hijo  don  Diego, 
sin  resultado  alguno;  i  al  presentarse  él  mismo  en  la  Corte, 
f|ue  se  hallaba  en  Segovia,  Fernando  lo  recibió  con  cortesía 
i  lo  entretuvo  con  buenas  ])alabras;  pero  ni  aun  siquiera  le 
ofreció  la  reparación  de  sus  j>erjuicios.  El  rei  que  nunca  tu- 
vo gran  fe  en  los  proyectos  de  Colon,  lo  consideraba  tai- 
vez,  aun  des|)ues  de  haber  realízalo  sus  descubrimientos, 
como  un  visionario  feliz  í|ue  habia  acertado  en  su  empresa, 
])ero  (pie  era  incapaz  de  gobernar  a  los  hombres.  Lo  ocurri- 
do en  jamaica  confirmaba  al  rei  en  esta  creencia. 

Colon  ac()m])añó  a  la  corte  de  Valladolid,  con  la  esperan- 
za do  obtener  la  justit.*ia  (pie  reclamaba.  La  ingratitud  ríe 
que  era  víctima  doblegaba  ¿íu  es[)íritu,  así  como  sus  sufri- 
mientos físicos  ([uebrantaban  su  vigorosa  naturaleza.  Hl 
arribo  de  los  reyes  de  Castilla,  don  Felipe  i  doña  juana, 
hizo  revivir  su  esperanza;  pero  entonces  sus  enfermedades  i 
sus  desgracias  lo  tenían  a  las  puertas  del  sej)ulcro.  Colon 
otorgó  un  codicil'),  en  (pie  confirmaba  sus  diáposiciones 
testamentarias  i  la  institución  ele  un  mayorazgo  en  favor 
de  su  hijo  mayor,  í  de   don  I-Vrnando   si   aquél    muriese  sin 


1"  Nícmorial    del    nlmirante    de    1  :í  diciembre    de    1504.,  pnMi- 
C.1  lo  ju)r  Navakri.tk  en  ti  toiiií)  I,  p.-lj    '?4-l   de  su   C')Icccif>n. 
11   I))n     I'ernaiido   Colon,    Ilistnriu  rívl  íilmirantc,  axp   C\'IIÍ. 


t^AllTM    SEGl  NDA.-    CA1»ÍT|;L0    V  'Í213 

descendencia  masculina,  i  recomendaba  a  doña  Beatriz  En- 
ríquez,  la  madre  de  este  ultimo,  al  cuidado  de  su  heredero. 
Entre  las  personas  (|ue  lo  acompañaron  hasta  sus  últimos 
momentos  se  hallaban   Bartolomé   Fieschi,   aquel  jenovés 
que  tan  buena  prueba  de  fidelidad  le  había  dado  en  la  isla 
de  Jamaica.  **Despues  de  haber  atendido  escrupulosamente 
a  cuanto  pedían  el  afecto,   la   lealtad  i  la  justicia  sobre  la 
tierra,  volvió  Colon  sus  pensamientos  al  ^cielo;  í  habiendo 
recibido  los  santos  sacramentos,  i  cumplido  con  todos  los 
piadosos  ejercicios  de  un  devoto  cristiano,  espiró  con  mu- 
cha resignación  el   día  de   la  Ascensión,  a  20  de  mayo  de 
1506,  cerca  de  los  setenta  de  su  edad.  Sus  últimas  palabras 
fueron:  In  manus  tuns.   Domine,  cometido  spiritum  meum; 
en  tus  manos,  señor,  encomiendo  mí  espíritu"  ^*^, 

El  reí  tributó  al  cadáver  del  almirante  los  honores  que 
le  habia  negado  en  vida.  Fué  sepultado  en  el  convento  de 
San  Francisco  de  Valladolid  con  gran  pompa,  í  trasladado 
Seis  años  después  a  la  Cartuja  de  Sevilla,  donde  Fernando 
ie  hizo  erijir  un  magnífico  mausoleo  con  el  siguiente  epi- 
tafio: 

A  Castilla  i  a  León 
Nuevo  mundo  dio  Colon. 

'Talabras  verdaderamente  dignas  de  gran  considera- 
ción de  agradecimiento,  esclama  su  hijo;  porque  ni  en  antí- 
hWos  ni  modernos  se  lee  deningunoque  haya  hecho  tantc.** 
Was  tarde,  en  1536,  sus  cenizas  fueron  trasladadas  de  nue- 
^^  a  Santo   Domingo;  i  cuando  el  gobierno  español  cedió 
^sta  isla  a  los  franceses  en  1795,  fueron  llevadas  a  Culm  en 
wna    caja  de  plata,  en  cuya  iglesia  catedral  reposan  hoi 
^^"anquilamente. 

^-  ¿QuiKX  DIO  A  LA. América  su  nombre  actual?— **La 
'^^nr^anidad,  dice  Lamartine,  no  presenta  nada  mas  com- 
pleto que  Colon. '^  Su  jenio  no  estaba  empañado  por  ningu- 
^^  ^clos  defectos  que  suelen  oscurecer   la  gloria  de  otros 


i-i 


iRYí.NG,  Vida  de  Colon,  lib.  XVIII,  cap.  IV. 


214  HISTORIA    DB    AMÉRICA 

grandes  hombres.  Su  corazón  era  puro  i  noble  como  fué  va 
ta  su  intelijencia  e  incontrastable  su  carácter.  La  postei 
dad  ha  sido  mas  justiciera  que  sus  contemporáneos;  i  1 
historia  ha  ceñido  sobre  sus  sienes  la  corona  inmarcesib 
que  sólo  concede  a  las  grandes  acciones,  al  jenio  i  a  la  vi 
tud  13. 

Por  mucho  tiempo,  algunos  escritores  españoles  i  portí 
gueses  se  empeñaron  en  oscurecer  su  gloria.  Referian  qi 
Colon  tenia  noticia  de  la  tierra  que  descubrió  por  un  pi]< 
to  español  que  habia  sido  arrojado  a  las  plaj^as  de  Amér 
ca  por  una  tempestad.  Otros  dijeron  que  un  jeógrafo  al 
man,  Martin  Behaim,  lo  habia  precedido  en  sus  descubr 
mientos  i  le  habia  mostrado  el  rumbo  para  llegar  al  nuev 
mundo.  La  crítica  histórica  ha  venido  al  fin  a  desterra 
esas  patrañas  i  a  dar  a  Colon  el  puesto  del  mas  grande  d 
los  descubridores  antiguos  i  modernos. 

Sin  embargo,  no  parece  que  Colon  haya  sido  el  prime 
descubridor  del  continente  americano.  A  Cabot  i  a  Yespu 
cío,  si  es  cierto  el  viaje  de  éste  en  1497,  corresponde  este  lio 
ñor.  **Pero  aunque  sea  verdad  que  Vespucio  haya  hecho  e 
descubrimiento  de  la  parte  continental,  dice  Voltaire,  I; 
gloria  no  seria  suya;  pertenece  incontestablemente  a  aque 
que  tuvo  el  jenio  i  el  valor  de  emprender  el  primer  viaje,  ; 
Colon.  La  gloria  no  pertenece  mas  que  al  descubridor;  lo 
que  vienen  después  sólo  son  sus  discípulos''  ^^.  *'EI  descu 
brimiento  de  la  América  estaba  asegurado,  dice  Huniboldi 
el  viernes  12  de  octubre  de  1492,  cuando  Cristóbal  Coló 
desembarcó  en  Guanahani.  El  descubrimiento  de  un  islot 
rodeado  de  una  playa  de  arena,  debia  necesariamente  coi: 
ducir  al  descubrimiento  de  todo  el  nuevo  continente"  ^- 
**Cuando  Colon  tocó  por  primera  vez  la  tierra  del  hemisív; 


!•*  La  vida  de  Colon  ha  dado  materia  para  la  composición  il 
muchos  poemas  épicos;  pero  ninguno  de  ellos  es  digno  de  su  jenio 
de  sus  grandes  empresas. 

1-1  VoLTAiRK,  Essat  sur  le  meceurs,  chap.  CXLV. 

1^  HrMBOLDT,  llistuirc  (Je  líi  í;éu¿^raphic  (h  iiouveau  cotiiincni 
tora.  IV,  páj.  37. 


PARTE   SEGUNDA.— CAPITULO    V  215 

rio  occidental,  dice  Irving,  acabó  su  empresa  i  cumplió 
cuanto  necesitaba  su  fama;  el  gran  problema  estaba  resuel- 
to i  descubierto  el  nuevo  mundo/' 

La  posteridad,  con  todo,  ha  cometido  una  grande  injus- 
ticia dando  al  nuevo  continente  el  nombre  nó  de  su  descu- 
bridor sino  de  uno  de  sus  sucesores.  La  América  debia  lla- 
marse Colombia.  Pero  ¿quién  ha  cometido  esta  injusticia? 
"Cuando  la  denominación  de  un  gran  continente,  adopta- 
da i  consagrada  jeneralmen te  por  el  uso  de  muchos  siglos, 
se  presenta  como  un  monumento  de  la  injusticia  de  los 
hombres,  es  natural  atribuir  la  causa  de  esta  injusticia  a 
aquel  que  parecia  mas  interesado  en  cometerla''  ^^, 

Por  un  sentimiento  tan  natural,  la  posteridad  ha  creido 
que  Américo  Vespucio,  que  sobrevivió  seis  años  a  Colon,  i 
que  desempeñó  en  España  el  cargo  de  piloto  mayor,  esto  es 
director  de  un  gran  depósito  de  cartas  i  noticias  hidrográ- 
ficas, cometió  el  fraude  indisculpable  de  llamarse  descubri- 
dor del  continente,  i  dar  su  nombre  al  nuevo  mundo.  Esta 
opinión,  emitida  en  el  siglo  XVI,  ha  sido  repetida  hasta 
nuestros  dias  por  grandes  escritores,  i  ha  pasado  como 
verdad  probada  e  incuestionable.  Sin  embargo,  Vespucio 
es  completamente  inocente  de  la  usurpación  de  que  se  le 
acusa.  El  navegante  florentino  fué  nombrado  piloto  mayor 
el  2  de  marzo  de  1508;  i  un  año  antes,  en  1507,  el  nombre 
de  tierra  de  Américo  {Americi  Terra)  fué  aplicado  al  nuevo 
continente  por  un  hombre  desconocido  de  Vespucio,  el  car- 
tógrafo Waldseemüller  (Martinus  Hylacomylus)de  Fribur- 
go,  que  habia  establecido  una  imprenta  en  Saint  Dié  (Fran- 
cia)! que  publicó  una  pequeña  descripción  del  mundo,  titu-  ' 
lada  Introducción  de  la  cosmografía  (Cosmographia)  Intro- 
ductio).  La  carta  del  nuevo  continente  trazada  por  Hyla- 
comylus  i  agregada  a  esta  edición,  publicó  por  primera  vez 
el  nombre  de  América.  En  ninguno  de  los  escritos  de  Vespu- 
cio consta  que  el  se  diera  los  aires  de  descubridor,  ni  mucho 


^^  HuMBOLDr,  nistoirc  de  la  gco  raphic  do  uouvcnu  continente 
^om.V,  páj.  217. 


216  HISTORIA    Dfl  AMÉRICA 


menos  que  pretendiera  usurpar  la  gloria  del  gran  Colon,  de 
quien  fué  fiel  amigo  en  los  últimos  años  de  su  vida  ^'', 

Sin  embargo,  a  Américo  Vespucio  le  cabe  una  gloria  es- 
pecial i  que  esplica  talvez  el  motivo  que  se  tuvo  para  dar  su 
nombre  al  nuevo  continente.  Colon  murió  en  la  persuasión 
de  que  sólo  habia  descubierto  las  rejiones  occidentales  del 
Asía.  Vespucio,  después  de  su  viaje  de  1501  i  1502,  anunció 
en  una  célebre  carta  que  aquellas  tierras  formaban  un  nue- 
vo mundo  de  que  no  tuvieron  conocimiento  los  antiguos. 
1^.  **No  sin  razón,  dice,  hemos  llamado  esas  rejiones  Mun- 
do  Nuevo,  porque  todos  los -antiguos  no  tuvieron  conoci- 
miento alguno  de  él,  i  las  cosas  que  nosotros  hemos  encon- 
trado nuevamente  pasan  mas  allá  de  sus  opiniones." 

17  La  defensa  de  Vespucio  ha  sido  intentada  por  algunos  escri- 
tores florentinos  siguiendo  las  sujestiones  de  un  falso  espíritu  de 
nacionalidad  i  adoptando  el  arbitrio  de  llamar  a  Vespucio  descu- 
bridor, lo  que  equivalía  a  empeorar  su  causa.  Véase  el  liljro  de 
Bartolozzi  titulado  Ricerchc  istorice  critiche  circa  cP  Amcrico  Ves- 
pucci,  1  vol.f  Firenzi  1789.  Irving.  en  un  apéndice  de  su  célebre 
Vida  de  Colon f  ha  hecho  mejor  defensa;  pero  el  barón  de  HcM- 
BOLDT  ha  estudiado  esta  cuestión  con  una  erudición  prodijiosa  en 
los  tomos  IV  i  V  de  su  Histoire  de  la  geographte  da  nouvcau  con- 
tinenta  i  ha  desterrado  todas  las  dudas. 

A  mediados  del  siglo  XVI,  el  nombre  de  América  estaba  ya  muí 
jeneralizado;  i  la  gloria  de  su  descubrimiento  era  discernido  a  Ves- — 
pucio  por  algunos  grandes  escritores.  A  este  número  pertenecía  e  ^ 
astrónomo  Copcrnico  que  en  sus  Revoluciones  de  los  orbes  cele  =r=^ 
tes  habla  de  América  denominada  así  por  su  descubridor  (Amcri^-'  - 
ab  invcntore  denonilnntn).  Los  españoles  resistieron  muclio  tier^»-  '^' 
po  antes  de  dar  este  nombre  al  continente,  pero  no  porque  quisi  ^ 
ran  honrar  la  i^loria  de  Colon:  persistían  sólo  en  llamarlo  Indi-^r' 
occidentales. 

^^   Banpini,  VItíi  e  letcere  di  Anierico    Vespueci,    páj.    101.   Alg-    "^ 
nos  eruditos  niegan  con  razón  la   autenticidad   de   otra  carta   c^  ^ 
Vespucio  publicada  por  primera  vez  por  Bandiní  en  la  pnjina  G-|r^ 
siguientes  de  esta  obra,  se<íun  la  cual  el  viajero  florentino  habrí* 
creído  que  la  América  era  sólo  una  parte  del  continente  asiátic^^ 
Los  escritos  de  Vespucio  lian  sido  tan  maltratados  por  sus  edit4^^ 
res  que  los  errores   tipográficos  han  dado   lugar  a   algunas  de  ln5 
acusaciones  de  (pie  lia  sido  víctima.  lí^s  de  esperarse  q\ie  una  revisión 
de  sus  viajes  i  de  sus  cartas  venga  a  esclarecer  algunos  puntos  de 
la  historia  de  la  jcografía  t^mcricaiui. 


CAPITULO  VI. 


ConqniMta  do  las  principales  lütlaf^.— Primera  pobla- 
ción en  el  continente. 


(1502-1511) 

1.  Administración  deOvando;  sumisión  de  la  Española.— 2  Don  Die- 
go Colon  toma  el  gobierno  de  la  Española.—  3  Conquista  de 

Puerto  Rico  i  de  Cuba 4?  Nuevos  descubrimientos;  fundación  de 

una  colonia  en  el  continente 5  Ultimas  aventuras  de  Ojeda 6 

Desastrosa  espedicion  de  Nicuesa  —7  Enciso;  fundación  de  Santa 
María  la  Antijjua. 

1.  Administración  de  Ovando;  sumisión  de  la  Españo- 
la  Cuando  Colon  solicitaba  en  España  la  devolución  de 

sus  títulos  i  honores,  el  reí,  como  ya  hemos  dicho,  se  desen- 
tendió de  sus  reclamaciones.  La  razón  de  esta  injusticia  era 
mui  clara:  el  sucesor  del  almirante,  don  Nicolás  de  Ovando, 
gobernaba  en  paz  en  la  colonia,  dilataba  los  límites  de  hi 
dominación  española  i  enviaba  a  Castilla  cantidades  de  oro 
que  excedían  las  esperanzas  del  codicioso  Fernando.  Pero 
estas  ventajas  eran  el  resultado  de  la  tiranía  ejercida  por 
Ovando,  i  produjeron  al  fin  la  destrucción  casi  completa  de 
la  población  indíjena. 

Ovando  habia  salido  de  España  con  una  turba  de  aven- 
tureros, que  llegaron  a  la  isla  ardiendo  en  deseos  de  hacer 
fortuna  en  pocos  meses.  Si  la  riqueza  del  pais  correspondía 


218  HISTORIA   DB  AMÉRICA 


a  las  descripciones  que  habían  oído  hacer,  les  faltaron  en 
cambio  brazos  para  el  trabajo  de  las  minas,  porque  la  rei- 
na Isabel  habia  decretado  la  libertad  de  los  indíjenas;  i  és- 
tos, acostumbrados  a  vivir  en  la  mas  completa  ociosidad, 
se  negaban  a  asistir  a  las  labores,  a  pesar  de  las  ofertas 
que  se  le  hacian  de  pagarles  sus  servicios.  Los  colonos  es- 
tuvieron desesperados;  pero  Ovando  los  tranquilizó  ofre- 
ciéndoles intervenir  en  su  favor  ante  la  corte. 

En  efecto,  representó  a  los  soberanos  en  1503  las  ruino- 
sas consecuencias  que  iba  a  producir  en  la  colonia  la  liber- 
tad completa  de  los  indios.  Espúsoles  que  no  podia  recojer 
los  tributos  debidos  a  la  corona,  i  para  interesar  a  la  reina 
i  vencer  su  resistencia,  añadió  que  la  indolencia  natural  re- 
traía a  los  indíjenas  del  trabajo  i  de  los  centros  de  ppbla- 
cion  cristiana,  alejándolos  así  de  toda  instrucción  relijiosa. 
Los  reyes  volvieron  atrás  de  su  primer  acuerdo,  i  quedó 
decretado  de  nuevo  el  sistema  de  repartimientos,  sujetán- 
dolo sólo  a  ciertas  reglas  de  moderación  i  templanza.  Pero 
Ovando  no  respetó  estas  limitaciones:  mandó  a  los  caci- 
ques que  entregaran  cierto  número  de  indios  para  el  traba- 
jo, a  fin  de  distruibuirlo  entre  los  castellanos  coa  el  cargo 
de  hacerlos  trabajar  sólo  ocho  meses  al  año,  procurar  su 
conversión  al  cristianismo  i  pagarles  sus  servicios.  Enton- 
ces se  establecieron  verdaderéis  faenas;  pero  los  pobres  in- 
dios recibieron  un  tratamiento  peor  que  cuanto  habian  co- 
nocido. Se  les  bautizaba  por  mera  fórmula,  se  les  pagaba 
un  salario  miserable  i  se  les  obligaba  a  un  trabajo  constíin- 
te,  lejos  de  sus  familias,  espuestos  al  hambre  i  a  la  muerte, 
i  sujetos  a  la  terrible  pena  de  azotes  por  las  mas  lijeras  fal- 
tas. Como  (lebia  su|>onerse,  los  indios  no  |)udieron  soportar 
este  trabajo.  Murieron  por  millares;  i  los  que  sobrevivían 
se  lamentaban  de  su  suerte  i  parecian  dispuestos  a  suble- 
varse. 

Para  impedir  esto,  Ovando  no  reparó  en  medios.  Seguro 
de  la  fidelidad  de  los  españoles,  que  se  habia  ganado  obte- 
niendo de  los  reyes  una  rebaja  de  los  impuestos  que  se  paga- 
ban a  la  corona,  el  gobernador  dispuso  una  campaña  a  la 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    VI  *        219 

provincia  (le  Jaragua,  cuyos  habitantes  manifestaban  ma- 
yor enerjía  que  los  del   resto  de  la  isla.  Llevaba  consigo 
trescientos  infantes  bien  armados  i  setenta  jinete?.   Por 
muerte  del  cacique  de  aquella  provincia,  mandaba  en  ella 
una  hermana  suya  llamada  Anacaona,  la  cual  recibió  a  los 
castellanos  con  amistosa  benevolencia.  Ovando,  cqn  todo, 
creyó  notar  cierto  disimulo  en  esta  favorable  acojida,  i  dis- 
puso la  ejecución  de  un  pérfido  golpe  de  mano.   Anunció  un 
gran  torneo  en  (|ue  los  jinetes  iban  a  mostrar  su  habilidad 
simulando  un  combate.    Los  indíjenas  acudieron  en  gran 
número  al  lugar  designado  para  asistir  a  un  espectáculo 
desconocido.  A  una  señal  dada  por   el   mismo  Ovando,  so- 
naron las  trompetas,  los  soldados  desenvainaron  sus  espa- 
das, i  en  vez  de  dar  principio  al  simulacro  de  combate,  car- 
garon sobre  los  indios  inermes  i  desarmados.  La  matanza 
fué  atroz:  los  agresores  no  reparaban  en  sexos  ni  edades 
para  herir.  Los  señores  principales  que  estaban  cerca  de 
-Anacaona,  fueron  salvados  de  la  carnicería  para  sufrir  una 
suerte  peor:  encerróseles  en  una  choza,  i  ^marrados  a  los 
postes,   les  aplicaron   los  tormentos  mas  horribles    para 
arrancarles  sus  declaraciones.  Los  sufrimientos  los  hicieron 
proferir  algunas  palabras  contra  la  infeliz  india,  i  entonces 
los  españoles  prendieron  fuego  a  la  choza  para  que  los  pri- 
sioneros perecieran  quemados.  Anacaona  fué  conducida  a 
Santo  Domingo  cargada  de  cadenas,  i  ahorcada  en  la  plaza 
pública.  El  castigo  de  los  indios  que  escaparon  de  la  ma- 
ganza, o  que  no  habían  concurrido  a  la  citación,  se  conti- 
nuó durante  seis  meses. 

Menos  pérfida  que  ésta,  pero  no  menos  cruel,  fué  la  con- 
ducta que  emplearon  los  españoles  contra  los  naturales  de 
la  provincia  de  Higuey.  Cansados  éstos  de  las  exacciones 
<iue  sufrían,  dieron  muerte  a  ocho  castellanos  que  tripula- 
ban una  chalupa,  i  se  atrajeron  una  guerra  atroz  en  que  el 
valor  producido  por  la  desesperación,  no  pudo  nada  contra 
la  táctica  i  las  armas  de  los  europeos.  Las  castigos  i  ven- 
ganzas fueron  terribles;  i  Ovando  no  dio  por  terminadas  las 


220  MIHTOKIA    DE    AMIUUr.i 


operaciones  militares  sino  cuando  supo  que  los  indios  ate- 
rrorizados no  intentarían  sublevarse  en  adelante. 

Tan  violenta  represión  aseguró  al  fin  la  dominación  de 
los  españoles  en  toda  la  isla.  El  gobernador  fundó  varias 
poblaciones,  repartió  los  indios  entre  los  conquistadores,  i 
estimuló  el  desarrollo  de  la  industria  con  medidas  bien  me- 
ditadas. Al  trabajo  de  las  minas  se  añadió  en  breve  otro 
cultivo  que  estaba  destinado  a  ser  mucho  mas  fructuoso. 
Los  castellanos  plantaron  la  caña  de  azúcar,  producción 
oriental  que  antes  habian  introducido  en  las  Canarias,  que 
dio  tan  buenos  resultados  en  la  Española  que  pronto  se  hi- 
zo jeneral.  El  incremento  de  la  riqueza  de  los  colonos  au- 
mentó, como  era  de  esperarlo,  las  rentas  de  la  corona,  de 
modo  que  Fernando  cuyo  tesoro  se  hallaba  siembre  escaso  a 
causa  de  las  costosas  guerras  en  que  estaba  envuelto,  acx!e- 
dia  fácilmente  a  las  instancias  de  Ovando  para  reglamentar 
los  repartimientos  de  indios  i  sancionar  sus  providencias. 

Pero  este  réjimen  debia  traer  funestas  consecuencias.  Los 
indíjenas,  diezmados  por  la  guerra,  i  agobiados  por  un  tra- 
bajo para  el  cual  no  estaban  dispuestos,  sucumbían  a  mi- 
llares. Se  cree  que  la  isla  tendría  un  millón  de  habitantes  a 
la  época  de  su  descubrimiento:  quince  años  después,  su  po- 
blación no  pasaba  de  sesenta  mil.  Por  otra  parte,  el  núme- 
ro de  españoles  aumentaba  cada  dia  con  la  noticia  de  la 
prosperidad  de  la  colonia,  mientras  la  destrucción  de  la 
raza  indíjena  dejaba  los  campos  i  las  minas  sin  trabajada- 
res    1  .  Ovando  imajinó  un  remedio  para  este  mal:  en  1508 


1  Hkkkkka,  íDeo.  I,  lil>.  VI,  cap.  XVII  ,  escritor  casi  sicin[)re 
bien  inforinado,  dice  que  Ijajo  el  gobierno  de  Ovando  hubo  12,00O 
castellanos  en  la  Kspañola,  cifra  ípie  parecerá  niui  considerable  a 
los  que  conocen  ^Uc'in  re<Íuci<las  fueron  las  poblaciones  cristianas 
de  las  primeras  colonias  del  nuevo  mundo.  Bl  mismo  historiador 
refiere  que  algunos  magnates  de  Castilla  que  no  podían  obtenor 
del  rei  otro  premio  de  sus  servicios,  pediaii  repartimientos  de  in- 
dios en  la  Hspañ'íla,  i  los  usufructuaban  alquilándolos  a  los  colo- 
nos. Los  indíjenas  americanos  eran  considerados  como  bestias  de 
carga  i  de  trabajo. 


PAllTK   SEGUNDA.   ~-CAI»fTULO    VI  221 


pidió  permiso  al  rei  para  trasportar  a  la  Española  los  in- 
dios de  las  islas  Lucavas,  a  pretesto  de  civilizarlos  i  redu- 
cirlos al  cristianismo;  i  una  vez  acordada  la  autorización, 
equipó  algunas  naves  con  este  objeto.  Entonces  habrá  ya 
algunos  castellanos  que  entcndian  varias  lenguas  indíjenas. 
Estos  dijeron  a  los  naturales  de  las  Lucavas  que  iban  de 
una  hermosa  rejion  en  que  vivian  en  eterna  felicidad  sus 
padres  i  amigos  que  habian  muerto,  i  que  estaban  dispues- 
tos a  trasladarlos  a  aquellos  paises  de  bienaventuranza. 
Los  sencillos  isleños  creyeron  sus  promesas,  i  se  emba*ca- 
ron  con  los  españoles  para  ser  sometidos  en  la  colonia  al 
réjimen  de  los  repartimientos,  lín  cuatro  o  cinco  años  fue- 
ron trasportados  de  esta  manera  mas  de  cuarenta  mil 
hombres. 

Aparte  de  estas  atrocidades,  Ovando  gol)ernó  la  isla  con 
prudencia  i  enerjía.  Impidió  la  introducción  de  presidarios^ 
que  habia  comenzado  a  hacerse  en  tiempo  de  Colon,  fundó 
varias  poblaciones,  fomentó  la  riqueza  pública  incremen- 
tando a  la  vez  las  rentas  de  la  corona,  reprimió  con  mano 
firme  los  crímenes  de  sus  gobernados,  i  dispuso  algunas  es- 
pediciones  de  reconocimiento  en  las  rejiones  vecinas.  La 
prosperidad  de  la  isla  habia  estinguido  casi  completamente 
el  espíritu  de  descubrimientos:  los  españoles  encontraban 
en  díalos tesorosque buscaban,  i  no  querian aventurarse  en 
empresas  lejanas  casi  siempre  desgraciadas.  Ovando  encar- 
gó al  capitán  Juan  Ponce  de  León  (1508)  que  esplorase  la 
isla  vecina  de  Boriquen,  que  los  castellanos  llamaban  de 
San  Juan  (Puerto  Rico),  de  cuyas  riquezas  se  tenían  las  mas 
lisonjeras  noticias,  lo  que  se  consiguió  sin  dificultad  alguna. 
Otro  capitán,  llamado  Sebastian  de  Ocampo,  partió  en  el 
mismo  año  a  reconojcr  a  Cuba,  i  después  de  haber  circun- 
navegado sus  costas,  trajo  la  noticia  de  que  aquella  era 
tina  isla  fértil  i  hermosa,  i  nó  una  parte  del  continente  como 
se  creía  aun. 

2.  Don  Diego  Colon  toma  el  (íobierno  de  la  Españo- 
la.—  El  gobierno  de  las  Indias  corres{)ondia  de  derecho  a 
los  herederos  del  almirante  en  virtud  de  las  capitulaciones 


222  HISTORIA    1)B  amé:rica 


que  había  celebrado  con  la  corona  antes  de  sus  descubri- 
mientos. Después  de  la  muerte  de  su  padre,  don  Diego  Co- 
lon lo  reclamó  para  sí;  pero  el  rei  Fermindo,  sea  que  temie- 
ra dar  a  un  vasallo  la  alta  suma  de  poderes  que  aquella 
capitulación  le  concedia,  o  que  no  quisiese  quitar  a  Ovan- 
do un  gobienii^  que  habia  llegado  a  ser  tan  provechoso 
])arael  real  tesoro,  demoró  mas  de  dos  años  sin  resolver 
cosa  alguna,  alegando  que  no  era  posible  hacer  concesio- 
nes a  perpetuidad  cuando  no  podía  saberse  si  sus  herede- 
ros poseerían  las  dotes  requeridas  |)ara  el  gobierno.  El  hijo 
del  almirante  solicitó  entonces  permiso  para  ventilar  sus 
derechos  ante  el  consejo  de  Indias;  i  autorizado  para  ello 
por  el  rei,  comenzó  el  lítijio  mas  importante  en  que  jamas 
haya  podido  entender  tribunal  alguno  (1508). 

Los  compañeros  de  Colon  fueron  llamados  a  prestar  sus 
declaraciones.  Se  trataba  de  sal>er  qué  país  habia  descu- 
bierto el  almirante,  quién  vio  primero  la  tierra  en  cada  uno 
de  sus  viajes,  qué  utilidades  habia  reportado  de  sus  esplo- 
racíones,  i  todo  cuanto  podia  ilustrar-  la  justicia  de  sus  de- 
rechos. Declararon  amigos  i  enemigos,  i  formaron  un  volu- 
minoso cuerpo  de  autos  en  (|ue  la  verdad  quedó  al  fin  ma- 
nifiesta, i  que  constituye  hasta  ahora  un  precioso  arsenal 
de  noticias  históricas  -.  Bl  consejo  de  Indias,  j)or  un  rasgo 
de  independencia  Cjue  h:ibia  comenzado  a  ser  raro  en  líspa- 
ña  después  del  establecimiento  del  réjimen  absoluto,  hizo 
justicia  a  don  Diego  Colon,  i  declaró  que  tenia  derecho  al 
gobierno  i  virreinato  de  la  Española  i  de  las  otras  islas  cjue 
habia  descubierto  su  j)a(lre  (1509).  El  rei  eludió  el  cumj)li- 
miento  de  esta  sentencia,  pero  el  hijo  del  almirante  iba  a 
contríier  matrimonio  con  doña  María  de  Toledo,  sobrina 
del  du(|ue  de  Alba,  grande  de  España  (|ue  gozaba  en  la  cor- 
te de  un  inmenso  influjo,  i  que  se  enorgullecia  con  el  traía* 


-  Xavakxk  fr*.  ha  publicado  en  su  celebre  Colección  una  gran  par- 
te, i  tal  vez  la  mas  útil  para  la  historia,  de  este  proceso;  pero  he- 
mos polido  ()])sjrvar  por  nosotros  mismos  fjue  eii  la  parte  f|ue  to- 
davía se  halla  iné  lit.i  hai  noticias  curiosas  (|iie  el  hi^^tííriador  pue- 
de esploiar  con  provecho. 


PARTB  SEGUNDA.—  CAPItULO    VI  223 

miento  de  primo  de  los  reyes.  Lo  que  Fernando  habia  ne- 
gado al  mérito  d<  Colon  lo  concedió  al  valimiento  de  uno 
desús  favoritos.  Don  Diego  fué  nombrado  gobernador  de 
la  Española  en  reemplazo  de  Ovando,  pero  no  se  le  dio  el' 
título  de  virrei  a  que  tenia  derecho. 

El  nuevo  gobernador  partió  de  San  Lúcar  el  9  de  junio 
de  1509  con  su  esposa,  su  hermano  don  Fernando,  hombre 
ahora  de  estensos  conocimientos  i  de  un  carácter  notable, 
sus  tíos  don  Bartolomé  i  don    Diego  i  una  numerosa  comi- 
tiva de  caballeros  con  sus  mujeres  i  algunas  damas  de  alta 
jerarquía  que  luego  se  casaron  en  el  nuevo  mundo  con  los 
mas  ricos  colonos.   A  su  arribo  a  la  Española,  en  agosto, 
los  castellanos  recibieron  al  hijo  de  Colon  con  el  miramien- 
to que  no  habian  guardado  al  padre.   A  pesar  de  su  título 
de  simple  gobernador,  lo  llamaban  virrei  como  a  su  esposa 
virreina.  Talvez  el  prestijio  aristocrático  de  que  ahora  se 
veia  rodeado  impuso  mas  a  los  españoles  que  el  gran  méri- 
to i  las  inmensas  virtudes  que  adornaban  al  almirante. 
Don  Diego  Colon,  que  tenia  resistencias  que  vencer,  conti- 
nuó la  política  de  su  antecesor,  respetó  los  repartimientos 
i  di6  otros  nuevos;  pero  revistió  su  autoridad  de  mayor 
prestijio  mediante  cierto  fausto  que  no  se  conocia  en  la  co- 
lonia. 

Uno  de  sus  primeros  afanes  fué  el  establecimiento  de  una 
pequeña  población  en  la  isla  de  Cubagua,  desprovista  de 
vejetacion  i  de  oro,  pero  cuyas  costas  abundaban  en  perlas. 
Inmensas  fueron  las  riquezas  que  esta  esplotacion  produjo 
al  gobernador  i  a  la  corona  por  su  derecho  del  quinto  sobre 
d  valor  de  la  pesca:  pero  los  indios  empleados  en  ella  tu- 
vieron que  sufrir  las  penalidades  de  un  trabajo  mortífero 
1  de  la  dureza  con  que  era  administrado. 

3.  Conquistas  de  Puerto  Rico  i  de  Cuba.—  Bajo  el  go- 
bierno de  Ovando,  como  ya  hemos  dicho,  el  capitán  Juan 
Ponce  de  León  habia  esplorado  la  isla  de  Boriquen  o  Puer- 
to Rico,  i  dejado  en  ella  algunos  de  sus  compañeros.  Don 
Di^go  Colon  encomendó  su  conquista  a  otro  castellano 
*lamado  Juan  Cerón,  pero  el  rei,  invadiendo  las  atribucio- 


224  HISTORIA    I>B    AMÉRICA 


nes  que  correspondían  al  hijo  del  almirante,  la  encargó  al 
mismo  Ponce  de  León.  En  1509  volvió ^éste  a  la  isla,  se 
estableció  en  un  pueblo  de  indios  inmediato  a  la  costa  del 
norte  i  comenzó  a  repartir  las  tierras  i  los  indios  como  lo 
hacían  los  castellanos  en  la  Española.  Los  isleños,  que  ha- 
bían acojido  favorablemente  a  los  estranjeros  creyéndolos 
seres  sobrenaturales,  no  pudieron  someterse  a  los  malos 
tratamientos  de  que  eran  víctimas,  i  pensaron  en  sublevar- 
se. Pero  antes  quisieron  sa1)er  si  los  españoles  eran  in- 
mortales; i  en  efecto  ahogaron  a  un  joven  apellidado  Sal- 
cedo en  el  paso  de  un  rio.  Seguros  entonces  de  que  podían 
esterminar  a  los  invasores,  prepararon  una  vasta  conspi- 
ración a  fin  de  atacar  a  la  vez  los  diversos  establecimien- 
tos, i  dejaron  para  mas  tarde  el  concluir  con  las  fuerzas 
que  mandaba  Ponce  de  León. 

Este  plan  surtió  al  principio  el  efecto  deseado.  Los  indios 
asesinaron  a  los  españoles  repartidos  en  la  isla,  i  fueron  en 
seguida  a  atacar  al  gobernador  con  un  cuerpo  numeroso  de 
tropas.  Ponce  de  León,  soldado  envejecido  en  la  guerra 
contra  los  moros  de  Granada  i  contra  los  indios  en  la  Es- 
pañola, desplegó  en  estas  circunstancias  gran  valor  i  una 
prudencia  estraordinaria.  Pidió  ausilios  a  Santo  Domingo, 
i  se  mantuvo  mientras  tanto  a  la  defensiva  detrasVle  unas 
palizadas,  sin  permitir  (jue  sus  soldados  hicieran  salida  al- 
guna, si  no  podían  efectuarlo  con  ventaja.  Cuando  llegaron 
las  tropas  que  iiabia  pedido,  atacó  al  enemigo  con  gran 
violencia  i  lo  destrozó  completamente.  Cuéntase  que  los 
isleños,  sin  saber  de  donde  venia  este  refuerzo  a  los  sitiados, 
creyeron  que  los  españoles  que  habían  muerto  en  los  ata- 
(|ues  anteriores,  resucitaban,  i  que  habían  llegado  en  ausi- 
lio  de  sus  compatriotas  próximos  a  sucumbir. 

La  guerra  se  continuó,  sin  embargo,  algunos  meses  mas; 
pero  el  hábil  i  valiente  capitán  aterrorizó  a  los  indios,  i 
consiguió  establecer  definitivamente  su  dominación  en  la 
isla.  Entonces  se  vio  privado  de  su  gobierno.  El  reí  cedien- 
do a  las  representaciones  de  don  Diego  Colon,  repuso  en  su 
puesto  a  Juan  Cerón  i  le  confió  el  cargo  de  gobernador  de 


PARTB   BEGITNDA. CAPÍTITLO    VI  225 

aquella  isla.  Ponce  de  León  tuvo  que  abandonar  la  tierra 
que  acababa  de  conquistar  para  pensaren  nuevas  empresas. 
Don  Diego  Colon  se  ocupó  en  seguida  de  la  conquista  de 
Cuba  en  cuyo  territorio  no  habian  penetrado  todavía  los 
castellanos.  Confió  este  encargo  al  capitán  Diego  de  Veláz- 
quez,  militar  esperimentado  i  prudente,!  puso  bajo  su  man- 
do un  cuerpo  de  trescientos  hombres  i  cuatro  naves,  con 
que  Velázquez  hizo  una  invasión  en  aquella  isla  en  1511. 
Velázquez  no  encontró  oposición  alguna  en  esta  empresa: 
los  indios  se  sometían  fácilmente;  i  sea  porque  se  siguiesen 
Jas  instrucciones  de  Colon,  o  cediendo  a  las  instancias  de 
un  clérigo  llamado  Bartolomé  de  las  Casas,  que  acompa- 
ñaba al  ejército,  la  sumisión  de  la  isla  se  hizo  sin  efusión 
de  sangre  i  sin  las  crueldades  que  señalaban  las  otras  espe- 
dicriones.  Un  solo  jefe  llamado  Hatueyi,  que  habia  consegui- 
do escaparse  de  la  Española  para  establecerse  en  Cuba, 
hizo  una  desesperada  resistencia.   ** Este  cacique,  dice  las 
•C^xsas,  anduvo  siempre  huyendo  de  los  cristianos  desde  que 
llagaron  a  aquella  isla  de  Cuba,  como  quien  los  conocia:  i 
defendíase  cuando  los  topaba  i  al  fin  lo  prendieron;  i  sólo 
pc>  rque  huia  déjente  tan  inicua  i  cruel  i  sedefendia  de  quien 
Jc>    queria  matar  i  oprimir  hasta  la  muerte  a  sí  i  a  toda  su 
J^i^te  i  jeneracion,  lo  hubieron  vivo  de  quemar.  Atado  al 
P^^ lo, decíale  un  relijioso  de  San  Francisco  algunas  cosas  de 
I^ios  i  de  nuestra  fe,  el  cual  nunca  las  habia  oido,  i  que  si 
quería  creer  aquello  que  le  decian  que  iria  al  cielo  donde 
í^^^bia  gloria  i  eterno  descanso,  si  no  que  habia  de  ir  al  in- 
fierno a  padecer  perpetuos  tormentos  i  penas.  El,  pensando 
^^^  poco,  preguntó  al  relijioso  si  iban  cristianos  al  cielo.    El 
reí ijioso  le  respondió  que  sí,   pero  que  iban  los  que   eran 
lineaos.  Dijo  luego  el  cacique  sin  mas  pensar  que  no  queria 
^*  ir  allá  sino  al  infierno  por  no  estar  donde  estuviesen  i  por 
no  ver  tan  cruel  jente.   Esta  es  la  fama  i  honra  que  Dios  e 
^^^cstra  fe  han  ganado  con  los  cristianos  que  han  ido  a  las 
lí^ciias"  3. 


3  Bartoiomé  db  l\s  Casas,  Brevissima  relación  de  la  destruy- 
«»oji  délas  Indias,  Sevilla,  1552,  fol.  b.  III,  vto. 

TOMO   I  15 


226  HISTORIA   DE   AMÉRICA 


En  el  año  siguiente  (1512)  quedó  consumada  la  conquis- 
ta de  Cuba.  Velázquez  recibió  un  refuerzo  que  mandaba 
Panfilo  de  Narváez,  i  con  éste  terminó  la  pacificación  de  la 
isla.  Fundó  las  poblaciones  de  Santiago  en  que  fijó  el  asien- 
to del  gobierno,  la  Habana,  Puerto  Príncipe,  Trinidad, 
San  Salvador  i  Matanzas,  repartió  las  tierras  i  los  indios,, 
introdujo  el  cultivo  de  la  caña  de  azúcar  i  estableció  el  tra- 
bajo de  las  minas.  La  prosperidad  de  esta  colonia  comen- 
zó casi  al  mismo  tiempo  que  su  conquista.  Los  españoles 
habían  hallado  en  ella  el  cultivo  i  el  uso  del  tabaco,  que 
vino  a  ser  mas  tarde  una  gran  fuente  de  riqueza  i  de  co- 
mercio. 

4.  Nuevos  descubrimientos;  fundación  de  una  colo- 
nia EN  EL  continente.— Después  del  cuarto  viaje  de  Colon 
se  suspendieron  por  algún  tiempo  las  esploraciones  de  los 
castellanos  en  las  Indias;  pero  en  1506,  Fernando  autorizó 
a  Vicente  Yáñez  Pinzón  i  a  otro  célebre  piloto  llamado 
Juan  Díaz  de  Solis  para  que  pudiesen  adelantar  los  descu- 
brimientos del  almirante.  Estos  esploradores  llegaron,  en 
efecto,  a  la  isla  de  Guanajo,  i  navegando  hacia  el  oeste, 
reconocieron  el  golfo  de  Honduras  i  una  parte  de  la  costa 
de  Yucatán.  Pocas  noticias  se  tienen  de  este  viaje;  f)ero 
parece  que  Solis  i  Pinzón  volvieron  descontentos  de  su  re- 
sultado i  no  pensaron  en  continuar  el  reconocimiento  de 
a(|uellas  costas. 

El  rei  liabia  emprendido  un  viaje  a  Italia  (setiembre  de 
1506  a  julio  de  1507;.  A  su  vuelta  pensó  de  nuevo  en  los 
descubrimientos  marítimos;  i  llamó  al  efecto  a  al^^runos 
pilotos  distinguidos  a  quienes  encomendó  diferentes  em- 
presas. Solis  i  Pinzón  recibieron  el  encargo  de  adelantar 
los  descubrimientos  en  el  continente,  destle  el  cabo  de  San 
Agustin,  (|ue  Ix^pe  habia  doblado  en  1500,  liáciíi  el  sur.  El 
27  (le  junio  de  1508,  salieron  de  San  Lncar  los  dos  es[)]o- 
radores;  i  después  de  tocar  en  el  insinuado  cabo,  siguieron 
su  viaje  al  sur  sin  apartarse  mucho  de  la  costa  i  haciendo 
frecuen US  desembarcos  para  tomar  posesión   de  acjuellas 


PARTE   SEGUNDA. — CAPItüLO   VI  227 

tierras  •*.  La  falta  de  buena  armonía  entre   ambos  nave- 
gantes, coartó  sus  progresos  i  los  obligó  a  volver   a  Es- 
paña en  octubre  del  año  siguiente.  Como  sucedia  casi  siem- 
pre después  de  estas  esploraciones,  Solis  i  Pinzón  se  que- 
rellaron ante  los  tribunales,  de  que  resultó  la  prisión  del 
^  primero  durante  cerca  de  cuatro  años  que  tardó  el  litijio. 
Por  esa  misma  época  se  presentaron  en  la  Corte  dos  so- 
licitantes para  obtener  el  privilejio  de  descubrir  i  fundar 
poblaciones  en  el  continente  americano.  Eran  éstos  el  cé- 
lebre piloto  Juan  de  la  Cosa  en   representación  de  Alonso 
de  Ojeda,  aquel   osado  capitán  que  habia  hecho  dos  viajes 
de  esploracion  a  la  costa   de  Cumaná  i  Venezuela,  i  el  otro 
Diego  de  Nicuesa,  valiente  caballero  que  tenia  en  la  Corte 
bastante  valimiento.   El  rei  no  quiso  preferir  a  ninguno  de 
los  dos.  Dio  a  ambos  títulos  i  despachos,   i   repartió  las 
tiorras  continentales  trazando  una  línea  en  el  golfo  de  Da- 
rían. La  parte  oriental  fué  asignada  a  Ojeda  con  el  nombre 
d^  Nueva  Andalucía.    La  rejion  del  norte  i  del  oeste  fué  con- 
ce^dida  a  Nicuesa. 

Xros  dos  pretendientes  equiparon  sus  escuadras  por  su 
propia  cuenta.  Juan  de  la  Cosa  alcanzó  a  reunir  doscientos 
hombres  que  embarcó  en  tres  naves.*  Nicuesa,  que  contaba 
con  mas  recursos,  alistó  mayor  número  de  jente  con  que 

^.  Faltan  los  documentos  para  saber  fijamente  hasta  que  pun- 
to de  la  costa  reconocieron  Solis  i  Pinzón  en  este  viaje.   López  db 
GOMARA  {Historia  de  las  Indias,  cap.  LXXXVIII),  hablando  de  las 
navegaciones  de  Vespucio  dice  que  pretendía  haber  navegado  has- 
ta,   los  40  grados  de  latitud  sur,  pero  que  muchos  tachaban  sus 
atajes.   **Yo  creo  que  naveoró  mucho,  agrega;  pero  tíimbien  sé  que 
navegaron  mas  Vicente  Yáñez  Pinzón  i  fuan  Díaz  de  Solis  3'endo 
a- descubrir  las  Indias".   Antonio  de  Herrera,  muí  poco    escrupulo- 
so cuando  se  trata  de  fijar  los  grados,  tomó  talvezde  Gomara  esta 
noticia  vaga,  i  estampó  en  su   obra  (dec.    I,  I  ib.   VII,  cap.   XI)   la 
noticia  de  que  Solis  i  Pinzón    licitaron   hasta  el  grado  40,  que  han 
<^piado  casi  todos  los    historiadores.    No  parece  posible  que  los 
viajeros  alcanzaran  a  esas  latitudes  sin  alejarse  de   la  costa  i  que 
no  hubieran  observado  el  caudaloso  Rio  de  la  Plata  ()uemas  tarde 
descubrió  el  mismo  Solis  i  tomó  por  un  braz  >  de  mar. 


i. 


228  msTouA  ds  axémica 

eqaipó  seis  embarcaciones.  Las  dos  escuadrillas  llegaron 
casi  a  un  mismo  tiempo  al  puerto  de  Santo  Domingo.  Allí 
se  embarcó  Ojeda  para  dar  cima  a  su  empresa;  pero  antes 
de  hacerse  a  la  Tela  trabó  pendencia  con  su  rival  por  el  go- 
bierno de  la  isla  de  Jamaica  que  el  rei  habia  concedido  a 
los  dos.  Don  Diego  Colon  transijió  estas  diferencias  des- 
atendiendo las  preten:^iones  de  ambos,  i  conBando  la  con- 
quista de  aquella  isla  aun  oficial  de  su  dependencia  llamado 
Juan  de  Esquivel.  Ojeda  no  se  sometió  a  este  despojo  sino 
jurando  Tengarse  mas  adelante. 

Como  era  de  esperarse,  los  dos  rivales  engrosaron  sus 
fuerzas  en  la  Española.  Ojeda,  que  gozaba  de  la  reputación 
de  un  héroe,  consiguió  reunir  allí  cien  hombres  mas.  Fran- 
cisco Pizarro,  el  futuro  conquistador  del  Pera,  fué  de  este 
numero.  Hernán  Cortes,  el  futuro  conquistador  de  Méjico, 
se  alistó  también;  pero  una  enfermedad  casual  4e  impidió 
embarcarse.  En  noviembre  de  1509  salió  Ojeda  con  sus 
tropas. 

El  osado  aventurero  desembarcó  en  breve  en  el  puerto 
de  Cartajena.  Los  juristas  i  teólogos  españoles  habian  re- 
dactado un  célebre  requerimiento  para  los  jefes  de  esta  es- 
pedicion,  i  que  siguió  sirviendo  en  las  conquistas  posterio  - 
res.  ''La  historia  del  jénero  humano,  dice  un  sabio  histo- 
riador, no  ofrece  cosa  mas  singular  ni  mas  estravagante 
que  la  fórmula  que  ellos  imajinaron  para  llenar  este  obje- 
to'V.  Comenzaba  este  documento  por  hacer  saber  a  los 
indíjenas  que  Dios,  creador  del  cielo  i  la  tierra,  habia  creado 
también  a  los  primeros  hombres  de  doaJe  había  nacido  el 
jénero  humano,  que  habia  sometido  a  la  autoridad  de  uno, 
que  era  el  Sumo  Pontífice  de  la  cristiandad;  iqueuno  desús 
sucesores,  usando  de  su  derecho  de  dominio  sobre  todas  las 
rejiones  de  la  tierra  i  sobre  todos  sus  habitantes,  habia 
dado  al  rei  de  España  la  propiedad  de  las  islas  i    tierra 


5  R  'BtRrsox.  Hi-itoria  de  América,   lib.  III.— Este  requerí micn - 
to  ha  sido   publicado   por  H-.RRrRA,    dec.   I.   lib.  Vil.  cap.  XIY,  i 

reimpreso  después  en  muchas  historias. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPItULO   VI  229 

ürme  del  mar  Océano  con  encargo  de  reducir  a  sus  habitan- 
-tes  al  cristianismo  o  de  someterlos  a  la  esclavitud  en  caso 
Cjue  se  resistieran  a  abrazar  esta  relijion.  Ojeda,  al  desem- 
barcar, se  adelantó  hacia  los  grupos  de  salvajes  que  esta- 
llan en  la  costa,  i  mandó  que  los  misioneros  les  leyesen  taa 
^straño  requerimiento.  En  seguida  les  hizo  señales  de  paz  i 
amistad  para  reducirlos  a  entrar  en  negociaciones. 

Los  indios,  que  ya  estaban  escarmentados  de  sus  tratos 
con  los  castellanos,  i  que  no  entendian  una  palabra  de 
aquella  esposicion  con  que  se  queria  cohonestar  la  injusti- 
cia de  la  conquista,  rechazaron  las  proposiciones  amistosas 
i  se  apercibieron  para  combatir.  Ojeda  mismo,  desaten- 
diendo los  prudentes  consejos  de  Juan  de  la  Cosa,  atacó  a 
los  indios  con  grande  ímpetu,  i  destrozó  a  sus  pelotones 
arrebatando  setenta  cautivos,  i  quemando  a  ocho  que  re- 
sistieron con  un  valor  masque  humano  detras  délas  paliza- 
das de  una  choza. 

No  parecia  natural  que  los  castellanos  se  internaran  en 
una  tierra  en  que  hallaban  tan  vigorosa  resistencia.  Ojeda^ 
sin  embar/^o,  continuó  la  persecución  por  el  medio  de  los 
bosques  hasta  un  pueblo  llamado  Jubarco,  i  allí  permitió 
que  sus  soldados  se  diseminaran  en  busca  de  botin.  Los 
salvajes  cargaron  de  nuevo  sobre  ellos  con  tanto  empuje  i 
€n  un  momento  tan  oportuno  que  la  resistencia  de  los  in- 
vasores fué  casi  completamente  infructuosa.  Ojeda  peleó 
como  un  león;  pero  muertos  a  su  alrededor  los  soldados 
que  lo  acompañaban,  aprovechó  las  sombras  de  la  noche 
para  ocultarse  en  el  bosque  vecino.  Menos  feliz  que  él,  el 
hábil  cuanto  valiente  Juan  de  la  Cosa  sucumbió  cubierto 
de  heridas.  **Hermano,  dijo  a  un  español  que  estaba  vivo 
a  su  lado;  salvaos,  i  si  veis  a  Alonso  de  Ojeda,  contadle  mi 
muerte". 

Los  castellanos  que  habian  quedado  en  los  buques  igno- 
raban entretanto  la  suerte    de  sus  compañeros.  Algunas 
partidas  esploradoras  que  desembarcaron  recorrieron  inú- 
t límente  los  bosques  vecinos;  i  cuando  ya  se  retiraban,  per- 
cibieron a  Alonso  de  Ojeda  agobiado  por  el  hambre,  el  can- 


230  HISTORIA   DK  AMÉRICA 

sancio  i  la  fatiga  i  próximo  a  perecer.  Lo  trasportaron  a 
la  playa  para  socorrerlo.  Los  marinos  pensaban  sin  duda 
en  alejarse  de  aquella  tierra  inhospitalaria  cuando  divisa- 
1  on  en  el  lejano  horizonte  unas  naves  que  se  acercaban  a  la 
costa.  Era  la  escuadrilla  de  Nicuesa  que  se  dirijia  a  los 
paises  cuyo  gobierno  le  había  concedido  el  reí.  Al  saber  la 
catástrofe  que  hábia  ocurrido  a  sus  compatriotas,  el  ca- 
balleroso Nicuesa  olvidó  sus  antiguos  agravios,  abrazó 
cordialmente  a  Ojeda,  i  le  ofreció  marchar  al  interior  para 
vengar  el  desastre.  Al  efecto,  desembarcaron  400  soldados, 
i  con  ellos  se  pusieron  en  marcha  los  dos  jefes  al  mismo 
pueblo  que  habia  si  lo  teatro  de  la  derrota.  Llegaron  a  Jn- 
barco  de  noche,  prendieron  fuego  a  las  chozas  de  los  indios, 
i  rodearon  el  pueblo  para  impedir  la  fuga.  La  carnicería 
fué  espantosa:  los  soldados  no  perdonaban  sexo  ni  edad; 
i  los  indios  que  no  perecieron  en  las  llamas  fueron  pasados 
a  cuchillo. 

Después  de  esta  jomada,  de  que  los  castellanos  retiraron 
un  rico  botin,  dieron  la  vuelta  a  Cartajena.  Allí  se  separó 
Nicuesa  de  su  antiguo  rival  para  ir  en  busca  de  las  tierras 
de  su  gobernación.  Ojeda  mismo  supo  aprovecharse  de 
aquella  desgracia  para  ser  mas  precavido  en  otra  ocasión. 
Reunió  sus  soldados  i  se  embarcó  con  ellos  dirijiendo  el 
rumbo  hacia  el  occidente  en  busca  de  un  lugar  aparente 
para  fundar  la  primera  población.  Llegado  al  golfo  de 
Urabá.  o  de  Darien,  elijió  un  sitio  elevado  en  la  costa  orien- 
tal para  construir  una  fortaleza  i  echar  los  cimientos  de 
una  colonia  que  debia  ser  el  asiento  de  su  gobierno.  La 
naciente  ciudad  recibió  el  nombre  de  San  Sebastian. 

5.  Ultimas  aventuras  de  Ojeda.— Esta  era  la  segunda 
tentativa  para  fundar  una  colonia  española  en  el  continen- 
te americano.  En  su  último  viaje,  Colon  habia  fundado  un 
pueblo  en  las  orillas  del  rio  Belén,  que  tuvo  que  abandonai 
a  causa  de  las  hostilidades  de  los  indíjenas.  La  colonis 
de  Ojeda  no  tuvo  mejor  suerte.  El  atrevido  aventurerc 
habia  construido  una  especie  de  fortaleza  de  madera  parí 
defenderse  de  los  indios;  pero  falto  de  provisiones  para  sub 


PARTE   SEGUNDA, — CAPItULO    VI  231 

«istir  mncho  tiempo,  sin  paciencia  i  sin  costumbre  de  cul- 
tivar la  tierra,  no  podia  sostenerse  sino  a  fuerza  de  corre- 
rías. Como  sus  soldados  estaban  reducidos  a  un  pequeño 
número,  Ojeda  despachó  una  de  sus  naves  a  la  isla  Espa- 
ñola para  pedir  refuerzos  de  hombres,  armas  i  municiones; 
i  para  conseguir  estos  socorros,  remitió  los  prisioneros  que 
habia  tomado  i  el  oro  que  habia  recojido  en  la  costa  de 
Cartajena. 

Sus  primeras  escursiones  al  interior  fueron  desastrosas. 
Ojeda  habia  creído  que  presentándose  pacíficamente  se 
ganaria  la  voluntad  de  los  indíjenas;  pero  fué  recibido  con 
Tana  lluvia  de  flechas  envenenadas  que  lo  obligó  a  volver  a 
San  Sebastian  para  guarecerse,  i  a  sostener  ahí  un  terrible 
sitio  que  le  pusieron  los  indios.  Los  defensores  de  la  plaza 
se  vieron  obligados  a  batirse  dia  a  dia contra  los  indíjenas. 
Ojeda,  que  se  creia  invulnerable  por  la  virtud  de  una  imájen 
de  la  vírjen  que  llevaba  siempre  en  su  pecho,  era  el  mas 
audaz  de  los  castellanos.  En  uno  de  estos  combates  una 
flecha  envenenada  le  atravesó  una  pierna,  de  modo  que  tu- 
vo gran  dificultad  para  volver  al  fuerte.  Los  efectos  del 
veneno  se  hicieron  sentir  en  breve;  pero  Ojeda  se  hizo  que- 
ínar  las  heridas  con  hierros  candentes,  i  soportó  la  opera- 
ción con  una  rara  serenidad. 

Al  partir  de  la  Española,  Ojeda  se  habia  concertado  con 
d  bachiller  Martin  Fernández  de  Enciso,  que  poseia  una 
regular  fortuna  adquirida  en  el  ejercicio  de  la  abogacía. 
Enciso  debia  ser  el  primer  alcalde  de  la  colonia  que  Ojeda 
fundase  en  el  continente;  i  le  habia  prometido  marchar 
luego  en  su  socorro  con  una  partida  déjente.  Pero  Enciso 
lio  llegaba  a  aquellas  costas,  i  la  miseria  de  los  españoles 
tocaba  los  últimos  estremos.  Ojeda  se  preparó  para  ir  a 
buscarlo,  a  fin  de  adquirir  nuevos  recursos,  i  sostener  su 
<íolonia.*  Confió  el  mando  de  ésta  a  Francisco  Pizarro,  sol- 
dado oscuro  todavía,  pero  que  comenzaba  a  señalarse  por 
«u  arrojo  ante  el  enemigo  i  por  su  firmeza  para  soportar 
las  penalidades  del  sitio.  Dio  a  sus  compañeros  la  palabra 
ót  volver  en  cincuenta  dias,  autorizándolos  para  despoblar 


232  mrroRiA  db  améuca 

la  colonia  i  marcharse  donde  quisiesen  si  no  Tolria  antes 
de  este  tiempo. 

El  TÍaje  de  Ojeda  fué  desastroso.  La  fortuna  principiaba 
a  abandonar  al  osado  aventurero.  El  buque  en  que  se  habia 
embarcado  no  formaba  parte  de  su  escuadrilla:  pertenecia 
a  un  traficante  de  Santo  Domingo,  llamado  Bemardino  de 
Talavera,  que  andaba  (ugado  de  la  Española,  i  que  por 
tanto  no  quena  Tolver  a  esa  isla.  Desde  el  primer  dia,  se 
suscitaron  violentas  disputas  entre  Ojeda  i  Talavera.  La 
embarcación  fué  batida  por  la  tempestad,  i  los  viajeros  se 
consideraron  felices  con  poder  llegar  a  uno  de  los  puertos 
del  sur  de  la  isla  de  Cuba.  Allí  Ojeda  fué  apresado  por  los 
m  arineros  de  la  nave;  i  se  le  obligó  a  marchar  amarrado 
por  entre  las  marismas  i  pantanos  de  la  plava.  En  esas 
aventuras  iué  necesario  batirse  frecuentemente  con  los  in- 
dios; pero  Ojeda  consiguió  al  fin  mandar  un  mensaje  a  |uan 
de  Esquí  vel,  gobernador  de  Jamaica,  describiéndole  su  si- 
tu  ación  i  pidiéndole  su  ausilio.  Esquivel,  antiguo  enemigo 
de  Ojeda,  tuvo  la  jenerosidad  de  despachar  una  carabela 
en  su  socorro;  i  a  ella  debió  su  salvación  el  desgraciado 
g  obemador  de  la  Nueva  Andalucía. 

Esta  fué  la  última  campaña  del  valeroso  Ojeda.  Llegado 
a  Jamaica,  Esquivel  lo  recibió  favorablemente,  i  le  facilitó 
los  medios  de  volver  a  Santo  Domingo.  Pero  en  esta  isla 
tuvo  que  llevar  una  vida  oscura,  cuando  no  rodeada  de 
procesos  i  miserias,  i  murió  al  fin  de  resultas  de  la  herida 
que  habia  recibido  en  San  Sebastian  (1515).  El  brillante 
caudillo  que  habia  poseído  grandes  tesoros  i  que  había 
mandado  tantas  espedicíones,  no  dejó  dinero  para  ente- 
rrar su  cadáver,  í  en  espiacion  de  su  pasado  orgullo,  dispu- 
so que  se  le  sepultara  en  la  puerta  de  la  iglesia  de  San 
Francisco  para  que  lo  pisaran  todos  los  que  entraseo  *\ 

6.    Desastrosa  espedicion  de  Nicuesa.— Después  de  se- 
pararse í!c  Ojeda  en  Cartajena,  Diego  de  Xicuesa  se  dirijió 


•>  \V.  Ir  VINO,  Compañeros  de  Co/o/i.— Nayarrete,  Biografía  de 

Ojedíi,  en  el  tomo  III  á<  su  Colección. 


PARTB   8B6UNDA. — CAPfTULO   VI  233 

a  la  costa  de  Veragua.  Llegó  a  ella  en  medio  de  tin  temblé 
temporal;  i  no    encontrando  un  puerto  en  qué  guarecerse, 
prefirió  hacerse  al  mar.  En  medio  de  la  borrasca,  las  naves 
se  dispersaron;  i  Nicuesa  se  halló  alejado  de  sus  compañe- 
ros a  la  vista  de  la  tierra  que  debia  gobernar.  La  corriente 
de  un  río  inmediato  volcó  su  nave  con  tal  violencia  que 
apenas  pudieron  los  marineros  llegar  a  tierra  casi  desnu^ 
dos,  sin  armas  i  sin  víveres.  Antes  que  perecer  de  hambre 
en  aquella  playa  desierta,  los  castellanos  quisieron  empren- 
der una  penosa  marcha  por  la  costa  i  con  rumbo  hacia  el 
occidente  creyendo  hallar  al  fin  las  otras  naves  de  su  es- 
cuadrilla. Un  bote  salvado  del  naufrajio  debia  acompa- 
ñarlos por  el  mar  para   facilitarles  el  paso  de  los  ríos.  In- 
describibles fueron  las  penalidades  de  esta  marcha.  Por 
fin  una  noche  se  desapareció  el  bote  i  los  marineros  que 
lo  tripulaban.  Nicuesa  i  su  jente  se  creyeron  perdidos;  i 
en  su  desgracia  comenzaban  a  resignarse  a  sufrir  una  muer- 
te segura. 

Sin  embargo,  los  marineros  que  habían  desertado  con 
el  bote  recorrieron  la  costa  hacia  el  sur  hasta  Hégar  al  rio 
Belén.  Allí  encontraron  a  Lope  de  Olano,  lugar  teniente  de 
Nicuesa,  que  tratando  de  formar  un  gobierno  propio,  se 
habia  olvidado  de  su  jefe.  Sus  compañeros  habían  sufrido- 
todo  jénero  de  males:  sus  naves  estaban  destruidas;  el  cli- 
ma i  los  indíjenas  habían  reducido  su  número,  i  la  proyec- 
tada colonia  estaba  a  punto  de  sucumbir.  Olano  no  pudo 
ya  desentenderse  de  socorrer  a  Nicuesa.  Armó  un  buque 
con  los  restos  de  los  otros,  i  marchó  a  buscarlo  al  lugar 
que  les  designaban  los  marineros. 

Las  desgracias  de  esta  espedícíon  no  terminaron  aquí. 
Nicuesa  habia  sido  infeliz,  pero  poseía  un  carácter  firme  i 
resuelto  para  no  abandonar  la  empresa  que  se  le  habia  con- 
fiado. Pasó  el  río  Belén;  i  reuniendo  su  jente,  visitó  a  Por- 
tobello  con  intención  de  fundar  una  colonia.  Los  indíjenas 
lo  recazaron  de  este  lugar;  i  entonces  se  dírijió  de  nueva 
hacia  el  este  hasta  un  hermoso  puerto  rodeado  de  fértiles 
terrenos.  "Detengámonos  aquí  en  nombre  de  Dios,**  dija 


234  HISTORIA  DE   AMÉRICA 


<^1  desventurado  Nicuesa  al  llegar  a  aquel  sitio.  Los  caste- 
llanos comenzaron,  en  efecto,  a  construir  un  fortin  i  algu- 
nas habitaciones,  denominando  la  colonia  Nombre  de  Dios. 
Pero  nuevas  desgracias  los  esperaban  allí:  la  falta  de  ali- 
mentos, las  hostilidades  de  los  naturales  i  las  enfermeda- 
des tan  frecuentes  en  aquel  clima  redujeron  estraordina- 
riamente  sus  tropas.  Un  dia  que  les  pasó  revista  contó 
sólo  cien  hombres,  último  resto  de  la  brillante  espedicion 
con  que  habia  partido  de  la  Española  algunos  meses 
antes. 

7.  Enciso;  fundación  de  Santa  María  la  Antigua. 
—^1  socio  de  Ojeda,  Martin  Fernández  de  Enciso,  habia 
quedado  en  la  Española,  mientras  su  colega  corría  en  la 
costa  del  Darien  los  peligros  i  aventuras  que  dejamos  re- 
feridos. Tres  meses  después  de  la  partida  de  Ojeda  salió 
Enciso  de  Santo  Domingo  en  dos  buques,  con  ciento  cin- 
cuenta hombres,  algunos  caballos  i  muchas  armas  (febrero 
<le  1510).  Las  autoridades  del  puerto  rejistraron  su  nave 
para  evitar  que  en  ella  se  fugasen  algunos  deudores  alza- 
dos que  trataban  de  ir  en  busca  de  aventuras  a  la  Costa 
Firme;  pero  cuando  se  hallaba  en  alta  mar,  descubrió  Enci- 
so un  hombre  que  él  no  habia  enrolado.  Era  éste  un  pobre 
hidalgo  de  Jerez,  de  unos  treinta  i  cinco  años  de  edad,  lla- 
mado Vasco  Núñez  de  Balboa.  Para  abandonar  aquella 
isla  se  habia  metido  en  un  barril  que  hizo  trasportar  a 
bordo,  burlando  así  la  vijilancia  de  las  autoridades  del 
puerto.  En  su  irritación,  Enciso  lo  amenazó  con  que  lo 
abandonaria  en  la  primera  isla  desierta  que  encontrase, 
pero  las  humildes  súplicas  de  Balboa  lo  desarmaron  al 
al  fin. 

Los  espedicionarios  llegaron  a  Cartajena,  teatro  recien- 
te de  las  primeras  desgracias  de  Ojeda.  Allí  se  le  juntó  en 
breve  una  nave  que  venia  del  occidente.  Mandábala  Fran- 
cisco Pizarro;  i  (ronducia  las  tropas  salvadas  de  la  colonia 
de  San  Sebastian.  Después  de  esperar  a  Ojeda  mas  de  los 
•cincuenta  días  señalados,  Pizarro,  cansado  de  sufrir  los 
-estragos  del  hambre  i  de  la  guerra,  i  después  de  haber  per- 


/ 


PARTE   8BGUNDA. — CAPÍTULO   VI  235 

dido  a  muchos  de  sus  soldados,  se  había  resuelto  a  aban- 
donar aquellas  rejiones  i  a  volver  a  la  Española.  Sus  fuer- 
zas estaban  reducidas  sólo  a  sesenta  hombres.  Con  ellas 
«e  embarcó  en  dos  naves,  pero  una  de  ellas  acababa  de 
naufragar  con  toda  su  jente.  Atemorizado  por  esta  desgra- 
•cia,  Pizarro  iba  a  guarecerse  en  Cartajena  cuando  encon* 
.    tro  a  Enciso. 

El  bachiller  no  queria  abandonar  sus  proyectos  de  con- 
quista. Las  desgracias  que  habian  sufrido  los  castellanos, 
-en  vez  de  atemorizarlo,  lo  estimulaban  a  correr  idénticas 
aventuras.  Con  halagos  i  amenazas  consiguió  que  Piza- 
rro i  sus  compañeros  volviesen  al  Darien  a  proseguir  la 
<:olonizacion.  Balboa,  el  oscuro  aventurero  que  no  quería 
volver  a  la  Española,  recordó  que  años  atrás  habia  reco- 
rrido esas  costas  con  Rodrigo  de  Bastidas  i  que  habia  vis- 
to ün  puerto  excelente, -cuyos  habitantes  no  envenenaban 
^us  flechas  i  donde  se  podía  fundar  una  colonia.  Estas  no- 
ticias dieron  ánimo  a  los  castellanos  para  proseguir  su 
viaje. 

•Antes  de  muchos  dias  llegaron  felizmente  al  golfo  de  Da- 
ñen; i  siguiendo  las  indicaciones  de  Balboa  desembarcaron 
-en  un  hermoso  puerto  de  la  costa  occidental.  Los  indios, 
sin  embargo,  los  hostilizaron  desde  luego;  pero  los  espa- 
ñoles desplegaron  tal  arrojo  enel  primer  combate  que  los 
ahuyentaron  escarmentados  i  los  persiguieron  algunas  le- 
guas, recojiendo  un  valioso  botín.  En  cumplimiento  de  un 
V'oto  que  habian  hecho  antes  de  la  batalla,  i  en  recuerdo 
c3e  una  imájen  de  la  vírjen  mui  venerada  en  Sevilla,  acor- 
c3aron  fundar  allí  un  pueblo  con  el  nombre  de  Santa  María 
la  Antigua.  Los  espedicionarios  trabajaron  en  esta  obra 
^on  el  mismo  ardor  con  que  habian  combatido  a  los  indi-, 
jenas. 

Enciso  habia  despertado  un  vivo  descontento  entre  sus 

jentes  con  sus  providencias  para  prohibirles  el  rescate  del 

^Dro.  Aprovechándose  de  este  estado  de  exasperación  de 

los  ánimos,  Balboa  exitó  a  sus  compañeros  a  la  rebelión. 

amotináronse,  en  efecto,  destituyeron  a  su  jefe  i  elijieron 


ror-L  :2tf  j:*  í'-  rcrrjL-j.  ±  i-rs*  alcaldes,  uno  delo^cuales 
:"3é  ¿1  =_*=:■:  5o-':«:4i  E¿i;  irr^^Io,  con  todo,  era  conside- 
ri¿:  j:— :  -:.r:':--3?i:r-':.  A\r=:*  cncian  que  pisaban  el  tc- 
rr:i:rr  c^j  -  ¿::ii;r-T.:  j^::a  ccsíerido  el  rei  a  Nicuesa.i 
e5ríírj.>^v=  ¿::o.  rtr-ir  ±  z:^zt  Tvira  reconocerlo  como  jefe, 
m:5Í::rr-,v5  :ir->  «  =j.r-Í5i-iras  satisfechos  de  tener  a 
5a   w..i*ri¿i.i  A  ~r  .:;rr*rrí:  ie  !a  sagacidad  i  del  arrojo  de 

Ljl  ^':\  :~:.i  ¿s-..".  o.  yrí-.x-=riÍA  coa  estas  diferencias  cuan- 
do "e^Ar;r.  a.  c-  '  *  -<  lurner:  dos  navios  cargados  de 
artr.is:  VTVíres  _;  .^í  S -cr-c."  ie  Colmenares  llevaba  déla 
Esy.if.;lA  Vvir-i  .i-<:.:ar  .i  T-'^'^o  d*  X¡*.-uesa.  El  arribo  de 
estas  TAYe?  cair.:.*  y:r  ¿"  rr.  r-.^cio  las  disensiones.  Colme- 
na^x^s  s«í  .irra;.^  !as  vj!u:::ai<<  ce  todos  por  la  jenerosidad 
con  ctie  nfvartra  su<  v:v¿re<  a  los  colonos,  i  ambos  parti- 
dos con  Y:r:í  re*.  sTi:  V-scar  a  Niv-tiesa  para  que  los  gober- 
nase. 

CoI:t:er:anrs  sisT-^ió  c?y*.^rar.oo  la  costa  del  norte  hasta  el 
puerto  vie  No:r.-'r^*  i.:¿  I':.?.  El  desgraciado  Xicuesa  se  ha- 
llaba al!  i  red  ::v  ido  a  !a  ::l:::::a  mirria.  Su  jente  formaba 
solo  un  .puñavio  c.e  ::on:':  res  desencajados  por  el  hambre  i 
las  e:::'eri::cL:a.:c<;  IvS  .ú-ras  ::ab:an  jjucumbido  a  los  rigo- 
res del  k:l:n:a  o  a  l.is  *:.  :s:a:::ts  hostilidades  de  los  natura- 
les. Al  s:i'^cr  o'.:c  ::a'  :a  *.:::  c>:. i  Mee:  miento  en  el  Darien  i  que 
sus  poMailv  res  !c  '  :;<v.-'\-::  para  que  los  gobernase,  Xi- 
cuesa  ci'bró  á:;:i::os  i  se  ^'.-.st^/.so  a  marcharse  inmediata- 
mente. 

El  titulado  iroberiMi'.or  era  un  hombre  de  carácter  ca- 
balleroso i  no' !e;  j^  ero  ^a recia  lie  ¡a  discreción  que  requena 
el  ear^t^  ijue  iba  a  iiestn:|  efiar.  Comenzó  a  hablar  de  sus 
proyectos  de  i;olMenK\  i  despertó  los  recelos  de  algunos  de 
sus  compañeros.  IV>s  Cklonos  ilel  Oarien.  que  habian  ido  eu 
su  busca  con  Coiníenaies.  se  adelantaron  ala  vuelta  para 
anunciar  el  pensamiento  que  ¡levaba  Xicuesa  de  hacer  cum- 
(>Iir  su  voluntad.  "Lüx^rtántlont^sdelinciso,  dijeron,  hemos 
saliílo  de  ¡os  dientes  dellol)o;  pero  vamos  a  caer  en  las 
garras  de  un  tigre".    Esta  noticia   produjo  una  violenta 


PARTE   SEGUNDA. CAPItULO    VI  237 

Teaccion  en  la  colonia.  Balboa  juntó  su  jente  para  esperar  a 
líicuesa,  no  con  la  intención  de  aclamarlo  gobernador,  sino 
para  advertirle  que  se  alejara  de  aquella  costa.  Su  resisten- 
•cia  fué  infructuosa:  el  pueblo  lo  insultó  desapiadamente,  a 
pesar  de  la  protección  que  Balboa  quiso  dispensarle,  i  lo 
obligó  a  salir  del  puerto  (1^  de  marzo  de  1511).  Nunca  se 
lia  sabido  la  suerte  que  corrió  7.  El  infeliz  Nicuesa  pereció 
«n  duda  en  un  naufrajio. 

7  Quintana,    Vida  dd  Vasco  Náñez  de  Balboa Ikving,   Com- 

/laneros  de  Colon,  Nicuesa  i  Ojeda. 


CAPÍTULO  VII. 
NáAez  de  Balboa. — Díase  de  Ifi^olin.— Ulas^allftncs. 

(1511-1521) 

-  Balboa  declarado  gobernador  del  Darien.  2.  Descubrimiento 
del  Mar  del  sur  —3  Pedrarias  Dávila.  -4.  Trájico  fin  deNúñez 
de  Balboa.  5.  Solis;  descubrimiento  del  Rio  de  la  Plata. — 
6.  Magallanes;  sus  proyectos  de  descubrimientos.  — 7.  Descu- 
brimiento del  estrecho — 8.  Primer  viaje  al  rededor  del  mundo. 

1.  Balhoa  declarado  gobernador  del  Darien.— Los 
^mpañcros  i  sucesores  de  Colon  habian  adelantado  mui 
oco  los  descubrimientos  del  célebre  navegante.  Durante 
•  xicho  tiempo  no  hicieron  otra  cosa  que  esplorar  los  mis- 
íos  lugares  que  él  habia  visitado,  o  seguir  la  prolongación 
^  las  costas  que  el  almirante  habia  descubierto.  La  funda- 
on  de  la  primera  colonia  en  el  continente  fué  el  principio 
^  un  nuevo  período  de  atrevidas  espediciones  i  de  grandio- 
^s  descubrimientos. 

Después  de  la  partida  de  Nicuesa,  se  suscitó  entre  los 
alónos  del  Darien  la  cuestión  de  saber  quién  debia  gober- 
^rlos.  El  bachiller  Enciso  solicitó  el  puesto  para  sí;  pero 
^sco  Nuñez  de  Balboa,  que  habia  sabido  ganarse  una  me- 
^cida  popularidad,  combatió  sus  pretensiones.  Desempe- 
^ndo  el  cargo  de  alcalde  de  la  colonia,  Balboa  desplegó 
^^rtas  dotes  de  gobierno  de  que  carecian  de  ordinario  los 
^scos  soldados  de  la  conquista.   Al  saber  que  Enciso  se 


?40  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


preparaba  para  jestionar  sobre  sus  derechos,  Balboa  s 
adelantó  acusándolo  ante  el  cabildo  de  Santa  María  d 
haber  usurpado  en  el  principio  el  poder  de  alcalde  mayo 
sin  mas  título  que  el  nombramiento  de  Ojeda,  siendo  que  « 
territorio  de  la  colonia  no  estaba  comprendido  en  los  lím 
tes  de  la  gobernación  de  la  Nueva  Andalucía.  Esta  maner 
hábil  de  combatir  las  pretensiones  de  su  adversario,  le  as< 
guró  el  triunfo.  El  cabildo  desconoció  los  derechos  de  Ei 
ciso;  i  Vasco  Núñez  de  Balboa,  aprovechándose  en  el  act 
de  aquella  declaración  para  alejara  su  competidor,  dispus 
que  se  le  embarcara  para  España  a  fin  de  que  pudiera  ei 
tablar  apelación  ante  los  tribunales  competentes.  Par 
quedar  de  jefe  único  de  la  colonia,  redujo  al  otro  alcalde 
marchar  con  Enciso  a  la  Corte  para  sostener  el  fallo  del  cí 
bildo  de  Santa  María. 

Una  vez  dueño  del  gobierno,  Balboa  desplegó  gran  tí 
lento  para  el  mando.  Para  ganarse  la  voluntad  de  laCort 
como  también  para  ensanchar  los  límites  de  su  gob¡ern< 
dispuso  varias  correrías  al  interior  con  el  propósito  de  re 
catar  oro  i  someter  algunas  tribus  de  indíjenas.  En  estí 
campañas,  él  i  Pizarro  manifestaron  tanto  tino  como  aud¡ 
cia.  Para  resistir  a  la  guerra  de  emboscadas  que  les  hacia 
los  indios  i  hacerles  pagar  caro  el  uso  de  las  flechas  enven 
nadas,  Balboa  empleó  los  j)erros  como  ausiliaresde  sus  se 
dados.  El  mismo  tenia  uno  (|ue  se  distinguía  partícula 
mente  por  su  instinto,  i  que  era  hijo  de  otro  famoso  peri 
<|ue  acompañaba  a  Juan  Ponce  de  León  en  sus  campaña 
El  de  Balboa  se  llamaba  Leoncico.  **Este  perro,  dice  el  hi 
toriador  Oviedo,  ganó  a  Vasco  Núñez  mas  de  dos  mil  pes( 
de  oro,  ponjue  se  le  daba  tanta  parte  como  a  un  comp; 
ñero  en  el  oro  i  en  los  esclavos  cuando  se  partian.  Era  ( 
un  instinto  maravilloso,  i  así  coiiocia  al  indio  bravo  i  ; 
manso  como  le  conocieran  yo  e  otros  que  en  esta  guerraa; 
duvieran  e  tuvieran  razón.  Por  maravilla  se  le  escapal 
ningún  indio  que  se  le  fuese  a  los  cristianos.  I  como  lo  a 
canzaba  si  el  indio  estaba  quedo,  asíale  por  la  muñeca 
la  mano,  i  traíale  tan  ceñidamente  sin  le  morder  ni  apretí 


PARTE    SBGITNDA. — CAPItULO    Vil  241 

como  le  pudiera  traer  un  hombre;  pero  si  se  ponía  en  defen- 
sa, hacíale  pedazos'*  K 

En  estas  diferentes  espediciones,  los  castellanos  recojie- 
ron  una  abundante  cosecha  de  oro;  pero  recibieron  dos  no- 
ticias que  valían  mas  que  todas  esas  riquezas.  Ün  dia  en 
que  los  esploradores  se  hallaban  hospedados  en  casa  de  un 
cacique  amigo  llamado  Comagre,  tuvieron  un  altercado 
sobre  el  reparto  del  oro  recojido.  El  hijo  mayor  del  cacique 
se  levantó,  i  golpeando  con  el  puño  las  balanzas  en  que  pe- 
saban el  rico  metal,  les  dijo:  **¿A  qué  disputáis  por  tal  ba- 
gatela? Sí  el  deseo  de  poseer  el  oro  os  ha  traído  a  nuestro 
pais,  yo  os  enseñaré  una  rejion  donde  ])odreis  saciar  vues- 
tros deseos.  Mirad  esas  altas  montañas  que  se  levantan  al 
sur;  al  otro  lado  se  estiende  un  gran  mar  que  navega  una 
nación  poderosa  provista  de  bajeles  tan  grandes  como  los 
vuestros.  Para  llegar  allí  necesitáis  de  fuerzas  mayores  que 
las  que  componen  vuestro  ejército,  porque  en  el  camino  en- 
contrareis poderosos  jefes  que  pueden  poner  sobre  lasarmas 
muchos  soldados.''  Esta  fué  la  primera  noticia  que  tuvieron 
los  españoles  acerca  del  grande  océano  i  del  poderoso  im- 
perio de  los  incas.  Balboa,  que  creía  como  Colon  que  pisa- 
ba las  estremidades  orientales  del  Asia,  se  imajinó  estar  a 
las  puertas  de  los  mares  de  la  India  i  del  rico  imperio  de 
Cipango.  Vuelto  a  la  colonia  escribió  inmediatamente  a 
don  Diego  Colon,  que  gobernaba  todavía  en  Santo  Domin- 
go, para  participarle  sus  esperanzas  de  consumar  grandes 
descubrimientos  i  para  pedirle  su  protección  i  ausilío. 

El  activo  descubridor  se  veía  embarazado  en  sus  proyec- 
tos no  solo  por  la  falta  de  recursos  sino  también  por  las 
inquietudes  constantes  de  la  colonia.  Los  indios  no  habían 
cesado  de  hostilizarlo,  i  aun  tramaron  un  vasto  complot 
para  matar  a  los  castellanos,  que  fué  descubierto  i  castiga- 
do oportunamente.  Los  mismos  colonos,  abatidos  por  el 
abandono  en  que  se  les  dejaba  i  por  las  miserias  que  sufrían, 
conspiraron  contra  la  autoridad  del  gobernador.  Balboa 


1  Oviedo,  Historia  feneral  de  las  Indias,  lib    XXTX,  cap  líL 
TOMO  I  16 


24:?  HI^TOKIA    DK   AMtmiCA 

venció  hábilmente  esta  resistencia  con  el  pensamiento  fij' 
de  marchar  en  busca  del  océano  i  del  imperio  de  que  le  h? 
biaban  los  indios.  Felizmente,  en  los  primeros  meses  de  151 
recibió  de  la  Española  un  refuerzo  de  150  hombres  i  de  v 
veres  en  abundancia  que  le  mandaba  Andrés  de  Pasaniur 
te,  funcionario  de  alta  importancia  que  el  rei  habia  raai 
dado  a  aquella  isla  para  equilibrar  el  gran  poder  de  qo 
estaluí  investido  don  Die^o  Colon.  Pasamonte,  adema; 
mandaba  a  Balboa  un  despacho  de  capitán  jeneral  de  1 
colonia  del  Darien  para  reforzar  su  autoridad,  i  sanciona 
su  eleceion. 

Poco  tiempo  después,  recibió  Balboa  desagradables  nc 
ticias  de  la  corte.  El  bachiller  Enciso  se  habia  querellad 
al  rei  del  despojo  de  autoridad  de  que  habia  sido  Hctima. 
habia  obtenido  una  reparación  completa  -.  El  ájente  d 
Balboa  que  le  comunicaba  esto,  le  advertia,  ademas,  qu 
en  breve  tiempo  recibiría  la  orden  de  volver  a  España 
dar  cuenta  de  su  conducta.  En  tan  triste  situación,  el  in 
trépido  aventurero  creyó  que  no  tenia  mas  que  un  partid 
que  tomar,  i  éste  era  el  de  ponerse  inmediatamente  en  mrii 
cha  para  dar  cima  a  su  proyectada  empresa.  Esperaba  (ju 
el  resultado  de  ésta  fuera  su  mas  completa  justificación. 

2.     I>i:>crnR:MiKNTo   i>el   mar  del  sir.  —  Vasco    Súm 

~  Hall»".'!  hal>¡a  escrito  al  rei  para  anunciarle  sus  fiescul»r 
niientos  i  la  riijueza  de  la  tierra,  i  pedirle  ausiiios  con  que  con: 
nuar  sus  con»]uistas.  Kn  esa  carra  no  le  hablaba  nada  de  sus  kI 
savcnercias  con  Hnciso;  j^hto  en  una  de  sus  peticiones  se  encuen:r 
una  alusión  nuii  directa  al  alcalde  destituido  Dice  así:  'Tna  nu- 
ceil  (juiero  suplicar  a  V.  A  me  ha^a,  porque  cumple  mucho  a  s 
servicio,  i  es  que  V.  A  mande  que  ningún  bachiller  en  leyes  ni  otr 
nin«j:uiu\  sino  hiere  de  medicina,  pase  a  estas  partes  de  la  tierr 
tirme  so  una  ijran  pena  que  V.  A  para  ello  mande  proveer,  porqi 
nin«:un  bacliiller  acá  pasa  ipie  no  sea  diablo  i  tienen  vida  de  di; 
blof*,  e  no  solamente  ellos  son  malos,  mas  aun  lacen  i  tienen  tbrm 
por  donde  haya  pleitos  i  inahlades:  ésto  cumple  mucho  al  servici 
de  \'.  A.  p(^r(pie  la  tierra  es  nueva".  Carta  de  Balboa  de  20  de  eni 
ro  de  lólo,  publicaila  por  Navakkktk  en  el  tomo  III  de  su  Cola 
cioii,  páj.  o 74- 


PARTA    SEGUNDA. — CAPITULO   VII  243 

<3e  Balboa  escojió  190  hombres  de  los  mas  resueltos  i  vigo- 
x-c^sos  que  tenia  bajo  su  mando,  i  los  armó  de  arcabuces,  es- 
paldas, rodelas  í  ballestas.  Les  habló  de  los  peligros  de  la 
empresa  que  iba  a  acometer  a  fin  de  preparar  sus  ánimos 
piíra  las  contrariedades  de  la  marcha.  Reunió  como  1,000 
•  indios  ausiliares,  i  algunos  perros;  i  el  1.^  de  setiembre  se 
embarcó  con  esta  jente  en  un  bergantin  i  diez  canoas.  He* 
víindo  una  abundante  provisión  de  víveres.  Su  proyecto  era 
hacer  por  mar  una  parte  del  camino  hasta  llegar  al  puerto 
de  Careta,  con  cuyo  cacique  tenia  estrechas  relaciones  de 
alianza  desde  tiempo  atrás.   Desde  este  punto,  pensaba  in- 
ternarse en  la  sierra,  atravesar  las  altas  montañas  i  llegar 
por  fin  a  las  playas  del  otro  mar.  El  6  de  setiembre,  di- 
vidió sus   tropas  en  dos  cuerpos:  dejó  uno  de  ellos  al  cui- 
dado de  la  nave  i  de  las  canoas,  i  con  el  otro  emprendió  su 
marcha. 

La  rejion  en  que  acababa  de  internarse  Balboa  era  forma- 
da por  esa  angosta  faja  de  tierra  que  separa  los  dos   océa- 
o^>s  i  une  las  dos  grandes  secciones  del  continente  america- 
no. Aunque  el  ancho  de  ese  país  sea  sólo  de  unas   pocas  le- 
guas, su  trayecto  ofrecia  dificultades  inmensas.  La  cadena 
de  montañas  que  lo  atraviesa  en   toda  su  estension  como 
^na  barrera  opuesta  a  la  comunicación   de  ambos  mares, 
^orma  a  uno  i  otro  lado  escarpados  precipicios,  rápidos  to- 
^*"<íntes  i  variadas  ondulaciones  del  terreno.  La  rica  vejeta- 
^'on  de  aquellas  rejiones  forma  por  todas  partes  bosques 
*^ipenetrables  de  elevadísimos  árboles  que  ocultan  bajo  su 
^*>mbra  marismas  i  pantanc^s  insalubres  i  de  difícil  tránsito. 
L'^s  ardores  del   soldé  los  trópicos  unidos  a  las  pútridas 
^^anaciones  de  aquellas  marismas,  al  paso  que  dan  vida  a 
^^la  multitud  de  insectos  venenosos,  enervan  las  fuerzas  del 
^'>mbre  i  producen  fiebres  mortíferas.   Este  pais,  «demás, 
^^taba  poblado  por  indios  salvajes,  casi  nómades,  que  ha- 
^'íin  de  hostilizar^ en  su  marcha  a  los  soldados  de  Balboa. 
fin  efecto,  un  jefe  indio  llamado  Ponca,  huyó  al  acercarse 
•<^^s  españoles;  pero  sabedor  de  la  rectitud  con  que  Balboa 
^^ataba  a  los  indíjenas,  volvió  sobre  sus  pasos  i  le  pres- 


244  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


tó  excelentes  guias  para  dirijir  su  marcha.  Mas  adelan- 
te encontró  otras  tribus  de  indios  que  le  disputíiban  el  ca- 
mino; i  entonces  le  fué  indispensable  presentarles  batalla 
para  escarmentarlas.  Este  combate,  las  dificultades  de  un 
camino  tortuoso,  los  nos  que  era  necesario  pasar  en  débi- 
les balsas,  los  pantanos  en  que  se  hundian  los  hombres,  los 
violentos  precipicios  de  aquellas  montañas,  esplican  cómo 
un  viaje  de  unas  pocas  leguas  ocupó  a  los  castellanos  dieci- 
nueve dias.  Por  fin,  el  25  de  setiembre  los  guias  avisaron 
que  desde  una  altura*  inmediata  se  divisaría  el  próximo 
mar.  Balboa  se  adelantó  a  sus  compañeros  para  gozar  an- 
tes que  nadie  de  un  espectáculo  deseado  por  tanto  tiempo. 
Al  estender  la  vista  desde  aquella  altura,  un  mar  sin  límites 
se  presentó  a  sus  ojos;  i  sobrecojido  de  admiración,  cayó 
de  rodillas,  levantando  las  manos  al  cielo  para  manifestar 
a  Dios  su  profunda  gratitud  por  haberlo  destinado  a  tan 
gran  descubrimiento.  Sus  compañeros,  observando  sus 
trasportes,  treparon  la  montaña  para  gozar  también  del 
magnífico  espectáculo  que  se  desarrollaba  en  el  horizonte. 
Como  su  jefe,  ellos  también  se  prosternaron  de  rodillas  ele- 
vando al  cielo  sus  oraciones  de  agradecimiento  al  ser  su- 
premo que  les  permitia  consumar  aquella  prodijiosa  em- 
presa. En  seguida  cortaron  en  el  bosque  un  árbol  grande,  i 
despojándolo  de  sus  ramas,  construyeron  una  cruz  que 
plantaron  en  el  lugar  desde  donde  Balboa  habia  descubier- 
to el  océano.  Allí  mismo  cantaron  el  Te  Deum  con  que  los 
castellanos  acostumbraban  celebrar  sus  descubrimientos. 
Serian  las  diez  de  la  mañana,  dice  Oviedo,  cuando  los  cas- 
tellanos divisaron  el  mar.  Pocas  horas  después  comenza- 
ron a  bajar  la  montaña  para  llegar  a  la  playa.  Un  cacique 
llamado  Cheápes,  salió  a  la  cabeza  de  su  jente,  i  mirando 
con  desprecio  aquel  pequeño  número  de  aventureros,  les 
prohibió  poner  el  pié  en  sus  dominios.  Algunas  descargas 
de  mosquetería  i  los  ladridos  de  los  perros,  bastaron  para 
poner  en  fuga  los  pelotones  de  salvajes.  Desde  aquel  lugar 
el  jefe  de  la  espedicion  envió  tres  pequeñas  partidas  al  man- 
do de  Alonso  Martin,  Francisco  Pizarro  i  Juan  de  Escarai 


PARTB   SEGUNDA. CAPÍTULO   VII  245 

en  busca  del  camino  mas  corto  para  llegar  al  mar.  El  pri- 
mero de  éstos  fué  el  mas  feliz:  después  de  dos  días  de  mar- 
cha, llegó  a  la  playa,  i  precipitándose  en  una  canoa  de  in- 
dios, llamó  a  sus  compañeros  para  que  fuesen  testigos  de 
que  él  era  el  primer  español  que  hubiese  navegado  en  el 
mar  recien  descubierto. 

El  29  de  setiembre  de  1513,  Balboa,  seguido  de  veintiséis 
de  sus  compañeros,  llegó  a  una  espaciosa  bahía  situada  ca- 
si a  espaldas  de  la  colonia  que  habia  fundado  en  el  otro 
mar.  En  conmemoración  de  la  fiesta  que  ese  dia  celebraba 
la  iglesia  roínana,  Balboa  le  dio  el  nombre  de  golfo  de  San 
Miguel;  i  deseando   tomar  posesión  del  nuevo  océano    en 
nombre  de  su  rei,  esperó  que  subiera  la  marea,  i  entonces 
penetró  al  mar  con  la  bandera  de  Castilla  en  una  mano  i 
ana  espada  en  la  otra,  declarándose  sostenedor  de  los  de- 
rechos reales  sobre  aquel  océano,  las  tierras  que  bañaba  i 
las  islas  que^contenia.  En  seguida,  él  i  sus  soldados,  traza- 
ron en  los  árboles  vecinos  la  señal  de  la  cruz  para  atesti- 
guar su  conquista  i  la  posesión  (|ue  habian  tomado  a  nom- 
bre de  los  reyes  de  España  ^,  El  mismo  dia  levantaron  una 
acta  que  recordara  este  suceso. 

Balboa  esploró  las  rejiones  vecinas,  sometió  nuevas  tri- 
bus i  aun  visitó  las  islas  inmediatas,  donde  los  indios  pes- 
<ífiban  hermosísimas  perlas.  Terminadas  estas  operaciones, 
dio  su  vuelta  al  Darien.  El  19  de  enero  de  1514,  después  de 
cuatro  meses  de  ausencia,  se  halló  reunido  a  sus  compañe- 
ros. Su  entrada  a  la  ciudad  fué  un  verdadero  triunfo:  todo 
^1  pueblo  salió  a  recibirlo  en  medio  de  los  aplausos  i  de  las 
^as  entusiastas  demostraciones  de  admiración  i  gratitud. 
Lo  seguian  mas  de  ochocientos  esclavos  quitados  a  las  tri- 
bus enemigas;  i  aparte  de  un  botin  inmenso  de  telas  de  al- 
godón, traia  mas  de  cuarenta  mil  pesos  de  oro.  La  equidad 
^on  que  repartió  estas  riquezas  entre  los  que  habian  toma- 
do parte  en  la  espedicion  i  los  que  se  quedaron  en  Santa 
ufaría  de  la  .\ntigua,i  los  cuidados  con  que  antes  i  después 


*^  OviKDO,  Historia  Jencral  de  las  Indias^  lib.  29,  cap.  III  i  IV. 


246  HISTORIA   DB   AMÉRICA 


de  la  campaña  atendía  al  bienestar  de  sus  gobernados  au — 

mentaron  singularmente  la  popularidad  del  intrépido  es 

plorador  i  aseguraron  en  el  ánimo  de  los  colonos  la  estabi  — 
lidad  de  su  gobierno.  Ningún  capitán  de  las  Indias,  seguiSM 
Oviedo,  habia  sabido  jamas  captarse  mejor  que  Vasco  Nú  — 
ñez  de  Balboa  el  amor  de  sus  soldados. 

3.   Pedrarias  Dayila.— Pero  la  prosperidad  de  los  con 

quistadores  de  América  no  podia  durar  largo  tiempo.  Bal • 

boa  tenia  en  España  un  enemigo  formidable.  El   bachille r 

Enciso  estaba  en  la  corte  empeñado  en  arruinarlo,  i  se  ha^^- 
bia  ganado  la  voluntad  de  poderosos  personajes  que  p*^  u 
dian  ayudarlo  en  su  venganza.  Rodríguez  de  Fonseca,  <  »> 
enemigo  implacable  de  Colon,  se  habia  interesado  por  Etnzn- 
ciso.  Para  ganarse  al  rei,  Fonseca  i  Enciso  no  sólo  pondi 
raban  el  despotismo  con  ((ue  gobernaba  Balboa,  despue 
de  haber  usurpado  el  mando,  sino  que  esplotaban  en  ^^mn 
provecho  la  desgracia  del  desventurado  Nicuesa. 

El  rei  se  dejó  influenciar  por  estas  acusaciones.  Halag^^n- 
do  con  la  noticia  de  las  riquezas  de  aquellos  paises,  que  ss^se 
comenzaba  a  llamar  Castilla  del  oro,  Fernando  dispuso  el 
envío  de  fuerzas  considerables  i  de  un  empleado  especia^  al 
que  procesase  a  Balboa  i  estableciese  en  la  colonia  un  g-  o- 
bierno  regular.  La  elección  recayó  en  Pedro  Arias  de  A  vil-  a. 
llamado  comunmente  Pedrarias  Dávila,  caballero  noble  c  J^^ 
Segovia,  distinguido  por  su  carácter  galán  i  por  su  mae  ^^' 
tría  en  los  ejercici'^s  de  justas  i  torneos.  Muchos  hidalgcrr^^s 
castellanos  que  se  preparaban  para  partir  a  Italia,  se  p —  ^' 
sieron  bajo  sus  órdenes,  i  formaron  un  cuerpo  de  dos  n^cr^» 
hombres;  i  habría  subido  a  mas  su  número  si  el  rei  hubierr:^'''^ 
permitido  embarcarse  a  todos  los  (jue  solicitaban  permis?^^^ 
para  ello.  Para  su  traspórtese  aprontaron  en  Sevilla  vci^^'^^* 
tidos  naves  i  una  considereible  provisión  de  víveres  i  ni^^^^' 
Iliciones. 

Aquella  escuadra  era  la  mas  considerable  que  jamas  hi^^^" 
bicse  salido  de  líspaña  para  las  Indias.  Era  también  notr^^*' 
ble  por  la  calidad  i  rango  de  las  i)ersonas  que  la  conipí  ^' 
nian.  Se  distinguían  en  ella  muchos  nobles  castellanos;  p^=-^' 


PARTB   8BOUNDA. CAPÍTULO  Vil  247 

ro  iban  también  tres  personajes  que  estaban  destinados  a 
tener  mas  tarde  una  alta  nonibradia.  Eran  éstos:  Gonzalo 
Fernández  de  Oviedo,  autor  de  una  prolija  Historía  Jenerai 
de  las  IndiaSy  qnt  llevaba  el  nombramiento  de  veedor  o  ins- 
pector de  las  fundiciones  de  oro  en  la  colonia;  el  bachiller 
Fernández  de  Enciso,  que  volvía  allDarien  con  el  título  de 
alguacil  mayor,  i  que  mas  tarde  ilustró  su  nombre  con  la 
publicación  de  xin  tratado  de  jeografía  que  en  sujéneroes 
una  de  las  obras  notables  de  aquella  época  ^;  i  Bernal  Díaz 
del  Castillo,  el  soldado  historiador  de  la  conquista  de  Mé- 
jico. Entre  los  otros  funcionarios  que  iban  en  la  escuadra, 
figuraba  un  fraile  franciscano  llamado  Juan  de  Quevedo, 
que  llevaba  el  título  de  obispo  de  Castilla  del  Oro.  El  equi- 
po de  la  espedicion  costó  al  rei  mas  de  cincuenta  i  cuatro 
mil  ducados,  suma  enoime  para  el  empobrecido  tesoro  es- 
pañol, i  que  representaba  una  cantidad  inmensa  en  aquella 
época  en  que  el  dinero  tenia  un  valor  a  lo  menos  cuádruple 
del  de  nuestros  dias. 

La  escuadra  salió  de  San  Lúcar  el  11  de  abril  de  1514. 
Después  de  cuarenta  i  ocho  dias  de  viaje,  Pedrarias  Dávila 
llegó  al  Darien.  Habíase  imajinado  que  iba  á  encontrar  a 
Balboa  sentado  en  un  trono,  dando  leyes  a  sus  esclavos: 
sus  emisarios  hallaron  al  gobernador  con  un  vestido  ordi- 
nario de  algodón,  calzado  con  alpargatas,  i  dirijiendo  a 
sus  indios  que  le  techaban  la  casa  con  paja.  El  hábil  descu- 
bridor finjió  gran  calma  al  saber  el  arribo  de  su  sucesor,  i 
dispuso  que  los  colonos  lo  recibieran  solemnemente,  pero 
sin  armas  para  no  despertar  sus  sospechas. 

Pedrarias  no  era  el  hombre  adecuado  para  reemplazar  a 
Balboa.  Aparentó  tratarlo  con  toda  urbanidad,  pidiéndo- 


4  La  obra  de  Enciso  fué  publicada  en  1519  cou  el  título  siguien- 
te: Suma  de  jeografía  que  trata  de  todas  Jas  partidas  e  provincias 
del  mundo f  en  especial  de  Jas  Indias.  Este  libro  que  es  surnamente 
T  aro.  coiitlcnc  preciosísimos  datos  para  la  historia  de  la  jeografía 
americana,  i  para  conocer  el  estado  en  que  se  hallaban  las  ciencias 
i  los  descubrimientos  a  la  época  en  que  escribió  el  autor. 


248  HISTORIA    DB   AM¿UCA 


le  noticias  de  sus  descubrimientos  i  manifestándole  las  bue- 
nas disposiciones  del  rei  en  su  favor;  pero  comenzó  a  for- 
marle un  juicio  de  residencia  en  que  se  descubrían  ya  su 
ojeriza  i  su  envidia.  Balboa,  por  su  parte,  desplegó  mucha 
mas  sagacidad:  finjió  desconocer  estas  hostilidades,  i  se 
ganó  la  voluntad  del  obispo  Quevedo  i  aun  de  doña  Isabel 
de  Bobadílla,  esposa  de  Pedrarias. 

Los  negocios  de  la  colonia  se  empeoraron  desde  luego. 
Pedrarias  no  supo  contener  la  codicia  de  sus  vasallos;  i  las 
violencias  de  éstos  provocaron  una  sublevación  casi  ¡enera  I 
de  parte  de  los  indijenas.  El  mismo  Balboa,  que  había  sa- 
bido someterlos  alternando  la  prudencia  i  la  enerjía,  fue 
impotente  para  dominarlos.  Antes  de  esa  época,  habia  de- 
rrotado a  los  indios  casi  sin  perder  un  soldado;  ahora  tuvo 
que  salir  a  campaña,  i  volvió  a  la  colonia  herido  i  derrota- 
do. Comenzaron  a  escasear  los  víveres;  i  los  castellanos, 
que  bajo  el  gobierno  del  descubridor  soportaban  contentos 
las  privaciones,  se  quejaban  de  sus  padecimientos  i  |>ensa- 
ban  en  volver  a  España. 

4r.  Trajico  fix  de  XCxez  de  Balboa. — La  noticia  de  los 
descubrimientos  de  Balboa  habia  llegado,  entre  tanto,  a 
España,  comunicada  por  los  emisarios  despachados  a  la 
corte  después  de  consumado  el  descubrimiento  del  mar  del 
sur.  El  rei  i  sus  consejeros  quedaron  sorprendidos  al  sal)er 
las  maravillosas  empresas  ejecutadas  pjr  el  oscuro  aventu- 
rero a  quien  poco  antes  hahian  tratado  de  malhechor  i  de 
bandido.  Quisieron  entonces  hacer  justicia  a  acjuel  hombre 
que  con  tan  |>equeños  recursos  habia  realizado  tan  grandes 
cosas,  i  le  espidieron  el  título  de  adelantado  del  mar  del 
sur  i  de  capitán  jeneral  de  las  provincias  de  su  costa;  pero 
lo  flejaron  todavía  bajo  las  órdenes  del  pérfido  Pedrarias. 

En  1513  llegaron  al  Darien  los  despachos  de  Balboa.  Pe- 
drarias, (jue  no  habia  podido  humillar  completamente  a  su 
ilustre  rival,  sintió  reanimarse  la  envidia  en  su  corazón,  i 
se  atrevió  a  desobedecer  al  rei  reteniendo  los  despachos.  FA 
obispo  intervino  entonces.  Tratando  de  poner  término  a 
a(|uellas  rivalidades,  redujo  a  ambos  a  aceptar  un  conve- 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO   VII  249 

nio.  Pedrarias  entregó  a  Balboa  el  título  de  adelantado, 
comprometiéndose  éste  a  someterse  a  su  dependencia.  Se 
estipuló  ademas  el  enlace  de  Balboa  con  una  hija  de  Pedra- 
rias, que  se  hallaba  en  España.  Creyendo  que  todo  queda- 
ba definitivamente  arreglado,  el  obispo  se  volvió  a  Castilla. 
Después  de  esta  reconciliación,  Bíilboa  no  pensó  mas  que 
en  llevar  adelante  sus  descubrimientos.  En  las  playas  del 
mar  del  sur  había  oido  hablar  de  un  poderoso  imperio  que 
se  levantaba  en  el  mediodía;  i  su  espíritu  ambicioso  i  em- 
prendedor estaba  preocupado  con  la  idea  de  marchar  a  su 
conquista.  Los  mas  audaces  aventureros  de  la  colonia  qui- 
sieron ponerse  bajo  sus  órdenes.  En  el  puerto  de  Careta 
preparó  los  materiales  para  la  construcción  de  cuatro  na- 
ves, cortó  l:i  madera,  reunió  las  anclas,  las  jarcias  i  la  cla- 
vazón; i  cuando  hubo  terminado  estos  aprestos,  los  hizo 
cargar  a  hombros  para  trasportarlos  hasta  el  otro  mar. 
Jamas  hombre  alguno  desplegó  mayor  actividad  que  el  in- 
trépido Balboa,  cuando  realizaba  tan  jigantescos  trabajos. 
No  habia  mas  camino  que  estrechas  veredas  en  medio  de 
bosques  casi  intransitables  i  de  escarpados  precipicios.  Mu- 
chos indios  perecieron  en  la  travesía;  pero  los  españoles  i 
algunos  negros  salvaron  los  montes  i  llegaron  con  grandes 
tmbajos  a  las  orillas  de  un  rio  que  denominaron  de  las  Bal- 
sas, en  donde  comenzaron  a  construir  sus  naves.  Nuevas 
fatigas  los  esperaban  allí:  las  lluvias  periódicas  de  los  tró- 
picos i  la  escasez  de  víveres  los  pusieron  en  graves  conflic- 
tos; pero  Balboa,  superior  a  tantas  contrariedades,  no  se 
dio  un  momento  de  descanso  hasta  echar  al  rio  dos  ber- 
gantines. Embarcóse  en  ellos  con  todos  los  españoles  que 
podian  contener,  i  dio  principio  a  la  esploracion  del  mar 
descubierto,  i  por  el  cual  pensaba  llegar  hasta  ese  imperio 
poderoso  de  que  se  le  habia  hablado.  A  su  vuelta  de  estos 
primeros  reconocimientos,  Balboa  se  contrajo  con  nuevo 
ardor  a  activar  la  construcción  de  otras  embarcaciones. 

Pero  los  celos  i  desconfianzas  de  Pedrarias  no  habian  de- 
saparecido con  la  capitulación.  El  odio  que  profesaba  a  su 
rival  lo  mantenia  inquieto  i  ajitado  temiendo  que  el  intré- 


260  HISTORIA    DB   AMÉRICA 


pido  Balboa  consumase  nuevos  descubrimientos  i  descono- 
ciese su  autoridad.  Con  fútiles  pretestos  habia embarazado 
los  trabajos  del  adelantado;  i  cuando  vio  que  éste  habia 
construido  cuatro  naves  i  reunido  300  hombres,  le  comuni- 
có la  orden  de  comparecer  a  su  presencia  para  darle  órde- 
nes e  instrucciones  de  importancia  relativas  a  su  espcdi- 
cion. 

Entre  los  aventureros  que  acompañaban  a  Balboa  haliia 
un  veneciano  llamado  Miser  Codro,  quepresumia  de  astró- 
logo. Habia  anunciado  éste  a  su  jefe  que  cuando  se  pusiese 
una  estrella  en  cierta  parte  del  firmamento,  su  vida  se  ha- 
llaría en  gran  peligro;  pero  que  si  sobrevivía  aquel  año,  lle- 
garia  a  ser  el  mas  rico  i  el  mas  famoso  capitán  de  las  In- 
dias. Una  noche,  cuando  ya  tenia  terminados  sus  aprestos, 
divisó  la  estrella  fatal  en  el  punto  indicado  por  el  astrólogo; 
pero  bn  vez  de  alarmarse  por  este  funesto  presajio  que  ha- 
bría perturbado  el  ánimo  de  casi  todos  los  hombres  de  su 
siglo,  Balboa  refirió  a  sus  compañeros  su  conversación  con 
Miser  Codro,  burlándose  de  tales  f)ronósticos.  Al  recibir  la 
orden  de  Pedrarias,  se  puso  en  marcha  para  el  Darien  sin 
sospechar  el  lazo  infame  que  se  le  tendia. 

Antes  de  llegar  a  la  colonia  encontró  a  Francisco  Piza- 
rro  con  una  partida  de  tropa  que  lo  esperaba  para  pren- 
derlo. *'¿Qué  es  esto,  Pizarro?  le  dijo:  antes  no  salíais  a  re- 
cibirme de  esta  manera.'*  Pizarro  no  contestó  una  palabra, 
sino  que  lo  hizo  trasportar  al  pequeño  pueblo  de  Acia,  que 
acababa  de  fundarse  en  la  costa  oriental  del  istmo.  Allí 
supo  la  inicua  trama  que  se  habia  fraguado  contra  el.  Va- 
rios de  sus  amigos  estaban  presos:  los  denuncios  de  algu- 
nos indios  habían  dado  prctesto  a  su  persecución;  i  se  le 
procesaba  por  conatos  de  sublevación  contra  la  autoriilad 
del  gobernador.  Pedrarias  lo  visitó  en  la  prisión  para 
echarle  en  cara  su  crimen.  **Si  eso  que  me  imputan  fuera 
cierto,  contestó  el  preso,  teniendo  a  mis  órdenes  cuatro 
navios  i  300  hombres  que  todos  me  amaban,  me  hubiera 
ido  la  mar  adelante  sin  estorbármelo  nadie.  No  dudé  como 
inocente  de  venir  a  vuestro  mandado,  i  nunca  pude  imaji* 


PART»   SEGUNDA. CAPÍTULO    VH  251 

narme  que  fuese  para  verme  trat^ido  con  tal  rigor  i  tan 
enorme  injusticia/' 

Esta  sencilla,  pero  noble  i  satisfactoria  defensa  no  sirvió 
fie  nada.  Pedrarias  mandó  adelantar  el  proceso  haciendo 
recojer  las  declaraciones  de  los  enemigos  de  Balboa  e  ins- 
truyéndose él  mismo  de  todas  sus  incidencias.  El  alcalde 
mayor  del  Darien,  Gaspar  de  Espinosa,  cediendo  mas  bien 
a  sujestiones  estrañas  que  a  sus  propios  instintos,  adelan- 
tó la  causa  hasta  ponerla  en  estado  de  sentencia.  Enton- 
ces preguntó  al  gobernador  si  convendria  perdonar  la  vida 
al  reo  en  atención  a  sus  importantes  servicios.  **N6,  dijo 
Pedrarias;  si  pecó,  muera  por  ello.'' 

La  muerte  de  Vasco  Núñez  de  Balboa  era  inevitable. 
El  obispo  Quevedo,  su  protector,  habia  vuelto  a  España,  i 
no  habia  en  la  colonia  un  hombre  poderoso  que  se  intere- 
sase por  él.  AI  fin  se  dio  la  sentencia.  Inútil  fué  que  el  ade- 
lantado apelase  de  eila  para  ante  el  rei  i  el  consejo  de 
Indias.  Pedrarias  desechó  la  apelación.  El  dia  de  la  ejecu- 
ción, al  oir  que  el  pregonero  lo  proclamaba  traidor  al  rei  i 
usurpador  de  sus  dominios,  esclamó: — **Traidor  nó!  Jamas 
tuve  otro  pensamiento  que  dilatar  los  estados  del  rei  mi 
señor!"  **E  así  fué  ejecutada  por  pregón  público  la  senten- 
cia e  descabezado  el  adelantado,  e  Fernando  de  Arguello,  e 
Luis  Botello,  e  Hernán  Muñoz,  e  Andrés  de  Balderrábano 
en  la  plaza  de  Acia,  e  fué  absuelto  el  capitán  Andrés  Gara- 
vito  por  descubridor  de  la  traición.  I  fué  hincado  en  un 
palo  en  que  estuvo  la  cabeza  del  adelantado  muchos  dias 
puesta;  e  desde  una  casa,  que  estaba  a  diez  o  doce  pasos  de 
donde  los  degollaban  (como  carneros,  uno  a  par  de  otro) 
estaba  Pedrarias,  mirándolos  por  entre  las  cañas  de  la  pa- 
red de  la  casa"  (1517)  •'i  . 


^  O viKDo.  Historia  jeneral  de  la'^  7/? í^/as,  lib.  XXIX,  cap.  XII, 
tom.  III,  páj.  60. — Pueden  consultarse  con  provecho  las  vidas  de 
Balboa  escrita  por  Ikving.  en  sus  Compañeros  de  colon^  i  por 
Quintana,  en  sus  Vidas  de  espafioles  célebres.  No  se  conserva  en 
tas  relaciones  de  aquella  época  la  fecha  del  dia  de  la  ejecución  de 
Bilboa. 


252  HISTORIA    DB   AMÉRICA 


La  corte  pareció  sentir  esta  grande  injusticia.  Por  céda- 
las posteriores  mandó  restituir  una  parte  de  los  bienes  He 
Balboa  a  sus  hermanos  que  residian  en  España,  recomen- 
dándolos para  la  provisión  de  empleos;  pero  el  pérfido  e 
inhumano  Pedrarias  quedó  todavía  gol>ernando  en  la  pro- 
vincia de  Castilla  del  Oro,  donde  lo  veremos  mas  tarde 
cometer  nuevos  atentados.  Esta  era  la  justicia  del  rei  pa- 
ra con  los  osados  conquistadores  de  las  valiosas  rejioncs 
del  nuevo  mundo. 

5.    SOLIS;    DKSCUBRIMIBXTO    DEL    RIO    DE    LA    PlaTA.— lil 

descubrimiento  del  mar  del  sur  abre  un  nuevo  período  en 
la  historia  de  los  progresos  de  la  jeograña.  El  error  de 
Colon,  que  creía  haber  llegado  en  sus  esploraciones  a  las 
costas  orientales  del  Asia,  quedó  esperimentalmente  de- 
mostrado; i  la  suposición  de  algunos  de  los  esploradores 
que  sostenían  que  las  tierras  recien  descubiertas  formaban 
un  continente  antes  desconocido,  fué  desde  entonces  un  ht- 
cho  incuestionable.  En  los  libros  i  en  los  mapas,  ese  conti- 
nente fué  denominado  Nuevo  Mundo.  El  rei  se  habia  prc 
ocupado  \'a  con  el  pensamiento  de  hallar  un  paso  a  las 
Indias  orientales,  pero  al  saber  los  descubrimientos  de  Bal- 
boa, tuvo  otra  idea,  poco  diferente  en  verdad  de  aquella, 
que  consistía  en  hacer  navegar  el  mar  del  sur  para  dilatar 
sus  conquistas. 

Por  muerte  de  Américo  Vespucio,  ocurrida  en  1512,  el 
rei  Fernando  confió  a  Juan  Díaz  de  Solis  el  inii)ortante  car- 
go de  piloto  mayor  de  España,  i  dispuso  que  emprendiera 
una  nueva  esploracion  en  busca  de  los  mares  de  la  India. 
Antes  que  estuviesen  terminados  los  aprestos  de  esta  es|)e- 
dicíon,  el  descubrimiento  del  mar  del  sur  vino  a  señalarle 
nuevo  rumbo.  El  reí  encargó  a  Solis  que  fuese  a  descubrir 
a  espaldas  de  la  provincia  de  Castilla  del  Oro,  segu;i  espre- 
san las  instrucciones  reales,  lo  (|ue  equi valia  a  decir  que  n  - 
vegara  hasta  encontrar  un  piiso  al  mar  del  sur  para  llegar 
a  las  costas  de  Panamá  que  habia  esplorado  Balboa. 

Solis  salió  del  puerto  de  Lepe  el  8  de  octubre  de  151  5  con 
tres  naves  de  pe(iueñopí)rte.  Proponíase  reconocer  la  costa 


PARTB   SEGUNDA. — CAPItULO   Vil  253 

oriental  del  nuevo  continente  hasta  encontrar  un  paso  que 
lo  llevase  al  otro  mar.  Recorrió,  en  efecto,  la  costa  del  Bra- 
sil, i  siguió  su  prolongación  hasta  los  35°  de  latitud  sur. 
Allí  notó  que  la  tierra  cambiaba  de  dirección,  i  mudando  el 
rumbo  de  sus  naves,  siguió  esplorando  hacia  el  occidente. 
Solis  habia  entrado  en  el  espacioso  canal  formado  por  la 
confluencia  de  los  rios  Uriíguai  i  Paraná,  i  que  mas  tarde 
fué  llamado  Rio  de  la  Plata.  Los  españoles  quedaron  asom 
brados  al  encontrar  un  caudal  tan  considerable  de  agua 
dulce:  i  halagados  con  la  idea  de  lo  maravilloso,  que  tanto 
preocupaba  a  los  navegantes  i  descubridores  de  aquel  siglo, 
lo  denominaron  mar  Dulce.  Solis  se  adelantó  con  una  nave, 
i  siguió  sus  reconocimientos  hasta  una  isla,  que  encontró 
poblada  de  salvajes  que  salian  de  sus  chozas  llenos  de  curio- 
sidad i  se  retiraban  de  prisa  al  divisar  a  los  españoles. Solis 
era  tan  inesperto  en  negocios  de  guerra  como  diestro  nave- 
gante. Acompañado  de  algunos  de  los  su^^os  bajó  a  tierra; 
pero  así  que  se  hubieron  alejado  de  la  playa,  fueron  ataca- 
dos i  muertos  por  los  indios  antes  que  pudieran  ser  soco- 
rridos por  sus  marineros  (1516).  Un  cuñado  de  Solis,  el  pi- 
loto Francisco  de  Torres,  tomó  entonces  el  mando  de  la  es- 
cuadrilla, i  dio  la  vuelta  a  España  para  referir  la  desgracia 
que  habia  puesto  fin  a  la  cspedicion.  Según  él,  los  cuerpos 
de  Solis  i  de  sus  compañeros  habian  sido  destrozados  por 
los  salvajes,  i  sus  miembros  asados  i  comidos  con  horrenda 
ferocidad  ^. 


^TDon  Félix  de  Azara  {Descripción  e  historia  del  Paraguai  i 
del  Rio  de  la  Plata,  cap.  XVIII,  tomo  II,  páj.  4?,  ed.  de  Madrid  de 
184-7)  cree  que  los  indios  que  poblaban  las  orillas  del  Rio  de  la 
Plata  no  eran  antropófagos,  i  que  sólo  el  terror  que  se  habia  apo- 
derado de  los  compañeros  de  Solis  pudo  dar  orjen  a  esta  falsa  no- 
ticia. Sin  embargo,  en  los  documentos  relativos  a  la  conquista  pos- 
terior de  aquel  pais,  encontramos  la  misma  noticia.  Diego  García, 
que  visitó  el  rio  de  la  Plata  en  1526,  dice  que  los  guaraníes  que 
poblaban  las  riberas  del  norte,  comian  carne  humana.  Véase  su 
carta  publicada  en  el  tomo  XV  de  la  Revista  de  Instituto  históri- 
co do  BraziL 


254  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


El  triste  fin  de  este  viaje  retardó  por  algún  tiempo  la  es- 
ploracion  de  aquellas  *  rejioqes.  Los  jeógrafos  señalaban 
cuatro  años  después  el  rio  en  que  habia  perecido  Sol is  como 
término  de  ¡a  tierra  conocida.^ 

6.  Magalláxes;  sus  proyectos  de  descubrimientos. 
— La  gloria  de  hallar  el  paso  que  buscaba  Solis,  estaba  re- 
servada a  otro  navegante  mucho  mas  célebre.   En   octubre 
de  1507  llegó  a  Sevilla  i  a  mediados  de  manco  siguiente  se 
presentó  en  Valladolid  un  aventurero    portugués  llamado 
Hernando  de  Magallanes,  que  iba  a  ofrecer  sus  servicios  a 
la  corte  para  hacer  nuevos  descubrimientos.  En  su  juventud 
habia  navegado  en  los  mares  de  la  India  i  distinguídose 
por  un  arrojo  sobrehumano  peleando  contra  los  asiáticos  : 
africanos  en  Malaca  i  en    Marruecos.   Magallanes  gozaba 
en  su  patria  de  la  reputación  de  un    valiente  militar;   perc 
sus  servicios  fueron  desatendidos  por  el  rei  de  Portugal, 
él  se  determinó  a  espatriarse  renunciando  al  efecto   su   ciu 
dadanía  ante  escribano  público,  i  ofrecerlos  al  monarca  es 
pañol.  Carlos  de  Austria,  joven  de  diecisiete  años  que  acá 
baba   de  ser   proclamado    rei  por  las  cortes    de  Castills 
(1517),  parecia  ansioso  por  ilustrar  su  reinado  con  nuevo 
descubrimientos. 

Magallanes  se  ofrecía  al  rei  para  llevar  a  cabo  un  viaj 
capaz  de  despertar  su  c(,d¡cia.  Los  portugueses  habían  te= 
nido  noticia  en  la  India  de  unas  islas  que  producían  la  es 
peciería  en  grande  abundancia,  i  que  denominaban  las  Mo» 
lúeas.  Algunos  de  sus  esploradores  se  habían  adelantada 
hasta  ellas  i  recojido  valiosos  cargamentos  de  canela,  pi 
mienta,  nueces  moscadas  i  clavos  de  olor,   mercaderías  que 


^  Fernández  de  Enciso  en  su  Suma  de  ^eographia,  publicada 
en  1311),  fol.  51,  fijaba  como  fin  de  la  costa  que  esploraba  **el  cabo 
de  Santa  María  en  35  grados.  Pasado  este  cabo,  agrega,  entra  un 
rio  de  mas  de  veinte  leguas  de  ancho,  a  do  haijentes  que  comen 
carne  humana."  Por  estas  líneas  se  comprueba  lo  que  dijimos  en 
el  capítulo  anterior  respecto  al  viaje  de  Pinzón  i  Solis  en  1508,  es- 
to es  que  no  alcanzaron  a  reconocer  la  costa  hasta  los  cuarenta 
grados,  como  dicen  Herrera  i  otros  historiadores. 


PARTA    SEQUNIíA. —  CAPÍTULO    VII  255 

en  aquella  épocfi  tenian  gran  precio  i  estimación.  Magalla- 
nes sostenía  que  aquellas  islas  estaban  comprendidas  en  la 
demarcación  que  el  Papa  habia  fijado  a  las  posesiones  del 
rei  de  España.  Para  probar  esto,  señalaba  en  un  globo  la 
línea  divisoria  de  las  posesiones  españolas  i  portuguesas;  i 
la  prolongaba  hasta  el  otro  hemisferio,  describiendo  así  un 
meridiano  completo  al  rededor  de  la  tierra  que  la  dividia 
en  dos  partes  iguales.  Según  esta  división,  con  que  se  pre- 
tendia  completar  la  demarcación  de  límites  establecida  por 
la  bula  del  Papa  i  por  el  tratado  de  Tordesíllas,  los  españo- 
les tenian  derecho  a  una  parte  del  Asia  i  de  sus  archipiéla- 
gos inmediatos;  i  Magallanes  sostenia  que  las  Molúcas  es 
taban  dentro  de  esos  límites. 

Pero  ¿cómo  llegar  a  aquellos  paises  sin  tocar  en  las  po- 
sesiones de  los  portugueses?  La  prolongación  de  la  costa 
del  continente  americano  habia  hecho  creer  que  se  dilataba 
sin  interrupción  del  uno  al  otro  polo,  como  una  barrera 
puesta  por  la  naturaleza  para  separar  los  mares  occidenta- 
les de  los  orientales,  **de  forma,  dice  un  escritor  de  aquella 
época,  que  en  ninguna  manera  se  pudiese  pasar  ni  navegar 
por  allí  para  ir  hacia  el  oriente''  ^.  Magallanes,  sin  embar- 
go, creia  que  continuando  la  esploracion  de  ese  continente 
encontraria  por  fin  el  paso  para  los  mares  orientales. 

Este  proyecto,  que  ahora  parece  tan  sencillo,  encontró 
entonces  grandes  resistencias  a  causa  de  las  erradas  preo- 
cupaciones sobre  la  forma  del  globo  i  de  los  continentes. 
Felizmente,  el  obispo  Rodríguez  de  Fonseca  se  puso  de  par- 
te de  Magallanes,  i  consiguió  que  el  rei  Carlos  dispensara  a 
éste  i  a  su  empresa  su  decidida  protección.  Entonces  surjió 
otra  dificultad;  el  rei  de  Portugal  representó  al  monarca 
español  sus  derechos  a  las  islas  situadas  en  los  mares  de  la 
India,  i  trató  de  disuadir  a  Magallanes  de  su  proyecto, 
porque  era  contrario  a  los  intereses  de  su  patria  natal.  Los 
halagos  i  las  amenazas  no  pudieron  cambiar  la  resolución 

8  Maximiliano  Transilvano,  Relación  del  (1e,<cubrim tentó  de 
las  MolúcaSt  en  Navarrete,  Coleccon,  etc.,  tom.  IV. 


256  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


del  intrépido  portugués,  así  como  las  reclamaciones  diplo 
máticas  no  bastaron  para  que  el  monarca  español  desistie- 
ra de  su  empresa.  Se  llegó  a  pensar  en  hacer  asesinar  a  Ma- 
gallanes, i  se  le  suscitaron  dificultades  de  toda  especie;  pero 
con  una  firmeza  incontrastable  se  hizo  superior  a  todo,  i 
logró  equipar  una  escuadrilla  de  cinco  nave?  tripuladas  por 
265  hombres,  que  estuvo  lista  en  Sevilla  después  de  diecio- 
cho meses  de  afanes  i  fati<2:as. 

7.  Descubrimiento  del  estrecho.-— Magallanes  salió 
de  San  Lúcar  el  20  de  setiembre  de  1519;  i  sin  apartarse 
mucho  de  las  costas  de  África,  llegó  a  ponerse  en  frente  de 
Guinea.  Desde  allí  cambió  el  rumbo  hacia  el  occidente  i  co- 
menzó á  costear  la  América,  por  el  mismo  camino  que  cua- 
tro años  antes  habid  llevado  Solis.  Se  le  hahia  dicho  que  el 
rei  de  Portugal  trataba  de  poner  embarazos  a  su  navega- 
ción; pero  si  nada  de  esto  sucedió,  tuvo  en  cambio  que  so- 
portar otras  contrariedades  de  mui  distinta  especie.  Los 
castellanos  que  mandaban  las  naves  i  hasta  las  misraaí 
tripulaciones,  no  podian  perdonar  a  Magallanes  su  naci^J 
nalidad;  i  comenzaron  en  breve  a  hacer  sentir  los  primero 
jérmenes  de  insurrección.  El  rei  habia  cometido  la  impri: 
dencia  de  dar  a  uno  de  los  capitanes  llamado  Juan  de  Ca  i 
tajcna,  el  título  de  conjunta  persona  de  Magallanes;  i  po 
este  título,  Cartajena  se  creia  igual  al  jefe  de  la  espediciori 
Un  dia  que  ese  capitán  trató  de  hacer  valer  sus  prerrogati 
vas,  trabando  al  efecto  una  irritante  discusión  con  Maga 
llánes,  éste  lo  apresó  por  su  pro¡)ia  mano,  i  dominó  así  [)()r 
el  momento  la  tempestad  que  se  levantaba. 

Los  castellanos  siguieron  esplorando  la  costa  meridio- 
nal de  la  América,  reconocieron  el  rio  de  la  Plata,  conocido 
entonces  con  el  nombre  de  rio  de  Solis,  en  memoria  de  su 
descubridor,  i  ¡)asando  mucho  mas  adelante,  fondearon  el 
31  de  marzo  de  1520,  en  el  puerto  de  San  Julián.  La  proxi- 
midad del  invierno,  las  lluvias  i  las  tem[)estades  frecuentes 
en  aquellas  latitudes,  determinaron  a  Magallanes  a  espe- 
rar allí  la  vuelta  de  la  primavera.  Sus  subalternos  venian 
cansados  con  tan  largo   viaje;  i  considerando  una  locura  el 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    Vil 


provecto  de  Magallanes,  pensaban  sólo  en  volver  a  Espa- 
ña. La  aridez  de  aquellas  rejiones,  la  falta  de  recursos  que 
«n  ellas  hallaban  i  el  rigor  de  la  próxima  estación  los  te- 
nían desalentados.  Convencidos  de  que  no  podrían  doblegar 
la  voluntad  férrea  de  su  jefe,  tramaron  una  conspiración. 
En  la  noche  del  1^  de  abril  se  apoderaron  de  tres  de  las  na- 
ves i  apresaron  a  los  oficiales  que  no  tomaban  parte  en  el 
complot. 

En  esta  difícil  situación,  Magallanes  desplegó  una  acti- 
vidad i  una  audacia  dignas  de  la  grande  empresa  que  habia 
acometido.  Envió  un  mensajero  a  la  nave  que  mandaba 
Luis  de  Mendoza,  jefe  de  los  insurrectos,  con  encargo  de 
apuñalearlo  durante  unas  conferencias;  i  dueño  de  esta  em- 
barcación, dominó  las  otras.  Hizo  entonces  decapitar  en 
tierra  a  Gaspar  de  Quesada,  otro  de  los  jefes  de  la  insurrec- 
ción. Juan  de  Cartajena  i  un  capellán  de  la  escuadrilla  que 
habia  tomado  parte  en  aquel  movimiento,  fueron  abando- 
nados mas  tarde  eñ  aquella  costa  inhospitalaria.  Magalla- 
nes logro  así  imponer  por  el  terror  i  mantener  la  disc;iplina 
^ntre  los  espedicionarios. 

Los  castellanos  perdieron  en  aquella  costa  una  de  sus 
llaves  que  se  habia  adelantado  al  sur  para  hacer  un  reco- 
íiocimiento.  Allí  también  encontraron  por  primera  vez  sal- 
vajes de  grande  estatura,  que  su  propensión  a  ver  en  todo 
algo  de  maravilloso  les  hizo  creer  que  eran  jigan tes.  Lla- 
^'dvonlos  patagones,  por  el  enorme  tamaño  de  sus  pies;  i 
después  de  tener  algunas  relaciones  con  ellos,  apresaron  a 
(losen  las  naves  para  presentarlos  en  España  como  una 
curiosidad  de  aquella  tierra.  Los  salvajes  murieron  a  bordo 
pocos  dias  después. 

Pasado  el  invierno,  Magallanes  prosiguió  con  sus  naves 
liácia  el  sur.   Sus  marineros,  estaban  sobresaltados  al  en- 
contrarse en   aquellos  mares  desconocidos  i  en  latitudes 
hasta  donde  no  habia  llegado  navegante  alguno.   Sólo  el 
jefe  de  la  espedicion  tenia  confianza  en  la  empresa  i  estaba 
resuelto  a  llevarla  a  término.  El  21  de  octubre  de  lv520  di- 
A'isó  un  cabo  que  llamó  de  las  Once  Mil  Vírjenes,  i  detras  del 

TOMO    I  17 


cnal  !a  esta  cambiaba  de  dineccion  inclioándose  violenta- 
menre  hacia  el  «jeste.  Aqoella  era  la  entrada  del  estrecho 
que  cTtn  tasto  arhelo  bascaba  Magallanes.  El  primer  reco- 
nocimiento lo  cornrmó  en  esta  convicción;  pero  al  penetrar 
en  é!.  suscitáronse  entre  los  sayos  coevas  dificultades.  Un 
püoto  lianiado  Esteban  Gómez  se  oponía  a  pasar  adelante: 
i  mientras  la  escizadnlla  se  hallaba  ocupada  en  In  esplora- 
cion  de  ¡os  canales.  snb¡evó  la  tripulación  de  su  nave  i  dio 
la  vuelta  a  España  para  quejarse  del  despotismo  de  Magar 
ilánes  i  anunciar  el  próximo  desastre  de  su  temeraria  era- 
presa. 

El  osado  navegante  depíoró  la  pérdida  de  uno  de  sus  ba- 
ques, pero  no  vi»lvió  atrás.  Reconoció  todo  el  estrecho:  i 
cuando  ya  estaba  pnSximo  a  salir  de  él,  consultó  aislada- 
mente a  todos  sus  capitanes  sobre  lo  que  deberia  hacerse. 
Los  marineros  espusieron  que  puesto  que  ya  se  sabia  que 
aquel  era  un  canal  de  ci^municacion  entre  los  dos  océanos, 
estaba  cumplido  el  objeto  de  la  espedicion  i  podian  voherse 
a  España.  Magallanes,  por  el  contrario,  crcia  que  el  paso 
estrecho  no  era  m^s  que  el  principio  del  viaje  que  ha- 
bía proyectado,  i  resolvió  llegar  hasta  el  otro  mar.  Eles- 
trec!u>  t\ic  denominado  de  Todos  los  Santos,  en  conme- 
nsuración lie  ¡a  tiesta  ijue  celebra  la  iglesia  al  conienztr  el 
mes  de  nvnieinbre.  La  p.^steridad  le  ha  dado  el  nombre d^ 
su  ihistro  descubridor. 

S.     rKMMKK    VIAJí:    AL    KKPKDOK    DKL  MIANDO. — El  27  <lc  nO* 

viemiíre  de  lólíiK  los  castellanos,  saliendo  de  acjuel  estre- 
cho, divisaron  un  mar  l^onancible  cjuc  se  estendia  sin  lítni' 
tes  en  el  horizonte.    Era   a(juel  el  mismo  mar  del  suríjU^ 
Hallx^a  hahia  ilescuhierto  desde  las  rejiones  del  istmo  eti 
ir>L'>.  IVspues  de  las  tempestades  que  habia  sufrido  en  lo^ 
últimos  dias  de  <u  nave^acii^n  en  el  Atlántico,  ^L'lgállane5 
(juedó  admirado   de   la  tranquilidad  de  las  olas  del  océano 
en  (pie  acababa   ile   penetrar   i   lo   denominó  mar  Pacífico, 
(|ue  conserva  todavía.    I>eseando  llegar  cuanto  antes  a  los 
mares  »lc  la  India,  se  abstuvo  de  hacer  esploraciones  en  la 
costa  i  dirijl«'>  su  rumbo  hacia  el  noroeste. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPItULO    VII  259 

Increíbles  fueron  los  sufrimientos  de  esta  navegación.  La 
escasez  de  provisiones  era  estremada.  La  galleta  era  un 
polvo  mezclado  de  gusanos,  e  insoportable  por  estar  im- 
pregnado de  orines  de  ratas;  el  agua  era  pútrida  i  hedion- 
da. Agotados  los  víveres,  los  castellanos  comieron  los  cue- 
ros en  que  estaban  envueltos  los  cables;  el  aserrin  de 
madera,  i  las  ratas  mismas  habían  llegado  a  ser  un  ali- 
mento codiciado.  El  escorbuto  se  pronunció  en  la  tripula- 
ción: mas  de  veinte  hombres  murieron  en  medio  de  dolores 
,  horribles  i  muchos  otros  estaban  próximos  a  perecer  cuan- 
do el  6  de  marzo  de  1521  avistó  Magallanes  unas  islas  a 
los  13  grados  al  norte  de  la  línea  equinoccial.  Formaban 
éstas  parte  de  un  archipiélago  que  denominó  de  los  Ladro- 
nes, mas  conocidos  ahora  con  el  nombre  de  Marianas, 
donde  se  detuvo  sólo  tres  dias  para  renovar  algunas  pro- 
visiones. 

Magallanes  comenzaba  a  navegar  entonces  en  medio  de 
los  innumerables  archipiélagos  de  que  están  sembrados  los 
mares  orientales  del  Asia.  El  16  de  marzo  descubrió  otra 
isla  i  en  seguida  muchas  mas  que  formaban  parte  de  un 
grupo  al  cual  dio  el  nombre  de  San  Lázaro  i  que  ahora  son 
llamadas  Filipinas.  En  ellas  trabó  relaciones  de  amistad 
con  varios  reyezuelos,  cambió  presentes  i  recojió  las  noti- 
cias que  creia  indispensables  para  hacer  mas  tarde  su  con- 
quista. Un  esclavo  de  Malaca  que  Magallanes  había  lleva- 
do en  la  escuadrilla,  servia  de  intérprete  en  estas  negocia- 
dones. 

El  señor  mas  poderoso  con  quien   trataron  los  castella- 
nos era  el  rei  de  la  estensa  isla  de  Zebú.   Para  complacer- 
los, recibió  el  bautismo  i  se  declaró  vasallo  del  rei  de  Espa- 
ña. Pero  los  habitantes  de  un   islote  inmediato   llamado 
Mactan,  lejos  de  reconocer  la  autoridad  de  los  castellanos, 
provocaron   su   saña  i  la   del  rei  de  Zebú.  El  espíritu  mar- 
cial de  Magallanes  no  pudo  soportar  este  ultraje.   A  la  ca- 
beza de  cerca  de  sesenta  hombres,   desembarcó  el  coman- 
dante en  aquel  islote  al  amanecer  del  27  de  abril   de  ir)21; 
pero  apenas  sus  soldados  penetraron  en  el   territorio  ene» 


?60  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


migo  cuando  los  rodeó  una  inmensa  multitud  de  indios 
descargando  sobre  ellos  piedras  i  otros  proyectiles.  Los  es 
pañoles,  animados  por  el  ejemplo  de  su  jefe,  hicieron  prodi- 
jios  de  valor;  pero  después  de  una  hora  de  combate,  se  sin- 
tieron desfallecer  ante  el  mayor  número,  i  pensaron  en  reti- 
rarse. Ya  fué  imposible  hacerlo:  los  salvajes  acosaban  a 
los  castellanos,  i  aprovechándose  de  su  cansancio,  los  ulti- 
maban atrozmente.  Magallanes  i  ocho  de  los  suyos  sucum- 
bieron de  esta  suerte:  los  demás  pudieron  volver  a  embar- 
carse aprovechándose  del  desorden  con  que  los  isleños  cele- 
braban la  muerte  del  jefe  enemigo. 

Todavía  tuvieron  que  sufrir  los  castellanos  otras  des- 
gracias antes  de  dejar  aquellas  islas.  El  rei  de  Zebú  hizo 
asesinar  a  muchos  de  ellos  tendiéndoles  al  efecto  un  infame 
lazo,  convidándolos  a  que  desembarcaran  para  asistir  a 
un  banquete.  Los  que  salvaron  de  esta  matanza,  se  diri- 
jieron  por  fin  a  las  Molúcas  que  hasta  entonces  eran  el 
término  de  su  viaje.  Faltándoles  la  jente  para  tripularlas 
tres  naves  que  les  quedaban,  los  castellanos  quemaron  la 
mas  destruida  de  ellas;  i  en  las  dos  restantes  prosiguieron 
la  esploracion  de  aquellas  islas. 

A  fines  de  diciembre  de  1521,  las  dos  naves  estaban  lis- 
tas para  volver  a  Europa  ricamente  cargadas  con  la  vali'^" 
sa  especiería  que  |)roducen  las  Molúcas.  J'or  desgracia,  una 
(le  ellas  no  se  hallaba  en  estadía  ríe  emprender  ese  viaje  a 
causa  (le  las  averías  (jue  había  recibido;  i  fué  necesario  de- 
jarla allí  para  atender  a  su  reparación.  La  otra  llamada 
Victoria,  pudo  salir  bajo  el  mando  del  piloto  vizcíiíno  Juan 
Sebastian  del  Cano,  con  4-7  marineros  españoles  i  algunos 
isleños  prácticos  en  la  nave*i:acion  de  aquellos  peligrosos 
mares.  Su  pensamiento  er£i  volver  a  Huropa  como  habií 
])ensa(lo  Magallanes,  por  el  mismo  camino  (juc  seguian  loi 
portugueses  para  llegar  a  la  Itulia. 

A  (U^l  Cano  cupo  la  gloria  de  terminar  aquel  memorahl 
viaje;  pero  para  ello  tuvo  (jue  pasar  por  nuevos  sulVimiei 
tos  i  miserias.  La  navegación  tué  peligrosa,  no  s(')lo  p( 
las  tempestades  ([ue  lo  asaltarían  en  las  costas  occidciitaU 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    VII  261 

del  África,  sino  por  la  falta  de  víveres  que  paHecíeron.  El  6 
de  setiembre  de  1522,  la  Victoria  fondeó  en  San  Lúcar,  de 
donde  habia  zarpado  tres  años  antes  con  las  otras  cuatro 
naves  que  componían  la  escuadrilla  de  Magallanes.  En  vez 
délos  265  hombres  que  salieron  de  aquel  puerto,  del  Cano 
traia  solo  diecisiete  compañeros,  i  aun  éstos  volvian  fla- 
cos, enfermos,  quebrantados  por  los  sufrimientos  de  tan 
penoso  viaje.  Los  demás  que  habia  sacado  de  las  Molíjcas 
habian  perecido  de  hambre  en  la  navegación,  o  desertado 
en  las  islas  de  la  Oceanía;  i  las  autoridades  portuguesas  de 
las  islas  de  Cabo  Verde  habian  retenido  a  trece  hombres 
que  desembarcaron  allí  en  liusca  de  provisiones.  '-^ 

Tantos  padecimientos  estaban  indemnizados  de  sobra 
con  la  gloria  de  aquel  viaje  maravilloso.  Los  castellanos 
habian  consumado  la  mayor  de  las  navegacione*»  dando 
una  vuelta  al  rededor  del  globo,  i  descubriendo  rejioncs  i 
mares  completamente  desconocidos.  El  rei  premió  los  tra- 
bajos de  los  pocos  compañeros  de  Magallanes  que  volvie- 
ron de  tan  gloriosa  espedicion.  A  Juan  Sebastian  del  Cano 
se  le  dio  una  pensión  vitalicia,  i  un  escudo  de  armas  cuvos 
cuartales  aludian  a  varias  circunstancias  del  viaje  i  cuya 
cimera  era  un  globo  con  esta  inscripción:  Primas  circunde- 
diste  me. 


^  De  los  sobrevivientes  que  quedaron  en  las  Molúcas,  sólo  cua- 
tro volvieron  mas  tarde  a  Europa.  Los  demás  fueron  retenidos 
por  los  portugueses  en  la«  Indias,  i  pasaron  larga  prisión  e  infini- 
tos sufrimientos.  La  famosa  Colección  de  Navarrktk  contiene 
nn  tomo  entero  de  documentos  (el  IV)  relativos  a  este  célebre  via- 
je; i  existe  ademas  un  volumen  escrito  por  el  caballero  italiano 
Antonio  de  Pigafetta  que  hizo  el  viaje  con  Magallanes,  i  que 
tiene  por  título  Primo  via^gio  in  torno  al  ^loho,  Milán,  1800.— 
Para  conocer  mas  detalles  acerca  de  este  viaje  memorable,  puede 
consultarse  nuestra  Vida  i  viajes  de  Hernando  de  Magal¡¿ínes^ 
1864. 


CAPITULO  VIII 

I^a  c^^iela vitad  de    lo»  indioM.  -  IíSm  CaMas.^DeMcnbri- 
mientos  en  el  ffolfo  de  Héjieo. 

(1511-1521) 

1-  J^  X- imeras  quejas  contra  los  repartimientos —2.  Las  Casas.— 
•^  -  Introducción  de  esclavos  africanos  en  América.— 4.  Las 
^  ^sas  proyecta  fundar  una  colonia  según  sus  principios. — 
^'^ .  Descubrimiento  de  la  Florida.  —  6.  Descubrimientos  de 
^  T-ancisco  Hernández  de  Córdova.-  7.  Espedicion  de  Juan  de 
^-^rijalva. 


1-    Primeras    quejas    contra    i.os    repartimientos.— 
Auacjue  los  castellanos  se  ocupaban  con  tanto  empeño  en 
dilatar  sus  descubrimientos,  i  en  fundar  nuevas  colonias 
en  el  continente  americano,  la  isla  Española  era  considera- 
da siempre  como  el  asiento  del  gobierno,  i  el  centro  princi- 
pal fie  colonización.  Esta  isla  era  el  teatro  de  acaloradas 
discusiones  sobre  la  esclavitud  de  los  indios.  Gobernaba  en 
ella  el  hijo  del  almirante  don  Diego  Colon;  pero  su  autori- 
dad era  menoscabada  cada  «lia  por  la  influencia  del  rei  que 
temia  ver  levantarse  en  las  Indias  un  poder  mui  considera- 
ble. Fernando   mandó  crear  un  tribunal  superior  (1510) 
con  el  nombre  de  real  audiencia,  ante  el  cual  se  podia  ape- 
/ar  de  las  sentencias  dictadas  por  el  gobernador.  Comisio- 
nó también  a  un  aragonés  llamado   Miguel  de  Pasamonte 


264  II18TOUIA   DE    AMÉRICA 


(1508)  para  que  desempeñara  el  cargo  de  tesorero  real  eth 
la  Española.  Este  funcionario  insolente  i  codicioso  mantu- 
vo en  jaque  la  autoridad  del  gobernador,  i  produjo  en  la 
colonia  un  descontento  casi  jeneral. 

L')s  infelices  indíjenas,  entre  tanto,  continuaban  someti- 
dos al  sistema  de  repartimientos,  i  eran  víctimas  del  mas 
crudo  despotismo.  Los  misioneros  que  habian  llegado  a 
las  Indias  para  predicar  el  cristianismo,  no  pudieron  mirar 
impasibles  este  triste  espectáculo.  En  1511,  un  fraile  domi- 
nicano, frai  Antonio  Monteemos,  tuvo  la  audacia  de  predi- 
car en  público  contra  los  opresores  de  los  indios.  Reconve- 
nido por  sus  palabras,  el  predicador  se  mantuvo  firme,  i 
anunció  que  cada  vez  que  predicara  lo  haria  en  el  mismo 
sentido. 

Pasamonte  escribió  a  la  Corte  quejándose  de  los  padres 
dominicanos,  i  envió  un  fraile  franciscano,  frai  Alonso  de 
Espinal,  para  que  sostuviera  la  acusación.  Aquéllos  comi- 
sionaron al  rnismo  Montecínos  para  que  defendiese  su  doc- 
trina. De  aq?jí  se  orijinaron  las  ruidosas  discusiones  entre 
franciscanos  i  dominicanos  sobre  la  esclavitud  de  los  in- 
dios. El  rei  los  remitió  a  una  junta  de  teólogos  i  juristas, 
para  resolver  sobre  el  particular  después  de  oir  el  parecer 
de  los  sabios. 

Como  esta  junta  tardara  mucho  en  dar  su  dictamen,  el 
rei,  de  acuerdo  con  su  consejo,  declaró  que  los  repartiniien- 
tos  estaban  fundados  en  la  autoridad  dada  a  los  reyes  por 
la  Santa  Sede,  autorizados,  i  ademas,  por  las  leyes  divinas 
i  humanas,  puesto  que  si  los  indios  no  estaban  sometidos 
a  la  autoridad  de  los  espnñoles  i  obligados  a  vivir  bajo  su 
inspección,  seria  imposible  instruirlos  en  los  principios  de 
la  relijion  cristiana.  Censuró,  también,  el  celo  que  habian 
desplegado  los  frailes  dominicanos;  i  creyó  (jue  los  rigores 
de  que  se  quejaban  encontrarian  un  término  con  recomen- 
dar en  una  ordenanza  que  los  castellanos  trataran  a  los 
indios  con  suavidad,  i  con  prescribir  ciertas  reglas  para 
sus  trabajos,  su  alimentación  i  su  enseñanza  (1513).  Estas 
medidas  fueron  arrancadas  al  rei  por  algunos  de  sus  con- 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    VIH  265 

sejeros  que,  como  el  obispo  Fonseca,  se  aseguraron  gran-^ 
des  repartimientos  de  indios  de  su  propiedad,  que  esplota- 
3a.n  dándolos  en  arrendamiento  a  los  otros  colonos  ^ 

Todavía  consiguieron  mas  los  consejeros  del  rei.  En 
.514  fué  encargado  de  todo  lo  relativo  al  repartimiento  de 
os  indios  un  empleado  especial,  privando  así  de  este  dere- 
h o  al  gobernador  de  la  Española.  Para  el  desempeño  de 
ste  cargo  fué  nombrado  Rodrigo  de  Alburquerque,  hom- 
>re  codicioso  i  sin  vergüenza,  que  hizo  un  nuevo  reparti- 
niento  en  proporción  a  los  regalos  i  dádivas  que  recibia. 
-^os  indios  que  en  1508  ascendian  a  60,000,  seis  años  des- 
pués no  pasaban  de  14,000:  ¡a  tanto  los  habian  reducido  el 
^rnbajo  i  los  padecimientos!  La  nueva  distribución  hirió  los 
ntereses  de  muchos,  i  produjo  ardientes  reclamaciones; 
>ero  la  Corte,  añadiendo  escándalo  sobre  escándalo,  apro- 
>  ó  la  nueva  repartición. 

Tantas  injusticias,  i  sobre  todo  el  despojo  de  autoridad 
le  que  era  víctima,  irritaron  a  don  Diego  Colon,  i  lo  deci- 
lieron  a  volver  a  España  a  sostener  sus  prerrogativas  i 
^  quejarse  de  los  desmanes  cometidos  por  Alburquerque; 
il  9  de  abril  de  1515,  partió  de  la  colonia  dejando  enco- 
"í^endada  su  dirección  a  su  esposa  i  a  su  tío  don  Bartolomé. 
l^bci  dispuesto  a  reclamar  ante  el  rei  sus  derechos  al  go- 
t>ierno  de  la  tierra  firme  que  su  ilustre  padre  había  descu- 
bierto. 

2.  Las  Casas.— Las  injusticias  de  los  repartimientos  i 
'3.S  maldades  de  Aiburquer(|ue  habian  irritado  profunda- 
3a.mente  el  ánimo  de  un  clérigo,  oscuro  entonces,  pero  (jue 
-staba  destinado  a  llenar  por  sí  solo  una  de  las  mas  her- 
bosas pajinas  de  la  historia  de  la  conquista.  Era  éste  Bar- 
^P lomé  de  Las  Casas,  hombre  de  carácter  ardiente  i  apa- 
^'^>iiado,  a  quien  los  sufrimentos  de  los  indios  habian  con- 
movido. Las  Casas  tenia  entonces  poco  mas  de  cincuenta 
^^os  de  edad,  habia  pasado  a  las  Indias  con  Ovanrlo,  i 
^^bia  asistido  a  la  conquista  de  la  isla  de  Cuba.  Su  cora- 


^  Herrera,  dec.  I,  lib.  IX,  cap   XIV. 


266  HISTORIA   1)B    AMÉRICA 


2on  noble  i  bondadoso  le  hacia  ver  un  hermano  en  car^V 
indio;  i  habia  llegado  a  convencerse  que  por  medio  de  ^- 
predicación  evanjélica  se  podia  conseguir  la  conquista  p  ^eí 
cífica  del  nuevo  mundo. 

Las  Casas  llegó  a  España  a  fines  de  1515.   Inmediat  ci- 
mente se  puso  en  camino  en  busca  del  rei.  que  débil  i  enfer- 
mo era  trasportado  a  Seviliá.  Fernando  lo  recibió  en  Pla- 
cencia;  i  al  oir  las  acusaciones  que  con  tanto  ardor  como 
justicia  hacia  a  los  poseedores  de  indios,  manifestó  interés 
por  el  proyecto  del  elocuente  sacerdote.  Pero,   la  muerte 
sorprendió  al  rei  pocos  dias  después  (enero  de  1516);  i  co- 
mo su  nieto  i  heredero  Carlos  de  Austria  se  hallaba  enton- 
ces en  Flándes,  Las  Casas  no  pensó  mas  que  en  Ikgar  has- 
ta los  pies  del  joven  soberano  para   pedirle  su  protección  i 
amparo. 

P^or  muerte  del  rei,  tomó  las  riendas  del  gobierno  en  ca- 
lidad de  rejente  el  cardenal  Jiménez  deCisneros,  hombre  hu- 
mano i  jeneroso  como  Las  Casas,  a  la  vez  que  gran  políti- 
co. Cisneros  quiso  oir  sus  reclamaciones  i  se  dejó  impresio- 
nar en  favor  del  proyecto  de  Las  Casas.  Encargóle  al  efecto 
f|ue  en  unión  con  uno  de  sus  consejeros,  el  Dr.  Palacios  Ru- 
bios -,  presentase  un  plan  para  el  gobierno  de  los  indios  en 
t|ue  se  conciliase  su  libertad  con  el  trabajo  necesario  jiara 
el  mantenimiento  de  la  colonia.  En  vista  del  informe  de 
ánihos  comisionados,  el  cardenal  resolvió  prontamente  la 
cuestión.  Para  evitar  las  dificultades  (jue  podian  nacer  del 
empico  (le  hombres  que  tuviesen  al«j:un  interés  en  los  re- 
])ariiniientos,  confió  la  comisión  de  entender  en  todo  lo  re- 
lativo a  este  asunto  a  tres  frailes  de  la  orden  de  San  Jeró- 
nimo, fr.  Luis  de  Figueroa,  fr.  Rernardino  de  Manzanéelo  i 
fr.  Alonso  de  Santa  María,  C|ne  se  traslada rian  a  América. 
Dcbia  acompañarlos  el  licenciado   Alonso   de  Zuazo,  juris- 


-  Palacios  Kul)i(is.  linhia  redactado  cu  años  atrás  el  famoso  re- 
qiieriiniciUo  de  Alonso  de  Ojeda,  de  que  ya  dimos  cuenta  mas 
atrás.  Sus  Cíjnferencias  con  Las  Casas  debieron  sin  duda  mocliti- 
car  sus  opiniones. 


PARTK    SEOINDA, — CAPÍTULO    VIH  2fi7 

consulto  de  gran  probidad,  encargado  de  arreglar  la  admi- 
nistración de  justicia  en  las  colonias.  Las  Casas  recibió 
t.ambien  el  honroso  título  de  protector  de  los  indios,  con  el 
encargo  de  ayudar  a  los  comisionados  en  sus  trabajos.  Cis- 
nerus  les  entregó  una  prolija  instrucción  para  reglamentar 
el  gobierno  de  los  indios  bajo  las  bases  de  justicia  i  mo<le- 
racion  (1516). 

Los  ministros  del  último  rei  no  esperaban  grandes  bene- 
ficios de  aquel  arreglo.  Suponían  ellos  que  tres  frailes  oscu- 
ros?, ajenos  a  los  negocios  del  mundo  iban  a  hallarle  enre- 
dados en  reclamaciones  de  toda  especie  de  que  no  podrian 
salir  airosos.  En  la  colonia  misma,  la  noticia  de  su  arribo 
produjo  una  alarma  jeneral.  Pero  los  comisarios  eclesiásti- 
cos se  condujeron  desde  el  primer  momento  con  gran  pre- 
caución i  prudencia.  **lil  nuevo  mundo,  dice  un  historia- 
dor, no  se  vio  nunca  entregado  amaños  mas  puras,  ni 
tratado  con  mayor  equidad,  ni  gobernado  con  mas  ente- 
reza i  sabiduría'*  ^.  Oyeron  las  quejas  de  todos;  i  después 
de  haber  recojido  los  mejores  informes,  comenzaron  por 
poner  en  libertad  a  todos  los  indios  que  habian  sido  adju- 
dicados a  los  cortesanos  españoles  i  a  otras  personas  que 
no  residian  en  América.  Al  mismo  tiempo,  informaron  a 
Cisneros  que  los  españoles  establecidos  en  las  colonias  no 
bastaban  para  el  beneficio  de  las  minas,  ni  para  el  cultivo 
de  la  tierra,  que  por  lo  tanto  era  necesario  obligar  a  los 
indios  al  trabajo  o  a  abandonar  las  conquistas,  i  que  con- 
venia tolerar  los  repartimientos  no  sólo  para  el  fomento 
de  la  industria,  sino  también  para  reducir  aquéllos  al  cris- 
tianismo. Ademas,  los  comisionados  desplegaron  un  gran 
celo  para  hacer  cumplir  los  reglamentos  dictados  hasta 
entonces,  añadieron  otros  nuevos,  i  emplearon  su  autori- 
dad i  sus  consejos  para  sujerir  a  sus  com])atriotas  senti- 
mientos de  benevolencia  i  dulzura  en  favor  de  los  indíjena^. 


•^  Quintana,  Vidas  de  esp¿iñ(*Ies  célebres  y  Fr    Bartolomé  de  Las 

^¿ISHS, 


268  HISTORIA    DB    AMÉRICA 


Los  colonos  se  manifestaron  contentos  de  este  resultado,  i 
aplaudían  cordialmente  la  elección  del  cardenal. 

Las  Casas,  sin  embargo,  no  se  conformó  con  esto.  Creia 
que  los  americanos  debian  quedar  completamente  libres,  i 
que  sólo  una  consideración  por  los  intereses  mundanos  po- 
dia  retardar  su  emancipación.  En  este  sentido  hizo  a  los 
comisionados  las  mas  duras  acusaciones,  hasta  el  punto  de 
ver  amenazada  su  vida  por  los  colonos  cuyos  intereses 
iban  a  ser  sacrificados  por  sus  proyectos.  Convencido  de 
que  sus  afanes  i  predicaciones  en  la  Española  no  produci- 
rian  resultado  alguno,  el  venerable  protector  de  los  indios 
se  embarcó  nuevamente  para  Europa  (mayo  de  1517). 

3.  Il;Troouccion  üb  esclavos  africanos  en  América. — 
Cisneros  estaba  gravemente  enfermo  i  próximo  a  morir 
cuando  se  presentó  Las  Casas  a  reclamar  de  nuevo  contra 
la  esclavitud  de  los  indios  i  a  pedir  la  adopción  del  sistema 
de  conquista  pacífica  que  lo  preocupaba.  I-^e  fué  necesario 
aguardar  el  arribo  del  rei  Carlos  para  volver  a  tratar  de 
sus  negocios.  Los  consejeros  flamencos  que  rodeaban  al  jo- 
ven monarca  03'eron  con  interés  sus  reclamaciones,  i  aun 
dispusieron  que  se  estudiara  nuevamente  la  cuestión  con 
mayor  prolijidad  todavía  antes  de  dar  su  resolución.  Don 
Diego  Colon,  que  se  veía  atropellado  en  sus  prerrogativas 
hereditarias  de  almirante  i  virrei  de  las  Indias,  acompaña- 
ba a  Las  Casas  en  estas  jestionts,  i  al  fin  ambos  consiguie- 
ron (¡ue  se  suspendiera  la  comisión  dada  por  el  finado  car- 
denal a  los  frailes  Jerónimos  i  al  jurisconsulto  Zuazo. 

La  principal  rbjecion  (|uc  se  liacia  al  proyecto  de  Las 
Casas  era  el  abandono  en  (pie  iban  a  quedar  las  minas  i  las 
plantaciones  de  loscolonos  si  se  decretábala  libertad  de  los 
indíjenas.  Para  vencer  este  inconveniente.  Las  Casas  pro- 
])us(>  comprar  en  los  establecimientos  (pie  los  portugueses 
teniaii  en  las  costas  de  África,  un  número  considerable  de 
negros  i  trasportarlos  í\  América,  en  donde  serian  empica- 
dos como  esclavos,  llabia,  es  verdad,  en  este  proyecto  una 
especie  de  contradicción  con  el  ])lan  jcneroso  i  humanitario 
del  ilustre  protector  de  los  americanos.  Pero  Las  Casas  no 


PARTB    SECUNDA. — CAPÍTULO    VIII  209 


creifi  que  ¡ba  a  imponer  a  los  africanos  un  yugo  tan  pesado 
C'íino  el  que  agobiaba  a  los  indios.  Los  negros  habian  sido 
introducidos  en  la  Española  años  atrás  en  pequeño  núme- 
ro; i  mientras  los  indios  sucumbían  al  peso  de  sus  tareas, 
pereciendo  a  mill«nres,  ellos,  por  el  contrario,  progresaban 
maravillosamente  ejecutando  cada  uno  por  sí  sólo  mas 
trabajo  que  cuatro  americanos.  Jiménez  de  Cisneros  se  ha- 
bia  opuesto  poco  antes  a  la  esclavitud  de  los  africanos, 
pero  no  por  los  motivos  de  humanidad  que  le  atribuian  al- 
gunos historiadores,  sino  por  un  pensamiento  político.  El 
célebre  cardenal  no  podia  adelantarse  tanto  a  las  ideas  de 
su  siglo,  en  que  la  esclavitud  de  los  negros  era  considerada 
como  la  cosa  mas  natural;  pero  creia  que  era  peligroso  lle- 
var a  las  colonias  hombres  de  otra  raza,  robustos  i  enérji- 
c()y\  (jue  podrian  mas  tarde  sublevarse,  o  a  lo  menos  co- 
rromi)er^a  los  naturales. 

lí\  plan  de  Las  Casas  fué  bien  acojido  por  los  cortesanos 
rtaniencos  que  rodeaban  al  rei.  Uno  de  ellos  olituvo  del  so- 
berano el  privilejio  eschisivo  de  llevar  a  América  cuatro  mil 
negros;  pero  una  vez  dueño  de  la  concesión,  vendió  su  pri- 
vilejio en  veinticinco  mil  dncadí^s  a  unos  mercaderes  jeno- 
veses.  Sin  embargo,  el  tráfico  de  esclavos  no  obtuvo  desde 
luego  mucha  importancia:  el  excesivo  precio  a  que  se  les 
vcndia  en  las  colonias  en  los  j)rimeros  tiempos  hacia  mui 
difícil  su  adquisición. 

La  venta  de  negros  no  produjo,  pues,  el  resultado  que 
Las  Casas  buscaba  p  ira  aliviar  a  los  indios.  Entonces  pen- 
só tocar  otro  recurso  diferente.  Hasta  entonces,  la  pobla- 
ción española  de  América  era  compuesta  de  soldadcis,  de 
marineros  o  de  hidalgos  aventúrenos  í|ue  iban  al  nuevo 
niiuido  en  busca  del  oro  de  sus  minas.  Las  Casas  pensó  que 
convenia  fomentar  la  emigración  de  agricultores  i  artesa- 
nos, hombres  industriosos  que  llevaran  a  las  colonias  otros 
hábitos,  i  que  desempeñaran  con  mejor  éxito  el  trabajo  que 
estaba  encomendado  a  los  indios.  Los  ministros  del  rei 
apoyaron  este  proyecto;  pero  sea  por  la  influencia  del  obis- 
po Fonseca,  que  estaba  en  contra  de  los  planes  de  Las  Ca- 


270  HISTORIA   DE   AMÉRICA 


sas,  O  porque  faltasen  trabajadores  que  qnisicran  pasar  ^^\^ 
las  colonias,  el  pensamiento  del  jeneroso  prolector  de  lo^^ 
indios  quedó  frustrarlo. 

4-.  Las  Casas  proyecta  fcxdak  una  colonia  seglx  sus 
PRINCIPIOS.— El  infatigable  Las  Casas  desesperó  entonces 
de  poder  plantear  su  sistema  de  «gobierno  en  los  países  que 
habian  ocupado  los  españoles.  Convencido  de  que  los 
europeos  podian  íiprovechar  el  prestijio  que  les  daba  su  in- 
telijencia  i  su  civilización  para  ganarse  la  voluntad  de  los 
americanos,  i  conducirlos  gradualmente  a  la  vida  de  socie 
dad  i  a  los  trabaj<»s  industriales,  pidió  al  rei  el  permiso  de 
fundar  una  colgnia  de  cultivadores,  artesanos  i  eclesiásti- 
cos en  las  costas  del  continente  comprometiéndose  a  civili. 
zar  en  dos  años  diez  mil  indíjenas,  instruirlos  en  las  artes 
útiles  i  asegurar  por  su  industria  a  la  corona  una  renta  de 
quince  mil  ducados  por  de  pronto,  pero  con  la  esperanza 
<le  cuanruplicar  esta  al  cabo  de  pocos  años.  Para  conseguir 
e^te  resultndo  pcíliíi  sólo  (jiu-  se  le  concediesen  doce  relijio- 
sos  dominicanos,  i  que  se  devolvieran  al  continente  los  in- 
dios í|ue  los  españoles  hubiesen  hecho  |>risioneros. 

Este  príívecto  encontró  muchas  resistencias.  El  obispo 
Fonseca  i  el  consejo  de  InHias  creyeron  (|ue  era  una  locura 
es|)oner  a  los  colonos  a  ser  destrozados  por  los  salvajes 
íimerieaiios,  sólo  por  dar  «^iisto  a  un  visionario.  Los  minis- 
tros del  rei.  sin  enil)ar;jo,  manifestaron  interés  en  el  pro- 
3'ecto  i  coíuinieron  en  hacer  mi  ensayo  en  la  costa  de  Cu - 
maná  con  arreglo  a  las  bases  ])ropuestas  por  Las  Casas.  El 
rei  niism(;  (juiso  entender  en  la  resolución  de  este  negocio; 
i  haÜár.dose  en  Piarcelona  en  Jimio  de  1519,  hizo  compare- 
cer a  sil  presencia  a  Dím  Diego  Col(>ii,  al  obispo  del  Darieu, 
frai  íiian  de  (hievedo,  i  a  alunnos  iuriscínisultos  i  teólotros 
cnva  ()|»iinon  (¡neiia  oír.  Las  Casas  espuso  allí  su  sistema 
con  el  entusiasmo  i  la  rleeision  que  lo  distinguian  en  su 
trabajos.  C(d(>n  se  contrajo  só'oa  recordar  el  mal  gobierno 
de  los  indios  i  los  perjuicios  (pie  de  allí  resultaban  para 
ellos  i  para  la  eoroiia  j)()r  líi  diMiiimicion  de  la  población. 
El  obispo  del  L^irlen  repitió  esto    mism<^;  ])ero  sostuvo  que 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    VIII  271 

círeia  que  era  imposible  dominar  a  los  americanos  por  me- 
dio de  la  predicación  evanjélica,  puesto  que  eran,  según  su 
opinión,  hombres  destinados  a  la  servidumbre  por  la  infe- 
rioridad de  stt  intelijencia. 

E*  reí  se  dejó  impresionar  al  fin  por  la  elocuencia  de 
Las  Casas;  i  creyendo  que  convenia  acceder  a  su  solicitud 
como  un  ensayo  poco  costoso  para  la  corona,  i  que  podia 
ser  mui  útil,  firmó  la  concesión  solicitada  el  9  de  mayo  de 
1520.  Una  vez  autorizado  para  establecer  la  colonia  sobre 
las  bases  propuestas,  Las  Casas  activó  los  preparativos  con 
su  ardor  acostumbrado.  Se  le  habian  concedido  doscientas 
setenta  leguas  de  costa  comprendidas  entre  el  golfo  de  Pa- 
ria i  Santa  Marta,  pero  podia  ocupar  cuanto  quisiese  ha- 
cia el  interior  del  pais.  Para  poblar  tan  vasta  estension  de 
territorio,  reunió  doscientos  labradores  que  debia  llevar 
consigo,  en  tres  navios  equipados  por  cuenta  del  rei  i  pro- 
vistos de  víveres  en  abundancia.  Las  Casas  consideraba  un 
medio  importante  para  conseguir  sus  propósitos,  el  presen- 
tar a  sus  colonos  como  jente diversa  de  los  codiciosos  espa- 
ñoles que  en  las  Indias  se  habian  hecho  famosos  por  sus 
atrocidades.  Al  efecto,  habia  dispuesto  que  aquellos  se  vis- 
tiesen de  pnño  blanco,  con  una  cruz  roja  en  el  pecho. 

Con  esta  pequeña  compañía,  partió  Las  Casas  de  Espa- 
ña. Al  llegar  a  la  isla  de  Puerto  Rico,  comenzó  a  conocer 
los  obstáculos  que  debia  encontrar  en  la  ejecución  de  su 
plan.  Desde  tiempo  atrás,  los  colonos  de  la  Española,  no- 
tando la  gran  falta  de  trabajadores  que  esperimentaban 
por  la  disminución  de  los  indios,  i  no  pudiendo  proveerse 
de  esclavos  negros  por  el  alto  precio  que  les  habian  puesto 
losjenoveses  que  gozaban  de  este  monopolio,  habian  re- 
suelto llevar  naturales  de  la  Costa  Firme,  negociándolos 
por  medio  de  artificiosos  cambios  i  de  engaños  o  arrancán- 
dolos por  la  fuerza.  Este  tráfico  infame  iba  acompañado  de 
las  mayores  atrocidades,  de  modo  cpie  los  españoles  llega- 
ron a  ser  profumlamente  detestados  en  toda  aquel Ui  costa. 
En  la  violencia  de  su  resentimiento,  los  indios  dieron  muer- 


HISTORIA   DB   AMÉRICA 


te  a  los  misioneros  dominicanos  que  se  liabian  establecido 
en  Cumaná  para  convertirlos  al  cristianismo. 

Los  colonos  de  la  Española,  irritados  con  los  salvajes 
por  estos  últimos  sucesos,  habían  preparado  cinco  naves  i 
trescientos  hombres  bajo  las  órdenes  de  Gonzalo  de  Ocara- 
po  para  castigar  severamente  aquellos  indios  i  tomar  como 
esclavos  el  mayor  número  posible.  Ocampo  se  hallaba  en 
Puerto  Rico  cuando  Las  Casas  llegó  a  aquella  isla.  Los  es- 
fuerzos de  éste  para  impedir  esta  espedicion  fueron  comple- 
tamente inútiles.  Las  Casas,  sin  embargo,  dejó  sus  colonos 
acantonados  en  Puerto  Rico,  i  él  se  embarcó  para  Santo 
Domingo  deseando  evitar  las  funesta-í  consecuencias  que 
{.reveia  del  viaje  de  Ocampo.  Desgraciadamente,  allí  no  en- 
contró mas  que  enemigos  de  su  empresa.  En  el  interés  de 
los  colonos  estaba  el  conservar  el  sistema  de  repartimien- 
tos; i  ademas  era  opinión  fija  entre  ellos  de  que  los  salvajes 
eran  seres  de  naturaleza  inferior  i  que  por  lo  tanto  estaban 
destinados  a  vivir  sometidos  al  vasallaje  de  hombres  mas 
intelijentes.  En  la  Española,  por  otra  parte,  el  licenciado 
Rodrigo  de  Figueroa,  por  encargo  de  la  corte,  habia  for- 
mado dos  colonias  de  indíjenás  para  ensayar  si  eran  sus- 
ce])tibles  de  vivir  en  una  sociedad  regularizada;  i  el  resulta- 
do de  este  espcrimento  habia  sido  fatal,  porque  los  indios 
puestos  en  libertad  para  seg^iir  sus  instintos  habian  vuel- 
to, como  era  natural  esperarlo,  a  la  vida  salvaje.  Las  Ca- 
sas encontró,  pues,  todos  los  ánimos  predispuestos  en  con- 
tra (le  su  empresa,  i  nada  pudo  hacer  para  impedir  la  espe- 
dicion de  Ocampo. 

Su  constancia  no  se  disminuyó  con  esto.  El  venerable  sa- 
cerdote volvió  a  Puerto  Rico  para  juntarse  con  los  suyos  i 
pasar  a  Cumaná.  Entonces  vio  que  de  los  doscientos  hom- 
bres que  habia  sacado  de  Es]jaña  sólo  le  quedaban  cincuen- 
ta. Los  demás  habian  sucumbido  a  los  rigores  del  clima  o 
encontrado  ocupación  en  la  isla.  Sin  embargo,  con  la  poca 
jentc  (|ue  le  quedaba  se  embarcó  para  Cumaná  en  julio  de 
1521;  pero  allí  sólo  halló  enemigos  por  todas  partes.  Las 
atrocidades  cometidas  por  Ocampo   habian   embravecido 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    VIII  273 

de  tal  manera  a  los  indios,  que  se  retiraron  a  los  montes  a 
fin  de  prepararse  para  destruir  a  sus  agresores.  Las  Casas 
no  halló,  pues,  indios  que  atraer  a  la  civilización  por  los 
medios  pacíficos;  i  así  que  Ocampo  abandonó  la  costa  con 
gran  parte  de  sus  fuerzas,  los  indíjenas  se  reunieron  i  ata- 
«caron  a  los  que  quedaban,  obligándolos  a  retirarse  a  la  pe- 
queña isla  de  Cubagua,  donde  se  habia  establecido  una 
reducida  colonia  para  la  pesca  de  las  perlas.  El  terror  se 
<!omunicó  a  los  castellanos  que  se  ocupaban  en  esta  esplo- 
tacion,  obligándolos  a  abandonar  la  isla  i  a  retirarse  a 
Santo  Domingo.  De  este  modo,  los  indíjenas  habian  limpia- 
do de  españoles  toda  aquella  costa  i  aun  las  islas  inme- 
diatas. 

Tantas  desgracias  abatieron  por  fin  la  fortaleza  de  áni- 
mo del  protector  de  los  indios.  Se  vio  acusado  no  sólo  del 
nial  éxito  de  sus  proyectos,  sino  también  de  la  despoblación 
de  Cubagua;  i  abrumado  por  tantos  contratiempos,  aun- 
que convencido  de  que  circunstancias  estrañas  a  sus  pro- 
vectos eran  la  causa  del  mal,  se  asiló  en  el  convento  de  do- 
minicanos, tomó  el  hábito  de  esta  ói'den  i  se  abstuvo  por 
algunos  años  de  dirijir  empresas  de  este  jénero  ^. 

5.  Descubrimiento  de  la  Florida.— En  el  mismo  tiem- 
po en  que  se  discutian  en  España  i  en  las  colonias  las  cues- 
tiones relativas  a  la  esclavitud  de  los  indios,  los  castellanos 
del  nuevo  mundo  ensancharon  prodijiosamente  sus  descu- 
brimientos i  sus  conquistas.  En  los  primeros  tiempos  se 
habian  limitado  a  hacer  esploraciones  al  sur  de  las  Anti- 
llas, siguiendo  las  huellas  trazadas  por  Colon,  de  modo  que 
-el  golfo  de  Méjico,  propiamente  dicho,  quedó  por  mucho 
tiempo  desconocido  para  ellos.   Desde  el  año  lol2  comen- 


4  En  esta  parte  de  la  historia  de  la  conquista  de  América,  la 
obra  de  Herrera  constituye  el  mejor  arsenal  de  noticias  impresas, 
porque  ha  vaciado  completamente  la  historia  que  dejó  inédita  Las 
-Casas.  Ademas,  puede  consultarse  con  provecho  la  vida  de  Las 
Casas  escrita  por  Quintana  i  la  que  ha  puesto  donjuán  Antonio 
Llórente  al  frente  de  la  edición. francesa  de  las  obras  de  Las  Casas, 
publicada  en  París  en  1822. 

TOMO   I  18 


274  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


zaron  a  visitar  la  rej ion  del  norte  i  a  preparar  el  terreno 
para  conquistas  mas  asombrosas  todavía. 

El  primero  de  estos  descubridores  fué  Juan  Ponce  de 
León,  el  célebre  conquistador  de  Puerto  Rico.  A  pesar  de 
su  avanzada  edad,  este  atrevido  aventurero  pensaba  sólo 
en  grandes  proyectos  de  descubrimientos,  i  aun  liabia  lle- 
gado a  imajinarse  que  a  mas  del  continente  hallado  por 
Colon  quedaba  todavía  otro  mundo  que  él  podía  descubrir. 
Revolviendo  en  su  mente  estas  ideas,  halló  unos  indios  vie- 
jos que  le  aseguraban  que  en  una  tierra  remota  situada  al 
norte  existia  un  pais  delicioso  en  que  abundaba  el  oro,  i  en 
que  habia  un  rio  cuyas  aguas  poseian  la  singular  virtud 
de  rejuvenecer  a  todo  el  que  se  bañaba  en  ellas.  Estaban 
tan  acostumbrados  los  castellanos  a  ver  tantas  maravillas 
ch  los  países  recien  descubiertos,  i  tenían  tanta  propensión 
a  encontrar  en  todo  algo  de  prodijioso,  que  Ponce  de  León 
no  vaciló  en  creer  estas  noticias  i  en  ponerse  en  marcha  en 
busca  de  la  fuente  de  la  juventud. 

El  3  de  marzo  de  1513  salió  de  Puerto  Rico  con  direc- 
ción al  norte.  Arrastrado  por  un  viento  favorable,  visitó 
unas  tras  otras  las  islas  del  archipiélago  de  Bahamas  bus- 
cando una  que  debia  llamarse  Bininí,  i  en  que  según  sus 
noticias,  debia  hallarse  la  deseada  fuente.  Reconoció  infruc- 
tuosamente los  manantiales,  ríos,  lagos  i  aun  los  pantanos 
de  aquellas  islas;  i  sin  desanimarse  por  el  mal  éxito  de  su 
emi)resa,  navegó  siempre  al  norte  hasta  que  el  domingo  27 
de  marzo  descubrió  una  tierra  cubierta  de  árboles  i  flores 
que  costeó  durante  algimos  días  sin  hallarle  término.  Era 
aquella  la  península  de  la  Florida  que  cierra  el  golfo  meji- 
cano, i  alí'ftual  dio  su  descubridor  el  nombre  que  conserva, 
por  haberln  hallado  el  dia  de  Pascua  de  Resurrección,  lla- 
mada Pascua  Florida,  en  España. 

Ponce  de  León  se  entretuvo  mucho  tiempo  en  aquellos 
mires  reconociendo  la  costa  de  la  Florida  i  las  islas  vecinas; 
i  a  su  vuelta  se  detuvo  todavía  en  las  Baíiamas  buscando 
siv-*mpre  en  ellas  la  fuente  de  la  juventud.  Desesperando  de 
hallarla,  volvió  a  Puerto  Rico  con  el  espíritu   abatido  no 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    VIII  275 


tanto  por  la  inutilidad  de  sus  sacrificios,  cuanto  por  los 
compromisos  pecuniarios  que  liabia  contraído  para  llevar 
a  cabo  esta  empresa. 

La  ilusión  que  habla  sufrido  el  célebre  conquistador,  fué 
oríjen  de  muchas  burlas  de  parte  de  sus  compañeros;  pero 
convencido  de  la  importancia  de  sus  servicios  i  de  sus  últi- 
mos descubrimientos,  pasó  a  España,  donde  recibió  del  rei 
el  título  de  gobernador  de  Puerto  Rico,  con  intervención  en 
el  repartimiento  de  los  indios,  lo  que  constituía  una  prove- 
chosa prerrogativa.  Durante  su  gobierno,  pareció  olvidar 
sus  proyectos  de  conquistas;  pero  en  1524?  emprendió  una 
nueva  espedicion  a  la  Florida  con  ánimo  de  asentar  en  ella 
la  dominación  española.  Ponce  de  I^on  recibió  una  herida 
a  flecha  i  volvió  a  Cuba  donde  murió  pocos  dias  después  ^. 

6.  Descubkimie.ntos  de  Francisco  Hernández  de  Cór- 
doba.—La  isla  de  Cuba  que  habia  conquistado  en  1511 
Diego  de  Velázquez,  fué  el  centro  de  nuevas  esploraciones. 
En  1517,  un  hidalgo  llamado  Francisco  Hernández,  natu- 
ral de  la  ciudad  de  Córdoba,  eíjuipó  tres  embarcaciones 
con  que  salió  de  la  Habana  el  8  de  febrero  de  ese  año.  Pa- 
rece que  el  objeto  de  su  espedicion  era  buscar  indios  que 
tíimar  como  esclavos  en  las  islas  Lucayas  *>;  pero  arrastra- 
do por  vientos  contrarios,  después  de  tres  semanas  de  na- 
vegación; Hernández  de  Córdoba,  llegó  a  un  cabo  descono- 
cido, situado  al  oeste.  Era  este  el  cabo  Catoche,  que  forma 
la  punta  oriental  de  la  península  de  Yucatán. 

Fácil  es  suponer  la  admiración  de  los  castellanos  al  en- 
contrar en  aquella  costa  grandes  i  sólidos  edificios  de  cal  i 
piedra;  pero  su  sorpresa  fué  mayor  cuando  algunas  canoas 
ríe  indios  vestidos  decentemente  con  ropa  de  algodón,  se 
acercaron  a  sus  naves  para  convidarlos  a  bajar  a  tierra. 
Tan  sorprendido  se  hallaba  Hernández  de  Córdoba  a  la  vis- 


•^  W.  Ikving,  Compañeros  de  Colon,  vida  de  Ponce  de  León. 

**  Bernal  Diaz  del  Castillo  sostiene  en  su^Historla  de  Méjico  que 
n)  fué  éste  el  objeto  de  la  espedicion  de  Hernández,  de  la  cuál  él 
nismo  formó  parte;  pero  las  otras  relaciones  están  conformes  en 
rilo. 


276  HISTORIA    DB  AVÉRICA 


ta  de  aquellas  apariencias  de  cultuia,  que  no  trepidó  en 
desembarcíir  con  algunos  de  los  suyos.  Xotardóen  conven- 
cerse que  había  descubierto  una  tierra  que  poblaba  jente 
civilizada.  El  gran  cultivo  del  suelo,  el  delicado  tejido  de 
las  telas  i  la  construcción  de  los  edificios,  no  dejaban  lugar 
a  duda.  Pronto  pudieron  convencerse  también  de  que  aque- 
llos indios  estaban  mas  adelantados  que  los  pobladores  de 
las  islas  en  el  arte  de  la  guerra.  Habíanse  ocultado  en   las 
inmediaciones,  i  cayeron  sobre  los  castellanos  de  sorpresa, 
con  mucho  orden  i  con  grande  impetuosidad,  descargando 
sus  flechas  e  hiriendo  a  quince  en  el  primer  momento;  pero 
la  descarga  de  las  armas  de  fuego,  i  losdañoscausados  pr»r 
las  balas,  espantaron  tanto  a  los  indios  que  huyeron  preci- 
pitadamente. 

Hernández  de  Córdoba  abandonó  aquel  pais  llevando 
consigo  dos  prisioneros,  i  continuó  su  navegación  al  oeste 
desembarcando  con  frecuencia  i  encontrando  por  todas 
partes  evidentes  señales  de  una  avanzada  civilización.  En 
Potonchan  "  dispuso  el  desembarco  de  toda  su  jente  para 
renovar  la  provisión  de  agua,  pero  los  indios  lo  atacaron 
con  tal  furor  i  en  tan  gran  número  que  cuarenta  i  siete  es- 
pañoles quedaron  muertos;  i  todos  los  demás,  con  escep- 
cion  (le  uno  solo,  fueron  heridos.  Hernández  de  Córdoba  re- 
cibió doce  heridas;  pero  dispuso  con  gran  serenidad  la  reti- 
rada (le  su  jente  a  las  naves  i  la  vuelta  de  la  escuadrilla  a 
la  isla  (le  Cuba.  Los  castellanos  volvian  maravillados  de 
las  tierras  que  habian  descubierto:  pero  no  habian  podido 
adelantar  su  reconocimiento  por  la  bravura  i  la  tenacidad 
de  a(iuell()s  indios.  Muchos  de  ellos  murieron  en  la  nave<»^n- 
cion;  i  el  mismo  Hernández  de  Córdoba,  capitán  digno  pt^r 
su  intelijencia  i  su  valor  de  dirijir  empresas  mayores,  sn- 
cumbic')  (le  resultas  de  sus  heridas  pocos  dias  después  de  su 
arribo  a  aquella  isla. 

7.  Hsi»Ki)ici()N  i)H  Ji'AN   DE  Grijalva.— Los  informes  su- 


'   lün  las  cartas   modernas   se   llama   Champoton.  No  formaba 
parte  do  los  estados  dependientes  del  emperador  de  .Méjico. 


PARTE    SEGUNDA.  — CAPÍTULO   VIII  277 

TTiínistrados  por  Hernández  i  sus  companeros,  determina- 
ron a  Diego  Yelásquez,  gobernador  de  Cuba,  a  preparar 
una  nueva  espedicion  a  las  costas  recien  descubiertas.  Equi- 
pó una  escuadrilla  de  cuatro  embarcaciones  i  la  confió  al 
mando  de  Juan  de  Grijalva,  capitán  que  se  habia  distingui- 
do singularmente  en  la  conquista  de  nquella  isla.  Grijalva 
salió  del  puerto  de  Santiago  el  1"^  de  maj'o  de  1518,  ^  diri- 
jiendo  su  rumbo  hacia  el  occidente.  Arrojado  un  poco  al 
sur,  descubrió  la  isla  de  Cozumel  i  tomó  posesión  de  ella 
para  la  corona  de  Castilla.  Continuó  en  seguida  su  viaje 
por  la  costa  del  continente,  reconociendo  los  mismos  luga- 
res que  habia  visitado  Hernández  de  Córdoba.  En  todas 
partes  encontraba  la  misma  acojida  inhospitalaria;  pero 
mejor  preparado  que  su  antecesor  para  rechazar  a  los  indí- 
jcnas,  Grijalva  sufrió  muchos  menos  daño.  En  el  rio  de  Ta- 
bascG,  o  de  Grijalva,  como  lo  llamaron  los  castellanos, 
tuvo  una  conferencia  amistosa  con  el  jefe  mejicano  de  aque- 
lla provincia.  Uno  de  los  capitanes  españoles  llamado  Pe- 
dro de  Al  varado,  se  adelantó  para  hacer  el  reconocimiento 
de  la  desembocadura  de  un  rio,  sin  ser  molestado  por  los 
naturales. 

La  noticia  de  la  aparición  dé  los  españoles  en  las  costas 
vecinas  al  imperio  mejicano  habia  sido  comunicada  a  Moc- 
tezuma n,  que  reinaba  entonces  en  aquel  pais,  i  habia  dado 
oríjen  a  una  estraña  ajitacion  en  la  corte.  El  emperador 
presintió  males  sin  cuento  de  la  llegada  de  tan  estraños  es- 
tranjeros;  i  habia  encargado  a  sus  subalternos  que  manda- 
ban en  las  provincias  de  la  costa,  que  agasajaran  a  los 
esploradores  i  trataron  de  averiguar  de  dónde  iban  i  cuál 


^  Esta  es  la  fecha  que  fija  el  itinerario  del  capellán  de  la  espedi- 
cion. Este  itinerario  ha  sido  publicado  en  francés  por  M.  Tkknaux 
CoMPANS  en  el  primer  volumen  de  sus  Pt'eccíi  sar  le  Mexiqae,  pero, 
por  un  error  tipográfico,  se  ha  puesto  I*'  de  marzo  en  lugar  de  1*^ 
íle  mayo.  El  abate  Brasskuk  dk  Boumghoüko  ha  seguido  la  tradi- 
ción francesa  hasta  en  este  error  tipográfico,  de  modo  que  alarga 
la.  navegación  de  Grijalva  dos  meses  mas.  Véase  su  Ilistoirc  áu 
Alexiqae,  tom.  IV,  páj.  40. 


278  HISTORIA   I)B   AMÉKICA 


era  el  objeto  de  sus  cspediciones.  Esta  fué  la  causa  porque 
Grijalva  encontró  favorable  acojida  en  las  costas  del  impe- 
rio mejicano,  i  porque  pudo  hacer  tratos  con  sus  naturales 
i  cambiar  presentes.  Sus  compañeros  le  pidieron  que,  se  es- 
tableciese en  aquel  país  i  que  fundase  una  colonia;  pero  él, 
con  mas  prudencia,  se  opuso  a  este  proyecto,  i  si^^uió  ade- 
lantando sus  reconocimientos  hacia  el  norte.  Desembarcó 
en  una  isla  pequeña  que  denominó  de  los  Sacrificios,  a  cau- 
sa de  los  sangrientos  restos  de  víctimas  humanas  que  en- 
contró en  uno  de  los  templos;  i  poco  después  en  la  isla  que 
llamó  de  San  Juan  de  Ulúa.  Desde  allí.  Grijalva  despachó 
al  capitán  Alvarado  para  que  fuese  a  llevar  a  Cuba  la  noti- 
cia de  sus  descubrimientos. 

El  resto  de  la  escuadrilla  siguió  navegando  hacia  el  norte 
hasta  Panuco,  reconociendo  la  costa,  i  encontrando  en  todas 
partes  poblaciones  mas  ó  menos  numerosas  i  terrenos  culti- 
vados con  esmero.  Grijalva  se  penetró  de  que  aquellas  pobla- 
ciones formaban  parte  de  un  imperio  poderoso  i  civilizado 
que  no  era  posible  invadir  con  los  escasos  recursos  que  te- 
nia a  su  disposición.  Resolvió,  pues,  volver  a  Cuba  des- 
pués de  seis  meses  de  ausencia  con  esperanza  sin  duda  de 
reunir  fuerzas  superiores  para  acometer  la  conquista  de 
los  paises  que  acababa  de  visitar. 

Velázquez  habia  recibido  con  gran  contento  las  noticias 
i  las  muestras  de  oro  que  le  presentó  Alvarado  a  su  vuelta 
de  las  costas  de  Méjico.  Anunció  prontamente  estos  descu- 
brimientos a  la  Corte  i  preparó  una  nueva  espcdicion,  pa- 
ra llevar  a  cabo  la  conquista  de  las  rejiones  nuevamente 
descubiertas.  Para  alejar  a  Grijalva  de  toda  pretensión,  lo 
recibió  friamentc  i  aun  lo  acusó  de  haber  despreciado  la 
oportunidad  favorable  que  le  habian  presentado  los  indí- 
jenas  para  fundar  una  colonia  en  aquel  país.  **Hombre  de 
terrible  condición  para  los  que  le  servian  i  ayudaban,  i  que 
fácilmente  se  indignaba  contra  aquéllos*',  como  dice  el  cro- 
nista Herrera,  Velázquez  desatendia  los  servicios  de  Gri- 
jalva porque  así  con  venia  a  sus  intereses  i  a  su   ambición  ^. 


i*  Aunque  Bernal  Díaz  del  Castillo  hizo  el  viaje  con  Grijalva,  su 


PARTB   SBOl^DA. CAPÍTULO   VIII  279 

Los  viajes  de  Hernández  de  Córdoba  i  de  Grijalva  habían 
consumado  el  descubrimiento  de  un  grande  i  poderoso  im- 
perio, cuyas  riquezas  atrajeron  prontamente  la  atención  de 
los  españoles;  pero  su  conquista  ofrecia  mayores  dificulta- 
des que  la  de  aquellas  islas  pobladas  de  salvajes  de  que  se 
habian  posesionado.  Para  llevarla  a  cabo,  se  necesitaba 
de  un  ejército  mas  considerable  que  el  que  se  podia  reunir 
en  el  nuevo  mundo  o  de  un  jénio  superior  al  de  todos  los 
aventureros  que  se  habian  ocupado  en  aquellas  empresas. 
Conseguir  lo  primero  era  imposible;  pero  entonces  apareció 
Hernán  Cortés  para  realizar  con  sus  talentos  militares  i  su 
sagacidad  política  la  empresa  mas  maravillosa  de  la  con- 
quista. 


Historia  no  con  tiene  noticias  tan  minuciosas  como  las  que  se  en- 
cuentran en  el  diario  citado  del  capellán  de  la  espedicion,  i  que  se 
halla  publicado,  como  hemos  dicho,  en  la  colección  de  Ternaux 
Compans. 


CAPITULO  IX 
Hernán  Corté» —Campaña  de   lléjieo 

(1519-1520) 

1.  Hernán  Cortés  toma  el  mando  de  las  fuerzas  destinadas  a  la 
conquista  de  Méjico.— 2.  Partida  de  Cortés. — 3.  Desembarco 
de  Cortés  en  el  Continente;  primeros  combates. — 4.  Cortés  en 
el  imperio  Mejicano;  asegura  la  alianza  de  los  totonecas.— 
5.  Destruye  sus  naves.  -  6.  Cortés  gana  la  alianza  de  la  repú- 
blica de  Tlascala.—  7.  Marcha  sobre  Méjico;  matanza  de  Clio— 
lula.— 8,  Los  españoles  en  Méjico. — 9.  Prisión  de  Moctezuma. 
— 10.   .Moctezuma  se  reconoce  vasallo  del  rei  de  España. 

1.  Hernán  Cortés  toma  el  mando  de  las  fuerzas  des- 
tinadas A  LA  conquista  DE  MÉJICO.— Hernán  Cortés  nació 
en  Medellin,  en  la  provincia  de  Estremadura,  el  año  de 
1485.  Sus  padres,  aunque  nobles,  eran  pobres;  i  deseando 
dar  a  su  hijo  una  carrera  lucrativa,  lo  mandaron  a  la  uni- 
versidad de  Salamanca  a  estudiar  leyes.  Cortés  se  digust6 
luego  de  unjénero  de  estudios  que  se  avenia  mal  con  su 
carácter  impetuoso  i  ardiente,  i  abrazó  la  carrera  militar. 
Una  grave  enfermedad  le  impidió  embarcarse  para  Ñapó- 
les, donde  deseaba  servir  a  las  órdenes  de  Gonzalo  de  Cór- 
doba. En  1502,  estaba  a  punto  de  embarcarse  para  Améri- 
ca en  la  escuadra  de  don  Nicolás  de  Ovando,  cuando  un 
nuevo  accidente  vino  a  trast  )rnar  sus  planes.  Escalnndo 


282  HISTORIA    DB  AM^ICA 

una  noche  una  pared  con  motivo  de  una  intriga  amorosa 
se  derrumbaron  algunas  piedras,  i  Cortés  cayó  al  sueRd 
mui  estropeado  i  cubierto  con  los  escombros.  Sólo  dos  añczn 
después,  en  1504,  pudo  emprender  su  viaje. 

En  la  Española  recibió  el  joven  aventurero  una  porción 
de  tierras  i  un  repartimiento  de  indios;  pero  las  parífica.s 
ocupaciones  de  la  labranza  no  alejaron  de  su  espíritu  la  pa- 
sión por  las  aventuras  militares.  Tomó  parte  en  diversas 
espediciones  contra  los  indios  sublevados;  i  en  1509,  como 
hemos  dicho  ya,  estuvo  a  punto  de  embarcarse  con  Alonso 
de  Ojeda  i  de  acompañarlo  en  su  desastrosa  campaña  a  Ist 
Costa  Firme.  Una  nueva  enfermedad  le  impidió  realizarse 
proyecto.  La  providencia  parecía  reservarlo  para  mayores 
i  mas  ilustres  empresas.  Por  fin,  en  1511,  cuando  Dieg^o 
Velázquez  emprendió  la  conquista  de  Cuba,  Cortés  aban- 
donó gustoso  la  vida  de  colono  i  se  enroló  en  la  espediciomi. 
En  ella  se  distinguió  por  su  singular  actividad,  a  tal  punto 
que  se  ganó  la  amistad  i  confianza  de  Velázquez  a  pesar  de 
haber  tenido  con  él  violentos  altercados.  Cortés  obtuvo 
en  aquella  isla  un  valioso  repartimiento  de  tierras  i  de 
indios. 

A  pesar  del  papel  secundario  que  hasta  entonces  había 
desempeñado,   Cortés  se  anunciaba  ya  como  un  hombre    \ 
capaz  di  mayores  cosas.  La  prudencia  habia  calmado  la    \ 
impetuosidad  de   su  jenio,  o  mejor  dicho  la  habia  converti- 
do en  una  actividad  infatigable.  Cuando  Velázquez  prepa- 
raba la  espedicion  destínala  a  la  conquista  de  Méjico,  bus- 
có un  jefe  de  su  confianza  a  (|uien  encomendar  la  empresa; 
pero  el  gobernador  necesitaba  un  hombre  que  a  sus  talen- 
tos militares  uniese  un  carácter  complaciente,  i  a  propósito 
para   mantenerlo    sometido  a  su  dependencia.  Algunos  de 
sus  consejeros  le  recomendaron  que  emplease  a  Cortés,  co- 
mo dotado  del  valor  i  del  talento  necesarios  para    llevar  a 
cabo  esa  grande  obra,   i  bastante  humilde  para  no  aspirar 
n  hacerse  independiente  de  su  autoridad.   Velázquez  aceptó 
por  fin  esta  indicación,  confiando  en  que  la  protección  que 
habia  dispensado  a  Cortés  le  asegurada  su  sujeción. 


PARTE   SBaUN DA.— CAPÍTULO    IX  283 

Cortés  aceptó  el  cargo  en  el  momento.  Enarboló  en  la 
puerta  de  su  casa  la  bandera  de  enganche,  como  se  acos- 
tumbraba hacer  en  las  colonias  para  organizar  una  espe- 
KÜcion,  i  empleó  toda  su  actividad  en  comunicar  a  sus 
amigos  el  entusiasmo  de  que  él  mismo  se  hallaba  domi- 
do.  Destinó  al  apresto  de  la  escuadra  todo  el  dinero  que 
poseia,  hipotecó  en  seguida  sus  tierras  i  sus  indios  para 
procurarse  fondos,  i  cuando  no  le  quedaba  nada  que  empe- 
ñar, acudió  al  crédito  de  sus  compañeros.  Con  esos  fondos 
atendia  no  sólo  al  equipo  de  sus  naves  sino  también  al  so- 
■corro  de  algunos  de  sus  oficiales.  Velázquez,  satisfecho  de 
«ta  actividad, entregó  al  futuro  conquistador  un  pliego  de 
prolijas  instrucciones,  con  fecha  de  23  de  octubre  de  1518. 
En  ellas  se  le,  recomendaba  particularmente  que  reconocie- 
ra el  pais  i  las  costumbres  de  sus  habitantes,  que  rescatara 
unos  cristianos  que  habian  quedado  en  la  costa,  i  que  for- 
maban parte  de  la  desastrosa  espedicion  de  Nicuesa,  que 
buscara  a  Grijalva,  que  aun  no  habia  llegado  a  Cuba,  pa- 
ra hacer  la  campaña  de  concierto  con  él,  i  que  tratara 
siempre  a  los  indios  con  afabilidad  para  hacer  simpático  el 
oombre  español  en  aquellas  tierras. 

2.  Partida,  de  Cortés. — La    actividad    incansable  de 
Cortés  suplió  la  escasez  de  recursos.  A  mediados  de  noviem- 
bre tenia  reunidas  seis  naves  en  el  puerto  de  Santiago  de  Cu- 
ba. La  vuelta  de  Grijalva,  i  las  noticias  comunicadas  por 
éste,  que  ratificaban  las  que  habia  trasmitido  el  capitán 
Alvarado,  sirvieron  perfectamente  a  sus  designios.   Cortés 
aumentó  su  escuadrilla  con  cuatro  naves  de  las  que  volvían 
de  la  esploracion  anterior;  i  algunos  aventureros  que  ha- 
bian   acompañado    a  Grijalva,    pasaron  a   engrosar  sus 
fuerzas. 

Pero  esta  misma  actividad  despertó  la  desconfianza  en 
-el  espíritu  receloso  de  Velázquez.  Algunos  de  sus  deudos  i 
amigos  no  cesaban  de  representarle  el  peligro  en  quese  veia 
su  autoridad  con  la  elevación  del  soldado  infatigable  que 
iba  a  dirijir  aquella  conquista.  Temian  ellos  que  Cortés  se 
elevara  demasiado  i  aprovechase  su  situación  para  formar 


284  HISTOUIA   DB   AMÉRICA 


un  gobierno  independíente  del  capitán  jeneral  de  Cuba.  V     ~¡ 
lázquez  se  dejó  impresionar  por  estos  temores,  i  aun  tra%r<? 
de  dar  a  otra  persona  el  mando  de  la  espedicion;  pero  sü 
secretario  Andrés  de  Duero,  amigo  i  protector  de  Cortés,  le 
dio  aviso  del  peligro  que  corría  su  empresa  i  lo  estimuló  a 
activar  su  partida.  Cortés  se  apresuró  a  seguir  este  conse- 
jo: embarcóse  una  noche  con  todos  sus  oficiales  i  soldados. 
i  al  amanecer  del  siguiente  día,  cuando  las  naves  estaban  a 
punto  de  hacerse  a  la  vela,  se  despidió  de  Velázquez,  qne 
habia  llegado  a  la  playa  lleno  de  sobresalto  por  la  noticia 
de  tan  precipitado  embarque.  **¿Así  os  despedí  de  mí?",  le 
dijo  el  capitán  jeneral.   **Perdonadme.  constestó  Hernán 
Cortés  desde  una  chalupa:  hai  cosas  que  es  preciso  hacer 
antes  de  pensarlas.  ¿Tenéis  algo  que  encargarme?"   1  salu- 
dándolo afectuosamente,  se  embarcó  en  una  de  las  naves,  i 
salió  del  puerto  con  toda  la  escuadrilla   (18  de  noviembre 
de  1518). 

Las  naves  no  llevaban  un  número  suficiente  de  soldados 
para  acometer  la  grande  empresa  que  prospectaba  Cortés, 
ni  había  podido  embarcar  en  ella  lo  indispensable  para  un 
largo  viaje.  Le  fué  forzoso  acercarse  n  otros  puntos  de  la 
costa  en  busca  de  víveres  i  de  aventureros  que  quisieran  en- 
gancharse bajo  sus  banderas.  En  el  puerto  de  Trinidad  se 
le  reunieron  algunos  castellanos  que  habian  hecho  pocoán- 
tes  el  vifije  de  las  costas  de  Méjico  con  Grijalva.  Figural)an 
entre  éstos,  Berna  1  Díaz  del  Castillo,  el  futuro  historiador 
de  la  conquista.  Pedro  de  Alvarado,  Cristóbal  de  Olid  i 
otros  militares  (|ue  mas  tarde  adquirieron  gran  nombra- 
día.  En  ese  puerto,  ademas,  se  apoderó  de  un  buque  carga- 
do de  víveres  pagando  su  inip-irte  en  vales,  que  por  llevar 
sólo  su  firma,  no  tcnian  valor  alguno. 

Pero  mientras  se  hallaba  ocupado  en  estos  aprestos,  el 
comandante  del  puerto  recibió  órdenes  de  aprehender  a 
Cortés  por  haber  sido  destituido  del  mando  de  la  espedi- 
cion. El  conKmdante  consultó  a  los  oficiales  de  Cortés  para 
saber  si  se  halla rian  dis|)uestos  a  ayudarlo  a  apresar  a  su 
jefe:  éstos  le  aconsejaron  que  se  guardase  de  cumplir  las  órde- 


PARTE    SEGUNDA.— CAPÍTULO    IX  285 


1C5  si  no  quería  suscitar  una  sublevación  de  la  soldadesca, 
{ue  podía  ser  de  funestas  consecuencias. 

Los  esfuerzos  de  Velásquez  para  impedir  el  viaje  de  Cor- 
tés no  se  limitaron  a  esto  sólo.  Cuando  la  escuadrilla  se 
hallaba  en  el  puerto  de  la  Habana,  el  comandante  de  la 
plaza  recibió  también  cartas  de  Velás(|uez  en  que  le  orde- 
naba que  apresase  a  Cortés;  i  aun  escribió  a  este  mismo 
para  prevenirle  que  demorase  su  viaje  i  lo  esperase  a  fin  de 
tener  una  conferencia  en  aquel  puerto.  Cortés,  que  sabia 
mui  bien  cuáles  eran  los  propósitos  de  Velázquez,  estaba 
resuelto  a  desobedecer  sus  órdenes;  pero  con^^ultó  a  sus  sol- 
dados sobre  lo  que  debería  hacer;  i  oyó  de  éstos  los  jura- 
mentos mas  decidirlos  de  adhesión  i  fidelidad.  No  quiso, con 
todo,  demorarse  mucho  tiempo  en  aquel  puerto;  le  pareció 
mejor  hacerse  a  la  vela  para  reunir  todas  sus  fuerzas  en  la 
estremidad  occidental  de  la  isla.  El  18  de  febrero  de  1519 
se  alejó  por  fin  de  aquellas  costas. 

La  escuadrilla  de  Cortés  se  componía  de  once  embarca- 
ciones de  pequeño  porte,  siete  de  las  cuales  eran  sólo  gran- 
des lanchones  desprovistos  de  cubierta.  Esas  naves  estaban 
tripuladas  por  110  marineros,  i  mandadas  por  Antón  Ala- 
minos, piloto  que  habia  hecho  algunos  viajes  con  Colon,  i 
que  había  acompañado  a  Hernández  de  Córdoba  i  a  Gri- 
jalva  en  sus  espediciones  en  el  golfo  de  Méjico.  El  ejército 
^ra  compuesto  de  553  hombres  armados  de  picas  i  de  espa- 
das: sólo  45  de  ellos  llevaban  armas  de  fuego.  La  artillería 
contaba  sólo  catorce  piezas  de  poco  alcance,  pero  bien  pro- 
vistas de  municiones.  Acompañaban  a  Cortés  200  indios 
délas  islas,  mas  que  como  ausiliares,  en  calidad  de  sirvien- 
tes de  los  castellanos.  Llevaba,  ademas,  dieciseis  caballos 
<iae  pertenecían  a  diversos  oficiales  de  su  ejército.  Eran 
tan  escasos  todavía  estos  animales  en  las  islas  por  la  difi- 
cultad de  trasportarlos  de  Europa,  que  a  pesar  de  la  im- 
portancia que  Cortés  daba  a  la  caballería,  no  le  habia  sido 
josíble  reunirlos  en  mayor  número. 

Con  tan  limitados  recursos  acometió  Cortés  la  jigantes- 
a  empresa  de  conquistar  el  poderoso    imperio  mejicano. 


286  HISTORIA    DB    AMÉRICA 


La  espedicion  se  emprendía  no  sólo  en  nombre  del  rei  cuyos 
dominios  quería  ensanchar,  sino  también  de  Dios,  cuyo 
nombre  invocaba  como  una  esperanza  de  victoria.  Cortés 
llevaba  un  estandarte  de  terciopelo  negro  bordado  de  oro, 
en  cuyo  centro  habia  una  cruz  roja  con  este  epígrafe:  "Si- 
gamos la  cruz  porque  con  esta  señal  venceremos".  Al  des- 
plegar las  velas,  Cortés  i  sus  compañeros  soñaban  con  el 
mismo  ardor  en  los  tesoros  que  iban  a  recojer  i  en  la  con- 
versión al  cristianismo  de  inmensas  poblaciones  de  infieles. 

3.  Desembarco  de  Cortés  en  el  continente;  prime- 
ros COMBATES. — Cortés  siguió  el  mismo  camino  que  Gri- 
jalva,  i  desembaicó  en  la  isla  de  Cozumel.  Su  primer  cui- 
dado fué  in(|uirir  noticias  acerca  de  los  españoles  que  de- 
bian  hallarse  en  la  costa  del  continente;  i  supo  en  efecto 
<iue  de  los  seis  compañeros  de  Nicuesa  que  habian  naufra- 
gado en  aquellos  mares,  sólo  quedaban  vivos  dos.  Sólouna 
de  ellos,  un  clérigo  llamado  Jerónimo  de  Aguilar  i,  se  le 
reutiió;  i  le  fué  mas  tíirdc  mui  útil  por  su  conocimiento  de 
la  lengua  c]ue  se  hablaba  en  el  Yucatán. 

De  Cozumel,  los  castellanos  se  dirijieron  a  la  costa  de 
Tabasco,  i  fondearon  en  el  rio  de  este  nombre  con  el  pro- 
pósito (le  esplorar  su  ribera.  Cortés  trató  de  tomar  pose- 
sión (le  a(|nellas  tierras,  pero  fué  recibido  como  enemigo  i 
se  vi(')  precisado  a  sostener  dos  terribles  co.'^^bates  en  que 
al  iin  vencieron  el  arrojo  i  1h  disciplina  de  los  castellanos. 
Para  espliearse  su  victoria,  los  invasores  supusieron  que 
habian  sido  ausiliados  por  e!  apóstol  Santiago,  el  patrón 
de  los  ejéreilos  de  Hspafia.  Puede  ser  que  así  sea,  i  qu<í 
**vo  como  pecador  no  fuese  digno  de  verlo,  dice  Beriial 
Díaz  del  Castillo;  lo  (jue  yo  ent(')nces  vi  i  conocí  fué  a  Fran*  | 
cisco  (le  Moría  en  un  caballo  castaño  que  venia  juntamen- 
te con    Cortés"  *-.  I>es|)ues  de  esta  refriega,  los  indios  se  re- 

i  Lis  aventuras  de  A^iiilar  lian  sido  prolijamente  referidas 
por  \V.  IwviNr,  en  sus  C()mf);¡ñcrns  de  Colon  con  el  título  de  .4ve/i' 
ttirn  (le  Viildivin  i  sus  Cfnnpnfwros. 

•í  Hkknal  \H\y.,  IUstorin  vcrclnrlcrn  He  la  conquista^  capítulo 
XXXI  v. 


,    PARTH   SEGUNDA.— CAPÍTULO    IX  287 

^nocieron  vasallos  de  la  corona  de  España  i  se  sometie. 
on  a  abrazarla  relijion  cristiana.  El  nombre  de  la  ciudad 
le  Tabasco  fué  reemplazado  por  el  nombre  de  Santa  Ma- 
ría de  la  Victoria;  i  en  señal  de  sumisión  i  de  amistad,  los 
tabasqueños  ofrecieron  a  Cortés  víveres  en  abundancia, 
vestidos  de  algodón,  una  pequeña  cantidad  de  oro  i  veinte 
mujeres  notables  por  su  juventud  i  su  belleza,  para  servir 
a  los  estranjeros  en  los  menesteres  domésticos.  Todas  ellas 
fueron  bautizadas;  i  una  que  recibió  el  nombre  de  doña 
Marina,  quedó  adherida  a  Cortés  por  los  vínculos  del  amor 
i  de  la  admiración,  adquirió  mas  tarde  una  grande  influen- 
cia entre  los  conquistadores  i  desempeñó  un  papel  impor- 
tante en  la  historia. 

La  escuadra  española  continuó  su  navegación  sin  perder 
de  vista  la  tierra,  hasta  el  puerto  que  Grijalva  habia  lla- 
mado de  San  Juan  de  Ulúa.  Sus  pobladores  los  recibieron 
amistosamente  Una  piragua  llena  de  indios  se  acercó  a 
las  naves  con  muestras  de  paz  i  de  amistad.  Cortés  los 
invitó  a  subir  a  bordo;  i  entonces  03- ó  de  su  boca  un  esten- 
so discurso  que  .\guilarno  pudo  comprender.  Los  caste" 
llanos,  en  efecto,  visitaban  entonces  los  estados  del  empe- 
rador de  Méjico,  i  la  lengua  que  allí  se  hablaba  era  mui 
diferente  de  la  yucateca  (del  Yucatán),  que  conocia  Agui- 
lar.  Felizmente,  la  india  doña  Marina  era  mejicana  de  na- 
cimiento, i  reducida  a  la  esclavitud  en  una  guerra  i  llevada 
a  Yucatán,  entendía  el  idioma  de  esta  rejion.  Doña  Marina 
Psplicóa  Aguilar  aquel  discurso,  i  éste  a  su  vez  lo  tradujo  en 
wastellíino  a  Cortés.  Entonces  supo  que  entre  aquellos  indí- 
jenas  habian  dos  altos  personajes  que  venian  manda- 
Ios  por  el  gobernador  político  i  por  el  je  e  militar  de  aque- 
la  provincia,  para  informarse  del  objeto  con  que  los  es- 
ranjeros  visitaban  aquellas  costas  i  para  ofrecerles  los 
Dcorros  que  necesitasen  en  la  continuación  de  su  viaje.  Los 
ivasores  quedaron  sorprendidos  al  saber  que  tocaban  las 
layas  de  un  imperio  regularmente  organizado,  i  cuya 
v'anzada  civilización  se  descubria  hasta  en  los  adornos  de 
is  habitantes.  Entonces  por  primera  vez,   oyeron  hablar 


288  HISTORIA    DB  AMÉRICA 

del  poder  de  Moctezuma,  de  sus  elementos  de  gobierno  i 
sus  numerosos  ejércitos;  pero  todo  esto,  que  habría  ar 
drado  a  otro  capitán,  produjo  sólo  en  Cortés  el  efecto 
íilentar  su  ambición  para  llevar  a  cabo  la  magnífica  ce 
quista  en  que  soñaba.  Así  fue  que  contestó  a  los  enviad 
del  gobernador  que  llegaba  a  su  país  con  propósitos  pa 
fieos  i  que  quería  tener  una  entrevista  con  las  autoridad 
de  tierra. 

El  siguiente  dia,  21  de  abril,  que  era  viernes  santo,  d 
embarcó  sin  esperar  respuesta,  con  sus  tropas,  sus  cal 
líos  i  su  artillería,  i  estableció  su  campo  bajo  unas  enrarr 
das  para  guarecerse  del  sol,  teniendo  cuidado  de  ponerlo 
abrigo  de  una  sorpresa.  En  ese  lugar  entró  dos  dias  d< 
pues  en  comunicaciones  con  el  gobernador  azteca,  llama- 
TeuhtHle,  que  pasó  a  visitarlo.  Cortés  comenzó  la  entrev 
ta  haciendo  celebrar  una  misa  solemne;  i  en  seguida  espu 
al  gobernador  que  iba  a  aquellas  rej iones  mandado  por  Cí 
los  de  Austría,  el  soberano  mas  poderoso  del  oriente,  i  q 
deseaba  hablar  con  el  emperador  mejicano.  Esta  prett 
sion  causó  gran  sorpresa  a  TeuhtHle  i  a  su  comitiva,  q 
estaban  acostumbrados  a  ver  a  su  monarca  rodeado 
una  gran  pompa  i  casi  sustraído  al  trato  de  los  liombn 
Ofrecieron,  sin  embargo,  comunicar  al  emperador  la  soli 
tud  (le  Cortes;  i  le  entregaron  los  presentes  de  telas  de  ¡ 
godon  de  oro  i  de  plata  labrados  i  de  plumas  de  vari 
colores.  Durante  la  entrevista,  notó  el  jefe  español  que 
gunos  indios  de  la  comitiva  de  Teuhtiile  se  ocupaban 
dibujar  en  unas  hojas  de  papel  los  objetos  que  llamab 
su  atención.  Cortés  supuso  (jue  aquellas  pinturas  estab 
destinadas  para  comunicar  al  emperador  la  noticia  de 
arribo;  i  a  fin  de  mostrar  el  poder  de  sus  elementos  milii 
res,  mandó  que  sus  tropas  hicieran  un  aparato  béiico  c 
ejercicios  de  artillería.  La  admiración  de  los  mejicanc 
que  liabian  concurrido  a  presenciar  este  espectáculo, 
convirtió  en  terror  cuando  sintieron  el  estampido  del 
cañones  i  cuando  vieron  la  asomi)rosa  ajilidad  de  los  k 
ballos  i  de  los  jinetes.  Cortés,  (lesj)ues  de  estas  ccrcnioni; 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO   IX  289 


•se  despidió  afablemente  del  jefe  azteca,  i  se  conservó  en  su 
<;aiiipo  hasta  esperar  la  contestación  de  Moctezuma. 

4.  Cortés  en  el  imperio  mejicano;  asegura  la  alianza 
DE  LOS  totonecas.— Los  aztccas  creian  que  Quetzalcoatl, 
uno  de  sus  dioses,  dotado  de  hermosa  figura  i  de  barba 
larga,  se  había  separado    de  la  tierra  anunciando  que  a  la 
vuelta  de  algunos  siglos  volvería  a  reinar  entre  ellos.  La 
aparición  de  los  castellanos  en  la  costa  hizo   revivir  esta 
tradición;  i  Moctezuma  mismo  creyó  que  se  acercaba  el 
término  de  su  reinado.  Su  carácter  naturalmente  melancó- 
lico se  habia  cubierto  ahora  con  un  velo  de  profunda  tris- 
teza que  no  podia  disimular.  Al  saber  que  el  jefe  de  los  in- 
Tasores  quería  llegar  hasta  Méjico,  reunió  a  sus  consejeros, 
i  discutió  con  ellos  sobre  lo  que  debia  hacer.  Algunos  opi- 
naron por  la  guerra  pronta  i  decisiva;  otros  porque  se  les 
permitiese  llegar  hasta  la  capital,  puesto  que  si  los  estran- 
jeros  formaban  la  comitiva  de  la  divinidad,  toda  resis- 
tencia seria  inútil.   Moctezuma  adoptó  un  término  medio 
entre  tan  opuestos  pareceres,  i  dispuso  que  se   remitieran 
al  jefe  invasor  valiosos  regalos,   eludiendo,   o  mas  bien, 
negando  el    permiso  que  solicitaba  para    avanzar  hasta 
Méjico. 

Los  embajadores  llegaron  al  campamento  de  Cortés 
una  semana  después  -^  de  su  primera  entrevista  con  Teuht- 
We.  Es  tendieron  en  el  suelo  algunas  esteras  o  petates  pri- 
morosamente trabajados,  i  sobre  ellos  colocaron  finísimas 
^Jas  de  algodón,  cuadros  que  representaban  animales  i  di- 
^^rsos  objetos  formados  con  plumas  de  vistosos  colores, 
aos  grandes  planchas  de  oro  i  de  plata  que  representaban 
^'  Sol  i  Ifi  luna,  brazaletes,  collares  i  otras  joyas  de  metales 


'^  Esta  gran  rapidez  con  que  llegaron  al  campamento  español 
los  emisarios  i  los  obsequios  de  Moctezuma  teniendo  que  recorrer 
"P^  distancia  tan  grande,  ha  causado  una  natural  sorpresa  a  los 
"**toriadores  de  la  conquista.  Para  esplicarse  esta  actividad,  Ló- 
^^^  DE  GOMARA  dice  al  hablar  de  este  obsequio:  **E1  cual  presente 
lenian  para  daraGrijalva  si  no  se  fuera."  Historia  de  Méjico^  etc.; 
^ol.  42,  ed.  de  Ambéres,  1554. 

TOMO    1  19 


290  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


preciosos.  Los  castellanos  avaluaron  aquel  obsequio  en 
20,000  ducados  o  poco  mas,  como  dice  Gomara,  i  manifes- 
taron gran  satisfacción  a  la  vista  de  tantas  riquezas  que 
avivaban  sus  esperanzas  de  encontrar  tesoros  mayores  to- 
davía. Pero  cuando  los  embajadores  les  comunicaron  la 
negativa  del  emperador  a  sus  pretensiones  de  llegar  hasta 
Méjico,  sintieron  avivarse  la  codicia  que  los  presentes  ha- 
bian  hecho  nacer  en  sus  corazones. 

Cortés  recibió  los  presentes  i  la  negativa  de  Mocteztpiía 
con  las  apariencias  de  un  profundo  respeto;  pero  pidió  a  los 
embajadores  que  solicitasen  de  nuevo  el  permiso  de  pasar 
a  la  capital,  prometiendo  entretanto  no  salir  de  su  campa- 
mento hasta  la  vuelta  de  los  mensajeros.  Al  cabo  de  diez 
dias,  volvieron  los  embajadores  con  nuevos  presentes  para 
el  capitán  español,  pero  también  con  la  prohibición  formal 
de  pasar  adelante.  Cortés  oyó  esta  orden  con  una  finjida 
sumisión;  pero  volviéndose  a  sus  capitan-^s  les  dijo:  **No 
cabe  duda  que  éste  es  un  poderoso  príncipe;  pero  aunque 
sea  difícil,  es  menester  que  le  hagamos  una  visita.'*  Desde 
entonces  se  preparó  a  tomar  por  la  fuerza  lo  que  se  les  ne- 
gaba por  favor. 

Sin  embargo,  en  la  mañana  siguiente  los  castellanos  pu- 
dieron notar  los  primeros  síntomas  de  una  guerra  próxima.- 
Los  indios  que  habían  afluido  los  dias  anteriores  en  núme- 
ro inmenso  para  llevar  víveres  a  Cortés  i  a  sus  compañeros, 
desaparecieron   de  las  inmediaciones  del  campamento,  lo 
que  hacia  creer  que  abrigaban  el  propósito  de  asediar  a  los^^ 
estranjf ros  por  hambre.    Pero  este  peligro  era  remoto  et 
comparación  de  otro  que  en  ese  momento   amenazaba  a  h 
espedicion   de  Cortés.  La  larga  permanencia  en  las  tierras^32 
pantanosas  de  la  costa,  la  escasez  de  provisiones  que  em —  J 
pezaban   a  esperimentar  o  talvez  los  peligros  futuros  de  la^^ 
espedicion,  produjeron  entre  los  españoles  una  repentina^s. 
consternación  de  que  se  aprovecharon   los  pocos  partida- -# 
rios  de   Velázquez  que  habia  en  el  ejército  para  tratar  df^  J 
volver  a  Cuba.  Un  pariente  del  gobernador  de  aquella  isla.  -* 
llamado  Diego  de  Ordaz,  que  desempeñaba  uno  de  los  pri-  i 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    IX  291 

Ti3cros  puestosen  las  tropas  de  Cortés,  fué  encargado  de  ma- 
nifestarle que  antes  de  penetrar  en  el  interior  del  imperio 
era  indispensable  regresar  a  esa  isla  para  abastecer  la  es- 
c  tmadra  i  buscar  nuevos  soldados.  Cortés,  que  estaba  seguro 
de  que  podia  contar  con  la  voluntad  de  sus  soldados  i  de 
la.  mayor  parte  de  sus  oficiales,  aparentó  aceptar  las  ra- 
zones de  Ordaz,  i  dispuso  el  embarco  inmediato  de  su 
ejército. 

Sucedió  lo  que  Cortés  habia  previsto  Sus  soldados,  que 
no  pensaban  mas  que  en  los  tesoros  que  les  iba  a  propor- 
cional la  conquista  del  imperio  mejicano,  estuvieron  a  pun- 
to de  amotinarse,  i  comenzaron  a  reclamar  a  gritos  la  pre- 
sencia del  jeneral.  Cortés  aparentó  una  gran  sorpresa;  i 
presentándose  a  sus  tropas  les  dijo  que  aquella  orden  habia 
emanado  de  las  representaciones  de  algunos  oficiales,  los 
cuales  le  habian  pedido  á  nombre  del  ejército  la  vuelta  a 
Cuba;  pero  que  él  estaba  dispuesto  a  seguir  adelante  en  la 
comenzada  empresa,  si  sus  soldados  querian  acompañarlo. 
Esta  declaración  fué  recibida  con  jeneral  aplauso.  Los  mis- 
ólos partidarios  de  Veláz(|uez,  encontrándose  en  mui  pe- 
queña minoría,  tuvieron  que  ace])tar  esta  resolución. 

Reconocida  su  autoridad,  el  jeneral  se  dispuso  a  abrir  la 
^Umpaña.  Pocos  dias  antes  habia  recibido  una  embajada 
d^l  jefe  de  los  totonecas  que  habitaban  al  rededor  de  Cem- 
Poalla,  en  la  rejion  del  norte.  Los  embajadores  le  habian 
comunicado  que  los  aztecas  o  mejicanos  habian  conquista- 
do poco  antes  aquel  territorio,  i  que  ejercían  sobre  ellos  un 
^«spotismo  que  los  man  tenia  violentos  por  sacudir  el  yugo. 
Esta  revelación  abrió  a  Cortés  una  risueña  perspectiva.  El 
Sí'a.nde  imperio  no  era  unido  i  compacto,  i  encerraba  en 
^^  seno  los  jérmenes  de  la  división.  El  jeneral  comprendió 
^^e  una  política  hábil  podia  convertir  en  ausiliares  a  los 
^^scontentos.  En  efecto.  Cortés  se  puso  en  marcha  con  una 
Í^Cjueña  división  para  Cempoalla,  donde  fué  recibido  en 
^^dio  de  las  aclamaciones  de  los  indíjenas.  En  sus  prime- 
^^is  conferencias,  comprometió  hábilmente  al  jefe  totoneca 
^  negarse  al  pago  de  los  impuestos  debidos  al  emperador;  i 


I 


292  HISTORIA   DE  AMÉRICA 


lo  reconcilió  en  seguida  con  una  tribu  vecina,  prometiéndc^ 
le  la  protección  de  sus  soldados.  El  cacique  (así  llamaba..^ 
los  españoles  a  todos  los  jefes  indios  recordando  el  nombr-^r 
que  se  les  daba  en  las  islas)  obsequió  a  los  castellanos;  p^^ 
ro  Corees  reclamó  que  los  indíjenas  abandonasen  el  cult^:^ 
de  sus  execrables  divinidades  que  exijian  sacridcios  hum^iK 
nos,  i  al  efecto,  mandó  que  cincuenta  españoles  subieran  - 
la  cima  de  la  pirámide  en  que  estaba  el  templo,  que  arrac» 
casen  los  ídolos  i  que  los  arrojasen  al  suelo  para  hacer  uis  ^ 
hoguera.  I^s  indíjenas,  que  habian  creido  que  la  cólera  d^ 
los  dioses  iba  a  desplegarse  contra  los  profanadores,  qu  ^ 
daron  asombrados  al  ver  que  el  cielo  no  castigaba  tamaa  ^ 
osadía,  i  concibieron  una  triste  opinión  del  poder  de  su^-S 
divinidades  comparado  con  el  de  los  misteriosos  estranj^^- 
ros.  El  santuario  fué  purificado:  en  el  lugar  que  ocupaba^  ^ 
los  ídolos  se  levantó  un  altar  donde  fué  colocada  la  imáje-  ^ 
de  la  vírjen;  i  allí  el  padre  Olmedo,  el  célebre  capellán  d^s 
ejército  de  Cortés,  celebró  con  toda  pompa  una  misa  i  dir^  i 
jió  a  su  auditorio  una  relijiosa  planea  para  recomendarl^^í 
el  culto  de  un  Dios  de  bondad,  para  el  cual  todos  los.hoiMn 
bres  son  hermanos  i  que  prescribe  el  ejercicio  de  la  caK'^ 
dad.  Estas  palabras,  esplicadas  por  los  intérpretes,  cons  '«J 
marón  el  desprestijio  de  los  dioses  mejicanos  i  facihtarc^  n 
la  propagación  del  cristianismo. 

Cortés  hahia  decidido  la  fundación  de   una   colonia.  &li- 
jió  para  ello  un  puerto  de  aquella  costa,  [)oco  mas   al  nor- 
te de  Cenipoalla.  i  le  dio  el  noml)re  de  Yillarrica  de  la  Ver^- 
cruz.     Por    mcílií)    de     una    organización     basada    en     la 
indejK'ndencia   (jue  entonces  tenían  las  municipalidades  es- 
pañolas, Cortés  rompió  los  lazos  de  aparente  subordina- 
ción íjue  lo  li<i^aban  al  gobernador  de  Cuba.   Nombró  alcal- 
des i  rejidorcs  de  la  nueva  colonia;  i  una  vez  organizado  el 
cabildo,    hizo   renuncia  del  mando  que  ejercia.  Como  debe 
suponerse.  Cortes  fué  nombrado  capitán  jeneral  del  ejérci- 
to i  justicia   mayor  de  la  ciudad.  Los  que  se  atrevieron  a 
murmurar  de  esta  elección   fueron   apresados  i   puestos  a 
bordo. 


PARTE   SEOrXDA. — CAPÍTULO   IX  293 


5.   Cortés  destruye  sus  naves.— Seguro   de  la  alianza 
cielos  totonecas,  Cortés  dio  la  vuelta  a  Veracruz  para  ade- 
I«.Titar  el  desarrollo  de  la  colonia.   Allí  encontró  una  nave 
es^pañola  mandada  por  un  aventurero  llamado  Saucedo, 
C|  xie  habia  salido  de  Cuba  con  doce  hombres  i  dos  caballos 
K^^ira  reunirse  con  Cortés.  Por  él  supo  que  Velázquez  habia 
f  ecibido  autorización  real  para  fundar  colonias  en  aquella 
F^s^irte  del  continente.  Cortés  divisó  en  todo  esto  un  gran 
Peligro:  temió  que  el  gobernadorde  Cuba  pretendiese  dispu- 
t:^rle  la  posesión  de  los  paises  que  quería  conquistar,  i  que 
^luisiera,  ademas,  presentarlo  ante  el  reicomo  un  soldado  re- 
V>elde.  Para  ponerse  a  salvo,  empeñó  a  los  majistrados  de  Ve- 
facruz  a  que  enviasen  al  rei  una  memoria  justificativa  de  su 
conducta  para  suplicarle  que  ratificara  todo  lo  que  hasta 
entonces  habia  hecho.  El  mismo  jeneral  dirijió  al  monarca 
una  relación  de  su  campaña,  que  desgraciada  mente  ha  des- 
conocido la  posteridad  ^  .  Para  dar  mas  peso  a  la  esposi- 
cion  del  cabildo,  Cortés  dispuso  que  se  agregaran  al  envío 
los  magníficos  presentes  que  habia  recibido;  i  era  tal  su 
ascendiente  sobre  sus  soldados,  que  éstos  renunciaron  gus- 
tosos su  parte  de  botin  para  hacer  al  rei  un  valioso  obse- 
quio.   Los  alcaldes  del  cabildo  se  encargaron  de  presentar 
al  soberano  aquel  valioso  presente,  el  mas  rico,  dicen  los 
historiadores,  que  hasta  entonces  hubiese  salido  del  nuevo 
mundo.  El  26  de  julio  de  1519  se  embarcaron  los  comisio- 


^  La  primera  carta  relación  de  Hernán  Cortés  parece  definitiva- 
mente perdida.  Carlos  V  la  recibió  en  Tordesíllas,  estando  en 
viaje  para  Alemania,  i  se  ha  supuesto  de  aquí  que  debía  exis- 
tir en  los  archivos  de  Viena.  Todas  las  dilijencias  que  hasta 
ahora  se  han  hecho  para  encontrarla  han  sido  inii tiles.  Felizmen- 
te, si  esa  carta  debe  tener  grande  interés  para  apreciar  el  carácter 
i  los  propósitos  de  Cortés  al  principiar  su  conquista,  su  importan- 
cia histórica  no  es  tan  grande  puesto  que  existen  otros  documen- 
tos, i  particularmente  la  carta  del  cabildo  de  Veracruz  publicada 
por  primera  vez  en  1842,  en  la  páj.  417  i  sig.  del  tomo  I  de  la  Co- 
lección de  documentos  para  la  historia  de  España,  Esta  carta 
fué  hallada  en  Viena  por  las  dilijencias  del  historiador  Kobertson. 


294  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


nados,  después  de  recibir  la  orden  de  no  acercarse  a  Cub 
durante  su  viaje. 

Mientras  Cortés  tomaba  estas  precauciones  contra  u 
peligro  remoto,  algunos  marineros  i  soldados  diríjidos  po 
uno  de  los  capellanes  de  la  espedicion,  frai  Juan  Díaz,  tn 
maban  una  conspiración  para  apoderarse  de  una  de  la 
naves  i  volverse  a  Cuba.  Uno  de  los  conjurados  descubrí 
a  Cortés  el  plan  poco  antes  de  su  ejecución.  El  jeneral  asi 
mió  entonces  la  eneijía  que  reclamaba  la  inminencia  del  p: 
ligro:  hizo  ahorcar  a  dos  de  los  principales  instigadore 
de  la  rebelión,  i  mandó  a  azotar  a  los  otros.  El  carácte 
sacerdotal  que  investia  salvó  al  capellán  de  una  pen 
igual. 

Este  complot  indujo  a  Cortés  a  tomar  una  resolución  su 
preraa.  Convencido  de  que  mientras  fuese  posible  la  vueltí 
a  Cuba,  se  vería  espuesto  a  rebeliones  semejantes,  resolvió 
cerrar  para  siempre  este  refujio.  Bajo  pretesto  de  que  su 
naves,  averiadas  por  las  tempestades  i  carcomidas  por  lo 
gusanos  del  mar,  se  hallaban  inservibles  para  la  navega 
cion  e  incapaces  de  mantenerse  a  flote  mucho  tiempo  mas 
ordenó  que  se  le  quitasen  las  jarcias,  el  velamen,  el  fierro 
todo  lo  que  fuese  aprovechable,  i  que  en  seguida  se  las  echa 
se  a  pique.  Una  sola  nave  se  salvó  de  esta  destrucción. 

La  destrucción  de  las  naves  es  sin  duda  el  incidente  ma 
notable  i  el  acto  mas  audaz  de  la  vida  de  este  hombre  es 
traordinarií).  E\  buen  éxito  ha  hecho  de  eUa  una  acción  he 
roica:  si  se  hubiera  malogrado  la  empresa  se  considerar!; 
como  un  rasgo  de  locura.  La  destrucción,  sin  embargn 
aparte  del  fin  poh'tico  que  Cortés  tenia  en  vista,  le  ofreci» 
la  ventaja  inmediata  de  dejar  disponibles  las  tripulacione 
de  las  naves. 

Cortés  se  halLaba  en  Cempoalla  cuando  recibió  la  notici; 
de  quedar  cumplidas  sus  órdenes  respecto  a  la  destruccioi 
de  la  escuadra.  Inmediatamente  se  apoderó  de  todos  lo 
es[)añoles  una  gran  consternación:  los  mismos  amigi)s  dt 
jeneral  lo  acusaron  de  haber  resuelto  su  pérdida.  Corté 
conservó  su  sangre  fria,  i  aplacó  la  tempestad    manifestar 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTUT^O   IX  295 

do  a  sus  compañeros  que  como  dueño  de  las  naves  podia 
h^cer  con  ellas  lo  que  quisiera,  que  su  destrucción  aumen- 
taba el  número  de  sus  soldados  i  que  ya  se  hallaba  en  si- 
t:iaacion  de  emprender  la  conquista.  **  Yo  me  quedo,  escla- 
m ó;  pero  si  alguno  de  vosotros  por  falta  de  valor  quiere 
volver  a  Cuba  a  contar  que  ha  abandonado  a  su  jefe,  pron- 
t,SL  está  la  última  de  mis  naves  para  trasportarlo.  Los  que 
se  marchen,  se  arrepentirán  en  breve  de  haber  abandonado 
tina  empresa  que  habia  de  darles  fama  i  riquezas*'.  El  as- 
cendiente irresistible  de  Cortés  calmó  la  cólera  de  todos: 
sus  compañeros  juraron  en  seguida  que  estaban  prontos  a 
«.oompañarlo  al  fin  del  mundo. 

6.  Cortés  gana  la  alianza  de  la  República  de  Tlas- 
CA.LA.— El  jeneral  castellano  iba  al  fin  a  emprender  la  cam- 
paña. Moctezuma  le  habia  hecho  notificar  por  tercera  vez 
<liae  no  le  permitia  avanzar  a  Méjico;  pero  Cortés  estaba 
resuelto  a  todo;  i  creyéndose  suficientemente  reforzado  con 
lc3s  ausiliares  totonecas,  resolvió  su  marcha  al  interior. 
E>ejó  en  Veracruz  una  respetable  guarnición  a  las  órdenes 
de  Juan  de  Escalante;  i  el  16  de  agosto  de  1519  rompió  la 
^íi5^rcha.  Su  ejército  se  componia  de  poco  mas  de  400  infan- 
tes, de  15  jinetes  i  siete  cañones.  El  cacique  de  Cempoalla 
Puso  a  sus  órdenes  1,300  indios  guerreros  i  1,000  tamanes 
^  cargadores  para  arrastrar  la  artillería  i  trasportar  los 
^>^ajes. 

Después  de  quince  dias  de  marcha  por  un  pais  cubierto 
de  la  mas  rica  vejetacion,  los  castellanos  llegaron  al  terri- 
torio de  la  pequeña  i  heroica  república  de  Tlascala,  que 
Conservaba  su  independencia  del  imperio  mejicano  a  pesar 
^e  largos  años  de  terribles  guerras.  Su  primer  pensamiento 
*^é  pedir  a  la  república  su  alianza;  pero  los  tlascaltecas, 
^^merosos  de  verse  sometidos  al  vasallaje  por  los  misterio- 
^c^s  estranjeros,  no  pensaron  mas  que  en  rechazarlos,  atra- 
5"^ndolos  por  engaño  para  tomarlos  de  sorpresa. 

Cortés  tuvo  noticia  de  la  disposición  hostil  de  los  tlas- 
caltecas, pero  no  se  intimidó.  Pasó  resueltamente  la  fron- 
tera de  la  república,  i  el  1"^  de  setiembre  de  1519,  sostuvo 


296  HISTORIA   DE   AMÉÜIIC4 


el  primer  ataque  en  que  quedó  vencedor  con  la  pérdida  de^^ae 
dos  caballos  i  de  uno  de  sus  soldados  que  pereció  poco^s^  s 
días  después  de  resultas  de  sus  heridas.  El  dia  siguiente  (*-  "^  2 
de  setiembre)  los  castellanos  se  encontraron  en  frente  dt^^  e 
un  ejército  mucho  mas  considerable,  mandado  por  un  gue  r^- 
rrero  joven  i  animoso  llamado  Xicotencatl  •"'  .  El  combata  ^le 
fué  terrible:  los  ejércitos  se  batieron  todo  el  dia.  Los  ca. 
ñones,  los  caballos  i  las  lanzas  de  los  castellanos  hicie 
ron  prodijios  en  las  masas  compactas  del  enemigo.  E~  ^1 
valiente  Xicotencatl  se  vio  obligado  a  abandonar  el  campe 
de  batalla  retirándose  en  buen  orden.  Cortés  no  pudo  per 
seguirlo: estableció  sus  cuarteles  en  una  colina  vecina  i  des 
pacho  nuevos  embajadores  a  proponer  la  paz.  Xicotencatl^M, 
a  la  cabeza  de  sus  tropas,  respondió  que  el  camino  de  Tlaj— juT- 
cala  no  se  abriría  a  los  españoles  sino  para  ser  conducidos    s 

a  la  piedra  de  los  sacrificios,  i  que  si  preferían  quedarse  ei ^ 

su  campo,  él  iría  a  verlos  el  dia  siguiente. 

Los  castellanos  estaban  rendidos  de  cansancio  con  e        1 

combate  del  dia  anterior  cuando  recibieron  esta  noticia 

''Cuando  aquello  vimos,  dice  Bernal  Díaz,  como  somo  ^=s 
hombres  i  temíamos  la  muerte,  muchos  de  nosotros  no  -^ 
confesamos  con  los  padres  que  toda  la  noche  estuvieron  ckt-^ 
oir  penitencia,  i  encomendándonos  a  Dios  que  nos  librase  i 
no  fuésemos  vencidos;  i  de  esta  manera  pasamos  hasta  ti^' 
otro  día"    ••. 

Al  amanecer  del  5  de  setiembre  de  1517,  el  jeneral  esp^»-  • 
ñol  pasó  revista  a  sus  tropas;  i  después  de  dirijirles  un  -^ 
breve  arenca  i  de  comunicarles  algunas  instrucciones  par  -¡^^ 
el  ataque,  dio  la  orden  de  marchar  al  encuentro  del  enemigí       ^• 


•'>  El  níímero  de  tlascal tecas  que  asistieron  a  esta  bat<i11a  es  (1 
ferente  en  los  diversos  documentos  i  relaciones.  Cortés,  en  su  se 
gunda  carta  al  emperador,  avalúa  el  ejército  enemigo  en  l(>0,Oi 
homl)res:  Gomara  en  80,000;  Bernal  Díaz  en  40,000;  Herrera 
Torquen::ula  en  sólo  .'50,000.  Las  incidencias  de  éste  i  de  otros  co 
bates  de  est.'i  guerra  varían  mucho  en  las  diferentes  historias. 

■>  Hhknal  Díaz  dkl  Castillo,  Historia   verdadera  de    la   Cn. 
(¡aístíif  caf).  LXIV. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO   IX  297 

Al  poco  rato  lo  divisaron  estendido  en  una  llanura,  ocu- 
pando una  dilatada  estension  de  terreno  ^ .   Los  dos  ejér- 
citos empeñaron  la  batalla  con  gran  furor;  pero  las  balas 
de  los  cañones  abrían  brechas  profundas  en  los  agrupados 
pelotones  de  enemigos  i  luego  los  afilados  aceros  de  Toledo 
hicieron  sobre  los  cuerpos  desnudos  de  los  indios  una  atroz 
carnicería.  El  choque  fué  terrible  i  encarnizado:  la  victoria 
estaba  indecisa  cuando  uno  de  los  jefes  indios  abandonó 
el  campo  agraviado  con  Xicotencatl,  que  lo  habia  acusado 
poco  antes  de  haberse  conducido  cobardemente  en  la  última 
batalla.   Tras  de  esc  jefe  se  retiraron  mas  de  10,000  gue- 
rreros, persuadiendo  a  otros  capitanes  a  imitar  su  ejemplo. 
El  esforzado  jeneral  tlascalteca  resistió  todavía  algún  tiem- 
po mas;  pero  disminuidas  sus  tropas  a  menos  de  la  mitad 
de  su  número,  se  vio  precisado  a  retirarse  con  buen  orden 
para  salvar  el  resto  de  su  ejército. 

Después  de  esta  nueva  victoria,  Cortés  volvió  a  renovar 
sus  proposiciones  de  paz.  Los  tlascaltecas,  lejos  de  aceptar- 
as, prepararon  con  mucha  astucia  una  sorpresa  nocturna. 
Hernán  Cortés  habia  acostumbrado  a  los  suyos  a  estar 
siempre  prestos  para  el  combate.  Dormian  en  orden  de  ba- 
talla, i  los  centinelas  guardaban  el  campo.  La  noche  desig- 
nada para  el  ataque  estaba  alumbrada  por  una  hermosa 
luna.  Al  descubrir  las  avanzadas  la  sorpresa  que  se  prepa- 
raba, los  castellanos  se  dispusieron  en  silencio  para  recha- 
2  arla.  Cortés  se  lanzó  al  encuentro  de  los  asaltantes  con  su 
caballería  i  los  aterrorizó,  obligándolos  a  huir  precipitada- 
mente. 

A  pesar  de  tan  repetid  os- triunfos,  los  españoles  se  encon- 
traban rendidos  de  cansancio  i  de  fatiga;  i  el  desaliento  co- 
menzaba a  cundir  en  sus  filas.  Cortés,  sin  embargo,  aunque 
enfermo  i  disgustado  por  el  número  de  heridos  que  tenia  en 
su  ejército,  permanecia  siempre  en  la  resolución  de  llevar 


<  Cortés  avalúa,  en  la  carta  citada,  este  segundo  ejército  en  150- 
mil  hombres,  cifra  que  han  seguido  muchos  historiadores;  Bemal 
Díaz  lo  estima  sólo  en  50,000. 


293  HISTORIA  I)p:  América 


adelante  la  comenzada  empresa.  De  nuevo  volvió  a  ofrece-^^  ei 
la  paz  a  los  tlascaltecas;  i  el  senado  de  la  república,  finjiei":^  :n 
do  aceptarla,  mandó  una  embajada  solemne  al  campo 
los  castellanos  con  una  abundante  provisión  de  víveres. 

La  alegría  renació  en  el  campamento;  pero  doña  Marín 
habia  observado  que  aquella  misión  de  los  tlascaltecas  er — ^  n 
una  estratajema  i  que  sus  embajadores  eran  espías.  Cort^^  -éi 
adquirió  la  prueba,  i  devolvió  los  emisarios  después  de  h^^  a 
berles  hecho  cortar  las  manos.  **Decid  a  vuestro  je neral,  le^^  eí 
dijo  al  despedirlos,  que  puede  venir  de  noche  i  de  dia  poi^  ••r- 
que  siempre  estamos  prontos  para  recibirlo."  Xicotencat^'  -ti 
cre\'6  que  los  misteriosos  estranjeros  sabian  penetrar  c^-a^  el 
pensamiento  de  los  demás  hombres:  desesperó  de  poderlos  ^s 
vencer  por  la  fuerza  o  por  la  astucia  i  convino  en  acepta  -^r 
la  paz  El  ejército  castellano  hizo  su  entrada  solemne  ei^  "n 
Tlascala,  sometiéndose  sus  habitantes  a  la  corona  de  Caj — -  '- 
tilla  i  obligándose  a  ayudar  a  Cortés  en  sus  futuras  euiM  "  i- 
presas. 

Los  castellanos  permanecieron  muchos  dias  en  aquellu  i 
ciudad  para  reponerse  de  los  quebrantos  i  fatigas  ocasioK=:=5- 
nados  por  tan  penosa  campaña.  Durante  este  tiempo,  Coi — :^=^" 
tés  tuvo  el  ])ensamiento  de  destruir  los  ídolos  de  Tlascala  > 
de  escablecer  el  culto  cristiano  en  la  república.  Irritado  po"      ^ 

la  resistencia  de  sus  habitantes,  el  jeneral  español  se  prepa * 

raba  para  purificar  los  templos  a  fuerza  armada;    |3ero  la^^  ^ 
representaciones  de  algunos  de  sus  oficiales  i  del  padre   01 
inedo.  primer  ca])ellan  de  la  es|jedicií)n,  templaron  el  ardo-       ^ 
de  su  celo  relijioso.  Al  fin  convino   solamente  en   levanta      — ^ 
una  cruz  i  un  altar  doi.tle  los  castellanos    pudiesen  practi^^"  ^' 
c:ir  públicamente  su  relijion. 

7.  ALvKCHA  soHRK  Mkjico;  matanza  de  Choiatla.—  Av^^  ^" 
tos  de  la  entrada  en  Tlascala,  Cortés  habia  recibido  un^^-  ^ 
einbajada  compuesta  de  cinco  altos  personajes  del  imperic:^  ^ 
mejicano  i  de   una   «i^ran  comitiva  de  esclavos.  Llegabaí^^  " 

cargados  de  presentes  enviados  por  Moctezuma.    Las  soi ^' 

prendentes  victorias  de  este  piulad  j  de  estranjeros,  la   des-=^^' 
niemhracion  del  imperio  que  comenzaba  a  operarse,  i  el  pe  ""^" 


/ 


PARTE    SECrUXDA. — CAPÍTULO    IX  299 


jro  jeneral  que  lo  amenazaba,  habían  aumentado  las 
igustias  del  infortunado  monarca;  i  sus  enviados  tenían 
icargo  de  hacer  a  su  nombre  el  ofrecimiento  de  reconocerse 
ibutarío  del  reí  de  España  sí  consentía  en  alejarse  de  su 
iperio.  Cortés  repitió  fríamente  la  misma  respuesta  que 
i  antes  había  dado,  esto  es,  que  tenia  orden  de  su  sobe- 
.no  para  llegar  hasta  la  capital. 

Los  embajadores  aztecas  fueron  testigos  de  los  últimos 
nnbates  entre  las  tropas  de  Cortés  i  los  guerreros  de  Tlas- 
.la,  i  quedaron  muí  descontentos  al  saber  la  celebración 
í  la  paz  con  aquella  república.  Cuando  comunicaron  estos 
ontecímientos  al  emperador,  i  cuando  éste  supo  que  los 
tranjeros,  lejos  de  ser  los  descendientes  de  un  dios  mejica- 
),  ultrajaban  a  todas  las  divinidades  del  imperio  arro- 
ndolas  de  sus  templos  como  lo  habian  hecho  en  Cempoa- 
L,  Moctezuma  se  preparó  para  tenderles  un  lazo.  Resolvió 
viar  una  nueva  embajada  a  Cortés  para  invitarlo  a  lie- 
ir  hasta  la  capital,  suplicándole  al  mismo  tiempo  que  no 
lebrase  tratado  alguno  con  los  tlascaltecas. 
Tan  luego  como  las  tropas  castellanas  estuvieron  en  es- 
do  de  seguir  la  marcha,  Cortés  se  puso  en  viaje  para  Mé- 
o.  Los  tlascaltecas  le  advirtieron  el  peligro  que  corría  sí, 
.do  en  la  palabra  del  emperador  se  atrevía  a  pisar  su 
rritorío.  El  jeneral  español  no  trepidó,  sin  embargo;  i 
isílíado  por  un  cuerpo  de  seis  mil  tlascaltecas,  avanzó 
.sta  Cholula,  que  era  considerada  como  la  ciudad  santa 
1  imperio,  i  en  donde,  según  le  aseguraron  los  embajado- 
3,  Moctezuma  había  mandado  disponer  grandes  prepara- 
ros para  recibirlo.  Los  castellanos,  en  efecto,  fueron  reci- 
ios  con  suma  benevolencia;  pero  el  emperador,  habiendo 
bido  por  los  oráculos  que  Cholula  debía  ser  la  tumba  de 
5  estranjeros,  envió  secretamente  la  orden  de  hacerlos 
recer. 

Los  aliados  tlascaltecas  no  habian  sido  admitidos  en  la 
idad  santa,  i  quedaron  acampados  a  poca  distancia  de 
población,  Dos  de  ellos  entraron  disfrazados  i  dieron  a 
3rtés  la  noticia  de  que  cada  noche  salían  de  la  ciudad  mu- 


300  HISTORIA    DE  AMÉRICA 


chas  mujeres  i  niños  de  las  familias  mas  distinguidas,  i  quo»^  -Me 
en  el  templo  principal  habian  sido  sacrificados  seis  man  ^«-n- 
cebos,  lo  que  se  practicaba  cuando  se  iba  a  cometer  alguna  msl 
empresa  militar.  Doña  Marina,  ademas,  descubrió  que  cercs.  -^ra 
de  la  ciudad  estaba  acuartelado  un  cuerpo  de  tropas  meji-  pi- 
canas, que  se  abrian  fosos  profundos  cubriéndolos  lijera^r:^!- 
mente  para  que  cayesen  en  ellos  los  caballos,  i  que  en  la  -^^^s 
azoteas  se  reunian  armas  i  piedras  para  dispararlas  sobr — ^rre 
los  españoles  cuando  llegara  d  momento  de  dar  el  golpe^^  e- 
Cortés  comprendió  la  gravedad  del  peligro  i  se  decidió  s-  a 
adelantarse  a  sus  enemigos  para  aterrorizarlos.  Para  cer  ^^- 
ciorarse  de  la  conspiración,  reunió  algunos  sacerdotes  i  lo  ^c3s 
obligó  por  medio  de  halagos  a  descubrir  el  complot.  Le  — ===?s 
recomendó  el  secreto,  i  les  anunció  que  al  dia  siguiente  de  -^s- 
jaria  la  ciudad.  Entre  tanto  habla  reunido  sus  tropas,  a^s==sí 
españolas  como  ausiliares,  i  hecho  avanzar  secretamente  ^=-  ^ 
a  los  tlascaltecas  a  fin  de  que  se  hallaran  prontos  par^^s-  ^ 
ayudarlo. 

El  ejército  español  pasó  la  noche  sobre  las  armas,  esp 
rando  un  asalto  de  sorpresa.  Al  amanecer  del  siguiente  du 
llegaron  a  su  cuartel  los  principales  señores  de  Cholula  — ^« 
seguidos  de  una  grande  escolta  de  indios  que  debian  servi'  ^ 
para  el  carguío  de  los  bagajes  de  los  españoles.   Cortés  lo^-     ^ 

hizo  entrar  a  un  patio,  puso  centinelas  en  todas  las  puei '' 

tas;  montado  en  su  caballo  de  batalla,  les   recordó  que  él  ^ 

sus  compañeros  habian  entrado  a  Cholula  como  amigos   ^=^==' 
i  les  declaró  (jue  conocia  sus  pérfidos  proyectos.    Los  seño    '^' 
res  de  la  cuidad,   sobrecojidos  de  estupor,  no  se  atrevíeroi  ^^^^ 
a  negar  su  traición.  Creían  cjiíe  los  blancos  eran  seres  sobre   ""í^^** 
naturales    cjue  adivinaban   el   pensamiento   de  los  demas^    -^ 
hombres.  Trataron  sólo  de  disculparse  acusando  al  efectc-^^^^ 
a  los  embajadores  de   Moctezuma;   pero   Cortés   finjió  nd--^^*^ 
creer  en  la  culpabilidad   de  éstos,  i  dio  la  señal  convenida      ^^' 
que  era   un  disparo  de   arcabuz.  Las  tropas  se  pusieron  er^^" 
movimiento,  i  cayeron  de  impnjviso   sobre  los  indios  agru     ^^' 
piídos  en  el   patio.    Los  habitantes  de  Cholula,  al  saber  e 
ataque  de  ((ue  eran  víctimas  sus  compatriotas,    acudieroir^r^^ 


PARTB   SEGUNDA. CAPÍTULO   IX  301 

le  golpe  a  las  puertas  del  cuartel;  pero  el  jeneral  español 
labia  distribuido  la  artillería  hábilmente,  i  las  balas  de  ca- 
lón destrozaban  los  grupos  de  jen  te  inerme.  Los  tlascal  te- 
as habian  acudido  también  a  la  señal  convenida,  i  ataca- 
)an  por  la  espalda  a  las  masas  del  pueblo  que  parecia  querer 
lusiliar  a  los  que  sucumbían  en  el  patio  del  cuartel.  La  car- 
licería  fué  espantosa:  las  calles  quedaron  sembradas  de  ca- 
la veres  i  cubiertas  de  charcos  de  sangre.  Los  castellanos 
cusieron  fuego  a  los  templos,  en  donde  perecieron  bajo  sus 
uinas  muchos  sacerdotes  i  algunos  jefes.  El  saqueo  se 
;iguió  a  la  matanza  durante  dos  dias consecutivos.  Se  com- 
puta en  seis  mil  el  número  de  indios  muertos  en  aquella  te- 
rrible jornada. 

Después  de  la  carnicería,  Cortés  puso  en  libertad  a  los 
majistrados  de  la  ciudad,  les  vituperó  su  perfidia  i  les  de- 
claró que  les  perdonaba  a  condición  de  que  restableciesen 
el  orden  público  i  de  que  llamasen  a  Cholula  a  los  habitan- 
tes que  habian  huido.  Con  esto  dio  por  terminado  el  casti- 
go de  la  ciudad,  i  se  preparó  para  seguir  su  marcha  a  Mé- 
jico. En  el  camino,  los  castellanos,  rodeados  del  prestijio 
de  invencibles,  eran  recibidos  como  libertadores  que  llega- 
ban a  destruir  la  opresión  del  imperio.  Cortés,  que  habia 
concebido  lisonjeras  esperanzas  al  notar  el  descontento  de 
algunas  provincias  lejanas,  creyó  entonces  que  la  conquis- 
ta del  imperio  era  mas  fácil  de  lo  que  se  pensaba,  puesto 
que  en  todas  partes  la  autoridad  real  era  detestada. 

8.  Los  ESPAÑOLES  OCUPAN  A  MÉJICO.— El  ejército  de  Cor- 
tés siguió  su  marcha  triunfal  hasta  la  hermosa  campiña 
que  rodeaba  los  lagos  mejicanos.  A  poca  distancia  de  ellos 
se  levantaban  selvas  verdes  de  árboles  jigantescos,  i  mas 
lejos  se  veian  los  campos  cultivados  de  maiz  i  de  aloes,  i 
los  jardines  cubiertos  de  flores.  Las  orillas  de  los  lagos  es- 
taban bordadas  de  ciudades  i  de  aldeas,  i  en  el  centro  del 
mayor,  el  de  Tezcuco,  se  levantaba  la  soberbia  Méjico  con 
sus  templos  de  forma  piramidal  i  sus  ostentosas  construc- 
<:iones.  Los  castellanos  contemplaban  llenos  de  entusias- 
mo ese  espléndido  panorama.  Creian  haber  llegado  a  la 


302  HISTORIA   DE   AMÉRICA 


tierra  prometida,  i  marchaban  llenos  de  confianza  como  si 
no  hubiera  peligro  alguno  que  temer. 

Cortés,  a  la  cabeza  de  sus  jinetes,  formaba  la  vanguar- 
dia. En  seguida  marchaba  la  infantería  española  con  sus 
banderas  desplegadas.  Los  bagajes  i  los  cañones  ocupaban 
el  centro;  i  tras  de  ellos  la  espesa  columna  de  guerreros 
tlascaltecas  i  totonecas  cerraba  la  marcha. 

Ningún  enemigo  se  habia  opuesto  al  paso  de  los  caste- 
llanos. En  las  ciudades  a  que  llegaban  eran  recibidos  os- 
tentosamente, i  en  todas  partes  encontraban  emisarios  i 
parientes  del  emperador  que  les  tenían  preparada  una  be- 
névola acojida.  Ix)s  españoles  penetraron  en  el  istmo  que 
separaba  los  lagos  de  Tezcaco  i  de  Ghalco,  i  entraron  en 
una  espaciosa  i  larga  calzada  que  servia  de  comunicación 
con  la  capital  del  imperio,  hasta  hallarse  a  media  legua  de 
la  ciudad  (8  de  noviembre  de  1519).  "Aquí  me  salieron  a 
ver,  dice  Cortés,  hasta  mil  hombres  principales,  todos  ves- 
tidos de  una  manera  i  hábitos  bien  ricos,  cada  uno  hacia 
en  llegando  a  mí  una  ceremonia,  que  ponia  cada  uno  la 
mano  en  la  tierra  i  la  besaba;  i  así  estuve  esperando  casi 
una  hora.  Junto  a  la  ciudad  está  una  puente  de  madera  de 
diez  pasos  de  anchura:  pasada  esta  puente,  nos  salió  a  re- 
cibir aquel  señor  Moctezuma,  con  hasta  doscientos  seño- 
res todos  descalzos  i  vestidos  de  otra  librea  bien  rica.  Ve- 
nian  en  dos  procesiones  mui  arrimados  a  las  paredes  de  la 
calle,  que  es  mui  ancha,  mui  hermosa  i  derecha;  i  el  dicho 
Moctezuma  venia  por  medio  con  dos  señores,  el  uno  a  la 
mano  derecha  i  el  otro  a  la  izquierda;  el  uno  era  su  herma- 
no. Moctezuma  iba  calzado  i  los  otros  dos  señores  descal- 
zos. Como  nos  juntamos,  yo  me  apeé  i  le  fui  a  abrazar  solo; 
e  aquellos  dos  señores  me  detuvieron  para  que  no  le  toca- 
se; i  ellos  i  él  hicieron  así  mismo  ceremonias  de  besar  la 
tierra.  Al  tiempo  que  yo  lleg^ué  a  hablar  a  Moctezuma,  me 
quité  un  collar  que  llevaba  de  margaritas  i  diamantes  de 
vidrios  i  se  lo  eché  al  cuello;  i  vino  un  servidor  su\-o  con 
dos  collares,  i  Moctezuma  se  volvió  a  mí  i  me  los  echó  al 
cuello,  i  tornó  a  seguir  por  la  calle  hasta  llegar  a  una  mui 


TARTB    SEGUNDA. — CAPÍTULO    IX  303 


grande  i  hermosa  casa,  que  él  tenia  para  nos  aposentar 
bien  aderezada.  E  allí  me  tomo  por  la  mano  i  me  llevó  a 
una  gran  sala  i  me  hizo  sentar  en  un  estrado  mui  rico''  ^. 
Después  de  esta  ceremonia,  el  emperador  se  alejó  con  sus 
sirvientes,  prometiendo  volver  en  breve  a  visitarlo. 

En  efecto,  antes  de  mucho  rato  se  presentó  de  nuevo 
Moctezuma  acompañado  de  unos  pocos  señores,  i  entabló 
su  primera  conferencia  con  el  jeneral  español.  El  empera- 
dor queria  saber  de  dónde  venian  i  cuál  era  el  objeto  del 
viaje  de  estos  misteriosos  estranjeros.  Cortés  satisfizo  sus 
preguntas  diciéndole  que  el  deseo  de  conocer  a  tan  alto  em- 
perador i  de  difundir  la  relijion  cristiana  lo  habia  llevado 
hasta  Méjico;  i  como  Moctezuma  hubiera  hablado  de  las 
antiguas  tradiciones  que  recordaban  la  existencia  de  un 
Dios  que  al  alejarse  de  la  tierra  habia  prometido  mandar 
mas  tarde  a  sus  descendientes.  Cortés,  sin  apoyar  esta 
creencia,  procuró  mantenerla  como  un  elemento  de  poder. 

Los  primeros  dias  se  pasaron  en  obsequios  i  visitas.  El 
emperador  hizo  a  Cortés  valiosísimos  presentes.  Los  es- 
tranjeros pudieron  visitar  libremente  la  ciudad,  admirar 
sus  monumentos  i  estudiar  las  costumbres  i  la  civilización 
de  sus  habitantes.  Su  sorpresa  casi  excede  a  toda  descrip- 
ción. Estaban  persuadidos  de  que  los  indios  del  nuevo 
mundo  eran  seres  de  una  naturaleza  inferior  al  resto  de  los 
hombres:  la  vista  de  la  cultura  i  de  la  grandeza  de  los  meji- 
canos los  colmó  de  admiración  i  de  asombro.  Cortés  visitó 
el  templo  de  la  capital;  i  no  pudiendo  persuadir  a  Moctezu- 
ma a  que  renunciara  al  culto  de  sus  abominables  divinida- 
des, pudo  al  menos  construir  en  el  palacio  en  que  estaban 
sus  tropas, una  capilla  para  el  ejercicio  de  los  ritos  del  cris- 
tianismo. 

9.  Prisión  de  Moctezuma.— La  inspección  de  la  ciudad 
hizo  conocer  a  Cortés  la  enormidad  del  peligro  de  que  se 
hallaba  rodeado.   Méjico  tenia  una  población  de  300,000 


»   Carta  segunda  de  Cortés,  páj.  79  i  80  de  la   Colección  de  Lo— 
RK.NZA.NA,  Méjico,  1770. 


304  HISTORIA    I)B    AMÉRICA 


almas;  i  no  era  difícil  presumir  que  el  dia  en  que  el  descoi 
tentó  de  los  mejicanos  se  hiciera  sentir,  el  ejército  españocr^^ol 
seria  sofocado  por  las  espesas  masas  de  indios.  La  situa^^s-a- 
cion  de  la  ciudad  favorecia  cualquier  proyecto  de  resistencia,  üa 
contra  los  invasores.  Colocada  en  el  centro  de  un  espacióse^  ^so 
lago,  la  capital  estaba  comunicada  por  la  tierra  por  medica  *o 
de  calzadas  que  los  indios  podian  cortar  fácilmente  par^^     a 
impedir  la  retirada  a  Cortés  i  sus  compañeros.   Los  caste-  -^i^- 
llanos  ademas  conocian  de  sobra  que  no  era  el  arrojo  loqu^^  *e 
faltaba  a  aquellos  indios;  i  habian   visto  por  sus  propio^s  *s 
ojos  los  almacenes  de  armas  que  el  emperador  tenia  en  \h — éUi 
capital. 

Cortés  comprendió  perfectamente  que  sólo  la  audacia 
podia  salvarlo  de  tan  azarosa  posición.   Algunos  de  sus 
compañeros  opinaron  que  con  venia  salir  secretamente  de  h 
ciudad  i  situarse  a  las  orillas  del  lago  para  tener  espedit 
la  retirada.   Cortés  propuso,  sin  embargo,  un  arbitrio  mu 
clio  mas  atrevido.   **Me  pareció,  dice  él  mismo,  queconve 
nia  al  real  servicio  i  a  nuestra  seguridad   que  aquel  señoi^^ 
(Moctezuma)  estuviese  en  mi  poder,  i  no  en  toda  su   liber- 
tad, porque  no  mudase  el  propósito  i  voluntad  quemostra-—     -" 
ba,  mayormente  que  los  españoles   somos  algo   inconi[)or 
t.'ibles  e  imi)ortunos,  c  ¡)or(|ue  enojándose  nos  podría  hace^^  ^ 
mucho  daño,  i  tanto   Cjiíe  no  ovicse   memoria  de  nosotros 
según  su  gran  poder"  •'.  Los  mas  resueltos  de  sus  capitanes 
apovíiron  esta  determinación. 

Antes  (le  su  entrada  a  Méjico,  Cortés  había  sabido  que 
Qualpopoca,  jeneral  azteca  que  niandíiba  en  las  provincias 
inmediatas  a  la  cosía  liabia  dado  muerte  a  dos  españoles^  -^• 
El  capitán  fuau  de  liscalantc,  (jue  mandaba  la  guarnicioirr^  ^^ 
de  Veracruz.  liahia  nuuvhado  a  vengar  este  ultraje  i  en  uii^^  ^^ 
combate  (|ue  tuvo  con  los  mejicanos  los  destrozó  completa-^  -' 
mente,  aunque  con  la  ¡jcrdida  de  siete  sokUidos.  Qual[)opo — -  " 
ca,  ademas,  dio   muerte  a  un  prisionero  castellano  (jue  ha- — ' — 


'♦  (,'arta   se<íuiula  de  Corles,  páj.  S4-  de  la  Colección  de  Lorenza — ' 
NA,  Méjieo.  1  770. 


PARTE   8RGÜNDA.— CAPITULO   IX  305 


n'a  cojido,  e  hizo  pasear  su  cabeza  para  probar  que  los 
lístenosos  estranjeros  no  eran  inmortales.  El  bizarro  Es- 
alante habia  muerto  de  resultas  de  sus  heridas,  a  la  vuel- 
Fi  de  esta  campaña. 

Este  suceso  que  recordaba  a  Cortés  los  peligros  de  su  si- 
uacion,  le  dio  pretesto  para  ejecutar  el  gol[)e  de  mano  que 
enia  proyectado.  Una  mañana  (15  de  noviembre  de  1519), 

la  hora  que  acostumbraba  visitar  a  Moctezuma,  se  diri- 
ó  al  palacio  de  éste  acompañado  por  cinco  de  sus  mas 
istinguidos  oficiales,  dejando  dada  la  orden  de  que  sus 
oldados  estuvieran  distribuidos  convenientemente  par*» 
•currir  al  primer  llamamiento.  El  emperador  lo  recibió  con 
a,  atención  habitual;  pero  Cortés,  tomando  un  tono  dis- 
into  del  que  hasta  entonces  habia  empleado,  le  reprochó 
1  atentado  cometido  contra  los  españoles,  pidiéndole  una 
eparacion  pública.  Np  le  bastó  que  Moctezuma  diera  la 
»rden  de  hacer  venir  a  la  capital  al  jefe  que  habia  ofendido 
L  los  castellanos;  porque  Cortés  llevaba  sus  pretensiones 
lucho  mas  adelante.  Pidióle  en  seguida  que  abandonara 
u  palacio  i  fuese  a  vivir  en  medio  de  los  españoles,  como 
3  único  que  pudiera  calmar  la  irritación  que  entre  éstos 
abia  producido  la  noticia  del  asesinato  de  sus  compa" 
riotas. 

M  octezuma  se  qtiedó  frió  al  oir  tt\T\  temeraria  exijencia: 
u  rostro  tomó  la  palidez  de  la  muerte,  i  sólo  después  de 
m  instante  de  silencio  pudo  hablar  con  la  indignación  que 
*  producia  el  ver  ultrajada  su  dignidad. — **¿Dónde  se  ha 
ido  decir  jamas,  esclamó,  que  un  rei  tan  grande  como  yo 
laya  abandonado  voluntariamente  su  palacio  para  cons- 
ituirse  prisionero  en  mano  de  los  estranjeros?  Aun  que 
'o  consintiese  en  pasar  por  tal  vergüenza,  mis  subditos  no 
o  soportarían  jamas'*.  ^^  Su  negativa,  sin  embargo,  no 
ué  tan  firme  como  parecía  anunciarlo  su  irritación.  Cortés 
le. espuso  que  no  pretendía  retenerlo  como  prisionero,  i  que 


10  Fernando  cíe  A  Iva  Ixtlilxochilt  Histoire  des  Chicheméques, 
traducido  por  H  Ternaux-Conipans,  tom.  II,  chap.  LXXXV. 
TOMO   I  20 


306  mirroKiA  db  AvteiCA 


sn  permanencia  en  el  cuartel  español  importaría  sólo  tt.   "■ 
cambio  de  habitación,  puesto  que  desde  allí  seguiría  de^^ 
pachando  los  negocios  del  imperío.  Moctezuma  comenz-^i^ 
a  ceder:  ofreció  primero  entregar  a  sus  hijos  por  rehene^^. 
pero  la  discusión  se  alargaba  demasiado,  sin  que  los  ca^s 
tellanos  lograran  reducirlo.   Xo  era  posible,  sin  embargos  , 
Tolver  atrás:  los  oficiales  de  Cortés  llevaron  la  mano  a  1^^ 
empuñadura  de  sus  espadas,  i  uno  de  ellos,  el  capitán  Juar^ 
Velázquez  de  León,  diríjiéndose  a  Cortés,  esclamó: — **¿Qu^F 
hace   vuesa   merced  con  tantas  palabras?  O  le  llevamos 
preso  o  le  daremos  de  estocadas."  '*   Moctezuma  no  com.  — 
prendió  estas  palabras;  pero  el  aire  amenazador  con   qu^ 
fueron  acom|l!añadas,  lo  llenó  de  terror.  Se  dispuso  seguid" 
a  los  castellanos;  pero  como  creia  contrarío  a  sn  dignidad 
atravesar  a  pié  las  calles  de  la  capital,  ^*  pidió  su  literal, 
para  trasladarse  al  cuartel  de  los  españoles.  Los  nobles 
que  le  servian  de  guardia  quedaron  estupefactos.  En  la  ca— 
lie,  la  multitud  lo  vio  pasar  como  aterrorízada  a  la  vista, 
de  un  sacrílejio  abominable.  Sin  embargo,  nadie  se  movid 
porque  Moctezuma  contuvo  la  cólera  de  sus  subditos  que 
querísm  correr  a  las  armas. 

Los  españoles  conservaron  al  emperador  las  insignias 
de  la  soberanía,  el  poder  absoluto  para  el  gobierno  de  sos 
vasallos  i  el  ostentoso  lujo  de  la  corte;  pero  desde  ese  mo- 
mento, Moctezuma  no  fué  mas  que  el  instrumento  de  sus 
carceleros.  Autorizó  a  los  españoles  para  hacer  diversas 
correrías  de  esploracion  en  el  interior  de  su  imperio,  i  se 
prestó  dócilmente  a  todas  sus  exijencias  para  proveerlos  de 
escoltas  en  estas  espediciones.  Tal  vez  Cortés  pensaba  ya  en 
adelantar  los  reconocimientos  jeográficos  i  llegar  hasta  el 
mar  que  habia  descubierto  Balboa. 

A  pesar  de  que  trataba  al  emperador  con  todas  las  ma- 


11  Brrn'al  Díaz  del  Castillo,  flistoria  verdadera  de  Ai  con' 
quistíi 

12  "Jamas  puso  sus  pies  en  el  suelo,  sino  siempre  llevadlo  en 
hombro  de  señores."  Acosta,  Historia  natural  i  moral  de  las  /n- 
J/as,  lib.  Vil,  cap.  XX 11. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTTíTíO    IX  307 

nifestaciones  esteriores  de  respeto,  Cortés  no  le  ahorró 
ninguna  humillación.  Qualpopoca  fué  juzgado  por  los  cas- 
1  l^uios  en  un  consejo  de  guerra  i  condenado  a  ser  quemado 
\rivo.  Ps>cos  momentos  Antes  del  suplicio,  entró  el  jeneral 
es^pañol  en  la  habitación  de  Moctezuma,  i  después  de  anun- 
cíi^rle  que  los  culpables  lo  acusaban  a  él  de  haber  recibido 
^rden  de  asesinar  a  los  castellanos,  mandó  a  un  soldado 
C|  uele pusiera  unos  grillos  que  llevaba  preparados.  El  dolor 
í  1  a  desesperación  que  este  crudo  vejamen  produjo  en  el  alma 
^^"1  infortunado  monarca,  no  se  calmaron  hasta  que  Cor- 
tas, después  de  la  ejecución  de  Qualpopoca  i  de  sus  compa- 
í^ Ciras,  mandó  que  se  le  quitasen  las  cadenas.  Moctezuma, 
^vxc  habría  podido  levantar  muchos  millares  de  hombres 
<^<^iitra  ese  puñado  de  insolentes  estranjcros,  dio  humilde- 
í^^ ente  las  gracias  a  Cortes  porque  lo  dejaba  de  nuevo  en 
^ria  aparente  libertad. 

19.  Moctezuma  se  reconoce  vasallo  del  reí  de  Es- 
^A.NA. — La  prisión  de  Moctezuma  produjo  gran  sorpresa 
^»i  todo  el  imperio.  Un  sobrino  suyo  llamado  Cacamaca, 
Tue  reinaba  en  Tezcuco  no  pudo  reprimir  su  indignación 
1  Comenzó  a  organizar  la  resistencia,  a  pesar  de  las  órde- 
nes del  emperador  con  que  desde  su  cautiverio  trataba  de 
evitar  toda  revuelta;  pero  traicionado  por  uno  de  sus  her- 
manos, el  infeliz  príncipe  fué  retenido  prisionero  en  el  mis- 
^o  cuartel  en  que  se  hallaba  Moctezuma. 

Libre  de  todo  embarazo  por  esta  parte.  Cortés  llegó  a 
^xijir  del  desgraciado  emperador  un  último  sacrificio,  el 
reconocimiento  espreso  i  formal  de  la  soberanía  de  Carlos 
de  Austria  sobre  el  imperio  mejicano.  Moctezuma  estaba 
tan  abatido  que  no  opuso  resistencia  alguna  ^-í  Todos  los 
grandes  del  imperio  fueron  convocados  para  una  especie  de 


^^  box  Antonio  dr  Solis  en  el  cap.  III  del  lih  IV  de  su  Historia 
^^  hi  conquista  (le  Méjico,  refiere  que  Moctezuma  ofreció  espontá- 
*^eamente  este  reconocimiento;  pero  en  este  punto,  comoen  muchos 
^trcjs,  el  ampuloso  i  retórico  historiador  está  exi  abierta  contra- 
^i^^cion  con  los  documentos  i  con  las  relaciones  mas  autorizadas. 


i 

808  niRTORIA    DE   AMÉRICA 


parlamento  que  tuvo  lu«íar  en  una  espaciosa  sala  del  cii  ^lt- 
tel  español.  Desde  lo  alto  de  su  trono,  Moctezuma  les  r'^- 
cordó  las  tradiciones  relíjiosas  que  liabian  atormen tríelo 
su  espíritu  desde  el  arribo  de  los  estranjeros. '*0s  ae^3  «"• 
dais,  les  dijo,  que  el  dios  Qiietzalcoat!,  al  alejarse  de  la  t  i<^' 
rra,  anunció  que  volvería  a  recobrar  su  autoridad  en  merl  i  <^ 
de  nosotros.  Ha  llegado  el  tiempo  predicho:  estos  Hot'kt 
bres  blancos  vienen  de  los  paises  situados  mas  allá  de  Ict>8 
mares,  i  revindican  para  su  rei  el  poder  supremo  de  nue^** 
tro  pais.  Espero  de  vosotros  que  me  deis  la  illtima  pruet>  ^ 
de  sumisión.  Obedeced  al  gran  príncipe  que  reina  en  lí^»-S 
rejiones  donde  nace  el  sol,  i  en  su  ausencia  al  capitán  qi^»^ 
él  ha  enviado:  pagadle  los  tributos  que  me  dabais  i  preno- 
tadles los  servicios  que  acostumbrabais  ofrecer  a  vuestx^^ 
soberano". 

Al  terminar  estas  palabras,    la    emoción    i   los   soll*-^* 
Z08  ahogaron  su  voz.   A  la  vista  de  aquel  espectáculo,  lc:>s 
nobles  no  pudieron  contenerlas  lágrimas,  i  le  respondieron 
que  puesto  que  tales  eran  sus  órdenes,  ellos  estaban  di^" 
puestos  a  obecerlas.   En  seguida  prestaron  el  reconocimicr  ii' 
to  de  vasallaje  con  todas  las  solemnidades  acostumbrad^^?- 
i  el  escribano  de  la  espedicion  levantó  el  acta  que  debia    ^^* 
raitirse  al  rci  de  España.  Los  mismos  castellanos  no  pud  ^^' 
ron  mirar  serenos  la   triste  escena  de  aípiel  injustifical  ^'^ 
despojo.    "Oueríanioslo  tanto  a  Moctezimia,  (jue  a   no^<^^' 
tros  de  verle  llorar  se  nos  enternecieron  los  ojos,  i  sóida  «-'^^ 
hubo  que  lloraba  tnnto  como  Moctezuma;   tanto  era       ^^ 
amor  que  le  teníamos"  ^^. 

Al  reconocimiento  del  vasallaje  se  siguió  la  recolección  ^^^ 
presentes  i)ara  remitir  al  rei  de  España.  Los  mejicanos  rr^'^* 
se(|UÍaron  no  sólo  enorm^^s  cantidades  de  oro  i  plata  si  '•^^' 
también  muchos  objetos (jiie  ellos  consideraban  sin  duda  '^^' 
mas  valor.  Cortés  apartó  las  alhajas  i  adornos  ([ue  se  cX  ^^* 
tinguian  ])or  la  belleza  clcl  tral)ajo,  i  con  el  resto  de  losi:^  '^^' 
tales  ])reciosos,    reunió  la   suma  de  G0(),()00   pesos  de  <  »  ''' 


1^  HEK.NAr.  DÍAZ,  cap.  CI. 


PARTE   SBGÜNDA. — CAPÍTULO   IX  309 


(mas  de  dos  millones  de  nuestra  moneda).  De  ella  se  apar- 
taron el  quinto  del  reí  i  el  ^e  Cortés,  i  la  cantidad  necesa- 
ria para  el  pago  de  las  anticipaciones  hechas  en  Cuba  para 
el  apresto  de  la  espedicion:  el  resto  fué  repartido  entre  los 
oficiales  i  soldados. 

Cortés,  entre  tanto,  no  habia  descuidado  su  situación  mi* 
litar.  Temiendo  que  en  caso  de  una  sublevación  jeneral  los 
indios  cortasen  las  calzadas  o  retirasen  los  puentes  levadi- 
zos, habia  comenzado  desde  tiempo  atrás  la  construcción 
de  dos  naves  que  podían  facilitarle  la  retirada.  Para  no 
inspirar  recelos  a  los  mejicanos,  habia  referido  a  Moctezu- 
ma las  maravillas  del  arte  de  la  navegación  i  le  habia  pro- 
metido construir  dos  palacios  que  surcasen  las  aguas  sin 
el  ausilio  de  los  remos.  Hizo  traer  de  Veracruz  una  parte 
de  los  aparejos  de  su  escuadra,  i  con  las  maderas  que  abun* 
daban  en  las  orillas  del  lago  de  Tezcuco,  contruyó  dos  ber- 
gantines en  que  el  mismo  Moctezuma  visitó,  siempre  acom- 
pañado de  una  fuerte  escolta,  los  pueblos  situados  en  lad 
riberas  del  lago. 

Hasta  entonces  Moctezuma  se  habia  prestado  dócilmen- 
te a  todas  las  exijcncias  de  Cortés;  pero  cuando  se  trató  de 
reducirlo  a  abandonar  el  culto  de  sus  dioses,  el  despojado 
emperador  manifestó  la  entereza  con  que  habia  gobernado 
a  sus  subditos  en  mejores  tiempos  ^^.  Las  representacio- 
nes de  Cortés  i  del  padre  Olmedo  fueron  completamente 
ineficaces:  Moctezuma  contestaba  a  todo  que  los  dioses  de 
sus  templos  habian  hecho  la  grandeza  del  imperio.  Pero  el 
jeneral  español  no  pudo  dominar  por  mas  tiempo  su  celo 
relijioso.  Seguido  de  sus  principales  oficiales.  Cortés  le  pi- 
dió que  hiciera  entregar  a  los  españoles  para  el  ejercicio  de 


lá  El  abate  Bras3Eür  dk  Bourbourg  en  su  Histoire  ancicnne 
du  Mtxiqutj  tom.  lY,  páj  248,  dice  que  Moctezuma,  a  petición 
de  Cortés,  consintió  en  suprimir,  a  lo  menos  temporalmente,  los 
sacrificios  humanos.  Esta  misma  especie  ha  sido  repetida  por  otros 
escritores,  pero  no  he  encontrado  una  autoridad  ert  los  documetí- 
tos  o  relaciones  contemporáneos  de  la  conquista  en  que  pueda  apo- 
yarse este  aserto. 


dio  HISTORIA   DB   AMÉRICA 


de  SU  culto  el  vasto  recinto  del  gran  templo  a  fin  de  que  Jpu- 
diese  participar  a  todo  el  pueblo  los  beneficios  de  la  relij  i  on 
cristiana.  Moctezuma  le  manifestó  sus  temores  de  que  el 
pueblo  no  tolerase  la  profanación  de  su  templo  con  el  ef  <'r- 
cicio  de  un  culto  estraño;  pero  no  pudiendo  resistir  por  m'm.  as 
tiempo  a  tan  reiteradas  exijencias,  convino  en  que  los  cx^is- 
tianos  erijieran  un  altar  i  colocaran  la  cruz  en  uno  de  I  os 
dos  santuarios  del  templo  de  Méjico.  Los  castellanos  ce  la- 
braron por  fin  una  ostentosa  fiesta  relijiosa  en  el  lugar  (|  míe 
poco  antes  ocupaban  los  ídolos  mejicanos  i  a  poca  disti^  n- 
cía  dfe  la  piedra  de  los  sacrificios  « marzo  de  1520). 

Desde  ese  dia  todo  cambió  de  aspecto  en  Méjico,   Moc  te- 
zuma,  afable  hasta  entonces  con  los  castellanos,  comentó 
a  sustraerse  a  su  trato,  conversando  sólo  con  los  princi|j^«íi- 
les  guerreros  i  sacerdotes  del  imperio.   El  pueblo  de  la  ca  f  ji" 
tal  no  trató  de  ocultar  su  animosidad,  exitada  por  el  faim  ^' 
tismo  relijioso.   El  emperador  llamó  entonces  a  Cortés  i      ^^ 
declaró  que  los  dioses  habian  hecho  conocer  su  irritación     '^ 
los  sacerdote,  i  que  pedian  que  los  cstranjeros  fueran  sacm'^* 
ficados  en  sus  altares. — **SóIo  retirándoos  podréis   halk»-^ 
salvación,  le  dijo:  abandonad  la  ciudad  si  en  algo  estima  ^  ^ 
vuestras  vidas**.  El  jcneral  español  conocióla  gravedad  d  «-^*^ 
peligro;  pero  con  una  aparente  sangre  fria  le  contestó   í[\m  *^ 
no  se  negaba  a  dejar  el  pais;  pero  que  le  faltaban  naves  p;  ^'  ' 
ra  hacer  el  viaje.  En  el  momento,  mandó  avisos  a  la  cost-^'* 
para  (|uc  se  diera  principio  a  la  construcción  de  una  escuíi^- 
drilla;  pero  Cortés  no  apuraba  mucho  este  trabajo  desean 
do  sólo  ganar  tiempo  para  que  llegasen  de  España   los  rc^ 
cursos  (jue  esperéiba  desde  julio  del  año  anterior. 

Mientras  tanto,  la  capital  tomaba  cada  dia  un  aire  nia=2S==* 
lúgubre  i  amenazador.    Los  mejicanos  se  preparaban  ])arr 
atíicar  a  los  invasores  al  mismo  tiempo  que  éstos  se  dispo  -"^ 
nian  para   la  defensa.  Los  verdaderos   peligros  de  la  espe 
dicion  de  Cortés  comenzaban  desde  entonces.  T^as  Síingricn 
tas  batallas  que  habla  sosteuido  en  Tabasco  i  en   Tlascah 


PABTB   SEGUNDA.— CAPÍTULO   IX  311 

da  ante  los  azares  que  le  aguardaban  en  el  resto  de 
difícilísima  campaña  ^^. 

ique  para  la  relación  de  la  conquista  de  Méjico  haya  con- 
.constantemente  los  escritos  de  los  contemporáneo»,  las 
i  Cortés  i  las  historias  de  Bernal  Díaz  i  de  Gomara  como 
las  obras  de  Herrera,  de  Torqucmada  i  de  otros  historía- 
menos nota,  he  tenido  siempre  a  la  vista  la  excelente  His- 
la  coni¡uista  de  Méjico  de  Pkkscott  i  aun  el  análisis  que 
zo  M.  Michel  Chkvaliek  en  la  Revue  des  deux  mondes  del 
¡o  de  1845  El  lector  que  desee  ampliar  las  noticias  que 
éste  i  el  siguiente  capítulo  puede  consultar  dicha  obra, 
también  el  )¡b.  V  de  la  Historia  de  América  ócRobert^os, 
te  grande  historíador  ha  trazado  con  mano  maestra  el 
onciso,  pero  lleno  de  animación,  de  verdad  i  de  colorido  de 
ista  de  Méjico. 


> 


CAPITULO   X. 
CouquUta  de  HléJIco. 

(1520—1535) 

L.  Espedicion  de  Panfilo  de  Narváez.— 2.  Derrota  de  Narváez; 
vuelta  de  Cortés  a  Méjico. — 3.  Combates  en  la  ciudad;  muerte 
de  Moctezuma.  -  4.  Retirada  de  Méjico;  noche  triste.— -5.  Ba- 
talla de  O  tumba 6.  Reorganización  del  ejército  español 

7.   Nueva  campaña  de  Hernán  Cortés— 8.  Sitio  de  Méjico.— 

O.   Toma  de  Méjico. —10.  Conquista  definitiva  del  imperio 

11.  Organización  del  virreinato.    12.   Últimos  años  de  Her- 
nán Cortés.  ^ 

1.  Espedicion  de  Panfilo  de  Narváez.— Cerca  de  seis 
meses  habia  pasado  Cortés  en  la  capital  del  imperio  meji- 
cano cuando  a  fines  de  abril  de  1520  le  presentó  Moctezu- 
ma unos  dibujos  que  habia  recibido  de  la  costa  por  medio 
de  los  cuales  se  le  anunciaba  el  arribo  de  dieciocho  naves 
europeas.  Al  principio  creyó  Cortés  que  aquellos  eran  los 
refuerzos  que  había  pedido  a  España  en  julio  del  año  ante- 
rior, i  que  con  ellos  podria  consumar  la  conquista;  pero 
luego  recibió  despachos  del  capitán  Gonzalo  de  Sandoval, 
sucesor  de  Escalante  en  el  mando  de  Veracruz.  Entonces 
supo  el  jeneral  que  la  escuadra  que  los  indios  hablan  visto 
en  la  costa  era  enviada  por  el  gobernador  de  Cuba,  Diego 
deVelázquez,  i  que  en  vez  de  llevarle  socorros,  iba  destinada 
contra  él. 


314  HISTORIA    DB   AMÍBRICA 

Yelázquez  había  sabido  que  Cortés,  después  de  burlar  si^ 
autoridad  al  partir  de  Cuba,  habia  fundado  en  el  coutinen." 
te  una  colonia,  i  aun,  pedido  al  rei  que  la  constituyese  ej:^ 
gobierno  independiente  de  Yelázquez.  El  gobernador,  qu^ 
acababa  de  recibir  del  rei  la  autorización  para  conquistad 
aquella  parte  de  la  tierra  firme,  no  f)ensó  en  otra  cosa  qa^ 
en  castigar  al  atrevido  subalterno  que  después  de  desobe — ' 
decersus  órdenes,  pretendia  constituirse  en  gobernador^ 
Velázquex  formó  un  cuerpo  de  ejército,  el  mas  formidable 
que  hasta  entonces  se  habi<i  organizado  en  el  nuevo  mundo, 
compuesto  de  800  infantes,  80  hombres  de  caballería,  doce 
cañones  i  1,000  indios  ausiliares.  Puso  estas  fuerzas  alas 
órdenes  de  Panfilo  de  Narváez,  capitán  valeroso,  pero  pe- 
tulante i  casi  siempre  desgraciado  en  sus  operaciones  mili- 
tares. Sus  instrucciones  se  reducian  a  apoderarse  de  la  per- 
sona de  Cortés  i  de  sus  principales  oficiales,  remitirlos  pre- 
sos a  Cuba,  i  acabar  en  nombre  de  Yelázquez  el  descubri- 
miento i  conquista  del  imperio  mejicano.  El  gobernador, 
estimando  en  mas  su  venganza  personal  que  los  intereses 
de  la  corona,  no  quiso  oir  los  consejas  de  los  (|ue  le  reco- 
mendaban que  se  pusiera  de  acuerdo  con  Cortés,  i  lo  ausi- 
liase  en  la  atrevida  empresa  que  habia  acometido, 

Xarváez  partió  de  Cuba  en  marzo  de  1520.  Recorrió  la 
península  de  Yucatán,  i  el  23  de  abril  desembarcó  en  el 
puerto  de  San  Juan  de  Uliía,  en  el  mismo  lugar  adonde  al* 
gunos  años  después  fué  trasladada  la  ciudad  de  Veracru^- 
Xarváez  supo  inmediatamente  por  un  español  (jue  halló  «^^ 
las  inmediaciones,  las  hazañas  de  Cortés,  la  prisión  del  eCí^^ 
perador,  las  ri([uezas  de  aquel  pais  i  la  manera  hábil  i  r^^ 
suelta  como  con  tan  escasos  recursos  habia  logrado  don^^' 
narlo.  Un  hombre  prudente  i  desinteresado  habría  creiJ^ 
que  lo  ([ue  convenia  en  a(|uellas  circunstancias  era  transij^^ 
todas  las  dificultades  con  el  atrevido  conquistador.  Pero  ^^ 
arrogante  Narváez  no  pensó  mas  ([ue  en  vencer  a  su  rival    ^ 
en  terminar  la  empresa  comenzada.  Su  primer  paso  fu^' 
mandar  un  emisario  a  Veracruz  para  pedir  a  Gonzalo  SaH' 
doval  la  rendición  de  las  fuerzas  de  su  mando;  pero  este  va- 


PARTE   8DGUNDA. — CAPÍTULO     X  315 


nte  capitán,  fiel  ante  todo  a  la  causa  de  Cortés,  apresó  a 
s  emisarios  de  Narváez  i  los  hizo  marchar  apresurada- 
mente a  Méjico. 

Jamas  se  habia  hallado  Cortés  en  una  situación  mas  em- 
,t-azosa.  Parecía  (|ue  su  buena  estrella  comenzaba  a  aban- 
•  i:iarlo.  Ya  no  eran  los  indios  los  únicos  enemigos  que  te- 
i  que  combatir  sino  sus  mismos  compatriotas,  mas  nu- 
-rosos  i  mejor  e(juipados  que  él.  Narváez,  por  una  perfi- 
X  incomprensible,  abrió  negociaciones  con  Moctezuma  i 
n  las  autoridades  mejicanas,  para  hacerles  entender  que 
nia  a  Hbertar  el  pais  de  la  dominación  de  Cortés.  El  je-- 
rol  castellano,  sin  embargo,  se  condujo  en  esos  momen- 
s  con  toda  la  enerjía  i  prudencia  que  aquel  conflicto  re- 
ainaba.  Puso  en  lil^ertad  a  los  emisarios  de  Narváez  que 
andoval  le  habia  remitido,  i  encargó  al  padre  Olmedo 
[uií  se  presentase  al  comandante  de  la  nueva  espedicion 
para  tratar  de  un  avenimiento  pacífico,  i  de  ganarse  por 
medio  de  obsequios  i  promesas  a  algunos  de  los  oficiales 
recien  llegados. 

La  arrogancia  de  Narváez  era  demasiado  grande  para 
íue  aceptara  las  proposiciones  pacíficas.  Por  un  acto  pú- 
blico, hizo  proclamar  rebeldes  i  traidores  a  su  patria  a 
-ortés  i  a  sus  compañeros.  Pero  el  sagaz  capellán  manejó 
on  tanta  finura  i  acierto  sus  relaciones  con  los  subalter- 
'^  Narváez,  que  antes  de  separarse  del  campamento,  ya  se 
^bia  ganado  la  voluntad  i  confianza  de  muchos  oficiales. 

Cortés  se  decidió  al  fin  a  salir  en  persona  a  la  cabeza  de 
O  hombres,  a  mediados  de  mayo  de  1520.  Dejó  al  capitán 
^^dro  de  Alvarado  al  mando  de  las  tropas  que  quedaban 
í^  Méjico  con  encargo  de  mantener  el  orden  en  la  ciudad  i 
^evitarlos  motivos  de  queja  de  parte  de  los  indíjenas. 
^Ti  el  camino  se  reunió  con  el  capitán  Velázquez  de  León, 
.Ve  mandaba  un  destacamento  de  150 hombres,  i  mas  ade- 
^nte  se  le  incorporó  Sandoval  con  las  tropas  que  guarne- 
í  an  a  Veracruz.  A  pesar  de  estos  refuerzos,  su  división  no 
pasaba  de  250  españoles;  pero  tenia  ademas  una  regular 


31 G  HISTORIA    DB  AMJÉCRICA 


columna  de  indios  armados  de  buenas  lanzas,  que  estaban 
destinados  a  obrar  contra  la  caballería  enemiga. 

2.  Derrota  de  Xarváez;  vuelta  de  Cortés  a  Méjico. 
—Cortés  avanzó  hasta  Cempoalla,  donde  se  encontraba 
Xarváez.  Durante  su  marcha,  reiteró  las  proposiciones  de 
paz;  pero  si  su  altivo  rival  se  negó  tenazmente  a  aceptar- 
las, sus  oficiales  en  cambio  se  manifestaron  inclinados  a  un 
avenimiento.  Al  fin,  Cortés  llegó  hasta  las  orillas  de  un  rio 
que  los  castellanos  llamaban  de  las  Canoas,  i  pudo  divisíif 
en  la  orilla  opuesta  a  Narváez  i  su  ejército,  i  saber  que  h^i- 
bia  puesto  precio  a  su  cabeza.  Pero  las  lluvias  de  la  |)rimii- 
vera,  tan  frecuentes  en  esos  lugares,  obligaron  al  arrogan- 
te Narváez  a  abandonar  el  campo  i  retirarse  al  pueblo  de 
Cempoalla. 

Los  soldados  de  Cortés  estaban  acostumbrados  a  ma- 
yores sufrimientos.  Después  de  convenir  en  el  plan  de  ata- 
que, pasaron  de  noche  el  rio  con  el  agua  hasta  el  cuello  i 
encontraron  dos  centinelas  de  avanzada. Uno  de  éstos  fué 
muerto  a  puñaladas,  pero  el  otro  consiguió  escapar  i  co- 
rrió a  difundir  la  alarma  entre  los  suyos.  Antes  de  que  es- 
tos se  repusieran  de  la  sorpresa,  las  tro|)as  de  Cortés,  di- 
vididas en  tres  cuerpos,  habían  caido  sobre  ellos.  Sandoval 
se  ajxxlcró  de  la  artillería,  mientras  Cortés,  derribando 
cuanto  se  le  oponía  a  su  paso,  lle^ó  hastíi  las  puertas  de 
una  torre  o  tenijjlo,  donde  Narváez  estaba  aposentado. 
Defendióse  éste,  sin  enibarí^o,  con  denodado  valc)r,  pero  he- 
rido en  un  ojo  de  una  lanzíula,  cayó  al  suelo  i  fue  puesto 
en  prisión  con  grillos.  La  batalla  no  se  prolongó  nimdio 
tiemiío  mas:  los  soldados  de  Narváez,  viendo  preso  a  su 
jefe,  hicieron  sólo  una  dél)íl  resistencia  i  pensaron  en  capí* 
tular  Antes  de  amanecer  todos  habian  depuesto  las  armas 
(2()  (le  mayo  (le  1520).  Tan  completa  victoria  sólo  costa- 
ba a  Cortés  la  |)ér(li(la  de  dos  hombres.  El  enemigo  tuvo 
diecisiete  muertos.  1^1  vencedor  trató  a  los  soldados  de 
Narváez  como  a  amigos  i  les  permitió  (pie  elijieran  entre 
volver  a  Cuba  o  seguir  en  su  servicio.  Kl  renombre  (pie Cor- 
tés se  habia  ganado  en  esta  canii)aña,  su   conducta  jeiieru- 


PARTE    SBOITNDA.  —  CAPÍTt^LO    X  i\Vi 


a  después  de  la  victoria  i  la  esperanza  de  hacer  fortuna  en 
rjuel  país  maravilloso,  los  inclinaron  a  alistarse  bajo  sus 
mderas.  De  este  modo,  Cortés  se  vio  sin  pensarlo  a  la  ca- 
?za  de  un  ejército  de  mas  de  mil  españoles. 

Este  refuerzo  venia  mui  oportunamente.  Después  de  su 
ctoria  recibió  una  comunicación  de  Pedro  de  Al  varado  en 
ic  le  avisaba  el  peligro  constante  de  que  se  hallaba  rodea- 
>  en  Méjico.  Menos  prudente  que  el  jeneral  en  jefe,  pero 
n  valeroso  como  él,  ese  capitán  no  habia  podido  tolerar 
s  amagos  de  insurrección  del  pueblo  de  la  capital  i  habia 
ido  un  golpe  que  debia  ser  de  funestas  consecuencias.  Pa- 
L  aterrorizar  a  la  población,  se  aprovechó  de  un  dia  de 
-^sta  solemne  en  el  templo  (mayo  de  1520).  rodeó  todas 
:is  avenidas  para  evitar  la  fuga,icargó  con  espada  en  ma- 

0  sobre  los  indios  desarmados.  Se  computa  en  600  el  mi- 
nero de  los  señores  mejicanos  asesinados  aquel  dia  ^  .  El 
lerramamiento  de  sangre  fué  tal,  según  la  pintoresca  es 
)resion  de  un  historiador,  que  corria  por  el  suelo  como 
^ua  cuando  llueve  mucho.  *A  la  matanza  se  siguió  el  sa- 
úco i  la  profanación  del  templo. 

Esta  matanza  enardeció  el  furor  de  los  mejicanos  en  la 
ipital  i  en  todo  el  imperio.  Por  todas  partes  se  prepara- 
^n  para  vengarse  i  atacaron  vigorosamente  el  cuartel  de 
>s  castellanos. 

Al  recibir  esta  noticia.  Cortés  reunió  apresuradamente 
is  tropas  i  se  puso  en  marcha  precipitada  para  la  capital, 
n  Tlascala  se  le  reunieron  2,000  guerreros  ausiliares;  pero 

1  pisar  el  territorio  mejicano  conoció  cuanto  habia  cundi- 


1  OviKDO.  en  el  cap.  LÍV,  lib.  XXXIII  de  su  Historia  jeneral  de 
s  Indias,  intercala  un  diálogo  que  él  mismo  tuvo  con  un  caba- 
lo fie  Méjico  llamado  Juan  Cano,  el  cual  le  refirió  esta  matan- 
i  i  le  fijó  en  600  el  número  de  los  muertos.  Véase  el  tom.  III, 
áj.  550.  Otros  historiadores  aumentan  mucho  mas  el  número,  i 
AS  Casas  en  su  ñrevissima  relación  de  la  destruycion  délas  In- 
lat  refiere  el  hecho  i  fija  en  2,000  el  número  de  los  muertos,  páj. 
II,  Sevilla  1552.  Las  Casas  refiere  que  muchos  años  después  de 
.  conquista  los  indios  recordaban  todavía  esta  horrible  matanza. 


318  HISTORIA    I>K    AMÉRICA 


do  el  odio  a  los  estranjcros.  Las  ciudades  estaban  casi  de- 
siertas, la  provisiones  no  so  hallaban  reunidas  como  en  su 
viaje  anterior,  i  si  bien  nadie  se  oponía  a  su  marcha,  s(Mo 
encontraba  pí)r  todas  partes  la  soledad  i  el  silencio.  Sin 
embargo,  los  mejicanos,  que  pudieron  haber  cortado  las 
calzadas  que  daban  comunicación  a  la  capital  eim¡>edir 
así  que  el  jefe  español  se  reuniese  con  Alvarado,  lo  dejaron 
pasar  tranquilamente.  Cortés  entró  a  Méjico  el  24  de  junio 
de  1520,  a  la  cabeza  de  cerca  de  1,200  españoles  i  de  .S,000 
indios. 

8.  Combates  kn  la  cicdad;  muerte  de  Moctezuma — 
línvanecido  con  el  n  Cimero  de  sus  soldados,  Cortés  se  creyó 
en  situación  de  trabajar  a  cara  descubierta  en  la  realiza- 
ción de  sus  ambiciosos  proyectos.  Cuando  Moctezuma  sa- 
lió a  recibirlo.  le  manifestó  el  jeneral  español  tanta  frial- 
dad, que  el  desgraciado  soberano  se  retiró  a  su  aposento 
triste  i  abatido  i  cuando  sus  capitanes  trataron  de  miti- 
gar su  enojo.  Cortés  prorrumpió  en  imprecaciones  i  en 
amenazas.  Algunos  señores  mejicanos,  que  entendian  un 
poco  la  lengua  española,  descubrieron  al  pueblo  los  pro- 
yectos del  jeneral  castellano,  i  animaron  a  sus  compatrio- 
tas para  continuar  el  atacjue  del  cuartel. 

Kn  efecto,  el  pueblo  acudió  a  las  armas  i  cayó  en  espo. 
sos  pelotones  sobre  el  palacio  en  (|ue  estaban  acuarteladas 
Icis  tropas  de  Cortés.  Comenzaron  (jor  dis|)arar  nutridas 
lluvias  de  dardos  i  de  piedras,  i  aun  trataron  de  |)ren(lcr 
fuego  al  edificio  desple;(an(l()  en  todo  estd  un  grande  arro- 
jo. La  artillería,  dirijida  con  bastante  acierto,  barria  un 
considerable  número  de  indios  a  cada  descarga,  pero  nue- 
vos ausiliares,  alentados  con  mayor  ardor,  corrian  a  ocu- 
par el  puesto  de  los  muertos.  A  ()esar  del  valor  i  de  la 
habilidad  (jne  desplegaron  los  castellanos,  tuvieron  mu" 
clio  trai)ajo  para  impedir  que  los  enemigos  |)eiietrasen  en  el 
cuartel. 

La  noche  ])nsc)  término  al  combate.  Al  amaTiccer  del  si- 
guiente (lia,  cuando  los  indios  se  pre|)arahan  |)ara  dar  un 
nuevo  asídto,    Cortés  dispuso  una  salidíi  de  sus  jinetes  so- 


PARTH    8BOTTNDA. — OAPÍTTTLO    X  319 

^re  las  masas  compactas  de  enemigos.  La  carnicería  fué 
spantosa:  los  caballos  arrollaban  bajo  sus  patas  los  gru- 
mos de  indios,  mientras  los  jinetes  disparaban  formidables 
^os  i  reveses  con  sus  cortantes  espadas  de  Toledo;  pero 
?^s  azoteas  délas  casas  estaban  ocupadas  por  enemigos 
5^ualmente  resueltos,  que  arrojaban  sobre  los  castellanos 
►iedras  i  maderos.  La  artillería  de  Cortés  comunicó  el  fuc- 
-o  a  algunos  edificios.  Los  indios  dejaban  quemarse  sus 
¿isas  para  atacar  con  nuevo  furor  a  los  españoles.  Cor- 
^s,  a  la  calDeza  de  los  suyos,  hizo  prcdijios  de  valor.  Des- 
íxies  de  un  dia  de  combate,  los  indios  se  renovaban  a 
SLÓa  momento:  i  al  retirarse  los  españoles  a  su  cuartel, 
nuchos  de  ellos  estaban  heridos  o  estropeados.  Cortés 
nismo  habia  recibido  una  grave  herida  en  una  mano. 

Cortés  comenzaba  a  comprender  los  peligros  de  su  situa- 
ción, i  creyó  que  no  le  c|uedaba  mas  recurso  que  calmar  el 
furor  de  los  mejicanos  por  la  mediación  de  Moctezuma,  i 
obtener  una  tregua  que  le  permitiera  retirarse  de  la  ciudad. 
El  siguiente  dia  antes  de  renovarse  el  combate,  Moctezu- 
naa,  vestido  con  sus  trajes  imperiales,  apareció  sobre  las 
murallas  del  cuartel.  A  su  vista,  la  multitud,  acostumbra- 
da a  obedecerle,  dejó  caer  las  armas  de  las  manos  i  dobló 
la  cabeza  en  señal  de  sumisión. — **¿Venis  a  libertarme?  les 
preguntó  con  el  aire  tranquilo  de  un  hombre  acostumbra- 
do al  mando.  Pero  yo  no  soi  prisionero,  i  si  lo  quiero,  pue- 
do volver  a  mi  palacio.  ¿Habéis  venido  para  arrojar  a  los 
españoles  de  la  ciudad?  Ellos  saldrán  espontáneamente 
siempre  que  les  dejéis  libre  un  camino.  Volveos  a  vues- 
tros hogares,  deponed  las  armas,  mostradme  que  me  obe- 
decéis''. 

Al  oir  las  primeras  palabras  del  emperador,  el  pueblo 
guardó  un  profundo  silencio;  pero  cuando  Moctezuma  se 
declaró  amigo  de  los  estranjeros,  se  dejaron  oir  primero  un 
Jíurmullo  i  después  furiosas  imprecaciones,  que  fueron  se- 
guidas de  demostraciones  mas  hostiles.  Un  sobrino  de  Moc- 
tezuma llamado  Guatimocin,  fué  el  primero,  según  la  tra- 


820  HISTORIA    DE    AMlfemCA 

dicion  mejicana  -,  que  disparó  una  flecha  sobre  el  int 
monarca.  Tras  de  ésta,  salió  una  lluvia  de  dardos  i  dc] 
dras;  i  Moctezuma  cayó  en  tierra  privado  de  sentido  i  ( 
tres  heridas.  El  pueblo,  aterrorizado  por  el  sacrilejio  • 
acababa  de  cometer,  arrojó  un  grito  de  espanto  i  ech 
correr  en  todas  direcciones  (30  de  junio  de  1520). 

Los  españoles  llevaron  a  Moctezuma  a  su  habitacic 
Cortes  se  apresuró  a  consolarlo  en  su  aflixion.'El  Emp 
dor  sintió  entonces  todo  el  peso  de  su  infortunio,  i  no  cji 
sobrevivir  a  esta  última  afrenta.  A  las  atenciones  qn 
prodigaban  los  españoles,  Moctezuma  no  rcspondia  i 
palabra.  Su»  heridas  no  eran  mortales,  pero  se  arranc; 
los  vendajes  que  le  ponian  i  se  negó  obstinadamente  a 
mar  alimento  alguno.  Hasta  sus  últimos  instantes,  se 
sistió  con  entereza  a  abrazar  la  relijion  de  1í)s  castellai 
i  al  momento  de  espirar  parecia  recordar  su  pasada  gi 
deza  i  su  humillación  presente. 

4.  Retirada  de  Méjico;  noche  triste.— La  suspens 
de  armas  producida  por  la  muerte  de  Moctezuma  fué  de  i 
corta  duración.  Las  hostilidades  .se  renovaron  en  bn 
i  esta  vez  sin  esperanza  íilguna  de  avenimiento  pacíf 
El  tem|)lo  mayor  de  Méji<-*<>i  situado  en  frente  al  cuarto 
los  castellanos,  se  habia  convertido  en  fortaleza  desde  d 
(le  los  indios  lanzaban  sin  cesar  nubes  de  piedras  o  de  í 
dos.  Ccirlés  crevó  (jue  no  era  ])<)sil)le  permanecer  por  r 
tieni|)()  en  la  ciudad  sin  arrojar  al  enemigo  de  la  ventaj 
posición  (|ue  ocupaba. 

Al  efecto,  confió  cien  hombres  escojidns  al  ca|)itítn  Ji 
de  Escobar,  i  le  encargó  íjiie  a  tíjdo  trance  se  posesión; 
(le  la  pirámide  (|ue  servia  de  templo  a  los  mejicanos  i  ( 
truvera  los  adoratorios  (pie  oeii|)aban  la  plataforma  su 
rior.  Hsc(.bar  empefií')  el  combate  con  valor,  pero  tres  ve 

-  I*.  ]()si'  AcosiA,  íl'stifn.'i  n/iturní  i  mornl  tic  I/is  lnf/{íi>, 
\'II,  cap  X  XVI.- ( )tr(»s  hi^tori/uiorcs  dicen  (juc  este  sobriiu 
Mocíc/iinia,  (jue  hic  <lcsj)iics  el  úliinif)  eiii[)era(i(>r  de  Méjico, 
el   jn  ¡iicij)al  inslÍLíador  de  la  rei)cli<ni. 


PARTE    SEGUNDA.— CAPtTUT.O    X  3*21 


filé  rechazado.  Entonces  Cortés,  conociendo  que  la  conser- 
vación de  su  ejército  dependia  del  resultado  de  este  asalto, 
se  liizo  atar  el  escudo  al  brazo  izquierdo,  cuya  mano  con- 
servaba herida,  i  se  arrojó  con  toda  audacia  en  medio  del 
cámbate.  Seguíanlo  Al  varado,  Sandoval,  Ordaz  i  otros  es- 
fox-zados  caballeros;  i  mientras  una  fila  de  arcabuceros 
detenia  a  los  indios  al  pie  de  la  pirámide,  ellos  comenzaron 
a  "trepar  sus  escalones,  arrollando  a  cuantos  enemigos  se 
les  ponian  delante.  Una  vez  llegados  a  la  plataforma,  em- 
peñ  aron  ahí  un  nuevo  i  mas  terrible  combate  con  los  sol- 
da  dos  que  defendian  los  adoratorios.  Dos  jóvents  mejica- 
nas, reconociendo  a  Cortés,  se  acercaron  a  él  fn  actitud  de 
rendir  las  armas;  pero  asiéndole  con  gran  vigor,  lo  lleva- 
ron hasta  el  borde  de  la  elevada  pirámide  con  intención  de 
precipitarse  al  suelo  arrastrándolo  en  su  caida.  Cortés, 
tan  ájil  i  esforzado  como  valiente,  luchó  con  ellos  algunos 
instiantes,  logró  desasirse  de  sus  brazos  i  arrojó  a  uno  al 
precipicio  hacia  el  cual  habian  querido  arrastrarlo  3.  Los 
españoles  perdieron  en  este  ataque  45  hombres,  pero  al  fin 
quedaron  dueños  de  la  plataforma  del  templo,  pusieron  fue- 
gí>  a  los  adoratorios,  i  arrojaron  desde  las  alturas  los  ído- 
los mejicanos. 

l^a  situación  de  los  castellanos  no  cambió  mucho  después 
<Je  esta  costosa  victoria.  El  combate  se  repitió  al  dia  si- 
guiente con  nuevo  ardor,  pero  siempre  con  el  mismo  resul- 
tado. Cortés  habia  construido  unas  torres  de  madera  que 
P^dian  marchar  por  las  calles  cargadas  de  guerreros  para 
haocr  frente  a  los  valerosos  mejicanos  que  dominaban  las 
^c>teas  de  los  edificios;  pero  estas  máquinas  no  alcanzaron 


^*  El  abate  Clavijrro,  Historia  antigua  de  Méjico,  tom.  II,  páj. 
^^X,  de  la  traducción  castellana,  pone  en  duda  este  hecho,  cuja 
'"^encion  parece  atribuir  a  Solis,  i  se  burla  de  los  historiadores 
^^Vnal  i  Robertsonque  le  han  dado  crédito.  Sin  embargo,  la  lucha 
^^  C2ortés  con  los  mejicanos  se  encuentra  consignada  en  Herrera, 

^'^toria  ¡enera!,  dec.  II,  lib.  X,  cap.  ÍX  i  en  Torqüemada,  Alonar- 

f|»*^  Indiana,  lib.  IV,  cap.  LXIX. 

TOMO    I  21 


L 


fi2'2  •  HISTORIA    DR   AMtelCA 

a  producir  el  efecto  que  deseaba  ei  jeneral  español.  Los  in- 
dios continuaron  batiéndose  heroicamente,  sin  asustarse 
por  las  pérdidas  que  sufrían.  Nuevos  soldados  llegaban 
cada  dia  de  los  pueblos  inmediatos  a  reemplazar  a  los  que 
sucumbian  en  las  calles. 

Por  fin,  creyó  Cortés  que  era  necesario  pensar  en  la 
retirada  como  el  único  arbitrio  que  pudiera  sal  var  los  res- 
tos de  su  ejército.  Pero  ¿cómo  realizarla?  Las  naves,  poco 
antes  construidas,  habian  sido  incendiadas;  i  los  indios  lo 
mantenian  tan  estrechamente  sitiado  que  parecia  mui  di- 
fícil abrirse  paso  para  llegar  hasta  las  calzadas  que  comu- 
nicaban la  ciudad  con  la  tierra  firme.  Cortés  se  decidió  a 
arriesgarlo  todo,  i  preparó  su  salida  para  la  noche  del  1' 
de  julio  de  1520.  Una  superstición  de  los  mejicanos  les  prohi- 
bia  empeñar  combate  durante  la  noche. 

La  ciudad  de  Méjico  estaba  situada,  como  ya  hemos  di- 
cho, en  el  lago  de  Tezcuco,  pero  no  mui  distante  de  la  ril)e- 
ra  occidental.  Tres  magníficas  calzadas  le  servian  de  comu- 
nicación con  las  tierras  inmediatas.  Estas  calzadas  eran 
formadas  de  varios  cuerpos  comunicados  entre  sí  por  puen- 
tes levadizos  para  dar  paso  a  las  aguas.  La  del  sur,  por 
donde  había  entrado  Cortés,  i  la  del  norte,  eran  demasiado 
largas  para  que  sirvieran  en  una  retirada.  Cortés  elijió  la 
tercera  ([ue  conducia  al  occidente  hasta  la  ciudad  de  Tlaco- 
pan,  o  Tacuba,  como  dicen  los  españoles,  para  efectuar  su 
salida  *.  Aunque  ésta  era  la  ([ue  estaba  mas  apartada  del 
camino  de  Tlascala  i  del  mar.  Cortés  la  prefería  también 


^  En  1524  se  imprimió  en  Xürenberg  nna  traducción  latina  de 
la  segunda  i  tercera  carta  de  Cortés  con  una  lámina  que  represen- 
ta el  plano  de  la  antigua  ciudad  de  Méjico  toscamente  dibujado, 
pero  que  da  una  idea  mui  exacta  de  su  topografía.  Esa  misma 
lámina  ha  sido  reproducida  f)orun  historiador  moderno.  Mr.  Help?. 
en  el  secundo  tomo  de  su  obra  titulada,  The  Spanish  cnjjquc'it  nt 
Amcricn.  Otro  nia|)a  mas  imperfecto  ha  sido  publicado  por  Raiuii- 
sio  en  el  tomo  I II  de  sin^  Saviníitioni,  páj.  308,  Venecia  1556.  Kn 
la  traducción  castellana  de  Clavijero  (Londres  1826)  hai  al«íunaí5 
láminas  (pie  dan  una  idea  a[iro.\imativa  de  la  ciudad. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPItULO    X  323 

porque  por  esta  misma  razón  los  mejicanos  se  habian  des- 
ciüdado  de  hacerdestrozosen  ella.  Cortés  dividió  sus  tropas 
eu  tres  cuerpos.  Sandoval  mandaba  la  vanguardia;  él  iba 
en  el  centro  con  los  misioneros,  la  artillería  i  un  puente  vo- 
lante de  madera  para  salvar  las  cortaduras;  i  Alvarado  i 
Veláz(]uez  de  León  cerraban  la  marcha.  Los  castellanos 
avanzaron  tranquilamente  hasta  la  primera  cortadura  de 
la  calzada. 

Creyendo  que  el  enemigo  no  había  percibido  su  retirada, 
Cortés  mandó  tender  el  puente  sobre  la  primera  cortadura 
i  dispuso  el  paso  délos  caballos  i  de  los  cañones.  De  repente, 
t\  lago  se  cubrió  de  canoas:  de  todas  partes  caian  piedras 
i  flechas,  i  los  indio<i  se  precipitaban  sobre  sus  enemigos  con 
un  furioso  arrojo.  El  puente  de  madera  se  sumió  de  tal  mo- 
do con  el  peso  de  la  artillería,  que  no  fué  posible  arrancarlo 
del  barro;  i  aunque  los  españoles  continuaron  retirándose 
:on  su  habitual  valor,  la  oscuridad  de  la  noche,  la  estrechez 
ie  la  calzada,  así  como  la  audacia  i  el  número  délos  indios, 
ntrodujeron  la  confusión.  Los  tres  cuerpos  españoles  se 
Tallaron  casi  cortados  i  sin  poder  ausiliarse.  Los  soldados 
comenzaron  a  ceder;  i  en  medio  del  desorden  que  se  hizo  je- 
leral,  los  amigos  i  los  enemigos  se  encontraron  confundidos, 
5!n  poder  distinguirse  unos  a  otros  i  recibiendo  golpes  de 
todas  partes. 

La  vanguardia  logró  pasar  las  últimas  cortaduras,  i  tras 
de  ella,  la  división  de  Cortés.  Perdiendo  en  los  fosos  los 
cañones  i  bagajes  atravesando  sobre  montones  de  cadáveres, 
alcanzó  a  llegar  hasta  la  ribera  opuesta,  dejando  en  el  ca- 
mino a  muchos  de  los  suyos.  El  jeneral  formó  en  la  orilla  a 
os  soldados  que  habian  llegado  salvos,  i  volvió  de  nuevo  a 
a  calzada  para  protejer  la  marcha  de  su  tercera  división. 
De  este  modo,  rescató  a  algunos  soldados;  pero  el  resto 
labia  sido  oprimido  por  la  multitud  o  pereció  ahogado  en 
ú  lago.  Los  jefes  de  la  retaguardia  se  hallaron  cortados: 
V^elázquez  de  León  sucumbió  nlentando  a  las  suyos,  i  el  in- 
trépido Alvarado,  perseguido  por  todas  partes,  pasó  de  un 
salto  la  última  cortadura  i  llegó  sano  i  salvo  a  reunirse  con 


324  HISTORIA    DB    AMÉRICA 

Cortés.  En  medio  dtr  la  confusión,  loscastelianos  oían  desde 
la  ribera  las  im|)recaciones  i  lamentos  de  sus  compatriotas 
que  haljian  caido  prisioneros,  i  que  eran  destinados  a  la 
piedra  de  los  sacrificios. 

La  luz  del  dia  alumbró  los  itltimos  incidentes  de  este 
terrible  combíite.  Los  castellanos,  rendidos  de  cansancio  i 
de  fatiga  i  cubiertos  de  heridas,  continuaron  su  retirada. 
Cortés,  al  verlos  desfilar  en  un  estado  tan  desascroso  i  al 
notar  la  falta  de  tantos  compañeros,  secubrió  el  rostro  con 
las  manos  i  prorrumpió  en  llanto.  Aquella  noche  de  angus- 
tias i  de  dolor,  que  la  historia  ha  conservado  con  el  poético 
nombre  de  noche  triste,  costaba  a  los  españoles  la  pérdida 
de  la  mitad  de  sus  tropas  i  de  mas  de  2,000  ausiliares  tlas- 
caltecas  •'*.  Perdieron  ademas  muchos  caballos,  casi  toda  su 
artillería,  las  municiones  i  los  bagajes;  pero  por  fortuna, 
muchos  de  los  mas  esforzados  capitanes  i  los  intérpretes  de 
la  espedicion,  doña  Marina  i  Aguilar,  se  habian  salvado, 
así  como  muchos  otros  hombres  que  eran  de  grande  utilidad 
para  la  reorganización  del  ejército. 

5.  Batalla  de  Otümba.— Los  mejicanos  quedaron  en 
la  ciudad  después  de  su  triunfo  ocupados  en  sepultar  los 
cadáveres,  entre  los  cuales  hallaron  los  de  un  hijo  i  dos 
hijas  del  infeliz  Moctezuma.  El  restablecimiento  del  orden, 
el  sacrificio  de  los  ])risi()ncr()s  i  las  otras  atenciones  de  i\^^ 
se  veiaii  rodeados,  les  impidieron  perseguir  n  foscastellan^^ 
en  los  dos  primeros   (lias  (juc  se  siguieron  a  su  triunfo. 

Cortés,  mientras  tanto,  atendía  al  cuidado  de  sus  hei'^' 
dos,  i  se  prei)arabíi  para  seguir  su  retirada  hasta  Tlascal^' 
donde  esperaba  rehacer  su  ejército.  Emprendió  la  marcl"»*^ 
de  noche,  dando  vuelta  al  lago  de  Tezcuco  por  el  lado  c3*^ 
norte,  que  era  mucho  menos  ])ol)lado.  Los  castellanos  i  st^- 
aliad(js  marchaban  casi  sin  detenerse,  constantemente  hc^^ 


'»  Los  historiadores  varían  nuicho  en  el  cómputo  de  los  mnert<^^- 
en  esta  fatal  jornada.  Cortés  liaMa  solo  de  130  españoles  í  2,U<^*^ 
indios:  j)ero  Oviedo,  aj)oyándose  en    la  autoridad  de  Juan  Can^^ 
cl«/va  el   eáUulo  a   770  esj)añoles  i  .S,00()  indios.   La  opinión  niSi^ 
aee|)tal)le  es  la  íjue  tija  en  4-00  d  niiniero  de  castellanos  muertos. 


PARTB    8KGUNDA. — ^CAPÍTÜLO    X  325 

ilizados  por  los  indio?.  Desde  las  alturas  de  los  cerros 
isparahan  sobre  los  españoles,  piedras  i  saetas  i  muchas 
eces  se  atrevieron  a  atacarlos  por  los  flancos  i  aun  de 
rente  profiriendo  las  mas  insolentes  amenazas.  **Andad  de 
)risa,  decian,  que  pronto  nos  encontraremos  donde  no  po- 
lais  huir  de  nosotros".  Los  pueblos  por  donde  tenian  que 
itravesar  se  hallaban  desiertos.  Les  faltaron  los  víveres 
lasta  el  punto  que  la  carne  de  los  caballos  que  morian 
legó  a  ser  un  bocado*  mui  apetecido.  Los  españoles,  ren- 
lidos  de  cansancio  i  de  fatiga,  parecian  mirar  la  vida  con 
grande  indiferencia.  Sólo  Cortes  conservaba  su  natural 
nerjía  en  esos  dias  de  desesperación  i  de  desaliento.  Mién- 
ras  sus  compañeros  se  sentian  desfallecer,  él  tomaba  sus 
lisposiciones  con  gran  resolución,  cuidaba  a  los  heridos  i 
nantenia  la  esperanza  de  sus  quebrantadas  tropas. 

El  sétimo  día  de  marcha,  los  españoles  llegaron  a  unas 
ilturas  que  dominaban  las  vastas  llanuras  de  Otompan,  u 
)tumba,  como  escriben  los  castellanos,  por  donde  Cortés 
lebia  pasar  necesariamente.  En  cuanto  abarcaba  la  vista 
lo  se  divisaba  otra  cosa  que  espesos  pelotones  de  soldados 
nejicanos  dispuestos  a  disputar  el  paso.  Los  historiadores 
omputan  en  200,000  el  número  de  indios  que  aguardaban 
lili  a  los  últimos  restos  del  ejército  de  Cortés,  agobiados 
)or  el  hambre  i  la  fatiga  de  tan  penosa  marcha,  i  despro- 
istos  ahora  de  las  armas  de  fuego  que  constituian  su  prin- 
'pal  ventaja  sobre  los  mejicanos.  Al  comparar  sus  tropas 
>n  las  que  tenia  en  frente,  el  jeneral  español  creyó  que  ha- 
a.  llegado  su  última  hora. 

Su  corazón,  sin  embargo,  no  decayó.  Reunió  a  los  suyos; 
idvirtiéndoles  la  necesidad  en  que  se  hallaban  de  vencer 
cié  sucumbir,  se  precipitó  en  medio  de  las  masas  enemigas, 
iiique  los  mejicanos  lo  aguardaban  con  firme  resolución, 

superioridad  de  la  disciplina  i  el  empuje  irresistible  de 
3  españoles,  rompieron  la  primera  línea  enemiga.  Mién- 
£Xs  el  primer  cuerpo  mejicano  se  dispersaba,  se  presentó 
-ro,  i  fué  necesario  empeñar  nueva  batalla.  Esto  mismo  se 
'pitió  durante  medio  dia:  i  los  castellanos  que  veian  reno- 


326  HISTOEIA    DB   AMáRICA 


varse  los  cuerpos,  cada  vez  que  los  creían  derrotados,  se 
sentían  próximos  a  desfallecer,  cuando  el  jeneral  distinguió 
a  lo  lejos  un  grupo  de  guerreros  ricamente  vestidos  que 
rodeaban  una  anda  en  que  era  llevado  Cihuacaltzin,  el  je- 
neral en  jefe  de  los  mejicanos,  con  el  estandarte  del  ejército  6. 
Recordando  la  idea  supersticiosa  que  los  indios  tenian  de 
este  signo,  reunió  algunos  de  sus  oficiales,  i  aunque  herido 
en  la  cabeza  i  en  un  brazo,  se  lanzó  en  su  caballo  al  ataque, 
echando  por  tierra  cuanto  se  le  presentaba  hasta  llegar 
delante  del  jeneral  enemigo.  De  una  lanzada,  lo  derribó  al 
sudo,  i  uno  de  sus  compañeros,  Juan  de  Salamanca,  sal- 
tando de  su  caballo  cortó  a  éste  la  cabeza  i  se  apoderó  del 
estandarte.  El  terror  se  estendió  en  el  ejército  enemigo  al 
notar  la  falta  de  su  jefe  i  la  pérdida  del  símbolo  sagrado 
que  guiaba  a  los  mejicanos  al  combate.  Los  grupos  de  in- 
dios comenzaron  a  desbandarse  por  las  alturas  inmediatas, 
mientras  los  soldados  de  Cortés,  así  indios  como  españo- 
les, mui  fatigados  para  poderlos  perseguir  por  largo  tiem- 
po, recojian  en  el  campo  de  batalla  el  rico  botin  que  dejaban 
abandonado  los  fujitivos  (8  de  julio  de  1520).  El  dia  si- 
guiente los  españoles  entraron  al  territorio  de  la  repúbli* 
ca  aliada  de  TI  aséala. 

6.  Reorganización  del  ejército  español.— Los  espa- 
ñoles necesitaban  de  algún  tiempo  de  descanso  para  curar 
sus  heridos  i  reponerse  de  tantos  sufrimientos.  Felizmente  los 
tlascaltecas,  animados  por  su  odio  a  los  mejicanos  i  ¡)or  el 
deseo  de  vengar  a  sus  compatriotas  muertos  en  la  capital 
del  imperio,  recibieron  a  Cortés  i  a  pus  compañeros  con 
gran  cordialidad.  Allí  supieron  que  algunos  destacamentos 
castellanos  habian  sido  destrozados;  pero  esta  noticia  no 
los  desalentó.  Cortés  contaba  todavía  con  los  soldados  de 
guarnición  en  Veracruz  i  con  la  alianza  de  Cempoalla  i  de 
los  otros  pueblos  de  la  costa,  i  no  desesperaba  de  ponerse 


t>  Véase  lo  que  acerca  de  los  estandartes  mejicanos  hemos  dicho 
en  la  parte  primera,  cap.  II,  §  7.  El  estandíirte  tomado  en  Otum- 
ba  era  el  de  la  ciudad  de  Méjico. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO   X  327 

en  estado  de  tomar  de  nuevo  la  ofensiva.  Su  primer  cui- 
dado fué  asegurarse  la  conservación  de  la  alianza  de  los 
tlascaltecas,  estrechand<^  hábilmente  sus  amistosas  reía 
ciones.  Hizo  trasportar  en  seguida  algunas  piezas  de  arti- 
llería i  muchas  municiones  dejadas  por  él  en  Veracruz,  i 
despachó  cuatro  naves  de  la  escuadra  de  Narváez  para 
atraer  algunos  aventureros  de  las  islas  Española  i  Jamai- 
ca i  para  comprar  caballos  i  municionesL  de  guerra.  Con- 
venciílade  que  no  podria  tomar  a  Méjico  si  no  se  posesio- 
naba del  lago,  dio  la  orden  de  preparar  en  las  montañas 
vecinas  la  madera  necesaria  para  la  construcción  de  doce 
buques  que  pudiesen  ser  trasportados  en  trozos  a  las  ori- 
llas del  lago. 

Los  anteriores  descalabros,  con  todo,  produjeron  entre 
sus  soldados  los  primeros  jérmenes  del  descontento.  Los 
compañeros  de  Narváez  estaban  convencidos  que  la  ei^ipre- 
sa  que  había  acometido  Cortés  ofrecíalos  mayores  peligros; 
i  al  verlo  disponerse  para  niarchar  de  nuevo  sobre  Méjico, 
comenzaron  a  murmurar  i  a  pedir  su  vuelta  a  Cuba  donde 
disfrutaban  de  una  segura  paz.  Cortés  supo  acallar  estas 
quejas;  i  para  poner  término  a  la  ociosidad,  que  siempre 
era  el  oríjen  de  esos  disturbios,  organizó  una  espediciou 
contra  los  pueblos  de  Tepeaca,  que  poco^ntes  habían  des- 
truido un  destacamento  español.  El  jeneral  dirijió  las  ope 
raciones  por  sí  mismo,  vengó  el  agravio  inferido  a  sus  sol- 
dados, i  después  de  fundar  un  pueblo  con  el  nombre  de  Se- 
gura de  la  Frontera,  volvió  a  Tlascala  cargado  de  despo- 
jos que  repartió  jenerosamente  con  sus  fieles  aliados. 

La  fortuna,  tanto  tiempo  esquiva  con  Cortés,  comenza 
ba  a  dispensarle  de  nuevo  sus  favores.  Velásquez,  el  gober- 
nador de  Cuba,  considerando -seguro  el  triunfo  de  la  espe- 
diciou de  Narváez,  envió  dos  pequeñas  embarcaciones  con 
un  refuerzo  de  hombres  i  de  municiones  de  guerra.  El  ofi- 
cial a  quien  Cortés  había  encargado  que  guarneciera  la 
costa,  permitió  deseml)arcar  a  los  recién  llegados,  i  apode- 
rándose de  las  naves,  redujo  a  atjucUos  a  marchar  a  Tlas- 
cala a  juntarse  con  el  ejército  de  Cortés. 


328  ilISTOKIA    DB    AMÉRICA 

Por  ese  mismo  tiempo,  Francisco  de  Garia,  gobernador 
de  Jamaica,  había  equipado  tres  naves  para  fundar  una 
colonia  en  la  costa  do  Panuco,  al  norte  de  Veracruz;  pero 
atacadas  éstas  por  los  indios  con  singular  furor,  se  vieron 
obligadas  a  buscar  un  amparo  en  la  colonia  de  Cortés.  La 
tempestad  habia  destruido  a  una  de  ellas;  pero  las  otras 
dos  llegaron  felizmente  a  Veracruz;  i  sus  tripulaciones,  aun- 
que disminuidas  por  el  combate  contra  los  indios  en  Panu- 
co, tomaron  servicio  en  el  ejército  de  Cortés.  Poco  después 
llegó  a  aquellas  costas  otra  nave  cargada  de  municiones 
de  guerrgí^  que  venia  mandada  por  algunos  comerciantes  de 
España  para  vender  a  los  aventureros  del  Nuevo  Mundo. 
El  jeneral  español  hizo  comprar  el  cargamento  i  el  buque, 
i  su  tripulación,  arrastrada  sin  duda  por  las  maravillosas 
hazañas  de  Cortés  i  la  riqueza  de  aquel  pais,  de  que  oian 
hablar  en  la  costa,  resolvió  seguir  la  suerte  de  sus  compa- 
triotas. 

Antes  de  emprender  una  nueva  campaña,  Cortés  escribió 
en  Segura  de  la  Frontera  la  segunda  carta  de  relación  que 
dirijió  al  rei,  i  la  firmó  con  fecha  30  de  octubre  de  1520.  En 
esa  carta  le  daba  cuenta  de  todos  los  sucesos  notables  de  la 
espedicion,  i  le  trazaba  el  halagüeño  cuadro  de  un  imperio 
poderoso,  cuajado  de  riquezas  de  todo  jénero  que  estaba  a 
punto  de  conquistar  con  tan  escasos  recursos  i  con  tan 
grandes  sacrificios.  La  primera  carta  de  Cortés,  escrita  en 
Veracruz  en  Julio  de  1519,  no  liabia  llamado  la  atención  de 
nadie  en  España:  el  rei  Carlos  de  Austria  recibió  los  presen- 
tes de  que  iba  acompañada,  pero  se  descuidó  de  prestarle  los 
ausilios  que  reclamaba  Cortés  ])ara  consumar  tan  grandio- 
sa empresa.  El  obispo  de  IJúrgos,  Juan  Rodríguez  de  Fon- 
seca,  el  enemigo  constante  de  Colon  i  de  Balboa,  se  pronun- 
ció también  contra  el  Gran  Cortés,  i  puso  obstáculos  a  los 
trabajos  de  los  comisionados  de  éste  para  enganchar  jente 
con  que  marchar  en  su  socorro.  La  segunda  carta  de  Cor- 
tés iba  a  cambiar  en  admiración  la  indiferencia  con  (jueal 
princi[)io  se  miraron  sus  hazañas.  Los  sabios  iban  a  co- 
n(K-cr  que    entre    los  salvajes  americanos   se  habia  levan- 


PARTM    SEGUNDA. — CAPItULO    X  329 


tado  un  grande  imperio,  centro  de  una  civilización  mui 
orijinal,  pero  también  mui  adelantada;  i  la  España  entera 
debia  saber  que  en  las  remotas  rejiones  de  occidente  se  alza- 
ba un  jeneral  rival  digno  de  los  mas  grandes  capitanes  de 
la  Europa.  La  carta  de  Cortés,  escrita  en  los  campamentos 
i  firmada  talvez  sobre  un  tambor,  revelaba  no  sólo  un  mili- 
tar valiente  i  esperimentado  i  un  hábil  político  sino  un 
grande  escritor,  lleno  de  sagacidad,  que  trazaba  con  conci- 
sión i  elegancia  el  cuadro  animado  de  las  campañas  milita- 
res, i  del  carácter  i  situación  de  los  pueblos  esplorados. 

A  mediados  de  diciembre  ele  1520,  Cortés  tenia  su  ejér' 
cito  dispuesto  para  entrar  en  campaña.  Habia  permitido 
que  volvieran  a  la  costa  los  soldados  de  Narváez  que  no 
quisieran  acompañarlo.  Separados  éstos,  el  ejército  secom- 
ponia  de  550  infantes  de  los  cuales  sólo  80  tenian armas  de 
fuego,  40  jinetes  i  nueve  cañones.  Este  reducido  ejército  es- 
taba reforzado  con  un  cuerpo  de  10,000  tlascaltecas  i  otros 
indios,  i  un  considerable  número  de  tamanes  o  cargadores 
para  el  trasporte  de  los  bagajes.  El  28  de  diciembre  de 
1520,  Cortés  se  puso  en  marcha  para  Méjico.  Los  prime- 
ros dias  de  su  viaje  fueron  completamente  felices:  sus  victo- 
rias en  la  última  campaña  de  Tepeaca  i  el  famoso  triunfo 
Je  Otumba  habian  restablecido  su  crédito  de  gran  capitán. 
En  los  pueblos  por  donde  pasaba  era  recibido  casi  en  triun- 
fo, i  obsequiado  con  los  donativos  i  presentes  de  sus  habi- 
tantes. 

7.  Nueva  campaña  de  Hernán  Cortés.— Después  de  la 
muerte  de  Moctezuma,  los  principales  señores  mejicanos,  a 
[juienes  correspondía  hacer  la  elección  del  emperador,  ele- 
i'aron  al  trono  a  un  hermano  suyo  llamado  Cuitlahuatzin, 
jue  desplegó  en  el  gobierno  una  grande  enerjía  para  recha- 
zar de  la  capital  a  los  estranjeros  i  para  perseguirlos  en  su 
jcnosa  retirada.  El  nuevo  emperador  hizo  mas  todavía 
íontra  los  españoles:  entabló  negociaciones  con  los  tlascal- 
:ecas  para  inducirlos  a  romper  la  alianza  que  los  ligaba 
:on  Cortés;  i  fué  necesaria  toda  la  habilidad  de  éste  para 
mpcdir  tan  funesto  resultado. 


830  HISTORIA   DE  AMÉRICA 


Mientras  tanto,  las  viruelas,  epidemia  desconocida  en 
América,  hahian  sido  llevadas  a  Méjico  por  un  negro  de  la 
espedicion  de  Narváez.  MilUires  de  indios  morian  todos  los 
dias;  i  el  emperador  Cuitlahuatzin,  atacado  por  la  peste, 
sucumbió  después  de  un  reinado  de  cuarenta  i  siete  dias  El 
rei  o  señor  de  Tacuba  fué  arrastrado  también  por  la  misma 
peste    ' 

Los  mejicanos  elevaron  entonces  al  imperio  a  Quaulite- 
moc,  mas  conocido  con  el  nombre  de  Guatimocin  que  le  dan 
los  historiadores  españoles,  valiente  guerrero  de  veinticua- 
tro años  que  se  habia  distinguido  mucho  en  los  combates 
que  tuvieron  lugar  en  la  capital. 

Al  entrar  en  el  territorio  enemigo,  Cortés  encontró  por 
todas  partes  disposiciones  hostiles;  pero  sus  tropas  se  bur- 
laron de  todos  los  obstáculos;  i  el  31  de  diciembre  de  1520 
se  apoderaron  de  la  importante  ciudad  deTezciico,  situada 
en  la  ribera  oriental  del  lago  en  que  se  levantaba  la  capital 
del  imperio  mejicano.  Allí,  Cortés  dio  principio  a  las  opera- 
ciones, ocupándose  particularmente  en  ganarse  la  voluntad 
de  algunas  poblaciones  vecinas,  en  someter  por  la  fuerza  a 
otras  i  en  fomentar  hábilmente  los  jérmcnes  de  división  que 
existian  en  el  imperio. 

Durante  este  tiempo,  taml^ien,  la  suerte  de  líi  espedicion 
estuvo  en  un  gran  peligro.  Hal)ian  quedado  en  el  ejército 
castellano  algunos  soldados  de  Narváez  que  profesaban  a 
Cortés  un  odio  profundo,  i  (jue  sólo  ])ensaban  en  volverse 
a  Cuba.  Como  no  era  ])osiblc  conseguir  un  cambio  en  las 
determinaciones  del  jeneral,  los  descontentos  tramaron  una 
conspiración  para  asesinarlo  i  nombrar  en  su  reemplazo 
un  jefe  de  su  amaño.  Cortés  descubrió  el  |)royecto  la  víspe- 
ra de  ponerse  en  ejecución,  i  apresó  personalmente  al  princi- 
pal instigadíír,  Antonio  Villcfaña,  soldado  oscuro,  i  lo 
mandó  procesar.    Las  pruebas  de  su  crimen  existian  en    un 


^  FKRN».Nn()  i)K  Ai.VA  Iti.ixochilt,  Histnirc  dc^  Chicltimcijucs, 
parte  II,  cap.  IX,  toni.  II,  páj.  263,  traducción  de  Tcrnaux-Coni- 
pans. 


PAKTB   SEGUNDA- — CAPÍTULO    X  331 

acta  firmada  por  los  principales  conjurados.  El  jeneral,  sin 
embargo,  se  desentendió  del  crimen  de  todos  los  demás:  só- 
lo Villeraña  fué  sentenciado  a  la  penia  de  horca  i  ejecutado 
en  la   puerta  de  su  casa. 

En  ese  mismo  tiempo,  Cortés  trabajaba   principalmente 
ocupado  en  la  construcción  de  sus  naves.  Un  destacamento 
de  200  españoles  i  de  muchos  indios  ausiliares,   bajo  el 
rnando  del  intrépido  Sandoval,  fué  encargado  de  dirijir  la 
<^onduccion  de  la  madera  cortada  i  preparada  en  Tlascala, 
i  del  velamen,  jarcia  i  ferretería  trasportados  de  Veracruz. 
Ocho  mil  tamanes  fueron  ocupados  en  el  carguío  de  esos 
itnateriales;  i  los  tlascaltecas  los  hicieron   acompañar  por 
15,000  guerreros  para  ausiliar  a  Sandoval  en  la  marcha,  i 
poner  el  convoi  a  cubierto  de  cualquier  ataque.  En  Tezcuco, 
en  las  orillas  de  un  riachuelo  que  va  a  perderse  en  el  lago, 
los  carpinteros  de  Cortés,  ayudados  de  un  gran  número  de 
indios,  que  se  ocupaban  sobre  todo  de  profundizar  el  cauce 
del  riachuelo,  armaron  las  naves;  i  el  28  de  abril  de   1521, 
las  arrojaron  al  agua  en  medio  de  una  gran  fiesta  militar  i 
de  las  ceremonias  relijiosas  con  que  se  celebraba  su   bendi- 
ción.   Era  aquel  un  espectáculo  nuevo  para  los  indios,  que 
llenos  de  admiración  veian  la  escuadrilla  española  surcar 
sobre  las  tersas  aguas  del  lago.  Los  castellanos  mismos  es- 
taban maravillados  al  contemplar  cuánto  podia  el   injenio 
i  la  voluntad  de  su  ilustre  capitán;  i  los  historiadores,   al 
referir  esta  portentosa  hazaña,  no  han  podido   dispensarse 
de  tributar  a  Cortés  las  mayores  alabanzas.   El  cronista 
Oviedo,  mui  parco  en  elojios,  advierte  que  la  proeza  de  Cor- 
tés al  construir  i  trasportar  sus  naves  de  una  gran  distan- 
cia i  por  caminos  casi  intransitables,  oscurece  las  famosas 
hazañas  de  Sesóstris.   La  historia,  en  efecto,   no  recuerda 
mas  que  un  hecho  que  pueda  competir  con  la  gloriosa  ac- 
ción de  Cortés,  i  ese  tuvo  lugar  también  en  el  Nuevo   Mun- 
do cuando  el  hábil  e  infatigable  Balboa  trasportó  de  las 
orillas  del  Océano  Atlántico,  las  naves  con  que  se  proponia 
reconocer  el  Mar  del  Sur. 
Cuando  Cortés  se  preparaba  para  estrechar  el  sitio  de  la 


332  HISTORIA   DB   AMRRICA 


capital  del  imperio,  recibió  un  ausilio  inesperado.  LlegaroJ 
a  Veracruz  tres  naves  con  200  soldados,  80  caballos,  do 
cañones  i  gran  cantidad  de  armas  i  municiones  ^  .  Corté 
los  incorporó  a  su  ejército. 

8.  Sitio  de  Méjico. — Cortés  contaba,  merced  a  estos  di 
versos  ausilios,  con  un  ejército  compuesto  de  86  jinetes  i  d* 
918  infantes,  de  los  cuales  120  tenian  armas  de  fuego, 
con  numerosas  tropas  ausiliares  que  alcanzaron  mas  ade 
lante  a  la  enorme  cifra  de  150,000  hombres.  Su  artillería 
consistía  en  tres  cañones  de  sitio  i  quince  piezas  de  campa 
ña.  Dividió  su  ejército  en  tres  grandes  cuerpos,  a  las  órde 
nes  de  sus  mejores  capitanes  para  atacar  la  ciudad  por  lai 
tres  grandes  calzadas  que  le  servian  de  comunicación  cor 
la  tierra  firme,  Sandoval  mandaba  el  ataque  por  la  calza 
da  del  norte;  Pedro  de  Alvarado  por  la  de  Tacuba,  la  mis 
ma  por  donde  se  habian  retirado  los  españoles  en  la  nocln 
triste;  i  Cristóbal  de  Olid  por  la  del  sur.  Estos  dos  últimoí 
comenzaron  las  operaciones  por  destruir  el  acueducto  qu( 
suministraba  agua  a  la  ciudad,  pues  la  de  aquel  lago  en 
salobre.  Hernán  Cortés  se  reservó  para  sí  la  dirección  d< 
las  operaciones  i  el  mando  inmediato  de  la  escuadra.  Loi 
pueblos  de  los  alrededores  del  lago,  que  no  habian  caido  cr 
poder  de  los  españoles,  estaban  desiertos:  sus  habitantes 
se  habian  refujiado  en  la  capital,  donde  Guatimocin  habií 
reunido  las  principales  fuerzas  de  su  imperio. 

Guatimocin  dirijió  su  primer  ;:^olpe  contra  las  naves  d< 
Cortés.  Reunió  al  efecto  un  número  inmenso  de  canoas  cor 
que  casi  cubrió  la  superficie  del  lago,  i  dispuso  el  atacjue  (1( 
las  embarcaciones.  Difícil  parecia  resistir  al  abordaje  tl< 
tan  numerosos  enemigos;  pero  Cortés  mandó  desplegar  la* 
velas  (le  sus  naves;  i   em|)uja(las  éstas  por  una  suave  hri 


^  No  se  sabe  con  fijeza  de  dónde  venia  este  S'^^orro.  Cortés  ei 
su  carta  tercera  de  relación  (pnj  21<)  de  la  Colección  citada  de  Lo 
KKNZ  NA  1  da  cuenta  de  él,  pero  no  dice  de  dónde  habia  ido.  Hkr- 
NAL  DÍAZ  (cap.  CVIIL)  dice  que  híihia  ido  de  Castilla.  Creemos 
mas  bien  (jue  serian  los  ausilios  que  en  1520  piílió  Cortés  a  la  isla 
española. 


PARTE   SEGUNDA.—  CAPITULO   X  333 

sa,  echaron  a  pique  cuantas  canoas  se  presentaban  delan- 
te, i  entonces  los  castellanos  dispersaron  las  demás  a  ca- 
ñonazos con  gran  pérdida  de  los  indios.  Este  primer  ensa- 
yo de  las  naves  aseguró  a  Cortés  el  dominio  del  lago. 

El  sitio  comenzó  el  30  de  mayo  de  1521,  i  se  continuó  du- 
rante un  mes  sin  grandes  resultados.  En  el  dia  los  españo- 
les penetraban  hasta  el  recinto  de  la  ciudad:  después  de  en- 
carnizados combates,  se  apoderaban  de  los  puentes,  relle- 
naban los  fosóse  incendiaban  los  edificios.  Los  mejicanos, 
que  manifestaron  en  la  defensa  tanto  arrojo  corao  los  es- 
pañoles en  el  ataque,  construian  en  la  noche  nuevas  trin- 
cheras i  abrian  nuevos  fosos.  Los  combates  se  sucedían  a 
los  combates:  los  sitiados  parecian  resueltos  a  sufrirlo  to- 
do, mientras  los  castellanos,  que  habian  esperimentado  al- 
gunas pérdidas  de  muertos  i  heridos,  parecian  cansarse  de 
la  prolongación  del  sitio. 

Disgustado  de  tantos  i  tan  inútiles  esfuerzos,  Cortés  se 
resolvió  a  dar  un  ataque  decisivo.  Se  puso  él  mismo  a  la 
cabeza  de  la  división  que  operaba  por  el  sur,  i  mandó  a  los 
jefes  de  las  otras  que  emprendieran  un  ataque  jeneral.  En 
el  primer  momento,  nada  pudo  resistir  al  empuje  de  los 
castellanos;  i  las  tres  divisiones  avanzaron  al  interior  de 
I<'^  ciudad  sin  grandes  dificultades.  Desgraciadamente,  los 
oficiales  encargados  de  cubrir  los  fosos  a  la  retaguardia 
del  ejército  para  facilitar  su  retirada,  descuidaron  este  en- 
^'irgo,  i  dieron  lugar  a  que  el  enemigo  les  preparase  un  gol- 
P^  terrible.  Guatimocin  mandó  que  sus  soldados  cedieran 
Wcilmente  el  terreno  que  ocupaban,  i  dispuso  que  nuevas 
^'"opas  atacaran  de  improviso  a  los  castellanos  por  la  es- 
palda. A  una  señal  dada  por  los  sacerdotes  desde  la  cima 
^^1  templo  mayor,  desde  donde  dominaban  el  combate,  los 
^*^dios  acudieron  de  tropel  por  las  callejuelas  atravesadas  i 
^^rgaron  con  furor  estraordinaiio  sobre  los  asaltantes.  El 
^^mbate  fué  entonces  mas  terrible  i  encarnizado  que  nunca. 
^^*^^s  españoles  tuvieron  que  hacer  esfuerzos  sobrehumanos 
P'^ra  retirarse.  Cortés  mismo  estuvo  a  punto  de  sucumbir; 
P^ro  reconocido  por  los  indios,  el  empeño  de  éstos  se  redu- 


334  HISTORIA    DE   AMÉRICA 


]'(»  a  tomarlo  prisionero  para  sacrificarlo  en  el  templo.  A 
íjunos  de  sus  compañeros  pudieron  rescatarlo  con  ^randt 
dificultades.  Al  llegar  a  sus  cuarteles,  notaron  que  le  fa 
taban  mas  de  60  españoles  i  muchos  indios,  i  reconociera 
con  el  mas  profunda  dolor  (pie  cerca  de  40 de  aquellos  lu 
bian  quedado  vivos  entre  los  enemigos. 

Mientras  los  castellanos  lamentaban  las  desgracias  i 
aquella  triste  jornada,  los  mejicanos,  orgullosos  con  s 
triunfo,  se  entregaban  a  la  alegría  i  preparaban  la  horr 
ble  fiesta  con  que  celebraban  sus  victorias.  En  medio  de  1 
noche  i  a  la  luz  de  los  fuegos  que  ardian  en  el  temph>  m; 
yor,  los  españoles  vieron  distintamente  que  una  larga  pn 
cesión  iba  subiendo  la  escalera  de  la  pirámide  en  (¡ue  est; 
ban  los  adoratorios.  Entre  los  indios  (jue  formaban  lac( 
mitiva,  distinguieron  los  castellanos  a  algunos  hombn 
desnudos,  i  que  por  el  color  de  la  piel,  reconocieron  queeríi 
sus  compatriotas.  Los  sacerdotes  los  obligaban  a  danzí 
delante  de  los  ídolos  en  cuyo  honor  iban  a  ser  inmolado 
Los  soldados  que  ocupal>an  los  cuarteles  inmediatos  a  T; 
cuba,  i  que  por  tanto  eran  los  que  estaban  mas  próximos 
la  capital,  oian  los  gritos  de  las  víctimas  i  creiaii  recon<>c< 
en  la  voz  a  cada  uno  de  sus  compañeros.  Fácil  es  conipreí 
dcr  la  amargura  cpie  acjuel  espectáculo  debia  producirle 
Bernal  Díaz,  testigo  de  ri(piclla  horrible  escena,  dice  C(»n  s 
natural  injenuidad,  que  desde  esa  noche  nunca  se  acercó 
los  indios  en  los  combates  sin  un  soni])río  terror. 

Al  (lia  siguiente  se  renovó  la  lucha.  Los  mejicanos  oste 
taban  como  trofeos  las  cabezas  de  los  españoles  muertí 
en  el  Sc'icrificio,  i  se  |)resen taban  orgullosos  i  ( ontentos  ii 
sólo  con  su  triunfo  sino  también  con  un  vaticinio  de  si 
sacerdotes  por  el  cual  sabian  (pie  sus  enemigos  serian  de 
trozados  antes  de  ocho  (lias.  Este  anuncio  lleg(')  en  l)reve, 
campo  (le  los  sitiadores,  i  produjo  entre  los  indios  auxili; 
res  la  mayor  consternación.  Anuípie  císLos  hubieran  abr; 
zado  en  apariencia  la  relijion  cristiana,  c(jnservaban  toil. 
vía  las  preocupaciones  de  los  mejicano-;  i  creian  en  U 
pron(')sticos  (pie  hacian  sus  saccniotes después  de  un  soleii 


PARTB   SEGUNDA. — CAPÍTULO    X  335 

ne  sacrificio.  Los  soldados  indios  se  desbandaban  del  cam- 
pü mentó  durante  la  noche  para  sustraerse  a  las  desgracias 
de  que  creían  amenazado  al  ejército  español.  Su  situación 
comenzaba  a  ser  mui  angustiada. 

Sólo  Cortés  no  se  espantó  con  esta  deserción.  No  pu- 
diendo  renovar  los  ataques  a  la  plaza  sitiada,  redobló  la 
vijilancia  por  medio  de  sus  naves  i  estrechó  el  bloqueo  de 
modo  que  el  hambre  comenzó  a  hacerse  sentir  en  Méjico. 
A.sf  pasaron  los  ocho  días  que  habían  dado  de  plazo  los 
SR.oerdotes  para  la  destrucción  de  los  españoles;  i  como  el 
Víi^ticinio  no  se  cumplia,  los  aliados  de  Cortés  comenzaron 
a  ^volver  a  sus  cuarteles.  La  confianza  de  éstos  en  el  jeneral 
C5^  stellano  fué  mucho  mayor  desde  ese  dia. 

S.  Toma  de  Méjico. — Cortés  se  convenció  de  que  no 
podría  tomar  la  ciudad  por  asalto.  Empezó  entonces  a  qui- 
tsLT  al  enemigo  casa  por  casa,  arrasando  a  los  edificios  a 
iriodida  que  avanzaba  en  su  empresa,  i  rellenando  los  cana- 
les con  los  escombros.  "Tomé,  dice  él  mismo,  un  medio  para 
nxa^stra  seguridad  i  para  poder  mas  estrechar  a  nuestros 
enemigos,  i  fué  que  cómo  fuésemos  ganando  por  las  calles 
do  la  ciudad,  fuesen  derrocando  todas  las  casas  de  ellas  de 
tiri  lado  i  del  otro;  por  manera  que  no  fuésemos  un  paso 
a^< leíante  sin  dejar  todo  asolado,  i  lo  que  era  agua  hacerlo 
tiorra  firme,  aunque  hubiera  toda  la  dilación  que  se  pudiera 
seguir''  9. 

Este  sistema  de  guerra  importaba  la  destrucción  com- 
pleta de  la  capital.  Cortés  hubiera  querido  impedir  esto,  i 
axin  hizo  proposiciones  al  emperador  para  obtener  su 
rendición;  pero  Guatímocin,  que  veía  a  los  españoles  ade- 
l^intar  poco  a  poco  en  el  recinto  de  la  capital,  al  mismo 
tiempo  que  formaban  un  terreno  sólido  i  llano  para  hacer 
evolucionar  sus  tropas,  i  que  sufría  en  el  recinto  de  la  pla- 
^'  A  los  horribles  estragos  del  hambre  i  de  las  enfermedades 
^^e  ella  producía,  se  negó  a  todo  trance  a  entrar  en  capí- 


^  Carta  tercera  <le  Cortés,  páj.   279  de  la  Colección  de  Lo- 

*HK2aNA. 


i 


336  HISTORIA   DE    AMÉRICA 


tulaciones.  Inútil  era  que  ei  jeneral  castellano  pidiese  sol 
el  reconocimiento  de  la  soberanía  del  rei  de  España,  pro 
metiendo  en  cambio  respetar  las  personas,  las  pro|)iedade 
i  los  derechos  políticos  de  los  mejicanos,  porque  Guatimc 
cin  parecia  resuelto  a  soportarlo  todo  i  rechazaba  con  de* 
den  las  proposiciones  de  paz.  Cortés  dio  la  orden  de  que  s 
tratara  con  la  mayor  humanidad  a  los  desgraciados  indio 
a  quienes  el  hambre  obligase  a  salir  de  la  capital;  pero  mu 
pocos  llegaron  al  campo  castellano:  preferian  morir  ante 
que  implorar  piedad  del  enemigo. 

El  cerco  de  la  ciudad  se  estrechaba  cada  dia.  Los  espa 
ñoles  sólo  habian  dejado  al  enemigo  la  posesión  de  uno  d' 
los  barrios  de  Méjico;  i  la  falta  de  víveres  i  de  agua  así  co 
mo  las  enfermedades  reducian  considerablemente  el  mimen 
de  sus  habitantes.  **Xo  podíamos  andar,  dice  imo  de  lo 
soldados  españoles,  sino  entre  cuerpos  i  cabezas  de  indio 
muertos"  *^.  En  efecto,  los  defensores  de  la  ciudad  no  for 
maban  ya  un  ejército  sino  un  grupo  de  indios  hambriento! 
i  enfermos  acampados  sobre  montones  de  cadáveres  en  pu 
trefaccion.  Pero  en  medio  de  tamaños  sufrimientos,  los  nie 
jicanos  se  negaban  todavía  a  tratar.  Cortes  intentó  varia 
veces  entrar  en  negociaciones,  pero  siempre  fueron  ésta 
desechadas.  En  una  ocasión  maiuló  cerca  de  (iiiatimoci 
un  indio  principal  (¡ue  habia  tomado  prisionero;  '*i  C(^nio  I 
llevaron  delante  de  su  señor  i  él  le  comenzó  a  hablar  sohr 
\ci  paz,  diz  que  luego  le  mandó  matar  i  sacrificar"  ^K 

Tan  inútil  i  tenaz  resistencia  deterniinó,  por  fin,  a  Cortu 
a  disponer  el  asalto  de  los  últimos  atrincheramientos  de  K^ 
mejicanos.  Sin  embargo,  el  combate  duró  dos  dias  ¡12  i  1 
de  agosto  de  1521).  Los  españoles  se  precipitaron  sobre  e 
último  asilo  de  los  sitiados.  Envueltos  por  todas  partes 
atacados  con  un  furor  estraordinario  i  debilitados  por  c 
hambre  i  his  fatigas,  los  mejicanos   apenas   podian  rcsistii 


i<>  Hkkv.ví.  Díxz  Iíist(tri/i  vcrdiulcni,  ctc  ,  ca[).  CLVI. 

n    Carta  tercera  de  Cortés,  páj.  21K5  en  la  Colección   de  Lokk>¿ 

ZANA. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPItULO    X  387 

El  combate  fué  mas  bien  una  matanza:  Cortés  había  encar- 
rilado a  sus  soldados  que  perdonasen  a  los  rendidos  i  que 
evitasen  la  inútil  efusión  de  sangre;  pero  los  feroces  tlas- 
cal tecas,  despreciando  esta  orden,  asesinaban  inhumana- 
inente  a  cuantos  enemigos  se  les  presentaban  delante,  hom- 
bres, mujeres,  niños  i  ancianos.  *'La  cual  crueldad,  dice 
Cortés,  nunca  en  jeneracion  tan  recia  se  vio,  ni  tan  fuera  de 
tocia  orden  de  naturaleza  como  en  los  naturales  de  estas 
p«.rtes.*' — **Era  tanta  la  grita  i  lloro  de  los  niños  i  mujeres, 
agr^^ga,  que  no  habia  persona  a  quien  no  quebrantase  el 
ce  razón*'  i^.  Se  computa  en  mas  de  40,000  el  número  de 
¡aciios  muertos  o  prisioneros  en  el  primer  dia  del  asalto. 
Esperando  la  rendición  del  enemigo.  Cortés  dispuso  la  sus- 
lik nsion  del  ataque  en  ese  dia  para  evitar  mayor  efusión  de 
S£^  Tigre. 

Pero  los  defensores  de  Méjico  estaban  resueltos  a  sucum- 
bir-. Antes  de  renovar  el  combate.  Cortés  ofreció  la  paz  a 
Guatimocin.  Los  enviados  de  éste  llegaron  al  campamento 
es|3añol,  i  en  nombre  del  emperador  dijeron  al  jeneral. — 
**f^oned  en  ejercicio  todos  los  recursos  de  que  disponéis  i 
acribad  de  ejecutar  vuestros  designios.''  Cortés  esperó  to- 
davía algunas  horas;  pero  sus  tropas,  temiendo  que  Guati- 
^ocin  se  escapase  con  sus  tesoros,  pidieron  al  jeneral  la  ór- 
d^n  de  acometer,  i  renovaron  el  asalto.  Los  mejicanos,  es- 
^^Ouados  de  fatiga,  encontraron  en  su  desesperación  i  en  su 
P^'triotismo  la  fuerza  para  combatir  con  heroicidad  por  la 
ultima  vez.  La  carnicería  del  dia  anterior  se  renovó  con 
^i^evos  horrores.  Los  españoles,  por  orden  de  Cortés,  sal- 
^'^ban  a  las  mujeres,  a  los  niños  i  aun  a  los  hombres  que  se 
'^^n.dian:  sus  aliados  no  perdonaban  a  nadie. 

Ivos  mejicanos  apenas  podían  poner  una  débil  rcsisten- 
^^,  calculada  sólo  para  facilitar  la  fuga  de  su  emperador, 
^^n  la  esperanza  de  que  en  otra  parte  del  territorio  pudiera 
^ste  organizar  una  nueva  i  mas  eficaz  resistencia.  Guati- 


^-  Carta  tercera  de  Cortés,  páj.  296  en  la  Colección  de  Lorbn- 

TOMO    I  22 


3^  HISTORIA   DB  AMARICA 

mocin,  en  efecto,  se  embarcó  en  una  pequeña  canoa  para  es- 
caparse; pero  una  nave  de  la  escuadrilla  lo  persiguió  i  lo 
condujo  a  la  presencia  de  Cortés.  **Yo  he  hecho,  dijo  Gua- 
timocin,  todo  lo  que  he  podido  para  salvar  mi  corona  i  mi 
pueblo.  Haced  ahora  de  mí  lo  que  queráis."  Cortés  lo  trató 
por  el  momento  con  las  consideraciones  debidas  a  su  rango 
i  a  su  desg^cia.  Después  de  la  captura  deGuatimocin,toda 
resistencia  pareció  inútil  a  los  indios;  i  la  ocupación  de  la 
capital  del  imperio  mejicano  se  consumó  pocos  momentos 
mas  tarde  (13  de  agosto  de  1521).  El  sitio  habia  durado  se- 
tenta i  cinco  dias:  durante  este  tiempo,  sucumbieron  mas 
de  130,000  indios. 

Cortés  permitió  que  los  mejicanos  salvados  de  la  matan, 
za pudieran  salir  de  la  ciudad,  i  dio  principio  a  los  trabajos 
necesarios  para  desembarazarla  de  escombros  i  preparar  su 
reconstrucción.  El  templo  mayor  de  Méjico,  manchado  con 
la  sangre  de  tantas  víctimas  humanas,  fué  demolido  hasta 
sus  cimientos  para  levantar  en  su  lugar  una  iglesia  monu- 
mental destinada  al  culto  cristiano.  Con  gran  sorpresa 
suva,  notaron  los  castellanos  que  la  opulenta  capital  del 
imperio  no  encerraba  los  tesoros  que  habían  creído  encon- 
trar en  ella.  La  repartición  del  escaso  botín  dio  lugar  a  re- 
ñidas cuestiones  entre  los  mismos  conquistadores;  i  Cortés, 
para  satisfacer  la  codicia  de  sus  soldados,  cometió  la  falta 
de  dar  tormento  al  infeliz  Guatimocin  i  al  señor  de  Tacuba. 
para  arrancarles  declaraciones  i  descubrir  el  paradero  de 
los  tesoros.  Sólo  supieron  entonces  que  los  mejicanos  ha- 
bían arrojado  al  lago  sus  riquezas  en  los  últimos  dias  del 
sitio. 

10.   CoN(2ri5>T.\  DEFINITIVA  DEL  IMPERIO Con   la  caida 

de  Méjico  sucumbió  el  poderoso  imperio  de  los  aztecas.  L^s 
provincias  se  sometieron  unas  en  pos  de  otras  casi  sin  com- 
batir. Algunos  destacamentos  castellanos  recorrieron  fácil- 
mente todo  el  país  i  llegaron  hasta  las  playas  del  mar  dt\ 
sur,  donde  Cortés,  adelantando  el  pensamiento  de  Colon, 
proyectó  equipar  una  escuadra  para  esplorar  los  mares  de 
la  India.  El  concjuistador  de  Méjico  no  sabía  que  un  ilustre 


PARTBI    SEGUNDA. — CAPÍTULO    X  339 

marino,  Hernando  de  Magallanes,  consumaba  esta  gran- 
diosa empresa  en  el  mismo  tiempo  en  que  él  sometia  el  im- 
perio de  los  aztecas.  Fundó,  ademas,  algunas  ciudades  en 
diversas  partes  del  territorio  i  preparó  sú  colonización  con 
la  misma  actividad  i  enerjía  con  que  habia  llevado  a  cabo 
su  conquista. 

Pero  Cortés  era  demasiado  grande  para  que  no  contara 
con  poderosos  enemigos.  Como  Colon  i  como  Balboa,  se  vi6 
hostilizado  por  el  poderoso  obispo  de  Burgos,  Juan  Rodrí- 
guez de  Fonseca,  el  cual,  en  vez  de  pedir  que  se  le  manda- 
ran refuerzos  para  consumar  la  conquista,  solicitó  i  obtuvo 
el  envío  de  un  ájente  encargado  de  destituir  a  Cortés  del 
mando  que  le  habían  conferido  sus  compañeros  de  armas, 
de  ponerlo  preso,  de  confiscar  sus  bienes  i  de  someterlo  a 
residencia.  El  comisionado  fué  Cristóbal  de  Tapia,  tino  de 
esos  cortesanos  petulantes  i  oscuros,  que  se  creia  capaz  de 
llamar  a  cuentas  a  un  capitán  de  tanto  mérito,  de  tanto 
valor  i  de  tan  alta  intelijencia  como  Hernán  Cortés.  Tapia 
llegó  a  Méjico  en  diciembre  de  1521.  Cortés  aparentó  guar- 
darle todo  jénero  de  miramientos;  pero  por  medio  de  artifi- 
ciosas dilaciones  burló  su  autoridad,  agotó  su  paciencia  i 
lo  obligó  a  reembarcarse  para  España  donde  fué  a  engrosar 
el  número  de  los  acusadores  de  Cortés.  Pero  antes  de  su 
arribo  a  España,  habia  llegado  la  noticia  de  las  brillantes 
conquistas  de  aquel  osado  capitán  que  llenaron  de  admira- 
ción a  la  Europa  entera.  Carlos  V  se  desentendió  por  fin 
de  las  intrigas  del  obispo  Fonseca,  i  con  fecha.de  15  de  octu- 
bre de  1522,  nombró  a  Cortés  gobernador,  capitán  jeneral 
i  justicia  mayor  de  la  Nueva  España,  denominación  que  los 
castellanos  daban  al  territorio  de  Méjico  desde  la  espedicion 
de  Grijalva.  En  el  ejercicio  de  este  cargo,  desplegó  Cortés 
grandes  dotes  de  gobernante.  Fomentó  el  desarrollo  de  las 
poblaciones  que  habia  fundado  por  medio  de  distribuciones 
de  tierras  i  de  concesiones  de  privilejios  municipales.  Adoptó 
el  sistema  de  repartimientos,  practicado  ya  en  las  Antillas, 
i  distribuyó  los  indios  entre  los  colonos  españoles;  pero 
conservó  su  libertad  a  los  tlascaltecas  en  premio  de  los  ser- 


340  HISTORIA   DB    AMÉRICA 


vicios  que  le  habian  prestado  en  su  penosa  campana.  Llamó 
ademas  misioneros  franciscanos,  encargados  de  estirpar  la 
idolatría  i  de  cimentar  el  culto  cristiano. 

El  recuerdo  del  antiguo  esplendor  de  la  monarquía  meji- 
cana, i  mas  que  todo  el  despotismo  con  que  fueron  tratados 
los  indíjenas,  produjeron  diversas  sublevaciones,  que  fueron 
reprimidas  con  mano  firme.  Cortés  dilató  los  límites  de  sus 
conquistas  por  medio  de  espediciones  confiadas  a  sus  ca- 
pitanes, i  él  mismo  hizo  una  penosa  campaña  a  Honduras 
en  que  ocupó  cerca  de  dos  años  (octubre  de  1524-,  junio 
de  1526), 

Durante  su  ausencia,  su  autoridad  se  halló  gravemente 
comprometida.  Los  empleados  a  quienes  la  corte  habia  con- 
fiado algunos  ramos  de  la  administración,  llevaron  a  la 
Nueva  España  las  semillas  de  la  discordia  que  jerminaban 
con  tanto  facilidad  en  las  colonias  del  nuevo  mundo.  El 
conquistador  de  Méjico  fué  acusado  ante  la  corte  de  su- 
puestos crímenes,  i  de  abrigar  el  pensamiento  de  hacerse 
independiente  de  la  corona.  El  rei,  prestando  oidos  a  la  ca- 
lumnia, comisionó  al  licenciado  Luis  Ponce  de  León  con  el 
encargo  de  residenciarlo.  Este  llegó  a  Méjico  en  julio  de 
1526,  i  murió  poco  tiempo  después  sin  haber  alcanzado  a 
desempeñar  las  funciones  de  su  cargo. 

Convencido  de  que  su  mejor  defensa  seria  presentarse  a  la 
corte,  como  lo  habia  hecho  Colon  en  idénticas  circunstan- 
cias, Cortés  se  puso  en  viaje  para  España.  Llegó  a  Palos  en 
mayo  de  1528;  i  poco  tiempo  después,  se  presentó  al  rei  en 
Toledo,  con  el  fausto  i  brillo  que  correspondia  a  su  nombre 
i  a  sus  hazañas.  Sucedió,  en  efecto,  lo  que  habia  previsto. 
La  opinión  piiblica  lo  habia  justificado  de  antemano:  i  su 
presencia  en  España  fué  la  causa  del  espléndido  recibimien- 
to (jue  se  le  hizo  en  todos  los  pueblos  de  su  tránsito.  Carlos 
V  también  lo  colmó  de  honores,  lo  confirmó  en  su  rango 
de  capitán  jeneral  de  la  Nueva  España,  i  le  dio  el  título  de 
marques  del  valle  de  Oajaca. 

11.  Organización  del  virreinato.— Sin  embargo,  Cortés 
no  fué  repuesto  en  el  mando  político  con  las  atribuciones 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    X  841 


que  le  correspondían.  En  1528,  el  rei  había  organizado  una 
real  audencíaque  contrabalanceaba  la  autoridad  de  Cortés, 
i  que  fué  motivo  de  grandes  dificultades.  El  conquistador, 
sin  embargo,  se  ocupó  principalmente  efi  adelantar  las  es- 
ploraciones  jeográficas  buscando  una  comunicación  entre 
los  dos  océanos,  i  haciendo  reconocer  el  Pacifico  para  llegar 
a  los  mares  de  la  India.  El  mismo  hizo  un  penoso  viaje  a 
las  rejiones  occidentales,  que  dio  por  resultado  el  descubrí" 
miento  de  California,  i  en  que  Cortés  consumió  una  gran 
pnrtede  sus  riquezas.* 

Pero  su  fortuna  comenzaba  a  eclipsarse.  El  descubri- 
ini^nto  i  conquista  del  Perú  oscurecía  en  parte  el  brillo  de 
SMS  hazañas,  al  mismo  tiempo  que  las  acusaciones  de  sus 
^tíemigos  se  repetían  en  la  corte  sin  hallar  contradicción- 
Kn  1534,  Carlos  V  cambió  resueltamente  la  organización 
^1^  aquella  rica  colonia,  creó  un  dilatado  virreinato,  i  dio 
^st:e  cargo  a  don  Antonio  de  Mendoza,  líoble  español,  do- 
^íAclü  de  la  prudencia  necesaria  para  su  desempeño.  Mendo- 
^^^  se  recibió  del  gobierno  a  principios  de  1535.  La  conquis- 
^«í.  de  la  Nueva  España  estaba  terminada:  con  Mendoza 
^c>xníenza  la  historia  de  la  colonia. 

12.  Últimos  .vños  de  Hernán  Cortés.— -Cortés  quedó 
^tx  Méjico  hasta  1540.  Resolvióse  entonces  pasar  a  Espa- 
^^.  a  entablar  sus  reclamaciones  para  el  pago  de  los  gas- 
tos que  habia  hecho  en  las  espediciones  marítimas,  i  para 
^'taerellarse  por  los  perjuicios  que  le  habia  irrogado  la  real 
^"^-^idiencía  de  Méjico.  Al  saber  que  Carlos  V  se  hallaba  en 
^f^rica  ocupado  en  el  sitio  de  Arjel,  fué  a  reunírsele,  i  tomó 
P^rte  en  las  operaciones  militares,  si  bien  fueron  desaten- 
didos sus  ofrecimientos  de  atacar  la  plaza  según  sus  indi- 
^^^cíones. 

Desde  esa  época  el  conquistador  de  Méjico  llevó  una 
^^t:la  oscura,  ocupado  constantemente  en  hacer  valer  sus 
^aclamaciones,  i  en  estériles  afanes  para  solicitar  justicia. 
^^  refiere  una  anécdota  evidentemente  falsa,  pero  que  sim- 
boliza la  ingratitud  con  que  los  soberanos  españoles  olvi- 
^^ban  los  servicios  de  los  mas  esclarecidos  capitanes  del 


342  sumRiA  3K  AXBSxc^ 

nuevo  rntrntio.  Cacacaáe  lue  :in  üa.  no  pmStají-:  tsacr 
ana  audienca  iei  emperatior.  :  teaeamio  "laccr  cir  «n*  rr" 
clamacionea.  Cortés  3e  acsmó  a  la  portezueia  fe*!  i-:cii«±  ie 
CártOí»  V  ioe  ^ia  a  paseo. — "¿»_¿TiTéa  *$  ese  '-Od^-pí"'  tri- 
gnntv)  ei  r~. —  *Sinor.  *>i  an  *uiiado.  coatssr.!-  Czrtís.  q^e 
ha  iaiío  a  V.  .L  aias  ríMos  :;ue  ¿nfiacSes  Je  letzar:-  5t:s 
majo  res"--'. 

Cortés,  cansaiio  ie  -«is  indtües  r^jiainacioncs.  se  r**-:!- 
YÍ6  al  nn  a  Toirer  a  Nueva  España,  para  pasar  sí:s  üti- 
miDs  días  reriratio  en  sus  iommios.  La  tnncrte  lo  s*:rtní::* 
dio  en  Cascüleja  ie  la  Caesca.  ea  las  inmediaciones  ie  ¿e 
villa,  el  2  «ie  üciembre  ie  1.3-^7.  a  los  sesenta  :  tres  años 
de  etiad.  **Sa  vinerpo,  «iice  'Jrtiz  de  Záñi-za,  fné  paesto  por 
depósit:,  en  ei  oonventij  <ie  San  Isidn^  «iei  Canip»>  en  el 
entierrí?  de  I«-^s  ianaes  ie  Medina  Sido  nía"  **. 

El  cadáver  de  Cortés  fhé  trasladado  a  üéjicc':  per*»  en 
lS2o  La  piebe  de  la  capital  *?  dispooia  a  abrir  sa  tumba  i 
arrojar  a:  vient-i  sus  cenizas,  cnand'.'»  taeron  misteriosamen- 
te sustmida»  para  librarías  de  esta  protanacioa.  Parece 
que  actualmente  descansan  en  Sicilia,  donde  residen  los  ¿í- 
timt>s  rest':)s  de  su  tamilia. 


lie  <^ri:  i  -..réiui  .-:  r-t'.zz' :  :.    :  :e   ij.  5Í  i  :  jreiii  -:  or  j.!í::-3>  :?Sv:r::> 

t  ?r::  III  .  -•*■  Jr'tJ-?  I.r- '  ir  "::;  t  le-ititio  :e  >u  zr.i  "jl  c  "^n 
■lofLi  '-A*,  i  :>»  r.:".  ,:.i  :  •-.ir'  ^-^  ".::■  :•<  nj.t.irales.  ur.  ?  ie  !  "><  cuales 
:.:v^  er.  i  ^ñ  i  \I-in:j..  La  :-:ej.  rZwisc'-'.ina  iei  co:I'::u:sia  :  >r  ie 
Mé-:c.^  >^  e'i:-:ji-  "  ;.:  .  i  j-  irtA  •e::erAJÍ3n:  i  por  entroncar:::en:o 
-ie  [x  .:  :;j.  :"-:::e  li-.i  ;..i<.i.r:r.  sis  zízi'.:!<  a  1a  casa  ie  TerrAr.ovA, 
•iesKirr.  :.;::: c  icr  ^y^-MJ.'.?  i-t  7:ri?7A,  i  iespues.  :"» >r  la  ru'snia 
ca.:si,  A    A   ie  !:s    :u:.:e>  :e  N[  ?-:e'.e:na.  croles  r.apoI::arc<. 

E!  !ts::'.r  er.j^nrrAri  :i:as  n  rtij-la-*  >'~:re  :0'ios  Io>  sucesi-scon- 
:er.:  :  -í  er.  este  cay::-!  ■  cr.  !  i  ex:e'e-:e  obra  -ie  Fresco::  :  en  ios 
ozr  '<  '.yr  :s  »:::a.í  :s  a1  terrri'.nar  el  A'ierv.ir. 


CAPÍTULO  XI. 

Conquista  de  la  América  Central. 

(1518-1542) 

^«  Primeras  esploraciones  en  la  América  Central.— 2.  Francisco 
Hernández  de  Córdoba;  primeras  poblaciones  en  Nicaragua. — 
3.  Cristóbal  de  Olid  en  Honduras.— 4.  Pedro  de  Alvarado  en 
Guatemala.  —  5.   Espedicion  de  Cortés  a  Honduras;  trájica 

muerte  de  Guatemocin 6.  Muerte  de  Hernández  de  Córdoba. 

—7.  Gobierno  de  Pedro  de  Alvarado 8.  Bartolomé  de  Las 

Casas  en  Guatemala 9.    Muerte  de  Alvarado;  organización 

de  la  capitanía  jeneral  de  Guatemala. 

1.  Primeras  esploraciones  en  la  América  Central. 
^Después  de  la  ejecución  de  Vasco  Núñez  de  Balboa,  Pe- 
dradas Dávila  liabia  quedado  gobernando  pacíficamente 
en  el  Darien.  Un  juicio  de  residencia,  intentado  por  la  corte 
para  esclarecer  aquel  suceso,  se  redujo  a  una  mera  fórmu- 
la. Deseando  sustraerse  a  la  vijilancia  de  las  autoridades 
de  la  Española  que,  como  hemos  dicho  en  otra  parte,  for- 
maba el. centro  del  gobierno  de  las  colonias,  Pedrarias 
dispuso  en  1518  la  fundación  de  una  ciudad  al  otro  lado 
del  istmo,  empresa  para  la  cual  fué  autorizado  por  la  corte 
el  siguiente  año.  Este  fué  el  oríjen  de  la  ciudad  de  Panamá 
que  llegó  a  ser  con  el  tiempo  una  de  las  mas  importantes  en 
las  colonias  españolas. 


344  HISTORIA    DB    AMÉRICA 


Desde  allí,  el  ambicioso   Pedrarias  pensó  en  adelanta-Ti 
los  descubrimientf  s  i  conquistas  de  su  dei>endenc¡a.  El  1 
cenciado  Gaspar  de  Espinosa,  el  alcalde  que  liabia  juzgad 
a  Ball)oa,  recibió  el  mando   de  la  escuadrilla  que  el  célebcr 
dcscubridor  liabia  construido  en  el  mar  del  sur,  con  encara 
go   de  hacer    nuevas  esploraciones:    salió  de    Panamá  e- 
1519,  i  navegando  hacia  el  norte  llegó  hasta  un  golfo  qt 
llamó  de  San   Lucar,  conocido  después  con  la  denomins 
cion  de  Xícoya,  por  el  nombre  de  un  cacique  de  la  cost^^: 
Espinosa  volvió  por  tierra  a  Panamá  adelantando  así 
reconocimiento  de  aquella  rejion. 

En  esa  época,  se  hallaba  en  Panamá  un  caballero  llamr 
do  Jil  ÍTonzález  Dávila,  que  estaba  autorizado  por  el  r« 
para  navegar  en  el   océano  descubierto  por  Balboa,  i  par 
llegar  hasta  las  islas  de  la  especiería.  Jil  González  traia  J 
España  carpinteros  i  ferretería  para  la  construcción  de  su 
naves,  i  se  empeñó  en  el  mismo  trabajo  del   ilustre  descu^^  " 
bridor,  esto  es  en  el  corte  de  la  madera  en  las  orillas  dfc=^  * 
Atlántico  para  trasladarlas  al  Pacífico  fl519).  Menos  felr    -^ 
i  también  menos  hábil  (jue  Balboa,  Jil  González  vio  perece^    '^ 
mas  de  la  mitad  de  su  jente  en  este  penoso  trabajo;  i  cuai^ 
(lo  logró  armar  sus  naves,  apenas  ])udo  llegar  hasta  el  goí    " 
fo  de  San  Lúcar  (enero  de  1522'.  Allí  desembarcó  con   lOf      ^ 
hombres,  i  marchando  por  terrenos   pantanosos  i  vencieit      ' 
(lo  grandes  dificultades,    llegó   liasta  encontrarse  con  ur  "^^ 
jefe  indio  nombrado  Xicoya,  por  el  cual  se  dio  este  nombra — ' 
al  golfo.  Ese  jefe,  no  sólo  recibió  favorablemente  a  los  es  -^ 
])añoles   sino   (jue   ace])tó  la  relijion   cristiana  i  obsequió  c^^^ 
los  esploradores  una  considerable  cantidad  de  oro. 

jil  González  Dávila  pasó   todavía   mas  adelante,  i  entrc^^^ 
en  los   dominios  de  un  señor  o  cacique  nombrado  Xicarao**-— 
de  donde  vino  a  aciuella  rejion  la  designación  de  Xicaragua— — 
Los  españoles  comenzaron  a  notar  allí  las   señales  de  una^^ — 
civilización    nuii   adelantada.  Fueron   recibidos  favorable — ' 
mente  en  las  tierras  de  acjuel  caci(jue,  con  quien  cambiaron 
algunas  l)agatclas  de  poco  precio  por  considerables  canti- 
dades de  oro.  liaste  incentivo  los  alentó  a  adelantar  sus  es- 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XI  H45 

píoraciones  en  el  interior  del  pais.  Reconocieron  los  lagos 
de  Nicaragua  i  de  Managua;  pero,  estando  acampados  cer- 
ca, del  volcan  de  Masa\' a,  fueron  vigorosamente  atacados 
pci^r-  los  indios.  Aunque  derrotaron  a  éstos  i  los  obligaron 
a  pedir  la  paz,  Jil  González  conoció  que  sus  fuerzas  no  bas- 
t^i,l>an  para  establecer  una  colonia  i  dio  la  vuelta^a  Pana- 
má» con  la  esperanza  de  engrosar  sus  tropas  en  la  isla  Es- 
pa.flola  i  emprender  la  conquista  de  aquellos  paises  por  el 
otro  mar.  Su  piloto  Andrés  Niño,  entre  tanto,  habia  ade- 
l3.i-|-t:ado  el  reconocimiento  At  la  costa,  de  modo  que  el  re- 
sia^tado  de  la  espedicion  fue  no  sólo  importante  por  el  pro- 
veo Wo  pecunario  que  produjo,  sino  también  por  el  recono- 
cí rn  i  eiito  jeo^ráfico  de  rejiones  ricas  i  desconocidas.  A  fines 
de  X522,  Jil  González  salió  de  Panamá  para  Santo  Domin- 
go, con  el  propósito  de  acometer  la  conquista  de  los  paises 
q^e   acababa  de  descubrir. 

^.  Francisco  Hernández  de  Córdoba:  primeras  po- 
^'-A.ciONES  DE  Nicaragua. — La  noticia  de  estos  descubri- 
"^^entos  despertó  la  codicia  de  í^edrarias.  Equipó  en  efecto 
^*giínas  naves;  i  proveyéndolas  de  armas  i  soldados,  las 
puso  bajo  el  mando  de  Francisco  Hernández  de  Córdoba, 
^^ pitan  de  su  guardia,  con  cargo  de  fundar  colonias  en 
^^Uellas  rejiones  a  que  se  creia  con  derecho  en  virtud  de  los 
descubrimientos  de  Espinosa. 

Hernández  de  Córdoba  salió  de  Panamá  a  fines  de  1523. 
^^biendo  desembarcado  en  el  golfo  de  Nicoya,   fundó  a 
P^ca.  distancia  de  la  costa,  en  un  pueblo  indio,   una  ciudad 
con  el  nombre  de  Bruselas.  Mas  adelante,  en  otro  pueblo 
^^^io,  fundó  la  ciudad  de  Granada,  que  resguardó  con  una 
^^*t:aleza  sólidamente  construida.  La  resistencia  de  los  in- 
"\J^nas  a  los  proyectos  de  Hernández  de  Córdoba  fué  com- 
pactamente infructuosa:  el  capitán  español  los  derrotó  en 
^^as  partes,  i  echó  las  bases  de  una  colonia  estable.  En 
^^nada  construyó  una  suntuosa  iglesia  que  dejó  confiada 
^  ^^rgo  de  algunos  padres  franciscanos  que  acompañaban 
^  los  espedicionarios,  mientras  él  proseguia  sus  esploracio- 
^^^  i  conquistas. 


i 


S46  HISTORIA   DB  AMÉaUCA 

Después  de  haber  recorrido  una  grande  estension  de  te- 
rritorio, Hernández  de  Córdoba  llegó  a  las  orillas  orienta- 
les del  lago  de  Managua,  i  fundó  allí  la  ciudad  de  Leen,  • 
que  convirtió  en  capital  de  las  nuevas  posesiones.  Hizo 
mas  todavía:  construyó  una  pequeña  embarcación,  i  con 
ella  esploró  el  lago  de  Nicaragua,  i  descubrió  el  rio  de  San 
Juan,  cuya  navegación  emprendió  hasta  asegurarse  de  que 
desembocaba  en  el  océano  Atlántico  «1524/.  Pocos  conquis- 
tadores del  nuevo  mundo  habian  sido  mas  felices  que  Her- 
nández de  Córdoba  en  el  primer  año  de  sus  campañas. 

Mientras  tanto,  Jil  González  Dávila  habia  organizado 
en  la  isla  Española  una  espedicion  para  buscar  en  la  Amé- 
rica central  una  comunicación  entre  los  dos  mares  i  talvez 
establecer  allí  una  colonia.  Habiendo  desembarcado  en  el 
territorio  de  Honduras,  supo  con  gran  sorpresa  que  anda- 
ban españoles  en  Nicaragua;  i  creyendo  que  eso  era  un 
ataque  a  sus  derechos  de  descubridor,  se  dirijió  a  aquellas 
rejiones.  Jil  González  empeñó  un  combatj  contra  algunas 
tropas  de  Hernández  de  Córdoba;  i  aunque  logró  batirlas, 
temió  por  la  suerte  de  la  campaña  i  se  retiró  precipitada- 
mente a  Honduras   i. 

3.  Cristóbal  de  Olid  en  Honduras.-  En  esa  época  otro 
conquistador  español  trataba  de  establecerse  en  Honduras^ 
Cristóbal  de  Olid  uno  de  los  mas  valientes  capitanes  de  la^ 
conquista  de  Méjico,  recibió  de  Hernán  Cortés  el  mando  d^^ 
seis  naves  i  de  cuatrocientos  hombres  con  encargo  de  bus^ — 
car  en  la  costa  de   Honduras  un   paso  de  comunicación  en^ — 
trc  los  dos  océanos,  i  de  establecer  allí  una  colonia.   En  si^w 
viaje,  Olid  desembarcó  en  Cuba  donde  reanudó  sus  relacio — 


1  Estos  hechos,  ([ue  hemos  compendiado  mucho,  por  creerlos  d^^" 
escaso  interés  en  este  libro,  constan  principalmente  de  la  historia^^- 
de  Herrera,  donde  están  mui  repartidos,  de  la  Historia  del  reinc^^ 
(le  Guntenmlíi,  por  el  presbítero  don  Domingo  Juarros,  i  de  la  Re-  '^■ 

líicion  (le  los  siieesos  de  Pedrarias  Dávila,  por  el  ad.*Iantado  Pas 

cual  de  Andagoya,  publicada  por  Xavakrkte  en  el  tomo  III  de  sin—* 

Colección.  Notando   algunos  errores   de   fecha  en  estos   dos   lílti 

mos  autores,  he  seguido  la  cronolojía  de  Herrera. 


PARTB   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XI  347 

nes  con  el  gobernador  Velázquez,  el  enemigo  implacable  de 
Cortés.  Seducido  por  sus  instancias,  Olid  siguió  su  viaje  a 
Honduras  resuelto  a  establecer  un  gobierno  propio  e  inde- 
pendiente de  toda  autoridad  que  no  fuese  el  rei  dé  España. 
En  efecto,  el  3  de  mayo  de  1534?,  a  poco  tiempo  después  de 
haber  desembarcado  en  aquella  costa,  fu«idó  un  pueblo  con 
el  nombre  de  Triunfo  de  la  Cruz,  que  dotó  de  un  cabildo  se- 
gún las  instrucciones  que  le  habia  dado  Cortés.  Sin  embar- 
go, en  el  acta  de  toma  de  posesión  del  pais,  i  en  el  nombra- 
miento de  los  rejidores,  Olid  omitió  cuidadosamente  el  nom- 
bre de  Cortés,  hablando  en  esos  documentos  como  simple 
delegado  del  rei. 

Con  esta  condu.:ta,  Olid  no  hacia  mas  que  imitar  lo  que 
el  mismo  Cortés  habia  hecho  con  el  gobernador  de  Cuba. 
Pero  el  conquistador  de  Méjico  no  se  dejó  burlar  por  su  su- 
balterno: organizó  un  cuerpo  de  tropas  que  puso  bajo  el 
mando  de  un  oficial  de  su  confianza,  nombrado  Francisco 
de  Las  Casas,  i  lo  mandó  a  Hondura^  con  dos  naves  para 
castigar  a  Olid  por  su  rebelión. 

Las  Casas  fué  desgraciado  en  el  desempeño  de  esta  mi- 
sión. Al  llegar  a  la  costa  de  Honduras  tuvo  un  lijero  en- 
cuentro con  las  naves  de  Olid:  pero  una  tempestad  destru- 
yó una  de  las  suyas,  i  obligó  a  los  que  salvaron  del  naufra- 
jio  a  desembarcarse  a  nado  i  a  rendirse  al  capitán  a  quien 
querían  apresar.  Olid  fué  jeneroso  con  sus  enemigos:  ha- 
biéndole jurado  fidelidad,  los  trató  amistosamente  i  los 
dejó  casi  enteramente  libres. 

}il  González  Dávila,  que  en  esa  misma  época  habia  aco- 
actido  la  conquista  de  aquella  parte  de  la  América  central, 
[uiso  también  disputar  a  Olid,  la  posesión  de  los  paises 
ime  ocupaba.  Sin  embargo,  una  noche  sus  soldados  fueron 
n  vueltos  por  las  tropas  de  Olidjijil  González  se  vio  pri- 
ionero  i  reducido  a  jurar  fidelidad  a  su  rival,  del  mismo 
=i^odo  que  lo  habia  hecho  el  capitán  Las  Casas:  Olid  lo  re- 
^bió  igualmente  con  jenerosidad. 

En  poco  tiempo  los  dos  prisioneros  se  pusieron  de  acuer- 
*^^  para  dar  un  golpe  de  mano.  Dispuestos  ambos  a  rendir 


348  HISTORIA    DS  AMÉRICA 


homenaje  á  la  autoridad  de  Hernán  Cortés,  asesinaron  un  ^ 
noche  al  capitán  Cristóbal  de  Olid,  i   al  dia  siguiente  marm.  • 
daron  instruirle  un  proceso  acusándolo  de  traidor  i  de  r^:^- 
beldé  a  la  autoridad  del  jeneral  que  le  habia  encargad    o 
aquel  descubrimiento.  Las  Casas  tomó  el   mando  de  h-«^s 
fuerzas;  i  adelantando  los  descubrimientos,  fundó  la  ciudíL     <1 
de  Trujillo,  que  vino  a  ser  la  capital  de  aquella  provinci^"~a. 

4r.  Pedro  de  Alvarado  ex  Guatemala. — Al  mismo  tiei»:^^- 
po  que  Cortés  encomendaba  a  Cristóbal  de  Olid  la  conqui  ^^* 
ta  de  la  provincia  de  Honduras,  organizaba  un  cuerpo  ^M.  e 
300  infantes,  130  caballos  i  numerosos  ausiliares  mejicanc-:^s 
i  tlascaltecas  para  dilatar  los  dominios  españoles  en  la  ric"  «a 
rejion  de  Guatemala,  cuyos  monumentos  en  ruina  atesta  ^" 
guaban  la  pasada  grandeza  de  una  nación  civilizada,  i  lls^^" 
maban  la  atención  de  los  mas  entendidos  entre  los  con(jui^=^" 
tadores.  Cortés  confió  el  mando  de  esta  espedicion  a  un  <^ 
de  sus  mejores  capitanes,  al  valiente  Pedro  de  Alvarado. 

Este  capitán  salió  de  Méjico  el  13  de  noviembre  de  152c5'- 
Después  de  una  corta  detención  empleada  en  someter  a  lo  ^ 
naturales  de  Tehuantepec,  completó  la  conquista  de  Socc:^ 
ñusco,  i  en  febrero  de  1524-,  penetró  en  el   territorio  de  le»  ^ 
Quiche,  donde  halló  una  formal   resistencia  de  parte  de  Icj^  ^ 
naturales.  Al  vara  lo  de*5jjk\L¡:ó  en  esa   campaña  grandes  dc"**' 
tes  militares  para  rechazar  las   tropas   enemigas  inmeusr^»-* 
mente   superiores   en    nií:nero  i  casi    iguales  en    osadía.  E  "^^ 
muchas  partes  los  indíjenas   Tuanifestíiron   un  valor  dese5==^' 
]X-ra(lo,  pero  el  arrojo  i  la  disciplina  de  los  españoles  fuen)^^=^^ 
su|)er¡ores  a  todos  los  obstáculos   i  dificultades.  Alvara'l(     ^^' 
sin  embargo,  empañó  sus  triunfos  con  actos  de  |)erfidia  i  d  — ^ 
b¿irbarie,  ai^n  entre  los  puel)los  (jue  lo  recibieron  amistosí         ^' 
mente.  "En  ninguna  ¡jarte,  cjuizá,  dice   un    historiador  nií         ^' 
derno,    se  verificó   la   c(Mi(|uista  con    mayor  brutalidad,  c      ''^ 
ninguna  parte  los  reyezuelos  i   sus   vasallos  fueron  maltn         •' 
tados  mas  i  nú  til  mente,  en  ninguna  parte  en  fin  los  concjui:^^:^* 
tadores  se  hicieron    mas   culpables   de   ingratitud,  ni  el  ge— ^* 
bierno  colonial  fué  establecido  con  menos  prudencia.  El  c£^»-' 
rácter  violento,  el  ínijjctu  irreflexivo  de  Pedro  de  .\lvaradc:^' 


PARTH    SKGUNDA. —  CAPÍTITLO    XI  349 

codicia  sin  freno  i  sus  pasiones  desordenadas  fueron  la 
usa  de  todo  el  mar\    - 

En  uno  de  los  pueblos  de  aquella  comarca  fundó  Alvara- 
),  el  25  de  julio  de  1524,  una  ciudad  con  la  denominación 

Santiago  de  los  Caballeros.  El  año  siguiente  fundó  otro 
leblo  a  que  dio  el  nombre  de  San  Salvador;  pero  no  por 
to  se  hizo  mas  pacífica  su  denominación.  Le  fué  necesario 
mbatir  constantemente  con  las  tribus  indíjenas  que  a 
usa  del  despotismo  de  los  conquistadores  se  mantenian 

constante  rebelión. 

5.  EspEDicioM  DE  Cortés  a  Honduras;  trájica  muerte 

;  GuA TiMOCiN. — La  conquista  de  los  paises  que  forman  la 

nérica  Central  había  ocupado  a  la  vez,  como  se  ha  visto, 

liversos  capitanes.   Hernán  Cortés  hizo  también   una  es- 

dicion. 

Sabedor  de  la  rebelión  de  Olid  i  del  naufrajio  de  Las  Ca- 

s,  el  conquistador  de  Méjico  reunió   un  reducido  cuerpo 

tropas,  i  el  12  de  octubre  de  1524,  se  puso  en  marcha 
xa  Honduras  Emprendió  su  viaje  por  tierra,  por  cami- 
>s  desconocidos,  con  el  objeto  de  reunir  varios  cuerpos  de 
opa  que  estaban  a  las  órdenes  de  algunos  de  sus  capita- 
s.  Este  penoso  viaje  por  medio  de  terrenos  pantanosos 
de  espesísimos  bosques,  teniendo  que  atravesar  grandes 
Ds  i  una  dilatada  estension  de  territorio,  formaría  la  glo- 
^  de  cualciuier  otro  aventurero  que  no  tuviese  como  Cor- 
s  un  alto  renombre  conquistado  en  mayores  empresas, 
jrante  este  viaje,  en  que  Cortés  se  hacia  acompañar  por 
aatimocin,  hubo  un  denuncio  de  que  el  destronado  empe- 

dor  de  Méjico  meditaba  una  conspiración.  El  jeneral  lo 


-  Brasseur  de  Bourbourg,  Histoire  de  Mexique,  tom.  IV,  páj. 
1.  Este  historiador  ha  tenido  particular  empeño  en  referir  con 
dos  sus  pormenores  la  campaña  de  Al  varado  en  Guatemala;  pero 
mo  estos  sucesos  tienen  un  escaso  ínteres,  he  tenido  que  com- 
ediarlos reduciéndolos  a  unas  pocas  líneas.  La  historia  de  Ai- 
rado en  Guatemala  se  ha  aclarado  mucho  desde  la  publicación 
le  hizo  hace  pocos  años,  un  erudito  mejicano,  don  José  F.  Ramí- 
•z  del  Proceso  de  residencia  de  A I  varado. 


350  HISTORIA    DB  AMÉRICA 

hizo  ahorcar  en  uno  de  los  árboles  del  camino  a  pesar  de 
las  protestas  de  ese  guerrero  tan  ilustre  como  desgraciado. 

Cortés,  venciendo  todo  jénero  de  dificultades,  llegaba  a 
Honduras,  i  pensaba  caer  de  sorpresa  sobre  el  pueblo  de 
Naco,  que  suponia  ocupado  por  Olid,  cuando  sus  espías  k 
presentaron  algunos  españoles  apresados  en  las  inmediacio- 
nes. Supo  por  ellos  cómo  Las  Casas  habia  puesto  fin  a  la 
rebelión  de  Olid.  Cortés  fué  recibido  solemnemente  enXaco; 
i  después  de  un  corto  descanso,  se  volvió  a  Méjico  por 
mar. 

6.  Muerte  de  Hernández  de  Córdoba.—  Esta  espedi- 
cion  de  Hernán  Cortés,  aunque  interesante,  si  se  consideran 
los  sacrificios  i  penalidades  del  viaje,  tuvo  mui  escasa  im- 
portancia en  el  progreso  de  las  conquistas  que  se  hacían 
en  su  nombre.  No  sucedió  lo  mismo  respecto  de  las  qne  se 
llevaron  a  cabo  en  nombre  de  Pedrarías  Dávila.  El  capitán 
Francisco  Hernández  de  Córdoba,  que  habia  ocupado  la 
provincia  de  Nicaragua  por  encargo  del  gobernador  de  Pa- 
namá, habia  dejado  entrever  el  propósito  de  constituir  nn 
gobierno  independiente  de  toda  sujeción  de  los  otros  con- 
quistadores, i  despertado  ya  los  recelos  i  desconfianzas  de 
aquel  jefe.  Temiendo  por  su  suerte,  Hernández  de  Córdoba 
quiso  aprovechar  de  la  presencia  de  Cortes  en  Honduras 
para  ponerse  bajo  su  dependencia,  i  quedar  así  libre  de  toda 
sujeción  a  Pedrarias. 

Cortés  se  hallaba  en  Naco  cuando  recibió  el  mensaje  de 
Hernández  de  Córdoba  1 1525  .  Decíale  éste  que  la  distan- 
cia a  que  se  hallaba  de  Pedrarias  Dávila  le  impedia  recibir 
ausilios  oportunos,  i  lo  embarazaba  en  la  administración 
de  las  nuevas  colonias,  i  concluia  por  pedirle  que  lo  acojiese 
bajo  su  protección.  Cortés,  que  estaba  disponiéndose  para 
volver  a  Méjico,  no  quiso  enredarse  en  cuestiones  con  el  go- 
bernador de  Panamá,  i  le  contestó  que  obedeciese  a  Pedra- 
rias, i  (jue  el  dejaría  mandado  en  todos  aquellos  pueblos 
que  se  diesen  los  ausilios  necesarios;  i  al  efecto,  él  mismo  le 
mandó  desde  luego  herraduras  para  sus  caballos  i  algunas 
herramientas  para  el  trabajo  de  las  minas. 


PARTID  8BGUNDA. —  CAPITULO   XI  351 

Sucedió,  en  efecto,  lo  que  había  previsto  el  desgraciado 
lernández  de  Córdoba.  Pedrarias  Dávila  tuvo  noticias  de 
US  relaciones  con  Cortés,  i  reuniendo  algunos  soldados,  se 
mso  en  marcha  para  Nicaragua,  i  apresó  a  Hernández  en 
a  ciudad  de  León.  El  proceso  no  fué  largo:  el  gobernador 
le  Panamá  lo  apresuró  como  solia  hacerse  en  las  colonias 
leí  Nuevo  Mundo,  i  una  vez  terminado  mandó  decapitar  a 
Fernández  de  Córdoba  por  rebelde  i  traidor  (1526)  ^.  Pe- 
Irarias  Dávila  comunicó  estas  noticias  a  la  corte,  acompa- 
laudo  los  antecedentes  de  la  rebelión  para  justifican  su 
:onducta;  i  el  rei  aprobó  lo  hecho  i  confió  a  Pedrarias  el  go- 
bierno de  aquellas  rejiones. 

Entonces  se  repitieron  en  Nicaragua  los  horrores  de  que 
babian  sido  víctimas  los  naturales  de  Guatemala.  Los 
constantes  altercados  i  diferencias  entre  los  diversos  capi- 
tanes españoles,  que  obraban  casi  independientemente  unos 
ie  otros,  dieron  lugar  a  las  frecuentes  rebeliones  de  los  in- 
dios. Pedrarias  puso  algunas  tropas  bajo  el  mando  de  un 
teniente  suyo  llamado  Martin  de  Estete,  i  lo  mandó  a  des- 
cubrir por  la  parte  del  desaguadero  del  lago  de  Nicaragua 
para  someter  los  indios  i  dilatar  su  dominación.  Estete  sa- 
ió  a  campaña  armado  de  un  hierro  para  marcar  a  los  in- 
iíjenas  i  de  cadenas  para  sujetarlos,  i  llegó  hasta  la  ribera 
leí  Atlántico,  cometiendo  las  mayores  atrocidades. 

7.  Gobierno  de  Pedro  de  Alvarado.  —Pedro  de  Alva- 
ro estuvo  a  punto  de  romper  las  hostilidades  con  Pedra- 
rias Dávila;  pero  eran  tantas  las  acusaciones  que  se  le 
bacian  i  tan  precarios  los  títulos  que  tenia  para  su  gobier- 
no, que  en  1527  se  puso  en  viaje  para  España,  dejando  a 
su  hermano  Jorje  de  Alvarado  la  administración  de  la  co- 
lonia. En  la  corte  pudo  suministrar  importantes  noticias 
acerca  de  las  ricas  rejiones  que  Cortés  habia  conquistado; 
:  aunque  a  consecuencia  de  las  acusaciones  que  se  le  hacian. 


3  Herrera  dec.  III,  lib.  VIH,  cap.  VII,  i  lib.  IX,  cap.  1. 


3f>2  HISTORIA    DK    AMÉRICA 


fué  sometido  a  un  juicio  de  residencia,  el  rei  le  confirió,  con 
fecha  de  27  de  diciembre  de  1527,  los  títulos  de  adelantado 
i  capitán  jencral  de  Guatemala. 

Al  despedirse  de  la  corte,  Alvarado  ofreció  al  rei  descu- 
brir un  camino  marítimo  para  las  islas  de  la  especiería,  i 
volvió  a  Guatemala  resuelto  a  adelantar  la  con(|uista. 
Acompañábanlo  su  esposa  doña  Beatriz  de  la  Cueva  i  mu- 
chos caballeros  españoles  que  iban  a  buscar  fortuna  al 
nuevo  mundo.  La  naciente  colonia  adquirió  con  esto  ina- 
yov  lustre;  i  su  jefe,  rodeado  ahora  del  brillo  de  gobernador, 
pudo  pensar  en  empresas  mas  importantes  (1530 ).  Su  her- 
mano hizo  una  invasión  hasta  los  paisas  denominados 
ahora  Costa-Rica,  sometiendo  algunas  poblaciones  de  indi- 
jenas. 

El  espíritu  inquieto  de  Alvarado  no  le  permitió  quedar 
mucho  tiempo  tranquilo  en  su  gobierno.  Al  saber  que  sus 
compatriotas  habian  penetrado  en  el  rico  territorio  de  los 
incas,  i  que  esta  conquista  ofrecia  tesoros  i  aventuras,  le- 
vantó un  cuerpo  de  tropas,  i  con  el  marchó  al  Perú.  La  na- 
rración de  esta  penosa  espedicion,  que  forma  uno  de  los 
episíxlios  mas  característicos  de  la  conquista,  pertenece  ?- 
la  historia  de  este  último  pais. 

Cuando  IIoíj^ó  a  España  la  noticia  de  esta  em¡)resa,  el  reí 
reprobó  sn  conducta  i  dispuso  cjue  fuera  sometido  a  juicio 
por  la  aufliencia  de  Méjico.  Este  tribunal,  en  efecto,  dio  eí- 
ta  comisión  al  licenciado  Alfonso  de  Maldonado;  ])ero  el 
coníjuistador  de  Guatemala,  a  pretesto  de  socorrer  a  los 
pobladores  de  Honduras,  se  fugó  de  las  provincias  de  ^^ 
gobierno,  i  después  de  fundar  allí  nuevas  colonias,  se  em- 
barcó precipil.'idamente  para  España. 

8.  IVvRToLoMÉ  DE  Las  Casas  L\  GuATKMALA. — Duraute 
su  ausencia,  Maldonado,  encargado  accidentalmente  del 
gobierno,  (lesenqjeñó  su  misión  con  celo  i  desinterés.  *'V¡ii'^ 
para  suavizar  los  males  de  la  ración,  dice  un  cronista  indi' 
jena:  los  lavaderos  de  oro  cesaron  inmediatamente,  detuvo 
los  tributos  de  jóvenes  i  niñas,  puso  un  término  a  la  liOLíue* 


PARTE    SBfüíNÓA.— CAPÍTULO    Xí  35.'5 


ra  i  a  la  horca,  i  a  las  violencias  de  toda  especie  que  come- 
tían los  castellanos*'  ^. 

Pero  el  gobierno  interino  de  Maldonado  es  todavía  mu- 
2ho  mas  célebre  j)or  el  ensayo  que  se  hizo  de  un  nuevo 
sistema  de  pacificación  de  los  indíjenas.  Bartolomé  de  Las 
Casas,  el  célebre  protector  de  los  indios,  habia  llegado^ 
Nicaragua  con  algunos  relijiosos  dominicanos,  i  pasado  de 
allí  a  Guatemala  a  continuar  la  propaganda  de  su  sistema 
de  conquista  pacífica.  Sus  doctrinas  estaban  reunidas  en 
un  tratado  latino  que  habia  compuesto  con  el  título  de 
Único  modo  de  convertir.  En  Guatemala,  Las  Casas  no 
pensó  mas  (pie  en  ensayar  su  sistema  para  reducir  a  los  in- 
díjenas. AI  varado  habia  pacificado  a  los  indios  por  medio 
del  terror;  i  sólo  en  las  tierras  vecinas  al  golfo  de  Hondu- 
ras, quedaban  algunas  tribus  sin  someter.  Los  españoles 
habian  intentado  penetrar  en  ese  territorio,  pero  fueron  re- 
chazados ])or  sus  belicosos  habitantes.  Desde  entonces 
aquella  rejion  fué  dominada  Tierra  de  Guerra. 

Asombrados  quedaron  los  colonos  de  Guatemala  cuan- 
rio  supieron  que  Bartolomé  de  Las  Casas  trataba  de  paci- 
ficar a  aquellos  indios  por  medio  de  la  predicación.  Sin  em- 
bargo, el  celo  del  piadoso  misionero  no  se  enfrió  por  esos 
temores.  Pidiendo  sólo  que  los  indíjenas  que  sometiera  no 
fuesen  dado  en  repartimiento.  Las  Casas  hizo  componer 
en  lengua?quiché  sencillas  canciones  en  que  estaban  espues- 
tas las  doctrinas  fundamentales  de  la  relijion  cristiana  i 
dispuso  que  aprendiesen  a  cantarlas  algunos  indios  some- 
tidos. Debian  presentarse  como  mercaderes  para  desp  ertar 
a  curiosidad  de  lus  poblaciones  que  iban* a  visitar.  La  va- 
riedad de  objetos  que  vendian,  la  novedad  del  canto  i  de  la 
música,  atrajeron  prontamente  mucha  jente.  Los  indios  pre- 
guntaron a  los  mercaderes  por  el  oríjen  de  aquella  müsica, 
i  entonces  éstos  les  hablaron  de  unos  hombres  que  miraban 
en  menos  las  riquezas  i  los  placeres,  i  que  pensaban  sólo  en 
predicar  su  relijion  i  en  consolar  a  los  desgraciados.  De  este 


*  Crónica  indíjena  citada  por  Brasskuk  de  BoirunorRí;,   tomo 
IV  páj.  792. 

TOMO    1  2íi 


354  HISTORIA    DE   AMÉRICA 

modo,  Las  Casas  i  sus  colegas  puflieron  penetrar  en  el  terri- 
torio enemigo,  i  ensayar  la  propaganda  pacífica,  tanto  en 
Guatemala  como  en  la  vecina  provincia  de  Honduras.  El  re- 
sultado de  sus  trabajos  fué  satisfactorio:  los  indios  acepta- 
ron la  relijion  cristiana,  abandonaron  las  prácticas  de  los 
^crificios  humanos,  i  acojieron  amistosamente  a  los  espa- 
ñoles que  se  presentaban  entre  elloscon  intenciones  humani- 
tarias. La  rejion  que  habia  sido  denominada  Tierra  de  Gue- 
rra, fué  llamada  por  el  rei  provincia  de  Vera-Paz,  a  conse- 
cuencia de  la  tranquilidad  que  reinó  en  ella  después  de  su 
pacífica  reducción  •'». 

9.  Muerte  i>k  Alvarado;  organización  de  la  capi- 
tanía JENEKAL  1)8  Ghatemala. — Cuando  los  misionen^s 
estaban  mas  ocupados  en  estos  pacíficos  trabajos,  se  supo 
que  Pedro  de  Alvarado  acababa  de  desembarcar  en  Hondu- 
ras, de  vuelta  de  España.  Esta  noticia  esparció  el  terror  en 
toda  la  América  central:  Alvarado  habia  justificado  su  con- 
ducta en  la  corte  i  venia  a  desempeñar  de  nuevo  el  cargo 
(le  gobernador.  El  sustituto  Maldonado  se  retiró  a  Méjico 
para  verse  libre  de  cualquier  ultraje;  i  el  arrogante  coiKpns- 
tador  tomó  de  nuevo   las  riendas  del  gobierno. 

Desde  luego,  cesó  el  estado  de  paz.  Alvarado  no  ])f)(lia 
vivir  sin  guerra  i  sin  perseguir  a  los  indíjenas.  Habiendo 
agregado  a  su  dominio  la  provincia  de  Honduras,  ordenó 
la  ejecución  de  algunos  señores  indios  a  pretesto  j)e  que  tra- 
taban de  sublevarse,  i  renovó  los  horrores  con  que  haliia 
sido  señalada  su  administración.  Al  saber  (jue  los  naturales 
de  la  provincia  <le  ÍTuadalajara,  en  ^Xueva  España,  se  ha- 
bian  rebelado,  no  trepidó  en  ir  a  combatirlos,  abandonandi) 
para  esto  el  pensamiento  de  dirijir  una  es|)e<licion  esplora- 
dora  en  el  mar  del  sur.  Reunió  gran  parte  de  la  jen  te  que 
tenia  lista  para  aquella  em])resa,  i  con  ella  entró  cu  campa- 
ña. Repechando  en  una  ocasión  una  áspera  sierra,  (jue  era 
forzoso  subir  a  pié   tirando   los  caballos   \)or  la  brida,  uno 


Veánr>c  l¿»s  vidas  de  Las  Casas  por  Oiiintatia  i  Llórente. 


PARTE    SBOUNDA. — CAPÍTULO    XI  Vfbo 


le  éstos  rodó  i  **topó  con  el  adelantado,  que  como  iba  ar- 
nado,  i  ya  era  hombre  pesado,  no  pudo  huir  el  encuentro 
leí  caballo,  que  le  tomó  i  dio  tan  gran  golpe  en  los  pechos 
|ue  dentro  de  tres  dias  murió'' <' (junio  de  154-1;.  Poco 
iempo  después  falleció  de  un  modo  igualmente  trájico  su 
sposa  doña  Beatriz  de  la  Cueva,  que  se  habia  hecho  tam- 
bién odiar  de  los  indijenas.  El  11  de  setiembre  del  mismo 
iño,  después  de  algunos  dias  de  lluvia  torrencial,  se  rompió 
iolentamente  la  cima  de  una  montaña  vecina  a  la  ciudad 
le  Guatemala  que  contenia  un  espacio  solago,  desprendién. 

010  en  torrentes  de  agua  i  de  barro  que  cubrieron  todos 
os  alrededores.  Doña  Beatriz  pereció  en  aí|uella  imprevis- 
a  inundación. 

Después  de  la  muerte  de  Alvarado,  se  hicieron  sentir  en 
iuatemala  las  convulsiones  consiguientes  a  la  ausencia  de 
n  gobernador.  El  virrei  de  Nueva  España  confió  entonces 
I  gobierno  de  esas  provincias  al  licenciado  Maldonado,que 
brió  una  nueva  era  de  paz  i  de  útiles  trabajos  (1542).  En 
se  mismo  año,  la  corte  creó  una  audencia  que  debia  residir 

11  Guatemala,  i  a  la  cual  quedaron  sometidas  todas  las 
rovincias  inmediatas. 

Nicaragua,  sin  embargo,  quedó  dependiente  de  la  audien. 
la  de  Panamá,  como  también  el  territorio  de  Costa-Rica, 
ue  fué  sometido  en  gran  parte  con  el  ausilio  de  los  misio- 
cros.  En  1573  cesó  esta  división;  i  estas  dos  provincias 
asaron  a  formar  parte  de  la  audiencia  i  capitanía  jeneral 
e  Guatemala, dependiente  a  su  vez  del  virreinato  de  Nueva 
;spaña  "*. 


•»  Hkrreka,  dec.  VII,  lib.  II,  cap.  lY. 

'  la  historia  de  ía  conquista  de  Guatemala  es jeneralniente 
oco  conocida  i  tiene  ademas  escaso  interés.  Las  obras  que  sobre 
la  existen,  aun  la  mui  noticiosa,  aunque  mui  desordenada,  de 
larros, dejan  mucho  que  desear.  La  mejor, sin  duda, es  laque  lleva 
or  título:  AJemorins  pnrn  hi  historia  del  antif^uu  reino  de  Gu¿t' 
cinaln,  redactadas  por  el  limo,  señor  don  Francisco  García  Pt- 
ÁRZ,  arzobispo  de  Guatemalíi,  3  volúmenes  en  8*^,  LSr)2. 


CAPITULO   XII 
Conqnií»ta  do  Xnova  Iwrauada. 

(1525—154.8) 

1.  Segunda  espedicion  de  Rodrigo  de  Bastidas:  fundación  de  San- 
ta Marta.— 2.  García  de  Iverma.— 3.  Fernández  de  Lugo.— 4 
Pedro  de  Heredia;  fundación  de  Cartajena.-  5.  Espedicion  de 
Jiménez  de  Quesada.— 6.  Conquista  de  Bogotá,  Tunja  e  Iraca. 
7 — Fin  de  la  conquista;  organización  de  la  capitanía  jeneral  de 
Nueva  Granada. 

1.  Segunda  espedicion  dk  Rodrigo  de  Bastidas;  fun- 
dación DE  Santa  Marta. — Desde  que  Francisco  Pizarro 
despobló  en  1510  la  colonia  de  San  Sebastian,  que  había 
fundado  Ojeda,  ningún  otro  descubridor  había  intentado 
fundar  un  establecimiento  en  aquella  costa.  En  1521  Ro- 
drigo de  Bastidas,  aquel  escribano  aventurero  que  veinte 
años  antes  había  reconocido  aquellos  lugares,  hizo  una  ca- 
pitulación con  el  reí  para  proseguir  los  descubrimientos  i 
fundar  una  ciudad. 

Sin  embargo,  sólo  cuatro  años  después,  en  1525,  pudo 
Bastidas  completar  el  equipo  de  su  espedicion.  Habiendo 
partido  de  Santo  Domingo  con  cuatro  embarcaciones,  llegó 
«1  29  de  julio  a  un  punto  de  la  costa  firme,  a  que  dio  el 
nombre  de  Santa  Marta,  i  fundó  el  primer  establecimiento 
castellano  con  la  misma  denominación.  Bastidas,  hombre 
de  buenos  sentimientos,   pensaba    asentar    la  dominación 


HISTORIA    1»B    AMÉRICA 


española   ])or  medio  de   tratos    pacíficos    con    los  indíje- 
ñas,  i  evitar  así  las  atrocidades  de  la  conc|utsta.   En  efecto, 
contrajo    buenas   relaciones    con   algunos  cacicjues  de  Ir^^ 
inmediaciones,  i  obtuvo   de  ellos  considerables  cantidad<L:^s 
(le  (»ro. 

Sus  compañeros,  como  era  natural,  reclamaron  la  repa  »■ 
ticion  de  estos  despojos;  pero  Bastidas,  deseando  ante  tod.  o 
cunijílir  los  compromisos  que  habia  contraido  para  el  eqís.  i- 
])o  desús  naves,  aplicó  a  esos  gastos  las  ganancias  de  ft-  íi 
es]>e<licion.  Los  aventureros  castellanos  no  estaban  di  -s- 
puestos  a  tolerar  este  jcnero  de  contrariedades:  capitane^^- 
dos  por  Juan  de  Villafuerte,  el  teniente  del  mismo  Bastida  ^, 
atacaron  a  éste  con  el  propósito  de  asesinarlo,  i  le  d¡erc:^^n 
de  puñaladas.  No  alcanzaron  a  consumar  su  crimen  por  -^«.*I 
oportuno  socorro  c^ue  le  prestó  Rodrigo  de  Palomino,  d  -<•  ^ 
rendicndolo  de  los  conjurados,  i  aprehendiéndolos  desputzirrrs 
para  remitirlos  a  Santo  Domingo.  Allí  fueron  sentenciadc  ^^ 
al  último  suplicio. 

Bastidas  no  pudo  quedar  mucho  tiempo  mas  en  Santr=^^ 
Marta.  Dejando  el  mando  de  la  colonia  a  Palomino,  se  eii^  ■^' 
l)arcó  |)ara  Cuba,  i  allí  murió  de  resultas  de  sus  herida^^^* 
Para  reemplazarlo,  la  audiencia  de  Santo  Domingo  non  ^" 
l)ró  gobcM-nador  de  ac|iiollíi  colonia  a  Pedro  Badillo. 

lil  nuevo  gobernador  tuvo  (jue  dividir  el  mando  con  Pct  ''^' 
lomino,  jíoríjue  le  faltaban  recursos  militares  ])ara  liacers-í==^^^^* 
reconocer  j)oi  linicojerc.  Merced  a  la  prudencia  de  PalomSr  ^' 
no,  la  empresa  de  dilatar  la  conquista  marchó  ))astant»'  ^^ 
bien;  pero  en  una  correría  ese  jefe  pereció  aliogadoen  el  pasi^  "'* 
de  un  rio  loüT),  i  Badillo,  desembarazado  de  su  rival,  ditJ^-  *^ 
libre  curso  a  su  codieia  i  a  su  crueldad.  Devastó  alguno:^  '^^ 
pueblos  de  indios,  i  recojió  ])astante  oro  i  muchos  esclavos  ^^ 
para  negociarlos  en  las  islas. 

2.    (Vakcia  I)K  Lkkma.— Al  saber  Carlos  V    la  muerte  áa^'   ^' 
Bastídíis,    nombró   gobernador   de   Santa  Marta  a  i^arcí^      ^^ 
(le  Lernia  (ir)2S  .  Comenzó  este  a  ejercer  sus  fimciones  pro 
cesando  i  remitiendo    a    Ivspaña  al    rapaz    Badillo,  pero  e^^^ 
buípie  (pie  lo  eonducia  naufragó  con  pérdida  de  toda  la  tri^^ 


PARTE    SKÍM-NDA. — CAPÍTULO    XII  S5Í> 


fuilacion.  El  nuevo  «i^obernador  dispuso  algunas  espedicio- 
nes  a  diversos  puntos  del  interior,  hasta  donde  no  habían 
llegado  los  castellanos,  i  creyendo  poder  asentar  su  do- 
minación, (lió  principio  a  los  repartimientos  de  indios  i  de 
tierras. 

Sin  embargo,  la  fortuna  no  lo  favoreció  en  estas  empre- 
sas. Si  algunas  de  sus  correrías  le  dieron  provechos  Qonsi- 
flerables  de  oro,  otras  fueron  funestas  para  los  castellanos. 
Kl  mismo  gobernador,  vigorosamente^atacado  por  una 
tribu  de  indios  denominados  taironas,  perdió  vergonzosa- 
mente su  armamento  i  el  botín  que  había  cojido,  i  volvió  en 
completa  derrota  a  la  colonia  de  Santa  Marta.  Para  col- 
mo de  su  desgracia,  pocos  días  después  la  ciudad  misma 
sufrió  un  incendio  que  la  arruinó  en  su  mayor  parte. 

Hn  ese  mismo  tiempo,  i  en  medio  de  los  afanes  consi- 
guientes a  una  guerra  constante,  los  castellanos  acometie- 
ran una  empresa  sembrada  de  peligros.  Fué  ésta  el  reco- 
nocimiento del  rio  Magdalena  bajo  la  dirección  de  un 
])ortugues  nombrado  Jerónimo  de  Meló,  que  lo  navegó  en 
una  estension  de  treinta  i  cinco  leguas  (1532  (,  Este  des- 
cubrimiento al)ria  un  nuevo  camino  a  los  conquistadores 
españoles;  pero  en  esa  época  se  comenzaba  a  hablar  en 
todas  las  colonias  de  las  inmensas  riquezas  que  había  en 
el  Perú,  i  los  pobladores  de  Santa  Marta  i  sus  inmediacio- 
nes abandonaban  gustosos  aquel  país  para  tomar  parte 
en  la  conípiista  de  las  doradas  rejiones  que  bañaba  el  mar 
de!  sur. 

De  este  modo,  después  de  cuatro  años  de  trabajos  i  de  fá- 
ti<ías,  el  «gobernador  García  de  I^erma  no  había  hecho  mas 
(|ue  adelantar  algo  los  reconocimientos  jeográficos,  pero 
no  había  podido  proseguir  la  conquista  i  la  colonización 
del  territorio.  La  muerte  lo  sorprendió  en  1532,  pensando 
siempre  en  nuevas  espediciones  al  interior  de  aquel  terri- 
torio». 

3  Fernández  de  Lugo.— García  de  Lerma  tuvo  por  sucesor 
al  doctor  Infante,  oidor  de  la  audiencia  de  Santo  Domingo; 
})ero  fatigado  éste  por  las  molestias  que  le  ocasionaba  el 


7rr  -v.r* 


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PARTE    SEí;rNUA. — CAPÍTULO    XII  íUU 


otar  a  los  indios,  los  españoles  sufrieron  los  efectos  de 
poderosa  resistencia  i  de  la  falta  de  víveres  mas  abso- 
.  Uno  de  esos  cuerpos  espedicionarios,  mandado  por  un 
del  gobernador,  perdió  veinte  hombres  que  perecieron 
ambre.  Después  de  estos  primeros  ensayos,  Lugo  resol- 
lar otro  rumbo  a  sus  operaciones  i  en trar resuelta men- 
1  las  aguas  del  caudaloso  Magdalena  para  descubrir  ei 
rior  de  aquellas  ricas  rej iones. 

Pedro  de  Heredia;  fundación  db  Cartajena.— En  las 
ñeras  espediciones  militares  á  Santa  Marta  se  distin- 
>  un  capitán  castellano  llamado  Pedro  de  Heredia,  no- 
e  por  su  valor  i  por  su  destreza  en  el  manejo  de  las  ar- 
.  Descontento  con  la  sujeción  a  que  estaba  sometido, 
edia  se  fué  a  la  corte  llevando  un  caudal  no  desprecia- 
i  pidió  al  reí  autorización  para  acometer  la  conquista 
onizaciondel  paisque  se  estiende  desde  lasmárjenesocci- 
ales  del  Magdalena  hasta  el  Dáricn.  Carlos  V  accedió 
Tecto  a  su  solicitud,  i  lo  autorizó  para  organizar  su  es- 
cion. 

credia  reunió  en  Sevilla  150  hombres;  i  como  militar  es- 
mentado en  las  guerras  de  América,  se  limitó  a  embar- 
en  sus  naves  armas  en  abundancia,  víveres,  cascabe- 
es¡)ejitos  i  todas  esas  bagatelas  que  llamaban  la  aten- 
de  los  salvajes.  Hizo,  ademéis,  construir  una  embarca- 
lijera  i  pequeña  para  el  reconocimiento  de  los  rios.  A 
;  de  1532  salió  la  escuadrilla  de  Cádiz;  i  después  de  au- 
tar  el  número  de  sus  soldados  en  Puerto-Rico  i  la  Es- 
ola  con  algunos  aventureros  aclimatados  en  el  suelo 
luevo  mundo  i  esperimentados  en  sus  guerras,  se  dio  a 
ela  para  la  costa  firme.  El  14  de  enero  del  siguiente  año 
\3)  los  espedicionarios  penetraron  en  una  espaciosa  ba- 
que, por  la  semejanza  que  ofrecia  con  un  puerto  de 
Fina,  habia  sido  <lenominada  Cartajena  -  . 


PicdrahitH  //istorifi  dcVa  conquistn  del  nve\o  reino  de  Gra- 
i,  lib.  III,  cap.  III.  páj.  81,  atribu^'e  a  Heredia^el  nombre  dado 
uel  puerto.  Sin  embargo,  el  l>avh¡ller  Enciso  en  la  segunda  edi- 


iiiHtido  de  una  colonia  en  cjueera  preciíiio  vivir  con  las  armas 
en  !a  mano  i  sufrir  todo  jénero  de  prívacianes,  lo  dejó  a  su 
teniente  AntoJiio  Bezos,  i  se  volvió  a  la  Española.  Uíi  admi- 
nistren cien  de  Bezos  no  fué  mas  fcli^:  después  de  algunas  co- 
rreruLs  potros  friictutjsasj  se  vio  oblt^írulo  a  encerrarse  en 
Santa  Marta,  donde  tocaba  ya  las  últimas  estremidadet 
del  hambre  i  del  desamparo,  cuando  lle*^ó  su  sucesor  (1535 1. 

Era  éste  Pedro  Fernándezde  I^ug^o»g<il>errindorde!as  Ca- 
narias, t[ue,  aluetnitdo  con  las  lisonjeras  descrijKnones  que 
se  hacían  de  las  rit[uexas  de  la  rejion  de  Santa  Marta,  so- 
Jicitó  del  rei  el  nombramiento  de  gobernador  i  ca|ijtim  je^ 
neral  de  esa  provincia.  Carlos  V  le  concedió  fácilmente  esta 
j^racia,  a*? lañándole  una  grande  autoridad  i  cuantiosas 
gratificaciones,  i  ayudánd4)lo  en  el  costo  de  su  espedicion. 
Se  hace  subir  a  1,500  el  número  de  los  inrantes,  5  a   700  e! 
de  los  jinetes  (|ue  Lugo  alcakó  a  reunir  para  esta  empresa» 
Los  últimos  aprestos  para  la  partida  se  hicieron  en   las  \n 
las  Canarias.  El  3  de  noviembre  de  1535,   zarpó   la  espetli- 
cion  de  Tenerife;  i  amediadosdel  mes  siguiente  entró  en  San- 
ta Marta.  Formaba  parte  de  ellas  con  el  título  de  justicia 
mavf>r  de  la  colonia,  un  al>oi^qiflo  Msrurn  TmnibríHÍo  Gonxa* 
lo  Jiménez  de  Quesada,  que  estaba  destinado  a  ilustrar  stt 
nombre  con  grandes  proezas,  i  a  ser  el  verdadero  conquis^ 
tador  de  aquellas  rejiones. 

Los  historiadores  se  entretienen  en  describir  el  contrast"^^ 
que  formaban  los  lujosos  soldados  de  Lugo  con  los  defen-' 
sores  de  Santa  Marta,  que  se  hallaban  reducidos  a  la  ú\t%^ 
tima  miseria  ^  .  El  nuevo  gobernador,  con6ado  en  el  númerc^^ 
de  sus  soldados,  i  en  la  abundancia  de  sus  recursos  milita  — 
res,  comenzó  las  operaciones  con  gran  vigor.  Dispuso  a  '^ 
efecto,  el  envío  de  dos  espediciones  en  persecución  de  los  in  — 
díjenas  de  las  tribus   vecinas;  i  aunque  en  ambas  lograr^»- 


í  luanCASTHLLANO?,  Elcjías  de  varones  ilustres  de Indtas^psirte  II  ^ 
elj.  IV,  cant.  I,  páj.  290en  la  edición  de  Rivadeneira  estas  elejíasnc^ 
son  otra  cosa   que    la  historia  rimada  de  la  conquista  de  Ticrrei- 
Firme. 


PARTE    SEíaNDA. — CAPÍTULO    XII  íltil 


)tar  a  los  indios,  los  españoles  sufrieron  los  efectos  de 
poderosa  resistencia  i  de  la  falta  de  víveres  mas  abso- 
Uno  de  esos  cuerpos  espedicion arios,  mandado  por  un 
leí  gobernador,  perdió  veinte  hombres  que  perecieron 
mbre.  Después  de  estos  primeros  ensayos,  Lugo  resol- 
ar otro  rumbo  a  sus  operaciones  i  entrarresueltamen- 
las  aguas  del  caudaloso  Magdalena  para  descubrir  e¡ 
lor  de  aquellas  ricas  rejiones. 

^EDKO  DE  HeREDIA;  FUNDACIÓN  DE  CaRT AJENA. —En  laS 

eras  espediciones  militares  á  Santa  Marta  se  distin- 

un  capitán  castellano  llamado  Pedro  de  Heredia,  no- 

por  su  valor  i  por  su  destreza  en  el  manejo  de  las  ar- 

Descontento  con  la  sujeción   a  que  estaba  sometido, 

dia  se  fué  a  la  corte  llevando  un  caudal  no  desprecia- 

pidió  al  rei  autorización  para  acometer  la  conquista 

)nizaciondelpaisque  se  estiende  desde  lasmárjenesocci- 

lies  del  Magdalena  hasta  el  Dárien.  Carlos  V  accedió 

'cto  a  su  solicitud,  i  lo  autorizó  para  organizar  su  es- 

ion. 

redia  reunió  en  Sevilla  150  hombres;  i  como  militar  es- 
iientado  en  las  guerras  de  América,  se  limitó  a  embar- 
n  sus  naves  armas  en  abundancia,  víveres,  cascabe- 
spejitos  i  todas  esas  bagatelas  que  llamaban  la  aten- 
rle  los  salvajes.  Hizo,  ademas,  construir  una  embarca- 
lijera  i  pequeña  para  el  reconocimiento  de  los  rios.  A 
de  1532  salió  la  escuadrilla  de  Cádiz;  i  después  de  au- 
ar  el  número  de  sus  soldados  en  Puerto-Rico  i  la  Es- 
la  con  algunos  aventureros  aclimatados  en  el  suelo 
uevo  mundo  i  esperimentados  en  sus  guerras,  se  dio  a 
la  ]jara  la  costa  firme.  El  14  de  enero  del  siguiente  año 
B)  los  espedicionarios  penetraron  en  una  espaciosa  ba- 
jue,  por  la  semejanza  que  ofrecia  con  un  puerto  de 
ña.  habia  sido  denominada  Cartajena  -  . 


*icdrnhitH  fíistoria  dcVa  conquista   del  nucso  reino  de  Gra- 

lib.  III,  cap.  III.  páj.  81,  atribuye  a  Heredia, el  nombre  dado 

el  puerto  Sin  embargo,  el  bachiller  Enciso  en  la  segunda  edi- 


0»d£  el  pñmer  día  de  9a  anihrt  a  aqoella  costa,  to^ 
Heiifdta  qi»c  sonener  rrnidas  ci>r!ihate»  coa  sas  natsml^ 
pero  en  todos  ellas  obturo  consvlerable»  reataj^i^^  A  U^ 
fiocrv»  días  despucs.  el  21  de  mero  de  1533.  edid  los  ciiñk^^ 
toa  de  la  ciiMlad  que  sinriA  ^utémoe»  de  centro  de  «ns  o^s 
racsoiie»  militufir^  i  q^e  fmé  maa  tai  Je  tioa  de  tas  laaif  rk^^ 
i  cuioerciales  del  nuero  muado.  Go  «ic^tiida^  el  impetnc^^ 
capttaa  revsfió  sus  tropa$«  i  d^ando  ^uarDcrida  la  ; 
coloina«  mUñ  n  campaan  a  ta  refkm  del  mirle  dr  S 
Mafta.  Sometió  mtaa  tribcis  por  la  fuersa,  i  irtaándoie- 
otran  por  oiecfio  de  tratos  pacifteoa»  debute*  de  ana  e»^ 
dkfon  de  coa  tro  niefess.  irolríó  a  ta  coloaia  airado  de  ti 
eot  d^poj»n  i  «atbiedio  con  iíys  de»ashrtmíeQta«, 

I*ero,  Ileredia  hatita  oído  haUar  frecaeoteiiienle  de  hkt 
riqt>c2a^  qoe  coc^rrrahaa  ínB  reiioiie*  del  sor,  K  principíi^ 
fie  enero  del  año  ííi*;airn te  15,14».  «alió  m  sn  ba^^a*  Jiapf- 
raudo  al  eieeto  las  grandes  dilicaltade»  qcic  le  opoota  la  rv- 
«stencta  de  los  indios.  Los  caaitellancts  reeorríeToo  «^tmi 
parte  del  ralle  fonaailo  por  cl  río  Zeas,  i  engoIGliidn^  re 
las  oofitañas  del  eottedo  oríental^  ñirieroa  loa  tiof rililn 
cstrngrm  c^u^ados  por  los  furío^oü  temponüeí  de  lo^  trdr 
picoa*  ^  Batos  padecuníeoto^  faeron  iademaí^dofi  ea  paiti 

-  ^    >  -  iionjs  qo*  n?c<ijíe"    "^  -'^      '       -"   ^-  -    ^       ^^  '»af 
t'cularmente  con  e!   oro  arrancado  de  las  sepultaras  qt 
hallaron  en  un  campo  dilatado  que  servia  de  enterrator 
a  los  indios.    Los  castellanos  volvieron  a  Carta jena  can 
dos  de  riquezas.  j)ero  reducidos  en  número,  i  tan  enterr 
i  macilentos  que,  sejjun  la  pintoresca  espresion  de   un  n 


cion  de  su  Suma  ffe  jcn^raíin  impresa  en  1330,  esto  es.    dos 
antes  de  la  espedicion  de  Hereiiia,  h  ibla  ya  del  paerto  de  Cf 
na.  (jue  descrilíc  con  bastante  prolijidad    \*.  el  t     r»3         Taiv 
primeros  esploradores  de  arpiella  costa  le  dieron  ese  nombre 
•  Bl  que  desee  conocer  lo<  porm?nt>r-"s    de    estas    espe'V 
puede  consultar  la  carta  histórivo  ¡eo^^ráñca  puhlio.iJa  pi 
ronel  Acosta  en  su  C'»mfpendic  h^atónc»  riel  de>cahrim'znz 
nizíiCíon  tic  In  Xuevn  f^rrnnnc/a,   I'aris  1*^4-*^. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XII  36H 

uo  historiador,  parecían  que  los  habían  sacado  de  los  se- 
ulcros  de  que  no  cesaban  de  hablar. 

Este  descubrimiento  abrió  un  ancho  campo  a  la  codicia 
al  espíritu  aventurero  de  los  soldados  españoles.  Organi- 
íronse  nuevas  espediciones  en  busca  de  los  tesoros  del 
enú;  pero  el  intrépido  Heredía  se  vio  atajado  en  sus  afa- 
?s  i  en  sus  esperanzas.  El  reí  habia  organizado  un  obispa- 
o;  i  frai  Tomas  Toro,  el  primer  ol)ispo,  comunicó  a  la  cor- 
?  los  excesos  de  la  conquista  de  Cartajena,  i  pidió  el  envío 
í?  un  comisionado  especial  que  residenciase  a  Heredía  i  a 
is  compañeros.  El  licenciado  Juan  de  Badillo,  miembro 
.'  la  audiencia  de  Santo-Domingo,  recibió  este  encargo/i  lo 
Lscmpeñó  con  un  celo  tan  indiscreto  como  interesado 
I3«t7).  El  gobernador  Heredía  i  un  hermano  suyo  que  lo 
ahía  acompañado  en  aquella  conquista,  fueron  sometidos 

un  odioso  juicio,  encerrados  en  húmedos  i  estrechos  cala- 
)ozos,  confiscados  sus  bienes,  i  perseguidos  con  una  injus- 
Ificable  tenacidad.  Badillo,que  habia  procesado  a  Heredía 
)or  haber  maltratado  i  esclavizado  a  ios  indios,  defrau- 
líindo  a  la  vez  al  erario  real  en  el  repartimiento  de  los  te- 
soros, después  de  apoderarse  de  los  bienes  del  gobernador, 
nandó  apresar  a  centenares  de  indios  para  negociarlos  en 
n  Española  vendiéndolos  como  esclavos. 

3.  Esi*p:üícion  i)K  Jiménez  i>k  Quesada.— Casi  al  mismo 
díipo  en  que  Heredía  hacia  desde  Cartajena  su  importan- 
^J'sploracion  en  las  rejiones  del  Zenú,  el  gol)ernador  de 
^^ta-Marta,  Fernández  de  Lugo,  disponía  otra  espedicion 
interior,  cuyos  resultados  fueron  todavía  mas  impor- 
'">  tes.  Formó  |)ara  esto  una  columna  de  700  hombfes,  i 
^^truyó  algunas  naves  para  remontar  las  corrientes  del 
^í^clalena.  El  mando  de  estas  fuerzas  fué  confiado  al  li- 
^^iíido  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada.  , 

^-1  6  de  abril  de  1536  salióla  espedicion  de  Santa-Marta. 

infantería  se  diríjió  por  tierra  casi  en   línea   recta  hacia 

5^ur  hasta  Tamalameque,  a  las  orillas  del  Magdalena, 
'^^c\e  Quesada  esperaba  reunirse  con  su  escuadrilla;  pero 
^^^do  que  después  de  algunos  días    de  espectativa.  no  lie- 


Mi  MJSTOUIA    DE    AMÉRICA 


gabán  sus  naves,  envió  una  partida  de  españoles  rio  aba- 
jo, a  apresurar  la  marcha  de  sus  buques.  Supo  entonces 
que  tres  de  ellos  habian  naufragado  en  las  bocas  del  Mag- 
dalena; pero  el  gobernador  Fernández  de  Lugo  reforzó  ac- 
tivamente las  nayes  que  habian  salvado  del  naufrajio;  i 
al  f:n  pudieron  éstas  reunirse  a  Quesada  para  proseguir  la 
campaña. 

El  capitán  español  distribu v ó  entonces  sus  fuerzas  de 
otra  manera.  Colocó  los  enfermos  en  las  embarcaciones,  i 
él  mismo  se  dispuso  a  seguir  su  marchri  por  las  orillas  del 
rio,  precedido  de  una  partida  de  monteros  encargados  de 
abrir  el  paso  entre  las  espesuras  de  aquellos  impenetrable^ 
l)osques.  Los  sufrimientos  de  los  castellanos  en  aquella  pe- 
nosa marcha  son  casi  indescribibles.  Los  calores  tropicales, 
las  fiebres  causadas  por  el  sol  i  por  las  emanaciones  pútri- 
das de  los  pantanos  vecinos,  la  multitud  de  insectos  que 
molestaban  a  los  castellanos  durante  el  dia,  los  caimanes  i 
los  tigres  que  los  asaltaban,  no  hacian  mas  que  aumentar 
los  padecimientosvcausados  por  el  hambre  i  por  la  tormen- 
tosa incertidumbre  sobre  el  término  de  la  espedicion.  La 
tropa  se  sentia  desmayar,  i  comenzó  a  manifestar  las  se- 
ñales de  su  descontento  degollando  en  secreto  sus  caballos 
para  proporcionarse  íilgun  alimento.  Sólo  Quesada  con- 
servó su  ardor  i  su  entusiasmo  en  medio  del  jeneral  abati- 
miento. Sobrevinieron  las  lluvias,  tan  constantes  i  terri- 
bles en  las  rejiones  tropicales:  las  aguas  del  rio  se  dilata- 
ron en  una  grande  estension  de  territorio,  inundando  los 
bosques  vecinos, i  haciendo,  por  lo  tanto,  imposible  la  mar- 
cha de  la  espedicion.  Quesada  resolvió  asentar  su  campa- 
mento en  un  lugar  llamado  Tora,  mientras  Ins  naves  se- 
guian  remontando  el  rio  en  busca  de  alguna  población. 

Los  sufrimientos  de  los  espedicionarios  no  llegaron  a  su 
término  con  esto  solo.  Hn  el  campamento  de  Tora  se  des- 
arrollaron enfermedades  terribles;  i  eran  tantos  los  caste- 
llanos que  morian  que  ya  no  se  daba  sepultura  a  los  cada 
veres  sino  c|ue  se  les  arrojaba  al  rio.  Esto  mismo  produjo 
un  grave  daño:  los  caimanes    se  cebaron   con   la  carne  hu- 


PARTE    SEGUNDA. — CAPItITLO    XII  365 

inana.  i  de  comerse  los  muertos  pasaron  a  atacar  a  los  vi- 
vos que  se  acercaban  al  rio.  La  columna  espedicionaria  se 
disminuía  considerablemente;  i  hasta  los  mas  animosos 
pensaban  sólo  en  volver  atrás. 

Quesada,  sin  embargo,  entretuvo  a  sus  soldados,  i  man- 
dó hacer  una  esploracion  apartándose  de  las  márjenes  del 
Mc'igdalena.  Doce  hombres  escojidos  remontaron  las  aguas 
del  rio  Opon,  i  a  poca  distancia  encontraron  senderos  en 
la  montaña  i  señales  de  población,  descubrieron  algunos 
caseríos  i  divisaron  campos  cultivados.  Convencidos  de 
que  éste  era  el  rumbo  (|ue  les  convenia  seguir,  Quesada  mo- 
vió sus  tropas  en  aquella  dirección,  apartando  primero  a  sus 
enfermos  para  hacerlos  volver  a  Santa  Marta  en  las  naves. 
Después  de  esto  su  columna  quedó  reducida  a  poco  mas  de 
200  hombres,  de  los  cuales  sólo  62  eran  de  caballería.  Con 
este  j)equeño  número  de  valientes,  Quesada  prosiguió  re- 
sueltamente su  marcha.  Habia  trascurrido  ya  cerca  de  ixn 
año  de  padecimientos  de  toda  especie,  pero  parecia  al  fin 
acercarse  su  término. 

(j.  Conquista  de  BoítOTÁ,  Trxj a  e  Iraca.— Los  españo- 
les se  hallaban  en  las  inmediaciones  de  las  mesetas  centra- 
les de  la  república  actual  de  Colombia,  donde  existian  tri- 
bus numerosas  de  indios  semi-jivilizados  i  rejidos  por  go- 
Itiernos  mas  o  menos  regulares.  A  la  vista  de  los  campos 
cultivados  i  de  los  primeros  vestijios  de  riqueza,  el  hábil 
Quesada  reunió  a  sus  oficiales,  e  hizo  ante  ellos  dimisión 
del  mando,  manifestándoles  que  estaba  dispuesto  a  obe- 
decer al  capitán  que  los  otros  elijiesen.  Los  soldados,  que 
poco  antes  se  lamentaban  de  su  suerte  i  pensaban  sólo  en 
volver  a  Santa  Marta,  aclamaron  jeneral  a  Quesada,  des- 
ligándolo de  toda  sujeción  al  gobernador. 

Al  descender  de  las  montañas  de  Opon,  fueron  asaltados 
por  los  indios;  pero  la  táctica  de  los  castellanos,  sus  armas 
i  mas  que  todo  la  presencia  de  los  caballos  decidió  de  su 
triunfo,  i  los  revistió  del  prestijio  de  hijos  del  sol  ante  las 
tribus  vecinas.  Los  indíjenas  los  recibieron  casi  en  todas 
partes  f>enignamente,   ofreciéndoles  víveres  en  abundancia 


3<»<;  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


i  festejándolos  con  sahumerio,  como  a  hijos  del  sol.  Al  ])e- 
netrar  en  la  planicie  de  Bogotá,  los  españoles  hallaron,  en 
todo  cuanto  alcanzaba  la  vista,  campos  cultivados,  cubier- 
tos de  sementeras  i  de  pueblos  en  que  sobresalian  las  ca- 
sas de  los  caciques,  que  dominaban  por  su  elevación  aquel 
hermoso  valle,  i  caminos  trazados  con  arte,  que  condu- 
cían a  los  lejanos  adoratorios.  (juesada  contemplaba  lle- 
no de  admiración  aquel  hermoso  panorama  i  anhelaba  en- 
contrar al  zipa,  o  rei  de  los  muiscas,  (¡ue  suponia  rodeado 
de  inmensas  riquezas.  El  z//>«,  sin  embargo,  le  hacia  va- 
liosos obsequios  de  víveres,  pero  es<|uivaba  mañosamente 
su  presencia.  Los  castellanos  llegaron  así  al  pueblo  de  Mu- 
queta,  capital  del  territorio  de  los  muiscas.  que  encontra- 
ron desierta,  i  donde  supieron  (pie  el  zipít  habia  mandado 
ocultar  sus  tesoros. 

Quesada  convirtió  ese  lugar  en  centro  de  las  subsiguien- 
tes operaciones.  De  allí  despachó  al  capitán  Céspedes  con 
encargo  de  reconocer  las  ticrríis  de  los  paucheSy  indios  Ix?- 
licosos,  que  suponia  mui  ricos;  pero  después  de  un  rudo 
combate  en  (jue  los  castellanos  alcanzaron  la  victoria  con 
gran  dificultad,  dieron  la  vuelta  a  reunirse  con  su  jefe  í|ue 
preparaba  una  nueva  espcdicion.  Oucsada,  en  efecto,  se 
disponia  a  marchar  sobre  Tunja,  cuyo  rei  o  zaque,  era  tan 
poderoso  i  respetado  por  sus  vasallos  como  lo  era  el  zipa 
de  Bogotá  en  sus  dominios.  La  fama  de  las  riquezas  de 
este  estado,  c(ununicada  por  los  iiulíjenas,  habia  despertíi- 
(lo  la  codicia  de  los  españoles. 

Desíle  sus  primeros  pasos,  los  esj)l(;radores  hallaron  las 
señales  del  poder  del  zncpic/x  las  muestrasdel  oro  que  abun- 
daba en  aquella  rejion.  Kl  des|)otisnio  del  sobenino  sumi- 
nistró a  los  españoles  decididos  ausiliares  entre  los  mismc^s 
i:i(lios;  pero  el  zacjut\  (jue  sóN)  (jueria  ganar  tiempo,  les 
dispuso  un  ostentoso  recibimiento  i  les  envió  valiosos  ])rc- 
scntes  de  telas  de  algodón  i  de  víveres  ])ara  retardar  su 
marcha  i  poder  ocultar  sus  tesoros.  Los  castellanos,  sin 
embargo,  estaban  escarmentados  con  lo  ijue  les  habia  ocu- 
rrido con  el  zip¿i  de  Bogotá,  i  en  vez  de  dejarse  engañar  con 


PARTE    SEíirNDA. — CAPÍTULO  XII  Bf»? 

SOS  halagos,  marcharon  precipitadamente  a  Tunja  i  ca- 
eron  sobre  la  ciudad  el  20  de  agosto  de  1537,  en  los  mo- 
lentos  en  que  la  servidumbre  del  zaque  se  ocupaba  en  tras- 
Drtar  el  oro.  No  se  necesitó  mucho  para  que  los  castella- 
os desenvainaran  sus  espadas  i  empeñaran  una  reñida 
icha  con  los  indios  que  duró  cerca  de  dos  horas.  La  noche 
uso  término  al  combate:  después  de  él,  el  zaque  quedó  pri- 
onero,  i  sus  tesoros  pasaron  al  poder  de  los  castellanos. 
Se  hizo  un  montón  de  oro  tan  crecido,  dice  Quesada  en 
na  relación  histórica  de  su  campaña,  que  puestos  los  in- 
tntes  en  torno  de  él,  no  se  veian  los  que  estaban  de  frente, 
los  de  a  caballo  apenas  se  divisaban''. 

Quesada  habia  oido  hablar  de  las  riquezas  de  Iraca,  cuyo 
icique  era  a  la  vez  jefe  i  supremo  pontífice.  Una  división 
t  españoles  se  puso  en  marcha  para  aquel  lugar;  pero  al 
proximarse  al  santuario, el  cacique  les  opuso  alguna  resis- 
íncia  para  darse  tiempo  de  ocultar  sus  riquezas.  Los  cas- 
íllanos,  sin  embargo,  ocuparon  el  palacio  del  cacique  i  pe- 
ítraron  en  el  templo  para  recojer  el  oro  que  encerraba.  El 
lego  consumió  aquel  adoratoiio,  que  era  el  mas  venerado 
Dr  los  muiscas. 

Los  castellanos  se  ocuparon  en  algunas  otras  empresas, 
se  empeñaron  particularmente  en  apresar  al  ztpaáe  Bogo- 
í,  que  hasta  entonces  se  les  habia  escapado.  Desgraciada- 
lente,  éste  pereció  en  el  asalto  de  un  caserío;  i  su  muerte 
redujo  una  profunda  irritación  entre  sus  vasallos,  prolon- 
ando  así  la  guerra,  con  motivo  de  la  elección  de  otro  zipa. 
ero  la  actividad  de  Quesada  era  superior  a  tantas  dificul- 
ades;  no  sólo  persiguió  i  derrotó  al  nuevo  zipa  sino  que 
izo  perecer  a  éste  aplicándole  en  vano  el  tormento  parn 
acerle  confesar  el  lugar  donde  se  hallaban  los  tesoros. 

En  estos  afanes  los  castellanos  ocuparon  mas  d3  un  año. 
uesada  queria  establecer  una  colonia  en  aquellas  hermo- 
is  rejiones;  i  el  6  de  agosto  de  1538,  echó  los  cimientos  de 
na  población,  construyendo  al  electo  las  primeras  habita- 
ones.  Quesada  era  natural  de  la  provincia  de  Granada,  en 
spaña:  a  los  paises  conquistados  los  llamó  Nuevo  reino 


4e  GranadA;  í  a  stt  capital,  en  cofimemoraci'OD  de  la  erodad 
fcmdada  pnr  los  reres  católicos  en  fnente  de  Granada^  i  dtr^ 
rante  su  ntttmo  sitio,  di6  el  nombre  de  S^nta  Féde  Bogotá. 

7-    Fiíí  HE  LA  CflUgnífTA;  ORr.A?iI2.%CIO?i    DE    LAC%l»m?ítA 

JR9EJIAL  fiE  NuETA  G»A?¿A£i4. — Hi  pats  qtie  acallaba  de  des- 
cubrir i  conij  oís  tare!  to  trépido  ^oesada,  foé  el  abjetoik 
fftras  dos  esplaracioDes  diferentes,  qne  llegnrun  a  reuRinc 
a  la  me5»eta  de  Bogotá  de  mat  díslíntos  pütitos.  Scbastiiia 
fie  Beitíilcrázar,  noldado  i  lastre  de  la  conquc^a  de!  Perfil  re* 
cibió  ta  ófden  de  Fraocuico  Pbarro  de  nrducir  la  proríncii 
de  QaÍto:i  de  aTií  haliía  paitado  adelante  hasta  encontmn^ 
con  (juesada  en  las  orillas  del  Magdalena.  Por  et  orítmte, 
Xicolas  Fedcrmafi,  ájente  de  nna  compaftia  alemana  qoe 
haljia  entrado  en  la  especulación  de  conqntstar  a  Xrntzm* 
ia,  se  internó  también  ha^ta  tas  ínmediaeiones  de  Bugot^  i 
áe  encontró  con  (jiiesada  despees  de  un  %'iaje  de  tres  ñhm. 
De  este  modo,  el  continente  americano  era  reconocido  con 
tanta  andaeia  como  rapidez,  por  osíid'ts  e«pU»ríidop»qflc 
«e  internaban  resueltamente  en  las  selvas  víiienes  de!  ont- 
V0  mundo^  tre]iaban  por  áiperns  montañas  i  pasabín  nn^ 
inmenson  t  peligrónos. 

Quesada,  seguro  de  Imber  echado  la  planta  de  una  f)f^^ 
vincia  mas  rica  e  importante  que  muchas  de  las  que  se  bu* 
Inan  forma  do  en  el  nncvo  mundo,  resolvió  ira  España  a 
solicitar  del  reí  el  título  deg>ibernador  de  tos  parses  qn^ 
ncababa  de  descubrir  i  conquistar.  Fernández  de  Lugo  ha- 
bía fallecido  en  Santa  Marta  en  enero  de  1536;  i  el  gobier- 
no de  aquella  colonia  estaba  confiado  a  un  sostituto  elej^* 
do  por  la  audiencia  de  Santo  Domingo.  Nadie,  sin  duda. 
podía  alegar  mejores  títulos  a  aquel  gobierno  que  Jiménez 
de  Quesada,  pero  la  corte  prefirió  confiar  el  cargo  a  un  luj^ 
del  primer  gol^ernador,  nombrado  Alonso  Luis  de  Lug^^ 
(1542;. 

La  conquista  de  la  Nueva  Granada  estaba  casi  comp'^' 
tamente  concluida  después  de  las  espediciones  de  Quesada- 
Sin  embargo,  bajo  el  gobierno  de  su  sucesor  se  emprendii^ 
ron  nuevas  espediciones  a   las  rejiones  inmediatas  para  dt 


PAUTE    SEÍUINDA. — CAÍ'ÍTrLO    Xlf  HílO 


latar  las  conquistas  i  establecer  nuevas  poblaciones.  Un 
portugués  apellidado  Cesar,  que  habla  sido  segundo  de  He- 
redia  en  el  gobierno  de  Cartajena,  adelantó  los  descubri- 
mientos en  las  rejiones  situadas  al  occidente  del  Magdale- 
na, i  dilató  los  límites  de  esa  estensa  provincia  que  por  cerca 
de  tres  siglos  fué  denominada  Nuevo  reino  de  Granada. 
Carlos  V,  para  atender  a  la  administración  de  a(|uellas  ricas 
colonias,  creó  en  154S  una  nueva  audiencia,  que  debia  re- 
sidir en  Santa  F'e  de  Bogotá  i  c|ue  circunscribió  la  acccion 
de  la  audiencia  de  Panamá,  fundada  algunos  años  antes  ^. 


^  La  historia  fie  la  conquista  del  Nuevo  reino  de  Granada,  que 
hemos  compendiado  mucho  para  ajustaría  a  la  estension  de  este 
compendio,  ha  sido  narrada  prolijamente  por  el  padre  franciscano 
írai  Pedro  Simón  en  sus  Noticias  historinlcs  de  Iüs  conquistas  de 
Tierra  Firme;  pero  desgraciadamente,  las  partes  2^  i  3*  de  esta 
obra,  que  contienen  la  historia  de  la  Nueva  Granada,  permanecen 
inéditas  en  Madrid:  la  2^  en  la  biblioteca  de  la  real  academia  de  la 
historia,  i  la  3^  en  la  biblioteca  nacional.  Sólo  la  primera,  que 
contiene  la  historia  de  la  conquista  de  Venezuela,  fué  publicada  en 
1627,  1  vol.  en  fol.  El  Iltmo.  obispo  de  Santa  María,  don  Lúeas 
Fernández  de  Piki>rahita,  compuso  una  Historia  feneraJ  de  Jas 
conquistas  del  nuevo  reino  de  Granada,  Amberes,  1688,  1  vol.  en 
fol.,  que  he  tenido  a  la  vista  al  escribir  este  capítulo,  así  como  Las 
eíejias  de  Juan  de  Castell.wos,  ya  citadas,  i  otras  dos  obras  que 
el  lector  puede  consultar  con  provecho,  el  Compendio  histórico  del 
descubrimiento,  etc.,  por  el  coronel  Acosta,  I^aris  1848,  i  las  Me- 
morias para  la  historia  de  la  Sueva  Granada  desde  su  descubri- 
miento hasta  1810,  por  José  Antonio  Plaza,  Bogotá,  1850. 


TOMO    I  24 


CAPITULO  XIII. 
Conqnifita  de  Tenexuela. 

(1527-1560) 

1.  Juan  íle  Ampues;  fundación  de  Coro. — 2.  Los  Welser;  espedi- 
cioii  de  Alfinger.-  -3.  Jorje  Spira  i  Nicolás  Federman.— 4  Fe- 
lipe de  ürre;  espedicion  al  Dorado.— 5.  Suspensión  del  privile- 
jio  de  los  Welser.  -  G.  Colonización  de  Venezuela  por  los  espa- 
ñoles.— 7.  Fundación  de  Caracas;  organización  del  gobierno 
de  Venezuela. 

1.  Juan  de  Ampues;  fUíNDacion  de  Coro.— Después  del 
tercer  viaje  de  Colon,  las  costas  del  territorio  que  hoi  for- 
ma la  república  de  Venezuela  fueron  visitadas  por  muchos 
viajeros  i  esploradores,  i  aun  uno  de  ellos,  Alonso  de  Ojeda, 
liabia  intentado  fundar  una  colonia.  Aquel  país  ademas 
liahia  sido  el  campo  del  desgraciado  ensayo  que  hizo  el  ve- 
nerable protector  de  los  indios,  Bartolomé  de  Las  Casas, 
para  poner  en  ejercicio  su  sistema  de  conquista  pacífica, 
así  como  también  habia  sido  teatro  de  las  inhumanas  es- 
pediciones  de  algunos  castellanos  que  recorrían  la  costa 
haciendo  en  ella  frecuentes  desembarcos  para  apresar  in- 
dios, que  eran  vendidos  en  la  Española  i  en  Cuba.  Estas 
infames  especulaciones  iban  marcadas  con  todojénerode 
horrores,  que  dieron  por  resultado  la  profunda  irritación 
-de  los  indíjenas,  i  el  asesinato  de  los  primeros  misioneros. 
En  otra  parte  hemos  dado  una  sucinta  noticia  de  la  espedi- 


cioo  de  Gottxalo  de  Oinampo  a  las  costas  de  Ctiitiaiiá,  serla- 
íbúb  con  ta&tas  atfoeidadcs   ^ 

En  1523,  ki  awficacMi  de  Santo  Dofotngo  había  manda- 
do a  CmsanA  a  tm  capitán  nombrado  Jácome  Castdlcm 
cna  (werxBS  su&dentr^  páfu  castigar  los  ateotadus  <k  los 
gadiots»  i  c^talilecer  isna  cukmi^  i  la  prad^iüia  de  éste  tiabm 
coaMEgiiido  este  obyetii,  cstahlowtidfi  la  pesqoería  de  per- 
las í  ftmciaiKki  caá  poblackm.  Sto  ciabargo,  los  españoles 
permanaderoñ  alU  sia  dilatar  sos  conqaistas  en  at|tte]la 
parte  del  eotrctaeiite. 

Pero  los  atentados  de  los  lni6caates  dn  esclavos  «e  repe- 
tían sin  ce^^r,  sin  que  tas  antcrrifladcs  de  la  Española  pu* 
dieran  poner  atajo  a  tantas  aimciilaiies.  Carlos  V  hnbki 
dlspoesto  qne  fueran  reducidos  a  ceda  vi  tnd  los  indios  r|ue 
pusieran  resi^tendas  a  la  coaqDatji;  i  esta  autorización 
dnba  pfetesto  a  bis  maldades  de  los  especuladone^;.  I^i  au- 
dicncia  se  resol r¡^  al  6ti  a  tornar  ana  tttcdt^a  decisiva,  i  en- 
eais6  a!  capitán  |aan  de  Amptics.  qoc  desempeñaba  en 
Santo  Dotutngo  el  cargo  de  factor  de  la  real  hacienda,  que 
pasara  a  la  costa  de  Cora  con  60  hombres  para  poner  tér- 

fTTiifíiiÉ  51   rií^'^'t*'  iiniKim.f*   ^r.Í!*i»'ii      "«im»!     ía^    orí  %  t;*.''^^- » 'i^  ít^    t*"TíÍíin 

noticia  de  que  en  aquel  pais  no  había  oro,  se  preocupaban 
poco  con  la  ¡dea  de  conquistarlo,  i  querían  sólo  impedir  las 
atrocidades  que  cometian  los  negociantes  de  esclavos. 

Ampues,  sin  embargo,  abrigaba  proyectos  mas  víistos- 
Al  llegar  a  la  costa  de  Coro,  tuvo  noticia  de  la  existencia 
de  un  poderoso  cacique  nombrado  Manaure,  cuyos  vasa- 
llos lo  reverenciaban  como  a  un  dios,  i  el  cual  tenia  por 
tributarios  a  muchos  otros  caciques,  i  no  se  presentaba  en 
publico  sino  llevado  en  hombros  por  los  principales  seño- 
res de  sus  dominios.  Ampucs  desplegó  gran  prudencia  para 
ganarse  la  voluntad  de  Manaure,  i  atraerlo  a  la  paz  me- 
diante las  amistosas  i  sinceras  manifestaciones  de  cordiali- 
dad. Ün  tratado  solemne,  concluido  en  medio  de  ostento- 
sas  ceremonias,  consagró  la  alianza:  el  cacique  prestó  el 


i  Véase  el  cap.  VIII  de  la  segunda  parte  de  esta  historia. 


PAKTH   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XUI  3*73 


juramento  de  fidelidad  i  vasallaje  a  Carlos  V  i  sus  suceso- 
res. **Fueron  tan  de  corazón  estos  tratos,  dice  un  distin- 
guido historiador,  i  sin  falta  por  parte  de  los  indios,  que 
habiendo  los  españoles  en  diversas  ocasiones  robádoles  sus 
haciendas  haciéndoles  malos  tratos,  nunca  los  indios,  lo 
tuvieron  ni  han  tenido  jamas  con  los  nuestros**    2. 

Estas  paces  permitieron  a  Ampues  tomar  pacífica  pose- 
sión del  territorio  del  cacique  Manaure  i  elejir  el  lugar  apa- 
rente para  la  fundación  de  una  ciudad.  El  26  de  julio  de 
1527,  fundó  el  pueblo  de  Coro,  i  dio  principio  a  laconstruc- 
cion  de  algunos  ranchos  con  el  ausilio  de  los  indios.  Am- 
pues esperaba  someter  poco  a  poco  las  tribus  vecinas  lie 
vando  adelante  su  sistema  de  conquista  pacífica;  pero 
cuando  menos  lo  esperaba  se  vio  embarazado  en  sus  traba- 
jos por  una  nueva  disposición  de  la  corte. 

2.  Los  Wei^bk;  espedicion  de  Alfinger.— Carlos  V,  en 
efecto,  había  concedido  la  conquista  de  aquel  pais  a  una 
compañía  alemana  de  comercio.  Ambrosio  Alfinger  i  Jorje 
Seyler,  que  eran  en  Madrid  los  ajentes  de  unos  negociantes 
de  Ausburgo  apellidados  Welser,  i  que  formaban  quizá  la 
casa  de  comercio  mas  rica  del  mundo,  solicitaron  del  reí  la 
concesión  de  esta  provincia,  para  hacer  su  conquista  a  su 
propia  costa  i  como  una  especulación  mercantil.  Carlos  V 
que  habia  recibido  préstamos  considerables  de  los  Welser,  i 
que  esperaba  obtener  de  ellos  nuevos  fondos,  les  hizo  la 
concesión  bajo  las  condiciones  siguientes:  la  compañía  se 
obligaba  a  equipar  cuatro  navios  para  conducir  300  espa- 
ñoles i  50  marineros  alemanes,  i  a  fundar  en  el  término  de 
dos  años,  dos  ciudades  i  tres  fortalezas.  El  rei  les  concedía 
todo  el  territorio  que  se  cstiende  desde  Maracapana  hasta 
el  cabo  de  la  Vela,  con  la  facultad  de  interiorizarse  cuanto 
quisieran  en  el  continente,  i  les  concedia  ademas  una  parte 
de  los  derechos  que  cobraba  la  corona  sobre  la  esplotacion 


-  F.  Simón  Lus  conquistas  de  Tierra   Firme,  not.    II,  cap.  I, 
páj.  35. 


374  uurroRiA  db  amArica 


de  las  minas  así  como  la  facultad  de  reducir  a  la  esclavitud 
a  los  indios  que  no  quisieran  someterse  al  vasallaje. 

La  formación  de  este  contrato  coincidió  con  la  capitula- 
ción que  el  rei  habia  hecho  con  García  de  Lerraa  autorizán- 
dolo para  tomar  el  gobierno  de  Santa  Marta  i  dilatar  la 
conquista  en  aquella  provincia.  Lerma  i  los  Welser  se  pu- 
sieron de  acuerdo  para  abrir  la  campaña  i  socorrerse  mu- 
tuamente. 

L^s  Welser  nombraron  por  goljernador  i  por  teniente 
suyo  a  Ambrosio  Alfinger  i  Jorje  Seyler.  Llegaron  éstos  a 
Coro  en  1528,  i  presentaron  a  Ampues  la  orden  de  entre- 
garles el  mando.  El  capitán  español  no  puso  la  menor  re- 
sistencia: entregó  el  gobierno  i  se  retiró  a  Santo  Domingo. 
Los  alemanes,  que  veian  sólo  en  la  espedicion  una  empresa 
puramente  mercantil,  codiciaban  masque  los  castellanos  el 
oro  de  las  minas  del  Nuevo  Mundo.  Su  primer  afán  al  pi- 
sar la  tierra,  fué  recojer  noticias  acerca  de  las  riquezas  de 
aquella  rejion  con  la  esperanza  de'descubrir  un  imperio  po- 
deroso que  encerrara  tesoros  semejantes  a  los  de  Méjico, 
que  habian  asombrado  a  la  Europa  entera.  Cuando  Alfin- 
ger supo  que  aquel  pais  era  pobre  en  minas,  (|ue  sus  habi- 
tantes estaban  muí  lejos  del  «Jurado  de  civilización  en  que 
esperaba  hallarlos  i  que  la  empresa  no  ofrecía  tan  risueñas 
espectativas.  cambió  de  propósito  pensando  Cjue  el  verda- 
dero lucro  de  la  negociación  consistía  en  reducir  a  los  in- 
dios a  laesjlavitud ¡)ara  vendcrUjs  en  Cuba  i  en  la  Españo- 
la. La  con(|uista  i  la  colonización  de  aquella  parte  del 
continente,  fué  convertida  así  en  una  vergonzosa  especula- 
ción mercantil  (jue  no  reparaba  en  medios  vedados  para 
asegurar  su  negocio. 

Alfinger  dejó  a  su  segundo  en  el  gobierno  de  Coro;  i  a  la 
cabeza  de  un  destacamento  considerable,  emprendió  su  pri" 
mera  cam|)aña  dirijiéndose  hacia  el  occidente  sin  alejarse 
mucho  del  mar,  mientras  las  emi)aroacionl\s  que  habia  he- 
cho construir  a  la  lijera,  lo  seguian  |)or  la  costa  para  la  es- 
ploracion  de  los  rios  i  bahías.  En  esas  naves  atravesó  el 
lago  de  Maracaibo;  i  después  de  construir  una  ranchería  en 


PARTB   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XIII  375 

el  lugar  que  hoi  ocupa  la  ciudad  de  aquel  nombre,  dejó  allí 
las  mujeres  i  los  niños  que  acompañaban  a  sus  soldados 
con  una  escolta  regular,  i  se  internó  resueltamente  en  el 
pais  con  180  soldados  (1530).  Alfinger  desplegó  las  dotes 
de  un  hábil  i  laborioso  esplorador:  reconoció  las  ensenadas 
del  lago  i  los  ríos  de  las  inmediaciones;  i  en  su  marcha  hiio 
un  estudio  prolijo  de  las  localidades;  pero  en  cambio  mani- 
festó un  carácter  feroz  con  los  naturales.  **Apoderado  de 
su  alma  un  furor  insensato  que  dejeneraba  en  frenesí,  dice 
un  historiador  moderno,  señaló  por  todas  partes  su  pasaje 
con  el  robo,  el  homicidio  i  el  incendio.  Debia  morir  quien 
no  podia  ser  esclavo,  debia  quemarse  la  casa  que  le  habia 
servido:  detras  de  él  nada  debia  quedar  con  vida  i  en  pié*'  ^. 

En  ésta  espedicion,  el  atrevido  esplorador  recorrió  una 
estensa  porción  de  territorio,  entró  al  valle  de  Upar,  fuera 
de  los  límites  de  su  dominación,  i  llegó  bástalas  orillas  del 
rio  Magdalena.  Casi  en  todas  partes  encontró  una  tenaz 
resistencia  de  parte  de  los  naturales;  pero  siempre,  también 
hacia  un  número  considerable  de  prisioneros  i  recojia  las 
muestras  de  oro  que  poseian  los  indios.  Para  descargar  a 
su  jente  del  cuidado  del  botin,  despachó  a  Coro  25  hombres 
de  su  confianza  con  el  oro  cojido  i  los  prisioneros  captura- 
dos. Las  penalidades  que  sufrió  este  destacamento  forman 
uno  de  los  mas  tristes  episodios  de  la  conquista.  Faltos  de 
víveres,  los  españoles  se  vieron  en  la  triste  necesidad  de  ali- 
mentarse con  la  carne  de  sus  prisioneros  que  degollaban 
desapiadadamente;  i  cuando  se  les  acabó  aquel  horroroso 
alimento  enterraron  el  oro  i  se  dispersaron  por  los  bosques 
en  busca  de  un  amparo  contra  tanto  sufrimiento.  Uno  sólo 
de  aquellos  desgraciados  llegó  a  la  ciudad  de  Coro:  los  de- 
más perecieron  de  hambre  en  medio  de  las  soledades. 

Durante  cerca  de  tres  años,  Alfinger  fué  el  terror  de  los 
infelices  indios;  pero  al  cabo  de  este  tiempo  vino  a  ser  su 
víctima.   Después  do  reconocer  los  límites  de  las  hermosas 


3  Baraj.t,  Resumen  de  la  Historia   de    Venezuela^  tomo  I,    cap. 
VÍII,  páj.  151. 


376  HISTORIA    DE   AXÉBICA 


rejiones  que  pocos  años  después  conquistó  el  esiorzad o  Ji- 
ménez de  Qnesada,  Alfinger  dispuso  la  vuelta  a  Coro;  pero 
la  fama  de  sus  crueldades  armó  a  los  indios  del  valle  de 
Chinacota,  por  donde  debía  pasar  a  su  vuelta,  con  la  reso- 
lución de  atacarlo  de  sorpresa.  Alfinger  se  habia  separado 
un  poco  de  su  tropa  con  un  castellano  amigo  suyo  llamado 
Esteban  Martin,  ''cuando  saliendo  de  laemboscada  les  em- 
bistieron los  indios  con  tal  ímpetu  i  presteza  que  cuando 
pusieron  mano  a  las  espadas  para  defenderse,  ya  estaba 
Alfinger  mui  mal  herido**.  Tres  dias  después  murió  (1531), 
"dejando,  dice  un  historiador,  perpetuada  la  memoria  de 
sus  atrocidades**  ^.  El  lugar  donde  murió,  situado  a  pocas 
leguas  de  la  actual  ciudad  de  Pamplona  Colombia),  con- 
servó su  nombre  i  fué  llamado  valle  de  Miser  Ambrosio  ^. 

3.  JoRjB  Spira  i  Nicoi.as  Fedkrman.— Por  muerte  de 
Alfinger  tomó  el  gobierno  de  la  colonia  un  oficial  que  los 
historiadores  españoles  denominan  Juan  Alemán.  A  dife- 
recia  de  su  predecesor,  era  éste  un  hombre  tranquilo  quesea 
por  evitiir  los  horrores  de  aquella  guerra  cruel,  o  por  indo- 
lencia, o  por  cobardía,  se  mantuvo  en  Coro  sin  acometer 
empresa  alguna.  Sus  subalternos,  sin  embargo,  continua- 
ron las  operaciones  de  un  modo  semejante  al  adoptado  por 
Alfinger,  esto  es  apresaban  indios  para  venderlos  por  escla- 
vos a  los  colonos  de  las  islas. 

La  negociación  no  producía  a  los  Welser  el  provecho  que 
esperaban  de  ella.  En  ir>[)r>.  dicroncl  ;T^()l)iern<) de  la  colonia 
ajorje  Spira,  osado  aventurero  (juc  habia  de  emprender 
riesgosas  espedieiones.  Spira   organizó  en  España  i  en   laS 
isla  Canarias  un  cuerjio  de  40()  liombres.  Otro  alemán  noni' 
brado  Nicolás  Feclerinan.  <jue  |k)co  antes  habia  hecho  nn¿^ 


J   Oviedo  I  Baños,  lli^tonn  <ic  l:i  provincia  de  Venezuela,  part^" 
I.  lib.  I,  cap.  VIH. 

•'»  Los  españoles  (hibnii  a  lo>  osi^aiiiLTOs  el  tratamiento  de  M  i" 
ser,  ef|uiva]ente  al  \I-)ns¡t'iir  «le  !•><  tVaiuvses.  Hl  astrólogo  veneciía.- 
no  que  predijo  su  dcs^j^K-uia  a    X'aSvO    Núñez  ilc  Balboa  es  llaniaJ*^ 
Miscr  Codro  por  los  liist(»riadorcs. 


PAUTE    SBUUNDA. — CAPÍTULO    Xlll  oil 


^spedicion  a  Venezuela  ^,  i  a  quien  los  Welser  quisieron  nom- 
l^rar  gobernador  de  la  colonia,  recibió  el  título  de  teniente 
j^neral  de  las  tropas  de  Spira.  Llegó  éste  a  Coro,  a  princi- 
-pios  de  febrero  de  1534-,  e  inmediatamente  dispuso  una  es- 
;pedicion  para  esplorar  el  interior  de  aquel  pais. 

El  viaje  de  Spira  no  fué  menos  penoso  que  la  campaña 
de  Alfing;er.  Internándose  hacia  el  suroeste,  el  osado  aven- 
i:urero  se  vio  obligado  a  batirse  frecuentemente  con  las  tri- 
bus indíjenas,  i  tuvo  que  sufrir  las  mayores  penalidades  en 
medio  de  los  impenetrables  bosques  i  de  los  pantanos  cau- 
sados por  los  desbordamientos  periódicos  de  los  rios.   Las 
enfermedades  producidas  por  la  insalubridad  del  clima,  dis- 
minuyeron  notablemente  sus  tropas;  i   el  hambre   se  hizo 
sentir  con  todos  sus  horrores  en   aquellas  soledades,  cuan- 
do los  indios  huian  de  la  presencia  de  los  castellanos  consi- 
deránJose  impotentes  para  resistirlos.  Spira  estuvo  a  pun- 
to de  penetrar  en  el  territorio  de  los  muiscas  que  poblaban 
'os  alrededores  de  Bogotá.  Por  fin,  después  de  un  viaje  de 
cinco  años,  sin  provecho   alguno   para   la  conquista  i  con 
^ui  escasa  utilidad  para  la  csploracion  del  pais,  Spira  vol- 
^'*ó  a  Coro  en  febrero  de  1589,  con   sólo  noventa  hombres 
^^  los  cuatrocientos  que  habian   salido.  Poco  tiempo  des- 
pees, de   vuelta  de  un  viaje  a   la  isla   Española,   murió  en 
^oro  (1540). 

Durante  la  ausencia  de  Spira,  su  segundo  Nicolás  Feder- 
^^^n,  que  habia  debido  seguirlo  con  un  refuerzo  de  tropas, 
^'^Unió  alguna  jen  te  i  emprendió  por  su  propia  cuenta  una 
^^^rnpaña  al  interior  de  Venezuela.  Los  viajes  de  éste,  sem- 
•Crudos  de  peripecias  i  sufrimientos,  fueron  de  la  mayor 
^*^^portancia  para  el  reconocimiento  jeográfico  de  aquellas 
^^J iones.   Federman  trataba  ante  todo  de  evitar  cualquier 

*^  El  primer  viaje  de  Federman  fué  escrito  por  él,  o  a  lo  menos 
J^^jo  su  nombre,  i  publicado  en  alemán  en  Hagenau  en  1557.    Este 

**^í*o  lleno  de  ínteres  novelesco  era  completamente  desconocido 
^^^tido  M.  Ternaux  Compans  lo  dio  a  luz  en  francés  en  1837  con 
^*  titulo  de  Marra t ton  áu  premier  voyat^e  de  N.  Federman  de  Ulm^ 

^^s^rtándolo  en  su  colección  de  Voyages,  relationset  memoireSj  ctc. 


378  HISTORL4   DB   AMÉRICA 

encuentro  con  los  soldados  de  Spira,  de  quien  andaba  rebe- 
lado; i  con  este  objeto  se  alejó  de  las  huellas  de  éste,  e  indi- 
nándose hacia  el  oriente,  llegó  en  1538,  después  de  un  viaje 
de  .tres  años  al  territorio  de  los  muiscas  que  acababa  dí 
conquistar  i  someter  el  licenciado  Quesada.  Poco  antes 
Sebastian  Benalcázar,  conquistador  de  la  provincia  de  Qui 
to,  habia  penetrado  en  el  pais  de  Bogotá,  de  modo  que  lo: 
tres  aventureros,  salidos  de  tan  diversos  puntos  se  encon 
traron  inesperadamente  en  aquel  centro  de  la  civilizacioi 
de  todas  aquellas  tribus.  Federman,  temeroso  de  volver  i 
la  dependencia  de  Spira,  e  incapaz  de  proseguir  por  sí  mis 
mo  una  campaña,  celebró  un  convenio  cí)n  Quesada.  Me 
diante  una  remuneración  de  10,000  pesos  de  oro,  el  caudi 
lio  alemán  ponia  sus  tropas  bajo  las  órdenes  del  conquista 
dor  del  nuevo  reino  de  Granada,  i  él  mismo  se  comprometió 
a  abandonar  el  pais  i  a  pasar  a  España  donde  espcrabí 
hallar  una  remuneración  de  sus  servicios.  Allí  murió  pocoí 
años  después  "*. 

4.  Felipe  de  Urre;  espediciox  al  Dorado.  —  Desdi 
1532,  el  rei  habia  establecido  un  obispado  en  Coro;  perc 
sólo  cuatro  años  después,  en  looG  llegó  allí  el  primer  obis 
po  llamado  Rodrigo  de  Bastí  las,  orno  el  célebre  csplora 
dor  que  fundó  la  ciudad  de  Santa  Marta.  Este  obispo  iu< 
nombrado  gobernador  de  la  Cv)lonia  por  la  audicruia  (b 
Santo  Domin^^o  cuando  sj  supo  en  esta  ciudad  la  niiicrt* 
de  Spira.  \^n  alemán  nombrado  Fedijic  de  Urre  recibió  c 
mando  de  las  tropas  de  la  colonia. 

El  obispo  Bcistídas  no  (juiso  (pie  sus  tropas  perinanccic 
ran  ociosas  en  Coro,  i  disj)uso  algunas  espediciones  con  c 
mismo  propósito  (jue  sus  antecesores.  'Felipa-  de  Crrc  si\\\^ 


^  1-31  viaje  (lo  Federman,  iii'-ii  inLere-^ante  para  la  jeo^ralí.i.  ii«- 
iie  {«oca  iinporlancia  para  la  liisLcjria.  \os  ha  si  lo  nece-iario  alir»- 
viar  niuchí^iino  su  relación  para  a-li^ptarla  alas  dimensiones  ^I 
este  compendio.  El  lector  encontrará  toilos  los  detalles  histór  ^ 
eos  en  las  obras  citadas  de  Oviedo  i  Baños,  del  P.  Simón.  «1«-' 
oh¡<po  Fiedrahita,  i  en  la  historia  escrita  por  el  coronel    Acosta. 


PAKTB   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XIII  379 


a  campaña  con  130  hombres,  nó  con  el  simple  objeto  de 
apresar  indios  para  venderlos  en  las  colonias  de  las  islas, 
sino  para  buscar  una  rejion  nuiravillosa  de  que  hablaban 
mucho  los  conquistadores,  soguii  las  noticias  trasmitidas 
por  Pedro  de  Limpias,  soldado  valeroso  que  habia  acom- 
paíiado  a  Federman  en  su  célebre  espedicion  a  Bogotá.  Los 
españoles  la  llamaban  pais  del  Dorado,  **tierra  riquísima 
que  ios  indíjenas  señalaban  ora  en  una  dirección,  ora  en 
otra,  siempre  con  la  mira  de  alejar  i  confundir  a  sus  tiranos. 
En  esa  tierra  habia  un  hombre,  ya  rei,  ya  sacerdote,  que 
se  hacia  cubrir  el  cuerpo  todas  las  mañanas  con  polvos  de 
oro,  por  .^edio  de  una  resina  odorífera.  I  como  semejante 
veitido  le  incomodase  para  dormir,  se  lavaba  todas  las  no- 
ches, haciéndose  dorar  de  nuevo  al  otro  día.  Donde  tal  cosa, 
como  por  cierto  lo  teniaii,  podian  hacerse,  necesariamente 
debian  existir  minas  abundantes  o  rios  i  lagos  cuyas  are- 
nas fuesen  de  oro,  o  tejos  del  mismo  ixietal.  De  aquí  el  re- 
presentar ese  pais  fabuloso  de  mil  maneras.  Situábanlo  ya 
en  la  parte  oriental  de  la  Guayana  con  el  nombre  de  Dora- 
do  o  de  la  Parima,  ya  doscientas  sesenta  leguas  hacia  el 
poniente  cerja  de  la  falda  oriental  de  los  Andes;  ya  en  un 
pais  fjue  llamaban  de  los  Omaguas,  donde  habia  lagunas 
con  el  fondo  de  oro  i  espacios  inmensos  de  este  metal  pre- 
cioso" ^.  Esta  ilusión  que,  según  la espresion  de  Humboldt, 
"era  un  fantasma  que  parecia  huir  de  los  españoles,  i  que 
sin  embargo  los  llamaba  a  todas  horas'',  fué  la  causa  de 
penosísimas  espediciones  que  se  repitieron  sin  cesar  duran- 
^^  casi  todo  el  siglo  XVI,  tan  arraigada  era  la  afición  que 
'^s  castellanos  manifestaban  por  todo  lo  maravilloso.  Urre 
^ulió  de  Coro  en  junio  de  1541.  Su  peregrinación  duró  cua- 
^^oaños.  Recorrió  paises  hasta  entonces  inesplorados;  en- 
•^Ontró  tribus  de  indios  desconocidos  i  supo  que  Hernán 
^^rez  de  Quesada,  hermano  del  famoso  conquistador  de 
^ueva  Granada,  habia  emprendido  una  espedicion  idéntica 


8  Bar  ALT,  Resumen  de  la  historia  de  Venezuela,  tom.  I,  cap. 
^III,páj.  161. 


380  HISTORIA    DB   AHÉRICA 


con  el  mismo  objeto.  En  estos  viajes,  Urre  tuvo  que  sopor- 
tar los  mayores  padecimientos;  f>ero  en  medio  de  ellos,  des 
plegó  grande  enerjía  i  sentimientos  de  humanidad  descono- 
cidos hasta  entonces  en  el  trato  de  los  indios  de  aquello 
paises.  Después  de  tan  inútiles  esploracionse,  Urre  dio  1í 
vuelta  a  Coro;  pero  antes  de  llegar,  fué  asesinado  pors 
teniente  Limpias,  i  por  Juan  de  Carbajal,  enviado  de  la  ai 
diencia  de  Santo  Domingo,  que  por  medio  de  una  suplanta 
cion  de  sus  despachos  (1545)  se  presentaba  allí  con  el  títul 
de  gobernador.  Tal  fué  el  fin  de  ese  valeroso  caudillo,  ta 
distinguido  por  su  constancia  como  por  su  corazón  nobl 
i  jeneros:).  **Ningun  capitán  de  cuantos  militaron  en  la 
Indias,  dice  el  historiador  Oviedo  i  Baños,  ensangrcnt 
menos  la  espada,  pues  habiendo  atravesado  mas  provir 
cias  que  otro  alguno  en  su  dilatado  viaje  de  cuatro  años 
sólo  movió  su  moderación  la  guerra  cuando  no  halló  otr 
medio  de  conseguir  la  paz". 

5.  Suspensión  del  privilejio  de  los  Welser  .  —  Lo 
Welser  habian  disfrutado  durante  diecisiete  años  del  privi 
lejio  de  conquistar  i  colonizar  la  provincia  de  Venezuela  sii 
que  el  rei  pudiera  percibir  los  provechos  i  ventajas  d< 
aquella  empresa.  De  todos  los  artículos  del  contrato  cele 
brado  entre  Carlos  V^  i  los  comerciantes  alemanes  sólo  iiiK 
habia  recibido  cumplimiento,  i  era  el  (jue  habia  autorizndc 
a  estos  últimos  para  negociar  los  indios  vendiéndolos  poi 
esclavos.  Los  Welser  no  habian  fundado  una  sola  ciudad 
puesto  ([ue  la  de  Coro  lo  habia  sido  por  Am[)ues,  antes  de 
arribo  de  los  alemanes.  Algunos  jefes  de  éstos  se  hablar 
contentado  con  cambiar  el  nombre  de  los  villorrios  de  indi 
jenas.  Sólo  Carbajal,  el  asesino  de  Urre,  deseando  sustraer 
se  a  las  persecuciones  de  la  justicia,  estableció  la  ciudad  d' 
Tocuyo. 

Este  mal  estado  de  los  negocios  de  la  conquista,   deiuiU 
ciado  al  rei  por  algunos  misioneros,  así  como  el  ningún  pre:? 
veclio  ([uc  la  corona  reportaba  de  las  crueldades  con  ([ue  lo 
ajentes  de  los  Welser  se  proveian  de  esclavos,  determinarof 
a  Carlos  V  a  suspender  el  privilejio  ( 154G).  "Los  dieeiochc 


TARTR    SEOTÍNDA.  -  í\\PÍTULO      XIII  381 

años  que  Venezuela  estuvo  bajo  su  dominación,  dice  un 
historiador,  causaron  en  su  territorio  una  despoblación  tan 
grande  que  por  do  quiera  se  elev6  contra  el  gobierno  de 
aquellos  estranjeros  un  grito  jeneral  de  indignación.  Yer- 
mos estaban  los  campos.  Coro  convertida  en  mercado  de 
esclavos,  los  indios  que  escapaban  de  la  servidumbre,  hui- 
dos en  los  montes:  ningún  asiento  de  oríjen  alemán  se  habia 
hecho  en  parte  alguna:  los  españoles  se  veian  entre  sí  divi- 
didos, i  el  odio  contra  la  compañía  era  causa  de  infinitos 
desórdenes'*   ^. 

6.  Colonización  de  Venezuela  por  los  españole^.— 
Por  defectuoso  i  cruel  que  parezca  el  sistema  adoptado  por 
los  españoles  en  sus  conquistas  en  el  Nuevo  Mundo,  es  pre- 
ciso reconocer  que  era  mui  preferible  al  plan  seguido  por  los 
Welser.  Si  los  castellanos  anhelaban  principalmente  el  oro 
délas  minas,  buscaban  también  un  lugar  donde  establecer- 
secón  mayores  comodidades  que  las  que  poseian  en  Espa- 
ña. De  aquí  se  orijinaban  las  repetidas  fundaciones  de  ciu- 
dades i  los  constantes  repartimientos  de  tierras  entre  los 
conquistadores.  Elloscuidaban  de  la  propagación  de  los  ani- 
males titiles,  del  cultivo  de  las  semillas  i  plantas  europeas, 
i  aun  en  medio  de  las  atrocidades  con  que  iba  señalada  la 
conquista,  se  les  veia  prestar  particular  cuidado  a  la  orga- 
nización i  gobierno  de  la  colonia.  Los  alemanes  procedie- 
ron de  mui  distinta  manera  en  Venezuela.  Ajentes  de  una 
compañía  de  comercio  que  trataba  sólo  de  sacar  grandes 
provechos  en  el  menor  tiempo  posible,  ellos  no  pensaron  en 
colonizar  ni  en  organizarse  sino  solo  en  negociar  vendiendo 
Jndios. 

Al  suspender  el  privílejio  de  los  Welser,  Carlos  V  envió 
por  gobernador  i  capitán  jeneral  de  la  provincia  (1546)  al 
"cenciado  Juan  Pérez  de  Tolosa,  hombre  prudente,  desinte- 
^sado  e  instruido.    Comenzó  éste  su  gobierno  haciendo 


'♦  Baralt,  Resumen  de  la  Historial  de  Venezuela,  tomo  I,  cap. 
•^Ill,  páj.  169. 


^^^  '^^' 


msTOHrA  ns  au^bica 


prender  en  la  ciudad  de  Tocuyo  a  Carbajal;  i  después  de 
sonieterlo  ajuicio,  le  hizo  pagar  en  la  horca  el  asesinato  dt 
ürre.  En  seguida,  el  nuevo  gobernador  estableció  en  aqtst- 
!Ias  colonias  el  mismo  orden  que  existia  en  las  otras  pose* 
si  o  n  es  españolas  del  Nuevo  Mundo,  Repartió  las  tierras  i 
los  indioB  nD  para  que  éstos  fuesen  vendidos  por  esclavo* 
sino  para  que  ayudaran  a  sus  señores  en  el  cultivo  de  los 
campos  i  bajo  el  rcjimen  establecido  por  varias  ordenanzas 
reales. 

-  El  gobernador  Percas  de  Tolosa  dispuso  la  partida  de  di^ 
versas  espedtciones  para  someter  a  algunas  triints  i  funíi.if 
polilaciones.  La  muerte  lo  sorprendió  en  el  segundíJ  nño 
de  su  gobierno;  pero  el  impulso  estalja  dado^  i  su  sucesor 
Juan  de  Villegas  pobló  la  ciudad  de  Borburata  (1549/  tn  la 
costa  del  mar  de  las  Antilias,  (jue  poccís  años  después  fó 
abandonada  a  causa  de  los  ataques  de  los  filÜíustcroseuro- 
peos  que  asolaban  eí^as  costas.  Nuevas  fundaciones  se  ^i* 
guíeron  a  ésto:  en  1552,  Villegas  echó  los  cimientos  de  Bar* 
quisimeto  con  el  nombre  fie  Xueva  Si*goviaj  en  recuerdo  de 
iti  patria.  Su  sucesor  en  el  Gobierno,  el  licenciado  Villado* 
da,  dispuso,  en  1555,  la  fundación  de  otra  ciudad  deiiomi* 
nada  Valencia  del  Reí;  i  el  año  siguiente  (l^^^ji  Di^g*^  ííí^^" 
cía  de  Pa redes j  hijo  natural  del  esforzado  guerrero  dá 
mismo  nombre  que  tanto  se  distinguió  en  Italia,  i  hereflero 
de  so  valor,  fundó  la  ciudad  de  Trujillo, 

Este  sistema  de  conquista,  peculiar  casi  sólo  a  la  provin- 
cia de  Venezuela,  iba  poljlando  [loco  a  poco  su  territorio  de 
ciudades  espnñolas.  Partidas  sueltas  de  soldados  recorriafl 
una  vasta  estén  si  on  de  territorio,  sometian  una  tribu  des* 
pues  de  una  obstinada  resistencia,  i  el  jefe  castellano  esco* 
jia  el  sitio  aparente  para  la  fundación  de  una  ciudad.  Citn 
españoles,  i  muchas  veces  menos,  servían  de  base  a  su  \yo- 
blacion.  Se  nombraba  un  cabildo,  se  dividía  el  cerco  de  la 
ciudad  en  solares  que  eríin  distribuidos  entre  los  con  quintil- 
dores  según  su  rango,  1  se  repartían  las  tierras  i  los  indios* 
De  este  modo,  la  conquista  de  Venezuela  fué  consumada 
parcialmente;  i  su  historia  no  ofrece  el  interés  dramático 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XIII  383 

e  presenta  la  ocupación  de  otras  rejiones  del  Nuevo 
indo. 

7.  Fundación  de  Caracas;  organización  del  gobierno 
Venezuela.— Aquellas  colonias  eran  rejidas  por  un  go- 
•nador  dependiente  de  la  audiencia  de  Santo  Domingo,  el 
i\  dirijia  las  operaciones  de  los  aventureros  esplorado- 
1.  Sin  embargo,  el  valle  donde  se  encuentra  ahora  la  ciu- 
d  de  Caracas  no  habia  sido  objeto  de  ninguna  espedi- 
n;  i  quedó  ocupado  por  mucho  tiempo  por  los  indíjenas, 
líos  llenos  de  audacia  i  de  amor  a  su  independencia.  Se- 
n  los  historiadores  españoles,  en  una  circunsferencia  de 
íz  a  doce  leguas,  mui  codiciada  por  los  castellanos  por  su 
tilidad  i  por  su  abundante  población,  existian  150,000 
líos  sometidos  a  mas  de  treinta  caciques. 
Un  criollo  nombrado  Francisco  Fajardo,  nacido  en  la 
a  de  la  Margarita  del  enlace  de  un  noble  español  con  una 
lia  cristiana  de  la  familia  de  uno  de  esos  caciques,  fué  el 
imero  que  intentó  la  conquista  de  aquel  pais.  Halagado 
r  las  noticias  que  le  suministraba  su  madre  acerca  de 
uella  rejion.  Fajardo  determinó  emprender  su  conquista; 
ro  falto  de  elementos  para  llevar  a  cabo  una  espedicion 
•mal,  se  unió  con  otros  tres  criollos  i  veinte  indios;  i  em- 
rcados  en  dos  piraguas  partieron  para  la  costa  de  tierra 
me,  i  saltaron  a  tierra  a  poca  distancia  del  puerto  de  La 
laira.  Fajardo,  que  hablaba  la  lengua  de  aquellos  indios, 
po  ganarse  su  voluntad  i  preparar  el  terreno  para  vol- 
r  con  once  españoles  i  un  número  considerable  de  indios 
siliares  que  acompañaban  a  su  madre.  Desde  que  este 
e  manifestó  sus  intenciones  de  fundar  una  ciudad,  los 
iios,  que  al  principio  lo  habian  recibido  como  aliado 
dispusieron  a  la  guerra  i  lo  obligaron  a  abandonar  su 
rritorio. 

De  este  modo,  la  conquista  de  aquel  pais  comenzada  pa- 
icaraente,  dio  oríjen  a  nuevas  guerras.  Fajardo  no  se  ate- 
orizó  por  esto:  hizo  otras  incursiones  en  él  i  aun  fundó 
tersas  poblaciones,  una  de  las  cuales  fué  San  Francisco 


384  IIISTOBIA    I>K   AMÉRICA 


(1560),  establecida  en  el  mismo  lugar  donde  hoi  existe 
Caracas. 

La  fundación  definitiva  de  esta  ciudad,  sin  embarco,  no 
tuvo  lugar  sino  siete  años  después,  bajo  el  gobierno  de  doii 
Pedro  Ponce  de  Loon,  el  cual  confió  al  capitán  Diego  L<->- 
sada  el  mando  de  un  cuerpo  de  tropas  para  consumar  1  ^i- 
conquista  de  aquel  pais.  Después  de  reñidos  combates  com^ 
los  naturales,  Losada  echó  los  cimientos  de  una  poblacior^ 
que  denominó  Santiago  de  Lcon  de  Caracas  (1567;,  i  que 
vino  a  ser  mas  tarde  la  capital  de  la  provincia.  Después  de 
este  suceso,  los  españoles  pasaron  todavía  mas  de  diez  años 
en  guerra  con  los  indios  de  los  alrededores  de  Caracas.  Los 
ataques  fueron  frecuentes,  i  mas  de  una   vez  los  castellanos 
estuvieron  a  punto  de  evacuar  la  ciudad;  pero  su  constan- 
cia, superior  a  toda  prueba,  se  sobrepuso  a  tantas  dificul- 
tades. Convertida  en  centro  de  gobierno  de  la  provincia^ 
de  la  ciudad  de  Caracas  partieron  nuevas  espediciones  para 
aumentar  los  límites  de  las  posesiones  españolas;  pero  la 
conquista  propiamente  dicha  de  la  provincia  de  Venezuela, 
habia  terminado  mucho  tiempo  antes  desde  que  el  reí  orga- 
nizó el  gobierno  de  Caracas,  dependiente,  como  hemos  di- 
cho ya,  de  la  audiencia  de  Santo  Domingo  i^. 


í^  La  historia  de  la  conquista  de  Venezuela,  i  aun  la  de  los  pri- 
meros años  del  gobierno  colonial,  ha  sido  referida  con  es(juÍ5itíi 
prolijidaíl  por  frai  Pedro  Simón  en  el  volumen  que  publicó  ile  sus 
Noticias  historl¿tIcs  fíe  In  con(¡uistn  de  tierrn  firme,  Madrid  Hi27, i 
por  don  José  de  (Jvikdo  i  Baños  en  su  líistorin  de  In  conqui^uidc 
¡a  provincia  de  Venezuela^  Mndrid  1723.  Bakalt  casi  no  ha  hecho 
mas  que  tomar  noticias  de  este  libro  para  componer  la  primera 
píirie  i]c  su  Resumen  de  la  historia  de  Venezuela.  El  lector  encon- 
trará en  esas  obras  las  noticias  que  nosotros  hemos  cstractado 
para  adaptarlas  a  la  estension  de  este  compendio. 


CAPITULO  XIV. 
Coiiquifüta  del  Peni. 

(1522-153v3) 

1.  Primeras  esploraciones  en  el   Pacífico 2.  Pizarro,   Almagro  i 

Luquc— 3.  Primera  espeflícion  de  Pizarro  i  Almagro.— 4.  Cé- 
lebre contrato  de  Pizarro,  Almagro  i  Luque. — 5.  Descubri- 
miento del  Perú. — 6.  Viaje  de  Pizarro  a  España  —7.  Campaña 

de  Pizarro  en  el  interior  del   Perú 8.  Plan  de  defensa  de  los 

periianos.~9.  Captura  de  Atahualpa —10.  Rescate  de  Ata- 
hualpa;  repartición  del  botin. — 11.  Suplicio  de  Atahu-»lpa. 

1.  Primeras  esploraciones  ex  el  Pacífico.— La  muer- 
te de  Núñez  de  Balboa  habia  retardado  los  descubrimientos 
en  las  costas  del  mar  Pacífico.  Los  indios  de  la  rejion  del 
istmo  hablaban  de  un  imperio  poderoso  que  se  dilataba  al 
sur,  i  describían  las  naves  de  sus  navegantes  i  los  llamas 
que  habitan  las  cerranías  del  Perú,  i  que  se  presentaban  a 
la  imajinacion  de  los  conquistadores  con  las  apariencias  de 
los  camellos  del  Asia.  Los  sucesores  de  Balboa  habían  em- 
prendido algunos  viajes  de  esploraciones,  pero  sus  descu- 
brimientos no  pasaron  mas  adelante  de  lo  que  aquél  habia 
reconocido.  ^ 

En  1519,  el  gobernador  de  la  colonia  del  Darien,  Pedra- 
rias  Dávila,  deseando  alejarse  de  las  autoridades  españolas 
de  Santo  Domingo,  trasladó  la  capital  de  su  gobernación 
a  la  nueva  ciudad  de  Panamá,  situada  en  la  ribera  del  Pa- 

TOM.i  I  2í} 


"i 

"1 


386  HIBTOKIA   DB  AXÉSmiL 

cffico.  Desde  este  ponto  di6  un  impulso  mas  T^oroso  a  Ic^^b 
viajes  de  esploracion.  Un  distinguido  caballero  de  la  cok^^ 
nia  llamado  Pascual  de  Andagoya,  que  desempeñaba  c^ 
cargo  de  visitador  jeneral  de  mdios,  orgánico  unaespcdi 
cion  mas  considerable,  i  en  1522  se  hixo  a  la  vela  bácia  i 
sor  sin  alejarse  mucho  de  ta  costa.  Aiif1agoya,sinenibargO|j 
llegó  bástalas  orillas  de  un  río  grande  (el  ríe  San  Jaan( 
mocbo  mas  al  sor  de  los  lugares  qoe  había  esplorado  Bal-! 
boa,  donde  recojió  i  m portan  tes  noticias  aceixa  del  iniperic 
de  los  incas.  ''Hallé  mtichos  señores  i  ptieblos,  dice,  t  en  la. 
frontera  ona  fortaleza  a  la  junta  de  dos  ríos«  mui  fuerte  i 
jente  goardándola  de  guarnición  i  puestas  las  mujeres  i  ha- 
cienda en  salvo,  la  d  efe  n  d  i  a  o  b  ra  v  amen  te  /  *  An  á  ag  o j  a  f »a- 
s6  allf  algonos  días  negociando  con  los  ¡ndi}enas,  despue:» 
de  haberlos  desbaratado  en  la  primera  jontada,  Habiendf* 

hecho  algonos  reccmocimtentos  en  la  costa,  di 6  la  vuelta  ^ 

Panamá  a  cansa  del  ma!  e<«tado  de  su  salud  ^  ^ 

61  resultado  de  e^te  viaje,  aunque  poco  lisonjeara  por  su^ 
provechos  inmediatos^  contribuyó  sin  duda  a  confírmür  a^ 
los  colonos  de  Panamá,  en  la  convicción  de  la  existencia  d^" 
un  imperio  en  las  rejiones  del  son  Sin  embargo^  las  espío — 
raciones  en  el  nuevo  mundo  habían  producido  tantos  de — 
sengañoSy  i  eran  tantos  los  sufrimientos  de  que  iba  acom- 
pañada cada  una  de  estas  espediciones»  que  las  noticbp- 
comunicadas  por  Andagoya  no  produjeron  el  entusiasmo 
que  era  de  esperarse.  Lejos  de  eso,  cuando  algún  tiempo 
después  se  presentaron  tres  aventureros  dispuestos  a  ade- 
lantar los  descubrimientos,  se  les  tachó  de  locos,  i  casi  no 
hallaron  quien  los  acompañase.  Se  hablaba  sólo  de  climas 
malsanos,  de  indios  guerreros  i  feroces  i  de  paises  despro- 
vistos de  alimentos  para  los  europeos. 

1  Relación  de  los  secesos  de  Pedradas  Dávila,  escrita  por  el  ade- 
lantado Pascual  de  Andagoya»  i  publicada  por  Navarretk  en  el 
tomo  III  de  su  Colección.  Prescott,  en  su  Historia  de  ¡a  conquista 
del  Perú,  lib.  II,  cap.  I,  dice  equivocadamente  que  Andagoya  llegó 
sólo  hasta  el  puerto  de  Pifias,  esplor^do  ya  por  Balboa.  La  rela- 
ción del  descubridor  revela  su  equivocación. 


PAUTE   SRGrNDA.-    CAPÍTrLO    xiy  387 


2.  PizARRo,  Almagro  i  Luí^ur.— Habia  en  Panamá  tres 
hombres  que  no  se  desalentaron  con  tan  tristes  presajios. 
líran  estos  Francisco  Pizarro,  I)ic<j^o  de  Almagro  i  Hernan- 
do de  Luquc.  El  primero,  hijo  natural  de  una  mujer  de  baja 
cstraccion  i  del  coronel  (lonzalo  P*izarro  que  se  habia  dis- 
tinguido en  las  guerras  de  Italia,  nació  en  Trujillo,  ciudad 
de  la  provincia  de  Estremadura,  en  España,  por  los  años 
de  14-71.  En  su  niñez  fué  cuidador  de  puercos,  pero  un  dia 
que  se  le  estravió  uno^de  estos  animales,  Pizarro  no  se 
atrevió  a  volver  a  la  casa  paterna,  se  hizo  soldado  i  se 
enroló  en  un  cuerpo  de  tropas  que  partia  para  Italia.  Mas 
tarde  (1510)  se  hallaba  en  el  nuevo  mundo,  i  acompañó  a 
Alonso  de  Ojeda  en  su  espedicion  al  Daricn,  haciéndose  no- 
tar por  su  audacia  en  los  coml)atcs  con  los  indíjenas  i  por 
su  constancia  para  sobrellevar  con  paciencia  los  mayores 
sufrimientos.  En  otra  parte  hemos  referido  algunas  inci- 
dencias de  su  historia  hasta  la  época  de  la  muerte  de  Vasco 
Niiñez  de  Balboa.  Después  de  este  suceso,  Pizarro  obtuvo 
un  repartimiento  de  tierras  i  de  indios  en  Panamá,  i  tomó 
parte  en  diversas  operaciones  militares  contra  los  indios 
de  la  rejion  del  istmo,  pero  asechaba  la  oportunidad  de 
acometer  mayores  empresas. 

Almagro  era  un  soldado  no  menos  valiente;  i  poseia 
ademas  un  corazón  noble  i  un  jeneroso  desprendimiento 
que  rara  vez  poseian  los  castellanos  de  la  conquista.  De 
oríjen  oscuro  -,  i  con  servicios  poco  brillantes,  habia  adc|ui- 
rido,  sin  embargo,  buen  nombre  i  las  simpatías  de  cuantos 
lo  trataban.  Al  revés  de  IMznrro,  cpie  era  naturalmente  re- 
servado i  calculador,  Almagro  poseia  una  singular  fran- 
queza, i  obraba  siempre  por  el  primer  impulso  de  su  cora- 
zón. Estos  dos  soldados,   igualmente  rudos  e  ignorantes, 


-  Casi  todos  los  historiadores  están  de  acuerdo  en  decir  que 
Alniaíjro  era  espósito,  i  que  habla  tomado  este  .apellido  por  el  pue- 
blo del  mismo  nombre, en  la  Mancha,  en  Rspaña, donde  habla  na- 
cido. Gonzalo  Fernández  de  Oviedo,  sin  embargo,  que  lo  trató  con 
mucha  intimidad,  dice  que  era  hijo  de  un  pobre  labrador. 


^^  IIISTORI  \    I»E    AMimfCA 


puesto  que  ninsruno  de  ellos  saina  leer,  aunque  de  carácter 
diverso  i  talvcz  opuesto,  estaban  ligados  de  tiempo  atrás 
por  la  mas  estrecha  amistad. "Parecian  un  mismí)  hombre 
en  dos  cuerpos,'*  dice  Oviedo,  escritor  con  te  mjx^  raneo  i 
amigo  de  ambos. 

El  tercer  socio  era  Hernando  de  Luque,ciérigo  que  habia 
sido  canónigo  maestre  escuela  ^  de  la  catedral  de  la  Anti- 
gua del  Daríen,  i  que  desempeñaba  en  Panamá  el  car;;f)<1e 
vicario  de  la  iglesia  parroquial,  ^sociado  a  Almaiíro  i  a 
Pizarro  en  las  pacíficas  negociaciones  de  la  colonia.  Liiijae 
habia  visto  desarrollarse  su  fortuna:  pero  ni  él  ni  sus  schmos 
dejaron  de  |>ensar  en  los  proyectos  de  grandes  conquistas 
que  jeneralmente  preocupaban  a  los  aventureros t-spañoles, 
i  que  ofrecian  mayores  atractivos  después  del  descubri. 
miento  del  imperio  mejicano. 

Luque  gozaba  de  gran  valimiento  cerca  del  golierna  lor 
Pedrarias  Dávila.  Xo  le  fué  difícil  obtener  la  licencia 
para  disponer  una  espedicion  a  las  tierras  de  que  se  ha- 
blaba tanto  en  la  colonia  *  i  entonces  los  tres  socios  dieron 
principio  a  sus  aprestos  con  una  actividad  casi  incompren- 
sible en  hombres  de  e  lad  madura,  puesto  que  el  menor  le 
ellos,  Pizarro,  pasaba  ya  de  los  cincuenta  años.  And^Lr»»}"!. 
imposibilitado  por  sus etifernicdaíles para  llevar  a.KlaiUc!^ 
comenzada  c<)ní|uis:a,  líi  abandonó  jenerosamentc  i  !  ^ 
nuevos  emj)rcsar¡os:  j)cn>  era  tanto  el  descrédito  cu  (|  ..^i- 
])ian  caido  los  viajes  a  las  rcjiones  del  sur,  (jue  con  i^r.iiuKs 


•  Casi  toflos  los  hisioriaílorc-s  esiranjeros  fjue  liane>cnt<iii 
confiuista  del  IVrú.  dicen  eíjiiivocadameiite  «jue  L'.njuc  era  niacv 
tro  de  escuela.  Hste  error  nace  de  taha  de  conocimii-nto  cal>ai 
del  idioma  castellano. 

í  I)esdc  ántcs  (juc  1o>í  españolo^  tivieran  n  ui.ia  cxactajlc  H 
existencia  del  imperio  de  los  incas,  lo  denominaban  I^irú  i»  í'i'i'' 
de  donile  nació  el  nomhre  de  Perú,  a  causa  del  rio  Hirú  íj:íc  «Icsi-m- 
hoca  en  el  puerto  de  I*¡ñas,  nn  j)í.co  al  sur  del  _i;olfo  de  San  Aiiu'ieJ- 
V.  la  relación  citada  de  Andni^oya,  en  la  '  o/erc/or;  de  Navarrctc*. 
tom.  lil,  pái-  1-20._ZÁK.\TH,  Cfnifiiiistn  del  /Vn;.  lih.  I,  caj).  1. - 
IIkkukrv.  (\i\\  ni,  lih    Vi.  ca|  .  XIH. 


l'ARTE    SBOüNDA.    -CAPÍTULO    XIV  »^80 


rabajos  pudieron  reunir  un  cuerpo  como  de  cien  hombres, 
mbarcáronse  éstos  con  Pizarro  en  una  pequeña  embarca- 
on,  i  zarparon  de  Panamá  a  principios  de  1525. 

3.  Primera  espedicion  de  Pizarro  i  Almagro.— Los 
ifrimientos  de  este  viaje  fueron  horrorosos.  La  estación  en 
ue  Pizarro  lo  habia  emprendido  era  la  peor  del  aflo:  co- 
lenzaban  las  lluvias  periódicas  de  los  trópicos,  seguidas 
iempre  por  el  desbordamiento  de  los  ríos  i  por  la  inunda- 
ion  de  las  comarcas  vecinas.  Con  grandes  dificultades,  Pi- 
airo  llegó  al  puerto  de  Pinas  i  aun  penetró  en  el  rio  Biró; 
e.oel  terreno  inmediato  formaba  sólo  un  inmenso  pantano 
n  ijiie  se  veia  sobresalir  el  verde  follaje  de  jos  árboles.  El 
iaje  se  continuó  en  medio  de  grandes  padecimientos,  que 
)s  primitivos  historiadores  refieren  con  una  prolija  minu* 
osidad.  Sufrieron  los  esploradores  las  tempestades  i  el 
ambre;  i  cuando  intentaron  penetrar  al  interior  del  país, 
1  el  lugar  que  denominaron  Pueblo  Quemado,  para  reco- 
ocerlo,  se  vieron  vigorosamente  atacados  por  los  indíje- 
as,  i  tuvieron  que  retirarse.  Pizarro  volyió  atrás;  pero  no 
ucriendo  entrar  a  Panamá  para  comunicar  la  noticia  de 
i  desastroso  viaje  se  quedó  en  Chicama,  lugar  situado 
is  leguas  al  sur  de  aquella  ciudad,  i  desde  allí  mandó  a 
edrarias  la  relación  de  sus  aventuras. 

Almagro,  entre  tanto,  habia  salido  de  Panamá  con  60 
>inbres  embarcados  en  una  pequeña  carabela,  para  reu* 
rse  a  su  compañero.  Habia  convenido  con  Pizarro  un 
ati  de  señales  indicada  en  la  corteza  de  los  árboles;  i  por 
te  medio,  siguiendo  la  prolongación  de  la  costa,  pudo  re- 
nocer  los  mismos  lugares  que  habia  visitado  su  socio.  En 
4eblo  Quemado,  los  indíjenas  orgullosos  con  hab¿r  obli- 
ido  a  los  castellanos  a  abandonar  aquella  costa,  ataca- 
n  con  gran  furia  a  las  fuerzas  de  Almagro  i  las  obligaron 
reembarcarse.  El  valiente  capitán  perdió  un  ojo  en  esta 
imera  jornada  de  resultas  de  un  flechaz.^;  pero  esta  des- 
acia no  lo  desalentó.  Lejos  de  eso,  continuó  su  viaje  al 
r  hasta  las  orillas  del  rio  San  Juan,  cerca  de  setenta 
[uas   mas  adelante  de  los  lugares  que  habia  reconocido 


390  HISTORIA    DB  AMÉRICA 

Pizarro.  Por  la  falta  de  cortes  en  los  árboles,  conoció  Al- 
magro que  los  primeros  espedicionarios  no  habían  llegado 
hasta  aquellos  lugares;  i  supuso  que  habían  regresado  a 
Panamá  o  perecido  en  la  esploracion.  Hallándose  sin  los 
recursos  necesarios  para  continuar  su  viaje,  el  valeroso  ca- 
pitán dio  su  vuelta  al  norte  i  se  encontró  con  Pizarro  en  el 
puerto  de  Chicama.  Allí  convinieron  en  que  éste  último  se 
quedaría  con  la  tropa  mientras  Almagro  pasaba  a  Pana- 
má a  reunir  los  elementos  para  emprender  una  nueva  es[)e- 
dicion. 

•i.    CÉLKBRE  CONTRATO  I>E  PlZARRO,   AlMAGRO    I    LUQüE. 

— Catorce  meses  había  durado  aquella  penosa  esploracion. 
Después  de  ellos  volvió  Almagrocon  un  ojo  menos,  trayendo 
la  noticia  de  los  sufrimientos  de  sus  compañeros,  de  la 
muerte  de  muchos  de  ellos  i  del  descontento  de  los  otros! 
presentando  por  únicas  muestras  de  los  países  recién  visi- 
tados algunas  planchítas  de  oro  recocidas  de  manos  de  los 
salvajes  de  la  costa.  Almagro,  sin  embargo,  llevaba  infor- 
maciones mas  seguras  acerca  del  imperio  de  los  incas  obte- 
nidas en  su  esploracion  al  sur. 

En  Panamá,  estas   noticias  encontraron   mala   acojiíla. 
El  gobernador   Pedrarias  estaba   muí  ocupado  con  los  ne- 
gocios de  Nicaragua  cuva  c<)n(jiiista  ofrecía  provechos  mas 
inmediatos.    Su  primer  impulso  fue  negar  el    permiso  para 
llevar  adelante  la  proyectada  em|)resa,  puro  las  instancias 
(le  Lu(|ue,  i  el  valimiento  de  (|ue  gozaba  cerca  del  goberna- 
dor, allanaron  esta   diticnltad.   Los   socios,    ademas,  se  en- 
contraron faltos  de  fondos    para    terminar   sus   aprestos,  i 
lo  (|ue  era  peor   tpie   todo,   completamente  desprcstijiados 
ante  la  opinión.  El    vulg<j   consideraba   una   insensatez   h 
obstinación  de  los  asociados   en  a(|uella   empresa;  i  el  cura 
l'ernando  de  Lu(|ue,  (pie  había   gozado   siempre  del  presti- 
jio  de  un  hombre  cuerda),  fut:  (len(jmina(lo,  por  un  juego  de 
palabras,  l'\*rnando  el  Loco. 

\  ])esar  de  todo.  Ahnagr(.  i  Liupie  desplegaron  tan 
grande  actividad  (pie  consiguieron  al  fin  hacer  los  aprestos 
para  Ui  nueva  espedieion.   El  último,    sobre   todo,    obtuvo 


PAUTE    SEGUNDA. — C A  TÍTULO    XIV  301 

un  préstamo  de  dinero  del  liceneiado  Espinosa,   el  juez  que 
habia  sentenciado  a  muerte   a   Vasco   Niíñez  de   Balboa,  i 
con  éste  pudo  hacer  frente  a  los   «^^astos  de  la  empresa.  Pa- 
rece que  Pizarro  pasó  a   Panamá   ])ara  estipular  con   sus 
socios  las  bases  de  la  compañía.   En   aquella  ciudad  esten- 
dieron el  10  de  marzo  de  1526  un  célebre  contrato  por  el 
cual  se  comprometian   al  descubrimiento)  i  conquista  del 
Perú,  debiendo  Pizarro  i   Almagro   tomar  a  su  cargo   la 
parte  militar,   mientras  el  clérigo   Luque  suministraba  los 
fondos  necesarios  para  el  apresto  de  la  espedicion.  Los  so- 
cios debian  repartirse  los  productos  de   la  conquista  por 
terceras  partes.  Después  de  prestar  el  juramento  de  estilo 
sobre    los    santos   Evanjelios,    Luque  firmó    el  contrato. 
Como  sus  socios  eran  soldados  rudos  e  ignorantes,  que  no 
sabían  escribir,  se  valieron  de  los  testigos  para  que  firma- 
ran por  ellos.  **E1  tono  relijioso  de  este  documento  es  uno 
de  sus  rasgos  mas  singulares,  especialmente  si  lo  ponemos 
en  contniste  con  la  política  cruel   que  siguieron  en  la  con- 
quista del  pais  los  mismos  hombres  que   lo  firmaron.'' — 
**Para  dar  mas  fuerza  al  contrato,  el  cura   Luque  adminis- 
tró el  sacramento  de  la  Eucaristía  a  los  contratantes,  di- 
vidiendo la  hostia  en  tres  partes,  una  para  cada  uno,  mien- 
tras que  los  espectadores  se  enternecian  al  ver  la  solemne 
ceremonia  con  que  se  consagraban  estos  hombres  volunta- 
riamente a  un  sacrificio  que  pa recia  poco   menos  que   lo- 
cura''. ^ 

5.  Descubrimie.mto  del  Perú.— Los  asociados  alcan- 
zaron a  alistar  160  hombres.  Habian  comprado  dos  bu- 
ques mayores,  algunos  caballos,  armas,  pertrechos  i  muni- 
ciones. Con  estos  recursos  salieron  de  Panamá;  i  siguiendo 
la  prolongación  de  la  costa,  llegaron  hasta  el  rio  San  Juan 
que  habia  esplorado  Almagro.   El    piloto   Bartolomé  Ruiz, 


5  Pkkscoti',  Historia  de  hi  conquista  del  l*crú,  lih.  II,  cap. 
III.  De  un  contrato  posterior  celebrado  entre  Luque  i  el  licenciado 
Espinosa,  se  desprende  que  este  nltimo  era  el  verdadero  interesa- 
do en  la  empresa,  i  c[ue  Luque  sólo  prestaba  su  nombre. 


que  dirijia  el  rumba  de  las  naves,   pasó  adelante  con  una 

de  el  i  as  es  plorando  la  costa,  mientras  Almagro  volvía  a 
Panamá  en  la  otra  embarcación  para  reunir  jen  te  con  cjiíe 
proseguir  la  campana.  Los  españoles  habían  obf^tervádo 
Vil  los  primeros  indicios  de  civilización,  habían  visto  hom* 
bres  vestidos  de  telas  de  lana  i  algodón  i  rccojido  algún 
oro,  i  no  dudaban  de  que  se  encontraban  en  las  ininedia- 
cienes  de  tin  imperio  poiieroso, 

Pizarro  quedó  a  las  orillas  del  rio  San  Juan  con  el  grue- 
so de  sus  tropas.  D^sde  allí  intentó  una  exploración  al  in* 
tenor  del  pai.s,  pero  sufrió  tantas  contrariedades  en  la 
marcha  por  la  resistencia  de  lo«  indiienas  í  por  In  nattira- 
leza  de  aquellas  rciiones,  C|ue  se  vio  oblijíado  a  volver 
atrás.  Felizmente,  casi  a  un  mismo  tiempo  se  le  reunieron 
el  piloto  Ruiz  i  el  capitán  Ahnagro.  El  pri  mero  había  lle- 
gado hasta  colocarse  bajo  la  línea  equÍnacciabluici."ndofrc* 
cuentes  desembarcos  i  recojientlo  por  todas  partes  noti* 
cias  de  la  existencia  de  uíi  poderoso  imperio  en  que  ahuü- 
daba  el  oro,  i  cuyos  habitantes  nave^^ahan  en  embarcado 
nes  espaciosas  provistas  de  velíis.  Almagro  habta  encoa- 
trndrí  eti  Panniii-'i  nn  nuevo  ¡l'  ^liernador  llnm-^dn  PerTro  rfc 
los  Ríos,  que  dispensó  a  la  empresa  una  decidida  protec- 
ción; i  pudo  reunir  un  refuerzo  de  80  hombres  que  marcha- 
ran a  las  rejiones  del  sur  alentados  por  la  muestra  de  oro 
que  Almagro  les  habia  presentado. 

Pizarro  dispuso  la  marcha  de  la  espedicion;  pero,  como  en 
su  primer  viaje,  las  tempestades  lo  retardadaron  considera- 
blemente. Los  castellanos  se  encontraron  al  fin  en  el  puer- 
to de  Tacamez  en  la  costa  de  Quito, en  frente  de  una  pobla- 
ción compuesta  de  mas  de  mil  casas  arregladas  en  calles,  i 
que  parccian  habitadas  por  jen  te  superior  a  la  que  habian 
encontrado  hasta  entonces;  pero  percibian  también  los  bé- 
licos aprestosde  aquellos  pobladores.  Reconociéndose  inca- 
paces para  invadir  el  pais,  se  retiraron  a  la  pequeña  isla 
del  Gallo,  donde  Pizarro  debia  permanecer  con  parte  de  sus 
tropas,  mientras  Almagro  volvía  a  Panamá  en  busca  de 
nuevos  refuerzos. 


PARTB    SBG INDA. -—CAPÍTULO   XlV  393 

Pero  si  los  nuevos  descubrimientos  alentaban  el  entusias- 
mo de  los  jefes  de  la  espedicion,  los  soldados  se  sentian  des- 
fallecer. A  pretesto  de  mandar  a  Panamá  una  muestra  de 
las  producciones  de  aquella  tierra,  algunos  de  los  caste- 
llanos enviaron  a  la  esposa  del  gobernador,  doña  Cata- 
lina de  Saavedra,  un  ovillo  de  algodón  dentro  del  cuaí 
iba  un  memorial  en  que  se  quejaban  de  la  ambición  de  Al- 
magro i  de  Pizarro,  que  los  habia  arrastrado  a  aquellas 
mortíferas  rejiones  en  que  los  elementos  i  los  hombres  pare- 
.  cian  aunados  para  rechaz  ir  a  los  europeos   ^. 

A  consecuencia  de  estas  noticias,  el  gobernador  Pedro 
de  los  Ríos  recibió  a  Almagro  con  la  manifiesta  espresion 
de  su  desagrado.  En  vez  de  prestarle  los  ausilios  que  S9IÍCÍ- 
taha,  dispuso  la  partida  de  dos  buques  para  que  recojiesen 
sin  tardanza  a  Pizarro  i  sus  compañeros  i  los  trasportaran 
a  Panamá.  Almagro  i  Luque  se  contentaron  con  escribir 
secretamente  a  su  socio  para  recomendarle  que  no  abando- 
nase una  empresa  en  que  habían  fundado  tantas  esperanzas, 

Pizarro  no  necesitaba  de  esta  recomendación.  Sus  sóida, 
dos  habían  sufrido  el  hambre  i  las  enfermedades  de  aquel 
clima  mortífero;  pero  si  estos  últimos  se  sentian  desatenta* 
dos,  el  jefe  manifestaba  su  vigor  habitual.  En  efecto,  cuan- 
do llegaron  a  la  isla  las  naves  mandadas  por  el  gobernador 
de  Panamá,  Pizarro  se  negó  a  obedecer  sus  órdenes;  i  como 
sujente  manifestase  vehementes  deseos  de  salir  de  aquella 


♦•  El  memorial  terminab¿i  con  una  cuartet/i  escrita  por  un  sol- 
dado llamado  Saravia,  que  han  conservado  los  historiadores.  Dice 
así: 

Pues,  señor  Gobernador, 
Mírelo  bien  por  entero, 
Que  allá  va  el  recojedor  (Almagro) 
I  acá  queda  el  carnicero  (Pizarro). 

La  cronolojía  de  estos  sucesos  está  envuelta  en  la  mayor  incer- 
ticUunbre.  Se  sabe  sólo  que  Pizarro  salió  de  Panamá  en  su  segando 
viaje  en  1526,  i  que  volvió  a  fines  de  1527. 


isla,  trazó  con  su  espadín  una  iínea  de  este  a  oesle  en  laarc^ 
oa  de  ia  playa,  i  voK*¡éiidose  al  sur,   dijo  a  sus  soliladosi 
'*Poraquf  se  va  al  Perú  a  ser  ricos*^;  i  en  seguida  señalatido 
el  narte  agregó;  "Por  acá  se  va  a   Panatná  a  ser  pobres*'- 
Trece  de  sus  compañeros  pasíiron  la  mva  para  acompañar 
a  Pixarro:  los  demás  quisieron  v€i|  verse  a  Panamá  con  1í>s 
emisarios  del  gobernador. 

A  pescar  de  ser  tan  reducido  el  n omero  de  Jos  sfiidirdo^ 
i|uc  quedahati  fieles  a  Pizar ro,  el  atrevido  capitán  no  deses  — 
¡jetó  del  resultado  de  su  empresa*  Pidió  s61o  que  se  le  deja — 
ran  víveres,  i  que  se  ]>ermi  tiera  mandar  a  Panamá  al  pilote» 
Bartolomé  Kui^  con  el  encargo  de  reunir  algunos  volunta — 
ríos  que  quisieran  proseguir  la  canipaüa.  Las  naves  deM 
golíernador  volvieron  al  norte  dejando  abandonados  a  Pi — 
larro  i  sus  com  paneros. 

La  isla  del  Gallo  está  si  tu  a>la  a  mui  corta  distancia  d^ 
la  costa  que  habitaban  indios  guerreros  acostumbrados  hm 
rechazar  a  los  esploradores.  Piz^rr^i  temió  %'ersc  atacadoi^ 
en  aquel  lugar,  i  resolvió  c^itabiecerse  en  otra  isla  situadas 
veinticinco  leguas  mas  al  norte,  i  mticlio  mas  distante  de  la-i 
costa;  i  al  efecto,  construya  una  espaciosa  balsa  en  que  se  ^ 
embarcaron  él  i  sus  compañeros.  El  sitio  a  que  abordaron  j 
era  una  isla  desierta  a  que  dieron  el  nombre  de  Gorgond. 
que  suministraba  alguna  caza  i  agua  fresca  en  abundancia. 
Allí  pasaron  Pizarro  i  sus  compañeros  siete  meses  de  terri- 
ble espectativa,  aguardando  por  momento  los  deseados  so- 
corros, i  casi  desesperando  de  llegar  a  recibirlos. 

Al  fin  una  nave  apareció  en  el  horizonte.  Era  Bartolomé 
Ruiz  que  volvia  en  un  débil  barquichuelo,  no  para  proseguir 
los  descubrimientos  sino  para  trasportar  a  Panamá  a  los 
desamparados  castellanos.  Almagro  i  Lu({ue  no  habian 
podido  conseguir  otra  cosa  del  gobernador  Pedro  de  los 
Ríos,  que  se  manifestaba  irritado  con  la  temeraria  persis- 
tencia de  Pizarro. 

El  resuelto  descubridor  no  dejó  ver  mayor  sumisión  al  re- 
cibir esta  orden.  No  le  fué  difícil  decidir  a  Ruiz  a  llevar 
adelante  su  esploracion.  Hicieron  rumbo  al  sur;   i  después 


PARTE   SEGirNDA.— capítulo    XIV  395 

de  un  viaje  lleno  de  interés  en  que  fueron  reconociendo  di- 
versos puertos  poblados  de  ciudades  mas  o  menos  conside- 
rables, los  castellanos  penetraron  en  la  bahía  de  Támbez,  i 
se  hallaron  enfrente  de  una  hermosa  ciudad  situada  a  se- 
senta leguas  al  sur  del  Ecuador.  Sus  habitantes,  asombra- 
dos a  la  vista  de  una  nave  que  parecía  un  castillo  flotante, 
i  de  los  hombres  blancos  i  barbones,  tomaron  a  los  caste- 
llanos por  seres  de  una  naturaleza  superior  i  le  obsequiaron 
víveres  de  toda  especie.  No  era  menor  la  sorpresa  de  los 
compañeros  de  Pizarro:  dos  de  ellos  fueron  enviados  a  tie- 
rra para  entrar  en  negociaciones  con  las  autoridades  de  la 
ciudad  i  recojer  noticias  acerca  de  sus  habitantes,  i  volvie- 
ron a  bordo  haciendo  maravillosas  relaciones  de  las  rique- 
zas i  de  la  cultura  de  aquella  población.  Pizarro  no  tuvo 
duda  ya  de  que  habia  descubierto  las  costas  de  un  imperio 
rico  ¡  poderoso.  Adelantó,  sin  embargo,  las  esploraciones 
hasta  cerca  de  los  nueve  grados  de  latitud  sur  i  entóneos 
dio  la  vuelta  a  Panamá  a  fines  de  1527.. 

G.  Viaje  dePiZarro  a  España.-Los  padecimientos  porque 
habia  tenido  que  pasar  el  intrépido  descubridor  fueron  mal 
recompensados  en  la  colonia.  Pizarro  llevaba  ricas  i  abun- 
dantes muestras  de  oro  i  plata,  tejidos  de  lana  i  algodón  i 
llamas  domesticados  por  los  peruanos;  i  referia,  ademas, 
los  prodijios  de  opulencia  i  civilización  de  aquel  imperio. 
JPero  el  gobernador  Rios  se  negó  a  prestarle  los  socorros 
<iue  necesitaba,  alegando  que  Panamá  no  poseia  los  recur 
sos  para  in /adir  un  estado  poderoso.  Entonces,  él  i  sus 
socios  creyeron  que  no  les  quedaba  mas  arbitrio  que  recu- 
rrir a  la  corte,  puesto  que  sus  recursos  estaban  agotados 
i  que  no  podian  contar  con  la  protección  del  gobernador. 

Los  tres  asociados  buscaban  una  persona  suficientemen- 
i:e  autorizada  que  pudiera  presentarse  ante  el  rei  i  solicitar 
recursos  para  emprender  la  conquista.  Almagro  propuso  a 
Pizarro  como  el  único  hombre  capaz  de  suministrar  a  Car- 
los V  todas  las  noticias  apetecibles  acerca  de  los  paises 
recien  descubiertos.  Los  tres  convinieron  en  que  Pizarro 
solicitara  para  sí  el  título  de  gobernador,  el  de  adelantado 


para  Alroagro  id  carjin  fie  obispo  de  loít  nuctitst  rrjioiirs 
p«ara  el  cléHgci  Lm|tie.  En  nbnl  de  1523  partió  Pixarro  para 
Bepaña,  Itrirajiilo  coo^tgu  al^yoa^'  marstrafi  de  las  ríqorxiis 
de  los  pattrs  qae  ncabalia  de  hnllar.  ai^  comu  indiiMi  i  llri< 
rna^  »jtic  finrieicii  ik  compriibaiilcíi  de  »us  mitra  vi  Uosas  re- 

Ptsarro  se  presentó  ante  d  rei  con  nn  dcsrmbarazu  que 
aoern  djidoexijtni  tin  9r>ld^ulo  rano  e  if^minititr,  r|iic  bn- 
bia  riridu  ^enipre  att*ja»Iti  dr  l;i  t^irte-  Fance  qttc  aJií  se 
eaicaiitré  con  Cortés,  el  brillaaic  eonquistador  dr  Méjicii, 
[|Qc  gozaba  en  Bspiida  de  un  prestijio  iltTiitliida^  i  c jtte  le 
di^pentó  ntt  apoyo  i  protección»  Sin  embarj'-in  pasN^cerr^  de 
tiQ  año  árst^  <|Uc  d  negocio  de  t^í^arro  íueru  detiníiivamen- 
te  arreglado.  Sólo  d  26  de  julio  de  1529  firmó  !a  reina,  p<jr 
aiiseiiciu  de  sii  e«p4iio^  tu  memoridile  ca|»tiul«ciui]  qne  ase- 
guró la  confjuísta  del  Ptrú,  i  ct  porveair  de  Franctseo  Ptza- 
rro.  ObtUTo  éste  los  tftulof  de  addaotado,  golicmadar  i 
capifcanjenend« con  tina  autorídnd  casi  abssolnta,  i  conci^m- 
pleta  tnrlefiendcocia  de  los  golieraadoreii  de  Fanamá,  íiohre 
todos  los  países  que  pudiera  descubrir  i  someter  en  tas  pro- 

"        ■  "  «J>  "  ■  ■  ■■  .       .       .  ;  . 

pertenecería  a  él  i  a  sus  sucesores:  i  en  su  calidad  de  alguadl 
mayor,  quedaba  autorizado  para  hacer  justicia  sin  otra 
apelación  que  la  del  Consejo  de  Indias.  Pizarro  manifestó 
menos  emf>eño  por  los  mtereses  de  sus  asociados.  Obtuvo 
para  Luque  el  título  de  obispo  de  Túmbez  i  de  protector 
de  los  indios  del  Pera;  i  para  .\lraagro,  que  tantas  prudms 
le  habia  dado  de  su  noble  i  desinteresada  amistad,  pidió 
sólo  el  empleo  de  gobernador  de  las  fortalezas  que  debian 
construirse  en  Túmbez. 

En  cambio  de  estas  concesiones,  Pizarro  secomprometió 
a  levantar  en  el  término  de  seis  meses  un  cuerpo  de  doscien- 
tos cincuenta  soldados  i  a  i)roveerse  de  las  naves  i  de  las 
municiones  necesarias.  Sin  embargo  de  este  compromiso,  i 
a  pesar  de  que  Cortés  le  suministró  algunos  ausilios  pecu- 
niarios, Pizarro  no  poJia  reunir  la  jente  que  necesitaba 
para  consumar  la  conquista.  Trasladóse  a  Trujillo,  su  ciu- 


PARTE    REnTTNT>A.  —  CAPÍTrLO    XIV  307 

dad  natal,  en  busca  de  aventureros  que  quisieran  acompa- 
ñarlo, i  allí  encontró  amigos  dispuestos  a  seguirlo.  Cuatro 
hermanos  suyos  fueron  de  este  número.  Eran  estos,  Her- 
nando. Gonzalo  i  Juan  Pizarro,  i  un  hermano  de  madre  lla- 
mado Francisco  Martin  de  Alcántara.  De  todos  éstos,  sólo 
Hernando  era  hijo  lejítimo,  i  todavía  **mas  lejitimadoen  la 
soberbia''  según  la  espresion  dt  Oviedo;  pero  todos  eran 
tan  orgullosos  como  pobres,  **e  tan  sin  hacienda  como  de- 
seosos de  alcanzarla",  añade  el  mismo  historiador. 

En  estos  afanes  se  cumplió  el  plazo  estipulado,  i  Pizarro 
no  habia  reunido  los  250  hombres.  Temiendo  que  por  esta 
causa  quedara  anulado  su  contrato,  se  embarcó  inmediata- 
mente en  Sevilla  con  los  aventureros  que  querian  seguirlo  i 
se  dio  a  la  vela  en  enero  de  1530.  X  su  arribo  a  Panamá, 
cuando  Almagro  supo  la  manera  egoista  como  su  compa- 
íiero  habia  manejado  en  la  corte  el  contrato  para  la  con- 
quista, hubo  un  momento  en  que  las  relaciones  de  ambos 
socios  estuvieron  rotas.  Cada  uno  por  su  parte  buscó  nue- 
vos compañeros  para  acometer  la  empresa  por  su  propia 
cuenta.  Sin  embargo,  Luque  intervino,  i  logró  al  fin  tran- 
sijir  las  dificultades.  Pizarro  cedió  a  su  socio  dándole  el 
título  de  adelantado,  i  se  comprometió  a  recabar  de  la  cor- 
te que  aprobara  esta  concesión.  Con  esto  sólo,  se  restable- 
ció la  armonía,  a  lo  menos  en  apariencias,  entre  aquellos 
dos  viejos  amigos. 

7.  Campana  dk  Pizarko  en  kl  interior  del  Perú.— Los 
tres  compañeros  renovaron  el  convenio  celebrado  en  1526; 
i  se  contrajeron  con  grande  ardor  a  hacer  los  aprestos  nece- 
sarios para  emprender  la  conquista.  Sin  embargo,  después 
de  nueve  meses  de  incesantes  trabajos,  sólo  habian  equipado 
tres  pequeñas  embarcaciones,  i  reunido  180  hombres  i  27 
caballos.  Los  admirables  triunfos  alcanzados  por  los  cas- 
tellanos en  las  Indias  con  miii  escasos  recursos,  alentaron  a 
Pizarro  ri  emprender  con  ese  puñado  de  hombres  la  conquis- 
tíi  del  Perú.  En  los  primeros  dias  de  enero  de  1531,  se  dio 
a  la  vela  con  dirección  a  Tíímbcz.  Almagro  qucdóen  Panamá 


398  HISTORIA    I»E   AMÉRICA 

para  reunir  un  refuerzo  fie  tro|)as  am  que  marchar  en  aiisi- 
lio  de  su  compañero. 

Antes  (le  llegar  a  su  destino,  Pizarro  tuvo  que  soportar 
grandes  sufrimientos.  Las  corrientes  del  mar  lo  obligaron 
a  desembarcaren  el  puerto  de  San  Mateo,  situado  al  norte 
de  la  línea  equinoccial,  i  desde  allí  continuó  su  viaje  por  tie- 
rra, acompañado  de  sus  naves  que  no  se  alejaban  de  la 
costa  para  ausiliarlo  en  el  paso  de  los  rios.  Esta  marcha 
fué  excesivamente  fatigosa.  Los  españoles  caminaban  por 
un  pais  desierto,  cortado  de  rios  i  de  pantanos;  jiero  peiie- 
traron  al  finen  la  provincia  de  Coaque,  i  en  una  ciudad  que 
tomaron  casi  sin  resistencia, encontraron  gran  cantidad  de 
vasos  de  oro  i  de  plata  que  revelaban  la  ri(|ueza  del  imperio. 
Pizarro  despachó  uno  de  sus  buques  a  Panamá  i  otro  a  Ni- 
caragua, esperando  que  la  vista  de  aquellos  tesoros  atrae- 
ría a  muchos  aventureros. 

Los  castellanos  continuaron  su  marcha,  causando  entre 
los  naturales  la  sorjiresa  i  ei  terror  que  su  vista  habia  pro- 
ducido siempre  entre  los  habita.ites  del  nuevo  mundo.  Ma5^ 
adelante,  al  pisar  la  isla  de  la  Puna,  en  la  embocadura  áts^ 
rio  (le  Guayaquil,  encontró  una  resistencia  mucho  mas  scri^^ 
de  j)arte  de  los  indíjeníis,  pero  nada  pudo  detener  el  ím¡)ct  ^•■ 
de  los  cs[)añoIes:  i  después   de   reñidos  combates,  (jucdaro^ — ^ 
éstos  vencedores. 

Durante  este  viaje,  Pizarro    rec¡í)ió  algunos  refuerzos  v( 

nidos  de  Panamá  en  tres  distintas  partidas.  .Xlcanzíban  c.^^^ 
tos  a  poco  mas  de  l'M)  hoin})rcs,  entre  los  cuales  hablan  llc=^ 

garlo  Sel)astian    Henalcázar  i  Hernando  de  Soto,  (ine  ij^oz.i. - 

ban   cillas    Indias   de   la    rejMitaciod  de  grandes  capitancs== 
Las  tropas   de    Pizarro,   engrosadas   con   estos  ausiliaress^ 
siguieron  su  marcha  por  la  costa,  llegaron  a  Tinnl)ez,  i  dess-- 
pues  de  una  re-^idencia  de  cerca  de  tres  meses  que  sirvió  ])arr  ^ 
re])oner  las  fuerzas  i  el  moral    de   sus   soldados,  avanzaror  í 
hasta  la  orillas  del  rio  de  Piura.  Allí  Pizarro  disjíuso  la  liin  - 
dación  de  una  ciudad  con  el  nombre  deSan  APiguel  (junio  d*-' 
ir>''2).  La    ])enosa    marcha   de    los  castellanos  por  a(|nc!la 


PARTR    8BOITXDA. — CAPÍTITLO    XIV  399 

:osta  i  las  resistencias  que  hallaron  en  la  isla  de  la  Puna, 
los  habia  demorado  cerca  de  dieciocho  meses. 

Pizarro  i  sus  compañeros  notaban  por  todas  partes  las 
Tianifiestas  señales  de  la  riqueza  i  del  poder  del  imperio  de 
os  incas;  i  al  paso  que  se  sentian  estimulados  para  hacer 
rente  a  todos  los  peligros  i  emprender  desde  luego  la  con- 
]uista,  abrigaban  serios  temores  sobre  el  resultado  de  una 
impresa  tan  atrevida.  Pixarro,  sin  embargo,  estaba  resuel- 
lo a  marchar  adelante;  i  el  24  de  setiembre  de  1532,  des- 
nies  de  dejar  una  guarnición  regular  en  la  naciente  colonia 
le  San  Miguel,  salió  de  ella  a  la  cabeza  de  170  hombres,  de 
os  cuales  solo  60  eran  de  a  caballo,  i  se  puso  en  viaje  para 
íl  sur  en  busca  del  poderoso  señor  de  aquel  dilatado  impe- 
rio. La  marcha  délos  castellanos  al  través  délas  montañas 
ha  sido  escrita  por  los  historiadores  de  la  conquista  con 
?ran  colorido  i  animación.  Ofrecia  a  cada  paso  varios  es- 
3ectácLilos  producidos  por  la  magnífica  grandiosidad  de 
iquellas  localidades.  La  naturaleza  oponía  a  su  marcha 
esiertos,  barrancos  i  cordilleras.  A  cada  jornada,  los  cas- 
íllanoscreian  encontrar  una  vigorosa  resistencia  en  los 
*sfiladeros  dé  las  montañas  o  en  el  vado  de  los  rios;  pero 
I  todas  partes  hallaban  sólo  campos  desiertos  o  poblacio- 
-55  pacíficas  que  los  recibian  hospitalariamente. 

8.  Plan  de  defensa  de  los  peruanos. —¿En  qué  pensa- 
in  los  vasallos  del  inca  cuando  dejaban  pasar  libremente 
>r- su  territorio  a  los  arrogantes  estranjeros?  Los  caste- 
^  nos  no  sabian  qué  pensar  cuando  se  hacian  esta  pregun- 
^;  i  tal  vez  llegaron  a  creer  que  ante  los  ojosdelosindíjenas, 
I  os  estaban  revestidos  con  el  prestijio  de  seres  de  una  na- 
*í*aleza  superior  a  la  de  los  hombres  que  poblaban  aquel 
^perio.  Los  peruanos,  sin  embargo,  obedecian  a  un  plan 
editado. 

Kl  imperio  de  los  incas  acababa  de  pasar  por  violentas 
^avulsiones.  El  inca  Huaina  Capac,  muerto  hacia  pocos 
•ftos,  habia  adelantado  las  conquistas  de  sus  mayores  in- 
corporando a  sus  estados  el  rico  reino  de  Quito,  Antes  de 
Q^orir,  tuvo  noticias  de  los  primeros  viajes  de  esploracion 


400  llISTOniA    PR    AMKRU'A 


de  los  castellanos  en  las  costas  del  Pacífico;  pero  espiró  por 
los  años  de  1525,  dejando  la  monarquía  amenazada  de  una 
invasión  estranjera.  Contra  las  tradiciones  políticas  de  su 
raza,  i  contra  los  intereses  de  su  imperio,  Huaina  Capac 
dividió  sus  estados.  El  hijo  de  su  mujer  lejítima,  que  tam- 
bién era  su  hermana,  llamado  Huáscar,  heredó  el  reino  del 
Cuzco;  el  mas  querido  de  los  hijos  del  inca,  Atahualpa,  na- 
cido de  una  unión  ilejítima  con  la  hija  del  último  soberano 
de  Quito,  recibió  de  su  padre  la  soberanía  de  este  último 
reino.  Durante  cinco  años,  los  dos  hermanos  reinaron 
pacíficamente  en  sus  estados  respectivos;  pero  la  altivez  de 
los  señores  del  Cuzco  i  la  ambición  de  Atahualpa,  era  un 
obstáculo  poderoso  que  se  oponia  a  la  conservación  de  la 
paz.  Empeñóse  en  efecto  una  guerra  terrible  en  que  después 
de  sangrientos  combates,  la  victoria  quedó  por  Atahualpíi, 
A  sus  triunfos  se  siguió  la  matanza  de  muchos  nobles  cuyos 
derechos  de  lejitimidad  infundian  recelos  en  el  ániíno  del 
vencedor.  Sólo  Huáscar,  sm  embargo,  fué  retenido  en  una 
prisión.  Desde  entonces,  el  nombre  de  Atahualpa  fué  res|)e- 
tado  i  temido  en  todo  el  imperio. 

Estos  sucesos  coincidían  con  la  invasión  de  los  españo- 
les en  el  Perú.  Cuando  Pizarro  partió  de  San  Migutl  de 
Piura  en  busca  del  incci,  se  liallaba  éste  en  Cajauíarca  <lis- 
frutando  de  los  recientes  triunfos  de  sus  jenerales  sí)hrc  los 
ejércitos  de  Huáscar.  Su  poder  i  su  or<^ullo  no  rccotiocian 
límites.  Bl  omnipotente  señor  del  Perú  no  acertaba  a  coni 
prender  (jue  hubiese  solare  la  tierra  nación  al<>una  capaz  de 
oponer  resistenciíi  a  su  poder.  La  noticia  del  arribo  do  los 
misteriosos  estranjeros  a  las  costas  de  su  imperio  hí)  le 
infundió  ^^ran  temor.  Sus  emisarios  i  rsj)ías  le  liabian  co- 
municado (jue  los  invasores  no  alcanzaban  a  200  hombres 
que  eran  mortales  como  sus  propios  soldados,  i  (jue  eran 
menos  sufridos  (jue  los  j)eruanos  puesto  cpie  para  sus  mar- 
chas montal)an  unos  animales  poco  mas  grandes  (jue  los 
llamas  (le!  Perú,  los  caballos.  Bl  inca,  adems,  liabia  consul- 
tado los  oráculos  de  sus  templos;  i  el  de  Pachamac,  (pie  era 
el  mas  venerado,  liíibia  respondido   (jue  los   estranjv*rc>s  su- 


PAUTE    8KrírNI>A.       rAI'ÍTVLO    XIV  401 

cumbinan.  Atahtmipa,  movido  sin  duda  por  la  curiosidad, 
concibió  el  pensamiento  de  atraerlos  al  interior  para  cono- 
cer á  esos  hombres  de  fi<xura  i  de  costumbres  tan  raras, 
bien  seguro  de  que  bastaba  una  señal  suya  para  que  fueran 
destrozados  por  los  millares  de  soldados  que  tenia  bajo  su 
mando.  Sus  órdenes  se  limitaron  a  recomendar  a  sus  vasa- 
llos que  dieran  libre  paso  a  los  estranjeros  i  aun  que  los  au- 
siliasen  con  víveres  en  su  marcha. 

9.  Captura  DE  Ataiiualpa.— -Los  castellanos  continua- 
ron avanzando  por  entre  las  escarpadas  crestas  de  la  sierra 
sin  hallar  resistencia  alguna.  Fatigados  de  su  marcha  por 
aquellas  solitarias  alturas,  divisaron  al  fin  el  hermoso  va- 
lle de  Cajamarca  (15  de  noviembre  de  1532).  Allí  se  levan- 
taba la  ciudad  de  este  nombre;  i  como  a  una  legua  de  dis- 
tancia, en  las  colinas  orientales  del  valle,  se  hallaba  Ata- 
hualpa  en  una  casa  de  recreo  rodeada  por  las  tiendas  en 
que  estaba  acampado  su  ejército.  Los  castellanos  ocuparon 
la  ciudad  que  se  encontraba  abandonada,  i  establecieron 
sus  cuarteles  en  los  edificios  que  rodeaban  la  plaza.  Algu- 
nas mujeres  que  habian  cjuedado  en  el  pueblo,  parecían 
mirarlos  con  cierto  aire  de  compasión  como  si  conocieran 
la  suerte  que  les  reservaba  el  inca. 

Pizarro  conocia  demasiado  bien  los  peligros  de  su  situa- 
ción; pero,  lleno  de  enérjica  resolución,  concibió  el  proyecto 
atrevidísimo  de  apoderarse  de  la  persona  del  inca  como  un 
medio  de  llevar  a  cabo  en  el  Perú  la  misma  empresa  que 
Cortés  habia  consumado  en  Méjico.  Inmediatamente  des- 
pués de  su  entrada  a  Cajamarca,  despachó  al  capitán  Her- 
nando de  Soto  i  a  su  ])ropio  hermano  Hernando  Pizarro 
con  treinta  i  cinco  hombres  de  caballería,  para  que  se  pre- 
sentaran en  el  campainento  imperial  a  saludar  al  inca  i  a 
repetirle  lo  que  antes  habia  dicho  a  sus  emisarios,  esto  es 
que  venia  del  otro  lado  de  los  mares  mandado  por  un  rei 
mui  poderoso  para  conocer  i  estrechar  relaciones  de  amis- 
tad con  el  emperador  del  Perú.  En  esta  entrevista,  Atahual. 
pa  supo  conservar  la  gravedad  cpie  correspondía  a  su  ran. 
go.   En  vano  los  emisarios  hicieron  corbetear  i  revolver  sus 

TOMO    1  2() 


ala 


ararlos  ée 

Ja 
de  retwaiiir  b» 
la  cnidaif;  t  al  aaiaaecrr»  cttaado  los  soldados ; 
misa  qme  cdebr^roo  los  cafiefiaflcs  dd  gérciio,  i 
los  «almos  de  la  ¡¿.liirii  aiiiffoa  a  sa  másmaam.  fímura 
iDismo  proi3iiii8o  a  sbs  soloaDús  an  ilii  ui^o  uaio  de  icsc^ 
iociofi  i  de  fraoqacza,  en  qoe  al  paso  qtie  trataba  de  tafitiL 
dtrks  ralor.  ks  recordaba  la  Tcrdad  del  peligro  de  qor  se 
haüalms]  rndtíidos.  ''Debet$  hacer  fbreaikias  de  ywestim 
cornionri,  }m  fffio:  pties  en  cltos  i  en  el  ^^nromi  de  Otos  cstit 
toda  nuestra  defensa.  Ataquemos  con  serenidad  i  con  ímpe- 
tu i  nuestro  trínnfo  será  completo'*. 

En  seguida,  combinó  las  ventajas  que  ofrecia  la  localidad 
para  una  sorpresa.  Los  caballos  ataviados  de  collares  cof^ 
cascabeles,  fueron  distribuidos  en  tres  porciones.  Los  do  ^^ 
cañones  que  tenia  el  ejército  fueron  colocados  dentro  d^ 
los  edi6cios,  mientras  el  resto  de  las  tropas  se  distrihuví^ 
en  las  entradas  de  la  plaza.  Pizarro  quedó  con  veinte  hora^' 
bres  para  dar  la  señal,  i  comenzar  el  ataque.  Sólo  el  sentí — 
miento  relijioso  que  animaba  a  los  conquistadores  español 
les  persuadiéndolos  de  que  su  muerte  los  igualaba  a  los^ 
mártires  cuya  memoria  venera  la  iglesia,  podia  infundir — 
les  ánimo  para  acometer  una  empresa  que  parecia  desespc — 
rada. 

Atahualpa    preparó    también    su  jente  para  entrar  a  la  ^ 
ciudad.  Los  historiadores  vanan  en  el  número  délos  sóida — 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO  XIV  403 

dos  que  componían  su  ejercito,  pero  ninguno  asigna  menos 
de  treinta  mil  hombres.  Poco  después  de  medio  dia  del  sá- 
bado 16  de  noviembre  de  1532,  se  puso  en  movimiento  su 
campo,  i  principiaron  a  marchar  sus  escuadrones  con  todo 
orden  i  concierto.  Iban  adelante  los  honderos,  seguían  los 
hacheros,  i  mas  atrás  venia  el  grueso  del  ejército  armado 
de  lanzas  i  de  picas.  Mientras  los  primeros  estaban  cerca 
de  Cajamarca,  aun  no  acababan  de  salir  del  campamento 
los  últimos  escuadrones.  Las  tropas  se  habían  formado  en 
ambos  lados  del  camino  para  dar  paso  a  la  servidumbre  del 
inca  i  a  los  grandes  de  la  corte.  En  medio  de  éstos  se  alzaba 
majestuosamente  Atahualpa  en  una  riquísima  litera  lleva- 
da en  hombros  por  sus  mas  distinguidos  vasallos.  Duran- 
te su  marcha,  Atahualpa  tuvo  algunos  momentos  de  vaci- 
lación, i  aun  quiso  hacer  alto  tomando  por  pretesto  el  que 
ya  era  tarde  para  hacer  su  entrada  en  la  ciudad.  Tal  vez 
queria  sorprender  a  los  estranjeros  por  la  noche;  pero  un 
emisario  de  Pizarro,  que  le  rogaba  que  pasara  adelante,  lo 
determinó  a  penetrar  en  la  ciudad,  no  sin  tomar  algunas 
medidas,  según  refieren  algunos  historiadores,  para  impe- 
dir la  fuga  de  los  españoles. 

Los  últimos  rayos  del  sol  doraban  las  alturas  inmedia- 
tas cuando  la  comitiva  entró  en  la  plaza  de  Cajamarca. 
Los  indios  desfilaban  delante  del  templo  del  sol  limpiando 
el  lugar  en  que  debía  colocarse  la  litera  del  emperador, 
cuando  se  dejó  ver  Atahualpa  dirijiendo  inquietas  miradas 
para  descubrir  el  paradero  de  los  españoles,  que  no  se  deja- 
ban divisar. 

En  ese  momento,  el  capellán  de  la  espedicíon,  fraí  Vicen- 
te Valverde,  salió  con  su  breviario  en  una  mano  í  un  cruci- 
fijo en  la  otra,  i  acercándose  al  inca  le  dijo  que  iba  por  or- 
den de  su  jefe  a  esplícarle  las  doctrinas  de  la  verdadera  fe, 
para  cuya  propagación  habian  salido  los  españoles  de  su 
patria.  La  esposicion  del  padre  Valverde  estaba  arreglada 
a  la  fórmula  que  usaban  los  conquistadores  del  nuevo 
mundo  al  tomar  posesión  de  algún  país.  Después    de  espH- 


404  HIBTOniA    DE   AMÉÍRICA 


car  los  principales  místenos  de  la  relijion  cristiana,  la  cai- 
da  del  hombre  i  su  redención  por  Jcsu  cristo,  se  hablaba  en 
ella  de  la  autoridad  divina  del  sumo  pontífice,  en  virtud  de 
la  cual  éste  i  sus  sucesores  debian  ser  pbedecidos  por  todos 
los  hombres.  De  acpií  Yalverde  pasó  a  referiral  asombrado 
indio  que  uno  de  sus  pontífices  habia  dado  al  rei  de  España 
el  dominio  del  nuevo  mundo;  i  le  reclamó  en  seguida  un 
acto  de  sumisión  a  Carlos  V.  Este  discurso  que  debia  ser 
incomprensible  para  Atahualpa,  o  cuando  mas  debia  pare- 
cerle  un  desvarío  de  locos,  fué  torpemente  esplicado  por 
medio  de  un  indio  intérprete  (jue  Pizarro  habia  llevado  de 
Tómbez  en  su  primer  viaje.  El  inca  en  medio  de  esos  argu- 
mentos que  debieron  parecerle  muí  singulares,  descubrió 
que  habia  un  sacerdote  de  nn  pais  remoto  en  cuyo  nombre 
se  pretendía  arrebatarle  su  imperio  para  un  rei  estraño, 
"No  quiero  ser  tributario  de  ningún  rei,  esclamó  Atahualpa; 
yo  soi  mas  poderoso  que  todos  los  príncipes  de  la  tierra**, 
i  arrojó  al  suelo  el  breviario  que  el  padre  Valverde  le  pre- 
sentaba para  manifestarle  que  aquel  libro  contenia  los  fun- 
damentos de  las  doctrinas  que  acababa  de  esplicarle. 

El  relijioso  escandalizado  por  este  desacato,  se  dirijió  en 
busca  de  Pizarro  gritando  a  los  españoles:  ''¡LosKvanjelios 
en  tierra!  ¡Venganza,  cristianos!  salid,  que  yo  os  al)suelvo'\ 
Pizarro  alzó  una  bandera  blanca,  c  inmediatamente  se  hizo 
oir  un  tiro  de  cañón  en  el  cuartel  de  los  castellanos.  Al  gri- 
to de  ^'¡Santiago  i  a  ellos!"  cargan  éstos  saliendo  impetuo- 
samente de  los  salones  en  que  estaban  ocultos  i  penetrando 
en  la  plaza  en  columna  cerrada.  Las  descargas  de  artillería, 
el  fuego  de  los  arcabuces,  el  sonido  de  las  trompetas,  el  hu- 
mo i  hasta  el  olor  de  la  pólvora  aturden  a  los  indios.  La 
caballería  aumenta  el  espantoso  estruendo  con  las  h-írra' 
duras  i  los  cascabeles  i  difunde  el  terror  i  la  muerte  con  la 
lanza  de  los  jinetes  i  con  el  impetuoso  empuje  de  los  caba- 
llos. Las  espadas,  blandidas  con  tanto  esfuerzo  como  des- 
treza, llenan  de  espanto  a  los  indios  i  siembran  la  muerte 
por  todos  lados.  Nadie  tuvo  valor  jiara  pensar  en   resistir: 


PAUTE    8tt(ÍI  NDA.       CAPÍTULO  XIV  405 


los  peruanos  trataban  sólo  de  huir  de  aquella  matansa; 
pero  las  salidas  de  la  plaza  eran  demasiado  estrechas  para 
(pie  los  infeliees  pudieran  escaparse  con  la  rapidez  que  que- 
rian.  En  medio  de  su  desesperación,  los  indios  abrieron 
un  ancho  portillo  en  un  muro  de  piedra  i  barro,  i  se  preci» 
citaron  por  ahí  al  campo  abierto,  perseguidos  por  la  caba« 
Hería  que  los  atropellnba  sin  piedad.  Los  nobles  que  rodea- 
ban al  inca  cstíiban  también  aterrorizados;  pero  la  lealtad 
les  cí>municó  el  valor  de  los  mártir  s,  i  lodos  estaban  pres- 
tos a  dejarse  sacrificar  al  rededor  de  su  señor.  Sólo  después 
de  dar  muerte  a  muchos  de  ellos,  pudieron  los  castellanos 
llegar  hasta  el  inca.  **Nadie  hiera  al  indio  so  pena  de  la 
vida**  esclamó  Pizarro;  i  temiendo  que  no  bastase  esta 
orden,  se  precipitó  sobre  Atahualpa,  i  lo  tomó  por  el  vesti- 
do recibiendo  en  la  mano  una  cuchillada  dirijida  contra  el 
inca  en  el   furor  del  combate. 

La  matanza  duró  solo  media  hora.  La  oscuridad  de  la 
noche  impidió  a  los  castellanos  prolongarla;  i  la  captura 
del  inca  acabó  de  dispersar  a  los  indios.  La  caballería  que 
habia  salido  en  persecución  de  los  fujitivos.  no  tuvo  otro 
cuidado  que  conducir  rebaños  de  prisioneros.  Los  solda- 
dos ¡)eruanos  acampados  en  las  inmediaciones,  dominados 
también  por  el  terror,  abandonaron  sus  puestos  i  se  entre- 
garon a  la  fuga.  Los  historiadores  discrepan  mucho  en  el 
número  de  los  muertos:  al  paso  que  uno  de  ellos,  Francisco 
Jerez,  secretario  de  Pizarro,  dice  que  murieron  2,000 indios, 
de  algunos  documentos  aparece  que  el  número  de  los  muer- 
tos alcanzó  a  10,000.  Entre  los  castellanos  no  hubo  nin* 
gun  muerto;  i  el  único  herido  fué  el  mismo  Pizarro. 

En  la  noche,  i  después  de. haber  tomado  las  medidas  ne-. 
cesarias  para  asegurar  la  tranquilidad,  el  vencedor  trató 
a  su  prisionero  con  consideración,  i  lo  obsequió  con  una 
cena.  Atahualpa  manifestó  una  aparente  serenidad,  muí' 
superior  a  la  que  podia  esperarse  de  su  infortunio.  '*Son 
usos  de  la  guerra  vencer  i  ser  vencidos'*  dijo  a  Pizarro,  por 
medio  del  intérprete,  cuando  se  trató  de  su  derrota.  Eq  esa 
primera  conferencia,  según  refiere  uno  de  los  cronistas,  el. 


inca  manifestó  adminuñoi]  por  la  destreza  cnn  que  tos  es- 
pañoles lo  habiao  aprcsailQ  en  fueflin  de  sos  tropas    '. 

10*  Rescate  db  ATAurAtFA;  RErAirTi€io?<;  del  botlv* 
— A  pesar  de  esta  apainente  tranqtrtltdad,  AtahrtiaJpa  «c  lia* 
liaba  ft>deado  de  sobresaltos.  Temía  oo  solo  a  tos  ca^^teüfi' 
nos  en  cuyas  manos  se  hallaba  pristo  ñero,  sino  tamtjien  a 
sa  hermano  Htiáscar,  a  qaien  Pizarro  fKxlta  elcrar  ai  im* 
perio  como  un  arbitrio  para  esta btecersti  dominación.  Pa- 
sando en  tos  medios  de  reco tirar  su  titiertad,  perribió  qtte 
la  codicia  que  denominaba  a  los  TcncedoTcs  pcMiía  ascrgti- 
rarie  su  rescate. — '*Si  me  soltáis,  dijo  un  día  a  Pizarra,  ja 
cubriré  de  oro  todo  este  aposento*';  i  como  notara  cierta 
iocredulidad  en  el  semblante  del  capitán  español^  añadió:^ 
**No  solo  culiriré  de  oro  el  sucio  sino  que  llenaré  el  a [>o sen- 
tó hasta  donde  llega  mi  mano  lia  alzé  puesto  de  puntillas) 
i  también  llenaré  de  plata  tos  dos  cuartos  inmediatos".  Pi- 
zarro  aceptó  el  con%*cnío  propuesto.  EJ  suJon  tenia  veinti- 
dós pies  dr  largc]  i  dietñ siete  de  ancho.  A  la  altara  de  nueve 
pies,  a  que  habia  alcanzado  ta  mano  del  inca,  se  tiró  una 
raya  colorada.  El  contrato  se  ajustó  ante  escribano,  cun 
las  formalidades  legales  usadas  entre  los  euroj>eos. 

El  inca  euTió  mensajeros  por  todo  el  imperio  para  comu* 
nicar  la  orden  de  conducir  a  Cajamarca  el  oro  necesario 
para  pagar  su  rescate.  Atahualpa  hizo  mas  todavía:  im* 
partió  órdenes  terminantes  para  que  los  españoles  fuesen 
respetados  en  todas  partes.  Era  tal  el  espíritu  de  obedien- 
cia de  los  peruanos,  que  los  mandatos  del  inca  prisionero 
fueron  obedecidos  en  todo  el  ¡mj>erio.  Pocos  dias  después 
de  celebrado  el  convenio,  comenzaron  a  llegar  a  Cajamarca 
los  indios  cargados  de  oro.  Al  mismo  tiempo,  algunos  dcs- 


«  La  sorpresa  Je  Cajamarca  i  la  captura  del  inca  han  sido  referi- 
das por  machos  escritores  con  gran  Hiverjencia  en  sus  incidentes. 
Para  nuestra  narración  hemos  tenido  a  la  vista  ios  historiadores 
primitivos  del  Perú,  el  libro  antes  citado  de  Prescott  i  la  Historia 
de  ¡a  conquista,  \iOT  don  Sebastian  Lorente,  obra  notable  no  sólo 
por  el  estudio  prolijo  de  los  hechos,  sino  también  por  la  animación 
i  el  colorido. 


PARTE   SEGUNDA. CAPÍTULO    XIV  407 

Lcamentos  de  las  tropas  de  Pizarro  hicieron  diversas  es- 
irsiones  en  el  territorio  del  imperio,  i  en  vez  de  encontrar 

menor  resistencia  fueron  recibidos  con  respeto  i  sumi- 
on.  Los  castellanos  eran  llevados  en  hamacas,  cargados 
3r  los  indios,  i  mui  bien  servidos  durante  su  camino  ^. 

Pizarro  podia  despren  lerse  de  algunos  soldados  porque 
fines  de  diciembre  de  1532  llegó  a  San  Miguel  de  Piura 
I  compañero  Diego  de  Almagro  con  un  refuerzo  de  150 
)inbres.  Traia  éste  la  noticia  de  que  Hernando  de  Luque 
ibia  fallecido  poco  antes  en  Panamá,  de  modo  que  los  dos 
ipitanes  estaban  hasta  cierto  punto  desligados  de  todo 
)mpr()miso  estraño  a  ambos.  Los  dos  compañeros  se  ha- 
iron  al  fin  reunidos  en  Cajamarca  a  mediados  de  febrero 
?  1533.  Mientras  tanto,  algunos  destacamentos  habian 
)ntinuado  la  csploracion  del  pais,  visitando  el  Cuzco,  la 
ipital  del  imperio,  Jauja,  Pachacamac  i  otros  lugares  im- 
Drtantes.  En  estas  cspediciones,  los  españoles  adquirie- 
>n  noticias  mas  cabales  sobre  la  situación  del  imperio,  i 
in  se  refiere  que  algunos  entraron  en  relación  con  Huás- 
ir,  el  inca  destronado,  quien  les  habló  de  la  usurpación  de 
i  hermano,  ofreciéndoles  mayor  cantidad  de  oro  que  la 
ometida  por  Atahualpa  si  le  ayudaban  a  reconquistar  el 
ono.  Parece  que  estos  proyectos  llegaron  a  oidos  del  inca 
luc  lo  determinaron  a  sacrificar  la  vida  de  su  hermano 
ira  salvar  la  suya  propia.  Desde  su  prisión  de  Cajamar- 
.,  Atahualpa,  mandó  dar  muerte  al  infeliz  Huáscar.  En 
ícto,  fue  ahogado  en  un  rio  por  sus  guardianes  jénero  de 
uerte  cruelísima,  dice  un  historiador  moderno,  por  que 
i  la  opinión  de  los  indios,  todos  los  ahogados  que  no  re- 
bian  sepultura,  estaban  condenados  a  sufrimientos  eter- 
)s"  í'  . 

En  junio  de  1533  se  hallaba  reunida  eii  Cajamarca  una 
mensa  cantidad  de    oro,  que  aunque  no  completaba  el 

^  Relacione  de  un  capitana  spagnolo  della  conquista  del  Perú, 
Rainusio,  vol.  III,  fol.  375. 

í>  LoKENTE,  Historia  de  la  conquista  del  Perú ^  Hb.  IIÍ,  cap.  II, 
ij.  163. 


rescate  del  inca,  ofrecía  un  xnotívo  de  constante  inquietad 
a  la  codicia  de  los  castellanos.  Cada  cual  quería  saber  qué 
parte  le  correspondia  en  aquel  rico  botín;  i  la  impaciencia 
era  tan  grande  que  no  fué  posible  demorar  mas  tiempo  su 
repartición.  Apartáronse  solo  algunasr  piezas  de  oro  nota- 
bles por  su  ejecución  artística,  i  todo  lo  demás  fué  conver- 
tido en  barras  después  de  un  mes  de  trabajo  en  las  fundi- 
ciones. Se  calculó  en  51,610  marcosel  peso  de  la  plata;  i  en 
1.326,539  pesos  de  oro  el  valor  de  las  alhajas  de  este  me- 
tal ^0.  Después  de  deducir  los  quintos  del  rei  i«^aa  gruesa 
cantidad  para  distribuir  a  los  soldados  de  Almagro  i  a  los 
vecinos  de  San  Miguel  de  Piuraipara  la  construcción  de 
una  iglesia,  quedó  todavía  oro  en  abundancia  para  repar- 
tir entre  los  castellanos  según  su   rango  i  sus  servicios. 
Baste  decir  que  cada  soldado  de  caballería  recibió  8,800 
pesos  de  oro  i  362  marcos  de  plata;  i  a  cada  soldado  de  in- 
fantería le  tocó  cerca  de  la  mitad  de  esta  suma.  Las  porcio* 
nes  de  Francisco  i  de  Hernando  Pizarfo,  de  Hernando  de 
Soto  i  de  otros  capitanes  fueron  verdaderamente  maravi* 
llosas.  'Xa  historia  no  ofrece  otro  ejemplo  de  unafortun^^ 
tan  repentina,  adquirida  en  el  servicio  militar,  ni  jamas  u«^ 
botín  tan  considerable  fué  repartido  entre  tan  corto  núm«L^^ 
ro  de  soldados'*  ^^ 

Algunos  de  los  soldados  de  Pizarro,  hallándose  ricos  A  ^ 
una  manera  tan  inesperada,  pensaron  sólo  en  volver  a  E^^ 
paña  para  disfrutar  de  su  fortuna.  El  jeneral  no  puso  ^rr 
menor  obstáculo  a  esta  pretensión,  porque  sabia  mui  bie^E^ 


10  El  peso  de  oro,  de  que  se  habla  en  las  historias  de  la  conqui^^ 
ta  de  América,   equivalía  a  poco  mas  de  tres  pesos  de  nuestra  xt\(W^ 
neda,  Je  manera  que   la  cantidad  reunida  para  el  rescate  de  Ata- ^ 
hualpa  pasaba  de  4-.000,000  de  pesos  de  48d;   i  como  el   valo  ^^ 
comercial  del  cinero  era  entonces  niui  superior  al  de  ahora,  seri^»- 
necesario  cuadruplicar  o  (juintu[)licar  esta   suma   para   formarse 
una  idea  de  la  importancia  de  acpiel  rico  tesoro. 

11  RoBER'i  SON,  lib.  VI.— Hl  acta  del  repartimiento  del  rescate  de 
Atahualpa,  se  halla  publicada  en  los  apéndices  de  la  Vida  de  P/za- 
rrOf  por  Quintana. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XIV  409 


í  la  vista  de  esas  riquezas  habia  de  despertar  la  codicia 
todas  partes  i  llevar  al  Perú  una  numerosa  inmigración, 
eriendo,  ademas,  alejar  todo  motivo  de  discordia  entre 
su  compañero  Almagro,  Pizarro  aceptó  gustoso  el  pen- 
niento  de  mandar  a  Pvspañaa  su  hermano  Hernando  que 
3Ía  tratado  siempre  de  enturbiar  las  buenas  relaciones 
los  dos  viejos  amigos.  Encomendáronle  al  efecto  que  hi- 
'íi  a  Carlos  V  una  relación  minuciosa  del  descubrimiento 
)nquista  del  Perú,  le  presentase  los  tesoros  que  corres- 
idian  a  la  corona  i  pidiese  gracias  i  mercedes  para  los 
iquistadores.  Los  dos  compañeros  convinieron  en  dar  a 
mando  una  suma  de  dinero  mayor  de  la  que  correspon- 
L  por  su  parte  de  botin.  '^Trabajaron  de  le  enviar  rico» 
c  Oviedo,  por  quitarle  de  entre  ellos,  i  porque  yendo  mui 
o  como  fué,  no  tuviese  voluntad  de  tornar  a  aquellas 
rtes". 

Ll.  Suplicio  de  Atahoalpa.— -La  codicia  de  loscaste- 
los  los  habia  estimulado  a  repartirse  el  rescate  de  Ata- 
ilpa  antes  que  todo  el  oro  prometido  hubiese  llegado  a 
amarca.  Sin  embargo,  parecia  natural  que  después  de 
►cr  entregado  el  inca  la  mayor  p«.rte  del  precio  de  su  res- 
:í,  sus  vencedores  le  cumplieran  lo  que  habian  prometido, 
sucedió  así  sin  embargo:  Pizarro  tenia  interés  de  con- 
tar prisionero  al  inca  como  un  medio  para  asegurar  la 
lision  del  imperio.  Queria  imitar  la  conducta  de  Cortés 
el  desdichado  Moctezuma,  pero  le  faltaban  el  tino  i  la 
Acidad  del  hábil  conquistador  de  Méjico, 
il  desgraciado  monarca  seguia  gobernando  el  imperio 
le  su  prisión.  Sus  órdenes  se  cumplian  con  la  rigorosa 
etitud  con  que  eran  obedecidas  en  mejores  tiempos;  i  su 
sona  estaba  rodeada  del  boato  i  del  respeto  que  distin- 
Ein  a  los  poderosos  señores  del  Cuzco.  Este  prestijio  i 
í  poder  infundian  serios  recelos  en  el  ánimo  de  sus  guar* 
nos;  i  talvez  con  propósito  deliberado,  i  aparentando 
xrdarle  todo  jénero  de  miramientos,  no  perdonaron  hu- 
lacion  por  que  no  lo  hicieron  pasar.  El  infeliz  Atahualpa 
)  a  los  soldados  castellanos  repartirse  sus  mujeres,  i  lo 


que  para  él  era  mas  vergonzoso  todavÍEi,  a  un  indio  oscuro, 
qye  los  castellanos  llamai)an  FeJi pillo  i  que  les  liabia  servi- 
do de  intérprete  durante  todíi  la  campaña, -fispirar  a  !a 
mano  de  una  de  ellas.  Los  españoles  temían  que  el  monarca 
cautivo  ]5 reparase  desde  su  prisión  una  vigorosa  resisten- 
cia a  la  dominación  estranjera.  i  no  cesaban  de  espiarlo  en 
sus  conferencias  con  algunos  de  sus  vasallos.  El  pérfido  Fr 
lipillo  aprovechó  esta  oportunidad  para  calumniar  al  inca. 
Dijo  a  Pííarro  que  fraguaba  una  vasta  conspiración  en 
todo  el  imperio,  lo  que  produjo  grande  alarma  entre  bs 
castellanf*s* 

Tal  vez  Pizarro  no  creía  e^tos  denuncios;  pero  hizo  mYir 
un  destacamento  íi  la^  órdenes  de  Hernando  de  Soto  a  re- 
correr los  campos  inmediatos  a  fin  descubrir  si  trr a  cierta 
la  noticia  del  acuartelamiento  de  guerreros  peruanos  para 
caer  sobre  los  españoles.  Los  soldados  en  cambio,  i  pnrti^ 
cul  armen  te  los  compañeros  de  Almagro,  nn  cesabím  de  jje 
dir  la  muerte  del  inca-  Pizarro  mismo,  sea  rjne  creyera  coü- 
venicTite  a  los  intereses  de  ia  coníjuista  el  dar  este  paso 
atrevido,  sea  que  no  tuviera  enerjía  para  resistir  a  las  cxí* 
jencias  de  los  suyos,  aceptó,  al  fin  este  ari)itriü,  i  ílispusod 
juicio  de  Atahualpa,  Inútiles  fueron  las  protestas  del  inll'Üi 
cautivo  para  manifestar  su  inocencia  i  la  completa  traocíut* 
'quílidad  que  por  orden  suya  existía  en  toflo  el  ¡nij^eriü; 
porque  a  pesar  de  ellas  tuvo  que  comparecer  íoite  el  trüju* 
nal  organizado  para  juzgarlo  i-.    Estaba  compuesto  éste 


12  Algunos  historiadores  posteriores  a  la  conquista  i  particular- 
mente Garcilaso  de  la  Vega,  refieren  una  anécdota  que  no  parece 
creibie.  Dicen  que  Atahualpa  admiraba  mucho  el  arte  de  escribir, 
i  que  en  una  ocasión  se  hizo  trazar  en  una  uña  la  palabra  Dios,  i 
se  entretenía  pidiendo  que  los  soldados  castellanos  leyeran  esa  pa* 
labra;  pero  notando  que  Pizarro  no  sabia  leerla,  comenzó  a  mirar- 
lo con  cierto  desden.  El  jeneral  español,  herido  en  su  amor  propio 
de  esta  manera,  resolvió  vengarse  del  suspicaz  cautivo.  Según  los 
cronistas  mas  autorizados,  i  entre  ellos  el  sagaz  Oviedo,  se  deja 
ver  que  Pizarro  procedió  en  el  supliciíi  de  Atahualpa,  engañado  i 
casi  contra  su  voluntad. 


PARTE   SBOUNDA. — CAPÍTULO   XIV  411 

or  Pizarro  i  Almagro  con  dos  consejeros,  i  provisto  de  un 
oder  absoluto  para  absolver  o  condenar.  Un  fiscal  debía 
cusar  al  cautivo  en  nombre  del  rei  de  España.  Se  nombró 
n  defensor  al  acusado,  i  se  hicieron  todos  los  arreglos  ne- 
esarios  para  seguir  el  juicio  conforme  a  los  procedimientos 
spañoles. 

Ante  este  tribunal  se  dirijieron  las  acusaciones  mas  es- 
ravagantes,  i  se  redactó  un  interrogatorio  según  el  cual 
lebian  declarar  los  testigos  así  cristianos  como  indios, 
acusábase  a  Atahualpa  de  que  siendo  hijo  bastardo  hubie- 
le  usurpado  el  trono  de  los  incas  i  condenado  a  muerte  a 
lu  hermano;  de  ser  idólatra;  de  tener  muchas  cuncubinas; 
le  haber  gastado  los  tesoros  del  imperio,  que  por  derecho 
le  conquista  pertenecían  al  rei  de  España,  i  de  haber  le- 
vantado jente  contra  los  castellanos.  Siete  de  éstos,  que 
üeron  llamados  a  declarar,  sirvieron,  como  es  muí  fácil  su- 
)üner,  para  acumular  cargos  contra  el  acusado.  Los  indios 
|ue  prestaron  sus  declaraciones  lo  hicieron  por  medio  del 
ntérprete  Felipillo  que  estaba  interesado  en  la  condenación 
leí  inca;  i  aunque  algunos  de  ellos  se  negaron  resueltamente 
L  responder,  i  otros  dijeron  nó  a  todas  las  preguntas,  bastó 
|ue  la  mayoría  declarara  en  sentido  afirmativo  para  que  el 
ribunal  condenase  a  Atahualpa  a  ser  quemado  vivo. 

No  faltaron  algunos  soldados  castellanos  que  protesta- 
an  contra  tanta  iniquidad.  Algunos  de  ellos  propusieron 
ue  se  apelara  de  la  sentencia  ante  Carlos  V,  ofreciéndose 

responder  por  el  prisionero  mientras  llegaba  la  real  reso- 
rción; pero  la  mayoría  los  acusó  de  traidores.  Como  solia 
üceder  entre  los  españoles  del  siglo  XVI  en  casos  semejan- 
^s,  se  consultó  la  opinión  de  los  teólogos  para  tranquilizar 
is  conciencias;  i  el  voto  de  Val  verde  fué  concebido  en  estos 
-rminos:  **Hai  causa  para  matar  a  Atahualpa;  i  si  lo  creen 
Resano,  yo  firmaré  la  sentencia".  En  aquel  simulacro  de 
licio,  todo  fué  inicuo:  la  historia  no  recuerda  un  crimen 
^as  injustificable  que  el  proceso  i  muerte  de  Atahualpa. 

El  desgraciado  inca  no  pudo  recibir  con  firmeza,  tamaño 
olpe.  Suplicó  a  Pizarro  con  las  lágrimas  en  los  ojos  que  le 


41S  lilbTüEIA    DB  AKÉHICA 

perdonara  la  vida»  comprometiérulose  al  efecto  a  pa^arun 
doble  rescate;  pero  aunque  el  jeneral  no  pudo  contetier  su 
emocioo,  no  se  atrevió  a  volver  atrás  del  camitio  en  (pte 
había  entrado.  Atahualpa,  dts[)ues  (|ue  perdió  todacsp^ 
ranga»  recobró  alguna  tranquili^lad  i  se  rüspusnpiíninumr. 
En  la  noclie  del  sAIkmÍo  29  da  agosto  de  ITííi'i,  salí 6  al  pa- 
tíbulo rodeado  de  una  fuerte  escolta  i  cargado  de  grillos. 
Cerca  de  la  hoguera,  el  padre  Valvcrde  trató  de  convertir 
l0|  prometiéndole  ¡suavizar  el  rigor  de  su  suplicio  coala 
aplicación  de  la  pena  del  garrote.  El  temor  de  una  muerte 
cruel  le  hizo  aceptar  esta  gracia  i  reclinó  el  bautismo  con  el 
nombre  de  Juan.  Rogó  en  seguida  que  su  cadáver  fuese  llc^ 
vadíí  a  Quito  para  ser  sepultado  en  la  tumba  de  sus  .abue- 
los  i  pidió  a  Pizarro  que  tomara  a  sus  hijos  bajo  su  protec* 
cion.  Entonces  fué  amarrado  al  palo  fatal:  i  mientras  los 
españoles  en  trinaban  el  Credo,  el  verdugo  estrangulo  al  úl- 
timo soberano  de  aquel  dilatado  imperio. 

El  día  siguiente,  Pizarro  mandó  celebrar  eu  la  nueva 
iglesia  los  funerales  del  inca.  Como  sino  tuviera  conciencia 
del  erímen  cometido,  él  mismo  asistía  a  la  ceremonia  en 
traje  de  duelo;  i  pudo  ver  las  ínanifestaciones  de  dolor  de 
¡as  hermanas  i  esposas  de  Ataliualpa.  Según  la  costumbre 
del  imperio,  querían  a li orearse  sobre  su  cadáver;  i  toda  la  j 
actividad  de  los  cristianos  no  bastó  para  impedir  el  volun- 
tario sacrificio  de  algunas  de  ellas. 

Pocos  días  después  regresó  Hernando  de  Soto  de  su  es- 
pedición.  Traia  la  noticia  de  que  eran  infundadas  las  acu- 
saciones que  se  hacían  a  Atahualpa;  i  al  saber  la  condena- 
ción de  éste,  manifestó  el  mas  profundo  pesar  por  tan  gran 
desgracia  i  por  tan  inhumana  maldad.  **Muí  mal  lo  ha  he- 
cho su  señoría,  i  fuera  justo  aguardarnos'*  dijo  el  honrado 
caballero.  Pizarro  no  pudo  contestar  aquel  reproche  sino 
disculpándose  con  algunos  de  los  suyos.  El  crimen  comen- 
zaba a  avergonzar  a  sus  mismos  autores  ^'^. 


í3  El  suplicio  del  inca  ha  sido  referido  por  un   testigo  de    vista, 
ej  secretario  de  Pizarro,  Francisco  J^r  z  en,?u  Conquista  del  Perú 


PARTE    SEGL'NIM.  -UArÍTULO  XIV  4lí^ 


5e  la  pñj.  234  en  el  tom.  III  de  la  Colección  de  historiadores 
ti  vos  de  Barcia).  Otros  escritores  contemporáneos  de  la 
Liista  lo  refieren  de  la  misma  manera;  pero  un  historiador 
rior,  Fernando  de  Montecinos,  cuya  obra  conozco  sólo  por 
iduccion  francesa  de  M.  Ternaux-Compans,  cuenta  que  Ata- 
)a  fué  decapitado  en  su  prisión.  Parece  que  se  conservó  en 
)  esta  última  tradición.  **Se  muestra  todavía  en  Cajamarca, 
orror  a  las  jen  tes  crédulas,  una  piedra  que  conserva  manchas 
íbies  de  sangre,  dice  el  barón  de  Humboldt.  Es  una  plancha 
lelgada  de  doce  pies  de  largo  i  colocada  delante  del  altar.  No 
•mitido  arrancar  de  ella  algunos  fragmentos  para  examinar- 
is  de  cerca.  Las  famosas  manchas  de  sangre,  en  numero  de 
»  cuatro,  son  formadas  por  vetas  de  piroxena  en  la  masa  de 
ra"  (  Tablcaux  de  la  nature,  traducción  de  Hoefer,  tomo  II). 
»  estraño  hallar  tradiciones  conservadas  tan  escrupulosa- 
?  como  ésta,  i  también  tan  desprovistas  como  ella  de  todo 
mentó 


CAPÍTULO  XV. 

Mnmacion  déla  la  conqnicita  del  Perú  — Dii^cordla 
entre  Pixarro  i  Almasfo 

(1533-1538) 

üeccion  del  nuevo  inca;  disolución  del  imperio  2. — Marcha  al 

!uzco  3.— Espedicion  de  Benalcázar  a  Quito  4 Bspedicion  de 

*edro  de  Alvarado  5 Fundación  de   Limti  6. — Desavenencia 

ntre  Pizarro  i  Almagro  7.— Viaje  de  Almagro  a  Chile  8. — Si- 
lo del  Cuzco  9. — Almagro  se  apodera  del  Cuzco;  principios  de 

n  guerra  civil  10 Batalla  de  las  Salinas  11.— Juicio  i  muerte 

le  Almagro  12.  -  Castigo  de  Hernando  Pizarro. 

-  Elección  del  nuevo  inca;  disolución  del  imperio. 
I  suplicio  del  inca  produjo  una  profunda  impresión  en 
>  el  imperio.  Tan  habituados  estaban  lo»  peruanos  a 
?n  el  emperador  un  ser  superior  a  los  demás  hombres, 
el  juicio  i  la  ejecución  de  Atahualpa,  aun  después  del 
inato  del  inca  Huáscar,  parecian  incomprensibles  a  los 
mes  de  vasallos  que  lo  veneraban  casi  como  un  Dios, 
indios  no  hallaban  una  esplicacion  mas  lójica  de  este 
so  que  la  de  la  intervención  divina;  i  creyeron  que  los 
ellanos  eran  emisarios  enviados  por  el  sol  para  vengar 
inerte  de  Huáscar. 

a  organización  del  imperio  no  podía  subsistir  después 
an  horrorosa  catástrofe.  **Faltando  la  autoridad  aca- 
a,  que  daba  impulso  i  dirijia  aquella  complicada  má- 


quma  de  aTÍIizaciao,  dke  un  historiador  moáen^  porw- 
ccsidad  habfá  de  sufrir  el  eitado  las  tnrtbles  oosTnisiQaü 
dr  ta  anarquía- 1  el  desárdea  debía  mcr  tetfto  mmm  pnsfitQ- 
do,  coacita  que  el  ^diTidao.  la  fiíMlia,  hi  coffitmidad,  k 
aoeieflad  entera  se  cooftindian  con  el  gdbitiuo.  De  todii 
portes  brotaron  los  abundantes  mimafttíales  de  discofdyi 
qoc  de  orfíeii  aotigtto  o  de  aparición  iracaíe  cstaboi 
i^almcitte  contenidos  por  la  hábil  poiftica  de  los  tocas.**  ^ 

La  nación  peruana,  a  confccuencia  de  la  orj^anisacit^ 
espeda]  qne  ie  había  dado,  oo  habia  apnmdtdo  a  gobei^  : 
narse  por  M  misma;  i  había  obedecido  eiegamefite  tos  maiK 
dato«  deJ  inca  prísior^ra^  detaJ  ni  ^  tt  la  adfntfittbip  1 
don  había  seguido  su  mardia  ordinaria;  pero  después  de 
la  muerte  de  Atahualpa  comenzaron  los  desórdenes  i  la. 
anarquía  en  el  imperio.  Pizarro,  creador,  puede  decirse» 
de  aqudla  profunda  revoludon,  no  tenia  la  intelijeiic«- 
para  comprender  todo  su  ,:::-  ...  t^  _^:...;^.  .  la^ 
que  todo  la  esperienda  que  había  adquirido  en  la  escuda. 
de  Balboa,  khideron  percibir  que  podía  aproirecharícd^ 
aqud  desorden  para  ascj    —    '      '  .  ^'    \  m^. 

Reunió  al  efecto  a  los  señores  de  Quito,  que  formaban  Is 
corte  de  Atahualpa,  i  les  propuso  que  nombraran  un  nue- 
vo inca.  La  elección  recayó  en  el  joven  Tupac  Inca,  herma- 
no de  padre  i  madre  de  Atahualpa,  que  fué  proclamado 
emperador  en  medio  de  las  ceremonias  con  que  los  perua- 
nos acostumbraban  celebrar  la  elevación  de  un  nuevo  so- 
berano. El  primer  acto  de  este  pretendido  monarca  fué  re- 
conocerse solemnemente  vasallo  del  rei  de  £spaña. 

Inmediatamente,  Pizarro  despachó  al  norte  al  capitán 
Sebastian  de  Benalcázar  con  un  destacamento  de  tropas 
para  que  defendiera  la  importante  colonia  de  San  Miguel 
i  estableciera  ahí  el  centro  de  las  ulteriores  operaciones 
militares. 

2.  Marcha    al    Cczco. — Pero   la  muerte  de  Atahualpa 


1   LoREXPE,  Histonn  de  ¡a  conquistn  rftl  Perv,   lib.    IV,  crip.  í> 
p.  200. 


PAHTB    SIXílNHA.       CAl'ÍTL'LO    \V  I  17 


ibia  reanimado  en  el  imperio  las  antiguas  divisiones  entre 
litcfios  i  cuzqucños.  Estos  últimos  habian  reconocido  por 
berano  a  Manco,  hermano  carnal  de  Huesear,  con  el 
opósito  de  reconstruir  el  imperio  bajo  un  príncipe  del 
izco.  Pizarro  vio  en  estas  divisiones  un  elemento  seguro 

triunfo.  La  repartición  de  las  tesoros  de  Cajamarca 
ibia  atraido  al  Perrt  un  número  considerable  de  aventu- 
res llegados  de  las  colonias  de  la  América  Central.  Jíl 
leral  español  pudo  contar  con  un  ejército  de  500  hombres, 
a  su  cabeza  se  puso  en  marcha  para  el  Cuzco  (setiembre 
í  1533).  El  inca  Tupac  i  el  jeneral  peruano  Chalcuchima 
t  acompañaban  en  lujosas  literas,  para  recordar  la  pompa 
)n  que  los  hijos  del  sol  acostumbraban  visitar  sus  domi- 
¡os. 

Sin  embargo,  los  dos  bandos  estaban  dispuestos  a  atacar  a 
s  españoles.  Los  quiteños  no  podian  perdonarles  el  sil- 
icio de  Atahualpa;  i  los  del  Cuzco  no  podian  aceptar  la 
sccion  que  Pizarro  habia  hecho  en  un  príncipe  quiteño 
ara  gobernar  el  imperio.  Con  todo,  en  los  primeros  días  de 
archa  no  tuvo  nada  que  sufrir.  Los  castellanos  llegaron 

valle  de  Jauja,  notando,  es  verdad,  algunos  síntomas  cj^ 
sistencia,  pero  los  indijs  huian  despavoridos  ante  el 
npuje  i  resolución  de  sus  enemigos.  En  aquel  sitio,  Piza- 
oechó  los  cimientos  de  una  ciudad  conocida  hasta  ^hora 
>ii  el  nombre  de  Jauja. 

Mas  adelante,  los  españoles  encontraron  los  ejércitos 
íruanos  posesionados  de  sitios  ventajosos  para  rechazara 
«invasores.  Una  tarde,  la  vanguardia  mandada  por  el 
i  pitan  Hernando  de  Soto,  sostuvo  un  reñido  combate  en 
Lie  estuvo  a  punto  de  ser  destrozada.  En  Ií^  mañana  si- 
miente, cuando  los  indios  querian  renovar  lapele^,  aban- 
>naron  el  campo  llenos  de  pavor  porque  los  enemigos,  en 
gar  de  debilitarse  con  el  combate,  habian  engrosado  con 
lerablemente  sus  tropas.  En  efecto,  Almagro  había  ace-, 
fado  la  marcha  i  reuní  lose  a  la  vanguardia.  Esta  fué  la 
^erte  de  los  diversos  combates  que  los  indios  presentaron 
los  ca.<?tcllanos  en  aquella  cs|)edicion. 

JOMO  j  "Jl 


Durante  esta  marclia»  falleció  inesperadamente  el  inca 
Túpate,  Los  esparinles  atribuyeron  este  acci(It?nte  aenveDe- 
namiento,  Í  acusaron  tic  este  crimen  al  jcneral  Clialcucliimn. 
Talve^  esta  acusación  fue  solo  un  pretexto  para  pnjfcfier 
contra  el  infelk  indio.  Los  españoles  sabedores  de  que  el 
jeneral  peruano  poseía  distínguiíios  talentos  militare*it  lí"»^ 
celosos  de  que  mantuviera  comunicaciones  con  los  jefes 
enemigos,  i  de  que  se  escapara  de  sus  manos  para  organi* 
zar  una  resistencia  mas  vigorosa,  lo  hicieron  juzgar,  i  1ü 
condenaron  a  ser  quemado  vivo.  **  Así  terminó  la  triste 
serie  de  injusticias  cometidas  con  este  guerrero,  ípie  |>ffr 
bablemeute  debió  su  deplorable  fin  a  su  misma  reputa^ 
cion.*'  -    Fué  aqiiehm  nuevo  crimen  de  los  conquistadores* 

Los  historiadores  de  la  conquista  no  se  han  disimulado 
esta  grande   injusticia.   **Los  que  siguen  las  razones  de  es- 
tado, a  todo  cierran  losojos/'  dice  amargamente  el  cronista  I 
Herrera. 

La  muerte  del  inca  Tupac  sirvió  admirablemente  a  los 
planes  de  Pizarro.   En  el  sur  del  Perú,  el  príncipe  quiteño 
no  arrastraba  prestijio  alguno,  i  por  el  contrario  hahria 
despertado  en  el  Cuzco   la  mas  violenta  resistencia  si  tes    i 
castellanos  hubieran  intentado  hacerlo  reconocer  por  sobe-  i 
rano,  Pizarro  pudo  entonces  cambiar  de  plan  i  aceptar  bajo 
su  protección  a  Manco,  el  inca  prf>claraado  en  el  Cuzco,  que 
había  salido  a  su  encuentro  en  el  valle  de  Xaquixaguana.  Kl 
conquistador  declaró  entonces  a  los  indios  que  su  viaje  al 
Perú  no  había  tenido  mas  objeto  que  sostener  los  derechos 
de  Huáscar.  **La  marcha  a  Cajamarca  había  sido,  según  él, 
para  desarmar  a  sus  enemigos,  la  muerte  de  Atahualpa  para 
vengarle  i  la  venida  al  Cuzco  para  reponer  en  el  trono  al  le- 
jítimo  heredero**  ?  Los    sencillos    indios  aceptaron  estas 
esplicaciones  dictadas  por  la  perfidia  de  los  castellanos. 

Desde  que  Manco  se  hubo  reunido  con  Pizarro,  cesaron 
las  hostilidades  entre  españoles  i  cuzqueños;  i  juntos  mar- 


*¿  Quintana,   Vida  de  Pizarro  en  sus  Vidas  de  Españoles  célebres. 
3  LoRniiT Kjlistorin  déla  conquista  del Perú.Wh,  IV., cap  1 1, p. 223. 


PARTE   SEGUNDA.-     CAPÍTULO    XV  419 


charon  a  la  capital.  Las  tropas  de  los  quiteños  trataron  en 
vano  de  impedirles  el  paso;  i  el  15  de  noviembre  de   1533, 
aniversario  de  la  entrada  de  los  castellanos  en  Cajamarca, 
Pizarro  i  los  suyos  penetraron  en  la  opulenta  ciudad.   Los 
indios  los  recibieron  con  grande  alborozo,  saludándolos  co- 
mo los  salvadores  del   imperio;  i  en  medio  de  fiestas  que 
recordaban  los  mejores  tiempos  de  la  monarquía  peruana, 
el  inca  Manco  fué  coronado  con  la  borla  imperial.   Los  pri- 
meros dias  fueron  ocupados  con  fiestas  i  diversiones.  Los 
castellanos  admirados  déla  riqueza  de  aquella  capital,  de 
la  abundancia  de  su  población,  (|ue  según  computaron  al- 
gunos alcanzaba  a  200,000   almas,  i  mas  que  todo  de  la 
suavidad  e  intelijencia  de  los  indios  cuzqueños,  pensaron  en 
establecerse  sólidamente  allí.   Fundaron  cabildo,  convirtie- 
ron en  iglesia  cristiana  el   templo   del   sol  i  comenzaron  la 
predicación  evanjélica.  Sin  embargo,  la  codicia  i  la  insolen- 
cia de   los  soldados  españoles  despertaron  en  breve  una 
profunda  irritación  entre  los  indíjenas.   Las  casas  de  las 
sacerdotizas  fueron  violadas,  saqueados  los  tesoros  de  los 
templos  i  estropeados  los  infelices  indios  que  con  tanta  be- 
nevolencia los  habian   acojido  ^.  Los  espíritus  previsores 
pudieron   anunciar  el   principio   de  nuevas  resistencias  de 
parte  de  los  indíjenas. 

3.  EsPEDiciON  DE  Benalcazaií  A  QuiTO.— Los  indios  qui- 
teños, como  ya  hemos  dicho,  no  podian  perdonar  a  los  con- 
quistadores el  suplicio  de  Atahualpa.  En  balde  Pizarro 
habia  proclamado  emperador  al  inca  Tupac  de  la  familia 
imperial  quiteña,  porque  Rumiñahui,  jeneral  ambicioso  que 
se  habia  distinguido  bajo  los  reinados  de  los  últimos  incas, 


4  Se  refiere  que  la  gran  imájen  del  sol  que  adornaba  el  templo 
ttycó  en  el  reparto  a  un  soldado;  pero  como  el  oro  habia  caído  en 
mucha  depreciación  por  la  alza  jeneral  de  todas  las  mercaderías 
europeas,  el  soldado  lo  jugó  i  lo  f)eríl¡ó  en  una  noche,  de  donde 
quedó  un  proverbio  niui  popular  en  el  sur  del  Perú.  "Juega  el  sol 
/íntes  que  amanezca.''    • 


mrromt  un  AniiRirA 


i  cjtítr  asjMrabfi  al  imperii*  cu  nicdin  de  la  jc»erfi!  confositin, 
esparció  el  terror  en  las  rcjiutirs  Je  Quito,  hiici  asesinar  ft 
lyitirfiní;  mienibro?  de  In  fntnH*  t  rm}  \  ven  rió  !a  reststeneía 
qw  halló  en  el  catritoQ  de  su  elevación. 

Sebastian  Benalcá^^^r  liabia  quedada  en  San  Miguel  de 
Pinra  d^ppe»  de  1^  partidla  de  Phnrvo  para  el  Cuzco,  Aun- 
cjlieatlll  instriiccione»  lo  íuituriitnhan  ^^^^o  para  mantenerse 
^  \^  ^sp^tfttiira,  el  03ad^*  capitán  liabia  oído  hablar  de  la» 
rjqties^  de  Quito,  i  ardía  ea  dej^tfos  de  emprender  »ii  con- 
qoista,  Antes  de  mwho  tiempo  llegaron  a  San  Miguel  al- 
gtin^a  partidas  de  aventureros  castellanos  que  pasaban  al 
P#r6  s^  bnscQr  fortuna..En  la  misma  época  recibió  Benaki» 
2gr  piertQS  mensajeros  de  los  tviflam,  indios  del  n/irte  qtie 
le  pedi^n  atisilio  contra  el  furor  dt*  Kumínahui.  Itenalcáisar 
nq  pudo  y»  contenerse:  reunió  un  ejército  de  200  infantes  i 
80  jinetes  i  se  puso  en  marcli-i  para  Quito* 

Pn  e)  pfiíner  tiempo  de  la  campaña,  el  ardor  de  los  cas» 
tállanos,  la  superioridad  de  bus  arma!^  i  la  prcíiencia  de  los 
caballos  decidieron  la  victoria  en  su  favor.  Pero  la  resis- 
tencia se  hacia  mas  formidable  cada  dia,  i  Ben alcázar  prin- 
cipió una  lucha  de  ardides  en  que  los  enemigos  desplegaron 
a  su  vez  grande  habilidad.  Esperábanlos  éstos  en  los  desfi- 
laderos i  abrian  agujeros  cubiertos  para  hacer  caer  la  caba- 
llería, pero  BenaL-ázar  evitaba  con  gran  tino  los  sitios 
donde  pudiera  caer  en  un  lazo.  En  Tiocajas  se  dio  una  gran 
batalla  en  que  la  victoria  quedó  indecisa;  pero  en  la  noche 
se  hizo  sentir  la  erupción  del  volcan  Cotopaxi,  que  los 
oráculos  habian  anunciado  como  fatal  al  reino  de  Quito,  i  los 
guerreros  indios  se  dispersaron. 

La  guerra  no  se  terminó  con  esto.  Rumiñahui  continuó 
batiéndose  con  los  invasores;  i  no  pudiendo  defender  a  Qui- 
to le  puso  fuego  c|ueriendo  destruir  completamente  la  ciu- 
dad. Benalcázar  penetró  en  ella,  i  después  de  dispersar  a  los 
indios  que  habian  quedado  en  las  inmediaciones,  se  estable- 
ció allí  dándole  el  nombre  de  San  Francisco  de  Quito,  en 
honor  del  conquistador  don  Francisco  Pizarro  (fines  de  di- 
ciembre de  1583 ).    Los  castellanos  no  encontraron,  sin  em- 


i'AUrifl  sE(.»LrNDA. — capItclo   XV  421 


bart^o,  en  aquella  ciudad  los  tesoros  de  que  tanto  se  les  ha- 
bía hablado  •'». 

4.  EsPEDiciOiN  DE  PííDRo  DE  Alyarado.— Las  fiqueeas 
del  Perú  habían  adquirido  gran  fama  en  todo  el  nuevo 
mundo,  i  despertado  la  codicia  de  los  pobladores  de  las* 
otras  colonias.  Pedro  de  Alvarado,  el  capitán  infatigable 
de  Méjico  í  conquistador  i  gobt*rnador  de  Guatem<tla,  qui- 
so también  tener  participación  en  esos  tesoros.  Carlos  V,  al 
conferirle  el  gobierno  de  Guatemala,  le  había  encargado 
que  dispusiese  en  el  mar  del  sur  una  escuadrilla  para  despa- 
char una  espedicion  en  busca  de  las  islas  de  la  especiería.  Al  va- 
rado tomó  este  encargo  por  pretesto  para  marchar  al 
Perú.  Reunió  al  efecto  500  soldados  españoles,  muchos  in- 
dios ausiliares  i  230  caballos,  i  se  embarcó  en  el  puefto 
de  la  Posesión  en  Nicaragua  con  rumbo  al  sur  (enero  de 
1534).  .\1  emprendersu  viaje,  se  apoderó  de  las  naves  i  de 
la  tropa  que  se  alistaba  para  ausiliar  a  Pizarro.  Dos  me* 
ses  después,  en  marzo  de  1534,  desembarcó  con  sus  tropas 
en  la  bahía  de  Caraques  *^  cerca  de  Puerto  Viejo,  en  las  cofc* 
tas  de  Quito. 

Alvarado  finjió  ignorar  que  aquel  territorio  pertenecia  a 
la  concesión  que  el  rei  habia  hecho  a  Francisco  Piíarro,  i 
determinó  emprender  su  viaje  a  Quito,  de  cuyas  riquezas 
habia  oido  contar  tantos  prodijios.  Los  espedicionarios  se 
creyeron  indemnizados  de  sus  primeras  fatigas  con  un  bo- 
tín de  esmeraldas  i  de  oro;  pero  así  que  comenzaron  a  in- 
ternarse en  la  tierra,  cayeron  sobre  ellos  calamidades  de 
todojénero.  Los  veteranos  de  Cortés,  acostumbrados  a 
soportar  con  paciencia  padecimientos  sobrehumanos,  su* 
cunibian  en  este  viaje  entre  los  horrores  del  hambre,  la» 
fiebres  malignas  i  el    frió  de  las  alturas  a  que  no  estaban 


i'»  Vblazco,  Historia  del  reino  de  Quito,  part.  Tí,  lib.  IV. 

"  En  la  excelente  traducción  castellana  de  la  obra  de  Pfescott 
hni  uti  error  que  puede  hacer  creer  que  el  rumbo  que  llevó  Alva-* 
T^(\o  en  este  viaje  fué  mui  diferente.  El  traductor  ha  puesto  Cara- 
cus,  donde  Proseo tt  habia  escrito  Caraques. 


niSTOlCIA   DS  aiftelCA 

accistninbrados.  Jamas  las  esploradores  del  nuevo  inundo 
habían  encontrado  tantas  i  tan  fornitdabie^  diticultades. 
Al  varado,  aunque  acometido  de  viokntns  ealetitura^,  con- 
servó su  Animo  inflexible.  Pero  el  cielo  i  la  tierra  pareeian 
haberse  conjurado  contra  los  c;isteIlanoi»  El  aire  se  cu  linó 
de  cenij^^  lmme*mtes;  tiyéronse  ruidos  siilitcrránetis^:  in- 
mensa<i  moles  de  uicve,  derretidas  como  |ior  encitnto,  se 
desprendían  de  las;  montañas  arrastntndo  grandes  peñas^ 
COS.  Tan  sorprendentes  i'enótnenos  provenían  de  la  crujj- 
cson  del  volcan  Cotopaxͫ  cjue  en  ese  mismo  tiem|H>  habiii 
aterroria^ido  a  los  guerreros  ijuiteños  de  Rumiñabui.  Las 
]K*nalidade^  de  esta  marcha  n<i  terminaron  allí:  h1  atrave- 
sar nuevos  cordones  de  moniañas,  /mtes  de  I lej^ar a  Rio- 
bamba,  el  frió  inteníiü  de  tas  alturas  cansó  la  muerte  de 
gran  numero  de  indios  ansiliares  t  de  algunos  castell.'incHi. 
**Fné  tanta  la  nieve  ijue  cay  A  sobre  nosotros,  escribía  Al- 
varado  al  reí,  (juc  estuve  en  tiempo  de  perderme,  i  no  libré 
tan  bien  que  no  perdí  mas  de  600  ánimas  de  crístiammi 
¡ente  de  servicio,  aunque  los  españoles  no  íuerou  mu* 
chos"  ^ 

Cuaudo  Al  varado  llegó  a  la  llanura,  notó,  lleno  de  ad- 
miración, las  huellas  frescas  de  algunos  caballos.  No  cabía 
duda  que  por  ahí  habian  andado  tropas  españolas,  que  se 
le  habian  adelantado  en  laesploracion  i  conquista  de  aque- 
llos paises.  En  efecto,  andaba  allí  Diego  de  Almagro  a  la 
cabeza  de  un  cuerpo  de  tropas.  Pizarro  habia  sabido  en  el 
Cuzco  los  aprestos  de  Al  varado,  e  inmediatamente  comisio- 
nó a  su  teniente  Almagro  para  que  marchara  en  el  momen- 
to a  San  Miguel  de  Piura,  i  reuniéndose  con  las  fuerzas  de 
Benalcázar  se  opusiera  a  la  invasión  de  los  soldados  caste- 


^  Carta  de  Al  varado,  fechada  ea  San  Miguel  de  Piura  a  15 
de  enero  de  1535.  —La  mejor  relación  de  los  sufrimientos  del  go- 
Ijernador  de  Guatemala  en  esta  terrible  jornada,  se  encuentra  en 
la  obra  de  Herrera.  Prescott  i  Lorente  han  aprovechado  con  ha- 
bilidad de  esas  noticias  en  sus  obras  citadas.  El  lector  puede  con- 
sultar el  colorido  cuadro  que  de  este  viaje  ha  trazado  Quintana 
en  su  Vid¿i  de  Pizarro. 


PARTE    SEGUNDA.— CAPÍTULO    XV  423 

llanos  que  iban  a  hacer  conquistas  en  sus  dominios.  Alma- 
gro quedó  sorprendido  al  saber  que  Benalcázar  no  se  ha- 
llaba en  San  Miguel;  sin  embargo,  después  de  despachar 
órdenes  perentorias  para  que  se  le  juntara  aquel  capitán, 
Almagro  se  puso  en  marcha  para  el  norte,  i  reunió  sus 
tropas  con  las  de  Benalcázar  en  Riobamba,  i  aunque  con- 
taba con  menos  tropas  que  Alvarado,  lo  esperó  resuelta- 
mente. 

Con  todo,  no  llegó  el  caso  de  empeñar  un  combate. 
Después  de  las  primeras  escaramuzas,  Alvarado  notó  que 
su  jente  no  queria  pelear,  i  que  muchos  de  los  suyo.s,  atrai- 
dos  por  las  noticias  de  las  riquezas  i  maravillas  del  Perú, 
se  pasaban  resueltamente  a  las  banderas  de  Almagro.  El 
mismo  Alvarado  se  persuadió  de  que  Quito  no  encerraba 
las  riquezas  de  que  se  hablaba,  i  se  dispuso  a  tratar.  No 
fué  difícil  arribar  a  un  arreglo:  el  gobernador  de  Guatema- 
la cedió  su  escuadra,  sus  tropas  i  sus  municiones  a  Piza- 
rro,  comprometiéndose  Almagro  a  nombre  de  éste,  a  pa- 
learle 100.000  pesos  de  oro  (mas  de  300,000  pesos  de 
48  peniques).  El  convenio  fué  firnfado  el  26  de  agosto 
de  1534.  Después  de  esto,  ambos  capitanes  se  pusieron  en 
inarclia  para  el  sur  a  fin  de  tener  una  entrevista  con  Pi- 
zarro.  ^  En  este  viaje  Almagro  dispuso  la  formación  de 
una  nueva  ciudad  a  que  dio  el  nombre  de  Trujillo  en  honor 
de  U»  patria  del  esforzado  conquistador  del  Perú. 

"*  Bl  erudito  I^KKSCDTT  no  ha  |)odido  trazar  esta  parte  de  su 
Historia  de  Ui  conquisUi  del  Perú,  con  el  conocimiento  cabal  de 
todos  los  documentoH,  como  lo  hace  de  ordinario  en  sus  obras. 
Así  es  que  se  limita  a  apoyarse  en  las  autoridades  de  los  cronis- 
tas i  de  una  carta  de  Almagro  i  otra  de  Alvarado  escritas  al  rei 
después  de  celebrado  el  convenio,  i  en  que  no  se  fija  la  fecha  de 
dicho  pacto.  Prescott  no  ha  conocido  otra  carta  de  Almagro  es- 
crita en  San  .Miguel  a  8  de  mayo  de  1534-,  antes  de  partir  para 
Riobamba,  ni  tampo  las  dos  escrituras  que  forman  las  capitula- 
ciones. I'or  la  primera,  Alvarado  vende  a  Pizarro  i  a  Almagro  su 
escuadra  compuesta  del  galeón  San  i^ristóbal^  las  naos  Santa 
CÍB.ra,  Buenaventura  i  Concepción,  i  los  navios  San  Pedro  i  San- 
tiuí^Ot  ^^^  toda  su  artillería,   armas,   velas  i  jarcias  por  100,000 


5.  Fundación  de  Lima,— Pizurru  se  liabía  alarmarlo  fiiu- 
cho  con  la  noticia  de  la  es^iH'ílicifJtJ  del  conijuistador  de 
Guatemala.  No  contento  con  haber  despachado  a  A  (magro, 
él  mismo  salió  del  Cueco  con  un  cuerpo  de  tropas,  dejando 
la  guarnición  de  €Stn  ciudad  a  cargo  de  90  clistel  I  unos 
mandadas  por  su  hermano  jtian  Piaiarru  Hallábase  eti  el 
valle  del  Rímac,  a  dos  leguas  fie  la  coüta,  cuando  se  le  reu* 
nicron  Almagro  i  A I  varado,  que  volvían  (k  Riobamba  des- 
pués de  celebrado  el  coiiveñin.  Ptstarro  ratificó  el  tratad  o, 
entregando  al  efecto  al  gubcrnador  de  Guatemala,  el  I''  de 
enero  de  1535,  los  100,000  pesos  de  oro  ofrecidos  por  Al- 
magro ^, 

En  aquel  sit^o  quiso  el  gobernador  I^izarro  fundar  una 
nueva  colonia  que  destinaba  para  capital  de  todo  el  terri- 
torio conquistado.  La  suavidad  de!  cHma^  la  situacton  ven* 
tejosa  a  dos  leguas  del  mar,  i  casi  a  igual  distancia  del 
Cuy.co  i  de  (juitu,  i  la  proximidad  de  hermofifíiímos  valles 
lo  determinaron  a  ekjír  las  orillan  del  Rímac  para  hacer 
eata  fundación.  El  G  de  enero  de  1535,  echó  los  ctmietitos 
de  una  ciudad  a  ía  cual  di6  el  nombre  de  los  Reyes,  en  ho^ 
ñor  de  la  íicáta  de  la  Epifanfti  f|ue  en  est:  di  a  celebra  la  igíe^ 
sia.  Este  nombre,  sin  embargo,  quedó  consignado  sólo  en 
los  documentos  públicos:  la  ciudad  fué  llamada  Lima,  nom- 
bre corrompido  del  de  Rímac  que  los  naturales  daban  a 


pesos  de  oro.  Por  la  segunda,  Al  varado  cede  a  Pizarro  i  a  Alma- 
gro la  merced  que  el  reí  le  habla  hecho  para  descubrir  en  el  mar 
del  sur.  Ambas  capitulaciones  tienen  fecha  de  26  de  agosto  de 
ISS^,  en  la  ciudad  de  Santiago  de  Quito,  nombre  que  los  castella- 
nos daban  al  p;ieblo  de  Riohamba.  En  un  compendio  como  el  pre- 
sente, no  es  posible  entrar  en  muchos  pormenores  para  completar 
la  relación  del  ilustre  historiador  norte  americano. 

9  Prescott  ha  desconocido  también  la  escritura  por  la  cual  Al- 
varado  declara  haber  recibido  los  100,000  pesos  de  oro  estipula- 
dos en  el  convenio,  i  una  carta  de  Almagro  al  reí,  de  la  misma  fe- 
cha. Bstos  documentos,  así  como  los  otrjs  citados  en  la  nota  an- 
terior, que  son  desconoc¡«los  a  casi  todos  los  historiadores,  se  en- 
cuentran en  los  archivos  de  Kspaña  de  donde  saqué  las  copias  que 
conservo  en  mi  poder. 


PAUTl^J    SfiOÜNDA.— capítulo    XV  426 


aquel  valle.  Con  la  actividad  que  distinguía  a  Pizarro,  dio 
principio  a  las  primeras  construcciones,  resuelto  a  estable- 
cer ahí  su  residencia. 

6.  Desavenencias  ENTKK  Pizarro  i  Almagro.— Hernan- 
do Pizarro  enviado  a  España  después  de  la  repartición  del 
rescate  de  Atahualpa,  habia  ajitado  en  la  corte  las  jestio» 
nes  que  le  encomendaron  los  conquistadores  del  Perú.  Des- 
pués de  presentar  al  rei  los  valiosos  obsequios  de  que  era 
portador,  i  de  referirle  la  historia  maravillosa  de  la  prime- 
ra campaña  al  interior  del  Perú,  la  captura  del  inca  i  los 
tesoros  que  habia  entregado  para  obtener  su  libertad,  le 
pidió  las  gracias  i  mercedes  que  solicitaban  Pizarro  i  Al- 
magro. Talvez  Hernando  habría  olvidado  los  encargos  de 
este  último  a  causa  de  la  mala  voluntad  que  le  profesaba; 
pero  Almagro  habia  enviado  a  España  dos  ajentes  encar- 
gados de  hacer  a  su  nombre  sus  peticiones  particulares. 

Carlos  V  quedó  admirado  al  oir  las  portentosas  hazañas 
de  sus  vasallos  en  el  nuevo  mundo  i  al  saber  las  riquezas 
que  encerraban  los  paises  recien  conquistados  ^^,  Sin  tar- 
danza, confirmó  a  Pizarro  los  títulos  que  antes  le  habia 
conferido;  pero  dividió  las  tierras  recien  conquistadas  en 
dos  secciones:  la  del  norte  con  el  nombre  de  Nueva  Castilla 
fué  conferida  a  Pizarro,  i  la  del  sur,  denominada  Nueva 
Toledo,  a  su  compañero  Almagro.  Ambos  debían  usar  el 
título  i  las  prerrogativas  de  gobernador.  Hernando  Piza- 
rro. recompensado  por  sus  servicios  con  el  título  de  caba* 
llero  de  la  orden  de  Santiago,  no  quiso  quedarse  en  España 


10  Increíble  fué  la  admiración  que  causó  en  España  la  noticia  de 
]a  espedicíon  de  Pizarro,  de  la  captura  del  inca  i  de  la  distribuciod 
de  sus  tesoros,  comunicada  de  un  golpe  por  Hernando  Pizarro  i 
sus  compañeros.  En  Sevilla  se  publicó  en  1534  una  relación  su- 
maría en  cuatro  hojas,  a  manera  de  las  gacetas  de  nuestros  días 
en  que  estaban  referidos  tantos  prodijios.  Los  curiosos  i  coleccio- 
nistas buscan  ahora  con  una  avidez  inesplicable  esas  imperfectas 
relaciones  que  no  tienen  valor  histórico  sino  sólo  el  interés  de  ía 
curiosidad.  Creo  que  de  esta  noticia  de  la  conquista  del  Perú  no 
existen  en  el  mundo  mas  que  dos  ejemplares. 


sino  que  obtuvo  permiso  para  equipar  una  escuadra  i  reu- 
nir jente  qtie  trasportar  al  r*cru  en  .sDcorrn  de  su  hermano, 

A  principios  de  1585  se  ncilíio  en  el  Perú  ta  noticia  de 
estas  concesiones  i  del  arribo  tle  Hernando  Pizarro  a  Pa- 
naniá,  Almíi^ro  había  marehaílu  al  Cuzco,  |>cro  en  el  ca- 
mino supoqneclrei  le  habia  conferido  d  título  de  «gober- 
nad or  de  la  Nueva  To!edí>,  i  sus  amijfos  se  enifjeñariin  en 
probarle  que  el  Cuzco  entra  lía  en  los  !í  ni  i  tes  de  fíu  goher» 
nación.  Almagro,  naturalmente  franco  i  jencroso^  creyó 
que  entre  él  i  su  compañero  I^ixarro  no  [jodrian  suscitarse 
jemas  difieultadcíí  por  v\  gobierno  de  mía  ciudad.  Llenrí  de 
sinceridad  i  de  f>uena  fe,  se  íulclautó  haíita  el  Cusíco  para 
hacerse  reconocer  *^obernador»  Juan  i  Gonsíalo  Pizarn»,  que 
mandaban  la  guarnición  de  la  capital,  ».'  opusieran  a  sus 
pretensiones,  dispuestos  a  rechazarlo  por  la  fucrxn.  Como 
era  natural»  los  ánimos,  intiispuestos  por  difcrcncixis  ante- 
riores, se  agriaron  mas  i  niaií.  Los  es jía fióles»  pobladores 
de  la  ciüdadp  se  dividieron  en  bandos;  i  estaban  íi  punto  de 
%  etdr  a  las  manos»  cuando  ?íc  prei^entó  en  cita  Francisco 
Pizarra. 

En  efecto^  ai  saber  lo  que  ocurria  en  el  Cuxco,  PjíEarr0 
salió  apresuradamente  de  Liina.  Los  dos  compañeros  se 
saludaron  afectuosamente.  Almagro  era  tan  franco  i  abier- 
to como  su  socio  disimulado  i  astuto.  En  nombre  de  su 
antigua  amistad,  estrecharon  nuevamente  sus  relaciones,  i 
celebraron  un  convenio  (12  de  junio  de  1535)  con  la  misma 
ceremonia  con  que  hicieron  el  célebre  contrato  de  Panamá, 
esto  es,  en  la  iglesia,  durante  la  misa  i  jurando  por  el  sacra- 
mento de  la  eucaristía.  Almagro  se  comprometía  a  partir 
para  Chile,  de  que  hablaban  los  indios  como  de  una  rejion 
en  que  abundaba  el  oro,  prometiendo  ambos  respetar  los 
fueros  de  la  amistad  i  no  comunicarse  con  el  rei  sin  el  con- 
sentimiento mutuo,  para  evitar  las  acusaciones  recíprocas; 
i  ademas  repartirse  entre  ambos  las  utilidades  de  las  espe- 
diciones  subsiguientes. 

Terminado  este  arreglo,  Pizarro  se  volvió  a   Lima.  Aun- 
que su  educación  no  era  la  mas  aparente  para  la  dirección 


PARTE    SBGUNDA. — CAPÍTULO    XV  427 

política  de  la  colonia,  manifestó  gran  sagacidad  natural  i 
notables  dotes  de  gobierno.  Dividió  los  paises  conquista- 
dos en  distritos  administrativos,  i  estableció  majistrados 
en  todos  ellos.  Dictó  ordenanzas  para  la  percepción  de  los 
impuestos  el  trabajo  de  las  minas,  el  trato  de  los  indios  i 
la  administración  de  justicia. 

7.  Viaje  de  Almagro  a  Chile.— Almagro  anunció  su 
espedicion  a  Chile  con  grande  aparato,  como  solían  hacerlo 
los  conquistadores  españoles  al  salir  a  campaña.  Levantó 
bandera  de  enganche  i  mandó  pregonarla  empresa  en  toda 
la  ciudad  al  son  de  trompetas  i  tambores.  Los  indios  del 
Cuzco,  deseosos  de  libertarse  de  sus  opresores,  no  cesaban 
de  ponderarlas  ricjuezas  de  Chile  para  alejarlos  de  su  suelo. 
Almagro,  ademas,  tenia  la  reputación  de  ser  el  capitán  mas 
jeneroso  de  las  Indias;  i  en  efecto  repartía  sus  tesoros  pró- 
digamente para  retmir  jente  i  equiparla  de  armas  i  muni- 
ciones. Por  estos  medios  consiguió  juntar  mas  de  500  hom- 
bres. Dos  indios  principales,  PauUo  Tupac  (o  Paulo  Topa, 
como  escriben  los  cronistas  españoles),  hermano  del  inca 
Manco,  i  el  gran  sacerdote  o  pontífice  del  templo  del  sol 
villac  umu  mas  propiamente  huillac  umu,  se  prestaron  a 
acompañarlo  junto  con  un  considerable  cuerpo  de  indios 
ausiliares.  Felipillo,  el  indio  intérprete  de  las  conferencias 
de  Cajamarca,  formaba  también  parte  de  la  espedicion. 

Almagro  salió  del  Cuzco  el  3  de  julio  de  1535.  Siguió  su 
marcha  hacia  el  sur  por  la  altiplanicie  conocida  en  lajeo- 
grafía  moderna  con  el  nombre  de  meseta  de  Bolivia,  con  el 
propósito  de  atravesar  la  cordillera  délos  Andes  enfrente  de 
Copiapó,  (|ue  conocian  mui  bien  los  indios  peruanos  por 
haber  estendido  su  dominación  hasta  mucho  mas  al  sur.  La 
primera  parte  de  su  viaje  fué  comparativamente  feliz.  Los 
castellanos  atravesaron  fértiles  comarcas  i  tristes  desiertos 
sin  grandes  penalidades,  i  llegaron  al  pié  de  los  Andes  en  los 
primeros  dias  de  otoño  de  1536.  La  vista  de  las  montañas 
cubiertas  de  nieve  no  arredró  a  los  intrépidos  espediciona- 
rios;  pero  desde  que  penetraron  en  ellas  comenzaron  a  su- 
frir todo  jénero    de    penurias.  Los  padecimientos  de  este 


viaje  al  través  áe  la  cordillera  fiieron  stij>er¡onrs  a  cuanto 
Be  puede  rmajioar:  el  frío  i  el  hambre  mataban  a  los  tfidioá 
por  decenas;  i  los  casteUanos,  soperiores  a  tantas  fatigas, 
Tciati,  »in  embargo,  desprendérsele  los  dedos  délas  manos  t 
íle  loa  pies  helados  por  e!  frió,  o  ienian  i ¡ue  alimentarse  coo 
la  carne  de  los  caballos  que  tnartati  en  la  nieve. 

AI  llegar  a  los  primeros  valles  de  Chile,  su  situación  cam- 
bia completamente.  Hallaron  %'tvere»  en  abandancta  i  pe- 
dieron penetrar  en  el  paifi  sin  grandes  diftcultades.  El  ío 
térpnete  FelÍ pillo  que  acompañaba  a  lo^  es|iedicionar¡cíS 
trató  de  sublevar  a  los  naturales:  |jero  descubierto  en  seis 
manejos,  fut  descuartizado  por  6rden  de  Almag^ro,  A  pesar 
de  estas  intrigas,  los  españoles  no  tuvieron  qtie  vencer  serías 
resistencias.  Los  indias  chilenos  vivían  reducidos  eo  estre* 
ches  valles  formados  por  los  ríos  que  se  desprenden  de  las 
cordilleras,  í  separados  unos  de  otros  por  estensos  despo- 
blados. Por  esta  causa^  aquellas  tribus  eran  mui  débiles 
para  hacer  frente  a  los  espedicionarios;  ]ierode«deqtte éstos 
llegaron  a  las  rejiones  centrales,  pudieron  ver  una  pohb* 
cíon  mas  numerosa  i  mavores  elementos  de  riquexa.  Sin 
embarga,  e!  pais  no  ofrecía  la  abundancia  de  ort>  de  qiní 
habían  Iiatilado  los  peruanos,  i  ademan  sus  habitantes 
estaban  dispuestos  a  defender  su  territorio. 

Almagro  vacilaba  tal  vez  entre  volver  al  Perú  o  establc- 
eeruna  colonia,  cuando  recibió  cartas  de  dos  capitanes 
suyos,  Rodrigo  de  Orgoñez  i  Juan  de  Rada,  que  habían 
llegado  a  Copiapó  con  un  refuerzo  de  100  hombres  i  con  los 
despachos  que  habia  traído  de  España  Hernando  Pizarro, 
por  los  cuales  el  reí  conferia  a  Almagro  el  título  de  gober- 
nador de  la  Nueva  Toledo.  Carlos  V  habia  deslindado  los 
límites  de  los  dos  gobiernos  que  mandaba  crear  en  el  Perú 
sin  mas  conocimientos  acerca  de  este  país  que  los  que  po- 
dían suministrar  los  toscos  soldados  de  la  conquista.  Su 
demarcación  fué  peor  entendida  todavía  por  los  capitanes 
españoles.  El  roí  señalaba  los  límites  fijando  los  grados 
jeográficos,  i  como  en  el  ejercito  no  habia  quién  entendiese 
de  esas  materias,  sucedió  que  los  dos  gobernadores  se  ere- 


•AKTK    SeCUiNDA.       CAPÍTULO    XV  129 


yeron  con  derecho  al  Cuzco.  Almagro  se  dejó  arrastrar  por 
sus  oficiales;  i  abandonando  la  concjuistade Chile,  ro  pensó 
roas  (jue  en  ir  a  tomar  posesión  de  su  gobierno.  Para  verse 
libre  de  los  padecimientos  de  un  nuevo  viaje  por  la  cordille- 
ra, emprendió  su  marcha  por  el  desierto  de  Atacama;  i  a 
rnediados  de  octubre  de  1536  se  hallaba  de  vuelta  en  el 
Perú  1». 

8.  Sitio  DKiv  Cuzco. — La  situación  del  Perú  habia  cam- 
biado sobre  manera  durante  la  ausencia  de  Almagro.  Las 
vejaciones  de  que  eran  víctimas  los  indios  del  Cuzco  habian 
producido  los  resultados  que  eran  de  esperarse.  El  inca 
Manco  habia  observado  con  placer  que  los  españoles  dise- 
minaban sus  fuerzas  imprudentemente,  i  habia  espiado  la 
oportunidad  de  preparar  una  jcneral  sublevación.  Sin  em- 
bargo, se  hallaba  retenido  en  el  Cuzco  i  estrechamente  viji- 
lado;  i  todos  sus  esfuerzos  para  salir  de  esta  ciudad  i  poner- 
se a  la  cabeza  de  sus  vasallos  fueron  completamente  infruc- 
tuosos. 

Mandaban  en  el  Cuzco  Juan  i  Gonzalo  Pizarro,  hermanos 
del  gobernador.  Poco  tiempo  después,  tomó  el  mando  dé 
la  plaza  Hernando  Pizarro,  recien  llegado  de  España.  La 
codicia  ilimitada  de  éste  permitió  la  evasión  del  inca.  Man- 
co ofreció  al  capitán  español  traerle  grandes  tesoros;  i  Her- 
nando le  permitió  salir  de  la  ciudad  para  disponer  su  tras- 
porte 1'-.  Una  vez  fuera  del  Cuzco,  el  inca  levantó  el  estan- 
darte de  la  insurrección,  i  al  momento  se  pusieron  sobre  las 
armas  todos*  los  guerreros  del  imperio.  Los  españoles  que 
residian  en  los  campos  que  les  habian  sido  concedidos  en  re- 
partimiento, fueron  atrozmente  asesinados;  i  un  ejército 


11  Laeppedicion  de  Almagro  a  Chile  se  halla  admirablemente 
referida  en  el  Descubrimiento  i  conquista  de  Chilcy  por  M.  L.  Amü-» 
.v.\TEGUi,  part  I,  cap.  IV  i  V.  Kn  un  compendio  como  éste  no  nos 
ha  sido  posible  entríir  en  mas  pormenores. 

í2  Este  hecho,  referido  por  el  historiador  Agu  >tin  de  Zarate, 
CíMiFta  de  la  relación  de  dos  testigos  presenciales,  don  Alonso  En- 
H'fuez  de  Giizman,  que  lo  ha  consignado  en  una  estensa  autobio- 
grafía que  permanece  inédita,  i  Pedro  Pizarro. 


tiusToiJA  nm  MMÉmoJk 


peruano  cotiipuesto  de  200,000  homlines,  flespites  fie  vnrios 
encuentros  partíale!?,  marcha  a  fíitiar  al  Cuzco.  **Era  tnnta 
lujen  te  f|iic  aquí  vino,  dice  uno  ele  los  í*itiatlos,  que  cubriatí 
los  campos:  de  <lia  parecía  un  paüo  nc*^To  cjue  lo  tenin  la* 
pado  todo  media  legua  ríe  esta  ciudad  del  Cuzco*  De  not-he 
eran  tantos  los  fne^ofs  (pie  no  parecía  sino  un  cielo  mui  ví* 
Vtiz  lleno  de  esitrellas.  Era  tanta  la  gritería  í  la  vocería  f|iK 
había  f|ue  todos  estábamos  atónitos"  *\  Bf  sitio  comen?/* 
a  principios  de  febrero  de  1Í13G-  Los  españoles  tenia  n  ménós 
de  200  lionibres  entre  infantes  ¡jinetes»  i  cerca  de  1 ,000  in- 
d  i  os  a  u  si !  í  a  re  s .  Lo  s  pe  r  u  íi  n  o ;;  des  |  >  1  ega  ro  n  c  o  es  t  a  oca  si  o  n 
un  valor  de  que  no  se  les  crcia  capaces^,  i  grande  habilidad 
militar  no  snJo  para  emplear  los  elementos  de  *^€rra  que 
po petan  sino  taml>¡en  para  uí^ar  las  armas  i  la   táctica  tic 
los  europeos.  Formábanse  en  escuadrones  compactos,  usa- 
lian  las  espadas,  picas  i  adargas  quitadas  a  los  españoles  i 
construyeron  sólidas  lanzas  guarnecidas  de  puntas  de  co* 
h  re ,  A  t gu  n  os  a  \ >re  n  rl  i e ro n  a  m  a  n ej  a  r  las   a  rm as  d  e  fu egr * ,  i 
otríís,  entre  Icjs  cuales  estaba  el  misimo  inca,  montaban  los 
caballos  quitados  a   ios  castellanos  i  cargaban   resuelta- 
mente. 

Pero  estos  ensayos  no  habrian  valido  gran  cosa  sin  la 
gran  su}»erioridad  numérica  de  los  peruanos  i  sin  el  empleo 
de  otras  armas  a  que  estaban  mas  acostumbrados.  *'Un  dia 
de  mañana,  agrega  Pedro  Pizarro,  empezaron  a  poner  fuego 
por  todas  partes  al  Cuzco,  i  con  este  fuego  fueron  ganando 
mucha  parte  del  pueblo  haciendo  palizadas  en  las  calles 
para  que  los  españoles  no  pudieran  salir  contra  ellos.  Nos 
recojimos  a  la  plaza  i  a  las  casas  que  junto  a  ella  estaban, 
i  aquí  estuvimos  todos  recojidos  i  en  la  plaza  en  toldos, 
porque  todos  lo  demás  del  pueblo  tenían  los  indios  tomado 
i  quemado;  i  para  quemar  estos  aposentos  donde  estába- 


la Rvíncion  riel  descubrimiento  i  conquista  del  Perú,  escrita  por 
Pkdro  PiZAUkí).  p.iricntc  del  gobernador  i  publicada  en  la  CoA»c- 
cion  de  dftcumentos  inéditos  para  la  historia  de  España,  tomo  V, 
páj.  289. 


FARTM    SKOrNDA. — CAPÍTULO    XV  431 

inos,  hacían  im  ardid  que  era  tomar  varias  piedras  redon- 
das i  echallas  en  el  fiieo^o  i  hacellas  ascuas;  envolvíanlas  en 
unos  algodones  i  poniéndolas  en  hondas,  las  tiraban  a  las 
casas  donde  no  alcanzaban  a  poner  fuego  con  las  manos, 
i  ansi  nos  quemaban  las  casas  sin  entendello;  otras  veces 
con  flechas  encendidas  tirándolas  a  las  casas  que  como  eran 
de  paja  luego  se  encendian.'' 

Los  españoles  desplegaron  en  este  conflicto  su  acostum- 
brado valor.  Como  los  indios  se  hubieran  apoderado  de 
una  fortaleza  situada  en  una  altura  desde  la  cual  hacían  mu- 
cho mal  a  los  defensores  del  Cuzco,  resolvió  Hernando  Pí- 
zarro  arrojar  al  enemigo  de  aquella  ventajosa  posición.  Al 
efecto,  dispuso  que  su  hermano  Juan  hiciera  una  salida 
por  aquella  parte;  pero,  apesar  del  val  :»r  que  en  este  ataque 
desplegaron  los  castellanos,  fueron  rechazados  por  los  in- 
dios. Juan  Pizarro,  herido  en  el  asalto  de  una  pedrada  en  la 
cabeza,  sucumbió  pocos  días  después. 

El  sitio  se  prolongó  algún  tiempo  mas  con  ataques  fre- 
cuentes i  terribles  en  que  se  distinguieron  algunos  capita- 
nes, i  particularmente  Gonzalo  Pizarro,  hermano  del  go- 
bernador. Los  cronistas  castellanos  atribuyen  la  salvación 
de  los  sitiados  a  la  protección  del  cielo.  ^^  Después  de 
cinco  meses  de  sitio,  en  agosto  de  1536,  la  plaza  resistia 
aun;  pero  los  sitiadores  comenzaron  a  lemer  que  prolon- 
gándose las  operaciones  militares  no  podrian  hacer  sus 
siembras,  i  se  verian  atacados  por  el  hambre,  enemigo  mas 
formidable  todavía  que  los  mismos  españoles.  El  inca  se 
resolvió  a  levantar  el  sitio  temporalmente,  dejando,  sin 
embargo,  una  fuerte  columna  para  el  resguardo  de  su  per- 
sona. Con  esta  fué  a  colocarse  a  una  fortaleza  denominada 
Tambo,  donde  se  vio  en  breve  atacado  por  los  castellanos. 
Sin  embargo,  las  ventajas  de  la  posición  elevada  en  que 
esta  fortaleza  estaba  construida  i  el  vigor  de  sus  defenso- 
res, obligaron  a  los  castellanos  a  volver  al  Cuzco. 


14  De  esta  misma  opinión  participa  Pedro  Pizarro,  testigo  i  ac- 
tor en  las  operaciones  de  este  memorable  sitio,  que  lo  ha  descrito 
con  prolijidad  i  animación  en  la  relación  antes  citada. 


4RÍ  mwmiu\  im  wxkmv.A 


La  insurrcccitjti  penmiia  hal)ia  sido  Jeneral.  El  goberna- 
dor Fizarro  se  liabia  halladucn  Linunncnmunicadoconsus 
ca|iitane£,  i  Iiabia  petlitlo  rel'aiM  150^  a  las  eoloaiai?  del  norte 
i  aan  a  Pedro  de  Al  varado  que  gobernaba  todavía  en  Gua- 
temala; pero  miétitras  llegaban  estos  auslHos,  los  indius  ^e 
mostraban  cada  día  nins  insolentes,  i  la  rubia  deloscs|>añO' 
les  parcela  mas  próxima. 

9.  Almagro  se  apddsha  nin.  Cubico;  fíiixcipio  ue  ua 
GUERRA  CIVIL.  —  Tal  era  el  jstado  en  que  se  hallaba  el 
Perú  cuando  llegó  Almíigru  de  vuelta  de  su  cspedieion  a 
Chile*  Las  primeras  notieinü  que  recibió  a  eerea  de  la  in- 
ísureceJQU  de  Manco  eran  todavía  itias  tristes  qu^  la  fe«li> 
tlad,  Se  le  anuncio  la  destnicéion  de  todas  las  colonias  es* 
pan  o  las  dei  Perúi  que  los  indios  habían  rlado  muerte  a 
Francisco  Pizarro  i  a  muchos  otros  castellaa  oís,  i  tjue  s61o 
un  puñado  de  valientes  defendía  todavía  hipUuade]  Cuzco, 

Ahnagro  deploró  estos  sucesos,  1  lloró  a  mar  flamen  te  la 
muerte  dcsastnisa  de  su  compaficro  Pi^arro.  Kn  mar^^o  de 
1537  se  hallaba *en  Arequipa^  a  70  leguas  de  la  ciudad  si- 
tiada; i  al  acercarse  al  Culeco,  en  awsilio  de  sus  compa* 
triotas,  despachó  emi'ín ríos  ni  Íhím  Mínief^  pnra  avisirle 
que  llegaba  con  un  considerable  refuerzo  de  tropas  i  para 
pedirle  que  suspendiera  las  hostilidades  ¡  diera  buen  trata- 
miento a  los  prisioneros  hasta  que  él  llegase  a  poner  arreglo 
en  todo  i  a  reparar  los  agravios  que  se  le  hubieran  inferido. 
Hernando  Pizarro,  que  ni  aun  en  medio  de  su  apurada  situa- 
ción deponia  sus  odios  i  sus  desconfianzas, temió  que  Al  magro 
se  pusiera  de  acuerdo  con  el  inca  para  hacer  valer  sus  pre- 
tensiones, i  trató  de  embarazar  la  negociación  que  con  tan- 
ta buena  fe  habia  iniciado  aquel.  Manco,  por  su  parte,  crc- 
vó  que  eran  tan  enemigos  de  su  imperio  los  soldados  que 
llegaban  de  Chile  como  los  defensores  del  Cuzco,  i  prepa- 
ró un  ataque  de  sorpresa  al  campamento  de  Almagro.  Pero 
el  valiente  capitán  no  se  descuidaba  jamas;  i  después  de 
rechazar  a!  ejército  del  inca  causándole  gran  pérdida,  se 
adelantó  sin  dificcltad  hasta  las  puertas  del  Cuzco. 

Almagro  creia  de  buena  fe  rpie  la  capital  del  imperio  es- 


PARTE   SEGUNDA.— CAPÍTULO    XV  433 

taba  dentro  de  los  límites  fijados  por  el  reí  a  su  goberna- 
ción. Eran  tan  confusos  los  conocimientos  que  los  castella- 
nos tenían  de  la  jeografía  del  Perú,  i  era  tan  difícil  que  los 
soldados  incultos  de  la  conquista  pudiesen  fijar  esos  límites 
según  los  grados  de  latitud  de  que  hablaba  la  real  provi- 
sión; que  ni  los  partidarios  de  Almagro  ni  los  de  Pizarro 
podian  decir  con  certidumbre  plena  a  cual  de  los  dos  co- 
rrespondía aquella  ciudad.  Almagro,  sin  embargo,  la  re- 
clamaba para  sí;  pero  Hernando  Pizarro  se  negó  a  entre- 
garla. Los  dos  jefes  estuvieron  a  punto  de  dirimir  la  cues- 
tión con  las  armas,  cuando  por  interposición  de  algunos 
amigos  de  ambos,  aplazaron  la  resolución  de  este  asunto 
hasta  oir  el  parecer  de  algunos  pilotos  instruidos  en  cosmo 
grafía.  Hernando  Pizarro  debia  quedar  en  el  Cuzco,  pero 
se  com{:rometi6  formalmente  a  no  tomar  ninguna  medida 
militar.  A  pesar  de  esto,  pocos  dias  después  comenzó  a  re- 
parar las  fortificaciones  i  a  cortar  algunos  puentes. 

Los  compañeros  de  Almagro  no  pudieron  tolerar  esta 
infracción  del  convenio.  Sabían  que  entre  los  defensores  de 
la  plaza  tenian  algunos  amigos,  i  resueltos  a  no  pasar  la 
estación  de  las  lluvias  a  v!ampo  raso,  mientras  sus  adver- 
sarios estaban  recojidos  en  los  buenos  cuarteles  de  la  ciu- 
dad, resolvieron  penetrar  en  ella  a  viva  fuerza.  En  efecto, 
el  8  de  abril  de  1537,  durante  una  noche  tempestuosa,  Al- 
rxiagro  sorprendió  los  centinelas  enemigos  i  se  apoderó  del 
Cuzco.  Hernando  Pizarro  estaba  encerrado  dentro  de  una 
casa  donde  fué  vigorosamente  defendido;  pero  el  capitán 
Orgóñez  prendió  fuego  \l  edificio  i  obligó  a  Pizarro  i  a  sus 
compañeros  a  rendirse  a  discreción.  Al  dia  siguiente,  Al- 
magro fué  reconocido  por  el  cabildo  como  gol^ernador  de 
la  ciudad.  Hernando  í  Gonzalo  Pizarro  quedaron  encerra- 
dos en  una  estrecha  prisión. 

La  guerra  civil  había  comenzado.  El  primer  golpe  de 
mano  coscó  la  vida  a  dos  o  tres  españoles:  pero  todo  anun- 
ciaba escenas  mas  sangrientas  aun  para  lo  futuro.  Fran- 
cisco Pizarro  había  recibido  los  refuerzos  que  esperaba,  i 
organizado  una  columna  de  500  hombres  bajo  el  mando 

TOMO   I  28 


de  Alonso  de  Al  varado,  cíi  pitan  de  mucha  reputación,  con 
encargo  de  socorrer  el  Cuzco.  Cuando  este  jefe  creía  mar. 
char  sólo  contra  los  indios  sublevados,  recibió  los  mensa- 
jes de  Almagro  que  le  anunciaban  la  ocupación  de  la  ca- 
pital, manifestándole  sus  deseos  de  atraerlo  a  su  parti- 
do. ^^  Alvarado  se  mantuvo  fiel:  apresó  a  los  emisarios  de 
Almagro  i  marchó  resueltamente  al  sur  dispuesto  a  pene- 
trar en  el  Cuzco  a  viva  fuerza*  En  las  orillas  del  rio  A  ban- 
cal encontró  a  los  soldados  de  Aiinagro  resueltos  a  impe- 
dirle el  paso.  Las  tropas  de  Alma^^ro  eran  fnenores  en 
número,  pero  estaban  mandadas  por  capitanes  de  grande 
habilidad.  Entretuvieron  al  ejército  de  Alvarado  con  va- 
rios movimientos;  i  haciendo  pasar  el  rio  a  un  fuerte  desta- 
camento durante  la  noche,  lograron  dispersar  las  fuer- 
zas de  Alvarado  i  tomarlo  prisionero  con  algunos  de  sus 
principales  oficiales  (12  de  julio  de  1537). 

10,   Batalla  de  las  Salinas, — El  gobernador   Pizarro 
BQ  tuvo  noticia  de  la  vuelta  de  Almagro  de  su  campaña  de    . 
Chile  sino  cuando  llegaron  a  Lima   los  fuj  i  ti  vos  de   Aban-    ' 
cai.    Supo    entonces  que  su  antiguo  compañero  se  había 
apoderado  del  Cuzco,  que  mantenía  prisioneros  a  sus  her- 
manos i  que  habia  dispersado  el  ejército  que  con  tantos 
trabajos  habia  logrado  poner  sobre  las  armas.   En  tan  an 
gustiada  situación,  i  temiendo  sobre  todo  por  la  suerte  de 
Hernando  Pizarro,  que  era  odiado  por  Almagro  i  los  su- 
yos, determinó  finjir  que  buscaba  un  avenimiento  pacífico. 
Pizarro  sabia  demasiado  bien  ganar  tiempo  en  inútiles  ne- 
gociaciones cuando  no  contaba  con  los  elementos  necesa- 
rios para  hacer  la  guerra. 

Almagro,  por  el  contrario,  estaba  satisfecho  con  su 
triunfo,  i  creia  que  nada  tenia  ya  que  temer.  Sus  oficiales, 
i  sobre  todo  Rodrigo  Orgóñez,  capitán  de  gran  talento  i 

L'i  Prescütt  refiere  que  Alvarado,  cuando  recibió  los  emisarios 
de  Almagro,  se  hallaba  en  Jauja,  a  trece  leguas,  agrega,  de  la  ciu- 
dad del  Cuzco.  Basta  mirar  una  carta jeográfíca  del  Perú  para 
comoccr  el  error  en  la  indicación  de  esta  distancia,  error  tipográ- 
£co  tal  vez. 


PARTE    8BGUNDA. — CAPÍTULO    XV  435 

de  mucha  resolución,  no  cesaban  de  aconsejarle  que  toma- 
ra medidas  decisivas  i  enérjicas.  Representábanle  que  sólo 
la  audacia  podia  sacarlo  bien  de  la  situación  en  que  se 
hallaba  metido,  i  le  pedian  que  quitara  la  vida  a  los  dos 
Pizarros,  a  Alonso  de  Alvarado  i  a  todos  los  prisioneros 
que  no  pudiera  ganarse  i  que  marchara  inmediatamente 
sobre  Lima  sin  dar  tiempo  a  que  el  gobernador  pudiera 
aprestarse  para  la  defensa.  Almagro,  tan  valiente  en  el 
campo  de  batalla,  no  tuvo  resolución  para  adoptar  este 
consejo,  que  sin  duda  alguna  lo  habría  sacado  de  embara- 
zos. Su  corazón  noble  i  jeneroso  no  aceptaba  que  se  derra- 
mase la  sangre  de  los  Pizarros,  los  hermanos  de  su  anti- 
guo amigo  i  compañero. 

Esta  irresolución  fué  la  causa  de  su  ruina.  Mientras  Al- 
magro hacia  una  esploracion  en  los  valles  de  la  costa, 
Gonzalo  Pizarro,  Alonso  de  Alvarado  i  otros  presos  sobor- 
naron a  sus  guardias  i  se  fugaron  del  Cuzco  tomando  el  ca- 
mino de  Lima.  Almagro  conservaba  aun  en  su  poder  a 
Hernando  Pizarro;  pero  lejos  de  atentar  contra  su  vida, 
llevó  adelante  la  iniciada  negociación  con  el  gobernador. 
En  aquella  lucha,  estaban  de  una  parte  el  artificio  i  la  per- 
fidia, i  de  la  otra  la  franqueza  i  la  buena  fe. 

De  este  modo,  mientras  Almagro  trataba  con  los  emisa- 
rios de  Pizarro,  éste  levantaba  diversos  procesos  para  re- 
mitir a  la  corte  en  justificación  de  su  conducta,  i  para  acu- 
sar a  su  rival.  En  ellos,  el  gobernador  se  empeñaba  en  pro- 
bar por  medio  de  numerosas  declaraciones,  que  a  él  se  le 
debia  principalmente  la  conquista  del  Perú,  que  Almagro 
habia  llegado  cuando  ésta  estaba  casi  terminada  i  que 
desde  su  arribo  habia  3Ído  la  causa  de  discordias  civiles. 
Pizarro  reunia  así  pacientemente  las  pruebas  con  que  pre- 
paraba el  desprestijio  de  su  antiguo  socio  i  camarada  ante 
el  rei,  que  en  el  último  resultado  debia  dirimir  la  cuestión 
1^.   Carlos  V,  en  efecto,  se  dejó  impresionar  por  esas  prue- 


16  Rn  los  archivos  de  Indias  depositados  en  Sevilla  existen  dos 
voluminosos  cuerpos  que  autos  de  Pizarro  mandó  a  España  para 
acusar  a  su  ríval. 


HISTORIA  DB  AXflUCA 


bas;  i  por  cédula  dada  en  Barcelona  en  14  de  marzo  de 
1538,  mandó  a  Almagro  que  reíítituyera  a  Pizarro  la  du- 
dad del  Cuzco,  **0s  mandamos,  decía,  que  sin   poner  esrii- 
sa  ni  dilación  alguna  dejéis,  tornéis  i  restituyáis   al    dicho 
gobernador   don    Francisco   Pixarro    la  dicha   ciudad  tle! 
Cuzco  i  soltéis  luego  a  Vas  personas  que  tuviéredes  presas/* 
Cuando  esta  real  orden  llegó  al  Perú,  Uks  negocios  de  este 
pais  se  habían  desarrollado  con  admirable  rapidez  i  en  un 
sentido  que  el  rei  no  podía  prever.  Habíase  presentado  en 
el  campamento  de   Almagro   íVai    Francisco  de  Bobadílla, 
provincial  de  la  orden  de   mercenarios;  i  recordándoles  an- 
tiguas relaciones  de  amistad  le  redujo  a  celebrar  una  confe- 
rencia con  Pizarro.  Tuvo  esta  lugar  el  13  de  noviembre  de 
1537,  en  un  punto  de  la  costa  Ihimado   Mala;  pero  ambos 
jefes  se  separaron  mas  descontentáis  que  antes  i  sin  arribar 
a  resultado  alguno.  Se  refiere  que,  en  esta  entrevista,  Fiza- 
rro  tuvo  el  proyecto  de  apoderarse  de  su  rival,  i  que  éste 
fué  advertido  oportunamente  de  la  traición.  Sin  embargo, 
este  denuncio  no  bastó  para  determinar  a  Almagro  a  cam- 
biar de  conducta;  lejos  de  eso,  i  a  pesar  de  las  instancias  de 
sus  consejeros,  persistió  en  tratar  con  Pizarro.   Frai  Fran- 
cisco de  Bobadilla  había  ofrecido  su  mediación  para  resol- 
ver la  diferencias  pendientes,  i  para  poner  término  a  la 
guerra  civil.   El  confiado  capitán  creyó  en  las  amistosas 
promesas,  i  convino  en  que  el  mismo  padre  Bobadilla  fuese 
el  juez  arbitro  que  decidiera  en  sus  pretensiones.  Pizarro  se 
avino  también  a  someterse  a  su  decisión.    Bobadilla,  a 
quien  los  partidarios  de  Almagro  comparaban  con  Judas  i 
aun  con  el  demonio,  reclamó  i  obtuvo  la  libertad  de  Her- 
nando Pizarro,  i  dio  en  seguida  su  sentencia.  Según  ésta, 
Almagro  debia  abandonar  el  Cuzco  a  su  rival  hasta  que 
un  diestro  piloto  determinara  fijamente  la  línea  de  demar- 
cación de  las  dos  gobernaciones.  Esta  resolución  enfureció 
a  Almagro  i  a  sus  compañeros;  i  creyéndose  traicionado, 
declaró  que  estaba  resuelto  a  no  darle  cumplimiento  ^'. 


17  Estos  sucesos  han  sido  prolijamente  referidos  por  dos  testi- 
gos i  actores  que  pertenecían  a  los  bandos  opuestos.  Son  éstos 


PARTE  SEGUNDA. — CAPÍTULO  XV  437 

El  gobernador  no  había  desperdiciado  el  tiempo  que  Air 
magro  había  perdido  en  estas  negociaciones.  Había  reuní- 
do  un  cuerpo  de  tropas  que  pasaba  de  700  hombres;  i  libre 
va  de  los  temores  que  le  causaba  la  prisión  de  su  hermano, 
se  dispuso  para  comenzar  la  guerra.  Hernando  Pizarro 
que  habia  salido  en  libertad  bajo  palabra  de  honor  i  bajo 
juramento  de  partir  para  España,  tomó  el  mando  de  las 
tropas,  i  a  su  cabeza  se  puso  en  marcha  para  el  sur. 

Almagro  conoció  entonces  el  error  que  había  cometido 
al  tratar  con  los  Fizarros.  Su  salud  quebrantada  por  los 
años  i  mas  que  todo  por  las  enfermedades  producidas  por 
los  desarreglos  de  su  primera  juventud,  le  impedia  mandar 
personalmente  sus  soldados,  i  lo  obligó  a  ponerlos  bajo  las 
órdenes  del  valiente  i  leal  Orgóñez.  La  primera  medida  de 
éste,  fué  apoderarse  de  los  desfiladeros  de  una  cadena  de 
montañas  denominada  Guitara  que  circunda  el  valle  en 
que  Almagro  tenia  sus  tropas;  pero  los  enemigos  habían 
atravesado  los  desfiladeros  i  seguían  su  marcha  hacia  el 
sur.  Almagro, cuyas  tropas  montaban  sólo  a  500  hombres, 
se  vio  precisado  a  retirarse  precipitadamente  hacia  el 
Cuzco. 

Hernando  Pizarro  siguió  su  camino  por  la  costa  hasta 
el  puerto  de  Nasca;  i  cambiando  allí  de  dirección,  se  enca- 
minó por  en  medio  de  las  cordilleras  que  se  levantan  al 
oriente  hacia  la  capital  del  imperio.  Los  dos  ejércitos  se 
avistaron  en  la  tarde  del  5  de  abril  en  una  llanura  situada 
a  una  legua  del  Cuzco,  i  denominada  de  las  Salinas  por  los 
españoles.  Sólo  un  riachuelo  los  separaba.  Los  contendien- 
tes pudieron  comparar  sus  fuerzas:  las  tropas  de  Pizarro 
eran  superiores  en  número  i  contaban  ademas  con  mejores 


Pedro  Pizarko,  pariente  i  pardal  del  gobernador,  en  su  Relación, 
publicada  en  ti  tomo  V  de  la  Colección  de  documentos  inéditos 
para  la  historia  de  Bspaña/\  don  Alonso  Enrique  de  Guzman,  par- 
tidario decidido  de  Almagro,  en  su  Vida  antes  citada,  que  han  des- 
conocido todos  les  historiadores. — Fs  curioso  comparar  la  na- 
rración de  los  mismos  sucesos  comunicadas  por  órganos  tan 
diversos. 


433  mSTORIA   DB    A.1IÉRICA 


armas  que  las  de  sus  adversarios:  Almagro  poseía  200 
hombres  menos,  pero  tenia  mejor  caballería.  Lasntttiras 
inmediatfis  estaban  cubiertas  por  tina  inmensa  multitud 
de  indios,  que  liabian  acudido  desde  tejos  deseosos  de  ver  el 
combate.  Ambos  ejércitos  pasaron  la  noche  a  la  vista  sin 
que  en  ninguno  de  los  dos  campos  se  hiciera  oir  una  pala- 
bra de  paz. 

Ai^amanecer  del  siguiente  rlia  ñ  de  abril  de  1538  ^^,  el 
toque  de  ías  trompetas  puso  sobre  las  armas  a  los  solda- 
dos. Pocos  momentos  después,  Pizarro  movió  sus  tropas 
para  atacar  a  los  contrarios;i  por  un  momento  experimen- 
taron éstas  cierto  desorden  en  el  pa?o  del  riachuelo  a  causa 
de  los  estragos  que  en  sus  filas  hacia  la  artillería  de  Or^ó- 
ñcí;  pero  repuestos  de  su  sorpresa,  gracias  a  un  oportuno 
mov^imiento  de  los  arcabuceros,  los  soldados  de  Pizarro 
empeñaron  el  combate  resueltamente.  La  acción  no  alcan- 
zó a  tlurar  dos  horas.  La  superioridad  délas  armas  i  del 
número  decidieron  la  victoria  sobre  el  valor  heroico  de  Or- 
góñez  i  sus  com  pane  ros.  Los  contemporáneos  calculan  en 
mas  de  200  el  número  de  los  muertos;  pero  muchos  de  és- 
tos sucumbieron  nó  en  el  combate,  sino  después  de  pronun- 
ciada la  derrota.  Los  soldados  de  Pizarro  persiguieron  a 
los  enemigos  con  un  furor  estraordinario,  acuchillándolos 
inhumanamente  i  ejerciendo  en  ellos  atroces  venganzas.  El 
bizarro  Orgóñez  fué  asesinado  después  de  la  batalla,  e  igual 
suerte  corrieron  muchos  otros  capitanes  i  soldados. 

11.  Juicio  I  MUERTE  DE  Almagro Almagro  habia  pre- 
senciado la  batallaenunaalturainmed¡ata,cargadoporlos 
indios  en  unas  parihuelas.  BI  mal  estado  de  su  salud  no  le 
habia  permitido  tomar  parte  en  la  pelea.   Pronunciada  la 


19  Algunos  historiadores  fijan  la  fecha  de  esta  batalla  en  26 
de  abril,  pero  Alonso  Henríquez  de  Guzman  testigo  i  actor  en  tstos 
sucesos  señala  la  fecha  de  6  de  abril. — Oviedo  i  Garcilaso  clan  esta 
misma  fecha.  En  una  carta  del  obispo  de  Panamá,  frai  Tomas 
de  Berlanga,  al  reí  dice  que  la  batalla  fué  como  el  8  de  abril.  Pres- 
cott.  que  no  conoció  estos  documentos,  dice  26  de  abril. 


PARTE   SEGUNDA. CAPÍTULO    XV  439 

derrota,  su  amigo  don  Alonso  Henríquez  de  Guzman  le 
aconsej'ó  que  se  retirara  para  librarse  de  la  matanza;  i  en 
efecto,  se  encerró  en  la  fortaleza  del  Cuzco.  Allí  se  rindió  al 
capitán  Gonzalo  Pizarro,  i  fué  trasportado  a  una  prisión. 

En  el  primer  tiempo,  Hernando  Pizarro  prodigó  al  pri- 
sionero todo  jénero  de  atenciones,  haciéndole  entender  que 
en  breve  lo  despacharia  al  campo  de  su  hermano  Francisco, 
si  éste  no  llegaba  antes  al  Cuzco.  Almagro  tenia  un  hijo 
natural,  nacido  en  Panamá,  llamado  también  Diego.  Her- 
nando Pizarro  atendió  particularmente  a  ese  joven,  i  lo 
mandó  cerca  del  gobernador,  el  cual  lo  recibió  como  si  fuera 
su  propio  hijo.  De  este  modo,  a  pesar  de  verse  reducido  a 
una  estrecha  prisión,  Almagro,  franco  i  crédulo  en  la  des- 
gracia como  lo  habia  sido  en  la  prosperidad,  creia  que  su 
antiguo  compañero  conservaba  por  él  la  estimación  de  otra 
época. 

Sin  embargo,  Hernando  Pizarro  habia  mandado  ins- 
truir un  proceso  contra  el  infeliz  Almagro.  Acusábasele  de 
haberse  apoderado  del  Cuzco  a  viva  fuerza,  de  haber  he- 
cho armas  contra  el  gobernador  i  comunicádose  con  los 
in  lios.  Hernando  abreviaba  las  fórmulas  del  procedimien- 
to, que  debian  ser  mui  engorrosas  en  aquella  época,  pues- 
to que  se  necesitaron  tres  meses  para  verlo  terminado. 
En  contra  del  vencido  declararon  oficiales  i  soldados,  i  el 
espediente  **se  hizo  tan  alto  como  hasta  la  cintura  de  un 
hombre,"  dice  un  testigo  de  vista  i^. 

Pero  si  el  odio  i  el  temor  hicieron  aparecer  muchos  ene- 
migos a  Almagro,  no  faltaron  partidarios  suyos  que  qui- 
sieran libertarlo.  Parece  que  los  padres  mercenarios  que 
acababan  de  establecerse  en  el  Cuzco,  trataron  de  abrir  un 
forado  subterráneo  para  arrancar  a  Almagro  de  la  prisión. 
Algunos  capitanes  pensaban  en  libertarlo  a  viva  fuerza. 
Hernando  Pizarro,  que  tenia  conocimiento  de  todo  esto, 
aprovechó  los  rumores  de  sublevación  para  redoblar  la 
víjilancia  i  acelerar  la  terminación  del  juicio.  El  8  de  julio 


19  Vida  de  don  Alonso  Hearíquez  de  Guzman. 


p 


de  1538  fué  firmada  la  sentencia  de  Alma^rOp  e  ¡nmediata* 
mente  pasó  a  su  prisión  Hernando  Pizarro  para  notificar- 
Hela.  Según  ella,  debía  sufrir  la  prna  de  garrote  pcKras  horas 
después  por  el  crimen  íle  traición. 

El  valiente  capitán  no  podía  comprender  lo  que  pasal>a. 
Su  ánimo  lo  abandonó  eo  aquel  trance;  i  al  oir  de  boca  de 
Hernando  Pizarro  que  se  le  negaba  el  derecho  de  apelación, 
cayó  de  rodillas,  i  con  los  ojos  bañados  en  lágrimas,  le  pi* 
d¡6  que  se  le  perdonase  la  vida  recordando  la  jenerosidad 
con  que  lo  había  tratado  poco  meses  antes  cuando  lo  tuvn 
prisionero.  **Señor,  contesto  Pizarro,  na  h ajeáis  esas  baje- 
zas, morid  tan  valerosamente  como  hahcis  vivido,  que  no 
es  de  caballeros  el  humillai^e.'*  El  desventurado  anciano 
contestó  que  tcmia  a  la  muerte  como  hombre,  pero  no  tan- 
to por  sí  como  por  los  amigos  que  dejaba  i  cuya  pérdida 
creía  segura;  pero  Hernando,  sin  moverse  a  piedad,  se  reti- 
ró del  calabozo  dando  las  órrlenes  para  la  ejecución  del 
prisionero.  Almagro  se  preparó  a  nnírir  como  cristia- 
no i  dictó  su  testamento  dejando  ni  reí  por  heredero  de  casi 
todos  sus  bienes.  Pocas  horas  después,  la  sentencia  fué  eje* 
ciitada  en  el  calabozo.  En  seguida  el  cadáver  fué  sacado  a 
la  plaza  pfiblica  para  ser  decapitado,  mientras  el  pregone- 
ro anunciaba  la  sentencia  que  Hernando  Pizarro  mandaba 
ejecutar  en  nombre  del  rei  20. 

12.  Castigo  de  Hernando  Pizarro.— Cualesquiera  que 
fuesen  las  faltas  cometidas  por  Almagro,  la  noticia  de  su 
prisión  i  de  su  proceso  produjo  una  jeneral  indignación. 
Francisco  Pizarro  se  habia  mantenido  lejos  del  Cuzco,  co- 
mo si  no  supiera  lo  que  pasaba  en  aquella  ciudad  i  el  peli- 
gro que  corría  su  antiguo  compañero.  Dispuso  desde  luego 
que  se  suspendiera  la  salida  de  todo  buque  de  los  puertos 
del  Perú  para  evitar  así  que  la  noticia  de  la  guerra  civil  i 


20  Alonso  Henríquez  de  Guzman  es  el  escritor  que  ha  dado  mejo- 
res noticias  acerca  de  la  muerte  de  Almagro.  La  fecha   de  esta 
ejecución  ignorada  por  la  mayor  parte  de  los  historiadores,  está 
consignada  en  su  curioso  libro  que  hasta  ahora  permanece   iné- 
.  Henríquez  de  Guzman,  ademas,  inserta  en  sus  memorias  dos 


PARTB   SEGUNDA. CAPÍTULO    XV  441 

del  proceso  de  Almagro  llegase  a  las  otras  colonias.  Sin 
embargo,  aunque  todo  hace  creer  que  Hernando  procedia 
según  sus  órdenes,  la  historia  no  puede  decir  terminante- 
mente que  el  gobernador  Pizarro  ordenó  la  muerte  de  su 
compañero  Almagro.  "^^ 

El  gobernador,  cuando  supo  que  Almagro  habia  sido  eje- 
cutado,  se  puso  en  marcha  para  el  Cuzco,  haciendo  osten- 
tación de  un  profundo  sentimiento.  Sin  embargo,  entró  a 
la  capital  como  vencedor,  con  grande  aparato  militar,  i  en 
todas  sus  providencias  manifestó  un  altanero  desprecio  por 
la  jente  de  Chile,  nombre  que  se  daba  a  los  partida^rios  del 
distinguido  capitán  que  hizo  la  primera  espedicion  a  este 
pais.  Hernando  Pizarro  entregó  a  su  hermano  el  mando  de 
la  ciudad;  i  después  de  haberle  aconsejado  que  desconfiara 
siempre  de  los  almagristas,  i  de  haber  reunido  sus  tesoros, 
se  puso  en  marcha  para  España  a  principios  de  1539,  con 
el  objeto  de  informar  al  rei  acerca  de  los  últimos  sucesos  del 
Perú. 


piezas  poéticas  de  algún  mérito,  compuestas  en  el  Cuzco  i  desti- 
nadas a  referir  el  proceso  i  muerte  del  desventurado  Almagro. 
Como  una  muestra  de  una  de  esas  piezas  copiamos  los  versos 
siguientes  con  que  el  poeta  pinta  el  dolor  de  los  indios  por  la  eje- 
cución del  capitán  que  en  muchas  ocasiones  habia  sido  su  pro- 
tector: 

Los  indios  hacen  endechas. 
Comienzan  a  lamentar: 
Dicen:  muerto  es  nuestro  padre 
¿Quién  nos  ha  de  reparar? 
Sepa  estas  cosas  el  rei 
Váyanselas  a  informar. 
Otras  palabras  decían 
Mostrando  mui  gran  pesar. 
Tales  cuales  que  entendidas 
Provocaban  a  llorar. 

-1  RoB£RTSON,  jeneralmente  mui  bien  informado  en  los  sucesos 
que  refiere  en  su  excelente  Historia  de  América,  parece  creer  (libro 
VI)  que  Francisco  Pizarro  estaba  en  el  Cuzco  a  la  época  de  la 


A  pesar  de  las  precauciones  que  Pizarro  había  tomado 
para  que  no  se  divulgase  en  las  otras  colonias  la  noticia  de 
la  prisión  i  proceso  de  Almagro,  en  Panamá  las  autortdadis 
conocían  el  suceso  i  estaban restieí tas  a  proceder  contra  los 
autores.  Hernando  Pia^arro,  sospechando  esto,  se  dirijió  a 
la  costa  de  Méjico,  ere  vendo  que  este  rodeo  lo  salvaría 
de  toda  persecución.  Fué,  sin  embargo,  apresado  i  condu- 
cido a  la  capital;  pero  el  vireí  don  Antonio  de  Mendoza  ere* 
yéndose  sin  facultades  para  proceder  contra  él,  le  permitió 
continuar  su  viaje.  Sus  amigos  de  España,  prevenidos  de 
antemano,  Ic  habian  preparado  el  terreno  para  acercarse 
al  rei;  pero  con  todo,  en  Val  lado  lid  fué  recibida  fríamente,  i 
luego  perseguido  con  estraordinaría  severidad. 

Casi  a!  mismo  tiempo  que  él,  llegaron  a  España  dos  acu- 
sadores, Diego  de  Al  varado  i  don  Alonso  Henríquez  de  Gnz 
man,  que  habían  servido  en  el  Peni  bajo  las  órdenes  de  Alma* 
gro.  El  primero  emplazó  a  Hernando  Pizarro  para  un  com- 
bate singular,  **pero  todo  lo  atajó  la  repentina  muerte  de 
Alvarado,  dice  el  cronista  Herrera,  que  sucedió  luego  en 
cinco  dias^  no  sin  so*? pecha  de  veneno/'  Henríquez  de  Giíz* 
man,  como  alhacea  de  Almagro,  prosiguió  en  la  corte  sus 
reclamaciones;  i  aunque  el  Consejo  de  Indias  no  se  atreviera 
a  resolver  nada  en  definitiva  sobre  los  últimos  sucesos,  en 
vista  de  las  noticias  oscuras  i  contradictorias  que  se  presen- 
taban, decretó,  sin  embargo,  la  prisión  de  Hernando  Piza- 
rro (1540).  Retenido  primero  en  el  alcázar  de  Madrid,  i 
trasladado  en  seguida  a  un  castillo  de  Medina  del  Campo, 
el  vencedor  de  las  Salinas  pasó  mas  de  veinte  años  sepulta- 
do en  un  calabozo  i  olvidado  de  los  hombres.  Hernando 
Pizarro  llegó  a  ser  un  objeto  de  compasión  masque  de  odio; 
i  en  1560,  Felipe  n  mandó  ponerlo  en  libertad.  Todavía  so- 
brevivió mucho  tiempo  mas:  falleció  a  la  edad  de  cien  años, 
cuando  habian  desaparecido  sus  enemigos  i  rivales  i  cuan- 


ejecución  de  Almagro,  i  que  con  él  cerebro  éste  la  entrevista  que 
tuvo  con  Hernando  antes  de  morir.  No  sé  cómo  ha  podido  caer 
en  este  error. 


PARTE   8BQUKDA. CAPÍTULO   XV  443 

do  el  recuerdo  de  las  guerras  civiles  del  Perú  se  habia  bo- 
rrado casi  completamente.  ^^ 

La  acción  del  rei  para  castigar  la  muerte  de  Almagro  no 
pasó  mas  allá  de  la  prisión  de  Hernando  Pizarro.  Sea  por 
deferencia  hacia  el  conquistador  del  Perú,  sea  por  temor  de 
que  Pizarro  se  alzara  en  aquellas  apartadas  rejiones,  Carlos 
V  lo  conservó  en  el  gobierno  que  le  habiaconfiado.  Limitóse 
sólo  a  mandar  un  comisionado  especial  con  encargo  de 
hacer  investigaciones  referentes  a  aquellos  sucesos,  al  trato 
de  los  indios  i  a  todo  lo  concerniente  a  la  administración 
de  la  .colonia.  Cristóbal  Vaca  de  Castro,  majistrado  de  la 
audiencia  de  ValladoHd,  notable  por  su  rectitud  i  por  su 
intelijencia,  fué  encargado  de  esta  misión.  Aunque  su  título 
era  sólo  de  comisionado  real,  llevaba  consigo  el  nombra- 
miento de  gobernador  del  Perú,  que  sólo  debia  manifestar 
en  caso  que  hubiese  muerto  Pizarro.  Los  acontecimientos 
revelaron  en  breve  el  tino  con  que  se  habia  previsto  esta 
última  continjencia. 


22  Francisco  Caro  ve  Torres  en  su  Historia  de  las  órdenes  de 
c£íbaUeríaj  escrita  bajo  los  auspicios  de  don  Fernando  Pizarro  i 
Orellana,  nieto  del  célebre  Hernando  Pizarro,  ha  publicado  va- 
rios documentos  de  algún  ínteres  sóbrelas  relaciones  que  éste  man- 
tuvo con  el  rei  durante  su  prisión.  Garcilaso,  que  también  habla  de 
ella,  dice  que  fué  puesto  en  libertad  en  1562,  contra  lo  que  aparece 
en  otros  documentos. 

Hernando  Pizarro  se  casó  con  doña  Francisca,  hija  natural  de 
su  hermano  el  gobernador.  Su  nieto  obtuvo  el  título  de  marques 
de  la  Conquista. 


CAPITULO    XVI. 
«nerras  «rivlles  de  Ioh  conqalstadores  del  Perú. 

(1540-1548) 


I 


Espedicion  de  Gonzalo  Pizarro  a  las  rejiones  orientales.— 2. 
Muerte  de  Francisco  Pizarro. — 3.  Gobierno  de  Vaca  de  Castro; 
segunda  guerra  civil.— 4.  El  virrei  Blasco  Núñez  Vela;  nuevas 
ordenanzas  sobre  los  indios. — 5.  Sublevación  de  Gonzalo  Piza- 
rro; tercera  guerra  civil.— 6.  Batalla  de  Añaquito. — 7.  Misión 
de  Pedro  de  la  Gasea.  —  8.  Trabajos  de  La  Gasea  en  el  Perú.  — 9. 
Batalla  de  Xaquixáguana;  castigo  de  los  rebelde.s — 10.  Pacifi- 
cación del  Perú. 


.  EsPEDiciON  DE  Gonzalo  Pizarro  a  las  rejiones  orien- 
tes.—Desde  que  Francisco  Pizarro  quedó  constituido  en 
:o  gobernador  del  Perú,  se  contrajo  especialmente  a 
ninar  la  conquista  i  a  reglamentar  la  administración  de 
olonia.  El  inca  Manco  se  mantenía  aun  en  las  montañas 
lediatas  al  Cuzco  haciendo  una  guerra  de  emboscadas,  i 
necesario  destinar  fuerzas  considerables  para  impedir 
correrías.  Mientras  tanto,  el  gobernador  fomentaba  los 
abrimientos  mineros,'daba  facilidades  al  comercio  i  fuñ- 
ía nuevas  ciudades.  De  esa  época  datan  Guamanga, 
ircas  i  Arequipa. 

va  afluencia  de  aventureros  que  acudian  de  todas  partes 
aidos  por  la  noticia  de  las  riquezas  del  Perú,  permitió  a 


HIBTORIA    DE 


Pizarro  disponer  mas  remotas  es  pediciones.  Pedro  de  Val- 
divia, hábil  capitán  que  se  habia  distinguido  en  la  organi- 
zación del  ejército  vencedor  en  las  Salinas,  fué  autorizado 
para  emprender  la  conquista  de  Chile.  Gonzalo  Pizarro 
recibió  de  su  hermano  el  territorio  ^e  Quito  con  encargo  de 
esplorar  las  rej iones  del  oriente,  donde»  según  se  decía,  se 
criaba  el  árbol  de  la  canela,  producción  asiática  que  los 
españoles  buscaban  casi  con  tanto  interés  como  los  metales 
preciosos. 

Como  hemos  dicho  mas  atrás,  Sebastian  Benalcázar 
habia  consunmdo  la  conquista  de  aquel  país  i  estableciéodose 
en  la  ciudad  de  Quito.  De  allí  habia  adelantado  sus  espedi- 
ciones  al  norte;  pero  la  suspicacia  de  Pizarro  le  hizo  creer 
que  aquel  capitán  trataba  de  establecer  un  gobierno  propio, 
i  lo  relevó  del  mando  que  le  habia  confiado.  Benalcázar 
habia  continuado  sus  espío  raciones  por  Pasto  i  Popavan, 
i  llegó  a  Bogotá  a  tiempo  que  Jiménez  de  Quesada  i  Feder- 
man,  partidos  de  puntos  opuestos,  se  encontraban  reuni* 
dos  en  un  mismo  lugar. 

La  espedicion  de  Gonzalo  Pizarro  es  una  de  las  mas  me- 
morables que  emprendieron  los  castellanos  en  la  conquista 
del  nuevo  mundo,  no  sólo  por  los  descubrimientos  geográ- 
ficos que  entonces  llevaron  a  cabo  sino  por  los  padecimien- 
tos casi  indescribibles  que  tuvieron  que  soportar.  A  la  cabe- 
za de  350  españoles  i  4,000  indios  ausiliares  salió  de  Quito 
en  los  primeros  dias  de  1540.  Le  fué  preciso  atravesar  mon 
tañas  inaccesibles,  bosques  inmensos  i  pantanos  pestíferos  i 
soportar  el  frió  de  las  alturas  i  el  calor  de  la  zona  tórrida 
La  perseverancia  de  Pizarro  fué  superior  a  tantos  sufrimien 
tos.  Siguiendo  la  corriente  del  rio  Coca,  los  castellanos  tu 
vieron  que  luchar  con  nuevas  dificultades,  con  el  hambre, 
las  enfermedades  i  las  hostilidades  dé  los  salvajes.  Pizarro 
mandó  construir  un  buque  para  trasportar  los  enfermos  i 
i  el  bagaje.  Los  bosques  vecinos  poseían  madera  en  abundan- 
cia, la  resina  de  los  árboles  reemplazó  al  alquitrán,  los  res- 
tos de  sus  vestidos  sirvieron  en  lugar  de  estopa,  i  las  herra- 
duras de  los  caballos  fueron  convertidas  en  clavos.  Después 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XVI  447 

de  dos  meses  de  trabajo,  la  nave  estuvo  presta.  Embarcóse 
en  ella  un  capitán  llamado  Francisco  de  Orellana  con  en- 
cargo de  marchar  adelante  hasta  el  punto  de  reunión  de 
ese  rio  con  otro  mas  grande  que  los  salvajes  llamaban  Ñapo. 
Gonzalo  Pizarro  debia  seguir  su  viaje  por  la  ribera  del 
rio  hasta  juntarse  con  Orellana  en  el  lugar  indicado. 

La  marcha  de  los  espedicionarios  se  continuó  con  idénti- 
cos o  mayores  sufrimientos.  Al  llegar  al  punto  de  reunión 
de  los  dos  ríos,  Pizarro  notó  con  sorpresa  que  la  nave  de 
Orellana  no  estaba  allí;  i  encontró,  ademas,  a  un  castellano 
llamado  Sánchez  de  Vargas  a  quien  los  navegantes  liabian 
dejado  en  medio  de  los  desiertos  bosques.  Por  éste  supo 
que  Orellana  lo  habia  abandonado.  La  ambición  de  ilustrar 
su  nombre  con  una  esploracion  maravillosa,  el  recuerdo 
de  los  sufrimientos  pasados  i  el  deseo  de  hallar  un  campo 
desconocido  para  nuevas  conquistas,  sedujeron  al  intrépido 
Orellana,  haciéndole  olvidar  a  su  jefe  i  a  sus  compañeros 
para  engolfarse  sin  brújula  ni  guia  en  las  corrientes  sem- 
bradas de  peligros  de  aquellos  majestuosos  rios.  Los  esplo- 
radores  hallaron  en  su  navegación  diferentes  tribus  salva- 
jes, belicosas  unas,  pacíficas  i  hospitalarias  otras;  i  desem 
barcando  con  frecuencia  para  proporcionarse  víveres,  pe- 
netraron en  el  Marañon.  Arrastrados  por  la  corriente,  el 
26  de  agosto  de  1541,  después  de  una  navegación  de  1.400 
leguas,  se  encontraron  en  la  entrada  del  océano.  Orellana, 
sin  pensar  en  los  compañeros  que  dejaba  abandonados  en 
las  soledades  de  los  bosques,  no  trató  mas  que  de  volver  a 
Buropa.  Siguiendo  la  prolongación  de  la  costa  hacia  el 
noroeste,  llegó  a  la  isla  de  Cubagua,  donde  los  castellanos 
habian  planteado  un  establecimiento  importante  para  la 
pesca  de  perlas.  De  allí  se  dirijió  a  España.  ^ 

Orellana  se  presentó  en  la  corte  para  dar  cuenta  de  su 
prodijiosa  espedicion.  Pretendia  haber  descubierto  rejiones 


1  Para  apreciar  debidamente  los  padecí mieetos  de  esta  espedi- 
cion es  necesario  consultar  la  relación  de  uno  de  los  espedicionarios 
firai  Tomas  de  Carbajal,  que  permanece  todavía  inédita.  El  acá- 


UÍBTQMÍA    DE   AMÉHICA 


I 


donde  se  levan  taba  o  suntuosos  edificios  í  donde  abundaba 
cl  oro,  i  haber  visto  un  estado  que  poblaban  mujeres  gue 
rreras,  dotadas  de  una  singular  belleza.  Esta  última  inven- 
ción dio  oríjen  al  nombre  de  Amazonas,  con  que  fué  denu- 
minado  aquel  rio*  Cáríos  V  concedió  a  Of^llana  el  gobier-  I 
no  de  las  tierras  que  acababa  de  descubrir;  i  al  efecto  equf 
pó  éste  una  escuadrilla  con  400  hombres  con  que  partió  4c 
San  Lúcar  en  mayo  de  1544-  pero  la  fortuna  había  aban- 
donado  al  intrépido  esplorador,  i  después  de  fatijEías  sin 
cuento,  pereció  oscuramente  en  las  rejíones  qtie  preténdin 
tron  quista  r/" 

Mtéatras  tanto,  Gonzalo  Pizarra,  burlado  en  sus  planes, 
resolvió  dar  la  vuelta  a  Quito*  *'E!  rumbo  para  volver  era 
incierto;  pero  la  vista  tle  la  lejana  cordillera  fijó  la  direc* 
cion*  Algunos  de  los  espedieionarios  iban  tan  débiles  que 
no  pudieudo  seguir  a  sus  compañeros,  se  quedaron  a  morir 
de  hambre  o  entre  las  garras  de  las  fieras,  Al  fin,  después 
de  agotados  los  perros,  los  caballos  i  cuanto  pudiera  enga- 
ñar el  hambre,  subieron  a  la  tierra  descubierta  i  provista. 
De  la  brillante  espedicion  no  volvían  sino  menos  de  la  mi- 
tad de  los  indios  i  unos  ochenta  casteÜanosr  éstos  a  pié^ 
descalzos,  cubiertos  con  pieles  de  fieras,  apoyándose  en  pa- 
los, la  cabellera  cayendo  en  desorden  por  la  cara  i  espaldas, 
quemado  el  rostro,  cubierto  el  cuerpo  de  cicatrices  i  convcr- 
tidos  en  espectros  con  dos  años  i  medio  de  desventuras 
continuas.  Los  españoles  de  Quito  les  enviaron  al  camino 
doce  caballos  i  alguna  ropa;  pero  no  pudiendo  montar,  ni 
vestirse  todos  prefirieron  seguir  como  venían  i  al  entrar  a 
la  ciudad  se  fueron  derechos  al  templo"  ^  (fines  de  junio 
de  1542). 


démico  francés  La  Condamine,  que  hizo  el  mismo  viaje  a  mediados 
del  siglo  XVIII,  ha  escrito  una  descripción  llena  de  interés  de  loj 
países  que  recorrió  i  de  los  padecimientos  de  su  esploracion. 

-  Véase  los  documentos  reunidos  por  Muñoz  i  publicados  por 
don  F.  A.  de  \\\knhagen  en  el  apéndice  de  Historia  ¡era J  do  Brazil, 
tom.  I,  páj.  455. 

íi  LoKKNTE,  Historia  de  la  conquista  del  Perú,  lib.  VIII,  cap.  II, 
páj.  423  i  siguientes: 


PARTE    SEGUNDA. —  CAPÍTULO    XVI                             449 
i 

2.  Muerte  i>E  Francisco  Pizarro.— Al  llegar  a  Quito, 
Gonzalo  Pizarro  recibió  la  noticia  de  una  revolución  acae- 
cida en  el  Pero,  que  liabia  cambiado  completamente  la  faz 
de  los  negocios  públicos  i  la  situación  de  su  famdia. 

La  conquista  del  imperio  de  los  incas  podia  considerarse 
terminada  en  1539.  Manco  quedaba  todavía  en  pié  en  las 
inmediaciones  del  Cuzco;  pero  la  autoridad  imperial  habia 
perdido  todo  su  prestijio,  i  la  nación  habia  aceptado  resig- 
nadamentf  la  nueva  dominación.  Sin  embargo,  la  tranqui- 
lidad no  estaba  asentada  sobre  bases  mui  sólidas:  la  guerra 
civil  no  habia  concluido  en  el  campo  de  las  Salinas  ni  en  el 
patíbulo  de  Almagro.  Los  vencidos  no  podian  resignarse 
a  su  desgracia. 

Pizarro  no  poseia  las  dotes  necesarias  para  desarmar  la 
tempestad  que  se  formaba  sobre  su  cabeza.  Demasiado  al- 
tivo para  temer  a  los  vencidos,  mirábalos  con  un  profundo 
desprecio,  sin  tomar  medida  alguna  para  alejarlos  de  su 
lado.  Demasiado  rencoroso  para  perdonarles  su  participa- 
ción en  la  guerra  civil,  los  man  tenia  arruinados  sin  tratar 
de  ganárselos  con  sus  favores.  Los  almagristas,  o  los  de 
Chile,  como  se  les  llamaba,  confiaron  mucho  tiempo  en  que 
el  comisionado  rejio  don  Cristóbal  Vaca  de  Castro,  cuyo 
arribo  se  esperaba  en  el  Perú  por  momentos,  llegaria  a  ha- 
cerles justicia;  pero  luego  se  supo  que  la  nave  en  que  salió 
de  Panamá,  habia  naufragado  en  la  costa  de  Popayan. 
Desde  entonces  se  prepararon  para  dar  el  golpe  de  mano. 

Lima,  la  residencia  favorita  del  gobernador,  fué  el  punto 
de  reunión  de  los  conspiradores.  El  hijo  de  Almagro  vivia 
en  esta  ciudad  pobre  i  arruinado;  i  su  casa  era  frecuentada 
por  todos  los  parciales  de  su  padre.  Juan  de  Rada,  capitán 
prudente  i  resuelto,  envejecido  en  el  servicio  militar  i  seña- 
lado por  su  fidelidad  hacia  Almagro,  vino  a  ser  el  jefe  del 
complot.  Pizarro  tuvo  noticia  de  los  planes  que  tramaban 
los  almagritas,  pero  le  inspiraban  tan  poco  temor  que  no 
tomó  precaución  alguna.  El  domingo  16  de  junio  de  154rl, 
después  de  medio  dia,  Juan  de  Rada  i  dieciocho  de  los  con- 
jurados salieron  de  la  casa  de  Almagro   armados  de  pies  a 

TÍKMO    I  29 


eabeaa  i  se  ílirijieron  a  la  casa  del  gobernador  gritando: 
**¡Víva  el  reü  ¡muera  el  tirana!**. 

Algunofí  de  sus  amibos,  ad vertidos  por  una  handcra 
blanca  que  servia  de  señal,  se  habían  agrupado  en  lass  ca* 
lies  f(ue  daban  entrada  a  la  plaza  para  impedir  que  T'izíirro 
íuern  sueorrido.  Rada  i  los  suyos  penetraron  cii  la  casa  del 
gobernador  antes  que  se  pudiera  oponerle  alguna  resisten* 
ciftí  Pizarra  acababa  de  córner^  i  estaba  ocompafiado  |K)f  1 
5u  heraiano  Francisco  Martin  de  Alcántara,  el  capitán 
Francisco  de  Cha  vez,  el  juez  Velázquez  i  algunos  criadoSp 
Chávez,  ai  oiré!  ruido,  corrió  a  la  escalera  a  descubrir  la  I 
causa  que  lo  motivaba,  pero»  herido  por  los  asaltantes^  pu»  I 
dieron  éstos  llegar  hasta  la  puerta  del  sak)n  en  que  se  ha* 
Haba  Pizarro.  El  gobernador  se  habla  puesto  precipita- 
mente  una  coraza,  i  comando  una  capa  en  su  brazo  izquierdo  I 
para  barajar  los  gol^itíf,  i  una  espada  en  la  otra  mano,  se 
precipitó  sobre  ¡os  eonJuradf>s  luchando  con  una  destreza  i 
un  esfuerzo  dignos  de  sus  mejore»  dias,  i  alentando  a  los 
suyos  para  seguir  en  la  defensa.  La  lucha,  aunque  desigual»  1 
se  mantuvo  sin  ventaja  de  una  ni  de  otra  parte;  pero  al  ñti 
Juan  fie  Rntln,  dando  un  einpcMnti  n  «n  c^nnp:nivr'^  X  "- 
váez,  lo  echó  encima  de  Pizarro  para  distraerlo.  Algunos 
de  los  compañeros  del  gobernador  se  arrojaron  por  las 
ventanas  para  ponerse  en  salvo  mientras  los  conjurados 
penetraban  en  el  aposento.  El  combate  no  se  pudo  soste- 
ner ya  por  largo  tiempo.  Alcántara  i  dos  pajes  fueron 
muertos.  Pizarro,  atacado  por  todos  lados,  resistió  algu- 
nos momentos  mas;  pero  herido  en  la  garganta,  cayó  al 
suelo,  i  pedia  confesión  cuando  uno  de  los  conjurados  le 
descargó  un  golpe  en  la  cabeza  que  acabó  de  arrancarle  la 
vida. 

Los  sublevados  hubieran  querido  arrastrar  el  cadáver  a 
la  plaza  pública  para  afrentarlo  en  el  patíbulo;  pero  preo- 
cupados con  el  pensamiento  de  establecer  un  nuevo  gobier- 
no, salieron  a  la  plaza  anunciando  que  Pizarro  estaba 
muerto  i  que  la  revolución  quedaba  consumada.  Un  anti- 
guo criado  del  gobernador,  llamado  Juan  Barbazan,  reco- 


PARTE   SEGUNDA. — CAPItITLO    XVI  451 

jió  SU  cadáver  i  le  dio  una  modesta  sepultura.  Posterior- 
mente fué  trasladado  a  la  catedral  de  Lima  ^. 

3.  Gobierno  de  Vaca  de  Castro;  segunda  guerra  ci- 
vil.— Eljóven  Almagro  fué  colocado  a  la  cabeza  del  gobier- 
no después  de  los  primeros  desórdenes  que  se  siguieron  a 
la  muerte  de  Pizarro.  Pero  aunque  el  nuevo  gobernador 
poseía  algunas  de  las  dotes  de  su  padre,  su  autoridad  no 
alcanzó  a  adquirir  el  respeto  necesario  para  dar  consisten- 
cia a  su  administración.  Sus  subalternos  tuvieron  que  ape- 
lar a  la  violencia  para  hacerse  temer;  i  aun  así  no  tardó 
mucho  en  hacerse  sentir  la  discordia  entre  los  mismos  ca- 
pitanes de  su  bando.  Por  último,  los  principales  de  entre 
ellos  creyeron  necesario  retirnrse  al  Cuzco  para  reorgani- 
zar sus  fuerzas.  En  esta  marcha,  Almagro  perdió  al  mas 
intelijente  i  caracterizado  de  sus  consejeros,  Juan  de  Rada. 

Mientras  tanto.  Vaca  de  Castro  se  acercaba  a  reclamar 
el  gobierno  del  Perú.  Como  hemos  dicho  antes,  en  su  viaje 
de  Panamá  a  Lima  habia  naufragado  en  el  puerto  de  Bue- 
naventura en  la  costa  de  Popayan.  Allí  fué  reconocida  su 
autoridad  por  Benalcázar;  i  al  saber  la  muerte  de  Pizarro, 
mostró  sus  títulos  de  gobernador  del  Perú,  i  marchó  hasta 
Quito,  donde  fué  también  reconocido  por  Pedro  de  Puelles, 
que  mandaba  allí  en  nombre  de  Gonzalo  Pizarro.  Vaca  de 
Castro  desplegó  desde  luego  grande  habilidad  i  un  carác- 
ter t^n  firme  como  recto.  Despachó  emisarios  a  diversos 
puntos  a  avisar  su  próximo  arribo  i  a  dar  cuenta  de  sus 
poderes,  i  avanzó  con  gran  tinoganándo?;e  la  buena  volun- 
tad de  todos  los  españoles  que  salian  a  su  encuentro  i  de 
las  primeras  poblaciones  a  que  arribó.  Antes  de  mucho 
tiempo  se  le  juntaron  dos  capitanes  distinguidos,  trayendo 
un  refuerzo  considerable  de  tropa.  Eran  éstos  Alonso  de 
Alvarado  i  Pedro  Alvarez  Olguin.  Este  último  habia  salido 
del  Cuzco,  i  por  medio  de  un  ardid,  engañó  a  Almagro  i 


4  Don  Sebastian  Lorente  en  el  cap.  I,  lib.  IX  de  su  Historia  de 
Ja  conquista  áel  Perú  es  el  historiador  que  ha  dado  mejores  noti- 
cias de  esta  conjuración  i  de  la  muerte  de  Pizarro. 


siguió  su  marcha  libremente  hacia  el  norte  íi  juntarse  contl 

nuevo  gobernaílor.  Para  evitar  Íüs  celos  que  podía  dcsper 
tar el  mando  délas  tropasií, Vaca  de  Castro^  aunque  letrado 
ajeno  al  ejercicio  de  las  armas^  se  ciñó  la  armadura  i  se 
dispuso  a  mandar  en  persona  a  sus  soldadoí^i,  A  principios 
de  1542,  entró  a  Lima  para  terminar  la  organización  de 
sus  tropas  i  seguir  su  marcha  al  sur. 

El  joven  Almagro  supo  con  sorpresa  los  progresas  áé 
gobernador,  mientras  su  ejército  estaba  dividido  por  las  ri- 
validades de  algunos  de  sus  jefes,  fin  esos  momentos,  dcís- 
plegó  una  enerjía  su|.K5rif>r  a  sus  años  para  dar  prcstijio 
a  su  autoridad;  i  eonoeiendo  el  peligro  que  había  en  hacer 
armas  contra  el  comisionado  del  reí,  quiso  antes  tentar  un  I 
avenimiento  pacifico.  Envió,  en  efecto,  emisarios  al  nuevo 
gobernador  para  prevenirle  ipie  no  pretendía  disputar  suí^ 
derechos  al  gobierno  del  Perú,  i  que  sólo  había  tomado  las 
armas  para  asegurarse  la  posesión  del  territorio  de  la  j 
Nueva  Toledo,  que  Pizaro  había  nrrebatado  a  su  padre.  Vaca  \ 
de  Castro  contestó  a  esta  embajada  de  un  modo  perentoríu: 
insistió  en  riue  Almagro  disolviese  su  ejército  i  le  entregase 
los  asesinos  de  Pizfxrro  como  el  íinico  medio  íle  asegurar 
su  propio  perdón.  Almagro  no  se  hallaba  en  estado  de 
aceptar  estas  proposiciones. 

No  siendo  posible  arribar  n  un  a veni miento p  los  dos 
ejércitos  se  pusieron  en  marcha  para  decidir  la  cuestión  en 
una  batalla.  Almagro  tenia  500  soldados  valientes  i  resuel- 
tos, mientras  Vaca  de  Castro  contaba  cení  cerca  de  700 
hombres  aunque  no  tan  bien  disciplinados  i  armados  como 
los  de  Almagro,  Los  ejércitos  se  encontraron  en  la  tarde 
del  16  de  setiembre  de  1542  en  la  llanura  de  las  Chupas, 
cerca  de  Gnamanga,  La  batalla  fué  reñida,  i  por  mucho 
tiempo  se  mantuvo  indecisa,  pero  al  fin  una  carga  dada  por 
Vaca  de  Castro  en  persona,  decidió  la  victoiia  en  su  favoral 
acercarse  la  ngche.  El  campo  de  batalla  quedó  sembrado 
con  cerca  de  500  cadáveres,  numero  considerable  atendido 
el  de  los  combatientes. 

Vaca  de  Castro  manifestó,  después  de  la  victoria,  la  mis- 


i 


PARTE    SEGUNDA. — CAPItULO      XVI  45S 


ma  sagacidad  i  la  misma  enerjía  que  había  desplegado  du- 
rante toda  la  campaña.  Avanzó  resueltamente  hacia  el 
Cuzco  en  persecución  de  los  fujitivos,  i  al  entrar  en  la  ca- 
pital sometió  a  juicio  a  los  principales  de  ellos.  Cuarenta 
de  los  mas  caracterizados  fueron  condenados  a  la  pena  capi- 
tal, i  treinta  a  destierro  fuera  del  Perú.  Almagro,  fujitivo 
del  campo  de  batalla,  i  apresado  por  los  mismos  majistra- 
dos  que  antes  de  su  partida  dejó  en  el  gobierno  del  Cuzco, 
fué  del  número  de  los  primeros.  En  sus  últimos  instantes 
manifestó  la  mayor  serenidad;  i  pocos  momentos  antes  de 
ser  decapitado  en  la  plaza  del  Cuzco,  en  el  mismo  sitio  en 
que  cuatro  años  atrás  *el  verdugo  habia  cortado  la  cabeza 
al  cadáver  de  don  Diego  Almagro,  el  joven  no  pidió  mas 
que  un  frvor:  que  se  le  sepultara  al  lado  de  su  padre. 

Los  fujitivos  del  combate  de  las  Chupas  que  no  fueron 
aprehendidos,  se  dispersaron  por  los  montes  inmediatos  i 
se  asilaron  entre  los  cuerpos  del  ejército  peruano  que  aun 
man  tenia  en  pié  el  inca  Manco.  Todos  ellos  fueron  muertos 
por  los  indios;  pero  el  inca  fué  también  asesinado  por  algu- 
nos de  los  fujitivos.  La  historia  de  la  conquista  del  Perú 
no  tiene  quizá  un  punto  mas  oscuro  que  la  muerte  del  úl- 
timo de  sus  emperadores.  ^ 

4.  El  virrei  Blasco  Núñez  Vela;  nuevas  ordenanzas 
SOBRE  los  indios. — Vaca  de  Castro  gobernó  la  colonia  con 
habilidad  i  prudencia.  "Hizo  entrar  en  el  deber  a  los  soldados 
que  se  hablan  acostumbrado  a  tener  su  espada  por  toda  lei, 
dio  reglamentos  a  las  ciudades,  fomentó  la  industria,  refrenó 
los  excesos  del  juego,  los  desórdenes  del  comercio  i  la  venta 
de  las  encomiendas;  prohibió  la  traslación  de  los  indios  a 
lugares  insalubres  i  otros  abusos  destructores  que  habia 
autorizado  la  costumbre.*'^  La  conquista  quedó  consumada 
Jefinitivamente  bajo  la  atinada  administración  de  Vaca  de 
[Rastro;  i  la  paz  i  la  tranquilidad,  turbadas  por  las  anteriores 
rontiendas  civiles,    quedaron   perfectamente   cimentadas, 


5  Garcilaso,  Comentarios  reales,  part.  II,  lib.  IV,  cap.  Vil. 
«  LoRENTK,  Hist  de  la  conquista  del  Perú,  lib.  X,  cap.  I,  páj.  186. 


454  BlSTOtElA    DE    ÍMkRlCA 


Gonzalo  Pizarro,  que  creía  tal  vez  que  el  gobierno  del 
Fen'i  era  propiedad  de  su  familia,  se  vio  tratado  cnn  cortif- 
sía  1  urbanidad  por  el  gobernador,  pero  éste  lo  alejó  hábil- 
mente de  toda  intervención  en  los  negocios  pñblicos,  de  tal 
modo  (|ue  Gonzalo  se  retiró  pacíficamente  al  territorio  de 
CliarcaSj  donde  tenia  inmensas  propiedades  territoriales  i 
donde  comentaba  a  beneficiar  riquísimas  minas* 

Al  mismo  tiempo^  se  ventilaba  en  España»  en  los  canse- 
jos  de  gobierno,  la  mas  delicada  de  todas  lascnesti*>tiesicon- 
cernientes  ni  gobierno  de  las  colonias,  T^ns  noticias  de  los 
malos  tratamientos  de  que  eran  víctimas  los  indios,  i  de  la 
despoblación  creciente  del  nuevo  mundo,  habían  alarmado 
a  la  corte.  ** Medio  sií^lo  liacia  cpie  se  habia  descubierto  la 
América,  i  puede  decirse  que  dt*sde  entonces  no  hubo  pro* 
TÍsion  ni  despacho  alguno  del  gobierno  en  que  no  se  en- 
cargriíse  el  buen  trato  de  los  indios,  i  no  se  declarnse  que  su 
converHion  a  la  fe  i  su  adelantamiento  civil  eran  el  objeto 
primero  i  principal  del  gobierno.  Mas  la  repetición  continua 
de  estos  encargos  probaba  su  ineficacia  o  3u  contrndiccion^ 
1  la  desplobacion  del  pais  denunciaba  al  cielo  i  a  la  tierra  i 
la  incptituí!  ^>  *')  íJ>fHi'l^  ^tto  dr  <iis  tmev*»*^  tutor^^  *'  '  rri 
los  primeros  momentos  de  descanso  que  le  dejaban  libre  los 
negocios  de  Europa,  Carlos  V  contrajo  toda  su  atención  a 
mejorar  el  gobierno  de  las  colonias  del  nuevo  mundo.  Ca- 
balmente, se  hallaba  entonces  en  España  frai  Bartolomé 
de  Las  Casas,  que  habia  pasado  de  Guatemala  en  busca  de 
misioneros  para  adelantar  la  propaganda  evanjélica  en 
aquel  pais;  i  éste  informó  detenidamente  a  la  corte  de  los  ho- 
rrores de  la  dominación  colonial,  i  de  las  atrocidades  deque 
eran  víctimas  los  infelices  indios.  Compuso  con  este  motivo 
un  célebre  tratado  que  lleva  por  título:  Brevissima  relación 
de  la  dcstruycion  de  /as /nrf/as,  en  que  trazaba  compendiosa- 
mente el  cuadró  de  las  iniquidades  de  la  conquista  i  de  la 
despoblación  de  América.  Ese  tratado,  en  que  seguramente 
hai  mucha  exajeracion,  produjo  un  sentimiento  universal  de 


7  Quintana,  Vida  de  frai  Bartolomé  de  Las  Casas. 


PARTE    SEGUNDA.— CAPITULO    XVI  455 

reprobación.  El  rei  se  resolvió  a  poner  remedio  a  los  males 
que  se  le  denunciaban,  así  como  también  a  limitar  las  pre- 
ro^ativas  que  los  conquistadores  se  habían  usurpado  par- 
ticularmente en  las  considerables  reparticiones  de  tierras  i 
de  indios. 

El  rei  resolvió  al  fin  estas  cuestiones  dictando  un  cuerpo 
de  ordenanzas  o  leyes.  Según  éstas,  los  repartimientos  de 
indios  i  de  tierras  hechos  a  los  conquistadores,  debian  durar 
sólo  mientras  viviese  el  agraciado,  pasando  después  de  sus 
dias  a  la  corona,  con  cargo  de  dar  a  su  familia  una  parte 
de  sus  frutos.  Los  indios  quedaban  exentos  del  trabajo  for- 
zado en  las  minas  i  en  las  pesquerías  de  perlas,  debiendo  sus 
amos  pagarles  un  salario  proporcionado.  Se  suprimían  los 
repartimientos  hechos  en  favor  de  los  obispos,  de  los  mo- 
nasterios, de  los  hospitales  i  de  los  individuos  que  hubiesen 
sido  gobernadores  o  funcionarios  de  alto  rango.  Fueron  des- 
pojados, ademas,  de  sus  repartimientos  todos  los  habitan- 
tes del  Pera  que  hubieran  tenido  culpa  en  las  alteraciones 
entre  Pizarro  i  Almagro.  Para  el  cumplimiento  de  estas  le- 
yes, el  rei  trasladó  a  Guatemala  la  audiencia  de  Panamá  i 
mandó  fundar  una  nueva  en  el  Perú  ^  (20  de  noviembre 
de  1542). 

La  ejecución  de  estas  ordenanzas,  iba  a  herir  de  muerte 
los  intereses  de  los  conquistadores  españoles.  El  monarca  lo 
comprendió  así;  i  para  evitar  el  que  fueran  desobedecidas, 
encargó  su  cumplimiento  a  empleados  especiales.  Francisco 
Tello  de  Sandoval  fué  despachado  a  Méjico;  pero  este  fun- 
cionario desplegó  gran  sagacidad  en  el  ejercicio  de  su  des- 
tino; se  puso  de  acuerdo  con  el  virei  Mendoza,  i  planteó  en 
gran  parte  la  reforma  con  mucho  tino,  obteniendo  del  rei 
notables  concesiones  que  importaban  la  derogación  de  aque- 
llas partes  de  las  ordenanzas  que  mas  resistencias  habían 
producido. 

El  rei  habría  debido  confiar  igual  encargo  en  el  Perú  al 
licenciado  Vaca  de  Castro,  que  gobernaba  con  tanta  habi- 


8  Diego  Fernández,  Historia  del  Perú^  part.  I.,  lib  L.    cap.  I. 


I 


lidarl  en  aquella  ricii  colonia;  pero  Carlos  V  había  resuelto 
organizar  allí  ttn  virreiiuitn,  i  queriendo  ponerlo  bu  jo  tfi  ili- 
reccion  de  un  hombre  estrafio  a  todas  las  ocurrencias  i  dis- 
turbios pasadi)9,  nombró  para  el  importante  destino  devi- 
rrei  a  un  cabalk^ro  llamado  Blasco  Núoez  de  Vela,  Era  éste  uo 
hombre  bien  intencioiiadíj,   que  deseaba   tanto  Cf  mi  o  el  reí 
hacer  ejecutar  con  la  mayor  puntualidad  las   nue%'as    orde* 
uans^as;   pero  a  quien  faltaba  la  prudencia  necesaria  par 
cumplir  tan  delicada  comisión,    Níiñez  de  Vela  ca recia  ele 
firmeza  que  caracterizaba  a  Vaca  de  Castro;  pero   supli 
esta  falta  con  una  altiva  petulancia  que  habia  de  despertar- 
le enemigos  en  todas  partes.  |H 

El  vtrrei  salió  de  R^¡>afta  el  10  de  novlcmljrc  de  15+3»  i 
llegó  a  Tíimbez  el  4- de  mar^o  del  año  sij^^uiente.  Al  pnsar 
por  Panamá  manifestó  so  celo  imprudente  para  hacer  cum- 
plir las  ordenanzas.  016  libertad  a  los  indios  (|ue  allí  tenían 
algunos  encomenderos  del  Perú»  i  embargó  algunris  cau* 
dales,  considerándolos  fruto  del  trabajo  forjado  de  los  in- 
dios. En  su  mnrcha  a  Lima  repitió  éstos  mismos  actos;  i 
aunque  en  todas  partes  fué  recihidocon  suntuosa  pompa,  la 
resolución  en  íjuc  se  ha  11  íi fía  de  dar  fiel  i  escrupuloso  cum 
plimiento  a  las  nuevas  leyes  sembraron  éntrelos  colonos  la 
consternación  i  el  espanto.  No  era  difícil  distinguir  una  próxi- 
ma conflagración  producida  por  las  ordenanzas  con  que  tan 
rigorosamente  había  quitado  el  rei  a  los  conquistadores  lo 
que  éstos  consideraban  el  fruto  lejítimo  de  sus  trabajos. 

5.  Sublevación  de  Gonzalo  Pizarro,  tercera  guerra 
CIVIL.— -En  medio  de  la  natural  alarma  de  los  colonos, 
todos  los  ojos  se  volvieron  hacia  Gonzalo  Pizarro,  el  único 
de  los  hermanos  del  célebre  conquistador  que  entonces  re-  » 
sidiera  en  el  Perú.  Hallábase  éste  en  su  encomienda  de 
Charcas,  digustado  con  la  corte  por  haber  quitado  a  su 
familia  el  gobierno  de  una  colonia  fundada  por  el  brazo  de 
su  hermano  Gonzalo,  sin  embargo,  vivió  en  paz  bajo  el  go- 
bierno de  Vaca  de  Castro;  pero  el  arribo  del  virrei,  la  pro- 
mulgación de  las  nuevas  ordenanzas  que  iban  a  arrebatarle 
el  fruto  recojido  en  la  conquista,  i  mas  que  todo  las  instan- 


PARTB    SEGUNDA. CAPÍTrLO    XVI  407 

cías  de  sus  compañeros,  que  de  todas  partes  les  escribiaii 
para  pedirle  que  encabezara  la  resistencia,  lo  determinaron 
al  fin  a  presentarse  en  el  Cuzco.  En  esta  ciudad  fué  reci- 
bido como  el  salvador  de  la  colonia.  El  pueblo  lo  aclamó 
procurador  jeneral  del  Perú;  i  él  mismo  se  hizo  nombrar 
justicia  mayor  i  capitán  jeneral.  En  virtud  de  las  atribu- 
ciones conferidas  por  el  pueblo  i  el  cabildo,  Gonzalo  Piza- 
rro  levantó  tropas,  se  apoderó  de  la  artillería  i  de  los  te- 
soros reales,  i  se  dispuso  a  marchar  resueltamente  sobre 
Lima.  Su  causa  era  tan  popular,  que  en  breve  se  reunió 
a  su  lado  una  poderosa  hueste.  Un  viejo  militar  que  pa- 
saba ya  de  ochenta  años  de  edad,  i  que  se  habia  distin- 
guido sobre  manera  en  la  batalla  de  las  Chupas  al  servi- 
cio de  Vaca  de  Castro,  fué  nombrado  segundo  jefe  de  los 
sublevados.  Francisco  de  Carbajal,  este  era  su  nombre,  se 
resolvió  con  dificultad  a  tomar  parte  en  la  rebelión;  pero 
una  vez  comprometido,  desplegó  en  ella  las  terribles  dotes 
de  un  jenio  estraordinario. 

La  rebelión,  vacilante  todavía,  encontró  su  mas  decidi- 
do apoyo  en  la  arrogancia  i  en  el  atolondramiento  del  virrei- 
Blasco  Núñez  de  Vela,  viéndose  amenazado  por  la  insurrec- 
ción, apresó  a  Vaca  de  Castro,  atribuyéndole  connivencias 
con  Pizarro;  i  asesinó  por  su  propia  mano  i  en  el  mismo 
palacio,  a  un  alto  empleado,  el  factor  Ulan  Suárez  de  Car- 
bajal, después  de  una  acalorada  disputa  en  que  lo  acusaba 
de  traicicm  (13  de  setiembre  de  1544).  La  audiencia,  que 
desde  los  primeros  dias  de  su  instalación  habia  marchado 
en  desacuerdo  con  el  virrei,  ponia  obstáculos  a  todas  sus 
providencias,  daba  libertad  a  los  presos,  i  por  medio  de  una 
guerra  tan  hábil  como  tenaz,  desprestijiaba  la  autoridad 
del  primer  mandatario.  Después  del  asesinato  de  Carbaial, 
la  resistencia  se  hizo  mas  temible  todavía.  Los  oidores  no 
se  creian  seguros  contra  los  arrebatos  del  colérico  gober- 
nador, i  pensaron  que  era  llegado  el  caso  de  tomar  una  re- 
solución decisiva. 

Pizarro  continuaba  su  marcha  a  Lima,  engrosando  cons- 
tantemente el  número  de  sus  soldados.  El  virrei,  consideran- 


dase  impotente  para  resistir  en  la  ciudad,  resolvió  abando- 
narla i  retirarse  al  norte  hasta  Trujillo  cun  la  audiencia, 
las  tropas  i  todos  los  vecinos.  Los  oidores  del  supremo 
tribunal  se  resistieron  al  cu  mp!  i  miento  de  esta  orden,  lla- 
maron al  pueblo  en  su  ausÜio,  i  una  mañana  apresaron  a 
Núñez  de  Vela  en  su  propio  palacio  declarándolo  depuesto 
de  su  alto  cargo.  Al  día  siguiente  fué  trasladado  a  la  isla 
fie  San  Lorenzo,  en  la  misma  bahía  del  Callao,  para  ser  re- 
mitido a  Eí^paña  en  primera  oportunidad. 

La  prisión  del  virrei  no  ponia  término  a  las  nacientes 
desavenencias.  El  RU]M'enu>  trilninal  mandó  suspender  la 
(Jecueion  de  las  ordenanssas;  ¡>ero  Gonzalo  Pixarro  mar* 
chabo  resueltamente  sobre  Lima  a  la  cabeza  de  cerca  de 
1,200  españoles  con  el  propósito  de  reclamar  para  sí  el  go* 
bicrno  de  la  colonia.  La  audiencia  hubiera  querido  resistir 
a  Ihs  instancias  de  Pizarro,que  en  consideracinn  al  nfiniero 
desoldados  que  lo  acompañaban,  tenían  el  aire  de  verda- 
deros  mandatos.  Carbajal»  conociendo  perfectamente  los 
peligros  de  la  situación,  i  resuelto  a  hacerles  frente  co: 
toda  valentía  se  adelantó  a  su  jefe,  entró  de  noche  a  Litn. 
apresó  a  varios  oficiales  c  hizo  ahorcar  a  algunos  de  ellüS^ 
en  las  ramas  de  un  árbol.  La  audiencia  no  se  atrevió  a  re- 
sistir por  mas  largo  tiempo.  Gonzalo  Pizarro  fué  procla- 
mado gobernador  del  Perú  en  nombre  del  rei  de  España;  i 
el  28  de  octubre  de  1544  entró  a  Lima  con  grande  aparato 
guerrero,  i  asumió  el  mando  de  la  colonia. 

6.  Batalla  de  Añaqüito La  fortuna  habia  favorecido 

hasta  entonces  a  Gonzalo  Pizarro;  pero  pocos  dias  después 
de  su  entrada  a  Lima,  comenzó  a  esperimentar  los  prime- 
ros reveses.  Vaca  de  Castro,  que  estaba  retenido  preso  en 
uu  buque  surto  en  la  bahía  del  Callao,  se  fugó  con  direc- 
ción a  Panamá  para  no  caer  en  manos  de  los  sublevados  ^. 


os 

D9V 


9  Vaca  (le  Castro  fué  apresado  en  España  i  sometido  a  un  jui- 
cio que  duró  doce  años,  al  cabo  del  cual  se  pronunció  una  sen- 
tencia absolutoria  de  su  conducta  i  de  la  acusaciones  que  se  le 
hacían.  Este  era  el  premio  que  ordinariamente  recibían  los  mas 
honrados  i  leales  servidores  del  rei  en  las  colonias  del  nuevo  mun- 


PARTH    8KOUNDA. — CAPITULO   XVI  459 


Poco  después,  recibió  Pizarro  una  noticia  mas  desfavo- 
rable todavía.  La  real  audiencia  había  embarcado  al  virrei 
i  remitídolo  a  Píspaña  bajo  la  custodia  de  uno  de  los  miem- 
bros del  mismo  tribunal  llamado  Juan  Alvarez.  Apenas  se 
habia  alejado  de  la  costa,  cuando  Alvarez,  movido  por  te- 
mor o  por  remordimiento,  puso  la  nave  a  las  órdenes  de 
Blasco  Náñez  de  Vela,  disculpándose  por  su  participación 
en  los  últimos  sucesos.  El  virrei  dio  la  orden  de  dirijirse  a 
Túmbez;  i  apenas  hubo  desembarcado,  levantó  el  estandar- 
te real  i  tomó  las  disposiciones  conducentes  a  la  organiza- 
ción de  un  ejército  (octubre  de  1544),  Los  pueblos  de!  nor- 
te acudieron  a  su  llamado,  reconociendo  su  autoridad  i 
preparándose  para  sostener  sus  derechos. 

Casi  al  mismo  tiempo  tuvo  lugar  en  el  sur  un  contra- 
tiempo semejante  para  Gonzalo  Pizarro.  Diego  Centeno, 
oficial  de  distincio'n  que  habia  quedado  en  Charcas,  desco- 
noció la  autoridad  del  jefe  rebelde  i  se  declaró  defensor  del 
virrei.  De  este  modo,  Gonzalo  Pizarro  se  encontró  amena- 
zado en  las  d()s  estremidades  del  territorio  de  su  gobierno; 
i  debiendo  hacer  frente  a  uno  u  a  otro  de  sus  enemigos, 
prefirió  marchar  contra  el  virrei.  El  4  de  marzo  de  1545  se 
puso  en  marcha  para  el  norte  a  la  cabeza  de  600  soldados 
españoles. 

El  virrei,  entre  tanto,  habia  reunido  cerca  de  500  hom- 
bres, i  estaba  resuelto  a  salir  al  encuentro  de  los  rebeldes. 
Sus  soldados?,  sin  embargo,  no  se  creian  en  estado  de  ba- 
tirse con  las  tropas  de  Pizarro;  i  Núñez  de  Vela  se  vio  en  la 
necesidad  de  retirarse  hacia  Popayan,  tenazmente  perse- 
g^uido  por  la  vanguardia  enemiga  que  mandaba  el  intrépi- 
do Carbajal.  Después  de  penosísima  marchas,  en  que  los 
dos  ejércitos  soportaron  fatigas  de  que  la  historia  ofrece 
raros  ejemplos,  Pizarro  asentó  su  campamento  en  Quito,  i 
desde  allí  despachó  al  sur  a  su  teniente  Carbajal  en  perse- 
cución de  Centeno. 


do  El  cronista  Antonio  Herrera  escribió  un  interesante  elojio 
biográfico  de  Vaca  de  Castro,  que  permanece  todavía  inédito  i 
desconocido  de  todos  los  historiadores  de  la  conquista  del  Perú. 


Pero  Nüñez  de  Vela  era  iin  enemigo  muí  teca 35  para  que 
permaneciera  mucho  tiempo  en  la  iníiceion.  La  desagracia 
le  babia  dado  la  prudencia  cpie  le  faltaba.  En  Popayan  se 
le  había  reunido  el  valiente  Beoalcáxar  con  un  refuerzo  de 
tropas  bastante  consideral)le  para  reparar  las  pérdidas  que 
hubia  sufrido  eu  su  retirada.  Su  ejército  se  componía  de 
4Á)Ú  hombres  cuaudo  salió  en  busca  de  los  rebeldes. 

Gonzalo  Pizarro  ansiaba  por  poner  término  a  aquella 
guerra.  Finjíó  retirarse  del  territorio  de  Quito  para  atraer 
al  virrei  a  un  combate  decisivo.  En  efecto,  la  batalla  tuvu 
lugar  el  18  de  enero  de  1546  a  poca  distancia^-tle  aquel hi 
ciudad,  en  unas  llanuras  denominadas  de  Añaqulto.  El 
choque  fué  terrible  los  dos  ejércitos  pelearon  con  *;^rande 
arrojo.  Núñez  de  Vela  desplegó  his  dotes  de  uo  jen  eral  i  de 
un  soldado;  pero  traspasado  de  heridas,  cavó  en  tierra,  i 
pudo  ver  la  victoria  de  sus  enemigos.  Pixarro  le  hizo  cor- 
tar la  cabeza  en  el  mismo  campo  de  batalla  i  mandó  que 
fuera  colocada  en  la  pía  xa  de  Quito, 

Después  de  la  victoria,  se  siguieron  los  castigos  de  los 
mas  decididos  partid<arios  del  virrei.  Pizarro  fué  entonces 
reco nocido  c o m o  n n i c f >  se n o r  d e  1  Pe r ú .  C a r ba j ¿i\  h a b i ¿t  de- 
rrotado  en  el  sur  las  tropas  de  Diego  Centeno;  i  las  naves 
que  Pizarro  había  reunido  en  la  costa  recorrían  libremente 
el  mar  hasta  Panamá.  La  rebelión  había  triunfado  comple- 
tamente en  el  Perú. 

7.  Misión  db  Pedro  de  La  Gasca.— Pero  la  situación 
de  Gonzalo  Pizarro  después  de  esta  victoria  era  demasiado 
precaria.  Era  seguro  que  el  reí  había  de  condenar  su  con- 
ducta i  que  el  castigo  de  los  sublevados  no  se  haría  esperar 
largo  tiempo.  Pizarro  í  sus  principales  consejeros  conocían 
muí  bien  que  después  de  la  rebelión  i  de  las  ejecuciones  ca- 
pitales que  la  habían  acompañado,  no  había  transacción 
posible  entre  los  rebeldes  i  la  corona.  Carbajal,  que  no 
quería  quedarse  en  la  mitad  del  camino,  aconsejó  a  Gonza- 
lo que  asumiera  una  actitud  mas  resuelta  i  atrevida.  ** Ha- 
béis tomado,  le  dijo,  las  armas  contra  el  virrei,  el  lejítimo 
representante  del  soberano,  le  habéis  arrojado  del  pais,   le 


PARTB    8B0UNDA. — CAPÍTULO    XVI  461 


habéis  derrotado  i  muerto  en  una  batalla;  no  esperéis  ob 
tener  jamas  el  perdón  de  la  corona  por  tales  atentados 
Habéis  ido  demasiado  lejos  para  deteneros  o  para  retroce 
der.  Ahora  debéis  apoderaros  del  gobierno  de  un  pais  que 
ha  conquistado  vuestra  familia.  Proseguid  adelante  i  pro 
clamaos  rei:  el  pueblo  i  el  ejército  os  apoyarán.  Haciendo 
concesiones  de  tierras  i  de  títulos  de  nobleza  os  ganareis  el 
afecto  de  los  españoles,  i  casándoos  con  una  covfi,  princesa 
de  la  familia  de  los  incas,  podréis  lejitimar  a  los  ojos  de  los 
indios  vuestra  dominación.  De  este  modo  las  dos  razas  po- 
drán vivir  tranquilas  l)ajo  un  cetro  común.'' 

Gonzalo  Pizarro  oyó  sin  duda  con  agrado  tales  consejos; 
pero  no  poseia  la  resolución  necesaria  para  acometer  una 
empresa  de  tanta  magnitud.  En  los  momentos  en  que 
necesitaba  mas  proceder  con  toda  enerjía,  Pizarro  se  redu- 
jo a  enviar  al  rei  un  prolijo  informe  de  su  conducta  para 
justificarse  i  para  solicitar  la  confirmación  de  la  autoridad 
de  que  gozaba. 

Entre  tanto,  en  España  la  corte  estaba  muí  preocupada 
con  los  sucesos  de  las  Indias.  Carlos  V  se  hallaba  en  Ale- 
mania; i  su  hijo,  que  reinó  después  con  el  nombre  de  Felipe 
II,  tenia  a  su  cargo  la  administración  de  los  negocios  de 
Castilla.  Cediendo  a  las  instancias  de  los  colonos  i  de  los 
gobernantes  americanos,  el  príncipe  anuló  la  mayor  parte 
de  las  ordenanzas  dictadas  por  su  padre.  Al  saber  las  tur- 
})ulencias  del  Perú  i  la  rebelión  de  Gonzalo  Pizarro,  el  rei 
i  sus  consejeros  pensaron  en  despachar  al  Perú  fuerzas  bas- 
tante considerables  para  someter  a  los  rebeldes.  Sin  embar- 
go, las  ventajan  escepcionales  de  la  situación  de  Pizarro  ha- 
cian  peligroso  todo  proyecto  de  guerra.  Era  dueño  del  mar 
Pacífico,  i  sus  soldados  dominaban  en  Panamá,  de  modo 
que  no  era  posible  que  sus  enemigos  pudieran  llegar  hasta 
el  Perú  por  aquella  parte.  Mas  difícil  todavía  era  condu- 
cir tropas  por  el  estrecho  de  Magallanes,  porque  este  cami- 
no era  mui  largo  i  ademas  apenas  era  conocido  en  aquella 
época.  Los  consejeros  del  príncipe  cieyeron  al  finque  Its 
convenia  mas  sostener  a  los  rebeldes  por  los  medios  de  sua- 


viciad  i  templanza,  para  la  cual  parecía  que  Pizarro  no  se 
halla  ha  nial  dispuesto  decide  que  ¡siempre  se  había  empeña* 
do  cu  justificar  su  conducta,  manifestando  así  gran  res[3cto 
por  la  autoridad  retU. 

Para  itna  empresa  de  esta  especie,  se  nect'sitaba  nn  llora- 
brc  de  una  rara  habilidad.  La  t: lección  del  príncijíe  i  de  sus 
consejeros  recayó  en  Pedro  de  La  Gasea,  eclesiástico  que 
había  desetnpefiado  varias  comisiones  del  servicio  publico, 
desplegando  en  todas  ella  una  singular  habilidad,  gran  fir- 
meza i  una  hí>nradez  a  tfida  prueba»  Carlos  V  aprobó  esta 
elección,  i  aun  se  manifestó  dispuesto  a  conceder  a  La  Gas- 
ea títulos  i  honores  de  toda  especie  para  revestir  su  autori- 
dad de  un  alto  prestí  ¡i  o.  La  Gasea,  sin  embargo,  renunció 
todo  esto:  aceptó  solo  el  título  de  preísidente  de  la  real  iiw 
diencia  de  Lima  sin  sueldo  alguno,  i  se  limitó  a  pedir  al  reí 
que  su  familia  fuese  mantenida  de  cticnta  del  estado.  En 
cambio  de  esto,  í  en  atención  a  la  distancia  de  la  corte  a 
que  iba  a  hallarse,  pidió  que  se  le  concediese  una  autoridad 
¡limitada  para  castigar  o  para  premiar  según  las  circutis- 
taucias,  para  perdonar  a  los  culpables  si  lo  hallaba  por 
con vetiiente.  o  fiaríi  emplenr  1m  í'nerzn  i  sacar  tn)]ias  de  to- 
das las  colonias  del  nuevo  mundo.  El  consejo  del  rei  no  se 
atrevió  a  conceder  a  un  solo  hombre  tantas  i  tan  impor- 
tantes facultades,  que  eran  solo  privativas  del  soberano. 
Carlos  V,  sin  embargo,  accedió  a  todo,  seguro  de  que  los 
negocios  confiados  a  La  Gasea  habían  de  tener  un  feliz  re- 
sultado. 

La  Gasea  era  anciano,  pero  poseía  la  actividad  i  la  reso- 
lución de  la  juventud.  Activó  apresuradamente  su  viaje,  i 
el  26  de  mayo  de  1546  zarpó  del  puerto  de  San  Locar.  En 
Santa  Marta  tuvo  noticia  de  la  batalla  de  Añaquito  i  de  la 
muerte  del  virrei.  Pizarro  quedaba  entonces  mandando  en  el 
Perú  como  señor  absoluto,  i  no  parecia  probable  que  des- 
pués de  haberse  comprometido  tanto  quisiese  entrar  en 
avenimiento.  La  Gasea,  sin  embargo,  no  vaciló  un  momen- 
to; i  sólo,  sin  armas  ni  soldados,  se  dírijió  al  puerto  de 
Nombre  de  Dios,  en  la  costa  oriental  del  itsmo,  donde  man- 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XVI  403 

daba  Hernando  de  Mejía  capitán  de  Gonzalo  Pizarro  a  la 
cabeza  de  un  numeroso  cuerpo  de  tropas. 

La  presencia  del  comisionado  real  no  inspiró  temor  algu- 
no a  Mejía  ni  a  su  tropa.  La  Gasea,  ademas  se  manifestó 
tan  prudente  i  tan  modesto,  que  no  tardó  mucho  en  ganar- 
se la  voluntad  del  oficial  de  Pizarro.  En  seguida,  pasó  a 
Panamá,  donde  se  hallaba  Pedro  de  Hinojosa,  comandante 
de  las  naves  del  gobernador  del  Peni.  Allí  tawmbien  declaró 
La  Gasea  que  su  misión  era  de  paz,  que  el  rei  le  habia  en- 
cargado que  remediara  los  males  pasados,  revocara  las  le- 
yes que  habían  producido  la  rebelión,  perdonase  los  estra- 
víos  de  sus  subditos  i  restableciese  el  orden  i  la  justicia  en 
el  Perú.  La  injenuidad  i  la  templanza  con  que  hablaba  La 
Gasea  le  ganaron  también  la  voluntad  de  Hinojosa,  quien 
se  apresuró  a  comunicar  a  Gonzalo  Pizarro  el  arribo  del 
comisionado  real  i  las  pacíficas  intenciones  de  que  venia 
animado. 

8.  Trabajos  de  La  Gasca  es  el  Perú.— Pocos  temores 
podia  infundir  a  los  vencedores  de  Añaquitoel  arribo  de 
un  comisionado  real  que  no  traia  ni  armas  ni  ejército,  i  que 
se  presentaba  como  mensajero  de  paz  i  ofrecia  el  perdón  en 
nombre  del  rei.  El  Perú  contaba  entonces  cerca  de  seis  mil 
pobladores  españoles  que  habian  reconocido  la  autoridad 
de  Gonzalo  Pizarro,  i  que  podian  poner  sobre  las  armas 
un  cuerpo  respetable  de  tropas.  El  gobernador,  convencido 
de  que  los  delitos  perpetrados  por  él  no  alcanzarian  jamas 
un  sincero  perdón,  desaprobó  la  benévola  acojida  que  Me- 
jía e  Hinojosa  habian  hecho  á  La  Gasca  i  se  manifestó  re- 
suelto a  rechazarlo.  Al  efecto,  Pizarro  despachó  nueva- 
mente a  España  dos  comisionados  con  encargo  de  justifi- 
car su  conducta  ante  el  rei  i  de  pedirle  que  le  confiriese  el 
gobierno  supremo  del  Perú  durante  su  vida  como  el  único 
medio  deponer  término  a  las  ajitaciones.  Esos  emisarios, 
ademas,  llevaban  instrucciones  secretas  para  Hinojosa,  por 
las  cuales  Pizarro  le  recomendaba  que  alejara  a  La  Gasca 
de  Panamá  mediante  un  obsequio  de  50,000  pesos  de  oro, 


tr»!  uiBTORXA  nm  auéhrwa 


0  qiitr  se  deshiciera  de  él  sin  repararen  medios,  yn  futra 
por  las  a  mi  as  o  por  el  veneno. 

Esta  resolución  alarmó  a  Hinojosa,  Demasiado  catja- 
Ikroso  para  aceptar  la  idea  de  un  asesinato,  i  demasiado 
leal  para  oponerse  abiertamente  a  las  órdenes  del  rei,  el 
comandante  vaciló  idgun  tiempo  sobre  lo  que  debía  hacer* 
pero  al  fin  se  decidió  por  ponerse  bajo  las  órdenes  del  real 
comiiiionado^De  este  modo,  La  Gasea,  sin  disparar  un  tiro 
i  sin  estimular  la  desscrcion  de  su3  enemigos  por  medios  in- 
dignos, se  halló  en  posesiun  de  In  escuadra  que  Pixurro  te* 
nía  en  Panamá.  £n  seguida,  haciendo  uso  de  las  atribti 
cioneíi  (|ue  le  liabia  conferido  Carlos  V.  hiaso  reunir  en  Nica- 

1  agua  i  en  las  otras  c<ilonÍas  inmediata^  algunos  cuerpos 
de  tro  [jas,  con  que  formó  la  luij^e  de  un  ejercito  regular.  En 
abril  de  1547,  una  parte  de  üu  escuadra  recorrió  la  costa 
del  Perú  comunicando  la  noticia  de  cjue  el  comisionado  real 
había  revocado  las  (irdcnanxas  que  dieron  orfjen  a  Ja  r*.H'<i- 
lucion  i  concedido  una  amnistía  jcneral  a  todos  loseompro- 
metidos  en  ella. 

Esto  sólo  bastó  para  cjue  eomenxara  a  operarse  en  cl 
Perú  una  violenta  reaccirm  contra  el  Lrnbicrno  ilc  Gon/:aio 
Pizarro.  Carbajal,  tan  resuelto  como  cnael,  habia  esparci- 
do el  terror  en  todas  partes  para  asegurar  la  dominación 
de  los  rebeldes.  Los  historiadores  vanan  en  el  número  de 
los  hombres  a  quienes  hizo  decapitar  como  enemigos  de  la 
rebelión,  pero  ninguno  lo  hace  bajar  de  300.  Gonzalo  Piza- 
rro, para  asegurar  su  poder,  habia  hecho  juzgar  en  Lima 
a  La  Gasea  con  todas  las  formalidades  de  estilo,  como  si 
el  comisionado  se  hallase  presente  en  aquella  ciudad.  El 
tribunal,  funcionando  bajo  su  dependencia,  lo  habia  conde- 
nado a  muerte  por  el  delito  de  alta  traición. 

Sin  embargo,  esta  farsa  de  proceso  no  engañó  anadie. 
El  perdón  concedido  por  La  Gasea  i  la  revocación  de  las  or- 
denanzas, habían  esplicado  mui  claro  quiénes  eran  los  pea- 
les a  la  autoridad  del  reí  i  cuáles  los  traidores.  Diego 
Centeno,  que  permanecia  oculto  en  las  provincias  del  sur. 


PARTE    «EGUNDA. — CAPITULO    XVI  405 


salió  de  su  escondite,  i  cavendo  de  sorpresa  sobre  la  ciu- 
dad del  Cuzco,  hizo  bnmbolearel  poder  de  Pizarro  en  el 
interior  del  Perú. 

La  situcion  comenzaba  a  ser  embarazosa  para  los  ven- 
cedores de  Añaquito.  Dominadores  absolutos  del  F'erú 
poco  antes,  i  posesionados  de  puntos  que  hacian  inaccesi- 
ble aquel  territorio  a  los  enemigos,  se  veian  ahora  amena- 
zados al  norte  por  la  escuadra  que  La  Gasea  habia  toma- 
do i  por  el  ejército  que  comenzaba  a  organizar,  i  al  sur  por 
las  fuerzas  que  mandaba  en  el  Cuzco  Diego  Centeno  i  que 
montaban  a  cerca  de  mil  hombres.  Entre  estos  dos  peli- 
gros, Pizarro  no  vaciló  en  hacer  frente  al  último  de  ellos, 
como  mas  inmediato;  i  en  efecto,  marchó  al  sur  con  un 
considerable  cuerpo  de  tropas.  El  intrépido  Carbajal  iba 
con  ellas;  i  a  pesar  de  la  notable  deserción  que  se  percibía 
cada  mañana,  caminó  con  tanta  hal)ilidad  como  acierto 
hasta  llegar  a  Huarinas,  cerca  del  lago  de  Titicaca,  donde 
avistó  las  fuerzas  enemigas.  Las  tropas  de  Pizarro  monta- 
ban sólo  cuatrocientos  hombres,  pero  Carbajal  conducia 
cuidadosamente  los  arcabuces  de  los  desertores,  de  modo 
que  contaba  con  un  considerable  número  de  armas  de  fue- 
go de  repuesto.  En  la  batalla,  ({ue  tuvo  lugar  el  20  de  oc- 
tubre de  1547,  esta  ventaja  decidió  la  victoria.  Carbajal 
destrozó  a  sus  enemigos  con  las  d;íscargas  de  arcabucería, 
causando  en  sus  filas  los  mayores  estragos.  *'Fué,  dice  el 
historiador  de  las  guerras  civiles  del  Perú,  la  mas  sangrien 
ta  batalla  que  hubo  en  el  Perú.  Murieron  de  la  parte  de 
Centeno  trescientos  cincuenta  i  mas  de  otros  tantos  heri- 
dos. De  la  parte  de  Pizarro  murieron  mas  de  ciento  i  hubo 
inuchos  heridos  ^^,  Centeno  salvó  casi  milagrosamente  de 
aquella  gran  derrota.  El  botin  cojido  por  los  vencedores 
fué  mui  importante:  el  historiador  Fernández  lo  hace  subir 
a  mas  de  1.400,000  pesos. 

La  Gasea,  entre  tanto,  se  hciUaba  en  Jauja.  El  13  de  ju- 
nio de  1547  habia  desembarcado  en  Túmbez,  i  avanzó  há- 


10  Fernández,  Historia  del  Perú,  part.  í,  cap.  79,  fol.  120. 
TOMO  I  30 


iW  mgroRiA  nñ  av^rra 


cía  el  s^ur  eü  ona  espede  de  fniiRrha  trítinfal.  Los  pueblos 
de  SD  tráiisko  lo  recibieron  citrdialioeme,  reccjiiocÍ€ii*Ío  su 
antoridad,  aasíliando  sus  tropas  i  declarando  rotos  Im 
luzos  de  sumisión  al  gobierno  de  Gonzalo  Pizarra.  Et  ejér- 
cim  real  se  aumentaba  en  Jauja  de  dia  en  dia;  i  toda  antiii* 
ciaba  un  fin  tan  próximo  como  feliz  a  la  eampaña  que  con 
laiila  habilidad  había  abierto  La  Gasea.  Sin  embargo,  la 
noticia  de  la  derrota  de  Centeno  en  Huarinas  sembré  cu 
el  campamento  una  consternación  proporcionada  a  la  coo- 
ñan%a  que  aoimaba  a  sus  soldados.  La  desaparición  de  tío 
cuerpo  de  tropas  que  se  bada  subir  hasta  mil  hombres,  filé 
para  muchos  uo  anundo  seguro  de  los  desastres  que  ks 
aguardaban  mas  adelante. 

La  serenidad  OD  abandimó  a  La  Gasea  en  esos  momen- 
tos. Deseando  evitar  una  nueva  efusión  desangre,  se  cmpe- 
fió  todavía  en  reducirá  Pizarro  a  aceptar  un  avenimiento 
pacifico  bajo  las  bases  de  que  el  [efe  reljelde  reconociera  sii 
autoridad^  asegurándole  en  cambio  el  perdón  de  las  faltas 
pasadas.  Pizarro»  ^in  embargo,  estxiba  muí  orgulloso  con 
su  iiltuno  triunfo  para  tratar  con  el  enemigo.  Algunos  de 
sus  amigos  le  representaron  las  ventajas  de  un  arreglo  pa- 
cífico, pero  él  se  negó  a  todo  confiado  en  que  la  suerte 
de  las  anuas  le  seria  tan  favorable  como  le  hahia  sido  en 
Huarinas. 

9.  Batalla  de  Xaqdixaguana;  castigo  de  los  rebel- 
des.—El  29  de  diciembre  de  1547  levantó  La  Gasea  su  cam- 
pamento i  se  puso  en  marcha  hacia  el  Cuzco.  Ningún  obs- 
táculo embarazaba  su  camino;  lejos  de  eso,  constantemente 
recibía  refuerzos  de  importancia.  Benalcázar,  el  conquista- 
dor de  Quito,  llegó  del  norte  a  reunirse  a  su  ejército.  Pedro 
de  Valdivia,  el  conquistador  de  Chile,  se  le  reunió  también 
i  marchaba  a  su  lado  tomando  una  parte  principal  en  la 
dirección  de  la  campaña.  El  ejército  de  La  Gasea  llegó  a 
contar  cerca  de  200  hombres.  Al  lado  de  los  jefes  militares 
habia  una  comitiva  de  empleados  civiles  i  eclesiásticos  que 
daban  al  campamento  la  apariencia  de  un  gobierno  orga- 
nizado. 


PARTE   SEGUNDA. CAPÍTULO    XVI  46  7 

Para  impedir  la  marcha  de  ese  ejército,  Pizarro  habria 
debido  colocar  sus  tropas  en  los  desfiladeros  de  las  cordi- 
lleras que  conducen  al  Cuzco  i  embarazar  la  marcha  del 
enemigo.  Nada  de  esto  se  hizo,  sin  embargo;  satisfecho  con 
haber  mandado  cortar  los  puentes  de  algunos  rios,  se  que- 
dó en  el  Cuzco  llevando  la  vida  del  vencedor  que  no  tiene 
peligros  que  temer.  Merced  a  este  inesplizable  descuido,  La 
Gasea  salió  de  Andaguailas  en  marzo  de  1548  i^;  i  vencien- 
do las  asperezas  de  la  sierra  i  haciendo  construir  los  puen- 
tes que  Pizarro  habia  mandado  cortar  sé  adelantó  resuel- 
taniente  hasta  las  inmediaciones  del  Cuzco. 

Los  rebeldes  habían  determinado  abandonar  la  capital, 
i  fueron  a  esperar  al  enemigo  en  el  valle  de  Xaquixaguana, 
situado  a  cinco  leguas  de  distancia.  Su  ejército  era  com- 
puesto de  novecientos  hombres  aguerridos  i  bien  armados, 
pero  cuya  fidelidad  no  podia  ser  mui  segura.  El  8  de  abril 
se  avistaron  los  dos  ejércitos;  i  en  la  mañana  del  siguiente 
dia  dieron  principio  a  las  primeras  evoluciones  del  combate, 
que,  según  todas  las  apariencias,  debía  ser  mas  encarniza- 
do i  sangriento  que  el  de  Huarinas.  Sin  embargo,  nada  de 
esto  sucedió.  Cuando  se  iba  a  comenzar  el  ataque,  Garci- 
lazo  de  la  Vega,  padre  del  historiador  de  este  nombre,  salió 
del  campo  de  Pizarro  i  se  pasó  al  de  los  realistas.  Cepeda, 
consejero  del  jefe  rebelde,  encargado  del  mando  superior  de 
la  batalla  por  renuncia  de  Carbajal,  hizo  otro  tanto;  i  el 
ejemplo  de  ambos  fué  seguido  en  breve  por  un. gran  núme- 
ro de  oficiales  i  soldados.  Pocos  momentos  mas  tarde,  la 
deserción  se  hizo  jeneral:  compañías  enteras  se  pasaban  al 
campamento  de  La  Gasea.  Pizarro,  convencido  de  que  se 
realizaba  su  completa  ruina,  preguntó  a  uno  de  los  suyos 


11  Es  curioso  un  error  que  se  nota  en  esta  parte  de  la  obra  de 
Prescott  en  que  están  referidos  estos  sucesos.  Dice  que  *'los  rigo- 
res del  invierno  comenzaban  a  c^der  ante  la  suave  influencia  de  la 
primavera",  cuando  La  Gasea  levantó  su  campamento  de  Anda- 
guailas, en  marzo  de  1548.  El  historiador  se  olvidó  de  que  estos 
sucesos  pasaban  en  el  hemisferio  del  sur,- i  tomó  por  invierno  las 
lluvias  tropicales  del  verano. 


4G8  mwmmiA  T>m  amémica 


4 


qué  íleliia  Imeer  en  ac[uellas  círcunstaciais:  — **Aconieternl 
enemigo,  i  morir  como  romano,  contestó  éste.^Vale  nías, 
dijo  Pizarro,  morir  como  cristiano'';  i  se  adelantó  ai  eye 
migo  para  rendir  su  espada.  Carbajal,  que  habia  podido 
fugar,  fue  a  lea  tizado  i  hecho  pri  «lionero  por  Valdivia. 

El  castigo  <lc  los  relielfles  no  se  hixo  ej^peran  j>era  La 
Gaíica  empleó  sus  poderes  con  modelación  i  con  prudencia. 
Piírarro  fui  decapitado  el  día  siguiente,  i  sufrió  la  muene 
con  noble  dignidad.  Carbajal.  odiado  cu  todo  el  Ferij  por 
los  crímenes  cometidos  durante  la  rebelión,  i  mas  que  toda 
por  las  burlas  crueles  con  que  acompañaba  cada  ano  de 
ellos,  fué  condeaadu  a  la  pena  de  horca,  i  sufrió  el  últiinafl 
suplicio  con  sinj^ular  entereza,  sin  maniícstar  arrepentirse^ 
]jor  lo  pasado,  i  lo  que  era  mas  raro  todavía  en  un  español 
de  la  conquista,  sin  dejar  ver  que  moría  como  cristiano, 

10.  PacificaciuX  nía.  PERfr.—La  Gasea  desplegó  h 
dotes  de  un  hábil  administradgr  i  de  un  hombre  Heno  de-*' 
Ttrtud  i  hanradeí!!  en  la  pacificacioQ  del  Pcnu  Ajeno  a  ttída^ 
las  pasiones  que  habiau  dividido  a  la  colonia,  animadCH 
sólo  por  el  sentimiento  ¡irofundo  de  la  justicia,  La  Gaíica, 
no  Sí^ilrv  i'i^'itíibliM'iA  i/l  lili  inri"  t  tfr  In  Iri  mn^*  íin*'  cnlu^'  líi 
irritación  de  los  espíritus.  Considerando  las  dificultades  a 
que  habia  dado  oríjen  la  abolición  de  las  encomiendas,  La 
Gasea  se  vio  precisado  a  dejarlas  subsistentes,  regularizan- 
do sólo  las  relaciones  entre  los  indios  i  los  encomenderos. 
'  La  conquista  del  Perú  quedó  de  esta  manera  sólidamente 
establecida. 

Después  de  dos  años  de  trabajos,  el  pacificador  dio  la 
vuelta  a  España,  en  enero  de  1550.  La  Gasea  fué  a  Flándes 
a  informar  a  Carlos  V  del  resultado  de  su  misión;  i  en  pre- 
mio de  su  conducta  obtuvo  el  cargo  de  obispo  de  Falencia 
i  mas  tarde  el  de  Sigücnza.  Por  último  falleció  en  Yalla- 
dolid  a  fines  de  noviembre  de  1567  después  de  una  larga 
vida  empleada  en  el  bien,  i  de  haber  prestado  a  su  patria 
servicios  de  la  mas  alta  importancia  ^-. 


1-   Un  célebre  niajistrado    fi-ances,    Michel    L*Hopital,   dotado 


PARTE  SEGUNDA. — CAPÍTULO  XVI  46í) 

A  La  Gasea  sucedió  la  audiencia  en  el  gobierno  del  Perú; 
pero  luego  tomó  el  mando  del  virreinato  don  Antonio  de 
Mendoza,  que  tanta  prudencia  liabia  desplegado  en  el  go- 
bierno de  Méjico,  reanudando  asila  serie  de  los  virreyes  ini- 
^•iada  por  Núñez  de  Vela  e  interrumpida  por  la  muerte  de 
éste  en  la  jornada  de  Añaquito.  Nuevas  turbulencias  tuvie- 
ron lugar  mas  adelante  en  el  Perú.  Algunos  españoles  i  los 
mismos  indios  se  sublevaron  en  diversas  ocasiones;  pero 
estos  sucesos  pertenecen  a  la  historia  de  la  colonia  La  con- 
quista del  Perú  i  el  establecimiento  i  organización  de  los 
europeos  en  su  territorio  quedaron  consumados  con  el  go- 
bierno de  La  Gasea  ^-^ 


como  La  Gasea  de  las  mas  elevadas  virtudes,  ha  consagrado  un 
fragmento  notable  por  su  sencillez  i  por  su  moralidad  para  referir 
la  pacificación  del  l*erú.  En  ese  fragmento,  no  hai  hechos  nuevos, 
ni  apreciaciones  sorprendentes  sino  sólo  un  cuadro  verdadero  i 
patético  de  la  virtud. 

J'i  Las  guerras  civiles  de  los  conquistadores  del  Perú  tienen  por 
principales  historiadores  a  dos  contemporáneos,  Agustin  de  Zara- 
te i  Diego  Fernández,  de  donde  han  sacado  abundantísimas  noti- 
cias los  escritores  posteriores.  El  lector  puede  consultar  has  obras 
de  Prescott  i  de  Lorente,  donde  están  referidas  con  grande  acopio 
<lc  pormenores  i  con  mucho  ínteres. 


CAPITULO  XVII. 
Conqnista  de  las  provincias  arjentlna». 

(1520-1580) 

1 Fspedicioii  de  García  í  de  Cabot.  2. — Don  Pedro  de  Mendoza. 

3.  —Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca.  4.— Gobierno  de  Irala.  5 

Descubrimiento  i  conquista  del  interior.  6.— Progresos  de  la  co- 
lonia; disensiones  de  los  conquistadores.  7.— Gobiernos  de  Ortiz 
de  Zarate  i  (^arai.  8.— Fun  lacion  de  Buenos  Aires. 

1.  EsPEDiciONES  DE  García  I  DE  Cabot.— Despues  del 
desventurado  viaje  de  Juan  Díaz  de  Solis  en  1516,  el  rio  de 
la  Plata  quedó  conocido  para  losjeógrafos  i  navegantes. 
Magallanes  lo  visitó  en  1520;  pero  el  coiiocimiento  que  te- 
nían los  españoles  estaba  reducido  a  su  desembocadura. 
^  Sólo  en  1525  hubo  un  aventurero  que  intentara  adelantar 
los  descubrimientos  por  aquella  parte  del  nuevo  mundo. 
Diego  García,  piloto  natural  de  Moguer,  obtuvo  el  man- 
do de  una  escuadrilla  equipada  por  la  casa  de  contrata- 
ción de  la  especiería,  que  Carlos  V  habia  ors:anizado  en  el 
puerto  de  la  Coruña  para  el  comercio  con  las  islas  del  Asia 
que  habia  descubierto  Magallanes. 

García  salió  del  cabo  de  Finisterre  el  15  de  enero  de  1526. 
Después  de  un  largo  viaje  lleno  de  peripecias  mui  poco  inte- 
resantes i  de  prolongados  retardos  en  las  islas  de  la  costa 
de  África,  i  en  la  costa  del  Brasil,  llegó  a  un  rio  que  deno- 


mmó  de  los  PaUní,  a  Ioik  27  gniiltis  ele  latitud  s^r,   'J^jnile 
fué  httfo   r^cibfflcí   por  los  oataraia^.  '*Hai,  *Íkx  ti  misfocí 
García,  ana  hariia}eni;racinn   (pulilurton)  rjtie   haom   moi 
bt»ciia  obrs  a  km  ciisiünno^  c  námaiiüe  lo^  CurrÍoc«s,  qttc 
allí  nof  dieron  miichas  rituallas  qoc  se  llattta  ütiZ/o  c  harí- 
rni  ríe  fn^tnclioc'ii  e  mtK^ha^  calahaxas»  r  mtichos  pato»  e 
oir<H&  tatieiiti»  bastitnento^  p^initie  eran  tiueads  fn«lif.^*'  ^  . 
Se  Uallaha  Garifa  mi  aquel  poertii  eti&a:do  lleg¿  a  él  Se- 
hnfítían  Caín:»!,  nqucl  naTC^naie  ingl^  qoe  bajo  rl  reioada  J 
fie  Efirii|itt?  Vil  Itabta  deácabterto  en  1496  las  coaitas  úc  la  ™ 
AfEténcA  del  norte.  Cabot  había  entrado  a  Y  ^erriirto  del  reí 
de  Eipaña»  í  despaes  de  la  muerte  de  Solts  taé  hecho  pílotu 
majifr  di?  Castilla.  Cárhis  \\  a  coitseraeticia  ilel  deiiciibri 
miento  de  las  islas  de  la  es{»cecKa^  ctinli/i  aCalnit  rl  mando 
de  ana  esctiadrílla  que  debía  llevar  el  mísaio  nimÍMj 
Mágallánr«.  En  efecto,  el  3  <le  abril  de  \ó2ñ  amrpd  de 
Lácar«  i  dus  meses  desputrs  reeottoeiW  y.i  lai^  costas  de! 
iil.  Mas  adelante,  encontró  a1|^nos  castrllanos  dejad 
|íor  laüí*  na  re  de  la  expedición  de!  comendador  Joñné  de 
Lomsa,  qtie  había  ido  a  las  Molacas^  i  uno  que  hnbia  for* 

gado  con  la  esperanza  de  hallar  las  riquezas  de  que  le  ha- 
blaban aquellos,  o  talvez  por  falta  de  víveres,  Cabot  pensó 
en  proseguir  los  descubrimientos  por  aquella  parte,  i  al 
efecto  dejó  abandonados  en  una  isla  desierta  a  tres  capita- 
lies  que  se  oponian  a  sus  proyectos,  i  penetró  resueltamen- 
te en  el  Rio  de  la  Plata. 

El  marino  ingles  adelantó  en  poco  tiempo  el  reconoci- 
miento de  aquellas  rejiones.  Uno  de  sus  subalternos  sc 
internó  en  el  rio  üruguai  i  remontó  sus  corrientes  hasta 
el  rio  de  San  Salvador;  i  Cabot  mismo,  esplorando  las  ri- 
beras del  sur  del   Plata,    penetró  en   el  Paraná,  en  cuvas 


1  Carta  de  la  navegación  de  Diego  García,  publicada  en  el  to- 
mo XV  de  la  Revista  do  instituto  histórico  e  geographico  do  Bra- 
zily  documento  citado  por  Xavarrete,  pero  desconocido  a  los  que 
han  tratado  de  los  primeros  tiempos  de  la  historia  arjentina. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPItULO    XVII  473 


xnárjenes  fundó  un  fuerte  con  el  nombre  de  Sancti  Spiritus. 
Desde  allí  prosiguió  sus  reconocimientos  hacia  el  norte, 
Hcivegó  el  rio  Paraguai,  i  después  de  una  refriega  con  los 
salvajes  en  las  orillas  del  Bermejo,  dio  la  vuelta  a  la  forta 
lez'i.  En  este  viaje  empleó  cerca  de  tres  años,  al  cabo  de  los 
cuales  resolvió  volver  a  P^spaña  a  dar  cuenta  de  sus  des- 
cubrimientos. Dejó  al  efecto  una  guarnición  en  Sancti 
Spiritus,  a  las  órdenes  de  un  castellano  llamado  Ñuño  de 
Lara,  i  volvió  a  Europa  en  1530.  A  consecuencia  de  las 
ricas  muestras  de  metal  que  habia  recojido  en  su  viaje,  dio 
el  nombre  de  la  Plata  al  rio  que  hasta  entonces  habia  sido 
denominado  Mar  Dulce. 

Diego  García  habia  segu  do  las  huellas  de  Cabot,  i  com 
pletado  en  pnrte  el  reconocimiento  de  aquellos  paises;  pero 
volvió  tambicn  a  España  sin  asentar  establecimiento.  El 
que  habia  fundado  Cabot  fué  destruido  por  los  indios  í/m- 
búes,  que  asesinaron  a  todos  los  hombres  que  formaban  su 
guarnición.  Unos  pocos  soldados  que  estaban  fuera  del 
fuerte  a  la  época  del  ataque,  abandonaron  aquella  costa 
inhospitalaria  i  se  trasladaron  a  la  colonia  portuguesa  de 
San  Vicente.  De  esta  manera  terminó  el  primer  ensayo  de 
colonización  en  las  márjenes  del  Rio  déla  Plata.  - 

2.  Dox  Peoro  de  Mendoza.— -La  conquista  i  coloniza- 
ción de  los  paises  esplorados  por  Cabot,  se  demoraron 
todavía  algún  tiempo  mas.  Sin  embargo,  cuando  en  Espa- 
iiase  tuvo  noticias  de  las  riquezas  del  Perú,  icuandose 
supo  que  las  naciones  civilizadas  porlos  incas  se  dilataban 
hacia  el  sur,  se  ocurrió  naturalmente  la  idea  de  que  remon- 
tando los  rios  navegados    por  Cabot  seria  no  sólo  posible 

2  Carta  de  Luis  Ramírez,  compañero  de  Cabot,  escrita  en  el 
rio  de  la  Plata  el  10  de  julio  de  1528,  publicada  igualmente  en  el 
toTio  XV  de  la  Re\  ista  do  instituto  histórico  e  geographico  do  Bra- 
ít//.  Esta  primera  pajina  de  la  historia  arjentina  está  todavía  muí 
poco  estudiada;  i  los  dos  documentos  citados,  que  constituyen  la 
única  autoridad  auténtica,  son  mui  poco  conocidos,  si  bien  es 
evidente  que  Herrera  los  tuvo  a  la  vista.  —El  autor  anónimo  de  la 
obra  inglesa  titulada  A  Afemoit  oí  Sebastian  Cabos,  es  el  que  ha 
tratado  mejor  este  asunto. 


sino  fácil  encontrar  un  camino  mas  corto  para  las  ricas 
n*jioncs  «leí  Pero.  El  tesoro,  con  todo,  no  estal>a  co  astado 
de  híiccr  frente  a  los  gastos  qne  había  de  demandar  esta 
empresa;  pero  un  caballero  de  Cádiz,  jentil-homhre  de  eá- 
mAra  de  Carlos  V,  llamado  don  Pedro  de  Mendoíta^  que 
acababa  de  ilustrarse  en  las  ^nerras  de  Italia,  se  i^ifreeió  a 
hacer  los  glastos  de  la  espedicion,  mediante  el  título  de  ade- 
lantado  í  j^oljernador  de  los  países  que  poblara»  Mendoza 
se  comprometió  a  penetrar  en  el  interior  de  aqnelhi  tierra 
hasta  llegar  al  mar  del  sur.  Su  gobierno  debia  estenderse 
200  leg^uas,  desde  los  límites  de  las  posesiones  portugruesas 
hacia  el  estrecho  de  Magallanes. 

La  escuadra  de  Mendi>za  salió  de  San  Lácar  el  1.^  de 
setiembre  de  1534.  Las  fuerzas  espedtcionariascotnponian 
nn  total  de  mas  de  1.000  hombres,  entre  les  en  a  les  figura b;in 
aignnos  personajes  de  distinción.  Mendosa  penetró  fácil* 
mente  en  el  rio  de  la  Plata;  i  después  de  algunas  esplora* 
Clones  en  las  primeras  islas  que  encontró,  dispuso  un  de- 
sembarco en  la  costa  meridional,  Bo  el  momento  de  pisar 
la  tierra,  el  capitán  Sancho  García  esctamó; — **iQué  bue- 
no*^ 11  rp^  fi^-      r*.í:f»l*-;^>T7   ^n      t^>ífri       ticrrrí*'*    Pí^r^l*   ffin^   i7<'^í:^(^TTi-'«^ 

el  2  de  febrero  de  1535,  echó  los  cimientos  de  una  pobla- 
ción, a  que  dio  el  nombre  de  Santa  María  de  Buenos  Aires. 
Antes  de  mucho  tiempo,  los  indios  querandícs,  salvajes 
guerreros  i  feroces,  comenzaron  a  hostilizar  a  los  nuevos 
pobladores  negándoles  los  víveres,  incendiando  sus  aloja- 
mientos i  atacándolos  con  gran  resolución. 

Los  castellanos  se  proveyeron  de  víveres  en  las  colonias 
portuguesas  del  Brasil  i  en  las  orillas  del  Paraná;  i  sin  inti- 
midarse por  las  hostilidades  de  los  salvaje?,  pensaron  en 
esplorar  nuevamente  los  rios  i  en  fundar  otras  poblaciones. 
Mendoza  se  adelantó  hasta  el  lugar  en  que  Cabot  ha- 
bia construido  la  primera  fortaleza;  i  desde  allí  despachó  al 
capitán  Juan  de  Ayólas  con  encargo  de  continuar  la  esplo- 
racion  hacia  el  norte.  Este  valiente  aventurero  remontó 
las  aguas  de  los  rios  Paraná  i  Paraguai;  sostuvo  varios 
combates  con  los  indios,  i  a  la  orilla  derecha  de  este  últi- 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XVII  475 

mo.  fundó  (agosto  de  1536)  una  fortaleza  que  fué  el  orí- 
jen  de  la  ciudad  de  la  Asunción.  Ajólas  no  se  detuvo  allí; 
dejando  el  mando  de  sus  naves  a  un  oficial  llamado  Do- 
mingo Martínez  de  Irala,  se  internó  resueltamente  en  los 
bosques  del  Chaco  seguido  de  doscientos  soldados,  en 
busca  de  un  camino  que  lo  llevara  hasta  el  Perú.  El  re- 
sultado de  esta  espedicion  fué  tan  desastroso  como  era 
de  presumirlo.  Ayólas  reunió  algunas  muestras  de  plata,  i 
llegó  hasta  las  fronteras  del  Pero;  pero  a  su  vuelta,  en  las 
mismas  orillas  del  rio  Paraguai,  fué  sorprendido  por  los 
salvajes,  i  degollado  con  todos  los  suyos. 

Mendoza,  entre  tanto,  se  habia  puesto  en  camino  para 
España.  Cansado  de  la  lucha  con  los  indíjenas,  fastidiado 
por  el  hambre  que  las  hostilidades  de  éstos  producian  en 
la  colonia,  i  mas  qne  todo  por  la  escasez  de  riquezas  mine- 
rales, resolvió  abandonar  la  nueva  población  i  volverá 
España  a  gozar  en  paz  de  Ids  bienes  de  fortuna  que  poseía. 
El  desengañado  gobernador  pereció  en  la  navegación  3. 

3.  Ai.vAr  Nuñez  Cabeza  de  Vaca.— -Por  ausencia  del  go- 
bernador don  Pedro  de  Mendoza,  i  por  muerte  del  capitán 
Ayólas,  fué  elejido  gobernador  de  la  colonia  el  capitán 
Martínez  de  Irala;  pero  no  tardó  en  llegar  de  España  un 
comisionado  real,  Alonso  de  Cabrera,  con  socorros  para 
los  colonos  i  con  el  nombramiento  de  gobernador  para  el 
caso  en  que  faltase  el  propietario.  Este  comisionado,  no- 
tando la  postración  i  el  estado  miserable  a  que  se  hallaba 
reducido  el  pueblo  de  Buenos  Aires  por  causa  de  la  guerra, 
determinó  despoblarlo,  i  trasladar  sus  habitantes  a  las 
orillas  del  rio  Paraguai,  cuyos  naturales  eran  menos  beli- 
cosos. En  el  sitio  mismo  en  que  Ayólas  habia  fundado  la 
primera  fortaleza,  echaron  los  cimientos  de  una  nueva  po- 


3  Sobre  la  espedicion  de  don  Pedro  de  Mendoza  puede  consul- 
tarse la  Historia  i  descubrimiento  del  rio  de  la  Plata  i  Paraguai  y 
C54crita  en  alemán  por  Ulderico  Schmidel,  que  formaba  parte  de  la 
espedicion,  i  publicada  en  castellano  por  Barcia  en  el  primer 
tomo  de  sus  Historiadores  primitivos  de  Indias,  i  en  francés  por 
Tcrnaux  Corapans  en  su  Colección  citada. 


476  1  ligio  U LA    D»   A&LÉIltUA 


4 


blaciüii  constniveDclo  a!  efectf>  una  itjlfsia  í  organizan  rio  el 
cabildo* 

Mientras  tanto,  el  re  i  redoblaba  sus  órdenes  para  adc- 
lauLar  la  conquista  i  colunízacion  de  aquellos  países,  de 
cuyas  riquezas  se  hablaba  tanto,  i  cu  Iü5 cuales  se  esperaba 
encontrar  un  camino  mas  cortf>  paro  el  Perú.  Al  saber  las 
desgracias  rjuc  liabinn  ocurrido  en  i  a  colunia,  dio  el  título 
de  adelantado  a  un  caballero  andaUíE  nombrado  Alvar  Nú- 
üez  Cabeza  de  Vaca,  que  se  había  hecho  uf^Lable  eíi  una  en* 
pedición  a  la  Florida  tanto  por  su  valor  como  por  su« 
ílesgracias  i  naufrajios.  Carlos  V  le  confió  trcí»  naves  i^cua- 
t  rocíen  tos  hombres,  con  orden  de  contifitiaf  los  dcsctibri* 
mientos  comenzados  por  Avalas  i  de  consumar  laconquiísta  A 
por  los  medios  pacificóos  cu  cuanto  fuese  positile*  " 

Alvar  Núñez  salió  de  Sun  Lácar  el  2  de  noviembre  de 
1540,  Habiéndose  demorado  muclto  tiempo  en  la  costa  del 
sur  del  Brasil  para  tomar  poWsifín  de  clin  a  nonilire  del 
reí  de  España,  emprendió  su  viaje  por  tierra;  i  sig^uieiido 
la  corriente  del  rio  IguaKÚ,  llegó  hasta  las  orillas  del  i'ara- 
oá,  i  en  seguida  a  la  Asunción  (11  Ae  mareo  de  1542).  Bn 
este  pevHiííísimo  viaie,  Alvnir  Nimez  desplegó  las  dotc^  <lt 
un  militar  esperimentado,  de  tal  modo  que  después  de  se- 
tenta jornadas,  i  de  haber  andado  400  leguas  de  cami- 
nos ásperos  i  fragosos,  llegó  a  la  colonia  sin  perder  un  solo 
hombre. 

Los  colonos  se  hallaban  en  grandes  apuros  por  las  hos- 
tilidades constantes  de  los  salvajes,  cuando  recibieron  al 
nuevo  gobernador.  Alvar  Núñez  nombró  maestre  de  campo 
al  capitán  Irala,  i  le  encargó  que  prosiguiera  los  descubri- 
mientos para  ponerse  en  comunicación  con  el  Perú.  En  se- 
guida, se  ocupó  en  someter  a  los  indios  rebeldes;  5  por  últi- 
mo salió  en  persona  (setiembre  de  1543)  a  la  cabeza  de  un 
cuerpo  de  400  españoles  con  dirección  hacia  el  norte,  en 
busca  no  sólo  de  un  camino  para  el  Perú  sino  también 
de  las  minas  que,  según  se  suponía,  ofreeian  abundantes 
tesoros.  Esta  espedicion  dio  por  resultado  el  reconoci- 
miento del  alto  Paraguai;  pero  la  constante  resistencia 


rAKTB   SEGUNDA.-     OAl'ÍTÜLO    XVTI  4"/ 7 


de  los  naturales,  la  escasez  de  víveres,  i  las  fiebres  rei- 
nantes en  aquellos  lugares  lo  obligaron  a  volver  a  la  Asun- 
ción. ^ 

La  colonia  comenzaba  a  progresar,  gracias  al  celo  que 
desplegaba  el  nuevo  gobernador.  Alvar  Núñez  habia  pues- 
to coto  a  los  desmanes  de  los  conquistadores,  e  impedido 
los  malos  tratamientos  que  éstos  daban  a  los  indíjenas, 
regularizando  í\^  efecto  la  administración  de  las  encomien- 
das. De  este  modo,  habíase  granjeado  el  afecto  de  los  in- 
dios, i  obtenido  los  socorros  (|ue  ellos  podian  facilitarle; 
pero  los  conquistadores,  a  quienes  perjudicaba  en  sus  in- 
tereses, se  aprovecharon  de  una  enfermedad  del  gobern.i- 
dor  i  de  la  ausencia  de  una  parte  de  sus  tropas  para  poner 
en  obra  una  sublevación  insti«:ada  por  el  contador  Felipe 
Cáceres.  El  25  de  abril  de  1544,  los  conjurados  se  dirijie- 
ron  a  la  casa  en  que  estaba  establecido  Alvar  Núñez,  dán- 
dole apenas  tiempo  para  tomar  sus  armas.  El  valiente 
capitán  habria  querido  resistir  a  tamaña  traición,  mas,  ro- 
deado por  muchos  adversarios,  rindió  por  fin  su  espada  a 
don  Francisco  de  Mendoza,  hermano  del  gobernador  ante- 
rior, i  fué  reducido  a  estrecha  prisión. 

Los  sublevados  se  ocuparon  en  seguida  del  nombramien- 
to de  una  persona  que  lo  reemplazara  en  el  mando  de  la 
colonia.  Fué  elejido  üomingo  Martínez  Irala,  el  cual  se  vio 
obligado,  tal  vez  a  pesar,  suyo,  a  aceptar  e|  gobierno  que 
se  le  ofrecia.  Alvar  Nííñez  fué  remitido  a  España,  donde, 
después  de  un  juicio  de  residencia,  de  que  fué  absuelto,  se 
estableció  en  Sevilla.  Allí  murió  habiendo  gozado  hasta  sus 
últimos  dias  de  las  consideraciones  a  que  lo  hacian  acree- 
dor sus  virtudes  i  sus  servicios  ^. 


•  •*  La  historia  de  la  espedicion  i  del  gobierno  de  Alvar  Núñez  está 
referida  mui  prolijamente  por  el  escribano  Pedro  Fkrxándi  z  en 
uija  obra  titulada  Comentarios  de  Alvar  Núñez  Cabeza  ríe  T/íca, 
publicada  en  vida  de  éste,  traducida  al  francés  por  Ternaux  Com- 
pans,  i  reproducida  en  las  colecciones  de  Barcia  i  Rivadeneira  jun- 
to con  otra  relación  de  su  espedicion  a  la  Florida,  que  lleva  por 
título:  Naufrajios  de  Alvar  Núñez. 


GoRiERNo  DE  Irala,— Desde  los  primeros  tiempos  de  su 
administración,  I  ral  a  tuvo  que  sostener  una  lucha  tenax 
contra  los  indios  salvajes;  pero  en  1548,  creyendo  defini- 
tiva mente  afrentada  su  autoridad,  emprendió  una  espedí-   J 
cion  en  busca  de  un  camino  cjue  lo  llevara  al  Perñ.  Irala    ' 
llegó  a  los  confines  de  arpiel  imperio;  pero  sabedor  de  que 
la  guerra  civil  teniíi  dividido  a  los  conquistadorea^se  liioitó 
a  despacliar  un  emisario  cerca  del  Presidente  La  Gasea  ymrm, 
petlirle  la  confirmación  del  cargo  que  desempeñaba;  i  te 
mieufln  por  la  seguridad  de  su  gobierna,  difi    la  vuelta  al 
Paragitííi*   Bn  efecto,  durante  su  ausencia  hal)¡a  eRtiiilado 
una  revolución  en  la  colonia:  el  gobernador  ^us^tituto  liahia 
sido  dcgollíido,  i  un  gobicrncí  contra  revoluctoriaric*,  com* 
puesto  de  los  partidarios  de  Alvar  Núñez  Cabeza  de    Vaca^ 
lo  hnbia   reemplazado.   Irala  tuvo  que  empeñar  la  fuerra 
¡>ara  hacer  resfietar  su  autoridad  fie  gobernador» 

E)  resto  de  su  gobierno  fué  mas  importante  todavía  que 
aquella  estéril  espedicion.  Ensanchó  las  conquistas  de  los 
españolasen  el  territorio  del  Paraguai,  fundó  nuevas  pohia- 
ciones  i  dicto  prudentes  ordenanzas  para  la  administración 
de  los  países  í:[ue  gobernaba.  La  corte,  queriendo  poner  tér- 
mino a  las  disensiones  de  loa  cont[uistacIores  del  Paragfuai 
o  mas  bien  deseando  evitar  guerras  como  las  que  habían 
asolado  al  Perú,  ccmfirmó  a  Irala  en  el  gobierno  del  Para- 
guai,i  elevó  esta  provincia  al  rango  de  obispado,  nombran- 
do al  efecto  el  primer  obispo  (1555).  Robustecida  así  su 
autoridad,  el  gobernador  ocupó  los  últimos  dias  de  su 
gobierno  en  reglamentar  los  derechos  i  obligaciones  de 
los  encomenderos  respecto  de  los  indios  i  en  despertar  en 
aquéllos  el  espíritu  de  empresas  particulares  para  pro- 
seguir el  descubrimiento  i  conquista  del  territorio.  La 
muerte  lo  sorprendió  en  1557  cuando  la  colonia  comen- 
zaba a  prosperar  i  a  desarrollarse  bajo  su  activa  i  hábil 
administración. 

5.  Descubrimiento  i  conquista  del  interior. — Al  mis- 
mo tiempo  que  los  españoles  se  empeñaban  en  descubrir  i 
conquistar  por  el  lado  del  oriente  los  fértiles  paises  que  rie- 


PARTH   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XVII  479 

gan  el  Plata  i  sus  afluentes,  los  conquistadores  del  Pe- 
rú i  de  Chile  acometian  una  empresa  idéntica  por  el  norte 
i  por  el  occidente.  En  diversas  ocasiones,  algunos  capita- 
nes distinguidos  del  Perú,  pasando  los  límites  del  antiguo 
imperio  de  los  incas,  penetraron  en  las  rejiones  del  sur  sin 
dejar  muchas  huellas  de  sus  escursiones. 

El  conquistador  de  Chile,  Pedro  de  Valdivia,  quiso  tam- 
bién dilatar  lo«  límites  de  las  provincias  cuyo  gobierno  se 
le  habia  confiado.  Comisionó  con  este  objeto  al  capitán 
Francisco  de  Aguirre,  el  cual  recorrió  a  la  cabeza  de  un  pu- 
ñado de  hombres,  el  dilatado  territorio  que  se  estiende 
al  oriente  de  la  cordillera  de  los  Andes,  i  fundó  la  ciudad  de 
Santiago  del  Estero  (1553),  que  por  algún  tiempo  fué  la 
población  mas  apartada  de  los  rios  que  habian  esplorado 
los  primeros  descubridores.  Mas  tarde,  siendo  gober»iador 
de  Chile  don  García  Hurtado  de  Mendoza,  salió  otra  espe- 
dicion  para  someter  a  los  indios  que  poblaban  el  territorio 
vecino  a  la  cordillera;  i  entonces  fueron  fundadas  las  ciu- 
dades de  San  Juan  i  Mendoza,  ct^nstituidas  en  centros  de 
una  dilatada  provincia  que  por  cerca  dedos  siglos  formó 
parte  de  la  capitanía  jeneral  de  Chile. 

6.  Progresos  de  la  colonia;  disensiones  de  los  con- 
quistadores.— La  provincia  del  Paraguai  habia  lle«;ado  a 
cierto  grado  de  prosperidad  e  importancia  a  la  época  déla 
muerte  del  gobernador  Irala.  Los  indios  estaban  en  derto 
modo  sometidos,  prestando  sus  servicios  a  los  conquistado- 
res. Los  ganados  europeos,  introducidos  del  Perú  i  de  la 
costa  del  Brasil,  se  incrementaban  rápidamente  i  anuncia- 
ban una  fuente  inagotable  de  riqueza.  La  población  euro- 
pea aumentaba  también  i  se  dilataba  en  aquellas  fértiles  re- 
jiones. 

Al  morir,  Irala  habia  dejado  el  gobierno  de  la  colonia  a 
uno  de  sus  yernos,  el  capitán  Gonzalo  de  Mendoza;  pero  ha- 
biendo fallecido  éste  el  año  siguiente  (1558),  se  reunieron 
los  vecinos  de  la  Asunción  i  elijieron  gobernador  de  la  pro- 
vincia a  otro  yerno  de  Irala,  el  capitán  Francisco  Ortiz  de 
Vergara. 


480    .  HISTOKIA    l>tt    AMéUK'A 


El  nuevo  mandatario  conservó  el  «gobierno  durante  siete 
años  consecutivos,  sin  mas  accidente  que  algunas  guerras 
para  someter  a  los  belicosos  indios  guaraníes.  Deseando  la 
confirmación  de  su  título  de  gobernador,  en  ISG-i-  empren- 
dió un  viaje  al  Perú  con  mas  de  trescientos  soldados  espa- 
ñoles para  dar  cuenta  de  su  gobierno  i  solicitar  del  virrei  su 
nombramiento  en  propiedad.  Sinembargo,  Yergara  fué  trai- 
cionado por  Felipe  Cáceres,  célebre  ya  por  la  sublevación 
contra  Alvar  Xiiñez  Cabeza  de  Vaca.  Cáceres  se  adelan- 
tó a  sus  compañeros,  i  se  presentó  a  la  audiencia  de  Lima 
que  gobernaba  interinamente  en  el  Períí.  para  acusar  al  go- 
bernador de  haber  abandonado  la  provincia'de  su  mando. i 
empeñándose  en  una  infructuosa  espedicion  sólo  para  con- 
seguir, la  propiedad  de  su  destino.  La  audiencia  oyó  estas 
f|ue)as;  i  separando  a  Vergara  del  gobierno  del  Paraguíii, 
confió  este  cargo  a  un  acaudalado  caballero  llamado  Juan 
Ortiz  de  Zarate. 

Al  recibir  éste  su  nombramiento,  habiase  comprometido 
a  introducir  en  aquella  provincia  una  cantidad  considerable 
de  ganados  i  a  transportar  de  Kspaña  doscientas  familias 
i  un  considerable  cuerpo  de  soldados  a  fin  de  consuniíir  la 
coníjuist.'i  i  fiiiidar  dos  niu'vas  j)oblaci()ncs.  Para  ciiniplir 
esto  cor.ij)r()inis<),  Ortiz  ílc  Znrntc  (lió  el  caru^o  de  teiiic-iiLC 
^ohern.'i'l')!-  a  Cnreres  con  carden  de  reuniren  el  sunjel  IV:':*i 
el  í^.'iiiado  (|iu.'  (lel)ia  transportar  al  I^arairnai,  i  el  Jiiismo 
^ohernailoT  se  enibareó  j)ara  Panamá  eon  el  objeto  de  <iii'i- 
jirse  a  l'ispaña,  de  alc^anzar  allí  la  j)i"oteeeion  de  la  corte  i  de 
volver  al  Parai;uai  eon  los  soldados  i  loseolonos  (jue  lianii 
])ronietid< )  ll'.-v.ar. 

Ivn  1  r)í')*J,  Cáeeres  se  hallaba  de  vuelta  en  el  ParaLTna?. 
Hombre  de  jenio  niijuieto  i  turbulento,  dcbJa  su  clevaeion 
a  (]n<  e  )n<jnraei<)iies,  la  una  eontra  Alvar  Xúñez  i  la  oira 
eonti'a  Xei'i^ara.  \ín  el  íj"o1  nenio  mostró  (pie  no  ])oseia  li< 
(l()tr>  ¡ire(  >iii.i<  ji.ira  manícnvr  la  tran(juilidad  de  la  *.*<»!.>- 
nía.  !■  Mip;  eridi'')  ali:nnas  espedeíones  de  esploraeion ;  jiei») 
pas<')  ecrea  «U*  I  rrs  años  en\'url  t  o  en  discordias  i  desohedieii- 
elas  (j'ie  no  ^up'»  reprnuir.   Al  tin,  fué  depuesto  por  los  eoh'- 


PARTE    8MGUNDA. — CAPÍTULO    XVII  4©1 

nos,  sometido  a  una  dura  prisión  i  remitido  a  España.  Lo 
reemplazó  interinamente  en  el  Gobierno  Martin  Suárez  de 
Toledo.  Durante  la  administración  de  éste,  un  caballero 
vizcaíno,  Juan  de  Garai,  que  después  alcanzó  una  alta  nom- 
bradla en  el  gobierno  de  las  colonias  del  rio  de  la  Plata,  hi- 
zo algunas  esploraciones  en  el  Paraná,  i  fundó  a  sus  orillas 
la  ciudad  de  Santa  Fé  (1573). 

7!  Gobiernos  de  Ortiz  de  Zarate  i  de  Garai.— Ortiz  de 
Zarate,  entre  tanto,  habia  obtenido  en  España laconfirma- 
cion  de  su  título  de  gobernador,  i  con  una  escuadrilla  de 
cinco  naves  zarpó  de  San  Lucar  a  fines  de  1572,  Después  de 
un  penoso  viaje  i  de  fatigosas  aventuras,  penetró  en  el  rio 
de  la  Plata,  remontó  el  Uruguai  i  llegó  al  fin  a  la  Asunción 
en  1574.  Su  gobierno  no  fué  largo  ni  glorioso.  No  supo 
conquistarse  las  simpatías  de  sus  gobernados,  ni  cimentar 
la  administración  de  la  colonia;  de  modo  que  después  de  con- 
sumir su  fortuna  en  los  aprestos  déjente,  armas  i  municio- 
nes para  establecer  su  gobierno  i  darle  mayor  ensanche,  el 
odio  de  sus  subalternos  embarazaba  su  acción.  Un  año  des- 
pués de  recibirse  del  mando,  falleció  (1575)  sin  haber  hecho 
nada  de  notable  para  ilustrar  su  nombre. 

La  espedicion  de  Ortiz  de  Zarate  habia  sido  emprendida 
a  sus  espensas,  mediante  .un  contrato  con  la  corte.  El  reilo 
habia  autorizado  para  nombrar  sucesor;  i  en  esta  virtud, 
el  finado  Gobernador  habia  dispuesto  que  lo  reemplazara  el 
capitán  que  se  casase  con  una  hija  que  dejaba  en  el  Perú,  a 
fin  de  que  el  gobierno  no  saliese  de  su  familia.  Juan  de  Ga- 
rai, a  quien  Ortiz  de  Zarate  habia  encargado  de  la  ejecución 
de  su  testamento,  celebró  ese  enlace,  i  asumió  el  mando  de 
la  colonia  en  1576.  Con  una  actividad  estraordinaria  se 
ocupó  en  fundar  diversos  pueblos,  en  sojuzgar  las  tribus 
salvajes,  i  en  someterlas  al  réjimen  de  repartimiento^  bajo 
condiciones  de  moderación  i  de  equidad.  Los  paises  con- 
quistados por  los  castellanos,  se  dilataron  rápidamente,  i' 
el  gobierno  de  Juan  de  Garai  formó  desde  luego  una  estensa 
provincia  poco  rica  en  producciones  minerales,   que  era   lo 

TOMO   I  81 


482  HISTORIA    DB    AMÉRICA 


que  principalmente  buscaban  los  castellanos,  pero  fértili 
bien  preparada  para  alcanzar  en  breve  un  gran  desarrollo. 

8.  Fundación  de  Buenos  Aires.— Pero  Garai  tenia  un 
pensamiento  mas  vasto  respecto  de  la  colonia  que  estaba 
bajo  su  mando.  Los  castellanos  habian  esplorado  los  rios 
Paraná  i  Uruguai  así  como  casi  todos  sus  afluentes,  i  sa- 
bian  que  todos  ellos  iban  a  desembocar  en  el  caudaloso  ca- 
nal que  llamaban  rio  de  la  Plata.  Garai  comprendió  que  a 
las  orillas  de  éste  debia  fundarse  una  población  que  fuese  la 
llave  de  aquellas  provincias,  a  la  vez  que  el  centro  de  co- 
mercio interior.  En  1435,  don  Pedro  de  Mendoza,  recien  lle- 
gado a  aquellos  paises,  habia  fundado  la  ciudad  de  Santa 
María  de  Buenos  Aires,  que  fué  despoblada  bajo  el  gobierno 
de  su  sucesor.  Garai  pensó  que  allí  mismo  debia  echar  los 
cimientos  de  la  metrópoli  de  los  dominios  confiados  a  su 
gobierno. 

En  1580  salió  de  la  Asunción  a  la  cabeza  de  60  soldados 
i  algunos  oficiales;  i  bajíindo  los  rios  Paraguai  i  Paraná, 
llegó  al  sitio  designado.  El  11  de  junio  de  ese  año  fijó  los  lí- 
mites de  la  nueva  población,  repartió  solares  a  sus  compa- 
ñeros, señaló  localizara  la  iglesia  i  nombró  el  ca])i](lo,como 
solían  hacerlo  los  coiuinistadores  cíistellanos.  Los  indios 
qucrnndics,  (|ue  |)oi)lal>an  los  campos  de  las  inmediaciones, 
atacaron  resueltamente  a  los  nuevos  jjohladt^res;  jzero,  Ija. 
rai,  mas  hábil  i  ])ru(lente  (jue  los  militares  (jue  h)  habian 
precedido,  derrotó  a  los  salvajes  i  los  mantuvo  £i  raya.  IV 
este  modo,  la  naciente  ciudad,  favorecida  por  su  excelente 
situación,  comenzó  a  desarrollarse  desde  los  ])rimcr<)S  (lias 
de  su  existencia,  i  vino  a  ser  mui  importante  por  su  prosjze- 
ridad  comercial. 

Juan  (le  (larai  gohern(')  todavía  la  colonia  cuíitro  años 
mas.  Habiendo  cmfn'endido  un  viaje  por  el  rio  Paraná  i  de. 
semharcado  en  la  costa  del  norte,  fué  sorprendido  por  los 
indios  niiniianes,  i  asesinado  con  una  gran  parte  de  las  per- 
sonas (jue  lo  aconi])añal)an  (  lóSl). 

Con  el  gobierno  de  Juan  de  (jarai  i  la  fundación  de  Bue- 
nos Aires  se  puede  dar  por  terminada  la  historia  de  la  con- 


PARTB   SEGUNDA. — CAPÍTULO   XVII  483 

quista  de  las  provincias  arjentinas.  Habíase  organizado  en 
ellas  una  capitanía  jeneral,  que  fué  dotada  mas  tarde  de 
una  real  audiencia.  Las  provincias  que  las  formaban  no 
quedaron,  sin  embargo,  reunidas  mucho  tiempo:  en  1G20, 
el  rei  las  dividió  en  dos  formando  el  gobierno  de  Buenos  Ai- 
res i  el  del  Paraguai.  El  año  siguiente  (1621),  Buenos  Aires 
tuvo  un  obispo  especial  ^. 

5  La  historia  arjentina,  objeto  de  muchos  trabajos  especiales, 
ha  sido  ilustrada  con  la  publicación  de  seis  volúmenes  de  documen- 
tos i  relaciones,  recopilados  por  don  Pedro  de  Angelis.  —Don  Ma- 
nuel Ricardo  Trbllks,  erudito  arjentino  encargado  de  la  dirección 
del  archivo  jeneral  de  Buenos-Aires  i  de  la  oficina  de  estadística,  ha 
publicado  en  el  Rejistro  estadístico  de  Buenos  A ires^  documentos  de 
sumo  ínteres  para  la  primitiva  historia  arjentina,  i  algunas  memo- 
rias debidas  a  su  laboriosidad  ^con  que  ha  llenado  muchos  vacíos. 
De  ambas  obras  se  puede  sacar  casi  la  base  completa  para  una  his- 
toria definitiva.  Ademas  de  estas  obras,  i  de  la  relación  histórica 
que  acompaña  al  viaje  de  Azara,  he  tenido  constantemente  a  la  vis- 
ta la  Historia  Arjentina  por  don  Luis  L.  Domínguez,  compendio 
histórico  publicado  en  Buenos-Aires,  i  que  cuenta  ya  dos  edi- 
ciones. 


CAPÍTULO  XVIII. 
Conqnliita  de   Chile 

(1540-1561) 

1.  Bspedicion  de  Pedro  de  Valdivia.— 2.  Valdivia  es  nombrado 
gobernador  de  Chile;  primeras  guerras  con  los  naturales.— 3. 
Trabajos  de  colonización;  esploracion  del  territorio  del  sur.— 4. 
Viaje  de  Valdivia  al  Perú.— 5.  Progresos  de  Valdivia  en  la  ocu- 
pación de  Chile.— 6.  Sublevación  de  los  araucanos;  muerte  de 
Valdivia.— 7.  Gobierno  interino  de  Francisco  de  Villagra;  disen- 
siones entre  los  conquistadores  sobre  el  mando  del  ejército  i  de  la 
colonia.— 8.  Ultima  campaña  de  Lautaro;  su  muerte.— 9.  Don 
García  Hurtado  de  Mendoza;  su  campaña  contra  los  araucanos. — 
10.  Espedicion  de  don  García  al  sur  de  Chile;  muerte  de  Caupo- 
lican. — 11.  Últimos  triunfos  de  don  García  Hurtado  de  Mendoza; 
ñn  de  su  gobierno. 

1.— Espedicion  de  Pedro  de  Valdivia.— Desde  la  vuel- 
ta de  Diego  de  Almago  de  su  campaña  a  Chile  en  1536,  el 
pensamiento  de  conquistar  este  país  habia  perdido  todo  su 
prestijio.  Se  creia  jeneralmente  en  el  Perú  que  el  territorio 
chileno  era  pobre  en  minas,  i  los  castellanos  sólo  daban  im- 
portancia a  las  rejiones  que  producían  oro.  Por  otra  parte, 
estaba  fresco  todavía  el  recuerdo  de  los  padecimientos  de 
Almagro  i  de  sus  compañeros. 

Sin  embargo,  casi  a  un  mismo  tiempo  hubo  tres  preten- 
dientes a  la  dominación  de  este  país,  tanta  era  la  afición  de 
los  castellanos  del  siglo  XVI  por  este  jénero  de  empresas. 


El  reí  había  adinrlicado  a  un  caballero  namado  Francisoí 
Ca margo  el  derecho  de  conquistar  las  rejionesqtte  se  entien- 
den al  norte  del  estrecho  de   Magallanes  i  la  gobernación 
concedida  interinamente  a  Simón  de  Alcazaba  a  orillas  del 
mar  Pacífico.  A  otro  caballero  llamado  Pedro  Sancho  de 
Ho35  que  habia  s'iádt  secretario  de  Pizarrojo  autorizaba  pa- 
ra descubrir  al  sur  del  estrecho  i  los  territorios  que  no  estu- 
viesen comprendidos  en  las  otras  gobernaciones.  Francisco 
Pizarro,  por  su  parte,  creyéndose  autorizado  por  el  rei»  con- 
fió  la  conquista   de  Chile  a  Pedro  de  Valdivia,  capitán  de 
gran  intelijencia  que  le  habia  prestado  muí  interesantes  ser- 
vicios en  la  guerra  civil  contra  Alma¿fro.  ■ 

En  vez  de  Camargo  tomó  aquella  empresa  otro  caballero 
llamado  Francisco  de  la  Rivera,  que  salió  de  España  diiec- 
tamcnte  con  tres  naves  i  penetró  en  el  estrecho  de  Magalla- 
nes. Una  de  ellas  se  perdió  alh':  otra  dio  la  vuelta  a  Espa- 
ña, i  la  tercera  f|ue  montaba  un  pariente  de  Camarico,  re- 
caló a  la  costa  del  Perú  después  de  infinitas  aventures 
(1540K  Los  proyectos  de  este  descubridor  quedaron  frus- 
trados desde  entonces, 

Pedro  Rancho  de  }íoz  habia  Uegado  a!  Pent  en  busca  de 
aventureros  que  quisieran  acompañarlo  en  esta  empresa,  a 
tiempo  que  Pedro  de  Valdivia  se  preparaba  para  la  con- 
quista de  Chile  en  virtud  de  la  autorización  concedida  por 
Pizarro.  Parecia  que  de  esta  coincidencia  iban  a  nacer  di- 
ficultades i  complicaciones,  cuando  intervino  Pizarro  invi- 
tando a  los  dos  competidores  a  celebrar  un  arreglo  para 
llevar  a  cabo  la  empresa.  El  28  de  diciembre  de  1539  cele- 
braron un  convenio  por  el  cual  se  comprometían  ambos  a 
hacer  la  conquista  en  compañía,  debiendo  al  efecto  contri 
buir  con  una  parte  de  los  elementos  de  guerra  necesarios 
para  la  empresa. 

Esta  compañía  no  debia  durar  mucho  tiempo.  Pedro 
Sancho  de  Hoz,  aventurero  vulgar,  sin  talento  ni  prestijio, 
sólo  pudo  reunir  algunos  caballos,  mientras  que  Valdivia 
cumpHó  fielmente  su  compromiso,  organizando  una  colum- 
na de  ciento  cincuenta  españoles  bien  armados,  i  de  muchos 


PARTE   SEGUNDA. — CAPItULO   XVIIl  487 

indios  ansiliares.  Su  reputación  militar,  adquirida  en  Ita- 
lia i  en  Flándes  combatiendo  contra  los  franceses,  i  en  Ve- 
nezuela i  el  Perú  peleando  contra  los  indios,  se  habia  au- 
mentado particularmente  en  la  campaña  de  Hernando  Pi- 
zarro  contra  Almagro  el  viejo,  en  que  le  tocó  desempeñar 
un  papel  mui  importante,  i  granjeaba  a  Valdivia  amigos 
i  parciales  casi  en  todas  partes.  Levantó  empréstitos,  com- 
pró armas,  enganchó  soldados,  i  en  los  primeros  Vneses  de 
1540  se  puso  en  marcha  para  Chile. 

Estaba  convenido  que  los  dos  jefes  se  reunirían  en  el  mes 
de  agosto  a  la  entrada  del  desierto  de  Atacama.  Allí  llegó 
Valdivia  rodeado  de  su  jente,  i  encontró  a  Hoz  con  algunos 
caballos.  No  era  posible  que  ambos  conservaran  la  direc- 
ción de  la  campaña,  siendo  tan  diferente  la  parte  que  tenia 
cada  uno  en  los  gastos  de  la  empresa.  En  efecto,  el  conve- 
nio anterior  fué  anulado  por  un  nuevo  contrato  que  cele- 
braron el  12  de  dicho  mes.  Valdivia  se  comprometió  a  pa- 
gar a  su  socio  el  valor  de  los  caballos  i  enseres  que  habia 
reunido;  i  Hoz  se  avino  a  renunciar  el  cargo  de  jefe  i  a  ser- 
vir a  las  órdenes  de  Valdivia  a  condición  de  que  éste  le  diera 
un  repartimiento  proporcionado  a  su  rango. 

Aleccionado  por  la  esperiencia  que  recojieron  los  compa- 
ñeros de  Almagro,  Valdivia  habia  elejido  el  camino  del  de- 
sierto, largo  i  penoso,  es  verdad,  pero  mas  seguro  que  el  de 
las  cordilleras.  Después  de  un  viaje  de  cinco  meses  al  tra- 
vés de  los  arenales  del  desierto  t  de  un  pais  jeneralmente 
pobre,  los  castellanos  llegaron  a  un  valle  espacioso  i  mui 
poblado  que  los  naturales  llamaban  Mapocho.  Valdivia 
que  no  habia  querido  fundar  antes  una  población  temiendo 
que  sus  soldados  intentaran  volver  al  Perú,  elijió  aquel  si- 
tio para  echar  los  cimientos  de  una  ciudad  (12  de  febrero 
de  1541).  Llamóla  Santiago,  en  honor  del  apóstol  patrón 
de  las  Españas  i  a  la  provincia  de  que  tomaba  posesión 
por  este  medio,  dio  el  nombre  de  Nueva  Estremadura,  en 
lionor  de  la  provincia  de  España  en  que  Valdivia  habia 
nacido. 

2.  Valdivia  es  nombrado  gobernador  de  Chile;  pri- 


488  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


MERAS  GUERRAS    CON    LOS    NATURALES.— El    título    COn    C|Ue 

Valdivia  habia  emprendido  esta  conquista  era  sólo  el  de 
teniente  de  Francisco  Pizarro.  Pero  una  vez  fundada  la 
capital  de  la  colonia,  sus  compañeros  pensaron  en  que  con- 
venia revestir  al  jefe  de  mas  amplios  poderes.  Pero  el  arro- 
gante capitán  aspiraba  a  tener  un  gobierno  propio.  Al  fun- 
dar la  ciudad  de  Santiago,  creó  un  cabildo  con  las  faculta- 
des que  las  antiguas  leyes  españolas  daban  a  estas  corpo- 
raciones. Pasando  adelante  en  sus  aspiraciones,  hizo  circu- 
lar, como  trasmitida  por  los  indios,  la  noticia  de  que  Piza 
rro  habia  sido  asesinado  en  Lima.  Esta  noticia  era  falsa» 
pero  tenia  todos  los  visos  de  verosimilitud,  como  se  com- 
probó por  el  asesinato  del  conquistador  del  Perú  ocurrido 
poco  mas  tarde;  por  lo  tanto  fué  creida  fácilmente  por  los 
compañeros  de  Valdivia.  Queriendo  éstos  proveer  a  su  pro- 
pia seguridad,  resolvieron  investir  de  mas  amplias  faculta- 
des al  caudillo  que  los  mandaba.  El  cabildo  de  Ja  naciente 
ciudad  reunió  al  vecindario;  i  a  pesar  de  su  resistencia  sin- 
cera o  aparente,  Valdivia  fué  aclamado  gobernador  el  11 
de  junio  de  IS^l.  * 


1  Los  documentos  (le  que  eonsta  el  n  o  mi)  ra  miento  de  goberna- 
dor hecho  en  Pedro  de  Valdivia,  existentes  en  el  cabildo  de  San- 
tiago i  publicados  en  diversas  ocasiones,  es()resan  que  fué  nombra- 
do gobernador  p:)r  haber  llegado  a  Chile  la  noticia  del  asesinato 
de  I-'ranclsco  Pizarro,  trasmiti<la  por  los  indios.  Sin  endíargo,  la 
muerte  del  conquistador  del  Perú  tuvo  higar  el  2G  de  junio  de 
1041,  i  el  esjK'diente  j)ara  el  nombramiento  de  gobernador  de  Chi- 
le se  inició  en  30  de  mayo  de  ese  año,  i  ya  en  ese  dia  se  habla  de  la 
muerte  de  Pizarro.  Este  anacronismo,  en  (pie  no  se  han  fijado  los 
historiadores  de  Chile,  tiene  a  mi  juicio  una  esplicaeion  muí  senci- 
lla. Habicrulose  destruido  el  archivo  del  cabildo  de  Santiago,  el 
mismo  año  de  la  fundación  de  esta  ciudad,  en  134'4'  se  recibieron 
los  (h)cunicntos  refeientes  a  los  }>rimeros  acuerdos  de  la  corpora- 
ción, i  se  estampó  en  el  nombramiento  de  Valdivia  el  lieeho  falso 
de  ípie  entonces  se  su[)iera  ya  el  asesinato  de  Pizarro.  Tal  vez  con 
esto  se  fpieria  justificar  ante  el  lei  la  conducta  de  los  conquistado- 
res. ( Juizá  al  escribir  de  nuevo  los  documentos  en  104-4',  se  equivo- 
canMi  las  fechas  i  se  puso  ir)4'l  en  lugar  de  1342,  época  en  que  ha 
debliU)  saberse  en  Santiago  la  muerte  de  Pizarro. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XVlíl  489 


Conociendo  cuanto  le  importaba  aumentar  el  número 
de  los  soldados  españoles  para  asegurar  su  conquista,  Val- 
divia se  trasladó  a  un  punto  de  la  costa  inmediato  a  la 
embocadura  del  rio  Aconcagua  para  hacer  construir  una 
nave  por  medio  de  la  cual  pudiera  comunicarse  con  el  Perú 
con  menos  dificultades  que  las  que  presentaba  el  camino  de 
tierra.  Allí  recibió  la  noticia  de  que  en  Santiago  se  trama- 
ba una  conspiración  contra  su  vida.  El  puñado  de  aventu- 
reros que  acompañaba  a  Valdivia  llevaba  consigo  los  mis- 
mos jérmenes  de  desunión  i  de  discordia  que  se  hacian  no- 
tar en  todas  las  espcdiciones  de  los  castellanos  en  el  nuevo 
mundo.  Martin  de  Solier,  militar  a  quien  Valdivia  habia 
honrado  coa  el  nombramiento  de  rejidor  del  cabildo  de 
Santiago,  era  el  jefe  de  la  conspiración,  i  habia  estimulado 
a  otros  españoles  a  entrar  en  sus  planes.  Su  propósito  era 
deshacerse  de  Valdivia  i  abandonar  a  Chile,  donde  no  ha- 
bian  hallado  las  riquezas  minerales  que  formaban  el  princi- 
pal aliciente  de  los  conquistadores. 

El  gobernador  se  presentó  en  Santiago  cuando  menos  se 
esp)eraba.  Su  presencia  desconcertó  a  los  conspiradores,  i 
bastó  para  descubrir  todos  los  pormenores  del  complot. 
Valdivia  mandó  ahorcar  a  Solier  i  a  cuatro  de  sus  compa- 
ñeros para  escarmiento  de  los  que  en  adelante  trataran 
de  conspirar.  **Quedó  Valdivia  con  este  castigo  que  hizo, 
dice  un  escrito?  coetáneo,  tan  temido  i  reputado  por  hom- 
bre de  guerra,  que  todos  en  jeneral  i  en  particular  tenian 
cuenta  en  dalle  contento  i  serville  de  todo  lo  que  quería  i 
así  por  esta  orden  tuvieron  de  allí  adelante.*'  *^ 

Apenas  vencido  este  primer  peligro,  el  gobernador  se 
halló  envuelto  en  mayores  dificultades.  Los  indíjenas,  tan 
obedientes  i  sumisos  hasta  entonces,  se  sublevaron  de  co- 
mún acuerdo  en  diversos  puntos  del  territorio.  En  Acon- 
cagua habían  destruido  el  bergantín  que  construia  Valdi- 
via i  muerto  a  los  trabajadores.  En  el  sur  aparecía  un  for- 
midable cuerpo  de  indios  que  estaba  acampado  a  las  már- 


-     GÓNG09A  Marmolkjo,  Historia  de  Chile  cap.  III. 


SK  áwtafoa 


jeors  del  CaelmpoaL  Vulilíria   no    quiso    qaedar^e  n  H 
dctensiva,  Rcimió  una  partida  de  90  jiiieti:^,  i  a  so  cnl-— 
le  ptisn  en  mAfcha  parm  d  «an  dejando  el  fnando  de  la  ' 
dad  al  capitaii  Alonso  de  Monrot  con  el    resto  de  sti^  r 
pas.  Los  tndfjenas  se  apro Tediaron  de  esta  d  tristón  H 
ftierzas  españolas.  Michiinalanco,  cacique  de  Aconca^.. 
cajó  miétitras  taitto  iobfe  Santiago  con   una  espesa 
lomna  de  giierreros  eí  domingo  11  de  setiembre  de  1541. 
ataque*  emprendido  de  sorpresa,  antes  del    amn^tiecer, 
terrible  i  obstícadOt  i  ditr6  el  día  en  tero.  Lop  españoles  í 
delendieroQ  heroicameitte,  distintiéndose  entre  eUos^ 
mttjer  llamada  Inés  Suárez  que  había  Tenido  del   Perfi 
¥aldi%na.  Las  coitstmccioncs  de  los  conquistad  ores,  ^7t 
no  pasaban  de  ser  modestas  chozas  cubiertas  de  poja,  i- 
ron  en  sa  mayor  parte  incendiada  $  por  los  indios;  pi:Ti>ái 
caer  la  tarde,  éstos  fueron  arrollados  por  la  ciiballería;  f  f* 
vuelta  de  Valdtv^ta  el  dia  siguíes  be«  r^^bfeoó  la  traup^ 
Udad.  '  ^  '?^B 

Desde  entonces  los  indios  no  se  attwieron  a  enipri-ndcf 
un  nuevo  ataque  contra  la  ciudad;  pero  los  castellanos  u 
vieron  que  luchar  con  un  enemigo  no  menos  terrible.  B 
incendio  había  producido  la  destrucción  de  la  mayor  paite 
de  sus  vi  reres;  i  se  cnciíntraban  sufriendo  los  terribles  cfee^ 
tos  del  hambre,  i  sin  esperanzas  de  ser  socorridos.  Valdivia 
i  sus  compañeros,  sin  embargo,  fueron  superiores  a  esto* 
sufrimientos,  Í  en  vez  de  pensar  en  abandonar  el  territorio 
que  habían  ocupado,  trataron  ante  todo  de  sembrar  los 
pocos  granos  que  habian  salvado  del  incendio  &  ño  de  pro- 
curarse un  alimento  seguro  para  mas  tarde.  Fueron  increí- 
bles los  sufrimientos  que  con  ánimo  incontrastable  sopor- 
taron entonces  los  castellanos. 

En  esta  situación  se  pasó  el  primer  año  de  la  conquista. 
Los  colonos  de  Santiago  no  divisaban  término  a  su  aisla* 
miento  ni  recibian  socorro  alguno  de  sus  compatriotas 
del  Perú,  Si  recibieron  la  noticia  del  asesinato  de  Fraü- 
cisco  Pizarro,  fué  sin  duda  trasmitida  por  los  indios;  pero 
al  fin  Valdivia  se  cansó  de  tan  infructuosa  espectativa  i  se 


PARTE    SEGUNDA, — CAPÍTULO    XVIII  491 

determinó  a  despachar  algunos  emisarios  al  Perú  no  sólo 
para  inquirir  noticias  de  lo  que  habia  ocurrido,  sino  para 
pedir  socorros.  Alonso  de  Monroi,  Pedro  de  Miranda  i 
cuatro  soldados  mas  recibieron  este  encargo.  Para  dar 
una  idea  halagüeña  de  la  riqueza  de  Chile,  Valdivia  juntó 
el  poco  oro  que  habian  reunido  sus  compañeros  i  los  con- 
virtió en  estriberas,  guarniciones  de  espadas  i  otros  uten- 
silios que  distribuyó  a  sus  emisarios.  Al  fin,  salieron  éstos 
para  el  Perú  por  el  mismo  camino  que  habia  traido  Valdi- 
via (enero  de  1542). 

3.  Trabados  de  colonización;  esploracion  del  terri- 
torio DEL  SUR.  —  Después  de  la  partida  de  Monroi,  los 
colonos  de  Santiago  permanecieron  todavía  año  i  medio  en 
constante  lucha  con  los  indíjenas  para  defender  sus  siem- 
bras, i  reducidos  a  las  mayores  estremidades  de  la  miseria. 
Faltábanle  vestidos  i  víveres,  i  se  veian  obligados  a  dispu- 
tar cada  dia  al  enemigo  las  legumbres  silvestres  que  les 
servían  de  alimento.  Su  desgracia  no  se  limitaba  a  esto 
sólo:  la  tardanza  de  Monroi  i  de  los  socorros  que  aguarda- 
ban habia  agotado  ia  pacienciai  la  esperanza  de  los  colonos. 

Al  fin,  en  setiembre  de  1543,  fondeó  en  Valparaiso  un 
buque  enviado  por  Monroi  con  socorros  i  noticias;  i  pocos 
meses  después  llegó  por  el  camino  de  tierra  el  mismo  ca- 
pitán con  un  ausilio  de  70  jinetes.  Después  de  innumera- 
bles contrariedades,  Monroi  habia  encontrado  en  el  Perú 
al  licenciado  Vaca  de  Castro  que  gobernaba  hábilmente  la 
colonia.  Manifestó  éste  algún  interés  por  la  empresa  de 
Valdivia,  pero  no  pudo  prestarle  la  protección  que  re- 
clamaba. Monroi  i  Miranda,  sin  embargo,  levantaron  la 
bandera  de  enganche  para  socorrer  al  gobernador  de  Chile, 
i  lograron  reunir  algunos  voluntarios  i  aun  cargar  la  nave 
que  habia  llegado  a  Valparaiso. 

Estos  ausilios  permitieron  a  Valdivia  dar  nuevo  impulso 
a  la  conquista  i  a  la  colonización.  No  sólo  reedificó  a  San- 
tiago, sino  que  mandó  al  capitán  Juan  Bohon  a  fundar  una 
ciudad  en  el  valle  de  Coquimbo,  que  recibió  el  nombre 
de  Serena,  (principios  de  1544),  en  recuerdo  de  un  estenso 


%*aHe  de  la  provincia  fie  Bstremadura  ca  España  en  que c^tá 
stttiada  la  ciudad  nata!  <k  Va  Id  i  ría.  Despachó,  también, 
das  es  pediciones  al  sur  m  andad  as  por  lo»  capitanías  Fran* 
€m!o  de  Yillagra  í  Fraaeísco  de  AgtJirre,  que  somrtíefDn 
todo  el  país  liasia  el  otro  lado  del  Matile. 

Pero  los  pro3'ectos  de  Valdivia  no  se  Itmitahan  a  esto 
sélo.  A  mediados  de  1644-  arríb6  a  las  costas  de  Cbíle  u» 
htique  denominado  San  Pedro,  que  el  goÍ>ernador  Vaca  éc 
Castro  remitía  en  socorro  de  este  pats.  Mandaba  este  tith 
qyejuan  Bautista  Pastene^  marino  jénovés  tan  estimEibk* 
l>or  su  habilidad  como  por  su  honradez.  Valdivia  concibió 
el  proyecto  de  híicer  reconocer  la  costa  del  mar  del  sur  haí* 
ta  el  estrecho  de  Magallanes,  por  donde  pensaba  eslabi^^ 
cer  una  comunicación  directíi  con  la  misma  Españn.  Pus* 
tene  debía  mandar  la  escuadrilla;  i  ano  de  los  capitaíKS 
mas  dídtingaidos  de  Valdivia,  Jerónimo  de  Alderete,  rcci* 
bíó  el  encargo  de  tomar  posesión  del  territorio  que  recoao-j 
ciera  i  de  ios  habitantes  que  lo  pofilabati.  Esta  espedidonj 
queda  una  idea  de  las  miras  elevadas  de  Pedro  de  Va  Mi-I 
via^  no  produjo,  sio  embargo,  todas  las  ventajas  que  ^ 
esperaba  de  ella.  Después  de  esplorar  hasta  el  grado  4l 
de  latitud  sur  dieron  su  vuelta  a  Valparaíso  haciendo  írt- 
cuentes  desembarcos  en  la  costa  para  declararse  poseedores 
del  territorio,  como  solían  hacerlo  los  españoles, 

4,  ViAjE  »H  Valdivia  al  Perú, — Pero  para  llevar  ade- 
lante sus  proyectos  de  conquista  i  de  colonización.  VaMiria 
necesitaba  poseer  mas  recursos  que  arjuelios  con  que  podia 
contar  hasta  entonces.  Resolvióse  al  fin  a  despachar  nue- 
vos emisarios  al  Perú  para  obtener  del  presidente  Vaca  de 
Castro  la  protección  de  que  tanto  necesitaba  en  esos  mo- 
mentos. Comisionó  con  ese  objeto  a  los  capitanes  Monroii 
Pastene  i  a  un  caballero  llamado  Antonio  de  Ulloa,  en 
quien  Valdivia  tenia  plena  confianza,  con  encargo  de  llegar 
hasta  España  a  informar  al  rei  de  la  ocupación  de  Chile,  i 
de  pedirle  gracias  i  mercedes  para  sus  conquistadores.  Los 
comisionados  partieron  de  Valparaiso  en  setiembre  de 
1545. 


PAUTE   SEGUNDA. — CAPItULO    XYTII  403 

Las  espectativas  de  Valdivia  quedaron  burladas  en  esta 
ocasión.  Monroi  falleció  en  el  Perú  al  descímbarcar;  iUlloa, 
en  vez  de  desempeñar  la  comisión  que  el  gobernador  le  ha- 
bía confiado,  invirtió  su  dinero  en  organizar  una  espedi- 
cion  para  volver  a  Chile  a  arrebatarle  el  gobierno  de  la  co- 
lonia. Sólo  Pastene  pudo  cumplir  una  parte  de  los  encar- 
gos de  Valdivia.  Equipó  una  nave  con  grandes  dificultades, 
i  a  mediados  de  1547  llegó  a  Santiago  tra3'endo  a  sus  po- 
bladores las  mas  alarmantes  noticias.  Valdivia  supo  que 
Vaca  de  Castro  habia  sida  reemplazado  por  el  virrei  Blasco 
Núñez  de  Vela,  que  Gonzalo  Pizarro  se  habia  sublevado 
contra  la  autoridad  del  virrei  i  lo  habia  batido  i  muerto  en 
batalla  campal.  Valdivia,  además,  recibió  una  carta  de 
Gonzalo  Pizarro  en  que  éste  le  referia  las  últimas  ocurren- 
cias del  Perú,  i  le  pedia  su  cooperación  en  la  empresa  que 
capitaneaba. 

El  gobernador  de  Chile  estaba  ligado  por  la  gratitud  a 
la  familia  de  los  Pizarros.  A  ellos  debia  su  posición  i 
la  dirección  de  la  conquista  de  Chile.  Sin  embargo,  no 
quiso  comprometerse  en  la  rebelión.  Lejos  de  eso,  habiendo 
sabido  que  acababa  de  llegar  al  Perú  un  comisionado  re- 
jio  con  el  encargo  de  poner  término  a  las  disensiones  ci- 
viles, Valdivia  no  pensó  mas  que  en  trasladarse  a  aquel 
virreinato  para  ponerse  a  las  órdenes  del  comisionado  del 
rei.  Dejó  el  gobierno  de  la  colonia  a  Francisco  de  Villagra, 
i  el  10  de  diciembre  de  1547,  se  embarcó  de  improviso  para 
el  Perú  llevándose  violenta  i  casi  podría  decirse  furtiva- 
mente, todo  el  oro  que  habian  reunido  algunos  vecinos  para 
trasladarse  a  aquel  pais,  i  dejándolos  burlados  en  sus  es- 
pectativas. Este  acto  de  vituperable  violencia  no  puede 
justificarse  ni  aun  con  el  objeto  a  que  Valdivia  destinaba 
esos  tesoros,  que  era  cooperar  al  triunfo  de  la  autoridad 
real  en  el  Perú  i  reunir  elementos  con  que  proseguir  la  con- 
quista i  colonización  de  Chile.  Valdivia  permaneció  en  el 
Perú  hasta  principios  de  1549.  En  este  tiempo  prestó  im- 
portantísimos servicios  en  el  ejército  de  La  Gasea;  porque 
si  bien  éste  tenia  soldados  i  capitanes  mui  esperimentados, 


494  HISTOUIA  DB   AMÉRICA 


**ninguno,  dice  un  historiador  coetáneo,  habia  en  la  tierra 
que  fuese  tan  práctico  i  diestro  en  las  cosas  de  la  guerra 
como  Valdivia,  ni  que  así  se  pudiese  igualar  con  la  destreza 
i  ardides  del  capitán  Francisco  Carbajal,  por  cuy  o  gobierno 
e  industria  se  habían  vencido  tantas  batallas  por  Gonzalo 
Pizarro.*'  ^ 

5.  Progresos  de  Valdivia  en  la  ocupación  de  Chile. 
—Durante  la  ausencra  de  Valdivia,  Villagra  habia  tenido  que 
reprimir  rebeliones  de  los  españoles  i  de  los  indios.  Pedro 
Sancho  de  Hoz,  el  antiguo  compañero  de  Valdivia,  habia 
tramado  una  conspiración  para  asesinar  a  Villagra  i  para 
apoderarse  del  gobierno;  pero  descubiertos  sus  proyectos,  él 
i  otro  español  llamado  Juan  Romero  fueron  castigados  con 
la  pena  capital,  para  escarmiento  de  los  que  en  adelante 
trataran  de  sublevarse  (8  de  diciembre  de  1547).  El  gober- 
nador interino  consiguió  así  hacer  respetar  su  autoridad; 
pero  no  se  vio  libre  de  atenciones.  Los  indios  del  norte  ha- 
bían arrasado  la  Serena,  i  fué  necesario  que  Villagra  salie- 
ra a  campaña  para  castigarlos.  Valdivia  entre  tanto  so- 
portaba en  el  Perú  grandes  contrariedades.  A  pesar  de  los 
señalados  servicios  que  habia  prestado  allí  al  restableci- 
miento de  la  autoridad  real,  se  vio  envuelto  en  un  proceso 
que  le  promovieron  algunos  de  sus  enemigos  que  habían 
ido  de  Chile.  La  Gasea,  sin  absolverlo  de  toda  culpa,  lo 
confirmó  en  el  cargo  de  gobernador,  i  le  permitió  engan- 
char jente  para  continuar  la  conquista. 

De  regreso  del  Perú,  reasumió  el  gobierno  de  Chile  el  20 
de  junio  de  154-9. 

Llegaba  muí  oportunamente  para  dar  nuevo  impulso  a 
la  conquista  i  a  la  colonización  de  Chile.  Mandó  que  el  ca- 
pitán Francisco  de  Aguirre  repoblara  la  ciudad  de  la  Sere- 
na (agosto  de  1549),  i  despachó  en  seguida  al  capitán  Vi- 
llagra a  dilatar  los  límites  de  su  gobierno  al  otro  lado  de 
los  Andes.  En  Santiago  mismo  dictó  gran  número  de  orde- 
nanzas para  el  arreglo  interior  de  la  colonia;  i  cuando   cre- 


3  ZÁKATH,  Historia  del  Perúy  lib.  7,  cap.  5. 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XVIII  495 

yó  que  la  administración  pública  descansaba  sobre  sólidas 
bases,  se  puso  a  la  cabeza  de  200  soldados  españoles,  i  en 
1549  rompió  la  marcha  a  las  provincias  del  sur  que  hasta 
entonces  habia  esplorado  mui  lijeramente. 

Aquella  parte  del  territorio  era  la  mas  poblada  í  la  que 
ofrecía  mayores  apariencias  de  fertilidad  i  de  riqueza.  Sus 
habitantes,  en  cambio,  eran  mas  aguerridos  que  los  indios 
del  norte  i  sostenían  su  independencia  con  mayor  valentía 
i  resolución.  Valdivia  tuvo  que  empeñar  con  ellos  repetidos 
combates  en  que  la  disciplina  i  las  armas  de  los  europeos 
obtuvieron  siempre  la  ventaja.  Llegó  al  fin  a  las  orillas 
del  caudaloso  Biobío,  i  después  de  esplorar  los  campos  de 
las  inmediaciones,  fundó  a  orillas  del  mar,  en  la  espaciosa 
bahía  de  Talcahuano,  la  ciudad  de  Concepción,  hoí  Penco, 
(5  de  marzo  de  1550). 

A  los  nueve  días  de  comenzada  la  construcción  de  esta 
ciudad,  los  castellanos  fueron  asaltados  con  mayor  ímpetu 
por  los  indios  del  otro  lado  del  Biobío,  tan  famosos  en  la 
historia  con  el  nombre  de  araucanos.  ^  Los  soldados  de 
Valdivia  no  sólo  rechazaron  el  ataque  con  vigor  i  resolu- 
ción sino  que  hicieron  una  gran  carnicería  en  los  enemigos 
i  les  tomaron  un  numero  considerable  de  prisioneros.  El 
gobernador  mandó  cortar  a  éstos  las  narices  i  las  orejas 
para  infundir  terror  entre  los  salvajes.  Después  de  este  úl- 
timo escarmiento,  los  indios  se  manifestaron  obedientes  i 
sumisos,  a  tal  punto  que  Valdivia  pudo  recorrer  el  territo- 


*  La  denominación  de  araucnnos  con  que  esos  indios  se  han 
hecho  tan  famosos  en  la  historia  i  en  la  poesía,  no  es  de  oríjen  chi- 
leno ni  tampoco  español.  Los  indios  peruanos  llamaban  aucas  a 
los  enemigos  o  rebeldes  que  no  se  sometían  al  dominio  de  los  incas 
i  puranaucas  a  los  enemigos  vecinos  a  la  frontera.  Los  conquista- 
dores, que  traían  muchos  indios  peruanos  para  su  servicio,  adop- 
taron esas  denominaciones,  llamaron  purun  aucas  o  promaucaea 
a  los  indios  de  guerra  vecinos  a  los  territorios  conquistados,  i 
aucas  a  los  que  estaban  mas  lejos.  De  esta  última  palabra  se  oriji- 
nó  la  denominación  de  araucanos,  popularizada  en  el  célebre  poe- 
ma de  Ercilla  i  consagrada  por  el  uso. 


IK  HlBTOniA    nW   ATiÉRl€A 


rio  al  otro  lado  del  Biobío  sin  encontrar  resistencia  formíil. 
Fundó  entonces  las  ciudades  de  la  ImperinI,  Valdhua»  Vi* 
llanca  i  Angol,  así  cora  o  diversas  fortalezíis. 

A'aldivía  pa  recia  haber  1  legad  o  a  la  cumbre  de  su  poder. 
Sus  tropas  se  lialiian  posesionado  de  una  inmensit  es  ten- 
sión de  territorio;  sus  capitanes  habían  cruzado  los  Andes 
i  dilatado  los  límites  de  »u  gobierno;  diversas  ciudades  co- 
menzaban a  prosperaren  Chíle,  i  la  persona  dci  gobema- 
dor  era  querida  o  a  lo  menos  respetada  exi  todij  éL  Enton- 
ces pensó  Valdivia  eii  mandar  a  España  un  emisíirio  que 
informara  al  reí  de  sus  trabajas^  le  pidiera  la  confirmiicion 
de  su  títiilu  de  gobernador,  i  que  ensanchara  sus  atrdiu- 
ciones  en  premio  de  sus  servicios.  El  emisario  designado 
fué  el  capitán  Jerónimo  de  Aldcrete*  Llevaba  el  encarg*»  de 
presentar  al  rei  una  relación  manuscritn  de  los  trabajos  de 
Valdivia,  porque  el  goteroador  ríe  Chile  no  sólo  era  tin  ea* 
pitan  ilustre  ¡  un  hábil  coloniJiador  sino  que  también  ma- 
nejaba la  phima  como  Hernán  Cortés,  i  trazaba  en  carias 
admirables,  el  cuadro  animado  de  sus  campanas  i  cotiC|UÍs* 
tas.  9us  cartas  de  relación  a  Carlos  V  son  documentos  no* 
tablea,  no  sólo  por  su  ínteres  histórico  sino  también  por  el 
vigor  i  fluidez  de  la  narración. 

6.  Sublevación  de  los  araucanos;  muerte  de  Valdi- 
via.- La  estrella  de  Valdivia  iba  a  eclipsarse  en  breve.  La 
confianza  que  sus  triunfos  le  habian  infundido  debian  pre- 
cipitarlo a  su  ruina  i  poner  término  a  su  gloriosa  carrera 
militar. 

Los  salvajes  pobladores  del  otro  lado  del  Biobío,  cono- 
cidos en  la  historia  con  el  nombre  de  araucanos ,  como  ya 
hemos  dicho,  no  habian  podido  resignarse  al  yugo  de  los 
europeos,  í  se  preparaban  para  volver  de  nuevo  a  tomar 
las  armas.  Esos  salvajes  no  formaban  una  nación  unida  i 
compacta,  sometida  a  un  réjimen  uniforme  de  gobierno, 
sino  que  eran  miembros  de  diversas  tribus  mas  o  menos 
belicosas  cjue  solian  aliarse  en  circunstancias  supremas.  Se- 
gún la  tradición  consignada  por  el  insigne  poeta  español 
don  Alonso  de  Ercilla,  en  el   poema  en  que  ha  cantado  las 


4 


PARTE   SEGUNDA. CAPItULO    XVIH  497 

:guerras  de  la  conquista  de  Chile,  un  cacique  llamado  Co- 
locólo, anciano  guerrero  muí  respetado  por  su  prudencia, 
propuso  a  los  jefes  de  diversas  parcialidades  el  proyecto 
de  coligarse  contra  los  invasores  estranjeros  i  de  nombrar 
un  jefe  común  o  toqui,  como  ellos  decian  en  su  lengua.  La 
elección  cayó  en  un  guerrero  indio  llamado  Caupolican,  cé- 
lebre entonces  por  su  valentía  i  su  sagacidad,  i  mas  célebre 
todavía  por  haber  sido  inmortalizado  en  aquel  famoso 
poema. 

Caupolican  abrió  la  campaña  cayendo  de  improviso  so- 
lare la  fortaleza  de  Tucapel;  i  a  pesar  de  la  heroica  resisten- 
cia de  sus  defensores,  los  obligó  a  evacuar  la  plaza  i  arrasó 
las  fortificaciones  que  habian  levantado. 

Valdivia  se  hallaba  en  Concepción  a  fines  de  diciembre 
de  1553  cuando  tuvo  noticias  de  esta  rebelión.  Sin  dar 
TQucha  importancia  al  alzamiento  de  los  indios,  creyó  que 
le  bastaba  una  corta  campaña  para  sofocarlo,  i  salió  de 
la  ciudad  acompañado  sólo  de  50  jinetes.  Los  campos  que 
atravesó  en  su  camino  estaban  desiertos;  i  al  llegar  a  Tu- 
capel sólo  halló  los  escombros  del  fuerte,  humeantes  to- 
davía. 

¿Qué  se  habian  hecho  los  indios  rebeldes?  En  esos  mo- 
mentos obedecian  a  un  plan  de  defensa  hábilmente  combi- 
nado por  Caupolican,  a  instancias  de  un  joven  araucano 
que  habia  servido  en  el  campo  de  los  españoles.  Era  éste 
Lautaro,  el  mas  ilustre  de  los  héroes  de  la  epopeya  de  Er- 
cilla.  Lautaro,  indio  de  dieciseis  a  dieciocho  años,  habia 
servido  a  Valdivia  de  caballerizo  i  recibido  el  bautismo 
con  el  nombre  de  Felipe;  pero  el  amor  a  la  patria  lo  indujo 
a  abandonar  el  servicio  de  sus  amos  i  a  ofrecer  su  brazo  a 
sus  compatriotas.  Presentóse,  en  efecto,  en  una  asamblea 
de  los  araucanos,  i  propuso  ahí  su  plan  de  campaña.  Consis- 
tía éste  en  reconcentrar  el  ejército  indio  i  en  presentar  al 
enemigo  diversos  cuerpos  de  tropas,  unos  en  pos  de  otros, 
de  manera  que  aunque  los  primeros  fuesen  destrozados,  al 
fin  los  españoles  se  verían  rendidos  de  cansancio  cuando 
todavía  quedaban  nuevas  divisiones  sin  entrar  al  combate, 

TOMO   I  32 


Un  plan  semejaiite  estuvo  a  punto  de  armitiar  si  Cortés  en 
la  batalla  de  O  tumba.  Lautaro,  cuyas  hazañas  lian  exal- 
tado  la  poesía  i  la  tradición,  iba  a  simbolizar  la  r^sístemna 
heroica  de  una  raza  al  yugo  estranjero. 

En  efecto,  el  1**  de  enero  de   1554,  i  en  el  campo  mismo 
que  había  dominado  la  destruida  fortaleza  de  Tuca  peí,  los 
soldados  de  Valdivia  se  vieron  vigorosamente  acfjmetidos 
por  esjieííos  pelotones  de  indios.  Los  españoles  hicieron  pro 
dijios  de   valor,  i  arrollaron  i  destrozaron  las  primeras  di* 
vísionesi  del  ejército  araucano;  pero  nuevos  ei»erpos  de  tro- 
pas venían  a  reemplazar  a  los  derrotados,  i  el  combate  re- 
comenzaba con  nuevo  ardor.  Por  acostumbrados  que  tfs- 
tu viesen   los  europeos  a  pelear  con  los  indios  i  a  vencerlos, 
aquella  terrible  batalla  loa  tenia  desconcertados.  Renova- 
ron, sin  embargo,  las  impetuosas  cargas  de  caballería;  pem 
rendidos  de  cansancio,  i  seguros  de  que  todo  sn  lieroísmo 
era  inútil,  dispusieron  la  retirada.  Los  indios  habían  pre- 
vjisto  este  caso;  i  cerrando  tas  avenidas,  impidieron  ia  fug^ 
de  los  castellanos  i  los   tomaron  prisioneros  o  íes  diero«^ 
muerte  en  el   primer  momento.   Valdivia  mismo  cayó  e^^ 
manos  de  los  enemigos;  i  después  de  snfrír  tormentos  h<^^ 
rri bles  que  le  aplicaban  los  indios  cuidando  de  prolonga::^ 
!?tí  ^  "Ir.   sucumí*!^  1^^  ^v  en  medio  de  doíor'^^Bs  ^nern^^^^^as^s 
Su  cadáver  fué  destrozado  i  comido  por  los  salvajes,  segurr:^ 
refiere  un  antiguo  historiador.  El  ilustre  conquistador  su 
cumbia  desastrosamente  a  la  edad  de  50  años,  cuando  ha- 
bía satisfecho   las  aspiraciones  de  su  vida  i  comenzaba  a^ 
gozar  tranquilamente  el  gobierno  del  pais;  pero  había  fun^ — - 
dado  una  colonia  bien  modesta  por  entonces,  pero  desti — 
nada  a  ser  el  oríjen  de  una  nación  que  lo  recuerda  con  res-  ^ 
peto  i  con  amor. 

7.  Gobierno  iNTE«?iNo  de  Francisco  de  Villagra;  di- 
sensiones ENTRE  LOS  CONQUISTADORES  SOBRE  EL  MANDO 
DEL  EJÉRCITO  I  DE  LA  COLONIA.— La  uoticia  de  la  derrota 
de  Tucaf>el  esparció  el  terror  entre  los  españoles.  Hallá- 
banse sm  su  jefe  reconocido  en  los  momentos  en  que  era 
mas  necesaria  la  unidad  de  acción  para  resistir  al  poder  de 


PARTB    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XVIII  499 

un  enemigo  vigoroso  i  ensoberbecido  con  su  reciente  triun- 
fo. Valdivia  habia  dejado  un  testamento  cerrado  en  San. 
tiago;  i  el  cabildo  de  Concepción  poseia  una  copia  de  ese 
documento.  Los  rejidores  de  esta  ciudad  procedieron  a 
abrirlo,  i  encontraron  en  él  que  el  difunto  gobernador  seña- 
laba, para  que  lo  reemplazara  en  el  mando,  en  primer  lu 
gar  a  Jerónimo  de  Alderete,  que  entonces  se  hallaba  en  Es- 
paña desempeñando  una  comisión  de  Valdivia,  en  segundo 
lugar  a  Francisco  de  Aguirre,  que  por  mandato  del  gober- 
nador habia  pasado  al  otro  lado  de  los  Andes  a  consumar 
la  conquista  del  Tucuman,  i  en  tercer  lugar  a  Francisco  de 
Villagra  que  se  hallaba  en  el  sur.  La  reputación  militar  de 
este  capitán,  indujo  también  a  los  habitantes  i  defensores 
de  las  ciudades  meridionales  a  confiarle  el  mando  en  jefe 
de  las  tropas  para  operar  contra  los  indios,  a  lo  menos 
hasta  que  las  autoridades  de  Lima  dispusieran  otra  cosa. 

Villagra  comenzó  su  gobierno  mandando  despoblar  la 
ciudad  de  Angol  por  falta  de  tropas  con  que  defenderla;  i 
reconcentrando  sus  fuerzas  en  la  Imperial  i  Concepción,  se 
dispuso  para  abrir  la  campaña.  El  20  de  febrero  de  1554» 
salió  de  esta  última  ciudad  a  la  cabeza  de  ciento  ochenta 
hombres;  i  atravesando  el  Biobío,  se  internó  en  el  territo- 
rio araucano  por  el  lado  de  la  costa,  para  castigar  a  los 
indios  rebeldes.  El  tercer  dia  de  marcha,  después  de  haber 
trasmontado  las  ásperas  serranías  de  Marigüeñu,  que  se 
alzan  al  sur  del  actual  pueblo  de  Lota,  i  que  desde  enton- 
ces son  conocidas  con  el  nombre  de  Villagra,  los  castella- 
nos se  hallaban  en  el  estrecho  valle  de  Chivilingo.  Allí  fup- 
ron  asaltados  repentinamente  por  un  inmenso  número  de 
indios  que  los  atacaban  por  todos  lados  con  un  ímpetu 
irresistible.  Se  defendieron,  sin  embargo,  con  gran  valor,  i 
en  el  principio  obtuvieron  alguna  ventaja.  Pero  los  indios 
parecian  multiplicarse,  redoblaban  su  empuje  i  obligaron  a 
los  invasores  a  pensar  en  la  retirada. 

Esta  se  convirtió  en  un  espantoso  desastre.  Cortados  en 
su  marcha  por  los  cuerpos  de  indios  i.por  los  troncos  de 
árboles  que  éstos  habian   puestos  en  los  senderos,  los  cas- 


2      4XJ3-»      . 


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PARTE    SBUUNÜA. — CAPItULO    XVIII  501 


Aprovechándose  de  las  disensiones  de  los  españoles  que  los 
habían  obligado  a  dejar  abandonadas  las  provincias  del 
sur,  Lautaro  habia  hecho  una  escursíon  al  norte  del  Bio- 
bío,  pero  se  vió  obligado  a  volver  atrás  después  de  una 
violenta  tempestad,  según  dicen  los  historiadores  de  aquel 
tiempo.  Sin  embargo,  al  saber  que  los  españoles  habían  re- 
construido la  ciudad  de  Concepción,  atacó  a  sus  defensores 
con  tal  vigor  que  los  obligó  a  evacuarla  í  a  embarcarse 
precipitadamente  en  una  nave  (12  de  diciembre  de  1555). 
Entonces  concibió,  un  proyecto  mas  osado  todavía  que 
cuantos  se  habia  atrevido  a  poner  en  planta.  Convino  con 
Caupolican  en  dividir  su  ejército  en  dos  grandes  cuerpos,  i 
mientras  éste  atacaba  las  ciudades  de  la  Imperial  i  Valdi- 
via, las  únicas  que  quedaban  en  pié  en  las  rejiones  del  sur, 
él  marcharía  hacia  el  norte  con  el  otro  cuerpo  de  tropas 
para  limpiar  de  estranjeros  todo  el  territorio  chileno.  Am- 
bos caudillos  creían  que  la  ejecuciop  de  este  plan  no  reque 
rían  mas  que  audacia,  i  se  ímajinaban  que  podrian  llevarlo 
a  cabo  en  mu  i  poco  tiempo.  Lautaro,  en  efecto,  se  puso  en 
marcha  para  el  norte  mientras  Caupolican  se  dirijia  al  sur 
contra  las  dos  ciudades  que  resistían  aun. 

Antes  que  los  araucanos  pusieran  en  ejecución  este  pro- 
yecto, el  gobierno  de  Chile  habia  sufrido  una  importante 
modificación.  En  mayo  de  1556  llegó  a  Santiago  una  pro- 
visión de  la  audiencia  de  Lima  por  la  cual  se  nombraba  a 
Víllagra  correjidor  i  justicia  mayor  de  todo  el  reino,  como 
entonces  se  llamaba  la  provincia  de  Chile.  Con  esta  provi- 
dencia, la  acción  gubernativa  estaba  reconcentrada  en  una 
sola  mano,  i  pudo  recibir  un  vigoroso  impulso.  Al  saberse 
en  la  capital  la  noticia  de  la  marcha  de  Lautaro,  salió  un 
cuerpo  de  tropas  a  impedirle  el  paso  (noviembre  de  1556). 
Después  de  un  combate  que  tuvo  lugar  en  el  valle  de  Pete- 
roa,  en  que  ninguno  de  los  dos  ejércitos  pudo  cantar  vic- 
toria, los  españoles  i  los  indios  se  retiraron.  Las  tropas  de 
Lautaro,  sin  embargo,  se  replegaron  al  sur  en  algún  desor- 
den, facilitando  así  que  el  gobernador  Víllagra,  que  había 
salido  de  Santiago  con  nuevas  fuerzas,  pudiera  avanzar 


502  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


tranquilamente  hacía  el  sur  para  ausilíar  las  ciudades  que 
asediaba  Caupolican. 

Lautaro,  entre  tanto,  habia  reorganizado  su  ejército  i 
marchado  de  nuevo  al  norte  hasta  asentar  su  campamento 
a  orillas  del  rio  Mataquito.  El  camino  de  la  capital  estaba 
abierto,  i  lo  que  era  peor,  en  Santiago  no  habia  quien  pu- 
diese defenderla  contra  la  irrupción  de  los  araucanos.  Pero 
Villagra,  felizmente,  abandonó  con  sus  tropas  la  rejion  del 
sur  i  se  puso  en  marcha  en  persecución  del  caudillo  enemigo. 
Entre  los  indios  ausiliares,  hubo  uno  que  le  señaló  un  ca- 
mino desconocido  para  llegar  hasta  el  campo  de  Lautaro; 
i  los  castellanos  ejecutaron  este  movimiento  con  tanta  ha- 
bilidad que  ca\^eron  de  improviso  sobre  el  ejército  indio  i  lo 
destrozaron  completamente.  Lautaro, el  mas  terrible  de  los 
enemigos  que  los  españoles  habian  encontrado  en  el  terri- 
torio chileno,  cayó  muerto  uno  de  los  primeros  en  aquel 
combate  (29  de  abril  de  1557). 

9.  Don  García  Hurtado  de  Mendoza;  su  campaña  con- 
tra los  araucanos La  noticia  de  los  desastres  de  Chile 

habia  llegado  hasta  el  rei  de  España,  el  cual  nombró  para 
suceder  a  V^aldivia  en  el  gobierno  de  la  c(.»lonia  al  capitán 
Jerónimo  de  Alderete.  Desfjraciadamentc,  éste  falleció  en  el 
viaje,  de  modo  íjue  ia  administración  de  Chile  quedaba  en 
el  mismo  estado  de  acefalía,  o  mas  bien  dicho  de  interinato, 
i  espucsta  j)or  tanto  a  las  ajitaciones  que  ya  habian  comen- 
zado a  es])eri mentarse. 

G  )h-*raaba  entonces  en  el  Períí  el  virrei  don  Andrés  Hur" 
tado  (le  Mendoza,  marques  de  Cañete,  hombre  dotado  de 
grande  actividad  i  de  mucha  restjiucion  para  vencer  todas 
las  dificultades.  Oueriendf)  poner  orden  en  los  negocios  de 
Chile,  dio  el  gobierno  de  esta  colonia  a  su  hijo  don  García, 
joven  de  veintidós  años,  pero  d-^tado  de  la  prudencia  i 
de  la  enerjía  de  edad  mas  madura.  "Aunque  mozo,  decia  el 
virrei  a  Felipe  11,  al  darle  cuenta  de  este  nombramiento,  mi 
hijo  ])osee  la  esperiencia  necesaria  para  el  gobierno,  si  no 
me  ciega  el  amor  de  padre". 

No  se  engañaba  el  virrei  en   esta  apreciación  de  las  apti- 


PARTE   SEGUNDA. —  CAPItüLO   XVIII  503 

tudes  de  su  propio  hijo.  Don  García  Hurtuado  de  Mendoza 
se  habia  distinguido  en  Europa  como  militar  cuanto  era 
posible  distinguirse  a  su  edad;  pero  en  Chile  iba  a  ilustrar 
su  nombre  c(m  grandes  victorias  i  con  una  administración 
tcín  hábil  como  enérjica.  El  virrei  lo  habia  provisto  de  ar- 
mas,de  pertrechos  i  de  tropa.  En  ésta  venia,  con  el  rango  de 
capitán,  don  Alonso  de  Ercilla  i  Ziiñiga,  el  insigne  cantor 
de  Lr  Araucana,  El  23  de  abril  de  1557  llegó  al  puerto  de 
Coquimbo  i  se  recibió  del  mando.  Comenzó  en  seguida  a 
ejercerlo  principiando  por  remitir  a  Lima  a  los  dos  capita- 
nes rivales  que  se  habian  disputado  el  gobierno  de  Chile, 
Villagra  i   Aguirre,  con  el   propósito  de  apartar  del  pais 
todo  oríjen  de  turbulencias  i  discordias.  Convencido  de  que 
lo  que  en  las  circunstancias  del  pais  se  necesitaba  era  poner 
término  a  la  guerra  araucana,  se  abstuvo  de  pasar  por 
Santiago,  i  se  embarcó  con  su  infantería  con  rumbo  al  sur, 
mientras  la  caballería  marchaba  a  reunírsele  por  el  camino 
de  tierra. 

Don  García  reunió  sus  tropas  en  la  isla  de  la  Quinquina, 
Esperó  allí  algunos  refuerzos  que  habia  pedido  a  Santiago, 
i  cuando  se  creyó  en  estado  de  resistir  a  los  enemigos,  des- 
embarcó en  el  continente.  Construyó  una  especie  de  forti- 
ficación a  poca  distancia  del  lugar  en  que  habia  existido  la 
ciudad  de  Concepción,  i  esperó  allí  el  arribo  de  su  caballería 
para  abrir  la  campaña.  En  ese  sitio  fué  violentamente  aco- 
metido por  el  ejército  araucano  mandado  por  Caupolican 
en  persona.  La  pelea  fué  terrible:  españoles  i  araucanos 
hicieron  prodijios  de  valor  i  mantuvieron  el  cómbale  inde- 
ciso durante  algunas  horas.  Al  fin,  los  indios,  después  de 
haber  sufrido  una  horrible  matanza  orijinadaporlas  armas 
de  fuego,  se  vieron  obligados  a  retirarse  dejando  a  sus  ene- 
migos rendidos  de  cansancio  i  de  fatiga  (10  de  agosto 
de  1557). 

Después  de  esta  victoria,  la  situación  de  los  castellanos 
<!ambió  completamente.  Don  García  comenzó  a  recibir  los 
refuerzos  de  tropas  que  habia  pedido  a  Santiago,  de  mane- 
ra que  sü  ejército  se  puso  en  un  pié  respetable.   Desde  allí 


5.4  flIVTOUA    Dm   JlMÉKÍCI 

despachó  dos  naves  bajo  el  mando  del  capitán  |aan  Ladri* 
llero  para  que  esplorase  la  costa  dei  sor  hasta  el  estrecho 
de  Ma^a'l ano:  i  p<^»cos  días  después  »el  1^  de  novienibre  de 
1557   ahrió  la  campaña  contra  los  araucanos. 

E\  eíércTto  de  Hurtado  de  Mendoza  se  componía  de  <5iN» 
es¡>añ*>ies  bien  armados  i  mas  de  cien  caballos.  A  su  cabeza 
j>asó  e!  Biobío  para  recorrer  e!  territorio  araucano,  some- 
ter a  sus  habitantes  i  ree^Jiñcar  las  ciudades  destruidas. 
Los  indios,  sin  embargo,  no  se  atemorizaron  a  la  vista 
de  un  cuerpo  de  tropas  tan  respetable:  iéji^s  de  eso.  !e  salie- 
ron al  encuentro  en  un  sitio  denominado  ias  La^ninÜIas.  i 
sostuvieron  una  terrible  batalla.  Después  de  algunas  horas 
de  durísima  peiea.  los  castellanos  pusieron  en  completa  de- 
rrota a  los  indios.  Mas  adelante,  en  -?!  va  lie  de  Mulera  pue. 
los  españoles  fueron  atacados  con  grande  ímpetu  por  los 
araucanos:  pero  de  nuevo  fueron  éstos  destrozados  después 
de  una  heroica  resistencia  3*J  de  noviembre  .  Estas  i  las 
otras  victorias  de  don  García  fueron  seguidas  de  tremendos 
castigos  ejercidos  sobre  los  indios  que  quedaban  prisiont- 
ros.   Ei  gobernador,  que  en  e!  principio  había  creido  poder 

p«  .r  !  js  medio*  de  suavidad,  se 
•  :  '-r  c'.  trrr  ir  ;■  «d'-a.  <  »n:rrerlos. 
:r  s.  las  rr.utrir-vi'  r.es  atájese 
:.  s:::  c::v  ;\rj    .  r:::g::r  cr^rJt*"'.  ni 


dominar  a 

los 

a  rauca:,  os 

persua  ::•'»  -. 

'.  ñn 

•^C   «.UC   S»'-'. 

La  matanzí 

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ii'  rr'.'-rc   «le    v^af:ctc.    *  ::c   era 

'I .  s    'le  su    Tan;:.!:!   ler-crv   Ge 

. --.  i'V.t'rr  .,  Tr . : '  '.-^T'-zz  7  il!1  <ie  '.7  ;\  rcTT-  ■  '«.ar  a'.uc..í';  cr.i- 
■  .a  j.  >:r.  c:::  ^rc.  .a  :  c-.z  .'.re  ::•.:■.:•:•  :".a'  ::•.  .iSL-r.'caí::!  >  a  ics 
es;  a-^  .^s  :..  :  :c  -ic  ari^ja  lurav:  ::.  :.•  s  :!:<::os  habaiii  prc- 
v-.r.-  .      ::".  ^  >.  r:rcs:-.  s.  .  r.tr,-.    i:::    cmv    :    -ic    víveres '..ue  c. 


PARTE»    SEGUNDA. — CAPItULO    XVlll  505 

gobernador  había  mandado  traer  de  la  Imperial,  para  so- 
correr a  la  guarnición  de  Cañete,  donde  se  hallaba  acam- 
pado. La  vijilancia  de  don  García  salvó  a  sus  tropas  de 
este  golpe  de  mano,  i  le  permitió  castigar  de  nuevo  la  in- 
domable altanería  de  los  enemigos. 

10.  EsPEDICIOiN  DE  DON  GaRCÍa  AL  SUR  DE  ChILE;  MUER- 
TE DE  Caupolican. — Al  fin,  el  gobernador  creyó  que  las 
constantes  derrotas  que  habian  sufrido  los  araucanos  le 
permitían  emprender  un  viaje  para  esplorar  i  someter  las 
rejiones  meridionales  de  Chile.  Dejando  una  regular  guar- 
nición en  las  diversas  ciudades,  se  puso  en  viaje  para  el  sur. 
Increíbles  fueron  las  penalidades  de  esta  marcha.  Los  es- 
pañoles caminaban  por  un  terreno  cubierto  de  árboles  se- 
culares i  de  pantanos  casi  intransitables;  pero  la  constan- 
cia incontrastable  del  jeneral  i  de  sus  soldados  les  hizo 
sobrellevar  con  entereza  i  resignación  tantos  sufrimientos. 
A  fines  de  febrero  de  1558,  la  columna  espedicionaria  avis- 
tó un  hermoso  brazo  de  mar,  pasado  el  cual  se  divisaban 
las  islas  de  un  archipiélago.  Don  García  había  llegado  en- 
frente de  Chiloé;  i  no  queriendo  que  sus  soldados  dieran  la 
vuelta  sin  haber  reconocido  al  menos  una  de  aquellas  islas^ 
dispuso  que  una  partida  de  arcabuceros  hiciera  en  ella  la 
primera  esploracion.  Don  Alonso  de  Ercilla,  fué  del  núme- 
ro de  los  esploradores.  De  allí,  don  García  dispuso  la  vuel- 
ta de  la  columna  espedicionaria.  Al  pasar  por  el  sitio  en 
que  Pedro  de  Valdivia  habia  mandado  fundar  una  ciudad 
con  el  nombre  de  Santa  Marina  de  Gaete,  en  honor  de  su 
esposa,  echó  los  cimientos  de  una  ciudad  a  que  dio  el  nom- 
bre de  Osomo,  que  era  otro  de  los  títulos  de  su  familia. 

Durante  el  viaje  de  don  García,  los  indios  no  habian 
quedado  tranquilos.  Caupolican  habia  preparado  un  golpe 
contra  la  ciudad  de  Cañete,  i  al  efecto  habia  entablado  re- 
laciones con  uno  de  los  indios  que  servían  a  los  españoles 
en  la  ciudad.  El  capitán  Alonso  de  Reinoso  que  mandaba 
en  la  plaza,  fué  instruido  del  complot'por  el  indio  confiden- 
te de  Caupolican,  i  tomó  sus  medidas  para  atraer  a  éste,. 
en  la  confianza  de  que  estarían  abiertas  las  puertas  de  Ca- 


506  HISTORIA    DB    AMÉRICA 


fíete  un  día  señalado,  cuando  la  guarnición  se  hallase  des- 
prevenida. No  es  difícil  suponer  lo  que  pasó  en  seguida:  el 
toqui  se  presentó  con  su  ejército  a  las  puertas  de  la  ciudad 
i  penetró  confiadamente  en  ella;  pero  los  castellanos  caye- 
ron de  improviso  sobre  los  asaltantes  e  hicieron  sobre 
ellos  la  pías  espantosa  carnicería.  Caupolican,  que  escapó 
con  vida  de  aquella  matanza,  fué  hecho  prisionero  poco 
después  i  condenado  a  la  pena  capital  en  un  afrentoso  su- 
plicio. El  heroico  jeneral  de  los  araucanos  fué  sentado 
en  la  punta  de  un  palo  aguzado  que  le  atrevesó  todo  el 
cuerpo;  i  ahí  pereció  asaeteado  por  los  flecheros  de  Rei- 
noso. 

11.  Últimos  triunfos  de  don  García  Hurtado  de 
Mendoza;  fin  de  su  gohierno.— El  espantoso  suplicio  de 
Caupolican  no  puso  término  a  la  guerra.  La  actitud  hos- 
til de  los  araucanos  continuó  inspirando  a  los  conquista- 
dores los  mismos  recelos.  Habian  establecido  su  campa- 
mento en  Quiapo,  detras  de  unas  palizadas,  i  desde  ahí 
hacian  frecuentes  escursiones.  A  su  vuelta  de  Chiloé,  don 
García  resolvió  atacar  a  los  indios  en  sus  propios  atrin- 
cheramientos; i  después  de  una  encarnizada  batalla,  los 
dispersó  de  nuevo.  Desde  entonces,  la  paz  quedó  estable- 
cida bajo  las  bases  mas  sólidas.  Los  indios  se  convencie- 
ron de  (jue  eran  impotentes  para  luchar  contra  el  vigor  i 
los  elementos  militares  de  ios  soldados  europeos. 

El  gobernador  aprovechó  esta  época  de  paz  para  aten- 
der los  otros  negocios  de  la  colonia  i  la  administración  in- 
terior. En  el  sitio  en  (jue  Pedro  de  Valdivia  habia  fundado 
una  ciudad  con  el  nombre  de  Los  Confines,  Hurtado  de 
Mendoza  fundó  una  con  el  de  Los  Infantes  de  Angol»  pa- 
tria del  poeta  Oña,  jantor  del  Amuco  Domado,  poema 
cuvo  héroe  es  el  mismo  don  García.  Los  soldados  de  éste, 
ademas,  dilataron  los  límites  de  su  gíjbierno  al  otro  lado 
de  l-os  Andes  i  echaron  los  cimientos  de  la  ciudad  de  Men- 
doza. 

Los  últimos  dias  de  la  administración  de  don  García 
fueron  ocupados  en  estos  afanes.  Tan  activo  i  hábil  en  la 


PARTE    SEGUNDA. CAPÍTULO    XVIII  507 

>a2  como  lo  había  sido  en  la  guerra,  i  tan  severo  con  sus 
gobernados  como  lo  había  sido  con  sus  tropas,  dictó  mu- 
rhas  ordenanzas  para  el  buen  réjimen  de  la  colonia,  i  para 
robustecer  la  autoridad  de  los  mandatarios.  En  enero  de 
L561,  habiendo  el  rei  nombrado  gobernador  propietario  a 
Francisco  de  Villagra,  se  embarcó  para  el  Perú,  seguro  de 
que  habia  hecho  en  Chile  cuanto  el  rei  podia  exijir  del  me- 
jor de  sus  jenerales. 

Antes  de  mucho  tiempo,  la  guerra  araucana  volvió  a 
encenderse.  Parecía  que  la  separación  de  don  García  habia 
puesto  fin  a  la  prosperidad  de  las  armas  de  los  españoles. 
Pero  las  guerras  de  Chile,  que  duraron  mas  de  dos  siglos 
con  cortas  interrupciones,  no  forman  parte  de  la  historia 
de  la  conquista.  Esta  habia  quedado  terminada  con  el  es- 
blecimiento  de  un  gobierno  regular,  dependiente  entonces 
del  virreinato  del  Perú.  •'* 


i*  La  historia  de  la  conquista  de  Chile  ha  sido  objeto  de  muchos 
trabajos  de  bastante  mérito,  i  está  basada  sóbrelas  cartas  de  Val- 
divia al  rei  de  España,  que  son  casi  tan  notables  como  las  relacio- 
nes de  Cortés,  i  otros  documentos  de  alta  importancia,  casi  todos 
publicados  i  conocidos.  Ademas  de  la  obra  de  don  Claudio  Gay, 
el  lector  puede  consultar  con  gran  provecho  el  Descubrimiento  i 
conquista  üe  Chile  por  Miguel  L.  Amunátkcui,  libro  lleno  de  eru- 
dición i  en  que  el  autor  ha  sabido  dar  un  ínteres  estraordinario  a 
los  primeros  años  de  la  historia  de  Chile, 


CAPITULO  XIX. 
Conquista  del    Brasil. 

(1530-1577) 

.  Esploraciones  de  los  portugueses  en  el  Brasil,  viaje  de  Martin 
Alfonso  de  Sousa. — 2.  División  del  Brasil  en  capitanías. — 3. 
Establecimiento  de  un  gobierno  central  en  Bahía,— 4.  Tenta- 
tivas de  los  franceses  para  establecerse  en  el  Brasil:  su  espul- 
sion.  --5.   F'undacion  de  Rio  de  Janeiro. 

1.  Esploraciones  de  los  portugueses  en  el  Brasil: 
riAjE  de  Martin  Alfonso  de  Sousa. — Estaban  tan  preocu- 
>ados  los  portugueses  con  sus  conquistas  en  la  India  orien- 
:al,  que  por  mucho  tiempo  miraron  en  menos  los  paises 
|ue  había  descubierto  Cabral  en  1500.  Sin  embargo,  d¡- 
rersos  espedicionarios  habian  recorrido  por  su  propia 
aenta  la  costa  que  Cabral  habia  denominado  Tierra  de 
ianta  Cruz.  Los  portugueses  se  establecian  transitoria- 
nente  en  algunos  puntos  de  la  costa  para  cargar  sus  naves 
OH  una  madera  llamada  por  los  naturales  ihhñpitanga,  i 
L  la  cual  los  europeos  daban  el  nombre  de  brasil,  confun- 
liéndolo  con  un  palo  de  tinte  orijinario  del  oriente,  i  que 
tabia  sido  mui  valioso  en  la  edad  media  i.  La  historia  de 


1  HüMBOLDT  en  su  Examen  critique  de  la  histoire  de  la  geogra- 
ihie  da  nouveau  continente  tomo  II,  páj.  214  i  sig.,  ha  hecho  una 
rudita  disertación  sobre  el  oríjen  del  nombre  del  palo  del  Brasil, 
[ne  fué  después  aplicado  a  las  dilatadas  colonias  de  los  portugue- 
es  en  América. 


§10  EliSTORlA   Om  AMÉmCA 

cñBS  primeras  csploradones  recuerda  solo  naofrajfas,  ítm^ " 
stfiatos  perpetrados  por  los  indios  i  otras  aventuras  ígnah 
na^ite  trájicaí;  pefi>  no  ofrece  i  títeres  aJ^no. 

Cuando  el  reí  del  Portugal  don  Juan  til  supo  que  los  car 
pañoles  trataban  de  farmar  establecimientos  en  las  orílb» 
dd  rio  de  la  Plata,  temió  que  )e  arrebatasen  los  terrítoricB 
a  los  cuales  le  habla  dado  derechos  el  tratado  de  Tord^ 
sillas.  Determinó  entonces  tomar  entera  posesión  de  aqoe* 
lias  tierras  i  colonizarlas  por  cuenta  de  la  corona;  i  al  elec- 
to or^ganixó  una  escuadrilla  de  dnto  naves  i  un  cuerpo  de- 
tropas  de  400  hombro,  que  puso  al  mando  de  Martin  AI* 
fonso  de  Sottsa,  militar  jóren  todavía,  pero  que  estala 
destinado  a  ilustrar  su  nombre  en  la  América  i  mas  asm 
CQ  d  Asia.  La  espedícion  sarpó  de  Lisboa  en  diciembre 
de  1530, 

Martín  Alfonso  iba  provisto  de  poderes  estraordinanof 
para  hacer  fortificaciones,  repartir  tierras  i  juzgar  las  di 
fereneias  de  los  colonos  Navegando  por  la  costa  ameri^*^ 
na  desde  el  cabo  de  San  Aguf^tin  hacia  el  sur,  apresó  ét 
paso  tres  naves  de  mercaderes  franceses  cargadas  de  peio 
brasil.  Resuelto  a  lierar  a  cabo  la  esploracion  de  tocbbi 
costa  i  a  tomar  posesión  de  ella^  desde  Pemambuco  enctr- 
gó  al  capitán  Diego  Leite  que  can  dos  cara Ijc las  fuese  t 
reconocer  la  rejion  del  norte  hasta  el  rio  Marañon,  deiiíi- 
minado  después  de  las  Amazonas,  t  el  mismo  Martín  Al"  fr 
fon  so  se  dirtjió  al  sur.  Permaneció  corto  tiempo  en  Babi^ 
de  Todos  los  Santos,  donde  tuvo  ocasión  de  presendanm 
combate  naval  entre  los  naturales,  i  siguiendo  su  viaje  BÍ 
sur,  llegó  a  Rio  de  Janeiro  el  30  de  abril  de  153L  Allíw 
fresco  sus  pr*) visiones  i  fabricó  dos  bergíintines  para  coirth 
nuar  su  viaje. 

Desde  este  puerto  dispuso  eljeneral  un  recoiíocimiento 
de  la  rejton  inmediata;  i  satisfecho  con  las  muestras  délas 
producciones  de  la  tierra  que  le  presentaron,  continuó  fil, 
navegación  al  sur  i  fué  a  fondear  a  la  isla  llamada  dd 
Abrigo,  junto  al  puerto  de  la  Cananea  (12  de  agostoA 
1531).  Los  castellanoíi  i  los  portugueses  que  Sonsa  ható 


PARTB   SEGUNDA. — CAPÍTULO   XIX  511 

encontrado  esparcidos  en  los  puntos  inmediatos  de  la  cos- 
ta, le  hablaron  de  las  riquezas  que  encerraba  el  interior  de 
aquel  pais.  Para  reconocerlo  dispuso  una  columna  de  80 
hombres,  la  mitad  arcabuceros  i  la  otra  mitad  ballesteros, 
para  que  practicaran  una  esploracion.  La  suerte  de  esta  co- 
lumna fué  sumamente  trájica.  Algún  tiempo  después  se  su- 
po que  todos  los  soldados  que  la  componían  hablan  pere- 
cido a  manos  de  los  salvajes. 

Los  portuijueses  pensaban  entonces  en  establecer  colo- 
nias en  el  mismo  rio  de  la  Plata.  Martin  Alfonso  se  dirijió 
con  sus  naves  hacia  el  sur  (26  de  setiembre  de  1531);  pero 
esperimentó  tan  gran  temporal  que  la  capitana  se  estrelló 
en  la  costa,  junto  al  rio  de  Chui,  en  la  frontera  actual  del 
*  imperio,  i  se  fué  a  pique  con  pérdida  de  siete  marineros. 
j  Desde  aquel  punto  despachó  a  su  hermano  Pedro  López  de 
L  Sonsa,  el  historiador  de  la  espedicion,  a  reconocer  el  rio  de 
f  la  Plata;  i  mientras  aquél  esploraba  esas  rejiones,  el  jeneral 
[  inspeccionó  la  costa  i  fundó  en  un  lugar  ameno  el  pueblo  de 
^-  San  Vicente,  la  primera  colonia  formal  que  los  portugueses 
hubieran  establecido  en  la  costa  del  Brasil.  Merced  a  la 
actividad  incansable  de  Martin  Alfonso,  la  nueva  ciudad 
comenzó  a  prosperar  con  gran  rapidez. 

2.  Divi.-iioN  DEL  Brasil  en  capitanías.  —  El  rei  don 
Juan  III  tuvo  noticias  de  los  progresos  de  Martin  Alfonso 
de  Sousa  en  las  coscas  del  Brasil,  al  mismo  tiempo  que  se 
le  informaba  de  los  afanes  de  muchos  negociantes  franceses 
que  trataban  de  establecerse  en  aquel  territorio.  Para  ase- 
gurar la  dominación  portuguesa,  e  instruido  de  la  impor- 
tancia del  Brasil,  resolvió  que  se  dividiese  en  grandes  capi- 
tanías hereditarias  con  cincuenta  o  mas  leguas  de  costas 
(28  de  setiembre  de  1532).  Fueron  éstas  concedidas  a  algu- 
nos señores  portugueses  con  jurisdicción  civil  i  criminal,  li- 
mitada sólo  por  la  prohibición  de  imponer  la  pena  capital 
i  de  acuñar  moneda.  Martin  Alfonso,  llamado  al  Portugal 
para  dar  su  parecer  sobre  el  reparto,  volvió  a  su  patria  a 
mediados  de  1533;  i  aunque  se  le  concedió  la  capitanía  de 
San  Vicente,  partió  el  año  siguiente  para  la  India  Orien- 


[ 


US       \fwí/^t^         HJ8TOR1A    OB    AMÉRICA 


tal,  donde  itustró  stt  nombre  con  señalados  servicios  a  1a 
corona. 

De  este  modo^  el  vasto  territorio  del  Brasil  fué  dividido 
€n  doce  capitanías,  cuyo  gobierno  tocó  a  otros  tantos  se 
ñores  portugueses.  Algunas  de  ellas  no  alcanzaron  a  esta- 
blecerse de  una  manera  formal:  sit  historia  sófo  contiene 
-eefuerzos  infructuosos,  guerras  terribles  i  sangrientas  coa 
los  naturales,  matanzas  i  horrores.  O trasí  capitanías,  como 
la  de  San  Vicente,  prosperaron  mucho;  i  su  riqueza  se  desa- 
rrolló con  el  cultivo  de  la  caña  de  azúcar  i  otras  prodúc- 
elo oes  importadas  de  Europa.  Pero  **el  estado  de  atslamiem 
to  en  que  se  hallaban  las  diferentes  capitanías,  reducidas  a 
sus  pro  píos  recursos;  la  oposición  que  cada  una  en  contra* 
ba  en  )a  resistencia  mas  o  menos  vigorosa  de  los  naturalai; 
la  necesidad  de  correjir  los  desarreglos  de  los  nuevos  colo- 
nos en  cada  una  de  tas  diversas  localidades  que  habitaban. 
1  sobre  todo  de  impedir  que  los  franceses  realizaran  el  pn^ 
j"CCto  de  establecerse  en  aquella  rejion  atrayendo  a  su  par- 
tido a  los  naturales  de  la  costa,  movieron  a  don  Juan  III « 
tomar  enérjicas  providencias,  a  ún  de  que  su  gobierno, 
aprovechándose  de  las  ventajas  que  le  proporcionaba  este 
pais,  las  hiciese  redundar  en  provecho  i  utilidad  de  la  me- 
trópolis portuguesa"  '^^ 

3.    E¿iTABLECIMlE?4TO  DE  UN  GOBIERNO  CEMTRALEX  BaHÍA. 

— Los  mismos  gobernadores  de  las  capitanías  hicieron  pre- 
ícente  al  rci  los  inconvenientes  que  ofrecia  aquel  sistema  Jf 
gobierno,  Luis  de  Goes,  hermano  de  uno  de  esos  goberna* 
dores,  dccia  a  don  Juan  III  en  un  memorial,  las  palabras 
siguientes:  **  Si  V.  A.  no  socorre  con  tiempo  i  brevedades- 
tas  capitanías  i  costas  del  Brasil,  antes  que  nosotros  per- 
damos la  vida  i  hacienda,  V,  A.  perderá  la  tierra'*  (12  de 
mavo  de  1548)  ^.  El  rci  determinó  ai  fin  delegar  su  autori- 
dad en  un  gobierno  jenerai  que  asumiese  el  poder  conceda 
do  a  los  gobernadores  de  las  capitanías  (7  de  enero  At 


2  Alvakkz  Perhira  Cor  aja,  Líqoes  da  Hktort&  do  BrBE*hU' 
í^^ao  V. 
^  Varnhagkn,  Historia jeral  do  Brazi!,  s^ccí on  X I V ,  páj .  1  ^ > 


PARTB   SEGUNDA. — CAPÍTULO    XIX  513 

1549).  La  ciudad  de  Bahía  de  todos  los  Santos  fué  scnala- 
<Ja  como  capital  del  gobierno  del  Brasil. 

El  rei  confió  el  cargo  de  gobernador  jeneral  a  Tomas  de 
Sousa,  bastardo  de  una  de  las  primeras  familias  del  Portu- 
gal, distinguido  por  sus  talentos  administrativos  i  por  el 
valor  i  la  prudencia  que  habia  manifestado  en  Asia  i  en 
África.  Sousa  partió  de  Lisboa  el  1^  de  febrero  de  1549, 
con  seis  naves,  seiscientos  voluntarios,  cuatrocientos  pre- 
sidarios indultados  i  algunas  familias  que  emigraban  vo- 
luntariamente. Acompañábanlo,  ademas,  varios  oficiales 
de  graduación,  i  seis  padres  jesuitas,  los  primeros  de  esta 
^rden  que  pasaron  al  nuevo  mundo.  El  29  de  marzo  llegó  á 
Bahía  de  todos  los  Santos,  i  echó  los  cimientos  de  la  nueva 
ciudad  de  San  Salvador. 

Es  el  primer  tiempo,  la  colonización  adelantó  rápida  í 
pacíficamente.  Un  portugués  llamado  Diego  Alvarez  Correa, 
-que  residia  desde  tiempo  atrás  en  aquella  costa,  i  que  con 
'Cl  nombre  de  Caramurü  (creador  del  fuego)  era  reputado 
por  los  indíjenas  como  un  ser  sobrenatural,  prestó  al  nuevo 
gobernador  importantes  servicios  para  asentar  su  domina- 
-cion.  Los  misioneros  jesuistas  ayudaron  también  al  gober- 
nador en  esta  empresa;  pero  a  pesar  de  las  disposiciones 
pacíficas  de  los  portugueses  i  de  la  habilidad  con  que  se 
manejaron  en  sus  relaciones  con  los  indíjenas,  mas  de  una 
^ez  tuvieron  que  apelar  a  las  armas  para  hacerse  respetar. 

La  prudente  administración  de  Sousa  i  los  oportunos  so- 
corros que  llegaban  del  Portugal,  aseguraron  la  estabilidad 
en  la  colonia  i  estimularon  una  numerosa  emigración  de  fa- 
milias europeas.  En  1551,  el  rei  dispuso  la  creación  de  un 
obispado  en  Bahía,  de  que  dependiesen  todas  las  colonias 
que  se  habian  establecido  en  el  Brasil. 

4.  Tentativa  de  los  franceses  para  establecerse 
EN  EL  Brasil;  su  espulsion.— Tomas  de  Sousa  habia  solici- 
tado su  relevo  dd  gobierno  del  Brasil.  El  13  de  julio  de 
1553  llegó  a  Bahía,  Duarte  Da  Costa  nombrado  por  el  rei 
para  reemplazarlo.  Durante  el  primer  tiempo  de  su  gobier- 
«lo,  las  colonias  del  Brasil  siguieron  su  marcha  próspera 

TOMO   1  33 


I 


con  la  eooperac¡(m  de  los  misioneros  jesuítas.  En  enero  de 
1554  fundaron  éstos  el  colejio  de  San  Pablo,  en  el  sur  del 
Brasil,  que  fué  mas  tarde  el  centro  de  una  rica  ciudad-  f 

Mientras  tanto,  las  no  tict  as  ex  aje  radas  de  la  prosperídad 
de  las  colonias  portuguesas  habian  despertado  la  codicia 
de  otras  naciones  europeas*  Los  franceses,  sobre  todo, 
no  querian  resignarse  a  que  el  nueiro  mundo  fuese  la  propie* 
bad  esclusiva  de  la  España  i  del  Portugal;  i  al  mismo  tiem- 
po que  esploraban  las  rej iones  del  norte  para  establecerse 
definitivamente,  querian  cimentar  su  dominación  en  el  Bra- 
sil* Algunos  armadores  habían  hecho  célebres  en  Francia 
los  nombres  de  Bahía  i  de  puerto  de  Cabo  Frió,  Un  jentil- 
hombre  llamado  Xicolas  Dnrand  de  Villegagnon,  caballera 
de  Malta  i  vice-almirante  de  Bretaña,  organizó,  bajo  tas 
auspicios  del  célebre  almirante  Colignv,  una  espedícion  con 
el  designio  de  crear  una  especie  de  estado  independiente  qae 
sirviese  de  asilo  a  los  protestantes  de  la  secta  de  Calvino. 
El  13  de  noviembre  de  1555  arribó  a  Rio  de  Janeiro  con 
dos  navios  bien  armados;  i  después  de  construir  un  fuerte 
en  unas  de  las  islas  de  esta  bahía,  entró  en  rdacionescon 
los  indioíí  tupinambos,  que  poblaban  aquella  costa,  para 
asentar  su  dominación.  Los  espedicionarios  dieron  a  aquel 
pais  el  nombre  de  Francia  antartica, 

Villegagnon  hizo  llegar  a  Europa  noticias  lisonjeras  de 
sus  conquistas,  i  pudo  recibir  nuevos  refuerzos  de  emigran- 
tes. En  marzo  de  1557  llegó  al  Janeiro  una  nueva  espedi- 
cion  preparada  a  espensas  de  Enrique  II,  mandaba  porBois 
de  Conté,  sobrino  de  Villegagnon,  i  compuesta  de  300  pro- 
testantes franceses.  Antes  de  mucho  tiempo  se  hizo  sentir  la 
discordia  entre  los  invasores.  Villegagnon  abjuró  la  relijion 
reformada,  i  espulsó  del  fuerte  a  los  calvinistas;  i  creyendo 
que  no  podía  sostenerse  por  largo  tiempo  en  aquel  lugar 
por  falta  de  buques,  dejó  el  fuerte  guarnecido  por  100  Hom- 
bres de  su  confianza  i  se  embarcó  para  Europa. 

La  corte  de  Lisboa  no  pudo  ver  indeferente  estas  agre- 
siones. Por  muerte  de  don  Juan  III  quedó  gobernando  en 
Portugal  la  reina  doña  Catalina,  durante  la  menor  edad 


PARTE   SEGUNDA. — CAPÍTULO  XIX  515 

de  su  nieto  don  Sebastian.  La  rejente  prestó  a  los  negocios 
de  América  una  atención  especial;  i  creyendo  que  Duarte 
Da  Costa  no  habia  desempeñado  bien  el  gobierno  del  Bra- 
sil, nombró  en  su  lugar  a  Men  de  Saa,  con  encargo  de  con- 
sumar la  espulsion  de  los  franceses  del  Brasil  (1558).  El 
nuevo  gobernador,  en  efecto,  obligó  a  los  invasores  a  aban- 
donar la  isla  en  que  se  habían  fortificado  i  a  buscar  un  asi. 
lo  en  el  continente.  Por  falta  de  tropas,  Men  de  Saa  no  pu- 
do consumar  la  destrucción  de  los  franceses;  pero  habiendo 
recibido  los  portugueses  nuevos  refuerzos,  empeñaron  en 
20  de  enera  de  1567  un  ataque  jeneral  contra  los  atrinche- 
ramientos de  los  invasores,  a  quienes  obligaron  a  reem- 
barcarse en  cuatro  naves  para  Europa. 

5.  Fundación  DE  Río  DE  Janbiro.— Después  de  esta  desi- 
civa  batalla,  los  portugueses  trazaron  el  plano  de  la  nueva 
ciudad  en  la  márjen  occidental  de  la  bahía  de  Rio  de  Janeiro 
En  honor  del  monarca  de  Portugal  i  en  conmemoración 
del  dia  en  se  operó  la  restauración,  la  ciudad  fué  denomina- 
da San  Sebastian.  Este  fué  el  nombre  oficial  de  la  nueva  po- 
blación, sus  habitantes  la  llamaron  Rio  de  Janeiro  nombre 
que  habían  dado  a  aquella  bahía  i  que  ha  conservada 
hasta  ahcara. 

La  conquista  del  Brasil  no  quedó  terminada  con  esto 
sólo.  Los  portugueses  tuvieron  que  sostener  muchas  gue- 
rras con  los  indíjen^  para  dilatar  su  dominación.  En  1573,. 
la  corte  dividió  en  do^  grandes  capitanías  el  gobierno  de 
aquelestenso  territorio,  cuyas  capitales  quedaron  estable- 
cidas en  Bahía  de  Todos  I05L  Santos  i  en  Rio  de  Janeiro. 
Durante  cuatro  años,  la  administración  de  la  colonia 
marchó  de  esta  suerte;  pero  convencida  la  corte  de  que 
esta  división  de  atribuciones  era  contraria  a  la  unidad  de 
pensamiento  tan  necesaria  para  la  ejecución  de  sus  planes, 
dispuso  en  1577  que  Luis  de  Brito  i  Alm^ida,  gobernador 
de  la  capitanía  del  norte,  reasumiese  el  m^ndo  de  todo  el 
Brasil  en  un  solo  gobierno.  La  residencia  de  ^ste  quedó  es- 
tablecida en  Bahía. 

La  abundante  emigración  europea  i  los  jérmehes  de  ri- 


<|oesa  q«e  i-numif  roa  a  dsairolbrar  en  sqtiel 
prrril^íado  texTitonó.  bidcxoa  dd  Bn«l  «aa  oca 
Sos  paUaioRs  se  dílatarai  poro  a  poca  por  la  cosía  finí* 
dando  dírersas  ciodades  psra  oe^ocíar  coa  k»  md^esas^  ¡ 
pcieo  despoes  prtaciptaroa  a  petirtrarcis  d  iotefior.  Dr  ote 
modo^  i  mciTLcd  a  la  preñmon  coa  qiaí  d  ra  doa  Jaaa  ti 
había  ccfebnido  cu  1494  d  cficbtc  astado  de  Tofdeirfilai, 
loi  portngoimeB  m  rieron  daños  de  ana  gran  pc»fciaa  dd 
coatiaente  aanericaao,  de  cuyas  liqíse^is  di^nxt^roii  covao 
señofrs  C9cÍa^TO«  K 


<  La  bistoria  dd  Braa^  ka  meo  mm  cstml^ifa  en  maeh^  olns^ 
migmtmm  de  las  €u4ucm  tuu  dr  pii  iVOTtó  ^obi^salimccu  Al  cmxMr 
d  cspltvlo  pcetedoiCr»  hemúm  ltmá&  qoc  Pniíaj-ñaft  a  dar  s6lo  bt 
ocplkia»  ^l^tmhles  al  plan  de  evcm  obra:  pero  heíac»  coosdcado 
madint  &br<?a  e«  qoc  el  kft^r  podrá  halbu^  mm  desarroQadi»  ka 
heehtm  que  ooMitn^s  rciDDcia.nici«.  Adiarte  de  ta  historia  inglesa  ée 
SmicbeY,  i  de  tas  íraoct^is  de  Bcáttchamp  i  de  D^raiss  pnietle  coa- 
mftane  la  excekute  Bi^tortM  /rra/  do  Brwí  por  don  FrmudKO 
Adolíri  lie  VARjraiGBv,  la  r^z^l  por  i^  emdseioa  i  por  sa  ciíiae» 
debe  coBsiderafse  como  ta  zxMJor  ea  sa  ^éuer^*  Faed^  coassltar- 
ae  taaibíris  \om  compexidioi  de  Kw^wü  t  LpIMa,  ea  do«  roliaicflc»,  i 
loa  mai  reducidos  de  Ai^^arei  pEBEtáA  i  de  0Kia.CGAaoa^ 


CAPÍTULO  XX. 
Conquistas  I  colonización  en  la  América  del  norte» 

(1528—1722) 

1.   Panfilo  de  Narváez  en  la  Flori(la.--2.  Espedicion  de  Fernanda 

de  Soto.— 3.   Descubrimientos  de  los  franceses  en  el  Canadá 

4.  Los  franceses  en  la  Florida. — 5.  Primeras  espediciones  de 
los  ingleses;  Gilbert  i  Raleif^jh.— 6.  Formación  de  dos  compa- 
ñías de  colonización. — 7.  Progresos  de  las  colonias  de  Virjinia. 
-  8.  Disolución  de  la  compañía  de  Londres;  el  rei  reasume  el 
mando  de  las  colonias  de  Virjinis^. — 9.  Primeras  colonias  de 
la  Nueva  Inglaterra. — 10.  Diferencias  esenciales  entre  las  co- 
lonias del  norte  i  las  del  sur. — 11.  Nuevas  colonias. — 12.  Co- 
lonias francesas. 

1.  PANFILO  DE  Narváez  en  la  Florida.— Los  españoles 
no  tuvieron  en  la  ocupación  de  la  América  del  sur  mas 
competidores  que  los  portugueses.  En  la  América  seten- 
trional,  en  las  dilatadas  rejiones  que  se  estienden  al  norte 
de  Méjico,  tuvieron  por  competidores  a  los  franceses  í  a 
os  ingleses.  La  historia  del  descubrimiento  i  de  la  coloniza- 
ción de  esos  paises  tiene  un  caráccer  particular:  no  hai  en 
ella  el  interés  dramático  que  ofrecen  la  conquista  de  Méjico 
i  del  Perú,  pero  se  encuentra  en  cambio  una  serie  de  esfuer- 
zos que  dieron  por  oríjen  el  nacimiento  de  colonias  nacidas 
i  desarrolladas  en  medio  de  un  sistema  de  libertad  descono- 
cido en  el  viejo  mundo. 

Después  del  descubrimiento  de  la  Florida  por  Juan  Pon- 


M8 


ce  de  Ltlifit  la  conqmsta  4e  este  pat:&  había  deqiertado  la 
cedida  de  algunos  aveataiTrcis  casicüaitos;  pen9  las  testa- 
ttras  qtie  cotí  este  objeto  se  biderots,  óo  dieron  resoltado 
alguno.  Ea  1526,  Panfilo  de  Xarvácz,  aqtiri  amigante  ca- 
pí tan  qoe  por  arden  del  gobernador  de  Cuba  hahia  preten*  ^^ 
dido  arrebatar  a  Cortés  la  con qmsta  de  Méjicu*  obtaro  ^^H 
de  Carlos  V  d  titulo    de  gobernador  de  la  Florida  con  hm-        , 
tori^cfon  para  Iterar  a  cabo  sti  conquista.  £ciiai6  al  cfirc-^ 
to  SfXJ  hombres,  de  los  cuales  80  eran  de  a  caballo,  i  ea 
abríi  de  1528  desembarcó  i  tomó  posesíot^del  país  a  naxn*        , 
bre  del  reí  de  España.  ^M 

Habiéndose  intcroado  en  afjnella  rejion  con  la  esperanza  ^\ 
de  hallar  un  rico  imperio,  los  españoles  and  a  rieron  ra^mn-         i 
do  dorante  dos  meses  por  entre  selvas  i  pantanos,  frecuen- 
temente atacados  por  los  salvajes.  Al  fin  llegaroii  a  una  re-        | 
jjon  fértil  del  norte  donde  creían  hallar  un  se^rntido  Méfico.  ^^ 
Encontraron  sol')  una  alde¿4  de  doscientas  chozas;  i  desrs-  ^^ 
perados  por  tantas  contrariedades  qae  les  coslabaii  la        i 
pérdida  de  cerca  de  an  tercio  de  los  esped id on arios,  deter- 
iBinaroii  dar  la  vuelta  a  Coba.  En  la   costa  eonstruveron 
cinco  débiles  embart*aeiones,  pero  una   tempestad  las  des- 
trozó; i  Nanráez  i  casi  todos  sus  compañeroa  perecieron. 
Sólo  cuatro  llegaron  a  tierra;  i  después  de  trabajos  úiandi* 
tos  lograron  reunirse  con  sus  compatriotas  establecidos 
en  la  Nueva  España. 

2.  EsPEDicioN  DB  Fernando  db  Soto. — A  pesar  del  tris* 
te  resultado  de  la  espedidon  de  Narváez,  otro  caballero 
español,  Femando  de  Soto,  aquel  noble  militar  que  se 
habia  distinguido  en  la  conquista  del  Perú,  solidtó  i  ob- 
tuvo de  Carlos  V  el  título  de  gobernador  de  la  Florida  i 
de  la  isla  de  Cuba  (1538).  Soto  salió  de  España  con  diez 
embarcaciones;  i  en  Cuba  engrosó  sus  fuerzas  hasta  ele- 
varlas a  600  hombres  bien  armados,  la  tercera  parte  de 
los  cuales  eran  de  a  caballo.  Dejando  a  su  esposa  en  el  go- 
bierno de  aquella  isla,  se  hizo  a  la  vela  para  la  Florida,  i  el 
10  de  junio  de  1539  desembarcó  en  la  bahía  del  Espíritu 
Santo,  llamada  ahora  Tampa  Bav.  Habiendo  establecido 


PARTB   8BOUNDA. CAPÍTULO    XX  519 

Tina  pequeña  guarnición  en  aquel  lugar,  emprendió  su  mar- 
cha al  interior,  llevando  por  intérprete  a  un  español  que 
habia  quedado  entre  los  indios  desde  el  tiempo  de  la  espe- 
dicion  de  Narváez.  Después  de  cinco  meses  de  penosa  mar- 
-cha  por  entre  rejiones  incultas  i  en  medio  de  una  continua- 
da guerra  con  los  indíjenas,  llegó  a  principios  de  noviem- 
bre a  la  bahía  de  Apallachee,  donde  reunió  todas  sus  tro- 
pas para  pasar  el  invierno.  Allí  pasó  la  estación  de  las  llu- 
vias; pero  habiendo  oido  hablar  de  un  país  situado  al  nor- 
te gobernado  poruña  mujer  i  en  el  que  abundaban  el  oro  i  la 
plata,  se  puso  en  marcha  para  buscarlo  a  mediados  de 
marzo  de  1540. 

El  resto  de  esta  espedicion  fué  una  serie  de  aventuras! 
sufrimientos  en  que  los  castellanos  desplegaron  la  misma 
incontrastable  firmeza  que  habían  manifestado  en  casi  to- 
das las  campañas  del  nuevo  mundo.  Soto  vagó  por  las 
rejiones  occidentales  de  la  Florida  i  por  los  valles  del  Missi- 
«sippi,  durante  dos  años.  Venciendo  dificultades  superiores 
a  cuanto  puede  imajinarse,  hizo  la  primera  esploracion  de 
aquel  majestuoso  rio;  pero  la  muerte,  causada  por  una  fie- 
bre violenta,  lo  asaltó  el  31  de  mayo  de  1542,  cuando  él  i 
«US  compañeros  comenzaban  a  desesperar  del  resultado  de 
su  espedicion.  Su  cadáver  fué  envuelto  en  una  manta,  i 
arrojado  a  media  noche  en  las  corrientes  del  Mississippi 
para  ocultar  su  muerte  a  los  indíjenas. 

Sus  soldados  tuvieron  que  sufrir  todavía  muchas  pena- 
lidades que  causaron  la  pérdida  de  una  gran  parte  de  los 
-espedicionarios.  Después  de  largas  peregrinaciones,  cons- 
truyeron siete  buques  en  que  se  embarcaron  en  julio  de 
1543,  i  llegaron  finalmente  a  los  establecimientos  españo- 
les de  Méjico,  cerca  de  la  desembocadura  del  rio  de  Pa- 
nuco  ^. 


1  La  historia  del  descubrimiento  de  la  Florida  i  de  la  espedi- 
cion de  Hernando  de  Soto  ha  sido  prolijamente  referida  por  el  inca 
-Garcilaso  de  la  Vkga  en  un  libro  mui  interesante  que  lleva  por 
título  La  F/o/7í//i,  publicado  en  Lisboa  en  1605,  i  reimpreso  en 
cliversas  ocasiones.  -  Pueden  verse  los  documentos  publicados  en 


520  HISTORIA    DB   AHÉRICA 

3.  Descubrimiento  de  los  franceses  en  el  Canadá. 
— Los  primeros  descubrimientos  en  la  América  del  norte 
habian  llamado  la  atención  de  algunas  naciones  de  Euro- 
pa. La  pesca  de  bacalao  en  los  bancos  de  Terranova  atra- 
jo a  esos  lugares  a^muchos  navegantes  portugueses,  fran- 
ceses e  ingleses,  que  reconocieron  una  grande  estension  de 
la  costa.  A  fines  de  1523,  Francisco  I,  reí  de  Francia,  en- 
tregó cuatro  nave^  a  Juan  Verrazani,  navegante  florentino, 
con  encargo  de  adelantar  los  descubrimientos.  Tres  de  esas 
naves  se  vieron  obligadas  a  volver  a  Francia  a  consecuen- 
cia de  las  tempestades;  pero  Verrazani,  continuó  su  viaje, i 
después  de  tocar  en  las  islas  Maderas,  llegó  a  las  costas  de 
la  -\mérica  del  norte  i  esploró  mucha  parte  de  ellas  ( 1524). 
El  año  siguiente  hizo  un  segundo  viaje,  i  dio  a  aquellos 
paises  el  nombre  de  Nueva  Francia;  pero  estas  esploracio- 
nes  no  dieron  por  resultado  la  fundación  de  una  colonia. 
Verrazani  pereció  en  un  naufrajio  en  una  nueva  espedicion 
que  emprendió. 

Por  algún  tiempo,  los  franceses  no  volvieron  a  pensar 
en  espediciones  lejanas;  pero  en  1534  ,  Francisco  I  comisio- 
nó a  Jacobo  Cartier,  distinguido  marino  de  San  Malo, 
para  (\uq  llevara  a  cabo  un  nuevo  viaje  a  la  .\mérica  del 
norte.  ¥A  rei  pensaba  en  fundar  establecimientos  en  aque- 
llas rejicnies;  i  como  los  monarcas  de  España  i  Fortuiial  se 
í|ueiaran  de  estos  |)royeetos,  Francisco  I  esclanió:  "¡Cómo 
Pellos  se  dividen  tranquilamente  toda  la  América,  i  no  quie- 
ren íjue  Vi)  tome  una  parte.  Ouerria  ver  el  artículo  del  te< 
lamento  de  Adán  ]jor  el  cual  les  ha  le<^ado  esta  vasta  he- 
rencia." 

Ivl  j)rimer  viaje  de  Cartier  no  dio  por  resultado  el  descu- 
brimiento de  paises  (|ue  no  hui)ieran  sido  reconocidos  au- 
teriorniente.  En  If).')')  hizo  un  se^^undo  viaje,  penetró  en  el 
rio  de  San  Lorenzo,  a  (jue  dio  este  nombre,  i  se  puso  en  en- 


Maílrid  por  IU'ckinguam  Smith  en  su  CtjJcccion  de  d(}cuniciit<  >' 
/)nni  In  ¡¡istorifi  de  ln  Iloriün,  i  por  M.  Tkknaix  ComfansciicI 
volumen  titulado  Piiccs  í^ur  In  r'J<jridc. 


PARTB    SEGUNDA. — CAPÍTULO   XX  521 

municacion  con  los  naturales.  Remontando  las  aguas  de 
aquel  rio  llegó  hasta  un  pueblo  que  los  indios  llamaban 
Hochelaga,  donde  está  sitaada  ahora  la  ciudad  de  Mon- 
treal.  En  aquellos  lugares  pasó  Cartier  el  invierno  en  medio 
de  los  mayores  sufrimientos  i  de  las  enfermedades,  que  le 
arrebataron  algunos  de  sus  compañeros.  El  año  siguiente, 
cuando  volvió  a  Francia  a  anunciar  sus  descubrimientos, 
la  corte,  sea  porque  mirara  en  menos  la  conquista  en  un 
país  que  no  ofrecía  oro  en  abundancia,  o  porque  estaba 
preocupada  con  las  guerras  europeas,  oyó  con  indiferencia 
los  descubrimientos  en  el  rio  de  San  Lorenzo. 

Sólo  en  1540  se  volvió  a  pensaren  esas  empresas  lejanas. 
Francisco  de  la  Roque,  señor  de  Roberval,  solicitó  el  permi- 
so para  proseguir  los  descubrimientos  i  fundaruna  colonia. 
El  rei  dio  a  Roberval  los  títulos  de  virrei.  capitán  jeneral  ^ 
señor  de  todas  las  islas  i  tierras  que  descubriese.  Cartier  to- 
mó servicio  a  las  órdenes  del  virrei;  i  en  junio  de  1541  volvió 
a  los  paises  que  había  esplorado  anteriormente,  i  fundó  el  . 
fuerte  de  Charlesbourg,  cerca  del  lugar  que  ocupa  ahora  la 
ciudad  de  Quebec.  Desesperado  por  la  tardanza  de  Rober- 
val, abandonó  el  año  siguiente  la  colonia  i  volvió  a  Francia. 

El  virrei  llegó  a  Terranova  en  junio  de  1542.  Esploró  el 
rio  de  San  Lorenzo  con  el  objeto  de  hallar  un  paso  para  las 
Indias  orientales,  i  fundó  dos  fuertes  en  aquellos  lugares» 
Al  fin  se  vio  obligado  a  abandonar  esos  paises  i  volvió  a 
Francia.  En  1549,  Roberval  emprendió  otro  viaje  de  descu- 
brimiento, pero  nunca  se  supo  su  suerte  2.  Tal  fué  el  resul" 
tado  de  los  primeros  ensayos  de  colonización  acometidos 
por  la  Francia  en  el  continente  americano.  Sólo  algunos 
años  mas  tarde,  sus  marinos  fundaron  en  aquellas  rejiones 
una  importante  colonia,  que  bajo  el  poder  de  los  ingleses  ha 
llegado  a  un  alto  grado  de  riqueza  i  prosperidad. 

4.   Los  FRANCESES  EN  LA  Florida.— "Las  gucrras  de  reli- 


-  Garnkaux,  Histoi're  du  Canadá^  int.  cbap.  IL—Pneden  verse 
las  relaciones  de  Cartier  publicadns  por  M.  Edouard  Charton,  en 
su  Colección  de  Voyageurs  anc¡en>  ct  modernes  (París,  1855). 


pon  qwc^moítílmMi  a  Praoda  a  meAüdiw  dd  Mrio  XVI  áie-  ^ 
rom  or^eti  a  uñeros  prt>Tecta#  de  colooizacBOit  ^i  Aiaérica  \ 
£1  almtrsiQte  Cal^gñT,  deseaodo  ^rtsibkccr  en  d  osero  arna- 
co un  irfiifta  para  los  protrstKfites  perseguidos  en 
obtDTo  de  Cário«  IX  el  pciuibo  de  mandar  m 
a  U  Flcrridn.  Büstíi  tnlóntt»^  los  espnaol»  ao  i 
-dado  en  esta  rr^íofi  ana  coloaia  formal.  Sólo  alganos  oimo- 
mctam  habiaii  arribado  a  aquel  pm%  para  predicar  la  rdtpaa 
crístiaoa* 

El  maoda  de  los  espedicjooarios  (ranüeses,  laé  eoofiado  a 
Jnaa  Ribanit,  mmñno  de  Dieppe,  qtte  se  htzo  a  la  vela  es  fe» 
borro  de  154i2.  Recorrié  las  costas  de  los  estado*  qoc  abofa 
se  llaman  Florida,  Jeotjia  i  Caroüaa,  dio  a  todos  loa  ríos  t 
a  todos  los  1  agalles  notables,  nombres  fraoceses,  s  eoostfv- 
y6  en  la  Carolina  del  sitr«  en  la  embocadnra  de  an  rio.  una 
fertafejta  que  denotnitió  Fgcrrte  Carlos.  A IH  establecía  aaa 
gaanudoiii  i  toK  ié  a  Francia  a  pedtr  noeiros  aosílios  p*^» 
«1  sosten  de  aquella  coloota.  ^ 

Sin  embaí^,  la  situación  in  tenar  de  la  Francia  ooper* 
tnítia  prestar  ttna  atención  seria  a  los  proyectos  de  eoloia* 
2aciofi.  Colííznv  consiíniíócDn  írran  trabado  reunir  un  pcfioí- 
üo  refuerzo,  que  puso  b^o  las  órdenes  dd  capitán  Renato 
de  Laudonniíre.  Partió  éste  del  Havre  con  tres  naves  ca 
■abril  de  1364;  i  una  vez  llegado  a  América,  fundó  una  nueva 
fortaleza  a  que  dio  el  nombre  de  Carolina.  Las  colonias  fran- 
cesas habrian  tomado  talvez  algún  desarrollo  sin  d  espíri- 
tu de  desobediencia  que  animaba  a  los  colonos.  Se  negabaa 
•éstos  a  trabajar,  i  se  sentían  animados  de  un  espíritu  beli- 
coso contra  los  católicos  españoles  que  ocupaban  los  paises 
inmediatos. 

No  se  hicieron  esperar  mucho  las  hostilidades.  Fdipe  IL 
disgustado  al  saber  que  los  protestantes  se  habían  estable* 
<ñdo  en  la  vecindad  de  sus  dominios,  i  creyéndose  señor  dd 
territorio  de  la  Florida,  preparó  una  espedidon  contra  los 


3.  Véase  lo  que  hemos  dicho  en  el  cap.  XIX  al  tratar  de  la  con- 
•quista  del  Brasil. 


PARTB  SBOUNDA. CÁpItULO  XX  523 

■^«nceses  pue  puso  bajo  las  órdenes  de  Pedro  Menéndez  de 
^^les,  capitán  de  intelijencia,  pero  animado  de  una  cruel- 
^  ^d  estraordinaria.  Los  españoles  atacaron  a  los  franceses 
^^r  sorpresa  (setiembre  de  1565).  Menéndez  tomó  infinitos 
^Prisioneros  i  mandó  ahorcarlos  sin  repararen  edad  ni  en 
^^xo,  i  poniendo  esta  inscripción  en  el  pecho  de  las  víctimas: 
^^jjó  como  franceses^  sino  como  herejes,'^  Menéndez  fundó  la 
ciudad  de  San  Agustin  de  la  Florida  i  dio  principio  a  la 
verdadera  colonización  de  aquel  pais  en  nombre  de  la  Es- 
paña. 

Las  crueldades  cometidas  por  Menéndez  no  quedaron  sin 
castigo.  En  Francia,  la  corte  católica  miró  en  menos  la  ma- 
tanza de  sus  subditos  protestantes;  pero  un  caballero  gas- 
cón llamado  Domingo  de  Gourgues,  despechado  por  aquel 
acto  de  crueldad,  vendió  sus  bienes,  equipó  tres  embarcacio- 
nes i  se  emi)arcó  con  cien  arcabuceros  i  ochenta  marineros. 
Recien  llegado  a  la  Florida,  atacó  uno  a  uno  los  fuertes  es- 
pañoles, i  tomó  cerca  de  cuatrocientos  prisioneros.  Gour- 
gues los  ahorcó  a  todos  ellos  en  los  mismos  árboles  en  que 
habian  sido  ahorcados  los  franceses,  con  esta  otra  inscrip- 
ción: ^*castigados  nó  como  españoles,  sino  como  asesinos** 
(1568).  Después  de  esto,  dio  la  vuelta  a  Francia,  donde  tu- 
vo que  llevar  una  vida  oscura  para  sustraerse  a  las  per- 
secuciones que  contra  él  promovia  el  rei  de  España  Fe- 
lipe II. 

A  pesar  de  esto,  i  apenas  se  habian  alejado  los  franceses, 
los  castellanos  continuaron  la  colonización  de  la  Florida, 
Fundaron  diversas  ciudades,  i  establecieron  su  dominación 
bajo  las  mismas  bases  que  en  el  resto  de  la  América  *. 


4  Don  Antonio  González  Barcia,  bajo  el  anagrama  de  Gabriel 
de  Cárdenas  y  Cano,  ha  compuesto  un  Ensayo  cronolójico  para 
la  Historia  de  ¡a  Florida,  publicado  en  Madrid  en  1723,  que  con- 
tiene un  rico  caudal  de  noticias.  —Pueden  consultarse  la  History 
ofSt.  Augustine,  Floriáe,  por  M.  G.  F'airbanks,  1  v.  Nueva  York, 
1858,  i  Uhistoire  notable  áe  la  Florida,  por  el  capitán  Lauoonnié- 
RBy  publicada  varias  veces,  i  reimpresa  en  París  en  1853  por 
Jannet. 


5,  Primeras  e^íPeoiciones  de  los  tsglbses^  Gílrert  i 
Kaleigh. — Los  ingleses  que  habían  sido  los  primeros  en 
reconocer  las  costas  de  la  América  del  Norte,  pasaron  cer- 
ca de  un  siglo  sin  pensar  en  establecer  colonias.  La  activi- 
dad de  sus  navegantes  había  tomado  otro  rumbo:  hablan 
csploradülus  mares  del  norte  de  la  Euro[^a  i  en  1577— 1580,  , 
«ti  célelire  marino,  Francisco  Drake,  dio  tina  vuelta  al  gtoJ 
bo  en  perseeucitm  de  las  naves  españolas* 

Por  fin,  en  1578  se  pensó  en  establecer  una  colonia  en 
el  nuevo  mundo.  Sir  Humphry  Gilbcrt  obtuvo  de  la  reina 
Isal^>el  amplios  poderes  para  llegar  a  cabo  esta  empresa. 
Sin  embargo,  sus  esfuerzoi^  fueron  completamente  infrtic* 
tito  sos.  Realizó  dos  es  pediciones:  pero  pereció  en  la  segun- 
da sin  haber  logrado  establecer  la  proyectada  colonia.     J 

Otro  caballero  ingleíí,  sir  Waiter  Raleigli,  hermano  mn- 
temo  de  Gílbert,  i  que  lo  habia  acompañado  en  sus  eTupn- 
sas'antcriores,  no  ge  desalentó  por  este  resultado*  En  15S4 
obtuvo  de  la  reina  la  confirraaciotí  de  los  mismos  privile- 
jíos  concedidos  a  su  hermano,  i  mas  feliz  que  éste.  i]esi:u- 
brió  en  su  viaje  una  tierra  noble  por  su  fertilidad,  i  a  la 
cual  dio  el  nombre  de  Vtrfiniu,  aludiendo  con  él  a  la  reina 
Isabel.  Raleigh  envió  tres  espediciones  sucesivas  a  aquella 
rejion,  pero  toda??  fueron  mas  o  menos  desgraciadas.  El 
hambre,  las  hostilidades  de  los  indíjenas  i  la  pobreza  mi- 
neral de  Virjinia  obligaban  a  los  pobladores  a  abandonar 
las"*  colonias,  de  tal  modo  que  en  1603,  a  la  época  déla 
muerte  de  Isabel,  no  se  hallaba  establecido  un  solo  ingles 
en  aquelUrparte  del  nuevo  mundo.  Las  espediciones  de  Ra 
leigh  produjeron,  sin  embargo,  un  resultado  benéfico.  A 
ellas  se  debió  la  introducción  de  la  papa  en  Inglaterra.  De 
esa  misma  época  data  el  primer  consumo  del  tabaco  en 
una  gran  parte  de  la  Europa. 

6.  Formación  de  dos  compañías  de  colonización.— El 
mismo  año^  de  la  muerte  de  la  reina,  otro  marino  ingles, 
Bartolomé  Gosnold  hizo  un  viaje  al  nuevo  mundo  nave- 
gando de  Inglaterra  en  línea  recta  hacia  el  oeste,  i  apar- 
tándose por  tanto  del  camino  que  seguian  sus  contempo- 


PARTE   SEGUNDA. CAPÍTULO  XX  625 

áneos,  los  cuales  bajaban  al  sur  hasta  cerca  del  golfo  de 
léjico.  Este  viaje,  que  acortaba  mucho  la  distancia  entre 
L  Europa  i  la  América,  d¡6  nuevos  ánimos  a  los  hombres 
ue  se  preocupaban  todavía  en  Inglaterra  de  los  proyectos 
2  colonización.  El  promovedor  mas  activo  de  estos  pro- 
ectos,  fué  Ricardo  Hackluit,  canónigo  de  Westminster, 
ombre  dotado  de  vastos  conocimientos,  que  habia  dado 

Inz  una  preciosa  colección  de  viajes  de  los  ingleses  para 
stiraular  las  empresas  de  este  jénero.  £1  rei  Jacobo  I,  que 
abia  sucedido  a  Isabel  en  el  trono  de  Inglaterra,  cómpren- 
lo la  importancia  de  estos  proyectos,  i  tomando  en  cuen- 
a  la  dilatada  estension  de  aquel  territorio,  creyó  que  con 
enia  dividirlo  en  dos  secciones  que  debian  quedar  a  cargo 
e  diversas  compañías.  En  efecto,  el  10  de  abril  de  1606 
ictó  una  ordenanza  por  la  cual  dividia  en  dos  partes  casi 
guales  la  estension  de  costas  i  tierras  comprendida  entre 
>s  34  i  45  grados  de  latitud  norte.  La  primera,  denomi- 
ada  Virjinia,  o  colonia  del  sur,  fué  conferida  a  una  com- 
añía  comercial  de  Londres,  de  que  formaba  parte  Hac- 
luit.  La  segunda,  denominada  colonia  del  norte,  i  des- 
tues  Nueva  Inglaterra,  fué  sometida  a  una  compañía  de 
omerciantes  de  Brístol,  Plymouth  i  otros  puertos  del 
>este. 

Ni  el  rei  que  concedia  estos  privilejios,  ni  los  comercian- 
les.que  los  recibian,  pensaron  en  que  iban  a  fundar  grandes 

ricos  estados.  Jacobo  I  creía  que  sólo  facultaba  a  sus  súb- 
litos  para  organizar  una  compañía  de  comercio  con  pode- 
res políticos.  El  gobierno  de  las  colonias  fué  encargado  a 
an  consejo  residente  en  Inglaterra,  cuyos  miembros  debian 
ser  nombrados  )por  el  rei.  Otro  consejo,  residente  en  las 
íolonias,  nombrado  también  por  el  rei,  recibió  unajuris- 
Jiccion  subordinada.  El  monarca,  ademas,  permitió  la  libre 
ísportacion  de  todos  los  objetos  necesarios  al  manteni- 
niento  i  al  desarrollo  de  las  colonias;  i  autorizó  a  éstas 
Dará  negociar  libremente  con  las  naciones  estranjeras.  De 
íste  modo,  la  Inglaterra  iniciaba  su  sistema  de  coloniza- 
ñon  bajo  bases  mui  diferentes  a  las  que  habia  adoptado  la 


España  con  sus  posesiones  de  Atu erica,  cerrando  su  comer- 
cio a  todas  las  naciones  del  mundo  para  gozarlo  ella  es- 
clüsivanieote,  i  poniendo  trabas  a  la  esportacion  de  lo» 
productos  españoles  que  salían  para  el  nueva  muodo.  La 
E^pafla  qtK  pretendía  enriquecerse  con  este  sistema,  se  era 
pobreció  estraoitlinariamente  e  impidió  el  desarrollo  i  el, 
progreso  de  sus  colcunias.  I^a  Inglaterra,  por  el  contraria 
se  hijco  grande  i  poderosa,  i  creó  colonias  ricas  i  poblad 

7.  Progresos  de  las  coLcíNrjis  UE  Vikjinia. — Las  coi 
nias  inglesas  de  la  América  del  no rte^  foi^tnaron  dos  cuer- 
pos principales,  esencialmente  diferentes,  t  ^uya  historia 
está  naturalmente  dividida  en  dos  elecciones  dtveffsas.  La 
Virjinia  i  la  Nueva  Inglaterra  sse  poblaron  de  difereniem ma- 
neras; i  aunque  sus  progresos  fueron  igualmente  rfvpidos* 
ofrecen  caracteres  distintos. 

La  primera  espedicion  destinada  a  Virjinia  partió  de  In- 
glaterra en  diciembre  de  16U6,  bajo  el  mando  dei  capitán 
Newport*  Desembarcó  éste  en  la  bahía  de  Chesapcake, ¡fun- 
dó la  ciudad  de  Jamestown  {ciudad  de  Jacobo).  Desde  d 
primer  momento  se  hicieron  sentir  entre  los  colonos  víoIíü* 
tos  disturbiofí.  El  capitán  Juan  Smith,  aventurero  céleba* 
p  >r  su  valor,  su  intelijencia  i  su  actividad,  fué  escluido  M 
consejo  de  gobierno  por  sus  otroü  cu!c¿^a¿¿  pciu  luü  hosiili- 
dades  de  los  salvajes  i  los  sufrimientos  de  la  colonia,  hicie- 
ron que  sus  pobladores  fíjaian  la  atención  en  ¿1  para  sal- 
varla de  una  ruina  que  parecia  inevitable.  Smith,  en  efecto, 
reasumió  la  autoridad  suprema,  batió  a  los  salvajes,  i  ob- 
tuvo provisiones;  i  la  situación  de  la  colonia  cambió  com- 
pletamente. En  una  correría,  el  capitán  tuvo  la  desgracia 
de  caer  prisionero  de  los  indios;  i  sospechando  la  suerte 
que  se  le  esperaba,  entretuvo  a  sus  aprehensores  mostrán- 
doles una  brújula  que  llevaba  consigo.  Esce  espediente  no 
hacia  mas  que  demorar  su  ejecución.  El  jefe  de  la  tribu  pro- 
nunció su  sentencia  de  muerte;  pero  en  el  momento  de  eje- 
cutarla, líi  hija  del  cacique,  llamada  Pocahontas,  obtuvo 
su  libertad.  Smith  pudo  volver  a  la  colonia;  i  Pocahontas 
se  encargó  de  suministrarle  provisiones. 


i  el     V 

.1^ 


PARTB   SBOUNDA. — CAPItüLO   XX  627 

Sin  embargo,  la  situación  de  Jamestown  distaba  mucho 
de  ser  lisonjera.  La  compañía  habia  mandado  nuevos  colo- 
nos de  Inglaterra,  pero  alucinados  éstos  con  la  esperans^a 
de  hallar  lavaderos  de  oro  en  un  rio  vecino,  abandonaron 
el  cultivo  de  los  campos,  que  podia  suministrarles  abun- 
dantes provisiones.  Indescriptibles  fueron  los  trabajos  i  las 
fatigas  del  capitán  Smith  para  proveer  a  la  colonia  de  ví- 
veres recojidos  en  los  territorios  inmediatos. 

Mientras  tanto,  la  compañía  de  Londres  obtuvo  en 
1609  importantes  modificaciones  en  su  constitución.  El  rei 
permitió  que  el  consejo  nombrado  por  sus  miembros  tuvie- 
se el  poder  de  hacer  leyes  i  reglamentos  para  las  colonias. 
Investida  de  estas  facultades,  la  compañía  nombró  gober- 
nador jencral  de  Virjinia  a  lord  Delaware,  i  lo  hizo  partir 
para  América  con  quinientos  colonos.  El  viaje  de  los  espe- 
dicionarios  fué  mui  desgraciado.  Las  naves  se  dispersaron; 
i  los  primeros  jefes  que  llegaron  a  Virjinia,  alarmados  con 
la  triste  situación  de  Jamestown,  determinaron  abando- 
narla. Felizmente,  el  arribo  de  lord  Delaware  con  conside- 
rables refuerzos  de  hombres  i  de  víveres,  hizo  que  los  colo- 
nos volvieran  a  ocupar  la  ciudad  abandonada.  Rajo  la 
administración  de  este  gobernador,  Jamestown  progresó 
rápidamente;  pero  la  prosperidad  de  la  colonia  adquirió 
mayor  desarrollo  bajo  la  administración  de  su  sucesor,  sir 
Tomas  Dale,  Venia  éste  autorizado  con  plenos  poderes  pa- 
ra mantener  la  tranquilidad  de  la  colonia,  i  aun  para  po- 
ner en  vigor  la  lei  marcial;  pero  empleó  su  autoridad  con 
moderación  i  prudencia.  Entró  en  relaciones  con  los  indí- 
jenas,  fomentó  el  cultivo  de  la  tierra,  dividiéndola  al  efecto 
en  lotes  que  concedió  en  propiedad  a  los  colonos,  i  consi- 
guió en  poco  tiempo  sestuplicar  sus  producciones  por  me- 
dio de  las  plantaciones  de  tabaco.  Hizo  mas  todavía:  cono- 
ciendo que  la  población  de  la  colonia  no  podia  progresar 
rápidamente  por  falta  de  mujeres  europeas,  pidió  a  la  com- 
pañía de  Londres  el  envío  de  algunas  niñas  inglesas  de 
baenas  costumbres  i  de  conocida  moralidad.  La  compañía 
accedió  a  sus  deseos;  i  los  colonos  de  Virjinia   se   despo- 


528  HISTORIA  DB   AHArICA 


saron  con  las  recien  llegadas,  pagando  por  cada  una  a  la 
compañía  varias  cargas  de  tabaco.  En  esa  misma  época 
(1619),  algunos  comerciantes  holandeses  comenzaron  a 
importar  negros  africanos  en  la  Virjinia,  que  los  colonos 
compraban  para  destinarlos  al  cultivo  de  los  campos.  Tal 
fué  el  oríjen  de  la  esclavitud  en  la  América  del  norte. 

La  prosperidad  de  Virjinia  se  desarrollaba  rápidamente. 
En  el  mismo  año  de  1619,  un  nuevo  gobernador,  sir  Jorje 
Yeardlcy,  cediendo  a  las  peticiones  de  los  colonos  que  que- 
rian  el  establecimiento  de  un  gobierno  cimentado  bajo  otra 
base  que  el  réjimen  militar  que  habia  servido  hasta  enton- 
ces, convocó  en  Jamestown  la  primera  asamblea  jeneral  le- 
jislativa.  Tanto  se  habia  aumentado  el  número  de  los  habi- 
tantes, i  tan  estendidos  estaban  su  establecimientos,  que 
once  poblaciones  mandaron  sus  representantes.  Las  leyes 
que  se  acordaron  allí  no  fueron  muchas  nide  grande  impor- 
tancia; pero  los  colonos  quedaron  satisfechos  de  esta  asam- 
blea que  los  ponia  en  la  situación  de  un  pueblo  libre  rejido 
constitucionalmente.  La  compañía  de  Londres,  compren- 
diendo perfectamente  que  sus  intereses  estaban  ligados  al 
engrandecimiento  i  a  la  prosperidad  déla  colonia, sancionó 
esta  innovación,  fijando  sus  bases.  El  gobernador,  como 
representante  del  rei.  fué  investido  del  poder  ejecutivo.  Un 
consejo  nombrado  por  la  compañía,  debia  hacer  las  veces 
de  Cámara  alta,  mientras  los  diputados  de  las  ciudades 
formaban  una  especie  de  Cámara  de  comunes.  De  este  mo- 
do se  fijó  la  constitución  de  la  colonia:  sus  pobladores  se 
consideraron  en  adelante  no  como  simples  servidores  de 
una  compañía  de  comercio,  sino  como  hombres  libres  i  co- 
mo ciudadanos.  En  1621  quedó  redactada  la  Constitución, 
que  es  la  primera  que  se  haya  establecido  en  América.  **EI 
aumento  de  su  industria,  dice  un  historiador,  fué  el  efecto 
natural  de  esta  feliz  mudanza''.  El  producto  de  los  plantíos 
de  tabaco  en  Virjinia  proveia  no  solamente  al  consumo  de 
la  Inglaterra,  sino  también  permitia  hacer  esportaciones 
para  el  estranjero;  i  para  el  mejor  despacho  de  este  jénero, 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTirLO    XX  529 

Ja  compañía  abrió  un  comercio  directo  con  la  Holanda,  ¡ 
estableció  almacenes  en  Middeiburgo  i  en  Flesinga"  ''  . 
8.  Disolución    de    la  compañía  de  Londres;    el   reí 

REASUME  EL  MANDO  DE  LAS  COLONIAS  DE  VlRJIr;IA.— La  pros- 
peridad hizo  que  los  colonos  f)lvidaran  los  peligros  de  que 
se  hallaban  rodeados.  En  1622  los  ingleses  se  habian  esten- 
dido en  una  dilatada  porción  del  territorio.  Vivían  tran- 
quilamente entre  los  indios,  a  quienes  habian  f  unn'nistrado 
armas  de  fuego  empleándolos  en  la  caza,  sin  percibirlos  pe- 
ligros que  podían  nacer  de  esta  excesiva  confianza.  Mien- 
tras tanto,  los  indíjenas  meditaban  con  el  mayor  secreto, 
desde  cuatro  años  atrás,  un  vasto  plan  de  conspiración 
que  pusieron  en  obra  el  22  de  marzo  de  aquel  año.  A  ima 
hora  convenida,  los  salvajes  atacaron  los  diversos  estable- 
cimientos i  asesinaron  hombres,  mujeres  i  niños  sin  perdo- 
nar un  solo  prisionero.  En  algunos  puntos,  los  ingleses  ani- 
mados por  el  valor  que  infunde  la  desesperación,  opusieron 
alguna  resistencia,  i  muchos  se  salvaron  así  de  la  muerte. 
En  Jamestown,  los  colonos  tuvieron  noticia  del  complot 
por  medio  de  un  indio  aliado,  i  se  pudo  organizar  a  tiem- 
po la  resistencia.  Cerca  de  la  cuarta  parte  de  los  habitan- 
tes de  la  colonia  fué  esterminada  en  aquel  dia  aciago. 

L.OS  ingleses  que  sobrevivieron  a  la  catástrofe,  se  reple- 
garon a  Jamestown.  En  vez  de  pensar  en  reorganizar  la  co- 
lonia, no  trataron  mas  que  en  castigar  a  los  indíjenas  pa- 
ra vengar  el  pérfido  asesinato  de  tantos  compatriotas.  L(j- 
graron,  en  efecto,  atraer  a  los  indios  bajo  una  aparente  re- 
conciliación; i  cuando  éstos  se  hallaban  ocupados  en  sus 
cosechas,  los  ingleses  cayeron  sobre  ellos  con  el  mismo  fu- 
ror con  que  habian  sido  atacados,  asesinaron  acuantosen- 
contraron  i  redujeron  a  los  demás  a  buscar  un  asilo  en  los 
bosques,  donde  luego  perecieron  de  hambre,  de  tal  modo 
que  algunas  tribiís  indíjenas  se  estinguieron  completamen- 
te. Esta  atroz  venganza  puso  a  la  colonia  en  estado  de  no 
temer  ataque  alguno  de  los  salvajes.  Las  poblaciones  ingle- 


5  RoBERTSON  Historia  de  América,  lib.  IX. 
TOMO   I  34 


sas  volvieron  a  tomar  iacremeiito  i  la  industria  coi^enzó  a 
renaper. 

Pera  las  matanzas  de  1622  tu  vieron  otro  resaltado  fe- 
nesto  para  la  colonia.  La  compañía  de  Londres  había  Ik- 
gado  a  ser  el  teatro  de  acaloradas  reyertas  en  que  se  dis- 
cntian  cuestiones  de  alta  política,  desde  que  el  rei  liabiade* 
jado  de  reunir  el  parlamento,  Jacobo  I  se  alarmó  con  aqu^ 
Das  discusiones,  i  se  resolvió  a  disolver  la  com|>ama,  en 
cuyo  seno  se  censuraba  a  su  gobierno  con  tanto  ardor.  Las 
tentativas  de  sus  miembros  para  ganarse  partidarios  eit  el 
consejo  de  la  compañía  fueron  completamente  infructuosas; 
i  el  rei  comenzó  a  pensar  en  disolverla.  La  lentitud  de  loi 
progresos  de  la  colonia,  el  dinero  gastado  en  su  establecí* 
miento,  la  pérdida  de  hombres^  la  matanza  perpetrada  por  i 
los  indios,  i,  en  una  palabra,  todas  Ins  desgracias  espcri- 
raentadas  por  los  ingleses  en  América,  se  imputaron  única- 
mente a  la  compañía.  Por  una  ordenanza  de  9  de  mayo  de  I 
1623,  el  rei  creó  una  comisión  encargada  de  examinar  las 
operaciones  de  la  compañía  i  de  presentar  a  su  consejo  pri- 
vado un  pian  para  restablecer  la  administración  colonial 
i  al  efecto  hito  secuestrar  todos  los  papeles  i  rejtstros  i 
apresara  dos  desús  principales  miembros.  La  comisioo 
propuso  que  se  devolviera  al  rei  la  autoridad  superior.  La 
compañía,  sin  embargo,  no  aceptó  esta  resolución,  ni  se 
avino  a  dar  cumplimiento  a  las  órdenes  del  rei  que  manda- 
ba disolverla.  Fué  necesario  que  las  dos  partes,  el  rei  i  la 
compañía,  siguieran  un  ruidoso  proceso  ante  los  tribunales 
de  justicia  para  que  aquella  cuestión  tocase  a  su  término. 
El  resultado  no  se  hizo  esperar  mucho  tiempo:  la  resolución 
judicial  fué  que  al  rei  correspondia  el  gobierno  de  la  colo- 
nia (1624).  **La  compañía  cayó  sin  que  nadie  la  sintiese,  i 
sin  que  el  parlamento  entonces  reunido  tomase  su  defensa. 
En  Virjinia,  su  ruina  no  produjo  sentimiento  alguno:  poco 
importaba  a  los  colonos  cambiar  de  señor  con  tal  que  con- 
servase sus  libertades'*  ^  . 


<>     Laboulave,  fíistoirc  poiltique  des  Etats  Unis,  lib.  I,  lee  V, 
páj.  104. 


PABTB  SBGUNDA. — CAPÍTULO     XX  531 

Jacobo  I  nombró  un  consejo  encargado  de  dirijir  desde 
/óndres  el  gobierno  de  Virjinia.  La  muerte  lo  sorprendió 
n  1625  antes  de  haber  completado  la  organización  colonial. 
lu  hijo  Carlos  I  organizó  esa  administración  buscando  en 
a  colonia  una  fuente  de  riqueza  para  el  tesoro  inglés.  No 
olo  prohibió  en  Inglaterra  el  cultivo  del  tabaco,  sino  tam- 
bién la  introducción  del  que  los  españoles  cultivaban  en 
US  posesiones  de  América,  para  monopolizar  el  comercio 
le  este  artículo,  que  se  producia  en  Virjinia.  ''Indiferente 
L  la  constitución  que  rejia  a  los  colonos,  dice  Laboulaye, 
izarlos  I  no  tuvo  mas  propósito  que  monopolizar  el  producto 
le  su  industria.  Ue  este  modo,  se  conservaron  en  la  prácti- 
a  los  derechos  políticos  de  Virjinia,  merced  a  la  feliz  indi- 
erencia  del  rei.  Mientras  que  la  Inglaterra  estaba  ajitada 
)or  la  guerra  civil,  Virjinia  se  ensayaba  en  el  gobierno 
ibre:  su  asamblea  declaraba  la  guerra  a  los  indios,  hacia 
a  paz  i  adquiría  nuevos  territorios.  En  1648  habia  20,000 
lolonos,  i  este  número  fué  sensiblemente  aumentado  por  la 
'uina  de  la  aristocracia  inglesa  después  de  la  muerte  del  rei. 
IrOS  caballeros  vencidos  en  la  guerra  civil,  iban  a  buscar 
ma  nueva  patria  al  otro  lado  de  los  mares.'* 

9.  Prtmbras  colonias  de  la  Nueva  Inglaterra.— 
l,a  compañía  de  Piymouth,  organizada  como  la  de  Londres 
)OT  Jacobo  I  en  1606,  se  quedó  mui  atrás  en  sus  proyec- 
:os  de  colonización.  El  año  siguiente  se  estableció  una 
rolonia  de  poco  mas  de  cien  hombres  en  Sagahadoc  (Ké- 
lébec)  bajo  las  órdenes  de  Jorje  Pophan;  pero  habien- 
do muerto  éste,  casi  al  llegar,  los  colonos  alarmados  por 
;1  rigor  del  clima  abandonaron  aquel  territorio  i  dieron  la 
iruelta  a  Europa.  Después  de  este  contratiempo,  i  a  causa 
sin  duda  de  la  lentitud  de  los  primeros  progresos  de  la  co- 
onia  de  Virjinia,  la  compañía  de  Piymouth  abandonó  toda 
dea  de  colonización,  inútil  fué  que  aquella  rejion  recibiera 
»l  nombre  de  Nueva  Inglaterra,  porque  la  seductora  des- 
cripción que  de  ella  se  hacia  no  bastó  para  infundir  entu- 
siasmo a  nadie. 

Sin  embargo,  las  luchas  relijiosas  de  Inglaterra  propor- 


532  HISTORIA    DE    AMÉRICA 


Clonaron  colonos  para  aquel  país.  Los  puritanos,  llamados 
entonces  brownistas,  del  nombre  de  Roberto  Brown  que 
redujo  sus  doctrinas  a  un  cuerpo  de  sistema,  se  habían 
visto  obligados  a  abandonar  su  patria  i  a  buscar  un  refujio 
en  Holanda  para  sustraerse  a  las  persecuciones  que  pesaban 
sobre  ellos.  Deseosos  de  propagar  sus  doctrinas  i  de  esta- 
blecerse en  un  pais  en  que  no  fueran  perseguidos  por  na- 
die,  solicitaron  de  la  compañía  de  Londres  una  concesión 
de  terrenos  en  Virjinia  con  libertad  para  ejercer  su  reli- 
jion.  Jacobo  I,  sin  darles  ninguna  seguridad  positiva,  pare- 
ció dispuesto  a  dejarlos  vivir  en  paz,  con  tal  que  se  man- 
tuviesen tranquilos.  Enbarcáronse,  en  efecto,  en  1620,  mas 
de  cien  puritanos  con  dirección  a  Virjinia;  pero  engañados 
por  el  piloto,  llegaron  a  Nueva  Inglaterra.  No  queriendo 
prolongar  su  viaje  por  mas  tiempo,  se  establecieron  allí  i 
fundaron  la  ciudad  de  Nueva  Plymouth.  Los  puritanos 
formaron  una  especie  de  sociedad  voluntaria,  en  que  olxf- 
decian  a  leyes  i  a  majistrados  establecidos  por  ellos  mis- 
mos. Sin  embargo,  los  progresos  de  la  colonia  fueron  mui 
poco  rápidos:  el  rigor  del  clima  causó  la  muerte  de  muchos 
de  sus  pobladores;  i  pasó  algún  tiempo  antes  que  llegaran 
de  Inglaterra  nuevos  colonos. 

Las  tentativas  de  la  compañía  de  Plymouth  para  esta- 
blecer otras  colonias  en  la  Nueva  Inglaterra  habían  sido 
completamente  infructuosas.  **Casi  en  la  misma  época  en 
que  los  puritanos  llegaban  al  termino  de  su  viaje,  Jacobo  I, 
viendo  que  aquella  compañía  no  realizaba  sus  proyectos  de 
colonización,  hizo,  el  3  de  noviembre  de  1620,  una  nueva 
concesión  a  varios  personajes  de  la  corte.  Esta  concesión 
estaba  calcada  sobre  la  primera,  peroestendiasu  territorio. 
A  pesar  de  su  estension,  ella  no  produjo  una  espedicion 
seria.  La  nueva  compañía  se  ocupó  en  vender  tierras  mas 
bien  que  en  colonizar;  i  la  Nueva  Inglaterra  habría  quedado 
largo  tiempo  despoblada,  si  las  persecuciones  relijiosas  no 
hubiesen  producido  una  inmigración  de  puritanos  mucho 
mas  considerable.*'  " 


"  LauüI'Lavk,  Ilistoirc politicjue  des  Etats.  Unis,  lib.  I.  lee,  YII^ 
páj.  163. 


PARTE    SBQUNDA. — CAPÍTULO    XX  535 

Muchos  puritanos,  alarmados  con  su  constante  perse- 
cución en  Inglaterra,  compraron  a  la  nueva  compañía  una 
estensa  porción  del  territorio  concedido  por  el  rei,  i  obtu- 
vieron de  éste  el  derecho  de  gobernarse  como  quisieran 
(1629).  Carlos!,  que  reinaba  entonces,  no  vio  en  esta  so- 
licitud mas  que  un  interés  comercial,  i  accedió  a  lo  que  se 
le  pedia.  Los  puritanos  e(|uiparon  cinco  naves,  i  en  numero 
de  trescientos,  fueron  a  tomar  posesión  del  territorio  que 
habian  comprado.  la  inmigración  se  desarrolló  desde 
entonces  en  grande  es  ala;  i  los  colonos,  dirijidos  por  Win- 
throp, echaron  los  cimientos  de  laciudad  de  Boston  (1630  , 
que  vino  a  ser  la  capital  de  una  importante  provincia  que 
tomó  el  nombre  de  Bahía  de  Massachussets.  Los  colonos 
hicieron  mas  todavía:  obtuvieron  una  patente  de  la  nueva 
compañía,  por  la  cual  les  transferia  ésta  los  derechos  que  el 
rei  le  habia  concedido.  Las  disensiones  civiles,  que  enton- 
ces comenzaban  a  asomar  en  Inglaterra,  fueron,  sin  duda, 
causa  de  que  Carlos  I  no  hiciera  alto  en  este  traspaso  de 
autoridad. 

Los  ingleses  comenzaron  entonces  a  estenderse  en  una 
dilatada  porción  de  territorio,  i  a  fundar  diversas  pobla- 
ciones. En  1634',  al  querer  celebrar  una  asamblea  jeneral, 
los  colonos,  en  vez  de  asistir  personalmente,  elijieron  sus 
representantes,  i  organizaron  una  especie  de  cuerpo  lejisla- 
tivo.  Allí  declararon  que  no  podia  dictarse  ninguna  lei,  im- 
ponerse ninguna  contribución  i  ni  aun  darse  ningún  empleo, 
sino  con  el  consentimiento  de  la  mayoría.  De  este  modo,  la 
colonia  de  la  bahía  de  Massachussets  comenzó  a  gobernar- 
se casi  como  un  estado  independiente.  Al  lado  de  ella  se 
formaron  otras  colonias,  que  vinieron  a  constituir  otros 
tantos  estados.  Fueron  éstas  Maryland  (1632),  la  Pro vi- 
denceri635),  Rhod^j-Island,  Connecticut  (1636),  Xew-Haven 
(1637),  New-Hampshire  i  Maine(1638),  Warvvick  (1642). 

•*Jamas,  dice  un  escritor  francés  (M.  Bouchot),  colonia 
alguna  fué  establecida  bajo  condiciones  mas  favorables.  La 
América  del  norte  tuvo  en  efecto  Ui  felicidad  particular  de 
que  no  recibió  únicamente  aventureros  i  hombres  sin  lei, 


5^  HISTORIA    DB   AXÉMICA 

sino  colonos  honorables  que  trasportaron  con  su  tamilia, 
sa  fortuna  i  su  industria,  costumbres,  creencias  relijiosasc 
ideas  de  independencia,  en  fin,   todo   lo  qae  constituye  el 
verdadero  fundamento  de  las  sociedades. — Alguno?  autores 
pretenden  que  cuatro  mil  familias  pagaron  a  aquellas  rejio- 
nes  antes  de   16  W.  Es  seguro  que  Carlos  I   prohibió,  en 
1637,  las  emigraciones  que  amenazaban  despoblar  la  In- 
glaterra: i  se  sal>e  que  una  de  las  naves  que  fueron  dete- 
nidas en  los  puertos,  llevaba  a  AméricaaCromwelliaotros 
futuros  corifeos  de  la  revolución   ins^lesa.    Este  ardor  de 
emigración  no  tiene  nada  de  sorprendente.   I^>s  colonos  in- 
glestrs  encontraban  entonces  en  América  no  solo  la  fortuna 
i  la  libertad  rdijiosa,  sino  también  las  viejas  libertades  po- 
líticas que  parecian  muertas  bajo  el  despotismo  de  los  Tudo- 
res  i  de  los    Estuanlos.   Estas  lilíertades,    vencidas  en  In- 
glaterra, tuvieron  al  otro  lado  de  los  mares  un  terreno  en 
qae  pudieron  jerminar  i  crecer  sin  obstáculo:  i   las  colonias 
inglesas  dieron  desde  su  cuna  a  la  madre  patria,    un  ejem- 
plo de  que  ésta  supo  aprovecharse"  í^. 

iri.  Diferencias  esenciales  entre  las  cnLONL\s  oel 
X  >RTK  I  Lv>  ORL  >iR. — **L>s  primeri'x  c- ^1  ~»nos  Veij  ir-^: '; 
Vir'*:r;:::  en  1»»<»7.  dio-r  M.  «i-  Too-jiieviHe.  Hr:  es::i  c:-  \.\t.  .a 
Ei;r- '••;•-  cstrtb  j  sin'jMl-.rnicritc  :.»re'.ioup:i'l  i  c»  »r.  ".a  i  :-:i  «le 
«I  í :  c  ' :  í  <  rr. :  '*. :  •  >  « U-  o  r« »  i  !  e  :  • .  n  r ;  •:  h\  cen  1 ;  i  r:  i  ii-/z  i  ■  Jcr  !  ■  »s  :  «ik- 
Ijl^ 'S:  :  lea  f'iiiesta '¡'K*  h\  cinv- •'•'-ecid'»  masa  !-:»s  n  •.;-.•''•!•»> 
<|'.i-j  >L'  i:  ir.  rlcílicrid'»  a  \\\  cs:»".*  »:ao:«^n  d^  las    minas,  i  i|*jc  r.a 


'k-strrrM"  •  nías  }:-jii"i*»rc<  cii  América  iino  ii  uruer;  a  i  :■•  la> 
■as  :::■/::•.  s  Icvcs.  A  Xir'inia  se  enviaron  husca  i'  «res  de  'K^\ 
icT'.tes  sin  rtvni  S'>s.   •:csnrrecr'íi''.as,   cnvo  espíritu  ;n-jnict<»  i 


Ic  .\  "vris  ::  :  .-:i'  ■»:.  -.vr.  ..:e  "  >  ::.ir:  >erv!  >"»  it-  ^'.;:.i.  :  'a  cxce- 
*-:::v  '::<:  -r.-t  i;;  ;C<:.:  :  -^  •  ■  :  i  '-  ir-  M.  IUn*.^  kt.  -jiic  ::c::;  •>  o-»::- 
-::  :..  '      ::;:...>    .  !:.:v>    -  ■:    ;    »  le'   :;  ;  .rr  c"::rar  e:;   :K:e>:r. .  v:  ¡.i  ir.> 


PARTB   8BQUNDA. CAPÍTULO    XX  535 

turbulento  turbó  la  infancia  de  la  colonia,  e  hizo  inciertos 
sus  progresos.  En  seguida  llegaron  los  industriales  i  los 
agricultores,  raza  mas  moral  i  mas  tranquila,  pero  que  se 
elevaba  mui  poco  sobre  el  nivel  de  las  clases  inferiores  de 
Inglaterra.  ?lingun  pensamiento  noble  presidió  a  la  fun- 
dación de  los  nuevos  establecimientos.  Apenas  se  habian 
creado  cuando  se  introdujo  la  esclavitud:  éste  fué  el  hecho 
capital,  que  debia  ejercer  una  inmensa  influencia  sobre  el 
carácter,  las  leyes  i  el  porvenir  de  las  colonias  del  sur.  La 
esclavitud  deshonra  el  trabajo:  introduce  la  ociosidad  en  la 
sociedad,  i  con  ella  la  ignorancia  i  el  orgullo,  la  pobreza  i 
el  lujo.  Enerva  las  fuerzas  de  la  intelijencia  i  adormece  la 
actividad  humana.  La  influencia  de  la  esclavitud,  combi- 
nada con  el  carácter  ingles,  esplica  las  costumbres  i  el  es- 
tado social  del  sur'\  Solo  algunos  años  mas  tarde,  fueron 
a  establecerse  en  Virjinia  algunos  señores  i  ricos  propie- 
tarios de  Inglaterra  perseguidos  por  la  revolución  triun- 
fante. 

•*Los  emigrantes  que  fueron  a  establecerse  a  las  costas 
de  la  Nueva  Inglaterra,  agrega  M.  de  Tocqueville,  perte- 
necian  todos  a  las  clases  acomodadas  de  la  madre  patria. 
Su  reunión  en  el  suelo  americano  ofreció  desde  su  oríjen,  el 
singular  fenómeno  de  una  sociedad  en  que  no  se  encontra- 
ban ni  grandes  señores,  ni  pueblo,  ni  pobres,  ni  ricos.  En 
proporción,  habia  una  masa  de  hombres  ilustrados  mayor 
que  en  el  seno  de  ninguna  nación  europea  de  nuestros  dias. 
Todos,  sin  esceptuar  quizá  uno  solo,  habian  recibido  una 
educación  esmerada,  i  muchos  de  ellos  se  habian  hecho 
conocer  en  Europa  por  sus  talentos  i  su  ciencia.  Las  otras 
colonias  habian  sido  fundadas  por  aventureros  sin  familia; 
los  emigrantes  de  la  Nueva  Inglaterra  llevaban  consigo 
admirables  elementos  de  orden  i  de  moralidad.  Se  trasla- 
daban al  desierto  acompañados  de  sus  mujeres  i  de  sus  hi- 
jos. Pero  lo  que  los  distinguia  sobre  todo  de  los  demás  co- 
lonos era  el  objeto  de  su  empresa.  No  era  la  necesidad  lo 
que  los  obligaba  a  abandonar  su  pais:  dejaban  una  |>osi- 
cion  social  espectable  i  medios  asegurados  de  subsistencia. 


Na  pasaban  tampocti  al  nuevo  tntitida  para  mejorar  su  si- 
tuación o  acrecentar  sus  riquezas:  se  apartaban  de  su 
patrííi  para  obeJeecr  a  una  necesidad  [niramente  inte' 
lectual"  " 

Esta  diferencia  en  el  carácter  de  los  colonos  se  manifies- 
ta en  todo  el  curso  de  sn  historia.  A  la  época  en  que  esta- 
lló la  revolución  inglesía  (1642),  las  colonias  tomaron  dife- 
rentes partidos*  Virjinia,  en  donde  muchos  señores  ingleses 
conienzahan  a  adquirir  t^raude  influencia,  abrazó  la  causñ 
del  reí,  i  después  de  su  muerte,  proclamó  a  su  hijo  Carlos  U- 
Casi  todas  las  colonias  del  norte,  por  el  contrario,  apiau' 
dieron  los  triunfos  dei  parlamento,  celebrando  que  la  ma 
dre  patria  recunrjuistase  Ja  vieja  lihcrtid  de  Inglaterra. 

Sin  embargo,  el  triunfo  de  la  revolución  fué  desfavoríi- 
ble  a  las  coltudas.  Cromwell  obligó  a  Virjinia  a  reconocer 
su  autoridad.  El  parlamento  dictó  en  1650  una  Ici  por 
la  cual  pro  (libia  a  las  colonias  todo  comercio  con  las  de- 
mas  naciones.  El  triunfo  de  las  ideas  liberEiles  en  Inglaterra 
disminuyó,  como  era  natural,  las  emigraciones  a  lascóla 
nías  del  nuevo  mundo.  Cuatro  provincias  del  norte,  Massa- 
chussets,  Conneeticut,  New- í laven  í  Xew  Plvmouth,  frir- 
marón  una  especie  de  confederación  que  les  permitió  ha- 
cer frente  a  las  hostilidades  de  los  indios  i  estimular  su  pro- 
greso. 

11.  NüKVAS  COLONIAS. — Las  colonias  inglesas  tomaron 
posteriormente  su  organización  definitiva  reuniéndose  al- 
gunas de  ellas  en  un  solo  estado,  o  por  medio  de  la  funda- 
ción de  nuevas  colonias. 

El  territorio  comprendido  entre  Virjinia  i  la  Nueva  In- 
glaterra habia  sido  ocupado  por  los  holandeses,  que  fun- 
daron establecimientos  propios.  El  capitán  ingles  Enrique 
Hudson,  al  servicio  de  Holanda,  tratando  de  encontrar  un 
paso  para  los  mares  de  la  India  por  el  norte  de  América 
(1607),  reconoció  el  territorio  regado  por  el  rio  que  lleva 


9  TocQUEviLLE,  De  la  Démocratie  en  Amérique,  chap.  II. 


PARTE    SEGUNDA. — CAPÍTULO    XX  587 

■  1 

SU  nombre,  i  mas  tarde  descubrió,  i  esploró  prolijamente  la 
dilatada  bahía  cjue  conserva  aun  la  designación  de  Hud- 
son.  El  gobierno  holandés  (lió  a  una  compañía  mercantil 
el  privilejio  esclusivo  de  comerciar  con  aquella  rejion.  Los 
c'ijentes  de  esta  compañía  fundaron  el  fuerte  de  Amsterdam 
(1614')en  la  embocadura  del  rio  Hudson,  el  fuerte  Orange, 
en  su  rejion  superior,  el  fuerte  Buena  Esperanza  sobre  el 
Connecticut,  i  el  fuerte  Nassau  sobre  el  Delawarc.  Estos 
establecimientos  progresaron  rápidamente  bajo  la  hábil 
administración  i  la  incansable  actividad  de  los  holandeses. 

Por  algún  tiempo,  fueron  incomodados  por  los  suecos 
que  en  1638  fundaron  un  establecimiento  llamado  Nueva 
Suecia,  al  este  de  Maryland;  pero  al  fin,  en  1655  los  holan- 
deses quedaron  dueños  de  sus  posesiones.  Aquellas  colonias 
tomaron  el  nombre  de  New  Netherlands  (Nuevos  Paises  Ba- 
jos, Nueva-Flándes,  o  Nueva  Béljica,  como  suele  traducir- 
se). Nueva  Amsterdam,  llegó  a  ser  el  centro  de  esta  colonia, 
i  adquirió  en  pocos  años  un  rápido  incremento. 

Carlos  II  reivindicó  en  1664 sus  derechos  a  ese  territorio, 
cediendo  al  efecto  su  gobierno  a  su  hermano  el  duque  de 
York.  En  agosto  de  ese  año,  un  cuerpo  considerable  de  tro- 
pas inglesas  desembarcó  de  improviso  cerca  de  Nueva  Ams- 
terdam, i  obligó  al  gobernador  holandés  a  capitular  sobre 
la  base  de  que  sus  habitantes  gozarían  de  los  derechos  de 
ciudadanos  ingleses.  Nueva  Amsterdam  recibió  el  nombre 
de  New-York;  i  la  colonia  de  Hudson  el  de  Albany,  que  era 
también  uno  de  los  títulos  del  hermano  del  rei.  El  territorio 
del  sur  fué  designado  New-Jersey,  i  pasó  a  formar  una  colo- 
nia separada. 

En  1681,  Guillermo  Penn  obtuvo  de  Carlos  II  la  auto- 
rización para  colonizar  una  estensa  porción  de  territorio 
situada  al  oeste  del  rio  Delaware.  Penn  pertenecía  a  la  sec- 
ta de  los  cuáqueros,  que,  al  lado  de  prácticas  i  creencias  ri- 
diculas, profesaba  doctrinas  humanitarias  i  liberales.  **La 
conciencia,  decían,  es  un  territorio  que  sólo  pertenece  a 
Dios  i  sólo  puede  ser  gobernado  por  él.  Ninguna  autoridad 
del  mundo  tiene  derecho  para  penetrar  en  ella.  Querer  for- 


539  wsmomi^  üm  ^^ímca 

2ar  la  concieiijia  de  otro^  es  obrar  contra  Dios»  único  que 
poede  ilustrarla." 

InTOcando  estas  doctrinas  de  tolerancia^  Pcfln  eonsgaífi      i 
que  tm  eonsiderable  número  de  sectarios  pasara  en  cm  tmsr 
mo  año  a  poblar  el  territorio  que  foé  denotmnado  Pens3- 
Tanta.  En  1682«  Penn  Üeg6  a  América,  i  fíindó  la  cradad  de 
Fíladelfia  ( qur  ea  griego  significa  amor  ñ^temml}.  ObttiTO 
ademas  del  daqtse  de  Yort  d  territorio  de  Delawane,  qtie 
también  poblaron  ios  cuáqueros,  i  fnndd  di%*ersas  pobladc»- 
wm  qoe  lorgo  'ercderoa  i  $¿  desarrollarcfii  coosidoasD^le* 
En  scts  reladoaei  con  los  indios,  Penn  deppl^é  itn  e^fritm 
dejef^erosidad  i  moderación,  que  ha  llamado  la  atención  de 
todos  los  hístoríadon».   Les  compraba  los  terrenos;  i  en 
vez  de  bostilíjKirlos,   Io«  llamaba  a  disfrutar  de  los  beiKfc- 
cios  de  la  d\41tzactcm.    La  consDtucioo   que  dí6  a  la  Pen- 
^Tania,  basada  ^ibre  los  príncipios   de    fraternidad  t  de 
toleraoeia,  ha  merecido  notables  elojlc^  de  grandes  escrito- 
ra del  siglo  XVIU.    Mcmtcsqaiett    llamaba  a  Penn  el  Li*  j 
cttrgo  moderno.  I 

El  territorio  de  las  Carolinas  había  sido  esplormilo  p&n 
Rakigfa,  í  d^pnes  por  los  franceses  qae  pasaban  a  la  Florí- 

sólo  bajo  el  reinado  de  Carlos  II,  en  1663,  fué  concedido  a 
algnnos  enpresarios  que  dieron  principio  a  su  colonización 
formal.  En  1729,  ese  territorio  fue  diridido  en  dos  prorin. 
cias  separadas,  aunque  sometidas  al  mismo  réjimen  que 
existia  en  las  colonias  del  sur. 

La  última  colonia  inglesa  establecida  en  la  América  del 
norte  fué  la  de  Jeorjía.  En  1732,  Joije  II  concedió  a  una 
compañía  la  posesión  de  aquella  provincia  con  el  objeto  de 
trasportar  ahí  a  los  súldidos  ingleses  que,  a  consecuencia 
del  malestado  del  comercio  i  de  la  industria,  se  hallaban  en 
estrema  pobreza.  Se  organizó  una  suscricion  popular;  i  ba- 
jo las  órdenes  del  jeneral  Jacobo  Oglethorpe,  llegaron  a 
Jeorjía  los  primeros  colonos.  Oglethorpe  fundó  la  ciudad  de 
Savannah;  pero  en  los  primeros  tiempos  los  progresos  de 


PASTB   8BOUNDA. — CAPÍTULO   XX  539 

esta  colonia  fueron  sumamente  lentos.  Mas  adelante  llegó 
a  formar  un  estado  importante  i^. 

12.  C01.ONIAS  FRANCESAS.— Al  mismo  tiempo  que  los  in- 
gleses dilataban  su  imperio  colonial  en  aquellas  rejiones  de 
nuevo  mundo,  los  franceses,  tan  desgraciados  en  sus  pri- 
meras tentativas,  establecían  también  sus  colonias  al  norte 
i  al  sur  de  las  posesiones  inglesas.  Enrique  IV  fué  quien  dio 
un  impulso  serio  a  este  movimiento  colonizador.   En  1598» 
el  rei  nombró  al  marques  de  la  Roche  su  teniente  jeneral  en 
el  Canadá;  pero  los  esfuerzos  de  éste  no  alcazaron  hasta 
fundar  una  colonia  formal.  Un  comerciante  de  San  Malo, 
apellidado  Pontgravé,  que  se  había  distinguido  en  algunas 
espediciones  marítimas,  hizo  un  viaje  en  1603,  llevando 
consigo  a  un  célebre  marino  llamado  Samuel  deChamplain. 
Pontgravé  i  Champlain  esploraron  el  rio  de  San  Lorenzo 
sin  fundar  establecimiento  alguno.   El  año  siguiente,  el  rei 
concedió  al  caballero  De  Monts  la  autorización  para  llevar 
a  cabo  la  colonización  del  Canadá.  De  Monts  cedió  las  ba- 
ses de  la  ciudad  de    Port-Royal  (Montreal)  que  en  realidad 
no  fué  fundada  sino  en  1661;  i  Champlain,  que  lo  había 
acompañado  en  esta  empresa,  echó  en  1608  los  cimientos 
de  la  importante  ciudad  de  Quebec.  Este  aventurero  desple- 
gó grandes  dotes  de  colonizador;  pero  a  pesar  de  sus  esfuer- 
zos, la  colonia  prosperó  poco  por  las  constantes  guerras 
con  los  indíjenas  i  con  los  ingleses  que  ocupaban  el  territo- 
rio del  sur. 

Los  misioneros  jesuitas,  introducidos  en  el  Canadá  a 
principios  del  siglo  XVII,  prestaron  muí  importantes  ser- 
vicios a  la  colonia,  aquietando  a  los  salvajes  por  medio  de 


í^  La  historia  de  estas  diversas  colonias  presenta  poco  interés 
dramático,  pero  ofrece  cierta  importancia  bajo  el  punto  de  vista 
del  desarrollo  de  su  industria  i  de  sus  instituciones.  El  lector  puede 
consultar  las  obras  ya  citadas  de  Bancroft  i  de  Laboulaye,  la 
Historia  de  los  Estados-Unidos  por  M.  Roux  de  Rochelle,  i  el 
Atlas  historique  des  deux  Amériques  d^  M.  Buchot,  que  contiene 
preciosos  datos  históricos  i  estadísticos,  espuestos  con  mucha 
claridad  al  tratarse  de  Estados-Unidos. 


la  predicación  evanjcliea.  Hicieron  mas  todavía: en  sus  rrla-^ 
ciones  con  los  indios,  tuvieron  noticia  de  la  existencia  de  un 
gran  rio  llamado  Mechassebé.  El  padre  Marquctte  i  un  ne- 
gociante» Luis  Jollietjiicieron  un  viaje  de  reconocimiento  a 
las  orillai*  de  ac^uel  río  i  llegaron  ha^ta  la  conilu^ocia  del 
Mii^&isstppf  con  el  Arkansas  (1673). 

L'n  colono  de  Montreal,d  caballero  de  la  Salle,  obtuvo  de 
Luis  XIV  el  permiso  í  los  recurso»  para  reeuDocer  este  gratt 
rio  hasta  su  desembocadura.  A  la  cabera  de  cuarenta  hom^ 
brcs,  la  Salle  partió  de  Quebee  en  agosto  de  1679,  en  una 
embarcación  construida  a  propósito  para  un  viaje  de  eí^ta 
naturaleza;  i  en  1682  llegó  a  la  desembocadura  del  Missts- 
sippí  **.  La  rejion  que  riega  cate  río  al  desaguar  en  el  golfo 
niejicaoü  fue  denominada  Lu  liviana,  en  I  n  mi  ir  del  sol>era» 
no  bajo  cuyo  reinado  se  había  hecho  tan  notable  explora- 
ción. 

Los  proyectos  de  colonización  francesa  en  la  Luisiana 
no  se  llevaron  a  cabo  sino  a  principios  del  siglo  siguiente. 
Compañías  privilejíadas  disñ  utaron  de  su  comercio  duran* 
te  mucho  tiempo;  pero  la  colonia  no  adquirió  su  verdadera 
iíüportancia  sino  cuando  una  abundante  emigración  euro- 
pea comenzó  a  desarrollar  su  industria  i  su  comercio.  La 
ciudad  de  Nueva  Orleans,  fundada  en  1717,  fué  declarada 
capital  de  la  provincia.  Los  colonos  de  Luisiana  introduje- 
ron esclavos  africanos  en  1724.  La  ciudad  de  San  Luis 
fué  fundada  en  1764. 

Las  colonias  francesas  de  América,   a  pesar  de  su  venta- 
josa situación  i  de  las  producciones  de  su  territorio,  se  des- 
arrollaron lentamente,  i  no  alcanzaron  jamas  el  grado  de 
I  progreso,  de  riqueza  i  de  población  a  que  llegaron  las  pose- 
siones británicas.  En  la  Luisiana  i  en  el  Canadá,  mientras 


I 
I 


11  El  caballero  de  la  Salle  hizo  un  nuevo  viaje  en  1687,  año  en 
que  encontró  por  mar  la  boca  del  Mississippí,  rio  que  preten- 
dió remontar  de  sur  a  norte;  pero  pereció  asesinado  por  sus  pro- 
pios compañeros.  Rambaud,  La  Franee  colonial^  páj.  18  (7*^»"^.  ed., 
Paris,  1895). 


PARTID    8EGUKDA.— -CAPITULO    XX  541 

estuvieron  en  poder  de  la  Francia,  imperaba  un  réjiraen  co- 
lonial mui  semejante  al  que  los  españoles  impusieron  en 
sus  posesiones  de  América:  el  monopolio  en  la  industria  i  el 
comercio,  el  absolutismo  en  la  administración  política.  Los 
ingleses  comprentlian  de  mui  diversa  manera  el  gobierno 
de  las  colonias;  i  a  la  sombra  de  un  réjimen  liberal,  forma- 
ron pueblos  poderosos  i  florecientes  de  que  habia  de  nacer 
mas  tarde  una  gran  nación  ^2. 


12  La  historia  de  las  colonias  francesas  de  América  no  entra 
verdaderamente  en  el  plan  de  nuestro  libro.  Por  eso,  nos  hemos 
limitado  a  apuntar  algunos  hechos  para  completar  un  cuadro  je- 
aeral.  El  lector  puede  encontrar  esa  historia  en  muchos  libros 
especiales:  nos  limitaremos  a  recomendar  la  excelente  Histoire  du 
Canadá  por  GARNKArx,  Quebec,  3  volúmenes,  en  que  están  referi- 
das con  gran  minuciosidad  i  erudición  las  empresas  de  los  france- 
ses en  el  nuevo  mundo.  Puede  consultarse  igualmente  la  kistoria 
citada  de  Estados  Unidos,  por  Roux  Rochblle. 


FIN   DEL  TOMO  PRIMERO 


llSTÜICK 

DE  LA  HISTORIA  DE  AMERICA 


Pajinas 

Auteportada I 

Portada III 

Retrato  del  señor  Barros  Arana V 

Advertencia Vil 

Introducción  a  la  edición  de  1865 1 

Bibliografía f) 


PARTE   PRIMERA 


AMERICA  INDÍJENA 

CAPÍTULO    PRIMKRO     ' 

PRIMEROS    HABITANTES    DE    AMÉRICA 

1.  Oscuridad  del  oríjen    de  los  primitivos  habitantes    de 

América 27 

2,  Hipótesis  mas  probable 28 


3«  Etnografía  de  los  pueblos  amencanos»....»... »....«. 

4.  Lengaas  ,..„.,.,,,.,.,,.„. «.»«»*.«».«.»« .*..•, 

5.  Naciones  d viltzad as  de  America «***«.<,^««.,.. 

6.  (NotaJ - -... , *,-,.,„,.•. .,,.. 

CAPÍTULO  II 

RL   ANTIGUO    MÉJIOO 

t,  Or0en  de  ta  ci^liíacioo  mrjícana*.*. .,**«*,**.,..... .*,,„<- 

2,  Los  cbichimecaS-.*, »..„, ..*. ......_.., 

3.  Nuevas  iq rasiones;  los  aztecas  o  mejicanos^.^,... 

4.  Gobierno  de  loa  mejicanos....... 

5,  Jerarqyía  social,  .,...., ...^^. .»..»...,.....,........, .*....., **-..„, 

t!.   Hentas  pábíícas.. ,*.^.. ,.,*„.,„,„„. .„„ „„* 

7.  Instrucciones  militares.,. ^.*..*. ........... ^.. 

8>    [nJa&tr¡A  í  cornercio ..*,. .,..„„*...*., ,.....„..,„„ 

9.   Artes,  ciencias  s  letras .-,.......*....^.. .....,...,.,.  ., 

10,  Relijion  *...... .....„..„,.^. ..,..,. ». ...,,..,. 

1 1,  Costumbret* ..,,,  , ..**„, -.,,...-...„...,„ 

•CAPÍTULO  III 

EL    PERÚ    ANTIGUO 

1.  Civilización  primitiva  del  Perú 

2.  Los  incas 

3.  Gobierno;  jerarquía  social 

4.  Distribución  de  las  tierras  i  del  trabajo 

5.  Organización  de  la  fariiiÜa 

6.  Conquistas  militares 

7.  Relijion 

8.  Ciencias  i  letras 

9.  Artes 

10.  Industria..... 

11.  Costumbres 

CAPÍTULO  IV 

LOS    OTROS    INDIOS    DE   AMÉRICA 

1.  Incertidumbre  acerca  de  la  civilización  de  los  ameríca- 
nos  de  la  época  de  la  conquista 


6o 
66 
68 
71 
72 
73 
75 
78 
80 
82 
83 


87 


iNDICB  545 


PájÍDas 


2.  Sas  facultades  intelectuales  , 88 

3.  Estado  social 90 

4.  Organización  civil 92 

5.  Sistema  de  guerra 95 

6.  Industria 100 

7.  Ideas  relijiosas 102 

8.  Costumbres 105 


PARTE   SEGUNDA 

DESCÜBRDIIENTO     I    CONQUISTA. 


CAPITULO  I. 

ES  FLORACIONES    DB  LOS  NORMANDOS  AL  NORTE  DE  LA  AMÉRICA. — NAVE- 
GACIÓN DE  LOS  P0RTITGUB8ES  AL  REDEDOR  DEL  ÁFRICA. 

(983—1492) 

1.  Los  normandos;  descubrimiento  de  Islandia 109 

2.  Descubrimiento  de  la  Groenlandia  i  de  las  costas  de  Amé- 

rica      110 

3.  Comercio  de  los  europeos  con  el  oriente  en  los  últimos  si- 

glos de  la  edad  media 112 

4.  Viajes  de  los  portugueses  en  la  costa  de  África 114 


CAPITULO  II. 

CRISTÓBAL       COLON  . 

(1436-1492) 

1.  Primeros  años  de  Cristóbal  Colon 119 

2.  Sus  proyectos 123 

3.  Teorías  en  que  Colon  fundaba  sus  proyectos 125 

4.  Colon  espone  inútilmente  su  proyecto  al  rei  de  Portugal.  128 


5.  Colon  en  España ...,.,.,,„,,....,.*„„  ....,.,,...  IHl 

B,  Vuelve  Colon  a  Portugal.*.*,*».*.*. -i*,........ .*....-..... ,„,..,.„„„,  1?5^ 

7.  Ncgovíadoiifs  fk  Colon  con  ia  corte  He  España  .,.•*.*,, lí^íí 

R  Salida  de  !n  cípcdldon  dt^scubridora.... *.„.„*.,.  110 


CAPITULO  IIL 

l>líHrrBlílMiK?ÍTO  I>KL  Nl'KVO-MI  !íDO:   mííMTílíOí*  VIAJEH  UB  rOLOX* 


I 


1492-1496/  J 

1.  Pritncr  vi^je  de  Crbtóbal  Colon  ..,..., .,*«•*.•,..*.*......,.*.  iS^" 

2*  Dtscübrímiento  del  Nü<fvo-Mt)ndo *,.,..»„»,.,♦.„,„♦..  14f» 

3.  Ytieha  de  Colon  * *.*..... ....**..,,,....,. ., ......  15;i    J 

4,  El  Papadesfinda  Itis  posí'siones  ultramarinas  de  las  e#pa-  ■ 

ñf>les  i  de  los  portuguesses  , *..„.,.,.*.*.*.,,, **„,.*.*.„*,.      15»^ 

5*  Segundo  viaje  de  Colon....* **..**.*.**... 157    j 

6.  Fnndadon  de  la  primera  dudad;  esploracion  de  la  Espa^  ^ 

ñola  .,.,....**.*.*. „..■„.* .,**....*...* * ..,,  im 

7,  Nuevos  descubrimientos;  Jamaica  ...,...*..,..,,**„,*,„..„.,..„,.  163 

8,  Primera  guerra  con  los  indíjenas , *...♦***. *....  1B4 

9.  Vuelta  de  Colon  a  España ..*.*. ., .„..*,  *.*„..  Wñ 

CAPITULO  IV. 

TEIU'EH   VIAJE  DE  COIRÓN:   VIAJES  MF:X01{ES. 

(1496—1502) 


1.  Aprestos  para  una  nueva  espedicion 171 

2.  Tercer  viaje  de  Colon 173 

3.  Desórdenes  en  ¡a  colonia 175 

4.  Colon  es  conducido  preso  a  España 178 

5.  Américo  Vespucio 183 

6.  Lo?  Cabot 185 

7.  Viaje  de  Ojeda  i  de  Vespucio 187 

8.  Viajes  de  Niño  i  de  Pinzón 189 

9.  Viajes  de  Lepe  i  de  Bastidas;  segundo  viaje  de  Ojeda 192 


índice  547 


CAPITULO  V. 

1>B8CUBR1MIKXT0«  DE  LOS  VORTUfirKSKS. — ULTIMO    VLAJB   DE  COLON. — 

SU    MUEUTI], 

(1497—1506) 

Pajinas 

1.  Vasco  de  Gama:  descubrimiento  del  camino  marítimo  a 

la  India 195 

2.  Pedro  Alvarez  Cabral;  descubrimiento  del  Brasil 196 

3.  Viaje  de  Vespucio  al  servicio  del  Portugal 198 

4.  Cuarto  viaje  de  Colon 200 

5.  Padecimientos  de  Colon  en  Jamaica 205 

6.  Vuelta  de  Colon  a  España 210 

7.  Muerte  de  Colon 211 

8.  ¿Quien  dio  a  la  América  su  nonibreactual? 213 

CAPITULO  VI. 

CONQULSTA  DE  LAS  PUIXCIPALES    L^LAS. PRIMERA  POBLACIÓN 

EX  EL  CONTINENTE. 

(1502—1511) 

1.  Administración  de  Ovando;  sumisión  de  la  Española 217 

2.  Uon  Diego  Colon  toma  el  gobierno  de  la  Española 221 

3.  Conquista  de  Puerto  Rico  i  de  Cuba 223 

4.  Nuevos  descubrimientos;  fundación   de   una  colonia  en  el 

continente 22G 

5.  Ultimas  aventuras  de  Ojeda 230 

6.  Desastrosa  espedicion  de  Nicuesa 232 

7.  Enciso;  fundación  de  Santa  María  de  la  antigua 234 

CAPITULO   Vil. 

NÚÑBZ  DE  BALBOA. — DÍAZ   1>K  SOLIS. — MAÍJ ALLANES. 

(1511  -1521) 

1.  Balboa  declarado  gobernador  del  Darien 239 

2.  Descubrimiento  del  mar  del  sur 242 

TOMO  I  35 


MB  wofnwMM  tm  ^mékica 


■•  MI  »*i 


• 

3.  Fe^irariasINIiíb, „, . 

4-.  Trijiro  6d  de  XúÁrs  dcBi^lbo^..  ..__,. ,„,.. 

5.  SoRs;  dcsmtfriiiitciito  del  rio  ile  la  J^mia  _^ 

6.  Mügiilláiie^  «m  projr^cpp  ik  dctcnbrimieirta^^. 

7*  tV«<iabnmicTitos  dd  c^tpccho .*^ . 

8.  fVicBer  rmjc  al  rrdcdor  dd  amado  «,,« .., 

GAPUTLO  \1IL 

M  «OJIfimt  lis  UK  DílfKlfw— Ul»  GAaO^'—Üfi 

(1511—1521) 

1.  Prnorras  qtirjas  contra  toe  f>rp¿iTtifmotop —  __  SH 

2.  La»  Cfiias,„., ,  «,„,«^*.^,^.,.-^**„.^*— _,«._.  26S 

3^  Iotf^»diicd0cideescJaYQ»AhkmjiO*cn  Aitierirv  , 268^ 

4.  Las  Ca^se  {rr^irañJi  fai»dar  otuí  roloota  «^mi  %m^  prio-  ■ 

cipios *.......... ....^^ „..,_^.. „,.,..„,. .  ,.  2W" 

5-  Descnbrtaxkniu  ik  la  FkstMsu .^^ *^ ^**-^.^  2T1* 

6,  Deven brnmciitof  de  Fmfiei»©  Heroáedcs  de  Qkdaba*«-.,  2TS 

T.  Espedldfto  de  Jiutn  deGríjalYa.  T,,.,M*Ti.„w.fi.i^».,»..ii  ...,,,  ,^  27C 

CAPITULO  IX. 

HEKNAX  CííKTF*-. — r AMl'AÑA   I»E  >IKJICO. 
(1519— 152U 

1.  Hernán  Cortes  toma  el  mando  de  las  fuerzas  destinadas 

a  la  conquista  de  Méjico 2S1 

2.  Partida  de  Cortes 2S3 

3.  Desembarco  de  Cortes  en   el   coiitínente;  |)riaicros  com- 
bates   286 

-4-    Cortes  en  el  imperio  meiicaiK»:  a>e:4;ira  I*i  alianza  de  ios 

totonecas 2S9 

5.  Cortes  tlestrtiye  sas  n:\ves 293 

6.  Cortes  gana  la  alianza  de  la  rc^ráblicd  «ie  T;asjaia 295 

7.  Marcha  sobre  Méjico;  matanza  de  C  holaia 298 

8.  Los  españoles  en  Méjico 301 

9.  Prisión  de  Moctezuma 303 

10.  Moctezuma  se  reconoce  vasallo  Uei  rei  üe  Lspaña  307 


INDICK  549 


CAPITULO  X. 


C'ON<iriSTA    DI-:    MKJICO. 


(1520-1535) 


Pajinas 


1.  Espedicion  de  Panfilo  do  Xarvciez 313 

2.  Derrota  de  Xarvdez;  vuelta  de  Cortes  a  Méjico 316 

3.  Combates  en  la  ciudad;  muerte  <le  Moctezuma 138 

4.  Retirada  de  Méjico;  noche  triste 320 

5.  Batalla  de  Otumba 324 

6.  Reorganización  del  ejército  español 326 

7.  Nueva  campaña  de  Hernán  Cortes 329 

8.  Sitio  de  Méjico 332 

0.  Toma  de  Méjico 335 

10.  Conquista  delinitiva  del  imperio  338 

11.  Organización  del  virreinato 340 

12.  Últimos  años  de  Hernán  Cortes  341 


CAPITULO  XI. 

CONí^nSTA    DI'J    LA    AMKUICA    CENTRAL. 

(1518-1542) 

1.  Primeras  esploraciones  en  la  América  Central 343 

2.  Francisco  Hernández  de  Córdoba;  primeras  esploracio- 

nes en  Nicaragua 345 

3.  Cristóbal  de  Olid  en  Honduras 346 

4.  Pedro  de  Alvarado  en  Guatemala 348 

5.  Espedicion  de  Cortes  a  Honduras;  trájica  muerte  de  Gua- 

timocin  340 

6.  Muerte  de  Hernández  de  Córdol)a 350 

7    (lobierno  de  Pedro  de  Alvarado 351 

S.   Bartolomé  tic  Las  Crasas  en  ( niatcmala 352 

í).  Muerte  de  Alvarado;  organización  de  la  capitanía  jencral 

de  Guatemala 354 


CAPITULO  XII. 


(1525-1548) 

1.  Secunda  es]»ctüci a n  ele  Rodriga  de  Bustidas:  fiindiiiritín  de 

Santa  Marta,.,... .,.,„..*«..*4..... .>.,.. ***.•••*  ,„«*«*,^4.***^...,„.  30í 

2.  Garda  de  Lerma. *.....,,...**..«„. .,...»...„... ^**,. ,,„,,*...„»♦«*.,  ^'ÍSS 

3.  Fernandez  ele  Lugo  .,, .^„,... .,.,.....,, ,*.*.,.„  $5$ 

4.  Pedro  de  Heredia;  fundación  de  Cartajecut •«...^.•,^,.^„»^,  *!**! 

5.  Espedicion  de  jiniénex  de  ijuesada  ,, ,.,,**..*.*.*•....*..*..,.  3GS 

G.  Coní|utsta  de  Bogotá,  Tunja  e  Traca*,/, ..,, 36S 

7'  Fin  de  la  conquista;  arganizadon  de  la  capitanía  fetieral 

de  Nueva  Granada., ,,..,,. , ., ♦,**•„-«  36S 


CAPITULO  XIIL 

CONgX  JKTA  DB  VEKÍíKinu^. 

(1527-1560) 

1.  Juan  de  Anipues;  fundadon  de  Coro  ,.* .,.,. — .,...,,, 371 

2.  Los  Welser;  espedícíon  de  Alfinger.. .,......,...* ,..,., .,     3TS 

3.  Jorjc  Spira  i  Nicolás  Federman 376 

4.  Felipe  de  Urre;  expedición  al  Dorado  -..., 378 

5.  Suspensión  del  privilejio  de  los  Wdser .,...„... .....,,,♦.,  ¿Vfiíl 

fí*  Colonización  de  Venezuela  por  los  españoles.. ...  381 

7.  Fundación  de  Caracas;  organización  del  gobierno  de   Ve- 
nezuela.,,..  ., -.,, 383 


CAPITULO  XIV. 

CONQTTÍí^TA     1>KL     Vmíií\ 

(1522-^1533; 

1.  Primeras  esploraciones  en  el  Pacífico 385 

2.  Pizarro,  Almagro  i  Luque ^ 387 

3.  Primera  espedicion  de  Pizarro  i  Almagro 389 


ÍNDICM  551 


Pi'ijiíinH 

4.  Celebre  contrato  de  Pizarro,  Almagro  i  Luque 3*J0 

5.  Descubrimiento  del  Perú 31)1 

6.  Viaje  de  Pizarro  a  España 395 

7.  Campaña  de  Pizarro  en  el  interior  del  Perú 397 

8.  Plan  de  defensa  de  los  peruanos 399 

9.  Captura  de  Atahualpa 401 

10.  Rescate  de  Atahualpa;  repartición  del  botin  4-OG 

11.  Suplicio  de  Atahualpa 499 

CAPITULO  XV. 

í'OXSrMACIOX   DK  LA  (ONlJl  ISTA   IHCI.   VVMV.       IUSCOKIUAS  lONTKlO 
IM/AlMtO  1   ALMACKO. 

í  1338— 1538) 

1.  Kleccion  del  nuevo  inca;  disolución  del  imperio 415 

2.  Marcha  al  Cuzco  41í> 

3.  Bípedicion  de  Benalcazíir  a  Quito 419 

4.  líspedicion  de  Pedro  de  Alvarado 4'Jl 

5.  Fundación  de  Lima 424 

6.  Desaveniencias  entre   Pizarro  i  Almagro 425 

7.  Viaje  de  Almagro  a  Chile 427 

8.  Sitio  del  Cuzco 429 

9.  Almagro  se  apodera  del  Cuzco;  principios  de  la  guerra 

civil 432 

10.  Batalla  de  las  Salinas 434 

11.  Juicio  i  muerte  de  Almagro 438 

12.  Casti>j:o  de  Hernando  Pizarro 440 


CAPITLTLO  XVI. 

(Jl'KHKAS  CIVILES  DH  LOS  CONQUISTADOIÍKS  DEL  PERÚ. 

(1540—1548) 

1.  Espedicion  de  Gonzalo  Pizarro  alas  rejiones  orientales  445 

2    Muerte  (le  Francisco  Pizarro 449 

3.  Gobierno  de  Vaca  de  Castro;  segunda  guerra  civil 451 

4.  El  virrei  Blasco  Núñcz  Vela;  nuevas  ordenanzas  sobre  los 
indios 453 


Filial 

5,  Sublrvaciop  dr  Gonzalo  Piíarro;  tcroera  gyerra  etrii.**  4SS 

a  Batalla  de  Añaíjnito, ,...„.„ 458 

1.  Misión  de  Pedro  de  La  Gaaca**.,..,.. ,.,*.*,*.. *.,.*.,...,.,...^...»  460 

H.  Trabíijos  de  La  Gasea  en  el  Pcru ...„,.„*«  4^3 

ít*  Batalla  de  XaquÍ3tagtiai3a;casiigo  de  los  relielfies ...>  466 

10*  Paeiftcacion  del  Pero  .,-. -. *  .,^ ....,, «  40S 


CAPITULO  XVrL 


CÜTCQIIJITAA  DE  LAS  l'BOl'lXn-^A   AttJV9iTlX«%il, 


(1520—1580) 


471  J 


Eíípedfdon  de  García  i  de  Cabot ,...- *..,.. . 

Don  Pedro  de  Mendoía.. »♦,*,*. .,.*  473 

Alvfí,r  Náñez  Cabeza  de  Vaca  .«..**.,...»*♦,►... ...*..*,*„  475 

Gobiertio  de  Irala... * ,  .**,.,,r., , ..,......„„... 47í$ 

Descubriiiiietiiti  í  eooquitsui  del  interior.....,...,.,..,*...*., 478 

Progfesoi  rie  la  colonia;  disensiones    de   los  conquista- 
dores.,..., ,.•,.•*• *♦., --......*,.,►...............„..........  479 

Gobiernos  de  Ortíx  de  Z.1rate  i  de  Garai ,,*...*,«,„«...  481 

Futidacioii  de  BueaüS  Aires.,.. ,.  , .....„..., 482 


CAprrrLO  xvíii. 


C  i)  N  Q  V  I  S  T  A      1>  B     t'  H  1  L  E. 


(1540—1561) 

Espedicion  de  Pedro  de  Valdivia  485 

Valdivia  es  nombrado  gobernador    de  Chile;  primeras 

guerras  con  los  naturales 487 

Trabajos  de  colonización;   esploracion  del  territorio  del 

sur 491 

Viaje  de  Valdivia  al  Perú  492 

Progresos  de  Valdivia  en  la  ocupación  fie  Chile 494- 

Sublevación  de  los  araucanos;  niuorte  de  Valdivia 496 

Gobierno  interino  de  Francisco  de  Villagra;  disensiones 
entre  los  concpiistadores  sobre  el  mando  del  ejército  i  de 

la  colonia  498 

Ultima  campaña  de  Lautaro;  su  muerte  500 


ínoicb  553 

Piljinan 

9.  Don  Garda  Hurtado  de  Mendoza;  su  campaña  contra 

los  araucanos r)02 

10.  Espedicion  de  don  García  al  sur  de  Chile;  muerte  de  ('au- 

polican 505 

11    Últimos   triunibs  de  don  (yarcía  Hurtado  de  Mendoza; 

fin  de  su  gobierno 506 

CAPITULO  XIX. 

COX^nSTA      DKL     líIlASIL. 

(1580-1577) 

1.  Esploraciones  de  los  portugueses  en  el  Brasil;  viaje  de 
Martin  Alfonso  de  Sousa 509 

2.  División  del  Brasil  en   capitanías 511 

3.  Establecimiento  de  un  gobierno  central  en  Babia 512 

4'.  Tentativas  de  los  franceses  para  establecerse  en  el   Bra- 
sil; su  espulsion  513 

5.  Fundación  de  Rio  de  Janeiro 515 

CAPITULO  XX. 

CONQUISTA    I    COLONIZACIÓN    EN    LA    AMKKICA    I>F.L    NOUTF. 

(1528—1722) 

1.  Panfilo  de  Narváez  en  la  Florida 517 

2.  Espedicion  de  Fernando  de  Soto 518 

3.  Descubrimientos  de  los  franceses  en  el  Canadí'i 520 

4.  Los  franceses  en  la  Florida 521 

5.  Primeras  espediciones  de  los  ingleses;  (TJIhert  i  Raleigli..  524. 

6.  Formación  de  dos  compañías  de  colonización 524- 

7.  Progresos  de  las  colonias  de  Virjinia 540 

8.  Disolución  de  la  compañía  de  Londres,  el  reí   reasume  el 
mando  délas  colonias  de  Virjinia 529 

9.  Primeras  colonias  de  la  Nueva  Inglaterra 531 

10    Diferencias  esenciales  entre  las  colonias  del   norte  i  las 

del  sur 534 

11.  Nuevas  colonias 53G 

12.  Colonias  francesas 539